Vida Y Destino (Stalingrado) Vasili Grossman

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  • 1. Vidaydestino Vasili Grossman 1 Vasili Grossman Vida y destinoTraduccin de Marta RebnPremio Nacional a la Mejor Labor Editorial Cultural 2006 concedido a Galaxia Gutenberg por el Ministerio de Cultura Ttulo de la edicin original: Zhizn i sudb Traduccin del ruso: Marta-Ingrid Rebn Rodrguez Diseo: Josep BagCrculo de Lectores, S. A. (Sociedad Unipersonal)/Galaxia Gutenberg Travessera de Grcia, 47-49, 08021 Barcelona www.circulo.eswww.galaxiagutenberg.com 579701086O ditions l'Age d'Homme and the Estate of Vassili Grossman, 1980-1991 The Estate of Vassili Grossman, 1992Esta novela fue publicada originalmente por ditions l'Age d'Homme de la traduccin: Marta-Ingrid Rebn Rodrguez, 2007 Crculo de Lectores, S. A. (Sociedad Unipersonal), 1007 Depsito legal: B. 36821-2007Fotocomposicin: Vctor Igual, S.L., Barcelona Impresin y encuadernacin: Printer industria grfica N. II, Cuatro caminos s/n, 08610 Sant Vicen deis HortsBarcelona, 2007. Impreso en EspaaISBN Crculo de Lectores: 978-84-671-2716-1 ISBN Galaxia Gutenberg: 978-84-8109-703-0 N. 45377

2. Vida y destino Vasili Grossman2 Vida y Destino Autor: Grossman, Vassili Fecha de edicin: 00/00/2007 Editorial Galaxia Gutenberg Idioma: Espaol ISBN: 978-84-8109-703-0Vida y destino consigue emocionar, conmover y perturbar al lector desde la primera lnea y resiste si no supera la comparacin con otras obras maestras como Guerra y paz o Doctor Zhivago. En la batalla de Stalingrado, el ejrcito nazi y las tropas soviticas escriben una de las pginas ms sangrientas de la historia. Pero la historia tambin est hecha de pequeos retazos de vida de la gente que lucha para sobrevivir al terror del rgimen estalinista y al horror del exterminio en los campos, para que la libertad no sea aplastada por el yugo del totalitarismo, para que el ser humano no pierda su capacidad de sentir y amar. En la literatura hay pocas novelas que hayan logrado transmitir esto con tanta intensidad. Vida y destino es una novela de guerra, una saga familiar, una novela poltica, una novela de amor. Es todo eso y mucho ms. Vasili Grossman aspiraba quizs a cambiar el mundo con su novela, pero lo que es seguro es que Vida y destino le cambia la vida a quien se adentra en sus pginas. Vida y destino es una novela de guerra, un saga familiar, una novela poltica, una novela de amor. Es todo eso y mucho ms. Marie-Laure Delorme, le Journal du Dimanche.El libro que cambi mi vida. Martin Kettle, The Guardian.Novelas como Vida y destino eclipsan todo lo tenido por ficcin seria en Occidente al da de hoy.George Steiner. Cuando termin de leer Vida y destino, no tena la menor duda de que aqulla era una de las mayores novelas que haba ledo en mi vida. Con el tiempo, me enter de que lo mismo les haba sucedido a Luis Mateo Dez, a Ruiz Zafn, a Daniel Pennac y a otros escritores respetables.Horacio Vzquez-Rial, Libertad Digital. La lectura de Vida y destino me permiti del aliento pico que transpiran unos personajes demasiado humanos cuya vitalidad desborda las pginas del libro y queda grabada en la mente del lector como un smbolo agnico de supervivencia. Pues los personajes rusos son supervivientes en los que palpita la barojiana lucha por la vida y el cervantino mundo de las quimeras del sentimiento.Luis Mateo Dez. 3. Vida ydestino Vasili Grossman3Uno de los ms deslumbrantes milagros literarios del siglo XX. Una novela amplia como Guerra y paz, con destellos como Los demonios y una humanidad desbordante como los cuentos de Chjov.Georges Nivat, le Monde. Argumento: mientras la cruel batalla de Stalingrado desangra a los ejrcitos soviticos y alemanes, los protagonistas de esta novela luchan ferozmente para sobrevivir el terror del rgimen estalinista y al horror del exterminio de los judos. El dolor de una madre obligada a despedirse de su hijo, el amor de una joven bajo los bombardeos o la prdida de la humanidad de los soldados en el frente ante la atrocidad de la guerra son algunas de las emocionantes historias que entretejen esta novela coral que retrata como ninguna el alma del hombre del siglo XX. NDICE* PRIMERA PARTE9SEGUNDA PARTE 407 TERCERA PARTE 779 Lista de personajes principales 1105 * La referencia de pgina es la del original impreso [Nota de los escaneadotes] 4. Viday destino Vasili Grossman 4 A la memoria de mi madre, Yekaterina Savelievna Grossman. PRIMERA PARTE 1La niebla cubra la tierra. La luz de los faros de los automviles reverberaba sobre la lnea de alta tensin que bordeaba la carretera.No haba llovido, pero al amanecer la humedad haba calado en la tierra y, cuando el semforo indic prohibido, una vaga mancha rojiza apareci sobre el asfalto mojado. El aliento del campo de concentracin se perciba a muchos kilmetros de distancia: los cables del tendido elctrico, las carreteras, las vas frreas, todo conflua en direccin a l, cada vez con mayor densidad. Era un espacio repleto de lneas rectas; un espacio de rectngulos y paralelogramos que resquebrajaba el cielo otoal, la tierra, la niebla.Unas sirenas lejanas lanzaron un aullido suave y prolongado.La carretera discurra junto a la va, y una columna de camiones cargados de sacos de cemento circul durante un rato casi a la misma velocidad que el interminable tren de mercancas. Los chferes de los camiones, enfundados en sus capotes militares, no miraban los vagones que corran a su lado, ni las caras borrosas y plidas que viajaban en su interior.De la niebla emergi el recinto del campo: filas de alambradas tendidas entre postes de hormign armado. Los barracones alineados formaban calles largas y rectilneas. Aquella uniformidad expresaba el carcter inhumano del campo.Entre millones de isbas rusas no hay ni habr nunca dos exactamente iguales. Todo lo que vive es irrepetible. Es inconcebible que dos seres humanos, dos arbustos de rosas silvestres sean idnticos... La vida se extingue all donde existe el empeo de borrar las diferencias y las par- ticularidades por la va de la violencia.La mirada apresurada pero atenta del canoso maquinista segua el desfile de los postes de hormign, los altos pilares coronados por reflectores giratorios, las torres de observacin donde se vislumbraba, como a la luz vtrea de una farola, a los centinelas apostados detrs de las ametralladoras. El maquinista gui el ojo a su ayudante; la locomotora lanz una seal de aviso. Apareci de repente una garita iluminada por una lmpara elctrica, luego una hilera de automviles detenidos en el paso a nivel, bloqueados por una barrera a rayas y el disco del semforo, rojo como el ojo de un toro.De lejos se oyeron los pitidos de un tren que se acercaba. El maquinista se volvi hacia el ayudante:se es Zucker, lo reconozco por el fuerte pitido; ha descargado la mercanca y se vuelve de vaco a Mnich.El tren vaco provoc un gran estruendo al cruzarse con aquel otro tren que se diriga al campo; el aire desgarrado chill, las luces grises entre los vagones centellearon, y, de repente, el espacio y 5. Viday destino Vasili Grossman 5la luz matutina del otoo, despedazada en fragmentos, se unieron en una va que avanzaba regularmente.El ayudante del maquinista, que haba sacado un espejito del bolsillo, se examin la sucia mejilla. Con un gesto de la mano, el maquinista le pidi que se lo pasara.Francamente, Genosse 1 Apfel le dijo el ayudante, excitado, de no ser por la maldita desinfeccin de los vagones podramos haber regresado a la hora de la comida y no a las cuatro de la madrugada, muertos de cansancio. Como si no pudieran hacerlo aqu, en el depsito.Al viejo le aburran las sempiternas quejas sobre la desinfeccin.Da un buen pitido dijo, nos mandan directamente a la plataforma de descarga principal.2En el campo de concentracin alemn, Mijal Sdorovich Mostovski tuvo oportunidad, por vez primera despus del Segundo Congreso del Komintern, de aplicar su conocimiento de lenguas extranjeras. Antes de la guerra, cuando viva en Leningrado, haba tenido escasas ocasiones de hablar con extranjeros. Ahora recordaba los aos de emigracin que haba pasado en Londres y en Suiza, donde l y otros camaradas revolucionarios hablaban, discutan, cantaban en muchas lenguas europeas. Guardi, el sacerdote italiano que ocupaba el catre junto a Mostovski, le haba explicado que en el Lager vivan hombres de cincuenta y seis nacionalidades. Las decenas de miles de habitantes de los barracones del campo compartan el mismo destino, el mismo color de tez, la misma ropa, el mismo paso extenuado, la misma sopa a base de nabo y sucedneo de sag que los presos rusos llamaban ojo de pescado. Para las autoridades del campo, los prisioneros slo se distinguan por el nmero y el color de la franja de tela que llevaban cosida a la chaqueta: roja para los prisioneros polticos, negra para los saboteadores, verde para los ladrones y asesinos. Aquella muchedumbre plurilinge no se comprenda entre s, pero todos estaban unidos por un destino comn. Especialistas en fsica molecular o en manuscritos antiguos yacan en el mismo camastro junto a campesinos italianos o pastores croatas incapaces de escribir su propio nombre. Un hombre que antes peda el desayuno a su cocinero y cuya falta de apetito inquietaba al ama de llaves, ahora marchaba al trabajo al lado de aquel otro que toda su vida se haba alimentado a base de bacalao salado. Sus suelas de madera producan el mismo ruido al chocar contra el suelo y ambos miraban a su alrededor con la misma ansiedad para ver si llegaban los Kosttrger, los portadores de los bidones de comida, los kostrigui como los llamaban los prisioneros rusos. Los destinos de los hombres del campo, a pesar de su diversidad, acababan por semejarse. Tanto si su visin del pasado se asociaba a un pequeo jardn situado al borde de una polvorienta carretera italiana, como si estaba ligada al bramido hurao del mar del Norte o a la pantalla de papel anaranjado en la casa de un encargado en las afueras de Bobruisk, para todos los prisioneros, del primero al ltimo, el pasado era maravilloso. Cuanto ms dura haba sido la vida de un hombre antes del campo, mayor era el fervor con el que menta. Aquellos embustes no servan a ningn objetivo prctico; ms bien representaban un himno a la libertad: un hombre fuera del campo no poda ser desgraciado... Antes de la guerra aquel campo se denominaba campo para criminales polticos. El nacionalsocialismo haba creado un nuevo tipo de prisioneros polticos: los criminales que no haban cometido ningn crimen. Muchos ciudadanos iban a parar al campo por haber contado un chiste de contenido poltico o por haber expresado una observacin crtica al rgimen hitleriano en una conversacin entre1 Camarada, en alemn. Salvo que se indique lo contrario, todas las notas son de la traductora. 