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ELIZABETHNORRIS

Traducción de Daniel Aldea

Título original: Unraveling, publicadaen inglés, en 2012, por Balzer + Bray,an imprint of HarperCollins Publishers,Nueva York (EE.UU.).Published by an arrangement withHarperCollins Children’sBooks, adivision of HarperCollins Publishers.Primera edición en esta colección:octubre de 2013© 2012 by Elizabeth Norris© de la traducción, Daniel Aldea, 2013© de la presente edición: PlataformaEditorial, 2013Plataforma Editorialc/ Muntaner, 269, entlo. 1ª – 08021BarcelonaTel.: (+34) 93 494 79 99 – Fax: (+34)

93 419 23 14www.plataformaeditorial.cominfo@plataformaeditorial.comRealización de cubierta: Lola Rodríguez

Depósito Legal: B. 26599-2013

ISBN: 978-84-158-8067-7

Reservados todos los derechos. Quedanrigurosamente prohibidas, sin laautorización escrita de los titulares delcopyright, bajo las sancionesestablecidas en las leyes, lareproducción total o parcial de esta obrapor cualquier medio o procedimiento,comprendidos la reprografía y el

tratamiento informático, y la distribuciónde ejemplares de ella mediante alquilero préstamo públicos. Si necesitafotocopiar o reproducir algún fragmentode esta obra, diríjase al editor o aCEDRO (www.cedro.org).

Para todas las J.; sin vosotras,nada de todo esto hubiera sido posible

Contenido

Portada Créditos Dedicatoria Primera parte

24:00:14:3223:23:57:0723:23:57:0623:23:56:4923:23:56:4223:23:56:4023:23:22:29

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Segunda parte 15:02:02:4115:01:01:1915:01:00:3415:00:53:4915:00:53:0115:00:21:24

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02:08:30:00Tercera parte

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Agradecimientos La opinión del lector

PRIMERA PARTE

El bosque es encantador, oscuroy profundo.

Pero yo tengo promesas quecumplir,

y kilómetros por recorrer antesde dormir,

y kilómetros por recorrer antesde dormir.

ROBERT FROST

24:00:14:32

Sé el momento exacto en que Nick llegaa la playa.

No importa que solo hayamos salidotres veces ni que los últimos cinco añosno haya sido su fan número uno. Nisiquiera importa que sus intentonasrománticas de conquistarme este veranopuedan ocultar otro objetivo; mejoreschicas han caído rendidas a los pies dechicos que no les llegaban a la suela delzapato.

Sin embargo, cuando cambia el aire,

la temperatura desciende una fracción degrado, se levanta el viento y unacorriente eléctrica recorre la arena bajomis pies, sé que él está cerca.

Al menos eso es lo que suelo decirle aElise, quien siempre se quedaembelesada cuando le hablo de misupuesta vida amorosa y se enfadacuando cree que le oculto algún detalleimportante.

A pesar de todo, sé el momento exactoen el que Nick llega a la playa.

Aunque tal vez sea porque es muydifícil no reparar en la presencia desetenta y ocho niños de doce añoscorriendo por la arena.

Hoy me siento especialmente aliviadaal ver la oleada de pequeños jugadores

de béisbol descendiendo hacia TorreyPines y no puedo contener una sonrisa.No por ellos –ni siquiera por Nick–,sino porque su llegada significa el finalde otro turno de diez horas. Mi últimoturno del verano como socorrista desdeel amanecer hasta las cinco. Es unasensación agridulce. Me encanta pasarel día aquí; hay algo mágico en la vastaextensión de agua, sobre todo alamanecer, cuando las únicas personas enla playa son los surfistas más acérrimos.Pero no me gustan las largas jornadas, nilos campamentos de béisbol, ni losfiesteros de fin de semana.

–Maldita sea, J. –dice Steve mientrasbaja de la camioneta. Sus ojos se posan

momentáneamente en la cicatriz queasoma bajo el tirante izquierdo de mibañador–. ¿Te largas?

Cojo mi bolso de lona y salto desde elpuesto de socorrista hasta la arena,conteniendo el impulso de recordarleque lleva todo el verano viendo lamisma cicatriz.

–Todo tuyo hasta el atardecer.Steve no tiene posibilidad de decir

nada más. Un pegote de arena húmedame golpea la pierna, seguido de un corode risitas masculinas preadolescentes.

–Venga, Nick, ¿cuántas veces tengoque decirte que no les tires cosas a laschicas para atraer su atención? –Comoes habitual, Kevin Collins, quarterbackmediocre, parador en corto estrella y el

mayor donjuán del Instituto Eastview,está rodeado de media docena depequeños jugadores de béisbol–. Losiento, Janelle, pero ya lo conoces. Notiene «modalez». –Me regala una de sussonrisas arrogantes porque sabe que sincamiseta está lo suficientemente buenocomo para que la mayoría de las chicasolviden hasta su propio nombre.

Pero yo no soy como la mayoría delas chicas.

Dirijo la mirada hacia su mejoramigo, que está sonrojado y me mira conuna tímida sonrisa en los labios mientrasse frota las manos con nerviosismo. Pielmorena, pelo negro y corto, ojosalmendrados, tableta de chocolate. Si

fuera Elise, diría que Nick Matherson estan guapo que hace daño a la vista.

Pero, en lugar de eso, digo:–Hola. Feliz último día de

campamento.Nick sonríe de oreja a oreja y noto un

mariposeo en el estómago, comosiempre me ocurre cuando me mira conesa sonrisa en los labios.

–Gracias. Hoy ha sido una pesadilla.Ya sabes, como si supieran que noíbamos a castigarlos. Pensaba que iba aperder la cabeza; me alegro de que hayaterminado.

Asiento. Nick ya me ha dicho que elaño que viene es muy probable que novuelva a hacer de entrenador ni demonitor.

–Tengo algo para ti –dice. Busca en elbolsillo de sus bermudas y extiende elpuño. Pero no abre la mano. Soloespera.

–¿Qué es? –le pregunto.Él se encoge de hombros.–Acércate y descúbrelo tú misma.Doy un dubitativo paso adelante y

alargo la mano. No sé qué puedehaberme traído que quepa en un puño,pero el hecho de que haya pensado en mícuando no estaba con él –o el merohecho de que me haya traído algo– mehace sonreír.

Cuando le rodeo la muñeca para girarsu mano, noto la calidez de su piel y, alseparar sus dedos con la otra, siento un

estremecimiento en todo el cuerpo.Y cuando veo lo que es, no puedo

contener un pequeño jadeo. Es cienveces mejor que una joya: un paquete desemillas de lavanda. Algo que quería.Algo que le mencioné justo ayer.

–El tipo que me las vendió me dijoque puedes plantarlas en una maceta.Aunque no hace falta que sea en elexterior. Espero que a tu madre la ayudecon sus jaquecas –comenta.

–Nick, es perfecto. Gracias –digo conuna sonrisa, y me inclino para abrazarlo.Pero él baja la cabeza y nuestros labiosse rozan un instante antes de apartarme.Después de todo, trabajo aquí, aunquehoy sea el último día de la temporada deverano.

–He oído que has tenido un rescatedifícil –dice él con una carcajada–.¿Dos tipos grandes?

–Solo ha sido una corriente muy fuerte–aclaro, y noto cómo empiezo asonrojarme mientras le doy una rápidaexplicación del incidente. Mientrasestoy hablando, miro por encima delhombro de Nick y veo a Brooke Haslendirigiéndome su mirada asesina mástemible.

–Un momento –dice Nick–. Elise hadicho que los tipos eran pesos pesados.

–Llevaba la tabla de salvamento. Henadado hasta ellos, los he subido a latabla y he regresado en paralelo hastaque he alcanzado la playa. No ha sido

para tanto.–Lo que tú digas, Janelle –dice Kevin

rodeándome los hombros con un brazo–.Sabemos que eres más dura de lo queaparentas. ¿Crees que podrías conmigo?–Flexiona los bíceps, lo que podríaresultar impresionante si no fuera por suarrogancia.

–Déjala en paz, tío –dice Nickpropinándole un empujón. Solo hacenfalta dos empujones más para que losdos acaben luchando y dándosepuñetazos sobre la arena. En momentoscomo este me pregunto si compartirán elmismo cerebro.

Antes de que la marea de pequeñosjugadores de béisbol los rodee yempiece a vitorear, me alejo en

dirección al aparcamiento. Aún he derecoger a mi hermano en casa de sumejor amigo y acompañarlo alentrenamiento de waterpolo, después ira casa, ducharme y cambiarme antes deque Nick pase a recogerme para volveraquí. Esta noche se enciende la hogueraanual que señala la vuelta a la escuela.

–¡Janelle! –grita Nick.Me vuelvo justo a tiempo de ver cómo

Kevin lo tumba y lo hace caer de brucessobre la arena. Nick se revuelve ygolpea a Kevin con fuerza en los riñonesmientras escupe arena.

–Te recogeré sobre las ocho, ¿vale?Asiento y una sonrisa ilumina su

rostro. Cuando estoy a punto de

devolverle la sonrisa, Kevin salta denuevo sobre él y la pelea se reanuda.

Doy media vuelta y veo a Brookemirándome fijamente. Clavo la miradaen sus ojos azules, negándome adesviarla. Hubo un tiempo en el quepuede que fuera el tipo de chica que seviene abajo al enfrentarse a ladesaprobación de Brooke Haslen.Aparentemente, ella es todo lo que yo nosoy: alta, rubia, guapa, perfecta. Y siesto hubiera sucedido hace tres años,puede que me hubiera sentido culpablepor el hecho de que Nick me hubierapedido una cita solo tres días despuésde romper con ella. Pero ya no.

Brooke y yo nos miramos fijamentemientras paso por su lado y la dejo

atrás, a ella y a sus amigas. De hecho, esKate quien se interpone entre nuestrasmiradas. Coge un refresco y se sitúadelante de Brooke. Entonces levanta lacabeza, me ve, frunce el ceño e intentamirar hacia otro lado.

Cuando llego a mi coche, lo entiendotodo. La sonrisa de suficiencia deBrooke. Los remordimientos de Kate.

En la luna de mi jeep han escrito PUTAcon pintura rosa fluorescente. Parece serque tendré que pasar por el túnel delavado de camino a casa del amigo deJared.

O no. Porque al abrir la puerta y dejarla bolsa de lona en el asiento delpasajero, me doy cuenta de que la rueda

está deshinchada. Y no es simplementeun problema de presión. Está pinchada,la llanta pegada al asfalto.

Y no es la única.La otra rueda delantera también está

pinchada.Kate debe de saber que solo llevo una

rueda de recambio en el maletero. Y quemi padre no me hubiese dejado sacarmeel permiso de conducir sin antes haberdemostrado con éxito que puedocambiar una rueda, comprobar el nivelde aceite y arrancar el motor con unpuente.

Cuando tu ex mejor amiga y la exnovia de tu casi novio te llaman puta –con pintura fluorescente rosa– y tepinchan las ruedas del coche, la

tentación de desmoronarse y empezar allorar es casi irrefrenable. Me escuecenlos ojos, noto un ardor en todo el cuerpo–como si estuviera balanceándomesobre esa línea emocional entre la rabiay las lágrimas– y siento el impulso deextender los brazos, levantar la vista alcielo y gritar con toda la fuerza de mispulmones. Sin embargo, no es ni muchomenos la primera vez que experimentoalgo así. Puede que las ruedas pinchadassean una novedad, pero el sentimientode que mi vida es una ruina es siempreel mismo.

Y me he enfrentado a problemasmucho peores que a dos zorras delinstituto.

Mientras abro la guantera para cogerel móvil, considero la posibilidad devolver a la playa y pedirle ayuda a Nick.Pero no me siento muy cómoda en elpapel de damisela en apuros. Y noquiero que Nick llegue a ningunaconclusión precipitada sobre cómo hapodido suceder; aunque a veces secomporta como un neandertal, es unchico listo, y la palabra «PUTA» más dosruedas pinchadas solo pueden señalar aun único culpable. Además, si vuelvo ala playa en busca de ayuda, Brookeobtendría la satisfacción de ver que sumaniobra ha sido un éxito.

De modo que llamo a la compañía deseguros y les explico el problema

mientras me calzo las zapatillas.Tardarán al menos una hora en llegaraquí y cambiar las ruedas, pero no pasanada, esta noche he de volver de todosmodos. Y cargarán la reparación en latarjeta de crédito, por lo que tampoco hede preocuparme por eso.

Empiezo a caminar. Este tramo de laautovía 101 es muy despejado: soloestán los acantilados, la playa y laautovía de dos carriles. Puedo subirfácilmente la colina y llegar corriendohasta Del Mar. Aunque son algo más detres kilómetros, puedo cubrir ladistancia en menos de quince minutos sicorro al límite de mis fuerzas. Marco elnúmero de la única persona que nuncame ha dejado tirada.

Responde tras el primer tono. Así esAlex.

–¿Qué pasa?–Necesito un favor.–Claro.Sonrío con el móvil pegado a la oreja.–¿Puedes recogernos, a mí y a Jared,

en casa de Chris Whitman? Vive en DelMar, en la calle Cuatro de StratfordCourt.

–Por supuesto, pero ¿qué le pasa a tujeep? –Oigo cómo coge las llaves.

–Un pinchazo. Es una larga historia. –Alex empieza a protestar–. Te lo contarétodo cuando nos recojas.

–Claro, tranquila. ¿Quieres quecompre algo de camino?

Mierda. Eso me recuerda algo. Leprometí a Jared un burrito de carneasada de Roberto’s. Yo no tengo tiempo,y Alex tendría que desviarse mucho…Me muerdo el labio y cierro los ojosdurante una décima de segundo mientrasvaloro la decepción de Jared y el pocotiempo del que dispongo.

Estoy a punto de preguntarle a Alex sipuede pasar por Cotija’s, donde lacomida no es tan buena pero al menos lequeda de paso, cuando me parece oírque alguien grita mi nombre.

Pero todo queda ahogado por elchirrido de unos frenos y el estruendodel metal sobre el asfalto.

23:23:57:07

Sé que las dotes de observacióndifícilmente son hereditarias, pero, antesde morir, siempre había creído que obien las había heredado de mi padre obien las había perfeccionado al vivircon mi madre.

También había creído ser la personamás observadora que conocía; por esotenía el índice de salvamentos más altode todos los socorristas de Torrey

Pines.Pero, de algún modo, no veo venir la

camioneta azul cielo hasta que está tancerca de mí que noto el calor del motory el olor de los frenos chamuscados.Hasta que lo único que puedo hacer escubrirme instintivamente la cara con unbrazo. Porque, al parecer, soy así deinútil.

23:23:57:06

Durante una décima de segundo sientoun calor abrasador y una sensación devértigo, y entonces mi corazón deja delatir, todo se detiene y de repente nonecesito respirar. Lo último que oigo esmi nombre en boca de Alex, y la alarmatiñendo su voz.

Pero no siento dolor. De hecho, lomás sorprendente de la muerte –y sé queestoy muriéndome; nunca en mi vida he

estado tan segura de algo– es la ausenciade dolor, la ligereza que me embarga. Escomo si todas mis preocupaciones –porel hecho de que Jared coma suficiente,no se pierda ningún entrenamiento dewaterpolo, saque buenas notas, seadapte al instituto; por el hecho de quemi padre trabaje demasiado, duerma losuficiente, pase más tiempo con Jared;por el hecho de que mi madre se tomesus medicinas, se levante de la camaantes de las tres, no descubra que hevaciado la botella de ginebra en eldesagüe– se hubieran desvanecido.

Y estoy muerta.Tampoco experimento algo tan tópico

como ver toda mi vida pasando frente amis ojos. En lugar de eso, solo veo un

día. El día más perfecto de miexistencia. Tal vez solo sea unaconsecuencia de la desconexión de misnervios ópticos mientras mi cuerpo vaapagándose. Pero la sensación es algomás que una reacción fisiológica.Porque puedo sentir lo mismo que sentíaquel día.

Y eso no tiene nada de tópico.

Veo los cálidos rayos de mediados deverano sobre mi madre, rodeándolacomo una especie de halo, y su vientrehinchado porque está embarazada deJared. Su oscura piel olivácea brillacon el reflejo del sol en la arena, ylleva el cabello recogido en un moño

en lo alto de la cabeza. Da unapalmada y echa la cabeza hacia atrásmientras deja escapar una risotadaexultante.

No recordaba que fuera tan hermosa,ni que estuviera tan viva.

Nuestra tentativa frustrada derecrear el castillo de Cenicienta seeleva precariamente a su lado, rodeadade cubos y palas de color rosabrillante.

El amor florece en mi pecho. No soloel amor que siento por ella, sino tambiénel que ella siente por mí, y la cálida pazde ese sentimiento me envuelve como unmanto.

Entonces me veo a mí misma, unaosada niña de tres años con una tabla

d e bodyboard y aletas, atacando lasolas como si conquistándolas pudieradejar mi marca en el mundo. Estoyriendo y nadando. El agua salada mesalpica la cara, el estruendo de lasolas mezclado con la risa de mi madreme llena los oídos. El olor del océano yde la crema solar Coppertone SPF 45satura mis fosas nasales.

Excitación. Felicidad. Paz.Perfección.

23:23:56:49

Una descarga eléctrica me desgarra elpecho y se extiende por el resto de micuerpo.

Mi día perfecto de playa se desvanececon un fundido en negro. Y con laoscuridad llega el dolor, un dolorinsufrible que se instala en mis huesos,en mis músculos, en cada fibra de miser.

La oleada eléctrica vuelve a recorrer

mi cuerpo, y esta vez mi corazónresponde, palpitando con fuerza como sicon sus latidos pudiera contrarrestar eldoloroso vacío que siente, mientras mearrancan de mis recuerdos.

–Janelle –murmura alguien–. Janelle,quédate conmigo.

Hay algo familiar en la voz; nonecesariamente en quien lo dice, sino enla forma en que susurra mi nombre. Merecuerda a mi padre y a la manera enque decía mi nombre cuando erapequeña y él volvía a casa y me besabaen la frente en mitad de la noche. O almodo en que Jared pronunciaba minombre cuando mamá se enfurecía yquería que le leyese Harry Potter paraaislarse de todo.

Y algo en mi interior anhela volver aoír cómo pronuncian mi nombre de esaforma.

La oscuridad se llena de luz, una luztan brillante que es casi cegadora. Micuerpo se inunda de un calor abrasador.Tengo la sensación de que la luz estáquemándome desde dentro.

23:23:56:42 De repente soy otra persona.

Me estalla la cabeza, como sialguien estuviera golpeándomela conun mazo. Hay agua (agua congelada) ami alrededor, y tengo los brazos y laspiernas entumecidos; apenas puedomoverlos. El pánico se apodera de mí amedida que me hundo. Abro los ojos,pero la sal me provoca un escozor y noveo nada. Aunque supiera nadar, estoy

completamente desorientada. Lospulmones me arden por el esfuerzo derespirar. Abro la boca instintivamentepese a saber que me ahogaré.

Solo tengo dos opciones: ahogarme oque me estallen los pulmones.

Sin embargo, sé que no ha llegado mihora, que este no es mi recuerdo sino elde otra persona. Yo solo estoy aquí paraacompañarla. Lo sé porque desdepequeña se me da mejor nadar quecaminar.

Un brazo me rodea, tira de mí haciala superficie y veo…

Me veo a mí misma.Tengo diez años, llevo un bañador

rosa y floreado porque, aunque aquelverano odiaba el rosa, mi padre me lo

compró con la mejor de lasintenciones. El pelo mojado, tan oscuroque parece negro, no me tapa la cara, ymis ojos color chocolate parecendemasiado grandes para mi rostro. Elsol brilla a mi espalda, creando unhalo a mi alrededor… Parezco unángel.

Al menos esa es la sensación que meprovoca el recuerdo, que soy un ángel.Lo que resulta extraño, pues no conozcoa nadie que me vea de ese modo. Nisiquiera Jared, y él me quiere.

La luz blanca vuelve a desgarrarme dela cabeza a los pies.

Y de nuevo me veo a mí misma…Esta vez en la escuela, en quinto curso,

jugando a las cuatro esquinas en elpatio con Kate, Alex y otro chico cuyonombre no recuerdo. Y siento… unanhelo, como si lo único que desearaeste recuerdo fuera unirse a nosotros.Pero por alguna razón no puede.

Y otra vez… En sexto curso, Alex yyo acompañando a mi hermano a laescuela. Alargo el brazo y le revuelvoel pelo a Jared. Me aparta la mano conun manotazo y me río.

Y otra vez. Y otra. Y otra. Y una vezmás.

Las escenas de mi vida se sucedenrápidamente, como si estuvieraobservando desde fuera mi propia vida.

Celebrando buenas notas. Exámenesperfectos. Leyendo durante los

descansos. Encuentros en la playa.Nadando en el océano. El fin de laamistad con Kate. Competiciones dedebate con Alex. Dando clasesparticulares a Jared y Chris en labiblioteca después de la escuela.Haciendo de socorrista, caminando porla playa con Nick.

Y no me cabe duda de que la emociónque siento es amor: las punzadas en elcorazón y la presión en el pecho soncasi dolorosas, como si estos recuerdospertenecieran a alguien que estáobservándome, alguien cuyos momentosmás felices coinciden con mis sonrisas,que sufre y se siente impotente y afligidocuando sabe que estoy triste. Alguien

que me quiere.

23:23:56:40

Otra vez oscuridad.–Quédate conmigo –dice la voz–.

Janelle, quédate conmigo.Parpadeo, abro los ojos y, pese a la

visión borrosa, veo una figura inclinadasobre mí. Tiene el sol a su espalda, porlo que solo veo una silueta sinfacciones. Todo mi cuerpo palpita conel ritmo de mi pulso; cada latido enfatizael dolor desgarrador y atroz que fluctúa

y fluye por todo mi ser. Siento loshuesos rotos, apenas puedo respirar y elcorazón me late a una velocidadvertiginosa.

Intento moverme para ver al chicoinclinado sobre mí, pero no lo consigo.No puedo controlar mis brazos. Ni mispiernas. De hecho, ni siquiera siento laspiernas. Es como si no tuviera.

–Aguanta, Janelle. Aguanta –mesusurra. Y después–: Lo siento. Va adolerte.

Cuando mueve una mano, comprendoque hasta entonces la tenía apoyadacontra mi pecho, justo encima delcorazón. La desplaza hasta mi hombro, yla calidez de su mano desnuda sobre mipiel resalta aún más la sensación de frío.

Cuando su mano recorre mi clavícula,noto cómo los huesos se mueven ycrujen, no como si estuvieranrompiéndose, sino como si estuvieransoldándose.

–Ben –grita alguien.Su mano fluye sobre mi brazo y

desciende por mi espalda, deteniéndoseen la columna vertebral. Cuando metoca, no solo noto un calor intenso entodo mi cuerpo, sino que tengo lasensación de que estoy a punto de entraren combustión espontánea.

Otro fogonazo blanco, más brillanteincluso que mirar directamente el sol. Alprincipio no veo nada, y entonces meveo a mí misma con el aspecto que

debía de haber tenido unos minutosa tr ás . Con el bañador rojo y lospantalones cortos a juego. Una finacapa de arena cubriéndomeparcialmente la piel morena.Deportivas sin calcetines, el cabellorecogido en una cola de caballoimprovisada. Me detengo con el móvilpegado a la oreja, cierro los ojos y mepellizco el puente de la nariz comosuelo hacer cuando me concentro. Yentonces aparece la camioneta comosalida de la nada, dirigiéndose haciamí a toda velocidad.

Y no puedo respirar.–¡Ben! ¡Hemos de irnos!Noto unos labios fríos en mi frente y

el dolor desaparece, transformándose en

una molestia apagada en todo mi cuerpo.Recupero la visión y descubro un par deojos castaños –aunque son de un marróntan oscuro que casi parece negro–observándome desde arriba. Sea quiensea, huele a menta, sudor y gasolina.

–Te pondrás bien –me dice, y elalivio que siente hace que sus palabrassalgan de su boca en un suspiro mientrasse incorpora.

Intento concentrarme y creoreconocerlo, aunque no sé exactamentede dónde.

–Te pondrás bien –repite, y tengo lasensación de que no intentaconvencerme sino que más bien se lodice a sí mismo… profundamente

aliviado. Sonríe, alarga una mano y meaparta un mechón de pelo de la cara.

De repente aparece en mi campovisual nada más y nada menos que ElijahPalma, oveja negra del instituto yreconocido porrero, y agarra por elbrazo al tipo que tengo delante.

Entonces lo reconozco. Los grandesojos castaños, el pelo oscuro y onduladoy la media sonrisa pertenecen a otroporrero de Eastview. Ben Michaels.Hemos ido a la misma escuela desdesexto, pero nunca he hablado con él. Nisiquiera una sola vez.

–¡Vámonos! –grita una tercera voz,una que sí reconozco. Reid Suitor.Íbamos al mismo curso y habíamoscoincidido en algunas asignaturas desde

antes de empezar el instituto. En octavoKate estaba colada por él, pero él noestaba interesado.

Elijah tira de Ben y, mientras intentoincorporarme, los dos desaparecen demi campo visual. Me duele el pechocada vez que respiro; tengo el cuerpodolorido y magullado. No puedo evitarpreguntarme si no me lo habréimaginado todo, si la camioneta ha dadoun volantazo para evitarme, si Ben halogrado apartarme de su trayectoria o sila camioneta ni siquiera existía.

No obstante, cuando consigoincorporarme, veo el vehículo,empotrado contra el terraplén y el capótotalmente abollado. Y con la mano

derecha aún sujeto mi móvil, aunqueestá destrozado.

Como si algo lo hubiera aplastado.Una camioneta, por ejemplo.

Dirijo la mirada hacia la carretera deDel Mar y veo a Reid, Elijah y Bensubiendo la colina en bicicleta. Poralguna razón, deseo que Ben eche lavista atrás, pero no lo hace.

Y, súbitamente, la gente aparece detodas partes. Me rodean y pronuncian minombre. Reconozco a Elise y al padrede uno de los chicos del equipo debéisbol. Y a Kevin y a Nick.

No sé cuánto tiempo he estado muerta.Porque estoy absolutamente segura deque lo he estado. Muerta.

Y también estoy absolutamente segura

de que, de algún modo, pese a desafiarcualquier explicación lógica, BenMichaels me ha traído de vuelta a lavida.

23:23:22:29

Alguien ha llamado a la ambulancia,probablemente Steve. Pese a asegurarlesque me encontraba bien, me han subidoal vehículo y me han llevado a ScrippsGreen, donde me han trasladadoinmediatamente a una sala de urgencias.

Nick está conmigo, sentado a mi lado,cogiéndome la mano y hablándome decuando era pequeño y se cayó de labicicleta. Su padre estaba enseñándole a

montar, pero como su padre no es unapersona paciente ni se le da muy bienenseñar, Nick se cayó.

Escucho su historia e intentoconcentrarme en todos los detalles,como, por ejemplo, que fuera unabicicleta negra y roja de losTransformers que su madre habíaencargado hacer a medida en una tiendade Pacific Beach, o que su padre seenfadara mucho por la caída y quisieraque volviera a montar inmediatamente.Como sé que solo intenta ayudar,contengo el impulso de resoplar ydecirle: «¿Que te caíste de la bici? ¡Amí acaba de atropellarme unacamioneta!».

Aunque es extraño. Nick sigue

hablando y yo desconecto, como si mealejara de él. No puedo dejar de pensaren Ben Michaels inclinado sobre mí, susmanos sobre mi piel, el modo en que hapronunciado mi nombre. En laincontestable certidumbre de que estabamuerta y ahora no lo estoy. Y todogracias a Ben. No sé cómo, pero él meha traído de vuelta.

Alguien me aprieta la mano y abro losojos. ¿Cuándo los he cerrado? Nicksonríe. Es realmente guapo, aunque adecir verdad no tengo la menor idea decómo ha llegado aquí. ¿Ha venidoconmigo en la ambulancia? ¿O la haseguido con su coche?

–¿Janelle? –me pregunta–. Janelle, ¿te

encuentras bien?Se levanta y me aprieta la mano con

demasiada fuerza. Una oleada denáuseas me recorre el cuerpo. Nick dicealgo más, pero no le oigo.

Una enfermera se inclina sobre mí einspecciona mis ojos con una linterna.Se da la vuelta y le dice algo a alguienque está a mi lado; no es Nick. No séadónde ha ido. Las náuseas setransforman en calambres y lo único quedeseo es encogerme y quedarme sola, aoscuras. Pero, cuando intento hacerlo,alguien me agarra las piernas.

La gente empieza a gritar y todos lossonidos de la habitación se difuminan.Entonces oigo a Alex. No puedoconcentrarme para descubrir con quién

está hablando ni qué está diciendo, perosé que es él por la cadencia de su voz.Quiero preguntarle cuándo ha llegado ycómo está mi hermano, pero no puedoabrir la boca y su voz cada vez se alejamás.

Los calambres cesan y mis músculosvuelven a relajarse. Sin embargo, aúnme cuesta respirar y solo consigo emitirun jadeo.

Algo se clava en mi brazo y unacalidez constante empieza a extendersepor mi cuerpo. Noto una sensación defatiga. Las manos que sujetaban mispiernas dejan de hacerlo y no puedomantenerme erguida por más tiempo. Merecuesto en la cama mientras hago un

esfuerzo por mantener los ojos abiertos.Me pregunto dónde está Alex.

Debo de haberlo dicho en voz altaporque un segundo después aparece a milado.

–Relájate. Has tenido un ataque, peroya ha pasado.

–Alex. –Trato de alcanzar su brazo,pero solo consigo mover la manodescontroladamente.

Alex siempre sabe lo que pienso, poreso dice:

–Jared está bien. Lo he acompañado awaterpolo y he llamado a tu padre.

Y entonces se inclina aún más sobremí y puedo susurrarle al oído:

–En Torrey, el jeep…–¿Qué le ha pasado a tu coche? –

pregunta Nick. Su rostro está sobre mí.Afortunadamente, Alex le hace

guardar silencio y lo aleja de la camamientras yo cierro los ojos.

–Yo me ocuparé, no te preocupes.Había algo que quería decirle. Algo

importante.–Espera –susurro antes de que se

vaya–. Alex… Yo estaba muerta.–Chist –contesta él con otro susurro, y

lo imagino negando con la cabeza–. Tepondrás bien, Janelle. Te pondrás bien.

Lo peor de regresar de entre losmuertos, lo creáis o no, no es el dolorfísico. No me malinterpretéis; aunquetodos mis huesos parecen funcionar

bien, tengo la sensación de que se mehan roto en pedacitos diminutos. Tengoel cuerpo entumecido, me sientodolorida de un modo constante ypalpitante, y me cuesta una barbaridadlograr que me obedezca como desearía.

Pero lo peor es el vacío.En realidad, tiene sentido. He

contemplado la gran extensión de lanada, he tenido un momento –no importaque fuera realmente fugaz– para valorarel transcurso de mis diecisiete años, yahora el sentimiento dominante que meinvade es el arrepentimiento.

No es que no haya conseguido cosas.No es que la gente que dejo atrás no merecuerde. Ni siquiera es que sea joven yaún me queden muchas cosas por

experimentar, muchas más que quierohacer.

Es la certeza de que antes ya estabaprácticamente muerta.

Es la sensación de que durante losúltimos años he pasado por la vida sindisfrutar de nada, vacía e insensible.Día tras día me he dejado llevar por lascircunstancias, concentrándome enasuntos mundanos porque lo realmenteimportante era demasiado duro. Hetenido conversaciones sobre losdeberes, el tiempo, la colada, la compra,incluso sobre deportes, porque otrascosas como dejar la natación, perder ami mejor amiga, acabar drogada en unafiesta, ver cómo los cambios de

temperamento de mi madre estánmatándola poco a poco, ver a mi padreperder la esperanza… todo esoamenazaba con desencadenar unatormenta impredecible.

Salgo con un chico que, cuando secomporta, es interesante, divertido ymás o menos dulce. Además, nosllevamos bastante bien. Sin embargo, adecir verdad, no me veo compartiendoel futuro con él. Ni siquiera nos veojuntos cuando empiece la universidad,manteniendo una relación a distancia oyendo a visitarlo allí donde esté. Y séque hace muy poco que salimos juntos,pero ¿no debería imaginar ese tipo decosas si realmente estuviera colada porél? ¿No es esa una de las razones por las

que la gente empieza a salir? Noobstante, decidí salir con él en lugar deesperar a alguien de quien estuvieraenamorada. ¿Por qué? ¿Porque esguapo? ¿Porque es agradable gustarle aalguien? ¿Porque no quiero salir conalguien que realmente me importeporque así no sufriré tanto cuandotermine?

¿Cómo podré volver a mirarme en unespejo? No puedo. Ni siquiera ensueños.

Por la noche, sedada por la medicación,sueño que mi hermano está llorando, yen lugar de las recriminacioneshabituales de mi padre para que se

comporte como un hombre, oigo una vozrelajada, incluso reconfortante. Alprincipio no entiendo lo que dice.Entonces, Jared se suena la nariz y mipadre dice: «Tu hermana es tan dura queda miedo. Esa chica nos sobrevivirá atodos».

Sueño con Ben Michaels inclinadosobre mí, devolviéndome a la vida no sémuy bien cómo.

Y sueño con un médico y dosenfermeras estudiando unas radiografías.Están justo al lado de la cama, lasradiografías encajadas en elnegatoscopio. Una de las enfermeras semarcha mientras el médico señala unazona de la imagen.

El médico y la otra enfermera se

susurran algo.La enfermera que ha salido regresa

con otro médico. Los cuatro señalan laradiografía y sus voces flotan por todala habitación.

Parece como si la columna y lamédula espinal se hubieran fracturadocompletamente y hubieran vuelto asoldarse.

¿Una antigua lesión, tal vez?¿Pasó por el quirófano?No hay nada en su historial médico.Suspiran.No parece… no parece una antigua

lesión… e incluso si lo es… noentiendo cómo ha podido caminardespués de una lesión así.

Tiene suerte de no estar paralítica.¿Suerte? Es un milagro que esté viva.

21:22:40:34

Cuando me dan el alta en el hospital, mipadre me lleva a casa.

–Tiene que descansar –le aconseja eldoctor Abrams–. Que no esté mucho depie y que no se canse…

–Ha dicho que no ha vuelto a tenerninguna crisis –dice mi padre.

El doctor Abrams asiente y le explicaque, de todos modos, es muy importanteque estén pendientes de mí.

Cualquier persona podría pensar quemi padre lo escucha respetuosamente,absorbiendo las ideas. Pero yo loconozco. Se tironea el lóbulo izquierdo,lo que significa que está molesto y apunto de perder la paciencia. Hacepreguntas específicas que sugieren queposee más conocimientos médicos delos que tiene, lo que significa que le hamostrado los resultados de los análisis ylas gráficas a alguien del FBI,probablemente un investigadorcientífico.

En realidad no me importa mucho quemi padre esté sacando de quicio a casitodo el personal médico del hospital.Tengo cosas más importantes en las que

pensar. Como, por ejemplo, qué diablosme hizo Ben Michaels. Es en lo único enque he podido pensar desde que medesperté. He intentado iniciar laconversación varias veces, laconversación que empieza con: «Alex,he estado muerta», pero él se limita adarme palmaditas en el hombro como situviera dos años y a decirme: «No digastonterías».

Vuelvo la cabeza para mirar a Jared.–¿Qué pasa, tío? ¿Vas a contarme qué

te ha pasado en la mano?Tiene la mano derecha ligeramente

amoratada. Alargo el brazo y le toco losnudillos. Jared hace una mueca de dolor.

–¿Qué te ha pasado? –le susurro.–Intenté darle un puñetazo a Alex –

dice Jared mientras se encoge dehombros. Él al menos tiene la decenciade bajar los ojos y aparentar sentirseavergonzado–. Pero él está bien.

El verano anterior a nuestro primeraño de instituto obligué a Alex a queasistiera a clases de autodefensa.Solíamos bromear con que, si algún díanos atacaba alguien, él intentaríaprotegerse y yo le daría una patada enlas pelotas al atacante. (Según losrumores, soy la razón por la que DaveKotlar solo tiene un testículo, pero esuna patraña. No sé qué le pasó, pero,dado que no ha mostrado interés algunoen desmentir los rumores, debe de seralgo mucho más vergonzoso que recibir

una paliza por parte de una chica.)Por tanto, sé que si mi hermano –quien

nunca se ha metido en una pelea–intentara propinarle un puñetazo a Alex,mi mejor amigo haría lo que se le damejor: agachar la cabeza.

–Tú estabas en el hospital,debatiéndote entre la vida y la muerte, yAlex me acompañó a waterpolo.

–Hum, porque yo se lo pedí. Alex estámuy bien entrenado.

No consigo arrancarle una sonrisa aJared.

–Jared…–Déjalo, no importa –dice

enfurruñado–. Igualmente me perdí elentrenamiento.

Abro la boca para intentar

explicárselo, pero me doy cuenta de queeso significaría contarle mi amistad conAlex, y no sé cómo explicar algo quesimplemente ha existido siempre. Havivido toda la vida a dos casas de lanuestra. De vez en cuando, nuestrasmadres nos llevaban juntos aactividades lúdicas, a la piscina, inclusoa clases de baile.

Pero Jared ya sabe todo eso. Lo queno sabe es que Alex me ha ayudado asobrellevar la enfermedad de mamá y aencubrir sus problemas con la bebidadesde que Jared era demasiado pequeñopara saber que había un problema. Oque nuestra amistad ha sobrevividoporque Alex sabe escucharme. Porque

Alex sabe que apoyarme significaenfrentarse a los obstáculos a mimanera: de cabeza. Y no sé cómoexplicarle que Alex es la única razón deque haya mantenido la cordura mientrasmi padre trabajaba y yo tenía que asumirsus funciones; la única razón de queJared haya podido hacer cosas comojugar a waterpolo.

Por eso Alex, pese a lo asustado quedebía de estar, decidió acompañar aJared al entrenamiento como si fueracualquier otro día.

Sin embargo, cuando consigo tenertodo eso claro en mi cabeza, Jared estáhablándome de su primer (medio) día deinstituto: orientación a los reciénllegados.

–Después de la charla y el recorridopor el instituto, he hecho mis primerasdos clases…

–¿Qué asignaturas?Jared me mira con el ceño fruncido.–Biología y CNEF. Pero lo más

increíble es que después de CNEF, Nicky Kevin estaban esperándome.

Ciencias de la Nutrición y elEjercicio Físico es una glorificada clasede gimnasia obligatoria para todos losalumnos de primer curso, pero lo másimportante…

–¿Nick y Kevin estaban en el campus?Jared asiente.–Han traído tres pizzas de Uncle

Vinnie’s para mí y mis amigos. Mientras

comíamos nos han explicado cómo fuesu primer año. Ha sido increíble.

–¿Increíble? –pregunto, y mearrepiento inmediatamente. Cualquierchico que recibiera la atención de losdos alumnos más populares de Eastviewestaría eufórico. Si Nick y Kevinestuvieran aquí, les daría un abrazo,incluso a Kevin, porque lo que másquiero en el mundo es que mi hermanosea feliz. Y probablemente se pasará lasemana en una nube.

–Sí. ¿Sabías que en su primer añofueron juntos a clase de Literatura? Nickha dicho que Kevin se pasaba toda lahora reclinado en su silla. Y cada vezque el profesor decía: «Señor Collins,no se recline en su silla, por favor», él

respondía: «Vale», y volvía a hacerlo.La historia no me sorprende lo más

mínimo.–Y un día que estaba entrándole a una

chica de clase, se reclinó demasiado yse cayó al suelo. Pero no importóporque la chica acabó saliendo con él elfin de semana.

Lo que tampoco me sorprende.–Y Kevin ha dicho que siempre que

salían de la biblioteca saltaban paratocar el alero del tejado. Inclusocorrían, saltaban, lo tocaban con lamano y después bajaban de un salto elresto de las escaleras. Pero hacia elfinal de su primer año, cuando los dosestaban saltando, Nick cayó mal y se

lesionó.Puedo imaginarme a Nick y a Kevin

saltando las escaleras de la biblioteca ydespeñándose de algún modoespectacular.

–¿Y las otras clases?Jared se encoge de hombros. No

parece muy interesado en ese tema.–Cerámica y Lengua con Sherwood.Esbozo una mueca al oír el nombre de

la profesora de Inglés. Jared nunca sabrácómo escribir un ensayo si no lo saco deesa clase.

–Ya –dice al ver mi cara–. Kevin leechó un vistazo a mi horario y dijo quecorriera como un poseso.

–¿En serio? –Eso sí me sorprende, deun modo positivo.

Jared asiente.–Él y Nick me han dicho que debería

pedir el cambio a una clase avanzada.Lo hice antes de que Nick meacompañara a casa.

De repente no estoy segura de sidebería sentirme agradecida opreocupada por el interés que Nickparece tener por mi hermano. Paraempezar, no sé cómo lo convenció paraque se apuntara a una clase avanzada, eindudablemente estoy en deuda con élpor conseguir que Jared le haga caso yhaya salido de la clase de Sherwood –cualquiera que tenga dudas respecto allamentable estado de la educaciónpública de este país debería asistir a una

de sus clases–, pero ¿qué ocurrirá conJared si Nick y yo rompemos?

–Vale, Baby-J., ¿estás preparada? –dice mi padre antes de poder decidirqué puedo decirle a mi hermano.

–Preferiría que no me llamaras así enpúblico –digo mientras me deslizo porel lateral de la cama del hospital y mesubo a la silla de ruedas que han traídopara mí.

Mi padre sonríe porque sabe que enrealidad no me importa, y Jared se sitúadetrás de mí y empieza a empujar lasilla dando saltitos. Aunque tengo laespalda agarrotada y los músculos delas piernas doloridos, podría ser peor;podría estar muerta.

Además, esta semana volveré al

instituto. Y Ben Michaels también.Tengo la intención de averiguar quéocurrió exactamente.

–¿Qué hay de cena? –pregunta Jared.–Algo que podamos comprar de

camino –digo al tiempo que mi padrecomenta:

–Le he pedido a Struz que traigacomida china.

–¡Guay! –dice Jared–. ¿Crees quepillará ese pollo kung pao picante tanincreíble? Hace una eternidad que no locomo. O… ¡ah, llámalo y dile que pidaun General Tso especial!

Ryan Struzinski, alias Struz, lleva diezaños trabajando con mi padre. Creo queahora tiene unos treinta, pero en realidad

es un niño grande con complejo desuperhéroe. Por eso él y mi padre sellevan tan bien. Conociendo a Struz,pedirá media carta.

–No te preocupes, Jared. Algo medice que tendremos suficiente comida.

–¿Y los rollitos de huevo? Y galletasde la fortuna. Será mejor que traiga unbuen puñado.

Cuando salimos del hospital, Jaredtodavía está recitando toda la lista decomida china que desea; está en unaedad en que se lo comería prácticamentetodo. El coche de papá está aparcado enel carril de los bomberos. ¡Quésorpresa! Y aún menos sorprendente esla colección de cajas de expedientes quetiene que recolocar para lograr encajar a

Jared y mi silla de ruedas en el asientotrasero. Es evidente que pretendepasarse toda la noche trabajando. Comoharía cualquier otra noche. La diferenciaes que esta noche lo hará en casa.

–¿Tú y Struz planeáis hacer de Muldery Scully después de cenar? –le preguntomientras me pongo el cinturón deseguridad. Mi padre tiene todas lastemporadas de Expediente X en DVD.Cuando éramos pequeños, en lugar delos dibujos animados del sábado por lamañana, Jared y yo teníamos maratonesde Expediente X.

–¿Habéis encontrado ya la unidad quese dedica a cazar alienígenas? –preguntaJared.

Mi padre chasquea la lengua.–Todavía no, pero tranquilo, no me

doy por vencido. Cazar alienígenas es larazón por la que me uní al FBI. –Nopuede decirse que no sea verdad.Aunque, por supuesto, no existe ningunaunidad caza-alienígenas. No haysuficientes casos extraños que señalen alos alienígenas ni suficientes misteriosparanormales irresueltos para asignar nisiquiera a un solo tipo en un sótano.

–La verdad está ahí fuera –dice Jaredriendo.

–Quiero creer –añado, porque esa esmi frase. Sí, soy consciente de quesomos muy frikis.

–No confíes en nadie –dice mi padre,

esforzándose para que su voz sueneodiosa.

–¡Cree en la mentira! –grita Jared.Dejo que los dos continúen la

competición de frases célebres decamino a casa. Solo intervengo cuandose produce una pausa o Jared intentarecordar una buena cita, perobásicamente me dedico a pensar en lomismo que llevo pensando los últimosdos días en el hospital. En Ben Michaelsy en el hecho de que he estado muerta yahora no lo estoy. Expediente X es muydivertido y todo eso hasta que resultademasiado real. Ahora mismo nada meparece tan extraño como Ben Michaelstrayéndome de entre los muertos.

Cuando mi padre detiene el motor,

señalo la silla de ruedas.–Podemos dejarla en el coche. Estoy

bien.–Baby-J., ¿estás…?–Papá, estoy bien.Jared salta entre nosotros y abre la

puerta delantera, y mi padre está a puntode decir algo cuando el sonido decristales rotos hace que los tres nosquedemos inmóviles.

21:22:07:29

Los últimos nueve años mi padre ha sidoel jefe de la unidad de contrainteligenciade la oficina del FBI en San Diego. Enrealidad es irónico. El hombre quededica su vida a la búsqueda de laverdad, que trabaja diecinueve horas ymedia al día, que ve una y otra vezExpediente X y repite las frasescélebres de la serie a sus hijos, vive enuna casa donde la verdad permanece

oculta.Y desde que tengo uso de razón he

aprendido a hacer lo mismo.Mi madre es bipolar, y actualmente no

es precisamente funcional.Cuando yo tenía siete años, durante

uno de sus episodios maniacos, dejó detomar la medicación, nos recogió aJared y a mí de la escuela y condujo porla costa –al menos unos treintakilómetros por encima del límite develocidad, con las ventanillas bajadas–durante todo el día y parte de la noche,hasta que paramos cerca de la fronteradel norte de California y alquilamos unahabitación de hotel. Estuvimos toda lanoche despiertos, saltamos en las camas,hicimos una lucha de palomitas y nos

reímos hasta tener agujetas en elestómago.

A la mañana siguiente había cambiadode humor y no quería salir de la cama.Estuvimos en una habitación del AnchorBeach Inn en Crescent City, California,con las cortinas corridas y la luzapagada mientras ella dormía dos díasseguidos. Finalmente, mi padre noslocalizó y vino a buscarnos parallevarnos a casa.

Después del incidente, mis padresdiscutieron, sobre su medicación, sobreJared y yo, sobre lo mucho que elladormía y lo mucho que él trabajaba,sobre el tratamiento de mi madre y laincapacidad de mi padre para mostrar

sus sentimientos, sobre la espontaneidadde ella y la rigidez de él, sobre todo unpoco. Se peleaban a todas horas: días,semanas, meses, años. Hasta que, ciertodía –no recuerdo exactamente cuándofue–, las discusiones cesaron, ella cayóen un coma autoinducido de alcohol yfármacos y la casa se quedó… ensilencio.

Y Jared y yo nos quedamos solos.

21:22:07:28

–Iré a ver cómo está –digo, ignorando laansiedad que amenaza con revolvermeel estómago.

Mi padre niega con la cabeza.–Ya lo hago yo. Tú…–Estoy bien… De verdad –digo, y

esbozo mi mejor sonrisa, la que anuncia:«¡Todo perfecto!»–. De todas formasestoy segura de que querrá verme, y tútienes que entrar las cajas. –No espero

la respuesta. Aunque les cuestereconocerlo, tanto Jared como mi padrese alegran secretamente de cederme elhonor.

Entro sigilosamente en su habitación ycierro la puerta a mi espalda sin hacerningún ruido. Está completamente aoscuras. La combinación de la sólidapersiana y las gruesas cortinas develvetón protegiendo el ventanal impideque entre el más diminuto rayo de sol,por lo que tengo que detenerme uninstante para que mis ojos se adapten ala oscuridad. Si no supiera que estamosen verano y que el sol aún no se hapuesto, pensaría que nos hallamos enmitad de la noche. Pero lo másdesagradable es la atmósfera cargada,

un olor parecido al del papel de diarioviejo y húmedo y al del moho. De fondose oye el monótono sonido grabado de lalluvia. Oigo gruñir a mi madre al tiempoque se enciende la tenue luz del cuartode baño.

Ignoro la ropa y las sábanas quecubren el suelo de la habitación yrespiro por la boca mientras caminohacia el cuarto de baño.

–¿Mamá? –llamo. Dudo un instanteantes de abrir la puerta, como hagosiempre. Tengo miedo de lo que puedaencontrarme al otro lado–. ¿Estás bien?

–Ah, sí, muy bien. –Su respuestaqueda amortiguada por el sonido delgrifo. Dejo escapar el aire, pese a no ser

consciente de que estaba conteniéndolo,y abro la puerta.

Tiene el pelo encrespado, y la negruradel mismo destaca aún más con supálida piel. Bajo la camiseta y lospantalones cortos, sus huesos acentúanlas articulaciones, y cuando me mira alos ojos a través del espejo, me asalta suimagen en el recuerdo que tuve justodespués del accidente. No puedo evitarpensar que es un crimen el hecho de queDios permita que una mujer comoaquella se convierta en alguien comoesta.

–¿Janelle? –dice mientras manosea unfrasco de ibuprofeno. Toda lamedicación que entra en nuestra casa esen dosis controladas–. ¿Te encuentras

mejor? Tu padre dijo que estabasenferma.

Asiento.–Estoy bien. –Es posible que papá le

contara lo que sucedió con la camionetay que lo haya olvidado, o es posible quepapá no le contara nada. No sé qué espeor, pero tampoco me importa porqueel resultado es el mismo.

Echo un vistazo al vaso roto en ellavabo –ni rastro de sangre– paraasegurarme de que todo está bajocontrol. Al ver la fina capa de polvo quecubre el cuarto de baño, sé que debodejar de evitarlo y ponerme con lalimpieza este fin de semana.

–Me duele tanto la cabeza… –Se tapa

los ojos con una mano para protegersede la luz.

–Déjame ayudarte. –En cuanto abro elfrasco, mamá coge las pastillas y se lastraga directamente–. ¿Has comido algohoy? Struz traerá comida china.

–Genial, la casa apestará –dice con unresoplido–. Parece como si tu padre lohiciera a propósito. Sabe perfectamentecómo son mis jaquecas y lo sensible quesoy a los olores. Y a los ruidos. Solonecesito paz y tranquilidad. Descansar.

Apago la luz del cuarto de baño y laacompaño hasta la cama.

–Solo necesito descansar –repitemientras se tapa. Parece pequeña yfrágil, como una niña enferma en lugarde mi madre–. ¿Puedes traerme una

compresa fría?Una parte de mí desea decirle: «Ve a

buscarla tú», pero termino asintiendo.Solo porque haya muerto y tuviera un

momento de clarividencia no significaque todo vaya a cambiar de la noche a lamañana.

Hace falta mucho más para despertara este corazón hueco.

21:20:59:31

–¡Ja, ja, ja! –ríe Struz con sus más dedos metros de altura sacudiéndose en lamesa del comedor y casi derribándonosa Jared y a mí.

Dirijo la mirada hacia Alex, quien setoma su segunda cena con nosotrosdesde que se hizo lo suficientementemayor como para pensar una buenaexcusa y refugiarse en nuestra casa; sumadre solo prepara comida orgánica,

vegana y sin gluten. Alex me sonríe y sedispone a darle un trago a su Coca-Cola,pero se lo piensa mejor. Seguramentesabe lo que se avecina. Struz nos hahecho reír hasta expulsar la bebida porla nariz demasiadas veces.

Struz continúa:–¡Jim! A ti te pasa algo. ¿De verdad

no has investigado a ese tal Nick? ¿Nisiquiera has analizado sus huellas?

Jared se ríe con tantas ganas queescupe parte de la comida china devuelta a su plato. Alex le tira laservilleta a Struz y le da en la cara. Papáy yo les pedimos que se comporten.

Struz se pasa una manodramáticamente por el pelo y vuelve aconcentrarse en su devoto público.

–No está bien. Es decir, ¡en serio! –continúa en un tono de voz más calmadomientras señala las flores que Nick meha traído antes–. ¡Jared! ¡Ese tío le hatraído rosas a Baby J.! ¡Rosas! Y nisiquiera sabemos quién es. ¿Qué le pasaa tu padre?

–Nick podría ser un terrorista –diceAlex, orgulloso de su comentario.

–¡Podría ser un alien! –se ríe Jared.Pongo los ojos en blanco.–No, en serio –dice papá–. Oigamos

algo sobre ese chico. ¿Cómo conquistótu corazón?

Batiendo las pestañas como un dibujoanimado, Alex dice:

–Es maravilloso. –Y añade un suspiro

dramático.–Espero que no estés imitándome –le

digo.Alex se ríe.Miro a Struz, quien me hace su típico

gesto con una mano para que empiece adesembuchar, y después a papá, quientambién parece estar esperando algúntipo de respuesta.

–Nick es inteligente. Se esfuerzamucho.

–En los deportes –añade Alexmientras tose.

–No seas snob.–En serio, Alex –dice Struz–. Los

atletas profesionales dan mucho juego.Ignoro el comentario. Papá y yo aún

no hemos tenido la conversación sobre

«con quién estás saliendo», y preferiríano tenerla en estos momentos. De hecho,preferiría no tener que hablar sobreninguno de los hombres de mi vida nisobre la cantidad de «juego» que dan odejan de dar.

–Nick quiere jugar al fútbol en la USCel año que viene –añado para romper elsilencio.

–Si va a ir a la USC, cuenta con miaprobación –dice Struz, lo que no essorprendente ya que él también estudióallí–. Pero si finalmente va a la UCLAtendrás que romper con él.

Jared se ríe y anuncia que el sueño detoda su vida es ir a la UCLA. Abro unagalleta de la fortuna. Me meto la galleta

en la boca, desenrollo el papelito y nopuedo contener una carcajada.

Todo el mundo me mira.–¿Qué pone? –pregunta Jared

alargando la mano por encima de lamesa.

En lugar de contestarle, le muestro elpapelito a Alex antes de levantarme.Cojo mi plato y un par de cajas vacías yvoy a la cocina. Justo antes de abrir elgrifo, oigo a Alex leyéndolo en voz alta.

–Dentro de poco tu vida será muchomás interesante.

Me alegro al comprobar que la risairrefrenable de Jared ahoga el resto delos comentarios.

Vuelvo a ver las imágenes de mipropia vida desplegándose frente a mis

ojos. Como si morir y que alguien teresucite no fuera suficiente; como si algopudiera ser más interesante.

–No sé si interesante se refiere a algopositivo o negativo –dice Alex cuandoentra en la cocina. Me pasa los platossucios y abre un armario para cogerunos cuantos tuppers. Como habíaprevisto, Struz ha pedido media carta.Tenemos comida china para varios días.

–He estado muerta, Alex –le repitopor enésima vez. Hemos tenido estaconversación al menos unas seis veces.En el hospital. Cuando Alex logrócolarse en mi habitación sin Jared niNick.

–J. –suspira Alex, y noto su mano en

mi hombro–. No puedo ni imaginarcómo te sientes, pero… te atropelló unacamioneta, perdiste la conciencia ytuviste ataques en el hospital.

–Un ataque.Alex retira la mano.–No sería extraño que tu mente

imaginara cosas fuera de lo común.Además, ¿cuándo fue la última vez queBen Michaels y Elijah Palma estuvieronen la playa?

No puedo contradecirlo. He ido a laplaya casi cada día y no recuerdohaberlos visto nunca por allí. Aunquetampoco me habría fijado.

Desde un punto de vista racional, séque Alex tiene razón. Conozco lashistorias de la gente que ha tenido

experiencias próximas a la muerte.Ángeles, túneles de luz, bolas deenergía, incluso visiones de Dios. Nocreo en nada de todo eso. Creo que lamente es un instrumento muy poderoso ycreo que la gente ve lo que quiere ver.

Pero ¿por qué vi a Ben Michaels?–J., ¿has oído lo que te he dicho?–¿Hum?Alex echa un vistazo a la puerta del

comedor y baja la voz mientras se sientaen la encimera y se inclina sobre mihombro.

–Deberíamos estar preguntándonossobre Sin Nombre, su camioneta y dedónde diablos salió.

Descubrí algunos detalles en el

hospital. Después de atropellarme –si esque lo hizo–, la camioneta se estrellócontra el terraplén y el conductor, aquien aún no han identificado porque supermiso de conducir era falso, muriócomo consecuencia del impacto.

A juzgar por las marcas en el asfalto yla colisión, suponen que bajaba la colinaa más de ciento veinte kilómetros porhora. No es de extrañar que no lo vieravenir.

Aun así, sigo sintiéndome unaimpostora. Yo estoy viva y él no.

–¿Estás escuchándome?–¿Qué? Lo siento. –Cierro el grifo y

me seco las manos para demostrarle aAlex que tiene toda mi atención.

–Estaba diciendo… –continúa con

retintín, y sacudo la mano para que se déprisa–. He descubierto que la camionetaque te atropelló no estaba registrada. Nohan encontrado ni la matrícula ni alconductor en el sistema.

–Espera. ¿Cuál era el nombre falso?Alex pone cara de sorprendido.–¿Qué importancia tiene?No tengo ninguna razón de peso para

ello, pero sé que es importante.–No te obsesiones con las cosas sin

importancia –dice Alex, y asientoporque lo último que quiero ahoramismo es empezar una discusión sobremi tendencia a analizarlo todo enexceso; sé que a Alex lo pone de losnervios–. Su documentación no aparece

en la base de datos del Departamento deTráfico.

–Entonces, ¿todo era falso?Alex se encoge de hombros.–No lo sé. Solo oí a hurtadillas la

conversación que tu padre mantuvo conla policía después del accidente…Cuando comprobaron el número debastidor e incluso otras partes delvehículo… Nada tenía sentido.

–Es imposible. Aunque alguienhiciera matrículas y permisos falsos,incluso aunque robaran piezas de variascamionetas, los números del modelocoincidirían. Simplemente perteneceríana diferentes vehículos. –Niego con lacabeza–. ¿Quién se molestaría tanto porun viejo Toyota?

–Ese es el problema –dice Alex,cruzándose de brazos e inclinándosesobre la encimera. Cuando hace eso, separece mucho a mi padre–. No era unToyota.

–Por favor, ¿vamos a empezar adiscutir otra vez sobre coches? Pensabaque habíamos acordado que tú tecentrarías en el cálculo y la física y queme dejarías a mí los conocimientosprácticos.

Alex sonríe pero no dice nada. Sabealgo que yo no sé. Y se muere porcontármelo. Le hago un gesto con unamano para que continúe.

–La carrocería de la camioneta tieneel mismo diseño que el Toyota del 79,

pero el motor y la documentación,incluso el logo, son totalmente distintos.En realidad es un Velocidad de 1997.

–¿Un qué? –Me vuelvo de nuevo haciael lavaplatos–. Nunca había oído esamarca de coche.

–Por eso, seguramente, tu padrepreguntó si la camioneta apareció de lanada –dice Alex.

No estoy segura de qué contestar aeso. Supongo que nadie lo sabe.

Alex tiene razón, por supuesto. Estoes más importante que saber si BenMichaels realmente me resucitó o sitodo fue una alucinación. Esto es real, ymi padre está investigándolo. Lo que loconvierte en algo mucho más urgente.Algo a lo que puedo enfrentarme.

–¿Puede que alguien tenga un negociode tuneado? –pregunta Alex–. ¿Que robecoches, vuelva a montarlos y losrevenda como otra cosa?

–Es posible. Pero ¿por qué querríaalguien complicarse tanto la vida?

Alex se limita a encogerse dehombros y no dice nada más, lo quesignifica que ambos hemos alcanzadonuestro límite. Pero como sigomosqueada por el hecho de que no creaque estuve muerta añado:

–¿Ninguna teoría? Vamos, no dejanentrar a cualquiera en West Point.

–No lo digas en voz alta –pide Alexmirando a su alrededor furtivamente.

Pongo los ojos en blanco.

–Que yo sepa, tu madre aún no hainstalado micrófonos en mi casa.

–Tu padre cree que me aceptarán. –Por supuesto que aceptarán a Alex.Tiene una media de 4,6 sobre 5 y esbilingüe. Y mi padre le escribirá unacarta de recomendación; él también fue aWest Point y se graduó el primero de suclase. Una de las razones por las queAlex quiere ir.

Alex se queda en silencio, con la vistaperdida y la mandíbula tensa. Ahora mesiento mal por hacerlo pensar en losproblemas a que tendrá que enfrentarsecuando su madre descubra que no piensagraduarse pronto e ir directo a Stanford,desviándose por tanto del plan de vida

que ella le ha diseñado desde que loconcibió.

–¿Qué caja crees que contiene lainformación sobre la camioneta? –lepregunto. Sé que la única forma deconseguir que se sienta mejor es volvera dirigirlo hacia el tema de lainvestigación. Y porque sé que mi padretiene información sobre la camioneta.No importa que el FBI te prohíbainvestigar sobre algo que te afecte a ti ouna persona de tu familia. Mi padrenunca permitiría que una camionetaapareciera de la nada y me atropellarasin investigarlo.

–Cuando he ayudado a Jared allevarlas al despacho, he dejado lamenos pesada en un rincón, el más

alejado de su escritorio. –Alex no añadenada más. No hace falta. Llevamosespiando a mi padre y comparando notassobre sus casos desde siempre. Somosasí de frikis.

21:18:10:00

Cuando el móvil empieza a sonar enmitad de la noche, estoy a punto deignorarlo y seguir durmiendo. Nomerece la pena despertarse por unToyota robado, o lo que quiera que sea.

Salvo por el hecho de que elconductor está muerto y yo no.

Me levanto y arrastro los pies por elpasillo. He vivido en esta casa toda mivida, y me he levantado en mitad de la

noche las suficientes veces como parano necesitar la luz para orientarme. Sinembargo, mientras bajo las escaleras,maldigo en voz baja al distinguir laranura de luz filtrándose bajo la puertadel despacho de mi padre. O bien él y elpobre Struz siguen trabajando o bien seha quedado dormido sentado a suescritorio.

Imagino que es la segunda opciónporque sé que los agentes de la leydedican horas interminables, tanto dedía como de noche, a revisarobsesivamente la documentación detodos sus casos. Y todos los agentes delFBI que conozco tienen dos casos quejamás olvidan, investigaciones a las queuna parte de su cerebro nunca deja de

darles vueltas, durante toda su vida. Laque terminó bien y la que terminó mal.

Para mi padre, el caso que terminóbien también fue el que le hizo ganarseun nombre.

Sucedió hace más de diez años. Fuesu primer caso con Struz, quien porentonces era un analista novato. Yo erademasiado pequeña para recordar losdetalles, pero he oído la historia tantasveces que es como si la hubiera vivido.

Diez espías rusos fueron descubiertosy arrestados en Temecula, una ciudad demala muerte. Uno de ellos era unaperiodista de Fox News, famosa y, porsupuesto, atractiva. Su tapadera quedó aldescubierto por el trabajo de un espía

encubierto del FBI y, como resultado dela investigación, los diez espías –y untipo en Budapest que los financiaba–fueron detenidos. ¿Quién era el agenteencubierto? Pues sí, mi padre.

Sin embargo, el caso que terminó mal,o, mejor dicho, el que aún sigue sinresolver, es más antiguo. Tuvo lugardurante los primeros años de mi padreen el FBI, antes de empezar a trabajar encontrainteligencia. Cuando mi madreestaba embarazada de mí, justo despuésde descubrir que iban a tener una niña.

Una chica de diecisiete años, capitanadel equipo de natación, con una becapara la USC, novio, amigos, una familiaperfecta, con un perro y una valla blanca

alrededor de su casa, desapareciómisteriosamente de su habitación. Todassus cosas estaban en su sitio. La puertano estaba forzada, nadie oyó ni vio nada.Simplemente fue como si… se hubieraevaporado.

Salvo por una huella parcial de sangreen la pared.

La documentación del caso sigue enun extremo del escritorio de mi padre, yvuelve a leerla cada noche antes deacostarse. Las noches que se acuesta.

Cuando llego al pie de las escaleras yecho un vistazo al despacho, veo queestá vacío. Hay cajas por todas partes,algunas abiertas, y hojas esparcidas pordoquier. Mi padre es un investigador

visual, táctil. Tiene que extenderlo todo,moverlo, estudiarlo, y las respuestasaparecen solas.

Es evidente que él y Struz estabantrabajando, y en un caso antiguo a juzgarpor la cantidad de papel involucrado,pero al parecer lo ha dejado en algúnmomento y se ha ido a la cama.

Lo que no es muy habitual en él.Aunque su hija mayor acaba de

regresar de entre los muertos. Supongoque puedo perdonarle su falta dededicación.

La caja menos pesada que Alex hadejado estratégicamente para que puedarevisar furtivamente su contenido estátambién abierta. Sin embargo, no tienenada que ver con la camioneta ni el

conductor. Es un viejo caso de 1983,una serie de muertes en California yNevada como consecuencia de algúntipo de radiación. Las quemadurasproducidas por la emisión gammadesfiguraron los cuerpos; lo másprobable es que fuera el resultado dealgún tipo de exposición nuclear.

Hojeo las páginas en busca de algunapista que pueda explicar qué hacen estosviejos informes en el despacho de mipadre. Al parecer, solo encontraronresiduos de la radiación en los cuerpos,como si estos hubieran sido trasladadosdespués de la exposición.

–Se investigaron todas las centralesnucleares cercanas y ninguna de ellas

tuvo un escape. –Doy un respingo yvuelvo a guardar el informe en la caja–.Y las víctimas nunca fueronidentificadas. No había siquiera registrodental.

Cuando me doy la vuelta, veo a mipadre apoyado en el marco de la puerta.Lleva puestos unos pantalones dechándal y una camiseta del ejército –queya no le sienta tan bien como hace unosaños– de la que asoman los tatuajes. Lehan aparecido algunas arrugas en la caray varias canas en el pelo. Su posturadelata su cansancio.

–Entonces, ¿qué? ¿Dejaron deinvestigar?

–Tengo un montón de cajas conteorías y notas de la investigación –dice

encogiéndose de hombros–. Pero noencontraron nada, y solo había tresvíctimas. Después de eso es como si consu mera presencia el FBI contuviera elproblema.

Eso me preocupa más que saber quehay gente suelta que es culpable y no esposible demostrarlo. Esto es más que unfallo del sistema. Porque nadie halogrado resolver el caso. Esa gentemurió sola, y ellos eran los únicos quesabían lo que ocurrió; ellos y elresponsable. Alguien más tiene quesaberlo.

Estoy a punto de decir algo cuandoveo una fotografía sobre un montón depapeles en el escritorio. Parece el

cuerpo de un hombre, aunque no estoysegura. No puedo determinar su edadporque su cuerpo está tan deformado porla radiación que ni siquiera parecehumano.

Una oleada de náuseas me recorretodo el cuerpo. Esa fotografía no es delos años ochenta. Según la fecha queaparece en la esquina inferior, fuetomada la semana pasada. Hace seisdías.

–No preguntes –dice mi padre antesde que pueda abrir la boca. Avanza porla habitación y pone la foto boca abajo–.Ya sabes que no puedo hablar de casosabiertos.

La imagen del cadáver deformado seme queda grabada en las retinas y he de

parpadear varias veces para recuperarla visión. Y entonces me doy cuenta deque había algo más en la fotografía. Unaserie de números escritos con rotuladoren la parte superior: «29:21:33:21».

21:18:03:54

–¿Qué son esos números? –le preguntoalargando la mano y dándole la vuelta ala foto. Siento una momentáneasensación de déjà vu, como si loshubiera visto antes. Entonces entiendopor qué. Son muy parecidos a una seriede números que he visto de pasada alentrar en el despacho, escritos en otrafotografía que no me he detenido amirar.

En este despacho hay fotos por todaspartes. Alargo la mano y cojo otra. Enesta aparece el cuerpo de una mujer.Toda la parte derecha está cubierta dequemaduras que la convierten en algoirreconocible. La parte izquierda pareceen perfecto estado, lo que hace que seaaún más difícil mirarla.

Los números están ahí, pero escritos amano por mi padre. Con rotulador negroen la esquina superior de la imagen.«44:14:38:44.» Vuelvo a mirar la otraserie de números en la fotografía delhombre. Las fechas de los incidentesindican que tuvieron lugar con quincedías de diferencia.

–Es una cuenta atrás, pero ¿para qué?

La sorpresa tiñe momentáneamente elrostro de mi padre, pero enseguidarecupera su expresión más seria. Sé quehe dado en el blanco.

Niega con la cabeza como suele hacercuando no puede resolver algo.

–Es una cuenta atrás para algo. ¿Quéocurrirá cuando llegue a cero? –Porqueesa es la pregunta del millón, lorealmente importante. Las cuentas atrásterminan en algo. Las primeras preguntasa responder son qué y cuándo. El cómo yel porqué ya vendrán luego.

Mi padre no responde, aunquetampoco esperaba que lo hiciera. Peroel hecho de que no me envíe de nuevo ami cuarto significa que está lo

suficientemente frustrado como paraolvidar las normas.

Dejo la fotografía sobre la mesa ycojo uno de los informes en busca dealguna referencia a los números. Losencuentro («46:05:49:21»), y unareferencia a cuarenta y seis días tan solouna línea después. Pero también veoalgo más («AEINI») antes de que mipadre se recomponga y me arrebate elinforme de las manos y vuelva a dejarlosobre el escritorio.

–Hay algo extraño en este caso. –Nosé qué quiere decir con «extraño». Hainvestigado cientos de casos, y siemprehay uno que no lo deja dormir por lasnoches.

Sin embargo, sí sé qué significa

AEINI: Artefacto ExplosivoImprovisado No Identificado.

No cuesta mucho deducir la relaciónexistente entre una cuenta atrás y unAEINI. La cuenta atrás es untemporizador para algún tipo deexplosivo. Pero ¿qué relación hay entreeste, los cuerpos y la radiación?

–¿Dónde encontraste un artefactoexplosivo no identificado? –pregunto–.¿Es una bomba? –Vuelvo a coger elinforme de entre sus manos y lo hojeo.

–La policía de San Diego siguió unapista y lo encontró en una habitación demotel abandonada. Fue la primeraescena del crimen, hace dos meses.Avisaron a la unidad de explosivos y a

nosotros.–¿Y? –Sigo hojeando el informe. Una

línea atrae mi atención.«Hasta el momento, todos los intentos

por detener el temporizador hanfracasado.»

–Nunca he visto algo como esa cosa –dice mi padre, aunque por su tonocalmado, distante, sé que está hablandomás consigo mismo que conmigo.Entonces ve la expresión de mi rostro yañade–: Puede que no haya ningunaconexión entre los cuerpos y el AEINI. –Pero sé que piensa todo lo contrario.

Señalo la cuenta atrás de lasfotografías.

–Estás investigando qué relación tienecon estas muertes. ¿Cómo lo hace? –Si

se ha tomado la molestia de compararlasteniendo en cuenta los segundos, almenos debe de pensar que existe unarelación. Sin embargo, incluso con mimemoria fotográfica y afinidad por losnúmeros, soy incapaz de ver unaconexión obvia–. ¿Hay algún patrón? –Si lo hay, no lo veo.

Mi padre niega con la cabeza, y porun instante tengo la sensación de que vaa decírmelo, o al menos a contarme algomás sobre el caso. Pero, en lugar de eso,señala la puerta con un gesto de lacabeza.

–A la cama.Siento un picor en todo el cuerpo,

algo bajo mi piel que anhela saber más

cosas.–Debes de estar agotada, Baby-J. –

dice mi padre–. No te preocupes poresto. Sabes que lo resolveré.

Asiento y salgo de la habitación, notan convencida como otras veces.

Antes sí estaba agotada. Pero ahora yano. Porque tengo la misma sensación quecuando observaba a Ben Michaelsalejarse con su bicicleta por la autovía101. Una convicción profunda. Unacerteza tan absoluta que no puedoignorarla aunque quiera.

Echo un vistazo a mi reloj mientrasconfío en que la resurrección no hayaafectado a mi capacidad para lasmatemáticas. Según la cuenta atrás delas fotografías, quedan veintiún días,

diecisiete horas, treinta y nueve minutosy diecisiete segundos. Y contando.

17:09:40:41

Han pasado cuatro días y aún no sé quérelación hay entre el AEINI y el caso demi padre. Pese a que he intentadorecabar más información, mi padre se hatomado la molestia de cerrar con llavesu despacho cuando sabe que estoy encasa y él no. Pero no puedo dejar depensar en ello. Cuando cierro los ojossolo veo las quemaduras producidas porla radiación.

Sin embargo, la primera persona conque me encuentro al bajar del coche deNick en el aparcamiento de Eastview esBen Michaels.

Y tiene el mismo aspecto que solíatener antes: acompañado por un grupode otros porreros anodinos, todosvestidos con similares sudaderas concapucha oscuras, camisetas sin ningúnlogo, la mayoría fumando algo más quelos típicos cigarrillos y algunos de ellosbebiendo algo de una botella de agua.Mientras Elijah Palma y Reid Suitorocupan el centro del grupo, Ben estárelativamente al margen, apoyado en eltodoterreno de algún niño rico con loshombros encogidos y las manos metidas

en los bolsillos de sus tejanos anchos.Aunque su ensortijado cabello oscurome impide verle los ojos, tengo lasensación de que está mirándome.

Y siento como si mi frente –el puntoexacto donde sus fríos labios rozaron mipiel– estuviera a punto de entrar encombustión. He de contener el estúpidoimpulso de pasarme la mano por lafrente para deshacerme de su roce.

–¡Janelle, vamos!Jared y Nick se dirigen hacia la puerta

del instituto, unos metros por delante demí. Me cambio la mochila de hombro ysigo ignorando la ceja fruncida de Nicky la oleada cálida que invade mi rostro.

También ignoro las miradas de lamitad de los alumnos de último curso

cuando Nick me rodea los hombros conun brazo y cruzamos el umbral de lapuerta principal.

Normalmente vendría al instituto enmi propio coche y un poco antes, peroahora no puedo conducir. Cuando sufresun ataque, aunque solo sea uno, pasan aconsiderarte una posible epiléptica. Noes que no lo entienda, es que no me gustamucho esa norma cuando soy yo la quedebe sufrirla.

Eso también significa que he perdidodos días de clase. El jueves Struz meacompañó al especialista. Me hizo unascuantas pruebas y, con un poco desuerte, me permitirá volver a conduciren cuanto tenga los resultados. De todos

modos, el primer día de clase no sueleocurrir nada del otro mundo.

¿Me perdí un diagnóstico sobre clasesavanzadas y a la profesora leyendo elprograma? Qué pena. Además, elviernes mi madre no podía dejar devomitar, y aunque creo que ha estadotomándose todas las medicinas, los díasque su cuerpo muestra una manifestaciónfísica de su depresión, alguien debecuidar de ella. Y mi padre no puedehacerlo.

–¿Comemos en Bread Bites? –mepregunta Nick cuando llegamos a lapuerta de mi aula.

–No puedo –digo, agradecida dedisponer de una excusa legítima. No esque no me apetezca estar con él; me

apetece. Lo que no me gusta es que,después del accidente, el Nick bobo,inmaduro e impetuoso haya dado paso aesta extraña criatura asustadiza einsegura que no quiere separarse de mí.

Sin embargo, por la expresión de surostro sé que no ha llegado a laconclusión más obvia.

–Los de tercero no podemos salir delcampus para comer.

Su rostro se ilumina con una sonrisa yasiente.

–Puedes salir conmigo, o podemospedir algo.

Y con eso, la actitud irritable ydesagradable que me ha acompañado losúltimos días se deshace como un

azucarillo. Para un alumno de últimocurso, comer en el campus es un suicidiosocial, y Nick está dispuesto a correrese riesgo por mí.

–Fue increíble que le trajeras pizza aJared, pero no tienes que preocupartepor mí. –Aunque la popularidad de Nickno se resentiría, nunca me ha parecido eltipo de chico que se arriesgaría a recibirlas burlas de sus amigos por salir conuna chica. Y yo no necesito que lo hagapor mí.

–No pongas esa cara de sorprendida.–Nick se ríe y me besa justo debajo dela oreja.

Al sentir sus labios en mi piel, mequedo sin respiración y, cuando vuelve amirarme, su sonrisa está a punto de

convertirme en una chica del montón.Hasta que Reid Suitor pasa por

nuestro lado con la cabeza gacha y entraen el aula. Aún no sé qué voy a decirle.Pero sé que estuvo en el lugar delaccidente. Debe saber algo.

–Tengo que irme –le digo a Nick antesde seguir a Reid. Hemos ido juntos a laclase de la profesora Dockery desdeprimer año. Como es habitual, lasparedes del aula están forradas conviejos pósteres sobre la vida de lospresidentes y collages hechos conrecortes de revistas sobre fechas yacontecimientos relevantes. Ladecoración solo podría ser peor si lasparedes bajo los pósteres estuvieran

pintadas de un agobiante naranja chillón.Un momento, lo están.

