Redes Sociales de MetáFora a Paradigma

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DE METÁFORA A PARADIGMA

DIRECTOR

JULIO MONTERO

SECRETARIO

MANUEL HERRERA

ESTUDIOS DE COMUNICACIÓN Y SOCIEDAD

COLECCIÓN

1

Boston . Burr Ridge, IL . Dubuque, IA . New York . San Francisco . St LouisBangkok . Bogotá . Caracas . Kuala Lumpur . Lisbon . London . Madrid . Mexico City . Milan . Montreal

New Delhi . Santiago . Seoul . Singapore . Sydney . Taipei . Toronto

Madrid . Barcelona . Palma de Mallorcawww.editorialbcn.com

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Quedan rigurosamente prohibidas, sin la autorización escrita de los titulares del «Copyright», bajo las sanciones establecidas en las leyes, la reproducción total o parcial de esta obra por cualquier medio o procedimiento, comprendidos la repro-grafía y el tratamiento informático y la distribución de ejemplares de ella mediante alquiler o préstamos públicos.

Primera edición.© José Daniel Barquero Cabrero y Manuel Herrera Gómez© Furtwangen Editores, Fundación Universitaria ESERP - www.eserp.com-Edificio ESERP - Calle Girona 24 - 08010 Barcelona, España Tel.: (00 34) 93 244 94 11 Fax: (00 34) 93 231 82 87 Correo: [email protected]©Mac Graw Hill - EducaciónC/ Basauri, 17 A, 1ª Planta - 28023 Aravaca (Madrid)Tel.: (00 34) 91 180 30 05www.macgraw-hill.es

Diseño y Maquetación: Onetone ComunicaciónEdiciones Integrales de Textos: Luis Tarré Miró

ISBN: 978-84-939707-3-4 (ed. papel)Depósito legal: B.14365-2012

Impreso en España - Printed in Spain - Barcelona

Fecha de publicación: Abril 2012Impreso en papel reciclado

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Redes SocialesDe metáfora a paradigma

Profesor Dr. Manuel Herrera Gómez Profesor Dr. José Daniel Barquero Cabrero

Boston . Burr Ridge, IL . Dubuque, IA . New York . San Francisco . St LouisBangkok . Bogotá . Caracas . Kuala Lumpur . Lisbon . London . Madrid . Mexico City . Milan . Montreal

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ÍNDICE

Prólogo...........................................................................................................................................9

Empieza el paseo...........................................................................................................................................17

Capítulo I. Demos los primeros pasos. Los inicios de una metáfora convertida en valor heurístico

1.1. Introducción ............................................................................................................. 331.2. ¿Una sensibilidad hecha operatividad? ....................................................................... 391.3. Tres adjetivos para un concepto: operativo, latente y analítico ....................................491.4. Nada sin cerrar y muchas cuestiones abiertas ..............................................................53

Capítulo II. Lo relacional en los clásicos y no tan clásicos

2.1. Introducción .............................................................................................................652.2. Algo más que el contacto social. “Referencia a” y “ligamen entre” .............................682.3. La sempiterna presencia de la relación y lo relacional ................................................792.4. Marx, Bourdieu y Giddens, un mismo denominador común a pesar de las distancias ..............................................................................................842.5. Weber y los post-weberianos, el telón de fondo de una interpretación subjetiva .......902.6. Durkheim, Parsons y Luhmann, lo relacional como reflejo de la conciencia colectiva ...........................................................................................952.7. Un epílogo aún incompleto .......................................................................................99

Capítulo III. Tres narraciones decisivas con nuevos ingredientes

3.1. Simmel, una llamada de atención formal sobre los ligámenes sociales .......................1013.2. Von Wiese o lo interhumano como sustrato de lo social ...........................................1153.3. Sorokin y el escenario del espacio socio-cultural ........................................................130

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Capítulo IV. Un cóctel interesante. Estructura social y NETWORK ANALYSIS

4.1. El cajón de sastre de la noción de estructura .............................................................1394.2. Estructura social y estabilidad ...................................................................................1474.3. Estructura social e interconexión de nudos ...............................................................160

Capítulo V. Un alto en el camino. Las teorías del intercambio social y la NETWORK ANALYSIS

5.1. Introducción .............................................................................................................1695.2. La racionalidad de la tradición americana .................................................................1735.3. El “espíritu del don” de la tradición francesa ............................................................1835.4. Un primer punto de llegada ......................................................................................193

Capítulo VI. La sociedad como red. ¿Un nuevo paradigma?

6.1. La armonía de las matrices teóricas ...........................................................................2036.2. La network analysis, de técnica que busca una teoría a una nueva representación ...........................................................................................................2056.3. Ni holismo, ni individualismo, la nueva mirada relacional ........................................2216.4. Por qué observar/interpretar la sociedad como red: un argumento ............................................................................................................231

Ha terminado la excursión...........................................................................................................................................235

Epílogo...........................................................................................................................................247

Bibliografía...........................................................................................................................................251

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PRÓLOGORedes sociales, cambios sociales y teorías sociológicas

La teoría sociológica no siempre ha sido capaz de evolucionar al mismo ritmo y con la misma intensidad que evolucionan las sociedades. Por eso, ha sido habitual un cierto desfase y desacople entre los manuales y libros a los que acudían los estudiantes de Sociología para formarse en esta disciplina y la propia dinámica de las sociedades concretas en las que dichos estudian-tes se situaban, y sobre las que, lógicamente, tenían intención de proyectar profesionalmente sus conocimientos y aprendizajes, en un futuro próximo. Precisamente, debido a estos desfases, al final muchos licenciados se acababan encontrando con realidades un tanto distintas a las que habían estudiado en los libros durante su ciclo formativo.

En las sociedades de nuestro tiempo, el intenso ritmo de las transformacio-nes ha dado lugar a que estos desfases sean especialmente intensos y llamativos. En ocasiones, en diversas conferencias y foros universitarios, he sugerido a los estudiantes que hicieran sus propias comprobaciones en este sentido, repasan-do, por ejemplo, en los manuales que ellos estudiaban lo que se decía sobre el trabajo, las clases sociales o la familia, y luego contrastaran lo que allí se expli-caba y analizaba con lo que ellos podían constatar y conocer directamente a su alrededor. En algunos casos, los contrastes pueden llegar a ser espectaculares. Lo cual, en cierto modo, es lógico que suceda en períodos de cambio social tan intenso como los actuales, en contextos en los que un observador atento y desprejuiciado con sólo mirar a su alrededor casi puede contemplar en directo cómo las realidades sociales se están transformando día a día. Lo cual recuer-da lo que decían nuestras abuelas sobre esas personas tan listas que podían incluso “ver crecer la hierba”. Hoy prácticamente se puede ver.

En el caso de las teorías sobre las redes sociales tenemos un ejemplo signifi-cativo de la necesidad de realizar adaptaciones interpretativas en la manera en que se entendía hasta hace bien poco la conformación de lo social. Algo que ha tenido que ser objeto de cambios interpretativos y conceptuales, a la par que la práctica concreta de lo social se veía modificada en aspectos y dimen-siones muy nucleares, bajo el impacto transformador de la evolución hacia nuevos paradigmas de sociedad.

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Precisamente, en dicho contexto de una exigencia adaptativa constante de la teoría sociológica, hay que situar este libro, en el que se buscan los ante-cedentes de la teoría de redes, se analizan sus desarrollos y se esbozan sus perspectivas de evolución y aplicabilidad.

En esta tarea resulta preciso incardinar debidamente las necesidades de desarrollo de la teoría sociológica con la propia dinámica concreta de las socie-dades de nuestro tiempo, haciendo un esfuerzo riguroso por identificar las principales tendencias que se pueden registrar de cara al futuro. Procediendo de esta manera, podrían evitarse, o modularse, al menos en parte, dos de los principales problemas que, en mi opinión, suelen afectar a la operatividad y relevancia de la Teoría Sociológica. El primer problema, como ya he apunta-do, es el que concierne a los riesgos de desfase respecto a los cursos concretos del cambio social. Lo cual es especialmente importante cuando la dinámica de los cambios es muy rápida e intensa. Este problema puede dar lugar a que las teorías sociológicas parezcan simples repertorios agregados de miradas diversas y más o menos articuladas y verosímiles sobre la realidad social. Lo cual puede dejar una apariencia inevitable de volatilidad e insuficiencia sobre el valor y utilidad de las miradas sociológicas, convirtiendo a muchos sociólogos más bien en historiadores de la evolución del pensar sociológico que en analistas rigurosos y acreditados de la realidad social concreta e inmediata.

Esto no significa que cierta lectura historiográfica no resulte en sí misma valiosa y estimable. Pero, en la medida que la Sociología no se conforme con quedarse en una mera historia del pensar social, el problema es que este proceder aparta a esta disciplina del paradigma propio de las ciencias, cuya principal virtualidad es acercarse directamente, y de manera constatable, a la comprensión de las realidades concretas.

Algunas exageraciones que a veces se dan parece que están intentando hacer virtud de la necesidad de determinadas proposiciones de Thomas Khun sobre la “lógica de las revoluciones científicas”. De esta forma, la Sociología –y un conjunto más amplio de Ciencias Sociales– se entienden como disciplinas que están en un proceso de “revolución permanente”, en el que todo cambia y no cambia de forma constante y en el que las teorías superadas, o refutadas por los hechos, no se desechan siempre en todo, sino a veces solo en parte, de manera que más adelante pueden ser “resucitadas” o recuperadas, de una y otra forma, y con mayor o menor utilidad y pertinencia.

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PRÓLOGO

El segundo problema o inconveniente en conexión con este último aspecto, es que la Teoría Sociológica se entienda y se practique de forma prácticamente autónoma, a partir de sí misma, de la propia teoría, o teorías, como tales. De acuerdo a esta práctica, en la medida que no se tiende a construir un saber acumulativo y, por lo tanto, destructivo y/o asuntivo de todo lo ante-rior, el campo de la Teoría Sociológica resulta extraordinariamente amplio, y predominantemente autoverificado. Es decir, la Teoría Sociológica deviene en teoría de las teorías sociológicas, al tiempo que la principal fuente y vía de su verificación y de estímulo creativo, son las propias teorías sociológicas y sus postulados.

Como consecuencia de tales enfoques, en contraste con lo que ocurre en otras disciplinas científicas, al final, el riesgo es que se acabe confundiendo, y mezclando, lo que es la Teoría Sociológica (en uso) con la propia historia de la Teoría Sociológica (pasada), entendiéndose que el estudiante de Sociología, o el público interesado en esta materia, debe conocer y estudiar por igual las teorías sociológicas vigentes y más actuales y aquellas otras que surgieron en otros contextos históricos, como lecturas interpretativas de otros modelos de sociedades, que ya no existen como tales, pero en cuyo rastro teórico-inter-pretativo muchas veces se quieren ver pistas y antecedentes de lo que está por venir, o lo que ya resulta vigente.

De ahí la pertinencia de libros como éste, en el que se apunta prevalen-temente hacia una teoría concreta, o más bien hacia un marco de teorías e interpretaciones que se conectan directamente con dimensiones importantes, y prácticamente nucleares, de las sociedades de nuestro tiempo.

En el largo camino de la evolución de las formas societarias en las que nos hemos desenvuelto los seres humanos, la noción de red social nos permite identificar dimensiones muy específicas de lo social. Quizás en mayor grado en las pequeñas y primitivas sociedades cazadoras-recolectoras que en poste-riores formas sociales más articuladas y estructuras, donde la pertenencia social se encontraba altamente institucionalizada y predeterminada. Sin embargo, incluso en las sociedades más rígidamente estructuradas siempre se han dado espacios para aquellas formas de interacción que podrían ser conceptualizadas y contempladas bajo el prisma de la noción de “redes sociales”, especialmente en los ámbitos microscópicos, pero no sólo.

La diferencia que se aprecia en nuestros días es que en las sociedades actuales buena parte de las prácticas de pertenencia se producen y desarrollan a través

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de redes sociales. Y esto es así en mayor grado entre las nuevas generaciones. También, por lo tanto, lo es para toda la Sociedad en su conjunto.

La manera en la que las nuevas formas de vida, de trabajo, de comuni-cación, de identidad e incluso de entendimiento de lo social, se conectan con esta evolución conformadora, evidencian que estamos ante una cuestión del máximo interés para las Ciencias Sociales. Sobre todo, porque algunas de las dimensiones de las interacciones sociales ahora se pueden producir –y se producen– incluso a través de instancias virtuales. Como ocurre con Internet, por ejemplo.

Y esto constituye una revolución de gran alcance sobre la manera en la que se puede entender y practicar lo social. Una revolución que está modificando profundamente los esquemas de identidad y las formas de pensar y entender la pertenencia social y la misma noción de Sociedad. Todo lo cual tiene unas consecuencias prácticas que trascienden el campo de la Teoría Sociológica y que, en cualquier caso, están inaugurando una nueva etapa en la manera en la que hasta hace bien poco se entendía el análisis sociológico. Y, lógicamente, la propia Teoría Sociológica.

En los años posteriores a la II Guerra Mundial, la Sociología alcanzó un notable grado de desarrollo en sus aplicaciones prácticas. La herencia de algunas de las aportaciones seminales de varios padres de la Sociología, permi-tió que el análisis social trazara la imagen precisa de una sociedad nucleada en torno a instituciones y a procesos de interacción que tenían lugar en estruc-turas en las que se producían relaciones de ordenación, de colaboración, de competencia, de conflicto, etc. Desde diferentes perspectivas, y durante varios años, la mirada sociológica permaneció atenta a los grandes fenómenos del poder, de la estratificación social, del trabajo, etc., centrando sus estudios en las instituciones en torno a las que se sustanciaba la realidad de lo social, desde la familia a la escuela, desde las instituciones políticas a las culturales, etc.

Sin embargo, en el siglo XXI la situación de la Sociología, y el trabajo de los propios sociólogos, es bastante diferente. Las profundas transformaciones que están teniendo lugar como consecuencia de la revolución tecnológica han difundido un nuevo tipo de enfoques sociológicos que, tomando en consi-deración algunas tendencias sociales contrastadas y otras más cuestionables y abiertas, intentan formular un nuevo paradigma de explicación sociológica, que en el fondo y en la forma apunta a una desustanciación de la teoría socio-

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PRÓLOGO

lógica clásica. La nueva imagen de la sociedad que se ofrece –y se toma como punto de referencia del análisis sociológico, en esta perspectiva–, no es la de una estructura, sino la de una especie de red neuronal a la que se presenta como extraordinariamente eficiente y operativa de cara a optimizar económi-ca, socialmente, culturalmente y comunicativamente las oportunidades que brindan los sistemas y mecanismos técnicos emergentes.

Los nuevos planteamientos de la Sociología tienden a sustituir el modelo estructural e institucional de la teoría clásica por perspectivas más laxas y difusas que aparentemente están al servicio de una determinada concepción del éxito y la eficiencia económico-financiera y societaria (que sin embargo está siendo contrastada por evidencias concretas de signo crítico). Estos enfo-ques suponen un desplazamiento del foco de atención primordial del análisis sociológico desde los grandes fenómenos sociales del poder, la desigualdad, las relaciones en las instituciones, los valores, etc., hacia fenómenos y procesos de interacción más volátiles y difusos. Los nuevos modelos de referencia suponen reemplazar el análisis sociológico de las realidades sociales de carácter estruc-tural e institucional por mónadas individualizadas, ya sea el propio individuo como persona o actor social, ya sea la empresa (empresa-red), ya los jóvenes usuarios de Internet, ya los actores políticos entendidos como entidades sufi-cientemente aislables en el universo “nervioso” de una trama de influencias y estímulos informacionales.

Esta forma de proceder implica una cierta racionalización teórica del proceso de sustitución de los poderes reales y patentes por los difusos y opacos (al menos aparentemente), de las estructuras de ubicación concretas por las posi-ciones volátiles y circunstanciales, de las entidades políticas institucionalizadas por los núcleos de influencia comunicacional y de las ideas de modernidad por la retórica de la postmodernidad. Desde un punto de vista teórico-analí-tico, algunos enfoques de este tenor implican una regresión desde modelos de corte estructural a paradigmas más difusos y abiertos, que si fueran lleva-dos analógicamente al plano del símil biológico podrían valorarse casi como una especie de hipótesis inversa de involución imposible, o “contranatura”; es decir, un cambio de paradigma que tuviera lugar desde el modelo de los verte-brados hacia la realidad más viscosa y electrizante de las medusas.

Desde una perspectiva práctica aplicada, los nuevos enfoques pueden tender a sacralizar algunas pautas de evolución social que ciertamente son constata-bles en las sociedades avanzadas de principios del siglo XXI, pero que aún es pronto para saber si tendrán un alcance más o menos parcial y coyuntural.

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Por ejemplo, entre estos nuevos fenómenos constatables están la fragilización del tejido social, la precarización laboral, la potenciación de poderes difusos y opacos, la fragmentación cultural, la extensión “normalizada” de la exclusión social, etc.1.

En el fondo, la “opacización” de los poderes y de las estructuras, que, de alguna manera, se puede exaltar por esta vía analítica, puede acabar devinien-do en una cierta “ideología” justificativa y legitimadora de la nueva situación establecida, contribuyendo a diluir el alcance de las asimetrías en la distribu-ción del poder, la riqueza y los privilegios. Lo cual se conecta directamente con otra dimensión que suele acompañar a la presentación pública de las tesis de algunos teóricos de la nueva Sociología difusa des-estructurada: la tendencia a ser convertidos en figuras mediáticas, incluso con una proyección pública orientada a inspirar o avalar operaciones políticas también difusas (como las famosas “terceras vías”). Algunos de estos planteamientos están contribuyendo a que la competencia electoral resulte cada vez más ambigua y inespecífica, con el efecto de una mayor desimplicación participativa entre amplios sectores de la población. Lo que refuerza, a su vez, la realidad de una sociedad más débil, en la que, al final, se pueden acabar viendo verificadas las tesis planteadas inicialmente por los teóricos de lo inespecífico, en un círculo analítico que puede terminar por cerrarse sobre sí mismo en su propia verifi-cación y justificación.

En esta peculiar peripecia analítica, el nuevo sociólogo difuso y mediático es publicitado especialmente a través de las propias redes informacionales cuyo valor se teoriza, obteniendo frecuentemente los datos y los argumen-tos de apoyo a sus tesis en entornos extra-académicos, con libros mediáticos elaborados por periodistas y comunicólogos y con informes pseudoestadís-ticos de empresas y entidades que muestran un gran empeño apriorístico en justificar y racionalizar sus intereses concretos y sus modos de operar. En ocasiones más allá de las exigencias del rigor, la objetividad y la precisión que impone la lógica propia del método científico.

Por ello, el esfuerzo de “mediatización” que acompaña a la sociología difusa,

1. Sobre las transformaciones que están teniendo lugar en las sociedades de principios de siglo puede verse mi trilogía sobre la desigualdad, el trabajo y el poder. José Félix Tezanos, La Sociedad dividida. Estructura de clases y desigualdades en las sociedades tecnológicas, Biblioteca Nueva, Madrid, 2001; José Félix Tezanos, El trabajo perdido. ¿Hacia una civilización postlaboral?, Biblioteca Nueva, Madrid, 2001; José Félix Tezanos, La democra-cia incompleta. El futuro de la democracia postliberal, Biblioteca Nueva, Madrid, 2002. Vid, también, José Félix Tezanos, “Poder, riqueza y democracia. Los retos de la cohesión social”, en Alfonso Guerra y José Félix Tezanos (eds.). Políticas económicas para el siglo XXI, Editorial Sistema, Madrid, 2004, págs. 177-215.

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PRÓLOGO

en un doble sentido, da lugar a que en ocasiones se levanten pantallas de filtra-ción de lo real, que, como en el famoso juego de simulación del círculo de espejos propuesto por Leonardo da Vinci, acaban reflejando imágenes distor-sionadas, en las que las figuras y los espacios se multiplican y al final uno mismo no llega a saber dónde se encuentra verdaderamente, ni dónde están ubicados los demás, ni a partir de qué formas ni condiciones cada cual hace notar realmente su presencia. Pero, claro está, lo que nadie parece atreverse a cuestionar es que todo esto nos pueda conducir a un mundo tan aparente-mente feliz como sustancialmente nebuloso.

Precisamente, porque todos estos riesgos no son desdeñables, son especial-mente de agradecer libros como el presente, en el que –superado el riesgo de las antedichas simplificaciones– se aborda de manera rigurosa y exhaustiva el análisis de unos enfoques teóricos, cuya virtualidad futura dependerá de la capacidad que se tenga para entenderlos y utilizarlos de acuerdo a criterios de estricta pertinencia académica, y en el contexto preciso de otras aportacio-nes seminales de la teoría sociológica. Teoría que, nos guste o no nos guste a los sociólogos, hoy por hoy nos remite inexcusablemente a un paradigma interpretativo mucho más abierto y plural que aquel que es propio de otras disciplinas científicas.

José Félix TezanosCatedrático de Sociología de la UNED

(Madrid, Enero de 2012)

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Desde finales de los años setenta del siglo pasado hemos asistido, sobre todo en Estados Unidos, pero también en algunos países occidentales como Holanda, Alemania y Australia, al espectacular desarrollo de una nueva orien-tación de la sociología estructural que tiene como una de sus piedras angulares la idea de red social. ¿Cuáles son o dónde están los orígenes de dicha idea? No resulta arriesgado afirmar que se encuentran en la antropología social. Más concretamente, la descripción de las relaciones sociales en términos de “redes” posee una larga historia que se remonta, al menos, a la definición de estructu-ra social dada por uno de los clásicos de la antropología social. Nos estamos refiriendo a Radcliffe-Brown:

“Una red de relaciones sociales efectivamente existentes” (Radcliffe-Brown, 1940:3).

Este padre de funcionalismo antropológico empleó el término en sentido metafórico. ¿Cuál era su pretensión? La respuesta es sencilla: aspiraba dar a entender que las relaciones sociales se interconectan, en el sentido en que McIver (1928), otro clásico de las ciencias sociales, precedentemente había hablado de “trama” de relaciones sociales. Con estas expresiones simplemente se afirmaba que los miembros de la sociedad estaban entre sí interconectados. Ahora bien, sin especificar de qué manera la naturaleza o la forma de estos ligámenes podían utilizarse y llegar a ser un instrumento válido para entender y explicar la acción social.

En la segunda mitad de la década de los cincuenta, algunos antropólogos británicos –entre otros J. A Barnes (1954:39-58) y E. Bott (1957)- llevaron a cabo una serie estudios de campo en los que utilizaban con rigor el concepto de red social, concepto al que daban un valor heurístico. Sin embargo, habrá que esperar hasta la década de los setenta para que la network analysis logre un mayor interés en el marco de disciplinas como la sociología y la antropología. Una muy buena muestra de ello fue la creación en 1978 de la Internacional Network for Social Analysis, y sus dos revistas, Connections y Social Networks. A partir de esos momentos se iniciarían en numerosas universidades anglo-sajonas líneas de investigación coincidentes con las más diversas aplicaciones del análisis de redes.

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Leinhardt, posiblemente uno de los investigadores más diligentes en este terreno y sobresaliente sociólogo matemático, escribía en 1977:

“Este modelo, el de red social, hace operativa la noción de estructura social repre-sentándola como un sistema de relaciones sociales que ligan distintas unidades sociales las unas a las otras”.

Y añade de forma muy particular lo que, desde nuestro punto de vista, representa el rasgo distintivo más notorio de la perspectiva que estamos some-tiendo a examen:

“En este marco, la cuestión de la estructura de las relaciones sociales se convierte en una cuestión pauta; es decir, de organización sistemática” (Leinhardt, 1977: XII-XIII).

Sin embargo, en el caso concreto de España, la network analysis, como instrumento de investigación y como perspectiva de análisis de la realidad social, aún era en los ochenta el patrimonio exclusivo de un estrecho círculo de estudiosos. De ello dio cuenta de manera brillante Félix Requena (1989:138). En una publicación de finales de dicha década, el sociólogo malagueño mani-festaba su sorpresa por la no existencia en castellano de ningún libro o artículo que se interesara por este tipo de análisis que, en otros contextos, había demos-trado ser aplicable y responder a cuestiones relacionales clave en el estudio de innumerables situaciones sociales.

Ha sido en los últimos años cuando se ha asistido al desarrollo de una multiplicidad de investigaciones y reflexiones que, aunque no puedan ser consideradas aplicaciones directas de la network analysis, se ubican en el marco de un horizonte teórico delimitado por fronteras, ámbitos de profundización, expresiones, formas de contemplar la realidad social que mantienen y presen-tan muchos y significativos puntos de conexión y ligamen con ella.

Las investigaciones sobre las redes de apoyo como redes de redes de relacio-nes, el estudio de la familia según una perspectiva de redes que se sitúa más allá de la dialéctica entre acción y estructura, las reflexiones sobre el tercer sector –el gran desconocido de las sociedades avanzadas- y sobre la plurali-zación del care system en los programas de welfare, la actualización y puesta a punto, en el campo de los servicios a la persona, de nuevas metodologías de intervención etiquetables como “intervenciones de redes”, y la misma difusión

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de una terminología de tipo reticular (amplitud, densidad de las redes, redes de apoyo, ubicación en red de los servicios, etc.), pueden ser considerados como algunos de los múltiples y fructíferos ejemplos de la maduración de una nueva y diversa forma de leer la realidad social.

Contemporáneamente, se ha asistido a la difusión de una específica litera-tura sobre la network analysis a la que se han dedicado volúmenes de carácter introductorio, números monográficos de revistas, seminarios y congresos. Un buen ejemplo que puede servir de muestra es la aparición de la revista REDES (Revista Hispana para el Análisis de Redes Sociales), que inició su andadura en 2002 y de la que ya se han editado más de una docena de volúmenes, algunos de ellos con carácter monográfico.

¿Qué es lo que nos ha impulsado a plantear las reflexiones que, a lo largo de seis capítulos, puede encontrar el lector? Esta es nuestra respuesta: la conver-gencia entre el crecimiento del interés teórico por la network analysis y la difusión de estudios e investigaciones sobre redes sociales. Más concretamen-te, el interrogante que se esconde y está implícito en el presente trabajo puede sintetizarse en los siguientes términos: la tan manida y a veces no comprendi-da network analysis ¿constituye y representa un nuevo paradigma, una nueva forma de adentrarse en la realidad social, un nuevo planteamiento cognitivo en el ámbito de las ciencias sociales, y en concreto en el escenario de la sociolo-gía, o tan sólo es un heterogéneo y anárquico mosaico de nuevas, y a veces no tan nuevas, teorías, verificadas empíricamente con instrumentos específicos para el estudio de las redes? Para responder a este interrogante, que tiene todos los ingredientes para ser considerado un enigma de calado, hemos procedido de forma inductiva. Y el motivo no ha sido otro que nuestro objetivo: explo-rar cuan robinsones de las ciencias sociales el background teórico escondido, oculto, pero no por ello no conocido, en la network analysis.

¿Qué nos ha permitido revelar la reflexión desarrollada? La pretendida luz arrojada a un panorama poblado de luces y sombras nos ha confirmado cómo la network analysis, más que representar un nuevo paradigma cognitivo, un nuevo modelo de acercamiento a la realidad social, puede ser considerada como un conjunto o tapiz de teorías formuladas con un claro afán explicativo de los mecanismos de funcionamiento de la realidad (fenómenos, procesos, partes o segmentos). Teorías que, sin embargo, se inscriben en un paradigma de redes, que engloba y comprende en su interior a la network analysis, sin identificarse total y exclusivamente con él. Este –el paradigma de redes- trata a la sociedad no como el paradigma parte/todo (basado en la analogía orgánica y

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en el que podemos inscribir el pensamiento de Tönnies, un pensamiento que merece la pena ser nuevamente interpretado), tampoco como el paradigma sistema/ambiente (desarrollado por Parsons y el primer Luhmann), ni como el paradigma de la autopoiesis (elaborado por el Luhmann más reciente ampa-rándose en las ciencias biológicas y cognitivas, en concreto, las sustantivas aportaciones de los chilenos Maturana y Varela)2, sino como “red de redes de relaciones”.

Ciertamente, no son estas las páginas para abrir un intenso, y en ocasio-nes polémico, debate sobre la evolución de la teoría de sistemas. Y más concretamente la progresiva sustitución –aunque más bien habría que decir eliminación- de un paradigma por otro. Tan sólo diremos, y esto es correr un riesgo que podría ser considerado peligroso, que incluso el último paradigma, el de la autopoiesis, si llega a ser presentado y concebido como alternativa radical, es tan problemático, posiblemente más, que los anteriores. Más bien lanzamos, como el náufrago que arroja la botella con un mensaje al océano, el siguiente interrogante: ¿verdaderamente el primer paradigma (tönniesiano) está completamente superado, hasta el punto de que puede considerarse una reliquia del pasado? Y si es así, ¿en qué sentido ha tenido lugar dicha supera-ción?

Hay un hilo conductor que está presente y recorre la historia de la socio-logía que va desde Tönnies a Luhmann. Dicho ligamen no es otro que el siguiente: el “cemento” de la sociedad es el ser “relacionalidad”. La primera consecuencia, con un claro y marcado carácter práctico, que se deriva es que si aquel paradigma que vincula la parte al todo en sentido organicista no es ya apropiado y coherente a la complejidad. El nuevo modelo debe responder adecuadamente al problema de las relaciones entre las partes y el mosaico que se deriva según modalidades no necesariamente “organicistas”. Ahora bien, es preciso que hagamos una matización. Queda por ver si, en qué sentido y manera, el resto de paradigmas sistémicos existentes llegan a dar una respuesta satisfactoria a tal adecuación.

¿Cuál es nuestra tesis sobre este tema? Creemos, y con fundamento, como podrá comprobarse a lo largo de estas páginas, que ni el paradigma sistema/ambiente, ni el de la autopoiesis llegan a satisfacer las condiciones de lo que podríamos denominar acomodamiento relacional. ¿Y esto a que se debe? ¿Cuáles son los motivos que justifican esta afirmación de trazos fuertes en

2. Concretamente, Luhmann (1983b:333-347) esboza y plantea tres grandes paradigmas de tipo sistémico que están como telón de fondo de buena parte de las consideraciones que desarrollamos a continuación.

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todas sus dimensiones? Responderemos de forma breve y concisa.

El paradigma sistema/ambiente no satisface las condiciones de acoplamien-to relacional porque es una teoría de la diferenciación local. Y la primera y gran consecuencia que se deriva es que todo sistema se conforma a partir de la identidad de la diferencia sistema/ambiente en los límites “sensibles” a las distinciones. Por su parte, el paradigma de la autopoiesis puede considerarse no adecuado por un motivo de gran calado: es una teoría de los mecanismos internos de los sistemas.

¿Qué nuevos interrogantes emergen hechas estas matizaciones? Pues si damos un paso más, y no retrocedemos en nuestro caminar, nos encontramos con esta nueva pregunta: ¿existe un paradigma que tenga o pueda llegar a tener en cuenta las distinciones sistema/ambiente y la lógica autopoética sin eliminar el elemento distintivo y clave del paradigma parte/todo como es la relacionalidad, elemento al que anteriormente habíamos aplicado el califica-tivo de “cemento” de la sociedad? Nuestra humilde y sencilla, aunque no por ello menos ambiciosa propuesta es explorar esta posibilidad teniendo como norte el concepto y paradigma de redes. Y la primera cuestión que se plantea en este interesante sendero es la siguiente: las redes, bajo cuya figura actual-mente comprendemos, representamos y explicamos la sociedad ¿son sistemas sociales?

No faltan quienes piensan que esto es así. Nos encontramos entonces ante lo que podríamos denominar un pensamiento estructuralista (Blau, 1982; Blau y Schwartz, 1985) o neo-funcionalista. Sin embargo, también están aque-llos a quienes estas concepciones no les satisfacen. Incluso nos encontramos con propuestas como aquella que busca una teoría de los sistemas “abiertos” apelando a un planteamiento fenomenológico que recurre a la intersubjetivi-dad y la empatía. Es el caso, por ejemplo, de Ardigó (1988). Merece la pena detenerse y dedicar unas líneas a una de las figuras clave de la teoría socioló-gica italiana más reciente.

El sociólogo de Bolonia habla de “sistemas abiertos de tipo empático”. Cier-tamente estamos ante una propuesta interesante, pero la matización, y no es pequeña, que le hacemos es que la apertura de los sistemas tiene que buscarse en las características de los mismos sistemas, y no en aspectos antropomórficos (como la empatía). La apertura de los sistemas sociales reside en la peculiari-dad intrínseca a la sociedad que, en cuanto relación, es red y, por tanto, un

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sistema “abierto”3. Si el sujeto humano progresivamente es más externo a la relación social (a la sociedad), al margen de también ser interno, la red relacio-nal llega a caracterizarse por la siguiente nota distintiva: ser al mismo tiempo más autopoiética. De ahí también el carácter emergente de la sociedad (o rela-ción social), que depende del crecimiento de la diferenciación entre interno y externo, diferenciación que se desarrolla en el tiempo. Llegados a este punto estimamos oportuno hacer una aclaración.

La metáfora de los sistemas abiertos presenta cierta utilidad. Y el motivo de la misma reside en que nos pone de manifiesto los límites y las reducciones de la metáfora de los sistemas cerrados de tipo auto-referencial y auto-reproduc-tivo. Sin embargo, y aquí estamos haciendo otra afirmación de trazos fuertes, no es una solución aceptable si se confronta adecuadamente con el carácter “reticular de la sociedad”. Si por sistema social se concibe un conjunto de posi-ciones y roles ocupados y/o activados por actores que interactúan mediante comportamientos, acciones, actividades de naturaleza específica (economía, política, educativa, religiosa, etc.) en el marco de normas reguladoras y de otros tipos de vínculos que reducen la variedad de los actos permitidos a cualquier sujeto confrontado con otros, no resulta aventurado señalar que la relación social entre dos actores (individuales o colectivos) A y B sólo de forma muy limitada puede entenderse como “sistema” y/o parte de un sistema, en un “ambiente”.

El concepto de red va mucho más allá que el de sistema. Como dicen Laumann y Marsden (1983), “no existe ningún sentido en el que las redes sociales deban –naturalmente- corresponder a sistemas sociales”. Es cierto que no existe ninguna correspondencia si se adopta una definición de sistema social como pluralidad de actores que interactúan a partir de un sistema simbólico común, como hacen estos autores. Ahora bien, incluso adoptando una definición de tintes más estructurales, es evidente que los vínculos (regulaciones y normas) e interdependencias son tan sólo algunas de las dimensiones insertadas en la producción y reproducción de las relaciones preferenciales típicas de las redes sociales.

La desilusión se abre camino y el motivo no es otro que el siguiente hecho: el concepto de sistema sólo capta algunos aspectos (considerados funcionales) de la sociedad. Dicho en otros términos, el concepto de sistema es un concep-to limitado que permite un reducido margen de maniobra.

3. Un sistema es abierto si está sujeto a la comunicación y a los vínculos del exterior (Hewitt, 1984).

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Es entonces cuando hacen acto de presencia aquellos quienes pretenden generalizar y diferenciar reflexivamente el concepto de sistema, tratando con ello de comprender el aspecto informal, no-funcional, de interdependencia comunicativa, “comunitario”, de “mundo vital”, etc. El resultado no es otro que conceptuar un sistema “abierto”, caracterizado por ser morfogenético4

(antes que mecánico, orgánico, morfoestático5), selectivo, auto-direccional y auto-regulado, que actúa según un código simbólico de tipo cibernético de orden superior (Buckley, 1982; Maruyama, 1963), en un “ambiente”.

¿Cuál es el resultado de esta operación? Los aspectos no formales ante-riormente señalados necesariamente son asumidos bajo la dimensión del sistema. En cuanto que este último puede ser flexible, con límites contingen-tes, capaz de tratar los fuzzy sets (Zadeh, 1990), el código sistémico depende de una lectura mecanicista (por ejemplo, cibernética) de lo social. Lo que da a entender de manera explícita y clara que los contenidos no sistémicos de las relaciones sociales no son avistados según su sentido, sino reconducidos al código sistémico o bien desplazados, por diferenciación, a otro dominio necesariamente marginal (irracional, mágico, mítico, “metafísico”, etc.). Por otra parte, es evidente que las redes sociales no son una mera espontaneidad e intersubjetividad contingente: se identifican con recorridos, en los que, como dice Arendt, “el hombre es al mismo tiempo libre y no soberano, es decir, no es señor de aquello de lo que es libre de hacer” (Arendt, 1974:78).

Un estudio sobre redes sociales primarias (o informales) de la vida cotidiana elabora un punto de observación muy ilustrativo sobre la relación social. Y el motivo es bien sencillo: ni sistema, ni mundo vital, sino compenetración constante y vivificadora (intencional en sentido humano) del uno y del otro.

Es en este itinerario conceptual y releyendo el problema relacional plan-teado por Tönnies, un problema que afecta a toda la reflexión sociológica contemporánea, cuando y donde se puede llegar a introducir un cuarto para-digma.

El paradigma de redes capta a la perfección el ocaso de la “correlación sisté-mico-normativa” de los dos primeros paradigmas sistémicos todo/parte y sistema/ambiente. También asume que la sociedad contemporánea, con el fin

4. En términos generales, la morfogénesis consiste en aquellos procesos que tienden a elaborar o bien a cambiar las formas, la estructura o el estado de un sistema.5. La morfoestasis se refiere a aquellos procesos internos a un sistema complejo que tienden a preservar su forma, estructura o estado.

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de la socialización a través de la “interiorización desde arriba”, está intrínse-camente caracterizada por la flexibilidad y la fragmentación de las relaciones sociales. Rechaza el modelo autopoiético como modelo complejo, pero dicho rechazo no impide que admita la validez del concepto y la necesidad de incluir la auto-referencialidad en la observación de la fenomenología social. Advierte que los actores sociales sólo pueden moverse dentro de laberintos que están culturalmente elaborados. Interpreta el nacimiento de una nueva normativi-dad para la que debe prepararse una teoría de los sistemas creativos de reglas sociales, regida por una “lógica de redes”, que es conjuntamente estratégica (cognitivo-instrumental), comunicativa (expresiva, dialógica) y normativo-valorativa (generalización de los valores).

¿Qué implicaciones se derivan de estas asunciones, rechazos, advertencias e interpretaciones? Que el concepto de red despliega una amplia capacidad que incluso puede derivar en que se constituya en una especie de meta-código simbólico para el concepto de sistema. Posteriormente, este último debe gene-ralizarse y diferenciarse (reflexivamente). Solo de esta forma el análisis puede “comprender” las redes sociales como realidad que, al mismo tiempo, es formal e informal.

Llegados a este punto, parece que está claro por qué la lección de Tönnies aún esconde cierta validez al propio tiempo que un innegable sentido instruc-tivo. Es verdad que no ofrece soluciones adecuadas a la lectura contemporánea de la sociedad, pero contiene el germen de una pista de investigación que durante mucho tiempo ha sido condenada al ostracismo.

El paradigma de redes no sólo representa una forma descriptiva de los fenó-

menos sociales y no sólo elabora un específico aparato metodológico. Implica, o por lo menos así lo desea, una epistemología relacional y conduce a una pragmática relacional. Veámoslas brevemente.

La primera premisa, o mejor aún, la premisa más general del pensar socio-lógico podría ser la siguiente: al principio es (está) la relación. Tal premisa debe ser entendida en sentido realista y no relativista. Como dice Pieper desde el punto de vista filosófico:

“Pertenece a la naturaleza de lo real ser un posible objeto de conocimiento humano. De ninguna manera existe una separación total entre la realidad obje-tiva y el intelecto humano; cuando dirigimos nuestra mirada al mundo de las cosas existe ya, primera y precedentemente, una relación” (1981:160).

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El proceso social, con todas sus características, procede por, con y a través de relaciones. Más concretamente, desde una epistemología relacional, el conocimiento sociológico:

a) Tiene como punto de partida la definición del propio objeto como relación social entre sujetos (A y B) que están ubicados en estructuras socio-culturales diferentes.

b) Se observan los fenómenos desde el punto de vista relacional, es decir, ubicándose en la posición de un observador tercero (O) que contem-pla el comportamiento de una actor (A) hacia otro (B) y viceversa (el comportamiento de B hacia A), así como la relación que emerge de tal interacción (efecto Y). Este es el objeto o problema cognitivo desde el que se ha partido, convirtiéndose así en objeto de una específica teoría.

La observación relacional es aquella hecha desde O (observador tercero, diferente de los agentes A y B) que observa las relaciones entre A y B y su efecto emergente (Y).

Lo anteriormente afirmado se puede decir tanto de la realidad social (feno-menológica), como de la teoría (observación y reflexión de la realidad social). Relacional es tanto la construcción de la realidad social como la construcción del pensamiento, que va desde las dimensiones teóricas a los hechos empíricos y viceversa, en un continuo proceso de reflexividad con diversas y deferentes etapas y fases, también metodológicas, intermedias, siempre relativamente autónomas.

Llevar la relación a la categoría de primera premisa general en el ambien-te metafísico del conocimiento no implica, bajo ninguna forma o concepto,

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asumir la absoluta contingencia del mundo social. Tampoco conlleva acogerse y pedir asilo a cualquier ontología que niegue o elimine al sujeto. Al contrario, significa asumir que la relación tiene su “raíz” (o si se prefiere, una referencia) no contingente, mientras se despliega en la contingencia.

Obviamente, tal raíz o referencia, independientemente de la sociedad dada, supera y transciende a la concreta fenomenología social en la que se está inserto. De esta forma se desata una ambivalencia que ha recorrido la cultura occidental hasta nuestros días. La ambivalencia persona/comunidad, o si se prefiere individuo/sociedad.

En la cultura clásica, el individuo se encuentra en una situación ambigua: por una parte, se dice que está en la comunidad como la parte al todo; por otra, no pertenece completamente a la comunidad. Como afirma Tomás de Aquino: por un lado “qualibet persona singularis comparatur ad totam commu-nitatem sicut pars ad totum” (S. Th. II-II, 64,2); por otro, “homo non ordinatur ad communitatem politicam secundum se totum et secundum omnia sua” (S. Th. I-II, 4 y 3).

En el mundo moderno, con el desarrollo de la relacionalidad, esta ambi-valencia es estructural: la persona humana crece al mismo tiempo en la dependencia y en la autonomía respecto a la comunidad/sociedad de pertenen-cia. El individuo siempre es parte de la comunidad/sociedad, pero al mismo tiempo la trasciende. Para comprender esta realidad es necesario abandonar la metáfora parte/todo. Al mismo tiempo es evidente que debe ser abandonado el positivismo. Este último siempre ha tenido como obsesión hacer del indivi-duo un producto de la sociedad (precisamente la parte del todo)6.

En este sentido se puede decir, por ejemplo, que las formas primarias de la vida social, en cuanto relaciones sociales, exceden a la sociedad, esto es, van más allá de ella ya que no son mera contingencia (por ejemplo de tipo comunicativo). Es en el ser relacionalidad plena según la propia distinción

6. Posiblemente una de las principales críticas que se puede hacer al positivismo es que pierde al sujeto humano: quizás en sus inicios no es consciente de todas las implicaciones, pero es cierto que éste ha sido el resultado del desarrollo de la teoría durante el siglo XX. Aunque se habla de libertad y de conocimiento humano, estos tan solo son denominaciones (convencionales) para designar que todo individuo actúa como un jugador individual; pero juega en la escena social donde está determinado desde un primer momento por las reglas (normas y estructuras) del contexto en que se mueve. Al final, las estructuras sociales se convierten en una especie de leyes ineludibles que los hombres, incluso sin querer o no queriendo, producen y reproducen de forma “perversa”.

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directriz7 como la familia excede a la sociedad. Y no en el hecho, como sostie-ne Luhmann, de que empíricamente la familia tiene actualmente la máxima “densidad comunicativa” que se puede encontrar entre todas las formas inte-ractivas.

Desde el punto de vista sociológico sólo la relación en sí misma es necesaria. Ahora bien, y maticemos, en su desplegarse refleja la efectiva contingencia del mundo social, que es “así”, pero también podría ser bien diverso. Lo podría, pero no lo es: si es así, lo es porque la relación, necesaria en sí misma, hace también necesaria la exigencia de las determinaciones (las particularidades históricas) que, sin embargo, en sí mismas, más allá de nuestro sistema de referencia, son contingentes.

Siempre es necesario ver en qué sentido, modo y grado viene utilizada (o no) una teoría de las relaciones sociales con carácter específico. En las últimas décadas, en la network analysis, hemos asistido a una creciente diferenciación entre los aspectos estructurales (objetivos, impersonales) y los aspectos cultu-rales (subjetivos, intencionales) (allí donde Tönnies, es obligado recordarlo, había polemizado sobre las correspondientes escisiones realizadas por Tarde por una parte y Durkheim por otra)8. Igualmente, y con un cierto paralelis-mo, se han diferenciado las funciones de la red entre formales (sistémicas, institucionales) e informales (espontáneas, de mundo vital) (Gottlieb, 1985). Hay incluso quien advierte la necesidad de una integración entre tales dimen-siones (Di Maggio, 1992).

El riesgo de estas distinciones, que indudablemente captan algunos aspec-

tos reales de la dinámica social y representan diversas tradiciones sociológicas, es el de dar vida a polaridades o categorías alternativas totalmente artificia-les. Bienvenidas sean las distinciones analíticas, pero siempre será necesario

7. La siguiente afirmación de Huston y Robin (1982:923), ayuda a comprender el concepto de relacionalidad “plena”: “Las razones por las que las relaciones funcionan tal y como de hecho funcionan no pueden comprenderse separadamente de su contexto ecológico, un contexto que posee componentes históricos, económicos, culturales y físicos. Ni las características psicológicas y biológicas de los participantes pueden ignorarse (...)”. Es obvio que la investigación, tanto teórica como empírica, debe hacer selecciones para sus específicos análisis. Pero también es preciso ser cons-cientes de las reducciones de realidad. Y se debería tener en cuenta que “cuanto más abstracta es la premisa, más probable es que sea auto-validada” (Bateson, 1966:415-416). Una afirmación hecha con la máxima honestidad por parte del psiquiatra-antropólogo americano, que Luhmann ha aplicado a la letra (digamos con plena reducción formalista) a su teoría.8. Merece la pena recordar esta escisión. Tarde, por muchos considerado uno de los fundadores de la concepción psicológico-social de la relación, sostenía que los fenómenos sociales se difundían mediante la imitación, teniendo lugar las innovaciones con la adaptación. La lucha entre adaptación e imitación producía las formas de oposición. Por su parte, Durkheim observa que las relaciones sociales no se convierten en elementos constitutivos de la sociedad por el simple hecho de repetirse, y menos a través de la imitación, sino porque están “prescritas” por la colectividad.

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reconstruir la unidad del fenómeno social como realidad empírica que se da en la existencia histórica, algo que, actualmente, solo puede tener lugar mediante un paradigma relacional que esté a la altura de la complejidad de articulación interna de los fenómenos.

En nuestra opinión, son diferenciaciones e, incluso, separaciones que, aún estando presentes en ciertos fenómenos empíricos, deben ser reconsideradas a la luz de un concepto más “completo”, aunque al mismo tiempo más diferen-ciado y articulado, de relacionalidad. Aplicado al análisis de la relación social, creemos que el término “completo” comparte algo con el sentido contenido en la thick description de la que habla Geertz (1973:cap. 1) (es decir: la pluralidad de los planos de discurso, la multidimensionalidad de los significados y su no agotamiento), pero: a) no estamos de acuerdo con Geertz cuando afirma que “las formas de la sociedad son la sustancia de la cultura” y b) sostenemos que el sentido del que se habla debe ser observado de manera específica desde el punto de vista sociológico.

La intersección de los círculos de Simmel ha sido una primera formulación, pero en la actualidad el “fenómeno red” ha desarrollado paradigmas de análi-sis más sofisticados9. Este hecho es paralelo a la diferenciación de la relación social en la sociedad. En esta dirección caminan algunos estudiosos de los movimientos sociales que han puesto de manifiesto como tales movimientos se generan y regeneran a partir de la activación de “identidades reticulares” que están más allá, o no tienen cabida, en las categorías tradicionales con los que han sido analizados (Melucci, 1984).

El paradigma de redes nos lleva a una específica pragmática relacional, entendida como forma de intervención (de servicio social, de terapia, de polí-tica social) en la/sobre la sociedad. La idea base es que la operatividad de una sociología que sirva de apoyo a acciones prácticas debe tener claro que:

a) No existen sujetos y objetos aislados, sino complejas tramas relacionales en las que sujetos y objetos se definen relacionalmente, auto y poiética-mente. Son lo que son por las relaciones en las que están insertados. Esto no significa caer en el relativismo o dejarse arrastrar por él, como si todo fuese modificable a placer o según el caso; el problema de la relatividad

9. Véase Requena (1989:137-152) que, sin embargo, tiene, en nuestra opinión, el típico defecto de identificar el análisis de redes con un análisis de tipo estructuralista (como en general es la característica de la network analysis). En efecto, un análisis de redes que tenga en cuenta las diferentes dimensiones sociológicas implicadas aún está por construir.

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se resuelve especificando y mostrando las relaciones entre los diversos sistemas de referencia. En el caso del análisis sistémico significa precisar las “variables de situación” del sistema no trivial de referencia.

b) Cuando se interviene en un sujeto u objeto, se debe actuar en la trama relacional en que se contempla que está insertado, es decir, considerando otros sujetos y objetos del entorno, y los “efectos de red” que las acciones pueden implicar.

c) Siempre se debe ser conscientes de que existe una relacionalidad entre quién observa y quién es observado, entre quién actúa y sobre quién se actúa. Dicha relacionalidad posee una connotación de círculo hermenéutico, pero no indeterminado ad infinitum. Obviamente, existen niveles varia-bles en los que todo esto puede considerarse, conocerse (en concreto medirse) y realizarse en la práctica. Sin embargo, lo importante es no legitimar reducciones selectivas a-priori.

En la actualidad asumen particular importancia los modelos de “interven-ción (o trabajo) de redes” (Loriedo, 1978; Sanicola, 1993, Folgheraiter, 1994) entendidos como sistemas de acciones que:

1. A partir de una “mapa de redes” (en que se estudian las características relacionales como la densidad, la conexión, la multiplexity, etc.) se propo-nen modificar la realidad actuando sobre relaciones, o sea, produciendo cambios de los contextos y de los comportamientos a través de la modi-ficación de las relaciones existentes.

2. Tratan de activar las “potencialidades naturales” de las redes sociales.3. Utilizan formas mixtas de relacionamientos (es decir, interseccionando

relaciones formales e informales, primarias y secundarias, cooperativas y conflictivas, etc.).

Ciertamente, la network analysis representa una nueva y diferente forma de plantear preguntas sobre cómo y por qué funciona la sociedad. Una forma que se conecta directamente a la tradición sociológica de Simmel y von Wiese. Recordemos que ambos eligen como objeto de la sociología y de lo social la relación social, los sistemas de interdependencia concretamente activos en específicos espacios sociales. La novedad viene dada por el hecho de que el objeto de la reflexión no son, separadamente y según la perspectiva, los siste-mas sociales, las acciones dotadas de sentido, el conjunto de las motivaciones y de las voluntades individuales, las formas de la ritualización, generaliza-ción e institucionalización de los comportamientos, que se harían “conjuntos”

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coherentes de condicionamientos del comportamiento humano: el objeto del análisis es el agente en interacción, que produce y reproduce con la acción el sistema de interdependencia del que forma parte.

Sin embargo, es una forma de plantear preguntas y buscar respuestas que no es típica y exclusiva de la network analysis. Teorías del intercambio y teoría relacional se mueven, con sus correspondientes diferencias, en el mismo hori-zonte. Ambas pretenden producir representaciones que sean adecuadas para comprender una realidad que cada vez es más relacional10 y menos describible como sistema coherente hecho de partes y subsistemas jerárquicamente orde-nados.

Si, como sostiene Pareto, la lógica intenta descifrar por qué un razona-miento está equivocado, mientras que la sociología pretende comprender por qué dicho razonamiento tiene una amplia difusión, se puede esbozar la hipótesis de que el creciente interés que suscita la network analysis, su lenta difusión incluso como método de recogida, tratamiento e interpretación de los datos, pueden ser imputados al hecho de que, habiendo desarrollado un razonamiento no totalmente compartible y compartido, ha contribuido a la maduración de una nueva representación de lo social renovando la diatriba entre micro y macro11, entre individualismo y holismo metodológico12, entre

10. La emergencia de la sociedad relacional es un proceso histórico en el que se expresa y produce el tránsito del paradigma simple al paradigma del complejo. Así es como lo define Morin desde una perspectiva ampliamente tratada en diversas obras (Morin, 1980, 1986, 1987, 1997). Morin, como la mayoría de los autores, piensa la relación entre simple y complejo en términos evolutivos. Por el contrario, en nuestra opinión, simple y complejo son nociones totalmente relacionales. El problema no es utilizar una teoría “evolucionista” (la evolución siempre alude a un sistema de observación muy particular), sino más bien es ver si nuestro pensamiento está más o menos adecuado a su propio objeto. No se trata oponer evolución y relacionalidad, sino ubicarse en un punto de vista diverso. Con el término evolución captamos ciertas selecciones relacionales.11. Especialmente interesentes sobre el tema del ligamen micro-macro son las reflexiones de Alexander y Geisen (1987:1-42), reflexiones que ocupan un lugar central en su teoría a la que denominan “ecuménica” y post-parson-siana. No resulta arriesgado decir que, en determinados aspectos, nos encontramos ante una propia sociología relacional. Ahora bien, en nuestra opinión, los puntos insatisfactorios de su teoría tienen que ver con: primero, el hecho de que el análisis de la relación social permanece funcionalista (antes que supra-funcional); segundo, las relaciones sociales, a las que debería caracterizarse como un mix entre determinismo y voluntarismo son conside-radas inexorablemente cerradas en el círculo hermenéutico. De esta forma no se dan soluciones a los problemas sociales que no estén fuertemente hipotecados por las tradiciones culturales (incluso aunque estos autores lo entiendan de forma peculiar, es decir, como códigos simbólicos que transcienden las específicas situaciones histó-ricas y crean conformidad a símbolos comunes). Al final, la concepción de las relaciones sociales es presentada, en un cierto sentido, como “prisionera” de su función eminente, esto es, la de producción y reproducción de la cultura.12. El primero, el individualismo metodológico, se basa en el conocimiento social “comprensivo” (que no significa ipso facto empático o intuitivo) de los agentes individuales. Trata de dar cuenta del mundo social adoptando una perspectiva interna de investigación que concibe la realidad como realidad simbólicamente estructurada, es decir, como “mundo vital” intrínsecamente significativo en cuanto que intersubjetivo. El segundo, el holismo metodológi-co, se presenta como análisis de relaciones estructuradas e institucionalizadas del mundo social y, en consecuencia, adopta una postura externa. A través de ella intenta explicar los nexos y las regularidades no intuitivas de los proce-sos de acciones productivos de orden sistémico, prescindiendo de las subjetividades participantes.

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acción y estructura. Para ello ha asumido a la red como representación de lo social, las relaciones como elementos constitutivos –en cuanto que son reales, en el sentido de empíricamente verificables y experimentables- de la realidad social, la identidad del actor social como “resultado” de las esferas de pertenencia. Por tanto, aceptando la red como metáfora de la pertenencia en las sociedades complejas, como bisagra de los procesos de construcción y formación de la identidad.

La dialéctica entre globalización y recrudecimiento de los particularismos, localismos étnicos y culturales, que tienden a recomponer unidades territo-riales, religiosas, étnicas y culturales, fragmentando el mismo concepto de pertenencia nacional, tal y como se impuso en el pasado histórico europeo (pero, ciertamente, no pluri-secular), puede ser “imaginada” y “hablada”, desde el punto de vista del actor social, como red de relaciones, en cuyo interior distancia/proximidad, separación/contigüidad, universalismo/parti-cularismo, diferencia/semejanza asumen significados completamente nuevos: ya no situados, como experiencia de vida concreta y modelos de compor-tamiento, dentro de espacios socioculturales diferenciados, separados, clara y unívocamente “ordenados”. Es una dialéctica que puede ser “observada” y “representada” por el paradigma de redes que asume a la sociedad como una red de redes, potencialmente sin límites, tan sólo aquellos establecidos por la acción concreta de los actores sociales y de los sistemas de interdependencia activos y activados.

Al diseñar el contexto teórico y empírico en el que se mueve el paradigma de redes se ha procedido de manera inductiva, a partir de una profundización en las demandas insertadas en la network analysis: en el recorrido analítico raramente nos hemos alejado de los conceptos, problemas y dilemas plantea-dos por la network analysis.

Tal elección ha estado determinada en muchos aspectos por la necesidad de encontrar en el interior del profundo sincretismo teórico que rodea a la network analysis un hilo conductor que permitiese: por una parte, revelar las interesantes aportaciones cognitivas (tanto teóricas como empíricas) de la network analysis, que, frecuentemente, viene liquidada como pura técnica de tratamiento de datos, y, por otra, evidenciar los límites de una reducción de la relación social –unidad de análisis específica y exclusiva de la network analysis- a ligamen, a pura conexión estructural.

Las dificultades para encontrar una ubicación de la network analysis entre

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los planteamientos, los paradigmas y/o las teorías, unido a la difusión de un razonar por “redes”, a veces sin una clara conciencia de las implicaciones teórico-empíricas consiguientes13, han hecho que la presente reflexión asumie-se un caminar descriptivo. Un transitar marcado por una particular atención por reclamar y definir de forma analítica los conceptos más frecuentemente utilizados. Igualmente ha sido fuerte la tensión para revelar las consecuen-cias empíricas de una lectura, interpretación y explicación de los problemas y fenómenos sociales a partir de la asunción de un paradigma de redes.

Con la esperanza de que tales objetivos de claridad se hayan alcanzado y que las frecuentes “puntualizaciones” no se contemplen como un exceso de pedantería, se consigna este trabajo al juicio de los lectores. En particular a estudiantes y jóvenes que sienten y viven la fascinación de las nuevas “navega-ciones” telemáticas, metáforas por excelencia del estar y ser “aquí y ahora, con quien sea y donde sea” en la red y mediante la red, nuevos pilotos que deben confiar en nuevos “mapas” para sobrevivir como robinsones en un mundo marcado por la incertidumbre que es una red de redes de relaciones.

13. Que no son otras que utilizar una perspectiva que (a) en primer lugar permita comprender la realidad sui generis de la relación social y que (b) consiga definir el objeto del análisis y de la intervención como relación social.

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CAPÍTULO I

Demos los primeros pasos.

Los inicios de una metáfora convertida en valor heurístico

1.1. Introducción

En el ámbito de las ciencias sociales, pararse y reflexionar sobre el lento y tortuoso recorrido teórico-empírico que ha llevado a la introducción del concepto de red (network) puede ayudar a encontrar un hilo conductor que permita:

»Iniciar el examen del lugar y de la ubicación de la network analysis entre las diferentes teorías y los múltiples planteamientos cognitivos existentes en sociología. Entendemos por “teoría” toda una serie de generalizaciones teórico-empíricas que encuentran validez en un cuadro más complejo, arti-culado y coherente, de proposiciones respecto a un determinado fenómeno social (Donati, 1991a:35). Se expresa en una o más proposiciones que: a) se deducen de un conjunto más fundamental de proposiciones; y b) se consi-deran consistentes a partir de la observación de datos empíricos (históricos o extraídos “del trabajo de campo”)14. Y por “planteamiento” entendemos una teoría compleja (o global) sobre la realidad social (no sobre singulares aspectos o fenómenos) guiada por objetivos/intereses específicos (intencio-nes de la “teoría” contenida) basados en “aspectos de relevancia”, explícitos o implícitos, alusivos a lo que se quiere conocer (Donati, 1991a:36). Un planteamiento puede utilizar métodos diferentes o paradigmas diversos al mismo tiempo. Es importante poner de manifiesto que, como tal, el

14. Un buen ejemplo lo encontramos en la teoría de suicidio de Durkheim, que como bien nos recuerda Boudon (1981:20), es una teoría de los “determinismos sociales” y aún no está integrada con una verdadera teoría de la acción social. Una teoría puede ser más o menos compleja, y puede aludir a una parte o a toda la realidad social (en este último caso la llamaremos “planteamiento”). Una teoría puede ser verdadera o falsa en el sentido de que puede tener o no validez cognitiva (objetiva) de correspondencia adecuada a los fenómenos reales (por tanto, se trata de juicios objetivos o de hecho) (Boudon, 1970).

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planteamiento mezcla conjuntamente: a) juicios de hecho (teorías cientí-ficas verificables), con b) juicios de valor (valoraciones de hechos y teorías según un cierto sistema de valores), los cuales influyen tanto en los temas importantes (lo que se considera relevante conocer), como en los objetivos/intereses de la teorización. Por tanto, en el planteamiento sociológico se activan elecciones de valores que son pre-científicas (temas de relevancia) y meta-científicas (objetivos/intereses de la teoría). Estas elecciones de valores con frecuencia solamente se presentan de forma implícita (Gouldner habla de background assumptions) en la metodología y en el paradigma (condicio-nando obviamente también a la teoría). Y, por tanto, para ser explicadas exigen que el investigador reconstruya el planteamiento escondido. En el planteamiento sociológico es determinante el acercamiento que tiene el sujeto que conoce sobre la realidad, acercamiento que sólo es científico si se pretende conocerla tal y como es independientemente de la propia valo-ración (gustos, preferencias, valores, deseos u otras distorsiones perceptivas de la subjetividad). Sin embargo, es preciso reconocer que el juicio de valor necesariamente es precedente y consiguiente a la teoría, y en tal sentido el planteamiento debe explicitarlo. La primera pregunta que se plantea un estudiante respecto a un dato del conocimiento propuesto no es: “¿es verdadero o falso?”, sino “¿es bueno o no, es justo o injusto, debe hacerse o no?”, en sustancia: “¿es positivo o negativo?”. Este interrogante “primitivo de valor” está necesariamente presente en el dato cognitivo por dos motivos: a) porque hacer sociología significa entender (comprender) el obrar humano; y b) porque el mismo sujeto que conoce, en sociología, siempre interactúa con el objeto que conoce, allí donde la acción humana –estando por su naturaleza dotada de sentido- siempre traslada a la intencionalidad (tiende a un objeto-valor) y al significado (es decir, “revela” algo como significante). En el origen de toda investigación sociológica siempre está la valoración de un hecho que es “relevante” (tiene un valor, positivo o negativo) y he aquí porqué intencionalidad y significación siempre tienen que ver con la investigación. Pero deben evidenciarse y justificarse como entes pre y meta-científicos, no pueden estar dentro de la teoría, como, sin embargo, tiene lugar en otras disciplinas (Weber, 1978)15.

»Aproximarse a un campo de investigación en cuyo interior las dimensiones, los aspectos, los elementos empíricos y las técnicas tienden a prevalecer sobre los postulados teóricos.

15. Para la discusión acerca del término paradigma, su aplicación a las ciencias sociales y las clasificaciones de los paradigmas sociológicos véanse los trabajos de García Ferrando (1978:445-464) y Pino Artacho (1990:39-46). Para una aplicación práctica del término “paradigma” y su uso sociológico, véase el trabajo de Guillen (1994).

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Ciertamente, no existen notables ambigüedades respecto al significado de red (network), definida, sin relevantes diferencias, como “conjunto de puntos ligados por líneas”. Concretamente Biegel conceptúa la red social como la trama de los “ligámenes de un individuo con otros significativos (familia, amigos, vecinos y otros apoyos informales)” (Biegel, 1985:11). Esta definición es común-mente aceptada, aunque sea evidente el carácter genérico. Posiblemente su riesgo, y porque no decirlo, su problema, está en el dejar abierta la cuestión de la interpretación de términos como “ligamen” y “otro significativo”. Posterior-mente, el hecho de que relegue las redes sociales al sector o esfera informal la aleja de una visión general de la sociedad como red. Naturalmente, también existen otras muchas definiciones más complejas y artificiosas.

¿Dónde reside el valor del concepto de red? Está en que permite evitar la reificación implícita en el término “comunidad”, permitiendo al mismo tiempo aludir a un tejido de relaciones informales más amplio que el constituido por la familia o los mismos grupos de los parientes. La gama de las relaciones se amplia hasta incluir a los amigos, vecinos o colegas de trabajo. Encontrar un instrumento con el que encuadrar estas relaciones siempre ha constituido un problema de gran calado en el plano analítico. El concepto de “red social” parece ser adecuado para afrontar tranquilamente y sin grandes sobresaltos estas dificultades que siempre, como ya se ha dicho, han estado presentes en el paisaje de las ciencias sociales.

Con el termino “red” no sólo se intenta poner de manifiesto que los sujetos (individuales o colectivos) están y existen espacial y temporalmente en un contexto de relaciones, es decir, que tienen ligámenes referenciales y estructu-rales entre sí, sino -y es diverso- que “existe una relación entre estos ligámenes”, (la expresión es de Firth, citado por Forsé, 1991:259), o sea, que lo que sucede entre dos nudos de la red influencia las relaciones entre los otros nudos, bien sean las más próximas (que tienen relaciones directas, llamadas de “primer orden”), bien sean las más distantes (que tienen relaciones indirectas, llamadas de “segundo orden”) (Boissevain, 1974).

Por ello, no resulta arriesgado decir que el primer paso en una utilización rigurosa del concepto de network sería “anclar” la investigación a un concreto punto de la red. Cuando se utiliza metafóricamente dicho término se deja entender una genérica interconexión entre todas las partes de un todo. Sin embargo, para los objetivos analíticos el científico social se debe fijar con precisión algún punto de partida y, cuando los procedimientos pueden adqui-rir complejidad, delimitar muy bien las partes del retículo a analizar.

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Generalmente, este punto de partida es situado en un específico sujeto del que el observador pretende analizar y/o interpretar el comportamiento o la situación (Mitchell, 1969:12-15). Bott, por ejemplo, estudió las redes tomando como punto de partida la pareja. El sujeto que se encuentra en el centro de la red, a la que se descubre enganchado, generalmente es indicado como “ego”, del que los ligámenes se irradian hacia otros sujetos.

Típica estrella primaria

Un aspecto relevante de las redes es que no simplemente están compuestas por las relaciones diádicas entre “ego” y otros “sujetos”. Un retículo de este género, ilustrado en la anterior figura, puede ser definido como “estrella” y constituye el punto de partida del análisis. Sin embargo, el análisis de redes demanda revelar los contactos directos existentes entre los sujetos de la red que, sin embargo, no pasan por ego. Incluso estos ligámenes pueden no existir o sólo existir potencialmente.

La siguiente figura muestra una red típica en la que algunos de estos ligá-menes existen y otros no. El objetivo al analizar las redes es concentrar la atención en las características de los ligámenes de la red (y no sólo en las carac-terísticas del sujeto y del resto de sujetos) para explicar el comportamiento de los sujetos insertados en su interior. Esto implica identificar dos tipos de facto-res: uno alusivo a la estructura y otro las interacciones. El primero se refiere a la misma red, el segundo a los ligámenes que la componen (Shulman, 1976).

Típica zona primaria

EGO

EGO

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Los estudios empíricos sobre las relaciones han puesto de manifiesto que los ligámenes están constituidos por componentes diversos que ofrecen una información de vital importancia para el conocimiento de la red. Es necesario tener en cuenta diferentes aspectos como la naturaleza de los bienes y servicios intercambiados, la proximidad o la intimidad con el otro (otros) sujeto, la intensidad de sus interacciones y las informaciones intercambiadas. Estos, a posteriori, pueden ser diferenciados en:

1. El efecto de ego sobre alter (la consistencia del comportamiento de ego hacia el resto de sujetos).

2. El efecto de alter sobre ego (la consistencia en las respuestas de un sujeto hacia diferentes ego).

3. El efecto de interacción (el comportamiento que ninguno de los agentes aporta a la relación, pero que resulta de la particular influencia reciproca entre los actores particulares) (Cook y Dreyer, 1984:679-697).

Mediante oportunas selecciones, estos efectos se pueden observar y medir. Los dos primeros pueden ser analizados a nivel individual, el tercero sólo puede observarse tomando la relación como unidad de análisis. Cada nivel de análisis se concibe como sistema y, en cuanto que cada sistema forma parte de un sistema más amplio, el nivel de análisis elegido siempre es incompleto. Todo sistema tiene que ser definido en el contexto del sistema de orden supe-rior y no existe un sistema final al que apelar. En consecuencia, lo que con mayor facilidad podemos observar y comprender, distinguir en sus compo-nentes y, a partir de ello, comprender los agentes, son las relaciones. Dicho en otros términos, y de forma contundente para evitar posibles ambigüedades que conduzcan a interpretaciones erróneas, la red no es un conjunto de sujetos entre sí, sino que es el conjunto de sus relaciones.

Ahora bien, la introducción en el uso corriente de la expresión network para indicar, al mismo tiempo, el planteamiento teórico y la compleja, rica

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y articulada instrumentación empírica con la que se estudia un segmento de la realidad social como red, demuestra cómo, en el interior de este particular ámbito de estudios, los elementos empíricos, en el sentido de técnicas de trata-miento de datos, aún tienden en muchos aspectos a prevalecer y sobresalir. El resultado no es otro que hacer muy difícil una precisa ubicación teórica de la network analysis. Dominio que especialmente viene subrayado por el hecho de que se ha introducido en el uso común identificar una particular forma de leer e interpretar la realidad con técnicas de investigación que se utilizan para estudiarla y extraer de ella todo un conjunto de datos: la dimensión heurística “analysis” entra, mejor, se introduce en la definición del planteamiento teórico que asume el investigador para leer e interpretar la realidad que tiene ante si. Sometimiento que hace decir a Randall Collins lo siguiente:

“El análisis de redes es casi la última introducción en escena de la teoría. El estudio de redes viene realizándose desde hace algún tiempo, pero ha sido funda-mentalmente utilizado como técnica descriptiva. Aunque haya desarrollado métodos cada vez más sofisticados, algunos estudiosos la han definido como una técnica a la búsqueda de una teoría” (Collins, 1988:511).

Es cierto que Collins contextualmente identifica en las teorías del intercam-bio, que se basan en una analogía con el intercambio económico, pero que posteriormente encuentran aplicación en el más amplio campo de lo social, uno de los posibles “ fundamentos” teóricos del análisis de redes. La propo-sición de apertura a su capítulo sobre teorías de redes capta sintéticamente algunos rasgos distintivos de la network analysis:

» Su relativa novedad en el amplio y complejo panorama de las ciencias sociales.

» La riqueza y la fuerza del apoyo técnico y metodológico.» La persistente y constante incertidumbre respecto a las vinculaciones

teóricas generales.

A todo ello se añade con contundencia la conciencia, expresada por muchos investigadores que la han aplicado y utilizado, de que puede ofrecer inte-resantes “informaciones empíricas respecto a algunas controversias sustantivas existentes en otros campos” (Collins, 1988:511), como por ejemplo la controver-sia respecto a los efectos de la urbanización sobre las relaciones interpersonales

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(aislamiento contra permanencia de estrechas relaciones interpersonales)16, o bien la contraposición entre teorías pluralistas y teorías elitistas del poder polí-tico17.

Si quitamos hierro al problema y lo relativizamos para hacerlo de más inmediata y próxima comprensión, se puede decir que lo que ampliamente se ha difundido es la conciencia entre los estudiosos de que, para comprender o explicar algunos fenómenos o procesos sociales, el análisis de redes “ funcio-na”, aunque en algunas ocasiones, y no son ocasiones aisladas, no esté claro “para qué” funciones”. Más concretamente, no siempre es obvio cuál es la rela-ción existente entre la asunción de una específica y particular clave de lectura de la realidad social (la realidad contemplada como red, y no ya, por ejemplo, como sistema18) y los mecanismos de funcionamiento de la misma realidad aludida: este es el sentido amplio de la expresión “una técnica en búsqueda de una teoría”, una expresión que, como se podrá comprobar a lo largo de estas páginas, esconde tras de sí un interesante y sugestivo panorama que recorrer y explorar.

1.2. ¿Una sensibilidad hecha operatividad?

