Glaseens loop. el crimen del adn

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Glaseens Loop El crimen del ADN Rubén E. Tovar

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Glaseens Loop

El crimen del ADN

Rubén E. Tovar

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Diario de Londres 6 –Dic -1955

“Un león se escapa del zoológico” Matando entre varias personas a una mujer y su hija de tres años en su domicilio. Todo indica que pudo ser un acci-dente. No obstante la Agencia de Criminología, ha abierto una línea de investigación para averiguar cómo pudo escaparse una fiera de tales dimensio-nes del Zoo de Regent´s Park cerca de Portland St. donde vivía esta familia. Al parecer el marido no se hallaba en el inmueble y pudo salvarse del trágico suceso. Para cuando éste regresó, se encontró muy a su pesar, los cuerpos ya sin vida de su mujer e hija. Se cree que pudiera tratarse de Alice Miller Mann mujer del famoso científico Peter Miller Mann y Doctora en Microbiología y Jane Miller Mann, hija de ambos. La fiera finalmente fue abatida por un vigilante noc-turno de la Policía en la segunda de Portland, donde a tres minutos se encuentra el zoológico del que se escapó el felino.

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R

A Laura por tu apoyo incondicional y tu santa pacien-cia. A mis padres por darme la vida y animarme a perseguir mis sueños. A mis amigos del alma por estar siempre presentes, en especial a Àlvar Bertomeu por su excepcional colaboración en este proyecto. A Nuria Saball por su extraordinaria capacidad y sabiduría de hacer una crítica sin causar el menor daño. Y en par-ticular a ese viaje que realicé hace unos años en el que pude contemplar con mis propios ojos el milagroso y universal lenguaje de la vida. Gracias.

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Glaseen Loop. El crimen del ADN ®

Diseño y maquetación: ©Lauretta & Ninett

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Personajes

— Glaseens Loop: Detective — Estile Preston: Periodista — George Dalton: Sargento — Shu Chi: Secretaria — Robert Waals: Forense — Oscar Mont Blake: Forense — Peter Miller Mann: Científico — Alice Miller Mann: Esposa — Jane Miller Mann: Hija — Martha Swann: Cuidadora — Ana Smith: Cuidadora — Emilia Tatiana: Testigo — Sr. y Sra. Pool: Testigos

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Diario de Londres 6 –Dic -1955

“Un león se escapa del zoológico” Matando entre varias personas a una mujer y su hija de tres años en su domicilio. Todo indica que pudo ser un acci-dente. No obstante la Agencia de Criminología, ha abierto una línea de investigación para averiguar cómo pudo escaparse una fiera de tales dimensio-nes del Zoo de Regent´s Park cerca de Portland St. donde vivía esta familia. Al parecer el marido no se hallaba en el inmueble y pudo salvarse del trágico suceso. Para cuando éste regresó, se encontró muy a su pesar, los cuerpos ya sin vida de su mujer e hija. Se cree que pudiera tratarse de Alice Miller Mann mujer del famoso científico Peter Miller Mann y Doctora en Microbiología y Jane Miller Mann, hija de ambos. La fiera finalmente fue abatida por un vigilante noc-turno de la Policía en la segunda de Portland, donde a tres minutos se encuentra el zoológico del que se escapó el felino. Estile Preston

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—I—

—Loop. Si no es menester, me gustaría que

me explicase como decidió cambiar su preciosa casa situada en pleno centro de Londres, para vivir en el Museo de Covent Garden. — Si lo piensa Estile, Ud. mismo acaba de pro-nunciar la respuesta, —coligió Loop— “para vivir en el museo”. — Por cierto —dijo Estile— cambiando de tema ¿Ha leído Ud. el periódico esta mañana? — Sí. ¿El león que escapó? Interesante. Por favor Estile ¿puede Ud. soltar ese lastre?—profirió. — Pero Loop, podría caerle a alguien encima y quién sabe el daño que causaría —contestó Estile observando a la gente desde el aerostáti-co.

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— Descuide, estamos a punto de sobrevolar el rio Támesis, —señaló Loop—sólo tiene que deshacer el lazo del nudo y el lastre caerá por sí mismo. — De acuerdo. —dijo Estile liberando el lastre— Desde luego Loop, a excepción de esa horrible careta de cuervo de la que espero que se haya desecho, fue toda una suerte encontrar este globo en el desván. Sólo por eso mereció la pena quedarse con el museo, por no mencionar los cuadros y las obras de arte, claro. El globo comenzó a navegar a través de las nubes y surcando los cielos, contemplaron las panorámicas vistas del Regent´s Park, lugar donde se encuentra el zoo del que se escapó el felino. — Estile, ¿sería tan amable de conseguirme esos bombones de tan extraordinario gusto y sabor para esta tarde? Pues hoy tengo una cita ¿sabe? — Estoy de acuerdo Loop, creo que son sucu-