Como siempre, el rostro animado dela señora Dockery reluce bajo su melenarubia platino mientras narra con todolujo de detalles algo embarazoso que leha ocurrido mientras conducía. En serio,a ella sí deberían retirarle el permiso decirculación. Sigo observando a Reid,quien está mirando hacia mí.

Ha encontrado a los otros dosporreros de la clase, y los tres sedesplazan juntos al rincón más alejadoposible de la señora Dockery.

Nunca he podido entender a ReidSuitor. Por su aspecto, uno diría que notiene nada en común con Ben. Lostejanos parecen de su talla, y consigue

que la camisa azul y el jersey gris decuello en pico, que le darían un aspectode empollón a cualquier otro chico,parezcan en él alternativos. Siempre hasido guapo –seguramente Kate sigue unpoco enamorada de él– y tiene unosbonitos ojos azules, unas pestañaslarguísimas y un pelo castaño claro.Podría ser modelo de Calvin Klein. Enserio.

Pero, por encima de todo, sé quedetrás de esa cara bonita hay un cerebro.El año pasado me tocó revisar uno desus ensayos de humanidades, y no soloestaba terminado sino que también erabueno. De hecho, era tan bueno que tuveque esforzarme para editarlo, y eso es

algo que no me ocurre muy a menudo.–¡Ah, Janelle! –dice Dockery

entregándome el horario–. Te echamosde menos la semana pasada. Sientomucho lo del accidente y me alegro deque estés bien.

–Gracias –digo antes de mirar a Alex,quien ya está sentándose a nuestra mesahabitual.

Alex se encoge de hombros, como sino entendiera por qué no quiero queDockery –y, por tanto, todo el instituto–sepa que me atropelló una camioneta yregresé de entre los muertos. Como esinmune a los cotilleos, no tiene la menoridea de cómo se propagan.

Con un suspiro, dejo mi mochila a sulado y me siento antes de echarle un

vistazo a mi horario. En cuanto lo hago,estoy tentada de despedazarlo.

Todo está mal. Lo cual es unapesadilla, ya que la señorita Florentine,mi consejera académica, está saturadade trabajo y los cambios de asignaturasnunca están garantizados.

Vuelvo a mirar mi horario.Ciencias de la Tierra, Literatura

americana, Álgebra y Coro. De modoque se supone que debo hacer Cienciaspara Tontos, Literatura Básica yMatemáticas de Primero. No tengo nadaen contra de Coro, pero no sé cantar.

–No exageres. No es para tanto –diceAlex–. Haz mi horario. Seguro quepodemos colarte en mis clases.

Como último recurso siempre puedopedirle a mi padre que llame paraquejarse, o al menos así es como sehacen las cosas por aquí. Me niego apasar por tercero cursando asignaturasde primero y segundo.

–¿Están muy llenas tus clases? –lepregunto a Alex cuando suena lacampana.

–En Español no tendrás problemas,pero en Inglés avanzado… –dice Alex, yno puedo contener un gruñido. Alexarruga la nariz–. Poblete tuvo treinta ycinco alumnos el jueves y cuarenta y unoel viernes.

En teoría, el tope de Inglés avanzadoson treinta y dos alumnos. Estoy

condenada.El resto de la mañana pasa del

siguiente modo:Alex se marcha a clase de Física y yo

a la oficina de la consejera académica.La secretaria me dice que Florentine

no puede atenderme en estos momentos.Reformulo la petición hasta que

cambia de opinión.Florentine me dice que puedo cambiar

el horario pero que todas las clasesestán llenas.

Reformulo y me envía al señorElksen, el vicepresidente al cargo de loshorarios, quien al parecer puede saltarselas normas.

La secretaria de Elksen me dice quevuelva más tarde.

Intento reformular, pero la mujer tienetemple.

Me dirijo a la oficina de la directoraMauro para ver si puede cambiarme elhorario.

Su secretaria me dice que estáocupada y que vuelva más tarde.

La mismísima directora Mauro sale desu oficina para ver qué ocurre.

Me dice que debo rellenar unapetición y hablar con Elksen, como todoel mundo.

Es sorprendente que alguna vezfuncione algo en este instituto.

Estoy a punto de jugármelo todo a unacarta cuando las puertas dobles delpasillo se abren y Mauro deja de

escucharme para ver quién másinterrumpe su partida de solitario.

Pero es seguridad.Y Ben Michaels.Lleva la capucha puesta, ocultando su

pelo y sus ojos, los auriculares blancosde su iPod apenas visibles. No llevamochila, y, como si no estuviera siendoescoltado por dos guardas de seguridaddel campus, arrastra sus desgastadaszapatillas Converse al caminar concomplacencia y pasotismo.

Uno más de esos tíos que no puedosoportar, de esos que pasan por la vidacomo si todo les importara una mierda.

–¿Señorita Tenner?Ben yergue la cabeza al oír mi nombre

y, bajo la capucha, veo cómo abre los

ojos como platos durante un segundo,antes de que su cuerpo se sacudaligeramente por la tensión.

Me siento mareada por la excitaciónporque tengo muy cerca las respuestasque necesito. El corazón me latedemasiado deprisa, y entonces recuerdoque no estamos solos.

Me gustaría poder inmovilizar a todoel mundo para exigirle a Ben quedespejara la neblina de mi mente y meexplicara qué ocurrió en Torrey Pines.

Pero como no puedo hacer magia… esimposible.

Vuelvo a dirigirme a la directoraMauro.

–Solo necesito un nuevo horario.

–Y, como ya le he dicho, tendrá queseguir el procedimiento habitual –responde inmediatamente–. No es elúnico estudiante con problemas dehorario.

Tengo ganas de gritarle. Pero no lohago.

Me coloco la mochila en el hombro yme doy la vuelta para marcharme.

Y estoy a punto de topar con Ben.Quedamos a pocos centímetros el unodel otro y lo miro a los ojos. Percibo elolor a menta, jabón y gasolina, y escomo si volviera a estar tendida en la101, mirándolo desde el asfalto. Noobstante, Ben da media vuelta yevitamos el contacto físico por muy

poco. Observo su espalda unos segundospero él no gira la cabeza.

No importa. Todas las terminacionesnerviosas de mi cuerpo parecen a puntode entrar en erupción.

17:05:07:12

El resto del día sigo mi desquiciantehorario, y cada vez que entro en un aula,el profesor mira mi nombre y me dirigeuna triste mirada de disculpa. Me dejansentarme en la parte de atrás y nisiquiera me dan los libros. Es patéticoque sepan que estoy fuera de lugar en suclase, pero aquí estoy de todos modos.

La incompetencia me pone de losnervios.

Y pese al coqueteo de Nick de estamañana, y a los dulces pensamientos queme han dejado las piernas flojas, pareceser que sigue siendo un cretino. Esverdad, le dije que fuera a comer sin mí,pero él me dijo que no lo haría.

prdon cielo t saco manana

Gracias a esta monstruosidad

ortográfica en forma de texto, sé que yaestá de camino al Bread Bites conKevin, de modo que me dirijo hacia elpatio interior para comer.

Estoy andando hacia la zona decésped delante del edificio L cuando una

chica profiere uno de esos gritossobrecogedores de película de terror.Mi cuerpo se tensa, y os juro que veounos faros delante de mí y siento elestúpido impulso de llevarme una manoa la cara para protegerme.

Sin embargo, cuando me doy la vueltarápidamente, la chica –Roxy Indigo, aquien solo conozco porque sacó un seispor ciento en clase de Cerámica deprimero– está riendo como una histéricamientras intenta, con poco entusiasmo,bajarse la falda vaquera –en esemomento, hecha un ovillo alrededor dela cintura dejando al descubierto untanga negro– más allá de sus caderas.Después de la fiesta de principio decurso del año pasado, los rumores

aseguraban que pilló una borrachera talque perdió el conocimiento y se meó enel asiento trasero del todoterreno de sucita.

Lo que me recuerda que no tengoamigos aquí porque nunca he queridotenerlos.

Salvo…Ben Michaels está mirándome,

recostado en una pared en compañía deun par de sus colegas drogatas. Está apocos metros de Roxy y, en cuanto estalogra ajustarse la falda, se acerca más aél.

Aunque resulta obvio que Roxy estáhablándole, Ben no gira la cabeza paramirarla, sino que sus ojos siguen

clavados en mí. Normalmente, pondríalos ojos en blanco ante la espeluznantesituación. Es decir, ¿ahora va deacosador? Pero no me miralascivamente. No veo en sus ojos latípica mirada posesiva, esa que parecequerer devorarte. Es algo distinto. Comosi deseara que me acercara a él.

De modo que lo hago. No dejo demirarlo mientras camino hacia él, y lafrustración por el horario, por el día dehoy, por la vida que he ido edificando ami alrededor se acumula en mi pecho.La tensión crispa todos mis músculos, yestoy dispuesta a descargarla sobre él sino me cuenta lo que quiero saber.

Sin embargo, cuando llego frente a él,comprendo que no tengo la menor idea

de lo que voy a decirle.No es fácil acercarse a un chico

delante de sus amigos y decir: «Estoysegura de que el otro día estuve muerta yme resucitaste. ¿Qué tienes que decir aeso?».

En lugar de eso, lo miro y digo:–¿Puedo hablar contigo un segundo?Ben se encoge de hombros.Perfecto.–¿En otro sitio?Alguien se ríe por lo bajo y, cuando

miro hacia la derecha, veo a Reid Suitorsentado con cuatro chicos más que noconozco. Reid y otro chico estánmascando tallos de hierba. En serio.

–¿Te has perdido, cielo? ¿O quieres

rebelarte contra papá?–Guau, qué original. ¿De qué película

de los 80 has sacado esa frase? –digomirando hacia la izquierda. ElijahPalma. Genial. Las cosas estánponiéndose peor de lo que esperaba. Talvez debería hacer caso a Alex: laexperiencia próxima a la muerteprovocó un tornado en las terminacionesnerviosas de mi cerebro y me lo imaginétodo. Quizá sea la prueba de que elinfierno existe y que acabaré en él.

Elijah se encoge de hombros. Tienelos ojos azules tan inyectados en sangreque parece medio muerto.

–Eh, no me importaría hacerte unfavor.

Alguien le da un puñetazo en el

hombro y dice:–Déjala en paz, capullo. –Aunque no

estoy mirándolo, sé que es Ben. Su vozme resulta familiar pese a que solo lo heoído pronunciar dos palabras.

–¿Hacerme un favor? –Sé que nodebería darle alas, pero no puedoevitarlo. Todavía no he decidido quédemonios voy a decirle a Ben, así que,mientras tanto, dirigiré mi frustraciónhacia uno de sus amigos–. Pensaba quetenías otros gustos…

No, no se me dan nada bien loscombates de insultos ingeniosos. Peronadie se da cuenta, pues acabo desugerir que Elijah es gay; no importa queno haya sido un comentario

especialmente ocurrente.–De todos modos, no me tiro a

vírgenes –replica él, y noto cómo se meenciende la cara.

Reid se ríe; al parecer, está deacuerdo.

Quiero contestarle, pero las palabrasse me traban en la garganta. Elijah,Reid, Roxy, Ben… desaparecen, y yovuelvo a tener quince años, y estoydespertándome a las 2:13 de lamadrugada después de haber perdido ami mejor amiga, en un coche aparcadodelante de la casa de Chad Brandel, conlos vaqueros desabrochados y la ropainterior rasgada.

Riendo como una histérica, Roxy seapoya en Elijah, y este le rodea la

cintura con un brazo. Son perfectos eluno para el otro.

–He dicho que cierres la puta boca,tío. –Otra vez Ben.

Pero Elijah hace oídos sordos:–¿Crees que eres la primera mojigata

en tener un accidente y darse cuenta deque está malgastando su vida? ¿Quéhaces aquí? ¿Esperar que alguien te follepor pena para tener un subidón deadrenalina?

Un puño golpea su mejilla, y la fuerzadel impacto lo proyecta hacia atrás,derribando a Roxy. Dos chicosempiezan a reír.

Y entonces Ben aparece delante demí, frotándose los nudillos con la otra

mano. Señala el edificio L con un gestode la cabeza y los dos empezamos acaminar hacia allí.

Sí, me he dado cuenta de que me hadefendido. Que acaba de darle unpuñetazo a uno de sus amigos, un chicofamoso por ser expulsado una vez cadaciertos meses por propinarle una palizaa alguien, porque me había insultado.

La idea es un poco extraña, pero mesiento demasiado halagada para darlemás importancia.

Ben abre la puerta de la primera clasey me invita a entrar. Las luces estánencendidas, hay unos diez críoscomiendo en una mesa en un extremo dela habitación, pero no veo al profesor.Solo hay una nota en la pizarra: «No

dejéis el microondas sucio. Por favorJ».

–Hola, Ben –dice una de las chicassentada a la mesa del fondo–. ¿Todobien? –Aunque, cuando se levanta, medoy cuenta de que no es una alumna. Laseñorita Poblete mide poco más demetro y medio y debe de tener unosveintitantos, pero podría pasarperfectamente por una estudiante.

Ben asiente.–Sí. Solo necesitábamos un sitio

tranquilo para aclarar unas cosas. –Mientras Ben se sienta a una de lasmesas, me pregunto por qué se encuentratan cómodo aquí.

Poblete me sonríe y vuelve a sentarse.

–Club de lectura –dice Ben.–¿Cómo?Señala a Poblete y a los demás con un

gesto de la cabeza.–Cada lunes celebra una reunión del

club. Si no levantamos la voz, no nosoirán.

Vuelvo a notar las mejillas ardiendocuando me doy la vuelta para mirarlo.No hay una forma sencilla de decirlo.

–Estabas allí, en Torrey Pines, el díaque me atropelló la camioneta –susurro.

No es una pregunta, pero él asiente detodos modos. La teoría de Alex según lacual Ben nunca va a la playa sedesmorona.

–¿Qué me hiciste?

Ben se mira los pies, los cualescuelgan a pocos centímetros del suelo.Los mueve ligeramente; está nervioso.

–Nada.Niego con la cabeza pese a saber que

no está mirándome.–No, te recuerdo. Recuerdo ver tu

cara al abrir los ojos.Ben se encoge de hombros sin dejar

de mirarse los zapatos.–Me acerqué para comprobar que

estabas bien.Aunque no lo conozco, sé que está

mintiendo.–Pero no lo estaba.–Tú…–No… –«Me mientas», quiero decirle

dando un paso adelante. Pero no digonada. Miro hacia el fondo del aula peronadie está mirándonos.

Cuando me vuelvo, Ben me observacon la mandíbula en tensión.

–No estoy seguro de qué quieres quete diga.

–Me hiciste algo, algo que no puedoexplicar. –Me detengo e intentoencontrar las palabras adecuadas,aunque creo que no existen–. Estuve…estuve muerta. –Me tiro de cabeza antesde que me diga que estoy loca–. Esdecir, lo sentí. Sentí que estabamuriendo; se me paró el corazón, mesumergí en oscuridad y despuésapareció una luz… –Me detengo porqueno tiene sentido–. Y entonces desperté y

te vi. No podía moverme, hasta que lehiciste algo a mi espalda, y los médicosque miraron la radiografía dijeron queme la había roto y había vuelto asoldarse. –Estoy tan cerca de él que nopuede balancear las piernas sintocarme–. Dime, Ben Michaels, ¿qué mehiciste?

Ben levanta la cabeza cuandopronuncio su nombre, y sus ojosconectan con los míos; son tan negroscomo un pozo de petróleo. Y recuerdocómo me miraron antes.

–¿Tan importante es?–Sí. Sí, lo es.–¿Por qué?–Porque necesito saberlo –digo,

subiendo la voz de forma inconsciente.Respiro hondo y trato de mantener lacompostura. Entonces le susurro–: Algome sucedió y necesito entenderlo.

–No, no lo necesitas –dice con unabreve carcajada.

Y pese a que no parececondescendiente, me hace sentir como sicreyera que soy una niña estúpida.Irracional y loca. Aprieto los puños yme muerdo el carrillo.

–Ahora estás viva, eso es loimportante, ¿no? –dice él.

Espera una respuesta, pero no se ladoy. En segundo hice un curso demediación entre estudiantes y nosdijeron que la mejor forma de conseguirque la gente siga hablando es guardar

silencio. Cuando no dices nada, la otrapersona siente la tentación de llenar elsilencio, y tú puedes sacarle másinformación. No logré terminar el cursoporque no dejaba de dar mis opiniones yjuicios de valor –sorprendente, lo sé–,pero me quedé con el consejo. Funciona.

Y funciona con Ben. Suspira y se pasauna mano por el cabello, tironeando delas puntas.

–Si sigues ofuscada con lo queocurrió, con el momento en que estabasmuerta, seguirás pensando que hastaahora tu vida no ha tenido sentido.

Doy un paso atrás y dejo escapar unjadeo ahogado. Es como si hubieraestado conmigo mientras agonizaba.

¿Es eso lo que ocurrió? Ni siquiera yolo sé.

–No quería decir eso –dice bajandode la mesa–. Mejor dicho, no me heexpresado como quería. –Hace unapausa y se muerde el labio inferior–.Verás, vi cómo ocurría. Me acerquépara ver cómo estabas, y cuando llegómás gente, me alejé y les dejé hacer aellos.

–Pero…Ben niega con la cabeza.–No, lo digo en serio. Tuviste una

experiencia traumática. Yo fui laprimera persona que viste al abrir losojos.

Asiento. Alex me ha dicho lo mismo

y, bueno, tiene sentido. El problema esque, en lo más profundo de mi pecho,siento que esa explicación no sesostiene, está vacía. Hasta el discursode Ben parece ensayado. No detecto laconvicción.

–¿Qué hacías en la playa?Ben sonríe con suficiencia.–¿Qué pasa? ¿No puedo ir a la playa?

Estamos en verano.–No te creo –le digo. Aunque lo digo

en voz baja, sé que me oye porque sedetiene. Me da la espalda y espera; porsu postura, tengo la impresión de quecontiene la respiración. Sé que me trajode vuelta. Aún no sé cómo, pero losabré. Sé que ahora mismo estoy aquí,que estoy viva, gracias a él. La gratitud

hace que me dé vueltas la cabeza, comosi necesitara respirar hondo.

Y, al parecer, todo pensamientoracional me abandona y mi cuerpoadquiere vida propia, pues doy un pasoal frente, alargo la mano y rozo la puntade sus dedos con los míos. No sé qué mepasa; hace una eternidad que no le doyla mano a alguien. Siento un hormigueoal entrar en contacto con él.

–No sé qué quieres que te diga –diceBen. Habla en voz baja, de formainsegura, como si se sintiera indefenso odeseara tener la respuesta. Y estoy apunto de alejarme de él y dejar queresuelva solo los problemas que parecetener. Sin embargo, estoy cansada de

sentirme vacía por dentro.«Seguirás pensando que hasta ahora tu

vida no ha tenido sentido.»Quiero sentir algo. Quiero sentirme…

viva.Y diga lo que diga, gracias a Ben

Michaels ahora tengo la oportunidad.–Solo… quería darte las gracias. –Le

aprieto la mano, y el nivel de presión esequivalente a la intensidad de misemociones; es decir, debo de estar apunto de partirle algún hueso–. Gracias.

Le suelto la mano y me alejo. Pormucho que desee mirar atrás, no lo hago.

16:23:33:54

Cuando llego a casa después de llevar aJared, con el coche de Alex, a suentrenamiento de waterpolo, mi madreestá levantada. Y cocinando.

Es algo que ocurre de vez en cuando,y hace que todo lo demás sea casi aúnpeor. «Casi» porque nada puedecompararse al olor del pan recién hecho.

–¡Baby-J.! –exclama cuando abro lapuerta–. ¡Estoy aquí!

«Aquí» es la cocina. Se ha duchado ylleva puesto un mono de velvetón verdefosforito y más lápiz de ojos delrecomendable. Además, está rodeada deunas ochocientas magdalenas: dearándanos, de nueces y plátano, deharina de maíz, de trocitos de chocolate.Están por todas partes. Literalmente.Cubren todas las superficies de lacocina. Como la harina.

Mis sandalias se pegan al suelo delinóleo. Huevos, extracto de vainilla,mantequilla… no sé qué estoy pisandoexactamente, pero sí sé que estoycabreada. Comeremos magdalenas atodas horas hasta que debamos tirarlas,y seré yo quien tenga que limpiar este

desaguisado.–¿Qué tal las clases, cielo? –me

pregunta con una sonrisa, ofreciéndomeuna magdalena de nueces y plátano–.Toma, coge una, están deliciosas. Heseguido al pie de la letra la receta de tubisabuela. ¡No podrían haber quedadomejor!

–Bien –mascullo mientras le doy unbocado a la magdalena. Tiene razón; halogrado seguir la receta de Nana a laperfección, y eso es decir mucho. Laabuela de mi padre tenía una panadería.

–Jared me ha dicho que tu horarioestaba mal, que tenías clases más fácilesque las que merecías y que deberíascambiarlas. ¿Vas a alguna clase conKate? Ah, ten… prueba esta también. No

sé por qué, pero no han crecido tan biencomo la primera tanda. Aunque estánbuenas. –Me ofrece una magdalenaplana de harina de maíz. Ha olvidadoque no me gusta el maíz. Como tambiénha olvidado que Kate y yo ya no somosamigas.

–He pedido que me cambien elhorario –digo, dando un mordisco a lamagdalena de todos modos–. Herellenado el papeleo y ahora Elksendebe tomar una decisión.

–¿Cómo está? –me pregunta señalandola magdalena con un gesto de lacabeza–. No sé por qué no han crecido.Supongo que podría tirarlas a la basura,pero sería una lástima. La verdad es que

no sé qué he hecho mal. El resto tieneuna pinta excelente.

Lo que ha ocurrido es que hacometido un error con el bicarbonato ola levadura, pero no pienso decírselo.

–Están buenísimas, mamá.Sonríe de oreja a oreja y, al hacerlo,

se le forman dos hoyuelos, como aJared. Incluso arruga la nariz al sonreír.Parece diez años más joven que haceunos días. No recuerdo la última vez quela he visto reír de ese modo.

Quiero decir algo más, prolongar elmomento, pero no encuentro laspalabras. Aunque tampoco importa, puesya ha vuelto a concentrarse en el cuencode la mezcla y ha empezado una largaexplicación de por qué ha decidido

hacer una tanda de magdalenas deframbuesa que serán distintas de las dearándanos pese a utilizar la mismareceta. Envío un mensaje de texto aAlex, Struz e incluso al entrenador deJared para comunicarles que haymagdalenas disponibles para todos losinteresados.

Y después, simplemente la escucho.No es que me interese especialmente

el arte de preparar magdalenas ni que notenga un montón de cosas que hacer. Essolo que me encanta ver lo animada queestá, al contrario que ayer, antes de ayery el día anterior.

Tengo una segunda oportunidad paraarreglarlo. Para esforzarme más.

Mi madre me ofrece una cucharadacolmada de masa, pero niego con lacabeza. ¿Cuál es el problema de díascomo este? Que me recuerdan lo queestoy perdiéndome. No tengo una madrecon la que poder hablar. Nunca podréhablar con ella de Ben Michaels,contarle que me salvó la vida de algúnmodo y que ahora lo niega todo.

Cuando termina de hornear lasmagdalenas de frambuesa, cojo elpaquete de toallitas desinfectantes y medirijo a su dormitorio. Descorro lascortinas, subo las persianas y abro lasventanas de par en par. Mientras lahabitación empieza a ventilarse, con laayuda del ventilador de techo, empiezo a

recoger la ropa del suelo.Y cuando estoy colocando bien las

fotografías de la familia, devolviendo ala mesita el marco con la imagen en laque aparecemos Jared y yo después desubir a la Montaña Espacial deDisneyland, lo veo.

El ordenador portátil de mi padre,enchufado a la corriente, aún encendido,sobre la cama, enterrado parcialmentebajo las sábanas. Mi padre tiene supropio dormitorio. Mis padres dejaronde dormir juntos hace una eternidad.Ella necesitaba su propio espacio paradescansar, y francamente, si hubierantenido que compartir el mismodormitorio, mi padre se habría quedadoa dormir en la oficina más de una noche.

Lo que significa que ha pasado lamañana aquí… con ella.

Me siento en la cama, pongo elordenador sobre mi regazo, lo abro y loconecto. La contraseña es complicada;para cualquier persona menos para mí.Incluso para alguien que conozca elcódigo binario. Sé cómo jaquearcualquier cosa que mi padre hayaprotegido con una contraseña. Loconozco demasiado bien.

Mientras se inicia el sistema, oigo ami madre cantar bajo el zumbido delventilador y no puedo evitarpreguntarme si esta es la razón por laque está levantada y de tan buen humor.Sé que el momento es pasajero; siempre

lo es. Pero ¿realmente es tan fácil lograrque se anime?

Repaso el historial de mi padre y abrolos últimos archivos que ha revisado.Uno es una evaluación de conducta deBarclay, T. No me suena el nombre;debe de ser un nuevo analista. Alprincipio parece estar dentro de lamedia. De hecho, la primera parte esmás que excelente: un cien por cien entiro con pistola y rifle, lo que significaque dio en el blanco en los cincuentadisparos. Sus conocimientosinformáticos son fantásticos, y suactuación directa sirvió para que seresolviera un caso reciente. Sinembargo, mi padre recomienda que lotrasladen a otra unidad. Al parecer, T.

Barclay tiene un problema con laautoridad: desatendió abiertamente unaasignación de mi padre. Eso es probableque acabe con su carrera. Cuandotrabajas en el FBI no puedes negarte aobedecer a tu jefe. Incluso cuando tedejas llevar por tu instinto y se acabademostrando que tenías razón. En unaburocracia, el fin no justifica losmedios.

El siguiente documento es papeleosobre un caso de bandas que irá a lostribunales a finales de año.Normalmente lo dejaría aquí. Pero eltercer documento es el informe de laautopsia de Torrey Pines, Sin Nombre09022012. «Mi» Sin Nombre.

Bingo.Por supuesto, lo que estoy haciendo es

ilegal. Si el Gobierno descubriera queestoy mirando los archivos de mi padrepodría acarrear un severo castigo. Tantopara mí como para mi padre. Y aunquellevo años husmeando en sus archivos,el corazón me late a mil por hora cadavez que lo hago.

Vuelvo a mirar hacia la puerta deldormitorio e intento oír algo fuera de lonormal, pero, aparte del martilleo de micorazón, lo único que distingo es laversión desentonada de mi madre de unavieja balada de Whitney Houston.

Respiro hondo y vuelvo aconcentrarme en el informe.

Aún no han identificado a SinNombre. Ni siquiera tienen una supuestaidentidad que añadir al informe delcaso, lo que reduce la información sobreél a la localización del accidente y lafecha de su muerte. Sitúan su edad entrelos veinticinco y los cuarenta y cincoaños, peso y altura desconocidos. Estoyde acuerdo. Lo entiendo. Lo que noentiendo es lo que leo a continuación. Elexamen físico.

DESCUBRIMIENTOS:

01 Quemaduras generalizadas producto de unaradiación con diversas mutilaciones corporales

02 Contusión post mórtem en la parte derecha deltórax

03 Contusión craneal no identificada

¿Qué narices?¿Cómo es posible? No pudo estar

expuesto a radiación en la carretera; nitampoco en su coche. No hay ningunarazón que explique las quemaduras postmórtem en su piel. No estoy muy puestaen medicina, pero las quemaduras conmutilaciones corporales no son unabuena noticia, y suelen aparecerinmediatamente. ¿Y si no murió comoconsecuencia del accidente sino de lasquemaduras? Eso explicaría por quéconducía tan rápido. Tal vez intentaballegar al hospital. O huía de algo.

Siguiente página. CAUSA DE LA MUERTE:

01 Quemaduras generalizadas

02 Contusión post mórtem en la parte derecha delpecho

Hasta el momento, el único que ha

firmado la autopsia es el médicoforense. Quizá hayan pedido unasegunda opinión. No los culpo. Esmucho más probable que alguiencambiara los cuerpos a que este sea miSin Nombre.

EXAMEN EXTERNO:

El cuerpo llegó al depósito del condado enuna bolsa azul y envuelto en una sábanablanca. Los restos pertenecen a un varóncaucásico con graves quemaduras en todo elcuerpo. Las quemaduras concuerdan con las

provocadas por productos químicos oradiación. No hay señales de carbonización,pero la carne está completamente quemadaen numerosas zonas y los tejidos óseosestán gravemente dañados, lo que resulta enuna profunda mutilación del cuerpo. Handesaparecido grandes zonas de tejidos de lacara, incluidos la nariz, las orejas y los ojos,lo que deja al descubierto la estructura óseasubcutánea.

Solo con imaginarlo se me revuelve el

estómago. Me hago una idea aproximaday sigo bajando para ver si descubro algomás.

Y la alarma de incendios se dispara.Me pongo de pie de un salto mientras

olfateo el aire en busca de humo. La pielempieza a picarme ante la posibilidadde quemaduras. Cierro el portátil y lodejo sobre la cama antes de correr haciala cocina.

Afortunadamente, no hay fuego.Pero las magdalenas del horno están

quemándose, y mi madre se halla de pieen mitad de la cocina con la vistaclavada en una taza de café hechaañicos. Las lágrimas forman dosregueros negros en sus mejillas.

16:19:58:49

–¿Y estás segura de que es el mismohombre? –pregunta Alex.

Asiento y doy un sorbo al moca frapéque he comprado en el Recién Hecho,agradecida de poder salir de casa yalejarme de la última crisis de mimadre. Me preocupa un poco (a vecesmucho) dejarla sola, pero de vez encuando no lo soporto más y he delargarme. Dado que la casa de Alex está

muy cerca, me digo a mí misma que notardaré mucho, que no estoy muy lejos siocurriera algo.

Alex y yo estamos sentados a la mesadel comedor de su casa, con literalmentetodos sus libros de texto abiertos frentea nosotros. Alex está inmerso en unaserie de problemas de física.

Como no puedo hablarle de BenMichaels, me concentro en el accidente.

–Puede que se confundieran decuerpo… –Es posible que haya más deun Sin Nombre que murió el lunes enSan Diego. Es menos posible de lo quela gente cree, pero posible. Y a pesar delas setenta y siete hipótesis que micerebro ha empezado a considerar encuanto he terminado de leer la autopsia,

me doy cuenta de que debo buscarpruebas y dejar que las conclusionesaparezcan en lugar de especular.

–Pero, si es él, significa que tuvo elaccidente porque ya estaba muerto.

Alex no levanta la vista del libro deFísica.

–Y entonces podrías dejar decomportarte como una idiota que seculpa a sí misma.

No quiero empezar otra vez con eso.–Escúchame –digo–. Tres víctimas

aún sin identificar aparecieron en SanDiego hace treinta años, todos con altosgrados de radiación. Y después nada.Ahora, de repente, aparecen tres nuevoscasos, todos en un lapso de menos de

dos semanas. Y uno de ellos puede quemuriera mientras conducía. –Mientrasconducía la camioneta que me mató.

No digo esto último porque Alex estáconvencido de que todo lo relacionadocon Ben Michaels es producto de miimaginación. Por eso, añado:

–Piensa en ello. Mi padre tiene todosesos archivos del caso, y ahora, poralguna extraña coincidencia, unacamioneta me atropella y el conductorpuede que esté relacionado con esoscasos.

Esta vez Alex cierra el libro y serecuesta en la silla.

–¿Qué crees que está causando laradiación? –pregunta cogiendo el cafésolo que le he traído y llevándoselo a

los labios. Pero está vacío. Se lo bebióde un trago en cuanto llegué con él, y lacafeína no va a aparecer mágicamenteporque lo desee.

–Lo siento, tendría que haberlopedido doble.

Alex niega con la cabeza y me tira elvaso vacío.

–No pasa nada. Escóndelo antes deque mi madre lo vea. –Hago una bolacon él y me lo guardo en el bolso conuna sonrisa–. ¿Y las quemaduras? –pregunta de repente Alex.

–Cierto. Las quemaduras songraves… extremadamente graves.

–Entonces, la respuesta obvia seríaradiación nuclear.

Me encojo de hombros.–Sí, pero ¿de dónde?Cuando Alex se muerde el labio, sé

que mi misión ha sido un éxito. AlexTrechter ha dejado de lado sus deberes.Solo hace falta un poco de cafeína decontrabando y algo interesante con loque distraerlo.

–¿Podría ser algún tipo de virus? –pregunta–. ¿Como una inyección de algoradiactivo?

–Ves demasiadas películas malas.–No…–Aún me debes las dos horas de mi

vida que perdí viendo Misión Imposible2. Nunca podré recuperarlas.

Alex pone los ojos en blanco.

–Hablo en serio.–Hum, y yo. ¿Qué le pasa a John Woo

con esas escenas a cámara lenta?–Janelle, un virus explicaría el último

caso.Niego con la cabeza.–En realidad, no. Y las quemaduras

gamma, ¿no se manifestarían en elinterior del cuerpo, en los órganos y lostejidos? –Me estremezco ligeramenteante la imagen mental–. Estasquemaduras estaban en la cara y en lasmanos, en piel expuesta.

Alex niega con la cabeza.–Podría seguir siendo algún tipo de

virus. ¿Pudiste echarle un vistazo alexamen interno? –Cuando digo que no,

continúa–: He leído que la última modaes el terrorismo vírico. Y tendríasentido que tu padre esté involucrado.¿No formó parte del equipo queinvestigó la fiebre hemorrágica vírica dehace dos años en Los Ángeles?

–Sí, los llamaron a él y a Struz. –Elvirus de Los Ángeles fue como el Ébola.Empezó con dolores de cabezamoderados, pero al cabo de una o doshoras los síntomas incluían fiebre alta ydolor muscular. A las veinticuatro horas,los órganos principales, el sistemadigestivo, la piel, los ojos y las mucosasde los infectados comenzaban adeteriorarse y sangrar. Poco despuésmorían. El virus lo provocó una bacteriaque unos terroristas lograron insertar en

unos cuantos tubos de pasta de dientesprocedentes de la China. Conozco agente que sigue lavándose los dientescon bicarbonato.

Por mucho que desee llevarle lacontraria, no puedo. Por el mero hechode que no sepa cómo alguien puedehacer algo no significa que no seaposible. Es decir, algún tipo debioterrorismo que utilice un virusradiactivo encaja demasiado bien. Y nodeja de resultar aterrador.

–¿Cómo puede hacer alguien un virusasí? –pregunto.

–No lo sé, J. –dice Alex con unacarcajada–. Pese a la creencia popular,en realidad no albergo el secreto deseo

de convertirme en terrorista.–Hola, señorita Tenner, ¿has venido a

hacer los deberes? –La formidableAnnabeth Trechter, madre de Alex, entraen el salón con un montón de toallas decolores pastel. A pesar de estaracarreando la colada, por su traje-chaqueta y su cabello recogido en unmoño en la nuca parece recién salida deuna reunión de negocios. Se detienedelante de mí esperando una respuesta.

–No, señora –digo, bajando la miradapara evitar sus ojos. Me avergonzaríareconocerlo si se tratara de cualquierotra persona, pero Annabeth Trechter esla única mujer que consigue intimidar ami padre. Y ella siente algo por él.

–De hecho, he venido para pedirle

prestado a Alex su libro de Física –digo. Es una verdad a medias–. Mihorario es un desastre y no estoy en lasclases que debería, así que aún no tengolibros.

Ella dirige la mirada hacia Alex.–¿Has terminado el libro de Literatura

Inglesa y los deberes de Español?–Sí, señora.–Te quedan cuarenta y tres minutos

más antes de la cena. Después puedesacercarte a su casa para llevarle el librode Física, antes de volver y ponerte aestudiar vocabulario para el examenfinal.

–Janelle y yo íbamos a…–No, anoche estudiaste vocabulario

con ella. Esta noche lo harás conmigo.–Sí, señora.No puedo evitar sonreír. Alex me

mira, y sé lo que lee en la expresión demi rostro: «No me gustaría estar en tupiel». Pero, de pronto, me doy cuenta deque sí me gustaría, pues su madre vuelvea centrarse en mí y desearía poderhundirme más en la silla. Es como undetector de mentiras humano. Sé que encualquier momento empezará aregañarme por distraer a Alex de susdeberes.

–¿Cómo está tu padre?–Bien –digo, y me obligo a

extenderme más en la explicación.Cuanta más información le ofrezcas a lamadre de Alex, menos probable es que

piense que estás ocultando algo–. Haestado toda la noche despiertotrabajando en un nuevo caso, pero yasabe cómo es. Lo resolverá.

La señora Trechter asiente.–Ve a casa, Janelle. Alex te llevará el

libro después de cenar.–Sí, señora –digo poniéndome de pie

y cogiendo el bolso y el vaso de moca–.Gracias. –Me doy la vuelta y me voy sinmirar a Alex. Porque, si lo hiciera,acabaríamos riendo. Y porque sé que sumadre está vigilándome y eso meaterroriza.

Algún día espero ser como ella.

16:09:48:02

Aunque el martes aún no me hancambiado el horario, el profesor deCiencias de la Tierra me entrega un pasede la biblioteca en cuanto llego.

Le muestro mi carnet de estudiante yel pase al bibliotecario y me sientofrente a uno de los ordenadores. Deberíaempezar a estudiar el material de algunade las clases donde se supone que tengoque estar, pero primero compruebo mi

correo. No hay nada interesante, demodo que abro Google y, como nopuedo sacarme de la cabeza la teoría deAlex, tecleo: «quemaduras porradiación».

Naturalmente, la mayoría de las cosasque aparecen tienen que ver conpacientes de cáncer y quemadurasproducidas por el sol; nada que puedainteresarme. Y además lo último que meapetece es ver las fotografías, muchasgracias.

Cuando lo pruebo con«envenenamiento por radiación»aparece una historia sobre el desastre deChernobyl. En 1986, una central nuclearde Ucrania sufrió un colapso del sistemaque terminó convirtiéndose en el peor

accidente nuclear de la historia. Aqueldía murieron veintiocho personas, másde trescientas mil tuvieron que serevacuadas para evitar la lluviaradiactiva, y se estima que sesenta milestuvieron expuestas, cinco mil de lascuales murieron. Si mi Sin Nombre fueuna de esas veintiocho mil personas, laautopsia tendría sentido. Pero no lo era.Y ese tipo de exposición no puede darseen una sola persona.

No me sorprende que el FBI hayapuesto a mi padre en el caso.

Un grupo de alumnos de primero entraen la biblioteca, escoltados por unprofesor. Son ruidosos y molestos, y sededican a hacer perder el tiempo al

bibliotecario. Estoy tentada de seguirleyendo sobre la radiación,especialmente sobre la posibilidad deque alguien pueda implantarla en algúntipo de virus.

Sin embargo, solo tengo una horaantes de irme, de modo que voy a lapágina de intranet de Eastview, meconecto con la contraseña de Alex y mepongo a descargar la información quenecesito. El bibliotecario escolta a losalumnos de primero hasta una de lasaulas e inicia una especie depresentación, seguramente el discursoque todos los novatos deben escuchar.Cojo el móvil y hago una lista con lasprioridades de las tareas a realizar.

–¿Tu horario es una mierda?

El corazón me da un vuelco,literalmente, y casi me quedo sinrespiración. Me doy la vuelta y veo aBen Michaels sentado frente alordenador contiguo. Hoy la sudaderacon capucha es blanca, pero la llevacomo siempre: cubriéndole la cabeza losuficiente para ocultar sus ojos, aunqueno puede evitar que asomen unoscuantos mechones rizados de pelocastaño. Me mira con una sonrisairónica.

Quiero volver a hacerle un millón depreguntas.

Sin embargo, el nudo en la gargantame impide hablar, de modo que medecido por la segunda mejor opción:

saco la hoja con el horario de mierdadel bolsillo y se la entrego.Probablemente su horario no sea muchomejor que el mío, y probablemente leimporte más bien poco. Lo sé. Noobstante, por el modo en que se recuestaen la silla y suspira, creo que puedellegar a entenderme. O sentir empatía.

Ni siquiera espera a que se loexplique.

–¿Álgebra? –Se ríe–. ¿Qué pasa?¿Quieren que des tú la clase? –Niegacon la cabeza y se vuelve hacia elordenador que tiene delante.

Eso es todo.Supongo que una parte de mí esperaba

que dijera algo más. Informaciónadicional, o que iniciara una

conversación. Después de todo, ha sidoél quien se ha sentado a mi lado. Y en lasala hay unos treinta ordenadores más.

Espero un segundo antes dedecidirme. Al diablo, voy a seguirhaciéndole preguntas hasta conseguir larespuesta que quiero oír. Me doy lavuelta y abro la boca, pero vuelvo acerrarla al darme cuenta de que, desdeeste ángulo, su belleza es casi clásica.Su perfil, la forma de su cara, son tanperfectos que me quedo paralizada.¿Cómo es posible que me haya pasadodos años viéndolo en el campus y nuncame haya fijado en él? Es guapo, alto,moreno, misterioso, una de esas bellezasenigmáticas. Y sus ojos; los tiene

castaños, pero son tan oscuros que aveces parecen incluso negros. Su formade moverse… es como si fueraperfectamente consciente de suestructura ósea y la utilizara a su favor.Sus cuencas oculares son cavernosas, loque hace que sus ojos parezcan estarperpetuamente en la sombra. Y surostro… su rostro es inusualmentepálido, lo que dota a su expresión decierta tristeza, como si poseyera algúntrágico secreto. Por alguna razónestúpida, me pregunto cuál será.

Puede que se oculte bajo ese aspectooscuro y taciturno de chico malo, perosu rostro es tan perfecto como el deNick o Kevin. No puedo evitarpreguntarme si tendrá el mismo éxito

con las chicas que ellos.Reprimo inmediatamente ese

pensamiento. No es problema mío lo quehace o deja de hacer Ben Michaels en suvida privada. Intento apartar la mirada ydecidir qué voy a decirle, pero no puedovolver a concentrarme en mi ordenador.Quiero seguir mirándolo. Tengo lasensación de que, si lo miro el tiemposuficiente, seré capaz de desvelar elenigma que representa.

Entonces me fijo en la pantalla de suordenador.

Tiene abierta la página principal delinstituto, y también mi horario. Tecleaunos cuantos comandos y lo borracompletamente. Mi horario es una

página en blanco.–¿Qué estás haciendo?–Cambiar tu horario –responde, como

si colarse en la página del instituto noestuviera castigado con la expulsión.

–Pero no puedes… ¿Cómo…?Ben se encoge de hombros.–Le robé la contraseña a Florentine en

primero. Llevo dos años cambiandohorarios.

Echo un vistazo a la biblioteca. Nadieestá mirándonos, pero tampoco estamosprecisamente fuera del alcance de lasmiradas. Cualquiera podría echar unvistazo hacia aquí y ver la pantalla.

–Janelle –dice, y el modo en quepronuncia mi nombre, como si leimportara, hace que vuelva la cabeza. La

tensión alrededor de sus ojos hadesaparecido; ahora parecen estarsonriendo–. ¿Qué clases quieres?

El penúltimo curso se supone que esel más importante para poder acceder auna buena universidad. Hasta ahora hecumplido todas las reglas: he entregadolas solicitudes a tiempo, he rellenado elpapeleo… No es culpa mía que se hayanequivocado con el horario.

De modo que se lo digo.Es evidente que Ben conoce el

programa; se mueve con soltura por élbuscando el nombre de las asignaturas.Señalo los profesores y horarios quequiero para hacer coincidir mi horariocon el de Alex.

Cuando elijo la clase de Poblete, Benesboza una media sonrisa. Sin embargo,tengo un momento de pánico cuandointenta introducir mi nombre en el cursoy aparece un mensaje de error en lapantalla indicando que la asignatura estácompleta.

Ben se ríe por lo bajo –debo de haberemitido un jadeo o algo así– y me doycuenta de que estamos muy juntos y deque estoy inclinada sobre él. Losuficientemente cerca como para oler lasuave mezcla que empiezo a reconocertan propia de él: menta, jabón ygasolina. A pesar de que nuestroscuerpos no se tocan, estoy inclinadasobre su hombro, mi boca

peligrosamente cerca de su oreja.Si girara la cabeza unos centímetros

en mi dirección, podría besarme.No sé de dónde sale ese pensamiento.Me echo hacia atrás, cambiando de

postura sobre la silla.–No te preocupes, ya lo tengo –dice

Ben señalando la pantalla–. ¿Crees queeres la primera persona a la que tengoque colar en la clase de Poblete?

Obviamente, no. Ben introduce uncódigo de anulación y de inmediatoaparece un listado.

–Espera –le digo alargando la mano–.No quites a nadie. No es justo.

–No hace falta –me asegura. Clava sumirada en mi mano sobre su hombro y laaparto inmediatamente. Noto un rubor en

las mejillas–. Solo necesito añadirtemanualmente, ¿ves? –Copia y pega minúmero de estudiante en el listado de laclase.

Entonces me doy cuenta de que Bentiene acceso a TODO, incluso a las notas.

–Está mal, ¿verdad? –dice como sisupiera lo que estoy pensando–. Que unopueda colarse tan fácilmente en elsistema, quiero decir. Robar unacontraseña.

–¿Haces esto muy a menudo?Ben se encoge de hombros.–He cambiado los horarios de unas

cuantas personas desesperadas, perosobre todo suelo cambiar un par dehorarios de mis amigos al principio de

cada semestre. Para evitar la oficina dela consejera.

–¿Alguna vez has cambiado… algomás que el horario?

–¿Notas? –dice con una sonrisa–. Porsupuesto que no.

Me siento tan aliviada que dejoescapar un suspiro.

–Pero eres la primera persona que seda cuenta de que es el mismo programa–añade–. Ninguno de mis amigos habíasumado dos y dos.

–Si lo supieran, ¿te pedirían que lohicieras?

Inclina la cabeza ligeramente y sé queestá mordiéndose el carrillo. No sé muybien por qué, pero me hace sonreír.

–Creo que no. Es decir, mis amigos no

me lo pedirían; saben que no lo haría. Ya los otros con los que salimos no lespreocupan las notas. –Siento la tentaciónde decirle que no salga con estudiantesavanzados porque nadie hace tantastrampas como ellos, pero me contengo.Técnicamente, yo soy una estudianteavanzada–. ¿Qué quieres a última hora?–me pregunta.

Después de introducirme en la claseadecuada de Español, Ben imprime mihorario y baja la cabeza, negándose amirarme a los ojos. Contengo el alientoy me pregunto si va a decirme algosobre el accidente.

–No digo que vayas a hacerlo, perocuando hago esto normalmente le hago

prometer a la persona que no se locontará a nadie.

Mis esperanzas se van por el garete.–¿Cómo? ¿No quieres a ochocientas

personas pidiéndote que les cambies elhorario?

–No… no es un problema de cantidad–dice Ben–, sino el motivo por el queme lo piden; si tiene sentido. Si mevienen con: «Oh, la consejera la hacagado y no quiere cambiarlo», no meimporta. Pero si vienen con: «Quiero unprofesor a quien no le importe que novaya a clase», ni siquiera me molesto.

–¿El honor de los tramposos? –lepregunto. E inmediatamente mearrepiento porque Ben levanta la cabezay me dirige una mirada dolida, como si

acabara de insultarlo.–Es solo… –Suspira–. Sé que no

siempre tomo las decisiones adecuadas.–Vuelve a encogerse de hombros–. Peroal final del día quiero mirarme en elespejo y no arrepentirme. Quiero estarseguro de que volvería a tomar lasmismas decisiones.

Le entiendo. Tiene tanto sentido quenoto una presión en el pecho. Locorrecto debería estar basado en laconvicción. A pesar de todos miscomentarios condescendientes sobretodo el mundo en este instituto, norecuerdo nada en lo que haya creído oque haya decidido apoyar hasta el final.Excepto Jared, quizá.

–¿Y conmigo? –le pregunto con unhilo de voz–. ¿Volverías a hacerlo?

Percibo un cambio en su expresión.Desliza la silla hacia atrás y se pone depie. La pregunta no se referíaúnicamente al horario.

Pero Ben se limita a encogerse dehombros.

–Hasta yo sé que Janelle Tenner nodebería estar en Ciencias de la Tierra yÁlgebra. Tarde o temprano lo habríancorregido, ¿qué mal hay en acelerar elproceso?

–Gracias –digo con poca convicción.Noto los ojos húmedos y la gargantatensa. Y la presión en mi pecho no hadesaparecido. Porque eso no era lo que

quería oír.Me quedo sentada un buen rato

después de que Ben se marche. Vuelvo arevisar cada momento mentalmente: elaccidente, lo que vi y sentí, cuando casitopé con él en la oficina, cuando lo vi elotro día a la hora de la comida, laconversación. Ben no es como yo creía.

Vuelvo a revisarlo todo. Una y otravez, como si pretendiera analizar ymemorizar cada detalle.

Hasta que alguien me toca el hombro ydoy un respingo.

–Te he estado llamando –dice Nick,exultante–. Vamos, salgamos del campuspara comer.

Quiero poner los ojos en blanco, perome contengo. Ayer tuvimos la misma

conversación, ¿cómo puede haberloolvidado?

–Nick, no puedo…–Tranquila. El entrenador está en la

puerta. Ya he hablado con él, y dice quete colará.

Me mira con una sonrisa tan sinceraque me siento mal por haber pensado lopeor cuando en realidad lo tenía todoplaneado.

Debería darle una oportunidad enlugar de sospechar de sus motivacioneso juzgarlo por tener unas prioridadesdistintas de las mías.

–Claro –digo, y aunque hubiese juradoque era imposible, la sonrisa de Nick seamplía aún más–. Si crees que no nos

meteremos en problemas.Nick alarga su mano y me levanta de

la silla; su piel es cálida.–Soy de goma, nena. Y los problemas

me resbalan.Me río, y esta vez sí pongo los ojos en

blanco. Porque no estoy segura de si merío con él o de él. Aunque, por supuesto,eso es lo que pretendía. Es uno de sustípicos comentarios cursis, pero, dealgún modo, siempre consigue que seandivertidos. Me gusta que no se tome a símismo demasiado en serio.

Le envío un mensaje de texto a Alexpara preguntarle si quiere que le traigaalgo. Mientras caminamos hacia elaparcamiento, levanto la cabeza y veo aElijah Palma fumando una especie de

cigarro de liar y mirándome fijamente.Cuando le devuelvo la mirada, se me

ocurre algo: para ser un presuntoporrero, Ben Michaels no huele paranada a humo.

15:19:53:38

–No vas a creerte lo que he encontrado–dice Alex entrando en nuestro cubículode la biblioteca y cerrando la puertainsonorizada tras él. Está inclinadohacia atrás para equilibrar a duras penasel peso de lo que parecen seis librosmás de tapa dura que añadir a losveintitantos que ya ocupan la mesa. Suexcitación me resulta divertida y tengoganas de reír, porque me encanta verlo

en su versión «Estoy decidido a resolveresto». Pero no lo hago; también significamás lecturas.

Decidimos venir a la C&T, labiblioteca de ciencia y tecnología de laUCSD, porque la tía de Alex trabajaaquí, lo que significa que puededejarnos entrar e informar a su madre deque estamos estudiando. Y estamoshaciéndolo, aunque nada relacionadocon las clases.

–Por favor, dime que es algoproductivo y no otro ejemplar anticuadode Maxim. Solo porque tu madre no telo deje leer no significa que…

Alex me ignora y deja caer el montónde libros sobre la mesa, junto al resto.Hago un esfuerzo por tranquilizarme, sin

demasiado éxito. Añadir más libros almontón no me parece la solución anuestros problemas. Tenemos de todo,desde el Informe de la Comisión del11/9 hasta una novela de MichaelCrichton, y por el momento no hemosencontrado nada especialmente útil. Lanovela de Crichton y un par de thrillersmás son pura fantasía o ficciónespeculativa que bordean la paranoia yla teoría de la conspiración. Y los librosmás científicos sobre bioterrorismo sonobras de consulta o guías sobre cómoactuar en caso de una fuga radiactiva.También hay relatos reales sobre fugasde la viruela de un laboratorio en laUnión Soviética y del Ébola de otro en

la ciudad de Washington.En otras palabras, nada de todo esto

me ayuda a resolver cómo Sin Nombreacabó sufriendo radiación mientrasconducía la camioneta.

–¿Vas a decirme qué te resulta tanexcitante? –le pregunto. Mi móvilempieza a vibrar en algún lugar de lamesa, pero entre tanto libro soy incapazde localizarlo.

Alex sonríe antes de inclinarse ycoger de encima de la mesa uno de loslibros más gruesos. Lo abre y empieza ahojearlo.

–Estaba consultando el Manual sobrebioterrorismo vírico y biodefensa y mehe topado con esto. –Me muestra el libropor la página 428. El capítulo reza:

«Guerra biológica del futuro:bioingeniería vírica»–. Actualmente elbioterrorismo se basa en agentesbacterianos –continúa–. Los decategoría A son los peores, como elántrax. Se extienden fácilmente y a granvelocidad, y pueden ocasionar un brotea gran escala.

–Eso ya lo sé. Todo lo que hemosleído hasta ahora dice lo mismo.

–Por eso este libro mola tanto, porqueespecula sobre el próximo paso. Laingeniería vírica está muy avanzada. Dehecho –añade, acercándome el libro–,mira esto. Se pregunta si la radiaciónpodría introducirse en un virus que setransmitiera. Y da una explicación

detallada sobre qué deberían hacer losgenetistas para fabricar algo que pudieramanipularse.

Alex sigue sonriendo. No tienesentido, sobre todo ahora que hemosencontrado una prueba que demuestra lofácil que uno puede llegar a convertirseen bioterrorista.

Sin embargo, no es la primera vez queveo esa expresión en su rostro. Es lamisma que ponen Struz y mi padrecuando están a punto de resolver uncaso, como si acabaran de descubrir lossecretos del universo. Alex hace biendesviándose de los planes de su madre.Él no quiere graduarse en Stanford ylicenciarse en la Johns Hopkins. Quiereir a West Point y trabajar en el FBI,

como mi padre. La idea de Alextrabajando para mi padre me arranca unasonrisa.

Entonces se me ocurre algo.–Espera un momento –digo–. Quizá

estemos equivocándonos de perspectiva.Puede que lo importante no sea cómo sepropagó el virus; eso puede resolverlocualquiera en el Centro de Control deEnfermedades. Lo importante es lacuenta atrás.

Me levanto, arrastro la silla bajo lamesa y estiro las piernas. Mi móvilvuelve a sonar y en esta ocasión veo quees Nick. Otra vez.

–Digamos, solo como hipótesis, quealguien ha conseguido diseñar un virus.

Contenga o no radiación, la cosa sepondrá fea y morirá mucha gente.Entonces, ¿qué explicación tienen loscasos aislados? ¿Y qué relación guardaeso con la cuenta atrás?

Alex emite un jadeo y se yergue.–¡Esa es la conexión! –Me mira y

estoy tentada de decirle que continúe,pero sé que es mejor no interrumpirlocuando piensa–. El AEINI. No es unabomba, J., sino algo que dispersará elvirus, diseminándolo en el aire ohaciendo que arda.

Noto un escalofrío en la espalda.–Pero ¿por qué un terrorista querría

advertir a la policía de algo así?–¿Porque son sociópatas? No lo sé,

pero tiene sentido. Si el AEINI estalla,

el virus se transmite por el aire. Tal vezhaga falta una especie de explosiónquímica. Y quizá el FBI localizó elartefacto antes de tiempo. O quizá losterroristas quieren que sepamos lo quese avecina. Piensa en el pánico queprovocaría. ¿No es esa una parte de surazón de ser? ¿Amenazar nuestro estilode vida?

El móvil vuelve a vibrar. Esta vez locojo y me lo paso con cuidado de unamano a la otra.

–Según esa teoría, ¿Sin Nombre y lasotras víctimas eran conejillos de indias?

–Quizá sea gente que cabreó al grupode terroristas. –Alex se encoge dehombros.

No me satisface la respuesta. Estateoría no me da una identidad para elhombre que murió el mismo día y a lamisma hora que yo en la carretera deTorrey Pines.

–¿J.? –dice Alex.–¿Hum?–¿Crees que deberíamos decírselo a

tu padre?Estoy a punto de asentir. Después de

todo, ya es hora de que compartamosnuestras teorías con él. Podríamos estarcompletamente equivocados, o quesepamos algo que otros ya han deducido.O podríamos tener razón. O ser algo amedio camino. Sea lo que sea, tiene quesaberlo. Pero, cuando estoy a punto de

decirlo, la puerta del cubículo se abre yNick asoma la cabeza.

–¿Decirle qué a tu padre?Refunfuño en silencio. No le habría

dicho adónde iba de haber sabido que ély su otra mitad iban a venir.

Kevin aparece detrás de él y abre lapuerta de par en par.

–¿Ya le has confesado lo que sientes,Trechter?

–Kevin, cierra el pico –digo mirandoa Nick–. ¿Qué hacéis aquí?

–Llevo una hora intentando localizarte–responde Nick–. ¿Por qué no contestasa mis llamadas?

Señalo los libros con la cabeza.–¿Porque estoy trabajando?Nick coge uno de los libros y estoy a

punto de quitárselo de las manos. Perono lo hago. Solo conseguiría quesospechara aún más, y en esto no puedoconfiar en él.

–Trabajas demasiado, J. –dice Kevin.Qué sorpresa que piense eso.

Nick vuelve a dejar el libro en lamesa y se apoya en la puerta.

–Ya sé cuál es tu problema. Necesitasdivertirte. Ven esta noche conmigo acasa de Hines.

–Alex y yo terminaremos de estudiar ydespués…

Alex me conoce lo suficiente comopara saber que estoy devanándome lossesos en busca de una excusa, de modoque interviene:

–Vamos a ver Tron: el legado.Es la peor excusa que he oído nunca.

No se sostiene por ningún lado.–Hum, no, no la veremos. Lo único

bueno de esa peli es la banda sonora.Alex esboza una sonrisa de

suficiencia. Le devolveré esta concreces.

–Entonces, parece que esta nocheestás libre –dice Nick.

–Es martes –digo pese a saber quepara Nick eso no es una excusa.Especialmente este año. Su padre solíaser bastante estricto con él, más con losdeportes que con los estudios, pero suspadres están divorciándose y él y supadre no se hablan, lo que significa que

desde este verano hace más o menos loque le da la gana.

–Sus padres estarán fuera de la ciudadhasta el viernes.

–No puedo –digo sin mirarlo a lacara. Ni siquiera yo soy inmune a subelleza, y sé lo fácil que resulta quedaratrapada en sus ojos.

–Te prometo que nos iremos pronto –dice, y se lleva una mano al pecho, a laaltura del corazón. Cuando lo miro, measalta el recuerdo de la primera nocheque hablamos este verano. Nick acababade descubrir que su padre estabateniendo una aventura con una chica quese había graduado en Eastview cincoaños atrás, y en lugar de emborracharsejunto a una de las hogueras de la playa,

estaba sentado solo cerca del puesto desocorristas. Cuando estabapreparándome para marcharme, lepregunté cómo estaba y él se desahogó.Estuvimos hablando tres horas. Sobre sufamilia y sus carencias. Sobre el miedoque teníamos de decepcionar a losdemás, como ellos nos habíandecepcionado a nosotros.

–Te lo prometo –repite Nick–.Juramento de Boy Scout.

–Debiste de ser un Boy Scoutpatético.

–No lo fui –asegura como si nopudiera entender por qué le he dichoalgo así.

–En serio. He de escribir un ensayo,

leer tres capítulos de historia, hacer unmontón de problemas de física ycálculo, además de estudiar español. –Indico con un gesto la montaña de librosesparcidos sobre la mesa, pese a queninguno de ellos tiene nada que ver conlo que acabo de listar.

Nick hace una mueca.–Te mereces un descanso. Te pasas el

día ocupándote de todo el mundo. Unanoche de fiesta antes de sumergirte denuevo en los libros. No viniste a laúltima hoguera.

No me arrepiento de no haber ido a lahoguera, pero es verdad que trabajomucho.

–Solo una hora –digo, preguntándomecuándo ha decidido tomarse unas

vacaciones mi voluntad, y cuándoregresará.

–Por supuesto. –Nick se ríe–. Tedejaré en casa antes de las once.

–Dame un minuto para que recoja esto–le digo–. Espérame en el aparcamiento.

Cuando Kevin y Nick se marchan, mevuelvo hacia Alex, quien está guardandolos libros en su mochila.

–Quizá deberías cambiar tuscamisetas cutres y vaqueros rotos porminifaldas y chalecos de punto. Tambiénpodrías empezar a quedar con Brooke.

–Has sido tú quien la ha cagado con turidícula excusa. Yo quería hacer otracosa, y tú vas y sales con una películaque solo tiene argumento los primeros

treinta minutos.–Los efectos visuales son geniales –

comenta Alex sin dejar de meter cosasen su mochila. Yo cojo un par de librosque quiero llevarme a casa.

–Espera –digo, sujetándolo por elhombro–. ¿Has llamado cutre a micamiseta de El gran Gatsby? Meencanta esa camiseta.

–Está bien. Abandóname para dejarmeen manos de mi madre –dice, perovuelve a sonreír. Eso es todo lo quenecesito.

15:16:55:49

A las 12:45 me rindo.Una hora y cuarenta y cinco minutos

es mi umbral. Y por supuesto, Nick estátan borracho que no puede tenerse en piesin apoyarse en algo o alguien. Intentocogerle las llaves, pero desisto cuandome grita: «Puedo conducirperfectamente, mujer».

Ya tengo bastante con los gritos de mimadre; además, a ella estoy obligada a

quererla. No necesito que también lohaga un gilipollas que se bebe doscervezas y deja que sus amigos loconvenzan para tomarse cinco chupitosde tequila en menos de una hora.

Además, ¿qué demonios voy a hacercon las llaves de todos modos? Alcontrario que el dieciocho por ciento demis compañeros de curso, no piensoacabar con una multa por conducir ebriaen mi expediente cuando me gradúe. Ycomo me han retirado el carnet despuésde la estúpida crisis, conducir tampocoes una opción.

Tendría que haberme ido hace mediahora, cuando la hermana de Cecily pasóa recogerla y se ofreció a acompañarmea casa, pero entonces aún confiaba en

que a Nick le quedara un gramo defiabilidad. Ahora el problema es queAlex está durmiendo –aunque su madretampoco lo dejaría salir a estas horas–,a mi madre le retiraron el carnet deconducir hace siglos y Jared esdemasiado joven. He intentado llamar ami padre, pero sus dos móviles saltandirectamente al buzón de voz. Y aquí nohay nadie lo suficientemente sobrio ofiable para pedirle que me lleve a casa.Incluso echo un vistazo a mi alrededoren busca de Reid Suitor, quien jugó albéisbol en primero y segundo y a quienhe visto en la fiesta hace un rato. Aunquetampoco me hace mucha gracia subirmea su coche.

Finalmente, me trago el orgullo, salgoal porche y llamo a Struz.

–¡Baby-J.! –contesta en susurros perocon su entusiasmo habitual–. Sea lo quesea, tendrá que ser rápido. Esta nochetenemos algo grande.

–Tengo un código veintiuno –digo.Antes incluso de ir al instituto, mi padrepensó que todo ese rollo del FBI podríaafectar a mi vida social, de modo que ély Struz se inventaron una serie decódigos numéricos para que pudierallamarlos desde las casas de mis amigossin que estos pensaran que era unaespecie de soplón. Sería complicadoexplicarle a un grupo de adolescentesque la contrainteligencia no se preocupa

por los hábitos etílicos de los menores.Ahora mismo, sin embargo, no me

importaría que se pasaran por aquí ehicieran una batida en la fiesta.

–Mierda. –Oigo un rumor al otro ladode la línea–. ¿Dónde estás?

Le doy la dirección a Struz y este mepromete que enviará a un agente novatoo a un analista a recogerme. Tiene quecolgar, y aunque me gustaría interrogarlosobre lo que están haciendo, respeto losuficiente su trabajo para no insistir.

–¿Has llamado para que vengan arecogerte?

Me doy la vuelta y veo a Kevin concamiseta de tirantes, vaqueros anchos yuna gorra de béisbol calada de costado.Tiene un aspecto ridículo.

–Sí, ¿qué pasa?En lugar de soltar algún comentario

estúpido, sonríe y se mete las manos enlos bolsillos.

–Si no cae redondo, Nick pasará aquíla noche.

–No me importa. –Aunque sé que noes verdad.

–Tengo mucha práctica quitándole lasllaves –dice Kevin, y se deja caer enuna de las sillas del porche–. Tellevaría a casa pero… –Levanta labotella de cerveza medio vacía.

–No pasa nada.Kevin asiente y permanecemos

callados unos minutos.La calle sin salida está en silencio. Ya

no hay luz en la mayoría de las casaspróximas y, pese a todas las vibracionesque envío a la atmósfera para ver unosfaros asomando por la esquina, noaparece ni un solo coche. Se levanta unasuave brisa que me revuelve el cabello.Me cubro la cabeza con la capucha ycruzo los brazos delante del pecho.

–Me alegro de que vinieras esta noche–dice Kevin de repente. No sé por quétendría que importarle–. Sé que Nick laha cagado y que no te lo has pasado muybien, pero me alegro de que vinieras.

–Seguramente la próxima vez decidaquedarme en casa.

–No te culpo. Algunas noches yotambién preferiría quedarme leyendo encasa.

Me doy la vuelta para mirarlo. Apesar de la estúpida gorra, la camisetasucia y los vaqueros caídos a la alturade las caderas, parece hablarcompletamente en serio. Pero no meengaña. Sé que en realidad estáfingiendo, porque Kevin es incapaz deotra cosa.

Antes de que se dé cuenta, le hago unafoto, cerveza en mano, con el móvil.

–Si vuelves a meterte conmigo, leenseñaré esto al entrenador Stinson y tepasarás el resto del curso subiendo losescalones del estadio –digo, porque unavez Nick me confesó que el entrenadorde béisbol era muy estricto con labebida.

Y porque disfruto haciéndolo.Sin embargo, Kevin no se cabrea ni se

pone nervioso. Da otro trago a sucerveza.

–Touché, Tenner. Touché. –Unapalabra que no sabía que formara partede su vocabulario.

Este mes está lleno de sorpresas.Nadie es tan estúpido como pensaba.

15:16:03:24

Cuando los faros de un ChevyTrailBlazer aparecen al final de la calle,me doy la vuelta, me despido de Kevincon una pequeña inclinación de cabeza ybajo los escalones.

–Me aseguraré de que Nick no coja elcoche –repite. Me doy la vuelta justo atiempo de ver cómo levanta la botella amodo de saludo.

–Gracias –digo pese a haber decidido

que no quiero responsabilizarmetambién de Nick Matherson, por muymono que sea y a pesar de las genialesconversaciones que hemos mantenido enla playa. No tengo ni tiempo nipaciencia.

El TrailBlazer se detiene delante delcamino de entrada de los Hines, yaunque ya sabía que no vendría Struz, nopuedo evitar la decepción al ver unamata de pelo moreno y un segmentodesaliñado de vello facial. Es un agenteque no conozco. Cuando abro la puerta yme deslizo en el asiento, veo que estáhablando por el móvil y que no mepresta la menor atención.

–… y ahora estoy haciendo de niñera.Esto es ridículo. –No hay nada más

incómodo que cuando conoces a alguienque no solo está hablando de ti sino queademás está poniéndote verde–. Sí,bueno, la próxima vez cambiamos lospapeles. No pienso volver a hacer algoasí.

Estoy tentada de decirle algo, comopor ejemplo que puede empezar aconducir cuando quiera para acabar conesto de una vez. Después de todo, tengounas ganas locas de llegar a casa ymeterme en la cama, y si él tiene tantaprisa por volver a su trabajo, no seré yoquien lo entretenga más de lo necesario.Pero no vale la pena. Estoy demasiadocansada para discutir.

–Bueno, tengo que dejarte –dice

mirándome–. Sí, está bien, mantenmeinformado si oyes algo.

Cuando cuelga, me doy cuenta de quesu móvil parece mucho más modernoque cualquier iPhone que haya vistonunca. Sorpresa. El FBI suele atraer amocosos enamorados de sus artilugios.

–¿Janelle Tenner? –me pregunta.Asiento con la cabeza porque no confíoen mi voz. Tengo tendencia a irritarmecuando alguien habla de mí como si noestuviera presente–. Sabes que el FBI noes un servicio de transporte a domiciliopara borrachos, ¿verdad?

–¿Prefieres conducir o seguirpracticando tu cinismo?

–Podría entrar ahí y detener a tusamigos por consumo de alcohol –dice

señalando la casa con la cabeza–. Seríasmuy popular.

Lo miro y me doy cuenta de que se hadejado perilla para aparentar más edadde la que tiene. Este crío ni siquieradebe de ser aún agente; probablementesolo sea un analista júnior recién salidode la universidad y con algún contactoen las altas esferas, alguien queevidentemente no sabe de qué va estetrabajo.

Bueno, pues yo sí lo sé.–La popularidad no es una de mis

prioridades –digo–. Solo quiero llegar acasa para meterme en la cama. Pero sitienes algo mejor que hacer, adelante.

Pisa el acelerador y da un giro

completo en la calle sin salida. Duranteel silencioso trayecto hasta mi casa nisiquiera se presenta –aunque tampocotengo interés en conocer su nombre– nime pide indicaciones para llegar, lo quesignifica que no tengo que hablar con él.

Muy cerca de la salida de CarmelValley su móvil del FBI empieza a sonar–este es un modelo estándar deBlackBerry– y lo coge al segundo tonode llamada.

–Barclay –dice.Vaya, el T. Barclay de la evaluación

que encontré en el portátil de mi padre.Entonces, su actitud no es algo personal.

–Sí, señor. Ahora mismo voy paraallá. –Cuelga, da un brusco volantazo ala derecha y coge la rampa de salida

casi en un ángulo de noventa grados.Tengo que agarrar la manivela paraevitar chocar contra la ventanilla. Pese atodo, me golpeo el hombro en el tableroy debo morderme el carrillo para nogritar.

–¿Adónde vamos?Giramos a la izquierda pasada la

rampa de salida y seguimos avanzandopor una urbanización.

–Tengo algo que hacer.El vecindario en el que estamos se

parece mucho al mío. Casas cortadaspor el mismo patrón con paredes deestuco color crema y tejados de lozanaranja. Pequeños terrenos del tamañojusto para dar cabida a las casas, un par

de arbustos estratégicamente colocadosy jardines con la hierba pulcramenterecortada. Sin embargo, ahí terminan lassimilitudes. Porque la calle en la queacabamos desembocando está a rebosar.Furgonetas de cadenas de televisión,coches patrulla, un par de ambulancias,incluso un camión de bomberos. Barclayreduce la velocidad y baja la ventanilla.Se ha establecido un perímetro, por loque debe mostrar sus credenciales unpar de veces para atravesarlo. Inclusome dirige una mirada, como si me retaraa decir algo.

No lo hago. Porque aquí parece habersucedido algo grande. Y no quiero quese dé cuenta de que no debería estaraquí.

Avanzamos por el camino de entradade una casa modesta que da la impresiónde ser el epicentro y nos detenemosfrente al porche para dejar espacio a losotros coches. Respiro hondo al ver elcoche de mi padre aparcado justodelante del nuestro. Estoy aquí, en laescena del crimen que mi padre estáinvestigando. Posiblemente un crimenrelacionado con Sin Nombre. Aprietolos puños para ocultar el temblor en mismanos y al principio no me doy cuentade que Barclay está diciéndome algo.

–… y no tengo tiempo de ser tu chóferde madrugada. Así que puedes volver atu casa caminando o esperar aquísentada hasta que termine. –No me mira

mientras habla, sino que está cogiendouna cazadora del FBI y una bolsa demano del asiento trasero.

–Está bien. –En realidad, mesorprende que asuma el riesgo de traer auna civil, y además menor, a la escenade un crimen. Seguro que Struz o mipadre creían que me dejaría primero encasa–. Esperaré –añado. Estoy tan cercade casa que probablemente llegaríaantes caminando. Quién sabe, puede quepermanezcamos aquí al menos una hora,y estoy a menos de tres kilómetros decasa. Pero no pienso perderme esto pornada del mundo.

–Bien –dice con una mueca–. Siquieres dormir, será mejor que te estiresen la parte de atrás, pero intenta no

vomitar en el asiento.Capullo.–Haré lo que pueda.Y, tras esto, se aleja. Lo observo

recorrer el jardín y desaparecer por lapuerta principal. Llega otro coche y meagacho en el asiento lo suficiente paraque no me vean si miran en midirección, pero no tanto como para nover el cabello color platino de la agenteDeirdre Rice y su chaqueta negra cuandobaja del coche.

Se dirige hacia el jardín y la valla.Me planteo la posibilidad de salir a suencuentro. Lleva años en el equipo demi padre, aunque ella no pasa tantotiempo en mi casa como Struz porque

tiene una familia. Pero ella tampoco sealegrará de verme aquí, de modo quedecido seguir donde estoy mientrasDeirdre se dirige hacia el patio trasero.

Abro la guantera. En un mundoperfecto, Barclay tendría una placa extrao algún tipo de credencial que pudieracolgar de mi sudadera y pasardesapercibida, pero no lleva nada. Nisiquiera tiene un arma de repuesto comomi padre.

Echo un vistazo en derredor y bajo delTrailBlazer. Me abrocho hasta arriba lasudadera, dejo la capucha a mi espalday me hago una cola de caballo. Dadoque ya estoy dentro del perímetro, solotengo que comportarme con naturalidad,como si hubiera hecho esto un millón de

veces. Hay mucha gente moviéndose deun lado a otro, probablemente agentes dealgún tipo de cuerpo especial, de modoque no me cuesta pasar desapercibida, oal menos eso es lo que me digo a mímisma.

Sigo los pasos de Deirdre hasta elpatio trasero, y entonces un agente de lapolicía de San Diego sale por la puertay vomita sobre un arbusto a pocosmetros de mí. Lo sigue otro agenteuniformado.

–¿No te he dicho que no entraras? –ledice. Pero él también parece un pocopálido. Apostaría algo a que él tambiénha vomitado.

Me gustaría detenerme para escuchar

su conversación, pero eso atraeríademasiado su atención. De modo quecontinúo caminando y los dejo atrás.Aun así, oigo cómo el agente que no estávomitando dice:

–En serio, tío, es la mierda másextraña que he visto nunca. Voy a tenerpesadillas el resto de mi vida.

15:15:51:47

No me equivocaba respecto a loscuerpos especiales.

El patio trasero es un hervidero deagentes de la policía de San Diego, delFBI y quizá también del Centro para elControl de Enfermedades. Todo el queentra o sale de la casa lleva puesto unmono antirradiación –espero que haya loque haya ahí dentro no haya matado aBarclay–, así como la mitad de las

personas en el patio trasero. También mipadre, quien está inclinado sobre unamesa improvisada bajo una tiendaimprovisada –obviamente, la base deoperaciones– mientras hablaacaloradamente con Deirdre y seishombres más que no reconozco. Pareceestar discutiendo con ellos.

Camino pegada a la valla,acercándome a ellos peropermaneciendo en la oscuridad. Loúltimo que necesito es que mi padrelevante la vista y me reconozca. Ya nopodría seguir fingiendo que esto es partede mi trabajo.

–… después de recopilar todas laspruebas, debemos quemar la casa.

–¿Quemarla? ¿Te has vuelto loco?

Esta casa es propiedad de una familia.–Así es, y ha sido infectada con Dios

sabe qué. ¿De verdad quieres arriesgartea que alguien más pille lo que sea quehaya hecho eso y después se propaguepor ahí?

–Por supuesto que no, pero…Continúo moviéndome pese a que

cada vez me cuesta más oírlos. Miobjetivo es rodear la casa y acercarmelo más posible a la puerta trasera.Necesito ver qué hay dentro, descubrirpor qué mi padre quiere prenderle fuegoa la casa.

–¿Puedo ayudarte?Delante de mí aparece un tipo

enfundado en un traje barato. Cuarenta y

tantos, el pelo ligeramente despeinado,pálido de cara. Un agente de la policíade San Diego, probablemente eldetective al cargo de la escena.

Ladeo la cabeza y repito su mismapregunta.

El hombre abre mucho los ojos yvuelve a mirarme de arriba abajo, estavez replanteándose quién puedo ser. Enla unidad de mi padre hay dos mujeres.Una es Deirdre; la otra, quienafortunadamente tiene el permiso dematernidad, es…

–Agente especial Aimee Cortene –digo alargando la mano. No tengo la vozni el aspecto de Aimee, pero voy a fingirserlo hasta que alguien se dé cuenta–.¿Has estado dentro? Porque esa mierda

es lo peor que he visto nunca. Tengoganas de prenderle fuego. Disculpa.

Sin darle la oportunidad de responder,paso por su lado y continúo mi camino.Sin embargo, solo puedo avanzar unospasos, porque la puerta trasera se abre ypor ella aparecen dos tipos enfundadosen el mono antirradiación.