6. Vida ydestino Vasili Grossman6amigos. No haban hecho circular octavillas, no haban participado en reuniones clandestinas. Se los acusaba de ser sospechosos de poder hacerlo.La reclusin de prisioneros de guerra en los campos de concentracin para prisioneros polticos era otra de las innovaciones del fascismo. All convivan pilotos ingleses y americanos abatidos sobre territorio alemn, comandantes y comisarios del Ejrcito Rojo. Estos ltimos eran de especial inters para la Gestapo y se les exiga que dieran informacin, colaboraran, suscribieran toda clase de proclamas.En el campo haba saboteadores: trabajadores que se haban atrevido a abandonar el trabajo sin autorizacin en las fbricas militares o en las obras en construccin. La reclusin en campos de concentracin de obreros cuyo trabajo se consideraba deficiente tambin era un hallazgo del nacionalsocialismo.Haba en el campo hombres con franjas de tela lila en las chaquetas: emigrados alemanes huidos de la Alemania fascista. Era sta, asimismo, una novedad introducida por el fascismo: todo aquel que hubiera abandonado Alemania, aun cuando se hubiera comportado de manera leal a ella, se converta en un enemigo poltico.Los hombres que llevaban una franja verde en la chaqueta, ladrones y malhechores, gozaban de un estatus privilegiado: las autoridades se apoyaban en los delincuentes comunes para vigilar a los prisioneros polticos.El poder que ejerca el preso comn sobre el prisionero poltico era otra manifestacin del espritu innovador del nacionalsocialismo.En el campo haba hombres con un destino tan peculiar que no haban podido encontrar tela de un color que se ajustara convenientemente al suyo. Pero tambin el encantador de serpientes indio, el persa llegado de Tehern para estudiar la pintura alemana, el estudiante de fsica chino haban recibido del nacionalsocialismo un puesto en los catres, una escudilla de sopa y doce horas de trabajo en los Plantages 1.Noche y da los convoyes avanzaban en direccin a los campos de concentracin, a los campos de la muerte. El ruido de las ruedas persista en el aire junto al pitido de las locomotoras, el ruido sordo de cientos de miles de prisioneros que se encaminaban al trabajo con un nmero azul de cinco cifras cosido en el uniforme. Los campos se convirtieron en las ciudades de la Nueva Europa. Crecan y se extendan con su propia topografa, sus calles, plazas, hospitales, mercadillos, crematorios y estadios.Qu ingenuas, qu bondadosamente patriarcales parecan ahora las viejas prisiones que se erguan en los suburbios urbanos en comparacin con aquellas ciudades del campo, en comparacin con el terrorfico resplandor rojo y negro de los hornos crematorios.Uno podra pensar que para controlar a aquella enorme masa de prisioneros se necesitara un ejrcito de vigilantes igual de enorme, millones de guardianes. Pero no era as. Durante semanas no se vea un solo uniforme de las SS en los barracones. En las ciudades-Lager eran los propios prisioneros los que haban asumido el deber de la vigilancia policial. Eran ellos los que velaban por que se respetara el reglamento interno en los barracones, los que cuidaban de que a sus ollas slo fueran a parar las patatas podridas y heladas, mientras que las buenas y sanas se destinaban al aprovisionamiento del ejrcito.Los propios prisioneros eran los mdicos en los hospitales, los bacterilogos en los laboratorios del Lager, los porteros que barran las aceras de los campos. Eran incluso los ingenieros que procuraban la luz y el calor en los barracones y que suministraban las piezas para la maquinaria.Los kapos la feroz y enrgica polica de los campos llevaban un ancho brazalete amarillo en la manga izquierda. Junto a los Lagerlteste, Blocklteste y Stubenlteste, controlaban toda la jerarqua de la vida del campo: desde las cuestiones ms generales hasta los asuntos ms personales que tenan lugar por la noche en los catres. Los prisioneros participaban en el trabajo ms confidencial del Estado del campo, incluso en la redaccin de las listas de seleccin y en las1 Los Plantages eran las tierras de cultivo cercanas a los campos de concentracin. 7. Viday destino Vasili Grossman 7medidas aplicadas a los prisioneros en las Dunkel-kammer, las celdas oscuras de hormign. Daba la impresin de que, aunque las autoridades desaparecieran, los prisioneros mantendran la corriente de alta tensin de los alambres, que no se desbandaran ni interrumpiran el trabajo.Los kapos y Blocklteste se limitaban a cumplir rdenes, pero suspiraban y a veces incluso vertan algunas lgrimas por aquellos que conducan a los hornos crematorios... Sin embargo, ese desdoblamiento nunca llegaba hasta el extremo de incluir sus propios nombres en las listas de seleccin. A Mijal Sdorovich se le antojaba particularmente siniestro que el nacionalsocialismo no hubiera llegado al campo con monculo, que no tuviera el aire altivo de un cadete de segunda fila, que no fuera ajeno al pueblo. En los campos, el nacionalsocialismo campaba a sus anchas pero no viva aislado del pueblo llano: gustaba de sus burlas y sus bromas desataban las risas; era plebeyo y se comportaba de modo campechano; conoca a la perfeccin la lengua, el alma y la mentalidad de aquellos a los que haba privado de libertad.3Mostovski, Agrippina Petrovna, la mdico militar Sofia Levinton y el chfer Seminov fueron arrestados por los alemanes una noche del mes de agosto de 1942 a las afueras de Stalingrado y conducidos seguidamente al Estado Mayor de la divisin de infantera.Despus del interrogatorio Agrippina Petrovna fue puesta en libertad y, por indicacin de un colaborador de la polica militar, recibi del traductor una hogaza de harina de guisantes y dos billetes rojos de treinta rublos; Seminov, en cambio, fue agregado a la columna de prisioneros que parta hacia un Stalag de los alrededores, cerca de la granja de Vertiachi. Mostovski y Sofia sipovna Levinton fueron enviados al Estado Mayor del Grupo de Ejrcitos.All Mostovski vio por ltima vez a Sofia sipovna. La mujer permaneca de pie, en medio del patio polvoriento; la haban despojado del gorro y arrancado del uniforme las insignias de su rango, y tena una expresin sombra y rabiosa en la mirada, en todo el rostro, que llen de admiracin a Mostovski.Despus del tercer interrogatorio, llevaron a Mostovski a pie hasta la estacin de tren donde estaban cargando un convoy de trigo. Una decena de vagones estaban reservados para hombres y mujeres que eran enviados a Alemania para realizar trabajos forzados; Mostovski pudo or a las mujeres gritar cuando el tren se puso en marcha. A l lo haban encerrado en un pequeo compartimento de servicio; el soldado que le escoltaba no era un tipo grosero, pero, cada vez que Mostovski le formulaba una pregunta, asomaba en su rostro la expresin de un sordomudo. Al mismo tiempo se palpaba que el soldado estaba nica y enteramente dedicado a vigilar a su detenido: como el guardin experimentado de un parque zoolgico que en medio de un silencio tenso vigila la caja donde una fiera salvaje se agita durante el viaje de traslado. Cuando el tren avanzaba por el territorio del gobernador general de Polonia, apareci un nuevo pasajero: un obispo polaco, bien plantado y de estatura alta, con los cabellos canos, ojos trgicos y unos juveniles labios carnosos. Enseguida cont a Mostovski, con un fuerte acento ruso, la represin que Hitler haba organizado contra el clero polaco. Despus de que Mijal Sdorovich vituperara contra el ca- tolicismo y el Papa, el obispo guard silencio y, lacnico, pas a contestar sus preguntas en polaco. Al cabo de unas horas, hicieron apearse al clrigo en Poznan.Mostovski fue conducido directamente al campo, sin pasar por Berln... Tena la impresin de que llevaba aos en el bloque donde alojaban a los prisioneros de especial inters para la Gestapo. All alimentaban mejor a los reclusos que en el campo de trabajo, pero aquella vida fcil era la de las cobayas-mrtires de los laboratorios. El guardin de turno llamaba a un prisionero a la puerta y le comunicaba que un amigo le ofreca un intercambio ventajoso: tabaco por una racin de pan; y el prisionero volva a su litera sonriendo satisfecho. De la misma manera, otro prisionero interrumpa su conversacin para seguir al hombre que lo llamaba; su interlocutor esperara en vano a conocer el 8. Viday destino Vasili Grossman8final del relato. Al da siguiente el kapo se acercaba a las literas y ordenaba al guardin de turno que recogiera sus trapos; y alguien preguntaba en tono adulador al Stubenlteste Keize si poda ocupar el sitio que acababa de quedar libre. La salvaje amalgama de los temas de conversacin ya no sorprenda a Mostovski; se hablaba de la seleccin, los hornos crematorios y los equipos de ftbol del campo: el mejor era el de los Moorsoldaten del Plantage, el del Revier tampoco estaba mal, el equipo de la cocina tena una buena lnea delantera, el equipo polaco, en cambio, era un desastre en defensa. Se haba acostumbrado asimismo a las decenas, los cientos de rumores que circulaban por el campo: sobre la invencin de cierta arma nueva o sobre las discrepancias entre los lderes nacionalsocialistas. Los rumores eran invariablemente hermosos y falsos; el opio de la poblacin de los campos.4Al despuntar el da empez a caer la nieve y no remiti hasta medioda. Los rusos experimentaron alegra y tristeza. Rusia haba soplado en su direccin, arrojando bajo sus miserables y doloridos pies un pauelo maternal. Los techos de los barracones estaban emblanquecidos y, a lo lejos, cobraban un aspecto familiar, aldeano.Pero aquella alegra, que haba resplandecido por un instante, se confundi con la tristeza y acab por ahogarse.A Mostovski se le acerc un guardia, un soldado espaol llamado Andrea. Le inform, chapurreando un francs macarrnico, de que un amigo suyo, empleado en la administracin del campo, haba visto un papel donde se hablaba de un viejo de nacionalidad rusa, pero no haba tenido tiempo de leerlo puesto que el superior de la oficina se lo haba arrebatado de las manos.Mi vida pende de ese trozo de papel, pens Mostovski, y se alegr de sentirse tan sereno.Pero no importa le susurr Andrea; averiguaremos lo que hay ah escrito.Por el comandante del campo? pregunt Guardi, y sus enormes pupilas negras refulgieron en la penumbra. O por Liss, el representante del SD?A Mostovski le sorprenda que el Guardi de da y el Guardi de noche fueran tan diferentes. Durante el da el sacerdote hablaba de la sopa, de los recin llegados, pactaba intercambios de raciones con los vecinos, se acordaba de la comida italiana, picante y con sabor a ajo. Los prisioneros de guerra del Ejrcito Rojo conocedores de su expresin preferida, al encontrarse con l en la plaza del Lager, le gritaban de lejos: To Padre, tutti kaputi, y sonrean como si aquellas palabras les infundieran esperanza. Le llamaban to Padre, creyendo que Padre era su nombre.Una vez, entrada la noche, los oficiales y los comisarios soviticos que se encontraban en el bloque especial empezaron a gastar bromas sobre Guardi, preguntndose si de verdad haba mantenido el voto de castidad.Guardi, con el semblante serio, escuch aquella mezcolanza fragmentaria de palabras francesas, alemanas y rusas.Luego habl l, y Mostovski le tradujo. Los revolucionarios rusos iban al presidio y al patbulo por sus ideales. Por qu, entonces, dudaban de que un hombre pudiera renunciar a la intimidad con las mujeres por ideales religiosos? Eso no tena ni punto de comparacin con el sacrificio de la propia vida.No lo estar diciendo en serio observ el comisario de brigada sipov.Por la noche, cuando los prisioneros empezaban a dormirse, Guardi se converta en otro hombre. Se arrodillaba en el catre y rezaba. Pareca que en sus ojos extasiados, en aquel terciopelo negro y penetrante, podan ahogarse todos los sufrimientos de la