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lentos y si me lo permite un buen afrodisíaco. — Estile, la cita es con mi tía Enriqueta. — Debería Ud. hacer algo con ese mechón blanco que tiene en el flequillo, pareciera apa-rentar más edad de los treinta y siete que asu-me—sugirió Estile. — Lo tengo desde que nací. Creo que podré convivir con él. Ahora debo ir al Departamento Criminológico, he de reunirme con el Sargento Dalton. Si dispone Ud. de tiempo y quiere acompañarme, quizás encuentre algo interesan-te para su nuevo artículo. Se trata del caso del león. — ¡Oh, por supuesto! Tengo un poco de tiempo. Después de tomar tierra y mientras unos mozos recogían y plegaban con talento el aerostático, un coche de la policía que había enviado el Sargento Dalton, pasó a recogerlos. Cuando Loop y Estile llegaron al Departamento Criminológico, el Sargento Dalton se apresuró a recibirlos como aquel que encuentra a un ser salvador. Parecía ser un hombre muy ocupado y reflexivo pero a la vez cercano y cordial. Fuma-ba en pipa, mas no tragaba el humo que iba

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tiñendo de nicotina el canoso bigote de éste. — Detective Glaseens Loop, me alegra verle de nuevo. Espero que en este sumario Sr. Loop no haya tantos destrozos como en su antecesor—exclamó el Sargento con amistad y dirigiendo su mirada a Estile— Sr. Estile Preston gracias por venir, si la gente tiene que enterarse, que sea por una mano veraz, de pluma incontrastable como la suya. — Y bien ¿qué cuestión ha hecho que solicite de nuestra intervención? —preguntó Loop. — No sé si ha leído los periódicos Sr. Loop, pero ayer noche se escapó un león del Zoo y bueno la verdad es que nos gustaría que echara un vistazo a las fotos que se hicieron en el lugar de los hechos — explicó mientras se sacaba las fotos del bolsillo. Loop observó éstas con detenimiento. — La verdad Sargento Dalton, creo que en es-tas fotos hay algo raro, no parece haber mucho alboroto para el que podría ocasionar un león en un inmueble, ni indicios de lucha. Es un tanto

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extraño. — Sepa Sr. Loop que el León estuvo allí y se alimentó de los cuerpos. Pues hemos encontra-do restos de las víctimas en la boca y en la zar-pas del animal, pero he de reconocer que es un tanto extraño, sí y bueno para eso le he llamado por si puede Ud. arrojar un foco de luz sobre este tema. — ¿Qué más encontraron? — Sinceramente no mucho, sólo dos cuerpos amontonados, como si de una bola de carne se tratara. Pensamos que cuando las víctimas llegaron a su domicilio, debieron dejarse la puer-ta abierta, el león se dio cuenta y sin pensárselo dos veces accedió a la vivienda, atacando a madre e hija hasta saciar su apetito. — Perdone que le interrumpa Sargento pero en estas fotos no se divisa un montón de carne, si no tres —profirió Loop azaroso. — Así es detective, tres montones de carne y sobras humanas —el rostro de Loop se tilda. — Disculpe mi expresión pero no es muy normal Sargento Dalton, si me lo permite, que un león se racione la comida en tres él sólo. Creo que es un número inquietante —apuntó el detecti-

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ve—. Muy bien Sargento veré que puedo hacer, no se preocupe ya verá como todo se esclarece, es cuestión de tiempo y audacia. Si no le impor-ta me gustaría hablar con el Forense que lleva el caso. — ¡Oh, sí! el Forense Robert Waals, podrán encontrarlo Uds. en el sótano, por la entrada más estrecha después sigan el pasillo hasta el final. — Muchas gracias Sargento. Siguiendo las instrucciones del Sargento Dalton hicieron el recorrido por el hueco y vacío pasillo en cuyas paredes, prácticamente desnudas, había nada. Salvo en un lateral, en el que Loop y Estile pudieron apreciar un cuadro con un gigantesco sello, por el que se formulaba una cita que decía: ”Sólo aquellos que trascendieron más allá de sí mismos

alcanzarán al ser ineludible”.

Enseguida se encontraron con el Departamento Forense, cuya entrada consistía en un pasadizo de luz parpadeante, que a su vez, desemboca-

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ba en una sala amplia con una puerta al final, que debía de ser la cámara donde se guarda-ban los restos. En la sala había un hombre joven, delgado, de tez pálida e impertérrita que se paseaba por el frío e inhóspito lugar. Loop se dirigió a éste casi en un bisbiseo. — ¿Doctor Robert Waals? — ¡Ah, sí! ¿Detective Glaseens Loop? Es un placer. ¿En qué puedo ayudarles? —preguntó el forense. — Espero no importunarle pero ¿Qué puede Ud. decirnos de los cuerpos que hallaron en la casa de los Miller Mann? — Pues verá Ud. Sr. Loop, los cuerpos o mejor dicho lo que quedaba de ellos, denostaban que el crimen había sido perpetuado de una forma tácticamente animal. Dadas las dimensiones de las dentelladas y desgarros, queda descartada la representación de un ser humano. — Cuando llegó Ud. Sr. Waals. ¿Cuánto tiempo cree que llevaban muertas las víctimas? — Los restos Sr. Loop, estaban relativamente tiernos. Estimo que poco más de una hora. — ¿Hallaron algo más en los cuerpos?

