Jimeno Myriam-Crimen Pasional

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    , o -*

    1

    A

    U N I V E R SI D A D

    P S NACIONAL

    D E C O L O M B I A

    ^

    Sede Bogotá

    colección sede

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    M Y R I A M J I M E N O S A N T O Y O

    Es antropóloga, con doctorado de la Universidad de

    Brasilia. Ha sido directora del Instituto Colombiano de

    Antropología en dos ocasiones, decana de la Facultad de

    Ciencias Humanas de la Universidad Nacional de

    Colombia y Vicerrectora Académica de la misma entidad.

    Es directora e ¡nvestigadora dei Ce ntro de Estudios

    Sociales, CES, de la Universidad Nacional de Colombia y

    profesora del Depa rtam ento de Antropología. Desde 1993

    coordina la línea de investigación sobre conflicto social y

    violencia con sede en el CES. En esta línea ha producido

    alrededor de treinta publicaciones, muchas de ellas

    internacionales. Se destaca el libro Las sombras arbitrarias.

    Violencia y autorid ad en Colombia (1996), con el cual

    obtuvo en

     1995,

      junto con su equipo interdisciplinario de

    investigación, el Premio N acional de Ciencias -Cien cias

    Sociales y Humanas- de la Fundación Alejandro Ángel

    Escobar. Otros títulos destacados son Violencia cotidiana

    en la sociedad rural. En una mano el pan y en la otra el rejo

    (1998) en coautoría con el equipo interdisciplinario de

    investigación; la compilación jun to con Jaime Arocha y

    Fern ando Cub ides Las violencias: inclusión creciente (1998),

    y entre los artículo s, Violence and Social Life in

    Colomb ia , en C ritique of Anthropology. (sep tiem bre,

    2002). En la actualidad prepara la publicación del libro

    Juan Gregorio Palechor. Historia de mi vida , la

    autobiografía de un dirigente indígena fundador del

    Consejo Regional Indígena del Cauca, CRIC,

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    Crimen pasional

    C O N T R I B U C I Ó N A U N A

    A N T R O P O L O G Í A D E L A S E M O C I O N E S

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    Myriam Jimeno

    Crimen pasional

    C O N T R I B U C I Ó N A U N A

    A N T R O P O L O G Í A D E L A S E M O C I O N E S

    'Universidad Nacional de Colombia

    F A C U L T A D D E C I E N C I A S H U M A N A S

    D E P A R T A M E N T O D E A N T R O P O L O G Í A

    Cent ro de Es tudios Soc ia le s ,  CES

    B O G O T Á

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    © Universidad Nacional de Colomb ia

    Facu l t ad de Cienc i a s Humanas

    D e p a r t a m e n t o d e A n t r o p o l o g í a

    C e n t r o

     de

      Estudios Socia les, CES

    © Myriam Jimeno Santoyo

    V r . m a r -

    a

    A\ Z. A„ „ „ „ .

    I 1 1 1 1 H .I C A L U H . I U I I , ¿ U U 4

    B o g o t á , C o l o m b i a

    U N I B I B L O S

    Director genera l

    F r a n c i s c o M o n t a ñ a I b á ñ e z

    Coordinación edi tor ia l

    Dora Inés Peri l la Cast i l lo

    Revisión edi tor ia l

    Rica rdo Rodr íguez

    Prepa rac ión ed i to r i a l e impresión

    Unive rs idad Nac iona l de Colombia , Unib ib los

    d i r u n i b i b l o _ b o g

    (

    s

    >

    u n a l . e d u . c o

    Cará tu l a

    Pásenlos

     a la

     otra oril la n°

     i

    2002

    Oleo sobre t e l a de Bea t r i z Gonzá lez

    I S B N  958-701-386-7

    ISBN 958-701-131-7

    [obra completa)

    C a t a l o g a c i ó n  en la p u b l i c a c i ó n U n i v e r s i d a d N a c i o n a l d e C o l o m b i a

    l i m e ñ o S a n t o y o , M y r i a m , 1 9 48 -

    C r i m e n p a s i o n a l : c o n t r ib u c i ón  a  una ant ropología de las emociones i

    M y r i a m J i m e n o . —Bogotá : U n i v e r s i d a d N a c i o n a l de  C o l o m b i a , 2 0 0 4

    264 p.

    ISBN 958-7OI-386-7

    1. Conf l i c tos i n t e rpe r so na le s 2 . An t ropo log ía de l as em oc io nes

    3.

     Vio lenc i a conyug a l 1. Un ive rs ida d Nac io na l de Col om bia . Facu l t ad de

    C i e nc ia s H u m a n a s . D e p a r t a m e n t o d e A n t r o p o l o g í a

    CDD-21 306.87 2  /  1617c /  2 0 0 4

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    Agradecimientos

    La ma yor part e de este trabajo se llevó a cabo en m i con dic ión

    de extranjera en el Brasil. Es por ello que el estím ulo intelectu al,

    e l apoyo ins t i tucional y el sopo r te personal fueron práct ic am ente

    inseparables . Debo al an tropólogo Rober to Cardoso de Oliveira

    e l haberme convenc ido y es t imu lado de fo rma permanen te para

    emprender la tarea ardua de un doctorado en vez de ceder a l

    reposo . Aleida Ramos, del Depar tamento de Antropología de la

    U N B ,  fue un sopor te de amistad e impulso in telectual .

    El Conselho Nacional de Desenvolvimento Cient íf ico e

    Tecno lóg ico , CN P Q , y la Un ivers idad Nac iona l de Co lomb ia me

    dieron el apoyo e conó mic o necesar io para la real ización del

    t rabajo . Tengo grat i tud con el Centro de Pesquisa e Pósgraduacao

    da América Latina e o Caribe, Ceppac, y en especial con el

    sociólogo Benício Viero Schmidt, su director, con el equipo del

    Centro y con su secretario, Pedro Wgilson G. de Oliveira.

    Lucille Mattei, de Datos de la Universidad de Brasilia, DATAUNB,

    me ayudó con el t rabajo engorroso de edición de tes t imonios ,

    mientras la t ranscr ipción fue obra de Andrea, es tudiante de la

    maestr ía en antropología de la Universidad de Brasilia.

    Co nté tam bié n , a lo largo de estos años , con la so l idar idad abier ta

    de María Luiza Nogueira Paes y Mauricio Paes Soares, así como

    con la amistad de los antropólogos Gustavo Lins Ribeiro, José

    Jorge de Carvalho y Rita Segato, de quienes recibí también

    numerosos comentar ios sugest ivos . Con mis amigos y colegas de

    doctorado Natal ia Catal ina León, Ladis lao Landa, Mar ía del

    Carmen Castr i l lón , Beatr iz Ocampo, Paul Li t t le , Claudia Quiroga

    y o tros m iem bro s de la leg ión extranjera exis tió un

    l l

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    in tercambio in tenso de ideas y de mult i tud de pequeños grandes

    sopor tes . La h is tor ia dora Elizabeth Cancel l i, del Centro de

    Pesquisa e Pósgraduacáo da América Lat ina e o Car ibe, Ceppac,

    me acogió generosamente para tener e l reposo necesar io para la

    escr i tura . Gracias a la an t ropó loga Mireya Suárez, del Cen tro de

    Pesquisa e Pósgrad uacá o da Am érica Lat ina e o Car ibe, Ceppa c,

    accedí a los presidios brasileños.

    En Colombia, la an tropóloga Mar ía Lucía Sotomayor , con quien

    ya hem os reco rr ido en conjun to t rabajos y sueño s, realizó un a

    revis ión edi tor ia l en m edio de aprem ios de t iem po. La penal is ta

    J imena Cast i l la me abr ió los juzgados penales bogotanos y

    or ientó mi búsqueda jur íd ica. Ju l ián Alejandro Osor io colaboró

    en la t rad ucc ión al español de los tes t im onios or ig inales en

    por tugués .

    Las personas procesadas por es tos cr ímenes vent i laron conmigo

    sus recuerdos dolorosos y me ofrecieron la perspectiva de su

    propia exper iencia . Estoy especialmente reconocida con la

    famil ia , madre, hermanas , hermanos y cuñada, de quien en el

    texto aparece bajo el nombre de Micaela. En Brasil , a quien

    aparece como Elvia, le debo su confianza y amistad.

    1 2

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    Contenido

    I n t r o d u c c i ó n

    15

    C A P I T U L O I

    El crim en p asion al: la acción violenta

    como construcción pública

    Violencia, conflicto social y civilidad

    Antropología y emoción

    Las emocione s com o actos comun icat ivos

    Género y cr imen pasional

    23

    23

    30

    39

    42

    C A P I T U L O I I

    Experiencias emotivas: el crimen pasional

    como dra ma personal. El protagonismo masculino

    47

    Experiencias emotivas

    Pablo: la vecindad del crim en

    Eventos

    La justicia toma cuenta

    Razones: amores que matan

    Des-enlaces

    El crimen judicializado

    La audiencia pública

    Unidos como la carne a la piel: hitos narrativos

    Misael

    Eventos

    Razones: me gustaba demasiado, fue un momento de emoción

    Enjuiciamiento

    Consecuencias

    Comenta r ios

    47

    51

    54

    57

    59

    70

    76

    88

    94

    105

    108

    113

    117

    122

    123

    [13]

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    C A P I T U L O I I I

    L a s p r o t a g o n i s t a s 127

    Elvia 127

    Sandra 132

    Eventos 140

    Razon es, la cues tión del límit e 146

    Desenlaces 150

    Enjuiciamiento 154

    Comentarios 158

    Edith 159

    Razon es y disp utas 163

    ¿Legítima defensa? 164

    Juicios 168

    ¿En jus tici a? 175

    El vendaval de la iracun dia. Co me ntar ios 179

    CAPÍTULO IV

    C rim en , castigo, los discurs os jurídico s 191

    Emoción, pasión y responsabilidad, del atavismo a la

    per tur bac ión psíquica 192

    Ho nor famil ia r, condic ión femenina y sent im iento de ho no r 203

    Pasión violenta y culpab ilidad 210

    C A P Í T U L O V

    Perspectivas de un a antropología

    de las em ocion es 231

    La estru ctura del senti mie nto y los com bates del am or 231

    Perspectivas de un a antrop olog ía de las em ocio nes 233

    Discurso pasional y po uer 241

    Bibl iograf ía 249

    D o c u m e n t o s c o n s u l t a d o s 2 61

    [ 4 ]

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    I N T R O D U C C I Ó N

    Cu and o en 1993 com encé a explorar temas etiqu etados bajo el no m bre genérico

    de violencia , m e atraía la necesidad d e co m pr en de r la creciente violencia q ue

    en ese momento ya golpeaba con fuerza a la sociedad colombiana. La narrativa

    de las experiencias de violencia de personas de bajos ingresos nos condujo al

    interio r de los hog ares

    1

    . De allí nos enc am ina m os hacia las representacion es cul

    turales pues nos permitían sobrepasar la inmediatez de las incidencias empíri

    cas para comprender las redes de sentido alrededor de los eventos de violencia.

