ESCUELA NACIONAL DE ANTROPOLOGÍA E HISTORIA
I.N.A.H. S.E.P.
MÉXICO, D.F. 2002
ESCUELA NACIONAL DE ANTROPOLOGÍA E HISTORIA
I.N.A.H. S.E.P.
INTERACCIÓN .. INTERREGIÓNAt;EI\(ME$0AMÉRICA
UNA APROXIMACióN ALA DINÁMICA dÉLEPICLÁSICO
E :> ·:.-<:;_
QUE. PARA Q~T:ENER' E~ ~ITLJ.~O ~E· LIC~NCIADA ,EN ."':ARQIJEO!i,OGIA P . R E ' E. N · T " A : LAURA · .. SOLA~> VAL\lERDE.
DIRECTOR DE TESIS: ARQLGO. PET~R FRANii'S JIMÉNEZ BETTS
MÉXICO, D.F. 2002
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A mis padres
y hermanos
Sin la motivación, orientación y apoyo de Pe ter Jiménez
esta tesis no existiría
"The significance of prehisloric remains is not always self evident. The question
about any archaeological siluation may be -what is it evidence Jor? And what one
may finally decide is determined by a rather shor/ reperfOI)I of conceptions of the
difieren/ kinds of things which could have happened in PrehistOIJI."
Joseph Caldwell, 1964
"There is perhaps a third way in ;vhich !awwledge changes, namely, by changing the
dislance fi'om which 'facts" are observed and thereby changing the sea/e of what
falls tvithin !he purvie·w. Only rarely have historians risked looking globally."
Janet L. Abu-Lughod, 1989
Índice
Índice de ilustraciones
Agradecimientos
Prefacio
Introducción
VI
V111
X
1
Acerca de algunos conceptos . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 5
l. Indicadores arqueológicos de interacción interregional . . . . . . . 15
I.l. Las figuras de jade
Un marcador del Epi clásico
I.2. Algunos contextos
Área Maya
Oaxaca
Xochicalco
18
20
21
31
33
Cerro de las Mesas . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 3 5
Hidalgo y Querétaro . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 37
Huasteca
I.3. Similitudes y diferencias entre Jos contextos
Indumentaria y parafernalia ritual ..................... .
11. Serpientes y dioses del agua ... las placas de jade " . t" d " como expresiOnes ac 1vas e rango ..................... .
II.l.¿quetzalcóatl o Quetzalcóatl?
La "capital" de Quetzalcóatl
49 54
56
66
67
80
II.2. La serpiente emplumada como figura central . . . . . . . . . . . . . 83
II.3. Culto regional, Estilo Internacional y "expresiones
activas de rango" 98
111. El Epiclásico: ¿integración social o enfrentamiento?. . . . . . . . 109
IV. La concurrencia de vínculos inmediatos en la construcción de redes regionales y macrorregionales ..................... .
IV.1. Algunas redes distributivas en Mesoamérica
IV.2. El sector norte de la Mesa Central
La Red Septentrional del Altiplano
Desarrollo regional Xaj ay
iv
129
134
147
158
160
Esfera del B:cDío ..................... .
Esfera Septentrional ..................... . Esfera Coyotlatelco ..................... .
De regreso a la Red Septentrional del Altiplano ........ .
V. Procesos que subyacen a la intet·acción ................... .
V.l.Distribución e Innovación. El tránsito de rasgos y objetos
en un sistema macronegional ..................... . ¿Cómo viajan rasgos y objetos? ..................... .
V.2. El sistema macronegional del Epiclásico ............... .
V.3. Redes de interacción intenegional entre elites .......... . Interacción entre unidades equipolentes ............... . El 'eclecticismo' epiclásico: una expresión del cruce de redes interregionales de información y prestigio ........ .
Comentarios finales ............................ Referencias Bibliográficas ............................
Apéndice. Sobre el complejo mesoamericano agua-fertilidad ....
Abreviaturas
179
186
193 223
228
228
229 239
252 268
275
287
295
334
ibid. id e m et al. apud cfr.
obra del autor citada inmediatamente antes, diferente página obra del autor citada inmediatamente antes, misma página y otros citado por confróntese
com. pers. comunicación personal p.e. por ejemplo ca. s/p
cerca de sin numeración de páginas
V
Índice de ilustraciones
Capítulo 1 Fig. l. Placas de jade recuperadas en la Pirámide de las Serpientes
Emplumadas. Ofrenda 1 (a, b) y Entierro 1 (e) ............... .
Fig. 2. Placa de jade procedente del Templo XVIII de Palenque ....... .
Fig. 3. Placas de jade de la Colección Woods Bliss ........ . Fig. 4. Placas de jade recuperadas en la Estructura C, Xochicalco ...... .
Fig. 5. Figuras y placas de jade procedentes de Oaxaca ............. .
Fig. 6. Placas de jade extraídas del Cenote Sagrado, Chichén Itzá ...... .
Fig. 7. Placas de jade extraídas del Cenote Sagrado, Chichén Itzá ...... .
Fig. 8. Placas de jade extraídas del Cenote Sagrado, Chichén Itzá ...... .
Fig. 9. Placa de jade procedente de El Caracol, Belice ............. .
Fig. 1 O. Placa procedente de Nebaj, Guatemala. Clásico Tardío ........ .
Fig. 11. Placa estilo "Nebaj" del Clásico Tardío, recuperada en
las cercanías de Teotihuacan ...................... .
Fig. 12. Placa de jade procedente de Oaxaca, actualmente en el
Museo de Volkerkunde, Viena ...................... .
Fig. 13. Pendiente de jade recuperado en Sabina Grande ............. .
Fig. 14. Placa de jade recuperada en San Juan del Río.
Fig. 15. Sartal de concha recuperado en Sabina Grande Fig. 16. Placas de jade halladas en el Edificio 3 de Tula
Fig. 17. Placas de Tula, Monte Albán y Palenque
15
16
16
16
17 22
24
28
30
30
32
39
40
41
43
44 Fig. 18. Placa de concha procedente de Tula . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 45
Mapa l. Distribución de los jades figurativos en Mesoamérica . . . . . . . . . 51
Tabla l. Referencias sobre las placas de jade . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 52
Fig. 19. Urnas dispuestas en la Tumba 104 de Monte Albán . . . . . . . . . . . 59
Capítulo II Fig. 20. Fachada del Templo de Quetzalcóatl, Teotihuacan
Fig. 21. Fachada de la Pirámide de las Serpientes
Emplumadas, Xochicalco ........................... .
Fig. 22. Pieza guatemalteca del Clásico Tardío ..................... .
Fig. 23. Estelas 1, 2 y 3 de Xochicalco ........................... .
84
86
87
93 Fig. 24. Vasija teotihuacana de cerámica roja . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 95
Fig. 25. Estela 6 de Copán . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 95
vi
Capítulo III Fig. 26. Frescos de Tlacuilapaxco, Teotihuacan . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 111
Capítulo IV Fig. 27. La Periferia de Tierras Bajas Costeras (PCLj Fig. 28. Tiestos de posible origen huasteco Fig. 29. Pipa de bmTo hallada en Chichén Itzá Fig. 30. Pipas de bmTo del poniente hidalguense Mapa 2 Principales sitios m·queológicos Fig. 31. Cerámica Xajay Rojo Esgrafiado
. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .
. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .
......................
. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . ......................
135 137 141 142 148 160
Fig. 32. Cerámica Xajay Bicromo Esgrafiado ...................... 166 Fig. 33. Jarra rojo sobre bayo y negativo ...................... 168 Mapa 3. Extensión aproximada de la Esfera Xajay . . . . . . . . . . . . . . . . 170 Fig. 34. Fragmentos de pipa recuperados en Chapantongo . . . . . . . . . . . . . . . 172 Fig. 35. Pipas de Chichén Itzá, Tula, Cuitzeo y Tequisquiapan ........... 176 Mapa 4. Distribución de pipas de sopmie-p1atafonna . . . . . . . . . . . . . . . . 177 Fig. 36. Cerámica tipo Cantinas Red-Orange A ...................... 181 Fig. 3 7. Cerámica tipo Garita Block Brown B . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 181 Fig. 38. Cerámicas Xajay Rojo Esgrafiado y Rojo sobre Bayo............ 183 Fig. 39. Cerámica tipo San Bmiolo Rojo sobre Bayo . . . . . . . . . . . . . . . . 184 Mapa 5. Extensión aproximada de la Esfera del Bajío . . . . . . . . . . . . . . . . 185
Mapa 6. Extensión aproximada de las esferas Septentrional y Altos/.Tuchipila . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 188
Mapa 7. Extensión aproximada de la Esfera Valle de San Luis . . . . . . . . . . . 189 Mapa 8. Extensión aproximada de la Esfera Coyotlatelco. . . . . . . . . . . . . . . . 208 Fig. 40. Cerámica Rojo sobre Bayo El Mogote y Coyotlatelco ........... 210 Fig. 41. Cerámica tipo Muralla . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 211 Fig. 42. Tiestos procedentes de sitios Xajay, cerámica Coyotlatelco y
Rojo sobre Bayo El Mogote ................................ 212 Mapa 9. Esferas que pmiicipan en la Red Septentrional del Altiplano ...... 213
Fig. 43. Cerámica teotihuacana de fases Tlm11imilolpa y Xolalpan; cerámica del Complejo Prado de Tula ...................... 219
Fig. 44. Tiestos Atlán Esgrafiado y Mal paso Esgrafiado ................ 222
vii
Agradecimientos
El impulso inicial para este trabajo fue el compromiso adquirido con la Foundation Jor the Advancement of Mesoamerican Studies (F AMSI) de Crystal River, Florida, que financió una parte de la investigación. Quiero expresar a sus miembros un especial agradecimiento. También a Helena Barba, Fernando Sánchez, José Luis Alvarado y Peter Jiménez, entre muchas otras cosas, por su apoyo en el proceso de obtención de esa beca.
La presencia y participación de diversas personas fue indispensable para completar esta tesis. Antes que nada, debo un sincero y agradecido reconocimiento a mis padres Francisco Solar y Lucy Val verde, y a mis hermanos Lucy y Enrique, por su paciencia, apoyo incondicional, cari!'io, confianza y motivación.
Peter Jiménez Betts logró contagiarme su pasión por la investigación arqueológica, motivando en mí un hábito de reflexión y análisis, además de una disciplina y entrega que no conocía. Este trabajo' es resultado de la continua retroalimentación que representaron las interminables pláticas e intensas discusiones que sostuve con él, su bombardeo de bibliografia, su inquebrantable exigencia y su orientación sobre las diversas facetas del paradigma de la interacción.
Es importante destacar el gran estímulo que representó para mí, como representaría para cualquier estudiante recientemente egresado, la aceptación, apoyo y afectuoso trato de una persona con el prestigio mundial de Linda Manzanilla Naim. A pesar de su carga de trabajo como entonces Directora del Instituto de Investigaciones Antropológicas, Linda siempre estuvo dispuesta a recibirme, invirtiendo tiempo en la revisión puntual de mi trabajo y haciendo aportaciones y sugerencias invaluables.
Fernando López Aguilar, director del Proyecto Valle del Mezquital, es el principal culpable de mi inclinación hacia la historia del Centro Norte de México. Además de haberme introducido a una región que ha sido tan especial para mí, debo agradecer la confianza y carifio que durante afios me tuvo. Pe1mitirme ordenar la ceramoteca del Proyecto Mezquital y consultar los informes técnicos del proyecto constituyó mi primer contacto con los materiales cerámicos de la región, dando inicio el análisis comparativo a escala interregional de esta investigación.
Judith Zeitlin recibió una copia del primer borrador de la tesis de alguien que no conocía. Además de leerla en detalle y hacer alicientes observaciones, con sensibilidad y tacto me previno de cometer un impmiante error, al se!'ialar mi inicial sobresimplificación de la función y simbolismo de las placas de jade. Sus comentarios e interrogativas lograron renovar mi motivación, en un momento en el que el rastreo de información había comenzado a agobiarme.
Patricia Fournier, quien siguió desinteresadamente de cerca mi investigación, mostró gran generosidad al compartir conmigo datos y reflexiones inéditos sobre
viii
algunas de las regiones y problemáticas abordadas en este trabajo. Su experiencia y conocimiento adquiridos a lo largo de su larga trayectoria en el Valle del Mezquital,
afianzaron mi propio trabajo. Un encuenlTo fortuito con Carlos Castañeda representó la oportunidad de
conocer el acervo de la ceramoteca del Bajío en Salamanca. Con amabilidad y entusiasmo Carlos compartió sus materiales, su experiencia y reflexiones sobre la arqueología de aquella región, lo que significó una contribución importante a esta tesis. De forma semejante, Socorro de la Vega mostró una amistosa disposición para orientarme en la revisión de la cerámica del Proyecto Valle del Mezquital, pero además me incitó a consultar las colecciones de la Ceramoteca de la ENAH, actualmente a su
cargo. Fundamental en la elaboración de este documento fue la paciencia incondicional
de Pepe Ramírez, Zenaido Cruz y Alejandro Vega, ante mi demanda desordenada de informes y textos. La simpatía, disposición y buen humor de todos ellos, mantuvo cálida y agradable la tediosa tarea de consulta de acervos en el Archivo Técnico de Arqueología del INAH y la biblioteca del Instituto de Investigaciones Antropológicas
delaUNAM. Marcus Winter, Ana María Crespo, Juan Carlos Saint-Charles, Humberto
Medina, Otto Schiindube, Victoria Bojórquez, Leonardo Santoyo, Luis Alberto Martas, Alejandro Pastrana y Miguel Pérez, dedicaron tiempo a revisar o escuchar versiones preliminares o segmentos, e hicieron comentarios y preguntas que fueron una valiosa
aportación. Durante mi corta estancia laborando en la DEA, Ma. Rosa Avilez, Margarita
Gaxiola y Laura Castañeda compartieron conmigo sus respectivas inquietudes y datos. El interés que siempre mostraron hacia mi trabajo fue motivo de animadas discusiones sobre la dinámica del Epi clásico, de mucha importancia para mí.
A lo largo de los años que fuimos compai'íeros, Manuel Polgar y yo compartimos nuestra experiencia en el Proyecto Valle del Mezquital. Por ello, algunas de las reflexiones sobre la región que aparecen aquí también son suyas.
En forma muy especial, debo agradecer a Mónica Gallegos, Adriana Vázquez, Victoria Bojórquez y Mónica Speckman, por su cariño, apoyo, respeto, paciencia y
compai'íía. Gracias también a Alejandro Martínez, Luis Alberto López Wario, Cipactli
Bader y Georgina Tenango, por haber comprendido la importancia que para mí tiene este trabajo, proporcionándome el espacio y tiempo necesarios para concluirlo.
Sólo espero que el resultado final no decepcione a ninguno de ellos ...
ix
Prefacio
Hace ya varios ai'íos, siendo estudiante de la ENAH, presencié el renacimiento
de una antigua discusión: se cuestionaba la validez del concepto "Mesoamérica".
En aquella época no fue difícil disgustarme con la idea de Mesoamérica, pues
era obvio que varios investigadores usaban la palabra asumiendo como homogéneos (o
peor, como 'víctimas') a regiones y grupos humanos que no lo eran, a lo largo de un
vasto espacio geográfico y temporal.
Participando en el Proyecto Valle del Mezquital, bajo la dirección de Fernando
López, tuve la opmiunidad de conocer superficialmente una región de aquellas a las que
parecía excluir la noción de Mesoamérica, donde las escasas pirán1ides rara vez rebasan
los cinco metros de altura y donde el paisaje es hermoso pero ingrato para quienes lo
habitan. Entre cardones y mezquites se registraban 'sitios' y se recolectaban materiales,
y siempre estaba implícita la duda de si la región habría sido igual de pobre y marginal
en tiempos prehispánicos. El Mezquital, un lugar del que fue muy fácil enan1orarse y
donde viví muchos de los mejores momentos de mi carrera, era uno de los rincones
alejados del interés de la Arqueología Nacional.
Algtma vez, con motivo de la práctica de campo de una materia optativa sobre el
Norte de México, viajé con mi grupo al centro-sur de Zacatecas y a Durango.
Canünando por algún sitio cuyo nombre no recuerdo, me sorprendió la similitud de la
cerán1ica visible en superficie con aquella que yo estaba acostumbrada a recolectar,
lavar y marcar, en el Proyecto Mezquital. Contra todas las reglas y advertencias de la
maestra responsable, recogí un tepalcate que todavía conservo, pero jan1ás me atreví a
comentarle a alguien la semejanza que yo encontraba entre ese tiesto y los de una región
400 kilómetros al sureste.
Afias después, ya terminada la escuela y en vísperas de mudarme a trabajar a
Becán por unos meses, mi papá (que siempre ha sido ecléctico pero atinado en sus
obsequios) me regaló algunos libros sobre los mayas. Esos libros pesaban bastante
como para viajar conmigo hasta el sur de Campeche, pero además significaban poco
para mí, siendo aquella incursión a la "arqueología monumental" mi primer contacto
con el mundo maya. Esperaron entonces, a que yo regresara.
Pocos meses antes se había excavado por primera vez en Sabina Grande, uno de
mis sitios favoritos en el área de Huichapan, al sur del Mezquital. Fernando me llevó
con él a visitar las excavaciones cuando, contra toda expectativa, apareció un neo
contexto que integraba adornos de concha y jade, cuchillos, navajas y puntas de
obsidiana y sílex, una vasija de tecali, fragmentos posiblemente de turquesa ... nada que
se hubiera esperado en un sitio como aquél, dentro de una región "pobre y marginal"
como aquélla. Entre todas esas piezas me llamó la atención especialmente una: un
pendiente de jade con la imagen labrada de tm personaje.
La casualidad decidió que yo naciera en Morelos, y que, como suele ocurrir con
quienes llegan a la ENAH desde diversos puntos de la República, sintiera cierta
inclinación hacia la arqueología de mi Estado. Recordé haber visto una pieza similar a
la encontrada en Sabina entre las publicaciones sobre Xochicalco que yo coleccionaba.
Efectivamente, era César Sáenz quien mostraba varias placas de jade comparables con
la rescatada en Sabina, pero además las correlacionaba con algunas de manufactura
zapoteca y con otra más recuperada por él mismo durante sus exploraciones en
Palenque. Decidí que era el momento de prestar atención a aquellos libros sobre los
mayas que habían estado descansando en mi casa.
Aunque no pensaba en absoluto proftmdizar en la búsqueda de estos jades
figurativos (pues ya había comenzado a hacer mi tesis sobre 'otras cosas'), "el mal",
como dicen, "ya estaba hecho", pues nunca pude volver a pensar en los sitios del
Mezquital sin sospechar que su dinámica debía insertarse en una dinámica muchísimo
mayor. Fue así como también empecé a reflexionar en la magnitud de Mesoan1érica.
Pero no una Mesoamérica de sitios monumentales y tesoros, sino un espacio social
macrorregional donde la historia de sitios pequeños tenía que encontrar lugar, y tenía
que ser de algún modo relevante.
A partir de entonces el azar asumió su papel protagónico. Las placas de jade
comenzaron a aparecer por todos lados, cuando visitaba w1 museo o abría un libro, cada
vez que hojeaba lo que había pedido mi vecino de mesa en la biblioteca, y al revisar
alguna de las fotocopias que sin relación aparente había ido acumulando durante la
carrera. Estaban ahí, en toda Mesoamérica, desde Honduras hasta Tamaulipas, desde la
Costa de Guerrero hasta Veracruz. Empezó a tener sentido lo que Humberto Medina me
había dicho alguna vez: "Uno cree, errónean1ente, que puede escoger el tema de su
tesis. No es cierto. Los temas lo escogen a uno".
I-Ia pasado un poco más de año y medio desde que me vi envuelta en un proceso
que pretendía satisfacer mi curiosidad, pero que sólo ha generado más preguntas. Ha
pasado un poco más de año y medio desde que empecé a perder el miedo a encontrar
semejanzas entre regiones separadas por 400 kilómetros.
\i
Como todo aprendizaje, éste ha sido intenso y satisfactorio, pero también fue
diilcil y muchas veces frustrante, cuando tuve que toparme con mis propios límites y
con los de la Arqueología.
Desde que inicié este trabajo me ha intrigado el papel que pudieron jugar las
regiones consideradas "marginales" en un desarrollo macrorregional. He aprendido que
sitios tan pequeños como Sabina. Grande pueden ofi·ecer respuestas importantes. He
intentado contextualizarlos en el 'mapa' general de Mesoamérica.
N o sé si el lector encuentre en esta tesis algo de provecho para su vida
académica, pero lo que indudablemente va a encontrar es el reflejo constante de esa
enorme inquietud.
XIJ
Ciudad de México Invierno del 2002
Introducción
Éste es un estudio sobre interacción. Detrás de los objetos, contextos o rasgos
que se exponen aquí, y al reflexionar sobre procesos de los que podrían ser evidencia,
está implícito que la dinámica de los distintos grupos humanos que habitaron
Mesoamérica durante el Epiclásico no puede abordarse de manera individual o aislada.
Dicha asunción, que debe incomodar a algunos, es la base sobre la que desplanta este
trabajo. También es lo que me obligó a oscilar constantemente entre tres escalas
distintas pero complementarias de análisis: regional, interregional y macrorregional. Tal
acercamiento variante a la relación y mutua afectación entre sociedades, más que
metodología fl.1e la dirección natural que tomaron las cosas.
La posibilidad de correlacionar un contexto excavado en w1 pequeño sitio del
poniente hidalguense, con hallazgos similares en Mm·elos, Oaxaca y el Área Maya,
sugiere en p1incipio que existió cierta vinculación entre regiones extremas del territorio
mesoamericano. Pero para poder aproximarme a cualquier problemática sobre esta
presunta relación macrorregional, y dado el extenso vacío de información que separa a
la primera de aquellas regiones del resto, fue necesario precisar su dinámica en el
contexto social circundante. Esto motivó tma revisión (que no deja de ser preliminar) de
la historia prehispánica del sector septentrional del Altiplano Central mexicano, durante
los siglos comprendidos entre mediados del Clásico y principios del Postclásico. Lo
anterior incluyó el análisis de los indicadores arqueológicos que se han reportado para
la época al interior de esa franja geográfica, pero principalmente el cuestionamiento
sobre el papel que pudieron jugar sus pobladores como tm sistema social integrado,
dentro de un sistema mayor. De aquí surgieron distintas interrogantes sobre la relación
que pudo existir entre la extensa red de interacción del Epiclásico y un área que durante
mucho tiempo ha sido considerada marginal, pero también sobre las características de la
red misma, sus causas, consecuencias e implicaciones en la historia general de
Mesoamérica. Éstos son algunos de los aspectos que se abordarán a lo largo de la tesis,
siguiendo el orden que se resume a continuación:
Se ha a estereotipado al Epiclásico como tm momento de fragmentación social e
ideológica, inestabilidad política, circunscripción regional y ambiente hostil, pero la
evidencia arqueológica parece sustentar precisamente lo contrario. La dispersión de
elementos comunes en sitios distantes, la adopción y adaptación de objetos y rasgos de
distintos orígenes, la integración de discursos contextuales análogos y la expresión de
estilos e iconografia relacionados, sugieren la existencia de una red macronegional que
vinculó a múltiples grupos humanos, por la que transitaron bienes materiales pero
también conceptos ideológicos. Uno de aquellos rasgos generalizados fue cierto tipo de
ornamentos de piedra verde, que exhiben imágenes antropomorfas con atributos
estandarizados. Sobre su descripción, distribución, contextualización Y temporalidad, se
profundiza en el primer capítulo. La aparición de estos "jades figurativos" en contextos del Epiclásico no es
infrecuente; su rastreo llevó hasta sitios muy lejanos que suelen considerarse
culturalmente ajenos. Durante las primeras seis décadas del siglo pasado se había
documentado la existencia de estas piezas en lugares como Tula, Xochicalco, Monte
Albán, J a in a, Chichén Itzá, Palenque y diversos sitios en Centroamérica. También en
las cercanías de Teotihuacan, el sur de Tamaulipas, el norte, centro y sur de Veracruz,
Michoacán y Guenero.' A partir de la década de los setenta del siglo veinte y hasta
ahora, se han localizado en otros lugares de Oaxaca, Chiapas, Hidalgo, Estado de
México y Yucatán, apareciendo por primera vez en Querétaro y Tlaxcala, además de
seguir abundando entre las colecciones de los sitios de las tierras mayas del sur, en
México, Guatemala, Belice, Honduras y República del Salvador.
La amplia y relativan1ente simultánea distribución y aceptación de estos objetos
entre sociedades cuyo desanollo se ha asumido inconexo, debe sumarse a las
coincidencias de la integración contextua! que se hizo con ellos. A partir de un enfoque
semiótico de los patrones y particularidades entre los contextos, al finalizar el primer
capítulo se reflexiona sobre el posible uso y función de los jades figurativos. Es
significativo que el simbolismo de éstos parece extensivo a los objetos con los que
suelen compartir un contexto arqueológico, los cuales son, además, de origen múltiple y
procedencia lejana. Todos estos aspectos permitirán más tarde entablar una discusión
sobre la naturaleza de los vínculos y la amplitud de los canales de comunicación
abiertos entre las sociedades que los compmiieron.
1 Incluso Ramón Mena había publicado en 1927 un catálogo de los objetos de jade que albergara en sus bodegas el entonces Museo Nacional de Arqueología, Historia y Etnografia, en el cual se ilustran algunos ejemplos
(cfr. Mena, 1990 [1927], láms. 2, 5, 13).
Varios investigadores han reconocido que, más allá de la similitud de las
representaciones en los jades, sus rasgos podrían asociarse con una deidad específica.
Siendo la serpiente emplun1ada un icono que aparece casi por regla general entre
aquellas imágenes o de algún modo relacionado con ellas, se ha supuesto que las piezas
y las ofrendas que las contienen se vinculan directan1ente con el dios Quetzalcóatl. Pero
dicha asociación no es sintomática ni resulta tan sencilla. Con base en una compm·ación
entre varios elementos del 'arte' mesomnericano,' en el segundo capítulo se exponen
algunos aspectos de la disociación forma-significado en la imagen de la serpiente
emplumada, que a lo lmgo de la historia prehispánica adoptó diversas manifestaciones y
tuvo vm·ias implicaciones. Durante el Epiclásico la quetzalcóatl (con minúscula) parece
relacionarse con otros complejos religiosos y cultos, además de incluirse en un
'vocabulmio' ideográfico parm1esoamericm1o.
La dispersión y aceptación de un lenguaje simbólico parecen correlacionarse con
las condiciones sociales y exigencias políticas contemporáneas ( cfi·. Nagao, !989;
Cm·neiro, 1992; López Austin, 1994:15). Antes de concluir el segundo capítulo se
exponen algtmos datos sobre el posible carácter de las sociedades mesoamericanas y el
trasfondo ideológico de su acción política, con los que resultan congruentes el uso,
función y significado propuestos pm·a los jades figurativos. Pm·a hacerlo, se recun:e al
apoyo de varios trabajos que han analizado sociedades y problemáticas semejantes en
otras pm·tes del mundo.
Se ha hablado hasta ahora de la existencia de una estructura macrorregional que
integró a un vasto número de grupos sociales. La conexión entre ellos es perceptible en
la generalizada importación-expmiación de objetos específicos, pero sobre todo en la
diseminación de conceptos ideológicos. Lo que resalta en este ptmto es el alto grado de
comunicación necesm·io para que pudiera constmirse una relación tm1 estrecha, y cómo·
esto contrasta agudmnente con el panorama de aislamiento regional, desintegración
cultural, competencia hostil, conflicto y belicosidad, con el que suele identificarse al
Epiclásico. Se dedica el tercer capítulo a cuestionar la validez de esas ideas y m1alizar
su evolución en el discurso arqueológico. La guena fue sin duda un aspecto recmTente
entre las sociedades prehispánicas, pero no el único ni el más ünpmim1te. En esta
sección se revisan también algtmos de los rasgos que se hm1 asumido indicadores de un
2 Aunque no profundizaré en ello en este trabajo, existe una amplia discusión sobre considerar a las expresiones precolombinas como 'artísticas' y a los medios en los que fueron plasmadas como 'objetos de arte'. Por ello es que la palabra aparece encerrada entre comillas a lo largo del texto.
' J
---
conflicto latente, proponiéndose una explicación alternativa para el fenómeno de
exaltamiento secular en la iconograi1a, cultos y prácticas rituales del momento.
En realidad, el Epiclásico aparenta ser tm periodo de apogeos regionales
caracterizado por una intensa interacción intenegional. Como ya se dijo, la distribución
de los jades i1gurativos sugiere que en esa época· estuvo en funciones una red que
vinculó a sociedades asentadas en regiones extremas del tenitorio mesoamericano, pero
no son éstos los únicos objetos que dan constancia de ello. La dispersión de los jades
coincide con la circulación de otros productos, como la turquesa, la obsidiana de
Ucareo/Zinapécuaro, el tecali y concha de ambas franjas costeras. En el cuarto
capítulo se profundiza en la amplia distribución de esos materiales Y se describen
algunas arterias por las que pudieron haberse diseminado por Mesoamérica. En su
mayoría, estas redes fueron establecidas desde tiempos tempranos, siendo posible que el
mecanismo responsable del flujo de bienes e información tenga también un antecedente
de gran profundidad.
El acceso a todos aquellos objetos por parte de grupos con tma complejidad
social diferencial y separados entre sí por grandes distancias, sólo puede entenderse
como resultado de su participación en un sistema que rebasa las escalas regional e
interregional. Pero dicho sistema fue integral y continuo espacialmente, razón por la
que resulta conveniente contemplar otros indicadores arqueológicos de distribución más
limitada, que son el mejor testimonio de una estrecha relación entre vecinos. En la
segunda pmie del capítulo se aborda esta dinámica con énfasis en el sector norte del
Altiplano Central, intentando sustentm· que los vínculos con regiones lejanas derivaron
de la concurrencia de vínculos con regiones irunediatas.
La puntualidad con la que se exponen evidencias del comportamiento de esta
área, responde a la escasez de trabajos que hayan percibido su impmiancia como zona
de engranaje entre algunas de las principales redes que confonnan el sistema
macrorregional multicitado. Contrario a lo que se asume al subestimar (o ignorar) el
papel que en el desanollo mesoamericm1o jugaron los grupos que habitm·on los actuales
estados de Guanajuato, Querétm·o, Hidalgo, el norte del Estado de México y el norte de
Michoacán, su estudio es primordial para comprender la dinán1ica global del Epi clásico.
Esta franja, a la que me rei1ero en el texto como la Red Septentrional del Altiplano,
constituyó uno de los principales cauces de dispersión de aquellos bienes de 'lujo' o
'prestigio' mencionados.
Es lógico pensar que el compmiamiento al interior del sistema macrorregional al
que me he referido no fue homogéneo, pero también pm·ece que muchas de las
singtüm·idades resultaron de una traducción, a esquemas locales, de marcos
conceptuales generales. En el caso de Mesoamérica, es posible considerm· al
intercambio de bienes de prestigio como decisivo en la transmisión de información
simbólica y en la consolidación de redes de interacción política y económica.
En el quinto y último capítulo de esta tesis se retorna a una perspectiva integral.
En él se exploran mecanismos, cualidades y funciones de los sistemas distributivos (y
materiales implicados), además de diversas actitudes o respuestas sociales ante su
construcción y permanencia. La capacidad adaptativa de las sociedades a las
condiciones siempre cambiantes de los sistemas globales, se manii1esta abiertan1ente
con el decline teotihuacano. Este fenómeno fue a la vez causa y consecuencia de la
reestructuración del panormna geopolítico, pero no fue motivo de la intenupción o
destrucción de los lazos intersociales. Por el contrm·io, parece haber sido un factor que
propicima el desmrollo y apogeo simultáneo de varios sitios y regiones.
Esta sección es pm·a mí la más confmiante. Son muchas las posibilidades que
ofrece el estudio macronegional de redes distributivas y los modos de interacción
implícitos, para acercm·se al compmian1iento de las sociedades y su desanollo. Mi
experiencia en ello es reciente y muy limitada. Sólo espero que en trabajos futuros
pueda hacer mayor justicia a los modelos y discusiones que han surgido en ese campo.
Acerca de algunos conceptos
Como en todo lo que concierne a las ciencias sociales, en este trabajo se emplem1
algtmos conceptos cuyo trasfondo y validez se han sujeto a interminables discusiones.
No pretendo que el empleo de una palabra particulm· describa, delimite, explique
y determine de manera homogénea, en cualquier tiempo y lugm·, los diversos aspectos
sociales a que hago referencia, pero rebasa por mucho la intención de esta tesis el
discutir cada uno de los términos controvertibles. Tampoco intentaré omitirlos, ya que
éstos son puntos de pm·tida y referencia necesarios si se quiere construir un discurso
inteligible. En la mayoría de los casos, qué tan apropiado es referirse a un fenómeno
particular de cie1ia forma, y no de otra, es un problema principalmente discursivo.
En ese sentido, hacer constante mención de Mesoamérica persigue
contextualizm· la discusión en un espacio geográfico y social más o menos pre~iso y
5
distinguible, sm que por ello ignore las discusiones que han surgido acerca"" de su
caracterización, la fluctuación de sus límites y su validez como concepto, desde que fue
propuesto por Paul Kirchhoff hace ya sesenta años. A esto se han dedicado varios
investigadores y de ello han surgido extensos trabajos (cfr. Litvak, 1975; SMA, 1990;
Rodríguez (coord.), 2000; Gorenstein y Foster, 2000; Spence, 2000, entre otros).'
Dentro de la estructura que se generaliza como 'mesoamericana' evidentemente
existen singularidades sociales y territoriales (Pasztory, 1978:4). Al referirme a ellas,
las nociones de Sociedad, Región, InteiTegión, Macrorregión son un abstracto, una
aproximación. Debo decir que pretendo emplear estos términos en el sentido más
general posible, pues presuponen todos ellos la concepción de unidades que estoy, en
principio, muy lejos de poder delimitar (para precisas discusiones sobre la "borrosidad"
de las fronteras sociales, que genera este problema de delimitación, véase Renfi·ew,
1977; ehase-Dwm y Hall, 1997a:l5-20; 53-54).
Qué es una 'región' y qué es una 'sociedad' depende de los elementos que se
aprecien como unificadores, distintivos o propios, y éstos, que en el primer caso suelen
aswmrse geográficos, en ambos son también temporales, culturales y de
comportamiento. 'Intersocial' e 'lnterregión' implican que existen mecanismos,
procesos y fenómenos involucrando y afectando a dos o más de esas unidades, y en el
caso de una 'red' o una 'macrorregión', a varias de ellas. Sobre algunas definiciones
que aluden a esos mecanismos, procesos y fenómenos, desde perspectivas distintas pero
complementarias de análisis, se profundizará en su momento.
El término Epiclásico bosqueja un punto de intersección en el extenso espacio
temporal que transcurrió por aquellos espacios geográficos y sociales. Este lapso, como
fue propuesto por Jiménez Moreno (1959:1063), abarca los siglos comprendidos entre
6001700 d e y 90011000 d e (fi"ecuentemente se dirá Clásico Tardío, respetando de ese
modo la mención original de los autores, pero es importante aclarar que son
contemporáneos). Existen interesantes discusiones sobre optar por una terminología que
3 Algunos de los conceptos que se mencionan aquí, además de otros que aparecerán en el texto más adelante, surgieron en el marco de la Historia Cultural. Es lógico que, desde las primeras décadas del siglo XX hasta nuestros días, mucho ha evolucionado la teoría arqueológica. Sin embargo, la negación de algunos aciertos y de la utilidad que representa el cúmulo de datos a que dio lugar esa corriente, nos revierten a una postura que difícilmente ha trascendido la negación para brindar verdaderos aportes. No es necesario cambiar todos los nombres para empezar a concebir a los sistemas sociales de otro modo. Un buen ejemplo es el de 'Mesoarnérica', en el que creo que lo más importante ya no es seguir discutiendo su validez como término o su carga teórica inicial, sino empezar a enriquecerlo a partir de abordar su problemática social de manera flexible y con nuevos enfoques, derivados también de nuevos acercamientos al registro arqueológico. Sólo a partir de emplear el denominador 'Mesoamérica' con nuevas implicaciones, no de negarlo, evadirlo o criticarlo, es que se pueden modificar sus aspectos negativos.
¡ \
pem1ita correlacionar secuencias históricas de diversas regiones mesoamericanas en un
marco cronológico común, sin la carga de 'auges' y 'declines' culturales homogéneos
que presupone esta designación particular ( cfi·. Price, 1976; Millon, 1976; Pasztmy,
1978:5; Webb, 1978:155-157; Paddock, 1978:57, nota 12; 1987:26-28; Diehl y Berlo,
1989:3-4; Sanders, 1989:211-212; Berlo, 1989a:209-210; eohodas, 1989:222-223).
Para rebautizar el curso de aproximadamente tres siglos que se aborda aquí, han surgido
ya varias propuestas. Si no he optado por alguna de ellas no es porque considere que
carecen de valor o de coherencia, sino porque su uso pocas veces trascendió los escritos
de w1os cuantos autores, no logrando generalizarse en la literatura y el lenguaje
arqueológicos (Pasztmy, 1978:5).
En el esquema que se sigue aquí, como en cualquier otro, la división abrupta
entre fases es una construcción de nuestra disciplina y no el modo en el que realmente
ocurrieron las cosas. Debido a que los marcos cronológicos son henamientas y no
delimitaciones estrictas o totales, es claro que el Epiclásico, en un sentido literal,
"pertenece tanto al Postclásico como al Clásico" (Webb, 1978:165). En consecuencia, a
lo largo del texto se hará constante referencia a ambos periodos.
El tiempo, como lo anota George Kubler, "no tiene una segmentación intrínseca
de sí mismo" (1970 apud Stone-Miller, 1993:15), por lo que resulta ocioso remitirse a
un momento sin intentar rastrear los antecedentes de su peculiar comportamiento en la
dinámica del anterior, al igual que la expresión de sus consecuencias en el sucesor. Esto
no significa, sin embargo, que no existen rasgos que permiten distinguir lapsos
aproximados en la historia general de los sistemas sociales, aunque debe tenerse
presente que " [ ... ] la con·elación no necesariamente es horizontal, sino que puede, y
probablemente tiene, una 'inclinación' dependiendo de la cantidad de tiempo requerido
para la dispersión de los elementos usados como marcadores [ ... ] " (Willey y Phillips,
1958:34). Para la caracterización del Epiclásico, además de las coincidencias materiales
en la integración de contextos arqueológicos, es primordial para esta tesis el concepto
de Estilo (véase eonkey y Hastorf [ eds.] 1990b ).
Aunque de utilidad para relacionar temporal y espacialmente los restos
materiales, el uso de este término en arqueología ha sido objeto de varias críticas. Esto
se debe en primera instancia a que "estilo" es una cualidad subjetiva (Stone-Miller,
1993:31), y por lo tanto explorar el significado social de ciettas semejanzas y
diferencias visuales a pattir de su agrupación en "estilos" también lo es (ibid.: 16, cfr.
Dunnell, 1978; Helms, 1979:167-170; Conkey y Hastorf, 1990a:l-2). Se ha criticado
7
además su utilidad para elaborar explicaciones sobre el comportamiento diact,ónico de
los sistemas sociales (cfr. Dunell, ibid.: 199-200), pero la dispersión de un estilo
particular no es tan aleatoria o fortuita como podrían sugerir sus cualidades de amplio
alcance espacial y limitada profundidad temporal. Como se intentará apoyar en este
trabajo, la adopción, adaptación o rechazo de estilos específicos es una elección, y esta
elección responde a circunstancias sociales derivadas de tma dinámica independiente o
anterior a la conformación de esos estilos (cfr. S tone, 1989; Cohodas, 1989; Earle,
1990; Wren y Schmidt, 1991, entre otros).
Expresiones del 'estilo' hay múltiples, pero es importante distinguir entre dos
principales que se explorarán aquí, cuya manifestación en el registro arqueológico
difiere notablemente y que durante el discurso mantengo también diferenciadas, dada la
disparidad de sus implicaciones.
Se trata, por un lado, de un estilo en el que aquí se incluye al 'arte' monumental
(arquitectónico, escultórico, pictórico) y a cietios objetos portátiles. En él se conjtmtan
atributos estéticos con cualidades simbólicas, habiendo sido diseñado a partir de, o
destinado a, la transmisión de un 'mensaje'. El alcance geográfico en este caso es
bastante an1plio. Otro lugar lo ocupa el estilo decorativo en algunas corrientes
cerámicas, plasmando preferencias que considero básicamente como estéticas o de
hábito, cuya cobetiura espacial es menor pero denotante de relaciones más estrechas
entre grupos humanos.'
'1 De manera general esta diferenciación coincide con la propuesta sobre tres aspectos principales del estilo, elaborada por Wiessner (1985) y adaptada por Plog (1990:62). Mi primera distinción corresponderia a la variación iconológica, donde "los elementos estilísticos se ajustan a ciertos elementos del habla, conteniendo mensajes claros, intencionados y conscientes [ ... ]" (Wiessner, 1985 apudP1og, idem). Mi segunda distinción englobaría a las dos restantes de Wiessner: la variación estilística y la variación isocréstica (aunque éstas no deben remitirse sólo a ciertas corrientes cerámicas, como yo hago en este caso). Así, la 'preferencia estética' a la que me refiero correspondería principalmente a la variación estilística, que tiene fundamento en el " [ ... ]proceso cognitivo de identificación personal y social [ ... ] . En este proceso, la gente compara su forma de hacer y decorar artefactos con la forma de otros, y entonces imitan, diferencian, ignoran o, en algún sentido, observan en qué medida los aspectos del hacedor o portador se relacionan con su propia identidad personal y social". Esta variación "brinda información sobre similitudes y diferencias que pueden ayudar a reproducir, alterar, interrumpir o crear relaciones sociales" (idem). Por último, lo que yo describo como relacionado con el 'hábito' se asemeja a la variación isocréstica, "[ ... ]adquirida por aprendizaje o imitación rutinarios. y que es empleada de manera automática" (idem). Plog subraya que la manifestación material de los patrones estilísticos que resultan de estas tres variaciones, debe diferir (idem). A su vez, Timothy Earle propone una división binaria del estilo, dependiendo de si su significado es activo o pasivo (1990:73). Desde esta perspectiva, la 'preferencia por hábito' que yo menciono, la variación isocréstica de Wiessner y la "determinación por costumbre" que menciona Earle (idem), contendrían un significado pasivo. El significado activo estaría contenido en las otras variantes, que resultan "un medio activo de comunicación con el que individuos y grupos sociales definen relaciones y asociaciones" (Earle, idem).
,. ü
Al analizar cualquiera de éstos debe contemplarse el comportamiento individual
de regwnes y sociedades, el cual es dependiente de sus circunstancias históricas
pmiiculares. Sin embargo, en el caso específico de Mesomnérica, el desanollo,
aceptación y diseminación de grandes estilos 'm"tísticos' parecen ligarse a una
"ideología básica compartida" (Pasztory, 1978 :4; véase tm11bién López Austin, 1994,
1999; Em·le, 1990:79), a un "trasfondo común de cultos religiosos" (Schmidt, 1999:427;
véase tmnbién López Austin, 1994; 1999), y también a cierto convencionalismo
iconológico en la trm1smisión de información simbólica (cfr. I-Ielms, 1979; 1986; Ringle
et al., 1998:208). Estas cualidades encuentran coherencia sólo desde una perspectiva
macronegional. Contrastablemente, el desarrollo y distribución de ciet"tos estilos
cerámicos parecen estar más ligados al grado e intensidad de interacción entre
integrantes de unidades sociopolíticas (cfr. Plog, 1990:64, 66, 68-72; Parsons et al.,
1996:228), cuyo rastreo puede afinarse sólo desde una escala regional. Ambos
fenómenos concunen y, por supuesto, se complementan.
Pm-a el estudio de su cerámica, la arqueología andina adoptó los conceptos de
Horizonte y Estilo Horizonte, ante la necesidad de una escala de análisis distinta pero
complementaria a la de 'Tradición':
"Una tradición cerámica incluye una línea, o un número de líneas, de desmTol!o cerámico a través del tiempo, dentro de los límites de cietias constantes técnicas o decorativas. En periodos sucesivos de tiempo, a pm"tir de los cuales puede rastrem·se la historia del desmTollo cerámico, ciertos estilos surgen dentro de la tradición. La transmisión de algunos de estos estilos durante periodos particulares, resulta en la formación del estilo horizonte [ ... ]" (Willey y Phillips, 1958:35).
Al ser resultado de "desm-rollos culturales esencialmente locales y básicamente
intetTelacionados" por espacio de vm·ios siglos, una 'tradición cerámica' radica en la
combinación de una dimensión espacial corta con una dimensión temporal amplia. El
'estilo horizonte' invierte estas condiciones. A partir de la combinación de ambos, es
posible " [ ... ] observar los desanollos cerámicos en términos tm1to de tradiciones de
larga duración como de fenómenos coetáneos" (Willey y Phillips, id e m).
Más allá del análisis cerámico y en el ámbito de la historia del m·te (de donde
originalmente surgen), los conceptos de 'horizonte' y 'estilo horizonte' hm1 resultado
útiles para distinguir pmticulm·idades y esbozm· coincidencias:
9
"El horizonte es un concepto que sirve para agrupar arte y miefactos similares a través del espacio, bajo la asw1ción de que semejanzas generales entre objetos indican de manera general contemporaneidad amplia. Esta agrupación de personas a pm"tir de los objetos que les sobrevivieron tiende a descansar fi.1ertemente en el concepto componente del estilo horizonte, que precisa ciertos rasgos estilísticos o configw:aciones formales distinguibles en las piezas agrupadas" y que "propone ligm· a los hacedores de arte a partir de la dispersión de un vocabulario formal pmiiculm·" (Stone-Miller, 1993:15-16).
Sin embargo, estas nociones no hm1 tenido tanto éxito para enfocm· correlaciones
sin homogeneizar comportamientos.
Desde una perspectiva diacrónica, de la distinción de Hodzontes como grandes
"unidades de similitud cultural" y Periodos como simples "unidades de
contemporaneidad" (Rowe, 1962 apud Stone-Miller, 1993:19), se desprende que los
mecanismos que en algún momento propiciaron la estrecha inten·elación social que
culminó en la construcción de ese "vocabulario formal" ampliamente aceptado y
reconocido (Horizontes), suii-ieron interrupciones, manifestándose como puntos de
aislamiento o individualidad cultural (Periodos). Tratándose de secuencias históricas,
este esquema adolece, al igual que el resto ele los mm·cos cronológicos, ele una cargada
sobregeneralización.
Para 'orclenm·' la historia prehispánica del Nuevo Mundo, la división en
'horizontes' y 'periodos' fi.¡e aplicada originalmente por la arqueología ele los Ancles
(véase Pasztory, 1978:5; Stone-Miller, 1993:18) y posteriormente adaptada a
Mesoamérica (especialmente al centro ele México) por Price (1976) y Millon (1976),
quedando el Epiclásico básicamente incluido en la Fase 1 del Segundo Periodo
Intermedio (cfr. Sanders, 1989:211; Pasztory, idem). Aunque esta propuesta sí ha
tenido alguna resonm1cia, la designación de la época posterior al auge teotihuacano
como 'periodo' resulta de algún modo inapropiacla.
Durante el Epiclásico no se observa un estilo estandarizado como lo fi.1eron
aparentemente el 'olmeca', 'teotihuacm10' o 'Mixteca-Puebla' (que de acuerdo con la
adaptación ele Price son los que respectivamente definen los Horizontes Temprano,
Medio y Tardío en Mesoan1érica); pero tampoco un aislmniento regional,
desintegración social o disociación estilística. Entre las sociedades ele esta época se
percibe una amplia gan1a de estilos y rasgos regionales, pero éstos, que a simple vista se
han asumido inconexos, en realidad estuvieron interrelacionados, fl.leron integrados,
combinados ele diversas maneras, y compartidos al interior de extensas áreas
10
geográficas. El sincretismo estilístico es distintivo ele la época, pero es también,
pmaclójicamente, el principal obstáculo pma su cm·acterización. Todas estas
consideraciones, que han motivado la designación ele 'ecléctico' para el 'estilo'
Epiclásico (cfr. Webb, 1978:161; Pasztory, 1978:15-21; Wren, 1984:19-20; Cohoclas,
1989; Nagao, 1989:83; Zeitlin, 1993:131; Schmiclt, 1999:439; Me Viker y Palka,
2001: 194), son relevantes en este estudio.
Tres asunciones principales convierten al 'horizonte' y 'estilo horizonte' en
herramientas riesgosas. La primera es el suponer que las semejanzas generales entre
objetos son siempre indicadores de contemporaneidad; la segunda, que estas categorías
ele objetos similm·es son sintomáticas ele unidad cultural; y la tercera, que la an1plia
dispersión espacial de rasgos estilísticos ocurre siempre ele manera simultánea, es decir,
durante un lapso reducido (Stone-Miller, 1993:16-20).
Como lo demuestra con múltiples ejemplos la historia del m"te, "un grupo de
objetos 'similares' no necesariamente indica la presencia ele una unidad cultural
an1pliamente expansiva a cmio plazo, como tampoco un grupo de piezas que cm·ecen ele
similitud superficial comprueban su ausencia" (Stone-Miller, ibid.:32). Estoy
consciente ele estas limitantes, pero tan1bién coincido con quienes piensan que, tomado
con cautela, distinguir la configuración ele un estilo y la extensión ele sus alcances
espacio/temporales, es un excelente indicador ele canales abiertos ele comunicación
entre seres humanos (cfr. Conkey y Hastorf, 1990a:3-4; Emle, 1990:73):
"El estilo es invariablemente w1 aspecto ele la expresión: sin comunicación entre individuos no puede haber estilo [ ... ] . Al mismo tiempo, la comunicación tiene que ocmrir, si ha ele tener lugm·, a través ele un canal, un medio. [ ... ] Así como no puede haber estilo sin comunicación, la comunicación, cuando ocurre, genera o utiliza al estilo" (Renfrew y Cherry, 1986:vii).
No es de extrañar que la identificación ele un estilo se tome con recelo, pues
significa aclent:rm·se en el terreno ideológico y como tal "pe1manece evasivo, implícito y
ambiguo" (Conkey y Hastorf, 1990a:2). Sin embm·go, está siempre "asentado en algún
contexto o marco de referencia" cuyas cmacterísticas propias (nunca hay dos contextos
iguales), al tiempo que favorecen la noción de "diversidad y multivalencia" del estilo,
tan1bién aportan elementos pm·a inclagm· sobre "los contextos sociales que dan su valor a
los materiales culturales [ ... ]" (Conkey y Hastorf, ibid.: 1 -2; véase también Earle,
1990:74).
11
El proceso de comunicación y los lazos intersociales contemporáneos, se
expresan en el registro m-queológico también de otras maneras, incluyen otros aspectos,
no se limitan a la mera circunstancia abstracta de un estilo. En este trabajo se intenta
rastrear ambos fenómenos. Las coincidencias en el uso compartido de ciertos elementos
materiales y conceptos culturales, la importació;liexpmiación de objetos específicos y
de origen rastreable, pero tan1bién la expresión visual y la reproducción física de
cualidades simbólicas, son algunos de los elementos que se explorarán aquí, como
significantes de interacción social intra, ínter y macrotTegional.
Quienes leyeron versiones preliminares de este trabajo insistieron en la
necesidad de diseñar y presentar un cuadro cronológico. No pasé por alto dicha
sugerencia ni niego la utilidad de una henamienta como ésa, pero al intentarlo confirmé
que era una tarea difícil e insatisfactoria. Un cuadro cronológico pretende, básicamente,
simplificar y esquematizm- secuencias históricas de diversas regiones con la finalidad de
facilitar correlaciones. La información con la que se cuenta para la transición Clásico
Epiclásico-Postclásico en Mesoan1érica, es todavía bastante confusa y poco confiable.
Por ello, mi infortunado cuadro cronológico parecía complicar más las cosas, no
simplificarlas.
La designación de secuencias cronológicas está basada principalmente en la
detección y frecuencia de materiales diagnósticos. Aunque la tendencia al establecer
estas secuencias fue la distinción entre complejos, periodos o fases, en la actualidad es
común reconocer la transición gradual y los traslapes (para una discusión sobre el tema
véase Cowgill, 1996).
Una 'transición gradual' no necesariamente hace alusión a 'evolución' o
'transmutación' de objetos específicos, por lo que no debe asumirse como evidencia
necesaria para hablar de transiciones graduales, la existencia de objetos que adicionen
rasgos novedosos sobre un remanente de rasgos anteriores. Aunque esto ocurre
(ejemplos de ello se tratarán en el texto), los cambios cronológicos se expresan
frecuentemente a partir de "cambios en la proporción de las categorías cerán1icas"
(Cowgill, 1996:329). En este sentido, la supuesta aparición repentina de elementos
nuevos en secuencias locales dií1cilmente está divorciada de una continuidad en la
historia social, y rm-a vez resulta de "eventos definitivos, de tal manera que las unidades
fase-tiempo en sí mismas son borrosas alrededor de sus extremos" (Cowgill, idem).
¿Cómo plasmar en un cuadro cronológico estas sutiles transiciones que apenas
comienzan a reconocerse?.
12
Debe sumarse que algunos complejos materiales, que se han considerado
indicadores de cierias fases regionales, aparecieron o se adoptaron diferencialmente al
interior de tma misma región (cíi. Paddock, 1978; Parsons et al., 1996:227-228;
Cowgill, 1996:327). Si se continúa equivaliendo una fase temporal con una presencia
material, resultaría que algunas 'fases' inician en algunos sitios mientras en otros
permanece la 'fase anterior', cuando en realidad son contemporáneas. Una secuencia
debería considerar esta diversidad, ante lo cual las separaciones a escala regional
resultan inapropiadas.
Nada de lo anterior significa que sea imposible construir un cuadro cronológico
para Mesoamérica, simplemente que hacen falta muchos más trabajos sobre los sitios
menores que rodean a las capitales regionales. En el mejor de los casos, esto podría
intentarse a partir de un análisis exhaustivo de la información que se tiene hasta la
fecha, pero aquello brindaría material suficiente para completar otra tesis.
La publicación reciente de [echamientos por Carbono 14 en Teotihuacan y otros
sitios (cfr. Cohodas, 1989:229; García Chávez apud Parsons et al., 1996:227; Parsons et
al., 1996:221-223, 227; Manzanilla et al., 1996:258-263; Cowgill, 1996:326-327;
Cervantes y Fournier, 1996:105; Ringle et al., 1998:191-192, 223; Rattr·ay, 2001;
Sterpone, en prensa; entre otros), ha puesto en evidencia la urgencia de reevaluar sus
cronologías, sus complejos materiales y los procesos de los que éstos son evidencia
(Parsons et al., 1996:217). Pero dicha reevaluación tan1bién debe alcanzar a sitios y
regiones cuyas secuencias pariiculares se anclar·on en la historia general de
Mesoamérica con una base correlativa y sin el apoyo de ±echamientos absolutos (p.e. la
Huasteca). Muchas de esas regiones ni siquiera han sido trabajadas en los últimos años,
o sus cronologías no se han ido afinando a la par· de aquellas con las que solían
correlacionarse.
Sobra decir que el complicado proceso de reestructuración de la historia
mesoamericana, como estarnos acostumbrados a separar·la, está apenas esbozándose.
Muchas de las problemáticas mencionadas brevemente hasta aquí se presentar1 y
discuten a lo lar·go del texto, además de exponerse algunas reflexiones sobre evidencias
materiales que podrían resultar· de apoyo en aquel proceso de reevaluación y
reestructuración. Pero dejo al lector la elección de cuáles son pertinentes y válidas pm-a
incluirse en el diseño de un nuevo cuadro cronológico.
Por supuesto, el discurso que se expone en las siguientes páginas es una lectura
personal, y por lo tanto subjetiva, de los datos y referencias a los que tuve acceso. La
propia selección de ellos tan1bién lo fue. Con seguridad, una parte de las i.deas y
13
-aserciones aquí contenidas se mostrarán equivocadas en el futuro; pero si, como señala
Pasztory (1978:4), "la utilidad de las interpretaciones deriva del significado que den al
caos de los hechos históricos, aunque sea sólo por algún tiempo", espero que las mías,
más que objetivas, resulten de provecho. Después de todo, aquella relatividad a la que
Conkey y Hastorf se refieren como "la tensión e~tre lo que los materiales significaron
en el pasado y lo que nosotros les hemos hecho significar en el presente" (1990a:3),
será siempre, en cualquier estudio arqueológico incluyendo a éste, el principal riesgo.
¡.¡
I. Indicadores arqueológicos de interacción interregional
Hace ya cuarenta años, durante las exploraciones en Xochicalco que se
desarrollaban bajo su dirección, el arqueólogo César Sáenz localizó una serie de
ofrendas antecediendo la segunda etapa constructiva de la Pirámide de las Serpientes
Emplumadas.
Algo singular en este hallazgo fue la presencia de ciertas figuras labradas en
piedra verde que, llamando la atención del propio Sáenz, parecían compartir una serie
de rasgos (Fig. 1 ). Distribuidas en tres de los cuatro contextos principales registrados en
ese edificio durante la temporada de 1962-63, las piezas estaban acompañadas por otros
objetos peculiares, como una vasija de tecali con decoración policroma al fresco, un
caracol labrado y sartales de concha, en el caso de la Ofrenda 1; varios caracoles y
cuentas de concha en el caso del Entierro 1; y cuentas tubulares y cuadrangulares de
piedra verde, además de un par de orejeras del mismo material, en el Entierro 2.
Fig. l. Placas de jade recuperadas en la Pirámide de las Serpientes Emplumadas. Ofrenda 1 (a, b) y
Entierro 1 (e). Tomado de Sáenz, 1963a.
En su reporte sobre estos hallazgos,
Sáenz advierte que uno de los personajes @]
representados en piedra verde guarda gran
similitud con la placa hallada por él mismo
al participar en las exploraciones del Templo XVIII de Palenque, en 1954 (Sáenz,
1956:8-9, Hirth, 2000:203) (Fig. 2), además de con algunos objetos que forman parte de
la colección Woods Bliss y que fueron ilustrados por Samuel Lothrop en su trabajo Pre
Columbian Art (1959, apud Sáenz, 1963a:21-22) (Fig. 3).
15
Fig. 2. Placa de jade procedente del Templo XVlll de Palenque. Tomado de Sáenz, 1956.
Con respecto a estas últimas figuras, Lotlu·op sugiere
una posible conexión .con la cultura zapoteca, y Sáenz añade
que el tipo de decoración en el tocado que porta la mayoría
de los personajes, aparece en los jades de la altiplanicie de
Guatemala y El Salvador, lo mismo que en la región olmeca
(ibid. :22). Todo lo anterior lo lleva a proponer que " [ ... ]
debemos buscar su asociación con la región zapoteca y
quizás tan1bién con las culturas que se encuentran más hacia
el sur" (idem ).
Sumando estos hallazgos a los
realizados meses antes en el Edificio C,
donde también se conjuntaban pendientes
de piedra verde, caracoles, cuentas de
concha y placas de jade del mismo estilo,
Sáenz concluye que "Las nueve placas o
pendientes de jade que encontramos y que
proceden tanto de la Estructura C, como de
Fig. 3. Placas de jade de la Colección Woods Bliss Tomado de Sáenz, !963a.
la Pirámide de las Serpientes Emplumadas, nos indican la existencia e importancia de
esta deidad en Xochicalco, puesto que todas ellas representan con ligeras variaciones, al
mismo personaje" (Sáenz, 1963b:7) (Fig.4).
Fig. 4. Placas de jade procedentes de la Estructura C de Xochicalco. Tomado de Hirth, 2000
16
A partir de los años treinta Alfonso Caso estuvo al frente de un amplio programa
de exploraciones en Oaxaca. Con ayuda de varios investigadores se recorrieron y
excavaron sitios tanto de la Mixteca como de los Valles Centrales, de esta última región
principalmente Monte Albán (Berna!, 1965:793). Jolm Paddock, quien participó en
estos trabajos, ilustra gran cantidad de piezas que son variantes del mismo estilo que las
halladas por Sáenz, la mayoría de las cuales actualmente se exhiben en el Museo
Nacional de Antropología e Historia (Fig. 5).
Fig. 5. Figuras y placas de jade procedentes de Oaxaca. Tomado de Paddock, 1966.
Paddock reproduce estos objetos pero no profundiza en su descripción m
menciona a qué contexto pertenecieron, aunque los atribuye a las fases Monte Albán
IIIb, IIIb-IV y IV (1966:152, figs. 159-165). La misma asignación temporal y escasos
datos sobre su procedencia se desprenden del trabajo de Alfonso Caso sobre lapidaria
oaxaquefia, publicado un año antes (1965a: 906-907). En éste, Caso reconoce la
similitud que guardan con piezas mayas contemporáneas, lo que puede observarse
17
claramente en el trabajo de Robert Rands sobre jades de las tierras bajasqnayas, que
aparece en el mismo volumen (Rands, 1965:569-573).
Nadie niega que existieron vínculos entre Xochicalco, los Valles Centrales de
Oaxaca y el Área Maya, pero tampoco sobran elementos para reflexionar sobre qué tan
estrechos llegaron a ser y qué matices adoptaron en el aspecto social, rebasando el valor
comercial de los materiales compartidos. Es precisamente en ese sentido que pueden
resultar de utilidad las piezas y contextos que motivaron este trabajo.
1.1. Las figuras de jade
¿Cómo son, y cuáles son los rasgos que comparten para incluirlas dentro de un
mismo estilo? Como puede observarse en las ilustraciones que acompañan a este texto,
se trata de placas de piedra verde,' muchas veces con perforaciones que las convierten
en pendientes, y que mediante la técnica del bajorrelieve retratan la imagen frontal de
un personaje antropomorfo.
El personaje presenta los ojos 6 y la boca abultados, porta orejeras, además de un
tocado que puede variar en complejidad. Frecuentemente lleva pegado al cuello un
sarial de cuentas circulares. Cuando la figura se representa completa muestra a un
individuo de pie o hincado " [ ... ] con las manos levantadas en actitud ritual sobre el
pecho [ ... ]" (Sáenz, 1963a:21, véase tmnbién Hirth, 2000:203), algunas veces
sosteniendo entre ellas un objeto circular (Fig.l7).
Estos jades muestran un conjunto restringido de atributos, siendo el tocado uno
de los más significativos. Willian1 Ringle, Tomás Gallareta y George Bey han disefiado
una clasificación preliminar en cuatro grupos principales, a partir de placas procedentes
de Chichén Itzá, Xochicalco, Monte Albán y Tula, que incluye "Hombres con un espejo
5 Con frecuencia se hace referencia a la piedra verde como "jade,, pero éste es sólo el nombre genérico de una serie de rocas que difieren en estructura y composición química (Alejandro Pastrana, ca m. pers. 2001 ). "Jadeita", "nefrita", "actinolita", ''cloromelanita", etc. pueden sostener a simple vista una gran similitud, y el hecho de que la apariencia del material varíe incluso al interior de un mismo yacimiento (Easby, 1961 :79) hace imposible la determinación, a simple vista, de su lugar de procedencia. En este trabajo aparece de manera generalizada la palabra ''jade" cuando se habla de las placas figurativas, pero desde luego la composición de la mayoría de las piezas se desconoce. Es posible, incluso, que algunas sean de otro material, como la serpentina.
6 Muchas veces dan la impresión de estar cerrados, lo que hace suponer a algunos autores que se trata de la representación de un muerto (A costa, 1955: 153; Zeitlin, 1993: 134 ). Esto no es definitivo, puesto que los personajes muestran en general posturas dinámicas, se encuentran de pie o sentados en "flor de loto" y las manos las sostienen a la altura del pecho (p.e. piezas ilustradas porRands, 1965:571-573).
1 g
circular u ornamento en el centro del peinado"; "Hombres con tocado sosteniendo un
par de rostros humanos o de serpientes mirando en direcciones opuestas"; "Hombres
con tocado de 'fauces de monstruo"', y "Señores sentados inclinándose hacia uno u otro
lado" (Ringle et al., ibid.:203, fig. 20, véase tan1bién Me Vicker y Pallca, 2001).
En el primero y más sencillo de esos casos el tocado muestra un detalle al centro
de la frente del cual salen dos o más bandas, algunas veces rizadas, que descienden
rodeando la cabeza hasta rematar· en las orejeras o a la altura de ellas (Figs. lb, le, 5b,
5e-g, 6a, 9, 13, 14, 16a, 16b, 17a, 17c-e). En el segundo puede apreciarse el perfil de
cabezas de serpiente (Figs. la, 2, 5d, 6f,) o antropomorfas (Figs. 3, 4, 5a, 6g, 7e) a cada
lado del tocado. En el tercer caso el personaje se representa de frente y su cabeza" [ ... ]
emerge de un casco con efigie de serpiente [ ... ]" (Winter, 1994:165) (Figs. 4, 5h, 7a-f,
12). En el último se ilustran verdaderas escenas donde la figura principal se sienta a la
usanza oriental y porta un tocado de rasgos serpentinos que se muestra de perfil (Figs.
8a-e, 1 O, 11, 18).
Las diferencias en la complejidad del tocado, que hacen ver a unas y otras
figurillas como radicalmente distintas, podría deberse a que los niveles de abstracción
varían desde una precisión y realismo casi banocos hasta un alto grado de
simplificación que reproduce únicmnente los rasgos mínimos esenciales. Coincido con
Ringle, Gallareta y Bey (a propósito de las placas de Chichén, 1998:203) en que la
mayoría de los tocados hacen alusión a un ofidio (véase tan1bién Me Vicker y Pallca,
2001:183 ), aunque en algunos casos se combinan rasgos de otros animales.
Ocasionalmente, cuar1do la imagen del personaje se reproduce de perfil, la
representación del reptil resulta más clara. En la iconografía prehispánica existen
múltiples ejemplos donde personajes pmian tocados con fauces de serpiente (p.e. Figs.
21, 23 y 26 de este volumen, ver también nota 3 7).
En algunos casos la serpiente se representa con colmillos centrales salientes, lo
que no existe en las especies de serpientes conocidas, pero sí en las representaciones de
este reptil como animal mitológico, y que de acuerdo con Rubén Bonifaz puede tratarse
del colmillo trasero que sirve como vehículo a algunas especies tropicales par·a inyectar·
su veneno (1986:89, 1989:67). El adorno capital en las placas de jade muchas veces se
compone tarnbién de plumas. Éste y las comisuras del hocico del animal, podrían
contar·se entre los rasgos minimizados en las bandas que descienden rodeando la cabeza
de los ejemplares más sencillos, mientras que los colmillos esquematizados podrían
constituir el detalle al centro de la frente.
19
A pesar de la asombrosa extensión geográfica que abarca la distribución de estas
placas, no se ha resuelto hasta ahora cuál es el lugar o lugares de los que provienen, en
mucho debido al desconocimiento sobre el total de yacimientos de piedra verde
disponibles en México y sus características particulares.' De este modo, generalmente
son interpretadas como piezas alóctonas y sÓlo estilísticamente se les relaciona con
determinada región (Hirth, 2000:203).
Un marcador del Epiclásico (ca. 600/700-900/1000 d C)
Al decir que el rastreo de las figuras lleva hasta sitios y contextos muy lejanos,
vale la pena especificar que hablo en términos geográficos y quizás 'culturales', pero no
cronológicos. De una buena pmie de las piezas identificadas se desconoce procedencia,
muchas veces pe1ienecen a coleccionistas, se encontraron aisladas, o el contexto del que
formaban parte no fue registrado con detalle o no favorece la asignación de una
temporalidad específica... sin embargo, pienso que el fenómeno de su amplia
distribución puede circunscribirse a un espacio temporal más o menos preciso, por dos
razones. En primer lugm·, el fechamiento absoluto o relativo de aquellas piezas que lo
permiten, coincide en un rango cronológico que abm·ca aproximadamente del año 650 d
C al 950 d C, es decir, finales del Clásico a principios del Postclásico Tempra110 (véase
tmnbién Me Vicker y Pa11(a, 2001:183). En segundo, resulta significativo el encontrm·
ejemplares de este tipo en sitios que, a pesm· de sostener una continuidad ocupacional
prolongada, experimentm·on un periodo de auge en esos siglos. De este modo, podría
considerarse al estilo de las placas y sus variantes regionales, como tm marcador del
Epiclásico.
El Epi clásico es un momento noble para los estudios sobre interacción por vm·ias
razones. Una de las más obvias es que, a diferencia del periodo anterior, no puede
atribuirse a un solo centro la distribución generalizada de rasgos. Durante el Clásico,
7 Sobre la nefrita Ramón Mena señala su existencia en los estados de Guerrero, Oaxaca, Chiapas, Zacatecas, More los e Hidalgo (Mena, 1990 [ 1927] :1, 76-77). Respecto a la jadeíta el mismo autor añade que aparece en la Mixteca y en el Estado de Morelos, cerca de Xochicalco (ibid.:5). Por su parte, Tatiana Proskouriakoff asegura que la nefrita no se localiza en América Media, y que fue jadeíta el mineral tan preciado en la época prehispánica. Citando a diversos autores resume" [ ... ] William Ni ven encontró nódulos de jadeíta en los ríos del Oro y de las Balsas en Guerrero [ ... ]."y "Servín Palencia mencio~a una mina en Zacatecas y anota que el jade se obtiene en los estados de Querétaro y San Luis Potosí. En el Area Maya, sólo un depósito de jade se ha repot1ado [ ... ] descubierto por Robert Leslie en el Manzana!, en el Valle de Motagua". Sobre el trabajo de Mena agrega que tal vez no ha sido confirmada la existencia de los yacimien~os que éste prop~ne y, por último, refiriéndose a la serpentina dice que puede obtenerse en Guatemala y Behce, entre otros vanos puntos en México (Proskouriakoff, 1974: 1-2). Para más información sobre este material y su talla se recomiendan: Easby y Easby, 1956; Foshag W.F., 1957; Rands, 1965; Digby, 1972; Y Pastrana, 1991.
20
casi cualquier expresión que pudiera considerm·se parm1esoamericana es comúm11ente
asociada con Teotihuacan, como foco responsable de su mnplia dispersión.