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— Detective Glaseens Loop. —Aseveró el dog-mático forense con medida— El trabajo de un Forense en los tiempos que corren y con las rudimentarias herramientas de que disponemos, suele ser elevado y lento, especialmente lo se-gundo. Puede Ud. repasar las estadísticas, sólo un setenta por ciento de los crímenes que se cometen en Londres, se resuelve favorablemen-te, así que si no tiene Ud. ninguna otra pregunta detective… — ¡Oh, perdone no quería abrumarle Doctor! ruego me disculpe si le he parecido arrogante, pues no era mi intención. Le agradezco mucho la información que nos ha proporcionado, sin duda nos será de gran ayuda. Espero verle pronto. — Igualmente Sr. Loop ha sido un placer cono-cerle. — Lo mismo digo.

*

— ¿Y ahora hacia donde nos dirigimos? — Estile el sospechoso número uno es siempre, la persona que acierta el cadáver.

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— Discúlpeme Loop pero ¿no fue el marido quién las encontró? —incidió el periodista mien-tras se disponían a abandonar el Centro Crimi-nológico propuestos a hacer una inspección en Portland St. lugar de los hechos. — Así es querido amigo y donde nos dirigimos en este momento. — Pero…—replicó. — No se precipite Estile, todo tiene su porqué y debemos escuchar primero la versión del Sr. Peter Miller Mann— .

*

¡Ding, dong! — Sí, un momento por favor. —exclamó una voz tras unos pasos que se iban acercando desde la profundidad de la casa. Cuando el científico Peter Miller Mann les abrió la puerta, Loop y Estile pudieron apreciar en el rostro de éste, el rastro de la falta de sueño y del poco descanso al que había estado expues-to el susodicho. Por otro lado, el traje mal ata-viado y la barba de dos días, hacían evidente la

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ausencia de cuidado personal. Mas no era para menos, pues acababa de perder a su mujer e hijita de la manera más atroz que nadie desea-ría. Aun así y detrás de todo aquello podía pre-sentirse a un hombre joven, de buena planta, espíritu fuerte y carácter constante. Un ser en apariencia interesante, que a pesar del fatal acaecimiento, consiguió reunir fuerzas para tratarlos con cierta hospitalidad.

— Perdonen estaba haciendo las maletas… — ¿Se marcha Sr. Peter? — Sí. Ahora la casa está precintada y debo se-guir trabajando, por lo que he decidido trasladar todo mi equipo a mi casa de campo, en el obser-vatorio y tratar de recuperar el tiempo perdido. — ¿Además de observar los microorganismos, contempla también Ud. las estrellas? —Profirió Loop. — Aunque le pueda parecer extraño, existe una gran conexión entre el cosmos y el microcosmos, incluso se ha llegado a calcular la probabilidad de que el ADN terrestre podría contener partículas de origen estelar. Pero Uds. no están aquí por eso, ¿me equivoco?

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— ¡Oh, sí perdone! Soy el detective Glaseens Loop y él es el Sr. Estile Preston. Periodista. — Tanto gusto señores y ¿en qué puedo ayudar-les? — Me gustaría hacerle unas preguntas si es tan amable. — Sí, claro cómo no. Salgamos fuera, pues den-tro está la guardia forense y me han dicho que no debo tocar nada. Ruego me disculpen. — No se preocupe Sr. Miller Mann, estamos al tanto. Quiero exponerle mi más sentido pésame. — Gracias detective. Pero no se queden ahí, siéntense, estaremos más cómodos. ¿Y bien? — Verá Sr. Peter, me gustaría que me explicase al detalle que es lo que hizo desde que se fue a esa reunión hasta que regresó a su casa. Quiero que me lo cuente todo tal y como pasó. — Ya se lo dije a la policía. Salí hacia las 7:30 de la mañana, como de costumbre hago para ir a trabajar. Al punto tenía que coger un vuelo rumbo a Glasgow, donde presentaría mi tesis en una importante reunión. Ya que necesito que alguien apoye y financie mi proyecto. — ¿Y qué tal le fue?—preguntó cordialmente Loop.

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— ¡Oh! Bien, causó muy buena impresión y con-seguí el respaldo que tanto necesitaba, gracias. — Y después de la reunión ¿qué hizo? — Tenía tiempo hasta que saliese el vuelo, qui-zás unas dos o tres horas. Así que me fui a al-morzar a un restaurante situado en la zona. Después tomé el vuelo y regresé directamente a casa. Luego…Dios mío ¿Cómo pudo suceder algo tan atroz? — Dígame Sr. Peter ¿Qué hora sería cuando si me lo permite, encontró los cadáveres de su mu-jer y de su hija? — Pues… —esbozó— aproximadamente las 2:45 de la madrugada. — ¿Conserva Ud. los pasajes todavía? — Sí. Están en la mesa camilla dentro. Pasen por favor. La casa se encontraba bajo observación y custo-diada por varios agentes de la Policía Científica, quienes con cierto afán de desconcierto, analiza-ban y tomaban muestras en el aciago lugar. El científico tomo el pasaje de encima de una cómoda que se encontraba en la misma entrada