ciudad-presidio. Los tendones de su cuello moreno se tensaban como si estuviera haciendo un esfuerzo fsico; su rostro largo e indolente adoptaba una expresin de obstinacin sombra y feliz. Rezaba durante mucho rato, y Mijal Sdorovich se dorma arrullado por el bisbiseo suave y apresurado del italiano. Por lo general, 9. Vida ydestino Vasili Grossman 9Mostovski se despertaba una o dos horas ms tarde, y, para entonces, Guardi ya dorma. El italiano tena un sueo agitado, como si trataran de acoplarse sus dos naturalezas: la diurna y la nocturna. Roncaba, chasqueaba los labios, rechinaba los dientes, expulsaba gases intestinales estruendosamente y de repente entonaba, arrastrando la voz, hermosas palabras de una oracin que hablaba de la misericordia de Dios y la Santa Virgen.Nunca reprochaba al viejo comunista ruso su atesmo y a menudo le haca preguntas sobre la Rusia sovitica.El italiano, mientras escuchaba a Mostovski, asenta con la cabeza, como si aprobara el cierre de iglesias y monasterios y las nacionalizaciones de las tierras que pertenecan al Santo Snodo. Con sus ojos negros miraba fijamente al viejo comunista, y Mijal Sdorovich le preguntaba, irritado:Vous me comprenez?Guardi sonrea con su sonrisa habitual, la misma con la que hablaba de rag y salsa de tomate.Je comprends tout ce que vous dites, je ne comprends pas seulement pourquoi vous dites cela.A los prisioneros de guerra rusos que se encontraban en el bloque especial no se les exima del trabajo, motivo por el cual Mostovski no los vea ni conversaba con ellos hasta muy avanzada la tarde, o bien por la noche. El general Gudz y el comisario de brigada sipov eran los nicos que no trabajaban.Mostovski sola hablar con un hombre extrao, de edad indeterminada, cuyo nombre era Iknnikov-Morzh. Dorma en el peor lugar del barracn: cerca de la puerta de entrada, donde soplaba una corriente de aire helado y haba un enorme cubo con una tapa ruidosa, el recipiente para los orines.Los prisioneros rusos haban apodado a Iknnikov el viejo paracaidista 1, lo consideraban un yurdivi 2 y lo trataban con una piedad aprensiva. Estaba dotado de aquella resistencia extraordinaria que slo poseen los locos y los idiotas. Jams se resfriaba, aunque al acostarse nunca se despojaba de la ropa mojada por la lluvia otoal. Y seguramente slo la voz de un loco podra sonar as de clara y sonora.Mostovski lo haba conocido de la siguiente manera. Un da Iknnikov se le acerc y se qued mirndole fijamente, en silencio.Qu hay de bueno, camarada? pregunt Mijal Sdorovich Mostovski, que esboz una sonrisa burlona cuando Iknnikov, con acento declamatorio, profiri:De bueno? Y qu es el bien?De repente, estas palabras transportaron a Mostovski a la infancia, cuando su hermano mayor, de regreso del seminario, discuta con su padre sobre cuestiones teolgicas.Es un viejo dilema muy manido dijo Mostovski. Le dieron vueltas ya los budistas y los primeros cristianos. Tambin los marxistas se han afanado lo suyo.Y han encontrado la solucin? pregunt Iknnikov en un tono que provoc la risa de Mostovski.Bueno, el Ejrcito Rojo replic Mostovski lo est resolviendo ahora. Pero perdone, percibo en su voz un eco de misticismo, algo que no se comprende bien si corresponde a un pope o a un tolstosta.No podra ser de otra manera dijo Iknnikov, he sido tolstosta.No me diga! exclam Mostovski. Aquel extrao individuo despertaba su inters.Sabe? continu Iknnikov. Estoy convencido de que las persecuciones que los bolcheviques acometieron contra la Iglesia despus de la Revolucin han beneficiado a la fe cristiana. Antes de la Revolucin la Iglesia se hallaba en un estado lamentable.Mijal Sdorovich observ afablemente:1 Juego de palabras. En ruso, el cubo que sirve de orinal en el barracn se llama parasha, de ah que en el argot de las prisiones rusas se llame parashiutist (paracaidista) al que duerme al lado. 2 El yurdivi (loco por Cristo) es una figura central en la vida espiritual y literaria rusas. Asceta o loco santo, acta intencionadamente como un demente a los ojos de los hombres. Se cree visionario y profeta. 10. Vida ydestino Vasili Grossman 10 Usted es un verdadero dialctico! He aqu que yo tambin, en mis aos de vejez, tengo la oportunidad de presenciar un milagro evanglico.No respondi Iknnikov con aire sombro. Para ustedes el fin justifica los medios, y los medios que emplean son despiadados. Yo no soy un dialctico y usted no est asistiendo a ningn milagro.Muy bien contest Mostovski, repentinamente irritado, en qu puedo ayudarle?Iknnikov, adoptando como un soldado la posicin de firmes, dijo:No se ra de m! Su voz triste ahora son trgica. No me he acercado a usted para bromear. El quince de septiembre del ao pasado fui testigo de la ejecucin de veinte mil judos, entre ellos mujeres, nios y ancianos. Ese da comprend que Dios nunca permitira algo as y que, por tanto, Dios no exista. En la actual tiniebla, veo claramente vuestra fuerza y el terrible mal contra el que lucha...Vamos a ver, hablemos dijo Mijal Sdorovich.Iknnikov trabajaba en el Plantage, en los pantanos cercanos al campo donde estaban construyendo un enorme sistema de tubos de hormign para canalizar el ro y los arroyos de agua sucia, y as drenar la depresin. A los hombres que eran enviados a trabajar all en su mayora mal considerados por las autoridades se les llamaba Moorsoldaten, soldados del pantano.Las manos de Iknnikov eran pequeas, de dedos finos y uas infantiles. Regresaba del trabajo cubierto de barro, todo empapado se acercaba al catre de Mostovski y le preguntaba:Puedo sentarme a su lado?Se sentaba, y sonriendo, sin mirar a su interlocutor, se pasaba una mano por la frente. Tena una frente asombrosa; no era muy grande, pero s abombada y clara, tanto que pareca que viviera una vida independiente de las orejas sucias, el cuello marrn oscuro y las manos con las uas rotas. A los prisioneros de guerra soviticos, hombres con historias personales sencillas, les pareca un hombre oscuro y perturbador.Desde los tiempos de Pedro el Grande, los antepasados de Iknnikov, generacin tras generacin, haban sido sacerdotes. Slo la ltima haba elegido otro camino: todos los hermanos de Iknnikov, por deseo paterno, haban recibido una educacin laica.Iknnikov ingres en el Instituto de Tecnologa de San Petersburgo pero, entusiasmado por el tolstosmo, abandon los estudios en ltimo curso y se dirigi al norte de la provincia de Perm para convertirse en maestro de escuela. Vivi en un pueblo casi ocho aos; luego se traslad al sur, a Odessa, embarc en un buque de carga como mecnico, estuvo en la India y en Japn, vivi en Sidney. Despus de la Revolucin volvi a Rusia y particip en una comuna agrcola. Era un antiguo sueo suyo; crea que el trabajo agrcola comunista instaurara el reino de Dios sobre la Tierra.Durante el periodo de la colectivizacin general vio convoyes atestados de familias de deskulakizados 1. Vio caer en la nieve a personas extenuadas que ya no volvan a levantarse. Vio pueblos cerrados, sin un alma, con las puertas y ventanas tapiadas. Vio a una campesina arrestada, cubierta de harapos, el cuello carniseco, las manos oscuras de trabajadora, a la que quienes la escoltaban miraban con espanto; la mujer, enloquecida por el hambre, se haba comido a sus dos hijos.En aquella poca, sin abandonar la comuna, comenz a predicar el Evangelio y a rogar a Dios por la salvacin de los que iban a morir. Al final fue encarcelado. Los horrores de los aos treinta le haban trastornado la razn. Tras un ao de reclusin forzada en un hospital psiquitrico fue puesto en libertad y se estableci en Bielorrusia, en casa de su hermano mayor, profesor de biologa, con cuya ayuda encontr empleo en una biblioteca tcnica. Pero los lgubres acontecimientos le haban causado una impresin tremenda.1 La deskulakizacin fue una campaa de represin poltica que tuvo lugar entre 1929 y 1932 contra millones de campesinos ricos, conocidos por el nombre de kulaks, y sus respectivas familias que consista en arrestos, deportaciones y ejecuciones 11. Vidaydestino Vasili Grossman 11 Cuando estall la guerra y los alemanes invadieron Bielorrusia, Iknnikov vio el sufrimiento de los prisioneros de guerra, las ejecuciones de los judos en las ciudades y en los shtetls 2 de Bielorrusia. De nuevo cay en un estado de histeria e imploraba a conocidos y desconocidos que escondieran a los judos; l mismo intent salvar a mujeres y nios. Enseguida fue denunciado y, tras escapar de milagro de la horca, lo internaron en un campo.En la cabeza de aquel hombre viejo, sucio y andrajoso reinaba el caos. Profesaba una moral grotesca y ridcula, al margen de la lucha de clases.All donde hay violencia explicaba Iknnikov impera la desgracia y corre la sangre. He sido testigo de los grandes sufrimientos del pueblo campesino, aunque la colectivizacin se haca en nombre del bien. Yo no creo en el bien, creo en la bondad.Segn sus palabras, deberamos horrorizarnos cuando, en nombre del bien, ahorquen a Hitler y a Himmler. Horrorcese, pero no cuente conmigo respondi Mijal Sdorovich.Pregunte a Hitler objet Iknnikov, le dir que incluso este campo se erigi en nombre del bien.Mostovski tena la impresin de que los razonamientos lgicos que se afanaba en formular durante sus conversaciones con Iknnikov eran comparables a los infructuosos intentos de un hombre por repeler a una medusa con un cuchillo.El mundo no se ha elevado por encima de la verdad suprema que formul un cristiano en la Siria del siglo VI repiti Iknnikov: Condena el pecado y perdona al pecador.En el barracn haba otro anciano ruso: Chernetsov. Era tuerto. Un guardia le haba roto el ojo de cristal, y aquella cuenca, vaca y roja, produca un extrao efecto sobre su rostro plido. Cuando hablaba con alguien se cubra la rbita vaca del ojo con la mano.Chernetsov era un menchevique que haba huido de la Unin Sovitica en 1921. Haba vivido veinte aos en Pars trabajando en un banco como contable. Haba cado prisionero por haber secundado el llamamiento a los empleados del banco para sabotear las directrices de la nueva administracin alemana. Mostovski procuraba no toparse con l.Era evidente que la popularidad de Mostovski inquietaba al menchevique. Todos, ya fuera un soldado espaol, un propietario de una papelera noruego o un abogado belga, mostraban inclinacin hacia el viejo bolchevique y acudan a l para hacerle preguntas.Un da se sent en el catre de Mostovski el hombre que detentaba el mando entre los prisioneros de guerra soviticos: el mayor Yershov. Se acerc a Mostovski y, ponindole una mano sobre el hombro, se puso a hablarle con fervor y presteza.De repente Mostovski mir a su alrededor. Chernetsov los observaba desde un extremo del barracn. Mostovski pens que la angustia que expresaba su ojo sano era ms terrible que el agujero rojo que se abra en el lugar del ojo ausente.S, hermano, no me gustara estar en tu pellejo, pens Mostovski sin alegra maliciosa.Una ley dictada por la costumbre, si bien no por casualidad, haba establecido que Yershov era indispensable para todos. Dnde est Yershov? Habis visto a Yershov? Camarada Yershov! Mayor Yershov! Yershov ha dicho... Pregunta a Yershov... Llegaba gente de otros barracones para verle; alrededor de su catre siempre haba movimiento.Mijail Sdorovich haba bautizado a Yershov como el director de conciencias. La dcada de 1860 haba tenido a sus directores de conciencias. Primero fueron los populistas; luego Mijilovski, que se fue por donde haba llegado. Ahora el campo de concentracin nazi tambin tena a su director de conciencias! La soledad del tuerto era un smbolo trgico del Lager.Haban transcurrido dcadas desde la primera vez que Mijal Sdorovich haba sido encarcelado en una prisin zarista. Incluso haba ocurrido en otro siglo, el XIX.Recordaba cmo se haba ofendido ante la incredulidad de algunos dirigentes del Partido que ponan en tela de juicio su capacidad para desempear un trabajo prctico. Ahora se senta fuerte, constataba a diario cmo sus palabras estaban revestidas de autoridad para el general Gudz, para el2 En yiddish, diminutivo de shtot, ciudad. Asentamiento judo en la Europa Oriental. 