UNIVERSIDAD*CENTROAMERICANA* “JOSÉSIMEÓNCAÑAS”*

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1 UNIVERSIDAD CENTROAMERICANA “JOSÉ SIMEÓN CAÑAS” “WHERE YOU FROM?” DISCURSOS DE IDENTIDAD CONSTRUIDOS POR TRABAJADORES DE CALL CENTER EN EL SALVADOR QUE HAN SIDO DEPORTADOS DE LOS ESTADOS UNIDOS TESIS PREPARADA PARA LA FACULTAD DE POSGRADOS PARA OPTAR AL GRADO DE MAESTRA EN COMUNICACIÓN POR HILARY CATHERINE GOODFRIEND MAYO DE 2016 ANTIGUO CUSCATLÁN, EL SALVADOR, C.A.

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UNIVERS IDAD  CENTROAMER ICANA  “ JOSÉ   S IMEÓN  CAÑAS”  

     

       

       

“WHERE  YOU  FROM?”  D I SCURSOS  DE   IDENT IDAD  CONSTRUIDOS  POR  TRABAJADORES  DE  CALL  CENTER  EN  EL   SALVADOR  QUE  HAN  S IDO  DEPORTADOS  DE   LOS  ESTADOS  

UNIDOS        

TES I S   PREPARADA  PARA   LA  FACULTAD  DE  POSGRADOS  

       

PARA  OPTAR  AL  GRADO  DE    MAESTRA  EN  COMUNICAC IÓN    

     

POR    

H I LARY  CATHER INE  GOODFR IEND            

MAYO  DE  2016    ANT IGUO  CUSCATLÁN,   E L   SALVADOR,  C .A .  

 

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Rector  Andreu  Ol iva  de   la  Esperanza ,  S . J .  

         

Secretar ia  Genera l  S i lv ia  Azucena  de  Fernández  

       

Decana  de   la  Facu l tad  de  Postgrados    

Nel ly  Are ly  Chévez  Reynosa        

D i rectora  de  Maestr ía  en  Comunicac ión  Andrea  Cr i s tancho  

         

D i rectora  de  Tes i s  Amparo  Marroquín  Parducc i    

   

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ÍNDICE

DEDICATORIA ..................................................................................................... 6

I. INTRODUCCIÓN …………………………………………………………….. 7

II. ANTECEDENTES ............................................................................................ 12

I.   Políticas neoliberales y la migración salvadoreña …………..…….. 13

II. Condiciones de los inmigrantes en los Estados Unidos ………..….. 15

III. La deportación masiva ……………………..……………………… 23

IV. Los call centers en El Salvador …………………………...……….. 30

V. Estado de la cuestión …………………..…………………………... 34

III. MARCO TEÓRICO ……………….…………………………….…..………. 39

I.   Comunicación, cultura e identidades ……………..……….……..… 40

I.I Comunicación y cultura

I.II Identidades y discurso

I.III El estigma

II. El poder y el cuerpo ……………………………....………………. 47

II.I El bio-poder y la disciplina

II.II La deportabilidad

II.III El bio-poder en el call center

III. Ciudadanías ………………………..……………………………… 51

III.I Aproximaciones a la ciudadanía

III.II Ciudadanía cultural

III.III Ciudadanía y el mercado

IV. METODOLOGÍA ……………………………………………………….. 60

I.   Naturaleza de la investigación ………………...…………………... 60

II.   Recolección de datos …………………………...…………………. 62

II.I Revisión bibliográfica

II.II Entrevistas

II.III Observación participantes

III. Muestreo ………………………………………………………….. 66

III.I Criterios

III.II Los participantes

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IV. Posición de la investigadora ………………………………....…… 71

V. RESULTADOS ………………………..……………………………………… 74

I.   Los Estados Unidos …………………………….………………… 74

I.I “Americanizado”

I.II “Latina y orgullosa”

I.II “¿Para dónde me van a llevar, si soy de acá?”

II. “Los Nativos” …………………….………………………………. 81

II.II “Otro mundo”

II.II “Las vidas de las personas aquí no valen nada”

II.III “Todo es corrupto”

II.IV “No les enseñaron el respeto”

II.V “La mente muy cerrada”

II.VI “Una gran cárcel con un gran patio”

III. Adaptaciones …………………………………..…………………. 91

III.I “Todavía me miran”

III.II “Ya no lo puedo hacer”

III.III “Tuve que aprender”

IV. Los deportados …………………………..……………………….. 95

IV.I “Nos da una mala fama”

IV.II “Nos entendemos”

V. La deportación ………………….....……………………………… 98

V.I “Nadie más tiene la culpa”

V.II “Tenés que cambiarte”

V.III “No fue deportable”

VI. El call center ……………………………………………………... 103

VI.I “Una platica normal”

VI.II “¡Son parásitos!”

VI.III “El único chance que tenemos”

VI.IV “Es una maquila”

VI.V “¡Qué bien hablar con un americano!”

VI. REFLEXIONES FINALES …………………………………………….. 115

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I.   Identificaciones ………………………………………………….. 116

I.I La persistencia de la nación

I.II El call center como portal

I.III El estigma y el call center

II. Subjetividades neoliberales ……………………………………… 122

II.I La deportabilidad extendida

II.II Ciudadanía neoliberal

II.III Resistencias limitadas

III. Consideraciones para investigación futura ………………………. 127

III.I Aportes para el campo de la comunicación

III.II Limites de la investigación presente

III.III Preguntas para investigaciones posteriores

VII. BIBLIOGRAFÍA ………………………………………..………………… 133

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DEDICATORIA

Un proyecto de investigación no se hace solo. Agradezco a mi asesora de tesis, Amparo

Marroquín Parducci, por su seguimiento y entusiasmo a lo largo de este proyecto. Agradezco,

también, a mi pareja Allan Barrera por animarme y apoyarme. Agradezco, sobre todo, a los trece

individuos participantes del estudio por su apertura, confianza y paciencia.

Dedico este trabajo al profesor José Manuel González.

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CAPÍTULO I:

INTRODUCCIÓN

Esta investigación busca analizar la construcción discursiva de las identidades de

personas que han sido deportadas de los Estados Unidos, y que trabajan en la industria de los call

centers de San Salvador, brindando servicios en inglés para clientes norteamericanos. En

particular, se trata de entender cómo estas personas interpretan las experiencias de la migración,

la deportación y el trabajo de call center, y el papel de estas interpretaciones en la producción

narrativa de la identidad.

Las personas que se desempeñan en los call centers salvadoreños después de haber sido

deportadas de los Estados Unidos constituyen un sector particular de la sociedad salvadoreña.

Como demuestro en la presente investigación, es un sector que ha vivido algunos de los

fenómenos que más han marcado al país en la posguerra: la migración, la deportación, y la

globalización económica. También se trata de un sector marginado, discriminado, y

estigmatizado en El Salvador, debido a prejuicios generados por discursos hegemónicos que han

asociado a las personas deportadas de los Estados Unidos con la criminalidad, la violencia, y el

fracaso. Todas las personas de este sector entrevistadas para este estudio migraron a los Estados

Unidos como menores de edad, y pasaron los años determinantes para su formación allá, con

toda la socialización y aculturación que eso implica. Sin embargo, forman parte de un sector

cada vez minoritario dentro de la población de personas que son deportadas a El Salvador,

debido al alza de deportaciones desde México y de las zonas fronterizas de los Estados Unidos,

que cada vez más trae migrantes con nulo o poco tiempo de residencia en su país de destino.

El grupo descrito constituye una población única en el país, no obstante, existe muy poca

investigación académica, periodística u oficial sobre ellos en El Salvador. Como demuestro en el

“Estado de la cuestión” en el Capítulo I, las voces de las mismas personas que han sido

deportadas son notablemente ausentes de la conversación. Los datos oficiales sobre las personas

que son deportadas de los Estados Unidos no se comenzaron a sistematizar y poner en

disposición al público, sino hasta en los últimos cinco años. Por su parte, con unas pocas, pero

importantes excepciones, el trabajo académico en El Salvador se ha enfocado más en las

representaciones de las personas deportadas en los medios de comunicación y registros

estadísticos. Simplemente, el fenómeno de personas que han sido deportadas trabajando en la

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industria de los call centers no figura como tema de investigación académica salvadoreña. Hay,

en cambio, algunos trabajos periodísticos salvadoreños y norteamericanos sobre el tema, pero se

enfocan más de registrar el fenómeno que en analizarlo de manera crítica, y la gran mayoría son

publicados en inglés. Por lo tanto, la investigación presente sirve para dar insumos críticos al

estudio de la migración y la deportación en El Salvador desde la comunicación, con una nueva

consideración importante: el papel de la participación de las personas que son deportadas en la

creciente industria de call centers del país.

A través de un análisis de entrevistas realizadas con trece individuos, junto con la

observación participante y la revisión bibliográfica, esta investigación revela cómo la migración,

la deportación y el trabajo de call center influyen en el proceso dinámico de la construcción

discursiva de la identidad, desde las interpretaciones de las mismas personas que han sido

deportadas y que trabajan en los call centers de San Salvador. El análisis de las entrevistas

establece, por un lado, una distinción importante que afirman los participantes contra los demás

salvadoreños, con implicaciones significativos para el concepto cuestionado de la nación.

También revela el papel que juega el trabajo de call center en mantener, reforzar e incentivar la

identificación con los Estados Unidos para las personas que han sido deportadas, y la posibilidad

que ofrece el call center de revertir el estigma que experimenta este sector en la sociedad

salvadoreña, al menos de una manera parcial. Propone, además, una revisión del concepto del De

Genova (2002) de la deportabilidad, para considerar cómo esta sigue operando aún después de la

expulsión del territorio nacional estadounidense. Cuestiona también los beneficios de la

ciudadanía neoliberal del agente de call center en el contexto de la deportación, y considera la

manera en que el éxito del discurso hegemónico neoliberal sobre la deportación, como proceso

moral individual, impide las reivindicaciones y resistencias postuladas por el concepto de la

ciudadanía cultural. Como aporte inicial a un tema de estudio poco abordado, el análisis y las

reflexiones con que concluyo constituyen meros puntos de partida para profundizar y explorar en

investigaciones futuras.

Este documento consta de siete capítulos. El primer capítulo es introductorio y consiste

en la presentación de los objetivos del estudio, la justificación, algunos de los hallazgos

principales y un resumen de los contenidos de los capítulos.

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El Capítulo II se titula “Antecedentes”, y se dedica a revisar el contexto histórico, económico

y social del tema de la investigación. Demuestro, en particular, cómo la política neoliberal sirve

como hilo conductor para conectar los tres fenómenos centrales de la presente investigación: la

migración salvadoreña de la posguerra, la deportación masiva de los Estados Unidos, y el

surgimiento de los call centers en El Salvador. El primer apartado del capítulo, “Políticas

neoliberales y la migración salvadoreña”, se dedica a explicar cómo buena parte de la ola de

migración hacia los Estados Unidos en la posguerra fue impulsada por la devastación económica

que vivió el país tras la implementación de una serie de políticas económicas neoliberales. En el

segundo apartado, “Condiciones de los inmigrantes en los Estados Unidos”, describo la

evolución de las condiciones políticas, laborales y culturales de la comunidad salvadoreña

inmigrante en los Estados Unidos con los cambios en la política migratoria estadounidense. En el

tercero, “La deportación masiva”, exploro el surgimiento de la deportación masiva de no-

ciudadanos de los Estados Unidos como resultado de políticas neoliberales de privatización y

nuevos discursos de la seguridad nacional, así como algunas de sus consecuencias socio-

culturales en El Salvador. Luego, en el apartado denominado “Los call centers en El Salvador”,

demuestro cómo estas mismas políticas neoliberales han facilitado el surgimiento espectacular

del sector de los call centers en El Salvador, donde se desempeña una gran cantidad de

salvadoreños deportados de los Estados Unidos. Finalmente, en el “Estado de la cuestión”,

realizo un resumen de los trabajos investigativos relacionados con los salvadoreños deportados

de los EE.UU. empleados en los call centers del país, para señalar la existencia de ciertos vacíos

en el estudio cualitativo crítico sobre el tema, especialmente con respeto a las interpretaciones de

esta población de su propia experiencia.

En el Capítulo III, “Marco Teórico”, construyo los fundamentos teóricos de la

investigación. El primer apartado, “Comunicación, cultura e identidades”, se divide en tres sub-

secciones. En la primera, “comunicación y cultura”, sitúo la investigación dentro del giro hacia

la cultura que ha experimentado el campo de la comunicación, con los aportes de críticos como

Jesús Marín Barbero y Nestor García Canclini. La segunda sub-sección, “Identidades y

discurso”, se centra en la conceptualización de la construcción de las identidades como proceso

discursivo con base en los planteamientos de Stuart Hall y Teun A. Van Dyke. En la tercera, “El

estigma”, empleo la definición principal de Erving Goffman con aportes claves de Link y Phelan

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(2001) para establecer el estigma como concepto importante en la construcción de las

identidades de personas que han sido deportadas de los Estados Unidos.

El apartado siguiente, titulado “El poder y el cuerpo”, inicia con la sub-sección “El bio-

poder y la disciplina”, en la cual recurro a la obra de Michel Foucault y su teorización de las

formas institucionales de ejercer poder sobre el cuerpo. Posteriormente, en la sub-sección “La

deportabilidad”, analizo los aspectos disciplinarios y bio-políticos de la deportación

conceptualizados por Nicolas Genova (2002). En la última, “Bio-poder en el call center”,

considero la aplicación del bio-poder en el contexto laboral del call center planteada por Rowe et

al (2013) en su estudio de agentes de call center en la India al contexto salvadoreño.

En el último apartado, “Ciudadanías”, exploro las contradicciones de la ciudadanía

nacional para personas con larga residencia en los Estados Unidos que son posteriormente

deportadas a El Salvador, utilizando el concepto de la aproximación de Susan Bibler Coutin.

Luego, reviso el desarrollo del concepto de la ciudadanía cultural con los aportes de Renato

Rosaldo, Toby Miller, George Yúdice, William Flores y Gerardo León para destacar los límites

de la ciudadanía formal y considerar otras posibilidades de pertenencia y reivindicación. Para

cerrar, contemplo las posibilidades y limitaciones de la ciudadanía del consumo articulado por

Canclini (2009 [1995]) y de la ciudadanía neoliberal del agente del call center propuesta por

Rowe et al (2013).

El Capítulo IV aborda la metodología de la investigación. En el primer apartado, justifico

la naturaleza cualitativa de la investigación, con aportes de Ruíz Olabuénaga (2012) y Creswell

(1994), y también el uso del análisis del discurso, con base en las definiciones de Stetcher

(2010), Van Dijk (1993) y otros. Luego, en el apartado de “Recolección de datos”, presento los

instrumentos principales de la investigación, los cuales contemplan tanto la revisión bibliográfica

como el trabajo del campo—entrevistas y observación participante—, con aportes de Taylor y

Bogdan (1987). En el tercer apartado, “Muestreo”, identifico los parámetros de inclusión y

exclusión de los participantes, y ofrezco un breve perfil de cada uno de los trece entrevistados.

Finalmente, reflexiono sobre las implicaciones de mi propia participación en la investigación

desde mi posición de clase, raza, nacionalidad y género.

En el Capítulo V, presento los resultados principales del trabajo de campo. El capítulo

inicia con las representaciones de los Estados Unidos construidos por los participantes. La

primera sub-sección, “Americanizado”, detalla las características de la norteamericanidad

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expresadas por los participantes. En la segunda, “Latina y orgullosa”, considero la división entre

las identificaciones expresadas con comunidades culturales estadounidenses y con El Salvador.

En la última subsección, “¿Para dónde me van a llevar, si soy de acá?”, exploro el concepto de

origen que emerge en las narrativas de los participantes. El segundo apartado, “Los Nativos”, se

dedica a las representaciones de El Salvador y los demás salvadoreños como ajenos, peligrosos,

corruptos, maleducados e intolerantes, y del país como prolongación de la detención en los

imaginarios de los participantes.

En el tercer apartado, “Adaptaciones”, reviso los cambios de estilo de vida, apariencia y

lenguaje que realizan los participantes tras su deportación. El cuarto apartado se titula “Los

deportados”, en el cual resumo las descripciones de las otras personas que han sido deportadas de

los Estados Unidos como delincuentes y como compatriotas, y como compañeros. El quinto

apartado lo dedico a las narrativas sobre el proceso de la deportación, el cual emerge en las

entrevistas como un castigo moral, como un renacimiento, y también como una injusticia. En el

sexto apartado, denominado “El call center”, demuestro cómo la experiencia del trabajo de call

center aparece en las narrativas de los participantes como, por un lado, un portal a la cultura

estadounidense, y también como lugar de discriminación, de explotación, y de auto-realización y

desarrollo personal. Finalmente, señalo cómo dentro de este espacio laboral complejo, el lugar

del agente de call center también constituye un territorio en disputa.

El Capítulo VI se titula “Reflexiones finales”. Ahí, ofrezco algunas posibles conclusiones

y análisis de los resultados anteriormente presentados, junto con algunas consideraciones para

investigaciones futuras en el tema. En el capítulo final, Capítulo VII, se encuentran las

referencias bibliográficas consultadas y citadas en la investigación.

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CAPÍTULO II:

ANTECEDENTES

La migración salvadoreña no es un fenómeno novedoso: durante el siglo XIX, era la

población rural la que se trasladaba hacia los centros urbanos, y a principios del siglo XX eran

las “élites intelectuales y económicas que eran el rostro visible de la migración”. A partir de la

década de 1970s, además del flujo hacia lo urbano, la violencia que se consolidaría en el

conflicto armado del 1980-1992, impulsó otra ola de migración hacia el extranjero (Marroquín,

2014). En los años de la posguerra, el perfil del migrante comenzó a evolucionar de nuevo, esta

vez más motivado por factores económicos y, posteriormente, por la reunificación familiar y la

inseguridad generada por la delincuencia (Ruiz, 2010). Pero a pesar de que la migración este

presente en cada capítulo de la historia salvadoreña, la década de 1990 fue testigo del nacimiento

de un fenómeno nuevo: la deportación masiva. Equipados con habilidades bilingües y padrones

culturales ajenos, decenas de miles de salvadoreños vuelven a la fuerza de los Estados Unidos

cada año, y una población significante de sus filas ha encontrado empleo en el sector creciente de

los call centers.

En este capítulo, establezco los antecedentes históricos que han contribuido al fenómeno, y

los antecedentes de la investigación que han contribuido al estudio del mismo. Demuestro, en

particular, cómo la política neoliberal sirve como un hilo conductor para unir conecta los tres

fenómenos centrales de la presente investigación: la migración salvadoreña de la posguerra, la

deportación masiva de los Estados Unidos, y el surgimiento de los call centers en El Salvador.

El primer apartado, “Políticas neoliberales y la migración salvadoreña”, se dedica a explicar

cómo buena parte de la ola de migración hacia los Estados Unidos de la posguerra fue impulsada

por la devastación económica que vivió el país tras la implementación de una serie de políticas

económicas neoliberales recomendadas por los Estados Unidos y sus apéndices internacionales,

el Banco Mundial y el Fondo Monetario Internacional. En el segundo apartado, “Condiciones de

los inmigrantes en los Estados Unidos”, describo la evolución de las condiciones políticas,

laborales y culturales de la comunidad salvadoreña inmigrante en los Estados Unidos con los

cambios en la política migratoria estadounidense. En el tercero, “La deportación masiva”,

exploro el surgimiento de la deportación masiva de no-ciudadanos de los Estados Unidos, como

resultado de políticas neoliberales de privatización y nuevos discursos de la seguridad nacional, y

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algunas de sus consecuencias socio-culturales en El Salvador. Posteriormente, en el apartado

denominado “Los call centers en El Salvador”, demuestro cómo estas mismas políticas

neoliberales facilitaron el surgimiento impresionante del sector de los call centers en El Salvador,

donde se desempeñan un gran número de salvadoreños que han sido deportados de los Estados

Unidos.

Al finalizar el capítulo, en el apartado titulado “Estado de la cuestión”, realizo un resumen de

los trabajos investigativos periodísticos y académicos relacionados con los salvadoreños que son

deportados de los EE.UU. y que son empleados en los call centers del país, para señalar la

existencia de importantes vacíos en el conocimiento y pensamiento crítico sobre el tema,

especialmente con respeto a las interpretaciones que esta población hace su propia experiencia.

I.   POLÍTICAS NEOLIBERALES Y LA MIGRACIÓN SALVADOREÑA

En la década de 1990, tras la caída del muro de Berlín, la agenda económica capitalista

liderada por los Estados Unidos se posicionó como evangelio único al nivel global. Manuel

Castells (2004) describe esta transformación de la hegemonía de las prácticas económicas

mundiales: “bien directamente, mediante políticas de desregulación y privatización, bien

indirectamente, mediante las señales enviadas por los gobiernos a las empresas, las reglas del

juego cambiaron, primero en los Estados Unidos, después en el Reino Unido y finalmente en el

resto del mundo. La liberalización de los mercados y el abandono por parte de los gobiernos de

las políticas de gasto social y redistribución de la renta se convirtieron en una práctica

generalizada” (42).

Con el ávido apoyo de las élites gobernantes, El Salvador sirvió como laboratorio y

vanguardia en la implementación de estas políticas que se comenzaron a llamar “neoliberales”. A

partir del 1989, bajo los gobiernos del partido de la derecha, Alianza Republicana Nacionalista

(ARENA), fueron privatizados los bancos nacionales, la empresa de telecomunicaciones estatal,

el sistema de pensiones y la empresa energética pública (Moreno, 2004). Las consecuencias para

los empleados públicos y las finanzas del estado fueron inmediatas: unos 10,000 trabajadores

públicos perdieron sus trabajos, y el estado se quedó con $334 millones tras vender activos

valorados en un total de $5 mil 714 millones (Freedman, 2012).

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Este proceso de (neo)liberalización se consolidó con la implementación del tratado de libre

comercio entre Estados Unidos, El Salvador, Honduras, Nicaragua, Guatemala y la República

Dominicana, DR-CAFTA, en 2006. Los impactos han sido fuertes. Un informe de la Oficina de

Washington sobre América Latina (WOLA) de 2008 advierte que: “La liberalización del

comercio globaliza no sólo los mercados, sino que globaliza el fracaso del mercado.

Incorporando pequeño agricultores en América Latina a competencia sin mediación contra

productos agrícolas industrializados subsidiados y apoyados del norte global pone en riesgo

millones de agricultores productivos y productores de alimentos” (Pérez et al, 4).1 El Salvador no

fue excepción: la tarifa promedia aplicada a productos agrícolas bajó de 20.4% en 1989 a 1.5%

en 2009; en 1990, el sector agrícola constituyó 17.1% del PIB, cayendo a 11.9% en 2009. Por

otro lado, el sector de la maquila, el predecesor de los call centers, constituyó el 0.3% del PIB en

2000, y creció hasta 3.1% en 2009, a causa de las empresas extranjeras que competían para

establecer fábricas en un ambiente hostil para los trabajadores y muy acogedor para los

inversionistas extranjeros. (PNUD, 2010)

Mientras se mejoraban las condiciones para los inversionistas, los estándares laborales se

desintegraron. En 2009, WOLA encontró que las condiciones laborales habían empeorado bajo

el tratado de libre comercio, y concluyó que a pesar de los compromisos hechos por los países

partes del tratado, no se había progresado en el combate a la represión de líderes sindicales, el

cierre ilegal de fábricas, la discriminación de género y el trabajo infantil, y los responsables de

dichas violaciones continuaban actuando con impunidad en la región.

El deterioro de las condiciones económicas en El Salvador comenzó a generar nuevos flujos

de migración. De 1980-1990, los años principales de la guerra civil, 54,156 salvadoreños

migraban anualmente; entre 2000-2010, esa cifra se aumentó a 61,942 al año (PNUD, 2010). Los

que salieron en la década de 1980, citaron la crisis política en el país como factor principal de su

migración, mientras los que salieron en la década de 2000, citaron la situación económica (Ruiz,

2010). Actualmente, hay más de 2.5 millones salvadoreños viviendo en los Estados Unidos

(Ministerio de Relaciones Exteriores, 2013). Estas migraciones han impactado la fábrica social y

cultural salvadoreña, e incrementaron la dependencia económica del país de los EE.UU. (PNUD,

2010).

                                                                                                               1 Traducción propia

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Ruiz (2010) señala que, “las políticas económicas de los últimos veinte años no han

impulsado el crecimiento del sector agrícola y, por consiguiente, El Salvador en general ha visto

disminuidas las actividades campesinas mientras la migración de los grupos habitacionales del

campo a la ciudad se incrementa” (33). Gracias a esta “descampesinización” en las zonas rurales,

los índices de migración hacía el extranjero en estas regiones también incrementaron: en 2009,

uno de cada cuatro hogares rurales salvadoreños recibió remesas enviadas por parte de familiares

en el extranjero (Ruiz, 2010).

El informe del Programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo (PNUD) de 2010 nota

que “durante la vigencia del modelo [económico] actual se expandió la maquila, se aceleraron las

migraciones laborales y se ha edificado una economía de consumo y servicios dependiente de las

remesas familiares, que se ha convertido en la principal variable macroeconómica del país” (55).

De hecho, las remesas de los migrantes en el extranjero, principalmente en los EE.UU., sirvieron

para suavizar el impacto de las políticas neoliberales (Coutin, 2007). En 2006, año en que se

implementó CAFTA, las remesas de los EE.UU. aumentaron 24.6% en El Salvador; 20.6% en

Guatemala; 39.4% en Honduras y hasta 10.6% en la Republica Dominicana (Gallardo, 2009). En

El Salvador, las remesas hoy constituyen más del 16% del PIB salvadoreño (Hurtado y Orantes

de Palacios, 2014). Hasta en los años 2012 y 2013, los motivos económicos fueron los más

señalados por parte de las personas retornadas a El Salvador de los Estados Unidos como su

principal motivación de migrar (Gaborit et al, 2015, 22-23).

Como he señalado, la situación económica en El Salvador contribuyó directamente al

incremento de la migración salvadoreña en los años después de la guerra. Las políticas

económicas neoliberales no solo han hecho El Salvador más dependiente de los Estados Unidos

en cuanto a importaciones e inversiones, sino también para el mantenimiento de la mano de obra

de los miles de salvadoreños que han migrado en búsqueda de mejores oportunidades tras la

reducción dramática del sector público, la destrucción del sector agrícola y el agravamiento de

las condiciones laborales. En el siguiente apartado, reviso la experiencia de esta comunidad

salvadoreña inmigrante en los Estados Unidos a lo largo de las últimas décadas.

II.   CONDICIONES DE LOS INMIGRANTES EN LOS ESTADOS UNIDOS

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La situación para inmigrantes salvadoreños en los EE.UU. se ha ido transformando de

manera significativa en las últimas dos décadas, debido, en gran parte, a los cambios en la

política migratoria estadounidense. A principios de la década de 1990, se vieron aperturas para

muchos de los salvadoreños que habían huido de la violencia bélica en su país; sin embargo, los

finales de la década fueron marcados por una restricción en la política migratoria. Los ataques

del once de septiembre de 2001 inauguraron una nueva época de políticas anti-inmigrantes

reforzadas por un nuevo discurso de la seguridad nacional. Frente estos obstáculos, los

inmigrantes y sus familias en los Estados Unidos han desarrollado fuertes luchas reivindicativas,

reconfigurando los discursos de la identidad nacional para exigir el reconocimiento de sus

derechos independientemente de su estatus migratorio.

La década de 1980 fue marcada por la lucha por acceder al asilo para los inmigrantes

salvadoreños en los EE.UU.. Con el incremento de refugios del conflicto armado, aumentó

también la cantidad de salvadoreños inmigrantes indocumentados en los EE.UU.: antes de 1982,

sólo 30% de los salvadoreños en los EE.UU. se encontraban en una situación de no-

documentación. De los que entraron al país entre 1982-1987, 60% estaban indocumentados

(Ruiz, 2010). Estos inmigrantes enfrentaron grandes obstáculos al buscar regularizar su estatus.

De 1980-1992, El Salvador fue escenario de una guerra civil. Sin embargo, la política

extranjera del gobierno de los EE.UU. impidió que se reconociera gran parte de la violencia

vivida por los salvadoreños refugiados del conflicto. La Comisión de la Verdad de las Naciones

Unidas determinaría, en 1993, que las fuerzas armadas salvadoreñas fueron responsables por lo

menos del 85% de los actos de violencia contra la población. Pero en esa década, 97% de las

peticiones de asilo por parte de salvadoreños en los EE.UU. fueron rechazadas. La relación

cercana del gobierno estadounidense con el gobierno de El Salvador no permitía el

reconocimiento de violaciones de derechos humanos realizadas por parte del Estado

centroamericano, aliado estratégico en la Guerra Fría que recibía financiamiento, armamento y

capacitación militar de los EE.UU.. (Coutin, 2007)

Sin embargo, la comunidad salvadoreña y sus aliados en los movimientos de solidaridad y

santuario estadounidenses seguían abogando por su derecho a desarrollar sus vidas dentro de las

fronteras estadounidenses. El mismo gobierno salvadoreño, reconociendo la importancia de las

remesas familiares en la economía nacional, también abogó por la regularización de los

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17

inmigrantes salvadoreños indocumentados. Eventualmente, la ley fue modificada para abrir más

espacio a los inmigrantes salvadoreños.

En 1986, el Immigration Reform and Control Act (IRCA) permitió a ciertos trabajadores

indocumentados legalizar su estatus, aunque también castigó a los empleadores que contrataban

a trabajadores indocumentados. En 1990, fue aprobado el Temporary Protected Status (TPS),

que benefició a cientos de miles de salvadoreños por 18 meses. Renovado otra vez después del

terremoto de 2001, hoy son más de 200,000 salvadoreños que actualmente cuentan con dicho

estatus. En 1991, una resolución en el caso de American Baptist Churches v. Thornburgh (ABC)

abrió nuevas oportunidades de asilo para ciertos salvadoreños que habían sido rechazados

anteriormente por las políticas discriminatorias mencionadas y, en 1992, la administración del

expresidente George Bush permitió que los salvadoreños con TPS pudieran registrar para

“Deferred Enforced Departure” (DED), prorrogando sus procesos de deportación. Estas

excepciones jurídicas para muchos salvadoreños refugiados de la guerra permitieron la

consolidación de varias comunidades salvadoreñas en los EE.UU..

Pero los sentimientos nacionalistas incrementaron en la década de 1990, y en 1994, el estado

de California aprobó “Proposition 187”, lo cual obligó a maestros, doctores, policías y

trabajadores de servicios sociales informar a las autoridades sobre personas sospechosas de ser

indocumentadas. La propuesta fue eventualmente rechazada en las cortes por

inconstitucionalidad, pero fue seguida de una serie de reformas anti-inmigrantes a nivel nacional.

El mismo año, se comenzó a construir el muro fronterizo desde Tijuana hasta San Diego,

empujando el tránsito de los migrantes hacia caminos más peligrosos como el del desierto del

estado de Arizona, donde han muerto más de 10,000 inmigrantes (Marroquín, 2014). Luego, en

1996, fue aprobado el Illegal Immigration Reform and Immigrant Responsibility Act (IIRIRA),

que quitó muchos de los posibles remedios que existían para muchos salvadoreños que eran

partes de la demanda de la ABC. Con esas políticas anti-inmigrantes se dio inicio a un periodo de

restricción jurídica que continúa vigente de diversas formas hoy en día.

Junto con el Antiterrorism and Effective Death Penalty Act de 1996, el IIRIRA amplió la

definición de los delitos por los cuales una persona podría ser deportada, limitó la discreción de

los jueces en casos individuales de deportación, expandió la detención obligatoria durante

procesos de deportación y aceleró estos procesos. El Welfare Reform Act de 1996 también

restringió el acceso a varios programas de asistencia pública para muchos no-ciudadanos con

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18

estatus regular. “Como es lógico, las actas de inmigración de 1996 transformaron las prácticas de

control migratorio, incrementaron la población de los centros de detención, alteraron la

proporción de criminales condenados entre los deportados, aumentaron los números totales de

individuos expulsados de los Estados Unidos” escribe Susan Bibler Coutin (2007, 22).2 Daniel

Kanstroom (2012) coincide, declarando que, “Como resultado directo de estas leyes, cientos de

miles de personas han sido excluidas y deportadas de los Estados Unidos quienes hubieran sido

permitidos hacerse residentes legales permanentes y (probablemente) ciudadanos naturalizados

bajo leyes anteriores” (13).3

Al cierre la década de 1990, con la economía creciendo, un consenso incipiente sobre la

necesidad de una reforma migratoria comprensiva en los EE.UU. estaba tomando forma. En

1997, el Nicaraguan Ajustment and Central American Relief Act (NACARA) ofreció un respiro

al endurecimiento de la política migratoria: otorgó una amnistía a muchos nicaragüenses—como

refugiados del gobierno sandinista, enemigo político del gobierno estadounidense—y también

permitió que a ciertos salvadoreños se les suspendieran sus procesos de deportación (Coutin,

2000). En el año 2000, la federación sindical AFL-CIO también declaró su apoyo a una amnistía

para los inmigrantes indocumentados (Coutin, 2007). La posibilidad de una reforma migratoria

parecía cerca. Sin embargo, los acontecimientos del 11 de septiembre de 2001 transformaron de

manera repentina y drástica toda discusión pública sobre la inmigración en los Estados Unidos.

Los ataques del 9/11 no solo detuvieron la lucha organizativa creciente para una reforma

migratoria integral en los Estados Unidos, sino que despertaron un sentimiento anti-migrante

latente en el público estadounidense. Así, el discurso de la seguridad nacional y del

contraterrorismo se amplió para incluirle discursos anti-inmigrantes. Con la aprobación del USA

PATRIOT Act en octubre de 2001, fue autorizada la detención y el encarcelamiento de no-

ciudadanos sobre la base de la sospecha de que el individuo en cuestión constituyera una

amenaza a la seguridad nacional, según el Estado. El PATRIOT Act también exigió un

incremento de 300% en las patrullas fronterizas, o Border Patrol en la frontera con Canadá,

junto con la instalación de más tecnología de vigilancia (Miller, 2014). En 2002, fue aprobado el

Homeland Security Act, lo cual desarticuló al Immigration and Naturalization Service (INS) y

trasladó a los procesos de deportación al nuevo Departament of Homeland Security. La misión

                                                                                                               2 Traducción propia 3 Traducción propia

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19

del Border Patrol también fue modificada para proteger a los EE.UU. de los “terroristas”. De sus

4,000 agentes en 1994, el Border Patrol creció a 8,500 en 200,1 y a más de 21,000 en 2014

(Miller, 2014). En pleno ejercicio del nuevo discurso de esta securitización de la migración, el

congresista republicano del estado de Iowa, Steve King, declaró que la migración irregular

constituía “un ataque terrorista lento, de camera lenta contra los Estados Unidos costándonos

miles de millones de dólares y, de hecho, miles de vidas”, y afirmó que, “[los estadounidenses

tenían] una obligación de proteger al pueblo americano, y eso implica sellar y proteger nuestras

fronteras”4 (King, 2006).

Por su parte, las comunidades de inmigrantes y sus familias en los EE.UU. no aceptaron con

pasividad los ataques a sus derechos. En el marco del 1º de mayo de 2006, multitudes de

inmigrantes latinoamericanos y latinos-estadounidenses llenaron las calles de las ciudades del

país, exigiendo una reforma migratoria integral y el reconocimiento de la humanidad y dignidad

de los inmigrantes, independientemente de su estatus migratorio. Cristina Beltrán escribe: “Ante

un gobierno más interesado en la criminalización que en la reforma, inmigrantes de todo el país,

legales e indocumentados, no respondieron con el retiro y un mayor aislamiento, sino

participando en cientos de marchas, concentraciones y huelgas laborales y escolares. La mera

magnitud de las protestas fue notable: el 7 de marzo se reunieron entre veinte mil y cuarenta mil

personas en Washington D.C.; el 10 de marzo, entre cien mil y treinta mil marcharon por las

calles de Chicago. Se calcula que el 25 de marzo un millón participó en ‘La Gran Marcha’ en

Los Ángeles. El 9 de abril, entre trescientos cincuenta mil y quinientos mil marcharon en Dallas;

trescientos mil se congregaron el día siguiente en Nueva York; y cientos de miles participaron en

más de ciento setenta evento en todo el país” (162). Eran manifestaciones de grandes

dimensiones, sin precedentes en la historia del país.

Las protestas de 2006 constituyeron a se vez un reto para las narrativas nacionalistas

estadounidenses, así como una apelación a las mismas. Los manifestantes recurrían a tropos

nacionalistas estadounidenses para reclamar sus derechos de pertenencia y dignidad. Beltrán

(2012) escribe: “Vestidos de blanco y portando letreros multilingües en los que se leía ‘Soy un

trabajador, no un delincuente’, ‘Justicia para todos’, o ‘Permítanos ser parte del Sueño

Americano’, los inmigrantes cantaron el himno nacional en inglés y en español y ondearon

banderas de sus países natales juntos con banderas de Estados Unidos” (162-3). Al basar sus

                                                                                                               4 Traducción propia

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20

reclamos en los mitos fundacionales estadounidenses como la ética protestante del trabajo, el

sueño norteamericano y libertad y justicia para todos, los inmigrantes afirmaron los valores y

relatos nacionalistas para exigir su ampliación para incluir a otros idiomas y orígenes, negando la

asimilación total.

Frente esta explosión de visibilidad y militancia por parte de los inmigrantes en los EE.UU.,

muchos estados intensificaron sus políticas discriminatorias. De 2006 a 2010, legisladores

estatales implementaron más de 5 mil leyes migratorias y unas 800 leyes estatales relacionadas

con la inmigración (Kanstroom, 2012). Tal es el caso de la controvertida ley SB 1070, del estado

de Arizona, aprobada en 2010, la cual requiere que la policía verifique el estatus migratorio de

cualquier persona detenida, siempre y cuando el agente tenga una “sospecha razonable” que

dicha persona no cuenta con un estatus migratorio regular. Leyes idénticas fueron presentadas y

aprobadas en Alabama, Georgia, Indiana, South Carolina y Utah. (ACLU, 2015). Al nivel

nacional, el Secure Fence Act de 2006 ordenó la construcción de 650 millas de valla fronteriza

en la frontera con México (Miller, 2014).