Y detrás de ellos, antes de que lapuerta se cierre, veo el interior de lacasa.

Ahora entiendo por qué aquel agenteuniformado está vomitando la cena, ypor qué mi padre y su unidad estabanbarajando la posibilidad de quemar lacasa. Me llevo una mano a la boca paramantenerla cerrada. La cerveza que me

he bebido hace unas horas me quema elesófago la segunda vez que la trago.

En el pasillo trasero hay un cuerpo delo que antes debía de ser un hombretendido en el suelo.

Está quemado como los cuerpos delas fotografías, y la radiación lo hadesfigurado por completo. Su aspecto esremotamente humano. Su piel tiene unaapariencia gelatinosa, como si se lehubiera derretido. También la piel de lacara. Me fijo en el mentón y lamandíbula, desencajados en la partederecha de la cara y dilatados de unaforma poco natural en la izquierda.Tiene los ojos rojos, como si hubieransangrado al morir, y al dar un par depasos para tener mejor ángulo de visión,

me doy cuenta de que no solo tiene lapiel derretida, sino también los huesos.Ahora puedo ver su esqueleto, y lasvértebras asoman entre la carne, como sifuera una pintura viviente de SalvadorDalí.

No consigo dejar de mirar. Por muchoque desee apartar la vista y regresar alcoche, estoy petrificada. Mi cerebro esincapaz de procesar lo que está viendo.No hay ningún producto químico quepueda hacer algo así con un cuerpo, quepueda licuar la piel y los huesos, o almenos eso creo. Un cuerpo como esedebería llevar muerto años, o al menosmeses. Parece imposible que hayasucedido esta misma noche.

Me tiemblan las manos y noto elcorazón latiéndome en los oídos. Dehecho, me late con tanta fuerza que temoque el detective de antes lo oiga y mesiga.

Pero sigo sin poder moverme.Porque… ¿qué más hay en la casa?

¿Algo peor? ¿Puede haber algo peor?Mientras trato de asumir lo que estoy

viendo, la identidad que creía habermeconstruido se va al garete porque Struzme ve.

–¿Baby-J.? –dice cogiéndome por elbrazo y arrastrándome hasta la valla–.¿Qué estás haciendo aquí? ¿Dónde estáTaylor? Lo envié a recogerte. –Struz mesujeta por el brazo con la fuerza

suficiente para dejar un moratónmientras me saca del patio trasero yvolvemos a rodear la casa–. Janelle,hablo en serio –repite–. ¿Qué coño estáshaciendo aquí?

Hablando del capullo de TaylorBarclay, lo veo por encima del hombrode Struz. Debe de haber oído su nombreporque me mira fijamente, con el mentónerguido, como si me retara a contarle aStruz lo que ha ocurrido. Pero no voy ahacerlo. Porque por mucho que finja queno le preocupan la autoridad, las reglasy todo eso, si algún día quiere ascendertendrá que hacer algo bien. Y merece lapena mentir a cambio de que Barclay medeba un favor.

–Janelle, ¿te ha traído aquí Taylor?

–¿Quién es Taylor? –digo,cruzándome de brazos e irguiéndome–.Quería saber qué pasaba.

–Por Dios, Janelle –dice Struzpasándose una mano por el pelo–. Nome eches la culpa cuando te despiertenlas pesadillas. –Me coge por el hombroy me conduce por el camino de entradahasta un coche patrulla. El agenteuniformado que ha vomitado en losarbustos está apoyado en él, aún conaspecto descompuesto.

Struz le dice algo, le da mi direccióny abre la puerta trasera del vehículo.Mientras subo, miro en dirección aTaylor y nuestros ojos se encuentran. Séque lo entiende.

Me debe una.

15:10:55:00

Cuando suena la alarma la mañanasiguiente, no la apago inmediatamente.El cansancio me ha dejado el cuerpoagarrotado y pesado. No es algo quedebiera sorprenderme. Hace menos dedos semanas que me atropelló unacamioneta y esta noche he dormidoapenas tres horas.

Sin embargo, tengo que contarle aAlex lo que vi ayer. Lo que significa que

he de levantarme.La alarma continúa sonando.Y hago lo que suelo hacer cada

mañana que siento la tentación deapagarla y seguir durmiendo: pienso enmi madre, en la forma en que malgastasu vida durmiendo. En pocos segundosapago la alarma, me levanto y empiezo arebuscar entre el montón de ropa en micómoda.

Sí, lo sé, la gente normal no guarda laropa limpia apilada en la cómoda, sinplanchar, pero mi padre sí. Por eso,siempre que puedo, intento ocuparme yode la colada de toda la familia. Todomenos la plancha. Sin embargo, cuandoestoy muy ocupada y no tengo tiempo, mipadre decide ayudar. Entre el accidente,

los deberes y la investigación que Alexy yo hemos estado haciendo, sin olvidarel fiasco de ayer por la noche –micuerpo trata de jadear cuando pienso enello–, no he tenido mucho tiempo libre.

Me pongo lo primero que cojo: unosvaqueros negros gastados y una camisetablanca de Circa Survive. La camiseta esde un concierto de hace dos años al queno fui porque el libro que estabaleyendo era una pasada. Bueno, elegí ellibro en lugar del concierto porque asísoy yo. Alex me trajo la camisetaporque… bueno, él es así.

Después de darle a Jared el aviso(«Tío, te quedan diez minutos»), bajo ala cocina. Enciendo el televisor para

tener ruido de fondo, casco un par dehuevos y pongo unas cuantas tiras debeicon en la sartén. La presentadoraasegura que nos encaminamos al fin delmundo, a juzgar por la serie de desastresnaturales que estamos sufriendo: ayer untsunami barrió la costa de Indonesia,varios tornados asolan el Medio Oestey, al parecer, anoche hubo otroterremoto en San Francisco mientras yodormía. La presentadora habla condramatismo, y aún más cuando se refierea la supuesta erupción de un volcáninactivo en Nueva Zelanda. Después demeter dos rebanadas de pan en latostadora, encender la cafetera y llenarun vaso con zumo de naranja, pongo laMTV2 y empiezo a lavar el montón de

platos que se acumulan en la pica. Esfácil adivinar cuándo he estado muyocupada; parece como si una fraternidaduniversitaria se hubiera mudado anuestra casa durante unos días.

Doce minutos después tengo eldesayuno de Jared preparado sobre lamesa de la cocina y todos los platos enel lavavajillas o bien en el escurridero,de modo que vuelvo al piso de arriba yentro en su habitación sin llamar; nuncase levanta por iniciativa propia.

–Vamos –digo encendiendo todas lasluces y abriendo las persianas–. Hora delevantarse.

Jared gruñe bajo las sábanas y, acontinuación, pronuncia su ruego

amortiguado habitual:–Cinco minutos más.–El desayuno se enfría.Con eso consigo que se incorpore

perezosamente. Abro el armario paraasegurarme de que toda la ropa suciaesté en el cesto y no atufe la habitación.O, al menos, que no lo haga más.

–Baja esto –le digo dejando la cesta asus pies.

–¿No puedo hacerlo…?–No –digo a mitad de camino de la

puerta. Para asegurarme, me apoyo enella y le digo que nos vamos en quinceminutos. Jared está mirando fijamente micamiseta.

Bajo la mirada.Y veo una enorme mancha rosa.

Alguien todavía no sabe cómo se hacela colada y ha puesto una lavadora deagua caliente con ropa roja y blanca.

Levanto la cabeza y la sonrisa afligidade Jared resuelve el misterio. Ya séquién es el culpable.

–Eh… –balbucea sonrojándose–. Yosolo quería ayudar, pero…

Vuelvo a bajar la mirada… lacamiseta no es una de mis favoritas. Denuevo miro a Jared y su expresión deculpabilidad.

–¿Qué más has estropeado?Se encoge de hombros.–Puede que la sudadera gris que

llevas siempre se haya encogido unpoco…

–¡Mierda, Jared! –grito sin pensar.Esa sí es mi prenda favorita. Pero Jaredse encoge e inmediatamente me sientocomo si acabara de darle una patada aun gatito. Intento relajarme–. Perdona.No te preocupes.

–Yo solo…–No, tranquilo –digo con una

sonrisa–. No es para tanto. Es solo unasudadera. Ya me compraré otra. Voy acambiarme. Nos vemos en la puerta. –Yentonces, porque sé que se siente fatal,añado–: En serio, el desayuno se enfría.

Me quito la camiseta en cuanto entroen mi cuarto. Una de las cosas que másodio en el mundo es llegar tarde, inclusoa clase, e incluso si a mis profesores les

da igual que vaya o no. Sin embargo,mientras rebusco entre las camisetas dela cómoda, me detengo y me quedomirando mi reflejo en el espejo.

Corrección: me quedo mirando lo queha cambiado de mi reflejo.

No es la primera vez que me miro enun espejo desde el accidente. Pero sí esla primera vez que me detengo el tiemposuficiente para darme cuenta de lasdiferencias.

Después de todo lo que ha pasado (laconversación con Alex, las negativas deBen, Sin Nombre y las muertes porradiación), estaba dispuesta a olvidarmedel asunto de Ben. Es decir, me haatropellado una camioneta; es más queprobable que mi lucidez esté en tela de

juicio.Repito: estaba dispuesta a olvidarme

del asunto de Ben por todo lo que estáocurriendo a mi alrededor.

Ahora ya no.Porque al mirarme en el espejo veo la

única prueba que necesito. La prueba deque no estoy loca ni estoy imaginándomenada.

Me pongo una camiseta limpiamientras decido qué voy a decirleexactamente a Ben Michaels la próximavez que lo vea.

15:08:50:05

El problema es que encontrar a alguienen este instituto es más difícil de lo queparece. Jared y yo llegamos tarde, por loque tenemos que ir directamente anuestras aulas, y aunque compruebo loslugares favoritos de los porreros entreuna clase y otra, no tengo tiemposuficiente.

En clase de Física me siento a unamesa de laboratorio para dos personas

entre Cecily y Alex, y trato de tomarapuntes sobre energía cinética.

–Están para morirse –me susurraCecily deslizando sobre la mesa unbombón de See’s Candies.

–¿Qué quieres decir con morirse? –pregunta Alex con otro susurro.

–Para. Morirse –repite Cecily antesde volver a concentrarse en sus apuntes.Su energía ilimitada y los brincos que dasobre su asiento durante las clases deFísica son casi contagiosos. Nadie se lopasa tan bien con la ciencia como ella.No obstante, hoy su entusiasmo solosirve para recordarme lo agotada queestoy.

El bombón está muy bueno, así que nopuedo quejarme demasiado.

De todos modos, dejo de tomarapuntes; me resulta imposibleconcentrarme en los estudios. Mi menteestá en guerra consigo misma. No puedoquitarme de la cabeza la imagen delhombre con la carne de la caraseparándose de los huesos, ni la pruebade que estuve muerta y que BenMichaels me resucitó mientras memiraba fijamente desde arriba.

Alex me pasa un trozo de papel. Oye, ¿y si la gente de esa casarecibió una dosis concentrada delvirus? ¿Y si eran los científicos queestaban trabajando en él y algo saliómal? ¿Qué opinas?

Niego con la cabeza porque no tengo

ni idea. ¿Cómo puede un virus hacerleeso a una persona? ¿Deshacer huesos?

¿Has hablado con tu padre? Vuelvo a negar con la cabeza. Lo

primero que voy a hacer cuando llegue acasa es llamarlo por teléfono y exigirleque me escuche, a pesar de no estar muysegura de nuestra teoría. No sé si es unataque vírico. ¿Cómo se puede dominarun virus y mantenerlo controlado?Aunque lo que ocurrió en aquella casano parecía muy controlado. Al menos noen el sentido habitual del término. Pero

estaba lo suficientemente controladocomo para que no se propagara. Unvirus se habría comportado como situviera vida propia.

Cuando Cecily levanta la mano ypregunta algo sobre la diferencia entrela energía cinética y la potencial, sé quedebo concentrarme en la clase si noquiero quedarme rezagada. Pero nopuedo.

No si dentro de quince días va asuceder algo gordo.

Esta noche voy a colarme en elordenador de mi padre y descubrir cómoponerme en contacto con Barclay paraque me devuelva el favor que me debe.

15:04:00:43

Unos minutos después de empezar latercera hora, mientras Poblete estárepartiendo las lecturas, se abre lapuerta del aula. Poblete mira hacia lapuerta y después hace un gesto con lacabeza en mi dirección mientras meentrega una hoja de papel.

–Señor Michaels, me alegro de quepor fin haya encontrado el aula. Siénteseal lado de la señorita Tenner, por favor.

No puede estar pasando. Llevo toda lamañana buscándolo y ahora surge derepente. Parece relajado, cómodo, ycuando nuestros ojos se encuentran Benesboza una media sonrisa. Noto uncosquilleo en el estómago mientras loobservo acercarse, y me doy cuenta deque no lleva mochila. No me sorprende;la única silla libre del aula es la quequeda a la izquierda de mi mesa, la cualhe llenado de libros.

Poblete me entrega otra hoja,presumiblemente para Ben, y continúarepartiendo hojas como si no acabara derecibir a su alumno cuadragésimoséptimo.

–Por favor, leed el fragmento. Os

advierto que se trata de una proposiciónde matrimonio. Analizad los recursosque utiliza el hombre para persuadir ydespués tratad de predecir cuál puedeser la respuesta de la mujer.

Ben se sienta a mi lado, losuficientemente cerca como para que mellegue el olor a jabón mentolado quedesprende su piel, y vuelvo a recordarel momento en que regresé de entre losmuertos. Se me forma un nudo en lagarganta. Es ridículo, pero estoy tentadade preguntarle si se ha cambiado a estaclase para poder acecharme. Aunque,después de haber estado buscándoloinfructuosamente, no sé por qué mequejo ahora que ha caído en mis garras.

El problema es que ha caído en mis

garras justo cuando debemos analizar unfragmento de Literatura avanzada. ¿Porqué la vida es tan poco conveniente?

–Tenéis diez minutos –dice Poblete–.Adelante.

Miro de reojo a Ben y veo cómo le dala vuelta a la hoja y empieza a trabajar.No pienso perderlo de vista hasta quepueda hablar con él. Compruebo la hora:quedan ochenta y cinco minutos para elfinal de la clase, ochenta y cincominutos para que pueda interrogarlosobre lo que me hizo.

Nuestras miradas se cruzan unsegundo antes de que él vuelva aconcentrarse en su hoja, su cabelloocultándole el rostro.

Resignada a cumplir con la tarea dePoblete mientras espero que pasen esosochenta y cinco minutos, le doy la vueltaa mi hoja pero no reconozco elfragmento. Es de una novela que no heleído, aparentemente escrita porDickens.

Como ha dicho Poblete, es unaproposición de matrimonio.

Y no cabe duda de que es persuasiva.Empieza con una declaración románticay continúa con un apasionado discursodel tipo «Moriría por ti». No puedoevitar sonreír ligeramente.

Aunque, al seguir leyendo, algo meincomoda. Es como si el tipo cada vezse volviera más dramático. Pero,

enterrada entre encendidas afirmacionessobre las distintas muertes que estaríadispuesto a padecer por ella (fuego,agua, asesinato, deshonra… el hombrees muy concienzudo), aparece esta frase:«lo que quiero decir es que estoy bajo lainfluencia de una atraccióninconmensurable que he tratado deresistir en vano y que me supera». ¿Porqué hacen estas cosas los tíos? En lugarde decir cómo se sienten, actúan como sifueran ellas quienes los está seduciendo.Es ridículo.

A mi derecha, Alice Han y Vince Leleen y toman notas con la cabeza gacha.A mi izquierda, Ben está apoyado en elrespaldo de la silla sin hacer demasiadocaso, aparentemente, al fragmento.

Cuando ve que estoy mirándolo, vuelvea esbozar una media sonrisa.

Leo de nuevo el fragmento.–Se ha acabado el tiempo –dice

Poblete–. Dejad los lápices. Que alguienme hable del fragmento. –Varias manosse levantan–. Señorita Zhou, ¿quérecursos de persuasión utiliza elnarrador?

–Se centra directamente en elpúblico… en ella –empieza Margaret.

–Gracias –dice Poblete–. ¿Quiénpuede decirnos algo más? –Variosalumnos levantan la mano–. ¿Señor Le?

–Apela al pathos… a lossentimientos.

–No exactamente. En la primera parte

sí encontramos recursos emocionales,pero en la segunda parte recurre allogos.

–Sí, pero solo porque estamos en elsiglo XIX. Todos los hombres tienen quedecir que pueden mantener a su esposa.

Poblete levanta una mano y todos losque estaban dispuestos a rebatir elargumento guardan silencio.

–Regresemos al texto –dice–. Ah,señor Trechter, adelante.

Sonrío y miro a Alex, quien nunca seha mostrado tímido con ningún temaacadémico.

–Bueno, la primera línea, «Ya sabeslo que voy a decir: te quiero», sirvepara crear el contexto para el lector. Lamujer a la que se dirige sabe que él la

ama, y que el amor, no la reputación,será la base de su declaración. Élenumera todos los influjos que ellaejerce sobre él; por ella está dispuesto asumergirse en el agua, enfrentarse alfuego, ir a galeras, morir. Es ladeclaración romántica de devocióndefinitiva.

Y porque es Alex no dudo eninterrumpirlo.

–Pero ¿no crees que es un pocorepulsivo?

–¿Qué quiere decir, señorita Tenner?–pregunta Poblete con una sonrisa, laúnica indicación de que no me equivoco.

–«Podrías arrastrarme a galeras,podrías arrastrarme a la muerte.» Es

como decir: «Eh, podrías hacer quecometiera crímenes castigados con lamuerte». Es macabro.

–¿No crees que es romántico? –pregunta Ben.

Me doy la vuelta para comprobar si loha dicho en serio; al parecer, sí.

–En absoluto. Está diciendo quemoriría por ella. ¿Qué tiene eso deromántico?

–Dice que «podría» morir por ella –puntualiza Ben–. Es una demostración desu amor. Básicamente está confesandoque ella ejerce un poder sobre él que esincapaz de controlar.

–¿Evidencia textual? –intervienePoblete.

Ben suspira y se endereza, apoyando

las patas de su silla en el suelo cuandomira su hoja.

–Se refiere a ello como «la confusiónde mis pensamientos, que me invalidapara todo», lo que básicamente significaque está tan destrozado por lo que sientepor ella que camina por ahí como si notuviera cerebro.

Un par de chicos de la clase se ríencomo si supieran a qué se refiere. Estoybastante segura de que, sea lo que sea loque esté enturbiando sus pensamientos,brota de un órgano situado más al sur desus corazones.

–Pero eso no significa que debadeclarar que para él ella es su muerte –digo–. Lo mejor del amor es… –Me

detengo y cambio de táctica porque enrealidad no sé qué trato de decir. No soyuna experta en las cuestiones delcorazón–. De acuerdo, de modo que dospersonas enamoradas son quienes soncuando están separadas; pero, cuandoestán «juntas», el amor debería hacerlasmejores. El amor y las relacionesdeberían hacernos mejores personas.

Es uno de los peores argumentos quese me han ocurrido nunca, y puedo oír aAlex riéndose de mí unas cuantas filasmás allá. Siento el impulso de darme lavuelta y tirarle el lápiz.

Pero Ben tiene una respuesta inclusopara mi estúpido comentario.

–Pero él dice que podría arrastrarlo a«un acto bondadoso (cualquier acto

bondadoso) con la misma fuerza». Demodo que cree que puede ser un hombremejor si están juntos.

–Sí, en cuanto sus sentimientos lodominen y no pueda resistir el impulso.

–Entonces, ¿tú dirías que no a unaproposición de matrimonio como esta? –pregunta Ben. Vuelve a mirarme con sumedia sonrisa, como si ya conociera larespuesta.

No puedo evitarlo. Le devuelvo lasonrisa.

–Efectivamente, diría que no.–¿No te gustaría que un hombre te

confesara su amor, que te dijera que estádispuesto a hacer cualquier cosa por ti,incluso morir? ¿No sería suficiente para

ti?Vuelvo a sonrojarme. No puedo creer

que Ben Michaels me haga sentir comosi no fuera lo suficientemente lista paracontestarle. Creo que lo odio.

–¿Qué prefieres? ¿Que el tío hagaponer una declaración en la pantallagigante de un campo de béisbol o algoasí?

–Oh, por favor, eso es ridículo. Noquiero que nadie se declare delante detodo el mundo. Debería ser algo íntimo,entre él y yo.

–Entonces, ¿cuál sería tu declaraciónperfecta? –pregunta Ben.

–¿De verdad quieres saberlo? –Miroa Poblete y esta se encoge de hombros.Parece encantada con la comparación

con el mundo real–. No lo sé.Tendríamos que estar solos, y supongoque querría que él me dijera algosincero, no exageradamente romántico,ni tampoco algo demasiado exageradopara que después pudiera contarles lagran historia a sus amigos. Simplementeme gustaría que se inclinara… –mientrashablo, me inclino ligeramente sobreBen. Estoy tan cerca de él que su calorcorporal llena el espacio que nossepara. Bajo el tono de voz–: y dijera:«Janelle Tenner, cásate conmigo,joder».

Un par de chicos se quedan con laboca abierta, probablemente porqueacabo de soltar la bomba-J. en clase de

Literatura, pero Poblete se ríe.–Interesante. Regresemos al texto. Y

la mujer del fragmento, ¿qué creéis quecontesta a la declaración?

No puedo evitar suspirar ante lapregunta. Porque no lo sé. Vuelvo amirar el texto.

–Me gustaría pensar que dice que no.Pero es un libro de Dickens, de modoque probablemente dice que sí y viveuna vida miserable porque la presiónsocial la empuja a aceptar laproposición de un hombre ridículo.

Poblete asiente.–Gracias. Eso suena muy dickensiano.

–Recorre la clase con la mirada–.¿Alguien más se atreve a conjeturar?

–Estoy de acuerdo con Janelle –dice

Alex–. Sobre la respuesta. Si la mayoríade los lectores se sienten fascinados conla propuesta, ¿por qué no tendría quesentir lo mismo la destinataria? Además,estamos en el siglo XIX. Casi todas laschicas dirían que sí.

Me doy la vuelta para sonreír a Alex yél me devuelve la sonrisa.

–Gracias. –Poblete vuelve a pasear lavista por el aula–. ¿Alguien más?

Nadie dice nada.Poblete se vuelve hacia mí. No, hacia

mí no, hacia Ben.–¿Qué? –dice Ben.–¿Qué ocurre, entonces?Ben se recuesta un poco en el

respaldo de su silla.

–¿Por qué yo?–Porque, de entre todos los presentes,

sé que eres el único que ha leídoNuestro amigo común. –Poblete sonríemás abiertamente y yo siento unaquemazón en el pecho. Estoy celosa;legítimamente celosa. De una profesora.No porque crea que hay algo entre ellosni nada ridículo como eso, sino porquelo conoce. Poblete conoce a Ben. Sabeque es un chico inteligente, cautivador,carismático, que tiene cosas que decir.

Mientras que yo he vivido engañada,como el resto de la población deEastview, al creer que Ben Michaels eraun pobre desgraciado sin ningún interés.

–¿Aunque eche por tierra el gran

argumento que acabo de esgrimir contraJanelle? –pregunta Ben. Poblete noresponde y, tras un suspiro exagerado,Ben se endereza sobre la silla–. Elladice que no.

–¿Por qué? –pregunta Poblete.Ben se encoge de hombros.–Como ha dicho Janelle, el tipo de la

novela está enamorado de ella de unaforma obsesiva, y eso acaba porasustarla.

–De modo que si cogemos estefragmento y lo comparamos con el deayer…

Mientras la clase continúa, yo nopuedo apartar la mirada de Ben.Acabamos de pasar quince minutosdiscutiendo por el mero placer de

hacerlo. Aunque yo tuviera razón.Aunque él supiera que la tenía. Pero noestoy enfadada. Ni siquiera molesta.

Porque hacía mucho tiempo que noperdía un debate.

De modo que cuando Ben medevuelve la mirada con esa sonrisillaasomando a sus labios, niegoligeramente con la cabeza y sonrío.

Debo reconocer que me lo he pasadobien. Muy bien.

Pero eso no significa que le permitaeludir mis preguntas.

15:02:05:07

Cuando suena la campana y la genteempieza a desfilar de la clase, apoyouna mano sobre el brazo de Ben,intentando ignorar la intimidad asociadaa ese gesto.

–Te lo diré sin rodeos –le digo–. Séque estás mintiendo.

Ben cambia el peso de su cuerpo deun pie al otro. Espero hasta que todo elmundo sale del aula, incluso Poblete,

quien ha desaparecidoconvenientemente.

–Sé que estás mintiendo –repito–. Yno son solo los indicios habituales: larigidez en la parte superior del cuerpo,la tendencia a eludir la mirada, loscambios ligeros en el tono de voz. Esmás que eso. Tengo pruebas irrefutables.

Ben abre mucho los ojos y levanta lacabeza. Está sorprendido, pero no tantocomo lo estaría si no hubiera hechonada.

–Cuando tenía once años, participépor primera vez en la travesía de aguasabiertas de La Jolla. Es una competiciónde cinco kilómetros desde la cala de LaJolla hasta el muelle de Scripps, ida yvuelta. Pero no la terminé. Me picó una

medusa. Fue una picadura muy grave, enel hombro y el brazo. El veneno era tanpotente que se me infectó la herida y medejó una cicatriz en el hombroizquierdo.

Ben se sonroja inmediatamente, ytengo la absoluta certeza de que ya sabíalo de mi cicatriz.

Deslizo un dedo por el cuello de micamiseta y tiro de él para dejar aldescubierto mi hombro izquierdo, dondela piel está completamente lisa. Lacicatriz que he tenido los últimos seisaños ha desaparecido.

–Hicieras lo que hicieses, tambiénhiciste esto.

SEGUNDA PARTE

Es divina cordura la locurapara el ojo que entiende;y la cordura, una locura atroz.

EMILY DICKINSON

15:02:02:41

Ben se pasa una mano por el cabello ydespués tironea de las puntas, algo queestoy empezando a reconocer como unamuestra de nerviosismo cuando no sabequé decir.

Me cruzo de brazos y le digo:–Tómate tu tiempo.Ben levanta la cabeza.–¿Y si esta fuera una de esas cosas

que no pueden explicarse?–No me vengas con esas.Respira hondo y hace crujir los

nudillos. Estoy mareada, incluso sientonáuseas, porque sé que lo que está apunto de decir va a cambiarme la vida.Ignoro lo que me hizo exactamente, perosé lo que comportó, y eso no tendría queser posible.

Cuando Ben abre la boca, contengo larespiración en espera de sus palabras,pero suelta el aire y dice:

–No vas a creerme.–Tal vez no lo sepas, pero hace menos

de una semana regresé de entre losmuertos. Inténtalo.

Ben parece a punto de volver abloquearse, pero finalmente suspira.

–No sé cómo explicarlo.–Inténtalo.Vuelve a pasarse una mano por su

desgreñado cabello castaño.–Te salvé.–¿Cómo?Ben se encoge de hombros y continúa

hablando con un hilo de voz:–Puedo hacer cosas así. Como… usar

la energía para manipular la estructuramolecular.

–Manipular la estructura molecular –repito lentamente. Me muerdo el carrillopara contenerme. Si cree que voy aquedarme aquí y tragarme un montón debasura para que luego pueda reírse demí con sus amigos, está muyequivocado–. ¿En serio?

–Es difícil de explicar. Ni siquiera yoconozco los límites de lo que puedo

hacer. Pero sé que puedo curar a lagente.

Algo en su tono de voz hace que todala ira que sentía se desvanezca. Depronto sé que no está mintiendo. Lo miroy reconozco la sinceridad en suspalabras, pero ¿cómo puedo estarcompletamente segura? No sé qué decir.No importa lo que me diga, no tengoforma de saber si es la verdad o se loestá inventando porque sabe que es loque quiero oír.

–Demuéstramelo –le digo con un gestode la mano.

Ben niega con la cabeza.–Dame la mano. Conmigo no funciona.Alargo la mano izquierda y noto un

escalofrío en el pecho cuando Ben me la

coge. Le da la vuelta y me muestra unpequeño corte en el pulgar. No sé cómome lo he hecho. Quizá con una hoja depapel, ¿quién sabe? Debe de tener unoscuantos días porque ya se ha formadouna costra sobre la herida. Ben deslizalos dedos sobre ella. Noto el calor, uncalor que va aumentando hastaconvertirse en ardor, y parte de esecalor se transfiere a mi piel. Es como siestuviera calentándome el pulgar, yaunque la sensación es apenassoportable, el resto de mi cuerpocomienza a tiritar, como si no pudieraentender la diferencia de temperatura.

Y entonces, ante mi atenta mirada, lapiel rasgada empieza a recomponerse

sola. Se inicia en la base y continúa porel resto de la herida, hasta dejar una piellisa y perfecta, sin el menor rastro deque alguna vez hubo un corte.

Madre. Mía.Siento un rubor en las mejillas, y al

miso tiempo un frío en todo el cuerpo.Los ojos me escuecen y sé que tengo queparpadear para regresar a la realidad.

Porque esto no puede ser real.Nos quedamos inmóviles durante

quién sabe cuánto tiempo. No aparto lamirada de mi pulgar mientras mepregunto dónde diablos está el corte ycómo ha podido ocurrir. No sé qué estápensando Ben. Pero el corazón me latetan fuerte que los oídos me retumban, ymientras seguimos así, Ben sosteniendo

mi mano en la suya, empiezo a serconsciente de mi propio pulsoacelerado, como si temiera que Ben looyera o lo sintiera.

Aparto la mano y Ben baja la vista ycambia el peso de su cuerpo de un pie alotro.

–¿Cómo…? ¿Cómo lo has hecho?Ben se encoge de hombros y sé que va

a darme cualquier excusa paradeshacerse de mí.

–No intentes engañarme. Debes detener alguna teoría. –Alguien a quien legusta discutir por el mero placer dehacerlo también debe de sentir lanecesidad de descubrir cosas.

Ben suspira.

–Percibo los vínculos químicos de lasmoléculas. Es como si pudiera sentirlos.Tengo que concentrarme, pero sé cuándoestán rotos y puedo visualizarlos paravolver a unirlos.

–¿Así es como me curaste? –La voz seme quiebra, pero trato de ignorarlo.

–Puse una mano sobre tu corazón –susurra– y percibí los componentesquímicos de las células de tu cuerpo quese habían roto o separado y volví aunirlos.

No me embarga el sentimiento devictoria por haber tenido razón, porhaber sabido que me hizo algo pese adesafiar la lógica y la razón. Todo locontrario. Siento un entumecimiento

general; el mero hecho de permanecerde pie es casi doloroso.

–Estuve muerta, ¿verdad? –Benvacila. El corazón cada vez me late másdeprisa, y ahora estoy segura de que Benlo oye–. Dímelo.

–No mucho tiempo –susurra.Todo mi cuerpo palpita al ritmo de mi

corazón, como si alguien estuvieragolpeándome con el puño. Me cuestarespirar y me siento mareada, como sitoda la sangre de la cabeza me hubierabajado de golpe a los pies.

–¿Y tenía la columna rota?Ben asiente.Le creo. Lo que significa que hay

muchas más cosas a parte de la físicacuántica que no entiendo.

–¿Qué eres? –le pregunto, einmediatamente desearía poderreformular la pregunta. Parece como sile preguntara si es algo no humano.

No sé qué esperaba exactamente.¿Cómo puede ser posible algo así? Nolo es, al menos dentro del ámbito de lohumanamente posible. Estaba tanobsesionada por arrancarle la verdadque no me he detenido a especular sobrelas posibles repercusiones.

Miro a Ben esperando una respuesta.Pero él se limita a encogerse de

hombros.–Solo un chico un poco raro.–¿Sabe alguien que puedes… revivir

a los muertos?

Ben sonríe.–No eres un zombi ni nada parecido.

No puedo revivir a los muertos. Solofuncionó contigo porque todo sucediómuy rápido. Como cuando un médico deurgencias le salva la vida a alguien… oun cirujano.

De modo que Ben Michaels es comouna unidad de emergencias con patas.

–Janelle, no… no puedes contárselo anadie –murmura Ben.

Asiento. Aunque la parte lógica de micerebro está de acuerdo con él, no logroevitar sentir el peso de su secreto sobremis hombros. Ni siquiera me gusta laciencia, y en mi mente ya se acumulanlas preguntas sobre qué más puede

hacerse «manipulando la estructuramolecular» de las cosas.

–¿Puedes hacer más cosas a parte decurar a la gente? –le pregunto.

Ben asiente.–Puedo manipular la materia. Hum…

un segundo. –Mira en derredor, seacerca al escritorio de Poblete y cogealgo. Cuando regresa a mi lado, veo quetiene un lápiz en la palma de la mano.

Me quedo mirando el lápiz fijamenteesperando algún tipo de resplandor,como en las películas, pero no sucedenada. Levanto la mirada; Ben tiene elrostro congestionado y la frentesudorosa.

–Mira –dice, y bajo la vista justo atiempo para presenciar cómo el lápiz se

desintegra delante de mis ojos.Hasta que solo queda de él un

montoncito de arena.Alargo la mano para tocarla, para

comprobar que es real.Lo es.Ben Michaels es un milagro de la

ciencia.–¿Qué más puedes hacer? ¿Puedes

convertir un lápiz en agua?Ben niega con la cabeza.–No es una ciencia exacta. Tengo que

concentrarme para sentir las células, ymodificar los vínculos requiere muchaconcentración y práctica. Es agotador. –Hace una pausa–. Y no puedo manipularlos vínculos moleculares, ni crear,

destruir ni sustituirlos por otra cosa.No me mira a los ojos. Está muy

pálido, y sus movimientos son tensos yerráticos. Es como si deseara manipularel suelo para que lo engullera y poderdesaparecer.

–Entonces, ¿no puedes leer la mente,provocar fuegos ni volverte invisible? –le pregunto para rebajar un poco latensión–. Vaya rollo. –Ben me mira a losojos y esboza una sonrisa–. Si eluniverso ha decidido concedertepoderes extraordinarios, al menospodría haber hecho que volaras o algoasí –añado. Al parecer, no sé cuándodejar de hablar.

Ben niega con la cabeza y dice enapenas un susurro:

–No soy ningún superhéroe.Pero me salvó la vida.Aún estoy intentando procesarlo todo

cuando la puerta del aula se abre yaparece Poblete con una galleta dechocolate y una taza de café del ReciénHecho. Cuando nos ve, da un respingo.

–¡Oh, Dios mío, qué susto me habéisdado! –dice, y suelta una carcajadamientras se acerca a su escritorio.

–Al menos no ha derramado el café –comenta Ben.

–Gracias a Dios –responde ella conuna sonrisa antes de sentarse,recuperada ya de la sorpresa. Suexpresión se transforma. De pronto nosmira a ambos con gesto serio–. Señorita

Tenner, ¿va todo bien?Me doy cuenta demasiado tarde del

aspecto que debo de tener. No sé siestoy ruborizada o pálida, si respiroaceleradamente o con normalidad, perosí sé que estoy balanceándome, yprobablemente mi rostro transmite ciertoaturdimiento.

Me obligo a asentir.–Estoy bien, gracias.Poblete sigue mirándome fijamente.

Tardo unos segundos en comprender quedebe de estar preguntándose por qué noestoy en mi siguiente clase, a la que yallego cinco minutos tarde.

–Tengo clase de Español –digo, y mepregunto desde cuándo soy tan pococonvincente. Cojo mi mochila y me

concentro en respirar con calma y enponer un pie delante del otro hasta salirdel aula.

–Ben, supongo que has conseguido notener ninguna clase más este semestre –comenta Poblete cuando abro la puerta.

–Siempre se le han dado muy bien lassuposiciones, señorita P. –dice Ben.

Me detengo junto a la puerta y echo lavista atrás justo cuando Ben mira en midirección. No sé lo que ve, pero,mientras la puerta se cierra, oigo decir aPoblete:

–Excelente. Imagino que sigues aquíporque quieres hacerme unas fotocopiase ir a sacarme unos libros de labiblioteca.

Ben se sonroja y su mandíbula setensa. Normalmente se me da bastantebien interpretar las expresiones de lagente. Sin embargo, ahora mismo no sési Ben se siente aliviado al ver que memarcho o si desearía que no noshubieran interrumpido.

15:01:01:19

Cuando terminan las clases, Alex y yoacompañamos a Jared a waterpolo ydespués ponemos rumbo a mi casa. Alextiene la mano izquierda fuera de laventanilla, cabalgando con el aire. Supelo negro, muy corto y sin ningún estilodefinido, apenas se mueve, al contrarioque el mío, que parece dispuesto aserpentear por todas partes.

Aún no le he dicho nada sobre Ben.

Normalmente, cuando tengo razón, mefalta tiempo para restregárselo a Alex,ya que, a decir verdad, él suele tenerrazón más a menudo que yo. Sinembargo, cuando me he sentado a sulado en clase de Español y él me hamirado con su expresión «¿Quédemonios ha pasado?», se me ha secadola boca y no he podido contestar. Yahora, cada vez que pienso encontárselo, no termino de decidirme.

Ahora que sé que yo tenía razón, nome siento exultante ni nada parecido. Noquiero colgarme medallas ni hacérselopasar mal a Alex porque por una vezestaba equivocado. Me siento extraña,insegura de mis movimientos, acciones y

pensamientos. Me siento como si nofuera la misma. ¿Y si Ben no me trajo devuelta tal como era? ¿Y si se supone queno debo seguir aquí?

Cuando nos detenemos en el caminode entrada, no abro la puerta.

–Si entro corriendo en casa y cojo elbañador, ¿podrías acompañarme a lacala? –le pregunto a Alex.

–¿Por qué…?No termina la frase. Iba a preguntarme

por qué quiero ir a la cala de La Jolla enlugar de a Torrey Pines. Pero ya sabe larespuesta.

Aún no puedo ir a Torrey Pines;primero debo descubrir cómo murió SinNombre y qué relación tiene con lacuenta atrás. No puedo volver allí y ver

las marcas de la camioneta en el asfalto.Especialmente hoy.Torrey Pines… la playa donde he

pasado todos los veranos, tumbada en laarena, tostándome al sol, haciendocastillos de arena. Ese trozo de océanome pertenecía, sobre todo desde que fuilo suficientemente mayor para ganaralgo de dinero vigilando la playa y a losbañistas.

Era mi playa y la de Alex. Pero ahoraya no lo es.

–Le pediré a Struz que me recoja mástarde.

Alex me mira fijamente.–¿Estás bien?Asiento, pero Alex se da cuenta de la

poca convicción con la que lo hago.–No tienes que pasar por esto sola, lo

sabes, ¿verdad? Esta tarde seguiréinvestigando. A ver si puedo descubriralgo más.

Apoyo la cabeza en el asiento ysuspiro. Quince días no es tanto tiempo.

–¿Me acompañarás?–Por supuesto, J. –dice, porque Alex

es así y porque haría cualquier cosa contal de llegar tarde a su casa. Cuando seda cuenta de que no me muevo, vuelve amirarme y sonríe–. Quieres ir hoy,¿verdad?

Sonrío a mi vez y salgo del coche.En tercero, el último día de clase,

Lesley Brandon celebró una fiesta definal de curso. Vivía en Santaluz, de

modo que tenía espacio suficiente en sucasa para toda la escuela, además de lapiscina más maravillosa que he vistonunca, ¡en forma de estanque! ¡Y con unacascada! Era increíble. Jugamos horas yhoras, y al final Kate y yo decidimossaltar desde lo alto de la cascada, perola madre de Lesley nos reprendió.

De todos los niños de la escuela, Alexfue el único que no se metió en lapiscina.

No es que no supiera nadar. Su madrelo apuntó a uno de esos cursillos dondelas madres nadan con sus hijos cuandoera muy pequeño, pero aún se sentíararo y un poco asustado, de modo que sequedó todo el rato fuera de la piscina,

sudando.Aquel verano lo hice venir conmigo a

la playa todos los días. Le enseñé anadar, a nadar de verdad, para quepudiera meterse en la piscina al añosiguiente y jugar con los demás chicos yganarlos. A mí no, pero sí a los demás.

Cuando vuelvo a entrar en el coche, leecho un vistazo a Alex. No veo sus ojosporque lleva puestas las gafas de sol,pero no me hace falta. Tiene lamandíbula tensa de apretar tanto losdientes, intentando decidir qué puededecirme.

Me gustaría contarle más cosas sobreBen, no para que sepa que tengo razón,aunque debo admitir que una parte de mídesea darle un puñetazo en el hombro y

decirle: «¡Te lo dije!». Otra parte, sinembargo, solo desea escuchar suopinión, porque si creer que estuvemuerta da mucho que pensar, saberlo aciencia cierta es algo completamentedistinto. Hace que me pregunte si hayalguna razón por la que aún estoy viva,si el mundo me ha dado una segundaoportunidad por algún motivo enconcreto.

No obstante, soy incapaz deexpresarlo en palabras. No es que nosepa qué decir, sino que aún me quedanmuchas cosas por descubrir.

Y esta vez necesito que Alex me creacuando se lo cuente.

15:01:00:34

La cala está muy cerca del centro de LaJolla, lo que significa que aparcar es uninfierno. Alex detiene el coche cerca delacantilado y, justo cuando abro la puertapara bajar, me dice:

–¿Y Ben Michaels?–¿En serio? ¿Ahora decides empezar

una conversación? –Señalo con un gestode la mano la multitud de gente yvehículos que nos rodea.

–Bueno, estaba esperando que túsacaras el tema, pero, como no lo hashecho, he decidido arrancártelo. –Alexsonríe.

Pongo los ojos en blanco.–De acuerdo, ¿qué pasa con él?–No imaginaba que fuera inteligente. –

Alex se encoge de hombros.No logro contener una sonrisa. Al

menos no soy la única a quien teníaengañada. Alex posee mejor corazónque yo; es una buena señal que los doshayamos llegado a la misma conclusiónrespecto a Ben.

–¿J.?–¿Sí?Baja la voz y hace un esfuerzo por

parecer serio.–Sabes lo que voy a decir. Hoy te ha

dado una paliza en clase de Literatura yha arrastrado tu cuerpo por toda el aula.

–Eres un auténtico cretino –le digobajando del coche.

–¿Qué esperabas? –responde Alex–.¡Soy medio asiático!

Niego con la cabeza y continúocaminando. Acelero el paso hacia losestrechos escalones en la roca que bajanhasta la playa. Me pongo el gorro y lasgafas y escondo la ropa en una fisuraentre dos rocas de difícil acceso.

Y no miro atrás.

15:00:53:49

Antes, nadar me servía para relajarme.El reflujo del agua, los movimientosrítmicos, la ausencia de conversación, elabsoluto aislamiento me ayudaban adejar la mente en blanco y concentrarme.Nadar me ayudaba a pensar.

Hasta que Kate lo estropeó todo.Gracias a ella, no recuerdo nada de lo

que ocurrió durante una parte de la fiestadel primer año de instituto. Aún no sé

qué sucedió exactamente. Solo que Katey sus amigas populares me pasaron unacerveza aguada y que me desperté a lasdos de la madrugada en un cochedesconocido con los vaquerosdesabrochados y la ropa interior rota.Durante meses volví a repasar losposibles escenarios una y otra vezsiempre que me quedaba sola. «¿Cómoacabé en aquel coche? ¿Cómo se rompiómi ropa interior? ¿Quién me desabrochólos vaqueros?» Ni siquiera la nataciónme ayudó a resolver esas preguntas, ni ahacer las preguntas adecuadas.

La vida es un tapiz compuesto pormuchos momentos y, de vez en cuando,uno de esos momentos se convierte encrucial, definidor. Lo cambia todo,

alterándote tan completamente que,cuando vuelves la vista atrás, hay unclaro «antes» y «después».

Todas las personas tienen distintosmomentos cruciales en sus vidas.

Antes: Kate y yo éramos amigas y letomábamos el pelo a Alex sobrecualquier cosa, incluso lo obligábamos ajugar con Barbies con nosotras.

Después: Kate y yo no nos hablamos.Antes: era una nadadora, alguien que

necesitaba meterse en el agua todos losdías para sentirse completa, feliz,realizada.

Después: no soportaba estar sola y lanatación se convirtió solo en un deporteque practicaban los demás.

Antes: era muy ingenua y solo veía ellado bueno de las personas.

Después: me he dado cuenta de quesolo se puede confiar en uno mismo.

Sin embargo, acabar drogada en unafiesta ya no es el momento más crucialde mi vida. Ahora es tan solo unaexperiencia más que superé, algo quedejé atrás, quizá con algunas secuelas.

Ahora necesito volver a nadar; sola.Y puedo hacerlo porque la experienciatraumática en la fiesta solo es una pálidasombra comparada con el hecho demorir.

Y con el momento en que BenMichaels me devolvió la vida.

15:00:53:01

Aunque el agua está congelada, no medetengo. Sumerjo los dedos de los pies,los pies y después las piernas. Continúoavanzando por el agua y contengo unamueca cuando esta moja mi estómago. Elocéano Pacífico en el mes de septiembreno es precisamente agradable para losturistas. A pesar de eso, ellos siguenviniendo; así son las cosas.

Cuando el agua me llega a las

rodillas, me lanzo de cabeza y mesumerjo completamente. Durante unsegundo, el frío me oprime la cabeza ytengo la sensación de que el cerebro vaa estallarme. Me lloran los ojos, perosigo moviéndome. No tengo que pensar,mi cuerpo sabe qué tiene que hacer. Lorecuerda. Alargo las manos y empiezo aempujar el agua hacia atrás; mis piernasse mueven con un tamborileo constante.

Como poco, dentro de quince días vaa estallar una bomba. Si Alex y yotenemos razón, puede que la explosiónpropague un virus genéticamentemodificado que causará una catástrofegeneral como la que provocó a pequeñaescala en aquella casa.

El agua salada me provoca un escozor

en los labios resecos cuando cojo aire.Solo oigo el sonido de las olas y elritmo de los latidos de mi corazón.

Vuelvo a recordar la mandíbuladesgajada del hombre y me pregunto sisu muerte fue tan dolorosa comoparecía.

Un trozo de alga a la deriva se enredaentre mis dedos y estoy a punto de tenerun ataque al corazón y morir aquímismo. La cojo con la otra mano y lalanzo lejos de mí sin dejar de nadar.

Aún no sé cómo, pero la radiación yel AIENI están conectados con elhombre sin identificar que me atropelló.Tal vez también estén conectados conlas tres muertes de 1983, y de algún

modo…De pronto, con el pulso resonando en

todo mi cuerpo, el sabor de salitre en lalengua y rodeada totalmente por elocéano, comprendo que hay algo que notermina de encajar en el hecho de queBen me salvara. Es demasiadacasualidad que alguien capaz demanipular la estructura molecularestuviera allí, en el lugar del accidente.

A menos que no fuera un fenómenoarbitrario.

A menos que todo esté conectado.Alguien capaz de reconstruir la piel

para eliminar una herida, de reanimar uncorazón que ha dejado de latir, devolver a soldar los huesos…

¿De qué más es capaz Ben Michaels?

15:00:21:24

–¿Vas a decirme qué demonios ocurrióayer por la noche? –le digo a Struzcuando pasa a recogerme.

Sin embargo, cometo un error. Lapuerta del coche está abierta, pero aúnno he entrado. Struz me mira y arranca.Me pilla desprevenida y tengo quecorrer unos veinte metros antes de quevuelva a detenerse. Como no podía serde otro modo, cuando estoy a su alcance,

Struz vuelve a arrancar el coche.De nuevo corro tras él, pero esta vez

reduzco el ritmo antes y vacilo un pococuando me acerco a la puerta. Cuandoestoy apenas a un metro de ella, meabalanzo hacia delante y salto alinterior, cerrando la puerta rápidamente.

Struz ya está conduciendo cuando ledigo:

–Capullo.–Sabes muy bien que no puedes

hacerme preguntas sobre los casos,princesa.

Creo que conozco a Struz desdesiempre, por eso sé qué puedopreguntarle y cómo hacerlo.

–No estoy preguntándote sobre uncaso, sino sobre algo que vi.

Struz niega con la cabeza.–Sí, y tú aún no me has dicho cómo

cruzaste el perímetro de la escena delcrimen.

–Contrainteligencia.–No estoy bromeando…–¡Ni yo! Vi a ese tipo junto a la

puerta, muerto y con la caradeshaciéndose en el suelo. ¿Crees queno sé cuándo tengo que hablar en serio?

Y entonces respiro hondo y se locuento casi todo. Le hablo de losarchivos que vi en el despacho de mipadre, del AIENI, del informe de laautopsia de Sin Nombre, de la teoría queAlex y yo elaboramos en la biblioteca.

Pero no le digo que fue Barclay quien

me llevó a la escena del crimen. Struzno es estúpido. Sabe perfectamentecómo llegué allí. Solo quiere que se loconfirme, pero no pienso vender aBarclay, aunque se lo merezca.

Tampoco le digo nada de Ben.Todavía. No quiero involucrarlo en elcaso del virus. A veces se producencoincidencias, por muy remotas queestas sean, y es bastante probable queesté sacando conclusiones por el merohecho de considerarlo.

Cuando termino, Struz suspira.–Es un caso jodido, Baby-J. –Guardo

silencio; sé que no ha terminado–.Tenemos el AEINI en la oficina federaldel centro. La buena noticia es que lacuenta atrás no se ha acelerado. Aún

tenemos quince días, pero los expertosllevan semanas examinándolo y todavíano han llegado a ninguna conclusión.

No sé muy bien por qué, pero al oírlopor boca de Struz la situación parecemás grave que cuando me lo contó mipadre. Supongo que es porque Struz esuna persona divertida, un bromista.Nunca se pone serio. Excepto ahora.

«Quince días…»–La cuenta atrás no se detiene, y lo

hemos intentado todo. Y a pesar detodas las pruebas que hemos hecho, nisiquiera sabemos qué es. Hemosempezado a diseñar planes deemergencia por si somos incapaces dedetenerlo, pero no podemos dejarlo

simplemente en el desierto si no estamosseguros de lo que va a ocurrir.

–¿Y si lo enviáis al espacio? –sugiero, sabiendo que es un cliché deciencia ficción mala.

Struz me mira por el rabillo del ojo ylas rodillas me flaquean. Es una opciónque están considerando.

–¿Es un virus? –le pregunto–. ¿Laradiación?

Struz vuelve a suspirar.–No estamos seguros. Es posible. O

podría no ser nada. Pero para estarpreparados no podemos descartarningún escenario. Tenemos la teoría deque un virus en pequeñas dosis,inyectado directamente en el flujosanguíneo, haría que la radiación fuera

letal; sin embargo, si se propaga por víaaérea, convertido en un patógenoatmosférico, podría introducirse, porejemplo, en los conductos deventilación, que es lo que creemos queles sucedió a las personas de aquellacasa.

Personas. Más de una, no solo el tipoque vi junto a la puerta.

Me obligo a respirar hondo para novomitar en el coche de Struz.

–¿Cuánta gente había en la casa? –lepregunto.

–Una familia entera de cuatromiembros, todas las identidadesconfirmadas –dice Struz, y me preguntoqué edad tendrían los hijos. Me pregunto

si eran chicos o chicas, cómo era sumadre, a qué se dedicaba su padre, aqué escuelas iban, cuáles eran sussueños. Me pregunto si se querían tantocomo yo quiero a Jared.

–Los otros tres cuerpos aún no loshemos identificado.

–Espera –digo–. ¿Había tres cuerposmás en la casa?

Struz asiente.–¿Y no habéis podido confirmar sus

identidades?–No, pero sabemos que no vivían allí.Niego con la cabeza mientras intento

procesar la nueva información.–¿Qué? –pregunta Struz, mirándome

otra vez de reojo.–¿De dónde sale toda esa gente a la

que es imposible identificar?

14:22:13:58

Cuando quemo sin remedio losmacarrones con queso y rompo una delas bonitas copas de cristal de mispadres, sé que no puedo esperar amañana para hablar con Ben. No mequeda mucho tiempo para descubrir quéestá ocurriendo. Nada puede esperar. Mimente trabaja a mil por hora y noto unligero temblor en las manos. Tengo quesaber qué está ocultándome, descubrir si

Ben está relacionado con todo lo demás.La colada puede esperar. Incluso si

Jared vuelve a encoger una de missudaderas.

Pido una pizza y le dejo a Jareddinero y una nota. Alex no puedeescapar de su madre para acompañarme,y me niego a ir en bicicleta tan lejos, demodo que decido arriesgarme a que meretiren definitivamente el carnet deconducir y cojo mi coche. Solo tuve unataque, y fue justo después de que Benmanipulara la «estructura molecular» demi cuerpo. Supongo que un ataque comoefecto secundario es un mal menor.

Alex me llama mientras conduzco.Habla en susurros, y apenas puedo oírlopor culpa del ruido de fondo de un grifo

abierto; es su forma de ocultarse de sumadre.

–¿Vas a contarme por qué estás tanobsesionada con Ben Michaels? Creíaque ya lo habías superado.

–Solo quiero hablar con él de algunascosas. –Es una excusa barata, lo sé.Incluso para mí.

Alex dice algo sobre mi personalidadobsesiva y mi tendencia a ver cosas enla gente que quiero ver, pero no lo oigobien porque recibo una llamada entrante.

Cuando separo el móvil de la orejapara ver quién es, me doy cuenta de queno debería estar conduciendo con elcarnet suspendido, hablando por elmóvil y comprobando una llamada.

Es Nick.–Alex, he de colgar –le digo, más por

todas las infracciones que estoycometiendo que por Nick–. Te llamaréluego.

Alex me dice que tenga cuidado ycuelga.

Nick sigue llamando y no sé quéhacer. De modo que no hago nada y dejoque salte el buzón de voz. Aún no hemostenido la conversación «somos unapareja», así que no sé si lo somos o no,pero cada vez parece más evidente –sino lo parecía antes y, de hecho, loparecía– que en realidad no me apetece«ser su pareja».

Nick es muy guapo y tiene unos

abdominales perfectos, de esos que aveces se marcan en la camiseta, ycuando estamos solos es un chicodivertido, encantador, inteligente einteresante.

Pero también es un inmaduro elcincuenta por ciento del tiempo. Escomo si fuera dos personas a la vez. Megusta el chico atento que me escucha yque se preocupa por mi hermano.Incluso me gusta el chico divertido queme hace reír cuando estoy estresada.Pero, cuando está con Kevin y susamigos, es como si representara unpapel e hiciera cosas solo para ser elcentro de atención. Y no me apeteceestar con alguien así.

Ahora mismo, con todo lo que está

ocurriendo a mi alrededor, pasar de élrequiere menos energía y preocupaciónde lo que requeriría en otrascircunstancias. Y aunque es una putadahacerle algo así y probablementemerecería algo mejor, ahora tengo cosasmás importantes de las quepreocuparme.

Como, por ejemplo, si voy a morir deradiación dentro de catorce días.

14:21:55:36

Pacific Beach es el epítome de lopredecible. La playa está llena de gentedemasiado morena y con demasiadapoca ropa. Y no solo chicos defraternidades y chicas rubias queparecen modelos de la MTV, sinotambién gente que lo era hace veinteaños y que ahora se ha convertido enmujeres con la piel reseca por el sol quedeberían dejar de fumar y comerse una

hamburguesa o tipos de mediana edadcon el pecho peludo y estómagoscerveceros que siguen intentando ligarcon universitarias, o incluso colegialas.Muy desagradable.

También es el lugar con las tiendas deropa vintage, los estudios de yoga y loscruceros por la costa más molones de laciudad.

Motocicletas Kon-Tiki está en GarnetAvenue, la principal arteria de PacificBeach, y no se parece en nada a lo queuna persona normal pensaría de un lugardonde reparan motocicletas. Cuandoentras, tienes la sensación de estar másen el garaje privado de alguien que enun establecimiento profesional, y delanteno hay un centenar de relucientes motos

ni nada por el estilo. Reid le dijo unavez a Kate que las motos aparcadas enla acera ni siquiera están en venta.

El interior del local estáagradablemente refrigerado. Mantengolas manos pegadas al cuerpo mientrasbusco a Ben con la mirada, intentandoque los nervios que siento no metraicionen.

Pero la tienda no es muy grande, demodo que no tardo mucho tiempo endarme cuenta de que Ben no está. Ladecepción se instala y se retuerce en mipecho, pero continúo buscando con lamirada.

Localizo a un tipo musculoso queparece filipino, de unos veintitantos.

Tiene la camiseta sudada y manchada, ysus dedos exhiben toda una colección deanillos de calaveras.

–Hola, soy Kale, ¿en qué puedoayudarte? –me pregunta con una ampliasonrisa más propia de un niño que de unadulto. Su sincera simpatía hace que mesienta menos molesta por el hecho deque sea él y no Ben quien me atienda.

–Estoy buscando a Ben –le digo y, porsi acaso, añado–: Ben Michaels.Trabaja aquí, ¿verdad?

Kale asiente, aunque parece un pocodecepcionado.

–Sí, trabaja aquí –dice–. Pero ya se hamarchado.

–¿En serio? –pregunto, y meavergüenzo por el gritito. Es probable

que me considere una aspirante a noviainsegura.

Kale mira el reloj.–Se ha ido hace unos diez minutos,

quizá menos.Asiento y empiezo a dirigirme hacia

la puerta cuando se me ocurre que talvez Kale sepa algo interesante.

–Por cierto, ¿solo reparáis motos otambién las vendéis?

De nuevo, su rostro se ilumina con unasonrisa resplandeciente.

–¡Sí! ¡Y también hacemos cursillos amotoristas novatos! –dice abriéndose debrazos y haciendo un gesto para que losiga. Lo hago–. Te mostraré una motopara iniciados que acabamos de recibir.

–Continúa hablando mientras meacompaña hasta una de las motocicletas.Según el cartel, vale 4.075 dólares.Cualquier interés que pudiera tener porla moto acaba de irse al garete. ¿Unjuguete peligroso que me costará cuatrode los grandes? Ni hablar. Y de todosmodos mi padre me mataría antes quedejarme conducir una de estas.

Mientras Kale sigue hablando, sonríoy asiento y, en cuanto hace una pausapara respirar, digo:

–¿Ben trabaja con este tipo de motos?–Hum, no –responde Kale, la

decepción visible en su rostro.Sin embargo, se recupera

rápidamente, se endereza y señala otramotocicleta, una que incluso para una

inexperta como yo parece increíble.–Ben hizo esta. Restaura las antiguas y

modifica las de carreras.–¿Cuántos días trabaja Ben? –La gente

con un trabajo de media jornada nosuele estar metida en bioterrorismo. Almenos, no es muy probable; no meimagino a alguien vendiendo motos almismo tiempo que diseña genéticamenteun virus para acabar con el mundo.

–Ah, viene todos los días después declase, y a veces también algún sábado ydomingo.

Dejo escapar el aire pese a no saberque estaba conteniéndolo. Ben es unchico normal. Bueno, salvo por el temamolecular.

–Pero también trabaja en sus propiosproyectos.

Noto cómo se me eriza el vello de losbrazos.

–¿Sus propios proyectos?Kale asiente.–Ese chico puede hacer maravillas

con cualquier cosa mecánica o eléctrica.Sabe reparar cualquier cosa. –Sedetiene y me mira de arriba abajo conuna sonrisita que desearía poder borrarde un sopapo.

–¿Qué pasa?Kale debe de interpretar

correctamente mi mirada, ya que levantalas manos a modo de rendición y dice:

–Oh, nada, es solo que llevo

trabajando aquí cinco años y nuncahabía entrado ninguna chica preguntandopor él. Pensaba que nunca lo vería.

–¿Por qué? –Ben no es el chico másextrovertido que he conocido, y parecemás serio que la mayoría, pero no esprecisamente feo. Pienso en él en clase yme ruborizo. Seguro que hay un montónde chicas interesadas en él.

Kale se encoge de hombros.–Es uno de esos tipos demasiado

inteligentes que se pasa el día leyendolibros extraños de ciencia y esas cosas.

14:21:42:59

Eso sí ha sido una sorpresa.Me encamino de vuelta a mi coche,

preguntándome si debería intentardescubrir dónde demonios vive Ben o sies mejor esperar hasta mañana, cuandooigo decir a alguien:

–¡Se lo has dicho, joder!El capullo parece que no ha terminado

de gritar.–¿En qué estabas pensando?

La voz parece surgir de algún lugardetrás de la tienda, de modo que meapoyo en uno de los coches aparcadosilegalmente delante de un camino deentrada y echo un vistazo al callejón. Yentonces los veo, casi al fondo, ocultosparcialmente entre las sombras porqueel sol se está poniendo. Elijah Palma.Reid Suitor. Y Ben Michaels.

Le contesta a gritos a Elijah. Es ungrito sofocado, y no estoy losuficientemente cerca para oír qué estádiciéndole. Solo oigo:

–… mayores problemas…–¡Ah, claro, como si esa zorra no

fuera a meter la nariz ahora en lamierda! –A Elijah sí lo oigo.

Reid dice algo, pero, como él no grita,no entiendo absolutamente nada. Sea loque sea, Ben no parece muy contento deoírlo.

Le da un empujón a Reid.–No estamos hablando de Janelle.–¡JODER! –grita Elijah, dando una

patada que hace saltar varias piedrecitasy lanzando puñetazos al aire. Como sieso sirviera de alguna cosa.

Cuando Ben dice algo que no oigo,comprendo que tendré que acercarmemás si quiero enterarme. Junto alMotocicletas Kon-Tiki hay un bar cuyaterraza trasera da al callejón. Quizádesde allí pueda escucharlos mejor.

Al llegar, en lugar de pegarme al muro

que nos separa o hacer cualquier otracosa que podría atraer su atención, mesiento sobre el muro y saco el móvilpara fingir que escribo un mensaje.

–¿No me has oído? –dice Ben–. Nopodemos seguir haciéndolo. Primerotenemos que descubrir cómo hacerlo sinque se cuele nada más.

–¡No estamos seguros de si eso es loque ha pasado! –exclama Elijah.

–En eso le doy la razón a Elijah –diceReid. El corazón me late a cien porhora. No sé de qué están hablandoexactamente, pero no me gusta que Reidy Elijah se alíen en contra de Ben–.Tenemos que volver a casa.

–Cada vez es peor –dice Ben, y ahoraparece que es él quien le da una patada

al suelo.–¡No lo sabemos! –grita Elijah.–Ah, claro, ¿no te has dado cuenta de

toda la mierda horripilante que estápasando a nuestro alrededor?

Mierda. Horripilante. Si yo fuera unpoco menos elocuente, tambiéndescribiría con esos términos lo que viel otro día en aquella casa.

–Mira –dice Ben–. Hay demasiadascosas que no sabemos. Tengo queaveriguar adónde nos lleva todo esto ycómo estabilizarlo.

–¡Eres un cobarde! –interviene Elijah.Oigo un suspiro y varias pisadas

sobre la tierra. Aunque sopla la brisa yestamos a unos veinticinco grados, el

sudor me empapa la espalda. No tengola menor idea de si están al corriente delo de la familia muerta; mierdahorripilante podría describir muchascosas.

–No sé si estamos cerca del colapsode la función de onda –dice Ben.

–Ni siquiera sabes si eso es real –comenta Reid.

–¡Solo es una puta teoría! –El grito deElijah me sobresalta.

–Puede que sea una teoría o puede queno –dice Ben–. Pero no pienso ser yoquien la ponga a prueba.

–Tú… –dice Elijah.–¡No! Me necesitáis. Eso significa

que lo haremos a mi manera.Estoy aferrando el móvil con fuerza

mientras me esfuerzo por no perder elhilo de la conversación, así que no medoy cuenta cuando alguien que trabaja enel bar sale a la terraza. Cuando me ve ydice: «Eh, ¿qué edad tienes?», me pillacon la guardia baja.

Lo que significa que suelto el móvil ycasi me caigo de espaldas. Me agarro almuro y consigo recuperar el equilibrio,pero el móvil no tiene tanta suerte. Secae al suelo.

–Lo siento, estaba esperando a unaamiga –digo bajando del muro,recogiendo mi móvil y largándome. Hede salir de aquí. Cruzo el bar a todaprisa, el corazón latiéndome en losoídos más alto incluso que la música

rock alternativa que suena de fondo.Cuando salgo del bar, respiro

entrecortadamente, estoy mareada yrecubierta por una fina capa de sudorprovocado por la adrenalina.

También estoy a menos de un metro deElijah.

14:21:39:08

–La jodida Janelle Tenner –dice con unasonrisa. Y no precisamente cordial.

No pasa nada. Puedo jugar a estejuego.

–Hum… hola –digo, y bajo la miradacomo si pretendiera seguir adelante,pero entonces Ben dice:

–¿Janelle? –Como si no estuvieraseguro de si soy una aparición.

Me quedo mirando a Ben demasiado

tiempo y Elijah aprovecha parainterponerse en mi camino. Choco con ély alargo un brazo para alejarlo de mí.

–¿Qué pasa?–¿De dónde vienes? –pregunta Elijah

con la misma sonrisa inquietante.–Si tanto te interesa, he ido a Kon-

Tiki para ver si estaba Ben. He habladocon Kale, ha tratado de venderme unamoto y después he ido a tomarme unaCoca-Cola –digo intentando apartarmelo menos posible de la verdad.

Puede que funcione. Elijah me mirafijamente mientras trata de decidir siestoy mintiéndole. Aunque suena unpoco raro y el tiempo no termina deencajar, no quiero que sepa que sé queestaban hablando de mí.

–¿Estabas mirando motos? –preguntaBen acercándose más a mí.

–Sí, les he echado un vistazo –digo.–¿Qué tipo de moto te interesa? –

pregunta Elijah con una sonrisa desuficiencia.

–A poder ser, la Ducati Streetfighter S–respondo sin saber muy bien de dóndehe sacado eso. Estoy prácticamentesegura de que es la moto que conduceShia LaBeouf en Wall Street , una motode alta gama carísima.

–Tiene buen gusto –le dice Reid a Benantes de dirigirse a Elijah–. ¿Quieresque te acompañe a tu casa? –le ofrece.

–No voy a mi casa –responde Elijah–.Pero puedes dejarme en la casa.

Reid asiente y da media vuelta antesde alejarse. Aparentemente, no merezconi un adiós. Perfecto.

Elijah me mira de nuevo.–Bueno, dudo mucho que hoy puedas

permitirte esa moto –dice–. Pero Kon-Tiki tiene otras muy buenas. Reid puedeesperar. ¿Quieres que te enseñe algunas?

No me engaña; sé que su cambio deactitud es falso. Aunque el pelo rubio ylos ojos azules de Elijah podrían hacercreer que es un chico malo que puedereformarse, estoy bastante segura de queme arrastraría hasta el callejón eintentaría arrancarme la información quenecesita.

O es posible que esté exagerando

porque creo que es un capullo. Seacomo sea, digo:

–Preferiría que lo hiciera Ben.–Zorra –masculla Elijah, y la sonrisa

se evapora de su rostro–. Dime que almenos estás acercándote a la tercerabase –le dice a Ben.

Y da media vuelta y se aleja.–Unos amigos encantadores –comento.–Un segundo –dice Ben antes de salir

corriendo tras Elijah. Cuando se para,aún siguen a una distancia razonable, demodo que no tengo que esforzarmemucho para seguir la conversación–. Séque estás cabreado, pero eres mi mejoramigo desde hace quince años, así quevoy a olvidar eso –dice Ben–. Pero si…

–Ay, Ben, ¿qué coño haces?

Ben agarra a Elijah por los hombros ylo empuja hasta un coche.

–Te lo digo en serio, tío. No puedeshablarle así. Métetelo en la puta cabeza.

Continúan de ese modoaproximadamente un minuto, Bensujetando a Elijah contra el coche, yeste… se viene abajo. Eso es algo queno esperaba, y la sorpresa me deja casisin respiración. Ben ha vuelto adefenderme, y Elijah está escuchándolo.Elijah tiene reputación de meterse enmuchas peleas, y es más grande que Ben,no más alto pero sí más musculoso. Y,sin embargo, no opone ningunaresistencia.

Elijah asiente.

–Como quieras.Ben lo suelta y baja las manos.–No quiero volver a tener esta

conversación.–He dicho que como quieras, joder. –

Elijah mira en mi dirección y levanto elmentón. No le tengo miedo, aunque no sési debería tenerlo. Elijah sonríeburlonamente y da media vuelta. Se metelas manos en los bolsillos y se interna enla casi oscuridad.

Espero que, sea lo que sea en lo queestén metidos, no tenga nada que ver conel bioterrorismo, porque acabo deganarme un nuevo enemigo.

14:21:34:11

Ben vuelve a acercarse a mí y me dice:–Ven, te enseñaré las motos más

sencillas que tenemos. Es genial cuandoalguien se interesa por primera vez.

Cuando llegamos delante de la tienda,con la hilera de motos aparcadas, cojo aBen por el brazo.

–En realidad no me interesan lasmotos.

Ben me mira y esboza una sonrisa.

–Me lo imaginaba.–¿Por qué? ¿No tengo pinta de

motera?–A decir verdad, no.Se echa a reír, y por un momento,

disfruto con el sonido de su voz. Perorápidamente me invade una sensación deansiedad. No sé en qué anda metido, yesa es la razón por la que estoy aquí.

–Lo sé, no la tengo –digoencogiéndome de hombros–. Creo queson peligrosas y temerarias. Es decir,¿qué sentido tienen? Bueno, supongo quesi vives en Los Ángeles y no quierespasarte el día en un embotellamiento,son una buena solución.

¿Por qué estoy desvariando otra vez?

Cuando estoy cerca de Ben siemprepierdo la compostura. Parece como siestuviera programada para ponerme enridículo delante de él.

Ben no responde. Se limita a quedarseinmóvil delante de la hilera de motos,una mano apoyada en el sillín de la máspróxima. Es evidente que está esperandoque diga algo más.

Yo también estoy esperándolo.Debería preguntarle si sabe lo de lagente que murió en aquella casa, algoque se supone que es informaciónclasificada. Debería preguntarle si sabealgo sobre la radiación y si estáimplicado, si sabe qué está ocurriendo.Debería preguntarle qué demonios es«colapso de la función de onda».

Pero en lugar de eso simplementesuelto:

–¿Sabes algo de virus genéticamentemodificados? Es decir, ¿puedes hacerlocon –agito la mano– lo que haces?

Ben se pasa una mano por el pelo ycambia el peso de su cuerpo de un pie alotro.

–Eh… –Levanta la vista–. En realidadno sé nada de genética. Y no sé si puedohacer algo con los virus, aunquesupongo que podría intentarlo. La teoríacientífica debería ser la misma que conlas células. Pero imagino que, si algosale mal, las consecuencias seríanmucho peores. ¿Por qué, conoces aalguien que está enfermo?

–¿Qué? –Tardo un segundo encomprender que ha malinterpretado mipregunta–. No, no… a nadie, no importa.–Ben no tiene ni idea de qué estoyhablando, lo que significa que no puedeestar implicado en el bioterrorismo ni enel AIENI. He vuelto a analizarlo tododemasiado.

El alivio que me invade es casitangible, como un peso que me obligaraa sentarme y soltar toda la preocupaciónque he estado conteniendo las últimashoras. Aún sé que está metido en algo,pero tiene derecho a guardar secretos.Yo tampoco le he revelado aún losmíos.

Siento el impulso de rodearlo con los

brazos y enterrar la cara en su pecho y,al pensar en ello, siento como si mefaltara el aire.

–¿Janelle? –me pregunta–. ¿Teencuentras bien?

Hay un millón de respuestas a esapregunta; tendría que decir un millón decosas para responderla adecuadamente.Porque la respuesta es no. Por supuestoque no estoy bien. He estado en el filode la muerte, mi padre está trabajandoen un caso que puede acabar con el findel mundo y, pese a sentirme aliviadaporque Ben no esté involucrado, aún mequeda mucho para poder resolverlo.

Aún necesito saber lo que me oculta.Necesito saber qué sucedió exactamentey en qué más anda metido. Y cómo ha

conseguido despertar en mí sentimientostan profundos en tan poco tiempo.

En lugar de responder, le pregunto:–¿Lo que vi era real? –La voz me falla

un poco ante el peso de la pregunta. Yhasta que la hago, no me doy cuenta delo mucho que me había preocupado.Porque la primera parte de mi teoría eracorrecta; sí, regresé de entre losmuertos, y ahora necesito saber si lasvisiones de mí misma eran reales o no.

–¿Qué viste? –me pregunta Benruborizándose–. ¿Qué visteexactamente?

No sé si puedo contestarle. Deseotanto que las visiones fueran reales queme quedo sin habla.

Estoy en otro lugar. Está oscuro. Meestalla la cabeza, como si alguienestuviera golpeándomela con un mazo.Hay agua (agua congelada) a mialrededor, y tengo los brazos y laspiernas entumecidos; apenas puedomoverlos. El pánico se apodera de mí amedida que me hundo. Abro los ojos,pero la sal me provoca un escozor y noveo nada. Aunque supiera nadar, estoycompletamente desorientada. Siento unardor en los pulmones por el esfuerzode respirar. Abro la bocainstintivamente pese a saber que meahogaré.

Solo tengo dos opciones: ahogarme oque me estallen los pulmones.

Un brazo me rodea, tira de mí haciala superficie y veo…

Me veo a mí misma.Tengo diez años, llevo un bañador

rosa y floreado porque, aunque aquelverano odiaba el rosa, mi padre me locompró con la mejor de lasintenciones. El pelo mojado, tan oscuroque parece negro, no me tapa la cara, ymis ojos color chocolate parecendemasiado grandes para mi rostro. Elsol brilla a mi espalda, creando unhalo a mi alrededor… Parezco unángel.

Respiro hondo y se lo cuento. Porquenecesito saberlo. Porque sea lo que seaen lo que esté metido Ben Michaels, sea

quien sea el auténtico Ben Michaels,quiero que mi paso por la vida hayatenido algún significado para alguien.

–Estaba ahogándome, pero entoncesalguien me agarró y me sacó a lasuperficie. –Hago una pausa porque loque sigue resulta ridículo y difícil decreer–. El problema es que quien mesaca del agua soy yo misma, cuandotenía unos diez años.

Ben esboza una mueca y da un pasoatrás. Cuando habla, su voz parecetensa, como si tuviera que hacer un granesfuerzo:

–Era yo –dice pasándose una manopor el pelo–. Casi me ahogo de niño.Una niña me sacó del océano y mesalvó. –Respira hondo y deja escapar

una carcajada corta–. Tú.

14:21:11:21

No lo recuerdo. En absoluto. De niña,nadaba mejor que caminaba. Me pasabael día sacando cosas del océano: niñosdesorientados por el fuerte oleaje, unperro que perseguía una pelota de tenis,un sobre con dinero de un tipo (sí, estoúltimo fue raro). A veces incluso intentésalvar a personas que no necesitaban miayuda. Creía tener una misión.

Pero una de esas veces rescaté a Ben.

Evité que se ahogara. Si no lo hubierahecho…

La situación me deja sin respiración.Cuando me salvó tras el accidente,estaba devolviéndome el favor.

–Entonces, lo que vi… –digo.–Viste… eh… mis recuerdos de ti.

Cosas que estaba pensando cuandoestaba… ya sabes.

–¿Curándome? –pregunto.Ben asiente y aparta la mirada. Sé que

se siente avergonzado porque ambossabemos que no tengo ningún recuerdosignificativo de él –al menos no de antesdel accidente– y no voy a fingir que noes así. Pero sí recuerdo aquel día.Recuerdo el bañador, aquella mañana yaquella tarde, y recuerdo haber agarrado

a un niño que ya se había rendido.Incluso recuerdo que escupió agua y quecasi me vomita encima.

Pero no recuerdo que fuera Ben.Él lo recuerda todo, detalles que yo

no habría recordado nunca, y el modo enque me vi a través de sus ojos…

–¿Y lo que sentí? –susurro, como sipudiera suavizar la vergüenza que estoya punto de experimentar–. ¿Es lo quesentías… lo que sientes… por mí?

De pronto empieza a soplar la brisaprocedente del océano. Noto la pielextrañamente sensible y expuesta cuandoBen asiente casi imperceptiblemente.Entonces se aleja de mí como si quisieraponer fin a la conversación y yo me

siento la zorra más manipuladora delmundo. ¿Por qué no le he dadosimplemente las gracias?

–Ben –digo demasiado alto y condemasiada vehemencia. Se detiene, y suexpresión es tan oscura, al estilo JamesDean en Rebelde sin causa, que me danganas de abrazarlo. Desesperadamente.Quiero estrecharlo entre mis brazos yvolver a sentir lo mismo que sentí aldespertar aquel día. Porque esembriagador sentir que soy importantepor quien soy y no solo por las cosasque hago, como limpiar la casa opreparar la cena.