12. Viday destino Vasili Grossman12comisario de brigada sipov y para el mayor Kirllov, siempre tan triste y abatido. Antes de la guerra le consolaba la idea de que, apartado de toda actividad, apenas tena contacto con todo aquello que suscitaba su rechazo y su protesta: el poder unipersonal de Stalin en el seno del Partido, los sangrientos procesos contra la oposicin, el escaso respeto hacia la vieja guardia. Haba sufrido enormemente con la ejecucin de Bujarin, al que conoca bien y amaba. Pero saba que en caso de haberse enfrentado al Partido en cualquiera de estas cuestiones, l, contra su propia voluntad, se habra revelado como un opositor a la causa leninista a la que haba consagrado su vida. A veces le torturaban las dudas. Acaso era la debilidad o quizs el miedo la causa de su silencio, lo que le impela a no enfrentarse a lo que no estaba conforme? Se haban evidenciado tantas bajezas antes de la guerra! A menudo recordaba al difunto Lunacharski. Cunto le habra gustado volver a verle; era tan fcil hablar con Anatoli Vaslievich, tan inmediato, se comprendan con media palabra. Ahora, en el horrible campo alemn, se senta fuerte, seguro de s mismo. Slo haba una sensacin incmoda que no le abandonaba. No poda recuperar aquel sentimiento joven, claro y completo de sentirse uno ms entre los suyos y extrao entre los extraos. Una vez un oficial ingls le haba preguntado si la prohibicin en Rusia de expresar puntos de vista antimarxistas no haba resultado un obstculo para su trabajo filosfico. Pero no era eso lo que le preocupaba. A otros, tal vez les moleste. Pero no es un inconveniente para un marxista como yo replic Mijal Sdorovich. Le he hecho esta pregunta precisamente porque es usted marxista, uno de la vieja guardia precis el ingls. Aunque Mostovski hizo una mueca de dolor, haba logrado replicar al ingls. El problema no era tanto que algunos hombres que le eran ntimamente cercanos como sipov, Gudz o Yershov le irritaran a veces. La desgracia era que muchas cosas de su propia alma se le haban vuelto extraas. En tiempo de paz se haba alegrado al encontrar a un viejo amigo, slo para comprender al despedirse que no eran sino dos extraos. Pero, ahora, qu poda hacer cuando era una parte de s mismo la que se haba vuelto extraa...? Con uno mismo no se puede romper relaciones, ni dejar de encontrarse. Durante las conversaciones con Iknnikov, Mostovski se irritaba, se volva rudo y sarcstico, lo tildaba de majadero, calzonazos y bobalicn. Pero, al mismo tiempo que se burlaba de l, cuando no lo vea le echaba de menos. S, precisamente en eso consista el gran cambio experimentado entre sus aos de juventud transcurridos en las crceles y el momento presente. Cuando era joven, todo le resultaba prximo y comprensible en sus amigos y camaradas de Partido. Cada pensamiento y opinin de sus adversarios, en cambio, le parecan extraos, monstruos. Ahora, de improviso, reconoca en los pensamientos de un desconocido aquello que dcadas antes le era querido, mientras que a veces aquello que le era ajeno tomaba forma, misteriosamente, en los pensamientos y palabras de sus amigos. Debe de ser porque hace demasiado tiempo que estoy en el mundo, se deca Mostovski. 5El coronel americano ocupaba una celda individual en un barracn especial. Tena permiso para salir libremente durante las horas vespertinas y le servan comidas especiales. Corra la voz de que Suecia haba intervenido en su favor, y que el presidente Roosevelt haba pedido noticias suyas al rey de Suecia.Un da el coronel llev una tableta de chocolate al mayor Nkonov, que estaba enfermo. Estaba 13. Viday destino Vasili Grossman 13muy interesado en los prisioneros de guerra rusos y siempre intentaba entablar conversacin con ellos sobre las tcticas de los alemanes y las causas de los fracasos del primer ao de guerra.Hablaba a menudo a Yershov y, mirando los ojos perspicaces, alegres y tristes al mismo tiempo, del mayor ruso, se olvidaba de que ste no comprenda el ingls.Le pareca extrao que un hombre con una cara tan inteligente no pudiera entenderle, sobre todo teniendo en cuenta que los temas que le planteaba eran de sumo inters para ambos.En serio no entiende nada de lo que le digo? le preguntaba, apenado.Yershov le responda en ruso:Nuestro honorable sargento dominaba todas las lenguas, excepto las extranjeras.Sin embargo, en un lenguaje compuesto de sonrisas, miradas, palmaditas en la espalda y unas quince palabras tergiversadas en ruso, alemn, ingls y francs, los rusos del campo lograban hablar de camaradera, compasin, ayuda, el amor al hogar, la mujer y los hijos con hombres de decenas de nacionalidades de lenguas diferentes.Kamerad, gut, Brot, Suppe, Kinder, Zigarette, Arbeit y otra docena de palabras de la jerga alemana generada en los campos, Revier, Blockalteste, kapo, Vernichtungslager, Appell, Appellplatz, Waschraum, Flugpunkt, Lagerschtze 1, bastaban para expresar lo esencial en la vida sencilla y complicada de los prisioneros.Tambin haba varias palabras rusas rebiata, tabachok, tovrisch 1bis que utilizaban los reclusos de varias nacionalidades. Y la palabra rusa dojodiaga, que se empleaba para referirse a los prisioneros medio muertos, desfallecientes, se convirti en una expresin de uso comn al ganarse el consenso de las cincuenta y seis nacionalidades que integraban el campo.Pertrechados nicamente con diez o quince palabras, el gran pueblo alemn irrumpi en las ciudades y aldeas habitadas por el gran pueblo ruso: millones de aldeanas, de viejos y nios, y millones de soldados alemanes se comunicaban con palabras como matka, pan, ruki vverj, kurka, yaika 2, kaputt. Bien es cierto que no llegaban muy lejos con semejantes explicaciones, pero de todos modos, el gran pueblo alemn no necesitaba nada ms para el tipo de quehaceres que acometa en Rusia.Los intentos de Chernetsov por entablar conversacin con los prisioneros de guerra soviticos no dieron demasiados frutos. Con todo, durante los veinte aos que haba pasado en la emigracin no haba olvidado el ruso, que dominaba a la perfeccin. No poda comprender a los prisioneros de guerra soviticos que le evitaban.Del mismo modo, a los prisioneros de guerra soviticos les resultaba imposible ponerse de acuerdo: unos estaban dispuestos a morir para no cometer traicin; otros tenan intencin de alistarse en las tropas de Vlsov. Cuanto ms hablaban y discutan, menos se comprendan. Luego se haca el silencio; el odio y desprecio mutuos era patente. En aquel gemido de mudos y discursos de ciegos, en aquella espesa mezcla de individuos, unidos por el horror, la esperanza y la desgracia, en aquel odio e incomprensin entre hombres que hablaban una misma lengua, se perfilaba de un modo trgico una de las grandes calamidades del siglo XX. 6El da que nev las conversaciones nocturnas entre los prisioneros rusos fueron particularmente tristes.1Camarada, bueno, pan, sopa, nios, cigarrillo, trabajo... Enfermera, encargado de barracn, kapo, campo de exterminio, pase de lista, plaza de pase de lista, duchas, terreno de aviacin, guardias del campo. 1bisChicos, tabaco, camarada. 2 Respectivamente, madre, seor (en polaco), manos arriba, gallina, huevo. 14. Viday destino Vasili Grossman 14 Incluso el coronel Zlatokrilets y el comisario de brigada sipov, siempre enrgicos y rebosantes de vitalidad, parecan sombros y taciturnos. Todos estaban hundidos en la melancola.El mayor de artillera Kirllov permaneca sentado en el catre de Mostovski; tena los hombros cados y balanceaba la cabeza ligeramente. Pareca que no slo sus ojos oscuros sino tambin su enorme cuerpo estuvieran llenos de nostalgia.Los enfermos de cncer desahuciados tienen una expresin semejante, hasta el punto de que incluso sus seres ms prximos, al mirarles a los ojos, les desean, conmovidos, una muerte rpida.El omnipresente Ktikov, con el rostro amarillento, sealando a Kirllov susurr a sipov:ste o se ahorca o se une a Vlsov.Mostovski, frotndose las grises mejillas hirsutas, dijo:Escuchadme, cosacos. Todo va bien. Es que no lo veis? Para los fascistas cada da de vida del Estado fundado por Lenin es insoportable. El fascismo no tiene alternativa. O nos devora y nos aniquila, o se extingue.Precisamente, el odio que los fascistas nos profesan es la prueba de la justicia de la causa de Lenin. Y todava otra cosa, que no es menos seria. Recordad que cuanto ms nos odien los fascistas, ms seguros debemos estar de la justicia de nuestra causa. Al final venceremos.Se volvi con brusquedad hacia Kirllov:Qu le pasa a usted? Acurdese de Gorki, que mientras caminaba por el patio de la crcel oy gritar a un georgiano: Por qu andas como una gallina? Mantn la cabeza alta!.Todos estallaron en risotadas.Y tena razn. Venga, la cabeza alta confirm Mostovski. Pensad que el grande y noble Estado sovitico defiende la idea comunista! Que Hitler se enfrente al Estado y la idea. Stalingrado planta cara, resiste. A veces, antes de la guerra, pareca que habamos apretado las tuercas demasiado fuerte. Pero ahora, en realidad, hasta un ciego puede ver que el fin justifica los medios.S, no cabe duda, apretamos bien las tuercas intervino Yershov.Pero no lo suficiente objet el general Gudz. Tendramos que haber sido ms contundentes, as el enemigo jams habra llegado hasta el Volga.Nosotros no tenemos que dar lecciones a Stalin dijo sipov.Bien dicho aprob Mostovski. Y si perecemos en las prisiones o en las minas hmedas, qu le vamos a hacer. No es en eso en lo que debemos pensar.Y en qu, entonces? pregunt Yershov con voz estentrea.Los presentes se miraron, luego lanzaron una mirada alrededor y se quedaron callados.Ay, Kirllov, Kirllov! exclam de repente Yershov. Ha hablado bien nuestro viejo Mostovski: debemos alegrarnos de que los fascistas nos odien. Nosotros los odiamos y ellos nos odian. Lo entiendes? Pero imagnate estar en un campo ruso! Ser prisionero de los tuyos s que es una desgracia, mientras que aqu, eso no importa. Somos tipos fuertes, todava daremos guerra a los alemanes!7Durante toda la jornada el mando del 62. Ejrcito no pudo establecer contacto con las tropas. Muchos radiorreceptores del Estado Mayor no funcionaban; la conexin telefnica era cortada por doquier.Haba momentos en que la gente, al contemplar el Volga, cuyas aguas fluan embravecidas, tena la sensacin de que el ro era la inmutabilidad misma y de que en sus mrgenes la tierra, palpitante, se ondulaba.Desde la orilla oriental, cientos de piezas de artillera pesada sovitica hacan fuego. La ofensiva alemana haca saltar