Esto desde luego tiene un fundm11ento lógico, que es el hecho de que pm·a su
época Teotihuacan se hallaba a la cabeza de una estructura social macrorregional de
impresionante alcance. De extrañm· sería que, siendo la ciudad más impmiante y
vínculo estratégico entre regiones extremas del territorio mesoamericano, la creación y
dispersión de elementos le resultm·an ajenas o le pasm·an desapercibidas, pero es
necesmio tener presente que "no todo lo que aparece en Teotihuacan puede considerarse
un rasgo teotihuacano", como lo señalara John Paddock en 1966 (1972a:225), y por lo
tanto, que muchos de los elementos que efectivan1ente fonnan parte del acervo
rescatado en Teotihuacan pueden encontrm·se ahí precismnente por estm· generalizados
y ser propios de la época, en palabras de Paddock, "un estilo propio de los tiempos
teotihuacm1os en toda Mesoan1érica, y Teotihuacan pm·ticipa como los demás centros
[ ... ]" (ibid.:227).
Igualmente sería absurdo negar que el sistema teotihuacano fue innovador de un
sinnúmero de rasgos culturales, además de sostener y transformm· otros que le
antecedieron; proceso que también ocurrió a su caída. Es importante destacm· esta
continuidad porque, como se tratará en adelm1te, muchos de los aspectos que aquí se
observan durante el Epi clásico son herencia de siglos anteriores.
1.2. Algunos contextos
Para arribm· de lleno al posible significado de las figuras y las implicaciones de
su distribución, es impmiante puntualizar en las regiones donde apm·ecen y, en caso de
existir infom1ación, los contextos de los que formaron parte (Mapa 1 y Tabla 1 ).
Área Maya
Una muestra numerosa de estas piezas fue extraída del Cenote Sagrado de
Chichén Itzá (Figs. 6-8). A pesm· de lo dificil que es mTibm· a conclusiones con piezas
que fueron desligadas de su contexto original, Tatiana Proskomiakoff llevó a cabo la
extraordinaria tm·ea de analizar los objetos recuperados por la Institución Carnegie de
Washington y publicó un trabajo que rebasa la labor exclusiva de catalogación
(Proskouriakoff, 1974). En él, la autora hace una clasificación preliminar de los objetos
21
para distinguir temporalidad y procedencia, considerando como variables· principales
los motivos y representaciones, formas y arreglo, y técnica de manufactura.
Fig. 6. Placas de jade extraídas del Cenote Sagrado de Chichén Itzá. Tomado de Proskouriakoff, 1974
Independientemente de las diferencias impresas por cada fabricante,
Proskouriakoff observa en el conjunto la aparición, transformación y decline de ciertas
técnicas, y un análisis comparativo de monumentos, esculturas y contextos le permite
proponer una secuencia cronológica para este desanollo.
En dicha evolución, a partir del Clásico parece adoptarse y generalizarse el
manejo de implementos mecánicos que permitieron lograr un efecto más nítido y
estandarizado al delinear motivos, y mayor precisión en los trazos curvos
(Proskouriakoff, 1974:9). Como parte de esta innovación tecnológica se observa el uso
de perforadores o taladros tubulares, que dejan huellas muy particulares, consideradas
w1o de los principales indicadores cronológicos del Clásico Tardío (Digby, 1972:24;
Proskouriakoff, ibid.: 13 ).
Ciertos patrones iconográficos en las ilustraciones que incluye este texto hacen
su aparición durante el Clásico Temprano. En la descripción que hace Alfi·ed Kidder
22
(apud Proskouriakoff, ibid.: 12) de placas halladas por él en la región de Nebaj,
Guatemala, correspondientes a ese periodo, las figuras muestran los brazos flexionados
y los dorsos de las manos unidos a la altura del pecho, complicados tocados y collares
ajustados al cuello. Es significativa la ausencia de perfiles ofidios o humanos
flanqueando el rostro de los personajes en las piezas guatemaltecas tempranas, lo que
Proskouriakoff resalta como una diferencia con su colección, donde este motivo se
presenta en piezas que ya considera de un estilo transicional Clásico Temprano-Tardío."
Rasgos que se aprecian también por primera vez en esta transición son tma "borla" al
centro de la frente y orejeras perforadas, "presagiando convenciones comunes en fecha
posterior", señala Proskouriakoff (idem ).
Fig. 7. Placas de jade extraídas del Cenote Sagrado de Chichén ltzá. Tomado de Proskouriakoff, 1974
" Con bases estratigráficas, Alfi·ed Kidder pudo establecer las diferencias básicas entre la talla de jade del Clásico Temprano y la del Tardío, para la región de Nebaj, Guatemala (apud Rands, 1965:574). Como parte del estilo tardío aparecen las placas que muestran personajes con la cabeza en perfil portando tocados serpentinos, caracterizados por narices alargadas (ibid.:573, 578, fig.43) (Figs. 8, 1 O y 11 ).
A lo ya mencionado se anexan también durante el Clásico TardíD las bandas
dobles simples que conectan la borla del tocado con las orejeras, en las últimas épocas
ocasionalmente rizadas hacia aniba,' y un detalle importante: las manos se mantienen a
la altura del pecho, pero esta vez aparecen las palmas hacia adentro, los dedos muchas
veces tocándose, en contraste con la posición c.omún en tiempos anteriores (idem ).
Al finalizar su análisis. la autora concluye que "La mayoría de las piezas en la
colección fueron manufacturadas, no en Chichén Itzá, sino en el Área Maya del sur en
el Periodo Clásico Tardío" (ibid.:x).
Fig. 8. Placas de jade extraídas del Cenote Sagrado de Chichén Itzá. Tomado de Proskouriakoff, 1974
9 En su estudio sobre jades mayas, Adrian Digby (1972:23-24) también menciona una evolución tecnológica e iconográfica que puede rastrearse desde el Clásico Temprano al Tardío. El uso de perforadores o taladros tubulares había ya sido destacado por él como clave para diferenciar el estilo temprano del tardío, correspondiendo al último, al igual que- las bandas que aparecen rizadas por encima de las orejeras (véase
también Easby, 1961 :74-75).
2·1
Se sabe entonces, que la manufactura de las piezas encontradas en Chichén
ocurrió principalmente entre los años 600 y 900 d C y que derivan de un estilo sureño.
Existe sin embargo una incógnita sobre en qué momento y con qué finalidad fueron
ofrendadas al Cenote (Thompson, 1973:133). Hay básicamente dos versiones de estos
hechos, que derivan de concepciones disímbolas sobre los sucesos históricos ocmridos
en Chichén Itzá y el carácter de los vínculos que esta ciudad maya sostuvo con otras
regiones.'"
Proskouriakoff proporciona una alternativa para explicar la presencia de piezas
del Clásico Tardío y estilo sureño en el extremo nmie de la Península de Yucatán.
Aunque algunos ejemplares pudieron llegar por esa vía, la autora considera que Chichén
Itzá no fue durante el Clásico lugar de retmión para peregrinos procedentes del Fetén,
pues explica que no existe evidencia suficiente para pensar en un "intercambio" intenso
entre ambas zonas en aquel momento. Para ella, fue durante la "ocupación tolteca" que
estos objetos fueron ofrendados a las aguas del Cenote Sagrado, sin haber sido esa su
finalidad original; en palabras de Proskouriakoff: " [ ... ] la mayoría de las piezas
fabricadas en el sur fueron usadas ahí y debidamente entenadas con sus dueños en
tumbas del Clásico, para ser desentenadas más tarde, ya sea por merodeadores toltecas
o sus aliados regionales, y enviadas a Chichén Itzá como tributo o regalo [ ... ] ."
10 Me refiero a la secuencia ocupacional de Chichén Itzá, que ha sido dividida en dos grandes periodos: una ocupación propiamente "maya" del sitio (600/750-950 d C) y una ocupación tolteca (950-1250 d C) (cfr. Thompson, 1941; Kubler, 1961; Wren, 1984; Coggings, 1984, 1992). Es indudable que se dio una relación estrecha entre TuJa y Chichén, lo que no es claro es en qué momento ocurrió y bajo qué condiciones. Hay quienes piensan que un grupo de guerreros provenientes de la ciudad de Tu la arribó a la península yucateca sojuzgando a la población local (cfr. Diehl, 1983:144; Coggins, 1984) e imponiendo un estilo arquitectónico y artístico (cfr. Jiménez Moreno, 1941 :82; A costa, 1956-57:1 08-109). Por el contrario, se exponen evidencias de que el impacto de los 'extranjeros' no fue tan detemlinante en la población residente (cfr. Du Solier, 1941:188; Wren, 1984:21), que la "influencia" transitó también en sentido inverso, incidiendo en el 'arte' y arquitectura de la capital tolteca, e incluso que los 4toltecas' residentes en Chichén exportaron más de lo que aportaron (Kubler, 1961:49, 76-79). Actualmente se sabe que algunas estructuras, que se consideraban características de ese periodo, son anteriores (Pasztory, 1978: 18; Wren, ibic/.:20; Cohodas, 1989:227-231; Wren y Schmidt, 1991; Ringle el al., 1998:184, 188-192); que el llamado 'estilo tolteca' combina también conceptos de la Costa del Golfo y Oaxaca (Parsons, 1978 apud Pasztory, 1978:7; Pasztory, ibic/:18; Wren y Schmidt, ibic/.:203; Schmidt, 1999:439; Ringle el al., ibic/.:184) además de las tierras bajas mayas del sur y la costa pacífica de Guatemala (Pasztory, idem; Wren, ibic/.:19-20); y que muchos de los elementos definidos como 'toltecas' en Chichén y otros centros de las tierras bajas, tienen antecedentes en la propia región o ni siquiera existen en Tula (Kubler, 1961:47-79; Cobean,1978:105-106; Cohodas, idem). Esto último ocurre con la mayoría de las piezas del Postclásico Temprano ofrendadas en el Cenote Sagrado (cfr. Proskouriakoff, 1974:16), y con respecto a las placas de piedra verde que interesan aquí, tan abundantes en las colecciones provenientes del Cenote, hasta donde sé sólo cinco ejemplares se han hallado en el sitio hidalguense. Quienes actualmente trabajan esta problemática se inclinan por una solución intermedia, donde los aspectos multiétnicos representados en el 'arte' y arquitectura de Chichén Itzá son interpretados como " [ ... ] un ejemplo de convergencia cultural, más que la oposición entre elites de dos grupos étnicos [ ... ]" (Wren y Schmidt, ibid. :20 1, véase también Cohodas, id e m).
(ibid.:l4-l5). Para Proskouriakoff esta situación explicaría por qué una buena parte de
los entienos en las regiones del sur se hallan despojados de su contenido, 11 y por qué,
siendo el 'periodo tolteca' el momento de mayor actividad en el Cenote Sagrado, son
objetos que datan del Clásico Tardío los más abundantes. Sin embargo, revisiones
recientes de la cronología de Chichén Itzá han desvanecido la abrupta y secuencial
distinción que se presumía entre las ocupaciones maya y 'tolteca', e incluso parecen
confirmar que el periodo de mayor dinámica en aquella ciudad se remite al Epiclásico
(cfr. Cohodas, 1989; Wren y Schmidt, 1991; Ringle et al., 1998).
Clemency Chase Coggins propone que las piezas fueron arrojadas poco tiempo
después de su manufactura: "Es lo más sencillo asumir que todos estos objetos
foráneos, que fueron rotos en su consignación ritual al Cenote, 11 fueron llevados a
Chichén Itzá durante el periodo Clásico Terminal cuando fueron tallados, más que
hayan sido todos reliquias, o saqueados de tumbas mucho tiempo después" (1984:27). 13
Coggins considera que se depositó a la mayoría de las placas de jade durante el
Periodo Temprano I, alrededor del siglo IX (1984:43, véase también Me Viker y Palka,
200 l: 184 ). Ringle, Gallareta y Bey proponen que esto pudo iniciar desde un siglo antes,
contemplando el hallazgo de piezas del mismo estilo en contextos epiclásicos al interior
de la propia ciudad de Chichén, en Monte Albán y en Xochicalco (1998:203). La
propuesta de Ringle, Gallareta y Bey sobre la dispersión de los jades figurativos entre
sitios como éstos, es que incluyó la participación de mercenarios y peregrinos
(1998:185, 213-214); en este último caso interpretando a las placas como "algún tipo de
recuerdo religioso" (1998:207). Creo que los mecanismos involucrados debieron ser
principalmente otros, como las "alianzas políticas" o los "vínculos comerciales"
sei'íalados adicionalmente por los mismos autores (Ringle et al., 1998:185), ya que los
contextos donde se han recuperado las piezas sugieren que su disposición concernió y
estuvo a cargo de los propios habitantes, y también que su obtención y propiedad debió
11 Al parecer, la profanación de tumbas y el despojo de sus ofrendas fue una práctica común. Grube, N. y L. Schele han trabajado textos jeroglíficos al interior de tumbas mayas, que describen la irrupción en el sepulcro sellado en busca de reliquias (apud Chase y Chase, 1996:77). Se sabe de un comportamiento similar entre los aztecas (Proskouriakoff, 1974:15; LópezLuján, 1993:105, 137-138).
11 Sobre el deterioro intencional al que fueron sujetas las piezas antes de arrojarse al Cenote, Me Vicker y Palka proponen que fue resultado de un acto ritual en el que objetos emblemáticos de un orden político determinado fueron "matados" en razón del establecimiento y justificación de un nuevo orden (200 1: 194).
13 Esto es lo más viable, sobre todo porque, como señalan Ringle, Gallareta Y Bey, la limitada variedad de motivos entre la numerosa cantidad de piezas, sería poco probable si los objetos hubiesen sido 'pepenados' (1998:207, nota 17). No hay que olvidar, sin embargo, que en el Cenote existían piezas mucho más tempranas contenidas en ofrendas de copa! del Postclásico Tardío, sobre las que sí acepta Coggins que " [ ... ] habían sido aparentemente tomadas de tumbas u ofrendas cerca de un milenio anteriores [ ... ] "(1984:27).
haber estado restringida sólo a algunos sectores de esa población local. Sobre esto se
profundizará más adelante.
Durante las exploraciones en el Templo del Chac Mool en Chichén Itzá, a cargo
de E. Mon·is, J.Charlot y A. Monis de la Institución Carnegie, se localizó una caja de
piedra con tapa depositada como ofi·enda a un altar. El recipiente contenía restos de un
collar de concha, jade y un pendiente con 1m rostro tallado del estilo descrito, además de
un mosaico de turquesa (Monis et al., 1931:186-188, Figs. 119 y 121). De iguales
características es el collar que, también dentro de una caja de piedra, se dispuso al pie
de la escalinata interior de El Castillo (Erosa, 1939:241; Mm·quina, 1990 [1951]: 854-
855, foto 428; CCM/MEB, 1990:189, tig.96; Ringle et al., 1998:203, tig.18; Me Viker
y Palka, 2001:184), esta vez junto a un "pequei'ío depósito de restos humanos" (Erosa,
id e m). Nuevamente el smial estaba acompai'íado por dos mosaicos de coral, concha y
turquesa, con disei'íos de serpientes en perfil (Erosa, ibid., figs.6 y 7; Mm·quina, ibid.,
fotos 426 y 427). Hasta el momento es dificil asignarle a estos dos contextos una
temporalidad definitiva pero, como ya se dijo, revisiones recientes de la cronología del
sitio permiten suponer que su disposición antecedió al Postclásico Temprano (cfr.
Cohodas, 1989:227-238; Wren y Schmidt, 1991; Ringle et al., 1998:183-184, 188-
192).11
Es viable que el mTojar las placas de piedra verde a las aguas del Cenote Sagrado
sea una acción contemporánea con la época de su manufactura, y que las ceremonias
durante las que fueron ofrendadas deban insertarse en el ámbito de su significación
original (Ringle et al., idem); pero a diferencia de Coggins (1984:70) pienso que su
producción no estuvo disei'íada con esa exclusiva finalidad.
Contrario a lo que afirma la autora pm·a sustentar que las figuras estuvieron
siempre destinadas a anojm·se al Cenote, las versiones más sencillas de las placas sí son
representadas en escultura y pintura, además de en las placas mismas, siendo portadas
1'1 La subestructura de El Castillo es un editicio temprano en la segunda fase arquitectónica del sitio y la
superestructura corresponde a la última parte de esa misma fase. Con base en [echamientos por C 14, Cohodas ha situado ambas construcciones cuando más tarde en el Clásico Terminal (1989:229, véase también Ringle et al., 1998:191-192, Tabla !). El Templo del Chac Mool, una porción del cual fue arrasada al construir el Templo de los Guerreros (Morris et al., 1931 :70), corresponde a la siguiente fase arquitectónica, de lleno en el Clásico Tardío (Cohodas, idem). También se han obtenido fechas epigráficas y por radiocarbono, que vinculan al sitio de Uxmal con Chichén Itzá hacia el Clásico Terminal. Es interesante que en El Adoratorio al frente del Palacio del Gobernador, en Uxmal, se recuperó una de las placas (Easby,1961:72; Rands, 1965; CCM/MBE, 1990:190, fig.1 00), porque del mismo sitio proviene también una de las vasijas de tecali que se asemejan más en fmma a los vasos cilíndricos de soporte pedestal, también de tecali, hallados en Tula (Acosta, 1956-57:1 00), Sabina Grande (Carrasco el al., 2001; Carrasco en preparación) (ver pág. 38 y nota 23 de este volumen) y el Cenote Sagrado (Coggins,1984:33). La pieza de Uxmal tiene un panel grabado "en estilo maya Clásico Tardío-Tenninal (800-900 d C)" (Coggins, idem).
27
por personajes como parte de collares, pecheros o cinturones, razón por la que la
mayoría tienen perforaciones, de lo que se desprende que sí fueron posesiones y
ornamentos personales (cfr. Acosta, 1955, lám. 2; Jiménez García, 1998, figs. 22 y 59;
Mastache y Cobean, 2000, fig. 23; Me Vicker y Pallca, 2001, figs. 10, 11 y 12c) (ver
nota 36 y Figs. 7b, 7c, 8b, 1 O y 11 de este volumen). En las tienas mayas del sur se han rescatado estas piezas en contextos de
enterramiento. Por ejemplo, durante los trabajos en la Estructura A34 de El Caracol, en
Belice, Diane y Arlen Chase exploraron una tumba donde habían sido colocados los
restos de mínimo cuatro individuos y algunas ofrendas (1996:66-78). El depósito se
había realizado por lo menos en dos episodios, reutilizando el sepulcro. Esta situación
alteró parcialmente las deposiciones previas, dificultando la asociación entre los objetos
y sus propietarios, pero las piezas cerámicas denotan un lapso de aproximadamente cien
años en el que transcurrieron los eventos, dentro del Clásico Tardío.
De los cuatro individuos, sólo un adulto joven había sido desmembrado y sus
restos posiblemente arreglados en un fardo mortuorio. Los artefactos asociados con este
conjunto de huesos incluyen cuentas, orejeras y otros ornamentos de concha, navajas de
obsidiana y un pendiente de jadeíta como los que se tratan
aquí, del tipo que muestra únicamente el rostro con los
característicos ojos y boca abultados, orejeras y el remate al
centro de la frente, que en este caso es descrito como " [ ... ]
una especie de corona que ha sido asociada con las
autoridades reales mayas" (Chase y Chase, ibid.: 70-71, fig. 9)
(Fig. 9).
Fig. 9. Placa de jade proveniente de El Caracol, Belice. Tomado de Chase y Chase, 1996
Otro ejemplo es el ya citado hallazgo de César Sáenz en Palenque. En el año de
1954, cuando se realizaban trabajos de excavación y consolidación en el Templo XVIII,
cerca del pórtico y por debajo del piso de estuco se hallaron tres cistas selladas con
lajas. De éstas, la denominada Tumba No.2 contenía un entierro secundario al que se
asociaba más de un centenar de objetos de jade (cuentas, pendientes, fragmentos de un
mosaico y dos orejeras), concha (cuentas y una pieza con glifos grabados), pedernal
(pendientes), pirita (laminillas), perlas, obsidiana y cerámica (Sáenz, 1956:8-9). Entre
[os objetos resalta" [ ... ] una placa de jade que representa tm "halach uinic" en posición
sedente [ ... ]" según la descripción de Sáenz (idem ), a la que más tarde agrega: " [ ... ]
con tocado formado por un círculo con dos líneas que se cruzan en forma de X, y dos
especies de cabezas de serpientes, una a cada lado. Lleva orejeras y collar" (Sáenz,
¡bid.: 15 y lám. 20) (Fig.2). El material que acompañaba al individuo desmembrado no
pudo fechmse, pero al liberar el pórtico del templo se encontraron adheridas al muro
exterior, " [ ... ] dos lápidas con su conespondiente Serie Inicial y fecha de Cuenta
Larga [ ... ]",cuya lectura es"[ ... ] 9.12.6.5.8, 3 Lamat 6 Zac, año 678 de nuestra Era
en Ja correlación B, y en la conelación A corresponde al año 418" (ibid.:9).
Considerando a la cmrelación Goodman-Martínez-Thompson como más acertada,
Sáenz se inclina por la fecha 678 d C y en sus menciones posteriores del hallazgo se
refiere únicamente a ella.
Volviendo al trabajo sobre los objetos del Cenote Sagrado, Tatiana
Proskouriakoff concluyó que " [ ... ] la extensión geográfica total de la colección es
dificil de juzgar. Un reducido número de piezas pueden adscribirse a las tienas altas de
Guatemala y a su costa en el Pacífico" (1974:x), recordando posteriormente su
existencia en Oaxaca: "Hay un estilo oaxaqueño relacionado cercanamente, que emplea
mucho de la misma técnica [del Clásico Tmdío]. Los ojos, nariz y boca son
representados mediante simples arcos, y en los pendientes más grandes el tocado se
compone de la borla central del Clásico Tardío y bandas que algunas veces se enrollan
por encima de las orejeras" (ibid.: 14).
Las coincidencias con Oaxaca fueron tan1bién señaladas por Clemency Coggins
quien, refiriéndose a una placa de estilo Nebaj que forma pmie de la colección
recuperada en el Cenote Sagrado, opina que: "Como sea que haya viajado [desde las
regiones mayas del suroeste], eventos similm·es probablemente vinculmon al centro
oaxaqueño de Monte Albán con la región del Río Usumacinta, donde está su origen. Un
fragmento de una placa Nebaj como ésta fue incluida en una ofi·enda de Monte Albán
IIIB, con una vmiedad de jades compm·ables con aquellos encontrados en el Cenote
(Caso 1965, fig. 20)" (Coggins, 1984:70) (Figs. 10 y 11). 15
15 Llama la atención la ausencia de estas figuras en la ciudad de Teotihuacan, aunque resulta congruente con la temporalidad supuesta para su distribución. Conozco solamente el hallazgo de una de ellas a principios del siglo pasado en las cercanías del sitio, pero se ignora el contexto del que provino (Fig. 11 ). Aparentemente la pieza fue encontrada por un trabajador y pasó por varias manos hasta ser obtenida por Thomas Gann, ya en la década de los treinta (Me Vicker y Palka, 2001:183). Se trata de un personaje de rasgos mayas que porta un tocado de serpiente, plumas, y discos de jade o concha. De acuerdo con quienes la han estudiado, la placa es estilo Nebaj y fue tallada en el Clásico Tardío (Digby, 1972:30; Proskouriakoff, 1974: 14; Miller, 1986:154-155; Schele y Miller, 1986:122,130, fig.34; Me Vicker y Palka, idem). Es curioso que sea precisamente Teotihuacan quien petmitirá ahondar, en el próximo capítulo, en aspectos de su iconografía. ~
29
'·"
Fig. 11. Placa estilo "Nebaj" del Clásico Tardío, recuperada en las cercanías de Teotihuacan.
Tomado de Digby, 1972
30
Fig. 1 O. Placa procedente de Nebaj, Guatemala.
Clásico Tardío. Tomado de Coggins, 1999
Oaxaca
Alfonso Caso ya había observado el vínculo expuesto por Coggins, señalando
una aparente influencia maya en la talla de jade en Monte Albán IIIb, además de que
algunos fragmentos directamente importados desde aquella región fueron localizados
como parte de ofrendas con piezas locales (cfr. Caso, 1965a:899).
Como ya se ha mencionado, son varias las piezas que provienen de Monte Albán
y que se asignan a los periodos IIIb, IIIb-IV y IV (cfr. Caso, ibid.:906-9ll; Paddock,
1966:157-160) (Figs. 5 y 12). En la secuencia cronológica del sitio, son precisamente
esos periodos los que encien-an mayores confusiones en su delimitación temporal y
caracterización social, ya que no existen verdaderas distinciones materiales entre ellos
(cfr. Flaru1ery y Marcus, 1983:184; Paddock, 1983:187; Kowalewski, 1983:188; Scott,
1998:185 Martínez et al. 2000:2-5; para una revisión de la problemática que encieJTa la
transición IIIa-IIIb-IV en los Valles Centrales de Oaxaca véase Paddock, 1978:45-50).
Ignacio Berna! considera que culturalmente son "exactamente el mismo", pues tanto la
cerámica como la arquitectura son iguales y el único rasgo que con-esponde al último es
la destitución de Monte Albán como centro principal del Valle de Oaxaca
(Bernal,l965:802,804,806-807). Por este motivo, el mismo autor concluye que se trata
de un mismo periodo con dos subfases, no de dos periodos, y atribuye esta continuidad
a que, independientemente del abandono de su centro ceremonial, el valle permaneció
habitado (Berna!, ibid.:804). Marcus Winter expuso un análisis detallado de los
elementos que pudieran atribuirse confiablemente a cada intervalo, en Monte Albán y
otros sitios contemporáneos, corroborando que no existe sustento para diferenciar los
periodos IIIb y IV. Reconociendo que sólo es válida una designación (IIIb), y basándose
en fechas por radiocarbono y correlaciones cerámicas, propone su inicio cuanto más
temprano en el año 500 d e y su culminación alrededor de 800 d e (los [echamientos
oscilan específicamente entre 640 y 755 d C cli. también Martínez et al., 2000:2-5); en
este lapso la antigua ciudad zapoteca de Monte Albán experimentó su apogeo. Winter
agrega que tampoco existen bases para extender su ocupación hasta el año 1000 d C,
como comúmnente se ha hecho (1989:127). 16
16 La siguiente fase sobre la que se tienen algunas certezas en los Valles Centrales de Oaxaca es Monte Albán V (1250-1521 d C), quedando un espacio de aproximadamente quinientos años de los que se sabe muy poco (Winter, 1989:1 27-129). Considerando el abandono de Monte Albán anterior al año 1000 d C, secuencialmente correspondería a un Periodo IV una duración aproximada de 200 años, por lo menos en aquella ciudad. Para evitar el problema que conlleva la designación numérica de fases, quienes actualmente trabajan en Oaxaca han propuesto una nueva terminología donde se denomina a la época de apogeo de Monte Albán como 'fase Xoo' (cfr. Winter, 1998:158, 170-176, Fig.l; Martínez el al. 2000).
31
1
,)
Es significativo que en los Valles Centrales de Oaxaca las figmas de piedra
verde que se analizan aquí sustituyeron a las de marcado estilo teotihuacano, que fueron
comw1es durante el Periodo IIIa (Caso, 1965a:903). Alfonso Caso se refiere a este
cambio como un renacimiento o reanimación de la talla del jade en Monte Albán,
contemporáneo o ligeramente posterior al renacimiento del estilo maya en el Clásico
Tardío. A decir del trabajo de Caso, lotes de jades figurativos fueron localizados en la
Ofi·enda 3 del Templo del Jaguar y en la primera y tercera ofrendas del Montículo B.
Con excepción de una pieza, no se hace referencia a su asociación con entienos
humanos ni se profundiza en las características contextuales, resultando además
asombrosa su aparente ausencia al interior de las famosas tumbas zapotecas. Es una
Fig. 12. Placa de jade procedente de Oaxaca. Museo de Volkerkunde, Viena. Tomado de Winter, 1994
lástima que de los ejemplares más elaborados
que conozco y que se sabe provienen de
Oaxaca, Caso sólo ilustra dos: tmo de Guiengola
cuya procedencia exacta se desconoce, y otro
rescatado en el Montículo B de Monte Albán, de
temporalidad dudosa (Caso, ibid.:908, 910, figs.
26 y 27). Sobre esta última pieza, que muestra a
Wl individuo con vistoso tocado, dice Caso:
" [ ... ] tal vez representando a un hombre con
atributos de una serpiente emplumada (p.e.
Quetzalcóatl) [ ... ]" (ibid.:908).
Los tocados con atributos de serpiente son comunes entre las placas más
complejas, como aquella que se encuentra en el Museo de Volkerkunde, en Viena (Fig.
12), 17 ilustrada por Marcus Winter, quien a propósito dice: "Estos adomos son portátiles
17 Un jade figurativo, muy similar a los de manufactura zapoteca, fue encontrado en San Jerónin:o de Juárez, Guerrero (Van Winning y Stendahl, 1972, fig. 338; Hirth, 2000:203). En el tocado del personaje se muestra una serpiente de perfil de cuyas fauces emerge el rostro, también en perfil, de otro pers_onaJ~· Desconozco ~u procedencia exacta, y sobre su asociación contextual sólo sé que se enco~traba al mtenor de una v~~lJ.a trípode de tecali, con dos conchas (Van Winning y Stendahl,ibid., fig. 3J7). Con estos. datos es d¡f¡cil proponer una temporalidad, ya que en este sector de la costa guer~erense hubo una ocupacm~ aparentemen~e continua desde el Formativo y hasta el Postclásico Temprano (We1tlaner, 1948:80-81). Especil'icamente hacm el Clásico se habla de objetos 'teotihuacanoides' y 'mayoides', y más tarde de elementos de la 'cultura
Mazapa' y cerámicap/umbate (ibid.:83).
y probablemente fueron intercambiados entre grupos de distintas regiones, por lo cual
han sido encontrados tan1bién en Xochicalco y Chichén Itzá. Su lugar de manufactura
no se ha determinado" (1994:165).
Xochicalco
Se mencionó al principio de este capítulo que las ofrendas rescatadas, tanto en la
Pirámide de las Serpientes Emplumadas como en la Estructura C, comparten muchos
elementos. César Sáenz subraya: "En las dos exploraciones obtuvimos ofrendas,
entierros y datos [ cerán1ica] que relacionan ambos monumentos por la similitud de los
objetos encontrados, algunos de los cuales aparecían por primera vez en esta zona,
existiendo por lo tanto una contemporaneidad entre ellos" (1964a:9); y más tarde: "Uno
de los aspectos en que más se asemejan las ofrendas de uno y otro monumento es en las
placas o pendientes de jade con representaciones de personajes con tocado en fmma de
fauces de serpiente [ ... ]" (ibid.:13) (Figs. 1 y 4).
A estas coincidencias añade los rasgos arquitectónicos, que también aparecen
semejantes (ibid.:10). A pesar de esta sincronía, la Pirámide de las Serpientes
Emplumadas fue sujeta por lo menos a una renovación arquitectónica más, habiendo
quedado la Estructura C abandonada, o simplemente sobreviviendo con el mismo
aspecto hasta el abandono de ambos monumentos.
Ya se ha hecho alusión a las figuras de jade que rescató Sáenz en la Pirámide de
las Serpientes Emplumadas, además de los materiales asociados, por lo que no enlistaré
nuevamente el contenido de esas ofrendas. De cualquier modo, vale la pena recordar
que se asociaban a la construcción de la segunda etapa arquitectónica del monumento,
la cual puede situarse por con-elación cerámica en la fase III de Xochicalco (ca. siglo
VII a X de nuestra era) (Sáenz, 1963b:7).
Los hallazgos en la Estructura C se realizaron al practicar una cala a todo lo
ancho y en el centro del edificio, sobre la plataforma superior. Al romper el piso de
estuco, al interior de un cajón revestido de piedra, se recuperaron:
" [ ... ] dos placas de piedra superpuestas, conteniendo cada una de ellas en la superficie Wla capa de óxido de fien·o (limonita). Las placas son de fmma rectangular y servían de base a 4 caracoles, 1 concha, 9 valvas de molusco, un caracol (trompeta) fi·agmentado, y cuentas de concha [ ... ] ; una placa o pendiente de jade que representa a un personaje con tocado en fmma de fauces de serpiente y con las manos sobre el pecho en actitud ritual (Lám. VII, A); otra placa o pendiente de jade con una representación antropomorfa
33
li ¡
·' j
y tocado también en forma de fauces de serpiente (Lám. VII, B); un disco de jade con una perforación grande en el centro y otras dos pequeñas perforaciones cerca del borde (Lám. VII, C), y una orejera de jade (Lám. VII, D)" (Sáenz, 1964a: 12).
A la entrada del edificio, entre los dos pilares que daban acceso al vestíbulo, se
localizó un entierro para cuyo depósito se había alterado el piso estucado, acompañado
de una ofrenda que Sáenz considera pudo ser extraída de una caja similar y cercana a la
del hallazgo anterior, que se había encontrado vacía:
"Se trata de un entierro secundario cuyos restos estaban muy fragmentados y parecen haber pertenecido a un adolescente. Se encontró acompañado de las siguientes ofrendas: un disco grande, de piedra, con una capa de óxido de fierro (limonita) [ ... ] , un caracol (trompeta) con restos de pintura roja (cinabrio); trece caracoles perforados del tipo "olivina"; cuentas de concha que forman un collar; una placa o pendiente de jade grande cuyo bajo relieve representa a un personaje con los brazos sobre el pecho, tocado en forma de fauces de serpiente y dos caras de perfil en la parte superior a uno y otro lado del tocado (Lám. VIII, A); un pendiente antropomorfo de jade con tocado estilizado figurando fauces de un ofidio (Lám. VIII, B); otro pendiente, cabecita anh·opomorfa de jade, con tocado muy estilizado imitando fauces de serpiente (Lám. VIII, C); y dos pequeños discos de jade con w1a perforación en el centro y dos en los extremos (Lám. VIII, D)" (1964a:12-13).
La inhllsión del entie1ro secundario es considerada por Sáenz como un evento
tardío. Es cierto que su disposición fue posterior a la constmcción del edificio, pero eso
no significa necesariamente que fuera posterior a su ocupación, en particular, ni al uso
del centro ceremonial, en general. Es viable su idea sobre la remoción de los objetos
para su integración en un contexto de enterramiento, pero ambos eventos pudieron
ocwrir en el ámbito de significación original del monumento.
En este infmme nuevamente menciona Sáenz la similitud que guardan las placas
de piedra verde con el pendiente hallado por él en Palenque, y concluye: "Todo lo
anterior nos demuestra la contemporaneidad entre las constmcciones de la Pirámide de
las Serpientes Emplumadas y la Estructura "C", que podemos considerar dentro del
Período Clásico Tardío. Nos hace creer además en una fi.Ierte influencia u ocupación de
pueblos procedentes del sur de México, principalmente de la región maya" (ibid.:l4).
J .. ¡
Cen-o de las Mesas Durante 1941 los arqueólogos Matthew Stirling y Philip Drucker, patrocinados
por el Smithsonian Institute y la National Geographic Society, llevaron a cabo
exploraciones en el sitio veracruzano de Cerro de las Mesas. Al excavar la Trinchera 34
se encontraron congregadas 800 piezas de jade al pie de un montículo en el Grupo
Central (Drucker, 1943:11, 13-14). La ofrenda conjW1taba figuras de diversas
proporciones y atributos, como placas grabadas, discos, perforadores, cuentas, orejeras,
y algunos ejemplares como los multicitados aquí (cfr. ibid, figs. 31 b, e y 34a).
La cerámica del montículo delante del cual se rescató la ofi·enda (tiestos
procedentes del relleno y piezas completas en contextos mortuorios localizadas en el
edificio) fue estudiada por Drucker y asignada al Horizonte Inferior II (aprox. 750-1000
d C). Al publicar sus resultados el autor propuso que, dada su relación con el edificio, la
ofrenda misma podría datar de esa época (1943:79-80; 1955:29), pues no hubo
posibilidad de fecharla directamente. Sin embargo, a decir por el dibujo de la planta y
perfil arquitectónicos (cfi·. Drucker, ibid.:12, fig.5), los jades fueron dispuestos
inmediatan1ente al fi·ente de la escalinata de la estmctura pero no en su interior (es
decir, no necesarian1ente antecediendo la constmcción), pudiendo no ser eventos
sincrónicos. En 1952 el mismo Dmcker inició el estudio de los jades, que publicó el
Smithsonian tres años más tarde, y en él comenta:
" [ ... ]se ha probado que el jade es un material cuyo estudio es dificil. No sólo fueron los objetos de jade amplian1ente comerciados en Mesoamérica, sino que, como se ha mostrado repetidamente, algunas piezas se preservaban por largo tiempo -como reliquias tal vez, o tesoros, o posiblemente hasta como objetos d'art [sic]-. Situar temporalmente una pieza de jade no es como posicionar un tipo cerámico o categorizar un rasgo distintivo; lo único que esto nos proporciona es una posible fecha límite. Las figurillas de jade olmecas proveen el más claro de los ejemplos que uno pudiera encontrar. Los objetos son, por supuesto, fácilmente reconocibles desde el punto de vista estilístico. Esta evidencia sugiere que el periodo, o al menos el principal periodo, de su manufactura fue el Preclásico-Medio en el horizonte Tres Zapotes-La Venta [ ... ] . Sin embargo algunos objetos de este tipo existen en la ofi·enda de Cerro de las Mesas, presumiblemente traídos desde la región ol!neca vecina, durante un periodo considerado con otras bases como contemporáneo a Tres Zapotes Superior [ca. 750-1000 d C]. En consecuencia, si estas varias suposiciones son correctas, los objetos habían sido fabricados bastante tiempo antes de que fueran enterrados bajo los escalones al frente del montículo [ ... ] . Los datos de Cerro de las Mesas por sí solos podrían desviarnos completamente" (Drucker, 1955:30).
35
'1 1
1
li
Transcribo esta extensa cita por la claridad con la que el auton .. expone el
problema de asignación cronológica, con el que también se toparon, por ejemplo,
quienes estudiaron las piezas del Cenote Sagrado.
Como ya se dijo, la construcción y el depósito no fueron necesariamente
fenómenos relacionados. Se tiene entonces coino límite temprano para la ofi·enda la
fecha de construcción de la escalinata, conespondiente al Horizonte Inferior II (ca. 750-
l 000 d C)" En el otro extremo, y puesto que las piezas pudieron ser ofrendadas al
montículo durante los últimos años de su ocupación o incluso estando abandonado, se
tiene como fecha límite más tardía aproximadan1ente 1400/1450 d C, después de la cual
no ha sido detectada actividad en el sitio (cfr. Drucker, 1943:81-87). Este rango genera
más dilemas de los que resuelve, en torno al origen y significado de la ofrenda.
A decir por el an1plio análisis de Drucker (cfr. 1943:13-14; 1955:29-67), se
integraron ejemplares de contrastable funcionalidad, temporalidad y procedencia, sin
.. orden aparente y sin asociación a restos humanos o de ningún otro tipo. No se destaca
alguna pieza sobre las otras, y tampoco se observa un patrón en su estado (existen
artefactos nuevos y desgastados por el uso, completos y fi·agmentados, tanto joyeles o
alhajas como objetos mayores ... ). Pienso que podría tratarse de un depósito donde se
conjtmtaron elementos despojados de otros contextos y donde las piezas perdieron su
significado original para asumir otro, cuyo sentido se me escapa por completo.
Me inclino por una fecha tardía para la disposición de estos materiales en Ceno
de las Mesas. Tratándose por ejemplo de los jades figurativos, durante el Horizonte
Inferior II de Drucker las piezas estaban siendo dispuestas en contextos que cuentan con
más elementos para considerarse primarios. 1'
18 Jiménez Moreno considera que el Horizonte Inferior Il de Cerro de las Mesas en realidad inicia hacia 300 d C y culmina hacia 800 de (1959: 1027-1 028).
19 Es posible que en el sitio mismo existan las placas de jade en contexto original. En el análisis cerámico de Drucker se mencionan varios entierros con objetos de jade, pero no son descritos detalladamente (quizás lo haga Stirling en su infon11e general de la temporada, que no tuve oportunidad de consultar). Habría que ahondar más en ello, pues algunos de los componentes de la ofi·enda pudieron haberse retirado de depósitos locales.
36
Hidalgo y Que1·étaro
En el invierno de 1998, el Proyecto Valle del Mezquital realizó excavactones
miniextensivas en el sitio Sabina Grande, municipio de Huichapan, Hidalgo (Carrasco
el al., 2001).10 En este lugar aparecen representados en superficie los complejos Con·al,
Corral Terminal y Tollan como fueron designados por Robert Cobean (1990) para TuJa
(cfr. López AguiJar y Fournier, 1992:16-42; Foumier, 1995), pero durante los trabajos
de excavación se detectó una secuencia estratigráfica que puede situarse dentro de los
límites del complejo Corral Terminal (ca. 900-950 d C).
Siguiendo a Cobean, el Complejo Cona! Tetminal es transitivo entre las fases
relativas a Coyotlatelco y la ocupación principal de TuJa Grande. En él se traslapan
materiales de ambos complejos, Cona! (ca. 800-900 d C) y Tollan (ca. 950-1150/1200
d C): " [ ... ] la principal continuidad cerámica entre las ocupaciones de las esferas
Coyotlatelco y Tollan en TuJa, es el 'traslape' temporal de algunos tipos bien definidos
de ambas esferas, en lugar de la existencia de tipos de transición" (Cobean, ibid.:502,
véase también Cobean y Mastache, 1989, Tabla 5.2; Healan et al., 1989:243-244). El
autor considera que en este momento aparece como diagnóstica la cerámica Mazapa de
Líneas Rojas Ondulantes (Cobean, 1990:267-280, véase también Healan et al.,
1989:243).21
Congruente con lo anterior, en la descripción estratigráfica de Sabina Grande
(cfr. Carrasco et al., ibid.:59-67) dentro de un mismo estrato se reportan tipos que de
acuerdo con la clasificación de Cobean inician en Corral (p.e. Pastura, La Luz, Rito),
otros diagnósticos de Corral Terminal (p.e. Mazapa Líneas Ondulantes) y algunos
extensivos a Tollan pero que hacen su aparición desde Corral Terminal (p.e. Macana,
20 Sobre estas excavaciones preparan su tesis de licenciatura las siguientes personas: Juan Carlos Olivares Orozco, Alejandra Chacón Treja, Mónica Jiménez Ramírez y Mario Carrasco T~ja.
21 En un trabajo reciente, Osvaldo Sterpone (en prensa) cuestiona la validez de la secuencia propuesta por Cobean. Como resultado de sus propias excavaciones en TuJa, el autor observa que la asignación temporal de ciertos tipos cerámicos y su agrupación en complejos consecutivos carece de sustento, y que a la fecha la cronología asignada a Tula conserva un carácter tentativo. A decir por el reporte de Sterpone sobre las exploraciones en la Plazoleta Norte, en una misma Unidad Estratigráfica conviven materiales Coyotlatelco, Macana, Mazapa y Blanco Levantado, los cuales fueron originalmente integrados por Cobean en complejos distintos. Esta convivencia se repite en Sabina Grande, como se especifica aquí, y en Teotihuacan aparecieron piezas Macana y Mazapa en el mismo contexto (cfr. Manzanilla et al., 1996; Manzanilla, com. pers. 2002). Sterpone argumenta que Mazapa no debe considerarse marcador de una sola fase, puesto que aparece en varios de los depósitos estratigráficos registrados por él, además de encontrarse en contextos que han sido fechados por Carbono 14 principalmente entre los años 700 y 1 000 d C, en la propia Tul a, en Teotihuacan y en Tlalpizahuac (Sterpone, idem). Aunque este rango cronológico es amplio, con él coincide ·mi propuesta sobre una temporalidad epiclásica del contexto de Sabina Grande. Por otro lado, las investigaciones de Sterpone parecen apoyar la asignación tardía de Naranja a Brochazos (o Jara Anaranjado Pulido) propuesta originalmente por Acosta (1956-57) y sostenida por Cobean (1978; 1990).
37
T 1
Manuelito, Proa) (cfr. Cobean et al., 1981:195; Cobean, 1990:301-303, 327, 333, 362,
364, 502). Independientemente de esta convivencia, un indicador más de que la
secuencia en general puede circunscribirse al Epiclásico es la notoria ausencia de los
tipos más tardíos."
Una cerámica que se considera diagnÓstica de fase Tallan es .Tara Anaranjado
Pulido, cuya presencia en fases anteriores es insignificante en relación con su
abundancia hacia la parte final de Tallan (Cobean, 1990: 345). En contraste, Cobean
menciona que Blanco Levantado, que inicia en Corral Terminal y se extiende hacia
Tallan, disminuye a medida que aumenta Jara, considerándolos incluso "excluyentes"
(ibid.:455). En la excavación de Sabina se recolectaron cantidades importantes de
Blanco Levantado, mientras que en el análisis cerámico preliminar se reportan
únicamente dos tiestos de Jara ( cli". Can-asco et al., id e m). Adicionalmente, no existen
ejemplares de Sillón Inciso o Plwnbate, tipos considerados más tardíos en la secuencia
de Tul a y que se han localizado en la región a nivel de superficie, por lo que se sabe que
sus habitantes tenían acceso a ellos.
Además de piezas cerán1icas, en el contexto ofrendaría principal de la
excavación en Sabina se registró un entieno secundario, acompañado por una vasija de
tecali, 23 dos orejeras y diversos objetos labrados en piedra verde, una navaja y un
11 Otro referente cronolóaico es un malacate con decoración moldeada al que se aplicó un baño de chapopote. Estas piezas parecen p;ovenir de la región Huasteca y sur de Veracruz, donde aparecen desde el Clásico Medio hasta los primeros años del Postclásico (cfr. Drucker, 1943:66,76; Ekholm, 1944:459; Thompson, 1953:453; Hall, 1997:129-130).
23 En Tula Acosta considera a las piezas de tecali "objetos en boga durante la ocupación tolteca" pero reconoce que "P~r desgracia, los pocos fragmentos hallados hasta ahora carecen de valor cronológico" (1956-57:100). AJo-unos ejemplares recuperados durante la construcción de la carretera Actopan-Tula, que contentan restos !m~ anos calcinados, tienen igual fonna que la pieza procedente de Sabina: " [ ... ] un vaso cilíndrico sencillo y con soporte circular, hecha en alabastro color blanco-amarillento no muy bien pulido [ ... ]" (idem). Del Cenote Sagrado, Coggins (1984:33) ilustra una vasija con la misma forma, y en este sentido la iguala con otra hallada en Uxmal, atribuible al Clásico Tardío-Terminal (800-900 d C) (idem) (ver nota 10 de este volumen). Entre las sociedades prehispánicas el tecali debió considerarse un objeto de lujo, a decir por su escasez, franilidad y dificultad para trabajarse. Ignoro si además el propio material tuviese un significado metafórico, cm~o ocurre con el jade. Sobre su origen, Coggins nos dice: "El Tecali es una piedra calcita de las montañas de Puebla y Norte de Oaxaca" (1984:54; véase también Diehl y Stroh, 1978:74) y Acosta: "Posiblemente provienen de la región de Veracruz, que fue uno de los centros principales de producci~n .de objetos~~ este material" (1956-57:101; véase también Diehl y Stroh, idem). Se han reportado yaem11entos tambwn en Chiapas (Diehl y Stroh, idem). Vasijas de tecali se han encontrado en lugares mu~ distantes como Culiac~n, Sinaloa (Kelly, 1941:200), la Sierra Gorda de Querétaro (Museo Regwnal de Queretaro), Tula (Acosta, 19}6-57:100-101· Castillo, 1970 apud Diehl y Stroh, 1978:74-75, fig. 1, Diehl, 1983:101 y Paredes, 1990:188), Monte Albán, Chichén ltzá, Uxmal (Coggins, 1984:33,54) y Tikal (Sáenz, !963a:21). Algunas vasijas con pintura al fresco aparecieron en lugares como Xochicalco (Sáenz, 1963a: 13, 21, lám_. 111) y nuevamente en el Cenote, donde la pieza es comparada con algunas provenientes de Oaxaca (Coggms, 1984:54). En Monte Albán hay evidencia de trabajo en Tecali desde la É.poca 1, y en la Mixteca Alta durante el Clásico (Marcus Winter, com. pers., 2002).
38
cuchillo de obsidiana, varias puntas de sílex, cuentas y placas de concha tallada, un aro
extraído de la superficie de un bivalvo, espirales labrados sobre caracoles y escasos
componentes de un mosaico presumiblemente de turquesa. Se cuenta también con un pendiente de piedra verde con un rostro tallado, del
estilo que aquí se trata (Fig. 13) ( cfi·. Carrasco et al.,
2001:61, 68-70, 72-73).
La presencia de este objeto en la región podría
interpretarse como anómala y su obtención como
producto de un intercambio poco común a larga
distancia, si no fuera por el resto de los objetos que lo
acompaüan y el contexto tan similar hallado unos afias
antes en el sur de Querétaro. 2'1
Fig. 13. Pendiente recuperado en Sabina Grande. Cortesía Proyecto Valle del Mezquital
Como parte de una labor de rescate en Barrio de la Cruz, San Juan del Río, Ana
Mada Crespo Y Juan Carlos Saint Charles exploraron una serie de entierros y ofrendas ( 1991 ). Acerca del EntieJTo 3 dicen:
"Se trata del enteiTamiento directo de un individuo adulto acompaüado de tres osamentas infantiles, dos de ellas completas aunque mutiladas, y un cráneo. [ ... ] Al frente del cráneo adulto se encuentran los tres cráneos infantiles alineados norte sur con la parte frontal al oriente. Diversos huesos largos, infantiles, parecen estar delimitando los restos del personaje central. Son acompañados por el esqueleto de un mamífero decapitado, posiblemente un perro [ ... ] . Bajo el cráneo del individuo adulto, se localizó una cuenta tubular (1.5 cm) de piedra verde -jadeíta- y un fi·agmento de navaja prismática de obsidiana; alrededor del mismo cráneo se encontraron cerca de 300 pequeñas cuentas de concha y piedra verde, las cuales eran parte de un collar que remataba con una placa tan1bién de piedra verde. Esta placa, de 5 cm, tiene en tma de las caras un personaje figurado de frente, en bajorrelieve, al estilo mixteca" (Crespo y Saint Charles, 1996:130, fig. 10, véase también Saint Charles, 1991a:7-8, 11; Crespo y Saint Charles, 1991)
'·' En comunicación personal (2001), Raúl García Chávez me describió un hallazgo similar excavado por él en las cercamas ~.e Teca_m~c, Estado de Mex1co. Se trata de un entierro con una placa de jade de este estilo, conchas Y vasuas ceram1cas. Al observar los materiales cerámicos de Sabina Grande, Raúl García identificó los mismos ttpos. ~
39
A esta descripción agregan más tarde: "La placa de piedra verde, originaria del
sur de Mesoamérica, tiene un significado mortuorio y sin duda se trataba de un objeto
de valor en esta sociedad" (Crespo y Saint Charles, 1996:139) (Fig. 14). Por su parte, al
referirse al mismo hallazgo en un trabajo post~rior, Saint Charles proporciona una
descripción detallada de las vasijas cerámicas y se refiere a la placa de jade con el
personaje en bajonelieve "identificada como zapoteca" (Saint-Charles, 1998:340-341).
Fig. 14. Placa de jade recuperada en San Juan del Río, Qro. Tomado de Crespo y Saint Charles, 1996
El contexto fue hallado al excavar una trinchera
en tma de las plazas ubicadas al oeste del Ceno de la
Cruz, cuya construcción fue fechada con base en
muestras de C\4 entre los años 650 y 750 d C (Saint
Charles, idem). Desafortunadamente el Entieno o ;)
aparenta ser un evento intrusivo, por lo que su
temporalidad es dudosa, pudiendo ser ligera o
considerablemente posterior a esas fechas. Pienso que no
dista mucho de ellas, pues contenía vasijas que en otros
contextos en el mismo sitio (p.e. UEG) aparecen asociadas a piezas que en su mayoría
" [ ... ] guardan gran similitud con cerámicas del Epiclásico [ ... ] " tanto del Centro de
México como del Bajío (Crespo y Saint Charles, 1996:137).
Adicionalmente, en el Entieno 3 se recuperó una pieza del tipo denominado
"Rojo Inciso Postcocción Xajay" o Xajay Rojo Esgrafiado, cuya situación cronológica
es controversia! desde que fue identificado en superficie por Enrique Nalda (1975:95-
98); sin embargo, aunque esta cerámica haya tenido una vasta extensión temporal, al
menos en un lapso se corresponde con tipos cerámicos ubicados en otras regiones
dentro del Epiclásico. Por ejemplo, en el informe de una excavación extensiva en El
Zethé, Hidalgo, se reporta la correspondencia de tiestos Xajay con Cai'íones Rojo/Café
(Morett el al., 1994:93), este último perteneciente a la Esfera Coyotlate!co en el área de
TuJa, principalmente dentro de la fase Cona! (ca. 800-900 d C) (cfr. Cobean, 1990:238-
244).15 Durante la misma exploración se localizó una cista que contenía varios entierros
15 Al excavar un drenaje en el Barrio de la Cruz un grupo de trabajadores localizó una rica ofrenda, entregándola posteriormente al INAH. Las vasijas fueron estudiadas por Juan Carlos Saint Charles, quien las interpreta como resultado de dos eventos distintos. El autor también considera a los ejemplares Xajay Rojo Esgrafiado y Cañones Rojo/Bayo como parte del mismo evento (1998:341 ).
y vasijas, entre ellas un ejemplar completo de Xajay Rojo Esgrafiado. El contexto se
asociaba a la construcción de una plataforma que fue fechada por Carbono 14 entre los
años 777 Y 997 d C (cfr. Morett el al., ibid.:93,115). Tiestos de este tipo también se
recuperaron en la excavación de Sabina Grande (cfr. Carrasco et al., 2001 :59-67; más
datos para la asignación temporal del Xajay Rojo Esgrafiado se exponen en el cuarto
capítulo de esta tesis).
Mientras aquella placa recuperada en Sabina Grande reproduce únicamente el
rostro del personaje, la procedente de Barrio de la Cruz sí aparece completa, con las
manos al pecho. Ambas carecen del tocado con atributos de ofidio pero en el caso de
Sabina, como parte de la misma ofrenda, fue recuperada una serie de conchas labradas
que integraron un sartal (cfr. Can·asco et al., 2001:72) y que creo que nuevamente
retratan al personaje en cuestión, pero esta vez con perfiles de serpiente a los lados (Fig.
15).
Fig. 15. Sartal de concha recuperado en Sabina Grande. Cortesía Proyecto Valle del Mezquital
A pesar de su cercanía y su contemporaneidad (cuando menos parcial), los sitios
de Sabina Grande y Barrio de la Cruz pueden considerarse como pertenecientes a
sistemas sociales distintos. El patrón de asentamiento y arquitectura difieren
notablemente, y hasta ahora se considera lo mismo de la mayor parte de su vajilla (es
importante sei'íalar que aunque pocos, sí comparten tipos cerámicos. Esto se detallará en
el cuarto capítulo). Así, la coincidencia en la calidad y cualidad de los objetos que
componen las ofrendas de ambos, los insinúa partícipes de un mismo 'bagaje'
ideológico que en principio no parece equivaler a un contacto ordinario.
En su informe sobre el hallazgo de la figura queretana, Crespo y Saint Charles
mencionan que Aveleyra reporta placas de serpentina con motivos semejantes en
41
111
entierros de Apatzingán, Michoacan," y agregan: "La representación del personaje es
parecida a la que se observa en una placa procedente de Tula, Hidalgo, como parte de
las ofrendas dentro de recipientes de piedra en los altares de las salas ceremoniales
exploradas por Acosta" (Crespo y Saint Charles, 1991:s/p).
Tu la
Entre la séptima y décima temporadas de trabajo arqueológico en TuJa, Hidalgo,
bajo la dirección de Jorge Acosta, las exploraciones se centraron en las Salas 1 y 2 del
Edificio 3 ó Palacio Quemado. Ambas salas tuvieron banquetas que cmTían a lo lm·go
de los muros interiores, en la Sala 2 cubierta con hermosos relieves que representan una
procesión. Adosados a las banquetas en mnbos cumtos se encontraron altares, dos de
ellos conteniendo las ofrendas que interesan aquí (Acosta 1954:95-106, 112-114;
1955:146-154, 167-168; 1956-57:100). En el Altar Sur de la primera sala se recuperó:
" [ ... ] una importantísima ofrenda que se encontraba a 25 cm. de profundidad y que consiste en un recipiente cilíndrico con tapa, hecho en piedra caliza y pintado de rojo. En su interior se encontró una placa de jade y 18 cuentas de concha (láms. 45 y 46). La placa que todavía conserva bastante pintura roja, tiene perforaciones para ser usada como pendiente (lám. 4 7). Es de color verde oscuro y en ella se talló magistralmente, una figura humana que ocupa toda la superficie de una de sus caras. [ ... ] El personaje está visto de frente y de pie, con la mano izquierda sobre el pecho, lleva orejeras circulm·es y como tocado, un gran penacho que le cae a ambos lados" (Acosta, 1954:104) (Fig. 16a).
Acerca del altm· en el que se encontrmon estos objetos, Acosta señala que se trata
de una superposición, pues está construido sobre el piso general de la sala y a pm·tir de
la banqueta circundante (ibid.: 1 06). Esta situación es la misma del Altm· Este en la Sala
2, donde:
"Los autores se refieren al catálogo de adquisiciones del Museo Nacional que compendió Aveleyra en 1964. Entre los materiales de Occidente se muestra un collar de "cuentas de caracol marino con plaquitas de serpentina intercaladas'' que lleva como ornamento central una placa con la figura de un personaje, efectivamente del estilo que se trata aquí. A decir por su introducción a esta sección, Aveleyra considera que el collar es tarasco, pero no proporciona absolutamente ningún dato sobre su contextualización o temporalidad particular, o sobre quién realizó el hallazgo y cuándo. Es posible que la pieza fuese producto de saqueo, como ocurre con una buena parte de los objetos que fueron adquiridos (comprados) por el Museo para acrecentar su acervo a principios de la década de los sesenta (Jiménez Betts, com. pers. 2001). La ocupación en Apatzingán inicia cuando menos a la par con Teotihuacan 111 (Kelly, 1948:67-70), por lo que la temporalidad de la placa de jade de este lugar no necesariamente es tardía. Existe otro ejemplar que se presume proviene de Michoacán (actualmente en el Museo de Brooklyn), pero nuevamente fue producto de saqueo y no se sabe nada sobre él (Me Vicker y Palka, 2001:184-185, notas 9 y 1 0).
27
" [ ... ] ~ ~os ?.20 cm. de profundidad, se halló un recipiente de piedra de forn:a cilmdnca y ,con tapa, tan1bién pintado de rojo. [ ... ] al levantar la tapa se VIO que contema ~a he~mosa placa de jade, dos conchas y 16 pequeñas cuentas de es:e matenal (lan1. 27). La placa fue usada seguramente como pector~l, en VIsta ~e que tiene dos perforaciones laterales. Sobre w1a de sus caras tiene ~sculpida una bella figura humana vista de fi·ente (lám. 28). Los cabellos est~ sujetos sobre la frente con un adorno circular y caen a los lados. con nzos. Llev~. dos m:ejeras circulmes y sobre el pecho pende un co~lar d~ cuentas esfencas. Tiene las manos sobre el tórax, agmTando un objeto circular que ha apmecido sobre otra escultura en Tula [ ... ] " (Acosta 1955:152-153) (Fig. 16b). '
@] llil
Fig. 16. Placas de jade halladas en el Edificio 3 de TuJa, Hgo. Altar Sur, Sala 1 (a). Altar Este, Sala2 (b) Tomado de Acosta, 1956-57
En el mismo trabaio el autor presei1ta una l.;'ni·na · o = compm·atJva donde están presentes la figurilla apenas descrita, la escultura tolteca con la que encl!entra similitud
la placa hallada por Sáenz en Palenque y tres ejemplos de piezas provenientes de Mont~ Albán (Fig.l7); se podrían incluir una placa que se exhibe en el Museo Nacional como
procedente de GueiTero, que reúne los mismos rasgos, y otra más que fue recuperada en CeiTo de la Estrella (cfr. Pérez, 2002:94). 27
Ed~ardo Noguera describe una escultura del Museo Nacional, proveniente de Xochicalco que muestra ~I!mhtud con el monolito tolteca: " [ ... ] un personaje de pie que sostiene entre las manos un dis~o perforado,
m_ em~.argo, en esta ocasión "~a ~abeza aparece dentro de las fauces de una serpiente y ostenta rand~s ?reJe;as , como ocmTe en las Imagenes de las placas de jade. Noguera conclu e· "Esta deidaJ s ¡ Identificado como Chalchiuhtlícue" (1960:61). Karl Taube (?OOOb·318 fig 10 ? 7 )yl.
1 e la
e¡· · T d' d - · ' · ·- e I ustra otra escu tura del as1co ar JO, proce ente de Puebla, nuevamente con tocado de serpiente y sosteniendo un objeto similar.~
"'3
1
p
28
Los brazos están levantados en la posición que frecuentemente se observa en
otras figuras, a la altura del pecho y con las palmas de las manos enfi·entadas, tal vez
representando la misma actitud, pero en esta ocasión sostienen entre las manos un
objeto cuyo significado o funcionalidad se desconoce."
Fig. 17. Placa de jade (a) y escultura (b) procedentes de Tul a; placas de jade procedentes de Monte Albán (c-e) y Palenque (1). Tomado de Acosta, 1955
Tengo conocimiento de tres placas más del mismo estilo provenientes de TuJa
dos de ellas de jade Y la tercera de concha. La primera se exhibe actualmente en la Sal~ Tolteca del Museo Nacional, donde no se refiere su procedencia exacta ni
Sobre el eleme.n~o circular A costa dice: " [ ... J ha sido identificado provisionalmente como un es e· 0
m á ico de los que utthzaban los sacerdotes para sus adivinanzas" (1055·167) E 1 · s 1 p' g ·' Quemado se 1 d · · · · n a mtsma a a 2 del PalaciO Cerro lan recupera o va:ws espejos de pirita (dr. Mastache y Cobean, 2000:121) y en la Ofrenda 2 de
de la Estrella se encontro uno asocmdo a tres jades figurativos (Pérez 7007·93) 1( 1 ·r b do ficr ·11 d ·1 · , - -· · ar au e muestra B s . Ioun as. e estt ~ teotthuacano que fueron recuperadas por joseph Ball como parte de una ofrenda en ( 1 ~c;n.' tambten sostemendo un objeto circular entre sus manos, que Taube también identifica como un ·
2.179-180, fi?.l 0). En otro trabajo, el mismo autor comenta que éste fue un tema escu~spejo relativamente comun en Mesoamérica durante el Clásico Tardío (Taube ?OOOb·' 17) El d. onco 1 · · 1 1 , - .J • pen tente que porta
e( f.eiMsonVaJ.e en a P aca de concha que se tratará a continuación, también ha sido interpretado como un · c,l. e tcker y Palka, 200 1: 182). espejo
contextualización. La segunda fue recuperada durante las exploraciones en la Localidad
El Canal por parte del Proyecto Missouri (cfi·. Diehl, 1983, fig. 51), pero además de su
imagen y procedencia general no conozco mayor infmmación. Por último, algunos
autores ilustran o hacen referencia a un fragmento de concha grabado en estilo maya del
Clásico Tardío, hallado por Desiré Charnay en Tula a finales del siglo XIX, que
actualmente se encuentra en el Museo de Historia Natural de Chicago (cfr. Easby,
1961:72, Thompson, 1973 :217; Schele y Miller,
1986:78, 89, fig. 5; Paredes, 1990:13-14; Me Vicker y
Pallca, 2001) (Fig. 18). Se pensó durante mucho tiempo
que se trataba de concha de abulón, cuyo ongen se
restringe al norte del océano Pacífico y Golfo de
California (cfr. Schele y Miller, ídem); sin embargo, en
Lm estudio reciente se ha propuesto que corresponde en
realidad a la especie Pínctada mazatlaníca, tan1bién
circw1scrita al Pacífico pero con una extensa
distribución que abarca desde el Golfo de California
hasta Perú (cfr. Me Vicker y Pallca, 2001: 179). Se
considera que la pieza fue tallada por lo menos dos
veces, antes de que arribara a TuJa (cfr. S che! e y
Miller, ídem; Me. Vicker y Pallca, íbid.:l79,182).
Fig.l8. Placa de concha procedente de Tula Tomado de Me Vicker y Palka, 2001
Es lamentable que no existan datos sobre su contexto original, pues además de
ser una pieza única se observa en ella un fenómeno interesante: aunque la composición,
la postura y parte de la indumentaria del personaje ciertamente son de estilo maya, no
ocmTe lo mismo con el fenotipo (Me Vicker y Palka, 2001: 182) que parece más cercano
a las representaciones del Centro de México."
29 Me Vicker y Palka han realizado un extenso estudio sobre esta pieza (2001). Comparándola con otras de materia prima y manufactura similar, los autores encuentran cierta similitud con un bivalvo sobre el que fue lallada la figura de un personaje sentado, procedente de Panabá en el extremo noreste de la Península de Yucatán (ibid.: 179). Aunque en un estilo muy cercano al ejemplar de Tula, Me Vicker y Palka subrayan que los rasgos faciales de la placa de Panabá son más "clásicos" mayas y la sitúan tentativamente en el Clásico Tardío/Terminal. Subrayan a su vez la similitud entre esta última representación y la escena grabada en una vasija de tecali, recuperada con un jade figurativo en una ofrenda en Uxmal (ídem). ·
45
Adicionalmente, el individuo porta orejeras tipo Q Y nanguera de barra,
ornamentos ausentes entre las placas mayas que conozco, pero que aparecen juntos Y
con frecuencia en las representaciones escultóricas de Tula ( cfi". Jiménez García, 1998).
También se presentan ocasionalmente en esculturas y murales de sitios mayas como
Seibal, Chichén Itzá y Hala!, o del Centro de México, como Cacaxtla, durante el
Clásico Terminal (cfr. Me Vicker y Palka, idem, fig. 12). Para Me Vicker Y Palka las
similitudes entre estos motivos iconográficos y el ornamento de concha, son indicadores
de contemporaneidad (ibid.: 183). Puede pensarse que la placa fue tallada en Tula emulando el estilo maya Y
utilizando como referente una placa de jade original de aquella región,'" pero entonces
resultaría extraño que el objeto muestre en una de sus caras una serie de glifos mayas,
que de ningún modo son un rasgo extensivo al Altiplano Central. Quienes la han
estudiado sostienen que el grabado anterior y posterior de la pieza se realizó en
~pisodios distintos, habiéndose dañado la inscripción cuando se representó la figura
(cfr. Schele y Miller, 1986:78; Me Vicker y Palka, 2001:181). Me Vicker y Palka
comentan: "Si fue un talismán poseído por extranjeros que no estaban familiarizados
con los textos mayas, la inscripción en sí misma pudo haber sido ele poca importancia"
(idem). Sin embargo, dada la valoración que se da a los objetos Y rasgos exóticos entre
las sociedades complejas (cfr. Flannery, 1968; Sclmeicler, 1991 [ 1977]; Helms, 1979,
1992; Joyce, 1993; Renfrew, 1993), es ele esperar que quienes podrían haber 'restado
importancia' a las inscripciones habrían sido precisamente quienes estuvieran
familiarizados con ellas. Si se considera que la imagen fue tallada en la propia región
maya, se contaría con un elemento más para establecer su temporalidad, pues la
integración ele rasgos alóctonos (frecuentemente del Centro de México) Y su aneglo en
una composición con raíces locales es un fenómeno común en las tierras bajas mayas
desde finales del Clásico (cfr. Wren y Schmidt, 1991; Me Vicker Y Palka, 2001:194).
Uno de los candidatos plausibles para su fabricación podría ser Chichén Itzá, sitio con
el que Tula sostuvo una estrecha relación. De cualquier modo, aún queda sin resolver el
momento en el que la pieza anibó al centro norte de México.
Tampoco se cuenta con elementos suficientes para 'fechar' confiablemente la
presencia ele ninguna ele las placas de jade en Tula. Se ha dicho que la ocupación en El
' 0 Ninguna de las placas de jade que conozco para Tula parece habe.r sido imp?rtada desde el Área Maya. En las ilustraciones de este texto pueden compararse las piezas de esta ulttma :egwn con las hallad~s por Acosta. La fio-ura del Museo Nacional se asemeja más a las zapotecas, y la provemente de El Canal esta fragmentada. lo q~e dificulta su relación con alguna de las variantes regionales del estilo, _aunque de algún mo~~ me recuerda a los jades figurativos que fueron recuperados en Xochitécatl y que se exhtben en el museo de sttto.
46
Canal se remite a la fase Tallan (cfr. Diehl, 1983:91; Healan, 1989:163; I-Iealan el al.,
1989:244; Paredes, 1990:85), pero mi desconocimiento sobre la procedencia exacta y el
contexto en el que fue encontrada la pieza, me impide reflexionar sobre su presencia en
ese lugar.
Se tiene un poco más de información sobre las figuras del Palacio Quemado,
pero su asignación temporal se dificulta al no haberse recuperado material cerámico
asociado. En cuanto al edificio mismo, algunos elementos cerán1icos recolectados
durante las exploraciones de A costa sugieren una temporalidad tardía (cfr. A costa, 1945
apud Paredes, 1990: 122), lo mismo que el análisis de sus etapas constructivas ( cfT.
Sterpone, en prensa). Sin embargo, aunque el edificio estuvo en funciones durante fase
Tallan, es plausible que su construcción se remita por lo menos a la fase Corral
Terminal (dentro del Periodo Antiguo en la secuencia definida por Acosta), dada la
presencia de tiestos Coyotlatelco y Mazapa Líneas Ondulantes (cfr. Paredes,
1990:60,122; Gómez et al., 1994:17). Se ha propuesto que la construcción en Tula
Grande inició en época Coyotlatelco, cuando el centro ceremonial de Tula Chico
todavía estaba en funciones, y que el sector monumental de fase Tallan se desplantó
sobre aquella primera construcción (cfr. Mastache y Cobean, 2000:101, véase también
Sterpone, en prensa). Respecto al Palacio Quemado, Robert Cobean y Elba Estrada se
refieren a una serie de ofrendas localizadas al centro del mismo edificio como
depositadas entre los afias 900 y 1000 de (1994:77).