En el análisis de redes, el dominio de la dimensión operativa y técnica respecto a los aspectos teóricos depende en muchos casos de que en las ciencias sociales la “red” ha sido introducida como concepto descriptivo y operativo, utilizado para comprender y explicar fenómenos sociales no englo-bados totalmente dentro de las categorías explicativas clásicas de las ciencias sociales, en concreto de la antropología y de la sociología (Pizarro, 1998:337). Muy buenos ejemplos son la pertenencia territorial, el status profesional y la

16. Véanse Wellman (1981) y Wellman y Hiscott (1985). En ambos estudios se pone de manifiesto que no está demostrada la convicción de que networks densas necesariamente deben corresponder a una mayor disponibilidad de recursos frente al aislamiento. Los ligámenes sociales pueden asumir funciones múltiples, tanto positivas como negativas, con implicaciones de diverso género sobre el aislamiento.17. Véanse Moore (1973:673-692), de Sola y Kochen (1978:5-52), Field y Higley (1982). 18. Recordemos que es muy importante comprender la relación entre el concepto de red y el de sistema. El primero es mucho más amplio que el segundo, no viceversa. Los sistemas son una especie de “condensación” de las redes, en el sentido de que las redes conducen (son conductoras de) más realidad de cuanto podemos contemplar en términos de redes comunicativas, con nudos, densidad, funcionalidad, conexión y otras características “sisté-micas”. Dicho en otros términos, el concepto sociológico de red incluye al de sistema sin poder ser reducido a sistema: visto desde una óptica de redes, el sistema social es (i) una dimensión analítica de la red que (ii) pone de manifiesto las interdependencias funcionales y (iii) “estabiliza” -mediante nudos de unión/desunión- los mecanismos retroacti-vos y los circuitos a través de los que se expresa la fenomenología social. Pero también la red es el conductor, el lugar, la forma en que otros aspectos y dimensiones de lo social toman vida y se expresan.

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edad (Di Nicola, 1986). Las referencias inmediatas son Barnes, Bott, Mayes y Mitchell.

J. A. Barnes (1954) fue el primero en introducir el concepto de network:

“Cada persona está, por así decirlo, en contacto con cierto número de otras personas, algunas de las cuales están en contacto entre sí y otras no. Creo conve-niente denominar red a un campo social de este tipo. La imagen que tengo es la de una red de puntos los cuales algunos están unidos por líneas. Los puntos de esta imagen unas veces serán personas y otras grupos, y las líneas indicarían quiénes interactúan entre sí” (Barnes, 1954:43).

Con esta definición marcadamente ordenada pretendía especificar aquellas relaciones sociales que eran importantes, pero que no podían comprenderse adecuadamente si se utilizaban conceptos como el de comunidad, grupo u ocupación. Como muy bien ha señalado Requena (1989:139), nos encontra-mos ante la primera exposición del concepto de red en un sentido analítico. Concepto que, en buena medida, concuerda aproximadamente con la defi-nición que enuncia la teoría de grafos, en la que se llama red a una serie de puntos vinculados por una serie de relaciones que cumplen determinadas propiedades. Es decir, un nudo de la red está vinculado con otro mediante una línea que presenta la dirección y el sentido del vínculo. Para Flament (1977), esta relación puede ser todo o nada, y simétrica: entre dos puntos hay una línea o no la hay. La relación puede estar orientada: entre dos puntos A y B puede haber una flecha de A hacia B, o una flecha de B hacia A, o bien una línea sin ninguna cabeza de flecha o nada. Entre dos puntos puede haber múltiples tipos de relaciones representadas por grafismos diferentes: estos múltigrafos se utilizan cuando dos puntos están relacionados con más de un vínculo de naturaleza diferente.

A Barnes le seguirá E. Bott (1957), que retomará y desarrollará minu-

ciosamente la noción de red en su investigación sobre los roles conyugales en algunas familias londinenses. En esta ocasión la red es presentada como término intermedio entre el individuo y su familia por una parte y la sociedad en su conjunto por otra. Según Bulmer (1987:149), la relevancia del estudio de Bott se debe al claro ligamen que encuentra entre su variable independiente (si las parejas casadas tenían redes abiertas o cerradas) y su variable depen-

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diente (roles conyugales unidos o segregados)19. Posteriormente será P. Mayer (1961) quien utilizará el concepto de red para analizar datos y formular nuevas teorías sobre la base de las características concretas de las redes observadas. Y, finalmente, C. Mitchell (1966), que en sus análisis sobre determinadas ciudades africanas rechazará con fuerza la idea de un simple continuum rural-urbano. Detengamos en estos inicios.

En su estudio sobre el funcionamiento del sistema social de clases en una comunidad noruega –Bremnes- que profesa, como ideología, la igualdad social, Barnes (1954) individúa la existencia de dos campos diferentes de rela-ciones sociales:

» El primero se identifica con el conjunto de las relaciones que se activan a partir de la pertenencia social (la familia, el barrio, el municipio), que dan lugar a estructuras relacionales concéntricas, ordenadas jerárquica-mente y estables.

» El segundo campo se identifica con las relaciones que se establecen sobre la base del sistema industrial (productivo). También en este campo, las unidades (que son fábricas, embarcaciones, puntos de comercialización de productos de pesca, etc.) siendo autónomas son interdependientes, estructuradas desde el punto de vista organizativo y jerárquico, estables en el tiempo, a pesar de los cambios que pueden producirse tanto a nivel de recambio de la mano de obra, como a nivel organizativo (Piselli, 1995, en concreto pp. XII-XVI de la Introducción).

El análisis de estos dos campos permite a Barnes revelar la existencia en la comunidad de un nivel suficientemente desarrollado de diferenciación funcio-nal, al que corresponde una distinguida estructura de los estatus sociales de los singulares componentes de la comunidad: situación ésta aparentemente en contraste con el idioma igualitario “hablado” por la comunidad, con el equili-brio entre las diferentes clases sociales y el elevado nivel de consenso político.

19. Esta afirmación de Bulmer debe ser matizada. Una investigación realizada por Wellman en Toronto mostró que, según los datos que él había recogido, la densidad de la network no estaba en relación con la disponibilidad de apoyo social. Según este autor, “ los ligámenes primarios frecuentemente son dispersos y están escasamente interco-nectados (...). Los ligámenes primarios tienden a dar vida a estructuras ramificadas, a mallas amplias y geográficamente dispersas, antes que a vincularse en el interior de un único y denso ámbito solidario. Si es verdad que estos ligámenes forman una trama menos robusta que los que combinan conjuntamente parentela, lugar de residencia y ámbito de trabajo, sin embargo son fuentes de importancia primaria para todo lo referente a la sociabilidad y el apoyo” (Wellman, 1979:1207). En la misma línea se encuentra una investigación sobre la amistad y el apoyo social realizada en un suburbio de Londres (Willmot, 1987) en la que se sugiere que la densidad de la red no está asociada necesariamen-te a más elevados niveles de apoyo. Por otra parte, también se subraya que cuando se examinan redes de una cierta amplitud frecuentemente la densidad puede variar en su interior. En determinadas ocasiones algunos sectores son más densos que otros.

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Barnes explica esta aparente contradicción asumiendo que “la clase social, en otras palabras, no es un agregado que se determina a partir de las diferencias de ingresos o de ubicación en el mundo del trabajo; la clase social es una red de relaciones entre parejas de personas que se atribuyen recíprocamente el mismo estatus social” (Piselli, 1995, p. XIII de la Introducción).

Para demostrar su asunción, Barnes individúa un tercer campo de relacio-nes que no tiene límites, no tiene unidad y no está organizado: tal campo es identificado con ligámenes de amistad, parentela, vecindad, de conocimiento que todo actor social “en parte hereda y extensamente construye por sí solo” (cita de Barnes en Piselli, 1995, p. XIII de la Introducción). Tal tipo de ligámenes interpersonales interseccionan las esferas de relaciones activadas sobre base territorial y productiva y crean redes “cuya particular configuración era tal por lo que intentaban ser distintivas para toda persona de la comunidad, porque estaban basadas en un amplio espectro de elecciones personales” (Di Nicola, 1986:30).

Tal network de relaciones flexibles y discrecionales, sin límites, que traslada a “aquella parte de red social que queda cuando excluimos las reagrupaciones o las cadenas de interacción que pertenecen a los sistemas territorial e industrial en sentido estricto” (cita de Barnes en Piselli, 1995, p. XIII de la Introducción), está en la base del funcionamiento del sistema de clases. En cuanto que todo individuo tiende a establecer relaciones con personas que tienen los mismos ingresos, que comparten análogas opiniones políticas, que poseen similares estilos y modelos de vida, la existencia de tal red (network de clase) tiende a anular, o bien a atribuir las diferencias de estatus porque “crea relaciones de interdependencia entre los diferentes estratos sociales y favorece la solidaridad y la ayuda recíproca en una variedad de situaciones: intercambios cotidianos, apoyo material, búsqueda de un puesto de trabajo” (Piselli, 1995, p. XIV de la Intro-ducción); porque “intersecciona la organización jerárquica y autoritaria de las unidades productivas y modifica las líneas de articulación interna” (Piselli, 1995, p. XIV de la Introducción); porque, en fin, favorece la auto-ubicación de clase en un sistema que se articula sobre tres clases sociales.

También Bott (1957) introduce el concepto de red para superar los límites de un modelo explicativo centrado sobre variables territoriales (zona de resi-dencia) y de clases sociales aplicado al análisis de la articulación (niveles diferentes de segregación) de los roles conyugales en familias londinenses. El telón de fondo de la antropóloga es sostener que los ambientes de las familias se pueden comprender mejor si son considerados no como grupos de perso-nas o comunidades locales geográficamente circunscritas, sino como redes de

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relaciones. Algunas se basan en la parentela, otras en el lugar de residencia, otras incluso en la ocupación. Bott divide las relaciones conyugales en dos tipos: separadas y conjuntas. Las define separadas cuando los dos cónyuges se conforman a una rígida división del trabajo en el interior de la casa, y conjuntas cuando la pareja explica, tiene en común las mismas actividades y los mismos objetivos.

Clase social y zona de residencia se presentaban muy poco significativas para

comprender y explicar el tipo de relación conyugal: aunque muchas familias obreras mostrasen un elevado nivel de segregación conyugal, otras mostraban una menor segregación, mientras que eran las familias de profesionales las que en su interior presentaban la segregación más elevada. Al mismo tiempo, la correlación entre la alta segregación y la residencia en áreas homogéneas y con bajo recambio de la población ofrecía muchas excepciones.

“Bott considera entonces más próximo el ámbito inmediato de la familia, es decir, las relaciones externas con amigos, vecinos, parientes, club, negocios, lugares de trabajo, etc., y formula la hipótesis de que la variación de los roles conyugales puede asociarse con esto” (Piselli, 1995, p. XVII de la Introducción).

Bott diferencia las redes sociales de referencia de la pareja conyugal en dos categorías:

» Redes de malla abierta, es decir, redes en cuyo interior son pocos los miembros que interactúan, se conocen y se frecuentan recíprocamente.

» Y redes de malla cerrada, caracterizadas por un elevado nivel de conexión interna20 (muchas personas que constituyen la red se conocen y se frecuentan).

Por tanto, formula la hipótesis de que “a un más alto nivel de conexión interna de la red de referencia le corresponde una más rígida división de los obje-tivos y una más elevada segregación de los roles conyugales; mientras que una baja conexión habría favorecido roles conjuntos. Para Bott las redes de malla cerrada trasladan a un más elevado consenso en las confrontaciones de las normas, porque

20. El concepto de conexión utilizado por Bott corresponde al concepto de densidad (medida estadística) de la red. La densidad se expresa en la fórmula: [(100 x Na)/(1/2N) x (N – 1)], donde: Na = número de las relaciones activadas; N = número de personas participantes (amplitud de la red); 1/2N x (N – 1) = número de las posi-bles relaciones teóricas. Así definida, la densidad es, sencillamente, el porcentaje de las conexiones realmente observadas respecto al máximo de conexiones posibles. Esta medida, cuya sencillez es atractiva, estima mal las características estructurales de los grafos, pues como es fácil comprobar no tiene en cuenta las diferencias locales de estructura en grafos de diferente tamaño (Pizarro, 1998:351).

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cuantos están insertados en este tipo de redes sufren mayores presiones que quienes se comportan conforme a cuanto está establecido en los valores, las normas domi-nantes del grupo. Por otra parte, los cónyuges que tienen una red de referencia de malla cerrada dependen menos el uno del otro, porque pueden apelar, para las necesidades relacionales, a un estrecho número de personas con las que mantienen relaciones muy exclusivas” (Di Nicola, 1986:32-33).

Los dos tipos de red no son el resultado de un posicionamiento “natural” (en el sentido de explicable a la luz de elecciones y opciones personales, de datos por así decir característicos) del actor social, sino que dependen de los propios recorridos biográficos de los cónyuges. Bott revela que “las redes de malla estrecha se desarrollan en el caso en el que el marido y la mujer, junto con sus amigos, vecinos y parientes han crecido en la misma zona local y han continua-do a vivir después del matrimonio. En tal contexto, el marido y la mujer llegan al matrimonio con una propia red que sigue siendo tal tras el enlace y que satisface muchas de las exigencias personales de los cónyuges. (...) Sin embargo, se poseen redes de malla amplia cuando los cónyuges proceden de zonas diferentes (y llevan al matrimonio redes ya diferenciadas), cuando después del matrimonio se mueven desde un lugar a otro o cuando establecen nuevas relaciones independientes de las que poseían precedentemente. Incluso si los cónyuges siguen viendo a algunos viejos amigos tras el matrimonio, encuentran nuevas personas que no tienen relaciones con éstas y que no se conocen la una a la otra. En tal caso, en el que las relaciones externas son relativamente discontinuas en el espacio y en el tiempo, la conti-nuidad está representada por la relación conyugal. Por ello los cónyuges exaltan intereses comunes e igualdad entre marido y mujer, organizan de forma conjunta sus roles domésticos, en resumen están más insertados y dependientes el uno del otro” (Piselli, 1995, p. XIX de la Introducción).

Aunque las aportaciones de Bott posteriormente han impulsado diferentes investigaciones, incluidas las hipótesis sobre las relaciones entre el carácter de las redes y las representaciones de clase (Bulmer, 1975), el ámbito en el que la network analysis ha tenido sus mayores resultados es el de las investigaciones llevadas a cabo sobre las situaciones urbanas en el continente africano. Por ejemplo, P. Mayes (1961), confronta la situación de aquellas personas de color sudafricanas emigradas a las ciudades que tenían redes, por así decir, cerradas, en cuanto que en la ciudad mantenían vivos los contactos con el mundo rural, con la de otros ciudadanos con redes permeables que, aún manteniendo ligá-menes con el mundo rural, también habían desarrollado estrechos ligámenes en la ciudad. Los primeros tendían a mantener un carácter agrícola, mientras que los segundos estaban más orientados en sentido urbano.

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La network analysis, en el desarrollo implementado por C. Mitchell con sus investigaciones en África Central, se convierte en el instrumento idóneo para recabar informaciones en contextos en los que, como las ciudades africanas, no existían singulares sistemas en los que todas las actividades y relaciones sociales necesariamente estuvieran interconectadas con cualquier otra. Por otra parte, se reveló un medio o instrumento para entender de que forma el comportamiento de las personas en situaciones estructuradas y no estructu-radas podía estar basado en ligámenes personales, así como para comprender los ligámenes que los individuos tenían con un conjunto de personas y aque-llas que estas personas tenían a su vez entre sí y con otros grupos (Mitchell, 1966:54-60).

Este desarrollo del análisis de redes urbanas tiene su origen en la insatis-facción hacia los rígidos análisis de contraste sobre mundo urbano y mundo rural. También en la evidencia de que las personas emigradas del campo a la ciudad no cambiaban el comportamiento de forma casi radical para hacer de los modelos interactivos en las ciudades algo completamente diferente de los del mundo rural. Por tanto, la network analysis se desarrolla debido a un creciente descontento hacia los modelos analíticos de los planteamientos tradicionales. En el ámbito sociológico, la idea de un simple continuum rural-urbano fue rechazada con fuerza. Sin embargo, en la antropología social, la network analysis elaboró la convicción de que los análisis de tipo estructural-funcionalista eran inadecuados para comprender las sociedades más complejas, faltando aquellas específicas características estructurales a partir de las que podían construirse las morfologías.

Wolfe (1978) concretamente ha sostenido que mientras que a los máximos teóricos de la Escuela urbana de Chicago como Park, Burguess o Wirth, les faltaban experiencias de observación participante, el trabajo etnográfico de los urbanistas africanos puso de relieve la aplicabilidad de la network analysis. Lentamente estas investigaciones revelaron la complejidad de los fenómenos urbanos y la inadecuación de un análisis que consideraba a la ciudad como un campo unitario. Sin embargo, es más discutible si la network analysis tiene directamente sus orígenes en estas experiencias etnográficas. Como sostiene Hannerz (1980), existen líneas de continuidad entre la sociología urbana de Chicago y la network analysis (del resto, Bott a finales de los años cuaren-ta hace su doctorado en sociología propiamente en Chicago). Sin embargo, Barnes tenía una preparación matemática y esto explica porqué la network analysis había utilizado ampliamente la teoría de grafos (Barnes y Harary, 1983). Otras contribuciones procedían de la sociometría y de los estudios sobre

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las dinámicas de grupo en términos de “sociogramas” (Festinger, Schachter y Back, 1950). En consecuencia, el nacimiento de este planteamiento no puede ser atribuido exclusivamente a la experiencia etnográfica, aunque es verdad que en la génesis de la network analysis en los años cincuenta los antropólogos jugaron un rol decisivo y, todo hay que decirlo, casi determinante.

El trabajo de Barnes precedentemente citado debe insertarse en el ámbito

de un recorrido analítico y de investigación que, a partir de los años 40 del siglo pasado, ha realizado un grupo de antropólogos sociales ingleses reunidos en el Rodees-Livingstone Institute21 y que constituyen el núcleo histórico de aquella que es conocida, en el ámbito académico, como la “Escuela de Manche-ster” (Piselli, 1995, p. VIII de la Introducción)22.

Tal grupo de investigación (actualmente disuelto) ha introducido, por etapas sucesivas y mediante un proceso de progresivo refinamiento metodo-lógico de los instrumentos de análisis de lo real, el concepto de red para ir más allá de las categorías interpretativas del estructural-funcionalismo. Estas últimas cada vez eran menos apropiadas para comprender la organización y las dinámicas de sociedades en transición y situadas a caballo entre estructura tribal y estructura urbana, como, por ejemplo, la sociedad africana sucesiva a la II Guerra Mundial, “revestida” por fenómenos de penetración del mercado y de rápida urbanización. Límites del estructural-funcionalismo que incluso se manifiestan con motivo de sus capacidades explicativas de los mecanismos de funcionamiento de las sociedades complejas.

Mary Noble, recorriendo sintéticamente el camino que ha llevado a la utili-zación del concepto de red en específicos contextos teóricos, más que como una vaga antología, individúa cuatro interrogantes fuertes respecto a la pertinencia y la validez del estructural-funcionalismo (Noble, 1973:3-5). Tras recordar que Radcliffe-Brown (i) hace una analogía de la sociedad con un organismo que evoluciona, (ii) utiliza el término “social structure” (estructura social) para denotar a la red de relaciones existentes en un determinado momento (ya que la observación directa revela que los seres humanos están conectados por una compleja red de relaciones sociales en la que ocupan una determinada posi-

21. Elisabeth Bott jamás ha pertenecido formalmente al Instituto de investigación citado.22. Véase la antología compilada por Arrighi y Passerini (1976), y en concreto la introducción escrita por Arrighi que recorre, desde un punto de vista teórico y metodológico, el camino que llevó al nacimiento de la Escuela de antropología social de Manchester.

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ción) (Radcliffe-Brown, 1952:190)23, y (iii) entiende la función como el papel que se representa en la vida social y que, por tanto, contribuye al manteni-miento del sistema social, Mary Noble subraya las cuatro fuentes de duda:

» La primera deriva de la asunción base del estructuralismo, es decir, que lo que se estudia es una estructura social. Esta es definida como un sistema de relaciones sociales del mismo tipo que las de un sistema natural, que existe como un hecho social y está caracterizada por límites fijos: asun-ción base desconocida por las dificultades para designar de forma no ambigua –individuación de los límites- el sistema a analizar.

» La segunda se ubica en aquello que es definido como el error lógico de la teleología funcionalista: esto es, la no admisión lógica de la asunción de que la existencia de un determinado fenómeno sea el resultado de su ser un prerrequisito funcional del fenómeno del que es una parte.

» La tercera fuente de duda hunde sus raíces en el extremado carácter está-tico del planteamiento estructural-funcionalista, que en su background filosófico no toma en consideración el problema del cambio social24.

» La cuarta fuente de duda contempla el lugar que, en el estructural-funcionalismo, se atribuye, o mejor no se atribuye al individuo, que jamás viene considerado como un factor en la situación25. Contemplado el agente como actor social que, normalmente, se comporta conforme al

23. Esta imagen también nos aparece en Warner y Lunt (1941), que hablaban de “redes de interrelaciones… de cliques de relaciones en las Yankee City”, en Fortes (1949) cuando evoca el “retículo de parentela” y en McIver (1928) que habló de la “ intersección de relaciones sociales”. Todas ellas tienen un denominador común: no atribuyen al término red una connotación más precisa.24. Ciertamente, las pretensiones de Parsons (1961:219-239) eran elaborar un esquema del cambio social que contemplase elementos (y relaciones) deterministas con elementos (y relaciones) no-deterministas. Este intento dio lugar al esquema AGIL, cuyo significado y trascendencia aún están siendo valoradas (Donati, 1991a:cap. 4). La teoría parsonsiana de AGIL ha tratado de combinar las contingencias del cambio social con sus determinismos estructurales. El resultado final es el exceso de normatividad (Alexander, 1983). Sin embargo, en cualquier caso, con el esquema llamado de la “doble contingencia”, Parsons ha abierto la caja de Pandóra -en la literatura contin-gentista del cambio social- que, actualmente, nadie puede cerrar.25. Recordemos que, en la misma lógica del AGIL parsonsiano, el sujeto de la libertad desaparece ante las deter-minaciones y los vínculos estructurales de la acción social (Almaraz, 1981).

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rol26 social que le reviste, el estructural-funcionalismo parece ignorar que en las sociedades heterogéneas y complejas la mayor parte de los roles son adquiridos y no adscritos, y que incluso en los casos de roles adscritos, la conformidad a ellos es una cuestión de preferencias y de selecciones individuales. Más concretamente, el estructural-funcionalismo se limita, por una parte, a solamente considerar los roles estructurales en insti-tuciones, definidos en términos de expectativas y sanciones. Aunque Parsons hable de un diferente grado de institucionalización de los roles (a los que corresponden inversamente diferentes grados de anomia), el marco teórico estructural-funcionalista tiende a privilegiar el análisis de los roles formales (Parsons, 1951:45-46). Esta acentuación de los roles formales hace que esta perspectiva no sea útil para interpretar con la necesaria sensibilidad sociológica todas aquellas situaciones en las que las expectativas de rol no son claras y/o concretamente se construyen en el orden interactivo. Por otra, la perspectiva estructural-funcionalis-ta tiende a ser aséptica, en el sentido de que separa de forma artificial el comportamiento requerido en un determinado rol del conjunto de otras actividades. Sin embargo, en todo rol situado, particular, existe un “halo de participación” constituido por la pluralidad de selves del indi-viduo (presentes en sus otros roles) que influencian, interactúan, crean ecos y repercusiones en la concreta ejecución del rol. Ya Goffman nos había ofrecido pistas sobre este tema. Debido a sus “implicaciones deter-ministas”, no le satisface el tradicional análisis estructural funcionalista, análisis que estudia los roles a la luz de la diferenciación o integración en estructuras o sistemas institucionalizados: “Si contemplamos el comporta-miento del individuo momento por momento, descubrimos que no permanece pasivo ante la producción de potenciales significados que lo controlan, sino que cuando lo logra, participa activamente en sostener una definición de la

26. El “rol” puede ser definido como “el conjunto de normas y de expectativas que convergen sobre un individuo en cuanto ocupa una determinada posición en una más o menos estructurada red de relaciones sociales, o bien en un sistema social. Normas y expectativas proceden de los individuos que ocupan posiciones ligadas a las del sujeto; tienen para éstos carácter externo, objetivo, en diferente medida obligatorio y constrictivo; son susceptibles de diferentes inter-pretaciones, y según la situación pueden ser formas diferentes respetadas o ignoradas o evadidas. En su conjunto, el rol, no debe confundirse con la forma en que el individuo que ocupa una determinada posición actúa efectivamente; esto se llamará comportamiento de rol (...), y el grado en que este se aproxima o no al rol es llamado grado de conformidad o, en oposición, de desviación” (véase Gallino, 1978, voz, “Rol”). La posición constituye la “ubicación de un individuo, de un grupo o de una clase en una red de relaciones o de relaciones sociales, o bien en una estructura o en un sistema social, independientemente del sujeto que la ocupa en un determinado momento. Si se representan con grafos directivos las relaciones en el espacio social que constituyen un sistema, consistentes en flujos unidireccionales o bidireccionales (inter-cambios) de recursos sociales –objetos, afectos, informaciones, símbolos, órdenes, etc.- una posición aparece como un nudo sobre el que converge al menos una relación. A toda posición de un sistema están conectados en medida variable: a) derechos, compensaciones, privilegios, cuyo conjunto es denominado estatus, que constituye el aspecto a-locativo de la posición; b) deberes, prescripciones, normas de comportamiento, que son denominadas en el conjunto rol y representan el aspecto prescriptivo de ella” (véase Gallino, 1978, voz “Posición”). La definición de los otros términos que entran en las dos voces anteriormente citadas se planteará sucesivamente.

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situación que sea estable o coherente con la imagen que tiene de sí mismo” (Goffman, 1967:104). Entonces, el rol que el individuo juega en un espe-cífico contexto o escenario de interacción siempre será “algo más que aquello que se reduce a simples hechos causales o incidentes, y algo diferente de lo que se puede reducir a la pertenencia a una institución en cuanto tal y de la ubicación en su jerarquía y en sus tareas formales” (Goffman, 1967:95-96).

Al concepto de sistema, entendido como escenario de interdependencia estable y con claros límites27, le sustituye el concepto de red, entendido como estructura de interdependencia variable en el tiempo y potencialmente sin límites. Al concepto de función le sustituye el de efecto estructural. El aban-dono de la visión de la realidad en términos de sistema permite superar los conceptos de homeostasis y de equilibrio (entendidos como condiciones de buen funcionamiento del sistema), abriendo el camino para una más puntual y precisa comprensión de fenómenos como el cambio social y el conflicto. Y, por último, la superación de una visión del actor social que se comporta conforme a aquellas que son las expectativas relativas al rol y/o los roles que reviste, permite centrar la atención sobre un individuo dotado de una inten-cionalidad, que se manifiesta no tanto y no sólo en la conformidad al rol, sino en el trabajo de recomposición, conexión, optimización de los diferentes siste-mas de interdependencia en los que, al mismo tiempo, pertenece y participa.

1.3. Tres adjetivos para un concepto: operativo, latente y analítico

Referido al concepto de red y en el ámbito de las ciencias sociales, la utili-zación del adjetivo operativo no posee ningún valor o connotación negativa. Tampoco desea o pretende reducir el carácter innovador de la introducción de una dimensión –la red- analítico-empírica, que presenta, para muchos problemas, un potencial explicativo más fuerte y más exhaustivo que claves de lectura de la realidad más consolidadas y conocidas, como hemos podido comprobar anteriormente.

La caracterización inicialmente operativa del concepto –y aquí la referencia obligada es Barnes- se dirige a su haber sido introducido para explicar, empí-

27. Dicho en otros términos, el sistema es un conjunto no casual de estatus (posiciones) y roles (conjuntos de expectativas, normativas ligadas a una posición), estructurado a partir de uno o más criterios (a su vez ordenados entre sí). Un sistema social es tal porque sus unidades (estatus-roles) tienen entre sí relaciones que siguen determi-nados códigos culturales, y forman organizaciones dotadas de una cierta estabilidad en el tiempo (instituciones sociales).

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ricamente, fenómenos no insertados totalmente dentro de las tradicionales claves interpretativas de las ciencias sociales. Concretamente, Barnes define a la red por exclusión y en muchos aspectos en términos residuales: el tercer campo de relaciones personales que corta transversalmente el campo de las relaciones del sistema productivo y territorial –campo que Barnes encuentra muy útil para hablar de network- es aquella parte de red total que permanece cuando se eliminan las cadenas de interacciones sobre base productiva y terri-torial.

Barnes “es el primero en aislar la network de las relaciones personales como instrumento operativo para los fines de la investigación” (Piselli, 1995, p. XV de la Introducción), imprimiendo a este nuevo planteamiento una caracterización instrumental, a costa de una más concreta, aunque embrionaria, ubicación teórica. Inevitablemente el focus del análisis son las redes sociales primarias, las relaciones interpersonales sobre la base de la amistad, conocimiento, vecin-dad, parentela que se elevan al rol de estructura latente: esqueleto de la realidad social que envuelve al resto de sistemas de interdependencia. Estructura a la que se observa, se investiga y se analiza cuando otros sistemas interpretativos y explicativos fracasan (véase el recorrido del análisis realizado por Elisabeth Bott).

Quedan abiertos una serie de problemas, en concreto:

» La relación entre redes (network social) y grupos o estructuras institucio-nalizadas (Piselli, 1995).

» La relación entre comportamiento “informal”28 y comportamiento de rol.

» El posicionamiento de los sujetos dentro de una red (sistema de interde-pendencia) y reglas que presiden el posicionamiento y la activación de líneas de conexión.

» Y los tipos de conexiones (relaciones).

J. C. Mitchell define una red social:

28. El término “ informal” es ambiguo, en cuanto que tiende a sugerir que las llamadas relaciones informales (tales como las de amistad, de vecindad, de parentela, etc.) tienen lugar “ libremente”, es decir, fuera de cualquier contexto normativo, de reglas incluso implícitas que hacen posible la activación de una específica relación –por ejemplo de amistad- y que la diferencian de otra (por ejemplo de la de parentela). Véase al respecto Di Nicola (1986), que revela los contenidos normativos de las relaciones informales. Sobre el problema relación/distinción entre formal e informal en la relación véase también Herrera (1998). Más adelante se regresará al problema de la definición y aceptación de formal e informal.

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“Como un conjunto específico de ligámenes entre un conjunto definido de personas, con la propiedad añadida de que las características de tales ligámenes pueden ser utilizadas para interpretar el comportamiento social de las personas englobadas por los ligámenes” (Mitchell, 1969:2).

Esto requiere que la recogida y el análisis de los datos respecto a la realidad de tal red sean conducidos en términos de “ forma” y “estructura” de la misma. Se trata de un objetivo muy difícil y, con frecuencia, incluso en investigacio-nes bien dirigidas, que parecen utilizar de forma analítica el concepto de red, en realidad fracasan en su consecución.

Por ejemplo, en la obra de Wenger (1984) (un estudio muy valorado sobre el apoyo social elaborado para los ancianos en las zonas rurales del norte de Gales), son presentados datos referentes a las redes de apoyo de los ancia-nos no autosuficientes. Estos datos son recabados de preguntas referentes a las personas con las que el sujeto entrevistado está en contacto, con análisis separados sobre contactos padres-hijos para aquellos ancianos que los tienen. Esto permite elaborar un cuadro de los contactos que una persona mantiene con otras, pero no faculta para tener un panorama de la red social compleja en cuyo interior están ligadas estas personas, y sobre todo no consiente dar cuenta de las interconexiones entre los miembros de la red que no pasan a través del entrevistado. ¿Cuáles son las relaciones entre los otros miembros de la red? ¿Quiénes son las figuras clave? ¿Existe alguna coordinación ente los miembros del retículo de apoyo? En este caso, la utilización del término red queda en el nivel de metáfora, en cuanto que el concepto pretende poder decir algo sobre la estructura global de la red y no tanto revelar los ligámenes de ego con los otros miembros de la red.

La definición de Mitchell, en su esencia y formalismo29, traslada a proble-mas de contenido no irrelevantes: conjunto “específico” de ligámenes ¿respecto a qué?; conjunto “definido” de personas ¿respecto a qué? Por este motivo Mitchell realiza un esfuerzo de sistematización de las características estructu-rales y relacionales de las redes.

En concreto, Mitchell diferencia tres tipos u órdenes de relaciones socia-les relevantes en el análisis del comportamiento de las personas en ambiente

29. La referencia al formalismo no es casual: J. C. Mitchell ha enlazado la network analysis a la teoría de grafos (que es el modelo matemático sometido al tratamiento estadístico de los datos) con la pretensión de ir más allá de un uso puramente metafórico del concepto de red y ordenar aquella que ha sido definida como una jungla de términos, conceptos y técnicas, en la que cualquiera que llegaba plantaba un árbol.

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urbano (Mitchell, 1973:20):

» Orden estructural: el comportamiento del actor social es interpretado en términos de acciones apropiadas a la posición que ocupa en un conjunto ordenado de posiciones (familia, fábrica, sindicato, etc.).

» Orden categorial: el comportamiento del individuo en situaciones no estructuradas es interpretado en términos de estereotipos sociales (clase, raza, pertenencia étnica).

» Orden personal: el comportamiento de las personas, ya sea en situacio-nes estructuradas o no estructuradas, puede ser interpretado en términos de ligámenes personales que los individuos tienen con un conjunto de personas y los ligámenes que estas personas tienen entre sí y con otras personas.

Por otra parte, Mitchell, siempre en el ámbito de su aportación, diferencia entre tres diversos “modos” en que los contenidos de los ligámenes pueden considerarse:

» El contenido de la comunicación (información) que también incluye y comprende los significados que los sujetos atribuyen y otorgan a los propios ligámenes.

» El contenido del intercambio que en la mayor parte de las ocasiones no es simétrico. La ausencia de simetría en las relaciones entre dos sujetos de una red puede ser un muy buen indicador de un estatus diferente (como en las relaciones entre abuelos y nietos), puede marcar de forma nítida un desequilibrio de poder (como en las relaciones entre cónyuges)o revelar muy gráficamente una concepción divergente de la naturaleza del ligamen (puede ser el caso de las relaciones de vecindad).

» El contenido normativo (en concreto aquel aspecto de la relación entre dos sujetos que se refiere a sus expectativas recíprocas debido a cualquier atributo o característica social que el otro posee).

De esta forma añade que la distinción es puramente analítica, en cuanto que empíricamente todo ligamen tiene o presenta un componente comunica-tivo, de intercambio y normativo. Desde este punto de vista tan señalado y definido, es el observador el que, según las finalidades y los objetivos cogni-tivos, privilegia o filtra, en el análisis, un orden respecto a otro y focaliza un

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contenido de la relación respecto a los otros dos30.

Por tanto, por una parte Mitchell subraya que el concepto de network social es complementario y no sustitutivo del esquema convencional de investiga-ción en sociología y antropología (Mitchell, 1969). Y, por otra, “asume las relaciones interpersonales, informales en el interior del orden personal” y diferen-cia las networks de las relaciones personales de las estructuras de las relaciones personales. La network analysis se convierte de esta forma tan contundente en el método específico de estudio de las relaciones interpersonales que no pueden ser asumidas en el interior o, mejor aún, dentro del orden estructural, con el riesgo de ser confinada a un ámbito residual y periférico de estudio de los fenómenos sociales (Piselli, 1995, p. XXXV de la Introducción).

A pesar de la atención y la puntualización teórica anteriormente expuesta, se confirma con Mitchell una visión de la red en términos instrumentales, convirtiendo de esta forma a la network analysis en una perspectiva claramente analítica: un instrumento de calentamiento de un sistema social complejo y articulado, hecho de más niveles de realidad, que se presta a más claves de lectura.

1.4. Nada sin cerrar y muchas cuestiones abiertas

Como subraya Arrighi en su introducción a la antología de estudios de sociedades africanas en transición, no resulta arriesgado afirmar que la antro-pología social inglesa que converge de forma muy fructífera en la Escuela de

30. La novedad de las últimas décadas es la siguiente: actualmente la observación de la realidad social derivada bien desde la perspectiva positivista (realismo ingenuo), bien desde cánones más idealistas, se conforman como una falacia. Para comprender la realidad social es necesario que el observador se auto-observe. Sin embargo, para poder hacerlo debe utilizar un marco conceptual adecuado que le permita “observarse a sí mismo” y “observarse a través de otro”. La observación, incluida la auto-observación, se “presenta socialmente mediada”. Puede ser útil, para obtener una idea más clara acerca del sentido y de la ubicación de un adecuado marco conceptual en la teoría de la auto-observación, acudir a von Foerster: “Según el principio de relatividad, que rechaza una hipótesis si ésta no vale para dos instancias contemporáneas, aunque valga para cada una separadamente (los habitantes de la Tierra y de Venus pueden ser coherentes en afirmar que están en el centro del universo, pero sus pretensiones desaparecen cuando están juntos), el solipsismo cae cuando me encuentro con otro organismo autónomo. Sin embargo, en cuanto que el prin-cipio de relatividad no es una necesidad lógica, ni una proposición que pueda ser probada como verdadera o falsa, el punto fundamental a tener presente es que yo soy libre de elegir entre adoptar este principio o rechazarlo. Si lo rechazo, yo soy el centro del universo, mi realidad son mis sueños y mis pesadillas, mi lenguaje es un monólogo y mi lógica una mono-lógica. Si lo adopto, ni yo ni el otro podemos ser el centro del universo. Como en el sistema heliocéntrico, debe ser un tercero que es el referente central. Es la relación entre tu y yo, y esta relación es identidad: realidad = comunidad ¿Cuáles son las consecuencias que se derivan en la ética y en la estética? El imperativo ético: actúa siempre con el objetivo de aumentar el número de las elecciones. El imperativo estético: si quieres ver, aprende como actuar”. (von Foerster, 1984:307-308).

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Manchester ha regresado a sus orígenes:

“Con el análisis de Turner, e incluso con el de Van Velsen, se regresa a la acentuación, típica de Malinowski, del comportamiento individual y de lo imponderable de la vida cotidiana. Ni en Turner, ni en Van Velsen, sin embargo, existe algún rasgo del ingenuo funcionalismo de Malinowski, ni tampoco del ingenuo estructuralismo de Radcliffe-Brown que le era contrapues-to. Los dos planteamientos, sin embargo, pueden sintetizarse en una concepción de las relaciones sociales en cuanto realidad estructurada, pero anclada al com-portamiento individual” (Arrighi, Passerini, 1976:32).

Arrighi, continuando con su presentación crítica, revela, sin embargo, algunos problemas, algunas dificultades que encuentra el lector en el estudio de las contribuciones y de los productos de la Escuela de Manchester. Tales contribuciones y productos tienden a presentarse como largas y complejas monografías “difícilmente separables en partes en sí completas” (Arrighi, Passe-rini, 1976:33).

Por este motivo anteriormente expuesto Arrighi cita una lección impartida por Barnes en la Universidad de Sydney, en la que confrontando los estudios de la antropología clásica con los más recientes de la antropología social, equi-para a los primeros “con servicios religiosos, con un simbolismo y un ceremonial elaborado con pocas distinciones de roles, mientras que los segundos recordaban a las novelas rusas, con su multiplicidad de personajes, con los cambios de posición los unos respecto a los otros, y que en las confrontaciones del mundo exterior repre-sentaban la trama” (Arrighi, Passerini, 1976:33-34).

Se trata de una analogía, como subraya Arrighi, que no debe llevarnos a engaños, en cuanto que corre sin ningún tipo de sobresaltos el riesgo de ubicar en el mismo nivel el “código científico” y el “código artístico”, olvidando

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la lección de Gluckman31. Para este último “ser explícitos, esforzarse en dar definiciones cuidadas y, cuando es posible, valorar cuantitativamente los fenóme-nos, significa evitar aquella terminología evocadora a la que apela quien escribe novelas, significa crear un vocabulario técnicamente específico” (Arrighi, Passe-rini, 1976:34).

Arrighi contempla en el intento de Mitchell de anclar la network analysis en la teoría de grafos una lección de “ formalización cualitativa” que debería permitir el salto de la fase metafórica de la utilización del concepto de red a la fase, más madura y seria, de un nuevo planteamiento cognitivo. Sin embargo, en el momento en que la técnica descriptiva desee asumir el estatus de planteamiento cognitivo en el ámbito de las ciencias sociales (no solo de la antropología, sino también de la sociología), es muy probable que el riesgo “con el que otras disciplinas han intentado esconder el propio status de ciencias inmaduras” (Arrighi, Passerini, 1976:32) también repercuta en la network analysis. Y esto porque el modelo matemático (teoría de grafos) que está en la base de las técnicas de elaboración y tratamiento de datos desde un punto de vista estadístico, no puede decir nada, absolutamente nada, respecto a la relación entre un grafo, entendido como modelo, como abstracción de una realidad social, suficientemente formalizado para poder estudiar las caracte-rísticas estructurales y posicionales, y el segmento de realidad que representa.

Obviamente, el problema no es el de buscar la pretendida esencia de lo real como si fuera la piedra filosofal, de encontrar el ligamen que vincula el noúmeno con el fenómeno: aun quedan sobre la mesa toda una serie de problemas, que no sólo son técnicos –aplicabilidad o no de algunos procedi-mientos-, sino también de contenido –cómo y qué datos recoger; qué “indican” estos datos- y teóricos –qué “significan” estos datos; cuál es la relación entre el sentido y el significado-. Como se puede observar estamos ante problemas de

31. M. Gluckman, nacido en Sudáfrica, pero formado en Oxford bajo la guía de Radcliffe-Brown y Evans-Pritchard (también seguirá los seminarios impartidos por Malinowski en Londres), en dos ensayos del 1940 (African Political Systems y Analysis of a Social Situation in Modern Zululand), aún permaneciendo en el interior de marcos teóricos de la antropología clásica británica, revela dos elementos novedosos que constituyeron las primeras premisas para la superación del paradigma estructural-funcionalista. En ambos trabajos, “en primer lugar se aceptaba el hecho de que el sistema político zulú estaba integrado en un sistema político más amplio dominado por los colonos blancos, y que esto se reflejaba en la estructura interna, acentuando los aspectos conflictivos y haciéndolo inestable. En segundo lugar, para captar la estructura del sistema pluralista en el que el sistema tribal estaba integrado, Gluckman experimentó una nueva forma de análisis describiendo los detalles de una situación particular (la inaugura-ción de un puente en el Zululand) que revelaba la complejidad de la estructura social” (Arrighi, Passerini, 1976:24). A pesar de interesarse en mostrar los elementos de continuidad y estabilidad de los sistemas político-sociales (en este sentido su obra sigue la línea de la antropología social clásica británica), su referencia al conflicto, a una concepción del equilibrio social como resultado no de una ordenada integración de grupos y normas, sino como proceso de fracturas y recomposiciones, dominado a veces por normas incoherentes, lo hace el padre fundador de la nueva antropología social británica (Escuela de Manchester).

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gran calado, problemas que nos van a acompañar y que no desaparecerán de la noche a la mañana.

Algunos de estos problemas se han mencionado precedentemente. Sin embargo, y con el ánimo de no ser pretenciosos, los nudos sobre los ahora que debe centrarse la atención son los siguientes:

» El hecho de trabajar con los individuos (y este es el rasgo distintivo de la network analysis) plantea el problema de la relación entre intencionali-dad del actor social y condicionamientos estructurales: cómo conciliar la concepción de un actor social que “manipula” relaciones para optimizar la situación estructural, “plegándola” a sus propios intereses, y el hecho de que se supone que actúa en una situación estructurada, esto es en el inte-rior de una constelación de nudos que influencia con diferentes niveles de libertad su comportamiento. Más en general, una ambición de muchos estudiosos de la network analysis es que constituya una nueva forma de entender las propiedades estructurales que influyen en el comporta-miento. “Los estudiosos de la network analysis (...) se concentran en cómo la estructura de los ligámenes de una red elabora significativas oportunidades y vínculos, en cuanto que influyen en el acceso de las personas y de las insti-tuciones a recursos como informaciones, riqueza y poder. De esta forma, estos estudiosos tratan a los sistemas sociales como network de relaciones de dependencia que resultan de la posesión diferenciada de recursos escasos a los nudos y de la distribución estructural de estos recursos a lo largo de diferentes ligámenes” (Wellman, 1979:1228).

Algunos autores resuelven el problema –como hace Mitchell- previendo diversos órdenes de relaciones sociales (orden estructural, categorial y personal) ubicados, en el fondo, sobre un continuum que va desde un máximo de normatividad y previsión a un mínimo de constricción externa y de lealtad a las expectativas de rol. De esta forma, como ya se ha anticipado en las páginas anteriores, la network analysis termina por identificarse con una técnica de tratamiento de datos particulares apro-piada y válida sólo para estudiar las tan manidas relaciones informales.

» La referencia a las relaciones informales no resuelve el problema, al contrario lo hace más agudo y profundo aunque no lo parezca. Ya hemos hablado de la extrema ambigüedad del término “informal”. Ambigüedad dada por el hecho de que su utilización parece sugerir, en algunos sistemas de interdependencia, que el actor social actúa legibus solutus, desde el momento en que se asume como verdadera la ecuación

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norma = constricción, condicionamiento externo. En realidad, todo sistema de interdependencia necesita, mejor aún, demanda de un orden normativo32, que constituye el universo simbólico33 de referencia respec-to al que el sujeto puede leer la situación, comprenderla y actuar en consecuencia. Así como es probable la inserción en un específico sistema de interdependencia que hace viable la activación de algunos comporta-mientos antes que otros: hace posible la selección. El orden normativo constituye el factor respecto al que se pueden trazar los límites o fron-teras de un sistema de interdependencia, como una red social: o mejor, un sistema de interdependencia analizado como red social. Para aclarar con mayor precisión la ambigüedad del término informal se puede citar el caso de la familia, que frecuentemente es definida como “unidad de los afectos”, en contraposición a una concepción de la familia como unidad jurídicamente sancionada. También en este caso, limitadamente, se opera un solapamiento entre ley escrita y norma social. Sin embargo, junto a esta puntualización, no sólo se olvida que el derecho, a pesar de fuertes tendencias hacia la privatización y la des-juridificación de las relaciones familiares, continua regulando las relaciones entre los sexos y las genera-ciones que definen un sistema de interdependencia como la familia; sino que, al mismo tiempo, se desdeña que existe un nivel simbólico (cultu-ral, normativo) de referencia respecto al que un sujeto, en una relación diádica con un alter, está en situación de distinguir si su relación es de tipo conyugal o de amistad o de puro conocimiento.

En otros términos, un problema que la network analysis plantea, y en el fondo no resuelve, es el de la relación entre comportamiento individual y comportamiento de rol. El problema ha sido, por así decir, esquivado diciendo que la referencia a las expectativas de rol no es más que una ayuda para la comprensión de los comportamientos individuales en una sociedad en la que la mayor parte de los roles son adquiridos y re-nego-

32. Por “norma social” se puede entender “proposición diversamente articulada y codificada –o incluso idea, repre-sentación colectiva que se puede expresar en una proposición- que prescribe a un individuo o a una colectividad, como elemento estable o caracterizador de su cultura o subcultura, o de una cultura o subcultura alienada en el momento expuesto, la conducta o el comportamiento más apropiados (es decir, “ justos”) a los que atenerse en una determinada situación, teniendo en cuenta las características del sujeto, de las acciones eventualmente activadas, y de los recursos de los que dispone; o bien, en similares casos, la acción a evitar, incluso si comporta sacrificios o costes de diversa naturaleza (...). Una clase particular de normas sociales, de relevancia central en todas las sociedades, es la formada por las normas de derecho” (véase Gallino, 1978, voz “Norma social”).33. “Por simbólico se debe entender aquí el conjunto de formas expresivas mediante las que el hombre actúa concre-tamente su aprensión de la realidad y contribuye de forma activa a la construcción de ella: lenguaje, religión, rito, filosofía, arte, ciencia, técnica, etc. (...). El término simbólico, utilizado en alguna ocasión como simple sinónimo de cultura, tiene un significado más amplio que el término cultura en cuanto que no sólo indica las formas ya objetivadas de la actividad expresiva, sino que comprende también el proceso que desarrolla en su relación con la cultura” (Crespi, 1985:26).

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ciables. La superación –positiva- de una concepción datada, mecanicista y en realidad ingenua del rol (el actor social interpreta fielmente los roles que está llamado a asumir, porque ha interiorizado, ha hecho propios modelos, valores y orientaciones que están en la base) no resuelve el problema de fondo de la relación del sujeto en un punto de la red. Se trata de satisfacer o dar una respuesta al siguiente dilema: la posición del sujeto en un determinado punto de la red (su ubicación estructural, que ayuda a comprender su comportamiento) ¿depende de sus característi-cas (incluso de rol) o bien es la ubicación en la red la que determina su comportamiento? El padre-jefe que tiraniza a sus hijos, ¿lo hace porque tiene el síndrome autoritario, porque de hecho controla todos los recursos de la familia, o porque se agarra a un sistema cultural que legitima su comportamiento? Con probabilidad son parcialmente verdaderas todas las respuestas: lo que confirma que, en el análisis de redes (o análisis estructural), la estructura no puede ser asumida como punto de partida que olvida otras consideraciones y que a partir del análisis de una especí-fica configuración estructural la profundización debería ramificarse en el árbol, según recorridos más complejos, difícilmente “tratables” con catego-rías sintéticas, con el riesgo de caer en interpretaciones más tradicionales, aquellas que la misma network analysis considera insuficientes, parciales o limitadas (como, por ejemplo, las categorías estructural-funcionalistas, o bien explicaciones en términos de variables comportamentales clásicas, como la edad, el sexo, la etnia, etc.).

» La referencia a un recorrido de análisis que procede por ramificaciones sucesivas, si por una parte despliega todas las potencialidades heurísticas de la network, que en un cierto sentido puede desconfiar y de hecho desconfía –por necesidades cognitivas de la investigación- del primer ámbito de focalización del análisis, plantea el problema, operativo, metodológico y teórico, del “cuándo detenerse”. El riesgo es el de una lectura extremadamente analítica, producida por segmentos de realidad analizados, que sin embargo escapa a cualquier visión de conjunto. Una atomización del conocimiento de la realidad que contradice y en muchos aspectos vanagloria la potencia sintética de los instrumentos estadísticos utilizados para estudiarla. Ciertamente, a muchos estudiosos se les repro-cha la extrema banalidad de los descubrimientos: la clásica montaña que alumbra un ratón; o bien la producción de modelos explicativos contra-dictorios34.

34. Véase en Piselli (1995) la relación entre el tipo de redes (de malla larga para Granovetter; de malla estrecha para Grieco) y la facilidad en la búsqueda de trabajo.

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» Otro problema no secundario es la definición de relación: como sostie-ne Mitchell, si la red es un conjunto de puntos (nudos) conectados por líneas, con la propiedad añadida de que las características de tales líneas pueden ser utilizadas para explicar el comportamiento social de las perso-nas englobadas por ligámenes, el investigador debe saber qué representan tales líneas. Dicho en otros términos, un mapa de los ligámenes que vinculan a un sujeto con el resto de miembros de una red es de muy poca utilidad si no se sabe cuál es el contenido de estos ligámenes. Y posiblemente una de las razones por la que ciertos estudios cualitativos sobre redes han tenido un gran impacto reside en que en estas investiga-ciones de tipo intensivo es más fácil combinar el análisis del contenido con el de la forma. Actualmente se están introduciendo nuevos métodos para el análisis del contenido y la network analysis podría elaborar en el futuro una notable contribución, especialmente en el análisis de tipo más explicativo. Esta técnica tiene notables potencialidades para el análisis y la explicación de la organización de la sociabilidad y del apoyo, sin embargo, sorprendentemente su potencial aún está poco explotado. Una razón podría deberse a que recoger datos suficientes sobre las redes socia-les, en concreto aquellas de dimensiones mas bien amplias, comporta un notable gasto de tiempo que, en muchos casos, desorbita las capacidades de un investigador. Otra razón es que la técnica en buena parte de las ocasiones se convierte en un fin en sí misma, antes que en un medio o instrumento para dar una respuesta a concretas cuestiones de ciencia social35.

Como se ha visto, desde el punto de vista del contenido, Mitchell distin-gue tres tipos: información, intercambios, norma. Sostiene que toda relación es, contextualmente, una relación de intercambio (incluso si la misma información, en nuestra opinión, puede ser asumida bajo la más amplia categoría del intercambio) y del rol, y que el observador despla-za su atención, a partir de las finalidades cognitivas de la investigación, sobre un tipo de contenido antes que sobre otro. Aún asumiendo como centrales el sujeto y las relaciones sociales que constituyen la estructura de un sistema de interdependencia, el tipo de relación o viene asumido como categoría, como focus del análisis por parte del observador, o bien, en un nivel más elevado de abstracción (lo que equivale a decir cuando el sistema de interdependencia es representado como un grafo del que

35. Un antropólogo estudioso de las redes, Jeremy Boissevain, ha criticado duramente la compleja elaboración técnica de los datos y la utilización de toda una serie de técnicas que, en su opinión es excesiva (Boissevain, 1979:393). Su crítica al uso de un lenguaje jergal así como de técnicas y teorías tomadas de la teoría matemática de grafos a su vez ha sido contestada (Barnes y Harary, 1983). Estas diferentes valoraciones entre los estudiosos de las redes son una buena muestra de la complejidad metodológica de esta disciplina.

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se analizan las características estructurales y posicionales), sólo se capta la existencia o no de la relación (o mejor del ligamen). Como sostie-ne Chiesi (1980), en términos de network analysis la relación tiene dos modalidades: 0 (no existe) o 1 (existe la conexión).

» Por último, e íntimamente correlacionado con el anterior punto, está el problema de la “semantización” de las redes, de la relación entre signos lingüísticos y lo que significan. Especialmente en el estudio de las redes personales (egocéntricas) se hace central el sentido intencionado de los sujetos, a partir del cual se definen los límites de las redes, los tipos de relación, la valoración de la fuerza o de la debilidad de los ligámenes y la percepción de la distancia. A tal familia de problemas las soluciones dadas han sido demasiado simples: en la configuración de una red de amistad, por ejemplo, se confía a una definición intuitiva, de sentido común y totalmente subjetiva de relación de amistad (el entrevistado indica e inserta en la red a “quien” considera su amigo). Procedimiento aceptable si se analiza un caso; más problemático si se quieren operar confrontaciones entre diferentes tipos de redes de amistad, todas defini-das, obviamente, en términos exclusivamente individuales e intuitivos36.

El riesgo, por ejemplo, desde el momento en que los límites de las redes son subjetiva e intuitivamente ubicados, es el de confrontar redes de ampli-tud muy variable: riesgo a no minusvalorar, desde el momento en que la amplitud de las redes es una característica morfológica de las propias redes que “ayuda” a comprender el comportamiento del actor social. La introducción de la distinción, por ejemplo, entre “amigos del corazón” y amigos, o bien el plantear un límite a los nudos que se pueden indicar (en muchos casos el investigador invita al entrevistado a señalar un número máximo de amigos), representa un intento de “standarización” de los datos, motivado más por problemas técnicos (de recogida y tratamiento de los datos) que no por la necesidad de ir más allá de los límites estable-cidos de forma no controlada y controlable. Si estos problemas son menos frecuentes para algunos tipos de redes (por ejemplo la red de parentela de primer grado es fácilmente delimitable), permanecen, como ulterior área problemática, otras tres dimensiones de las relaciones sociales que no deben olvidarse, pero difícilmente pueden “tratarse”: las relaciones negativas (al límite incluso las relaciones no activadas o no activadas por posibles conflictos); la fuerza de los singulares ligámenes y la percepción

36. Los estudios más recientes en el campo de la sociología del consumo, con la revalorización del concepto de “cultura material”, ofrecen un ejemplo de cómo las redes relacionales pueden ser individuadas mediante las reglas que imponen a la circulación ritual de objetos en determinadas situaciones, como los ritos de tránsito y las recu-rrencias. Véase Secundolfo (2005), Castillo (2008:409-433).

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de la distancia entre los diferentes nudos de una red. Boissevain (1974), por ejemplo, para medir y revelar la diversa importancia emocional de las diferentes relaciones sugiere utilizar un gráfico de zonas concéntricas, que se completa preguntando a los entrevistados que valoren subjetivamente la importancia que tiene para ellos cada ligamen interno a la red. En las zonas más centrales del gráfico se sitúan los parientes más cercanos y en ocasiones algún amigo. Cada una de las otras zonas indica una relación de intimidad decreciente que progresivamente se va desplazando hacia el exterior. La intensidad puede ser medida en términos de ligámenes “más estrechos” o bien preguntando al entrevistado que indique a aquella persona a la que se dirige para pedir ayuda en situaciones específicas.

El intento de Granovetter (1973) de pesar la “ fuerza” de los ligámenes con la combinación entre “disponibilidad del tiempo, de participación emotiva, de intimidad (mutuas confidencias) y de servicios recíprocos inter-cambiados” es el resultado de correlaciones encontradas empíricamente y que permiten al investigador definir, ex post, como “ fuerte” o “débil” una relación. Los ligámenes fuertes son aquellos que nacen en un retículo de redes sociales densas, en las que un alto porcentaje de miembros están en contacto entre sí independientemente de ego (núcleo de la red). Grano-vetter subraya que las redes densas ligan a las personas en el interior de un retículo de relaciones muy limitado y que este hecho a su vez reduce la probabilidad de entrar en contacto con personas que poseen informa-ciones y conocimientos sobre cómo funcionar en contextos diferentes a las redes primarias. Son responsables de la formación de conglomerados, de subgrupos fuertemente conectados. Los ligámenes débiles son aquellos que vinculan, como una especie de puente, a las redes primarias, que a su vez pueden ser o no ser fuertes. Son ligámenes que van generalmente desde el individuo (ego) hacia otras personas que no tienen ligámenes con otros en el interior de la red de ego pero que poseen conexiones en el interior de las propias redes y a las que ego puede acceder mediante su trámite37. Es decir, se establecen entre miembros de estos conglomerados e individuos “aislados”que no forman parte de ninguno de ellos. Y son precisamente estos individuos externos los que conectan los conglome-rados entre ellos, permitiendo así que las grandes redes sociales no se

37. Granovetter elabora un ejemplo de cómo funciona este proceso examinando el fenómeno de la búsqueda de trabajo. Demostró que personas que buscaban trabajo y poseían ligámenes débiles, estos últimos eran de mayor eficacia en la elaboración de ayuda, en cuanto que frecuentaban otros círculos de personas y tenían acceso a fuentes alternativas de información. El autor trató de generalizar sus datos a nivel “macro”: “Los sistemas sociales privados de ligámenes débiles serán fragmentados e incoherentes. En ellos las nuevas ideas se difundirán lentamente, los esfuerzos científicos serán obstaculizados y los subgrupos, divisiones de raza, grupo étnico, origen y de otras característi-cas tendrán dificultades para encontrar un adecuado modus vivendi” (Granovetter,1973:202).

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disuelvan en subgrupos inconexos. Ahora bien, estamos ante etiquetas que nada dicen acerca del sentido que

el actor social atribuye a estos tipos de relación: un sistema de interde-pendencia constituido por ligámenes fuertes puede ser contemplado por el actor social como una jaula, una red de fortísimo control social que está en la base de su debilidad estructural, como incapacidad de actuar con autonomía en otros sistemas de interdependencia, o bien como una red de fortísimo apoyo, que favorece su autonomía e independencia. En fin, el problema de la distancia: para la network analysis la distancia es en muchos aspectos no mensurable; proyectados sobre un plano, los puntos de una red o están unidos por un arco directo (cuya longitud es pura-mente gráfica, dada por la exigencia de representar de forma más clara e inteligible la red: a nivel de la medición todos los segmentos sociales de la misma longitud), o bien es dada por la cantidad de recorridos que debe realizar un hipotético sujeto A para alcanzar un hipotético sujeto X, pasando sólo por las líneas de ligamen intermedio activadas. El riesgo es el de reducir a recorridos puramente estructurales la necesidad de aproximación/distancia que muchos consideran uno de los rasgos cons-titutivos de la personalidad humana, o bien de dar carácter psicológico a un concepto de distancia que es descriptivo y formal.

Las reflexiones desarrolladas en las páginas precedentes, especialmente los problemas puestos sobre la mesa, demuestran, por una parte, que la network analysis puede tener significados muy diferentes. Claramente existe una dispa-ridad entre las investigaciones micro y orientadas a lo “cualitativo”, como la de Bott (1957), o las investigaciones más cuantitativas como las de Laumann (1973) y Fischer (1982), y las formalizaciones más tecnificadas de la network analysis que recurren a las teorías de grafos y cuyo objetivo es principalmente metodológico (véanse, por ejemplo, muchos de los estudios aparecidos en la revista Social Networks).

Por otra, cómo uno de los méritos de la network analysis es el de haber planteado el debate sobre qué, cuánto y cómo se estudia o intenta estudiar la sociología, utilizando planteamientos cognitivos específicos. El debate abierto por la network si, por un lado, demuestra cómo las contraposiciones entre micro-macro, actor-sistema, comprensión-explicación, holismo-indivi-dualismo aún están por resolver, por otro, revela cómo el intento de recorrer nuevos caminos, incluso desplazando el foco de análisis, tiene el mérito de tener vivo un debate que ha representado y representa el frame teórico y empí-

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rico mediante el que la sociología, en cuanto disciplina, se ha construido a sí misma como cuadro teórico específico de análisis de la realidad.

A partir de los problemas enunciados, mediante una profundización de aquellas que son y pueden ser consideradas las matrices teóricas de la network analysis –y que constituirá el objeto de los próximos capítulos- se intentará verificar si se está ante, efectivamente, una técnica en búsqueda de una teoría, o bien si la network puede ser considerada un planteamiento cognitivo en sociología.

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CAPÍTULO II

Lo relacional en los clásicos y no tan clásicos

2.1. Introducción

Las múltiples aplicaciones de la network analysis, sintéticamente recogidas y comentadas por R. Collins (1988, en concreto el capítulo 12), ponen de relieve, entre otras cosas, la amplia y difundida aplicación de técnicas de tratamiento de datos38. Instrumentos y herramientas que, todo hay que decirlo, ofrecen posibilidades explicativas muy significativas e innovadoras. Y ello en buena medida se debe al siguiente hecho: centran la atención sobre una dimensión de lo social todavía considerada latente, en el sentido de dimensión que tiende a huir, a escapar de análisis de carácter más tradicional (en concreto, análisis centrados sobre características y variables individuales).

Collins (1988), en su ambicioso intento de diseñar y trazar con claridad el quid sociológico que podría hacer de la network analysis una perspectiva y no sólo y simplemente una técnica, aleja y aparta del estructuralismo a la teoría del intercambio; desde M. Mauss y C. Levi-Strauss, desde la macro-teoría de P. M. Blau sobre la integración social a la teoría de N. Lin acerca la movilidad social, reconstruyendo un articulado y complejo mosaico de planteamientos, teorías y modelos de medio o amplio radio “enriquecidos”, más que re-funda-dos por la network analysis. Y en su epílogo conclusivo, persiste con claridad un planteamiento de “decálogo” de las aportaciones cognitivas, del enrique-cimiento del conocimiento empírico aportado por el análisis de redes. Sin embargo, y a pesar del esfuerzo realizado, queda una lectura de la network más

38. En castellano una muy buena síntesis sobre las posibilidades del análisis social por medio del concepto de red, así como un breve recorrido por algunas aplicaciones de la network analysis pueden encontrarse en Requena (1989:147-150) y (1991:34-49). Dichas aplicaciones aparecen divididas en dos grandes grupos, según la naturaleza de los actores sociales que componen la red. Igualmente, también se tiene presente a la hora de aplicar el concepto de red el nivel de análisis dentro de la red. Concretamente se citan los trabajos de Ross (1987:258-267) en el terreno de la sociología de las organizaciones, los estudios de Granovetter (1973:1360-1380) sobre la integración social y la difusión de los recursos escasos, los análisis de Moore y Alba (1982:39-60) respecto a la estratificación social de la élite, y las aportaciones de Fischer (1982) en torno a la integración de los barrios urbanos.

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en términos de técnica de análisis de la realidad social, que no de un plantea-miento cognitivo más amplio: hasta el punto de que Collins habla de teorías de redes y no de teoría de redes.

Esta caracterización, eminentemente técnica del análisis de los retículos, no constituiría un límite si no se encontrase con la posibilidad de algunos autores (White y otros, 1975) de que “como apoyo de la superioridad del planteamien-to relacional respecto al categorial, citan el general consenso de la teoría social clásica relativo al tránsito histórico de la concepción que privilegia las diferencia-ciones categóricas y los atributos de los individuos a la concepción que privilegia el aspecto relacional en la definición de la posición social de los mismos individuos. Esta transformación puede encontrarse en el tránsito de la condición de status a la contractual, de la dimensión adscriptiva a la adquisitiva. Según estos autores la sociedad moderna es una sociedad eminentemente relacional salida de las trans-formaciones de una sociedad basada sobre atributos de los individuos. En esta óptica el método de la network analysis sería superior porque es más adecuado a la naturaleza de la sociedad moderna” (Chiesi, 1980:295).

Dicho en otros términos y de forma contundente, la sociedad es concebi-da y conceptuada como red. Desde esta perspectiva, por utilizar expresiones banales y de claro sentido común, la sociedad “ funciona” diversamente, los diferentes sistemas de interdependencia que la constituyen están regulados por mecanismos particulares, la relación individuo-sociedad tendrá una arti-culación desigual y deberá ser leída de forma desemejante: sobre cada uno de estos aspectos la network analysis se ha pronunciado, por desgracia, de manera fragmentada.

En una brillante y modélica contribución de los años noventa del siglo pasado, John Scott (1991) se planteaba el ambicioso objetivo de presentar de forma simple, discursiva pero documentada, evitando como el mismo decía las complicaciones matemáticas –confinadas a las notas- que pueden alejar al lector, las técnicas del análisis de redes. Sin tener la pretensión de anclar la network a una particular, específica o si se quiere nueva teoría sociológi-ca, Scott (1991:cap.2) recorre acertadamente el camino que ha transitado la network analysis desde sus orígenes, representado incluso gráficamente la genealogía.

En la parte izquierda de la figura Scott introduce, en vertical, la teoría de la Gestalt, es decir, la teoría del campo y la sociometría, las dinámicas de grupo y la teoría de grafos. En la parte derecha individúa una matriz común dada

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por la antropología estructural-funcionalista de la que salen dos líneas verti-cales: la primera desde Warner a Mayo llega a Homans; la segunda que desde Gluckman llega a Mitchell, pasando por Barnes, Bott y Nadel.

La “social network analysis” sería, para Scott, una especie de precipitación de las influencias y de las conexiones que unen las dos líneas verticales (las dos matrices centrales): las dinámicas de grupo estarían en la base de las reflexiones de Homans, Barnes, Bott y Nadel y el punto de partida de los estructuralistas de Harvard; la teoría de grafos constituye el background formal de Mitchell (Scott, 1991:7). Siempre según Scott, se debe a Harrison White el mérito, profundizando en las bases matemáticas de la estructura social, de haber fusionado las instituciones centrales de sus predecesores norteamericanos y de haber creado una síntesis. Mediante las carreras profesionales de sus discípu-los, “the arguments of White and de work of the British researchers were united into a complex but increasingly coherent framework of social network analysis” (Scott, 1991:8)39.

Esbozada y planteada en estos términos, más que una verdadera síntesis que aglutina la mayor parte de la premisas que están presentes, la de White puede ser considerada una forma de reducción de los ligámenes sociales en matrices relacionales (como se ha observado en el primer capítulo tales matrices son del tipo 0-1), y como tal puede ser considerada sólo uno, entre los múltiples planteamientos sociológicos a la realidad entendida como relación social40.

Si las categorías interpretativas de tipo “relacional” son las más apropiadas

para estudiar una realidad, una sociedad que cada vez más es “relacional”, las posibilidades para la network analysis de transitar sin grandes sobresaltos, pero con seguridad firme desde el nivel de mera técnica al nivel de teoría dependen de sus posibilidades y de su capacidad de convertirse en un planteamiento cognitivo, es decir, de producir una “teoría compleja (o global) sobre toda la realidad social (no sobre singulares aspectos o fenómenos)” (Donati, 1991b:36).

¿Cómo se mide esta capacidad? Esta capacidad se mide no tanto por sus posibilidades de transformarse y convertirse en un framework múltiple, cohe-rente y en continua expansión, como por sus probabilidades de producir una teoría compleja en situación de comprender y explicar tanto el nivel micro como el macro de una sociedad. De igual manera que la realidad social no puede ser considerada un patchwork de puntos, un planteamiento cognitivo

39. Es interesante subrayar que Scott representa la genealogía de la network analysis con un grafo.40. Una crítica de este tipo de limitación puede encontrarse en Gribaudi (1996).

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no puede venir dado por la suma y aglutinación de técnicas cada vez más precisas, refinadas y complejas, ni por la optimización de desarrollos y teorías producidas en el nivel de las micro-interacciones (individuales o de peque-ños grupos). En consecuencia, no resulta arriesgado decir que la genealogía propuesta por Scott (1991) debe ser ampliada, y su ensanche debe producirse tanto a nivel vertical como horizontal. Y también debe dilatarse en el tiempo a fin de poder incluir en el esquema aquellas matrices teóricas que permiten y ofrecen la posibilidad hacer una lectura de la realidad como red, en cuanto que propiamente definen a la sociedad como tal.

El objeto del presente capítulo y de los tres siguientes es una reflexión sobre estas matrices teóricas de referencia. Haremos un recorrido por una serie de autores clásicos y no tan clásicos, autores que, al día de hoy, son el referente que tenemos la mayor parte de los científicos sociales.

Nuestro punto de partida será el siguiente: la constatación de que en el ámbito de la network analysis son centrales los conceptos operativos de rela-ción social, atributos de la relación, ligamen, distancia, espacio, estructura reticular, posición estructural e intercambio social. A partir de esta verifica-ción se intentará revelar y poner de manifiesto la amplitud teórica (hasta la construcción de una teoría general sobre toda la sociedad) de estos conceptos. La reflexión se ira desarrollando en tres concretas y precisas direcciones:

» Planteamientos cognitivos que contemplan lo social como relación social.

» Planteamientos que “ven” la realidad social como estructura.» Planteamientos que consideran lo social como resultado de flujos de

intercambio.

2.2. Algo más que el contacto social. “Referencia a” y “ ligamen entre”

Empezaremos nuestro recorrido con una de las muchas definiciones que se han hecho y ofertado en el amplio campo de las ciencias sociales sobre la propia relación social:

“Modo de ser y de actuar de un sujeto en referencia genérica a un determinado otro; contacto, ligamen, conexión entre dos o más sujetos, individuales o colec-tivos, tal que siendo conocido un estado o comportamiento de uno de los sujetos

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es posible inferir de forma aproximada el estado o el comportamiento correspon-diente del otro” (Gallino, 1978:558).

La relación social se distingue y es algo más que el mero contacto social. El motivo de esta afirmación es bien sencillo: implica en los sujetos el conoci-miento del ligamen que existe entre ellos, y como tal cae bajo el dominio o se sitúa en el amplio espectro de las acciones dotadas de sentido. Según Donati, (1991a:243-244), la definición anteriormente apuntada es parcial e incomple-ta, no pudiendo ser aceptada por diversos motivos. Veámoslos.

Fundamentalmente, y este es el motivo de mayor calado, porque es una miscelánea de los diversos planteamientos que se han sucedido a lo largo de la historia de la sociología, una miscelánea en la que no se da o se plantea un cuadro conceptual que unifique o que presente lo que podríamos llamar un denominados común (aún más, tiende a identificar un “concreto” que sólo puede ser analizado en términos analíticos). La relación, y esto hay que tenerlo muy claro, no solamente es una “referencia a”. Si nos limitásemos a ello tendríamos una visión rotundamente incompleta. También – y al mismo tiempo- es un “ligamen entre” (de otra manera, los aspectos simbólicos y de acción vienen escindidos de los estructurales y condicionales). La “propiedad o género específico” no es más que una de las posibles e infinitas modalidades. No se ha pedido estrictamente que el “otro” de la relación social esté deter-minado. La deducción del estado o del comportamiento recíproco tan sólo es una modalidad particular y concreta de relación.

¿Qué primera conclusión podemos extraer de la definición ofertada por Gallino? Pues que los tres aspectos que sucesivamente este autor especifi-ca se reducen a pretendidos intentos de diferenciar la relación del “contacto social” que, por otra parte, son otros casos particulares. La relación social es presentada y tratada como un “concreto” en clave psico-social, más que en clave sociológica, y, esto es lo más grave, sin una necesaria y articulada teoría analítica generalizada. Debe quedar claro desde un primer momento que la relación, siendo desde el punto de vista filosófico una categoría primitiva del ser y del pensamiento, no puede ser explicada, aunque puede ser experimen-tada, observada y, dentro de ciertos límites, descrita. Ahora bien, como toda noción primera, no puede ser definida, pero si semantizada. Su importancia reside en el estar siempre presente como hecho constitutivo y fundamental de la realidad y del conocimiento.