    Desde entonces fue notor io que en las narrat ivas se anudaban percepciones ,

    convicciones, intenciones y em ocion es . No sólo los térm inos emo cionales at ra

    vesaban los relatos; cuando las personas evocaban sus experiencias personales

    de violencia, una intensa emoción los sobresaltaba envolviendo a los propios

    investigadores. Caían por t ierra los estereo tipos sobre el sup uesto há bit o de

    los sectores de menores ingresos a la violencia cot idiana y era evidente su

    aprem iante neces idad de enco ntrar expl icaciones . Eso condujo al equ ipo de in-

    1

     Investigaciones realizadas en tre 1993 y 1997 po r el equ ipo de investigación

    multidisciplinario conformado por Ismael Roldan y Luis Eduardo Jaramillo,

    psiquiatras, David O spina, estadístico, John Trujillo y Sonia Ch apar ro,

    antrop ólog os, con mi coord inación . Véase Jimeno et al , 1996 y 1998.

    U5]

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    C R I M E N P A S I O N A L . C O N T R I B U C I Ó N A

    U N A A N T R O P O L O G Í A D E L A S E M O C I O N E S

    vest igación a plantear q ue el esfuerzo de las pers ona s p or do tar de sen tido a sus

    experiencias dolorosas, en cal idad de hi jos o de cónyuges, se expresaba en de

    t e rminadas r ep resen tac iones , med ian te c i e r tos concep tos de marcada

    ambivalencia cognit iva y afect iva ( l imeño, Roldan et al . 1996 y 1998; l imeño,

    1998b). Los con cep tos na tivo s de corrección y respeto h acía n pa rte de dis

    posic iones duraderas , de habi tus

    2

      orientadores de las interacciones cotidianas

    y de las percepciones hacia las dist intas formas de auto rida d en la sociedad. La

    autoridad (famil iar , inst i tucional) era entendida como imprevisible y siempre

    al bo rd e del exceso, de la violencia. Así , la represe ntación de la auto rida d co m o

    arbitrar ia tenía como nervadura las experiencias de violencia doméstica y en

    ella cogn ición y em oció n eran indisoc iables. A nuestr o juicio, ese hab itus sobre

    la autoridad aún incl ina a las personas a esperar un posible desenlace violento

    de las relaciones de confl icto con otros, haciéndolas, ora temerosas y huidizas,

    ora anticipadas en la agresión (ibid.).

    La em oción aparece com o la ma rca distint iva del cr ime n pasional que a ho

    ra es el objeto de estudio . ¿Qué ma yor re duc to d e em oc ión que ese? Pero, má s allá

    de pretenderse reacción primaria, niebla de sinrazón, acción enceguecida, ¿cuá

    les son y cóm o se co nfo rm an en cada país los dispositivos culturales p ara trata r el

    crimen pasional? ¿Con qué cadenas simbólicas y de relaciones sociales se vincu

    la? ¿C óm o se enlaza con los sistemas de pro hib ició n y castigo y con las categorías

    de gén ero y posic ión social? ¿Difiere el lugar del crim en pasional en la e stru ctu ra

    social brasi leña y colombiana? S eguram ente n o se ob tend rán respuestas exhaus

    tivas a estos interrogantes pero es posible explorar la elaboración cultural de la

    relación entre emoción y violencia a partir de una tesis central: el crimen pasio

    nal es una construcción cultural que pretende natural izarse a t ravés de un con

    junto de dispositivos discursivos que le dan sentido a las acciones personales e

    institucionale s frente al m ism o. Estos dispositivos discursivos se en cu en tran tan

    to en ios relatos de experiencias personales como en la interpretación normativa

    y su núcleo es la reiteración de la oposición entre emoción y razón. El efecto de

    2

     Habitus, dice Bourdieu, son las disposiciones duraderas adquiridas a

    través de la experiencia social; este concepto implica un énfasis en la acción

    individual que no se entiende como la simple ejecución o el mero cumpli

    miento de una regla social preestablecida, pese a cjue es socialmente constitui

    da. También contiene la idea de un ajuste del agente social a las necesidades y

    demandas del juego social. Ei concepto enfatiza las capacidades generativas de

    las disposiciones socialmente constituidas (véase Bourdieu, 1980).

    [16]

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    I N T R O D U C C I Ó N

    estos dispositivos es un a excu lpación social de este crime n y un castigo a ten uad o

    para sus agentes. El que éstos sean mayori tar iamente hombres señala que esta

    acción tiene que ver con las jerarquías de género, en particular con la construc

    ción identi tar ia de ma sculinidad y feminidad.

    Sobre la real ización del t rabajo

    Para llevar a cabo el trabajo adopté la estrategia de seleccionar casos de

    c r í m e n e s c o n t e m p o r á n e o s - o c u r r i d o s e n t r e l o s a ñ o s o c h e n t a y n o v e n t a - e n

    Brasi l ia y en Bogotá (o los actores recluidos en sus cárceles) tomando como

    ma teria d e análisis los relatos de expe riencias perso nales y el discurso jur íd ico.

    En el texto son tratados con detenimiento cuatro casos, mientras otros tantos

    contr ibuyen a ensanchar su comprensión. La forma como éstos fueron selec

    cion ados y otros cr i ter ios técnicos se en cu en tran detal lados al inicio de los ca

    pítulos II y III , dedicados a la descripción de la acción cr iminal masculina el

    pr im ero , y de la femenina, el seg und o. El capítu lo IV se dedicó a la conc epción

    jurídica de la culpabil idad en el cr imen pasional y a sus transformaciones en

    las sociedades brasi leña y colombiana. Un quinto capítulo, de cierre, apunta a

    lo que p ue de n ser las perspectivas de un a antro polo gía de las em ocio nes, en tan to

    que el pr imero contiene las discusiones teóricas que van a ser retomadas a lo

    largo del texto. Antes de en tra r en ellas es nece sario d etene rse en el trabajo com

    parat ivo.

    La com parac ión fue empleada aquí en el m ism o sentido qu e Laura Nader le

    da a un a conciencia com para tiva (1994). Esto significa dejar de lado la com pa

    ración controlada sistemática entre los dos países y en vez de ello contrastar as

    pectos interact ivos, con inf luencias histór icas recíprocas y raíces comunes. La

    com parac ión aquí yux tapon e elem entos sobre el cr ime n pasional en los dos paí

    ses que, a su vez, dibujan aspectos más generales de las dos sociedades naciona

    les, así com o influencias globales. Se acen túa m ás, com o Nad er lo sugiere, el sen tido

    de las interacciones histór icas que la com parac ión de rasgos d iscontinuo s.

    En la extensa co mp ilación Assessing Cultural Anthropology editada por Ro bert

    Borofsky (1994) él se pro po ne m ostra r có m o la com para ción con tinúa siend o de

    vivo interés para la antropología, pese a que declinó como campo intelectual ex

    plícito ( Enhancing the Comparative Perspective , en Borofsky, 1994). Hace no

    tar la diferencia entre comparación explícita e implícita; esta última es inherente

    a la descripción, pues al formular af irmaciones usualmente no se hace referen

    cia a un a categoría absoluta sino a una c om pren sión previa del térm ino em plea

    do.  Ahora, la comparación explíci ta ya implica el propósito de i luminar una

    [17]

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    C R I M E N P A S I O N A L . C O N T R I B U C I Ó N A

    U S A A N T R O P O I O C I A D E I . A S H M O C / O N E S

    dinámica cultural mediante el contraste entre uno o más grupos. Fue en este

    últ imo sentido que Nadel dijo en  1951

    3

      qu e la antropo logía estaba casada con la

    comparación, pues el antropólogo al estudiar la variación realiza una correla

    ción con regula ridades generales {ibid.: 78). Los años cinc uen ta fueron un a ép oca

    de enérgicos debates y de intensivo uso em pírico de la com pa raci ón . Laura Nad er

    menciona que el texto de Osear Lewis

    4

      de 1956 dedicado a este tema reportó

    248 escritos sob re la com pa rac ión en tre 1950 y 1954 (Nad er, 1994, en: Borofsky,

    op.

     cit.: 84-96).

    Osear Lewis (1954)

    5

      incluso se refir ió a la comparación como el equiva

    lente del ex pe rim en to en los estudios de la sociedad : Es el aborda je m ás próx i

    m o a l ex pe r im en to que t en em os en la an t ro polo gía ( c it . en Card oso de

    Oliveira , 2000: 30, t rad uc ció n m ía) . Ro ber to C ardo so de Ol iveira (2000 ) ha ce

    notar lo s ignif icat ivo de esa contr ibución de Lewis que es tá enmarcada den

    t ro de una tentat iva por real izar un es tado del ar te de la antropología a me

    diados del s iglo XX, para lo cual se efectuó un gran simposio auspiciado por

    la W enne r Green F ou nd at io n. Cardoso de Ol iveira des taca tamb ién el impa cto

    de las discus iones sobre la comparación entre la generación de antropólogos

    que se educaba por ese entonces en dis t intas par tes del mundo.

    En térm ino s estr ictos, dice Borofsky (1994), la com pa rac ión fue usad a en

    el s iglo XIX como medio para comprender la evolución general de la cultura,

    pero un conjunto impor tante de es tudios comparat ivos surgió a par t i r de la

    crí t ica de Boas a esta perspectiva ev olucionista. Cada enfoq ue usó la c om pa ra

    ción de un modo dist into. Mientras los primeros la usaron para identif icar di

    ferencias culturales en el espacio que servían para establecer diferencias

    culturales en el t iempo, los segundos se orientaron a usarla para ver cómo el

    mismo fenómeno podía desarrollarse en una multi tud de vías. Según las pala

    bras de Boas

    6

    , si la antropología quería establecer las leyes del crecimiento de

    3

     S. F. Nad el, The Fou ndation s of Social Anthropology, Lo ndres: Co hén and

    West, 1951.