En cuanto al hallazgo de las placas de jade, la supuesta ubicación tardía del
recinto llamó la atención del propio Acosta, quien tenía conocimiento de las piezas
provenientes de Oaxaca y Palenque:
" [ ... ] que en Monte Albán haya representaciones parecidas a las de TuJa no es de extrañarse, porque las últimas fases de esta gran urbe ya corresponden al Período Histórico y por tanto, son contemporáneas al Horizonte Tolteca. [ ... ] Pero lo que sí es desconcertante es el ejemplar ele Palenque que corresponde al Período Clásico, es decir, anterior a TuJa" (1955:167) (como se expuso páginas atrás, tanto en Palenque como en Monte Albán los hallazgos se han fechado alrededor del Epiclásico ).
La presencia de los jades figurativos en el Palacio Quemado es w1 fenómeno que
puede ser interpretado por lo menos en tres direcciones, las dos primeras desligadas ele
mi propuesta cronológica:
47
1- De encontrarse estas piezas y aquella de El Canal en contextos primarios,
correspondientes a fase Tollan (y de ser acertada la temporalidad propuesta para
esta fase), la vigencia del fenómeno que se ha descrito sería mayor que lo
propuesto y algunos de sus exponentes más. tardíos se encontrarían en la antigua
capital tolteca. Por supuesto, las implicaciones de esto serían mucho mayores,
incluyendo que no se conserva el patrón observado para la disposición de las
piezas en los contextos de sitios vecinos.
2- Se puede pensar que las piezas se encontraban ahí por una situación similar a la de
Ceno de las Mesas, es decir, tiempo después de haber sido fabricadas y
habiéndose modificado su funcionalidad y simbolismo originales. Así, las piezas
pudieron ser retomadas de contextos más tempranos en el mismo sitio o en algún
sitio vecino (p.e. Tula Chico), haber sido conservadas como reliquias o,
considerando una estrecha relación con aquellos toltecas que supuestamente
habitaron la península yucateca durante el Postclásico Temprano, ser impmiadas
desde el sur, ya hacia finales de Fase Tollan.'I
3- La alternativa que me parece más viable es que las figuras fueron depositadas en el
transcurso del siglo diez, o quizás antes, como ocunía con placas de jade similares
en lugares cercanos (p.e. Sabina Grande y Barrio de la Cruz), como ocurría con
otras ofrendas en el mismo Palacio Quemado, que se han situado entre los años
900 y 1000 d C (cfr. Cobean y Estrada, 1994:77), y cerca del momento en el que
presumiblemente se talló la placa de concha. En este caso, las singularidades en la
integración de los contextos en Tula podrían deberse a la emulación de patrones
deposicionales de otms regiones, pensando específicamente en los contextos ya
reseñados del Templo del Chac Mool y la subestructura de El Castillo, en Chichén
Itzá. Es interesante la gran semejanza que hay entre la disposición de los objetos
hallados por Acosta y estas dos ofrendas: en los cuatro contextos se encontraron
las placas de jade como parte de collares de concha, dentro de recipientes de
piedra con tapa de la misma forma y dimensiones muy cercanas; en tres de los
JI Aunque menos plausible, debe considerarse la posibilidad de que las piezas hubiesen sido llevadas .al sitio ya en el Postclásico Tardío, por parte de grupos mexica. Entre los mex1ca _parece habe_r st.do una pra?t1ca co~_un la búsqueda y saqueo de contextos, y frecuentemente sus ofrendas mcluyen rehqums (cfr. Lopez LuJan, 1993:105, 137-138) En los edificios de Tula Grande se han registrado contextos mtrusivos con. matenales aztecas (entre ellos cerámica IV) (cfr. Acosta, 1954:86; 1955:136,.145, 147: 164) y ofrend_as Similares en cajas de piedra se rescataron en el Templo Mayor, a decir por la mformacwn que acampana a una de las placas de jade expuestas en el museo de este sitio. Sin embargo, de los mfonnes de Acosta s.e desprende que el escombro que cubrió al Palacio Quemado (material resultante del desplome del techo a rmz del mcendm y derrumbe del edilicio) sirvió como relleno a una platafonna mexica y, en este caso, por lo menos el Altar Este de la Sala 2 hubiese quedado oculto.
~18 j
casos las piezas fueron depositadas en un altar y en los cuatro casos en relación
con edificios donde se exponían esculturas tipo Chac Mool ( cfi·. Erosa, 1939:244;
Acosta, 1955: 147-151, 164-167; Mm·quina, 1990 [ 1951] :853, 855, foto 422).
Las cajas toltecas no contenían mosaicos de turquesa, pero en la misma Sala 2 del
Palacio Quemado fue recuperado uno de ellos (cfi·. Acosta, 1957 apud Mastache y
Cobean, 2000:121) y otro más se localizó años después (cfr. Mastache y Cobean,
idem ), con el mismo diseño de serpientes que se observa en dos de los mosaicos
de Chichén. Las homologías entre todos estos depósitos son uno más de los
singulm·es rasgos que compmien Chichén ltzá y Tula: "No cabe duda de que la
gente de estas dos áreas mantuvo un contacto directo, y hay clm·a evidencia de la
dispersión de una ideología político-religiosa altamente estructurada" (Sanders,
1989:216). El principal obstáculo pma abordar la natmaleza de las relaciones
entre estos dos sitios reside en que, como comenta Peter Sclm1idt (1999:444 ), aún
quedan en ambos importantes detalles en la cronología absoluta y relativa por
solucionm·se (cfr. Sterpone, en prensa, para una discusión sobre Tula). Al reseñm·
los hallazgos en Chichén ltzá, mencioné que existen evidencias suficientes para
replantear la secuencia cronológica y vigencia de esta ciudad maya (ver notas 1 o y
14 de este volumen). Es lógico que esto debería forzar la reevaluación de otras
cronologías, incluyendo desde luego la de TuJa, sitio con el que Chichén sostuvo
una interacción cercana. De no hacerse, la ocurrencia de rasgos como los que se
han expuesto, que son compartidos por otros sitios en Mesoamerica, en la capital tolteca quedmia desfasada y descontextualizada."
Hu as teca
Entre las figuras de jade se cuenta una que fue hallada en el sitio huasteco de Las
Flores, al norte de Tan1pico. Durante la excavación de un pozo estratigráfico, se
localizaron dos esqueletos infantiles con las piernas flexionadas y los brazos cruzados
sobre el pecho, acompm'íados por una navaja de obsidiana, lascas de obsidiana y
32
Una evidencia más de que debe replantearse la cronologia de Tula son los fechamientos presentados por Sterpone. (en prensa), que fueron obtenidos en contextos Coyotlatelco en localidades adyacentes a Tula Grande (area del muse.o ~. C~rro ~a Malmche). En su mayoría, estas fechas coinciden en un rango aproximado de 640-780 d C. El lumte 1~fenor de este rango es porl~ menos 50 años más temprano que el momento propuesto por Cobean como mieio de la secuencia cronologica de la ciudad (cfr. 1978; 1990). Más allá de los fechmmentos absolutos, Marvm Cohodas ha correlacionado esti!ísticamente algunos ejemplares del 'arte' tolteca con tres estelas mayas provementes de La Pasión (1989·?25 nota') Un d ¡¡
. ·- , .J • a e e as, que muestra a un par de jugadores d~ pelota, fue erigida entre 780 y 810 d C. Las dos restantes, con ]a representación de guerreros, fueron eng1das en 736 d C.
'1' .1¡ ! ¡'
JL
pedernal, cinco piezas de jade debajo de la mandíbula de· uno de los• cráneos, Y
numerosas cuentas de concha y jade cerca de los brazos (Eld1olm, 1944:389). Aunque
no se localizaron piezas ceránücas asociadas, Elmolm propone que el sitio en su
totalidad tuvo una corta ocupación correspondi.ente al Periodo V (ibid.:393, 403). Esto
situaría al contexto descrito, y a otro estratigráfican1ente inferior en el que se
recuperaron también cuentas de concha, jade y fragmentos de un mosaico de turquesa
(ibid.:391, 487-488), en el Postclásico Temprano.
Las asignaciones temporales a los periodos propuestos por Eld10lm tienen una
base correlativa y no cuentan con el apoyo de fechamientos absolutos (cfr. ibid.:423,
503). Para ubicar su Periodo V, el autor se basó en las similitudes de las formas,
decoraciones y diseños de las vasijas huastecas con las del Centro de Veracruz (Isla de
Sacrificios, Tajín y Cerro Montoso) y Chichén ltzá, adoptando la cronología entonces
supuesta para esas ceránücas en sus respectivos sitios (cfr. ibid.:429-431 ). Ya he
~ mencionado que la cronología de Chichén ha sufrido algunas modificaciones, lo que
debe impactar en las secuencias correlacionadas con ella (como sucede en este caso),
pero además es interesante que algunos tiestos de Zaquil Negro Inciso Y Pánuco
Metálico, cerámicas aparentemente restringidas al Periodo IV en la Huasteca, aparecen
tan1bién en ciertos sectores de Las Flores (cfr. Eld1olm, ibid.:393-394, 399).
Tan1bién puede resultar significativa la relación de Inciso con Baño Blanco y
Anaranjado Fino, siendo la primera una cerámica que aparece sólo en los estratos más
tempranos de ocupación en Las Flores (cfr. ibid.:431). Eld1olm se basa en la relación
entre estas dos cerámicas para proponer que el Periodo V " [ ... ] debió iniciar durante, o
no mucho tiempo antes, que el momento en el que Anaranjado Fino y cerámicas
similares estaban siendo manufacturadas en algún lugar del sur. Esto tal vez podría ser
más o menos al mismo tiempo que la migración tolteca a Yucatán" (idem). En trabajos
posteriores sobre la producción y distribución de Anaranjado Fino, pero sobre todo de
la dispersión de elementos nalmas relacionados con ella, se propone como fecha
aproximada de inicio de ambos procesos el año 850 d C (Fahmel, 1988:49, 53, 56, 88).
A diferencia de una pieza recuperada en Tamtok 33 en Las Flores la placa se
asemeja más al estilo epiclásico que a los penates mixtecas (cfr. Eld10lm, ibid.:487-488,
fig. 54a), mientras que en los niveles estratigráficos inferiores abundan malacates
33 En Tamtok, San Luis Potosí, se recuperaron "dos plaquitas con adornos incisos de estilo mixteco [ ... ] " acompañando los restos óseos de dos infantes mutilados, al pie de la escalera este de la Estructura ACl (Stresser-Péan y Stresser-Péan, 2001:131-133). El material cerámico recuperado, entre el que se cuenta una escudilla de Huasteca Blanco, le asigna una temporalidad tardía, dentro del Postclásico (Stresser-Péan y Stresser-Péan, 2001:93, 131).
50
bañados en chapopote (ibid.:459, 467, figs. 44 y 45) como aquel recuperado en Sabina
Grande (ver nota 22 de este volumen) y cuyo contexto se sitúa relativamente en los
primeros años del siglo X. Adicionalmente, Ekholm menciona el hallazgo, en el sitio
vecino de Pavón, de un pendiente de jade "estilísticamente muy parecido a los jades
zapotecas de Oaxaca [que] bien podría ser una importación desde el sur" (ibid.:487).
Como reconoce el propio Elmolm (ibid.:404), es posible que el Periodo V deba
eventualmente subdividirse, lo que seguramente brindaría información importante sobre
la transición del Epiclásico al Postclásico Temprano en la Huasteca.
Mapa l. Distribución de los jades figurativos en Mesoamérica.
--
\ ._! ~./
1- Las Flores, Tams. 2- Pavón, Ver. 3- Tamtok, S.L.P. 4- Tula, Hgo. 5- Sabina Grande, Hgo. 6- Barrio de la Cruz, Qro. 7- Apatzingán, Mich. 8- Tecámac, Edo. Méx. 9- Teotihuacan, Edo. Méx. 10- Xochitécati/Cacaxtla, Tlax. 11- Co!ipa, Ver. 12- Cerro de las Mesas, Ver. 13- Xochicalco, Mor. 14- Iguala, Gro. 15- San Jerónimo de Juárez, Gro. 16- Monte Albán/Valles Centrales, Oax. 17- Palenque, Chis 18- Toniná, Chis.
/
51
19- Jaina, Camp. 20- UXJnal, Yuc. 21- Chichén ltzá, Yuc. 22- El Caracol, Belice 23- Nébaj, Guatemala 24- Chichicastenango, Guatemala 25- Quiché, Guatemala 26- Copán, Honduras 27- San Salvador, El Salvador
! fn· ,,r,o
Tabla l. Referencias sobre las placas de jade al., 1998:203, 205, fig.20; Hirth, 2000:203; Foumier Cervantes, en prensa
y
Tamaulipas, Méx. Las Flores Ekholm, 1944:389,488, fig. 54a
Ofrenda 3, Montículo M- Easby, 1961:67, fig. 6b
Veracruz, Méx. No se especifica Von Winning y Stendahl, 1972 figs. sao y 502 (se dice "sur de
San Luis Potosí, Méx. Tamtol< Stresser-Péan y Stresser-Péan, 2001:131
Querétaro, Méx. Barrio de la Cruz Crespo y Saint Charles, 1991, 1996; Saint Charles, 1991a; Fournier
y Cervantes, en prensa
Hidalgo, Méx. Sabina Grande Carrasco el al., 2001
Veracruz" para esta última) Pavón
Ekholm, 1944:487 Colipa, Misan tia
Easby, 1961:72;McVickeryPallca,2001:184-185. Tabla 1 Cerro de las Mesas ·
Drucker, 1955
'1'·· 1.
''
Tu la Altares de las Salas 1 y 2, Palacio Quemado- Acosta, 1954, 1955,
1956-57; Jiménez Garcia, 1998; Ringle el al., 1998: 205, fig.20; Crespo y Saint Charles, 1991; Foumier y Cervantes, en prensa
Localidad de El Canal- Diehl, 1983, fig.S 1; Hirth, 2000:203
Campeche, Méx. No se especifica Von Winning y Stendahl, 1972, figs.497, 499 y 501; Me Vicker y Palka, 2001, fig. 9c
Jaina Spinden, 1975 [1913] :144, fig. 196
Museo de Antropología Placa de concha- Easby, 1961:72, Thompson, 1973:217; Schele y
Miller, 1986; Paredes, 1990: 13-14; Ringle el al., 1998, fig.20;
Me Vicker y Palka, 2001
Yucatán, Méx. Uxmal Adoratorio al frente del Palacio del Gobernador- Easby, 1961:72; Rands, 1965:573; CCM/MBE, 1990:190, fig.IOO; Me Vicker Palka, 2001:184, fig. 9d, Tabla 1 y
- Michoacán, Méx. Apatzingán Luis Aveleyra, 1964 s/p; Crespo y Saint Charles, 1991 s/p
Chichén Itzá Cenote Sagrado- Easby, 1961 :72; CCM/MBE, 1990:209, fig.l39;
Procedencia exacta desconocida Me Vicker y Palka, 2001:184-185, Tabla 1
Rmgle el al., 1998:203, fig.20; Me Vicker y Palka, 2001:183-184, figs. 8b, 9a, 9b, 13b, Tabla 1
Estado de México, Méx. Tecámac Raúl Garcia Chávez com. pers., 200 1
Cercanías de Teotihuacan Easby, 1961 :72; Digby, 1972:30; Thompson, 1973 [1954],
foto.21 b; Proskouriakoff, 1974: 14; Miller, 1986:1 54-155; Schele y Miller, 1986:122, 130; Me Vicker y Palka, 2001:183, fig.8c, Tabla 1
Al pie de la escalinata en la Subestructura de El Castillo- Marquina, 1990 [ 1951]: 854-855, foto 428; Easby, 1961:76; CCM/MBE 1990:189, fig.96; Ringle et al., 1998:203, fig.l8; Me Vicker; Palka, 2001:184, Tabla 1
El Castillo- CCM/MBE, 1990:207, fig.l33 Templo del Chac Mool- Mo!Tis el al., 1931:186-188
Distrito Fede1·al Cerro de la Estrella Pérez, ?002; Museo de Antropología
"Centro de México" Von Winning y Stendahl, 1972, fig.336; Me Vicker y Palka,
2001:184
Chiapas, Méx. Palenque Sáenz, 1956, 1963a; Digby, 1972, fig. X!Vd· Hirth 2000·?0°
Toniná ' ' ·- -'
Easby,l961:63, fig.2(a,b,c); Rands, 1965; Von Winning y Stendahl,
Tlaxcala, Méx. Xochitécatl Museo de Sitio; Fournier y Cervantes, en prensa
1972, fig.494 Y 495; Me Y1cker y Palka, 2001:183, Tabla 1
Guatemala No se especifica
Cacaxtla Nagao, 1989, fig.8; Hirth, 2000:203; Fournier y Cervantes, en
prensa; Museo de Sitio
Morelos, Méx. Xochicalco Sáenz, 1963a; 1963b; Nagao, 1989; Ringle el al., 1998: 203, 205, fig.20; Hirth, 2000; Me Vicker y Palka, 2001; Foumier y Cervantes,
en prensa
Guerrero, Méx. San Jerónimo de Juárez Von Winning y Stendahl, 1972, figs.337-338; Hirth, 2000:203
Iguala Museo Nacional de Antropología
Easby, 1961:63, fig.6e; Me Vicker y Palka 200 1·184 Nébaj ' ·
Easby, 1961:72; Rands, 1965; Digby, 1972; Von Winning y Stendahl, 1972 figs.490 y 491; Thompson, 1973 [ 1954], fig.2la; H~rth, 2000:203; Me Vicker y Palka, 2001:183 fia 8a Tabla 1
Quiché ' o· '
Von Winning y Stendahl, 1972, fig.496 Chichicastenango
Digby, 1972, fig. XlVa; Hirth, 2000:203 Chamá
Montículo A- Easby, 1961:7?
Oaxaca, Méx. No se especifica Rubín de la Borbolla, 1947, fig.19; Digby, 1972, fig.XlVe; Schele y Miller, 1986:78,89; Me Vicker y Palka, 2001:184, Tabla 1
Valles Centrales
Belice El Caracol Chase y Chase, 1996
El Salvador San Salvador Rands, 1965; Digby, 1972, fig. XIV e; Hirth, 2000:203
Caso, 1965 Monte Albán
Acosta, 1955; (Schele y Miller, 1986:78, 89, fig.6, se refieren a una pieza importada desde Area Maya); Nagao, 1989:95; Ringle el
Honduras Copán Rands, 1965; Schele y Miller, 1986:122, 130 Ofrenda a la Estela 3- Easby, 1961:63, fig. 6a
-53
52
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L
1.3. Similitudes y diferencias entre los contextos
Quizás el rasgo en común más importante sea la integración de objetos de
procedencia diversa, que una vez reunidos par~cen constituir un universo indivisible.
No debe ser resultado del azar, sino de una intencionalidad y simbolismo subyacentes,
que sitios tan distantes entre sí y con acceso diferencial a recursos Y redes de
intercambio, reuniesen el mismo tipo de objetos de 'lujo' en ofrendas similares. Que las
placas de jade estén acompañadas por objetos de concha es un común denominador, Y
en un mismo contexto pueden encontrarse elementos procedentes de ambas costas; la
mayoría de las veces se trata de cuentas, pero existen varios ornamentos más complejos
y piezas completas o labradas. Adornos de piedra verde, con mayor frecuencia orejeras
y cuentas, se reúnen también, y en varios casos existen navajas prismáticas de
obsidiana. Es común hallar laminillas que confonnaron mosaicos (de turquesa en
~Sabina Grande y Chichén Itzá), mientras que vasijas de tecali se presentan en los
contextos de Xochicalco, Sabina Grande, San Jerónimo (ver nota 17 de este volumen) Y
también en el Cenote Sagrado. Un rasgo más de coincidencia es, como ya se ha
mencionado, su temporalidad. Pero además de las coincidencias entre los materiales que acompañan a las
placas de jade, también existen particularidades que es importante señalar. Entre éstas
resalta justamente la asociación a entienos humanos, secundarios o primarios, o su
ausencia. Ejemplos del primer tipo son los contextos expuestos de El Caracol,
Palenque, Xochicalco, Ban·io de la Cruz, Sabina Grande y Las Flores; y como muestra
del segundo se tiene a Chichén Itzá, Ceno de las Mesas, Tula, Oaxaca (hasta donde
tengo conocimiento) y nuevamente Xochicalco. En Cerro de las Mesas se conjuntaron materiales de temporalidad variable, la
disposición de las piezas no muestra orden alguno y se mezcla todo tipo de objetos Y
omamentos, razón por la que han sido interpretados aquí como reliquias. Xochicalco Y
Monte Albán presentan una problemática especial, el primero porque se sabe que en él
se han encontrado las figurillas con y sin restos humanos asociados. Es posible que la
situación en el segundo haya sido similar, pero desconozco las características de los
contextos y la procedencia exacta de la mayoría de las placas de piedra verde de la
región oaxaqueña. Aunque en las descripciones de Caso parece implícito que se trata de
ofrendas exclusivamente artefactuales, dicho autor apenas menciona tres ejemplos, por
lo tanto, el que no se conozcan casos donde sí aparecen restos humanos no descm1a la
posibilidad de que existan. Por el momento, es poco lo que puedo añadir al respecto.
Quizás se debería esperar que contextos de enterrmniento se localicen en los sitios de
los Valles Centrales que durm1te el Epiclásico experimentabm1 su apogeo (Pasztory,
1978:13; Paddock, 1978), y no precisamente en la capital zapoteca del periodo anterior,
donde la disposición de las piezas pudo ser votiva durante la celebración de ciet1as
ceremonias o ritos. Esto, que también podría esperm·se en sitios como TuJa y Chichén
Itzá, es congruente con la asociación de los jades figurativos a elementos
m·quitectónicos.
En el caso de existir inhumaciones una distinción es pertinente. Puede tratm·se
del entieno de un personaje en cuyo honor se depositm·on las piezas (quizás sus
pertenencias, como señala Proskouriakoff) o los restos óseos slllnm·se a los objetos
ofrendados. Esta distinción, tm1 importante, es dificil de establecer. La respuesta no
parece encontrm·se en el estado que guardan los huesos, pues la manipulación en un
entietTO secundm·io no necesariamente representa sacrificio humano, sino que puede ser
motivada por un patrón ideológico de tratmniento del cadáver post mortem como pm1e
del ritual de inhumación." En sepulturas individuales, los entierros secundm·ios parecen
ser un caso Jiecuente en Oaxaca, como lo expresa Alfonso Caso en un resumen sobre
patrones inhlllnatorios zapotecas (Caso, 1933:645), donde agrega que" [ ... ] en algunas
tumbas colectivas coexisten entierros primarios y secundm·ios, pero en este caso, el
entierro secundario es el más rico e importante" (ídem). Por su pm·te, Chase y Chase
(1996:76-77) especifican que los entienos primm·ios no son la práctica prominente en
El Cmacol y hacen referencia a la misma situación relatada por Diego de Lm1da.
La relación de los restos óseos con elementos m·quitectónicos podría sugerir que
el individuo se sacrificó debido a una renovación constructiva pero, al menos por lo que
se sabe para el Postclásico Tardío a través de las fuentes históricas, no siempre era así.
De acuerdo con su importancia, algunos personajes eran sepultados en edificios con los
que de alguna forma estuvieron relacionados en vida (López de Gómara, 1985:122,
'·' Mary Helms describe, como práctica entre los cacicazgos panameños, el abandono de cadáveres a la intemperie. Una vez que los animales salvajes limpiaran los huesos, los restos eran recogidos y debidamente enterrados con sus respectivas ofrendas (1979:17, 186, nota 16). Por su parte, al analizar las marcas en restos óseos recuperados en el Salón de las Columnas de La Quemada, Faulhaber (1960, apud Darling, 1998:387) concluye que se trata de entierros secundarios, donde la limpieza de los huesos se realizó tiempo después de que el proceso de descomposición había iniciado, y posterior a un primer episodio de enterramiento. Nelson el
al., ( 1992 apud Darling, idem) coinciden con esta interpretación, añadiendo que algunas estructuras, tumbas e instalaciones donde se llevó a cabo ese proceso de manipulación múltiple de osamentas, pudieron servir para albergar los restos de ancestros venerados, antes de su entierro definitivo. ~
302).35 En épocas anteriores, quizás se deba a una costumbre similar el que se hayan
alterado pisos, muros y escalones para depositar entienos.
Ambos aspectos (el tratamiento del cadáver y su relación con estructuras
arquitectónicas) podrían resultar de tradiciones· regionales y adquirir matices locales,
para lo que el universo con el que cuento resulta muy limitado. Si se analizan por
separado, los contextos muestran amplias divergencias en este sentido. En los casos de
Palenque y Xochicalco, Sáenz resalta el avanzado estado de deterioro en el que se
encontraban los huesos. No sólo no mostraron relación anatómica, sino que
aparentemente faltaban miembros, por lo que se podría pensar que fueron removidos de
algún otro lugar antes de ser depositados en las estructuras. En El Caracol, si el
desmembramiento fue ritual o si fue durante la profanación que los huesos li.teron
retirados de su matriz original y amontonados junto con sus ofrendas al fondo de la
cámara, tampoco es claro. Banio de la Cruz mostró, como parte de un mismo evento
deposicional, un individuo completo y tres infantes mutilados (además de un
mamífero). Entonces, quizás brinde alguna información el analizar la relación que pudo
existir entre los materiales y los individuos. Casi por regla general, al existir restos
humanos los objetos parecen complementarse en una indumentaria. Es cierto que
también se encuentran elementos como sartales, pendientes u orejeras por separado,
pero hay casos en los que los ornamentos se hallaron en el lugar que ocuparían si
hubiesen sido portados por sus dueños (p.e. Entieno 3 de San Juan del Río Y contexto
de Sabina Grande), y en el caso de las orejeras sólo aparecen dos de ellas (p.e. Tumba 2
de Palenque, EntietTO 2 de Xochicalco, nuevan1ente Sabina Grande Y presumiblemente
la ofrenda de El Caracol; en contraste con Ceno de las Mesas, donde aparecieron
decenas, o Tul a y Chichén, donde no estuvieron presentes).
Indumentada y parafernalia ritual
De ser cierto que se sepultó a los individuos con sus pertenencias, es posible que
fueran en vida representantes de algún culto, y que las placas de piedra verde fueran un
distintivo de esa cualidad. Al hablar de las suyas, Jorge Acosta señala que son imágenes
de sacerdotes, puesto que no portan armas (1954:113; 1956-57:100). Claro que es dificil
asegurar si hubo "armas" en los contextos arqueológicos descritos, más aún si éstas
35 "Muchos templos hay en Méjico, por sus parroquias y barrios, con torres, en lo~ que hay capilla: con altares, donde están los ídolos e imágenes de sus dioses, las cuales sirven de enterramiento para los senores que las poseen, pues los demás se entierran en el suelo alrededor y en los patios" (López de Gómara, 1985:122).
56
iheron de material perecedero, pero en contextos iconográficos donde creo que se
representan los jades figurativos siendo portados, quienes los llevan no usan armas, sino
que expresan una actitud ceremonial (ver Figs. 7b, 7c, 8b, 1 O y 11 de este volumen; cfr.
Me Vicker y Palka, 2001, fig. 10 [vasija maya policroma del Clásico Tardío] y fig. 11
[panel grabado de Bonampak, Clásico Tardío] ).36 Además, las figuras en los jades
exhiben muchas veces tocados con atributos de ofidio, que a su vez aparecen con
frecuencia en escultura y pintura mural, en representaciones de sacerdotes o
gobernantes (p.e. Figs. 21, 23 y 26 de este volumen) (ver más adelante ).37
Se ha propuesto que las flmciones religiosas y políticas en las sociedades
prehispánicas recaían en una misma persona (cfr. Jiménez Moreno, 1959:1057, 1064;
Millon, 1988a:205; Florescano, 1995:17-18) o grupo de personas (cfr. I-Ielms, 1979:71;
Earle, 1990:76; Manzanilla, 1995:167-168). Éste es un rasgo distintivo de los
cacicazgos complejos y estados tempranos:
"Los cacicazgos complejos son sociedades estratificadas y regionalmente organizadas, reteniendo muchas de las características de los cacicazgos pero anticipando los rasgos de las sociedades estatales [ ... ] Notablemente nueva es una clase social de elite, cuidadosamente distinguida de la gente común
36 Me Vicker y Palka consideran que las placas de jade no fueron diseñadas para usarse como parte de una indumentaria, pues dicen no conocer casos donde se representen individuos portándolas (200 1: 190). Disiento con ellos, pues sí existen ejemplos donde aparecen en collares, cinturones o pecheros usados por personas, en escultura (principalmente estelas), pintura, y en las placas mismas, cuando las imágenes son muy elaboradas (p.e. Figs. 7b, 7c, 8b, 10 y 11). Los mismos autores señalan que tampoco han sido recuperadas en tumbas o asociadas a individuos particulares en entierros (ibid.: 192), lo que sí ocurre en algunos casos, como ya se ha descrito. La posibilidad de que algunas de estas piezas fueran depositadas en ofrendas votivas, no excluye lo otro (ver pág. 65 de este volumen).
37 Los tocados de serpiente muchas veces están asociados a imágenes que portan bolsas para incienso, consideradas un atributo sacerdotal (cfr. Escalona, 1953:360; Rands, !955:286, 288; Coggins, 1980:62; Van Winning, 1987:1:79; Millon, l988a; Manzanilla, 1995:163; Taube, 2000a:l5). En murales teotihuacanos, los personajes que usan estos tocados frecuentemente llevan consigo ollas 'irrigadoras de pulque' (Rivas, 1993), las bolsas (posiblemente con copa!), y es común que de sus manos emane una corriente de agua o sangre y de sus bocas surja una vírgula que contiene elementos marinos y 'preciosos' (como conchas y chalchihuites) (cfr. Millon, J988a: 196). En los relieves de la Pirámide de las Serpientes Emplumadas, los individuos que alternan con las ondulaciones de las serpientes representan " [ ... ] varias figuras humanas sentadas a la usanza oriental: éstas llevan como tocado una cabeza de serpiente y largas plumas vueltas hacia abajo [ ... ] . Algunos de estos personajes ostentan la vírgula de la palabra y por su gesto y actitud reverencial parecen sacerdotes, aunque también se han identificado como grandes señores o jefes. Ostentan en el cuello cinco grandes cuentas, de las orejas les penden anchas orejeras [ ... ]" (Noguera, !960:45). En Oaxaca, los frescos de la Tumba 104 muestran varios individuos entre los que se encuentra uno, muy similar a los que aparecen en murales teotihuacanos, con tocado serpentino del tipo que tiene el hocico alargado hacia arriba (cfr. Berna!, 1949:64-65, fig. 16; Caso y Berna!, 1952:104-105, fig.172d). Lleva en una mano una bolsa mientras extiende la otra hacia el frente (las interpretaciones de Alfonso Caso y Joyce Marcus acerca de las figuras en los frescos son las mismas que exponen para las urnas, ver más adelante) (Caso, 1965b:867, tig. 28; Marcus, 1983a: !37, 140, fig. 5.9). La urna que decoraba la fachada de la Tumba 104 (que a continuación se describe) presenta los mismos rasgos (Caso, l965b:867; Caso y Berna!, 1952:52, fig. 72) (Fig. l9a).
57
'1 .:
por reglas de vestido, matrimonio y aspecto~ si~11il~res [ ... ] sin embá:t'g?, estas posiciones, a diferencia de las mstttucwnes estatale~, estan ampliamente generalizadas, combinando todos los aspe?to~ del hderazgo (religiosos, militares, administrativos, sociales y econmmcos ). Po:· esta razón los cacicazgos complejos frecuentemente s~n denommados "teocracias" a pesar de que esta etiqueta sobre enfatiza la naturaleza religiosa ( et; lugar de generalizada) de su organización" (Earle, 1990:76; véase tan1bién Webb, 1974:364-365).
A ¡0 anterior se debe que no sea posible establecer una regla que explique el
carácter de todos los individuos a los que estaba destinado el uso de las placas de jade
(o de los tocados ofidianos). El sistema de gobierno prehispánico fue heterogéneo en
relación al nivel de complejidad y grado de jerarquización alcanzado por cada sociedad
(Earle, 1990), pero además los rasgos elegidos para representar la imagen de individuos
prominentes son congruentes, no sólo con la situación política o doctrinaria real del
ñ1omento, sino principalmente con el tipo de mensaje proselitista que se quiere
expresar. De este modo, en algunos casos se resaltan los atributos guerreros de un líder,
mientras que en otros se subrayan sus cualidades sacerdotales (cfr. Pasztory, 1990) (en
esta última categoría integraría yo a los jades figurativos y su uso )38
, pudiendo tratarse
de un mismo individuo histórico, emblemático o mitológico. Como expresé con anterioridad, me inquieta el desconocimiento sobre el
hallazgo de las figuras de piedra verde en contextos de enterramiento en Monte Albán,
porque precisan1ente en aquella ciudad creo encontrar un buen ejemplo de su uso. Me
refiero a las famosas urnas, cuya presencia en las tumbas es casi una regla. Alfonso
Caso e Ignacio Berna! analizaron cerca de trescientas piezas de este tipo, y sobre su
posible significado dicen: "Indudablemente, la mayor parte de las urnas son
representaciones de dioses, 0 bien, de sacerdotes ataviados con los vestidos de los
d. [ l" (1957·10· véase también Paddock, l972b:253). Centraré la atención en un wses ... -· , rasgo presente sólo en cuatro de ellas, correspondientes al periodo IIIb.
Al decorar la fachada de la Tumba l 04, se empotró la imagen de un personaje
que Caso y Berna! denominaron "Dios con Cabeza de Cocijo en el Tocado". El
individuo extiende una de sus manos con la palma hacia arriba y con la ott·a sostiene
una bolsa. Lleva, además de un vistoso tocado con la imagen del dios zapoteco de la
· · · 'd rt 1 cas de ¡'ade y 'armas' se encuentran en la 33 Las únicas excepciOnes que conozco de mdtvl uos que po an P a . columna 10W del Templo de los Guerreros, en Chichén ltzá (cfr. Me V¡clcer y :alka, 2001, fig. 12c) y en dos esculturas de Tula (cfr. Acosta, 1955, lám. 2; Jiménez García, 1998, figs. 22 y )9). En una de es~as, Mastache y Cobean identifican, además de annas, algunos posibles "símbolos de realeza" (2000: 119, fig. 2o ).
lluvia, un " [ ... ] pectoral fonnado por una mascarilla, que probablemente representa
una mascarilla de jade, y un moíi.o del que cuelgan tres cascabeles [ ... ] formados por
unos caracoles recmiados del género Olivella" (1952:52, fig. 72) (Fig. 19a). A la
entrada de la misma tumba se encontró otra urna, que fue bautizada por Caso y Berna!
como "Dios del Moti. o en el Tocado", una de las supuestas advocaciones de Pitao
Cozobi, deidad del maíz. La imagen tan1bién muestra " [ ... ] un collar que tiene un
pectoral formado por una mascarilla, probablemente de jade, de la que cuelgan tres
cascabeles de caracol" (Caso y Berna!, ibid.:!0!-!04, figs. 168 y 168 bis) (Fig. 19b).
Además, en la boca lleva una "característica máscara serpentina, con la nariz volteada
hacia arriba", rasgo que se repite en el mural al interior del sepulcro en el adorno capital
de un personaje, y en la lápida que cerraba la entrada (Caso y Berna!, ibid.:\04, 107;
véase también Berna!, 1949: 64-65, figs. 15 y 16) (ver nota 37 de este volumen).
Fig. 19. Urnas dispuestas en la fachada (a; detalle) y entrada (b) de la Tumba 104 en Monte Albán. Tomado de Caso y Berna!, 1952
Los dos ejemplares restantes, que proceden de Xoxocotlan, llevan collares de las
mismas características, presumiblemente insinuando adornos de jade y concha. La
máscara de Cocijo cubre el rostro de uno de los individuos (Caso y Berna!, ibid.:20,
fig.2) y el otro, sin máscara, fue asociado con Pitao Cozobi (ibid.:46, fig.63).
Coincido con Joyce Marcus (l983b) en que la mayoría de las urnas representan
seres humanos y no dioses. La autora argumenta que las deidades no reciben nombres
calendáricos, como aparecen en algunas mnas, y llama la atención sobre la frecuencia
con la que se combinan rasgos que se han supuesto inicialmente como de deidades
diferentes. Este último fenómeno causó algunos problemas a Caso y Berna!, pues cada
vez que aparecían nuevos elementos, o se combinaban, recurrían a un nuevo no~nbre,
59
por lo que al finalizar su clasificación resultaba que el panteón zapbteca era
excesivamente vasto. Marcus propone: " [ ... ] tal vez simplemente tenemos un sistema
que incluye una figura humana y un grupo de atributos (por ejemplo agua, maíz,
relámpago), que definen la fuerza supernatural o la serie de fuerzas supernaturales
presentadas en el tocado" (1983b:l46). Pero ¿qué significa que una persona muestre en su rostro o en el tocado estos
rasgos? En el primer caso Marcus opina que puede tratarse de ancestros del enterrado
que han adoptado atributos supernaturales, y en el segundo de individuos
contemporáneos honrando a aquellos ancestros y a las fuerzas naturales plasmadas en
sus adornos (ibid.:144, 146, 148). Esta segunda observación se asemeja a aquella de
Caso y Berna!, no en el sentido de que se trata de deidades, sino de que pudieran ser
imágenes de sacerdotes de un culto detetminado (o cultos) que expresan esa cualidad a
,partir de su indumentaria (que en los cuatro casos descritos incluye una figura de jade
en sus collares). La primera propuesta de Marcus presenta algunos obstáculos, pues no siempre
las urnas se encuentran asociadas a entien-os, además de que muchas piezas fueron
fabricadas en serie y se usaron en contextos diferentes (cfr. Caso Y Berna!, 1952:10).
Por ello es dificil pensar que se trata de 'retratos' de personajes específicos o ancestros
'verdaderos'; sin embargo, bien podría ser que efectivamente se exprese con ellas un
sentido de pertenencia a cierto linaje, pero tal vez un linaje ficticio o mítico, es decir,
una línea de 'parentesco' a la que pertenecerían sus dueños por ostentar algún cargo Y
no por herencia sanguínea directa." Para retornar a los contextos, diré por último que la mayoría de las urnas
oaxaqueñas se han encontrado vacías, pero en las raras ocasiones que contienen algo
" [ ... ] hay navajas de obsidiana, cuentas de piedra verde, caracoles usados como
cascabeles y, a veces, huesos de un pequeño animal" (Caso Y Berna!, ibid.:!O).
Las navajas prismáticas, que son un elemento común entre las ofrendas con
placas de jade, podrían estar simbolizando el autosacrificio." Haciendo una analogía
39 Judith Zeitlin menciona que en el Popo/ Vuh los nombres ca!endáricos sí se asignan a protagonistas
sobrenaturales de eventos míticos (Zeitlin, 1993:133). •10 Como señala Andrew Darlino, la abundancia de navajas de obsidiana en ciertas áreas mesoamericanas ha
motivado que se les conside~ objetos de carácter utilitario (1998:383); sil~ ~~1bargo, su importación como producto terminado, la proveniencia lejana del material (a pesar de la posibilidad de obtener el recurso en yacimientos cercanos) y su ocuJTencia en contextos específicos, penmten al autor sugenr que en algunos sectores de Mesoarnérica la distribución de navajas prismáticas pudo obedecer a u[ ... ] un intercambio de 'bienes de prestigio' entre elites o autoridades" (ibid.:382-383, 392; véase también Jiménez Betts y Darling, 2000: 175-177). Estos objetos fueron una herramienta ntual tmportante, mcluyendo su uso para el
()(]
con las prácticas observadas por los conquistadores a su llegada, el uso de navajas para
autosacrificio es resefíado por Bernardino de Sahagún y Francisco López de Gómara,
como parte de los preparativos de algunas fiestas celebradas por los mexica. 41 En el
Área Maya existen registros iconográficos de la misma práctica (cfr. Freidel, et al.,
1993:205).
Quizás no aplica a todos los casos, pero en algunos contextos hay más elementos
para considerar que las ofrendas son resultado del ritual de inhumación de un personaje
(incluyendo la disposición de sus pertenencias) y que esta práctica estuvo vinculada con
las actividades que el individuo ejerciera en vida. Como se ha visto, el adulto en Barrio
de la Cruz estaba acompafíado de restos infantiles (cuyos cráneos habían sido
peculiarmente acomodados) y de un posible cánido. Nuevamente remitiendo a las
fuentes del siglo XVI, los mismos cronistas describen el sacrificio de infantes (Gómara
especifica su "desollamiento") como ofrenda a los dioses del agua," y también la
costumbre de enterrar a los perros con sus dueños para que f11esen de utilidad durante su
autosangrado. Darling agrega que las n.ava)as posiblemente se emplearon en el desmembramiento y limpieza de huesos, al completar un acto de sacnficw o como parte de un complejo ritual de inhumación de personajes prommentes (Ibi.d.:384-388, 391): "l:··l la.s navajas prismáticas no fueron un elemento esencial, pero probablen;ente. SI .uno deseable en .la e¡ecucwn de estos rituales, por su efectividad como herramientas y por su potencial stgmficado como ob¡etos sagrados de poder, asociados a contactos de laraa distancia 1 ¡, (ibid.:39J). o ...
41 "[ ... ] con unas navajitas de piedra se cortaban las orejas, y con la sangre que de ellas salía ensangrentaban las puntas del maguey que tenían cortadas y también se ensangrentaban los rostros." (Sahagún, Libro II, Capitulo XXV, 1982:114); "Los sacerdotes perfumaban aquellas nuevas navajas, y las ponian al sol en las mismas mantas. Cantaban unos cantares regocijados al son de algunos ataba!ejos. Callaban ]os atabales, y cantaban otro cantar tnste, y luego lloraban mu~ fuerte. Iban entonces todos, unos tras otros, como quien toma ceniza, a un sacerdote que estaba en la grada mas alta; el cual horadaba, corno hombre diestro en el oficio la Jenoua de
,, .cada uno por medio con su navaja, que para eso hacían tantas" (López de Gómara, 1985:325). ' o
- · [ .... ] En este mes mataban muchos niños: sacrificábanlos en muchos lugares y en las cumbres de los montes, sacando les los corazones a honra de los dioses del agua, para que les diesen agua 0 lluvias" (Sahagún Libro 11, Cap.!, 1982:77): " [ ... l hacían fiesta al dios llamado Ti á/oc, que es dios de las pluvias. En est~ fiesta ~ataban m~~hos nm?s so?re los montes; o.fr~cianlos"en sacri~cio a este dios y a sus compañeros para que les dtesen agua (Sahagun, Libro 11, Cap.III, tbtd.:79); 1 ... ] hactan gran fiesta a honra de los dioses del aaua 0
de la !luvta llamados TI aloque. Para esta fiesta buscaban muchos niños de teta, comprándolos a sus m:dres· escogmn aquellos que tenían dos remolinos en la cabeza [ ... ].A estos niños llevaban a matar a los monte~ altos 1 ... l" (Sahagún, Libr? 11, C~p. XX, ibid.:98); "Cuando ya los panes estaban un palmo de altos, iban a un monte que para tal devoc10n teman destmado, y sacrificaban un niño y una niña de tres años cada uno en honor de Tláloc, dios del agua 1 ... ] no les sacaban los corazones, sino que los degollaban. Los envolvia~ en mantas nuevas, y los enterraban en una caja de piedra. La fiesta de Tozoztli, cuando ya los maizales estaban Cl.':ctdos h~sta la rod1~la, repartían cierto tributo entre los vecinos, con el que compraban cuatro esclavitos, mnos de cmco hasta siete años y de otra nación. Los sacrificaban a Tláloc para que lloviese a menudo n
(López de Gómara, 1985:319-20). , 1 ··· l
(JI
.L
tránsito por el infi·amundo (cii·. López Luján, 1993; Manzanilla et al., 199.6:250-255;
Manzanilla, 2000):"
Una característica distintiva de los sacerdotes es que portan incensarios al ejercer
su oficio como se observa en innumerables edificios, murales, estelas ... Y como lo '
señalan también las fuentes:'·' En la ofrenda del personaje sepultado en Sabina se añadió
uno de éstos, además de una pipa de barro (cfr. Can·asco et al., 2001:61,68,70). Las
pipas son objetos que aparecen con frecuencia en la región (capítulo 4 de este volumen)
y también suelen considerarse una henamienta ritual (cfr. Helms, 1979:112). Otro
elemento propio del contexto de Sabina Grande es el aro de concha con perforaciones
que ya ha sido mencionado y que guarda gran similitud con los que ilustra Séjourné a
propósito de sus excavaciones en Teotihuacan (cfr. 1996 [ 1969] :254). Se trata de
elementos que originalmente estuvieron unidos en pares y que eran portados por los
hombres a manera de anteojos, sostenidos por una banda en la parte posterior de la
-cabeza." El uso de anteojeras es un rasgo que en la pintma mural sirve para distinguir
seres humanos de mitológicos, pues mientras las figmas humanas los llevan como
máscara cubriendo sus ojos, en el caso de una deidad los anillos "son parte monstruosa
pero orgánica de la cara de la criatma" (Pasztory, 1974: 13).
Entre las figuras representadas en las placas de jade, dos rasgos se presentan con
mayor regularidad. Uno de ellos es el tocado con atributos ofidianos. George Kubler,
estudioso de la iconografia teotihuacana, sugiere que " [ ... ] los pintores y escultores
buscaban formas Jogográficas claras y sencillas. Les interesaba menos registrar
apariencias que combinar y componer asociaciones significantes [ ... ]" (reflexión que
comparte Pasztory, 1992:288). Por esta razón, el autor experimenta la aplicación de un
modelo lingüístico que le permite examinar cada forma de acuerdo con una hipotética
timción verbaL Dmante su análisis descubre que la mayoría de los signos e imágenes
son usados como expresiones nominales para describir sustancias y conceptos. En
43 "[ ... ] hacían al difunto llevar consigo un perrito de pelo bennejo, y al pescuezo le ponían hilo flojo de algodón; decían que los difuntos nadaban encima del perrillo cuando pasaban un río del. infier?,o í;··l" (Sahagún, Apéndice al Libro III, Cap.!, 1982:205); "[ ... ] un perro que lo gumse a donde habm de Ir (Lopez de Gómara, 1985:302).
44 "¡Los "sátrapas" 0 "ministros de los ídolos"] salianse al patio del cu, y puestos en medio del patio tomaban brasas en sus incensarios y echaban sobre ellas copa[ e incensaban hacia las cuatro partes del mundo [ ... l"
(Sahagún, Libro JI, Cap. XXV, 1982:113). . . . 45 En el contexto de Sabina sólo fue recuperado uno de estos elementos, por lo que se podna cuestiOnar SI su
función fue realmente esa. Sin embargo, al reportar algunos entierros asociados a cerámica Mazapa en Atetelco, Pedro Annillas menciona también el hallazgo de una sola "placa anular de concha [ ... ] con pequeños agujeros que seguramente sirvieron para pasar hilos para colgarla", dispuesta ante la órbita izquierda de uno de los cráneos ( 1950:56).
62
seguida los más nwnerosos son los que se usan como adjetivos para denotar cualidades
y jerarquía. Menos comunes son los predicados verbales sobre obras y acciones
(Kubler, 1972a:74). Entre las expresiones registradas de esta manera, Kubler encuentra
que muchas fonnas ocupan varias posiciones "gramaticales" a la vez:
"El uso normal aparece cuando se combinan propiedades sustantivas (como fauces de jaguar, lengua de serpiente y ojo de pájaro) en una imagen de culto. Empero, si esta forma aparece a modo de tocado, su papel es conferir, al portador del mismo, carácter de devoto o celebrante, y puede entonces clasificarse como fonna adjetiva" (ibid.:76).
Creo que éste pudo ser el sentido de representar a los personajes en las placas
con tocados de serpiente, emblematizando la función principal de los jades figurativos,
cuya finalidad no sería retratar a un individuo específico (el portador o cierta deidad),
sino expresar una cualidad, que ele ser extensiva al usuario mostraría nuevamente a un
representante ele culto (ver nota 37 de este volumen). Esto es congruente con la
propuesta de Herbert Spinclen respecto a un par de placas ele! mismo estilo: "A pesar de
que es evidente que los jades fueron con frecuencia entenados con los muertos o usados
como ofrendas votivas en los templos, es inseguro considerarlos retratos" (1975
[ 1913] :144, figs. 195 y 196). Ringle, Gallareta y Bey tan1bién sugieren que la
intención no fue retratar personajes históricos, ciada la limitada variedad ele vestuarios y
posturas representados en las piezas, además de su presencia en fachadas
arquitectónicas y ofrendas en sitios diversos (1998:207).
A la propuesta sobre el uso de los jades figurativos como emblemas ele una
cualidad sacerdotal, se suma el otro rasgo que se presenta con más frecuencia entre las
imágenes de las placas: la postura ele las manos. Pocas veces sostienen algo entre ellas,
casi todas simplemente las elevan a la altura del pecho eníi'entanclo las palmas o
uniendo los dorsos:" Esta actitud guarda semejanza con muchas representaciones
escultóricas," donde aparecen personajes con las manos en posturas semejantes pero
portando objetos. Cmiosamente estos objetos resultan también emblemáticos de
46 A manera de glifo, manos en una postura muy similar aparecen acompañando escenas, lo que puede verse en la Estela 9 de Monte Albán y la Estela 1 de Xochicalco (cfr. Litvak, 1972:61). Joyce Marcus las ha interpretado como un glifo que simboliza alianzas políticas (1992:409, 411 ).
·" En El Cerrito, Querétaro, se recuperó un fragmento de escultura donde un personaje aparece" [ ... ] de frente y descansa las manos sobre el tórax; como adorno porta un pectoral y unas orejeras circulares" (Crespo, 1991 b:203, fig. 24). Como la misma autora lo subraya, esta representación es muy similar a las figuras de piedra verde. Las imágenes de las Estelas 2 y 3 de Nopala (cfr. Zeitlin, 1993, fig. 12c) también son bastante similares a los jades figurativos.
63
cualidades sacerdotales o de liderazgo. En la Estela 1 de Nopala un individue.sostiene
con una mano un cuchillo y con otra una voluta triple, que quizás simbolice un corazón
(Urcid, 1993:148; cfr. Zeitlin, 1993:134, figs.l2a, by e);" en las esculturas descritas
por Acosta y Noguera para TuJa y Xochicalco, se trata de un artefacto circular que ha
sido identificado como un espejo (ver notas 27 y 28 de este volumen); mientras que
entre los mayas es más frecuente una brnra ceremonial, sostenida con los brazos
doblados y a la altura del pecho (Spinden, 1975 [ 1913] :24, 49-50), como se ve en las
Estelas E, H, P, N, 3, 5, 6, y 7 de Copán (cfr. Spinden, 1975 [ 1913] :50, fig. 46 y fotos
18 y 19; Fash y Fash, 2000, fig. 14.1) (Fig.25), la Estela 6 de Naranjo (cfr. Spinden,
ibid.: 178, fig. 226) y la Estela I de Tikal (cfr. Spinden, ibid. :foto 21 ).
Si algo tienen en común los monolitos descritos es que, como ya se dijo, los
objetos que los individuos sostienen, independientemente de su función prn·ticulrn·,
resultan emblemáticos de ritualidad, liderazgo y ceremonialismo, constituyéndose como
"imágenes convencionales" (como les llama Zeitlin) de las prácticas más comunes en
cada lugm, y distinguiendo a quien los porta como agente pma su ejecución. Si la
compmación se hace extensiva, en ese sentido resultrn1 de especial importrn1cia las
placas de jade, pues su dispersión macron·egional sugiere un criterio relativamente
unifonne sobre su pertinencia como "imágenes convencionales" de la celebración de
ciertos ritos y ceremonias.
La presencia generalizada de los jades figurativos en sitios tan distantes sugiere,
como advierte Coggins, " [ ... ] una relación a prn1ir de una actividad ofi·endaria ecléctica
que fue dispersada en el Clásico Terminal" (Coggins, 1984:70),'19 y esa relación entre
las sociedades que adoptrn·on el uso de las placas no se reduce al intercrnnbio comercial
de bienes. Aquél criterio uniforme al que me he referido es evidencia de la expansión de
una ideología comprntida, la cual se expresa en el simbolismo de las imágenes sobre
piedra verde pero también en la asociación cualitativa de los diversos objetos que las
acompañlli1 en los contextos arqueológicos. Sobre esto se profundizmá en las páginas
que stguen.
'18 A decir por las ilustraciones que acompañan Jos textos de Judith Zeitlin y Javier Urcid, esta postura no es la más común en la región, donde más bien se observan los brazos de los personajes cruzados sobre el pecho. La autora los interpreta como representaciones de muertos, pero no necesariamente haciendo referencia a personajes-reales, sino como parte de las imágenes convencionales del ritual del juego de pelota (Zeitlin, 1993:!34; com. pers. 2002); Javier Urcid opina que se trata de ancestros (1993:148). En su trato general, las esculturas de brazos cruzados muestran también alguna semejanza con las placas de jade, como puede verse en aquéllas expuestas en el Museo de San Miguellxtapan, Estado de México, fechadas para el Epiclásico.
·" Coggins también incluye a las vasijas de tecali como parte de esa actividad ofrendaria ecléctica (1984:54).
6-1
Si las placas de jade formaron prn·te de la indumentaria de individuos que
tuvieron alguna relación con la ejecución de prácticas rituales, aquellos personajes en
vida podrían haber dispuesto algunas de sus pet1enencias como parte de ofrendas
votivas en ceremonias de las que fueron representrn1tes, o a su muerte podrían haber
sido acompañados por ellas como testimonio de su distinción.
Tratándose de entierros humanos, que los individuos inhumados pudieron ser
sacerdotes o líderes que solían presidir los cultos locales, es una posibilidad. Que eso al
mismo tiempo les confiriera un status o poder político, también es viable. Sobre estas
suposiciones, y sobre los posibles significados y mecanismos de dispersión de aquella
"actividad ofrendrn·ia ecléctica", se intentmá llegrn· un poco más lejos en los próximos
capítulos.
65
U. Serpientes y dioses del agua ... las placas de jade como "expresiones
activas de rango"
Como se señaló en la introducción a esta tesis, la presencia de la serpiente
emplumada en las imágenes de los jades figurativos ha motivado que se asocie a estas
piezas con la deidad Quetzalcóatl, subrayándose además el carácter bélico de su culto
como uno de los rasgos característicos del Epi clásico (cfr. Ringle et a/.1998). Sin
embargo, observando los objetos que repetidamente acompañan a las figuras, lo que
resaltó pma mí fue su relación con las representaciones y culto acuáticos tan
importantes en la época prehispánica. Esto es relevante porque el culto al agua y la
fertilidad parece haber sido durante la historia mesoamericana el más 'incluyente' y
arraigado (ver Apéndice), y en ello no puede excluirse al Epiclásico.50 Aparentemente,
el icono serpiente emplumada adquirió a lo lmgo de su existencia múltiples significados
e implicaciones, siendo ya tardía su asociación con el dios Quetzalcóatl. Es posible que
los antecedentes de esa asociación puedan buscmse hacia los últimos años del
Epiclásico pero, por lo menos hasta entonces, la quetzalcóatl solía contextualizmse de
otro modo. La compleja yuxtaposición de símbolos y las aparentes contradicciones que
surgen entre sus combinaciones, parecen vincularse estrechamente con uno de los
aspectos de la religión: aquél en el que constituye un aparato del poder político.
Congruente con esto, es comprensible que dichos símbolos sean multivalentes y
manipulables, tanto diacrónica como horizontalmente. Este fenómeno, aunque lógico,
es uno de los principales obstáculos para acercarse a su significado.
Especialmente en el Centro de México, y por lo menos desde el Clásico
Temprano, el complejo al que frecuentemente se asoció la imagen de la quetzalcóatl es
precisamente el de la fertilidad y las aguas." Durante el Epiclásico se conserva mucho
de esa relación, como lo muestra, en algún sentido, la integración de las placas de jade
50 Señala López Austin: "Independientemente de las particularidades sociales y políticas de las distintas sociedades mesoamericanas, un vigoroso común denominador -el cultivo del maíz- permitió que la cosmovisión y la religión se constituyeran en vehículos de comunicación privilegiados entre los diversos pueblos mesoarnericanos", agregando más tarde: " [ ... ] propongo la búsqueda de los principios de la cosmovisión mesoamericana en el ámbito de las prácticas agrícolas y de las creencias sobre la reproducción y crecimiento vegetativos" ( 1994: 16).
51 Aquí sólo se profundiza en la relación de la serpiente con las deidades del agua, pero es indispensable mencionar que muchos autores han expuesto la de otros varios animales, como algunos felinos y aves (cfr. Covarrubias, 1946; Caso y Berna!, 1952; Rands, 1955; Pasztory, 1974; Kubler, 1 972a, 1972b; Jiménez Moreno, 1972; Van Winning, 1987; Armillas, 1991 [ 1945]; Manzanilla, 2000; por mencionar sólo algynos).
(¡(¡
en los contextos descritos. Aquí se profundiza en esta específica vinculación por ser la
más evidente y porque sobre ella existe el mayor número de datos. Sin embargo, en
cmmmicación personal Judith Zeitlin y Peter Jiménez fueron llamando mi atención
sobre aspectos que sugieren que el simbolismo . de las placas abarcó otros espacios
además de ése. Es posible que los jades no deban considerarse en directo como una
expresión de la doctrina, sino de su tr·ámite, y que por esta razón están tan
estrechamente vinculados con ella. Tanto el culto al agua y la fertilidad, como la
idealización y materialización de símbolos distintivos de los representantes religiosos y
líderes terrenos, estuvieron en boga durante el Epiclásico. Este último aspecto se tratará
en los próximos capítulos. Por ahora expondré algunos datos referentes a la disociación
forma-significado en la imagen de la serpiente emplumada, como contrapeso al
argumento de Ringle, Gallareta y Bey sobre que los jades figurativos son evidencia de
un culto estandaTizado y ampliamente aceptado a la deidad Quetzalcóatl.
11.1 ¿quetzalcóatl o Quetzalcóatl?
Es engañoso remitirse a las formas para encontrar significados. La disociación
forma-significado, y el ritmo propio con el que cada uno de ellos evoluciona, han sido
quizás el principal obstáculo de quienes se acercan al estudio simbólico en general, Y de
las religiones en particular. La razón es que la dinámica con la que estos procesos se
desarrollan (forma y significado) frecuentemente interfiere en su equivalencia. De
manera muy clara expone este problema George Kubler (1972a:70; 1972b:18-20), a
propósito de las obras de Erwin Panofsky sobre iconografía medieval Y su "principio de
disyución". Kubler apunta que "los objetos utilitarios y expresiones cotidianas por lo
general muestran una mayor coherencia entre forma y significado a través de largos
periodos, que las mucho más fi·ágiles expresiones de sistemas religiosos simbólicos", Y
agrega:
"Formas continuas no proclaman significados continuos; Y tan1poco la continuidad de forma o significado implica necesariamente la continuidad de cultura. Por el contrario, continuidades prolongadas de fmma o significado, como de mil años, bien pueden encubrir una discontinuidad más profunda
[ ... ] "(1972b: 19-20).
67
Las similitudes estéticas en el arte de dos o más regiones no necesariamente
implican una transmisión de ideas (cfr. Spinden, 1975 [ 1913] :238; Stone-Miller,
1993:32; Spence, 2000:260); por ello, coincidiendo con Caso," [ ... ] no basta percibir la
semejanza entre dos representaciones, fundada exclusivamente en la semejanza gráfica
o plástica, es necesario [ ... ] percibir semejanzas ideológicas aun cuando plásticamente
no sean aparentes" (1966:250-251 ).
A la serpiente emplmnada comúnmente se le asigna un significado que evoca al
guerrero, sacerdote, dignatario de Tallan, a su equivalente maya Kukulcán o a la deidad
Quetzalcóatl descrita por las fuentes históricas. Pero antes de esa inupción, el lugar que
ocuparon estos reptiles en la mitología mesoan1ericana no parece tener las mismas
implicaciones, y es común encontrarlos asociados a los dioses del agua o de la fertilidad
(cfr. Armillas, 1947:176; Thompson, 1973: 296; López Luján, 1993:251; Manzanilla,
1995:167; Gamboa, 1996:14).
De la relación de los ofidios con el culto al agua dice Almillas: "En la mitología
indígena serpientes y lluvias están estrechamente relacionadas; se considera a estos
reptiles como imagen del rayo, por eso llevan serpientes en sus manos los tlaloques, los
mensajeros de Tláloc que reparten las lluvias [ ... ]" (1947: 170); y
"En los códices mayas el dios de la lluvia aparece fi·ecuentemente asociado con serpientes y en ocasiones figmado con cuerpo de serpiente y la diosa del agua (equivalente a la diosa Chalchiuhtlicue, he1mana de Tláloc) lleva anudada a la cabeza una serpiente; el reptil también aparece asociado con agua y lluvia sin mostrarse la imagen del dios" (Acosta ibid.:171).
Teotihuacan ofrece amplias posibilidades para profundizar en este aspecto,
gracias a que sus magníficos ejemplares de pintura mural y cerámica han sido objeto de
varios estudios iconográficos. Uno de éstos lo realizó Esther Pasztory en los años
setenta, concluyendo que existe una distinción en las representaciones de Tláloc que
permite observar por lo menos dos complejos con atributos definibles e implicaciones
de algím modo opuestas (1974:7, 9-10), pero que resultan complementarias. Una de
estas 'deidades', el denominado "Tláloc B" muestra rasgos de o aparece en asociación
con el jaguar (ella lo paraleliza con la imagen de Cocijo, dios de la lluvia en Monte
Albán, Y opina que a ambos aplica el cuadro evolutivo publicado por Covanubias en
68
1946 " [Pasztory 1974: 15] ), además de con armas y actos de guen·a y sacrificio. Pbr su
parte, el "Tláloc A" aparece en íntima relación con un reptil y su carácter no es bélico.
Acerca del reptil, Pasztory concluye que se trata de un cocodrilo, haciendo una
analogía con la imagen de este animal en tma pieza procedente de !zapa, además ele
insistir en el cocodrilo como símbolo ele la tieiTa entre los aztecas y en que el ofidio
representado en Teotihuacan carece ele lengua; reconoce sin embargo que "El cuerpo
del Tláloc ele perfil de Tepantitla recuerda la cola de una serpiente ele cascabel"
(ibid.:l8).
En un estudio posterior, Hasso Van Winning conserva la nomenclatura de Tláloc
"A" y "B", incluyendo la correspondencia de este último con un "complejo Gue!Ta
Sacrificio" y destacando que guarda "una relación indirecta o secundaria con los dioses
del agua" (1987: 1 :65-66); pero acerca del otro subraya que "Sería más a propósito
denominar a Tláloc A, el dios de la lluvia, como Tláloc-Serpiente, en vez de Tláloc
Lagarto (como lo propone Pasztory), por la preeminencia ele los atributos ofidios" (Van
Winning, ibid.:I:70). El mtsmo autor argumenta que "son muy raras las
representaciones ele lagmios en el arte ele Teotihuacan que pueden ser ic\entiticaclos sin
lugar a eludas como tales, pero, en cambio, abundan las representaciones ele serpientes
[ ... ] "(ibid.:J:69).
Es posible que la dicotomía ele Tláloc tenga origen en la bivalencia misma del
líquido, en palabras ele Van Winning:
"Incluye el complejo diversas deidades con jurisdicción sobre las aguas procedentes de la atmósfera que benefician las milpas o les causan c\afio (en forma ele granizo, heladas), así como sobre las aguas terrestres (ríos, lagos, manantiales), el rayo y el trueno. Además se incluyen aquellos dioses que por sus atributos y contextos iconográficos no se relacionen directa y exclusivamente con las aguas fructíferas" (Van Winning, ibid.:J:65, véase también Pasztory, 1990:183; Manzanilla, 2000).53
52 En la Segunda Mesa Redonda de la Sociedad Mexicana de Antropología, Miguel Covarrubias presentó un famoso cuadro comparativo (ampliado cuatro años más tarde para su publicación) en el que propone que las representaciones de dioses de la lluvia en diversas partes de Mesoamérica son una derivación del 'arte' olmeca y su culto al jaguar.
53 Hay crónicas del Postelásieo Tardío donde se narra esta dicotomía. Sahagún dice: "Tenían que él daba las lluvias para que regasen la tierra, mediante la cual lluvia se criaban ladas las yerbas, árboles y frutas y mantenimientos: también tenían que él enviaba el granizo y los relámpagos y rayos, y las tempestades del agua, y los peligros de los ríos y de la mar" (Libro 1, Cap. IV, 1982:32); " [ ... ] esta diosa llamada Chalchiuhtlicue, diosa del agua, pintábanla como a mujer, y decían que era hennana de los dioses de la lluvia que llamaban Ti aloques; honrábanla porque decían que ella tenía poder sobre el agua de la mar y de los ríos, para ahogar a los que andaban en estas aguas y hacer tempestades y torbellinos en el agua, y anegar los navíos y barcas y otros vasos que andaban por el agua [ ... ] " (Sahagún Libro 1, CapXI, ibid.:35). Esta bivalencia en
69
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Alfonso Caso tan1bién observa una asociación entre la serpiente y el dios
teotihuacano ele la lluvia, al grado ele considerar a este animal, junto con el jaguar, como
sus "nahuales" (Caso, 1966:254); algo muy similar propone Eulalia Guzmán: " [ ... ]
Tláloc, como Dios del agua, está unido íntimamente a la culebra; es su inseparable,
como su gemelo"(Guzmán, 1972:129).
A propósito ele las representaciones serpentinas, V on Winning agrega que en
Teotihuacan todas las imágenes ele serpientes están cubiertas de plumas, los atributos
del quetzal, y que por lo general están acompañadas por signos acuáticos (1987:1:69)
como son los caracoles cortados, las gotas o corrientes de agua, los chalchihuitl, el
quinterno y el espiral (ibid,:I:130).5'1 Los ofidios también suelen estar acompañados por
símbolos ele la fertilidad, como semillas (cfr. Florescano, 1995:19).
Con esta observación coincide Pasztory en una obra posterior, donde reconoce la
frecuencia de las representaciones de la serpiente emplumada y su asociación con
imágenes acuáticas, y donde aclm·a que generalmente se encuentra en los murales
borclem1clo escenas, sin expresarse como motivo central (1988b:158). Esto último quizás
se debe a que la quetzalcóatl no siempre podría considerarse una deidad, sino un icono,
que en Teotihuacan está frecuentemente relacionado con el "ritual ele las deidades del
agua, de la tierra, y de la fertilidad vegetal", como apunta Van Winning (1987, 1:70).
la figura de Tláloc también la mencionan López Luján (1993:215-216) y López Austin (1994:176). Ocurre lo mismo con el Chac maya (cfr. Thompson, 1973:262).
5'1 Se ha destacado que diversas culturas mesoamericanas concedían al 'jade' un carácter acuático, además de
emplearlo como sinónimo de 'cosa preciosa' (cfr. Rands, 1965:579; Caso, 1966:258; Millon, l988b: 117; López Luján, 1993:216-217). Es común verlo representado como un pequeño disco perforado, que al menos en Teotihuacan se empleó '' ( ... ]como unsustituto de signos más complejos o voluminosos para simbolizar el agua" (Van Winning, 1987, 2:11 ). Al respecto, Proskouriakoff señala: " [el jade] tuvo una asociación con el agua y se dice que los aztecas usaban la palabra como una metófora honorHica de agua", añadiendo que el jeroglífico maya para designar al jade (identificado por Thompson) se observa ocasionalmente en el cuerpo de serpientes y en las representaciones convencionales de cuerpos acuíferos en los códices ( 1974:3). Sah,agún reseña: "También hay otra señal donde se crían piedras preciosas, especialmente las que llaman chalchi/mites; en el lugar donde están o se crían, esta hierba que está ahí nacida está siempre verde, y es porque estas piedras siempre echan de sí una exhalación fresca y húmeda [ ... ]"(Libro XI, Cap. VIII, 1982:693). Al analizar los testimonios de los frailes Bemardino de Sahagún y Diego de Landa, Proskouriakoff opina que las creencias y prácticas que involucran al jade, tanto en el Centro de México como en la región Maya, tuvieron una antigua base común y fueron esencialmente similares (ibid.:2; cfr. Manzanilla, 2000:90 para un ejemplo sobre la asociación del jade con el culto al agua y la fertilidad entre los olmecas). En el caso de los moluscos, sus conchas aparecen continuamente en sección transversal o de frente como complemento a escenas del mismo tipo, y al interior de cuerpos de serpientes o corrientes de agua que emanan de las manos de algunos personajes o de ollas, como se ve en los frescos teotihuacanos y en los códices. Dado su origen, la cualidad de conchas y caracoles para representar al agua es comprensible. Conchas y jade fueron objetos bastante preciados en tiempos prehispánicos y aparecen en innumerables sitios y contextos a todo lo largo y ancho del territorio mesoarnericano. Siendo adecuados para la fabricación de ornamentos personales, su obtención, distribución y uso tienen también una base económica y política, no exclusivamente simbólica. por ello, a pesar de que su valor semántico en pintura y escultura es 'agua', no pretendo que su presencia física o aislada debe interpretarse indistintamente como una extensión de aquel significado.
70
Este animal mitológico se relaciona con el complejo agua-fertilidad no sólcren el
Centro de México y Oaxaca (donde se han resaltado rasgos serpentinos en las máscaras
de Cocijo y Pitao Cozobi [cfr. Caso y Berna!, 1952:101] ). En el Área Maya, al
respecto señala Herbert Spinden: "La serpiente emp)umada es un concepto temprano
entre los mayas, una combinación de la serpiente de cascabel y el quetzal, asociado con
lluvias, tormentas y el conflicto de Venus [ ... ] "(1946:34), y Eric Thompson ha
propuesto que muchas fachadas decoradas, que se han asociado con Quetzalcóatl,
expresan en realidad la idea de monstruos celestiales relacionados con los puntos
cardinales y las aguas (apud Armillas, 194 7: 177-178).55 Adicionalmente, George Kubler
considera que la imagen de la serpiente emplumada en el 'arte' clásico maya quizás
represente tradiciones de un simbolismo de la lluvia y la vegetación del Altiplano
Central de México (1961 :66), mientras que Mercedes de la Garza señala que es un
símbolo por excelencia de agua y energía vital ( 1999:241 ).