terrones en la ladera sur del Mamyev Kurgn y cubra el terreno de barrizales.Era como si se levantaran nubes de tierra y pasaran a travs de un tamiz admirable e invisible, 15. Vidaydestino Vasili Grossman 15creado por la fuerza de la gravedad, y, al disiparse, formaran una lluvia de terrones y fango que caa contra el suelo, mientras nfimas partculas en suspensin se elevaban hacia el cielo.Varias veces al da, los soldados del Ejrcito Rojo, ensordecidos y con los ojos inflamados, hacan frente a la infantera y los tanques alemanes.En el mando, aislado de las tropas, el da pareca penosamente largo. Chuikov, Krilov y Grov lo intentaban todo para llenar el tiempo y as tener la ilusin de estar realizando una actividad: escriban cartas, discutan los posibles movimientos del enemigo, bromeaban, beban vodka, acompandolo de vez en cuando con algo de comer, o bien guardaban silencio aguzando el odo al estruendo de las bombas. En torno al refugio se abata una tormenta de hierro que sesgaba la vida de aquellos que por un instante asomaban la cabeza sobre la superficie del terreno. El Estado Mayor estaba paralizado.Venga, echemos una partida de cartas propuso Chuikov apartando hacia un lado de la mesa el voluminoso cenicero lleno de colillas.Incluso Krilov, el jefe del Estado Mayor, haba perdido la paciencia. Con un dedo tamborile sobre la mesa y dijo:No puedo imaginarme nada peor que estar aqu sentados, esperando a que nos devoren.Chuikov reparti las cartas y anunci:Los corazones son triunfos. Luego, de repente, desparram la baraja y profiri: Aqu estamos, encerrados como conejos en sus guaridas, y jugando una partidita de cartas... No, no puedo!Permaneci sentado con aire pensativo. Su cara adopt una expresin terrible, tal era el odio y el tormento que se reflejaba en ella.Grov, como si presintiera su destino, murmur ensimismado:S, despus de un da como ste uno puede morirse de un ataque al corazn. Luego se ech a rer y dijo: en la divisin es imposible entrar en el retrete durante el da, es una empresa de locos! Me han contado que el jefe del Estado Mayor de Liudnikov entr gritando en el refugio: Hurra, muchachos, he cagado!, y al darse la vuelta, vio dentro del bnker a la doctora de la que est enamorado.Al anochecer, los ataques de la aviacin alemana cesaron. Probablemente, un hombre que fuera a parar de noche a las orillas de Stalingrado, abrumado por el estampido y las explosiones, se imaginara que un destino adverso le haba conducido a aquel lugar en la hora del ataque decisivo. Para los veteranos castrenses, en cambio, aqulla era la hora de afeitarse, hacer la colada, escribir cartas; para los mecnicos, torneros, soldadores, relojeros del frente era la hora de reparar relojes y fabricar mecheros, boquillas, candiles con vainas de latn de proyectil y jirones de capotes a modo de mechas.El fuego titilante de las explosiones iluminaba el talud de la orilla, las ruinas de la ciudad, los depsitos de petrleo, las chimeneas de las fbricas, y, en aquellas breves llamaradas, la ciudad y la orilla ofrecan un aspecto siniestro, lgubre.Al caer la noche el centro de transmisiones se despert: las mquinas de escribir comenzaron a teclear multiplicando las copias de los boletines de guerra, los motores se pusieron a zumbar, el morse a traquetear y los telefonistas se llamaban de una lnea a otra mientras los puestos de mando de las divisiones, los regimientos, las bateras y las compaas se conectaban a la red. Los oficiales de enlace que acababan de llegar tosan discretamente mientras guardaban turno para dar sus informes al oficial de servicio.El viejo Pozharski, que comandaba la artillera del ejrcito; Tkachenko, general de ingeniera, responsable de las peligrosas travesas del ro; Grtiev, el comandante recin llegado de la divisin siberiana, y el teniente coronel Batiuk, veterano de Stalingrado, cuya divisin estaba apostada bajo el Mamyev Kurgn, se apresuraron a presentar sus informes a Chuikov y Krilov. En los informes dirigidos a Grov, miembro del Consejo Militar, comenzaron a sonar los nombres famosos de Stalingrado el operador de mortero Bezdidko, los francotiradores Vasili Zitsev y Anatoli Chjov, el sargento Pvlov, y, junto a stos, otros nombres de hombres pronunciados por primera 16. Viday destino Vasili Grossman 16vez: Shonin, Vlsov, Brisin, cuyo primer da en Stalingrado les haba dado la gloria. Y en primera lnea se entregaba a los carteros cartas dobladas en forma de tringulo: Vuela, hojita, de occidente a oriente..., vuela con un saludo, vuelve con la respuesta... Buenos das y tal vez buenas noches.... En primera lnea se enterraba a los cados, y los muertos pasaban la primera noche de su sueo eterno junto a los fortines y las trincheras donde los compaeros escriban cartas, se afeitaban, coman pan, beban t y se lavaban en baos improvisados.8Para los defensores de Stalingrado llegaron los das ms duros.En la confusin de los combates callejeros, del ataque y del contraataque; en la batalla por el control de la Casa del Especialista, del molino, del edificio del Gosbank (banco estatal); en la lucha por stanos, patios y plazas, la superioridad de las fuerzas alemanas era incuestionable.La cua alemana, hundida en la parte sur de Stalingrado, en el jardn de los Lapshn, Kuporosnaya Balka y Yelshanka, se haba ensanchado, y los ametralladores alemanes, que se haban refugiado cerca del agua, abran fuego contra la orilla izquierda del Volga, al sur de Krsnaya Slobod. Los oficiales del Estado Mayor, que cada da marcaban en el mapa la lnea del frente, constataban cmo las lneas azules progresaban inexorablemente mientras continuaba disminuyendo la franja comprendida entre la lnea roja de la defensa sovitica y la azul celeste del Volga.Aquellos das la iniciativa, alma de la guerra, estaba abanderada por los alemanes. Avanzaban y avanzaban sin cesar hacia delante, y toda la furia de los contraataques soviticos no lograba detener su movimiento lento, pero aborreciblemente decidido.Y en el cielo, desde el alba hasta el anochecer, geman los bombarderos alemanes en picado y horadaban la tierra desventurada con bombas demoledoras. Y en cientos de cabezas martilleaba, punzante, el cruel pensamiento de qu pasara al da siguiente, al cabo de una semana, cuando la franja de la defensa sovitica se transformara en un hilo y se rompiera, rodo por los dientes de acero de la ofensiva alemana.9Era noche cerrada cuando el general Krilov se acost en su catre de campaa. Le dolan las sienes, tena la garganta irritada por las decenas de cigarrillos que haba fumado. Krilov se pas la lengua por el paladar reseco y se gir de cara a la pared. La somnolencia haca que en su memoria se mezclaran recuerdos de los combates de Sebastopol y Odessa, los gritos de la infantera rumana al ataque, los patios adoquinados y cubiertos de hiedra de Odessa y la belleza marinera de Sebastopol.Se le antojaba que de nuevo estaba en su puesto de mando de Sebastopol, y en la bruma del sueo brillaban los cristales de las lentes del general Petrov; el cristal centelleante resplandeca en miles de fragmentos, y mientras el mar se ondulaba, el polvo gris de las rocas trituradas por los proyectiles alemanes llova sobre las cabezas de los marineros y los soldados y se levantaba hacia la montaa Sapn.Oy el chapoteo indiferente de las olas contra el borde de la lancha y la voz ruda del submarinista: Salte!. Le pareci que saltaba al agua, pero su pie toc enseguida el casco del submarino... Una ltima mirada a Sebastopol, a las estrellas del cielo, a los incendios en la orilla...Krilov se durmi. Pero tampoco en el sueo la obsesin de la guerra le dio tregua: el submarino se alejaba de Sebastopol en direccin a Novorossiisk. Dobl las piernas entumecidas; tena la espalda y el pecho baados en sudor, el ruido del motor le golpeaba en las sienes. De repente el 17. Vida y destino Vasili Grossman17motor enmudeci y el submarino se pos suavemente sobre el fondo del mar. El bochorno se volvi insoportable; el techo metlico, dividido en cuadrados por el punteado de los remaches, le estaba aplastando... Oy un ruido sordo: haba estallado una bomba de profundidad. El agua le golpe, le arranc de la litera. En aquel instante Krilov abri los ojos: todo estaba en llamas; por delante de la puerta abierta del refugio, hacia el Volga, corra un torrente de fuego, se oan gritos y el traqueteo de las metralletas. El abrigo..., cbrete la cabeza con el abrigo grit a Krilov un soldado desconocido mientras se lo extenda. Pero, apartndose del soldado, el general grit: Dnde est el comandante? De repente lo comprendi: los alemanes haban incendiado los depsitos de petrleo y la nafta inflamada se deslizaba hacia el Volga. Pareca imposible salir vivo de aquel torrente de fuego lquido. Las llamas silbaban alzndose con estruendo del lquido que se derramaba llenando las fosas y los crteres e invada las trincheras de comunicaciones. La tierra, la arcilla, la piedra, impregnadas de petrleo, empezaron a despedir humo. El petrleo se derramaba en chorros negros y lustrosos de los depsitos acribillados por proyectiles incendiarios, como si enormes rollos de fuego y humo hubieran estado taponados en las cisternas y ahora se desenvolvieran alrededor. La vida que reinaba sobre la Tierra cientos de millones de aos antes, la burda y terrible vida de los monstruos primitivos, se haba liberado de las remotas fosas sepulcrales y ruga de nuevo, pisoteando todo a su paso con sus enormes patas, lanzando alaridos, fagocitando con avidez todo a su alrededor. El fuego alcanzaba cientos de metros de altura arrastrando nubes de vapor incandescente que estallaban en lo alto del cielo. La masa de llamas era tan grande que el torbellino de aire no poda proveer de oxgeno a las incandescentes molculas de hidrocarburo, y una bveda negra, densa y tambaleante, separaba el cielo estrellado de otoo de la tierra incendiada. Visto desde abajo, aquel firmamento chorreante, negro y grasiento, produca pavor. Las columnas de humo y fuego que se elevaban hacia el cielo adoptaban formas efmeras de seres vivos presas de la desesperacin o la furia, o bien de chopos oscilantes, de lamos temblorosos. El negro y el rojo se arremolinaban entre jirones de fuego, como chicas morenas y pelirrojas despeinadas que se entrelazaran en una danza. El combustible incendiado se propagaba uniformemente sobre el agua y, arrastrado por la corriente, silbaba, humeaba, se retorca. Era sorprendente la rapidez con la que un gran nmero de soldados haba logrado encontrar un camino hacia la orilla y gritaban: Por aqu, corre por aqu, por este sendero!. Algunos haban tenido tiempo de alcanzar dos o tres veces los refugios en llamas y ayudar a los oficiales del Estado Mayor a llegar a un promontorio en la orilla; en el punto de bifurcacin de los torrentes de petrleo que corran por el Volga haba un reducido grupo de supervivientes. Unos hombres con chaquetones guateados ayudaron al comandante general del ejrcito y a los oficiales del Estado Mayor a bajar a la orilla. Sacaron en brazos al general Krilov, al que ya daban por muerto, y de nuevo, batiendo sus pestaas calcinadas, se abrieron paso a travs de los matorrales de rosas silvestres hacia los refugios. Los oficiales del Estado Mayor del 62. Ejrcito permanecieron en aquel minsculo promontorio del Volga hasta la madrugada. Protegindose la cara del aire abrasador y sacudindose de la ropa la lluvia de chispas que les caa encima, miraban al comandante del ejrcito, que llevaba el capote militar echado sobre los hombros y los cabellos en la frente salindole por debajo de la visera. Sombro, ceudo, daba la impresin de estar tranquilo, pensativo. Grov mir a los hombres que le rodeaban y dijo: Parece que ni siquiera el fuego puede quemarnos... y toc los botones ardientes de su capote. Eh, t, el soldado de la pala! grit el jefe de los zapadores, el general Tkachenko. Cava rpido un pequeo foso aqu, que no pase otro fuego de esta colina! 