Pero él está incómodo, y pese acompartir esta íntima conexión, a faltade un término mejor, en realidad no lo

conozco.Aunque ahora sí quiero hacerlo.A este chico que se viste como un

porrero y que siempre trata de pasardesapercibido pese a ser inteligente yestar bien informado. Pese a que le gustedebatir por el simple placer de hacerlo.Este chico que roba la contraseña de lapágina del instituto y cambia loshorarios, pero que tiene un código dehonor y nunca ha alterado sus notas. Estechico a quien rescaté del océano y queno lo ha olvidado. Quiero saber quién esen realidad Ben Michaels.

Y quiero hacer algo que esté a laaltura. No puedes limitarte a darle lamano a alguien que te ha salvado la vida

y que te ha confiado un secreto quepodría poner la suya en peligro.

Alargo una mano y entrelazo losdedos con los suyos. Y penetro en suespacio vital hasta quedar a escasoscentímetros de él. Apoyo la cabeza en supecho, respiro hondo y noto cómo serelaja su cuerpo, la tensiónabandonándolo en oleadas.

De pequeña siempre me gustó el olora gasolina.

Ben levanta la mano libre, me acariciael pelo con los dedos y después la apoyaen mi nuca.

–Ben –le digo con la cara pegada a sucamiseta.

–Janelle –suspira él, y noto sus labiospegados a mi pelo. Sé que está

sonriendo.Ladeo la cabeza para mirarlo, para

contemplar sus duras facciones, laprofunda oscuridad de sus ojos, la formaen que su pelo se desploma sobre surostro. Y me pregunto cómo es posibleque no me haya fijado en él hasta ahora.

Pero, mientras lo observo, mi miradase detiene en sus labios. Soy más queconsciente de lo próximos que están alos míos. El aire entre nosotros casi sepuede tocar, como si estuvieramagnetizado. Estamos clavados en estepunto, rodeados por el audible sonidode nuestras respiraciones y el inaudiblerepiqueteo de mi corazón.

–Estoy viva –susurro, porque sin él

estaría muerta. Pero no es solo eso; mesiento más viva de lo que me he sentidoen mucho tiempo. Desplazo la miradahasta sus ojos y veo que estámirándome.

Durante un segundo creo que mebesará, o que yo lo besaré a él.

Sin embargo, da un paso atrás y semete las manos en los bolsillos.

–He de irme a casa –dice.Asiento ruborizada e intentando

disimular la decepción que siento.–Sí, yo también. –Estoy a punto de

preguntarle qué es eso de colapso de lafunción de onda, pero finalmente no lohago.

Porque, si Ben está metido en algo,soy lo suficientemente inteligente para

saber que no debería mostrar mi manosin un as en la manga.

14:20:15:50

Cuando llego a casa tengo otra llamadaperdida de Nick y un par de mensajes detexto preguntándome dónde estoy y siquiero ir a otra fiesta esta noche, estavez realmente solo una hora. No sé quéresponderle, aparte de no.

Pero no puedo ignorarlo eternamente,ni el hecho de que he estado a punto debesar a otro chico en la calle delante deMotocicletas Kon-Tiki de Pacific

Beach. De modo que le escribo:

Esta noche no. Hablamos mañana.

Ahora solo he de decidir qué le diré

mañana, porque no tengo la menor idea.Sin embargo, tendrá que esperar,

porque en cuanto entro en casa oigovoces procedentes de la oficina de mipadre.

–¿Solo quedan catorce días para queestalle esa cosa y estáis diciéndome quesabemos lo mismo que hace un mes,cuando la encontró la policía? –preguntami padre.

–¿Y el sospechoso? –dice una voz

femenina. Deirdre.–No han logrado localizar al tipo –

dice una voz masculina.–Es como si se hubiera evaporado –

interviene Struz.–Por lo que sabemos, podría ser uno

de los cuerpos sin identificar. –Es otravez la voz masculina, y esta vez lareconozco.

Sin pensármelo dos veces, empiezo acaminar hacia ellos. Deben de oírme,porque, en cuanto aparecen en mi campovisual, tengo una décima de segundopara reconocer a Deirdre, mi padre y mibuen amigo Taylor Barclay de piealrededor del escritorio de mi padreantes de que Struz me cierre la puerta enlas narices.

Me quedo junto a la puerta un instante,pero bajan la voz inmediatamente y nopuedo oír ni susurros amortiguados. Noquiero subir a mi cuarto, porque sivuelven a hablar con normalidad o abrenla puerta quiero estar aquí para oír loque dicen.

Jared está jugando a World ofWarcraft. Menuda sorpresa.

–¿Has comido suficiente? –lepregunto asomando la cabeza en elsalón. Si fuera más observador, lepreguntaría si ha oído algo interesantede la conversación que tiene lugar en eldespacho de mi padre, pero Jared estásentado frente al ordenador con losauriculares puestos y el volumen a todo

trapo. Hay días que sueño con la bandasonora de World of Warcraft.

En lugar de responderme, dice para símismo:

–¿Por qué son tan ridículos los magosde hielo? Madre mía.

–¿Jared? –insisto, porque cuando estáinmerso en un videojuego suele ignorara la gente.

–He comido un poco de pizza cuandohe llegado –dice sin apartar los ojos dela pantalla.

–¿Y? –Pues aún no ha respondido a lapregunta.

–Estaba buena –dice–. Pero aún tengohambre.

Dirijo la mirada hacia la puerta deldespacho e intento abrirla con la mente.

Nada. Vuelvo a mirar a Jared.–¿Has hecho los deberes? –Cuando

sus dedos se detienen un segundo yvacila, sé que la respuesta es no–.Páralo, tío.

–No se puede parar –dice poniendolos ojos en blanco, pero se da la vueltapara mirarme–. ¿Puedes hacerme turisotto de champiñones?

–Tardaría demasiado, pero puedopreparar arroz frito. Creo que quedangambas congeladas. Pero tienes quevenir a hacer los deberes a la cocina.

Jared asiente y voy hacia la cocina. Séque no tardará en seguirme porque unade las ventajas de Jared es que haríacualquier cosa, incluso los deberes, a

cambio de comida.–Nick y Kevin creen que debería

hacer las pruebas para entrar en elequipo de béisbol esta primavera –dicesentándose a la mesa de la cocina.

Me doy la vuelta. Jared es un crackdel waterpolo; este año ha entrado en elequipo juvenil, y es uno de los mejoresjugadores. Y no ha jugado en un equipode béisbol desde que tenía doce años.Pero no le digo nada porqueprobablemente no quiera oír nadaparecido a: «¿A quién le importa lo queopinen esos dos?».

–Pero a mí me encanta el waterpolo.¿Crees que Nick y Kevin se sentirándecepcionados?

–Por supuesto que se sentirán

decepcionados. Eres un jugadorincreíble, pero no se enfadarán contigoni nada de eso. Diles la verdad y loentenderán. –Jared asiente y parece apunto de decir algo más, pero se loimpido–. Ponte a leer De ratones yhombres. A este paso nos pasaremos lanoche en vela esperando a que loacabes.

Jared murmura algo sobre lo poco quele gusta el libro. Como tampoco es unode mis favoritos, no hago ningúncomentario.

El despacho de mi padre no está en milínea de visión, de modo que de vez encuando salgo de la cocina con la excusade ir a buscar algo para intentar

enterarme de lo que ocurre. Pero todoslos intentos son infructuosos.

Jared y yo estamos comiendo cuandola puerta del despacho se abrefinalmente y los cuatro se encaminanhacia la cocina.

Deirdre lleva el pelo rubio recogidoen un moño improvisado y, a juzgar porsus marcadas ojeras, no debe de haberdormido bien en varios días. Mepregunto si es toda la testosterona que larodea o si es algo más; algo incluso peorque eso.

A pesar de todo, me dedica unasonrisa que no parece forzada.

–Hola, chicos, ¿qué tal estáis?–Bien. ¿Quieres un poco? –digo

señalando la sartén en los fogones.

Aunque deseo con todas mis fuerzaspreguntarle sobre el AIENI y el caso, nopuedo hacerlo. Se supone que no sénada, y todos creen que sé menos de loque realmente sé.

–¡Sí! –dice Struz, pasando por sulado. Tiene el aspecto de siempre: el deun chico demasiado grande, entusiasta yalto–. Barclay, ¿quieres un poco deesto? –Pero, sin dar tiempo a nadie acontestar, empieza a servir el arroz encuatro cuencos y a repartirlos.

–Baby-J., ¿qué haríamos sin ti? –dicemi padre, y después mira a Jared–. ¡Elmejor plan para los ratones y loshombres!

–Si al menos salieran

extraterrestres… –comenta Jared.–Gracias, pero tengo que irme –dice

Deirdre guiñándome un ojo.–Genial, más para repartir –dice Struz

volcando el contenido del cuenco en elsuyo.

–Ve pensando en las universidadesque quieres visitar en primavera, J. –mepide Deirdre–. Si convenzo a mi jefepara cogerme los días libres que medebe, podremos hacer un viajecito. –Leda un codazo a mi padre, que se ríe, ydespués añade en un susurro–: Nos irábien para reforzar los lazos femeninos.

Asiento, pese a que ahora mismo soyincapaz de pensar en la universidad. Yentonces casi se me escapa la risa.Hasta hace unas semanas, esa era mi

única preocupación: a qué universidadiría. Ahora ni siquiera sé si el mundodurará tanto.

Struz le pasa un cuenco de arroz a mipadre.

–James, podrías ganarte unsobresueldo alquilando a Baby-J. a lagente. Podría cocinar para ellos, inclusolimpiar un poco la casa. Parece que sele dan muy bien ese tipo de cosas.

Suelto un resoplido.–¿Qué, no estás de acuerdo? –dice

Struz.Mi padre desliza un brazo sobre mis

hombros.–No la merecemos –dice dándome un

apretón–. Y no solo por la comida y la

limpieza.–Guau –exclama Barclay con la boca

llena de arroz–. Esto está buenísimo.–No sé por qué te sorprende tanto. –

Estoy a punto de añadir que es uncapullo, pero con mi padre delante mecontengo. Esta noche tengo cosas másimportantes en las que pensar que en laactitud de Barclay.

14:16:34:07

Estoy tumbada en la cama pensando enNick. Últimamente he estado pensandomás en Ben, en el hecho de resucitar, enel caso de mi padre y en el AIENI. Peroahora mismo tengo que centrarme en loque puedo solucionar.

Recuerdo la noche en que Nick mecontó que se sentía traicionado por supadre. Estábamos en Torrey; casi todasnuestras conversaciones fueron en

Torrey después de mis turnos desocorrista. Sin embargo, aquella nocheno había hoguera, ni ninguna razón paraque Nick viniera a la playa, y Kevin noestaba cerca.

Caminamos por la húmeda arena, unoal lado del otro. Corrimos un poco, y unpar de veces Nick me dio unempujoncito con el hombro. Pocodespués se sinceró y me dijo que estabahecho polvo por las cosas que estabanpasando en su familia.

Evidentemente no le había puesto loscuernos a él, pero su padre, a pesar deser un hombre muy exigente yperfeccionista, había acabadoestropeándolo todo. Lo entendí. Porque,aunque quiero mucho a mis padres, a

veces también consiguendecepcionarme.

Conectamos, los dos solos. Gracias amomentos como aquel, pensé que podríallegar a gustarme. Mucho.

Pero cuando estoy con Ben veo ladiferencia. Y es enorme.

Incluso cuando estábamos los dossolos, nunca me abrí completamente anteNick. Nunca entré en detalles sobre mimadre; nunca le presenté a mi padre. Lehablé un poco de Jared, pero la mayoríade las cosas eran superficiales. Y Nicko no se daba cuenta o no le importaba losuficiente para preguntar. Así que,aunque me gusta, tengo la sensación deque no me conoce.

Sé que no es culpa suya, sino mía.Pero el hecho de que no me apetezcahablar con él tiene que significar algo.

En cambio, aún no conozco a Benpero tengo ganas de conocerlo mejor. Yde que él conozca cómo soy realmente.

Independientemente de lo que sientapor Ben, tengo que romper con Nick. Noes justo que continúe esquivándolo.Sobre todo cuando me paso la mayorparte del tiempo pensando en otro chico.

Sé lo que tengo que hacer.

14:06:56:32

Casi al final de la última clase, ignoro elimpulso de irme a casa para meterme enla cama y trato de convencerme a mímisma de que estoy haciendo lo correctoy que no he de sentirme culpable. ¿Quépasa si anoche estuve a punto de besar aBen? En realidad no lo hice, y Nick y yonunca hemos dicho que estuviéramossaliendo, y estoy a punto de romper conél, y no sé si no se ha enrollado con

otras chicas cuando se emborrachaba enlas fiestas a las que yo no quería ir.Aunque, si lo hubiese hecho, Brooke sehabría asegurado de que la noticiallegara a mis oídos.

Salgo del aula antes de que termine laclase y espero a Nick en la puerta delcampus, a la sombra del alero deltejado.

Voy a ser directa y concisa. Le diréque es maravilloso, pero que no meinteresa. Sé que es un poco brusco, perono pienso recurrir al cliché «No eres tú,soy yo», y tampoco pienso mentirlediciéndole que necesito tiempo o queprefiero que seamos amigos.

Nick me ve al salir del gimnasio. Él yKevin han estado haciendo pesas juntos.

Pese a la distancia, veo cómo se leilumina la cara con una sonrisa.

–¡J.! –grita, y los dos siguencaminando hacia la entrada principal,donde pasarán por mi lado.

El corazón me late a mil por hora ynoto un nudo en el estómago. Un mensajede texto habría sido menos estresante.

–Vamos a tomar un café al ReciénHecho –dice Nick cuando están a puntode alcanzarme–. ¿Te apuntas? Creo quepodemos sacarte.

Niego con la cabeza.–De hecho, quería hablar contigo un

minuto antes de que te vayas.–Claro –dice Nick al mismo tiempo

que Kevin pregunta:

–¿Quieres hablar de camino al coche?No queremos que se nos adelante todo elmundo.

–Entonces ve poniéndolo en marcha –le digo sin mirarlo.

Kevin hace una mueca.–Buena suerte, tío.–Mira, J., siento mucho lo de la otra

noche –dice Nick en cuanto Kevin nopuede oírlo–. No sé en qué estabapensando… Bueno, en realidad noestaba pensando, pero no volverá asuceder.

Mi plan se ha ido al garete. No sécómo romper con él después de unadisculpa.

Pero entonces se abren las puertas del

edificio G y veo a Alex saliendo denuestra clase de Cálculo y, al otro ladodel edificio, Elijah y Ben saliendo deotra aula. Ojalá estuviera con Alex, parapoder encontrarme casualmente con Ben.

–Verás, Nick, creo que no estamoshechos el uno para el otro. Cualquierchica de este colegio te perdonaría,pero…

Nick aparta la mirada.–Pero tú no eres como las demás,

¿no?Suspiro.–No, no soy como las demás, y no

creo que esto sea lo que quiero.Nick asiente, pero sigue sin mirarme.–¿Es por lo de la otra noche?–Un poco –digo porque es la verdad–.

Pero también es porque no me sientocómoda. Te diría que fuéramos amigos,pero…

Eso sí consigue atraer su mirada.Ninguno de los dos dice nada, y elalboroto de la gente saliendo de clasecada vez es mayor. Hasta que suena unclaxon y oigo gritar a Kevin:

–¡Venga, tío! ¿Por qué tardas tanto?–Bueno, supongo que nos veremos por

ahí –dice Nick.Dejo escapar el aire. Me da pena que

hayamos llegado a esto.–Sí, nos vemos.Cuando se aleja, me alegro de haberlo

hecho. Es lo correcto. Y me doy cuentade que me siento ridículamente feliz.

Hace diez días tendría que habermuerto. Pero no lo hice. Estoy viva.Tengo muchas cosas por las que vivir. Yesta vez voy a hacerlo bien.

14:04:29:51

–Entonces –dice el señor Hubleylanzando la tiza al aire y volviendo acogerla. Es el único profesor deEastview que se resiste a las pizarras derotulador–, ¿cuál es el objetivoprincipal de la clase de hoy?

A mi lado, Cecily levanta la mano.Qué sorpresa.

Esta vez Hubley no pregunta si hayalguien más que lo sepa aparte de Cee.

Se limita a asentir.–Por supuesto, el objetivo es observar

y participar en un problema real deproyectiles, pero también ver lasdiferencias en altura y distancia querecorrerá un proyectil en función delángulo que crea y la fuerza…

La puerta del aula se abre y creo quedejo de respirar por un momento.

Porque quien aparece es Ben.Noto un cosquilleo en el estómago

cuando avanza por el aula y le entregauna hoja de papel a Hubley. Mira a sualrededor. Nuestros ojos se encuentran yesboza una tímida sonrisa. No puedoevitarlo y sonrío abiertamente.

–Es muy tarde para un cambio dehorario –dice Hubley–. Tendrás que

ponerte al día. –Ben no reacciona, demodo que Hubley se encoge de hombrosy dirige su mirada al resto de la clase–.Levántense y cojan el material, nosvamos al campo de fútbol.

Todo el mundo se pone de pie alunísono, recogiendo papeles, libretas ymaterial de laboratorio. No le quito ojoa Ben mientras recojo mis cosas. Debode estar en una especie de trance,porque, cuando alargo la mano paracoger mi calabaza –de aproximadamenteun kilo de peso–, Cecily me toma delbrazo y hace chasquear los dedosdelante de mis narices.

–Deja que la lleve, Alex. Vayamos acoger un buen sitio. –Mientras habla,

tira de mi brazo, alejándome de la mesa,y después baja la voz–. Y por buen sitioquiero decir uno donde podamos verbien a Ben Michaels. No sé tú, pero yome muero por saber por qué se hacambiado a nuestra clase. Porque sé queestás colada por él.

Salvo que Ben nos espera en lapuerta, y me mira mientras sonríe.

–¿Algún consejo? –me preguntacuando llegamos a su lado. No sé porqué, pero me quedo sin habla.

–Sí –responde Cecily–. Lee todos losartículos y no te duermas en clase. Tomaapuntes y después léelos cada noche encasa antes de hacer los deberes.

–Quería decir si tienes algún consejopara alejar a Janelle de Alex.

Me ruborizo y me muerdo el labiopara dejar de parecer tan excitada.

–Puedes unirte a nosotros tres.–¿Qué? No –dice Cecily–. Alex,

Janelle y yo somos un triunvirato. Esosignifica que nadie puede separarnos.

–Cee, necesita un compañero –digomientras intento librarme de su mano,pero Cecily me coge aún más fuerte.

–Tendrás que pasar una prueba parademostrar tu valía –dice.

Ben me mira, y entonces sé que debede pasarme algo grave, porque siento elimpulso de ponerme a reír como unaidiota.

–Acepto.–Es un error –dice Alex a nuestra

espalda–. Primera prueba: lleva esto.–Y esto también –añade Cecily

cogiendo mi libreta y entregándole aBen todas nuestras cosas.

Y Ben lo hace. Acarrea con las cuatrocalabazas, la cinta métrica, elcronómetro, el tirachinas y las treslibretas mientras cruzamos el campus.

Intento absorber toda la informaciónmientras Cecily le hace un exhaustivotercer grado, desde su color (azul) ypelícula (Donnie Darko) favoritos,hasta qué opina sobre los extraterrestres(«con la cantidad de planetas y sistemassolares que hay no podemos estarsolos»). Quiero recordar exactamentetodo lo que dice.

–Sabes que estos pueden ser los

noventa minutos más largos de tu vida,¿verdad? –le digo cuando finalmentellegamos al campo de fútbol y Cecily setoma un descanso para discutir con Alexsobre cómo deberíamos colocarexactamente el material.

Ben se inclina hacia delante y, con suboca muy cerca de mi oreja, dice:

–Eso espero. –Y después se dirige aCecily y Alex–: ¿Qué tenemos que hacerexactamente con todo esto?

–En pocas palabras, vamos a lanzarlas calabazas con el tirachinas –leexplica Cecily–. Tenemos que medir elángulo del proyectil, la distancia y, porsupuesto, el tiempo de cada trayectoria.

–Fabuloso. Empecemos.

–Cee, ¿sabes que Ben tiene una moto?–dice Alex, y me entran ganas de darleun sopapo.

–Entonces creo que no eres losuficientemente inteligente como paradeshacer el triunvirato. –Cecily frunceel ceño–. Es decir, no podemos ser untriunvirato con un acompañante nodeseado.

–¿Porque me gustan las motos no soylo suficientemente inteligente? –Ben seríe–. Pero podríamos ser una tetrarquía.

–Las motos son peligrosas –diceCecily con los ojos en blanco.

–Es verdad, pero también liberadoras–puntualiza Ben–. Cuando el aire te daen la cara, puedes olerlo todo. Lo

sientes todo con mucha más intensidad.–Nuestros ojos vuelven a encontrarse–.Pero me gusta la gente que cree que lasmotos son más peligrosas y menosprácticas que los coches.

No sé si ha dicho eso porque yo lodije anoche o solo es una coincidencia,pero sonrío de todos modos.

Cecily se lleva las manos a la cintura.–De acuerdo, tengo una pregunta más,

y es la más importante.–Quizá deberíamos centrarnos en la

clase –digo a pesar de que esto es muydivertido.

Ben se frota las manos como siestuviera preparándose.

–Dispara.Y completamente seria, Cecily

pregunta:–¿Cuál es tu superhéroe favorito?Ben retrocede como si acabara de

apuñalarlo.–¿Ya está? –Se echa a reír–. ¿Eso es

todo? Demasiado fácil. Wonder Woman.–¿Wonder Woman? ¿Por qué?Cuando responde, me mira a mí.–Siempre me han gustado más las

superheroínas. Es muy sexy que unamujer salve a un hombre.

No puedo evitar recordarmesacándolo del agua cuando éramosniños, salvándolo, y las piernas meflaquean. Por el mejor de los motivos.

–Y después está el traje –añade Alex.–Sí, por eso también.

–Ven, ayúdame. Puedes ser miartillero –dice Alex.

–No, Alex, la artillera soy yo –interviene Cecily–. Ben puede ayudartea sujetar el tirachinas, y Janelle quemaneje el cronómetro. Y sí, esosignifica que estás con nosotros, aunquede momento solo en periodo de prueba.

–Lo haré lo mejor que pueda. –Bensonríe.

Cuando me agacho para recoger elcronómetro, Cecily se da la vuelta y mesusurra:

–Ahora ya sabemos de qué vas adisfrazarte en Halloween.

Y vuelve a su papel de general, dandoórdenes a diestro y siniestro. Cuando

estamos en posición, con Alex y Bensosteniendo los extremos del tirachinasa medio metro del suelo, Cecily tirandode la calabaza cuatro metros por detrásy yo a un lado a una distanciaprudencial, empiezo a contar hasta tres.A continuación, Cecily suelta lacalabaza y esta sale disparada.

–¡Alex, la cinta métrica! –dice antesde salir corriendo.

Ben y yo nos quedamos un momentodonde estamos, observándolos, yentonces él dice:

–¿Qué haces después de clase?–Lo de siempre. Los deberes y esas

cosas.Ben se pasa una mano por el pelo.–¿Quieres que pidamos algo para

cenar esta noche?No se me ocurre un plan más perfecto.

14:00:01:13

Ben aparece en mi casa en el Toyota4Runner de Reid y, por su aspecto,parece que ha asaltado también suarmario. Con el polo y los vaquerosdebe de tener mejor pinta que yo, queaún llevo los mismos pantalones y lamisma camiseta de todo el día.

–¿Quién eres y qué le has hecho aBen? –le pegunto encantada con elcambio. Él se encoge de hombros, y

como no quiero avergonzarlo, añado–:Estás muy guapo.

Ben esboza una sonrisa incrédula, ycuando me acompaña al coche y me abrela puerta, dispongo de un segundo parapreguntarme si es una buena idea. Benparece tenso y nervioso, y yo no soy lamás indicada para tranquilizar a nadie.Además, ni siquiera lo conozco muybien y acabo de romper con Nick.

Sin embargo, quiero conocer a BenMichaels.

Cuando subo al coche, Ben parece apunto de decir algo, pero se lo piensamejor, y la sensación de incomodidad sealarga mientras dejamos atrás el caminode entrada de mi casa y nosincorporamos a la 56 en dirección oeste.

Ben no dice nada; mantiene los ojosclavados en la carretera y se mueveinquieto en su asiento.

El coche huele a comida mexicana yestoy hambrienta. Como no sé qué decir,le digo eso.

Y debo de acertar porque Ben memira, sonríe y me pregunta:

–¿Cuál es el mejor mexicano?–Roberto’s. Sin duda. –Los burritos

californianos están para morirse. Mipadre nos lleva a Jared y a mí desde queéramos pequeños. Es adonde vamoscuando tenemos algo que celebrar. Creoque todos los logros de mi vida(relacionados con la natación o lasclases) los he celebrado con un burrito

californiano de Roberto’s.Ben sonríe. No me dice por qué me lo

ha preguntado ni cuál es su plan, perofinalmente parece relajarse.

–Cuéntame algo de ti… algo que nosepa –añado, porque es lo que deseo.Mejor ir directa al grano.

–Cuando tenía catorce años, conseguíun trabajo como repartidor deperiódicos y me levantaba cada día a lascuatro y media de la madrugada.Compré una vieja Harley-DavidsonFlathead en un desguace por veintedólares y estuve trabajando dos años derepartidor para poder pagar las piezasque necesitaba.

–¿Es la misma moto que tienes ahora?Ben niega con la cabeza.

–Así es como conseguí el trabajo enKon-Tiki. Les vendí la moto por cincode los grandes, ellos la vendieron porocho mil y después me ofrecieron eltrabajo.

La cantidad de trabajo, dedicación ypaciencia que debió de requerirrestaurar una moto de desguace esinimaginable. Y resulta increíble que yaentonces supiera lo suficiente paravendérsela a una tienda de restauracióne impresionarlos para que le dieran untrabajo. No me sorprende. Encaja con lanueva imagen que tengo de Ben; inclusosi es diferente de la que tenía antes.

Le hago unas cuantas preguntas mássobre motos, no porque me interese

mucho el tema, sino porque me gustaverlo sonreír. Cuando me habla de unaIndian 1917 que vendió por veinte mildólares, se va un poco por las ramas yme cuenta todo lo que uno necesita sabersobre ese tipo de motos.

Siempre he pensado que la genteapasionada resulta contagiosa, por loque enseguida me atrapa en su red.Cuando termina de explicármelo todoacerca de ese modelo, tengo ganas de almenos ver cómo es la Indian. A estepaso, no me extrañaría que Ben meconvenciera de montar en una.

Entonces me doy cuenta de dóndeestamos: en Ocean Beach, y avanzandoen dirección sur.

–¿Adónde vamos? –lo interrumpo.

–Ya casi hemos llegado –dice él, yninguno de los dos añade nada más.Mientras miro por la ventanilla, Bengira en Sunset Cliffs Boulevard. Lacarretera discurre paralela al acantilado.Da la sensación de que estamos a pocoscentímetros del borde, a pocoscentímetros de despeñarnos en elocéano. Noto un cosquilleo en elestómago al comprender adónde nosdirigimos. Dejamos atrás elaparcamiento donde estacionaríamos elcoche si quisiéramos bajar a la playa,pese a que Sunset Cliffs es una de lasplayas más inaccesibles.

En algunas zonas, los acantilados sonparedes verticales que descienden hasta

el agua, de modo que el ayuntamientoinstaló escaleras para bajar a la playa.En algunas de las mejoreslocalizaciones para practicar el surfpueden verse senderos que la gente haido creando a lo largo de los años alpasar por ellos. Sin embargo, en otraszonas, tendría que usarse material deescalada o estar loco para llegar abajo.

Cuando cruzamos Point LomaBoulevard, Ben se interna en el pequeñoaparcamiento de tierra al borde delacantilado y aparca el 4Runner en unespacio libre. Tal como está colocado elcoche, si por algún motivo fallara elfreno de mano, nos precipitaríamos alvacío. Delante de nosotros se extiendeel sereno océano azul.

Ben se da la vuelta.–Hay una manta en el asiento trasero.

Escoge tú el sitio, yo traeré la comida.Encuentro un lugar despejado y dejo

vagar la mirada. La intensidad de loscolores, el sol sobre mi piel… Nopodría haberme traído a un lugar másperfecto.

Cuando Ben se acerca, hueloinmediatamente la comida. No hace faltaque me diga de dónde es. Cojo la bolsade entre sus manos y echo una ojeadadentro: burritos, patatas fritas yguacamole de Roberto’s. Levanto lacabeza y lo miro fijamente unossegundos. Me gustaría preguntarle cómoha sabido cuál es mi comida favorita,

pero no puedo articular palabra.–Vamos –dice él señalando el océano

con un gesto de la cabeza. Saltamos labarandilla y extendemos la manta cercadel borde de un acantilado llano frenteal océano. Cerca pero a una distanciaprudencial; no quiero tropezar yprecipitarme a una muerte segura.

Cuando me siento, Ben me pasa unalata de refresco de uva, y me preguntocómo ha podido saber lo mucho que megusta esta bebida. Debe de leer miexpresión, porque se ríe y baja lamirada.

–En sexto siempre pedías refresco deuva para comer.

–¿Cómo lo sabes? –digo con unasonrisa.

–Íbamos a la misma clase de Historia,justo antes de la comida.

–No, no es verdad. –Lo recordaría.–La señorita Zaragoza, Historia de

sexto –dice Ben–. Te sentabas a un lado,en la segunda fila, y yo en la última. Aveces tenías hambre y comías durante laclase.

Eso lo recuerdo. Me siento como unaestúpida por no recordar que íbamos ala misma clase.

–Vaya memoria.Ben se sonroja.–Solo me pasa contigo.A nuestra izquierda, en mitad del

océano, hay una gran roca, un islote, quesirve de zona de descanso para las

gaviotas. Me quedo mirándolas mientrasla sobrevuelan, se posan en ella y segraznan las unas a las otras antes deremontar el vuelo. Ben se apoya en mí, yel calor que desprende su cuerpo meprotege del viento que sopla desde elocéano. Debajo de nosotros solo hayrocas y agua que forma espuma alchocar. El sol empieza a descender, ycuelga como un enorme globo doradocerca del borde del agua, tiñendo elcielo de rayos rojos, naranjas, rosas ymorados.

Tengo la sensación de que somos lasúnicas dos personas en el mundo.Durante un minuto consigo olvidarme detodo lo demás.

Mientras estamos sentados uno al lado

del otro, hombro con hombro, el solocultándose delante de nosotros,disfrutando de mi comida favorita,comprendo que esta es la razón por laque tengo una segunda oportunidad. Poresto regresé de entre los muertos, parapoder sentirme realmente viva.

–Esto es lo mejor que podrías haberhecho por mí –le digo haciendo chocarsuavemente mi hombro contra el suyo.

La punta de sus dedos recorre eldorso de mi mano hasta que toda sumano cubre la mía y la oprimeligeramente.

Aparto la mirada del cielo paramirarlo a él. Aunque sus tupidos rizoscastaños le ocultan parte del rostro,

ensombreciendo sus ojos, no meimpiden reconocer su expresión: estáriéndose.

–¿Qué pasa?Ben niega con la cabeza.–He estado a punto de llevarte al cine.Está mintiendo. Lo veo en su rostro.

Puede que se le pasara por la cabeza,sobre todo cuando estaba tan tenso en elcoche, pero me conoce demasiado bienpara llevarme simplemente al cine.

Sonrío y todo se desencadena. Ben seinclina hacia delante y nuestros labios setocan. Es como si sus labios estuvieranhechos para encajar en los míos.

Sus brazos me envuelven y deslizouna mano en su nuca para atraerlo más amí. Nuestros labios se abren, las lenguas

se encuentran y lo saboreo hasta quedejo escapar un suspiro.

Ben se aparta ligeramente y sonríe consus labios pegados a los míos, su frenteapoyada en la mía.

–Ha sido perfecto –susurro.Ben cierra los ojos y dice en voz baja,

como si exhalara las palabras:–Ha sido más que perfecto.

13:22:45:41

Sigo pensando en sus labios cuando Bendobla para coger mi calle.

No puedo dejar de sonreír.Y cada vez que lo miro, veo que él

también está sonriendo.Sí, me doy perfecta cuenta de que me

he transformado súbitamente en unachica más. Pero no me importa.

Sin embargo, cuando está a punto dellegar al camino de entrada, le pongo

una mano en el brazo.–Para aquí –le digo, intentando que no

parezca que ocurre algo.El TrailBlazer de Struz está aparcado

detrás de mi coche. Son los únicos dosvehículos en el camino de entrada.

De repente, la sonrisa se desvanecede mi rostro y la temperatura de micuerpo se desploma. Siento unescalofrío al abrir la puerta. Algo vamal. Lo presiento.

Ben hace ademán de apagar el motor yacompañarme hasta la puerta, pero niegocon la cabeza.

–Creo que ocurre algo.–¿Cómo? –dice él–. Te acompaño.Vuelvo a negar y lo miro. Intento no

pensar en lo que ocurrirá a continuación

y recordar lo maravilloso que ha sidoeste día; todo el día.

–Deberíamos repetirlo.Ben se inclina sobre el asiento y

cuando sus labios rozan los míos, mesusurra:

–No podría estar más de acuerdo.Cuando bajo del coche veo a Struz de

pie delante de la puerta principal. Tieneun brazo levantado, como si estuvierallamando con los nudillos, pero enrealidad la palma de la mano se apoyaen la madera, como si estuviera cansadoy tuviera que apoyarse en ella.

Aunque me quedo casi sinrespiración, me obligo a dar mediavuelta y agitar la mano para despedirme

de Ben. Entonces vuelvo a mirar la casa,a Struz, y me armo de valor pararecorrer el camino de entrada.

Todas las luces de la casa estánencendidas. Absolutamente todas. La luzque sale de las ventanas podría iluminartodo el barrio.

–¡Elaine! –grita Struz–. Por favor,abre la puerta.

Struz se da la vuelta cuando estoy amenos de un metro del porche. Tiene losojos enrojecidos, como si hubieraestado llorando. Una extrañacombinación de tristeza y alivio cruza surostro, pero se recompone rápidamente,se endereza y respira hondo.

–Baby-J., abre la puerta, por favor –me dice–. Tu madre se ha encerrado.

Cualquier otra noche lo habría hechosin dudarlo. Habría puesto los ojos enblanco, habríamos intercambiadomiradas y suspiros de comprensión yhabríamos comentado que no sabemosqué hacer con ella.

Pero esta no es una noche comocualquier otra. Ocurre algo muy grave.

Oprimo las llaves en mi puño.–¿Qué ha pasado?–J., es importante –dice Struz–. Lleva

al menos veinte minutos descontrolada.–¿Qué ha pasado? –repito.–Jared está dentro con ella –dice

Struz, y eso casi consigue que saltehacia la puerta con las llaves en ristre.He logrado mantener a Jared protegido

de casi todos los ataques de mi madre.Pero no voy a permitir que Struz memanipule de ese modo.

–¿Por qué no está en casa de Chris?Tienen un proyecto de Lengua…

–He pasado a recogerlo y lo he traídoa casa –dice Struz. Pero no me cuentapor qué.

–Si quieres que abra la puerta, vas atener que decirme qué está ocurriendo onos pasaremos aquí toda la noche.

Struz aparta la mirada, la deja vagarsin rumbo fijo, y cuando vuelve amirarme tiene los ojos húmedos.

–Es tu padre. Esta mañana ha salidosolo a investigar una pista. No estoyseguro de qué…

Cuando hablo, me tiembla la voz:

–¿Y todavía no ha vuelto?En cuanto lo digo, me doy cuenta de lo

equivocada que estoy. La expresión deStruz me dice que es mucho peor, y unafría sensación de temor se asienta en mipecho y empieza a extenderse por lospulmones, comprimiéndolos hastadejarme sin respiración.

–La policía de San Diego haencontrado su cuerpo hace un par dehoras en uno de los cañones cerca dePark Village.

13:22:43:57

Su cuerpo.La policía de San Diego ha

encontrado su cuerpo.Está muerto. Mi padre está muerto.Mientras intento digerirlo, me viene a

la cabeza el pensamiento más ridículoimaginable.

Para el cumpleaños de Jared siemprehacemos lo mismo. Él invita a susamigos a casa y Struz y mi padre juegan

al béisbol o al fútbol con ellos. Ydespués mi padre prepara costillas,pollo y perritos calientes en labarbacoa.

El mes que viene, cuando tenga acatorce críos hambrientos en casa,¿quién preparará la comida?

Y después me siento ridícula, porque¿qué importancia tiene eso ahoramismo? Mi padre está muerto. Nuncamás voy a llegar a casa y encontrarme lapuerta del garaje abierta. Nunca más mellamará a las dos de la madrugada paradisculparse por no haber venido a cenary preguntándome si me apetece heladopara compensarlo. Nunca más medespertaré por la mañana y lo encontrarédormido frente a su escritorio con la

ropa puesta.El peso de la realidad me deja sin

respiración. Alargo una mano y Struz meayuda a mantener el equilibrio. Medoblo por la mitad y me inclino haciadelante para proteger instintivamentemis órganos del dolor físico que sientopese a saber que no servirá de nada.

Mi padre está muerto.

13:22:43:56

–Baby-J., todo irá bien.Struz está hablándome. Hago un

esfuerzo para llevar algo de aire a mispulmones y me enderezo. Sin embargo,algo está desgarrándome por dentroporque esto no está bien. Esto no tendríaque estar pasando.

Tiene que ser una terrible pesadilla dela que despertaré dentro de poco e iré acontársela a mi padre y él se reirá

porque pretende morir en la camacuando sea muy viejo, mucho después deque Jared y yo nos hayamos ido de casay hayamos formado una familia. Porqueno piensa morir por su trabajo, no así.

«La policía de San Diego haencontrado su cuerpo…»

–Lo resolveremos –dice Struz, sumano en mi espalda.

Me aparto de él al imaginar cómo hamuerto mi padre. Se me oscurece lavisión y creo que estoy a punto dedesmayarme. Alguien lo ha matado.

–¿Sabes quién ha sido?–Aún no, pero lo sabremos –dice

Struz. Veo la determinación en sus ojosy quiero creerlo. No parará hastadescubrirlo. Como tampoco lo harán el

resto de los agentes de la unidad de mipadre. Y si no se resuelveinmediatamente, será el caso quesiempre estará sobre el escritorio deStruz, el que repasará cada noche antesde acostarse hasta resolverlo o hasta quemuera. Una cosa o la otra.

Sin embargo, esa certeza no aligera elpeso que sigo sintiendo en el pecho.

–Quizá es un error –digo pese a saberque no lo es–. ¿Qué pista estabasiguiendo? ¿Qué demonios estabahaciendo en los cañones de ParkVillage?

No tiene sentido. La policía patrullalos cañones próximos a Park Villageporque es un nuevo barrio en expansión

y los chicos se encuentran allí paraemborracharse o fumar marihuana. Laúnica vez que mi padre estuvo allí fuecuando yo iba a segundo y un chicoamenazó con traer una pistola a clase yno se presentó al día siguiente. Losprofesores nos encerraron en las aulas yavisaron a la policía. La madre de Alexse enteró y llamó a mi padre. Él y un parde sus agentes dejaron lo que estabanhaciendo y se pusieron a buscar alchico. Lo encontraron en los cañones.

Se había suicidado. Pero esto esdistinto.

Pensar en aquel caso y en la muerte deotra persona me ayuda a mantener lacordura, a centrarme en lo másimportante ahora mismo. Miro a Struz

fijamente para poder evaluar su reaccióny le pregunto:

–¿Tiraron allí su cuerpo?Struz tensa la mandíbula. No

responde, pero tampoco hace falta.Aunque se esfuerza por mantener lacompostura, sé que está cabreado. Estoyen el buen camino. Mi propia rabia mearde en el pecho y la sangre la difundepor el resto de mi cuerpo. Siento unhormigueo en la punta de los dedos y lanecesidad de golpear algo. O a alguien.

La pregunta importante es qué estabahaciendo mi padre y con quién seencontró en Park Village.

Noto una molestia amortiguada en lapalma de la mano y me doy cuenta de

que estoy apretando el puño y que lasllaves se me clavan en la carne. Confíoen Struz. Sé que no se detendrá hastaresolver el caso. Lo sé porque yo harélo mismo.

El sonido de algo rompiéndose dentrode casa me trae de vuelta al problemamás inmediato: mi madre.

–¿Se lo has dicho?–Es su mujer –dice Struz. No hace

falta que diga nada más, por ejemplo,que probablemente haya sido un errorhacerlo antes de que yo llegara a casa.Tampoco hace falta que diga que noestaba pensando con claridad.

No me enfado, para variar. Respirohondo y pienso cómo puedoaprovecharlo en mi beneficio. Porque en

los próximos días –o semanas, meses oincluso años–, mientras el FBI seesfuerza por resolver la muerte de unode sus agentes, no quiero quedarme debrazos cruzados y esperar a que mehagan partícipe de una información quetengo todo el derecho a conocer.

–Lo siento, Baby-J. –susurra Struz. Séque la disculpa intenta cubrirlo todo:desde lo que le ocurre a mi madre detrásde la puerta hasta la muerte de mi padre,pasando por el resto de las pequeñascosas.

Asiento y me acerco a la puerta.Busco la llave adecuada sin prisas y measeguro de que encaje en la cerradura.Confío en que Struz esté lo

suficientemente preocupado y no captela mentira que se oculta detrás de laverdad:

–Ocúpate tú de ella. Yo me encargode Jared.

Struz se limita a asentir.–El Xanax está en su dormitorio. Dale

dos. No tardará en dormirse. –Lo que escierto, aunque si la crisis está muyavanzada tardará un buen rato enconseguir que se acueste y se trague laspíldoras.

Gracias a eso ganaré un poco detiempo.

Respiro hondo y giro la llave.El interior de la casa se parece

bastante a una escena de El exorcista.La mesita del recibidor está volcada y la

lámpara hecha trizas. Las paredes estánsalpicadas de salsa de pizza y de unaespecie de líquido.

–¡Jared! –grito.En la cocina hay trozos de porcelana

rota por todas partes. En el suelo hayuna pizza a medio comer y una botellade dos litros de Coca-Cola que haformado un charco con el contenido.

Jared, con los ojos como platos einmóvil, está en el centro de la cocina,observando cómo mi madre coge losplatos de la vajilla de porcelana (unregalo de boda) y los lanza con todassus fuerzas al suelo. Cuando un cuencose hace pedazos al chocar con losazulejos, Jared se encoge, la única

evidencia de que aún no ha entrado enestado de shock.

–¡Jared! –grito de nuevo acercándomea la puerta de la cocina. Piso un trozo decristal que cruje bajo la suela de mizapato. Jared me mira brevemente antesde volver a clavar la vista en nuestramadre, quien tiene pequeños cortes en lacara y los brazos producidos por lasesquirlas de porcelana y cristal que hanrebotado en el suelo.

Struz entra en la cocina y con vozautoritaria le dice a mi madre que sedetenga y se tranquilice. Mi madre se dala vuelta y le lanza un plato.

–¡Jared, ven conmigo! ¡Ahora! –ledigo chasqueando los dedos.

Esta vez corre hacia mí y me rodea

con sus brazos. Me tambaleo bajo supeso. Ya somos de la misma estatura, yél debe de pesar al menos unos seiskilos más que yo.

Lo abrazo unos segundos. Estállorando, y avanzo tambaleante paraalejarlo de la cocina y acercarnos alestudio de mi padre.

–¿Es verdad? –no deja de preguntarJared.

Cuando estamos a pocos pasos delestudio, lo separo de mí, lo cojo por loshombros y le doy una sacudida.

–¡Jared!Me mira a los ojos.–Esto es muy importante –le digo–.

Necesito que hagas exactamente lo que

voy a decirte. Exactamente.Él asiente.–Necesito que subas a mi cuarto y

cojas mi mochila de la piscina, lagrande, y que la bajes aquí, al estudio depapá. Después necesito que subas a tucuarto y te quedes allí hasta que Struzconsiga calmar a mamá.

–Pero…–No puedes decirle ni una palabra a

Struz. Tengo que hacer una cosa, peronecesito que seas fuerte. ¿Podráshacerlo?

Vuelve a asentir.–De acuerdo –digo, y me voy hacia el

estudio mientras Jared corre escalerasarriba. Odio hacerle esto, odio tener quepedirle que se encierre en su cuarto y

que pase por esto solo.Pero debo hacerlo.Si hubiera muerto aquel día en Torrey,

mi padre habría movido cielo y tierrapara averiguar qué me ocurrió.

Estaba haciéndolo de todos modos.Pese a creer que había salido ilesa.

El problema es que yo no tengo losmismos recursos que él. En cuantoaparezca el FBI y se lleve toda ladocumentación de mi padre, me quedarésin la información que necesito. Lo quesignifica que tengo que moverme rápido,y ocuparme de Jared después.

Entro en el despacho de mi padre yvoy directamente a su escritorio.Tragando el nudo que se me ha formado

en la garganta, recojo todos losexpedientes abiertos, los queprobablemente estuvo revisando anoche.Los cierro y los apilo sobre la mesa.Después hago acopio de los máspróximos, los que seguramente haconsultado los últimos días.

Jared aparece con la mochila que lehe pedido.

–Sujétala con fuerza –le digo, yempiezo a llenarla con los expedientes.

Desenchufo el portátil y lo metotambién en la mochila, sin olvidarme delcable.

–¿Por qué estás cogiendo losexpedientes de papá? –pregunta Jared.

–Porque murió por esto –digo sindetenerme a pensar cómo puedo

suavizarlo. Pero, cuando miro a Jared,él se limita a asentir. Me sientoorgullosa de él, porque sé que estáconteniendo el dolor, lo que hace que loquiera todavía más. Es mi hermano yestamos cortados por el mismo patrón;los dos nos parecemos mucho a papá–.Ve a tu cuarto y no salgas –le digomoviéndome rápidamente para podersalir del estudio antes de que Struzdescubra qué estamos haciendo.Impulsivamente, cojo el expediente de lachica desaparecida hace tantos años, elcaso que mi padre nunca pudo resolver,y lo meto también en la mochila. Eraimportante para él, y no pienso permitirque el FBI lo entierre–. Volveré en un

par de horas. Te lo prometo.–¿Adónde vas? –pregunta Jared.–Es mejor que no lo sepas –le digo, y

lo empujo para sacarlo del estudio, endirección a las escaleras–. Venga.

Struz y mi madre siguen discutiendoen la cocina. Struz me llama y sientoremordimientos por dejarlo solo con elproblema, pero arrincono el sentimientoy subo las escaleras detrás de Jared.

–Quédate en tu cuarto –le repito–. Teprometo que volveré esta noche.

Jared asiente y me obedece. Mealegro de que sea la clase de hermanoque respeta a su hermana. Entonces voya la habitación de mi padre. Al contrarioque su estudio, está limpia y ordenada,un recordatorio de sus días en el

ejército. Me alegro porque me facilitalas cosas.

Los expedientes en la mesita de nocheson importantes; deben de serlo porqueestuvo leyéndolos antes de acostarse, demodo que los cojo y los guardo en lamochila.

Abro el armario y aparto las camisashasta encontrar la caja fuerte. El códigotiene ocho dígitos: la fecha de micumpleaños. Lo tecleo (24031995) yacciono la manivela.

Dentro hay una Glock 22 del calibre40. El mismo modelo que la que leentregaron a la cuarta semana enQuantico. Mi padre siempre llevaba unaSig Sauer P226, y una Glock 27 de

reserva, pero fue con esta arma con laque me enseñó a disparar cuando cumplídiez años. Cuando era más joven,solíamos ir al campo de tiro cada dossemanas.

Siento el peso del arma en las manos,como si de repente entendiera para quésirve. Puede que a mi padre ledispararan con un arma de este mismomodelo. Si es que le han disparado.

Ni siquiera sé cómo ha muerto. ¿Lovio venir o lo pilló desprevenido?¿Murió al instante o tuvo tiempo depensar en lo que dejaba atrás?

Noto un nudo en la garganta y merecuerdo a mí misma que no puedoperder el tiempo. Compruebo el arma –no está cargada– antes de guardarla en

la mochila. Cojo la caja de balas, losdos expedientes y el pasaporte de mipadre y lo meto todo en la mochila. Mástarde lo comprobaré todo.

–Janelle, ¿dónde estás? –grita Struzdesde el piso de abajo. Cierro lamochila y me la cuelgo a la espalda.

13:22:18:41

Abro la puerta que da al pasillo y veo aStruz subiendo las escaleras.

La puerta principal queda descartada.Es imposible que no imagine qué estoyhaciendo. Vuelvo a cerrar la puerta,paso el pestillo y barajo mis opciones.

Desde una de las ventanas puedollegar al tejado del garaje. Me pongo enmovimiento, abro la ventana y, cuandoestoy peleándome con la mosquitera,oigo cómo Struz llama a la puerta de

Jared.–¿Estáis bien, chicos? –pregunta.La voz de Jared suena amortiguada.

Aunque no oigo lo que dice, cabe laposibilidad de que me delate sin darsecuenta.

La mosquitera no es muy robusta y elmarco finalmente cede. La empujo y veocómo cae sobre el tejado y despuéscómo se desliza hasta el césped.

–J., ¿estás aquí? –dice Struz, y elpomo de la puerta se mueve un poco. Elpestillo resiste, pero solo porque Struzaún no ha decidido echarla abajo. Encuanto se ponga a ello, estoy segura deque lo conseguirá al primer intento–.Janelle, abre la puerta.

Tengo que salir de aquí. Ahora.

Respiro hondo y saco una pierna ydespués la otra, sujetándome al marcode la ventana como si mi vidadependiera de ello. Compruebo lagravilla con la punta de mis deportivasy, cuando veo que no resbalan ni sedeslizan, apoyo el peso de todo micuerpo.

Mantengo los brazos abiertos paraconservar el equilibrio y me muevo concuidado por el borde del tejado. Elcamino de entrada está a la derecha y elpatio lateral a la izquierda. Si cojo eljeep, Struz solo tendrá que hacer unallamada para alertar a todos los cochespatrulla de la zona. Sin embargo, en elpatio del vecino hay una bicicleta

olvidada de color dorado y con el sillínmorado. En bici podría circular porcaminos traseros y atravesar los patios.

Cuando me muevo al borde izquierdodel tejado, oigo cómo Struz abrefinalmente la puerta del cuarto de mipadre. Ni siquiera tengo tiempo de mirarhacia abajo para comprobar la altura.Simplemente salto.

Separo las piernas, las dobloligeramente e intento relajarlas para elmomento del impacto.

El aterrizaje es casi perfecto, yaunque me tuerzo el tobillo izquierdo yel dolor me sube por la pantorrilla, nopuedo quejarme. El peso de la mochilame desequilibra y acabo cayendo derodillas, pero me pongo en pie

rápidamente y avanzo hacia el patio delvecino, donde me espera la bicicleta.

Hago un esfuerzo para ignorar eldolor cada vez que apoyo el pieizquierdo en el suelo. Si estuviera roto,no podría moverlo.

La bici es perfecta, quizá un pocopequeña para mí, pero no tendréproblemas para montar en ella. Me suboy empiezo a pedalear.

Me parece oír a alguien llamándomepor mi nombre –Struz, o quizá Jared–,pero no miro atrás. Antes me interesabael caso porque tanto yo como SinNombre estábamos involucrados en él.Pero ahora es distinto. Aunque resultedifícil de creer, ahora es mucho más

relevante.Porque ahora este caso me ha

arrebatado algo.

13:22:07:19

Salgo del vecindario y me doy cuenta deque aún no sé adónde me dirijo.

Alex contesta al primer tono.–¿Qué está pasando en tu casa? Mi

madre lleva cinco minutos llamando.–Es una larga historia –le digo. Se lo

contaré enseguida. Primero necesito quepiense por mí–. Si tuvieras una mochilallena de cosas que quieres ocultarle alFBI, ¿adónde irías?

Una pausa al otro lado de la línea.–Necesito alguna idea.–¿No podrías habérmelo preguntado

en persona en lugar de por teléfono?–Alex, no tengo mucho tiempo,

especialmente para una de tus teorías dela conspiración –le digo, quizá condemasiada brusquedad–. ¿Puedes pensarpor mí un segundo? Necesito algún sitiodonde guardar algo unos cuantos días. –Hasta que se me ocurra algo mejor.

–Podrías guardarlo en mi casa, porsupuesto, pero sería el primer lugardonde buscaría tu padre en cuantodescubriera que le ocultas algo –diceAlex, y se me humedecen los ojos–. ¿Yen casa de Kate? Puede que tu padre y

Struz no conozcan los detalles, perosaben que os peleasteis y que no oshabláis desde hace tiempo. Y su nuevacasa tiene un apartamento junto a lapiscina que no utilizan. La llave estádebajo de la alfombrilla.

La casa de Kate es el último lugar alque quiero ir, pero Alex tiene razón.Pongo rumbo a Santaluz.

–J., ¿vas a decirme qué está pasando?–Mi padre está muerto –digo. Tal vez

si sigo diciéndolo, me haga a la idea–.La policía de San Diego ha encontradosu cuerpo en un cañón cerca de ParkVillage.

Alex contiene el aliento y de repentesiento la necesidad de verlo.

–¿Puedes recogerme en casa de Kate?

Te lo contaré todo cuando llegues.–Por supuesto –dice él con voz

ronca–. Te veo en cinco minutos.Cuelgo sin más porque sé que ninguno

de los dos es capaz de articular palabra.Kate, Alex y yo crecimos juntos.

Nuestras casas estaban muy cerca, hastaque el verano anterior al primer año deinstituto los padres de Kate compraronuna nueva casa en Santaluz y se mudaronallí. Por entonces Kate ya conocía aBrooke y Lesley, ya que las tres jugabanal voleibol y lo más probable es queKate entrara en el equipo del instituto,pero en cuanto se mudó al nuevo barrioempezó a cambiar.

Incluso antes de la fiesta, antes de que

me drogara para ganarse la aprobaciónde sus nuevas amigas, ya había decididosustituirnos a Alex y a mí por ellas.Desde hacía algún tiempo habíaempezado a vestirse como ellas y a ir alclub de campo en lugar de a la playa connosotros.

Eso es lo que más me molesta deaquella noche: tendría que haberlo vistovenir.

Sabía que había cambiado, y tuve unmomento de claridad en el que pensé:«Debería irme a casa y jugar al Worldof Warcraft con Jared o ver unaestúpida película de acción con Alex»,pero no lo hice. Y cuando Kate me dioaquella cerveza, deseé con todas misfuerzas recuperar nuestra amistad. Y me

agarré desesperadamente al pasado.Me bebí la cerveza.

13:21:48:38

Cuando llego a casa de Kate, el cochede Alex está aparcado en la calle.

La casa es una monstruosidad queabarca todo mi campo visual: paredesde estuco color melocotón, garaje paratres vehículos, un balcón envolvente,vegetación de estilo desértico queprobablemente cueste más de lorazonable y una piscina más queimpresionante. Y frente a esta, un

apartamento que parece una versión enminiatura de la casa.

Cuando llego a la altura del coche,Alex ya está cerrando la puerta. Dejocaer la bici en el césped y nosabrazamos. Alex respira pesadamente ysu cuerpo se estremece.

Mi padre está muerto.Nos aferramos el uno al otro en un

intento por asumirlo.–¿Estás segura? –me pregunta. A él

también le cuesta creer que sea verdad.Asiento.–Mi padre está muerto. –Respiro

hondo–. Y nos quedan trece días paradescubrir qué le pasó.

Tengo que esconder la mochila ydespués pensar en mi próximo paso.

–Venga, entremos en el apartamento ylarguémonos de aquí cuanto antes –ledigo tirando de él.

Alex se da la vuelta un momento parasecarse los ojos sin que lo vea ydespués cruzamos el patio hasta elapartamento de la piscina. Tenía razón;la llave está debajo de la alfombrilla, alalcance de cualquiera, pero no mesorprende. La madre de Kate es muyolvidadiza. Siempre pierde las llaves, elbolso o cualquier otra cosa que no lleveatada a ella. Cuando vivían en el barrio,teníamos un juego de llaves de su casa yotro del coche por si las perdía. Y solíaperderlas. Muy a menudo.

Alex también tenía razón en otra cosa:

el apartamento no está habitado. Mepregunto si seguirá hablando con Kate.

El interior está oscuro e intacto, y unafina capa de polvo lo recubre todo.Estamos en septiembre, por lo que ellugar debería tener un aspecto máshabitado.

–¿Dónde la dejamos? –digo mirando ami alrededor. Pese a no estar habitado,el apartamento parece salido de laspáginas de una revista.

–Dame –dice Alex alargando unamano–. Creo que tengo una idea. –Medescuelgo la mochila del hombro y se lapaso–. ¿Qué demonios llevas que pesatanto?

No sé si es el arma, el portátil o losexpedientes, pero supongo que es mejor

que no lo sepa.–Te lo contaré después.Alex asiente y, como no vuelve a

preguntármelo, sé que capta la idea. Nosdirigimos hacia el dormitorio en la parteposterior del apartamento. Al entrar, veouna cama de matrimonio, una cómoda ajuego y un escritorio, y al otro lado unarmario empotrado.

En el interior del armario están todoslos conjuntos que Kate llevó de niña.Cajas con ropa de bebé, vestidos derecitales de baile y disfraces deHalloween.

Alex mueve un par de cajas y no haceningún comentario al apartar el vestidode encaje de El lago de los cisnes que

Kate llevó en la representación deprimaria –sí, es espantoso obligar ahacer ballet a niños de siete años–.Ponemos la mochila detrás de losvestidos y volvemos a apilar las cajas.Sobresalen un poco más que el resto,aunque no creo que nadie se fije.

Y eso me basta.–¿Y ahora qué? –pregunta Alex

cuando nos estamos marchando.–Ahora debo llegar a casa antes de

que Struz envíe una unidad de élite paraencontrarme. –Supongo que deberíapensar en alguna historia respecto a losexpedientes que he cogido del estudiode mi padre y sobre dónde he estado.Tendré que admitir haber cogido lapistola y el resto de las cosas de la caja

fuerte. Si no sabe ya el código, loprimero que probará Struz será micumpleaños y el de Jared.

Alex asiente y vuelve a cerrar conllave el apartamento. Después desliza lallave bajo la alfombrilla.

–¿Conoces los detalles? –mepregunta.

Niego con la cabeza.Alex me aprieta la mano brevemente.–Lo descubriremos –dice con la

misma determinación que la de Struzcuando me lo ha dicho en el porche demi casa.

Me limito a asentir porque no confíoen mi capacidad para articular palabra yentonces me doy cuenta de que las

cortinas de la ventana de la sala de estarestán descorridas. Distingo una cabezarubia observándonos.

Emito un sonido ininteligible quepoco tiene que ver con el lenguajehumano, pero es suficiente para queAlex comprenda que ocurre algo y dirijala mirada hacia la casa.

Sé el momento exacto en que ve lafigura tras la ventana porque su cuerpose tensa. A él no le hizo nada malo;simplemente dejó de reconocer suexistencia. Aunque no sé qué es peor.

Alex se da la vuelta y me dice con vozdura:

–Yo me ocuparé.–¿Vas a hablar con ella? –Como si

con eso fuera a solucionar algo.

Probablemente llame al FBI pordespecho.

–Voy a sacárnosla de encima –dicedirigiéndose hacia la casa y lanzándomelas llaves de su coche–. Mete la bici enel maletero. Te llevaré a casa cuandotermine.

Siento el impulso de patear algo, perotodavía me duele el tobillo y dudomucho que torcerme el otro sirva dealgo.

Una vez que he metido la bici en elcoche y me he deslizado en el asientodel pasajero, los recuerdos se asientan yamenazan con desbordarse. No puedomoverme, ni siquiera soy capaz decerrar la puerta. La certeza de que mi

padre está muerto me deja paralizada.Ha dejado de existir.

Mi cuerpo empieza a sacudirse encuanto mi mente decide que no puedeseguir concentrada en ninguna otra tareapara evitar venirse abajo.

Está muerto.Las lágrimas fluyen y tengo que

taparme la boca con una mano paracontener los gemidos. Me arde la cara,me gotea la nariz y todo mi cuerpo seconvulsiona y sacude. Me inclino haciadelante y apoyo la frente en la suave pieldel tablero.

Muerto. Para siempre. Ya no estáaquí. Y nada puede traerlo de vuelta.

13:21:35:17

Mi madre no siempre ha estado loca. Oal menos solo estaba tan loca como lamayoría de las veinteañeras enamoradasde un hombre mayor que ellas queacababa de regresar de la Guerra delGolfo.

El desorden bipolar suele tardar enmanifestarse. No te das cuenta de que lopadeces hasta la primera crisis. Y lamayoría de las personas tienen su

primera crisis entre los dieciocho y lostreinta.

Mi madre la tuvo a los veintisiete.Después de que naciera Jared. Fue

sumiéndose en la actual espiraldepresiva y demente, y el primer médicoal que la llevó mi padre lo achacó alparto. Tal vez tenía razón. Pero no salióde la cama en meses. Y cuandofinalmente lo hizo, era otra persona.Había cambiado tanto que ni yo lareconocía.

Mientras estuvo en la cama, mi padreintentó representar el papel de buenmarido y padre; y lo logró. Nos hacía lacena cada día; comimos todos los tiposposibles de pasta que existen. Y cadanoche, después de acostar a Jared en su

cuna, venía a mi habitación con elmonitor de bebé y me leía.

Sin embargo, como mis libros decuentos lo aburrían, me leía El juego deEnder de Orson Scott Card. Y el restode la saga. Algunas noches, cuando aúnera pronto y Jared seguía despierto, nosjuntábamos los tres en mi cama a leerhasta que Jared se dormía.

Cuando mi padre terminó, mesesdespués, el último libro de la serie, mepreguntó qué quería para la nochesiguiente.

–¡Ender! –respondí.–Pero, Baby-J., no hay más libros.–Empieza otra vez.Fue el principio de mi personalidad

obsesiva. Desde entonces no ha hechomás que empeorar.

Tenía tres años.

10:07:01:31

Es un funeral con ataúd cerrado. Y secelebra en el exterior.

Aunque es un típico día templado deSan Diego –unos veintiséis grados–,anoche empezó a soplar el vientoprocedente del océano y está nublado.El sol no asoma por ningún lado.

–He oído a dos tipos hablando –diceAlex con la voz temblorosa cuando sesitúa junto a mí. Lleva puesto un traje

negro y la chaqueta le va grande. Tieneel aspecto de uno de esos chicos que sevisten con la ropa de su padre. El míoestaría riéndose de él si estuviera aquí.Los ojos me arden con solo pensarlo.

Tras respirar hondo unas cuantasveces, Alex se cuadra de hombros y secalma.

–Parece ser que recibió tres disparos.Uno en el brazo y dos en el pecho.

Asiento y levanto la mirada al cielopara no venirme abajo delante de todo elmundo. Sin embargo, no le digo a Alexque este no es el mejor momento parahablar de eso, pues cada uno intentasuperarlo a su manera. Y esta es laforma que tiene Alex de enfrentarse a supérdida; está sufriendo y se concentra en

lo que ocurrió como mecanismo dedefensa. Lo entiendo. Es lo que estaríahaciendo mi padre.

Yo he conseguido mantener laentereza ocupándome de Jared yasegurándome de tener bajo controltodos los detalles de la ceremonia.

Pero, de vez en cuando, la emociónamenaza con superarme, y ahora mismo,en su funeral, no sé si seré capaz deevitar venirme abajo.

«Uno en el brazo y dos en el pecho.»Probablemente murió en el acto.Cuando Alex vuelve a abrir la boca,

solo tengo un segundo para decidir si seofenderá si le digo que se calle de unavez, pero no es necesario. Vuelve a

cerrarla y apoya la cabeza en mihombro.

Cecily va vestida completamente denegro. Su melena rubia, casi blanquecinay que le llega por los hombros, y susojos azules le dan un aspecto depersonaje salido de un cuento de hadas.Cuando llega a mi lado, no me dice quelo lamenta mucho ni que sabe cómo mesiento ni que mi padre era un granhombre. En lugar de eso, me mira a losojos y dice:

–Es una mierda.Entonces recuerdo que Cecily vive

con sus tíos, que su madre murió haceunos años, antes de que ella se mudara aSan Diego.

Asiento porque tiene razón: esto es

una mierda. De hecho, es una mierda detal calibre… pero nadie lo dice, exceptoCecily… Siento el impulso de gritar contodas mis fuerzas para anunciarle almundo cómo me siento realmente, paraproclamar que esto es una mierda, queno es justo, que no estoy preparada paradespedirme de él.

Los tres permanecemos de pie unosminutos más mientras varias personas seacercan para ofrecerme suscondolencias. Antes de marcharse,Cecily me aprieta la mano.

Cuando se ha ido, me doy cuenta deque Alex está mirándome. Tardo unsegundo en comprender el motivo, peroentonces recuerdo de qué estábamos

hablando antes de que llegara Cecily yle digo:

–¿Comparamos notas mañana?Alex asiente y reparo en que tiene los

ojos vidriosos. Apoyo una mano en suhombro.

–¿Estás bien?Alex aparta la mirada y emite algo

entre una risa y un resoplido.–No deberías consolarme. Es tu

padre.Me apoyo en él, un abrazo sin brazos.–Lo compartíamos un poco –le

susurro–. Tienes derecho a estar triste.Porque lo cierto es que mi padre era

como otro padre para Alex, o al menoscomo un tío guay o algo así. Su padre sepasa el día trabajando, y su madre es…

bueno, su madre. Si yo fuera Alex,también habría querido a mi padre.

Me muevo para ocupar mi sitiodelante y en el centro, al lado de mimadre, quien tiene que permanecersentada porque está tan drogada que casiestá catatónica, y Jared, quien se hacomportado como una especie de zombidesde que lo encontré en la cocina hacecuatro días. Pese al esfuerzo que hagopor ser la más fuerte, por no pensar enello, por mantener la entereza, no puedocontener las lágrimas.

Dado que mi padre es un veterano deguerra, el funeral tiene toda la pompamilitar: un ataúd envuelto por labandera, siete soldados que dispararán

sus fusiles tres veces y un cornetín quet o c a r á Taps como colofón a laceremonia.

Y dado que era un hombre bastanterespetado, están presentes todas laspersonas que he conocido a lo largo demi vida. Compañeros de clase y suspadres, el equipo al completo de mipadre, vecinos, familiares, entrenadoresde natación, incluso algunos de misprofesores. Y también ha venido genteque no conozco.

Intento mostrarme agradecida por elhecho de que haya venido tanta gente,porque significa que mi padre tuvo unimpacto en muchas vidas, porque fuealguien valioso para los demás. Eso eraalgo importante para él, de modo que

trato de no olvidarlo.Sin embargo, incluso los buenos

recuerdos resultan dolorosos.Me siento como si alguien estuviera

sujetándome y presionando algo pesadocontra mi pecho.

Porque no tendría que costarme tanto.Kate y sus padres también han venido.

Kate ha tenido el coraje de acercarse amí cuando ha llegado para decirme quesentía muchísimo mi pérdida. He miradosus ojos enrojecidos y su maquillajecorrido y he tenido que hacer unesfuerzo para no soltarle un puñetazo.

Cuando empieza la ceremonia, intentoprestar atención, mirar los rostros de lossoldados que honran a mi padre por su

compromiso y servicios hace veinteaños, antes de que yo naciera. Poralguna razón me molesta que solo loconozcan por lo que han podidoenterarse al escuchar algunaconversación, que era un agentededicado y que trabajaba muchas horas.Me molesta que no lo conozcan comoyo. No saben que solo sabía cocinarpasta, ni su tendencia a solucionarcualquier problema emocional conhelado de chocolate, ni que se sabía dememoria todos los diálogos deExpediente X, ni que su novela favoritae r a De hombres y monstruos deWilliam Tenn, ni que siempre comprabaentradas para la Comic-Con de SanDiego, pese a que la mitad de los días

no podía asistir porque siempre surgíaalgo en el trabajo.

Ni que Jared y yo lo queríamos.Se levanta viento y me alborota el

cabello. Tengo que apartármelo de lacara para evitar que se me meta en losojos. Jared sigue en la misma posturapetrificada. Creo que todavía no hallorado y no sé qué hacer al respecto.Supongo que no es buena idea dejar quese enfrente al dolor como estoyhaciéndolo yo.

Me pregunto si Ben podrá curar eldolor emocional, si hay alguna forma dereorganizar las moléculas para que lagente deje de sentirse triste o vacía pordentro.

Lo dudo mucho.Como si al pensar en él lo hubiese

conjurado, cuando dirijo la mirada haciael ataúd envuelto en la banderaestadounidense, veo a Ben, con unapreocupación en su semblante muydistinta de la compasión generalizada.Me gustaría que estuviera más cerca, oque el servicio no hubiera empezado,para poder sentir su proximidad. PeroBen está al lado de Elijah, cerca deReid y los padres de este. Se mantienenrespetuosamente entre la multitud, comotodo el mundo.

Sin embargo, ellos tres son los únicosque están mirándome.

10:06:23:12

Un teniente coronel del Ejército deEstados Unidos, que al parecer sirviócon mi padre justo después de salir de laacademia, nos trae la bandera plegada yme la entrega.

Me escuecen los ojos y se me enturbiala visión.

Cuando el ataúd desciende, levanto lavista al cielo. El proceso es demasiadodefinitivo.

Soy incapaz de mirar.

10:05:56:29

Struz me acorrala de camino al coche.–Janelle.Odio que utilice mi nombre completo.–Struz.–J., necesito los expedientes que te

llevaste del despacho de tu padre –dice.–¿Qué expedientes? –le contesto pese

a que el corazón me late desbocado ypese a saber que voy a meterlo en másproblemas. Es evidente que se siente

perdido y derrotado sin mi padre.Parece como si no se hubiera peinado envarios días y lleva el traje arrugado y lacorbata torcida. Necesita una esposa,pero ahora mismo está demasiadoconcentrado en su trabajo y no tienetiempo de encontrar una.

–No sé qué te llevaste –admite–. Perote conozco y sé que te llevaste algo.Necesito que lo devuelvas.

Asiento porque sé que tiene razón.¿Quién creo que soy, fingiendo ser JackBauer e intentando resolver un caso enel que está trabajando el FBI? Al fin y alcabo, el FBI tiene muchísimos másrecursos que yo. ¿En qué estabapensando cuando me llevé losexpedientes?

Estoy a punto de rendirme y contarle aStruz que los expedientes están en elarmario del apartamento de la piscina deKate cuando veo a Barclay por elrabillo del ojo. Y entonces recuerdo queme debe una. Con todo lo que haocurrido últimamente con Ben y mipadre, me había olvidado de TaylorBarclay.

–¿J.? –dice Struz para atraer de nuevomi atención.

Esta vez no pienso en lo difícil quedebe de ser también para él. Esta vezpienso en todo lo que me ha ocultadoporque «es mejor que no lo sepa».

–Quizá cuando te dignes a darmetodos los detalles sobre la muerte de mi

padre aparezcan misteriosamente losexpedientes –le digo sin morderme lalengua.

Estoy harta de que nadie me cuentenada, de tener que pedirle a Alex queespíe a la gente en el funeral paraconocer los detalles.

Primero quiero investigarlo por micuenta. Le arrancaré la información aBarclay. Aunque no creo que Ben estéinvolucrado, tengo que asegurarme. Ydespués se lo contaré todo a Struz.

Este suspira y se encoge ligeramentede hombros. No se ha rendido, no espropio de él, pero se toma un respiro.

–¿Qué vas a hacer?–Voy a llevar a mi madre y a mi

hermano a casa y voy a intentar

ocuparme de ellos. Y después puede queme emborrache –le digo, olvidando porun segundo que Struz no es solo unamigo de la familia sino también unagente de la ley.

–Por Dios, Janelle, eso no solucionaránada –dice creyendo que hablo enserio–. ¿En qué estás pens…?

Lo cojo por el brazo y estoy a puntode contestarle algo mordaz, peroentonces oigo lo que dice «¿En qué estáspensando?» y lo que sale de mi boca esdistinto. Algo vergonzoso y que aún nohabía reconocido ante nadie. Y algo quees cierto.

–Estaba tan enfadada con él…Struz se olvida de lo que iba a decir a

continuación y me mira.–¿Con tu padre?Es comprensible la incredulidad que

tiñe su voz. Mi padre es, era un granhombre. Nos quería y amaba su trabajo,y cualquiera se sentiría afortunado dehaberlo conocido.

No confío en mi voz, de modo queasiento al tiempo que las lágrimas meempañan los ojos. No entiendo cómo esposible que aún me queden lágrimas porderramar. ¿Cuándo se secarán mis ojos?

Struz quería a mi padre casi tantocomo yo. Por tanto, no puede evitarpreguntarme:

–¿Por qué?La culpa y la vergüenza apenas me

permiten articular palabra. Cuando lo

consigo, mi voz es poco más que unsusurro:

–Nunca tomó la decisión másnecesaria.

Me doy la vuelta para mirar a mimadre, quien continúa con la mismaexpresión, y Struz sigue mi mirada.Debe de entenderlo enseguida porqueabre la boca, obviamente para defendera mi padre. ¿Y por qué no? Haymontones de excusas. Yo misma me lashe repetido muchas veces.

Pero ahora está muerto y ya no puedoseguir haciéndolo.

–Necesitaba que él…–Baby-J., –murmura Struz alargando

una mano. Doy un paso atrás.

–Necesitaba que él se ocupara de ellapara no tener que hacerlo yo. –Laslágrimas brotan descontroladamente,resbalan por mis mejillas y me impidenver más allá de unos pocos centímetrosdelante de mí.

En esta ocasión Struz es más rápido.Me abraza con fuerza. Todo mi cuerpose rinde ante el dolor y empiezo asacudirme de pies a cabeza mientrasrespiro entrecortadamente. Noto unentumecimiento en todo el cuerpo ypierdo el control de las extremidades.Soy solo una cabeza flotante, una efusiónde sentimientos, un corazón que ya nosabe cómo latir con normalidad.

10:05:48:45

Pasan los minutos y, lentamente, me abrocamino entre la oscuridad de mi dolor yme doy cuenta de que Struz sigueacariciándome el pelo y asegurándomeque todo irá bien.

Niego con la cabeza, trago variasbocanadas de aire, me limpio laslágrimas y mocos de la cara e,ignorando lo patética que debe de sonarmi voz, digo:

–Creo que nunca podré perdonarlopor dejarme sola. ¿Cómo van aarreglarse las cosas?

Struz no tiene ninguna respuesta, demodo que nos vamos a casa a comertoda la comida que ha traído la gente y aaceptar más condolencias.

No importa que lo único que haya enla casa sea un recordatorio de que mipadre ya no está aquí.

09:17:34:28

Cuando se marcha la última persona queha asistido al funeral, lo único quedeseo es olvidar este día terrible.

De modo que asistimos a la fiesta deChad Brandel.

–No te muevas tanto –le digo a Alexdándole una cerveza–. Relájate. Intentapasártelo bien.

Alex se limita a mover la cabeza. Sumadre cree que estamos en la biblioteca

poniéndonos al día después de lasclases perdidas.

–Aún no sé por qué has querido venir.Ahora mismo podríamos estar viendo Lamomia en mi casa.

Me encojo de hombros.–No sé, quizá haya pensado que sería

un crimen que acabaras graduándote sinhaber ido a ninguna fiesta. Ya sabes quesoy así de caritativa.

–No me apetece socializar –dice él,pero lo ignoro.

Chad Brandel siempre va a la suya, demodo que intento no mostrarme ofendidapor el hecho de que no haya canceladosu fiesta anual de principio de curso porcoincidir con la muerte de mi padre.

Después de todo, la fiesta es un lunes

por la noche. ¿Quién sabe dónde estaránsus padres? Quizá ni siquiera estén en laciudad. Chad va a último curso y solotiene dos clases; una de ellas esCerámica.

El tecno ensordecedor alcanza suclímax y empieza a repetirse a nuestroalrededor: «Esta vez, cariño, estaréhecho a prueba de balas». La verdad esque no sé por qué he decidido venir. Nolo tenía planeado, pero no podía seguirun minuto más en mi casa mientras mimadre dormía y Struz y Jared jugaban aWorld of Warcraft . Quizá lo quenecesito ahora mismo es emborracharmey olvidarme de lo complicada que es mivida.

La primera persona que se acerca anosotros es Ben. Desliza una mano sobremi hombro y me da un ligero apretón.

–¿Cómo estás?Siento la imperiosa necesidad de

apoyarme en él, pero sé que en cuanto lohaga empezaré a llorar, y lo último quenecesito es volver a caer en la espiralde lágrimas.

–Me vendría genial una copa –digo, yme siento mal porque, por la cara quepone, es evidente que no es la respuestaque esperaba.

No obstante, se recomponerápidamente y me dice:

–Vamos, sé dónde están las cervezas.Hace unos días tuvimos una cita más

que perfecta. Deberíamos estardisfrutando de eso, sonriendo ysonrojándonos, sintiéndonos felicesporque compartimos un secreto del queel resto de la gente no puede formarparte.