    4

     Osear Lewis, Co mp arison s in Cultural Anthropology , en William

    Thomas (ed.), Current Anthropology Today, Chicago: University of Chicago

    Press,

     1956, págs. 259-292.

    5

      Co ntro ls and E xpe rim ents in Field Work , en A. L. Kroeb er (ed.),

    Anthropology Today. An Encydopedic Inventory, Chicago: University of

    Ch icago Press, 1954, pág s. 452-475.

    6

     F ranz Boas, Race, Language, C ulture, Nueva York: MacM illan, 1940.

    [18]

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    I N T R O D U C C I O N

    la cul tura, debía comparar su proceso de crecimiento (1940, ci t . en Borofsky:

    79). Ya

     para R adcliffe-Brown la com par ació n se debía orien tar a la bú sq ue da de

    leyes sociológicas universales (Cardoso de Oliveira, 2000). Durkheim y Mauss

    (1903)

    7

    , Nadel (1952)

    8

    , W olf (1957)

    9

      suelen mencionarse cada cual por su uso

    de la comp arac ión . Co m o e jemplo de s tacado del emp leo de la com parac ión en

    el sent ido b oas iano se cuen ta la obr a de Fred Egga n

    1 0

    , en

      1955,

     que co m para las

    terminologías de parentesco y los patrones de subsistencia entre dist intos gru

    pos de indios de las l lanuras n orte am eric ana s. Él relacionó las diferencias entre

    los patron es de parentesc o y los de subsistencia de diferentes g rup os de las pla

    nicies con presiones adaptat ivas también diferenciadas.

    Con el planteamiento de Lévi-Strauss sobre la cul tura entendida como un

    sistema de comunicación, se revisó la discusión sobre el sentido de la compara

    ción (C ardos o de Oliveira, op. cit .). E. Leach (1972) con trastó la co m pa rac ión

    estructura lista de Radcliffe-Brown con la de Lévi-Strauss, pue s mie ntra s al prim ero

    le interesaba el des cub rim iento de leyes sociológicas universales, el segun do se alejó

    de las analogías con las ciencias natu rale s

     y

     enfatizó qu e la cultura está estru ctura da

    en el mismo sentido en que lo está el lenguaje. Leach desarrolló la propuesta de

    modalidades no cuantitativas de la comparación [ibid.: 32).

    Cardoso de O l ive i ra p ropone que Rober to DaMat t a en Carnava i s ,

    m aland ros e heróis

    12

      sigue esta t rad ición e structur al ista , matiza da po r el uso de

    la com parac ión en au tores como Louis Du m on t y Vic tor Turner . D um on t de ja

    ver su influencia en la com par ació n qu e Da M atta hace de t res m od os básicos

    7

     Em ile Durk heim y Marcel M auss, Primitive Classification, Chicago:

    University of Chicago Press, 1963.

    8

     S.

     F.

     Nad el, W itchcraft in Four African Societies , Am erican

    Anthropologist, 54:18-29,1952.

    9

      Eric

     Wolf

    Closed Corporate Peasant Communities in Mesoamerica and

    Ce ntr al Java , Southw estern Jo urn al of Athropology, 13; 1-18,1957.

    10  p

    r e c

    j Eggan, Social Anthropology of No rth Am erican Tribes, Chica go:

    University of Chicago Press, 1955.

    11

      Edm und Leach, The Comparative Metho d in Anthropology , en David

    L. Sills (ed .), Intern atio nal Encyclopedia ofthe Social Sciences, Londres:

    Ma cM illan, págs. 339-45 .

    12

      Roberto DaMatta, Carnavais, malandros e

     heróis:

      para urna sociología do

    dilema brasileiro, Rio de Janeiro; Zahar, 1979.

    [19]

  • 8/17/2019 Jimeno Myriam-Crimen Pasional

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    C R I Al E ,V P  4 S / O N A I .. C O N T R I H U C I O N A

    U N A A N T R O P O L O G Í A D E L A S E M O C I O N E S

    a través de los cuales se ritualiza el mundo brasileño. La parada militar, el car

    naval y la procesión rel igiosa serían modos ri tual izados que muestran y rei te

    ran el lugar de cada categoría social en la vida nacional (ibid.: 34-35). DaMatta

    tam bié n usa la com par ació n para evidenciar la inversión simétrica de expre

    siones usadas en in teracciones cot idianas, la una em pleada en el Brasi l para re

    marcar la jerarquía -¿con quién cree Ud. que está hablando

    7

    . -, la otra en los EE.

    UU . co m o u n rito igualitario -¿quién se cree Ud. que es?- [ibid., trad uc ción m ía).

    Para Borofsky [op. cit .) el uso de la comparación enfrenta hoy dos proble

    mas :

      el pri m ero se deriva del debate en tre posi t ivism o e interpr etat ivism o y es

    la necesidad de contar con un cuerpo confiable de materiales para desarrol lar

    la com pa ra ció n. Segú n él, los criterios de selección de lo que se co m pa ra se vuel

    ven decisivos para no caer en la acientificidad que ya Schapera crit icaba a la

    co m pa ra ció n hec ha po r M urd oc k en Social Stucture (1949) {ibid.: 81). El segu n

    do problema son los vínculos entre los dist intos grupos, pues en la actual idad

    no puede suponerse la independencia entre el los y quizás ésta tampoco exist ió

    desde hace siglos. Eso lleva al problema de la validez de la comparación entre

    fenó m eno s que ha n ten ido relación en tre el los. Las relaciones observada s, ¿son

    históricas en vez de funcionales? Borofski concluye que la comparación sigue

    siendo básica para la antropología pero cont inúa siendo problemática y toda

    v ía aprendemos a usar la como herramienta .

    Laura Nader (1994) ofrece alternativas interesantes a los puntos plantea

    dos por Borofsky. Para ella, la discusión sobre los enfoques de la antropología

    ent re posi t iv i smo e in terpre ta t iv i smo, en t re par t icu lar i smo y universa l i smo,

    ocul tó lo que denomina como una conciencia comparat iva l igada a los usos de

    la comparación. Cuando el etnógrafo va a otra cul tura y t rata de entender la

    diferencia, ésta se vuelve el foco p rim ario de su atención y la com par ació n qu e

    da envuel ta en el enfoque posi t ivista del método comparat ivo que lo orienta

    parat ivo de otras dimensiones compart idas de la experiencia humana. Las crí

    t icas contemporáneas a la invest igación etnográfica han despertado el interés

    por una mayor contex tua l izac ión de la e tnograf ía jun to con un rechazo a la

    comparación expl íci ta . Sin embargo, la disyuntiva entre comparat ivistas y no

    comparat ivistas no es buena para la discipl ina. Nader opina que es posible una

    conciencia comparat iva que i lumine las conexiones entre lo local y lo global ,

    entre el pasado y el presen te, entre los usos de la com par ació n y las imp licaciones

    de sus usos. El lo hace necesario ab an do nar alguno s cánon es: el sup uesto de qu e

    para hacer la com parac ión se deben com part i r a lgunos rasgos fundam enta les ,

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    I N T R O D U C C I O N

    es decir , sobrepasar la noción de comparación controlada; la segunda, que los

    í tem comparados deben ser discontinuos, que no deben inf luenciarse entre sí .

    La comparación debe, por el contrar io, incluir aspectos interact ivos del movi

    miento de las personas, los bienes y las ideas, y puede contar con un marco de

    interaccione s e ntre sistemas globales que d an lugar a camb ios locales. Así, una

    conciencia comparat iva puede acentuar el sentido de las interacciones histór i

    cas,

      no tanto ent re áreas del m un do , com o ent re regiones más de l imi tadas. La

    com paración pued e yux tapon er e lem entos de un área , po r e jemplo, el impac to

    de la historia n acion al so bre aspe ctos de la historia local que a su vez re verb eran

    sobre la cul tura nacional . La predisposic ión contemporánea cont ra la compa

    ración que se deriva de la conciencia de un mundo interdependiente, con rela

    ciones globales de pode r , pue de superarse usa nd o la com para ción en sus formas

    histór icas, funcionales y de contraste, para no inhibir cuest iones relat ivas a la

    dinámica de las interacciones (Nader, 1994: 93-94).

    Rober to Cardoso de Ol ivei ra (2000) propone lo que l lama elucidación

    recíproca como guía de una comparación que in tegre lo metódico con lo no

    metódico en la invest igación. Encuentra fecunda la comparación que emplea

    oposiciones estructurales o sistemas de oposiciones, pero abre las puertas para

    otras alternativas. Inspirado en Paul Ricoeur dice que estas no buscarían ni siste

    mas simbólicos ni general izaciones y estar ían insertas en los m om en tos no m e

    tódico s de la interp retac ión {ibid.: 39). Su característica sería la com pres ión de

    sentid o y el privilegio d ad o a la experiencia vivida po r el investigador. Así, se tra

    ta de un a investigación que yu xta po ne cultura s o sociedades com seus respec ti

    vos e diferentes horizontes semánticos para fins de elucidá-los reciprocamente. É

    isso qu e pod em os c ha m ar de comparatcao elucidativa [ibid.: 40, cursiva en el ori

    ginal) . De una com paració n de perspectivas surgen sob reposiciones y divergen

    cias que l levan a i luminar nuevos aspectos o a proponer nuevos interrogantes.

    Se pue de c oncluir que el sentido en el que se use la com para ción hace p arte

    de una postura más general sobre cómo se hace ant ropología y hacia dónde

    se orienta la búsqueda del invest igador. La elucidación recíproca apunta aquí

    a comprender de qué manera cada país se proyecta en esa forma par t icular

    de ejercicio de la violencia. El cr imen pasional es hi lo de un tej ido que sobre

    pasa las del imi taciones de país y hace par te de procesos h is tór icos de cons

    t rucción de los suje tos socia les que los envuelven a ambos en una red de

    inf luencias y cor r ientes sobrepuestas .

    21

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    C A P I T U L O I

    El crim en pasional: la acción violenta

    como construcción pública

    Violen cia, conflicto social y civilidad

    La den om inac ión de cr imen pasional es em pleada en el lenguaje cor r ien

    te para hacer referencia al cr imen ocurr ido entre parejas con vínculos amoro

    sos.