- Sobre la asociación serpiente emplumada/agua, Robert Rands dice: "Se
considera generalmente que la serpiente tiene una obvia asociación con el agua [ ... ] se
ha recabado un buen número de creencias mesoamericanas que conectan directamente a
la serpiente con el agua superficial, la lluvia y el relámpago" (Rands, 1955:361). En el
caso específico maya el mismo autor agrega:
" [ ... ] el monstruo bicéfalo del cielo, serpiente-saurio, es específicamente una creación maya, y en forma pura su asociación con el agua está obviamente restringida al Área Maya. Sin embargo, víboras con agua o símbolos acuáticos emergiendo de sus fauces ocu!1'en tan lejos como en Teotihuacan" (ibid.:337).
Además de estos contextos iconográficos prehispánicos, ya en fechas tardías los
códices mayas frecuentemente representan juntos a la serpiente, el Dios B y el agua
(ibid.:361) y en ocasiones el Dios Nariz Larga se ilustra con cuerpo de serpiente
(Spinden, 1975 [ 1913] :62-64, fig. 73b; de la Graza, 1999:241); Thompson destaca
55 Las deidades con poca frecuencia se limitan a una sola acepción, y muchas veces los elementos se traslapan de manera confusa hasta llevarnos a hablar de advocaciones diversas y en ocasiones a atribuir funciones contradictorias. Si algo comparten muchas de ellas es su relación con el ofidio, y por eso no basta la presencia de este rasgo para establecer asociaciones con cierta divinidad. Sobre el Dios B dice Spinden: " [ ... ] se ha considerado que el Dios B representa a Kukulkán, la Serpiente Emplumada, cuyo equivalente azteca es Quetzalcóatl. Otros lo identifican con Itzamná, el Dios Serpiente del Este, o con Chac, el Dios de la Lluvia de los cuatro rumbos y el equivalente del Tláloc de los Mexicanos" (Spinden, 1975:62). Por su parte anota Eric Thompson: " [ ... ] los Chacs, como los Itzamnás, son dioses de la lluvia, y tienen atributos ofidios" (1973:263).
71
cuatro escenas en el Códice Dresde donde se ilustra a Chac sentado sobre una serpiente
enrollada cercando un depósito o reservaría de agua (1973:192). Para el autor, una de
las características sobresalientes de la religión maya es el origen reptiliano de las
deidades del agua y de la tietTa (1973:269).
Es difícil definir en qué momento y bajo qué condiciones el nombre 'serpiente
emplumada' se adjudicó a Ce Acatl Topiltzin, pero el icono sí es una constante en la
mitología mesoamericana. Al interpretar a este animal, donde quiera que se encuentre,
como alusivo al héroe deificado tolteca (o equivalentes), se ha contemplado
forzadamente la existencia de este último desde tiempos muy tempranos. Así, se ha
considerado a Xochicalco como ciudad en la que ya existe un culto a Quetzalcóatl (cfr.
Noguera, 1960:45; Sáenz, 1962a:77-78, 1962b:1; Piña Chán, 1989:45, 70; Wimer,
1995:18; Lebeuf, 1995:223; Ringle et al., 1998:203, 205) y si no, a Teotihuacan (cfr.
Caso, 1966:265, Séjoumé, 1996 [ 1969]; 1962; López Austin et al., 1991; Wimer,
ibid.:19; Ringle et al., ibid.:193, 203, 225; Sugiyama, 2000; Taube, 2000b:269), o
incluso una aparición mucho más temprana, por ejemplo en Monte Albán desde su Fase
I (cfr. Caso y Berna!, 1952:155-158, 161-162, 367; Séjourné, 1960: 90).
Asumir que todo ofidio con plumaje es la manifestación de aquel dios, relega a
segundo término la existencia de otras deidades y cultos, como se percibe en la
propuesta de Pifia Chán:
"La creación y divulgación de la religión y culto a Quetzalcóatl, fue sin duda el factor más importante que hizo sobresalir a Xochicalco, al grado de que contribuyó a la caída de Teotihuacan al introducir un nuevo concepto religioso que suplantó a la vieja religión politeísta, agrícola y conservadora de ese otro centro [ ... ]" (1989:70).
Al explorar los contextos iconográficos en los que está presente la quetzalcóatl,
se observa que la fusión debe ser un evento tardío y no el culto al sacerdote deificado un
evento temprano. Al respecto anota Kubler: " [ ... ] las representaciones de la serpiente
emplumada y de Quetzalcóatl presentan significados diferentes a través de 1000 años
transcurridos en México. Estos significados y designaciones milenarias por lo menos
son tan diferentes como los de Orfeo y Cristo" (1972a:71).
Es factible que pueda rastrearse desde el Epiclásico la paulatina integración de
aquellos rasgos que aludirán más tarde al Quetzalcóatl que refieren las fuentes
etnohistóricas e históricas, pero es cuestionable una consolidación absoluta desde
entonces:
72
" [ ... ] hay que notar que las representaciones más frecuentes de la deidad Quetzalcóatl en la iconografía del Horizonte Mixteca-Puebla son en su aspecto de dios del viento (Ehecatl), o como numen estelar (Tlahuizcalpantecuhtli, el señor de la casa del alba, el planeta Venus en su aparición matutina, o Xólotl, el gemelo divino, la estrella vespertina) en las cuales no aparece como serpiente emplumada. [ ... ] Cw·iosamente, los cronistas del siglo XVI aunque declaren que el nombre Quetzalcóatl quiere decir culebra de plumf!ie (o serpiente emplumada), no describen sus representaciones con aspecto serpentino. Quetzalcóatl tiene en la mitología y en la tradición mexicanas diferentes aspectos divinos y humanos. [ ... ] Su asociación puede ser resultado de un sincretismo religioso tardío, aunque cada uno de ellos aisladamente puede ser muy antiguo. Es necesario al estudiarlos precisar cuidadosamente en cada referencia de cuál de ellos se trata, no aceptarlos sin más averiguación como interdependientes en cualquier época por el hecho de que lo fueran en tiempos de la Conquista. [ ... ] ni aceptar sin más ni más que la serpiente emplumada simbolice forzosamente las ideas del complejo de Quetzalcóatl en cualquier tiempo o lugar" (Armillas, 1947:163-164).
Alfonso Caso, a pesar de reconocer que la serpiente de plumas está unida en la
mente teotihuacana con símbolos del agua, asegura que "Quetzalcóatl como 'serpiente
emplumada' y en otras de sus múltiples manifestaciones que conocemos por fuentes
tenochcas, ya existía en Teotihuacan II, como una deidad independiente de Tláloc
[ ... ]" (1966:265), sin argumentar por qué o en qué ocasiones el icono serpiente
emplumada se le puede adjudicar. Lo mismo acune en el trabajo de Ringle, Gallareta y
Bey, quienes describen los contextos iconográficos teotihuacanos donde el ofidio "nada
a través ele un reino acuático" o "anoja agua sobre los árboles", pero conservan la idea
de que también entonces encama a Quetzalcóatl (1998:203). Refiriéndose a los jade~
figurativos que se tratan aquí, agregan más tarde: " [ ... ] su asociación con muchas
alusiones claras a serpientes emplumadas indica que simbólicamente hacen referencia al
culto ele Quetzalcóatl [ ... ] " (ibid. :207).
También se ha considerado que el glifo 'ojo de reptil' es uno de los principales
referentes del mismo dios (cfr. Caso, 1966:265; Ringle et al., ibid.:209). Este elemento
ha sido interpretado de muchísimas formas desde que fue identificado, pues se
encuentra en variados contextos figurativos y asociado con diversas deidades, por lo
que no puede considerarse representativo de ninguna de ellas." Lo mismo sucede con el
56 De acuerdo con el estudio de Van Winning (1961, apud Caso, 1966:266), el "ojo de reptil" está relacionado frecuentemente con atributos acuáticos, y el propio Caso lo describe en asociación con varias deidades dentro del mismo panteón teotihuacano, como son el "dios gordo" (ibic/.:270) y "Quetzalpapálotl" (ibic/.:26!). Kubler
73
quinterno, que tanto en el Centro de México como en el Área Maya se relaciona
fi·ecuentemente con el agua," pero que se ha propuesto simboliza a Venus (cí!·. Seler,
1963, apud Sugiyama, 2000: 122-123), un astro que, donde aparece, también se asume
como referencia simultánea a Quetzalcóatl (cfr. Ringle et al., ibid.:!94). Es equivalente
el caso de asociar a cualquier elemento arquitectónico o iconográfico circular con
Ehecatl y, por extensión, nuevamente con Quetzalcóatl (cfr. Ringle et al., ibid.:!86).
Pocos de los atributos que acompañan la idea de esta deidad, como se conoce
por las fuentes, es claro en las ciudades que precedieron al Postclásico. Como señala
Enrique Florescano, hasta principios de Postclásico " [ ... ] las entidades Serpiente
Emplumada, Venus y Ehecatl tienen orígenes distintos, atributos sobrenaturales
diversos y características simbólicas e iconológicas diferentes [ ... ] en las diferentes
culturas donde se manifiestan no se observan lazos de iclenticlacl que las liguen entre sí"
(1995:58-59).
menciona la alternancia de ese "glifo" con figuras de Tláloc en vasijas trípodes (1972a:83) y dice: "El glifo ojo de reptil ha dado lugar a una mayor discusión que cualquier otro signo en el léxico. H. Beyer fue el que dio origen a este vocablo pero, tanto E. Seler al principio, como posteriormente Séjourné, lo interpretaron como un ojo. Por su parte, Caso lo interpretó como un signo calendárico asociado con Quetzalcóatl en Xochicalco. 1-l.V. Winning creyó que representaba la fertilidad y la abundancia. Yo lo interpreto más específicamente como un signo terrestre [ ... ]. En adornos que asemejan caras humanas siempre ocupa la posición de la boca. Ciertamente, Alfred V. Kidder pensó que estaba relacionado al habla y a la oración ( ... ] " (Kubler, l972a:78). Algunas interpretaciones y contextos iconográficos que sugieren varias funciones para el ojo de reptil, son reseñados por Berlo (1989b:25).
57 Acerca del quinterno Van Winning opina que simboliza al jade y a la turquesa, y en un contexto ritual al agua y a la lluvia (1987:!:129; 1!:11). En Teotihuacan se asocia tanto con la imagen de Tláloc como con el cuerpo de serpientes y espirales (p.e. Zacuala, Atetelco, Tepantitla). Para el Area Maya, Eric Thompson ha propuesto que ese símbolo estuvo ligado conceptual e iconográficamente con las mismas ideas que en otros lugares de Mesoamérica (el jade, la turquesa, la lluvia, el agua, los signos del año, etc.) y resalta su aparición en los tocados de Tláloc y Cocijo (Thompson, 1950, 1951 apud Rands, 1955:356). Schele y Miller mencionan que ocasionalmente aparece sobre la cabeza del personaje antropomorfo que acompaña las representaciones del lirio acuático (Schele y Miller, 1986; 46-47, fig. 25b). Sobre su diseño, hay quienes opinan que es la representación de las cinco regiones del mundo, y justifican su asociación con Tláloc (cfr. Caso, 1966:258; Armillas, 1991 ( 1945]: 111) por cómo caracterizan los códices y las fuentes a esta deidad de la lluvia y su morada (p.e. Códice Borgia, Historia de los Mexicanos por sus Pinturas, etc., cfr. López Austin, 1994:178-180, 189). Chac, el dios maya de la lluvia, también parece relacionarse con los cuatro rumbos (cfr. Thompson, 1973:265; de la Garza, 1999:241). Son pocos los ejemplos en los que el quinterno se asocia con otros complejos religiosos. Karl Taube menciona un incensario con la representación de Huehuetéotl proveniente de Cerro de las Mesas y un texto de la Tumba 5 de I-luijazoo (2000b:312-313, 315, fig. 10.25a). El autor describe este último como una cruz de Kan con llamas pero, a decir por la ilustración que acompaña al texto, esto no podría considerarse una certidumbre. Por ello, la conclusión a la que arriba Taube es a mis ojos exagerada: "Un texto de la Tumba 5 de Huijazoo sugiere que los zapotecas del Clásico Tardío consideraban a la c;uz de Kan como un signo de fuego, y especula que tal vez tuviera otros significados mayores incluyendo "fuego" y "centralismo" (ibic/.:312) (¿?).Alfredo López Austin también menciona un ejemplo en el que el quinterno (o quincunee) aparece en el tocado de una figurilla teotihuacana del dios viejo del fuego, y opina que la razón por la que puede aparecer tanto en el tocado del dios de la lluvia como en el de Huehuetéotl se encuentra en su simbolismo, referente a los cinco árboles erguidos en los que se da la unión del agua y el fuego (López Austin, 1994:189). Una asociación constante del culto a ambos, lluvia y fuego, se ha observado en la disposición de las ofrendas recuperadas en Cerro de la Estrella (cfr. Pérez, 2002:94-95).
' 1
Presto especial atención al trabajo de Ringle, Gallareta y Bey porquecüwolucra a
las piezas de jade que motivaron este estudio, y porque en él se consideran, como ya se
ha dicho, una expresión del culto a Quetzalcóatl:
" [ ... ] sugerimos que un mecar1ismo bast;nte específico fue el responsable de estos rasgos en común, la dispersión de un culto regional enfocado en Quetzalcóati/Kukulcán en sus aspectos de Se1piente Emplumada, Venus, Dios del Viento, y Patrón de los mercaderes y líderes" (Ringle et al., 1998: 184-185).
Algunas de las correlaciones iconográficas que se emplean en su texto son
inseguras par·a el Epiclásico (p.e. Cánido = Xólotl; Ojo de Reptil = Quetzalcóatl;
Círculo= Ehecatl), pero creo que esto es consecuencia de su correlación inicial:
"Puede objetar·se que serpientes emplumadas no son poco comunes en Mesoamérica desde por lo menos el comienzo del periodo Clásico [ ... ] Sin embar·go, comenzando en el Epiclásico, la postura del culto cmnbió; las serpientes emplumadas se asociar·on con un nuevo complejo de rasgos que creemos marcaron un cambio en ideología" (ibid.: 193).
Los autores se enfrenta11 constantemente con la relación Serpiente
Emplumada!Tláloc, un fenómeno que Jos lleva a admitir que " [ ... ] la pareja de
Quetzalcóatl y Tláloc [ ... ] es tan consistente en el Epiclásico, que es poco apto
referirse solamente a un culto a Quetzalcóatl" (Ringle et al., ibid.:!95). Sin embargo,
desde su perspectiva esta convivencia puede ser inte1pretada como una especie de
confrontación que refleja "[ ... ] la herencia de lo que Schele y Freidel (1990) hm1
llamado la guerra Tláloc-Venus -aparecida primero en el Área Maya durm1te el Clásico
Temprano, pero con un fuerte resurgimiento en las cuencas del Usumacinta-Pasión en el
Clásico Tar·dío (Stone 1989) (La pareja es además importa11te en Teotihuaca11)" (ibid.: 195-196).
Esto conduce a un aspecto más que suele considerarse característico de la época,
y que par·a Ringle, Gallareta y Bey es un rasgo esencial del culto a Quetzalcóatl:
"Burger hace hincapié en la naturaleza generalmente abierta y pacífica de Jos cultos
regionales, mientras que nosotros creemos que el culto a Quetzalcóatl estuvo
estrechm11ente ligado al militar·ismo" (ibid.: 184-185, nota 3).
Entre los aspectos más controvertibles de multivalencia de los símbolos
religiosos, se cuenta la relación circular· entre aspectos "pacíficos" y "bélicos". En
75
Mesoamérica la manipulación de las expresiones de un sistema de creencias contribuyó
a exaltar ocasionalmente a uno u otro, por lo que la caracterización del complejo
religioso mismo, o de la sociedad que lo patentaba, a partir de cualquiera de esos
patrones iconográficos, es especialmente engañosa. Este doble carácter existe desde
tiempos temprar1os e involucra tm1to al complejo del agua y la fertilidad (cfr.
Thompson, 1973:262; Von Winning, 1987:1:65, Pasztory, 1990:181-183; Freidel et al.,
1993:296-317; López Austin, 1994:176; Ringle et al., 1998:203; Mm1zar1illa, 2000;
Mastache y Cobea11, 2000:110, 121, 130) como al complejo tar·dío relativo a
Quetzalcóatl ( cii. Ringle et al., id e m). Involucra quizás tmnbién al ash·o matutino Venus
(cfr. Freidel et al., idem; Zeitlin, com. pers. 2002), desde antes de que se integrara al
último de estos complejos.
La idea de que algunos edificios prehispánicos se asocian con el calendar·io
mesom11ericano, es par·a Ringle, Gallar·eta y Bey una evidencia más para hablar· de un
culto temprm1o a Quetzalcóatl, puesto que algunas fhentes etnohistóricas se refieren a
éste como uno de los dioses instauradores de las divisiones del año (ibid.: 193-194, 223;
véase también López Austin et al., 1991 :40). Una reproducción calendárica se ha
observado en el plan arquitectónico de El Castillo en Chichén Itzá, la Pirámide de los
Nichos en El Tajín y la segunda etapa de la Grm1 Pirámide en Cholula (Ringle et al.,
id e m). Lo mismo se ha propuesto par·a los relieves que adornan las fachadas de la
Pirámide de las Serpientes Emplumadas en Xochicalco (ver adelante) y el Templo de
Quetzalcóatl en Teotihuaca11 (cii. López Austin et al., 1991, además de en el pah·ón
observado en las ofrendas que antecedieron su construcción [cfr. Cabrera y Cabrera,
1993:290-295; véase también López Austin et al., ibid.:45-46] ). En realidad, más allá
de esa vaga atribución que es su participación en el diseño del calendario
mesoamericm1o, la presencia del dios Quetzalcóatl no figura de manera clara en
ninguno de estos edificios, siendo además el último demasiado temprano par·a hablar del
culto a una deidad que estaba lejos de haberse consolidado.
Como se verá en breve, en los relieves que adornm1 las fachadas xochicalca y
teotihuaca11a la serpiente emplumada se inserta iconográficamente en un complejo
religioso distinto. Las ofi·endas halladas en su interior par·ecen apoyar· eso mismo, lo que
no se contrapone con el ritual de sacrificio masivo del que fueron resultado en el caso
del templo teotihuaca11o:
"En términos generales, la naturaleza de los materiales ofrendados sugiere relaciones con el agua o con la deidad del agua. Esto está apoyado, por
76
ejemplo, por las piezas de jade y piedra verde [ ... ], concha, "vasijas •· Tláloc", Y posibles figurillas de obsidiana en forma de serpientes (animales que aparecen frecuentemente asociados con agua: Piña Chán 1977). [ ... ] Juntar todos los datos nos lleva a la hipótesis de que una gran ceremonia dedicada a la deidad del agua se llevó a cabo j,usto antes de completar la ~onstrucción del templo y que el sacrificio humano fue un componente Importante del ritual" (Sugiyama, 1989:103-104).
La relación de este edificio con un complejo distinto al de Quetzalcóatl no es
incongruente con tma posible reproducción simbólica del calendario, pues no son pocas
las deidades que diseñan, se relacionan, rigen o se rigen con la cuenta del tiempo. Esto
puede estar reflejado en la constante asociación del 'signo del afio' con Cocijo (cfr.
Escalona, 1953:363; Caso, 1966:253; Coggins, 1980:59) y Pitao Cozobi (cfr. Caso y
Berna], 1952:94), desde épocas tempranas." El signo del año mixteco se integra con
especial frecuencia al adorno capital de Tláloc, en el Centro de México, Oaxaca y el
Área Maya (cfi·. Escalona, 1953:363; Rands, 1955:322; Sáenz, 1966:27; Kubler,
1972a:74; Pasztory, 1974:10; Coggins, 1980:50; Schele y Miller, 1986:47, fig. 25b;
Annillas, 1991 [1945]:111; Rivas, 1993:31; Ringle et al., 1998:195-196, Fig. lOa;
Jiménez García, 1998:135, 142, 144, 367, 447, 449; Fash y Fash, 2000:fig. 14.1; Taube,
2000a:42, fig. 33; 2000b:280) (ver Figs. 23b y 25). También la serpiente emplumada lo
exhibe ocasionalmente en su tocado (cfr. Taube, 2000b:277, fig. 10.6a) (ver Fig. 22).
58 U~ trap~cio i~vertid~ Y un triángulo, entrelazados, son la expresión más común del llamado 'signo del año rn1x~eco · _Ja:~er ~rctd prop_one que este motivo sólo fue usado como glifo del año dentro del sistema de escntura N~~ne, sm necesana~ente constituir un marcador de tiempo entre otras culturas que adoptaron su repres~n~acwn. o,~serva también que en un mismo sistema gráfico se le pueden atribuir múltiples funciones metommtcas que [ .... ] parecen envolver la noción de liderazgo en un sentido político (señor-gobernante) y e.n un sentido .melafonco parecen aplicarse al cálculo del tiempo (un año determinado como gobernante del lie.mpo)" (Urctd, 1993:144-145, véase también López Austin et al., 1991 :39-40). Entre los glifos calendáricos mas .tempranos conocidos en Monte Albán, Alfonso Caso identificó como signo del año solar un diseño que consiste en .una cruz encerrada en un círculo; éste aparece inicialmente aislado pero más tarde se representa ~~n regulan~a? en ~~ tocado de C?cijo (Coggins, 1980:59). Clemency Coggins hace una analogía entre este signo del ano asoc~ado con 1~ detdad zapoteca de la lluvia y el ángulo y trapecio asociado con Tláloc, pues
ambos denotan al ano solar (1dem). En su excelente artículo, Coggins va más allá de la equivalencia como :signos del año' h~s:~ proponer (siguiendo a Adrian Digby) que ambos son la expresión gráfica de un m~trumento ~e medJcJOn so~ar que. existió verdaderamente. Las diferencias representativas se deberían a que, mientr.as el angula Y trapecio lo simulan de frente, la cruz encerrada en un círculo sería una vista en planta (C~ggms,1980:61). Ambos aparecen, uno encima del otro, en Jos relieves de las fachadas oeste y sur de la Ptram.'de de las Serpientes Emplumadas en Xochiealco (cfr. de la Fuente, 1995:1 98; Lebeuf, 1995:229-230, figs. ) Y 6). R?tomando las sugerencias de Urcid sobre su posible significado, en el sentido metafórico estos simbolos podnan reafirmar la función de las deidades de la lluvia como 'patrones del año aorícola' (e 1 1 - 1 d e . . " amo ya o m sena a o o~~ms, 19~0:61); mwntras que asociados a personajes 'prominentes' (cuando existan más
elementos de relac10n) podnan denotar aJoún vínculo con aquellas deidades (cfr Coggins 1980·6') ¡ . o . .... , . .J •• oyce Marcus comenta que el Signo del año mixteco está relacionado con guerreros en Cacaxtla Piedras Nearas y Yaxchilán (2001 :25). ' "
77
En el caso de la Pirámide de los Nichos en El Tajín, Ringle, Gallareta y Bey
consideran que, además de la alusión calendárica en la construcción del edificio, el
templo superior estuvo dedicado a Quetzalcóatl (1998:194). Mencionan como evidencia
de ello los paneles y frisos donde fueron esculpidas grecas entrelazadas y motivos
serpentinos bordeando escenas, pero esto también OCUlTe en Jugares como Teotihuacan,
donde las escenas bordeadas dificilmente se relacionan con aquel dios. Se refieren
tan1bién a los cánidos enredados en las grecas de algunos de esos fi·isos como que
podrían ser coyotes o estar relacionados con Xólotl, pero en arquitectura y pintura son
mucho más claras las representaciones de coyotes deambulando que de penos, lo que
vemos en Chichén Itzá y Tul a (como señalan los mismos autores, idem ), y también en
Jos murales teotihuacanos.
El esfuerzo de Ringle, Gallareta y Bey por asociar los edificios del Clásico y
Epiclásico con Quetzalcóatl, reside en dar sustento a una de sus hipótesis principales,
donde proponen que la dispersión de ese culto implicó no sólo una comunicación
estrecha entre las sociedades que lo acogieron, sino la propia fundación de lugares
sagrados:
"El culto estaba basado en el establecimiento de mm red de lugares santos que trascendió las divisiones étnicas o políticas. [ ... ] Los principales lugares santos atraían peregrinos dentro de una amplia área [hinterland] y actuaban como foco de legitimación política, pero sus similitudes no se debían simplemente a la devoción en común por una deidad. Más bien, esta religión parece haberse dispersado mediante la fundación activa de nuevos centros de culto frecuentemente fortificados, y fi·ecuentemente mediante m1 proselitismo agresivamente militarista" (1998: 185).
Para apoyar esta propuesta, los autores reproducen e interpretan las imágenes de
las páginas 18 y 19 del Códice Nuttall. En esta sección del códice aparece el personaje
12 Viento llevando a la espalda un templo con dos serpientes entrelazadas, y tanto él
como sus acompañantes portan bolsas para incienso, annas, bastones o estandartes,
perforadores sacrificiales, atados, varas para encender el "fuego sagrado", etcétera
(ibid.:l85-187, figs. 3 y 4). La interpretación que se hace de estas escenas es
básicamente que reproducen el fenómeno de fundación de lugares sagrados, en este
caso específico relativos al culto a Quetzalcóatl (quien es de por sí una 'deidad
fundadora', ibid.:l88). Cuestionar esta lectma sería ocioso, porque de ninguna manera
disiento con ella. La única observación que haría al discurso de Ringle, Gallareta y Bey,
78
es que no es éste un buen punto de partida para explicar acontecimientos sucedidos ~por
lo menos quinientos años antes.
A pesar de reconocer que el Códice Nuttall narra eventos desde la perspectiva
del Postclásico Tardío, se sugiere que dicha nanación refiere sucesos ocunidos tiempo
antes, hacia el siglo X, y que es válido establecer una c~nelación entre la lectura de su
iconografia y la del Epiclásico (cfr. Ringle et al., 1998:185-187)." Es posible que la
'intención' de quienes pintaron el códice fuese plasmar un trozo de la historia ancestral
(o mítica) de los mixtecos, pero no hay que pasar por alto que puede tratarse, en
realidad, de pasajes transformados con el paso de los años por la memoria colectiva,
adaptados a las condiciones del momento en el que fueron narrados, una tendencia
natural de las sociedades en torno a sus símbolos religiosos (ver más adelante) e
históricos (cfr. Carneiro, 1992:192) (como se ve actualmente en la reestructuración
sexenal de los libros de texto ... ). No hay que olvidar que es precisamente hasta el
Horizonte Mixteca-Puebla que algunas de las múltiples advocaciones de la deidad
Quetzalcóatl (p.e. Ehecatl, dios del viento; Xólotl, el gemelo divino; Venus, la estrella
de la mañana) aparecen con claridad y relacionadas (cfr. Armillas, 1947:163-164); a
propósito de esto, coincido con Ringle, Gallareta y Bey cuando proponen que "el
vagabundo fundador Quetzalcóatl es mejor visto como un intento etiológico tardío para
explicar [¿o 'legitimar'?] la dispersión de su culto, conteniendo en una sola figura
varios episodios históricos separados entre sí probablemente por siglos" (ibid.:188).
A propósito del riesgo de utilizar fuentes etnohistóricas para explicar contextos
arqueológicos, Sanders opina: " [ ... ]las "historias" fueron manipuladas deliberadamente
con fines políticos. Estoy convencido de que mucha de la "historia" política
mesoamericana consiste en absoluta propaganda" (1989:216-217; véase también
Pasztory, 1990:183). Como señala Carneiro a propósito de los orígenes del Imperio
Inca, pareciera que mucho de lo que permaneció en el registro no es historia, sino
ideologia (1992: 192; para discusiones similares sobre los 'registros históricos' cfr.
Webb, 1974:358; Abu-Lughod, 1989:24-25, 28-32).
50 Los autores observan que algunos elementos del Códice Nutall aparecen en la iconografía del Epiclásico (Ringle et al., 1998:185). Sin embargo, se trata específicamente de los objetos que integran la parafernalia ritual, como las bolsas para incienso o los estandartes, elementos que permanecieron durante siglos coino el instrumental en común de sacerdotes al desempeñar su oficio, independientemente de la deidad a la que estuviese dirigida la celebración. En este caso, la compatibilidad iconográfica ocurre a una escala formal/funcional de objetos particulares, pero no es forzosamente extensiva al contenido total de los episodios ni encierra una inmutabilidad del total de símbolos implicados. Como se desprende del comentario de Kubler transcrito páginas atrás, este tipo de objetos "por lo general muestran una mayor coherencia entre fonna y significado a través de largos periodos que las mucho más frágiles expresiones de sistemas religiosos simbólicos" (1972b: 19-20).
79
El problema de la 'fundación' de lugares sagrados a través de lo que narran las
fuentes, radica en que los eventos son realidad combinada con mito, el relato de un
pasado conveniente (no del todo auténtico) que justifica o legitima a quien lo cuenta
( cfi·. Davies, 1977). Para el Postclásico Tardío, la legitimación a partir de la idea de
'fundación' corre a cuenta de Quetzalcóatl. ¿A cargo de quién corrió la de lugares como
Monte Albán y Teotihuacan? En el Postclásico Tardío se adopta una figura que se sitúa
en el panorama histórico de los toltecas porque el intento verdadero, la intención
subyacente y disfrazada, pudo ser la de patentar filiación con la imagen que TuJa
representaba. Pero, como se verá a continuación, en TuJa no aparece de tal fon11a la
deidad Quetzalcóatl. ¿Por qué?. Quizás porque para el tiempo histórico real de los
toltecas la figura era otra, probablemente proclamando filiación con la imagen de
Teotihuacan. Si ocurre algo similar que con el contenido de la palabra "Tallan", que
más que topónimo es un calificativo (cfr. Davies, 1977), sería erróneo incluir en una
sola figura el cargo de fundador/legitimador. Si Teotihuacan fue la primera Tallan, es
posible que hubiese habido una imagen fundadora equivalente, que desde luego no fue
el Quetzalcóatl de tiempos postclásicos dada la ausencia total de integración de sus
advocaciones en aquella época.
Para finalizar con la discusión sobre la validez de la existencia de un culto
altamente estmcturado a la deidad Quetzalcóatl y, por extensión, la validez de asumir
que la serpiente emplumada es ya durante el Epiclásico y Postclásico Temprano uno de
sus símbolos principales, expondré algunos datos sobre Tula.
La "capital" de Quetzalcóatl
Considerar a TuJa como capital del culto a Quetzalcóatl ha minimizado la
importancia de otros dioses y prácticas que estuvieron presentes en esa ciudad. Acosta
subraya: "El número de las representaciones de Quetzalcóatl y de Tlalmizcalpantecutli,
en relación con otras deidades, es abrumador" (1956-57:94), pero a decir de un estudio
reciente, esto no es tan claro. Me refiero al completo análisis iconográfico y contextua!
realizado por Elizabeth Jiménez sobre la lapidaria de TuJa, en el que concluye: " [ ... ]
contra lo que uno esperaría de la lectura de las crónicas, en TuJa hay muy pocas
esculturas con atributos que hagan referencia a Quetzalcóatl, y no se ha encontrado
80
ningún personaje que pueda ser identificado indudablemente como tar dios" (Jimé1'1ez
García, 1998:509).60
Así, "Hasta la fecha, en TuJa sólo se han recuperado cuatro figuras que presentan
algunos atributos relacionados con los dioses mexic.as Tezcatlipoca, Huehuetéotl,
Itzpapálotl y Tláloc" (Jiménez García, ibid.:464 )." De los tres primeros existe
solamente una representación, mientras que del último se identificaron cinco (cfr.
Jiménez García, ibid., figs. 35, 76, 78, 79 y 85, véase también Mastache y Cobean,
2000:11 0). La autora muestra, además de estas representaciones de Tláloc, otros
personajes que reproducen rasgos que se relacionan directamente con él (p.e. ibid., figs.
36, 52, 53, 54, 87)62 y anota nuevas asociaciones, que por lo menos a una escala local
se vinculan con la deidad del agua. Considera común entre los personajes relacionados
a, o con atributos de Tláloc, el uso conjunto de pechero redondo con fleco, la orejera
tipo "Q", cierto tipo de faldilla y pulsera, y cetros en forma de serpiente (Jiménez
García, 'ibid.: 327-329, 333, 335 y 436); algunas de estas convenciones se conservan en
las imágenes del dios que ofrecen los códices (ibid.:474, 495-499).
Contrario a lo comúnmente aceptado, el culto a Tláloc continuó siendo de suma
importancia durante el Postclásico Temprano, y lo que sugiere la infonnación que se
tiene hasta la fecha es que para los habitantes de TuJa Grande fue, si no el más, uno de
los más relevantes: "Aunque no existe la certeza de que se trate de personajes con
función sacerdotal, aquí se consideran como tales las figuras de los personajes que no
portan armas. De los tres grupos identificados, sólo el relacionado con Tláloc presenta
una filiación clara" (Jiménez García, ibid.:473).
Con seguridad la afirmación de Acosta sobre el "abrumador" número ele
representaciones de Quetzalcóatl, deriva de la asociación directa que se hace de la
serpiente emplumada con esa deidad. Sin embargo, de forma análoga a lo que ocurre en
Teotihuacan, los ofidios no suelen ocupar en TuJa un espacio central en sus
manifestaciones. Quizás, como reflexiona Von Winning para el sitio clásico, el reptil
60 La imagen de Quetza\cóatl grabada en el Cerro La Malinche ha sido considerada por varios autores como de manufactura tardia, muy posterior a la época de apogeo de Tula, atribuyéndola a grupos mexica (Umberger, 1987, apud .Jiménez Garcia, 1998:509; Florescano, 1995:68-69,257; Nicholson, 2000:155). Elizabeth Jiménez también observa diferencias entre el estilo de esta obra y el estilo escultórico e iconográfico que motivó su trabajo (idem).
61 Además de otros dos posibles: Xiuhtecuhtli y una "deidad-guía" (Jiménez García, 1998:469-473). 6
:? La profusión de estos rasgos es tan amplia que) al tenninar el análisis de 35 frisos de correspondencia arquitectónica indetenninada, la autora comenta: "Las figuras antropomorfas representadas en los frisos pueden ser clasificadas de distintas formas: la más general diferencia a los personajes que ostentan atributos de Tláloc de los individuos que no los llevan" (Jiménez García, 1998: 190).
S 1
sea también en la capital tolteca un Icono contribuyente a la expresión de ciertos
significados, no una deidad.
¿Por qué la supuesta 'capital' del culto a Quetzalcóatl, sede del gobierno de Ce
Acatl Topiltzin y base de su apoteosis, no hizo justicia a tan importante personaje en su
'arte' escultórico?. Tal vez la respuesta se encuentre en la forma como se ha esperado
observar representado al héroe mítico de Tallan y no en una ausencia verdadera.
De acuerdo con los relatos de las crónicas, es a partir de sus acciones en Tula
que Ce Acatl Topiltzin Quetzalcóatl se conviliió en un personaje ejemplar y en
consecuencia su imagen fue transmutándose en la de un ídolo. Pedro Arn1illas
puntualiza en que incluso entre los aztecas, herederos ele este culto, Quetzalcóatl no fue
jamás representado con la forma que conlleva su nombre, sino a partir de otros rasgos
que presumiblemente se le atribuyeron después y que lo identifican, entre otras cosas,
como deidad de los vientos y personificación de Venus, la estrella de la mañana
(1947:163). De ser cierto esto, sería secuencialmente incongruente encontrar en TuJa
rastros de estas acepciones que le fueron adjudicadas en un momento posterior a su
estancia en la capital tolteca, donde fungiera como sacerdote, gobernante o caudillo
antes que como dios; del mismo modo que no podría verse a Jesucristo a través de la
cruz años antes de que fuese crucificado.
Sobre la verdadera relación de la serpiente emplumada con el personaJe
Quetzalcóatl (que derivara en que este último adoptara su nombre), Pedro Armillas
propuso una hipótesis interesante. Aunque el pensamiento del autor va demasiado lejos
y hasta ahora resulta incomprobable, es curioso cómo su propuesta proporcionaría una
coherente explicación a la frecuencia con la que aparece Tláloc en TuJa, al por qué está
ausente la representación de Quetzalcóatl como serpiente emplumada, y a por qué
existen abundantes imágenes de individuos que ostentan indumentaria sacerdotal y
militar, además de atributos (como los tocados) que podrían denotarlos devotos del
culto a Tláloc:
" [ ... ] por qué a la compleja deidad de la vida, de la estrella Venus (y en consecuencia del tiempo) y del viento se le da el nombre de Quetzalcóatl, simbolismo que no explica ninguno de sus aspectos? [ ... ] De modo puramente hipotético es posible suponer que el personaje histórico alrededor del cual se realizó, según se desprende de las leyendas alusivas, esa composición, ostentara la dignidad de sacerdote mayor del dios de las aguas, supremo en la religión del centro de México en la época anterior a los toltecas, investido probablemente de poder temporal, y que este título fuera
"" "-
•
ya entonces, según parece estar representado en las pinturas de Teotihuacan, Serpiente Emplumada, como lo era en tiempos aztecas." Así el reformador Ce Acatl habría pasado a la posteridad nombrado con uno de sus adjetivos, Quetzalcóatl, del dios abjurado" (Armillas, 194 7: 178).
En Tul a no aparecen tocados en forma de serpiente emplumada (en los tableros
del Edifico B se conjtmtan rasgos de varios animales), un elemento que en otros sitios
aparece frecuentemente vinculado con el culto a los dioses del agua; sin embargo, en
tres monolitos que Elizabeth Jiménez trata como posibles estelas (cfr. 1998, figs. 52, 53
y 54) aparecen personajes ricamente ataviados, sobre los que la autora dice:
" [ ... ] también pueden ser retratos de gobernantes. Los tres están de pie, viendo hacia el frente y llevan grandes penachos con los atributos de Tláloc: moño, anteojeras y máscara bucal o bigotera. Uno de ellos tiene w1 glifo "uno-(?)"; otro sujeta con la mano izquierda un cetro real tlatoca-topilli [ ... ] " ( 1998:4 77). El último, además, fue representado con barba.
Tal vez algunas de las abundantes representaciones de sacerdotes, líderes o
guerreros en la lapidaria de Tul a (cfr. Mastache y Cobean, 2000) reproduzcan la imagen
del personaje histórico Quetzalcóatl, pero tal y como era percibido por sus
contemporáneos.
. 11.2. La Serpiente Emplumada como figura central
Un claro ejemplo de las confusiones que han resultado de extender la asociación
serpiente emplumada = Quetzalcóatl a tiempos anteriores al Postclásico, son los mal
llan1ados 'Templo de Quetzalcóatl' en Teotihuacán y Xochicalco.
Los relieves del edificio teotihuacano en realidad reproducen imágenes de la
quetzalcóatl (con minúscula) alternando, entre otros, con elementos marinos (Fig. 20).64
Esta fachada ha sido objeto de muchas interpretaciones por la figura que alterna con la
63 Con seguridad, Armillas se refiere al titulo que entre los aztecas era sinónimo de gran sacerdote: "El que era perfecto en todas las costumbres y ejercicios y doctrinas que usaban los ministros de los ídolos, elegianle por sumo pontífice, al cual elegían el rey o señor y todos los principales, y llamábanle Quelzalcóalf' (Sahagún, Libro lll, Cap.lX, op cit:214).
'·' Sobre él edificio teotihuacano Manuel Gamboa comenta: "[ ... ] tenemos al mal llamado templo de Quetzalcóatl en la Ciudadela, la representación que tenemos no corresponde en tiempo con la concepción que se tenia durante la época tolteca o mexica de esta deidad. Al parecer, los motivos marinos que se observan en la subestructura y las representaciones de serpiente son advocaciones del agua o del maíz según un dios identificado por Alfonso Caso, y no del cielo" (1996: 14).
83
serpiente emplumada (Van Winning, 1987:69-70; Florescano, 1995:222), la cual ha
sido identificada como Tláloc (cfr. Guzmán, 1972:131); como un prototipo de Tláloc A
(cfr. Van Winning, 1987:70); como un dios zapoteca asociado con la lluvia y el maíz
(cfr. Caso, 1966:254); como la Xiuhcóatl, símbolo de la sequía (cfr. Jiménez Moreno,
1959:1071); y por supuesto, como Quetzalcóatl (cfr. Palacios, 1941:117, 118, 121).
Actualmente se considera que estas figuras son también cabezas de ofidio aunque
estilizadas (cfr. Von Witming, 1987:69) o que representan tocados en forma de
serpiente (cfr. Sugiyama, 1992:206), de cipactli (cfr. Sugiyama, 2000:130-134, López
Austin et al., 1991:41), o yelmos en forma de una 'serpiente de guerra' antecedente de
la Xiuhcóatl (cfr. Taube, 2000b:271, 324; Ringle et al., 1998:195, 207, nota 16).65
Fig. 20. Fachada del Templo de Quetzalcóatl, Teotilmacan. Tomado de Séjoumé, 1966b
65 Considero que Karl Taube cuenta con pocos elementos para sustentar sus hipótesis sobre militar_ismo y guerra en Teotihuacan. En este caso por ejemplo, menciona que una criatura similar aparece en el Area Maya en contextos iconográficos bélicos, razón por la que adopta también el nombre de 'serpiente de guerra' para referirse a la figura representada en la pirámide teotihuacana, considerándola extensivamente un 'emblema de guerra' (2000b:271; ver pág. 113 de este volumen) y concluyendo que: "Los yelmos de 'serpiente de guerra' en las fachadas del Templo de Quetzalcóatl se refieren al fuego y la guerra, y demuestran el papel pivota! de estos dos temas en la cosmovisión teotilmacana" (ibid.:324; véase también Fridel el al., 1993:469, nota 4; Me Vicker y Palka, 2001:194). Haciendo otra extensión, Taube considera a los tocados en las Estelas 1 y 3 de Xochicalco también como la 'serpiente de guerra' (ibid.: 284, 311, véase también Ringle el al., 1998:205, 207), que no contienen ningún elemento que pueda incuestionablemente considerarse 'militar· o 'bélico' (ver Fig. 23). Ciertamente, la serpiente emplumada aparece en algunas imágenes que podrían considerarse de esa indole (cfr. Sugiyama, 1992:214-215, figs. 9-12; Friedel el al., ibid.:296-327), pero el universo de sus representaciones es mucho mayor y está muy lejos de limitarse a un sentido. Durante el Clásico y Epiclásico, alusiones a la guerra y el uso de rasgos relacionados con ella como metáfora de poder, son especialmente prolíferos en el Área Maya. Pero las condiciones propias de esta región, que motivaron la tendencia y carácter bélico de aquellas sociedades (donde su peculiar geografía juega un papel determinante), no son extensivas al resto de Mesoamérica (Cameiro, 1992: 184-190). La epigrafía e iconografia mayas son una herramienta para el estudio de las sociedades prehispánicas, pero el contenido de los simbolos y la causalidad de los mensajes no es inmutablemente aplicable a todas ellas.
-
Sobre su función se ha dicho que la pirámide fue erigida en honor al dios de la
lluvia (cfr. Armillas, 1947:178), que se representó la dualidad lluvia/sequía (cfr.
Jiménez Moreno apud Von Wilming, 1987), que se trata de un templo dedicado al
tiempo (cfr. López Austin et al., 1991 :44; Cabrera y Cabrera, 1993:290-295) y hasta
que su construcción fue ordenada por un gobemante déspota para que le sirviese de
tumba (cfr. Sugiyama, 1992:220). Lo que me interesa resaltar en este monumento es
que, al igual que en los frescos de Techinantitla, la serpiente emplumada aparece como
elemento central y está acompañada de signos alusivos al agua o la fertilidad (cfr.
Florescano, 1995:223). Como se ha visto, es común que la quetzalcóatl acompañe
escenas de ese tipo, pero en ellas su relegación ha propiciado que se le considere
secundaria. Habría que preguntarse hasta qué punto esta 'importancia menor' se debe a
que las representaciones mejor conocidas son posteriores a la construcción de aquella
fachada, y en qué medida la serpiente emplumada pudo ser en algún momento
verdaderamente relevante en la religión teotihuacana. Dice Von Winning: "Por el hecho
de quedar cubietios los relieves del Templo de Quetzalcóatl (Serpiente Emplumada),
por otra estructura durante la fase Tlamimilolpan tardío, la serpiente fue relegada a una
posición de menor importancia, y Tláloc asumió el papel de una deidad de mayor
importancia en Teotihuacan" (1987:69-70).
En la capital teotihuacana, la abundancia de serpientes emplun1adas relacionadas
con el agua y la fertilidad ha logrado que se abandone la asociación del Templo de
Quetzalcóatl con la deidad homónima del Postclásico. Por desgracia Xochicalco no ha
corrido con la misma suerte, como lo reseña Leonardo López Luján (1995:283; para
dicha asociación cfr. Wimer, 1995:18; León Portilla, 1995:39; Lebeuf, 1995:223;
Ringle et al., 1998:205; para una crítica sobre identiticar a la Serpiente Emplumada de
Xochicalco como Quetzalcóatl, cfr. de la Fuente, 1955:186, 206).
Son varios los estudios que han motivado los hetmosos relieves del edilicio
xochicalca y muchos los signiticados propuestos (Fig.21 ). Se le atribuyen, entre otras,
una función com11emorativa de hechos míticos o históricos, reseñas de conquistas
consumadas, una reunión de sacerdotes o astrónomos con la Jinalidad de discutir ajustes
calendáricos (cfr. López Luján, 1995:283-285; Garza y González, 1995:115-117, 130-
132; de la Fuente, 1995:174-186, 195-207), la representación de la ceremonia del fuego
nuevo (cfr. Lebeuf, 1995:222-252), una reproducción simbólica del coatepetl (cfr.
Ringle et al., 1998:195), etcétera. El carácter del monumento puede ser multivalente y
algunas de estas propuestas resultar complementarias, pero la verdad es que todavía se
está lejos de entender el mensaje plasmado en la fachada de su última época. Sin
85
embargo, independientemente de la que haya sido su intención original, ésta se expresa
a partir de elementos y asociaciones que ya se han descrito: caracoles, individuos con
tocados de serpiente o con el signo del año y anteojeras, algunos mostrando bolsas de
copa! mientras que otros sostienen lo que ha sido identiticado como "ollas irrigadoras
de pulque" (cfi·. Rivas, 1993:31)", rasgos todos ellos presentes en escenas teotihuacanas
relativas al agua, la fertilidad y su culto, no muy lejanas geogrática ni temporalmente.
Fig. 21. Fachada de la Pirámide de las Serpientes Emplumadas, Xochicalco
A los personajes se les ha identiticado como " [ ... ] funcionarios o reyes de una
dinastía con sus correspondientes glifos onomásticos, gobernantes de pueblos
tributarios, astrónomos "congresistas" con los topónimos de sus lugares de origen,
sacerdotes de Tláloc, etcétera" (López Luján, 1995:284) y hasta se ha dicho que son
imágenes de guerreros (cfr. Marcus, 2001 :25). Una misma persona pudo reunir varias
de esas cualidades, un sacerdote pudo ser al mismo tiempo funcionario, y un
gobernante, astrónomo (ver págs. 57-58 de este volumen). Lo único que se extrae con
certeza es que los individuos en la pirámide xochicalca muestran, en su mayoría, una
actitud y parafernalia que en otros contextos iconográticos se vinculan con la
celebración de rituales. Las Jiguras que alternan los cuerpos ondulantes de los otidios
emplumados, portan tocados de cabezas serpentinas y sartales de cuentas circulares
pegados al cuello, de modo idéntico a los individuos representados en las placas de
piedra verde ofrendadas algunos años antes de que se esculpieran los relieves, y que se
66 Francisco Rivas dice: " [ ... ] no sólo se representaron deidades y numerales teotihuacanos en Xochicalco, sino también algunos objetos utilizados para el ritual de pedimento de fertilidad, lluvia y mantenimientos [ ... ] ", costumbre que figura en Teotihuacan en los frescos de Teopancaxco (Rivas, 1993:31-32).
86
•
depositaron en compama de conchas, caracoles y jades. La similitud es··mayor con
algunos jades figurativos mayas, donde incluso se reproduce la misma postura (ver Figs. 8, lO y 11).67
Un fenómeno inverso al descrito por Von Winning podría estar ocmTiendo
simultáneo al desvanecimiento del sistema social teotihuacano. En Xochicalco existe la
imagen de Tláloc, pero no es más importante que la imagen de la serpiente emplumada,
y por lo menos en el famoso edificio se elige a la última como protagonista.
Las expresiones de Tláloc y la quetzalcóatl como entes diferenciados, atmque en
constante relación, existió por lo menos desde principios de nuestra era. Poco se ha
avanzado en el carácter de tan singular vínculo, pues mientras la serpiente emplumada
aparece como acompañante de las deidades de la fertilidad o la lluvia en ciertos lugares
y contextos iconográficos, en otros las sustituye o se impone como figura central. Un
buen ejemplo es la vasija estilo Petén que fue reportada por Nicholas Hellmuth en
_Guatemala y que corresponde al Clásico Tardío (Hellmuth, 1975 apud Taube, 2000b:277, fig. 1 0.6a) (Fig.22).
Fig.22. Vasija guatemalteca del Clásico Tardío. Tomado de Taube, 2000b
Destaca en esta pieza que la serpiente
emplumada, además de aparecer como figura
principal, porta un tocado con el signo del año
y está rodeada por quinternos e imágenes
menores de Tláloc, que a su vez llevan el
mismo adorno capital.
Jiménez Moreno propone que "Un
desdoblamiento de Tláloc pudo dar origen al
primordial Quetzalcóatl, dios de la lluvia, al
que más tarde se le confundiría con el héroe
de Tula, ligándolo con Venus [ ... ] "
(1972:32). Pero más bien pareciera que la devoción por Tláloc y la Serpiente
Emplumada fue tm proceso cíclico, en el que la reducción en la importancia de uno dio
67 Ringle, Gallareta y Bey subrayan la semejanza entre los personajes esculpidos en la fachada del edificio, la Estela 1 del mismo sitio y las placas de jade; relacionan también el resto de los objetos en las ofrendas rescatadas por Sáenz y los relieves de la última etapa constructiva, como expresiones del mismo culto (1998:203, 205, fig. 21); sin embargo, para ellos todo lo anterior está vinculado con Quetzalcóatl. Me Vicker y Palka comparan también la placa de concha procedente de Tula (Fig.18) con algunas imágenes xochicalcas, en especial los relieves de la Pirámide de las Serpientes Emplumadas (200 1: 188).
87
lugar al enaltecimiento del otro y viceversa, existiendo además momentos en los que se
juntan, traslapan y aparecen al mismo nivel, en una dinámica similar a la que describe
López Austin:
"Las religiones tienen un juego constante de perturbaciones ~o~· _el desajuste de sus partes y de nuevos ajustes que tienden a la recmnpostcw~. ~on, por tanto, "org<mismos" que se caracterizan por su permanent~ movumento de descomposición/composición, de incongruencia/congruencta, de desorden/ orden y de ruptura/continuidad" (1999:18).
No debe ser fortuito que las representaciones de la serpiente emplumada como
elemento central en Teotihuacan estén separadas entre sí por varios siglos, un lapso
durante el cual la imagen de Tláloc se observa prominente. 58 Los fi·escos de
Techinantitla, que muestran a la quetzalcóatl con una coniente acuática emergiendo de
sus fauces, se han situado en la fase Metepec (cfr. Pasztory, 1988a; 1988b:139, 143, fig.
I). Temporalmente, esta fase dista menos de otras representaciones donde la serpiente
aparece como personaje principal (p.e. Xochicalco y pieza guatemalteca reportada por
Hellmuth) que de la era de construcción de la Pirámide teotihuacana.
Es posible que los edificios de Xochicalco y Teotihuacan no estuvieran
estrictamente dedicados a la fertilidad y las aguas, pero al menos iconográficamente se
relacionan más con un culto de este tipo que con el dios Quetzalcóatl. Su causalidad
puede centrarse en el ámbito de lo político, pues constituyen verdaderos ejemplos de
'arte' público monumental y se sabe que varios aspectos de los sistemas sociales
mesoamericanos fueron permeables a la religión, incluyendo ése. 69
En el Epiclásico, el culto a la fertilidad y la lluvia en el Centro de México
experimentó algunas transformaciones, pero no desapareció ni disminuyó su
importancia. Que la imagen de Tláloc era familiar en sitios como Xochicalco Y TuJa, se
" De acuerdo con Pasztory: "Varias de las serpientes emplumadas en pintura mural son del periodo Metepec (A. D. 650-750), tal vez haciendo una referencia consciente a la importante serP.iente del te_mprano Templo de la Serpiente Emplumada" (1988b:l58). Por su parte, Janet Berlo señala: [ ... ] despues de la era de la Pirámide de la Serpiente Emplumada, la prominencia de la Imagen de la serpiente .~mplumada se deb1hta, siendo más una imagen enmarcadora que el icono de una deidad centraL ~~na ~xcepc10n Importante a .e~to es el lugar prominente que se dio a cuatro serpientes en el mural de las Serpwntes Emplumadas Y Al boles Floreciendo" de Techinantitla [ ... ] "(1992: 151). . . .
69 Sin que pretenda asumir sus implicaciones, que son muy diferentes de las que yo prop~,ngo, Lopez A_ustm Y López Luján describen para el Epiclásico un fenómeno con cuyo esbozo ~~mctdo: ~~mo en diferentes movimientos políticos mesoamericanos, Jos innovadores apoyara~ su c~ncepc10n de domtmo Y ~antro! en un complejo mitológico y ritual derivado de tradiciones religiosas tmlenanas pero, en este caso, bUJO una nueva interpretación que completaba las funciones politicas del momento" (2000:29). -
88
r
70
s~be por su representación en cerámica y piedra; 70 sin embargo, en comparacion con las
cmdad~s del Clásico Medio su expresión es discreta. Se ha buscado por eso en otros complejos religiosos a 1 d · d d · · . as et a es pnnctpales de los tiempos post-teotihuacanos y se ha pen_sado incluso en un contraste de cultos al ~o hallar el elemento unificador ~e las creencias y expresiones religi E h · . . osas. sto se a mterpretado como una ruptura en termmos de cosmovisió . 'bl . . . n, pew es post e que d1eha fractura tenga origen en una defictencJa para percibí· · d' d . d · . .
. t m tea 01 es e contmmdad, mas que en el hecho de u e no extstan. q
La. magnitud del culto a las deidades del agua y la fertilidad en el panteón
n~esoamencano es una constante (ver Apéndice), pero ciertamente el contenido de sus
stmbolos, Y como consecuencia su expresión, sufrieron transformaciones:
~La disyunción, siendo una forma de renovación, puede decirse que ocurre ~~~o d~. un marco de referencia mayor, cada vez que los miembros de un~
~~~thzacwn sucesora remodelan s~ herencia al conferir nuevos significados . as formas de la cultura antenor y al vestir nuevas fonnas de viejos
stgmficados que retienen su aceptación" (Kubler, 1972: 19-20).
. Habría entonces que buscar el culto a través de otras formas, no sencillamente asumn· que desapareció 0 d" · · · · tsmmuyo su nnpmtancta, al no hallar las 111 · ·f· tsmas mam estaciones.
~¡ en algún momento la figura de la quetzalcóatl fue un estricto componente del
co~1~leJo agua/fertilidad, a finales del Clásico esa relación no permaneció univalente.
Qmzas alguno~ de sus aspectos fuesen desglosados, algunos subrayados, otros
abandona~os o 1~1tegrados con otras expresiones. Aquella tendencia a la recomposición
que mencwna Lopez Austin, pudo haber resultado en la adición de nuevos significados
que lograron un incremento de su importancia en las expresiones del Epiclásico. '
. ~unque, como se verá adelante, la imagen de la serpiente emplumada no se
despoJo completamente de implicaciones anteriores, sí parece haber adquirido nuevas.
"Ollitas Tláloc" braseros fi · ·· ¡ amplia en Mes ' . . d e ¡g¡e y v?st~a~ p umbate representando a esta deidad, tuvieron una dispersión
oamenca urante el Ep1clasico y Postclásico Tem an S h d · estas piezas en Tula (cfr. Acosta, 1954:93; 1956-57:86, 89; Dieh~,r 19~3:~04~~;~c~~~alg9eJer;;¡lares de todas de las dos pnmeras en Xochicalco (cfr. Sáenz 1964:11· Senter 1981·150) el C fr 'd p y useo de Sitio);
t :r~I ~~~~' ~~~:~l:~~~ ~i~~~ev~~c~~es ~~a:soc~té~~tl)e :zla~cílmatl' (cfr. Sáenz: idem~, _l:s ~rut:so~: ~~~~~~~~~,¿ (Chase Ch 1 ., ' Ig._ a ' a tumba de El Caracol descnta en el capítulo anterior (cfr. Tl:Cmp~~~·, ;::i7i·iJfi~ 10), Matac~pan. (Ringle el .al., idem),_et?.; y de las últimas cerca de Tajumulco excéntricos de ob . . . , n cua~to a a litica, adernas de las lmagenes en escultura se han localizado y, Cofre de Perote ~~d;ra~~r~~:e;,ni~~~~/)~nto reproducen las facciones de Tláloc, en Xochicalco (Museo de Sitio)
89
Emique Florescano considera que posterior a Teotihuacan, el ofidio "se convierte en
emblema del poder político" ( 1995:20-21; Karl Taube propone que esto ocurre también
durante el Clásico, 2000a:26, ver nota 100 de este volumen). Es común, por ejemplo,
que desde ese momento se relacione con elementos de poder terreno, como se observa
en representaciones tardías teotihuacanas donde aparece asociada con la estera (cfr.
Pasztory, 1988b:158; Sugiyama, 1992:215-219; Kowalski, 1999: 405).71 La misma
asociación se observa en la placa maya estilo Nebaj que fue recuperada en las cercanías
de Teotihuacan (cfr. Rands, 1965:30) (Fig. 11). De forma similar, Guadalupe Mastache
y Robert Cobean consideran que algunas serpientes en el 'arte' de Tula son un símbolo
de la realeza, "posiblemente significando el título de gobernante", y que las imágenes
de personajes sucedidos por la figura del ofidio podrían ser representaciones de los
"reyes" toltecas (2000:113, nota 3).
Si la quetzalcóatl constituyó en sí misma un símbolo de "autoridad y liderazgo",
es lógico que esa cualidad no se restringiera a ser apoyo de legitimación política, dado
el carácter generalizado de las instituciones prehispánicas (ver págs. 57-58 de este
volumen). De ese modo, los rasgos ofidianos podrían además asociarse tanto a, o los
objetos con rasgos ofidianos podrían ser portados tanto por, gobernantes como
guen-eros y sacerdotes. Aunque son más comunes las representaciones de los últimos
(ver adelante), ejemplos de los segundos son el Dintel 25 de Yaxchilán, donde un
personaje con lanza, escudo y máscara de Tláloc emerge de las fauces de una serpiente
con dos cabezas (cfr. Rands, 1955:322; Freidel et al., 1993:308) e individuos también
con lanza y escudo en dos piezas de cerán1ica teotihuacana (cfr. Sugiyama, 1992:213-
214, figs.9-1 0).
Por alguna razón la quetzalcóatl constituye un símbolo más adecuado en la
transmisión de un mensaje proselitista, y una de sus apmiciones más comunes sigue
siendo en forma de tocado. Aunque esta función como adorno capital existe desde
épocas tempranas, es posible que su uso se generalizm·a a finales del Clásico y/o que su
simbolismo abarcm·a mayores espacios. Se puede recordar como ejemplo que este tipo
de tocado aparece con mayor frecuencia en el 'arte' teotihuacano de la fase Metepec
(p.e. Fig. 26), y que se representa, entre otros lugares, en los frescos zapotecas de la
Tumba 104 de Monte Albán, en los relieves de la Pirámide de las Serpientes
71 Esther Pasztory señala: ((En el arte teotihuacano tardío, las serpientes se encuentran además en contextos políticos. Una cabeza de serpiente sobre un diseño de estera es frecuente en cerámica y ocurre de la misma forma en el mural del Tocado de Borlas [ ... ]. Serpientes en Xochicalco, Cacaxtla y Chichén ltzá también existen en contextos dinásticos, tal vez haciendo referencia atrás a Teotihuacan, en formas que todavía no podemos entender" (Pasztory, 1988b:l58).
90
1
Emplumadas de Xochicalco y en dos estelas del mismo sttlo (ver nota ~3 7 de este
volumen). Su aparición en el 'arte' maya es antigua, pero el tocado con rasgos ofidianos
se ilustra profusan1ente en las piezas de jade de aquella región que couesponden al
Clásico Tardío. En general, es el tocado. de serpiente uno de los rasgos a los que se
otorga mayor relevancia en la mayoría de las pla~as de jade que motivaron este estudio.
Se han sugerido varios significados para el tocado de fauces de serpiente. Karl
Taube se refiere a él como representación de una "serpiente de guerra", designación que
parece inapropiada al no existir elementos de índole conflictiva o bélica en la mayoría
de los casos, como ya se ha comentado (ver nota 65). Ringle, Gallareta y Bey opinan
que podría aludir a Quetzalcóatl como "creador de los seres humanos" (1998:207, 223),
relación que tampoco resulta adecuada por las razones expuestas en este capítulo. En el
Área Maya existe una propuesta interesante sobre dicho rasgo iconográfico. Dada su
asociación con personajes que se presumen ancestros, se ha considerado a estos tocados
ºomo alegoría de una "serpiente-visión" (vision serpent) (cfr. Freidel el al., 1993:140,
196, 207-210; Zeitlin, com. pers. 2002). Esta noción se refiere a una percepción
imaginaria que asegura la conexión con otras dimensiones, entre ellas las de residencia
de los muertos y los dioses (cfr. Freidel et al., idem) (una creencia similar se ha
propuesto que involucra el simbolismo de los "espejos", cíl'. Taube, 1992; Freidel et al.,
ibid: 244; Ringle et al., ibid.:224). Es de esperar que una alucinación o 'trance' de este
tipo se alcanzara a partir de actividades rituales como el autosangrado, el ayuno
prolongado o la ingestión de narcóticos, incluido el tabaco silvestre (cfr. Freidel et al.,
ibid.:207-21 O, 446-447).72
Estas actividades fueron ordinarias durante las celebraciones
religiosas prehispánicas, por lo que no es de extrafíar que la 'serpiente-visión' se
relacione también, no exclusiva pero sí recurrentemente, con la imagen de las deidades
del agua y la fetiilidad, como Tláloc (cfr. Ringle et al., ibid.:223) y el Dios Nariz Larga.
Aunque principalmente se interpreta a los personajes que portan dichos tocados
como ancestros que se hicieron patentes durante las visiones (Zeitlin, com. pers. 2002,
ver adelante), me pregunto si no podría la propia imagen de la serpiente constituir
tan1bién un 'emblema' distintivo de aquellos individuos prominentes, vivos, a quienes
estuviera reservado celebrar esas sesiones, hacer uso de he!1'amientas rituales, alcanzar
esos trances y, por extensión, a quienes estuviese petmitido abrir el "portal" de
72
En su volumen, Freidel, Schele y Parker transcriben un escrito de Johannes Wilbert (1993), donde detalla los serios efectos alucinógenos y graves alteraciones síquicas y bioquímicas que pueden resultar de la inoesta e inhalación deliberadas de tabaco silvestre (1993:447, nota 59). Ejemplos del uso de tabaco como herra:;,ienta
. ritual entre sociedades centroamericanas se encuentran en I·lelms, 1979:111-119.
91
conexwn con dichos ancestros, con lo sobrenatural, lo no te11'eno... Si los jades
figurativos fueron indicadores de un estatus sacerdotal o shamánico durante el
Epi clásico, es posible que esto ocu11'iera en relación con aquel simbolismo, relativo a las
funciones de las personas que los poseyeron (Judith Zeitlin, Peter Jiménez Y Humberto
Medina, com. pers. 2002). En cuanto a esas funciones, habría que valorar si además
existe alguna relación entre la "serpiente-visión", los jades y el uso de espejos, otra
"he!1'amienta-portal" en los ritos shamánicos. Hay que recordar que en algunas placas
presumiblemente se representan los últimos (ver nota 28 de este volumen Y Fig. 17) Y
que las imágenes muestran posturas dinámicas y excéntricas (ver nota 6) , como si
efectivamente estuviesen bajo trance. Es interesante que en el Palacio Quemado de Tula
se hayan encontrado tanto espejos de pirita como jades figurativos (cfr. Mastache Y
Cobean, 2000:121) y que en Ceno de la Estrella convivieran en un mismo contexto (cfr.
Pérez, 2002:93).
De ser la serpiente-visión una construcción maya temprana (cfr. Freidel et al.,
ibid.:447, nota 71), habría que explorar si en algún momento se traslapan las creencias
que implicara la imagen de la quetzalcóatl en uno y otro extremo de Mesoamerica;
hasta qué punto están complementándose durante el Epiclásico; qué tanto tendría esto
que ver con la multiplicación de las implicaciones de la serpiente emplumada en el
Centro de México a finales del Clásico; y si todo lo anterior tuvo alguna incidencia en
que ya en el Postclásico Tardío, el título "Quetzalcóatl" se adjudicara a aquel que "era ' D
perfecto en todas las costumbres y ejercicios y doctrinas" sacerdotales (ver nota 63).
Es conveniente tratar por un momento las tres estelas que fueron halladas en
Xochicalco, en w1 templo al este de la plataforma superior de la Estructura A (Fig. 23 ).
Las piezas habían sido fragmentadas intencionalmente; algunas de sus partes se hallaron
sobre el piso de estuco del templo, pero el resto fue descubierto sólo después de
romperlo, al interior de una cista revestida de piedras careadas. Ente!1'ados junto con los
fi·agmentos de estela se localizaron otros objetos como "figurillas teotihuacanas en
piedra", objetos de obsidiana, la mitad de una máscara de tecali, cuentas de jade, concha
y turquesa, además de restos óseos (Sáenz, 1962b:l-2; 1964b:69-70). En palabras de
Sáenz: "Los cuatro lados de cada una de ellas contienen glifos con numerales del
sistema maya-zapoteco, signos del afio estilo mixteco y otros motivos [ chalchihuites Y
quinternos] . Uno de los monolitos ostenta en el lado principal una representación de
" En comunicación personal (2002), Judith Zeitlin compartió conmigo un pasaje de las crónicas de Sahagún, donde se reseña que Jos nobles se decian incapaces de responder al mensaJe de los mtstonanos, ya que estos no tenian el "entendimiento teológico de la Quetzalcóatl".
92
111
Tláloc, mientras que los otros dos tienen esculpida en ese mismo lado una cant humana
dentro de las fauces de una serpiente, con la lengua bífida [ ... ] " (Sáenz, 1962b: 1 ).
Imposible saber en qué momento fueron labrados los monolitos y por cuánto
tiempo se exhibieron cumpliendo con su función qriginal. Lo que sí puede considerarse
es que son contemporáneos, no sólo porque fueron "matados" y enterrados juntos, sino
porque sus rasgos estilísticos y tecnológicos comparten muchos element9s. 74
-~.·- ... : ... ~ .. -- ~ -_ .. :
Fig. 23. Cara principal de las Estelas 1 (a), 2 (b) y 3 (e) de Xochicalco. Tomado de López Austin, 1994.
'·' Piña Chán insiste en que la Estela 2 "se relaciona sin duda alguna con Quetzalcóatl" (1989:42-45), a pesar de aceptar inicialmente que se representa la imagen de Tláloc: "[ ... ] una boca del Tláloc con su bigotera, colmillos salientes y lengua bífida, representación común en Teotihuacan. Luego, aparece la efigie de un dios parecido a Tláloc, con anteojeras, colmillos salientes y lengua florida, a manera de un lirio acuático, pero con orejeras de tapón y tocado con el símbolo del año teotihuacano [ ... ]" (ibíd.:42). Alfredo López Austin hace una crítica puntual de la relación con Quetzalcóatl propuesta por Piña (1994:69-71). César Sáenz había ya tratado de interpretar las imágenes principales de las Estelas 3 y 1 con Tlahuizcalpantecuhtli, advocación de Quetzalcóatl (Sáenz, 1964:70-72; 76-77, 79) y Ringle, Gallareta y Bey coinciden con él (1998:205). En un estudio posterior al de Sáenz, Esther Pasztory (al no encontrar rastro de Tlahuizcalpantecuhtli) cree ver en los monolitos una tríada de deidades xochicalcas compuesta por una "diosa de la fertilidad" (Estela 1), Tláloc (Estela 2), y un "dios del sol" o "del maíz" (Estela 3), concluyendo que el conjunto se refiere "al mismo tema de la muerte y el renacimiento del sol y el maíz en el ciclo agrícola anual" (Pasztory, 1973 apud Florescano, 1995:231-232). Creo que no existen bases, a la fecha, para hablar del culto a estas deidades en Xochicalco, pues curiosamente no aparecen en ningún otro lugar. La excepción es la imagen de Tláloc, congruente con lo que estipulan Garza y González: ¡'Las deidades más frecuentemente representadas son Tláloc y la Serpiente Emplumada" (1995: 135).
9.3
Es posible que las tres estelas constituyeran un conjunto, es decir, que
compartieran significado o integraran un mismo mensaje, en el que nuevamente
conviven las imágenes de Tláloc y la Serpiente Emplumada. El mayor contraste entre
ellas es que, mientras una de las piezas representa a "Tláloc A" tal y como fue descrito
por Esther Pasztory (Fig. 23b ), las dos restantes muestran seres humanos con cualquiera
que sea el atributo que les confiere su tocado, en íntima relación con la serpiente
emplumada. ¿Cuál es el significado de esta alternancia, y por qué en relación con la
serpiente hay un énfasis en lo humano?.
Es viable que mientras la Estela 2 de Xochicalco es una manifestación estricta de
Tláloc, las dos restantes traten sobre los representantes terrenos de su culto, quizás
personajes históricos también de importancia en la vida política de la antigua ciudad,
finalidad con la que suelen esculpirse monumentos de este tipo. 75 La serpiente
emplumada en este contexto sería un elemento de legitimación, nuevamente fusionando
los aspectos religioso y político. La misma función o capacidad legitimadora se intuye a
partir de algunas escenas mayas, como aquella donde el hijo recién nacido de Pájaro
Jaguar, gobernante de Yaxchilán, es ilustrado emergiendo de las fauces de una serpiente
que su padre sostiene con la mano; o la referencia epigráfica a que el alma del segundo
hijo de Pakal, gobernante de Palenque, le fue otorgada vía una "serpiente-visión" (cfr.
Freidel et al., 1993:218-219, figs. 4:30a-c).