Pero ahora mi padre está muerto.Mientras avanzamos, alguien me coge

del brazo.–Janelle, ¿podemos hablar un

momento?–No –digo sin mirar atrás. No

necesito mirarla para reconocer la vozde Kate.

–Es importante –insiste ella.–Qué sorpresa. –Todo lo que desea

Kate es importante.La ironía de la situación no me pasa

desapercibida. Fue precisamente en estamisma casa donde se iniciaron nuestrasdiferencias. Esta vez no tengo intenciónde terminar en el coche de undesconocido. Por eso he traído a Alexconmigo.

Me muevo entre la multitud sin sabermuy bien adónde voy. Ben y yo noshemos separado de algún modo, aunquesupongo que es mejor así. Con el humorque tengo esta noche, probablementereconsiderara nuestra relación. Ignorolos murmullos de condolencia; es laúltima cosa que quiero oír ahora mismo.

En algún momento de la noche, despuésde que Alex me haya abandonado por

Kate, quien está comiéndole la cabezaen otro sitio, me siento en el sofá conotra cerveza, pese a que las anterioresno han conseguido que olvide nada, y medoy cuenta de que a mi lado estáapoltronado Reid, quien aparentementeintenta ahogar en alcohol sus propiaspenas.

Está solo, salvo por la hilera debotellas vacías delante de él, y cuandome siento a su lado reparo en que es laprimera vez que lo veo solo. Alcontrario que Elijah o Ben, él tiene másamigos. Creo que incluso estuvosaliendo con una chica durante el cursopasado o algo así.

–¿Qué tal? –le pregunto.Reid se limita a erguir la barbilla a

modo de saludo.–¿Por qué querrías volver a este sitio?

–me pregunta arrastrando las palabras.Giro la cabeza para mirarlo sin

entender muy bien la hostilidad quedesprenden sus palabras. Tiene labotella de Heineken cerca de los labios,pero no me mira, aunque no puede estarhablando con nadie más.

–¿Qué quieres decir?–Después de lo que pasó.Se me contrae la garganta al recordar

cuando desperté en aquel Honda Civicque olía a calcetín usado. Jamás me hesentido tan sucia.

Aunque Reid no puede referirse a esoporque nadie lo sabe. Nadie.

Salvo quien lo hizo.Reid nunca ha estado entre los

posibles sospechosos; ni siquieraremotamente. Me siento como siestuviera a punto de entrar en erupción,el corazón me late desbocado y el restode mi cuerpo se queda petrificado.

Reid me mira.–Elijah y Chad no son amigos ni nada

de eso, pero estaba aquí. Elijah siempreva a donde quiere, esté invitado o no.Ben y yo no habíamos venido. Es decir,¿quién querría invitarnos? Pero Elijahllamó a Ben en cuanto te vio. JanelleTenner en una fiesta como esa; tenía quecontárnoslo. Ben vino a mi casa ycogimos prestado el coche de mi padre.

Teníamos que venir.Noto como si alguien estuviera

oprimiéndome el corazón con el puño, ycada vez me siento más entumecida yfría. Este es el momento que llevoesperando desde hace dos años y ahorano estoy preparada.

Reid hace una pausa para terminarsela cerveza y después coge otra y la abre.

–Eres como la gravedad para Ben, supropio campo gravitatorio. Da vueltas atu alrededor. Ha sido siempre así desdeque llegamos.

Quiero preguntarle de qué demoniosestá hablando, pero Reid continúa:

–Pero cuando llegamos a la fiesta note encontramos por ningún lado.Estábamos a punto de marcharnos

cuando oímos a Chris Santiosparloteando sobre cómo Sam Hines tehabía llevado a una de las habitaciones.

Se me seca la boca, el ruido de lafiesta, las voces, la música, todo sedesvanece y cada latido de mi corazónes un tambor martilleándome en losoídos.

–No sabíamos qué estaba pasandoexactamente, pero a Ben le dio igual. Escomo si supiera que algo no iba bien,joder, y aunque Elijah intentó detenerlo,él cruzó la casa como una estampida,echó a Sam al suelo y le dio una paliza.

Sam Hines.–Elijah trató de contenerlo, de

llevárselo de allí –continúa Reid–.

Estábamos seguros de que iba a matarlo,pero entonces llegaron los amigos deSam, y Elijah y Ben tuvieron queenfrentarse solos a todo el puto equipode fútbol. Te cogí, te saqué por laventana y te metí en el asiento traserodel coche de mi padre porque es lo queBen habría querido y después volví a lacasa para ayudarlos.

El coche del padre de Reid.Se me forma un nudo en el estómago.

Me presiono el pecho con la palma de lamano para contener el vómito mientrastodo lo que he bebido no deja de subir ybajar. El agujero negro que habíaocultado en un frío rincón de mi corazónamenaza con salir a la superficie. Tengola sensación de que, si no me pongo de

pie, acabará explotando.–Cuando salimos ya no estabas… –

Reid parece darse cuenta de que estoyde pie y alarga una mano–. ¿No losabías?

Ni siquiera soy capaz de negar con lacabeza, pero de todos modos creo que lapregunta era retórica.

–Elijah y Ben enviaron a tres de ellosal hospital –dice Reid–. Si no hubieraaparecido la poli, Ben probablementehabría matado a Sam.

Noto un ardor detrás de los ojos y meesfuerzo por recordar que debo seguirrespirando.

Recuerdo vagamente haber oídodurante mi depresión posterior a la

fiesta algo sobre una pelea que significóla expulsión durante diez días de ElijahPalma, Ben Michaels y Reid Suitor.Algo sobre una paliza a Sam Hines,Brian Svetter y Chris Santios, quienesacabaron en el hospital.

Cada clase de kickboxing, cadabrazada mientras nadaba en el océano,cada vez que mis pies se posaban en laarena cuando corría, todos esosmomentos se acumulan en mi interior.Estiro la espalda e inspiroprofundamente, aunque de formairregular, para intentar mantenermefirme.

Me doy la vuelta y empiezo a andarcon un propósito. Me dirijodirectamente a la mesa donde están los

barriles de cerveza.–Janelle, ¿te encuentras bien?Dejo atrás a Alex haciendo caso

omiso de sus palabras.Con las uñas clavadas en las palmas

de las manos, solo tengo ojos para lasmesas de los barriles. Cuando estoy apunto de pasar por encima de Brooke,esta me dice:

–Lárgate a tu casa, zorra. Nadie te hainvitado. –Ya no me importa nada.

Hago ademán de rodearla, pero ellase coloca delante de mí y me impide elpaso. Le doy un empujón, pierde elequilibrio y cae de espaldas sobreLesley. No aflojo el paso al pasar juntoa Kate; Kate, la única responsable de

que estuviera en aquella fiesta. Con lamano derecha cojo una botella de BudLight abandonada en una mesa y meplanto justo delante de Sam Hines.

Sam Hines, quarterback reserva delequipo de fútbol, vicepresidente deúltimo curso, novio de Lesley Brandon yviolador en potencia.

Nick está al otro lado y, cuando meve, la sonrisa que solía hacerme sonreírle ilumina el rostro. Ahora lo único queme produce es asco, como si tuvierainsectos recorriéndome el brazo oestuviera a punto de vomitar. No puedoevitar sentirme asqueada porque seaamigo de estos tipos.

–¡J.! –grita, y hace ademán de darmeun abrazo.

Pero Sam está delante de él y, cuandose da la vuelta, sus ojos recorren micuerpo de arriba abajo antes dedetenerse en mi pecho.

–Eh, Janelle –masculla.Está tan ocupado dándome un repaso

visual que no ve venir la botella hastaque esta se estrella en un lado de sucara. Pierde inmediatamente elequilibrio y, mientras se desploma, lesuelto una patada en los huevos.

Nick se queda inmóvil, mirándomecon la boca abierta y los ojos comoplatos.

Siento el deseo de abofetearlo, degritarle, de preguntarle cómo coñopuede ser amigo de alguien como Sam.

Y aunque sé que no puede saber lo queme hizo –porque sé que es mejor queeso–, a partir de ahora lo veré con otrosojos. Porque siempre lo relacionaré conuno de los peores momentos de mi vida.

Abro la boca para decirle algo, peroalguien me agarra con fuerza del brazo ytira de mí.

Me debato un segundo cuando meabraza desde atrás, pero enseguida notoel calor de su pecho en mi espalda y elsutil olor a aceite de motor. Pese arelajarme levemente, mi voz sigueescupiendo veneno cuando le digo aSam:

–Si vuelves a acercarte a mí, temataré. Te lo juro por Dios.

Y entonces Ben me da la vuelta para

acogerme entre sus brazos. Las piernasme flaquean y, cuando están a punto deceder bajo mi peso, me coge en brazos,acunándome contra su pecho, y me sacade la casa. Elijah y Reid están uno acada lado de Ben, y oigo a Alexhablando con uno de ellos, exigiéndolesaber qué demonios ha ocurrido.

09:15:41:29

–¡¿Por qué no me lo dijiste?! –le grito aBen cuando los cinco estamos solos,cruzando el campo de fútbol de caminoa mi casa. Ben se mete las manos en losbolsillos, se encoge de hombros y bajala mirada–. ¡Llevo años intentandodescubrir qué ocurrió aquella noche!

–Cálmate, Janelle –dice Elijah,cogiéndome del brazo para que me dé lavuelta. Ben da un paso hacia él, pero

Elijah se ríe–. Creo que sabe defendersesola, tío. –Y entonces me mira–. ¿Quéquerías que te dijéramos?

–¿Qué tal la verdad?–Vale –dice Elijah–. ¿Qué te parece

esto? Hola, chica que no conozco y conla que nunca he hablado, mi amigo Benestá colado por ti, así que se pusofurioso cuando oyó que Sam Hinespuede que estuviera follando contigo, lepegó una paliza, todos nos metimos enuna pelea y llegó la poli parareducirnos. No estabas donde tehabíamos dejado y no supimos quépensar. –Extiende los brazos–. ¿Qué tal?¿Te sientes mejor?

–Podrías haber sido un poco másdelicado –dice Alex.

Nadie dice nada, y entonces Reidempieza a reír.

Ben le da un empujón y dice:–¿Qué? Tiene razón.Los dos la tienen, supongo. Pero yo

también. Tenía derecho a saber quéhabía pasado. No debería haberesperado tanto tiempo. Aunque las cosastambién podrían haber sido peores.

Alex ladea la cabeza y hace un gestoen dirección a mi casa. Me doy la vueltay alargo una mano hacia Elijah.

–Gracias.Elijah entorna los ojos.–¿Por qué?–Por pegarles una paliza por mí.–Encantado de complacerla. –Elijah

resopla al tiempo que una sonrisailumina su rostro, extiende una mano yme da un apretón–. ¿Sabes una cosa,Tenner? Puede que no me caigas muybien, pero después del numerito de estanoche, tienes todo mi respeto.

Me doy la vuelta para mirar a Reid,pero está tan borracho que parece apunto de vomitar, y de todas formas nocreo que recuerde mucho de lo que haocurrido esta noche. Me vuelvo haciaBen.

–Janelle, lo siento, yo…Niego con la cabeza.–Dejémoslo para mañana.Cuando Alex y yo empezamos a

alejarnos, Ben me coge la mano y no mela suelta hasta el último momento

mientras caminamos en direccionesopuestas.

Un misterio resuelto. El misterio delque nunca le hablé a mi padre. La culpase instala en mi pecho y empieza apalpitar. Fue el único secreto que tuvecon él. Al menos, el único importante.

–¿Estás bien? –me pregunta Alex.Cuando lo miro, veo que está

ruborizado pero aliviado. Este secretoera un peso demasiado grande para él. Ylo ha soportado porque se lo pedí.

Asiento, pese a que las cosas no estánprecisamente bien. Porque esta vez Alextambién tiene que apoyarme. No puedoconfiar en que siempre me mantendráalejada del precipicio, y tampoco

debería estar temiendo continuamentepor mi seguridad.

09:07:18:35

Me despierto con resaca y deprimida ydecido que me merezco tomarme el díalibre. Jared no tiene resaca, pero quiereseguir mi ejemplo y se lo permito. Nospasamos la mayor parte de la mañanatumbados en el sofá, viendo la primeratemporada de Expediente X.

Que es exactamente donde estoycuando suena el timbre de la puerta.

Miro a Jared y él me mira a mí.

–Creo que el hermano mayor tiene queabrir la puerta –dice.

–Qué sorpresa –respondolevantándome del sofá y encaminándomea la puerta.

Es Kate.Por cómo va vestida, sé que ella está

saltándose las clases. Aunque siento elimpulso de cerrarle la puerta en lasnarices y volver a tumbarme en el sofá,me apoyo en la puerta y le pregunto:

–¿Te has perdido?–No –contesta negando con la cabeza,

y a pesar de que parece serena, debajode todo el maquillaje tiene los ojoshúmedos–. J., siento mucho lo de tupadre.

–Yo también, pero eres la últimapersona con la que quiero hablar ahoramismo –le digo.

Kate abre la boca para responder,pero vuelve a cerrarla.

–Mira, quería contártelo –dice al fin,y debo de sentirme muy caritativaporque agito una mano para quecontinúe–: No lo sabía.

–¿No sabías el qué?–No supe que la cerveza llevaba

droga hasta después de la fiesta –diceella–. Brooke me la dio para que te ladiera y me dijo que te animaría y…

–¿Y qué? Kate, aunque no lo supierasantes, lo supiste después. Lo siento, perono vas a conseguir mi perdón. Has

elegido a tus amigos. Vive con ello.Kate abre la boca y parece a punto de

empezar a suplicar, pero entonces lecambia la cara. Se pone seria y se lemarca la línea de la mandíbula.

–Como quieras. ¿Hasta cuándo vas aestar guardando tu mierda en la casa dela piscina?

–La sacaré hoy mismo, a última hora –digo, y esta vez no me contengo y lecierro la puerta en las narices.

Cojo el móvil y llamo a Alex. Está enclase, de modo que salta el buzón devoz, pero me devuelve la llamada unosminutos después.

–¿Nos encontramos otra vez en labiblioteca de la UCSD? –le digo encuanto contesto. Vuelvo a sentirme

impulsada por un propósito renovado.–¿Por qué? ¿Qué pasa? –pregunta

Alex.–Porque, si nuestra teoría del

bioterrorismo es correcta, nos quedannueve días para evitar que se nosdeshaga la cara.

09:01:29:50

Nos sentamos en el cubículoinsonorizado analizando los expedientesy el portátil de mi padre durante doshoras. Intento no pensar en Ben ni en loque ocurrió anoche, solo en el caso.Tengo que descubrir qué pasa; tengo quehacerlo por él. Sin embargo, estamos apunto de tirar la toalla.

Y entonces encuentro algo.Es pura suerte: mientras estoy

revisando el correo electrónico de mipadre, alguien le responde. Y es justo loque necesito ver.

–Alex… –musito.Este se inclina para leer el nuevo

mensaje en la pantalla. Lo envía alguienllamado G. Lickenbrock, delDepartamento de Seguridad Nacional.

James:Después de hablar el viernes pasado, hicerastrear todas las tarjetas de créditoasociadas a Mike Cooper. Esta mañana hasaltado la alarma. Dos cargos, enPrestamistas Únicos (3039 de UniversityAve.) y en Piscinas Mira Mesa (8251 deMira Mesa Blvd.). Cuando detengas al

cabronazo, llámame.G

–¿Un prestamista y una tienda de

piscinas? –pregunta Alex.Siento náuseas. Porque sé qué puedes

comprar en un prestamista y en unatienda de material para piscinas si eresun bioterrorista.

–Los prestamistas venden armas ymunición –le digo a Alex–. Y las tiendasde material para piscinas vendenproductos químicos.

Alex asiente.–Tendría que haberlo imaginado.Mike Cooper es nuestra primera pista

sólida. Sea quien sea, mi padre andaba

tras él, lo que significa que puede serimportante.

Pero es más que eso. Mi padreorganizaba sus emails con filtrospredeterminados para etiquetar los másimportantes. Este está etiquetado con lapalabra MULDER. Y apostaría algo aque, si compruebo la carpeta, encontrarémás emails sobre el caso.

Alex pone los ojos en blanco. Nuncaha sido un fan de Expediente X.

–¿Qué hay en los otros?Busco los correos del último viernes

al recordar la referencia de G deSeguridad Nacional y encuentro variosmensajes que se enviaron mutuamente,empezando por el primero que le enviómi padre. El asunto es SOSPECHOSO.

Abro el primer correo y le echo unvistazo. Mi padre no se anda con rodeosy adjunta la fotografía de un tipo que essospechoso en un caso. No ha podidoidentificarlo en ninguna base de datos, yle pregunta a G si Seguridad Nacionalpodría hacer un reconocimiento facial einformarle de los resultados.

Abro el archivo adjunto.–¿Es él? –pregunta Alex.Niego con la cabeza.–Aún no lo sé, pero mira esto –

respondo, y abro el siguiente correomientras esperamos a que se descarguela fotografía. Mi padre no envió elcorreo solo a G y a Seguridad Nacional,sino que lo difundió a varias agencias de

contrainteligencia y diversos contactosen varias ciudades. Todos los correosdicen lo mismo; todo gira alrededor deeste tipo.

Alex se inclina hacia delante cuandola fotografía se descarga. Está borrosa yes en blanco y negro, probablemente seauna instantánea de una cámara deseguridad de una gasolinera. Al fondoparece haber un Honda Accord negro yun surtidor de gasolina. Sin embargo, esimposible saber dónde está lagasolinera, a menos que te colocaras enel mismo ángulo que el de la fotografía,y quizá ni siquiera así.

El tipo, no obstante, es másidentificable. Es un hombre, blanco yprobablemente de entre un metro ochenta

y un metro noventa. Parece tener treintay tantos, estar en forma, ancho dehombros, cabello castaño muy corto ysin vello facial. Tiene el aspecto de unmilitar, de servicio o retirado. Pordesgracia, en la fotografía no sedistinguen ni tatuajes ni piercings.

–Genial, su aspecto es muy común. Nodebería ser muy difícil localizarlo –diceAlex–. ¿Qué contestó Lickenbrock?

El agente G. Lickenbrock deSeguridad Nacional respondió menos deuna hora después de recibir el correo demi padre.

James Tenner:No hemos hablado desde aquella temporada

en Los Ángeles y ni siquiera me preguntascómo estoy. No puedo decir que mesorprenda…El tipo de la foto: alias Mike Cooper,identidad real desconocida. Te adjunto elexpediente del caso. Llámame si quieresmás detalles.

G

El expediente del caso es de 2010, a

propósito de la muerte de dos personas,cuya identidad se desconoce, así comola desaparición de otra, supuestamentemuerta. Mike Cooper, de treinta y sieteaños, era el principal sospechoso. Hastaque desapareció antes de que pudieranrecopilar suficientes pruebas para

detenerlo. Cuando abro la fotografía delpermiso de conducir de Cooper, no mecabe duda de que es la misma personaque la de la imagen borrosa en lagasolinera.

Ahora tenemos una fotografía másfácil de identificar.

–¿Tienes un USB? –Alex me lo pasaantes de terminar la frase. Lo conecto yempiezo a descargar los correoselectrónicos y el expediente de MikeCooper–. ¿Hay impresora a color en labiblioteca?

–Es probable, pero…–Necesitamos una buena copia de la

fotografía y después ir al prestamista y ala tienda de suministros para piscinas.Puede que alguien recuerde haber

hablado con Mike Cooper –le digo–. Ydeberíamos echar un vistazo a lasgasolineras entre las dos tiendas. Si lostres sitios están próximos, es probableque el tipo viva cerca.

–Janelle.Miro a Alex reprimiendo un bostezo.

Me observa con semblante serio. No séqué va a decirme exactamente, pero séque se parecerá mucho a un sermón.

–Deberíamos hablar con Struz –medice.

Aún no estoy preparada para recurrira él.

–Hablo en serio –continúa Alex–. Hoyhemos descubierto más cosas de las queimaginaba. No digo que no sepas lo que

haces. Esto se te da bien, pero…–Pero ¿qué?, Alex.–Esto nos supera, y tú lo sabes. Ni

siquiera sabemos qué es el AIENI.Soy consciente de ello. Ni siquiera

sabemos qué estamos buscando. Puedeque esté ignorándolo, pero lo sé. No essolo que no tenga credenciales ni accesoa la base de datos del FBI. Todo seríamás fácil, seguro. Podría entrar enPiscinas Mira Mesa, dejar caer miidentificación en el mostrador y exigirque me dijeran lo que compró MikeCooper. Pero ¿resolvería eso algo?

Puede que nos estemos enfrentando alfin del mundo, al final de la vida, y yome dedico a jugar a los detectives.

–Entonces le doy todo esto a Struz y

después ¿qué?–No lo sé –dice Alex–. ¿Tal vez lo

investigue?–Gracias. Me refería a nosotros.

Después ¿qué hacemos? –le preguntorecogiéndome el pelo en una cola decaballo–. Piensa en ello, Alex. ¿Deverdad quieres cruzarte de brazosmientras la cuenta atrás sigue adelante?Yo no puedo.

Es la verdad. Si está a punto desuceder algo gordo, no puedo sentarme aesperar que ocurra. Necesito hacer algopara intentar evitarlo.

Alex asiente.–De acuerdo, pero, si vamos a

hacerlo, al menos debes asegurarte de

que Struz y el FBI también tienen estaspistas.

–Estoy segura de que ya han analizadolos correos electrónicos de mi padre –ledigo, aunque una parte de mí tiene miedode llamar a Struz y darle pistas de lo queestamos haciendo. Sé que se pondráhecho una furia cuando descubra queestamos «jugando a ser detectives» yque me pedirá que lo deje en sus manosy que fingirá que no entiende por qué nopuedo dejar de hacerlo.

–Pero tú conoces a tu padre mejor queellos.

Tiene razón.–De acuerdo, llamaré. Pero tú

encuentra una impresora para lafotografía.

Cojo el móvil y marco el número deStruz.

Y espero que hayamos encontradotoda la información útil en el portátil yel correo de mi padre, porque en cuantoStruz descubra que lo tengo cambiará lascontraseñas.

9:00:52:06

Dudo mucho que el dependiente de latienda de suministros para piscinas sehaya tragado la historia de que mi jefeme ha enviado a comprar productosquímicos y que he olvidado cuáles son,pero me lo dice de todos modos.

Mike Cooper compró varios litros dedos tipos distintos de cloro.

Compro las garrafas más pequeñas delos dos tipos en agradecimiento por

haberme seguido la corriente. Conozco avarias personas que tienen piscina. Lesharé un donativo.

Mientras me cobra, me advierte:–Asegúrate de no mezclarlos. Son dos

tipos distintos de cloro y, si se mezclan,explotan. Podrías acabar ciega, o algopeor.

09:00:31:54

En la tienda de empeños no tengo tantasuerte.

Mejor dicho: no tengo ninguna.El dependiente no solo no se cree mi

patética historia, sino que nos amenazacon llamar a la policía si no nos vamos.Aunque dudo mucho que lo haga, noquiero tentar a la suerte.

–Un tipo muy simpático –dice Alexcuando subimos al coche–. Quizá

tengamos más suerte con nuestrabúsqueda del tesoro en las gasolineras.

–Eso implicaría que estamosbuscando algo en las gasolineras. Enrealidad solo queremos saber de quégasolinera se trata.

Alex se encoge de hombros y salimosdel aparcamiento, incorporándonos aUniversity Avenue.

–¿Crees que el tipo de la tienda deempeños podría estar implicado?

–Lo dudo –digo bostezando. No hedormido una noche entera desde quellegué a casa y me encontré a Struzdelante de la puerta–. Parecía más untipo harto de su trabajo que un terrorista.

Alex suelta una breve carcajada antesde volver a ponerse serio.

–J., ¿cómo sabemos qué pinta tiene unterrorista?

La respuesta es obvia: no lo sabemos.

08:19:27:33

Por alguna razón, esta vez decidoregatear con Struz cuando aparece encasa. Probablemente porque no hafuncionado mantenerlo alejado y ahorano me queda más opción.

–¿Dónde está el portátil, J.? –mepregunta.

–¿Qué me das por él?–Hablo en serio, el director ha estado

dándome la vara sobre cómo lograste

colarte en este caso –dice–. Podríaarrestarte.

Extiendo los brazos como si estuvieradispuesta a que me esposara. Struznunca me arrestaría.

–Puedo poner la casa patas arribahasta encontrarlo. ¿Es eso lo quequieres?

–Esa es la pregunta adecuada –digodejando caer las manos a los costados–.Porque lo que quiero es conocer losdetalles sobre la muerte de mi padre y,si tú me los proporcionaras, podríaencontrar su portátil.

–Esto no es una negociación…–Janelle, ¿quién es? –dice mi madre, y

tanto yo como Struz damos un brinco aloír su voz. Mi madre siempre está

presente en algún rincón de mi mente,pero a veces me olvido del lugar exacto.

–Elaine, soy yo, Ryan –dice Struz.Mi madre aparece delante de nosotros

con una camiseta y unos pantalones delpijama de mi padre. Aunque resulteincreíble, parece que ha perdido pesodesde la muerte de su esposo.

–Hola, Ryan, ¿te quedarás a cenar? –le pregunta sin esperar respuesta. Memira y dice–: He pensado que estaríabien hacer hamburguesas a la parrilla, yquizá mazorcas de maíz. ¿Tenemos?

–Sí, creo que aún nos quedan unascuantas de la última vez que fui aWiedners. Si no, puedo ir a por más.

Asiente y se dirige a la cocina.

Ambos esperamos unos segundos yStruz se cruza de brazos.

–¿Por dónde íbamos?–Siempre puedes poner la casa patas

arriba –le digo–. Pero te aseguro que elportátil no está aquí.

–También puedo registrar la casa deAlex…

–¿En serio? ¿Sin una orden? ¿Conocesa Annabeth Trechter?

Mi madre grita desde la otrahabitación:

–No te quedes en la puerta, Ryan.Aunque James no esté aquí, siempre eresbienvenido en esta casa.

Struz esboza una sonrisa y se pasa unamano por el cabello, despeinándolo.

–Has pensado en todo, ¿eh, Baby-J.? –Me mira fijamente a los ojos. Solo tengoun segundo para temer lo que va adecirme y entonces lo dice–: Eres comoél.

Me tiembla toda la cara. Aprieto losdientes para contener el temblor, perono puedo evitar que se me humedezcanlos ojos.

Porque, por mucho que me parezca ami padre, en realidad no lo tengo todopensado. El portátil está en el jeep, elcual está aparcado en el camino deentrada con las puertas abiertas. Sinembargo, no es eso lo que le digo aStruz.

–Solo quiero conocer los detalles.

Struz suspira y señala la cocina con ungesto de la cabeza. Es buena idea noperder de vista a mi madre. Lo sigo. Mimadre está asaltando la nevera. Supongoque si necesita algo me lo dirá.

Struz se deja caer en una silla y mehace un gesto para que lo imite.

Lo obedezco.Struz se vacía los bolsillos con

deliberada lentitud y deja sobre la mesalas llaves del coche, el móvil y unpaquete de Marlboro. Me siento tentadade sermonearle por el hecho de quevuelva a fumar, sobre todo después deque le costara tres intentos dejarlo laúltima vez, hace ya dos años, perosupongo que se merece un respiro.

Aunque Struz habla en voz baja,tampoco me preocupa que mi madrepueda oírnos. Tal vez ahora mismo estélúcida, pero no le interesa nuestraconversación.

–Había estado investigando solo unpar de pistas. Ya sabes cómo era. Medijo que iba a pasarse por Park Villagepara comprobar algo al mediodía.

–Eso ya lo sé –digo–. Y sé que ledispararon una vez en el brazo y dos enel pecho.

Struz no parece sorprendido.–Aún no hemos encontrado la escena

del crimen. Trasladaron su cuerpo hastalos cañones. O bien lo engañaron y cayóen una trampa o bien juzgó

equivocadamente a la persona que lomató.

Quiero negarlo, decirle que mi padreno haría ninguna de las dos cosas. Peroen lugar de eso le pregunto:

–¿Por qué?–No hay nada que demuestre que

desenfundó su arma –dice Struz con lavoz ligeramente temblorosa.

Dedico un minuto a digerirlo, ya quemi padre no haría algo así. Es cierto queno era alguien a quien le gustarasolucionarlo todo desenfundando rápido,pero era inteligente y tenía muchísimaexperiencia.

¿Quizá pensara que iba a encontrarsecon un amigo? Es posible, pero no logrover cómo encaja Mike Cooper en todo

esto.Me levanto e intento aclararme la

cabeza.–¿Han aparecido más cuerpos?Struz se masajea las sienes.–Desde hace dos días, no. El último

apareció en Ocean Beach, dentro de unacabina telefónica que parecía salida delos setenta.

–¿Una cabina telefónica?Struz niega con la cabeza y hace

ademán de coger un cigarrillo. Meinclino hacia delante y los alejo de sualcance.

–No en esta casa.Struz sonríe; es lo que solía decir mi

padre cuando intentaba fumar aquí.

–Va en serio, J. Yo no voy mucho porOcean Beach, pero todas las personas alas que hemos preguntado aseguran quenunca habían visto la cabina.

–¿Y de dónde ha salido?Se encoge exageradamente de

hombros, lo que le da un aspecto dedibujo animado dada su estatura, ysiento la necesidad de seguirinterrogándolo, pero está nervioso y unpoco alterado, supongo que por lapreocupación de que nos estemosquedando sin tiempo.

–Te entregaré el portátil. Acabo derecordar dónde está –le digo.

Struz asiente y se pone de pie,pensando que se ha salido con la suya.

Sin embargo, cuando se da la vuelta,cojo el paquete de cigarrillos y su móvily salgo de la cocina. Mientras voy abuscar el portátil, pero no losexpedientes, busco entre sus contactoshasta dar con el número de Barclay. Lorepito en voz baja varias veces mientrasparto por la mitad todos los cigarrillos yvuelvo a meterlos en el paquete.

Tras memorizar el número y romperlos cigarrillos, entro de nuevo en casa.Dejo las tres cosas encima de la mesa yStruz se da la vuelta para mirarme. Ygruñe cuando se da cuenta de que elpaquete de cigarrillos no está donde lohabía puesto.

–Por favor, dime que al menos hasdejado uno con vida –suplica.

–¿Puedes quedarte unas horas avigilarla mientras voy a un sitio? –Señalo con la cabeza la comida queparece estar preparando mi madre.

–Sí, claro, no hay problema.Cojo las llaves y me encamino hacia

la puerta. He de guardar los expedientesen algún sitio antes de que Struz sepaque los tengo.

Y porque quizá quiero tener unaexcusa para verlo, creo que voy apedirle a Ben que me los guarde.

08:18:56:47

Conduzco sin rumbo fijo por RanchoPeñasquitos durante unos diez minutosantes de dirigirme a casa de Ben.Hablaré con él sobre todo lo que ocurrióen el primer año de instituto, siempre ycuando quede algo de lo que hablar. Ydespués le sonsacaré lo que todavía nome ha contado sobre el accidente.Recurriendo al «aún no me has contadola verdad», creo que terminará por

confesarlo.O al menos eso espero.Aunque es posible que no sea nada.

Quizá Elijah tiene plantas de marihuanaen el sótano o algo así. No mesorprendería si las tuviera.

Después pensaré dónde puedoesconder los expedientes. Si logrosolucionar las cosas con Ben, dejarlosen su casa tiene sentido. Struz nisiquiera sabe que existe.

Sin embargo, no tengo el número deteléfono de Ben. Alex tarda diez minutosen darme una dirección en la parte altade Black Mountain Road, al norte delinstituto, pero no un número de teléfono.Me presento sin avisar; al parecer, asísoy yo.

Llamo a la puerta con los nudillos.Llevo la mochila colgada a la espalda, yconfío en que posibles padres pocoobservadores la consideren una bolsaescolar. Sin embargo, quien abre lapuerta es una niña de unos ocho años,muy blanca de piel y pelirroja. Separece tan poco a Ben que por unsegundo estoy convencida de que me heequivocado de casa.

–Hola, ¿están tu hermano o tus padresen casa? –pregunto con mi mejor vozpara tratar con niños, la cual tampoco esnada del otro mundo.

–No tengo hermanos y mis padresestán muertos –dice la niña.

El corazón empieza a latirme

aceleradamente, y la palabra «muertos»parece resonar entre las dos.

Entonces veo a una mujer de unoscuarenta y tantos, quien por su aspectopodría ser la madre de la niña, salir dela cocina y dirigirse hacia la puerta.

–Cassie –la regaña–. ¿Cuántas vecestengo que decirte que seas respetuosa?

–No eres mi madre –dice Cassie convoz chillona antes de dar media vuelta ysubir corriendo las escaleras.

La mujer (¿la señora Michaels?) memira.

–Lo siento mucho. Es la primera vezque está en acogida temporal y aún no seha adaptado. ¿En qué puedo ayudarte?

–Quería saber si Ben está aquí. Tengoun par de dudas con los deberes y

esperaba que pudiera ayudarme –consigo improvisar aunque lo que quieropreguntarle es si Ben también estáacogido. Me siento como una estúpida, ydolida, por no saberlo. Hace menos deuna semana me dije a mí misma quedeseaba conocerlo mejor. Y ahora mesiento avergonzada. Debo de haberestado tan centrada en mí misma que nome he molestado en descubrir algo tanimportante y básico en su vida. Tendríaque habérmelo contado.

–Por supuesto –dice abriendo lapuerta completamente e invitándome apasar–. Ben está con sus amigos en elsótano.

8:18:52:11

La mayor parte de las casascalifornianas no tienen sótano –al menoslas casas donde yo he vivido–, por esome resultan tan inexplicablementeescalofriantes.

Contengo un estremecimiento al cerrarla puerta a mi espalda y empezar adescender hacia una habitación más fría,húmeda y oscura que el resto de la casa.Sin embargo, me detengo en el segundo

escalón al reconocer la voz de Ben pesea la música alternativa que suena defondo.

–Eli, la gente está muerta –dice.Me quedo paralizada y contengo el

aliento. No esperaba oír algo así.«La gente está muerta.»El mismo chico cuyos labios encajan

perfectamente en los míos, que consigueruborizarme y dejarme sin respiracióncada vez que me sonríe, sabe que «lagente está muerta».

Flexiono las rodillas para mantener elequilibrio e intento atenuar larespiración para evitar que medescubran hasta estar preparada.

–Creía que habíamos decidido queeso no era culpa tuya –dice Elijah–. Tú

no los mataste, joder.–No, no pretendía matarlos. Pero eso

no significa que no sea culpa mía.–Ben, no sabemos si eres el

responsable –interviene Reid.–¿Qué quieres decir con «no lo

sabemos»? –dice Elijah–. Por supuestoque sabemos que no es el responsable.

–Solo quiero decir que la correlaciónde los hechos no implica una causalidad.A menos que hayas encontrado unaconexión entre ellos…

–¿De qué coño estás hablando? Dejade restregarnos por la cara terminologíacientífica –dice Elijah–. Ben, nada detodo esto es culpa tuya.

–Todo ha sido culpa mía –dice Ben–.

Si no fuera por mí, no estaríamos aquí nitendríamos que enfrentarnos a estasituación.

–Eso no es verdad, joder…–No importa. Esto no es un

experimento de la escuela. Sonpersonas. Vidas –dice Ben aumentandoel tono de su voz–. Ya os he dicho quelo dejo hasta que descubra cómo hacerlosin matar a nadie.

–Pero ¡aún estamos aquí! –gritaElijah, y a continuación se oye unestruendo, como si algo pesado cayeraal suelo y se rompiera.

El corazón me late desbocado. Notoel pulso en la punta de los dedos. Tengocalor y el sudor me empapa la nuca.

–Tiene razón, tenemos que…

–¿Crees que a mí me gusta estar aquí?–dice Ben–. Pero ¿no viste lasquemaduras en aquellos cuerpos? Nisiquiera parecían humanos. No voy ahacerle eso a más gente.

Cuerpos. Quemaduras. «Ni siquieraparecían humanos.»

08:18:50:33

Dejo escapar el aire lentamente. Lasangre se detiene en el interior de misvenas. Durante un minuto es como si lavida misma abandonara la habitación.Se me enturbia la visión, tengodificultades para enfocar, y lo único queoigo es un zumbido.

Levanto la cabeza, se me humedecenlos ojos y abro la boca para evitarasfixiarme por la conmoción.

Y entonces el mundo empieza a darvueltas otra vez. La vida se reanuda y larealidad me golpea violentamente.

Por el sonido de sus voces, cuandollegue al pie de la escalera, los tresestarán a mi izquierda. Todos son másfuertes que yo, y si la situación secomplica cualquiera de ellos puedereducirme sin problemas. Aún peor,todavía no sé todo lo que puede llegar ahacer Ben.

Pero soy incapaz de seguirescuchando.

Me descuelgo la mochila de laespalda con cuidado y saco la Glock 22.Respiro hondo y confío en recordar todolo que me enseñó mi padre al avanzar

hacia un objetivo potencialmente hostil.Tendré el elemento sorpresa de mi

parte; y un arma. Siempre y cuando nohaya nadie más ahí abajo y no tengan unacolección de rifles de asalto colgadosde la pared, debería contar con laventaja táctica.

Cuerpos. Quemaduras. «Ni siquieraparecían humanos.»

Es demasiado obvio. Sé muy bien dequé están hablando. Ha llegado la hora,porque también sé todo lo demás.

08:18:48:53

No me precipito. Desciendo lasescaleras lentamente, acomodando cadapaso con el ritmo regular de mirespiración y mi pulso. Sostengo laGlock con ambas manos, los brazosextendidos pero ligeramente doblados ala altura del codo. Relajada pero firme.

Cuando llego al final de la escalera,apunto la pistola en su dirección y digo:

–¡Levantad las manos! –Y entonces

me fijo en los detalles. Los tres están aun metro y medio o dos de mí, y en elsótano inacabado hay algunos objetosdomésticos que podrían utilizarse comoarmas potenciales, aunque nada quepueda alcanzarme a distancia–. Lasmanos arriba, venga –añado intentandocontrolar el temblor en las manos.

–¿Otra vez? Esto tiene que ser unabroma –dice Elijah, y aunque extiendelos brazos a ambos lados de su cuerpo,sé que no puedo fiarme de él.

Reid tiene las manos en alto pero nole quita ojo a Elijah, como si esperarauna señal para actuar.

–Os dije que nos había oído.Ben es el único que no me obedece

inmediatamente. A primera vista parece

dispuesto a convencerme de algo, perocuando me fijo mejor en su expresiónveo dolor en su mirada. Abre la bocacomo si fuese a decir algo, pero noemite sonido alguno.

Vuelvo a apuntar a Elijah y este mesonríe.

–¿Qué pretendes, Tenner?Que qué pretendo. Buena pregunta. No

sé qué quiero exactamente, pero sí séque debo mantener la calma y lasituación bajo control.

No hay ningún armario con armas enla pared. De hecho, aquí abajo noparece haber muchas cosas. Una viejaalfombra andrajosa, una mesita con unminúsculo televisor y un aparato de

música, una estantería para libros yDVD, la mayoría de los cuales estánesparcidos por el suelo junto a losrestos de lo que debía de ser un jarrón, yun sofá desgastado, descolorido yhundido en el centro.

Señalo el sofá con un gesto de lacabeza.

–Sentaos.Mientras me obedecen, me muevo en

círculo, asegurándome de mantener ladistancia. Si me acerco lo suficientepara que Elijah pueda alcanzar el arma,todo habrá terminado.

–Janelle –dice Ben con voz ronca.–No. –Mi propia voz suena más dura

de lo que pretendía. Pero así debe ser.No puedo mostrar debilidad, y ahora

mismo cualquier sentimiento potencialque pueda experimentar por Ben es eso,potencial.

Elijah se da la vuelta.–¿Sabes cómo utilizarla? –pregunta

dando un paso adelante–. Diría que no tesientes muy cómoda con ella.

Ya está.Doy un paso al frente pero

manteniendo la distancia de seguridad ylo miro directamente a los ojos a travésde la mirilla. Hago acopio de toda la iray frustración que he ido acumulando losúltimos días y las libero.

–Mi padre era un veterano de guerracondecorado y el jefe de lacontrainteligencia de la oficina de San

Diego del FBI. Ahora está muerto.¿Crees que no me siento cómoda con unarma? Pues yo creo que eso es suponerdemasiado.

No es la respuesta que Elijah estabaesperando. Mientras retrocede, veo ensus ojos que me cree.

Cuando los tres están sentados en elsofá, me apoyo en la pared delante deellos para evitar que me tiemblen lasmanos. Entonces respiro hondo.

–Las manos donde pueda verlas –digoseñalando a Reid con un gesto de lacabeza, y este las cruza sobre elregazo–. Bien, no me importa quiénempiece, pero quiero saberlo todo. Loscuerpos, las quemaduras por radiación yvuestra implicación en todo esto.

–¿Y si no sabemos de qué estáshablando? –pregunta Elijah.

Eso sería una lástima, sobre todoteniendo en cuenta que acabo demostrarles mis cartas. Si no me explicannada, estoy perdida.

Sin embargo, les digo:–No pienso marcharme hasta saber

qué estáis ocultando. –No tengo quefingir la desesperación. Fijo la miradaen Ben–. Necesito saberlo.

La voz me falla ligeramente en laúltima palabra. Necesito saber en quédemonios andan metidos. Mi padre estámuerto y estoy dispuesta a resolver elcaso. No pienso permitir que un par deporreros de mi instituto entorpezcan la

investigación, incluso si ocultan más delo que imaginaba.

–Necesito saberlo –repito afianzandoel arma.

Sin embargo, solo oigo la música, mipulso y mi pesada respiración.

Entonces Elijah se pone de pie.–A la mierda, no va a dispararnos…No lo dejo terminar la frase.–No tienes ni idea de lo que soy

capaz…Hablamos a la vez y no estoy segura

de lo que pasará a continuación. Solo séque soy más que consciente del aire quellena mis pulmones y del sudor queempieza a humedecerme las manos.

Sin embargo, no sé qué más diceElijah porque Ben se levanta de golpe y

grita:–¡Basta!El grito es lo suficientemente

autoritario para silenciarnos. Los doscerramos la boca y lo miramos.

Cuando se pasa las manos por el peloy se agarra las puntas, sé que me hesalido con la mía y que el muro desecretismo está a punto de venirseabajo, o al menos unos cuantos ladrillosmás.

–Esto no es fácil. ¿Estás segura de quequieres saberlo? –me pregunta.

–¡No puedes hablar en serio! –exclama Elijah.

Ben se encara con él.–Te he dicho que haríamos las cosas a

mi manera. Siéntate y escucha.Por un instante, mientras los observo,

dos chicos que deben de ser amigosdesde siempre, la culpabilidad me formaun nudo en el estómago. Me siento tanabrumada...

Sin embargo, sean cuales sean lasobjeciones de Elijah, vuelve a sentarseen el sofá con un suspiro exagerado.

–¿Vas a dejarle que se lo cuente? –interviene Reid, y por el modo en que lodice, como si no mereciera ni unsegundo de su tiempo, hace que deseedarle un puñetazo.

Cuando Elijah no responde, miro aBen, el chico de mirada profunda einescrutable que siempre me sorprende yme estimula, pero que también me

acobarda. Me trago el desagradablesentimiento de traición; sea cual sea suimplicación, esto no es simplemente unacuestión de que me oculte secretos.

Hay gente muerta… mi padre estámuerto. Y solo quedan ocho días paraque termine la fatídica cuenta atrás.

–Sí –respondo con calma–. Todo.Quiero saber lo que sabéis.

Ben respira hondo, el rostro crispadopor la preocupación.

–Elijah, Reid y yo no somos de aquí.–¿Que no sois de aquí? –No sé qué

significa eso ni qué relación tiene con laradiación–. Los tres… ¿de dónde sois?

–De otro lugar.–Guau, gracias por la precisión –

digo–. ¿Podrías ser un poco menosambiguo?

Ben se pasa una mano por la cara y sepinza el puente de la nariz.

–Somos de otro universo.–¿Otro universo? –Vuelvo a repetir lo

que oigo, como si fuera estúpida o durade oído. Decido aclararlo–: ¿Quéquieres decir con «otro universo»?

–Otro puto mundo –dice Elijah.No sé qué esperaba. Pero no es esto.

08:18:40:32

–Nacimos en un universo como este,pero… distinto –dice Ben.

–¿Estás diciéndome que soisextraterrestres? –pregunto conincredulidad.

–No. –Ben sonríe, pero después seencoge de hombros–. Bueno, tal vez sí.No nacimos en esta tierra, pero somoshumanos… como tú. –Hace una pausa–.En serio, lo comprobé en el laboratorio

de ciencias del instituto.No sé por qué no me extraña.–Y no llegamos aquí desde el espacio

ni nada de eso. Vinimos desde ununiverso paralelo a través de unaespecie de agujero de gusano.

Intento procesar lo que estádiciéndome, aunque sigo sin entenderqué significa. Sí, he visto un montón depelis de ciencia-ficción, pero esashistorias se supone que son falsas, queno son realmente posibles. Tal vez lostres hayan abusado demasiado de lasdrogas.

–Eso es ridículo –digo porquenecesito decir algo. No puedo dar algoasí por sentado–. Es imposible viajar através de agujeros de gusano; contradice

todas las leyes naturales de la física.–Eso mismo pensaba yo. Los tres lo

pensábamos –añade señalando a Elijahy Reid–. No crecimos creyendo en esamierda, créeme. –Ben respira hondo yda unos cuantos pasos hacia mí–. Deacuerdo, la teoría del metaverso aseguraque no hay un único universo sinomuchos. Un multiverso. Podría habercientos o miles de universos diferentes.Este es uno. Nosotros venimos de uno deesos otros universos.

–Sigo sin creérmelo. –Podrían estarinventándoselo todo para desviar miatención de lo que ocurre realmente–. Sies verdad, demuéstralo.

–¿Demostrarlo? –pregunta Ben.

Entonces niega con la cabeza–. Nopuedo, yo…

Elijah emite un ruidito de fastidio.–Ya has visto lo que puede hacer Ben.

Estás viva gracias a eso. ¿No essuficiente prueba?

Miro a Ben y este asiente.–Puedo hacer esas cosas porque soy,

somos, de otro lugar.Hago oídos sordos al gruñido que

emite Reid y sigo presionándolo.–¿Y qué pasa con Reid y Elijah, ellos

también pueden hacer lo mismo?Ben lo niega y respiro un poco más

aliviada.–No… bueno, más o menos. Pueden

hacerlo, pero no como yo.No es exactamente el voto de

confianza que esperaba.Ben se mueve inquieto, y aunque

deseo preguntarle a qué demonios serefiere, me obligo a esperar.

–Reid puede manipular la estructuramolecular como yo, pero él no seconcentra ni nada de eso, y solofunciona a veces. Y parece ser queElijah solo consigue hacerlo cuandosiente una emoción muy intensa. En parteporque bebe demasiado.

–¿Qué dices?, yo puedo concentrarmecuando quiero –interviene Reid.

Guau. No sé qué contestar.Junto las manos para contener el

temblor.–Vale, digamos que me lo trago. Si

sois de un mundo paralelo, ¿significaque tenéis un doble que vive aquí? –pregunto. La idea de dos Elijah Palmaen el mismo universo es un pocoinquietante.

–No –dice Ben–. Es decir, es posibleque haya versiones alternativas de todosnosotros en universos paralelos, pero¿quién sabe? Jamás me he encontradocon otro yo, ni con otras versiones deellos. –Señala a Reid y Elijah–. En unmultiverso, todos los distintos universosno son necesariamente paralelos, aunquela tecnología en algunos de ellos puedaser similar. Y lo mismo ocurre con laestructura de las ciudades y otras cosas.Según una teoría, al principio todos losuniversos eran paralelos, pero, a medida

que la gente en los diversos universostoma distintas decisiones, los mundosevolucionan de forma independiente. Yahora las diferencias son enormes.

–Sí, conozco esa teoría.–Bien –dice Ben–. De modo que,

técnicamente, podríamos tener un dobleen algunos de los mundos, aunque esbastante improbable. Y si tenemos undoble aquí, nunca me he cruzado con él.

Respiro hondo. Por mucho que quieradescartar su historia, he visto lo quepuede hacer Ben, y además sé que haymuchas cosas en este mundo, o mundos,que todavía no entiendo.

–De acuerdo, entonces sois de otromundo, ¿qué más?

–Cada uno de los mundos –dice Bencon voz fatigada– se supone que escompletamente independiente del resto,¿vale?

–Cruzar de uno a otro tiene efectosnegativos –interviene Reid.

–Efectos negativos… –repito mirandoa Ben–. Como transformarse en alguienque puede resucitar a la gente.

Elijah suelta una carcajada angustiosa.–Vaya, eres más lista de lo que

pensaba.–Pero no es solo eso –dice Ben–.

Cruzar… Nosotros tuvimos suerte.Todos los que han cruzado despuésestán muertos.

Muertos. Cruzar. Gente no

identificada.Esto no debería tener sentido. No

debería encajar.Pero la tiene.–Por la radiación –murmuro.Ben asiente y baja la vista.–No es una forma muy agradable de

morir.–Espera un momento –lo interrumpo.

Ahora que la adrenalina me haabandonado, me siento fría y débil. Sidecido creer en ellos, entonces estoymás perdida de lo que pensaba. No sécómo lograré resolver este caso siqueda tan alejado de mi capacidad decomprensión–. ¿Cómo cruzasteis?

Los tres me miran fijamente, y me doycuenta de que Reid y Elijah no quieren

que Ben me lo cuente.Pero lo hará.Lo veo en sus ojos; quiere que lo

sepa.Ben me pide que deje la pistola

encima de la mesa. Me resisto a hacerlo.Sé que no puede protegerme de lo queestoy a punto de escuchar, y me sientomareada y un poco descompuesta. Perome recuerdo a mí misma que ni siquieraestá cargada; mi padre siempre decíaque nunca debe cargarse un arma si nose está dispuesto a apretar el gatillo.Elijah tenía razón. Pasara lo que pasase,no estaba dispuesta a dispararle a nadie.

Dejo la pistola sobre la mesa.Y Ben me lo cuenta todo.

08:18:34:51

Esto es lo que ocurrió:El cumpleaños de Ben y el de Reid

están separados por menos de unasemana. Cuando iban a cumplir diezaños, la madre de Ben y el padre deReid, quienes trabajaban juntos en unlaboratorio del Gobierno, decidieronorganizarles una fiesta de cumpleañosconjunta.

Elijah también estaba.

La fiesta tuvo lugar en la casa deReid. Jugaron a varios juegos, comierontarta, abrieron regalos y celebraron untorneo de videojuegos. Tendría quehaber sido perfecto.

Pero, cuando Elijah quedó eliminadodel torneo, empezó a aburrirse. Queríajugar a otra cosa, y Reid estaba segurode que en el sótano había viejos juegos.Ben y otro chico los acompañaron.

En el sótano había juegos de tablero,pero nada excitante. Sin embargo, habíaalgo más: una puerta cerrada con llave.

En cuanto Elijah descubrió la puerta,tuvo que descubrir que había detrás.

Era el laboratorio privado del padrede Reid, el lugar donde guardaba todos

sus experimentos fallidos, aquellos queel gobierno había dejado de financiarpero que aún no estaba preparado paracancelar.

Entre los cuatro lograron forzar lacerradura.

Encontraron extrañas armas láser queno disparaban, un ordenador con unaespecie de juego de cartas y una mesallena de productos químicos de distintoscolores. Y también encontraron algo queparecía un casco del que salían muchoscables que se conectaban a unminitelevisor. El otro chico se lo puso yBen encendió el televisor y apretóvarios botones para ver qué ocurría. Enla pantalla solo se veían rayas blancas,pero el casco le dio al chico una

descarga y se le quedó el pelo de punta.Lo que resultó muy divertido. Lo

suficiente para que Elijah quisieraprobarlo. Y después Reid, y por últimoBen. Se lo probaron por turnos y serieron unos de otros al ver cómo lesquedaba el pelo. Hasta que Elijahdeclaró que tenía sed y quería probarotra cosa.

Reid sacó una especie de extrañozumo de la nevera del laboratorio y selo bebieron entre todos. Tenía un saboramargo y extraño que solo consiguiódarles más sed. Cuando se loterminaron, se dirigieron hacia lasescaleras.

Sin embargo, antes de subir por ellas

Ben descubrió algo en un rincón mediocubierto con una sábana. Era unaespecie de motor. Llamó a los otros y loinspeccionaron. Aunque al principio noarrancaba, eso no los detuvo. Reidencontró lo que parecían ser las notas desu padre y cada uno de los chicos revisóunas cuantas páginas. Ben manipuló elmotor mientras Reid leía comentarios alazar, hasta que Elijah se cansó y uniódos cables del sistema de arranque y elmotor se puso en marcha.

El motor estaba conectado a un rayoláser, y un enorme circuito líquido sematerializó en el aire. Justo delante deellos. El circuito tenía el doble de sualtura, y aunque el interior parecíanegro, la superficie ondulaba como si

fueran olas y desprendía aire caliente.Elijah retó a que alguno de ellos lotocara, pero nadie se atrevió. De modoque empezaron a retarse unos a otros, ydespués a empujarse.

Hasta que Ben tropezó.Elijah trató de agarrarlo, pero ambos

cayeron en el interior del círculo. YReid saltó tras ellos. Los tres estánprácticamente seguros de que el cuartochico se quedó atrás, pero no lo sabencon certeza. Lo único que saben es queno volvieron a verlo.

Y entonces estaban bajo el agua, en elocéano. Reid y Elijah salieron a lasuperficie y después nadaron hasta lacosta, pero Ben se quedó rezagado.

Aunque sabía nadar, por algún motivoera incapaz de hacerlo. Se golpeó lacabeza con algo y perdió el sentido de laorientación. Hasta que comprendió queestaba hundiéndose.

Entonces una chica que creyó que eraun ángel (yo) lo agarró y lo sacó delagua. Y lo llevé hasta la orilla.

Los últimos siete años se handedicado a intentar descubrir quéocurrió y cómo pueden regresar a casa.Tienen tres páginas de las notas delpadre de Reid sobre la máquina queabre el portal. En ellas se explica lafunción de la máquina: abrir agujeros degusano para viajar a otra dimensión.También aparece un diagrama de lamáquina, de modo que saben

aproximadamente lo que necesitan paracrear una. Pero les faltaba por conocertantas cosas… Incluso con las notas, lesresultó imposible reunir todas las piezasque necesitaban para fabricar unaréplica. Por tanto, leyeron todo lo quepudieron encontrar sobre la teoría decuerdas, física cuántica y agujeros degusano, y siguieron intentándolo.

Hace seis meses, Ben y Elijah sepelearon. Elijah intentó utilizar suspoderes contra Ben –intentó cortarledesgajando las moléculas de su cuerpo,destruyéndolas en lugar de curarlas–,pero Ben se resistió y, cuando suspoderes se combinaron, crearon sinquererlo una salida: abrieron un

pequeño portal muy inestable quepalpitó y desapareció delante de ellos.Enseguida reconocieron qué era. ¿Cómoiban a olvidar el aspecto que tiene unportal?

Con la pelea aparcada, trabajaronjuntos con Reid y cambiaron lasmoléculas del aire delante de ellos. Yabrieron otro portal. Como el resto delos aspectos de sus habilidades, era unacuestión de concentración y práctica.Pero ¿cómo podían saber que era elportal adecuado, el que los llevaría devuelta a su casa? No podían.

Han abierto cientos de portales losúltimos seis meses. Al principio solopodían hacerlo cuando dos o los tres seconcentraban juntos, pero ahora Ben es

capaz de hacerlo también solo. Sinembargo, siguen estando muy lejos de suhogar. Probablemente existan miles deTierras, y no tienen forma de saberadónde irán la próxima vez queatraviesen un portal.

Ahora la situación ha empeorado. Endos ocasiones, cuando Ben ha abierto unportal, ha hecho atravesar hacia estelado a gente que ha acabado muerta. Porla radiación.

El primer cuerpo lo atribuyeron a unaccidente. Ben esperó unas cuantassemanas antes de abrir otro portal y todofue bien. Incluso abrió varios más sinningún incidente. Elijah intentóconvencerlo de que atravesaran uno. Si

no era su mundo, ahora ya sabían cómoabrir más portales. Seguiríanabriéndolos hasta encontrar el camino acasa.

Aunque, por supuesto, no sabíancuántos universos hay, lo que significaque tampoco sabían cuánto tiempotardarían en llegar al suyo. Ben loconvenció de que esperaran.

El segundo cuerpo fue peor.

08:18:31:16

Mientras espero a que Ben continúe, derepente me doy cuenta de algo que merevuelve el estómago. No meequivocaba cuando me he preguntado siBen era peligroso. No me equivocaba enabsoluto. Los tres son peligrosos: Ben,Reid y Elijah. Ni siquiera importa quevaya armada.

Cualquiera capaz de reanimar uncorazón como Ben me hizo a mí,

cualquiera capaz de hacer algo asítambién puede detenerlo.

«Si la poli no hubiese aparecido,seguramente lo habría matado.» Me lodijo Reid. En aquel momento no se meocurrió preguntarme cómo lo habríamatado. Pero ahora lo sé.

–Pensé que deberíamos tratar de abrirel portal lo más cerca posible del lugarpor el que llegamos –dice Ben.

–Pero no podíamos quedarnos de pieen mitad el puto océano –intervieneElijah.

Me siento mareada y no consigo dejarde pensar en los cuerpos. Quemados porla radiación hasta quedarirreconocibles. La familia en aquellacasa.

–Hay un terreno despejado delante dela playa de Torrey Pines –continúa Bencomo si le costara seguir hablando.Tiene la mandíbula tensa y no me mira alos ojos–. Es lo más cerca queconseguimos llegar sin ser vistos.Empecé a abrir un portal allí, pero casiinmediatamente algo lo atravesó a todavelocidad.

El corazón me late desbocado.–¿Qué era? –pregunto, mi voz apenas

un murmullo.–Una camioneta –dice Ben.–Iba que se las pelaba –añade Elijah.Sin Nombre en su Velocidad de 1997.

Y ahí estaba yo, en el lugar equivocadoy en el momento equivocado.

08:18:29:47

–Después de eso dejé de abrir portales–dice Ben.

Por alguna razón miro a Elijah. No esque confíe más en él que en Ben y quepiense que va a contarme la verdad.Pero sí sé que Elijah no la suavizará.

–Es verdad –dice encogiéndose dehombros.

–No voy a abrir ningún portal máshasta que descubra cómo hacerlo bien –

añade Ben–. Y no solo saber adóndevamos. No sé qué ocurrió exactamentecuando llegamos, cómo conseguimosatravesar el portal, pero ahora la genteestá muriendo. Tengo que saber cómoregresar sin morir en el intento.

Asiento porque sus palabras tienensentido. O tanto como puede llegar atenerlo algo de todo esto.

Miro a Ben a la cara, pero él siguecon la vista clavada en el suelo. Nopuedo conseguir que me mire. Sieteaños. Lleva aquí siete años, yendo deuna casa de acogida a otra. No puedo niimaginar lo que debe de haber sido paraél, sobre todo cuando no era más que uncrío. Ha debido de pasarlo muy mal porculpa de la soledad y la añoranza.

Siento un dolor en el pecho, un vacíoque me recuerda mi propia pérdida, y seme forma un nudo en la garganta.

Cuando me doy cuenta de que metiemblan los dedos, hago crujir losnudillos para disimular el temblor, yentonces pienso en cómo todo estocambia la perspectiva de las cosas.

–¿Y los otros cuerpos?–¿Qué cuerpos? –pregunta Ben.–Un momento –digo, y subo la

escalera para coger la mochila. Llamo aAlex y le digo que se invente algunaexcusa para escapar del control de sumadre y que venga aquí. Empieza aprotestar, pero, en cuanto le digo quenos equivocábamos respecto al virus y

que he descubierto algo que lo cambiatodo, se calla, y entonces sé que saldráde su casa aunque tenga que bajar por laventana.

Regreso al sótano. Saco todos losexpedientes y los hago circular. Ahoraes mi turno de contarles a ellos lo que hedescubierto: los cuerpos sin identificarque la unidad de mi padre estabainvestigando, la casa que tuvo quequemarse para evitar cualquier efectoresidual, el artefacto explosivoimprovisado no identificado queencontró el FBI. Sobre esto últimoquieren saber más cosas, de modo quelos hago partícipes de misespeculaciones, ya que es lo único quetengo.

También les hablo de la teoría queAlex y yo hemos elaborado acerca delvirus y de Mike Cooper y los correoselectrónicos que mi padre recibió.

Alex llega en mitad de mi explicacióny se sienta. Aunque no formula ningunapregunta, hago un pequeño interludiopara ponerlo al día brevemente acercade la teoría de los otros universos. Laexplicación resulta un poco extraña,algo así como: «Los tres vienen de unaespecie de universo alternativo; noexactamente un mundo paralelo, peroalgo así. Han estado intentando volver acasa y trayendo a gente por accidentedesde otro universo. Esas personas sonlas que murieron por culpa de la

radiación».Aunque lo digo completamente

convencida, Alex se muestra reticente.–No puede ser que te lo creas –me

dice–. Es una locura.Hago ademán de seguir con la

explicación, pero Ben dice:–Alex, mira. –Coge un vaso de agua y

lo deja delante de nosotros. Lo sujetapor la base y lo observa fijamente.

–¿Qué se supone que tengo que ver? –dice Alex. Cuando abre los ojos comoplatos sé lo que está viendo. El agua seevapora–. ¿Cómo lo has…?

–El portal por el que cruzamos a estemundo cambió la estructura molecularde nuestros cuerpos o la composiciónquímica o algo así. –Ben se pasa una

mano por el pelo–. Y ahora puedocambiar la estructura molecular de otrascosas.

–Así es como me curó –le susurro.Alex gira la cabeza y me mira

fijamente a los ojos. Bajo la mirada.Tendría que habérselo contado antes.

–¿Ahora nos crees? –pregunta Elijah.–No. –Alex niega con la cabeza–.

Pero estoy dispuesto a escuchar.Y entonces me doy cuenta de que

vamos a comportarnos como si todo estotuviera algún sentido.

–Alguien más debe de estar abriendoportales –dice Ben cuando termino dedarle los detalles del caso.

–Pero ¿quién? –No puedo evitar

reírme ante la idea–. ¿Cuánta gentepuede haber ahí fuera intentando abrir unportal para cruzar a otro universo?

–Mi padre –dice Elijah. Una sonrisailumina su rostro. Creo que es laprimera vez que lo veo realmente feliz.Parece cinco años más joven y diez añosmenos hastiado. Está casi guapo.

–¿Tu padre? –pregunta Alex–. ¿Porqué tendría que estar abriendo portales?

–Mi padre… mi auténtico padre –aclara Elijah–, trabaja en el Gobierno,es como una especie de presidente,aunque allí no hay límites a losmandatos. Es el jefe del Gobierno desdeque nací. Y sé que está buscándonos.

–Eso no lo sabemos –dice Ben en vozbaja. Me da la impresión de que no es la

primera vez que discuten de esto.–¿Y qué ocurre si uno de los portales

que abres es el correcto? –continúaElijah–. Puede que ya sepan dóndeestamos y estén intentando abrir unportal para llevarnos de vuelta.

–O podría ser Mike Cooper, oquienquiera que sea en realidad –diceAlex.

–Podría ser cualquiera, o cualquiercosa –dice Ben poniéndose de pie ydeambulando por el sótano–. Nosabemos si los portales pueden abrirsesolos y están trayendo a gente en contrade su voluntad. Tal vez estemos cercadel colapso de la función de onda.

–¿Por qué tienes que ser tan

obstinado? Ya te he dicho que eso essolo una teoría. Ni siquiera sabemos sies real –dice Elijah.

Ben maldice por lo bajo.–¡Todo esto es real… lo estamos

viviendo en nuestra propia carne!–¡Un momento! –Cojo a Ben de la

mano y le doy un apretón–. Que alguienme explique qué es el colapso de lafunción de onda.

–En teoría –dice Reid–, los universosdeben permanecer separados. Pero, cadavez que se crea una brecha, cada vez quedos universos entran en contacto, cadavez que tres críos cruzan de un universoa otro, estos se acercan lentamente.Hasta que, con el tiempo, colisionan.

–¿Colisionan? –repito, confiando en

que las consecuencias de eso no separezcan a las conjeturas que mi menteinsiste en dibujar.

Pero no se equivoca.–Destruyéndose mutuamente –susurra

Ben.–¿Colapso de la función de onda?Ben asiente.–Eso es lo que creemos que significa.–¿Podría ser la cuenta atrás? –

pregunta Alex. Lo miro, pero soyincapaz de verbalizar mis pensamientos.Al descubrir que esto no tenía nada quever con un virus, me he sentido aliviada.Pero ahora creo que es mucho peor.

–¿Y si el AEINI que tiene el FBI…? –dice Alex–. ¿Y si no es una bomba ni un

artefacto que libere un virus o algoparecido? Struz te dijo que no habíanlogrado desactivarlo. Pero es posibleque no pueda desactivarse. ¿Y si elAEINI es un cronómetro para el colapsode la función de onda?

Ben me mira a los ojos y dice:–Entonces nos quedan…–Ocho días.Ben asiente.–Nos quedan ocho días para descubrir

cómo detenerlo antes de que destruyaeste mundo… y el nuestro.

08:17:42:19

Ocho días significa que tenemos quetrabajar juntos. Es una alianza débilbasada únicamente en lo que Ben y yoparecemos sentir el uno por el otro,incluso si aún no hemos llegado amanifestar esos sentimientos.

Confío en Alex, siento algo por Ben, yquiero confiar en él, pero dudo muchoque me arriesgue a poner mi vida enmanos de Reid o Elijah. Sin embargo,

ellos son lo único que tengo en estemomento. Si recurro al FBI sin algúntipo de prueba, Struz no me creerá. Mipadre probablemente tampoco lohubiera hecho, lo que me da que pensar.Porque este es otro secreto importante.¿También se lo habría ocultado? ¿Contantas cosas en juego?

A pesar de todo, intento no darledemasiadas vueltas. ¿Qué habríaocurrido si hubiese recurrido a él y nome hubiera creído?

Cuando Alex, Reid y Elijah semarchan para seguir discutiendo sobrefísica cuántica, Ben me mira y dice:

–¿Me odias mucho?–No. –Y es verdad.–Soy una persona horrible. He matado

a gente. Casi te mato a ti. Podría haberprovocado el fin del mundo.

–Lo sé. –Pese a eso, soy incapaz deencontrar un motivo para culparlo porello–. Pero te encontrabas en unaposición muy difícil, y las muertesfueron accidentales. –Me muerdo ellabio porque, aunque sea verdad, megustaría poder decirle otra cosa. Pero noquiero mentirle. No soy así, y Ben semerece algo mejor.

Nos quedamos sentados uno al ladodel otro, en silencio, y lentamente secrea entre nosotros una sensación, unaespecie de carga eléctrica que setransmite a todo mi cuerpo,calentándolo. Tengo tantas preguntas que

no sé por dónde empezar. No puedo niimaginar lo que debe de haber sidosoportar el peso de todos esos secretossobre sus espaldas. Y como me prometía mí misma que haría todo lo posiblepor conocerlo mejor, empiezo por elprincipio.

–¿Cómo era tu familia? En tu mundo.Ben esboza una tímida sonrisa y deja

vagar la mirada.–Mi madre era científica. Trabajaba

para el padre de Elijah, y mi padre eracomercial. Viajaba mucho, y siempreparecía querer demostrar que se le dabamuy bien arreglar las cosas de la casa,porque en realidad a mi madre se ledaba mejor.

»Un día se estropeó la tostadora e

insistió en repararla él. –Ben se ríe–.Incluso la desmontó completamente yvolvió a montarla. Mi madre y yo nossentamos a la mesa de la cocina y loobservamos trabajar durante horas.

–¿La arregló? –le pregunto.Ben niega con la cabeza.–Cuando terminó, ni siquiera se podía

bajar la bandeja donde se coloca el pan.Al día siguiente, mi madre compró unanueva, idéntica a la otra, y todosfingimos que mi padre había conseguidorepararla.

Intento imaginarme la situación y nopuedo. Al menos no con mis padres deprotagonistas.

–Y tu hermano, ¿es más joven o mayor

que tú?–Derek tiene dos años más –dice Ben

con voz insegura–. Él fue quien memetió en el mundo de los coches y lasmotos. Teníamos uno de esos kits decoches en miniatura. Eran comojuguetes, pero podías construir un cochede unos cuarenta centímetros a partir depiezas muy pequeñas y era casi real, conun motor y todo eso. Pero eran muycaros, de modo que cuando mi madre lecompró a Derek otro kit le pidió que medejara trabajar con él. Después lohacíamos correr por nuestra calle,turnándonos al mando del controlremoto. Solíamos perseguir a nuestraperra.

Respira hondo.

–Se llamaba Esperanza, una pit bullque Derek adoptó de una perrera. Teníael pelo dorado, casi rojizo, unos ojosmuy inteligentes y mucha más energíaque nosotros. Cada vez que jugábamos apilotar el coche, la perseguíamos. Leencantaba.

Me río ante la imagen de un coche acontrol remoto persiguiendo a un perro.

–¿Sabes qué es lo peor? –me preguntaBen con los ojos enrojecidos yllorosos–. Que no recuerdo sus caras.Entiéndeme, los recuerdo a ellos, o almenos tengo un vago recuerdo. Porejemplo, sé que mi madre llevaba unablusa rosa en la fiesta de cumpleaños. YDerek una camiseta con una especie de

robot de dibujos animados. Pero norecuerdo sus caras.

No me lo pienso dos veces. Lo agarro,tiro de él y lo envuelvo entre mis brazos.Porque no puedo imaginar nada peor queeso.

–A veces incluso dudo de mis propiosrecuerdos, o los mezclo, como si nopudiera recordar qué ocurrió allí y quéaquí –me susurra con la cabeza entre micabello.

Le cojo la cabeza entre mis manos yse la giro hasta que nuestras narices yfrentes se rozan. Ambos respiramospesadamente. Me pregunto qué estarápensando. Me pregunto si su corazónlate tan deprisa que está a punto desalirle por la boca. Si se alegra de que

aquella camioneta llegara a todavelocidad desde otro universo paraatropellarme porque de ese modo nosconocimos. Si es consciente del olor amenta, jabón y gasolina que desprende yque me vuelve loca, en el mejor sentidode la palabra.

–Eres mi ancla –susurra Ben, y notosu aliento en mis labios–. Fuiste loprimero que vi al llegar aquí. Cuandome sacaste del agua, supe que todo iríabien. Incluso si estábamos aquíatrapados.

Me asalta el recuerdo, la visión, decuando saqué al niño del agua con el sola mi espalda.

¿Y si no hubiera estado exactamente

en el lugar adecuado? Apoyo la frentecontra la suya porque, en este momento,él es lo único que tiene sentido.

Me inclino y lo beso.Él me devuelve el beso.Tengo la sensación de que mi cuerpo

está a punto de sufrir una combustiónespontánea. Aunque en esta ocasión esmaravilloso.

08:17:36:29

–Para –susurra Ben muy cerca de mislabios–. Janelle, para.

Sin embargo, sus manos no se separande mi cuerpo; sus dedos presionanlevemente mi piel mientras recoloca miscaderas y espalda para acercarme más aél. Vuelve a besarme y noto su lengua enla boca.

Cuando le muerdo el labio inferior,Ben emite un gemido y me atrae aún más

hacia él.Entonces me aparta bruscamente.–Para.Me quedo resollando, ansiosa de

volver a sentir su cuerpo pegado al mío.–Para, Janelle, no podemos.–¿No podemos? –le pregunto con una

carcajada que pretende encubrir laintensa sensación de rechazo queexperimento–. Pues a mí me parecebastante obvio que sí podemos. Noestábamos haciéndolo nada mal.

–No podemos estar juntos. Es decir,quiero hacerlo, y creía que podríamos,pero con todo… esto… –Agita unamano–. Somos de mundos distintos…literalmente. Y mira qué está pasando anuestro alrededor. La gente está

muriendo. He de concentrarme ensolucionarlo.

No digo nada; me limito a mirarlofijamente. Esto no tiene sentido.

–No deberías haber roto con Nick pormí.

–¿Qué? –Siento cómo se acumula lafuria en mi interior y aprieto los puños–.No rompí con Nick por ti. Eso no tienenada que ver contigo.

–Espera, no quería decir eso. Yo…–Entonces, ¿qué querías decir? ¿Te he

interpretado mal? ¿No es eso lo quepretendías decir?

–No, por supuesto que no. –Ben da unpaso adelante, pero entonces da marchaatrás, se lleva las manos a la cabeza y

tironea de su cabello–. Esa no es lacuestión. No tiene importancia cómo mesiento porque no podemos estar juntos.

–¿Por qué?–No puedo hacerlo –dice–. No puedo

estar tan cerca de ti después de tantosaños deseándolo cuando dentro de pocovolveré a perderte.

–¿De qué estás hablando?Ben cierra los ojos y, cuando vuelve a

hablar, su voz suena cansada, apenas unmurmullo:

–Janelle, puede que todos estemosmuertos dentro de ocho días, pero,aunque no sea así, yo… yo no soy deaquí. –Vuelve a abrir los ojos, con elsufrimiento reflejado en su expresión–.¿Aún no lo entiendes?

No digo nada.Ben alarga las manos y me agarra por

los hombros.–Llevo los últimos siete años de mi

vida intentando regresar a casa.–Regresar… –digo, y no puedo

continuar porque entonces locomprendo. Todos los experimentos, lafísica cuántica, los portales abiertos ylos cuerpos que han cruzado universos–.A tu casa. Te marchas.

Ben asiente.–Pero ¿cuándo?–No importa –responde–. No sé si

será mañana, pasado mañana, dentro desiete días o nunca. Pero mi objetivosiempre será regresar a casa.

Casa. Para él es un lugar del que yono formo parte.

08:15:56:47

–¿Dónde demonios has estado? –mepregunta Struz en cuanto abro la puerta yentro en casa.

El corazón me late a mil por hora yme apoyo en la puerta un segundo,recordándome a mí misma que he dejadola mochila en casa de Ben y que elinterrogatorio que se avecina tiene másque ver con el hecho de que llegue a launa de la madrugada entre semana que

con otra cosa.–Me has dado un susto de muerte –le

digo.–Me alegro –responde Struz. Está en

la cocina, sacando los platos dellavavajillas–. Vas a decirme ahoramismo de dónde demonios vienes. Y nise te ocurra nombrar a Alex. He vistocómo llegaba en su coche hace más deuna hora.

–¿Has oído los gritos de su madredesde aquí? –le pregunto con unasonrisa.

–De hecho, los he oído, pero respondea mi pregunta.

–Estaba en casa de un amigo, en BlackMountain Road –digo. No le miento.Solo le oculto parte de la verdad–. Alex

también ha estado un rato. Hemos estadohablando de física.

–La próxima vez te importaría, no sé,¿llamarme? –dice, e inmediatamente mesiento culpable. Acabo de hacerle aStruz lo que mi padre nos hacía anosotros continuamente.

–Tienes razón. Tendría que habertellamado –le digo asintiendo.

–Muy bien. Ahora que ya heconseguido que te sientas mal, déjameenseñarte algo.

Me encanta que sea así.–¿Qué es?Struz saca algo cuadrado y negro de

su bolsillo e inmediatamente se mellenan los ojos de lágrimas al reconocer

la cartera de mi padre, la que le regalépor Navidad hace unos años. Aunque lapiel ya había empezado a desgastarse, senegaba a comprar otra porque esta se lahabía regalado yo.

–Gracias –digo, haciendo un granesfuerzo debido al nudo en mi garganta.Sé que mi madre estaba bien cuando memarché, pero a pesar de todo me sientoen la obligación de preguntar–: ¿Cómoha ido la noche?

Struz niega con la cabeza.–Ha sido una noche tranquila.

Supongo que ahora está durmiendo. Sellevó algo de comida a su dormitorio,pero no sé si se la ha comido.

Asiento y voy hacia las escaleras.–Buenas noches, Struz –digo,

sabiendo que se quedará a dormir en elsofá o se marchará, dependiendo de lopronto que tenga que levantarse por lamañana.

Cuando llego a mi cuarto, dejo elbolso sobre la cómoda, me quito loszapatos y me tumbo en la cama. Mañaname cambiaré de ropa. Abro la cartera yvacío el contenido sobre la colcha. Hayuna fotografía mía y de Jared en laComic-Con de hace tres años, un billetede veinte dólares, el carnet de conducirde mi padre, un par de tarjetas decrédito, una tarjeta regalo de Target y untrozo de papel con los números 3278.Me gustaría que fuera una pista, peroprobablemente no sea más que la clave

de la taquilla del gimnasio.Aunque sé que seguramente estará

durmiendo y que terminará saltando elbuzón de voz, marco el número deteléfono del FBI de Barclay y escucho eltono de llamada. Necesito información,y espero que Barclay puedaproporcionármela sin hacer demasiadaspreguntas. No se preocupa por mí comolo hace Struz, lo que significa que no leimportará saber en qué ando metida.Después de oír la voz genérica delbuzón de voz, le dejo un mensajepidiéndole que me devuelva la llamadamañana. También le digo quedeberíamos vernos para intercambiarinformación.