      Designa un conjunto de acciones in tersubje t ivas , moral y legalmente

    sancionadas, que lo caracter izan frente a otras formas de homicidio o intento

    del mismo. La presencia del término pasional remite al campo semántico en el

    cual se inscr ibe la acción, cuyas unidades pr imarias son el vínculo amoroso, la

    em oción y la rup tura v iolenta y se const i tuyen a l m ism o t iem po en den om ina

    cion es de la secu encia del proc eso de la relación y los hitos d e significado de ella

    misma y de su desenlace. La intensa emoción aparece envolviendo toda la ac

    c ión, de forma ta l que se bo r ran las re laciones ent re sent imien to y p ensa m ien

    to provocando una ambigüedad vis ib le en e l t ra tamiento jur íd ico del cr imen

    pasional . Tanto la legislación colombiana como la brasi leña, t ratan el cr imen

    pasional , por un lado, com o genér ico , hacien do p ar te de los cr ímen es co nt ra la

    vida . Por o t ro lado lo consideran como especí f ico , mediado por sent imientos

    in tensos que le dan un carácter par t icular pues d isculpan su ocurrencia y ami

    no ran su gravedad, c om o se verá en el cap ítulo IV.

    Al analizar procesos judiciales de violencia contra la mujer en el Brasil,

    Daniel le Ardai l lon y Gui ta Deber t (1987) , arguyen que los d iscursos var ían

    [23]

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    C

     R

      I M E N P A S

      I

      O S A L . C O N

      T R I

      B U G

      l O

      N A

    U N A A N T R O P O L O G í A l ) E L A S E M O G I O N E S

    según el sexo de los involu crado s, con lo que desa parece la prete nsió n de igual

    dad entre hombres y mujeres. Si el acusado es hombre, lo que entra a juicio es

    la evaluación del papel social que se conside ra pr op io del m arid o y padre . Afir

    m an que los cr ímene s pasionales , enten didos com o aquellos que ocurren ent re

    parejas, son dist intos de los demás cr ímenes contra la vida. Hay una condes

    cendencia g eneral izada hacia quienes "mata n p or a m or " que se basa en la creen

    cia de que estos cr iminales no son peligrosos para la sociedad, pues su motivo

    fue la "pasión". Pero, al mismo t iempo, la repercusión social de los movimien

    tos feministas ha hecho surgir otro argumento que le niega el carácter de 'pa

    sion al ' al ho m icid io pa ra exigir que la decisión sea tom ad a en función tan sólo

    de los derechos y deberes de los individu os, y no en función de las relaciones

    entre hombres y mujeres. Para las autoras no es claro el argumento de defensa

    de la honra en el resultado de las sentencias. Éstas dependen en exceso de la

    sensibi l idad de los jurados frente al asunto. En contraste, Mariza Correa mues

    tra que en los seis casos de homicidio por inf idel idad estudiados por el la en

    Campiñas, cuat ro abogados defensores argumentaron como mot ivo la legí t i

    ma defensa de la honra masculina y en tres de estas ocasiones los jurados po

    pulares aceptaron ese motivo (Correa, 1983).

    Pero antes de entrar en la discusión específ ica, considero importante de

    tenerme en la arraigada creencia occidental que hace iguales ir racionalidad y

    explosión em ocio nal (Lutz y W hite, 1986; y Reddy, 1999). Incluso la c on tem po

    raneidad occidenta l puede entend erse com o un largo proceso de dom est icación

    sociocultural de las expresiones emocionales, entendidas como aquello que se

    op on e a la razón y tam bié n a la convivencia, a la civil idad. Por lo m en os dos de

    las más inf luyentes propuestas que caracter izan la sociedad moderna, la de

    Foucault y la de Elias, proponen interpretaciones sobre los efectos discipl ina

    r ios y de autoc ontrol em ocional v inculadas con la instauración de formas m o

    dernas de v ida socia l (Kr ieken, 1996) . Foucaul t argumenta que una de las

    características de los movimientos sociales de los siglos XV y XVI fue la bús

    que da de una nuev a man era ue suujetividad estrecham ente vinculada a una nu e

    va forma de poder polí t ico: el Estado (véase su formulación más sintét ica en

    Foucault, 1984). Éste se constituyó en un poder disciplinario centralizado que

    penet ra nuest ras a lmas, mentes y cuerpos haciéndonos c iudadanos autodomi-

    nados ;

     Fouc ault se detu vo espe cialm ente en las técnicas de los "diferentes m od os

    de s ubjetiv ación " {ibid.: 297).

    Por su lado, Norbert Elias subrayó desde 1939 el paralelismo entre el cre

    ciente monopolio de la violencia por el Estado y una estructura de la persona-

    [24]

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    HI C R I M E N P A S I O N A L : L A A C C I Ó N V I O L E N T A

    c: O M O C O N S T R U C C I Ó N P Ú B I I C A

    l idad basada en la autocoerció n. Con sideró el proceso com o f ruto de la com pe

    tencia entre los grupos establecidos y nuevos grupos sociales, dentro de una

    tendencia global hacia la mayor interdepencia social (Elias, 1987).

    Krieken hace notar que ya antes de ellos G. Simmel, M. Weber y C. Marx

    se ocuparon de la acomodación de la personal idad individual a la discipl ina

    fabr i l den t ro de un proceso encaminado hac ia soc iedades ' r ac iona l izadas '

    (Krieken, op. ci t .) . La reorganización de 'hábitos y deseos ' en correspondencia

    con nuevas formas de producción dio lugar durante el s iglo veinte a una varie

    dad de enfoques , desde la Escuela de Frankfur t has ta el poses t ructural ismo,

    unidos tan sólo por la preocupación acerca de la internalización de formas de

    coerción y de la dom ina ció n de lo racion al. Sin emb arg o, si éste era el proceso

    dominante, ¿cómo expl icar la ins is tente permanencia de formas personales y

    colectivas de violencia?

    G. Sim m el ([1955] 1983; véa nse c om en tar io s en C oser, 1961) desa rrolla la

    tesis de que el conflicto es una forma de socialización pues ningún grupo pue

    de ser ente ram ente a rm on ioso , ya que requiere una dos is de disarmo nía tanto

    com o de arm on ía, de asociación tanto com o de disociación. Insiste en que los

    conflictos no son sólo factores destruc tivos sino que hacen parte de la con struc

    ción de las relaciones de grupo. Adicionalmente, en la vida diaria de las perso

    nas,

     divergencia y convergencia se enc uen tran entremezc ladas y sólo pued en ser

    separa das po r razones ana lí t icas. Esta afirmación de Simm el t iene la ventaja de

    restarle pod er a la esencialización del conflicto y su desarro llo en violenc ia, para

    mostrarlo como un aspecto de las relaciones entre las personas en el que resal

    ta su carácter interactivo. Simmel va aún más allá, y afirma que los vínculos

    íntimos y una gran adscripción intensif ican el conflicto. Las relaciones prima

    r ias acum ulan ma yores sent im ientos de hos t il idad. La ambivalencia presen te a

    diario en las relaciones íntimas se deriva, según él, de la represión de los senti

    m iento s hosti les que a su vez prov iene n de las frecuentes o po rtu nid ad es d e roce

    y conflicto, corrientes en las relaciones íntimas. Dado que el objeto de amor es

    al t iempo el objeto de odio, éste se t iende a reprimir pues el conflicto puede

    destruir la relación, lo que t iene como efecto la acumulación de los sentimien

    tos hosti les que eventualmente pueden producir la violencia. Así, s i bien el an

    tagon ism o n o necesar iam ente cond uce a la asociación, cas i nun ca es tá ausente

    de ella y un bu en ejem plo de ello son las relaciones am oro sas: "[. . .] las relacio

    nes eróticas nos ofrecen los casos demostrativos más frecuentes. Cuan a menu

    do no aparecen a nues t ra cons ideración c om o entremezclados de am or y respeto

    o falta de respeto, de am or y anhelo d e dom ina r o ser dom in ad o" (ci t. en Coser,

    [25]

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    C R I M E N PA   S  I O N A L . G O N T R I  B  U C I O N A

    U N A A N T R O P O L O G Í A D E L A S E M O C I O N E S

    op .

      cit . : 69). Coser advierte en Simmel una reminiscencia de los conceptos de

    Freud de ambivalencia y represión. Pero lo interesante es que esta postura de

    Simmel , desconocida poster iormente por e l p redominio de los enfoques de l

    ord en en la sociología, apu nta a enten der el confl icto c om o un rasgo social in

    he re nt e a la vida social

    1

    - ' aunque modelado cu l tura e h i s tór icamente .

    Sólo decenios más tarde el l lamado interaccionismo recobró el papel del

    confl icto en las relaciones interpersona les. Erving Goffman pr op on e la perspec

    t iva dr am atúr gica para estudiar las ent idade s y las interacciones sociales. Según

    ésta, los actores sociales luchan por sostener los elementos que definen una si

    tuación social ta l como ha sido proyectada frente a otros. Lo dramatúrgico se

    intersecta con lo cul tura l a través de los estánda res m orales, pues es all í do nd e

    los va lores cu l tura lmente es tab lec idos de terminan cómo se s ien te y cómo se

    define un a pers ona frente a sí m ism a y frente a los dem ás. Goffman caracteriza

    la violencia como una acción social disrupt iva y argumenta que aún la forma

    má s des nud a de coerción física no es ni objetiva ni desnu da, sino que funciona

    co m o un desp liegue para persuadi r a la audiencia , un m edio de c om unicac ión

    y no sim plem ente un m ed io de acción (Goffm an, 1959: 241).

    Pero los dos procesos, el histórico hacia la autodisciplina y el de las cien

    cias sociales hacia ignorar el conflicto y la violencia, se pueden ver como dos

    aspectos de una misma tendencia. El proceso histórico de represión de las ex

    presiones de agresión y otras expresiones emocionales t iene como su contra

    part ida la relegación del confl icto social , de las emociones y del uso de la

    violencia a un lugar secundario en la teoría social. La relegación en la teoría

    social , lo es tam bié n de los aspectos indeseables de la con dición perso nal . La di

    ficultad en las ciencias sociales para co m pr en de r los conflictos y su solución po r

    la violencia, se corresponde con la exaltación histórica de los sujetos que repri

    men la agresión y las expresiones emocionales, de manera que éstas son vistas

    como residuos mcieseauíes y uisimuiauas como lacras.

    El trabajo de N. Elias se detiene sobre los procesos sociales específicos de do

    mesticación de la expresión de los sentimientos, sean éstos amo roso s o de agresión,

    13

     En contraste con este predominio del orden en la sociología, la psicolo

    gía conservó algunos énfasis teóricos diferenciados sobre la comprensión de

    la violencia, por ejemplo, dintinguiendo entre agresión y violencia o entre

    agresión benéfica y destructiva para mostar la im portancia de la acresión en

    la autoafirmación personal (véase Fromm,

     1975,

     y para u n balance general

    Eron, 1994).