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y ofreciéndoselo al detective extendió su mano con disposición. — Aquí tiene. — Perdone que le cuestione Sr. Peter, pero aquí dice que Ud. llegó a las 23:15 de la noche. ¿Có-mo pudo tardar tres horas y media en llegar des-de el aeropuerto hasta Portland St?—preguntó inusitado Loop. — Desde luego tiene toda la razón detective. Es imposible. Pero ayer era Viernes noche y a esas horas los atascos son horribles. Al final, del ago-tamiento del viaje me quedé dormido. — ¿Cómo reaccionó Ud. exactamente cuando encontró los cadáveres? — Oí unos gritos en la calle y sirenas mientras llamaba a la policía. Me asomé a la ventana y pude ver al que supongo, debía ser el guarda nocturno tendido en el suelo, creo que muerto. Posteriormente escuché tres disparos. Después salí a la calle a esperar a que alguien llegara. La gente estaba aterrada, decían que un león se había escapado y entonces comprendí lo que había pasado. Entre lágrimas, recordé que el día anterior un viejo amigo nos regaló unas entradas para ir al Zoo, ya que últimamente mi relación

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con mi esposa no era muy fluida, por decirlo de alguna forma y pensé que sería una buena idea hacer una excursión familiar —explicó—. Esa misma tarde me llamaron de Glasgow, pues es-taban interesados en los informes preliminares que les envié, lo que hizo que no pudiera acom-pañarlas al Zoo. Les dije que se fueran ellas que tenían una visita guiada, ya que les enseñarían todas las instalaciones. Dios mío, quien me iba a decir a mí que esto pasaría. Si pudiera dar mar-cha atrás… — Perdone agente —comentó Loop dirigiéndose a uno de los oficiales que estaba tomando fotos en el lugar de los hechos. — ¿Sí, detective? — ¿Podría Ud. decirme si han encontrado alguna huella de león o pisada? — Buena pregunta. La respuesta detective Loop es que no. Parece ser que en el zoo disponen de un equipo experto en higiene, porque el león estaba impoluto, no hay huellas, ni restos de pelo o señal alguna de su presencia en todo el lugar—afirmó el oficial con frustración. — ¿Le importaría a Ud. que echásemos un vista-zo a la casa?

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— Mientras no toquen nada no hay problema—exclamó. — Sr. Peter, ¿sería tan amable de mostrarme el resto del inmueble? — Sí. Por favor síganme —contestó el científico mientras se disponía a ascender al piso supe-rior—. Aquí está nuestro dormitorio, es grande, amplio y luminoso. Como a Alice le gustaba. — Dígame Sr. Peter ¿Cómo encontró Ud. la casa cuándo ocurrió todo? —Profirió Loop pensativo. — Intacta como lo está ahora, por alguna razón el león no quiso acceder al piso superior. — Creo que a su mujer también le gustaba ma-quillarse, es una prodigiosa colección de la fir-ma—comentó Estile. — Sí. La verdad es que siempre estaba retocán-dose y sólo le gustaba esta marca. Yo siempre le solía traer de mis viajes lo último que habían sacado. Entre otras cosas, esas uñas postizas de porcelana que a ella le hizo tanta ilusión tener —detalló—. Cosas de mujeres. Creo que ahora es lo que se lleva — Pues sí es lo que se lleva —interrumpió Estile con energía de colegial—. Lo sé porque tengo una prima que es muy joven y…

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— Gracias Estile pero no creo que sea el mo-mento apropiado para hablarnos de las cualida-des de su adolescente prima. Ruego disculpe a mi amigo, está un poco exaltado. — No pasa nada, de hecho a mi hijita Jane tam-bién le gustaban esas cosas. — ¡Loop! — ¿Sí, Estile? — Aquí parece que falta un bote de pintauñas rojo. Lo sé por mi prima, que como le comentaba antes tiene toda la colección. ¿Sabe Ud. si lo llevaba consigo cuando fueron al zoo?—inquirió Estile. — Pues supongo que sí, ya que siempre o casi siempre solía llevárselos. — Muy bien. Ahora Sr. Peter sólo me queda dar-le las gracias, de momento eso es todo y cuanto quiero saber. — A Uds Sr. Loop y compañía —exclamó. — Hasta la vista y espero que se recupere pronto de tan desgraciado asedio. — Gracias —concluyó—.

*

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— ¿Cómo pudo escaparse el león de la jaula?—preguntó Estile. — Qué decirle Estile. Esta misma mañana, des-pués de hablar por teléfono con el Sargento, solicité una entrevista en el zoo con la cuidadora responsable de la vigilancia de los felinos —enunció Loop. — ¿No está el zoo a dos manzanas de aquí?—preguntó Estile. — ¡Oh, sí, por supuesto!—Exclamó mientras se ponía en marcha. Al cabo de 3 minutos llegaron al Zoológico de Regent´s Park. Seguidamente se dirigieron hasta las instalaciones donde se encontrarían con la cuidadora de las fieras en la noche del suceso. — ¿Es usted Martha Swann, la cuidadora del león que se escapó? De una singular belleza era el rostro frio e inex-presivo de la chica cuando se volvió hacia ellos. — ¿Qué es lo que quieren?—profirió la chica con una reticente y aterciopelada voz.