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Llegados a este punto es preciso hacer una matización y detenernos en ella. Matización que, en buena medida, nos arroja luz sobre todo cuanto se contie-ne en este capítulo y en los dos siguientes. Vayamos a ella. Las ciencias sociales contemporáneas se han alejado y han ido abandonado de forma progresiva la idea de que la noción de relación sea un “concepto primero”, auto-eviden-te y no sometido a una posterior descomposición. Tras estos primeros pasos han iniciado y desarrollado con todas sus consecuencias una doble operación: por una parte, de debate y discusión semántica y, por otra, de descomposi-ción-rearticulación analítica de la relación social según diversas dimensiones y componentes.

Las operaciones anteriormente apuntadas han tenido como resultado la introducción de tres semánticas fundamentales:

a) La semántica referencial. Para esta semántica la relación se nos presenta y es entendida como refero, o sea, como un referir cualquier cosa a otro dentro de un cuadro de significados simbólicos, con diferentes tipos y grados de intencionalidad, más o menos compartidos por los actores en campo. En su interior se nos insertan con toda claridad las corrientes comprensivas y fenomenológicas (con sucesivos desarrollos en el interac-cionismo simbólico, en la etnometodología, etc…).

b) La semántica estructural. Por su parte, para esta semántica la relación social se concibe como religo, esto es, como ligamen, conexión, vínculo, condicionamiento recíproco, estructura, que es al mismo tiempo vínculo y recurso, de carácter impersonal o supra-personal. Se nos incardinan aquí todas las denominadas corrientes estructurales, corrientes que, a pesar de sus múltiples y diferentes rostros, tienen su punto de partida en Marx y Durkheim.

A su vez, es posible efectuar fragmentaciones y descomponer estas dos dimensiones semánticas de la relación en posteriores componentes analíticos. Y la teoría sociológica más reciente es un vivo ejemplo de ello. También es posible caminar más allá y buscar formas de integración entre estas semánti-cas y sus componentes internos.

Posiblemente, el intento más emblemático y señero en tal dirección es aquel que interpreta y concibe la relación social según el esquema AGIL (Donati, 1991b:cap. 4): el eje referencial (la relación como refero) viene interpretado

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en términos de referencias entre valores de base y determinados objetivos intencionales-situacionales (eje L-G: latencia-realización de las metas, o bien cultura-personalidad) y el eje estructural (la relación como religo) en términos de medios conectados a normas de comportamiento (eje A-I: adaptación-inte-gración, o bien sistema comportamental-sistema social).

La relación social según el esquema AGIL

La perspectiva que obtiene Donati de esta búsqueda de nuevas formas de integración entre estas semánticas y sus componentes internos es de gran importancia y relieve. Por una parte se afirma, y esto es capital y decisivo, que la relación social presupone o implica cuatro componentes, o bien pre-requi-sitos funcionales, fundamentales: recursos, objetivos situacionales, normas y orientaciones de valor. En segundo lugar, se tiene un esquema que a su vez nos va a permitir relacionar, sincrónica y diacrónicamente, los propios componen-tes de la relación social anteriormente esbozados.

Los cuatro componentes de la relación social

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Una interesante reformulación del esquema de la relación AGIL también la podemos encontrar en la teoría neo-funcionalista (Luhmann, 1991, 1993). Concretamente, dicho esquema se nos presenta en los términos de un meca-nismo autopoiético, mecanismo que actúa casi de forma automática a través de una doble y simultánea distinción binaria de gran calado. Por una parte estaría la distinción entre interno/externo del sistema social, y por otra la distinción antes/después de la dimensión temporal. En cualquier caso, y con todas sus consecuencias, en esta relectura la relación social viene considerada como el envoltorio, o mejor aún, como el fulcro del análisis social (Parlebas, 1992).

Hay otra interesante formulación que combina las dos semánticas ante-riores. Nos estamos refiriendo a la realizada por Bajoit (1992). Este último presenta y concibe a la relación social como ligamen, un ligamen que cons-taría de dos dimensiones fundamentales interconectadas entre sí: un vínculo de identidad (solidaridad) y un vínculo de diversidad (intercambio). Según Bajoit, las propias tradiciones teóricas pueden ser aglutinadas y reconducidas a cuatro paradigmas: de la integración social, de la competición, de la aliena-ción, del conflicto. Todas ellas vienen caracterizadas por el modo en como contemplan la relación social como resultado de la mezcla de estos ligámenes en sus diversas articulaciones.

Sin embargo, si nos detenemos un instante y contemplamos tanto a las semánticas referenciales y como a las semánticas estructurales de la relación podemos detectar que poseen un mismo denominador común. Este no es otro que la descripción de una situación contemplada en el marco o corsé de un cierto tiempo y espacio. Marco o corsé que, todo hay que decirlo, actúan como límites. Dicho en otros términos, ambas semánticas comparten como vacío el no poseer un carácter generador, o sea, no dicen nada o dicen muy poco sobre qué genera las relaciones sociales. Pero no sólo eso, tampoco abordan el crucial aspecto referente a cómo las relaciones sociales asumen un carácter generativo en cuanto “ fenómenos emergentes”, es decir, que exceden y van más alla de los elementos y las relaciones existentes precedentemente. Desde un planteamiento morfogenético (Archer, 1997), emergente no sólo significa una rápida difusión y un rápido crecimiento. Sobre todo significa que se libera de las interacciones, que crean algo imprevisto o que no se manifiesta a partir de los elementos iniciales.

c) Por tanto, y Donati es muy resolutivo en este aspecto, es necesario dar un paso al frente y acceder a un tercer tipo de semántica, diferente de las

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referenciales y de las estructurales, semántica a la que podríamos aplicar el calificativo de “generativa”. Esta muestra, o debería mostrar, cómo los diversos componentes y los variados sujetos agentes que entran en relación producen un efecto que posee el siguiente rasgo distintivo: no es expli-cable a partir de las propiedades de tales componentes y actores sociales, sino que asume connotaciones cuantitativas-cualitativas propias.

En esta dirección, que va más allá de los planteamientos tradicionales que observan la relación en términos de energía afectiva (por ejemplo Pages, 1970) y de ligamen simbólico y funcional (Stark, 1976-1983), se sitúan algunos autores. Apoyándose más o menos explícitamente en la idea simmeliana de efecto de intercambiabilidad o de reciprocidad (Wechselwirkung), han conduci-do estudios de carácter psicológico-social, especialmente en pequeños grupos, para investigar la relación social como “efecto de interacción”. Su objetivo no ha sido otro que resaltar tanto los efectos diversos de ego sobre alter, como los de alter sobre ego. Estos sólo pueden observarse y medirse si se toma como unidad de análisis no el individuo, sino la misma relación.

Muy buenos ejemplos de lo anteriormente planteado los podemos encon-trar en las aportaciones de Cook y Dreyer (1984), que han elaborado con este motivo un “modelo relacional” para el estudio de la familia. A quién plantea como crítica que la perspectiva relacional termina eliminando o perdiendo la identidad individual (el self ), Tam (1989) ha respondido, aportando pruebas empíricas, que la interdependencia ego-alter no es una idea circular, sino que, al contrario, en la relación entendida como inter-acción, el self se distingue, diferencia y mantiene toda su autonomía.

En síntesis, cuando se afronta el arduo y complejo problema de definir la relación social se tiende generalmente a utilizar y combinar una o más de las tres semánticas anteriores (referencial, estructural, generativa). Para una definición comprensiva de la relación social es necesario tenerlas presentes. De esta manera, y caminando más allá de la propuesta que nos hacía Gallino al inicio de este capítulo, podemos decir que, desde el punto de vista de las ciencias sociales hodiernas, la relación social es: aquella referencia -simbóli-ca e intencional- que conecta los sujetos sociales en cuanto genera (también como simple actualización) un ligamen o vínculo entre ellos, o sea, en cuanto expresa su “acción recíproca”. Y esta última consiste precisamente en la influen-cia que los términos de la relación tienen el uno sobre el otro, pero también, y esto es lo importante y decisivo, en el efecto de reciprocidad emergente entre ellos, un efecto que es diferente de los propios términos de la relación, y que

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está presente en ambos de forma diversa.

“Estar (ser) en relación” puede tener un significado estático o dinámico, es decir, puede significar encontrarse en un contexto (morfo-estasis), o bien en inter-acción (morfo-génesis). Esto nos lleva a una conclusión de gran calado, conclusión que no es otra que la oportuna distinción entre:

» Relación social como contexto, o bien como matriz contextual, o sea, como situación de referentes simbólicos y conexiones estructurales obser-vadas en un cierto campo “estático” de investigación.

» Relación social como interacción, o bien como efecto emergente en/desde una dinámica inter-activa.

En cualquier caso, el estar en relación comporta el hecho de que, obrando uno por referencia a otro, ego y alter no sólo se orientan y se condicionan recí-procamente. También que dan lugar a una conexión sui generis, conexión que en parte depende de ego, en parte de alter, y en parte es una realidad (efectiva o virtual) que no depende de los dos, sino que los “trasciende” o “excede”.

Poner de manifiesto este tertium, normalmente, implica la necesidad del punto de vista de un observador externo a los sujetos (ego y alter) en relación. También puede ser realizado desde ego y desde alter, ahora bien, si y en la medida en que se colocan en un punto de vista externo a sí mismos, salen o emigran, por así decirlo, de su particular y concreta visión. Como se pueden comprobar, estamos ante algo que generalmente suele resultar muy problemá-tico. De esta manera es posible comprender por qué, generalmente, los sujetos agentes no tienen conciencia de la relación social como cualquier cosa de “otro” respecto a las propias (singulares) motivaciones e intenciones subjetivas (dicho de otra manera: sólo sujetos altamente reflexivos, o bien sujetos que utilizan cibernéticas de según orden, pueden “objetivar” las propias relaciones).

Pasemos a intentar dar respuesta a un interrogante que ha estado planeando

desde que empezamos este capítulo: ¿Qué queda después de toda inter-acción? Después de toda inter-acción, la relación que sirve de apoyo y que la actualiza ya no es la misma. Concretamente se refuerza o se debilita, por tanto, cambia su cualidad. Y por ello las relaciones sociales no sólo admiten, sino que requie-ren necesariamente “historia”, en cuanto que sólo pueden existir y tener lugar en el tiempo (Gottman, 1982). Se puede afirmar con toda la contundencia que sea necesaria que las relaciones sociales tienen su código temporal, que

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podemos llamar histórico-relacional. Con este término se alude a la diversa forma de declinar la diferencia anterior/posterior en las sucesiones o tránsitos desde una condición (o estado) a otra de una determinada entidad social41.

Dicho código introduce la dimensión del “tiempo que dura”, o sea, alude a la relación entendida como aquello que es realizado y contemplado en un tiempo que “ha durado” y que, como tal, está socialmente mediado (tiempo histórico). Es decir, es un tiempo anterior y posterior al sujeto. El código histó-rico temporal es diverso del código inter-activo, en el que el tiempo social tiene la duración de un suceso. Este último código puede estar caracterizado en el espacio (como encuentro cara-a-cara) o bien fuera del espacio (por ejemplo cuando hablamos de la sociedad de la información o del espectaculo). La inter-acción no constituye por sí sóla la relación social en cuanto presupone las relaciones sociales. Es el contexto de las relaciones el que explica el esfuerzo de convergencia y divergencia, y las esperas recíprocas, antes que lo inverso, entre los actores. Podemos captar la incertidumbre (la indeterminación) de la inter-acción, su contingencia interna y su referirse a otro, si salimos de un modelo de tipo conductista, es decir, intencional.

También es diferente el código histórico-relacional del código simbólico, en el que el tiempo social tiene las características de gran estabilidad, de “eter-nidad”, o bien no tiene propiamente durée. Con este último código se alude a aquello que no ha durado en sentido estricto, pero que se dilata y persiste “ fuera del tiempo”. Connotación propia de lo simbólico (en sentido fuerte) es tener un tiempo tendecialmente no acabado, o bien que dura desde siempre y para siempre. Lo simbólico fuerte tiene la característica de “anular el tiempo”. De ahí la idea de acontecimientos que no tienen historia, o que marcan el “fin de la historia”. En la perspectiva de la psicología social, la relación sirve de base a la (es el apoyo de la) inter-acción y la inter-acción expresa (actualiza o bien “rellena”) la relación: si sólo nos quedamos en el nivel de la inter-acción

41. El tiempo histórico-relacional puede ser dilatado o reducido y, normalmente, es experimentado, codificado y re-codificado en formas diversas. Un ejemplo: la emergencia actual de una forma familiar llamada “ familia prolongada del joven adulto” (aquella en la que el hijo permanece en la familia durante mucho tiempo, más allá de la edad media matrimonial), representa una forma de alargar el tiempo (social) de la adolescencia en los jóvenes y de atrasar el envejecimiento de los progenitores.

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se pierde la dimensión histórica de la vida social42.

Observar la diferencia entre los tres códigos y las formas de su copresencia, comprenetración, interdependencia no es una operación sencilla. En concre-to, la dificultad de captar el código relacional específico emerge, entre otras cosas, de la tendencia a “colapsar” la relación en la inter-acción, o del recurso a meta-modelos simbólicos de referencia que olvidan la subjetividad (es decir, la excedencia de lo singular respecto a las formas sociales dadas), máxime en un momento que, como el actual, reclama para sí la importancia de la subjetivi-dad como variable explicativa del cambio social.

El tipo y grado de relacionalidad también definen una categoría de bienes sociales llamados “bienes relacionales”. Su característica fundamental es el de no ser ni estrictamente públicos, ni estrictamente privados, de no ser competitivos según juegos de suma cero y de solamente poder ser producidos y consumidos conjuntamente por los participantes, en las redes informales (bienes relacionales primarios) y en las redes asociativas (bienes relacionales secundarios) (Donati, 1993:cap. 2).

Según recientes aportaciones del pensamiento socio-jurídico (Willke, 1985), la relacionalidad social también caracteriza a un tipo de estructura legal, mejor dicho normativa. Esta, a diferencia de los ordenamientos jurí-dicos o normativos de tipo condicional (que actúan a partir de órdenes o normas del tipo “si sucede X, entonces se debe hacer Y”) y finalistas (que actúan por objetivos y proyectos), actúa a través de reglas que vienen producidas por continuos relacionamientos de los sujetos relevantes.

El paradigma puede aplicarse al campo de las políticas sociales como sistema de observación-diagnóstico-guía relacional (ODG):

» (O) La observación de las necesidades sociales tiene que aparecer como

42. En nuestra opinión, gran parte de las teorías que intentan comprender el cambio social en la sociedad actual están caracterizadas por acentuar el primer código, el inter-activo, en detrimento de los restantes. Un buen ejemplo es Baudrillard (2000) y todos aquellos que leen el cambio social en términos “comunicativos”, minusva-lorando los códigos relacionales y simbólicos. En el extremo opuesto, Luhmann (1991) reduce la relación social a inter-acción, es decir a acontecimiento caracterizado por un “tiempo acontecimiento” (que dura lo que la comu-nicación). Ciertamente, los otros códigos se ignoran. En general, en los más recientes planteamientos teóricos del cambio social es evidente la tendencia a hacer más contingentes las relaciones sociales al centrar la observa-ción en el primer código (aunque muchos tengan en cuenta su límites con el código intencional). Sin embargo, la identidad de una forma social debe ser contemplada como “ imbricación” entre los tres tipos de códigos (el término “ imbricación” significa una interpenetración fuertemente interconectada) (Scabini, Cigoli, 1991). Una forma social puede ser considerada como una configuración que asume la variedad de la relación social entre los tres códigos, y, en este sentido, decimos que está constituida de orden y variedad.

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una relación que debe definir el propio objeto relacionalmente, por tanto, a partir de un análisis de las relaciones entre el operador social y el usuario. Dichas relaciones son conexiones estructurales y simbólicas que se refieren a las relaciones internas del operador social y del usuario. En consecuencia, el objetivo es desarrollar una observación que sea cons-ciente de las paradojas de los sistemas de observación y sea apta para tratarlas.

» (D) Una intervención concreta presupone una descripción valorativa de la condición en la que se quiere intervenir. Dicha descripción se realiza en términos de distinciones entre patología y normalidad (de forma más general, entre estado satisfecho e insatisfecho), es decir un diagnóstico. Este es un caso especial de descripción que condensa la observación general de una situación a través de la focalización de la diferencia entre situación o comportamiento normal (o satisfecho) y patológico (o insatisfecho).

» (G) La idea-eje de la guía relacional es que son los mismos sujetos partici-pantes en los programas de bienestar los que elaboran la definición de lo que debe ser hecho, por quién, cómo y cuándo, en términos de máxima reciprocidad posible. Sólo ellos pueden observar y diagnosticar la situación. Sólo ellos pueden interiorizar y activar las decisiones acordadas. La guía es llamada relacional en cuanto que las intervenciones deben respetar la integridad de actores autónomos y, al mismo tiempo, promover un cambio estructural organizado (Donati, 1991b: cap. 5).

Descendamos un peldaño en el nivel de abstracción. El punto de partida es el siguiente: se plantea la hipótesis de que la familia es un sistema relacional que define sus necesidades “en relación” al contexto y a sus sujetos. Y se asume que el sistema de atención es más o menos capaz de afrontar las necesidades familiares en la medida en que tiene en cuenta esta relacionalidad y se estruc-tura así mismo “relacionalmente” en sus confrontaciones.

Teniendo como telón de fondo esta simple hipótesis, a partir de la cual –teóricamente- se espera una correspondencia cualitativa entre organización familiar y organización de los servicios, el trabajador social puede comprender y medir el sentido y la funcionalidad de las acciones efectivamente activadas para responder a las exigencias de una vida cotidiana complicada, vivida con la pretensión de evitar la marginación de los sujetos más débiles.

Todo esto nos traslada a la suposición de que un sistema de respuesta

(coping) en las confrontaciones de las necesidades familiares es más óptimo

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cuanto más asume la configuración de un “sistema complejo en red”, en el que necesidades y respuestas están correlacionadas a través de una pluralidad de actores, formales e informales, de asistencia. Obviamente, en el nivel empí-rico, se espera que tal sistema en red jamás sea plenamente satisfactorio, ni ya dado, ni perfectamente definido. Se espera, sin embargo, que estas redes sean en la mayor parte de los casos más desorganizadas que organizadas; con un alto compromiso y negociación, antes que consensuales y preordenadas; más supra-funcionales que funcionalmente bien específicas, y, en cuanto a los recursos y a los sujetos participantes, muy combinatorias e interactivas más que unilaterales y normativizadas. La red puede ser más o menos consciente, más o menos eficiente, más o menos eficaz, más o menos óptima en función de una serie de variables que intervienen y de las que debe dar cuenta el traba-jador social.

El sentido y la utilidad de este marco de hipótesis es simple: se espera que,

cuanto más existe el sistema en red y es más capaz de auto-organizarse, tanto más las necesidades pueden afrontarse de manera satisfactoria por los mismos sujetos que son portadores mediante oportunas ayudas. Con posterioridad, se observará si esto es cierto o no, por qué si o por qué no, y con que conse-cuencias. De las discrepancias entre la realidad esperada y la realidad de hecho se aguardan conocimientos instructivos. En el caso de que se verifiquen las hipótesis, se pueden extraer indicaciones útiles en el nivel operativo. En caso contrario, se deben reformular tanto las hipótesis como las indicaciones prác-ticas consiguientes.

Por tanto, la primera asunción consiste en considerar la condición social

de las personas, in primis familiar, como una red de relaciones en un sistema complejo que genera problemas así como puede generar soluciones. Cierta-mente, y en función de cuanto se ha dicho, no se trata de ver a la familia como la “causa” de los problemas sociales. Más bien al contrario. Es más exacto decir que los problemas sociales emergen en la y a través de la familia. Por esto motivo es muy importante considerar la condición familiar.

Hecho este recorrido resulta con claridad la evidencia, o mejor la conclu-sión, de que nos encontramos ante una relacionalidad que actualmente se aleja del concepto de relación como simple ligamen social, o sea, como fuerza implícita de una norma social precedente y dominadora de los individuos (como aún la conceptúan la mayor parte de los autores).

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2.3. La sempiterna presencia de la relación y lo relacional

No se corre ningún riesgo, ni tampoco nos embarcamos en una aventu-ra peligrosa y sin sentido si afirmamos que la noción de relación social está presente, de cualquier forma y con cualquier sentido, en el pensamiento filo-sófico y social desde la antigüedad hasta nuestros días.

Empecemos por la Grecia clásica. En su universo conceptual, al no existir y tener presencia un concepto concreto y específico de lo “social” (éste es absor-bido, con todas sus consecuencias, en el concepto de lo “político”), es impropio, por no decir erróneo, hablar de relación social. En Aristóteles la categoría filosófica de relación (pros ti -Cat., 7, 6a- locución adverbial cuyo significado es: “en relación a” lo que tiene realidad sustancial) se nos presenta como una noción primera que, de ninguna de las maneras, no admite una posible defi-nición. Esencialmente muestra y exterioriza un testimonio de razón. En líneas generales, cuando pasa a convertirse propiamente en objeto de observación empírica, más allá de cualquier formulación teórica, en la filosofía aristotélica la relación social como tal asume como rasgo distintivo un carácter de reali-dad derivada y naturalista. Se supone o se intuye que procede de la misma y propia naturaleza de los seres vivientes. De ahí que le podamos aplicar el calificativo de accidental.

Al igual que la cultura griega, tampoco la cultura romana posee un concep-to específico de relación social. Una vez más nos encontramos ante un vacío de calado. Ahora bien, y si ánimo de ser pretenciosos, conviene recordar que en la cultura romana se nos ofrece, con toda la rotundidad que sea posible, la raíz etimológica de relatio. Esta indica la referencia de un ente o de un objeto a otro según un determinado y concreto modo que puede ser propio de las cosas mismas entre sí, o bien puesto por la mente entre las cosas. Del resto, también conviene tener presente que tampoco el Derecho Romano conoce y posee el concepto de relación jurídica que, “entendida como relación de persona a persona, determinada por una regla jurídica”, aparece con claridad en la pandentística.

Los inicios de la modernidad no están, como muchos piensan, en la Ilus-tración o en las diferentes revoluciones económicas, sociales y políticas que tienen lugar desde finales del siglo XVII y comienzos del siglo XVIII. Todas estas manifestaciones son eso, las primeras manifestaciones de la modernidad. Desde el punto de vista temporal, los primeros inicios son otra cosa, y éstos hay que ubicarlos entre los siglos XII y XIII, en el marco de un complejo

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cambio social que, insistimos, marca el comienzo de la época moderna. Es en este contexto cuando propiamente se inicia el desarrollo de una “doctrina de las relaciones” (Tomás de Aquino, Duns Scoto y otros).

Ciertamente, el interés por el concepto de relación es prioritaria y elemen-talmente metafísico. De ello no cabe nuda. Sin embargo, también es cierto que asistimos a un lento y tortuoso caminar en sentido gnoseológico que, de alguna manera, precede, e incluso podemos decir que condiciona, a los desa-rrollos lógico-formales que serán propios de la modernidad (Krempel, 1952; Horstmann, 1984). Cuando el concepto de relación empiece a ser aplicado a la esfera del pensamiento social y político nos encontraremos ante los prime-ros pasos de la investigación sobre la relación como componente esencial de lo social. Si, repitamos, porque la afirmación es de calado, la relación social como elemento constitutivo y fundamental de lo social. Las primeras expresiones de todo ello aparecerán en el empirismo inglés y en idealismo alemán de los siglos XVIII y XIX, es decir, en las dos tradiciones (anglosajona y europeo-continental) que caracterizan la idea moderna de sociedad civil.

No supone ningún descubrimiento señalar que, en el concreto teatro de las ciencias sociales, la relación social es un objeto de la sociología desde sus orígenes. Aún más, como posteriormente veremos para muchos de nuestros clásicos y no tan clásicos representa el objeto específico de análisis, objeto que en buena medida marca la diferencia y las distancias entre la sociología y otras ciencias de lo humano43. Dicho en otros términos y de forma más concreta, la relación social emerge como realidad y como tema específico de investigación con la sociedad moderna si y en la medida en que se verifican dos grandes fenómenos. Veámoslos porque merece la pena dedicarles aunque sea unos párrafos.

a) Primero, las relaciones entre las personas -y, en general, entre los actores que se mueven en los diferentes escenarios de la sociedad- no son ya vistas y vividas “como dadas por naturaleza”, sino que empiezan a ser considera-das como históricas. Y las consecuencias que se derivan son especialmente interesantes. Se nos presentan como mutables, producibles y reproduci-bles según modalidades culturales de tipo “artificial”. La distinción y el abismo que empieza abrirse entre lo que caracteriza las relaciones sociales de intercambio del “hombre moderno” y lo que connota las relaciones naturales y adscritas del “hombre pre-moderno” camina al mismo paso

43. Crespi define “ la sociedad humana como un sistema determinado de relaciones recíprocas, mediadas simbólica-mente, entre individuos dotados de auto-conocimiento” (Crespi, 1985:35).

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que la emergencia de aquella esfera social, claramente marcada por las nuevas instituciones de la opinión pública burguesa y del mercado capi-talista, en las que y a través de las que se cumple el gran experimento del progreso en sentido moderno.

b) Segundo, aunque no de menor importancia, desde el punto de vista del pensamiento reflexivo, la categoría filosófica y cultural de relación no es ya considerada como simple y axiomática (un a-priori y una categoría primera de la mente), sino que -en cuanto aplicada al vivir social- viene representada como una noción compleja y sometida a la diferenciación. Afirmar que la relación social pueda ser interpretada (semantizada), comporta la posibilidad de incardinarla a un universo de códigos simbó-licos que, a su vez, están sujetos a varias y diversas formas evolutivas. En cualquier caso, la noción de relación social asume una tensión interna, se presenta ambivalente y diferenciada (bien sea interna que externamente), según componentes y dinámicas que deben ser constantemente explica-das.

Las consecuencias que se derivan de estos dos grandes desplazamientos no se dejan esperar. En el caso concreto del modo de entender la relación social indican con toda nitidez que la modernidad -observada como forma cultural- está caracterizada por la idea de que la civilidad de una sociedad, esto es, su connotación de “civil”, está estrechamente ligada a la cantidad y cualidad de las relaciones que vienen creadas y emergen mediante un proceso de diferen-ciación social. Este, a continuación, genera, destruye y reorganiza las propias relaciones sociales según diversas distinciones-guía que actúan en las diferen-tes esferas, sub-sistemas o contextos de la sociedad.

Ahora bien, maticemos porque es necesario hacerlo. En contadas ocasio-nes se ha presentado a la relación social como una clave esencial y un foco de lectura o punto de observación de los fenómenos sociales, es decir, en el sentido de elaborar y confeccionar una específica ciencia social como “teoría de las relaciones sociales”. Una teoría que sea diversa y diferente de una simple tipología (más o menos compleja y articulada) o de un producto indirecto de otras teorías (por ejemplo de la acción, o de las formaciones sociales, o del sistema social, etc.).

¿De dónde procede la mayor dificultad? Posiblemente del siguiente acon-tecimiento: no es fácil, aún más, se trata de una tarea ardua, conceptuar a la relación en sí. De hecho se la sigue estudiando y analizando desde perspectivas

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muy particulares o de forma derivada. Dicho en otros términos, las diversas aproximaciones al estudio de la relación social han revelado y arrojado luz sobre algunos aspectos y propiedades conforme a sus premisas generales y sus métodos y objetivos particulares. En general, se ha tratado de definir a la rela-ción social como un objeto más entre los muchos que aparecen en el paisaje de las ciencias sociales (como los grupos, las clases, los roles, el self, etc.). ¿Cuál ha sido el resultado? Este no ha sido otro que la acentuación y remarque de sus connotaciones psico-sociológicas como modo de ser y de obrar inter-mental (desde Tarde a las variadas escuelas norteamericanas de derivación meadiana), antes que analizarla y estudiarla como contenido y constitutivo de lo social, en sentido tanto estructural como simbólico. Por tanto, no se ha tenido presente y se ha olvidado de forma casi radical, que la relación es:

» La clave para entrar y salir de la realidad. Dicho en otros términos, la llave que nos da acceso y nos permite abandonar los diferentes escenarios que componen el mundo que nos rodea.

» No elimina los términos que liga, al contrario, los investiga y explica. Aunque no debemos de olvidar que también han aflorado ciertas formas de relacionismo que, en buena medida, suponen la propia disolución de dichos términos o polos.

» Un “concreto”, no una pura abstracción (forma o comunicación). Esto es, algo específico.

» Tal conjunto (pensamiento-y-realidad) relacional solamente in extremis es dicotómico (ambivalente, dual, etc.) o confuso: normalmente tiene una estructura de redes, conecta, liga, crea interdependencias; lo que conlleva tensiones y conflictos relacionados.

» Las normas (y reglas) son una forma absolutamente necesaria e inevitable para regular “normalmente”, es decir, en condiciones no extremas, las contingencias de situaciones y acontecimientos que, en lo social, no están en ningún momento determinadas a-priori.

Si se radicaliza esta perspectiva, de tal manera que la relación deja de ser la clave expresiva de los términos que liga y la vía a través de la que explorarlos o, como decíamos anteriormente, la llave que nos da acceso y nos permite abandonar los diferentes escenarios que componen el mundo que nos rodea, y se convierte en la categoría que los absorbe y los anula, entonces se incurre en el relacionismo.

Según planteamientos más moderados o más radicales como son, respec-

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tivamente, por una parte, el planteamiento fenomenológico (Paci, 1965-66), en el que lo social es sinónimo de “vivencia constituida por experiencias”, y, por otra, las posiciones epistemológicas relativistas (Winch, 1958), como la llamada “estética del cambio” (Keeney, 1983) y la “pragmática relacional” (Emirbayer, 1994:1411-1454), el relacionismo puede ser definido como una reducción de la relación a mera vivencia y proceso.

Concretamente, esto es lo que ha hecho la sociología postmoderna, una sociología que tiene como una de sus figuras más emblemáticas a Maffesoli. Para el sociólogo de las tribus urbanas, su idea de relación social es “débil”: “las relaciones sociales son consideradas comunicaciones (...). A la relación social se le niega la función de deber ligar sujetos, de deber regir lo simbólico, de tener cual-quier relacionalidad normativa” (Donati, 1991b:53). La socialidad es radical y absoluta, se convierte (como en Simmel) “en una especie de evaporación” (Cipolla, 1997:272), un juego de los juegos que se reproduce en un equilibrio inestable y contingente.

Pero dejemos a un lado los rodeos y concretemos. En cualquiera de estos casos brevemente apuntados con anterioridad, aunque de forma diversa, la relación social corre el serio riesgo de ser presentada y conceptuada como realidad puramente contingente fin en sí misma. Y no debemos de olvidar que, en el campo de las ciencias sociales, el carácter “relativo” de los fenóme-nos indica claramente una realidad (la relación, con su estructura, funciones, articulaciones) que es unidad de las distinciones y no una pura arbitrariedad o mera situación.

Llegados a este punto no está de más decir que, de la relación social no se puede indicar lo que Wittgenstein afirmaba del juego lingüístico en el ensayo “De la certeza”: “cualquier cosa de impredecible (…) o sea: no está fundado, no es razonable (o irrazonable). Está allí, como nuestra vida”. Que las relaciones sigan reglas vagas, huidizas o ambiguas forma parte de nuestra experiencia cotidiana. Igualmente, también forma pare de ella su tendencia a polarizarse (por ejemplo en códigos binarios, que es la forma más sencilla de simplificar la realidad). Pero las relaciones sociales no pueden ser estructuralmente inciertas, ambiguas o dicotómicas: su objetivo es trasladar más allá de las ambigüeda-des y de las dicotomías que, sin embargo, ellas mismas generan continua y constantemente.

De relaciones sociales (entendidas como formas de las diferentes conexio-nes entre actores de un sistema social) tratan autores clásicos como Marx,

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Weber y Durkheim44. Veámoslos brevemente, así como sus desarrollos más recientes en la sociología contemporánea. Una sociología que, ciertamente, ha liquidado a la sociología tiránica y totalitaria de la modernidad. Sin embargo, poco nos aporta a la hora de confeccionar nuevos modelos conceptuales. Mas bien se encuentra ligada a un planteamiento negativo que favorece la decons-trucción frente a la construcción, siendo necesario, como señala Belardinelli (1996) apostar por esta última. Ante la incapacidad para reformular un nuevo paradigma de la relación social, la sociología más contemporánea, la sociolo-gía hodierna, expresa la crisis de la modernidad, y no su superación.

2.4. Marx, Bourdieu y Giddens, un mismo denominador común a pesar de las distancias

Empezaremos nuestro recorrido por el autor de El Capital con un inte-rrogante: ¿Qué es para Marx la sociedad? Sin lugar a dudas, para Marx la sociedad es relación social. Es relación el sujeto “hombre” (véanse los Escritos económicos-filosóficos del 44). Lo es también la ideología (véase La ideología alemana). Y lo son de forma directa e inmediata las clases sociales (véanse la diferentes obras históricas y El Capital). Aún más, y consignamos a nuestros lectores otra afirmación de trazos fuertes: se puede decir que Marx es, desde el punto de vista de lo que generalmente solemos llamar historia del pensamien-to sociológico, el primer autor que define todo objeto y sujeto en términos de relaciones sociales. Con ello no hace otra cosa que trasladar al terreno y esce-nario sociológico lo que ha sido la filosofía relacional de Hegel.

Pero la anterior afirmación tiene sus pegas, y como veremos son de calado. Desafortunadamente, Marx lleva a cabo esta mudanza al terreno sociológico desde el terreno filosófico partiendo de unas premisas epistemológicas de corte idealista que son reinterpretadas en términos materialistas. Una operación que, en nuestra opinión, no es relacional en buena parte de sus dimensiones. Mas bien ocurre lo contrario, pierde la naturaleza de las relaciones sociales en cuanto tales (aquellas que concretamente contemplaba detrás de la alinea-ción capitalista). Para este autor, en antítesis a la filosofía del conocimiento de Hegel, las relaciones sociales esencialmente son expresión de las bases materia-

44. Para la excursión que vamos a realizar en los siguientes apartados sobre diversos autores clásicos y no tan clásicos, hemos seguido la lectura, análisis y aportaciones que hace de cada uno de ellos Donati, el padre de la teoría relacional de la sociedad (1991a, 1991b). Una lectura ciertamente parcial, en cuanto que tiene como pers-pectiva de observación la propia perspectiva relacional. Sin embargo, no resulta arriesgado afirmar que, desde ella, emergen toda una serie de claves de lectura especialmente interesantes para el trabajo que venimos desarrollando en esta obra.

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les (las famosas fuerzas productivas) de la sociedad.

Marx adopta y asume una perspectiva en la que el hombre es un ser pura-mente social, si y en cuanto ser que está determinado por las relaciones materiales (por ello llamadas relaciones sociales) en las que se encuentra inser-tado históricamente (véase Tesis sobre Feuerbarch, 1845). Y éstas, las relaciones sociales, son entendidas y concebidas en sentido sustancial según un realismo absoluto -de fondo económico- que las conceptúa:

» A nivel micro como condicionamientos concretos que se injertan en un cuerpo biológico que está dotado de un aparato psíquico capaz de absor-berlos y re-elaborarlos.

» A nivel macro como relaciones entre clases sociales determinadas por la propiedad de los medios de producción y por el nivel de desarrollo de las fuerzas tecnológicas.

Un ejemplo vale más que mil palabras. Y nada mejor que ofrecerlo y descen-der un peldaño en el nivel de abstracción. En función de lo anteriormente planteado, por ejemplo, el “capital” es definido no como una entidad (mueble o inmueble) en sí, sino como una relación social, aquella de apropiación de los medios precisamente activada por el capitalista en perjuicio de los producto-res. Más concretamente, Marx rechaza la definición de “capital” como dinero o patrimonio económico de cualquier género, o sea como “cosa”. Frente a ello propone definirlo como relación social de explotación (de los productores de la propiedad de los medios de producción sobre los no productores de los medios de producción que sólo cuentan con su fuerza de trabajo.).

¿Qué importancia tienen las pinceladas de trazo grueso que hemos dado sobre el pensamiento marxista y su concepción del capital? No corremos ningún riesgo si afirmamos que nos encontramos ante el primer ejemplo sociológico, de enorme trascendencia, que plantea la re-definición relacional de un objeto en las ciencias sociales modernas. Y obviamente, Marx acierta cuando presenta al capital como relación social. Sin embargo, se equivoca y comete un error de gran importancia al reducirlo a mera relación de expro-piación: incluso considerado empíricamente, el capital como relación social es algo más y diferente, de lo que Marx esbozaba, siendo también innovación y creación en aquel gran proceso de cambio societario que Schumpeter en su tiempo definió como “creación destructiva”.

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Ciertamente, Marx nos ofrece una interesante y sugestiva teoría de las relaciones mediadas a través de la forma de la mercancía (ésta es presentada como un campo de interacciones que tan sólo son el aspecto activo, práctico, de las relaciones), pero también es verdad que su caminar no nos conduce hacia una teoría completa de las relaciones sociales, ni de las concretas, ni de las generalizadas. ¿A qué debe imputarse tal laguna? El no desarrollo de tal teoría debe ser imputado al hecho de que la epistemología del materialismo histórico no tiene debidamente en cuenta, mejor aún, condena al ostracismo, los aspectos culturales de las relaciones sociales e impide la elaboración de un aparato suficientemente analítico para producir generalizaciones válidas. Es decir, la adopción de una posición esencialmente historicista constituye un obstáculo e impide la elaboración de una teoría analítica generalizada. Desde una perspectiva más amplia se puede decir que, en la identificación de su investigación, Marx opta por un camino muy concreto: definir los aspec-tos culturales en términos de relaciones sociales como resultado y expresión de factores materiales (según el nivel y cualidad de las fuerzas productivas), factores que les hacen asumir una determinada configuración, es decir, que la determinan en formas históricas concretas.

El paradigma relacional, aunque más bien habría que decir la mirada rela-cional de Marx, está caracterizado por reducciones muy precisas. Se puede decir que en Marx la relación social es considerada en términos:

» Materialistas.» Deterministas.» Evolucionistas.» Holistas (colectivos).

¿Qué es para Marx la relación social? Es una conexión entre estructura y superestructura, un enlace sometido a leyes evolucionistas, instaurado entre sujetos colectivos, que demanda y necesita de las bases materiales sobre las que los actores apoyan su concreta y determinada existencia histórica. Llegados a este punto, podemos afirmar con toda rotundidad que, a tal teoría, le falta aquel suficiente grado de abstracción que permita generalizar las característi-cas relacionales de los procesos sociales45.

45. Una valoración atenta y minuciosa de la relación social en Marx aún no se ha realizado. Todavía es mucho el camino que queda por recorrer a pesar de los diferentes desarrollos que ha tenido el pensamiento marxista. Ahora bien, algunos puntos de reflexión en tal dirección se encuentran en autores como Giddens, Poggi, Hommes y Habermas.

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Algunos autores marxistas, en concreto Gramsci y algunos neomarxistas, pero no todos, atribuyen mayor valor (autonomía) a los componentes simbóli-cos (pero maticemos, siempre vistos como ideología) de las relaciones sociales. De esta manera limitan o apaciguan el determinismo causal de los fenóme-nos sociales, tal y como nos aparecía en Marx. El resultado no es otro que el siguiente hecho: los fenómenos sociales pasan a ser explicados como interac-ción entre las dimensiones culturales y materiales de las relaciones sociales.

En cualquier caso, a pesar de estas matizaciones, así como de posteriores desarrollos, el planteamiento marxista sigue estando vinculado a su intrínseca connotación materialista y estructuralista. Y un buen ejemplo de todo ello son las aportaciones de Althusser, Lukacs, Poggi, Sève, Sztompka, Bourdieu y Giddens. Todas poseen el estigma material-estructuralista. Merece la pena que nos detengamos brevemente en estos dos últimos autores: Bourdieu y Giddens. Empecemos por el primero.

Bourdieu (1992) expresa un particular relacionismo ontológico y metodo-lógico de origen marxista que podemos considerar que es clave en las nociones y estrategias de investigación que elabora. Muy buenos ejemplos son las nocio-nes de habitus y de campo, definidas como nudos de relaciones: el primero –habitus- aparece como un conjunto de relaciones históricas “depositadas” en cuerpos individuales bajo la forma de esquemas mentales y corpóreos de percepción, de valoración y acción; el segundo –campo- es concebido como un conjunto de relaciones objetivas históricas entre posiciones ubicadas en ciertas formas de poder o de capital (Castón, 1996:81-87).

En su opinión, la sociedad se nos presenta como una noción vacía y sin ningún contenido. Por ello, y esto es lo importante, es necesario dar un paso al frente y sustituir un espacio socialmente estructurado en el que los agentes (no reducibles a una única lógica societaria) luchan en función de la posi-ción que ocupan, obligados a la configuración de un sistema estructurado de fuerzas objetivas que impone determinadas relaciones, en general de conflicto y competencia. La finalidad no es otra que establecer un monopolio sobre el particular capital en el que se actúa (la autoridad cultural en el terreno artístico, la autoridad científica en el terreno científico, la autoridad religiosa en el terreno religioso, etc.) y sobre el poder de decretar la jerarquía entre las diversas formas de autoridad en el campo del poder.

Llegados a este punto, la conclusión que podemos extraer es que Bourdieu de forma muy original y con cierta sutileza intenta escapar al rígido determi-

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nismo causal clásico de los fenómenos sociales. Sin embargo, la creatividad de los agentes tiene para el sociólogo francés grandes límites en sus hábitos (que son mecanismos estructurantes) y las relaciones encuentran barreras insupe-rables en las estructuras del campo del espacio social, así como la voluntad y la intencionalidad subjetivas están disminuidas.

Giddens tuvo una primera fase de estructuralismo neo-marxista. Sin embargo, tras ella se afianza en la exigencia de reformular la teoría sociológica (por tanto, también de la relación social) en términos post-estructuralistas. Pretende de esta forma evitar y alejarse lo máximo posible del funcionalis-mo, al propio tiempo que decide incorporar un quantum de hermenéutica. Se trata, en otras palabras, de abrir la teoría a la olvidada subjetividad, apertura que tiene lugar mediante una línea procesal de la reciprocidad entre agente humano y estructura social (Giddens, 2007).

El esfuerzo de este autor por elaborar tal teoría, llamada de la “estructura-ción”, revela claramente y con todas sus dimensiones una tensión relacional, tensión que está presente en buena parte de la teoría sociológica hodierna. La tesis que plantea no es otra que la siguiente: las relaciones sociales intrín-secamente poseen una peculiar tendencia a la estructuración, tendencia que puede considerarse crucial. Sin embargo, se convierte en un problema, y no menor precisamente, el hecho de si la relación queda como prisionera de la estructura.

En efecto, en el lugar de los dualismos que tanto critica (individuo versus sociedad, o bien sujeto versus objeto, formas de cognición conscientes versus inconscientes, etc.), Giddens no sustituye la noción de relación social, sino la de “dualidad de la estructura”. Con tal concepto pretende “la intrínseca (esencial) recursividad de la vida social, en cuanto que constituida en las prácticas sociales: la estructura es tanto el médium como el resultado de la reproducción de las prácticas. La estructura se introduce simultáneamente tanto en la constitución del agente como en las prácticas sociales, y existe en los momentos generativos de esta constitución” (Giddens, 1979:5).

Sin embargo, tal dualidad no parece ser en última instancia relacional: en apariencia se abre a la contingencia, pero en realidad no deja mucho margen a la tan demanda acción intersubjetiva. Giddens aún está muy ligado y tiene muy presentes, aunque sea de forma inconsciente, las reflexiones del pensa-miento de Marx. Y así lo pone de manifiesto en la que puede considerarse una

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de sus obras de plena madurez, The Constitution of Society, 1984)46.

De esta forma, y este es el quid de la cuestión, el tipo de estructuración que Giddens atribuye a las relaciones sociales sigue siendo totalmente circu-lar. Aparentemente, pero sólo aparentemente, este planteamiento otorga cierta flexibilidad a las posiciones estructuralistas y funcionalistas. Pero, en realidad, se trata de un planteamiento “cerrado”, y el motivo es el siguiente: no consigue incorporar suficientes aperturas de sentido subjetivo en la comprensión-expli-cación de las relaciones que empíricamente se manifiestan, con creatividad e innovación, en la dinámica social. La misma relación entre estructuración y su “ambiente”, en cuanto mediada lingüísticamente, está hipotecada por un círculo hermenéutico que muy difícilmente, por no decir imposible, puede romperse.

Es cierto que la estructura social que constituye el sujeto (aquel que el autor denomina “modelo de estratificación” de la personalidad y de la acción) está organizada, según Giddens, en términos de conjuntos de relaciones (la incon-ciencia, el conocimiento práctico, y el conocimiento discursivo). Giddens ha hecho un interesante trabajo de crítica del funcionalismo estructural (en sus diversas formas) con una finalidad muy clara, finalidad que, de una forma u otra, está presente en buena parte de la sociología contemporánea: recuperar al sujeto sin caer en el subjetivismo o en el individualismo metodológico. Sin embargo, por otra parte, son evidentes las limitaciones de su planteamien-to cuando trata y aborda a la relación social. Su esfuerzo presenta con toda claridad los matices de lo que podríamos denominar una “subjetivización de las estructuras” (lo que Alexander define como “estructuralismo voluntarista”), más que una verdadera y nueva conceptuación de la relación social en cuanto tal. Lo admite el mismo Giddens cuando, por ejemplo, nos ofrece una clave de lectura del propio pensamiento a la luz de la perspectiva de Marx para el que:

“Las condiciones y objetivaciones del proceso son igualmente momentos de él, y sus sujetos son individuos, pero individuos en mutuas relaciones, que igualmen-te se reproducen y producen de nuevo”47.

46. La edición en castellano de dicha obra, que es la que se ha utilizado como referencia, está publicada en 1990.47. Al citar esta afirmación de los Grundrisse de Marx, Giddens (1979:53) declara que “ los escritos de Marx aún representan la más significativa contribución de ideas sobre las que construir cuando se pretende iluminar los problemas de la acción (agency) y de la estructura” y que la perspectiva marxiana “expresa exactamente el punto de vista que pretende elaborar”.

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Por tanto, Giddens, ¿qué es lo que está construyendo? Concretamente está elaborando la relación entre acción (agency) y estructura social, pero lo está haciendo limitándose y ateniéndose al planteamiento marxista. Como conse-cuencia:

» Los sujetos en interacción, que de hecho generan significados mediante la interpretación, pierden su específica autonomía.

» La relación social no está lo suficientemente abierta a la emergencia de sentido del factor subjetivo (sentido intencionado e intencional).

» La relación social parece no ser capaz de responder, en el proceso de estructuración, a imperativos morfogenéticos de naturaleza no estructu-ral.

Paradójicamente, y como consecuencia de todo ello, la misma relación social pierde la propia autonomía (siempre relativa) ante sus determinantes y compo-nentes, ya que es el proceso que se afirma como eschaton. Esto lo ha visto muy bien Archer (1982:455-483) en su crítica a la teoría de la “estructuración” como teoría confusa incapaz de tratar y conceptuar las relaciones sociales.

En resumen, en Giddens la relación social sigue perdiendo, aún más de lo que pudiera parecer, todo finalismo sin abrirse mucho al sentido humano profundo y a las capacidades de auto-orientación de los sujetos. Del resto, como dice el mismo autor, fundamental para la teoría de la estructuración es el tema de la “de-centralización del sujeto”.

2.5. Weber y los post-weberianos, el telón de fondo de una interpretación subjetiva

Es especialmente significativo como también Weber intentó definir a la sociedad, y sus instituciones, en términos de relaciones sociales. De todos es conocido que, en la elaboración de sus principales conceptos sociológicos, Weber se basó en definiciones relacionales48. No nos detendremos en este aspecto, y el motivo es bien sencillo: nos alejaríamos totalmente de nuestro objetivo. Tan sólo vamos a señalar que, sobre el tema de la relación, la confron-tación con el pensamiento marxista aún no ha recibido la debida atención. Dicho en otros términos, se precisan estudios serios y rigurosos que aborden cada una de las dimensiones de esta posible comparación.

48. Véase Weber (1978), primera parte “Conceptos sociológicos fundamentales”.

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Empecemos por un interrogante muy similar a como iniciamos nuestro recorrido por el pensamiento marxista y sus desarrollos ¿Cómo conceptúa Weber la relación? Max Weber conceptúa la relación social de otro modo a como lo hace Marx. Los motivos que alejan ambos planteamientos son los siguientes. En primer lugar, porque Weber, a diferencia de Marx, explica el carácter intencional e inter-subjetivo (antes que estructural, impersonal o bien supra-personal). Y, posteriormente, porque, a diferencia una vez más de Marx, escoge explícitamente la categoría de la relación social como noción central del propio programa de investigación. Más explícitamente, retiene que la rela-ción social es el elemento constitutivo y “ fundador” del tejido social, o bien de las formaciones sociales. Estamos ante una idea que, como veremos a conti-nuación, nos aparece tanto en Tarde como en Simmel.

El primero, Tarde, había propuesto considerar como objeto más elemental de la sociología no al individúo, sino a la pareja o diada. Desde ella emergerían todas las formaciones sociales de orden superior tales como la familia, la comu-nidad o la nación. Sin embargo, Tarde contempla la relación como entidad instrumental y, según Weber, esto no es suficiente. Este último observa a la relación como concretización histórica a partir de los grandes sistemas simbó-licos.

Por su parte, como posteriormente se verá en el siguiente capítulo, también Simmel escoge fundar su sociología sobre la relación social. Ahora bien, el programa simmeliano presenta un telón de fondo cuyo eje fundamental es la idea de separar la forma del contenido de la relación. Sin embargo, Weber sostiene que se debe mantener la conexión concreta, histórica, entre forma y contenido de las/en las relaciones sociales, sabiendo que las abstracciones formales –incluidos los tipos ideales- son puras convenciones49.

Weber elabora una definición que puede considerarse clásica:

“Por relación social se debe entender un comportamiento de diversos indivi-duos instaurado recíprocamente según su contenido de sentido, y orientado en conformidad. Por tanto, la relación social consiste exclusivamente en la posibi-lidad de que se obre socialmente de un modo determinado (dotado de sentido), que sea la base en la que descansa tal posibilidad” (1969: vol. 1, 23-24).

49. Sobre la relación intelectual Simmel-Weber no contamos todavía con un estudio sistemático, ni con una monografía que analice comparativamente de manera exhaustiva sus aportaciones metodológicas y sustantivas al desarrollo de la sociología contemporánea. Véase González García (2000:73-95). Tras analizar la matriz intelec-tual común marcada por la herencia de Goethe y Kant, así como la recepción crítica de Marx y Nietzsche, en la investigación citada se estudian las críticas que Weber realizó de la obra de su amigo y colega Simmel, así como la influencia que la concepción simmeliana de la tragedia de la cultura moderna ejerció sobre el diagnóstico desen-cantado de Weber acerca de la sociedad moderna como “ jaula de hierro” de la razón burocratizada.

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En breve, la relación social es la posibilidad de actuar de una determinada manera dotada de sentido por parte de los individuos. Cómo Weber pueda, posteriormente, transferir esta definición, ubicada sobre características indi-viduales, a conceptos institucionales (tales como orden legítimo, comunidad, asociación, etc.), es un aspecto que, como tantos otros, aún no ha sido lo suficientemente explorado en su pensamiento. Esperemos, y no es un simple deseo de buenas intenciones, que en un espacio breve de tiempo este recorrido que queda por hacer se complete.

El planteamiento weberiano es el origen y fundamento de todas las socio-logías de la acción o “accionistas”. Recibe el calificativo de comprensivo porque confía al investigador social el objetivo no de “explicar” los comportamientos mediante relaciones causales (ya que las acciones son una mera posibilidad, no siguen líneas causales predefinidas), sino de “comprenderlos” en cuanto expresiones de actores que se orientan recíprocamente a partir de un sentido simbólico que, aunque requiera conformidad, viene interpretado subjetiva-mente. La idea fundamental de Weber es que prácticamente todos los objetos de la sociología puedan y deban ser definidos como “complejos de relaciones sociales”, desde el grupo informal a la clase social, desde el partido político al Estado y la Iglesia… (Freund, 1990). Recordemos que, a pesar de los poste-riores desarrollos, ésta idea constituye una de las bases y premisas del análisis funcionalista.

Sin embargo, al igual que Marx, tampoco Weber elabora una teoría analíti-ca lo suficientemente generalizada de la relación social. Y la pregunta, una vez más, es ¿por qué? Dos son las posibles respuestas, bien por la hipoteca que se deriva de las fuertes connotaciones historicistas (analizar sólo y exclusivamen-te las concretas relaciones existentes), bien por las insuficiencias metodológicas (su llamado “individualismo metodológico” no permite, al final, observar las relaciones como tales) (Alexander, 1983:vol. III). La comprensión que los sujetos tienen de sus relaciones (es decir, su obrar teniendo en cuenta a los otros) es siempre un problema. Y lo es más la comprensión que puede alcanzar el estudioso que observa los fenómenos sociales como productos de los sujetos individuales agentes (en esta línea se sitúan las posteriores notas críticas de Schütz, notas que brevemente veremos a continuación, cuando finalicemos con Weber).

En cualquier caso, nos parece que el planteamiento de Weber conlleva no pocos problemas que merece la pena apuntar. Primero, enfatiza con toda rotundidad el actuar individual a costa de lo que, en la relación social, no es

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un producto individual. Segundo, aunque Weber admita que el “contexto de sentido” (la situación, etc.) puede cambiar y mutar, abre una vía y deja enten-der que en la relación el contenido de sentido sea determinable. Y tercero, que el comportamiento sea “orientado en conformidad” (aunque advierta que la plena correspondencia de sentido es para él un caso límite y fuera de lo que podríamos denominar la normalidad). Se trata, sin embargo, de característi-cas que la relación social no puede presentar. A pesar de todas estas lagunas y deficiencias, Weber ha abierto el camino a una sociología relacional que puede ser considerada y valorada con tres adjetivos en negativo: no formalista, no funcionalista, no normativista.

Weber, en oposición a Marx (con el que mantiene no pocos puntos en común, aunque en más de una ocasión se ha incidido de forma más contun-dente en las diferencias) diseña un paradigma sociológico en el que la relación social es considerada en términos:

» Subjetivos.» Probabilistas.» No evolucionistas.» Individualistas.

Pero hecho este recorrido y estas aclaraciones retomemos de nuevo el inte-rrogante de partida. ¿Qué es la relación social para Weber? Es la expresión del sentido subjetivo (intencionado) de la acción, que es el presupuesto sin poste-riores determinaciones. ¿Qué consecuencias se derivan de esta visión? Que a pesar de todo no llega a comprender plenamente la relación social, en cuanto que no capta el nexo íntimo, no individualista ni probabilista, de lo social.

Las corrientes post-weberianas han caminado y caminan por esta senda

marcada por Weber. Algunas acentúan hasta extremos insospechados la interpretación “subjetiva” de la relación social. Otras, por su parte, tratan de fundamentar la comprensión de la relación en la categoría del “mundo de la vida”, entendido como mundo simbólico de la vida cotidiana dado-por-descontado (pre-reflexivo). El denominador común de todas ellas ha sido evitar y huir de los giros en clave subjetivista y contingentista insertados en este plan-teamiento. Un buen ejemplo es la sociología fenomenológica desarrollada por autores como Schütz, Berger, Luckmann, que definen la relación social como “conexión intersubjetiva de motivos” (Schütz, 1972:341). En ella nos vamos a centrar en las siguientes páginas.

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Desde el perfil filosófico y psicológico, la relación observada (dada) inicial-mente es situada “entre paréntesis” (epoché) para posteriormente ser reconstruida como operación intersubjetiva del yo trascendental. ¿Qué consecuencias se derivan de esta operación? Obviamente, esto supone y conlleva enormes problemas de reconstrucción, hasta el punto de que alguno ha observado con acierto meridiano la imposibilidad de la fenomenología de ofrecer y presentar una explicación de la sociedad como tal, es decir, como relación no depen-diente totalmente de la subjetividad (Toulemont, 1962).

Desde el perfil sociológico, este planteamiento estudia el carácter recí-procamente subjetivo de la relación social, limitando los condicionamientos estructurales a lo que vincula a los agentes en cuanto “mundo-ya-dado” (cultura transmitida, mundo de los predecesores, realidad externa circundante, etc.). La dimensión estructural (de ligamen) de la relación social no es considerada un hecho constitutivo de esta última. Posiblemente estamos ante uno de los mayores vacíos o lagunas que podemos encontrar en la fenomenología. El análisis, por el contrario, se centra en la construcción del mundo social como mundo dotado de sentido por los sujetos. La estructura del mundo social viene interpretada como mundo construido de forma significativa. Tesis central es que no se pueden comprender las relaciones sociales generalizadas (de segundo nivel, abstractas, formalizadas, como las institucionalizadas) si no se comprenden las relaciones de primer nivel (las acciones intersubjetivas en el mundo de la vida), siendo estas últimas la base (lo constitutivo) de las instituciones y del sistema social entendido.

Visto lo visto, no resulta arriesgado afirmar que este planteamiento posee una intrínseca tendencia a la subjetivización (aunque colectiva) de las relacio-nes sociales. En este sentido es consciente de encontrar algunos límites, por cierto, muy serios, en el desarrollo de un análisis de tipo macro-estructural. Concretamente, en la visión relacional de Schütz, son evidentes las influen-cias del psicologismo del filósofo pragmático James y una cierta tendencia al nominalismo formalista.

En cualquier caso, tampoco conviene olvidar que el planteamiento webe-riano se convertirá en un componente importante de la teoría de las relaciones en la sociología de Talcott Parsons (donde ocupa el lugar de las motivaciones psico-culturales o el eje L-G en el esquema AGIL)50 y de Niklas Luhmann que, como veremos más adelante, trata la relación en términos de sentido

50. Sobre el esquema AGIL en Parsons, véase el capítulo titulado: “El nuevo paradigma cuatrifuncional”, en Herrera (2005b).

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comunicativo y de meras posibilidades. (Donati, 1991b:31-32).

2.6. Durkheim, Parsons y Luhmann, lo relacional como reflejo de la conciencia colectiva

Durkheim, por su parte, presenta la teoría sociológica positivista de mayor relieve y calado sobre las relaciones sociales. Nos encontramos ante una formu-lación de la sociedad (como relación social) que la concibe como si se tratase de una realidad materialmente emergente de las relaciones entre singulares individuos (“privados”) que dan vida a una fuerza colectiva.

“Sin duda –escribe Durkheim- cada uno contribuye a la elaboración del resultado común; pero los sentimientos privados solamente se hacen socia-les encontrándose con la acción de las fuerzas sui generis producidas por la asociación: por efecto de estas combinaciones y de las alteraciones recíprocas que emergen, se hacen algo diferente. Se verifica una síntesis química que concreta y unifica los elementos sintetizados, y por ello los transforma” (Durkheim, 1976:159).

Una vez más empezamos con un interrogante, ¿qué es la relación social para Durkheim? En una primera época ve y contempla a la relación social emer-giendo de la división social del trabajo. Suya es la distinción entre “solidaridad mecánica”, que consiste en relaciones entre sujetos uniformes (típica de las sociedades simples, arcaicas y tradicionales, de mínima división del trabajo), y “solidaridad orgánica”, que consiste en relaciones entre sujetos siempre más individualizados y diferenciados (típica de las modernas sociedades industria-les con elevada y creciente división del trabajo). Sucesivamente, Durkheim profundiza en el contenido y caracteres simbólicos de la relación social, enten-diéndola como expresión de la “conciencia colectiva”. La relación social, en cuanto ligamen, vendrá a asumir las características de lo “religioso”. Con ello, el positivismo durkeimiano ilumina el carácter normativo de la relación social como elemento autónomo del espacio social.

Ahora bien, al concebir Durkheim esencialmente la relación como un vínculo y un condicionamiento (dicho en otros términos y de una forma más contundente, una realidad externa y coercitiva) entre los individuos, la rela-ción individuo-sociedad mínimamente es conceptuada como acción recíproca (rel-acción) (como posteriormente dirá Parsons, en el proceso de socialización se interiorizan las relaciones y no los objetos sociales).

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Sobre el tema anteriormente apuntado es famosa la polémica con Tarde. Este último sostenía que los fenómenos sociales se difundían mediante la imitación, teniendo lugar las innovaciones con la adaptación. La lucha entre adaptación e imitación producía las formas de oposición (Tarde, 1985, por muchos considerado uno de los fundadores de la concepción psicológico-social de la relación). Durkheim observa que las relaciones sociales no se convierten en elementos constitutivos de la sociedad por el simple hecho de repetirse, y menos a través de la imitación, sino porque están “prescritas” por la colectivi-dad, es decir, por el carácter coercitivo que poseen (contrainte social).

Nos encontramos por tanto ante un paradigma, el de Durkheim, que consi-dera a la relación social en los siguientes términos:

» Culturales (ni materialistas, ni subjetivistas).» Deterministas sui generis (no estrictamente causales, ni finalistas).» Evolucionistas en un particular sentido (de lo simple-indiferenciado a lo

complejo-diferenciado).» Colectivos en sentido normativo.

Hecho este recorrido, no resulta arriesgado decir que Durkheim presenta una teoría fuertemente holista e integradora de las relaciones sociales, que, al mismo tiempo, pone de manifiesto el carácter simbólico (como referencia a la “conciencia colectiva”) y estructural (como ligamen) auto-producido por la sociedad. Este será el nacimiento de la escuela francesa (en la que se enmar-can autores como Mauss y Lévi-Strauss) que concibe las relaciones sociales como estructuras connotativas de la sociedad entendida como orden colectivo de intercambios a través de los que se genera y se regenera el tránsito de la naturaleza a la cultura. Una escuela totalmente opuesta a los planteamien-tos individualistas desarrollados al otro lado del Atlántico por autores como Homans y Blau (Ekeh, 1974)51.

Aunque la sociología durkheimiana constituye uno de los fundamentos de la visión funcionalista de las relaciones sociales (en Durkheim las relaciones no tienen finalidad, sólo son funciones), hay que puntualizar que la visión de este autor contempla en las relaciones algo más que un puro funcionalis-mo. Para Durkheim, las relaciones sociales asumen determinadas funciones (que sólo pueden ser comprendidas cuando están conectadas a determinadas

51. La tradición francesa y la tradición americana sobre el intercambio social serán abordadas con mayor detalle y profundidad en próximos capítulos.

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estructuras), pero dichas relaciones siempre son supra-funcionales, según la terminología utilizada por Gurvitch (1950). Es decir, no asumen un número discreto y limitado de funciones, sino que realizan una serie no numerable de funciones (manifiestas y latentes), que constituyen el fundamento de toda sociedad, incluso a través del conflicto.

Posiblemente, dos de los más importantes desarrollos de los postulados durkheimianos sobre la relación social los podemos encontrar en el estruc-tural-funcionalismo de Parsons y en el neo-funcionalismo comunicativo de Luhmann.

Respecto al primero, decir que en algunas ocasiones ha sido interpretado como un planteamiento puramente metodológico. Sin embargo, sus preten-siones, en buena medida marcadas por la ambición, son desarrollar una verdadera y propia “teoría sociológica” que sea capaz de superar los límites de la investigación empírica. En concreto, más que ningún otro planteamiento se propone elaborar una teoría general sistémica de la relación social. Tiene como punto de partida un postulado que condiciona todos los desarrollos posibles: la relación (social) es considerada como función (social). En otros términos, la respuesta que se ofrece al interrogante, ¿qué es la relación social? es la siguiente: la relación no es sino el modo en el que el sistema social, o sistema de acción, funciona; en concreto, la relación es la expresión de un obrar en un status-rol, dentro de un sistema de status-roles.

A lo largo de toda su obra, Parsons asume que la propiedad más general y fundamental de todo fenómeno social (considerado como sistema de accio-nes) es la relacionalidad constitutiva de sus partes, dimensiones o variables. La interdependencia que sustenta tal relacionalidad consiste en la existencia de determinadas relaciones entre las partes o variables, en contraste con la variabilidad causal. En otras palabras, la relación es interdependencia, y la interdependencia es tanto el orden en las relaciones entre los componentes que entran en un sistema, como su efecto emergente.

“Los sistemas de acción -afirma Parsons (1951:739)- tienen propiedades que sólo emergen en un determinado nivel de complejidad en las relaciones de las singulares acciones elementales (unit act) las unas hacia las otras. Estas propie-dades no pueden ser identificadas en toda singular acción elemental considerada separadamente de sus relaciones con las otras en el mismo sistema. No pueden ser derivadas de un proceso de generalización directa de las propiedades del acto elemental”.

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Desde este peculiar y singular punto de vista se contempla la realidad sui generis de la relación social. Esta última consiste en el generar los “efectos estructurales” (entendidos como comportamientos de conformidad no interior-mente compartidos por los actores individuales) (Blau, 1964) y los llamados “efectos perversos” (entendidos como efectos no intencionales producidos por una multitud de singulares acciones intencionales) (Boudon, 1981). Consi-guientemente, se puede observar por qué los planteamientos individualistas, tanto los instrumentales como los idealistas o normativos, son empíricamente incapaces de aclarar las relaciones causales de la vida social.

En síntesis, ¿qué es lo que ha hecho el autor de La estructura de la acción social? Parsons, a pesar de las críticas que ha recibido, críticas que no son pocas, ha establecido y sentado algunas bases fundamentales que en un futuro no muy lejano permitirán el desarrollo de un planteamiento relacional comprensivo, integrado y multidimensional, aunque posteriormente, también hay que decirlo, no ha desarrollado coherentemente tal proyecto (Alexander, 1983: vol. IV)52.

Por su parte, el funcionalismo sistémico post-parsonsiano ha abandonado la idea de mantener todo el espesor, o sea, la forma y contenido, dimensio-nes estructurales y accionistas, de las relaciones sociales. Y, en contrapartida, decisivamente ha caminado con paso firme y se ha orientado a tratar la rela-ción social como pura función comunicativa. La operación, ya adelantada por una serie de autores norteamericanos (expresiones de las corrientes de estudio sobre la ecología de la mente, de la pragmática comunicativa y de las nuevas ciencias informáticas y cognitivas: Bateson, McLuhan, Watzlawick, von Forester y otros), ha sido llevada a sus máximas consecuencias en Europa por Luhmann. Este la ha injertado en la nueva biología de Varela y Maturana, mediándola a través de la lógica de Spencer Brown.

En este planteamiento, ¿que ocurre con la relación social? La repuesta es sencilla y admite pocas interpretaciones, la relación viene equiparada a la comunicación, entendida como operación específica de los sistemas socia-les que consiste en la síntesis (o unidad de la diferencia) de tres selecciones (emisión, información y comprensión de la diferencia entre emisión e infor-

52. Recientemente, aunque sobre otras bases, algunos autores proponen considerar la relación social como una realidad multidimensional “dialógica”, en la que inter-actúan una cultura, un sistema social y una personali-dad, y que, como tal, es objeto fundamental de (en cuanto se constituye como) hermenéutica (Alexander, 1983, 1988). En este planteamiento es necesario leer la relación social como un texto que un sujeto escribe a otro sujeto (Ricoeur, 1986). Desde esta óptica, ciertamente son los muchos estudiosos que tratan en la actualidad la relación social como “narración” que expresa y forja, de manera reticular e inter-activa, las identidades sociales.

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mación). Al ser entendida la comunicación como suceso (desaparece nada más aparecer), y en cuanto que la comunicación sólo tiene el sentido de ligarse con otra comunicación (en esto consiste el proceso social), las relaciones sociales pierden consistencia, estabilidad y orden prefijado.

Llegados a este punto, para Luhmann la relación social no es ya un conduc-tor de significados culturales pre-definidos, ni un canal pre-estructurado para la transferencia de informaciones y prestaciones. Hablar de relaciones sociales en clave neo-funcionalista equivale a lo siguiente: observar comunicaciones sobre comunicaciones que siempre trasladan a otras posibilidades de experien-cias vitales funcionalmente equivalentes y, por tanto, intercambiables. Esto deriva en: la relación social pierde su “dureza”, estratificación y “consisten-cia” sociológica, especialmente aquella estructural y normativa. Ciertamente, cuando Luhmann esbozó esta nueva interpretación aún no se había produ-cido la auténtica explosión de las redes telemáticas. Hoy, en un mundo en el que las llamadas redes sociales forman parte de nuestro devenir cotidiano, la interpretación luhmanniana capta cada una de las dimensiones de estos nuevos escenarios virtuales.

2.7. Un epílogo aún incompleto

En el siguiente esquema pueden quedar sintetizados los rasgos distintivos o términos que se atribuyen a la relación los tres horizontes teóricos que hemos presentado recorriendo una serie de autores que, en buena medida, han sido y siguen siendo el referente teórico para buena parte de los sociólogos que desa-rrollan su actividad en el presente más inmediato.

Rasgos distintivos de la relación social

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Como ha señalado Donati, los clásicos, y lo nos tan clásicos anteriormente mencionados, poseen un mismo denominador común, “piensan la relación social como el producto de cualquier factor o variables: de las bases materiales de la sociedad, del individuo, de la división del trabajo, de la cultura como concien-cia colectiva, etc.” (Donati, 1991b:45). Posiblemente ese denominador común sea una de las mayores limitaciones. Pero unido a ello, y de forma implícita, al margen de que den prioridad a unos factores sobre otros se llevan a cabo reducciones inaceptables que, en buena medida suponen una limitación o parcialidad de gran calado en el terreno teórico. Por ejemplo, quien recurre a los factores materiales (Marx) pierde las determinaciones externas de la acción social y los resultados no intencionales. Para quien se ampara en los elemen-tos de carácter intersubjetivo emerge con fuerza la imposibilidad de ofrecer y presentar una explicación de la sociedad como tal, es decir, como relación no dependiente totalmente de la subjetividad (Weber y los post-weberianos). Quien apela a factores funcionales (como la división del trabajo o la dife-renciación funcional en Durkheim) olvida el sentido subjetivo. Mientras que quien acude a los factores culturales (como el último Durkheim o el propio Parsons) extravía los aspectos interactivos e interpersonales.

No resulta arriesgado decir que, para estos autores, el complejo y variado conjunto de normas que regulan los sistemas de interdependencia, dando forma a específicas y diferenciadas relaciones sociales (tantas cuantas los sistemas de interdependencia, tantas cuantas los diferentes subsistemas que componen lo social, tantas cuantas son las posibles conexiones a nivel micro) no sería más que algo que está antes de la relación y que la hace posible, estructurando un mínimo contexto vinculante, que configura a la relación funcionalmente ligada a la sociedad que la ha producido.

Sin embargo, teniendo presente la centralidad que, en el ámbito de la network analysis, tiene el concepto de relación social, que constituye el esque-leto de una red, a continuación la atención se centrará sobre aquellos autores que hacen de la relación social no sólo el objeto específico de su análisis, sino también el elemento fundador de lo social, que se define como tal sólo en cuanto es “relacional”.

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CAPÍTULO III

Tres narraciones decisivas con nuevos ingredientes

3.1. Simmel, una llamada de atención formal sobre los ligámenes sociales

El punto de partida de la reflexión no puede ser otro que Simmel, a quien se atribuye el notable mérito del llamado cambio relacional (Donati, 1991b), cambio en virtud del cual, y no se corre ningún riesgo con esta afirmación, la atención sociológica empieza a centrarse no sobre qué existe antes o bajo la relación social, sino específicamente sobre los ligámenes sociales. Su intento de definir un objeto específico de la sociología, que la diferencie y marque las distancias de las otras ciencias humanas, comienza con una original y creativa consideración que, en su opinión, ha sido mal interpretada. Veámosla:

“La intuición de que el hombre está, en toda su esencia y en todas sus mani-festaciones, determinado por el hecho de vivir en acción recíproca con otros hombres debe conducir a una nueva forma de consideración de todas las deno-minadas ciencias del espíritu. Ya no es posible explicar los hechos históricos, en el sentido más amplio de la palabra, es decir, los contenidos de la cultura, los tipos de economía, las normas de la moralidad partiendo del singular hombre, de su intelecto y de sus intereses y, donde no se consigue, recurrir rápidamente a causas metafísicas o mágicas (...). Más bien creemos que es hora de compren-der los fenómenos históricos a partir del obrar recíproco y del actuar en común de los individuos, a partir de la suma y de la sublimación de innumerables contribuciones individuales, a partir de la concreción de las energías sociales en formaciones que están y se desarrollan más allá del individuo” (Simmel, 1978:6-7).