    [26]

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    E L C R I M E N P A S I O N A L : L A A C C I Ó N V I O L E N T A

    C O M O C O N S T R U C C I Ó N P Ú B L I C A

    y su encade nam iento con la cons trucción de los Estados nacionales europ eos. Me

    diante un largo proceso sociocultural que él llama proceso de la civilización, se des

    terraro n las expresiones de hostilidad de las bu ena s m ane ras cotidiana s, lo qu e corrió

    paralelo con el m on op ol io d e la violencia legítima bajo co ntrol d e los Estados (Elias

    [i939l> 1987 y también Elias [1989], 1997; Fletcher, 1997; otro punto de vista en

    Gid den s, 1989). Elias relaciona la estru ctur a social y la pers on alid ad social e indi

    vidual me dian te el concep to de habitus. C om o tal entiend e el saber socialm ente

    incorporado en el proceso histór ico con un equil ibr io entre continuidad y cam

    bio y aspe ctos pe rson ales y colectivos (Elias,

     1997,

     introd uc ció n). Para Elias el pro

    ceso histór ico moderno consiste en la acentuación del imperat ivo personal de

    controlar las expresiones emocionales "burdas" o "incivilizadas".

    Recientemente, el poli tólogo bri tánico John Keane le reprochaba a Elias,

    en forma s imi lar a como también lo hace e l sociólogo Zygmunt Bauman, que

    el proceso his tór ico europeo de const rucción de la denominada sociedad c iv i l

    reside en el hec ho de escond er la violencia de los ojos públicos para camu flar la

    en las práct icas discipl inarias, co m o bien lo m os tró F oucau lt (Keane, op. c it.: 17).

    Bauman le refuta a Elias su tesis de que la civilización significa la eliminación

    de la violencia de la vida cotidian a, pue sto q ue lo qu e en verda d a contece es un

    desplazamiento de la violencia hacia nuevos centros de violencia, hacia nuevas

    locaciones del sistema social. La violencia desaparece del horiz on te interp erso nal,

    pues ahora está monopol izada en y por fuerzas a jenas a l cont rol individual ,

    como lo probó el holocausto nazi (Bauman, 1998:131-132).

    Keane dice que durante el siglo XVII el término civi l idad se contraponía

    expresamente al ahora olvidado término de incivilidad {uncivil en inglés, Keane,

    1996). Una vez consolidado el for jamiento de la civi l idad como condición del

    comportamiento del ciudadano, se olvidó que la preocupación por lo incivi l es

    taba presente en los escr i tos de Thomas Hobbes y Adam Ferguson, tanto como

    en los relatos sobre Irlanda de J. Swift. Lo incivil hacía referencia a hábitos rústi

    cos,

     no refinados; denom inab a lo bárbaro , impropio , indecoroso, ma leducado y

    violen to. Tener civilidad, equivalía a ado pta r lo civilizado

    14

    . Hobbes trabajó du

    ramente, pese a sus cr í t icos, para transformar lo civi l izado en la idea polí t ica

    14

     B.

     Latour (1997: 26-46) señala la importancia de Hobbes en el posterior

    pensam iento sociológico para la formación de la idea de la sociedad como

    una macro estructura monista en la cual el énfasis está puesto en el manteni

    miento del orden, idea que se corresponde con la invención de un ciudadano

    calculador racional.

    [27]

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    C R I M E N PA S

     1

     O

     ¡V

     A L . C O N T R I B U C I O N A

    U N A A N T R O P O L O G Í A U E L A S E M O C I O N E S

    m od er na de la separación entre sociedad civil y Estado. En H obb es aú n es clara la

    ¡dea de q ue la incivilidad, es decir, la violencia, es el fanta sm a qu e am ena za la so

    cied ad civil (K eane, op. cit.: 16-26). M ás ta rde , Fergus on (1767) insistió en q ue era

    en las nacione s bár ba ras d on de "los altercados no tiene n reglas sino [q ue siguen]

    el dictado inmediato de la pasión terminando en palabras de reproche, en vio

    lencia y

     golpes"

    15

    .

     De esta ma ne ra , la expresión d e la pas ión y la violencia q ue da

    ron unid as co m o actos no civilizados, pro pios de pueb los bárb aro s o de clases no

    educadas. Olvidada del lenguaje corriente, la incivilidad parece asunto resuelto,

    excepto para nichos sociales especiales. Pero, en verdad la incivilidad, la pasión y

    la violencia, resurgen insistentemente en actos de Estado tanto como en actos de

    la vida privada, en los países "civilizados" occidentales como en las periferias so

    ciales y geográficas. La incivilidad continúa actuando como el lado oculto pero

    per sisten te de la civilidad (Keane, op. cit.). Esta crítica a Elias parece m ás bien se

    ñalar un va do , pue sto q ue él se detiene m ás en el proc eso qu e forja com o ideal al

    sujeto autocontenido, pero sin ignorar sus contradicciones como cuando estu

    dia, por ejemplo, el papel cultura l de la violencia en la iden tidad individual y co

    lectiva en Alemania entre 1870 y 1930 (Elias, 1997).

    Podemos decir que el modelo cul tural que relaciona la civi l idad con la

    capacidad personal de cont ro lar las expres iones emocionales conduce a

    asociarlas con la i rracio nal ida d y con la enferm edad . La manifestación de "sen

    t im ien tos " qu eda circun scri ta a ciertas relaciones o a ciertas categorías sociales.

    Las mujeres, los pobres, los pueblos "primit ivos", son vistos como reductos de

    emocional idad incont ro lada , a menos que mecanismos como la educación la

    prevengan (véase Reddy, 1997a). Tam bién es m edian te este m ode lo com o se pro

    duce una patologización de la acción violenta. De allí la dificultad para enten

    der las formas más calculadas de acción violenta tales como la experiencia de

    exterminio nazi en Europa. Primo Levi en sus memorias subraya el estupor de

    las perso nas q ue no pod ían com pag inar el ejercicio extrem o de la violencia con

    su ejecuc ión fría, me tó di ca , ritu aliz ad a (Levi [1958], 1996:14-15). En Surviv al in

    Auschwi t f

    6

      Levi describe las num eros ísim as y com plicada s reglas y rut in as del

    ca m po de prisionero s, apl icadas "con ab surd a precisión". Al com ienzo era tal el

    s in sen t ido de semejante comportamiento que "no sen t íamos dolor , n i en e l

    15

     Ada m Fe rguso n, An Essay on the H istory of Civil Society, 1767, cit. en

    Keane, op. cit.: 20, trad ucc ión mía del inglés.

    16

     Se questo é un nomo, M ilán, G iulio E inau di Edito re, 1958, es la p rim era

    parte de un a trilogía sobrecogedora sobre su experiencia en Auschwitz,

    [28]

  • 8/17/2019 Jimeno Myriam-Crimen Pasional

    30/266

    E L C R I M E N P A S I O N A L : L A A C C I Ó N V I O L E N T A

    C O M O C O N S T R U C C I Ó N P Ú B L I C A

    cue rpo ni en el espír i tu, sólo una pro funda sorpresa: ¿cóm o podría un o go lpear

    a un hombre sin rabia?" {ibid.: 16). Los guardias "parecían simples agentes de

    policía. Era des con certan te y de sarm ant e [...] Se co m po rta ba n con la segurida d

    de personas cumpliendo en forma normal su deber diar io" {ibid. : 19) .

    Ahora, el modelo de construcción de civi l idad con sus efectos sobre la

    relocación de las expresiones de violencia y emoción se refiere a las sociedades

    europ eas y al ascenso histó rico de nueva s clases sociales y de los Estados na cio na

    les europeos. lean y John Comaroff en su trabajo sobre las misiones rel igiosas

    en Suráfr ica muestran el proceso de instauración de signos y signif icados bur

    gueses fuera de Europa. En particular a partir del siglo XVIII, la obra misional

    en Suráf r ica se dedicó a la const i tución de un individuo autocontenido y

    autoproyectado que busca maximizar su b ienestar (Com aroffy

      Comaroff,

     1991).

    De esta forma, el proceso de const i tución de un individuo portador de un self

    con cualidades básicas de auto con trol es t ra ns po rta do e im pla ntad o en las áreas

    de dominio europeo a través de una mult i tud de acciones civi l izatorias de las

    cuales los misioneros son un insidioso ejecutor . Por medio de este proceso se

    responde a la vieja preocupación rel igiosa de desterrar las pasiones de la vida

    humana, pero su versión renovada convier te en beneficio público, en interés

    colectivo, el l idiar con los vicios pr ivad os (C om aro ffy

      Comaroff,

      1991:

     61).

    También en Lat inoamér ica aconteció un proceso de instauración de las

    nuevas formas de subjet ividad que sólo vino a asentarse en su forma moderna

    con la af irmación de los Estados nacionales. En Latinoamérica las ciencias so

    cia les también adoptaron de manera predominante e l punto de v is ta de fusio

    nar co nce ptua lm ente conflicto, agresión, violencia y cr im en, co mo si fueran una

    única ent idad dest ruct iva . En buena medida inf luyó en e l lo e l modelo

    epidem iológico pro pu esto desde me dia do s de siglo XX por Parsons (1963a y b) ,

    que transformó la idea sociológica del confl icto social en la violencia como

    enfermedad social (Coser, 1961). En la América de la posguerra cobró fuerza el

    énfasis en la cohesión e integración social y la relegación del conflicto social al

    lugar del malestar social , ya presentes en la propuesta durkheimniana sobre la

    sociedad. Sin embargo, la puesta en duda de muchas cer tezas hegemónicas en

    las c iencias socia les permi te in tentar o t ra aproximación a los fenómenos de

    emoción y violencia.

    En este t rabajo la acción violenta se en tiend e co m o un acto ancla do en las

    contradicciones y confl ictos inherentes a la vida social y pr ivada, que siempre

    sobrepasa su sentido instrumental gracias a su gran eficacia expresiva. Ésta re

    vela su aspecto eminentemente relacional e intersubjet ivo, pues el acto violen-

    [29]

  • 8/17/2019 Jimeno Myriam-Crimen Pasional

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    C R I M E N P A S I O N A L . C O N T R I B U C I Ó N

      A

    U N A A N T R O P O L O G Í A

      DE LAS

      E M O C I O N E S

    to

      se

      refiere siempre

      a

     otros, y, espec ialmen te,

     al

     lugar

     de

     un o m ism o f rente

     a

    los otro s. La eficacia expresiva y la cap acida d coactiva del acto de violen cia p ue

    d en

      ser un

     m e d i o

     de

     reaf irma ción

      de la

     p e r so n a

      en el

     m u n d o

     y

     una forma

     de

    nego ciación frente a otros. N o significa esto qu e no tenga efectos co rrosivos so bre

    la sociedad y sobre las persona s, com o  lo  mostró bien H. Arendt (1970), aun

    que ella, al insistir en

     la

     natura leza ins trum en tal de la violencia y en sus efectos

    disgregadores y antipo lí t icos, desest im ó sus aspectos expresivos.