Estas leyes han impactado a las comunidades de salvadoreños e inmigrantes en general en los

ámbitos laboral, comunitario y familiar. Las condiciones económicas de los salvadoreños

inmigrantes en los EE.UU., aunque suelen ser mejores que las de sus pares en El Salvador, no

son óptimas. Según datos de 2009 recopilados por Laura Ruiz (2010), los salvadoreños en los

EE.UU. tienen índices más altos de pobreza (15%) que la población estadounidense en general

(12%).5 Mientras 37% de la población estadounidense en general trabaja en puestos de trabajo

directivos y profesionales—los cuales son mejor pagados—sólo 11% de los salvadoreños se

desempeñan en puestos de esa calidad. Ruiz considera que “es posible que este dato se relacione

con el menor nivel educativo alcanzado por la población salvadoreña residente en los Estados

Unidos. La falta de educación es un circulo vicioso para los inmigrantes salvadoreños, pues

afecta negativamente su acceso a mejores salarios, y por ende, dificulta el acceso a mejores

condiciones de vida” (67). Sin mayor formación técnica o académica, la mayoría de

salvadoreños en los EE.UU. (30%) trabajan en el sector de servicios, que es “una de las áreas

menos valorada y remunerada, en contraste con las poblaciones hispana (22%) y estadounidense

                                                                                                               5 Y como contraste, un Índice de desarrollo humano más alto que en ESA (PNUD, 2005)

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21

(14%)” (67). Con salarios bajos y sin muchas oportunidades para ascender, muchos salvadoreños

apenas alcanzan para mantener a sus familias, y muchos desempeñan en más de un empleo.

Además de estas condiciones económicas adversas, las leyes anti-inmigrantes hacen más

vulnerables a muchos salvadoreños de sufrir violaciones de sus derechos laborales, cívicos y

humanos. El programa E-Verify, por ejemplo, que es obligatorio para ciertos empleadores en 19

estados y para todo contratista del estado, facilita que empleadores verifiquen el estatus

migratorio de sus empleados, generando miedo en el entorno laboral. Así mismo, el programa

federal Secure Communities permite que fuerzas de seguridad locales y estatales compartan

información con el Department of Homeland Security de manera instantánea para revisar el

estatus migratorio de cualquier persona detenida, aún sin presentar cargas en su contra. Por lo

tanto, los trabajadores indocumentados suelen enfrentar amenazas de deportación cuando

intentan reclamar sus derechos a sus empleadores.

El National Employment Law Project reportó en su informe de 2013 que, “Secure

Communities ha tenido un impacto desastroso en comunidades inmigrantes, incluyendo en

víctimas del crimen y del abuso del empleador. […] Esta integración defectuosa de las

autoridades locales con las autoridades migratorias federales ha brindado medidas adicionales a

empleadores para tomar represalias contra trabajadores inmigrantes que buscan ejercer sus

derechos laborales. Empleadores pueden capitalizar sobre barreras lingüísticas o sesgos de las

autoridades locales para lograr sus objetivos. Debido a la colaboración creciente federal-local en

el control migratorio, trabajadores inmigrantes que son falsamente acusados de crímenes muchas

veces no tienen ningún recurso y en cambio terminan en procedimientos de la deportación

después de delatar sobre violaciones laborales” (Cho & Smith, 2013, 3).6 Además de generar

más precariedad laboral, el Secure Communities desincentiva a los inmigrantes indocumentados

para que recurran a la policía para denunciar cualquier crimen o violación que sufran en su

entorno doméstico o comunitario.7

Estas leyes y programas han logrado separar familias, sembrar miedo e inseguridad en

comunidades y generar más precariedad laboral, pero no han impactado de manera clara en los

                                                                                                               6 Traducción propia 7 Cabe aclarar que las acciones ejecutivas de Presidente Obama de noviembre 2014 incluyeron la eliminación del programa Secure Communities, sustituyéndolo con el “Priority Enforcement Program”. Sin embargo, en la práctica el programa sigue intacto. Como señala Cházaro (2015), el cambio simplemente renombró el programa, sin modificar sus objetivos y funciones.

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flujos de la inmigración irregular: El Department of Homeland Security estima que la población

de salvadoreños indocumentados en los EE.UU. subió de 430,000 en 2000 a 570,000 en 2008, un

aumento de 4.65% (Ruiz, 2010). Pero pesa a las dificultades que enfrenta la comunidad

salvadoreña en los EE.UU., los salvadoreños siguen migrando hacía el país norteamericano.

Frente esta proliferación de iniciativas anti-inmigrantes, en los últimos años la fuerza y

militancia de los movimientos de inmigrantes para una reforma migratoria integral han

aumentado. Jóvenes como los “Dreamers” y organizaciones como el National Daylaborer

Organizing Network (NDLON) con su campaña de “#Not1More” han construido movimientos

fuertes en contra de la detención, deportación y discriminación que sufren los inmigrantes y sus

familias en los EE.UU..

Como quedó evidenciado en el movimiento de 2006, muchos de estos organizadores apelan a

ideales norteamericanos de merecimiento, exigiendo el derecho de contribuir a la sociedad

estadounidense como trabajadores productivos. Los Dreamers, por ejemplo, se posicionan dentro

del relato del sueño norteamericano, representándose como una nueva generación

norteamericana lista para contribuir al desarrollo económico del país a través de sus estudios y de

su trabajo.

Pero estos mismos movimientos también van construyendo agendas comunes en las luchas

contra el neoliberalismo y el racismo en los Estados Unidos, difundiendo un análisis radical y

utilizando tácticas más y más militantes para intervenir en el debate público. Este esfuerzo para

combatir el miedo que envuelve a muchas vidas indocumentadas, junto con la insistencia en

afirmar el derecho de participar con igualdad en la sociedad estadounidense, evidencian la

configuración de nuevas identidades dentro de las comunidades inmigrantes que celebran sus

raíces latinoamericanas mientras reclaman sus derechos de vivir sin terror y discriminación en

tierra norteamericana.

Debido a la enorme presión ejercida por estos inmigrantes organizados, la administración del

Presidente Obama ha efectuado ciertas medidas ejecutivas que ofrecen posibilidades para

regularizar, de manera temporal, el estatus de millones de inmigrantes indocumentados. En junio

de 2012, Obama anunció la apertura de un posible estatus temporal de dos años y de un permiso

de trabajo para jóvenes inmigrantes que hayan llegado a los EE.UU. antes de los 16 años y

residido en los EE.UU. por lo menos cinco años, que tuvieran menos de 31 años al momento del

anuncio, que sean estudiantes, graduados o veteranos, y que no tengan antecedentes penales

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graves: Deferred Acion for Childhood Arrivals (DACA). En noviembre de 2014, Obama anunció

una expansión de DACA para incluir a personas mayores de 31 años, y creó Deferred Action for

Parens of Americans and Lawful Permanent Residents (DAPA), que ofrece protección temporal

parecido para los parientes y algunos otros familiares de ciudadanos, residentes legales

permanentes, que han estado por lo menos cinco años en el país y que no tienen antecedentes

penales graves.

Juntas, estas acciones ejecutivas podrían proteger a unos 5 millones de los estimados 11

millones inmigrantes indocumentados que hoy residen en los EE.UU.—o, por lo menos,

prorrogar sus deportaciones. Sin embargo, estas últimas dos medidas ejecutivas han sido

suspendidas debido a una demanda en su contra, cuya resolución será apelada por parte del

gobierno (NILC, 2015).

En las últimas décadas, los inmigrantes salvadoreños en los EE.UU. han luchado para

mantener sus trabajos, sus familias y sus comunidades frente diversos obstáculos jurídicos,

políticos y laborales. A lo largo de estos años, han exigido su incorporación en la sociedad

estadounidense, reconfigurando los discursos sobre identidad nacional para afirmar su derecho

de pertenecer y participar en el “sueño norteamericano”. En los últimos años, han ganado

importantes logros en forma de las acciones ejecutivas, como las recientes impulsadas por

Obama; sin embargo, para más de dos millones de inmigrantes, las medidas llegaron muy tarde.

Porque el Presidente Obama tiene otro legado menos elogiado: la deportación masiva.

III.   LA DEPORTACIÓN MASIVA

A pesar de sus esfuerzos recientes para proteger a ciertos sectores de la población

indocumentada en los EE.UU., Obama ha ganado el título de “Deporter in Chief” por la

aceleración y ampliación de la deportación bajo su administración (Epstein, 2014). En esta

sección, demuestro cómo los nuevos discursos de la seguridad nacional, junto con las

restricciones en el régimen jurídico que gobierna el sistema migratorio estadounidense, han

colaborado con los mismos procesos de neoliberalización global que impulsaron la migración

masiva de El Salvador para montar el sistema de deportación masiva en los Estados Unidos.

El aumento astronómico de las deportaciones en los últimos años está íntimamente vinculado

con el desarrollo de la detención privada como industria, facilitado siempre por las nuevas

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24

políticas anti-migrantes y la orientación hacia la seguridad nacional en el contexto pos-9/11.

Kanstroom (2012) resume: “Las leyes de inmigración de 1996 ampliaron la detención obligatoria

durante los procedimientos de deportación para individuos condenados por ciertos crímenes. Los

acontecimientos del 11 de septiembre, 2001, y el énfasis posterior en la seguridad fronteriza y el

control migratorio, junto con los poderes ampliados de la detención autorizado por el USA

Patriot Act, también han jugado un papel principal en normalizar la idea de la detención amplia,

igual como el uso ampliado de la deportación acelerada. Finalmente, el aumentado control estatal

y local y la privatización han sostenido y fortalecido el sistema de la detención” (90).8 De ser una

medida poco utilizada, la detención de inmigrantes se ha convertido en una práctica estándar. En

1994, unas 5,500 personas no-ciudadanas fueron detenidas diariamente en los EE.UU.; pasando a

19,500 en 2001, y sumando más de 30,000 al finales de 2009 (Kanstroom, 2012).

Los procesos neoliberales de privatización han creado las condiciones para incentivar la

detención y deportación de migrantes indocumentados, haciéndola un negocio muy lucrativo. A

la vez, el Estado neoliberal contraterrorista estadounidense utiliza nuevas tecnologías de

comunicación y vigilancia que “refuerzan en sus posibilidades/tentaciones de control, mientras lo

debilitan al desligarlo de sus funciones públicas”, utilizando mecanismos de represión y

vigilancia para identificar y deportar a migrantes indocumentados, procesándolos en un sistema

más y más privatizado (Castells, 2002). El National Immigration Forum documentó en 2013 que:

“La expansión del sistema de detención inmigrante ha creado un mercado rentable para los

involucrados en operar las cárceles estatales y locales. La industria de las prisiones privadas

también ha sido beneficiada directamente por esta expansión. Corrections Corporation of

America (CCA) es el contratista más grande de ICE para la detención, operando un total de

quince locales contratados con ICE con un total de 5,800 camas. Geo Group, Inc. (GEO), el

segundo más grande contratista con ICE, opera siete localidades con un total de 7,183 camas. En

el año 2012, CCA y GEO reportaron ingresos anuales de $1.8 mil millones y $1.5 mil millones

respectivamente. En diciembre 2010, GEO compró B.I. Incorporated, una empresa que tiene

contratos públicos lucrativos con ICE como la única administradora de su programa de

alternativas a la detención. Empresas de prisión privada en 2011 alojaron casi la mitad de todos

los inmigrantes detenidos” (7).9

                                                                                                               8 Traducción propia 9 Traducción propia

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25

Aprovechando la nueva coyuntura pos-9/11, estas empresas han constituido el impulso

principal detrás de las políticas anti-inmigrantes en los EE.UU., como el famoso SB1070 de

Arizona, mencionado anteriormente: “Las tres empresas con el porcentaje más grande de los

contratos de detención con ICE, incluyendo CCA y GEO, gastaron colectivamente por lo menos

$45 millones en la última década en donaciones a campañas y cabildeo al nivel estatal y federal.

Las relaciones entre legisladores y empresas de prisión privadas son quizás mejor ilustradas por

la ley polémica de Arizona S.B. 1070, la cual fue redactado en la presencia de oficiales de CCA.

De los 36 patrocinadores de S.B. 1070, 30 recibieron contribuciones de campaña de cabilderos o

empresas de la prisión privada, incluyendo CCA” (National Immigration Forum, 2013, 7). Las

empresas que se benefician de la detención privada están promocionando políticas anti-

inmigrantes para asegurar que sus camas se mantengan llenas.

Como se puede inferir, el incremento de la detención ha sido acompañado por un incremento

de la deportación. En 1995 y 1996, 50,924 y 69,680 no-ciudadanos fueron expulsados de los

EE.UU., respectivamente. Posteriormente tras la implementación del IIRIRA, en 1997, esa cifra

aumentó a 114,432, y llegó a sumar hasta 173,146 en 1998 (Coutin, 2013). Pero ha sido en los

últimos años, bajo la administración demócrata de Barack Obama, que las deportaciones han

llegado a niveles sin precedentes. En 2010, el Department of Homeland Security registró más de

392,000 “removals”, los cuales incluyeron deportaciones formales y “voluntarias” (Kanstroom,

2012), aumentando la cantidad a 409,849 en 2012 (Marroquín, 2014). Ese mismo año, las

autoridades estadounidenses contaron con más de 29,000 personas detenidas diarias, con más de

1.6 millones de personas en procedimientos de deportación (Kastroom, 2012). En total, la

administración de Obama ha realizado más de 2 millones de deportaciones.

Como tercer grupo latinoamericano inmigrante más grande en los EE.UU., los salvadoreños

han sufrido el impacto de la deportación masiva en niveles desproporcionados para un país tan

pequeño. En 1991, 1,496 de del total de 33,189 personas deportadas de los EE.UU. eran

salvadoreñas, es decir el 22%; mientras que en 2005, sumaron 7,235 de 208,521, representando

el 29% (Bibler Coutin, 2007).

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Tabla I

Personas deportadas de los EE.UU. a El

Salvador: 1988-1998

1988 2,780

1989 3,984

1990 2,470

1991 1,496

1992 1,937

1993 2,117

1994 1,900

1995 1,932

1996 2,493

1997 3,900

1998 5,348

(Tabla elaborada con datos presentados en

Bibler Coutin [2007, 24])

Tabla II

Personas deportadas de los EE.UU. a El

Salvador: 1999-2009

1999 4,160

2000 4,736

2001 3,928

2002 4,066

2003 5,561

2004 7,269

2005 8,305

2006 11,050

2007 20,045

2008 20,031

2009 17,370

(Tabla elaborada con datos presentados en

Ruiz Escobar [2010, 51])

Tabla III

Personas deportadas de los EE.UU. a El Salvador: 2011-201410

2011 8,946

2012 12,128

2013 21,906

2014 28,942

(Tabla elaborada con datos de la Dirección General de Migración y Extranjería de El Salvador

[2015])

                                                                                                               10 Por vía aérea; no hay datos de la Dirección General de Migración y Extranjería que precisan las deportaciones por vía aérea para el año 2010; Estos datos contemplan las deportaciones por vía aérea exclusivamente, y por ende reflejan cantidades menores de las tendencias reflejadas en la tabla anterior

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27

Debido a las nuevas leyes y programas de control migratorio en los EE.UU., la mayoría de

los llamados “retornados” no tienen antecedentes penales: de las personas deportadas a El

Salvador entre 2011-2014, solo 30% había cumplido una condena o tenía antecedentes penales

en los Estados Unidos (Rivas, 2015, 6). Y hay que considerar que de los no-ciudadanos

deportados por algún delito, la gran mayoría eran deportados por delitos no-violentos

(Kanstroom, 2012). Por ejemplo: de todas las personas deportadas a El Salvador de los Estados

Unidos en 2010, 40% tenían antecedentes penales, pero 32% de ellos eran crímenes no-violentos,

como “manejar ebrio, ebrio, violación de tránsito, documento falso, ilegal reincidente, pelea, y

‘otros’” (Gaborit et al, 2012, 24-25).

Según los datos, las personas que son deportadas de los Estados Unidos son, en su mayoría,

del género masculino. Las mujeres constituyeron 10% y el 8% de las personas deportadas por vía

aérea a El Salvador en 2011 y 2012, respectivamente; mientras que en 2013 y 2014,

representaron el 10% y el 15%, respectivamente (Rivas, 2015, 28). Aunque el porcentaje ha

subido junto con el aumento generalizado en las deportaciones bajo la administración Obama, los

hombres continúan representando la gran mayoría de las personas que son deportadas a El

Salvador.

Las personas deportadas de los Estados Unidos suelen ser también jóvenes de entre 10 a 25

años de edad. En 2012, personas de esa edad constituyeron 33.5% de las personas que fueron

deportadas por vía aérea ese año; en 2013, 35.7%, y hasta 44.9% en 2014 (Rivas, 2015). El

segundo grupo más grande son personas de entre 26 y 33 años de edad, junto con los mayores de

41 y los menos de 18 constituyendo las poblaciones más pequeñas. En general, entonces, la

mayoría de las personas deportadas de los Estados Unidos son jóvenes del sexo masculino.

Aunque la mayoría no cuentan con antecedentes penales, los deportados enfrentan a una

estigmatización y criminalización por parte de la sociedad salvadoreña y muchas veces por parte

de las mismas autoridades. De hecho, los programas desarrollados en la década del 2000 para

recibir a la creciente población de salvadoreños deportados han sido criticados por servir como

un “mecanismo de control y registro” policial en el aeropuerto (PDDH, 2008, 87). El mismo ex-

presidente de El Salvador, Tony Saca (2004-2009) advirtió en 2005 que “Estados Unidos va a

comenzar a deportar gente peligrosísima que hay que vigilar”, asimismo, el Director de la Policía

Nacional Civil afirmó que, “viene gente especializada en homicidios, crimen organizado, en

control de territorios, venta de drogas, tráfico de armas, porque es otro nivel en el que se maneja

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28

las pandillas en Estados Unidos” (Gutiérrez y Marroquín, 2005). Hasta en enero de 2016, el

Secretario Técnico de la Presidencia, Roberto Lorenzana, declaró a los medios de comunicación

que “la migración y deportaciones están vinculadas al incremento de la violencia”, y que “esas

deportaciones alimentan a las pandillas” (Verdad Digital, 2016). Coutin (2007) encuentra que,

“En El Salvador, los deportados fueron estigmatizado como criminales y en algún sentido

extranjeros, mientras el pandillero remplazó al guerrillero como el foco de las medidas de la

seguridad salvadoreña”11 (205). Martel (2006) coincide, escribiendo que “el emigrante deportado

–criminal o no—es el incivilizado, que quebrantó la ley del país huésped (Estados Unidos); por

lo tanto, ahora debe regresar a su tierra. El discurso oficial acusa a este salvadoreño emigrante de

ser el cabecilla del gran enemigo público: las pandillas. Es el salvadoreño no deseado. El que

avergüenza al país” (963). En el discurso oficial, el deportado se convierte en delincuente, en un

peligro extranjero.

Los medios de comunicación también contribuyen a la construcción de este discurso del

deportado criminal. En un análisis del tratamiento de los jóvenes y las pandillas en la prensa

escrita centroamericana, Marroquín (2007) documenta el surgimiento de “uno de los mitos sobre

las pandillas más utilizados desde el discurso oficial y reproducido desde los medios de la

comunicación: los integrantes de las pandillas son deportados; o a la inversa funciona también

con afirmaciones del tipo ‘todos los deportados son pandilleros’ y los deportados son una

amenaza a la seguridad nacional” (64). Los datos contradicen este discurso, demostrando que en

1998, sólo 16% de los pandilleros activos en El Salvador habían residido en los EE.UU.. Sin

embargo, Ruiz (2010) señala que “son tres las principales causas que la población señala como la

raíz del aumento de la violencia en el país: el narcotráfico, las pandillas juveniles y las

deportaciones” (28).

Para los que habían migrado a los EE.UU. siendo niños, como es el caso de la mayoría de los

participantes en esta investigación, la situación es aún más complicada. Un estudio de 2008

encontró que a los que habían salido de El Salvador siendo menores, con un promedio de 14 años

en los EE.UU., se les fue más difícil integrarse a la sociedad salvadoreña que a los salvadoreños

que salieron siendo adultos. Como planteé en la sección anterior, la experiencia inmigrante en los

EE.UU. ha sido marcada por la lucha de pertenecer y participar en la sociedad estadounidense.

Por lo tanto, muchos de los deportados que pasaron la gran parte de sus vidas en Norteamérica

                                                                                                               11 Traducción propia

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29

entendían sus vidas allí como un proceso de “volverse norteamericano”, solo para terminar

abandonados en una tierra desconocida. Prácticamente, constituyen una población creciente de

extranjeros, criados en los EE.UU., que hablan inglés como su idioma primario y que tienen

enlaces familiares fuertes en los EE.UU.. Sus maneras de vestirse y caminar, sus acentos y

tatuajes, y sus gustos y consumos culturales, los diferencian de otros jóvenes salvadoreños.

Kanstroom (2012) los llama la “nueva diáspora norteamericana”: una población de personas con

conexiones culturales y sociales profundas e integrales entre ellos y con el Estado-nación del

cual fueron expulsadas a la fuerza.

Es importante señalar que con el aumento de las deportaciones de los Estados Unidos, el

perfil del deportado está cambiando. La cantidad de personas pasaron sus años formativos en los

Estados Unidos, hablan inglés como primer idioma o con fluidez natural, y pasaron un tiempo

significativo allá, va bajando con el aumento de la deportación. En 2011, casi 40% de las

personas deportadas por vía aérea contaron con entre uno y ocho años de residencia allá; en

2013, fue 15%, y menos en 2014.

Cada vez más son deportadas personas que han sido detenidas al momento de cruzar la

frontera con los Estados Unidos, o hasta desde México mismo: En 2011, 8,944 personas fueron

deportadas de México a El Salvador; en 2014, fueron 22,137. Rivas (2015) escribe que “es

alarmante el alza en las detenciones ocurridas durante el cruce de la frontera o inmediatamente

después de este cruce, pasando del 38% de las deportaciones ocurridas en el 2011 al 71% en el

2013” (41). La distribución de género de las personas que son deportadas también va

evolucionando, con el incremento de deportaciones de México: En 2014, 4,908 de las personas

deportadas de México, 22%, eran mujeres (Fundación Latitudes, 2015), comparado con personas

deportadas de los Estados Unidos, de las cuales 16% eran mujeres, y 35% eran menores de edad

(Gaborit, 2015). Es decir, que las personas que cumplen el perfil de los participantes de esta

investigación, que constituyen un sector mayormente masculino, con una larga residencia en los

Estados Unidos, son cada vez menos dentro de la población general de personas deportadas.

En esta sección, he señalado cómo los procesos de neoliberalización y securitización en los

EE.UU. han colaborado para montar una industria privada de detención de inmigrantes y una

régimen de la deportación masiva. El resultado ha sido la separación de millones de familias, y la

deportación de decenas de miles de salvadoreños cada año, entre ellos miles que vivieron la

mayor parte de su vida en los EE.UU.. Estas personas son objetos de discriminación por parte de

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30

las autoridades, potenciales empleadores y la sociedad en general. Al llegar, constituyen una

población de jóvenes, en su mayoría masculinos, excluidos y marginados de la sociedad

salvadoreña, y sin mayor posibilidad de regresar al país que consideran su hogar: “una población

peligrosamente—a veces trágicamente—desarraigada, en gran parte no-asimilable,

permanentemente ‘extranjera’ en el país de su nacimiento” (Kanstroom, 154).12 Frente a esta

hostilidad en un entorno desconocido y extraño, el sector de los call centers se ha perfilado como

uno de los pocos que reciben a este sector mayoritario de las personas deportadas que habían

construido su proyecto de vida en los Estados Unidos, incluso los buscan.

IV.   LOS CALL CENTERS DE EL SALVADOR

El sector de los call centers en El Salvador se perfila como una expresión extraordinaria de

los procesos de neoliberalización y globalización. En esta sección, exploro el surgimiento de los

call centers en el contexto de la liberalización económica en El Salvador, y cómo la deportación

masiva alimenta a este sector.

Los primeros call centers en El Salvador se abrieron en 2000. Rápidamente se convirtió en

uno de los sectores más dinámicos del país. La Agencia de Promoción de Exportaciones e

Inversiones de El Salvador (PROESA) consideró en 2012 que el sector se había “desarrollado

positivamente en El Salvador, teniendo una tasa de crecimiento de 29% del 2005 al 2011,

generando aproximadamente 12,000 empleos directos, 8,500 estaciones de trabajo y representa

más de 40 empresas locales y extranjeras”. En noviembre de 2012, El Diario de Hoy informó

que el crecimiento del sector de los call centers había aumentado 13% comparado con el año

anterior, y que había generado 13,500 empleos. Ese año, 45 empresas de call center operaban en

el país, cinco de las cuales se encuentran entre los 25 mayores empleadores privados en El

Salvador (Rodas, 2012) En 2014, habían 68 empresas de call center en el país (Tobar, 2014). En

2015, PROESA estimó que los call centers empleaban unos 17,000 personas (Teos y Ortiz,

2015).

El sector de los call centers comenzó a crecer al nivel mundial en las décadas de 1980 y

1990 con los procesos de globalización y fragmentación de la producción y operación. Hoy,

empresas que antes mantenían todas sus operaciones en Norteamérica o Europa Occidental han

                                                                                                               12 Traducción propia

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31

trasladado partes de sus actividades a regiones como Centroamérica, como parte de una

estrategia y tendencia global de bajar costos y acceder a nuevos mercados y mano de obra, o lo

que llaman dentro de la industria el business process outsourcing (BPO). Folgar (2002) define a

los call centers como “empresas que realizan un tipo de teletrabajo relacionado con el

outsourcing telemático-telefónico (externalización productiva), es decir, pueden ser consideradas

como empresas que participan en las redes formadas por las estrategias de outsourcing

informático de otras compañías” (263). A diferencia de las maquilas, los call centers no exportan

productos físicos, sino recursos humanos.

En El Salvador, los ajustes estructurales implementados a partir de la década de 1990

generaron las condiciones ideales para este sector. Con los proyectos de privatización y

promoción de inversión de esa década, las empresas transnacionales adquirieron buena parte del

sector de telecomunicaciones, y la Ley de Zonas Francas de 1998 definió la instalación de

empresas extranjeras para industrias de exportación como prioridad nacional (Rivas, 2014). En

2007, la Ley de Servicios Internacionales estableció beneficios específicos para operaciones

internacionales de logística, BPO, tecnología de información y call centers, incluyendo la libre

internación de maquinaria, equipo, herramientas, repuestos y otros bienes pertinentes, la

exención del Impuesto sobre la Renta, la exención del IVA y también de impuestos municipales

(Valdez, Suarez y Velasco, 2011).

Los call centers ofrecen beneficios ventajosos comparados con muchos otros sectores de

empleo en El Salvador, con salarios mínimos que casi duplican los $210.90 mensuales que se

pagan en las maquilas (Ministerio de Trabajo y Prevención Social, 2015). Sin embargo, las

condiciones laborales siguen el modelo establecido por la desregulación en que surgió la

maquila: vigilancia constante, poco acceso al baño, un ritmo muy acelerado de trabajo, mínimo

tiempo de descanso, pocas oportunidades para ascender y fuertes prácticas antisindicales. Por su

flexibilidad de horario, tiempo y demanda, además de sus altas exigencias, igual que en las

maquilas, la industria prefiere reclutar jóvenes (Flores, 2012) (Braga, 2007). Los horarios son

muy estrictos y los agentes son obligados a que seguir un guión con clientes generalmente

enojados, frustrados y desagradables, generando altos niveles de estrés para los empleados

(Rivas, 2014). Todo eso contribuye a que la industria se caracteriza por altos niveles de

agotamiento y rotación, y muy bajos niveles de organización sindical.

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32

Teorizando sobre las experiencias de trabajadores de los call centers en Brasil, Braga (2007)

describe cómo los coordinadores de operaciones y gerentes de recursos humanos, “hacen un

esfuerzo sostenido de explicar a operadores de call center que son privilegiados de tener un

empleo bajo las condiciones de intensa competencia laboral, buscando disuadir a los trabajadores

de participar en cualquier acción de clase de naturaleza política o activista” (42).13 A pesar del

ambiente laboral altamente estructurado, la gerencia se esfuerza por cultivar una fuerte

identificación con la empresa y sentido de igualdad entre los empleados con el objetivo de

disminuir la posibilidad de organización laboral.

Estas tácticas no se limitan al sector de los call centers, sino que representan una tendencia

global. Mark Anner (2011) describe cómo en fábricas de automóviles en Argentina, las empresas

cultivan lealtad e identificación con la empresa para debilitar la fuerte tradición sindical en el

país; así, el trabajador se identifica más con la empresa y participa menos en alianzas

internacionales basadas en la clase social. Según Anner, General Motors busca trabajadores

jóvenes, con mayor nivel de educación pero poca experiencia laboral previa: “este significó que

no tuvieron experiencia sindical previa. Además, sus niveles más altos de educación y mayor

formación técnica les hicieron sentir como semi-profesionales, una identidad que la empresa

trabajó para cultivar” (158).14

En los call centers, todos los agentes u “operadores” se presentan como parte de un equipo,

contribuyendo a una cultura de despolitización. Braga (2007) considera que “la emergencia

hegemónica del categoría laboral ‘operador’ indica una restructuración profunda de la clase

trabajadora durante el periodo de la globalización neoliberal. Esta restructuración se asocia con

una disminución general de conciencia política en el lugar de trabajo, el cual tiene efectos

inmediatos—aumentando los sentimientos de los trabajadores de abandono y separación de la

jerarquía social, así contribuyendo a su desmoralización” (33).15

Los call centers dependen de las nuevas posibilidades de flujos globales, tanto de

información como de capital y personas. Rivas (2014) escribe: “El movimiento de capital (como

factor de la inversión extranjera) y la disponibilidad de empleados capacitados son factores

necesarios en el desarrollo de este sector. El call center se basa en la migración y movilidad y en

                                                                                                               13 Traducción propia 14 Traducción propia 15 Traducción propia

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alguna medida de inmovilidad—con las esperanzas de que empleados cansados y estresados no

abandonen a sus trabajos de manera repentina, y que las empresas extranjeras mantengan su

inversión en El Salvador” (123).16 Pero en el caso de los agentes deportados, además de la

inmovilidad impuesta por las políticas migratorias estadounidenses, también depende de su

movilidad anterior, a través de la cual adquirieron sus capacidades bilingües.

En los países con mayor industria de call center, como la India y las Filipinas, la enseñanza

de inglés en las escuelas es una parte integral del sistema educativo, debido en gran parte a la

historia colonial con Inglaterra y los EE.UU., respectivamente (Rivas, 2014). Pero El Salvador se

encuentra entre otro grupo de países como México y Guatemala—los países con mayor

recepción de deportados de los EE.UU.—donde una porción significativa de trabajadores de call

center se encuentran calificados debido a sus años vividos en los EE.UU. y su posterior

deportación.

En México, donde los EE.UU. deporta 250 mil personas cada año, la industria de call center

hoy vale unos $6 mil millones de dólares (Wessler, 2014). Honduras y Guatemala también

cuentan con industrias de call center en rápido crecimiento. Kevin O’neill (2015) escribe: “Igual

que en Panamá y Costa Rica, cuyos mercados de call center inflaron y luego reventaron, el auge

repentino en Guatemala superó la población bilingüe de la clase media. […] Para evitar

saturación, los call centers necesitaban los deportados” (98). De hecho, O’neill considera que la

industria de call center Guatemalteca se terminará trasladándose hacia El Salvador.

No hay figuras exactas para identificar la cantidad de personas que han sido deportadas y que

han sido empleadas en los call centers de estos países, entonces es difícil saber hasta qué punto la

expansión del sector de los call centers en los países mesoamericanos coincide con el aumento de

las expulsiones de sus paisanos de los EE.UU.. Pero como constan mis entrevistas, en El

Salvador, como en sus países vecinos, junto a la figura del pandillero deportado se está tomando

fuerza la figura del trabajador de call center deportado en el imaginario salvadoreño; la presencia

de personas que fueron deportadas de los Estados Unidos en los call centers centroamericanos se

ha vuelto estándar, hasta cliché (O’neill, 2015).

Además de contar con condiciones laborales adversas, los salvadoreños que han sido

deportados y que trabajan en los call centers también enfrentan una discriminación y

estigmatización dentro de la empresa. Sus colegas y superiores les identifican como otros,

                                                                                                               16 Traducción propia

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distintos, sospechosos y hasta peligrosos por su manera de vestir, hablar y socializar entre ellos

(Rivas, 2014). Pero a pesar de las condiciones difíciles—hasta hostiles—en los call centers,

muchos no tienen una mejor opción que comercializar sus habilidades lingüísticas y trabajar

como agentes para empresas privadas extranjeras, y brindar servicio en inglés a residentes de los

Estados Unidos y Canadá. Algunos call centers, como Sykes en El Salvador, incluso envían

representantes al aeropuerto para recibir a los vuelos de retornados y reclutarlos (Lindo, 2013).

Una vez contratados, pasan sus días atendiendo desde afuera a la comunidad de la cual fueron

expulsados.

El surgimiento del sector de los call centers en El Salvador es resultado directo de los

mismos procesos de neoliberalización que crearon las condiciones para la migración masiva de

la posguerra, y que también han colaborado en generar un sistema de deportación masiva en los

Estados Unidos. Esta interacción entre neoliberalización, migración y deportación ha establecido

una especie de ciclo paradójico, en que salvadoreños migran hacia los EE.UU., son expulsados, y

son re-absorbidos por el sector de los call centers en El Salvador. Aunque los EE.UU. los ha

declarado transgresores de la ley, no aptos para la sociedad estadounidense, es precisamente su

experiencia en los EE.UU. que los califica para el trabajo de call center.

V.   ESTADO DE LA CUESTIÓN

Como he demostrado, los discursos oficiales sobre las personas que son deportadas a El

Salvador han contribuido a su criminalización y marginación, y los medios de comunicación en

el país también han colaborado en la construcción y reproducción de este relato. Estos discursos

evidencian la falta de conocimiento sistematizado sobre este sector de la población salvadoreña.

No existe una gran variedad de trabajos investigativos oficiales, académicos ni periodísticos

sobre las personas que han sido deportadas de los Estados Unidos a El Salvador, y en menor

medida sobre los que se desempeñan en el sector de servicios informáticos tercerizados del país.

En esta sección, reviso la literatura existente para señalar, sobre todo, la ausencia de las voces,

perspectivas y experiencias de las propias personas que han sido deportadas y que trabajan en los

call centers de El Salvador.

Para comenzar, hay una falta de datos oficiales sobre las personas que son deportadas de

los EE.UU. en el país (OACNUDH et. al., 2012). No fue sino hasta 2012, con la aprobación de la

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Ley de Especial para la Protección y Desarrollo de la Persona Migrantes Salvadoreña y su

Familia, que el Estado comenzó a encargarse de registrar y atender de manera más sistemática a

los llamados “retornados”, con el objetivo de darles seguimiento y apoyo para “reintegrarse” a la

sociedad salvadoreña (Ministerio de Relaciones Exteriores, 2013). Se desconoce la cantidad de

personas que han sido deportadas de los EE.UU. y se encuentran trabajando en los call centers

salvadoreños, tampoco cuáles puestos ocupan, ni cuántos de ellos tienen antecedentes penales,

etc.

A nivel periodístico, el tema de los trabajadores de call center que fueron deportados de

los EE.UU. ha sido tratado de manera muy limitada. La mayoría de los artículos sobre los call

centers en El Salvador se ubican en las secciones económicas de la prensa escrita nacional,

elogiando el crecimiento del sector; mientras la cobertura mediática de la deportación, como ya

señalé, suele ser más alarmista que otra cosa. Sin embargo, hay algunas excepciones.

A diferencia de la investigación académica, en el caso de la investigación periodística son

más periodistas salvadoreños que estadounidenses los que han dedicado tiempo al tema. En

2007, Ronald González escribió para la revista digital ComUnica de la Universidad

Centroamericana “José Simeón Cañas” el artículo “Llamadas laborales con acento inmigrante”,

documentando el fenómeno de los deportados trabajando en los call centers. En 2012, el diario

digital Contra Punto publicó un artículo por Roberto Flores titulado, “Los explotados de la

nueva industria”, el cual se centra en las condiciones laborales en los call centers y los esfuerzos

para sindicalizar a sus empleados, pero dejó fuera el tema de los deportados empleados en el

sector. En 2013, Roger Lindo escribió una nota para La Opinión, el diario latino de Los Ángeles,

informando sobre el hecho de que haya deportados trabajando en call centers salvadoreños

brindando servicio a clientes estadounidenses y canadienses, muchos reclutados directamente por

las mismas empresas; en contraste a Flores, Lindo se centro en los beneficios de los puestos de

call center, relativo a otros sectores de empleo en El Salvador. En 2014, el diario digital El

Mundo publicó, “Jóvenes buscan formación académica para conseguir trabajos en los call

centers”, enfocando en empleados graduados trabajando en call centers y no en la industria de su

formación; no trató el tema de los trabajadores que han sido deportados de los EE.UU..

A partir de 2014, algunos medios estadounidenses también se han interesado por el tema.

Ese año, Patty Ryan escribió para el periódico Tampa Bay Times del estado de Florida sobre los

impactos de una investigación contra unos empresarios del estado para sus empleados en un call

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center de El Salvador; no se tocó el tema de los deportados trabajando en la industria (2014). Ese

mismo año, el National Public Radio publicó una nota por Seth Freed Wessler para el programa

popular “This American Life” sobre la experiencia de personas que han sido deportadas

trabajando para call centers; ese trabajo se destaca por su énfasis en entrevistas con las personas

mismas que han sido deportadas—pero el país de su estudio era México. De hecho, los

trabajadores de call center mexicanos que han sido deportados de los EE.UU. han recibido más

atención últimamente, también siendo los protagonistas del articulo “Tagged as a criminal:

Narratives of deportation and return migration in a Mexico City Call center” por Jill Anderson

(2015). En junio de 2015, McClatchy DC publicó un artículo titulado “Para deportados a El

Salvador, call centers se vuelven refugios”, desde una perspectiva algo sensacionalista pero

también simpatizante con la discriminación que describen los entrevistados (Johnson, 2015).