Justo cuando finalizo la llamada,

alguien llama a la puerta con losnudillos.

Suelto el móvil instintivamente y mepongo de pie, preguntándome siquienquiera que esté al otro lado de lapuerta ha oído cómo dejaba el mensaje.

Abro la puerta una rendija y veo aStruz con la sudadera puesta y las llavesdel coche en la mano.

–¿Qué pasa? –pregunto, intentandodisimular el hecho de que acabo dellamar a un analista del FBI con laintención de poder involucrarmeilegalmente en una investigación federal.

–Solo quería decirte… –Se lleva unamano a la boca, tose y se mueveincómodamente–. Sabes que puedes

contar conmigo en lo que sea que andesmetida, ¿verdad?

–Por supuesto –digo, aunque respondodemasiado rápido para que resultecreíble.

Empiezo a cerrar la puerta, pero Struzapoya una mano en la madera y me loimpide. El corazón me lateaceleradamente. ¿En qué cree que andometida? ¿Qué sabe?

Casi se lo cuento. Casi le hablo delsecreto que Ben ha mantenido ocultodurante siete años. Pero no lo hago.Aunque Struz me creyera, no sé cómopodría ayudarnos el FBI. Sé que alguiencomo Elijah jamás hablaría con ellos.

De modo que me limito a mirarlofijamente y esperar.

Struz se aclara la garganta.–Sea lo que sea lo que estés haciendo

con el arma de repuesto y losexpedientes, ten cuidado.

Asiento pese a no poder evitarpreguntarme por qué hay tanta gentedispuesta a confiar en que haré locorrecto.

Espero no decepcionarlos.

08:05:46:15

Barclay me devuelve la llamada a lahora de la comida. Estoy sentada al ladode Cecily y, cuando veo su nombre en lapantalla del móvil, prácticamente saltode la silla para contestar.

–Soy Janelle –digo, ya que «Hola» meparece demasiado informal paranosotros.

–¿Qué quieres, Tenner? –pregunta él–.Solo acepto paseos privados después de

la medianoche.–Estoy segura de que las chicas

encuentran muy seductor tu sentido delhumor, pero esta vez solo queríapreguntarte si podríamos vernos cuandotermines tu jornada –digo intentandodisimular la desesperación que siento–.Tengo información sobre un caso quecreo que puede interesarte, y tambiénalgunas preguntas.

–¿Crees que vas a conseguir sacarmealgún tipo de información? –me preguntacon una risotada.

–Sí –respondo–. Después de todo, séque incumpliste una orden directallevando a una civil, que por cierto esmenor de edad, a la escena de un crimenque todavía no se ha hecho público.

–Eso solo me costará una reprimendade Struz.

–Tal vez, pero ¿qué ocurrirá sialguien se lo cuenta a la prensa? –digopese a no saber exactamente cómo se meha ocurrido la amenaza. ¿Demasiadaspelículas de la mafia?–. Estoy segura deque les interesará saber lo traumatizadaque estoy.

Barclay debe de estar intentandodigerirlo porque no dice nada.

–También tengo información quepuede interesarte, ¿sabes? –le ofrezco.No quiero asustarlo demasiado.

–¿Información? –pregunta–. ¿Quépodrías saber tú?

–Todo lo que aparece en los

expedientes de mi padre.Oigo a Barclay respirar hondo al otro

lado de la línea.–De acuerdo –dice finalmente–.

Termino mi turno a las cinco. ¿Dóndequieres que nos veamos?

Le doy la dirección del Chili en MiraMesa, el lugar que he acordado conAlex. Yo le sacaré información mientrasAlex y Ben recorren las gasolineras paraver si pueden encontrar la que apareceen la fotografía de Mike Cooper quetenía mi padre.

Cuelgo y regreso a la mesa. Alex estácomiendo con Cecily y unos cuantosamigos más, chicos con los que hemoscompartido clase los últimos dos años.Siguen hablando sobre el próximo

examen de Cálculo y de si estaremospreparados para la prueba de nivel demayo, la misma conversación quecuando me he levantado. No tienen ni lamenor idea de lo poco que importarátodo eso si llega el fin del mundo.

Mientras finjo escucharlos, echo unvistazo en busca de Ben.

Él y Elijah están en su lugar habitualsobre el césped, en compañía de chicascomo Roxy y Alicia, quienes se dedicana reír exageradamente.

Como es habitual en él, Ben muestrauna actitud de genuina desgana, y poralguna razón esta vez me invade laenvidia y el deseo de estar comiendocon él.

–Entonces, Ben Michaels… –dice depronto Cecily. Cuando me doy la vuelta,está sonriéndome.

Un par de chicos se ríen, como siesperaran que los hicieran partícipes dealgún tipo de broma, pero Cecily selimita a mirarme con una amplia sonrisaen el rostro.

–Es muy mono –añade con una risita.Me encojo de hombros.–Siempre y cuando te guste ese aire

misterioso de chico malo.Cecily sonríe aún más abiertamente y

mira en dirección a Ben y Elijah.–De hecho, me gusta.–No acabo de entender la fascinación

que provocan los chicos malos –dice

Alex–. Sinceramente, siempre hepensado que los tipos inteligentes y quese esfuerzan deberían ser másinteresantes.

–Oh, Alex, qué poco entiendes a laschicas –digo con una carcajada.

Cecily vuelve a mirarnos.–A Ben Michaels parece que se le da

muy bien la física. Recuerdo que nohace mucho corrigió a uno de esos tiposinteligentes y que se esfuerzan en clasede laboratorio.

Alex asiente.–Supongo que eso significa que

necesito renovar mi armario.Lo que inaugura una conversación

demasiado larga sobre lo que haríaCecily para que Alex tuviera el aspecto

de un chico malo.Mi mirada vuelve a vagar hasta Ben.Hasta que Alex me da un golpe en el

hombro.–¿Qué pasa? –digo volviéndome hacia

él.Alex señala algo con la cabeza, pero

se le da fatal y no tengo la menor idea dequé se supone que debo mirar.

Tras unos segundos de buscarinfructuosamente con la mirada, Alexpone los ojos en blanco.

–Kate –dice–. ¿Está comiendo sola?Me doy la vuelta para mirar hacia las

mesas próximas al gimnasio dondesiempre se sientan Kate y sus amigas yme doy cuenta de que Alex tiene razón.

Kate está comiendo sola, mientras quelas chicas con las que solía compartir lahora de la comida lo hacen unas mesasmás allá. Mientras la observo, Brookese levanta de su mesa y se inclina sobresu hombro para decirle algo.

Pero Kate niega con la cabeza y nolevanta la mirada del plato hasta queBrooke vuelve a marcharse.

–¿Qué debe de estar pasando? –diceAlex.

–No me importa –respondo, y sigocomiendo. Desearía que fuera cierto.

08:03:34:58

–Ya habéis pasado la mitad de la novela–dice Poblete– y llegáis a uno de losmomentos decisivos de la misma. ¿Quénueva revelación acerca de Gatsbydescubristeis en vuestra última lecturade anoche?

Debería sentirme aliviada de estar enel instituto. Son las únicas horas del díadurante las cuales puedo olvidarme dela cuenta atrás, los universos

alternativos y Mike Cooper, y fingir quesoy alguien normal. Hasta que me doycuenta de lo retrasada que voy, de loperdida que me siento en clase, yentonces el pánico se acumula en mipecho porque, con todo lo que estáocurriendo, anoche no leí nada, ytampoco la noche anterior.

Al parecer, Poblete tiene un radarpara detectar ese tipo de cosas.

–Señorita Tenner, podría iluminarnoscon algo nuevo sobre Gatsby.

Justo cuando estoy a punto derendirme y reconocer que no tengo niidea de qué está hablando, veo cómoBen da varios golpecitos a su libreta.

Todo lo que ha hecho Gatsby lo ha hecho porDaisy.

Afortunadamente, había leído antes El

gran Gatsby. De hecho, me fascina sutrágica historia, aunque no estoy muysegura de por dónde vamos. De modoque me agarro a la sugerencia de Ben,añadiendo una pizca de mi cosechapropia sobre todas las cosas que haceGatsby, desde celebrar fastuosas fiestashasta cortar el césped de sus vecinos,pasando por el hecho de que tengacientos de camisas distintas. Como nopodía ser de otro modo, cuando termino,Poblete me dice:

–Gracias, señorita Tenner. –Y

continúa–: Anteriormente la señoritaZhou había comentado que Daisy soloera una víctima inocente en manos de unesposo tirano. ¿Qué pensáis ahora deella después de leer el último capítulo?

Miro a Ben con un sentimientocontradictorio: agradecida de que mehaya salvado y mortificada por el hechode que haya tenido que hacerlo. Cuandotodo esto termine, he de reconsiderarmis prioridades.

–De acuerdo –dice Poblete–,analicemos el lenguaje que utilizaFitzgerald en los capítulos cuatro ycinco. ¿Qué habéis anotado que sugieraque Fitzgerald utilizó a Gatsby como unejemplo del fulminante SueñoAmericano?

–¿No lo leíste hace dos años? –mesusurra Ben muy cerca de la oreja.

Me pongo rígida y lo miro. ¿Cómopuede saber que…? Ben debe de intuirqué estoy pensando porque vuelve aacercar la cabeza.

–No hay mucha gente en este institutoque se siente en el césped a la hora de lacomida y se ponga a leer. Y aún menoslos que alternan El gran Gatsby conHarry Potter.

–Harry Potter es un clásico –lerespondo también en un susurro.

–¿Cuál es tu libro favorito, si tuvierasque elegir uno?

–The Electric Church de Jeff Somers–digo sin dudarlo–. Si tuviera que elegir

uno… Es un extraño cruce entre cienciaficción y novela negra, y el personajeprincipal es la monda. Es un librodiferente, no se parece a ningún otro.

–Si conseguimos sobrevivir, megustaría que me lo prestaras.

Estoy a punto de aceptar el trato ypreguntarle cuál es su libro favorito,cuando Poblete dice:

–Señor Michaels, por favor, deje depedirle a la señorita Tenner que se casecon usted y preste un poco de atención.

Me ruborizo instantáneamente y bajola vista a mis apuntes. Ben, en cambio,se ríe.

–¿Por qué insiste en echar por tierratodos mis intentos de conseguir una cita?

En este momento mi único deseo es

que la tierra se abra bajo mis pies y metrague. No puedo dejar de pensar en lacita que tuvimos, cuando Ben me dijoque no podíamos estar juntos, lo quesignifica que no volveremos a tener otra.Me siento como si alguien estuvieraabriéndome en canal.

–No todos, solo los que tienen lugaren mi clase –dice Poblete antes deregresar con Gatsby.

Pero solo durante un segundo. Porquede pronto siento un mareo y náuseas,como si estuviera a punto de vomitar.Entonces me doy cuenta del motivo: elsuelo se mueve bajo mis pies.

08:03:30:01

El suelo tiembla, las paredes se agitan ylas mesas y sillas se mueven solas. Todose desplaza hacia la derecha, despuéshacia la izquierda y nuevamente a laderecha. Tengo la sensación de quealguien está sacudiéndome. Pobletetropieza y se golpea contra la pared.Durante un minuto todos nos quedamossentados, estupefactos ante laposibilidad de que el aula acabe

derrumbándose y nos sepulte.Alguien sentado detrás de mí dice:–Madre mía, ¿es un terremoto?Y entonces Poblete empieza a gritar,

ordenando a todo el mundo que se metadebajo de la mesa, como nos hanenseñado a hacer cada año desde queíbamos a preescolar. Esto es California.Sabíamos qué hacer durante unterremoto incluso antes de comprenderqué era.

Deslizo la silla hacia atrás y me metodebajo de la mesa mientras intentoconvencerme a mí misma de que no pasanada, de que esto es normal, solo unterremoto. Sin embargo, cuando miro aBen comprendo que ahora soy yo la quetendrá que acudir en su ayuda. Continúa

sentado en su silla, como si estuvieraaturdido. Visualizo las ventanasrompiéndose en pedazos y un trozo decristal dirigiéndose hacia su rostro. Laimagen hace que se me revuelva aún másel estómago. Alargo una mano y tiro desu brazo hasta arrastrarlo al suelo.

Y el suelo continúa sacudiéndose,cada vez más rápido y con mayorviolencia. Tengo la sensación de estaren una atracción enloquecida de parquetemático, y lo más aterrador es saberque aún no hemos llegado a lo peor. Mecuesta respirar, como si tuviera algo enla garganta que me impidiera aspirar connormalidad, y empiezo a sentirmedesorientada, como si fuera incapaz de

mantener la cabeza encima de micuerpo.

Las vibraciones me recorren el cuerpode pies a cabeza y pierdo el control demi propia piel. Libros y mochilas caende mesas y sillas y saltan de un lado alotro del aula. Me agarro a la pata de lamesa para intentar recuperar elequilibrio, pero solo consigo aumentarla sensación de estar siendo agitadadentro de una coctelera. Es como estaren una montaña rusa descontrolada apunto de descarrilar.

Caen fotografías de las paredes, elordenador de Poblete suelta chispas, lasluces se apagan, las ventanas estallanprovocando una lluvia de cristales sobrelas mesas y alguien grita.

Tardo un segundo en darme cuenta deque ha terminado. Siguen temblándomelas manos y el cuerpo, pero el suelo seha detenido.

Solo cuando se impone el silencio soyconsciente del estruendo queacompañaba al terremoto. Un ruidoparecido a una tormenta con truenos,aunque en este caso procedente dedebajo de la tierra, como si estaestuviera gritando y dejara escapar unaespecie de rugido.

Ahora que vuelvo a oír el latido de micorazón, alargo la mano para agarrar lamuñeca de Ben y siento su rítmico pulsoen mis dedos. También oigo losresuellos del resto de mis compañeros y

los leves sollozos de alguien detrás demí. Y entonces los altavoces crepitan yse oye la voz de Mauro:

–Esto es un código blanco –dice.«Terremoto.»–. Permanezcan en susaulas, esto es un código blanco.

La clase vuelve a quedarse ensilencio, solo matizado por el sonido denuestras respiraciones y el olor acircuito chamuscado.

–¿Está todo el mundo bien? –preguntaPoblete. Un coro de temblorosasrespuestas afirmativas resuena en elaula–. Señorita Crowley, ¿está bien ahíatrás?

–Sí. Me he golpeado la rodilla conalgo, pero sobreviviré.

–Por favor, hágalo. ¿Está sangrando?

–No, pero me duele como un demonio.–Bueno, eso es prometedor. Señorita

Desjardins, ¿se encuentra bien? –pregunta Poblete.

Responde Alex por ella porque lainterpelada está llorando a mocotendido:

–Maddy está bien. Un poco asustada,pero ya está calmándose.

–Bien. Bien. –Poblete se pone de piey se acerca a su escritorio–. Quedaosdonde estáis por si se produce unaréplica. Iré a administración paracomprobar cómo va todo.

En cuanto se marcha, crecen losmurmullos de la gente preguntándoseunos a otros cómo se encuentran o

explicando brevemente qué creen que haocurrido cuando ha empezado, o inclusocontando historias sobre su experienciaen otros terremotos.

–El primer año de instituto golpeé aPoblete en la cara –dice Ben de repente.

–¿Cómo? –No puede estar hablandoen serio.

Pero él asiente.–Era aún el primer o segundo mes de

clases, y yo estaba muy frustrado.Habíamos descubierto lo que ocurrió, ysabíamos qué teníamos que hacer paravolver a casa, pero aún no sabía cómohacerlo. Y todo había sido culpa mía.Fui yo quien tropezó.

–Por favor, a mí no me parece quefuera culpa de nadie.

Ben niega con la cabeza.–No, fue culpa mía. Pero por entonces

la escuela me parecía una gran pérdidade tiempo. Me pasaba el día leyendo loque la gente aquí considerapseudociencia, y nadie me enseñaba lascosas que quería saber. Además, la casadonde vivía en aquel momento erahorrible, y Reid y yo estábamos en unafase de odio recíproco.

–¿Reid? –le pregunto con unacarcajada. Si fuera Elijah, lo entendería.

Ben asiente y esboza una tímidasonrisa.

–Cuando éramos pequeños no me caíamuy bien. Nuestros padres eran amigos ynosotros también teníamos que serlo.

Entonces llegamos aquí y empezamos acongeniar, pero él encajó tanrápidamente que lo odié un poco porello.

»De modo que comencé acomportarme como un idiota. No memetía en muchas peleas, esa fue siemprela especialidad de Elijah, pero hablabaen clase, corregía a los profesorescuando la cagaban; en fin, que era uncapullo integral. Sacaba de quicio aPoblete a diario. Llegaba tarde a clase,nadie justificaba mis ausencias, decíatacos continuamente, le cogía sus cosas,de todo. Una vez incluso le robé lasllaves para entrar en los lavabos de losprofesores.

–¿Por qué eras tan capullo? –digo

riendo.Ben se encoge de hombros.–Pensaba que se cabrearía de verdad

conmigo. Pero, cuando llegué al díasiguiente, fue borrón y cuenta nueva.Nunca le duraba mucho el cabreo.

–¿Ni siquiera cuando la golpeaste enla cara?

–Le había cogido la regla y estabahaciendo el idiota con ella. Me pidiódos veces que se la devolviera, peropreferí golpear el tapón de una botellade agua que alguien me lanzó como sifuera un bate de béisbol. Y el tapón ledio justo en la cara, a un centímetro delojo.

Me muerdo el labio para contener la

risa, y Ben sonríe.–Poblete me señaló la puerta y me

echó de clase. Mientras esperaba en elpasillo, pensé que estaba acabado.Poblete informaría a administración y,como no era la primera vez que memetía en problemas, me suspenderían oexpulsarían. Mis padres de acogida enaquel momento ya me habían amenazadocon enviarme a un orfanato. De modoque, cuando terminó la clase, volví aentrar y me disculpé con sinceridad.Poblete tenía un cardenal donde la habíagolpeado el tapón. Me sentí fatal. Sinembargo, después de disculparme,Poblete me miró y me preguntó quéquería.

»Nadie me había preguntado eso

nunca –susurra Ben–. Le hablé de lateoría del metaverso y le conté todo loque quería saber. Ella había ido a laUniversidad de Duke, y allí hay undepartamento de parapsicología. Mepuso en contacto con un profesorjubilado que me dio el teléfono de unpar de personas más, y así empecé a atarcabos.

–Entonces, ¿gracias a Pobletecomenzaste a averiguar cómo volver acasa?

–Sí –dice Ben con una risa un tantoamarga–. Le encantaría saber que ella esuna de las responsables de que ahorasea capaz de abrir portales a otrouniverso, de que haya muerto gente y de

que hayamos sufrido probablemente elpeor terremoto que San Diego ha vistoen toda su historia.

Noto un nudo en la garganta. No habíapensado en todo lo demás.

–No sabes…–¿Alguna vez has experimentado algo

parecido? –me pregunta Ben–. No es unacoincidencia. Cuando ha empezado, hepensado que… era el final.

Lo que explica por qué no se hamovido de la silla para refugiarse bajola mesa.

Vuelvo a sentir náuseas; tengo lasensación de que no podré evitar que micuerpo deje de sufrir espasmos hastavomitar la comida. La gravedad de lasituación hace que sienta como si me

estuvieran estrujando las entrañas: elcorazón, los pulmones, el estómago, elalma.

Porque Ben tiene razón. Nunca habíaexperimentado un terremoto como este.Y llevo aquí toda la vida.

08:03:09:40

El terremoto ha tenido un índice de 8,1en la escala de Richter.

El mayor terremoto jamás registradoen la ciudad de San Diego. De hecho, elmayor terremoto jamás registrado enCalifornia.

El número de víctimas ya asciende amás de doscientas personas. Y sigueaumentando.

No tengo cobertura y no puedo llamar

a Jared para asegurarme de que estábien, pero, según los anuncios pormegafonía, en el instituto solo hay unoscuantos heridos de poca consideracióncon algunos cortes o contusiones.

Evacuan la escuela ordenadamente, unaula después de otra, y cuandofinalmente nos permiten ponernos depie, cojo mis cosas y salgo disparadahacia la puerta, aliviada de poderrespirar por fin aire puro. Sin embargo,al salir al exterior me doy cuenta de lamagnitud de la situación. Hay palmerascaídas por todas partes, y el patiocentral está cubierto de hojas. Lafachada de la biblioteca tiene fisuras yla fuente que hay delante del edificio delinstituto es un montón de escombros.

No me detengo hasta llegar al lavabode chicas y después hasta uno de losretretes. Respirando pesadamente,apoyo una mano en la pared y empiezo avomitar.

Hasta que no me queda nada en elestómago, solo arcadas.

Tengo los ojos húmedos y laslágrimas resbalan por mis mejillas,donde se mezclan con los mocos. Miespalda está empapada en sudor pese atener frío.

Esto es real. Universos alternativos.Portales a otros mundos. Universos quecolisionan y se destruyen mutuamente.

Mis hombros se sacuden solos y creoque estoy a punto de derrumbarme.

–¿Janelle? –me llama Ben–. ¿Estásaquí?

No respondo. Me llevo una mano a lacara y trato de contener las lágrimas.

–¿Estás bien? –pregunta Ben, y estavez su voz suena más próxima. Estoyprácticamente segura de que ha entradoen el baño.

Contengo el aliento y me limpio lacara con el dorso de la mano antes deabrir la puerta.

–Solo necesito un minuto –le digo–.Espérame fuera.

–Eh –dice alargando una mano–. No tepreocupes.

Pero no me dice que todo irá bien.Porque no puede. Y, al parecer, Ben

Michaels no es el tipo de persona aquien le gusta mentir a la gente. Inclusosi solo es para que se sientan mejor.

–¿Cómo puedes decir eso cuando elmundo puede acabarse dentro de ochodías? –le pregunto secándome otra vezlos ojos.

–Debemos concentrarnos en lo quepodemos hacer –dice Ben–. Tenemosque encontrar a quien sea que estéabriendo los portales y detenerlo. Esonos dará algo más de tiempo. Despuésya pensaremos qué hacer.

–Claro, chupado –digo poniendo losojos en blanco–. Quizá deberíamosrendirnos, reconocer que solo nosquedan ocho días de vida y, no sé,vivirlos al máximo o algo así.

Ben esboza una sonrisa y me atraehacia él.

–Eso ha sonado muy pococonvincente, sobre todo viniendo de ti.

Me sumerjo entre sus brazos y mepregunto por qué nunca me había sentidotan bien. Y esa es mi única excusa parajustificar las palabras que salen de miboca a continuación:

–Si solo tenemos ocho días, ¿por quéno podemos estar juntos, aunque solosean unos días?

–Sería demasiado duro. No podríasoportar abandonarte después. –Sualiento me hace cosquillas en el pelo.Aumento la presión de mis brazosalrededor de él mientras me esfuerzo

por memorizar exactamente la sensaciónde su cuerpo pegado al mío.

–Si nuestros mundos terminancolisionando, ese será el menor de tusproblemas.

Ben asiente con la cabeza pegada a lamía.

–Lo siento, no puedo.–Pero ¿por qué? –Lo necesito.

Necesito esto. Necesito algo bueno enmi vida, algo que merezca la penasalvar, luchar por ello, alguna razónpara no quedarme sentada y decir:«Colapso de la función de onda, aquíestoy».

–Janelle, tu padre…Y se aparta de mí.–Está muerto por mi culpa. Yo lo

maté.Es como si me quedara atascada en el

exterior, como si el mundo se hubieraladeado peligrosamente, o como si unmuro de cristal a prueba de balashubiera aparecido entre nosotros,separándonos irremediablemente pese aestar a escasos centímetros el uno delotro.

Se me seca la boca y no puedoarticular palabra. De hecho, es como sitodos mis sentidos se hubierandesconectado. Mis oídos se niegan a oírlo que me dice Ben. Mi piel es incapazde sentir el calor. Mis terminacionesnerviosas están muertas.

Me siento muerta por dentro. Mucho

más que cuando mi cuerpo estabatendido en la cuneta de la carretera deTorrey Pines Beach.

Rota. No se puede describir deninguna otra forma. Noto las entrañasdesgajándose, implosionando. Nadapuede devolverme la vida; nada puedehacer que vuelva a sentirme completa.Ni siquiera Ben.

Esto es demasiado.No logro respirar. Ni siquiera puedo

mantenerme erguida.Sin embargo, cuando Ben alarga la

mano de nuevo, sí soy capaz de alejarmede él.

Una parte de mí desea poder regresara la playa el fatídico día y acudir aNick. En lugar de aparentar ser una

Mujer Independiente, podría haberrepresentado el papel de la FéminaDesamparada y no me habríaatropellado la camioneta. Y BenMichaels no habría entrado en mi vida.Una parte de mí incluso desearía queBen me hubiera dejado morir en lacuneta. ¿Qué he conseguido arrancarle alas cenizas de la muerte y laresurrección? Un padre muerto, unhermano destrozado y una madre aúnmás desequilibrada. Y lo único bueno enmi vida, Ben, en realidad es el motivopor lo que todo lo demás se ha venidoabajo.

Una parte de mí incluso desearía nohaberlo sacado del océano hace ya

tantos años. Nada de todo esto habríasucedido.

¿O habría ocurrido de todos modos?–¿Qué quieres decir? –le pregunto

haciendo un gran esfuerzo.–No debería estar aquí. –La voz le

falla en la última palabra.–Entonces, ¿no lo mataste?–Físicamente no, pero está muerto por

mi culpa. –Se da la vuelta.El alivio que me recorre el cuerpo es

casi tangible, como una fresca brisamarina o una descarga de oxígeno puro.Puedo volver a respirar con normalidad.Por supuesto que Ben no mató a mipadre.

–¿No lo entiendes? Cada segundo quepaso en este universo, cada minuto, cada

hora, estoy empeorando las cosas,alterando el curso de losacontecimientos de un mundo en el quese supone que no debo existir.

–Ben Michaels transformando elmundo. Un poco prepotente, ¿no teparece? –No puedo contenerme pese asaber exactamente a qué se refiere.Sobre todo porque quiero que se quede.Conmigo. Aunque se supone que no debeexistir en este mundo, lo que sientocuando me abraza es demasiado real.

Ben se ríe con amargura.–Ojalá lo fuera. Ojalá lo fuera. –Deja

de pasearse y se sienta, enterrando lacabeza en las manos–. Efecto mariposa:un incidente aparentemente

insignificante puede provocar unacadena de acontecimientos infinita.Imagina lo que puede provocar unincidente significativo.

–Tu existencia no es lo que mató a mipadre. Lo hizo una persona y…

–Se supone que no debo estar aquí.No pertenezco a este mundo. –Levanta lacabeza–. La gente que ha muerto en elterremoto… también es culpa mía. Todoes culpa mía.

–¡No sabes por qué se ha producido elterremoto! –Trago saliva y hago unesfuerzo por bajar el tono de voz–. Elcaos es el estado natural de la vida. Nopodemos controlar el caos. No se puedecontrolar la vida… y tú lo sabes. Ahoraestás aquí. Llevas aquí siete años.

Asúmelo de una puta vez.–Pero el mero hecho de estar aquí

puede significar la muerte de todo unmundo.

–¡Eso no lo sabes! –grito. No porqueno lo crea. Sé en lo que está pensando.Lo entiendo. Ya ni siquiera sé sobre quéestamos discutiendo, solo sé quenecesito gritarle, y después besarlohasta dejar de tener miedo.

Por supuesto que mi parte racionalteme que tenga razón. Pero hay otraparte ciegamente convencida de que seequivoca. Porque hay otra opción.

–¿Y si el hecho de que atravesaras elportal y acabaras aquí es lo que debíaocurrir? ¿Y si no pertenecías al otro

mundo?Porque no puedo imaginar un mundo

en el que Ben no me pertenezca.

08:00:01:38

La secuela más extraña del terremoto esque hay agua por todos lados. Las callesy las aceras están inundadas con el aguaque se ha desbordado de las piscinascercanas. Mire donde mire, no veo nadamás allá de un metro delante de mí porculpa de la combinación del humo de losincendios que se han declarado en lasinmediaciones y del polvo ensuspensión. Algunos edificios parecen

intactos, como si no hubiese sucedidonada, mientras que otros –en algunoscasos incluso el edificio colindante–tienen el tejado hundido o un árbol haderruido el garaje.

Estoy bajando del coche de Alexcuando Ben se inclina hacia delante yme dice:

–Quizá no deberías ir sola. ¿Notendría que sentarse alguno de los dos enotra mesa o en la barra para vigilar?

–Esto no es un programa de polisinfiltrados –le respondo cambiándomela mochila de hombro–. Por las otrasveces que he hablado con él, Barclayparece un capullo pero sigue siendo unode los buenos.

Ben mira a Alex, como si no estuviera

muy seguro de aceptar mi opinión sin laconfirmación de otro elementomasculino, pero, afortunadamente, Alexsabe quién es su mejor amiga y se limitaa asentir.

–Estará bien –añade.Cierro la puerta sin esperar a oír

cómo continúa la conversación. Jaredestará las próximas tres horas en casa deun amigo y Struz está ocupadoatendiendo las secuelas del terremoto.Mission Valley, donde la calle 5 y la163 se cruzan con la 8, es una de laszonas más afectadas. Según las últimasinformaciones, el número de víctimas nodeja de aumentar, y se espera que laspoblaciones costeras sufran las peores

consecuencias cuando se produzcan lasréplicas. Ahora mismo la mayorpreocupación es si el terremoto acabaráprovocando o no un tsunami. Lasnoticias prevén unos dos mil muertos ybillones de dólares en pérdidasproducidas por la catástrofe.

El restaurante Chili, en Mira Mesa,está cerrado, por supuesto, pero, porfortuna, Whole Foods sigue abierto, yBarclay ha aceptado que nos veamosallí.

Aparentemente, Barclay es unholgazán, de modo que no cancelanuestra cita para ir a ayudar a losservicios de emergencias, como sí hahecho Struz.

Toda la ciudad se ha quedado sin

suministro eléctrico, y la tenueiluminación del Whole Foods confiereal encuentro un halo siniestro que mepone los pelos de punta. Eso y tambiénel hecho de que todas las amas de casade veinte kilómetros a la redonda yahayan pasado por aquí para saquear lasestanterías y pelearse entre ellas por lacomida enlatada, el agua embotellada ycualquier otro producto imperecedero.Todo aquello que no se han llevado –paquetes de tamaño industrial deservilletas de papel y cajas de naranjas–está volcado y desparramado por lospasillos. Parece como si un tornadohubiese asolado este lugar.

Paso por encima de un montón de fruta

descartada y pisoteada y me encaminohacia la cafetería, donde deboencontrarme con Barclay.

Alex, Ben y Elijah tienen la fotografíade Mike Cooper, y aunque intentaránencontrar la gasolinera que aparece enla misma, no estoy segura de si lograránllegar muy lejos con todo este tráfico. Apesar de mis objeciones, Alex y Benrecorrerán juntos todas las gasolinerasal norte de la universidad, mientras queElijah se concentrará en la zona sur. Alparecer, Reid está atrapado en casa desus padres.

Barclay está esperándome sentado auna mesa con un trozo de pizza y unacerveza.

–Dime, Tenner, ¿qué tienes para mí? –

me pregunta cuando me deslizo en elasiento frente al suyo.

No parece haber nadie más en la zonade mesas.

Supongo que la mayoría de la gente setoma muy en serio la recomendación deir a casa y no salir de ella.

–Primero responde a mis preguntas –le digo deslizando sobre la mesa lafotografía de Mike Cooper–. ¿Puedesencontrar a este tipo? A veces utiliza elalias de Mike Cooper.

Barclay observa la fotografía y seencoge de hombros.

–¿Por qué lo buscas?Me planteo la posibilidad de

explicarle qué he encontrado en el

ordenador de mi padre, pero, si Barclayaún desconoce la relación de MikeCooper con el caso, no quiero ser yoquien lo ponga al día. Me da lasensación de que Barclay es el tipo depersona capaz de encontrar a Cooper yno decírmelo, para después llevarsetodo el mérito y la gloria. Por mí puedellevarse todo el mérito, pero, a menosque el FBI esté dispuesto a implicarsecompletamente en lo que sabemos sobrelos multiversos, tampoco ayudará muchoa nuestra estratagema.

Por eso me limito a decirle:–Solo quiero hablar con él.Vuelve a observar la fotografía.–Es un poco mayor para ti. ¿Es un

rollo de drogas?

Pongo los ojos en blanco.–Deja de comportarte como un

capullo. ¿Puedes hacerlo?–Por supuesto que puedo, pero ¿qué

saco yo de todo esto?–Estos son los expedientes que tenía

mi padre del caso en el que estáistrabajando –le digo abriendo la mochilay sacándolos. Ya los he examinadovarias veces y no contienen nada que nosepa. De todos modos, los fotocopiéantes del terremoto.

–¿Expedientes? Tengo acceso a ellosen la oficina.

–Lo dudo mucho. –Habría sido másfácil llegar a un acuerdo con él sihubiese sabido que me creería y que me

mantendría informada–. Esto es todo loque tengo, además de las notas de mipadre. Pero, si no lo quieres, puedoquedármelo.

–No, les echaré un vistazo. –Aunqueintenta aparentar indiferencia, veo en susojos el interés por hacerse con losexpedientes. Cuando hace ademán decogerlos, los alejo de su alcance.

–¿Y encontrarás por mí a MikeCooper?

–Ya te he dicho que sí –diceBarclay–. Venga, dámelos. –Cuando lohago, añade–: Deberías abandonar eserollo de la investigadora aficionada ydejarlo en manos de las personas quesaben lo que están haciendo.

–Pues hasta ahora estáis haciendo un

trabajo excelente –le digo, molesta porsu actitud condescendiente–. ¿Tienesalguna idea de por qué la gente deaquella casa acabó…?

–Te dije que no salieras del coche.No tenías que haber visto…

–¿O cómo detener la cuenta atrás?Barclay se interrumpe y me coge por

el brazo. Cuando vuelve a hablar, lohace en voz baja, seria y un tantoamenazante:

–¿Qué sabes de la cuenta atrás?

07:23:29:17

La arrogancia y la condescendencia seesfuman, casi como si hubiera apagadoun interruptor, y tengo la sensación deconocer por primera vez a TaylorBarclay, agente del FBI. Antes de esoestaba tratando con un capullo queinfravaloraba mi inteligencia y medesestimaba, pero este tipo, el que meagarra el brazo con fuerza y me mira conuna feroz determinación en los ojos, es

alguien a quien no me gustaría enojar.Trato de liberar el brazo, pero

Barclay me lo impide, atrayéndome máshacia él por encima de la mesa.

–¿Qué sabes de la cuenta atrás? –repite.

–Está en los expedientes –le respondocon un resoplido–. Un AIENI con unacuenta atrás. Nadie sabe cómodesactivarlo. Mi padre creía que estabarelacionado de algún modo con loscuerpos.

Me suelta el brazo. Lo alejo de sualcance y me recuesto en el respaldomientras él hojea los expedientes. Estoytentada de recriminarle por el usoexcesivo de fuerza, pero no lo hago. Enlugar de eso, guardo silencio y me quedo

prácticamente inmóvil mientras meesfuerzo por no mostrar lo mucho queme duele el brazo.

Ya sabía dónde me metía cuandodecidí que quería jugar con los mayores.

Mientras me esfuerzo por encontraralgo que decirle, alguna forma de volvera recuperar el control de la situaciónque me permita seguir teniendo la manomás alta, vuelvo a sentir vértigo y unasúbita sacudida, como si un cocheacabara de empotrarse contra eledificio.

La cerveza de Barclay cae al suelo yse hace añicos. La tienda se llena degritos y oigo el estruendo de losproductos al zarandearse y caer al suelo.

–Mierda –digo. Una réplica. No es tanfuerte como el terremoto de estamañana, pero no importa. Me doy cuentade que esto es una colosal pérdida detiempo. Pienso en Jared. Debería estarcon él, o al menos debería estar en casacuando llegue para asegurarme de queestá bien.

Bajo la mirada, cojo la mochila ysaco un billete de veinte dólares de lacartera. Esta conversación no lleva aningún lado.

–Es una señal –murmuro.Pero, al parecer, Barclay me oye.–¿Una señal de qué? –me pregunta.–Del Apocalipsis.El muy capullo se echa a reír.

–¿El Apocalipsis? ¿Con los cuatrojinetes, la peste y todo eso?

Y porque estoy frustrada y no megusta lo indefensa que me siento, comosi estuviera malgastando los queseguramente serán los últimos momentosde mi vida sentada con uno de losmayores capullos que he conocidonunca, le digo la verdad:

–No, estaba pensando en dosuniversos colisionando y destruyéndosemutuamente. ¿Qué te parece eso?

Y entonces me levanto y me voy.Necesito alejarme de él. Esperaré encasa a que llegue Jared. Confío en queAlex tenga más suerte que yo.

Tardo quince minutos en llegar a casa

a pie, y frente a la puerta me espera unpaquete. Debe de haber llegado antesdel terremoto.

Está dirigido a mi padre.Noto las piernas como si fueran de

gelatina y tengo que sentarme. Y lo hagoencima de la alfombrilla en la que puedeleerse «BIENVENIDO A LA TIERRA» quemi padre compró hace años. Sostengo lacaja entre las manos y, durante unsegundo, no sé si seré capaz de abrirla.No porque sea técnicamente ilegal abrirel correo de otra persona, sino porqueno estoy segura de querer saber quécontiene.

Sin embargo, la duda tan solo dura unsegundo. Porque tengo que saberlo.

Tardo lo que se me antoja una

eternidad en rasgar la cinta adhesiva conlas llaves, y cuando abro el paquete solooigo el sonido del cartón al romperse.

Cuando veo lo que hay dentro, me doycuenta de que he estado conteniendo elaliento. Apoyo la cabeza en la puertacon un ruido sordo y cierro los ojos paracontener las lágrimas. Es un póster deFirefly para Jared firmado por todo elreparto de la serie. En la parte superiorse lee: «Para Jared». La firma de NathanFillion está en la parte inferior. Esperfecto.

Mi padre es, era, adicto a eBay. Aveces aparecían en el portal las cosasmás extrañas que uno pueda imaginar,porque mi padre había sentido un interés

relativo por algo que solo costaba uncentavo. Lo obsesionaba tanto ganar laguerra de las pujas que al finalrecibíamos un ridículo juguete de losaños ochenta que costaba más de ciendólares.

No sé cuánto le costó este póster, perosí sé que era un regalo de Navidad. Noimporta que estemos en septiembre. Mipadre nunca esperaba a Nochebuenapara comprarlos. Los iba acumulandodurante todo el año, escondiéndolos ensitios donde jamás se nos ocurriríabuscar. Convertía el hecho de abrir losregalos en algo mucho más emocionante,porque cada uno de ellos tenía su propiahistoria: dónde lo había encontrado,cuánto tiempo lo había mantenido

oculto, dónde lo había escondido…Entonces me doy cuenta de que este

año no vamos a recibir más regalos.Respiro hondo y trato de borrar las

emociones que empañan mis ojos. Mepregunto cuánto tiempo pasará hasta quedeje de encontrar regalos de Navidadocultos por toda la casa. Y también mepregunto si cada vez me sentiré así dederrotada.

Vuelvo a respirar profundamente antesde levantarme y abrir la puerta. Dejo lamochila y la parafernalia de Fireflyjunto a la puerta –no es probable queStruz vuelva a presentarse en casa hastaque las consecuencias del terremotoestén bajo control– y me encamino a la

cocina.Y las sorpresas no acaban ahí.

07:23:12:54

Mi madre está sentada frente a la mesade la cocina. Lleva puestos lospantalones de chándal del FBI de mipadre y su sudadera de West Point.Delante de ella hay una taza vacía sobrela mesa y una bolsita de Earl Grey.

–¿Quieres una taza de té? –lepregunto. El Earl Grey siempre ha sidosu favorito. Cuando era pequeña solíaprepararlo todas las mañanas.

No obstante, cuando me acerco un

poco más a ella, me doy cuenta de queles ocurre algo a sus manos.

Las tiene rojas e hinchadas.No puedo evitar recordar los cuerpos

sin identificar carbonizados comoconsecuencia de la radiación.

Aunque tiene las manos quemadas, nollegan a aquel extremo.

–¿Qué ha pasado? –Corro hasta ella.No me responde, pero levanta las manospara mostrármelas. Las observo sintocárselas. Tal vez quemaduras desegundo grado. Puede que de tercergrado.

La ayudo a levantarse de la silla, laacompaño hasta el fregadero, abro elgrifo y pongo sus manos bajo el chorro.

La tetera metálica está en el

fregadero. Miro hacia la derecha y veoque uno de los quemadores sigueencendido. Ha debido de empezar aprepararse un té y algo ha ido mal.

–Quédate aquí –le digo alargando lamano para coger el teléfono.

Podría ser una buena hija, embadurnarlas heridas con aloe vera, vendarle lasmanos y acostarla, pero esto supera milímite. No puedo vigilarla todo el díapara evitar que se haga daño, sobre tododurante los próximos días. Tengo quedetener una cuenta atrás y descubrirquién asesinó a mi padre.

De modo que me digo a mí misma:estas son sus manos, y si no se curanbien, cualquier cosa que quiera hacer en

el futuro –pintar, cocinar, tocar elpiano– se transformará en una pesadilla.Llamo al 911. Y después nos sentamos ala mesa de la cocina y esperamosnoventa y siete minutos a que llegue laambulancia.

Con un poco de suerte, el hecho deque probablemente estén desbordadoscon los heridos del terremoto significaráque mi madre se quede un poco más delo normal en el hospital, lo que me dauna o dos noches de margen durante lascuales no tendré que preocuparme porella. La culpa me forma un nudo en elestómago; una parte de mí no puedecreer que esté pensando eso. Pero otraparte se siente aliviada. Y cansada.

Y preocupada por todo lo demás.

07:18:47:39

–¿Estás seguro de que es el mismo tipo?–digo observando una fotografía borrosaen el móvil de Elijah en la que aparecela parte de atrás de una cabeza. Intentohablar en voz baja porque Jared está enel piso de arriba, espero que durmiendo.

–Joder, pues claro que es el mismo tío–responde Elijah alargando la manopara recuperar el móvil. Se lo impido ymiro la imagen más de cerca.

El tipo parece ser de la mismaestatura y complexión que Mike Cooper,y también lleva el pelo cortado al estilomilitar, pero en realidad podría sercualquiera. La cuestión es que en lainstantánea está entrando en un hotelStaybridge Suites próximo tanto a latienda de empeños como a la deproductos para piscinas de UniversityAvenue.

No sé si achacar a la buena suerte elhecho de que Elijah lo haya visto y lehaya hecho una foto o si más bien quiereresolver el caso por la vía rápida.

Supongo que la respuesta depende desi este es realmente el tipo o no.

Alex me quita el móvil de las manos y

se lo devuelve a Elijah.–De acuerdo, asumiendo que sea el

mismo tipo, ¿cuál es el próximo paso?–¿Quieres decir que no enviaremos a

Janelle con un arma en la mano para quelo ametralle a preguntas? –inquiereElijah.

–Muy gracioso –digo pese a que lasopciones cada vez son más reducidas.No podemos preguntarle si estáabriendo portales a otros universos.Pero tampoco puedo presentarme con unarma porque no sabemos quién es enrealidad ni qué tendría que hacer paraaflojarle la lengua.

–Quizá haya llegado el momento derecurrir a Struz –dice Alex.

–No iremos al FBI –asegura Reid al

tiempo que Elijah exclama:–¡No, joder!–Sigámoslo –propone Ben.–No tenemos tiempo de seguirlo e

intentar pillarlo con las manos en lamasa –digo–. Y aunque lo hiciéramos,¿qué conseguiríamos con eso?Seguiríamos igual que ahora, con lasmanos atadas.

–No me refería a que lo siguiéramos eintentáramos pillarlo in fraganti –aclaraBen–. Lo seguimos durante un día comomucho, descubrimos cuál es suhabitación, esperamos a que salga…

–Y entonces entramos, registramos lahabitación y descubrimos qué estáocultando –dice Elijah–. ¡Me gusta!

Llama a tu casa, yo llamaré a la mía. Losdos decimos que nos quedaremos encasa de Reid esta noche, cogemos elmaterial y registramos la habitación.

–Un momento –digo. No me convenceel plan y creo que no deberíamosprecipitarnos.

–Es una mala idea –dice Alexmirándome. Sé por su expresión que mástarde reanudaremos esta discusión.

–No iremos al FBI –insiste Reid.–Sí, eso ya lo he entendido. Solo

quería asegurarme de que no tenemosotra opción mejor que colarnos en lahabitación de hotel de un supuestoterrorista. ¿Cómo sabréis qué estáisbuscando?

Miro a Ben y este se encoge de

hombros.–Si está abriendo portales, tendrá las

mismas cosas que tendría yo. Pero almenos de esta forma averiguaremosquién es realmente y dispondremos demás información. –No me gusta la idea,pero tampoco tengo una mejor–. Si no esnuestro hombre, podemos pasarle lainformación al FBI –ofrece Ben a modode tregua.

Miro a Alex y este pregunta:–¿Cómo vais a entrar en su

habitación?–¿Cómo? ¿Crees que esta será la

primera habitación de hotel en la que mecuelo? –dice Elijah con una carcajada.

–Vale –dice Alex–. Dime que tienes

algo mejor que un plan improvisadosacado de una película. Llamar alservicio de habitaciones para todas lashabitaciones y esperar a ver quién abrecada puerta no es el método más eficazde descubrirlo.

Elijah ni se molesta en contestar ysigue riéndose.

–Un hotel como el Staybridge Suitesno tiene servicio de habitaciones –diceBen.

–Lo que intentaba preguntar Alex es sitenéis algún plan –digo, porque a mítambién me gustaría conocerlo, si esposible.

Elijah se encoge de hombros y selevanta de la mesa.

–Por supuesto que tenemos un plan.

Deja de estrujarte la cabecita.Tranquila, me aseguraré de mantener asalvo a Ben. –Vuelve a reírse, y despuésReid y Ben lo siguen afuera. Observo aBen mientras se aleja, deseando que sedé la vuelta, esperando un gesto dereconocimiento por la conversación quemantuvimos después del terremoto. Perono lo hace.

–He de irme a casa –dice Alexrecogiendo sus cosas–. Y para queconste en acta, no me gusta este plan.

–Lo sé. –Estoy de acuerdo con él.–Deberíamos hablar con Struz –dice.–No nos creería –respondo.–Quedan siete días para que suceda

algo gordo, ya sea un ataque terrorista,

dos mundos colisionando o algo que aúnno se nos ha ocurrido. Haremos todo loposible para que nos crea.

–Les daremos un día de margen. Sidespués seguimos sin un plan mejor,recurriré a Struz.

Alex se marcha. Por el portazo que daal salir, sé que está cabreado. Yentonces me quedo sola, con las copiasde los expedientes de mi padre ydemasiadas incógnitas por resolver.

Abro el expediente con las fotografíasdel escenario del crimen de la casa.Aunque no me apetece volver a ver lasimágenes, me fuerzo a mí misma paraecharles un nuevo vistazo. No quieroque me pase algo por alto solo por misusceptibilidad.

La primera fotografía es la del hombretendido en el pasillo de la parteposterior de la casa. Me la salto porquetengo la imagen grabada en las retinas.

Tiene los ojos rojos, como sihubieran sangrado al morir, y al darun par de pasos para tener mejorángulo de visión, me doy cuenta de queno solo tiene la piel derretida, sinotambién los huesos. Ahora puedo ver suesqueleto, y las vértebras asoman entrela carne, como si fuera una pinturaviviente de Salvador Dalí.

Respiro hondo, centro la vista y pasoa la fotografía del cuerpo de la cocina.Basándome en la ropa –pantalones,blusa, cárdigan–, me pregunto si es la

esposa del hombre que vi, la mujer quevivía en la casa. Con una mano sujeta elmango de una sartén, pero la mano y elmango parecen estar derretidos yfusionados hasta tal punto que esimposible decir dónde empieza la una ydónde termina el otro. La piel de la caraha desaparecido, y desde este ánguloparece un esqueleto deforme y derretido.

He de apartar la mirada. Me decidopor el techo, pero cualquier cosaserviría para dejar de mirar la imagen.Sé que el truco reside en dejar deconsiderar a la víctima como unapersona y convencerme de que solo esun caso que intento resolver. Así escomo los agentes que trabajan en estetipo de casos evitan perder el juicio. Su

cerebro debe separar el horror delcrimen de la humanidad de la víctima.

Sin embargo, yo soy incapaz dehacerlo. Sigo preguntándome qué estaríahaciendo con la sartén: ¿estabacocinando?, ¿fregando los platos?, ¿qué?

En el gran esquema de las cosas,supongo que eso quiere decir que no soyuna sociópata ni nada parecido, lo quees genial, pero también…

Tengo que ser capaz de hacer esto.Necesito poder mirar las fotografías enbusca de indicios en lugar de quedarmeatascada preguntándome quiénes eranestas personas, ya que esta es una de laspartes del caso que no terminan deencajar muy bien con lo que Ben me ha

contado. Incluso si hay alguien másabriendo portales, incluso si estamos asiete días del colapso de la función deonda, aún no hay una explicación para loque sucedió en esa casa.

Vuelvo a mirar la fotografía justo enel momento en que alguien apoya unamano en mi hombro. Doy un brinco.

–¿Qué estás mirando?Me pongo en pie de un salto mientras

alejo a Jared en el proceso y meapresuro a cerrar los expedientes y darla vuelta a todas las fotografías paraevitarle a Jared el disgusto.

–Por Dios, solo era una pregunta –dice él dándose la vuelta para salir de lahabitación.

–No, Jared, no es que no quiera que lo

veas –digo siguiéndolo hasta el salón.Decido recurrir a la verdadedulcorada–. Es uno de los casos depapá. El caso en el que estabatrabajando cuando murió. Estoyintentando arrojar algo de luz, eso estodo.

–¿Por qué no puedo ayudarte? –mepregunta cruzándose de brazos–. ¿Creesque no quiero ayudar a descubrir cómomurió?

–No es eso. Sé que quieres, pero esque…

–Pero ¿qué? ¿Soy demasiado joven?¿No sé nada? ¿Qué?

Niego con la cabeza pese a que esexactamente eso: es demasiado joven.

–Jared, yo soy demasiado joven paraesto. Créeme, yo tampoco sé nada. Pero,aun así, tengo que intentarlo.

–Entonces, ¿por qué no puedointentarlo yo también?

No tengo ninguna respuesta para eso.Jared se da cuenta y mueve la cabeza. Seda la vuelta y se marcha, dejándomesola con las repugnantes fotografías queno entiendo.

No lo detengo.

6:01:10:48

Aparentemente, la vida vuelve a ciertanormalidad.

Es viernes. Hoy el instituto hareabierto las puertas, aunque solo sepresentan la mitad de los estudiantes.Jared ha intentado convencermetímidamente para que lo dejara quedarseen casa, pero lo cierto es que, si seproducen réplicas, estaremos másseguros allí que en casa.

–¿Cómo pueden sancionar a alguienpor algo que ha ocurrido cuando nohabía clases? –pregunta Jared mientrasAlex estaciona en el aparcamiento de lapiscina. Han estado comentando por quéla mitad del equipo de fútbol tenía unascaras tan largas. Al parecer, una de lasconsecuencias de retomar la normalidadha comportado que un grupo de chicosdecidiera meterse en una pelea despuésde intercambiar unos cuantos insultos–.Es una estupidez.

–Actualmente vivimos en unasociedad organizada –dice Alex–.Aunque dentro de poco puede que nosarrebaten nuestras libertades y tengamosque vivir como en Desafío total o

Enemigo público.–Madre mía, Alex, ¿otra vez con esas

horribles películas de acción?–Eh, a mí me gustó Enemigo público

–dice Jared abriendo la puerta. Entoncesme mira y añade–: ¿Pasarás a recogermeesta noche?

–Quizá –le digo–. Si no puedo,llamaré a Struz y le pediré que lo hagaél.

Jared frunce el ceño y siento unapunzada de remordimiento.

–Vale –dice Jared, y cierra la puerta.Ni Alex ni yo decimos nada mientras

observamos cómo Jared baja lasescaleras y cruza la puerta. El silencioadquiere una dimensión casi sólida alreanudar la marcha e incorporarnos de

nuevo al tráfico para dirigirnos a casa.Sé perfectamente por qué está

cabreado. Quiere que vaya al FBI y losinforme sobre los universos alternativos.Alex sabe que la mejor forma deconvencerme de algo es dejar que elsilencio haga su trabajo, pero esta vez esdistinto. Hay demasiado en juego.

Finalmente, no puedo soportarlo más.–Por favor, dime que tienes algo

mejor para esta noche que una malapelícula de Arnold.

–No hagas eso –dice él.–¿El qué?–Fingir que todo va bien y que

podemos seguir bromeando comosiempre.

–Ya te lo he dicho, Alex –digo con unsuspiro–. No puedo contárselo a Struz.De todos modos, no me creería.

–¿Por qué no? –me pregunta.–Tú tampoco me creíste al principio.–Al principio –dice Alex–. Pero

ahora sí… o al menos estoy dispuesto aaceptarlo como una alternativa. Struztambién lo hará.

Niego con la cabeza.–Esto es demasiado extraño, Alex. Ni

siquiera tendría que ser posible. Mundosparalelos. Es una locura.

Y ese es uno de los problemas. Lo queestá ocurriendo, en lo que he decididocreer, es una locura. No quiero que Struzpiense que he perdido la cabeza por

culpa de la muerte de mi padre y por lapresión de tener que cuidar de mifamilia. Sobre todo teniendo en cuentalos trastornos mentales que afectan a mimadre.

–Tienes que contárselo –insiste Alex.–No puedo. Todavía no.–Por favor, J. –responde Alex–.

Estamos en mitad de un enorme secreto.No tiene sentido que juguemos a serdetectives mientras el FBI no tiene lamenor idea de lo que está ocurriendo.¡Ellos disponen de recursos y nosotrosno tenemos nada!

–No te importaba jugar a losdetectives cuando creíamos que era unvirus –le digo. No añado que tampoco leimportaba cuando solo éramos él y yo.

Aunque tampoco importa demasiadoporque ya está más que cabreadoconmigo. Oigo el chirrido de los frenosantes de darme cuenta de que hadecidido desviarse y detener el coche.Las ruedas muerden el asfalto, el cochefrena con brusquedad y Alex gira lacabeza para mirarme.

–Seis días –dice–. ¡Seis días!–¿Crees que no lo sé? –le respondo

con otro grito.–Mira, cuando creíamos que era un

virus, planeábamos contarle a tu padrenuestras teorías a medida que se nosocurrieran, como siempre hemos hecho–dice en voz más baja pero con lamisma dureza–. Esto es totalmente

distinto. Hemos topado con algo que nossupera y, por lo que sabemos, el FBI nisiquiera está considerándolo. Tienes quehablar con Struz.

–Ya hemos tenido esta discusión antes–le digo–. No tiene sentido volver arepetir lo mismo.

–No, eso no me sirve. Me quedé debrazos cruzados cuando te pusiste tercay decidiste que no ibas a contárselo a tupadre porque eras tú quien debía tomarla decisión, pero no voy a…

–¿Qué tiene que ver eso con todo lodemás?

–Solo digo que esto te supera.–Vuelvo a repetirte, ¿crees que no lo

sé? Incluso si Struz me creyera –digointentando calmarme–, ¿qué puede hacer

él para ayudarnos? El FBI se llevaría aBen, Elijah y Reid para interrogarlos, loque empeoraría aún más las cosas.

–¿De eso se trata? –Alex ríe con unrastro de amargura en la voz–. ¿Noquieres delatar a Ben? No me importa loque sientas por él, J. Puede que no noslo haya contado todo, y protegiéndolopodrías estar…

–¡Al final sería contraproducente! –Me inclino hacia él–. Si Ben, Elijah yReid son los únicos que entienden losuniversos paralelos, los necesitamos.No sacaríamos nada si los encierranpara interrogarlos.

–¿Por qué estás tan segura de quedicen la verdad?

–¿Cómo?–¿Por qué crees todo lo que dicen? –

vuelve a preguntar–. No son más quetres porreros. Vale, no son tan idiotascomo pensábamos, pero, aun así, nisiquiera los conoces.

–Dijiste que los creías –digo pese asaber que eso no es lo que quiere oír.Quiere que le diga que tiene razón… ysupongo que la tiene, pero necesito creeren Ben.

–Dije que la teoría de los universosparalelos es sólida –me corrige Alex–.Y, sí, supongo que podría creerme esaparte, pero ¿por qué asumimos que noson ellos quienes están abriendo losportales? Siguen teniendo la misma

motivación.–Ha muerto gente. Ben no podría…–¿Cómo lo sabes? ¿Porque crees que

está bueno? Venga…–Esto no lleva a ninguna parte –digo

desabrochándome el cinturón deseguridad–. No se puede hablar contigo.Sobre todo cuando te niegas a escuchar.

–¿En serio? –dice Alex–. Venga,siempre te he escuchado. ¿Cómopuedes…?

–¡No me creíste cuando te dije quehabía estado muerta!

Ninguno de los dos sabe quécontestar. Yo no lo sé porque hasta estemomento no sabía que seguía enfadadapor eso, y creo que Alex tampoco.Aunque, ahora que lo he dicho, estoy

furiosa. Aprieto los puños y noto cómola ira hace temblar todo mi cuerpo.

–Te lo dije. Te dije que estuve muertay tú lo achacaste a un problema de misnervios ópticos, como si no fuera másque una niña estúpida.

–Eso no es verdad… –dice.–Por supuesto que no crees en Ben. Ni

siquiera me crees a mí pese a que nosconocemos desde siempre. No crees ennada.

De repente me siento terriblementeacalorada. Abro la puerta y salgo delcoche.

Cuando la cierro enérgicamente, oigola voz de Alex desde el interior delcoche:

–¡Siempre te he creído!–¡No cuando era importante! –le

respondo con otro grito, aunque sé queno es del todo cierto.

Doy media vuelta y empiezo acaminar.

Alex me sigue con el coche unosminutos, pero cuando le enseño el dedolevanta los brazos y acelera.

Observo su coche hacerse cada vezmás pequeño hasta desaparecercompletamente. Siento el impulso desentarme en medio de la calle y llorar unpoco. Con todo lo que está ocurriendo,no tengo fuerzas para controlarme. Demodo que lo hago.

05:23:51:24

No le doy demasiadas vueltas y mepresento en el Staybridge. No me cuestalocalizar el 4Runner azul de Reid. Sumera presencia me recuerda lo mal quedebieron de pasarlo Ben y Elijah. Lostres entraron el mismo día en el sistemade casas de acogida, pero, gracias a ungolpe de suerte, Reid encontró unafamilia que lo aceptó, lo adoptó y le diotodo lo que quería. Como ese bonito

coche. Ben y Elijah, sin embargo,iniciaron una larga peregrinación quelos llevó de una casa a otra.

Me pongo enferma solo de pensarlo.Ben debe de verme llegar, ya que abre

la puerta del pasajero y baja del coche.–¿Va todo bien?Asiento, pese a que aún tengo los ojos

enrojecidos y un nudo en la garganta porel modo en que han quedado las cosascon Alex. Pero no quiero decirle eso aBen, de modo que me decido por larespuesta más sincera que puedo darle:

–No podía seguir esperando en casa.Ben asiente como si me entendiera y

Reid baja también del vehículo.–Voy a ver qué tal le va a Elijah. –

Entonces me mira primero a mí y

después a Ben–. Deberías sentarte alvolante, por si acaso.

Y se aleja en dirección a la parteposterior del hotel. Ben rodea el cochepara sentarse al volante y yo hago lopropio en el asiento del pasajero ycierro la puerta. Pese a que lasventanillas están bajadas, en el interiordel coche hace un calor opresivo. Pisoun envoltorio de patatas fritas que debede llevar aquí más de una semana y seoye un crujido.

–Por favor, dime que has comido algodecente –le digo a Ben mirándolo.

Una sonrisa empieza a formarse en suslabios, pero no me mira.

–Si ahora mismo pudieras comer

cualquier cosa, ¿qué comerías? –lepregunto.

–Un filete –dice sin asomo de duda–.Un enorme filete al punto con puré depatatas.

–Dios mío, menuda descarga detestosterona.

–¿Significa eso que no estabasofreciéndote a preparar la cena? –diceriendo.

–Como mucho iría a buscar una pizza.–Mi madre hacía el mejor filete con

puré de patatas –dice él rápidamente–.Es lo que solíamos comer todos loscumpleaños.

Estoy a punto de añadir algo cuandoun hombre sale por la puerta principaldel Staybridge. Ben y yo nos

enderezamos sobre el asiento y él cogealgo del compartimento central y se lolleva a los ojos.

Prismáticos. Y unos que parecenbastante caros, por cierto.

Ben me los pasa y miro a través deellos. En cuanto localizo al tipo que saledel Staybridge, sé que no es nuestrohombre. Mike Cooper tiene unos veintekilos de músculo más que ese tipo.

Le devuelvo los prismáticos a Ben yvuelvo a recostarme en el asiento.

–¿Dónde está Elijah? –le pregunto.–Nos turnamos para vigilar ambas

puertas. Dos controlamos la puertaprincipal desde el coche y el otro sequeda en la parte de atrás por si sale por

la otra.–¿Al descubierto?Ben niega con la cabeza.–Hay unos cuantos árboles y arbustos.–Entonces, ¿os habéis estado

ocultando entre la maleza en plenanoche?

Ben vuelve a sonreír.–Sí, no es tan glamuroso ni excitante

como Elijah imaginaba. Ese tipo es unpoco aburrido.

Hablando del diablo… Elijah aparecepor la esquina del edificio y avanza altrote hasta el vehículo.

–Haría cualquier cosa por mí –diceBen mientras lo observamos acercarse–.Siempre lo ha hecho. Es mi versión deAlex.

Siento una punzada de culpabilidad enel estómago, ya que ahora mismo Alex yyo no nos hablamos. Pero Ben no losabe, de modo que asiento y sigomirando a Elijah. Alex soporta todasmis locuras y mi tendencia a lamisantropía. Supongo que deberíaentender por qué Ben soporta a Elijah.

Cuando este llega junto al vehículo,abre la puerta de Ben y dice:

–Baja.–¿Vas a enviarme otra vez a algún

sitio? –pregunta Ben–. Reid acaba dellegar.

–Ese capullo está haciéndosedemasiadas pajas –dice Elijah–. Sube ala habitación y comprueba si el

Sospechoso Cero sigue dentro.Ben gruñe por lo bajo, pero sale del

coche y Elijah lo sustituye al volante.–Un momento. ¿Qué se supone que

vamos a hacer? No podemos llamar a lapuerta –digo.

–Claro que podemos –dice Elijah, ycierra la puerta antes de que Ben puedaresponder. Entonces comenta–:Tranquila, hace más de dos días quehicimos saltar la alarma de incendios.

Así es como descubrieron en quéhabitación estaba Mike Cooper. Cadauno se quedó en una planta, Elijah hizosonar la alarma de incendios y despuésfingieron ser desorientados clientes delhotel mientras comentaban: «¿Quéocurre? ¿De verdad hay un incendio?».

No fue demasiado científico, perofuncionó.

–De hecho, aún no han pasado dosdías. Además, es un poco excesivo quesalte la alarma de incendios tan amenudo, incluso para un cuchitril comoeste –le digo.

Elijah se encoge de hombros.–De todas formas, creo que Ben no

hará eso. Creo que pegará la oreja a lapuerta para intentar oír si el muy capullosigue viendo la tele… Y si no, siemprepuede hacer un agujero en la puerta o lapared para echar un vistazo.

Eso no suena demasiado sigiloso.Estoy a punto de decirlo, pero Elijahdebe de verlo en mi cara, ya que se echa

a reír.–Tranquila, Tenner. Solo será un

agujerito, aunque es probable que no lohaga. Te comportas como si fuera laprimera vez que espiamos a alguien.

No digo nada más. No me sientodemasiado cómoda sola en el coche conElijah.

Como si pudiera leerme la mente, medice:

–No me importa no caerte bien.–El sentimiento es mutuo.Elijah esboza una sonrisita de

suficiencia pero no dice nada más. Unapareja con dos niños pequeños sale delStaybridge y se dirige hacia el In-N-Outal otro lado de la calle.

–No le comas demasiado la cabeza.

–No te esfuerces –le digo–. Lo queocurra entre Ben y yo no es de tuincumbencia.

–Oh, todo lo contrario. –Elijah gira lacabeza para mirarme–. Porque nada meimpedirá regresar a casa. Nada. Ni esecapullo, ni el colapso de la función deonda, ni desde luego tú. Todos nosvamos a casa.

–Perfecto, incluso por encima de loscadáveres de gente inocente. Créeme,entiendo muy bien tu compromiso con lacausa.

–No entiendes una mierda. Ben abrióun montón de portales sin que pasaranada malo, y volverá a hacerlo. Puedeestabilizar un portal, descubrir qué

mundo hay al otro lado y llevarnos acasa. Sé que puede. –Tengo la sensaciónde que Elijah está intentandoconvencerse a sí mismo más que a mí.

Estoy a punto de decírselo, peroentonces empieza a sonar su móvil.

–¿Sí? –responde inmediatamente–.Mierda. Ahora vamos.

Cuelga y enciende el motor delvehículo. Mientras me abrocho elcinturón, le pregunto:

–¿Adónde vamos?–Llama a Ben –me dice Elijah–. El

Sospechoso Cero está saliendo por lapuerta de atrás.

–¿Adónde vamos, entonces? –Cojo mimóvil y llamo a Ben sin esperar larespuesta.

–Dile que se cuele en la habitación,pero que no apague el teléfono. Lollamaremos cuando regrese. –CuandoBen contesta, repito las instrucciones deElijah pese a que el corazón me latedesbocado y pese a que acabo dedecirle al chico que me gusta que secuele en una habitación de hotel.

–Vamos a seguirlo. Si está abriendoportales, quiero saber si puedeayudarnos a volver a casa. –Elijah frenael coche y recogemos a Reid, quien sesienta en el asiento trasero, atufando elvehículo a tabaco.

–Va en el Ford F-150 azul –diceReid–. No te acerques demasiado a él.

Elijah hace caso omiso de las

instrucciones de Reid. Sin embargo, elFord tuerce en University Avenue yElijah espera a que pasen dos cochesantes de incorporarse también a laavenida.

Aún no sé muy bien cómo ha ocurrido,pero la vigilancia acaba de convertirseen una persecución.

05:23:41:48

Sé adónde nos dirigimos en cuanto veoel Ford F-150 girar hacia el barrioresidencial.

–¿Qué coño está haciendo aquí? –murmura Reid mientras lo seguimos.

–Continúa dando vueltas –le digo aElijah–. No te detengas cuando él lohaga. Dos calles más allá, gira a laderecha, después vuelve a girar dosveces a la derecha y podremos verlo

desde la calle.Cuando me mira, le explico:–Aquí es donde se colaron tres

personas por el portal y derritieron atoda la familia.

Elijah pone los ojos como platos ygira la cabeza para mirar a Reid. Lamirada implica algún tipo deintercambio de información, pero noestoy segura de qué puede tratarse, ydespués Elijah hace lo que le he dicho:rebasa al Ford F-150 justo cuando MikeCooper baja del coche.

No cabe duda de que es él; el tipo dela gasolinera en la fotografía borrosa demi padre. Parece tener unos treinta ytantos, y su aspecto es definitivamentede militar. No es solo el corte de pelo,

sino también su actitud, su postura, susmovimientos. Todo señala hacia elejército.

Cuando pasamos por su lado, localizolas protuberancias debajo de la ropa queindican dónde lleva las armas: en eltobillo izquierdo y en la rabadilla.

Me pregunto si será una especie deespía, un Navy SEAL reconvertido enagente de la CIA o algo por el estilo. Sisabe algo acerca de los portales y lasquemaduras por radiación, debe de estartrabajando para alguien. La mera ideame forma un nudo en el estómago. Sieste tipo es solo el músculo, estamosmuy lejos de descubrir quién estáabriendo los portales y cómo evitar el

colapso de la función de onda. Puedeque Alex tuviera razón. Incluso si MikeCooper es solo un mercenario, esto esmás grande de lo que imaginaba.

Cuando nos detenemos, hago quetodos nos agachemos para que no sea tanevidente que estamos espiándolo. Noshallamos en la esquina, justo enfrente dedonde estaba la casa que el FBI acabóquemando, y Mike Cooper está de piesobre la tierra chamuscada, de espaldas.A pesar de eso, no quiero asumir ningúnriesgo.

Después de aproximadamente unminuto de silencio, Reid dice:

–¿Qué está haciendo?–¿Cómo coño quieres que lo sepa? –

responde Elijah.

Mike Cooper se pone en cuclillas yapoya una mano en el suelo.

–Parece que está comprobando latierra. –Lo que no tiene ningún sentido.¿Qué está haciendo?

–Larguémonos de aquí –dice Reid–.Así podremos ayudar a Ben a registrarla habitación.

–No seas tan cobardica. Lollamaremos cuando se marche y…

–Agachaos, se ha puesto en pie –digocuando Mike Cooper se levanta yempieza a caminar junto a la valla delpatio. Está haciendo lo mismo que hiceyo aquella noche. La idea me produce unescalofrío.

–El muy capullo –dice Elijah, y

después me mira–. ¿No deberíamosbajar y echarle un vistazo de cerca?

–¿Estás loco? Seguro que nos vería.¿Cómo explicarías eso?

Elijah se vuelve para mirar a Reid ypor el rabillo del ojo me parece ver aeste negar ligeramente con la cabeza.

Cuando voy a preguntarles quédemonios se traen entre manos, otrovehículo se detiene delante de la casa.Un coche que reconozco.

Es un TrailBlazer. Para ser másprecisos, el TrailBlazer de Barclay.Dispongo de un segundo parapreguntarme si se lo habrán robado,pero entonces se abre la puerta y lo veobajar.

–¿Quién coño es ese? –pregunta

Elijah mirándome.–¿No trabaja para el FBI? –pregunta

Reid, deslizándose un poco más en elasiento.

–El puto FBI –dice Elijah sin dejar demirarme, y sé que ahora los dos semostrarán aún más contrarios a hablarcon Struz.

Barclay avanza lenta perodecididamente, acercándose a MikeCooper. Debe de haber utilizado lainformación que le di para encontrarlo,para establecer la conexión con el caso,y ahora se dispone a arrestarlo y cerrarel asunto. Me gustaría estar enfadadacon el capullo arrogante por nocontarme lo que ha encontrado, pero

solo siento alivio.–¿Cómo vamos a sacarle ahora la

información? –pregunta Elijah.–Yo podría convencer a Struz para

que me la diera –digo. O a Barclay, perono se lo digo. Aún me debe una si noquiere ver cómo arruino su carrera.Probablemente consiga un ascensodentro de unos cuantos meses y seconvierta en agente.

–Mejor no nos menciones a nosotros –dice Reid–. No quiero que el FBIpregunte por mí en mi casa.

–¿Cómo habrá encontrado este tipodel FBI al Sospechoso Cero? –preguntaElijah–. ¿Se lo dijiste tú?

Siento un ligero mareo y estoyconvencida de que una sonrisa se asienta

de forma definitiva en mi rostro. Esta esla solución a todos mis problemas.Ahora el FBI ya lo sabe. Puedo hablarcon Struz y confesarlo todo. Además, yatienen al responsable.

Sin embargo, mientras sigoobservándolos, la escena parecedesarrollarse a cámara lenta.

–Un momento.Elijah y Reid abandonan cualquier

argumento que estuvieran dispuestos aesgrimir en mi contra y miran por laventanilla. Los tres observamos cómoBarclay habla con Mike Cooper.

No parece un interrogatorio.Parece más una conversación.Como si fueran amigos.

05:18:13:34

Cuando llego a casa por la noche,después de informar a Ben sobre elencuentro de Mike Cooper con Barclayy de que él nos diga que no haencontrado nada, absolutamente nada,fuera de lo normal en la habitación delhotel, Jared está jugando a unvideojuego mientras come pizza y Struzestá al teléfono en la cocina.

Todo está hecho un desastre. Aunque

Struz ha intentado recoger lo que hapodido, la verdad es que no ha hecho ungran trabajo, sobre todo teniendo encuenta que la casa sigue pseudohabitadapor tres personas y que nadie se ocupade la limpieza.

Primero voy a comprobar cómo seencuentra Jared. Está jugando otra vez aWorld of Warcraft , un juego que no seme da especialmente bien, pese a que aveces juego con él.

–¿Qué tal el waterpolo? –le pregunto.Jared se encoge de hombros.–¿Has comido suficiente?Asiente, pero, cuando hago ademán de

revolverle el pelo, él aparta la cabeza.–Estoy bien.–Vale. Si necesitas algo, dímelo –le

pido, ya que hoy soy incapaz de tenerotra pelea. Mañana aclararé las cosascon Jared. Cuando sepa exactamente quéquiero decirle.

Voy hacia la cocina pensando en Ben,en el hecho de que haya registradoconcienzudamente la habitación de MikeCooper sin dejar ni rastro de haberestado allí.

–Mira, Barclay, ¿te has encontradohoy con él? –dice Struz. Me detengoinmediatamente y vuelvo sobre mispasos mientras Struz sigue dándome laespalda–. Bien. No, está bien.

Struz no puede estar refiriéndose aMike Cooper. A menos que Barclayestuviera allí para interrogarlo y

hayamos interpretado mal su actitud.Estábamos bastante lejos.

–De acuerdo –dice Struz–. Bien,adelante. Nos vemos mañana.

«¿Adelante?», me gustaríapreguntarle, pero soy incapaz de moverun músculo, ni siquiera los labios, yevidentemente tampoco puedo articularpalabra.

Es imposible que Struz esté implicadode algún modo. Es inconcebible.

Sin embargo, desde que Ben meresucitó, nadie es quien parecía ser.

Lo que significa que no puedocontarle nada a Struz. Aún no. Lo únicoque sé con absoluta certeza es que nopuedo confiar en nadie.

04:00:00:00

Pasa un día sin ninguna novedad.Ayudo a Jared con los deberes y me

dedico a limpiar la casa como si noocurriera nada. El problema es que estavez no es una distracción, ya que, hagalo que haga, no logro sacarme a Ben dela cabeza. Compruebo el móvil cada dosminutos para ver si recibo un mensajesuyo o de Elijah.

Mi madre sigue en el hospital, aunque

la han trasladado a la planta depsiquiatría. Hemos pedido hora con elpsiquiatra.

Jared ha llegado a la conclusión deque la mejor manera de demostrarmeque no es demasiado joven es nodirigiéndome la palabra.

Elijah insiste en que la próxima vezdescubriremos más cosas sobre MikeCooper.

Les doy más tiempo a él y Ben. Ydespués un poco más. Y aún más.

Porque tampoco tengo ningún otroplan.

Cuando he intentado disculparme conAlex, me ha dicho que se mantendráfuera mientras no hablemos con Struz yno involucremos a la gente que sabe lo

que se hace. Y tampoco quiere volver ahablar conmigo hasta entonces.

Aún no sé qué relación existe entre lacasa y todo lo demás.

Y tampoco he logrado hacer ningúnavance significativo para descubrircómo detener la cuenta atrás.

Empieza a convertirse en unaobsesión, como si visualizándola fueracapaz de ralentizarla o al menos impedirque se acelerara.

Por ese motivo, a las 17:10 deldomingo soy consciente del momentoexacto en que los cuatro días para elcolapso de la función de onda pasan aconvertirse en tres.

03:23:59:59

03:08:20:00

Después de pasar por el hospital paravisitar a mi madre, me recibe una casasilenciosa. Jared sigue durmiendo. Ycabreado conmigo por lo de la otranoche, por no contárselo todo, por notratarlo como a un adulto, porencerrarme en el estudio de mi padre,por romper con Nick, nada más y nadamenos… por todo.

Vuelvo a comprobar el móvil, pero no

hay ningún mensaje de Ben. Considerola posibilidad de escribirle yo parasaber cómo van las cosas, pero sé que sihubiera noticias me lo habría dicho.

Me dedico a limpiar la cocina. Casino nos quedan platos limpios, aunquetampoco importa demasiado, ya queStruz y Jared parecen encantados depoder alimentarse a base de pizza. Sacolas bolsas de basura orgánica y dedeshechos reciclables antes de queempiecen a invadir el espacio habitabley después abro la nevera paracomprobar si queda algo comestible.

Al fondo de la nevera encuentro unafiambrera de espaguetis con salsa detomate, una de las porciones que mipadre debió de guardar y olvidar. Por el

olor, calculo que debe de llevar allí unmes. Siempre cocinaba demasiada pasta;normalmente había suficiente para dospersonas más. No se le daban muy bienlas medidas. Y siempre se olvidaba delos restos.