    El cr imen pasional puede ser explorado com o  un acto de violencia inscri

    to s im ul táne am ente en tres grandes c am pos sociocul tura les: el de las represen

    taciones de la v ida se nt imen tal y la emoció n com o neg ación  de la razón; el de

    los sistemas morales, las clasificaciones y las relaciones de género;

     y

     el de la p a

    sión y la violencia c om o re duc tos de incivi l idad,

     a

     m enu do l igada

     a

     la posición

    social . Los di lemas que revela el cr imen pasional parecen encontrarse, por una

    pa rte, en la contrad icció n entre el im pera t ivo social de ser lo que un o deb e ser,

    m a n t e n e r se en su lugar y no ser injur iado. Por la o t ra , el imp erat ivo de m an te

    ne r el l ímite mo ral taxativo de no agredir , de no violentar . Este ma nd ato es un a

    prohibic ión inst i tucional izada

     y

      reglamentada, l i teralmente codif icada. El pr i

    mero está velado  en los sup uestos de las in teracciones sociales q ue ap un tan a

    q u e Cacta pa rte

     en ia

     r d a c i o n

      no

     puecie ser injuria da, avergonzarla

      o

     u e sn o n r a -

    da frente  al gru po social y frente  a sí misma, pe ro de m anera desigual según el

    gén ero. El seg und o es m ater ia de la codif icación y la interpre tació n jur íd ica. D e

    all í surgen com o p reg un tas: ¿de qué m an era la r ival idad en el am or, el co nfl icto

    en las relaciones pr imarias se desenvuelve en violencia? ¿Es la incivi l idad d e la

    pasión

      la

     que asal ta

     la

     civilidad de

     la

     relación de pareja? ¿De qu é forma ac túa n

    las representaciones sobre la emo ción am orosa y sobre la em oción violenta en

    el cr imen pasional?

    á n tr f \ nr \ l r \c r i a i r p m n r i ñ n

    El interés por lo "emoc ional", dicen Ca therin e Lutz y  Geoffrey White en

    su balance de la an troo olo eía de las em ocio nes (Lutz v W hite, 1986), cob ró fuerza

    en la sociología, la historia, la antro po log ía y la psicología desd e los añ os seten

    ta, con una especial preocu pac ión po r ente nde r el papel de la emoc ión en la vida

    social

     y por

     c o m p r e n d e r

      la

      exper iencia sociocul tura l desde

      la

     perspectiva

     de

    q u i e n  la vive. El auge de los enfoques in terpreta t ivos  en las ciencias sociales

    con t r ibuyó

      a

     enfocar fenóm enos considerados

      por lo

     general com o subsidia

    r ios de otros aspectos socioculturales y ace ntu ó la inco nfo rm idad con lo que se

    ha considerado una relegación teórica y empír ica de  la emoc ión .

    [30]

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    E L C R I M E N P A S I O N A L : L A A C C I Ó N V I O L E N T A

    C O M O C O N S T R U C C I Ó N P Ú B L I C A

    Pese a ello, W illiam Re ddy (1997a, 1997b y 1999) con sid era qu e po r fuera

    de la psicología, poco se ha avanzado en las ciencias sociales en la teoría de

    las em ocion es. En la antro polo gía de posg uerra el tem a se abo rdab a tangencial

    mente para insist i r en la cr í t ica de la visión que natural iza las emociones y

    desest ima el papel de la cultura. La cr í t ica del universal ismo en el abordaje de

    la v ida emocional es tá presente en las teor ías de ant ropólogos e h is tor iadores

    de la po sg ue r ra , e spe cia lm ente en Vic tor Turn er , Cl if ford Ge er tz y E . P.

    Thompsom, qu ienes emplearon para e l lo e l concep to de cu l tu ra . Gregory

    Bateso n (1972: 257 y ss.) pro pu so e nte nd er la em oc ión no c om o si fuera un a

    "cosa" qu e se expresa en un m ensaje s ino m ás bien en enfocar el men saje em o

    t ivo como const i tu ido en una re lación contextualmente codi f icada. La expre

    sión emocional ser ía una verbalización de patrones culturales que existen para

    el in ter cam bio de mensajes , do nd e la em oció n n o es lo op ues to a la razón y al

    pens am ien to . Emocione s , pen sam ien tos e in t enc iones ha r í an par t e de una es

    t ructura contextual que los v incula en una misma unidad y los remi te , s imul

    táneamente , a lo que Bateson l lama contextos de contextos . Éstos son los que

    se encuentran más a l lá del in tercambio que acontece ent re las personas y le

    o to rgan a l i n t e r cambio sen t idos soc ia lmen te compar t idos . Cada con tex to es

    así un conjunto de referencias para c ier ta c lase de respuestas . Acciones,

    mensajes y estruc tura s con textúales estar ían inter l igad as pa ra Bateson {op. cit .:

    275)

    17

     •

    Sin embargo, es bueno recordar or ientaciones metodológicas anter iores

    en la antropología. George Stocking Ir . al introducir su compilación Romantic

    Motives. Essays on Anthropological Sensibility (1989) señala la tens ión de nt ro de

    la t radic ión ant ropológica de dos mod elos , el un o prov eniente de la I lust ración

    con Comte , e l o t ro de l romant i c i smo a lemán con Goe the y los he rmanos

    H um bo ldt . Boas se considera hered ero de la ú l tima or ientació n. Pero , com o lo

    m ues t ran a lgunos ensayos de la com pi lación, e l impu lso "rom ánt ic o" fue repr i

    m ido en los sucesores pract icantes de la antropología y apenas perm ane ció com o

    énfasis individuales o como acentos en a lgunas de las obras ant ropológicas

    {ibid.).

    Uno de estos acentos individuales que con frecuencia se menciona, es el

    de Lucien Lévi-Bruhl, quien bus có rom pe r con e l e tno cent r i sm o en la com pren-

    17

      Sobre la unidad de racionalidad y sentimiento en la violencia, desde una

    perspectiva psicoanalítica, véase para Brasil L. Band eira, en Suárez y Ban deira,

    1999.

    [31]

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    C R I M E N P A S 1 O N A L . C O N T R l B U G I O N A

    U N A A N T R O P O L O G Í A D E L A S E M O C I O N E S

    sión del hombre en su aproximación al estudio de las sociedades "primit ivas".

    Esto lo l levó a explorar c am inos al ternos par a que la concepción de la existen

    cia hu m an a no fuera redu cida a la concep ción que t iene sent ido para el investi

    gad or (Fern andes , 1954) . Lévi -Bruhl provo có enc ona do s debates con su

    propuesta sobre la "menta l idad" pr imi t iva que in ten taba "no hacer los pensar

    co m o no sotros pen saríam os si estuviéramos en su lugar" {La m ental i téprimit ive,

    ci t. en F ernan des, op. cit .: 129). En su m om en to no se ente ndió su seña lam iento

    sobre la diferencia que existe entre los sistemas de representación que operan

    en términos de las leyes de la participación y los que operan por las leyes de la

    contradicción aristotél ica (Schrempp, 1989).

    Robe rto Ca rdos o de Oliveira recue rda que c uan do Lévi-Bruhl escribía, e l

    telón de fondo era la fundación de una ciencia positiva de la sociedad, con un

    m éto do posi tivo "apl icable a todo s los fenóm enos del universo", y en debate con

    el "irracionalismo" (Cardoso de Oliveira, 1991:10-11). Pero Lévi-Bruhl se deba

    t ía contra una tendencia opuesta a la comtiana, la del romaticismo alemán, so

    bre todo por la influencia del fi lósofo germano

      F.

     H. Jacobi. Lévi-Bruhl

    18

      afirma

    que el valor de lacobi radica en su "reivindicación apasionada de los derechos

    del sent im iento individua l co ntra la inso po rtab le t i ranía de la saine raison" (ci

    tado por Cardoso de Oliveira,

     1991:

      14). De do nd e Jacobi concluye que la intui

    ción es la única fuente de certeza de saber sobre lo real. En oposición a Kant,

    Jacobi pr op on e qu e la verda d se siente, no se dem ues tra . D esde ento nces , la re

    lac ión sen t im iento /co nocim iento pasa a imp regna r la v i s ión de Lévi-Bruhl so

    bre el "pensamiento primit ivo".

    Pese a los cam bio s de enfoq ue qu e se aprec ian a lo largo de la ob ra d e Lévi-

    Bru hl, desde sus pri m er os escritos filosóficos (1884 a 1900) hasta aq uellos de los

    años t re in ta

    1 9

    , se m an tien e el legado de Jacobi {ibid.) . De cierta forma m an tu

    vo el argumento presente en su tesis doctoral (L' ideé de responsabilité, 1884).

    18

     Jacobi. La Philosop hie. París: Félix Alean , 1894.

    19

     Sus obra s c ubre n el perío do de 1884 (V ideé de responsabilité, París:

    Libraire Hachette, 1884) hasta 1938 (L 'experience mystique et les symboles chez

    les primitifs, París: Félix Alean, 1938 y la obra postuma Les carnets de Lucien

    Lévy-Bruhl, París: Presses Universitaires de France, 1949). Se destacan, Les

    fonctions mentales dans les societés inférieures, París: Presses Universitaires de

    France, 1910, La m entalité primitive, París: Presses U niversitaires de Franc e,

    1922,

     La mytologie primitive, París, Presses Universitaires de France, 1935.