Sin embargo, en el caso concreto de Simmel, el hecho de que el individuo tiene y debe ser comprendido como ser social, y que la sociedad es la portadora de todo acontecimiento histórico, no es suficiente para fundar la sociología como ciencia autónoma e independiente: esta consideración inicial de gran calado ha derivado en que “todas las ciencias históricas, psicológicas, normativas

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sean englobadas en un gran saco al que se pone la etiqueta de sociología” (Simmel, 1978:6). De aquí, para el autor en examen, la indeterminación y la ausencia de límites bien precisos, que hacen que cualquiera, independientemente de quien sea, tenga el pleno derecho a insertarse en el nuevo campo disciplinar (la sociología), o bien caer en el rotundo error de creer que la sociología es la suma o agregación de todas las ciencias humanas, la más inclusiva, en cuanto que abarca extensivamente al resto.

Dicho en otros términos y desde otra perspectiva, para Simmel, como muy bien ha señalado García Blanco (2000:102), el problema fundamental que había de afrontar una disciplina naciente, como era la sociología a finales del XIX, no era otro que el de definir un punto de vista específico, una perspecti-va distinta a la de las ciencias sociales ya establecidas y consolidadas. Sólo así podría conseguir definir y establecer un determinado objeto como propio. Por su contenido, la sociología no se diferenciaría sustancialmente de otras cien-cias sociales, pues todas ellas se refieren a los seres humanos en su recíproca relación. Fundar la sociología como disciplina autónoma, por tanto, requeriría un punto de vista nuevo, una perspectiva generadora de nuevas categorías.

Para Simmel, en su acepción más amplia, la sociedad “existe allí donde más individuos entran en acción recíproca. Esta acción recíproca siempre surge de determinados impulsos o en relación a determinados objetivos. Impulsos eróticos, religiosos o simplemente sociables, objetivos de defensa o de ataque, de juego o de adquisición, de ayuda o de enseñanza, que hacen que el hombre entre con otros en una co-existencia, en un obrar el uno para el otro, con el otro y contra el otro, en una correlación de situaciones, es decir, que ejerza efectos sobre otros y emerja de otros. Estas acciones recíprocas significan que de los portadores individuales de aquellos impulsos y objetivos surge una unidad, es decir, una sociedad (...). Ni el hambre o el amor, ni el trabajo o la religiosidad, ni la técnica o las funciones y los resultados de la inteligencia constituyen aún una asociación: solamente la cons-tituyen cuando estructuran la co-existencia aislada de los individuos, uno junto al otro, en determinadas formas de co-existencia con y para el otro, las cuales se encuentran bajo el concepto general de acción recíproca. Por tanto, la asociación es la forma, realizada en innumerables modos diversos, en la que los individuos alcanzan conjuntamente la unidad sobre la base de aquellos intereses –sensibles o ideales, momentáneos o duraderos, conscientes o inconscientes, que empujan de forma causal o que activan teleológicamente- y en el ámbito de la cual se realizan estos intereses” (Simmel, 1978:8-9).

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En todo fenómeno social existe un contenido (una relación económica, una relación familiar, una relación de trabajo, etc.) y una forma, que constituyen una realidad unitaria: si de las motivaciones se ocupa la psicología, si de los contenidos se ocupan las ciencias específicas (economía, derecho, etc.), objeto de la sociología son las formas (de aquí el adjetivo de “ formal” referido a la sociología por Simmel)53.

Como muy bien subraya Simmel, para explicar su pensamiento, en todos los grupos humanos, incluso los más diversos, es posible encontrar los mismos modos formales de acercamiento recíproco entre los individuos:

“Supra-ordenación y subordinación, competencia, imitación, división del trabajo, formación de partidos, representación, contemporaneidad de la reagru-pación en el interior y del cierre hacia el exterior, además de innumerables aspectos similares, se encuentran en una sociedad estatal y en una comunidad religiosa, en una banda de conjurados y en una asociación económica, en una escuela artística y en una familia” (Simmel, 1978:11).

Por muy diversos y alejados que puedan ser o parecer los intereses que orientan a las diferentes asociaciones, las formas en que se activan pueden ser las mismas, así como el mismo interés puede configurarse y estabilizarse en asociaciones de forma muy diferentes: fuente de legitimación de la sociología, como disciplina autónoma e independiente, es la fuerte y nítida “constata-ción, el orden sistemático, la motivación psicológica y el desarrollo histórico de las formas puras de asociación” (Simmel, 1978:11).

Aunque de forma muy breve y sintética, Simmel hace algunas ejemplifica-ciones muy claras para indicar campos de reflexión “típicos” de la sociología: alude al hecho de que un interés económico puede realizarse mediante la

53. Según García Blanco (2000:110-111), el que Simmel atribuya como objeto de estudio de la sociología el modo en que las relaciones interpersonales se constituyen como fenómenos sociales ha sido una de las razones fundamentales por las que Weber y Durkheim primero, y Parsons, después, establecieron una clara distancia con respecto a la sociología simmeliana. Para Weber, la sociología formal simmeliana, al tomar el concepto de lo “social” en su significado general, priva al análisis sociológico de cualquier efectivo punto de vista específico, desde el cual poder esclarecer el significado de los distintos fenómenos histórico-sociales. Durkheim, por su parte, considera que la distinción entre forma y contenido de la vida social es demasiado abstracta y arbitraria para ser científicamente útil. Por lo que se refiere a Parsons, la cuestión es un poco más compleja. Inicialmente, Parsons se interesó vivamente por la concepción simmeliana de los fundamentos teórico-cognoscitivos de la sociología, pues coincidía con su idea de que la sociología tenía que ser fundamentada como una disciplina analítica abstracta, en contra de lo sostenido por las dos corrientes dominantes del panorama científico-social norteamericano en los años treinta: el positivismo y el empirismo. Sin embargo, la posición de Parsons con respecto a la propuesta teórica de Simmel –que la sociología ha de ocuparse de las formas de acción recíproca, desprendidas de sus contenidos- se modificará. Según Parsons, el problema de esta proposición residía en que dejaba la investigación de los motivos y fines que impulsaban a los actores a relacionarse entre sí en manos de diversas disciplinas.

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competencia o bien a través de la organización planificada de los productos; al hecho de que los contenidos de la vida religiosa pueden dar lugar a formas de comunidad o bien libres, o bien centralistas. Objetivo de la sociología es comprender y explicar los elementos “recurrentes” en asociaciones lo más diversas posibles, tanto desde el punto de vista de los contenidos, como de los procesos mediante los que impulsos, motivaciones diferenciadas se canalizan hacia asociaciones similares desde el punto de vista de la forma.

A partir de estas breves pero muy ilustrativas citas de Simmel emerge el juicio de von Wiese (1968), que define como una pésima y deplorable invención el adjetivo “ formal” utilizado por Simmel, si y en cuanto ha contribuido a carac-terizar a la sociología como una pura abstracción, sin ningún enlace preciso con las formaciones histórico-sociales, o bien como procedimiento lógico de aplicaciones de categorías universales y a priori. En realidad, “Simmel se aleja de Kant en un punto decisivo: las categorías no son los universales atemporales, sino que son el producto de un proceso histórico-evolutivo. La misma posibilidad de distinguir entre un sujeto consciente y un objeto del conocimiento es el resultado de un proceso evolutivo del que se puede recorrer la ontogénesis y la filogénesis: la humanidad no ha percibido desde sus orígenes la naturaleza como algo que se ubica en el exterior, fuera de la esfera del sujeto, así como el niño sólo aprende gradualmente, en los primeros estadios de vida, a percibir el mundo exterior como otro diferente de sí” (Introducción de A. Cavalli a Simmel, 1989:XII-XIII).

Central y claro punto de referencia en la sociología de Simmel es el concepto de “acción recíproca” (Wechselwirkung): una especie de principio o fundamento regulador del mundo, en virtud del cual todo está en una relación de acción recíproca con todo, y entre todo punto del mundo existe un campo o escena-rio de fuerzas y de relaciones recíprocas.

“El término indica una concepción de la realidad (en general, y no solamente social) como redes de relaciones de influencia recíproca entre una pluralidad de elementos (...). Aplicado a la sociología, el concepto de acción recíproca se declina como Vergesellschaftung (término intraducible) que indica el proceso mediante el que se instauran y se mantienen las relaciones de acción recíproca entre elementos sociales (individuos, grupos, pero también enteras sociedades)” (Introducción de A. Cavalli a Simmel, 1989:XVI)54.

54. El término Vergesellschaftung, que designa el proceso mediante el que los individuos se asocian dando lugar a formaciones sociales generalmente es entendido con “asociación”. Algunos compiladores de la obras de Simmel han evitado tanto el neologismo ingles sociation introducido por Kurt H. Wollf (1959), como el término “sociali-zación” que, en sociología, tiene una diferente tradición semántica.

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En referencia a la realidad, la sociedad para Simmel sólo surge y tiene lugar cuando las relaciones recíprocas, suscitadas por intereses y motivos particula-res y concretos, se hacen claramente operativas:

“No existe jamás sociedad en general en el sentido de que aquellos particulares fenómenos de conexión solamente se han formado presuponiendo su existencia: no existe alguna acción recíproca en cuanto tal, sino particulares modos de ella, con el que manifestar la sociedad existe y que no son ni la causa ni la conse-cuencia de ésta, sino que ya están inmediatamente en ella misma” (Simmel, 1978:13).

La sociedad para Simmel no es, y hay que exponerlo con toda la claridad que sea posible, una realidad histórica autónoma e independiente que hace viable la acción recíproca, tampoco la suma de las acciones recíprocas, sino que es acción recíproca actualizada que origina asociaciones, grupos, formaciones diversamente caracterizadas (a partir de las motivaciones, las necesidades o bien los intereses de los individuos) de los que la sociología sólo puede escoger y elegir las formas: la sociedad es o el abstracto concepto general que designa estas formas, el género del que son especie, o bien su suma una y otra vez activada55.

Las diferentes formas de acción recíproca están sometidas a los denominados principios estructurales de los que, a pesar de la ausencia de una sistemática y ordenada exposición en el pensamiento simmeliano, es posible captar con precisión los más relevantes. En concreto:

» La dualidad. Nos sirve como categoría que permite determinar clara-mente la cualidad, el significado, de una relación, de un vínculo, de una interacción determinada. Toda forma nace concretamente del encuentro de tendencias contrarias, opuestas, antagónicas: equilibrio/ruptura del equilibrio; estabilización/desestabilización; integración/conflicto; cons-tricción/libertad; dominio/subordinación. Según Beriain (2000:19-20), en la obra de Simmel podemos distinguir entre dualidad contradicto-ria, ambivalente y de contraste. Hablamos de dualidad contradictoria cuando, en una estructura social dada, A y no-A (libertad y obligación, por ejemplo) están socialmente presentes en formas de socialización.

55. Por ello afirma Simmel que, en sentido estricto, “ la sociedad no es, por así decirlo, una sustancia, no es algo concreto de por sí, sino un acontecer” (Simmel, 1984:14); o lo que es lo mismo: es una realidad funcional por excelencia; algo que los individuos hacemos y padecemos. De ahí que Simmel estimara más correcto hablar de socialización como objeto por antonomasia de la sociología (García Blanco, 2000: 104).

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Hablamos de dualidad ambivalente cuando A y no-A están presentes en una misma actividad o en una misma unidad social.

» Espacio. Simmel aborda tres dimensiones fundamentales: la primera de ellas se refiere a la cercanía/distancia espacial entre las personas y su influjo sobre la interacción social; la segunda dimensión social del espacio alude a los efectos que se derivan del hecho de que los individuos están unas veces fijados y ubicados en una determinada posición y en otras más bien son móviles; la tercera dimensión del espacio versa sobre el influjo de los límites espaciales en la interacción.

» Número. En el análisis de las llamadas formas de asociación es relevante y de vital importancia el número de sus elementos, número que resulta directamente proporcional al grado de abstracción y despersonalización de las relaciones sociales; así como también es importante y clave el número de las asociaciones, “medidas” claro está desde el nivel de civili-dad (cultura) de determinada una sociedad.

» Tiempo. La dimensión temporal tiene para Simmel tres sentidos funda-mentales. El primero de ellos procede de la distinción entre “a la vez que” y el “después de”, dando por sentado que en los fenómenos socia-les existen unos procesos sincrónicos y otros que son diacrónicos. El segundo sentido pone de manifiesto el tempo de un desarrollo en el que las formas de socialización se despliegan y expanden bajo condiciones de aceleración o de ralentización, como el “tiempo agitado” del mercado frente al “tiempo sosegado” de un grupo como puede ser la familia. El tercer sentido que Simmel da al tiempo hace referencia a la continuidad o discontinuidad de un desarrollo. Toda sociedad se basa en la existencia de un ritmo pausado que determina y condiciona la secuencia, la dura-ción, la localización temporal y el grado de recurrencia de las actividades sociales; frente a la continuidad de este tiempo llamado exógeno está la discontinuidad del tiempo endógeno del individuo que imagina, cons-truye y vive su tiempo.

No es fácil, en la rica y variada producción científica de Simmel, encon-trar aplicaciones específicas y puntuales de su frame teórico. Sin embargo, en su contribución titulada las “Intersecciones de los círculos sociales”, que constituye un capítulo de su Sociología (Simmel, 1978:347-391)56, existen inte-resantes reflexiones que con toda rotundidad se anticipan casi un siglo a temas

56. Una primera versión de tal capítulo formaba parte del volumen Sobre la diferenciación social, escrito diecio-cho años antes que el tratado de Sociología. Ello confirma la centralidad de la temática de la “diferencia” en el pensamiento de Simmel, que constituye, para algunos autores, el leit motiv teórico de toda su vida. Sobre esta interpretación véase la introducción de Accarino a la edición italiana del trabajo de Simmel sobre la diferenciación social (Simmel, 1982).

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actualmente presentes en la sociedad contemporánea que, en cuanto que cada vez es más relacional, no puede ser leída e interpretada con las ya tradiciona-les, por no decir anquilosadas, categorías de sistema, de rol57. Como se verá a continuación en las próximas páginas, emergen, de la lectura de este ensayo, indicaciones y anticipaciones muy precisas que se encuentran en la network analysis. Se trata de un ensayo que desarrolla reflexiones tanto de tipo diacró-nico como sincrónico.

En el capítulo sobre las “Intersecciones de los círculos sociales”, Simmel utiliza la expresión “círculo social” para indicar al mismo tiempo unidad, asociación, reagrupamiento: todo círculo social es definido por las acciones recíprocas activadas por los sujetos a partir de empujes, motivaciones y/o inte-reses de tipo individual. Por tanto, todo círculo social representa y constituye una esfera de relaciones diferenciadas sobre la base de específicos y concretos contenidos, que se dan desde los empujes y desde las motivaciones individua-les. Todo círculo social tiene un contenido preciso y una forma definida (dada por los principios estructurales que presiden a toda acción recíproca, a toda asociación).

El concepto de “intersección” de círculos sociales permite a Simmel concretar muy acertadamente un proceso, un desarrollo que él define tanto filogenético como ontogenético:

“El individuo se ve primeramente en un ambiente que, relativamente indife-rente hacia su individualidad, lo encadena al propio destino y le impone una estrecha coexistencia con aquellos junto a los que ha ubicado el caso del naci-miento; y este primeramente significa que el estado inicial de un desarrollo es tanto filogenético como ontogenético. Pero la continuación contempla posterior-mente a las relaciones de asociación entre elementos constitutivos homogéneos tratados por círculos heterogéneos. De esta forma la familia comprende un cierto número de individualidades de especie diferente, que al principio depen-den de esta relación en la medida más estrecha. Con el progreso del desarrollo, sin embargo, todo individuo intersecciona un vínculo con personalidades que están fuera de este originario círculo asociativo y que tienen con él una relación derivada de la igualdad objetiva de las disposiciones, de las tendencias, de las actividades, etc.; la asociación derivada de la coexistencia exterior siempre es sustituida por una asociación fundada sobre relaciones de contenido” (Simmel, 1978:347-348).

57. Como ha señalado Robles (2000:221), la obra de Simmel se caracteriza por negación de lo unicéntrico y, consecuentemente, sus trabajos inauguran en la práctica el análisis de uno de los fenómenos tanto fascinantes como esenciales de la modernidad post-tradicional: la ambivalencia y la peculiaridad policéntrica de las socieda-des contemporáneas. Véanse Bauman (1991); Luhmann (1998); Beck (1997:13-74).

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El desarrollo es entendido, al mismo tiempo, como un desarrollo indivi-dual y como un desarrollo espiritual, cultural, como estadio “avanzado” de la sociedad. Relaciones de contenido son tendencialmente relaciones selectivas, elecciones “libremente” del sujeto.

Mediante un recorrido analítico no siempre claro y lineal, y en más de una ocasión tortuoso, de esta premisa inicial se derivan algunas “consecuencias” relevantes y claves para una definición de la sociedad y de lo social como redes de relaciones. En efecto, a través de una lectura de los múltiples ejemplos esbo-zados y planteados, es posible especificar sin ningún género de dudas algunos factores centrales y fundamentales del frame teórico de Simmel:

A) Nivel Estático:» La sociedad es el resultado de esferas de relaciones (círculos) diferencia-

das respecto al contenido, “siempre significa que los individuos particulares están entrelazados gracias a la inter-influencia y determinación ejercidos recíprocamente” (Simmel, 1986:235)

» El contenido viene dado y especificado concretamente por las motiva-ciones, aspiraciones e intereses de los individuos que activan acciones recíprocas en su devenir existencial.

» Los límites de todo círculo son “móviles”, no tienen un carácter estático, en el sentido de que el ingreso en dicho círculo de un nuevo individuo, que pertenece a otro u otros círculos sociales, modifica radicalmente el sistema de acciones recíprocas.

» Todo círculo social tiene límites bien precisos, aunque a veces no estén muy claros: un dentro y un fuera que puede ser definido a partir de la comunidad de intereses, objetivos, motivaciones, afinidades. Un código de pertenencia que Simmel, para algunos y concretos reagrupamientos, identifica por ejemplo, en el concepto de honor.

» En todo círculo social es posible encontrar principios que podríamos denominar estructurales (por ejemplo, dominio/subordinación; constric-ción/libertad; integración/conflicto, etc.).

» La pertenencia a más círculos sociales hace que el individuo pueda, contemporáneamente y al mismo tiempo, tener más y diversas posicio-nes sociales: en un círculo ser central, en otro ser periférico; en uno tener una posición de clara autoridad, en otro estar subordinado; en uno ser importante por su posición económica, en otro por sus concretas cuali-dades personales (Simmel, 1978:363).

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B) Nivel Dinámico:» En el tránsito desde las sociedades “primitivas” a las sociedades complejas

los círculos sociales (definidos como proximidad/alejamiento entre las diferentes esferas) se transforman y mutan en el espacio social de concén-tricos (para los que la pertenencia a un círculo no extraña al individuo de otro o de otros círculos de pertenencia) en contiguos, ubicándose en un espacio que podríamos denominar multidimensional.

» Por efecto del progresivo aumento de la libertad del individuo que se libera y aleja de la “vinculación” local o de cualquier otra vinculación nacida sin la participación del sujeto, en el paso de lo simple a lo comple-jo la acción recíproca de adscrita se convierte en selectiva.

» Con el aumento de la complejidad social aumenta el número de los diver-sos círculos sociales en los que el individuo se encuentra: el número de los círculos es para Simmel (1978:354) uno de los criterios de medida de la cultura, entendida como el aumento de la libertad, de la conciencia, del auto-conocimiento individual. Esto significa que el ser humano cada vez es menos definido por un único e indiferenciado círculo social que se constituye prescindiendo de sus capacidades, motivaciones, aspiraciones, competencias y cada vez es más descrito por la participación continuada y constante en más círculos sociales “libremente” elegidos.

» La individualidad se ubica con toda precisión y rotundidad en el punto de intersección de diferentes y diversos círculos sociales (mientras que en el pasado se ubicaba en una sola y concreta red) según un proceso que en muchos aspectos es circular: “Para la personalidad moral nuevas determinaciones, pero también objetivos novedosos, surgen cuando pasa desde la inserción en un círculo social al punto de intersección de muchos círculos. La precedente no equivocación y seguridad cede a una oscilación de las tendencias vitales; en este sentido un viejo proverbio inglés dice que quien habla dos lenguas es un pícaro. El hecho de que desde la pluralidad de las pertenencias sociales nazcan conflictos de naturaleza exterior e interior que amenazan al individuo con un dualismo psíquico no es una prueba contra su acción estabilizadora, que refuerza la unidad personal. Aquel dualismo y esta unidad se apoyan recíprocamente: en cuanto que la personalidad es unidad, es susceptible de escisión; cuanto más múltiples son los grupos de intereses que desean encontrarse y encontrar un acomodamiento en nosotros, tanto más el yo es consciente de su unidad” (Simmel, 1978:356).

» A pesar de un proceso que asume un caminar evolutivo lineal (desde lo simple e indiferenciado, a lo complejo y diferenciado) de la sociedad contemplada como “proyección” formal de todos los círculos sociales que

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-se recuerda- existen en cuanto son actualizados por la acción recíproca, la historia de la sociedad (al menos de la occidental), puede ser contem-plada y observada como un proceso continuo y progresivo de crecimiento de nuevos y diferentes círculos sociales. Estos sustraen y atraen en su esfera individuos pertenecientes a otros círculos. Por ejemplo, en la cons-titución de las falanges espartanas, la formación del clero, de la orden de caballería, del ejercito, de las corporaciones de artes y oficios para llegar a los partidos políticos, a las asociaciones profesionales, a los sindicatos, etc., que “separan” al individuo de la familia, de la parentela, del clan, de la comunidad de nacimiento. En un primer momento sin crear fracturas bien definidas (la construcción de círculos concéntricos es para Simmel el estadio sistemático, y con frecuencia histórico, de tránsito y mutación de lo simple a lo complejo) (Simmel, 1978:361). Sucesivamente creando círculos separados y diferenciados que se interseccionan en la acción recíproca del individuo. Y todo ello en el interior de un más amplio y complejo proceso de liberación y reubicación de los individuos que, en algunos casos, también ha sido combatido: proceso que, en extremo, no es más que un proceso de clara y nítida diferenciación social.

En relación a aquellos que son los problemas planteados por la network analysis respecto a su capacidad/posibilidad de ser algo más que una técnica de análisis de las esferas de relaciones latentes (que se ubican bajo o a la sombra de las relaciones de roles), o residuales (lo “no explicado” a la luz de las variables individuales), el pensamiento de Simmel, a pesar de su profunda complejidad (y quizás por ello), ofrece un enganche teórico muy relevante y de gran calado como podremos comprobar a continuación.

El link entre lo social (el objeto de conocimiento) y las técnicas de análisis viene dado por el hecho de que para Simmel la realidad social es sin ningún género de dudas relación social. No existe en sí, sino que solo es la actualiza-ción constante de las acciones recíprocas: la sociedad es una red de redes de relaciones a cualquier nivel de ubicación del análisis. Como dice Simmel, si la sociedad es el abstracto concepto general que designa las diferentes y varia-das formas o bien su suma una y otra vez activa, un determinado número de personas puede ser sociedad en grado mayor o menor (Simmel, 1978:13). Consideración que se traduce, a nivel empírico, en que el concepto operativo y práctico de red social se puede utilizar sin ningún problema en diferentes niveles: individuos; diadas; pequeños grupos; relaciones entre grupos, entre asociaciones, entre redes específicas. Y empleando expresiones más novedo-sas y recientes, algunos principios estructurales individuados por Simmel

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(número de los elementos, distancia/proximidad, supra-ordenación/subordi-nación) pueden ser traducidos en el lenguaje de la network, convirtiéndose en: amplitud, densidad y/o centralidad, direccionalidad de los ligámenes.

Paralelamente, el concepto de intersección de círculos sociales plantea la idea –y estamos en los inicios del siglo XX- de la condición del individuo en la modernidad como punto de intersección de roles, funciones, competencias, intereses, motivaciones potencialmente “excéntricas” respecto a una fuente única y unitaria de definición de la experiencia de la vida individual.

Es cierto que las asperezas que resultan de la existencia de una cantidad considerable de círculos sociales son considerables y costosas, en particular si éstos son y tienen un carácter concéntrico. No en vano, precisamente su carácter unicéntrico, al margen de pertenecer a sociedades de baja compleji-dad y diferenciación, significa un escollo de calado para el desenvolvimiento y despliegue de la libertad individual. En contraste, la vida en la modernidad contemporánea impone de forma casi dictatorial a los individuos la existen-cia de una gran cantidad y variedad de círculos sociales policéntricos (en el aspecto profesional, de la sociedad científica, respecto de las instituciones civiles y políticas, de la familia y sus roles, etc.), lo que, además de conlle-var un aumento considerable de las diversas formas de sociabilidad, también significa nuevos y desconocidos peligros para la libertad individual. De allí que Simmel, lejos de ensalzar y valorar positivamente las ventajas de la moder-nidad, se ocupe particularmente de desvelar sus riesgos (Robles, 2000:223).

Un ulterior elemento “teórico” de la network analysis que puede encontrarse en Simmel (al menos en el primer Simmel) viene dado por la posibilidad de conciliar la posición de quien enfatiza el comportamiento manipulador de las redes por parte del sujeto y la posición de cuantos consideran el comporta-miento de ego como “efecto” de su posición en la red y de las características estructurales de la propia red. Simmel siempre parte de las motivaciones, aspiraciones, intereses de los individuos, y contempla en el proceso de multi-plicación de las esferas sociales un aumento de la libertad del sujeto, la cual es directamente proporcional a su posibilidad de moverse y desplazarse en un articulado tejido social. Pero es libertad de moverse entre más redes y no en la red: para Simmel el individuo siempre actúa libremente en situaciones vincu-ladas, allí donde los vínculos están constituidos y configurados por principios constitutivos (las formas) de todo círculo social.

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“Su libertad no está ontológicamente fundada, sino que se alimenta de la posibilidad de moverse en el complejo tejido de una sociedad cada vez más diferenciada. En el lado opuesto, la sociedad no es un ente que se erige en contraposición a los individuos que lo componen; no es otra cosa que la suma de todas las redes de relaciones. Individuos y sociedad están constituidos con el mismo material y recíprocamente se implican. Son dos polaridades que no pueden subsistir separadamente por mucha tensión que pueda generarse entre sí” (Introducción de A. Cavalli a Simmel, 1989:XXVI).

Sin embargo, especialmente en la fase de plena madurez, prevalece clara-mente en Simmel una tendencia a leer los círculos sociales, las asociaciones como formaciones que asumen una fuerza que se contrapone a los actores sociales, como si hubiesen adquirido su existencia independientemente, y las acciones de reciprocidad como sistema de interdependencia que se rige a partir de tipificaciones categoriales. Prestándose las primeras a ser leídas como “instituciones”58 y las segundas como “roles”: en esta perspectiva interpretativa,

58. Entre las múltiples acepciones y definiciones de institución, se asume, en este particular caso, la institución como “complejo de roles entre sí correlacionados, encaminado a realizar una función estratégica en la estructura social, en la que convergen sinérgicamente –potenciándose- una determinada práctica social, valores y normas de la cultura, motivaciones a nivel de la personalidad de los sujetos englobados” (Gallino, 1978, voz “Institución”). Ahora bien, maticemos, las instituciones sociales son relaciones sociales que se desarrollan como procesos de objetivización a lo largo del eje estructural (como vínculos a la acción y como regularidades de comportamiento) y a lo largo del eje de la atribución de sentido (como convenciones cognitivas y como normas regulativas de los comportamientos en términos de su conformidad a valores). Las instituciones son los puntos focales, fundamentales de la organi-zación social, comunes a todas las sociedades y referidas a los problemas universales de la vida social ordenada. Conviene subrayar tres aspectos: a) los modelos de comportamiento regulados por instituciones (instituciona-lizados) se ocupan de algunos problemas perennes y fundamentales de cualquier sociedad; b) las instituciones implican la regulación del comportamiento de los individuos en la sociedad según un pattern definido, continuo y organizado; c) estos pattern trasladan a una ordenación y a una regulación normativa definida, es decir, la regulación está sostenida por normas y por sanciones legitimadas por tales normas. Por tanto las instituciones o los modelos de institucionalización son principios regulativos que organizan la mayor parte de las actividades de los individuos en una sociedad canalizándolas dentro de modelos desde el punto de vista de algunos de los problemas perennes y fundamentales de cualquier sociedad. A tales problemas y puntos de vista corresponde la diferenciación de las mayores esferas institucionales o actividades: familia y parentela, educación-instrucción, economía, política, instituciones culturales, estratificación social. Toda esfera institucional desarrolla los propios medios simbólicos de intercambio y posee recursos propios. Las instituciones son muy similares a los conjuntos de roles organizados en torno a algunas funciones societarias especiales. No se identifican ni con las organizaciones ni con los grupos, pero en toda sociedad existen grupos y roles definidos que se ocupan de alguna de las mayores áreas institucionales.

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los principios reguladores de las formas pueden ser asumidos como estructu-ra59.

La tendencia a captar críticamente el proceso de reificación de las formas sociales está presente en todo el pensamiento de Simmel.

“La reflexión sobre el dinero y sobre el intercambio ocupa en Simmel una posi-ción de gran relieve, dinero e intercambio se presentan como formas puras y objetivas que conducen a una existencia propia más allá de las intenciones de los actores sociales y de sus atribuciones de sentido” (Introducción de A. Cavalli a Simmel, 1989:XXV)60.

La tendencia de las formas culturales (de las instituciones) a preservarse y conservarse contra la vida y los hombres que las han producido constituye, para el último Simmel, la “tragedia de la cultura”61, es decir, saber que la vida subjetiva puede realizarse no en sí misma, sino a través de las formas (cultura-les) de la propia “extrañeza”:

“Después de que determinados motivos fundamentales del derecho, del arte, de 59. Sobre el término estructura regresaremos a continuación, en este nivel de análisis se asume como “trama, retículo de relaciones de interdependencia relativamente estables que subsisten entre un determinado conjunto de posi-ciones sociales, roles, instituciones, grupos, clases, u otros componentes de la realidad social, de igual nivel (...) o de diferente nivel (...) prescindiendo de la identidad de los componentes que eventualmente se aproximan como sujetos en las relaciones” (Gallino, 1978, voz “Estructura”). No es un esquema de comportamientos individuales agregados, aunque sea estable en el tiempo, como señalan los individualistas metodológicos (que la interpretan como resul-tado de acciones individuales agregadas y persistentes), ni una regularidad similar a una ley determinista que gobierne el comportamiento de los hechos sociales análoga a las fuerzas mecánicas y naturales, como señalan los holistas metodológicos (que reifican el concepto separando la estructura de la acción). La estructura social es una forma real de organización social que emerge de un conjunto no casual (sino contextualmente determinado) de relaciones sociales entre sujetos que ocupan estatus-roles. Como tal la estructura social tiene una realidad y un dinamismo propio, analíticamente diferente de las acciones, en cuanto que: a) se configura como propiedad emer-gente de relaciones que preceden a los ocupantes de los estatus-roles; b) muestra un propio poder, ya que sostiene ciertas tendencias mediante vínculos, incentivos, premios y sanciones que condicionan la acción; c) depende de relaciones que tienen propiedades causales independientes de la acción humana y no son simples abstracciones del comportamiento repetitivo y rutinario de los agentes.60. Véase Simmel (1977). El ensayo sobre el dinero es anterior al tratado de sociología. Concretamente el primero aparece publicado en 1900, mientras que el segundo en 1908. El dinero le interesa a Simmel como el símbolo “más puro” de la sociedad moderna, como medio de interacción generalizado. “El dinero es el símbolo de la unidad indescriptible del ser, en sentido estricto y empírico, de la que surge el mundo, en toda su extensión y con todas las diferencias de su energía y realidad” (Simmel, 1977:630). Para Beriain (2000:13), con este punto de vista excluye Simmel expresamente la investigación de la moderna economía capitalista y del moderno capitalismo como un orden meramente económico. Clasifica el trabajo en dos partes: analítica y sintética. Desde el punto de vista técnico, la primera parte considera el dinero como variable dependiente mientras que la segunda parte lo consi-dera como variable independiente. En la primera parte se preguntará por las condiciones –las actitudes de los individuos, las relaciones sociales y la estructura lógica del valor- que influyen en el significado y la posición práctica del dinero; en la segunda parte se preguntará por cómo el dinero influye en el moderno estilo de vida y en la cultura moderna. 61. Sobre el diagnóstico de Simmel entorno a la tragedia de la cultura contemporánea véase Ramos Torre (2000:37-71).

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la costumbre han sido creados, quizás a partir de nuestra más íntima espon-taneidad, nos evita en qué singulares formas se desarrollen; al producirlas o al recibirlas más bien seguimos el hilo conductor de un ideal de necesidad que es objetivo y no menos negligente de las exigencias de nuestra personalidad, por centrales que sean, de cuanto lo sean las fuerzas físicas y sus leyes” (Simmel, 1976:98).

Y el radical rechazo del hombre moderno a someterse a las formas y a las instituciones (de aquí el conflicto permanente y constante que está en la base y fundamento de los procesos de asociación) deriva en una “tragedia social”, que no es otra cosa que una consecuencia clara y contundente de la primera, esto es, de la tragedia de la cultura62.

“Ciertamente han sido creados por sujetos y están determinados para sujetos, en la forma intermedia de la objetividad que adoptan más allá y más acá de estas instancias siguen una lógica evolutiva inmanente y, en esta medida, se alejan tanto de su origen como de su fin” (Simmel, 1988:225).

La cultura parece convertirse, hegelianamente, en una especie de “segunda naturaleza” que, en cuanto tal, también tiene su propia necesidad, generando de esta forma un desequilibrio de fondo entre sujeto y objeto, quizás más difícil de neutralizar de cuanto es producido por la relación con la “primera naturaleza”. Y Simmel muestra con claridad cómo este desequilibrio, estas “disonancias de la vida moderna” son imputables a la “diferenciación” cada vez más marcada entre las “prestaciones culturales creativas” y la “situación cultural de los individuos”, es decir, al hecho de que, debido fundamental y priori-tariamente a la técnica, las cosas que nos circundan y acompañan se hacen progresivamente más “cultivadas y refinadas”, pero a los hombres les cuesta cada vez más que la creciente y constante perfección de los objetos correspon-da de alguna manera a una creciente perfección de la propia vida subjetiva (Simmel, 1984:91).

Sobre análogas “disonancias”, aunque interpretadas de forma diferente, ya habían puesto su atención Marx y Nietzsche: el primero, imputándolas al modo de producción capitalista, y el segundo a la “religión nihilista”, es decir, al cristianismo. En cualquier caso, es a través de estas disonancias como toma cuerpo en Alemania la neta oposición entre “Kultur” y “Zivilisation”,

62. Sobre estos temas, véanse las últimas obras de Simmel: Sobre la filosofía de la religión, 1912; La intuición de la vida. Cuatro capítulos metafísicos, 1918; El conflicto de la cultura moderna, 1918.

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entre cultura y civilización, es decir, entre las propias actividades subjetivas –la religión, la filosofía, el arte- intrínsecamente variables y libres (cultura) y las actividades claramente objetivas, burocráticas, técnico-económicas, cuyo carácter viene dado por la continua y progresiva acumulación e irreversibili-dad (civilización).

Desde Max Weber a Tönnies, desde Scheler a Simmel, desde Spengler a Alfred Weber, desde Troeltsch a Meinecke, encontramos, aunque con varia-ciones muy particulares, el eco de tal oposición, o sea, el temor a que en Occidente “el cuerpo vivo de un alma” (la Kultur) esté por dejar su puesto como si cualquier cosa a su “momia” (la Zivilisation) (Spengler, 1983:528): un eco que, concretamente mediante las perspectivas heideggerianas y la “crítica de la razón instrumental” elaborada por los autores de la Escuela de Frankfurt, aún hoy se escucha en su “entonación polémica en las referencias a la técnica” (Gehlen, 1967:9) y en formas, más o menos estériles y decadentes, de persis-tente pesimismo cultural.

3.2. Von Wiese o lo interhumano como sustrato social

En el interior del complejo y articulado debate sobre la naturaleza y los fundamentos de la disciplina sociológica63, íntimamente conectados a la defi-nición de social y sociedad, se inserta la magistral, aunque olvidada reflexión de Leopold von Wiese64. Esta puede ser considerada sin ningún género de dudas como un decisivo paso hacia delante –en términos de mayor sistemati-cidad- respecto a las posiciones y planteamientos de Simmel.

63. Von Wiese dedica toda la primera parte de su tratado de sociología general a una confrontación puntual con todos los autores, fundamentalmente alemanes, que estaban abordando el problema de la definición de “social” y de “sociología”.64. Posiblemente, uno de los más rigurosos y serios estudios en lengua castellana sobre von Wiese es el realizado por Sánchez Cano (2006). Gracias a la labor de recopilación de su mujer, la profesora Morales, y de su hija, la profesora Sánchez Morales, podemos contar con una interesante obra. Esta, en buena medida, me ha servido de guía para adentrarme en la sociología de lo interhumano de este pensador alemán que, por desgracia, ha pasado muy de puntillas por de la sociología española. Como afirma Sánchez Cano, “ la obra de Leopold von Wiese ha provocado poco entusiasmo entre las diferentes corrientes de la Sociología española y su recepción es, sobre todo, obra de juristas interesados en aspectos de la Filosofía del Derecho que la utilizarán para fundamentar ciertas doctrinas jurídicas” (Sánchez Cano, 2006:129). Un buen ejemplo es Recasens Siches (1943) que, apoyándose en la filosofía kantiana y en la doctrina jurídica de Kelsen, en el año 1922 presentó su teoría de la plena identidad entre el Estado y el Derecho (sistema jurídico urgente), en polémica tanto con las doctrinas que veían en el Estado una realidad como contra la tesis de que el Estado tiene dos facetas (una sociológica y otra jurídica). La primera traducción de un texto de von Wiese al castellano data de 1932. Lleva por título Sociología, Historia y problemas principales. Este texto recibió una notable aceptación académica, y se reeditó en varias ocasiones. El segundo texto importante es la traducción de una parte del System der Allgemeine Soziologie. De cuando en cuando, aparece el nombre de von Wiese en revistas especializadas, en algún texto sociológico o en algún manual de sociología. Las alusiones más frecuentes se hacen a sus dos obras conocidas anteriormente citadas, relegando su Ethik (1947), así como sus artículos, publicados en Handwörterbuch der Sociología (1931), obra dirigida por Alfred Vierkandt, y en la que colaboraron científicos de la talla de Sombart, Mannheim, Freyer, Michels y Openheimer. El resto de la obra de von Wiese cumple una función histórica y parece haber quedado relegada al olvido.

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Evitando el adjetivo formal o formalista, utilizado por Simmel (von Wiese, 1968), von Wiese define y etiqueta a su sociología como “teoría de las relacio-nes” o de lo interhumano –entendiéndose este último concepto como formas de socialización, como divergente del contenido concreto de la vida social y fundamento de su crecimiento e integración-.

“Lo interhumano –afirma von Wiese- es, pues, el suelo sobre el que crece toda cultura, toda civilización, todas las instituciones y las formaciones de ideas” (von Wiese, 1968:83).

Aún más, no resulta arriesgado decir que la etiqueta “teoría de las relaciones” no es más que una notable abreviatura de una más amplia teoría que no queda en toda su magnitud reflejada en su título. Estudia las “ formas de las relacio-nes”, las “ formas de los procesos sociales”, las “ formas de las estructuras sociales” y el complejo relacional que compone la “esfera social” como campo de vivencias donde transcurre buena parte de la vida del individuo.

En su esfuerzo de sistematización y puntualización de los límites de una ciencia de lo interhumano (von Wiese, 1968:135-261), von Wiese recorre con especial originalidad el pensamiento de algunos clásicos, de los que capta perfectamente sus potencialidades y límites.

De Spencer subraya la centralidad de los conceptos de integración y de diferenciación y la tesis, aunque no claramente expresada, de que las cien-cias sociales no son ni ciencias naturales, ni ciencias espirituales, sino que, en buena medida, están ubicadas entre ellas (von Wiese, 1968:154). Revela los límites, las fronteras, en su sistemática minusvaloración del individuo, de sus componentes voluntaristas, irrelevantes respecto a una sociedad entendida y concebida como superorganismo, cuya sustancia resulta de la naturaleza biológica y psicológicamente determinable de sus respectivas unidades.

Critica la hipervaloración (pero no la conceptuación y su focalización) de lo social, respecto al individuo, realizada por Durkheim, que “conducía a un sociologismo, que no admite alguna individualidad” (von Wiese, 1968:156) y que sustancialmente encontraba su fundamento en la idea de la existencia de dos entidades separadas, individuo por una parte y sociedad por la otra: expresiones ambas de dos complejos articulados de fuerzas en lucha entre sí, respecto a los que el pensador debería claramente tomar partido o escoger bando (von Wiese, 1968:157). Sin embargo, para von Wiese, el dilema “indi-viduo-sociedad” no se resuelve –afrontando con resolución los problemas de

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lo interhumano- cayendo en las redes de la psicología “según el peligroso e impactante ejemplo de Tarde, entendiendo por sociedad la suma de las influen-cias psíquicas de los singulares hombres sobre hombres singulares” (von Wiese, 1968:158).

Como otros teóricos del formalismo sociológico, tales que Simmel y Vier-kandt, von Wiese afronta y encara la dicotomía individuo-sociedad no en términos antitéticos y separados. La concibe de modo menos mecanicista, como conciliación o correlatividad. Para von Wiese, en la construcción del mundo y su materialización en “ formas sociales” están involucrados la sociedad, comprendida como totalidad, y los individuos que la componen y sustentan. Von Wiese, al igual que sus colegas del formalismo sociológico, así lo expresa y elabora su teoría en un momento histórico de la sociología en el que se esta-blecen posiciones por la disputa entre Gabriel Tarde y Emile Durkheim. Esta superación de la dicotomía individuo-sociedad implica que entre las acciones del hombre, sus problemas y sus obras no sea posible un acercamiento a ellos, ni tampoco su comprensión, desde visiones claramente parcializadas de las diferentes disciplinas especiales.

En síntesis, von Wiese no rechaza rotundamente la perspectiva psicologista, que coloca el “yo individual” como protagonista configurador del medio social en el que se desenvuelve su vida y su trayectoria existencial. Tampoco rechaza rotundamente la perspectiva sociológica que sitúa el protagonismo de la vida social en la sociedad como totalidad, imaginando que el creador del hombre es la propia sociedad. Esta postura de entender ambas posiciones favorece de forma decisiva la aproximación entre la psicología y la sociología y, dentro de la tradición intelectual alemana, enlaza a ambas con la filosofía65.

Von Wiese subraya con precisión la centralidad de un nuevo y original elemento introducido por Tönnies (1979): el voluntarismo, que lleva a este último autor a deducir la llamada vida social del consenso recíproco. Pero existe una novedad que, a pesar de haber proporcionado las premisas de una nueva tendencia encaminada a hacer de la voluntad humana el concepto central y no ya su concepción en términos naturalistas de una nueva socio-logía, no ha sido –a juicio de von Wiese- fértil y fructífera, si y en cuanto los originales postulados de Tönnies han sido sencillamente concebidos e inter-pretados de forma puramente ética, más de cuanto el propio autor hubiese esperado e incluso deseado.

65. Von Wiese piensa la filosofía de la forma que sostiene Dilthey: “La filosofía es, en primer término, un método para aprehender la realidad efectiva mediante la experiencia pura y analizarla dentro de los límites que enseña la crítica del conocimiento” (Dilthey, 1980:199-200).

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Igualmente, von Wiese reconoce a la sociología americana, nacida de la influencia y el impulso de Spencer, una contribución, generalmente minus-valorada, a la construcción de la sociología como disciplina autónoma e independiente. El concepto de “proceso social” introducido por Albion Small (General Sociology, 1905), el acento puesto por Eduard Alsworth Ross (Social Control, 1901) en el hecho de que el elemento constitutivo de la sociedad no es el hombre singular, sino el proceso social y los esfuerzos de Charles H. Cooley (Human Nature and the Social Order, 1902) de considerar constantemente al hombre en conexión con la sociedad y la sociedad en constante comunión con la persona66, constituyen –para von Wiese- las premisas y fundamentos para una definición de la sociología como disciplina de lo interhumano, y de la individuación del objeto de la sociología no en el sistema social o en el individuo, sino en los concretos sistemas de interdependencia, en los procesos que ligan individuo-sociedad de forma recurrente y constante, en los que no se puede dar el uno sin la otra y viceversa.

Como conclusión de su excursus sobre las matrices teóricas de la sociolo-gía, von Wiese reconoce que en Simmel, Weber y Durkheim y sobre todo en los sociólogos americanos “comenzó a abrirse camino el efectivo modo del ver sociológico, que se diferencia como perspectiva de las otras ciencias” (von Wiese, 1968:178). Pero se trata de una posición o perspectiva que ha estado “bloquea-da” o “anulada” por la pesada herencia del siglo XIX, herencia o legado que concretamente consistía en el positivismo, en el biologismo y en la pura psico-logía de la asociación, a la que se ha opuesto una versión del voluntarismo: nos estamos refriendo al subjetivismo de los inicios del siglo XX.

“La doctrina de Bergson sobre el primado de la intuición se mezcló con la doctrina del entender de Dilthey, y de la exageración de ambas ideas nace la anarquía espiritual del anti-positivismo, que despreciaba como superficia-lidad todo intento honesto de cuantificar los fenómenos de la esfera de la vida humana. De esta forma venía frustrada la tendencia a la delimitación y a la legitimidad, de la que solamente puede emerger la forma clara de una ciencia. Y de ahí las consecuencias irremediables (especialmente sobre Weber y Sombart) de la separación debida a Rickert y solo provisionalmente dominante, entre la ciencia de la naturaleza y la ciencia del espíritu y el completo distanciamien-

66. Von Wiese, al analizar la significación y aportación de Cooley, estima: “(...) Cooley dio el paso decisivo que antes de él no se había hecho con suficiente decisión viendo siempre la persona en conexión con la sociedad y la sociedad en perpetua unión con la persona” (von Wiese, 1968:24).

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to de la sociología de la tierra natal, es decir, de la ciencia de la naturaleza. De esta forma no debía ser otra cosa que una ciencia comprensiva (...). El distanciamiento de las ciencias naturales hizo surgir con frecuencia, incluso a continuación, la tendencia a sustituir la antigua “ausencia de presupuestos” de la ciencia con lo que se da el nombre de “concepción del mundo”. Si no se llegó al punto de sustituir el saber con la fe y con las convicciones adquiridas libremente, sin embargo la fenomenología recientemente descubierta, de la que cada uno podía hacerse una idea diferente, sin que pudiese ser impedido, fue el pretexto para un conocimiento aparente, que vagaba sin una disciplina, se enri-quecía de palabras y consistía en la disgregación de la unidad de la ciencia en numerosas e incontrolables opiniones personales” (von Wiese, 1968:180-181).

Respecto a las clásicas dos polaridades individuo-sociedad y a la contra-posición entre categorías de análisis que estudian lo social como hecho que existe antes y sobre el individuo, y aquellas que consideran o plantean lo social como proyección de empujes, motivaciones, intereses, voluntades individua-les, como gran narración, von Wiese opone de forma contundente el sugestivo concepto de proceso social y de sociología relacional.

“La vida social de los hombres es una cadena ininterrumpida de acontecimien-tos, en la que los hombres se ligan más estrechamente el uno con el otro o se distinguen el uno del otro. Los actos de aproximación o de separación, son proce-sos, a los que se reconduce toda existencia interhumana. Las fuerzas últimas, que los singulares hombres poseen, son personales, es decir, físicas, psíquicas, espirituales. Pero estas fuerzas son fecundas y se convierten en acciones mediante los enlaces del hombre con el hombre, que permanecen activos en el espacio y en el tiempo. Desde el punto de vista de un desarrollo histórico la construcción de la civilidad consiste en una acumulación y en una incesante continuidad. Los efectos de las relaciones humanas crecen en el curso del tiempo en una progre-sión quizás geométrica (...). Con ello he reconocido –según la idea fundamental de la doctrina relacional- que los fenómenos fundamentales, que en último análisis constituyen la vida social, son distanciamientos constantemente varia-bles entre los hombres (y de los grupos humanos); y con ello también hemos revisado el objetivo específico de la sociología, que se distingue claramente de todos los otros, es decir, aquello de aislar lo interhumano de todos los procesos referentes a los hombres e incluirlo en un sistema de distanciamientos variables” (von Wiese, 1968:200-201).

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Von Wiese ubica su doctrina relacional en una situación o posición neutral respecto a la contraposición –por todos considerada ficticia y artificial- entre individualistas y colectivistas67. El motivo es bien claro y contundente: lo social no es propiamente el individuo o la sociedad, sino solamente procesos y concatenaciones de acontecimientos y situaciones en los que están plenamente implicados los individuos, pero sus intereses, motivaciones, deseos, aspira-ciones no son ya decisivos de la situación externa y de las influencias de las formaciones sociales (von Wiese, 1968:204).

Por otra parte, en cuanto que lo social, en su acepción, presupone procesos de aproximación y distanciamiento, rechaza considerarlo sólo en sus aspectos de mera cohesión.

“(...) Los procesos sociales de disociación actúan también en el desarrollo de las formas sociales con intensidad (aparecen, por ejemplo, asociaciones para destruir un modelo de Estado. La vida interna de una asociación está, en ocasiones, más inspirada por afanes hostiles que por sentimientos comunitarios). Reservar a la sociología sólo el estudio de los interiormente ligados significaría no sólo empequeñecerla, sino renunciar a una captación de la totalidad del proceso interhumano” (von Wiese, 1968:55).

La comprensión de lo social quedaría falseada cuando no se atienden ambas dimensiones. La exclusión de una de ellas equivaldría a olvidar sin motivo alguno que lo justifique una de las corrientes que atraviesan la vida social de los hombres y de las sociedades68. Por este motivo se distancia de Tönnies, si y en cuanto que para este último el objeto de la vida social solamente son las relaciones recíprocas “positivas” de los hombres y de las asociaciones humanas (que se convertirían en el objeto específico de la sociología pura, mientras que las relaciones hostiles serían el objeto de la psicología y de la sociología apli-cada) y propone sustituir el adjetivo social por “interhumano”. Este ultimo no sería más que un juego infinitamente variable de distanciamientos y aconteci-

67. Más concretamente, busca salvar los escollos que en ambas corrientes encuentra y denuncia. Escollos que en el “ individualismo” se manifiestan por los efectos que puede generar sobre los grupos, en especial efectos desintegra-dores, los cuales emergen, fundamentalmente, cuando está tan arraigado en los hombres integrantes que puede llegar a terminar con la vida del propio grupo o haciéndole perder sus cualidades como tal, bien estimulando la desaparición de la “relación específica básica” o bien porque motiva que la conflictividad resultante rompa con la unidad del grupo. En cuanto al colectivismo dirá que olvida al hombre. Lo hace desaparecer y sólo se ocupa de dejar bien establecido el papel que la sociedad imprime en la personalidad de sus miembros, en su comportamien-to e intereses. Véase Sánchez Cano (2006:58)68. Para Sánchez Cano (2006:83), esta apreciación de von Wiese pone de manifiesto la modernidad y actualidad de su pensamiento, lo cual se evidencia si reflexionamos en la tan temporalmente cercana división de la socioló-gica moderna; tradicional división que, en cierta medida, clasifica a las distintas escuelas: sociología del conflicto y sociología del consenso.

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mientos, que en su totalidad configuran y forman la historia: distanciamientos y acontecimientos que no interesan ciertamente por su contenido, sino por la conexión y ligamen hombre-hombre que propiamente revelan (von Wiese, 1968:207).

En la individuación de los elementos fundamentales de la sociología, von Wiese considera una esfera de vida interrelacionada como una red aparente-mente impenetrable de líneas, que conectan puntos que, concretamente, son los actores sociales: el problema es ordenar y sistematizar este retículo y expli-car cómo solamente estos enlaces hacen posible la vida civil (en el sentido más amplio y extensivo de la palabra). Las líneas de enlace no son rígidas e invaria-bles, en cuanto que la red se presenta cada vez más como un campo de fuerzas plenamente cargado de energía, y no como una estructura fija y estable.

“Mediante los retículos de las relaciones sociales los hombres ininterrumpida-mente se están aproximando los unos a los otros o alejándose los unos de los otros. El reagrupamiento, obtenido de esta forma, hace posible el cumplimiento de un objetivo adecuado, objetivo. Es propio de la realización de un específico objetivo existencial pertenecer a una oportuna repartición de los hombres y a una congruente posibilidad de descarga de las fuerzas humanas, que no se ha dado en ninguna otra repartición de los hombres. Aunque numerosas y parti-culares energías se han acumulado en las almas y en los cuerpos de los hombres, su tipo de enlace decide cuáles de estas energías pueden traducirse en hechos y en acciones” (von Wiese, 1968:275).

Lo interhumano no es más que una gran cantidad de ligámenes mutuos y variables entre los seres humanos: los acontecimientos que suceden de forma continua en esta esfera son procesos sociales, mediante los que los hombres están más estrechamente unidos o separados. La relación social “es un estado lábil, ocasionado por un proceso social o (más frecuentemente) por más procesos sociales, en los que los hombres están recíprocamente coligados o separados. Dicho brevemente, (y por ello con posibilidades de error), una relación social es una determinada distancia entre ellos” (von Wiese, 1968:276).

Cuatro son, para von Wiese, las categorías principales del sistema. Antes de pasar a un análisis detallado de cada una de ellas merece la pena hacer una matización a la que podemos aplicar el calificativo de fuerte. No son catego-rías autónomas e independientes entre sí, sino que se encuentran íntimamente relacionadas. La “relación social” es la categoría básica y es la consideración estática del “proceso social”; éste, a su vez, no es sino una modificación o alte-

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ración de la “distancia social” entre los hombres y progresa en un “espacio o escenario social”. Por último, la “ formación social” consiste en estructuras de relaciones y procesos que componen y configuran determinados conjuntos entre los que se da una distancia, conformando el “espacio social”.

» Proceso social (sozialer Prozess). “Resulta claro que una esfera del puro ser-entre, en el cual no hay ninguna existencia autónoma, no puede repre-sentarse de otro modo que como el círculo de los vínculos, de los enlaces, de los anudamientos. Podría representarse gráficamente esta esfera como una red aparentemente impenetrable de líneas que parten de los puntos (hombres) y que, al mismo tiempo, establecen los límites del campo. Este campo no está formado únicamente por líneas de unión fijas e inmudables, sino que se refiere a un campo de fuerza cargado de energía. Dentro de este campo cargado de energía, y a través del entramado de la circulación social, los hombres se aproximan o se alejan los unos de los otros dentro de un sistema de uniones que varían constantemente” (von Wiese, 1968:109). De aquí procede el concepto de “proceso social”, primordial y clave en la especu-lación de von Wiese, que no es otra cosa que los acontecimientos que se desarrollan en la “esfera social” y que estriban en aproximaciones y distanciamientos interindividuales, que se alteran, desplazan, modifican, fluctúan..., pero siempre vuelven a instalarse en un perpetuo y conti-nuo movimiento. En la terminología hegeliana, el concepto de “proceso” implica que todo lo que tiene existencia está destinado a dejarla, y que la génesis y el cambio resultan del conflicto de cosas opuestas. Esta idea la retoma von Wiese al sostener y defender que todo “proceso social” conlle-va cambio, movimiento continuo, pero cuando se detiene el discurrir del tiempo y observamos desde esta perspectiva el ámbito de lo interhuma-no, se manifiesta ante nosotros un plexo de relaciones entre los hombres. Estas relaciones son su más rotunda expresión estática. En resumen, el “proceso social” es el suceder global en el espacio social que se subdivide en una cantidad infinitamente grande de procesos sociales, que son todos procesos de distancia y de aproximación. El proceso social es sinteti-zable en la fórmula: P = H x S, donde H es la actitud personal y S la situación, el contexto. De los dos elementos que configuran e inducen en el “proceso social” el peso de la influencia entre ambos difiere según los casos. La proporción de la influencia es variable y el predominio se inclinará hacia uno u otro elemento, pero siempre en dependencia con otros factores, y conservará carácter inestable. Más creemos que se hace necesario definir los conceptos utilizados en la fórmula. Dice von Wiese: “(...) el resultado primero de unas cualidades innatas y de unas determinadas

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experiencias” (von Wiese, 1968:258) sería la actitud personal, y la fórmula que representaría este concepto se expresaría de la siguiente manera: H = I (actitudes innatas) x E (experiencia). Por lo que al otro elemento señala-do en la fórmula del “proceso social” se refiere, esto es, a la “situación” (S), la define como sigue: “En la situación (S) aparecen también dos elementos que configuran la situación: las circunstancias objetivas extrahumanas (U) y la actitud de los otros seres humanos participantes en el proceso en cuestión (H)”. La fórmula quedaría enunciada de la siguiente manera: S = U x H. En ninguna de las fórmulas coloca a un factor como preponderante sobre otro u otros. Las correlaciones de fuerzas estarán en dependencia con la ocasión, el momento... Se advierte en todas las fórmulas un elemento subjetivo: “actitud personal”, el cual está presente incluso al definir la “situación”. Se trata de un factor que, a primera vista, se nos aparece como lo más “objetivo” del proceso. Pero la presencia del componente subjetivo en todas las manifestaciones de la vida del hombre supone un claro obstáculo a la hora de investigar su conducta. Según las fórmulas anteriores, el esquema básico de von Wiese para estudiar los “procesos sociales”, después de haber encontrado los elementos constitutivos del “proceso social”, sería: P = H x S, o lo que es lo mismo, P = (I x E) x [U x (I x E)].

» Distancia social (sozialer Abstand). “(...) Se trata de la segunda categoría en la que el concepto significa tanto lejanía como cercanía” (von Wiese, 1968:110). Todo proceso social es un desplazamiento de distancias entre los hombres (distancia entendida como aproximación o alejamiento)69.

» Espacio social (sozialer Raum). Es el universo en el que se desarrollan los procesos “o, lo que es lo mismo, la esfera social” (von Wiese, 1968:116). Von Wiese se encuentra en graves y serias dificultades en la definición de espacio social: los procesos de asociación y disociación se verifican en el espacio, pero no tienen lugar en el espacio físico70. El espacio social es aquella parte del mundo social que no puede entenderse y compren-derse (y que el actor social no puede entender y comprender) ni como puramente psíquica, ni como puramente física: lo social no es percep-tible, pero sus influjos sobre el mundo espacial y corpóreo son fuertes y diversos. En el espacio social sólo existen procesos sociales, de los que es

69. Martín López afirma que “observar la vida humana desde el punto de vista de la distancia existente entre los seres humanos es, por tal motivo, observarla sociológicamente: ésta es, directa o indirectamente, la finalidad perseguida por cualquier investigación dentro de los principios de la Beziehungslehre” (Martín López, 1997:85)70. A diferencia del espacio físico, o del espacio en sentido vulgar, el “espacio social” es la esfera en la que nacen y se desenvuelven los “procesos sociales”: uniones, rupturas, separaciones, entrelazamientos, disoluciones, divisiones, asociaciones. Estos procesos, que se desarrollan en el tiempo, son espaciales en el sentido más pleno, aunque no en la aceptación newtoniana o ingenua del espacio (Sánchez Cano, 2006:23).

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posible constatar los resultados más o menos estables, que generalmente cambian progresiva y rápidamente, lo que equivale a decir las relaciones. Los enlaces y las separaciones que se verifican en el espacio social “tienen sus propias leyes comparativas y sus propias medidas; aquí no se puede utili-zar el metro. Pero en el espacio social es posible la medida y la numeración; de otra forma no sería aplicable el concepto de cambio de la distancia” (von Wiese, 1968:277). Dicho en otros términos, el espacio social puede ser claramente cuantificado. Es el marco donde se pueden medir las rela-ciones sociales. Aparece aquí un moderno proceso que, en ocasiones, ha polarizado posiciones: ¿Sociología empírica? o ¿Sociología teórica? Cuantificación sí, pero claro está, junto a la teoría, por tanto unión de teoría y empiria. Su concepción con respecto a este punto sigue siendo marcada y absolutamente moderna: “Nuestras exploraciones y declaracio-nes sobre distancia, medición, cuantificación en la sociedad no se refieren a lo material, al mundo de la sustancia ni al mundo de las fuerzas físicas, sino que se sitúan en los acontecimientos que suceden en el espacio social...” (von Wiese, 1968:111). Pero la cuantificación de las formas y espacios sociales debe tener presente: a) que, a diferencia de las geométricas, no pueden ser fácilmente reducidas a sus elementos más simples; b) que no existe absoluta igualdad de “ formas sociales”, basta con que sean semejantes; c) el carácter histórico del hombre protagonista de los acontecimientos dentro de la esfera social, y d) que la vida del hombre se desenvuelve dentro de las esferas biológica, espiritual y social, presentando entre ellas conexiones y correlaciones.

Con esta tercera categoría cubre uno de los dos pilares sobre lo que debe sostener una teoría, porque la “realidad social” siempre está referida a un tiempo y a un espacio. En lo referente al tiempo pretende que su teoría tenga valor ahistórico. La dimensión espacial la mostró desde el primer momento la “esfera social”, pues en la “esfera social” está el “espacio social”. Es claro que el “espacio social” del hombre está determinado histórica-mente por la propia naturaleza histórica del ser humano y tiene su reflejo en el comportamiento sociocultural. La historicidad es una variable que debe ser tenida en cuenta en los estudios concretos de la vida social del hombre, la cual siempre transcurre en un momento histórico determina-do.

» Formación social (sozialer Gebilde). “Nos interesa aquí, en especial, la contraposición entre proceso social y formación social: en el proceso social, el acontecer, es único y sin forma y debe ser aprehendido como exteriori-zación de fuerzas; la configuración social, algo conformado, ensamblado,

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bien se comprenda como parte integrante del material perceptible o como un complejo de elementos inmateriales, se concebirá siempre como una figura relativamente duradera, delimitada y sustantiva” (von Wiese, 1968:113). En contraposición al concepto de proceso, que puede ser considerado un suceder único, no formado, una manifestación de fuerza, von Wiese introduce el concepto de formación, que está compuesto, algo formado que, ya se vea como elemento constitutivo de una materia perceptible, ya se vea como un articulado complejo de elementos inmateriales, es conce-bido como un fenómeno relativamente duradero, delimitable y sustancial (von Wiese, 1968:279-280). Las formaciones consisten en repeticiones de procesos que se desarrollan de forma afín: son distanciamientos, que tienen un desarrollo análogo en todo cuanto es de esencial y llevan a relaciones muy similares. El espíritu humano capta el suceder complejo a través de simplificaciones y objetivaciones y concibe la multiplicidad de los procesos que se repiten frecuentemente como totalidades sustancia-les, pero que en realidad no tienen ninguna sustancia. “Una formación social es una pluralidad de relaciones sociales, que están ligadas la una con la otra, de tal manera que se interpretan en la vida práctica como unidad. Las formaciones sociales no pueden tener otros elementos fuera de los proce-sos sociales; ya que no existen otros. Constituyen un estado (relativamente) permanente, representado como una entidad formada, de determinados distanciamientos entre los hombres. Estas, en su calidad de Iglesias, Estados, economía, clase, grupo, formaciones del arte y de la ciencia, también pueden ser algo diferentes, es decir, conquistas del espíritu que opera según fines; pero en la sociología interesan como condensaciones de procesos de asociación y de disociación” (von Wiese, 1968: 281). El concepto encierra la idea de colocar ordenadamente una pluralidad de partes y las relaciones que éstas mantengan entre sí71.

71. Von Wiese, al incluir al hombre en la “configuración social”, plantea el delicado problema del sujeto de las relaciones sociales, esto es, del “yo”, desde cuya perspectiva se observan y viven los complejos procesos en que la vida social se fundamenta. Dado que “lo social” es “ lo interhumano”, la sociología tiene que fijar el punto de vista desde donde encauzar al hombre. Por ello, frente a otras concepciones, von Wiese insiste en que a la sociología no le interesa el hombre como tipo biológico, sino que ha de abarcarle en sus conexiones con los otros hombres (von Wiese, 1968:133). Y así, la pregunta ¿qué es el yo?, desde la biología, desde la psicología e, indudablemente, desde la sociología origina diferentes tipos de respuesta. En el caso del sociólogo, éste estudia la relación del yo humano con los otros hombres, tanto en sus relaciones individuales como en agrupamiento, aunque “cuando plantea la cuestión de la esencia del yo, consciente o inconscientemente, se sale del marco de la sociología; mas, sin embargo, puede argumentar sobre la naturaleza del yo, desde sus conocimientos sobre la relación del yo con el tú, con nosotros, con ellos y con cualquier otro” (von Wiese, 1968:133).

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En las conclusiones a la primera parte de su tratado de sociología general, von Wiese rebate que la vida social no son ni individuos, dados de una vez por todas, ni sociedades inmutables, porque no hay nada que sea solamente individuo y nada que sea solamente sociedad; de igual forma que no existe nada que sea solamente parte o todo. El todo se descompone en las partes o se convierte de nuevo en parte de otro todo, y lo que ha sido considerado una parte se revela como un todo de complicada composición (von Wiese, 1968:301).

“Lanzo una pequeña piedra en el agua y comienzan a aparecer en la superficie numerosos círculos concéntricos dilatándose. Esto puede ser el símbolo de nuestra forma de ver, ya que análogamente el hombre es el punto central del complejo intrincado de procesos sociales. El primer pequeño círculo, que lo encierra, es su esfera de vida individual. Comprende las formaciones de su existencia y de su particularidad irrepetible. Todos los otros círculos, que se convierten en más indefinidos con el aumento de la abstracción, contienen en dimensiones más grandes los mismos procesos, que circundan más próximamente al hombre. Se repiten en su contenido y en su curso, y los singulares segmentos de la línea circular, que dividimos conceptualmente en familia, Estado, pueblo, Iglesia, etc., están presentes también en el círculo más estrecho; contienen y forman algunos sectores de la vida personal. A pesar de todo, el círculo de la vida es una unidad; como los pequeños puntos de su línea confluyen, así también en el círculo más largo, más lejano del centro y más indistinto, las corporaciones se unen en un anillo” (von Wiese, 1968:797).

La larga, pero merecida cita de von Wiese anteriormente recogida, perte-neciente a las partes finales de su magistral trabajo, sintetiza el gran esfuerzo realizado de una sistematización de su disciplina relacional, de su sociología de lo que denominamos interhumano.

El punto de partida del análisis de von Wiese es el proceso de socialización, resultado del comportamiento y de la situación. El comportamiento humano, en cuanto que no prescrito por el mundo circundante y no constituye el reflejo de la pertenencia a formaciones sociales, depende de cuatro deseos sociales72 que son las grandes fuerzas socializantes por excelencia, la causa principal y

72. A ellos ya se habían referido Thomas y Znaniescki (2006). Este desplazamiento hacia formas o elementos de carácter psíquico, que se hallan en la base de la vida social, procede de estos dos investigadores. Von Wiese, al estudiar el papel de los “deseos sociales” en sociología, menciona precisamente las aportaciones que en sus trabajos conjuntos realizan estos investigadores y a la vez muestra conocer muy bien la sociología norteamericana de su tiempo, pues tiene en cuenta las contribuciones a la teoría de los “deseos sociales” realizadas por Park, Faris, Becker, al igual que las críticas que Sorokin y Cooper les dedican (von Wiese, 1968:179-182)

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fundamental de la asociación de los hombres73: de seguridad (tipo I), de reco-nocimiento (tipo II), de predominio de la exigencia de respuesta (tipo III) y guiado por la búsqueda de nuevas sensaciones (tipo IV).

El “deseo de seguridad” (tipo I) conduce a un determinado y concreto grupo de hombres (la denominada muchedumbre de cobardes) al conformismo, a la inhibición ante las convenciones y a la no aceptación del progreso. En la Iglesia, la Economía, la Ciencia, etc., por su relación con el Estado, prima claramente el “deseo de seguridad”. Frente a los integrantes del tipo I se encuentran los del tipo IV (“deseo de búsqueda de nuevas experiencias”), insaciables buscadores de nuevas experiencias que aspiran al cambio en la vida. El deseo de nuevas expe-riencias les lleva a entrar en conflicto con los usos, las tradiciones y el derecho. En el tipo II (“deseo de reconocimiento”) se ubican aquellos que obedecen a las órdenes de grupo siguiendo fielmente los preceptos acerca de lo que deben hacer y dejar de hacer. Es una posición que aspira, como premio a su obedien-cia, al reconocimiento, ascenso social, consentimiento o mejora económica. En este grupo también se encuentran los llamados creadores. El egoísmo del tipo III (“deseo de respuesta”) es notablemente inferior al de los dos tipos ante-riores. Busca amistad, comprensión, amor, simpatía, pero no niega los deseos concretos de otras personas (von Wiese, 1968:170). Generalmente tales deseos encuentran un límite, una frontera, una especie de canalización en la situa-ción externa, que plantea vínculos, dados tanto por los límites objetivos, como por las expectativas recíprocas entre los actores sociales.

Von Wiese hace una clasificación de los procesos sociales (von Wiese, 1968:368) dividiéndolos:

» En vertical: procesos asociativos, procesos disociativos y mixtos. Aquí los procesos están referidos no a las partes participantes entre sí, sino a los fenómenos de interacción entre las partes y ofrece un marco teórico sobre las posibles “distancias sociales”, tanto por lo que respecta a la “asociación”, como a la “disociación”.

» En horizontal: procesos de primer grado o procesos sociales simples (los cuales son de naturaleza humano-general y no presuponen necesariamen-te la existencia de una formación preconstituida, es decir, se refieren a las relaciones entre los hombres en tanto que sujetos singulares) y procesos de segundo grado o procesos sociales complejos, que aluden a los proce-

73. Por ello afirma von Wiese: “Los deseos sociales impulsan a los hombres a las asociaciones; pero los impulsos internos son enteramente dependientes de fuerzas biológicas que hacen menos posible el nacimiento y, ante todo, la realización de tales deseos, los factores del ambiente” (von Wiese, 1968:260).

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sos en y entre formaciones sociales. A diferencia de la perspectiva vertical, la perspectiva horizontal se centra en las partes que realizan y configu-ran la interacción. Es evidente que las peculiaridades en las relaciones que se pueden establecer entre hombres difieren notablemente de las que pueden establecerse o se establecen entre “estructuras sociales”.

Entre los procesos de asociación von Wiese plantea: aproximación, adap-tación, asimilación, socialización, (procesos de primer orden); adecuación, inserción, socialización, institucionalización, profesionalización, liberación (procesos de segundo orden). Respecto a los procesos de disociación distingue igualmente cuatro fases o niveles: “aflojamiento de la asociación, desprendi-miento de la asociación, disolución de la asociación y aislamiento” (von Wiese, 1968:273). Los dos primeros niveles de disociación los engloba en lo que califi-ca como “oposición” y a los dos últimos niveles los entiende como “conflicto”. El marco de referencia en el primer grupo son las “distancias” entre los hombres participantes; es decir, el lugar que ocupan los unos respecto de los otros deter-mina sin ningún genero de duda la clasificación hecha. En el segundo grupo considera el grado de asociación entre los hombres. Parte de la existencia de la “asociación interhumana” y el progresivo debilitamiento de la “asociación” hasta llegar al “aislamiento”, donde sólo existe la singularidad del hombre. De los procesos sociales mixtos no es posible hacer una clasificación tan minu-ciosa y pormenorizada. En ellos incide el grado de relación interhumana, el cual depende del nivel de “asociación” tanto como del nivel de “disociación”74. El modelo que utiliza es el de la situación de competencia existente entre las relaciones interhumanas.

Entre las formaciones, como tipos base, von Wiese propone tres: masa75, grupo y corporación, ubicadas a lo largo de un continuum que va desde el mínimo al máximo de la prescripción en los comportamientos individuales.

No resulta arriesgado decir que para von Wiese la relación social es la mani-festación inestable y mutable en el tiempo de los procesos de aproximación y distanciamiento entre los individuos y grupos, que tienen lugar en un determi-nado espacio social. Al uno y al otro de los dos procesos se pueden reconducir todas las posibles formas de relación social. Por tanto, el espacio social puede

74. A partir de estas bases vienen elaboradas diversas tipologías: de manifestación de la sociabilidad, por ejemplo los tres tipos de rapport avec autrui de Gurvitch (1950:cap. III), que derivan de la teoría wiesiana de los procesos de proximidad y distancia.75. Término ambiguo, que el mismo von Wiese, en el prefacio a la última edición de su Sistema de sociología general, declara haber querido sustituir con “círculo”.