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— Me llamo Glaseens Loop y él es el Sr. Estile Preston. — ¡Ah, sí! Me dijeron que vendrían. — Veo que la tienen bien informada, ¿podría Ud. contarme lo que ocurrió? ¿Cómo pudo escaparse el león? — Sí, detective. Sencillamente alguien se dejó la puerta abierta y la fiera se escapó —explicó. — ¿De cuántas puertas dispone dicha jaula? — Bueno en realidad son dos jaulas que comuni-can entre sí. Una es de aislamiento por mantener al animal de un modo seguro apartado para pro-porcionarle el alimento. Luego entre ellas, existe una compuerta de acero. La jaula también dispo-ne de otra entrada para el cuidador y la puerta o portillo de traslado de animales que se halla en la jaula de aislamiento y que comunica con Portland St. —concluyó la cuidadora. — Srta. Swann—continuó Loop— esa puerta o portillo ¿es la que se quedó abierta y por dónde pudo escaparse el león? — Así es —afirmó. — ¿Podría usted mostrarme la jaula del felino? si no es molestia claro. — Sí, por favor acompáñenme.

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Después de caminar durante un rato por las gale-rías del zoo, todo eran prisiones para los anima-les con lo que Loop no estaba en absoluto de acuerdo. Pues menuda filosofía ésta de los hu-manos, siempre intentando alterar y controlar la naturaleza, apropiándose de lo que no es suyo y sometiendo a estos pobres animales, con el úni-co fin de entretener a un paga-entradas. — ¡Aquí está! Esta es la jaula. — ¡Ah, por fin! —contestó Loop mientras se adentraban por un paso, cuya luz apagada al final no parecía tener fondo. (Lugar donde se encontraba la jaula del felino). La cuidadora corrió las cortinillas. — Como puede ver detective ahí está la com-puerta que divide la jaula y más allá está el porti-llo que se dejaron abierto. — ¿Sabría usted decirme Srta. Swann quién estaba de guardia aquélla noche? — Sí señor. Estaba yo, —respondió— pero no bajé a la jaula para nada, ya que el alimento se lo

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damos por la mañana —explicó. — ¡Loop, he encontrado algo! Parece una uña postiza roja—dijo Estile extrayendo la uña de entre las virutas. — Déjeme ver, Estile. Sí. Es una uña postiza de porcelana —esbozó Loop. — ¡Oh sí, perdonen! creo que es mía ¿ven?—exclamó la cuidadora mientras se despegaba una uña postiza del mismo color de su dedo— es que a veces estas dichosas uñas se despegan y se caen. Si no me equivoco, debe ser de ayer, que al hacerme la manicura, seguramente cuando entré en la jaula no estaría totalmente seca y se me debió de caer—contestó ruborizada y un tanto nerviosa. — ¡Oh! bien, bueno —profirió Loop— y cuándo descubrió que el león no estaba en su jaula ¿qué hizo?—preguntó. — Pues me enteré por la policía. Me llamaron informando de que posiblemente podría haberse escapado del Zoo, —prosiguió la chica narrando los hechos—me pidieron que lo comprobara y así lo hice, cuando me percaté de que la puerta de traslado... — ¿El portillo? —Interrumpió Loop.

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— Eso es. Que el portillo estaba abierto, les avisé de que efectivamente se trataba de nuestro león. A pesar de que lo abatieron a tiros, enviamos un furgón con personal del Zoo para recoger al animal y trasladarlo al Centro Criminológico, —siguió con-tando la cuidadora—después me enteré de lo que había pasado y no pude evitar pensar en quién pudo hacer una cosa así —concluyó la chica entre sollozos. — Un momento Srta. Swann, ¿está Ud. insinuando que alguien intencionadamente dejó el pestillo quitado? — No sé qué pensar, lo siento —profirió ésta. — Gracias Srta. Swann por su ayuda —exclamó Loop. — Cuenten conmigo para lo que quieran. Ahora si me disculpan he de ir a limpiar las jaulas —se ofreció acompañando a Loop y Estile hasta la puerta de salida—. En las afueras del Zoo… — Estile, ¿ha guardado Ud. esa uña? — La he guardado. — Estupendo, ya tiene Ud. un buen artículo para