    [32J

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    E L C R I M E N P A S I O N A L : L A A C C I Ó N V I O L E N T A

    C O M O C O N S T R U C C I Ó N P Ú B L I C A

    de la naturaleza ni tampoco como una unidad social determinada en forma

    absoluta por la sociedad, ya que no se el imina su responsabil idad frente a su

    prop ia con ciencia. Esto lo llevó a sus tesis sobre la orig inalid ad del "p en sam ien to

    prim itivo " {ibid.: 39) que le hicieron relativizar la separación entre pe nsa m ien

    tos y sent im ientos co m o def initor ia de nues t ra individual idad : "Mi individua

    lidad es así aprehendida por mi conciencia y es circunscri ta a la superficie de

    mi cuerpo, y creo que la de mi vecino es precisamente como la mía". En con

    traste,

    en las represen taciones de los prim itivos [...] la indiv idualid ad de cada

    uno no se detiene en la periferia de su persona . Las fronteras son im precisas,

    mal determ inada s y aún variables según si los individuos po seen m ás o m eno s

    fuerza mística o mana

    20

    . La individualidad pue de, entonces, extenderse m ás

    allá de mi cuerpo propia me nte dicho, en elementos disociados pero que sim

    bolizan, com o sus excreciones, cabellos, pelos, uñas, vestidos, etc., en fin, todo

    lo que pueda de algún m odo representarlo, y por tanto , representar la indivi

    dua lidad de ese hom br e p rim itivo {V am e prim itive, 1927:134, de la edición

    de   1963, cit. en Ca rdoso de O liveira, 1991:111-112, trad uc ció n m ía ).

    Lévi-Bruhl no sólo añade la dimensión del sentimiento ( la afectividad, en

    sus términos) en el es tudio de las representaciones colect ivas , ausente en

    Du rkh eim , s ino el papel y el lugar de sent im iento y pen sam iento en la def ini

    ción c ultu ral de la pe rso na y de sus fronteras (C ard oso de Oliveira, op. cit.) . M ás

    allá de si su enfoque exotiza las sociedades nativas o si quedó preso de cierta

    termino logía de su t iemp o, como lo sugiere la int roduc ción de Ruth Bunzel a

    Ho w Native s Think

    1

    ^ (Bunzel, 1966), Lévi-Bruh l va más allá de form ular m era

    mente reparos al extremo racionalis ta imperante en las ciencias sociales o de

    recon ocer los elem entos no rac ionales en la co ndu cta h um an a (Bunzel, op. ci t.) .

    Esbozó el sus tento empír ico de una teor ía no dicotómica y disociadora entre

    pen sam iento y sent im iento, y al reconoc er es ti los y presup ues tos di ferentes de

    pensamiento desaf ió uno de los pr incipales supues tos de la moderna concep-

    20

     El térm ino mana es empleado com o equivalente a la fuerza mística cjue

    posee un objeto o persona.

    21

     "I valué the substance and deplore the language", Ruth Bunzel, 1966, pág.

    vi.  Introducción  a How Natives Think, traducción al inglés de 1966 de Les

    fonctions mentales dans les societés inférieures, 1910.

    I J

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    C R I M E N P A S I O N A L . C O N T R I B U C I Ó N A

    U N A A N T R O P O L O G Í A D E L A S E M O C I O N E S

    ción de la real idad, el del individuo gobernado por una conciencia racional

    unificada.

    En la antro polo gía de los úl t im os dece nios se ha rec upe rado el interés po r

    la definición cultural de la vida emocional , como parte de un debate metodo

    lógico ampl io que a t raviesa la d isc ip l ina y pre tende tomar en cuenta las

    imp licacion es po líticas de la elaborac ión con cep tual. En un texto de 1984, Ren ato

    Rosaldo emplea su experiencia personal con la muerte repentina de su esposa,

    M ichelle Rosaldo, para a bor dar la discusión sobre la fuerza c ultural de las em o

    ciones. Ella misma fue una de las promotoras de la renovación de la antropolo

    gía sob re el estud io de las em ocio nes (Rosaldo, M ., 1980,1984). Renato Rosaldo

    propone que para entender los sent imientos que exper imenta una persona es

    preciso considerar la posición del sujeto y ésta dentro de un campo de relacio

    nes.  Lo ejemplif ica con el con traste e ntre su com pre ns ión l imitada de la activi

    dad emocional de los Ilongot de Filipinas frente a la caza de cabezas, que fue

    soluc ionad a m edia nte su recurso a la teoría antropológ ica del intercam bio. Sólo

    cu an do vivió su prop ia experiencia frente a la m ue rte de Michelle Rosaldo, pud o

    en ten de r el víncu lo en tre rabia y dolo r qu e estaba presente en los Ilongot . Tris

    teza no es lo mismo que pena, comprendió, y sint ió "la rabia que puede venir

    con un a p érdida dev astad ora" (Rosaldo, 1984; 180) .

    Entre los Ilongot la fuerza de las emociones de los dolientes relaciona la

    rabia con el impulso de cazar cabezas. Pero el manejo del dolor por la pérdida

    de una persona querida y la rabia por ello, se realiza en forma distinta si se es

    un ho m bre joven, un hom bre adul to o una mujer . La prohibic ión gub erna m en

    tal de la cacería de cabezas bloqueó esas prácticas culturales para lidiar con la

    pe na y obligó a real izar ajustes hacia otra s formas de exp erim enta r el duelo y a

    reposicionar los dist intos sujetos. Rosaldo pretende l lamar la atención sobre la

    posic ión del sujeto de la experiencia e mo cion al q ue la antro polo gía suele si len

    ciar , con su predilección po r las ma nifestacione s simbólicas r i tual izadas, o bien

    en favor de esferas res t r ingidas en las que toman impor tancia los eventos

    repe titivos. Tal es el caso, dice, de V Tu rne r s obre el proc eso ritual y de C. G eertz

    sob re los balinese s. La an trop olo gía , al privilegiar los rituales, co nti nú a Rosa ldo,

    deja de lado los procesos sociales previos y posteriores de los cuales el ritual es

    sólo un eslabón, y la fuerza cultural de las emociones queda así di luida. Tam

    bién se desest iman aquellas áreas de la cultura que aparecen como poco elabo

    radas simbólicamente y se confunde esto con escasa densidad cultural . Por el

    con t r a r io , l a s emociones , pese a que no aparezcan como e laborac iones

    discursivas, tienen fuerza y densidad propias (Rosaldo, 1984).

    [34]

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    C R I M E N P A S I O N A L : L A A C C I Ó N V I O L E N T A

    C O M O C O N S T R U C C I Ó N P Ú B L I C A

    Ca the rine Lutz (1988) parte en su trabajo etnog ráfico sobre los Ifaluk del

    Pacíf ico suroccidental de la neces idad de deconstrui r la emoción para mos

    t rar có m o el uso del térm ino , tan to en la vida cot idian a c om o en lo cient íf ico,

    descansa en supuestos y asociaciones implícitas que le dan el sentido. Algu

    nas asociaciones dependen del papel de la emoción en la comprens ión occi

    dental del mundo, en par t icular , de su ambigüedad f rente a la emoción; pues

    mientras és ta nombra lo pr ivado, e l self,  lo s ignif icativo, lo inefable, también

    habla de aspectos devaluados del mundo como lo i r racional , lo incontrola

    ble,  lo fem enin o, lo vuln era ble {ibid.: 3~4y

     53

     y ss . ) . Una imp l icación anal í t ica

    de lo an ter ior l l eva a comprender l a emoción como esenc ia humana -de or i

    gen metaf ís ico o biológicamente enraizada- , lo cual deses t ima el papel de la

    cultura en la experiencia emocional. Para Lutz, con las relat ivas excepciones

    de Rousseau e ntre los clásicos y de W ittgenste in m ás recien tem ente

    2 2

    , las em o

    ciones son vistas po r los pensad ores occidentales com o es t ructura s pe rm an en

    tes de l a ex i s tenc ia humana per tenec ien tes a l a na tura leza o l a ps ico logía

    humanas y no a la his tor ia , la cul tura o la ideología (para una discus ión so

    bre dist intos implícitos véase Lutz, 1988, y Reddy, 1999). Lutz desarrolla su

    t raba jo e tnográf ico t end iend o a dem os t ra r , en pr im er t é rm ino , que los sign i

    f i cados emoc i ona l e s e s t án e s t r uc t u r ados f undamen t a l men t e po r s i s t emas

    cul turales y am bien tes ma ter iales y sociales par t iculares ; y en segu ndo lugar,

    que los conceptos sobre la emoción son más út i les entendidos como dir igi

    dos a propós i tos com unica t ivos y mo ra les más que a es tados in te rnos su pues

    tam en te universales. Así, retom a la pro pu esta de Michelle Rosaldo en el sentido

    de que las emociones son formas de acción s imból ica en ar t iculación pr ima

    ria con otros aspectos de signif icado cultural y con la estructura social . Lutz

    asume las teor ías cogni t ivas que recons ideran los vínculos entre cognición y

    emoción (Arnold,

     1960;

     Beck,

     1967,

     cit. en Lutz) y qu e desa rrollaron críticas tan to

    a la visión instintiva de la emoción como a la concepción mecánica del ser hu

    mano como procesador de información, que fue caracter ís t ico del movimien

    to cognit ivo de los años sesenta y setenta. La autora parte de la comprensión y

    el razo nam iento sobre la em oció n que se recoge en el habla pero ente ndie nd o

    que esos procesos de com pren s ión son negociados social e inte rperson alm ente,

    22

     Lutz no menciona una vertiente de pensadores que por la influencia del

    historicismo enfatizan aspectos históricos e ideológicos de la em oción, N.

    Elias,

     especialmente, o la relación entre individuo, conflicto y sociedad en G.

    Simmel.

    [35]

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    C R I M E N P A S I O N A L , C O ,V I R I B V G l O N A

    U N A A N T R O P O L O G Í A l > I

    :

      L A S E M O C I O N E S

    má s allá de la antrop olog ía cognit iva. Del constru ctivism o, Lutz retom a la idea

    de ver los fenó m eno s psicológicos c om o u na forma de discurso en vez de cosas

    internas para descubrir .

    Finalmente, de la teoría cr í t ica, en part icular de Foucault , rescata la idea

    del poder como un factor crucial en la const i tución de la subjet ividad. Desde

    el punto de v is ta metodológico, p lantea la tarea in terpreta t iva como una la

    bor de t raducción de la comunicación emocional de un contexto y lenguaje a

    o t ro .

      La emoción, propone, es usada para hablar de lo que es cul tura lmente

    signi f icat ivo, empleando un s ími l no expl íc i to con Durkheim y la re l ig ión

    (Lutz, op. cit.: 5-9).