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ser concebido como una red de relaciones, resultado de los procesos de aproxi-mación y distanciamiento cuya medición, dada como prerrequisito central por von Wiese con el fin de la aplicación del concepto de cambio, variación de las distancias, ha quedado, sin embargo, en la sombra.

Respecto a tal problema, bien presente en su pensamiento, von Wiese tras-lada a un sistema numérico, futuro, aún no alcanzado y disponible desde el momento de su tratamiento, adecuado a la esfera de lo social. Una lectura más profunda de la contribución de von Wiese permite, sin embargo, extrapolar algunas indicaciones: si la aproximación puede ser identificada con el proceso de construcción de un “nosotros” (círculo social), los límites o fronteras pueden ser fijados en base a empujes, motivaciones afectivas, sexuales, instrumentales (no importa “cuánto” codificadas, canalizadas de las formaciones sociales) y que pasa a través de procesos de individualización, socialización, identifica-ción, exclusión; la distancia se mide no tanto y no sólo a través de procesos de hostilidad y conflicto inter-individuales, sino también mediante un proceso de progresiva y constante generalización de las normas de comportamiento y de los fines, es decir, a través del proceso de tipificación social, que lleva a instituciones y roles.

En cuanto a la sociología formal de Simmel, que von Wiese escoge como punto de partida con el objetivo de realizar un planteamiento más sistemáti-co y ordenado, se puede decir que la sociología de lo interhumano es menos “relacional”: se pierde, a lo largo de su desarrollo, aquella visión del hombre como punto de intersección de múltiples círculos sociales, no jerárquicamente ordenados y preordenados, que hacen del análisis de redes un planteamien-to cognitivo más adecuado y próximo para estudiar una realidad social que siempre es más relacional. El pesimismo del último Simmel, que observa en las formas sociales una fuerza que se impone al sujeto, se convierte en von Wiese en la lógica consecuencia de un recorrido de análisis que lo lleva a “circuns-cribir” la fuerza debilitada, la energía que produce y reproduce lo social en formas siempre nuevas y siempre iguales, dentro de los vínculos de las institu-ciones y de los roles, para no caer en un voluntarismo, en un psiciologismo, en un subjetivismo que rechaza de raíz, si y en cuanto impide cualquier forma de análisis sociológico, empíricamente fundado.

Quedan como centrales en von Wiese algunos conceptos que están en la base de la network analysis, y que constituyen los elementos más creativos e innovadores: los conceptos de espacio social, de estructura, entendida como estado relativamente estable de distanciamientos, de distancia, de alejamientos

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Son conceptos cuya traducción operativa representa un problema no secunda-rio, ni resuelto por la network analysis (Chiesi, 1980), pero que constituyen los elementos distintivos de un planteamiento cognitivo que desea ir más allá de los esquemas más tradicionales de análisis de la realidad.

3.3. Sorokin y el escenario del espacio socio-cultural

Empezaremos este último apartado con una afirmación de trazos fuertes. No se puede decir que la categoría “relación social” sea central en Pitirim Sorokin76, cuyo pensamiento, complejo y articulado es difícil de enmarcar dentro de un sistema coherente de análisis y de estudio de la realidad social. Sin embargo, es posible encontrar en este autor algunos desarrollos interesan-tes, desarrollos que en buena medida aluden claramente a las propiedades de las redes que aparecen en la network analysis. Por otra parte, el concepto de “espacio sociocultural” se presta sin mucha dificultad a ser leído e interpretado como una red de relaciones estructuradas mediadas simbólicamente, antici-pando con ello el tema-problema de la relación entre acción dotada de sentido y vínculos estructurales.

Es muy fuerte e intensa en Sorokin, como revela magistral y pedagógi-camente Marletti en la Introducción a la traducción italiana de la obra La dinámica social y cultural, la valoración, la percepción de lo social en sentido casi durkheimiano, sin, por otra parte, aquel sentido enérgico y contundente de la determinación histórica de la sociedad y de la cultura, presente en autores como Marx y Weber (Introducción de C. Marletti a Sorokin, 1975:12).

En el pensamiento de Sorokin son centrales y clave los conceptos de inte-gración social; de cambio social, determinado por las transformaciones de la base mental de los individuos y de los grupos, que representan aquellas fuerzas colectivas que agregan y desagregan los elementos que constituyen y configuran los tipos y los sistemas de equilibrio social, recomponiendo casi artesanalmente el rico mosaico de la historia como trama o tapiz continuo de ascensos y caídas autónomamente espontáneas; el concepto de estratificación social (de cualquier forma desigualdad social que está presente en todas las

76. Pitirim Sorokin (1889-1968), fue llamado en 1930 para enseñar en Harvard y recibió el encargo de organizar el primer departamento de Sociología, que dirigiría hasta 1942. Sus obras más significativas son: The Sociology of Revolution (1925); Social Mobility (1927); Contemporary Sociological Theories (1928); Principles of Rural-Urban Sociology (1929); Social and Cultural Dinamics (1937); Society, Culture and Personality (1947); Fads and Foibles in Modern Sociology and Related Sciences (1956).

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sociedades históricamente existentes) y el concepto de espacio sociocultural77. Este último, el espacio sociocultural, en el pensamiento de Sorokin “está

constituido, además de por todos los agentes humanos, por los grupos en que estos se reúnen, y por los vínculos donde se sirven para comunicar, trabajar, interactuar (es decir, los productos que revisten un significado compartido por más personas), también por todos los principales sistemas de significado: el lenguaje, la ciencia, la filosofía, la religión, las artes, la ética, el derecho, la técnica. En tal espacio poli-dimensional la posición total de una persona está determinada por diez coor-denadas, ocho de las cuales definen su posición en cada uno de los precedentes sistemas de significados, su posición en los grupos con ligamen único (por ejemplo, los grupos de parientes), y por último su posición en los grupos con ligamen múlti-ple (la tribu, la clase social). Toda “coordenada” comprende obviamente un gran número de subdivisiones” (Gallino, 1978, voz “Espacio social”).

Es el concepto de espacio sociocultural, de sistema de interacción (o grupo) y la referencia a ligámenes simples o múltiples los elementos que justifican una breve pero intensa digresión sobre Sorokin y sobre sus reflexiones respecto a los sistemas de interdependencia.

Las numerosas interrelaciones entre los diversos y múltiples elementos de una cultura pueden reconducirse sin cometer erróneas simplificaciones a cuatro tipos fundamentales de integraciones:

» Contigüidad espacial o mecánica.» Asociación debida a un factor externo.» Integración causal o funcional.» Unidad interna o lógico-significativa (Sorokin, 1982:100-187).

En general, cuando los elementos de una cultura tomados en consideración son elementos materiales, la unidad funcional se sobrepone a la contigüidad espacial o de asociación. Sin embargo, para Sorokin, una síntesis cultural debe

77. Para Sorokin los sistemas sociales están caracterizados por una unidad sociocultural que no tiene nada de casual, mecánica y externa. “Su organicidad se debe a la unidad del significado que está presente en los componentes y los funde en un todo del cual ninguna puede separarse sin perder el sentido” (Introducción de Marletti a Sorokin, 1975:55-56). Los secretos de la dinámica social deben buscarse en la eficacia de estos principios: la afirmación de uno de estos principios informa de por sí el sustrato mental y cultural de una cultura (culture mentality) y se refleja en la organización social y en las formas del pensamiento. Sorokin concreta dos principios: el sensismo, que se ha afirmado en Europa a partir del siglo XIV (y aún es dominante) y el ideacionismo (período arcaico de Grecia). El primero sintetizable en las técnicas de transformación del ambiente, el segundo en las técnicas de transformación del yo. La historia de la sociedad puede ser leída como alternancia constante y progresiva de dos principios, sepa-rados relativamente por la fase intermedia idealista.

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considerarse funcional cuando la eliminación de uno de sus elementos impor-tantes influencia el resto de la síntesis en su función, y cuando un singular elemento que sea transportado en otra combinación cultural diferente, o no puede subsistir en ella o debe modificarse profundamente antes de convertirse en parte de ella.

La integración lógico-significativa se capta utilizando las leyes lógicas de la identidad, contradicción y coherencia, por medio de las cuales, observando “ fragmentos culturales” y conociendo el significado y los valores propios de tales fragmentos es posible componerlos y recomponerlos en una compleja unidad significativa, en la que cada fragmento encuentra su concreto lugar y su preciso significado y todos dan o producen “aquel efecto supremo de integra-ción cuya unidad era entendida” (Sorokin, 1982:105).

El estudio de agregados puramente espaciales y mecánicos sólo puede llevar a un mero catálogo descriptivo de las partes. El estudio de una síntesis cultural cuyos elementos están unidos por nexos causales o funcionales puede realizarse con el auxilio de categorías de imputación causal o de la explicación funcional.

“La esencia cognitiva del método lógico-significativo está en el descubrimiento de un principio central (la razón) que permea a todos los componentes, da sentido y significado a cada uno de ellos, haciendo de esta forma de un caos de fragmentos no integrados un cosmos” (Sorokin, 1982:115).

El autor establece dos “tipos” base de principios de integración lógico-significativa de los sistemas integrados: ideacional y sensista, con principios intermedios que sintetiza en una articulada tabla, en la que cruza cada uno de los elementos fundamentales del sistema (realidad, necesidades y fines, medida de la satisfacción de las necesidades y método de satisfacción) con todos los tipos de la mentalidad cultural (ideacional ascética, sensista activa, ideacional activa, idealista, sensista pasiva, sensista cínica, pseudo-ideacional).

Del estudio de las formas y fluctuaciones de las diferentes mentalidades culturales que se han alternado en el curso de la historia, Sorokin se centra en el estudio de la fase social de los fenómenos socioculturales:

“Es decir de las relaciones entre individuos y grupos con las que se constitu-ye todo sistema social, grupo, organización o institución, y que conforman la estructura de ellos. Entre las categorías de lo cultural y de lo social la diferencia

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es condicional y relativa: toda cultura existe gracias a un grupo y es objetivada por él; y todo grupo social tiene una cultura de cualquier género. A pesar de ello, desde un punto de vista técnico se pueden estudiar separadamente, aislándolos el uno del otro con el objetivo de análisis como aspectos diferentes del mismo e indivisible mundo sociocultural. Lo social, concebido en términos condicio-nales, comprende aquello que los pertenecientes a la escuela de la sociología formal (Tönnies, Simmel, von Wiese, Vierkandt y otros) llaman forma de las relaciones sociales, ya sean individuales o de grupo. Nuevamente, también esta clase de fenómenos socioculturales tiene una naturaleza doble: por una parte tenemos la objetiva existencia de una red de relaciones sociales entre individuos y grupos en contacto o interacción; por otra, la naturaleza de estas relaciones, su color, calificación o valoración estrechamente dependen de la mentalidad de aquellos que participan o tienen que ver con ellas (observadores, investigadores, etc.)” (Sorokin, 1982:663-664).

Sorokin introduce netamente dos niveles en la relación social: por un lado el modo de definir la relación por parte de los sujetos que interactúan (su menta-lidad, que se puede traducir con la categoría de acción dotada de sentido) y, por otro, la naturaleza objetiva, que es la forma, entendida como estructura que asume. Utiliza como ejemplo la relación jefe-siervo, considerada por el primero la “más santa y benéfica” incluso para el segundo, pero que queda como una relación “objetiva” y estructural de dominio. Ejemplo desde el que emerge, en el estudio de las relaciones sociales, que el investigador no puede y no debe limitarse a los aspectos psicológicos, a la mentalidad de quien es un sistema de interdependencia, sino que también debe captar la naturaleza lógico-significativa, comprensiva de los rasgos “causales-funcionales”. Debe, en otros términos, captar la forma, la naturaleza estructural. Desde estas premi-sas o fundamentos, deriva, como consecuencia lógica para Sorokin, que el estudio de las relaciones sociales y de sus formas también es un estudio del orden y de la estructura de los tipos fundamentales de sistemas de interacción social, es decir, de los grupos (Sorokin, 1982:665).

Un grupo social es tal –y se diferencia de una agregación- si y en cuanto los sujetos de una interacción están en relación de interdependencia, si el compor-tamiento de uno de los miembros está condicionado en buena medida por la actividad o por la pura y simple existencia de los otros miembros. Si la efectiva interdependencia de las partes es una condizio sine qua non para la existencia de un grupo (o sistema de interdependencia), las diferentes y diversas moda-lidades de la interdependencia producen y generan formas variadas de grupos sociales o de sistemas de interacción social.

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Las modalidades “base” de la interacción individuadas por Sorokin son las siguientes:

a) Univocidad y reciprocidad: dada por la existencia o no de un equilibrio en la capacidad de los miembros de condicionarse recíprocamente. Sorokin cita concretamente la relación verdugo-condenado, como espacio de relación “unívoca” en cuanto que el verdugo condiciona claramente el comportamiento del condenado mucho más de cuanto el condenado pueda condicionar el del verdugo.

b) Extensión de la interacción: dada por “cuánta” parte del proceso de vida del individuo entra en el campo de interacción. La interacción es total, completa o limitada cuando la vida entera de un sujeto está condicionada por un solo proceso de interacción.

c) Intensidad: es definible como mayor o menor fuerza de los nexos de condicionamiento recíproco, en virtud de los cuales lo que sucede a un componente influencia más o menos al otro actor o a los otros actores del sistema de interdependencia.

d) Duración y continuidad: viene dada por cuánto tiempo y cada cuánto tiempo se activan relaciones. Algunas interacciones duran pocos segun-dos, otras pueden durar para toda la vida y más (por ejemplo los ligámenes intergeneracionales: ascendentes y descendentes).

e) Dirección: la dirección puede ser solidaria, antagónica o mixta, y según que las aspiraciones y los esfuerzos de una de las partes correspondan a los de la otra parte.

f) Interacción organizada y no organizada: se tiene interacción organizada cuando acciones, funciones y relaciones entre las partes se estabilizan según un esquema y tienen como base un sistema de valores establecido. En la interacción estabilizada: existe un orden bien definido de dere-chos, deberes y funciones y una identificación de las posiciones sociales para todo miembro (definición del estatus o posiciones); un sistema de normas, a partir de las cuales el comportamiento de un sujeto puede ser definido como legal, ejemplar o prohibido (en función de su grado de conformidad a las reglas); una diferenciación (funcional) y una estratifi-cación social (sobre la base del poder).

Las seis modalidades base o tipos de relaciones sociales raramente pueden individuarse aisladamente en los sistemas organizativos de interacción: a lo sumo se combinan las unas con las otras, dando acceso a algunos grupos

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sociales o sistemas de interacción que se encuentran más frecuentemente en toda realidad humana. Sorokin propone tres tipos de “combinados” que consi-dera de particular relevancia (Sorokin, 1982:675-685).

» El tipo familiar: extensión universal totalitaria u omnicomprensiva; alta densidad, dirección puramente solidaria; larga duración temporal (por ejemplo la familia).

» El tipo contractual: extensión delimitada, de las actividades implicadas en la interacción; intensidad variable según el sector “contratado” de acti-vidad contractual; limitado en la duración; dirección solidaria, pero por fines individuales, en un cierto sentido “egoísta” (ejemplo, empresarios-trabajadores, vendedores-compradores; propietarios-arrendatarios; pero también, para Sorokin, otros grupos religiosos, políticos, profesionales, estatales, educativos, artísticos, etc.).

» El tipo coercitivo: relación intrínsecamente antagónica, caracterizada por la extrañeza y separación radical de las partes, con extensión totalitaria, incluso si puede durar un arco limitado de tiempo (por ejemplo, jefe-esclavo, carcelero-encarcelado).

También para estos tipos Sorokin prevé formas mixtas, y en general subraya su carácter de “tipos ideales”: en su análisis sucesivo (Sorokin, 1982), exami-nando las “fluctuaciones” de la proporción y cualidad de las relaciones en los principales sistemas sociales de las poblaciones europeas (desde los inicios del medioevo hasta nuestros días), subraya la co-presencia, incluso en el interior de sistemas socioculturales integrados y cohesionados, y la dinámica interna, en cuanto “una cierta forma originaria no siempre quiere decir que la naturaleza de la relación se mantiene idéntica a ella; y viceversa” (Sorokin, 1982:685).

No se encuentra en Sorokin, a diferencia de Simmel y von Wiese, una fuerte conceptuación de la relación social que se asuma como obvio, auto-evidente elemento constitutivo del orden y de la trama de los sistemas sociocultura-les: las relaciones sociales constituyen el aspecto social, pero en el sentido de objetivo y concreto de grupos e instituciones que siempre son fenómenos socioculturales. Es interesante revelar, sin embargo, algunos aspectos signifi-cativos:

» La profunda e intensa compenetración entre los diversos sistemas de interdependencia, analíticamente diferenciables, pero, y todo hay que decirlo, empíricamente unitarios.

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» La tipología de las diferentes modalidades de las relaciones sociales, que en algunos aspectos presagian y anticipan aspectos de la network analysis, como la fuerza de los ligámenes (con todas las dificultades conectadas a su medida) y la dirección; y por otros anticipan las pattern variable de Parsons.

» El anclaje de las relaciones sociales a una forma, a una estructura, desvin-culándola de cualquier instancia o fundamento puramente psíquico o subjetivista.

» El fuerte énfasis sobre el tema cultural: incluso si Sorokin utiliza un lenguaje anticuado y en desuso cuando habla de “mentalidad”, su refe-rencia se dirige al “sentido intencionado” de los actores sociales, lo que confirma con toda contundencia que un sistema de interdependencia para poder existir en el devenir temporal necesita de dos componentes: uno estructural y otro cultural. Para Sorokin el “grupo”, lo que equivale a decir un sistema de interdependencia, se diferencia de un conglomerado sólo cuando quien está junto a otros sabe que está78.

También en Sorokin se encuentra, como en Simmel, y sobre todo en von Wiese, la tendencia a ver en los sistemas de interdependencia organizados sistemas coherentes y funcionalmente ordenados de los roles interactivos (instituciones) que en un cierto sentido el sujeto halla delante; entes dotados aparentemente de vida propia, que lo guían y encarrilan en recorridos de carácter estables. Sin embargo, Sorokin atribuye a las formas de la sociabilidad un rol menos determinante del comportamiento individual, si y en cuanto el

78. La acción dotada de sentido y el concepto de “sentido” referido al actuar constituyen categorías teórico-empíricas centrales en el pensamiento de Weber y han estado en el origen y el objeto de un debate respecto a su definición y acepción. Véase al respecto, la contribución de A. Schütz, Fenomenología del mundo social (primera edición de 1932). Para una inicial definición, sin tener la pretensión de entrar en los temas del debate, pero con el objetivo de indicar una primera acepción de los términos acción, sentido y acción social se aludirá al pensa-miento de Weber, para el que “por otra parte, por “acción” se entiende un comportamiento humano (...) si y en cuanto el individuo que actúa o los individuos que actúan le añaden un sentido subjetivo. Por acción “social”, sin embargo, se entiende una acción que alude –según su sentido, intencionado del agente o de los agentes- al comportamiento de otros individuos, y orientado en su trayectoria a partir de esto” (Weber, 1969:1). La acción social puede estar –para Weber- determinada: a) de forma racional respecto al objetivo; b) de forma racional respecto al valor; c) afec-tivamente (por afectos y estados actuales del sentir) y d) tradicionalmente (por un hábito adquirido) (Weber, 1969:21-22). Siempre según Weber, y como apuntábamos en el capítulo anterior cuando lo abordábamos, “por relación social se debe entender un comportamiento de más individuos instaurado recíprocamente según su contenido de sentido, y orientado en conformidad. La relación social consiste por tanto exclusivamente en la posibilidad de que se actúe socialmente de una determinada manera (dotada de sentido), cualquiera que sea la base en la que se asienta tal posibilidad” (Weber, 1969:23-24).

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TRES NARRACIONES DECISIVAS CON NUEVOS INGREDIENTES

obrar dotado de sentido es parte constitutiva de la forma. Sorokin al respecto expresa:

“Nosotros podemos llenar un vaso con vino, agua o azúcar, sin que cambie su forma; pero no puedo concebir una institución social, cuya forma no cambia-ra cuando sus miembros, por ejemplo, americanos, fuesen sustituidos por un pueblo completamente heterogéneo, por ejemplo, chinos o bosquimanos. Aunque su constitución escrita permanezca intocada en su texto, sin embargo, su forma y organización cambiaría, en proporción directa a la desigualdad de los nuevos miembros comparados con los anteriores. Absolutamente discutible también es la exposición de que la forma social pueda existir independientemente del contenido. Simmel ha mostrado que aún el mismo contenido-contención como el número de los miembros de un grupo influye directamente sobre la forma del grupo. Estos ejemplos muestran que vagas son las terminologías y analogías de la Escuela de Simmel” (Sorokin, 1928:500)79.

79. De todos modos, sería injusto olvidar que la sociología de Simmel, al igual que la de otros teóricos del “ formalismo sociológico”, es un serio intento de dotar a la sociología de un cuerpo coherente de teoría y práctica. Este intento, según diversos pensadores, ha terminado por transformarse en la expresión ineficaz e inútil de las formas sociales. A este respecto, Sorokin señala que ni Simmel ni sus seguidores han tratado de clasificar estos conceptos indefinidos: “(...) estos conceptos pueden ser fácil y propiamente aplicados, pero cómo pueden ser aplicados a aquellos fenómenos como el poder, la autoridad, dominación, subordinación, competencia y otras formas que no tienen dimensiones geográficas espaciales” (Sorokin, 1963:502).

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CAPÍTULO IV

Un cóctel interesante. Estructura social y NETWORK ANALYSIS

4.1. El cajón de sastre de la noción de estructura

“Las necesidades prácticas de la vida social (...) obligan a los hombres a vivir a través de coaliciones, instituciones, clanes y comunidades que adquieren una autonomía específica. Esta autonomía relativa les viene conferida por el cons-tante proceso de reificación que sufre la interacción humana (...) reificación que no es nunca permanente, que está siempre en doble proceso de estructuración y desestructuración, y ello en gran manera de un modo conflictivo. El estudio objetivo de las entidades reificadas, hijas de la interacción humana (...), es posible, más aún, necesario, y no ha sido otro el campo tradicional de la empresa sociológica: su corriente principal de estudio ha sido durante mucho tiempo el análisis estructural, y promete continuar siéndolo” (Giner, 1977:131).

Sin negar y menospreciar -sería muy pretencioso por nuestra parte- la utili-dad del análisis de las funciones realizadas por los diferentes componentes de un sistema de interdependencia, el concepto de “estructura” es una pieza clave y fundamental en la network analysis. El motivo es bien sencillo, afirma la posibilidad de estudiar autónoma y separadamente las diferentes formas de las relaciones en cuanto tales (Chiesi, 1980:297), hasta el punto de que el “análisis estructural” ha sido asumido en casi todas sus dimensiones como sinónimo de network analysis.

Como muy bien señala Beltrán (2001:7) al inicio de un interesante y sugestivo artículo sobre la noción de estructura social, “tanto el Diccionario de Sociología editado por Giner, Lamo de Espinosa y Torres Albero, como el de Ciencias Sociales editado por Del Campo, Marsal y Garmendia bajo el patroci-nio de la UNESCO, e incluso el de Filosofía de Ferrater, coinciden en tratar la estructura social (la estructura, sin más, en este último caso) y el estructuralismo en dos artículos separados, aunque con contenidos inevitablemente coincidentes, al menos en parte. En dichos Diccionarios los artículos que se ocupan de la noción

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de estructura refieren ésta a una realidad compuesta por miembros o elementos relacionados entre sí, realidad que no es una mera yuxtaposición o adición de tales elementos, sino un todo articulado y unitario; tal noción se contrapone al atomismo y al individualismo metodológico, y encuentra ejemplos en ámbitos tan diferentes como la fisiología, la teoría de conjuntos, la topología, la sociología de los grupos, la psicología de la gestalt, o la lingüística saussuriana. En todos los casos se subraya que lo importante no son los individuos o los componentes del todo, sino las relaciones que los ligan entre sí, de modo que la realidad de que se trate se define como una totalidad integrada por un conjunto de individuos o partes que mantienen entre sí relaciones institucionalmente definidas, esto es, no controladas por dichas partes o individuos, sino por el todo”.

No pecamos de imprudentes si afirmamos que, tras esta larga, pero mere-cida y sustantiva cita, pueden escucharse con toda nitidez los ecos de las que han sido las dos grandes metáforas o representaciones “modernas” de la socie-dad: la organicista, que, en sociología, inmediatamente traslada al nombre de Emile Durkheim y la individualista, que tiene como figura central a Max Weber80. Recordémoslas brevemente porque en buena medida son el punto de partida de este capítulo.

“Para entender cómo la sociedad se representa a sí misma y al mundo que la rodea es necesario considerar la naturaleza de la sociedad, y no la de sus singu-lares componentes” (Durkheim, 1982:15).

La premisa fundamental de la representación organicista es la convicción de que el “todo” es siempre anterior, diverso y superior a la suma de cada una de sus “partes”. Nos encontramos en consecuencia ante una representación de la sociedad atenta a las regularidades estadísticas, a las leyes que regulan el movi-miento social en su conjunto o determinados “hechos sociales”, considerados como “cosas” independientes de las singulares voluntades individuales.

80. Sin ser un reproche, también existe lo que podríamos denominar una tercera representación moderna cuyo eco no se oye en la cita de Beltrán y que, al menos, merece un breve apunte. Nos estamos refiriendo a la repre-sentación crítica. Nacida como oposición de la conocida tesis weberiana de la “neutralidad” del conocimiento científico en general y sociológico en particular, pero en sustancial continuidad con su carácter comprensivo, su máximo exponente es la Escuela de Frankfurt. Sus figuras más representativas son Adorno, Horkheimer, From, Marcuse y, como no, Jürgen Habermas. Como sostiene Adorno: “un comportamiento neutral no sólo es imposible psicológicamente, sino también objetivamente. La sociedad, objeto de conocimiento de la sociología, si quiere ser algo más que una pura técnica, sólo se cristaliza alrededor de la concepción de una sociedad justa. Pero ésta no debe oponerse a la existente de forma abstracta, como un valor, sino que emerge de la crítica, por tanto, del conocimiento por parte de la sociedad de sus propias contradicciones y necesidades” (Adorno, 1973:139). He aquí, brevemente, el significado de lo que hemos definido como representación “crítica”. Sus pilares son los siguientes: a) el desprecio del motivo weberiano de los valores que necesariamente guían nuestro conocimiento, hasta censurar la inconsistencia de la tesis de la objetividad y de la neutralidad; b) la relectura de las tesis, siempre weberianas, sobre la burocratización y la creciente expansión de la racionalidad instrumental; y c) el análisis marxista de la sociedad capitalista.

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Esta premisa, aunque diversamente articulada, está presente en todos y cada uno de los autores que, en sociología, podemos considerar como clásicos del organicismo. Buenos ejemplos son el funcionalismo de Durkheim y la ley de los tres estadios de Comte. Estamos ante dos representaciones de la sociedad que pretenden ser “científicas” y que no contemplan a las “partes” sino al “todo”. Si la sociología quiere ser una ciencia digna de tal apelativo, autónoma y “neta-mente distinta” de las otras ciencias, debe desembarazarse definitivamente de cualquier postulado antropocéntrico (Durkheim, 1982:20-21) y concentrarse en lo que es observable, predecible y, sobre todo, funcional a lo que para cual-quier organismo constituye una especie de valor supremo: el orden social.

“Debemos buscar -escribe Durkheim- la explicación de la vida social en la naturaleza de la misma sociedad. Esta, transcendiendo infinitamente al indi-viduo tanto en el espacio como en el tiempo, le impone las formas de obrar y de pensar que su autoridad ha consagrado”. El todo en el intento “de construir una sociología que sería en el espíritu de la disciplina la condición esencial de la vida en común” (1982:116).

Desde esta óptica, existe cierta semejanza entre la sociología organicista de inspiración durkheimiana y determinada tradición del pensamiento político clásico que tiende a pensar el orden y el bienestar de la ciudad en analogía con la salud de un organismo viviente. Pensemos, por ejemplo, en la analogía que se establece en la República platónica entre las tres partes del alma y las partes del Estado, en el postulado aristotélico recogido en la Política (1253a), según el cual “el todo debe necesariamente ser anterior a la parte”, ya que de lo contrario esta última, en cuanto “parte”, perdería su propia identidad, o en el Defensor Pacis de Marsilio de Padua, citado por Bobbio (1997:181):

“(…) De igual manera que un animal bien dispuesto según su naturaleza está compuesto de determinadas partes proporcionadas, ordenadas la una con respecto a la otra, participando mutuamente en sus funciones según un todo, la ciudad está constituida por ciertas partes de tal genero cuando está bien dispues-ta e instituida según la razón”.

Vayamos ahora a la otra gran representación. Cuando en el ámbito de la sociología se habla de paradigma individualista o de “individualismo metodo-lógico”, la referencia inmediata es Max Weber.

“Del fin de la consideración sociológica -entender- se deriva (…) que la socio-

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logía comprensiva (…) debe mirar al singular individuo y a su obrar como al propio átomo” (Weber, 1978:256).

Si los sociólogos organicistas principalmente tienen presentes y contemplan, influenciados por Hegel y convencidos de que un conocimiento verdaderamen-te científico tan sólo es posible del “todo”, del universal, del “ser colectivo”, las regularidades de la vida social, Weber se ubica literalmente en las antípodas. En su arquitectura conceptual no hay espacio y no está presente la posibilidad de una representación orgánica o sistemática de la sociedad. Para Weber no existe un sentido objetivo del mundo, un orden racional objetivo, que la razón humana pueda captar y realizar en su objetividad; pensar los “hechos sociales” como si fuesen “cosas” tan sólo es una ilusión positivista. Así se expresa el sociólogo alemán en su célebre ensayo sobre La objetividad cognoscitiva de la ciencia social y de la política social:

“La cualidad de un proceso que lo hace un fenómeno económico-social no es algo que se inserte como tal objetivamente. Más bien se encuentra condicionado por nuestro interés cognoscitivo, que es el resultado del específico significado cultural que atribuimos en el singular caso al proceso en cuestión” (Weber, 1978:73).

Dicho en otros términos:

“Nosotros aspiramos al conocimiento de un fenómeno histórico, es decir de un fenómeno cargado de significado en su específico carácter. Y -esto es lo decisivo- solamente desde la presuposición de que una parte finita del infinito número de los fenómenos resulta cargada de significado, adquiere un sentido lógico el prin-cipio de un conocimiento de los fenómenos individuales en general” (Weber, 1978:92).

Pero dejemos a un lado estos ecos que están presentes y recorren la histo-ria del pensamiento sociológico desde sus orígenes, ecos cuyo abordaje más detallado nos apartarían claramente de nuestro objetivo, y centremos nuestra atención en el núcleo, en el corazón de lo que nos interesa: el concepto de estructura social, su centralidad y sus múltiples significados.

En la misma línea que lo expuesto por Beltrán, aunque de forma más sinté-tica, algo que por cierto es muy difícil para los italianos, se expresa Gallino, que entiende por estructura social una trama o mosaico de relaciones de inter-dependencia relativamente estables que subsisten entre un específico conjunto

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de roles, posiciones sociales, instituciones, clases, grupos, etc., prescindiendo rotundamente de la identidad de los componentes que se aproximan como sujetos de las relaciones (Gallino, 1978, voz “Estructura social”). No se resulta arriesgado decir que se trata de un término, como especifica el mismo Gallino, ampliamente difundido, pero virtualmente privado o carente de sentido en los casos en que no se aluda con precisión a los elementos constitutivos, a las formas específicas y concretas de las múltiples relaciones de interdependen-cia.

Llegados a este punto, conviene apuntar que estamos parcialmente de acuerdo con Beltrán (2001:7). Concretamente en que una noción básica de estructura social podría ser la siguiente:

“Modo en que las partes de un sistema social (individuos, organizaciones, grupos) se relacionan entre sí y forman el todo, pudiendo eventualmente presen-tar sucesivas y diferentes conformaciones o transformaciones sin que sea por ello otro el sistema social en cuestión”.

Hasta aquí llegaría el consenso y no más allá. Desde estos momentos se pasaría a los desacuerdos, incluso algunos de gran calado. No en vano hay autores que subrayan con fuerza la estabilidad de la estructura social. Un buen ejemplo que todos tenemos en mente es Parsons. Por otra parte, hay quienes ponen de relieve su equilibrio inestable, que no cesa continuamen-te de modificarse. Es el caso de Gurvitch. Igualmente no hay aquiescencia respecto a su naturaleza. Hay quien afirma sin pelos en la lengua que es una realidad empírica observable, y hay también quien, con la misma rotundidad, opina que es un concepto que no alude al mundo empírico, sino a los modelos explicativos construidos por el estudioso. Es el caso, por ejemplo, del antro-pólogo Lévi-Strauss. Y respecto al contenido de la estructura social también encontramos notables disensos. Si aceptamos que éste se identifica claramente con el conjunto de las relaciones pautadas existentes entre los individuos, hay quienes consideran que está configurada y compuesta de roles socialmente definidos, quienes apuestan sin miedo alguno por una visión integrada de tal conjunto, y quienes lo perciben marxianamente como tensado por distintas contradicciones.

En nuestra opinión, buscar un denominador común de los diferentes conceptos de estructura en presentes en las Ciencias Sociales conduce a atribu-tos como “característica de un conjunto de elementos”, tan generales que carecen prácticamente de toda utilidad. Sirvan como ejemplo las nítidas y certeras

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conclusiones de Boudon: “la palabra estructura se emplea cuando se trata de designar el carácter sistemático de un objeto –para indicar, en otros términos, que se está ante un conjunto de características interdependientes- o cuando se quiere subrayar que un método tiene como efecto describir un objeto como un sistema” (Boudon, 1982:102). Cuando esta palabra se emplea para designar o aludir a la teoría de un sistema, se trata de una “definición efectiva”: en caso contrario, es una mera y simple “definición intencional” (Boudon, 1982:35). Esta concepción desplaza claramente el debate o la discusión sobre la defini-ción de las estructuras a la existente en cuanto a la definición de los sistemas sociales81.

En el polo opuesto, Piaget se arriesga a proponer una definición explícita del término estructura, asignándole tres atributos: “totalidad, transformaciones y autorregulación” (Piaget, 1964:10). La estructura de un objeto es “un sistema de transformaciones que implica leyes en tanto que sistema (por oposición a las propiedades de los elementos) y que se conserva o enriquece por el mismo juego de sus transformaciones, sin que éstas lleguen más allá de sus fronteras o recu-rran a elementos exteriores” (Piaget, 1964:6). Con esta definición explícita del término, es sin lugar a dudas obvio que no encontramos en el escenario de las Ciencias Sociales muchas estructuras.

Sin embargo, a pesar de la ambigüedad e imprecisión, ya que en ella caben todos los más variados y diversos fenómenos, desde la existencia de la familia, las clases sociales o los Estados nacionales hasta las “organizaciones” empresariales, eclesiásticas, culturales o militares. O mejor, de la diversidad de posiciones y perspectivas respecto a tal expresión, pues la estructura no es patrimonio exclusivo de ninguna disciplina particular: tanto la econo-mía como la psicología social, las ciencias políticas y el derecho consideran estructuras sociales de un tipo u otro, definidas de una manera u otra, “todos los sociólogos, parafraseando a Davis, son estructuralistas en una acepción muy amplia del término” (Blau, 1982:273).

Lo anteriormente expuesto viene a confirmar la centralidad del concepto que, en muchos aspectos, permite captar con precisión los elementos “invaria-bles” en el sistema, ir más allá de la mera y simple descripción de los fenómenos sociales, enganchándolos con fuerza a un principio constitutivo que permita sin ambigüedades explicarlos y comprenderlos. “No hace falta un gran esfuerzo para compartir la convicción de que la estructura no sólo puede ser manifiesta

81. Una visión crítica en la que se exponen las razones por las que esta aproximación es estéril puede encontrarse en Pizarro (1970).

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o aparente, sino latente o profunda, y en el caso de los fenómenos sociales cabe afirmar que muchas veces está más allá de la conciencia de los individuos cuyas relaciones articula” (Beltrán, 2001:8).

Como confirmación de la centralidad e importancia del concepto, pero al mismo tiempo de sus múltiples y diversos significados (no sólo semánticos, sino también teóricos), se pueden citar las diferentes tentativas de clarificación del sentido del término estructura aparecidas a finales de los años sesenta82. Todas ellas en buena medida demandadas por la proliferación de los “estruc-turalismos” en Ciencias Sociales. La constatación más clara y contundente es que las definiciones explícitas del término son infrecuentes y que sus defi-niciones contextuales son casi tan numerosas como los mismos contextos y escenarios en los que se utiliza. Veamos concretamente los casos de dos soció-logos de relieve pertenecientes a contextos y épocas bien diversas. No estamos refiriendo al funcionalista Moore (1969:284) y al existencialista-crítico Crespi (1985:146).

El primero distingue cinco utilizaciones de la expresión “estructura social”, según sirva para designar pautas de conducta, la diferenciación social, las cate-gorías estadísticas utilizadas para describir una distribución, un sistema social o finalmente, una secuencia ordenada de acontecimientos. Además, considera con una argumentación clara y precisa que cada una de estas concepciones de la estructura social conlleva una aproximación diferente en el tratamiento de la relación existente entre estructura y comportamiento.

Por su parte, el sociólogo italiano individúa siete diversas acepciones de las estructuras que pueden ser concebidas como:

» Elementos inmutables que presiden a todas las dimensiones del universo (las esencias de Platón).

» Leyes internas a los procesos evolutivos de la naturaleza, verificables empíricamente (positivismo).

» Categorías trascendentales a priori que rigen nuestras operaciones cogni-tivas (Kant y los neo-kantianos).

» Estructuras permanentes inconscientes, subyacentes a las relaciones concretas, que pueden ser captadas a partir de construcciones deductivas de modelos abstractos (Lévi-Strauss).

» Productos casuales de los cambios de la historia, que se constituyen en

82. Recordemos, entre otros, a Barbut (1966:791-814), Piaget (1964) y Boudon (1973).

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formas representativas-cognitivas (espistème) que se imponen a los sujetos e incluso los formalizan (Foucault).

» Construcciones del sujeto en su relación operativa con la realidad externa, conectadas al principio constitutivo activo que opera en la misma reali-dad y preside sus progresivas transformaciones (Piaget).

» Esquema fijo innato que establece la base común de las lenguas y rige sus transformaciones (Chomsky).

Estos dos diferentes análisis de la expresión “estructura social” son una muy buena muestra de la variedad de fenómenos a los que se refiere. Suficiente como para que velozmente corra el pánico y quede justificado sin ningún género de dudas el abandono de la tentativa de esbozar y plantear la cuestión de las relaciones entre acción y estructuras sociales en términos generales y abstractos.

Ahora bien, y aventurémonos a correr el riesgo, las diferentes y múltiples acepciones pueden ser reconducidas “al eterno dilema entre las posiciones que caracterizan al enfoque filosófico del realismo (conocimiento como espejo de la realidad) y aquellas que caracterizan a la posición filosófica del idealismo (conoci-miento como proyección de categorías del espíritu humano)” (Crespi, 1985:146).

Respecto a tal dilema, Crespi (1985:147) nos plantea una interesante y sugestiva propuesta: considerar la estructura como una forma de reducción de la complejidad de la existencia, sometida a las leyes de la mediación simbó-lica83, y como tal va asumida no como dimensión inmutable y constitutiva presente en todas y cada una de las cosas, no como categoría trascendental del conocimiento humano, sino como un paradigma teórico y un método de

83. El conocimiento de sí mismo, como fenómeno que sustituye a la plena coincidencia –inmediata- del individuo con las propias objetivaciones, el régimen de reflexividad mediada, caracterizan al hombre y lo diferencian del animal. Para Crespi (1985), el sujeto reacciona a los estímulos internos sobre el organismo y externos, proceden-tes del ambiente, de manera indirecta, en cuanto elabora aquellos mismos estímulos a la luz de las experiencias precedentes y de la reflexión. Actividad reflexiva que le permite escoger, con un cierto grado de autonomía, qué respuesta dar a los estímulos. El medio a través del cual el sujeto activa tal elaboración es el símbolo. Lo simbólico, que comprende tanto el sistema de los signos (formas que trasladan a cosas y operaciones concretas –por ejemplo el lenguaje, ya sea verbal que no verbal-) como el sistema de los símbolos (formas expresivas que trasladan a entidades complejas), tiene un significado más amplio que la cultura. Incluye no sólo las formas ya objetivadas de la actividad expresiva, sino también el proceso de constitución de la actividad expresiva, mediante las continuas elaboraciones que la actividad desarrolla en su relación con la cultura (Crespi, 1985:26). “En el régimen de reflexividad propio del conocimiento, la función de lo simbólico se presenta como aquella mediación de la experiencia inmediata y directa, que permite la experiencia reflexiva y consciente. Tanto la mediación simbólica que se presenta bajo la forma de los signos, como la de los mismos símbolos, siempre posee un cierto grado de determinación, en cuanto que todo caso utiliza formas culturales codificadas, o bien establecidas a partir de los significados socialmente compartidos” (Crespi, 1985:27).

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análisis84, entre los tantos posibles y utilizables para organizar nuestro cono-cimiento.

4.2. Estructura social y estabilidad

Más allá del último comentario de Crespi, de naturaleza, todo hay que decirlo, más psíquicamente epistemológica, en la práctica del conocimiento sociológico y antropológico, el término estructura ha sido asumido en cuatro significados que podríamos considerar diferentes.

Para mayor claridad, en estas páginas nos proponemos sintetizar en esos cuatro filones teórico-empíricos las diferentes acepciones del término estruc-tura. Extremadamente articuladas, a veces profundamente innovadoras, otras hechas de matizaciones, se intentará asumir y trasladar las posiciones de cuantos estudiosos han contribuido a la focalización del problema. La parte del magis-tral ensayo de Crespi (1985) específicamente dedicada al estructuralismo, la notable aportación de Beltrán (2001:7-28) sobre la noción de estructura social y la misma y sugerente voz del diccionario de Gallino (1978) documentan la riqueza y profundidad del debate. Sin embargo, ya que el hilo conductor que recorre cada una de las partes de la presente reflexión viene dado por “qué matrices teóricas del análisis estructural”, no se entrará en el complejo e intenso debate sobre las estructuras sociales, sino que sólo se centrará la atención sobre algunos elementos que nos permitan aclarar (mediante confrontaciones, distinciones y puntualizaciones) qué entienden por estructura los estudiosos que utilizan en su devenir intelectual y en sus análisis de la realidad social la network analysis.

Generalmente se suele conectar o ligar al concepto de estructura el concep-to de “invariabilidad”, entendiendo por estructura un conjunto de relaciones relativamente estables entre elementos, allí donde la invariabilidad viene dada por la persistencia del sistema aún en la posible presencia de modificaciones en los propios elementos. Por otra parte, está conectado al concepto de estructura el concepto de “principio ordenador”, si y en cuanto la estabilidad de las rela-ciones en un sistema de interdependencia no sólo constituye la base sobre la que se rige el sistema como unidad, sino que siempre existe una determinada estabilidad finalizada y relativa a algo: por ejemplo, la integración de las partes

84. Beltrán (2001:11) no considera oportuno hablar de método estructural y de teoría estructuralista, ya que in extremis se trata de partir de la observación del conjunto de la realidad y de intentar descubrir en ella un esquema de relaciones que permita su descripción y eventual explicación.

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respecto a la satisfacción de un prerrequisito funcional. Por tanto, la estructu-ra traslada claramente a un sistema ordenado y no causal de interdependencia (ligámenes entre elementos) que tiene su unidad y una “vida” totalmente independiente de la proximidad de los diferentes y múltiples elementos que están concretamente conectados.

Veamos un ejemplo. La familia nuclear es un sistema de interdependencia que conecta de forma no casual y según particulares criterios (que pueden ser jurídicos, de residencia, de cohabitación, de ayuda mutua funcional, etc.) algunas posiciones (mujer, marido, madre, padre, hijo/a). La estabilidad viene dada por el hecho de que la estructura familiar nuclear se puede encontrar tanto en la España del siglo pasado, como en la Inglaterra de la pre-revolu-ción industrial, en la China contemporánea, en el Japón medieval y que, en general, su presencia y existencia, como fenómeno macro-estructural es total-mente independiente de que los señores Justicia, Del Jesús, Casas, Gámez, Rodríguez o Peralta, etc, vivan en estructuras familiares de tipo nuclear y formen familias nucleares.

El concepto de estructura, como interdependencia estable de las partes, traslada a las siguientes acepciones:

» Estructura como relaciones de producción. Para Marx y Engels el conjunto de las relaciones de producción constituye y configura la estructura social fundamental de la que derivan todas las relaciones sociales, y, por tanto, todos los sujetos sociales (desde la clase hasta la familia, las asociaciones, las diferentes instituciones sociales). Aún más, “las relaciones de producción de cualquier sociedad forman un todo”, por lo que no pueden estudiarse una a una, como hace Proudhon (Marx, 1969:158). Ningún sujeto social es creador de las relaciones de producción. Son, por el contrario -según Marx y Engels-, los portadores de determinadas relaciones de produc-ción, los actores de un drama que, para su desgracia, no han construido. Y de la misma opinión, quizás más extrema, es Althusser (1969:194), para el que “la estructura de las relaciones de producción determina lugares y funciones que son ocupados y asumidos por agentes de la producción (...) en la medida en que son los portadores (träger) de estas funciones. Los verdade-ros “sujetos” (...) no son, por lo tanto, estos ocupantes, los individuos concretos, los hombres reales, sino (...) las relaciones de producción”85. Ahora bien, esta afirmación no implica que puedan actuar sobre las estructuras, modifi-

85. “En otras palabras –afirma Beltrán- la estructura consiste en una red de relaciones entre alvéolos socialmente definidos, que son ocupados por los incumbentes de los roles sociales” (Beltrán, 2001:13).

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cándolas dentro de ciertos límites y parámetros. Estos últimos dependen claramente de ciertas condiciones materiales (fundamentalmente del grado de desarrollo alcanzado por las fuerzas productivas). Decir que la clase social, la familia, las asociaciones o las diferentes instituciones sociales son portadoras de determinadas relaciones de producción es lo mismo que decir que ellas son los efectos derivados de dichas relaciones. Podemos llegar así a definirlos como los efectos de la estructura social global sobre los individuos que participan de una manera u otra en la producción social. Por último, aunque no menos importante, convie-ne aclarar que una cosa es hablar de estos sujetos sociales como efectos de la estructura social global, lo que finalmente no significa sino que son fundamentalmente el efecto de las relaciones de producción, y otra cosa es hablar de los efectos que estos sujetos sociales pueden producir en los distintos niveles de la sociedad: efectos ideológicos, efectos políti-cos o efectos económicos. Cuando nos referimos a estos efectos estamos aludiendo a la práctica concreta que realizan estos sujetos.

» Estructura como conjunto de relaciones establemente apoyadas en obligacio-nes normativas de tipo jurídico, moral, religioso propias de una determinada cultura. Esta es la acepción que nos esboza Radcliffe-Brown (1952), que considera a la cultura = estructura social = elemento necesario para el funcionamiento y la estabilidad del sistema. Es una acepción que profundamente y sin ningún género de dudas se resiente del concepto de conciencia colectiva de Durkheim (aquella especie de super-conciencia reificada en la que se recogen cada uno de los símbolos y de las repre-sentaciones mentales dominantes de una sociedad) y que desvincula el concepto de estructura de las bases biológicas de las necesidades que, según Malinowski (1981), se expresan en los imperativos biológicos primarios (nutrición, reproducción, higiene y protección). Imperativos que son satisfechos a través de la organización cultural y de las institu-ciones sociales. Para Radcliffe-Brown, sin embargo, la necesidad nace en el ámbito y en el escenario de los significados culturales que determinan su ubicación en el sistema de sentido y la forma de su satisfacción, según criterios que son tanto instrumentales como expresivos (Crespi, 1985:181). El sistema cultural, en otros términos, no solo traza el recorrido median-te el que satisfacer la necesidad, sino que lo lee y lo cataloga en cuanto tal. Esta definición de estructura enfatiza con rotundidad los elementos simbólicos y normativos, y la cultura es asumida como un mosaico o conjunto de reglas de un lenguaje (una estructura social) que conectan y vinculan palabras, cosas y hombres de forma no casual. Palabras, cosas y hombres asumen un significado y/o desempeñan una función a partir de la posición que ocupan en el sistema de interdependencia observado.

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» Estructura como retículo de relaciones que se establecen entre individuos que realizan roles recíprocamente interactivos. No resulta arriesgado decir que prevalece en esta acepción la dimensión morfológica de las diver-sas formas que pueden asumir las relaciones empíricamente observables entre individuos. En este caso la referencia más clara y contundente es Simmel, von Wiese y la distinción realizada por Sorokin entre “social” (estructura) y “cultural” en toda relación social, con la advertencia, como se ha visto precedentemente, de que los dos elementos pueden separarse sin ningún problema analíticamente, pero no así empíricamente.

» La estructura como característica profunda, inconsciente y fundamental de la mente humana. Lévi-Strauss, que asume tal definición de estructura, “no considera la historia humana como un proceso evolutivo, sino como la actualización de modalidades temporales de leyes universales de la actividad inconsciente del espíritu, o bien de las diferentes posibilidades de combina-ción de relaciones estructurales constantes” (Crespi, 1985:157). Respecto a la naturaleza de tales estructuras inmutables, Lévi-Strauss (1977) no las acepta ni como estructuras innatas, ni como modelo conceptual cons-truido por el observador: “Las estructuras forman parte de lo real, pero no de la realidad empírica, son externas al observador, pero, al mismo tiempo, sólo emergen mediante su construcción conceptual, y, sin embargo, tampoco deben entenderse como categorías a priori, en el sentido kantiano” (Crespi, 1985:157). Para Lévi-Strauss la estructura profunda puede asumir múltiples expresiones y formas (los diferentes sistemas de parentela, los diversos mitos, etc.), pero sólo puede ayudar a comprender y explicar las diferentes formas culturales, caminando más allá de la mera catalo-gación y comparación entre sistemas diferentes. En su estudio sobre las estructuras elementales de la parentela, Lévi-Strauss (1991) demuestra magistralmente cómo, partiendo de un modelo estructural de intercam-bio generalizado, es posible explicar también los sistemas matrimoniales anómalos. En la base del intercambio exogámico está la regla universal de la prohibición del incesto. Tal prohibición es un universal cultural: universal en cuanto que está presente en todas y cada una de las socieda-des humanas, cultural porque es norma, regla, producto no natural, ni biológico. El tabú del incesto se liga al problema de la relación entre la existencia biológica y la existencia social del hombre, incluso si no perte-nece ni a la una ni a la otra, constituye el ligamen que une una esfera a la otra. Sin embargo, se trata de una unión particular: “en realidad más que de una unión, se trata de una transformación o de un tránsito: antes que se verifique, la cultura aún no está dada; con su verificación, la naturaleza deja de existir en el hombre como reino soberano. La prohibición del incesto

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es el proceso mediante el que la naturaleza se supera a sí misma: enciende la chispa bajo cuya acción se forma una estructura de tipo nuevo, y más complejo, que se sobrepone, integrándola, a las estructuras más simples de la vida psíquica, así como estas últimas se sobreponen, integrándolas, a las estructuras más simples de la vida animal. Actúa, y de por sí misma consti-tuye, el advenimiento de un nuevo orden social” (Lévi-Strauss, 1991:67). A excepción de los estudios sobre la parentela, muchos críticos sostienen con fuerza y con rotundidad la relativa debilidad del estructuralismo para explicar con precisión otros fenómenos sociales, tales como el mito y el totemismo: “La mayor debilidad del estructuralismo es que ha prometido más de cuanto podía mantener. Lévi-Strauss nos ha dicho que habría produ-cido una ciencia, que habría descifrado el código genético que se esconde en las sociedades humanas. Pero no lo ha conseguido. Sus extensos análisis de los mitos contenían interpretaciones interesantes y plausibles del pensamiento en las sociedades tribales. Pero los análisis continuaron innecesariamente, sin un orden particular, y no llegaron a individuar ningún modelo salvo las afirmaciones muy abstractas y discutibles de Lévi-Strauss según las cuales la cultura estaría constituida mediante una serie de oposiciones binarias” (Collins, 1988:388).

Respecto a estas cuatro acepciones del término estructura, debe citarse el pensamiento de Parsons (1951), que intenta una mediación, una compene-tración entre la segunda y la tercera definición. Y, como no, aunque resulte arriesgado decirlo, los planteamientos de Bourdieu (1992) y Giddens (1994), ya esbozados en el capitulo II al abordar los relacional en los clásicos y no tan clásicos. Ambos, desde una concepción que podríamos denominar situacio-nal de la acción86, apuestan –otra cosa es que lo consigan- por ir más allá del clásico y sempiterno dualismo entre estructura y acción. El primero a través del sugestivo y atrayente concepto de habitus, el segundo con su creativa teoría de la estructuración. Todos ellos se enmarcan en una polémica más o menos viva, más o menos explícita, sobre el sentido y significado de la relación entre estructura y acción: ¿las estructuras sociales determinan los comportamientos o son éstos los que configuran las estructuras mismas?

86. Véase la crítica de Campbell (1998). En su opinión, con esta apuesta se ha desechado la tradición weberiana de la comprensión motivacional de la conducta humana al rehusar la exposición que el actor presenta de su propia conducta. Una revisión crítica, aunque limitada, de la postura de Campbell puede encontrarse en Beltrán (2001:26). Para este último Campbell presta especial atención por el sentido planteado por el sujeto, creyendo que éste solamente es personal y subjetivo. ¿Y qué pasa con el grupo y la sociedad? Beltrán nos recuerda algo que nunca debemos olvidar aquellos que nos adentramos en el apasionante mundo de las ciencias sociales: a la sociología no le interesa para nada lo subjetivo, sino lo propiamente lo intersubjetivo, es decir, el sentido “socialmente puesto”, compartido y, en consecuencia, objetivo.

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El interrogante, que como tantos otros, ha recorrido y está presente en toda la historia de la teoría sociológica y que en el debate actual oscila como un péndulo entre dos grandes corrientes –individualismo metodológico87 y holismo metodológico88-, es tanto más difícil e imposible de contestar cuando no existe un claro consenso ni sobre la misma definición de comportamiento, ni sobre la propia concepción de estructura. Veámoslos.

Para Parsons la estructura social es el componente relativamente estable de las modalidades de organización de un sistema basado en la presencia de modelos normativos y de alternativas constantes, las pattern variable. En Parsons el concepto de estructura se refiere a los subsistemas institucionales interrelacionados por valores y orientaciones normativas que se desarrollan y se diferencian para satisfacer los cuatro prerrequisitos fundamentales de todo sistema o subsistema. No está de más recordarlos:

» El “mantenimiento del modelo latente”. Representa la naturaleza clara y distintiva del sistema en su diferencia con el ambiente y el manteni-miento de su continuidad en el tiempo. El concepto de modelo indica o alude a un componente del sistema de acción que es latente respecto a sus funciones operativas. Es aquel componente que define y controla la identidad de un sistema antecedente en sus operaciones específicas y que sobrevive a él en el tiempo.

» La “adaptación”. Contempla la bisagra entre el sistema y el ambiente con referencia o alusión específica a los intereses de largo término del sistema, sobre todo aquellos por su desarrollo potencial en términos claramente evolutivos. Por adaptación no se entiende, como muchos han pensado, un ajuste pasivo a las condiciones ambientales, sino las diversas y diferen-tes modalidades de encarar y hacer frente al ambiente y la capacidad de utilizar los recursos disponibles en él para el interés del funcionamiento del sistema.

87. Posiblemente, uno de los primeros ejemplos de este paradigma lo podemos encontrar en el “Prefacio” a Grundsätze der Volkswirthschaftslehre de 1871, donde Menger, aludiendo al método adoptado, escribe: “Nos esfor-zamos en reconducir los más complejos fenómenos de la economía humana a sus elementos más simples aún accesibles a la observación segura, de adaptar a ellos el criterio de valoración correspondiente a su naturaleza, y posteriormente, sirviéndonos de esto, de examinar nuevamente de que forma los fenómenos económicos más complejos se desarrollan de sus elementos” (Menger, 1871:7)88. Recordemos que la sociología nació “holista”. Aún más, la misma idea de sociología surge de la convicción de que el cambio social es el producto de determinismos que son “ leyes” históricas y sistémicas. Si el punto de partida es la existencia de factores de un “todo” que, al actuar sobre las partes, producen una nueva totalidad, el cambio social, en consecuencia, es el paso de una disposición a otra desde una totalidad que actúa sobre las partes. Las acciones individuales son consideradas expresión de condiciones y determinismos impersonales, situacionales y estructurales.

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» La “consecución del objetivo”. Alude a las necesidades del sistema de esta-blecer relaciones sistema/ambiente relativamente concretas y específicas, y a estructuras y procesos que faciliten lo máximo posible la capacidad del sistema de hacer aquello. Esta función difiere radicalmente de la de adaptación porque contempla la activación de comportamientos finaliza-dos en el objetivo, comportamientos de carácter específico y claramente encaminados a intereses inmediatos o de breve término.

» La “integración”. Es la contraparte interna de la adaptación al ambiente. Un sistema para poder funcionar y poder hacer frente a los desafíos de su ambiente tiende a diferenciarse internamente. Emergen de esta forma estructuras y procesos especializados que deben y tienen que encontrar una integración para conjurar la posible aunque más que probable explo-sión de los conflictos internos. Es una función muy similar a la teorizada por Canon como homeoestasis89.

Parsons (1961) realiza una ya clásica la distinción entre cultura y sistema social o estructura. La cultura alude a los “modelos” de significado, de normas, valores, conocimiento y creencias organizadas. La estructura social se refiere a las condiciones presentes en una interacción de individuos que constituyen concretas colectividades con determinados conjuntos de miembros. Mientras que la cultura, toda cultura, comprende y engloba comunes y compartidos valores, normas, significados y símbolos; la estructura social, toda estructura social, está constituida o compuesta por relaciones que las personas manifies-tan explícita e implícitamente en sus interacciones y, en consecuencia, por roles y por posiciones presentes en las relaciones y, al mismo tiempo, condi-cionadas por ellas.

Parsons nos ofrece un interesante ejemplo empírico de la interpenetración entre sistema cultural y sistema social (Parsons, 1960:963-996). El sistema de los valores sociales en los Estados Unidos prioritariamente está referido al mantenimiento del modelo social, es decir, a instituciones como la religión, la familia y la educación: operativamente, esta prioridad va al sistema de adap-tación, la economía, al incremento de la productividad en todas las esferas de acción, al individualismo institucionalizado, a la igualdad de oportunidades y al derecho de adquisición. El sistema político concretamente es evaluado por su pluralismo, mientras que el integrador por su pragmatismo organizativo. En fin, la propia personalidad de los individuos es evaluada positivamente en

89. Véase Parsons (1960). Un recorrido por el esquema AGIL y la jerarquía del control cibernético puede encon-trase en Herrera (2005b:62-65).

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términos de adquisición juzgada universalmente y a una estratificación social basada y fundamentada en el mérito y en la justa recompensa por las presta-ciones individuales

Dicho en otros términos, para Parsons, la cultura es un sistema con las siguientes características:

» Está constituido por la organización de los valores, de las normas y de los símbolos que guían las elecciones de un actor y que limitan los tipos de interacción que pueden darse entre los actores.

» No es un sistema empírico (en el sentido del sistema social o del sistema de la personalidad90), ya que representa muy claramente un tipo espe-cial de abstracción de cada uno de los elementos del sistema social y del sistema de la personalidad.

» El modelo de normas reguladoras no puede estar de ninguna de las maneras constituido por elementos no relacionados o casuales, sino que debe poseer un cierto grado de coherencia interna.

» Por ello en el modelo de cultura sus diferentes partes están inter-rela-cionadas de tal forma que producen sistemas de valores, sistemas de creencias y sistemas de símbolos expresivos.

Por su parte, el sistema social o estructura es un sistema de acción que implica un proceso de interacción entre dos o más actores, los cuales son objetos de “deseos”, cuyas acciones son “cognitivamente” observadas y sus orientaciones deben ser “evaluadas” por Ego (Herrera, 2005b:44).

Los diferentes tipos de relación social se pueden catalogar a partir de las orientaciones de los valores, que se manifiestan como alternativas constantes (variables estructurales), que son:

» Afectividad / Neutralidad.

90. El sistema de la personalidad es un sistema de acción que comprende las interconexiones entre las acciones de un actor que están organizadas desde una estructura de “necesidades-disposiciones” (need-dispositions). Una necesidad-disposición (need-disposition) es la unidad más significativa, en el nivel del esquema de la acción, de moti-vaciones de la acción. Representa la organización de uno o más elementos de impulso (drive) elaborados en una tendencia de orientación hacia una situación de objetos más diferenciada que la de los meros impulsos orgánicos innatos. Los componentes de impulso de las necesidades-disposiciones están organizados en términos cognitivos y evaluadores. Las necesidades-disposiciones, en síntesis, difieren de los impulsos ya que no son innatos sino formados o aprendidos en el proceso de acción. En el nivel de relación con objetos sociales, muy buenos ejemplos son la estima y la aprobación; en el nivel de estándares culturales, la necesidad de satisfacer ciertos requisitos funcionales del sistema social; en el nivel de expectativas de rol, la búsqueda de ciertas respuestas y planteamientos por parte de otros y de responderles de la misma forma.

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» Orientación a sí mismo / Orientación a la comunidad» Universalismo / particularismo.» Adquisición / adscripción (o bien, según las traducciones, realización/

atribución).» Especificidad / difusión.

Como ejemplo se pueden o, mejor aún, se suelen citar dos casos emble-máticos. La relación de asistencia madre-hijo se instaura entre dos sujetos a partir de la posición social en que se encuentran ambas, posición que indivi-dúa claramente los roles definidos por precisas expectativas recíprocas y según modalidades “tomadas” del sistema cultural de referencia. Desde el punto de vista estructural, la relación se caracteriza, como orientación de valor, por el hecho de ser particularista, adscrita, difusiva y afectiva. La relación de asisten-cia medico-paciente, que se instaura en el interior de otro y diferente sistema de interdependencia, que prevé otras finalidades y otros modelos de referencia, desde el punto de vista estructural es, tendencialmente, universalista, adquisi-tiva, específica y afectivamente neutra.

La primera variable estructural –afectividad/neutralidad afectiva- deriva de que el actor debe escoger si aceptar gratificaciones inmediatas de los objetos conocidos o queridos o bien evaluar estas gratificaciones en función de sus consecuencias futuras. La segunda –orientación a sí mismo/orientación a la colectividad- procede de que el actor debe escoger si dar o no prioridad a los criterios morales del sistema social complejo o de un subsistema. La tercera –universalismo/particularismo- se sigue de la elección relativa a qué criterio dominante, en los apreciados o conocidos, se selecciona (si los criterios domi-nantes son los cognitivos, el actor ubicará los objetos dentro de un esquema de referencia generalizado; si lo son los apreciados, ubicará los objetos en térmi-nos de su relación a sí mismo).

Las otras dos variables estructurales precisamente derivan de la indetermi-nación intrínseca a los objetos situacionales: los objetos pueden ser relevantes o por su propia cualidad intrínseca o por sus prestaciones (adscripción/adqui-sición, o bien cualidad/prestación); por otra parte pueden ser difusos o funcionalmente específicos (especificidad/difusión).

Estas cinco elecciones, y solamente éstas, constituyen con claridad el “sistema” de las variables estructurales. El punto clave está en la forma o manera en que se relacionan con el esquema general de la acción. Lo hacen

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según cuatro modalidades específicas:

» Relativamente al nivel concreto de acción representando cinco eleccio-nes diferentes (implícitas o explícitas) que el actor debe realizar antes de poder actuar sensatamente.

» Relativamente al nivel de la personalidad representando los conjuntos de “costumbres/hábitos” de elección (set of habits of choosing) realizados en determinados tipos de situaciones que, siendo propiamente segmentos de la cultura interiorizada, se convierten en concretos criterios de orienta-ción al valor de Ego.

» En el nivel colectivo representan aspectos de la definición del rol marcado de forma específica en términos de derechos y deberes.

» En el nivel cultural son modelos de orientación de valores.

Las variables estructurales sobre todo son relevantes en cuanto que carac-terísticas de orientación de valores: imponen una “definición” cultural y compartida de particulares tipos de situaciones. Las cinco variables pueden describir estructuras empíricas de la personalidad o de la sociedad como cuando se dice que el esquema ocupacional estadounidense está orientado en términos universales, funcionalmente específicos y adquisitivos.

Pasemos ahora a Giddens (1979, 1990). Muy sintéticamente, en su teoría de la estructuración, cuyo punto de partida es la búsqueda de un puente entre las dimensiones normativa e intersubjetiva91, las premisas clave son las siguien-tes:

» La sociedad se nos presenta concretamente como una dualidad (no como un dualismo de carácter excluyente) entre la “estructura” y la “acción”. Sobre este particular, Giddens señala: “Inquirir sobre la estructuración de las prácticas sociales es tratar de explicar cómo las estructuras quedan cons-tituidas por medio de la acción, y, a la recíproca, cómo la acción queda constituida estructuralmente” (Giddens, 1979:161). Años más tarde dará un paso más y con carácter decisivo en el análisis anterior. Y el resultado será otorgar a la intersubjetividad una mayor e intensiva colaboración espacio temporal (Rodríguez Ibáñez, 1992:258).

91. Como muy bien señala Rodríguez Ibáñez (1992:258), dicho puente quedaba axiomatizado en sus New Rules of Sociological Metod: A Positive Critique of Interpretative Sociologies (edición española de 2007). Para Giddens la producción y la reproducción tienen que abordarse como una actuación competente por parte de los miembros que la integran, y no como una serie delimitada. Los hombres producen a la sociedad, pero lo hacen en cuanto que actores históricamente ubicados, y no en condiciones de libre elección (Giddens, 2007:170).

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» La estructura social es un conjunto de reglas (fundamentalmente signi-ficados y sanciones) y recursos sociales (especialmente autoridad y propiedad) que está presente en toda interacción. Tanto unas (las reglas) como otros (los recursos) están constantemente presentes en la vida social, a la par que son el fundamento y base de un conocimiento práctico. Posteriormente Giddens (2007:31 y ss.) distinguirá claramente tres tipos de estructuras, que pueden reducirse a tres dominios fundamentales: las estructuras de significación (que originan y dan lugar, en el terreno insti-tucional, a los modos y formas de discurso dominantes); las estructuras de dominación (que autorizan y distribuyen los recursos, dando lugar a las denominadas instituciones políticas y económicas), y las llamadas estruc-turas de legitimación (que se condensan claramente en las instituciones jurídicas)92.

» Esta estructura, compuesta de reglas y recursos sociales, no determina bajo ninguna forma o aspecto la acción de los individuos. A lo sumo la condiciona, a la par que la hace posible. Dicho en otros términos, sumi-nistra los sustratos objetivados de una sociedad.

» La conducta es un devenir constante y fluido que produce resultados intencionales y no intencionales, siendo el más importante de estos últimos la reproducción de la estructura social.

» El juego entre estructura y acción, o mejor, el movimiento entre reglas, recursos y actores se da en un instante y en un espacio o escenario deter-minado. Con ello, Giddens reclama y apela a la trama espacio-temporal para el análisis sociológico. “Las diferencias que constituyen a los sistemas sociales reflejan una dialéctica de presencia y ausencia en el espacio y en el tiempo” (Giddens, 1979:71).

Con este telón de fondo, que no es otro que la denominada dualidad de la estructura giddensiana (ésta última está presente en la acción y es reproducida por ella), la integración social nos aparece y se presenta como la reciprocidad de las prácticas en la interacción social cotidiana, cara a cara, o con “conteni-dos de co-presencia”. Por su parte, la integración sistémica se apoya claramente en la reciprocidad de los grupos en espacios y tiempos amplios. Cuando la primera, derivada de las prácticas cotidianas, da lugar a redes permanentes de reciprocidad a lo largo del tiempo es la base y fundamento de la segunda, que conlleva continuidad en la larga duración (Giddens, 2007:28)

92. Para Rodríguez Ibáñez (1992:261) “se trata de una tipología que no añade demasiado a las viejas distinciones, marxiana y weberiana, entre ideología (estructuras de significación) y poder político y económico. La relativa origina-lidad radicaría, como mucho, en considerar a la política y la economía bajo el mismo prisma estructural, separando en cambio a la ley del poder político (lo cual difiere de Max Weber, quien, como sabemos, consideraba a la dominación y a la legitimación, como las dos caras de la misma realidad).

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En consecuencia, estructura y acción, como muy bien señala Beltrán (2001:24), “son las dos caras de un proceso continuo”. En él, claramente la acción es facilitada, reducida y dotada de sentido por la estructura, produciendo la prolongación de las prácticas sociales, muchas de cuyas reglas es probable que no emerjan en la conciencia de los agentes. Por su parte, la estructura es repro-ducida de forma irremediable y no deliberada por la reciprocidad de dichas prácticas en la interacción de individuos y grupos. Textualmente:

“Los actores despliegan las reglas en el curso de la interacción, pero al mismo tiempo esa interacción reformula por sí misma a las reglas” (Giddens, 1979:71)93.

En su pretendido intento por superar el tradicional dualismo entre estruc-tura y acción, Bourdieu (1991) también va a abordar la relación que existe entre la estructura social y los individuos integrantes de la propia sociedad. Su punto de partida es el siguiente: nuestro control práctico de la vida coti-diana se fundamenta en una serie de habilidades para la acción. Estas tienen su comienzo y se adquieren especialmente en las primeras y decisivas etapas del proceso de socialización. Emergen para activar las prácticas sociales. Y proporcionan claramente un “sentido práctico”94 que ofrece y da la posibilidad a los individuos de una amplia gama de estrategias en los diferentes escenarios en que es posible que se inserten. Estas habilidades son el habitus. Obede-cen sin ningún género de dudas al medio social en que han cristalizado. No resulta por tanto arriesgado afirmar que el habitus está en función y cambia según el origen social. La práctica es el claro resultado de la relación existen-te entre la estructura social y el habitus. Y siempre alude a las denominadas circunstancias materiales de la existencia de los agentes. Son el factor clave y decisivo de la reproducción de las relaciones sociales.

93. La teoría de la estructuración giddensiana no ha pasado de puntillas por el panorama sociológico nacional e internacional. Son muchas las voces críticas y desde diversos frentes. Hay quien lo acusa de “oscuridad y vacío empírico” (Stinchcombe, 1986:901), y quien, de forma no tan radical y más suavemente, le aconseja que enmarque unas visiones de cuya relevancia nadie duda –concretamente, la fusión entre espacio, historia y sociedad-, siguien-do el camino emprendido en su libro sobre las clases sociales (Rodríguez Ibáñez, 2001:262-263). También quien valora la “dualidad” giddensiana en términos filosóficos, pero asegura que sus postulados no poseen ninguna rele-vancia analítica, sino que, por el contrario, paralizan el análisis sociológico desde su misma formulación (Archer, 1985:61). Y no faltan quienes consideran que su esfuerzo no pasa de ser una “pretendida y fracasada subjetivización de las estructuras” (Donati, 1991b:62). Sin embargo, todos reconocen la seriedad y respetabilidad del trabajo realizado. Sin el ánimo de ser exhaustivos, destacaríamos las aportaciones de Archer (1985), Stinchcombe (1986), Smith (1988) y Donati (1991a). En el caso de España véase García Selgas (1994).94. El sentido práctico es entendido por el sociólogo francés como la forma en que lo “subjetivo viene objetivado”, y constituye el campo privilegiado tanto para la historia, como para la sociología. Véase Bourdieu (1980).

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Dicho en otros términos, para Bourdieu existen estructuras sociales obje-tivas. Estas son independientes de los individuos. Condicionan claramente su acción, pero no la determinan, a través de una amplia y variada serie de estrategias posibles95. Son el fundamento de los esquemas de percepción, pensamiento y acción de los individuos es decir, el habitus. Este último se nos presenta como el lugar o el escenario en el que se interioriza lo exterior y se exterioriza lo interior. Pero maticemos para no dar lugar a posibles ambi-güedades o equívocos, tanto aquellas estructuras como estos esquemas tienen concretamente un origen social. Las primeras mediante la disputa habitual que se suele producir en determinados terrenos de la vida social para cambiarlas o conservarlas. Los segundos por los procesos de socialización diferenciados en las diferentes y diversas sub-culturas (Beltrán, 2001:26).