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su columna, ya que podría tratarse de una prueba, pero no saquemos conclusiones todavía, debemos ser cautelosos de los detalles que nos depare todo lo concerniente a este caso —dijo. — ¿Piensa Ud. que pudo no ser un accidente? — Estile no es momento de pensar, si no de reunir pruebas. Las pruebas son nuestro testigo directo y único aliado, pues sólo ellas pueden conducirnos hasta la verdad—. Después de despedirse de Estile, Loop quiso in-dagar un rato y dar un paso más hacia esa verdad. Por lo que tomó un taxi en dirección al aeropuerto para averiguar si la coartada del científico Peter Miller Mann era veraz y efectivamente estuvo, en la noche que el león escapó matando a toda su familia, en un atasco que duró más de tres horas. — Buenas tardes, ¿es Ud. el director del servicio de taxis del aeropuerto? — ¡Perdone, pero ahora tengo mucho trabajo! —contestó casi sin detenerse. — Discúlpeme me llamo Glaseens Loop. Quería pedirle sólo un favor, soy el detective que lleva el caso del león que se escapó, ¿sabe Ud. de qué le

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hablo? — ¡Ah! Sí. ¿Y qué tiene eso que ver conmigo? — Espero que nada Director, solamente quisiera ver el registro de trayectos que se hicieron en la noche del viernes. — ¡Ah, bueno!—exclamó—si es sólo eso, espere aquí. Ahora se lo traigo. Minutos más tarde salió de su despacho el Director con la hoja de rutas en la mano. — Tenga. Espero que esto le sirva. — Gracias. — No hay de qué. Estaré en mi oficina por si ne-cesita Ud. algo. Ahora si me disculpa, tengo mu-cho trabajo. Cuando Loop examinó el registro, dio con el nom-bre del taxista en un santiamén. Ya que la anterior noche sólo se hizo un trayecto a Portland St. se-gún hacía constar la hoja de rutas. ¡Toc, toc! — Director. Ya sé que tiene mucho trabajo y per-done que le importune, pero me gustaría hablar

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con el Sr. Tejada. ¿Es posible que esté aquí? — A ver, a ver, sí. Hoy tiene turno de noche, debe estar en la entrada del aeropuerto, si no está, se-guramente esté haciendo un servicio. Puede espe-rarle ahí sentado si quiere Ud. Ahora si me disculpa, he de atender otros asuntos Sr. Loop. Adiós. —Qué hombre más desagradable —pensó el de-tective mientras se dirigía hacia la parada de taxis. Allí preguntó por el Sr. Tejada pero al parecer es-taba haciendo un servicio. Por lo que decidió espe-rarle. Al cabo de casi dos interminables horas el taxista apareció. — ¿Sr. Tejada? — Sí, soy yo ¿Qué quiere? —respondió con donai-re. — Verá soy el detective Glaseens Loop y me gus-taría hacerle unas preguntas—profirió Loop afa-blemente. — ¡Ah! ¿Sí? ¿Sobre qué? — Sobre un servicio que hizo el viernes a las 11:30 en Portland. — Sí. ¿Qué pasa?

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— El cliente al que llevó. ¿Le pidió que le llevara directamente o hicieron alguna parada por el ca-mino? — Le llevé directamente —respondió el taxista. — ¿Está usted seguro? —Insistió Loop. — Sí señor, lo recuerdo perfectamente. Pues ha-bía un atasco total. Como lo llamo yo. — Perdone que le haga otra pregunta Sr. Tejada pero ¿hablaron de algo, le hizo algún comentario? — Nada detective, se quedó dormido como un bebé. Tuve que despertarle cuando llegamos a su casa en Portland. — Bueno pues parece que el Sr. Peter Miller Mann decía la verdad —pensó Loop—. Muchas gracias Sr. Tejada y salude al director de mi parte. Hasta pronto. — Sí. Lo haré. Adiós. Ya había casi anochecido completamente cuando Loop llegó al museo, que ahora se había converti-do en su nueva casa. Se detuvo en la puerta con-templando las abovedadas galerías en las que todavía pendían algunos de los cuadros y obras extrañamente abandonadas. Atónito, no acababa de entender recordando por qué su antiguo dueño,

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decidió cerrarlo al público y demolerlo junto con todas las obras de arte dentro. Por no mencionar la frialdad con la que despidió a Shu Qi su em-pleada, quien en aquel momento y desde hacía quince años había trabajado en el museo como guía y recepcionista para seguidamente verse sin trabajo y en la calle. Por suerte, el mismo día que iban a proceder a su demolición, Loop quiso asistir y tomar unas fotos, pues conocía el lugar desde que aún era un niño cuando escuchó decir al propietario del museo, “que era una lástima derruirlo por su antigüedad, pero que era un lugar medio embrujado. Lo que hacía aún más complicada su venta”. Loop incrédulo se acercó y con respeto le pregun-tó qué cantidad esperaba conseguir por el museo. El propietario le contestó que él se lo cambiaría por su casa si Loop quisiera. A Loop le pareció bien, así que detuvieron la demolición. Loop entregó su casa y pasó a ser el nuevo pro-pietario del Museo de Covent Garden. Pronto lo restauraron, reparando las grietas y desconchados que tenían las paredes y los techos para, al fin, volver a reabrirlo al público. Shu volvió a retomar su antiguo puesto como la recepcionista y guía del