18. Vida y destino Vasili Grossman18 Despus se dirigi a Krilov:Todo est del revs, camarada general: el fuego fluye como agua y el Volga est cubierto de llamas. Por suerte, el viento no es fuerte, de lo contrario nos habramos achicharrado.Cuando la brisa se levant sobre el Volga, la pesada techumbre del incendio empez a balancearse, se inclinaba, y los hombres se echaron hacia atrs para burlar las llamas.Algunos, acercndose a la orilla, remojaban las botas, y el agua se evaporaba al contacto con el cuero ardiente. Otros guardaban silencio, fijando la mirada en la tierra; otros miraban alrededor; y hubo quienes, sobreponindose a la angustia, bromeaban: No hacen falta cerillas, podemos encender el cigarrillo con el Volga o el viento. Haba tambin los que se palpaban el cuerpo y balanceaban la cabeza al sentir el calor de las hebillas metlicas de los cinturones.Se oyeron algunas explosiones: eran granadas de mano que explotaban en los refugios del batalln de defensa del Estado Mayor. Luego restallaron los cartuchos de las cintas de ametralladora. Una bomba de mortero alemana silb atravesando las llamas y fue a explotar lejos en el Volga. A travs del humo se atisbaban siluetas lejanas en la orilla; alguien intentaba, por lo visto, desviar el fuego del cuartel general, pero despus de un instante todo desapareca en el humo y el fuego.Krilov miraba las llamas que se expandan a su alrededor, pero no tena recuerdos, no estableca relaciones. Y si los alemanes hubieran planeado hacer coincidir el incendio con el ataque? Los alemanes no conocan el emplazamiento del mando del ejrcito; un prisionero capturado el da anterior se resista a creer que el Estado Mayor del ejrcito tuviera sede en la orilla derecha... Era evidente que se trataba de una ofensiva local; haba, pues, posibilidades de sobrevivir hasta el da siguiente, siempre y cuando no se levantara viento.Ech un vistazo a Chuikov, que estaba a su lado; ste contemplaba el incendio ululante; su cara, tiznada de holln, pareca de cobre incandescente. Se quit la gorra, se pas la mano por el pelo y, de repente, tuvo el aspecto de un herrero aldeano baado en sudor; las chispas le saltaban por encima de su cabeza rizada. Alz la mirada hacia la ruidosa cpula de fuego, y luego volvi la cabeza hacia el Volga, donde se filtraban brechas de tiniebla entre las llamas serpenteantes. Krilov pens que el comandante general del ejrcito deba de estar reflexionando intensamente en las mismas cuestiones que le inquietaban a l: lanzaran los alemanes una ofensiva ms violenta aquella noche? Dnde trasladar el Estado Mayor en caso de que sobrevivieran hasta la maana...?Chuikov, al notar sobre l la mirada del comandante del Estado Mayor, le sonri. Luego, trazando con la mano un amplio crculo en el aire, dijo:Qu belleza, diablos, no es cierto?Las llamas del incendio eran perfectamente visibles desde Krasni Sad, al otro lado del Volga, donde se encontraba establecido el Estado Mayor del frente de Stalingrado. Tras recibir la primera comunicacin del incendio, el jefe del Estado Mayor, el teniente general Zajrov, fue a transmitir la informacin a su comandante, el general Yeremenko. ste pidi a Zajrov que fuera personalmente al centro de transmisiones para hablar con Chuikov. Zajrov, jadeante, atraves el sendero a toda prisa. El ayudante de campo que le iluminaba el camino con una linterna de vez en cuando lo adverta: Cuidado, camarada general, y con la mano apartaba las ramas de los manzanos que pendan en el sendero. El resplandor lejano iluminaba los troncos de los rboles y caa en manchas rosadas sobre la tierra. Aquella luz incierta llenaba el nimo de inquietud. El silencio que reinaba alrededor, roto nicamente por las llamadas en voz baja de los centinelas, confera una fuerza particularmente angustiosa al fuego plido y mudo.En el centro de transmisiones la telefonista de guardia, mirando al sofocado Zajrov, dijo que no haba comunicacin telefnica, ni telegrfica, ni tampoco por radio con Chuikov.Y con las divisiones? pregunt Zajrov con voz entrecortada.Acabamos de establecer contacto con Batiuk, camarada teniente general.Psemelo, rpido!La telefonista tena miedo de mirar a Zajrov: estaba segura de que de un momento a otro iba a desatarse el carcter difcil e irascible del general. Pero, de repente, le dijo con satisfaccin: 19. Vida y destino Vasili Grossman19 Aqu tiene, camarada teniente general y le extendi el telfono.Al otro lado de la lnea se encontraba el jefe del Estado Mayor de la divisin. l, al igual que la joven telefonista, se asust al or la respiracin jadeante y la voz imperiosa del jefe del Estado Mayor del frente preguntarle:Qu est pasando ah? Deme un informe! Est en contacto con Chuikov?El jefe del Estado Mayor de la divisin le refiri el incendio de los depsitos de petrleo y que una cortina de fuego haba cado sobre el cuartel general del Estado Mayor del ejrcito; la divisin no tena ninguna comunicacin con Chuikov. Al parecer no todos haban perecido puesto que a travs del fuego y el humo poda verse a un grupo de personas en la orilla del ro; pero ni por tierra, ni cruzando el Volga en barca era posible llegar hasta ellos, porque el ro estaba ardiendo.Batiuk, junto a una compaa de defensa del Estado Mayor, haba costeado la orilla donde se propagaba el incendio para tratar de desviar el petrleo en llamas y ayudar a los hombres atrapados a escapar del fuego.Despus de haber escuchado las palabras del jefe del Estado Mayor, Zajrov dijo:Informe a Chuikov... Si todava est vivo, informe a Chuikov... y se call.La muchacha, sorprendida por la larga pausa y mientras aguardaba el estruendo de la voz ronca del general, miraba con temor a Zajrov; el teniente general se estaba secando las lgrimas con un pauelo.Aquella noche murieron, a causa del fuego y el derrumbe de los refugios, cuarenta oficiales del Estado Mayor. 10Krmov lleg a Stalingrado poco despus del incendio de los depsitos de petrleo.Chuikov haba instalado su nuevo cuartel general cerca de la pendiente del Volga, donde estaba alojado un regimiento de fusileros que formaba parte de la divisin de Batiuk. Visit el refugio del comandante del regimiento, el capitn Mijilov, y asinti en seal de satisfaccin mientras inspeccionaba su espacioso refugio subterrneo con las paredes revestidas con lminas de contrachapado.El comandante del ejrcito observ la cara de afliccin del pelirrojo y pecoso capitn y le dijo con regocijo:Se ha hecho construir un refugio demasiado lujoso para su grado, camarada capitn.Fue as que el Estado Mayor del regimiento, una vez trasladado su sencillo mobiliario, se transfiri a algunas decenas de metros en el sentido de la corriente, y el pelirrojo Mijilov, a su vez, expuls con decisin al comandante del batalln.El comandante del batalln, ahora sin alojamiento, evit molestar a los jefes de su compaa (ya vivan demasiado estrechos), y mand que excavaran un nuevo refugio en el mismo altiplano.Los trabajos de ingeniera estaban en pleno apogeo cuando Krmov lleg al cuartel general del 62. Ejrcito. Los zapadores estaban cavando trincheras de comunicacin entre los diferentes departamentos del Estado Mayor, calles y senderos que unan la seccin poltica, la de operaciones y la de artillera.Krmov vio salir un par de veces al comandante para controlar cmo iban las obras. Probablemente nunca en ninguna parte del mundo se ha concedido tanta importancia a la construccin de refugios como en Stalingrado. No se construan para estar en calor ni como modelo arquitectnico para generaciones venideras. La posibilidad de volver a ver un nuevo da y de comer una vez ms dependa estrictamente del grosor de las paredes, la profundidad de las vas de comunicacin, la proximidad a las letrinas, la efectividad del camuflaje antiareo.Cuando se hablaba de alguien, se hablaba tambin de su refugio.Hoy Batiuk ha hecho un buen trabajo con los morteros sobre el Mamyev Kurgn. Y dicho sea de paso, tiene un refugio con puerta de roble, bien gruesa, como las del Senado; es un tipo 20. Vida y destino Vasili Grossman20inteligente. Sola ocurrir que se hablara de alguien en estos trminos: Bueno, como ya sabes, le han obligado a retirarse durante la noche. No tiene enlace con las unidades, ha perdido una posicin clave. En cuanto a su puesto de mando, se ve desde el aire; tiene una lona impermeable a modo de puerta, buena contra las moscas tal vez. Es un don nadie; he odo decir que su mujer lo abandon antes de la guerra. Circulaban infinidad de historias relacionadas con los refugios y los bnkeres de Stalingrado. La historia de cmo el agua haba irrumpido en el tnel donde se hallaba instalado el Estado Mayor de Rodmtsev, cmo todos los documentos acabaron flotando en el ro y unos bromistas sealaron en el mapa el lugar donde el Estado Mayor de Rodmtsev haba desembocado en el Volga. La historia de la destruccin de las famosas puertas del refugio de Batiuk. La historia de cmo Zhludev y todo su Estado Mayor fueron sepultados vivos en su refugio en la fbrica de tractores. La ladera del ro, completamente atiborrada de bnkeres, le recordaba a Krmov un gigantesco navo de guerra: a babor se extenda el Volga, a estribor la densa muralla de fuego del enemigo. Krmov haba recibido el encargo del departamento poltico de solventar las desavenencias entre el comandante y el comisario del regimiento de fusileros de la divisin de Rodmtsev. Mientras iba a ver a Rodmtsev, Krmov tena la intencin de informar a los oficiales del Estado Mayor, y luego ocuparse de aquella vana disputa. El enviado de la seccin poltica del ejrcito le condujo a la boca de piedra de la enorme caverna donde estaba instalado el Estado Mayor de Rodmtsev. El centinela anunci la llegada desde el frente del comisario del batalln, y una voz profunda respondi: Hgalo pasar, no est acostumbrado. Lo ms probable es que se lo haya hecho en los pantalones. Krmov pas por debajo del techo abovedado. Sintindose el centro de las miradas de los oficiales, se present al corpulento comisario de divisin, que llevaba un chaquetn militar y estaba sentado sobre una caja de latas de conserva. Esplndido dijo el comisario de regimiento, una conferencia es justo lo que necesitamos. Hemos odo que Manuilski y otros han llegado a la orilla izquierda, pero no han encontrado el momento de venir a vernos a Stalingrado. Tambin he recibido rdenes del jefe del departamento poltico dijo Krmov de resolver una disputa entre el comandante del regimiento de fusileros y el comisario. S, en efecto, haba una disputa admiti el comisario. Ayer, sin embargo, qued zanjada: una bomba de una tonelada cay sobre el puesto de mando del regimiento. Acab con la vida de dieciocho