La idea de que algún sentido de autoridad o poder se atribuyó a la quetzalcóatl,
se desprende de varios aspectos más. Los tocados que la retratan no son exclusivos de
los hombres, hay ejemplos donde los pmian seres mitológicos (p.e. Lápida de Bazán) o
donde alguna deidad emerge de sus fauces, como el Dios del Maíz ( cl.i". Freidel et al.,
ibid.:216, figs. 4:28d-e), el Dios A (cfr. Freidel et al., idem), el Dios Nariz Larga (p.e.
Estela 1 de Tikal, Dintel 39 de Yaxchilán, Estela D de Copán, Códice Dresde [cfr.
Spinden, 1975 [1913]]), o Tláloc (p.e. Dintel 25 de Ya"chi!án, Figs. 24 y 25 [cíi·.
Schele y Miller, 1986:47, fig. 25b; Fash y Fash, 2000, fig. 14.1; Séjourné, 1966a, fig.
195]) (Fig. 24).
75 En comunicación personal (2002) Judith Zeitlin coincide con que puede tratarse de "personajes históricos que están siendo conmemorados y de algún modo asociados con Tláloc", pero agrega que tal vez se trate de integrantes de la realeza fallecidos y 'reaparecidos' durante alguna actividad ritual, a través de la serpientevisión. Janet Berlo también considera a estas estelas como monumentos históricos, conmemorando líderes, reinos o conquistas (1989b:37).
94
'' Fig. 24. Pieza teotihuacana de cerámica roja. Tomado de Séjoumé, 1966a
La serpiente emplumada también aparece en las estelas mayas como remate de
barras ceremoniales (cfr. Spinden, 1975 [ 1913] :24, 49-50; Freidel et al., ibid.:209)
(Fig.25) y cetros (cfr. Freidel et al., ibid.:J95), objetos
con lma clara carga de poder (cfr. Spinden, ibid. :62-64;
Freidel et al., ibid.:209). Algunos de los personajes
representados en las placas de jade tan1bién llevan cetros
(ver Figs.7a, 7e y 7±).
Es interesante mencionar por último, que en
algunos contextos iconográficos se conserva la relación
de la serpiente emplwnada con el complejo
agua/fertilidad, como podría estar simbolizando la
cotTiente que emana de su hocico en algw1os cetros
mayas. En Jos frescos teotihuacanos, por ejemplo, los
tocados de fauces de serpiente se llevan puestos durante
la celebración de ritos de pedimento o enaltecimiento de
la fertilidad y el agua, confiriéndole a quienes Jos portan
el derecho de pmiicipar o liderem· dichos rituales (quizás
insinuando que son "agentes para la producción o
distribución de agua", como opina Rands, 1955:288) y
presumiblemente en las estelas de Xochicalco los
personaJes con estos tocados integran con Tláloc un . .
mismo mensaje.
'' i! i\
Fig. 25. Estela 6 de Copán. Tomado de Fash y Fash, 2000
95
En Xochitécatl, otro importante sitio epiclásico, una escultura serpentina de
cuyas fauces emerge un personaje, fue localizada al interior de w1a de las pilas al frente
de la Pirámide de Las Flores. El otro tanque monolítico contenía la representación
escultórica de un batracio (cfr. Manzanilla, 2000:92). Se ha planteado que este edificio
estuvo dedicado al culto a la fertilidad y la lluvia, lo que está apoyado por algunas
ofrendas dispuestas debajo de la escalinata que incluían el entieno de infantes
acompañados por piezas de concha y jade (cfr. Manzanilla, idem). En el museo de sitio
de Xochitécatl se exponen tres jades figurativos, cuya contextualización desconozco
pero que, de ser conecto el testimonio de uno de Jos custodios que presenció las
excavaciones del Proyecto Especial, por lo menos uno proviene de la misma pirámide.
Con respecto al tocado de las imágenes en las placas, en el Área Maya parecen
recibir igual trato aquellas que llevan serpientes y aquellas que llevan al Dios Nariz
Larga por adamo capital, siendo el manejo tan similar que se dificulta la distinción (ver
Apéndice). Los tocados que reproducen a esta última deidad son más claros en las
piezas donde las imágenes se muesh·an de perfil (cfr. Coggins, 1984:35-70; ver Figs.
8d-e, 1 O y 11 de este volumen).
Dirigiendo ahora la atención hacia algunas particularidades de Jos contextos que
incluyen jades figurativos, durante las excavaciones de la Estructura C de Xochicalco,
en cuyo seno fueron halladas varios de ellos, se rescataron también " [ ... ] tres vasijas
antropomorfas, en barro burdo, con la representación hechas por pastillaje, del dios de
la lluvia Tláloc" (Sáenz, 1964:11).76
En el caso de TuJa, las banquetas al interior de la Sala 2 del Palacio Quemado
fueron recubiertas con lápidas labradas representando una procesión. Las figuras al
oriente están precedidas por un personaje que, por sus atributos, ha sido relacionado con
Tláloc. Esta procesión y aquella al oeste toman direcciones opuestas, de modo que
ambas se conducen a un mismo destino, simulando el abandono de la sala hacia el
vestíbulo sur (cfr. Acosta, 1955: 127-134, 153-156; Mastache y Cobean, 2000:120).
Aunque los individuos del oriente llevan armas, no todos usan 'vestuario militar' y de la
boca de algunos brota una vírgula de la palabra. Por su parte, los personajes al oeste
portan instrwnentos musicales, estandartes y cetros. Mastache y Cobean proponen que
76 También en la tumba de El Caracol pudo reconstruirse un brasero con los rasgos de Tláloc, el cual había sido roto y esparcido como parte del primer evento ritual ocurrido en la cámara (cfr. Chase y Chase, 1996:71, fig. 1 Of). Como ya se dijo, la alteración del sepulcro dificulta la correlación entre restos óseos y ofrendas, así como el orden en el que se dispusieron las osamentas. El Individuo 4 (aquél al que se asociaba la placa de jade) ha sido el de mayores problemas al intentar situarlo en la secuencia deposicional (cfr. Chase y Chase, ibid.:70), no pudiendo definirse si formó, o no, parte del primer evento.
las escenas " [ ... ] podrían representar un ritual, quizá en honor de Tláloc, qde incluía
procesiones con cantos, música y oraciones" (2000:121). Vale la pena recordar que de
esta sala en particular procede una de las ofrendas con placas de jade recuperadas por
Acosta, además de la famosa Coraza de TuJa, n?I·igueras tan1bién de concha, corales
abanico, otros materiales de origen marino (cfr. Cobean y Estrada, 1994:77) y dos
mosaicos de turquesa (cfr. Mastache y Cobean, idem). Los mismos autores relacionan
estos hallazgos con el culto a la fertilidad y las deidades acuáticas ( cii·. Cobean y
Estrada, ibid.:78) o específicamente con el culto a Tláloc (cfr. Mastache y Cobean
ibid.: 11 O, 121, 130 [quienes siguen la propuesta de Taube sobre un carácter bélico de la
deidad l ). 77
De la Sala 2 del Palacio Quemado procede también el único Chac Mool que
ha sido recuperado in situ y los restos de otro más que había sido mutilado (cfr. Acosta,
1955:147-151, 164-167), descubrimientos que para Mastache y Cobean confim1an la
asociación del edificio con el culto mencionado pues, además de vincularse con el
sacrificio humano, se ha propuesto que existe un lazo ritual entre este tipo de esculturas
Y el culto a Tláloc (cii·. Graulich, 1984 y Miller, 1985, apud Cobean y Mastache, 2000: 121-122). 78
Los contextos de Sabina Grande y Barrio de la Cruz también arrojan
infonnación relevante, resaltando en el primero de ellos el aTO de concha que pudo
formar parte de una anteojera," y en el segundo el grupo de nii'ios decapitados que
fueron depositados (¿sacrificados?) como parte del ritual de inhumación del personaje.
Por lo menos el 50% de los restos humanos provenientes del Cenote Sagrado son de
77 Quizás exista también alguna relación entre la procedencia de la pieza de El Canal y los hallaznos realizados alrededor de un templo en esa localidad, que de acuerdo con Diehl son indicadores de que ~1 monumento estuvo dedtcado al culto de Tláloc (1976:263; 1983:92). Entre los materiales recuperados se cuentan varios f~ag.mentos de mcensario con la representación del dios de la lluvia, chalchihuites, conchas provenientes del
78 1 actfico y el caparazón de una tortuga (idem).
Apa~entemente, nmguno de lo·s· personajes en la procesión de las banquetas exhibe colgada al cuello una placa de Jade, pero la representacwn de su vestuario es lo suficientemente esquemática como para ilustrar ese detalle; sm embargo, uno de los dos ejemplos que conozco en Tula, donde individuos esculpidos llevan al cuello ptezas posiblemente como ésas (cfr. Acosta, 1955, lám. 2; Jiménez Garcia, 1998, fig. 59; Mastache y
79 Cobean, 2000:119, fig. 23), procede de la Sala 1 del mismo edificio, donde se recuperó el otro jade figurativo. Respecto a"su ~asible uso en Sabina, y coincidiendo con varios autores (cfr. Acosta, 1956-57:97; Pasztory, 1974:1_1, b. b, entre otros), estoy consciente de que no todo lo que tiene anteojeras representa dioses del a?ua. En Teotthuacan, por eJemp_Io, es éste un rasgo compartido indistintamente por personajes de atributos dtversos, presentes. en contextos IConográficos igualmente variables. Es preciso que coexista mayor número de elementos para mterpretar un contexto como relativo a un culto de este tipo, lo que creo que en este caso sí ocurre.
97
infantes, lo que Thompson interpreta como ofrenda a los dioses del agua, con cuyo
culto debió estar relacionado (1973:134-135).80
Alrededor de veinte cráneos infantiles f·ueron también hallados al interior de una
cista pintada de azul en Cerro de la Estrella, al sur de la Cuenca de México, durante las
exploraciones realizadas en el Templo del Fuego Nuevo en la década de los setenta
(Pérez, 2002:87, 93). Los restos óseos estaban acompañados, entre otros objetos, por un
espejo de pirita, caracoles marinos y tres jades figurativos del estilo que se trata en este
trabajo (cfr. Pérez, ibid.:93, fig. 3). Aunque se desconoce la temporalidad exacta de
disposición de dichos objetos, la cista que los contenía formó parte de la historia
temprana del centro ceremonial, por lo que el contexto se ha ubicado tentativamente
hacia finales del Epiclásico o principios del Postclásico Temprano, interpretándose
como relativo al culto a los dioses del agua ( cii·. Pérez, idem; com. pers. 2002)."
IT.3. Culto Regional, Estilo Internacional y "expresiones activas de rango"
En su trabajo, Ringle, Gallareta y Bey enfocan la dispersión de las placas de jade
como evidencia de " [ ... ] la adopción de un sistema de creencias por parte de unidades
política y étnicamente independientes, a lo largo de un área cultural altamente
desarTOllada" (1998: 184-185, nota 3). Para ello, introducen el concepto de "Culto
Regional", refiriéndose a:
" [ ... ]un conjunto de creencias y prácticas religiosas en una escala intermedia entre cultos locales y religiones mundo (modernas). Sin embargo, los cultos regionales pueden ser altamente universales al mismo tiempo que los sistemas locales continúan siendo tolerados" (Ringle et al., ídem).
80 Los contextos excavados en las cuevas detrás de la Pirámide del Sol en Teotihuacan, que incluyen restos óseos infantiles, han sido también interpretados como relativos a un culto de este tipo (cfr. Manzanilla, 2000:99-1 o¡). Thompson comenta que la creencia de que las deidades que envían las lluvias deseaban of;endas de niños fue bastante extendida, ya que estos sacrificios fueron una costumbre no sólo del Centro de Mextco smo también de varias partes en América del Sur (1973:281; cfr. también Manzanilla 2000; en este volumen ver
pág. 61 y nota 42 de este volumen). . . . . . . 81 Agradezco a Miguel Pérez Negrete por hacer de mt conoctmtento la extstet~cta de este hallazgo, ademas de
compartir conmigo desinteresadamente la mfonnacton de su tests de ltcenctatur~. Los Jades figurativos que aparecieron en esta ofrenda de Cerro de la Estrella están expuestos en la Sala Mextca del Museo Nactonal Y la cédula que los acompaña los señala como de "estilo tolteca" (¿?). No se mencionan datos sobre su procedencia o contextualización.
98
Los autores consideran que dicho conjunto de creencias fue integrador de 'Sitios Y . . . ( " "b"d ??5 regiones a partir de un carácter expansionista y en mucho 1111pos1ttvo C1L z z .:-- -
226), pero ponen énfasis en la capacidad que tienen los "cultos regionales" para
'tolerar' a los sistemas locales, y creo que dicha _tolerancia sólo sería posible en la
medida en la que un esquema general fuera 'traducido' o integrado, no simplemente
adicionado o impuesto, a esquemas particulares preexistentes (cfr. Jiménez Betts,
1989:31 )."' Este sincretismo construye el obstáculo de que las lecturas particulares de
símbolos y sus reinterpretaciones locales, a menudo derivan en su total o casi total
alteración, de modo que, nuevamente, se conservan las formas pero no necesariamente
Jos significados, o viceversa. Surge entonces la interrogante sobre la pertinencia de
seguir considerando a todo ello como una misma cosa." Quizás la amplia aceptación de las figuras de jade pudiera efectivamente derivar
de un fenómeno como el "culto regional" descrito por Ringle, Gallareta Y Bey, Y quizás
en- algún momento pudiera reconstruirse la esencia universal de un conjunto de
creencias religiosas estrictamente relacionado con todas ellas, pero precisamente las
'traducciones' locales empañan el intento. Por ello resulta tan difícil diferenciar entre
las diversas acepciones de un icono como la serpiente emplumada. También por ello es
que prefiero la referencia a las placas de jade, más que como aíiliadas a una misma
doctrina religiosa o culto, como patie del "estilo internacional" del Epiclásico:
"A través de la historia del Estilo Internacional, un conjunto relativamente uniforme de símbolos visuales tra11smitidos por un estilo artístico de prestigio, constituyen el principal medio de comunicación" (Ringle et al.,
1998:208).
82 Aún entre los casos más extremos de imposición religiosa, como los basado~ en guerra y conquista, los creyentes difícilmente abandonan del todo sus propias concepciones y práct¡cas. Algunas de las formas originales son suplantadas por formas de la religión impuesta, pero lo~ st.gntficados frecuente.mente se co;servan, escondidos detrás de esas nuevas formas o fundidos con los s~gmficad.os de~ ~~evo ststen:a .~e creencias. Un buen ejemplo es la respuesta de los habitantes de Mesoaménca a la Im.po~tcton de la. religton católica, un fenómeno adaptativo que todavía en la actualidad se observa entre los md1genas mextcanos y centroamericanos (cfr. Freidel el al., 1993; López Austin, 1994 ). . . . . .
"' Al hablar de relioión en Mesoamérica es imposible esquivar la d1scus10n sobre mndad o plurahdad (cfr. Kubler, 1972b). Acerca de esto opina López Austin: "Las fuertes coincidencias de los aspectos fundamentales de las antiouas re!ioiones en el tiempo y en el espacio están fuera de toda duda, y tambwn saltan a la Vista las importante~ difere;cias regionales y temporales en el ejercicio de la religión" ( 1994: JI). Como el mismo autor ¡
0 propone, estas realidades no son mutuamente excluyentes y la_ d1~crepancm entre qmenes ~bogan por
una misma _religión, 0 varias, tiene mucho que ver con el mvel de anahsts o el mar~o de refen~ncm desde el que se observa el problema. Que la religión en Mesoamérica sufriera transformacwnes considerables a lo largo de los siglos, no descarta que en un momento incluyera los. mismos, a~pectos compartidos por sociedades contemporáneas; pero, en sentido inverso, la existencia de ctertos cod1gos co~unes no. de:carta ~ue las expresiones propias de cada región 0 sistema social culminen en la construccwn de mas dtferencms que
similitudes.
99
Esta noción no descat"ta la posibilidad de que una base de creencias religiosas
esté presente en la dispersión de rasgos análogos, pero permite dudar sobre si no serán
además otros procesos sociales los que operat1, como lo hace Michael Spence cuat1do
cuestiona a qué grado similitudes como éstas representan un único sistema de ritual y
creencias dispersado ampliamente, o un conjunto de símbolos regionalmente
reinterpretados (2000:260).
Aquí cabe preguntm·se si la dispersión de un culto determinado puede ser causal
de integración cultural, como proponen Ringle, Gallareta y Bey, o si, por el contrat·io,
una interacción social y ciet"ta integración cultural previas son necesarias para la
dispersión de conceptos ideológicos, de los cuales los cultos son sólo una parte. Creo
que solamente lo segundo permitiría la construcción de una base sobre la que podría
desplantar el mutuo entendimiento y adopción de símbolos, de significados, o de
ambos, y la estructuración de una "gratnática simbólica común" como le llama Spence
(ibid.:259) (o de un "sistema ideológico integrador", como le llama Jiménez Betts,
1989:31 ). La existencia de una base como ésa es especialmente notoria durante el
Epiclásico, un fenómeno que parece haber derivado de la apetiura del sistema de
comunicación e intercambio posterior al desvanecimiento del auge teotihuacano.
Siguiendo a Richard Burger (1992), Ringle, Gallareta y Bey subrayan que" [ ... ]
los cultos regionales facilitan el libre movimiento de bienes y personas dentro de las
fronteras del culto" (1998:184-185, nota 3), y esto efectivamente debió ser así. Pero
'facilitar' no significa 'condicionar', y mi propuesta sobre que la red de interacciones
debió ser, o anterior, o hasta cierto punto independiente de la adopción del culto que
proponen, se justifica en el hecho de que los bienes y rasgos que los autores relacionan
íntimamente con él no siempre coinciden con sus presuntas fronteras. No en todos los
sitios donde se han recuperado placas de jade se implementaron canchas para el juego
de pelota ni cuentan con evidencia de haber pat"ticipado de su práctica, que es uno de los
rasgos que Ringle, Gallareta y Bey incluyen en la difusión de aquel "culto regional"
(cfr. ibid.:l96-203).'·' Tan1poco se hat1 recuperado jades figurativos en todos los lugares
'·' En el cuarto capítulo de esta tesis se habla de algunas arterias importantes, establecidas desde épocas tempranas, por las que circularon objetos e ideas. Tal vez la más significativa entre todas ellas, por ser un potencial engrane dentro de la geografía mesoamericana, sea la bautizada por Lee Parsons ( 1969) como la Periferia de Tierras Bajas Costeras (PCL). Una de las características distintivas de esta red es precisamente el arraigo y complejidad que alcanzó el ritual del juego de pelota (Parsons, J969, J978, apud Pasztory, J978: JI, 17-J8; Zeitlin, 1993). Hacia finales del Clásico, las PCL parecen haber recuperado su cualidad de conectar sistemas distributivos extremos en Mesoamérica, que en cierto modo había disminuido durante el Clásico Temprano con la presencia de Teotihuacan (Peter Jiménez Betts, com. pers., 2002). La importante dispersión
\00
....
donde por primera vez se construyeron canchas durante el Epiclásico, y no conozco
algún ejemplo donde las ofrendas que las contuvieron estuviesen asociadas con dichos
elementos, aún en sitios donde existen an1bos, placas de jade y juegos de pelota.
Ciertas cerámicas rituales que Ringle, Gallareta y Bey incluyen en un complejo
relacionado con el mismo culto (cfr. ibid. ;216-218) no se dispersamn siempre
integradas, ni de manera homogénea, en todas las regiones donde han aparecido los
jades. Los incensarios de mango, por ejemplo, son comunes entre los sitios de aquella
época y su extensión no se conesponde necesariamente con la de las placas (ver nota
169 de este volumen), además de que donde aparecen no siempre existen los otros tipos
de incensario que los autores correlacionan. Del mismo modo que con los juegos de
pelota, hay lugares donde se han reportado tanto incensarios de mango como placas de
jade, pero no recuerdo que en algún contexto aparezcan asociados, lo que sería de
esperar si ambos fuesen relativos a un determinado culto. Por último, a pesar de que
_existen bases para recorrer hacia atrás la cronología de Naranja Fino y Plumbate
(Fahmel, 1988; Ringle et al., ídem), su aparición sigue siendo ligeran1ente posterior a
las placas más tempranas y su distribución mucho más limitada.
El uso o práctica de estos objetos y rasgos pudo abarcar distintos espacios y por
ello los alcances de su distribución no necesariamente coinciden. Creo que la
significativa pero parcial coincidencia de todos ellos tuvo que ver con que su flujo
circuló a partir de las mismas redes de comunicación e intercan1bio, intersectándose en
varios puntos, más que con tma condicionada complementación ritual.
Parece lógico que en redes contemporáneas, y especialmente en redes de enorme
magnitud como las del Epiclásico, coincida el tránsito de una multitud de elementos de
fimción y significado variables, no necesariamente correspondientes a un mismo
conjunto de creencias o prácticas. Como se ha visto, algunos de los contextos donde
aparecen los jades figurativos pueden vincularse con el culto al agua y la fertilidad, pero
es posible que tal relación no sea sintomática (tanto como no lo es la asociación de la
serpiente emplumada con la deidad Quetzalcóatl) y que las placas no deban sumarse al
conjunto de símbolos propios de ese complejo (tanto como el complejo mismo no es
homogéneo en Mesoamérica), sino al conjunto de símbolos de apoyo para la ejecución
de ceremonias o ritos shamánicos de ése y otros tipos.
Durante el Epiclásico, la serpiente emplumada aparece como un !Cono
compm'tido por complejos religiosos distantes y se constituye como un punto en el que
del juego de pelota en esa época puede ser reflejo del aumento en su prestigio y no necesariamente de un proceso de unificación sociopolitica (Pasztory, 1978:20).
1 (J 1
frecuentemente pm·ecen converger la expreswn iconográfica y la significación
simbólica. Pero es posible que la an1plia aceptación de este rasgo en esa época no tenga
tanto que ver con una cualidad inmutable de la serpiente emplumada como parte de los
símbolos de una doctrina en específico, sino con su capacidad mediadora entre un
mundo sobrenatural (donde residen los ancestros) y los seres humanos.
Sobre la dispersión generalizada de este emblema, entre las sociedades
jerm·quizadas se ha observado que el intercmnbio de bienes de prestigio y el
conocimiento esotérico asociado, generan expresiones comunes en la iconografia y
parafernalia de las elites (cfr. Baudez, 1963 apud Helms, 1971:165; Flarmery, 1968;
Webb, 1974:370; Helms, 1979:167-171; Smith y Schmimm1, 1989:373; Earle, 1990:76-
78; Spence, 2000:259). Esto es especialmente comprensible en la medida en la que el
estilo se conesponde con la variación iconológica de Wiessner (1985), es decir, cuando
contiene mensajes claros, intencionados y conscientes (ver nota 4 de este volumen),
siendo de esperm· que sus atributos comiencen tmnbién a "caracterizm·se por la
redundancia que es componente necesm·io de los lenguajes" (Plog, 1990:68). En ese
sentido, es posible considerm· a las placas de jade como "expresiones activas de rango",
siguiendo la categoría definida por Mary Helms (1986:30) donde incluye a aquellas
piezas distintivas y con una cm·ga significante que se ostentaban o empleaban en
acontecimientos oficiales, ya fuesen políticos o religiosos, entre las elites de las Antillas
Mayores (una noción con implicaciones semejantes es la de Estilo Activo, propuesta por
Em·le, 1990:73)." Esto ayudm·ía a explicar el por qué de la amplia aceptación de los
jades figurativos, al vincularse más con un ámbito de acción del 'poder terreno', que
con la adopción generalizada de un mismo sistema de creencias encabezado por una
deidad pmticular.
Andrea Stone propone que existen principalmente dos formas mediante las
cuales una elite justifica su existencia y al mismo tiempo asegura su poder: "Uno podría
asumir que el único impulso de las elites sería 'destacm· su rango', esto es, distanciarse
de las masas. Por el contrm·io, los abismos sociales son frecuentemente minimizados o
camuflados por medio de vm·iadas tácticas persuasivas" (1989:153; véase tm11bién
"' Las placas de jade reúnen los tres atributos que Helms considera integrales en los objetos de madera negra lustrosa para constituirse como bienes de prestigio: "Son expresivos de cualidades de elite en ténninos del tipo de objetos manufacturados, en términos del medio usado [ ... ] , y en términos del tratamiento dado a ese medio. [en otras palabras] funcionaron eomo despliegue suntuario [ ... ] comunicaban cualquiera que fuese el simbolismo expresado en conceptos de negrura y brillo [en este caso el jade] y en la decoración grabada que mostraban" (1986:28; véase también Helms 1979 para una asociación similar de las piezas de oro usadas por las elites panameñas; y Earle, 1990:75).
102
Helms, 1986:38; Earle, 1990:75). Estas fonnas, que ella caracteriza como de
"Conexión" y "Desconexión", se conjuntan para generar al mismo tiempo un estrecho
vínculo y una clara diferenciación entre quienes ostentan un alto rango y quienes no.
La noción de "Desconexión" se refiere a la necesidad de quienes se sitúan en la
cuna de una sociedad jerarquizada, de hacer patente la distancia que sepaTa a los
distintos estratos sociales. Stone propone como una de sus principales manifestaciones
el establecimiento de vínculos (reales o ficticios) con elites <Uenas al sistema propio. En
el próximo capítulo se hará referencia a cómo interpreta la autora este fenómeno para el
Clásico Tardío entre los mayas, pero ahora me centraré en cómo ilustra o ejemplifica la
otra de sus nociones: la "Conexión".
¿Cómo justifica una elite su preeminencia social y su permanencia en el poder?
en otras palabras, ¿cómo se acerca al resto de la sociedad, para ser reconocida y
apoyada por ésta, sin aJTiesgar en ello su especial 'posición'? Haciendo una analogía
. entre el estudio de Mmn·ice Bloch sobre reinos en el Madagascar Central ( 1977) y lo
que ella observa en el 'arte' mesoamericano, S tone encuentra una línea de "Conexión"
en la capacidad de las elites de convertirse en indispensables para el bienestar de la
sociedad (véase también Helms, 1979:70-71; 1986:26). En los casos citados por Stone,
esta capacidad tiene que ver con lo que la autora define como "mitología de
subsistencia" y Bloch como "un complejo de la fertilidad y las fuerzas cíclicas
benéficas de la naturaleza" (Stone, 1989:153; véase también Earle, 1990), lo que
involucra al complejo agua-fetiilidad que tanto se ha mencionado en este texto:
" [refiriéndose al estudio de Bloch] el rey dirigiría los principales rituales sobre fertilidad. Reconocido como poseedor de un acceso supernatural a la fertilidad, el rey era considerado esencial en estas ceremonias cruciales para el bienestar de la comunidad [ ... ] . En el arte mesoamericano, la conexión de las elites con las masas sigue con frecuencia un camino similar. Los gobernantes simbólicamente se alinean con lo que he llamado 'mitología de subsistencia' que abarca a la fertilidad en el más extenso de sus sentidos y a los ciclos naturales benignos. Esta dimensión altamente conservadora de un sistema de creencias, es central en la vida de los campesinos y sería una etiqueta natural de propaganda política" (Stone, ibid.: 153 ).
Específicamente a partir de lo que ilustran algunas estelas mayas, principalmente
de Piedras Negras, Stone percibe esa asociación de los gobernantes con el maíz, la
sangre resultante del sacrificio y el Monstruo Cósmico, donde el mandatario personifica
a la fertilidad y la creación universal en asociación con su ascenso al poder, y aclara:
10.1
"Aunque estos poderes sobrenaturales elevan su estatus, lo sitúan en el corazón de las
preocupaciones y valores fundamentales de la comunidad" (Stone, 1989:155).
También entre los mayas, algo similar observa .Teff Kowalski al hablar de los
"orígenes sagrados de su autoridad política" (1999:406), y al referirse a la Estela 14 de
Uxmal señala:
" [ ... ] es un monumento tardío que presenta una variacwn del "motivo clásico" tradicional. El énfasis visual se encuentra en el gobernante que ocupa el centro, el Señor Chaac, quien [ ... ] luce la indumentaria maya tradicional del poder real; pequeñas máscaras ahau sobre la cintura [que considero son jades figurativos ... ], cascabeles de caracoles en el cinturón y la diadema de Sak Huna! o dios Bufón. El tocado de plun1as de amplio borde, usado por este gobernante, lo identifica como una personificación de la deidad pluvial, manteniendo una tradición maya sureña de los gobernantes que encarnaban al dios de la lluvia Chac Xib Chac del Clásico" (ibid. :409) .
Las opiniones de Bloch, Stone y Kowalski me resultan especialmente
significativas, porque creo que es precisamente a partir de la misma asociación que las
placas de piedra verde se manifiestan como objetos de prestigio, y pienso que de ello
deriva su peculiar vinculación con la iconografia, ritos y ceremonias relativas al agua y
la fertilidad en Mesoamérica.
En un aspecto económico y de ser exclusivamente un ornamento, la obtención de
las placas de jade por pmie de cualquier miembro de una sociedad estaría
potencialmente restringida pero no explícitamente negada. Pero, si es verdad que los
jades figurativos formaron parte de la indumentm·ia de aquellos personajes que en sus
respectivas sociedades ocuparon un lugar de equivalente preeminencia, y si es verdad
que en su papel como 'distintivo' reafirmaban en el usumio una cualidad semejante a
las apenas descritas (de intermediario entre los ciclos naturales y las fuerzas
sobrenaturales), su posesión sí quedaría delimitada." Entonces su 'valor' no se centraría
86 En este trabajo se hace constante referencia a la distribución de bienes de lujo y de prestigio, pero es importante distinguir que no son sinónimos. El que un objeto se considere de 'lujo' tiene mucho que ver con sus características materiales, y su distribución desigual puede estar basada en diferencias 'económicas'. En este caso, la posesión de un objeto de 'lujo' otorga a los dueños un grado de 'prestigio', pero este prestigio en particular obedece a la reafinnación de distancias sociales en los planos económico y político. Sin embargo, algunos bienes reúnen cualidades que rebasan su materialidad adentrándose en el plano simbólico, 'y las restricciones en su adquisición y uso obedecen a otros factores. Para ilustrarlo puede tomarse un ejemplo actual: en términos generales, le estaría permitido a cualquier miembro de nuestra sociedad entrar a una tienda de artículos religiosos católicos y adquirir una estola sacerdotal. El valor económico de ésta dependeria del material con el que estuviera hecha, pero aún siendo de seda o de algodón, seguiría siendo una estola. A pesar de esa supuesta 1 ibertad para acceder a su posesión, a nadie se le ocurriría comprar una prenda de este tipo y
1
exclusivamente en los atributos físicos del material sobre el <que fueron tallados, sino
que se agregaría al acervo de símbolos que, simultáneamente, "conectan" y
"desconectan" a la sociedad de sus elites, como lo han propuesto los autores citados.
Los bienes de prestigio intercambiados y desplegados entre las elites de los
cactcazgos complejos y estados tempranos, aunque pueden constituir adornos o
henamientas 'personales', están impregnados de simbolismos colectivos. Esto contrasta
agudamente con los ostentados por las elites de los estados, donde suele hacerse alarde
de la posesión per se de ciertos bienes considerados de lujo, sin que sea necesario
atribuirles una carga simbólica (cfr. Helms, 1986:37). Entre las sociedades
jerarquizadas, los bienes de prestigio de uso individual, distintivo o restringido, suelen
ser significantes de las funciones político-religiosas de sus poseedores, a la vez
evidenciando y justificando su estatus (cfr. Helms, ibid.:40-41).
A partir de sus análisis sobre cacicazgos complejos, Mary Helms describe de
manera puntual la esencia que subyace a este tipo de fenómenos:
"El éxito en el funcionamiento de las sociedades jerarquizadas descansa fuertemente en la capacidad de la elite [ ... ] de generar y sustentar la creencia de que ellos pueden controlar todas las facetas de la vida, incluyendo a la gente, los recursos naturales y lo supernatural. Apoyados por esta ideología pueden, de hecho, establecer algún control secular sobre las mismas fuentes [pero] sólo en la medida en la que la población crea que las diferencias de esta tus [ ... ] y la concentración del control [ ... ], son "normales", o son características "propias" de la "naturaleza humana" [ ... ] . Por ello el liderazgo [ ... ] descansaba sobre, fomentaba la expresión de, y reforzaba ciertas concepciones simbólicas e ideológicas relacionadas con la "naturaleza básica" del hombre y la sociedad. [ ... ]En otras palabras [ ... ] el orden político estaba ligado cercanamente a expresiones de poder tanto sagradas como seculares" (I-Ielms, 1979:70-71, las cursivas son mías).
guardarla en su casa (mucho menos usarla), pues el objeto pierde todo su valor al ser excluido de un contexto determinado (el cuello de un cura oficiando misa). La gente no adquiere estolas sacerdotales porque hacerlo no tiene ningún sentido. Creo que, en algunos casos, sectores sociales se auto restringen la posesión de ciertos objetos, no porque no 'puedan' tenerlos, sino porque los reconocen ajenos a su propia condición. El valor o significado de algunos bienes se pesa en la balanza de lo abstracto y su restricción no tiene forzosamente que ser impositiva. Como se verá a continuación, algo similar pudo ocurrir con las placas de jade. Andrew Darling sugiere algo semejante con respecto a las navajas prismáticas de obsidiana importadas en el sur de Zacatecas, que "al usarse en contextos ceremoniales particulares no serían tanto un objeto de 'lujo' marcador de estatus entre elites, sino un objeto reservado para el uso de especialistas en la ejecución de rituales mortuorios o sacrificiales" (Darling, 1998:388). Distinciones similares se encuentran en Helms, 1979:80; 1986:30.
lll)
Al poseer un significado definido y expresar un mensaJe colectivan1ente
comprensible," las placas de piedra verde serían elementos unificadores entre niveles de
la escala social, pero su uso restringido subrayaría las diferencias que, en términos de
capacidades administrativas de un sistema político-religioso, son 'necesarias'."
Combinar los aspectos político y económico con el manejo de una ideología
sobrenatural o religiosa, es la esencia básica de la naturaleza generalizada (o apenas
diferenciada) de las instituciones entre los cacicazgos complejos y estados tempranos
(cfr. Earle, 1990:76), y es precisamente la base sobre la que descansa la permanencia de
sus líderes. Para entender por qué las elites en este tipo de sociedades sustentan su
poder de ese modo, es necesario reflexionar sobre de qué forma no pueden hacerlo.
Al ser el paso incipiente hacia la demarcación de distancias sociales, los
cacicazgos complejos y estados tempranos todavía dependen ampliamente de las
jerarquías rituales y de parentesco (p.e. linajes) porque, a diferencia de los estados,
carecen de un "control efectivo de fuerza coercitiva" para imponer a un grupo que
congregue el poder o asuma la toma de decisiones (Webb, 1978:159; Helms, 1986:38;
Chase-Dunn y Hall, 1997a:73-74, 76; 1997b:7; 1999:6). El gobierno estatal está
apoyado en la existencia de ciertas instituciones o estructuras sociales que le permiten
sustentar su poder poniendo en práctica medidas burocráticas o militares. Por el
contrario, en las sociedades jerarquizadas la burocracia no existe, o no está plenamente
desanollada, y la fuerza militar no puede usarse legítimamente para hacer valer la
autoridad (cfr. Webb, idem; Helms, idem; Chase-Dunn y Hall, idem). Esto no significa
que un cacicazgo complejo o un estado temprano es incapaz de dominar militarmente a
otro, pero sí que no puede cohesionar o gobernar a su propia población por esa vía. Para
legitimarse, sus líderes deben persuadir al resto de la sociedad de su capacidad y
cualidades para comandar, y de los beneficios que su existencia acarrea para el
87 La existencia y divulgación de este 'mensaje' no es responsabilidad única de los núcleos de poder. Por el contrario, su aceptación tiene lógica sólo a partir de su aplicabilidad en un espectro social mucho mayor. Dicho mensaje pertenecería, de acuerdo con el proceso descrito por López Austin: "[ ... ]al orden de la lenta creación por enormes masas de creadores anónimos. En la mayor parte de los casos, los hombres geniales [y los representantes sociales] son sólo sistematizadores y expositores de un pensamiento ya latente que los pueblos reconocen al hacérseles consciente en una expresión discursiva o estética" (L. Austin, 1999:45-46).
"" Muchas similitudes existen entre las figuras de jade y algunos objetos de prestigio que fueron, o son, indicadores de rango y herramientas rituales en varias partes del mundo. Entre los cacicazgos panameños, Helms identifica como tales a ciertos ornamentos trabajados en oro que muestran motivos iconográficos específicos, reservados para el uso de la elite, cuyo simbolismo "identificaba al portador como una persona autorizada para comandar, controlar y dirigir a los miembros de la unidad sociopolítica, pues denotaba su asociación particularmente cercana con las fuerzas sobrenaturales del universo" (1979: 119, véase también ibid.: 70-97). En general, entre los cacicazgos complejos la indumentaria suele coJTesponderse con el rango Y denotar esta tus (cfr. Helms, ibid.: 16, 70-97; Earle, 1990:77-78).
106
r
bienestar de la comunidad (cfr. Helms, 1979; 1986; Earle, 1990; 1994). Esta·necesidad
de convencer es comprensible pues, como sefiala Carneiro, "La gente sigue reglas con
mayor voluntad mientras esas reglas parezcan impulsos internos y no mandatos
superiores" (1992:194).
Aunque la verdadera posibilidad de una elite para mantener el poder radica en
los beneficios cotidianos reales alcanzados por su gestión (p.e. su capacidad de
liderazgo ante la organización, producción, redistribución o abasto de bienes; ante la
organización de una fuerza militar eficaz; ante la armonía y protección civil; etcétera
[cfr. Webb, 1978:159] ), la escasez de un control absolutamente secular y el riesgo de
destitución suelen minimizarse a patiir de apelar a una autoridad sobrenatural, que
santifique la dominación política (cfr. Earle, 1990:76; 1994; Spence, 2000:259):
" [ ... ] es en virtud de su cercana asociación con los conceptos esotéricos más
abstractos [ ... ] que los caciques y sacerdotes abrazan sus posiciones de control en las
sociedades jerarquizadas" (Helms, 1979: 176).
La autoridad sobrenatural se anlpat·a en un consenso de valores morales al
interior de la sociedad, que con frecuencia se reitera durante la celebración de actos
públicos (p.e. ceremonias rituales y festejos redistributivos), a partir del despliegue de
símbolos y acciones emblemáticos de la prosperidad de la unidad política, con los que
los participantes se sienten identificados (cfr. Webb,l974:369; 1978:159; Helms,
1979:79; Blanton y Feinman, 1984:677; Chase-Dunn y Hall, 1997b:7; 1999:6, 15). La
mejor oportunidad para una elite de reivindicat· su posición es su desempefio en dichos
actos públicos (cfr. Helms, ibid.:83) y, volviendo a los objetos, el ejercicio de su
autoridad, basada en el control y dirección de las fuerzas sobrenaturales para beneficio
humano, puede ser "elegantemente abreviada y sucintan1ente declarada" en forma de un
ornamento, parafernalia o herramienta ritual de cierto tipo (Helms, ibid.:92). A esto se
debe que una buena parte de los materiales que la elite acumula, así como la iconografía
y estilos que emula o reproduce, sean exóticos, rat·os, o exhiban imágenes relativas a su
contacto con el reino sobrenatural como metáfora de poder (cfr. Helms, ibid.:75, 77, 80,
87; Eat'le, 1990:75-76; Zeitlin, 1993). Esos atributos se conjuntan en las placas de jade
y en otros objetos y rasgos de prestigio que circularon durante el Epiclásico.
La comunicación e intercambio entre elites propicia la estructuración de una
ideología político-religiosa común, ya que, al patiicipar en las mismas redes de
interacción, se manipula el mismo conjunto de atributos que justificat1 su existencia y
apoyan la credibilidad de su ser indispensables (Schortman y Urban, 1992b:239). De
1(17
ese modo, las elites se soportatl mutuamente a pmiir del manejo y control de conceptos
y símbolos compmtidos que las ligan entre sí y las distm1cian de la gente común (cfr.
Em·le, 1994; Spence, 2000:259), lo que deriva en que las actividades rituales y los
bienes suntum·ios empleados en ellas, tiendm1 a seguir patrones muy generalizados ( cfi·.
Webb, 1974:370; Zeitlin, 1993; Eat·le, idem).
Una vez que ciertos elementos han ganado impmiancia en el complejo
ceremonial y conllevan una utilidad en términos político-ideológicos, su adquisición
puede convertirse en algo tan vital y crítico como la de otros de cm·ácter puran1ente
tllilitm·io (cfr. Webb, 1974:370). Por ello, con fi·ecuencia los líderes compiten por
mm1tener y mejorat· su posición con respecto a las redes distributivas y de interacción
más amplias y, por ello también, mucho del intercmnbio a lm·ga distancia consiste
precisamente en el flujo de aquel tipo de bienes (cfr. Webb, 1978:159).
En todo lo anterior está implícita la pe1ienencia a una estructura social que
rebasa por mucho la escala local, y el esfuerzo por pmte de las elites de engancharse a
ella conlleva, tanto al interior como al exterior de sus respectivos grupos, interesantes
implicaciones. En Mesoamérica, la interacción entre sociedades y la magnitud de las
redes pm·ecen haber alcanzado una proporción especial a finales del Clásico, como de
algún modo lo demuestrm1 la an1plia distribución de bienes de prestigio y los patrones
de manifestación ritual y simbólica que fueron expuestos en éste y en el capítulo previo.
A diferencia de lo que comúnn1ente se sostiene, creo que el Epiclásico no fue un
periodo de aislamiento o circunscripción regional condicionados por la
desestabilización y decline del sistema teotihuacano. Tan1poco un momento de enorme
tensión, insalvable conflicto y constante enfrentmniento entre grupos humanos.
Aunque una actitud al competir por la preeminencia regional es la violencia, la
consolidación de una estructura macrorregional abm·ca muchos más aspectos y su
mantenimiento obliga a tomm· otras medidas. Algunos de los posibles mecanismos
mediante los cuales se vinculat·on e interactuat'on las sociedades durante el Epiclásico,
se explorarán en el cuarto y quinto capítulos de esta tesis. Pero antes es necesmio
revisat' la inconveniencia de atribuirles un cat'ácter intrínsecatnente bélico y reflexionar
sobre cómo esta concepción genera un obstáculo pat'a acercm·se a la dinámica global de
aquella época.
1 08
HI. El Epiclásico: ¿integración social o enfrentamiento?
El estrechamiento de vínculos ideológicos y el distanciamiento social son
argumentos no sólo opuestos, sino contradictorios. Esto no quiere decir que el ser
partícipes de un mismo bagaje ideológico descarte la posibilidad de enfrentamientos
políticos, pero sí que la comunicación que se requiere para expresar de un mismo modo
dicha ideología se vería mermada de existir tm eterno e insalvable conflicto
intercultural. ¿Cómo explicar esquemas ideológicos y su manifestación material
compartidos entre sociedades en proceso de mutua anulación?: un "panorama marcado
por la competencia y el bajo nivel de integración", un "clima incierto" donde se
disputaban los "recursos escasos" y donde "la inestabilidad política logra que lo militar
permee todos los ámbitos de la vida social" (López Luján, 1995:262, véase también
Paredes, 1990:30, nota 21; Sugiura, 2001:347) y las poblaciones sostienen "una lucha
interminable para mantener su autonomía ante sus ambiciosos vecinos" (Marcus,
2001 :29), son algunas de las características que se han propuesto como descriptivas del
Epiclásico.
No se puede negar que en la época prehispánica existieron conflictos entre
poblaciones, pero así como ya se ha desechado la idea de que la diferencia entre los
periodos Clásico y Postclásico consiste en el carácter exclusivamente teocrático del
primero y el militarismo exacerbado del segundo," el Epiclásico no debiera tampoco
generalizarse como el periodo de hostilidad que algunos autores han manejado (p.e.
Pasztory, 1988a:71; Hers, 1988:30-36; Cohodas, 1989; López Luján, 1995; F1orescano,
1995:225-228; Ringle et al., 1998:185, 195; López Austin y López Luján, 2000;
Marcus, 2001; Sugiura, 2001:347, 349, 385). En una situación de permanente
agresividad y obligado aislamiento es dificil creer que pudieran sostenerse canales de
tan estrecha comunicación e integración, como se dieron dmante aquel momento.
El problema tiene raíz en la concepción de momentos históricos homogéneos,
como si un mismo ambiente (ya fuera de tensión o relajamiento) entre grupos humanos,
cubriera de manera uniforme cada rincón de una enorme área cultural y la dinámica de
89 La caracterización del mundo clásico como una teocracia fue introducida por Wigberto Jirnénez Moreno, Pedro Armillas, Ángel Pale1m, Ignacio Berna! y Al den Masan, entre otros (Jiménez Moreno, 1959:1056-1057), y la transfonnación de éste en militarista fue una propuesta principalmente del primero (ibic/.:1063-1064). El esquema se adoptó y gozó de bastante popularidad hasta hace pocos años, pero actualmente se conocen indicios de militarismo en la capital "teocrática" del Clásico y también se sabe que el Epiclásico y Postclásico Temprano no fueron periodos exclusivamente de conflicto.
109
·cada sistema social obedeciera a los mismos factores. Actualmente se sabe que muchas
de las variaciones en comportamiento, desarrollo o complejidad sociales, que fueron
originalmente observadas como diacrónicas y con tendencia evolutiva, en realidad
pueden ser coetáneas pero con una distribución espacial diferencial (cfr. Sanders,
1989:211 ).
Etiquetar periodos acarrea un segundo obstáculo: diferenciar cada época
radicalmente de las otras. Así, se buscan cambios abruptos donde en realidad hay
matices y los ritmos locales se ven como marginales, aislacionistas o excluyentes.
Como señala Cohodas, "Y a que esta continuidad cultural es minimizada, el cambio
ideológico es visto más como un evento que como un proceso [ ... ] "(1989:226).
Afortunadamente esa abrupta distinción entre el carácter absolutamente pacifista
del Clásico y los aspectos completamente militaristas del Postclásico, se ha ido
desvaneciendo. Sin embargo, existe en los últimos años una tendencia, no a contemplar
el carácter multifacético de cada periodo y región cultural, sino a extender a todos los
ámbitos de la sociedad prehispánica mesoamericana el que fuera tan sólo uno de sus
aspectos: la guerra.
Para el Clásico, probablemente a raíz de los hallazgos realizados por Rubén
Cabrera, George Cowgill y Saburo Sugiyama en la década de los años ochenta,"' se ha
perseguido catalogar a la otrora considerada "ciudad teocrática" de Teotihuacan como
un lugar en el que imperó un arraigado culto a la guerra. No cuestiono las conclusiones
acerca de estos descubrimientos, pero hacer extensiva la explicación de un hallazgo a
toda la historia de un sistema social, constituye un retroceso. Más aún si para hacerlo se
deforman las invaluables aportaciones de los estudios sobre su iconografía.
Las interpretaciones que durante años profundizaron, con bases iconográficas
fim1es, en los aspectos religiosos y rituales de los teotihuacanos (p.e. Kubler, 1972a;
Millon, 1973; Pasztory, 1974; Von Winning, 1987, entre otros), se minimizan y hasta se
90 Durante las exploraciones del Templo de Quetzalcóatl en Teotihuacan (1980-82, 1983-84, 1988 y 1989) fueron rescatados varios entierros múltiples. La mayoría de los individuos inhumados fueron adultos jóvenes, en muy baja proporción femeninos, algunos con las manos juntas a la espalda sugiriendo que estuvieron atadas (Sugiyama, 1989:87-91; Cabrera y Cabrera, 1993:280-289). Las ofrendas son comparables con hallazgos anteriores en el mismo edificio (cfr. Rubín de la Borbolla, 1947; Dosal, 1925, Pérez, 1939 y Gamio, 1979, apud Sugiyama, 1989:98-1 03) e incluyen navajillas, cuchillos y puntas de proyectil de obsidiana; excéntricos y tigurillas humanas o de serpientes; orejeras y cuentas de piedra verde; pendientes, cuentas sencillas y en espiral de concha; caracoles completos; maxilares y mandíbulas humanas (reales y simuladas en concha); perforadores; y discos o espejos de pirita o pizaJTa, entre otros objetos (Sugiyama, 1989; 1992:209-210, 222; López Austin el al., 1991:45). Se sugiere que la mayoría de los personajes enterrados fi.Jeron militares o personas ataviadas como soldados, sacrificados masivamente en un ritual dedicatorio a la pirámide (cfr. Sugiyama, 1989:98, 103-1 04; 1992:21 O, López Austin el al., idem).
1 1 ()
dejan de lado al favorecer una postura radical y endeble. Para ejemplificar un poco esto
expondré algunos de los cambios que han experimentado las inferencias sobre algunos
de sus murales.
Los frescos de Tlacuilapaxco (Fig. 26), cuyos fragmentos se encuentran en
diversos museos en los Estados Unidos y México, representan personajes que portan
tocados de serpientes y largas plumas. De sus bocas surge una vírgula adornada con
elementos marinos y, mientras una corriente líquida emana de una de sus manos, en la
otra llevan una bolsa que ha sido interpretada como contenedora de copa! ( cfi·. Millon,
1988a: 196, fig. VI.21 ). Al frente de los personajes se esquematiza un terreno preparado
para la siembra y se observan sobre él pencas de maguey con sus espinas (quizás
espinas para el autosacrificio [Manzanilla com. per. 2002] ) . Otro elemento importante
es que cada individuo porta en la cadera un emblema distintivo cuyo significado se
desconoce.
Fig.26 -Frescos de Tlacuilapaxco. Tomado de M ilion, 1988b.
Siguiendo la opinión de Clara Millon, el tamaño y posición de elementos en los
murales parece definir su significado e importancia (ibid.: 197). De acuerdo con ello los
rasgos preponderantes de los personajes representados en Tlacuilapaxco son el tocado,
la vírgula y la corriente que emana de sus manos, cuyas dimensiones son
desproporcionadamente mayores a las del resto de los componentes. La autora señala:
111
"La prominente cabeza, con su enorme tocado, un diagnóstico indicador de identidad social, ocupa más de un tercio del cuerpo" y "La enorme vírgula, congruente en tamaño con la cabeza y tocado, significa la impm1ancia de la infmmación que comunica. Lleva la carga de transmitir el componente oral de la ceremonia, aquí transmutada en imágenes visuales. Juntos, cabeza, tocado y vírgula dominan la superficie ocupada por la figura" (ibid.: 198-199). Más tarde agrega: "El ornamentado tocado identifica a la figura como un individuo de alto rango. Encontramos w1 tocado bastante parecido en el conjunto apartamental de Tepantitla, en pinturas de sacerdotes del culto a la Gran Diosa con plena insignia sacerdotal" (ibid. :201, véase también Gamboa, 1996:14).
De igual importancia resultan las imágenes de 'milpas' y pencas de maguey con
las que alternan estas figuras humanas, sobre las cuales parecen verter la corriente de
sus manos, posiblemente sangre resultante de un ritual de autosacrificio (Millon,
19,88a: 199).
Sorprendentemente, para interpretar este ritual Millon otorga mucha importancia
a dos detalles que bajo su misma lógica resultarían secundarios, pues forman parte de
los disei'ios en el borde superior de la escena y ahí ni siquiera ocupan una posición
central. Se trata en primer lugar de unas figuras identificadas por ella como colas de
dardo, y en segundo de una cenefa con diseños triangulares (>>>)(chevrons) que la
autora afirma se relacionan con imágenes de guerra y sacrificio, aunque también
reconoce que acompañan a la figura de los murales de Tepantitla (cfr. 1988a:196-197).
Por último, de los emblemas que portan las nueve figuras a la cadera, Clara Millon cree
reconocer en uno de ellos tma insignia militar por asociaciones con contextos que
supone de esa índole, pero el mismo diseño aparece también en los murales de
Tepantitla en escenas que son claramente de otro tipo."
Estos elementos le bastan a Millon para modificar su interpretación inicial:
"Hemos asumido en el pasado que la figura es un sacerdote, ya que está desarmado y
empleado en un ritual [ ... ]" (ibid.:20 1) y afirmar que " [ ... ] la evidencia es ambigua
por haber varios indicios de identidad social. Pero el ornamento de la cadera y las
imágenes militares de colas de dardo y chevrons en los bordes, inclinan la balanza hacia
91 En otro trabajo, Clara Millon habla de que estos ornamentos son "parte del inventario de insignias militares" ( 1988b: 116),- a pesar de tener un solo referente y de que éste es cuestionable. Al analizar los murales de Houston, Missouri, la Colección Wagner y otros, la autora sugiere que los emblemas que las figuras llevan al hombro son 'accesorios militares' (ibid.:l20), sentido que no parece tan adecuado a aquellas imágenes de individuos que llevan morrales, arrojan liquido o semillas con su mano izquierda y muestran una vírgula que incluye conchas, llores, chalchihuites, etcétera (cfr. Millon, ibid.:figs. V.l-V.lO). La autora reconoce que en esa procesión ninguna de las figuras porta annas (ibid.:l23).
112
identificar a la figura como una autoridad militar con prenogativas sacerdotales"
(ibid.:205).
Considero que su pnmera observación tenía meJor sustento y coincido
parcialmente con Armillas quien, a propósito del "Yelmo de serpiente" que portan
varios individuos en los frescos teotihuacanos, dice:
"Lo llevan los sirvientes de Tláloc que en la pieza este de Tepantitla marchan en proceswn cantando y anojando semillas preciosas; probablemente también los personajes que en las pinturas de Teopancaxco se ven tocados con yelmo de serpiente decorado con estrellas de mar, que cantan y anojan a la tierra algo decorado con tma banda de espuma y llevan vestidos adornados con la flor colgante, son sirvientes de Tláloc" (1991 [ 1945] :101) (Caso también se refiere a los individuos con tocado de serpiente y que arrojan semillas, como Sacerdotes de Tláloc, 1966:fig.2a)."
El acercan1iento de Millon al significado de las imágenes plasmadas en los
frescos dio un giro en los últimos años, que también se hace patente en su concepto
sobre algunas deidades, como se desprende de un comentario suyo en el que emplea el
nombre 'Dios de la Tormenta' al referirse a Tláloc y donde especifica que "El término
menos preciso de 'Dios de la Lluvia' fue usado en 1973" (Millon, 1988b:114).
Karl Taube tan1bién se ha inclinado por una postura de belicosidad al hablar de
Teotihuacan. El autor se refiere a algunas de las serpientes emplumadas en la
iconografía mesoan1ericana en general, y teotihuacana en particular, como 'serpientes
de guerra' (ver nota 65 de este volumen; Me Vicker y Pallca coinciden con él,
2001:194 ). Haciendo una analogía directa entre fuentes mexicas y estas imágenes, su
razonamiento es el siguiente: Tanto esta serpiente como la Xiuhcóatl son seres que
combinan rasgos de oruga y de mariposa [ ¿?] . Las orugas y las mariposas representan
el ciclo de muerte y renacimiento del alma de guerreros. Las orugas además se
relacionan con los meteoros. Los meteoros con los dardos, la obsidiana y el fuego. Los
dardos, la obsidiana y el fuego con las armas, las armas con la guerra... ergo ...
"serpiente de guena" (cfr. Taube, 2000b )."
" Mi coincidencia con Annillas es parcial porque ahora se sabe que muchas de las representaciones teotihuacanas que inicialmente se consideraron de 'Tiáloc' en realidad pueden corresponder a otras deidades, aunque no dejan de estar vinculadas con él a partir de la obvia y estrecha relación que existe entre ese dios y la fecundidad de la tierra (cfr. Kubler, 1972; Pasztory, 1974, 1 992; Van Winning, 1987; Berlo, 1992).
93 George Kubler hace una crítica al uso de la analogía etnográfica y etnohistórica como herramienta para interpretar procesos anteriores a la conquista española (1972b). Al respecto, López Austin introduce el concepto de 'tradición religiosa mesoamericana', que supone una cierta continuidad pero no imPlica un tránsito estático a través de los siglos (1994:11, 13). A diferencia de Kubler y en coincidencia con López
11.1
Taube va más lejos cuando trata de interpretm· las m1teojeras, un rasgo bastante
generalizado en aquella ciudad:
"En Teotihuacan estas m1teojeras fueron. un componente importante del vestuario militar [ ... ] . Las anteojeras del Tláloc teotihuacano probablemente lo distinguían como un guerrero o, yendo más lejos, un dios de la guerra".
y respecto a su uso por seres humanos propone que:
" [ ... ] al ser usadas como mmadura facial [ ¡¿?!],habrían expuesto un rostro m1ónimo bastante aterrador [ ... ] . Además de prácticmnente servir como arma, las anteojeras de concha de los guetTeros teotihuacm1os probablemente lograban una apariencia que intimidaba a los oponentes" (ibid.:274).
Tratándose de iconografía es delicado identificar 'm·mas' y asumirles un
significado unívoco en cualquiera de sus representaciones. Aunque es obvio que
algunas composiciones gráficas ilustran verdaderas batallas (como los hermosos
murales de Cacaxtla, Bonampak y Chichén Itzá), es común hacer extensivo el carácter
bélico de atavíos y 'armas' aún cuando estos rasgos se encuentren aislados, sin
considerar que su significado podría ser metafórico.'" Pienso como ejemplo en la
representación del 'Tláloc B' teotihuacano, cuyos elementos asociados incluyen lanza
dardos y haces de flechas. En este contexto las 'm-mas' podrían aludir a la propiedad de
la deidad de provocm el rayo y mrojmlo sobre la tiena (cfr. Pasztory, 1974:7), y nó.ser
siempre una expresión literal y tenena de 'belicosidad'. Lo mismo puede decirse del
Austin, creo que a pmiir de un proceso analógico sí es posible identificar, en momentos anteriores al Postclásico Tardío, algunas expresiones religiosas de las que los españoles fueron testigo. Sin embargo, hay un riesgo al considerar que todo gesto tiene un antecedente en tiempos muy tempranos y que transitó inmutable en el tiempo y el espacio. A pesar de que la situación del Centro de México en el Postclásico Tardío debe interpretarse a partir de una secuencia histórica, doy la razón a Kubler en que su carácter no debe hacerse irreflexiblemente extensivo hacia atrás (véase también Sanders, 1989:216-217). El sentido que muchas de las deidades mexicas adoptaron no fue necesariamente el mismo que tuvieron en épocas donde las condiciones sociales eran otras y las necesidades que apadrinan las creencias y cultos también diferían. Estas transformaciones (en apariencia escasas pero en profundidad considerables) de la cosmovisión mesoamericana se expresaron en las formas observadas por los europeos en el siglo XVI, pero pensar que el producto final es capaz de ilustrar el proceso de conformación o de remitirnos a los rasgos originales, podría desviarnos. Un ejemplo claro de ello es el de Quetzalcóatl que ya he presentado. Lo mismo puede decirse de la aparición de deidades vinculadas con la guerra o la 'violencia', y la adición tardía o resalte de rasgos de este tipo en deidades preexistentes, como parte de un sistema religioso que pretende justificar a una sociedad con igual compot1amiento, como lo fuera la mexica (cfr. Pasztory, 1990: 182).
,., Para el Neolitico en Europa, Joseph Caldwell describe la existencia de "!-lachas de Batalla" que no fueron objetos funcionales, sino de culto, y cuyo simbolismo religioso fue el verdadero motivo de su disposición en entierros humanos (1962:3; 1964:139).
Dios B (o Chac en los textos coloniales), quien ocasionalmente pm1a en una de sus
manos un hacha que simboliza al rayo o una antorcha como símbolo de sequía (de la
Gmza, 1999:238). Sobre el hacha de piedra que es lanzada por el dios a la tierra para
causar rayos, Thompson comenta que es tma asociación existente en el mtmdo entero
(1973:265). Otros ejemplos sobre el sentido metafórico de algunos rasgos los señala
Robert Rands: "Los aspectos destructivos de la Diosa I son pronunciados, pero
apm·entemente denotan demasiada agua, o tal vez un tipo dml.ino de agua, más que
guetTa [ ... ] " y " [ ... ] la presencia de símbolos de muet1e en la pm1e trasera del
monstruo del cielo maya puede denotm· una conexión con el inii·amundo, y de esta
manera hacer referencia más a aspectos puramente cosmológicos que al complejo de
ideas específicm11ente asociadas con infm1unio y destrucción" (1955:365). 95
La mitología mesoan1ericana está plagada de escenas en las que los dioses se
comportan como gueneros, y habría que preguntarse qué tantas representaciones
iconográficas pretenden ilustrm· estos pasajes y no reproducir auténticos sucesos
históricos. También la imagen de individuos prominentes en ciertas sociedades se
presenta alternadmnente con rasgos 'militmistas' o cualidades 'sacerdotales' y, aunque
esto desde luego nos muestra tma modalidad o aspecto de dichos individuos y de la
sociedad por la que fueron destacados, es engañoso asumir que en este tipo de imágenes
se resume la cosmovisión de toda una época o se define el cmácter tmivalente de grupos
y personajes históricos (ver págs. 57-58 de este volumen).
Como señalan Mastache y Cobean pma el caso de TuJa (una sociedad que se ha
considerado 'militarista' por excelencia), los elementos militm·es en la representación de
algunas figuras no significa automáticmnente que se trata de guerreros (2000:111). A
95 Las modalidades e implicaciones que en términos de belicosidad-pacifismo abarcara el culto a los dioses del agua no serán exploradas aquí, pero hay que destacar que quienes han trabajado sus representaciones per~iben una ambivalencia en la concepción del líquido, que involuera al mismo tiempo beneficio y catástrofe (las aguas buenas y las aguas malas) (cfr. Armillas, 1947; Rands, 1955; Pasztory, 1974; 1990; Yon Winning, !987; López Austin, 1994). Es posible que el carácter 'bélico' de este complejo se acentuara o privilegiara como reflejo de verdaderas tensiones entre sociedades, pero este fenómeno parece más bien ser tardío, como lo especifica Robert Rands: " [ ... ] en México, durante el periodo protohistórico, es común encontrar armas de gueJTa asociadas con agua ( ... ] . También en los códices mayas objetos que sugieren guerra y muerte aparecen ya sea en conientes de agua o en íntima asociación con ellas" (1955:337). Pero aún así la detenninación es dudosa, pues se ha propuesto que hasta los huesos y cráneos, elementos que suelen asociarse con la 'muerte' y los aspectos fatales del ser humano, aparecen en ciertos contextos iconográficos como indicadores de la fuerza vital que al morir los hombres quedó contenida en su osamenta, y en ese sentido son depositarios de una fuerza regeneradora (efr. López Austin, 1994: 173). Esto llevó a Jill Frust a advertir que: " [ ... ] la aparición de cráneos, mandíbulas descarnadas y esqueletos no debe interpretarse como simbología de muerte, sino de la generación y de la fertilidad" (apud López Austin, idem, también apud Florescano, 1995: 134). Otros investigadores sostienen posturas similares, como Paul Westheim ( 1957), Mark King (1988) y John Monaghan ( 1987) (apud Florescano, idem).
115
propósito del 'Friso de los Caciques' en la Pirámide B del sitio, los mismos autores
dicen: "Algunos elementos [ ... ] que han sido identificados como armas, parecen más
bien ser estandartes, bastones, cetros y elaboradas sonajas, similares a aquellos descritos
por Sahagún en las crónicas, que los mexicas usaban en procesiones, festivales y otros
rituales" (2000:111); lo mismo sucede con la mayoría de los objetos que portan los
individuos en procesión del friso oeste en la Sala 2 del Palacio Quemado, en contraste
con aquellos al este, donde sí parecen ilustrarse armas ( cfi·. Mastache y Cobean,
ibid.: 120-121 ). Es interesante el fenómeno descrito por Elizabeth Jiménez también para
Tula: "A pesar de que existe gran cantidad de personajes portando armas, debe
señalarse que a la fecha no se han encontrado escenas de combate" (1998:482); o por
Alfonso Caso para Monte Albán: "Es muy notable, sin embargo, la ausencia de armas
en las tumbas [ ... ] en todo Monte Albán, son muy escasas las muestras de actividad
guerrera, como si la ciudad hubiera sido considerada, más que como una fmtaleza,
como un gran centro ritual" (1933:646), a pesar de que algtmas escenas en escultura
exhiben guerreros y sacrificados.
La actitud de cada sociedad prehispánica debió alternar en el tiempo y con
respecto a otras sociedades. Conflictos sin duda se dieron al interior de las ciudades y
entre ellas, pero ese carácter dista mucho de haber sido homogéneo y de haber
pem1anecido estático e inquebrantable a lo largo de los siglos. Como ejemplo se tiene el
uso del tocado con borlas (Tassel Headdress) tan característico de los individuos de
filiación teotihuacana que aparecen en contextos iconográficos de regiones al sur, como
Oaxaca y el Área Maya. De acuerdo con Clara Millon, este adorno capital parece
denotar el alto rango de sus portadores, su autoridad o pettenencia a alguna institución,
y relacionarse con la política exterior de los teotihuacanos, que en algunos casos
involucrara acciones "diplomáticas" y en otros casos acciones militares (Millon, 1973
apud Marcus, 1983c:l79; Millon, 1988b:ll4; véase también Pasztory, 1978:10). Esta
'política exterior' diferencial es ilustrada por Joyce Marcus:
" [los tocados con borlas] están asociados con teotihuacanos mmados en centros mayas como Tikal, Yaxhá, y Kaminaljuyú; en Monte Albán, no obstante, René Millon (1973:42) señala que ningún ruma militru· es mostrada con personas que llevan esos tocados" ( 1983c: 180).
La autora menciona como ejemplo la Lápida de Bazán, donde un personaje
teotihuacano lleva una bolsa de copa! en lugar de run1as, " [ ... ] sugiriendo que está
involucrado algún tipo de relaciones diplomáticas, sin que esté insinuada alguna
1 1 (¡
actividad militar" (Marcus, 1983c: 180). Clemency Coggins tan1bién afirma que, a
diferencia de los "mexicanos" representados en el Área Maya, aquellos que aparecen en
Monte Albán llevan bolsas de incienso, no armas (1980:59; véase también Pasztory,
1990:185).
Existe otra vertiente de pensamiento con respecto a la 'presencia' teotihuacana
en el Área Maya. Es cietto que las imágenes propiamente teotihuacanas y la integración
de rasgos teotihuacanos en la imaginería local, aparecen en el 'arte' maya (no siempre,
pero de manera regular) en contextos que podrían caracterizarse como militaristas.
Pensar en estas representaciones como hechos históricos ha contribuido a la idea de un
imperio teotihuacano expansionista, que en su interés por las regiones del sur estableció
una relación hostil motivada por intentos de conquista. Lo cmioso es que dicha
intrusión, que se ha supuesto importante para la primacía teotihuacana, no se expresa de
ningún modo al interior de su capital, como lo anota Pasztory:
"¿A qué se debe que los gobernantes de Tikal y Monte Albán reclamen afiliación con Teotihuacan en sus monumentos, mientras que Teotihuacan no hace tales afirmaciones con respecto a ningún extranjero en su rute? ¿Por qué es que, a pesru· de la presencia de artefactos relacionados con Teotihuacru1 en muchas pmies de Mesoamérica, sugiriendo comercio o incluso colonización, Teotihuacan se preocupa por expresar en casa conceptos de privada, silencio y no comunicación?" (1992:315).
Convincentemente Andrea Stone propone que esto es reflejo, entre los mayas, de
política interna más que de presencia extranjera real (1989: 153; véase también Pasztory,
1990:185; Fash y Fash, 2000:435, 440-441, 451). Muchos rasgos que en la Cuenca de
México se observan en contextos iconográficos religiosos o de culto, fueron adoptados
como componentes del atavío de gueneros en la gráfica maya del Clásico Tmdío.96 Esto
puede estar diciendo mucho de la política contemporánea de aquellos pueblos. Para
Stone, no es fortuito que esta adición de elementos teotihuacanos en representaciones
militares mayas OCUlTa en un momento en el que Teotihuacan perdía importancia y se
conesponda con una época de expansión entre los mayas (Stone, ibid.:l64; véase
también Taube, 2000b:270; Fash y Fash, 2000:451-452). La autora opina que el sugerir
96 Éste parece ser el caso de las bolsas que llevan sacerdotes en innumerables contextos iconográficos (ver nota 37 de este volumen). Stone opina que tanto en Teotihuacan como en la región Maya estas bolsas no se restringen a un solo contexto, pues " [ ... ] aparecen tanto en ritos agrarios como en escenas militares" (1989: 157, 160), pero en el Área Maya son más frecuentes las últimas. Otro rasgo anexado al atavío 'guerrero' en el Clásico Tardío es el signo del año (cfr. Fash y Fash, 2000:451) que en otros lugares, y en la propia región maya en épocas anteriores, se asocia principalmente con otro tipo de complejos (ver nota 58)."
117
afiliación a sistemas ajenos pudo ser una especie de propagandismo pblítico y
manipulación ideológica, más que el registro de eventos históricos. Esto ocurriría en
relación con grupos que fuesen, o hubiesen sido, culturalmente dominantes (Stone,
1989: 163-169). . Un punto de vista similar es explorado por Debra Nagao en el mismo volumen,
haciendo referencia a Xochicalco y Cacaxtla (1989:83-85, 97-l 00, véase también Me
Vicker Y Palka, 200 l: 194). El 'arte' público de Cac~xtla profesa una abie1ia preferencia
por el estilo de las tierras bajas mayas, lo que a primera vista pm·ecería indicador de un
estrecho contacto, pero el acervo material de la ciudad sugiere precismnente lo contrm·io
(cfr. Nagao, ibid.:88-90).97 La inclinación a patentar un origen o conexión con pueblos
extranjeros como aspecto elevador de rango y justificador de tm sistema de gobierno o
de la existencia de elites, ha sido ampliamente revisada (además de los autores citados
cfr. Davies, 1977; Pasztory, 1978:17; Helms, 1979; 1986; Renfrew, 1993, entre otros).