Si se excluye la acepción marxiana de estructura, generalmente identificada en las relaciones de producción, la definición espacial-morfológica y el estruc-turalismo de Lévi-Strauss, en las definiciones del concepto precedentemente sintetizadas despunta, sin ningún género de dudas y con diferentes niveles de intensidad, la dimensión cultural, normativa y simbólica. La misma defini-ción realizada por Parsons entre estructura social (o sistema social) y cultura es una distinción más de tipo analítico, que no empírico, si y en cuanto la supuesta invariabilidad de las partes en un sistema de interdependencia viene definitivamente dada por la existencia de un complejo de normas y valores, suficientemente compartido e interiorizado para garantizar uniformidad y conformidad en los comportamientos sociales, prescindiendo de la variabili-dad de las aspiraciones, motivaciones y comportamientos de tipo individual (que son reconducidos dentro de una gama definida de posibilidades) y del aproximarse de los sujetos en las diferentes posiciones y en el tránsito de una generación a otra. Afirma Parsons:

“El fenómeno de que las normas culturales son interiorizadas en la personalidad e institucionalizadas en la colectividad es un ejemplo de la interpenetración de subsistemas de acción, en este caso del sistema social, del sistema cultural y de la personalidad. Ya que estos subsistemas son definidos analíticamente, no concretamente, es comprensible que el límite concreto de cada uno de los subsis-temas deberá incluir esferas o zonas que requieren una integración particular como parte de uno o más subsistemas. En tal caso la proposición crítica es que

95. Recuerdo una afirmación que ya realizamos en el capítulo II: Bourdieu intentará huir del rígido determinismo clásico. Sin embargo, la creatividad de los agentes está limitada en sus hábitos (que son mecanismos estructuran-tes) y las relaciones encuentran barreras insuperables en las estructuras del campo del espacio social, así como la voluntad y la intencionalidad subjetivas están disminuidas.

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una cultura normativa institucionalizada es una parte esencial de todos los sistemas estables de interacción. Por ello el sistema social y la cultura deben estar integrados de forma específica en el área de su interpenetración” (Parsons, 1977:169).

La estructura se convierte en una especie de lenguaje, que se aprende desde el nacimiento, cuyas reglas permiten una determinada y concreta forma de reducción de la complejidad de la experiencia humana (Crespi, 1985:147). Lenguaje organizado y coherente que, a pesar de su complejidad y articula-ción, se presta a ser captado por un observador externo.

4.3. Estructura social e interconexión de nudos

El análisis de redes trabaja con un concepto de estructura que enfatiza y remarca los elementos posicionales, cancelando completamente los elementos simbólicos y culturales. Como sostiene P. M. Blau, en su breve síntesis, la network analysis se aleja de aquellos que él considera los tres tipos más famosos de estructuralismo (el de Marx, el de Lévi-Strauss y el de Parsons). Por otra parte, especifica claramente que, en términos puramente formales, el análisis estructural se aproxima mucho más al estructuralismo de Marx, que no al de Parsons y Lévi-Strauss, pero no porque exista una adhesión al planteamiento cognitivo marxiano, sino sólo porque centra su “attention of objetive positions and relations rather than beliefs or mental constructs” (Blau, 1982:274).

La network analysis -continúa Blau- focaliza su interés precisamente en la estructura social, considerada como separada y distinta de la cultura (en los términos propuestos por Parsons) y asume que:

» La vida social, incluidas cada una de sus manifestaciones culturales, está radicada y se fundamenta en la estructura de las posiciones96 y de las relaciones sociales.

96. El concepto de posición posee las siguientes características: a) las posiciones sociales son factores del compor-tamiento: la diferenciación de posiciones está asociada con diferenciaciones en las pautas de comportamiento de los individuos que las ocupan; b) al mismo tiempo, las posiciones son independientes de los individuos que las ocupan y no constituyen atributos propios de éstos; c) las posiciones se diferencian relacionalmente: las relaciones entre posiciones definen cada una de ellas (sin referencia a pautas de comportamiento de los individuos que las ocupen); d) las formas de relación entre posiciones son, pues, las únicas responsables de la diferenciación –y de la identificación- de las posiciones mismas; e) sólo existen posiciones en el contexto de un sistema de posiciones. Además, las relaciones entre posiciones son relaciones objetivas, es decir, identificables sin la mediación de la subjetividad del ocupante de las posiciones. Estas características del concepto de posición son suficientes para diferenciarlo del rol, al menos en su sentido usual del rol interiorizado.

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» La vida social puede ser explicada detalladamente y con claridad anali-zando estos modelos o las distribuciones de posiciones.

La estructura social es aceptada, vista y observada como modelo persistente y constante de relaciones sociales entre determinadas proposiciones sociales (Laumann, Pappi, 1976).

“Es la relación la unidad de base de la estructura social. Y, por tanto, como afirma Wellman y Berkowitz, que han elaborado el paradigma más comple-to del análisis estructural: las estructuras sociales pueden representarse como network, es decir, como conjunto de nudos (o miembros del sistema social) y como conjunto de ligámenes que indican sus interconexiones. Los nudos pueden representar personas, pero también grupos, grandes sociedades, agregados domésticos, estados-nación u otras colectividades. Los ligámenes son utilizados para representar flujos de recursos, relaciones de amistad simétrica, trasferen-cias, o relaciones estructuradas entre nudos” (Piselli, 1995:XLIII-XLIV de la Introducción)97.

Los estructuralistas han sido acusados con frecuencia de excesivo forma-lismo porque analizan la composición estructural de un retículo, sin entrar con valentía en los contenidos de las relaciones y de los ligámenes que obser-van; entendiendo por contenido tanto el sentido intencional que el actor social conecta a aquel tipo concreto de relación, como el complejo cultural y normativo que para muchos estudiosos es parte constitutiva e integrante de una estructura (pensemos concretamente en la equivalencia propuesta entre estructura social y cultura). No está de más recordar que para Parsons, la cultura, esta constituida “por sistemas estructurales u órdenes de símbolos que son los objetos de la orientación de la acción, por componentes interiorizados por la personalidad de los sujetos agentes individuales y por modelos institucionalizados de los sistemas sociales” (Parsons, 1951:335) que elaboran criterios de orienta-ción selectiva y de ordenación.

Esta es una observación justa y precisa, pero no una crítica, en cuanto que, como subraya magistralmente Blau en la contribución precedentemente citada, la network analysis prescinde, sin ningún género de dudas y como asunto de base, de los contenidos. Es una observación justa, pero no una crítica, en cuanto que esta elección de fondo no es el resultado de una ingenua y simple reducción, sino que claramente se inserta en un filón de estudios y reflexiones

97. Véase Wellman, Berkowtiz (1988).

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que propone estudiar lo real con otras categorías de análisis, creando una frac-tura, una discontinuidad respecto a otros planteamientos cognitivos.

Una reflexión, una aproximación de estos elementos de discontinuidad permite revelar cómo el cambio de perspectiva propuesto con valentía por la network analysis es menos ingenuo y simplista de cuanto aparentemente pueda parecer. Se puede citar el caso concreto de la clase social, que para los estructu-ralistas ya no es considerada como un conjunto de diferentes estatus ocupados por los miembros de una determinada población, sino que es asumida como una etiqueta que reúne a las relaciones de poder y de dependencia económica. Se puede aludir el caso de las normas y de los modelos de comportamiento, que para los estructuralistas son efectos y no causas de las posiciones estruc-turales98.

Para verificar el sentido de la discontinuidad realizada por la network analy-sis en los modelos cognitivos de la realidad se recorrerá analíticamente la contribución de Wellmann (1988), precedentemente citada. Esta confronta hipótesis y procedimientos de análisis de lo real de los métodos individualistas y de los métodos estructuralistas. Wellmann individúa cinco principios gene-rales que guían el trabajo del analista de redes:

1. Las relaciones estructuradas son un medio muy potente de explicación socio-lógica de cuanto no lo sean los atributos personales de los miembros del sistema. La primera línea de demarcación viene dada por el hecho de que los métodos individualistas toman los atributos, ya sean adscritos (sexo, edad, pertenencia territorial, raza, etc.) o sociales (posición laboral, instrucción, pertenencia política, etc.) y consideran el comportamiento social como el resultado de los atributos. Los métodos estructuralistas analizan las relaciones sociales estructuradas en las que los individuos están insertados y consideran el comportamiento del sujeto como resul-tado de la posición estructural. Los primeros analizan relaciones entre variables, los segundos relaciones entre actores sociales. Con los métodos individualistas se llega a asociar algunas uniformidades en los compor-tamientos a particulares atributos de los individuos, estableciendo líneas causales que vienen dadas por la simple covarianza. Con los métodos estructuralistas se reconstruye el articulado sistema de interdependencia que lleva al actor social a asumir un comportamiento particular. Más concretamente, los métodos estructuralistas proporcionan interpreta-

98. Para estos dos ejemplos véase la aportación de Wellmann en Wellmann y Berkowitz (1988).

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ciones de la conducta social de los actores implicados en la red. Como ejemplo se puede citar el caso de la participación de un cierto número de sujetos en una manifestación en una plaza contra el paro. Analizando las motivaciones que han empujado a los sujetos a manifestarse, el por qué han ido a la plaza en lugar de estar en casa, ir al cine o ir a trabajar, los analistas individualistas tratarán de comprender el comportamiento de la masa recogiendo los datos de los singulares individuos (o de su muestra), y una vez confirmado que en la plaza han aparecido, preferentemente, hombres, de edad media, de grupo social bajo y a la búsqueda de trabajo, llegarán a la conclusión de que la manifestación no es más que un comportamiento de sujetos que poseen atributos similares. Quedará por explicar por qué en la manifestación han participado también mujeres, jubilados, intelectuales y por qué no todos los desocupados con caracte-rísticas muy similares a los participantes han estado presentes en la plaza, a menos que no se apele a un clásico discurso genérico de solidaridad para los primeros (los participantes “anómalos”), y de cualquier cosa para los segundos (los ausentes). Para los estructuralistas la participación en la manifestación, como comportamiento individual, es el resultado de ligámenes estructurales políticos, sindicales, de compromiso cívico y/o pertenencias de otro tipo que son transversales respecto a la edad, el sexo, el nivel de instrucción. Para los estructuralistas los participantes “anóma-los” no serían ya tales: sólo son personas que actúan de forma claramente congruente respecto a su posición estructural. Discurso análogo se puede sin ningún problema hacer para los ausentes.

2. Las normas derivan de la posición99 en los sistemas estructurados de relaciones sociales. Incluso aunque muchos estudiosos aludan a la posición estructu-ral de los sujetos para explicar su posible adquisición de normas y valores, en general continúan considerando a las personas como individuos que actúan a partir de normas y valores interiorizados, que empujarían a los actores a un comportamiento voluntarista, a veces teleológico, hacia los objetivos deseados. Para los estructuralistas la motivación no es ni de tipo interior (psicológica), ni de tipo exterior (normas impuestas), sino que es el resultado de condicionamientos estructurales. Por este motivo, Wellmann cita a White (1968), que sostiene que gran parte de la socio-

99. No todas las posiciones son iguales, ni tan siquiera equivalentes. Referida a esta posición vendrá determinada la mayor o menor posibilidad de acción de un actor determinado. Recurriendo a la estructura topológica de los grafos, se pueden distinguir dos niveles de posiciones: posiciones centrales y posiciones periféricas. Qué duda cabe que los conceptos de centralidad y periferia son relativos entre sí. Por ello, lo correcto sería hablar de posiciones más o menos centrales, y posiciones más o menos periféricas en función de la localización del resto de los actores de la red (Requena, 1989:140).

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logía americana asume sin muchas vacilaciones el punto de vista del individuo voluntarista, para el que la realidad estaría en los valores y en las elecciones individuales, de las que la estructura sería o deriva-ría como epifenómeno. Por tanto, la estructura es asumida como suma de los valores individuales que puede ser definida a priori en la cabeza del investigador, o bien, en versiones más recientes, su puede encontrar poniendo juntas las respuestas dadas por las personas a los determinados cuestionarios. Para los estructuralistas, sin embargo, sostener que moti-vaciones, objetivos, normas están dentro de la estructura si y en cuanto son el producto (no obviamente en términos de derivación marxiana), significa que el actor social actúa “libremente” siempre dentro o en el marco de un sistema de vínculos estructurales. En este caso, el grado de movilidad social realizado por un actor no depende de la motivación, del empuje para mejorar su posición, sino que depende de su posición estructural: por ejemplo de la distancia entre su posición y la de llegada; de la posibilidad de alcanzar o no la meta (en términos de existencia o no de canales oficiales, universales de tránsito de una posición a otra); del grado de cierre de la red conectada a la posición de llegada; de la cantidad de recursos redistribuibles en un retículo de clase superior100. Es banal añadir que, en tal perspectiva, en un rígido sistema de castas cerradas y adscritas un valor social como el de la movilidad ocupacional no tiene sentido: es estructuralmente imposible. No resulta por tanto arriesgado decir que el concepto de posición es muy importante por dos razones de peso: en primer lugar, ayuda sin lugar a dudas a simplificar el análisis a medida que aumenta el nivel de complejidad de la propia red; y, en segundo lugar, ha demostrado ser un factor de vital importancia en la

100. La solución de eliminar el dato cultural, como pre-condición para el obrar individual, “ubicándolo” dentro de la estructura ha planteado un interesante debate, y no sólo entre los analistas de redes. White (1992) considera las network sociales realidades fenomenológicas, definiéndolas como redes de significados. Con estas explicacio-nes, White se inserta plenamente en el debate parsonsiano y post-parsonsiano respecto a la relación cultura y estructura. La referencia son las aportaciones de Alexander (1995), que ha pretendido, desde una clave semiótica o hermenéutica, revisar el planteamiento holista de Parsons otorgándole mayor contingencia y multidimensio-nalidad. Indudablemente su distinción entre voluntarismo formal y voluntarismo sustancial, así como la visión del micro-macro link, comportan interesantes sugerencias. También habría que tener presentes las contribuciones anteriormente apuntadas de Giddens (1995), que ha tratado de elaborar una teoría de la estructuración social que ofrece algún espacio a la subjetividad. Este último no sólo pretende conceptuar el dualismo “agencia-estruc-tura”, sino que también ofrece una forma de trascender ese dualismo mediante el concepto de “dualidad de la estructura”. Para ello, recordemos que Giddens separa conceptualmente sistema social de estructura. El sistema social no posee propiedades estructurales sino que las “acarrea” en la continuidad de las prácticas sociales. Estas propiedades estructurales quedan definidas por las normas y los recursos relativamente permanentes en el conti-nuo espacio-tiempo. En las prácticas sociales las estructuras (normas y recursos) aparecen internas al individuo o al colectivo social (institución). La relación recursiva entre agencia y estructura queda establecida por medio de prácticas sociales que son a la vez receptoras de las propiedades estructurales de los sistemas y generadoras de las estructuras que los sistemas arrastran en el espacio-tiempo. Para una primera introducción al tema del debate, con explícitas referencias a la network analysis, véase Emirbayer, Goodwin (1994).

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propia conducta de los actores en las redes de intercambio, pues en cierta forma concretamente determina el grado de autonomía o dependencia de un actor respecto a los demás (Requena, 1989:141).

3. Las estructuras sociales determinan la actividad de las relaciones diádicas. A partir del tal principio los estructuralistas niegan rotundamente y sin ambigüedades que la relación diádica pueda ser analizada de forma a-estructurada, es decir, asumiendo como premisa que el comportamiento recíproco entre dos sujetos sea el resultado del encuentro de dos indivi-dualidades separadas y aisladas del resto. Las formas sociales estructurales crean o configuran “ focos” –sostiene Wellmann- relativamente homogé-neos, en cuyo interior buena parte de los individuos escoge sus partners diádicos: los amigos, el cónyuge, el vecino de casa, etc. Así como, una vez iniciada la relación, su posición estructural sigue influenciándola significativamente: muchos ligámenes comunitarios persisten porque los participantes están inmersos en estructuras sociales –parentela, grupos de trabajo, círculos de amigos, etc.- que les obligan a mantenerlos. Aún más, las posiciones de los actores en una red social determinan la “estruc-tura de oportunidad” de un actor respecto a la facilidad de acceder a los recursos de otros actores en la red. Por ello, si en una red cada actor posee unos determinados recursos que valoran el resto de los actores, y cada vínculo propiamente representa la oportunidad de acceder a esos recur-sos valorados, entonces una estructura de red encarna una estructura de oportunidad, en este caso concreto de intercambio entre los actores de la propia red. Estas estructuras determinan con claridad el comportamien-to de los actores. Un caso típico de aplicación de este tipo de redes es el estudio de las atribuciones del poder, el cual varía y cambia directamente en función de la posición que el actor ocupe en una determinada estruc-tura de oportunidad. Los resultados de los experimentos determinan que el poder es función de la posición en la red.

4. El mundo está compuesto de network, no de grupos. Conectado al concep-to de grupo está el concepto de límite y de delimitación. El grupo se define en relación a un dentro y a un fuera que, se supone, pueda ser claramente definido. Y en efecto, al menos formalmente, algunos grupos pueden ser identificados con precisión: la inscripción a un partido, a un sindicato, a un círculo válidamente puede servir para definir a aque-llos que están dentro y a aquellos que están fuera. Igualmente, es fácil delimitar los términos de un grupo de trabajo (todos los dependientes de una empresa) o de un grupo de parentela de una persona: el árbol genealógico es el resultado de un proceso de delimitación de una esfera

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de relaciones de parentela. Sin embargo, los estructuralistas niegan que sistemas complejos, de amplio radio, puedan ser considerados la sombra de grupos delimitados, que serían los bloques constitutivos de la unidad de nivel superior, desde el momento en que todo actor social es parte de más grupos contemporáneamente. Para los estructuralistas es la partici-pación cruzada en más grupos y network la que constituye la verdadera y auténtica trama de los sistemas. El análisis de los retículos sociales, de la participación cruzada de los actores sociales en más esferas y círcu-los sociales permite revelar con toda nitidez las complejas jerarquías de poder, más que captar posibles estratos diferentes y yuxtapuestos en los que ubicar los diversos segmentos de una población dada.

5. Los métodos estructurales integran y sustituyen a los métodos individualistas. Este principio se traduce, para los estructuralistas, en la necesidad de desarrollar métodos y técnicas de recogida y tratamiento de los datos completamente diferentes: el no olvidar que las propiedades sociales son algo más y diferente que la suma de los actos individuales significa superar todos aquellos programas estadísticos que como el SPSS, según Wellmann, se han convertido en una visión totalizadora y reductiva del mundo. De aquí el desarrollo de métodos estructurales que se carac-terizan por el hecho de que: a) poblaciones y muestras son definidos relacionalmente y no ya categorialmente; b) los métodos de análisis cate-goriales han sido sustituidos por los relacionales; c) se utilizan menos las técnicas estadísticas individualistas, se utilizan más técnicas matemáticas para estudiar la estructura social directamente.

Como conclusión de este recorrido por la network analysis, hecho teniendo como punto de partida la esquematización de Wellman, una larga cita de Seidman da sentido de la fractura, incluso metodológica, propuesta por los estructuralistas americanos, respecto a los métodos individualistas:

“La estructura social, los procesos sociales, las instituciones –todo aquello que pertenece a una comprensión científica de la sociedad- están ausentes. La socie-dad, de cuyas condiciones venimos informados, es una sociedad de individuos atomizados, reagrupados por sexo, raza y cohorte de edad. El bienestar llega a intervalos, en pequeños paquetes de beneficios no coordinados entre sí (...). Es un mundo de trabajo sin trabajo negro, donde hay sindicatos y huelgas, pero no conflictos industriales. Es una economía virtualmente sin empresas, una política sin partidos o poder político” (Seidman, 1978:718).

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De las consideraciones desarrolladas -las referencias a la sociología formal de Simmel, a la teoría de la relación de von Wiese, las intuiciones de Sorokin, la redefinición de estructura propuesta por los estructuralistas americanos-, se puede extraer cómo la genealogía de la network analysis hecha por Scott es muy limitada y limitante. Ciertamente, la psicología de la Gestalt, las dinámi-cas de grupo y la sociometría de Moreno han contribuido a:

a) Dar madurez y peso a los conceptos de espacio estructurado, que aparece como un todo que tiene propiedades diferentes y diversas a las de las partes que lo componen.

b) Hacer emerger la centralidad e importancia de las características estruc-turales, (que son concretos modelos de elecciones interpersonales, abstracción, repulsión, amistad) de lo que ha sido definido por Moreno como “configuración social”.

c) Difundir más allá de ciertos límites la práctica de representar las concre-tas propiedades formales de una configuración con un sociograma (que no es otra cosa que un grafo).

Ahora bien, maticemos, la network analysis se adhiere al principio –se ha visto- según el cual lo social no es la suma de grupos definidos, más o menos grandes o extenso. Ni la network analysis pretende generalizar, para compren-der sistemas complejos, las dinámicas de los pequeños grupos.

Por este motivo la network analysis asume una posición mucho más radical y neta: lo social no está hecho de grupos yuxtapuestos, sino que lo social está hecho de relaciones cruzadas entre los propios grupos; lo social está constituido por actores sociales ubicados en el punto de intersección de una multiplicidad de círculos sociales. Intuición esta que deriva no tanto de la psicología, como de la olvidada sociología formal y relacional de los primeros años del siglo XX.

Paralelamente, si ninguno puede plantear el debate sobre la “deuda” teórica de la network analysis en las confrontaciones de la escuela antropológica de Manchester, la huída llevada a cabo por los estructuralistas americanos contra el estructural-funcionalismo ha sido más radical, rompiendo aquella circula-ridad explicativa en virtud de la cual la función se explica con la estructura y la estructura con la función.

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Como ejemplo de esta circularidad se puede citar el caso de la familia nuclear: la familia lleva a cabo la fundamental función de la latencia en la sociedad contemporánea “elaborando” individuos adquisitivos y caracteriza-dos por la ética de la responsabilidad; la estructura familiar que mejor asume tal función es la nuclear. Para los estructuralistas ya no existen los conceptos de función, rol, institución. Estas son etiquetas vacías en cuanto que no dicen nada respecto a los comportamientos reales de las personas: tales conceptos son sustituidos por el de “efecto estructural”, que confirma el hecho de que el actor social siempre actúa “libremente” dentro de un sistema de vínculos, en una estructura reticular de relaciones, ya sean verticales que horizontales.

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CAPÍTULO V

Un alto en el camino. Las teorías del intercambio social y la network analysis

5.1. Introducción

Al tratar de reconstruir las matrices teóricas de la network analysis amplian-do la genealogía propuesta por J. Scott, es necesario aludir a las teorías del intercambio. Estas últimas han sido consideradas por algunos como “una de las escuelas contemporáneas más importantes en sociología y en psicosociología” (Pizarro, 1998:268). Nosotros también compartimos esta afirmación. El artí-culo de Homans publicado en 1958 en el American Journal of Sociology con el título “El comportamiento social como intercambio”, y el libro de Thibaut y Kelley, Psicología social de los grupos, aparecido en 1959, pueden considerarse sin ningún tipo de duda y ambigüedad como su punto de partida.

No resulta arriesgado afirmar que, como todas las escuelas de pensamiento, las teorías del intercambio social no constituyen realmente un campo teórico y metodológico totalmente unificado. Dentro de esta perspectiva existen y cohabitan de forma muy fructífera variantes significativas e incluso polémicas internas. Sin embargo, respecto a otras teorías de la estructura social, como pueden ser las del sistema social101 o el marxismo, presentan un número sufi-ciente de características comunes que permiten, sin correr ningún tipo de riesgo al que podemos aplicar el calificativo de absurdo, una exposición unifi-cada.

La ampliación a la que antes aludíamos es necesaria. Y lo es no sólo porque es frecuente y normal hablar de ligámenes que conectan los nudos de una red como flujos de intercambio (de bienes, servicios, afecto, protección, poder, etc.). Sino también porque el intercambio social puede ser considerado sin ningún tipo de dudas como el mecanismo que explica por qué y bajo qué condiciones se activa una relación, se establece un ligamen, especialmente en

101. Nos referimos con esta expresión a las teorías como las de las de Parsons, analizada con detalle en el capítulo anterior.

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un ámbito de reflexión –las teorías de redes- que no reconoce al sistema social de forma clara y precisa el estatus de entidad supra-individual que reconduce a sí mismo, elaborándolas, motivaciones, empujes y expectativas individuales.

Recordemos, en este sentido, la idea de intercambio introducida por Homans, una idea que nos ha acompañado en nuestro viaje, o mejor aún, ha estado siempre presente aunque algunas veces pasara desapercibida:

“Supongamos que dos hombres están realizando trabajo de oficina. De acuerdo con las normas de la oficina, cada uno debe hacer su trabajo por él mismo o, si necesita ayuda, debe consultar al supervisor. Uno de los hombres, al que llama-remos Persona, no es muy hábil con el trabajo y lo haría mejor y más rápido si recibiera alguna ayuda de vez en cuando. A pesar de las reglas, es reacio a acudir al supervisor, porque reconocer su incompetencia puede disminuir sus oportunidades de promoción. En su lugar, acude a otro hombre, a quien por ahora llamaremos Otro, y le pide ayuda. Otro tiene más experiencia en el trabajo que Persona: hace su trabajo bien y rápidamente y le sobra tiempo, y tiene razones para pensar que el supervisor no abandonará su trabajo para comprobar si se han quebrado las normas. Otro ayuda a Persona y Persona devuelve a Otro las gracias y expresiones de aprobación. Los dos hombres han intercambiado ayuda y aprobación” (Homans, 1973:31-32). El punto de partida de las teorías del intercambio social es, precisamente,

la identificación analítica de la interacción interindividual con el intercam-bio de productos materiales y simbólicos. “Se dice que hay interacción entre dos individuos cuando uno de ellos emite una conducta en presencia del otro, cuando crea productos para el otro o cuando se comunica con el otro” (Thibaut, Kelley, 1959:10). Desde esta premisa se hace derivar con toda rotundidad que la estructura social está constituida, como si fuera un tapiz, por las conexio-nes que se forman y establecen cuando los sujetos activan entre sí repetidos intercambios.

Una vez más evocamos a Homans, y el que fue uno de sus intereses a la hora de comenzar un recorrido que tiene todos los matices de una aven-tura: empezar por abajo, por lo pequeño, para llegar después a lo grande, como estrategia general. Partir de las características observables repetidamen-te en los grupos pequeños de todo el mundo, que son la base sobre la que se construyen las estructuras sociales, como manifestaba en su último escrito: “Cuando hablo de estructuras sociales me refiero a cualesquiera de las caracte-rísticas de los grupos que persisten durante cierto periodo de tiempo, aunque es

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posible que el periodo de tiempo no sea largo” (Homans, 1990b:99). Y mientras que algunos están más interesados en cómo afectan las estructuras a los indi-viduos –la alusión al funcionalismo es clara y explícita-, Homans insistió en su convicción por estudiar cómo crean y configuran los individuos las estruc-turas sociales, incluyendo todas las instituciones de una sociedad, como las políticas o las legales.

Por tanto, partiendo desde el individuo, desde sus motivaciones, desde sus intereses y objetivos, y a partir de los sistemas de interacción, interdependencia persona-persona, la teoría del intercambio no sólo produce una particular y específica definición de estructura social, también intenta individuar y expli-car de forma precisa los elementos de invariabilidad, de relativa estabilidad de una estructura. Estos pueden ser, según las claves de lectura y las perspectivas de observación, la repetición de un comportamiento que tiende progresiva-mente a convertirse en obligatorio; la generalización paulatina de modelos de comportamiento en roles; o bien la regla de la reciprocidad102, que actuando de elemento clave para el refuerzo del comportamiento individual, empujan-do a uniformarse a un rol o a ejercer un status, desarrolla la valiosa función de integración social.

En la formulación de Homans, la teoría del intercambio retomada y desa-rrollada por Blau, pretende aplicarse a todos y cada uno de los aspectos de la sociología, proponiéndose como una forma reductiva y sintética de lo macro a lo micro. Para Homans “la ciencia produce leyes de cobertura que asumen las particulares configuraciones de acontecimientos en proposiciones generales. La

102. La reciprocidad es una norma social, no siempre escrita y formalmente codificada, pero claramente perci-bida por los miembros de una colectividad “que prescribe a un sujeto individual o colectivo, A, a actuar en las confrontaciones de otro sujeto individual o colectivo, B, (...), de tal forma de restituirle, en la medida y al tiempo que la misma norma define más apropiados, bien en la misma forma, bien –en otros casos- bajo forma diferente, cualquier cosa –un acto o un objeto simbólico, un bien económico, una información, un servicio, la propia presencia, ....- que el sujeto B precedentemente había dado libremente o conecta a A o realizado en su favor, sin tener la obligación (pero en alguna ocasión añadida a una obligación) y sin alguna anticipación respecto a la medida y la naturaleza de la cosa, o el momento en que fue oblada desde B a A” (Gallino, 1978, voz del diccionario “Reciprocidad”). La norma de la reciprocidad es un elemento fundamental del intercambio social, es la base, pero no debe ser confundida bajo ningún aspecto con él, en cuanto que en algunos casos la reciprocidad no lleva a un intercambio en el sentido preciso del término. La norma de la reciprocidad es utilizada para designar muchos procesos de interacción social. Para Simmel, por ejemplo, el equilibrio y la cohesión social no pueden existir sin la reciprocidad del dar y recibir servicios y todos los contactos entre los hombres permanecen dentro del esquema del intercambio (dar y recibir) de equivalentes. Para Collins (1988) la reciprocidad es el proceso base que hace posible el intercambio y es equivalente a la solidaridad pre-contractual de Durkheim. Un análisis de las formas en que la norma de la reciprocidad está implicada en el mantenimiento de la estabilidad del sistema ha sido desarrollada por Gouldner (1960:161-178). Para este último, no sólo la norma de la reciprocidad sirve para estabilizar la función de los grupos, ofreciendo motivaciones añadidas y de refuerzo a comportamientos conformes a los roles sociales, sino que también es un starding mechanism, es decir, un mecanismo que ayuda a iniciar nuevas interacciones sociales, funcionales en las primeras fases de formación de algunos grupos, antes de que desarrollemos un set de deberes diferenciado y adaptado a sus necesidades.

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sociología se reduce a la psicología, en el sentido de que sus proposiciones explicati-vas resultan ser las de la psicología. El mismo Homans mostró, en numerosos casos, que los modelos sociológicos podrían ser explicados de esta forma. El reduccionista no niega la realidad de los modelos sociales. Simplemente subraya que están a un nivel diferente de las leyes que los explican: son el material que debe ser explicado, la superficie empírica en cuanto contrapuesta a la profundidad teórica” (Collins, 1988:473). Y todo ello a partir de la asunción clave de que “no sólo las leyes de los pequeños grupos son los principios fundamentales de la sociología, sino que las leyes de la psicología behaviorista son los principios generales de todas las ciencias sociales. Todos los grupos humanos y todas las instituciones consisten en acciones de los individuos en relación los unos con los otros” (Collins, 1988:472).

En consecuencia, se hace necesaria una profunda reflexión sobre el inter-cambio social, si y en cuanto las teorías de redes, que estudian con detalle las relaciones y los ligámenes incluso como flujos de intercambios sociales, cruzan una teoría –la de Homans y Blau- que elige lo micro –entendido como relaciones de intercambio entre los individuos- como fundamento o sustento de lo macro (sistema social): teoría que, como se verá a continuación en poste-riores páginas, considera a la estructura social como el producto derivado de los intercambios.

El intercambio social puede ser definido como:

“Todo proceso en el curso del cual dos o más sujetos individuales o colectivos, A, B, C..., ceden el uno al otro, de forma consciente y deliberada, con niveles variables de libertad, en el marco de normas culturales que fijan las condiciones materiales, simbólicas y temporales de reciprocidad, y de una situación objetiva y subjetiva que para cada uno establece una medida relativa de escasez, cual-quier tipo de recurso social –objetos de uso o de puro valor simbólico, afecto y compañía, deferencia e influencia, bienes instrumentales y equivalentes gene-rales como el dinero, informaciones y poder, prestaciones sexuales y laborales...-, con el fin de derivar de su propia adquisición, una gratificación o utilidad intrínseca, o bien –cuando el recurso en vía de adquisición se busca como medio para posteriores objetivos- extrínseca” (Gallino, 1978, voz del diccionario “Intercambio social”).

Tal definición de intercambio social, en su articulación y complejidad, tras-lada y presupone las dos tradiciones de la teoría del intercambio que se han consolidado y que es posible encontrar en el ámbito de las ciencias sociales, en concreto en la sociología y en la antropología:

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» La tradición americana, que se liga plenamente a la secular tradición positivista de la psicología conductista y económica, y que enfatiza y realza los factores de racionalidad (maximización de ganancias y mini-mización de costos)103 propiamente conectados al intercambio.

» Y la tradición francesa, desarrollada por Mauss y Lévi-Strauss, que, a diferencia de la tradición americana, subraya de forma contundente y con toda nitidez la naturaleza simbólica del intercambio104, en estrecha continuidad con el pensamiento durkheimiano, que afirma la centrali-dad de las normas y de los sistemas simbólicos.

5.2. La racionalidad de la tradición americana

A partir de una profunda relectura de las más relevantes contribuciones empíricas de la sociología y de la antropología realizadas tras la Primera Guerra Mundial (como son los trabajos de Malinowski y Radcliffe-Brown con su énfasis en la diversidad cultural que, paradójicamente llevaron a Homans a interesarse por aquello que los seres humanos tienen en común, o las investi-gaciones de Firth, Henderson, Mayo y Warner, que estudiaban la actividad de los trabajadores desde diversas perspectivas), Homans105 intentó nuclear los principios de apoyo de los diversos materiales de investigación con el fin de elaborar una teoría que comprendiese los mecanismos del comportamien-to humano, evitando recurrir a las remotas abstracciones del funcionalismo (Seidman, 1994; Ritzer, 1993b; Coller, 2007). Concretamente, este último declaraba que las instituciones sociales existían porque asumen funciones importantes para el mantenimiento del sistema, dicho en otros términos y

103. Un interesante recorrido crítico por el tema de la racionalidad en la tradición americana del intercambio simbólico puede encontrarse en Turner (1986:249 y ss.).104. Por naturaleza “simbólica” del intercambio se entiende su ser un hecho cultural y normativo que atribuye un significado y un valor a lo que viene intercambiado, independientemente del valor intrínseco (valor de uso, de intercambio económico) del objeto intercambiado. Este último, el objeto intercambiado, no se lo puede separar de la relación concreta dentro de la que se intercambia. De intercambio “simbólico”, como acto que firma el pacto recíproco entre dos personas (de las que el “ don” constituye el ejemplo más claro y paradigmático) en cuyo interior el objeto intercambiado (regalado) no es un objeto que tenga un valor autónomo respecto a la relación dentro de la que se intercambia, habla Braudrillard (1974). Si se entiende por intercambio cualquier transacción entre dos o más sujetos, en cuyo interior lo que viene intercambiado es funcional, está al “servicio” del ligamen que se instaura entre dos o más sujetos, y si la atención se detiene no sobre los objetos (sobre su significado, sobre su transformarse en mercancías, como hace Braudrillard en su crítica al sistema del valor de intercambio y al fetichismo de las mercancías), sino sobre el tipo de ligamen que se instaura entre dos sujetos en virtud de lo que viene intercambiado, se puede utilizar el adjetivo simbólico, tanto para la teoría del intercambio de Mauss, como para la de Lévi-Strauss.105. La autobiografía de Homans está recogida en una obra publicada en 1984. Sobre su sociología, decir que no es muy conocida en España. También ha sido ignorada fuera de aquí, incluso por algunos de sus contemporáneos. Daniel Bell, por ejemplo, no hace referencia alguna a Homans en su obra Las ciencias sociales desde la Segunda Guerra Mundial (1984).

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de forma más contundente, su existencia estaba ligada a la propia existencia del sistema (ignorando a las personas de carne y hueso que hacen las cosas) (Collins, 1988:472). En este sentido, la teoría del intercambio de Homans guarda cierta similitud con el interaccionismo simbólico. Y el motivo es bien sencillo: parte del actor y de sus interacciones como objeto de estudio para construir y configurar proposiciones más generales sobre la sociedad. Ahora bien, maticemos porque es preciso dejar las cosas bien claras, Homans siempre distinguirá sin ningún género de dudas entre el funcionalismo colectivista de Parsons y el individualista, sostenido por Smelser, que sería totalmente compatible con sus propias teorías e investigaciones106.

Homans es consciente de que la primera, pero no la más importante labor de los sociólogos –como la de los científicos- consiste en introducir sistemas de categorías. Ahora bien, si sólo se queda en ese cometido, acaba por convertirse en la construcción ordenada y sistemática de un conjunto de casilleros, que “tendrán todas las virtudes, excepto la de poder explicar alguna cosa” (Homans, 1973:90). No en vano, un esquema conceptual no es ni de lejos una teoría, y por tanto carecerán totalmente del poder explicativo. “La ciencia necesita de un conjunto de proposiciones generales acerca de las relaciones entre las categorías, y sin proposiciones, la generalización es imposible” (Homans, 1973:10). Por eso, Homans va a calificar a quien actúa de esta manera como autor o creador de bellas descripciones anatómicas. Más concretamente, y sin ningún tipo de prejuicio, dirá: “Ha escrito el diccionario de una lengua que no tiene frases” (Homans, 1973:11).

Contextualmente, Homans se distancia y marca sus límites con Lévi-Strauss. Este último desarrolla un interesante y sugestivo modelo estructurado de intercambio que se ubica más allá, o mejor dicho, por encima de los indi-viduos; mientras que para Homans la sociedad puede ser reconducida u orientada a ligámenes de intercambio directo entre sujetos guiados por cálcu-los individualistas107.

106. Véase, por ejemplo, Homans (1964:809-818). En este artículo analiza un trabajo de Smelser (1959) en esa misma dirección. Nótese, sin embargo, que algunos autores indican que la del intercambio social no se trata de una teoría, sino de un marco de referencia en el que teorías diferentes pueden encontrar puntos de contacto (Emerson, 1976:336).107. El intercambio directo (o restringido) es aquel que se activa entre dos sujetos A y B que se conocen recípro-camente cuando se inicia el mismo intercambio; el intercambio indirecto (o alargado) engloba a más sujetos y la identidad de quien cederá a A un recurso tal que equilibrará aquello que A ha cedido a B no siempre es conocida al inicio del proceso de intercambio. El intercambio que se activa entre un cliente y un productor de un bien o un servicio es directo o restringido (el cliente intercambia dinero por el bien o servicio ofrecido por el productor); el tabú del incesto que impone a un hombre renunciar a la hermana, que se dará como esposa a otra persona, sobre la base de un principio de reciprocidad que imponen a otro hombre hacer lo mismo, poniendo en circulación parti-culares bienes y recursos (en este caso las mujeres) representa una forma de intercambio indirecto o alargado.

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Homans desarrolla su teoría en fases sucesivas:

» Inicialmente (a partir de los estudios de Elton Mayo sobre el rol de los grupos informales también en situaciones estructuradas, como reparto del trabajo), Homans (1950) establece con nitidez algunas relaciones entre interacción y atracción positiva, sobre la base de la constatación de que: a) cuantas más personas interactúan, tanto más se agradarán; y b) cuanto más interactúan tantas más personas tendrán sentimientos simi-lares y asumirán comportamientos análogos. De la interacción repetida, por tanto, emergerán normas, formas de obrar comunes, que constitu-yen de por sí la cultura común y compartida del grupo. Estas mismas generalizaciones llevan precisamente a crear un conjunto de lazos dentro del grupo, pero son también la base o el sustento de las diferencias en el seno de los mismos grupos. Homans también estudia los procesos de jerarquización social: “Cuanto más elevado sea el rango de una persona dentro de un grupo, mayor será la conformidad de sus actividades con las normas del grupo” (Homans, 1963:166), hipótesis valedera tanto para individuos como para subgrupos. “Cuanto más elevado sea el rango social de una persona, más amplia será la esfera de sus interacciones” (Homans, 1963:169), entendidas como número de personas con las que se relacio-na. Y también, que “la interacción originada por una persona que ocupa un rango social superior al de otra y dirigida por ella, es más frecuente que la originada por esta última y dirigida a la primera” (Homans, 1963:170). Y por lo mismo, Homans se interesa por el problema del liderazgo: “Cuanto más elevado sea el rango social de un hombre, mayor será el número de personas que directamente o a través de intermediarios originen interacción para él” (Homans, 1963:206). “Cuanto más semejante sea el rango social de un grupo de hombres, mayor será la frecuencia con que interactúen unos con otros” (Homans, 1963:207). “Si una persona origina interacción para otra que ocupa un rango más elevado, tenderá a hacerlo con el miembro de su propio subgrupo que más se acerque a su propio rango” (Homans, 1963:208). “Cuanto más elevado sea el rango social de un hombre, mayor será la frecuencia de su interacción con personas ajenas al propio grupo” (Homans, 1963:209).

» Sucesivamente (Homans, 1975), ha introducido el concepto de utilidad marginal para explicar por qué la cantidad de interacción de un grupo y la atracción recíproca tienden a llegar a un umbral, superado el cual no se poseen posteriores incrementos (los grupos jamás son totalizadores

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y cerrados). Para Homans, a partir del principio de utilidad marginal, cuanto más se tiene una recompensa –entendida como capacidad que posee un determinado estímulo para proporcionar gratificaciones o resolver las necesidades de un organismo-, tanto menos gratificantes y remunerables serán posteriores incrementos de tal recompensa.

» Homans (1975), analizando las dinámicas de grupo, ha considerado haber individuado los principios operativos en las relaciones sociales, que son leyes psicológicas. En concreto –sobre la estela de la psicolo-gía conductista desarrollada por Skinner108- Homans individúa algunos factores en situación de explicar y predecir cualquier tipo de comporta-miento social elemental (aquel que se supone que tiene una estructura similar o muy parecida en todas las sociedades y que puede encontrar-se en los grupos de amigos, de adolescentes, en los grupos informales, etc.): lo más importante de estos factores viene dado por el hecho de que las probabilidades de que se active un comportamiento en respuesta a un estímulo (o conjunto de estímulos) serán más elevadas, cuanto más similar sea el estímulo a un estímulo que en el pasado ha compensado aquel comportamiento dado. Recordemos, brevemente, las principales proposiciones de la psicología conductista que Homans modifica parcial-mente para adaptarlas a sus necesidades. Sobre ellas llegará a decir: “Por fortuna, estas proposiciones ya habían sido formuladas, y digo por fortuna porque no podría haberlas inventado por mí mismo. Eran las proposiciones de la psicología conductista enunciadas por mi viejo amigo B. F. Skinner y otros, que se aplicaban bien a las personas tanto si actuaban en solitario en el entorno físico como si interactuaban con otras personas. En las dos ediciones de mi libro Social Behavior (1961 y la edición revisada de 1974), utilicé estas proposiciones para intentar explicar cómo, bajo determinadas condiciones apropiadas, estructuras sociales relativamente duraderas surgían y se mantenían a partir de la acción de individuos que no necesariamente se habían propuesto crearlas. En mi opinión, éste es el problema más impor-

108. Para Homans, la intuición fundamental del conductismo fue de tipo estratégico, al proponerse, en lugar de estudiar los estados mentales y la conciencia, atender a las acciones de los hombres y las mujeres, así como a sus estados observables, relacionándolos con su entorno. De ahí que todo pueda simplificarse en los primeros impul-sos (drives), que mueven a los animales superiores “a obtener agua, o alimentos de diversas clases (apetitos), impulsos sexuales, impulsos que les empujan a huir de o a evitar circunstancias que puedan dañarles, y muchos otros tipos de impulsos: de hecho, no sabemos cuántos” (Homans, 1990b:82). Además, los impulsos, para una misma especie, varían de unos individuos a otros y de unas situaciones a otras. Pero la constante es que mientras no sea satisfecho un determinado impulso, el animal mostrará gran aumento de su actividad. Cuando alguna acción consigue una reducción del impulso, se dice que ha sido recompensada o reforzada, es una acción o conducta operante. En las obras de autores como Morales (1981), Munné (1989) o Blanco (1995), pueden rastrearse con más detalle las rela-ciones entre la teoría de Homans y la de Skinner –mostrando discrepancias y desacuerdos que sería prolijo relatar aquí-, así como las influencias de otros autores procedentes de la psicología social como Thibaut y Kelley (1959).

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tante del que debe ocuparse la sociología” (citado en Ritzer, 1993b:327). A) Proposición del éxito: si una acción es seguida por un refuerzo o recom-pensa, es más probable que el sujeto repita esa acción. B) Proposición del estímulo: si en el pasado la concurrencia de un estimulo o conjunto de estímulos ha sido la ocasión para que una acción de una persona haya sido recompensada, cuanto más parecidos sean los estímulos presentes a los del pasado, más probable es que esa persona repita esa acción o una similar. C) Proposición del valor: cuanto más valioso es para una persona el resultado de una acción, más probable es que la lleve a cabo. D) Propo-sición de privación/saciedad, que viene a matizar a la proposición anterior: cuanto más frecuentemente una acción ha sido reforzada en el pasado reciente, una unidad más de esa recompensa se hace menos valiosa para la persona; esto sugiere que algunas recompensas pierden su efectividad motivadoras de la acción en la medida en que se convierten en algo fácil de conseguir; la proposición puede no ser cierta para recompensas como dinero o cariño, cuyo límite de saciedad es difícil de fijar. E) Proposi-ción de frustración/agresión: cuando la acción de una persona no recibe la recompensa esperada –o recibe un castigo inesperado-, se enfadará y una conducta agresiva será más probable dependiendo de lo valioso que fuera para ella. Y a la inversa, cuando la acción es más recompensada de lo esperado –o no se recibe el castigo esperado- la persona quedará complacida y será más probable que repita esa acción. Y F) Proposición de la racionalidad, que es la que ha dado origen a numerosas y abundan-tes críticas a la teoría: al elegir entre acciones alternativas, una persona elegirá aquella que, según su percepción, su resultado tenga un mayor valor, multiplicado por la probabilidad de obtener el resultado; si otras líneas de acción presentan un producto menor, no serán escogidas por el actor. En síntesis, según las tres primeras proposiciones, cuanto más valiosa sea una acción, más frecuentemente será recompensada y cuanto más se parezca una situación a otra que haya sido reforzada en el pasado, más probable es que esa conducta sea llevada a cabo. La cuarta y la sexta proposiciones recogen ciertos principios económicos, relativos a cursos alternativos de acción, mientras que la quinta plantea la relación de la acción con respecto a las expectativas109. Estas proposiciones, de acuerdo

109. El hecho de que las proposiciones más generales de la vida social tengan un carácter psicológico no resta importancia a las proposiciones sociológicas relativas a las relaciones entre los grupos o entre los grupos y los individuos. “Al contrario, éstas son las proposiciones que han de ser deducidas de los axiomas psicológicos. Así, las proposiciones sociológicas se manifestarán a partir de un sistema deductivo que emane de estos principios psicológicos. Homans destaca que así la sociología finalmente aportará lo que promete a la teoría cuando por fin arregle las afirma-ciones abstractas sociológicas y las generalizaciones empíricas en un sistema deductivo con los axiomas psicológicos en su cima” (Turner, 1986:245).

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con Homans, explican las conductas individuales en las interacciones sociales y, por tanto, pueden utilizarse para explicar el funcionamiento de los grupos pequeños. En estos grupos se pueden observar claramente una multiplicidad fenómenos tales como los de conformidad, desviación, equilibrio social, control que son los que mantienen en funcionamiento la sociedad110.

» Los comportamientos repetidos tienden a convertirse en reglas, obliga-ciones: cuando un comportamiento es activado por un número elevado de casos, es reconocido como regla, costumbre, modelo de referencia. El nivel macro se convierte en un contundente elemento de refuerzo del nivel micro. Ahora bien, conviene puntualizar que a Homans no le inte-resan estas reglas, ni trata de explicarlas: su interés se orienta hacia y está en el comportamiento de las personas.

» Para Homans, por tanto, la sociedad está constituida a partir del compor-tamiento racional de los individuos; cuando los individuos interactúan (en relaciones igualitarias) se recompensan mutuamente; la recompen-sa les empuja a repetir casi intuitivamente la interacción; el hecho de ser recompensados induce claramente al sujeto a dar un cambio de las recompensas (principio del intercambio).

» Los comportamientos repetidos una y otra vez por los actores sociales en carne y hueso construyen y configuran la estructura social; las estructuras sociales son, para Homans, modelos de comportamiento social repetidos a lo largo del tiempo y el espacio, que, sin embargo, existen y persisten en estas dos dimensiones sólo porque existen personas que, actuando, las hacen operativas y reales.

A pesar de estas claras y contundentes inclinaciones por los principios de la psicología, Homans se considera a sí mismo y es visto por otros, es el caso de Turner o Gouldner, como un verdadero sociólogo interesado por la forma en la que se configura la sociedad, sus estructuras se consolidan, se trans-forman y cambian a lo largo del tiempo. Cómo tiene lugar la conformidad, cómo se generan las jerarquías y los mecanismos de influencia de unos seres

110. Véase un trabajo inicial de Homans (1958:597-606) en que intenta demostrar que el intercambio puede derivar hacia el equilibrio social. Entiende que un grupo está en equilibrio cuando las conductas finales de sus miembros son similares a las conductas en un tiempo dado anterior. Es decir, cuando “todos los cambios de los que un sistema es capaz (...) han tenido lugar y no se generan más cambios” (Homans, 1958:601)

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humanos sobre otros, cómo se procura la equidad en las interacciones, o cómo se perpetúa toda una sociedad, son temas que están constantemente presentes y atraviesan transversalmente su trabajo, tratando de alcanzar, aunque a veces no lo consiga, sus raíces más profundas.

Posiblemente, una de las mejores definiciones de la sociología de Homans nos la ofrece Gouldner:

“Hay un intento de indagar debajo de la moralidad, descubrir una subestruc-tura permanente de la cual dependa la moralidad misma y en la cual se apoye la supervivencia institucional. El objetivo es sondear los roles sociales cultural-mente estructurados en busca de las unidades de conducta más elementales. Hay en la obra de Homans, como en la de Goffman, un alejamiento de las insti-tuciones establecidas y los roles culturalmente instituidos; los hombres aparecen no sólo como miembros de una sociedad específica, sino como miembros de una especie” (Gouldner, 1973:363).

También el análisis de las dinámicas de los grupos informales en contex-tos laborales constituye el punto de partida para las reflexiones del otro gran impulsor de la tradición americana del intercambio social. Nos estamos refi-riendo a Blau. Punto de partida que podemos encontrar sin ningún género de dudas en su tesis doctoral, que terminó en 1952 bajo la dirección de Robert K. Merton en la Universidad de Columbia111.

Blau (1964) asume la teoría del intercambio, anclada en los principios conductistas e inspirada por una concepción eminentemente utilitarista112 del actor social, como base y fundamento para la comprensión/explicación del comportamiento humano, ya sea a nivel micro que macro. Partiendo de Homans, cuyos planteamientos son criticados en profundidad por ser excesi-vamente conductistas y por olvidar el contexto social en el que se desarrollan las acciones de las personas, es decir, por obviar la estructura social, las insti-tuciones, los hechos sociales externos al individuo, e incluso por marginar el flujo de las relaciones entre las personas y cómo este flujo modifica clara y

111. Véase la necrológica que realiza su hija Eva y las de sus colegas más cercanos (W. Richard Scott, Craig Calhoun, Suzanne Keller, Karen S. Cook y otros) en el número de abril de 2002 de Footnotes, la publicación de la American Sociological Association.112. Sobre el utilitarismo es preciso hacer una matización que separa a Homans de Blau. Recordemos que para el primero, el utilitarismo no indaga en el origen de los valores o los propósitos de una persona, ignorando la genéti-ca y los procesos de aprendizaje, ni capta el decisivo sentido histórico del comportamiento humano, sea grupal o individual; ni tampoco presta mucha atención a las conductas emocionales, como la agresión.

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continuamente el comportamiento de los actores (Coller, 2007:235)113, Blau generaliza con maestría un conjunto bien preciso de reglas explicativas del comportamiento individual. El objetivo no es otro que convertir la teoría del intercambio social en fundamento micro-sociológico de una teoría macro-sociológica de la estructura social.

Veintitrés años después el mismo Blau (1987a:74) reconoce sin ningún tipo de rubor que su intento fue vano y errado: “Tuve más fortuna en el análisis micro-sociológico de los procesos de intercambio que en el uso de los micro-princi-pios como las bases de una teoría macro-estructural rigurosa”. Es decir, el propio autor rechaza nítidamente su pretencioso intento de conectar la teoría del intercambio social con la explicación macro-sociológica e indica de forma contundente que aunque ambos campos ciertamente no son incompatibles, requieren perspectivas y marcos teóricos diferentes (Coller, 2007:236).

Cuatro son las palabras clave individuadas por Blau para formular su teoría

del intercambio: beneficio, reciprocidad, equidad y equilibrio (para un presen-tación analítica véase Collins, 1988:430-437):

» El comportamiento está determinado por el beneficio. Sólo se realiza o activa una acción cuando se espera una recompensa; se evita o no activa una acción si esta comporta particulares costes. El beneficio viene dado por la valoración hecha de la recompensa esperada y los costes a pagar. El comportamiento –todo comportamiento- está regulado por el sencillo mecanismo costes-beneficios, mecanismo que se traduce en el principio de que los actores tienden a interactuar con aquellas personas de las que se espera recibir las recompensas que se consideran más elevadas, tenien-do en cuenta los costes que necesariamente se deben pagar.

» El sistema de intercambios se rige por el mecanismo del dar-recibir recíproco. El sentido de la obligación de contra-cambiar se fundamenta sobre una regla de reciprocidad interna, determinada, para Blau, por el principio de intercambio. Según Blau, las personas se intercambian frecuente y recíprocamente recompensas porque les conviene e interesa hacerlo: la convivencia experimentada repetidamente se convierte en una regla. Por tanto, la norma moral se desarrolla a partir de la repetición de un modelo de comportamiento. De esta forma, Blau (1964:99) llega a la conclusión de que la reciprocidad es clave en el sistema de intercambio: “Los lazos

113. Blau (1987a:73) califica las teorías de Homans como “reduccionismo psicológico” y trata de elaborar una teoría del intercambio social que, aceptando algunos supuestos válidos elaborados por Homans, re-sitúe el objeto de la teoría superando su interés exclusivo por los motivos de los actores.

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sociales se refuerzan en la medida en que quedamos obligados a los otros además de confiar en que ellos nos descargarán de las obligaciones (contraí-das) por un periodo de tiempo”. Años más tarde, en su interpretación del trabajo de Blau, Gouldner (1960) llegará a resaltar este elemento como factor explicativo del orden social. Basándose en Simmel y criticando al funcionalismo, Gouldner establece que “el equilibrio social y la cohesión no existiría sin la reciprocidad del servicio devuelto. Todos los contactos entre los seres humanos descansan en el esquema de dar y retornar lo equivalente a lo recibido” (Gouldner, 1960:162). Concibe a la reciprocidad, aunque no consigue demostrarlo, como una norma universal que se basa en dos asunciones. La primera es la difundida creencia de que las personas tienen que ayudar a aquellos que les han ayudado. La segunda es la creencia, también difundida, de que no se debe perjudicar a aquellos que le han ayudado previamente. Posteriormente, Greenberg (1980:23-26) revisará en profundidad tal norma en diferentes culturas con el fin de comple-tar el propio análisis de Gouldner, pero, a diferencia de este último, su interés se centrará en la noción de deuda.

» Las personas se esperan que las recompensas sean equitativas, no igualitarias. Que cada uno obtenga cuando merece.

» Los actores tienden a hacer que todos los intercambios, en las diferentes interacciones sociales, sean equilibrados. Sin embargo, en cuanto que los recursos que un sujeto puede introducir en una situación de intercam-bio siempre son limitados, la búsqueda del equilibrio en una interacción tiende a desequilibrar claramente otra relación de intercambio. Esto justificaría el motivo por el que muchas relaciones no están equilibradas por el mecanismo dar-recibir: algo que permite a Blau no tomar en consi-deración o dejar olvidadas otras fuentes de desigualdad, que no llegarían a explicar quedando ubicadas en el interior de un planteamiento indivi-dualista, psicológico y conductista de la acción social.

Llegados a este punto, no resulta arriesgado decir que la concepción que tiene Blau de las relaciones de intercambio puede calificarse de racionalista. Tal y como señala Emerson (1976:340), Blau insinúa que los actores son comple-tamente racionales en la medida en que toman decisiones acerca de la mejor línea de acción antes de entablar una relación de intercambio. Ello implica una deliberación previa, un plan, una estrategia, la consideración de las alter-nativas posibles y los efectos probables de tales alternativas. Esta imagen es reforzada por la proposición de la racionalidad formulada por Homans (véase anteriormente). De hecho, la teoría del intercambio social ha originado una

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extendida versión racionalista absoluta o hiperracionalista de los intercambios y de la conducta social tal y como se expresa en los análisis de Gary Becker (1976) sobre la fertilidad114.

Como para Homans, también para Blau, el nivel macro deriva o es proyec-ción del micro: los modelos de comportamiento están institucionalizados en roles; afloran y emergen reglas generales que permiten la creación de nuevas organizaciones, evitando la fase inicial o primigenia de la competición; la creación de normas y reglas compartidas hacen claramente que los principios del intercambio puedan funcionar, sin que los actores deban cada vez y cons-tantemente negociar costes y recompensas en su devenir cotidiano.

“La sociedad en su conjunto se hace estratificada mediante el mismo tipo de diferenciación que caracteriza a sus individuos. La solidaridad compleja es generalizada por los medios generalizados de intercambio: es decir, por normas o leyes que codifican los principios del intercambio de tal manera que se trans-forman en principios abstractos. Los individuos aprenden estas normas siendo socializados en un sistema de valores comunes de la sociedad. La posesión de estas normas permite la realización a distancia de los intercambios, en vez de a través de la experiencia directa. De esta forma, la sociedad es considerada el conjunto de los intercambios. Según Blau la macro-estructura es la multi-plicación de la micro-estructura mediante la transformación de intercambios interpersonales en roles, de los roles en organizaciones, y de los intercambios entre organizaciones al nivel más macro” (Collins, 1988:436-437).

El todo se considera y se tiene presente no sólo junto a las efectivas y concre-tas recompensas que son intercambiadas, sino, y esto es lo importante, a las normas abstractas y difusas que constituyen y configuran la estructura de un sistema, aquella parte invariable y relativamente estable de una sociedad que garantice el funcionamiento de la misma.

Sucesivamente, Blau (1977b) ha abandonado la teoría del intercambio, en cuanto que ha planteado la hipótesis de que para explicar las macro-estruc-turas fuese suficiente analizar el nivel puramente estructural, más allá de los intercambios que se realizan a nivel micro. Para Blau, por ejemplo, la dimen-sión de los diferentes grupos (en términos de amplitud, número de sujetos)

114. Basándose en las aportaciones de Gouldner (1960), una interesante y sugestiva crítica de las posiciones de Blau puede encontrarse en Emerson (1976:335-362), que indica que los intercambios no están explícitamente motivados por las recompensas que puedan obtener los actores. Para evitar este exceso de racionalidad, Emerson sugiere que en lugar de tomar a los actores como la unidad básica del análisis, se debería prestar atención a la relación en su conjunto, es decir, “al flujo recíproco del comportamiento al que los actores dan valor (...) este flujo es inherentemente recíproco” (1976:347). Véase también Coller (2007:237-238).

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determina clara y contundentemente la cantidad de los ligámenes que existen y circulan entre los pertenecientes a aquellos grupos y la cantidad de los ligá-menes que se pueden activar transversalmente entre los diferentes grupos en virtud de la simple probabilidad estadística.

Más numeroso es el grupo, más elevadas son las probabilidades de que los pertenecientes al grupo puedan activar relaciones recíprocas. De igual forma, dados dos grupos, uno numeroso y otro más reducido, son más elevadas las probabilidades de que los componentes del grupo pequeño puedan activar relaciones con aquellos del primer grupo que no con otros componentes del propio grupo. Paralelamente, si algunos concretos y precisos atributos indi-viduales (tales como educación, edad, religión, raza, etc.) son transversales respecto a más grupos, en el sentido de que no están estrecha y fuertemente correlacionados, es muy probable que un grupo esté constituido por determi-nados sujetos bastante similares sobre un eje, pero claramente diversos sobre otros.

“Si, por ejemplo, la raza y la educación no están estrechamente correlaciona-das entre sí, el hecho de que no se asocien con personas que tienen un nivel de educación similar hace que traspasen los límites raciales, y viceversa” (Collins, 1988:527-528).

5.3. El “espíritu del don” de la tradición francesa

La publicación de un libro y de un artículo de Godbout (1993; 1994) reabrieron el ya olvidado debate sobre un fenómeno de la vida social que se consideraba típico de las sociedades primitivas y, como tal, sólo tratable con los instrumentos de análisis de la antropología. Las sugestivas aporta-ciones de Godbout se insertan clara y perfectamente en la tradición francesa del intercambio –recordemos que Godbout es un canadiense francófono- y conceptúan algo –el don- que actualmente da la impresión de parecer arcaico, “considerado” o teniendo presencia en el lenguaje contemporáneo sólo si se lo encarna –haciéndose visible y tangible- en un bien de consumo, en un objeto adquirible en el mercado.

Al pretender desempolvar y recuperar del pasado a este objeto de análisis, Godbout, en la introducción (Godbout, 1993:12-25) demuestra, con una serie de ejemplos extraídos de la vida cotidiana, cómo aún existe un intercambio de dones (que incluso puede ser el ofrecimiento de un café en el bar), que regula y matiza buena parte de las relaciones cotidianas del hombre contemporáneo.

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Son relaciones regidas por un código en muchas ocasiones no expresado, pero muy claro para los actores sociales, que saben muy bien y sin ningún género de dudas que si se rechaza un don se hace porque no se quiere entrar en rela-ción (no se desea crear una posible deuda, es decir, “un estado de obligación de corresponder a otra persona”) (Greenberg, 1980:4). De igual forma que saben muy bien y con claridad meridiana que quien rechaza rápida y contundente-mente no acepta la posible dependencia, el probable ligamen y vínculo con el donador.

Ya desde las primeras líneas Godbout define los elementos que, en su opinión, son constitutivos del don:

» El don es pura reciprocidad, en cuanto que se inserta en el denominado circuito de dar-recibir-intercambiar. En consecuencia, no puede ser inter-pretado bajo ningún concepto como un acto desinteresado o gratuito.

» El don crea una clara dependencia porque ubica al destinatario en la nítida condición de deudor.

» El don refuerza con precisión el principio de interdependencia: aceptar un don significa o conlleva reconocer claramente que se desea o se tiene necesidad de los otros.

» El don crea y subraya la diferencia, y el motivo no es otro que el hecho de que liga a dos sujetos no casualmente, sino en cuanto particulares, únicos y diversos de los otros.

Para nuclear y diseccionar estos elementos constitutivos, Godbout (1993:70-85) recorre con precisión la literatura antropológica partiendo de Marcel Mauss, y demuestra sin ambigüedades la inconsistencia de aquellas teorías que contemplan y observan el don como la expresión de un egoísmo camuflado o bien de un intercambio de tipo económico. El constante punto de referencia es la teoría del don de Mauss (1965)115. Para este último, el intercambio-don en las sociedades primitivas, basado necesariamente en la obligación de dar-recibir-recambiar, es la clara expresión del intercambio social, pre-condición para que una sociedad sea posible, es decir, anterior a la conformidad y acep-tación de los individuos con los papeles sociales que tienen que cumplir.

En efecto, el intercambio social constituye el principio organizador que

115. El ensayo sobre el don de Mauss, publicado en un número del “Année Sociologique” de 1923-24, fue inser-tado en el volumen más amplio titulado Teoría general de la magia y otros ensayos, editado por primera vez en Francia en 1950, un año después de la muerte de Mauss (con introducción de Lévi-Strauss y anotación editorial de Gurvitch).

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permite sustituir a la guerra, al aislamiento, las alianzas, el don y el comercio (Mauss, 1950:290). En las sociedades “primitivas” analizadas, la circulación de los bienes que siguen a las de los hombres, las mujeres y los niños, de los ritos, de las ceremonias y de las danzas permite a Mauss afirmar que:

“Los hechos que hemos estudiado son todos, si se nos permite la expresión, hechos sociales totales o, si se quiere –pero la palabra no me gusta- generales; es decir, introducen, en ciertos casos, la totalidad de la sociedad y de sus instituciones (potlàc, clanes que se confrontan, tribus que se intercambian visitas, etc.) y en otros casos, sólo un grandísimo número de instituciones, especialmente cuando los intercambios y los contratos contemplan más que individuos. Todos los fenó-menos son, al mismo tiempo, jurídicos, económicos, religiosos e incluso estéticos, morfológicos, etc.” (Mauss, 1965:286). Jurídicos porque contemplan y tienen presente el derecho, la moral orga-

nizada y difundida, porque son obligatorios o simplemente laudatorios. Económicos porque en todo intercambio está presente de forma constante la idea del valor, del interés, de la riqueza, del lujo. Religiosos porque observan a la religión en sentido estricto, la magia, el animismo. Estéticos porque el inter-cambio tiene lugar en el interior de rituales que son escenarios muy cuidados. Morfológicos porque los intercambios se producen o tienen lugar en el curso de asambleas, ferias, fiestas que presuponen la posibilidad nada remota de los grupos, clanes o tribus de desplazarse. Desplazamientos que, en buena medida, son posibles por una red de alianzas tribales e inter-tribales (Mauss, 1965:286-287).

En los interesantes y creativos análisis desarrollados por Mauss, el inter-cambio de bienes, de dones es un acto de carácter supra-individual, realizado y activado por sujetos a partir del principio de que nada tiene que ver o está vinculado con motivaciones individuales, con el interés personal de extraer en una interacción social el máximo de recompensa, en el interior de una valo-ración racional de los costes-beneficios. Es un “hecho social total”, en cuanto que los “dones se convierten en objetos sagrados que simbolizan un proceso social crucial: la formación de las alianzas sociales” (Collins, 1988:521): ya que los dones ligan y vinculan entre sí a individuos, familias o tribus, la alianza y la solidaridad son la ganancia. Solidaridad que posiblemente podrá utilizarse para otros fines. En él “se expresan simultánea y repetidamente toda clase de instituciones: religiosas, jurídicas y estas últimas políticas y familiares al mismo tiempo; económicas, y éstas suponen formas particulares de la producción y el consumo, o más bien de la prestación y distribución” (Mauss, 1965:151)

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Para Mauss, el sentido de la obligación a la restitución nace de las mismas interacciones, por lo que no es necesario invocar o apelar a alguna norma de reciprocidad para explicar por qué funciona sin muchos problemas el mecanismo de dar-recibir-recambiar: para el pensamiento “primitivo” –como señala Mauss- existe una especie de hábito transformado, porque no decirlo, en virtud que obliga a circular a los dones, a ser dados, a ser restituidos. Es en esta especie de virtud en la que se inserta la crítica de Lévi-Strauss:

“¿Esta virtud existe objetivamente como una propiedad física de los bienes que son intercambiados? Evidentemente no y, por otra parte, lo que sería imposible, porque los bienes en cuestión no son sólo objetos físicos, sino también digni-dad, encargos, privilegios, cuyo rol sociológico es, sin embargo, análogo al de los bienes materiales. Por ello es necesario que la virtud sea concebida subjeti-vamente; pero entonces, se encuentra ante una alternativa: o esta virtud no es otra cosa que el mismo acto de intercambio, como lo representa el pensamiento indígena, y en tal caso se encuentra en un círculo cerrado; o tiene una natu-raleza diferente, en relación a la cual el acto del intercambio se convierte en un fenómeno secundario. La forma de salir del dilema habría sido señalar que el intercambio constituye el fenómeno primitivo, no las operaciones diferentes en que lo descompone la vida social” (Introducción de Lévi-Strauss a Mauss, 1965:XLI-XLII).

Lévi-Strauss acusa con fundamento a Mauss de no haber aplicado un precepto formulado por él mismo, es decir, que “la unidad del todo es más real que cada una de sus partes” y de haberse empecinado obsesivamente, trai-cionando su planteamiento inicial, en reconstruir un todo con las partes (en concreto, asumiendo, como categorías explicativas del fenómeno, las categorías formuladas por algunos sujetos que realizan el fenómeno). Para Lévi-Strauss (1991), tal y como se ha visto en páginas precedentes (véase la parte que hemos dedicado a la estructura), el modelo estructural del intercambio generalizado permite, yendo más allá de las motivaciones al intercambio de tipo individual, mostrar claramente y con nitidez la consecuencia estructural de una cierta forma de intercambio. El intercambio generalizado es una estructura profun-da, arraigada e inconsciente que está en la base y es fundamento de todos los fenómenos humanos analizables. En el ámbito de las estructuras elementales

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de la parentela116, el intercambio –y la regla de la exogamia que lo expresa- es un medio para ligar a los hombres entre sí, sobreponiendo a los ligámenes naturales de la parentela los ligámenes artificiales o construidos de los siste-mas de alianza. El intercambio generalizado es el fenómeno “primitivo”, tanto en el sentido en que la forma de la exogamia marca el tránsito progresivo de la naturaleza a la cultura, marca la transición y el caminar hacia un “nuevo orden” social; como en el sentido en que la estructura profunda que hace posible toda forma de intercambio, que constituye la trama de la vida social y asociada, del vivir entre y con los otros. Como apunta acertadamente Lévi-Strauss de manera muy creativa y sugerente:

“A los dos jefes del mundo y a los dos extremos del tiempo, el mito sumerio de la edad de oro y el mito andamanés de vida futura se responden: el uno ubicando el fin de la felicidad humana en el momento en que la confusión de las lenguas hace de las palabras la cosa de todos, y el otro describiendo la beatitud del más allá como un cielo en el que las mujeres ya no serán intercambiadas; es decir, rechazando en un futuro o en un pasado igualmente inaccesible la dulzura, eternamente negada al hombre social, de un mundo en el que se podría vivir entre sí” (Léví-Strauss, 1991:636).

Aunque en sus posteriores investigaciones Lévi-Strauss no retome como elemento central el tema del intercambio (ubicando su atención sobre una forma particular de intercambio, esto es, la exogamia), su modelo estructural (en cuyo interior los intercambios utilitaristas y económicos sólo constituirían otra forma más de intercambio, no algo estructuralmente diferentes) ofrece la posibilidad de leer e interpretar la sociedad como realidad hecha de network, cuyas fronteras o límites están claramente marcados no por el número de componentes y miembros, ni por sus atributos individuales o por sus moti-vaciones, aspiraciones, objetivos, intereses, sino por las diferentes y variadas formas de intercambio que se activan entre los componentes y miembros de una network y entre network diferentes. Aflora con claridad y sin ningún género de dudas la imagen simmeliana de los círculos sociales, que tienden a multiplicarse y a diferenciarse sobre la base de códigos específicos, pero generalizados (medios generalizados de intercambio) que hacen posibles los intercambios dentro y entre las redes.

Por este motivo, recientes reflexiones sobre el intercambio simbólico, y en

116. Lévi-Strauss entiende por estructuras elementales de la parentela los sistemas en los que la nomenclatura permite determinar inmediatamente el giro de los parientes y de los afines. Son sistemas que, aún definiendo a todos los miembros del grupo como parientes, les diferencia en dos categorías: cónyuges posibles y cónyuges prohibidos. Sin embargo, son estructuras complejas aquellos sistemas que delimitando el giro de los parientes, confían a otros mecanismos (económicos o psicológicos) el objetivo de proceder a la determinación del cónyuge (Lévi-Strauss, 1991:11).

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concreto sobre la lógica del don, alusivas a las sociedades complejas (no sólo ya a las denominadas sociedades primitivas y arcaicas) pueden ofrecer inte-resantes y creativos estímulos para poder aplicar sin problemas la teoría del intercambio. Y claro está, sin otorgar, como ocurre en la tradición america-na, un carácter absoluto al comportamiento utilitarista del actor social. La persona hacia la que deben dirigirse todas las miradas es Godbout (1993; 1994), que desarrolla con maestría sus análisis a través de los siguientes pasajes por los que vamos a hacer un pequeño recorrido:

» Las cosas (bienes y servicios) circulan de forma diversa en relación al ligamen social.