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museo y Loop trasladó su residencia a la ahora renovada biblioteca. Después de pararse a recordar y reflexionar en todos estos acontecimientos, accedió a la bibliote-ca y mientras se quitaba su túnica, el viejo reloj de pie que se encuentra en el vestíbulo, se detuvo misteriosamente, creando un angosto silencio seguido de un— ¡plommm!— cuyo estruendo hizo que a Loop que se le encogiera el corazón. Salió para ver qué es lo que había sucedido cuando al final del cañón abovedado de una de las galerías, advirtió una extraña silueta. La figura se desplazó como sombra en la noche, Loop la siguió hasta la escalerilla de la entreplanta donde guardan las obras de arte y sigiloso, se adentró por ésta hacia el subterráneo. Cuando llegó al sótano y encendió la luz, todo estaba lleno de polvo, restos de viruta, algunas sábanas esparcidas por el suelo y varios cuadros y esculturas ocultas bajo unas colchas raídas. Un lugar todavía extraño para Loop, quien abstraído, observó cómo una especie de túnel, que debía de comunicarse con todo el entramado de la ciudad, se aparecía ante él. Loop al ver que no había nadie en aquel viejo depósito, se adentró por el oscuro paso. De pronto alguien desde uno

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de los túneles comenzó a reír de una manera desmesurada y enfermiza. Pronto las risas se con-virtieron en llantos. Loop preguntó: — ¿Qué le ocurre, se encuentra bien?—. Cuando de la oscuridad apareció la figura de una mujer acercándose despacio hacia éste. Loop la enfocó con su linterna advirtiendo con pavor el rostro amorfo de ésta. Espantado echó a correr y consiguió alejarse del lugar hasta situarse de nue-vo en el sótano. Desde muy pequeño Loop había experimentado aquellas visiones y encuentros con aquellos es-pectros, pero nunca hizo mención a nadie sobre los mismos, pues él creía profundamente que aquello debía de ser una manifestación del sub-consciente por lo que decidió regresar a la biblio-teca. Todas las luces de las salas estaban apagadas en el museo menos una, cual pareciera ofrecer una perspectiva un tanto diabólica. Loop con instigado-ra quietud se acercó y apagó la luz, mientras ob-

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servaba con incógnita el viejo péndulo del reloj que ahora volvía a funcionar. Cansado y apunto de acostarse, distinguió encima del secretario que había una cajita redonda y re-cordó que debían ser los bombones que le pidió a Estile en la mañana. — ¡No, no, no, —exclamó— como he podido olvi-darme de mi tía Enriqueta, pobrecilla, un viaje tan largo desde Compostela y todavía no he ido a verla! ¡Estúpido de mí! ¡Glaseens Loop, no tienes cabeza nada más que para tus casos! —Pensó en voz alta, a la vez que Shu aparecía por la puerta. — Sr. Loop. — Shu ¿qué hace en el museo a estas horas? — Verá Sr. Loop, el Sr. Estile le dejó una caja y pensé esperarle hasta que viniera. Pues esta no-che ha llamado una mujer. — ¡Oh sí! mi tía Enriqueta. — ¡Oh no! Sr. Loop. Era una mujer joven que se hacía llamar Martha Swann. — ¿Cómo? y ¿qué quería? —preguntó intrigado. — Decía que quería urgentemente hablar con Ud. que era de vital importancia verle. Le dije que vi-niera a primera hora de la mañana.

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— Gracias Shu por hacerme este favor, recuérde-melo a fin de mes. — No hay de que, señor. A la mañana siguiente, Loop entretenido ojeaba con análisis algunos pasajes en los manuscritos antiguos que venían con la biblioteca, mientras que un experto en objetos antiguos, en voz baja e ilustrativa, databa la procedencia de un libro que Loop había encontrado. — Se trata del Códice Voynich. El nombre del manuscrito se debe al especialista en libros de culto Wilfrid M. Voynich quien lo adquirió en 1912—afirmó el experto—. Data aproximadamente entre 1404 y 1438 d.C. Es un manuscrito muy valioso de época donde la Santa Inquisición no dejaba una oveja suelta, de ahí que sus explica-ciones estén en un léxico indescifrable. Del autor no se sabe nada, pero se cree que pudo haberlo escrito el mismísimo Leonardo Da Vinci. — Sr. Loop. —Interrumpió Shu. — ¿Sí, Shu? — Está aquí la mujer de la que le hablé ayer, la

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Srta. Martha Swann. — Gracias Shu, hágala pasar —profirió—. En otra ocasión será Sr. Stanley —exclamó, mientras el experto en antigüedades desaparecía con discre-ción—. Por cierto Shu, hágame el favor de colocar el Códice Boynich en el expositor de la sala de libros antiguos donde la gente pueda contemplarlo. — Buenos días —profirió una voz contenida de-trás de la puerta. — Srta. Swann, pase por favor no se quede Ud. ahí. — ¡Oh, sí! Claro, gracias. — ¿Y bien? Mi secretaria me dijo que ayer llamó Ud. y requería de gran urgencia, ¿de qué se trata? — Sr. Loop, es de suma importancia lo que voy a contarle—señaló medio temblando la muchacha—. Resulta que ayer recordando lo que pasó con el león me detuve a pensar en todo lo que hice aque-lla jornada. Cuando observé el periódico que esta-ba encima de la mesa con las fotos de los fallecidos, pude identificar la misma mujer y su hija que horas antes acompañé en una visita guiada. Seguidamente en un fulgor recordé que a media noche procedimos al traslado de una cebra y que