Volviendo a la cm·acterización de las sociedades mesoamericanas, quiero
enfatizar que mi postura no es la ausencia de enfrentamientos bélicos, pero considero
que muchas veces se ha abusado al buscar indicadores de ellos. Se ha visto como
evidencia de un conflicto latente, por ejemplo, la peculiar ubicación de algunos sitios
del Clásico y Epiclásico en lugm·es de dificil acceso, y la construcción de obras de
inü·aestructura supuestan1ente defensiva (cfr. Brmüff, 1977:10; 1992:161; Pasztory,
1978:16, 20; Hers, 1988:28, 30-35; Mastache y Cobean, 1989:55-56; Florescano,
1995:227-228; Sugiura, 1996:249; 2001:349, 360, 373-374, 385; López Austin y López
Luján, 2000: 23, 42; Mm·cus, 2001). Sin embargo, recientemente se ha comprobado que
la elección de un área para el establecimiento de un centro ceremonial, además de sus
características arquitectónicas, pueden obedecer a un proceso de sacralización del
espacio Y su delimitación. Entre múltiples, un ejemplo de esto lo constituye el sitio
zacatecano de La Quemada, que comúnmente se ha visto como defensivo por
excelencia ( cír. Hers, 1988:35) y cuyo emplazamiento en realidad tuvo una fuerte
causalidad ritual (como lo fundamenta Humberto Medina en un excelente trabajo,
2000). Esto también ocurre con el conjunto de sitios en el sur de Querétm·o y oeste de
Hidalgo (cfr. Saint Chm·les, 1991 a y b; 1993:21; Morett, 1996:4; Cedeño, 1998:56-63,
ver págs. 160-161 de este volumen), cuya singular localización había sido interpretada
97 E . "d sto comc1 e con la propuesta de Schortman y Urban: " [ ... ]parece injustificado suponer que el volumen de ?bjetos intercambiados equivale a la relevancia sociopolítica de los contactos interregionales. Lazos 1mporta_nt~s entre sociedades podrían involucrar una transmisión significativa de información sin involucrar un movimJento abundante de objetos" (! 992c:236-237).
1 J 8
como reflejo de una pennanente tensión y de constantes invasiones por pmie de grupos
nómadas (cfr. Nalda, 1975:136-137; Virmnontes, 1996:28). Otro ejemplo es el descrito
por Noguera:
"Teniendo en cuenta ciertos elementos m·quitectónicos y por el hecho de haberse construido sobre una eminencia, se ha dicho mucho que Xochicalco era una fortaleza. Es verdad que existe un foso que se extiende por la parte oriente del ceno entre las terrazas superiores y que muchos de los paredondes producen el efecto de murallas, pero las exploraciones emprendidas hasta la fecha no han confirmado para nada esa idea para los tiempos más antiguos. Entonces parece haber ocurrido lo contrario, ya que se tiene la impresión de una ciudad abie1ia a la que se ascendía por amplias avenidas, como lo atestiguan las calzadas en la ladera sur" (Noguera, 1960:37, las cursivas son mías).
y lo mismo podría decirse de La Quemada nuevmnente, donde la adición de elementos
que podrían considerarse defensivos tmnbién es un evento tardío en la historia de la
ciudad (cfr. Jiménez Betts y Dmling, 1992:6; 2000:166). Un ejemplo más es el sitio
epi clásico de Loma de la Montura en el Valle de Oaxaca, cuyos " [ ... ]límites de acceso
estuvieron apm·entemente dirigidos hacia la población local, más que constituir un
sistema de fmiificaciones en contra de amenazas militm·es externas" (Kowalewski,
1983:190).
Evidencias de enfrentamiento, destrucción y abandono 'repentino' se han
identificado en algunos sitios (p.e. Xochicalco ), pero la forma como una ciudad llegó a
su fin no necesarimnente estuvo prevista desde que se planificó su ubicación.
¿Cómo considerar una localización estratégica con intenciones defensivas a
lugares que aislados no podrían sobrevivir? Muchas de las elevaciones sobre las que se
construyeron los centros ceremoniales y residencias de elite requieren un abasto
constante de agua y comida, cuya disposición o producción en esas áreas está por
completo limitada o simplemente es imposible. En este sentido el acceso a los recursos
básicos implicó un alto costo (cfr. Blanton, 1983:186; Paddock, 1987:27 con respecto a
Monte Albán y Xochicalco) y una dependencia de otras áreas de producción o surtido.
A diferencia de las fmiificaciones europeas, en la mayoría de los sitios mesoan1ericanos
no ha sido posible identificar áreas de almacenaje de la magnitud suficiente para
alimentar o dar de beber a la población que residía en ellos durante un periodo más o
menos prolongado. En el caso de una contingencia militar, resultm·ía una táctica por
demás eficiente y relativamente sencilla el tomar control de las fuentes de abasto sin las , .
119
que los habitantes de los sitios, aunque protegidos por sus impeneti·ables 'fortalezas', no
lograrían sobrevivir.
También es común que, a partir de la excavación de estructuras cuyo derrumbe
fue producto de un incendio y donde los elemento_s constmctivos en gran parte habían
sido intencionalmente desmontados, se considere que el sitio fue víctima de una
destrucción violenta y sus habitantes tuvieron que salir huyendo (cfr. Florescano,
1995:227). Nuevamente se ha propuesto que el proceso que operó en este caso pudo ser
muchas veces el inverso al anterior, donde se persiguiera una desacralización del
espac10 ceremonial por parte de los mismos pobladores, sin que esto implicara el
abandono total de un asentamiento ni su masiva destrucción. Ejemplos de ello se han
interpretado, por ejemplo, en Teotihuacan (cfr. Diehl, 1989:11; Millon, 1992:346,350) 911
y en sitios relacionados directamente con esa urbe (cfr. Polgar, 1998:48-49).
La presencia de materiales alóctonos también ha sido un argumento de quienes
esbozan imposiciones políticas, invasiones gueneras y conquistas (cfr. Berna!,
1976:133; Ringle et al., 1998:184-185, 225-226),99 como si la única vía por la que
viajaran los objetos fuera la propia mano de sus fabricantes, sin intermediarios ni
sistemas complejos de intercambio: " [ ... ] confundimos a un pobre alfarero con un
ejército imperial [ ... ], creamos grandes imperios para explicar lo que podrían explicar
unos cuantos mercaderes [ ... ]",señala Jolm Paddock (1972b:251; para una interesante
y concreta discusión sobre las deficiencias de esquemas como la 'difusión', el
'intercambio directo' y la 'conquista' como agentes exclusivos en la dispersión de
911 De acuerdo con los estudios de René Millon, el fuego que propició el derrumbe de un sector de la ciudad de Teotihuacan se concentró exclusivamente en su centro, cerca de la Calzada de los Muertos. Las causas de esta intencional destrucción pudieron ser políticas, pero no implicaron el arrase total del asentamiento ni su completo abandono. En cambio, parece haber sido "un proceso sistemático de destrucción ritual a escala monumental", llevado a cabo por los propios teotihuacanos, no por extranjeros (M ilion, 1992:346, 350).
99 No quiero decir que las acciones 'militares' están excluidas de toda conexión entre regiones, pero sí que detectar una 'intención' de ese tipo como móvil para la dispersión de rasgos y objetos, es una empresa dificil. Malcom Webb expone de manera muy clara esta dificultad, al hablar de las similitudes estilisticas y la dispersión de la cerámica Naranja Fino entre la costa de Campeche y la región del Usumacinta: "Más aún, si uno compara la intrusión foránea [ ... ] con la penetración europea de Hawai en el siglo diecinueve -una situación en la que no cabe la menor duda de que la introducción de artículos foráneos y los cambios asociados con ellos, se debieron al intercambio y no a la conquista- uno se pregunta qué evidencia arqueológica quedaría un milenio después, en ausencia de registros escritos, para mostrar que la ocupación americana de las islas ocurrió sólo hasta la parte final de un proceso que duró un siglo; proceso que fue cambiando gradualmente de una relación comercial a una incorporación política. Visto desde una perspectiva amplia, éste no parecería ser un punto especialmente importante; los Estados Unidos asumieron en algún momento el-control de las islas, y esta realidad está tan profundamente reflejada en su cultura material, que futuros arqueólogos no tendrían problema en notarlo. Sin embargo, el punto es precisamente determinar la naturaleza y tiempo del proceso involucrado [ ... ]. Distinguir entre intercambio y conquista sería especialmente dificil cuando los dos procesos formaron parte de una secuencia continua" (Webb, 1974:361-362).
120
objetos e ideas, véase Stone-Miller, 1993 :31-36; para modelos alternativos cfr. p.e.
Flannery, 1968:80; Kelley, 1974:20, Webb, 1974; 1978; Renfrew, 1975; 1986; 1993;
entre otros que se tratarán más adelante).
Es dificil deslindar aspectos en esencia articulados como lo fueron la política, la
economía y la religión (cfr. Flam1ery, 1968; Webb, 1974; Helms, 1979; Smith y
Schortman, 1989; Abu-Lughod, 1989; Earle, 1990; Schneider, 1991 [ 1977]; Schortman
y Urban, 1992b; Zeitlin, 1993; Drennan, 1998, entre otros). En Mesoamérica el
intercan1bio estuvo estrechamente vinculado con todos ellos y se podría decir que
constituye precisamente el nudo de su enlace.
Comenta López Austin: " [ ... ] aunque no puede considerarse que Teotihuacan
fuese un imperio militarista, sin duda alguna intervenía con su poder económico en la
política del resto de los pueblos mesoan1ericanos" (1999:72). Durante el Clásico,
Teotihuacan estuvo a la cabeza de un sistema macronegional por el que circularon
materiales, pero tan1bién ideas y expresiones ideológicas. Nuevamente citando a López
Austin:
"La cosmovisión participa también de la coherencia de los distintos sistemas e instituciones sociales porque nace del ejercicio del ser humano dentro de los marcos de dichos sistemas e instituciones. La cosmovisión no se reduce a una esfera de ejercicio, sino que está presente en todas las actividades de la vida social [ ... ] Lo anterior es particularmente válido en el caso de Mesoamérica. La cosmovisión -y con ella la religión y la mitología en particular- fue uno de los vehículos de comunicación más importantes tanto en las intenelaciones de las sociedades mesoamericanas como en los mecanismos internos de dichas sociedades [ ... ]" (1994:15).
Como se expuso en el capítulo anterior, entre las comunidades prehispánicas la
ideología, y con ella la religión, fueron un eficaz elemento justificador del sistema de
gobierno (cfi·. Flannery, 1968; Helms, 1979; 1986; Blanton y Feimnan, 1984; Stone,
1989; Earle, 1990; López Austin y López Luján, 2000:29; Spence, 2000). Aunque la
elite teotihuacana no debe haber sido la excepción, su manifestación sí fue distinta. 100
10° Karl Taube propone que: "La lluvia en Teotihuacan aparentemente constituye una metáfora de gobierno [ ... ] En el Centro de México durante el Clásico, la serpiente emplumada encarnaba el concepto de liderazgo y hegemonía politica a través de la horticultura como metáfora básica, el fomento de ambos, los campos y la sociedad. [ ... ] La cercana y prominente relación de Tláloc con la politica teotihuacana -tanto al interior de la ciudad como hacia afuera- puede también ser relativa a la metáfora de la administración politica y el control, como el cultivo" (2000a:26). De ser cierto este planteamiento, es interesante que en el plano simbólico aparecen las divinidades como actores de la vida política y no sus representantes terrenos, a diferencia de lo que ocune en otras regiones (p.e. la maya) y en la propia Teotihuacan en otros tiempos (p.e. fase Metepec).
121
Ha inquietado a muchos investigadores la ausencia de expresiones dinásticas públicas,
además de que no se generalizara o sistematizara el uso de escritura, siendo que glifos y
sistemas numéricos se conocían ampliamente (cfr. Pasztory, 1978:11; 1988:161;
1992:303; Berlo, 1989b:21-23). Como atJ·activamente sugiere Pasztory, es posible que
ambas condiciones estuviesen en estrecha relación, es decir, que en la metrópoli no se
adoptase la escritura como una práctica cotidiana por ser ésta el vehículo de un mensaje
que en la mente teotihuacana no era necesario expresar: la vida dinástica, la
glorificación de gobernantes o la inmortalidad de hazañas políticas. 101 En sus palabras:
"¿A qué se debe que, en contraste con los mayas, Teotihuacan empleó en su arte sólo unos cuantos glifos y no adoptó una tradición de inscripciones públicas? [ ... ] . No tengo duda de que la razón principal de esto es que las inscripciones jeroglíficas mayas y de Monte Albán se asocian con líderes dinásticos y su propia glorificación. [ ... ] Tal vez en Teotihuacan la escritura fue común en materiales perecederos, como los códices [pero] Teotihuacan no estaba interesado en proclamar su historia públicamente y grabarla para la posteridad en monumentos o en materiales no perecederos" (Pasztory, 1992:303-304).
y en palabras de René Millon:
"Los murales, la cerámica y las figurillas frecuentemente representan personajes de alto rango. Sin embargo, el arte en Teotihuacan está casi completamente exento de cualquier representación de dominación o de relaciones explícitamente jerárquicas. No se retrata públicamente a los gobemantes involucrados en grandes hazañas. Esta ausenc1a de manifestaciones públicas de dominación contrasta agudamente con los mayas y con sociedades antiguas en Perú, Egipto y Sumeria" (Millon, 1992:340).
Pasztory menciona como uno de los rasgos más significativos del 'arte' en
Teotihuacan, el que más de la mitad de las representaciones son signos y animales, no
seres humanos, y cuando éstos se presentan aparecen completamente impersonalizados,
no se dibujan retratos ni se nombran personas. En esta acentuada impersonalidad la
autora percibe dos aspectos o intenciones: evadir la idea del "poderoso individuo
gobernante" y enfatizar la expresión simbólica o divina por encima de la humana
101 Citando a Isabel Kelly, Pasztory plantea como otra posibilidad el que un sistema de escritura iconográfica fuese de mayor utilidad para una sociedad como la teotihuacana, que se ha propuesto fue multiétnica, pues " [ ... ] una misma imagen puede ser significante en varios lenguajes, mientras que una palabra escrita se limita a uno" (Kelly, 1983 apud Pasztory, 1988: 161).
122
(1992:292-293). Para Pasztory, durante su época de mayor prestigio el 'arte'
teotihuacano parece dirigido hacia " [ ... ] la unificación de una población heterogénea
en tma comunidad homogénea, a partir de símbolos de identidad colectiva, evitando la
representación de individuos históricos y un estatus de elite" (apud Cohodas,
1989:223).
Contrastablemente, en algunos murales de la fase Metepec se observa un
comportamiento distinto. Los árboles representados en los frescos de Techinantitla, por
ejemplo, han sido interpretados como posibles topónimos o como haciendo referencia a
diferentes linajes (cfr. Berlo, 1989b:22-23), y en otras secciones del mismo mural se
ilustran individuos con emblemas o glifos distintivos con mayor profusión que en
cualquier otro lugar de la ciudad (cfr. Millon, 1988b:ll9,132; Pasztory, 1988a:73):
"Durante los últimos siglos en la vida de Teotihuacan, más glifos y posiblemente hasta individuos de más alto rango son representados en su arte. Estas imágenes se acercan a la tradición dinástica del sur. La elaboración de glifos, vírgulas, y paneles descendentes sugiere una preocupación por la comunicación. [ ... ] Los murales Metepec reflejan el incremento de secularismo y los inicios de un orgullo dinástico" (Pasztory, ibid.:75; cfr. también Cohodas, 1989:223; Manzanilla, 1995:163).
Un fenómeno quizás ligado a, o derivado del 'culto a la personalidad' que
durante años se remitiera casi exclusivamente a la región maya (cfr. Fash y Fash,
2000:449), parece haberse extendido a finales del Clásico en la propia región (cfr.
Cohodas, 1989:226) y dispersado hacia el oeste, alcanzando la Cuenca de México y
rebasándola hacia el norte (cfr. Schmidt, 1999:432). Aunque en los Valles Centrales de
Oaxaca existió por lo menos desde el Clásico una expresión similar (Zeitlin, com. pers.
2002), las lápidas con registJ·os genealógicos son una innovación del Clásico Tardío
(cfr. Pasztory, 1978:20; Marcus, 1983d:l91, 197; 2001:27; Flannery y Marcus,
1983:184; Winter, 1998:175) y durante ese mismo periodo los sitios de la Mixteca Baja
desanollaron una escritura jeroglífica propia (cfr. Flannery y Marcus, ibid.:185). 10' En
102 Es posible que en este momento ya existieran también los primeros códices mixtecos. Éste es un tema controvertido, pues a pesar de que algunos ejemplares registran fechas tempranas (p.e. Códice Bodley [ 888 d C], cfr. Smith, 1983:213; Códice Nuttall [s. X], crr. Ringle et al., 1998:185-187) pudiera tratarse de tiempos o eventos míticos y no ser un referente confiable de la época en la que se elaboró el códice (cfr. Robertson, 1983:214). Sin embargo, Joyce Marcus menciona que tanto el orden de lectura como el tipo de mensaje de los registros genealógicos del Valle de Oaxaca, son convencionales en los códices, pudiendo ser un prototipo de ellos (1983d: 192) o quizás una innovación paralela.
123
Xochicalco, Teotenango, TuJa y el Norte de Veracruz 103 se aprecia el uso de·estelas,
monumentos cuya función principal se supone proselitista, y en el 'arte' mural de
Cacaxtla se incorporaron elementos que en tienas mayas fi·ecuentemente son símbolos
de poder político o dinástico (como las imágenes. vinculadas de Tláloc y el signo del
año mixteco) (cfr. Nagao, 1989:89). Frisos esculpidos que posiblemente narren eventos,
como en Xochicalco, Tajín y Chichén Itzá, parecen también ser una invención de ese
momento (cfr. Ringle et al., 1998:208), y tanto en Chichén como en Tula se emplearon
signos pictográficos idénticos para nombrar a individuos específicos ( cü·. Wren y
Schmidt, 1991:203). Janet Berlo propone que cierto tipo de escritura, a la que ha
denominado "embedded' puesto que integra imágenes y contenido lingüístico, parece
haber surgido a finales del Clásico en Teotihuacan y haberse generalizado durante el
Epiclásico en el Centro de México y en la Periferia de Tierras Bajas Costeras (1989b).
Me he referido a este fenómeno como posiblemente ligado a, o derivado del
'culto a la personalidad', porque an1bos parecen tener denominadores comunes y quizás
una intención similar subyacente, pero el medio expresivo y simbólico mediante el que
se persigue (o alcanza) esa misma intención es en algunos sentidos diferente.
Desde la perspectiva de Chichén Itzá, se ha considerado que a partir del Clásico
Tardío la 'narrativa' involucra a varios personajes o eventos, en agudo contraste con la
costumbre maya anterior, que subraya a una imagen central (cfr. Cohodas, 1989:237-
238; Wren y Sclm1idt, 1991:212-214; Ringle et al., 1998:208-209; Marcus, 2001:335).
La reducción en el número de estelas esculpidas para aquel momento sugiere una
disminución del 'culto a la personalidad' en la propia región maya (cfr. Wren y
Schmidt, ídem; Ringle et al., idem), lo que aunado al desanollo e integración de rasgos
estilísticos y arquitectónicos novedosos sugiere un " [ ... ] proceso incluyente que
incrementa la posibilidad de acceso al estatus privilegiado de las elites" (Wren y
Schmidt, ibid.:214). En este proceso se enfatizó la existencia de una 'clase gobernante'
por encima del 'gobernante individual', lo que parece derivar del crecimiento de la
metrópoli maya y la adquisición de un carácter multiétnico, donde la población
103 La Estela de Cerro de la Morena en Veracruz, ha sido considerada por Van Winning cercana al año 1000 d C, pero Tatiana Proskouriakoff advierte su semejanza con el estilo maya del Clásico Tardio (Van Winning y Stendahl, 1972, fig. 323). El monolito retrata a un personaje con anteojeras y colmillos, de pie y con un faldellín; levanta una mano sosteniendo una especie de báculo y con la otra sostiene una bolsa de piel para incienso (cfr. Pascual, 1990: 138; Van Winning y Stendahl, 1972, fig. 323). Esta imagen fue interpretada por Garcia Payón como "el Dios de la Lluvia" (1947:86, apudPascual, idem), pero a decir por su indumentaria y el realce de los rasgos humanos, es posible que se trate más bien de un representante terreno de ese culto. El vestido y postura del personaje son bastante similares a los de los 'sacerdotes' representados en las placas de TuJa recuperadas por Acosta (Fig. 16).
congregada llegó a ser " [ ... ] tan numerosa [ ... ] y tan diversa como para ser
controlada, a no ser por su inclusión directa en el proceso de gobierno" (Wren y
Schmidt, ibid.:213-214).
En estas condiciones parece menos eficiente mantener la exclusividad basada en
el desempei'io individual o únicamente en una legitimación ancestral (como pretenden
las secuencias dinásticas, ya sean míticas o reales), que subrayar la pmiicipación de
grupos de elite en eventos que conciernen al destino de la ciudad en su momento, desde
luego sin ignorm· su filiación política o religiosa. Esta elección suele manifestarse
abiertamente por medio del 'mie' y el estilo.
¿Será una casualidad que una práctica que fue eficiente para las condiciones
políticas del Clásico maya, sea abandonada por un sitio en proceso de alcanzar
hegemonía, como Chichén Itzá, y al mismo tiempo sea adoptada por un sitio que está
perdiendo preeminencia política y capacidad integradora, como Teotihuacan? ¿Por qué
opta, en sentido opuesto, un sitio como Chichén Itzá por una estrategia similm· a la
implementada por Teotihuacan durante casi toda su historia? Creo que, más que "los
inicios de un orgullo dinástico" que menciona Pasztory, el abandono de esa "acentuada
impersonalidad" en el 'mie' teotihuacano es reflejo de que la ciudad asume una nueva
postura en el panormna político mesoamericano global.
Se ha subrayado el papel que el 'm'le' mesomnericano jugó como estrategia de
propagandismo político (cfr. Sanders, 1989:216-217; Stone, 1989; Cohodas, 1989:224;
Earle, 1990), en el que la producción de imágenes no forzosamente pretendía dejar
"registros precisos de ellos mismos para la posteridad", sino "la persuasión socio
política y religiosa de su propia época" (Pasztory, 1990:183; véase tan1bién Ca111eiro,
1992:182). Por ello, como opina Pasztory, es impmiante centrar atención no sólo en
cómo decidieron representarse a sí mismas las sociedades mesoamericanas, a sus dioses
y ritos, sino también en lo que decidieron excluir de su 'mie' (idem).
Ambas estrategias (el 'culto a la personalidad' y el enaltecimiento de ü·acciones
sociales) tienen traslapes, y me pregunto si optar por una u otra no tendrá mucho que
ver con el grado de complejidad alcanzado por cada sociedad y el papel que juega al
interior de una red mayor de vínculos sociopolíticos. Es posible que dicha alternancia
derive de un fenómeno como el que Timothy Em·le ha percibido:
"Parece que las similitudes culturales y temporales en patrones específicos de identificación y diferenciación estilística, mostrarán articulm·se con patrones generales de evolución social" (1990:81).
lo_)
La elección diferencial entre el 'culto a la personalidad' y el enaltecimiento de
fracciones sociales también se percibe entre las placas de jade descritas en este trabajo.
Aunque las imágenes plasmadas no podrían considerarse 'retratos', debido a la
regularidad con la que se presentan los mismos at~ibutos (cfr. Ringle et al., 1998:207) y
la estandarización de los rasgos fenotípicos, algunas placas tienen inscripciones en la
parte posterior, posiblemente refiriéndose al usuario (cfr. Spinden, 1975 [ 1913 J :143-
144, fig. 195; Me Vicker y Palka, 2001:182). 101 Esta característica, que no es común,
pudo ser una adición al objeto una vez anibado a su destino final. En la mayoría de los
casos, donde no se buscó (o no era necesaria) dicha 'personalización', quizás estos
objetos apoyaron el enaltecimiento de sectores sociales en abstracto, puesto que su uso
es distintivo de una cualidad restringida a pocos individuos y reconocida por muchos.
Sobre materiales de este tipo, Clemency Coggins subraya:
"Por lo general el arte monumental retrataba a dichos personajes [gobernantes y líderes religiosos] , mientras que los ar·tículos pequeños con
frecuencia erar1 las herramientas y posesiones personales que los acomparl.arían hasta en la tumba. [ ... ] esos talismanes y emblemas de identidad pueden simbolizar y expresar el carácter único, el papel, el linaje y la visión del mundo (religiosa, política y económica) del difunto" (1999:249, las cursivas son mías; cfi·. también Helms, 1979).
La disposición de las placas de piedra verde en contextos de entenarniento
rendiría homenaje al representante teneno de un culto y reafirmaría su distinción más
allá de la muerte (distinción que, de paso, sería un acto de legitimación para su linaje y
descendientes [ cfi·. Webb, 1974:367] ), costumbre apar·entemente ausente en el Centro
de México hasta entonces. Esto podría ser indicador de tm incremento en complejidad
Uerarquización) de las sociedades que habitar·on el Centro de México durante el
Epi clásico (con excepción de la teotihuacana), con respecto al car·ácter que tuvieran en
el periodo anterior. Pero, como se expuso en el capítulo previo, subrayar la distancia
social entTe una incipiente clase gobernante y el resto de la población en los cacicazgos
complejos y estados temprar10s, sólo es justificable si se sostiene el consenso moral que
respalda su ideología política, razón por la que los símbolos marcadores de estatus
deben, al mismo tiempo, legitimar al propio sistema ideológico y reafirmar la autoridad
sobrenatural de sus líderes.
10.1
Herbert Spinden ilustra dos ejemplares que tienen inscripciones en la parte posterior. Uno de ellos proviene de Jaina y la procedencia del otro se desconoce (1975 [ 1913] :144, fig. 1 96).
!:26
Por ello, en algtmas ciudades del Epiclásico se observa por primera vez el
exaltamiento de un personaje central, pero principalmente a partir de su vinculación
(real o ficticia) con elites y expresiones de sistemas ajenos (cfi·. Pasztory, 1978:20-21;
Cohodas, 1989:224), o subrayando la filiación de aquel personaje prominente con
alguna línea dinástica (Pasztory, idem) o complejo mitológico.
No debe ser resultado del azar que precisamente hacia los últimos años del
periodo Clásico se generalizara este tipo de prácticas y ocurriera un incremento
simultáneo de complejidad y jerarquización en varias sociedades mesoamericanas, sino
de los cambios sociopolíticos que se experimentaron simultáneos al proceso de
decadencia del sistema teotihuacano (cfr. Pasztory, 1978:21; Cohodas, 1989). Muchos
autores han percibido que el Epiclásico es un momento de "efervescencia" y apogeos
regionales (cfr. Webb, 1978:160-161, 165; Pasztory, ibid.:20; Jiménez Betts, 1989:35;
1998:299; 2001; Jiménez Betts y Darling, 2000:178) que derivó en la construcción de
tm escenario de sistemas sociopolíticos pares (cfr. Jiménez Betts, 1998; Jiménez Betts y
Darling, 1992). Sin ser ya más el centro preeminente, la Cuenca de México (incluyendo
a Teotihuacan en sus últimos días) debió participar, ahora como par· de otras regiones,
en aquel proceso de reestructuración (cfi·. Pasztory, ibid.:15; Cohodas, 1989:223-224,
227, 238).
El 'nuevo' panorama sin duda generó una dinámica de competitividad para
conservar cierta autonomía o alcartZar· cierta prominencia política entre el total de
candidatos existentes (cfr. Pasztory, ibid.:8; Cohodas, 1989; Diehl, 1989:16; Parsons et
al., 1996:228; Spence, 2000:260); pero en este ambiente la hostilidad no debió ser
siempre la mejor estrategia (como lo demuestra el registro ar·queológico ), resultando
muy adecuadas visiones como la de Wren y Sclunidt a propósito de la relación entre las
tien·as bajas del norte y el Centro de México: " [ ... ] la interacción entre elites mayas y
mexicanas en Chichén Itzá no estuvo basada en conquista y subyugación, sino en
alianzas de beneficio mutuo" ( 1991 :211; véase también Jiménez Betts, 2001 y .Timénez
Betts y Dar·ling, 2000 par·a una reflexión similar sobre el sector norte de Mesoamérica).
Par·ece más apropiado definir al Epiclásico y Postclásico Temprano como
periodos de exaltamiento secular, que de militar·ismo. En contraste con la iconografía
considerada 'teocrática', existe una tendencia a enaltecer al sistema político-religioso a
través de sus representantes tetTenales, pero sin dejar· de subrayar su papel como
depositarios de conocimientos supratenenales e intennediarios entre las fuerzas
sobrenaturales y el hombre. El exaltamiento secular es precisamente uno de los rasgos
127
que marcan el tránsito de tribus y cacicazgos a cacicazgos "complejos )"·estados
tempranos, como también lo es la estructuración de una ideología político-religiosa
compartida entre elites y la dispersión generalizada de los rasgos, objetos y expresiones
que la representan (cfr. Webb, 1974:370; Earle, 19~0:76).
Es posible que el auge de los sitios del Epiclásico resultara del giro en la
importancia religiosa, política y económica de Teotihuacan, que pudo propiciar la
reestructuración de los patrones de comunicación, comercio e intercambio Y dar
oportunidad a otros centros de engancharse a la red distributiva con posturas más
favorables (cfr. Pasztory, 1978; Senter, 1981:149; Flannery y Marcus, 1983:185; Ball Y
Taschek, 1989; Cohodas, 1989:225; Jiménez Betts, 2001 ). Como parte de aquel
fenómeno se observa una exploración de nuevas formas de manifestación política,
donde se puede incluir el proceso de exaltamiento secular que he esbozado apenas
superficialmente (cfr. también Pasztory, ibid. :8). Volviendo a la serpiente emplumada,
si-es verdad que a partir de su carácter mediador entre el universo Y los hombres su
imagen se asumía como metáfora de autoridad o poder en algún sentido, sería
comprensible que, como parte de dicho proceso de exaltamiento secular, su culto fuera
el más adecuado para reafirmar el poder político-religioso, extensivamente remarcando
y justificando el liderazgo de sus representantes terrenales (una reflexión similar se
encuentra en Ringle et al., 1998:223).
Si he profundizado, quizás de manera excesiva, en las debilidades de algunos
argumentos sobre un carácter marcadamente bélico en las sociedades prehispánicas del
Clásico y Epi clásico, mi intención ha sido dar cabida a la discusión sobre algunos de los
modos como interactuaron dichas sociedades, como causa Y consecuencia de su
inmersión en un sistema de comunicación abierto, cuyo origen es más la tendencia
natural de los seres humanos a buscar participar en la dinámica global de una
civilización, que la existencia de meros receptores pasivos.
Es precisamente a raíz de aquellas expresiones que no son de enfrentamiento,
que la interacción entre sociedades adquiere mayor complejidad, Y donde de manera
irregular e impredecible van tomando forma fenómenos de alcance geográfico inaudito.
Pero la an1plia aceptación y dispersión de objetos, rasgos e ideologías no ocmTe, en
abstracto, a una escala global, sino que requiere de la participación activa de las
diversas sociedades en redes a diferentes niveles, siendo el contacto e interacción con
grupos ~ecinos lo que permite la construcción y mantenimiento
macrorregional~s. Sobre esto se profundiza en el siguiente capítulo.
128
de vínculos
IV. La concurrencia de vínculos inmediatos en la construcción de
redes regionales y macrorregionales
"Esta dispersión [de las placas de jade] plantea interesantes problemas, pues no es congruente con nuestra impresión general del aislamiento
de las tierras bajas mayas en tiempos del Clásico Tardío y el limitado intercambio de piezas cerámicas durante ese momento."
(Proskouriakoff, 1974: 14)
Aunque la amplia dispersión de los jades figurativos y patrones contextuales
asociados sugieren la existencia de una estructura macrorregional enlazando sociedades
asentadas en uno y otro extremos del territorio mesoan1ericano, dicha estructura se
sostiene a partir de la operación de dinámicas locales.
Por ello, determinar la procedencia exacta de cada una de las placas de jade sería
relevante para ahondar en relaciones comerciales particulares entre grupos, pero no es
indispensable para comenzar a reflexionar sobre el grado de interacción social que
subyace a su distribución, ya que se cuenta con más información sobre otros materiales.
De cualquier modo, antes de abandonar por un momento a los jades y centrar la
atención en otros indicadores arqueológicos, expondré algunos datos sobre su
procedencia general y alguna reflexión sobre su 'origen'.
A propósito del par de placas halladas por él en TuJa, Jorge Acosta dice:
"Cuando apareció la primera placa en 1950, había quienes sostenían, sin ningún
fundan1ento, que se trataba de un objeto importado. Ya con el hallazgo de la segunda
placa, semejante en forma y trabajada con la misma técnica, queda mostrado que son
irrefutablemente piezas locales" (1956-57: 100), ya antes había considerado que " [ ... ]
el pectoral de jade es una obra digna de los lapidarios toltecas" (1954:113). A diferencia
de Acosta, considero que un par de elementos de cierto tipo no puede ser evidencia de
fabricación local. 105 De comprobarse, por ejemplo, la existencia de yacimientos de
piedra verde en Querétaro e Hidalgo, como fueron notificados por Palencia y Mena
respectivamente (ver nota 7 de este volumen), esto no significaría forzosamente que
105 Las fuentes históricas caracterizan a los toltecas como inventores y grandes artistas, y a su capital corno plagada en riquezas. A raíz de las exploraciones arqueológicas en lo que fuera 1~ antigua Tallan, se sabe que éste es un mito (cfr. Davies, 1974:109-113; 1977:14-23, 47-50). Los toltecas no mventaron la metalurgm, por ejemplo, y hasta es dudoso el hecho de que la hayan conocido. No fueron tampoco lapidarios excepcionales, y en el caso que especificamente se maneja aqui, son tan contados los objetos de jade procedentes de Tu la que no se puede pensar que sus habitantes fueron especialistas en su talla. ~
!29
hubo en ellos explotación prehispánica. Desde luego hacen falta exploraciones para
descartar la obtención y talla de este material en la región, pero al menos eso es lo que
sugieren los datos de las excavaciones realizadas hasta la fecha. Es posible que la
mayoría de los ornamentos hallados, tanto en Barrio de la Cruz como en Sabina Grande
y Tul a, fuesen importaciones.
Lo mismo puede aplicar a Morelos, como lo menciona Sáenz: "Estas piezas de
jade halladas en Xochicalco no parecen haber sido hechas aquí, sino traídas por
comercio o con el fin de depositarlas como o±l·endas" (Sáenz, 1963a:23; cfr. Nagao,
1989:96, fig.l8; Hirth, 2000:203, fig. 9.3); y a Yucatán: "Ya que no existen depósitos
de jade en el norte, o la materia prima fue importada, o [se] mantenían centros de
manufactura en algún otro lugar" (Proskouriakoíi, 1974:X).
La talla de piedra verde fue considerada de gran valor y constituyó una labor
especializada a partir del dominio de técnicas muy específicas (cfr. Digby. 1972).'""
Quizás por ello en los lugares donde se observa el trabajo en jade como una práctica
regular (p.e. Guerrero, Oaxaca, Área Maya y Costa del Golfo), el dominio de esas
técnicas permitió la innovación de rasgos y también la concreción de estilos regionales.
Entre las observaciones de los autores citados se desprende que, aunque existen
varios lugares donde el jade está disponible, la producción física de las placas se
desarrolló hacia la costa del Pacífico, en el te1Titorio que actualmente ocupan los
estados de Guerrero (al sur), Oaxaca y Chiapas, en México; y Guatemala y El Salvador,
en Centroamérica. Subrayo su 'producción física' porque las tradiciones que se
conjuntaron y los procesos históricos que acontecieron para motivar su apariencia y
ubicación contextua! rebasan esos límites geográficos.
No es la proveniencia de las piezas lo más importante para interpretar el grado
de interacción que representan. Existen rasgos que se expresan en ellas mostrando la
fusión de estilos, tradiciones y creencias involucrados en su fabricación, remontándonos
varios siglos atrás.
A partir de la abstracción las placas se convierten en una síntesis de símbolos
panmesoamericanos de ideología política, tradiciones milenarias en el sur de labrar en
piedra verde, rasgos estilísticos con variantes locales, etcétera. ¿En qué momento se
106 Incluso en lugares donde el material no escasea se observa un aprovechamiento máximo, a partir de una planificacis'm inicial que permite reutilizar el desecho obtenido al tallar objetos mayores. Adrian Digby presenta un esquema del proceso de manufactura de orejeras, por ejemplo, de cuyos restos pueden obtenerse cuentas tubulares, figurillas y pendicnlcs pequeños (1974:20). Este fenómeno de reutilización no es de ningún modo claro en los sitios del Centro y Centro Norte de México, donde además la apariencia del material con el que se tallaron diversos ornamentos difiere notablemente entre unos y otros.
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fusionan los aspectos estrictamente materiales o técnicos, con los políticos y religiosos
o simbólicos que clan lugar a esas figuras? y ¿por qué observamos esto tan generalizado
durante el Epiclásico?
Es dificil pensar que un proceso tan complejo fue repentino, y es inadecuado
atribuirlo a un único momento. Aunque su expresión material e introducción en el
registro arqueológico lo parezcan, fenómenos ele ese tipo no surgen espontáneos.
Wigberto Jiménez Moreno vislumbra y esquematiza lo que pudo ser el origen ele esta
integración desde el Preclásico Medio:
"En síntesis, parece como si la desintegración ele la cultura tenocelome [ olmecas arqueológicos] se hubiese iniciado poco antes del comienzo de nuestra era en la región ele La Venta, por obra de influencias culturales mayenses que procedían de la zona cercana de Chiapa ele Corzo y de la más lejana ele El Fetén; pero en la comarca de los Tuztlas [sic] se conservó todavía vigorosa esa cultura tenocelome hasta que, al entrar la teotihuacana en su fase III -la ele su apogeo- también aquel reducto septentrional fue paulatinamente sucumbiendo, aunque dejando buena parte de su herencia al nuevo centro -antes sitio periférico- de Ceno ele las Mesas, en su etapa inferior Il (+300 a +800). Allí tal legado -al mismo tiempo que las inspiraciones provenientes del Área Maya y algunas procedentes, quizá, ele Monte Albán- se funde con un fuerte influjo teotihuacano y más tarde (entre +650 y +800) con una arrolladora influencia ele esta última cultura en su fase IV y de la del Tajín en su fase II [ ... ]" (1959:1038-1039).
Las placas de jade, que en contexto arqueológico se aprecian como un rasgo
súbito, son la expresión material de procesos de integración social que, en el caso
expuesto por Jiménez Moreno, habrían tardado en gestarse más de cuatrocientos años.
Relaciones estrechas entre grupos humanos existieron a todo lo largo (geográfica
y temporalmente hablando) de Mesoamérica, y este sistema no fue víctima ele drásticas
interrupciones como lo aparentan nuestros cuadros cronológicos. El que Teotihuacan
constituyera un al!·actor durante el Clásico no llegó a extinguir esa estructura. Por el
contrario, de acuerdo con opinión ele López Austin, fueron los teotihuacanos " [ ... ] el
pueblo que logró con su influencia económica, política y cultural la mayor cohesión de
Mesoamérica en toda su historia" (1999:59). En este sentido, el sistema teotihuacano
fue constructor, no destructor.
Son muchos los que han trabajado esta idea. Coincido con Sanders en que tal vez
la mayor herencia que dejó Teotihuacan al resto de Mesoamérica fue precisamente esa:
la integración de redes existentes (1989:214; véase tan1bién Willey y Phillips, 1958,
l J 1
apud Jiménez Moreno, 1959:1058; Pasztory, 1978:14; Cohodas, 1989:2Q3-225;
Jiménez Betts, 1989:29-30; Jiménez Betts y Darling, 1992:22). Esto, que fuera un factor
determinante de la preeminencia que alcanzaron los teotihuacanos, propició la
evolución de un sistema que, paradójicamente, le fue perjudicial (cfr. Pasztory, ibid.: 15;
Cohodas, idem).
Como señala Parsons: "La decadencia de Teotihuacan hacia finales del
Horizonte Medio está sin eluda vinculada en forma muy estrecha al florecimiento de
Tula; Cholula y Xochicalco" a pesar de que "Su desarrollo inicial bien pudo haber sido
estimulado por el propio Teotihuacan [ ... ]" (1987:63, 70; véase también Webb,
1978:165; Sugiura, 2001:351 ). 107 Una reflexión similar expone Mm·vin Cohoclas a
propósito de la reestructuración de sistemas políticos, sociales y económicos durante el
Epi clásico:
_ "La evidencia arqueológica sugiere que [ ... ] fue más un proceso gradual y que de hecho ocurrió implicm1clo la historia de sitios como Teotihuacan [ ... ] . El crecimiento de estos nodos de interacción podría interpretm·se como contribuyente al crecimiento continuo de la bonanza teotihuacana, si participaron de la red de intercambio establecida por Teotihuacan. Que Teotihuacan por algún tiempo pudo haberse beneficiado del crecimiento competitivo de otros centros comerciales está soportado por evidencia de que [su] aparente pérdida de prestigio no estuvo acompañada por una pérdida inmediata de riqueza o poder [ ... ]" (1989:223-224).
Es importante tener presente que lo que en tiempos arqueológicos se manifiesta
como un suceso es, en tiempos reales, un proceso. Quizás las causas de la 'decadencia'
del sistema teotihtwcm1o deban buscarse precisamente en el periodo de su auge. El
fenómeno que durante el Clásico Temprano y Medio contribuyera al 'éxito' de este
centro, pudo haber tenido para él mismo una resonm1cia negativa hacia el Clásico
Tardío, pues con la cohesión macrorregional que logró Teotihuacm1 se produjo un
fortalecimiento de sistemas locales, una apertura en las comunicaciones globales, un
107 El apogeo de Tu la Grande parece iniciar después del a1io 900 d C, razón por la que se ha descartado que este desarrollo influyera en el decaimiento de Teotihuacan (cfr. Cobean, 1978:58, 104; Cobean y Mastache, 1989:46; Sugiura, 200 l :361-362). Sin embargo, en un trabajo reciente Mastache y Cobean sugieren que la construcción del recinto mayor está precedida por una de época Coyotlatelco, coetánea a la ocupación de Tul a Chico (1 989:61-62; :2000:1 O 1 ). Esto no necesariamente moditicaria la propuesta del auge de Tul a ya avanzado el ~iglo X, pero sí sería un indicador de que el proceso que culminó en dicho auge pudo ser contemporáneo por lo menos con las últimas fases de Teotihuacan. Me atrevería a retocar el argumento de Parsons de la siguiente manera: "La decadencia del sistema teotihuacano está sin duda vinculada en fomm muy estrecha al proceso que culminó en el apogeo de sitios como Tula y Xochicalco" (véase también Pasztory, 1978: 16).
aumento en la intensidad de interacciones y una multiplicidad direccional de estas
últimas. Esther Pasztory opina que "El liderazgo teotihuacm1o pudo haberse visto
sorprendido por estos cambios y haber sido incapaz de ubicarse en un campo de acción
que le beneficiara" (l988a:72); en palabras de Webb, Teotihuacan fue "no sólo
reemplazada sino, de hecho, quizás destruida por el sistema de interacción emergente
en el Clásico Terminal" (1978:165, las cursivas y negritas son mías; véase también
Pasztory, 1978:8). Como señala John Paddock: "Más que w1a extinción del Clásico, por lo tm1to,
vemos una transferencia de poder, para definirla de algún modo, hacia nuevos centros
de diferentes regiones" (1987:28; véase tmnbién Braniff, 1977:9; Pasztory, 1978:20;
Jiménez Betts, 2001 :2-3). Este proceso se tratm·á con mayor detenimiento en el
siguiente capítulo. Por ahora, lo que pretendo clestacm· es que durante el Epiclásico la
m-ticulación entre sociedades se mm1tuvo. Se ha sugerido que esto ocurrió sólo a una
escala local (cfr. Mastache y Cobean, 1989:56; Sugima, 1996:239; 2001:376), pero si
los sitios efectivamente hubiesen roto o interrumpido la red del Clásico y las regiones se
hubiesen aislado, su propio acceso a ciertos bienes se habría limitado (Cohoclas,
1989:225). A decir por los datos expuestos en secciones m1teriores y los que trataré de
detallm a continuación, aquello no fue lo que ocmTió.
El Epiclásico es solamente una nueva faceta de las redes macrorregionales
consolidadas en periodos anteriores y, a su vez, constituye la base de redes posteriores
(cfr. Webb, 1978; Jiménez Betts y Darling, 1992:5,19, 22; Jiménez Betts, 1998:300).
A continuación se presenta un bosquejo muy superficial de algunas de las
principales arterias por las que circularon bienes e información a lo largo de la historia
prehispánica en Mesoamérica, dirigiendo la discusión posteriormente hacia aquellas que
estuvieron en boga durante el Epiclásico. Una de éstas fue la que, en dirección este
oeste conectaba entre sí a las sociedades asentadas en el sector septentrional del '
Altiplano Central. Para seguir el rastro a dichas redes, es imprescindible detallar
algunos rasgos materiales, principalmente cerámicos, que fueron compartidos por las
sociedades de la época.
!33
""'
IV. l. Algunas redes distributivas en l\1esoamérica
Por lo menos desde el Preclásico 108 se configuraba en Mesoamérica una red con
algunos cauces principales, como aquellos q.ue corrieron paralelos a las costas
fusionándose en el Istmo, aquellos que abrazaban a la Cuenca y aquel que se adentraba
a ésta desde el sur:
"Son mucho más abundantes los restos de cerámica [ ... ] que demuestran la gran extensión de la cultura arcaica, ya que se encuentran en los Estados de México, Qucrétaro, Mm·elos, Hidalgo, Veracruz, Tamaulipas y Guen·ero [ ... ] Sin embargo, el estudio detallado de estos tipos [ ... ] parecen demostrar que el centro de la cultura arcaica no estuvo en la Mesa Central . ' smo que se trata de una cultura periférica debida a la influencia sobre los pueblos que habitaban el centro de México, de una cultura ya desarrollada en la costa del Golfo, desde Tamaulipas hasta el sur de Veracruz, que se extendió por la cuenca del río Pánuco y por los valles de Puebla y de Mm·elos, hasta Tcotihuacán y Cholula, y después hasta Michoacán y Guerrero. Esto indicaría que desde esta época, que ya podría colocarse dos o tres siglos antes de la Era Cristiana, había ya cierta unidad entre las culturas del Golfo y las de la Mesa Central, y por consecuencia en los monumentos y en la cerámica ciertos elementos comunes que persisten a través de su desanollo posterior [ ... ] los elementos básicos de los edificios son también
' desde entonces, los mismos en todas partes, aún cuando después van diferenciándose con modalidades propias de cada región" (Mm·quina, 1941:137-138).
A pesm· de que se ha considerado a la Cuenca de México como actor principal en
el discmTir histórico de Mesoamérica, no siempre fue ésta un agente primordial en el
establecimiento y mantenimiento de los sistemas de comunicación e intercambio
108 ¿.- pr~pósito del rastreo de ciertos materiales como el jade, la obsidiana verde y las plumas de quetzal, el mgen1ero Joaquín García Bárcena concluye: '' [ ... ] muchas de las rutas de intercambio estuvieron en uso desde el Preclásico y, todas al parecer, a partir del Clásico. aunque el uso de la ruta del N.W. (La QuemadaChalchihuites) parece establecerse no antes del Clásico Tardío. [ ... ] Se observa, pues, una constancia en las rutas c?merciales utilizadas en Mesoamérica a través del tiempo, aunque la intensidad de uso de una ruta detennmada pudo no ser constante. Esta constancia pudo deberse a que los materiales susceptibles de acarrearse a grandes distancias fueron deseables durante todo el periodo comprendido entre el Preclásico Medio Y el S. XVI [ ... ]" (1972:154). Por su parte, Jaime Litval< habla de"[ ... ] un patrón formalizado de rut?s que comunicó~ Mesoa1~1érica, en su totalidad y regionalmente, y que sirvió para el transporte tanto de art1cul?s como de Jdeas. D1cl1a red debió establecerse desde épocas muy tempranas, seguramente no pos tenores al_ Preclásico, y sufrió cambios constantes durante su existencia. Estos cambios reflejan [ ... J el patrón también cambiante de interacción cultural en la superárea" (1972:72). Véase también Jiménez Betts (1989:36) Y Jiméncz Betts y Darling (1992:22) a propósito de los 'antecedentes estructurales' de redes macrorregionales; Webb (1978) para una comparación entre sistemas distributivos durante el Epiclásico como antecedente de las redes postclásicas y que encuentra equivalente desde "tiempos olmecas".
prehispánicos. En la peculiar geografía mesoamericana las franjas costeras fueron
importantes m·terias por las que transitaron objetos e ideas, rmnificándose tietTa adentro.
Lamentablemente es aún precario el conocimiento sobre estas áreas comúmnente
consideradas marginales, y los esfuerzos de quienes trabajm1 en la costa apenas
comienzan a llenm· ese vacío. Importantes distancias culturales y geográficas se redujeron vía el Golfo de
México, y en ese sentido, como comenta Jaime Litvak, es posible considera!' a Veracruz
como "reducto general en una red mesoan1ericana total" (1987:204); debe agregmse al
Istmo de Tehuantepec como un nudo de igual magnitud en conexiones culturales (cfr.
Sclm1idt, 1999:427; Fash y Fash, 2000:433) y, desde luego, como antesala de otro
corredor de relevancia: el Pacífico.
\
En un estudio comparativo entre Veracruz y la Región Maya, Eric Thompson
muestra que las relaciones entre estas regiones durante la época prehispánica fue una
constante, concluyendo que: " [ ... ] desde la época Formativa hasta la llegada de los
españoles, Veracruz y la región maya fueron vinculados por fuertes eslabones
culturales" (1953:453). Las evidencias de contacto abarcan desde Guatemala y Belice,
atravesando los estados de Chiapas y Tabasco hasta el Golfo de México, y de ahí al
!35
1 1
•
norte a lo largo de la costa hasta Tampico. 109 Esta red fue po'steriormente 'bautizada por
Lee Parsons (1969) como la "Periferia de Tierras Bajas Costeras" (Peripheral Coastal
Lowlands o PCL) (apud Pasztory, 1978:1 1-21; Zeitlin, 1993) (ver nota 84) (Fig.27).
Llama la atención de Thompson la in.terrupción en el uso compartido de tipos
cerámicos durante el Clásico, pero no el de otros muchos elementos (1953:450). Éste es
un ejemplo de que, a pesar de su utilidad como referente cronológico y correlativo, los
cambios que en cerámica se observan abruptos no siempre son sinónimo ele fracturas
equivalentes en el sistema social.
El mismo autor menciona que, en contraste con la estrecha comunicación hacia
el sur, los grupos ele la Huasteca parecen ajenos a sus vecinos tierra adentro. Es cie110
que los vínculos no son tan evidentes, pero existen. Habría que preguntarse si no pudo
ser ésta una de las principales vías por las que arribaron al oeste de Hidalgo y sur de
Querétaro los ejemplares de concha provenientes del Golfo y, 110 en sentido inverso, si
- no contribuyó ele algún modo a que fuera posible la integración casi idéntica ele
contextos en el poniente hiclalguense y el norte ele la Península ele Yucatán (ver págs.
48-49 de este volumen).
Dada la enorme coincidencia de los estilos arquitectónico y escultórico de
Chichén Itzá y Tula, se ha considerado a las sociedades que habitaron la franja costera
del Golfo como intermediarios en la estrecha relación entre ambos. I-Ia llamado siempre
la atención, sin embargo, la aparente escasez ele materiales cerámicos comunes a TuJa y
sus vecinos del este (cfr. Diehl y Feldman, 1974:106; Me Vicker y Palka, 2001:193).
Esto en realidad parece derivar ele la escasa información arqueológica con que se cuenta
para el centro y norte del territorio veracmzano, lo mismo que para el resto de la
Huasteca. A medida que se realizan exploraciones arqueológicas aquel vacío de rasgos
y objetos comunes comienza a disolverse.
109 Un ejemplo que refuerza la tesis de Thompson con respecto a los alcances de esta red, es la cerámica con reborde basal. Sobre ella Eduardo Noguera dice: " [ ... ]ese mismo rasgo aparece en las cerámicas de otras regiones, como en el área Tampico-Pánuco y Tres Zapotes y Cerro de las Mesas, del Estado de Veracruz. [ ... ] en forma prácticamente idéntica en cerámicas de San Agustín Acasaguastlán, en Guaytán y en la de Uaxactún, localidades mayas situadas en Guatemala" ( 1960:69). La cerámica con reborde basal es un raso o que también aparece en Xochicalco (cfr. Sácnz, 1962a:80). Un rasgo más que vincula a esas regiones y q~e aparece también en Xochicalco, son los yugos y hachas (Sáenz, ibid.:42-45, 80), relativos a la práctica del juego de pelota.
110 A partir del análisis de conchas procedentes de La Negreta, al sur de Querétaro, se sabe que por lo menos durante el Clásico a esta región arribaron ejemplares tanto1 del Atlántico como del Pacífico (Brambila y Velasco, 1988:291 ). En Tul a aparecen también piezas del Pacifico y del Golfo (cfr. Diehl, 1976:262; !983:92, 94; Cobean y Estrada, 1994:78) y algunos ejemplares de concha recuperados en El Zethé al poniente de Hidalgo, también provienen del Golfo (Fernando López, com. pers. 2002). '
En algún momento se pensó que no existían tipos cerámicos en TuJa que
pudieran considerarse importaciones desde la Huasteca, ni lo contrario (cfr. Diehl y
Felclman, 1974:106). Sin embargo, en el Postclásico Temprano se encuentran en el
Valle del Mezquital los tipos Inciso con Baño Blanco (Fig. 28aY 1' y Las Flores
(Foumier, 1995:446-447, figs. 20 y 21, cuadro 9), correspondientes al Periodo V en la
secuencia de Ekholm (cfr. 1944:358-364, 392-393, 429, figs. 2lr y 22i; Ochoa, 1984
[ 1979] :36, fig. 8). Posterionnente se encuentran Tancol Policromo y Negro sobre
Blanco (Fomnier, idem) del Periodo VI (cfr. Ekholm, ibic/.:364-365, 409-410,412,431-
433; Ochoa, idem:39-40) (Fig. 28 by e).
-=-
Fig.28. Tiestos de posible origen huasteco. Cm1esía Proyecto Valle del Mezquital Inciso con Baño Blanco (a); Tancol Polícromo (b); Negro sobre Blanco (e).
Cerámica Huasteca del Periodo V se ha reportado en TuJa (cfr. Ekholm,
1944:430: Cobean, 1978:119; 1990:485; Diehl, 1983:115, 144; I-Iealan el al., 1989:246)
y Diehl ha supuesto que el concepto de arquitectura circular, presente por ejemplo en el
111 Esta cerámica es muy interesante, pues los motivos incisos reproducen frecuentemente el diseño de volutas entrelazadas tan característico de la región de Tajín, Isla de Sacrificios y Cerro Montoso, que aparecen en paneles esculpidos hasta Chichén Itzá (cfr. Ekholm, 1944:429, figs. 2lr y 22i; Ochoa, 1984 [ 1979] :36, fig. 8). La pasta, fonna y acabado de las vasijas Inciso con Baño Blanco, sostienen además una gran snmhtud ~on algunos tipos de Anaranjado Fino (Ekholrn, idem). Todo esto es una evidencia más del víncu~o sostemd? entre las sociedades que habitaron la franja costera del Golfo, el norte de la Península de Yucatan y, a deCll' por la intrusión de este tipo cerámico en el Mezquital, la integradón eventual del Centro Norte del Altiplano en esa red. Aunque Inciso con Baño Blanco se incluye en el Penado V de la secuencm de Ekholm, el propiO autor puntualiza que su presencia se remite a los primeros estratos en Las Flores, sitio :tipo' de ese periodo, por lo que concluye que: " [ ... ] parecería que algún material de filiación sureña estuvo presente cerca del inicio de la ocupación de Las Flores" ( 1944:431). Creo que una revisión y actualización de la cronologia propuesta para la Huasteca terminaría por asignar, tanto a esta cerámica como a la ocupación de Las Flores Y al Periodo V, una temporalidad más temprana (ver págs. 50-51 de este volumen). •
1.17
. .. edificio de El Corral, es resultado de un "impacto" huasteco ( 1983:143 ). 112 En sentido
contrario, se ha observado que "Unos pocos tipos cerámicos en el área de Tampico y
otros lugares se asemejan cercanamente a materiales de la fase Tallan, y arquitectura
parecida a la tolteca puede observarse en Castillo de Teayo y otros sitios" (Diehl,
1983: 144). La interacción entre estas dos áreas es congruente con el sistema i1uvial,
pues el río Tula es tributario del Pánuco (cfr. Tamayo y West, 1964:90, fig.2; Diehl y
Feldman, 1974:1 07; Cobean, 1990:487).'"
Para Diehl y Feldman (1974:107), aquella relación representa el desvío hacia el
norte de la expansión de Tula, debido a que hacia el oriente se vio impedida por la
presencia de Tajín. Sin embargo, entre la capital tolteca y sociedades asentadas en la
parte central y sur del territorio veracruzano también se observan coincidencias
materiales (cfr. Cobea11, 1978:119: Diehl, 1983:115, 144; Healan et al., 1989:246;
Paredes, 1990:58, 77, 196, 21 0). En TuJa se han detectado, por ejemplo, cerámicas
similares a Isla de Sacrificios ( cii·. Healan et al., 1989:246; Cobean, 1990:487-488) y
Tres Picos (cfr. Diehl, 1976:263) del centro de Veracruz, y ya desde la ocupación de
TuJa Chico se reportan pequeñas cantidades de cerámica veracruzana (cfr. Mastache y
Cobean, 1989:62). Es posible que, durante el Epiclásico, Huapalcalco jugara un papel
importante en esa relación, pues en él también hay evidencias de importación cerámica
desde el centro-norte de la costa del Golfo ( cJl'. Rattray, 1966: 106; Gaxiola, 1999:46,
55-59).
Se ha dicho que Anaranjado Fino, tan común entre los sitios del sur veracruzano,
Tabasco y Campeche, está ausente en Tul a (cfr. Diehl, 1983:115; Healan et al.,
1989:246-247; Me Vicker y Palka, 2001:193; Cobean, 1990:493-494; Cobean y
Mastache especifican que no lo hay en "cantidades signilicativas" 1989:44), pero
también hay quienes opinan lo contrario ( cJi·. Braniff, 1972:289), además de que una
pieza completa, posiblemente recuperada durante las exploraciones de Acosta y que
creo que conesponde al Grupo Silhó. se exhibe actualmente en el museo de sitio. Al
parecer, existen también en TuJa imitaciones locales del Anaranjado Fino, como el tipo
Sillón Inciso (Cobean, 1978:98; 1990:375-383, 494; Fahmel, 1988:112) y es interesante
111 Mas tache y Cobean sugieren que el origen del elemento circular en la arquitectura de la región de Tul a se debe buscar en la "periferia norte" de Mesoamérica, señalando antecedentes en la Huasteca, Jalisco, Zacatecas y Guanajuato ( 1989:60).
113 Los escarpes de la Sierra Madre Oriental facilitan en algunos puntos el tránsito a través de ella, puntos que sirvieron como importantes vías de comunicación conectando la Mesa Central con las tierras bajas del Golfo: "A lo largo de las rutas Zimapán-Jacala-Tamazunchale y Tulancingo-Huachinango, hacia las tierras bajas costeras, el escarpamiento de la Sierra Madre Oriental es mucho menos complejo que hacia el norte, y el borde de la Altiplanicie disminuye significativamente en el declive de un solo escarpe" (West, 1964:53).
que se ha propuesto una incidencia de aspectos fonnales característicos de la cerámica
tolteca, como el uso de soportes zoomorfos, en algunos ejemplares de la vajilla
Anaranjada Fina X en la Costa del Golfo, desde mediados del siglo IX (cfr. Falm1e1,
1988:56). 11"1 Beatriz Braniff repmia Anaranjado Fino en otros sectores del Centro Norte
del Altiplano, como Carabina, en el nmie de Guanajuato (1972:280-281) y Villa de
Reyes, en el sur de San Luis Potosí (1992:152); Nalda lo menciona para San Juan del
Río, en el sur de Querétaro (1975:98; 1991:34). Esta cerámica se reporta también en la
I-Iuasteca, donde se aprecian conexiones estilísticas con varios tipos de Pánuco (cfr.
Ochoa 1984 [ 1979] :36).
También es posible que del centro de Veracruz provengan las figurillas con
ruedas que han sido recuperadas en TuJa (cfr. Diehl y Feldman, 1974:106; Diehl,
1976:266; Diehl, 1983:109; Diehl y Mandeville, 1987:239,241) y la Huasteca (cfi·.
Ekholm, 1944:472-474, fig. 49). 115
Existen además similitudes entre algunos rasgos iconográlicos de TuJa y la
región de Tajín, como en el caso de la Estela de Ceno de la Morena (ver nota 103 de
este volumen). A propósito de una lápida proveniente del Edilicio .T en la antigua
11'1 Como se ha mencionado en otros lugares de este texto, existen bastantes detalles por resolverse en la
cronología de TuJa y ésta es una muestra más de ello. Los soportes zoomorfos son característicos del Tipo Manuelito Café Liso, cuyo uso se generalizó hacia fase Tallan pero que aparece desde por lo menos Corral Terminal (Cobean, 1990:327-335). En la secuencia actual, Corral Tenninal figura entre los años 900 y 950 d C, mientras que la adopción de este tipo de soportes en la cerámica Anaranjada Fina X se reporta desde por lo menos cincuenta años antes, es decir, 850 d C (cfr. Fahmel, 1988:56).
115 Las fiuurillas con ruedas abarcan una amplia distribución en Mesoamérica. Además de Tula, se han encont~ado en Tenenepango (faldas del Popocatépetl), Xolalpan (Teotihuacan), y en los estados de Michoacán, Guerrero y Nayarit (Diehl y Mandeville, 1987). En el sur de Tamaulipas han aparecido en Las Flores (Ekholm, 1944:472-474), y en Veracruz las hay en Pavón, Pánuco, Tres Zapotes, Nopiloa, Remojadas, Cocuite y Tlalixcoyan (Ekholm, idem; Diehl y Mandeville, idem). Algunos ejemplares se han recuperado en Centroamérica, por ejemplo en el sitio de Cihuatán, en El Salvador (Eldmlm, idem; Diehl y Mandeville, idem). Beatriz Braniff(l992:107-109, lám. !Oh) ilustra lo que creo que podría ser una rueda de estas figuras en Villa de Reyes, y lo mismo opino sobre algunas procedentes de superficie en Sabina Grande, Hidalgo. Sobre su temporalidad, en la región de Tierra Blanca, Veracruz, se considera que las figurillas con ruedas corresponden al Clásico Tardío (Van Winning y Stendahl, 1972:171, 207, fig.277). Diehl y Mandeville (1987:240, 243) proponen que fueron inventadas en el centro de Veracruz en algún momento después del año 600 d C, pero que la manufactura de la mayoría de ellas y su dispersión hacia el norte de Veracruz, el Centro de México y el sur de Mesoamerica, ocurrió entre l 000-ll 00 d C. Sin embargo, los mismos autores comentan que esto pudo ocurrir uno o dos siglos antes y simplemente no se cuenta con evidencia de ello: "Si esta reconstrucción histórica es con·ecta, la diseminación del concepto de figurillas con ruedas pudo haber sido parte de un proceso de difusión mayor [que] involucró la dispersión de motivos arquitectónicos de la costa del Golfo, elementos iconográficos, el juego de pelota y parafernalia asociada, y otros conceptos rituales de elite hacia muchas partes de Mesoamerica después de 600 d C (Parsons 1969; 1978; Pasztory 1978; Sharp 1978; 1981 ). Entre las áreas que recibieron estas influencias se incluyen el Centro de México; la costa pacífica, pie de monte y tierras altas del sur de Mesoamerica; y Yucatán -y de éstos sólo en Yucatán no existen hasta ahora evidencias de figurillas con ruedas" (Diehl y Mandevílle, 1987:243). En la Hua§teca estas piezas aparecen desde el Periodo lil y hasta el V (Ekholm, 1944:473).
!.)9
i'Uci'r'U; :;rr'l' .. rf
Tallan, Karl Taube señala que el trato (donde se anexa a la imagen de'Tláloc un hooico
alargado) es similar a las imágenes del dios de la lluvia de Tajín (apud Mastache y
Cobean, 2000:124). Ringle, Gallareta y Bey comentan que en el Juego de Pelota Sur de
este último sitio fueron representadas esculturas tipo Chac Mool y el arquitecto
Mm·quina menciona una especie de Chac Mool en Misantla, algunos kilómetros al
sureste de Tajín (Ringle el al., 1998:203).
Volviendo a la Huasteca, mencioné que se ha supuesto un aislamiento con
respecto al resto del territorio mesoamericano hacia el Clásico y Epiclásico, pues
durante los Periodos III y IV Jos tipos cerámicos huastecos sólo muestran someras
relaciones con otras áreas culturales, en contraste con la loza de los periodos precedente
y subsecuente (cfr. Ekholm, 1944:426-428; Thompson, 1953 :450; Ochoa 1984
[ 1979] :31 ). Pero es posible que dichas relaciones se mmltuvieran antes del Periodo V,
como sugiere Lorenzo Ochoa (1984 [ 1979] :33). Aunque intrusivos y escasos, se sabe
por ejemplo de la presencia de soportes planos estilo teotihuacano en sitios de Pánuco
durm1te el Clásico Medio (Periodo JII) ( cü·. Ekholm, 1944:351, 427); a partir de esa
misma época se fabricm1 tigurillas de barro tipo retrato y durante el periodo siguiente
(IV) se generaliza el uso de moldes (Ekholm, ibic/.:457-459); existen también algunos
fi"agmentos de tigurillas articuladas, cuya posición cronológica se desconoce al no haber
sido recuperadas en excavación (cti·. Ekholm, ibic/.:457, tig. 42), pero que bien podrían
cmTesponder a la misma época y derivar también de aquella lejana relación con la
Cuenca de México en tiempos teotihuacanos. En sentido opuesto, y como se verá más
adelante, tipos diagnósticos del Periodo IV, como Zaquil Negro Inciso, apm·ecen
intrusivos en otras regiones.
El intercambio de objetos entre el Valle del Mezquital, la Huasteca y el
centro/sur de Veracruz no se limita al periodo Postclásico. En la primera de estas
regiones se han identificado a partir del Epiclásico vasijas con pastas que pudieron ser
importadas desde la costa (cfi·. Fournier, 1995:61, 69;'" para región Huichapan-
116 En fecha reciente se ha considerado que los tipos La Costa Anaranjado Pulido y La Costa Anaranjado/Anaranjado de Chapantongo. que originalmente se pensaba provenían del Golfo. podrían ser importaciones desde San Luis Potosí, dadas sus similitudes con el tipo Amoladeras Fino de la región de Río Verde (cfr. Fournier y Cervantes, en prensa: Patricia Fournicr, com. pers. 2002). Sin embargo, en la propia región de Río Verde se ha contemplado al tipo Amoladeras como una derivación de aquellas cerámicas anaranjadas tan comunes en la rranja costera (cli·. Michelet, 1989:185; Gaxiola, 1999:58). Amoladeras Fino podría ser simplemente uno más de los tipos o rasgos importados por Río Verde desde la Huasteca (cfr. Ochoa, [ 1979] 1984:33) y la cerámica anaranjada del poniente y centro bidalguense pudo, o no, haberse obtenido por vía de aquel intermediario. En lo personal me inclino por una obtención relativamente más directa, quizás a través de la fh:mja oriente del mismo estado de Hidalgo.
l ,_¡ ¡)
Tecozaulta, Socorro ele la Vega Doria, com. pers. 2001; para Chapantongo cfr.
Cervantes y Fournier, 1996:118; pm·a Tula cfi·. Matos, 1974:67; Diehl, 1983:115, 143,
Healan et al., 1989:246; Paredes, 1990:58, 77, 196, 210) y algunas piezas locales
muestran grandes semejanzas en forma y decoración con las de la Huasteca. En el Pozo
1 ele Tula Chico se reporta "cerámica del Golfo" (Matos, 1974:67) y García Payón ha
sei'íalado que los sitios ele Tuzapan y Castillo ele Teayo tienen cerámica Mazapa ( 1971, apud Diehl y Felclman, 1974:1 07).
Otros objetos posiblemente importados desde la Huasteca o el centro y sur de
Veracruz por lo menos desde el Epiclásico, son los malacates decorados 0 bai'íados en
chapopote ele Sabina Grande y Tula (pm·a el primer sitio ver nota 22; pm·a el segundo
cii·. Diehl y Feldman, 1974:106; Pm·edes 1990:194, quien además menciona "pedazos"
ele chapopote en Cerro ele la Malinche, en los alrededores de Tul a [ ibid.: 153-154] ).
Es lo más factible que la relación entre Tula y la península yucateca se
mantuviera estrecha por esa vía (Me Vicker y Palka 200 1·194) d . , . , y que e mane¡ a natural dicha relación alcanzara otras áreas del norte del Altiplano. Como ejemplo de
ello puede citarse la íamosa pipa hallada en el Templo de los Guerreros ele Chichén Itzá
( cfi'. Monis et al., 1931:177-179, lám. 21) (Fig. 29) que se ha considerado importada
desde la capital tolteca o desde Michoacán (cfr. Porter, 1948:210; Thompson, 1966, apud Cobean, 1978:73).
Fig. 29. Pipa de barro hallada en Chichén ltzá. Tomado de Mario Humberto Ruz "Los afanes cotidianos de los Mayas", en: Los Mayas, Landucci Editores. Italia, 19,99
Diez ejemplares similm·es (piezas completas y fragmentos) fi.teron localizados en
Tula durante las exploraciones del Palacio Quemado a cargo de Acosta, pero con esa
excepción su frecuencia en esta ciudad no parece significativa (Cobean, idem).
Estos objetos son contrastablemente abundantes en otras zónas ele Hidalgo, cerca
de sus límites con Querétaro, donde es posible que fueran manufacturados, y si no,
donde su uso se observa bastante generalizado durante el Epiclásico (Fig. 30). Sobre
este tema volveré más adelante.'"