» En las sociedades tres son los principios de circulación de las cosas, de los bienes y de los servicios: la equivalencia, la igualdad y la deuda.

» Tres son las formas de circulación de los bienes y servicios en la sociedad: mercado, redistribución y reciprocidad (don):a) Mercado. Desde el punto de vista del ligamen social el mercado es el

conjunto o mosaico de reglas que permiten a los extraños hacer tran-sacciones quedando lo más posible como tales. El ligamen social es de carácter estructural respecto a lo que propiamente circula. El princi-pio claro y contundente del mercado es la relativa equivalencia entre las cosas, independientemente del propio ligamen que existe o puede existir entre las personas.

b) Redistribución. Se retira una cierta cantidad de recursos bajo forma monetaria de lo que circula en los ligámenes sociales, se hace gestio-nar dicha forma monetaria desde una relación claramente externa a los propios ligámenes, por tanto, se la restituye a los actores sociales bajo la forma de dinero, servicios o derechos. Respecto al mercado que obedece y funciona a partir del principio de equivalencia, la redistri-bución obedece al principio de igualdad (o de la redistribución de las desigualdades).

c) Don. A diferencia de las dos primeras formas de circulación, esto es, el mercado y la redistribución, en las que el ligamen social tiene un carácter instrumental respecto a lo que propiamente circula, es un medio o herramienta para hacer circular las cosas, en el don lo que circula está al servicio del propio ligamen, aún más, está condicionado claramente por el ligamen. El don, y ha que decirlo de la forma más clara posible, hace desiguales a los hombres, crea diferencia, el don genera dependencia, por tanto, el don activa ligámenes, insertando al actor social en un escenario que no es otro que el círculo “dar-recibir-

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recambiar”.» Si la primera forma de circulación de los bienes y servicios (el mercado)

se rige por el principio de la equivalencia entre las cosas, y el segundo (la redistribución) por el de la igualdad o de la redistribución de las desigualdades, el tercero (el don) tiene como fundamento el principio de la deuda117. Esta última implica tanto restricciones y límites en la liber-tad de acción del individuo, ya que estará obligado a corresponder casi obligatoriamente a la otra persona, como pérdida de poder y posición social en relación a la otra persona, en cuanto que se ubica claramente en una situación de relativa o absoluta dependencia, todo depende de contenido del don.

Los estudios de Godbout se han centrado en una forma particular de inter-cambio: el don. Y son muy fuertes sus intereses por profundizar y adentrarse en los mecanismos de intercambio dentro de las redes sociales primarias, en concreto, la familia, parentela y amistad (aunque no supone olvidarse de otros tipos de obligación, de hecho analiza como muy buenos ejemplos la benefi-cencia o la donación de órganos) (Godbout, 1994:13-23; 1995:45-56).

Sin embargo, cada una de sus reflexiones se ubican internamente a la apli-cación de la teoría del intercambio generalizado, aplicación incluso al estudio de la sociedad contemporánea (traspasando claramente los límites territoria-les y temporales de los análisis de Mauss y Lévi-Strauss). Por otra parte, su hipótesis de esferas específicas y analíticamente diferentes de las circulaciones de bienes y servicios permite, por un lado, subrayar de forma muy precisa que el dinero es un potente medio de intercambio en algunas esferas y no en otras (para las que el principio del cálculo racional de los costes no siempre es aplicable para comprender cada una de las dimensiones del comportamiento individual) y, por otro, consiente ubicar el comportamiento del actor social en el punto de intersección de múltiples y diferentes círculos sociales, que son estructuras de intercambio definibles y delimitables, objetiva y subjetiva-mente, del tipo de código que las regula y de los medios de intercambio y/o comunicación que se utilizan.

Como se ha dicho al inicio de este apartado que, en buena medida, supone un alto en el camino que estamos recorriendo, la network analysis “termina” por interceptar y capturar las teorías del intercambio. Y no sólo porque con

117. En buena medida, la idea de deuda nos remite a la noción de “obligación mutua” que Whyte (1993:256-258) había desarrollado en su trabajo sobre un arrabal italiano en Boston.

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frecuencia, aunque en ocasiones metafóricamente, las redes y los ligámenes son contemplados como flujos de intercambio. Si para los análisis estructura-listas “el mundo está hecho de network” (y no de grupos), si el objeto del análisis es el individuo concretamente agente, si el individuo siempre es contemplado “en relación” con otros individuos, queda sin resolver, o mejor, queda abierto el problema de comprender el por qué de los ligámenes, los factores que hacen que las relaciones asuman particulares y concretas configuraciones y no otras.

En las páginas precedentes se ha puesto de relieve cómo, para comprender las dinámicas sociales, esto es, los procesos de aproximación y alejamiento entre actores sociales que constituyen la trama de sus relaciones entre y dentro de las redes, los analistas estructurales consideran insuficiente el individua-lismo voluntarista de quien sostiene que el actor social actúa sobre la base de normas y valores interiorizados. Igualmente, también rechazan la imagen de una sociedad, de instituciones que, en nombre de los denominados prerre-quisitos funcionales al sistema, se imponen coercitivamente a los actores sociales como si tuviesen vida propia. Una vez eliminado, o mejor, mitigado el componente voluntarista y el componente sistémico, el camino conductista planteado por Homans y retomado por Blau podría ofrecer una posible vía de solución al problema, tanto más en cuanto que estos autores consideran y contemplan a la estructura social como el resultado de intercambios repetidos y estabilizados en el tiempo y en el espacio.

Sin embargo, es sin lugar a dudas una solución parcial. Primero porque al final del recorrido analítico planteado tanto Homans como Blau –y estos de manera muy particular y concreta-, regresan a proponer de nuevo la hipótesis de la existencia de normas, valores, modelos de comportamiento que institu-cionalizan las formas del intercambio (recuperando, por tanto, los conceptos de rol y de conformidad al comportamiento de rol). A este problema Brede-meier (1978:438) le ha denominado el problema del orden social. ¿Cuál es el mecanismo o la herramienta que permite a Homans y Blau pasar del inter-cambio al sistema social y explicar la necesaria coordinación de las acciones individuales para la emergencia y configuración de estructuras sociales esta-bles?

A pesar de criticar al funcionalismo –y es que criticarlo prácticamente es una moda al uso-, en la respuesta de Homans y más concretamente en la de Blau, resuenan los ecos de la sempiterna sociología parsonsiana, ya que conci-ben que la coordinación de las conductas humanas es posible en la medida en que existe un consenso básico sobre valores sociales:

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“Las estructuras sociales complejas que caracterizan a las colectividades difie-ren fundamentalmente de las estructuras simples de los grupos pequeños. Una estructura de relaciones sociales se desarrolla en grupos pequeños en el curso de la interacción social entre sus miembros. Como no hay interacción social en la mayor parte de los miembros de una comunidad grande o de una sociedad, algún otro mecanismo tiene que mediar en las estructuras de relaciones sociales entre ellos. El consenso sobre valores provee esta estructura mediadora” (Blau, 1964:253).

Segundo porque las hipótesis explicativas de estos dos autores respecto al comportamiento humano (sintetizable en la fórmula: maximizar los bene-ficios, minimizar las frustraciones, los costes) no permiten comprender con claridad la existencia, muy difundida –Sorokin diría intrínseca a la sociedad humana- de relaciones no equilibradas, asimétricas y no iguales entre sujetos, que ocupan posiciones diferenciadas en dimensiones tales como el poder, el prestigio y las recompensas. Recordemos que Blau sucesivamente y de manera muy explícita ha abandonado la teoría del intercambio, y ha pasado a analizar las macro-estructuras sólo desde el punto de vista estructural.

El modelo estructural del intercambio (la tradición francesa), en su lógica constitutiva –individuación de un principio ordenador general del comporta-miento humano en sus diferentes manifestaciones- ofrece, sin embargo, una valiosa orilla teórica a la network analysis. Aunque el lenguaje pueda parecer diverso y las diferencias inconmensurables (el intercambio para Lévi-Strauss es simbólico, por tanto, traslada a la cultura, a la norma, a las reglas de vivir con y entre los otros, mientras se ha visto que para los estructuralistas las normas son el producto de las estructuras, están dentro de la estructura), existen algunos puntos de intersección, aunque débiles o, si se quiere, aún por sondear: para Lévi-Strauss el intercambio social es sin lugar a dudas un estructura profunda, inconsciente que está en la base de todos los fenómenos humanos analizables (comprendido el propio lenguaje y la misma cultura). Y la regla del intercambio no es algo que está antes o después, que precede o que sucede a la estructura: es propiamente la misma estructura. Así como sus diversas declinaciones sociales –las formas que puede asumir- son otras estructuras.

Como se ha dicho, las diferencias entre el estructuralismo de los analistas de redes y el intercambio estructural de Lévi-Strauss son profundas y bien arraigadas. Y la diferencia más marcada viene dada claramente por el factor cultural, que en el caso de ser interpretado como sistema de símbolos y valores

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interiorizados y precondición del obrar humano, es algo que los analistas estructurales suprimen explícitamente de sus análisis (recuperándolo, sucesi-vamente y sin ningún problema, como producto de la situación estructural). Sin embargo, si la estructura social es asumida como un modelo persistente y constante de relaciones sociales entre posiciones sociales (Laumann, Papi, 1976), el concepto de modelo, bien se conciba como “construcción simplificada o a escala reducida que representa los caracteres fundamentales de un sujeto”, o bien se conciba como “construcción teórica que representa fenómenos no direc-tamente observables”, presupone la individuación de los rasgos distintivos y específicos del objeto que se quiere o pretende representar. Caracteres distin-tivos y específicos que están dados o por las formas que asumen las relaciones entre las diferentes posiciones sociales, o por los diversos tipos de posiciones sociales.

¿Hacia dónde nos traslada el concepto de persistencia? La respuesta es doble: o a la estabilidad de las diferentes posiciones sociales, independientemente de la aproximación de quien las ocupa, o la estabilidad de las formas que pueden asumir las relaciones sociales dadas ciertas posiciones sociales. Bien sea que los conceptos de modelo y de persistencia se refieran a las relaciones, bien sea que se refieran a las posiciones sociales, los analistas estructurales, si no quieren hacer mero análisis situacional (adecuado, quizás, para reconstruir las dinámicas en los pequeños grupos), deben afrontar meridianamente el bien definido problema del por qué de aquella particular y concreta configuración posicional, del por qué existe aquella forma de relación social y no otra.

Al rechazar el voluntarismo individualista de muchos teóricos del achieve-ment de matiz americano, la tradición parsonsiana que, mediante procesos de socialización, cambia los imperativos funcionales del sistema en motiva-ciones del actuar individual, los analistas estructurales posiblemente podrían encontrar un auxilio en la ecuación estructura = principios ordenadores de los sistemas de interdependencia (y aquel del intercambio cultural es suficien-temente amplio para incluir a casi todos los sistemas de interdependencia). Esta ecuación, yendo más allá de los efectos estructurales (que concretamente captan el hic y el nunc de una relación), permitiría ir a las formas de las rela-ciones, a los modos formales de posturas recíprocas entre los hombres que, como sostiene Simmel, son descubiertos con mayor frecuencia. Muy buenos ejemplos son el poder y la subordinación, la competencia, la división del trabajo, los procesos de aproximación (agregación, particularismo, difusión) y de alejamiento (conflicto, universalismo, especificidad funcional).

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5.4. Un primer punto de llegada

El hilo conductor de cada una de las reflexiones desarrolladas en las páginas precedentes ha sido la búsqueda de las matrices teóricas de la network analysis. El objetivo no ha sido otro que sondear sus posibilidades de caminar pacien-temente desde el nivel, ciertamente rico, complejo y articulado, de las técnicas de análisis de la realidad, al nivel más sugestivo del planteamiento cognitivo. La hipótesis que se esconde como telón de fondo detrás de este recorrido es que bajo el aparato técnico y metodológico existe algo más que una simple y matizada confianza en los instrumentos de recogida y tratamiento de datos. El mismo éxito que ha tenido y está teniendo la network analysis (traspasando los límites estrictamente académicos, y de la academia americana en parti-cular) no puede explicarse sólo como el posible efecto de la difusión de un software diferente, nuevo y generalmente más potente.

De ahí la necesidad de integrar la genealogía de la network analysis propuesta

por Scott, que en muchos y diversos aspectos no da cuenta de la complejidad del fenómeno en objeto. Complejidad respecto a la que la instrumentación técnica sólo es un matiz: aún más, enfatizarlo, puede esconder peligrosamente algunos elementos de ruptura, de discontinuidad de innovaciones en el modelo teórico-empírico de la realidad sometido al estudio de las redes, incluso al estudio de la realidad social definida como red, como retículo social.

Respecto a los planteamientos cognitivos insertados dentro de la dualidad individualismo-holismo metodológico, el primer elemento de discontinuidad viene dado por el siguiente hecho: la network analysis elige como propio objeto de estudio la relación social y considera a la realidad, a la sociedad, como red de redes de relaciones. Tal elección de campo conecta directamente y sin ningún género de dudas a la network analysis con la sociología de tres grandes clásicos: Simmel, von Wiese y Sorokin. Se trata de una conexión que en nuestra opinión es doble: tanto teórica como conceptual.

Conceptual en cuanto que conceptos clave de la network analysis, tales como relación y forma de las relaciones, procesos de aproximación y de distancia-miento, o espacio social están tomados, aunque a veces reformulados y en otras ocasiones simplificados, de Simmel, von Wiese y Sorokin. Teórica en cuanto que asumir la realidad social como el resultado de las relaciones entre hombres, como red de redes de relaciones, ubica a la network analysis en una posición privilegiada dentro del intenso debate, transversal a toda la teoría sociológica desde sus más remotos orígenes, de la relación mico-macro, de la relación individuo-sociedad, de la relación actor social-sistema.

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La network analysis tiene como punto de partida la presuposición teórica de Simmel y retomada por von Wiese de que la distinción individuo-sociedad no tiene sentido, mas bien se trata de un falso problema porque no existe el uno sin la otra y viceversa. Es una distinción puramente analítica, teórica que puede realizarse, como sostiene Sorokin, para producir y configurar algunos modelos explicativos (del comportamiento individual o de los mecanismos de funcionamiento de un sistema), pero empíricamente jamás se suele dar. Al elegir como objeto de estudio las relaciones sociales, los sistemas de interdepen-dencia tal y como concretamente se manifiestan, la network analysis rechaza con rotundidad la misma posibilidad de una distinción analítica y “teórica” entre individuo y sociedad, en cuanto que estudian las relaciones, analiza el sistema del que las relaciones son la trama de todo argumento social.

La afirmación –por cierto muy presente en los analistas estructurales-, de que el mundo y cada uno de sus escenarios está hecho de network y no de grupos nos conduce directamente a la aserción de Simmel. Para este último la realidad social está hecha y se configura por medio de círculos sociales, de redes sociales. Así como el ubicar al actor social en el punto privilegiado de intersección de múltiples círculos sociales, en cada uno de los cuales el sujeto juega y desempeña roles sociales diferenciados y asume posiciones diferentes –como hace Simmel- constituye, para los estructuralistas, la presuposición a partir de la que se reconstruye y analiza la compleja dinámica social, resulta-do de la pertenencia cruzada de los actores sociales en más y diferentes redes sociales.

Pertenencia, participación cruzada en virtud de la cual ninguna caracterís-tica individual (edad, sexo, raza, nivel de educación, ocupación, etc.) tomada por sí sola puede ser “determinante” siempre y en todo círculo social con el fin de la comprensión y explicación del comportamiento individual. Los diferen-tes círculos sociales, las diversas redes sociales definen con claridad (son ellas mismas) espacios y escenarios sociales, que no son otra cosa que el nivel de influencia y persuasión recíproca entre diversos y diferentes actores sociales insertados en un peculiar sistema de interdependencia: utilizando la termi-nología de von Wiese, se podría decir que el espacio social –como sistema de interdependencia e influencia recíproca- canaliza las energías individuales, individualizándolas hacia específicos y concretos modelos de comportamien-to.

Ahora bien, el interrogante que emerge es el siguiente: de las relaciones, de los sistemas de interdependencia, ¿qué estudia la network analysis? La respues-

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ta que generalmente se suele dar es: las formas. La “ forma” de las relaciones sociales: palabra breve, pero extremadamente difícil de definir. Si se da marcha atrás y se camina por cuanto se ha dicho con anterioridad (especialmente a partir de las reflexiones de Simmel, von Wiese y Sorokin), es evidente cómo los actores citados diferencian entre motivaciones, formas y contenidos de las relaciones sociales. Por una parte se tiene al sujeto, que sobre la estela de las motivaciones, empujes, objetivos activa un sistema de interdependencia (pero de esto, como especifica Simmel, se ocupa la psicología). Por otra están los contenidos de las diferentes relaciones sociales definidas por los objetivos que el actor se prefija alcanzar, objetivos por los que la relación podrá ser de parentesco, de amistad, económica, jurídica, religiosa, política, etc., (y de los contenidos de las diferentes relaciones sociales se ocupan las otras ciencias sociales, no la sociología). Por tanto, se tiene la forma que la relación puede asumir, forma que viene concretamente dada por los procesos de aproxima-ción y distanciamiento. Recordemos, en este sentido, que para von Wiese las relaciones sociales siempre han tenido un carácter “lábil” (no muy diferentes de las simples interacciones, contactos sociales), manifestaciones inestables marcadas en más de una ocasión por la incertidumbre de los procesos sociales de aproximación y distanciamiento que tienen lugar en un espacio social. Y que el espacio social, para von Wiese, es, en definitiva, el nivel o grado de influencia recíproca (que incluso puede ser casual) entre dos o más actores sociales dentro de un sistema de interdependencia, representable como una red de relaciones, resultado de los procesos de aproximación y distanciamien-to.

Aunque Simmel plantea sin ningún género de dudas la geometría de las formas, aunque von Wiese habla de “medida” de los distanciamientos, esperan-do el auxilio de herramientas e instrumentos matemáticos aún no disponibles en su época, para estos autores, así como para Sorokin, proximidad y distancia son conceptos claramente socio-culturales, que trasladan a los mecanismos de formación de la identidad del actor social y de funcionamiento de los sistemas sociales. Aproximación son todos los procesos de fusión, agregación, iden-tificación, interiorización de las normas y de los valores, de compartir, de pertenencia incluso (pero no sólo) adscrita: procesos producidos, como diría Sorokin, por modalidades de las interacciones hombre-hombre intensas, dura-deras, difusivas, solidarias, no organizadas. Distanciamiento son todos los procesos de individualización, distanciamiento-conflicto, de distinción, de generalización de las normas (nacimiento de roles e instituciones), de competi-ción, de pertenencias selectivas: procesos producidos, siempre según Sorokin, por modalidades de las interacciones hombre-hombre caracterizadas por una

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menor fuerza de los nexos de condicionamiento recíproco, menos intensas, duraderas, antagónicas, organizadas.

Los procesos de aproximación y distanciamiento constituyen la forma, la trama, la estructura de los diversos círculos sociales. Desde esta peculiar perspectiva de análisis, la dinámica social, tanto a nivel diacrónico como sincrónico, individual como de sistema, puede ser contemplada y observa-da como un juego continuo y constante de rupturas y recomposiciones de los círculos sociales, que constituyen y configuran el espacio social de los recíprocos condicionamientos de los actores sociales en la red y entre redes. La network analysis, asumiendo como unidad de análisis y de observación las relaciones sociales, pretende nuclear la trama, la estructura concreta de las interconexiones hombre-hombre (que siempre es el resultado de procesos, contemporáneos, de aproximación y distanciamiento), sin otorgar un carácter absoluto al rol, considerándolo determinante, de una variable (ya sea posicio-nal que un atributo personal) con el fin de la compresión y explicación del comportamiento del actor social o de la dinámica de un fenómeno social.

Para los analistas estructurales, la estructura no es algo dado y pre-cons-tituido, que el investigador tiene que asumir como punto de partida para el diseño y la construcción de su modelo de análisis de la realidad. Mas bien es “aquello que se encuentra tras o precedentemente a su análisis”: es una categoría sintética de análisis que le permite, dado un cierto fenómeno o un particular comportamiento humano, reconstruir los procesos sociales de aproximación y de distanciamiento que llevan a aquel particular fenómeno o a aquel específi-co comportamiento social, que no es otra cosa que un efecto estructural.

La fuerza de los ligámenes débiles de los que habla Granovetter (1973:1360-1380) para la búsqueda de trabajo, no es más que un efecto estructural de un fenómeno –el ingreso en el mercado de trabajo, en este caso- que concre-tamente, desde el punto de vista del aspirante a trabajador, no depende de forma exclusiva ni de las aspiraciones (nivel de achievement) y motivaciones estrictamente utilitaristas, racionales del individuo, ni sólo de la existencia de mecanismos de reclutamiento meritocráticos y/o universales. Granovetter demuestra que el sueño americano del self made man, de la meritocracia y del universalismo en el acceso a determinadas posiciones sociales, es eso, un sueño, si y en cuanto en la realidad cotidiana de los actores sociales aún persis-te el canal particularista en el acceso (que nada tiene que ver, en el estudio de Granovetter, con el clientelismo y el nepotismo, porque el autor en cuestión habla de informaciones, mediadas informalmente, respecto a la existencia de

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una demanda de trabajo en un cierto sector, de cartas de presentación, más que de recomendaciones), resultado de una compleja trama de relaciones, de una tortuosa estructura que o se tiende a ignorar por determinados motivos ideológicos, o no se consigue captar con precisión por instrumentos de análisis más tradicionales. En concreto, estudiando solamente los atributos individua-les de los actores sociales, o los mecanismos formales de acceso al mercado de trabajo.

Lo de Granovetter es un efecto estructural, en cuanto que es el resultado de una trama –estructura- de relaciones formales e informales, organizadas y no organizadas, punto de intersecciones entre diferentes círculos sociales que existe en aquel particular momento. Por su puesto, independientemente del hecho de que el actor social esté profundamente convencido de que el trabajo encontrado responda adecuadamente a sus capacidades y aspiraciones, que sea asumido porque efectivamente respondía a las precisas exigencias del empleador, y con independencia de que, formalmente, hubiese estado plena-mente institucionalizado el canal meritocrático y universal de acceso a aquel particular trabajo.

Respecto a un consolidado e imperante planteamiento cognitivo en sociolo-gía, otro elemento de discontinuidad viene dado por la crítica radical realizada contra el estructural-funcionalismo. Por tal motivo, los analistas estructurales debaten con pasión la circularidad existente entre estructura y función, en virtud de la cual la una se explica con la otra y viceversa. Circularidad que no permite comprender y explicar por qué motivos los denominados impera-tivos funcionales del sistema pueden ser satisfechos por diferentes estructuras sociales y por qué estructuras análogas puedan funcionar de trama para la asunción de funciones diferentes.

Como se ha podido comprobar en páginas anteriores, los analistas estruc-turales abandonan el concepto de función y estudian los fenómenos sociales y/o los comportamientos sociales individuales como efectos estructurales. Tal elección a la que puede aplicarse el calificativo de radical, reforzada por la afirmación, compartida por los estructuralistas, de que las normas son el producto de la estructura y no la pre-condición (una vez interiorizadas) para el comportamiento del actor, es menos superficial de cuanto pueda sugerir la simple enunciación. La definición de estructura que asumen los analistas estructurales –modelo persistente de relaciones sociales entre posiciones socia-les- está virtualmente privada de significado: es una definición que describe y representa, incluso gráficamente, una “situación estructural”, pero que tomada

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por sí sola no explica el por qué de la persistencia, por qué algunas relacio-nes sociales recurren a modelos persistentes o por qué a ciertas posiciones se conectan a algunas relaciones sociales y no a otras, en nombre de una preten-dida lógica conectiva, si no de verdadera y propia causalidad, que permite captar con toda precisión el modelo existente.

A estos problemas los analistas estructurales dan una respuesta que, en el interior de su esquema lógico, es congruente y plausible: los analistas estruc-turales ligan y vinculan la persistencia de las relaciones sociales a la existencia de una estructura reticular de relaciones sociales, en la que se anuda la vida del sujeto, que condiciona elecciones y oportunidades. El pionero trabajo de Bott (1957) sobre la relación entre las redes sociales de referencia de la pareja conyugal y el nivel de segregación en los roles conyugales se presta a ejem-plificar este tipo de condicionamiento y vínculo estructural ejercido sobre el comportamiento de los actores sociales. Particularmente, algunas elecciones “aparentemente” libres (la del cónyuge, de los amigos, de los compañeros de tiempo libre, etc.) tienen lugar en el interior de una amplia gama de posibi-lidades “estructuralmente” pre-definidas. Por último, el grado de movilidad social de un sujeto está en función de su posición estructural de partida. En este sentido las normas y los valores, entendidos como orientaciones de la acción del actor social, son, para los estructuralistas, un efecto de la estruc-tura: son un efecto, si y en cuanto las motivaciones, empujes y orientaciones individuales (la energía en estado puro de la que hablaba von Wiese) están canalizados, orientados y ordenados.

Se trata de una respuesta congruente en el interior de la lógica de análisis de la realidad social seguida por los analistas estructurales, pero que conserva su carácter lógico solo si se aplica al estudio y a la profundización de un fenó-meno social captado y fotografiado en un determinado momento. Resulta insuficiente y carente si un fenómeno es analizado en su proceso, con el fin de revelar y captar su verdadera estructura, latente, compleja y articulada, hecha de la intersección de más círculos sociales.

Desde esta perspectiva, es relevante comprender los modelos y esquemas de referencia a partir de los que el actor social, ubicado en el punto de inserción de múltiples círculos, redes sociales, activos y no activos comportamientos, muy “colorido” personal y personalización dependen no sólo de la suma de los vínculos estructurales, sino también de la suma de los diferentes vínculos estructurales. Diversidad estructural en los vínculos que es de tipo cultural y normativo, en cuanto que depende de los códigos y de los medios simbólicos

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generalizados que gobiernan los singulares círculos sociales y los intercambios entre redes.

Por estos motivos se individúa en la teoría del intercambio estructural, actua-lizada a la luz de las más recientes reflexiones sobre el don y sobre los diversos “modos” de circulación de los bienes y servicios en la sociedad contemporánea, una posibilidad para la network analysis de evitar el voluntarismo individua-lista, el optimismo del utilitarismo de matiz behaviorista. Y siempre sin caer en una reificación de la estructura, entendida o como trama fija y rígida de relaciones entre posiciones sociales (en las que los actores serían ubicados en estratos definidos por un número discreto de variables o dimensiones, tales como la edad, sexo, clase social, comunidad de vida, etc., de las que se infe-riría el comportamiento esperado); o bien contemplada, la estructura, como sistema inicialmente casual de relaciones que tienden, en el tiempo y por repeticiones sucesivas, a estabilizarse, terminando por dar por aceptado roles e instituciones. Tanto en un caso como en el otro, la network analysis, que piensa el comportamiento del actor social como resultado de las intersecciones de esferas y círculos sociales (transversales respecto a los roles y las institucio-nes), terminaría por “ver” y estudiar sólo los roles y las instituciones.

Con la finalidad de la caracterización del análisis estructural en términos de planteamiento cognitivo a la realidad y no sólo como nuevas técnicas de análisis, resulta de gran importancia la superación de la lógica “posicional” y jerárquicamente ordenada de la realidad social y de los recorridos de la vida individual. Aún prevalece el hábito, además de la necesidad, de construir un modelo explicativo de la realidad social, de verla y representarla como un sistema ordenado de puntos: y a todo punto, teóricamente, corresponde una posición “ justificada”, en la lógica del funcionamiento del sistema, de la función que debe garantizar y ordenar, sobre una escala jerárquica, la centra-lidad y exclusividad de la función absoluta.

Quien ocupa aquella particular posición se comportará en consecuencia. La posición ocupada se convierte en un factor de previsión del comporta-miento individual. Este último es visto y contemplado como el efecto de la posición, o bien, y como recurso, el comportamiento individual es el “indica-dor” de la posición. En la construcción de un cuestionario –un instrumento frecuentemente utilizado- normalmente se sigue la misma lógica. Y al final, como sostenía un estructuralista, en la relación de la investigación final se tendrá un examen del fenómeno social analizado tal y como se manifiesta en la muestra de los entrevistados regularmente diferentes por sexo, edad,

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ocupación, nivel de educación. La hipótesis sometida a este tipo de análisis es que sexo, edad, ocupación, educación, etc., en sus diferentes articulaciones aceptan a las constelaciones congruentes de comportamientos que “trasladan” a específicas posiciones sociales.

Como se ha visto en páginas anteriores, para los analistas estructurales ninguna variable individual es determinante en absoluto, sino tan sólo dentro de específicos círculos sociales, en cuanto que la sociedad no está hecha de sistemas y subsistemas jerárquicamente ordenados, con límites definidos y característicos de una participación tendencialmente exclusiva. Más bien, la sociedad está hecha de network con límites claramente variables. El curso de vida individual está marcado por la participación cruzada y contemporánea de más y diversas redes. La identidad del sujeto está ubicada, como diría Simmel, en el punto de intersección de más círculos sociales, en cada uno de los cuales ocupa una diferente posición, en cada uno de los cuales una de sus cualidades o características juega un rol diverso. Son círculos separados, tangenciales y no ya concéntricos que confirma el hecho de que, en la sociedad moderna, ya no existe una posición clave a partir de la cual derivan todas las otras, por un principio de inclusión creciente desde abajo hacia arriba.

Los analistas estructurales tienen de la realidad social una visión muy similar a la de Simmel: su esfuerzo por ir más allá de la lógica de los roles y de las instituciones. Los estudios que han revelado el componente estructural real, aunque latente, aparentemente no visible, hecho de redes organizadas (formales) y no organizadas (informales) sometido a algunos fenómenos sociales (movilidad laboral, emigraciones, etc.), los mismos trabajos empíricos sobre relaciones de comunidad en ambiente urbano y moderno, sólo han sido posibles a partir de la asunción de que la sociedad está hecha de redes y que las redes, actualmente, de concéntricas se han convertido claramente y sin ningún género de dudas en tangenciales.

Si una valoración cognitiva de la network analysis se cierra a los problemas de medida y peso de la fuerza o de la debilidad de los ligámenes, al hecho de que los ligámenes son “traducidos” en una matriz de datos 0-1 (ausencia o presen-cia de ligámenes), a los problemas conectados a una revelación “relacional” de los datos, es fácil verla como una nueva técnica de recogida y tratamiento de datos que, en muchos casos, se presta a reducciones y simplificaciones. Por otra parte, en algunas relaciones de investigación, el componente formal, matemático es muy difícil ocultar, en el sentido de hacer no comprensible aquello que el modelo quiere explicar. Son excesos que han producido debates

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y rupturas entre los mismos analistas estructurales, entre los que se distinguen los analistas “duros”, ortodoxos (por ejemplo Lauman) y analistas de fe no estricta (como el mismo Granovetter).

Sin embargo, si en la valoración de la network analysis se intenta captar aquellos que son los “presupuestos” teóricos de los que parte mediante una relectura de los clásicos de la sociología, a los que se alude sintéticamente para “apoyar” teóricamente la network analysis, aparece la complejidad de una clave de lectura de la realidad en términos de redes. Es una clave de lectura que se conecta directamente al debate micro-macro, que abre el problema de la rela-ción holismo-individualismo metodológico, es una clave de lectura que tiene su congruencia y su lógica interna.

La afirmación de que el mundo está hecho de network y no de grupos puede ser considerada el manifiesto de trabajo de los analistas estructurales. Desde esta afirmación deriva, como consecuencia, que el objeto de estudio y de observación no es el individuo ni el sistema social, sino las relaciones socia-les que han recurrido a los sistemas de interdependencia (un espacio social) que se pueden representar como estructuras que canalizan las energías indivi-duales, las orientan.

Analizando un sistema de interdependencia y todas las posibles ramifica-ciones, los analistas consiguen revelar la complejidad de las redes de relaciones formales e informales que explican el comportamiento individual, que es visto como efecto estructural. De una estructura que no se puede delimitar sólo a partir de los modelos de comportamiento alusivos a un único rol (el rol que formalmente delimita una estructura: por ejemplo rol de trabajador en el análisis de una estructura, ya sea de reparto, oficio o completa unidad laboral). Muchos analistas se detienen aquí: explican el fenómeno como efecto de algo que no es más que la reconstrucción ex post de un modelo sintético de interde-pendencia o casual; fenómeno que, sin embargo, no era previsible y explicable a partir de un modelo más simple y lineal (previendo, por ejemplo, que sólo algunas variables fuesen previsoras y explicativas). Y en este sentido, incluso en su simplificación, el efecto estructural permite revelar dimensiones latentes de lo social.

Sin embargo, este límite, asumido como criterio exclusivo de análisis de la estricta ortodoxia, no es que no pueda ser superado sin que la network analysis pierda su caracterización y su peculiaridad. Asumir que la realidad social está hecha de network y que todo círculo social, todo sistema de interdependencia

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tiene su código de referencia, un principio ordenador, un sistema normativo no está en contradicción con la asunción base de la network analysis, según la cual el sujeto es ubicado en el punto de intersección de más círculos sociales y que la realidad está hecha de la participación cruzada de los actores sociales en más redes.

La participación cruzada es posible sólo ante la existencia de esquemas de referencia, tanto más importantes cuanto más el actor social, por la comple-jidad creciente, ha perdido la competencia del “saber hacer” a favor de la competencia del saber “qué saber hacer”. La participación cruzada permite recuperar al actor social un comportamiento estratégico, aunque dentro de ciertos vínculos (en este sentido se sostiene que para los analistas estructu-rales el actor social actúa libremente dentro de una estructura de vínculos). Recuperación tanto más central cuanto más en la sociedad contemporánea las dimensiones adscritas y unívocas de la ubicación de los sujetos tienden a convertirse en residuales. Anotación esta última que demuestra cómo con el concepto de red los analistas estructurales han centrado un problema: el problema de la sociedad contemporánea (entendida como colectivo, como conjunto de individuos) de encontrar su modelo de auto-representación, una vez olvidados, en cuanto inadecuados, o mejor aún, anquilosados, el modelo organicista y el modelo sistémico.

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CAPÍTULO VI

La sociedad como red: ¿un nuevo paradigma?

6.1. La armonía de las matrices teóricas

Las reflexiones desarrolladas en los capítulos anteriores, reflexiones que han puesto de relieve los obstáculos y las dificultades para reconstruir las que han sido definidas como las matrices o los moldes teóricos de la network analysis, han permitido revelar y arrojar luz sobre el profundo sincretismo que la envuelve. Este no sólo ha alcanzado a clásicos como Simmel, Sorokin o von Wiese -a los que, a pesar de haber anticipado y pronosticado problemas, nudos y nociones sobre los que el debate aún se encuentra abierto, muy rara-mente aluden y tienen presentes los analistas estructurales en sus discusiones teóricas118-, o a instituciones, conceptos y expresiones, aunque retomados y reformulados en nuevos términos. Por otra parte, también ha desarrollado su teoría estructural y ha establecido ligámenes con las teorías del intercambio social de matriz o sesgo utilitarista.

Como se ha puesto de relieve en las páginas de conclusión del precedente capítulo, los resultados de estas “conexiones” de ligámenes con la tradición sociológica clásica por desgracia no siempre han sido posibles y no siempre han sido compartidos. Por otro lado, la misma división/contraposición entre analistas estructurales duros –muy buenos ejemplos son Burt (1982) y Wellman, Berkowitz (1988)-, y analistas estructurales blandos –en el contexto europeo destacan las aportaciones de Héran (1988a; 1988b) y Forsé (1991; 1993)-, demuestra claramente cómo las soluciones a los problemas abiertos y/o replanteados por la network analysis aún están en vía de perfeccionamiento, manteniendo vivo un debate extremadamente rico y fructífero para la socio-logía.

Tal sincretismo puede ser considerado, en la fase introductiva, no como una debilidad de la network analysis, sino su fuerza, si y en cuanto constituye la manifestación más clara y explícita de la existencia de una amplia multipli-

118. Probablemente esto se debe al hecho de que para muchos estructuralistas el punto de partida de su reflexión es una crítica del estructural-funcionalismo, que constituye el contexto en el que se ubican, aunque con posiciones diferentes.

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cidad de problemas y nudos teóricos de la sociología. Estos han acompañado constantemente a esta disciplina desde su nacimiento, y constituyen el terreno en el que se ha desarrollado el rico debate científico.

Una reflexión atenta a los fundamentos teóricos y empíricos de la network analysis, que pretenda arrancarla y alejarla de algo que sea diferente o diverso del simple tratamiento estadístico del dato, permite plantear sin ningún género de dudas una serie de cuestiones sobre los que el debate sociológico está muy interesado. Regresan temas-problemas tales como:

» La relación micro-macro.» La relación individuo-sociedad.» Procesos de nacimiento y de consolidación de las instituciones y de los

subsistemas sociales.» Concepto de rol, expectativas sociales conectadas al rol y/o subsistemas

sociales.» Ligamen entre cultura y estructura.» Contraposición entre voluntarismo y determinismo.» Relación entre normas, valores, modelos de referencia y comportamiento

del actor social.

Respecto a tales temas-problemas, la network analysis ofrece y da algunas respuestas interesantes. Entre ellas la asunción de que la sociedad está hecha de redes de relaciones, que no sólo existe el individuo o sólo la sociedad, sino que el individuo sólo existe como “relación con” y, sin lugar a dudas la que podemos considerar la más original, “en el momento en que está en relación se hace sociedad”. Originalidad que no significa en ningún momento que tal premisa sea suscitada por la network analysis, tan solo que recupera del más profundo olvido una proposición central de autores como Simmel, Sorokin y von Wiese que, sin embargo, han limitado las novedades de sus intuicio-nes reificando, al final, las relaciones sociales en roles e instituciones que se imponen al individuo determinando el comportamiento. La referencia va al Simmel de la madurez plena, al von Wiese del Sistema de sociología general y al Sorokin de las diez coordinadas que definen la posición total de un sujeto en un espacio poli-dimensional.

El problema es que, respecto a los temas centrales de la sociología, algunas posiciones de la network analysis son insatisfactorias o incompletas, depen-

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diendo esto de que frecuente y constantemente se intenta y se quiere hacer de ella una teoría general sobre la sociedad y convalidarla, como todas las teorías, con pruebas empíricas. En realidad, la fuerza y la validez de la network analysis dependen de su capacidad de trasladar a un nuevo paradigma (sin re-comprenderlo totalmente en su interior), en concreto a un nuevo lenguaje que intenta explicar y comprender fenómenos sociales que ya no encuentran una adecuada representación en un sistema ordenado en su interior, hecho de partes, con límites y fronteras bien precisas, recíprocamente independientes y mutualmente funcionales.

6.2. La network analysis, de técnica que busca una teoría a una nueva repre-sentación

En su ya clásico y magistral manual de sociología, Collins (1988) inserta e incluye la network analysis entre las teorías “medias” para subrayar las legítimas ambiciones de ubicarse más allá y por encima de la contraposición micro-macro. Como precisa el mismo Collins:

“Tales ambiciones, en parte, derivan de la creciente conciencia del ligamen exis-tente entre las redes y las teorías del mercado y del intercambio. Los mercados y las redes son dos diferentes concepciones de la forma en que los individuos se ligan entre sí en el interior de una más amplia estructura social. Por este motivo se ubican, por así decir, en la avanzadilla, de una teoría que intenta unir las dimensiones micro y macro en un modelo singular. Entre ambos conceptos nos presentan y elaboran un método para estudiar a las personas reales que se encuentran juntas en situaciones diferentes” (Collins, 1988:511).

Hecha esta premisa, a la que se añade el postulado inicial al capítulo sobre el análisis de redes definido “como una técnica a la búsqueda de una teoría”, Collins hace un amplio, pero al mismo tiempo minucioso análisis de los efectos de las redes sobre la acción y sobre el pensamiento individual, sobre las teorías de redes de los ligámenes sociales (que comprenden las teorías estructuralistas sobre el intercambio, el intercambio simbólico, los mercados matrimoniales y de amistad, la integración de los grupos, la movilidad social) y sobre las teorías de redes y la economía. Su objetivo no es otro que demostrar que, en definitiva, el corazón central de la teoría de redes está configurado por la plena asunción de que el individuo actúa libremente, pero siempre dentro o en el marco de una serie de escenarios compuestos por unos sistemas de

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vínculos119.

La “teoría” está corroborada y sostenida por estudios e investigaciones empí-ricas, citadas por el mismo Collins, que de hecho la convalidan. Sin embargo, en la presentación de las teorías de redes hecha por Collins queda una sensa-ción de fragmentación y de yuxtaposición, respecto a las que es difícil nuclear la peculiaridad y los rasgos distintivos de la network analysis. También es cierto que Collins habla de teorías en plural, y no de teoría, lo que confirma el hecho de que su objetivo no es de tipo epistemológico, sino revelar el incremento de conocimiento o la diversidad explicativa de teorías diferentes aplicadas a fenómenos y problemas sociales definidos y circunscritos.

Ahora bien, sigue estando presente la duda sobre el tipo de ligamen exis-tente entre la network analysis y la teoría del don de Mauss o Lévi-Strauss, que Collins inserta entre las teorías de redes, sin evidenciar claramente las conexiones con la network analysis. Aunque debemos recordar que Collins está presentando y hablando de la network analysis que, como se ha visto de forma detallada en el capítulo precedente, presenta un corpus teórico-empí-rico del que reivindica y demanda una especial originalidad, que no se puede defender con soltura “afincándolo o amarrándolo” a las teorías clásicas.

De las reflexiones desarrolladas por Collins, la lección más concluyente e interesante que se puede extraer es la referente al hecho de que los problemas y las soluciones cambian o mutan según la forma en que han sido ubicadas120, según el lenguaje que se ha utilizado para formularlas.

El intento realizado en los cuatro capítulos anteriores de reconstruir la genealogía teórica de la network analysis, de individuar las matrices de refe-rencia, yendo más allá de la descripción de las dinámicas de los pequeños grupos o de las modalidades de funcionamiento de las sociedades tradiciona-les (simples) en transición, respondía a una necesidad muy concreta. Esta no era tanto encontrar o hallar una teoría para una técnica consolidada y potente del análisis de datos, sino reconstruir detalladamente el recorrido mediante

119. Como muy bien señala Beltrán, aunque desde otra perspectiva, “para Randall Collins, la totalidad de la estructura social descansa en las interacciones rituales: unos patrones de conducta repetitivos que constituyen un ciclo recurrente, percibidos como algo objetivo que constriñe al individuo generando en él un compromiso emocional hacia los símbolos que implican. Y es característico de dichos símbolos que la gente los reifique y los trate como cosas, como ‘objetos sagrados’ en el sentido de Durkheim” (Beltrán, 2010:117).120. Me parece que puede ser interesante enmarcar esta conclusión en una interesante reflexión clarificadora llevada a cabo por Moreno Pestaña sobre la sociología de Collins. En su opinión, “Collins práctica una sociología modélica, que no se deja encajar en la distinción entre arañas –teóricos especulativos- y hormigas –recolectores de mate-rial-. (Moreno Pestaña, 2010: 123).

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el que grupos de estudiosos han elaborado y construido un nuevo lenguaje para plantear preguntas y encontrar respuestas, reconociéndose en aquella que Kuhn (1977) definía como comunidad científica caracterizada por un propio y peculiar paradigma121.

Si el paradigma se asume, tal y como planteamos al inicio del capítulo II, “como sinónimo de un tipo de perspectiva con la que contemplar la realidad social, que utiliza una específica lógica de razonamiento, por tanto, se avala de determinados modos expresivos (lenguaje), que pueden y deben reconducirse a un más general planteamiento sometido al paradigma” (Donati, 1991a:36); o bien, como sostiene Kuhn, como completa constelación de creencias, valores y técnicas compartidas por los miembros de una concreta y determinada comunidad, se puede afirmar sin ningún género de dudas que actualmente el estudio de las redes se inscribe en un paradigma de redes que viene a estar caracterizado por:

» Una específica y concreta perspectiva.» Una peculiar lógica de razonamiento.» Y esta última se avala de particulares teorías y técnicas para describir y

comprender la realidad que contempla.

En los adentros de este paradigma pueden convivir, y de hecho conviven perfectamente, más y diversas teorías, es decir, diferentes hipótesis interpre-tativas de conexiones y ligámenes entre fenómenos, procesos, individuos e instituciones: el estructuralismo (la network analysis en la versión podríamos decir que más rígida), la teoría del intercambio y la teoría relacional pueden ser consideradas tres diferentes hipótesis de lectura e interpretación, miradas al fin y al cabo, de la realidad social y de los correspondientes mecanismos de su funcionamiento en el interior del denominado paradigma de redes.

121. Kuhn utiliza dos acepciones del término paradigma: a) paradigma como completa constelación de creencias, valores, técnicas, etc., compartidas por los miembros de una determinada comunidad (significado sociológico del término); y b) paradigma como concretas soluciones que, utilizadas como modelos o ejemplos, pueden sustituir a reglas explícitas como base para la solución de remanentes de la ciencia normal; paradigmas contemplados como resultados pasados ejemplares (ejemplo demostrativo) (Kuhn, 1977:212). Para Kuhn, por otra parte, un paradig-ma es aquello que viene compartido por una comunidad científica y, al mismo tiempo, una comunidad científica consiste en aquellos que comparten un cierto paradigma (Kuhn, 1977:213).

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El sincretismo del paradigma de redes

Paradigma de redes

Perspectiva

La perspectiva con la que el paradigma de redes se acerca y contempla la realidad puede ser sintetizada en los siguientes términos. Estamos ante un auténtico vademécum que es preciso tener muy presente:

» La realidad social no está hecha solamente de individuos que actúan a partir de una específica y concreta intencionalidad; la realidad social no está hecha solamente de instituciones que se imponen y trascienden al propio individuo. Dicho en otros términos, no existe el individuo entendido éste último como átomo más o menos socializado, no existe la sociedad entendida como ente externo, como hecho social “externo y coercitivo”.

» La realidad social está hecha y constituida por y de relaciones sociales: el individuo siempre existe en “relación con” un alter, y en el momento en que está en relación propiamente se convierte en sociedad.

» La sociedad sólo se actualiza, se hace real y visible mediante las relaciones que conectan y ligan a los individuos: la sociedad está hecha y constituida por y de redes, es una red de redes, que en potencia no tiene propiamente límites.

» La identidad del actor social no es el resultado de normas, valores, modelos de comportamiento, de un lenguaje interiorizados y asimilados desde los primeros años de vida, respecto a los que construye su diferen-cia de los otros y se comporta conforme a las expectativas que convergen sobre él, a partir de la posición social que ocupa y a los roles que juega y desempeña, sino que está ubicada en el punto de intersección de más redes (círculos) sociales. Esto significa que si analítica y teóricamente es posible circunscribir y definir las expectativas de comportamiento conec-tadas a un específico rol, empíricamente el comportamiento del actor

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social, incluso en situaciones sociales muy concretas, definidas y/o insti-tucionalizadas, estará en función de sus redes de referencia. Y esto por un motivo bien sencillo: porque su identidad es el fruto y el resultado de la pertenencia a una multiplicidad de esferas de relaciones: la metáfora del “yo múltiple” capta perfectamente y con todas sus consecuencias el legado dramático de la modernidad: “La necesidad y la responsabilidad de existir como individuos. Es decir, de ser sujetos de acción capaces de dirección y de sentido, pero también polos de una red de convivencia y de comunica-ción” (Melucci, 1991:49)122.

» La realidad de la modernidad no puede estar hecha de redes concén-tricas, sino de redes ubicadas en un espacio multidimensional, que se interseccionan en algunos puntos. En la intuición de Simmel, esta afir-mación ha anticipado en muchos años una de las características o rasgos más claramente distintivos de la sociedad moderna: la fragmentación, la pérdida de un centro, de un principio ordenador que informaba a toda la realidad social procediendo desde lo macro hacia lo micro, creando círculos concéntricos similares desde el punto de vista de los mecanismos de funcionamiento y del principio ordenador, aunque diferentes desde el punto de vista funcional. En la modernidad “nos encontramos poste-riormente englobados en una pluralidad de pertenencias que emergen de la multiplicación de las posiciones sociales, de las redes asociativas, de los grupos de referencia. Entramos y salimos de estos sistemas más frecuente y velozmen-te que en el pasado, animales emigrantes en los laberintos de la metrópoli, viajeros del planeta, nómadas del presente. Participamos, en la realidad o en lo imaginario, de una infinidad de mundos. Cada uno de ellos caracte-rizado por una cultura, un lenguaje, un conjunto de roles y de reglas, a las que debemos adaptarnos cada vez que migramos del uno al otro” (Melucci, 1991:50). O como, y desde otra perspectiva, diría Baudrillard (1984:29), el yo se transforma y muta en un “sujeto frágil que (...) se fragmenta en una multitud de egos miniaturizados”. O incluso como apunta Maffesoli, “el yo se pliega y se despliega hacia el infinito, mostrando que la esfera de la comu-nicación es una reversibilidad constante entre polos que son a veces objetos, a veces sujetos, y que esta sucesión de secuencias constituye lo que llamamos yo” (Maffesoli, 1990b:274).

122. Para una introducción al debate sobre la identidad en la sociedad moderna, véase Sciolla (1995). La autora presenta dos filones que han afrontado el tema de la identidad en la modernidad: la teoría micro-económica, que concibe el sí mismo múltiple como un yo dividido, un sí mismo federal, resultado de la interacción entre partes que conservan su autonomía, un sí mismo que tiene y puede tener su fuerza y conciencia; la tradición fenomenológica, que mediante la figura del extranjero, del aventurero, del blasé propone la imagen de un yo, cuya pluralidad no viene dada por la cohabitación/conflicto entre partes, sino que es entendida como flexibilidad, variación, incertidumbre del sujeto, para el que nada puede darse por descontado, nada es cierto. La autora recorre críticamente las reflexiones de Elster (1988; 1989) y de Berger (1992).

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Lógica de razonamiento

En la lógica del razonamiento, el paradigma de redes no sigue el proce-dimiento o secuencia de lo micro a lo macro o de lo macro a lo micro123, en cuanto que los dos polos, distinguibles desde el punto de vista teórico, empí-ricamente coinciden.

A partir del paradigma de redes:

» El comportamiento de ego (actor social) no sólo puede explicarse desde variables independientes consideradas centrales y discriminantes en absoluto (por ejemplo, sexo, edad, raza, escolarización, clase social de pertenencia, etc.), en cuanto que ninguna de estas variables juega un rol determinante (y de predicción) en todas las esferas sociales, en todos los círculos sociales que el actor social atraviesa.

» El comportamiento de ego no sólo depende de su nivel de conformidad a las expectativas de rol, o bien de la presión ejercida por las instituciones, sino de las características de sus redes de referencia.

» Aunque las diversas redes de pertenencia pueden diferenciarse a partir de las funciones, del grado de formalización, del nivel de institucionaliza-ción y de los códigos de referencia, todo actor social participa, constituye y da vida a más y diferentes redes sociales, que, a través del juego de las relaciones sociales –que siempre son múltiples-, están puestas en comu-nicación.

» El actor social, por tanto, actúa libremente, pero siempre dentro de un sistema de vínculos y ligámenes.

» El sistema de vínculos no es algo que existe fuera del individuo (como hecho social externo y coercitivo), sino que es el resultado de las caracte-

123. Un sugestivo preámbulo sobre el debate micro-macro puede encontrarse en el ya citado manual de Collins (1988). La diatriba micro-macro está bien ejemplificada por Collins en los siguientes términos: “ las micro-socio-logías más radicales desde el punto de vista cognitivo sostienen que la macro-sociología tradicional se ocupa de palabras que son consideradas cosas. Esta transforma procesos –interacciones de muchos seres humanos- en entidades ficticias: las personas que activan la política se convierten en el estado, la suma de todas las interacciones sobre un determinado territorio se convierte en el sistema social. Con frecuencia se ha afirmado que todo ello es obra de un planteamiento conservador. Los autores que defienden los privilegios existentes exaltan a la sociedad en las confrontaciones del indivi-duo y sostienen que este último tiene una realidad inmutable. Ver que estas entidades no son estáticas, y tampoco reales por sí mismas, es un acto de liberación. En mi opinión en esta concepción existen algunos elementos de validez. Con frecuencia la sociología refleja irreflexivamente las palabras de la vida cotidiana utilizadas para hablar de la macro-estructura, palabras que están cargadas de ideologías (...). El desplazamiento hacia un nivel de análisis más micro, cada vez que estamos tratando realidades públicas ideologizadas y reificadas, es siempre un caminar hacia un mayor realismo sociológico. Pero este argumento tiene su otra cara. Las micro-sociologías en general son a su manera débiles sobre cues-tiones cargadas ideológicamente. Ninguna de ellas tiene una adecuada teoría del poder, de la fuerza coercitiva o de la propiedad” (Collins, 1988:489-490). Sobre la relación mico-macro véase también Archer (1997).

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rísticas morfológicas y estructurales de las redes sociales de pertenencia y de la posición que, en cada una de ellas, ocupa el actor social.

» La atención debe ubicarse no sobre los fenómenos, captados en su carác-ter estático, sino en los procesos que llevan a ellos.

Teorías

A. La teoría estructural. Como se ha visto en capítulos precedentes, para los estructuralistas y para la teoría estructural:

» Las relaciones sociales son uno de los medios más potentes de explicación de los fenómenos sociales, tanto o más de cuanto son los atributos y las características individuales. En el análisis sociológico de los fenómenos y de los comportamientos sociales, a los métodos individualistas, que analizan relaciones entre variables, los estructuralistas oponen los análi-sis de las relaciones entre los actores sociales.

» Las relaciones estructuradas en las que están insertados los individuos explican y ayudan a comprender el comportamiento del actor social, entendido como resultado, claro está, de su posición estructural.

» Las normas y los valores derivan de la posición en los sistemas estruc-turados. La motivación al comportamiento no es ni de tipo interior (psicológica), ni de tipo exterior (norma impuesta), sino que es el resulta-do de los correspondientes condicionamientos estructurales.

» Los condicionamientos estructurales no son entendidos en sentido marxiano, sino que están o vienen dados por las características morfoló-gicas y estructurales de las redes de referencia y de la posición que el actor social ocupa en el interior de las redes.

» También las relaciones sociales diádicas son independientes de las aspi-raciones, motivaciones, opciones individuales, en cuanto que las formas sociales estructuradas concretamente crean “ focos” relativamente homo-géneos, en cuyo interior la gran parte de los sujetos escoge amigos, partner, cónyuge, vecinos de casa.

» Una vez iniciada una relación diádica, su posición estructural conti-núa influenciándola, por lo que el actor social queda enganchado a una estructura relacional de la que no puede, o difícilmente puede prescin-dir.

» La sociedad es una red de redes, no la suma o agregación de grupos, que siempre están delimitadas y definidas, a partir de concretos criterios de inclusión (aunque flexibles). Para los estructuralistas los sistemas comple-

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jos, de amplia escala no pueden ser considerados como suma de grupos delimitados, en cuanto que todo actor social es parte de más grupos contemporáneamente: la trama de los sistemas complejos viene dada por la participación cruzada en más y diversos grupos.

A partir de esta teoría general, que reconduce el comportamiento individual y los fenómenos sociales a factores estructurales, se han desarrollado teorías de radio medio, aplicadas a comportamientos y fenómenos sociales específicos. Como ejemplos de aplicación de la teoría estructural al análisis (comprensión y explicación) de fenómenos sociales y comportamientos individuales (teorías de medio radio), se pueden citar:

» Los estudios e investigaciones que han demostrado cómo redes cohesio-nadas generan planteamientos tendencialmente homogéneos. Ahí están las exploraciones de Sutles (1968), Stack (1974) y Gans (1967).

» Las investigaciones que han revelado cómo las personas que ocupan posiciones estructuralmente equivalentes tienen motivaciones y plantea-mientos muy similares. Véanse los estudios de Lomnitz (1977) y Ericksen y Yancey (1977).

» Las monografías que han analizado la movilidad social como función de la cantidad de los puestos libres disponibles en la clase de destino. Recor-demos, entre otros, el clásico trabajo de Bulmer (1992).

» Los análisis sobre la movilidad social como efecto de ligámenes débiles que permiten a los actores sociales establecer nexos con personas que tienen recursos más amplios que los suyos. Emblemáticas en este sentido son las aportaciones de Granovetter (1973).

» Las investigaciones sobre la difusión de matrimonios mixtos o de los matrimonios entre sujetos pertenecientes a clases sociales diferentes como efecto de la dimensión numérica de los grupos y de la existencia de variables determinantes “transversales” respecto a los diversos grupos de pertenencia. Sirva de ejemplo la investigación llevada a cabo por Wenger (1984).

» Los estudios alusivos a la sobre-representación (respecto a la incidencia porcentual sobre el total de la población) de los sujetos procedentes de las élites en los puestos de mayor prestigio y poder. Sobre-representación que es el resultado de la cohesión de las clases superiores, que se funda sobre una exclusiva y amplia (de radio nacional) network de conexiones infor-males, que comprenden frecuencia de seleccionadas escuelas privadas,

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pertenencia a exclusivos club, frecuencia de los mismos lugares para las vacaciones, endogamia matrimonial de clase. En este sentido son repre-sentativos los estudios de Domhoff (1967) y de Moore (1973).

» Los análisis encaminados a demostrar cómo los ligámenes débiles juegan un rol importante en la difusión de sub-culturas o bien de comporta-mientos innovadores, en cuanto que ligan y conectan grupos diferentes y sub-grupos (clique) que se estimulan mutuamente. Muy buenos ejemplos son las investigaciones de Wilcox (1981) y Hirsch (1981).

Si la network analysis, según la posición de Blau, asume que la vida social, comprendidas sus manifestaciones culturales, está radicada en la estructura de las posiciones sociales y de las relaciones, y que debe explicarse analizando los modelos o la distribución de las posiciones, de las network o de las rela-ciones en los grupos y en las sociedades, el estudio de las dinámicas sociales claramente requiere y demanda el conocimiento concreto y detallado de los procesos que dan vida y alimentan el llamado cambio.

Siempre para Blau, las estructuras cambian si muta la distribución de los recursos o de la población, que a su vez mutan por efecto de los procesos socia-les, según un motor en algunos aspectos circular. Aludiendo a la movilidad social, Blau ejemplifica su posición afirmando que el cambio social transforma la distribución de los propios recursos, y la movilidad social es un proceso que cambia la distribución de las personas entre los grupos y los estratos sociales (Blau, 1982:275).

B. Teoría del intercambio. Para la teoría del intercambio, aplicada inter-namente al paradigma de redes, la estructura social está constituida y configurada por las conexiones que se forman cuando las personas realizan y activan intercambios repetidos de forma casi constante. Sin embargo, la estructura social determina o, mejor, condiciona, “quien intercambia algo con quien y con qué modalidad”. Por tanto, respecto a una concepción, de matriz utilitarista, que veía y contemplaba al actor social empujado sólo y exclusivamente a la realización del máximo de la gratificación individual al menor coste, o bien hacia una concepción del actor social que encontraba en las instituciones no tanto un límite a sus potencialidades, cuanto una racionalización y simplificación de las rela-ciones de intercambio (cuya codificación respondía a una racionalidad medios-fines favorables al sujeto), la teoría del intercambio, en el interior del paradigma de redes, considera a la red como el ámbito estructural, con límites variables, pero no indefinidos, que determina qué, cuánto, cómo y con quién intercambiar.

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Respecto a una visión de la sociedad entendida como conjunto y suma concreta de todas las relaciones de intercambio potenciales y activadas entre individuos, tipificados e institucionalizados en diferentes y diversos niveles de sistematización (sociedad), la teoría del intercambio, en la perspectiva de redes, propone una percepción de la sociedad contemplada como el resultado o fruto de las relaciones sociales activadas por el actor social. Este último participa y da vida a más redes al mismo tiempo, cada una de las cuales actualiza algunas de sus potencialidades, pero puede excluir a otras.

La sociedad podría ser contemplada como un gran y complejo sistema de intercambios, segmentada o dividida internamente por n mercados (redes), diferenciados en cuanto a cualidades y cantidades de los recursos a intercam-biar: ya que la sociedad existe sí y en cuanto está actualizada por los propios actores sociales que activan intercambios, cada actor social participa en más y diversos mercados, y puede acceder teóricamente a todas las redes que cons-tituyen y configuran la estructura de referencia, en la que está incardinada su identidad y su vida social. El efecto estructural (ya sea como vínculo que como posible realización de las potencialidades) actúa al menos en dos niveles:

» Ex-ante, en el momento del ingreso en un mercado, en cuanto posición estructural del sujeto (sus redes de pertenencia, su estructura de proce-dencia) determina con cierta precisión la cantidad de recursos con los que entrar en un determinado y concreto mercado y las posibilidades de acceso a más y diversos mercados.

» Ex-post, realizando una relación de intercambio el sujeto incrementa o detiene algunos de sus recursos, por tanto, modifica su determinada posición claramente estructural.

En el complejo y articulado interior del paradigma de redes, la teoría del intercambio precisamente centra su atención no tanto en las propias motiva-ciones individuales del intercambio, como en las consecuencias estructurales producidas por los intercambios.

Para ejemplificar estas afirmaciones se puede aludir a los hoy casi descono-cidos mercados matrimoniales.

En las sociedades tradicionales, caracterizadas por pequeños asentamientos en áreas rurales (pensemos en la lejana España del siglo XVIII), con escasos ligámenes con otras comunidades, los mercados matrimoniales eran restrin-

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gidos y limitados: pocos jóvenes, con frecuencia una sobre-representación de mujeres, pocos recursos económicos, en muchos casos poseídos por unas pocas y concretas familias, altísimas tasas de mortalidad incluso entre la población joven, y una edad media de vida muy baja. Por tanto, no sólo muy limitadas y bajas las probabilidades de encontrar el partner adecuado a la propia posición, sino también las probabilidades estadísticas de encontrar un compañero o una compañera.

En situaciones de este tipo, quien tenía una posición estructural fuerte (pose-siones, buena dote), podría acceder a un mercado matrimonial más amplio y extenso (encontrar mujer o marido en otra comunidad). Quien estaba en una posición de mayor debilidad en muchos casos no conseguía entrar en el mercado matrimonial porque, por ejemplo, no encontraba materialmente un partner disponible, o porque los recursos que tenía no constituían un crédito adecuado y concreto para poder acceder al matrimonio, y esto, claro está, independientemente de las diversas y múltiples motivaciones de tipo indivi-dual.

La existencia de mercados matrimoniales limitados restringidos no ayuda a explicar y comprender parcialmente la alta tasa de celibato definitivo en las comunidades tradicionales; la ritualización de formas de desaprobación para matrimonios contratados fuera de las comunidades (ritos celebrados, especialmente, cuando había una muchacha que se casaba fuera de la comu-nidad, porque, para la difusión de la residencia neo-local o bien patri-local, era un recurso que se escapaba y que, concretamente, empobrecía el mercado matrimonial para los jóvenes que se quedaban). El ingreso en el mercado matrimonial modificaba y hacia mutar, y en muchos aspectos ampliaba, los recursos del individuo que, de esta forma, entraba en otras redes de relaciones, de alianzas y solidaridades.

La importancia del incremento de recursos debido al matrimonio está confirmada, por ejemplo, por el destino de las viudas. En los círculos aristo-cráticos, la viuda, especialmente con hijos, tenía todo el interés en no entrar en el mercado matrimonial: cuando, en los casos de la llegada de la viudedad, la mujer podía conservar la posesión de su dote, no regresar bajo la tutela del padre o del hermano, tener la tutela de los hijos, venida a menos la dependen-cia jurídica del marido, asumía una posición estructural de tal calibre, que hacía no ser conveniente un posterior matrimonio. En los círculos inferiores, especialmente entre los artesanos, la viuda no sólo se convertía en un poten-cial partner interesante, sino que tenía una posición estructural de ventaja (el

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taller, el laboratorio, etc.), que le permitía encontrar marido mucho más fácil-mente que una muchacha más joven, pero con pocos recursos.

Siempre dentro de los mercados matrimoniales restringidos y limitados, cuando las posiciones estructurales de los individuos eran presa de aconte-cimientos traumáticos (por ejemplo, carestías, epidemias que diezmaban a la población, desapareciendo enteras cohortes de edad, determinando flujos migratorios consistentes), el mercado matrimonial (como estructura, como red de relaciones entre sexos) se abría y en aquellos momentos cada uno se casaba con quien podía, prescindiendo de las normas (“algo, cuánto y con quién intercambiar algo”) que, hasta aquel momento, había regulado el mismo mercado matrimonial.

En síntesis, en las sociedades contemporáneas, en las que el mercado matri-monial teóricamente es amplio y libre, los matrimonios tienen lugar y se producen entre sujetos relativamente homogéneos (desde el punto de vista del grupo, de la clase social de pertenencia), en cuanto que la posición estruc-tural hace que existan más y diversas probabilidades de conocer y frecuentar personas de círculos sociales contiguos o afines. En este sentido, las redes de pertenencia constituyen y configuran una estructura de vínculos o ligámenes que mientras que habilita –hace posible- a las relaciones con algunos, inhibe, hace más difícil o, si se quiere, estadísticamente más improbables las relacio-nes con los otros.

C.Teoría relacional. Para la teoría relacional (Donati, 1991a:204-206), la relación se nos presenta con unos rasgos distintivos a los que podemos aplicar el calificativo de fuertes: es una categoría primitiva del ser y del pensamiento, que como tal no es explicable y no puede ser definida, pero que puede ser experimentada, observada, descrita dentro de ciertos límites y semantizada. Toda definición no puede ser más que tautológica: dice que un elemento es/está/existe en/por relación a otro. Dicho en otros términos y de forma mucho más sencilla, es lo que es siempre en relación a otro. Sin embargo, en la base de tal concepto hay lo que podríamos deno-minar un significado-guía: relatio es el nombre de la acción en el sistema del referre, es decir del referir una cosa a otra; de aquí el significado de uso común de “relación” como reportage. En el plano lógico, la relación es el acto (mental) para distinguir una cosa (elemento o, incluso, relación) remitiéndola a otra cosa (elemento o relación).

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“Su importancia reside en el estar siempre presente como hecho constitutivo tanto de la realidad como del conocimiento” (Donati, 1991a:204)124.

La relación social, entendida en sentido abstracto como “referencia a” (libertad condicional simbólica) y como “ligamen entre” (dependencia recí-proca) siempre irrumpe, o mejor, se introduce como refero y como religo, en el fenómeno social: aún más, y no corremos ningún riesgo con esta afirmación, ambos aspectos de la relación entran en la misma constitución y configura-ción, simbólica y estructural del fenómeno social.

En el plano de la teoría consiguiente, la relación es el medium de la misma relación; es la relación quien da vida y engendra al lenguaje y a la experiencia, que son -como otros muchos- “bienes relacionales”. El juego –pensamos en Gadamer (1980), que concretamente lo teoriza y conceptúa como “filón onto-lógico”- no es más que uno de los posibles modos o formas de ser de la propia relacionalidad. Aún más, la relación es un bien en sí, tiene valor.

No resulta arriesgado decir que las ventajas que se derivan de la elección conceptual que sitúa o ubica a la relación como pre-supuesto constitutivo del mundo social son muchas. Más incluso que los posibles inconvenientes, que también los hay. A diferencia del concepto de sistema o estructura, el concepto de relación es más rico. El motivo o los motivos son los siguientes: está construido contemporáneamente y al mismo tiempo de manera compleja y paradójica sobre la trinidad de un referente y, al menos, dos relata; rela-ción es unitas multiplex, todo y parte, diferenciación e integración; contiene elementos; siempre se deja relacionar posteriormente; se ubica en la línea de una red de relaciones; puede relacionar acontecimientos; permite el regreso (o, viceversa, el progreso) al infinito; consiente la construcción y la elaboración de conceptos límite mediante el constante y permanente relacionamiento; es interrupción en relación a la relación última o al último elemento; es circu-laridad como relacionamiento de la última relación mediante la penúltima o como oscilación entre elementos y relaciones; por tanto: la auto-referencia sólo es un caso particular y concreto, muy concreto, de relación, y lo mismo debe decirse de la hetero-referencia; tanto las acciones como los sistemas se dejan captar, o mejor dicho, capturar como relaciones.

124. Tras esta afirmación de Donati, afirmación que tienes los matices de contundente, se esconde tanto aquella perspectiva que presenta y contempla a la relación como la categoría fundamental del pensamiento social (Vier-kandt, 1915), como la idea de que nuestra realidad, esto, cada uno de los escenarios en los que estamos insertados como unos personajes más, se amplia y expande tanto como nuestras relaciones (Plenge, 1930).

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La relación social (Donati, 1991a:205-206):

» Es real, en cuanto que propiamente humana: presupone a los agentes-personas.

» Siempre es bilateral en cuanto que su íntima naturaleza social, subjetiva y estructural viene dada por el hecho de que lo social no consiste en el ser colectivo, sino en el “estar entre”, términos capaces de obrar simbólico (mientras que la acción puede ser unilateral).

» Puede estar en acto o ser potencial, mientras que la acción es por defini-ción actividad.

» Puede ser concreta-histórica (observable, experimentable en re), o bien pensada como posible por el observador.

» Puede ser impersonal (relativa al sistema social y sus tipificaciones y estructuraciones consolidadas) o personal (intersubjetiva, primaria)

» Aunque normalmente la relación tenga lugar y se desarrolle en el medium de la comunicación (lenguaje), no se puede reconducir y reducir a las denominadas categorías lingüísticas. La relación propiamente no tiene necesidad de lenguaje verbal. También es social la comunicación llamada empática, afectiva; la comunicación expresiva no sólo no puede traducir-se en palabras, sino que no tiene referentes lingüísticos suficientemente determinados y concretos. E incluso es propiamente social la comunica-ción no verbal, el simple estar (reconocerse) juntos.

» Tiene un carácter supra-funcional, en cuanto que no es posible recondu-cirla jamás a las funciones que parece explicar.

Llegados a este punto emerge un interrogante de calado: para la teoría rela-cional (Donati, 1991a:206-208), ¿qué significa estudiar sociológicamente un fenómeno? La respuesta que se nos ofrece es la siguiente: no significa analizarlo sólo bajo el aspecto de las relaciones sociales en que está insertado. Si se hiciera así, nuestro análisis claramente seria parcial y limitado. También significa, y esto es lo importante, analizarlo como fenómeno social relacional.

Es preciso insistir en este último concepto: no es correcto, o mejor, es incompleto decir que la sociología se centra en el estudio de las relaciones entre fenómenos sociales, según la clásica expresión de Pareto recogida en su Tratado de Sociología General. Es mejor y mucho más apropiado expresar que estudia los fenómenos sociales como relaciones. Para conseguirlo tiene que re-definir sus objetos y sus conceptos como relaciones. Cuando al inicio de

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una investigación nos planteamos el problema (“por qué se tiene que...”), nunca deberíamos de olvidar, y siempre tendríamos que tener muy presente, que el fenómeno-objeto de la investigación: nace de un contexto relacional, está sumer-gido en un contexto relacional, da origen a un contexto o sistema relacional125. La sociología contempla y estudia las formas de la vida social bajo el aspecto de la actividad humana, actividad que es expresión y resultado de un actuar social en cuanto relación intersubjetiva y de una lógica que no depende de lo social entendido como voluntad e intencionalidad.

Ciertamente, las estructuras sociales son un producto de la acción de indi-viduos históricamente ubicados, que se mueven y desplazan como actores en sistemas funcionales (organizados en roles) y como agentes en sistemas de interdependencia (que prescinden de los vínculos organizativos formaliza-dos en roles). Las estructuras, que son formas consolidadas y configuradas de acciones sociales, deben ser consideradas tanto como vínculo a la acción humana, que como ayuda para ulteriores capacidades (gobierno de una creciente complejidad), jamás son factores que determinen de forma absoluta a la acción, por la naturaleza ambivalente de las normas y de los roles que los componen.

En principio podríamos pensar que, en la teoría relacional, la realidad social126 esta hecha de relaciones. Pero no es así, se da un paso más y decisivo que hay que tener muy presente a la hora de introducirnos en el universo rela-cional de la teoría donatiana: ella misma, la realidad social es relación social, esto es, un complejo y articulado sistema de interdependencias creado por las propias actividades humanas que son posibles si y en cuanto ellas mismas son relaciones sociales; conexiones intencionalmente activadas por el actor social que, sin embargo, para actualizarlas, necesita y demanda de un código normativo de referencia. La relación social es pre-condición para cualquier otra relación social.