    Algunos enfoques feministas han puesto énfasis en el papel constructivo

    del discurso emocional hasta desest imar el concepto de cultura, señalándolo

    como opresivo. William Reddy (1999) les discute que el otogar un papel todo

    poderoso a l d iscurso , como "const ructor" de la emoción, no es teór icamente

    sat isfactorio ni menos opresivo que el concepto total izador de cultura. Para

    Reddy, una dirección promisoria de búsqueda teórica es una reconceptualización

    de lo "mental" siguiendo las l íneas que señala el concepto de cultura, pero de

    m an er a lo suficienteme nte f lexible que pe rm ita colocar en su lugar la práct ica,

    el pod er, la acción y la historia . Para este auto r, en esa línea es posible repe nsar

    la emoción, inclusive repensar qué implicaciones polí t icas t iene en dist intas

    culturas como una categoría de exclusión, opuesta a la razón y asociada a la

    enferm edad , o a categorías sociales relegadas, pues m ue stra la sobrep osición ente

    em oció n y género, clase, raza y etn ia

    2 3

    .

    Desde la antropología cognit iva, Claudia Strauss y Naomi Quinn (1994),

    por inf luencia de ant ropólogos como Roy D'Andrade, proponen una ver t iente

    'conexionista'. Esta corriente está influenciada por la teoría de la práctica de

    Bourdieu (1980) pues se sostiene en la idea de que la comprensión de las repre

    sentaciones y de los hechos sociales requiere de una comprensión de la forma

    como los individuos los internalizan y recrean. El modelo de la mente de este

    enfoque incluye la emoción y la motivación así como también las fuerzas so

    cia les que modelan y son modeladas por las personas. E l lo evi tar ía una

    cosif icación de la cultura al mismo t iempo que una reducción a la mera abs

    t racción anal í t ica que los ant ropólogos hemos inventado. Como en Bourdieu,

    23

     Desde este punto de vista es posible hacer una lectura de las "keywords"

    de Ramos, 1998, con las cuales sectores hegemónicos en Brasil pretenden

    categorizar a las sociedades indígenas, por ej., como "primitivos".

    136

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    E L C R I M E N P A S I O N A L : L A A C C I Ó N V I O L E N T A

    C O M O C O N S T R U C C I Ó N P Ú B 1 I C A

    este modelo no considera las representaciones como si fueran reglas estableci

    das sino como redes sueltas de asociaciones que permiten reacciones flexibles

    frente a si tuacione s part icu lares, y qu e son, sin em bar go, dura bles. A diferencia

    de Bo urdieu, ellas enfatizan la m otivación que da im po rtanc ia a ciertos elem en

    tos de la cul tura m ás que a otro s. ¿En qué consiste el m od elo 'conexionista '? En

    la idea de que en la com pre nsió n c ul tural , nue stros pe nsa m iento s y nues tras ac

    ciones no se toman directamente de la real idad sino que están mediadas por

    protot ipos o esquemas aprendidos. Estos esquemas son las versiones sobre la

    experiencia que quedan en la memoria de las personas. Pese a que la teoría de

    los esque m as cognit ivos no es nueva, pues la pro pu so Piaget y la men cion a Kant

    para d esignar las representacion es q ue guían la apl icación de los a prio ri a un a

    exper iencia par t icu lar , el conex ionism o qu e Strauss y Q uin n pro pon en emplea

    observaciones etnográficas, psicología y neurobiología {ibid.) . Supone un mo

    delo del conocimiento similar a las redes neuronales, en donde algunas redes

    son especial izadas, otras se act ivan o se desact ivan p or la com bin ator ia de est í

    mulos y determinados mensajes. Los esquemas cul turales se asemejan a colec

    ciones de unidades neuronales interconectadas {ibid. : 285-286).

    Para que el aprendizaje ocurra no se requiere que exista enseñanza inten

    cional, sino que éste surge en la vida diaria. Lo aprendido es flexible frente a

    nuevas s i tuac iones; por e jemplo , una joven incorpora sus esquemas sobre la

    maternidad a part i r de si tuaciones cot idianas en su propio hogar, que se apre

    henden mediante general izaciones y asociaciones. Éstas no cubren sólo ideas o

    pensamientos , s ino también sensac iones (o lores , son idos) y sen t imientos que

    ent ran a conform ar el esquem a. La joven aprend e sobre la mater n idad por co

    nexiones muy fuer tes en t re un idades que representan personas como su ma

    dre ,

      lugares, s i tuaciones, objetos, sensacione s, etc . , que están en su experienc ia

    {ibid. : 286). Pero su aprendizaje no es como un programa de computador que

    se repi te basado en unas pocas reglas, s ino como una red de unidades que se

    conectan unas con o t ras , has ta que nuevas reacc iones subje t ivas o ex ternas ,

    nuevos contex tos o exper iencias , las t ransf orm an e inc luso perm i ten la im pro

    visación.

    Un aspecto interesante de este modelo es que destaca el hecho de que en

    el aprendizaje no sólo se captan asociaciones entre característ icas observables

    sino que sim ultán eam ente se relacionan rasgos observables y ciertos se nt im ien

    tos que a su vez se cone ctan con ciertas mo tivacio nes fu turas para la acción d e

    la persona {ibid.: 288). Para Strauss y Quinn, la psicología y la neurobiología

    permiten sustentar que las representaciones van más al lá de las circunstancias

    [37]

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    C Ji / M  E N  P A  S  I O N A L . C O  N T R I   BU C I O N A

    U N A A N T R O P O L O G í A  D E L A S E Al O C / O  V £ S

    específicas en que se forjaron y form an conjun tos com plejos de s ent im ientos

    asociados a el las y a las experiencias part iculare s, m otiv an do a la perso na a ac

    tua r de cierta m an era . Esto se basa en que los estados subjetivos de sen t im iento

    y deseo , as í como la observac ión sobre las propiedades de l mundo ex terno ,

    pueden entenderse como unidades de act ivación (véanse también Kandel etal . ,

    1997,

     para un a descrip ción desde la neurobio logía, y Ferry, 2000; Berkowitz, 1994;

    H ue sm an n, 1994, desd e la psico logía). En el apren dizaje no sólo se realizan aso

    ciaciones entre característ icas observables, s ino que simultáneamente se efec

    túa n asociaciones entre esos rasgos observables y ciertos sent im ientos que a su

    vez se conec tan con ciertas motivacio nes para la per son a (Strauss y Q ui nn , op.

    cit.: 288).

    De cierta m ane ra, estas nuevas tendenc ias de la antropo logía en el estudio

    de las em ocion es se en cu en tran ya en Wit tgenstein con su insistencia en que el

    lenguaje es siempre una act ividad social que aprendemos. Con el lenguaje se

    aprende todo un modo de v ida , un tono emocional y no s imples pa labras , por

    lo que no existe lenguaje privado {Sobre la certeza, 1997, y véanse sus Investiga

    ciones

     filosóficas,

     1953). Wittgenstein contrastó su propuesta sobre el conocimien

    to tanto con racional istas como con empiristas mediante la r idicul ización de

    las pretensiones filosóficas de la duda absoluta y de los sentidos, como los que

    dan s ign i f icado a nuest ra rea l idad . No dudamos a d iar io de s i t enemos dos

    manos ni tampoco sabemos de el las porque las veamos cada día ni porque las

    con tem os diaria m ente. Tene mo s ia certeza ue que existen, y si a iguien nos lo ne

    gara, pens aríam os que está loco. En la vida diaria ap ren de m os que esto es así, y

    también cómo usarlas, en qué si tuaciones puede ser vál ido preguntarnos si las

    tene m os y có m o form ular esa dud a; en qué juegos del lenguaje ella es apr opia

    da {Sobre la certeza, 1997). Esto de igual manera sucede con los asuntos más

    complejos que son orientaciones vi tales.

    A ntho ny ivianser discute ia rda cio n entre ei tem a uei icnsuaie v ia pr eoc u

    pación con el sent imiento de dolor en Wit tgenstein, quien justamente lo invo

    ca como un ejemplo de la falacia del lenguaje privado (Manser, 1971). En

    W ittgenstein , dice Manser, el lenguaje de sem peñ a un p apel en la form a de vida,

    no pu ede ser algo inútil , "priv ado " y debe inv olucra r reglas pública s. Si Robin son

    Crusoe inventara nombres para la f lora y la fauna que lo rodea esto no sería

    lenguaje. El lenguaje es siem pre u na ac tividad social qu e imp lica reglas que sólo

    pueden ser empleadas en una si tuación social . Más tarde, Gadamer destacó su

    pr ox im iaa a con ia ioea ue que estamo s insertos en juegos de lenguaje de carác

    ter social: el juego, tanto como el lenguaje no se agotan en la conciencia del ju-

    [38]

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    E L C R I M E N P A S I O N A L : L A A C C I Ó N V I O L E N T A

    C O M O C O N S T R U C C I Ó N P Ú B L I C A

    gador, en la del hablan te, y en esa me dida son "algo más qu e un co m po rta m ien to

    subjetivo " (G ada m er, 1994:19). Este es el caso de la descr ipc ión de las sensac io

    nes y sentimientos para Wittgenstein. Cuando se describen las sensaciones per

    sonales , pese a lo indescr ipt ibles que parezcan, acudimos a las palabras de

    nuestro vocabulario para hacerles referencia (Manser, 1971). Podemos dar un

    no m bre especial a una sensación de dolor , pero es to presup one la palabra "do

    lor". Pese a la idea co m ún de qu e el do lor es un "o bjeto privado", de que "las sen

    saciones son irred uctiblem ente privadas" y que sólo conozc o las palabras a p art ir

    de mi propia exper iencia , "se aprende el conc epto de 'dolor ' cua nd o se apren de

    el leng ua je" (W ittg en stei n, Investigaciones filosóficas, cit. en M anse r, op. cit.: 163).

    Así, no hay una única acti tud humana ante el dolor, s ino que ella varía tanto

    co m o los procesos de aprendizaje del lenguaje del dolor . El niñ o a pre nd e las ex

    presiones de dolor de otros niños y de forma simultánea el trato que es apro

    piado ante el pro pio y el de los otro s. Ap rend e, por ejem plo, la s impa tía co n los

    otr os frente al dolo r, a incluir y a excluir ciertos a nim ales y ciertas cate goría s de

    personas ta les como los "enemigos", de manera que aprender la conducta del

    dolor es "aprender toda una forma de vida" y una forma muy central en cual

    qu ier cu ltu ra {ibid.: 161-162).

    Las emo ciones como actos com unicat ivos

    Las l imi tac io nes , s il enc ios y am bigü eda des de la an t rop olog ía f r en te a

    la teor ía y el anál is is de las emociones pueden refer i rse a pos turas cul tura

    les cul t ivadas por el pensamiento de inf luencia occidental . De al l í la impor

    t anc i a