Sin embargo, al tener la fiambreraentre las manos, no me importa el olor.Solo desearía no haberme quejado tantoporque siempre cocinara lo mismo nihaberle gritado tantas veces por dejarcomida en la nevera y olvidarse de ella.

Ahora me parece algo taninsignificante…

Y eso me hace pensar en Jared. Siestoy investigando algo que puedecomportar el fin del mundo, no quiero

que mi hermano esté cabreado conmigodurante el proceso.

No es que me esté rindiendo –nisiquiera se me pasa por la cabeza–, perointento analizar la situación con una grandosis de realismo. Estamos atascados.No sabemos cómo detener el colapso dela función de onda. Y si el mundorealmente se acerca a su final, necesitotener a Jared de mi parte.

Solo me queda una cosa a la quepuedo recurrir.

El chantaje.Desde el correo electrónico de mi

madre, envío un mensaje a nuestrosrespectivos profesores para informarlesde que hoy ni Jared ni yo asistiremos aclase. Dejo dormir a Jared hasta las diez

menos cuarto y lo despierto con tortitasy helado. No lo habría dejado dormirhasta tan tarde si la plancha de lastortitas no fuera tan vieja y no hubieraquemado mi primer intento.

Jared no me pregunta qué ocurreporque sigue con su táctica silenciosa,pero sé que desea hacerlo, y eso ya esun avance.

–Ten –le digo cuando termina dedesayunar, ofreciéndole el videojuegoque el padre de Alex trajo ayer. Todo lorelacionado con Jared ha quedadopospuesto por su actitud silenciosarespecto a mí. El juego está envuelto enpapel navideño con muñecos de nieve ytoda la parafernalia. Cuando iba a

preescolar, Jared estaba obsesionadocon los muñecos de nieve.

–¿Qué es? –Las dos primeras palabrasque me dirige en varios días.

Me encojo de hombros como si no losupiera.

Jared me dirige una mirada escéptica,pero rasga el papel de todos modos. Lacara se le ilumina cuando ve lo que es.

–¡Joder! ¿Cómo lo has conseguido?¡Aún queda un mes para que salga a laventa!

–Pedí un favor –le digo–. Tengo miscontactos, ya sabes. –Más bien el padrede Alex es quien tiene los contactos,pero da igual.

–Es increíble –susurra Jared–. Enserio, Janelle, es genial.

–Me alegro. Pero no pienses que cadavez que te enfades conmigo vas aconseguir librarte de las clases y que teregale una copia exclusiva de unvideojuego. Ahora vístete. Tenemoscosas que hacer.

Jared parece alicaído, y su mirada decachorro desvalido está a punto deconseguir que cambie de opinión.

–¿No puedo empezar a jugar ya?–Esta noche. –«Cuando esté

concentrada en el caso y tú necesiteshacer algo.» Pero no le digo eso porqueconozco a Jared y sé que demasiadasinceridad podría arruinar su excitacióndespués del chantaje.

–¿Adónde vamos? –me pregunta.

–A Disneyland.Salgo de la cocina. Los dos

necesitamos un minuto para digerir porqué demonios acabo de decidir eso.

La última vez que fuimos allí, mimadre acababa de salir de su terceringreso en un hospital psiquiátrico ypapá se cogió unos días de vacaciones ydejó el móvil del FBI en casa.

Es uno de mis cinco recuerdosfavoritos. Los únicos cinco momentos enque los cuatro hicimos algo juntos.

En el coche de regreso a casa, papácogió a mamá de la mano, Jared sequedó dormido con el animal de pelucheque papá había ganado en una de esasatracciones donde se dispara con

escopetas de balines, y al final del día,cuando casi estaba dormida, mi madrevino a mi habitación, me revolvió elcabello y me dijo que estaba orgullosade mí.

Seguro que me lo dijo más veces.Pero esa es la única que recuerdo.

A pesar de todo lo que está ocurriendo,Disneyland consigue que me sienta comosi volviera a tener diez años.

Tengo la sensación de haber viajadofuera del mundo real, donde es muchomás fácil olvidarse de los problemasque nos acechan. El olor a palomitas y achurros, los colores brillantes, losglobos y los niños pequeños devacaciones riendo y gritando… Es lo

más parecido a la felicidad. Y está portodas partes.

Jared y yo nos reímos con cualquiercosa. Nos hinchamos de panecillos conchili del Herradura Dorada y después dehelado de Mickey Mouse quecompramos en uno de los puestoscallejeros, hacemos cola dos veces en laMontaña espacial y la Torre del terror,pero como estamos en septiembre yacabamos de sufrir un terrible terremotono tenemos que esperar mucho.Asistimos al espectáculo deEntrenamiento Jedi e incluso el desfilenocturno y los fuegos artificiales en elCastillo de la Bella Durmiente. Al final,después de perseguir a todos los extras

disfrazados de los personajes de Disney,casi nos echan porque a Jared se leocurre hacerle un placaje a Goofy.

Es un día perfecto.No porque hagamos algo en concreto,

sino porque lo hacemos juntos, solos ély yo. Estamos juntos, felices y nodejamos de reír. No pensamos en lasclases, ni en nuestros padres, ni siquieraen lo que ocurrirá mañana. No pensamosen nada. Solo vamos de una atracción ala siguiente.

Disfrutamos de cada momentomientras dura.

Y sabiendo que dentro de menos deuna semana puede que esté muerta –estavez de verdad–, esta perfección losignifica todo.

Porque Jared es la persona másimportante de mi vida. Ahora y siempre.

Si muriera hoy, el recuerdo másperfecto ya no sería el día en que estuvecon mi madre en la playa. Ya no.

Sería este.

02:20:12:55

De camino a casa, Jared tiene la cabezaapoyada en el respaldo, los ojoscerrados. Creo que está dormido, peroentonces me pregunta:

–¿Qué ocurrirá con nosotros ahora?No aparto los ojos de la carretera.–¿Qué quieres decir? –«Por favor,

que no sea lo que creo que es.»–Ahora que papá… y con mamá…–No te preocupes por eso –digo

automáticamente. Pero sé que no suenamuy convincente y que hay un millón decosas más sinceras que podría decirle.El problema es que ahora mismo no soycapaz de decirlas.

–Y mamá, ¿se quedará mucho tiempoen el hospital?

Eso espero, aunque tampoco puedodecirle eso. Me decido por:

–Es posible. –Espero que cambie detema.

Pero no lo hace.–No iremos a una casa de acogida ni

nada de eso, ¿no?–No –digo, aunque en realidad no lo

sé. Creo que entre Struz y el dinero quetengo a mi nombre, seré losuficientemente mayor como para que un

juez permita que Jared se quedeconmigo. Ir a juicio para conseguir laemancipación es otra de las cosas quehe estado posponiendo para despuésde…

Jared sigue mirándome, pero el nudoque tengo en la garganta solo me permitepensar en clichés.

–Nos tenemos el uno al otro.–No es eso –dice Jared–. Supongo…

es decir, lo echo de menos, de verdad.Pero a veces no parece real, porque casinunca estaba en casa, ¿sabes? Comosiempre estaba trabajando, ahora notengo la sensación de que ya no esté connosotros.

Tengo que tragar varias veces antes

de poder articular palabra.–Lo sé –digo. Yo tengo la misma

sensación. A veces me olvido de quepapá no está trabajando–. Aún medespierto en mitad de la noche pensandoque llegará en cualquier momento, ocompruebo el móvil para asegurarme deque no haya llamado para decirme queno encuentra las llaves de casa.

Jared se echa a reír.–Aún sigo buscando las notas de

Expediente X. Ya sabes, los post-it concitas que solía pegar en la neveracuando estaba trabajando en un caso.

Asiento mientras me esfuerzo porignorar el escozor en los ojos.

–¿Cuánto tiempo crees que me sentiréasí?

Nunca cambiaría la relación que tengocon Jared. Por nada del mundo. Pero enocasiones, como ahora mismo, sientocomo si me hubieran obligado a cuidarde él, y odio a mis padres, a los dos, porhaberme hecho cargar con ese peso. Notengo todas las respuestas. Ni para Jaredni para mí misma.

–Es probable que durante bastantetiempo –le digo–. Puede que parasiempre.

Jared asiente y baja la vista.–Me siento… no sé. Es como si… no

me sintiera lo suficientemente triste. –Susurra la última parte, como siestuviera avergonzado.

Se me forma otro nudo en la garganta

y me cuesta respirar.–Te entiendo –le digo, porque no

quiero que se sienta culpable. Pero no esverdad. No sé cómo se siente. Enabsoluto.

Porque cada vez que olvido que mipadre está muerto, y entonces me doycuenta de que ya no está conmigo, latristeza y la desesperación vuelven agolpearme, como si estuvieraperdiéndolo de nuevo. Lo echomuchísimo de menos. Incluso la malacomida, las horribles películas de serieB del canal Syfy, los chistes malos, lasartimañas que utilizaba paraavergonzarme. Echo de menosespecialmente las caras que poníacuando lo llamaba la madre de Alex, por

nada en particular, solo para preguntarlecómo le iba en el trabajo, aunque almismo tiempo aprovechaba parainteresarse por mí y asegurarse de queno era una mala influencia para su hijo.

Pero cuando Jared era más pequeño,antes de perder toda esperanza conmamá, papá y yo movimos cielo y tierrapara evitar que Jared la viera en suspeores momentos. Siempre lomantuvimos a cierta distancia. El únicoproblema, por supuesto, es que papá losobrellevó trabajando más y yoocupándome de Jared. Lo que significaque papá también se mantuvo a ciertadistancia de Jared, empujándolo haciamí.

Durante los últimos catorce años, yohe sido básicamente su única figurapaterna.

02:15:19:49

Después de que Jared se acueste, mesiento a la mesa de la cocina con la vistaperdida. Ni siquiera pienso; me limito aabsorber una parte de la paz quetransmite la casa.

Y entonces suena el teléfono.–Si hubiera sabido que nos

abandonarías por un terremoto… –digoen cuanto descuelgo.

–Ahora no –dice Struz, y su tono de

voz hace que me enderece sobre la silla.No sé por qué ha llamado, pero intuyoque es algo serio. Estoy a punto depreguntarle si todo va bien y entoncesStruz recita mi nombre completo–.Janelle Eileen Tenner, voy a preguntartealgo y necesito que me digas la verdad,sin tonterías.

–Hecho. –Porque, sea lo que sea loque me pregunte, si es importante, se locontaré todo.

–¿Has estado hoy en el edificiofederal del centro?

–No –le contesto, y, como tengo lasensación de que la respuesta puede serinsuficiente, añado–: He estado enDisneyland con Jared.

–¿Y tampoco has abierto la caja fuerte

del despacho de tu padre?–No. –Ni siquiera sabía que hubiera

una caja fuerte en su despacho, peroahora me encantaría abrirla.

Struz guarda silencio unos segundos.Mientras espero que vuelva a hablar,soy consciente de la casa vacía y delsonido de la persistente lluvia en elexterior. Una sensación de aprensión seinstala entre mis omoplatos y empieza aextenderse hacia el resto de mi cuerpo.

–No estás mintiéndome –dicefinalmente. No es una pregunta; sabe quele he dicho la verdad.

De todos modos, le contesto:–No. ¿Qué ha desaparecido?Struz no me contesta. Lo oigo susurrar

algo a alguien cerca de él, esté dondeesté, y después suspirar.

–Esta noche no vendré a casa, perointentaré pasarme mañana para ver cómoestáis.

–Vale. –Quiero decirle algo más, perono se me ocurre nada.

–Y sea lo que sea lo que hayas estadohaciendo, Janelle, tienes que dejarlo.Olvídate del caso.

–¿Por qué? –le pregunto–. ¿Qué hapasado?

Pero no importa. Ya ha colgado.Me levanto y voy hasta la mesa del

comedor, donde aún están diseminadoslos expedientes del caso, mientras mepregunto si he perdido la oportunidad dereconocer ante Struz que aún hay muchas

cosas que no sabe. Cojo el montón denotas de mi padre sobre Mike Cooper –ylas que he añadido gracias a lainformación que han obtenido Elijah yBen después de vigilarlo– y vuelvo arepasarlas para ver si descubro algonuevo. Alex tiene razón. Es ridículopensar que puedo descubrirlo yo solacuando la unidad de mi padre en el FBIdispone de más recursos, personal yexperiencia, y hasta el momento tienenlas manos vacías. Aun así, me sientoobligada a continuar. Porque todavía nosé cómo encaja Barclay en todo esto.

Y porque, si no me concentro enresolver el caso, tendré que hacerlo enlo perdida que me siento sin mi padre.

Dos días, Ben, universos paralelos, elcolapso de la función de onda, MikeCooper, la casa, muerte por radiación yla muerte de… mi padre. Tiene quehaber algo más que se me escapa.

Me fijo en el recibo de los distintostipos de cloro que compré en la tiendade suministros para piscinas. Si MikeCooper no pretendía fabricar una bombacon ellos, ¿para qué los quería?

Dudo mucho que quisiera utilizarlospara limpiar piscinas. ¿Qué otros usostiene el cloro? Cojo un lápiz y un trozode papel y anoto los compuestos:

purificador de agua, desinfectante, base paradiversos productos químicos,* limpiador en

seco, medicinas

Creo que se utilizan en la fabricación

de muchas cosas, desde materialesresistentes al calor y antiadherentes,como el Teflón de las sartenes, hastacomponentes de vehículos y un montónde otros productos, lo que significa quetendría que dedicar muchas horas ainvestigarlo y seguramente no me lleve aninguna parte.

Cuando dejo el lápiz y poso la miradaen la mesa, vuelvo a tener la sensaciónde que alguien está observándome.Intento ignorarla. Son las dos de lamadrugada y no oigo nada que sugieraque Jared está despierto. Me levanto,

paso una pila de ropa de la lavadora a lasecadora, cojo un vaso de agua y vuelvoa la mesa. Debo resolver esto. Nosestamos quedando sin tiempo.

Sin embargo, la sensación espersistente y me pone los pelos de punta.

Levanto la cabeza, miro hacia laventana y el corazón me da un vuelco.Ben está de pie bajo la lluvia, iluminadopor la luz del porche trasero. Tiene elpelo empapado, pegado a la cabeza, y elagua le resbala por la frente hasta losojos.

Me llevo una mano al pecho paracomprobar que sigue latiéndome elcorazón y, al hacerlo, noto cómo se meacelera, cómo late con más fuerza, y mepregunto si Ben es real. O si estar dos

días sin verlo ha sido demasiado duropara mi subconsciente. La lluvia haceque su pelo y sus ojos parezcan aún másoscuros, y creo que tiene los labiosamoratados por el frío.

Debo de estar soñando.¿Cómo es posible que durante años no

hables con alguien, que ni siquiera tefijes en él ni una sola vez, y de repenteno puedas dejar de pensar en esapersona? ¿Incluso cuando sabes que nosucederá nada, que no puede sucedernada entre vosotros?

Sin darme cuenta, me he puesto de piey he dado un paso hacia la ventana.Alargo la mano y la apoyo en el cristal.Ben imita mis movimientos y estoy

segura de que debe de ser un productode mi imaginación, que debo de estardormida en la mesa y estoy soñandoesto, porque mi mente se quedacompletamente en blanco, se desconecta,y solo soy consciente del ruidoatronador de la lluvia al otro lado de laventana, del martilleo de mi corazónreverberando en mis venas y resonandoen mis oídos, y del calor de la palma desu mano en el cristal.

Veo su pecho bajar y subir, como sirespirara pesadamente; mi alientoempaña la ventana y me doy cuenta deque yo también estoy respirando condificultad.

Mis dedos se tensan y desearía tenermás control sobre el sueño, poder hacer

desaparecer el cristal que nos separa ysentir su piel contra la mía.

Entonces me doy cuenta de que Benestá moviendo los labios. Me fijo mejor,concentrándome en lo que intentadecirme. En ese momento comprendoque esto no es un sueño. Porque el Bende mi imaginación no se quedaría bajola lluvia frente a la ventana del comedorcon los ojos enrojecidos como sihubiera estado llorando mientras mepide que lo deje entrar en mi casa.

Cuando abro la puerta de atrás, Benya está delante de ella. Sin embargo, lailusión desaparece en cuanto veo queestá temblando de tal forma que todo sucuerpo se sacude y que la lluvia no ha

logrado eliminar todas las lágrimas desu rostro. De pronto siento tanto frío queyo también empiezo a temblar. Tengoque apretar los dientes para evitar quecastañeteen.

–¿Qué ha pasado? –le preguntomientras lo hago entrar y cierro lapuerta.

Ben baja la cabeza.–Lo siento mucho –susurra–. No tenía

adónde ir.–Siempre puedes venir aquí –digo

rodeándolo con los brazos y atrayéndolohacia mí. El agua empapa mi ropa, perono me importa. Estoy con Ben, los dosestamos helados y, a pesar de lossecretos que hay entre nosotros, haríacualquier cosa por él.

Al principio sus manos se muevenvacilantes, pero entonces apoya sumejilla en la mía, la resistencia flaqueay nuestros cuerpos se amoldan el uno alotro. Ben me rodea con sus brazos y susmanos se enredan en mi cabello.

–Tranquilo –le susurro pese a nosaber qué le ocurre. Pero es algo malo.Cualquier cosa que lo haya impulsado avenir a mi casa tiene que ser algo malo.

Nos quedamos un rato abrazados. Elcalor que emana de su cuerpo contrastacon el frío de nuestra ropa mojada.Nuestras respiraciones y latidos seaceleran y sincronizan hasta que eltamborileo de mi pulso y el movimientode mi pecho amortiguan el sonido de la

lluvia.Hay una tensión palpable en nuestros

cuerpos, como si el menor movimiento odesplazamiento pudiera liberar toda laenergía acumulada. Me separo de él.

–Ven. Vamos a buscar algo de ropaseca. –Intento ignorar lo cansada quesuena mi voz, esperando que Ben no sedé cuenta.

Concentrándome en la tareainmediata, empiezo a bajar la cremallerade su sudadera. Pero, antes de llegarabajo, Ben vuelve a acercarse a mí. Mepone la mano en el cuello y apoya sufrente en la mía. Le arde la cara yrespira pesadamente. Siento uncosquilleo en el pecho y me doy cuentade que lo deseo. Lo deseo más de lo que

he deseado nada en mi vida. Deseo estarcon él.

Ben me levanta la cabeza y cierro losojos. Noto su aliento en mi piel.Nuestras narices se rozan. Contengo elaliento. Antes de besarme, soyconsciente de lo cerca que estamos,como si las terminaciones nerviosas demi cuerpo fueran tan sensibles que sehubieran extendido unos centímetroshacia el exterior, cargando deelectricidad el aire que nos separa. Benvacila, y me pregunto si habrá cambiadode idea. Abro los ojos paracomprobarlo.

Y entonces sus labios acarician losmíos.

Son suaves, sedosos, y saboreo enellos la sal de sus lágrimas. Cuandoabre la boca, nuestras lenguas seencuentran. Su boca sabe a menta. Bendesliza su otra mano por mi espalda yme rodea con ella la cintura. Abro másla boca; no sé si alguna vez conseguirésaciarme de él.

Ben me atrae más hacia él. Confuerza.

Ya no hay ningún espacio entrenuestros cuerpos, y todos mispensamientos se convierten en unfrenesí.

Con nuestros labios pegados, laslenguas se mueven, explorando. Nosmordemos y lamemos sin tiempo para

pensar qué estoy haciendo. Nuestrasmanos recorren frenéticamente el cuerpodel otro, agarrando y tirando como si laúnica forma de estar más cerca fuerafusionándonos en la misma persona.

Cuando topo con la secadora,comprendo que Ben ha estadoempujándome. Desliza las manos por miespalda, me agarra el trasero y melevanta para sentarme en la secadora.Noto el regular zumbido de la vibraciónbajo mi cuerpo.

La sorpresa hace que nuestros labiosse separen, y Ben aprovecha parabesarme el cuello. Se abre paso entremis piernas y, sin pensármelo dos veces,le rodeo la cintura con ellas y lo atraigohacia mí. Ben sigue besándome el cuello

y la oreja. Dejo escapar un suspiro quese mezcla con mis jadeos.

Busco de nuevo la cremallera de susudadera porque necesito acariciarle lapiel. Sus besos descienden por micuello.

Cuando le bajo del todo la cremallera,Ben se detiene y noto su cálido alientoen mi oreja.

–Janelle Tenner –me susurra–. Tequiero, joder.

Una sonrisa aparece en mis labios. Apesar de no ser la declaración románticacon la que sueñan la mayoría de laschicas, sé que Ben ha recordado mispalabras de aquel día en clase deLiteratura, delante de Alex y cuarenta

compañeros más un día que parece yamuy remoto.

No puedo evitarlo. Le agarro la cara ycubro sus labios con los míos. Yentonces deslizo mis manos bajo susudadera, sobre sus hombros y brazos, ytiro de ella. Ben se deshace de ella conun movimiento de hombros, sin oponerresistencia.

–Janelle…Lo beso frenéticamente y Ben jadea en

mi boca.Cuando sus manos se deslizan bajo mi

camisa y acarician mi piel, el corazónempieza a latirme a mil por hora y tengola sensación de que está a punto desalirme del pecho y adquirir vidapropia.

Apoyo la palma de mi mano en supecho para sentir su pulso, para ver si sucorazón late tan aceleradamente como elmío.

Sí, lo hace.Pero mi mano…Extrañamente, mi mano se queda

pegada a su camiseta.Abro los ojos y bajo la mirada. Y veo

la sangre.

02:14:35:02

–Oh, Dios mío. –Le recorro todo elcuerpo con las manos. Aunque esta vezla agitación es por un motivocompletamente distinto. Porque, ahoraque me he dado cuenta, veo que lasangre está por todos lados. Y con tantasangre, las heridas tienen que ser graves.

¿Desde cuándo soy una psicópata quese deja llevar por las hormonas? Benviene a mi casa en mitad de la noche,

obviamente preocupado por algo, y meabalanzo sobre él como una posesa. Y alestar debilitado por la pérdida desangre, él no opone resistencia. Si acabamuriendo por mi calentón, no me loperdonaré nunca.

Noto algo en la cabeza que me obligaa levantar la cara. Tardo unos segundosen comprender que son las manos deBen. Quiere que lo mire a los ojosmientras pronuncia mi nombre.

–Janelle, no es mi sangre.No estoy muy segura de si eso es una

buena noticia.Bueno, en realidad sí es una buena

noticia. Si alguien tiene que perder todaesa sangre, prefiero que no sea Ben.Aunque, por supuesto, la siguiente

pregunta es inevitable:–¿Y de quién es?Ben no responde inmediatamente. El

miedo irracional y desbocado que sentíahace unos momentos se transforma en laclase de furia que induce a las personasa cometer actos tan imprudentes einsensatos que más tarde su menteintenta borrarlos. Si Ben no me respondeen los próximos diez segundos, loestrangularé.

Me echo hacia atrás para contener elimpulso. Con voz temblorosa, vuelvo apreguntarle:

–¿De quién es la sangre?Ben evita mis ojos.–De Elijah.

–¡¿Qué?! –Elijah nunca me ha caídoespecialmente bien, pero el hecho deque Ben no dé más explicaciones ni másinformación me pone los pelos depunta–. ¿Está bien? ¿Qué coño hapasado?

–No lo sé –dice Ben mirando lasangre. Por un segundo me pregunto siElijah es el responsable de todas esasmuertes y si Ben lo ha descubierto y seha enfrentado a él. Pero entonces levantala cabeza y comprendo que la culpareflejada en su rostro tiene que tenerotra explicación–. He intentado curarlo.Pero no ha funcionado con él; es como sifuera inmune a lo que sea que puedohacer.

–¿Dónde está ahora?–He llamado al 911 y he esperado

hasta que ha llegado la ambulancia.Respiro hondo. Si Elijah está en el

hospital, no podemos hacer nada. Ya haygente ocupándose de él.

Enciendo la luz.–Quítate la camiseta –le digo

cogiendo una de las viejas camisetas demi padre del montón de ropa paradonar–. Ponte esto.

Ben vacila un segundo y la rabia quesiento se desvanece. No sé por qué havenido a mi casa. No sé qué lo haimpulsado a enrollarse conmigomientras su ropa estaba empapada con lasangre de su mejor amigo. Pero está

aquí. Y por la expresión de su rostro, menecesita. Aun así, sigue preocupándosepor mí y por todo por lo que he tenidoque pasar.

Asiento y Ben se cambia de camiseta.Sé que me pasa algo muy raro porque nopuedo dejar de pensar en sus brazos, enla increíble sensación de su cuerpopegado al mío.

Meto la camiseta ensangrentada y lasudadera en la lavadora y lo acompañohasta la cocina.

–Vale, cuéntame qué ha pasado, eintenta que sea rápido, porque ahoramismo no soy la persona más pacientedel mundo.

–Los tres estábamos en el Staybridgevigilando al Sospechoso Cero. Hace un

par de horas por fin ha salido de lahabitación, y hemos usado una tarjetapara colarnos. Esa fue la parte fácil.

»Esta vez la hemos registrado dearriba abajo sin preocuparnos de sercuidadosos. Ha llegado el momento deencontrar algo útil; ya no me importaque descubra que hemos estado allí.

Lo interrumpo porque necesitosaberlo.

–¿Encontrasteis algo? –No le digotodo lo que estoy pensando, que es: «Porfavor, que todo esto no sea una pérdidade tiempo y una misión que acabó conElijah en el hospital».

Ben asiente y se mete una mano en elbolsillo trasero.

–Por lo que hemos encontrado, pareceser que su auténtico nombre es EricBrandt. –La billetera que aparece en sumano me recuerda a la de mi padre,donde guardaba sus credenciales delFBI.

La cojo, la abro y examino ladocumentación. No cabe duda, lafotografía lo identifica como MikeCooper/Sospechoso Cero o comoqueramos llamarlo. Y, efectivamente, elnombre que aparece en la parte inferiordel carnet es ERIC BRANDT, AGENCIAMULTIVERSOS, #340578.

–¿Qué significa?–No tengo ni idea –dice Ben–.

Pensaba que quizá tú sabrías algo de esaagencia.

Niego con la cabeza. No conozcotodas las agencias de la comunidad deinteligencia, y esta no me suena de nada.

–Le preguntaré a Struz.Ben refunfuña, se recuesta en la silla,

la cual se balancea en sus patas traseras,y entrelaza las manos detrás de lacabeza.

–Encontramos la billetera en la cajade seguridad del hotel. Conseguí…manipularla. Por el resto de las cosasque había en la habitación, diría que eltipo vive en el Staybridge desde hacevarios meses.

–¿Cómo acabó la sangre de Elijah entu ropa? –le pregunto, ya que esa es unade las cosas que más me preocupa ahora

mismo.–Eric Brandt volvió –dice Ben,

inclinándose hacia delante hasta apoyarlas cuatro patas de la silla en el suelo–.Se suponía que Reid debía estarvigilando, y no sé qué estaba haciendopero es evidente que ha hecho un trabajode mierda. Brandt volvió y nos encontróen su habitación. Me apuntó a mí porqueera quien tenía la billetera. –Ben vacila.Cuando vuelve a hablar, hace un granesfuerzo para que no le tiemble la voz–.Elijah me ha agarrado para apartarme,pero Brandt le ha disparado. Entoncesha llegado Reid y los dos hemos ido apor Brandt. No estaba preocupado porElijah porque sabía que podía curarlo.Lo he hecho antes…

–¿Cómo habéis conseguido huir?–Elijah se ha levantado solo y se ha

largado, y entre Reid y yo, bueno,éramos dos contra uno…

Noto la boca seca y contengo elimpulso de dar un paso atrás. Durante unsegundo recuerdo las palabras de Reid:«Ben estuvo a punto de matar a SamHines. Si la poli no hubiese aparecido,seguramente lo habría hecho». Mepreocupa que hayan matado a nuestraúnica pista.

–Le hemos dado una paliza para queno nos siguiera –dice Ben, y dejoescapar un suspiro de alivio–. Elijah nosha llevado hasta un callejón sin salidacercano y allí le han fallado las fuerzas.

Íbamos a abandonar el coche de Reid ydenunciar que nos lo habían robado, yentonces es cuando he intentado curar aElijah.

Ben agacha la cabeza, ocultándomesus ojos.

–Pero no he podido. Lo he intentadotodo, pero no había forma. Sentía que loque sea que tengo dentro estabafuncionando pero no hacía nada.

–¿No has podido curarlo? –lepregunto.

–No, es como si no consiguierapercibir sus moléculas.

–Tranquilo, averiguaremos qué hapasado –le digo. ¿Qué más se le puededecir a alguien que descubre que sussuperpoderes han dejado de funcionar?

–Así que he llamado al 911 y me hequedado con él mientras Reid iba a porel coche para abandonarlo en algunaparte. Cuando la ambulancia ha dobladola esquina, me he largado y he venidoaquí. –Levanta la cabeza–. Pensaba queme harían preguntas.

Asiento porque tiene razón. Yentonces hago lo que llevo haciendotoda la semana: intentar arrojar un pocode luz a toda esta situación. Pero soyincapaz.

–¿Y los productos químicos?Ben niega con la cabeza.–No los encontramos por ninguna

parte.Siento un escalofrío. Eso podría

significar que en algún lugar hay unabomba, o quizá no signifique nada. Talvez el tipo era solo un agente encubiertohaciéndose pasar por alguien que estáempezando un negocio de limpieza enseco. Aunque hay algo que no termina deencajar.

Y entonces me doy cuenta de que Benestá tiritando. Sus vaqueros aún estánempapados por culpa del aguacero. Paselo que pase, no vamos a descubrirlo estanoche.

–Deberías cambiarte. Te buscaré unospantalones secos. Puedes pasar aquí lanoche; por la mañana pensaremos quéhacer.

No añado «o moriremos en elintento». A estas alturas, es más que

evidente.

02:14:04:13

Dejo a Ben en el dormitorio de mipadre, bajo un montón de sábanaslimpias, y, cuando vuelvo a la seguridadde mi cuarto, llamo a Struz.

Pero salta el buzón de voz.Estoy tentada de dejarle un mensaje,

pero me preocupa que lo malinterprete.Es indudable que está trabajando en algoque lo tiene completamente absorbido yno quiero asustarlo. Cuando vea que lo

he llamado, contactará conmigo.Después de colgar el teléfono, me

meto en la cama; esta noche me costaráDios y ayuda conciliar el sueño, yprobablemente tendré pesadillas. Lacasa, mi padre, los terremotos, lacamioneta, Ben… todo aparecemezclado en mis pesadillas. Y hoy esprobable que se una Elijah.

Cuando extiendo el brazo para apagarla luz, alguien llama a la puerta.

Me quedo inmóvil. Es Ben o Jared; nosé cuál de los dos prefiero que sea.

Normalmente preferiría que fuera Benquien llamara a mi puerta, pero lo ciertoes que me siento un poco avergonzadadespués del calentón de esta noche.

Salgo de la cama y abro la puerta.

Es Ben.–Hola –dice él sin mirarme a los ojos.–¿Estás bien? –le pregunto abriendo

más la puerta para que pase en lugar demerodear por el pasillo.

Mientras cierro la puerta, Ben echa unvistazo a su alrededor para hacerse unaidea de cómo es mi cuarto. Nada delotro mundo: pósteres de grupos indie enlas paredes, unas cuantas fotografías enlas que aparezco con Alex y otras en lasque lo hago con Jared, un oso depeluche, dos librerías abarrotadas delibros y una cómoda con algo de ropaencima.

Finalmente Ben me mira a los ojos.–He cometido un error –dice.

–¿Por qué? ¿Qué pasa?–Contigo… es decir, con nosotros –

susurra, y juraría que durante un segundoel corazón deja de latirme–. Hecometido un error.

Intento respirar con normalidad pese aque me siento mareada y atontada. Solodeseo envolverlo con mis brazos.

–¿Qué quieres decir?Ben se pasa una mano por su pelo

lacio.–Es solo que… eres perfecta.No puedo contener una carcajada.–Para nada.–Es verdad, lo eres –dice él,

alargando su mano hacia la mía.Nuestros dedos se entrelazan y Ben me

mira con sus ojos oscuros y profundos–.Eres fuerte e inteligente, y siemprepiensas primero en los demás. No dejasque nada se interponga en tu camino yeres preciosa.

Me quedo sin respiración, porque nose me ocurre nada mejor que eso.

–Cuando no me conocías, era muyfácil seguir concentrado en la tarea devolver a casa, pero ahora nos estamosquedando sin tiempo. Tenemos menos detres días y estás aquí, más perfecta de loque imaginaba.

–¿No te he decepcionado en nada? –digo riendo.

Ben me mira con una tímida sonrisa alreconocer la referencia a El granGatsby.

–En absoluto.Sin embargo, todavía no sé qué

significa eso para nuestra relación.–Entonces, ¿cuál es el problema?–¿Y si no resolvemos esto? Tendré

que marcharme –dice apretándome lamano–. Tendré que volver a casa. Hacediez años que no veo a mi familia, ydesde que llegué aquí todo lo que hehecho ha tenido un único objetivo:regresar con ellos.

Asiento. Todo eso ya lo sé. Pero Benestá anticipándose demasiado. Incluso siconseguimos sobrevivir a los siguientesdos días, ¿quién sabe si podrá regresar asu casa? ¿Y quién sabe si no acabaráseparándonos otra cosa? Sin embargo,

no puedo decirle nada.–No voy a obligarte a decidir –le digo

al fin, y las palabras se me atragantanporque sé que al final tendrá que tomaruna decisión. Y sé que saldré perdiendo.

–Pero si estamos juntos –susurra Ben,como si tuviera miedo de decirlo en vozalta–, ¿cómo voy a renunciar a ti?

–Llegado el caso… no te pediré quete quedes.

Ben asiente y me atrae hacia él,rodeándome con sus brazos y enterrandoel rostro entre mi cabello.

–Dios, hueles tan bien.–No quiero arrepentirme de esto toda

la vida… Saber lo que yo siento por ti ylo que tú sientes por mí y echarlo aperder porque teníamos miedo del futuro

–le digo con la cara pegada a su pecho.Aunque no lo veo, noto cómo asiente.–Lo sé.Nos quedamos abrazados un buen

rato, los rítmicos latidos de su corazónvibrando en mi cuerpo. No sé si lo quesiento es amor, pero sí sé que haríacualquier cosa por él. Cualquier cosa.

Ben se aparta ligeramente, me coge lacara entre las manos y me besa. Un besorápido, casi furtivo. Solo uno. Me sientovacía, perdida, y tengo ganas de gritarporque ese beso se parece mucho a unadespedida.

Sin embargo, Ben respira hondo ycierra los ojos. Y con nuestros labiosprácticamente rozándose, me dice:

–Solo hay dos cosas que recuerdohaber deseado con todas mis fuerzas.Regresar a casa y estar contigo.

–Ben –le susurro muy cerca de suslabios–. Ahora estoy aquí. Ahora. Yahora mismo yo también te deseo.

02:09:55:46

–¿Janelle? –Alguien está golpeando lapuerta con los nudillos–. ¿Te hasquedado dormida u hoy también nossaltamos las clases?

Jared.Abro los ojos y recuerdo que los

brazos de Ben me rodean el cuerpo.–¿Janelle?Y Jared está al otro lado de la puerta.

Liberándome de Ben, echo un vistazo al

despertador y veo que son las 7:05. Lasclases empiezan dentro de menos demedia hora.

–Estoy levantada. ¡Ahora salgo! –digoantes de sacudir a Ben, quien se limita agruñir.

–Eh, saca el culo de mi cama y ponloen algún sitio donde nadie te vea. Tengoque abrir la puerta. –Ben abre los ojos–.Hablo en serio. No quiero tener queexplicarle a Jared que en realidad nohemos hecho nada ni qué haces en micama.

Ben esboza una sonrisa somnolienta ytípicamente masculina.

–Pero es que hemos dormido juntos.–Ya sabes qué quiero decir –siseo–.

No pienso tener la conversación «No

acabo de acostarme con ese chico» conmi hermano pequeño.

Ben vuelve a sonreír, pero esta vez sedesliza de la cama hasta el suelo. Trasasegurarme de que Jared no podrá verlodesde el umbral, me levanto para abrirla puerta.

–No recuerdo la última vez que tequedaste dormida –me dice mi hermanoen cuanto abro la puerta.

–Sí, lo sé –le digo alejándolo de micuarto en dirección a la escalera–. Nome encuentro muy bien –miento–. Creoque me quedaré en casa. Si llamas aAlex para ver si aún no ha salido, teprepararé el desayuno. –Alexprobablemente ya haya salido de casa,

pero también es probable que dé mediavuelta y pase a recogerlo.

Conseguir que Jared salga por lapuerta me cuesta un panecillo de sésamocon queso fresco y cinco dólares para lacomida, además de la promesa a Alexde que se lo contaré todo a Struz, perolo hago. Además, lo hago intentandocontener una sonrisa de idiota, y paraello tengo que olvidarme de que Benestá en el piso de arriba, en el suelo demi cuarto.

Cuando Ben baja después de que elcoche de Alex salga del camino deentrada, me quedo paralizada unsegundo. Estoy segura de que va adecirme que lo de anoche fue un error,que debemos volver a ignorar lo que

sentimos el uno por el otro, que estáasustado.

Pero no lo hace. Me abraza y me besauna vez. No, dos veces. Antes de decir:

–Tengo que ir a casa a ver a mispadres de acogida y llamar a Reid.

Asiento.–¿En qué hospital está Elijah?

Llamaré para comprobar si haynovedades.

–Supongo que lo habrán llevado aScripps –dice Ben con el rostro tenso.

–Seguro que está bien –le digo,aunque no puedo saberlo–. Llamaré aStruz para preguntarle por la agenciamultiversos. Después, tú, Reid y yodeberíamos reunirnos para decidir cuál

es el siguiente paso.Ben asiente y aparta la mirada.–Anoche descubrimos otra cosa que

aún no te he contado.Siento como si la cabeza fuera a

estallarme; sin embargo, el resto de micuerpo parece un témpano.

Ben me aprieta la mano.–En la caja fuerte, junto con el

documento de identificación, EricBrandt también guardaba un par deexpedientes. No tuve tiempo de cogerlosporque apareció en ese momento, perolos vi. –Ben hace una pausa y soyincapaz de seguir respirando hasta quecontinúa–. Eran expedientes sobre tupadre y Ryan Struzinski… Struz,¿verdad?

Asiento, incapaz de articular palabra.Expedientes sobre mi padre. Y Struz.Quiero preguntarle qué más había en lacaja fuerte, si Eric Brandt estabasiguiéndolos o vigilando u otra cosapeor.

–Creo que deberías contárselo todo aStruz. No sé qué más podemos hacer,pero al menos ellos pueden detener aese tipo e intentar descubrir algo –diceBen.

Dejo escapar el aire que estabaconteniendo y resuello ligeramente alintentar volver a llenar mis pulmones. Eldolor de cabeza que no me había dadocuenta que tenía se ha esfumado. Podríallorar de alivio. Alex tenía razón,

siempre la ha tenido. Necesito pasarle aalguien el peso que llevo sobre loshombros. Pero el secreto de Ben y…

–Puede que te detengan –le digo.Ben asiente y después se encoge de

hombros.–Nos estamos quedando sin tiempo.Permanecemos en silencio unos

segundos y entonces Ben me atrae haciaél y me abraza de nuevo, esta vezincluso con más fuerza.

–Basándome en los expedientes, creoque… –dice, y no necesito oír toda lafrase para saber cómo termina.

A mí también se me ha ocurrido.Es probable que Eric Brandt sea el

asesino de mi padre.

02:09:31:38 Cuando Ben se marcha, vuelvo a llamara Struz. Y esta vez dejo un mensaje:«Soy Janelle. Creo que deberíamoshablar. Tengo información, pero nosobre lo que había en la caja fuerte.Sobre eso no sé nada. Pero tengoinformación que creo que necesitas.Llámame cuando escuches estemensaje». Y después añado: «No tepreocupes. Estoy bien». No quiero que

llegue a conclusiones equivocadas.Cuando estoy colgando, suena el

timbre de la puerta.Miro a mi alrededor para intentar

descubrir qué se ha dejado Ben, pero, alno ver nada fuera de lo normal, voy aabrir la puerta y decido que sea élmismo quien lo coja. Y, con un poco desuerte, que me dé otro beso antes demarcharse.

Pero no es Ben quien está de piefrente a la puerta de mi casa.

Es Barclay. Se ha afeitado, lo que leda un aspecto más joven, casi infantil.No obstante, me mira con semblantedecidido, lo que resulta un pocoaterrador.

–Hola –empiezo a decir, pero Barclay

entra rápidamente y cierra la puerta a suespalda.

–Tenemos que hablar. –Esta es suversión más seria, la del AgenteBarclay. Siento la tentación de tocarmelos moratones que me dejó el otro día enel brazo.

No lleva el uniforme estándar del FBI;en lugar de traje y corbata, lleva unachaqueta negra, una camiseta grisajustada, pantalones militares negros ybotas altas también negras. Por el bultoen su chaqueta y pantalones, sé que traeconsigo por lo menos dos armas, una enel tobillo derecho y otra en la cartucherabajo el brazo izquierdo. Eso significaque es zurdo.

–¿Has descubierto quién era aqueltipo? –le pregunto pese a estar bastantesegura de que esa no es la razón que loha traído hasta mi casa. De hecho, estoycompletamente segura.

No sé por qué ha venido. Pero sé queno es por nada bueno.

Los humanos no solemos hacer caso anuestros instintos. Dejamos que la lógicay la razón se interpongan en su camino.Mi padre siempre decía que cuando elinstinto entra en contradicción con algoque la sociedad te ha enseñado, siempredebes hacer caso a tu instinto y dejar laspreguntas para después. La lógica medice que Barclay es un buen tipo. Struzconfía en él, mi padre confiaba lo

suficiente en él como para dejarlo entraren nuestra casa, pero conoce a Brandt, yel instinto de luchar o salir corriendo estan apremiante que debo contener elimpulso de alejarme de él.

Me muerdo el carrillo, me cruzo debrazos y me planto entre Barclay y elestudio de mi padre, donde está el arma.Barclay es más fuerte, rápido y mejortirador que yo, o al menos es unahipótesis más que plausible. Estamosmuy cerca del estudio, si empiezo acorrer antes que él, puedo cerrar lapuerta, coger el arma y ponerme acubierto antes de que me atrape.

Puedo.Dejando esa posibilidad como último

recurso, respiro hondo y me armo de

valor.Me niego a sentirme intimidada por un

capullo arrogante como Taylor Barclay.–Te he subestimado –dice este con un

asentimiento–. Pensaba que eras unaniña malcriada que solo conseguiríahacerme perder el tiempo.

–Me alegra saber que has cambiadode idea –digo poniendo los ojos enblanco. Nunca hubiera dicho que podríacomportarme como una adolescentehastiada y displicente al mismo tiempo–.Por favor, dime que eso no ha sido unintento de disculpa.

Barclay me regala una sonrisa y niegacon la cabeza.

–No me engañas. Sé que esto es una

pose. –Señala la cocina con un gesto dela cabeza–. Será mejor que te sientes.

No puedo hacerlo; eso me alejaría delarma.

Pero entonces la cago. Echo unvistazo al estudio y Barclay me pilla. Esmás listo de lo que pensaba.

–¿El arma de tu padre está allí? –mepregunta–. Me sorprende que Struz hayadejado que te la quedes. Aunque,pensándolo bien, no me sorprende tanto.No es tan estricto contigo como debería,pero tu padre tampoco lo era. –Retrocede unos cuantos pasos, poniendounos tres metros de distancia entrenosotros, y estoy a punto a preguntarlepor qué ha mencionado a mi padre. Sinembargo, necesito mantener la cabeza

fría. Si no puedo refugiarme en elestudio, tal vez pueda llegar a la calle,donde hay testigos, antes de que mealcance.

–¿Qué quieres? –le pregunto. Estoyharta de andar con rodeos.

–¿Quién te ha hablado de losuniversos paralelos? –me pregunta.

–Mi profesor de Física.Barclay sonríe, lo que le da un

aspecto bastante atractivo. El problemaes que la sonrisa anuncia a gritos:«Estoy a punto de ganar». He visto esasonrisa en muchas de las películas conlas que Alex me tortura, justo antes deque el villano haga su monólogodiabólico. No obstante, dudo mucho que

Barclay sea la clase de tipo que cometaun error tan infantil.

–Mientes bastante bien. Supongo quetambién se te da bien analizar a laspersonas –dice–. Si tuviéramos mástiempo, es posible que acabararespetándote. Pero el problema es quetienes razón.

No sé qué decir, de modo que esperoque continúe.

–No podemos perder el tiempo conchorradas. Este mundo está a punto decolisionar con otro mundo, lo quesignificará el fin de la vida como laconocemos. –Da un paso al frente–. Heestado siguiéndote, a ti ya tus amiguitos.Necesito saber cuál de ellos te hablóexactamente de los universos paralelos.

Da otro paso hacia mí y esta vez nopuedo seguir manteniendo la pose. Doyun paso atrás.

–No voy a decirte nada. Pase lo quepase. –Y lo digo en serio. No sé de quées capaz, pero no permitiré que mearranque ni media palabra.

Barclay se detiene, pensativo.Entonces cambia de táctica. Se quita lachaqueta con un movimiento de loshombros y deja que esta se deslice hastael suelo. Además de la pistola, lleva unafunda para una especie de cuchillolargo.

–Haremos un trato, Tenner. Yo serésincero contigo y tú lo serás conmigo.Un intercambio de información. Eso es

algo que deberías respetar. Empezaréyo: la verdad es que no soy un analistadel FBI.

Ahora la pregunta es: ¿Quién es enrealidad Taylor Barclay?

02:09:22:03

Aquí es cuando las cosas se vuelvenextrañas:

Ben tenía razón respecto a laexistencia de un multiverso.

Pero él no conocía todos los detalles.El multiverso es mayor de lo que

nunca podría haber imaginado. Cientosde miles de Tierras paralelas condistintas tecnologías, edificios,ciudades, civilizaciones… incluso

formas de vida.Evidentemente, yo soy de este

universo, mi Tierra. Y Ben viene deotra.

Taylor Barclay es un tipo que vienede una tercera Tierra, un mundotecnológicamente más avanzado. Unmundo denominado Prima.

En algún momento de la historia,varios universos, incluido Prima, sedieron cuenta de que no estaban solos,que existían otros universos paralelos. Ydesarrollaron las capacidades ytecnología necesarias para viajar entrelos mundos. Sin embargo, como era unproceso peligroso que podía acarrearconsecuencias catastróficas, Primainstauró leyes que regían los viajes entre

universos.Y crearon una policía para proteger

esas leyes: la Agencia Multiversos.Sus agentes llevan unos collares

metálicos con una carga electrónica queles permite viajar a través de losportales activados. Y toman vitaminas yreciben inyecciones para que no losafecte la radiación.

También disponen de cargadorescuánticos, unos dispositivos digitalesparecidos a teléfonos móviles, con loscuales activan y abren los portales. Uncargador cuántico es capaz de localizaruniversos, como una especie de sistemade navegación, de modo que siempresaben adónde van. Pero no es lo único

que hace; también sirve para estabilizarlos portales.

Porque eso es lo que Ben ha estadohaciendo mal: los portales que abríaeran inestables, y esa inestabilidadprovocó que personas y cosas cruzaranaccidentalmente desde otro universo aeste. Y también provocó que esteuniverso se precipitara hacia el colapsode la función de onda, lo queobviamente atrajo la atención de la AM.

Taylor Barclay no es un analista delFBI. Es un agente de la AM.

Como Eric Brandt. Ambos formanparte de una reducida fuerza especialenviada a este universo para descubrirquién o qué estaba provocando losdesajustes. Y para detenerlos.

02:09:18:52

–¿Y si no podéis?–¿Si no podemos qué? –pregunta

Barclay.–¿Descubrir qué ocurre? ¿Detenerlos?

–digo–. ¿Qué ocurrirá si falláis?Barclay me mira y cualquier rastro de

humor o arrogancia abandona su rostro.–Tenner, nunca fallamos. Tenemos un

dispositivo de emergencia.–¿De emergencia?

–Por supuesto. –Barclay se ríe–.¿Crees que es la primera vez que ununiverso amenaza la seguridad?

No estoy segura de qué contestar aeso.

Barclay suspira.–Vale, te pondré un ejemplo. Antes de

que yo naciera, dos universos sedeclararon la guerra. Las bajas nodejaban de aumentar. Los soldadosviajaban a través de otros universospara organizar ataques sorpresa. Aveces, la gente de esos otros universosmoría o se veía inmersa en la lucha. Seabrían demasiados portales, lo queempezó a provocar efectos adversos enlos universos entre esos dos mundos.

Terremotos, inundaciones… La AMtuvo que intervenir.

Terremotos, inundaciones. Como loque ha estado ocurriendo aquí.

–¿Qué hizo la agencia? –pregunto enun susurro.

Barclay se encoge de hombros comosi no lo considerara nada del otromundo.

–Destruyeron ambos mundos.

02:09:11:37

Lo dice sin inmutarse, como si destruirdos mundos fuera lo más normal delmundo. Quizá para él lo sea. Pero haceque me sienta atrapada en un callejón sinsalida.

Muevo una mano para indicarle quecontinúe y Barclay suspira.

–El objetivo es evitar que dosuniversos acaben colisionando ydestruyéndose mutuamente, porque,

además de las vidas que se perderían,los efectos se propagarían y afectaría laestabilidad del viaje entre universos y lavida en otros mundos.

Sé leer entre líneas. El concepto delbien mayor es universal, o multiversal olo que sea.

Si no pueden evitar la colisión de losdos universos, tendrán que recurrir alplan de emergencia y destruir uno de losdos. El más problemático, es decir, elmío.

Oh, Dios mío.–Para eso sirve el AEINI –digo en un

suspiro. Siento como si estuvieraasfixiándome y al mismo tiempo alguienme diera un puñetazo en el estómago.Estoy viendo El Fin y no puedo hacer

nada para evitarlo.–El Oppenheimer –dice Barclay con

un rápido asentimiento. Debe de ver lasorpresa reflejada en mi rostro porquese encoge de hombros y añade–:Nosotros también tuvimos uno. Pero ensu caso descubrió otro tipo de bomba.Una más poderosa. La…

–La destructora de mundos, sí, me loimagino –digo. Las lágrimas seacumulan en mis ojos. Barclay y sucuerpo especial de la AM se proponendestruir mi mundo dentro de dos días.Incluso aunque consiguiéramos detenerel colapso de la función de onda, algúnalto mando de un universo a años luz deaquí, o lo que sea, decidirá nuestro

futuro. No puedo hacer nada paracambiar las cosas.

–Es la única forma de preservar laestabilidad de otros universos –susurraBarclay.

–Espero que eso no sea un intentopara conseguir que me sienta mejor.

–Verás, no entraba dentro de nuestrosplanes que el FBI encontrara elOppenheimer. Lo trajimos solo comouna medida de seguridad, pero la cagué.Eric y yo vinimos para indagar los casosde muertes provocadas por la supuestaactividad inestable. Tardamos mástiempo del esperado en investigar laprimera escena del crimen y tuvimos quesalir corriendo. La policía siguió mipista hasta el hotel y tuve que

desaparecer. El Oppenheimer estaba enla habitación. Después de eso, tuve queinfiltrarme en el FBI para recuperarla.

–¿Lo tienes? –le pregunto–. ¿Cómo?Barclay asiente.–Sabía dónde lo guardaba tu padre,

pero desconocía las medidas deseguridad. Hasta que me entregaste losexpedientes. Ayer logré sacarlofinalmente de la caja fuerte.

La caja fuerte de mi padre. No meextraña que Struz se suba por lasparedes. El AIENI ha desaparecido.

–Aunque ahora ya lo tengo en mipoder, el otro día en el café tenías razón.El terremoto es una señal, y habrá más.Más destrucción antes del final. Según

las órdenes de la comandancia,dispongo de menos de cuarenta y nuevehoras para arrestar o matar alresponsable. Si no lo consigo, debodejar el Oppenheimer en un lugar seguroy volver a mi mundo.

–Podrías desarmarlo. Podrías…–¿No has oído lo que acabo de decir?

El terremoto solo es el principio. Estemundo ha empezado a desmoronarse.¿No has visto los tornados, lasinundaciones, los huracanes? Lasituación está descontrolándose. Cuandodos mundos entran en colisión, la ondaexpansiva afecta a todos los mundospróximos. Hay miles de universosparalelos. Y todos acabarán sufriendoterremotos, tsunamis, todo lo que está

ocurriendo aquí. Morirán millones depersonas. ¿Quieres llevar ese peso en tuconciencia?

No digo nada. No es necesario.Barclay asiente.–Yo desde luego no quiero, y tampoco

quiero seguir aquí cuando este mundodeje de existir.

–¿Y si descubres quién está abriendolos portales y los detienes? –Esa es lagran pregunta.

–Desarmaré el Oppenheimer y memarcharé a casa.

Respiro más aliviada ante esaposibilidad. Eso es lo que quiero.

–¿Mataste a mi padre? –le preguntopese a que la respuesta no cambiará

nada.Barclay niega con la cabeza.–Tu padre me caía bien. Sospechaba

de nosotros… bueno, al menos de Eric,pero antes que matarlo hubiera intentadoexplicarle qué hacemos aquí. Además,solo estoy autorizado a matar a aquellosque están desestabilizando losuniversos.

–¿Lo mató Eric?Vuelve a negar con la cabeza.–¿Estás seguro? Tengo derecho a

saberlo.–Es cierto. Pero estás buscando en el

lugar equivocado. No sé quién lo mató,pero te aseguro que no fue Eric.

No sé qué más puedo hacer. De modoque me siento en el suelo y se lo cuento

todo.No utilizo ningún nombre, y siempre

que puedo evito los detalles personales.Pero le doy todos los datos.

Un par de críos de un universoalternativo se toparon con unexperimento fallido que consiguieronhacer funcionar por accidente. Abrieronun portal y lo atravesaron. Y sequedaron atrapados aquí.

Desde entonces han estado intentandoregresar a casa sin saber muy bien loque hacían.

–¿Y lo lograron? –pregunta Barclaysacando el cargador cuántico, el cual,aparentemente, también hace lasfunciones de un avanzado teléfono

inteligente. Lo recuerdo de su coche.Parece una Game Boy–. Debieron detomar hidrocloruneo porque si nohabrían muerto achicharrados por laradiación.

–¿Hidro qué?–Hidrocloruneo –repite Barclay

mientras se mueve por la pantalla táctilde su cargador. Intento recordar lo quehace por si necesito utilizarlo en elfuturo–. Es un compuesto químico.Normalmente se produce en forma delíquido amarillo o en polvo. Se pareceun poco al Gatorade. Aún no se hadescubierto en este mundo, pero, entreotras cosas, sirve para contrarrestar losefectos de la radiación.

Hidrocloruneo. Esa debe de ser la

razón por la que Brandt compró losproductos químicos; estaba fabricandoel compuesto.

–¿Tiene algún… efecto secundario? –le pregunto porque siempre es buenosaberlo. Pero también con lossuperpoderes de Ben en mente.

–Por supuesto –dice Barclay sinlevantar la cabeza–. Modifica lacomposición química del cuerpo. Endosis altas o concentradas justo antesdel viaje entre universos tiene efectoscatastróficos. Conozco a un tipo queconsigue atravesar las paredes, lo quepuede parecer un chollo, pero te aseguroque es una pesadilla cuando ni siquieralogras levantar la taza de la mesa. Ah,

aquí está –dice mostrándome la pantalladel cargador pero manteniéndolofirmemente en su mano. Veo lo queparece una imagen de la Tierra hechapor un satélite, con un montón denúmeros y símbolos alrededor.

–No sé qué estoy viendo –admito.–La Tierra número 19.317 –dice

Barclay apartando el cargador y dandoun toquecito a la pantalla. Sea lo quesea, se carga más rápido que miiPhone–. Lorraine Michaels y MalcolmSuitor descubrieron el hidrocloruneo afinales de 2002, aunque sus utilidadesavanzadas no se descubrieron hastacinco años después.

»Y parece ser que los dos perdieronun hijo en 2005 –añade–.

Desaparecieron tres niños, y un testigopresencial describió cómo fueronabsorbidos por un reluciente agujeronegro. Como un portal.

Barclay me mira y asiento. Ya notiene sentido mentirle sobre ellos. Losabe todo. Y él es su billete a casa.

–Fue un caso sonado. La desaparicióndel hijo de un líder mundial atrae muchaatención mediática.

Me pregunto si Elijah tenía razón. Sisu padre está buscándolos.

–Ya no están abriendo portales –ledigo–. Dejaron de hacerlo cuando sedieron cuenta de que no sabían lo queestaban haciendo.

Barclay me dirige una mirada que

solo puede describirse como piadosa.–Sé que eres más lista –dice

guardándose el cargador en el bolsillo–.Piensa un poco. Viste lo que ocurrió enaquella casa. ¿Sabes qué es lo queprovoca ese tipo de cosas? Un portalinestable diez veces más grande de lonecesario y fuera de control. Trajo a trespersonas de otro universo, se tragó unacasa entera y mató a todos sushabitantes. Estabas allí.

»¿Y sabes qué más hacen los portalesinestables? Provocan terremotos,tsunamis y toda clase de desastresnaturales porque hacen que el universoempiece a desplazarse de un modoantinatural. Por eso debo saber quiénestá abriéndolos.

–¡No lo sé!–¿Es el chico que estaba aquí esta

mañana? –Coge su chaqueta–. No sé quésientes por él, pero no dejes que seinterponga entre tú y las leyes de lafísica.

–No, Barclay, te lo juro. –Lo cojo delbrazo. Si no puedo convencerlo de queBen ya no está abriendo más portales,estoy segura de que lo matará–. Porfavor, tienes que escucharme.

–No, Tenner, escúchame tú a mí. Tehan mentido. No han dejado de abrirportales. Y tengo que detenerlos antesde que vuelvan a hacerlo. De locontrario, moriréis todos.

Se suelta y sale por la puerta.

Detenerlos.Sé qué significa eso en realidad.

Matarlos.

02:08:48:22

Cuando llego a casa de Ben, el coche deBarclay ya está estacionado delante.Aparco sin demasiados miramientosjunto a la acera y corro por el camino deentrada. El corazón me va a mil e intentono pensar que tal vez llegue demasiadotarde. La puerta no está cerrada conllave. Entro en la casa y cruzo la cocinaa toda velocidad en dirección al sótano,donde los oigo discutir.

Dejo escapar un suspiro de alivio al

oír la voz de Ben.En mitad de las escaleras recupero la

cordura y me detengo antes de que Ben yBarclay puedan verme.

–¡Tenner, sé que estás ahí! –gritaBarclay.

He debido de hacer demasiado ruidoal entrar. Además, respiro tanpesadamente que podrían oírme a doscalles de aquí.

Por lo que puedo ver –no demasiado–,Barclay está de pie más o menos dondeestaba yo la última vez que estuve aquí.Apunta a Ben con su arma, y Ben estápegado al sofá con los brazoslevantados.

Siento el martilleo de mi corazón entodo el cuerpo.

–Hace semanas que no abro un portal–dice Ben.

–¿Y esperas que me lo crea? –replicaBarclay.

No puedo seguir escuchando. Tengoque hacer algo.

Y lo hago.Probablemente sea el acto más

temerario de toda mi vida.Bajo unos cuantos escalones más, me

inclino sobre el pasamano y me lanzodesde la escalera sobre Barclay.Aterrizo sobre su espalda y le hagoperder el equilibrio. Aprovecho lacircunstancia para practicarle un placajey derribarlo como si fuera una especiede linebacker psicótico.

Es doloroso. Me golpeo una rodilla enel suelo de cemento y suelto un grito dedolor. Me quedo sin respiración ycomprendo que Barclay acaba desoltarme un codazo en el estómago.

Sin embargo, no necesito respirarpara intentar arrebatarle el arma. Lecojo la mano derecha y trato desepararle los dedos de la empuñadura.Cuando lo oigo gritar, sé que acabo deromperle el dedo anular.

Entonces él alarga su mano izquierdapor encima del hombro, me agarra unmechón de pelo y empieza a tirar de él.Pero Ben aparece rápidamente en micampo visual y le propina un puñetazoen la cara. El impacto de su puño

chocando con los huesos de la mejillaproduce un crujido tan desagradable quesiento náuseas.

Sin embargo, Barclay me suelta elpelo para defenderse de Ben. Con lacabeza palpitando y mi cuerpoprotestando con cada movimiento, logroarrancarle el arma de las manos, rodarsobre mí misma y ponerme de pie. Abrola boca para decirle a Ben que se hagacon la otra arma de Taylor, pero estoysin aliento.

No es un arma con la que estéfamiliarizada. Tiene un aspecto similaral de cualquier otro revólver, tal vez unpoco más grande y pesado, como siestuviera relleno de líquido. Ni siquierasé si dispara balas u otra cosa.

A pesar de todo, apunto con ella aBarclay.

El problema es que Barclay ya no estáen el suelo.

Pese a que le sangra la nariz y a tenerroto y torcido en un ángulo extraño eldedo anular de la mano derecha, halogrado desenfundar la pistola quellevaba en el tobillo. Y está apuntando aBen con ella.

Ben vuelve a tener las manoslevantadas.

–Esta arma está cargada con balas dehidrocloruneo. Atraviesan los chalecosantibalas, por eso las utilizamos. En tucaso, significa que no podrás curar lasheridas que provoquen –dice Barclay.

No estoy segura de si está hablandoconmigo o con Ben.

–Si te disparo, dudo mucho que Benquiera curarte –le digo pese a saber quelo necesitamos para desactivar elOppenheimer.

–¡Mierda, Tenner! Esto no tiene quever contigo.

–¿Cómo que no? ¿Mi mundo está apunto de desaparecer y no tiene que verconmigo? –Parece que por fin herecuperado la capacidad del habla–. Ysi le afecta a Ben, también me afecta amí. Ya te he dicho que no es él.

–En su garaje hay pruebas que indicanlo contrario. –Barclay escupe sangre alsuelo.

Estoy a punto de preguntarle a qué se

refiere, pero entonces recuerdo laréplica a medio construir de la máquinadel padre de Reid de la que me hablóBen.

–Al menos escúchalo –le digo. Sipuedo hacer algo por evitarlo, megustaría impedir que muera alguien.Aunque soy una buena tiradora, y aunqueBarclay está a solo unos metros de mí,nunca he utilizado un arma en unasituación como esta. Y si disparo aBarclay, es bastante probable que Bentermine muerto–. No quiero disparar,pero no dudaré en hacerlo –añado.

Por la mirada que me dirige Barclaysé que él ha llegado a la mismaconclusión que yo. Y no parece

dispuesto a fingir que me estoy tirandoun farol.

–Han muerto dos personas por miculpa –dice Ben–. Asumo laresponsabilidad. Si vas a dispararme odetenerme por eso, adelante, pero yo nosoy quien está abriendo los portales.Dejé de hacerlo hace tiempo.

Barclay no le responde. En lugar deeso, se dirige a mí:

–Todo esto es culpa suya. Tu mundoestá viniéndose abajo por su culpa.Puede que el daño que ha provocado seairreparable.

Me arden los ojos. Sé que podríaestar mintiéndome, pero también sé quepodría estar diciendo la verdad. Pase loque le pase a Ben, es probable que

dentro de dos días esté muerta.Intento respirar hondo, pero soy

incapaz de llevar aire suficiente a mispulmones.

–¡Eso no lo sabes!–Os llevaré conmigo, a ti a tu hermano

–dice Barclay–. Va en contra de lasnormas, pero puedo hacer unaexcepción. Eric me respaldará. Osmantendré con vida.

De pronto, pienso en Jared y mepregunto si Barclay realmente puedesalvarlo. Pero niego con la cabeza. Nosé lo que nos espera ni cómosobreviviremos, ni siquiera sé sisobreviviremos, pero no piensocomerciar con la vida de Ben. No soy

así.–Tu padre está muerto por su culpa.–No, él no tuvo nada que ver con eso

–digo. Ya he oído la confesión de Ben ysé que Barclay se equivoca–. Alguien ledisparó. Por eso está muerto. Fue unabala, no Ben.

–¿Estás segura? –pregunta Barclay.Los únicos sonidos en el sótano son

los del tictac de un viejo reloj y los denuestras respiraciones.

–Janelle, te lo conté todo –dice Ben–.Ya sabes que dejé de hacerlo en cuantofui consciente de las consecuencias.

–No es Ben –digo–. No puedesresponsabilizarlo de todo.

Barclay vuelve a mirar a Ben.–Entonces, ¿quién es?

–¡No lo sé! –le responde Ben con ungrito–. ¿Crees que no llevo díasrompiéndome la cabeza? ¡Pero nadiemás tiene el conocimiento científiconecesario, y yo no soy!

–Entonces eres tú. Si nadie más tieneel conocimiento científico, eres tú.

Entiendo la lógica de Barclay. Si nocreyera en su palabra, yo tambiénpensaría que es él. Me gustaría poderdecir algo, pero no se me ocurre nada.Lo que significa…

Miro el arma que tengo en la mano.Solo es un arma. Tiene un gatillo, comotodas las armas que he disparado antes.Solo tengo una oportunidad y he deaprovecharla. Disminuyo el ritmo de mi

respiración, cinco segundos para cogeraire, cinco segundos de pausa y cincomás para soltar el aire. Me aíslo de todolo demás que me rodea.

Y me pregunto si podré vivir con elpeso de una muerte en mi conciencia.

Con Barclay en mi punto de mira, yeste apuntando a Ben, la respuesta esmás fácil de lo que debería ser.

Barclay está gritándole:–Violaste las leyes de la física, ¿crees

que no habrá consecuencias?Pero, cuando estoy a punto de apretar

el gatillo, los muros empiezan asacudirse y la tierra se abre bajo mispies.

02:08:30:29

La escalera del sótano se derrumba yuna combinación de tierra, hormigón ymadera de la estructura de la casaempieza a caernos encima. El suelo dehormigón se resquebraja en variospuntos.

Me golpeo con fuerza contra la paredy el arma se me escurre de la mano.

Aumenta la violencia del terremoto, ysalgo disparada hacia el techo y después

de nuevo hacia el suelo. Extiendo unbrazo para amortiguar la caída, perocuando golpeo el suelo oigo un crujidoen mi muñeca. Noto un latigazo de dolorque me recorre el brazo, desde la manohasta el hombro. No puedo contener unaullido por el impacto.

Un trozo de madera –quizá de lasescaleras, pero quién sabe– me caeencima, golpeándome en la cadera. Meacurruco para proteger la cabeza y losórganos. Tengo una décima de segundopara preguntarme si ha llegado mi hora,si ni siquiera tendré dos días más.

Pero entonces Ben se abalanza sobremí, cubriéndome con su cuerpo.

El terremoto continúa zarandeándolotodo.

Soy consciente de un sonido eléctricoagudo, algo con el olor y la sensación desolidez en el aire parecida a losmomentos previos a una tormenta, yentonces Barclay agarra a Ben y mecoge en brazos.

–¡Vamos! –grita antes de arrastrarnosa los dos hacia un agujero negro.

02:08:30:00 El verano en que Jared tenía tres años,solo quería comer perritos calienteshechos en la barbacoa de carbón.Intentamos ofrecerle otras cosas. En unmomento u otro, pensábamos, tendríatanta hambre que comería algo más.Pero no. Prefería morirse de hambre aprobar otra cosa que no fueran perritoscalientes. Ni siquiera se comía elpanecillo.

De modo que comía perritos calientesa todas horas.

Mi padre los preparaba en labarbacoa para el desayuno y para lacena. A la hora de la comida, o lepedíamos a mamá que le hiciera uno ose quedaba sin comer.

Excepto en una ocasión.Mi madre tenía jaqueca y no podía

levantarse de la cama, y Jared insistía encomer un perrito caliente. Intentéofrecerle una salchicha de soja que noshabía dado la madre de Alex, pero Jaredse negó. De modo que decidí prepararleuno en la barbacoa.

Conseguí encender el carbón, peroterminé quemándome la mano.

Las quemaduras fueron de tercergrado y me dejaron una cicatriz rosadaen el dedo meñique y en la palma de lamano. Ahora ya no las tengo. Ben mecuró.

Creía que nada podía ser tan dolorosocomo quemarse una mano.

Estaba equivocada.Viajar a otro universo a través de un

agujero de gusano es infinitamente másdoloroso. Es como estar quemándoteviva. Incluso peor que la muerte. Estoyasfixiándome y parece como si mearrancaran la piel a tiras.

Noto cómo se me derriten las uñas.En las venas tengo fuego en lugar de

sangre.

Voy a estallar.Y entonces noto un fuerte aguijonazo

justo en mitad del pecho que me deja sinrespiración.

Ben y Barclay se inclinan sobre mí.Estoy tendida en el suelo, sobre unaalfombra, con la vista clavada en unventilador blanco de techo.

–Sigue respirando –me dice Barclay–.Te bajará la temperatura en un minuto. –Y desaparece de mi campo visual.

Me cuesta respirar. De hecho, me doycuenta de que estoy jadeando, como sifuera asmática. Pero Barclay tienerazón; noto cómo empieza a bajarme latemperatura. Estoy ardiendo, sudando,pero parece que no voy a estallar en

breve. Levanto la mano izquierda y memiro las uñas. Tengo la piel roja, comosi hubiera tomado demasiado el sol,pero todo parece intacto.

Ben me coge la muñeca derecha, laque se me ha roto, y aparto la mano.

–Voy a curártela –me dice.–No. La piel.–¡He dicho que no la toques! –grita

Barclay desde algún lugar–. Tiene lapiel sensible por culpa de la radiación.Podrías empeorar las cosas, o inclusomatarla.

Ben aparta la mano, pero continúacerniéndose sobre mí, y cuando sucabeza tapa la luz del techo,silueteándola, tengo una sensación dedéjà vu. Me pregunto qué sucesos nos

aguardan.–Si me necesitas, estoy aquí –me

susurra.Asiento mientras me esfuerzo por

volver a respirar con normalidad.–La buena noticia es que ahora sabe

que no soy yo –dice Ben–. La mala esque alguien ha abierto otro portalinestable y ha provocado másterremotos. El peor ha sido el de SanDiego, pero cada portal creaturbulencias subterráneas y es…

Barclay vuelve a aparecer junto aBen, quien se interrumpe. Barclay melevanta la cabeza y asegura un extrañocollar de alambre trenzado alrededor deesta antes de posarla de nuevo en el

suelo.–Está hecho de hidrocloruneo. Te

ayudará.Y desaparece de nuevo, aunque aún

puedo oírlo.–No deberías hacer eso.–¿Qué quieres decir? –pregunta Ben.–No es natural. El hidrocloruneo debe

de haber alterado tu estructura genética,pero la gente no está preparada paratener ese tipo de habilidades, y dudomucho que sepas lo que estás haciendo.No deberías jugar con cosas que noentiendes. No tienes ni idea de lasconsecuencias que puede tener a medidaque te hagas mayor.

Barclay vuelve a acercarse.–¿Cómo tienes la piel?

–Bien, creo. –Le muestro el brazo. Noparece haber ninguna secuelapreocupante, y, lo más importante, ya nome siento como un alambreincandescente.

–Bien –dice Barclay antes deadministrarme otra inyección. Esta vezel dolor es insufrible. Me recorre elbrazo desde la muñeca y termina en mipecho. Pierdo el mundo de vista.

Sueño con edificios derrumbándose eimplosionando. Con ciudadesconvertidas en montones de escombrobajo enormes nubes de polvo. Una seriede tornados arrasan el centro deChicago. Diversos terremotos destruyen

barrios enteros de Dallas y Las Vegas.Un tsunami barre Nueva York. Otrogolpea la costa del Golfo de México,sumergiendo completamente la ciudadde Nueva Orleans. Un tercer tsunamiinunda la costa californiana. Y despuésempiezan los incendios forestales. Sedeclaran en distintos puntos y devastanel país en todas direcciones. No haynadie para combatirlos, de modo quearden a su antojo.

Mueren millones de personas.Hay millones de desaparecidos.Los hospitales que siguen en pie no

dan abasto con los heridos.La gente se dedica al pillaje o intenta

huir de las grandes ciudades.El caos reina en todas partes.

Y entonces sueño con escenassimilares en casi todos los países delmundo.

Me despierto en un sofá de piel. Estoytapada con una manta y Ben está sentadoa mi lado, acariciándome el pelo deforma inconsciente. Tengo la muñecaderecha entablillada y vendada con algoparecido al esparadrapo.

–He tenido un sueño horrible –digotemblando ligeramente mientras intentoincorporarme.

–Ten cuidado –dice Benayudándome–. Te ha inyectado unsedante muy fuerte.

Me pregunto si todos los agentes de la

AM tienen una provisión de narcóticosen su casa.

Miro a mi alrededor. Los mueblesparecen salidos de una revista: todostienen superficies brillantes negras yblancas. La pared frente a mí está llenade enormes fotografías digitalesenmarcadas en las que aparece Barclayencajando la mano de varias personassupuestamente importantes. Aunque lasala está bien iluminada, no veo ningunalámpara, como si toda la luz fueraambiental.

A mi lado hay algo que parece unenorme iPad. Cuando lo toco, seenciende y una voz computarizada mepregunta a quién quiero llamar.

Miro a Ben.

–¿Dónde estamos?–Taylor lo llama Prima. Estamos en

su tierra natal.Ben levanta la vista, como si estuviera

mirando a través de mí. Entonces medoy cuenta de que está observando algoque hay detrás de mí y, cuando me doyla vuelta, lo comprendo.

La pared a mi espalda está compuestatotalmente de ventanas, desde el suelohasta el techo, y al otro lado de estas seextiende una ciudad. Por el ángulo,calculo que debemos de estar en uno delos pisos más altos de un rascacielos.Extasiada, me levanto del sofá y meacerco a la ventana. A primera vista, elcielo parece gris, pero cuando lo miro

detenidamente comprendo que esiridiscente. Distingo relucientes tonosvioletas, azules y rosas dependiendo delángulo en que lo mire. El gris es unaneblina que flota en el cielo como unmanto de nubes de tormenta.

El sol asoma durante un segundo,haciendo parpadear los rascacielos decristal y dándoles el aspecto de castillosde hielo o fluidas creaciones líquidas.Los edificios parecen salidos de unviaje a Alicia en el País de lasMaravillas bajo los efectos del LSD.

Apoyo la frente en el cristal paramirar hacia abajo, pero apenas sedistingue nada a través de la neblina. Noveo las calles, pero sí lo que parece unaenorme plaza marrón con algunas franjas

de césped. Se parece un poco a comosería Central Park si muriera toda lavegetación…

Me doy la vuelta para mirar a Ben.–¿Estamos en Nueva York?–Aquí la llaman Nueva Prima. Es la

capital –dice–. Pero sí, desde el lavabose ve el Empire State Building, o suequivalente en Nueva Prima.

Madre. Mía.No puedo creerlo. Bueno, sí que

puedo. Tuve que creer que existían otrosuniversos para poder aceptar la historiade Ben. Pero he estado tan obsesionadacon detener la cuenta atrás que no me heparado a pensar qué significaba esoexactamente.

No sé si el mundo de Ben se pareceráa este, o si el suyo se parece más al mío.Pero, cuando me doy la vuelta parapreguntárselo, veo algo en su expresiónque me lo impide. Ni rastro de unatímida sonrisa, ningún alivio por elhecho de que sigamos con vida o porqueBarclay sepa finalmente que no es élquien está abriendo los portales.

–He soñado algo espantoso –le digo.Espero que hablándole de mis sueñosconsiga que me cuente qué le ocurre, yde paso me permita expurgarlos.

Pero no lo consigo.Porque Ben me susurra antes de que

termine:–No lo has soñado. –Y dirige la

mirada hacia donde está el televisor.Es el televisor más grande que he

visto nunca. Ocupa prácticamente todala pared, y es tan delgado que, de hecho,podría ser incluso la propia pared. Estádividido en doce cuadrados, y en cadauno emite una cadena distinta. Perotodas muestran lo mismo: imágenes dedesastres naturales y ciudadesdestruidas. Edificios derrumbándose eimplosionando. Ciudades convertidas enmontones de escombro bajo enormesnubes de polvo, tragadas por la tierra,arrasadas por tsunamis o devoradas porincendios descontrolados.

Ben dice algo, pero o bien no lo oigoo bien mis oídos se niegan a interpretarlos sonidos. Me pregunto qué puede

estar diciendo en un momento como este.Pero el pensamiento solo dura una

décima de segundo.Porque en el fondo lo sé.Estamos viendo el colapso de dos

mundos. Y uno de ellos es el mío.

TERCERA PARTE

Recuérdame cuando hayamarchado,

lejos en la Tierra Silenciosa;cuando mi mano ya no puedas

sostener.CHRISTINA ROSSETI

01:01:26:07

Lo que estamos viendo es el colapso dela función de onda en acción.