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cuando abrí la compuerta por equivocación abrí la del león. Mi compañero me informó de que aquella compuerta no era la que debía abrir si no la de al lado. Así que me pasé a la puerta siguiente y la abrí, olvidando por completo echar el cierre a la jaula del león que seguramente estaba dormido y por ello no hizo nada, hasta que supongo un golpe de aire abrió la dichosa compuerta. El león se dio cuenta y escapó. ¡Dios mío! Sr. Loop fue culpa mía, una negligencia — Un error catastrófico —contestó éste—. No se preocupe tiene Ud. todo mi apoyo. La acompañaré a la comisaría y les contará lo que me ha contado a mí. — ¡Pero me meterán en la cárcel! — No. Srta. Swann, probablemente lo tomarán como una falta dentro del orden laboral. Lo más seguro es que pierda el empleo y le suspendan el sueldo y posiblemente tendrá que cumplir una pequeña condena —explicó tranquilizándola—. ¡Venga no debemos perder más tiempo! De inmediato salieron hacia la comisaría y la chica testificó. Todo parecía tener sentido.

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Al día siguiente, se celebró un juicio rápido. Con-cluyendo que efectivamente hubo negligencia por homicidio imprudente con agravante. Suspendien-do a la Srta. Swann de empleo y sueldo. Curiosa-mente, un anónimo pagó la fianza y pudo la cuidadora salir en libertad con cargos prohibiéndo-le abandonar la ciudad. Ese mismo día, se enterraron los restos de la Sra. Alice Miller Mann y su hija, quedando el caso ce-rrado.

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—II—

En el entierro había numerosos familiares, amigos y celebridades del mundo de la medicina. Entre otros y para sorpresa de Loop, el Forense Robert Waals, recibiendo en mano un sobre marrón de Peter Miller Mann. Lo cual inquietó a Loop y Estile. — No puedo evitar preguntarme por el contenido de ese sobre —cuestionó Estile con aire de sos-pecha. — Ni yo tampoco Estile, ni yo tampoco. Después del entierro, Peter Miller Mann se acercó a saludar a Loop, lo que pareció un poco extraño al detective. — Gracias por venir Sr. Glaseens Loop y Sr. Pres-ton. — ¿Qué tal Sr. Miller Mann? —preguntó Estile con cara de sabueso. — Al final se esclareció todo para su tranquilidad

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—añadió Loop—. Y ¿ahora qué hará? ¿Vuelve a casa? — ¡Oh! No, a esa casa no creo que vuelva. Está precintada y la he puesto en venta. Creo que permaneceré en la vieja casa del campo. En un ambiente natural todo se ve de otra manera —aclaró el científico. — No sabía que conociera usted al Forense Ro-bert Waals —exclamó Loop. — El Doctor Robert Waals, sí, es un viejo amigo. Estudiamos juntos en la universidad de Oxford es Colega del Club de Médicos. — Sin duda un gran apoyo —afirmó Loop. — Pues sí. Es el mejor amigo que conservo de la infancia. Es como si fuera de la familia y sabe muy bien por lo que estoy pasando. — Comprendo —pronunció el detective. — En fin Sr. Loop no sé cómo agradecerle lo que ha hecho. Haré que le llegue una gratificación por su perspicaz actuación en este horrible suceso. — Le agradezco su interés pero mejor será que lo guarde para Ud., pues yo cobro del gobierno. Es-pero Sr. Peter que le vaya bien en la vida y bueno… con sus descubrimientos. — Igualmente les doy las gracias. Ya sabe detecti-ve, si algún día quiere compartir uno de sus casos

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conmigo, estaré muy complacido de ayudarlo —agregó el científico mientras se subía en el coche funerario. — Eso está hecho—aseguró Loop. — Creo que aquí hay gato encerrado. — León Estile, león escapado —afirmó sarcástico el detective. — Loop. ¿Qué cree usted que había en ese so-bre? — No lo sé Estile, tal vez ¿una gratifica-ción?—alegó con una resuelta sonrisa. — ¿Por qué sonríe usted, Loop?—preguntó el periodista con cierta frustración. — Verá Estile, el hecho de que un caso esté ce-rrado no hace que cesen los acontecimientos, la vida es como un reloj que nunca se detiene ince-sante e impasible a nuestra interpretación. — Interesante filosofía. Tomo nota —dijo Estile. —Todos nuestros actos por ínfimos que puedan aparentar ser, desembocan en un rio de conse-cuencias. Por eso es tan importante la educación. Loop juntó las dos manos mientras Estile paraba al carruaje. — Al museo de Covent Garden y por favor vaya despacio.

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Mientras, el coche se adentraba por el ancho y terso camino del cementerio, en el que a ambos lados en perfecto orden y harmonía, se hallaba un hermoso cordón de centenarios robles y castaños que adornaban el agreste paseo de hojas ocre.