Según esta perspectiva de análisis y acercamiento a la realidad social, en la explicación y comprensión de cualquier fenómeno social, dar prioridad o privilegiar sólo los factores estructurales (o posicionales) significa ignorar y

125. En este sentido, y según Donati (1991b:472), el mayor error de la perspectiva fenomenológica es comenzar ubicando en epoché las relaciones sociales para re-encontrarlas como producto de la inter-subjetividad. No en vano, es algo que muy raramente consigue.126. Con el término “realidad social” Donati entiende “el conjunto de las relaciones en las que el hombre (como individuo, como grupo, como movimiento colectivo) ha estado, está y/o estará insertado. La realidad social primaria-mente es la interhumana; y en segundo lugar entre el hombre y los objetos de naturaleza física (las cosas) si y en cuanto la relación de un sujeto humano con una cosa está socialmente mediada (a través de expectativas recíprocas, valores, símbolos, representaciones e instituciones sociales)” (Donati, 1991a:142).

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ocultar totalmente al actor social en su concreción (como presuposición de la relación social) y traicionar una de las premisas y asunciones de base de los estructuralistas (es decir, la asunción según la cual necesitaría estudiar la concreta y precisa relación entre sujetos y no entre variables). Privilegiar o ubicar en una posición central sólo a los factores simbólicos (intencionalidad y voluntad) significa cerrarse a toda posibilidad de comprender factores, esce-narios, situaciones y contextos que de hecho hacen posible una relación social. Posibilidad entendida como: pre-condición, selección entre más y diversas alternativas, reducción de la complejidad.

Técnicas

Para el contraste y la verificación de las hipótesis, los investigadores que se identifican y reconocen en el paradigma de redes pueden y en la realidad hacen referencia a dos grandes familias de los métodos cualitativos y cuantitativos. Y en el interior de estas dos familias, el investigador tiene a su disposición “instrumentos” más o menos apropiados y coherentes para el análisis de los retículos. En general, técnicamente, nada impide o es un obstáculo para que pueda analizar y estudiar un fenómeno social según una perspectiva relacio-nal utilizando instrumentos claramente tradicionales como las survey de base individual, o bien entrevistas en profundidad, o historias de vida.

Los primeros estudios e investigaciones sobre “retículos”, pensemos en los ya clásicos trabajos de Barnes (1954) y de Bott (1957) que han sido citados en anteriores capítulos, fueron conducidos con una instrumentación típica de las investigaciones cualitativas socio-antropológicas. No resulta arriesgado decir que éstas tenían poco o nada en común con la network analysis (entendida como conjunto de técnicas específicas para el estudio de las redes), tal y como la conocemos hoy. Paralelamente, los primeros estudios empíricos de Litwak sobre la familia extensa modificada pueden ser vistos y contemplados como el resultado de una forma tradicional de hacer investigación (survey de base individual), con el objetivo no de estudiar a la comunidad, sino concretamen-te las relaciones comunitarias. Y en esta línea se insertan con toda claridad los trabajos, por ejemplo, de Mutti (1992) sobre las relaciones de vecindad, de Donati y Colozzi (1995) sobre la asistencia de comunidad, o bien el análisis de redes de apoyo hecho con la ayuda de los datos sobre estructuras y sobre comportamientos de la familia de Di Nicola (1988).

Sin embargo, la posibilidad de analizar, desde un punto de vista cognitivo, las redes con una instrumentación tradicional, no puede hacer pasar a un olvi-

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dado segundo plano el notable esfuerzo realizado en estos últimos años por desarrollar técnicas de análisis específicamente articuladas para el estudio de los retículos sociales. Se trata de un esfuerzo señero que se ha realizado amplia y extensamente tanto en dirección cualitativa como cuantitativa.

En el ámbito de la antropología social, para superar los límites y sombras encontrados en las investigaciones que tenían la profundidad y el espesor de las clásicas “novelas rusas”, pero poca sistematicidad y síntesis, Mitchell ha pretendido enlazar el análisis de las redes sociales a la llamada teoría de grafos. Esta última puede ser considerada como un instrumento matemático adecua-do en el que las relaciones sociales son relaciones binarias claramente definidas en conjuntos finitos de objetos (Mitchell, 1969; Boissevain, Mitchell, 1973). Esto es, integrando, por tanto, las técnicas cualitativas con algunas medidas estadísticas.

En el terreno de las investigaciones llevadas a cabo con metodologías cuan-titativas, la crítica al paquete estadístico SPSS, que, para los estructuralistas, se ha convertido en una pretendida “imagen del mundo”, una simulación de la realidad, ha llevado a la predisposición de instrumentos y técnicas de recogida y tratamiento de los datos de tipo relacional, que representan, desde el punto de vista teórico, el billete de visita y el factor caracterizador de los estructura-listas y de la network analysis (véanse, por ejemplo, Scott, 1991; Marsden, Lin, 1982; Knoke, Kuklinsky, 1982; Chiesi, 1981; Lomi, 1991).

6.3. Ni holismo, ni individualismo, la nueva mirada relacional

La concreta y precisa referencia a la llamada sociología relacional no exime ni mucho menos de una específica profundización en esta peculiar modalidad de adentrarse en la realidad social (Donati, 1991a; 199b). Una modalidad que ambiciona, o por lo menos esa es una de sus grandes pretensiones, a presen-tarse como un nuevo planteamiento cognitivo que se distancia y aleja tanto de la sociología de la acción ligada al individualismo metodológico, como de la sociología de los sistemas sociales, vinculada al holismo metodológico.

En la primera perspectiva, los fenómenos sociales son imputados a los individuos, mientras que la segunda los atribuye a los sistemas. La propues-ta concreta que nos plantea la sociología relacional es la siguiente: observar relaciones, pensar a través de relaciones y comprender/explicar mediante rela-ciones. Como teoría, también implica, y todo hay que decirlo, una metodología

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propia. Esta rechaza tanto el individualismo, como el holismo metodológico. Aún más, en cuanto teoría y metodología, la sociología relacional no repre-senta una “tercera vía”, sino un punto de vista, una nueva mirada, totalmente diferente. Como tal, conlleva una operatividad práctica de la sociología, es decir, una utilidad profesional que encuentra su paradigma en la “intervención de redes”.

La sociología relacional es una forma de observar/pensar cuyo punto de partida es el siguiente: los problemas de la sociedad son problemas generados por relaciones sociales; y es por este motivo por lo que se propone comprenderlos -y, si es posible, resolverlos- no sólo en función de factores individuales/volunta-rios o colectivos/estructurales, sino a través de nuevas relaciones sociales y nuevas conexiones de relaciones. No resulta arriesgado decir que nos encontramos ante una perspectiva bastante compleja. No en vano, una de sus mayores aspiracio-nes es concretamente formular una teoría y un método que sean capaces de gestionar órdenes más complejos de realidad.

Emerge un interrogante que podríamos considerar de calado: ¿Quién debe activar o implementar tales conexiones? La respuesta, que no se hace esperar, es la siguiente: el observador, cualquier posible observador. Y en primer lugar los propios sujetos implicados, individuales y colectivos. Ahora bien, esto no es viable sin la colaboración expresa de quien los observa en el interior de una red más amplia, red que es vital tanto para la generación, como para la posible solución de tales problemas. Cada relación (entre Ego y Alter) siempre tiene algunos déficits de auto-gestión. El motivo es bien sencillo: toda relación no puede activarse y observarse por sí misma. Para poder obtener una mayor conformidad necesariamente debe ser observada y sostenida por otras rela-ciones. Estas la observan y pueden influir desde el exterior, e incluso en el interior de un sistema relacional más general, que es la red “significativa” (de Ego y Alter).

La sociología relacional contempla la realidad desde una perspectiva que, al mismo tiempo, es difusa y específica. Nos referimos a la óptica de la relacio-nalidad. Veamos estos dos calificativos con más detalle. Merece la pena.

La perspectiva es “difusa” porque la relación social circula por toda la socie-dad. Aún más, la sociedad, en cada uno de sus ámbitos y escenarios, está hecha por y de relaciones sociales, aunque concretamente las observemos como rela-ciones económicas, políticas, jurídicas, psicológicas, etc. Y es “específica” en cuanto que la relación no se observa y contempla desde un punto de vista

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lógico, económico, político o jurídico, sino desde el punto vista social. Esto conlleva una interpretación (o atribución) de sentido por parte de los sujetos recíprocamente implicados. Dicho en otros términos, tanto descriptiva como normativamente, no se basa en los individuos, ni en las estructuras sociales como tales, sino en las relaciones sociales -en su análisis, interpretación y valo-ración- como presuposiciones de los problemas y como medio para su posible solución.

Desde el punto de vista de la aplicación lo que se pretende es lo siguien-te: producir, mediante la intervención de redes, un cambio, una mutación que permita a los sujetos gestionar sus propias relaciones significativas (en acto o poten-ciales) utilizando los recursos humanos y materiales, manifiestos o latentes, que aparecen en el contexto de referencia. El objetivo es realizar una auto-regula-ción adecuada, o por lo menos suficiente, para solucionar problemas que, de otra forma, solamente serían conceptuados y percibidos como problemas de actores particulares o de entidades colectivas abstractas.

¿Dónde nace la sociología relacional? No nace en el vacío, de la nada, ni tampoco está determinada o condicionada a priori por una teoría “cerrada”. “Cerrada” en el sentido de que está concebida o se concibe como comple-ta o auto-referencial127. Históricamente propone y plantea con toda claridad el desarrollo de una forma particular de sociedad: la “sociedad relacional” (Donati, 1991a). Esta se caracteriza por ser (bien sea como norma o como distinción-guía) la continua generación de procesos de diferenciación y de reintegración de las relaciones sociales, tanto inter-subjetivas (redes primarias), como generalizadas (redes secundarias, impersonales y organizativas). Más concretamente, representa una sistemática, llamémosla así, “creación destructi-va” de las relaciones sociales a lo largo del extenso continuum micro-macro.

En síntesis, la sociología, aunque me gusta más decir, la mirada relacional presupone el “cambio relacional” de la sociedad, cambio que se ha realizado con la modernidad, pero que va más allá de ella. Fomenta y promueve esa visión relacional de la sociedad que se inició, como se ha podido comprobar en anteriores capítulos, con Marx, Durkheim, Weber, Simmel, von Wiese y Sorokin, visión que en estos clásicos de la sociología tiene un carácter limitado y parcial. El “cambio relacional” del que hablamos precisamente consiste en: la emergencia o el afloramiento de un código simbólico particular para la dife-renciación y autonomía de las relaciones (en sentido lógico, histórico y social) y el

127. Un buen ejemplo de teoría “cerrada” es la teoría sistémica neo-funcionalista propuesta por Luhmann.

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desarrollo de una relacionalidad sin precedentes, según un itinerario o recorrido que, iniciado en el mundo moderno, continúa en los actuales procesos morfogené-ticos de la sociedad.

Las reflexiones desarrolladas en los capítulos segundo, tercero, cuarto y quinto, unas reflexiones que estaban encaminadas a encontrar un hilo conductor que permitiera orientarnos en el interior de estudios, investigacio-nes, intentos de interpretación de lo social que de una forma u otra evocan el concepto de red, de retículo social y de relación social (conceptos utilizados con diferentes niveles de formalización y explicación), han permitido indi-viduar el nacimiento y difusión de un nuevo paradigma –el paradigma de redes-: la clave que reúne, y para algunos aglutina, diversas teorías e hipótesis interpretativas de los mecanismos de funcionamiento de lo social, de la reali-dad, de la sociedad.

Social, realidad, sociedad: tres palabras que pueden utilizarse, en una acepción común, como sinónimos, pero que de hecho no lo son. Utilizarlas todas y las tres conjuntamente, sin alguna explicación, como si fuesen sinó-nimos, en referencia al concepto de paradigma, se ha hecho con la finalidad de revelar que el paradigma es un marco de referencia de fondo, corroborado por teorías reconocidas como válidas, que orienta y da sentido a las praxis de quien produce conocimiento. Por tanto, es una forma de producir y generar conocimiento que define y ubica –con un específico lenguaje- los problemas a investigar y los métodos legítimos a utilizar.

Aún asumiendo, como también hace el paradigma de redes, una específica perspectiva bajo cuya luz se define el objeto de conocimiento, en el paradig-ma no se plantea el problema –filosófico- de la relación entre los marcos de referencia y la realidad. Esta última, la realidad, se da por descontada, salvo “leerla” con categorías interpretativas adecuadas. El salto desde un paradigma a otro no tiene lugar cuando todas las teorías que convalidan al viejo para-digma han sido falsificadas, sino cuando el modelo de funcionamiento de la realidad propuesto y concretado por un paradigma ya no es adecuado. Sirva como ejemplo el hecho de que la demostración del carácter esférico de la tierra es en muchos siglos anterior al nacimiento del paradigma astronómico moderno: pero tal teoría, aun siendo verdadera y demostrada, se ha converti-do en operativa (se ha expresado en un lenguaje adecuado a la realidad) sólo cuando el desarrollo técnico, económico y social han inducido al hombre a superar las llamadas columnas de Hércules, a salir del Mediterráneo y aven-turarse en el Océano. Sólo se ha convertido en operativa cuando ha cambiado

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y mutado la realidad, no física obviamente –al haber sido siempre esférica la tierra-, sino social, como ámbito y escenario de vida (en este caso exploracio-nes y comercio) producido y reproducido por la acción humana.

La distinción realizada entre paradigma de redes y sociología relacional, que tienen explícitas y concretas conexiones, en algunas ocasiones bastante profundas, deriva del hecho de que el planteamiento relacional, en cuanto que tal planteamiento, no se limita sencillamente a asumir y definir la realidad, lo social como relación social, sino que también plantea muy expresamente el problema –de gran calado- del por qué (tema filosófico) la realidad social es relacional.

El planteamiento, a diferencia del paradigma (que se puede entender como “lenguaje” con el que se formulan los problemas y se expresan las respues-tas), “es –como señalamos al inicio del capítulo segundo- una teoría compleja (global) sobre la entera realidad social (no sobre singulares aspectos o fenóme-nos) guiada por objetivos/intereses específicos (intenciones de la teoría contenida) basada en asunciones de relevancia, explícitas o implícitas, referentes a lo que se quiere conocer. Un planteamiento puede utilizar métodos diferentes y también diversos paradigmas al mismo tiempo. Es importante revelar que, como tal, el planteamiento mezcla al mismo tiempo: a) juicios de hecho (teorías científicas verificables), con b) juicios de valor (valoración de hechos y de teorías según un cierto sistema de valores), los cuales influyen (i) sobre los asuntos de relevancia (aquello que considero relevante conocer) y (ii) sobre los objetivos/intereses de la teorización. En el planteamiento sociológico se realizan, por tanto, elecciones de valores que son pre-científicas (temas de relevancia) y meta-científicas (objetivos/intereses de la teoría)” (Donati, 1991a:36).

Si en su primera, y ya lejana, formulación sistemática (Donati, 1991a)128 de la denominada sociología relacional, el mismo Donati la definía no como una sociología o un planteamiento más, sino como la “propuesta de un framework conceptual de referencia generalizado que, como meta-código, puede unir y dife-renciar las diversas sociologías confiriendo su sentido y un rol específicos en el interior del más general saber sociológico” (Donati, 1991a:237), sucesivamente la sociología relacional ha adquirido mayor complejidad, y ha asumido los rasgos de un diferente y peculiar planteamiento cognitivo, que a partir de una concreta y específica epistemología relacional, propone una teoría compleja y articulada sobre la entera sociedad (Donati, 1991b).

128. La primera edición de la obra aquí citada (Introduzione alla sociologia relacionale) es de 1983.

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Partiendo de la asunción filosófica más apropiada para tal disciplina, “aquella según la cual el hombre es –en su ser (y el ser en cuanto tal es el objeto de la filosofía)- zoom politikon (animal político), es decir un ser viviente natu-ralmente sociable” (Donati, 1991a:117-118)129, para Donati “el objeto de la sociología es: a) en primer lugar, el hombre en cuanto agente social concreto, es decir, determinado (en el sentido de especificado, individuado) y deter-minante de las relaciones sociales, y b) en segundo lugar, el producto de las acciones humanas, o sea, las formas de la organización social (estructuras e instituciones) históricamente condensadas” (Donati, 1991a:117).

Por tanto, es central en este planteamiento el concepto de relación social –realidad externa que especifica a las personas si y en cuanto la viven inte-riormente (Donati, 1991a:112)- que “tiene una cierta autonomía respecto al individuo, una realidad, aunque ontológicamente derivada, sui generis. Tiene una naturaleza que no es aquella que Durkheim ha querido reconocer a lo social, una realidad que existe prescindiendo de los individuos, sino una naturaleza que debe su ser propiamente a los individuos. Una naturaleza que propiamente sólo existe por y en los individuos, pero que tiene, sin embargo, su realidad, autónoma, que tiene que ver con las modalidades con las que los individuos se relacionan los unos con los otros” (Padovani, 1996:87).

Decir que la relación social tiene una realidad sui generis implica y significa afirmar que no es la pura y simple derivación de “algo distinto”, sino que refleja y conlleva un propio orden de realidad (con niveles internos) que necesita una atención particular y una gestión teórico-práctica. A su vez, este orden de realidad no puede reconducirse a este o aquel factor (o variable) particular y concreto (como, por ejemplo, el poder o la utilidad del intercambio), sino que es la misma relacionalidad de lo social. Esta última tiene concretamente un fundamento empírico en la experiencia: así como, en el sistema de referencia orgánico, el hombre no puede existir sin aire y sin comida, en el sistema de referencia social el ser humano no puede existir sin relacionarse con los demás. Esta relación es lo “constitutivo” de su poder ser persona, de igual manera que el aire y la comida lo son para el cuerpo. Si anulamos o eliminamos la relación-con-el-otro la gran consecuencia que se derivará es que habremos anulado la

129. “He aquí –continua Donati- el punto de acuerdo entre filosofía (metafísica) y sociología: la sociología parte donde la filosofía culmina su propio objetivo al decir que forma necesariamente (por naturaleza) de la existencia humana tener una vida en comunidad, y que en consecuencia toda acción humana siempre tiene una dimensión social (ya sea en las causas que la ubican en ser, ya sea en sus finalidades)” (Donati, 1991a:118).

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relación-consigo-mismo130. Precisamente, ésta es, y no otra, la materia prima con la que pueden y deben trabajar las Ciencias Sociales.

Pero demos un paso más en este proceso de acercamiento y conceptuali-zación sobre qué es la relación social para la mirada sociológica relacional. Para Donati, la relación social es y se presenta como la clave para ingresar en el sujeto y en el objeto que se quiere conocer, y no viceversa (Donati, 1991b:72)131, en cuanto que la relación social, como realidad sui generis, no es el simple producto o derivado de algo (las estructuras o la acción dotada de sentido) y un orden propio de realidad que requiere una específica acción132. Esta viene dada por un cambio en la perspectiva de análisis: estudiar no tanto las relaciones entre hechos sociales, como estudiar los hechos sociales como propiamente relaciones, a la luz del realismo crítico relacional.

El cambio de perspectiva, por tanto, no es sólo, como podría pensarse en primera instancia, de tipo metodológico (y como tal traslada a un específico paradigma), sino que es, por decirlo de algún modo, mucho más radical, en cuanto presupone, para Donati, la capacidad de añadir un nivel más profundo y verdadero de realidad.

Para la sociología relacional, en la formulación propuesta por Donati, el “realismo” que se asume no es ni materialista, ni vitalista, significa que el conocimiento puede acceder a lo real, que supuestamente es inteligible, “allí donde por realidad se entiende lo que existe en sí externamente al pensamiento que lo piensa, y aquello que es diferente del sujeto consciente no coincidiendo con su conocimiento” (Donati, 1991a:225-226). El adjetivo “crítico” indica que los conceptos descriptivos y explicativos utilizados en sociología no son independientes del conocimiento, intencionalidad y auto-interpretación de los agentes (actores sociales, objetos del conocimiento), esto es, que se conoce

130. No es extraño que los que plantean vaciar de contenido el self como “vía (como know-how) para la ética”, a posteriori no manifiesten ningún interés por la sociedad (por ejemplo Maturana y Varela, 1990). La perspectiva relacional se distingue de la sistémica concretamente en lo siguiente: mientras que esta última acepta y fomenta -implícitamente o no- la implosión de las relaciones sociales, la perspectiva relacional intenta ponerlas de manifiesto. Como consecuencia, se ubica en una posición opuesta a las teorías y autores que defienden este planteamiento: para el trabajo social resulta “muy difícil” leer y gestionar las relaciones sociales. El resultado es orientarse hacia un planteamiento técnico (por ejemplo farmacológico) que se centra en el individuo de los problemas sociales.131. Algunos ejemplos de ese procedimiento aplicados a temas como la salud, la familia, la enfermedad crónica, el Estado social pueden encontrarse en Donati (1984a), (1984b), (1993), (1995), respectivamente.132. Donati (1991b) desarrolla un análisis de las diferentes acepciones y definiciones de relación social, confron-tando autores clásicos (Marx, Durkheim, Weber, Simmel) y contemporáneos (Parsons, Baudrillard, Habermas, Giddens, Ardigò, Alexander) y añade como conclusión que “si se quiere aceptar el desafío y comprender la sociedad relacional que está naciendo ante nuestros ojos, es necesario ubicar la relacionalidad en el nivel de presuposición general primera, en el ambiente metafísico de la teoría” (Donati, 1991b:66).

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ubicando en interacción a observador y observado, y con ello manteniendo una distancia de aproximación y alejamiento, incluso de la misma actividad de observación. “Relacional” significa que el conocimiento se realiza y activa a través de relaciones definiendo relacionalmente el problema, los objetos, el escenario, el mismo horizonte del conocimiento y de la acción social, y que la relación es el objeto específico de la sociología.

En el ámbito del planteamiento relacional, el “juicio de valor” (esto es, la valoración de las teorías y de los hechos según un determinado y concreto sistema de valores), asienta sus raíces en la asunción filosófica (referente a lo verdadero/falso) no demostrable empíricamente según la cual el hombre es, naturalmente, animal político, y por tanto social y relacional. Ya que la rela-ción social, que vive de y para los agentes, está intrínsecamente constituida por actos que están, siempre y al mismo tiempo, dotados de sentido y estructu-ralmente determinados, se deriva que cualquier fenómeno o comportamiento social que muestre estar desequilibrado o en un sentido o en otro, es asumido como indicador de patología social, de crisis. Dicho en otros términos, las patologías sociales son expresión y se manifiestan como ruptura o distorsión de las relaciones, ya sea en la dirección de puro individualismo, ya sea en la dirección de la emergencia de sistemas sociales que no permiten la producción de sentido e intencionalidad en las relaciones inter-humanas.

Por otra parte, y a partir de los presupuestos filosóficos fundamentales anteriormente expresados, la sociología relacional, cuando valora y juzga la capacidad explicativa de algunas teorías (también de aquellas que entran en el paradigma de redes) no puede y no podrá nunca considerar adecuada y total-mente aceptable la teoría estructuralista. El motivo es bien sencillo, esta última sólo “observa” y tiene presente en la relación los aspectos estructurales, igno-rando y condenando al ostracismo los aspectos culturales referentes al sentido intencionado de los actores (por lo que la estructura –relación estructural- es asumida como algo que es externo y está fuera del individuo). Tampoco acepta, ni aceptará, las teorías del intercambio, especialmente aquellas de clara matriz utilitarista. Y el argumento no es otro que el énfasis que estas últimas hacen de los componentes individuales y motivacionales del comportamiento del agente, sosteniendo con rotundidad una visión constructivista de la reali-dad (las relaciones como producto o derivación de la sola intencionalidad).

En el planteamiento y mirada relacional donatiana la profunda compene-tración y convergencia de elementos epistemológicos, cognitivos, teóricos y empíricos con el objetivo de arrojar luz y revelar cómo las actuales represen-

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taciones de la sociedad cada vez son menos adecuadas para comprenderla y explicarla, se recoge claramente en los siguientes párrafos. No resulta arriesga-do afirmar que pueden ser asumidos y considerados como el “manifiesto” de la sociología relacional. Como muy bien sostiene Donati (1991b:11-13):

» Lo social da la impresión de haberse disuelto. Las sociedades contempo-ráneas parecen haber perdido la capacidad de auto-representarse. Aún no sabemos decir si se trata de una pérdida definitiva debida a factores irrever-sibles (conectados a la llamada evolución social, como sostienen algunos), o bien de una dificultad tan sólo temporal y reversible. La mayor parte de los sociólogos tienen la sensación de que se trata de una dificultad de carácter estructural tras la que se esconde una creciente improbabilidad objetiva de pensar, reconfigurar y actuar lo social. Además, la sociedad ha perdido, sin razonables esperanzas de recuperación, gran parte de las posibilidades de darse una representación simbólica claramente convin-cente. Parece que toda nueva representación de la sociedad no puede ser más que ilusoria y provisional. En ningún momento estas afirmaciones suponen un cierto sentimiento de nostalgia hacia el pasado, sentimiento que atribuye, más o menos implícitamente, cierta superioridad a estados menos diferenciados de lo social (es decir, a relaciones “más compactas” y “densas” en contenidos).

» El orden social ya no puede representarse y concebirse como organicidad o como conflicto según líneas predefinidas. Aparentemente esto se liga al denominado “fin de las ideologías”. Menos claro, sin embargo, es cómo se puede hablar de un orden a través de “rumores” y diferenciación funcio-nal. Por tanto, se entiende cómo las sociedades avanzadas, cada vez con más frecuencia, no consiguen elaborar y producir los efectos esperados a partir de las acciones programadas.

» La sociedad se convierte en un fenómeno social emergente, es decir, una realidad que no puede ser explicada a partir de cada uno de sus elemen-tos.

» La teoría relacional propone elaborar una representación sociológica de la sociedad adecuada a su carácter de fenómeno “emergente”: no la contem-pla ni como entidad en sí misma, ni como gran representación, sino como relacionalidad; la sociedad actualmente sólo se la puede compren-der si se la piensa y concibe como relación.

» La sociedad “no es ya el producto de una visión desde arriba que se aplica, por así decir, normativamente hacia abajo. Tampoco es, como algunos sostie-nen, una construcción desde abajo. Lo alto y lo bajo de la sociedad, tal y

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como vienen entendidas estas figuras, no se dejan reducir la una a la otra. Así como la teoría no se deja reconducir a los hechos empíricos, ni viceversa. La sociedad es una realidad sui generis que se desarrolla como asociación (...) sobre la base de estructuras y sobre el fondo de un horizonte que son pre y meta-sociales. En condiciones de elevada modernización, sólo las podemos comprender como relación” (Donati, 1991b:12).

» Deben cambiar nuestras representaciones de la realidad: para realizar este objetivo, la sociología relacional debe reformular las premisas cogni-tivas y los modelos interpretativos en interacción con las modalidades operativas de “hacer sociedad”.

» Se debe desarrollar una teoría, desde el punto de vista epistemológico, que asuma como presuposición primera de la sociología no el concepto de organicidad vitalista, la oposición estructurada o funcional, sino la rela-ción social. De esta forma es posible no separar los diversos, y tampoco hacerlos intercambiables o funcionalmente equivalentes: sin embargo, se puede buscar una nueva adecuación relacional al propio objeto. Las reali-dades sociales pueden concebirse mediante las relaciones sociales que las constituyen.

» Desde un punto de vista metodológico, se deben considerar los modelos y los métodos de investigación como casos particulares de un análisis más general, que es el relacional.

» Desde el punto de vista aplicativo, la sociología debe concebir las inter-venciones como “gestión de relaciones”. Esta podría contribuir a modificar instituciones, formas, estructuras y procesos sociales si y en cuanto consiga pensar y actuar a “través de relaciones sociales”: aquellas que definen la interacción entre observador y observado, así como, más en general, entre los actores sociales participantes. La política social podría convertirse en una construcción de sistemas de observación-diagnóstico-guía relacional como vimos de forma detallada en la introducción de este volumen.

“Tal teoría razonablemente puede sostener un conocimiento de la realidad que esté a la altura de los riesgos y de los desafíos que aumentan cada vez más cuando las innovaciones artificiales crean un déficit estructural de capacidad reflexiva y de orientación” (Donati, 1991b:13).

Para Donati, y lo hemos precisado en más de una ocasión, las relaciones son una categoría del pensamiento y de la realidad que está en los hechos; las rela-

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ciones sociales existen: no son una pura abstracción mental de quien observa la realidad, no son una proyección de los individuos (la construcción social de la realidad), ni un producto de los sistemas; individuos y sistemas sociales en buena medida son productos de las propias relaciones sociales. Más concreta-mente, estas últimas existen con, a través y en los sujetos que las actualizan.

“No son los sistemas los que actualizan las relaciones, sino los sujetos, personas o grupos sociales. Por otra parte, sin embargo, las relaciones, para estar actua-lizadas, deben sustraerse a las condiciones de posibilidad de los sistemas dentro de situaciones determinadas” (Donati, 1991b:24-25).

La existencia de la relación in re, como presupuesto fundador de toda la sociología relacional, traslada a una específica concepción de la naturaleza humana (hombre como animal político, social y relacional) y de la socie-dad (entendida como realidad sui generis). La posibilidad de poder conocer, comprender y analizar la relación social como realidad in re, equivale a decir como realidad “real” (que existe más allá de las categorías de análisis utiliza-das por el observador), depende de su ser una categoría del pensamiento y de la realidad.

Estos son los elementos –los presupuestos filosóficos y epistemológicos- que caracterizan a la sociología relacional como planteamiento cognitivo, y no como paradigma que, como se ha subrayado, no afronta el problema de qué “realidad” se está estudiando y de la relación entre esta realidad y las cate-gorías mentales del observador. Para el paradigma la realidad está “dada”: el problema es expresarla con un lenguaje que la haga inteligible, que arroje luz sobre las múltiples y variadas sombras de lo social, y lo hagan concretamente formulando hipótesis –a verificar- respecto a su funcionamiento.

6.4. Por qué observar/interpretar la sociedad como red: un argumento

Con un incipit que desea ser una dedicatoria, Boudon transforma la afir-mación de Pareto, según el cual “la lógica busca por qué un razonamiento es erróneo, la sociología por qué obtiene un difundido consenso”, en el hilo conduc-tor de toda su reflexión:

“La cuestión de saber cómo y por qué se adhiere a una determinada idea, y cuáles son, para adoptar una expresión de Pascal, las fuerzas que nos inducen a consentir” (Boudon, 1990:21).

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Parafraseando a Boudon, se puede sostener que la lenta, pero constan-te difusión del paradigma de redes133 concretamente depende del siguiente hecho: están en acto fuerzas que nos inducen a consentir, es decir, que nos persuaden a considerarlo un paradigma que se adapta mejor para comprender y explicar los mecanismos de funcionamiento de la sociedad contemporánea. Cuando Donati (1991b) afirma que la sociedad contemporánea es cada vez más relacional, y que lo social parece haberse disuelto, traslada sustancialmen-te a dos órdenes de problemas:

» Al problema de las nuevas configuraciones sociales que están emergien-do, por efecto de la creciente complejidad social.

» Al problema de los límites que las tradicionales representaciones –e interpretaciones- de lo social (la “representación” organicista o sistémica, tanto en las versiones funcionalistas que del conflicto) encuentran en el reflexionar sobre comprender y explicar lo social.

La emergencia de nuevas configuraciones sociales significa que actualmente, desde el punto de vista del actor social, sexo, edad, ocupación, por ejemplo, ya no identifican claras y precisas posiciones sociales, a las que están conectados otros claros y precisos roles, que definen y delimitan la identidad del sujeto. Veamos algunos ejemplos.

Hace algunos años (pensemos en la España de los años 50) una mujer de 35 años era, muy verosímilmente (y mediante) casada, madre y con una escolarización más baja que la del marido, perfectamente integrada en su rol de mujer-madre para el que había sido socializada desde los primeros años de vida; actualmente, la edad de una mujer dice poco –como representación social de su identidad y como variable “predictiva” de su comportamiento- respecto a la posición social que se piensa que debe o puede ocupar.

Y el discurso análogo se puede hacer del hombre. Paralelamente, en una sociedad en la que el trabajo, de actividad casi “natural” del hombre que lo acompañaba casi toda la vida, se convierte en condición terminal (es una fase, la laboral, que se inicia y concluye en un periodo temporal definido),

133. El concepto de red no se ha introducido sólo en la sociología: actualmente sus aplicaciones se han difundido en el ámbito del análisis de las organizaciones y del sistema económico. Por ejemplo, cada vez es más frecuente que los complejos industriales, que experimentan crecientes procesos de des-localización productiva, sean analizados como redes, en cuyo interior los nudos (unidades productivas) están conectados con otras redes que traspasan los límites nacionales: nudos de un tejido productivo cuyos límites no son definibles, ni desde el punto de vista territorial, ni desde el punto de vista del bien producido o del servicio vendido.

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y, sobre todo, contingente, sometido a vínculos y reglas que para el actor social responden a una racionalidad opaca y oscura, ininteligible (por la que conviven fenómenos de plena ocupación y de desocupación estructural), el trabajo ya no puede ser contemplado como una categoría “clasificatoria” del actor social, ni puede ser considerado uno de los ejes centrales, respecto al que el actor social define su identidad, entendida como “capacidad de captar la dialéctica entre auto-reconocimiento y hetero-reconocimiento, entre individua-ción (diferencia de los otros) e identificación (igualdad con los otros)” (Sciolla, 1995:4-5).

Desde el punto de vista del sistema, ya no se puede “pensarlo”, ni en sus mecanismos, ni en su funcionamiento, como un conjunto predefinido de partes, funcional y recíprocamente conectadas y ligadas, con límites defini-dos, aunque variables, que modifica sus estructuras internas mediante un intercambio continuo con el ambiente. No debemos de olvidar, y esto hay que tenerlo muy presente, que desde un punto de vista analítico es imposible fijar los límites. Sostener que hoy cuanto sucede en Hong Kong no es irrele-vante para el señor Del Jesus, empresario que habita en Jaén no sólo es una forma paradójica de expresar la complejidad: es una forma paradigmática (es un razonamiento “ejemplar”, según una de las dos acepciones de paradigma propuestas por Kuhn). Significa no sólo que el señor Del Jesus, a diferencia de cuanto podría haberle sucedido a su abuelo, no ha seguido y/o tenido la posibilidad de ser informado sobre la incorporación de Hong Kong a China (información que ha tenido un impacto sobre su visión del mundo y de sí mismo en el mundo), sino que significa que si jamás la incorporación de Hong Kong a China debiese tener repercusiones sobre el sistema económico español, muy probablemente se modificaría también el poder adquirido por sus ahorros.

Estas nuevas configuraciones sociales necesitan de nuevos y diferentes paradigmas cognitivos, más adecuados para su representación social y socio-lógica. El paradigma de redes puede ser entendido como formulación –o si se quiere, intento de formulación- de una nueva y diversa representación, que no pretende decir nada sobre la naturaleza ontológica de la realidad social y de lo social.

La superación de los conceptos de rol, posición y función social, el abando-no del concepto de sistema y la asunción del concepto de sociedad como red de redes y de un actor social cuya identidad es ubicada y definida en el punto de intersección de múltiples círculos sociales, constituyen los rasgos y factores

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distintivos del paradigma de redes. Elementos de una nueva y diferente repre-sentación (interpretación) social y sociológica. En el interior de tal paradigma, se han desarrollado específicas hipótesis interpretativas (teorías) de los fenóme-nos, de los procesos sociales y de las conexiones entre “hechos”. El paradigma de redes no pretende agotar toda la realidad (tal ambición es, como se ha visto, propia del planteamiento relacional donatiano). Tan sólo aspira a sondear la capacidad heurística de una nueva forma de plantear problemas y buscar solu-ciones. Por análogos y razonables motivos, las teorías propuestas no tienen la ambición de explicar “todo”, sino sólo intentar exponer de manera diferente y diversa problemas que ya no encuentran una adecuada y coherente expresión en las tradicionales “representaciones” de lo social y de la realidad.

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HA TERMINADO LA EXCURSIÓN

Nuestro recorrido está a punto de terminar. Como se ha podido compro-bar, en estas páginas, al encarar el apasionante tema de las redes sociales y de la network analysis, hemos seguido un procedimiento, algunos llamarían protocolo, que en muchos de sus aspectos puede ser calificado de inductivo. El objetivo no ha sido otro que el llevar a cabo una reconstrucción a posteriori del frame teórico explícito e implícito, aunque muchos consideraran que está oculto, en el análisis de redes. No ha sido una tarea fácil. El rompecabezas que hemos tenido ante nosotros tenía muchas piezas, y algunas de ellas eran de difícil encaje.

Podrían haber sido más, pero no ha sido así. Dos eran los puntos clave de los que partía una reflexión que para muchos será una mera descripción. Ahora bien, y sin ánimo de ser pretenciosos, podemos asegurar que, más allá de lo descriptivo, aquellos que quieran correr el riesgo de navegar por estas páginas podrán encontrar algunas piezas de carácter sistemático y analítico.

Uno de estos puntos clave era la verificación, aunque con sus correspon-dientes altibajos, de la progresiva difusión de un planteamiento cognitivo sobre la realidad de tipo reticular que se ubica más allá de una serie de dialéc-ticas clásicas que, y merece la pena decirlo, pertenecen a una modernidad que forma parte del pasado. Dialécticas del tipo acción/estructura, mundo vital/sistema… Posiblemente esto sea lo que hace del concepto teórico-empírico de redes el elemento central y distintivo. El otro punto clave era la constante y tozuda persistencia de un profundo sincretismo teórico que hace difícil, muy difícil, una clara y precisa ubicación de la network analysis entre el amplio y variado mosaico de teorías sociológicas que se han sucedido en las últimas dos centurias.

Nacida y bautizada como respuesta crítica al dominante y, porque no, asfixiante funcionalismo en el ámbito de la antropología social, inicialmente la network analysis se ha caracterizado como el intento de integración cogni-tivo de una realidad –las sociedades africanas en transición- que difícilmente podía ser comprendida y explicada a través de las categorías interpretativas más marcadas por los tintes tradicionales, como, por ejemplo, y perdonen que seamos reiterativos, el anquilosado funcionalismo.

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Sin mucha pasión, aunque que con mucho rigor, se habla de integración cognitiva, en cuanto que en las intenciones del mismo J. C. Mitchell el análi-sis de los retículos sociales no sustituía, o por lo menos no pretendía sustituir, a métodos de investigación tradicionales. Al contrario, teniéndolos muy presentes y apoyándose en ellos permitía sacar a la luz aspectos de la reali-dad que difícilmente podían ser explicados en su totalidad, y con todas sus dimensiones, a partir de conceptos tales como los de función, posición social y comportamiento de rol. El intento, rehecho y rehabilitado por Mitchell de elegir la teoría de grafos como base matemática y estadística de una modali-dad de lectura de la realidad que fuese más formalizada y menos intuitiva y/o descriptiva, no ha sido un obstáculo ni ha impedido que tal forma de lectura fuese aplicada a las relaciones interpersonales. Aún más, se ha reconfigurado con sencillez una observación de los retículos sociales como realidad latente, opaca en el interior de los más tradicionales planes de investigación: en buena medida correlacionadas con las primeras y maravillosas intuiciones de Barnes, y generalizando el procedimiento cognitivo puesto a punto, no sin notables sacrificios, por Bott.

Barnes y Bott, tras un intenso y tortuoso recorrido plagado de obstáculos que pueden ser calificados de ambigüedades, llegan al concepto de red. Un concepto que se presenta como realidad estructural ubicada bajo y transver-salmente respecto al juego de los roles sociales una vez que están “agrupados”. Estamos ante un hecho de gran calado: ya no son suficientemente explicativas variables tales como la clase social, el sexo, la edad, la residencia que, en la tradición sociológica, entran y se sitúan de forma clara y distinta, sin ningún tipo de dudas, en la definición de rol, posición y comportamiento de rol.

Trasladada, o mejor aún transportada, desde la antropología británica (no es correcto hablar de transmigración: el grupo de Manchester, que tenía como eje central a Mitchell y su planteamiento teórico, se ha disuelto como un azucari-llo, así como se ha mitigado el debate sobre la network, caracterizándose, en el ámbito de las investigaciones socio-antropológicas, cada vez más como mero instrumento heurístico) a la sociología americana, la network analysis, a través de la poderosa síntesis realizada por los investigadores de Harvard entre antro-pología social y análisis de los pequeños grupos, ha asumido su clara y precisa ubicación teórica. El esperado resultado ha sido el proponerse, y no se corre ningún riesgo con esta afirmación, como una de las más interesantes y suges-tivas alternativas al tan criticado y denostado estructural-funcionalismo.

Superados los tan en un tiempo presentes conceptos de sistema y sub-

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HA TERMINADO LA EXCURSIÓN

sistema, abandonada, a pesar de que durante en unas no tan lejanas décadas fue dominante, una visión “voluntarista” del actor social que siempre actuaría movido por motivaciones, objetivos y valores entendidos como pre-condición para la acción, los estructuralistas se adentran y conciben la realidad social como red de redes. ¿Y el comportamiento del actor social? Este último es presentado como “efecto” estructural, transformando de esta manera las moti-vaciones y los “valores” en “consecuencias” de la posición estructural del actor, y no viceversa. Al negar al sistema cultural cualquier función de orientación –si no de verdadera y propia actualización y realización- del obrar dotado de sentido, los estructuralistas manipulan y trabajan sin ningún tipo de controles con un concepto de estructura (entendida como resultado de una multipli-cidad de relaciones sociales –formales e informales, de rol e interpersonales, etc.- que se activan en un específico espacio), que en muchos aspectos, aunque no faltan las críticas, se aproxima al concepto marxista. Pero maticemos, no en los contenidos –los estructuralistas americanos, obviamente, no identifican jamás la estructura con las relaciones de producción-, sino en su capacidad de “determinar” con más o menos precisión a la tan compleja acción humana.

Traspasados los límites iniciales, las llamadas líneas rojas que únicamente reservaban la network analysis a las relaciones interpersonales, abandonadas algunas posiciones numantinas que pretendían, no sin ciertas dosis de peligro, generalizar las dinámicas de las relaciones diádicas como base de cualquier estructura relacional de n dimensiones en n nudos, los estructuralistas sólo han centrado su atención en las características de las diferentes y creativas configuraciones de las redes. Para ello han aplicado, aunque en muchas ocasio-nes ha corrido riesgos que pueden ser calificados de innecesarios, la nerwork analysis tanto al comportamiento de los individuos, como a los grupos y a las entidades supra-individuales. Tal atención no ha estado marcada por el rasgo de la soledad, sino que ha ido acompañada de un generoso y potente esfuerzo de formalización y de búsqueda de instrumentos de análisis atentos a captar y analizar, con rigor y seriedad, la no nada fácil dimensión relacional de la realidad social analizada.

De ahí, y permítannos la enumeración, el desarrollo progresivo y conti-nuado de métodos heurísticos de tipo relacional, la utilización cada vez más frecuente de muestras relacionales, que permiten estudiar, medir y explicar el comportamiento individual y las dinámicas sociales no ya a la luz de las variables individuales, sino desde el prisma de las características estructurales de las diferentes configuraciones de redes analizadas. Tales métodos y metodo-logías de investigación representan el corazón y la especificidad de la network

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analysis. A ellos se refiere, prestándoles una especial atención, Collins cuando habla de la network analysis como de una técnica a la búsqueda de una teoría. Identificar el cambio social como desplazamiento continuado de los indivi-duos en el acceso a tales recursos (y, por tanto, entre grupos) o bien explicar la integración socio-cultural, medida, por ejemplo, por la cantidad de matrimo-nios mixtos, como efecto de las dimensiones de los diferentes grupos étnicos (como probabilidad estadística de que los matrimonios se realicen) pueden ser considerados algunos de los múltiples y frecuentes ejemplos de la forma pausada e intensa de razonar de los estructuralistas.

Este tipo de razonamiento, porque todo hay que decirlo pese a quien le pese, presupone ciertas asunciones de partida, y determina en buena medida algunas reducciones que dejarán sentir, más tarde o más temprano, sus efectos. Las asunciones vienen, por así decirlo, dadas por concebir la realidad social como red y centrar la atención sobre relaciones estructurales entre individuos y/o entre entidades supra-individuales, entre grupos, y no ya entre las clásicas variables. Las reducciones más significativas son de dos tipos, aunque estrecha e intensamente conectados a pesar de que en más de una ocasión tal conexión no sea percibida:

» El primer reduccionismo, vinculado y determinado por la misma y remota posibilidad de utilizar técnicas relacionales, viene dado por el hecho de que las relaciones son transformadas y tratadas como ligáme-nes, esto es, como simples conexiones que o son (y como tal asumirán el valor equivalente a 1) o no son (y tendrán un valor equivalente a 0) o son indirectas.

» El segundo reduccionismo es producto de la relativa indiferencia (enten-dida incluso como incapacidad, dificultad técnico-metodológica) del análisis estructural respecto a la fuerza de los ligámenes, al propio conte-nido de las relaciones, al valioso, aunque algunas veces olvidado, sentido intencional del actor social.

De esta forma, falta o, mejor aún, la principal ausencia del estructuralismo reside de forma concreta en la capacidad de explicar el por qué de una particular y no desdibujada configuración de red, o bien el por qué del posicionamiento claro y distinto del actor social dentro de una específica y determinada confi-guración estructural.

Tales formas de reduccionismo, si no de verdadera y propia simplificación,

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de falsa y peligrosa filtración de lo complejo en lo simple, perderían parte de su valor negativo si la network analysis se ubicase en el nivel “macro” y “pensase” en la red como una entidad supraindividual que determina rotundamente el comportamiento individual, recayendo sucesivamente en una concepción de las relaciones sociales como puro derivado de algo que está antes de la acción social (como relaciones de producción, conciencia colectiva, sistema simbóli-co-cultural, etc.). En realidad, y esta es una afirmación de calado que no todos comparten, los estructuralistas no aceptan la contraposición, la distinción micro-macro, considerándola un falso y superficial problema. El motivo no es otro que la siguiente afirmación: para ellos no existe el individuo sin sociedad, así como no existe sociedad sin individuos. Dicho en otros términos, y con ello retomamos una de las grandes ideas que está presente en buena parte de las páginas de esta obra, la sociedad se actualiza y se convierte en lo que es mediante las relaciones sociales y, como diría Simmel, la relación social en el mismo y concreto momento en que se realiza ella misma es sociedad.

Las diversas y múltiples aplicaciones, que no han sido pocas, de la network analysis a los contextos comunitarios, a la movilidad social, a los mercados, a las organizaciones, a la formación de élites económicas y políticas, han hecho, en muchos aspectos, pasar a un segundo plano, casi oculto y escondido, a lo que se puede considerar la real contribución cognitiva –propiamente en términos de haber retomado y repropuesto de forma original, aunque redu-cida- de la network analysis: la relación mico-macro como llave y clave de lectura, interpretación y explicación de la realidad social.

Los analistas estructurales, especialmente aquellos más puros y de más estrecha “observancia”, han resuelto el problema de la relación micro-macro, actor-sistema, acción dotada de sentido-determinantes de la acción individual, resolviendo lo micro en lo macro y lo macro en lo micro. Esto ha supuesto asumir de forma clara y contundente a la relación social como elemento estruc-tural (posición estructural) constitutivo y exclusivo de lo macro (sistema) y como pre-condición para el nivel micro (acción social). Se trata de una explí-cita asunción que técnicamente se ha traducido en la ecuación “relación = ligamen, ligamen = conexión espacial” (espacio entendido como ámbito y escenario sugerente y constructivo de las frecuentes y constantes conexiones activas).

Asunción y relativa reducción que en la actualidad tienden, entre los analis-tas estructurales, a no ser ya conceptuadas, con el riesgo de reducir la network analysis a una familia de refinadas y potentes técnicas estadísticas aplicadas

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por un reducido y selecto número de especialistas que producen conocimien-tos particulares a partir de instrumentos específicos (con pocas posibilidades de intercambio y confrontación con otros investigadores que utilizan otros instrumentos). O incluso a un acervo de teorías de medio radio, muy diferen-tes en cuanto a las asunciones e hipótesis de trabajo. Todas aglutinadas por un paraguas que no es otro que una genérica referencia al concepto de red, a veces concebido en sentido metafórico e intuitivo, corroboradas –pero no siempre- por algunas técnicas de tratamiento de datos de tipo relacional.

En realidad, el creciente y difundido interés que ha suscitado y suscita la network analysis no sólo debe atribuirse a su potente instrumentación técnica y aparente simplicidad de razonamiento. También hay que tener muy presen-te el siguiente hecho: que pueda ser considerada una forma de representación de lo social más adecuada para describir y comprender la realidad cambiante que nos rodea. En este sentido, se ha dicho que la network analysis puede ser reconducida, como teoría, al interior del paradigma de redes, un paradigma que ha dejado su impronta en buena parte de investigaciones del más diverso tipo.

El trabajo realizado en las páginas precedentes, especialmente las reflexiones desarrolladas en los capítulos segundo, tercero, cuarto y quinto, encamina-das a investigar las matrices teóricas de la network analysis, y superando los marcados límites de la genealogía propuesta por J. Scott, no pretendían encontrarse con los clásicos para dar dignidad y tronío a una nueva forma de hacer y producir conocimiento que, frecuentemente, se legitima con la sola técnica. Intentaban revelar conceptos, asunciones, definiciones que crean líneas de conexión profundas y significativas entre la network analysis, tanto en la versión hard que soft (análisis duros y ortodoxos, análisis de no estricta observancia), y la sociología formal o relacional de algunos autores clásicos. Esta última, en las fases sucesivas de consolidación de la disciplina sociológica, ha sido en muchos aspectos condenada al olvido y al ostracismo y, actualmen-te, adquiere una renovada, aunque reformulada, pertinencia y adecuación cognitiva.

Las líneas de conexión son más fuertes de cuanto se pueda imaginar: no sólo la network analysis recupera conceptos ya muy olvidados como, por ejemplo, forma de la relación, análisis de la realidad como descripción de una geometría social, espacio (sociocultural), procesos de distanciamiento y de proximidad, sino que también rescata –y este es el ligamen teórico más signi-ficativo- el concepto de realidad social como red de relaciones, asumiendo la

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relación social –como conexión real, empíricamente dada y expresable- como única realidad “real”, es decir, observable y sometida a la experimentación.

Se trata de una concepción de la realidad que la asume como unitaria –estructuras relacionales mediadas simbólicamente- en contraposición a cuantos contemplaban lo social como cuerpo externo y ordenado respecto al comportamiento concreto de los actores sociales. En las fases de desarrollo de su conceptuación, en el Simmel de la madurez y especialmente en von Wiese adquiere un carácter dicotómico, si y en cuanto las relaciones sociales, repetidas y estables en el tiempo, tienden a institucionalizarse y generalizarse, dando vida a entidades (instituciones y roles conectados a específicas posicio-nes estructurales) que se convierten en cuerpos externos al individuo: es la “tragedia de la modernidad” que Parsons resuelve transformando la sociedad de externa y coercitiva en sociedad interiorizada.

El mismo hecho de que la network analysis tenga como nítido punto de partida una crítica al estructural-funcionalismo, de rechazo de cualquier voluntarismo y de una concepción de lo social como entidad supra-ordenada respecto al individuo, lo conecta directamente a la tradición relacional de autores como Simmel, von Wiese y, en algunos aspectos, Sorokin. Cierta-mente, la network analysis resuelve la ambivalencia insertada en estos autores (que al final reifican, externalizando el comportamiento humano en roles e instituciones, rompiendo la unidad primigenia de actor y sistema) dando un carácter absoluto a la estructura, a los sistemas de interdependencia.

Por este motivo, se puede encontrar en muchos análisis estructurales, en sus críticas al voluntarismo y al concepto de conformidad al rol, la misma tensión que puede hallarse en Simmel y von Wiese en su crítica al psicologismo y al concepto de sistema. La referencia concretamente se dirige a la crítica de von Wiese al psicologismo de Tarde, al sociologismo de Durkheim que no admite alguna “individualidad”, al concepto de sistema de Spencer, que no “prevé” al individuo, al método comprensivo que ha distanciado a la socio-logía de su tierra natal (ciencia de la naturaleza), ubicándola entre las ciencias del espíritu, a la tendencia –en acto en tiempos de von Wiese- de cubrir, susti-tuyéndola, aquella que era una decisiva ausencia de presupuestos científicos con el término “concepción del mundo”.

Sin embargo, es el concepto de Simmel de la identidad del hombre moderno ubicada en el punto de intersección de múltiples esferas sociales el elemento que conecta más profundamente algunos puntos de partida de la network

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analysis a las reflexiones antecedentes. Reflexiones que han determinado cons-cientemente el resultado como posibilidad de aplicación de un nuevo modelo de análisis de la sociedad. Para Simmel, la pertenencia múltiple es tanto onto-genética como filogenética: el salir desde esferas concéntricas y entrar, pero siempre a través de la pertenencia múltiple, ninguna de las cuales comprende totalmente al sujeto y agota la totalidad psicológica, social y estructural, en círculos separados y distintos, es un proceso que afecta tanto a la formación del hombre como ser genérico (en el tránsito de la vida intro-uterina a la infantil, adolescente y adulta), como a la formación de las sociedades, en su paso de lo simple a lo complejo. De esta forma, la pertenencia múltiple se convierte en la característica esencial y existencial del hombre en la moderni-dad, y la co-presencia de esferas, círculos sociales diversos (en cuanto a códigos de referencia y formas) e intersecantes en algunos puntos (en el proceso de actualización de las relaciones inter-individuales) las características peculiares de las sociedades modernas y complejas: indicadores del proceso continuado de civilización, entendido como aumento de las libertades individuales que progresivamente erosionan los ligámenes de carácter adscriptivo.

Al concepto de identidad, entendida como resultado de normas, valores y modelos de comportamiento interiorizados y que traslada, también simbólica e intuitivamente, a un estado definitivo y concluso, le sustituye el concep-to de identificación. Este último desplaza a un proceso de alternancia entre individualización y pertenencia, separación y fusión. Aflora la imagen del yo múltiple, del yo dividido, de yo federal, que en los anticipos de Simmel es un yo fuerte, en cuanto que está en situación de dominar sin grandes obstáculos la multiplicidad de pertenencias de las propias de las sociedades postmoder-nas.

Al concepto de rol concebido como sistema coherente de expectativas de comportamientos que aluden sin cortapisas a una específica posición, le sustituye el concepto de posición estructural, marcada por tantas líneas como existen esferas de pertenencia. Al concepto de comportamiento de rol, imagi-nado como grado de conformidad a las normas y expectativas a él conectadas, le sustituye el concepto de obrar estratégico (y éste es verdadero para quien enfatiza de la red la dimensión de los intercambios) o bien de efecto estruc-tural.

Por último, al concepto de institución, sistema o subsistema que hace posible la acción social como pre-condición estructural o cultural, le sustituye el concepto de red de relaciones que existen in re si y en cuanto son actualiza-das por los actores sociales.

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La multiplicidad de las pertenencias, las pertenencias múltiples rompen los límites y fronteras de cualquier sistema. Por tanto, la sociedad ya no puede representarse como sistema ordenado y coordinado por partes o subsistemas con límites precisos y delimitados: la sociedad es, y esta ha sido una afirma-ción que nos ha perseguido desde el inicio de estas páginas, una red de redes sociales.

Tales desplazamientos o sustituciones no son más que una forma diversa de leer, interpretar y explicar la sociedad: forma nueva y diversa que puede etiquetarse como paradigma de redes, que no sólo se identifica con la network analysis. En el interior de tal paradigma pueden convivir, y de hecho conviven, más teorías. Estas últimas se pueden entender como intentos de individuar modelos explicativos de funcionamiento de lo social más adecuados para comprender la complejidad social, a partir, sin embargo, de un diverso modo de plantear los problemas. Partir de la red, antes que del sistema, partir de la relación social antes que del comportamiento atomizado del individuo, tiene sus consecuencias. Entre otras, que permite diseñar y configurar una represen-tación de lo social, de la que la red constituye el paradigma: un caso ejemplar (paradigma como ejemplo, como parádeigma).

Entre las diferentes teorías se ubican las teorías estructuralistas que aplican el modelo y las técnicas de la network analysis, las teorías del intercambio y la teoría relacional. En cuanto generalizaciones teóricas y empíricas que encuentran validez en un marco más complejo, coherente y articulado de proposiciones relativas a un determinado hecho social, cada una de estas teorías, aún partiendo de la asunción de que la unidad de análisis es la relación social, entendida como unidad empíricamente revelable, expresable y experi-mentable, modelan diversa u originalmente el mismo y sempiterno concepto de relación social que ha estado presente desde la noche de los tiempos.

Para los estructuralistas la relación es simplemente conexión estructural, que incorpora el sistema cultural. Para algunas teorías del intercambio la rela-ción no sería otra cosa que una consecuencia estructural producida por los intercambios. Por su parte, para las teorías del intercambio más próximas a la tradición francesa, a esa tradición que viene marcada por el “espíritu del don”, la relación social es la actualización del principio general del intercam-bio que constituye la trama de la vida asociada, de la que las diferentes formas, mediadas simbólicamente y regidas por los medios simbólicos generalizados específicos que el intercambio puede asumir, constituyen el bosquejo. Para la teoría relacional, la relación social, esa gran olvidada del pensamiento occi-

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dental, es el, en muchas veces desconocido, efecto emergente de la relación entre actuar social, intencional, dotado de sentido y sistema.

En la presentación de las diferentes teorías se ha prestado una particu-lar atención a la teoría relacional. Esta, sin falsas humildades que llaman a engaños, se propone como un preciso y nuevo planteamiento cognitivo, carac-terizado por específicas asunciones de relevancia, juicios de hecho (teorías científicas verificables) y juicios de valor (valoración de los hechos y teorías según un cierto sistema de valores). El elemento que marca la discontinui-dad entre el paradigma de redes, tal y como ha sido reconstruido a partir de las reflexiones estimuladas por las teorías estructurales y del intercambio, y el planteamiento relacional, viene dado por la asunción filosófica de que el hombre es, ontológicamente, animal político. ¿Qué significa esto? Que es un ser viviente naturalmente social. La relación social –objeto, a pesar de que muchos lo nieguen, de la sociología- aunque ontológicamente determinada, tiene una cierta autonomía respecto al individuo. Sin embargo, y todo hay que decirlo, no es una realidad que existe prescindiendo de los individuos. La relación social tiene una naturaleza que existe sólo por y en los individuos, ahora bien, posee su realidad autónoma, derivable de la modalidad con que los individuos se relacionan recíprocamente. Ya que la relación social, que vive por y en los agentes, está intrínsecamente constituida por actos que siempre están dotados de sentido y determinados estructuralmente, se deriva –como juicio de valor- que cualquier fenómeno o comportamiento social que sea desequilibrado en uno o en otro sentido es asumido como indicador de pato-logía social y de crisis.

La diferencia, entre paradigma de redes y planteamiento relacional, viene dada por el siguiente hecho: mientras que el paradigma de redes puede, sin que se corran muchos riesgos, ser entendido como modelo de descripción y simulación de la realidad, tanto más válido cuanto más sea coherente y exhaustivo en la representación de lo social, el planteamiento relacional puede ser entendido como modelo de auto-representación de la realidad, es decir, como modelo que no se limita a describir, sino que intenta captar la realidad social en su determinación ontológica. Si en el ámbito del paradigma de redes la relación social es el concepto teórico-empírico de una realidad “dada”, sobre cuya naturaleza no se pregunta, para el planteamiento relacional la relación social es la clave de ingreso y navegación en el sujeto y en el objeto que se quiere conocer con mayor detalle.

El sincretismo teórico que caracteriza a la network analysis, la imposibili-

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dad de ubicarla entre los planteamientos micro y macro, las dificultades para insertarla plenamente entre las teorías “medias”, como hace Collins, han sido los puntos de partida de una reflexión que ha pretendido sondear las posibili-dades reales de la network analysis para, y aquí estamos corriendo un riesgo de trazos fuertes, proponerse como nuevo planteamiento cognitivo en sociología. El sincretismo (como co-presencia de conceptuaciones sobre la acción, sobre el sistema, sobre instituciones, sobre valores y normas, sobre roles, sobre formas del intercambio, etc.) se ha convertido, al final del recorrido de profundiza-ción, más en un elemento de fuerza que de debilidad del análisis estructural.

Más allá de las específicas y particulares asunciones de la network analysis (que presenta un corpus teórico coherente en su interior, aunque siempre menos conceptuado, en virtud del cual no se lo puede liquidar como una técnica a la búsqueda de una teoría), el sincretismo aún presente constituye un elemento de fuerza. El argumento no es otro que el que los indicadores de la existencia de problemas (definición del ámbito cognitivo, del objeto del conocimiento, de la relación micro-macro, de la relación entre actor social y sistema) están aún abiertos y no definidos. Son problemas ya presentes en algunos “clásicos” de la sociología, y sobre cuya solución se han intentado introducir distinciones en el interior de las ciencias del espíritu, con el obje-tivo de legitimar a la nueva disciplina. Son cuestiones que actualmente se presentan con fuerza, una vez verificados los límites de configuración de lo social a partir del nivel micro o a partir del nivel macro.

Contemplado con mayor cercanía, el sincretismo se ha dejado, por así decir, ordenar, asumiendo el aspecto de un modo diferente y diverso de plantear preguntas y buscar respuestas: el paradigma de redes, a cuyo interior pueden reconducirse múltiples teorías. Ahora bien, todas aglutinadas por la asunción de que la única realidad observable son las relaciones sociales, que la sociedad es una red de redes y que la red constituye la representación más adecuada de la sociedad. Se trata de una representación que cuando viene integrada por específicas asunciones de relevancia y juicios de valor se presenta como teoría compleja y global sobre la entera realidad social: como planteamiento relacional.

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EPÍLOGO A UN LIBRO Y EXPLICACIÓN DE UN PROYECTO EDITORIAL

Julio MonteroUniversidad Complutense de Madrid

Director de la colección Estudios de Comunicación y Sociedad.

Este libro de Manuel Herrera y José Daniel Barquero ha sido cuidado-samente seleccionado por el Consejo Editorial de la colección Estudios de Comunicación y Sociedad. Hemos querido que se iniciara así un sistema de valoración de originales que asegure la calidad académica de los títulos de la colección sin lugar a dudas. Este empeño está más que justificado en un área, la de las ciencias sociales, que no logra con facilidad distinguir en las colecciones la divulgación del manual, el estudio académico riguroso del prontuario práctico dirigido a profesionales, el ensayo periodístico de la exactitud de una investigación de campo.

Hemos pretendido definir un escenario que fuerce a los actores, a los autores, a situarse en el rigor universitario y, a la vez, presentar un espacio para ofrecer resultados de investigación que no generen dudas a quienes han de valorar estas aportaciones en otras instancias. Somos conscientes de que las revistas académicas constituyen el primer foro para dar a conocer a la comunidad de investigadores estos resultados. También es cierto que el formato del artículo no permite recoger aportaciones serias que desbordan la limitaciones que implican la estrechez de espacio por un lado y los retra-sos en las ediciones por otro. Queremos por eso abrir este modesto cauce a la publicación de estudios académicos bien seleccionados de nuestro profe-sorado e investigadores en el campo de las ciencias sociales.

Quienes cultivamos las ciencias sociales en nuestro país cargamos con un peso docente notablemente mayor que el que soportan nuestros compa-ñeros -personal docente e investigador- de otras áreas del conocimiento. Es así: los estudiantes universitarios de grado matriculados en facultades de Ciencias Sociales constituyen el 48% del total de los estudiantes. Los

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profesores que les atendemos apenas llegamos al 30% de conjunto de los correspondientes al resto de las facultades. Y en los estudios de máster estas diferencias se acentúan de manera más que notable. Esos puntos de diferen-cia significan muchas limitaciones. Desde luego una menor disponibilidad de tiempo para la investigación en el transcurrir diario de nuestra actividad: exámenes, tutorías, corrección de prácticas y trabajos, etc. Pero ese handicap inicial se traduce igualmente en otras limitaciones competitivas: más clases y más estudiantes significan igualmente menos posibilidades de estancias en el extranjero, lo que no facilita comparativamente la inserción en redes internacionales, que cada vez se valoran más –y con razón- como índices de calidad. Si a eso se añade que una buena parte del esfuerzo investiga-dor de los que cultivamos las ciencias sociales se canaliza hacia el análisis del entorno inmediato –en su dimensión local, regional o estatal-, nos encontraremos con un plus de dificultades para la inserción en esas redes internacionales de nuestros proyectos y grupos de investigación. Desde luego es posible y necesaria esa dimensión, pero es preciso reconocer que se necesitan entornos semejantes para que métodos, problemas y resultados sean comparables y la internacionalización interesante desde el punto de vista académico.

Esos 18 puntos de diferencia constituyen solo un índice. Si se atiende a producción científica, la división internacional del trabajo de investiga-ción posibilita grandes proyectos globales (desde los atómicos, hasta los biomédicos) que son notablemente más difíciles de plantear en la investi-gación social. Más revistas, más producción coordinada, posibilita mayor estabilidad en los equipos investigadores. No es extraño que un investi-gador español especialista en un aspecto muy específico de un ámbito de la biología sea requerido por sus compañeros del resto del mundo que trabajan en el mismo campo. Sus resultados en investigación básica incluso abren a veces posibilidades de aplicación en la industria, o en el campo de la salud. No ocurre lo mismo en las ciencias sociales donde la peculiaridad del entorno dificulta esa fácil transferencia de métodos y resultados, porque cuando el objeto de la investigación es algo que no se aprecia a simple vista, desaparece el factor cultural y la diferencia clave que justifica los análisis en las ciencias sociales. Por otra parte, los grupos de investigación en ciencias sociales son más permeables y menos estables. Eso dificulta la continuidad de los mismos.

Este conjunto de diferencias se concreta además en una inversión, pública y privada, notablemente desproporcionada entre las áreas científicas y las

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EPÍLOGO

que analizan el entorno social. Y eso a todos los niveles: Unión Europea, España, comunidades autónomas, etc. Casi lo mismo en fundaciones y en entidades privadas.

En fin: no compensa seguir con esta relación de diferencias y dificul-tades comparativas. Lo importante es qué se puede hacer para mejorar este panorama. Las soluciones solo pueden ser parciales por ahora. Esta colección Estudios de comunicación y sociedad quiere colaborar en esa tarea de facilitar espacios a los investigadores sociales para hacer públicos sus resultados. El Consejo Editorial piensa que el rigor en la selección de las propuestas realzará su valor. Además, la empresa que ha acogido el proyec-to constituye una garantía de solvencia editorial: MacGraw Hill se sitúa en el centro de un mundo editorial globalizado que facilita la difusión de sus obras a lo largo de todo el mundo. La colaboración de académicos e investigadores solventes y dedicados a tareas de valoración de originales y a sugerir mejoras en ellos esperamos que posibiliten esta tarea desde el Consejo Editorial.

Buscamos también el desarrollo de áreas que en España han tenido, especialmente en el ámbito de la comunicación, menos desarrollo. Redes sociales desde luego y desde una sólida fundamentación teórica socioló-gica: que eso es el libro primero que ahora se presenta. Quizá para que todos tengamos claro que la noción no es tan moderna como los promoto-res comerciales subrayan. También queremos abrir espacios para el análisis académico de fenómenos tan claves como la publicidad y las demás formas persuasivas de comunicación sin que falten enfoques de carácter histórico, de nuestro pasado reciente preferentemente.

Este conjunto de empeños ha concentrado su interés en este primer libro sobre redes sociales. Nos pareció que cumplía muy bien nuestros propó-sitos iniciales. Dos autores con trayectorias bien diversas que han sabido combinar, que no mezclar, dos perspectivas de interés indudable. Primero, la actualidad del tema. Efectivamente, las redes sociales conforman uno de los aspectos de nuestra sociedad del conocimiento de mayor interés y que está generando una mayor literatura. En segundo lugar, un tratamiento sólido que proporciona la primera fundamentación en las doctrinas socio-lógicas de las redes sociales. Novedad y rigor, actualidad y fundamentación en los clásicos del pensamiento sociológico y de los actuales tratadistas.

Luego estaban los autores. Manuel Herrera tiene ya una amplia trayecto-

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ria en el estudio del pensamiento sociológico. Sus aportaciones en revistas académicas de primera línea y en varios libros son ya referentes claves en aspectos como la sociedad civil, el tercer sector y las política sociales. Su formación en Italia y Estados Unidos ha rebasado con amplitud su inicial trayecto en Granada y ofrece ahora una obra de madurez. José Daniel Barquero ha sabido atender siempre, desde su inicial dedicación a la docen-cia e investigación en el área de las Relaciones Públicas en España, a temas que no son tan frecuentes entre los expertos de este campo. Primero, en la consideración de éstas en el ámbito de las relaciones internacionales y, más allá, en el establecimiento de un posible modelo que permita articular integraciones entre culturas y civilizaciones.

Dos puntos de vista, dos sensibilidades, unidas en el empeño de ofrecer un producto intelectual de primer orden, bien integrado y compacto. Sin fisuras incluso en el estilo. En fin: un modo firme y rotundo de comenzar una colección que quiere ser un referente en la investigación académica en las Ciencias Sociales.

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José Daniel Barquero Cabrero

COLECCIÓN ESTUDIOS DE COMUNICACIÓN Y SOCIEDAD

Presentación de la Colección

Esta colección tiene por objetivo el presentar resultados de investigación que estén relacionados con la comunicación en las sociedades actuales. Pretendemos dar a conocer trabajos relevantes que constituyan una referencia obligada en el ámbito de la Comunicación. Las publicaciones podrán tener un amplio espectro de enfoques, siempre dentro del marco de las ciencias sociales. En términos ge-nerales hay que subrayar que interesan tanto enfoques teóricos como estudios de campo.

La idea básica de la colección es la de ofrecer al lector instrumentos de consulta y reflexión que puedan ayudar, en el campo profesional, a tomar decisiones fun-dadas y, en el de la investigación en Comunicación y Ciencias Sociales en general, a encontrar aportaciones que sirvan de punto de partida o contraste en nuevos estudios.

Entre los temas que inicialmente se abordarán están:» Innovaciones en el mundo de la comunicación» Estudios e investigaciones teóricas en el ámbito de las Relaciones Públicas y de la Publicidad» Comunicación y Estrategias empresariales» Tecnológicas emergentes y cambios culturales y sociales» Medida y gestión del valor de intangibles» Gestión de marcas» Comunicación y creación de identidades» Comunicación, historia y nostalgia

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Doctor por la Universidad Internacional de Cataluña, la Universidad Camilo José Cela de Madrid y la Universidad Autónoma de Coahuila, México. Miembro del grupo de investigación “Modelos de información empresarial y técnicas para la toma de decisiones” de la Universidad de Barcelona. Su formación investi-gadora se ha desarrollado en The Queen´s University (1996-2004), y Satffordshire University (2006-2009) del Reino Unido.

Profesor en distintas universidades nacionales e internacionales. Investigador del Consejo Superior Europeo de Doctores -CONSEDOC- y de la Real Academia de Ciencias Económicas y Financieras de España.

Sus principales líneas de investigación están centra-das en la persuasión, especialmente en el ámbito de las Relaciones Públicas, Empresariales y Sociales.

Entre sus publicaciones recientes destacan los libros con Paul Osterman (MIT) “Management” y “How to Avoid The Clash of Cultures and Civilizations” Universidad Staffordshire. En España, “Relaciones Públicas”, Editorial Deusto, “Relaciones Públicas Políticas, Marketing y Lobbyng” y el “Marco Teórico de las Relaciones Públicas”, Editorial Mc Graw-Hill.

CONSEJO EDITORIALPRESIDENTE JULIO MONTERO SECRETARIO MANUEL HERRERA

VOCALES ADOLFO SÁNCHEZ-BURÓN, JOSÉ FÉLIX TEZ ANOS, JOSÉ LUIS PIÑUEL, MARÍA ANTONIA PA Z, JOSÉ ALBERTO GARCÍA AVI-

LÉS, ALFREDO ROCAFORT, MANUEL MEDINA Y CRISTOBAL TORRES

C/GIRONA, 24, EDIFICIO ESERP08010 BARCELONATel. (00 34) 93 244 94 [email protected]

CON EL AVAL ACADÉMICO Y DE INVESTIGACIÓN DE:

www.giesp.net

Instituto Internacionalde Relaciones Públicas

INIRPINIRPINSTITUTO INTERNACIONAL DE RELACIONES PÚBLICAS,ADMINISTRACIÓN Y NEGOCIOSwww.inirp.com

CONSEDOCCONSEJO SUPERIOR EUROPEO DE DOCTORES Y DOCTORES HONORIS CAUSAwww.consedoc.com