A lo largo de las dos últimas décadas, muchos investigadores salvadoreños se han

dedicado a pensar la migración y sus implicaciones en cuestiones de la identidad y la cultura

salvadoreña, entre ellos Huezo Mixto (1996), Lungo (1997), Andrade-Eekhoff (2004), y los

contribuyentes al Informe Desarrollo Humano de 2005. Sin embargo, el tema de la deportación y

la identidad se ha trabajado más por investigadores estadounidenses, quienes escriben en inglés y

publican en los EE.UU.. La mayoría de estudios sobre personas deportadas a El Salvador se

limitan al fenómeno de las pandillas y la violencia (Martel, 2006), sus motivos de migración

(Kennedy, 2014), o su representación en los medios de comunicación (Marroquín et. al., 2006;

Marroquín, 2007) o en el discurso oficial (Martel, 2006). Otros trabajos han buscado documentar

la deportación como parte de trabajos más amplios de registrar diversos aspectos de la migración

al nivel estadístico (Ruiz, 2010; Marroquín, 2014; Rivas, 2015; Gaborit et al, 2014).

Hay, por supuesto, algunas excepciones. La publicación en 2014 de “Sureños en El

Salvador: Un acercamiento Antropológico a las Pandillas Deportadas” (Amaya y Martínez)

analiza los testimonios de pandilleros deportados a El Salvador, y ofrece un breve

reconocimiento de los call centers como opción de empleo común ellos, aunque no lo analiza en

profundidad. El estudio de 2012 “La esperanza viaja sin visa” (Gaborit et al) es otro que

considera las voces y subjetividades de las personas que han sido deportados de manera

cualitativa; contempla, “el contexto de la re-inserción luego del retorno y las adecuaciones en el

autoconcepto [y] la revaloración del proceso migratorio” y su resignificación (53). Sin embargo,

el tema de los call centers se ausenta de la investigación.

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37

Los call centers en El Salvador han recibido mucho menos atención que la migración y

deportación por los académicos salvadoreños. De hecho, el único estudio que logré ubicar es de

una estudiante de la Universidad Tecnológica de El Salvador, quién dedicó su tesis de

licenciatura al sector de los call centers como caso de “la globalización como intercambio

cultural” (González, 2009). Ninguna publicación académica en El Salvador ha vinculado la

migración y deportación con el sector de manera profunda y crítica.

En los EE.UU., quién más ha pensado el tema de las deportaciones de salvadoreños es

Susan Bibler Coutin (2007, 2010 y 2013), quién estudia procesos de deportación, conceptos de

ciudadanía y la experiencia de migrantes salvadoreños desde la etnografía, estudios críticos del

derecho y el campo emergente de los estudios de la deportación [deportation studies]. Countin

hace referencia al fenómeno de salvadoreños y guatemaltecos que encuentran empleo en los call

centers, pero no lo teoriza. Daniel Kanstroom (2012) también se centra mucho en los estudios

críticos de derecho, y dedica mucho espacio a los deportados salvadoreños en su libro Aftermath:

Deportation Law and the New American Diaspora para proponer reformas posibles a la ley

migratoria estadounidense. Cecilia M. Rivas, académica salvadoreña-estadounidense basada en

los EE.UU., ha pensado mucho los call centers en El Salvador. Su investigación de 2007 se

dedica a la globalización y “voice training” en los call centers, y su libro de 2014, Salvadoran

Imaginaries, contempla las representaciones de migrantes en los medios de comunicación y

construcciones simbólicas de los trabajadores de call center. El libro de Rivas es único por

reflexionar sobre personas que han sido deportadas como trabajadores de call center. Sin

embargo, considera los discursos sobre esas personas construidos por sus superiores o colegas, y

nunca desde sus propias interpretaciones.

El trabajo de Kevin O’neill, “The Soul of Security” (2012) y su libro reciente Secure the

Soul (2015), se destaca entre los demás estudios mencionados por sus reflexiones sobre las

personas deportadas de los EE.UU. a Guatemala que trabajan en los call center de dicho país; su

enfoque centra en la colusión entre el cristianismo evangélico y los call centers como estrategia

de control sobre las personas que son deportadas de los Estados Unidos a Guatemala. Esta

investigación sí considera las interpretaciones y perspectivas de las mismas personas que han

sido deportadas trabajando dentro de los call centers, pero se limita a la relación entre discursos

de la seguridad y la subjetividad y, por supuesto, no atiende a las particularidades del contexto

salvadoreño, sino del caso guatemalteco.

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Este resumen de la literatura relacionada con trabajadores de call center en El Salvador

que han sido deportados de los EE.UU. evidencia una falta de investigación que analiza las

experiencias, perspectivas e interpretaciones de estos sujetos como sector. Los medios de

comunicación salvadoreños y, en menor nivel, estadounidenses han registrado el fenómeno, sin

mayor interés. En la academia, son investigadores estadounidenses quienes han pensado más el

tema, pero centrados principalmente en el contexto de cuestiones de derecho o, en el caso de

Rivas, la representación de los deportados en los call centers y los medios. Las voces de los

mismos salvadoreños deportados de los EE.UU. no se encuentran en estos registros.

Las personas que han sido deportadas de los EE.UU. y que trabajan en los call centers de

El Salvador, como parte de esta “diáspora norteamericana”, constituyen una población única en

El Salvador, con implicaciones culturales importantes para la sociedad salvadoreña. Después de

construir fuertes identificaciones estadounidenses, son expulsados para vivir como extranjeros en

el país de su nacimiento. A pesar de ser rechazados por el Estado norteamericano y

discriminados por la sociedad salvadoreña, son identificados como deseables por las empresas de

call center en El Salvador—muchas de ellas estadounidenses. Sus interpretaciones, perspectivas

y experiencias ilustran muchas de las nuevas tensiones, contradicciones y reformulaciones de la

identidad en el contexto neoliberal globalizado.

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39

CAPÍTULO III:

MARCO TEÓRICO

En este capítulo, construyo los fundamentos teóricos de la investigación. Como he

afirmado en el Capítulo I, el pensamiento crítico sobre la deportación de los Estados Unidos a El

Salvador se ha limitado principalmente a los discursos construidos sobre las personas que han

sido deportadas, sin contemplar los discursos construidos por parte de las personas mismas;

tampoco se ha estudiado el sector de esta población que se desempeña en los call centers del

país. Por lo tanto, el marco teórico aquí presentado busca establecer algunos conceptos básicos

con los cuales analizaré las construcciones discursivas de las identidades narradas por los

participantes, con atención particular a las relaciones de poder que se ejercen en el proceso de la

deportación y en el trabajo de call center que tanto marcan las experiencias de las personas al

centro de este investigación. El capítulo se cuenta con tres apartados, cada uno con varios sub-

secciones.

El primer apartado, “Comunicación, cultura e identidades”, se divide en tres sub-

secciones. En la primera, “comunicación y cultura”, sitúo la investigación dentro del giro hacia

la cultura que ha experimentado el campo de la comunicación, con los aportes de críticos de

Jesús Marín Barbero y Nestor García Canclini. La segunda sub-sección, “Identidades y

discurso”, se centra en la conceptualización de la construcción de las identidades como proceso

discursivo con base en los planteamientos de Stuart Hall y Teun A. Van Dyke. En la tercera, “El

estigma”, empleo la definición principal de Erving Goffman con aportes claves de Link y Phelan

(2001) para establecer el estigma como concepto importante en la construcción de las

identidades de personas que han sido deportadas de los Estados Unidos.

El segundo apartado se denomina, “El poder y el cuerpo”, y cuenta con tres subsecciones.

En la primera, “El bio-poder y la disciplina”, recurro a la obra de Michel Foucault y su

teorización de las formas institucionales de ejercer poder sobre el cuerpo. En la segunda, “la

deportabilidad”, pienso los aspectos disciplinarios y bio-políticos de la deportación

conceptualizados por Nicolás Genova. En la última, “Bio-poder en el call center”, considero la

aplicación del bio-poder en el contexto laboral del call center planteada por Rowe et al (2013).

Finalmente, el apartado “Ciudadanías” tiene tres sub-secciones. En la primera,

“Aproximaciones a la ciudadanía”, exploro las contradicciones de la ciudadanía nacional para

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40

personas con larga residencia en los Estados Unidos que son posteriormente deportadas a El

Salvador, utilizando el concepto de la aproximación de Susan Bibler Coutin. En la segunda sub-

sección, “Ciudadanía cultural”, reviso el desarrollo del concepto de la ciudadanía cultural con los

aportes de críticos como Renato Rosaldo, Toby Miller, George Yúdice, William Flores y

Gerardo León para destacar los límites de la ciudadanía formal y considerar otras posibilidades

de pertenencia y reivindicación. En la tercera sub-sección, “Ciudadanía y el mercado”,

contemplo las posibilidades y límites de la ciudadanía del consumo articulado por Canclini (2009

[1995]) y de la ciudadanía neoliberal del agente del call center propuesta por Rowe et al (2013).

I. COMUNICACIÓN, CULTURA E IDENTIDADES

En las últimas décadas, en el contexto de nuevos flujos de migración masiva y capital global, y el

surgimiento de nuevas tecnologías de la comunicación, el campo de los estudios de la

comunicación ha vivido una transición, junto con las otras ciencias sociales, hacía una

contemplación más extensa de lo cultural. Dentro de esta creciente preocupación por la cultura se

encuentra el tema de las identidades, que es precisamente el enfoque de esta investigación.

Entendiendo la construcción de las identidades como proceso discursivo, y los discursos como

procesos marcados por las relaciones de poder, la identidad emerge como sitio clave de

significación en las conversaciones culturales críticas hoy en día.

I.I Comunicación y cultura

El giro académico hacia la cultura se anunció de manera formal, quizás, con la fundación del

campo de los estudios culturales en Inglaterra en la década de 1950 con el Birmingham Centre

for Contemoporary Cultural Studies. La consolidación de este campo en Inglaterra coincide con

el desarrollo de la teoría de la dependencia y las críticas al imperialismo cultural en los países

latinoamericanos y del llamado “Tercer Mundo” en las décadas de 1950 y 1960. En las décadas

de 1980 y 1990 el tema de la cultura ganó importancia en la agenda investigativa académica con

el crecimiento interés en los procesos de la globalización. (Yúdice, 2002)

Nestor García Canclini, protagonista del estudio multidisciplinario de la cultura

latinoamericana, describió este giro dentro de la investigación académica: “Hasta hace pocos

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41

años varias disciplinas que se ocupaban de la cultura, fueran la antropología, la sociología o los

mismos estudios comunicacionales, tendían a concebir la producción, la circulación y el

consumo de cultura como algo que ocurría dentro de cada nación” (2001, 4). Sin embargo, los

fenómenos que integran lo que a menudo conocemos como la globalización generaron nuevas

líneas de estudio: “Varios autores, en los años recientes, están proponiendo reconceptualizar la

cultura, justamente para colocar en el centro estos movimientos de interculturalidad suscitados

por las migraciones, por los flujos económicos, financieros, mediáticos, de todo tipo” (4).

En el caso de la comunicación, el investigador y pensador Jesús Martín Barbero fue pionero

en ampliar el campo hacia la cultura. Martín Barbero escribió en 1993 que, “Desde mediados de

los ochenta la configuración de los estudios de la comunicación muestra cambios de fondo que

provienen no sólo, ni principalmente, de deslizamientos internos, sino de un movimiento general

en las ciencias sociales” (59). Afirmó que esta nueva tendencia ha buscado “rehacer conceptual y

metodológicamente el campo de la comunicación [desde] el ámbito de los movimientos sociales

y de las nuevas dinámicas culturales, abriendo así la investigación a las transformaciones de la

experiencia social” en un nuevo entorno latinoamericano de la desterritorialización e

hibridización de la cultura (59).

I.II Identidades y discurso

Las reconfiguraciones de lo cultural desde la comunicación implican, también, una re-

conceptualización de las identidades. Martín Barbero (1993) planteó que: “Pues lo que los

procesos y las prácticas de comunicación colectiva ponen en juego no son únicamente

desplazamientos del capital e innovaciones tecnológicas, sino profundas transformaciones en la

cultura cotidiana de las mayorías: cambios que sacan a flote estratos profundos de la memoria

colectiva, al tiempo que movilizan imaginarios fragmentadores y deshistorizadores de la

experiencia, la acelerada desterritorialización de las demarcaciones culturales –

moderno/tradicional, noble/vulgar, culto/popular/ masivo, propio/ajeno– y desconcertantes

hibridaciones en las identidades” (59). Es dentro de esta tendencia que ubico, por lo tanto, la

presente investigación, que contempla las subjetividades construidas tras las experiencias

profundamente configuradoras de la migración, la deportación y el trabajo de call center.

En este contexto dominado por las lógicas hegemónicas del neoliberalismo y marcado por

los flujos desiguales de personas, información y capital, la construcción de la identidad también

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42

se vuelve un proceso fluido que requiere nuevos paradigmas de entendimiento. Por eso,

fundamento mi concepto de la identidad en el desarrollado por Stuart Hall. Hall (2003) escribe:

“El concepto de identidad aquí desplegado no es, por lo tanto, esencialista, sino estratégico y

posicional. […] El concepto acepta que las identidades nunca se unifican y, en los tiempos de la

modernidad tardía, están cada vez más fragmentadas y fracturadas; nunca son singulares, sino

construidas de múltiples maneras a través de discursos, prácticas y posiciones diferentes, a

menudo cruzados y antagónicos” (17). La dispersión y atomización que caracteriza tanto la

estética posmoderna como la producción capitalista neoliberal globalizada se ve también en las

identidades construidas por los sujetos que navegan estos paisajes.

En vez de la identidad como rasgo estable, vinculado a un territorio limitado, Hall prefiere

hablar de la identificación como proceso necesariamente discursivo. Define la identificación

cómo un “proceso de sujeción a las prácticas discursivas, y la política de exclusión que todas

esas sujeciones parecen entrañar” (15). Hall escribe que la identificación, “puesto que como

proceso actúa a través de la diferencia, entraña un trabajo discursivo, la marcación y ratificación

de límites simbólicos, la producción de ‘efectos de fronteras’. Necesita lo que queda afuera, su

exterior constitutivo, para consolidar el proceso” (16). La identificación es, entonces,

profundamente relacional, y siempre en construcción. Hall explica: “No está determinado, en el

sentido de que siempre es posible ‘ganarlo’ o ‘perderlo’, sostenerlo o abandonarlo. Aunque no

carece de condiciones determinadas de existencia, que incluyen los recursos materiales y

simbólicos necesarios para sostenerla, la identificación es en definitiva condicional y se afinca en

la contingencia” (15). De esta forma, Hall establece la identificación como práctica y proceso

inestable, producto de negociaciones constantes y con expresiones múltiples y transitorias.

García Canclini (2009 [1995]) resume que, sencillamente, “la identidad es una

construcción que se relata” (123). Esta narración no se construye sola: “las identidades

nacionales y locales pueden persistir en la medida que las redituemos en una comunicación

multi-contextual. La identidad, dinamizada por este proceso, no será sólo una narración

ritualizada, la repetición monótona pretendida por los fundamentalismos. Al ser un relato que

reconstruimos incesantemente, que reconstruimos con los otros, la identidad es también una

coproducción” (131). Por lo tanto, Canclini insiste en estudiar las identidades como procesos de

“negociación, en tanto son híbridas, dúctiles, y multiculturales” (133). Estos procesos, por

supuesto, son frecuentemente marcados por conflictos y desigualdades.

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43

Como proceso discursivo, la construcción de las identidades está íntimamente implicada en

las relaciones del poder. El análisis crítico del discurso reconoce el discurso como “forma de

acción y práctica social que tiene un rol constitutivo en los procesos de la construcción del

conocimiento, regulación de las relaciones sociales y configuración de las identidad” (Stetcher,

2010, 95). Los discursos constituyen un sitio de la legitimación del poder. Son espacios en los

que el conocimiento se consensúa y se construye la hegemonía. En un estudio sobre el trabajo

discursivo del racismo, Van Dijk (1993) escribe que, “en cada nivel de dominación y control

debe hacer actitudes y prácticas socialmente compartidas que condicionan a la mayoría del grupo

blanco a aceptar esta dominación como natural, justa, inevitable o de algún modo aceptable”

(139) .17 Esta necesidad de consolidar el poder a través del discurso es particularmente pertinente

en el caso de la deportación, como práctica estatal violenta que se ejerce en contra de un sector

amplio la población inmigrante en los Estados Unidos, pero también dentro del entorno laboral,

como el del call center, donde el discurso se emplea para legitimar y mantener la explotación.

Los discursos también constituyen un lugar de resistencia. Existen discursos alternativos que

afirman valores y verdades distintas a las hegemónicas. Este análisis de discurso también nos

permitirá conocer las resistencias, rechazos y contra-discursos que se construyen los deportados

en oposición a los discursos dominantes. Explicando la teorización sobre la ideología, Van Dijk

escribe que “las clases dominadas pueden desarrollar también su propia (contra-)ideología, por

ej., como una función de sus experiencia de opresión y de su posición socio-económica” (138).

El discurso puede ser normativo, pero también transformativo, hasta subversivo. El análisis de

los discursos construidos sobre la identidad, entonces, permite la exploración de cómo los sujetos

entrevistados reproducen las relaciones dominantes del poder, pero también cómo se las resistan.

I.III El estigma

El estigma figura como operación importante que inscribe la identidad de las personas

que han sido deportadas de los Estados Unidos a El Salvador. El concepto de estigma fue

teorizado de manera pionera por Erving Goffman en 1963, quien plantea la definición

comprensiva siguiente:

                                                                                                               17  Traducción  propia    

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Mientras el extraño está presente ante nosotros puede demostrar ser dueño de un

atributo que lo vuelve diferente de los demás (dentro de la categoría de las personas

a la que él tiene acceso) y lo convierte en alguien menos apetecible—en casos

extremos, en una persona casi enteramente malvada, peligrosa o débil—. De ese

modo, dejamos de verlo como una persona total y corriente para reducirlo a un ser

inficionado y menospreciado. Un atributo de esa naturaliza es un estigma, en

especial cuando él produce en los demás, a modo de efecto, un descrédito amplio;

a veces recibe también el nombre de defecto, falla o desventaja. […] El término

estigma será utilizado, pues, para hacer referencia a un atributo profundamente

desacreditador; pero lo que en realidad se necesita es un lenguaje de relaciones, no

de atributos. Un atributo que estigmatiza a un tipo de poseedor puede confirmar la

normalidad de otro y, por consiguiente, no es ni honroso ni ignominioso en sí

mismo. (12-13)

El estigma, entonces, se destaca por ser un atributo socialmente construido, es decir

relativo, pero con el resultado de desacreditar al sujeto portador de este atributo. Goffman

clasifica los atributos en tres grupos, unos más inmediatamente perceptibles que otros: las

“abominaciones del cuerpo” o “deformidades físicas”, los “defectos del carácter del

individuo”, y los estigmas “tribales”, que son “susceptibles de ser transmitidos por

herencia y contaminar por igual a todos los miembros de una familia” (14). Enfatiza el

proceso de deshumanización que otorga el estigma, afirmando que “Creemos, por

definición, desde luego, que la persona que tiene un estigma no es totalmente humana”

(15).

Goffman también señala que el estigma se refuerza por parte de los que

estigmatizan: “Construimos una teoría del estigma, una ideología para explicar su

inferioridad y dar cuenta del peligro que representa esa persona. […] Basándonos en el

defecto original, tendemos a atribuirle un elevado número de imperfecciones” (15). Así,

la discriminación del sujeto estigmatizado se justifica: “Podemos percibir su respuesta

defensiva a esta situación como una expresión directa de su defecto, y considerar

entonces que tanto el defecto como la respuesta son el justo castigo de algo que él, sus

padres o su tribu han hecho, y que justifica, por lo tanto, la manera como lo tratamos”

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45

(16). De esa forma, el atributo estigmatizado puede contaminar a la identidad social

entera del sujeto.

Link y Phelan (2001) ofrecen una contribución significativa a la definición de estigma

establecida por Goffman, incorporando de manera más explícita las relaciones de poder y la

pérdida de estatus como componente crucial: “Elegimos definir el estigma en la convergencia de

componentes interrelacionados. Por eso, el estigma existe cuando elementos de etiquetar

[labeling], estereotipar, separaciones, pérdida de estatus, y discriminación ocurren juntos en una

situación de poder que los permite. […] Nuestra incorporación del poder, pérdida de estatus y

discriminación permite que la definición formal que derivamos cohesione con el entendimiento

actual de qué es un grupo estigmatizado” (377).18 Link y Phelan ubican el estigma dentro de un

contexto histórico y social de poder. Insisten que el estigma no solamente es cuestión de un acto

cognitivo de desacreditación, sino que el estigma tiene implicaciones materias para el estatus de

la persona que lo experimenta.

Al destacar la importancia de la distribución desigual de poder en una situación de

estigma, Link y Phelan también afirman que existen diferentes grados de estigmatización, y que

entender el estigma en este contexto de diferencias de poder “nos permite ver temas de

restricción y resistencia en el contexto de una lucha de poder. Podemos ver que personas en

grupos estigmatizados utilizan de manera activa los recursos disponibles para resistir las

tendencias del grupo más poderoso, y que, en la medida que lo hacen, no es adecuado retratarlos

como recipientes pasivos del estigma” (378).19 Reconocen que las personas estigmatizadas no

son pasivas frente el estigma, sino que tienen acceso a diferentes grados de prácticas y

posibilidades de resistencia según el caso específico.

En su estudio sobre personas deportadas de Europa e Irán en Afganistán, Schuster y

Majidi (2015) ofrecen un aporte útil en pensar el estigma en el contexto de la deportación. Ellos

consideran el estigma del fracaso, y sugieren que es la ruptura entre las expectativas sobre la

migración y las experiencias de las personas deportadas que produce ese estigma: “El contexto es

esencial en asignar categorías normativas del estigma”, afirman los autores; “Las interacciones

de micro-nivel aquí documentadas ocurren dentro de contextos estructurales de desigualdad y

pobreza que construyen la migración como solución a problemas individuales” (637). En ese

                                                                                                               18 Traducción propia 19 Traducción propia

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contexto, argumentan que, “familias y comunidades estigmatizarán a los que desafían sus

imágenes de las destinaciones de la migración como tierras de la oportunidad, prefiriendo creer

que sólo los que son perezosos, estúpidos o con mala suerte serán deportados. Sugerimos además

que esta estigmatización actúa como una presión adicional de re-migrar” (636). Schuster y

Majidi encuentran que el estigma y la discriminación que implica es especialmente fuerte “donde

la deportación desafía un entendimiento compartido (y expectativas compartidas cuando la

migración es una decisión colectiva) en las comunidades a las cuales las personas son retornadas,

uno que las personas se preocupan para mantener” (637).20 La realidad de la deportación

interrumpe una narrativa dominante sobre la migración, así produciendo la identidad social de la

persona que ha sido deportada como un fracaso, incapaz.

Los autores también exploran la internalización del estigma: “El discurso dominante

genera estereotipos y rechazo de los que desafían esos estereotipos, dando paso a un proceso de

exclusión, pero también de estigma internalizado. […] El ciclo de estigma que se genera es auto-

impuesto en parte, porque la persona deportada no logra cumplir con sus propias expectativas”

(642). En el contexto de su investigación, esta internalización del estigma suele resultar en las

personas que han sido deportadas excluyéndose del mercado laboral, apartándose de la vida

social en sus comunidades y, en muchos casos, migrando de nuevo. Otra estrategia identificada

por Schuster y Majidi es la de rechazar a la sociedad de Afganistán como contaminada, inferior:

“Una estrategia de afrontamiento es rechazar la sociedad afgani como contaminada y como

distinta a ‘sociedades normales’, una tendencia común entre los deportados de Europa” (642).21

Esta estrategia es una que se ve en el contexto salvadoreño también: un rechazo recíproco, pero

en condiciones desiguales de poder, como bien insistirían Link y Phelan. El rechazo de los que

han sido deportados no necesariamente impacta a su sociedad natal, pero el rechazo de la

sociedad de los que han sido deportado sí tiene implicaciones negativas para sus condiciones de

vida.

Algunas de las personas entrevistadas en este estudio experimentaban el estigma de vivir

indocumentadas en los Estados Unidos, de ser “ilegales”. Pero todos enfrentan el estigma de la

deportación en El Salvador. Los matices del estigma, como el poder, la pérdida de estatus y las

expectativas sobre la migración, constituyen importantes criterios de análisis para entender las

                                                                                                               20 Traducción propia 21 Traducción propia

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47

experiencias de las personas que han sido deportadas de los Estados Unidos y los procesos a

través de los cuales construyen sus identidades.

II. EL PODER Y EL CUERPO

El proceso de la deportación y el trabajo de call center implican relacionarse con sistemas muy

poderosos de control y de disciplina sobre el cuerpo del migrante y del trabajador. La teorización

de Michel Foucault resulta fundamental para entender cómo el poder se ejerce sobre el cuerpo,

sea el poder estatal o empresarial. La obra pionera de Foucault forma la base con la cual otros

críticos han aplicado sus conceptos a los procesos de la deportación y al call center, de alta

utilidad para la presente investigación.

II.I El bio-poder y la disciplina

En su texto clásico de 1975, Vigilar y castigar, Foucault explora cómo el poder se ejerce

sobre el cuerpo de los dominados. Foucault teoriza el surgimiento del sistema penal moderno:

“La relación castigo-cuerpo no es en ellas idéntica a lo que era en los suplicios. El cuerpo se

encuentra aquí en situación de instrumento o de intermediario; si se interviene sobre él

encerrándolo o haciéndolo trabajar, es para privar al individuo de una libertad considerada a la

vez como un derecho y un bien. El cuerpo, según esta penalidad, queda prendido en un sistema

de coacción y de privación, de obligaciones y de prohibiciones. El sufrimiento físico, el dolor del

cuerpo mismo, no son ya los elementos constitutivos de la pena. El castigo ha pasado de un arte

de las sensaciones insoportables a una economía de los derechos suspendidos” (13). Esta nueva

estrategia de control sobre los cuerpos de los transgresores busca (re)formar y utilizar la vida de

los castigados, no quitársela. Se trata de una “economía política del cuerpo” (26).

En este contexto, el provecho del cuerpo por parte del poder se logra ya no sólo con

amenaza de la violencia, sino con métodos más discretos. Foucault escribe: “El cuerpo sólo se

convierte en fuerza útil cuando es a la vez cuerpo productivo y cuerpo sometido. Pero este

sometimiento no se obtiene por los únicos instrumentos ya sean de la violencia, ya de la

ideología; puede muy bien ser directo, físico, emplear la fuerza contra la fuerza, obrar sobre

elementos materiales, y a pesar de todo esto no ser violento; puede ser calculado, organizado,

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técnicamente reflexivo, - puede ser sutil, sin hacer uso ni de las armas ni del terror, y sin

embargo permanecer dentro del orden físico” (26-7). La producción de cuerpos dóciles,

disciplinados y productivos es un proceso, una cuestión no sólo de la fuerza sino de la formación.

Foucault demuestra cómo estos procesos de sometimiento surgieron a través de sistemas de

disciplina dentro de las instituciones de la sociedad occidental, sean de las escuelas, las fábricas

o las cárceles. Contemplan, por un lado, la distribución intencional de individuos en el espacio,

lo cual puede implicar clausura o emplazamientos funcionales. Operan, también, a través del

control de la actividad, lo cual implica un empleo metodológico del tiempo: “El tiempo medido y

pagado debe ser también un tiempo sin impureza ni defecto, un tiempo de buena calidad, a lo

largo de todo el cual permanezca el cuerpo aplicado a su ejercicio. La exactitud y la aplicación

son, junto con la regularidad, las virtudes fundamentales del tiempo disciplinario” (139).

Implican, además, la “articulación cuerpo-objeto”: “La reglamentación impuesta por el poder es

al mismo tiempo la ley de construcción de la operación. Y así aparece este carácter del poder

disciplinario: tiene menos una función de extracción que de síntesis, menos de extorsión del

producto que de vínculo coercitivo con el aparato de producción” (142). Todo control de la

actividad busca maximizar la productividad del cuerpo, contabilizando cada gesto, segmentando

cada operación, y agotando toda la energía disponible. “Así aparece una exigencia nueva a la

cual debe responder la disciplina: construir una máquina cuyo efecto se llevará al máximo por la

articulación concertada de las piezas elementales de que está compuesta. La disciplina no es ya

simplemente un arte de distribuir cuerpos, de extraer de ellos y de acumular tiempo, sino de

componer unas fuerzas para obtener un aparato eficaz.” (152). Aprendidas en la escuela, estas

técnicas se ponen en práctica posteriormente en las fábricas y los ejércitos.

Pero esta racionalización del tiempo se extiende más allá de las instituciones particulares:

“Es este tiempo disciplinario el que se impone poco a poco a la práctica pedagógica,

especializando el tiempo de formación y separándolo del tiempo adulto, del tiempo del oficio

adquirido; disponiendo diferentes estadios separados los unos de los otros por pruebas graduales;

determinando programas que deben desarrollarse cada uno durante una fase determinada, y que

implican ejercicios de dificultad creciente; calificando a los individuos según la manera en que

han recorrido estas series” (147). Toda la vida del sujeto moderno está conceptualizada a través

de esta operacionalización del tiempo, bajo una lógica de prueba y progreso.

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Es a través de esa exploración del cuerpo y del poder que Foucault establece su concepto

del bio-poder. En La historia de la sexualidad I (1977), revisa la historia del poder sobre la vida

humana en la sociedad occidental, y resume: “La vieja potencia de la muerte, en la cual se

simbolizaba el poder soberano, se halla ahora cuidadosamente recubierta por la administración

de los cuerpos y la gestión calculadora de la vida. Desarrollo rápido durante la edad clásica de

diversas disciplinas — escuelas, colegios, cuarteles, talleres; aparición también, en el campo de

las prácticas políticas y las observaciones económicas, de los problemas de natalidad,

longevidad, salud pública, vivienda, migración; explosión, pues, de técnicas diversas y

numerosas para obtener la sujeción de los cuerpos y el control de las poblaciones. Se inicia así la

era de un ‘bio-poder’” (84). Es el bio-poder, entonces, que facilita la transición de las sociedades

occidentales y de los cuerpos de sus integrantes al capitalismo industrial.

Foucault concluye que, “el ajuste entre la acumulación de los hombres y la del capital, la

articulación entre el crecimiento de los grupos humanos y la expansión de las fuerzas productivas

y la repartición diferencial de la ganancia, en parte fueron posibles gracias al ejercicio del bio-

poder en sus formas y procedimientos múltiples. La invasión del cuerpo viviente, su valorización

y la gestión distributiva de sus fuerzas fueron en ese momento indispensables” (84). El

capitalismo, según Foucault, “no pudo afirmarse sino al precio de la inserción controlada de los

cuerpos en el aparato de producción y mediante un ajuste de los fenómenos de población a los

procesos económicos” (84). Pero además de las grandes instituciones del Estado, el capitalismo

también “requirió métodos de poder capaces de aumentar las fuerzas, las aptitudes y la vida en

general, sin por ello tornarlas más difíciles de dominar”: estas son las “técnicas de poder” de la

biopolítica y anatomía que operaban “como factores de segregación y jerarquización sociales,

incidiendo en las fuerzas respectivas de unos y otros, garantizando relaciones de dominación y

efectos de hegemonía” (84). El control disciplinario y regulatorio del cuerpo, por lo tanto, son

claves para la inserción del sujeto moderno en el sistema capitalista, y para su sometimiento al

poder.

II.II La deportabilidad

El proceso de la deportación evidencia la importancia de la fuerza y violencia del Estado

para ejercer su poder en expulsar a una persona físicamente del territorio. Pero también implica

procesos más sutiles de control y vigilancia, en particular a través de la producción de lo que

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50

Nicholas de Genova (2002) denomina la “deportabilidad”. Con base en los conceptos

Foucualtianos del poder, De Genova (2002) teoriza la categoría de la ilegalidad aplicada a los

inmigrantes no-documentados. Afirma que la ilegalidad es necesaria para la constitución de la

legalidad, es decir, de la ciudadanía: “Como tal, migraciones no-documentadas serían

impensables si no fuera por el valor que producen a través de los diversos servicios que brindan a

ciudadanos. ‘Ilegalidad’, entonces, tanto teórico y prácticamente, es una relación social que es

fundamentalmente inseparable de la ciudadanía” (422). De hecho, De Genova insiste que, “las

migraciones no-documentadas son constituidas para no excluir físicamente [a los migrantes] pero

en cambio para incluirlos socialmente bajo condiciones impuestas de una vulnerabilidad forzada

y prolongada” (429).22

Esta vulnerabilidad es precisamente su deportabilidad: “la susceptibilidad de los

inmigrantes indocumentados a la deportación, es un efecto del hecho más fundamental y antiguo

de su considerable y entusiasta importación como mano de obra, bajo las condiciones más

ventajosas para la acumulación del capital” (De Genova, 2006). La producción de la ilegalidad y

la deportabilidad asegura la disponibilidad de una población de “inmigrantes laborales

eminentemente flexible, relativamente maleable, y altamente explotable, cuya ‘ilegalidad’ –

producida en sí por la legislación de inmigración y las prácticamente de control de USA – los ha

relegado a una condición de vulnerabilidad duradera [y] sometidos a formas excesivas y

extraordinarias de vigilancia”, argumenta De Genova. La posibilidad de ser expulsados en

cualquier momento funciona para controlar a los trabajadores no-documentados y facilitar su

explotación laboral. De Genova (2006) concluye que “es la deportabilidad, no la deportación

como tal, la que asegura que algunos sean deportados para que muchos puedan permanecer (sin

ser deportados) como trabajadores cuya pronunciada y prolongada vulnerabilidad legal puede ser

mantenida indefinidamente por este medio”. La producción de la deportabilidad, es, entonces, un

proceso disciplinario que sirve para insertar a los migrantes en el mercado laboral

norteamericano en condiciones desiguales, bajo la amenaza constante de su desalojo.

II.III Bio-poder en el call center

                                                                                                               22 Traducción propia

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51

El concepto Foucaultiano del bio-poder y su teorización de la disciplina es también muy

útil al pensar el call center como institución. En su investigación sobre trabajadores de call center

en la India, Rowe et al (2013) exploran las implicaciones de ese labor para el cuerpo de los

agentes. Plantean, por ejemplo, la naturaleza biopolítica del trabajo de call center: “Los agentes

tienen que someterse a transformaciones psíquicas tremendas para construir un sentido de

igualdad y a su vez un sentido de proximidad a los clientes [norte]americanos. Tienen que

internalizar la cultura, imágenes, modos de comunicación y conocimiento [norte]americano, y

luego externalizar estas formas de especialización” (70-1).23 Los agentes del call center tienen

que proyectar una [norte]americanidad convincente en todas sus interacciones tanto con sus

clientes como con sus supervisores en el call center.

El bio-poder opera en distintos niveles de la labor de call center. Para comenzar, los

horarios irregulares, programados para concordar con horarios en otros geografías, interrumpen

los ciclos biológicos y sociales de los agentes (Rowe et al, 2013). A través del horario, el call

center dicta cuándo duermen los agentes, cuándo descansan, cuándo comen. El régimen de su

jornada también dicta hasta cuándo pueden ir al baño. Sus funciones biológicas están ordenadas

por el tiempo disciplinario del call center. Este tiempo disciplinario también fija estándares para

la duración de llamadas, y cuotas para alcanzar una máxima cantidad de operaciones dentro de

un periodo establecido. Además, muchos call centers también cuentan con sus propias cafeterías,

clínicas y espacios lúdicos adentro del edificio, asegurando el control de los agentes no solo en el

tiempo establecido sino también del espacio. Y a través de las capacitaciones, el habla, el

lenguaje de los agentes es refinado, adecuado al uso determinado.

Todos estos métodos de la disciplina son implementados con el acompañamiento de una

vigilancia constante. En adición a los supervisores humanos, existen cámaras de video que

supervisan los movimientos de los agentes junto con el monitoreo y grabación constante de sus

llamadas. Por lo tanto, se puede entender el call center como una institución donde el bio-poder

se emplea a través de diversas tácticas integrales del control para garantizar la máxima utilidad

del agente.

III. CIUDADANÍAS

                                                                                                               23 Traducción propia

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52

Las personas entrevistadas en esta investigación tienen una relación compleja y

conflictiva con la ciudadanía: el proceso de la deportación, por un lado, implica una negación

violenta de pertenencia y la imposición de otra afiliación nacional; sin embargo, la

discriminación que enfrentan en El Salvador impide el ejercicio pleno de esa ciudadanía

asignada por la deportación; finalmente, el trabajo de call center implica otra confrontación con

las fronteras nacionales, ahora a través de una cruce virtual diario, junto con la capitalización de

las habilidades lingüísticas y culturales adquiridas tras los años vividos en los Estados Unidos.

Sin duda, la ciudadanía emerge como concepto importante y conflictivo en sus narrativas.

En su texto clásico, Citizenship and Social Class, el sociólogo T.H. Marshall (1950)

divide la ciudadanía inglesa entre tres clases, las cuales corresponden a distintas etapas

históricas: la ciudadanía cívica, del siglo XVIII, la cual consiste en derechos de libertad

individual liberal; la ciudadanía política, del siglo XIX, que contempla la participación en el

ejercicio del poder político; y la ciudadanía social, del siglo XX, que incluye el bienestar

económico, seguridad social, educación y otros derechos garantizados por el Estado de bienestar,

y en la cual Marshall insiste que se encuentra el camino hacia mayor igualdad y justica. En las

últimas décadas, los movimientos desiguales de personas y de capital por fronteras nacionales y

culturales han reconfigurado las experiencias y el significado de la ciudadanía de manera aún

más profunda. En esta sección, exploro algunas propuestas de re-pensar la ciudadanía que

resultan relevantes para esta investigación.