hombres, entre ellos el comandante y el comisario. Y aadi con naturalidad, en tono de confidencia: Eran cara y cruz, incluso en el aspecto fsico: el comandante era un hombre sencillo, hijo de campesinos, mientras que el comisario llevaba guantes y un anillo en un dedo. Ahora yacen el uno al lado del otro. Como hombre que saba dominar su estado de nimo y el de los dems, y no subordinarse a l, cambi bruscamente de tono y, con voz alegre, dijo: Cuando nuestra divisin estaba instalada cerca de Kotlubn, tuve que llevar en mi coche hasta el frente a un conferenciante de Mosc, Pvel Fidorovich Yudin. Un miembro del Consejo Militar me haba dicho: Si pierde uno solo de sus cabellos, te cortar la cabeza. Pas muchas fatigas con l. En cuanto veamos que un avin sobrevolaba cerca, nos desvibamos a la cuneta. No tena ganas de perder la cabeza. Pero el camarada Yudin saba muy bien cuidar de s mismo. Hizo gala de una iniciativa admirable. Las personas que escuchaban la conversacin se rean, y Krmov se dio cuenta de que aquel tono de burla indulgente le sacaba de sus casillas. Por lo general Krmov estableca buenas relaciones con los comandantes, completamente correctas con los oficiales del Estado Mayor, y relaciones irritantes, no siempre sinceras, con sus colegas, los polticos. En aquella ocasin, de hecho, tambin le irritaba ese comisario: otro novato 21. Vida y destino Vasili Grossman21en el frente que jugaba a ser un veterano; probablemente haba ingresado en el Partido poco antes de la guerra, pero no le gustaba Engels.A todas luces, sin embargo, tambin Krmov irritaba al comisario de divisin.Esta sensacin no lo abandon mientras el ordenanza le estaba preparando el alojamiento y otra persona le serva t.Casi cada establecimiento militar tiene su propio estilo, distinto de los dems. En el Estado Mayor de la divisin de Rodmtsev se enorgullecan de contar con un general tan joven.Cuando Krmov concluy la conferencia, comenzaron a hacerle preguntas.Belski, el jefe del Estado Mayor, sentado al lado de Rodmtsev, pregunt:Camarada conferenciante, cundo abrirn los Aliados el segundo frente?El comisario de la divisin, recostado sobre un catre estrecho, apoyado contra la pared de piedra del tnel, extendi el heno con las manos y dijo:Y a quin le importa. Lo que a m de verdad me interesa es saber cundo piensa empezar a actuar nuestro mando. Krmov, descontento, mir de reojo al comisario y dijo:Puesto que el comisario plantea as la cuestin, no me corresponde a m responder, sino al general.Todos dirigieron su mirada a Rodmtsev, que declar:Aqu un hombre alto no podra estar de pie. En otras palabras, vivimos dentro de un tubo. No tiene mucho mrito estar a la defensiva. Pero no se puede lanzar una ofensiva desde un tubo. Aunque quisiramos aqu no se pueden concentrar reservas...En aquel instante son el telfono. Rodmtsev descolg el auricular.Todos tenan la mirada fija en l.Despus de colgar, Rodmtsev se inclin hacia Belski y le susurr algunas palabras. Belski alarg la mano hacia el telfono, pero Rodmtsev le detuvo:Para qu? Acaso no lo oye?Bajo los arcos de piedra de la galera, iluminada por la luz humosa y centelleante de las lmparas construidas con vainas de proyectil, se oan rfagas de ametralladoras que tronaban en la cabeza de los presentes; pareca el sonido que hacen los carretones al atravesar un puente. De vez en cuando retumbaban las explosiones de las granadas de mano. En el tnel todos los sonidos se amplificaban.Rodmtsev llamaba ora a uno ora a otro de sus colaboradores del Estado Mayor, y de nuevo se colgaba con impaciencia al telfono.En el instante que capt la mirada de Krmov, sentado algo a lo lejos, le sonri de modo familiar, amablemente, y dijo:Se despeja el tiempo en el Volga, camarada conferenciante.Entretanto el telfono sonaba sin cesar. Y al escuchar la conversacin de Rodmtsev, Krmov se hizo una idea aproximada de lo que estaba ocurriendo. El segundo jefe de la divisin, el joven coronel Borsov, se acerc al general e, inclinndose sobre la caja donde estaba desplegado el mapa de Stalingrado, traz una gruesa lnea azul que cortaba perpendicularmente el punteado rojo de la defensa sovitica hasta el Volga.Borsov lanz una mirada expresiva a Rodmtsev con sus ojos oscuros. ste se levant de sopetn al ver venir al encuentro, emergiendo de la penumbra, a un hombre envuelto en una lona impermeable. Los andares y la expresin del rostro de aquel individuo que se aproximaba delataban sin lugar a dudas de dnde vena. Pareca rodeado de una nube incandescente invisible; se dira que lo que haca frufr, con sus rpidos movimientos, no era la tela que lo envolva, sino la electricidad crepitante que impregnaba al recin llegado.Camarada general grit l con angustia, el enemigo me ha hecho retroceder. Esos perros han llegado al barranco, se dirigen al Volga. Necesito refuerzos.Contenga usted mismo al enemigo a cualquier precio. No tengo reservas dijo Rodmtsev.Que lo contenga a cualquier precio repiti el hombre envuelto en la tela de lona, y todos comprendieron, cuando ste dio media vuelta y se dirigi a la salida, cul era el precio que iba a pagar. 22. Vidaydestino Vasili Grossman 22 Est aqu cerca? pregunt Krmov, e indic en el mapa la lnea tortuosa del ro.Pero Rodmtsev no tuvo tiempo de responderle. En la entrada del tnel se oyeron disparos de pistola, relampaguearon resplandores rojos de granadas de mano.Se oy el penetrante silbato del comandante. El jefe del Estado Mayor, abalanzndose sobre Rodmtsev, grit:Camarada general, el enemigo ha irrumpido en el cuartel general!De repente, el respetado general, el hombre que haba resaltado con un lpiz de color los cambios de la situacin de las tropas con una calma casi teatral, desapareci. Y la guerra en aquellos barrancos cubiertos de maleza y edificios en ruinas dej de ser una cuestin de acero cromado, lmparas catdicas y aparatos de radio. Era slo un hombre con labios finos gritando con frenes:Rpido, Estado Mayor! Comprueben sus armas, cojan granadas y sganme. Vamos a combatir al enemigo!Su voz y sus ojos, que veloces e imperiosos se deslizaron por Krmov, transmitan un fro y abrasador espritu de combate. En aquel instante se hizo evidente que la principal fuerza de aquel hombre no resida en su experiencia ni en el conocimiento de los mapas, sino en su alma violenta, salvaje, impetuosa.Minutos ms tarde, oficiales, secretarios, agentes de enlace, telefonistas empujndose entre s, jadeantes, se escabullan hacia la salida del tnel. Siguiendo a Rodmtsev, ligero de pies, corrieron en direccin al barranco de donde llegaba el ruido de explosiones y disparos, gritos e insultos.Cuando Krmov lleg sin aliento entre los primeros al lmite del barranco y mir hacia abajo, el corazn se le estremeci en una amalgama de sensaciones: repugnancia, miedo, odio. En el fondo de la hendidura se recortaban sombras confusas, se encendan y apagaban las chispas de los disparos, relampagueaban destellos, ahora verde ahora rojo, y en el aire flotaba un incesante silbido metlico. Krmov tena la impresin de estar mirando un gigantesco nido de serpientes donde se agitaban cientos de seres venenosos, que silbaban, lanzaban miradas refulgentes y rpidamente se dispersaban haciendo susurrar la maleza.Con un sentimiento de furia, aversin y temor se puso a disparar con el fusil en direccin a los fogonazos que centelleaban en la oscuridad, contra aquellas sombras rpidas que reptaban por las laderas del barranco.A algunas decenas de metros los alemanes aparecieron en la cima del barranco. Un estruendo reiterado de granadas de mano sacuda la tierra y el aire. El grupo de asalto alemn se esforzaba por abrirse paso hasta la entrada del tnel.Las sombras humanas, los fogonazos de los disparos que refulgan en la niebla, los gritos y gemidos que se apagaban y encendan se asemejaban a un enorme caldero negro en ebullicin, y Krmov se sumergi en cuerpo y alma en aquel borboteo hirviente, y ya no pudo pensar ni sentir como pensaba y senta antes. A veces crea que dominaba el movimiento del torbellino que se haba apoderado de l, pero otras le invada la angustia de la muerte, y tena la sensacin de que una oscuridad alquitranada se le derramaba en los ojos y le penetraba en los orificios nasales, y le faltaba aire para respirar, y no haba cielo estrellado encima de su cabeza, slo la negrura, el barranco y unas criaturas terribles que hacan crujir la maleza.Pareca imposible comprender lo que estaba pasando y al mismo tiempo en l se reforzaba un sentimiento difano, claro como la luz del da, que lo vinculaba con aquellos hombres que trepaban por la pendiente, el sentimiento de su propia fuerza unida a la de los compaeros que disparaban a su lado, un sensacin de alegra por que en algn lugar, cerca de l, se encontraba Rodmtsev.Aquella sensacin sorprendente descubierta en una noche de batalla, donde a tres pasos no se distingua quin estaba a tu lado, si un amigo o un enemigo dispuesto a fulminarte, se mezclaba con otra, no menos sorprendente e inexplicable, ligada a la marcha general del combate; una sensacin que daba la posibilidad a los soldados de juzgar la verdadera proporcin de fuerzas en una batalla, adivinar el desenlace de un combate. 23. Vida y destino Vasili Grossman23 11La percepcin del resultado global de un combate que experimenta un soldado aislado de los otros por el humo, el fuego, el aturdimiento, a menudo resulta ms justa que los juicios formulados por los oficiales del Estado Mayor mientras estudian un mapa. En el momento decisivo de la batalla se produce un cambio asombroso cuando el soldado que toma la ofensiva y cree que est prximo a lograr el objetivo mira alrededor, confuso, sin ver a los compaeros con los que haba iniciado la accin, mientras el enemigo, que todo el tiempo le haba parecido singular, dbil y estpido, de repente se convierte en plural y, por ello, invencible. En ese momento decisivo de la batalla claro para aquellos que lo viven; misterioso e inexplicable para los que tratan de adivinarlo y comprenderlo desde fuera se produce un cambio de percepcin: el intrpido e inteligente nosotros se transforma en un tmido y frgil yo, mientras el desventurado adversario, que se perciba como una nica presa de caza, se convierte en un compacto, temible y amenazador ellos. Mientras rompe la resistencia del enemigo, el soldado, que avanza, percibe todo por separado: la explosin de una granada; las rfagas de ametralladora; el soldado enemigo all, tirando a resguardo, que ahora se echa a correr, no puede hacer otra cosa que correr porque est solo, aislado de su can, a su vez aislado... de su ametralladora, igualmente aislada, del tirador vecino, igualmente aislado... mientras que yo, yo soy nosotros, yo soy toda la enorme infantera que marcha al ataque, yo soy esta artillera que me cubre, yo soy estos tanques que me apoyan, yo soy esta bengala que ilumina nuestro combate comn. Pero he aqu que, de repente, yo me quedo solo, y todo aquello que me pareca dbil y aislado se funde en un todo terrible de disparos enemigos de fusiles, de ametralladoras, de artillera, y la fuerza que me haba ayudado a vencer aquella unidad se desvanece. Mi salvacin est en la huida, consiste en esconder la cabeza, poner a cubierto el pecho, la frente, la mandbula. Y en la oscuridad de la noche aquellos que se han enfrentado