Se me aflojan las piernas, medesplomo y levanto la vista a la pantallade la pared mientras intento asumir loque está ocurriendo: todas las personasque conozco están muriendo. No puedorespirar. Tengo la sensación de queestoy hundiéndome, como si me hallarabajo el agua y fuera incapaz de llegar ala superficie, como si todo lo que merodeara estuviera desmoronándose,arrastrándome hacia el fondo y no

pudiera ascender pese a intentarlo contodas mis fuerzas.

Ben está a mi lado, abrazándome,susurrándome algo al oído,acariciándome el cabello. Pero noimporta; sigo teniendo la sensación deque está muy lejos.

01:01:15:40

Cuando Barclay regresa de donde seaque haya ido, nos ve y dice:

–Dejad de preocuparos, lo tengo todobajo control.

–Claro, como si pudieras arreglar eso–le digo.

Barclay me mira fijamente unossegundos y dice:

–Lo que estáis viendo no es elcolapso de la función de onda. Confiad

en mí. Si lo fuera, no habría reporterosgrabándolo.

–¿Qué estamos viendo, entonces? –pregunta Ben.

–Síntomas de la colisión inminente.Son imágenes en diferido enviadas porreporteros autorizados a viajar entreuniversos en situaciones de emergencia.

–¿Tenéis reporteros en mi Tierra?Barclay me mira. Su expresión

sugiere: «Por supuesto que lostenemos», pero no añade nada más. Sevuelve hacia Ben y dice:

–Cuando colisionen y se colapsen deverdad, no habrá nada que ver.Simplemente dejarán de existir.

No entiendo cómo puede hablar dealgo así con semejante calma. Aunque

estoy recuperándome, aún sigo un pococatatónica. ¿Qué hacemos ahora?

–¿Y el otro? ¿Qué universo es? –pregunta Ben con el rostro tenso.

Barclay lo mira fijamente unossegundos antes de responder:

–El tuyo.–¿El mío? –dice con un hilo de voz–.

¿Qué quieres decir?–Has abierto portales a tu mundo; la

inestabilidad está atrayendo a ambosuniversos –dice Barclay–. Creía que yaos lo había explicado.

Alargo el brazo para coger la mano deBen y le doy un apretón. Sé qué estápensando y cómo se siente porque es lomismo que estoy pensando y sintiendo

yo; no sé si debería tumbarme en elsuelo y esperar a morir o combatir lasensación de desasosiego que amenazacon revolverme las entrañas.

–Tu habilidad para abrir portalesinestables te ha permitido de algúnmodo elegir aquellos que debías abrir –dice Barclay–. Pero no lo sabías.

Me pongo en pie porque no puedosoportar seguir inmóvil. Ninguna de lashistorias sobre el Apocalipsis te cuentala desesperación que se siente al vercómo se desarrolla ante tus ojos. Inclusollego a plantearme que, de no poderdetener el fin del mundo, ojalá elproceso se acelere y todo termine cuantoantes.

Barclay nos explica que nos ha traído

aquí en contra de las órdenes, pero quesu comandante le ha dado vía libre.Después de ducharse, nos llevará aledificio de la AM, donde Benpermanecerá detenido en espera de quelo juzguen por sus crímenes y a mí meinterrogarán.

Lo oigo pero no lo escucho. Sigoobservando las cambiantes imágenesdigitales en la pantalla mientras mepregunto qué clase de mundo es estedonde la gente puede mostrarse tanindiferente ante la pérdida de vidashumanas. Si esto es lo que conlleva elavance tecnológico, no quiero tener nadaque ver con él.

En cuanto Barclay desaparece en el

cuarto de baño, le digo a Ben:–No me gusta este plan.–Bien –responde él con una media

sonrisa–. Porque yo tengo otro.–¿Un buen plan? –le pregunto riendo,

y a pesar de todo lo que está ocurriendo,me alegra saber que aún soy capaz dehacerlo.

–Eso creo. –Ben asiente y se saca delbolsillo un cargador cuántico y algo queparece una jeringuilla–. Lo cogí delarmario de Barclay mientras dormías.Creo que he descubierto cómo funciona.Todos los universos tienen unascoordenadas basadas en su posiciónrespecto a Prima. Parece ser queintroduces las coordenadas del universo,además de la longitud y la latitud de

donde quieres ir, y el cargador abre unportal.

Por un instante pienso que su planconsiste en ir a casa, a su casa.

–Aún no he averiguado todas lascoordenadas, pero anoté lascoordenadas de donde venimos. –Seseñala el collar–. Creo que entre esto yla inyección que te dio ayer, podrásatravesar el portal sin problemas.

–¿Estás seguro?–Si no funciona, le robé una de las

jeringas, y te la inyectaré en cuantoestemos al otro lado. –Respira hondo–.Me gusta tan poco como a ti, pero tengoque hacerlo. Puedes quedarte aquí si loprefieres, pero yo he de volver a por

Elijah y Reid.–Voy contigo.Ben asiente y aparta la mirada. Por su

expresión, sé que va a decir algo que nome gustará.

–Sé quién está haciéndolo.Me siento la cara fría y tengo miedo

de pronunciar las palabras, como si alhacerlo pudiera falsear la realidad.

–¿Abriendo los portales? ¿Lo sabes?Ben me silencia con un susurro y

asiente.–Llevo mucho tiempo dándole vueltas.

Me equivoqué cuando le dije a Barclayque nadie más conoce el procedimiento.Tanto Reid como Elijah lo conocen, yaunque no quiero ni pensar que algunode los dos haya estado abriendo portales

sin mí, sé lo mucho que Elijah deseavolver a casa. Y cuando abrí el primeroestaba con él. No sé quién más podríaser.

No conozco tan bien a Elijah comoBen, pero aun así no quiero que sea él, yno solo porque me preocupo por Ben.Elijah me saca de quicio y creo que esun capullo, pero últimamente habíaempezado a no molestarme tanto y, comoes amigo de Ben, estaba más quedispuesta a considerar que su actitud sedebía al hecho de encontrarse en ununiverso que no es el suyo. Sin embargo,las palabras de Ben tienen sentido.Recuerdo que Alex me dijo algo similarhace unos días.

No es posible que descubrir queElijah ha estado abriendo portales aespaldas de Ben resulte físicamentedoloroso. Debo de estar perdiendo lacabeza.

–Vamos –digo, ya que deberíamoshacerlo antes de que Barclay salga de laducha. ¿Quién sabe lo fácil que resultarastrear uno de estos aparatos?

–Por casualidad no sabrás la latitud ylongitud de tu casa, ¿verdad? –mepregunta Ben.

Niego con la cabeza y me prometo amí misma que lo averiguaré en cuantotenga algo de tiempo.

Ben se pone de pie y respira hondo.–Entonces tendremos que volver a la

mía.–Espero que no aparezcamos en el

sótano.Ben no responde. Pulsa unas cuantas

teclas y empieza a oírse un sonidoeléctrico, como de algo cargándose.Poco después aparece el portal.

Percibo un aire fresco y el olor de lalluvia y de agua salada. Esta vez, sinembargo, observo el portaldetenidamente antes de cruzarlo. Escircular, de unos dos metros dediámetro, tal vez un poco más. Y por suaspecto, tengo la sensación de queestamos a punto de atravesar un charcovertical de alquitrán.

Por eso, cuando le agarro la mano aBen y lo atravesamos, contengo el

aliento.

01:01:10:01

En el suelo del camino de entrada de lacasa de Ben se me ocurre pensar quedebemos descubrir el modo de aterrizarcomo es debido si decidimos convertirlos viajes entre universos en un hábito.

Si Elijah está abriendo los portales,también se me ocurre que puede haberhecho más que eso. Los portales estánconectados con los cuerpos y el AEINI;están conectados con la investigación de

mi padre. El caso en el que trabajabacuando lo mataron. Es posible quequienquiera que haya estado abriendolos portales también matara a mi padre.

Me quito el pensamiento de la cabeza.Sé que estoy llegando a conclusionesprecipitadas. Puede que Elijah sea elsospechoso más probable que tengo,pero eso no significa que sea él. Nopuedo imaginármelo matando a nadie.

¿O sí?He sido testigo de lo decidido que

está a volver a su mundo. No parecíaimportarle que los portales que habíaabierto Ben hubieran matado a gente.

¿Y si mi padre se interpuso en sudeseo de volver a casa? Noto el corazónlatiéndome en los oídos y comprendo

que, en este punto, estoy demasiadotraumatizada para confiar en mi juicio.

Hasta que me levanto y veo la casa deBen –corrección: lo que queda de lacasa de Ben–, no se me ocurre que notengo la menor idea de dónde está Jared.

Mareada y con dificultades pararespirar, me doblo por la cintura yjadeo. No puedo creer que me hayaolvidado de él. Miro a Ben, que estáponiéndose de pie.

–Antes de nada tenemos que encontrara Jared –le digo sin poder evitar elhisterismo–. Hemos de encontrarlo.

–Por supuesto –dice Ben–. ¿Loprobamos primero en tu casa?

Asiento. Jared podría estar en

cualquier parte. Podría estar muerto enuna cuneta o atrapado bajo losescombros de un edificio. En cuanto loencuentre, no lo perderé de vista nuncamás.

Ben consigue encender el motor de mijeep, aunque este no deja de protestar yse niega a ir más deprisa de cuarentakilómetros por hora. De todos modos, nopodríamos circular mucho más rápidoaunque quisiéramos; Ben tiene queeludir montones de escombros y árbolescaídos, y más tarde, cuando nosencontramos inundado el pie de lacolina más allá de Park Village Road,tenemos que dar media vuelta e ir porotra ruta. Y entonces volvemos adetenernos porque parte de la carretera

56 se ha derrumbado. Se me llenan losojos de lágrimas.

En el coche reina el silencio. Solo seoye el motor, mi respiración cada vezmás pesada y los ocasionalescomentarios de Ben para tratar deinfundirme ánimos: «Lo encontraremos»,«Todo irá bien» y «No te preocupes».

Porque, allá donde mire, lacivilización como la conocía estádesmoronándose. La devastación esgeneralizada y casi indescriptible, comosi San Diego hubiera sufrido todos losdesastres naturales conocidos al mismotiempo. Hay coches volcados yabandonados; en algunos lugares,apilados unos sobre otros en extraños

ángulos. Casas borradas del mapa,derribadas o quemadas, jardinesarrasados, inundados o enterrados bajolos escombros.

Desde la lejanía, los barrios seasemejan a un parque infantilabandonado, como juguetes que alguienha esparcido indiscriminadamente ydespués ha dejado olvidados. Alacercarnos tengo la sensación de haberentrado en un poema viviente de T.S.Eliot.

Hay escombros por todas partes. Loprimero que atrae mi atención son losrestos de madera y hormigón, pero en loque me fijo es en las motas de color quelo salpican todo. La gorra de béisbolabandonada (¿dónde está la persona que

la llevaba?). La preciada muñeca debrillantes cabellos rubios (¿dónde estála niña que la quería?).

Cuando finalmente llegamos a mibarrio, un coche volcado y lo que quedade una casa nos impiden el paso, demodo que bajamos del vehículo yseguimos a pie.

Un par de veces, Ben tiene queayudarme a mantener el equilibrio parapasar por encima de algo que no tendríaque estar en mitad de la calle. Másadelante debemos trepar por encima deun grupo de palmeras caídas que seinterponen en nuestro camino. Despuésde resbalar con uno de los troncos,maldigo y le doy una fuerte patada pese

a saber que no servirá de nada.–Espera –dice Ben antes de volver a

intentarlo. Apoya una mano en el troncoy la corteza se transforma en una nube deserrín. Empieza en el centro, bajo lamano de Ben, y el agujero se extiendehacia el exterior formando un círculo.Cuando es lo suficientemente grandecomo para pasar a través de él, Benretira la mano. Está sudando y le cuestarespirar, pero ninguno de los dos dicenada.

Seguimos caminando.Pese a lo que vimos en casa de

Barclay, no esperaba encontrarme conesto.

Después de algo así, la vida nuncavolverá a ser como antes.

Y entonces veo mi casa y tengo quedetenerme. De forma involuntaria, comosi tuvieran vida propia, mis manos subenhasta mi boca y me desplomo de rodillasen mitad de la calle.

Porque, corrección: estoy viendodonde antes estaba mi casa.

No queda nada. Solo una parcelavacía.

El jardín delantero y el camino deentrada son un montón de escombros.Ladrillos y restos abandonados rodeandos de las paredes que antes constituíanla sala de estar, como si formaran partede una grotesca casa de muñecas detamaño natural.

Al lado de donde antes estaba mi

casa, la de Alex se ha venido abajo.Parece como si ambas hubieranestallado.

No me doy cuenta de que estoyllorando hasta que Ben me obliga aponerme de pie y me seca los ojos.

–Jared no podía estar en casa –medice–. Nadie lo estaba.

Asiento, pero no puedo moverme. Nosé adónde ir.

–¿Quieres ver si hay algorecuperable? –me pregunta Ben. Esmucho más optimista que yo si cree quepuede haber algo recuperable entretodos esos escombros–. De acuerdo.Vayamos entonces al instituto.¿Recuerdas que hace un par de años loconvirtieron en un refugio de emergencia

cuando se declararon todos aquellosincendios? Puede que Jared esté allí.

Sin embargo, no dice lo que más temo.Ben tiene razón; no había nadie en casa.Jared estaba en clase. ¿Y si cuandollegamos allí tampoco queda nada?

¿Y si Jared está muerto?De pronto me siento desfallecer.

Extiendo un brazo para agarrarme aalgo. No puedo seguir de pie ni unsegundo más. La mera posibilidad esdemasiado intolerable. Ben tiene queayudarme a dar media vuelta y me llevaa arrastras hasta el bordillo para quepueda sentarme en él. Mi visión se llenade puntitos blancos y me invade lapeligrosa sensación de estar muy cerca

de perder la cabeza.No estoy segura de cuánto tiempo

paso en el bordillo, sentada con lacabeza entre las rodillas, pero Ben medeja ahí para ir a comprobar si hayalguien entre los restos de la casa deAlex y después rebuscar entre losescombros de la mía.

Mi calle parece una ciudad fantasma.Como si la gente se hubiera largado conlo puesto, llevándose con ellos todos lossonidos y signos de vida. El silencio essobrecogedor; no se oye nada, ni elruido del tráfico, ni el parloteo de lagente, ni el canto de los pájaros. Y esmás oscuro de lo que debería ser, comosi el sol hubiera decidido que no podíaseguir siendo testigo de toda esta

destrucción. Pero lo peor es el olor.Aunque he tardado en percibirlo, el airetiene un tufo permanente a chamuscado.

Ben regresa con una sudadera militarcon capucha de mi padre. Aunque estásucia y huele a moho, al menos estáseca.

–Después hará frío –me dice–.Deberías llevártela.

Respiro hondo y la cojo mientras mepongo de pie.

–Vamos a Eastview.Cuando volvemos a trepar por encima

de las palmeras caídas, veo que lapuerta del jeep está abierta y que alguienestá registrándolo.

–¡Eh! –grito sin detenerme a pensar

que esa persona podría ser capaz decualquier cosa ahora que la civilizaciónestá desmoronándose a nuestroalrededor.

Pero el hombre asoma la cabeza ydice:

–Gracias a Dios, he estadobuscándote por todas partes.

Es Struz.Salto desde el tronco y corro hacia él.

Es la primera cosa que veo que siguesiendo como recordaba. Desgarbado,demasiado alto y delgado, enfundado enun traje con un chaleco antibalas enlugar de chaqueta. Y sé que él me dirá loque tengo que hacer.

–¿Dónde está Jared? ¿Está bien?–Cálmate –dice Struz–. Jared está

bien. ¿Qué te ha pasado en la muñeca?Siento tal alivio que me flojean las

piernas. Sin embargo, consigomantenerme en pie.

–Me la he roto. ¿Dónde está?–¿Cómo te las has roto? –me pregunta

él.–Me caí –le digo–. ¿Dónde está

Jared?Struz suspira y se pasa una mano por

el pelo.–En la clínica del edificio federal. Se

rompió la pierna durante el terremoto,pero no es nada serio. Está un poco bajode moral, pero en cuanto deje depreocuparse por ti se recuperará.

–¿Por qué tendría que estar

preocupado por mí?Struz mira a Ben por encima de mi

hombro.–¿Puedes creerla? J., no has ido a

clase. Estabas en casa cuando nos hemosmarchado. ¿Has visto cómo está tu casa?

–Oh, Dios mío, no había pensado eneso. Yo tampoco estaba en casa. –Mepregunto cuándo asumiré que todo estoes real.

–Sí, tengo algunas preguntas sobreeso, pero dejémoslas para el coche.Tenemos muchos problemas con lossaqueadores. No es seguro quedarsemucho rato en la calle. –Me acompañahasta un TrailBlazer. No es el mismovehículo que solía conducir antes.Mientras abre la puerta del pasajero, me

pregunto qué le habrá pasado a su otrocoche.

–Struz, este es Ben Michaels –le digomientras subo al coche–. Viene connosotros.

Struz asiente y cierra la puerta.Cuando todos estamos a bordo y Struz

pone rumbo al edificio federal, mepregunta por qué demonios me hesaltado las clases, aunque no pareceestar enfadado. Y, por supuesto, tambiénquiere que le aclare el mensaje crípticoque le dejé antes de que empezara todo ydónde he estado desde el terremoto.

–Al principio no vas a creerme –ledigo–. Pero tienes que confiar en mí y nointerrumpirme hasta que acabe.

Struz me mira por el rabillo del ojo,como si creyera que estoy exagerando.

–Nunca he hablado más en serio.–De acuerdo –dice–. Te escucho.Y, finalmente, se lo cuento todo.

Empiezo por el principio, con elaccidente de la camioneta y miresurrección. Y después le cuento todolo demás, hasta el momento en que nosha encontrado cuando nos dirigíamos alinstituto. Aunque es un relato abreviado,no me dejo nada.

Cuando termino, estamos parados enel aparcamiento del edificio federal yStruz me mira fijamente. Casi esperoque me pregunte qué me he metido.

Me quito el collar y se lo muestro.

–No sé muy bien cómo funciona, perosí sé que está hecho de un compuestoquímico llamado hidrocloruneo que aquíno existe. Al parecer, neutraliza laradiación o algo así. Seguro que el FBIpuede analizarlo.

–Bueno, antes podíamos hacerlo –diceStruz cogiendo el collar–. No sé quépodremos hacer ahora, pero se lo daré aalguien para que lo analice. –Gira elcollar en su mano, como si esperara queeste le susurrara la respuesta.

Cuando no lo hace, Struz vuelve alevantar la cabeza.

–Tienes razón, me cuesta creerte.Sobre todo porque es muy difícil asumirtodo eso de golpe. Pero, al mismo

tiempo, hay muchas cosas que tienensentido, y tengo la misma sensación quecuando acabo de resolver un caso.

–¿Qué hacemos ahora?–Aún no lo sé, pero vayamos a ver a

Jared. Intentaré pensar en las preguntassobre las que necesito respuestas –dice,y entonces se da la vuelta para mirar aBen–. Tú vienes conmigo, por cierto.

Ben asiente. Ahora que lo he soltadotodo, estoy preparada para ver a Jared,intentar contactar con Alex y encontrar aReid y Elijah.

Y entonces me doy cuenta de que nohe pensado en mi madre ni por unmomento.

–¿Sabes dónde están Alex y mimadre? –le pregunto a Struz.

–Alex está en Qualcomm, dondehemos instalado el centro de evacuación–dice Struz–. Y todavía no sé dónde estátu madre. Aunque el Scripps sufrióalgunos daños, sigue operativo. Tumadre debería estar allí.

–Pero ¿no lo está? –le pregunto.Struz niega con la cabeza.–Figura en las listas de

desaparecidos. Pero tú eras miprioridad, J.

Aunque me arden los ojos, loentiendo, de modo que asiento, doymedia vuelta y me encamino al edificiofederal. Me asalta la extraña imagen demi madre caminando hacia el océanocomo Edna Pontellier al final de El

despertar.

00:23:02:31

A Jared ya le han fijado los huesos de lapierna y está siendo atendido en unhospital que no está abarrotado. Una delas ventajas de conocer a alguien en elFBI.

El edificio federal es tan anodinocomo cualquier otro edificio de oficinasdel centro de San Diego. No obstante,esta noche parece un hervidero. Paraempezar, aún sigue en pie, como si el

caos desatado a su alrededor no lehubiera hecho mella. Un generador deemergencia produce un zumbido regular,haciendo que el edificio tenuementeiluminado parezca vivo.

Cruzamos el vestíbulo y Struz nos guíaa través de la zona de seguridad. Losdetectores no funcionan y un guardiaintenta detenernos, pero Struz le muestrasu identificación y dice:

–Están conmigo.Y ahí termina la discusión.–Ben, vamos a tener que sentarnos

para que nos cuentes todo lo que viste enla habitación de hotel de Eric Brandt –dice Struz–. Y también tendremos quetraer aquí a Elijah y Reid.

–¿Piensas hacer todo eso? –le

pregunto. Quiero saber si pretendecontarle a todo el mundo lo que le hedicho, y si va a hacernos perder untiempo que no tenemos.

Struz me ignora; está demasiadoofuscado para escucharme. Pero noimporta. Ben me mira y dice:

–Lo que haga falta.Ben me aprieta la mano y yo le

devuelvo el apretón, aunque no sécuándo me la ha cogido. Vuelvo lacabeza y lo miro detenidamente.Mientras que mi cara debe de mostrartodas las emociones que heexperimentado los últimos días, lososcuros ojos de Ben parecendesenfocados, y no se le marca ninguna

línea en el rostro. Es una máscarainexpresiva, muy parecida a la máscaratras la que se ha ocultado en la escuelatodos estos años. Sin embargo, ahoraconozco el motivo. No está pensando enlo que ocurre delante de él, sino en algomucho más apremiante. Me jugaría todolo que tengo a que ahora mismo estápensando en Elijah.

Los ascensores no funcionan, de modoque nos dirigimos hacia las escaleras.En cuanto abrimos la puerta, siento latentación de subir los escalones de dosen dos si es necesario. Tengo que vercon mis propios ojos que Jared estábien.

–La clínica está en el tercer piso –dice Struz como si pudiera leerme la

mente–. Está llena de gente, de modoque no te separes de mí. Me aseguraréde que lo veas.

A medio camino del segundo piso, seabre la puerta que da al pasillo yaparece un hombre de unos veintitantos.Baja dos escalones de un salto antes dever a Struz y entonces se detiene y seendereza.

–¡Señor! Ha vuelto –dice–. Losincendios de Imperial Beach estánsofocados y volvemos a tener enfuncionamiento las líneas por satélite.

–Bien, a ver si podemos hablar conalguien de Washington o Nueva York –dice Struz–. Y traslada los transmisoresde emergencia de Imperial Beach a

Poway.–Ya lo hemos hecho –responde el

tipo.Struz asiente a modo de saludo

silencioso. El hombre continúa bajandolas escaleras y nosotros reanudamos lamarcha hacia el tercer piso.

Cuando abrimos la puerta de la plantade la clínica, nos asalta el fuerte tufo aantiséptico y lejía. Está atestada depersonal sanitario con batas y ropaquirúrgica, pero también de gentevestida con ropa de calle. Localizo aDeirdre inmediatamente; está hablandocon un médico pero, en cuanto nos ve, seacerca a nosotros.

Estoy a punto de preguntar por qué unanalista acaba de tratar a Struz como si

estuviera al mando, pero entonces medoy cuenta de lo que ocurre. Struz estáal mando. Mi padre no está y el FBI noha tenido tiempo de transferir aún a otrapersona. Y ahora no disponen de losrecursos ni del personal para hacerlo.

–Coronado –dice Deirdre–. La baseestá completamente inundada. La isla hadesaparecido bajo el agua, literalmente.

–Mierda –dice Struz.–Y eso no es lo peor –añade

Deirdre–. El hospital infantil Rady aúnno tiene electricidad y está saturado.Están atendiendo a los heridos en elaparcamiento, pero, si se produce unaréplica violenta, el ala izquierda podríavenirse abajo. Los cimientos están muy

afectados.Miro a Struz, que se pasa una mano

por su alborotado pelo rubio, y meobligo a mí misma a dejar las emocionesa un lado. Si alguien tiene quereemplazar a mi padre, nadie mejor queStruz. Estoy orgullosa de él.

–Sería una catástrofe –dice–. ¿Puedesponerte en contacto con la policía deSan Diego y tratar de evacuar a todosaquellos que no estén en estado crítico ytrasladarlos a Petco Park?

–Petco ya está por encima de susposibilidades –dice Deirdre.

Struz se lleva una mano al mentón ydice:

–¿Y el parque de Lakeside Rodeo?Podríamos establecer una nueva zona de

evacuación allí con personal médico.Está un poco alejado, pero…

–Hablaré con la Cruz Roja y veré quépuedo hacer –dice Deirdre antes de darmedia vuelta.

–Dee –añade Struz–. Necesito unaorden de busca y captura para Barclay.De hecho, necesito todo lo que sepamossobre él, y no solo lo que hay en losexpedientes. Todo.

Observo el rostro de Deirdre. Abrelos ojos sorprendida y después frunce elceño.

–Hace unos días que no lo veo. Nisiquiera sé si…

–Yo sí –dice Struz–. Convoca a todospara una reunión dentro de quince

minutos.–Entendido –dice Deirdre.Struz me pone una mano en la espalda

y nos acompaña, a Ben y a mí, por elpasillo.

Cuando abro la puerta de lahabitación que Jared comparte concuatro personas más, al primero que veoes a él. Está tumbado en la cama conexpresión de aburrimiento, la piernaizquierda enyesada desde la pantorrillahasta los dedos del pie. Me siento tanaliviada que suelto una carcajada.

–Oh, Dios mío, si pareces una momia–digo acercándome a su cama.

Jared sonríe y abre la boca, pero alparecer cambia de idea sobre el hechode sentirse feliz de verme. Se cruza de

brazos y me pregunta:–¿Dónde estabas? Struz te ha buscado

por todas partes, y nadie te había visto.Me siento en el borde de la cama.–Lo sé. Lo siento mucho. Estaba con

Ben. Estábamos buscándote.Jared se inclina hacia un lado para

mirar a Ben, quien está de pie detrás demí. Saluda a Jared sin muchaconvicción. Sé que se muere porlargarse desde que Struz nos encontró.Estamos perdiendo un tiempo precioso.

No puedo creer que el mundo puedallegar a su fin en menos de un día y quetenga que pasar por esto: que mihermano pequeño esté evaluando alchico de quien estoy enamorándome.

Hace que también desee largarme deaquí sin mirar atrás.

Le atuso el cabello, pero Jared apartala cabeza.

–¿Qué tal la pierna? –le pregunto. Séque no admitirá que tiene miedo delantede otro chico–. ¿Qué te ha pasado?

–Estaba en el vestuario,preparándome para el entrenamiento, ylas taquillas me cayeron encima. –Jaredmira a Ben–. Tenía la pierna en malaposición.

–¿Cuánto tiempo te han dicho quetendrás que llevar la escayola?

–Seis semanas. –Y por el modo enque lo dice, sé que no le hace muchagracia.

–Te pasarán volando. –Eso espero.

–¿Recuerdas cuando subimos a lanueva atracción de los Piratas delCaribe en Disneyland y acabamosempapados? –me pregunta Jared.

–Fue hace un par de días, tío –le digosonriendo–. Por supuesto que meacuerdo.

Jared bosteza y se recuesta en laalmohada.

–Bien. Porque quiero volver a hacerloen cuanto me quiten la escayola.

Ni siquiera sé si Disneyland seguiráen pie, aunque lo dudo mucho. Pero nole digo eso a Jared, sino:

–Hecho. –Con un poco de suerte,espero poder resolver eso más tarde.

00:21:56:29

–Librarnos de Struz ha sido más difícilde lo que pensaba –dice Ben mientrasfinalmente vamos de camino aQualcomm.

No puedo evitar sonreír a pesar detodo lo demás.

Struz no nos ha perdido de vista. Nosha acompañado a Scripps para ver sipodíamos encontrar a mi madre y aElijah. Pero mi madre no estaba y a

Elijah le habían dado el alta. Cuandohemos regresado al edificio federal, Beny yo teníamos que largarnos de allí.Seguimos siendo muy conscientes de lacuenta atrás y nos quedan menos deveinticuatro horas.

Pero irnos no ha sido precisamentefácil. A pesar de lo ocupado que está,Struz no nos perdía de vista ni unsegundo. Hasta que han llegado informesde nuevos incendios y ha tenido queconvocar otra reunión. Mientras seocupaba de coordinar a agentes yanalistas, hemos cogido el TrailBlazerdel aparcamiento. Por supuesto que mesiento culpable, pero debemos movernosrápido. No podemos permitir que nosretrase la burocracia.

–¿Cuál es el plan? –le pregunto a Ben.Estoy cansada de que mis decisiones sebasen más en la reacción a imprevistosque en la planificación. Tengo lasensación de estar improvisandocontinuamente.

–Primero encontramos a Alex –diceBen. Estoy aliviada de que no se sientaofendido por mi brusquedad–. Tal vezsepa dónde está Eli.

–¿Crees que puede estar en su casa? –Por un momento me pregunto cómopuede abrir portales en el hospital, peroentonces recuerdo que puede abrirlos encualquier parte. Tiene esa habilidad.

Ben niega con la cabeza.–No lo creo. Si aún sigue aquí, se

llevaba peor con su familia de acogidaque yo con la mía.

–Tu madre de acogida no me pareciótan mala persona cuando la conocí –digo, y espero que no interprete mal mispalabras.

–No, no lo es, pero… Janelle, yo yatengo una familia. Pero no están aquí, yes muy difícil no sentir rechazo por unaspersonas que pretenden sustituirlos,sobre todo cuando no puedes contarlesquién eres realmente. Siempre ha habidoun muro entre nosotros. Además, tengo aElijah y Reid. Ellos son mi familia.

Ninguno de los dos menciona que latraición es aún peor si uno de los dos haestado actuando a espaldas de Ben y haestado abriendo portales a pesar del

peligro.–Hay un par de sitios a donde Eli

puede haber ido si estaba losuficientemente bien como para recibirel alta –añade Ben–. Lo encontraremos.

Miro por la ventanilla. Aceras ycarriles enteros de la autopista estánresquebrajados formando enormestrincheras.

No solo Qualcomm es un centro deevacuación, comprendo al acercarnospor la entrada sur. Todo el aparcamientolo es. Hay coches alineadosdesordenadamente a un lado de lacarretera, como si la gente los hubieraabandonado y corrido hasta el estadio;tal vez es lo que ha ocurrido. Pese a ir

en un vehículo del FBI, el guardia deseguridad de la entrada no nos dejapasar. Ben aparca en doble fila y rezo ensilencio para volver a encontrarlocuando salgamos. Si puedo, me gustaríadevolvérselo a Struz.

El aparcamiento está lleno de tiendasimprovisadas y familias con susmascotas. Camino al lado de Ben con lacabeza gacha. Sé que es cruel y egoísta,pero no puedo permitirme distraermecon el dolor ajeno. Puede que esta genteno lo sepa, pero esto todavía no haterminado. Estamos en el último día, y elfin del mundo se acerca si no podemosdetenerlo.

Una vez dentro del estadio levanto lacabeza y la primera persona que veo es

a Kate. Está de pie con sus padres,rodeada por una cantidad ridícula demaletas de marca.

Tres años atrás cabía la posibilidadde que nos evacuaran por culpa de unincendio forestal, de modo que mi padrenos hizo cargar en el coche todas lascosas que queríamos salvar. Pero elcoche ya estaba prácticamente lleno conlas medicinas de mi madre, mantas,álbumes de fotos y un juego de mudaspara cada uno. En otras palabras, lascosas vitales son irreemplazables. Dudomucho que la maleta de Louis Vuitton deKate contenga algo que no sea ropa o sucolección de zapatos. ¿De qué van aservirle los tacones en esta situación?

Aparto la mirada antes de que Kateme vea porque por mucho que sigaodiándola me alegro de que no estémuerta.

–Vayamos por aquí –dice Bendirigiéndose hacia uno de los puntos deregistro.

Hay gente por todas partes, haciendocola con los pocos enseres que hanpodido reunir, y a menos que pretendaencontrar a Alex deambulando por elestadio –lo que me llevaría unaeternidad–, tendremos que ponernos a lacola como todo el mundo.

–Yo me quedo en la cola. Si quieres,puedes ir a echar un vistazo –dice Ben–.Pero no te alejes demasiado.

Asiento pese a que no quieroapartarme de él. Su proximidad meproporciona un consuelo irracional.Pero también sé que Ben no preguntarásolo por Alex en el punto de registro.También lo hará por Reid y Elijah. Ycuanto más pienso en ello, másconvencida estoy de que quien estáabriendo los portales es Elijah. Despuésde todo, dejó claro que estabainteresado en Eric Brandt, aunque enaquel momento lo llamábamosSospechoso Cero, porque quería sabersi podía ayudarlo a volver a casa.

Me guardo el pensamiento para míporque, aunque Ben haya reconocidoque puede ser Elijah, incluso aunque en

el fondo lo sepa, no quiere que seaverdad. Todavía se preocupa por él.Han compartido una experiencia que nisiquiera puedo llegar a imaginar.

Sin embargo, alguien está abriendolos portales y tenemos que detenerlo.Barclay no se equivocaba respecto aeso.

Alguien ya ha instalado en una paredun mural donde colgar fotografías ynotas de la gente desaparecida. Mecoloco delante de él y recorro con lamirada los rostros sonrientes de lasfotografías: jóvenes, viejos, negros,blancos, asiáticos. Todas estas personastienen alguien que las quiere… y lasecha de menos. Noto un nudo en lagarganta al preguntarme cuántas de ellas

seguirán vivas.Lo más sobrecogedor, no obstante,

son las notas escritas apresuradamenteen papeles adhesivos o los dibujoshechos sobre hojas de papel arrancadasde libretas. Transmiten unadesesperación casi tangible.

–¿Necesita una hoja y un boli paraescribir algo? –pregunta una vozcansada pero familiar a una señora a milado que recorre el mural con la mirada.Una sensación de alivio que estáconvirtiéndose en algo más que habitualme recorre todo el cuerpo.

Espero hasta que ella y la mujerterminan de hablar para decir sunombre.

–Cecily.Cecily levanta la cabeza al oír mi voz

y abre mucho sus ojos enrojecidoscuando me reconoce. Se lanza hacia mícon los brazos extendidos.

–¡Oh, Dios mío, J., todo el mundocreía que estabas muerta! ¡Tu casa… yno estabas en el instituto… y nadie sabíadónde estabas! –dice, y continúahablando, pero cuando empieza a llorarqueda claro que no voy a entendermucho más.

–Cecily –digo con una sonrisamientras la alejo e intento que me mire alos ojos–. Respira hondo.

Cecily asiente e intenta controlarse,sin demasiado éxito. Pero al menos

ahora sé que tengo su atención.Creo que vuelve a decir que creía que

estaba muerta.–Cecily, ¿has visto a Alex? Ben y

yo…–¡Oh, Dios mío, Alex! –dice con los

ojos como platos–. ¿No lo sabe? Oh,tienes que ir a verlo. ¡Vamos!

Empieza a tirar de mí hacia la rampadel estadio y su fuerza me pilladesprevenida.

–¡Ben! –grito buscándolo con lamirada. Agito la mano y veo cómo sucuerpo se relaja cuando me ve encompañía de Cecily.

Alargo la mano en su dirección y pocodespués noto cómo sus dedos seentrelazan con los míos. Cecily mira a

Ben y después vuelve a mirarme a mí.Abre mucho los ojos y su boca forma laletra «O» antes de que su rostro setransforme en el de la chica alegre desonrisa contagiosa que conozco. Inclusosuelta una carcajada mientras corremospor la rampa.

Me alegro de que al menos haya algoque siga igual.

Encontramos a Alex en la sección dehemorragias nasales. Está comiéndoseun perrito caliente mientras lee Fuera deserie.

–¿En serio? –le pregunto, dispuesta aburlarme de él, y un poco aliviada depoder hacerlo–. ¿Sigues haciendo losdeberes? –Pero, al acercarme más, me

doy cuenta de que no está leyendo Fuerade serie. Tiene los ojos enrojecidos, yson visibles en su rostro los surcos quelas lágrimas han dejado en su pielpolvorienta y sudorosa. Tiene el libroabierto en su regazo, como si no supieraqué más hacer, y el perrito calienteprobablemente lleva un buen rato frío.

Cuando apoyo mi mano en su hombro,él levanta la cabeza, y por un momentose queda mirándome fijamente, como sino me reconociera.

Y entonces su mirada se aclara, mecoge por el brazo y me atrae hacia élpara abrazarme. Aunque la posición esincómoda y un poco extraña, no meimporta. Noto cómo su cuerpo se sacudey sé que está llorando.

Mientras lo abrazo, Cecily no deja deparlotear sobre cómo nos ha encontradoy sobre cómo Alex ha estado ayudándolatodo el día a situar a la gente. Alparecer, su tío trabaja en Qualcomm y esel responsable de convertir el estadio enun centro de emergencias. Cuando suwalkie-talkie la reclama para que acudaa la zona inferior, miro a Ben y estesonríe y dice:

–Espera, Cecily, voy contigo. –Entonces se da la vuelta y me dice–: Iréa por el coche y lo aparcaré delante. Teespero allí.

Cuando se marchan, me separo deAlex.

–¿Dónde está tu familia? –le pregunto,

consciente de que no hay forma de evitarla cuestión.

–No lo sé –dice él–. Los dos están enla lista de desaparecidos. Mi madre noestaba en casa durante el terremoto, locual es un alivio porque no hubierasobrevivido, pero no estoy seguro dedónde estaba. Si anda cerca, no dudesque me encontrará.

No lo dudo.–¿Y tu padre?–Su edificio de oficinas se derrumbó,

y su departamento estaba en eldecimotercer piso. Pero no saben siestaba allí.

–Lo siento, Alex –susurro, y vuelvo aabrazarlo–. Y siento tanto las cosas quete dije… No lo dije en serio.

Alex me abraza con tanta fuerza quemis huesos protestan.

–Tendría que haberte creído.–Es una locura. Es lógico que no me

creyeras. –Niego con la cabeza y sonrío.Alex se seca los ojos con el dorso de

la mano.–¿Has visto a Jared y Struz?–Están bien. –Aún estoy un poco

desconcertada por el libro y el perritocaliente–. ¿Y tú? ¿Estás bien?

–Lo estaré –dice, aunque no suenanada convincente–. Tenía miedo de quese os estuviesen deshaciendo las carasen alguna parte.

–Gracias por la imagen –digo, y comosi fuera una niña pequeña empiezo a

llorar.–Para –dice Alex–. Me harás llorar

también a mí.Pongo los ojos en blanco.–Por favor, ya hemos llorado más

estos últimos días que en el resto denuestra vida. Creo que es suficiente.

Alex no se ríe con mi comentario.Porque tengo que decirlo y porque el

mejor modo de enfrentarnos a esto esasegurarnos de que mañana seguiremosaquí, añado:

–Esto no ha sido el colapso de lafunción de onda. Es solo el principio.

Y entonces le cuento todo lo que Beny yo hemos pasado con Barclay.

Cuando termino, Alex respira hondo.–De modo que aún tenemos que

descubrir quién está abriendo losportales y detenerlo.

Unos segundos después, Alex dice:–Sé quién mató a tu padre. –Al mismo

tiempo que yo digo:–Creo que sé quién está abriendo los

portales.El corazón me late en los oídos y no

sé si le he entendido bien.–¿Qué? –le pregunto sin aliento.«Le dispararon tres veces. Una en el

brazo y dos en el pecho.»Los ojos me escuecen solo con

recordarlo. Miro a Alex fijamente,dispuesta a saber quién lo hizo.

–Fue Reid –dice Alex.

00:21:50:01

Ese no es el nombre que esperaba oír.–¿Qué? ¿Cómo lo sabes?El tiempo se detiene. Miro a Alex y,

por la confianza y convicción con que loha dicho, sé que está completamenteseguro.

Siento un dolor en el pecho al pensaren Ben. Lo entiendo, sé que Elijah yReid son su familia, y a nadie le gustapensar que la gente tan próxima a uno es

capaz de algo así, pero entonces piensoen mi padre y en el hecho de que muriósin poder desenfundar su arma, y lo querepresente Reid para Ben me trae sincuidado.

Porque ahora jamás regresará a sucasa. Se pudrirá en una cárcel de esteuniverso.

Alex asiente.–El terremoto me pilló en clase.

Después fui a mi casa y después aScripps para ver si encontraba a Elijah,ya que tú me dijiste que estaba allí.Elijah me dijo dónde estaría cuandosaliera, y también me dijo un par decosas más que me hicieron sospechar.

–¿Qué quieres decir?–Hay una casa en Park Village que da

a la parte de atrás de los cañones –diceAlex–. Está en venta. Elijah ha estadocolándose en ella algunas noches,cuando quería perder de vista a sufamilia de acogida. Reid también. Elijahse rió cuando me dijo que Reid estabaescondiendo en la casa el materialcientífico de Ben. –Alex vuelve lacabeza para mirarme–. ¿Recuerdas losnúmeros en la cartera de tu padre?

Contengo el aliento.–Es la dirección.Me muerdo el carrillo mientras trato

de encontrarle el sentido. Todo esdemasiado circunstancial. Tenemos quehablar con Elijah y Reid. Tenemos quecontarles a las autoridades lo que está

ocurriendo; debería llamar a Struz. Perono lo hago. En lugar de eso, pienso enque alguien mató a mi padre sin darletiempo a sacar su arma, miro a Alex y ledigo:

–Vamos.

00:21:47:19

Cuando bajamos las escaleras y nosdirigimos a la entrada sur para reunirnoscon Ben, Alex me coge la mano y dice:

–Espera.Me doy la vuelta para preguntarle si

ha olvidado algo, confiando en que nohaya cambiado de idea. Estoyconvencida de que va a decirme quedeberíamos llamar a Struz, que nodeberíamos internarnos en la noche

como héroes.Pero no lo hace.En lugar de eso, me dice:–Eres mi mejor amiga, J. A pesar de

que a veces puedes ser demasiadointensa, y a pesar de nuestrasdiscusiones cuando te pones testaruda, eincluso a pesar de que me robaste mifigura articulada Optimus Prime cuandoíbamos a la guardería. Eres la personamás importante de mi vida.

–Lo sé, Alex. Y tú de la mía –digocon un nudo en la garganta y los ojosvidriosos–. ¿Por qué te pones tansentimental?

–El mundo podría acabarse mañana.–Alex, esto no es una patética película

de acción –le digo pese a saber que

tiene razón. El problema es que ahoramismo no puedo permitirme el lujo dellorar–. Puedes ahorrarte los monólogosde despedida.

–Bueno, al menos espero que elvillano nos ofrezca un monólogodiabólico –dice antes de reanudar lamarcha.

No estoy segura de querer oír unmonólogo, pero lo que sí quiero sonrespuestas.

Sin embargo, no tengo tiempo dedecírselo porque localizo a Ben en elTrailBlazer y sé que tenemos problemasmás urgentes. Si mañana es el fin delmundo, necesito que Alex sepa algo.

–Por cierto, no fui yo quien te robó la

figura de Optimus Prime. Seguramente tela dejaste en alguna parte y tu madre laconfiscó. Sabes que la odiaba.

00:21:02:44

En el coche, Alex pone al día a Ben.–Ni de coña –dice este último cuando

Alex sugiere que Reid mató a mi padre.Y entonces me mira a mí–. Es imposibleque Reid hiciera algo así. Puede queElijah estuviera abriendo portales, peroninguno de los dos es capaz de matar anadie.

No discrepo de él, pero tampocoestoy completamente de acuerdo. Ni

Elijah ni Reid se mostraron demasiadoafectados por las muertes que estabanprovocando los portales; Ben sí.

–Es imposible –repite Ben.Me doy cuenta de que Alex no dice

nada más.–¿Has estado alguna vez en el 3278 de

Park Village? –le pregunto a Ben.Niega con la cabeza.–Elijah encontró la casa hace unos

meses, pero yo no tenía coche. Además,cuando él y Reid quedaban allí yoestaba trabajando.

Me siento secretamente aliviada al oíreso.

–Si es allí donde está Elijah –diceBen con la preocupación tiñendo suvoz–, hablemos con él.

–¿Cómo encontraremos a Reid? –pregunta Alex.

–No hará falta. Si tenemos a Eli, Reidnos encontrará a nosotros.

Una extraña y ansiosa expectaciónprovoca que me siente en el borde delasiento al divisar el 3278 de ParkVillage Road. Es una casa modestaparecida al resto de las viviendaspróximas; o al menos debía de parecerlocuando todas estaban en pie. Ahora elporche se ha desmoronado y la casa noparece muy segura, como si loscimientos estuvieran seriamenteafectados. No obstante, ha tenido mássuerte que el resto de las casas a sualrededor. Aun así, sigue siendo

inhabitable.No se me escapa la ironía de la

situación.Cuando nos detenemos en el camino

de entrada, veo que la casa está aoscuras y temo que Elijah no esté. Peroentonces recuerdo que toda la ciudadestá sin electricidad; es normal que estéa oscuras.

Apoyo una mano en el brazo de Ben.–¿Estás bien?Ben asiente y apaga el motor. Los tres

bajamos del coche al unísono y ensilencio. Le he prometido a Ben que ledejaré llevar el peso de la conversaciónsi Elijah está en la casa. No piensollegar a conclusiones precipitadas.

Ben golpea la puerta con los nudillos

mientras Alex se ajusta las correas de sumochila.

–¿Por qué no la has dejado en elcoche? –le susurro, pero él se limita aencogerse de hombros y a ignorarme.

Creo que es víctima de la mismaaturdida excitación que yo, y creo que sesiente igualmente extraño y culpable porello. Es perverso sentir placer con ladesgracia ajena. Pero no le doy muchasvueltas; si no sintiera esto, estaríaanalizando demasiado todo lo que haocurrido.

–¿Y si no está aquí? –le pregunto aBen.

Sin apartar la mirada de la puerta,dice en voz baja:

–Lo encontraremos.–Más de la mitad de la ciudad está en

ruinas –dice Alex–. Esta casa esprácticamente lo único que sigue en pie.¿Dónde más podría estar?

Estoy a punto de añadir algo –acercade Alex y su locuacidad después de undesastre natural–, pero la puerta se abrey Elijah aparece frente a nosotrosvestido con unos vaqueros rasgados yuna raída camisa de franela.

–¡Gracias a Dios, joder! –exclama, yle da a Ben un fuerte abrazo.

–No vas a deshacerte de mí tanfácilmente –dice Ben cuando seseparan–. ¿Podemos pasar?

–Claro –dice Elijah abriendo la

puerta del todo–. Trechter, gracias portraerme a mi chico.

Alex asiente y me pregunto cuándo seha convertido en un tipo duro.

–Tenner –dice Elijah cuando pasojunto a él–. ¿Dónde lo tenías escondido?

No le respondo porque me hecomprometido con Ben a que él lleve lainiciativa. He de controlarme, porqueme muero por decirle algo como:«Acabo de volver de otro universo,capullo». Pero Elijah sigue mirándomefijamente, de modo que busco con lamirada a Ben, quien aparentemente estáinmerso en un registro al más puro estilomilitar de la primera planta.

–¿Está Reid? –pregunta.Elijah niega con la cabeza.

–Bueno, ha estado, pero quién sabeadónde demonios se ha escabullidodespués. ¿Qué coño queréis de él? –Yveo el momento exacto en que suexpresión cambia al hacerse una idea dela situación–. Un momento. ¿Qué coñoqueréis de él? –repite.

–Alguien ha estado abriendo portales–dice Ben–. Y los únicos que conocéisel procedimiento sois tú y Reid.

–Ya te lo dije, mi padre tiene queestar buscándonos…

–Eli, sé que eres tú o Reid. Por favor,dime que no matasteis también al padrede Janelle.

–¡Qué! No, ya estoy harto de esta tía –dice–. No es uno de los nuestros. ¿Por

qué tendrías que creerla antes que a mí?–Eli…–No, no importa, no hace falta que

respondas –dice–. No puedo creérmelo.–Elijah –dice Alex–. El padre de

Janelle venía hacia aquí, a esta casa, eldía que lo mataron.

–Y tiraron su cuerpo en el cañón –añado.

Elijah es incapaz de decir nada.–¿Fuiste tú? –le pregunta Ben–. Por

favor, Eli, eres mi mejor amigo. ¿Eres túquien estaba abriendo los portales?

Elijah vuelve a negar con la cabeza,pero en lugar de mirar a Ben me mira amí.

–Reid… el patio trasero de sus padresde acogida da a la casa donde toda esa

gente murió por culpa de la radiación.–¿Qué? –Recuerdo que Reid y Elijah

cruzaron una mirada cuando estuvimosen el vecindario.

–Estaba convencido de que era mipadre, intentando abrir un portal desdenuestro mundo –dice Elijah.

–Os dije que era Reid. No puede seruna coincidencia.

Respiro hondo. Tendría que haberpensado en eso… todo encaja. Barclaydijo que los portales que estabaabriendo Ben eran demasiado grandes y,por tanto, inestables. Por eso estabanarrastrando a gente al otro lado. Si Reidabrió un portal demasiado grande, algoque abarcara toda la casa, y después

perdió el control… puede que se lopensara dos veces antes de abrir unportal en su patio trasero.

–Siéntate –dice Ben, y entonces sededica a ponerlo al día.

O empieza a hacerlo, porque, cuandoestá hablándole de Barclay y la AM, lapuerta de la calle se abre y Reid entra enla casa.

Alex saca la pistola de mi padre de lamochila y apunta con ella a Reid.

00:20:42:58

Quiero preguntarle a Alex de dóndedemonios la ha sacado, pero el corazónme late desbocado y mi atención estáfija en Reid, quien está inmóvil como unciervo en mitad de la carretera ante lasluces de un vehículo.

–Eh, asesino –dice Elijah poniéndoseen pie–. Podemos solucionarlohablando, joder.

Sin embargo, cuando los ojos de Alex

se posan brevemente en Elijah, Reidsale corriendo.

Y porque al parecer yo tengo elsecreto deseo de morir, salgo tras él.

El sol hace tiempo que se ha puesto,pero Reid lleva una camiseta blanca yestoy lo suficientemente cerca de él paraque no me resulte difícil seguirlo.

Corro más rápido de lo que he corridoen toda mi vida. Vuelo; salto matorralesy escombros sin sentir tirantez alguna enmis músculos ni el cansancio en lospulmones. Simplemente sigo adelante.

Oigo a Ben y Elijah a mi espalda,llamándonos a Reid y a mí. Si sehubieran quedado en la casa, elresultado habría sido el mismo; noentiendo ni una palabra de lo que están

diciendo. Y tampoco me importa.A medida que me acerco a él, puedo

oír sus jadeos. Por un momento mepregunto si así es como se siente unanimal salvaje cuando está a punto deatrapar a su presa, y entonces meabalanzo sobre él, agarrándolo por lacamiseta y haciéndole un placaje.

–Hijo de puta, ¿lo hiciste tú? –Le doyun puñetazo en la cara y noto cómoempieza a sangrarle la nariz–. ¿Lomataste?

Consigo golpearlo en las pelotas antesde que Ben nos alcance. Me aleja de él ylo mira fijamente.

–Quédate aquí –le dice antes de darsela vuelta–. Ya vale, Janelle.

Y entonces me doy cuenta de que aúnsigo haciéndole la misma pregunta agritos y me callo.

–¿Lo hiciste? –le pregunta Ben–.¿Mataste a su padre?

–¡Fue un accidente! –grita Reid.

00:20:41:04

Mi padre adoraba La guerra de lasgalaxias. Incluso tenía el disfraz deSoldado Imperial, y se lo ponía enHalloween cuando Jared y yo lepedíamos que nos acompañara a hacertruco o trato.

Un año, cuando yo tenía seis años yJared tres, no le dio tiempo de llegar acasa para acompañarnos, de modo queenvió a un analista júnior para que se

disfrazara de Soldado Imperial yfingiera que era él. El problema es quenadie se metía en el papel como mipadre. Incluso Jared se dio cuenta.

Cuando tenía diez años estrenaron Lavenganza de los sith y mi padre compróentradas para la sesión de madrugada.También nos compró disfraces de Jedi yespadas de luz falsas e insistió en quefuéramos disfrazados al cine. Pero porentonces pensé que haría el ridículo y noquise. Me puse unos vaqueros y unacamiseta, me crucé de brazos y me neguéa sentarme en la misma fila que los dosJedis con los que había ido.

Mi padre estaba tan emocionadoaquella noche, y yo me negué aparticipar porque me daba vergüenza lo

que la gente pudiera pensar de mí. Genteque ni siquiera conocía.

Nunca le pedí perdón. Nunca le dijeque más tarde, cada vez que recordabaaquella noche, me sentía orgullosa de élpor haber hecho aquello por nosotros.

Y ahora, por culpa de Reid, no podrédecírselo jamás.

00:20:41:03

–Le dispararon tres veces. No pudo serun accidente. –Me acerco a Reid, perounas manos fuertes me retienen. Elijah.

Y entonces el rostro ensangrentado deReid se ilumina y Alex aparece anuestro lado con una linterna en la mano.

–Lo has dejado muy guapo, Tenner –dice Elijah.

–Necesito saber qué ocurrió.–Díselo –interviene Ben.

–Fue un accidente –insiste Reid.–Nosotros decidiremos eso. ¿En qué

coño estabas pensando, abriendo másportales sin saber lo que estabashaciendo? –dice Elijah–. Responde a lachica, joder.

Me libero de la mano de Elijah.–¿Qué pasó?–Ben estaba al borde de un ataque de

nervios. Estábamos muy cerca de volvera casa, y por culpa de un par detropiezos se negó a seguir intentándolo.

–¿Un par de tropiezos? –exclamaBen–. ¡Murieron dos personas!

–¡No me importa esa gente! –gritaReid–. ¡Quiero volver a casa, y Elitambién!

–Sí, quiero volver a casa, joder –diceElijah–. Pero preferiría hacerlo sinacabar chamuscado.

–Una noche, al abrir un portal por micuenta, metí el brazo y no me pasó nada.No me lo quemé. Los tres podemosatravesarlo sin problemas –dice Reid.

Elijah mira a Ben y este asiente.Sin embargo, no me interesa esta

parte.–¿Qué le pasó a mi padre?–Lo descubrió –dice Reid–. No lo de

los portales, pero descubrió que yoestaba involucrado. Hablé con él cuandoel portal devoró la casa. Eran misvecinos y habló con todo el mundo, peroa mí no dejaba de hacerme las mismas

preguntas, una y otra vez.Me escuecen los ojos. Mi padre

siempre sabía cuándo alguien mentía;evidentemente, se dio cuenta de queReid estaba ocultando algo.

–Debió de seguirme hasta aquí. Nopodía saber qué estaba haciendo, perosabía que estaba implicado de algúnmodo.

Me siento tan orgullosa de mi padreque tengo la sensación de que el corazónva a estallarme. Que pudiera darsecuenta de que Reid tenía algo que ver enesto después de una conversación… Mellevo una mano al pecho.

–Dime, ¿cómo acabaste disparándolepor accidente?

–Empecé a llevar encima el arma de

mi padre de acogida cuando me disponíaa abrir portales por si atravesabaalguien que no estaba muerto.

–Joder –susurra Elijah.–Me sorprendió. Estaba intentando

abrir un portal y apareció él como si lacasa fuera suya –dice Reid–. El portalse abrió y no podía permitir que loviera. Saqué el arma y le disparé. ¡Nosupe que era tu padre hasta varios díasdespués!

Siento náuseas. Eso no se parecemucho a un accidente.

–¿Y después seguiste como si nada? –le pregunta Ben–. ¿Incluso después delos terremotos y cuando seguíamos aEric Brandt?

–Permitiste que me dispararan pornada –añade Elijah.

Extiendo un brazo para mantener elequilibrio y oigo la voz de Alex:

–Tranquilos, yo lo vigilo.Ben me coge con firmeza, me doblo

sobre mí misma y vomito sobre la tierra.Mientras estoy inclinada, arrojando

todo lo que he comido hoy con Bendándome la mano, oigo el sonidoelectrónico que emite un televisorcuando lo enciendes o apagas en unahabitación silenciosa. Una fría corrientede aire me golpea la nuca y mi cuerpo seestremece.

–¡Madre mía! –exclama Elijah.Alex gruñe. Al principio no lo veo.

Está demasiado oscuro y cuesta ver másallá de unos cuantos metros. Sinembargo, a mi izquierda hay un círculoperfecto de paisaje que parece haberdesaparecido. En su lugar no hay nada,solo un agujero negro. Lo veo porqueondula como si fuera líquido; y porqueBarclay y Eric Brandt estánatravesándolo enfundados en ununiforme táctico completo. Ambos nosapuntan con sus armas, y Eric Brandtgrita:

–¡Al suelo! ¡Las manos en la nuca!Y entonces oigo el disparo.Me doy la vuelta y veo a Reid y Alex

peleando por la pistola de mi padre.Alex tiene un orificio en el cuello delque le mana sangre.

00:20:40:13

Me abalanzo sobre él.Le pongo las manos en el cuello e

intento aplicar presión para detener lahemorragia. En medio segundo estánempapadas con su sangre. Pido ayuda agritos, pero Eric está apuntando con suarma a Elijah y Ben, y Barclay hace lopropio con Reid.

–¡Es Reid! –grito, porque nosoportaría que también dispararan a

Ben.Reid me mira y apunta a Barclay con

la pistola.Barclay no duda ni una décima de

segundo.Le mete una bala en la cabeza.Eric arrastra hasta el suelo a Elijah y

Ben con las manos en la cabeza. Bajomis manos noto cómo Alex se ahoga consu propia sangre. Miro por encima de mihombro y veo a Barclay comprobándoleel pulso a Reid.

–¡Está muerto! –le grito–. ¡Ayúdame!Alex escupe sangre. Lo miro a los

ojos y trato de infundirle ánimos, peroya los tiene vidriosos y desenfocados.

–¡Por favor, Alex, te necesito!Sé el momento exacto en que lo

pierdo. Simplemente lo sé.Barclay se agacha a mi lado y pone

sus manos sobre las mías, aplicando máspresión a la herida. De pronto tengotanto frío que empiezo a temblar de piesa cabeza.

Pero me niego a rendirme.–¡Ben! ¡Barclay, por favor, necesito a

Ben!Barclay se da la vuelta y le grita algo

a Eric. Algo acerca de Reid.–¡Era Reid quien estaba abriendo los

portales! –grito. Necesito que Ben meayude–. ¡Por favor, Barclay!

No puedo respirar. No puedo creerque esté sucediendo esto. Después detodo por lo que hemos pasado. ¿Cómo

he podido ser tan estúpida para dejarque Alex nos acompañara? No tendríaque haber permitido que se dedicara ajugar a hacer de agente del FBI conmigo.

Ben se agacha a mi lado. Le cojo lasmanos rápidamente y las embuto en lasangre por donde ha entrado la bala.

–Cúralo, por favor. –Estoy llorando.–Lo haré –me dice.Y noto cómo las manos de Ben

empiezan a calentarse bajo las mías, yese calor se transfiere a la piel de Alex,y entonces Elijah se arrodilla delante denosotros, poniendo sus manos tambiénen el cuello de Alex. Retiro las mías alcomprender que solo pueden entorpecerel proceso.

La piel se recompone sola ante mis

ojos hasta que el agujero de baladesaparece.

Pero Alex no despierta.–¿Qué ocurre? ¿Por qué no funciona?–¡Ha perdido demasiada sangre! –

dice Elijah.–Aparta –dice Ben, empujándome y

poniendo ambas manos sobre el pechode Alex. Vierte sobre él todo lo quepuede para reanimarlo. El cuerpo deAlex se sacude y Ben y Elijah empiezana hacerle un masaje cardiovascular.

–Por favor, Alex, por favor –ruegouna y otra vez. Pero no sucede nada. Noabre los ojos ni respira.

Entonces Barclay tira de mí.–Tenner, hace rato que se ha ido –me

dice, y me sacude por los hombros–.Janelle, no pueden hacer nada.

Levanto la cabeza y lo miro a losojos; los tiene azules. Debo de estaralucinando porque creo que intenta seramable conmigo.

–La gente no debería tener esa clasede poderes –me dice–. No deberíamosser capaces de resucitar a las personas.Tienes que dejarlo ir.

–Yo debería estar muerta –le digo.Al menos Barclay tiene la decencia de

no mentirme.–Pero no lo estás.–Pero ¿por qué? –digo en un susurro.–Tal vez no estabas preparada para

irte, o quizá Ben atendió a Alexdemasiado tarde –dice Barclay–. No

tiene mucha importancia, ¿no crees?Y entonces alguien aparta a Barclay

de en medio y me abraza.–Lo siento tanto, Janelle… He hecho

todo lo que he podido, pero era muytarde. –Con sus brazos rodeándome, suolor embriagándome, dejo que se hagacargo de mi cuerpo cuando me fallan lasrodillas.

Y entonces estamos los dos en elsuelo, sosteniéndonos el uno al otro,manchados con la sangre de Alex. Elijahapoya una mano en mi hombro y dice:

–Lo siento, Janelle. El muy cabrón mecaía bien.

00:20:37:40

La AM finalmente se harta de mihisterismo y Barclay me obliga aponerme de pie y después se dirige aBen:

–Decía en serio lo de tus habilidades–dice–. Aparte del hecho de que cadavez que las utilizas estás manipulando laestructura química de tu cuerpo, haygente por ahí que cree que nadie deberíatener ese tipo de poder. Si eres lo

bastante listo, será mejor que noalardees de ello.

No sé muy bien qué significa todo eso,aparte del hecho de que Barclay creeque Ben puede estar poniéndose enpeligro.

–Entendido. –Ben se levanta y vuelvea abrazarme.

–Y lo de abrir portales se acabó –añade Barclay bajando la voz y mirandoa Brandt–. Completamente. Si alguien dela AM descubriera que estabasimplicado más de lo que sugieres…

Ben asiente.–En cuanto regrese a casa, no tengo

ninguna intención de volver amarcharme, joder –añade Elijah.

–Taylor, ocúpate del cuerpo –dice

Brandt antes de acercarse a nosotros,mirándome específicamente a mí–. LaTierra 19402 será clausurada para losviajes entre universos durante al menosseis meses desde el momento en que nosmarchemos para permitir que seestabilice en su nueva posición. Perodespués de eso, siempre y cuando nohaya ningún viaje no autorizado ni seabra algún portal inestable, deberíaisalejaros gradual pero rápidamente delcolapso de la función de onda.

–¿Significa eso que no vais a liberarel Oppenheimer? –le pregunto.

–No. Lo desactivaremos. Siempre ycuando nadie más abra otro portal, tuuniverso debería estabilizarse solo –

dice, y entonces mira a Ben y Elijah–.Esto os llevará a vuestra casa.Permanecerá abierto exactamente cuatrominutos y después se cerrará parasiempre. En los próximos días, alguiende la AM acudirá a entrevistaros parasaber qué ha sucedido aquí. Para elinforme.

Apunta con el cargador cuántico haciaun espacio vacío y se abre un portal.

Da media vuelta, y sin añadir nadamás atraviesa de nuevo el portal por elque él y Barclay han venido.

–Os lleváis el Oppenheimer convosotros, ¿no? –le pregunto a Barclay–.Porque no quiero que esa cosa se quedeaquí.

Barclay asiente.

–¿Cómo nos encontrasteis? –lepregunto.

–Todos los cargadores cuánticostienen un dispositivo de localización –dice él–. Tardé más de lo previsto endescubrir cómo encenderlo. –No añadeque han llegado a tiempo, porque Alexestá muerto. Recoge el cuerpo de Reid,mira a Ben y dice–: No la jodáis.Atravesad el portal. Es vuestra únicaoportunidad de volver a casa.

Y entonces me mira a mí.–Cuídate –me dice y, antes de

atravesar el portal, añade–: Buentrabajo.

Desaparece y el portal se cierra unsegundo después.

Y la cuenta atrás se detiene.

Cuando Barclay desaparece, Ben meabraza y vuelve a decirme que sientemucho lo de Alex. Él también estállorando; todo su cuerpo se sacudepegado al mío. Trago el nudo que se haformado en mi garganta y me seco lasardientes lágrimas de los ojos.

–No es culpa tuya –le digo a pesar deque eso no lo hace menos doloroso.Porque no es su culpa, lo sé, pero aún noentiendo por qué pudo traerme a mí deentre los muertos y no a Alex.

–Chicos, tenéis que ver esto –diceElijah.

Pero no necesito ver el portal. Lo

siento. El aire cambia, la temperatura sedesploma una fracción de grado, selevanta un viento que parece prometertormenta, un campo eléctrico recorre elsuelo bajo mis pies y lo huelo…húmedo, infinito, abierto.

Me estremezco.Y no solo porque hace frío.Tengo miedo de mirar a Ben, de modo

que primero miro a Elijah. Tiene la bocaabierta, los ojos como platos, el cuerpoinclinado hacia el portal. La partefrontal de su cuerpo irradia un extrañobrillo, como si el propio portal sereflejara en él, tentándolo a acercarse,reclamándolo.

Se da la vuelta y me doy cuenta de queno está mirándome a mí, sino a través de

mí, como si yo ni siquiera existiera, yuna sonrisa ilumina su rostro.

–Lo conseguimos –susurra–. ¡Loconseguimos, joder!

Y de pronto echa la cabeza hacia atrásy extiende los brazos a ambos lados desu cuerpo. De su garganta brota una risaeufórica e histérica que devora elhorripilante silencio.

Siento un nudo en la garganta. Mequeman los ojos. Trato de tragar salivapara arrastrar con ella la creciente olade emociones. Estoy viva cuando tendríaque estar muerta. Mi padre está muerto.Alex está muerto. Acabamos de evitar elfin del mundo. Hemos detenido elcolapso de la función de onda. Hemos

abierto el portal que necesitaban paravolver a casa. Son demasiadas cosas, yno sé qué se supone que debo sentir.

No importa que supiera que iba allegar este momento. Deseaba quellegara por Ben. No puedo tragar. Meconformo con contener el vómito.

Me doy la vuelta para mirar a Ben ydescubro que no está mirando el portal,ni siquiera a Elijah. Está mirándome amí.

Sus profundos ojos que prometencontar historias durante días. Su rizadocabello castaño tan suave entre misdedos. Trato de memorizar los ángulosde su mandíbula y las líneas de suslabios porque lo sé.

Sé que esta puede ser la última vez

que lo vea.El aire llena mis pulmones, se me

relaja la garganta y no puedo evitarlo:esbozo una sonrisa. Porque sé qué estápensando sin necesidad de que lo diga.

No quiere irse… no quiere volver acasa.

Va a elegirme a mí.Ben levanta una mano y, justo cuando

noto un cosquilleo en el corazón, Elijahpasa como una exhalación por mi lado,rodea a Ben con los brazos y los doscaen al suelo.

–¡Nos vamos a casa! –se ríe Elijah–.Por fin nos largamos a casa, joder. ¡Mispadres! ¡Tu hermano! He imaginado quénos dirán cuando nos vean cada día

desde que estamos aquí.El recordatorio es como un puñetazo

en el estómago. Ben lleva siete añosseparado de su familia. Siete añosentrando y saliendo de casas de acogida.¿Qué clase de persona sería si le pidieraque se quedara?

Si permitiera que se quedara.Yo jamás abandonaría a Jared, ni

tampoco a Struz. ¿Alguna vez podríallegar a superar los remordimientos porhaberme elegido a mí en lugar de a sufamilia, su antigua vida? ¿Cuántoresentimiento sentiría por mí si se lopermitiera?

Elijah se pone de pie de un salto yayuda a Ben a levantarse.

–¿Listo? –dice. Nunca hubiera

imaginado que miraría a Elijah Palma ydescubriría en él un entusiasmodesbocado y una ligereza en su paso queme recordarían a mi hermano.

–Eli –susurra Ben de forma tajante.Y aunque el corazón me late

desbocado, sé que debo dar un paso alfrente.

–No voy…–Sí que lo harás –lo interrumpo.Ben se vuelve y Elijah repara en mi

presencia con la sorpresa pintada en surostro.

–Janelle…–No. –Me falla la voz pese al

esfuerzo que hago por mantener lacompostura–. Tú mismo lo dijiste. No

perteneces a este mundo –añadoobligando a que las palabras superen elnudo en mi garganta–. Tienes que volvera casa.

Sin embargo, mi traicionero corazónrenace momentáneamente para gritar quetodavía lo quiere. Porque no importa loque piensen el resto de mis órganos, laparte de mi cuerpo que decide que ama aBen Michaels todavía lo hace. Y nopiensa dejar que se marche sin presentarbatalla.

Ben aparta a Elijah y me rodea conlos brazos con un movimiento tan fluidoque soy incapaz de registrarlo; sobretodo con las lágrimas nublando mivisión. Pero, cuando su cuerpo se adaptaal mío, la ironía de que parecemos estar

hechos el uno para el otro, como si loscontornos de nuestros cuerposestuvieran moldeados para maximizarlos puntos de conexión, es más queevidente. Ben aumenta la presión y suabrazo resulta doloroso.

Cuando aprieta sus labios contra mioreja y su aliento susurra en mi pelo, porun segundo logro engañarme a mímisma. «Te pertenezco.» Deseo tanfervientemente que lo diga que imaginoque lo hace.

–Vamos –dice Elijah–. Queda menosde un minuto.

Ben se aparta de mí y veo a Elijahdelante del portal.

Elijah mira por encima de su hombro,

como si retara a Ben a no seguirlo. Yentonces nuestros ojos se encuentran y élasiente. El gesto es lo más cerca que haestado nunca de mostrar ciertaaceptación y comprensión. Se loagradezco con otro gesto deasentimiento.

Entonces vuelve a mirar a Ben, y susojos transmiten una amenaza velada.Atraviesa el portal y la oscuridadlíquida lo engulle.

Elijah Palma deja de existir en esteuniverso.

Tengo la sensación de que mi pechoestá a punto de sufrir un colapso. Abrola boca, pero no puedo respirar.

Ben me mira.Cuando me rodea la cara con sus

manos, veo que está llorando.Y de pronto sé que si no lo beso una

última vez, nunca podré perdonármelo.Nuestras bocas colisionan y se

produce un torbellino de labios, lenguasy dientes. Sus manos me sujetan contanta fuerza que sé que me dejarámoratones. Intento absorber su esencia através del beso, memorizar cadamomento que pasamos juntos.

Desearía volver atrás en el tiempo ydetener aquel momento, el primer día enclase cuando me preguntó cómo megustaría que me propusieran matrimonio,el momento en que me incliné hacia él,mis labios casi rozando su oreja, elembriagador olor a champú, el modo en

que su respiración se detuvomomentáneamente cuando le susurré:«Cásate conmigo, joder».

Voy a echar de menos otros momentoscomo ese: las clases de Física y losdebates que hemos tenido en clase deLiteratura. Clases de conducción demotocicletas, comidas en la biblioteca,charlas sobre libros, sesiones depelículas de superhéroes o devideojuegos con Jared. Momentos quedeberíamos haber compartido pero queno compartiremos.

Ben se separa. Los dos respiramospesadamente.

Da dos pasos atrás, acercándose alportal.

No puedo contenerme.

–Ben –lo llamo. Ni siquiera me sientoavergonzada por el tono desesperado demi voz.

«No te vayas.»–Volveré a por ti. –Da otro paso

atrás–. Te lo prometo.«Quédate.»–Janelle Tenner –dice él–. Siempre te

amaré, joder.Y entonces retrocede un paso más.

Hacia el portal. Y la oscuridad se lolleva.

El portal se cierra y el último rastro deBen abandona este mundocompletamente.

Me siento al lado del cuerpo de Alex

y pienso en todo lo que he perdidodesde que Ben me trajo de entre losmuertos. Pensaba que a estas alturas misojos estarían ya secos, que mi capacidadpara llorar estaría agotada… tendría quehaber un límite para las lágrimas.

Pero poso una mano en la frente deAlex y recuerdo cuando yo tenía nueveaños y le dije a su madre que había sidoyo quien había destrozado las gardeniasde su jardín, aunque en realidad habíasido Alex después de un ataque de furiaporque ella le había prohibido jugar alfútbol. Y vuelvo a llorar como nunca hellorado en mi vida.

Recuerdo la sonrisa de Alex al llegara la primera clase del día en séptimodespués de una furiosa tormenta, y sus

zapatillas chapoteando en el suelo y loscalcetines empapados, dejandocharquitos de agua a su paso. Tenía elpelo de punta, y cuando la profesora lepreguntó si quería una toalla o que laenfermera le trajera ropa seca, Alex selimitó a negar con la cabeza. Acabópillando la gripe y no pudo presentarse ala audición para la representaciónteatral que tanta ilusión le hacía a sumadre.

Recuerdo la excursión que hicimos aBig Bear, la primera vez que ambosvimos la nieve y experimentamos lo quees el auténtico invierno. Con lasmanoplas de felpa empapadas y la narizroja y fría, Alex y yo fuimos los únicos

que no esquiamos el primer día. Enlugar de eso, nos arrodillamos en lanieve y la moldeamos hasta formar unmuñeco con ella. También hicimosángeles de nieve y nos lanzamos bolasde nieve hasta dejarnos la carainsensible.

Y recuerdo cómo me sentí aldespertar en el coche el primer año deinstituto, sabiendo que mi amistad conKate había terminado… de formairreparable. Y sabiendo que la únicapersona a la que podía acudir era Alex.

Cuando finalmente se detienen laslágrimas, la frente de Alex está fría. Mefijo en dónde estamos exactamente paraque Struz pueda enviar a alguien arecoger el cuerpo de Alex y así poder

enterrarlo. Si no encontramos a sumadre, podemos enterrarlo en la parcelade mi madre, justo al lado de mi padre.

Creo que a los dos les hubieragustado.

Empieza a llover cuando el sol asomapor el horizonte. Mientras el aguaresbala por mi cabello y mi rostro,imagino que también arrastra todo eldolor y la pérdida. Levanto la cabezahacia el cielo y la lluvia se mezcla conla sangre de Alex y las lágrimas.

Pienso en el aspecto que tenía Bencuando lo vi –cuando lo vi de verdad–por primera vez, el día que me trajo devuelta a la vida. Inclinado sobre mí con

el sol a su espalda. Pienso en la primeravez que nos besamos, en Sunset Cliffs, ytambién en su expresión cuando me hadicho: «Volveré a por ti».

No sé si lo hará, si será capaz dehacerlo, ni siquiera sé si tiene algúnsentido. Si somos de dos mundosdistintos, ¿cómo podríamos estar juntos?

Pero, aunque no vuelva a verlo nuncamás, me ha dado mucho más de lo queyo podría darle a él. Hay tantas cosaspor las que merece la pena vivir: Jared,Struz, este universo. Hay tantas cosaspor hacer, por reconstruir.

Ben Michaels me devolvió la vida.Me dio una segunda oportunidad.

No me muevo de donde estoy hastaquedar empapada, temblorosa y

entumecida. Hasta que mis ojos sequedan secos.

Miro a mi alrededor, el cañón y ladevastación que domina ahora elcondado de San Diego.

Pero estoy viva.Estoy viva.Más viva de lo que estaba antes de

que empezara todo esto.La vida es frágil. Aparentemente, el

mundo entero es frágil.Pero se recuperará.Tiene que hacerlo.

AGRADECIMIENTOS

Este libro debe lealtad a muchísimagente. A mi madre, con su eternapaciencia y felicidad. A mi hermana y superpetuo deseo de desafiarse a símisma. A mi profesora de décimo curso,la señorita Hall, y su contagioso amorpor la literatura.

A Brooks, quien me acompañó a ungrupo de escritura y me animó a haceralgo más que guardar mis páginas en unarchivo del ordenador. A mis increíblesamigas, que leyeron el manuscrito por lanoche y me llevaron a comer alCafetería. Meredith y Sara(h)s, soisincreíbles.

A todo el mundo en Balzer + Bray yHarperCollins que creyeron en Janelle,Ben y su historia. Sobre todo a mieditora, Kristin Daly Rens, quien cogiólo que era básicamente el esqueleto deuna novela y me enseñó a darle forma, ya Sara Sargent, cuyo entusiasmo meayudó a estar un poco menos nerviosa alver mis palabras sobre el papel.

A mi agente, Janet Reid, cuyaexperiencia y consejos fueron –ycontinúan siendo– inestimables, y pornegarse a sucumbir ante los duendecillosdel tiempo.

Y a Dan… por *entenderlo*. Todoslos textos, todos los correoselectrónicos, todas las llamadas

precipitadas a última hora de la noche.Por su fiabilidad y por su capacidad deenfrentarse a la desesperación. Por dejarque me contagiara de su genialidad. Por.Todo.

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