III.I Aproximaciones de la ciudadanía

El proceso de la deportación es un acto que depende de las (re)asignaciones de

ciudadanía tanto por parte del Estado expulsor como por parte del Estado receptor. Sin embargo,

las percepciones y experiencias de la ciudadanía de las personas deportadas suelen ser distintas

que lo afirmado por parte de los Estados correspondientes. En su estudio de las experiencias de

personas nacidas en El Salvador viviendo en un estado de no-documentación en los Estados

Unidos, Coutin (2013) elabora un concepto muy útil de la aproximación de la ciudadanía. Coutin

define esta aproximación como: “el movimiento entre la afiliación formal e informal y entre

realidad e irrealidad legal. Refiero a este movimiento como ‘aproximación’ porque las formas de

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53

afiliación informal y no reconocidas pueden acercar y parecer pero nunca plenamente replicar las

versiones formales y reconocidas” (115).24

Coutin señala que esta aproximación se vive por muchos “jóvenes salvadoreños de la

primera y media generación [“one-and-a-half generation”] que migraron durante los años de la

guerra y que fueron deportados a El Salvador a finales de las décadas 1990 o 2000. Por crecer en

los Estados Unidos, las vidas de estos jóvenes aproximaban, pero legalmente no eran

exactamente lo mismo como las de ciudadanos estadounidenses” (126). Ellos experimentan esta

aproximación a través de diversos procesos de aculturación, socialización, y participación

económica o política en el país en que residen. En las escuelas públicas estadounidenses, por

ejemplo, la participación e inclusión en “rituales cívicos les permitieron pensarse como cuasi-

ciudadanos” (126).25 Estas personas inmigrantes crecieron, por lo tanto, con la percepción de que

disfrutaban los mismos derechos y privilegios que cualquiera de sus compañeros

estadounidenses.

Estas personas que no son ciudadanas encuentran diversas maneras de reclamar su

afiliación en los Estados Unidos. Coutin escribe: “Esfuerzos de mover implican aproximar la

ciudadanía, como a través de la imitación o semejanza que puede eventualmente lograr un

reconocimiento jurídico; o a través de una cercanía o proximidad a través de la cual la presencia

de la persona no-autorizada entre residentes legales pueda crear afinidad o otros vínculos; a

través de una substitución o proxi. Un ejemplo de tal situación ocurre cuando habilidades

lingüísticas se toman como un proxi por la afiliación; y al no alcanzar, aproximando pero no

realizando la ciudadanía” (117). En algunos casos, estas aproximaciones constituyen criterios

para lograr un estatus migratorio permanente, incluso la ciudadanía. Sin embargo, para muchos,

no son suficientes: “Aproximación así puede resultar en afiliación o descalificación” (117).26

Muchas personas de esa generación de jóvenes migrantes, al ser deportadas a El

Salvador, hacen referencia frecuentemente a instituciones y espacios estadounidenses de estudio,

trabajo o recreo, así demostrando “que sus vidas se habían aproximado a las de ciudadanos

estadounidenses hasta tal grado que habían sido virtualmente no distinguibles de los demás“

                                                                                                               24 Traducción propia 25 Traducción propia 26 Traducción propia

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54

(130).27 Sin embargo, esta aproximación a la ciudadanía no se resultó en una ciudadanía jurídica,

y terminaron sufriendo la descalificación de la deportación.

En realidad, su descalificación es doble: “Porque, en El Salvador, los deportados eran

vistos con sospecha profunda, estos residentes de largo plazo en los Estados Unidos también

experimentaron una brecha doble: deportados de los Estados Unidos como no-ciudadanos,

fueron tratados como extranjeros en su supuesta patria. Por lo tanto, tras la deportación, jóvenes

descubrieron que su ciudadanía salvadoreña tampoco era plenamente real, en un sentido

práctico” (127).28 Negados los derechos y beneficios políticos de la ciudadanía en los Estados

Unidos, tampoco los pueden disfrutar en El Salvador.

III.II Ciudadanía cultural

Como lo anterior demuestra, la ciudadanía es más que la posesión de documentos. En

realidad, se ejerce en formas desiguales dependiendo de los recursos y privilegios disponibles a

diferentes sectores.

Renato Rosaldo (2000) afirma los límites de la ciudadanía tradicional: “Busco ampliar el

sentido del concepto de la ciudadanía porque en la práctica, en lo sustantivo, sobre todo en sus

orígenes a fines del siglo XVIII (el siglo de las luces), ‘ciudadanía’ es un concepto no solamente

universal, sino también excluyente. Y con esto quiero decir que ha sido parte de un proceso de

diferenciación de los hombres privilegiados respecto a los demás” (2). Rosaldo señala que

existen, y siempre han existido, desigualdades sociales que impiden el libre ejercicio de la

ciudadanía para varios sectores de la sociedad, sean por razones de clase, de género, de raza, de

sexualidad, etc. “Para muchos, la plaza pública, esto de estar cuerpo a cuerpo, cara a cara en un

espacio público dentro de la sociedad civil, era una solución. Para mí es solamente un punto de

partida, especialmente si pensamos en las desigualdades sutiles que se pueden dar dentro de una

reunión en la plaza pública”, escribe; “¿Quién tiene derecho de hablar en la plaza? ¿Quién habla

más? ¿A quién se le puede interrumpir?” (3). Intervenir e intercambiar en el espacio público es

facilitado, entonces, por determinados privilegios.

                                                                                                               27 Traducción propia 28 Traducción propia

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55

Por lo tanto, hay que pensar más allá de la ciudadanía en su conceptualización actual.

“Cuando el Estado reconoce derechos, pero no invierte recursos, entonces los derechos son

solamente formales y no sustanciales. […] Éste es pues un ‘derecho cínico’, es un derecho sin

contenido”, escribe Rosaldo (5). La ciudadanía se entiende no sólo por documentos, sino por “un

reconocimiento al sentido de pertenencia, y la reivindicación de derechos en el sentido sustancial

y no formal” (5). Toby Miller (2011) también advierte de las debilidades e injusticias de la

ciudadanía tradicional, considerando que ha llegado a su límite: “La inmigración y el

multiculturalismo de finales del siglo XX han puesto en duda la concepción tradicional de una

ciudadanía naturalizada. Se trata de una cuestión de pertenencia cultural y desigualdad material”

(61).

Por lo tanto, críticos como Renato, Miller, y otros han explorado las posibilidades de una

ciudadanía cultural. William Flores (2003) escribe que “el concepto de ‘ciudadanía cultural’ ha

sido desarrollado para referir a los varios procesos a través de los cuales grupos se definen,

forman una comunidad, y reclaman espacio y derechos sociales” (89). Según Flores,

“Ciudadanía cultural englobe un rango amplio de actividades cotidianas además de los

movimientos políticos y sociales más visibles. Un aspecto clave del concepto es la lucha por un

espacio social distinto en el cual los miembros del grupo marginado sean libres para expresarse y

sentirse en casa. Es en un tal espacio que los grupos pueden ‘imaginar’ a si mismos y desarrollar

organizaciones sociales y políticos independientes” (89).29 En las palabras de Gerardo León

(2015), “La ciudadanía cultural se practica desde las demandas concretas por la gestión misma

de los sujetos al poner en práctica soluciones por diferentes estrategias de incorporación a

sociedades distintas a las de origen, logrando conformar una cultura con formas de expresión

propias y procesos identitarios específicos” (6). A través de las luchas reivindicativas de grupos

auto-identificados, entonces, sujetos colectivos marginados pueden construir la ciudadanía

cultural.

En las palabras de Yúdice (2002), la ciudadanía cultural como propuesta utópica “implica

una ética de discriminación positiva que permitiría a los grupos unidos por ciertos rasgos

sociales, culturales y físicos afines participar en las esferas públicas y en la política, justamente

sobre la base de esos rasgos o características”, en donde “la cultura sirve de fundamento

                                                                                                               29 Traducción propia

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56

garantía” para exigir los derechos en dicha plaza pública (37). Aquí, la cultura, por ser lugar de la

pertenencia, es nada menos que “la condición necesaria de la ciudadanía” (37).

La ciudadanía cultural se ha pensado particularmente en el contexto de las luchas de

comunidades de latinos e inmigrantes latinoamericanos en los Estados Unidos. Gerardo León

(2015) escribe: “Migrar significa renunciar a derechos y garantías que, por derecho socio-

histórico un sujeto gana en el territorio-espacio de pertenencia, por un lado, y por el otro

significa asumir una tarea de reconfiguración de las estructuras simbólicas en otro espacio-

tiempo y frente a otras estructuras de significación”. Propone que, “La ciudadanía cultural puede

ser una respuesta para el análisis sobre formas de generar prácticas socioculturales que los

migrantes llevan a cabo para poder incorporarse a un sistema social y recuperar sus derechos

básicos como trabajo, educación, ingresos, etcétera” (10). En el contexto de la deportación, que

abordo en la presente investigación, el concepto de ciudadanía cultural emerge como categoría

rica para considerar las afiliaciones y reivindicaciones afirmadas y negadas en los discursos

sobre la identidad construidos por los participantes entrevistados.

III.III Ciudadanía y el mercado

Toby Miller (2011) asocia el surgimiento de la ciudadanía cultural con los procesos

globales de neoliberalización. Escribe: “Tanto los críticos conservadores como los culturalistas

entusiastas entienden la ciudadanía cultural como el resultado de los movimientos sociales; sin

embargo, es necesario añadir que se trata de un ajuste fruto de las transformaciones económicas:

el proyecto de liberalización económica de la derecha ha jugado un papel esencial a la hora de

crear y mantener el concepto de ciudadanía cultural” (61). George Yúdice (2002) coincide,

argumentando que “la transición a un régimen posfordista bajo la hegemonía de las empresas

multinacionales y globales exacerbó las tensiones subyacentes y condujo a la tendencia

concomitante de reorganizar los contextos institucionales que sustentaban los derechos de la

ciudadanía en sus tres dimensiones [definidas por Marshall]”, y que “[L]a transición del Estado

benefactor al Estado neoliberal generó, en el proceso, una nueva dimensión de los derechos de

ciudadanía. Estoy pensando aquí en la ciudadanía cultural” (204). Son precisamente las políticas

económicas de fragmentación, desregulación y privatización que tanto han reducido la capacidad

del Estado de garantizar ciertos privilegios y derechos a su población las que han exigido nuevas

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57

modas de participación y pertenencia culturales. Y muchas de estas nuevas formas de acción y

afiliación se articulan a través del mercado capitalista.

En Ciudadanos y consumidores, García Canclini (2009 [1995]) propone una re-

conceptualización de la ciudadanía en un mundo cada vez más marcado por el neoliberalismo, la

migración y la globalización del mercado, a través del consumo. Escribe: “Hombres y mujeres

perciben que muchas de las preguntas propias de los ciudadanos – a dónde pertenezco y qué

derechos me da, cómo puedo informarme, quién representa mis intereses – se contesta más en el

consumo privado de bienes y de los medios masivos que en las reglas abstractos de la

democracia o en la participación colectiva en espacios públicos” (29). Ante un creciente

desencanto con la política nacional tradicional, la consolidación de las industrias culturales

transnacionales y el surgimiento de nuevas tecnologías de comunicación, Canclini identifica el

consumo como posible nuevo escenario del ejercicio de la ciudadanía.

Llevado, quizás, a pesar de sus protestas, por la euforia del cierto posmodernismo que

converge peligrosamente con el neoliberalismo mismo, García Canclini ve grandes posibilidades

políticas en el consumo de bienes y de los medios masivos de comunicación: “Propongo

reconceptualizar el consumo, no solo como simple escenario de gastos inútiles e impulsos

irracionales sino como lugar que sirve para pensar, donde se organiza gran parte de la

racionalidad económica, sociopolítica y psicológica en las sociedades” (16). “Debemos

preguntarnos si al consumir no estamos haciendo algo que sustenta, nutre y hasta cierto punto

constituye un nuevo modo de ser ciudadanos,” afirma Canclini; “Si la respuesta es positiva, será

preciso aceptar que el espacio público desborda ahora la esfera de las interacciones políticas

clásicas” (43).

Los nuevos ciudadanos, señala Canclini, no se definen necesariamente por territorios,

idiomas o etnicidades, sino por sus prácticas de consumo y comunicación que se ejercen en el

mercado globalizado y a través de nuevas tecnologías de comunicación. Aunque yo no comparto

necesariamente su optimismo hacía el poder político de estas comunidades de consumo, sus

percepciones sobre las nuevas configuraciones de afinidades, identidades y comunidades son

muy importantes para pensar la construcción de la identidad en el contexto de la migración,

deportación y el trabajo de “migración virtual” en el call center (Rowe et al., 2013).

En su investigación sobre agentes de call center en la India, Rowe et al. (2013) conciben

de una ciudadanía neoliberal, la cual es facilitada por el mercado globalizada y las nuevas

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tecnologías de la comunicación. Tal como habían notado Canclini, Renato, Miller y Yúdice, las

autoras señalan que los ideales tradicionales de la ciudadanía como afiliación con una nación

delimitada por y identificada con un territorio particular son “cada vez más perturbados por el

capitalismo del libre mercado. La ciudadanía contemporánea se desterritorializa de terrenos

nacionales y se reterritorializa dentro de los procesos desiguales del desarrollo capitalista. Ya no

ligado a una relación necesaria con territorio nacional, la ciudadanía se dispersa por el globo,

impulsado por la búsqueda implacable del capitalismo por mercados laborales baratos y bases

ampliadas de consumidores” (102). Son empresas transnacionales y el mercado global que cada

vez más ofrecen los derechos y beneficios asociados con la ciudadanía, mientras esta dispersión

del mercado disminuye la capacidad del Estado de proporcionarlos a sus ciudadanos: “Como

resultado de estos agitaciones, la ciudadanía neoliberal brinda beneficios a muchos anteriormente

excluidos de los privilegios de la pertenencia global” (102).30 A la vez que ciertos otros

ciudadanos de países privilegiados van perdiendo las ventajas que históricamente disfrutaban, la

desterritorialización del capital trae nuevas oportunidades de participación en el mercado global

a algunos sujetos históricamente marginados, como acceso a nuevos niveles de consumo y

comunicación.

En su estudio, Rowe et. al. consideran las posibilidades que ofrece esta nueva ciudadanía

neoliberal a los trabajadores de call center en la India. Acceso a tarjetas de crédito, aumentos de

salario y contacto con otras culturas permiten que los agentes en la India mejoren sus

condiciones de vida y contribuye a sus identidades como sujetos globales. Las autores

encuentran que “mientras los agentes hablan con otros lejanos, ganan un sentido de

empoderamiento global, nacional y local. Este sentido emergente de ciudadanía neoliberal no les

hace sentir menos indios, sino que los empodera como ciudadanos dinámicos indios y globales”

(105).31 Las autoras argumentan que esta ciudadanía neoliberal constituye un resultado de la

“migración virtual” que realizan los agentes de call center, abriéndoles oportunidades y

perspectivas que no podrían acceder de otra forma.

La aproximación de la ciudadanía revela los límites de la capacidad o voluntad del

Estado de garantizar los derechos de todos sus residentes, y tanto la ciudadanía cultural como la

ciudadanía neoliberal surgen como respuestas a este fracaso. Estas diversas propuestas de pensar

                                                                                                               30 Traducción propia 31 Traducción propia

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la ciudadanía ofrecen insumos importantes para explorar y analizar los discursos de

identificación, participación y pertenencia construidos por los trabajadores de call center en El

Salvador que han sido deportados de los Estados Unidos.

En este capítulo, he revisado las teorías y conceptos críticos de la comunicación, la

identidad, el poder y la ciudadanía que me permiten interpretar los discursos sobre la identidad

construidos por los participantes de la presente investigación. En el próximo capítulo, revelo la

metodología utilizada para captar los datos analizados.

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60

CAPÍTULO IV:

METODOLOGÍA

Como he establecido en los capítulos anteriores, existen, aunque de manera escasa,

algunos trabajos investigativos que se dedican al estudio de las experiencias de personas nacidas

en El Salvador que han sido deportados de los Estados Unidos, y de cómo las rupturas y

(des)plazamientos que han vivido influyen y construyen sus subjetividades (Coutin 2007, 2010,

2013; Zilberg 2004). Sin embargo, estos estudios no contemplan el impacto del espacio y la

experiencia de los call centers en estos procesos. Por lo tanto, dedico el presente estudio a la

exploración de cómo el trabajo de los call centers en El Salvador afecta a la construcción de la

subjetividad en el contexto de la deportación, específicamente en la producción discursiva de la

identidad.

En este capítulo, reviso la metodología utilizada para la realización de esta investigación.

El capítulo cuenta con cuatro apartados, algunos con varias sub-secciones. En el primer apartado,

justifico la naturaleza cualitativa de la investigación, con aportes de Ruíz Olabuénaga (2012) y

Creswell (1994), y también el uso del análisis del discurso, tal como se define por Stetcher

(2010), Van Dijk (1993) y otros. En el segundo apartado, “Recolección de datos”, presento los

instrumentos principales de la investigación, los cuales contemplan tanto la revisión bibliográfica

como el trabajo del campo, con aportes de Taylor y Bogdan (1987). Este apartado cuenta con tres

sub-secciones: “Revisión bibliográfica”, “Entrevistas” y “Observación participante”. En el tercer

apartado, “Muestreo”, identifico los parámetros de inclusión y exclusión de los participantes en

la sub-sección “Criterios”, y ofrezco un breve perfil de cada uno en la sub-sección denominada

“Participantes”. Finalmente, en el apartado titulado “Posición de la investigadora”, reflexiono

sobre las implicaciones de mi propia participación en la investigación.

I. NATURALEZA DE LA INVESTIGACIÓN

Esta es una investigación de carácter cualitativo. Guillermo Orozco y Rodrigo González

(2012) definen la perspectiva cualitativa como: “aquella que busca comprender las cualidades de

un fenómeno respecto de las percepciones propias de los sujetos que dan lugar, habitan o

intervienen ese fenómeno” (116). La investigación cualitativa trata de detectar y analizar los

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61

significados que los actores sociales asignan a sus experiencias—en este caso, las experiencias

de trabajadores de call center que han sido deportados a El Salvador de los EE.UU.. Ruíz

Olabuénaga (2012) escribe que la investigación cualitativa es “la captación y reconstrucción de

significado” (23). Además, plantea que “los métodos cualitativos parten del supuesto básico de

que el mundo social es un mundo construido con significados y símbolos, lo que implica la

búsqueda de esta construcción y de sus significados” por el investigador (31). Una investigación

cualitativa es necesaria para entender las experiencias de las personas al centro de mi estudio, y

para analizar las construcciones simbólicas y el sentido que asignan a sus experiencias a través

del discurso.

El proceso de investigación es inductivo, es decir, un microanálisis de lo particular a lo

general. Ruíz Olabuénaga (2012) identifica lo inductivo como procedimiento utilizado en las

investigaciones cualitativas, partiendo “de los datos para intentar reconstruir un mundo cuya

sistematización y teorización resulta difícil” (23). Este proceso requiere consideración de lo que

Creswell (1994) describe como una “configuración de factores simultánea e interdependientes”,

que son profundamente “atados al contexto” social, político, económico e histórico del fenómeno

(4).

Creswell afirma que, según el paradigma cualitativo, “la realidad es subjetiva y múltiple, tal

como es vista desde la perspectiva de aquellos involucrados en una investigación” (3). La

realidad no es única, sino diversa con influencia de factores como clase, género, raza, edad,

sexualidad, y muchos más. Dicha presuposición es fundamental para esta investigación, que se

trata de analizar y teorizar las experiencias subjetivas, diversas y complejas de un sector

delimitado.

Esta investigación busca entender cómo los trabajadores de call center, que han sido

deportados de los Estados Unidos interpretan sus propias experiencias a través de un análisis del

discurso. Entiendo el discurso como una práctica social, construido a través de relaciones

sociales (Fairclaugh, 1995). Como afirmé en el capítulo anterior, Stuart Hall (2003) teoriza la

identidad como un proceso discursivo, y emplea el término “identificación” para enfatizar la

inestabilidad del concepto: “el enfoque discursivo ve la identificación como una construcción, un

proceso nunca terminado [que]…actúa a través de la diferencia, entraña un trabajo discursivo, la

marcación y ratificación de límites simbólicos, la producción de ‘efectos de fronteras’” (15-16).

En la investigación presente, el análisis de los discursos construidos por las personas que han

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sido deportadas y que trabajan en los call centers evidencia cómo ellos interpretan y negocian su

identidad en un contexto contradictorio, en el cual las fronteras en cuestión no son sólo

simbólicas.

Como bien señala la obra de Michel Foucault (1970; 1980), el poder se construye a través

de una lucha dinámica e inestable de discursos que legitiman o cuestionan al estatus quo. El

control social se ejerce no solamente con la amenaza de la fuerza, sino a través de la producción

y reproducción de narrativas y definiciones dominantes o hegemónicas, las cuales generan

discursos contrarios, de oposición, subversivos. Partiendo del método del análisis crítico del

discurso, considero que las implicaciones del trabajo discursivo con respecto a las relaciones de

poder y dominación son siempre muy relevantes. Como investigadora, parte de mi labor es el de

“visibilizar las prácticas y posibilidades de resistencias de los sujetos” al centro del estudio

(Stecher, 2010, 95). Van Dijk (1993) plantea que un análisis crítico del discurso revela cómo el

poder se mantiene “simbólicamente en términos de sentimientos grupales de superioridad,

control, solidaridad u homogeneidad y hegemonía cultural (por ej., en lengua, religión, artes,

normas y valores, costumbres, etc)”, y también cómo éste es cuestionado (138). La construcción

discursiva de la identidad siempre ocurre dentro de estas luchas, las cuales se vuelven

particularmente pertinentes, en este caso, en el contexto de la deportación y el trabajo de call

center, ambas experiencias muy marcadas por sistemas de control.

El análisis crítico del discurso, como método cualitativo, es idóneo para esta

investigación, porque en las palabras de Stecher (2010), “se caracteriza por estudiar

especialmente las relaciones entre lenguaje y poder, buscando revelar el modo en que el discurso

juega un rol en los mecanismos de dominación y control social característicos de las sociedades

capitalistas contemporáneas” (98). El proceso de la deportación tiene todo que ver con el poder y

la dominación, y la situación de las personas que han sido deportadas y que ahora trabajan en call

centers de San Salvador hace aún más compleja y contradictoria la experiencia de identidad y

pertenencia de los sujetos al centro del estudio.

II. RECOLECCIÓN DE DATOS

Las técnicas empleadas para la recolección de datos se pueden dividir en dos categorías:

el trabajo bibliográfico y el trabajo de campo. La investigación bibliográfica contempla la

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63

revisión necesaria para construir el contexto histórico, el estado de la cuestión y el marco teórico,

mientras el trabajo de campo incluye la realización de entrevistas y la observación participante.

Todas estas técnicas fueron instrumentales en la obtención y el análisis de datos.

II.I Revisión bibliográfica

La revisión bibliográfica constituye una técnica fundamental en la construcción de la base

teórica de la investigación. Al identificar el fenómeno al centro de mi estudio, fue preciso

realizar una investigación de fuentes impresas y electrónicas para elaborar el contexto histórico

del fenómeno en sus dimensiones políticas, económicas y sociales. También revisé la

investigación académica, periodística y oficial que se relaciona con el tema de las personas

deportadas de los Estados Unidos a El Salvador y el trabajo en call center, para establecer el

“Estado de la cuestión”. El resultado de esta investigación bibliográfica se encuentra en el

Capítulo I, “Antecedentes”.

Además de establecer el contexto histórico y académico de la investigación, utilicé la

revisión bibliográfica para construir el marco teórico. A través de fuentes impresas y

electrónicas, revisé la literatura teórica pertinente para identificar los conceptos claves que

emplearía para analizar los datos recolectados en la investigación presente. El resultado de esta

labor se encuentra en el capítulo anterior, titulado “Marco teórico”.

II.II Entrevistas

Para el trabajo de campo, mi instrumento principal fue la entrevista. Realicé entrevistas

focalizadas y abiertas con los participantes a nivel individual y, en una ocasión, grupal. Las

entrevistas se realizaron, sin excepción, en inglés, según la preferencia de los participantes. La

mayoría se hicieron en persona, y una por medio de Skype. Con una excepción, todas las

entrevistas fueron grabadas por medio digital, con el permiso explícito de cada participante, y

luego transcritas y traducidas al español.

Durante las entrevistas, pregunté a los participantes sobre sus vidas en los Estados Unidos

y el proceso de deportación, sobre sus experiencias en El Salvador, y el trabajo en el call center,

y sobre sus prácticas de comunicación e identificación culturales y sociales. Utilicé el protocolo

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siguiente para las entrevistas, con las preguntas generales separadas por categoría. Sin embargo,

la guía fue un instrumento flexible, sujeto a cambio según el carácter de cada entrevista

particular.

•   Sobre los Estados Unidos

o   ¿Cuál fue tu experiencia de vida allá?

o   ¿Te sentiste ‘americano/a’ en algún momento? ¿En qué consiste?

o   ¿Cómo fue el proceso de la deportación? ¿Consideras que tu experiencia fue típica o

excepcional? ¿Fue justa?

•   Sobre El Salvador

o   ¿Cómo fue tu vida aquí antes de migrar? ¿Cuándo y por qué te fuiste?

o   ¿Te consideras ‘salvadoreño’?

o   ¿Cómo fue tu experiencia de retorno? ¿Qué esperaste encontrar? ¿Cómo cumplió con

tus expectativas el país?

o   ¿Cuál es tu proyecto de vida? ¿Pensás quedarte en El Salvador?

o   ¿Cómo crees que habrías sido tu vida si te hubieras quedado aquí?

•   Sobre el call center

o   ¿Por qué elegiste el trabajo de call center?

o   ¿Cómo es el trabajo? ¿Cómo se siente hablar con personas en inglés en los EE.UU.

por teléfono?

o   ¿Hay discriminación contra las personas que han sido deportadas dentro de los call

centers?

o   ¿Enfrentás discriminación por parte de los clientes en la línea?

o   ¿Considerás que es un buen trabajo?

o   ¿Qué es lo que hace un buen trabajador del call center?

•   Procesos de comunicación y construcción de identidades

o   ¿Mantenés contacto con personas en los EE.UU.? ¿A través de qué medios?

o   ¿Qué idioma hablas en casa? ¿Con tus amigos?

o   ¿Sueles ver programas de televisión o escuchar música más de origen estadounidense

o salvadoreño?

o   ¿Con quiénes te socializás dentro y fuera del trabajo? ¿Por qué?

o   ¿Qué papel tiene la religión en tu vida?

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65

o   ¿Cómo te perciben los otros salvadoreños? ¿Cuáles son los estereotipos que

enfrentás?

Más allá de los datos brindados, también estuve atenta al uso del idioma, expresiones afectivas,

discursos normativos o subversivos (re)producidos, y las exclusiones e inclusiones enunciadas

por los participantes.

Para proteger el anonimato de los participantes, los identifico a todos con pseudónimos, y

les informé de esa medida de confidencialidad al iniciar la entrevista. También les di la

oportunidad de contestar o no contestar todas aquellas preguntas que consideraran sensibles, y de

aportar cualquier información que consideraran relevante o importante en el momento. En el

espíritu del intercambio y diálogo, también contesté las preguntas que ellos me hicieron sobre mi

propia vida y sobre el proceso de la investigación.

II.III Observación participante

Otra técnica a la cual recurrí, de forma segundaria, fue la de la observación participante.

Implementé este método en el local donde realice la mayoría de las entrevistas y sus alrededores,

el cual fue una franquicia del Mister Donut cerca del Monumento al Divino Salvador del Mundo,

en la ciudad capitalina de San Salvador. Prefería realizar las entrevistas en este espacio “cuasi

público” (Taylor y Bogdan, 1987) por su proximidad a varios call centers—Teleperformance y

otros cuentan con instalaciones en el área. Por lo tanto, el local estaba conveniente y conocido

por muchos de los participantes, y también ofrecía posibilidades de interacción con otros actores

diversos: otros trabajadores de call center, otros consumidores, taxistas, etc. También elegí el

espacio por factores de seguridad, ya que en casi todos los casos se trataba de reuniones con

personas previamente desconocidas.

Taylor y Bogdan (1987) escriben que la observación participante refiere a “la

investigación que involucra la interacción social entre el investigador y los informantes en el

milieu de los últimos, y durante la cual se recogen datos de modo sistemático y no intrusivo”

(31). Los autores notan que en el caso de realizar la observación participante en espacios cuasi

públicos, suele ser conveniente adoptar “un rol participante aceptable” y adecuado al espacio. En

mi caso, justifiqué mi presencia en el local a través de mi consumo personal, y logré establecer

cierto nivel de confianza, o “rapport”, a través de mi uso de inglés y empleo de un tono informal

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66

y abierto con las personas quienes estaba entrevistando (55). Taylor y Bogdan avisan que,

“Aunque no es necesario que los observadores en estos escenarios se presenten como

investigadores y expliquen sus propósitos a las personas con las que sólo tendrán contactos

efímeros, deberían en cambio explayarse con aquellas con las que mantendrán una relación

prolongada” (41). En el espíritu de la transparencia, siempre expliqué los parámetros de mi

investigación a las personas con las cuales estaba dialogando.

III. MUESTREO

III.I Criterios

El muestreo de los participantes en las entrevistas es de bola de nieve. Identifiqué a los

participantes iniciales, quienes trabajan en el call center de Sykes, a través de contactos

personales, y les pedí apoyo para contactar a otras personas que reunían el perfil necesario para

el estudio. Fui sumando sujetos a la investigación a través de las redes sociales y profesionales

de los entrevistados. Las personas que han sido deportadas a El Salvador de los Estados Unidos

suelen constituir una comunidad algo cerrada pero tampoco muy organizada, así que para ganar

la confianza y conocer a más personas decidí avanzar según las recomendaciones personales de

los contactos con los que ya contaba al iniciar el estudio, quienes ya me tenían cierta medida de

confianza.

Después de unos contactos preliminares, muchos de los participantes se involucraron a

través de un grupo de Facebook que se llama “Call Center Community El Salvador,” al cual uno

de mis contactos iniciales me agregó después de nuestra entrevista preliminar. Subí, en dos

ocasiones, solicitudes abiertas en inglés pidiendo que participantes interesados me enviaran un

mensaje privado, y así programamos las entrevistas personales.

Los criterios de inclusión de la muestra eran los siguientes: cada participante tenía que ser

salvadoreño de nacimiento, tenía que haber vivido un proceso de deportación de los Estados

Unidos a El Salvador, tenía que ser residente actual de El Salvador, y tenía que trabajar en un

call center ubicado en El Salvador donde brinda sus servicios en inglés a clientes en

Norteamérica. Los trabajadores de call center que no habían sido deportados de los Estados

Unidos, o personas que habían sido deportados de los Estados Unidos pero que laboraban en otro

sector, no fueron incluidos.

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67

III.II Los participantes

En total, realicé entrevistas con trece individuos. Con la excepción de la entrevista a

Jimmy realizada en 2014, todas las entrevistas fueron realizadas entre mayo y octubre del año

2015. Con la excepción de la entrevista a Robert, que fue realizada por Syke, todas las

entrevistas fueron realizadas en persona en la ciudad de San Salvador, El Salvador. Los perfiles

son diversos, pero la gran mayoría son masculinos, con alguna formación segundaria, que vivían

por más de diez años en el estado de California en los Estados Unidos.

•   “Edgar”: Hombre de treinta y cinco años. A los cinco años de edad se fue para los Estados

Unidos con su madre, y volvió a El Salvador un año después. A los diez años se fue de nuevo

para los Estados Unidos, y pasó dieciséis años allá. No divulgó su nivel de educación.

Regresó a El Salvador de Texas a través de un proceso de deportación “voluntaria” en 2006

por la posesión de un arma de fuego. Comenzó su desempeño en los call centers en

Teleperformance y ha trabajado en tres o cuatro distintos call centers desde ese entonces.

Jugaba futbol norteamericano para el equipo salvadoreño de una liga centroamericana hasta

que se lastimó.

•   “Suza”: Hombre de veinte y siete años. Se fue a los Estados Unidos con trece años de edad

en el año 2001 para reunirse con su madre, y volvió a El Salvador por un proceso de

deportación en 2011, a los veinte y dos años de edad, tras seis años en la cárcel por la venta

de drogas y la posesión de un arma de fuego. Estudió hasta octavo grado en El Salvador, y

estudió su bachillerato en Los Ángeles pero no lo completó. Cuenta con varios tatuajes.

Tiene un par de años trabajando para un call center pequeño de un compañero de su iglesia

en Santa Elena.

•   “Jimmy”: Hombre de veinte y ocho años. Se fue a Florida a los seis años de edad con su

familia en 1993, y fue deportado en 2010 a la edad de veinte y tres años. Estudió hasta el

penúltimo año de bachillerato en los Estados Unidos. Trabaja en un call center pequeño y

recién-establecido que se facilita la aplicación de un subsidio federal de líneas telefónicas

para familias de bajos recursos en los Estados Unidos. Tiene tatuajes visibles en el cuello. Es

cristiano evangélico.

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68

•   “TJ”: Hombre de treinta y cinco años. Se fue con su familia a los Estados Unidos en el año

1986, a los seis años de edad, y fue deportado de Texas de forma voluntaria en la década de

1990. Pasó dos años en El Salvador antes de volver de nuevo a los Estados Unidos, donde

luego fue encarcelado varios años antes de ser deportado otra vez en el año 2006, a los veinte

y seis años de edad. Estudió bachillerato en los Estados Unidos. Actualmente trabaja en el

call center Atento, con los participantes Tommy y Daniel. Juega fútbol norteamericano en

una liga centroamericana, y es alcohólico en recuperación, con quince años de no tomar.

•   “Tommy”: Joven de unos diecinueve años. No quiso especificar muchos datos precisos sobre

su residencia en el estado norteamericano de Massachusetts, pero pasó tiempo encarcelado

antes de ser deportado a El Salvador, igual que su padre. No divulgó su nivel de educación.

Actualmente trabaja en el call center Atento con Daniel y TJ. Tiene afiliaciones de pandilla.

•   “Daniel”: Hombre de cuarenta y dos años. Se fue joven para los Estados Unidos, donde pasó

al cuerpo de los Marines tras graduarse de bachillerato en California. Aceptó la deportación

voluntaria para El Salvador, y hoy trabaja en Atento. Organizó la entrevista grupal que realcé

con TJ y Tommy, y me facilitó el acceso al grupo de Facebook de “Call Center Community

El Salvador”.

•   “Karla”: Mujer de veinte y cinco años. Se fue a los seis años de edad para Nueva York para

reunirse con su familia en 1995. Regresó a El Salvador con doce años de edad, y vivió en el

país por un período de tres años antes de volver a Nueva York a los quince años de edad. Se

graduó de bachillerato en Nueva York. Fue deportada en 2009 a los diecinueve años de edad

por su estatus migratorio indocumentado. Comenzó su desempeño en los call centers en

Transatel, que hoy se conoce como “Telus”.

•   “Melvin”: Hombre de veinte y ocho años. Se fue en 2004 para California, a los diecisiete

años, para reunirse con su madre. Recibió su licenciatura como contador de la Universidad de

Northridge del Estado de California. Regresó a El Salvador en 2010 de forma voluntaria, a

los veinte y cuatro años.

•   “Burro”: Hombre de treinta años. Se fue en 1987 para California a los dos años de edad.

Tiene padre mexicano y madre salvadoreña. Fue deportado a El Salvador en 2008 a los

veinte y uno años de edad por un acto de agresión violenta. Estudió bachillerato en

California, y se graduó dentro de la cárcel. Por una discrepancia entre su partida de

nacimiento salvadoreño y sus documentos estadounidenses, sus antecedentes penales

Page 69: UNIVERSIDAD*CENTROAMERICANA* “JOSÉSIMEÓNCAÑAS”*

69

norteamericanos no se pueden vincular con sus documentos registrados en El Salvador. Tiene

una hija adolecente en los Estados Unidos. Hoy trabaja en el call center Sykes. Tiene

afiliaciones de pandilla sureña.

•   “Raul”: Hombre de treinta y cinco años. Se fue a los seis años de edad, en el año de 1986, a

California para reunirse con su madre. Fue encarcelado en 2006, y apeló su caso por varios

años. En 2008, fue deportado de manera “accidental”, y la Embajada de los Estados Unidos

le mandó a traer de nuevo para los Estados Unidos después de unos meses, donde continuó

apelando su caso. Aceptó la deportación voluntaria en 2010, e inmediatamente regresó sin

documentos para los Estados Unidos, donde fue detenido después de un mes y deportado otra

vez en el año 2011 a los treinta y un años de edad. Estudió secundaria en los Estados Unidos,

pero no se graduó. Completó su título después, en la cárcel, donde también estudió

mecanografía. Su primer trabajo de call center en El Salvador fue con Sykes.

•   “Robert”: Hombre de cuarenta y cinco años. Se fue para California en 1976 a los seis años

de edad con su familia. Volvió a través de la deportación voluntaria a los treinta y dos años

en 2002, cuando intentó cruzar la frontera con México después de una excursión con amigos

a Tijuana utilizando los documentos de un amigo ciudadano. Se graduó de bachillerato en

California. Su primer trabajo de call center fue con Sykes en 2004. Hoy trabaja para la

empresa Language Select, brindando interpretación telefónica entre español e inglés.

•   “Pete”: Hombre de cuarenta años. Se fue en 1980 a los cinco años de edad para Nueva York

desde Gotera, Morazán. Fue deportado en 2007 a los treinta y un años. Completó un año de

la universidad, estudiando ingeniería eléctrica. Luego completó varios certificados en la

soldadura de carrocería de automóviles. Su primer trabajo de call center fue con Sykes,

donde hoy se desempeña en el departamento de inglés, evaluando y capacitando a nuevos

agentes. Tiene varios tatuajes visibles, incluyendo una estrella roja del partido Frente

Farabundo Martí para la Liberación Nacional (FMLN) en su pierna.

•   “Nancy”: Mujer de veinte y siete años. Se fue en 2002 a los catorce años de edad a Texas

para reunirse con su madre, hermanos y abuela, y fue deportada por dejar vencer su visa en

2007. Estudió hasta octavo grado en una escuela católica de El Salvador, y estudió

bachillerato en los Estados Unidos, pero no se graduó. Ha trabajado en Sykes, Atento y

Benson. Tiene muchos tatuajes visibles, incluyendo uno grande y colorido de Alicia en el

País de las Maravillas en el pecho. Es lesbiana.

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70

Como demuestran los perfiles, once de los participantes se identifican con el género

masculino, mientras que sólo dos se identifican con el género femenino, lo cual refleja en parte la

distribución de género de las personas deportadas de los Estados Unidos, pero también cierta

disposición de personalidad de los hombres que cumplieron el perfil de responder a mis

solicitudes. Los participantes tenían entre diecinueve y cuarenta y cinco años de edad en cuando

se realizaron las entrevistas. Todos, salvo uno (Tommy) tenían veinte y cinco años o más de

edad, y diez tenían treinta y cinco años o menos; es decir, la gran mayoría tenían entre veinte y

cinco y treinta y cinco años de edad. En cuanto a sus niveles de educación, la gran mayoría

tienen alguna formación secundaria, toda completada en los Estados Unidos, con la excepción de

Melvin, quien se graduó de bachillerato en El Salvador antes de estudiar su licenciatura en los

EE.UU. Siete cuentan con títulos de bachillerato; cuatro estudiaron bachillerato sin graduarse,

uno también tiene título universitario y otro estudió un año en la universidad pero no se graduó.

Dos no divulgaron su nivel de educación. En los Estados Unidos, la gran mayoría residieron en

California: seis vivieron en California, tres en Texas, dos en Nueva York, uno en Florida y otro

en Massachusetts. Sus residencias varían de entre cinco hasta veinte y siete años en los Estados

Unidos, pero la gran mayoría pasaron diez años o más allá: diez residieron por lo menos diez

años en los EE.UU., seis más de quince años, cuatro más de veinte y dos más de veinte y cinco

años. Finalmente, los años de su migración y deportación coinciden generalmente con las

tendencias identificadas en el capítulo de “Antecedentes”. Salieron entre los años 1976-2004,

pero la mayoría (siete) salieron del país durante los años de la guerra, y cuatro más se fueron

entre 1993-2004, en los años principales de los impactos de las políticas neoliberales en el país.

Todos fueron deportados entre 2002-2011.

Tabla IV – Perfiles de participantes

Nombre Edad Sexo Nivel de

educación

Estado de

residencia

Año de

migración

Año de

deportación

Años de

residencia

Edgar 35 M *no se sabe Texas 1990 2006 16

Suza 27 M Estudio

bachillerato,

no se graduó

California 2001 2011 10

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71

Jimmy 28 M Estudió

bachillerato,

no se graduó

Florida 1993 2010 17

TJ 35 M Estudió

bachillerato,

no se graduó

Texas 1986 2006 10+

Tommy 19 M *no se sabe Massachusetts No se

sabe

No se sabe *no se sabe

Daniel 42 M Se graduó

del

bachillerato

California No se

sabe

No se sabe 20+

(*no se sabe

exactamente)

Karla 25 F Se graduó

del

bachillerato

Nueva York 1995 2009 10

Melvin 28 M Se graduó de

la

universidad

California 2004 2010 6

Burro 30 M Se graduó

del

bachillerato

California 1987 2008 21

Raúl 35 M Se graduó

del

bachillerato

California 1986 2011 22

Robert 45 M Se graduó

del

bachillerato

California 1976 2002 26

Pete 40 M Estudió la

universidad,

no se graduó

Nueva York 1980 2007 27

Nancy 27 F Estudió

bachillerato,

no se graduó

Texas 2002 2007 5

IV. Posición de la investigadora

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72

En la investigación cualitativa, Ruíz Olabuénaga (2012) afirma que “la interacción

humana constituye la fuente central de los datos” (15). Como investigadora, interactúo con los

sujetos al centro de mi estudio. Nuestra interacción es, de hecho, la base fundamental para la

recolección de datos para la investigación. Por lo tanto, mi presencia y relación con los

participantes tiene una influencia inevitable sobre los resultados documentados.

Como cualquier investigador, mi presencia provoca una reacción específica y única en

cada participante, como aspecto innegable de toda interacción humana, y ejerce cierta influencia

sobre los resultados de la investigación. Mi posición como investigadora, mujer y extranjera

impacta de manera significativa en la relación y el diálogo que construyo con los participantes de

la investigación. Soy ciudadana estadounidense, blanca, mujer, joven y estudiante de posgrado

en una universidad privada y prestigiosa. Yo cuento con el privilegio que me otorga mi

etnicidad, mi posición de clase, mi estatus de ciudadanía y mi acceso a la educación.

Mis privilegios me permiten cruzar las fronteras entre El Salvador y los Estados Unidos

con libertad. Pero también complican mi acceso a otros espacios y confianzas. Como escriben

Taylor y Bogdan (1987), “Ante los extraños, todas las personas tratan de presentarse bajo la

mejor luz posible” (54). Por ser mujer, es posible que los participantes ocultaran o dejaran en

segundo plano aspectos más “feos” de su experiencia para no ofenderme, o para protegerme. De

igual forma, por ser investigadora y vista en alguna capacidad oficial, también es posible que

algunos participantes reservaran ciertos elementos de su pasado, delincuencia o uso de drogas,

por ejemplo, para lograr una representación más positiva en el registro de mi investigación. Por

el mismo motivo, es posible que también que exageraran ciertos aspectos de su experiencia,

como su compromiso de desarrollar una vida reformada, por ejemplo. Sin embargo, hay que

enfatizar que mi estudio se trata de analizar discursos y no hechos históricos. El significado se

encuentra en la construcción de las narrativas que las personas producen sobre sí mismos, y no

tanto en su veracidad.

De todas formas, tomé ciertas medidas para mitigar el impacto de los factores que

podrían limitar la confianza que me tenían los participantes. Tomé la decisión de realizar las

entrevistas en inglés, aun con participantes bilingües. Esa medida representó una inconveniencia

a la hora de traducirlas al español, pero facilitó la construcción de cierto rapport con los

participantes. El hecho de haberme criado en los Estados Unidos también implicaba que

compartíamos ciertas referencias culturales y simbólicas, junto con experiencias sociales

Page 73: UNIVERSIDAD*CENTROAMERICANA* “JOSÉSIMEÓNCAÑAS”*

73

particulares. Consciente de esto, siempre les compartí información o anécdotas personales en el

transcurso de las entrevistas para establecer un terreno común y un espíritu del diálogo e

intercambio entre iguales. A su vez, comencé cada conversación explicándoles los objetivos de

la investigación y su metodología a todos los participantes, además, contesté cualquiera pregunta

sobre el estudio y también sobre mis propias experiencias. También procuré adecuar las

preguntas de la entrevista a cada conversación particular, haciendo referencia a sus respuestas

anteriores para comunicar mi interés sincero en sus palabras.

Como he mencionado, algunos aspectos de mi posición como extranjera también

ayudaron en establecer el rapport con los participantes. Compartíamos, por ejemplo, la

experiencia de venir a vivir en El Salvador tras una larga residencia en los Estados Unidos, con

los choques culturales que esto implica. Otro factor que también contribuyó a facilitar el diálogo

con los participantes, que no esperé, fue la experiencia compartida de verse distinto de los demás

salvadoreños, varios de ellos me trataron como cómplice en ese sentido, como otra persona cuya

apariencia se hace conspicua, fuera de lugar, en espacios públicos como en el bus, en la calle,

etc.

Finalmente, hay que reconocer que aunque la investigación se trata de analizar los valores

y perspectivas de los otros, como investigadora llevo a mi investigación mis propios valores y

perspectivas. El análisis crítico de discurso presupone, de hecho, que el investigador esté

comprometido con un sistema de valores que le opone a los sistemas de dominación y opresión

reproducidos por ciertos discursos hegemónicos, con el fin de “visibilizar las prácticas y

posibilidades de resistencias de los sujetos” al centro del estudio, como escribe Stecher (2010,

95). Como investigadora, no soy ni pretendo ser un sujeto neutro, pero tengo la responsabilidad

de representar de la manera más fiel posible los discursos construidos por los participantes del

estudio. Las palabras son suyas, mientras la interpretación es mía.

En este capítulo, he explicado la metodología que utilicé para recolectar los datos

analizados en esta investigación. En el capítulo siguiente, presento en detalle esos datos

recolectados a través de dicha metodología.

Page 74: UNIVERSIDAD*CENTROAMERICANA* “JOSÉSIMEÓNCAÑAS”*

74

CAPÍTULO IV:

RESULTADOS

Los trece participantes entrevistados produjeron trece narrativos distintos, cada uno con sus

propios matices, tonos, perspectivas y discursos. En este capítulo, presento los resultados de

estas conversaciones e interacciones diferentes en una forma sistematizada según los conceptos

articulados con relación a las construcciones de la identidad. El capítulo se divide en seis

apartados, cada apartado con sus sub-secciones correspondientes.

En el primer apartado, “Los Estados Unidos”, exploro las representaciones de los Estados

Unidos construidas por los participantes. Examino los elementos identificados como rasgos de la

identidad estadounidense, la división entre identificaciones con comunidades culturales

estadounidenses y con El Salvador, y el concepto de origen. En el segundo apartado, “Los

nativos”, identifico las representaciones de El Salvador y los salvadoreños como ajenos,

peligrosos, corruptos, maleducados, intolerantes, y del país como prolongación de la detención

en los imaginarios de los participantes. El tercer apartado, “Adaptaciones”, se dedica a la

revisión de los cambios de estilo de vida, apariencia y lenguaje que realizan los participantes tras

su deportación. El cuarto se titula “Los deportados”; en este apartado, exploro las

representaciones de las demás personas que han sido deportadas como compatriotas y como

delincuentes. En el quinto apartado titulado “La deportación”, considero las representaciones del

proceso de la deportación como responsabilidad personal, como renacimiento, y como injusticia.

Finalmente, en “El call center”, reviso las diversas representaciones del call center como portal a

los Estados Unidos, lugar de discriminación y lugar de la salvación, y la identidad del agente del

call center en relación con la empresa y sus clientes.

I. LOS ESTADOS UNIDOS

Durante sus largas residencias en los Estados Unidos, los participantes formaron enlaces

afectivos, cívicos, laborales y culturales con el país. Cada uno expresó diferentes niveles de

identificación y de diferentes criterios con los Estados Unidos.

I.I “Americanizado”

Page 75: UNIVERSIDAD*CENTROAMERICANA* “JOSÉSIMEÓNCAÑAS”*

75

Los participantes identificaron diversas características de la identidad [norte]americana,

como la participación en ciertas instituciones cívicas, las relaciones afectivas familiares o

comunitarias, el consumo comercial y cultural, el uso del idioma y el acento. Para muchos, la

posesión de estos rasgos estadounidenses fue evidencia de su pertenencia, y los distinguían de

los salvadoreños que nunca vivieron en los Estados Unidos.

La socialización cívica en las escuelas norteamericanas emergió como factor fundamental

con el cual varios defienden su identidad estadounidense. Pete me contó que, “Allá en los

Estados Unidos, somos nativos. ¡Yo te puedo recitar todo el Pledge of Allegiance! No te puedo

recitar el Pledge of Allegiance [salvadoreño] o el himno salvadoreño, nunca lo podía hacer. ¡La

mayoría de las palabras ni las puedo decir!” Raúl, por su parte, me dijo: “Cuando uno crece

jurando lealtad a la bandera [norte]americana, te penetra. Claro, crecí allá. Todavía, hasta hoy,

por ejemplo, oigo el himno nacional en un partido de futbol—no te voy a mentir, me salen

lágrimas en los ojos”. La educación cívica, con la repetición de rituales como la recitación del

Pledge of Allegiance o el canto del himno nacional, construía una identificación patriótica

emocional y profunda. También creaba sentido de la ciudadanía funcional: Raúl también

admitió: “Creo que conozco más sobre el gobierno en los Estados Unidos que aquí, digo, la

constitución, tus derechos”.

La identidad norteamericana también se expresa a través del consumo. Edgar relacionó

la americanidad con un estilo y estándar de vida definida por el consumo. Comentó: “Yo fui

americanizado, verdad; estoy acostumbrado a McDonalds, estoy acostumbrado de ir aquí, ir de

compras, vestirme bien, hacer muchas cosas”. Aunque muchas franquicias comerciales

estadounidenses, como McDonalds, existen también en El Salvador, Edgar consideró que no

podía mantener el mismo nivel de consumo en el país como en los Estados Unidos.

Para muchos, el consumo cultural estadounidense se mantiene después de la deportación,

a través de medios digitales estadounidenses, en particular el cable digital y el internet. Burro me

dijo: “Yo no escucho música en español. Me gusta el rap; rap, rap, rap y rock”. TJ me contó que,

“Todo es básicamente de allá. Tengo Claro aquí, entonces tengo el paquete de deportes, lo veo

de allá. Y cada vez que veo, es en inglés. Veo Netflix”. Roberto hasta detalló cada canal de

televisión que poseía: “la mayoría de canales que veo: Warner Brothers, E, Fox, Space, The

History Channel, Discovery Channel, the National Geographic Channel, todos los canals de

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76

música que ofrece Claro, TNT, Turner Classic Movies, HBO, HBO2, HBO Plus, HBO Family, a

ver, también CNN, BBC World News, ABC desde Florida”. Karla también: “Cuando comencé a

trabajar para Telus, nos ofrecieron un paquete de cable. Y yo lo vi, y la primera cosa que dije

fue, ‘¿Me puede pasar la lista de canales, por favor?’ Y pregunté a la señora, le dije, ‘¿Pero los

puedo ver en inglés?’ Y me dijo: ‘Sí, la cajita viene con esa opción’, y le dije, ‘Ok, lo quiero’.

Entonces, si vas a mi casa ahora y encendés mi televisión, seguramente verás E, MTV, VH1,

Discovery Channel; cualquier cosa de los Estados, lo verás en mi tele”. A través del consumo de

estos medios de comunicación estadounidenses, los participantes se mantienen informados y

actualizados sobre acontecimientos políticos y culturales norteamericanos, y también saturados

de mensajes y símbolos culturales provenientes de allá.

El deporte también emergió como ámbito importante a través del cual se expresa la

identidad estadounidense. Muchas de las personas entrevistadas mantenían su identificación

cultural con los Estados Unidos al seguir los partidos de la liga nacional de futbol

norteamericano por televisión e internet, pero algunos, como TJ y Edwin, hasta habían

participado en su propia liga de futbol norteamericano en El Salvador. Según ellos, la mayoría de

sus compañeros de equipo también habían sido deportados de los Estados Unidos y se

conocieron dentro del call center. Para Edwin, quien dejó de jugar después de una lesión, jugar

futbol norteamericano le daba continuidad entre su vida interrumpida en los Estados Unidos y su

vida después de la deportación; durante la entrevista, me enseñó fotos en su celular de él en su

uniforme de futbol: “Cuando estaba en secundaria, ves, hacía mucho más ejercicio entonces me

veo distinto. [Me enseña otra foto] Ese día estuvimos jugando aquí en El Salvador”. Pete, por su

parte, me dijo que jugaba baloncesto en un parque de su colonia con un grupo de otras personas

que habían sido deportadas de los Estados Unidos, muchos de los cuales también son

trabajadores de call center. Estos espacios deportivos no son solamente atléticos sino que son

espacios sociales, que permiten la formación de pequeñas comunidades culturales.

Además de actividades culturales, el acento estadounidense también se perfiló como

indicador de la [norte]americanidad para muchos de los participantes. Pete narró la indignación

que sintió durante su juicio de deportación al enfrentarse con un juez de Sudáfrica: “Tuve

personas en la audiencia de mi familia, compañeros de trabajo, jefes, nada de eso importaba.

Nada importaba, aunque él tenía un acento más fuerte que yo. Aunque el juez tenía un acento

más fuerte que yo, todavía tenía el descaro de deportarme. Y hasta le dije en la corte: ‘¿Cómo se

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77

atreve a deportarme cuando tiene un acento más fuerte que yo?’” El acento aquí funciona como

evidencia de socialización, aculturación, y, sobre todo, de pertenencia.

En el call center, el acento del agente también media un cierto control fronterizo

realizado por muchos clientes en los Estados Unidos. Según Burro, los clientes presumían que

era estadounidense, “por mi acento”, pero sus colegas que aprendieron inglés en El Salvador

sufrían por su acento salvadoreño. Me expresó su frustración al hablar con clientes que tienen

acentos extranjeros, como personas de la India: “Dicen: [con acento indio] ‘¿De qué país eres?’

Y digo: ‘¿Qué puta? Hombre, ¡esa mierda suena peor! ¿En qué país estás vos? ¿En serio?’ No [lo

hacen] a mí, pero a mis compañeros de trabajo dicen: ‘¿Dónde estás? Necesito alguien en los

Estados’”. Burro rechazó la discriminación que realizan estos clientes con acentos extranjeros

por su hipocresía, y se posicionó como superior por tener un acento más auténtico que ellos.

I.II “Latina y orgullosa”

Los participantes solían dividirse entre los que expresaron su identificación con diversas

comunidades de pertenencia y sub-culturas estadounidenses, y los que privilegiaron una

identidad salvadoreña durante su residencia allá.

Algunos se identificaron con la región o ciudad se su residencia en los Estados Unidos.

Karla, por ejemplo, me comentó que después de varios años: “comencé a considerarme,

supongo, una New Yorker”. Karla no se identificó tanto con el país, sino con el estado donde

residía. Pete también se identificó con Nueva York: “Básicamente, hablábamos como un

espanglish, ‘nuyorican’, lo dicen. Nuyorican, porque aun cuando hablo, no sé si te fijas, a veces

diré algo que, no sé, suena como sureño, a veces sueno jamaicano, a veces digo algo, bueno,

tengo todas las culturas diferentes”. Para Pete, su identidad de Nueva York era una identidad

multicultural, con fuertes influencias caribeñas.

Burro, por su parte, privilegió su identidad de pandillero: “No soy MS ni 18. Soy sureño,

de una pandilla de allá”, me explicó. Burro no contaba con fuertes referencias salvadoreñas en su

niñez y adolescencia en California: “De mi colonia, de donde soy, mi pandilla: todos son

mexicanos. Soy el único salvadoreño. Todos son chicanos”. A pesar de que su pandilla no

operaba en El Salvador, todavía basaba sus relaciones en sus criterios: “Me vale verga todo eso,

porque ya no me importa esa mierda, porque realmente no hay ni mierda acá pero no me gusta la

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78

gente de Houston, porque no se puede confiar en la gente de Houston. No se puede confiar en

ellos y no me gustan. Y pretenden ser todo—doy la vuelta y dicen: ‘Que se jode ese cerote, es de

Los Ángeles’. Entonces vale verga, verdad, yo te lo digo en la cara”. Para Burro, la lealtad a su

pandilla siempre superaba cualquier otro criterio; honraba los conflictos pandilleros con otras

personas que habían sido deportadas de territorio rival aun adentro de los call centers de San

Salvador.

Tommy, también, se identificó principalmente con sus afiliaciones de pandilla en los

Estados Unidos. Al llegar a los Estados Unidos: “No tenés a nadie, no tenés a nadie, estás ahí

solo. Tenés que sobrevivir en un lugar donde no conocés el idioma. Hay mucha gente racista”.

Pero en ese entorno hostil, Tommy encontró comunidad en la pandilla: “Al rato, una vez que

comenzás a conocer gente, te meten en la cárcel, toda la gente diferente ahí y ves que hay

grupos, verdad: blanco, negro, moreno, y ahí comenzás a representar. Allá, cada uno tiene su

propio nombre, verdad. Entonces en algún momento, de alguna forma, sí, podrías identificar con

eso”. Para Tommy, formar parte de a una pandilla en los Estados Unidos le dio un sentido de

pertenencia en un territorio desconocido.

Otros mantenían una fuerte identificación con El Salvador en los Estados Unidos:

“Nunca me sentía avergonzada por mi herencia. Sabés como los mexicanos y salvadoreños

hablan mucha mierda unos en contra de los otros—nunca hacía eso. Y una cosa es que los

mexicanos nunca cambian su forma de hablar, todavía dicen ‘tú’. Mi gente acá, se van allá a los

Estados y comienza a usar eso también. ¡Usamos el vos! ¿Me entendés? Presión del grupo, eso

es”. Melvin lamentaba los procesos de aculturación y asimilación que percibió entre sus

compatriotas salvadoreños en el exterior; estaba orgulloso de sus raíces salvadoreños.

Suza también se identificaba con El Salvador: “Siempre me consideraba salvadoreño,

siempre salvadoreño. Nunca pretendí ser algo que no soy. Entonces, allá hablaba español la

mayoría del tiempo, verdad, con la gente, con mi hermana, o con la gente que conocía. Vivía en

una área latina, ahí por Pico-Union District, básicamente una área toda latina. Nunca pensé que

era de los Estados, siempre sabía que era de otro país, y así era. Y siempre vivía en una área

centroamericana, vivía por el parque Lafayette, por Sixth y Rampart. Vivía allí, entonces es un

nivel como bastante alto de hispanos, pero es un nivel bastante alto de centroamericanos allí.

Ponía mi camisa salvadoreña, iba al parque y jugaba futbol. Siempre pensé que era de aquí,

nunca perdí mi cultura”. Suza formaba parte de una comunidad latina e inmigrante en Los

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79

Ángeles, donde prácticas y expresiones culturales centroamericanas y salvadoreñas eran

comunes y cotidianas. Wendy consideró: “Nunca me sentía americana ni nada así, pero tenía

raíces, verdad, raíces. Pero todavía era, ¿Cómo lo dicen, eso de ‘latina y orgullosa’? Sí”. Wendy

y Suza, quienes migraron a los Estados Unidos como adolecentes, siempre se consideraban

extranjeros; sin embargo, formaban parte de comunidades establecidas de inmigrantes

latinoamericanos y personas de descendencia latinoamericana en los Estados Unidos. Ambos

admitieron que hicieron sus vidas, sus “raíces”, allá.

Daniel, por su parte, insistió: “Siempre me sentía salvadoreño. […] Era orgulloso de ser

salvadoreño, iba a los partidos de El Salvador contra México, levantaba la bandera salvadoreña,

hablaba español, comía pupusas”. Me dijo que: “La única vez que levanté una bandera

estadounidense fue para ingresar a los Marines”. Daniel siempre quiso regresar a El Salvador, y

le ofrecieron una decisión entre la deportación voluntaria y dos años en la cárcel: “pensé que era

el momento para realizar mi sueño”. Sin embargo, el país que encontró al aterrizar no fue el que

había idealizado en los Estados Unidos. Dijo que llegó a cuestionar el patriotismo que demuestra

la comunidad salvadoreña en el exterior: “¿Y allá hacemos todo eso por esto?”

I.III “¿Para dónde me van a enviar, si soy de aquí?”

Citando las características de la identidad estadounidense mencionadas en la primera sub-

sección arriba, muchos de los participantes afirmaron que “son de” los Estados Unidos,

independientemente del país natal. Surgió un consenso sobre que el origen no tenía tanto que ver

con el nacimiento sino con el lugar de los recuerdos, la familia y la comunidad.

Karla me dijo: “Hice muchos amigos. Sí hice muchos amigos, y supongo que en ese

momento comencé a considerarme como, tal vez, de ahí, porque simplemente no tenía tantos

recuerdos de aquí”. La construcción de relaciones afectivas y la acumulación recuerdos y

experiencias conducían, entonces, al sentido de origen y de pertenencia. TJ expresó: “Pensé que

como había vivido allá toda mi vida, ya era ciudadano [norte]americano. Entonces, fue

simplemente que realmente ni pensé que era de otro país, porque crecí conociendo todo allá. […]

Crecí allá, iba a la escuela primaria allá y todo, es decir que sentí que había vivido allá toda mi

vida. Dije, ‘Cualquier cosa que hago es como--¿Para dónde me van a enviar, si soy de aquí?’”.

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Burro también insistió en su origen estadounidense: “En mi situación, siento que fue

jodido porque yo tengo una hija allá, y no tenía familia aquí. Me fui cuando era muy pequeño,

también, entonces pensé que fue muy jodido que me hicieran eso, porque realmente soy de allá.

Yo me considero—no es que quiero decir que soy blanco, nada así—soy de allá”. Burro afirmó

su pertenencia a los Estados Unidos, frente a una presumida e implícita identidad norteamericana

blanca ideal, y frente a las acciones injustas de las autoridades del país que le expulsó. Para él, su

red familiar y larga residencia en los Estados Unidos eran suficientes para constituir un origen

allá.

Este sentido de origen era tan fuerte y establecido que varios participantes dividieron la

población de El Salvador entre “deportados” y “nativos”. Pete me contó: “Empecé a trabajar para

el departamento de inglés en colaboración con Expedia, y básicamente todos en Expedia son

nativos, de acá”. Burro menciona que, “donde yo trabajo, hay un par de nativos, pero más

deportados. De supervisores, son cinco; tres son nativos, dos son deportados”. Los nativos en

este imaginario eran las personas quienes aprendieron su inglés en El Salvador, quienes nunca

vivieron en los Estados Unidos. Karen, hablando de sus colegas del call center, también

comentó: “Las personas de acá que hablan español nativo, o, perdón, que aprendieron su inglés

acá, es—y no les estoy insultando—pero es claro que no es igual que, bueno, nuestro inglés,

inglés nativo. Y entonces, supongo que no le gustan que, realmente, nosotros tenemos la ventaja

porque la gente acá quieren gente que hablan ingles nativo. Y la mayoría de nosotros que somos

deportados podemos hablar inglés nativo”. Había una distinción clara entre “ellos”, los

salvadoreños que aprendieron su inglés en El Salvador, y que hablan “español nativo”, que

pertenecen, y “nosotros”, que hablan “inglés nativo”: las personas que habían sido deportados,

entonces, se construían como otros, extranjeros, foráneos.

De hecho, la cuestión de origen resultó ser una clave para identificar a las personas que

han sido deportados entre ellos. Nancy explicó: “La manera que hablan—aun si no se visten

como homies, porque se ponen ropa formal—sólo la manera que hablan. Como, sólo les

preguntás: ‘Hey, where you from?’ [‘Hola, ¿de dónde sos?’] En cuanto te ven y apenas decís

algo: ‘Hey, wassup, where you from?’ [‘Hola, ¿qué ondas? ¿De dónde sos?’] Así es que sabés.

Supongo que todos tenemos eso, esa cosa de ‘Where you from?’ Así sabés, como: ‘Where you

from?’ [¿De dónde sos vos?]”. El uso de inglés en el interrogativo, junto con la construcción

coloquial (“Where you from?”, y no el prescriptivo “Where are you from?”) revela de manera

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inmediata el origen estadounidense del interrogador. La pregunta Where you from? se vuelve un

código simbólico común que ubica a las personas que han sido deportados y que les permite

afirmar su identidad estadounidense.

II. LOS “NATIVOS”

La identidad se construye a través de la diferencia, del otro. La diferencia en este caso se

manifiesta en el imaginario de El Salvador y de los salvadoreños “nativos”. El Salvador se

construyó en las narrativas de los participantes generalmente como territorio desconocido,

violento, corrupto, maleducado o ignorante; es incivilizado, con ausencia de leyes y costumbres

de civilidad básica. Para muchas personas que han sido deportadas, la comparación con los

Estados Unidos, implícita y explícita, fue esencial para afirmar su identificación con los Estados

Unidos.

II.I “Otro mundo”

Sobre todo, El Salvador emergió en las narrativas como un lugar ajeno. En algunos casos

era hasta exótico, pero siempre profundamente desconocido. “La primera vez que regresé, es

que, todo fue, me quedé asombrado. Porque es que, venir de este mundo y después venir a otro

mundo. Entonces fue como, ‘Hombre, no conozco nada de eso’”, dijo TJ. “Me asombró,” repitió,

“Es como venir de este mundo, y venir a otro mundo. Son como dos dimensiones distintas,

porque realmente regresé en el tiempo”. TJ narró su regreso a El Salvador como un viaje entre

universos, en que los Estados Unidos y El Salvador existían en planos de espacio y tiempo

totalmente distintos.

Otros contaron la experiencia de sentirse fuera de lugar. “Regresé, y me sentí más como

un extranjero en mi propio país”, reflexionó Melvin, con algo de sorpresa. Edgar también dijo

que no estaba preparado para el cambio: “Yo sabía que era salvadoreño y que nací acá, y siempre

sentí orgullo de saber que nací acá, pero al mismo tiempo, fui americanizado, podemos decir—la

comida, todo. La forma de vivir allá era diferente. Entonces cuando llegué aquí: agua frío, pero

frío”. Robert, por su parte, contó: “Fue un choque cultural total. […] Digo, fue una cosa tan

diferente, en términos del transporte, de la cultura, la comida. La forma de tomar el desayuno,

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almuerzo y cena no es lo mismo. El clima. El crimen”. Para Robert, casi cada elemento de la

vida cotidiana salvadoreña resultó desconocido.

El lenguaje surgió frecuentemente en las entrevistas como marca de la diferencia. Burro

hasta se comparó con un extranjero, diciendo: “Crecimos enseñando ingles a mi mamá, entonces

mi español es algo jodido. Sueno como un gringo”. A lo largo de nuestra entrevista en un

sucursal de la cadena Coffee Cup en el centro comercial Metrocentro, su dificultad con el idioma

fue evidente. Cuando le pregunté de dónde era su familia, Burro tropezó con la palabra

“Cuscatancingo”, repitiéndola varias veces sin lograr la pronunciación. En otro momento, pidió

la contraseña del wifi a la mesera, y no entendió su respuesta, me pidió que yo lo repitiera. Al

agradecerle, tartamudeó para decirle “gracias”.

Otros relataron dificultades parecidas. Raúl dijo: “A veces oigo a la gente aquí hablando,

y están hablando en jerga, verdad, y estoy perdido, no sé qué decir, porque no lo entiendo.

Entonces a veces no puedo relacionarme. Y especialmente porque como dije, realmente no tenía

mucha influencia salvadoreña en los Estados Unidos”. Pete confesó que le costaba entender a

salvadoreños “nativos”: “La mayoría del tiempo no entiendo qué están diciendo [se rió]. Mi

español es muy mal”.

Raúl describió al país como profundamente exótico: “¿Honestamente? La primera cosa

que me vino a la mente cuando estuve en el micro, yendo hacía la casa de mi tía, porque mi tía

me recogió--¿Conocés como en la televisión, las películas, cuando están en mercados de África o

como en el Medio Oriente? [se rió] Eso fue lo primero que se me vino a la mente, fue la primera

cosa que sentí, que percibí. Fue muy diferente. Chocante”. Los recursos a los cuales Raúl

recurría para entender su experiencia eran tropos de Hollywood, clichés orientalistas de las

industrias culturales estadounidenses.

II.II “Las vidas de las personas aquí no valen nada”

En casi todas las narrativas, El Salvador, se presentó como un lugar inseguro. El origen

del peligro dependía de cada participante. En general, la posibilidad de ser confundido por un

pandillero constituyó el peligro principal para la mayoría de los participantes, sea por las mismas

pandillas o por los cuerpos de seguridad estatales. Uno hasta dijo temer la sociedad en general,

por el miedo de que fuera a ser víctima de una represalia equivocada de algún ciudadano heroico.

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El tema de la violencia y la inseguridad también apareció de manera abstracta y

generalizada en algunas narrativas. “Aquí es un lugar para no meterse con la gente para nada,

porque las vidas de las personas aquí no valen nada”, dijo TJ. Nancy, por su parte, expresó cómo

la inseguridad impactaba su visión del futuro: “No quiero quedarme aquí, no quiero por la

situación del país, ni es seguro estar aquí”. Con algo de orgullo, Pete describió su paranoia como

actitud de alerta aprendida en los Estados Unidos: “Tengo ese ritmo, como que un día voy a salir

de la casa y no regresar. Siempre mantengo ese baile de Nueva York, lo llaman el ‘Broadway

shuffle’. Siempre estoy viendo a mi alrededor cuando voy caminando”. Sin embargo, en El

Salvador las amenazas que enfrentaba eran múltiples y fluidas.

Muchos identificaron las pandillas como fuente de la inseguridad. Suza, por ejemplo,

describió su experiencia con las pandillas en la zona donde vivía con su tía después de su

deportación: “Ella vive en una colonia complicada aquí, es realmente peligrosa, Alta Vista. Es

peligrosa. Y ellos me pusieron una pistola en mi cabeza, querían quitarme la camisa, me la

quitaron, y me preguntaron de dónde era. Les dije, ‘man, no soy de ningún lado, no soy

pandillero’, les dije la verdad. ‘Yo vendía droga allá, por eso me deportaron. No sé qué hacen

ustedes acá, sé que este es su territorio, yo no tengo nada que ver’”. Suza contó esta interacción

como su introducción al país, la cual estableció el tono para su experiencia en El Salvador.

Nancy habló del peligro que pueden representar las pandillas adentro de los call centers:

“A muchos en Sykes les ponían la renta. Y les perseguían, y les dirían, ‘sus hijos, los recogés a

tal hora’. Muchas personas renunciaron por eso, se mudaron y todo”. Nancy incluyó al espacio

laboral, el espacio transnacional privado de los call centers, dentro del territorio de control de las

pandillas, estableciéndolo como otra zona de vulnerabilidad posible. Ella consideró que algunas

personas que han sido deportadas son ingenuos por no entender el grado del peligro en el país:

“Yo sé que algunos tipos dicen, ‘oh, yo soy esto y lo otro’, pero ya no están allá, ya no están en

los Estados, es diferente. No lo entienden. No lo entenderán hasta que pase algo malo”.

Algunos consideraron las fuerzas de seguridad pública, como la policía y el ejército, más

peligrosas que los grupos delictivos mismos. Burro valoró: “Está jodido acá. Yo vivo en

Mejicanos. ¿Oíste de donde quemaron el bus? Yo vivo allí, como de una cuadra. Hombre, man,

cada vez que disparan a un policía a mí me dan verga. Tengo que bajar del bus, y cuando bajo

del bus hay como cincuenta soldados allí mismo y me dan verga”. Burro destacó su colonia

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como zona de violencia y muerte, y se posicionó como víctima frente a los abusos de los agentes

del Estado.

A Pete le preocupaba los reportes de violencia contra delincuentes tanto por la policía

como por ciudadanos comunes: “Escuché que algunas personas se están defendiendo ahora. La

policía se está haciendo peor, lo cual podría ser bueno desde cierta perspectiva, pero no si lo ves

de otra perspectiva: podría ser malo, porque yo no tengo afiliación de pandilla, no soy nada de

eso. Entonces, imagináte que alguien se venga conmigo solo por pensar que lo soy.

Probablemente me podría matar un buen ciudadano”.

En este imaginario, todo el terreno de El Salvador es territorio hostil. Las personas

entrevistadas son víctimas reales y potenciales, navegando un paisaje incierto e inestable.

II.III “Todo es corrupto”

Otro rasgo de El Salvador que apareció en muchos narrativos es del país corrupto. El país

fue caracterizado por no ser confiable, por la impunidad, por la falta de justicia. La corrupción se

manifiesta en distintos niveles: la política, los medios de comunicación, el ámbito laboral y hasta

las relaciones interpersonales.

Jimmy lamentó: “El Salvador no es un lugar muy bonito para venir y vivir. Las leyes

aquí—no hay leyes aquí. No hay justicia, no es como América, verdad, ‘justicia para todos’.

Haces algo, te agarrarán, te capturan rápido, pero aquí, alguien hace algo, no hacen nada por ello.

Todo es corrupto, la policía, todo. […] Las leyes no son buenas. Básicamente defienden a los

ladrones, los estafadores. Si tenés dinero, matás a alguien, pagás a alguien, vas libre. No es como

allá”. Jimmy contrastó una justicia estadounidense idealizada con la de un país salvaje e impune.

TJ calificó al gobierno como corrupto, culpándolo por la falta de solidaridad que percibía

en el país: “Quisiera que las cosas fueran diferentes, pero tiene que comenzar con el gobierno,

porque son los el gobierno que son más corruptos. Digo, si la gente realmente creyera en la

policía o en el gobierno mismo, que realmente muestran respeto, que realmente cumplen la ley”.

TJ citó como evidencia las acusaciones contra el ex-Presidente Mauricio Funes de haber chocado

un carro deportivo lujoso en la capital: “Si hicieron algo malo, deben de poder levantarse y

responsabilizarse por lo que hicieron malo. ¿Cómo esperan a la gente, alguien como vos o yo o

alguien, levantarse y responsabilizarse y decir: ‘Realmente hice algo malo, ok, pero voy a

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intentar resolverlo’? Como, otro tema, como estos buseros, a veces no—ni ellos sino otra gente,

digamos que chocás el carro: ¿Entonces qué pasa? Si yo daño a alguien, como en los Estados, me

quedo allí, dejo que mis amigos me cubran, pero voy a mostrar que me quedo porque quiero

resolverlo, quiero asumir mi responsabilidad. ¿Entonces qué pasa acá? Si realmente intentás

hacerlo, ¡lo primero que hacen es llevarte a la cárcel!” TJ representó a todos los salvadoreños

“nativos” como interesados e irresponsables. Atribuye estas deficiencias de carácter a la falta de

gobernanza transparente al nivel nacional.

Tommy señaló la corrupción en los call centers, y también lo vinculó con la política: “Si

mirás en el gobierno, no verás apellidos diferentes, ¿Me entendés? Son los mismos apellidos, ‘mi

primo’—los mismos apellidos. Entonces es igual que trabajar acá”. Pete también destaca cierta

corrupción dentro del call center: “Aún en el trabajo que tengo ahora, veo un poco de

preferencia. Si no tenés cuello, como dicen aquí, no llegás a ningún lado”. Tanto Tommy como

Pete se presentaron como excluidos de los círculos de poder que gobiernan tanto el Estado como

el ámbito laboral.

Según Burro, los salvadoreños no son confiables. Dijo: “Acá, los salvadoreños son muy

interesados. En como, si les conviene, te ayudarán. Siempre están buscando una manera de

escalar, pero nunca hacen nada del corazón, no saben qué es”. Descalificó también los medios de

comunicación salvadoreños por no ser confiables. Burro consideró que los noticieros nacionales

“son estúpidas. Todo es mentira. Ponen una música al inicio como triste, y después te

muestran—es como, vale verga, ¡estos hijos de puta están haciendo una novela! Solo te cuentan

cualquier cosa que quieren contarte”. Nancy también desconfíaba en los medios del país, y

prefería consumir medios de comunicación estadounidenses: “Aquí es como, ¿no sé si has visto

esa cosa en Facebook de que la Prensa dice algo y el Diario dice lo opuesto? [se rió] Bueno, por

eso. Realmente no confío en nuestro país”. Para Nancy y Burro, los medios estadounidenses

constituían una autoridad confiable, mientras que los medios de El Salvador no brindaban

información digna de la confianza.

Burro valoró, además, que los salvadoreños no son lectores críticos de su entorno: “Aquí,

culpan a las maras por todo. Todo. La gente no se da cuenta que, ¡estos hijos de puta no tienen

dinero para traer como dieciséis toneladas de coca acá! […] La gente acá es muy estúpida,

cualquier cosa que escuche, es como, ‘ah, ok, esa es lo que pasa’. En los Estados, cada vez que

escuché algo, dije: ‘voy a investigar esa mierda’. La gente aquí es estúpida”. Tanto Burro como

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Nancy consideraron que su experiencia en los Estados Unidos les había convertido en

consumidores críticos y perspicaces de los medios de comunicaciones, a diferencia de los

salvadoreños “nativos”.

II.IV “No les enseñaron el respeto”

Las diferencias culturales que más resaltaron en las entrevistas tenían que ver con ciertos

códigos de convivencia y normas de relaciones. Algunos participantes coincidieron en su

evaluación de los salvadoreños como un pueblo maleducado e irrespetuoso.

Pete explicó por qué no le gustaba salir con salvadoreños “nativos”: “Mi novia es la única

nativa con quien paso […] Realmente no salgo con nadie más, solo deportados. Porque son los

únicos que no—como dije, crecí en una cultura de los Estados Unidos, y no me gustan ciertas

palabras que amigos les dicen aquí: ‘maje’, ‘pendejo’, ‘culero’, todas esas palabras son ofensivas

para mí. No me gusta estar con personas que me llaman así cuando estamos pasándolo bien,

porque son palabras de pelea para mí. […] Así que no me gusta cómo se hablan”. Para Pete, los

salvadoreños son malcriados, ofensivos, en contraste con la cultura estadounidense: “Yo traje mi

ética de los Estados. Crecí con todo tipo de culturas. Aprendés a respetar a la gente, o por lo

menos ofrecerles ayuda”.

Burro también se quejó de la falta de respeto que demuestran los salvadoreños: “Odio la

manera que te empujan en el bus, y cuando estás al frente de la cola en una tienda y la gente se

mete y te adelanta. Les estoy mirando, como, ‘¡gente maldita!’ Yo culpo a sus papás, porque no

les enseñaron nada de moral, no les enseñaron el respeto. Si yo te piso el pie, te voy a decir,

‘perdón’, ¿verdad? Pero acá—mi raza es muy ignorante”. Aquí, Burro se separó de los demás de

su “raza”. Apeló a sus valores como estadounidense para afirmar su identificación con ellos.

Melvin dijo: “Algunos son realmente respetuosos, y eso es algo en que me he fijado.

Homies, por lo menos tienen eso. Te abrirán la puerta. ¿Un hijo de puta de acá? No hacen eso.

[…] Esa gente, son caballeros. Eso es algo que aprendieron allá en los Estados Unidos, supongo:

cultura. Y eso es algo que nos falta acá. La cultura. Educación”. A diferencia de Burro, Melvin

no se identificó con los “homies”, o demás deportados, sino con los demás salvadoreños. Sin

embargo, también señaló las normas culturales de las personas que habían sido deportadas como

superiores.

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II.V “La mente muy cerrada”

La percepción de la falta de respeto señalada por varios participantes también se

manifestó en las valoraciones de los salvadoreños como ignorantes, conservadores y

discriminatorios, siempre en contraste con la sociedad estadounidense. Sobre todo, los

participantes destacaron el prejuicio de los salvadoreños “nativos” contra las personas que habían

sido deportadas, y por sus expresiones estéticas, como los tatuajes o el estilo de ropa. Algunos

también denunciaron el machismo, la homofobia y el racismo presente en la sociedad

salvadoreña. La navegación del espacio público en El Salvador no sólo era peligroso, sino

doloroso para muchas personas que habían sido deportadas. Había, en casi todos los comentarios,

más resignación que indignación frente la discriminación que profesan sufrir.

Pete describió su experiencia de discriminación en espacios públicos de la ciudad: “No sé

sómo llamarlo, no es racismo—discriminación, sí, discriminación, ¿verdad? La policía, la gente,

solo caminando por la calle, solo porque tengo tatuajes. Cuando caminás por las calles, en los

buses [se rió e hizo un gesto como de abrazar su cartera], así”. Según Pete, los salvadoreños

“nativos” le toman por ladrón por sus tatuajes. Raúl relató una experiencia parecida: “A veces

subo al bus, y no sé si es mi apariencia, porque mucha gente pueden ver que no soy de aquí.

Entonces generalmente cuando yo subo al bus, la gente suele asustarse. No sé si es porque soy de

los Estados, como, “¡Dios santo! ¡Es un ladrón!”, o pandillero, o algo, pero parecen asustarse.

Voy a lugares y me fijo en que le gente me ve distinto. Especialmente cuando me oyen hablar

español. Aquí discriminan, con todo, en general”. Raúl percibió que por los signos externos de su

vida en los Estados Unidos, los salvadoreños “nativos” le tenían miedo, le rechazaban.

La experiencia en el bus resaltó de manera particular en las entrevistas. Suza me dijo, “A

veces cuando andás en el bus, y la gente no te conoce, cree que probablemente la vas a robar o

algo”. Burro también me contó: “Da miedo. Quisiera que pudieras andar en el bus conmigo.

Bueno, imagino que también te pasa, te dan esa mirada. Pero a mí me dan esa otra mirada. A mí

me dan la mirada como [hace un gesto como para abrazar su cartera imaginaria]. Y digo ‘¿Qué

puta?’” Burro se sentía ofendido, víctima de reacciones no merecidas y valoraciones injustas.

El tema de los tatuajes también se repitió en las narrativas de la discriminación. Suza

dijo: “La policía me discrimina a veces. Estoy caminando yo solo, y me paran, me quitan la

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camisa, y dicen ‘Oh!’ Digo, yo estoy bien tatuado. Tengo tatuado este brazo, y tengo el nombre

de mi mamá, y tengo el nombre de mi bisabuela aquí, y aquí tengo todo el brazo, y tengo un

tatuaje aquí, y tengo el nombre de mi abuela y el nombre de mi hermana aquí en mis piernas. Y

si ando una camisa regular así, probablemente la gente se asusta, verdad. Diría, ‘Man, ¿Qué pasa

con este tipo?’ Es que no es lo mismo como en los Estados Unidos. Le gente vería, ‘Ok, sólo es

un tatuaje’’, es como todo el mundo, es normal. Pero acá la gente te discrimina por eso. Y

realmente entiendo el porqué. Es porque ahora hay mucha violencia y bueno, entiendo como es

El Salvador ahora, hay mucha violencia. Y creo que piensan que sos uno de esos, que no lo sos.

Es ese tipo de discriminación que a mí me da bastante, verdad. O si voy a una tienda, como a un

Super Selectos, verdad, sólo voy caminando y a veces un vigilante dice, ‘Oh, tal vez va a robar

algo’. Entonces a veces te discriminan”. Suza hizo el contraste explícito con los Estados Unidos,

donde su apariencia no generaba escándalo, con El Salvador, donde generaba sospecha, donde

era tomado por criminal. Pero también justificó la reacción como un hecho desafortunado pero

racional dado el contexto.

Melvin también comentó sobre la discriminación hacía personas con tatuajes en el país,

pero identificándose con los salvadoreños “nativos”: “Nosotros como comunidad acá en El

Salvador, es que tenemos la mente muy cerrada. Digo, si ves un tatuaje, digo acá, mi gente, esa

es la manera que piensa: si ve un tatuaje, sos un marero. Eso es lo que sos”. Melvin habló de la

discriminación desde la perspectiva de los que discriminan, categorizando a la sociedad

salvadoreña como conservadora.

Nancy, por su parte, culpó a la religión por mantener a la sociedad salvadoreña

“atrasada”, diciendo: “Supongo que es el país, porque lo dicen ‘cuadrado’, verdad. Todavía

como la religión, no permite que ven más allá, y supongo que eso es lo que nos está manteniendo

atrasados. No tienen la mente abierta para nada”. En general, Nancy hablaba de los salvadoreños

como otros, pero por un momento se incluye entre los que están quedando atrás. Ella vaciló entre

identificarse con la sociedad salvadoreña y excluirse.

Edgar dijo que estos prejuicios impedían que una persona que había sido deportada

consiga empleo: “Hay mucha discriminación. Supongo porque son americanizados, mucha gente

siente que son afiliados a pandillas o relacionados con pandillas. Es la manera que nos vestimos,

como los jerseys, nos gustan cosas así. No llegamos para representar a las pandillas, solo nos

acostumbramos de vestirnos así. Y eso es lo que algunos no entienden. Si vas y buscás un

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trabajo, y tenés un tatuaje que es visible, que tenés en el cuello, brazos, o algo, no te dan un

trabajo”. Edgar dijo que sufría por estos prejuicios con su familia en El Salvador: “Supongo que

el hecho de que fui deportado de alguna manera, se sienten incomodos al inicio. Desconfiados.

Algunas personas se sienten como que si sos deportado, sos marero, porque cometiste un delito:

tenés afiliaciones de pandilla. Es que eso es lo que mucha gente en El Salvador se confunde: es

que la mayoría de gente acá, que trabajan en los call centers, ves tipos pelones, tipos con tatuajes,

ves gente con la ropa toda floja, y sólo porque son americanizados. Si realmente hablás con la

mayoría de ellos, no son mareros. Ni se acercan a eso. Pero la gente cree que porque las pandillas

originaron de personas que fueron deportadas, así piensan”. Edgar explicó la lógica de los

prejuicios que enfrentaba junto con sus colegas de los call centers, defendiéndoles de las

percepciones erróneas de los demás salvadoreños.

TJ expresó la misma frustración: “Yo soy el tipo de persona que no te juzgo por cómo te

ves o cómo hablás. La mayoría de personas aquí, lo que hacen al inicio, solo por tu acento

quizás, van a decir, ‘Oh, este tipo no sabe hablar’, o tal vez la forma de—porque primero, lo más

grande para mí fue los tatuajes. La gente me miraba, ‘Oh, aquí hay otro marero’. Ni quieren

tomar la oportunidad para conocerme antes”. Pete expresa su indignación, pero después lo

califica: “Pero bueno, no les culpo, para decirte la verdad, no les culpo, porque al inicio dije,

‘Hombre, esta gente es ignorante’, pero ahora después de ver todo lo que la gente vive acá, ahora

yo mismo soy escéptico”.

Karla también categorizó a los salvadoreños como ignorantes por su recepción de

personas que fueron deportadas: “La gente te mira como que fueras criminal, como que no deben

de asociarse con vos, como que no vales nada, como que no has hecho nada con tu vida, como

que estuvieras en los Estados Unidos y todo lo que hiciste fue ser deportada. Pero no conocen la

historia verdadera, ¿me entendés? No todos somos criminales”. Karla expresó un gran dolor por

la condena moral que siente frente sus compatriotas, y se defendió apartándose de otras personas

que han sido deportadas por actos delictivos: “Mucha gente, es un poco horrible a veces porque

realmente te ve como que no valés nada. Y es una forma muy triste de pensar, porque mucha

gente acá en El Salvador es muy ignorante. No sabés qué ha vivido la gente—digo, no estoy

defendiendo a todos nosotros, porque yo sé que mucha gente cumplió su condena por lo que

hizo, pero no todos nosotros”.

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Después de la entrevista con Karla, fui testiga del grado de discriminación al que refirió.

Karla llegó a nuestra reunión acompañada por su novio, otra persona que había sido deportada de

los Estados Unidos. Era un hombre con la cabeza rapada, vestido de ropa deportiva floja, y habló

inglés de manera fluida y natural. Cuando salí a buscar un taxi, él ofreció solicitarlo para evitar

que los taxistas me cobraran más por ser extranjera. Al acercar a los taxistas ahí agrupados

afuera del Mister Donut, todos le negaron rotundamente cualquier servicio por cualquier precio.

Regresó a nosotros enojado y frustrado. Al final fue Karla, que no demostraba signos externos

visibles de su residencia en los Estados Unidos, quien logró conseguir el taxi.

Los participantes no sólo acusaron a la sociedad salvadoreña de ser intolerantes con las

personas que han sido deportadas. También señalaron otras actitudes intolerantes, como el

machismo. Pete, por ejemplo, me comentó, “Mi papá me cuidaba, a diferencia de otros, porque

todos sabemos cómo es esta sociedad en El Salvador”. Pete se separó de los padres salvadoreños

irresponsables, y me incluyó en su perspectiva superior. Nancy, por su parte, habló de la

homofobia que había encontrado en el país: “Acá, la gente te ve rara si andás de la mano con una

chera”, haciendo la comparación con la libertad que disfrutaba en los Estados Unidos. Por

último, Burro lamentó el racismo que enfrenta: “Mi pelo es—tengo pelo como afro, digo

realmente tengo el cabello de un negro. Si yo realmente hago afro, ¡esa mierda sale así! [señaló

con las manos por su cabeza] Lo odio, porque todos dicen, ‘¡mira eso!’ Todos me están

señalando, man. Sí, son muy, muy…¿Cómo lo digo? ¿Cuál es la palabra? Son muy ignorantes,

pero hay otra palabra también. Juzgan mucho acá, eso es todo. Pero al mismo tiempo no les

podés culpar”. Burro cerró defendiendo la ignorancia que acabó de condenar, aceptando la

discriminación y naturalizándola.

II.VII “Una gran cárcel con un gran patio”

Finalmente, otra representación saliente de El Salvador fue la del país como cárcel. La

mayoría de las personas entrevistadas fueron condenadas a un período específico de permanencia

fuera de los Estados Unidos, después del cual estarían autorizadas para intentar de solicitar el

ingreso al país de nuevo, por una vía legal. Por lo tanto, muchos entendían la deportación como

la extensión de una condena fuera del territorio estadounidense.

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Varios de los participantes me comentaron sobre los años que llevan deportados y cuánto

les faltan para cumplirlos. Edgar me contó: “Me enviaron de regreso para diez años, los cuales

casi termino”. Suza dijo: “Lo único que sé es que me iban a deportar por cinco años. Eso es lo

que dicen, entonces no sé si puedo regresar a los Estados, no estoy seguro”. Nancy hasta

mencionó la fecha en que fue expulsada: “Fue el 10 de agosto, 2007. Entonces he estado aquí ya

casi ocho años”. Como reos, los participantes mantenían un cálculo constante del tiempo que ha

pasado desde su deportación.

Pete llevó la cuenta de los años desde su deportación, sin embargo, agregó su tiempo

encarcelado en los Estados Unidos, fusionando las dos experiencias de cautiverio: “He estado

encarcelado, he estado fuera de—incluyendo encarcelado y el tiempo acá, cerca de nueve años

desde la última vez que estuve libre en los Estados Unidos”. Me dijo: “Hay gente en Los Estados

Unidos asesinando y no está siendo encarcelada por diez años, o cinco años, o que le piden, ‘oh,

váyanse a la cárcel de forma voluntaria’. Muchos deportados dicen que este es sólo una gran

cárcel con un gran patio, con un gran patio recreativo. Así describen a El Salvador: una gran

cárcel con un gran patio recreativo, nada más”. Pete equiparó la deportación con cualquier otra

condena penal, y señaló como absurdo e injusto el hecho de que personas como él sean obligadas

a salir del país.

Algunos llevaron otro cálculo de los años que les faltaban para regresar a los Estados.

Raúl, por ejemplo, me dijo: “Mi hijo mayor tiene trece años. Él puede solicitar mi retorno, pero

tiene que tener veintiún años, y eso está en unos ocho años [más], sumando entre un año y cinco

años para que se realice el trámite: estamos hablando de unos trece años antes de que pueda

considerar regresarme legalmente”. La política migratoria estadounidense funciona también

como una condena, años que hay que pasar antes de salir de El Salvador, o por lo menos antes de

intentar cruzar la frontera con los Estados Unidos legalmente.

III. ADAPTACIONES:

Casi todos los participantes señalaron que habían sido obligados a cambiar elementos de

su aspecto físico o comportamiento tras llegar a El Salvador. Más que asimilación, muchas de

estas adaptaciones son estrategias de sobrevivencia frente el peligro percibido de las autoridades

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o las pandillas. Sin embargo, también se las explicaron como tácticas para llevarse mejor con sus

familiares, conseguir empleo, o simplemente navegar el espacio público tranquilamente.

III.I “Todavía me miran”

Muchos de los signos externos de la vida en los Estados Unidos resultan problemáticos

para las personas que han sido deportadas. Por lo tanto, muchos hacen el esfuerzo de modificar

su cuerpo, o su estética personal, para evitar la discriminación que genera su diferencia visible.

Burro, por ejemplo, ocultaba sus tatuajes, y se vestía de una forma poca cómoda: “Mi

cabello me ayuda, porque tengo tatuajes en mi cabeza”. Le pregunté cuándo lo comenzó a dejar

crecer, y qué más había cambiado. “Cuando llegué”, dijo, “sólo el cabello. Y la forma de

vestirme. Cambié la forma de vestirme bastante. ¡Ahora me pongo ropa apretada! ¡Apretada! No

me gusta esta mierda. Siento como que estuviera intentando ser como un--¿Cómo se llaman a esa

mierda nueva, en que todos se ponen pantalón apretado ahora?” “¿Un hípster?”, le pregunté. “Sí,

¡eso! Vale verga. Pero tengo que ponerme pantalón apretado, realmente. Antes no lo hacía, pero

me cansé de que la gente me mirara. Todavía me miran”. Burro sentía que se estaba traicionando

al vestirse en la forma de otra subcultura, pero lo consideraba necesario. Además de cambiar su

estilo de vestir y su cabello, Burro dijo que llevaba su carnet del call center puesto aún afuera del

trabajo para que la gente no crea que es ladrón o pandillero, y para protegerse de la policía. TJ

estaba tomando medidas aún más drásticas para cambiar su apariencia. Me dijo: “Yo tengo

tatuajes. Como ves, me los estoy quitando, estoy en el proceso de quitármelos”, a través de un

programa de reinserción del gobierno.

Sentado con dos de sus compañeros del trabajo, Daniel y TJ, en el Mister Donut, Tommy

también me contó que le tocó cambiar su vestuario: “Esta semana es la primera semana que me

visto así”, me dice, haciendo referencia a su camisa de vestir y pantalón caqui. “Caminás por

aquí, man, la gente viendo como, ‘Oh, ese tipo va a matar’, o cuando—sí, ‘Este me va a robar’, o

algo, ‘Tiene una pistola’. Y bueno, comenzás a sentir eso de la gente, la forma que te mira.

Hasta, les digo a ellos, hasta en el bus, ¡ahora se sientan a la par mía! Así, se sientan a la par mía.

Pero cuando andaba con mi suéter, o con mis camisas grandes, no se sientan a la par tuya. Aun si

sólo hay un asiento a la par mía, pero la gente prefiere ir parada que a mi lado. ¿No creés que te

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vas a sentir mal porque todos te miran así?” Tommy expresó el rechazo que se sentía en los

espacios públicos como una experiencia profundamente dolorosa.

Nancy me contó que muchas personas recién-deportadas cambiaban su vestuario no sólo

para evitar problemas con las pandillas, sino también para buscar empleo: “Yo personalmente

nunca me visto como floja ni nada. Pero cuando vienen, por alguna razón siempre están como

con manga larga, obviamente por los tatuajes, pero como que fueran a la iglesia. Y así sabes, oh,

éste acaba de llegar, y está intentando solicitar un trabajo. Escuchó algunas cosas malas sobre las

maras”, y se rió. Según Nancy, las personas que han sido deportadas se pueden identificar no

sólo por sus rasgos estéticos estadounidenses, sino también por sus esfuerzos exagerados de

ocultarlos.

III.II “Ya no lo puedo hacer”

Las personas que son deportadas de los Estados Unidos también tienen que cambiar su

comportamiento al llegar a El Salvador. Pete me explicó las diversas tácticas que empleaba para

evitar problemas con los cuerpos de seguridad pública: “Usualmente me ves caminando con mis

dos pitbulls. No salgo de la casa sin ellos. Aun si voy a cortarme el pelo, voy con ellos, porque sé

que la policía me van a molestar. Por lo menos si me ven con mis pitbulls, dirán, ‘Ok, tiene

tatuajes, pero debe de tener una buena casa para estos perros. Los perros se ven gordos, los

perros son gordos, entonces debe de tener dinero para alimentarlos. Debe de estar haciendo algo

bueno, debe de ser bueno si tiene dos perros y los está paseando. Se preocupa por ellos’.

Entonces intento caminar con ellos cuando camino solo. Otra cosa, realmente no salgo con mis

amigos que son deportados. Si lo hago, me encuentro con ellos en algún lado. No iré en el mismo

caro que ellos, porque después te agarran en el juego y las afiliaciones y ¿qué es eso?

Afiliaciones de grupos o cosas así. Es predeterminado que sos pandillero, y ni tenés nada que

ver”.

TJ me habló de cambios drásticos en su estilo de vida: “Yo realmente he intentado evitar

a la personas, vestirme diferente, evitar—digo, apenas salgo ahora. Porque si voy a un lado u

otro, sólo porque tengo un tatuaje visible o algo así, van a pensar que soy marero y me van a

querer hacer algo. Entonces estoy intentando evitar de poner a mí y a mí familia en esa misma

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situación. Entonces me limito donde realmente voy”. Además de cambios a su aspecto, TJ

también restringía sus interacciones y relaciones sociales.

Jimmy me contó que se volvió religioso tras su deportación al país. “Yo casi no tengo

amigos”, dijo: “Ahora estoy enfocándome en Dios, enfocándome en la palabra de Dios. Toda mi

familia es cristiana, yo creo en Dios. Entonces por eso decidí alejarme de todo, verdad, yo solo

vengo al trabajo, hago mi trabajo, consigo mi dinero, consigo los números para esa gente y voy a

casa”. Jimmy había dedicado su vida en El Salvador a su trabajo y a su fe, a costo de posibles

amistades y relaciones sociales.

Mientras muchos hablaban de las adaptaciones necesarias para no parecer delincuente

frente la policía, las pandillas o la sociedad en general, Nancy también comentó la necesidad de

ocultar su sexualidad en los espacios públicos de El Salvador: “Cuando llegué acá, dije, ‘¡Oh,

no!’ Digo, ni fue que estaba viviendo con mi familia, simplemente fue raro, porque tenía que ser

como, por ejemplo: Allá tenía una novia, y allá la podía besar frente la casa o en la entrada. Acá,

la gente te ve rara si andás de la mano con una chera. Dije, ‘Ok, vaya, ya no lo haré’. Y supongo

que fue la única cosa a la cual tenía que acostumbrarme: que tenía un poco de libertad, pero

cuando llegué acá, fue como, ‘Aaah, ya no lo puedo hacer”. Nancy sentía que tenía que restringir

su comportamiento, escondiendo su identidad sexual para no provocar controversia.

III.III “Tuve que aprender”

Como señalé en el apartado de “Los ‘nativos’”, varios de los participantes mencionaron

sus dificultades lingüísticas con la transición del uso del inglés al uso del español en la vida

cotidiana. Pete, por ejemplo, dijo, “Mi español es un desorden total, pero ha mejorado con los

años, mucho. A través de los años he tenido que hablarlo todo el tiempo”. Burro, quien dijo que

hablaba “como un gringo”, mencionó que había “aprendido, he estado aquí desde 2008. Entonces

lo aprendí un poquito”. Hablando de su regreso intermedio a El Salvador, a los doce años, Karla

recordó: “A esas alturas apenas podía hablar el español, porque había estado allá tanto tiempo,

fue como aprender a hablar el español de nuevo. Entonces aprendí hablar español, aprendí a leer

y a escribir, y comencé a estudiar”. Para la mayoría, el retorno a El Salvador implicó aprender a

comunicar en un idioma que no era su idioma principal. Para Burro y Pete, quienes volvieron a

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El Salvador a una edad más avanzada que Karla, la dificultad con el idioma había limitado de

manera significativa sus interacciones sociales.

Edgar, quien manejaba un vocabulario con influencia chicana y mexicana en los Estados

Unidos, mencionó que fue necesario cambiar su forma de hablar: “Tuve que aprender. Porque a

veces, depende dónde estás, no podés decir algunas palabras. Eso fue muy difícil. Como, allá en

los Estados decimos, cuando hablamos con amigos, decimos ‘trucha’, como cuidado: ‘trucha’.

La usamos allá. Acá no podés decir esa palabra. Porque si decís esa palabra, y la mara rival

escucha esa palabra, vas a estar en un gran problema. Entonces, digo, la forma de dirigirte a la

gente, tenés que dirigirte de manera distinta”. La modificación de su lenguaje en este caso no se

presentó como forma de socializar mejor, sino como una medida urgente de protección.

IV. LOS DEPORTADOS:

Además de los salvadoreños “nativos”, los participantes también se definían en relación con las

otras personas que han sido deportadas de los Estados Unidos. Apareció, en las entrevistas, una

ambivalencia general entre la construcción del otro deportado como delincuente y como

compatriota, compañero. Las otras personas que fueron deportadas de los Estados Unidos

ofrecían tanto comunidad como contraste y otredad.

IV.I “Nos da una mala fama”

La mayoría de los participantes hicieron referencia a otras personas que habían sido

deportadas como delincuentes. Hubo, sobre todo, una presunción de que la mayoría de personas

que habían sido deportadas contaban con antecedentes penales que resultaron en su deportación

de los Estados Unidos. Sin embargo, muchas de las personas entrevistadas se distinguían de sus

colegas criminales, considerándose un caso excepcional.

Melvin describió las personas que habían sido deportadas como peligrosas: “Estos tipos,

la mayoría de las personas deportadas que conozco, todos han estado en la cárcel. No me

sorprendería si han matado. Digo, venden drogas y cosas así, toman mucho. Y, imagináte un tipo

que—esa gente estaba acostumbrado a hacer lo que quería, cuando quería, y las autoridades

decidieron enviarla devuelta a donde pertenece, y viene aquí”. Por haber regresado a El Salvador

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de manera voluntaria, Melvin se separó de las personas que fueron deportadas a la fuerza, a

quienes consideró viciosas, merecedoras de castigo.

Muchas hablaron de sus colegas como personas con pasados delictivos en los Estados

Unidos que no habían dejado esas actividades ilícitas al llegar a El Salvador. TJ lamentó:

“Algunas personas, ni las ves, están estafando totalmente, estafando, robando, todavía haciendo

las mismas cosas estúpidas”. TJ contaba con sus propios antecedentes penales en los Estados

Unidos, y calificó como “estúpidos” los que no habían buscado una vida reformada igual que él.

La representación de la persona que ha sido deportada como transgresora adentro del

espacio laboral del call center se destacó de manera particular. “Desafortunadamente, muchas

personas que son deportadas, ellos mismos crean un estereotipo por la forma que se visten, por la

forma que hablan, por la forma que son irrespetuosos con las compañeras. Entonces, parte del

problema, ellos lo han causado, ellos han causado el estereotipo. Han causado el estereotipo

también que no son confiables en algunas cuentas. Atento: Atento tenía US Airways”, me dijo

Robert. “Atento tiene US Airways. ¿Qué pasó al final? Un montón de gente que fue deportada

robó millones en tarjetas de crédito. ¿Ok? Y no es la única vez que ha pasado”. Robert culpó a

las acciones de las mismas personas que fueron deportadas por su mala reputación en la

industria.

Burro también lamentó la reputación que sus colegas irresponsables generaban para toda

persona que ha sido deportada: “Muchos deportados son estúpidos, nos dan una mala fama. […]

Yo trabajo un vergo, no robo. No hago nada de eso, pero nos dan una mala fama, especialmente

en el trabajo, porque personas deportadas que no llegan al trabajo, especialmente después del día

de pago”. Burro se separó de estas personas negligentes, insistiendo que a diferencia de ellos, él

no robaba y cumplía con sus obligaciones laborales.

Jimmy presentó a todos sus colegas de call center, también personas que fueron

deportadas de los Estados Unidos, como pandilleros. “Conozco muchas personas, trabajo en call

centers, pero soy una persona que lo que pueden esperar de mi es que sea amable, honesto, pero

básicamente no tengo amigos, porque amigos aquí, o se llevan con esta pandilla o se llevan con

esa pandilla. Yo estoy fuera de eso. Ahora estoy enfocándome en Dios, enfocado en la palabra de

Dios. Toda mi familia es cristiana, yo creo en Dios. Por eso decidí alejarme de todo. Solo llego al

trabajo, hago mi trabajo, gano mi dinero, les consigo sus números y voy a casa”. Igual que TJ,

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Jimmy se identificó como delincuente reformado, dedicado a su trabajo, su familia y su religión,

y evitando las malas influencias de sus compañeros.

IV.II “Nos entendemos”

A pesar de las referencias abundantes a la criminalidad o perdición de otras personas que

habían sido deportadas, casi todos los entrevistados dijeron que pasaban más con ellos que con

los “nativos”. Los que no se socializaban con personas que habían sido deportadas, como dijeron

TJ y Jimmy, lo hacían por una decisión de protegerse del riesgo percibido de esas asociaciones.

Edwin dijo que tenía amigos “nativos” y deportados, pero admitió que se sentía más

cómodo con otras personas que habían sido deportadas: “Yo paso con todos, no discrimino”, me

dijo. Y demás agregó, “Es más cómodo [con personas que fueron deportadas], pero como te dije,

hay que acostumbrarse a cómo funciona la vida. De alguna forma tenés que seguir, aunque,

como dije, tenés que acostumbrarte a otras cosas”. Edwin se esforzaba para integrarse en la

sociedad salvadoreña, a pesar de su preferencia por la compañía de otras personas que habían

sido deportadas.

Karla llegó a nuestra entrevista acompañada por su novio, un hombre con la cabeza

rapada y ropa floja que también fue deportado de los Estados Unidos; dijo que prefería socializar

con personas que habían sido deportadas: “Me gusta salir con todos, pero a veces sí prefiero salir

con personas de los Estados, sólo porque siempre te hace falta. Cualquiera persona que te dice

que está aquí y que lo está disfrutando está mintiendo. A todos nos hacen falta los Estados.

Entonces, para mí, salir con personas que son de allá me ayuda a tener un pedazo de lo que me

hace falta, ¿verdad? Básicamente nos entendemos, verdad, entendés la jerga, entendés todo que

te pasó allá, es una conexión muy distinta de las personas acá, aunque quiero mucho a mis

amigos, nunca podrían entender lo que me pasó allá, mientras si estoy aquí y hablo a las personas

sobre tendencias de moda en el bachillerato, verdad, de las cosas que solo podés hablar con

personas de allá”. Karla evidenció un nivel de comunicación e identificación más profunda con

personas que también habían vivido en los Estados Unidos. Daniel dijo lo mismo: “Son los

únicos que entienden”. La experiencia compartida implicaba que también compartían las mismas

referencias culturales, el mismo lenguaje, y hasta los mismos traumas.

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Pete también solía limitar sus amigos a otras personas que habían sido deportadas: “No,

realmente no salgo con gente de acá. Si salgo con vos, es porque estás con otro amigo mío

deportado, o porque sos mi novia. [Se rió] Sí, es la única manera. Yo sólo paso con mi novia, es

la única nativa con quien paso”. Como señalé arriba, Pete explicó que no le gustaba la compañía

de salvadoreños “nativos” por ciertas costumbres que le parecen ofensivas, y porque le costaba

comunicarse en el español.

Raúl compartió la dificultad de relacionarse en el español: “Creo que todos mis amigos

son de los Estados. Solo son unos pocos que tengo de acá. [Se rió] Pero casi todos son de allá”.

Para Raúl fue principalmente una cuestión de idioma, porque se sentía más cómodo hablando en

inglés: “Cuando llegué acá, el español fue difícil, porque estaba más acostumbrado a hablar

inglés todo el tiempo. Y hasta ahora, todavía, después de cuatro años, estoy más cómodo

hablando en inglés que en español. Entonces suelo pasar más con personas que realmente hablan

inglés por el hecho de que estoy más cómodo con el idioma”.

Durante la entrevista grupal con Daniel, TJ y Tommy en el Mister Donut, logré observar

ese compañerismo y solidaridad entre personas que han sido deportadas de forma inesperada. En

un momento durante la conversación, me di cuenta que un hombre sentado atrás de nosotros nos

estaba escuchando con interés. Era un hombre alto, grande, vestido en ropa deportiva floja.

Cuando íbamos finalizando la entrevista, Daniel también se fijó en que el hombre nos escuchaba,

y le comenzó a hablar inmediatamente en inglés. “Yo acabo de llegar”, nos dijo el hombre,

indicando que recién había sido deportado de los Estados Unidos. Había llegado a la zona para

buscar trabajo en los call centers, pero después de oír las críticas de Daniel, TJ y Tommy sobre la

industria, le surgieron algunas dudas. Daniel se levantó a sentarse con él, y mientras TJ y

Tommy continuaron la conversación, Daniel ofreció sus consejos al recién-llegado.

V. LA DEPORTACIÓN

El proceso de la deportación emergió en las narrativas como una experiencia que marcó a las

vidas e identidades de los participantes de manera profunda. En las entrevistas, la deportación se

representó como un castigo moral, como un renacimiento, y también como una injusticia.

V.I “Nadie más tiene la culpa”

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La mayoría de los participantes asumían la responsabilidad por su deportación de los

Estados Unidos. Culparon a sus propias acciones por su expulsión del país.

TJ comentó: “Comencé a ser miembro de pandillas, solo jodiendo, haciendo muchas

cosas estúpidas que realmente me hicieron volver acá”. TJ consideraba que su irresponsabilidad

e imprudencia le llevaron a la deportación. Burro también asumía responsabilidad por su

deportación: “Yo tengo la culpa por estar aquí. Nadia más tiene la culpa, yo la tengo. Porque mi

mamá me dijo, mi hermano [también], me dijeron. No escuché y estoy aquí”. Hablando de su

pasado vendiendo droga en Los Ángeles, Suza me contó: “Empecé a meterme en cosas malas

allá en los Estados. Empecé a salir con mala compañía”. Todos coincidían en que sus propias

decisiones constituían la raíz de sus deportaciones.

Esta culpa individual tiene una dimensión moral. Karla me dijo que acá en El Salvador,

“Las personas te ven como que fueras una criminal, como que no deben de asociarse contigo,

como que no valés nada, como que no has hecho nada con tu vida, como que estuviste en los

Estados Unidos y todo lo que lograste hacer es ser deportado”. Karla sentía una fuerte condena

moral lanzada por la sociedad salvadoreña en su contra. Ella percibía una valoración de su vida

como un fracaso, y había internalizada este cuestionamiento de su valor como ser humano.

TJ también se sentía el blanco de un juicio moral por parte de sus familiares:

“Mi propia familia, para ser honesto, siento que yo no—hay momentos en que yo, no se los digo

pero te puedo decir que te miran como, pues—la primera cosa que vas a escuchar, especialmente

de alguien que ha vivido aquí: ‘Fuiste a los Estados Unidos. Ahora estás aquí, ¿Qué hiciste con

tu vida? ¿Qué hiciste?’ Es que, yo hice muchas cosas, pero al final estuve en problemas y todas

las cosas que tenía, que estás realmente evaluando—las cosas materiales que tenía allá, me las

quitaron. No tengo nada. Entonces estás evaluando quién soy, en base a cosas materiales. ¿Me

entendés? Eso es lo que realmente les interesan. Así es la vida en todos lados, supongo, pero esa

es la primera cosa que vas a escuchar de alguien que está aquí: ‘Te fuiste allá, y ¿Qué has

hecho?’” TJ percibía que su familia valoraba su vida según sus éxitos materiales, y que su

deportación, por lo tanto, constituía un fracaso personal a ojos de ellos.

V.II “Tenés que cambiarte”

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El concepto de la deportación como responsabilidad individual asumió otra forma en las

representaciones de la deportación como renacimiento. Muchos de los participantes hablaron de

su retorno a El Salvador como el comienzo de una nueva vida, como una oportunidad y

obligación de volver a empezar, y como momento de decisión entre el buen camino y la

perdición.

TJ argumentó que la deportación había impulsado su transformación: “Yo siento que he

hecho muchas cosas en mi vida acá en El Salvador para realmente crecer como persona, y en

términos del trabajo también, entonces realmente quiero mejorarme. […] Soy el tipo de persona

que yo volví acá, me di cuenta de los errores que cometí, realmente estoy intentando vivir una

vida diferente”.

Tommy afirmó la responsabilidad de cada persona que había sido deportada de iniciar

una nueva vida: “El punto principal es que depende de ti, depende de las personas. Ellos llegan

aquí, y es como que tenés que volver a empezar, ¿verdad? Entonces vos decidís. Si la cagás aquí,

vas a seguir haciendo lo mismo aquí, ¿Qué pasa?” Tommy presentó la deportación como

oportunidad para tomar una decisión personal importante sobre su futuro.

Jimmy también insistió que la deportación debía de ser un mandato de cambiar para

todos: “Todos merecen un chance, pero la mayoría de gente que viene a El Salvador, los

deportados, vienen para hacer las mismas cosas que hacían allá. Y no se puede hacer eso. Tenés

que cambiar; fuiste deportado por hacer algo malo allá, y ahora venís acá y hacés cosas malas, no

está bien. Tenés que cambiarte, [tenés que cambiar] las maneras de pensar y vivir en este país”.

Jimmy resaltó la dimensión moral de la deportación, la cual valoró como una oportunidad para

reformarse.

Igualmente, Suza destacó la obligación moral de la deportación: “Cuando vine, dije,

‘Tengo que cambiar mi vida. Tengo que convertirme en algo. No había sido un ciudadano allá,

pero acá tengo que ser bueno para la sociedad, tengo que ser una mejor persona, demostrarle a

mi mamá allá en los Estados, demostrarle a mi familia allá en los Estados que había cambiado mi

vida’”. Suza tomó la deportación como un mandato para transformar su carácter, para

transformar sus relaciones con su comunidad y convertirse en una persona exitosa.

Robert también aprovechó la deportación para rehacer su vida: “Supongo que todo

salió—todo quedó perfecto. Estaba viviendo un divorcio amargo, y resultó la mejor manera de

terminar todo con una buena excusa”. Robert no manejaba un discurso moral, pero siempre

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representó la deportación como un chance para terminar con su pasado e iniciar una mejor etapa

en su vida.

De hecho, el trabajo transformativo de la deportación es tanto que funciona para cambiar

no sólo el futuro de las personas que son deportadas, sino también su pasado: sus orígenes.

“Nunca realmente entendí hasta que estaba realmente en ese proceso de ser deportado, como,

‘No pertenecés aquí. Sos de otro lugar’”. No es hasta la deportación que TJ asumió una identidad

salvadoreña, intercambiando sus orígenes estadounidenses por orígenes salvadoreños. Jimmy

también expresó que la deportación le ha asignado nuevos orígenes: “Realmente, nací acá,

entonces este es el lugar de donde soy, de donde soy ahora”. La implicación de su comentario es

que antes Jimmy era de los Estados Unidos, pero tras su deportación asumió los orígenes

salvadoreños.

V.III “No fue deportable”

A pesar de la prevalencia del discurso de la deportación como responsabilidad moral

individual, varios también se presentaron como víctimas de una injusticia. Los mismos que

afirmaron su culpa por su deportación también señalaron que el procedimiento de la deportación

no era correcto en su caso. Estas valoraciones solían afirmar la excepcionalidad del caso

particular, sin denunciar el régimen de la deportación como tal.

Raúl estimó que las autoridades no consideraron todos los factores de su caso: “Yo pasé

toda mi vida en los Estados. No sé cómo controlaron todo. Creo que fue principalmente para

ellos, fue solamente un negocio: comenzar a deportar la gente para afuera. Yo podría entender

sus preocupaciones, pero creo que en algunos casos, deben de tener ciertos aspectos del caso”.

Raúl sostuvo que la duración de su residencia en los Estados Unidos debe de haber impactado a

la decisión de deportarlo, pero que los intereses financieros de los oficiales superaron la justicia.

“Mi caso fue muy poco usual, eso tenía mucho que ver. Creo que simplemente terminé con

malos agentes de migración”, me dijo.

Burro también sintió que su deportación no fue justa: “Puta, todos están siendo

deportados, por cualquier cosita. En mi situación, siento que fue jodido porque yo tengo una hija

allá, y no tenía familia aquí. Me fui cuando era muy joven también, entonces pensé que fue muy

jodido que hicieran eso, porque realmente soy de allá. Yo me considero—no es que quiero decir

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que soy blanco, nada así—soy de allá. Entonces creo que mi situación fue jodida. Los que van

allá y hacen cosas jodidas, la cagan, sí, lo merecen. Luego regresan acá, la cagan acá. Pero yo no,

para mí fue nuevo, me enviaron a un lugar nuevo, entonces creo que mi situación fue jodida.

Mucha gente se va de acá cuando está joven, y luego es deportado, es algo jodido”. Burro

justificó la deportación de algunos, pero argumentó que por sus enlaces familiares, la duración de

su residencia y su edad al irse de El Salvador, él y otros en su posición merecían quedarse en los

Estados Unidos.

Jimmy, por su parte, se opuso a las condiciones de su detención: “Es injusto, porque si

sos un inmigrante debés de estar en un centro de detención, verdad, solo para inmigrantes. Podía

ser gente como de Haiti, Honduras, El Salvador, México, verdad. Quizás están todos juntos pero

bueno, están en la misma onda. Pero sí, ¿Qué te encierren en un centro penal de verdad? Eso es

distinto. Eso es algo que están haciendo, y básicamente son federales, son como alguaciles

estadounidenses. Entonces, es algo loco porque te deben de encarcelar donde pertenecés, y te

encarcelan y te envían a un lugar que—básicamente te mienten, en los juzgados dicen, ‘Sí, te

vamos a encarcelar y mandarte de vuelta’, como bueno, vaya. Pero sí, te encarcelan en como una

prisión. No es justo”. Jimmy rechazó su detención con delincuentes, señalando que el

procedimiento de su encarcelación no fue correcto; acusó a las autoridades de duplicidad.

Pete insistió que los fundamentos de su caso eran erróneos: “Una vez que te han

etiquetado como un terrorista o algo de esa naturaleza, una vez que te tienen—especialmente

como me tuvieron ahí por veinte y cuatro horas sin nada, eso es una demanda enorme, creo yo.

Una demanda enorme. Entonces hicieron su mejor esfuerzo para construir el caso en mi contra.

Supongo que comenzaron a revisar mis antecedentes. Dijeron: ‘Ok, vamos a lograr que algo

pegue’, y usaron la acusación que me pusieron en el ’95—yo no fui condenado hasta enero,

febrero, y la ley, como sabés, no fue implementada hasta abril del ’96. Entonces estoy aquí

deportado por una paja”. Su indignación fue tanta que decidió tomar medidas represalias: “Creo

que es bien jodido lo que me pasó, y no es deportable. Mi caso no fue deportable, no fue

deportable para nada. Por eso me hice anti-USA por un año entero, y no me veo regresando. No

me veo pagando impuestos en los Estados Unidos. No les daría un centavo. Yo te robo antes de

que me vuelvo un pagador de impuestos allá. Simplemente ya no soy así”. Pete montó un boicot,

rehusándose a gastar en franquicias estadounidenses por un año. Después de su deportación, se

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sintió tan traicionado por lo que considera violaciones de su debido proceso que rechazó la

posibilidad de intentar volver a los Estados Unidos.

VI. EL CALL CENTER

La experiencia del trabajo de call center apareció en las narrativas de los participantes, por un

lado, como un portal a la cultura estadounidense, y por el otro como lugar de discriminación, de

explotación, y de auto-realización y desarrollo personal. Dentro de este espacio complejo, el

lugar del agente de call center también constituía un territorio en disputa.

VI.I “Una plática normal”

El call center emergió en las entrevistas como un portal a los Estados Unidos, no sólo por

facilitar el contacto laboral virtual, sino por las prácticas culturales que se desarrollan adentro. En

este espacio laboral, se celebran festivales norteamericanos, se visten con estilos

estadounidenses, y los agentes son premiados por su manejo de referencias sociales y culturales

que facilitan la comunicación con los clientes. Muchos de los deportados comentaron que el

trabajo les resultaba fácil, especialmente en contraste con sus colegas que nunca han vivido en

los EE.UU.. Sin embargo, este espacio conocido y cómodo donde se reproduce la cultura

estadounidense también genera dolor, porque exige un contacto constante con el terreno

nostálgico de dónde fueron expulsados, y refuerza también la distancia a través del contacto.

“La mejor cosa es que, si venís a un call center, podés hablar con la gente en inglés,

podés hacer muchas cosas, verdad, pasarlo en esa forma conocida en que pensás”, dijo Edgar.

Para él, el trabajo del call center le resulta natural: “Fue muy fácil. Fue muy fácil, porque como

dije, soy muy americanizado con los deportes y cosas así. Por eso creo que la gente en El

Salvador, tiene problemas al aprender su inglés aquí y va e intenta hablar con una persona en los

Estados Unidos. Porque, me entendés, ‘¿Cómo está la clima?’ ‘¿Ganaron los Rockets?’ ‘¿Cómo

hicieron los Dolphins?’ ‘¿Vio el partido de ayer?’ Cosas así, que las personas [de] aquí, no saben

nada de eso”. Edgar disfruta el trabajo, porque le ofrece la oportunidad de comunicarse con

clientes en los Estados Unidos que comparten sus intereses y referencias, como el futbol

norteamericano.

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Edgar estaba agradecido por la oportunidad de trabajar en el call center; me dijo que era

el único empleo para el cual él estaba preparado en el país: “Para mí fue muy cómodo, porque

honestamente, nunca he trabajado acá. No sé cómo es esa gente—digo, es mi gente, pero no sé

cómo es. No sé qué tipo de cliente es. Conozco los Estados. Estaba allá, trabajaba allá, sé qué

quieren. Sé cómo manejarlo, sé cómo hacerlo. ¿Pero acá en El Salvador? Pero creo que sería más

fácil, por la cultura. Acá, esa gente, ellos—lo siento, pero aguantan cualquier mierda, y no se

quejan. Como en los Estados, no tanto. Y bueno, sí, para mí fue bueno. Estaba feliz. Puedo

hablar con la gente con que he tratado, atender al cliente que conozco”. Poder trabajar con

clientes estadounidenses era para Edgar, trabajar con gente conocida, con una cultura que él

comparte.

Robert fue otro quien expresó el placer de las relaciones con los clientes estadounidenses:

“Fue normal. Digo, fue divertido. Fue divertido, digo, muchas personas te llaman, comenzás a

hablar con ellos como que les conociera, resolvés sus problemas; al final de la llamada si

resolviste su problema, fueron bastante agradecidos. Durante los pasos de troubleshooting

[solución de problemas] comenzás a hablar de la política, noticias, acontecimientos del mundo,

digo, como una plática normal, y ayudándoles a la vez”. Para Robert, las llamadas le permitían

ser útil y ayudar al otro, pero también le permitían conversar en un registro cómodo y natural.

TJ también habló de las relaciones con los clientes como interacciones agradables que le

permitían utilizar los recursos culturales y sociales que adquirió en los Estados Unidos: “Estás

tan acostumbrado a hablar con personas todos los días allá en los Estados, fue como cualquier

otro día para mí. Entonces, digo, realmente puedo socializar sobre cualquier cosa de allá, como,

‘hey’, verdad, como el cambio de las estaciones, como en la costa este, tenés las cuatro

estaciones: ‘Hey, es la primavera. Me encanta cómo florecen los árboles de cereza y todo, se ve

muy colorido’. O cuando nieva, o el otoño. Puedo hablar de deportes, futbol, béisbol, Nascar.

Muchas cosas que a mí me gustaban, a muchas de las personas con quienes hablo por teléfono

les gustan también, entonces fue muy fácil”. TJ estableció la comunicación con el cliente como

una vuelta a la normalidad, a una cotidianidad estadounidense perdida.

TJ consideró que las personas que habían vivido en los Estados Unidos eran las personas

más indicadas, más aptas para el trabajo del call center, precisamente porque podían construir un

rapport con el cliente estadounidense: “Mirá, lo que realmente quiere el call center—te lo voy a

explicar un poco. Necesitan personas como nosotros que fuimos deportados. La razón por la cual

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lo digo es porque hemos vivido con personas de distintos grupos étnicos. Personas que estaban

aquí, simplemente creen que—sólo viven con salvadoreños aquí. Es muy distinto cómo tenés que

tratar a la gente, ¿me entendés? La manera de expresarte es distinto allá. No sé muy bien cómo

decir lo que te quiero decir, explicarlo. Pero bueno, es diferente, es diferente. Podemos

asociarnos con personas de allá más fácilmente y expresarnos mucho mejor de lo que que ellos

pueden. Solo es mi opinión”. Según TJ, los salvadoreños “nativos” no contaban con los recursos

culturales y habilidades sociales necesarias para comunicarse con los clientes estadounidenses.

Las personas que habían sido deportadas, en cambio, eran capaces de adecuar su registro para

una clientela diversa.

Muchas encontraban un alivio en las relaciones con los clientes estadounidenses, pero

para Karla las interacciones eran dolorosas: “Para mí fue difícil, porque estás hablando con la

gente que está donde quisieras estar. Y eso es como, verdad, ese nudo en mi garganta”. Para

Karla, la comunicación con los clientes servía para reforzar la distancia física que los separa. Los

comentarios de Burro también evidenciaron cierto sufrimiento en las interacciones con los

clientes: “Ya me acostumbré, como dije, llevo, ¿qué?, ¿seis años acá? Entonces ya me

acostumbré. Y no puedo enojarme la gente por estar allá y yo estando acá. Porque eso es

estúpido”.

Según los participantes, no eran solamente las relaciones con los clientes que permiten a

los agentes acceder a la cultura estadounidense. Esa cultura también se reproducía adentro del

call center en la forma de celebraciones, el uso del idioma, y las expresiones estéticas permitidas.

Para comenzar, los call centers que brindan servicios en inglés procuran mantener un

ambiente de inglés dentro de sus instalaciones. Burro me contó que donde trabajaba, todos los

rótulos estaban en inglés, “salvo donde dicen dónde salir en caso de una emergencia”. Burro

hasta reclamaba a sus colegas por hablar en español: “Cuando hablan en español les digo:

‘English environment only please! [Ambiente exclusivo de inglés, por favor]’. Porque cuando

estamos en un call center de inglés, no hay porque hablar español. Yo hablo español como

“¡Cállate, hijo de puta!”, cuando hablan español”. Burro, quien no dominaba bien el español,

insistía en mantener el uso de inglés en su entorno cuando estaba adentro del call center, así

asegurando un ambiente cómodo y favorable donde él podía recuperar la ventaja que perdía cada

vez que salía a las calles.

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Los call centers también se presentaron como espacios dentro de las cuales las personas

que han sido deportadas pueden exhibir sus expresiones estéticas estadounidenses libremente. “A

los call centers no les importa cómo te vestís. No les importa si tenés tatuajes por toda la cara—

bueno, la cara no tanto, pero por todo el cuerpo. No les importa eso”, dijo Melvin. Tommy contó:

“Yo uso camisas largas, verdad, Nikes y pantalón así, y estando allá [indica hacía el call center]

se siente bien porque podés ser—todos esos tipos, son todos manchados, eso es normal, ¿verdad?

Pero una vez que salís de esas puertas, caminás por aquí, te digo, la gente te ve como, ‘Oh, ese

tipo va a matar [a alguien]’, o cuando—sí, ‘Este me va a robar’ o algo, ‘Tiene pistola’, verdad”.

Para Tommy, el call center era un refugio, donde podía vestirse como las modas estadounidenses

que él prefería sin sentir la discriminación y miedo que enfrentaba en los espacios públicos.

Finalmente, algunos notaron que los call centers reproducían actividades culturales de los

Estados Unidos. Edgar me contó: “Para mí, el mejor festival es Thanksgiving. La gente aquí ni

sabe lo que es Thanksgiving, y para mí, era uno de los mejores festivales. Lo que hago es, paso

con personas aquí, les digo: ‘Hey, vamos a hacer un pavo, hagamos eso, hagamos lo otro’.

Thanksgiving. En los call centers, de hecho, tenemos Halloween. Armamos el espacio”. El call

center le ofrecía a Edgardo la oportunidad de celebrar fiestas estadounidenses, de observar

tradiciones y rituales nostálgicos que de otra forma tendría que hacer solo.

VI.II “¡Son parásitos!”

A pesar de ofrecer un ambiente cultural conocido y cómodo, los call centers también

fueron retratados como zonas de conflicto. En particular, muchos participantes describieron el

entorno laboral como un espacio de discriminación, en que las personas que habían sido

deportadas eran marginadas y excluidas tanto por los clientes como por los salvadoreños

“nativos”.

Como ya señalé, muchos notaron que la discriminación a veces impedía que las personas

que habían sido deportadas consiguieran trabajo en los call centers. Burro dijo: “Hay otros call

centers que nos juzgan. Dicen: ‘no, no queremos dar a este tipo un trabajo, prefiero dárselo a

alguien que estudió acá’. Su inglés es pésimo, realmente, su inglés es una mierda”. Según Burro,

muchos salvadoreños “nativos” conseguían empleo en los call centers por contar con un título

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académico, a pesar de no contar con las aptitudes necesarias, mientras a otras personas muy

competentes se les negaban el empleo por haber sido deportadas.

Roberto lamentó la discriminación que enfrentaban las personas que habían sido

deportadas una vez que estaban dentro del call center: “Desafortunadamente, un salvadoreño que

ha aprendido su ingles acá tiene la tendencia de segregar al deportado, porque cree que porque

fueron deportados, vienen con antecedentes penales. Y desafortunadamente, también, por

algunas acciones que han hecho personas en los call centers, han dado una mala reputación a las

personas que han sido deportadas”. Según Roberto, estos prejuicios obstaculizaban que personas

que fueron deportadas ascendieran a cargos superiores: “Deportados que trabajan muy bien, ellos

tienen éxito porque tienen muy buenas capacidades humanas, tienen buenas capacidades del

software, pero no se los ascienden por dos razones: una es porque los superiores tienen una

manera de mover a los suyos, es la manera salvadoreña”. Otra vez, surgió la caracterización de

los salvadoreños como nepotistas, a costa de los que habían sido deportados, quienes se

encontraron fuera de ese círculo privilegiado.

Roberto hasta describió al call center como espacio carcelario, con divisiones claras entre

los agentes según su origen: “Y hay el mismo tipo de sistema como en una cárcel en los Estados.

Si estás en la cárcel, o sos un sureño o sos un norteño: sureño, verdad, sos un pandillero; un

norteño, sos una persona normal. Hay la misma mentalidad acá: sos un deportado, estás en otro

lado. Hay los que aprendieron su inglés acá en El Salvador, y te tratan de manera diferente”.

Aquí el call center emergió como un espacio segregado y también de encierro.

Pero la discriminación que enfrentaban los trabajadores de call center que habían sido

deportados de los Estados Unidos no sólo se originaba de sus colegas “nativos”, sino también de

los clientes. Muchos de los participantes comentan sobre el racismo que enfrentan en las

llamadas con clientes estadounidenses.

Hablando con TJ y Tommy, TJ admitió: “Hay personas que son buenas, pero otras dicen,

‘No, anda y transferirme. Ni sé por qué les dan trabajos. Digo, quitando los trabajos allá, están

quitando trabajos de personas Americanas—’”, “Nuestro dinero”, inyectó Tommy; los dos se

rieron, y Tommy siguió: “Yo he tenido una experiencia muy dura en ese aspecto. Cuando

trabajaba en TP [Teleperformance], en muchas de las llamadas tratábamos con mucha gente

negra, verdad, y bueno no digo que sólo gente negra, gente blanca también, son racistas. Y a

veces, verdad, estoy ayudando, y aunque te están tratando mal, estás ayudando. Me pateás y te

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estoy ayudando; me maldecís y te estoy ayudando. Cualquier cosa que digas, te voy a ayudar

siempre. Entonces es algo difícil, verdad, porque a veces solo tenés que respirar, y bueno, seguir.

[…] Hubo una llamada en que, hubo un tipo, estaba súper loco y me dijo cosas como, ‘¡Ustedes

son parásitos! ¡Son parásitos! Están llevando dinero, vienen acá, o están allá y ni saben cómo

hablar o qué están haciendo’. Le dije, ‘Señor, solo estoy aquí para ayudarle’, verdad, no importa

quién es, estoy aquí solo para ayudarle. Y hay mucha gente que te trata así cuando la ayudás. Es

algo difícil. Es la parte más difícil”. Tommy y TJ bromearon de los clientes racistas que

encuentran, pero también expresaron el dolor que les causaban estas interacciones violentas.

Pete coincidió: “Hay áreas donde sabés que te van a discriminar. Costa este: te van a

discriminar, hasta tu propia gente, hasta por hispánicos. Texas: hay una tendencia de discriminar.

Te mandan a estados centrales, te discriminan. No hay nada mejor que hablar con gente de la

costa oeste, es un poco más educada”. Karla también notó la distribución geográfica de la

discriminación: “Tenía que tener mucha paciencia. Me salió mucha gente gritándome. […] Los

canadienses son mucho más agradables. Son mucho más agradables, no te gritan tanto. Son un

poco más pacientes. Pero sí, o sea, yo estaba trabajando con gente de Texas inicialmente. Esa

gente es muy, muy maleducada”. Los agentes tienen que navegar un territorio precario y

explosivo en sus viajes virtuales del call center, y tienen bien mapeado el terreno estadounidense

para prepararse para esas interacciones negativas.

VI.III “El único chance que tenemos”

El call center también emergió en las entrevistas como la salvación de las personas que

venían deportadas de los Estados Unidos. Se presentó como la única forma de ganar una vida

digna en El Salvador, y también la opción de salida de la delincuencia, facilitando su

rehabilitación.

Pete habló con orgullo de su desempeño en el call center: “Acepté el trabajo. Tengo seis

años y medio con ellos ya. Trabajé en todas las compañías que mencioné antes: Metlife, Océ,

que hoy se maneja Canon, Hotel Sales, y ahora Expedia. Ahora soy parte del departamento de

inglés para Sykes. Lo cual me llevó mucho tiempo, me llevó unos cinco años y medio para

alcanzar una posición superior. Se llama el departamento de ‘EPAP’, que quiere decir

Departamento de Competencia de Inglés. Básicamente, evaluamos el inglés del candidato

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cuando vienen buscando un trabajo. […] Básicamente, todo lo que necesitan es terminología—

call center, verdad, información, cómo tomar las llamadas. Muchas de estas personas no saben

cómo tomar una llamada, no saben qué hacer. No han escuchado muchas palabras. Mucha

terminología, porque el call center tiene mucha terminología. Entonces básicamente eso es lo que

hago. Pero sí, me llevo bastante tiempo llegar a esa posición. Mucho trabajo”. Pete destacó su

desarrollo profesional en el call center, el cual le ofrecía más posibilidades: “Voy a incursionar

en la enseñanza de inglés, veo que es una gran industria que va creciendo, y en país extranjero,

el inglés es uno de los idiomas más hablados que existe. Entonces me veo metiendo en eso, y me

están dando el chance, me están pagando los cursos, verdad. Es tranquilo, ya no tengo el estrés

de tomar las llamadas y hablar con clientes. Hoy estoy más enseñando y más como un recurso.

Sí, más como un recurso para ellos, un recurso de ayuda”. Pete agradeció al call center por

brindarle, a raíz de su entrega y dedicación laboral, oportunidades para su formación técnica y

abrirle nuevos caminos profesionales.

Suza consideró que el trabajo de call center era una opción para reformar a las personas

que querían abandonar el camino de la criminalidad. Relató una conversación con su jefe: “Le

dije, ‘Mirá, yo tengo gente que quieren trabajar, pero tienen antecedentes’. Y conocí a unos tipos

que eran ex-pandilleros de acá, vienen de los Estados, quieren conseguir un trabajo acá también.

Dije a mi jefe, ‘Mirá, cree en Dios, verdad, y yo también’, aunque no voy tanto a la iglesia, pero

le dije, ‘Mirá, Dios le ayudará más si les deja entrar. Digo, hay unas personas que realmente

quieren cambiar, que realmente quieren cambiar sus vidas. ¿Por qué no les da un chance,

George? ¡Debe de hacerlo!’ Me dice: ‘Hombre, ¿y si me roban las computadoras, o…’ Verdad,

comenzó a pensar de eso. Entonces le dije: ‘Mirá, George, ¿por qué no hacés esto? Sabés que

hay un vigilante allí, afuera. Deja que revisa las mochilas, dales un chance. Solo probalos, y

cualquier que llega tarde un día lo echás; cualquiera que no llege a trabajar, lo echás. Pero solo,

digo, podrías ayudar a estos tipos. Podrías hacer algo.’ Él dice: ‘Ok, vamos a intentar. Lo haré

por vos’. Le digo: ‘Ok, bien’. Entonces, así lo estamos haciendo”. Suza convenció a su jefe de

abrir las puertas del call center a personas que habían sido deportadas y que tenían antecedentes

penales, o afiliaciones de pandilla evidentes por sus tatuajes, o que consumían droga, y que por

lo tanto no podían conseguir trabajo en los demás call centers. Era una misión hasta religiosa que

mantenía para rescatar a personas como él, que según Suza, querían buscar el buen camino. El

call center aquí era entonces una institución de transformación y salvación.

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Edgar atribuyó su éxito a las oportunidades que el trabajo de call center le ofreció:

“Todos cometimos errores, y todos deben de tener un chance. Yo lo hice, y lo tuve, y llegué a lo

más alto”. Para Edgar, el call center le había permitido superar su pasado equivocado.

Melvin afirmó que el call center era la única vía disponible para las personas que habían

sido deportadas a El Salvador: “Ha sido difícil porque es el único chance que tenemos, para

personas que han ido a los Estados y luego regresamos acá, el call center es la opción más

razonable que tenemos. ¿Qué más vamos a hacer acá? La mayoría de gente que viene de allá,

solo tienen un título de bachillerato. Acá, no hacés mucho con eso. Esos tipos por lo menos,

digo, los que son deportados, solo tienen el bachillerato, y si no fuera por el idioma, no sabrían

que hacer acá”. Para Melvin, el call center era la única forma que una persona que había sido

deportado podía mantenerse en el país; sin el call center, él y sus compañeros estuvieran

perdidos.

Raul, por su parte, criticó a los call centers que no empleaban a personas con

antecedentes penales: “Creo que actualmente los call centers están siendo injustos, porque no

están dando una oportunidad a las personas que vienen de los Estados Unidos y que realmente

tienen buenos acentos, por errores que cometieron en el pasado. Creo que es ridículo. Creo que

por algo que hiciste en otro lado en otro país, van a usarlo en tu contra acá, te está frenando,

porque podrías venir con las intenciones de realmente hacer algo con tu vida, superarte, verdad.

Por ejemplo como yo, yo llegué con las intenciones de avanzar en este país porque no me veía

regresando en el corto plazo, pero creo que se hace difícil porque los call centers no te

contratarán. Creo que es injusto. Porque, ¿cómo esperan de alguien que ha cometido un error en

otro lado venir acá y realmente ser un ciudadano progresivo, realmente cambiar su vida, si no le

das una oportunidad?” Raúl también representó el empleo en el call center como la vía hacia la

salvación para las personas que fueron deportadas y que querían reformarse. El call center para

Raúl no solo brindaba ingreso, sino que convertía a la persona que había sido deportada en un

buen ciudadano.

VI.IV “Es una maquila”

A pesar de las oportunidades que les ofrecía el call center, muchos de los participantes

también criticaron las condiciones laborales. En particular, contrastaron el ambiente laboral con

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las condiciones bajo las cuales trabajaban en los Estados Unidos; destacaron la falta de

proteccion a los trabajadores y el no-cumplimiento de las leyes laborales.

Burro se quejó de su experiencia laboral: “Todavía es difícil, todavía es difícil. Paso más

tiempo en el trabajo que en la casa. […] Y no nos pagan el almuerzo. No te pagan esa hora,

entonces realmente trabajamos nueve horas. […] Es una maquila. Sabes qué es eso, ¿verdad? Sí,

es pura maquila”. Burro equivalió la industria del call center con el sector de la maquiladora,

notorio por violaciones y abusos laborales. A diferencia de otras representaciones del trabajo de

call center como empleo prestigioso y profesional, Burro lo representó como un trabajo

degradado.

Raúl comparó su experiencia en los call centers con sus empleos previos en los Estados

Unidos: “Creo que alguien viniendo de los Estado que, bueno—yo no vivía bien pero vivía

cómodo. Entonces, acá no gano suficiente dinero, siento que me están estafando [se rió] porque

el trabajo que hacemos acá, el pago no es suficiente. Y la presión que te ponen es enorme.

Encima, los largos horarios del trabajo. Digo, venís de los Estados donde, turnos de ocho horas,

eso es normal. O cuando trabajé en construcción, si hice doce fue porque quería, no fue porque

fui empujado para hacerlo. Pero acá sentís la presión, que te están encima, como que tenés que

hacer las diez horas diarias”.

TJ también reflexionó sobre las diferencias entre el trabajo de call center y el trabajo en

los Estados Unidos: “Como en los Estados trabajás cuarenta horas a la semana, ocho horas.

Bueno, nosotros acá realmente tenemos que trabajar nueve o diez horas diarias. Algunos call

centers te dan un almuerzo de treinta minutos, afortunadamente ahora la cuenta que tengo es de

una hora. Te pagan la hora, pero todavía tenés que trabajar esas nueve o diez horas extras que vas

a trabajar, entonces, digo, al final realmente estás trabajando más”. Acostumbrados a unas

normas laborales más estrictas (y humanas), TJ y Raúl se sentían explotados dentro del call

center.

De la misma forma, Daniel refirió a las políticas laborales estadounidenses al criticar el

trabajo de call center: “En un call center aquí en El Salvador y en otros lugares, no podés

jubilarte. Como decir, ‘Oh, ya entré a tal call center, me voy a jubilar cuando yo tenga sesenta y

cinco años’. Digo, eso es loco. Que un agente, a los cuatro, cinco años, si él llega—bueno, qué

bien, pero nunca he visto yo una persona que me diga, ‘Me jubilo de tal call center. Tal call

center me va a dar mi pensión’. [Todos se rieron] ‘Me van a dar mis beneficios de tal call

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center’”. Para Daniel y sus colegas TJ y Tommy, fue absurdo imaginar que un call center podría

ofrecer las prestaciones y la estabilidad laboral que, según ellos, estaban garantizadas en los

Estados Unidos.

TJ consideró que no se podía justificar las condiciones del trabajo en los call centers,

dado que eran empresas estadounidenses los cuales estaban externalizando los empleos a El

Salvador: “Digo, debe de ser un poco más como la misma cosa, si están trayendo empleos de

allá, deben de ser lo mismo también”.

La experiencia laboral en los Estados Unidos les había brindado a las personas

entrevistadas los criterios para criticar sus condiciones en El Salvador. Sin embargo, no tenían

los recursos para cambiarlas. TJ dijo: “Si vas a otros lados, en los Estados Unidos, digamos, y

tenés este tipo te trabajo, te van a pagar bien, pero acá, porque están haciendo outsourcing,

entiendo eso, pero quieren—la cosa es que los mismos call centers realmente limitan cuánto te

pueden pagar, porque cada año deben de aumentar el pago, pero dejan de hacerlo en cierto punto.

Entonces no es justo, no creo que es justo. No hay mucho que podemos hacer para combatirlo.

Como dije, si formamos un tipo de sindicato, lo que realmente estamos haciendo es

lastimándonos, porque no podemos regresar a ningún call center, nos ponen en la lista negra”. El

call center podría ser la opción más digna para las personas que han sido deportadas, pero no era

nada en comparación al empleo estadounidense idealizado que habían perdido.

VI.V “¡Qué bien hablar con un americano!”

Como presenté en la sección de “Adaptaciones” del presente capítulo, muchos de los

participantes se veían obligados a modificar aspectos de su comportamiento, apariencia y estilo

de vida ligado a su vida en los Estados Unidos al llegar a El Salvador. Una vez adentro del call

center, los agentes a veces eran obligados por la empresa de cambiar otra vez su identidad, esta

vez para complacer a los clientes. A petición de sus empleadores, muchos adoptaban nombres

anglosajones, o mentían sobre su ubicación geográfica. Así, las empresas buscaban invisibilizar

tanto la externalización de servicios como el fenómeno de la deportación en cada interacción con

los clientes norteamericanos.

Robert me dijo: “Especialmente en Sykes, no te permitían decir que estabas en El

Salvador. Entonces, no podrías decir que no estabas en los Estados—no podrías decir que estabas

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en los Estados, pero no podrías decir que estabas acá”. “¿Qué decías?” le pregunté.

“‘Desafortunadamente, por cuestiones de divulgación, no nos permiten decir dónde estamos’. Y

entendían. Siempre me dirían que estaban bastante molestos con el servicio que habían recibido

de las Filipinas, o que se cansaban de hablar con personas de la India. Normalmente, te dirían:

‘Oh, ¡Qué bien hablar con un americano!’” A Robert le tocó asumir la identidad de un

norteamericano para evitar conflicto con clientes xenofóbicos, a petición de sus jefes.

Suza comentó que su cuenta le exigía inventar una ubicación estadounidense: “Según la

empresa, no podemos decir que estamos acá en El Salvador. Tenemos que decir que estamos en

Miami o en otro estado. Eso es lo que yo digo”. Igualmente, Karla contó cómo una empresa

canadiense le obligó a fingir su ubicación después de las quejas de los clientes: “Al inicio,

porque íbamos comenzando, nos permitían decir que estábamos en El Salvador. Luego fue

muy…la gente comenzó a molestarse. Como: ‘Quiero hablar con alguien en Canadá’. Entonces

la empresa eventualmente lo cambió, y diríamos que estábamos en Ontario, Canadá. Y hasta

teníamos una dirección, digo porque teníamos la dirección del local central de allá, supongo, de

la empresa. Esa era la dirección que debíamos de dar”.

Karla me dijo que sus colegas solían inventar nuevos nombres con una connotación

étnica blanca: “Yo siempre he dado mi nombre. Como, gente que tiene nombres muy hispánicos

como María o algo, la mayoría de esa gente cambian sus nombres a como Mary o otra cosa. Yo

creo que mi nombre el algo neutro: ‘Karla’. Siempre he dicho mi nombre, nunca he tenido la

necesidad de cambiar mi nombre. Pero te lo permitían”. Karla presentó la adaptación de nombres

anglosajonas como una elección propia de los agentes, para proyectar una falsa imagen del

personal norteamericano.

Las empresas norteamericanas se esforzaban para borrar las prácticas y políticas

económicas y migratorias que permitían que una persona de nacimiento salvadoreña que había

sido deportada de los Estados Unidos, pudiera trabajar como agente de call center en El

Salvador. Esta práctica también servía para borrar las identidades de los agentes mismos. Sin

embargo, algunos se apropiaban de esta manipulación de la realidad por las empresas para su

propio juego. Karla se rio: “Yo recuerdo, cuando hacíamos horas extras en la noche, no habían

supervisores y nos intercambiábamos nombres. Las chicas dirían que su nombre era ‘John’, y los

tipos dirían que su nombre era ‘Mary’”.

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Edgar, por su parte, bromeó de la ignorancia de los clientes: “Les digo que estoy en

América. Esto aquí es América. Digo, eso es una de las cosas que confunden a la gente. Digo,

hay América Central, Norte y Sur. Pero la gente dice, cuando refiere a un americano, sienten que

es los Estados Unidos. Hasta canadienses son americanos [se rió] aunque no les guste. Entonces

cuando llaman acá y preguntan: ‘Eres un americano?’ ‘Soy de América’. Definitivamente soy de

América—no dije, ‘Soy de los Estados. Soy de los Estados Unidos’. Soy de América, porque lo

soy”. Edgar utilizaba la restricción impuesta por la empresa sobre la divulgación de su ubicación

para afirmarse. Tanto Karla como Edgar tomaban placer en estos juegos porque les permitían

afirmar algo de poder sobre los clientes y, por extensión, sobre la empresa, y tomar una cierta

medida de control en la interacción. Pete hasta corregía a los clientes: “Cada vez que contesto la

llamada, dicen: ‘¡Gracias a Dios, hablo con un [norte]americano!’ ‘Ah sí, está hablando con un

americano, soy un centroamericano, viviendo en El Salvador, Centroamérica, para ser exacto’.

[Se rió] Y lo digo con orgullo, para ser honesto”. En afirmar su ubicación e identidad

salvadoreña, y contradecir al cliente, Pete también asumía una posición de poder frente al cliente

norteamericano.

En este capítulo, he presentado las representaciones, imaginarios y conceptos que contribuyen a

la construcción de la identidad de las personas que han sido deportadas de los Estados Unidos.

En la próxima sección, me dedico a interpretar estos resultados, según los insumos teóricos

establecidos en el capítulo del “Marco teórico”.

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CAPÍTULO VI:

REFLEXIONES FINALES

Durante el mes de septiembre de 2015, tuve que luchar para entrar al Mister Donut y

conseguir una mesa para realizar mis entrevistas. Otra vez, se me había olvidado que septiembre

en El Salvador es el mes de la promoción de donas dos por uno en el Mister. Septiembre es

también el mes cívico, en que El Salvador celebra su independencia de la colonia española, y la

promoción de donas se ha vuelto una especie de ritual patriótico en el país. Esta curiosa tradición

de la independencia ofrece sus propias sugerencias sobre la extraña confección empresarial

transnacional de la ciudadanía contemporánea, en la cual una cadena de donas estadounidense

casi extinta a nivel mundial—salvo en Japón, las Filipinas y El Salvador—se ha hecho un

símbolo nacional del país centroamericano. Aun más revelador, quizás, es el hecho de que las

personas que participaron en las entrevistas parecieron tan sorprendidas como yo al encontrar las

colas disneylandescas que sobrepasaron las puertas de la sucursal. Ellos, igual que yo, no

esperaban el festival de glotonería cívica glaseada.

En este capítulo, presento algunas reflexiones finales en materia de conclusiones posibles

y preguntas abiertas para investigaciones futuras que podrían profundizar en esta confluencia

única de migración, deportación, trabajo de call center e identidad. El capítulo se divide en tres

apartados. El primer apartado, “Identificaciones”, cuenta con tres sub-secciones. En la primera,

“La persistencia de la nación”, reflexiono sobre las divisiones entre un “nosotros” y “otros” que

emergen en las narrativas de los participantes. Luego, en “El call center como portal”, pienso las

formas de cómo el trabajo de call center refuerza las identificaciones con los Estados Unidos de

los participantes. En “El estigma y el call center”, considero cómo el estigma marca a los

participantes, y cómo el trabajo de call center los ofrece la posibilidad de revertirlo.

El segundo apartado se titula “Subjetividades neoliberales”. En su primera sub-sección,

“la deportabilidad extendida”, propongo otra dimensión teórica de la deportabilidad que opera

aún después de la deportación misma. En la segunda, “La ciudadanía neoliberal”, evalúo los

beneficios y límites de esta categoría para personas que han sido deportadas de los Estados

Unidos y que trabajan en los call centers salvadoreños. En la última sub-sección, “Resistencias

limitadas”, señalo el éxito de la lógica neoliberal en dominar los discursos sobre la deportación,

y sus implicaciones para las reivindicaciones posibles de los participantes.

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El tercer apartado, “Consideraciones para investigación futura”, inicia con la sub-sección

“Aportes para el campo de la comunicación”, en la cual argumento las contribuciones de esta

investigación para el campo académico de la comunicación. En la segunda sub-sección, “Limites

de la investigación presente”, reviso las restricciones metodológicas y teóricas del estudio.

Finalmente, en la sub-sección “Preguntas para investigaciones posteriores”, presento algunas

interrogativas y líneas para estudios futuros del tema, junto con recomendaciones posibles para

instituciones claves como el Estado y los medios de comunicación salvadoreños a raíz de los

resultados del estudio.

I. IDENTIFICACIONES

I.I La persistencia de la nación

Las narrativas producidas por las entrevistas dejan clara la división explícita entre las

personas que han sido deportadas de los Estados Unidos y los demás salvadoreños: un “nosotros”

y un “ellos”. La socialización cívica, las relaciones afectivas, el consumo comercial y cultural, el

deporte, el lenguaje y el acento emergen como factores importantes que evidencian la

pertenencia de los participantes a la sociedad estadounidense, y que los distinguen de los

salvadoreños que nunca vivieron allá.

El Salvador se construye en las narrativas de los participantes generalmente como un

territorio ajeno, peligroso, corrupto, incivilizado, e injusto, siempre en contraste con los Estados

Unidos. Los participantes no sólo se identifican con prácticas culturales como tradiciones

culinarias, musicales o estéticas, sino que también se identifican con instituciones públicas como

el sistema educativo y judicial, y con mitos nacionalistas. Por supuesto, no es una identificación

sin complejidades. La mayoría de los participantes se identifican con un Estados Unidos diverso,

multicultural, inmigrante, tal como se presenta en los mitos nacionalistas del país como “melting

pot”, en que individuos de diversos origines se mezclan y se vuelven una sola nación, “una

nación de inmigrantes”. En las entrevistas, varios comentan sus habilidades de comunicarse con

clientes de diversas etnicidades, a diferencia de sus colegas “nativos” del call center.

Identificarse con los Estados Unidos no es negar sus raíces salvadoreñas, porque muchos como

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Daniel describieron el orgullo que sentían de ser salvadoreño en los Estados Unidos, pero sí es

privilegiar esta afiliación nacional—Daniel hasta cumplió servicio militar en los Marines.

Cabe reiterar que los participantes cumplen un perfil cada vez minoritario dentro de la

población de personas deportadas de los Estados Unidos a El Salvador; migraron como menores

de edad, y pasaron varios años formativos de sus vidas allá. La deportación, entonces, constituyó

una ruptura traumática para la mayoría de los participantes. Fue una ruptura en que como señala

TJ, su identidad estadounidense, su sentido de pertenencia fue negado de manera violenta. Este

rechazo se repite a veces como agentes de call center en las interacciones con clientes racistas y

xenofóbicos, quienes ejercen también una especie de control fronterizo virtual al insultar y

oponerse a los agentes ubicados en El Salvador.

Pero a pesar de tanta negación, la gran mayoría de las personas entrevistadas insistieron en su

identificación con los Estados Unidos, en su origen norteamericano. Claro, no todos disfrutaban

esta claridad de identificación. Para Suza, quien se fue para los Estados Unidos como

adolescente, el origen era una cuestión más precaria. Vale la pena detenerse un momento sobre

su respuesta a los pandilleros que le pararon en la colonia de su tía, poco tiempo después de ser

deportado a El Salvador: “No soy de ningún lado”, dijo Suza, insistiendo que no proviene de

ningún territorio salvadoreño que le podría perjudicar, pero también señalando una condición

existencial más amplia generada por los procesos de la migración y la deportación.

Pero para los participantes que dejaron El Salvador como niños y niñas pequeños, su

afiliación con los Estados Unidos está clara. La designación de “nativos” de las personas nacidas

en El Salvador que no han sido deportadas es evidencia fuerte de esta distinción, junto con la

afirmación de muchos que “son de” los Estados Unidos y el manejo simbólico de la pregunta

‘Where you from?’. Después de su deportación, los participantes mantienen una identidad que

afirma su origen en el país que les expulsó a través de prácticas como el consumo de medios de

comunicación estadounidenses, el uso del idioma inglés y las relaciones sociales con otras

personas que han sido deportadas—y, por supuesto, a través de su labor en los call centers al

servicio de clientes y empresas norteamericanas.

Las representaciones de lo que es [norte]americano y lo que es salvadoreño revelan ciertas

construcciones de la identidad estadounidense frente a la salvadoreña, que no están exentas de

contradicciones. Algunas de las personas entrevistadas, como Edgar, asocian el estilo de vida

consumista y las cadenas comerciales norteamericanas con la [norte]americanidad, cuando el

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118

pasaje salvadoreño está repleto de estas mismas empresas, y el consumismo también caracteriza

el estilo de vida salvadoreño de manera significante. Otros, como Raúl, citaron su falta de

conocimiento de los derechos otorgados por las leyes salvadoreñas como evidencia de su no

pertenencia, cuando los mismos salvadoreños conocen muy poco del contenido de su

jurisprudencia. Sin embargo, lo significante no es tanto el contenido de las diferencias

percibidas, sino la percepción misma de esta diferencia; es decir, el hecho de que las personas

que vienen deportadas se sienten fundamentalmente diferentes.

Estas lealtades a los Estados Unidos son reveladoras. Las identidades construidas en las

narrativas de estos trabajadores de call center que han sido deportados de los Estados Unidos

podrían poner en cuestión el concepto del Estado-nación como objeto de identificación, de deseo

y de pertenencia. Los participantes han cruzado varias fronteras varias veces, y podrían ser

entendidos como portadores de identidades fronterizas, o incluso como sujetos supranacionales.

Sin embargo, sus narrativas confirman que la nación imaginada sigue siendo muy fuerte para

ellos. La nación es todavía un anhelo de pertenencia y un marco de referencia clave en la

producción discursiva de su identidad.

I.II El call center como portal

Las prácticas culturales y sociales cotidianas de las personas entrevistadas sirven para

conservar y reproducir la identificación con los Estados Unidos. Pero hay otro factor que

también juega un papel importante en estos procesos: el call center. Las entrevistas sugieren que

la participación laboral en el espacio del call center contribuye a reforzar y mantener esta

distinción entre “deportados” y “nativos”.

El tema de la lengua, por ejemplo, emergió como factor crítico de la diferencia en las

narrativas producidas. A pesar del uso común del inglés en los medios de comunicación, el

ámbito profesional y hasta en muchos hogares salvadoreños, el idioma resulta ser un medio

fundamental de diferenciación para las personas que han sido deportadas de los Estados Unidos.

Dentro del call center, la cuestión del idioma resalta de manera muy importante. El manejo

“nativo” del inglés distingue las personas que han sido deportadas de las personas que

aprendieron el idioma en El Salvador, dándoles una ventaja competitiva, como bien señaló Karla.

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119

En los call centers, el uso superior del inglés se traduce a ventas y servicios superiores para

las empresas, y bonos para los agentes. Por lo tanto, el call center promueve la conservación y

refinación de las habilidades lingüísticas de sus agentes. Muchos de los participantes comentaron

las dificultades sociales que experimentaban en El Salvador debido a su pobre dominio sobre el

español, aun después de varios años de residencia en el país. Es probable que este incentivo de

hacer un buen uso del idioma, además de la asociación con colegas que también fueron

deportados de los Estados Unidos y el uso constante del inglés dentro del ámbito laboral,

implicque poco incentivo para las personas que han sido deportadas, aprender o desarrollar un

español más fluido en su vida cotidiana.

De forma parecida, el acento norteamericano también figura como muestra importante de su

pertenencia en los EE.UU.; como evidencian las entrevistas, en el call center el acento resulta

clave en las interacciones y disputas con los clientes, como indicador de la autenticidad. Varios

de los participantes dijeron que no enfrenten tanta discriminación como sus colegas nativos por

no tener un acento extranjero al hablar inglés.

En su estudio sobre agentes de call center en la India, Rowe et al (2013) consideran la

labor de call center como una labor profundamente biopolítica, particularmente en cómo los

agentes son obligados a asumir identidades norteamericanas, estudiar y apropiarse de la cultura

norteamericana, y adecuar su cuerpo y psique a un horario y calendario norteamericano. La

industria de call center en El Salvador es menos rigurosa; el cambio de hora entre Centroamérica

y los Estados Unidos no es tan drástico, y los agentes no son sometidos a procesos de

aculturación tan formales. Por supuesto, la vigilancia constante, la disciplina del tiempo y control

de los cuerpos que exigen las cuotas impuestas por la empresa siempre implica un ejercicio del

bio-poder. Sin embargo, las implicaciones identitarias de esta labor para un trabajador de call

center de la India y para un trabajador de call center de El Salvador que ha sido deportado de los

Estados Unidos son muy distintas.

Los agentes de call center que han sido deportados no describen una transformación tan

drástica de su identidad a través del trabajo, sino más bien un regreso a una forma de ser, de

comunicar, de expresarse naturalmente. Las celebraciones de festivales estadounidenses, por

ejemplo, implican una orientación temporal hacia Norteamérica que coincide con la alineación

temporal que ya mantienen muchas de las personas entrevistadas, a través de su seguimiento de

deportes estadounidenses u otras actividades culturales por medio de los medios de

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120

comunicación estadounidenses o la comunicación con sus familiares y amigos allá. El call center

es una especie de portal a los Estados Unidos, que permite e incluso incentiva, las expresiones

culturales estadounidenses. Para las personas que han sido deportadas, el call center sirve

también como cierto respiro de la sociedad salvadoreña foránea.

I.III El estigma y el call center

Algunas de las personas entrevistadas vivían el estigma de ser inmigrante indocumentado en

los Estados Unidos, de ser “ilegal”. Sin embargo, todos habían experimentado el estigma de la

deportación tras su regreso a El Salvador. Estas personas habían sido aculturadas en los Estados

Unidos antes de su deportación; se identifican con culturas y subculturas estadounidenses,

realizan prácticas de comunicación y expresión estética particulares aprendidas en los EE.UU..

Por lo tanto, sufren una fusión de dos clases del estigma planteados por Goffman (1963):

corporal y moral.

Los estigmas más perceptible son de carácter corporal: su manera distintiva de vestirse,

cortarse el pelo, y sobre todo, sus tatuajes, les aplica el estigma vinculado al cuerpo. Pero estos

signos exteriores, que son expresiones culturales y estéticas, están asociados con un atributo no

necesariamente perceptible: el atributo de haber sido deportado, lo cual les asigna la identidad de

criminales o pandilleros en la percepción pública. Este atributo es de clase moral, asociado con

una falta tanto de ética (son “delincuentes”) como de capacidades (son “fracasos”).

La actualización de la definición de estigma por parte de Link y Phelan (2001) es

importante para considerar la experiencia de las personas al centro del presente estudio. Este

estigma corporal-moral no sólo se manifiesta en las opiniones de los salvadoreños “nativos”, sino

que resulta en una discriminación fuerte, tanto al nivel de interacciones en el espacio público

como lo del transporte colectivo, como en sus interacciones con la policía, y al buscar empleo. El

estigma resulta en la marginación social, la vulnerabilidad física y la limitación de oportunidades

económicas, lo cual seguramente constituiría una pérdida de estatus según los criterios de Link y

Phelan.

En su investigación sobre personas deportadas de Europa en Afganistán, Schuster y

Majidi (2015) encuentran que una de las formas que las personas que han sido deportadas

enfrentan el estigma es de rechazar la sociedad afgani. Como demuestra sus caracterización de El

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121

Salvador y los salvadoreños “nativos”, las personas deportados de los Estados Unidos a El

Salvador reaccionan de una manera parecida, construyendo un discurso de un El Salvador

sumamente negativo: desconocido, inseguro, corrupto, intolerante. Daniel, por ejemplo, lamentó

su patriotismo salvadoreño en los Estados Unidos, y expresó una profunda desilusión con El

Salvador. Este rechazo no es sólo a nivel discursivo: La gran mayoría de las personas

entrevistadas comentaron que consumían medios de comunicación estadounidense casi de

manera exclusiva, y muchos preferían socializarse con otras personas que han sido deportadas

que con salvadoreños “nativos”.

Muchos de los afganis entrevistados por Schuster y Majidi terminaron re-migrando a

Europa. Para las personas entrevistadas en mi investigación, el call center se perfila como una

alternativa. Realmente, se representa como la única opción que tienen las personas que han sido

deportadas de los Estados Unidos de desarrollar sus vidas en el país. Y esto es porque en el call

center, el mismo atributo que les asigna el estigma en la sociedad salvadoreña—es el haber sido

deportado de los Estados Unidos—es lo que les vuelven deseable para la empresa.

Las personas que han sido deportadas también contaron sus experiencias de

discriminación en los call centers con respeto a la ascensión, pero afirmaron que el empleo les

permitía aprovechar de sus habilidades lingüísticas y aculturación norteamericana. Muchas de

personas entrevistadas hablaron de las relaciones con los clientes como el uso de un registro

natural, como una “platica normal”, como la recuperación de una cotidianidad estadounidense

perdida. Esta capacidad de comunicar con fluidez lingüística y cultural con clientes

estadounidenses les daba una ventaja sobre sus colegas “nativos”. Otros, como Tommy,

enfatizaron que las expresiones estéticas estadounidenses no eran estigmatizadas dentro del call

center. Dentro del espacio del call center, las modas estadounidenses son permitidas, hasta

normalizadas. Es afuera, en el terreno hostil del espacio público salvadoreño, que enfrentan la

discriminación generada por su vestuario, su cabello, sus tatuajes, etc.

El call center, entonces, emerge como uno de los pocos espacios en que se vuelve posible

revertir el estigma y recuperar, hasta cierto punto, el estatus perdido. Es importante notar que,

aunque los participantes señalaron la existencia de otros espacios colectivos donde también las

personas que habían sido deportadas construían comunidades y estatus con base en prácticas y

expresiones culturales de los Estados Unidos, como son los espacios deportivos mencionados, o

incluso algunas asociaciones delictivas, constituyen por lo general espacios masculinos. La

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122

recuperación del estatus y reversión del estigma que permite el trabajo de call center no está

condicionado por género, y por ende representa un proceso bastante único.

II. SUBJETIVIDADES NEOLIBERALES

II. I La deportabilidad extendida

La deportación es un acto jurídico interesante en que se extiende la soberanía del país

deportador, los Estados Unidos, hasta más allá de sus fronteras nacionales. Por supuesto, los

Estados Unidos ya ejerce su poder en terrenos exteriores, a través de intervenciones militares,

como por ejemplo, los ataques de drones. Pero la deportación constituye otro tipo de ejercicio de

poder, en la cual el Estado norteamericano mantiene un control invisible sobre los cuerpos de las

personas deportadas aún después de su expulsión del territorio nacional. Este control, este bio-

poder, se ejerce a través de la prohibición de cruzar la frontera estadounidense por un periodo

fijo, con la amenaza de años en la cárcel antes de otra deportación a El Salvador.

En su desarrollo del concepto de la deportabilidad, De Genova (2002) afirma que la

vulnerabilidad y precariedad generada por el estado de ilegalidad de los migrantes, es decir, por

la amenaza constante de la posibilidad de la deportación, facilita su explotación laboral en países

como los Estados Unidos. Propongo, pues, que la deportabilidad también sigue vigente después

del acto de la deportación. La deportabilidad así entendido resulta una condición permanente, o

semi-permanente, para las personas que han sido deportadas. La deportabilidad se produce no

sólo en el territorio nacional norteamericano, sino también en el territorio natal de los migrantes.

La amenaza de ser detenido, encarcelado y deportado de nuevo del terreno

norteamericano es, en gran parte, lo que mantiene a las personas entrevistadas dentro de las

fronteras salvadoreñas. Aunque tienen la libertad de moverse a cualquier otro país (que no

requiere visa), los participantes han dejado sus familias, sus proyectos de vida en los Estados

Unidos. Muchos pasan contando los años de su condena de exilio, esperando el momento de

solicitar entrada al país de nuevo por vía legal. La política estadounidense así continúa

restringiendo sus movimientos aún en El Salvador.

Así mismo, continúa facilitando su explotación laboral. El trabajo de call center, como

industria de servicios externalizados de empresas norteamericanas en la búsqueda de reducir sus

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123

gastos, reciben y absorben a estas personas que han sido deportadas. Estas restricciones son de

máximo provecho para las empresas. Los participantes describieron el call center como maquila,

y criticaron las bajas estándares laborales comparado con las normas de los Estados Unidos. Sin

embargo, ellos también representaron el call center como la única opción laboral que les permite

un ingreso relativamente digno en el país, por lo menos mientras cumplen su condena--y hay que

reconocer que después tendrán que tramitar un proceso largo, costoso y nada seguro de solicitar

una visa para regresar a los Estados Unidos. Así, la deportabilidad sigue operando aun después

de la deportación misma, (re)produciendo una población de trabajadores vulnerables para la

explotación de capital norteamericano.

II.II Ciudadanía neoliberal

Las configuraciones y experiencias contradictorias de la ciudadanía evidencian las

contradicciones inherentes en la categoría del contexto de la migración, la deportación, la

globalización económica y las nuevas tecnologías de comunicación digitales que se juegan en el

contexto del call center salvadoreño. En su trabajo sobre call centers de la India, las autoras

Rowe et al (2013) destacan los beneficios de la ciudadanía neoliberal de esos agentes. Sin

embargo, vale reiterar que esta ciudadanía neoliberal del agente de call center también depende

de su inmovilidad. Su participación privilegiada—relativo a otras opciones de empleo local—en

la economía globalizada requiere que sus cuerpos permanecen en su país natal, mientras su labor

se proyecta a través de las fronteras hacia Estados Unidos.

Para los agentes de call center en El Salvador que han sido deportados, esta inmovilidad

ya está facilitada a través la operación de la deportabilidad extendida. Tras haber sido negadas la

ciudadanía estadounidense, y excluidas, por lo menos de manera parcial, del ejercicio pleno la

ciudadanía salvadoreña por el estigma que enfrentan, las personas que han sido deportadas

encuentran limitaciones graves en términos de las protecciones y privilegios que les ofrece la

ciudadanía neoliberal, que depende exclusivamente de su explotación laboral en el call center.

Esta ciudadanía neoliberal se logra por vender las habilidades sociales y culturales que

adquirieron tras sus largas residencias en los Estados Unidos. Estas capacidades los hacen

candidatos perfectos para realizar el performance de la norteamericanidad que las empresas

obligan a muchos de los trabajadores de call center. La charada de aparentar que están ubicados

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124

en un estado norteamericano o de adoptar un nombre anglosajón ofrece un paralelo muy

interesante con el concepto de la aproximación a la ciudadanía planteado por Bibler Coutin

(2013). Para personas que han sido deportadas de los Estados Unidos, la aproximación de la

ciudadanía en sus diversas expresiones—cívicas, afectivas, laborales, etc.—no fue suficiente

para obtener la afiliación y pertenencia oficial. Los símbolos culturales y códigos sociales que

asumieron en los Estados Unidos no alcanzaron para reivindicar su derecho de vivir en territorio

estadounidense a nivel jurídico. Pero bastaron para ser un agente de call center.

El concepto de la ciudadanía neoliberal implica una cierta transcendencia—o abandono—

del Estado como garante de derechos. Sin embargo, la deportación, como acto violento por parte

del Estado que expulsa a un sujeto y prohíbe su entrada dentro de un periodo dado, evidencia un

Estado que todavía ejerce mucho poder, un Estado con la capacidad de otorgar o negar los

derechos de sus habitantes actuales y anteriores. La mayoría de participantes de este estudio,

después de haber trabajado por años, hasta décadas, en los Estados Unidos, dejaron claro que

estaban conscientes del provecho que les sacaban las empresas norteamericanas al trasladar sus

operaciones a El Salvador. Para las personas que fueron deportadas, la ciudadanía neoliberal,

como ganancia de una ciudadanía aproximada previamente ejercida, resulta un sustituto amargo

y deslucido para la ciudadanía legal disfrutada por muchos de sus familiares y amigos en los

Estados Unidos.

II.II Resistencias limitadas

A pesar de lamentar sus condiciones y experiencias personales, es notable que en general,

los participantes no disputaron la lógica del régimen de deportación estadounidense. Este

régimen funciona según, como escribe Charázo (2015), “las lógicas de criminalidad y expulsión.

Estas lógicas se basan en narrativas que posicionan a inmigrantes merecedores (trabajadores,

orientados a la familia) contra inmigrantes no-merecedores (criminales extranjeros)” (6-7).32

Varios de los participantes argumentaron la injusticia de su propio caso, pero siempre

como excepción a los demás. Esta tendencia de recurrir a su propia “respetabilidad”, como

señala Lisa Marie Cacho, sólo refuerza la binaria de inmigrantes buenos y malos, merecedores de

la deportación y merecedores de la residencia autorizada: “desafortunadamente, negar la

                                                                                                               32 Traducción propia

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125

criminalidad o ilegalidad no desafía la lógica del crimen y castigo, sino que la fortalece, la

sostiene, y la justifica” (199).33 La implicación del reclamo de Pete de que su caso “no fue

deportable”, por ejemplo, es que existe un legítimo parámetro jurídico de ofensas que sí son

“deportables”. Al cuestionar su clasificación como criminal por parte de las autoridades, de

manera tácita, participantes como Pete, aceptaron que sí existe una categoría valida de criminales

extranjeros que merecen la deportación, aunque ellos mismos no se encuentran dentro de sus

filas.

La reproducción del discurso hegemónico sobre las demás personas que han sido

deportadas como delincuentes es otra evidencia de la fuerza de esta lógica: ellos merecían ser

deportados, son transgresores. Las narrativas de la reformación, la salvación y el renacimiento

repetidas en las entrevistas también refuerzan este discurso de la deportación como castigo

debido a las violaciones que cometieron las personas que fueron deportadas. Como otra

expresión de la metáfora de El Salvador como cárcel, la deportación emerge como una

oportunidad para la expiación. Así mismo, su resignación y aceptación prevaleciente frente a la

discriminación que enfrentan en El Salvador, indica la internalización del estigma de la

deportación: hasta cierto punto, los demás salvadoreños tienen razón en marginarlos.

Hay, por supuesto, un tono fundamentalmente cristiano que empapa estas narrativas, y no

es casualidad. Como señala el historiador Greg Grandin (2007), fue en Centroamérica que las

iglesias evangélicas consolidaron su alianza con la Nueva Derecha estadounidense frente a la

amenaza percibida por el comunismo a través de la teología de la liberación en la década de

1980. Ahí, la libertad del individuo de elegir su salvación y la libertad del mercado convergen y

se vuelven indistinguible, y la ley del mercado y la ley de Dios se vuelven una. En esta visión del

mundo, lo importante es la responsabilidad moral individual. Los jóvenes amotinandos en las

calles de Los Ángeles en 1992, las familias cruzando la frontera con México, los trabajadores no-

documentados con números de seguro social falso, todos se volvieron los enemigos en lo que

Patrick Buchanan llamó “una guerra religiosa” y “una guerra cultural […] para el alma de

[norte]América” (O’neill, 2015, 13).34 Con esta justificación moral se armó el régimen de la

deportación masiva, y con ella se mantiene.

                                                                                                               33 Traducción propia 34 Traducción propia

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126

Esta lógica es la que domina las conversaciones sobre la migración en los Estados

Unidos, tanto a nivel oficial como en los movimientos sociales. Como evidencié en el capítulo de

“Antecedentes”, muchas de las luchas de los derechos de los inmigrantes también hacen una

distinción deshumanizante entre los inmigrantes “buenos”—los estudiantes, padres de familia,

militares y emprendedores que merecen quedarse—y los inmigrantes “malos”—los criminales,

corrompidos, que merecen ser exiliados. Igual, como escribe Cházaro (2015), en el discurso

oficial de la administración de Barak Obama los inmigrantes que califican para los beneficios de

DACA “emergen como los actores neoliberales ideales: presentados como excepcionales,

obligados a realizar el mito de la auto-suficiencia”, y valorizados “como individuos que avanzan

el excepcionalísimo [norte]americano” (43). En el discurso sobre la migración en los Estados

Unidos, todos los factores marco políticos, económico e históricos de la migración “son

enmascarados en una retórica que ve a la migración como una elección individual con actores

individuales culpables” (43).35

Como bien demuestran las declaraciones de los participantes, el discurso sobre las

personas que han sido deportadas como criminales, culpables, es también reproducido en El

Salvador. Aunque el discurso va evolucionando con la transformación del perfil de la persona

deportada en años recientes, la representación de la persona deportada como transgresor

peligroso en El Salvador sigue teniendo mucha fuerza. Los participantes contaron sus

experiencias y sentimientos de discriminación por parte de las autoridades, empleadores, colegas,

y la sociedad en general. Es probable, pues, que el estigma que estas personas enfrentan al volver

a El Salvador contribuye a reforzar la percepción de su culpabilidad individual. Incluso, muchos

que también denunciaron las irregularidades y violaciones en sus casos, como Jimmy y las

condiciones de su detención, al final atribuyeron su deportación a errores que ellos mismos

cometieron.

Todo esto sugiere que se puede entender la deportabilidad como proceso discursivo, y la

deportación misma, como procesos disciplinarios neoliberales, a través de los cuales el individuo

asume la responsabilidad personal por lo que es realmente la violación de sus derechos. Es aquí

donde vemos cómo el poder de la deportación es más que bio-político. No se trata solamente del

control sobre los cuerpos, sino también sobre el conocimiento, las percepciones, los valores, las

verdades, es decir, a nivel discursivo.

                                                                                                               35 Traducción propia

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127

El éxito de esta lógica neoliberal de la deportación contribuye, además, a la falta de

resistencia organizada por parte del sector al centro de este estudio. Y por eso, la ciudadanía

cultural, como propuesta que ofrece posibilidades reivindicativas a grupos culturales subalternos,

no resulta satisfactoria en el caso de las personas que han sido deportadas a El Salvador. La

división entre “nativos” y “deportados”, y las formas de comunicación y asociación practicadas

por las personas que han sido deportadas de los Estados Unidos a El Salvador, evidencian que

constituyen un grupo con identificaciones culturales que los unifican. Pero como las entrevistas

demuestran, estas personas que han sido deportadas reproducen un discurso neoliberal y oficial

sobre su propia deportación, asumiendo la responsabilidad de su deportación y reduciendo la

negación de su derecho de migrar a un asunto moral: una transgresión individual. Esta lógica

impide la clase de reivindicaciones colectivas postuladas por el concepto de la ciudadanía

cultural.

Parece, además, que el call center contribuye a reforzar esta lógica neoliberal

individualizadora. En el call center, los agentes son orientados a pensar en su rendición

individual, incentivados con bonos y otros premios. Los call centers suelen proyectar imágenes

del éxito a través de la entrega y la disciplina personal, y muchos de las personas entrevistadas

describen el trabajo como herramienta de su propia reformación moral. Así, la potencia

reivindicativa de las personas que han sido deportadas como colectivo marginado se debilita.

III. CONSIDERACIONES PARA INVESTIGACIÓN FUTURA

III.I Aportes para el campo de la comunicación

Como he reiterado, existe muy poca investigación sobre el tema de las personas que

vienen deportadas de los Estados Unidos y que trabajan en los call centers del país. Sí existe, sin

embargo, una cantidad de estudios más extensos que tratan de las reflexiones de los medios de

comunicación sobre las personas que han sido deportadas a El Salvador. La investigación

presente constituye, pues, un aporte para complementar estos estudios con las reflexiones de las

personas mismas que han sido deportadas sobre sus propias experiencias e identidades.

En particular, se trata de las construcciones narrativas de las identidades por parte de un

sector específico: no pretende abarcar todas las personas que han sido deportadas de los Estados

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128

Unidos, que son cada vez más personas detenidas en México o poco después de entrar a los

Estados Unidos, sino una población que va bajando, una población de personas que vivieron una

parte significativa de su juventud en los Estados Unidos, y quienes encuentran trabajo en los call

centers tras su deportación a El Salvador. Es un tema que anteriormente ha sido poco explorado,

y al cual espero que esta investigación pueda contribuir desde el campo de la comunicación.

Las narrativas producidas a través de las entrevistas con los trece participantes revelan

cómo las experiencias de la migración, la deportación y el trabajo de call center marcan a la

producción de las identidades de los participantes, y presentan oportunidades ricas de explorar

las prácticas discursivas que construyen estas identidades, las cuales están siempre en proceso de

hacerse. Nos permiten pensar cómo los participantes se identifican con o en oposición a varios

sectores, como son los salvadoreños “nativos”, o las demás personas que han sido deportadas de

los Estados Unidos; cómo construyen el imaginario de El Salvador como nación, y cómo

construyen el imaginario de los Estados Unidos en contraste; cómo reproducen discursos

hegemónicos sobre su deportación, y hasta qué punto los resisten; y, finalmente, cómo la

experiencia del trabajo de call center interactúa con la experiencia de la deportación al nivel de la

construcción y narración de las subjetividades. Lo fundamental es que son auto-representaciones,

discursos producidos por los propios actores.

III.II Limites de la investigación presente

Reconozco que la investigación cuenta con algunos límites, sobre todo metodológicos.

Algunas son de naturaleza estructural; el estudio fue realizado como proyecto de graduación de

un programa de maestría en la universidad, lo cual implica restricciones no insignificantes de

recursos y de tiempo. Con la disponibilidad de asistentes de la investigación, por ejemplo, o con

más tiempo para conocer los participantes, conseguir nuevos contactos y realizar más

observación participante, seguramente el alcance de la investigación hubiera sido mayor.

La muestra de participantes entrevistados también presenta un límite de la investigación.

El grupo de los trece participantes, aunque suficiente para elaborar un análisis preliminar, no es

estadísticamente representativo del sector de personas deportadas de los Estados Unidos que

trabajan en los call centers. Por lo tanto, la muestra imposibilita sacar conclusiones

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129

estadísticamente representativas con relación al género, nivel de educación u otros factores

socio-económicos de los participantes.

La guía de entrevistas utilizada también tiene algunos límites. Por supuesto, era un

instrumento muy flexible, adecuado a cada entrevista particular, y no un guion exacto. Sin

embargo, no fue sometida a un proceso científico de validez de contenido, como el propuesto por

Lawshe (1975). Igual, como entrevistadora, no confronté a los participantes sobre sus

declaraciones, si se contradijeron en sus comentarios, por ejemplo. Es probable que al realizar

unas conversaciones más extendidas y dialógicas se hubiera podido revelar discursos más

completos y complejos para analizar.

El hecho de haber realizado las entrevistas en inglés constituye otra debilidad, en el

sentido de que, por un lado, se pierde la sutileza, riqueza e idiosincrasia del idioma en la

traducción. Sin embargo, por otro, este sacrificio me permitió construir un mayor rapport con los

participantes, a la vez que la redacción del documento final en español permite su difusión con

un público que hasta hace poco ha sido marginado de la conversación académica cualitativa

sobre la deportación.

Finalmente, como señalé en el capítulo “Metodología”, mi posición como mujer

investigadora extranjera facilitó mi comunicación con los participantes, pero también presentó

algunos obstáculos. Sobre todo, me dificultó el acceso a los participantes al inicio, en términos

de conocer a personas que cumplían el perfil para la investigación y comunicarme con ellos para

involucrarles. Estos obstáculos, y varios más se habrían podido superar con mayor facilidad si el

periodo de la investigación fuera más amplio, y si como investigadora hubiera sido posible

dedicarme a tiempo completo a la realización del estudio.

A pesar de los límites mencionados, los datos recolectados en esta investigación sirven

como un punto de partida importante para estudios futuros del tema.

III.III Preguntas para investigaciones posteriores

Los resultados de esta investigación ofrecen ricas preguntas y posibilidades para futuros

proyectos. Uno de los aspectos que sería importante explorar en estudios futuros es lo del género;

en particular, habría que pensar más en las experiencias y perspectivas de las mujeres que han

sido deportadas y que trabajan en los call centers. Las mujeres constituyen una minoría dentro de

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130

la población de personas deportadas a El Salvador, y a consecuencia sus voces suelen ser

invisibilizadas en las conversaciones críticas sobre el tema. En los discursos oficiales y

mediáticas sobre la deportación que reproducen el estigma que tanto sufren los participantes de

la investigación presente, las personas suelen ser representadas como hombres. Habría que

pensar, pues, si hay formas diferentes de estigma que se experimentan las mujeres que han sido

deportadas, tanto en la sociedad salvadoreña en general como adentro del espacio laboral del call

center.

En esta investigación, propongo que los call centers emergen como espacios donde se vuelve

posible, para las personas que han sido deportadas de los EE.UU., revertir el estigma de la

deportación y recuperar el estatus perdido. Así mismo, noto que es probable que existan otros

espacios donde también este sector recupere cierto estatus social, por ejemplo: espacios

deportivos como la liga de futbol norteamericano en El Salvador o el grupo de baloncesto de la

colonia, pero también espacios delictivos como las pandillas y organizativos como el grupo

incipiente Red Nacional de Emprendedores Retornados (RENACERES), constituido en febrero

de 2015 (Avelar, 2015). Sería interesante explorar estas comunidades de manera más profunda, y

su significado para los participantes en términos de estatus, de socialización, de identificación,

etc., pero también la existencia de espacios sociales colectivos, más propios de las mujeres que

han sido deportadas, si es que existen.

Finalmente, un enfoque desde la psicología podría brindar otra oportunidad de

profundizar en el tema. Esta investigación se realizó desde el campo académico de la

comunicación. La psicología, en cambio, ofrece herramientas distintas para pensar fenómenos

como el estigma de la deportación, por ejemplo, y sus impactos en la producción de la identidad,

y también los impactos psicológicos del trabajo de call center en los trabajadores que han sido

deportados de los Estados Unidos.

***

Esta investigación es solo un primer aporte al estudio de los trabajadores de call center

que han sido deportados de los Estados Unidos en El Salvador. Juntas, las intervenciones de los

trece participantes ofrecen una perspectiva única de las dinámicas y complejas configuraciones

discursivas con que se construye la identidad en el contexto contradictorio de la migración, la

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131

deportación, y el trabajo de call center. Las reflexiones arriba presentadas constituyen puntos de

partida para futuros trabajos, con el fin de visibilizar las voces y experiencias de un sector

singular en El Salvador, una población producto de flujos desiguales de personas, de información

y del capital global, y de varias décadas de políticas neoliberales en la región.

Los resultados de esta investigación también ofrecen posibles lecciones para la política

pública y otras instituciones del país que participan en la construcción de la identidad. Dada la

fuerte identificación nacional con los Estados Unidos expresada por muchos de los participantes,

valdría la pena que el Estado salvadoreño re-pensara los programas de recepción y re-integración

de personas “retornadas” con atención a las personas que nunca se habían “integrados” a la

sociedad salvadoreña de manera significativa; esto implicaría, por ejemplo, la oferta de

enseñanza de español, o una introducción básica a la geografía, historia, cultura, política y

normativa jurídica del país. También, se podría revisar las políticas de contratación en industrias

privadas y públicas, para reducir la discriminación que enfrentan las personas que cuentan con

antecedentes penales en los Estados Unidos y que tanto limita sus opciones de empleo. Además,

se podría pensar en formas de promover y dinamizar la organización de personas que han sido

deportadas para que puedan identificar sus necesidades prioritarias y abogar y luchar por ellos

como colectivo, así cultivando una ciudadanía plena, reivindicativa y participativa.

Los resultados también apuntan a la necesidad de escuchar las voces de las personas que

han sido deportadas en más ocasiones, tanto en los medios oficiales y comerciales como en la

academia salvadoreña. La organización colectiva de personas que han sido deportadas

contribuiría a ese fin; también, los medios de comunicación podrían entrevistar a los sujetos de

las deportaciones, y no sólo a las fuentes oficiales cuando abordan el tema. La presencia de las

perspectivas diversas en el discurso público tendría un impacto importante en disminuir el

estigma que criminaliza y margina a las personas que son deportadas de los Estados Unidos a El

Salvador.

Sin embargo, estas medidas que puedan tomar el Estado y otros actores de la sociedad

salvadoreña frente la discriminación, marginación e invisibilización de personas que han sido

deportadas de los Estados Unidos son respuestas a los síntomas de problemas de fondo: por un

lado, la política migratoria norteamericana, y por otro, las causas estructurales de la migración

masiva, entre ellas, la implementación de políticas económicas neoliberales.

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Mientras yo escribo estas últimas páginas, durante los primeros días del año 2016, la

administración de Obama está ejecutando una campaña de redadas de deportación en contra de

familias centroamericanas que buscaron asilo los Estados Unidos. Niños de cuatro años se

encuentren entre los nuevos detenidos. La violencia de estas intervenciones traumáticas ha caído

como una bomba sobre las felicitaciones y deseos del nuevo año. Mientras las organizaciones

sociales e instituciones oficiales tratan de preparar y atender a la comunidad salvadoreña

vulnerable en los Estados Unidos, reflexiono sobre los sujetos al centro de mi investigación.

Pienso en cómo la cara de la deportación ha cambiado de manera drástica en los últimos años.

Cada vez más, son estos niños recién llegados los que llenan los aviones de retorno a El

Salvador; cada vez menos están cargadas con los cuerpos tatuados de Jimmy, de Pete, de Burro.

¿Qué será de su generación?

“Crecí jurando lealtad a la bandera [norte]americana,” me dijo Raúl, a sus treinta y cinco

años. “Todavía, hasta hoy, oigo el himno nacional en un partido de futbol [norteamericano] y, no

te voy a mentir, mis ojos se llenan de lágrimas. Digo, cuando oigo el himno salvadoreño es

como…ok”, Raúl se rió. “Es que, este es mi país, sé que nací acá, pero mi vida ha sido allá”.

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