a un ataque repentino y que, al principio, se sentan dbiles y aislados comienzan a desmantelar la unidad del enemigo que se ha abatido contra ellos, comienzan a sentir su propia unidad, donde se encierra la fuerza de la victoria. En la comprensin de esta transicin es donde reside lo que a menudo permite hablar de la guerra como un arte. En esa sensacin de unicidad y pluralidad, en la alternancia que va de la conciencia de la nocin de unicidad a la de pluralidad se encuentra no slo la relacin entre los acontecimientos durante los ataques nocturnos de las compaas y los batallones, sino tambin el signo de la batalla que libran ejrcitos y pueblos enteros. Hay una sensacin que los participantes en un combate pierden casi por completo: la sensacin del tiempo. La chica que ha bailado hasta la madrugada en una fiesta de fin de ao no puede decir cul ha sido su sensacin del tiempo, si ha sido larga o, por el contrario, corta. De la misma manera, un recluso que haya pasado veinticinco aos en cautividad en la prisin de Schlisselburg dir: Tengo la impresin de haber pasado una eternidad en esta fortaleza, pero al mismo tiempo me parece que slo llevo en ella unas pocas semanas. La noche del baile estar llena de acontecimientos efmeros: miradas, fragmentos de msica, sonrisas, roces, y cada uno de ellos pasar tan rpido que no dejar en la mente de la chica la sensacin de duracin en el tiempo. Sin embargo, la suma de estos breves acontecimientos engendra la sensacin de un largo intervalo de tiempo que parece abarcar toda la felicidad de la vida humana. Al prisionero de Schlisselburg le ocurre al contrario: sus veinticinco aos de cautiverio estn formados de intervalos de tiempo separados, penosos y largos, desde el toque de diana hasta la retreta, desde el desayuno a la cena. Pero la suma de esos hechos pobres logran generar una nueva sensacin: en aquella lgubre uniformidad del paso de los meses y los aos el tiempo se encoge, se contrae... As nace una impresin simultnea de brevedad e infinito, as nace una proximidad de percepcin entre los concurrentes del baile de fin de ao y los que llevan reclusos decenas de aos. En ambos casos, la suma de acontecimientos engendra el sentimiento simultneo de duracin y 24. Vida y destino Vasili Grossman24brevedad. Ms complejo es el proceso de deformacin del tiempo referente a la percepcin de la brevedad del mismo y su duracin que se da en el hombre que vive un combate. All las cosas van ms lejos, all son incluso las primeras sensaciones individuales las que se ven deformadas, alteradas. Durante el combate los segundos se dilatan, pero las horas se aplastan. La sensacin de larga duracin se relaciona con acontecimientos fulminantes: el silbido de los proyectiles y las bombas areas, las llamaradas de los disparos y las explosiones. La sensacin de brevedad se correlaciona con acontecimientos prolongados: cruzar un campo arado bajo el fuego, arrastrarse de una guarida a otra. En cuanto al combate cuerpo a cuerpo, ste tiene lugar fuera del tiempo. Aqu la indeterminacin se manifiesta tanto en los diferentes com- ponentes como en el resultado, la deformacin afecta tanto a la suma como a los sumandos. Y de sumandos hay una cantidad infinita. La sensacin de duracin de la batalla est en conjunto tan profundamente deformada que se manifiesta con una total indeterminacin, desconectada tanto de la duracin como de la brevedad. En el caos donde se confunde la luz cegadora y la oscuridad ciega, los gritos, el estruendo de las explosiones, el crepitar de las metralletas; en el caos que hace aicos la percepcin del tiempo Krmov tuvo una intuicin de una nitidez asombrosa: los alemanes haban sido arrollados, los alemanes estaban vencidos. Lo comprendi l, lo comprendieron los secretarios y los agentes de enlace que disparaban junto a l, por una sutil percepcin interna. 12Pas la noche. Entre la maleza quemada yacan los cuerpos de los cados. Sin alegra, lgubremente, el agua jadeaba en la orilla. La melancola se adueaba del corazn ante la visin de la tierra devastada, los esqueletos de las casas quemadas. Daba inicio un nuevo da, y la guerra estaba dispuesta a llenarlo con abundancia hasta el lmite de humo, cascajos, hierro, vendas sucias ensangrentadas. Y los das anteriores haban sido parecidos. Y no quedaba nada en el mundo salvo aquella tierra lacerada por el hierro, salvo aquel cielo en llamas. Krmov, sentado sobre una caja, con la cabeza apoyada contra la pared de piedra del tnel, dormitaba. Oa las voces confusas de sus colegas, el tintineo de las tazas: el comisario y el jefe del Estado Mayor intercambiaban palabras soolientas mientras tomaban el t. Decan que el prisionero capturado era un zapador; su batalln haba sido transportado va area desde Magdeburgo unos das antes. En el cerebro de Krmov apareci la imagen de un libro escolar: dos recuas de caballos de tiro, empujadas por unos palafreneros con gorros puntiagudos, se esforzaban por separar dos hemisferios encajados 1. Y l sinti aflorar de nuevo el sentimiento de tedio que le suscitaba en la infancia aquella imagen. Bien dijo Belski, eso significa que han comenzado a recurrir a las reservas. S, definitivamente va bien dijo Vavlov; el Estado Mayor de la divisin inicia el contraataque. Llegados a este punto, Krmov oy canturrear a Rodmtsev con tono precavido: Amigo, esto no son ms que flores, esperemos a ver cuando maduren los frutos... Por lo visto, Krmov haba consumido toda su fuerza anmica durante el combate nocturno. Para ver a Rodmtsev tena que girar la cabeza, pero no lo hizo. As de vaco, probablemente, slo se puede sentir un pozo al que le han sacado toda el agua, se dijo en su fuero interno. Se adormeci1Se refiere al famoso experimento de los hemisferios encajados de Magdeburgo mediante el cual el fsico alemn Otto von Guericke demostr el comportamiento de la presin atmosfrica. 25. Vidaydestino Vasili Grossman 25de nuevo y las voces lejanas, los sonidos de los disparos y las explosiones se fundieron en un zumbido montono. Pero una nueva sensacin penetr en su cerebro: se vio a s mismo tumbado en una habitacin con los postigos cerrados mientras su mirada persegua una mancha de luz sobre el papel pintado. La mancha trepa hasta la arista del espejo y se transforma en un arco iris. El corazn del muchacho de aquel entonces se estremece; el hombre de sienes plateadas y con una pesada pistola en la cintura, abre los ojos y mira alrededor. En el centro del tnel estaba erguido un soldado con una guerrera gastada y, sobre la cabeza inclinada, un gorro con la estrella verde del frente; tocaba el violn. Vavlov, al ver que Krmov se despertaba, se inclin hacia l. Es nuestro peluquero, Rubnchik, un gran maestro! De vez en cuando, alguien, sin andarse con ceremonias, interrumpa su ejecucin con un chiste grosero; otro, haciendo callar al msico, preguntaba: Me permite que hable?, y daba su informe al jefe del Estado Mayor. Una cuchara tintineaba contra una taza de hojalata; alguien bostez prolongadamente a-a-a-a, y se puso a ahuecar el heno. El peluquero, atento, procuraba no molestar con su msica a los comandantes, dispuesto a interrumpirla en cualquier momento. Krmov se acord en ese preciso instante de Jan Kubelik, con su cabello cano y vestido de frac negro. Cmo era posible que el famoso violinista pareciera ahora eclipsado por un mero barbero castrense? Por qu la voz fina, trmula del violn que cantaba una cancioncita sin pretensiones, como un diminuto arroyo, expresaba en ese momento con mayor intensidad que Bach o Mozart toda la inmensa profundidad del alma humana? De nuevo, por milsima vez, Krmov experiment el dolor de la soledad. Zhenia 1 bis le haba abandonado... De nuevo, con amargura, pens que la partida de Zhenia expresaba la dinmica de toda su vida: l segua all, pero al mismo tiempo no estaba. Y ella se haba ido. De nuevo pens que deba decirse a s mismo muchas cosas atroces, implacablemente crueles... No poda seguir cerrando los ojos, tener miedo... La msica pareca haber despertado en l el sentido del tiempo. El tiempo, ese medio transparente en el que los hombres nacen, se mueven y desaparecen sin dejar rastro. En el tiempo nacen y desaparecen ciudades enteras. Es el tiempo el que las trae y el que se las lleva. En l se acababa de revelar una comprensin del tiempo completamente diferente, particular. Esa comprensin que hace decir: Mi tiempo... no es nuestro tiempo. El tiempo se cuela en el hombre, en el Estado, anida en ellos, y luego el tiempo se va, desaparece, mientras que el hombre, el Estado, permanecer. El Estado permanece, pero su tiempo ha pasado... Est el hombre, pero su tiempo se ha desvanecido... Dnde est ese tiempo? El hombre todava piensa, respira y llora, pero su tiempo, el tiempo que le perteneca a l y slo a l, ha desaparecido. Pero l permanece. Nada es ms duro que ser hijastro del tiempo. No hay destino ms duro que sentir que uno no pertenece a su tiempo. Aquellos a los que el tiempo no ama se reconocen al instante, en la seccin de personal, en los comits regionales del Partido, en las secciones polticas del ejrcito, en las redacciones, en las calles... El tiempo slo ama a aquellos que ha engendrado: a sus hijos, a sus hroes, a sus trabajadores. No amar nunca, nunca a los hijos del tiempo pasado, as como las mujeres no aman a los hroes del tiempo pasado, ni las madrastras aman a los hijos ajenos. As es el tiempo: todo pasa, slo l permanece. Todo permanece, slo el tiempo pasa. Qu ligero se va, sin hacer ruido! Ayer mismo todava confiabas en ti, alegre, rebosante de fuerzas, hijo del tiempo. Y hoy ha llegado un nuevo tiempo, pero t, t no te has dado cuenta.1 bisDiminutivo de Yevguenia. Hija menor de Aleksandra Vladmirovna Shposhnikova y hermana de Liudmila y Marusia. 26. Viday destino Vasili Grossman 26 El tiempo, desgarrado en el combate, emerga del violn de madera contrachapada del peluquero Rubnchik. El violn anunciaba a unos que su tiempo haba llegado, a otros que su tiempo se haba acabado.Acabado, acabado..., pens Krmov.Mir la cara tranquila y bondadosa del comisario Vavlov. ste beba el t a sorbos de la taza, masticaba despacio pan y salchichn, y sus ojos impenetrables estaban vueltos hacia la entrada iluminada del tnel, hacia la mancha de luz.Rodmtsev, cuyos hombros cubiertos con el capote se encogan por el fro y con el rostro claro y sereno, miraba de hito en hito al msico. El coronel canoso y picado de viruelas, jefe de la artillera de la divisin, mir el mapa que estaba desplegado ante l; su frente arrugada confera a su rostro una expresin hostil, y slo por sus ojos tristes y amables se haca evidente que no miraba el mapa, sino que escuchaba. Belski redactaba a toda prisa el informe para el Estado Mayor del ejrcito; daba la impresin de estar enfrascado en aquella tarea, pero escriba con la cabeza inclinada, el odo vuelto hacia el violinista. A cierta distancia estaban sentados los soldados: agentes de enlace, telefonistas, secretarios, y en sus caras extenuadas, en sus ojos, asomaba la expresin severa que adopta el campesino cuando mastica un pedazo de pan.De repente, Krmov revivi una noche de verano: los grandes ojos oscuros de una joven cosaca, su ardiente susurro... Qu bella es la vida a pesar de todo!Cuando el violinista dej de tocar se percibi un ligero murmullo: