Jimeno Myriam-Crimen Pasional
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A
U N I V E R SI D A D
P S NACIONAL
D E C O L O M B I A
^
Sede Bogotá
colección sede
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M Y R I A M J I M E N O S A N T O Y O
Es antropóloga, con doctorado de la Universidad de
Brasilia. Ha sido directora del Instituto Colombiano de
Antropología en dos ocasiones, decana de la Facultad de
Ciencias Humanas de la Universidad Nacional de
Colombia y Vicerrectora Académica de la misma entidad.
Es directora e ¡nvestigadora dei Ce ntro de Estudios
Sociales, CES, de la Universidad Nacional de Colombia y
profesora del Depa rtam ento de Antropología. Desde 1993
coordina la línea de investigación sobre conflicto social y
violencia con sede en el CES. En esta línea ha producido
alrededor de treinta publicaciones, muchas de ellas
internacionales. Se destaca el libro Las sombras arbitrarias.
Violencia y autorid ad en Colombia (1996), con el cual
obtuvo en
1995,
junto con su equipo interdisciplinario de
investigación, el Premio N acional de Ciencias -Cien cias
Sociales y Humanas- de la Fundación Alejandro Ángel
Escobar. Otros títulos destacados son Violencia cotidiana
en la sociedad rural. En una mano el pan y en la otra el rejo
(1998) en coautoría con el equipo interdisciplinario de
investigación; la compilación jun to con Jaime Arocha y
Fern ando Cub ides Las violencias: inclusión creciente (1998),
y entre los artículo s, Violence and Social Life in
Colomb ia , en C ritique of Anthropology. (sep tiem bre,
2002). En la actualidad prepara la publicación del libro
Juan Gregorio Palechor. Historia de mi vida , la
autobiografía de un dirigente indígena fundador del
Consejo Regional Indígena del Cauca, CRIC,
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Crimen pasional
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Myriam Jimeno
Crimen pasional
C O N T R I B U C I Ó N A U N A
A N T R O P O L O G Í A D E L A S E M O C I O N E S
'Universidad Nacional de Colombia
F A C U L T A D D E C I E N C I A S H U M A N A S
D E P A R T A M E N T O D E A N T R O P O L O G Í A
Cent ro de Es tudios Soc ia le s , CES
B O G O T Á
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© Universidad Nacional de Colomb ia
Facu l t ad de Cienc i a s Humanas
D e p a r t a m e n t o d e A n t r o p o l o g í a
C e n t r o
de
Estudios Socia les, CES
© Myriam Jimeno Santoyo
V r . m a r -
a
A\ Z. A„ „ „ „ .
I 1 1 1 1 H .I C A L U H . I U I I , ¿ U U 4
B o g o t á , C o l o m b i a
U N I B I B L O S
Director genera l
F r a n c i s c o M o n t a ñ a I b á ñ e z
Coordinación edi tor ia l
Dora Inés Peri l la Cast i l lo
Revisión edi tor ia l
Rica rdo Rodr íguez
Prepa rac ión ed i to r i a l e impresión
Unive rs idad Nac iona l de Colombia , Unib ib los
d i r u n i b i b l o _ b o g
(
s
>
u n a l . e d u . c o
Cará tu l a
Pásenlos
a la
otra oril la n°
i
2002
Oleo sobre t e l a de Bea t r i z Gonzá lez
I S B N 958-701-386-7
ISBN 958-701-131-7
[obra completa)
C a t a l o g a c i ó n en la p u b l i c a c i ó n U n i v e r s i d a d N a c i o n a l d e C o l o m b i a
l i m e ñ o S a n t o y o , M y r i a m , 1 9 48 -
C r i m e n p a s i o n a l : c o n t r ib u c i ón a una ant ropología de las emociones i
M y r i a m J i m e n o . —Bogotá : U n i v e r s i d a d N a c i o n a l de C o l o m b i a , 2 0 0 4
264 p.
ISBN 958-7OI-386-7
1. Conf l i c tos i n t e rpe r so na le s 2 . An t ropo log ía de l as em oc io nes
3.
Vio lenc i a conyug a l 1. Un ive rs ida d Nac io na l de Col om bia . Facu l t ad de
C i e nc ia s H u m a n a s . D e p a r t a m e n t o d e A n t r o p o l o g í a
CDD-21 306.87 2 / 1617c / 2 0 0 4
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Agradecimientos
La ma yor part e de este trabajo se llevó a cabo en m i con dic ión
de extranjera en el Brasil. Es por ello que el estím ulo intelectu al,
e l apoyo ins t i tucional y el sopo r te personal fueron práct ic am ente
inseparables . Debo al an tropólogo Rober to Cardoso de Oliveira
e l haberme convenc ido y es t imu lado de fo rma permanen te para
emprender la tarea ardua de un doctorado en vez de ceder a l
reposo . Aleida Ramos, del Depar tamento de Antropología de la
U N B , fue un sopor te de amistad e impulso in telectual .
El Conselho Nacional de Desenvolvimento Cient íf ico e
Tecno lóg ico , CN P Q , y la Un ivers idad Nac iona l de Co lomb ia me
dieron el apoyo e conó mic o necesar io para la real ización del
t rabajo . Tengo grat i tud con el Centro de Pesquisa e Pósgraduacao
da América Latina e o Caribe, Ceppac, y en especial con el
sociólogo Benício Viero Schmidt, su director, con el equipo del
Centro y con su secretario, Pedro Wgilson G. de Oliveira.
Lucille Mattei, de Datos de la Universidad de Brasilia, DATAUNB,
me ayudó con el t rabajo engorroso de edición de tes t imonios ,
mientras la t ranscr ipción fue obra de Andrea, es tudiante de la
maestr ía en antropología de la Universidad de Brasilia.
Co nté tam bié n , a lo largo de estos años , con la so l idar idad abier ta
de María Luiza Nogueira Paes y Mauricio Paes Soares, así como
con la amistad de los antropólogos Gustavo Lins Ribeiro, José
Jorge de Carvalho y Rita Segato, de quienes recibí también
numerosos comentar ios sugest ivos . Con mis amigos y colegas de
doctorado Natal ia Catal ina León, Ladis lao Landa, Mar ía del
Carmen Castr i l lón , Beatr iz Ocampo, Paul Li t t le , Claudia Quiroga
y o tros m iem bro s de la leg ión extranjera exis tió un
l l
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in tercambio in tenso de ideas y de mult i tud de pequeños grandes
sopor tes . La h is tor ia dora Elizabeth Cancel l i, del Centro de
Pesquisa e Pósgraduacáo da América Lat ina e o Car ibe, Ceppac,
me acogió generosamente para tener e l reposo necesar io para la
escr i tura . Gracias a la an t ropó loga Mireya Suárez, del Cen tro de
Pesquisa e Pósgrad uacá o da Am érica Lat ina e o Car ibe, Ceppa c,
accedí a los presidios brasileños.
En Colombia, la an tropóloga Mar ía Lucía Sotomayor , con quien
ya hem os reco rr ido en conjun to t rabajos y sueño s, realizó un a
revis ión edi tor ia l en m edio de aprem ios de t iem po. La penal is ta
J imena Cast i l la me abr ió los juzgados penales bogotanos y
or ientó mi búsqueda jur íd ica. Ju l ián Alejandro Osor io colaboró
en la t rad ucc ión al español de los tes t im onios or ig inales en
por tugués .
Las personas procesadas por es tos cr ímenes vent i laron conmigo
sus recuerdos dolorosos y me ofrecieron la perspectiva de su
propia exper iencia . Estoy especialmente reconocida con la
famil ia , madre, hermanas , hermanos y cuñada, de quien en el
texto aparece bajo el nombre de Micaela. En Brasil , a quien
aparece como Elvia, le debo su confianza y amistad.
1 2
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Contenido
I n t r o d u c c i ó n
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C A P I T U L O I
El crim en p asion al: la acción violenta
como construcción pública
Violencia, conflicto social y civilidad
Antropología y emoción
Las emocione s com o actos comun icat ivos
Género y cr imen pasional
23
23
30
39
42
C A P I T U L O I I
Experiencias emotivas: el crimen pasional
como dra ma personal. El protagonismo masculino
47
Experiencias emotivas
Pablo: la vecindad del crim en
Eventos
La justicia toma cuenta
Razones: amores que matan
Des-enlaces
El crimen judicializado
La audiencia pública
Unidos como la carne a la piel: hitos narrativos
Misael
Eventos
Razones: me gustaba demasiado, fue un momento de emoción
Enjuiciamiento
Consecuencias
Comenta r ios
47
51
54
57
59
70
76
88
94
105
108
113
117
122
123
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C A P I T U L O I I I
L a s p r o t a g o n i s t a s 127
Elvia 127
Sandra 132
Eventos 140
Razon es, la cues tión del límit e 146
Desenlaces 150
Enjuiciamiento 154
Comentarios 158
Edith 159
Razon es y disp utas 163
¿Legítima defensa? 164
Juicios 168
¿En jus tici a? 175
El vendaval de la iracun dia. Co me ntar ios 179
CAPÍTULO IV
C rim en , castigo, los discurs os jurídico s 191
Emoción, pasión y responsabilidad, del atavismo a la
per tur bac ión psíquica 192
Ho nor famil ia r, condic ión femenina y sent im iento de ho no r 203
Pasión violenta y culpab ilidad 210
C A P Í T U L O V
Perspectivas de un a antropología
de las em ocion es 231
La estru ctura del senti mie nto y los com bates del am or 231
Perspectivas de un a antrop olog ía de las em ocio nes 233
Discurso pasional y po uer 241
Bibl iograf ía 249
D o c u m e n t o s c o n s u l t a d o s 2 61
[ 4 ]
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Cu and o en 1993 com encé a explorar temas etiqu etados bajo el no m bre genérico
de violencia , m e atraía la necesidad d e co m pr en de r la creciente violencia q ue
en ese momento ya golpeaba con fuerza a la sociedad colombiana. La narrativa
de las experiencias de violencia de personas de bajos ingresos nos condujo al
interio r de los hog ares
1
. De allí nos enc am ina m os hacia las representacion es cul
turales pues nos permitían sobrepasar la inmediatez de las incidencias empíri
cas para comprender las redes de sentido alrededor de los eventos de violencia.
Desde entonces fue notor io que en las narrat ivas se anudaban percepciones ,
convicciones, intenciones y em ocion es . No sólo los térm inos emo cionales at ra
vesaban los relatos; cuando las personas evocaban sus experiencias personales
de violencia, una intensa emoción los sobresaltaba envolviendo a los propios
investigadores. Caían por t ierra los estereo tipos sobre el sup uesto há bit o de
los sectores de menores ingresos a la violencia cot idiana y era evidente su
aprem iante neces idad de enco ntrar expl icaciones . Eso condujo al equ ipo de in-
1
Investigaciones realizadas en tre 1993 y 1997 po r el equ ipo de investigación
multidisciplinario conformado por Ismael Roldan y Luis Eduardo Jaramillo,
psiquiatras, David O spina, estadístico, John Trujillo y Sonia Ch apar ro,
antrop ólog os, con mi coord inación . Véase Jimeno et al , 1996 y 1998.
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vest igación a plantear q ue el esfuerzo de las pers ona s p or do tar de sen tido a sus
experiencias dolorosas, en cal idad de hi jos o de cónyuges, se expresaba en de
t e rminadas r ep resen tac iones , med ian te c i e r tos concep tos de marcada
ambivalencia cognit iva y afect iva ( l imeño, Roldan et al . 1996 y 1998; l imeño,
1998b). Los con cep tos na tivo s de corrección y respeto h acía n pa rte de dis
posic iones duraderas , de habi tus
2
orientadores de las interacciones cotidianas
y de las percepciones hacia las dist intas formas de auto rida d en la sociedad. La
autoridad (famil iar , inst i tucional) era entendida como imprevisible y siempre
al bo rd e del exceso, de la violencia. Así , la represe ntación de la auto rida d co m o
arbitrar ia tenía como nervadura las experiencias de violencia doméstica y en
ella cogn ición y em oció n eran indisoc iables. A nuestr o juicio, ese hab itus sobre
la autoridad aún incl ina a las personas a esperar un posible desenlace violento
de las relaciones de confl icto con otros, haciéndolas, ora temerosas y huidizas,
ora anticipadas en la agresión (ibid.).
La em oción aparece com o la ma rca distint iva del cr ime n pasional que a ho
ra es el objeto de estudio . ¿Qué ma yor re duc to d e em oc ión que ese? Pero, má s allá
de pretenderse reacción primaria, niebla de sinrazón, acción enceguecida, ¿cuá
les son y cóm o se co nfo rm an en cada país los dispositivos culturales p ara trata r el
crimen pasional? ¿Con qué cadenas simbólicas y de relaciones sociales se vincu
la? ¿C óm o se enlaza con los sistemas de pro hib ició n y castigo y con las categorías
de gén ero y posic ión social? ¿Difiere el lugar del crim en pasional en la e stru ctu ra
social brasi leña y colombiana? S eguram ente n o se ob tend rán respuestas exhaus
tivas a estos interrogantes pero es posible explorar la elaboración cultural de la
relación entre emoción y violencia a partir de una tesis central: el crimen pasio
nal es una construcción cultural que pretende natural izarse a t ravés de un con
junto de dispositivos discursivos que le dan sentido a las acciones personales e
institucionale s frente al m ism o. Estos dispositivos discursivos se en cu en tran tan
to en ios relatos de experiencias personales como en la interpretación normativa
y su núcleo es la reiteración de la oposición entre emoción y razón. El efecto de
2
Habitus, dice Bourdieu, son las disposiciones duraderas adquiridas a
través de la experiencia social; este concepto implica un énfasis en la acción
individual que no se entiende como la simple ejecución o el mero cumpli
miento de una regla social preestablecida, pese a cjue es socialmente constitui
da. También contiene la idea de un ajuste del agente social a las necesidades y
demandas del juego social. Ei concepto enfatiza las capacidades generativas de
las disposiciones socialmente constituidas (véase Bourdieu, 1980).
[16]
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estos dispositivos es un a excu lpación social de este crime n y un castigo a ten uad o
para sus agentes. El que éstos sean mayori tar iamente hombres señala que esta
acción tiene que ver con las jerarquías de género, en particular con la construc
ción identi tar ia de ma sculinidad y feminidad.
Sobre la real ización del t rabajo
Para llevar a cabo el trabajo adopté la estrategia de seleccionar casos de
c r í m e n e s c o n t e m p o r á n e o s - o c u r r i d o s e n t r e l o s a ñ o s o c h e n t a y n o v e n t a - e n
Brasi l ia y en Bogotá (o los actores recluidos en sus cárceles) tomando como
ma teria d e análisis los relatos de expe riencias perso nales y el discurso jur íd ico.
En el texto son tratados con detenimiento cuatro casos, mientras otros tantos
contr ibuyen a ensanchar su comprensión. La forma como éstos fueron selec
cion ados y otros cr i ter ios técnicos se en cu en tran detal lados al inicio de los ca
pítulos II y III , dedicados a la descripción de la acción cr iminal masculina el
pr im ero , y de la femenina, el seg und o. El capítu lo IV se dedicó a la conc epción
jurídica de la culpabil idad en el cr imen pasional y a sus transformaciones en
las sociedades brasi leña y colombiana. Un quinto capítulo, de cierre, apunta a
lo que p ue de n ser las perspectivas de un a antro polo gía de las em ocio nes, en tan to
que el pr imero contiene las discusiones teóricas que van a ser retomadas a lo
largo del texto. Antes de en tra r en ellas es nece sario d etene rse en el trabajo com
parat ivo.
La com parac ión fue empleada aquí en el m ism o sentido qu e Laura Nader le
da a un a conciencia com para tiva (1994). Esto significa dejar de lado la com pa
ración controlada sistemática entre los dos países y en vez de ello contrastar as
pectos interact ivos, con inf luencias histór icas recíprocas y raíces comunes. La
com parac ión aquí yux tapon e elem entos sobre el cr ime n pasional en los dos paí
ses que, a su vez, dibujan aspectos más generales de las dos sociedades naciona
les, así com o influencias globales. Se acen túa m ás, com o Nad er lo sugiere, el sen tido
de las interacciones histór icas que la com parac ión de rasgos d iscontinuo s.
En la extensa co mp ilación Assessing Cultural Anthropology editada por Ro bert
Borofsky (1994) él se pro po ne m ostra r có m o la com para ción con tinúa siend o de
vivo interés para la antropología, pese a que declinó como campo intelectual ex
plícito ( Enhancing the Comparative Perspective , en Borofsky, 1994). Hace no
tar la diferencia entre comparación explícita e implícita; esta última es inherente
a la descripción, pues al formular af irmaciones usualmente no se hace referen
cia a un a categoría absoluta sino a una c om pren sión previa del térm ino em plea
do. Ahora, la comparación explíci ta ya implica el propósito de i luminar una
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dinámica cultural mediante el contraste entre uno o más grupos. Fue en este
últ imo sentido que Nadel dijo en 1951
3
qu e la antropo logía estaba casada con la
comparación, pues el antropólogo al estudiar la variación realiza una correla
ción con regula ridades generales {ibid.: 78). Los años cinc uen ta fueron un a ép oca
de enérgicos debates y de intensivo uso em pírico de la com pa raci ón . Laura Nad er
menciona que el texto de Osear Lewis
4
de 1956 dedicado a este tema reportó
248 escritos sob re la com pa rac ión en tre 1950 y 1954 (Nad er, 1994, en: Borofsky,
op.
cit.: 84-96).
Osear Lewis (1954)
5
incluso se refir ió a la comparación como el equiva
lente del ex pe rim en to en los estudios de la sociedad : Es el aborda je m ás próx i
m o a l ex pe r im en to que t en em os en la an t ro polo gía ( c it . en Card oso de
Oliveira , 2000: 30, t rad uc ció n m ía) . Ro ber to C ardo so de Ol iveira (2000 ) ha ce
notar lo s ignif icat ivo de esa contr ibución de Lewis que es tá enmarcada den
t ro de una tentat iva por real izar un es tado del ar te de la antropología a me
diados del s iglo XX, para lo cual se efectuó un gran simposio auspiciado por
la W enne r Green F ou nd at io n. Cardoso de Ol iveira des taca tamb ién el impa cto
de las discus iones sobre la comparación entre la generación de antropólogos
que se educaba por ese entonces en dis t intas par tes del mundo.
En térm ino s estr ictos, dice Borofsky (1994), la com pa rac ión fue usad a en
el s iglo XIX como medio para comprender la evolución general de la cultura,
pero un conjunto impor tante de es tudios comparat ivos surgió a par t i r de la
crí t ica de Boas a esta perspectiva ev olucionista. Cada enfoq ue usó la c om pa ra
ción de un modo dist into. Mientras los primeros la usaron para identif icar di
ferencias culturales en el espacio que servían para establecer diferencias
culturales en el t iempo, los segundos se orientaron a usarla para ver cómo el
mismo fenómeno podía desarrollarse en una multi tud de vías. Según las pala
bras de Boas
6
, si la antropología quería establecer las leyes del crecimiento de
3
S. F. Nad el, The Fou ndation s of Social Anthropology, Lo ndres: Co hén and
West, 1951.
4
Osear Lewis, Co mp arison s in Cultural Anthropology , en William
Thomas (ed.), Current Anthropology Today, Chicago: University of Chicago
Press,
1956, págs. 259-292.
5
Co ntro ls and E xpe rim ents in Field Work , en A. L. Kroeb er (ed.),
Anthropology Today. An Encydopedic Inventory, Chicago: University of
Ch icago Press, 1954, pág s. 452-475.
6
F ranz Boas, Race, Language, C ulture, Nueva York: MacM illan, 1940.
[18]
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la cul tura, debía comparar su proceso de crecimiento (1940, ci t . en Borofsky:
79). Ya
para R adcliffe-Brown la com par ació n se debía orien tar a la bú sq ue da de
leyes sociológicas universales (Cardoso de Oliveira, 2000). Durkheim y Mauss
(1903)
7
, Nadel (1952)
8
, W olf (1957)
9
suelen mencionarse cada cual por su uso
de la comp arac ión . Co m o e jemplo de s tacado del emp leo de la com parac ión en
el sent ido b oas iano se cuen ta la obr a de Fred Egga n
1 0
, en
1955,
que co m para las
terminologías de parentesco y los patrones de subsistencia entre dist intos gru
pos de indios de las l lanuras n orte am eric ana s. Él relacionó las diferencias entre
los patron es de parentesc o y los de subsistencia de diferentes g rup os de las pla
nicies con presiones adaptat ivas también diferenciadas.
Con el planteamiento de Lévi-Strauss sobre la cul tura entendida como un
sistema de comunicación, se revisó la discusión sobre el sentido de la compara
ción (C ardos o de Oliveira, op. cit .). E. Leach (1972) con trastó la co m pa rac ión
estructura lista de Radcliffe-Brown con la de Lévi-Strauss, pue s mie ntra s al prim ero
le interesaba el des cub rim iento de leyes sociológicas universales, el segun do se alejó
de las analogías con las ciencias natu rale s
y
enfatizó qu e la cultura está estru ctura da
en el mismo sentido en que lo está el lenguaje. Leach desarrolló la propuesta de
modalidades no cuantitativas de la comparación [ibid.: 32).
Cardoso de O l ive i ra p ropone que Rober to DaMat t a en Carnava i s ,
m aland ros e heróis
12
sigue esta t rad ición e structur al ista , matiza da po r el uso de
la com parac ión en au tores como Louis Du m on t y Vic tor Turner . D um on t de ja
ver su influencia en la com par ació n qu e Da M atta hace de t res m od os básicos
7
Em ile Durk heim y Marcel M auss, Primitive Classification, Chicago:
University of Chicago Press, 1963.
8
S.
F.
Nad el, W itchcraft in Four African Societies , Am erican
Anthropologist, 54:18-29,1952.
9
Eric
Wolf
Closed Corporate Peasant Communities in Mesoamerica and
Ce ntr al Java , Southw estern Jo urn al of Athropology, 13; 1-18,1957.
10 p
r e c
j Eggan, Social Anthropology of No rth Am erican Tribes, Chica go:
University of Chicago Press, 1955.
11
Edm und Leach, The Comparative Metho d in Anthropology , en David
L. Sills (ed .), Intern atio nal Encyclopedia ofthe Social Sciences, Londres:
Ma cM illan, págs. 339-45 .
12
Roberto DaMatta, Carnavais, malandros e
heróis:
para urna sociología do
dilema brasileiro, Rio de Janeiro; Zahar, 1979.
[19]
-
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a través de los cuales se ritualiza el mundo brasileño. La parada militar, el car
naval y la procesión rel igiosa serían modos ri tual izados que muestran y rei te
ran el lugar de cada categoría social en la vida nacional (ibid.: 34-35). DaMatta
tam bié n usa la com par ació n para evidenciar la inversión simétrica de expre
siones usadas en in teracciones cot idianas, la una em pleada en el Brasi l para re
marcar la jerarquía -¿con quién cree Ud. que está hablando
7
. -, la otra en los EE.
UU . co m o u n rito igualitario -¿quién se cree Ud. que es?- [ibid., trad uc ción m ía).
Para Borofsky [op. cit .) el uso de la comparación enfrenta hoy dos proble
mas :
el pri m ero se deriva del debate en tre posi t ivism o e interpr etat ivism o y es
la necesidad de contar con un cuerpo confiable de materiales para desarrol lar
la com pa ra ció n. Segú n él, los criterios de selección de lo que se co m pa ra se vuel
ven decisivos para no caer en la acientificidad que ya Schapera crit icaba a la
co m pa ra ció n hec ha po r M urd oc k en Social Stucture (1949) {ibid.: 81). El segu n
do problema son los vínculos entre los dist intos grupos, pues en la actual idad
no puede suponerse la independencia entre el los y quizás ésta tampoco exist ió
desde hace siglos. Eso lleva al problema de la validez de la comparación entre
fenó m eno s que ha n ten ido relación en tre el los. Las relaciones observada s, ¿son
históricas en vez de funcionales? Borofski concluye que la comparación sigue
siendo básica para la antropología pero cont inúa siendo problemática y toda
v ía aprendemos a usar la como herramienta .
Laura Nader (1994) ofrece alternativas interesantes a los puntos plantea
dos por Borofsky. Para ella, la discusión sobre los enfoques de la antropología
ent re posi t iv i smo e in terpre ta t iv i smo, en t re par t icu lar i smo y universa l i smo,
ocul tó lo que denomina como una conciencia comparat iva l igada a los usos de
la comparación. Cuando el etnógrafo va a otra cul tura y t rata de entender la
diferencia, ésta se vuelve el foco p rim ario de su atención y la com par ació n qu e
da envuel ta en el enfoque posi t ivista del método comparat ivo que lo orienta
parat ivo de otras dimensiones compart idas de la experiencia humana. Las crí
t icas contemporáneas a la invest igación etnográfica han despertado el interés
por una mayor contex tua l izac ión de la e tnograf ía jun to con un rechazo a la
comparación expl íci ta . Sin embargo, la disyuntiva entre comparat ivistas y no
comparat ivistas no es buena para la discipl ina. Nader opina que es posible una
conciencia comparat iva que i lumine las conexiones entre lo local y lo global ,
entre el pasado y el presen te, entre los usos de la com par ació n y las imp licaciones
de sus usos. El lo hace necesario ab an do nar alguno s cánon es: el sup uesto de qu e
para hacer la com parac ión se deben com part i r a lgunos rasgos fundam enta les ,
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es decir , sobrepasar la noción de comparación controlada; la segunda, que los
í tem comparados deben ser discontinuos, que no deben inf luenciarse entre sí .
La comparación debe, por el contrar io, incluir aspectos interact ivos del movi
miento de las personas, los bienes y las ideas, y puede contar con un marco de
interaccione s e ntre sistemas globales que d an lugar a camb ios locales. Así, una
conciencia comparat iva puede acentuar el sentido de las interacciones histór i
cas,
no tanto ent re áreas del m un do , com o ent re regiones más de l imi tadas. La
com paración pued e yux tapon er e lem entos de un área , po r e jemplo, el impac to
de la historia n acion al so bre aspe ctos de la historia local que a su vez re verb eran
sobre la cul tura nacional . La predisposic ión contemporánea cont ra la compa
ración que se deriva de la conciencia de un mundo interdependiente, con rela
ciones globales de pode r , pue de superarse usa nd o la com para ción en sus formas
histór icas, funcionales y de contraste, para no inhibir cuest iones relat ivas a la
dinámica de las interacciones (Nader, 1994: 93-94).
Rober to Cardoso de Ol ivei ra (2000) propone lo que l lama elucidación
recíproca como guía de una comparación que in tegre lo metódico con lo no
metódico en la invest igación. Encuentra fecunda la comparación que emplea
oposiciones estructurales o sistemas de oposiciones, pero abre las puertas para
otras alternativas. Inspirado en Paul Ricoeur dice que estas no buscarían ni siste
mas simbólicos ni general izaciones y estar ían insertas en los m om en tos no m e
tódico s de la interp retac ión {ibid.: 39). Su característica sería la com pres ión de
sentid o y el privilegio d ad o a la experiencia vivida po r el investigador. Así, se tra
ta de un a investigación que yu xta po ne cultura s o sociedades com seus respec ti
vos e diferentes horizontes semánticos para fins de elucidá-los reciprocamente. É
isso qu e pod em os c ha m ar de comparatcao elucidativa [ibid.: 40, cursiva en el ori
ginal) . De una com paració n de perspectivas surgen sob reposiciones y divergen
cias que l levan a i luminar nuevos aspectos o a proponer nuevos interrogantes.
Se pue de c oncluir que el sentido en el que se use la com para ción hace p arte
de una postura más general sobre cómo se hace ant ropología y hacia dónde
se orienta la búsqueda del invest igador. La elucidación recíproca apunta aquí
a comprender de qué manera cada país se proyecta en esa forma par t icular
de ejercicio de la violencia. El cr imen pasional es hi lo de un tej ido que sobre
pasa las del imi taciones de país y hace par te de procesos h is tór icos de cons
t rucción de los suje tos socia les que los envuelven a ambos en una red de
inf luencias y cor r ientes sobrepuestas .
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El crim en pasional: la acción violenta
como construcción pública
Violen cia, conflicto social y civilidad
La den om inac ión de cr imen pasional es em pleada en el lenguaje cor r ien
te para hacer referencia al cr imen ocurr ido entre parejas con vínculos amoro
sos.
Designa un conjunto de acciones in tersubje t ivas , moral y legalmente
sancionadas, que lo caracter izan frente a otras formas de homicidio o intento
del mismo. La presencia del término pasional remite al campo semántico en el
cual se inscr ibe la acción, cuyas unidades pr imarias son el vínculo amoroso, la
em oción y la rup tura v iolenta y se const i tuyen a l m ism o t iem po en den om ina
cion es de la secu encia del proc eso de la relación y los hitos d e significado de ella
misma y de su desenlace. La intensa emoción aparece envolviendo toda la ac
c ión, de forma ta l que se bo r ran las re laciones ent re sent imien to y p ensa m ien
to provocando una ambigüedad vis ib le en e l t ra tamiento jur íd ico del cr imen
pasional . Tanto la legislación colombiana como la brasi leña, t ratan el cr imen
pasional , por un lado, com o genér ico , hacien do p ar te de los cr ímen es co nt ra la
vida . Por o t ro lado lo consideran como especí f ico , mediado por sent imientos
in tensos que le dan un carácter par t icular pues d isculpan su ocurrencia y ami
no ran su gravedad, c om o se verá en el cap ítulo IV.
Al analizar procesos judiciales de violencia contra la mujer en el Brasil,
Daniel le Ardai l lon y Gui ta Deber t (1987) , arguyen que los d iscursos var ían
[23]
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según el sexo de los involu crado s, con lo que desa parece la prete nsió n de igual
dad entre hombres y mujeres. Si el acusado es hombre, lo que entra a juicio es
la evaluación del papel social que se conside ra pr op io del m arid o y padre . Afir
m an que los cr ímene s pasionales , enten didos com o aquellos que ocurren ent re
parejas, son dist intos de los demás cr ímenes contra la vida. Hay una condes
cendencia g eneral izada hacia quienes "mata n p or a m or " que se basa en la creen
cia de que estos cr iminales no son peligrosos para la sociedad, pues su motivo
fue la "pasión". Pero, al mismo t iempo, la repercusión social de los movimien
tos feministas ha hecho surgir otro argumento que le niega el carácter de 'pa
sion al ' al ho m icid io pa ra exigir que la decisión sea tom ad a en función tan sólo
de los derechos y deberes de los individu os, y no en función de las relaciones
entre hombres y mujeres. Para las autoras no es claro el argumento de defensa
de la honra en el resultado de las sentencias. Éstas dependen en exceso de la
sensibi l idad de los jurados frente al asunto. En contraste, Mariza Correa mues
tra que en los seis casos de homicidio por inf idel idad estudiados por el la en
Campiñas, cuat ro abogados defensores argumentaron como mot ivo la legí t i
ma defensa de la honra masculina y en tres de estas ocasiones los jurados po
pulares aceptaron ese motivo (Correa, 1983).
Pero antes de entrar en la discusión específ ica, considero importante de
tenerme en la arraigada creencia occidental que hace iguales ir racionalidad y
explosión em ocio nal (Lutz y W hite, 1986; y Reddy, 1999). Incluso la c on tem po
raneidad occidenta l puede entend erse com o un largo proceso de dom est icación
sociocultural de las expresiones emocionales, entendidas como aquello que se
op on e a la razón y tam bié n a la convivencia, a la civil idad. Por lo m en os dos de
las más inf luyentes propuestas que caracter izan la sociedad moderna, la de
Foucault y la de Elias, proponen interpretaciones sobre los efectos discipl ina
r ios y de autoc ontrol em ocional v inculadas con la instauración de formas m o
dernas de v ida socia l (Kr ieken, 1996) . Foucaul t argumenta que una de las
características de los movimientos sociales de los siglos XV y XVI fue la bús
que da de una nuev a man era ue suujetividad estrecham ente vinculada a una nu e
va forma de poder polí t ico: el Estado (véase su formulación más sintét ica en
Foucault, 1984). Éste se constituyó en un poder disciplinario centralizado que
penet ra nuest ras a lmas, mentes y cuerpos haciéndonos c iudadanos autodomi-
nados ;
Fouc ault se detu vo espe cialm ente en las técnicas de los "diferentes m od os
de s ubjetiv ación " {ibid.: 297).
Por su lado, Norbert Elias subrayó desde 1939 el paralelismo entre el cre
ciente monopolio de la violencia por el Estado y una estructura de la persona-
[24]
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l idad basada en la autocoerció n. Con sideró el proceso com o f ruto de la com pe
tencia entre los grupos establecidos y nuevos grupos sociales, dentro de una
tendencia global hacia la mayor interdepencia social (Elias, 1987).
Krieken hace notar que ya antes de ellos G. Simmel, M. Weber y C. Marx
se ocuparon de la acomodación de la personal idad individual a la discipl ina
fabr i l den t ro de un proceso encaminado hac ia soc iedades ' r ac iona l izadas '
(Krieken, op. ci t .) . La reorganización de 'hábitos y deseos ' en correspondencia
con nuevas formas de producción dio lugar durante el s iglo veinte a una varie
dad de enfoques , desde la Escuela de Frankfur t has ta el poses t ructural ismo,
unidos tan sólo por la preocupación acerca de la internalización de formas de
coerción y de la dom ina ció n de lo racion al. Sin emb arg o, si éste era el proceso
dominante, ¿cómo expl icar la ins is tente permanencia de formas personales y
colectivas de violencia?
G. Sim m el ([1955] 1983; véa nse c om en tar io s en C oser, 1961) desa rrolla la
tesis de que el conflicto es una forma de socialización pues ningún grupo pue
de ser ente ram ente a rm on ioso , ya que requiere una dos is de disarmo nía tanto
com o de arm on ía, de asociación tanto com o de disociación. Insiste en que los
conflictos no son sólo factores destruc tivos sino que hacen parte de la con struc
ción de las relaciones de grupo. Adicionalmente, en la vida diaria de las perso
nas,
divergencia y convergencia se enc uen tran entremezc ladas y sólo pued en ser
separa das po r razones ana lí t icas. Esta afirmación de Simm el t iene la ventaja de
restarle pod er a la esencialización del conflicto y su desarro llo en violenc ia, para
mostrarlo como un aspecto de las relaciones entre las personas en el que resal
ta su carácter interactivo. Simmel va aún más allá, y afirma que los vínculos
íntimos y una gran adscripción intensif ican el conflicto. Las relaciones prima
r ias acum ulan ma yores sent im ientos de hos t il idad. La ambivalencia presen te a
diario en las relaciones íntimas se deriva, según él, de la represión de los senti
m iento s hosti les que a su vez prov iene n de las frecuentes o po rtu nid ad es d e roce
y conflicto, corrientes en las relaciones íntimas. Dado que el objeto de amor es
al t iempo el objeto de odio, éste se t iende a reprimir pues el conflicto puede
destruir la relación, lo que t iene como efecto la acumulación de los sentimien
tos hosti les que eventualmente pueden producir la violencia. Así, s i bien el an
tagon ism o n o necesar iam ente cond uce a la asociación, cas i nun ca es tá ausente
de ella y un bu en ejem plo de ello son las relaciones am oro sas: "[. . .] las relacio
nes eróticas nos ofrecen los casos demostrativos más frecuentes. Cuan a menu
do no aparecen a nues t ra cons ideración c om o entremezclados de am or y respeto
o falta de respeto, de am or y anhelo d e dom ina r o ser dom in ad o" (ci t. en Coser,
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op .
cit . : 69). Coser advierte en Simmel una reminiscencia de los conceptos de
Freud de ambivalencia y represión. Pero lo interesante es que esta postura de
Simmel , desconocida poster iormente por e l p redominio de los enfoques de l
ord en en la sociología, apu nta a enten der el confl icto c om o un rasgo social in
he re nt e a la vida social
1
- ' aunque modelado cu l tura e h i s tór icamente .
Sólo decenios más tarde el l lamado interaccionismo recobró el papel del
confl icto en las relaciones interpersona les. Erving Goffman pr op on e la perspec
t iva dr am atúr gica para estudiar las ent idade s y las interacciones sociales. Según
ésta, los actores sociales luchan por sostener los elementos que definen una si
tuación social ta l como ha sido proyectada frente a otros. Lo dramatúrgico se
intersecta con lo cul tura l a través de los estánda res m orales, pues es all í do nd e
los va lores cu l tura lmente es tab lec idos de terminan cómo se s ien te y cómo se
define un a pers ona frente a sí m ism a y frente a los dem ás. Goffman caracteriza
la violencia como una acción social disrupt iva y argumenta que aún la forma
má s des nud a de coerción física no es ni objetiva ni desnu da, sino que funciona
co m o un desp liegue para persuadi r a la audiencia , un m edio de c om unicac ión
y no sim plem ente un m ed io de acción (Goffm an, 1959: 241).
Pero los dos procesos, el histórico hacia la autodisciplina y el de las cien
cias sociales hacia ignorar el conflicto y la violencia, se pueden ver como dos
aspectos de una misma tendencia. El proceso histórico de represión de las ex
presiones de agresión y otras expresiones emocionales t iene como su contra
part ida la relegación del confl icto social , de las emociones y del uso de la
violencia a un lugar secundario en la teoría social. La relegación en la teoría
social , lo es tam bié n de los aspectos indeseables de la con dición perso nal . La di
ficultad en las ciencias sociales para co m pr en de r los conflictos y su solución po r
la violencia, se corresponde con la exaltación histórica de los sujetos que repri
men la agresión y las expresiones emocionales, de manera que éstas son vistas
como residuos mcieseauíes y uisimuiauas como lacras.
El trabajo de N. Elias se detiene sobre los procesos sociales específicos de do
mesticación de la expresión de los sentimientos, sean éstos amo roso s o de agresión,
13
En contraste con este predominio del orden en la sociología, la psicolo
gía conservó algunos énfasis teóricos diferenciados sobre la comprensión de
la violencia, por ejemplo, dintinguiendo entre agresión y violencia o entre
agresión benéfica y destructiva para mostar la im portancia de la acresión en
la autoafirmación personal (véase Fromm,
1975,
y para u n balance general
Eron, 1994).
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y su encade nam iento con la cons trucción de los Estados nacionales europ eos. Me
diante un largo proceso sociocultural que él llama proceso de la civilización, se des
terraro n las expresiones de hostilidad de las bu ena s m ane ras cotidiana s, lo qu e corrió
paralelo con el m on op ol io d e la violencia legítima bajo co ntrol d e los Estados (Elias
[i939l> 1987 y también Elias [1989], 1997; Fletcher, 1997; otro punto de vista en
Gid den s, 1989). Elias relaciona la estru ctur a social y la pers on alid ad social e indi
vidual me dian te el concep to de habitus. C om o tal entiend e el saber socialm ente
incorporado en el proceso histór ico con un equil ibr io entre continuidad y cam
bio y aspe ctos pe rson ales y colectivos (Elias,
1997,
introd uc ció n). Para Elias el pro
ceso histór ico moderno consiste en la acentuación del imperat ivo personal de
controlar las expresiones emocionales "burdas" o "incivilizadas".
Recientemente, el poli tólogo bri tánico John Keane le reprochaba a Elias,
en forma s imi lar a como también lo hace e l sociólogo Zygmunt Bauman, que
el proceso his tór ico europeo de const rucción de la denominada sociedad c iv i l
reside en el hec ho de escond er la violencia de los ojos públicos para camu flar la
en las práct icas discipl inarias, co m o bien lo m os tró F oucau lt (Keane, op. c it.: 17).
Bauman le refuta a Elias su tesis de que la civilización significa la eliminación
de la violencia de la vida cotidian a, pue sto q ue lo qu e en verda d a contece es un
desplazamiento de la violencia hacia nuevos centros de violencia, hacia nuevas
locaciones del sistema social. La violencia desaparece del horiz on te interp erso nal,
pues ahora está monopol izada en y por fuerzas a jenas a l cont rol individual ,
como lo probó el holocausto nazi (Bauman, 1998:131-132).
Keane dice que durante el siglo XVII el término civi l idad se contraponía
expresamente al ahora olvidado término de incivilidad {uncivil en inglés, Keane,
1996). Una vez consolidado el for jamiento de la civi l idad como condición del
comportamiento del ciudadano, se olvidó que la preocupación por lo incivi l es
taba presente en los escr i tos de Thomas Hobbes y Adam Ferguson, tanto como
en los relatos sobre Irlanda de J. Swift. Lo incivil hacía referencia a hábitos rústi
cos,
no refinados; denom inab a lo bárbaro , impropio , indecoroso, ma leducado y
violen to. Tener civilidad, equivalía a ado pta r lo civilizado
14
. Hobbes trabajó du
ramente, pese a sus cr í t icos, para transformar lo civi l izado en la idea polí t ica
14
B.
Latour (1997: 26-46) señala la importancia de Hobbes en el posterior
pensam iento sociológico para la formación de la idea de la sociedad como
una macro estructura monista en la cual el énfasis está puesto en el manteni
miento del orden, idea que se corresponde con la invención de un ciudadano
calculador racional.
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m od er na de la separación entre sociedad civil y Estado. En H obb es aú n es clara la
¡dea de q ue la incivilidad, es decir, la violencia, es el fanta sm a qu e am ena za la so
cied ad civil (K eane, op. cit.: 16-26). M ás ta rde , Fergus on (1767) insistió en q ue era
en las nacione s bár ba ras d on de "los altercados no tiene n reglas sino [q ue siguen]
el dictado inmediato de la pasión terminando en palabras de reproche, en vio
lencia y
golpes"
15
.
De esta ma ne ra , la expresión d e la pas ión y la violencia q ue da
ron unid as co m o actos no civilizados, pro pios de pueb los bárb aro s o de clases no
educadas. Olvidada del lenguaje corriente, la incivilidad parece asunto resuelto,
excepto para nichos sociales especiales. Pero, en verdad la incivilidad, la pasión y
la violencia, resurgen insistentemente en actos de Estado tanto como en actos de
la vida privada, en los países "civilizados" occidentales como en las periferias so
ciales y geográficas. La incivilidad continúa actuando como el lado oculto pero
per sisten te de la civilidad (Keane, op. cit.). Esta crítica a Elias parece m ás bien se
ñalar un va do , pue sto q ue él se detiene m ás en el proc eso qu e forja com o ideal al
sujeto autocontenido, pero sin ignorar sus contradicciones como cuando estu
dia, por ejemplo, el papel cultura l de la violencia en la iden tidad individual y co
lectiva en Alemania entre 1870 y 1930 (Elias, 1997).
Podemos decir que el modelo cul tural que relaciona la civi l idad con la
capacidad personal de cont ro lar las expres iones emocionales conduce a
asociarlas con la i rracio nal ida d y con la enferm edad . La manifestación de "sen
t im ien tos " qu eda circun scri ta a ciertas relaciones o a ciertas categorías sociales.
Las mujeres, los pobres, los pueblos "primit ivos", son vistos como reductos de
emocional idad incont ro lada , a menos que mecanismos como la educación la
prevengan (véase Reddy, 1997a). Tam bién es m edian te este m ode lo com o se pro
duce una patologización de la acción violenta. De allí la dificultad para enten
der las formas más calculadas de acción violenta tales como la experiencia de
exterminio nazi en Europa. Primo Levi en sus memorias subraya el estupor de
las perso nas q ue no pod ían com pag inar el ejercicio extrem o de la violencia con
su ejecuc ión fría, me tó di ca , ritu aliz ad a (Levi [1958], 1996:14-15). En Surviv al in
Auschwi t f
6
Levi describe las num eros ísim as y com plicada s reglas y rut in as del
ca m po de prisionero s, apl icadas "con ab surd a precisión". Al com ienzo era tal el
s in sen t ido de semejante comportamiento que "no sen t íamos dolor , n i en e l
15
Ada m Fe rguso n, An Essay on the H istory of Civil Society, 1767, cit. en
Keane, op. cit.: 20, trad ucc ión mía del inglés.
16
Se questo é un nomo, M ilán, G iulio E inau di Edito re, 1958, es la p rim era
parte de un a trilogía sobrecogedora sobre su experiencia en Auschwitz,
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cue rpo ni en el espír i tu, sólo una pro funda sorpresa: ¿cóm o podría un o go lpear
a un hombre sin rabia?" {ibid.: 16). Los guardias "parecían simples agentes de
policía. Era des con certan te y de sarm ant e [...] Se co m po rta ba n con la segurida d
de personas cumpliendo en forma normal su deber diar io" {ibid. : 19) .
Ahora, el modelo de construcción de civi l idad con sus efectos sobre la
relocación de las expresiones de violencia y emoción se refiere a las sociedades
europ eas y al ascenso histó rico de nueva s clases sociales y de los Estados na cio na
les europeos. lean y John Comaroff en su trabajo sobre las misiones rel igiosas
en Suráfr ica muestran el proceso de instauración de signos y signif icados bur
gueses fuera de Europa. En particular a partir del siglo XVIII, la obra misional
en Suráf r ica se dedicó a la const i tución de un individuo autocontenido y
autoproyectado que busca maximizar su b ienestar (Com aroffy
Comaroff,
1991).
De esta forma, el proceso de const i tución de un individuo portador de un self
con cualidades básicas de auto con trol es t ra ns po rta do e im pla ntad o en las áreas
de dominio europeo a través de una mult i tud de acciones civi l izatorias de las
cuales los misioneros son un insidioso ejecutor . Por medio de este proceso se
responde a la vieja preocupación rel igiosa de desterrar las pasiones de la vida
humana, pero su versión renovada convier te en beneficio público, en interés
colectivo, el l idiar con los vicios pr ivad os (C om aro ffy
Comaroff,
1991:
61).
También en Lat inoamér ica aconteció un proceso de instauración de las
nuevas formas de subjet ividad que sólo vino a asentarse en su forma moderna
con la af irmación de los Estados nacionales. En Latinoamérica las ciencias so
cia les también adoptaron de manera predominante e l punto de v is ta de fusio
nar co nce ptua lm ente conflicto, agresión, violencia y cr im en, co mo si fueran una
única ent idad dest ruct iva . En buena medida inf luyó en e l lo e l modelo
epidem iológico pro pu esto desde me dia do s de siglo XX por Parsons (1963a y b) ,
que transformó la idea sociológica del confl icto social en la violencia como
enfermedad social (Coser, 1961). En la América de la posguerra cobró fuerza el
énfasis en la cohesión e integración social y la relegación del conflicto social al
lugar del malestar social , ya presentes en la propuesta durkheimniana sobre la
sociedad. Sin embargo, la puesta en duda de muchas cer tezas hegemónicas en
las c iencias socia les permi te in tentar o t ra aproximación a los fenómenos de
emoción y violencia.
En este t rabajo la acción violenta se en tiend e co m o un acto ancla do en las
contradicciones y confl ictos inherentes a la vida social y pr ivada, que siempre
sobrepasa su sentido instrumental gracias a su gran eficacia expresiva. Ésta re
vela su aspecto eminentemente relacional e intersubjet ivo, pues el acto violen-
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DE LAS
E M O C I O N E S
to
se
refiere siempre
a
otros, y, espec ialmen te,
al
lugar
de
un o m ism o f rente
a
los otro s. La eficacia expresiva y la cap acida d coactiva del acto de violen cia p ue
d en
ser un
m e d i o
de
reaf irma ción
de la
p e r so n a
en el
m u n d o
y
una forma
de
nego ciación frente a otros. N o significa esto qu e no tenga efectos co rrosivos so bre
la sociedad y sobre las persona s, com o lo mostró bien H. Arendt (1970), aun
que ella, al insistir en
la
natura leza ins trum en tal de la violencia y en sus efectos
disgregadores y antipo lí t icos, desest im ó sus aspectos expresivos.
El cr imen pasional puede ser explorado com o un acto de violencia inscri
to s im ul táne am ente en tres grandes c am pos sociocul tura les: el de las represen
taciones de la v ida se nt imen tal y la emoció n com o neg ación de la razón; el de
los sistemas morales, las clasificaciones y las relaciones de género;
y
el de la p a
sión y la violencia c om o re duc tos de incivi l idad,
a
m enu do l igada
a
la posición
social . Los di lemas que revela el cr imen pasional parecen encontrarse, por una
pa rte, en la contrad icció n entre el im pera t ivo social de ser lo que un o deb e ser,
m a n t e n e r se en su lugar y no ser injur iado. Por la o t ra , el imp erat ivo de m an te
ne r el l ímite mo ral taxativo de no agredir , de no violentar . Este ma nd ato es un a
prohibic ión inst i tucional izada
y
reglamentada, l i teralmente codif icada. El pr i
mero está velado en los sup uestos de las in teracciones sociales q ue ap un tan a
q u e Cacta pa rte
en ia
r d a c i o n
no
puecie ser injuria da, avergonzarla
o
u e sn o n r a -
da frente al gru po social y frente a sí misma, pe ro de m anera desigual según el
gén ero. El seg und o es m ater ia de la codif icación y la interpre tació n jur íd ica. D e
all í surgen com o p reg un tas: ¿de qué m an era la r ival idad en el am or, el co nfl icto
en las relaciones pr imarias se desenvuelve en violencia? ¿Es la incivi l idad d e la
pasión
la
que asal ta
la
civilidad de
la
relación de pareja? ¿De qu é forma ac túa n
las representaciones sobre la emo ción am orosa y sobre la em oción violenta en
el cr imen pasional?
á n tr f \ nr \ l r \c r i a i r p m n r i ñ n
El interés por lo "emoc ional", dicen Ca therin e Lutz y Geoffrey White en
su balance de la an troo olo eía de las em ocio nes (Lutz v W hite, 1986), cob ró fuerza
en la sociología, la historia, la antro po log ía y la psicología desd e los añ os seten
ta, con una especial preocu pac ión po r ente nde r el papel de la emoc ión en la vida
social
y por
c o m p r e n d e r
la
exper iencia sociocul tura l desde
la
perspectiva
de
q u i e n la vive. El auge de los enfoques in terpreta t ivos en las ciencias sociales
con t r ibuyó
a
enfocar fenóm enos considerados
por lo
general com o subsidia
r ios de otros aspectos socioculturales y ace ntu ó la inco nfo rm idad con lo que se
ha considerado una relegación teórica y empír ica de la emoc ión .
[30]
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Pese a ello, W illiam Re ddy (1997a, 1997b y 1999) con sid era qu e po r fuera
de la psicología, poco se ha avanzado en las ciencias sociales en la teoría de
las em ocion es. En la antro polo gía de posg uerra el tem a se abo rdab a tangencial
mente para insist i r en la cr í t ica de la visión que natural iza las emociones y
desest ima el papel de la cultura. La cr í t ica del universal ismo en el abordaje de
la v ida emocional es tá presente en las teor ías de ant ropólogos e h is tor iadores
de la po sg ue r ra , e spe cia lm ente en Vic tor Turn er , Cl if ford Ge er tz y E . P.
Thompsom, qu ienes emplearon para e l lo e l concep to de cu l tu ra . Gregory
Bateso n (1972: 257 y ss.) pro pu so e nte nd er la em oc ión no c om o si fuera un a
"cosa" qu e se expresa en un m ensaje s ino m ás bien en enfocar el men saje em o
t ivo como const i tu ido en una re lación contextualmente codi f icada. La expre
sión emocional ser ía una verbalización de patrones culturales que existen para
el in ter cam bio de mensajes , do nd e la em oció n n o es lo op ues to a la razón y al
pens am ien to . Emocione s , pen sam ien tos e in t enc iones ha r í an par t e de una es
t ructura contextual que los v incula en una misma unidad y los remi te , s imul
táneamente , a lo que Bateson l lama contextos de contextos . Éstos son los que
se encuentran más a l lá del in tercambio que acontece ent re las personas y le
o to rgan a l i n t e r cambio sen t idos soc ia lmen te compar t idos . Cada con tex to es
así un conjunto de referencias para c ier ta c lase de respuestas . Acciones,
mensajes y estruc tura s con textúales estar ían inter l igad as pa ra Bateson {op. cit .:
275)
17
•
Sin embargo, es bueno recordar or ientaciones metodológicas anter iores
en la antropología. George Stocking Ir . al introducir su compilación Romantic
Motives. Essays on Anthropological Sensibility (1989) señala la tens ión de nt ro de
la t radic ión ant ropológica de dos mod elos , el un o prov eniente de la I lust ración
con Comte , e l o t ro de l romant i c i smo a lemán con Goe the y los he rmanos
H um bo ldt . Boas se considera hered ero de la ú l tima or ientació n. Pero , com o lo
m ues t ran a lgunos ensayos de la com pi lación, e l impu lso "rom ánt ic o" fue repr i
m ido en los sucesores pract icantes de la antropología y apenas perm ane ció com o
énfasis individuales o como acentos en a lgunas de las obras ant ropológicas
{ibid.).
Uno de estos acentos individuales que con frecuencia se menciona, es el
de Lucien Lévi-Bruhl, quien bus có rom pe r con e l e tno cent r i sm o en la com pren-
17
Sobre la unidad de racionalidad y sentimiento en la violencia, desde una
perspectiva psicoanalítica, véase para Brasil L. Band eira, en Suárez y Ban deira,
1999.
[31]
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sión del hombre en su aproximación al estudio de las sociedades "primit ivas".
Esto lo l levó a explorar c am inos al ternos par a que la concepción de la existen
cia hu m an a no fuera redu cida a la concep ción que t iene sent ido para el investi
gad or (Fern andes , 1954) . Lévi -Bruhl provo có enc ona do s debates con su
propuesta sobre la "menta l idad" pr imi t iva que in ten taba "no hacer los pensar
co m o no sotros pen saríam os si estuviéramos en su lugar" {La m ental i téprimit ive,
ci t. en F ernan des, op. cit .: 129). En su m om en to no se ente ndió su seña lam iento
sobre la diferencia que existe entre los sistemas de representación que operan
en términos de las leyes de la participación y los que operan por las leyes de la
contradicción aristotél ica (Schrempp, 1989).
Robe rto Ca rdos o de Oliveira recue rda que c uan do Lévi-Bruhl escribía, e l
telón de fondo era la fundación de una ciencia positiva de la sociedad, con un
m éto do posi tivo "apl icable a todo s los fenóm enos del universo", y en debate con
el "irracionalismo" (Cardoso de Oliveira, 1991:10-11). Pero Lévi-Bruhl se deba
t ía contra una tendencia opuesta a la comtiana, la del romaticismo alemán, so
bre todo por la influencia del fi lósofo germano
F.
H. Jacobi. Lévi-Bruhl
18
afirma
que el valor de lacobi radica en su "reivindicación apasionada de los derechos
del sent im iento individua l co ntra la inso po rtab le t i ranía de la saine raison" (ci
tado por Cardoso de Oliveira,
1991:
14). De do nd e Jacobi concluye que la intui
ción es la única fuente de certeza de saber sobre lo real. En oposición a Kant,
Jacobi pr op on e qu e la verda d se siente, no se dem ues tra . D esde ento nces , la re
lac ión sen t im iento /co nocim iento pasa a imp regna r la v i s ión de Lévi-Bruhl so
bre el "pensamiento primit ivo".
Pese a los cam bio s de enfoq ue qu e se aprec ian a lo largo de la ob ra d e Lévi-
Bru hl, desde sus pri m er os escritos filosóficos (1884 a 1900) hasta aq uellos de los
años t re in ta
1 9
, se m an tien e el legado de Jacobi {ibid.) . De cierta forma m an tu
vo el argumento presente en su tesis doctoral (L' ideé de responsabilité, 1884).
18
Jacobi. La Philosop hie. París: Félix Alean , 1894.
19
Sus obra s c ubre n el perío do de 1884 (V ideé de responsabilité, París:
Libraire Hachette, 1884) hasta 1938 (L 'experience mystique et les symboles chez
les primitifs, París: Félix Alean, 1938 y la obra postuma Les carnets de Lucien
Lévy-Bruhl, París: Presses Universitaires de France, 1949). Se destacan, Les
fonctions mentales dans les societés inférieures, París: Presses Universitaires de
France, 1910, La m entalité primitive, París: Presses U niversitaires de Franc e,
1922,
La mytologie primitive, París, Presses Universitaires de France, 1935.
[32J
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de la naturaleza ni tampoco como una unidad social determinada en forma
absoluta por la sociedad, ya que no se el imina su responsabil idad frente a su
prop ia con ciencia. Esto lo llevó a sus tesis sobre la orig inalid ad del "p en sam ien to
prim itivo " {ibid.: 39) que le hicieron relativizar la separación entre pe nsa m ien
tos y sent im ientos co m o def initor ia de nues t ra individual idad : "Mi individua
lidad es así aprehendida por mi conciencia y es circunscri ta a la superficie de
mi cuerpo, y creo que la de mi vecino es precisamente como la mía". En con
traste,
en las represen taciones de los prim itivos [...] la indiv idualid ad de cada
uno no se detiene en la periferia de su persona . Las fronteras son im precisas,
mal determ inada s y aún variables según si los individuos po seen m ás o m eno s
fuerza mística o mana
20
. La individualidad pue de, entonces, extenderse m ás
allá de mi cuerpo propia me nte dicho, en elementos disociados pero que sim
bolizan, com o sus excreciones, cabellos, pelos, uñas, vestidos, etc., en fin, todo
lo que pueda de algún m odo representarlo, y por tanto , representar la indivi
dua lidad de ese hom br e p rim itivo {V am e prim itive, 1927:134, de la edición
de 1963, cit. en Ca rdoso de O liveira, 1991:111-112, trad uc ció n m ía ).
Lévi-Bruhl no sólo añade la dimensión del sentimiento ( la afectividad, en
sus términos) en el es tudio de las representaciones colect ivas , ausente en
Du rkh eim , s ino el papel y el lugar de sent im iento y pen sam iento en la def ini
ción c ultu ral de la pe rso na y de sus fronteras (C ard oso de Oliveira, op. cit.) . M ás
allá de si su enfoque exotiza las sociedades nativas o si quedó preso de cierta
termino logía de su t iemp o, como lo sugiere la int roduc ción de Ruth Bunzel a
Ho w Native s Think
1
^ (Bunzel, 1966), Lévi-Bruh l va más allá de form ular m era
mente reparos al extremo racionalis ta imperante en las ciencias sociales o de
recon ocer los elem entos no rac ionales en la co ndu cta h um an a (Bunzel, op. ci t.) .
Esbozó el sus tento empír ico de una teor ía no dicotómica y disociadora entre
pen sam iento y sent im iento, y al reconoc er es ti los y presup ues tos di ferentes de
pensamiento desaf ió uno de los pr incipales supues tos de la moderna concep-
20
El térm ino mana es empleado com o equivalente a la fuerza mística cjue
posee un objeto o persona.
21
"I valué the substance and deplore the language", Ruth Bunzel, 1966, pág.
vi. Introducción a How Natives Think, traducción al inglés de 1966 de Les
fonctions mentales dans les societés inférieures, 1910.
I J
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ción de la real idad, el del individuo gobernado por una conciencia racional
unificada.
En la antro polo gía de los úl t im os dece nios se ha rec upe rado el interés po r
la definición cultural de la vida emocional , como parte de un debate metodo
lógico ampl io que a t raviesa la d isc ip l ina y pre tende tomar en cuenta las
imp licacion es po líticas de la elaborac ión con cep tual. En un texto de 1984, Ren ato
Rosaldo emplea su experiencia personal con la muerte repentina de su esposa,
M ichelle Rosaldo, para a bor dar la discusión sobre la fuerza c ultural de las em o
ciones. Ella misma fue una de las promotoras de la renovación de la antropolo
gía sob re el estud io de las em ocio nes (Rosaldo, M ., 1980,1984). Renato Rosaldo
propone que para entender los sent imientos que exper imenta una persona es
preciso considerar la posición del sujeto y ésta dentro de un campo de relacio
nes. Lo ejemplif ica con el con traste e ntre su com pre ns ión l imitada de la activi
dad emocional de los Ilongot de Filipinas frente a la caza de cabezas, que fue
soluc ionad a m edia nte su recurso a la teoría antropológ ica del intercam bio. Sólo
cu an do vivió su prop ia experiencia frente a la m ue rte de Michelle Rosaldo, pud o
en ten de r el víncu lo en tre rabia y dolo r qu e estaba presente en los Ilongot . Tris
teza no es lo mismo que pena, comprendió, y sint ió "la rabia que puede venir
con un a p érdida dev astad ora" (Rosaldo, 1984; 180) .
Entre los Ilongot la fuerza de las emociones de los dolientes relaciona la
rabia con el impulso de cazar cabezas. Pero el manejo del dolor por la pérdida
de una persona querida y la rabia por ello, se realiza en forma distinta si se es
un ho m bre joven, un hom bre adul to o una mujer . La prohibic ión gub erna m en
tal de la cacería de cabezas bloqueó esas prácticas culturales para lidiar con la
pe na y obligó a real izar ajustes hacia otra s formas de exp erim enta r el duelo y a
reposicionar los dist intos sujetos. Rosaldo pretende l lamar la atención sobre la
posic ión del sujeto de la experiencia e mo cion al q ue la antro polo gía suele si len
ciar , con su predilección po r las ma nifestacione s simbólicas r i tual izadas, o bien
en favor de esferas res t r ingidas en las que toman impor tancia los eventos
repe titivos. Tal es el caso, dice, de V Tu rne r s obre el proc eso ritual y de C. G eertz
sob re los balinese s. La an trop olo gía , al privilegiar los rituales, co nti nú a Rosa ldo,
deja de lado los procesos sociales previos y posteriores de los cuales el ritual es
sólo un eslabón, y la fuerza cultural de las emociones queda así di luida. Tam
bién se desest iman aquellas áreas de la cultura que aparecen como poco elabo
radas simbólicamente y se confunde esto con escasa densidad cultural . Por el
con t r a r io , l a s emociones , pese a que no aparezcan como e laborac iones
discursivas, tienen fuerza y densidad propias (Rosaldo, 1984).
[34]
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Ca the rine Lutz (1988) parte en su trabajo etnog ráfico sobre los Ifaluk del
Pacíf ico suroccidental de la neces idad de deconstrui r la emoción para mos
t rar có m o el uso del térm ino , tan to en la vida cot idian a c om o en lo cient íf ico,
descansa en supuestos y asociaciones implícitas que le dan el sentido. Algu
nas asociaciones dependen del papel de la emoción en la comprens ión occi
dental del mundo, en par t icular , de su ambigüedad f rente a la emoción; pues
mientras és ta nombra lo pr ivado, e l self, lo s ignif icativo, lo inefable, también
habla de aspectos devaluados del mundo como lo i r racional , lo incontrola
ble, lo fem enin o, lo vuln era ble {ibid.: 3~4y
53
y ss . ) . Una imp l icación anal í t ica
de lo an ter ior l l eva a comprender l a emoción como esenc ia humana -de or i
gen metaf ís ico o biológicamente enraizada- , lo cual deses t ima el papel de la
cultura en la experiencia emocional. Para Lutz, con las relat ivas excepciones
de Rousseau e ntre los clásicos y de W ittgenste in m ás recien tem ente
2 2
, las em o
ciones son vistas po r los pensad ores occidentales com o es t ructura s pe rm an en
tes de l a ex i s tenc ia humana per tenec ien tes a l a na tura leza o l a ps ico logía
humanas y no a la his tor ia , la cul tura o la ideología (para una discus ión so
bre dist intos implícitos véase Lutz, 1988, y Reddy, 1999). Lutz desarrolla su
t raba jo e tnográf ico t end iend o a dem os t ra r , en pr im er t é rm ino , que los sign i
f i cados emoc i ona l e s e s t án e s t r uc t u r ados f undamen t a l men t e po r s i s t emas
cul turales y am bien tes ma ter iales y sociales par t iculares ; y en segu ndo lugar,
que los conceptos sobre la emoción son más út i les entendidos como dir igi
dos a propós i tos com unica t ivos y mo ra les más que a es tados in te rnos su pues
tam en te universales. Así, retom a la pro pu esta de Michelle Rosaldo en el sentido
de que las emociones son formas de acción s imból ica en ar t iculación pr ima
ria con otros aspectos de signif icado cultural y con la estructura social . Lutz
asume las teor ías cogni t ivas que recons ideran los vínculos entre cognición y
emoción (Arnold,
1960;
Beck,
1967,
cit. en Lutz) y qu e desa rrollaron críticas tan to
a la visión instintiva de la emoción como a la concepción mecánica del ser hu
mano como procesador de información, que fue caracter ís t ico del movimien
to cognit ivo de los años sesenta y setenta. La autora parte de la comprensión y
el razo nam iento sobre la em oció n que se recoge en el habla pero ente ndie nd o
que esos procesos de com pren s ión son negociados social e inte rperson alm ente,
22
Lutz no menciona una vertiente de pensadores que por la influencia del
historicismo enfatizan aspectos históricos e ideológicos de la em oción, N.
Elias,
especialmente, o la relación entre individuo, conflicto y sociedad en G.
Simmel.
[35]
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:
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má s allá de la antrop olog ía cognit iva. Del constru ctivism o, Lutz retom a la idea
de ver los fenó m eno s psicológicos c om o u na forma de discurso en vez de cosas
internas para descubrir .
Finalmente, de la teoría cr í t ica, en part icular de Foucault , rescata la idea
del poder como un factor crucial en la const i tución de la subjet ividad. Desde
el punto de v is ta metodológico, p lantea la tarea in terpreta t iva como una la
bor de t raducción de la comunicación emocional de un contexto y lenguaje a
o t ro .
La emoción, propone, es usada para hablar de lo que es cul tura lmente
signi f icat ivo, empleando un s ími l no expl íc i to con Durkheim y la re l ig ión
(Lutz, op. cit.: 5-9).
Algunos enfoques feministas han puesto énfasis en el papel constructivo
del discurso emocional hasta desest imar el concepto de cultura, señalándolo
como opresivo. William Reddy (1999) les discute que el otogar un papel todo
poderoso a l d iscurso , como "const ructor" de la emoción, no es teór icamente
sat isfactorio ni menos opresivo que el concepto total izador de cultura. Para
Reddy, una dirección promisoria de búsqueda teórica es una reconceptualización
de lo "mental" siguiendo las l íneas que señala el concepto de cultura, pero de
m an er a lo suficienteme nte f lexible que pe rm ita colocar en su lugar la práct ica,
el pod er, la acción y la historia . Para este auto r, en esa línea es posible repe nsar
la emoción, inclusive repensar qué implicaciones polí t icas t iene en dist intas
culturas como una categoría de exclusión, opuesta a la razón y asociada a la
enferm edad , o a categorías sociales relegadas, pues m ue stra la sobrep osición ente
em oció n y género, clase, raza y etn ia
2 3
.
Desde la antropología cognit iva, Claudia Strauss y Naomi Quinn (1994),
por inf luencia de ant ropólogos como Roy D'Andrade, proponen una ver t iente
'conexionista'. Esta corriente está influenciada por la teoría de la práctica de
Bourdieu (1980) pues se sostiene en la idea de que la comprensión de las repre
sentaciones y de los hechos sociales requiere de una comprensión de la forma
como los individuos los internalizan y recrean. El modelo de la mente de este
enfoque incluye la emoción y la motivación así como también las fuerzas so
cia les que modelan y son modeladas por las personas. E l lo evi tar ía una
cosif icación de la cultura al mismo t iempo que una reducción a la mera abs
t racción anal í t ica que los ant ropólogos hemos inventado. Como en Bourdieu,
23
Desde este punto de vista es posible hacer una lectura de las "keywords"
de Ramos, 1998, con las cuales sectores hegemónicos en Brasil pretenden
categorizar a las sociedades indígenas, por ej., como "primitivos".
136
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este modelo no considera las representaciones como si fueran reglas estableci
das sino como redes sueltas de asociaciones que permiten reacciones flexibles
frente a si tuacione s part icu lares, y qu e son, sin em bar go, dura bles. A diferencia
de Bo urdieu, ellas enfatizan la m otivación que da im po rtanc ia a ciertos elem en
tos de la cul tura m ás que a otro s. ¿En qué consiste el m od elo 'conexionista '? En
la idea de que en la com pre nsió n c ul tural , nue stros pe nsa m iento s y nues tras ac
ciones no se toman directamente de la real idad sino que están mediadas por
protot ipos o esquemas aprendidos. Estos esquemas son las versiones sobre la
experiencia que quedan en la memoria de las personas. Pese a que la teoría de
los esque m as cognit ivos no es nueva, pues la pro pu so Piaget y la men cion a Kant
para d esignar las representacion es q ue guían la apl icación de los a prio ri a un a
exper iencia par t icu lar , el conex ionism o qu e Strauss y Q uin n pro pon en emplea
observaciones etnográficas, psicología y neurobiología {ibid.) . Supone un mo
delo del conocimiento similar a las redes neuronales, en donde algunas redes
son especial izadas, otras se act ivan o se desact ivan p or la com bin ator ia de est í
mulos y determinados mensajes. Los esquemas cul turales se asemejan a colec
ciones de unidades neuronales interconectadas {ibid. : 285-286).
Para que el aprendizaje ocurra no se requiere que exista enseñanza inten
cional, sino que éste surge en la vida diaria. Lo aprendido es flexible frente a
nuevas s i tuac iones; por e jemplo , una joven incorpora sus esquemas sobre la
maternidad a part i r de si tuaciones cot idianas en su propio hogar, que se apre
henden mediante general izaciones y asociaciones. Éstas no cubren sólo ideas o
pensamientos , s ino también sensac iones (o lores , son idos) y sen t imientos que
ent ran a conform ar el esquem a. La joven aprend e sobre la mater n idad por co
nexiones muy fuer tes en t re un idades que representan personas como su ma
dre ,
lugares, s i tuaciones, objetos, sensacione s, etc . , que están en su experienc ia
{ibid. : 286). Pero su aprendizaje no es como un programa de computador que
se repi te basado en unas pocas reglas, s ino como una red de unidades que se
conectan unas con o t ras , has ta que nuevas reacc iones subje t ivas o ex ternas ,
nuevos contex tos o exper iencias , las t ransf orm an e inc luso perm i ten la im pro
visación.
Un aspecto interesante de este modelo es que destaca el hecho de que en
el aprendizaje no sólo se captan asociaciones entre característ icas observables
sino que sim ultán eam ente se relacionan rasgos observables y ciertos se nt im ien
tos que a su vez se cone ctan con ciertas mo tivacio nes fu turas para la acción d e
la persona {ibid.: 288). Para Strauss y Quinn, la psicología y la neurobiología
permiten sustentar que las representaciones van más al lá de las circunstancias
[37]
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específicas en que se forjaron y form an conjun tos com plejos de s ent im ientos
asociados a el las y a las experiencias part iculare s, m otiv an do a la perso na a ac
tua r de cierta m an era . Esto se basa en que los estados subjetivos de sen t im iento
y deseo , as í como la observac ión sobre las propiedades de l mundo ex terno ,
pueden entenderse como unidades de act ivación (véanse también Kandel etal . ,
1997,
para un a descrip ción desde la neurobio logía, y Ferry, 2000; Berkowitz, 1994;
H ue sm an n, 1994, desd e la psico logía). En el apren dizaje no sólo se realizan aso
ciaciones entre característ icas observables, s ino que simultáneamente se efec
túa n asociaciones entre esos rasgos observables y ciertos sent im ientos que a su
vez se conec tan con ciertas motivacio nes para la per son a (Strauss y Q ui nn , op.
cit.: 288).
De cierta m ane ra, estas nuevas tendenc ias de la antropo logía en el estudio
de las em ocion es se en cu en tran ya en Wit tgenstein con su insistencia en que el
lenguaje es siempre una act ividad social que aprendemos. Con el lenguaje se
aprende todo un modo de v ida , un tono emocional y no s imples pa labras , por
lo que no existe lenguaje privado {Sobre la certeza, 1997, y véanse sus Investiga
ciones
filosóficas,
1953). Wittgenstein contrastó su propuesta sobre el conocimien
to tanto con racional istas como con empiristas mediante la r idicul ización de
las pretensiones filosóficas de la duda absoluta y de los sentidos, como los que
dan s ign i f icado a nuest ra rea l idad . No dudamos a d iar io de s i t enemos dos
manos ni tampoco sabemos de el las porque las veamos cada día ni porque las
con tem os diaria m ente. Tene mo s ia certeza ue que existen, y si a iguien nos lo ne
gara, pens aríam os que está loco. En la vida diaria ap ren de m os que esto es así, y
también cómo usarlas, en qué si tuaciones puede ser vál ido preguntarnos si las
tene m os y có m o form ular esa dud a; en qué juegos del lenguaje ella es apr opia
da {Sobre la certeza, 1997). Esto de igual manera sucede con los asuntos más
complejos que son orientaciones vi tales.
A ntho ny ivianser discute ia rda cio n entre ei tem a uei icnsuaie v ia pr eoc u
pación con el sent imiento de dolor en Wit tgenstein, quien justamente lo invo
ca como un ejemplo de la falacia del lenguaje privado (Manser, 1971). En
W ittgenstein , dice Manser, el lenguaje de sem peñ a un p apel en la form a de vida,
no pu ede ser algo inútil , "priv ado " y debe inv olucra r reglas pública s. Si Robin son
Crusoe inventara nombres para la f lora y la fauna que lo rodea esto no sería
lenguaje. El lenguaje es siem pre u na ac tividad social qu e imp lica reglas que sólo
pueden ser empleadas en una si tuación social . Más tarde, Gadamer destacó su
pr ox im iaa a con ia ioea ue que estamo s insertos en juegos de lenguaje de carác
ter social: el juego, tanto como el lenguaje no se agotan en la conciencia del ju-
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8/17/2019 Jimeno Myriam-Crimen Pasional
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E L C R I M E N P A S I O N A L : L A A C C I Ó N V I O L E N T A
C O M O C O N S T R U C C I Ó N P Ú B L I C A
gador, en la del hablan te, y en esa me dida son "algo más qu e un co m po rta m ien to
subjetivo " (G ada m er, 1994:19). Este es el caso de la descr ipc ión de las sensac io
nes y sentimientos para Wittgenstein. Cuando se describen las sensaciones per
sonales , pese a lo indescr ipt ibles que parezcan, acudimos a las palabras de
nuestro vocabulario para hacerles referencia (Manser, 1971). Podemos dar un
no m bre especial a una sensación de dolor , pero es to presup one la palabra "do
lor". Pese a la idea co m ún de qu e el do lor es un "o bjeto privado", de que "las sen
saciones son irred uctiblem ente privadas" y que sólo conozc o las palabras a p art ir
de mi propia exper iencia , "se aprende el conc epto de 'dolor ' cua nd o se apren de
el leng ua je" (W ittg en stei n, Investigaciones filosóficas, cit. en M anse r, op. cit.: 163).
Así, no hay una única acti tud humana ante el dolor, s ino que ella varía tanto
co m o los procesos de aprendizaje del lenguaje del dolor . El niñ o a pre nd e las ex
presiones de dolor de otros niños y de forma simultánea el trato que es apro
piado ante el pro pio y el de los otro s. Ap rend e, por ejem plo, la s impa tía co n los
otr os frente al dolo r, a incluir y a excluir ciertos a nim ales y ciertas cate goría s de
personas ta les como los "enemigos", de manera que aprender la conducta del
dolor es "aprender toda una forma de vida" y una forma muy central en cual
qu ier cu ltu ra {ibid.: 161-162).
Las emo ciones como actos com unicat ivos
Las l imi tac io nes , s il enc ios y am bigü eda des de la an t rop olog ía f r en te a
la teor ía y el anál is is de las emociones pueden refer i rse a pos turas cul tura
les cul t ivadas por el pensamiento de inf luencia occidental . De al l í la impor
t anc i a