Fíg. 30. Fragmentos de pipas de bmTo del poniente hidnlguense. Cortesía Proyecto Valle del Mezquital
Otra muestra clara ele los vínculos
sostenidos entre el área ele Tula y las
tierras del sur, ya en el Postclásico
Temprano, es la sorprendente abundancia
ele cerámica Tohil Plumbate y vanos
eJemplares ele Nicoya Policromo en el sitio hidalguense (cfr. Diehl, 1976:263;
1983:115; 1987:142; Cobean, 1978:97, 1 14; 1990:475-485, 488; Fahmel, 1988:71-73,
143-144; Cobean y Mastache, 1989:44: Healan et al., 1989:246; Paredes, 1990:84). No
se ha encontrado cerámica Plumbate en la Huasteca (Ekholm, 1944:430; Ochoa, 1984
[ 1979] :38), pero existe desde el Clásico Tardío una imitación local ele ella, tm tipo
"metálico" similar al plomizo (Ekholm, ibid.:356-357; Webb, 1978:168), que también
fue importado por Tula (Ochoa, idem; Fahmel, 1988:27, 80). En el centro ele Veracruz
sí se ha reportado Plwnbate (c!i·. Diehl y Felclman, 1974:106), además ele que en Los
Tuxtlas y hasta en la cueva ele Balankanché se han recuperado Braseros Efigie Tláloc
117 Un ejemplo más de que los vínculos con las tierras del sur involucraron otras áreas en Hidalgo además de la región de Tula, podría ser e luso de 'azul maya'. En 1996, con ayuda del Profesor Luis Torres del Instituto de Investigaciones Antropológicas de la UNAM, se analizaron muestras del pigmento que decoraba algunas piezas cerámicas provenientes del sitio "Los Huemás", municipio de Nopala de Villagrán. A partir de pruebas de reflexión, refracción, composición y textura, se comprobó que se trataba del colorante conocido como 'azul maya' (Solar, 1997:66-67). Este pigmento fue identificado por vez primera durante Jos estudios de murales en Chichén ltzá a cargo ele Merwin (1931), y bautizado en 1942 por R. Gettens y G. Stout, con el nombre de la región cultural en la que se observa su uso generalizado (Gettens y Stout, 1942:130; Gettens, 1961-62:557). Actualmente se sabe que la distribución del azul maya no se restringe a la región homónima, sino que sigue un patrón mucho más amplio que abarca dentro de la República Mexicana a varios estados. Sin embargo, el componente orgánico que da la coloración azul es una planta perenne conocida como indigófera, que crece en lugares y climas muy restringidos, especialmente la zona sur del país y norte de Centroamérica (Grinberg, 1987). Las ditercncias en tonalidad dependen del tipo de arcilla que se emplee en la preparaCión, y se han identificado en general tres tipos distintos (Navarrete y Valencia, 1988:50,52). Es posible que esta diferenciación responda a patrones regionales de preparación del pigmento, donde no necesariamente se importara el producto terminado, sino la planta y el método de fabricación (Solar, 1997:68-69). Lamentablemente la muestra proviene ele superficie, por lo que no cuenta con valor cronológico.
( cfi·. Thompson, 1973:268; Cobean, 1978: 105; Cobean y Mastache, 1989:46) que
también están presentes en Tula durante su fase Tallan.
Quizás las redes establecidas entre la región ele Tula y la franja costera del
Golfo, con seguridad desde el Epiclásico, se fortalecieron con el avance ele los años.
Cabe preguntarse si no es una posible consecuencia ele ello el paulatino abandono ele la
tradición cerámica rojo sobre bayo y la integración ele lozas naranja y crema que
caracterizan al apogeo ele la antigua Tallan; un can1bio que ha inquietado a varios
autores (cfr. Cobean, 1978:96-97; 1982:75-76; 1990:41; Healan et al., 1989:244).
Siguiendo otra vertiente ele relaciones interregionales, entre Tula y Xochicalco
también se han subrayado algunas coincidencias ( cíi". Noguera, 1941:161; Sáenz,
1962a:73-80; Litvak, 1972:67), considerando al segundo como importante ini1uencia en
la glífica y el 'arte' temprano del primero, además ele en su arquitectura ( cii·. Cobean,
1978:56; de la Fuente, 1995:174). En esta relación, la Cuenca ele México pudo también
jugar un papel secw1clario. Hasta donde sé, son pocas las evidencias que vinculan
directamente a Xochicalco con los asentamientos clásicos y epiclásicos ele la Cuenca, a
pesar ele que algunos elementos en su 'arte' y escritura derivan ele ahí (cfr. Berlo,
1989:22). Debra Nagao considera que las esculturas xochicalcas muestran motivos
iconográficos pero no rasgos estilísticos teotihuacanos, y advierte que "Parece que
Teotihuacan no fue una importante pareja comercial ni un centro ele ini1uencia en la
emulación artística ele Xochicalco" (1989:96; Litvak sostiene una postura antagónica,
1972:57-59).
Desde tiempos teotihuacanos se observa una relación diferencial entre la Cuenca
ele México y los Valles ele Mm-elos, siendo mucho más estrecha con los sitios situados
al centro y oriente del estado (Angula y Hirth, 1981; Sugiura, 2001:372). En algunos
puntos del Valle Occidental se han recuperado materiales teotihuacanos (incluyendo a
Xochicalco, cfr. Sáenz, 1962a:80), pero aparentemente resultan escasos en comparación
con su abundancia en el resto del territorio morelense (Angula y Hirth, 1981 :86-87). De
cualquier modo, Xochica1co parece haber disminuido su vinculación con la Cuenca ele
México clmante el Epiclásico (Sugiura, 1996:234, 238; 2001:349,360, 376).
Este contraste sigue una lógica geográfica. Mientras que en la porción central y
oriental existen varios pasos natmales que conectan con la Cuenca, al norte del Valle
Occidental comienza la pronunciada SeJTanía del Ajusco. El sistema seJTano se extiende
hacia el norte delimitando o rodeando a la Cuenca (West, 1964:42; Angula y Hirth,
1981 :82). Es factible que los habitantes ele esta sección ele Mm·elos hubiesen mantenido
una comunicación más estrecha con las poblaciones al oeste ele la Cuenca, entre ellas
143
las del vecino Valle de Toluca. Quizás también con el Valle del Mezquital poJ'la misma
vía, alcanzando Jilotepec y más tarde el área ele Tul a (A vilez, 2001 ); o siguiendo hasta
Huamango. En este último sitio se conjuntan tipos cerámicos tanto de la región
toluqueña como de la porción oeste del Mezquit¡¡l (cfr. Segura y León, 1981:116-117),
lo mismo que en Teotenango ( cli·. N alela, 1996:269, nota 17), y ya se han señalado
similitudes entre algunos componentes de la vajilla tolteca y cerámicas del Valle ele
Toluca'" y de Michoacán (cli·. Acosta, 1940; 1941; 1945; 1956-57 apud Cobean,
1978:72). 119 Por la presencia de cerámica matlatzinca en Xochicalco, Noguera sugiere
que la conexión ele éste con TuJa pudo haberse sostenido a través del Valle de Toluca
(1941:161), una red que ya en el Postclásico Medio se reconoce por la dispersión ele la
cerámica Tlahuica, que desde Juego abarca Morelos y la zona Matlatzinca (Litvak,
1972:69) pero que también alcanza al Valle del Mezquital, donde se han identificado
algunos tiestos (Socorro ele la Vega. com. pers. 2001 ).
Existen algunas evidencias más que vinculan a Xochicalco con el Valle ele
Toluca. Jaime Litvak menciona que para tinales del Epiclásico los tipos cerámicos
relacionan a estas regiones entre sí y con el norte ele Guerrero (1987:206) pero no
especifica a qué ejemplares se refiere. Es posible que se trate de la cerámica con engobe
naranja grueso, cuya distribución sigue un patrón similar al descrito, ausente en la
Cuenca ele México y el sector oriental ele Morelos pero vinculando a los valles ele
Xochicalco, Malinalco y Toluca, durante el Epiclásico (Sugiura y Nieto, 1987:459-463;
Sugiura, 2001 :360). Esta cerámica se encuentra también en tierra caliente guerrerense,
donde se propone su origen dacia la inclusión ele concha triturada en la pasta (Sugiura y
Nieto, ibid.:458, 463). Adicionalmente se han iclentificaclo algunos "rasgos
118 Dice Cobean: "En algunas zonas fuera del úrea de Tula se encuentran varios tipos que posiblemente sean transicionales entre los tipos Coyotlatclco y Macana. Se trata de cajetes trípodes hemisféricos que presentan "banda ancha roja" y que al mismo tiempo tienen diseños pintados de tipo Coyotlatelco. García Payón (1941), Du Solier (1941) y Piña Chim (1975) han descrito estos tipos para el Valle de Toluca, especialmente en Caliztlahuaca [sic] y Teotenango." ( 1982:75)
119 Coincido con Acosta en que hay algunas vasijas procedentes de Michoacán cuya forma es extraordinariamente similar a la de algunos cajetes y molc~jetes trípodes tipo Macana, como son descritos por Cobean para el área de Tula. especialmente en lo que se refiere a los sop011es "l ... J con un área tabular ancha en la base que algunas veces hace que el soporte de pcrril parezca [ ... ] la cabeza de un pato" (Cobean, 1990:299, lám. 137). Adicionalmente algunas piezas de Macana muestran decoración al negativo, del mismo modo que algunos ejemplares michoacanos. 1-icalan y Hernández también mencionan una variante local de Macana en el Valle de U careo (Healan y Hernández, 1999: 139; Hernández, 2001:34, 40). Cobean indica que Macana se encuentra también en la Cuenca de México, Guanajuato, Veracruz y Xochicalco, y sugiere que en Tula aparece en cantidades menores hacia la fase Corral Terminal (900-950 d C) y se generaliza hasta principios de la fase Tallan (950-1150/1200 d C) (ihic/.:302). Es interesante que, para una de las piezas recuperada en Urichu al interior de una tumba sellada que contenía un entierro múltiple, se obtuvieron dos fechas por Cl4 que sitllan al contexto entre los ailos HSH y 943 d C (cfr. Pollard, 1995:41-43,57, flg. Sb).
xochicalquenses" en el estilo arquitectónico y escultórico del Sistema Norte en
Teotenango (Sugiura, 1996:242; 2001 :360), siendo sumamente significativa la
existencia ele lápidas labradas con el mismo estilo que en Xochicalco y con las mismas
representaciones de glifos y signos calendáricos, tanto en Teotenango (Berlo, 1989b:40-
42) como en Las Moras, un sitio epiclásico al occidente de Tula (Avilez, 2001).
Por último, resulta muy significativo que se haya importado en Xochicalco
obsidiana desde Michoacán durante el Epiclásico (Garza y González, 1995:128). De los
resultados del Xochicalco lvfapping Project se desprende que Ucareo/Zinapécuaro fue,
por mucho, el principal abastecedor ele obsidiana (cü·. Healan, 1997:77, 1998:102;
Ringle et al., 1998:223; Healan y Hernández, 1999:136; Ferguson, 2000:284-290) y la
forma más sencilla para hacerlo debió ser atravesando precisamente el valle ele Toluca,
que también obtenía obsidiana ele la misma fuente (cfr. Sugiura, 1996:234, 247;
2001:360, 383-384).
Otra fuente impmiante de obsic\iana para Xochicalco fue Zacualtipan, Hidalgo
(cfr. Ferguson, 2000:284-290; Cobean, 1998: 135), y es interesante que este material se
ha identificado, también para el Clásico Tardío, hasta Lagtma Zope y Ejutla, en Oaxaca,
y algunos puntos de Chiapas y Guatemala (Cobean, 1998:135; Nelson y Clark,
1998:282-283, 293-296).
La región xochicalca destaca por los vínculos que mantuvo con múltiples
lugares. Se ha considerado que su auge debió mucho a su postura estratégica con
respecto a variados sistemas comerciales, conectándose directamente con Guerrero, el
Estado de México, Oaxaca, el Área Maya y la Costa del Golfo (cfr. Litvak, 1972;
Pasztory, 1978:16; Senter, 1981:149; de la Fuente, 1995:146-147, 155, 173-174; López
Luján, 1995:270); sin embargo, el carácter ele las relaciones que sostuvo esta sociedad
con otras dista mucho ele ser unicausal. El comercio pudo ser una ele las principales,
pero la adopción y adaptación ele rasgos estilísticos, glíficos y numéricos ajenos, sugiere
que existieron también otros canales ele comunicación (León Pmiilla, 1995:35). Debra
Nagao propone que " [ ... ] Xochicalco trataba ele desarrollar su propio estilo, tomando
elementos simbólicos y glíficos ele una variedad de fuentes, sin permitir que ninguna
fuente particular predominara" (1989:97), un sincretismo que Beatriz ele la Fuente
describe como " [ ... ] estilos que se mezclan y confunden [y] clan origen a una nueva
personalidad" (1995:188, 194).
145
Volviendo a la posible comunicación entre el norte de!' Altiplano f'el Valle
Occidental de More los, Jorge Acosta observa que:
" [ ... ] tanto los jeroglHicos como los numerales toltecas se parecen más a los zapotecas que a los ele cualquier otra n;ltura. Esto quizá nos indica que hubo algún intercambio cultural entre la última etapa de Monte Albán y Tula, y aunque no sabemos por dónde se produjo, creemos que pudo haber sido a través de Xochicalco, sitio donde existen algunos signos calendáricos
comunes a ambos lugares [ ... ]" ( 1954:92).
Los sistemas ele escritura y numeración son aspectos primordiales, por ser ele los
pocos testimonios rastreablcs ele intercambio informativo. A Xochicalco este aspecto lo
vincula principalmente con Oaxaca y el Área Maya (cfr. Sáenz, 1962b; Litvak, 1972:61;
Paddock, 1978:55; Avilez, 2001 ). Se ha propuesto que la relación ele los Valles Centrales oaxaqueños con el
Altiplano Central tuvo una base principalmente intelectual, debido precisamente al
desanollo de esos sistemas numéricos y ele escritura (cfr. Coggins, 1980:59; Winter,
1998:157), pero la extensión ele esos contactos se ha subestimado. Poco se sabe de su
impacto en otras áreas fuera ele Teotihuacan, y temporalmente su presencia se supone
limitada al periodo ele auge ele esa ciudad: " [ ... ] la presencia zapoteca en el Centro ele
México puede ser más compleja y haberse dispersado más ele lo que se ha documentado
en Teotihuacan" (Winter, 1998:160-161. nota 4). Se sabe, por ejemplo, ele
asentamientos con cerámica oaxaqueíia en lugares ele Hidalgo, como Chingú (cfr. Díaz,
1981:109), Chapantongo (cfr. Torres el al., 1999:79) y el noreste de Tepeji del Río, en
El Tesoro y Acoculco (cfr. Cobean, 1978:84; Cobean et al., 1981:189-190; Diehl,
1987:133; Cobean y Mastache, 1989:37; Hernánclez, 1994). Quienes han abordado la
dispersión ele elementos zapotecas en el Centro ele México sugieren que las relaciones
iniciaron desde temprano (Paclclock, 1972b:257) y continuaron después del Clásico,
independientemente ele que ambos Monte Albán y Teotihuacan habían perdido la
mayoría ele su población y poder político (Winter, 1998: 176-179; Scott, 1998: 185).
También desde el Preclásico se percibe una estrecha relación entre las
sociedades oaxaqueftas ele los Valles Centrales y las mayas (Fash y Fash, 2000:439),
fortaleciéndose a medida que avanzaba el periodo Clásico (Coggins, 1980). Es posible
que dicha relación haya tenido mucho que ver con la integración ele Xochicalco a las
redes mayas, si ésta se dio a través ele la Mixteca y la parte media del estado, aunque
también pudo ocurrir paralela a la costa el el Pacífico como sugiere .Timénez Moreno:
" [ cle~cle el Formativo] parecen haber llegado influencias mayenses hasta Xoch1calco -según Noguera- quien cree que el camino probable debió ser a lo .largo ele 1~ Costa de Oaxaca -donde Brockington y De Cicco hallaron objetos maymdes- y luego por la costa de Guerrero en la qt1e M el , , oe ano encontro elementos análogos" (1959: 1049-1 050).
Por esta vía parece tan1bién haberse dispersado hacia el este y sur el estilo
Mezcala que, ele acuerdo con Sáenz (1962a:53 ), alcanzó hasta Guatemala y Costa Rica.
A pesar ele que se ha profundizado en las relaciones que los Valles Centrales ele
Oaxaca sostuvieron con tie!1'as lejanas, pocas menciones se hacen ele la situación que
prevaleció con sus vecinos de la costa. Nuevamente el sistema de escritura vincula estas
dos áreas (Urcid, 1993; Joyce, 1993:76), cuyos clesanollos en otros aspectos culturales
se perciben ajenos (J 'b 'd 72 75) A oyce, 1 1 . : - . parentemente, la fi·acción costera que
corresponde a Oaxaca construyó un sistema cultural relativamente independiente,
aunque enganchado a la red comercial ele los Valles Centrales oa'laqueños que
demandaba ornamentos ele concha ele esa región por lo menos durante el Formativo
(Joyce, ibid.:69-72); al Centro de México durante el Clásico (Joyce, ibid.:74-76); y ele
manera continua a la red ele la Periferia ele Tierras BaJ·as Costeras (PCL) (F' ?7) . . . 1g. _ , que mcluye terntono salvadoreño, guatemalteco y chiapaneco, para luego ascender por el
Istmo Y abarcar prácticamente todo el tel1'itorio veracruzano (Zeitlin, 1993:121-122, fig.
1) (sobre la relación entre an1bas costas véase además Sáenz, 1962a:42-45; Fash y Fash,
2000:439). También con estos vecinos ele las PCL los habitantes ele la costa oaxagueña
parecen haber sostenido una relación no exclusivamente comercial, pues el vínculo
principalmente se expresa en rasgos de un culto compartido (cfr. Zeitlin, 1993; J oyce,
1993:76).
IV. 2. El Sectm· Norte de la Mesa Central
Los lazos entre las regiones mayas, la oaxaqueña ele los Valles Centrales el '
centro Y sur ele Veracruz e incluso el Valle Occidental ele Mm·elos, han sido explorados
por varios autores (cfr. Marquina, 1941; Thompson, 1953; Jiménez Moreno, 1959;
Sáenz, 1963a; 1963b; 1964; 1966; Litvak, 1972; Webb, 1978; Coggins, 1980; Kroster,
1981; Cohoclas, 1989; Nagao, 1989; Joyce, 1993; Schmiclt, 1999; Fash y Fash, 2000;
entre otros). Lo mismo puede decirse en torno a la fracción septentrional ele
Mesoamérica Y su relación con el Suroeste Americano, el Occidente, los Altos ele
147
Jalisco y el Bajío (cfr. Kelley, 1966; 1971; 1974; Braniff, 1974; 1977, 1994; 2000;
Jiménez Betts, 1989; 1992; 1995; 2001; .Timénez Betts y Darling, 1992; 2000, Weigand,
1995; Ramos y López Mestas, 1996: 1999; entre otros). Sin embargo, para
contextualizar a esas dos graneles áreas en la histm:ia general ele Mesoamérica como un
todo, existe un obstáculo evidente: el particularismo con el que se ha abordado la
dinámica del Altiplano Central. A lo largo ele este texto se ha hecho mención ele un par ele sitios en el norte ele la
Mesa Central y se han tratado ele manera superficial algunos ele sus rasgos. En esta
sección intentaré prolimclizar un poco más en aquella región, en apoyo al análisis
posterior sobre la distribución ele las piezas, contextos y rasgos que fueron expuestos en
capítulos anteriores.
Mapa 2- Principales sitios arqueológicos que se mencionan en esta sección. Con un par de excepciones, todos tuvieron ocupación epiclásica.
La Quemada
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Zacapu Ctnt:eo• • • • Zmapécuar0
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Aunque se han realizado numerosos trabajos arqueológicos en el poniente del
estado ele Hidalgo, sur de Querétaro, sur de San Luis Potosí, Guanajuato y el noreste de
Michoacán, su dinámica conjw1ta se ha enfocado sólo de manera superficial, y poco se
sabe sobre el papel que desempeñaron dentro de la red mesoamericana como un sistema
social integrado, punto ele enlace entre otras regiones. En aquella franja convergen
elementos que se vinculan, por un lado, con los sectores oriental, septentrional y
occidental ele Mesoamérica, y por otro, con la Cuenca de México y el sur de la Mesa
Central. Antes ele abordar dicha problemática es conveniente explorar algunos
esquemas que han condicionado a la arqueología del área y, por supuesto, que han
derivado en un acercamiento fragmentario a su desanollo histórico.
Entre los estudios realizados en la porción septentrional del Altiplano se percibe
un argumento recurrente. Su historia prehispánica tiende a resumirse como un continuo
desplazamiento y reacomodo masivo de grupos humanos, percepción que se ha
adoptado como explicativa tanto ele las transformaciones en los contextos arqueológicos
como del abandono y fundación ele nuevos asentamientos (cfr. Flores y Crespo,
1988:205; Castañeda et al., 1988:332; Cervantes et al., 1990; Paredes, 1990:30, nota
21; Saint Charles y Crespo, 1991:8; Crespo y Brambila, 1991:8; Saint Charles,
1991b:57; Braniff, 1992; Crespo y Viramontes, 1996:11; Viramontes, 1996:28).
A pesar de la clara continuidad en algunas secuencias arqueológicas, buena parte
ele las interpretaciones se apoya en esa idea de región fluctuante, una afirmación que se
construyó hacia los años sesenta, cuando apenas iniciaban las investigaciones en la
región pero ya se hablaba de desplazamientos .
En aquel marco se acogió con gusto la propuesta ele Pedro Armillas sobre
variaciones climáticas a pmiir de transformaciones atmosféricas y su impacto en las
comunidades agricultoras (1999 [ 1964] ). Este fenómeno, que jamás fue
comprobado,"" se asumió como uno ele los factores cleterminm1tes en la contracción de
la frontera septentrional de Mesoamérica. 121
120 Análisis polínicos en la región no sustentan un cambio caótico en las condiciones ambientales, las cuales parecen no haber llegado jamás a ser menos propicias que en la actualidad (para el sur de Querétaro cfr. Nalda, 1975: 132-134; para el área de Tula cfr. Healan el al., 1989:248).
121 Una transfommción en las condiciones ambientales, como fue propuesta por Armillas, podría ocasionar algunas modificaciones en los asentamientos de la región pero no tendría necesariamente que motivar el abandono general. Resulta más lógico pensar que los grupos humanos buscasen alternativas de subsistencia en un entorno conocido (Nalda, 1996:259), antes que viajar largas distancias en busca de nuevos lugares de emplazamiento. Pensar en una transformación ambiental como caótica y definitiva, al grado de exceder la "capacidad de carga" de un medio para con las comunidades que Jo habitan, parece excesivo. Los cambios climáticos ocurren de manera gradual y en ese sentido siempre esta presente el factor adaptación, la flexibilidad del modo de vida social y la explotación diferencial de recursos en un mismo medio (cf;. Chase-
La idea de abandonos/ti.mdacioncs repentinos parece haber derivadó ·de las h' · ·· d · d la natTaciones sobre sucesos migratorios en las r~uentes etno tstoncas, a emas e
extensión de la Mesoamérica agrícola hacia el siglo XVI. Esto, aunado al casi total
desconocimiento del universo ele sitios arqueológicos Y sus secuencias ocupacionales
concretas condicionó las perspectivas sobre la historia social ele la región, resultm1clo en
una cles~fortunacla categorización del úrea que ha sido durante mucho tiempo
considerada "marginal" (cfr. Armillas, 1999 [ 1964] :33; Branift~ 1972:277; 1974; Hers,
1988:23, 28, 30, 36-37; Paredes, !990:30; Sugiura, 1996:243). Nadie niega que los 'límites' del territorio mesoat11ericano experimentaron
vm·iaciones con el tiempo. pero el hecho ele que la frontera agrícola se hubiese
replegado hacia el sur dando como resultado la contiguración hallada por los españoles,
no significa que un eterno proceso ele expansión-contracción se hubiese perpetr~clo en la · ¡ 1 · · .·• ·¡· poco significa que los confltctos que
franja septentnonal durante toe a su 11stona. am natTan las fuentes históricas con los grupos nómadas fuesen añejos; ele hecho, para
épocas anteriores a la Conquista, el registro arqueológico sugiere una convivencia
'pacítica' entre éstos y los sedentarios mesoamericanos (Braniff, 2000:36-37; Spence,
2000:256). Ahora se reconoce que el papel que jugaron grupos nómadas y seminómadas
en la dinámica mesoamericana pudo haber sido importante, especialmente como
vínculo entre regiones culturales (p.c. con el Suroeste America11o, Wilcox, 1986 apud
Brat1iff 1994:121-122; Upham, 1992; Jiménez Betts y Darling, 2000:178, nota 2).
Actualt~1ente se sabe que la historia ele la región intermedia entre los límites ele máxima
expansión y contracción ele la 'frontera septentrional'. es mucho más compleja.
Es importante señalar que la hipótesis ele Armillas derivó ele un proceso
detectado a una escala mundial que, ele haber tenido resona11cia en Mesoamérica,
hubiera reducido el índice ele precipitación pluvial hacia los siglos XII o XIII (cfr.
Armillas ibid. :3 7-39, Brani ff~ 1977:1 O). Resulta entonces extraño que se haga referencia
a esa idea al abordar procesos que tuvieron lugar por lo menos doscientos años antes
(cfr. Hers, 1989:35-36; Sainl Charles, 1990:51; BranifC 1992:14, 159), algunos de ellos
relacionados con el periodo que aquí interesa. Hasta ahora generalmente se apoya una contracción ele la frontera hacia el año
900 0
1000 d e (cfr. Brambila el al., 1988:13, 19; Castañeda et al., 1988:327, 329;
Hers, 1988:25; Flores y Crespo, 1988:205: Saint Charles, 1990:51, 53, 58; Saint
· · . t e los "rupos que poblaron aquellas D H 11 1997a·70-72). Esta flexibilidad se sabe que cx¡slm en r o . . .
unn Y a ' · . ~ b. 1 modelos denvados del detenmmsmo latitudes (p.e. grupos seminómadas). Para u.na c~·¡tlca. s_o Je os ~ ec~lógico como explicativos de decadencia soctal. clr. Ohvc Y Barba,\9)5.
Chm·les y Crespo, 1991:8; Braniff, 1992:14; 1994:119, 128; 1999:20; 2000:35, 42;
Crespo y Viramontes, 1996:11; Viramontes, 1996:23), aproximaclmnente hasta el sur ele
los ríos Lerma y San Juan (cfr. Saint Charles, 1990:15-16). Esta propuesta fue
implementada por Beatriz Braniff en un famoso trabajo donde dice: "Ha sido
generalmente aceptada la idea ele que en época tolteca, es decir entre 900 el C y 1200 el
C, la Jl"ontera septentrional mesoat11ericat1a se expa11dió e incluyó zonas marginales
como erat1 Gua11ajuato, Querétaro, Jalisco, Zacatecas [ ... ] Las investigaciones
preliminmes que hemos llevado a cabo [ ... ] sugieren otras ideas [ ... ] " ( 1972:273 ).
Entre esas "otras ideas" se cuenta aquella ele que " [ ... ] la frontera mesoamericana había
iniciado su desintegración hacia finales del Clásico" (ibid.:275).
El sustento ele esta supuesta "desintegración" fue frágil, como lo reconoce la
misma autora al especificar que: "Los estudios arqueológicos en Guat1ajuato han sido
pocos v limitados", "Durante los últimos afíos hemos reconocido somera y
superficialmente los estados ele San Luis Potosí, Zacatecas, Aguascalientes y
Guanajuato [ ... ] " y " [ ... ] hemos hecho algunas pequeñas excavaciones lo que nos ha
proporcionado elatos relativa111ente limitados [ ... ]" (idem, los subrayados son míos).
Las excavaciones a las que Braniff se refiere son aquellas que realizó en El
Cóporo, Morales y Carabino en Gum1ajuato, y el sitio ele Villa ele Reyes (Electra) en
San Luis Potosí (Mapa 2). Todas estas exploraciones dieron interesantes resultados
sobre tipos cerámicos locales y sus vínculos con lozas foráneas, y ele su análisis
clerivm·on interesat1tes propuestas sobre secuencias cerámicas. Aunque en buena medida
las asignaciones temporales y patrones ele distribución ele estos tipos han mostrado
validez a pattir ele trabajos posteriores, algunas hipótesis (y sobre todo sus
implicaciones) se asumieron como hechos, hasta la fecha incomprobac\os. Entre esas
hipótesis resaltan, como se ha visto, el abandono general del área hacia el siglo X y su
supuesto cm·ácter "marginal".
Es innegable que, simultáneas a la paulatina decadencia del sistema teotihuacano
y acentuándose en la época imnediata111ente posterior, ocurrieron modificaciones en el
patrón de asentat11iento. Pero es posible que este fenómeno, que se manifestó en varias
partes ele Mesomnérica (Hicks y Nicholson, 1964:493) y no sólo en su sector
septentrional, resultara ele adaptaciones locales a cat11bios impmtat1tes en la estructura
social macronegional, y no forzosamente ele una situación permanente de abandonos
totales y arribos multituc\inm·ios. Sobre esto percibe John Pacldock:
151
:·l·,-·.¡ ·;'
. l El proceso de renovación, en et "Las culturas rara vez se extmguen [ · · · · . vo mediante una . b ¡ t da lugar a oliO nue
cual el patrón antiguo u 0
so;. 0
1 enudo implica un cambio de
transformación más o menos ra !Ca , que"~ m ubicación, parecería Ji"ecuente" ( 1987:26). '--
. - e . ~ tas áreas aparecen despobladas en Si bien es cierto que hac1a el ano 1000 d Cl 1 . d
. . . continuidad es indudable e mcluso pue en el registro arqueolog¡co, en otras _lad lejización de los asentamientos y la observarse apogeos regionales a partir e una comp
explotación sistemática de nuevos y numerosos re~u.rsos. . l' hacia esas fechas Se habla de un abandono de la 'Mesoamenca Septentnona . .
. ?06· Braniff 1999:20), cuando lma bap poblacwnal (cli" Flores y Crespo, 1988.205-- ' ' t d San . so Zacatecas un sector al nmte y noroes e e
ocurrió sólo en el Valle de Malpa ' ' d Rí Verde (Michelet . , . ?001) y en la zona e o ' Luis Potosí (Peter J¡menez, com. pels., - 1 tr· -sur de
. d l ··t rio zacatecano, en e cen o 1995·216)· mientr·as que en otros sectores e terno . . . - . ' . d J 1" hubo continuidad (Peter J¡menez, com. pe!s.,
San Luis Potosí y en el norte e a ¡sco, 66· K !ley 1971· 1989· Pasztory, (K ll y Abbot 19 , e • ' '
2001), lo mismo que en Dmango e ey : . Darlin 1998:392). Durante esa 1978:14; Hers, 1988:25; Braniff, 1994:120; 2000.42, . 1 g,l . d Aztatlán (Ekholm·
. · rceptlb e en a ¡e ' época el Noroccidente expenmento un apogeo pe K ll 1986· ?OOO· Foster Abb tt 1966· e ey, ' - ' ' 1942· Kelley y Winters, 1960; Kelley y o ' , Q ·'t . e
' _ uli as nmte de V eracruz, u e¡ e rn o 1995· 1999)· y ocurrió igual en el sur de Tama p y
' ' 984 [ 1979]· Michelet, 1995:216). Hidalgo, con el desrnTollo huasteco (cfr. Ochoa, 1 ' . . d
. . d d ional en el centl o y nm te e H llen Pollard sugiere una contmm a ocupac .
e ~ ción del estado trn·asco (1995, Michoacán desde tiempos tempranos hasta la con 0~1a d ·'be un "enómeno similar
. . B · · tte F augere escn 1' ?OOOa) y en la ve1t1ente del Le1ma, ngg¡ . ·e: .
1 - . 'ben cambios s1gn111Cat!Vos en a (1996·100-106). En sus secuencias, las autoras pe!Cl . .
· . . . ti ero ambas mterpretan estas laneación. ubicación y ocupación de Slt!Os especl ¡cos, p . , . .
p . . . como consecuencia de transformaciones en dmam!ca socwl y no como modlficacwnes . , . l i en la tradición cultural (véase tan1bién signo de ruptura en la ocupacwn genera n 1 cuenca de
uel Sánchez 1988:233 específicamente para el valle del Lenna y a . Mog y , , d 1999·140 y Hernández, 2001, para la cuenca de Cmtzeo). Cuitzeo: Healan y Hernan ez, ·
. 1 d Tula Chico durante fase Corral, sin que ello !22 Un buen ·ejemplo es el abandono del ~entro cere~oma ar~o en el resto de la zona urbana se observa una
implicara el abandono total del asentamiento. Por e co~ltr d ¡'nuevo centro (cfi·. Cobean, 1982:60). En la continuidad Coyotlatelco-Tollan paralela a la fundacdlon e nti'nuidad poblacional (y hasta ciert_ o punto
· se ha regtstra o una co · t misma región de Tu la y zonas :e~J~as e hubo cambios notables en el patrón de asentamwn o, cultural) entre el Clásico y el Ep!clas.'co, a pesar_de qu t 1 1999) (ver págs. 216-223 de este volumen). la con~guración de los sitios y la ceramtca (cfr. 1m res e a.,
!52
Posterior al afio 900 d C se observa un cambio en el patrón de asentamiento de
los sitios en la confluencia de los ríos Lerma y Gurn1ajuato hacia las estribaciones de las
sielTas circundantes, pero tan1bién aquí se manifiesta una ocupación hasta época trn·asca
(c!i·. Zepeda, 1988:305), y se ha pw1tualizado en que los asentamientos en las sierras de
Pénjan1o, Huanímaro y estribaciones de la sie!Ta de Guanl:!juato se enriquecen con
nuevos elementos arquitectónicos, sustituyéndose el uso de patio cerrado por plazas
abiettas e incorporando canchas para juego de pelota, en las mismas fechas ( c!i·.
Castañeda et al., 1988:329-330). Trn11bién cerca de los límites de Guanajuato con los
estados de Michoacán y Querétaro, se han descrito asentamientos que comprn·ten
cerámica con el resto del Bajío durante el Clásico Tardío, pero que posteriormente
integran cerámica del complejo Tallan (cfr. Brambila y Castañeda, 1991:146, 150), lo
que sugiere una extensión ocupacional hasta por lo menos el Postclásico Temprano. Se
ha propuesto que la ocupación de algunos sitios del río Laja tan1bién se extendió hasta
entonces, en el caso de Cañada de la Virgen con apoyo de fechanüentos absolutos (cfr. Nieto, 1997 apudWright, 1999:83, nota 7).
Entre las áreas que experimentan una continuidad más allá del año 1000 se
encuentra, desde luego, la de TuJa. En vista de que muchos elementos de aquel sitio son
compartidos por asentamientos hacia el norte y oeste (cfr. Brrnnbila et al., 1988:18), la
presencia de materiales que vinculan a TuJa con el resto del Centro Nmte ha sido
explicada a partir de un "impulso de colonización" (Castañeda et al., 1988:329) por
prnte de los toltecas, hacia lugares que estaban deshabitados para entonces: "La
explicación de la presencia de alglmos asentamientos de origen tolteca se propone como
un fenómeno de reocupación hacia esta región y no como una continuidad en el
asentamiento" (Brambila et al., 1988:19, cfi·. Crespo y Flores, 1988:218; Castañeda et
al., 1988:328; Saint Charles, 1990:58; 1991b:61; Crespo, 1996:87; Braniff, 2000:36, 42).
Esta "reocupación" o "intrusión" tolteca, posterior a un abandono general del
área septentrional, se enfrenta con algunos problemas. Las primeras fases de ocupación
de TuJa anteceden al siglo X y algunas cerámicas de esos complejos tempranos
apmecen también en aquellos sitios "de origen tolteca" en Guanajuato, Querétrn·o y San
Luis Potosí, conviviendo con materiales locales (ver adelante). En algunos casos, esa
convivencia ocurre hasta con matetiales de fase Tallan (cfr. Braniff, 1972; Flores y
Crespo, 1988) y, en otros, el complejo 'tolteca' se impone sobre la vi:!jilla local, pero no
existe evidencia de un periodo de abandono que marque una discontinuidad en la ocupación.
!53
Entre los sitios que compmien cerámica con Tula y se hm1 considerado· "aislados
dentro del contexto regional", se cuentan principalmente El Cerrito, Qro., Carabina,
Gto. y Villa de Reyes, S.L.P. (Castmi.eda et al., 1988:328, cfr. Braniff, 1994:119;
2000:36). Cerca del CetTito, Qro. se encuentt:a el sitio de La Magdalena, el cual
contiene algunos ejemplm·es del complejo Corral de Tul a (cfr. Flores Y Crespo,
1988:210), pero cuya ocupación inicia desde el periodo Clásico, cua11do aparecen
materiales compartidos con el sur de Gua11ajuato ( cii·. Crespo, 1991 a, figs. 14a-14c, ver
más adela11te). De igual fonna, El Cenito en su Fase Arado (400-650 d C) comparte
materiales con La Negreta (donde hay cerámica de fases Xolalpan Y Metepec) (Crespo,
1989:12; 1991a:104; 1991b:165, 176, 192 fig. 9) y desde principios de la Fase Cenito
(650-1100 d C) hay tipos que lo vincula11 con el Bajío, como Paso Ancho Borde Rojo,
Cantinas y Garita (Crespo, 1989:12; 1991a:104; 1991b:176, 192 figs. 9 Y 13); mientras
que hacia la parte final de la misma Fase Cerrito aparecen cerámicas en común con los
complejos toltecas Cona! Tenninal y Tolla11, compartiendo además elementos
m·quitectónicos y escultóricos con Tula (Crespo, 1989:12; 1991a:104; 1991b:l76,189,
192, fig. 13; Flores y Crespo, 1988:208, 211; Crespo, 1998:327), aunque el material
sigue siempre "lineamientos propios" (Crespo, 1991 b:218). Carabina, en Guanajuato, es otro sitio que se ha considerado un puesto de
avanzada tolteca. Esto se debe a que algunos de los materiales de fase Tolla11 del área de
Tula aparecieron en excavación (Bra11iff, 1972), y más tarde el espacio arquitectónico
fue identificado como similm· al de aquella ciudad (Bey, 1986:146-147). En recolección
superficial George Bey confirmó la existencia del complejo Tolla11 en Carabina, pero
especifica que Carabina participó de esa esfera cerámica a partir de un complejo
diferente: "Usaron ca11tidades importantes tanto de cerámica local como de tipos de la
fase Tollml, y sn cerámica parece mostrar una mayor dependencia en tipos Rojo sobre
Bayo que la colección promedio de fase Tallan" (ibid.:149). Aunque Bey se inclina por
considerar al sitio como "tolteca", es significativo que los habita11tes de Carabina jamás
aba11donaron su propia tradición, la cual desde luego conserva rasgos propios de su
regwn a pesar de pmiicipar en redes de distribución como la tolteca. El caso de
Cm·abino se repite bastante, donde sitios que debido a la permeabilidad de sus íi·onteras
pudieron participar en redes y adoptaron o adaptaron rasgos ajenos, son interpretados
como producto de ocupaciones sucesivas, discontinuas y divorciadas, por parte de
grupos distintos. Por último, en el caso de Villa de Reyes ocurren materiales de Corral Terminal Y
Tallan que se complementa11 con "cerámicas locales burdas" (Castañeda et al.,
1 'i·l
1988:328-329), y en la descripción de su secuencia estratigráfica puede percibirse una
clara continuidad entre las fases Sa11 Luis y Reyes, precisamente en la tra11sición del
Clásico al Postclásico (cfr. Braniff, 1992).m
A pesar de que Braniff hace hincapié en un ca111bio drástico ocurrido en el sitio
hacia 800-900/1000 d C (ibid.: 14, 161 ), en la reseña de sus excavaciones, realizadas
entre 1966-67, la densidad material no parece sufrir mella alguna ni la secuencia
inteJTumpirse. Como ejemplo de que la ocupación continua en Villa de Reyes se
extiende más allá del siglo IX o X, se puede mencionm· el lugm· del que proceden las
fechas más tm·días de su muestrario. La primera de ellas (714 d C +- 44) fue recuperada
sobre el piso de un cuarto que, a decir por su descripción y dibujos (cfr. Bra11iff,
1992:36), es una prolongación de la plataforma que constituye la Capa 4 de la
excavación general, la cual fue rellenada y sellada por tma serie de pisos (ibid.:33)."" La
segunda fecha (693 d C +- 137) proviene de la Trinchera 105, en una capa sellada por
un piso sobre el que se despla11tm1 vm·ios pisos más. 125
Al guiarse por la secuencia estratigráfica no es dificil pensar que la última etapa
de ocupación de estas construcciones fue algo posterior a las fechas obtenidas. Vale la
123 Braniff ha moditicado po: lo menos cinco veces la extensión relativa de la Fase San Luis. En el texto original, producto de sus excavaciOnes en Electra ( 1975), propone una temporalidad para esta fase entre 650-900 d e Y para la fase Reyes 900-1200 d C (Braniff, 1992:118). En la versión revisada para publicación (1992) modifica la pnmera de estas cronologias, quedando Fase San Luis entre 350/400-700/800 de (ibid.:i49). En la ta~la cronologrca de un trabaJo recrente la autora ilustra dos límites, haciendo referencia a trabajos suyos antenores: 600-900 d C (1975) y 200/400-700/800 d C (1990) (Braniff ?000·40 fia' )-) p u'Jt. ¡ • , ~ · , 0 . .J. . or tmo, en e t~xto de ese ~usmo artículo se refiere ~ la Fase San L~is como 350-850 d e (ibid.:41 ). Desde Juego Jos hm1tes cr?~ologrcos de las fases arqueologtcas son aproximados y están siempre sujetos a revisión a partir de la obtenciOn de nuevos datos, pero hasta donde sé Braniff nunca ha hecho públicos aquellos que motivaron esa sene.~: modlfic~c!Ones: Esto l.1a. ~enerado varios problemas. En primer lugar, varios trabajos en el Centro Norte uti!Jz~n toda_vm las fechas mrcrales, y en segundo, las posturas más recientes de Braniff suponen una ruptura ~e. Cien o cmcuenta años entre ambas fases, ruptura que no parece tener sustento alguno en el registro arqueologJco.
1~1 . Cuarto Norte en :u Umdad E de excavación (Apéndice 111, Muestra 7, Elemento 14): "Este Cuarto Norte estaba rel.leno cu¡dadosamente con el tipo de bano revuelto con zacate que hemos encontrado en otras ~onstrucciOnes Y cuya función es la de rellenar cuartos y elevar artificialmente el nivel obviamente con la tdea d~ hacer una construcción superior. Esta construcción superior es, entre otras, la co1~espondiente al gran m~ro , que bordea. a la platafonna en~sta porción" (Braniff, !992:36). A decir por la descripción de la umdad de e~cavac10n, el cuarto en cuestiOnes una prolongación de la plataforma que constituye la Capa 4 de la excavac10n general, estando las pnmeras capas conformadas de la siguiente manera: "La Capa ¡ ¡ ... ] está
constituida de varios pisos de lodo, uno sobre otro [ ... ] . La Capa 2 es un relleno de barro negro que remata y a la ~ez se prolonga hacm arr.t~a sob~e el gran m~ro 3. La Capa 3 es un relleno de tierra rosa. La Capa 4
125 consiste de u~_agran acumulaciOn de piedra bola umda con barro que forma una plataforma ¡ ... ] "(ibid.:33) Pozo 1 de 1~ 1 nnchera 105, Capa 4, que se extiende por debajo del piso que delimita Ja capa 3 y hasta [a roca madre (Apend1ce IJI, Muestra 1, Elemento 1). Braniff describe las capas que le anteceden de Ja siauiente manera: "la Capa 1 [ ... ] se prolonga h~sta un piso muy compacto de tierra. La Capa 2 incluye tanto ~1 piso arnba menciOnado como otra sene de pisos más profundos de unos 2 cm de orueso cada uno ¡ J L e ., . . ' o ... . a apa J [ •.. ] tennma en un piso de tierra compactada [ ... ] " (1992:25). •
!55
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;, ¡¡;'1\''i' ¡.:·"'
. . 1 anteriores se menciona (o ilustra) una Pena subrayar que en nmgtmo de los eJemp os .·. h . 800-
. b d ue se supone ocurno acra interrupción que represente el penado de a a~. ono q . on el avance tolteca, ya 900 d C y que fue sucedido por una reocupacwn relacwnada e . h 1
'ff 1997·161-167· ver nota 123 de este volumen). De ec1o, en la fase Reyes (cfr. Bram ' -· -,. . · .. " nos penniten establecer sobre el análisis de sus tipos cerámicos Braniff comenta. [ ... l . 1 3 4"
. t d y son sucesivas en os pozos Y tres fases [ ... J . Estas fases están b~en represen a as . - d . "E
. . , . 1 fases San Lms y Reyes ana e. n (ibid.: 117); y con respecto a la transiCIOn entle as . . . V 11 d
. . . drástica. se reduce la Importancia del tipo a e e forma bastante pei ceptible, pelO no . . , d 1 50'Y<
· eciendo srempre con mas e 0
San Luis en la última Fase Reyes, aunque srgue apar
de las cerámicas [ ... l" (ibid. :1 17 ' 151 ). . . 11 ¡ 1 (entre ellos se Los materiales de la fase San Luis se atnbuyen al desan o o oca . d
. . . ue Jos de la fase Reyes se consi eran encuentra el tipo Valle de San Lms), mrenttas q . , d 1 'estado' tolteca y
1 · dos con la confonnacwn e alóctonos principalmente re acwna
1 , .
_ ' '[" 1997 .167) En el caso de a ceramica producto de una colonización (cfr. Bram 1, -· - . ~ . d' , f de
· d 0 puede consrderarse ragnos rca Mazapa Líneas Ondulantes (que se ha reconoci o n . fi· C b t al
. d d . es un trpo escaso. e . o ean e . ' 1 'tolteca' puesto que en la cm a misma . . , 1 o , Jara conexwn con Tu a, a
e b 1990. ~03) par·a Braniff representa una e !981·195· o ean. · .J ' ' · ¡ pes m: de ~ue reconoce que existen claras diferencias entre el tipo de V rlla de Reyes y e
que se ha localizado en Hidalgo:
. El t. es de importación, pero en Electra "Considermnos que ~ste tipo en lec I~11os valles centrales, sugiriendo Ul1a asume forma~ y :enmnado no u~~~ e: e diferencias geográficas (producto o pequeña vm·racwn y~ sea deb~ o diferencias cronológicas, o a ambas versión local de un tipo co~ocdr~o~ . [ .. ?l J nosotros utilizan10s el valor [ J A esar de esta pequena 11erencra 16 · · . , h ... · P . . 1 V lles Centrales para sugenr una 1ec a
cronológico dado a este tipo en . os da! Postclásico Temprano" (Braniff, para nuestra fase Reyes dentro e 1992:1 04).
d'fí ·1 explicar el por qué de las De ser ésta una cerámica importada es 1 JCI
variaciones Es quizás más sencillo asumir esas "diferencias geográficas" como ~q~ella ' · . . , . fi re la autora. Desde Juego esto ultuno,
"versión local de un trpo conocido a que se re re 1 .· d Clásico (como 1 1 antecedente en e peno o
aunado a la integración de lozas oca es con . 1 " t !teca" y , 1' d ¡ ropuesta sobre e avance o
Valle de San Luis Policromo), restarla va I ez a a p . d d · . , . d' , como consecuencia de las re es e
sugeriría que aquel estrlo ceranuco se Isperso bl d . ) E t daptación por pm·te de los po a mes
interacción ínterregional (ver más adelante . ~ s a a
156
que desde el Clásico habitm·on Villa de Reyes, sería congruente con la ininterrumpida
secuencia ocupacional registrada estratigráficamente por la autora.
Trabajos pioneros como los de Braniff resultan vitales al haber centrado su
atención en un área hasta entonces ignorada por los estudios arqueológicos mexicanos,
pero la mayoría de sus propuestas se consolidm·on como base de interpretaciones
posteriores sin haber sido cuestionadas, muchas de sus lagunas se olvidm·on y sus
implicaciones fueron adoptadas como definitivas.
Asumir que todo elemento compartido con Tula deriva de un proceso de
"expansión" por pmie de esa urbe, no sólo subestima a los desmTollos locales sino que
genera un obstáculo para comprender la conformación misma de la capital tolteca, al
desvincular su dinámica particular de toda dinán1ica regional. En palabras de Richmd
Diehl:
"Los datos sugieren ya sea que Tula fue establecida por migrantes del norte o que fue la única comunidad dentro de toda la configuración cultural [regional] que se conviiiió en un gran centro urbano. Y o prefiero esta última interpretación" (Diehl, 1976:272) [yo también ... ].
Es de esperm· que, lejos de una influencia imperial ejercida sobre sus vecinos, las
similitudes materiales entre el valle de Tula y las zonas aledañas en realidad reflejen la
dinámica cultural interregional de la que son contemporáneos, y que muchos de los
rasgos y tipos cerámicos identificados en Tula se encuentren ahí precismnente por ese
motivo, no porque sea éste su estricto lugm· de origen o foco único de su distribución.'"
Esto es especialmente probable cuando se trata de los primeros complejos
cerámicos de Tula, como son Prado, Corral y Cona! Terminal. En ellos centraré la
atención en adelante, pues anteceden la época de máximo esplendor de la ciudad, se
localizan dentl·o del rango temporal que atañe a este trabajo, e integran rasgos y tipos
compmiidos con sitios vecinos, que en ocasiones vivían sus últimas fases de ocupación.
106 Hasta ahora es dudosa la correspondencia cultural original de muchos rasgos considerados "toltecas", pues la aparición de algunos precede la fundación de la ciudad de Tula (p.e. salones columnados y tzompantli, cfr. Kelley, 1978; Hers, 1988; Jiménez Betts, 1989:37; 1995:59; Braniff, 1992: 14; 1999: 19; Jiménez Betts y Darling, 1992:7; o la cerámica Blanco Levantado, cfr. Braniff,1972; 1992:162; Crespo, 1996:77); o su frecuencia no resulta tan significativa o diagnóstica como se ha asumido (p.e. cerámicas Mazapa Lineas Ondulantes y Macana, cfr. Cobean, 1978:91-92; 1982:70-72; 1990: 303; Cobean el al., 1981:1 95; Diehl, 1983:47-48; Cobean y Mastache, 1989:38, 42; Healan y Stoutamire, 1989:235; Healan el al., 1989:242). Para el Centro Norte de México y quizás la Cuenca, la obtención de Tollil Plumbale durante el Postclásico Temprano si podría estar vinculada a la esfera de TuJa (Diehl, 1983:1 15), pero existen varios ejemplos, sobre todo a medida que nos acercamos a su área de producción, donde la presencia de Plum bate no está ligada a ningún otro elemento de la vajilla tolteca (cfr. Paddock, 1978:57, nota 8; Diehl, 1983: 144), además de que la existencia de esta cerámica rebasó temporalmente los límites del "horizonte tolteca" (Fahmel, 1988:88-89).
157
De cualquier modo, la distribución del complejo de fase Tcíllan (950-1200 d C)
más allá del valle de Tula, tampoco representa forzosamente una imposición deliberada
de [os habitantes de aquella ciudad sobre el resto. Tal vez deba considerarse, entre los
sitios que adoptaron elementos de Tallan, su propi.o deseo de vincularse con el centro
que en aquel momento se observaba prominente (una versión a menor escala de lo que
ocurrió con Teotihuacan, ver págs. 117-118, 201-202 de este volumen, Y Jiménez Betts,
1992:191-192). Esta discusión es importante porque las raíces del éxito Y caducidad de la capital
tolteca podrán comprenderse sólo a partir de su contextualización en la dinámica
cultural del Centro Norte, no a la inversa, pretendiendo que son los vaivenes de Tula los
que deben explicar la historia social de la región (cfr. p.e. Cobean, 1978:106; Cobean Y
Mastache, 1989:46). Esto, desde luego, sólo tiene congruencia si se abandona primero la idea,
revisada páginas atrás, de que hacia la segunda mitad del Epiclásico todo el sector
septentrional de Mesoan1érica sufría un drástico decaimiento Y había iniciado un
definitivo proceso de abandono.
La Red Septentt·ional del Altiplano En el transcurso de las tres últimas décadas se han desarrollado varios proyectos
arqueológicos en el noreste de Michoacan, sur de Guanajuato, sm de Querétaro Y
poniente de Hidalgo. Aunque en los últimos años se ha excavado en varios sitios, la
mayor parte de la información se ha construido sobre lo observado en superficie. Para
ello, la base conelativa ha sido principalmente la secuencia cerámica establecida por
Michael Snarkis para el sitio de Acámbaro (1974; 1985) (cfr. Nalda, 1981; Velázquez,
1982; Contreras y Durán, 1982; Sánchez y Zepeda, 1982; Moguel Y Sánchez, 1988;
Ramos et al., 1988; Saint Charles, 1990; 1991b; Dmán, 1991; Healan Y Hernández,
1999:133; Hernández, 2001), y aquéllas propuestas por Nalda para San Juan del Río
(1975) (cfr. Saint Charles, 1991b) y Cobean para la región de Tula (cfr. Braniff, 1999;
Flores y Crespo, 1988; López AguiJar et al., 1989; López AguiJar Y Fournier, 1990,
1992; Fournier, 1995; Cervantes y Fournier, 1996; Carrasco et al., 2001).
A pesar de la vaguedad que en ténninos cronológicos ofrecen los estudios de
superficie, a partir de ellos se ha ido precisando el alcance geográfico de algunas
provincias cerámicas, cuyas extensiones y traslapes constituyen un acercamiento
notable a la distinción de relaciones intenegionales.
15S
1:!7
Con 'provincia' me refiero aquí únicamente a la dispersión de un tipo cerámico
particular (o conjunto de tipos). En esta distinción resulta confuso el lugar que ocupan
las variedades, especialmente si en ellas se percibe una filiación con tipos
correspondientes a otras provincias. Esta observación es importante, pues la confluencia
de rasgos diagnósticos de provincias diversas hipotéticamente resultaría de una
orientación diferencial en los vínculos hacia el exterior por pmie de cada grupo social y,
consecuentemente, del grado de interacción implícito. En este sentido, resulta de gran
utilidad el concepto de 'estilo', como una posición intermedia entre la connotación
pmiicularizadora de 'tipo' o la connotación generalizante de 'tradición' (cfr. Willey y Phillips, 1958:34-43).
Las coincidencias/divergencias en téJminos de estilos cerámicos rebasan la
escala local e integran a varios sistemas sociales. En adelante, al hablru· de 'esferas' lo
haré coincidiendo con la definición de Charles Kelley, como " [ ... ] series de culturas
arqueológicas locales y más o menos contiguas, vinculadas por la presencia compartida
de uno o más "estilos horizonte" [ ... ] donde compmú· dichos estilos implica algún
grado de interacción cultural" (1974:33, nota 8, las cursivas son mías).
Pm·tiendo de la información que se tiene pm·a el extremo poniente del Valle del
Mezquital, se sabe que hacia el Epiclásico y principios del Postclásico coexistían en la
región asentrunientos vinculados, por un lado, con el sur de Querétaro y el Bajío, y por
otro, con la región de Tula (Fournier, 1995:56; Cervm1tes y Fournier, 1996:113; López
AguiJar et al., 1998:29-33; el área de Tula está comprendida en los límites del
Mezquital, longitudinalmente hacia su fi·anja central)."'
No es la más acertada una distinción binm-ia de los desarrollos locales, pero sí la
más útil en el esbozo general que intento aquí. Es importante aclru·m que los rasgos que
permiten distinguir entre estos dos tipos de asentamientos y sus conexiones más
estrechas, corresponden principalmente a su patrón de asentan1iento y acervos
domésticos, mientras que en el ámbito ritual existen objetos comunes a an1bos. Por ello
se sabe que, aunque la historia de estos sitios y los sistemas sociales responsables de
A partir de patrones frecuenciales de tipos cerámicos, Cervantes y Fournier distinguen para el Valle del MezqUital do.s subregwnes: la zona Tula-Chapanlongo (materiales del complejo Prado-Corral) y la zona Hmchapan;Rw San. Juan (compleJo XaJay) (1996:113). Estoy de acuerdo con su distinción pero no con la d~marcacwn geogra~ca, pues en HUJchapan se localiza el sitio de Sabina Grande, cuyo acervo material se VIncula de manera mas estrecha con TuJa que con el sur de Querétaro, y a escasos seis kilómetros se localiza El Zethé, de filiación opuesta. No debe tampoco olvidarse que cerca del río San Juan existen también asentmmentos con claros vínculos hacia el área de Tu la, como El Ccrrito,
159
ellos no fuese en su totalidad paralela, sin duda en algún mon1ento sus desanollos
. t on 128 coexistieron y, por supuesto, mterac uar .
Desarrollo Regional Xajay de Hidalgo se localiza un conjunto de sitios con
Hacia el extremo oeste 1 1
. t peculim- y elementos materiales os . tal cuyo emp azmmen o arqmtectura monumen . A ·¡ · 1994·117·
. · 1 . de Querétm·o (cfr. Lopez gm m, · ' vinculan directamente con sitiOS en e sm ·¡ l 1998·29) El
. M . tt 1996·1· López Agm m et a ., . . Cervantes y Fourmer, 1996:113; me • · ' , b· d
. a la fecha adopto su nom ¡e e lma "desarrollo regional Xajay", como se conoce , Id
San Juan del Río, lugm· donde Enrique Na a elevación que se encuentra al sm de
, 39 pozos estratigráficos en la década de los realizó un recorrido intensivo Y excavo
setenta. . . ti 0 cerámico también de Nalda bautizó con el mismo nombie a un p .
. 'd . do diagnóstico de estos grupos (1975.95-~aracterísticas singulm·es Y que se ha consi em . . p t .. , (o
1 . ue "RoJO Inciso os coccion 98) (Fig. 31 ). Sin embm-go, es impmiante resa tar q .
·¡ 1 ento de un complejo cultural mucho maym y, · R · E ·afiado) es so o un e em
XaJaY OJO sgi ' . . . inciden forzosamente con por lo tanto, que sus límites temporales o distn~u.tivos. no co
los de la totalidad del sistema social en el que esta mclmdo.
Fig. 31. Xajay Rojo Esgrafiado. Cortesía Proyecto Valle del Mezquital (PVM)
. l t b·ie.il diferenciales con sistemas ajenos, quizás . · t1e; 0 de vmcu os am F ·
¡zg Es pos.ible que las dtferencms sean re ~ . . , como proponen Cervantes y ourmer . . . . . . de las redes economtcas . . l d
Producto de una ''dtversa onentacwn l . funda durante un penado mas pro onga o. d · t ción cultura mas pro
(1996:113) o tal vez resultado e una m erac . . ncuentran muy cerca unos de otros, pero a . . . 1 unos de estos SitiOs se e ( f La respuesta es dificil, puesto que .a g . b. d roductos específicos y poco numerosos e r.
simple vista su interacción parece hmttarse al mtercrun JO e p Cervantes y Fournier, ibid.: 117).
¡(;() l
Quizás el principal rasgo distintivo de los sitios Xajay sea la elección de mesas
(en su mayoría orientadas al norte) para la ubicación de sus centros ceremoniales, cuya
superficie, donde aflora la roca madre, fue nivelada para crear espacios llanos y facilitar
la labor constructiva (Cedeño, 1998:57). Se han registrado cinco sitios mayores en
Hidalgo (Zethé, Pañhú, Zidada, El Cerrito y Taxangú) (López AguiJar et al., 1989 s/p;
López AguiJar y Fournier, 1990:131; 1992:9-13, 48-51) y el coincidente emplazamiento
y características arquitectónicas de por lo menos cinco sitios reportados a lo largo del
Río San Juan, al sur de Querétaro (Ceno de la Cruz, Santa Lucía, Santa Rita, San
Sebastián de las Barrancas y Muralla Vieja) (cfr. Nalda,1975; Saint Charles, 1991a;
1991 b; 1993) hace pensar que corresponden al mismo desarrollo. El sistema
constructivo, como ha sido descrito por Saint Charles para los sitios de Querétaro
(!99lb; 1993) y Cedeño para los de Hidalgo (1998:58) coincide también. En estos
últimos se han recolectado cantidades importantes de Xajay Rojo Esgrafiado y lo
mismo ocurre en San Sebastián de las BmTancas, Sm1ta Lucía y Cerro de la Cruz (cfr.
Nalda, !975:39, 102; Crespo, !985; Saint Charles y Crespo, 1991:4, Saint Charles,
!991a y 1991b).
El paisaje escm-pado y los desniveles abruptos que ocurren entre los límites de
las mesas y las cm'iadas que las rodean, propició originalmente que se considerara a
estos sitios como defensivos (cfr. Nalda, 1975:123, 136-137; Saint Charles, 1987-88:5,
7; López AguiJar y Fournier, 1990:131; 1992:240; Saint Chm·les, 199lb:94; López
Aguilm·, 1994: 117; Viramontes, 1996:28). Actualmente se sabe que terrazas,
plataformas y muros perimetrales estuvieron destinados a nivelar el terreno o contener
deslaves de los frentes rocosos (Saint Charles, 1993; Cedeño, 1998:58); que la mayoría
de los centros ceremoniales no se localizan sobre tiena agrícola, habiendo tenido su
emplazmniento una fuerte causalidad ritual (Cedeño, ibid.:57, 60-63); y que el grueso
de la población prehispánica se asentó a un par de kilómetros de distancia o en las
planicies irrigables que se extienden en la pm·te inferior (Morett, 1996:5; López Aguilm·
et al., 1998:29).
Existe una confusión en torno a la temporalidad de estos asentamientos, en
buena medida porque sólo se han realizado excavaciones extensivas en tres de ellos
(Ceno de la Cruz, Pañhú y Zethé) y porque no existen fechmnientos absolutos pm·a los
contextos donde se han recuperado ejemplm·es del tipo cerámico considerado
diagnóstico.
161
· · · · n a partir del Para los sitios en Hidalgo, Luis Morett se mclma por una ocupacw .
t . 1 clímax y contracción teotihuacanos, siglo IV y hasta el X: " [ ... l coe aneo a . . _
. . d T 1 , (!996·1-3 véase tambten Cedeno, antecedente asimismo del surgtmtento e u a · '
O) Al · ¡ que en el vecino Cerro de la Cruz, l998·56· López AguiJar et al., 1998:27-3 · tgu~ .
· ' . . . . 0 Pañhú y Zethé muestran vanas las estructuras que han stdo liberadas en sttJos com . . . etapas constmctivas. Como parte de sus colecciones ceranncas (que mcluyen
fi ·u tiestos tempranos que recolecciones superficiales) se cuentan algunas . tgun as y 1 . 1
. .. ( Ch . uaro cfr Morett, 1996:8) y lacta a muestran vínculos hacta el B~¡IO p.e. uptc : . . ·130· L. e
d M ... ( e Ticomán. cfr. López Agmlar y Fourmer, 1990. , op z
Cuenca e extco p. · · . .78) . . A ·¡ . 1994·116· López Agmlar et al., 1998.- , pelO
AguiJar et al., 1989 s/p; Lopez gm m, · , . . . . . . . con certeza a los restos m·qmtectomcos, lo que SI
hasta donde se estos no se asoctan . . . ocutTe en San Juan del Río, donde materiales Chupícum·o y. ceranncas tempt~as d~
. 11 nos (Samt Charles, 199lb.69-77, nlanufactura local aparecen debajo de ptsos Y en re e .
1 · · t a entre os 1998:339-340). Saint Charles (1991 b:66) ha propuesto una ocupacwn con mu
años 500 a e y 800/900 de ' . En el Zethé se hml recuperado y fechado dos muestras de cmbon, pelO est.os
1. . d' ·opuesto por Morett y Samt [echamientos absolutos sólo apoyan el tnllte tm· 10 pt
Charles y tal vez una extensión ligermnente mayor.'" .. ' . . . . . d el que se encuentran los estudios en los sttws Debtdo al mctptente esta o en . .
Xajay del Mezquital, no se ha elaborado a la fecha una seriación cerámtc.a que p~nmta 1 Cl . · 0 presentándose a pnmera vtsta un
identifica!' si existen tipos correspondientes a aste , . d "ot'Illativa discreta y una epiclásica de magmtu
vacío entre una ocupación 1'
considerable. · · d 39 ozos en Como resultado de sus trabajos de prospección y la excavacwn e . p . .
los alrededores de San Juml del Río, Enrique Nalda propuso una. secuencia cerarmca
preliminar para la región donde se confirma la existencia de matenales tempra~os y se . 1 · 1 XII (1975) Este trabaJO, en el
sugiere una continuidad hasta aproximadamente e stg 0 · . . • b' .
. ( fi S · t Chmles 1991 b) se mclmo tmn ten que se basaron correlaciones postenores e T. am ' ' ..
. . .· . d . t la primera parte del Clastco. a que la principal ocupaciOn de la zona ocurno mane . . .
. .d d t sión ocupaciOnal en los stttos Independientemente de la conttnm a Y ex en . .
l apogeo de este desarrollo ocurrió, no hacia lo.s .p.nmeros stglos de Xajay, creo que e nuestra era, sino hacia los últimos del primer milenio, una postbthdad contemplada
· · · d r· 784-981 d C/777-997 d C; Muestra 1360 ""Muestra 1125 (Capa Vll) calibrada con dos desv!a~¡on~s4~s~a7n7 ~ (:1600_770 de (Morett et al., 1994: 70-78,
(Capa XVI![) calibrada con dos desvmcwnes estan ar. -
93, 1 15).
ló2
inicialmente por algunos autores (cfr. López AguiJar y Fournier, 1992:240; Saint
Charles, 1993:17). En un trabajo posterior y como consecuencia de un análisis puntual
de los datos recabados en sus excavaciones, Emique Nalda dice:
"Se derivm1, de esta manera, dos épocas bien representadas y una intermedia de bajo perfil. El primer bloque se ubicmía en el Preclásico Tardío y Preclásico Terminal. [ ... ] es posible fechar el segundo bloque en el Clásico Tardío y Postclásico Temprano. La época débilmente representada sería el Clásico Temprano. El análisis del material de excavación induce a pensar, entonces, que el desarrollo cultural, y posiblemente demográfico, en el área, tiene su clímax hacia finales del Clásico y no necesariamente, como sospechábamos antes, hacia el Clásico Medio" (1991 :34).
En el Valle del Mezquital existen vm·ias razones más para apoyar esto. Si una
ocupación importante de los sitios Xajay en Hidalgo hubiese ocurrido pm·a!ela al
apogeo teotihuacano, ¿por qué no se expresa esta contemporaneidad en algún vínculo
con los sitios de 'filiación' teotihuacana que se distribuyen cercanamente? 130 Entre los
centros ceremoniales Xajay se había considerado indicador de una temporalidad clásica
y alguna relación con la Cuenca de México, el uso de talud-tablero, las navajas de
obsidim1a verde y una escultura que recuerda representaciones abstractas de Tláloc,
pero nmguno de estos rasgos se circunscribe a un periodo ni es exclusivo de
Teotihuacan.'" Hay que explicm entonces la ausencia de elementos verdaderamente
diagnósticos compartidos entre sitios Xajay y sitios 'teotihuacanos' cercm1os. 132
JJo A escasos veinticinco kilómetros al sureste del Zethé se localiza El Mogote San Bartola, lugar donde se han identificado, en excavación y superficie, los tipos diagnósticos de la vajilla teotihuacana de las fases Miccaotli y Tlamimilolpa, además de un patrón de asentamiento, elementos arquitectónicos y sistemas constructivos coincidentes con los de la gran urbe y con los de otros sitios de la región vinculados con ella (Polgar, 1997; 1998; Torres el al., 1999:76-77, 84).
lJ l En un artículo donde incluye datos sobre sus excavaciones en el Mogote San Bartola, Manuel Polgar menciona también como rasgo compartido por sitios Xajay el uso de talud-tablero (1998:47), pero en observaciones posteriores ha aclarado que la estructura, forma y proporción son muy distintas entre ellos (com. pers., 2001). En aquel texto se menciona también la aparición de fragmentos de pipa, que son frecuentes entre los asentamientos Xajay, pero estos tiestos se recuperaron en los estratos superiores de un conjunto habitacional cuya ocupación sobrevivió por varias décadas al abandono del centro ceremonial (Manuel Polgar, com. pers., 2001).
131 Existe al sur de Guanajuato y Querétaro un tipo cerámico al que Nalda bautizó como "Teotihuacanoide", considerándolo una versión local de la tradición teotihuacana (1975:90-92, 127; l981:s/p; 1991:53, 55, fig. 12). Nuevamente a partir de la cuidadosa revisión de sus datos de excavación en los alrededores de San Juan del Río, esta loza resulta ser posterior al apogeo de aquella ciudad, quizás contemporánea con la fase Metepec (Nalda, 1991:35, 38, 41; en su trabajo de 1981 se refiere a esta cerámica como correspondiente al Clásico Tardío y principios del Postclásico). En el Valle del Mezquital existen asentamientos cuya ocupación parece abarcar el lapso comprendido entre el abandono de los centros ceremoniales 'teotihuacanos' (Tlamimilolpa Tardío/Xolalpan Temprano) y la aparición de los sitios contemporáneos con el complejo Con·al de TuJa (cfi·. Foumier, 1995:55; Manuel Polgar, com. pers., 1997; ToiTes et al., 1999:83-84).-Sus
163
de una "relación Esta carencia ha sido interpretada como consecuencia .
. . . "(L' Aguilar et al., 1998:31), pero mas Iuyente" y una "dispandad de hJstonas opez . .
exc . 1 Al unos elementos ceramJcos bien podría deberse a un desfasmmento tempora . g . . .
. . 1 sí son compmiJdos por sJt¡os comunes entre los sitios Xapy, por eJemp o, . . 1 d T 1 ( [" L 'pez
. p d e .. ¡ y Corral Termma e u a e r. 0
contemporáneos con los compleJOS ra o, ona 1 _ . 1996.111 113 117· CmTasco et a., Agui1ar y Fournier, 1992; Cervantes y Fourmer, . - , . , . 1
. . X . e han localizado tipos fr·ecuentes en e 2001) y en sentido inverso, en los sitiOS aJay s . . .. 1997·11·
. (L · AguJlm· y Fommer, -· , área de TuJa y el Bajío durante la misma epoca opez " Morett et al., 1994:93; Cedeño, 1998:56; Saint Charles, 1998:340-j41) como se
especificará en breve. . . . . . dia nóstico Xajay Rojo Hubo en algún momento una tendencia a SJtum al tipo g .
XVI ( f . Crespo 1985· Samt siglos XIII, XIV e incluso XV Y e 1
· ' .' . Esgrafiado hacia los C 1991· Saint Charles, 1991 a. 9-11, el .¡ 1987-88·5· Saint Chm·Ies Y respo, '
mi es, · ' · · ¡ · ento fue 1991b:66, 88, 91, 94; Crespo, 1991a:ll2, fig. 7h). Para esto, el prmcipa mgu~
. 1 . 1 el sitio de San Sebast~an de las su convivencia con cerámicas aztecas Y co oma es en .
1 d . poi· el .JI1fOime respectivo, esta propuesta se baso en o
Barrancas, pero a ecJr
observado en superficie:
b · . d las Barrancas se apreciaron " ¡ l al hacer un rescate en San Se asuan e . . ' . d
··· . de este tipo ceranuco asocia o con superficie grandes concentracwnes . . . . . en _ . d t plano y tan1b1en con ceram1cas
material tardío, como molcajetes e sopO!: e fi .- 11 de animales y vasijas manufacturadas en los inicios de la Coloma, - ¡gun as t" "dad en la
. . . d 1 : les hace suponer una con mm con greta-. Esta asoc¡acJOn e ma ena . . 1 Con uista (Crespo,
. . San Sebastián desde el siglo XIV hasta a q . . . ocupac10n en
1 3 1 b ado es mío vease tamb1en 1985)" (Saint Charles y Crespo, 199 : , e su ray, ' Saint Charles, 1991 b:91 ).
. . . t día en uno de sus trabajos, Saint Charles hizo En apoyo a esta as¡gnacwn ar , . d d
. R . E . fi do con Azteca Ill en una umda e hincapié en la convivencia de XaJay OJO sgra la fi .
1 excavación en Barrio de la Cruz, pero esto nuevan1ente ocmTe sólo en super JCJe y e~ a
primera capa (cfr. Saint Charles, 199la:10), mientras que vasija~ .completas d~ e~~e tipo
f¡ d . d t .0 del mismo sitiO y en asoc~acwn con se han recuperado en contextos o ·en anos en 1
. .. · . ( f· e Saint Charles, 1996; Fourmer Y
vasijas que son claramente antenOJeS e r. respo y
. . . .· suficiente de un estudio aparte y aquí no serán abordados características, antecedentes y dJllanuca son mottvo_ 11 d cerámica similar a la descrita por Nalda. en detalle, pero me interesa resaltar la abundanc~ en e o~ "e omo integrantes de un Complejo Atlán y Foumier se refiere a estas "vasijas en estilo. ~eot ma~~~01 ~ ~ 4 cuadro 7 y fig. 1 O; véase también Torres similares a tradiciones contemporáneas del BaJIO (1995.)), no a ,
el a/.,.ihic/.:84).
Cervantes, en prensa). Saint Charles interpreta la presencia de Xajay Rojo Esgrafiado
en Cerro de la Cruz como una discontinuidad en el asentamiento, una "tercera etapa de
ocupación" representada "exclusivamente" por este tipo cerámico y que "se produjo
sobre las ruinas de este antiguo recinto", el cual había sido abandonado hacia 800-900 d
C (1 991 b:88; véase tan1bién Saint Charles y Crespo, 1991 :8). 133 Desafortunadamente no
se ha recuperado esta cerámica asociada a elementos arquitectónicos en dicho centro
ceremonial, sólo en superficie, y no existe ningún otro tipo relacionado exclusivamente
con ella (Saint Charles, ibid.:66, 88). Esto causa dificultades en su correlación temporal,
pero pienso que no puede determinarse 1.111a etapa de ocupación con base exclusiva en
un tipo cerámico.
También en algún momento se pensó que era factible correlacionar a la cerámica
Xajay con la Azteca III por el uso de soportes tipo "placa" ocasionalmente almenados
(Saint Charles 1991 b:91 ), pero se hace referencia a soportes planos en cerámicas del
Clásico en el sur de Querétaro (Crespo, 1991a:123); algunos soportes de ejemplares
Coyotlatelco en el museo de sitio de Tula tan1bién son de 'placa'; en sitios epiclásicos al
sur de la Cuenca de México están presentes los soportes de "tableta" (Gaxiola,
1999:59), y lo mismo en un cajete de la Colección Malo Zozaya con la que Braniff
definió la hipotética fase Tierra Blanca, del Clásico Tardío en Guanajuato (1992:101,
115, 125, 140, Iáms. 5-18). Soportes almenados se presentan también entre los
materiales de esta última colección (cfr. Braniff, 1972:313, lám.8; 1999:112, fig. 65b).
Por último, se ha postulado tma ruptura entre el Xajay Rojo Esgrafiado y la
tradición cerámica de la región, que se remite con frecuencia a la bicromia rojo/bayo
con diseños pintados (Nalda, 1975:95; 1996:269, nota 17; Saint Charles, 1998:343); sin
embargo, Nalda menciona un tipo en el que se conserva la bicromía rojo/bayo pero se
implementan motivos esgrafiados (1975:94-95).
En el área Xajay del Mezquital se han recuperado tiestos bicromos esgrafiados,
menos fr·ecuentes que el Rojo Esgrafiado pero evidentemente emparentados con él (Fig.
m Saint Charles resalta que Xajay Rojo Esgrafiado no se asocia con alguna actividad constructiva, pero esto no necesariamente significa que dicha cerámica se usó cuando el sitio ya estaba abandonado. En su trabajo sobre la secuencia ocupacional en Cerro de la Cruz propone una ocupación continua de 1300 años, identificándose sólo cinco etapas constructivas ( 1991 b:66), lo que significa que entre una renovación arquitectónica y otra pudieron transcurrir bastantes años. En este sentido no sería incongruente que el material Xajay Rojo Esgrafiado hubiese aparecido en el sitio cuando su última etapa constructiva ya había sido terminada y en consecuencia el relleno de las estructuras estuviese sellado. Si el relleno de la última etapa ha sido fechado relativamente entre los años 800 y 900 d C, es lógico que esta renovación estuviese en funciones por un periodo que rebasa a esas fechas, y no necesariamente que el lugar fue abandonado cerca de ellas.
165
,- -: , , !· , ::rr-: 1;;-r,; · .,
l · lb · ciso 0 esgrafiado teG>tihuacano 32),"" al tiempo que difieren bastante de roJO ayo m . .
1 · ' ) fonna color apanencm de las (del que hay ejemplos en otros sectores de a regwn en , , . ,
'1 de estos dos se asemeJe mas la incisiones o esgrafiados, y motivos (desconozco a cua
cerámica reportada por Nalda).
Fig. 32. Xajay Bicromo Esgrafiado: Cortesía Proyecto Valle del Mezqtutal
Dmante el Epiclásico, en la
región de TuJa el esgrafiado aparece en
Jos tipos Guadalupe Rojo Esgrafiado,
Guadalupe Rojo sobre Café Esgrafiado y
Clara Luz Negro Esgrafiado del
complejo Prado (Cobean, 1990:75-93,
1 04-118). En el sur de Guanajuato, hacia
la parte final del Clásico, tan1bién está presente esta técnica decorativa (Nalda,
· · ¡ · · · ' que tiene antecedente en la gama 1996:274), aunque es mucho mas comun a mcis!On, , .
d 1 B · ío por lo menos desde el ClasJco de tipos cerámicos incisos que aparecen en to o e aJ
( f B "ff 1972·284 ?86· 1999·50-58· ?000:39; Saint Charles, 1990:55). Esgrafiados e r. ran1 , . , .... , · , -- .
e Incisos aparecen tam 1en en ' · b" ' Dmango y Zacatecas de manera contmua durante el
Clásico y en el Epi clásico (Kelley y Abbott, 1971; Braniff, 1972:284.' 2~6; 2000:39;
J. · B tt 1989·10 11 17· 1995-43 49· 1998:299, nota 10; J1menez Betts Y 1111enez e s, . - , , · , , . .
D ·1· 199?·13· ?000) ¡0 mismo que en la Costa del Pacífico y en .Tahsco (Me1ghan, m 1ng, .... . , .... , .
1976; Saint Charles, 1990:55; .Timénez Betts, 1995:43; Jiménez Betts Y Darlmg,
2000: 169; Braniff, 2000:39).
La confusión cronológica inicial del tipo Xajay derivó de su supuesta postura
estratigráficamente postenor y excluyente con respec · · to al tipo cerámico Rojo sobre
Bayo El Mogote, para el que se había propuesto como límite tardío 700/850 d C (Nalda,
· . d' entes decoración roja sobre naranja o bayo y D4 De esla cerámica sólo conozco cajetes de paredes rec~o IVFerg 'brada Policromo Inciso por Luis Morett
" · · · ") de!"neando los motivos. ·ue nom . esgrafiado ( Inctso Postcoccton
1 . . . . Bic amo Eso-mfiado Xajay de Patricia Foumter
( 1992:25.26, fig.33), siendo más apropiad~ la den~mmacJonSaintr Charl;so(l996: 132) en que se trata de una (1995, cuadro 8). Coincido con Moretl (l ~m) Y retspo Y,a hablar de un tirpo Xajay Esgrafiado con dos
· d d d f por lo que mas corree o sen . . vane a Y no . e un tpo, . . . . Ba o. Morett sefiala también que esta ceramtca variedades: RoJO Monocromo y Bicromo Rojo~man/" o " ~nfigurando una especie de híbrido" (idem).
podría significar la. unión 1de dos. :radic~oa~~~s ~~~t~~i~~~ he\isto algunos tiestos que considero son .. como Grac¡as a la amabthdad de arqueo ogo .
1 b de a de la ceramoteca del Bajto en
éstos, procedentes de San Felipe lrapuato, Gto., actualmente en a 0 g • Salamanca.
]{)6
1975:80, 95). Sin embargo, a partir de una revisión posterior de sus datos de
excavación, Nalda observa que existe un lapso en el que ambos tipos se traslapan,
bautizando al R/B El Mogote durante su última etapa como La Trinidad (Nalda,
1991:36, 38, 41, la convivencia de Xajay Rojo Esgrafiado y R/B El Mogote se percibe
también en su trabajo original, en dos de las cuatro unidades cuya frecuencia de tipos
ilustra, cfr. Nalda, 1975:83, UE52 y UEI03). A pesar de estas reconsideraciones, en un
trabajo reciente Nalda se refiere al "Rojo Inciso Postcocción Xajay" como haciendo su aparición en la región hacia 900 de (1996:269).
Con base en correlaciones cerámicas y en los escasos [echamientos directos que
existen para la región, parece que el límite inferior extremo de este tipo cerámico no
podría anteceder por mucho al afio 750/800 d C, puesto que uno de los contextos en
Barrio de la Cruz, donde se halló una vasija completa, es posterior a la construcción de
una plataforma fechada por Cl4 entre 650 y 750 d C (Saint Charles, 1998:340-341; ver
pág. 40 de este volumen). En el extremo opuesto, y como se verá a continuación, Xajay
Rojo Esgrafiado coexiste con elementos diagnósticos del complejo Corral de Tula en
algunos sitios, habiendo además otros rasgos en común hasta Corral Tenninal. De
acuerdo con esto y a reserva de ajustes posteriores a la cronología de TuJa, el límite
máximo superior no excedería del ai'í.o 950 d C, que se ha propuesto como inicio de fase
Tallan. Con este rango coinciden las fechas Cl4 que se tienen para el sitio El Zethé,
donde un contexto que contenía una vasija de Xajay Rojo Esgrafiado se asociaba a la
construcción de una plataforma, fechada entre 777 y 997 d C (Morett et al., 1994:93, 115; ver págs. 40-41 y nota 129 de este volumen). 135
De gran apoyo en el intento de situar cronológicamente al Xajay Esgrafiado, es
su presencia en otros asentamientos y convivencia con otros materiales que son diagnósticos de momentos más o menos precisos.
Varios sitios repmiados por el Proyecto Valle del Mezquital muestran fue1ies
vínculos con las sociedades asentadas en el Valle de TuJa, a decir por la cantidad de
tipos cerámicos que comparten (López AguiJar y Fournier, 1990:132; Fournier, 1995).
En contraste con los Xajay, los centros ceremoniales de estos sitios se localizan en
laderas de pendiente suave y sus alrededores fueron adaptados para la habitación y
cultivo por medio de tenazas (López AguiJar y Foumier, 1990:132; López AguiJar,
1994: 117-118). Entre ellos aquí interesa principalmente Sabina Grande, porque en él se
ll5 En este fechamíento se apoyan Crespo y Saint Charles recientemente ( 1996: 116-119) al proponer una cronología entre 600 y 900 d C para los contextos excavados en Barrio de la Cruz, donde se rescataron algunas vasijas Xajay Rojo Esgrafiado en contextos ofrendarios. ~
167
han realizado excavaciones y varios estudios prospectivos ( cfi·. López Aguilm Y
Foumier, 1990:91; 1992; Canasco et al., 2001) y por situmse geográficmnente muy
cerca del Desanollo Regional Xajay.
Como ya se ha mencionado, en Sabina Gran~e están representados en superficie
los complejos Corral, Corral Terminal y Tollm1 (López Aguilar Y Fournier, 1992:16-
42), los dos primeros cmTespondientes a la Esfera Coyotlatelco. No se ha recuperado en
Sabina Grm1de un ejemplm· completo ele Xajay, pero el tipo es frecuente en superficie
(cü. López Aguilm· y Fournier, idem) de donde conozco también un ejemplo de la
vm·ieclad bicroma .. Tiestos Xajay Rojo Esgrafiado apmecieron dentro ele la secuencia
estratigráfica que se describe en el primer capítulo ele esta tesis, Y que puede
Fig. 33 Jarra rojo/bayo y negativo. Cortesia Proyecto Valle del Mezquital
circunscribirse a Cona! Terminal (ca. 900-950 el
C) (págs. 37-38 de este volumen). Tmnbién dentro
de esa secuencia se cuenta un gran fragmento de
jarra globulm pulida de color bayo, con
decoración de frwja roja sobre el cuerpo y grecas
al negativo sobre el cuello, que exhibe
exactw1ente la misma forma, acabado, técnica
decorativa y motivos, que un ejemplm· completo
recuperado dmante la excavación de un entieno
múltiple en El Zethé (Fig. 33), contexto donde sí
se halló un cajete trípode completo ele! tipo Xajay
(Fig. 31) y al que se asocia el fechwüento que se
mencionó líneas atrás.'"
Otro sitio integrado a la Esfera Coyotlatelco cuya cerámica compm·te muchos
atributos con la región ele Tula, es Chapantongo, localizado en la frwja central del
Valle del Mezquital y a escasos veinte kilómetros al norte de Tula (López Aguilar y
Fournier, 1992: 71-74; Foumier, 1995:56-57; Cervwtes y Fournier, 1996:106-1 08). En
"" La similitud entre las jarras de El Zethé y Sabina Grande es muy clara, sugidendo un mismo odgen. Es posible que se trate de piezas importadas, pues al menos dentro de las colecciOnes del Proyecto Valle del Mezquital no conozco ningún otro ejemplar o tiesto parecido. Se han reportado tipos Rojo/Bayo Y Negahvo en varios lugares con ocupación epiclásica (cfr. Cobean, 1990:126, 130; Samt Charles, 1991:80, 88, fig: 11; Crespo y Saint Charles, 1996:125; Gamboa, 1998) y encuentro gran Slmihtud con un llesto con decorac10n Y motivos muy similares, aunque distinta fonna, que se incluye en el _muestrano que el Centro INAH Guanajuato conserva del Proyecto Gasoducto, tramo Salamanca-Yunna, cordtalmente mostrado por el arqueólogo Carlos Castañeda.
[68
la colección proveniente de superficie se reportan varios tipos de los complejos Prado y
Corral designados por Cobean, además de variedades, tipos locales (Fournier, idem;
Cervantes y Fournier, ibid.:108-112, 117) y materiales que se consideran de
intercambio intrmTegional, entre éstos el Xajay Rojo Esgrafiado (López Aguilar y
Fournier, ibid.:73; Cervantes y Foumier, idem).
En un sentido inverso, en los sitios Xajay aparecen ocasionalmente algunos
elementos de la vajilla frecuente en Sabina Grande y Chapantongo. Se hm1 identificado
entre las colecciones Xajay los tipos Ana María Rojo/Café y Coyotlatelco Rojo/Café de
la clasificación de Cobean (complejos Prado y Con·al respectivamente) (López Aguilar
Y Fournier, 1989; 1992: 12; Morett, 1992:29, 39; Fournier, 1995 :56; Fournier y
Cervm1tes, 1996: 117) y El Marqués Café Pulido, un tipo propio ele Chapantongo
(Fournier y Cervantes, idem). En Zethé y Pañhú se reporta una conespondencia ele
Xajay Rojo Esgrafiado con Cañones Rojo sobre Café (López Aguilar y Fournier,
1992:11; Morett et al., 1994:93) que es otro de los tipos cerámicos considerados por
Cobean como diagnósticos de fase Corral en Tula (1990:238-244) y que también está
presente en Cen·o ele la Cruz (Saint Charles, 1991b:80, 87, fig.IO; 1998:340-341). 137 Al
parecer, hay más elementos en Ceno ele la Cruz que se vinculan con los complejos
Prado y Corral de Tula (Saint Charles, com. pers. 2002) y considero que el estilo ele
algunos ele los tipos rojo/bayo ele manufactura local en Zethé y Pañhú podría incluirse
en la Esfera del Coyotlatelco, constituyendo otra evidencia de lazos entre el DesmTollo
Xajay Y esta última. Este aspecto, además de los posibles alcances ele la Esfera
Coyotlatelco, sus traslapes y algunas ele sus implicaciones, serán tratados con más detalle posteriormente.
Como ya se ha dicho, la ocupación Xajay no se circunscribe a los límites
temporales del Rojo Esgrafiaclo. 138 Sin embm·go, la distribución intrarregional e
137
En el trabajo de 19~lb Saint Charles h~bla de Ollas de Cuello Alto Rojo/Bayo, que a decir por su ilustración (1b1d., fig.l O) podnan ser del t1po Canones al que hace referencia en su trabajo posterior (1998:340-341). Cervantes y Fourmer se refieren a los cántaros Cañones que aparecen en la zona Xajay como una variedad
_ del tipo reportado por Cobean (1996: 117).
~.os Es posible qu~ laocupación de los sitios Xajay se extienda a los primeros años de la fase Tallan. Aunque no con~zco nu:g~n tipo d.mgnóstlco de ese complejo 'tolteca' entre los sitios Xajay del Mezquital, existe en ellos un lipa ceram1co bautizado como Naranja Pañhú (Luis Morett, com. pers. 1995), que en decoración y en una de sus fonnas se asemeja bastante a los cajetes trípodes 'a brochazos' y eon soportes de botón del tipo Jara AnaranJado Pulido desento por Cobean ( 1990:335-350). La pasta, sin embargo, es mucho más fina y delgada en el pnmero, y a .Sl.mple VIsta parece provenir de la Costa del Golfo (Socorro de la Vega, com. pers. 2001 ). Durante el Ep1elaslco aparec~n en Chapantongo los tipos La Costa Anaranjado Pulido y La Costa Anaranjado/Anaranpdo (Fourmer, 1995: ~82, cuadro 8; Cervantes y Fournier, 1996:112, 118, flg. 11) y en el ~r~m~ro se reporta~ Igualmente ~ajetes ~npodes ~on soporte de botón (Fournier, idem) pero 110 conozco en VIVO estos matenales. Marganta Gax10la considera que en su descripción estos tipos se asemejan a la
169
i!'lterregional de este tipo diagnóstico es un apoyo importante al rastre'ar los víncul€ls de
la zona hacia el Epiclásico.
Mapa 3, Extensión aproximada deJa Esfera Xajay (sombreado obscuro) y alcance tentativo de la dispersión de su tipo diagnóstico (sombreado tenue).
!~Alta Vista. 2~La Quemada. 3-E\ Cerrito. 4-Guadalc<izac S-Peñasco. 6-Villa de Reyc~ .. 7-B~ena Vista 1-Juaxcamá. 8-Ria Verde. 9-La Noria. 1 O-Tarnuín. 11-Tarntok. 12-Las Flores. 13-Pánuco/Pavón. 14-TaJm. 1 J:~·Iuap~lcalco. 16-T~la. 1 ?Chapantongo. 18-Sabina Grande. 19-Zethé. 20-Pafi.hú. 21-Zimapán. 22-Cerro de la Cruz. 23- ~ epozan. 24-El Ccrnto. 2)La Griega. 26-Acómbaro. 27-Salvatierra. 28-Yuriria. 29-Huanlmaro. 3D-Degollado. 31-1::.1 ~obre: .32-Peralta. 33-Salaman~a. 34-San Bartola. 35.La Magdalena. 36-Mora\es. 37-Cañada de la Virgen. 38-A~ua ~spmoza/ f1erra Blanca. 39-La Gloria. 40-La Gavia. 41-Ccrrito de Rayas. 42-Alfaro. 43-Carabino. 44-E\ Cóporo. 43-Chmampas~ 46-Cua.ren~a. ~~Zacapu. 48-Cuitzco. 49-Zinapécuaro. 50-Loma Santa María. 51-Urichu. 52-Tingambato .. '.3-Uruapan. J~-Apatzmgan. :nHuamango. 56-Tcotihuacan. 57-Tecámac. 58-To\uca. 59-Teotcnango. 60-Cacaxt\a/XochJtecatl. 61-Xochtcalco.
Contrm·io a lo que en algún momento se pensm-a, el Xajay Rojo Esgrafiado no se
restringe al Valle ele San Jum1 del Río (Saint Charles, 1987-88:7) ni se circunscribe a la
cuenca del Río San Juan, las cercanías de su confluencia con el río TuJa, el poniente del
municipio ele Tecozautla, Hgo. y, como una excepción, el Cerro Magoni en TuJa (Saint
Cerámica Naranja y Marfil de Huapalcalco (1999:59), también una importación desde el Golfo durante la misma época (Gaxiola, ibid.:55-59, figs.9 y 13) pero que parece diferir del Naranja Pañhú.
170
Charles y Crespo 1991:4). Aislados, se ha hecho referencia a tiestos Rojo Xajay en
Huamango, Méx. (Segura y León, 1981:116-117; Morett, 1996:1), Teotenango, Méx.
(Nalda, 1996:269, nota 17) y la Sierra Gorda de Querétaro (Crespo y Saint Charles,
1996:119; Elizabeth Mejía y Alberto Herrera, com. pers. 200Jl"), donde pueden ser
intrusivos, mientras que existe una continuidad distributiva entre el sur de Querétaro y
el poniente de Hidalgo, incluyendo con certeza el Valle de Querétaro (Crespo y Saint
Charles, idem) y los municipios de San Juan del Río, Qro. (Nalda, 1975), Tecozautla,
Hgo., Huichapan, l-Igo. (López Aguilar et al., 1989; López Aguilar y Fournier,
1990:131; Crespo y Saint Charles, idem); Chapantongo, Hgo. (Cervantes y Fournier,
1996: 108-112,11 7) y alrededores de Tul a (Fournier, com. pers. 2002) (Mapa 3 ). 140
No he visto reportado ningún tiesto Xajay Rojo Esgrafiado en Guanajuato, pero
vale la pena recordar que en la mitad sur de dicho estado se han recolectado algunos
que creo corresponden a la variedad bicroma y también un fragmento comparable con la
jarra del Zethé que compartía contexto con un cajete Xajay Rojo Esgrafiado (ver notas
134 y 136 de este volumen).
Un ejemplo más de que puede vincularse al Mezquital con El Bajío durante el
Epiclásico lo constituyen las pipas de barro. Estos artefactos son abtmdantes en las
colecciones de los sitios de Hidalgo pero su dispersión es en realidad mucho mayor.
Siguiendo la tipología de Porter (1948: 187), en el Mezquital son abundantes las
pipas angulares con soporte-plataforma sencillo o zoomorfo; el hornillo o cazoleta tiene
forma de embudo y al igual que el tubo sus paredes son delgadas. Por lo general estas
piezas llevan un baño de engobe rojo pulido, aunque también las hay cafés, negras o sin
recubrimiento. La decoración es al pastillaje, frecuentemente una tira delgada que
abraza a la cazoleta y cuyos extremos continúan por la pmte superior del tubo, en fonna
recta, ondulada o fom1ando motivos; algunas veces el diseüo es zoomorfo (ver Fig. 30
en pág. 142). Como ya se ha dicho, objetos similares fueron rescatados por Acosta
durante las exploraciones del Palacio Quemado en TuJa (Fig. 35b). 1'11 También se
139 Llama la atención este tiesto, pues a decir por Mejía y Herrera, se recuperó en un estrato tardío dentro de la secuencia de excavación.
140 Luis Morett agrega el norte de Zumpango y las proximidades de Zimapán (1996:1), lo que es bastante plausible dada su proximidad con las áreas que se mencionan aquí. También señala que Xajay Rojo Esgrafiado apareció en los estratos más antiguos de Tula Chico (Morett, idem), pero no hace referencia a quién realizó, o cuándo, dicho hallazgo. En !os infonnes que yo he consultado no se hace tal mención.
1'11 En el Cerro de la Malinche, en los alrededores de TuJa, Blanca Paredes reporta fragmentos de pipas que
conviven estratigráficamente y aumentan en proporción con la cerámica Mazapa Líneas Rojas Ondulantes (1990: 194). No se ilustran ejemplos, pero a decir por su descripción estas piezas difieren de las que son comunes en otros sectores del Mezquital, pues se dice que su decoración es esgrafiada (idem). La técnica
171
mencionó la asombrosa similitud de la pipa (objeto único en aquella región) que fue
recuperada en el Templo de los Guerreros, Chichén Itzá (Morris et al., 1931:177-179,
lám. 21) (ver Fig. 29 en pág. 141 de este volumen y Fig. 35a), y cuyo origen se ha
supuesto tolteca (Porter, 1948:21 O; Cobean, 1978:73) o michoacano (Thompson, 1966
apud Cobean, ídem).
En los sitios Xajay del Mezquital y alrededores se han recolectado abundantes
ejemplares de estas pipas en superficie y en excavación (Morett, 1992:24; 1996:8;
Foumier y Cervantes, en prensa); mientras que entre los sitios que comparten vajilla
con TuJa, un ejemplar completo proviene de Sabina Grande (Carrasco et al., 2001:61,
68, 70; ver pág. 62 de este volumen) y tanto en Sabina como en Chapantongo se han
hallado en superílcie varios fi·agmentos (Fournier, 1995:382, cuadro 8; Cervantes y
Fournier, 1996: 111, 112, 125, fig. 13) (Fig.34).
l')g. 34. Fragmentos de pipa recuperados en Chapantongo. Tomado de Cervantes y Fournier, 1996.
=· -= OIZ34uo
En general para los sitios al sur de Querétaro se
reportan fragmentos de pipas, por ejemplo en El
Palacio (Tepozán) (Brambila y Castañeda, 1991:153),
La .Joya (Crespo, 1991a:l23, ílg. lOa), La Griega
(Flores y Crespo, 1988:214), El Cerrito (Flores y
Crespo, 1988:214; Crespo, 1991a:l04), el Valle de San
Juan del Río (Nalda, 1991:37, 41), y Barrio de la Cruz
(Saint Charles, 199la:9; Crespo y Saint Charles, 1996:125) (Mapa 4). Aunque a veces
no se ilustran o los segmentos son demasiado pequeños, es factible que la mayoría sea
del mismo tipo descrito, como ocurre con piezas de Tequisquiapan, un lugar bastante
cercano (Fig. 35f-g).'n En el límite de Guanajuato con Querétaro existen pipas en La
Magdalena (Crespo, 1991a, fig. 14c) y algunos kilómetros al noroeste, en el sitio de
Morales, se reportan dos ejemplares (Braniff, 1999:92), uno de ellos muy semejante a
los de Tequisquiapan (cfr. ibid., ílg. 52d), el otro diferente de todos los referidos (ibid.,
tig. 52e).
decorativa del esgrafiado, además de la incisión, la pintura al fresco y al negativo, sí se observa entre las pipas procedentes del municipio de San Miguel de Allende, en Guanajuato (cfr. Nieto, 1994:62).
1'12 Sobre los fragmentos de Tequísquíapan, Porter sugiere una similitud con las pipas de Guasave (1948:203,
\ám.\7), pero las primeras son de platafonna con aplicaciones al pastillaje, mientras que las segundas tienen soportes y muestran una decoración pintada o esgrafiada. En las Figs. 30, 34 y 35 se aprecia la semejanza de las piezas queretanas con las hidalguenses.
172
Algunas pipas en Guanajuato también son angulares y con soporte-plataforma,
hornillo en forma de embudo y decoración al pastillaje frecuentemente zoomorfa. En
ocasiones tienen un par de protuberancias en la plataforma, pero en la mayoría no
podrían considerarse soportes, pues se extienden a los lados y no llegan a alterar el
ángulo del cuerpo. Ejemplares completos proceden ele Tierra Blanca (Braniil~ 1972,
283, lám. 8; 1999: 146) y varios se exhiben en el Museo de San Miguel de Allende
(Nieto, 1994), algunos ele ellos semejantes a los descritos para el Mezquital. También
en el norte de Guanajuato, se han reportado fragmentos de pipas en Caüacla ele la Virgen
(Nieto, 1997:101), Cenito de Rayas (Ramos et al., 1988:314) y Carabina (Diehl,
1976:271; Flores y Crespo, 1988:214), pero ninguno se ilustra.'·"
Refiriéndose a los estados de Querétaro, Guanajuato y San Luis Potosí, Beatriz
Braniff considera que el uso ele pipas inició hacia el Clásico Tardío (1972:292-293;
1974:43; véase también Nieto, 1994:62; Fournier y Cervantes, en prensa). Ahora se
sabe que deben incluirse los estados de Hidalgo y, como se verá tm poco más adelante,
Michoacán.
Profundizando un poco en la temporalidad de estos objetos, es conveniente
recordar que el contexto de Sabina Grande, donde se recuperó completa una de estas
pipas, se ubica por conelación cerámica dentro de la fase Corral Terminal ele Tul a (ca.
900-950 d C). Los fragmentos localizados en Chapantongo, que se han clasificado con
el nombre de Cenitos al Pastillaje, se relacionan con elementos del complejo Praclo
Con·al (Fournier, 1995:382, cuadro 8; Cervantes y Foumier, 1996:111, 112, 125, fig.
13), que en la secuencia de Cobean se sitúa entre 700 y 900 d C'·'·' En el caso de CelTito
de Rayas, Guanajuato, los tipos cerán1icos identificados sugieren que la ocupación del
sitio no se extendió más allá de la misma época (c±i·. Ramos et al., 1988). 1'15 Con
1•13 Muy cerca de Carabina se encuentra Villa de Reyes, ya en territorio potosino, donde también hay pipas
(Crespo, 1976: 43, 45,56; Flores y Crespo, \988:214, Braníff, 1992:39,61; 1974:43) que son descritas con un baño de pintura roja pulida, cazoleta cónica y "remate" que "puede ser en forma de abanico o de espiral" (Crespo, ibid.:56), ocasionalmente con decoración zoomorfa o antropomorfa (Braniff, ibid.:61 ). Pipas de "remate en espiral" como las que describe Crespo se exhiben en el Museo de San Luís Potosí, en la Sala del Norte del Museo Nacional, y varias de las piezas de Tierra Blanca, Gto. lo tienen también (cfr. Braniff,\999:146, \ám. 11). El uso de pipas es una costumbre que comparten durante la misma época el sur de San Luís Potosí y los lugares mencionados, pero en apariencia las pipas del Tunal Grande se asemejan más a las de la región de Río Verde y Guada\cázar (Braniff, 1992:61; Braniff, 1999:146) (Mapa 2) y quizás también a las de la Sierra de Tamaulipas que son contemporáneas (Braniff, 1974:43). Es posible que los ejemplares del norte de Guanajuato (o algunos de ellos) sean como éstos y no como los que he referido para el sur de Querétaro y poniente de Hidalgo.
1'14 Al parecer los hallazgos en el Palacio Quemado de TuJa son una excepción a la asignación Epiclásica de estas
pipas, pues se localizaron sobre el piso y en convivencia con materiales de Fase Tallan (Cobean, 1978:71). 145 Aunque el reconocimiento en Cerrito de Rayas fue superficial, destaca la presencia de tipos diagnósticos del
Clásico Tardío como Valle de San Luís y Garita. Hay Blanco Levantado, pero éste no parece correeyponder a
173
respecto a las pipas procedentes de San Miguel de Allende, Luis Felipe Nieto propone
una temporalidad entre los años 850 y 1150 d C (1994:62). Para el sur de Querétaro Emique Nalda calcula que las pipas son posteriores al
año 900 d C (1996: 269), pero señala que aparecen por primera vez en asociación con
"RIP Xajay" (1975 :97), que considero debe situarse entre 750/800-950 d C Esto es
congruente con fragmentos de pipas recuperados en excavación en Barrio de la Cruz,
San .Juan del Río, que convivían estratigráficamente con Café Inciso Pulido Garita,
Rojo-Naranja sobre Bayo Cantinas, Rojo sobre Bayo El Mogote Y ollas de tipo Cañones
(Saint Charles, 199la:9; Crespo y Saint Charles, 1996:125), por lo que Saint Charles las
sitúa en la fase El Mogote de Cerro de la Cruz, tentativamente entre 400 y 900 d C
(Saint Charles, ibid.:!O). Los ejemplares de El Palacio provienen de superficie, pero
entre los materiales que penniten situar cronológicamente al sitio se cuentan los tipos
Cantinas y Rojo sobre Bayo El Bajío (tentativamente 400 a 900 d C), además de una
cerámica que se considera muy similar a la Mazapa Líneas Ondulantes (Brambila Y
Castañeda, 1991:153). Un caso similar es el de La .Joya, donde hay tiestos Cantinas Y
Paso Ancho Borde Rojo, este último con una duración propuesta de 600 a 900 d C
(Saint Charles, 1990), misma temporalidad que sugiere Crespo para las pipas de este
lugar (Crespo, 1991a:l23, fig. lOa). En La Magdalena y La Griega las colecciones
también son de superficie, por lo que la asignación temporal de las pipas es incierta.
Ambos lugares comparten elementos de la vajilla de Tula y en sitios como éstos las
pipas se han considerado correspondientes a fase Tallan (cfr. Flores Y Crespo,
1988:214, 217).'·" Sin embargo, es interesante que en La Magdalena no se presentan
tipos diagnósticos posteriores a la fase Corral (cfr. Flores y Crespo, ibid.:210-215), con
excepción del Blanco Levantado, que tiene una profundidad temporal mayor en esta
región que en Tul a (Braniff, 1992:105; Crespo, 1996:77). Además, el asentamiento
muestra una continuidad ocupacional por lo menos desde el periodo precedente, como
lo demuestra la presencia de Rojo sobre Bayo El Mogote, Paso Ancho Borde Rojo,
Cantinas y San Miguel Rojo sobre Bayo (Crespo, 199la, figs. 14a-14c).
una ocupación del Postclásico Temprano como en otros sitios, ya que en Cerrito de Rayas no hay Plz;mbale y tampoco parece haber otros elementos del complejo Tallan (Ram?s el al., 1988). Extste una ceramtca de pasta gruesa, pero los autores consideran que no corresponde al tipo conoctdo como Pasta Gruesa Tardto
(ibid.:313). . 1" 6 flores y Crespo no señalan la existencia de pipas en La Magdalena (cfr. 1988:2~4), pero en un trabaJO
posterior Crespo ilustra un par de fragmentos procedentes de este lugar (199la ftg. 14c). Al pie de las
imágenes aparecen las fechas 400-800 d e
El Cerrito, Qro. es otro sitio vinculado con Tula en sus últimas fases. En este
lugar se han registrado fragmentos de pipa en excavación, que en los niveles superiores
conviven con materiales de Corral Terminal y Tallan (Crespo, 1989:12; 199lb:l76).
Sin embargo, también se les señala en conespondencia con tipos más tempranos, como
Garita y Valle de San Luis Policromo, en el Nivel III de la secuencia (cfr. Crespo,
1989:12; Crespo, 199lb, Fig. 9), donde se obtuvieron dos [echamientos por
radiocarbono (676 +- 77 y 805 +- 113 d C, Crespo, 1989:4; 199lb:l65, 218).
Regularmente, Crespo sitúa a las pipas del Cerrito entre 600/650-900/950 d C (1989:20;
1991 b: 192), dentro de la fase homónima (650-1100 d C) (Crespo, 1991 a: 1 04), periodo
donde además de las cerámicas mencionadas aparece el Paso Ancho Borde Rojo. Dada
la frecuencia de tipos del sur de Guanajuato, la autora considera que las pipas provienen
de la región del Río Laja (1989:20; 199lb:192).
En la fase San Luis del Tunal Grande ( 650-900 d C) se reporta el uso de pipas en
Villa de Reyes, conviviendo con Valle de San Luis Policromo, el tipo diagnóstico de
ese periodo (Crespo, 1976:43, 45, 56; Braniff, 1992:39, 61). 1'17 La distribución temporal
de esta cerámica es amplia, pero conviene recordar que en El CetTito algunos
fi·agmentos de pipas ocun·en en el mismo nivel que Valle de San Luis. También se
presenta en Guanajuato, donde se ha ubicado en la hipotética Fase Tierra Blanca del
Clásico Tardío, nuevamente en compañía de las pipas de barro (Braniff, 1972:283).
Si tuviese que sugerir una filiación de las pipas mencionadas (cuando conozco su
forma), con pipas de otra área, mi principal candidato sería sin duda el noreste de
Michoacán, en los alrededores de la laguna de Cuitzeo. De aquí provienen tres de los
nueve ejemplares ilustrados por Porter que guardan entre sí una verdadera similitud (los
otros son la pipa de Chichén, una de las rescatadas en TuJa, otra procedente de Pánuco1'18
y tres fragmentos de Tequisquiapan, Qro.) (cfr. Porter, 1948:186-189, 197, 209, 210,
216, láms. 8k, 17b, y 22) (Fig. 35).
147 Branitf destaca que las pipas son comunes en la fase San Luis, pero existen tres fragmentos en la fase San Juan (ca. 270 a. C.- 130 d. C., 1992:147). Éstos son negros y carecen de decoración detrás de la cazoleta (ibic/.:61, 117-118).
'"' E . . ' . _,sta pt.eza es mteresante, pues etecttvamente es comparable con las descritas y parece excepcional entre las coleccwnes de la Huasteca, aunque en esta región se da una amplia variedad de fomms (Porter 1948:191-193, láms.8 Y 9). Entre las más frecuentes se encuentran pipas de soporte platafonna, pero de bo;des gruesos redondeados y con hornillo cilíndrico al centro, de barro o piedra (Porter ibid., lám.9b; Du Solier el al., 1947-48:21, lám. 3 a y b, 24). Estos artefactos se vinculan estrechamente con aquellos de la región de Caddo, en el sureste am~ri.cano (Portcr, ibid.: 192,227; Du Solier el al., ibid.:26-29; Armillas, 1999 [ 1964]:34). Del MezqUital umcament~ !1e vtsto un fragmento que tal vez corresponda a una pipa de barro con esta forma,
. recolectado en superflc1e y procedente de Sabina Grande.
175
Fig. 35. Pipas ilustradas por Porter, 1948. Chichén llzá (a); Tula (b); Cuitzeo (c-e); Tequisqui'!Ran (f, g)
La autora parece asumir que todas las piezas de Michoacán son tarascas, pero en
su estudio se observa que específicamente las de Cuitzeo difieren bastante del resto.'"
Se desconoce su temporalidad y procedencia exacta pero, como se ha visto, puede
considerarse que el estilo al que corresponden se generalizó antes del año l 000 d C
Entre trabajos recientes en esa región sólo he encontrado un fragmento que con
seguridad corresponde al mismo estilo, ilustrado por Moguel (1987:lám.50) Y
recolectado durante la prospección en el Tramo Yuriria-Uruapan, a la par con
ejemplares tarascas de boquilla 'enrollada' o 'retorcida' (Moguel, ibid.:láms.50-51).
Específicamente en la Cuenca de Cuitzeo se han recolectado pipas en superficie
(Moguel y Sánchez, 1988:231) pero no sé si son del estilo descrito o son tarascas. Lo
mismo ocmTe en la Cuenca de Zacapu, donde Brigitte Faugere las sitúa en la fase
Milpillas (1200-1450 d C), pero sólo con datos de superficie, habiendo pipas en lugares
donde además de materiales de fase Milpillas hay algunos de fase La Jo ya (850-900 d
C), como el Grupo Hornos y el Borde Chirimoyo (cfr. Faugere, 1996:87-88).'"'
1~9 Las pipas tarascas más comunes son también angulares, pero no de plataforma, regularmente tienen soportes y la decoración se logra a partir de diseños punzonados, pintados o esgrafiados (Porter, 1948:186-1_90, 193-199, láms.12-15), compartiendo algunos de estos atributos con las pipas smaloenses en algun punto contemporáneas (véase Porter, ibid.: 199-203, láms. 16 y 17). . .
15° El único sondeo donde aparecen fragmentos de pipa se realizó en un abngo. Se trata de boqutllas negras pulidas, una de ellas 'retorcida'. Coincido con la autora en que "recuerdan" a los tipos tarascas (Faugére,
1996:94).
17ó
La distribución de pipas angulares con soporte-plataforma, cazoleta en forma de
embudo y decoración al pastillaje, abarcó durante el Epiclásico a varias esferas. Las
piezas de Cuitzeo que ilustra Porter son un buen indicador de la existencia de una red
que vinculaba por lo menos el noreste de Michoacán, sur de Guanajuato, sur de
Querétaro y poniente de Hidalgo (Mapa 4) (esta red ha sido también propuesta por
Cristine Hernández, con base en la distribución de otros materiales arqueológicos
[2001:33, 40, ver adelante]).
Mapa 4. Distribución aproximada de las pipas con soporte-plataforma
2
•51 • 52
•53 •S'i
•
,¡ .. J
•
1-Alta Vista. 2-La Quemada. 3-El Cerrito. 4-Guadalcázar. 5-Peñasco. 6-Villa de Reyes. 7-Buena Vista Huaxcamá. 8-Río Verde. 9-La Noria. 10-Tamuin. 1 1-Tamtok. 12-Las Flores. 13-Pánuco/Pavón. 14-Tajín. 15-I-Iuapalcalco. 16-Tula. 17-Chapantongo. 18-Sabina Grande. 19-Zelhé. 20-Pañhú. 21-Zimapán. 22-Cerro de la Cruz. 23-Tepozán. 24-El Cerrito. 25-La Griega. 26-AC<i.mbaro. 27-Salvatierra. 28-Yuriria. 29-Huanímaro. JO-Degollado. 31-El Cobre. 32-Peralta. 33-Sa!amanca. 34-San Bartola. 35.La Magdalena. 36-Morales. 37-Cañada de la Virgen. 38-Agua Espinoza/Tierra Blanca. 39-La Gloria. 40-La Gavia. 41-Cerrito de Rayas. 42-Alfaro. 43-Carabino. 44-El Cóporo. 45-Chinampas. 46-Cuarenta. 47-Zacapu. 48-Cuitzeo. 49-Zinapécuaro. 50-Loma Santa María. 51-Urichu. 52-Tingambato. 53-Uruapan. 54-Apatzingón. 55-Huamango. 56-Teotihuaean. 57-Tecámac. 58-Toluca. 59-Teotenango. 60-Cacaxlla/Xochitécatl. 61-Xochicalco.
177
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Quizás estos vínculos, establecidos cuando menos durante" finales el Olásico,
facilitaron la inserción de Tula en las redes por las que circularon la obsidiana de
Ucareo/Zinapécuaro y la turquesa, desde el Epiclásico y hasta el Postclásico Temprano.
La presencia humana en ten·itorio michoacano tiene considerable antigüedad,
pero se ha propuesto que la ocupación principal al noreste ocunió a partir del
Epiclásico. 151 Específicamente al este de la Laguna de Cuitzeo el asentamiento es
relativan1ente insustancial hasta cerca del final del periodo Clásico, cuando aparecen
sitios vinculados con la explotación de la obsidiana en Ucareo/Zinapécuaro (Healan,
1997:94-96; 1998:106) que durante el Epiclásico llegó a ser un recurso de importancia
panmesoamericana (Healan, 1997:77; 1998:1 07; Healan y Hernández, 1999: 136;
Hernández, 2001 :32).
Los vínculos entre el Mezquital y el noreste michoacano también se hacen
evidentes a pmiir de esta obsidiana, que se ha recuperado en varios sitios de Hidalgo
(p.e., Chapantongo, Tones et al., 1999:89; Fournier y Cervantes, en prensa), y que en
Tula, por lo menos durante sus primeras fases (ca. 700-950 d C), constituye casi el 90%
(Cobean, 1982:80; Healan y Stoutamire, 1989:236; Healan et al., 1989:244, 248;
Healan, 1997:77, 1998:101; I-Iealan y Hernández, 1999:136, 141). 152 Es posible que los
rasgos compartidos entre estas dos regiones sean consecuencia secundaria de la
participación de mnbas en una misma red (I-Iealan y Hemández, 1999:141) 153, y no que
su relación ocurrió de manera directa, como señalan Cervantes y Foumier:
"[ ... ] la red puede tener lazos directos (asentmniento a asentmniento) o indirectos (en cadena) y múltiples puntos de contacto, lo cual incide en princ1p10 en que los miefactos puedan transportarse distancias considerables" (Cervantes y Fournier, 1996: 118).
151 A raíz del análisis de los materiales recuperados en el tramo Yuriria-Urupan del Proyecto Gasoducto, Maria Antonieta Moguel observó una continuidad ocupacional desde el Preclásico Superior hasta el Postclásico Tardío en la Cuenca de Cuitzeo, pero ocurriendo la mayor diversidad y fi·ecuencia de tipos cerámicos a partir del Clásico Tardio (1987:2, 5, 68, 115, 129). Al oeste de la laguna se localiza la población de Zacapu, y entre ésta y el río Lerma se ha observado también una continuidad desde épocas tempranas, aunque nuevamente ocurriendo la ocupación principal durante la parte final de la fase Lupe (ca. 700-850 d C), durante fase La Joya (ca. 850-900 d C) (Faugére, 1992:41, 43, 45, 1996:84, 90, 95; Pollard,1995:36; 2000a:63) y extendiéndose durante la fase Palacio (900-1200 d C) (Faugére, 1996:84,90-92,95, 100).
1" Richard Diehl dice que por lo menos el 80% de la obsidiana en Tu la proviene de Pachuca y tal vez el 10% de
Zinapécuaro (1982: 111), pero parece que esto sucede sólo hasta la fase Tallan (Cobean, 1978:117; 1-lealan y Stoutamire, 1989:234, 236; Healan el al., 1989: 248-249).
153 Como ocurriera con el resto de la redes de intercambio prehispánicas (Webb, 1974:358. 362), con seguridad en ésta se involucraron también recursos cuyo rastro no se aprecia de manera clara en el registro arqueológico, pudiendo ser uno de ellos la sal, cuya explotación al oriente de la laguna de Cuitzeo está documentada para el Postclásico Tardío (Moguel, 1987: 12; Nalda, 1996:261-262; Williams, 1999: 164-165, 170-171 ).
178
En el caso de la región de TuJa y los sitios estrechamente vinculados con ella,
todos ellos petienecientes a la Esfera Coyotlatelco durante el Epiclásico, esta relación
"en cadena" puede rastrearse a pmiir de los "lazos directos" sostenidos con sus vecinos
al oeste, integrados en la que ha sido denominada Esfera del Bajío. Si el papel que el
Desarrollo Xajay jugó en esta relación fue el de una esfera intermedia o si debe
considerársele una subesfera dentro de una estructura mayor, es hasta ahora incierto.
Esfera del Bajío
Se ha manejado que entre los años 350-900 d C pueden identificm·se en la región
del Bajío principalmente tres "tradiciones": Blanco Levantado, Rojo sobre Bayo, y
Negro o Café Inciso (Castañeda et al., 1988:326; Saint Chm·les, 1990:51; Brm1ifí~
2000:39). Dada su extensión temporal y anaigo en una región pmticulm·, es apropiado
el término 'tradición' para referirse en general a estas cerámicas (Willey y Phillips,
1958:34-35); sin embargo, a lo ]m·go de su existencia experimentaron vm'iaciones en el
aspecto formal o estilístico, que se han catalogado como tipos distintos.
Sobre la técnica decorativa del Blanco Levantado existen vm·ios trabajos, en los
que se describe su uso extendido y vm·iabilidad a lo lm·go de una considerable
profundidad temporal (Cobean, 1990: 455-457; Saint Chm·les, 1990:56-59, 80-82, 102-
103; Crespo, 1991a; 1996; Durán, 1991:70-71). El m1álisis de formas ha pem1itido
distinguir algunos tipos. El más tm·dío es aquel que forma pmte de los complejos Corral
Terminal y Tallan de TuJa (Cobean, idem; Saint Charles, 1990:56; Crespo, 1996:77;
Braniff, 2000:40), el más temprano aparece en sitios del Fmmativo en an1bas costas
(Crespo, ibid.:79) y desde el Clásico Medio y hasta el Postclásico Temprano ocurre en
los sitios del nmte de Guanajuato y el Bajío (Cobean, idem; Saint Charles, ídem;
Crespo, ídem).
La distribución del Blanco Levantado que se generalizó en el Bajío durante el
Clásico y aparece en el Mezquital durante el Epiclásico y Postclásico Temprano, hacia
el norte alcanza por lo menos el sur de San Luis Potosí, abm·ca casi todo el territorio
guanaj uatense presentándose hasta Salvatierra, y por el oriente aparece en vm-ios sitios
al sur de Querétaro y poniente del Valle del Mezquital."" Frecuentemente se le
15'1 Se ha reportado Blanco Levantado en Villa de Reyes, SLP (Flores y Crespo, 1988:21 0-215; Crespo, 1996:87;
Braniff, 1999:30-31 ); Cuarenta, Jal. (Durán, 1991 :70); Carabina, Gto. (Braniff, 1972:279; 1999:30-31; Flores y Crespo, 1988:210-215; Crespo, 1996:87); El Cóporo, Gto. (Fases Cóporo Medio y Tardío asociado a tipos locales, Braniff, 1972:276; 1999:30-31; Flores y Crespo, 1988:21 0-215; Crespo, 1996:82); Alfara, Oto. (Ramos y López Mestas, 1999:253); en los sitios de la SieiTa Comanjá-Guanajuato (como Cerrito de Rayas) (Ramos el al., 1988:313; Ramos y López Mestas, 1996:112); Agua Espinoza, Gto. (Crespo, 1,996:87);
179
encuentra en convivencia con cerámica local, y hacia fines del Epiclásico en
convivencia con cerámicas de los complejos Corral Terminal y Tallan de Tula. Es
curioso que el Blanco Levantado esté ausente en Acámbaro, Cuitzeo, y no aparezca en
grandes cantidades hacia el sur del Valle del Lerma (Moguel, 1987:122; Moguel y
Sánchez, 1988:232; Castañeda et al., 1988:326; Durán, 1991:70; Branin: 1999:58),
pues algunos de los tipos que caracterizan a esta área y que se encuentran hacia el norte,
sur y este, conviven en varios sitios con él. Además, en las cercanías de Acámbaro
existen yacimientos de caolín, recurso indispensable en su decoración (Cárdenas,
1997: 17), y se ha propuesto como principal zona productora de Blanco Levantado a la
Cuenca del Río Laja (Crespo, 1996:80), que desemboca en el Río Lem1a casi a la altura
de la Laguna de Yuriria y cerca de Cuitzeo.
Existe una cerámica Negro sobre Naranja que se ha considerado variedad del
Blanco Levantado (Contreras y Durán, 1982 s/p; Castañeda et al., 1988:326; Saint
Charles, 1990:83-84, 102-103; Durán, 1991:68-Crespo, 1996:77). Ésta se ha
confundido ocasionalmente con el tipo Azteca II (cfr. .Tuárez y Mm·elos, 1988:279, 282)
pero, además de diferir, la primera parece ser anterior (Braniff,\972:281-282). Se ha
propuesto su posible inicio hacia 750/800 d C (Contreras y Durán, 1982 s/p; Sánchez y
Zepeda, 1982 s/p; Saint Charles, ibid.:57; 84). El Negro sobre Naranja del Bajío
muestra un patrón de distribución similar al de Blanco Levantado, pues aunque suele
reportársele en menor proporción (Durán sostiene lo contrario, 1991 :69-70), igualmente
aparece en el sur potosino, centro y sur de Guanajuato, y sur de Querétaro. 155
Cañada de la Virgen, Oto. (aquí se sitúa entre 850-900 a 1100 d.C, Nieto, 1997:107); La Gavia, Oto. (a partir del Clásico Tardío y en el Postc\ásico Temprano, Moguel y Sánchez, 1988:232); Tlacote, Oto. (Crespo, \99\ a: 123); Urétaro, Oto. (Crespo, 1996:83); La Magdalena, Oto. (Flores y Crespo, 1988:21 0-215; Crespo, 199la, figs.l4a-\4c; Braniff, 1999:30-31); Salvatierra, Oto. (Nalda, 1981:5; Braniff, \999:30-31); tramos Salamanca-Yuriria (Contreras y Durán, 1982 s/p) y Salamanca-Degollado (Sánchez y Zepeda, 1982 s/p); Valle del Lenna (Moguel y Sánchez, 1988:231); La Griega, Qro. (Flores y Crespo, 1988:21 0-215; Crespo, 1996:87); Santa Bárbara, Qro. (Crespo, 1996:88); El Cerrito, Qro. (Flores y Crespo, 1988:210-215; Crespo, 1991 a: 1 04; Crespo, 1996:82, 87); La Negreta, Qro. (Crespo, 1996:82); San Juan del Río, Qro. (N al da, 1975:94-95); Zimapán, Hgo. (Sánchez el al., 1995: 141-142); Sabina Grande, Hgo. (Carrasco el al., 2001 ); y Tula, Hgo. (Cobean, 1990) (la mayoría de estos sitios se ubican en el Mapa 2).
155 Se ha reportado Negro sobre Naranja en Villa de Reyes, SLP (Braniff, 1992: 112; 1999:98); Al faro (Ramos y López Mestas, 1999:253); en \os sitios de la Sierra Comanjá-Guanajuato (como Cerrito de Rayas) (Crespo, \996:82; Ramos y López Mestas; \996:112); Morales, Oto. (Braniff, 1999:96); La Gavia, Oto. (a partir del Clásico Tardío y en el Postclásico Temprano, Moguel y Sánchez, 1988:232); Huanímaro, Oto. (Juárez y Morelos, 1988:279, 282); los tramos Salamanca-Yuriria (Contreras y Durán, 1982; Durán, 1991:68-69) y Salamanca-Degollado (Sánchez y Zepeda, 1982); Valle del Lem1a (Moguel y Sánchez, 1988:231 ); El Cerrito, Qro. (Crespo, 199la: 1 04; \991 b: 192, fig.l3); y Tul a, Hgo. (Braniff, 1999:98; Cobean lo ha relacionado con cerámica de la Huasteca, 1990:463-470). Se ha mencionado cerámica Negro sobre Naranja en el Valle del Río Turbio, El Cóporo, Oto. y Cuarenta, Jal., pero no se tiene la certeza de que se trata del mismo tipo (Durán, 1991:69).
ISO
El comportamiento de las cerámicas Roio sobr B N . .. . " e ayo Y egw o Caie Inciso o
Esgrafiado no puede tratarse por separado pues casi sie . . H . . ' mpre aparecen asoCiadas (cü·.
elllandez, 2001 :33). Ambas abarcan como el Bl L d . . ' anca evanta o, un espectro temporal
amplio, :ero gracias a su presencia en varias secuencias estratigráficas se cuenta con un poco mas de mfom1ación sobre sus diferencias la validez . 1' . . d
. . , ' c1 o no ogtca e algunas partJculandades y los alcances de su dispersión geográfica.
.· . Como ya se men~ionó, la base con-elativa para los estudios en el Bajío ha sido puncipalmente el trabajo de Michael Snarkis quie'n b t' . 1 R .
. . . , au IZO a OJO sobre Bayo dtagnosttco de la Fase Lerma de Acámbaro¡" como C t' R dO
. _ 011 mas e - range A ( Snar·kis 1985.239, bgs 70-75) y al principal f d' . . ,
. . . lpo IagnostJco inciso como Garita Black-Brown B (zbzd.:238, figs. 62-69) (Figs. 36 y 37).
~~~-,~~·'-·'''-
:~ .. •.· .. ·""_·.·._,_'~ .•. " . ~-:--:-~.{;1~~~-'-~y~·~· ';_··~·..,.¡,".'·"'' ·;r -~,~~ ... ·
'1f!J)c;~7 ~--.:~
Fig. 36. Cantinas Red-Oranoe A " . Cortesía Centro IN AH Guanajuato
Fig. 37. Garita Black Brown B. Cortesía Centro IN AH Guanajualo.
1s6 L . . a pe;md¡ficación preliminar de Acámbaro fue diseñada SI . 1 .
ceranuco de Snarkis y comprendió cuatro fases (\974) L 11 por 1Ir ey Gorenstem con base en el análisis el Clásico Tardío (apud Saint Charles 1990·8 5; ¡"14;se L~orma, que es la que interesa aquí, se situó en fechamientos por Cl4 se ampliaron sus Ji 't .\' o, . Anos después, con el resultado de algunos Charles, 1990·8 53 ,114· 1998·3'7· H m~ eds ms?ta00450/475-1450 d C (Gorenstein, 1985:45-46 97· Saint
• . .' . ' ' . .J ' ernan ez, ~ 1:23-15) L b . , , . Acambaro lo htcteron sobre la cronolog¡·a ... 1 1 .. ~s tra ajos anclados en la secuencia de
b IniCia, resu tanda mcterta e 'd . em argo, 1~ naturaleza de las correlaciones sí resulta válida , n ese :entt o,. su precisión. Sin de fechmmentos absolutos, la primera propuesta cronol' .'y a pes~: de q~e tod~vJa no e~tste una base firme 1990:59). En algunos lugares se da una corres d ogica ~amblen Pai ece mas apropwda (Saint Charles Ac~mbaro con tipos cerámicos que han sido t pto~- encta e l?s tipos d~agnósticos de fase Lerma d~ Ep!clásico (ctr. Hemández 2001) y e 1 edn aQivam~nte ubicados hacm finales del Clásico o en el
' ' n e sur e ueretaro se cuent r.. 1 · estratos donde aparecen Cantinas y Garita (El C . a con tec mmientos absolutos para fig. 9; Barrio de la Cruz, Unidad de Excavación ~rr~~· ;~la/, C:p~ III, 805 +- 113 d C, Crespo, 199lb:l65, 125). Con base en el análisis cerámico de la ' p : 601 -oS d. C, Crespo y Saint Charles, 1996:124-c · · cuenca onenta del Jaoo d e ·
nstme Hernández ha subdivid¡'do la "ase L " e u¡tzeo y el Valle de Ucareo ti enna en cuatro fases D · t 1 . • entre los años 700 y 900 d C, y en ella se inclu e a 1 . ·. e _esas, se la ubiCado a la Fase Perales Tabla 2) y os tipos dmgnostJcos Cantinas y Garita (ibid.:32-33,
1 g!
Aparentemente la distribución de estos tipos abarca el centro y sur del estado de
Guanajuato (Nalda, 1981; Contreras y Dmán, 1982; Velázquez, 1982 s/p; Ramos et al.,
1988:315; Durán, 1991 :64-68; Crespo, 1991a:123, figs. 14a-14c), el noreste de
Michoacán (Moguel, 1987:72-73, 80-81; Moguel y Sánchez, 1988:231; Faugére,
1996:84; Healan, 1998:1 06; Healan y Hemández: 1999: 139; Hemández, 2001:25-26,
32-33, 39-40) y sur de Querétaro (Brambila y Castañeda, 1991:146; Crespo, 1991a:104;
1991b:192, fig. 13; Saint Charles, 1991b:80-88; 1998:340). La aparición generalizada
de los tipos de Acán1baro no parece haber rebasado hacia el oeste la Cuenca de Cuitzeo
(Hemández, ibid. :26) y hacia el este los límites del estado de Querétaro."'
La concurrencia de Cantinas y Garita es uno de los rasgos que definen la Esfera
del Bajío (Mapa 5), pero su aparición es la expresión local de un fenómeno mayor,
donde parece existir una relación primaria entre la fabricación de tipos rojo sobre bayo
con diseños pintados, y tipos cafés o negros con diseños incisos o esgrafiados. Esta
relación primaria es impmiante porque nos permite contemplar a las múltiples
expresiones locales como traducciones de conceptos o estilos interregionales, más que
como emulaciones de tipos específicos. Hernández (2001 :33) ha considerado a esta
"pareja" como la "esfera de cerámicas Lagos", y es interesante que la percibe como la
"manifestación de una red de interacción que abarca el noreste de Michoacán, el sur de
El Bajío, y porciones adyacentes de Hidalgo y México durante el Epiclásico" (ibid:33,
40) (este esbozo coincide con el de la Red Septentrional del Altiplano a la que me
refiero en este trabajo).
Durante el Clásico y Epiclásico, la complementación de decoraciones pintadas
rojo sobre bayo y decoraciones incisas o esgrafiadas sobre piezas monocromas, se
difundió a todo lo largo de la porción septentrional de la Mesa Central y hacia el
Noroccidente (Kelley y Abbot, 1971; Braniff, 1972:284; 2000:39; Jiménez Betts,
1989:10-11, 17; 1995:43, 49; 1998:229; Jiménez Betts y Darling, 1992:13; Hemández,
2001:40), por lo menos desde Sinaloa, Durango, Zacatecas, Colima y Jalisco, (Kelley y
Abbott, idem; Meighan, 1976; Jiménez Betts y Darling, ibid.: 14; Jiménez Betts,
1995:43), hasta la región de Tula (Cobean, 1990; Hernández, idem).
La relación primaria se observa con mayor claridad en cieiios casos, donde los
tipos además de coexistir comparten motivos. Algunos singulares disefios del material
Xajay Esgrafiado, por ejemplo, no son directamente comparables con los de tipos
157 Falta verificar, sin embargo, si algunos incisos intrusivos que han aparecido en el poniente hidalguense, en sitios Xajay y en Sabina Grande, se corresponden con Garita, pues a simple vista sostienen similitudes, además de resultar contemporáneos.
esgrafiados en lozas vecinas; sin embargo, ocasionalmente sí son reproducidos en rojo
sobre bayo en cerámica también de fabricación local (Fig. 3 8).
Fig. 38. Xajay Rojo Esgrafiado (a) y Rojo sobre Bayo (b). Cortesia Proyecto Valle del Mezquital
Y a Beatriz Braniff había llamado al atención sobre este fenómeno, resaltando, no
una analogía directa entre los tipos del sur y los del centro de Guanajuato, sino entre la
relación Cantinas/Garita de Snarkis y la relación San Miguel Rojo sobre Bayo/San
Miguel Esgrafiado (Braniff, 1999:58), estos últimos tipos presentes en las fases San
Miguel (100 a C-300 d C) y Tierra Blanca (300 d C-950 d C) (Braniff, 1972:279-281;
1999:46, 125). En este sentido, la relación primaria que he mencionado comprendería a
varios 'estilos', y desde aquel punto de vista son trascendentes las diferencias entre los
distintos Rojos sobre Bayo y Negros o Cafés Incisos-Esgrafiados que se generalizaron
hacia finales del Clásico en la porción norte del Altiplano Central.
Al sm de Guanajuato, sur de Querétaro y noreste de Michoacán, uno de estos
estilos integraría a tipos cerámicos como el Cantinas Red-Orange A de Snarkis y tal vez
a una buena parte de los que han sido repmiados como sus variantes o equivalentes (y
lo mismo ocurriría con los Negros-Cafés Incisos) (revísese la descripción de tipos en
Nalda, 1981 s/p; Contreras y Durán, 1982 s/p; Sánchez y Zepeda, 1982 s/p; Velázquez,
1982 s/p; Moguel, 1987:72-73, 80-81; Saint Charles, 1990:64-66, láms. 50-58; Durán,
1991 :64-68; Faugére, 1996:84), pero estos tipos también coexisten con cerámicas rojo
sobre bayo que derivan de otros estilos.
Pienso por ejemplo en aquel donde encajaría el tipo Rojo sobre Bayo de San
Bartola Aguacaliente, Gto., contemporáneo con Cantinas por lo menos durante el
Epiclásico (600-900 d C) (Flores, 1981 apud Saint Charles, 1990:62 y Durán, 1991:62)
(Fig.39).
183
Fig. 39. San Bartola Rojo sobre Bayo. Cortesía Centro INAH Guanajuato.
Se ha prestado poca atención a esta cerámica, por lo que es difícil rastrear sus
alcances y posibles vínculos, pero tipos con diseños, formas y acabados muy similares
han sido reportados en varios sitios de Guanajuato (p.e. Rojo/Bayo de Contreras y
Durán, 1982 s/p; Rojo/Bayo Grupo 10 de Sánchez y Zepeda, 1982 s/p; Rojo/Bayo El
Bajío de Saint Charles, 1990:52, 60-62, láms. 33-49; Rojo/Bayo Pulido de Zepeda,
1986 apud Braniff, 1999:46) y Querétaro (cfr. Brambila y Castai'ieda, 1991:146; Saint
Charles, 1991 b:80-88; 1998:340). Estos tipos relacionados con San Bartola Rojo sobre
Bayo conviven con Cantinas en algunos sitios (Contreras y Durán, idem; Sánchez y
Zepeda, id e m), pero a simple vista pareciera que el alcance de ambos no se COITesponde
totalmente. Quizás la distribución de San Bartola Rojo sobre Bayo y tipos asociados
debiera contemplarse como una subesfera dentro de la Esfera del Bajío (Mapa 5). 15" Si
esto resultase válido, es posible que en la dispersión diferencial de rasgos estilísticos
propios de Cantinas y San Bartola pueda contemplarse una relación genérica, también
diferencial, con tipos de distintas esferas contiguas.'" Esto ayudaría a enfocar con
158 Es posible que el tipo San Miguel Rojo sobre Bayo, que Braniff identificó en el sitio de Morales, Gto. y alrededores de San Miguel de Allende (Braniff, 1 972:282; 1999:32-50, láms.3 y 4), corresponda al mismo estilo (Saint Charles, 1990:52, 62), aunque aparentemente con una mayor profundidad temporal. Nieto correlaciona al Rojo sobre Bayo de Cañada de la Virgen con el tipo de Braniff y también con materiales del norte de Michoacán ( 1997: l 07), quizás refiriéndose al tipo Ramón Rojo sobre Café del Valle de U careo, bautizado por Healan y Hemández, quienes señalan su semejanza con el Rojo sobre Bayo El Bajío de Saint Charles (1999: 138).
15'J Como ejemplo de esta "relación genérica diferencial" puede comentarse que los tipos emparentados con el
San Bartola Rojo sobre Bayo, especialmente aquel identificado por Braniff en el área de San Miguel de Allende (Braniff, 1972:282; 1999:32-50, láms.3 y 4), guardan en ocasiones una mayor similitud con algunas cerámicas de Alta Vista, Zacatecas (a decir por su acabado y disposición cuatripartita de motivos) (cfr. Kelley y Abbott, 1971), que con los ejemplares más comunes de Cantinas.
13··1
mayor claridad las áreas de 'engranaje' entre los sistemas sociales que participaron, a
partir de esferas distintas, en una red interregional.
Mapa 5. Extensión aproximada de la Esfera del Bajío (sombreado oscuro) y alcance tentativo de la dispersión de sus tipos diagnósticos (sombreado tenue).
"53 •54
J-Aita Vista. 2-La Quemada. 3-EI Cerrito. 4-Guadalcázar. 5-Peñasco. 6-Villa de Reyes. ?-Buena Vista H. 8-Río Verde. 9-La Noria. 10-Tamuín. ll~Tamtok. 12~Las Flores. 13-Pánuco/Pavón. 14-Tajín. 15-Huapalcalco. 16~Tula. 17-Chapantongo. 18-Sabina Grande. 19-Zethé. 20-Pañhú. 21 ~Zimapán. 22~Cerro de la Cruz. 23~ Tepozán. 24-El Cerrito. 25~La Griega. 26-Acámbaro. 27-Salvalierra. 28-Yuriria. 29-Huanimaro. 30-Dcgollado. 31-El Cobre. 32-Peralta. 33-Salamanca. 34-San Bartola. 35.La Magdalena. 36-Morales. 37-Cañada de la Virgen. 38-Agua Espinoza/Tierra Blanca. 39-La Gloria. 40-La Gavia. 41-Cerrito de Rayas. 42-Aifaro. 43-Carabino. 44-EI Cóporo. 45-Chinampas. 46-Cuarcnta. 47-Zacapu. 48-Cuitzco. 49-Zinapécuaro. 50-Loma Santa María. 51-Urichu. 52-Tingambato. 53-Uruapan. 54-Apatzingún. 55-Huamango. 56-Tenlihuacan. 57-Tecámac. 58-Toluca. 59-Tcotcnango. 60-Cacaxtla/Xochitécatl. 61-Xochicalco.
La dispersión de tipos particulares como Negro sobre Naranja, Cantinas Red
Orange A, Garita Black-Brmvn E o San Bartola Rojo sobre Bayo, no se circunscribe a
la Esfera del Bajío, sino que abarca hasta el sur de Zacatecas, San Luis Potosí o los
Altos de Jalisco, donde aparecen como intrusivos. Adicionalmente, pienso que algunas
cerámicas rojo sobre bayo que aparecen en ia Esfera del Bajío se integrarían
adecuadamente a estilos alóctonos, como el Coyotlatelco. Arrtbos fenómenos son
resultado de la convergencia con esferas vecinas.
Como se tratará más adelante, la Esfera del Bajío hacia sus extremos este y sur
confluye con la Coyotlatelco, confirmando la relación de los grupos sociales que
habitaron el sur de Guanajuato y sur de Querétaro, con aquellos al poniente de Hidalgo,
el Estado y la Cuenca de México (Mapas 9). Por ahora centraré la atención en los
vínculos del Bajío hacia el norte y noroeste.
Esfera Septentrional
Desde finales de los años ochenta, Peter Jiménez ha correlacionado una serie de
rasgos y materiales comunes a una extensa área en el noroeste de Mesoamérica,
redefiniendo la "Esfera Septentrional" propuesta originalmente por Charles Kelley
(1974) (Jiménez Betts, 1989; 1992; 2001; Jiménez Betts y Darling, 1992; 2000). En sus
palabras, "La presencia de esta esfera es importante, porque articula el área de
Chalchihuites con áreas vecinas y con el conedor Lerma-Santiago" (1989:9).
La intersección de esta esfera con regiones al sur se infiere por lo menos desde el
Clásico Temprano (Jiménez Betts, ibid.:36), pues ya entonces existe una relación entre
los tipos esgrafiados y rojo sobre bayo de Chalchihuites, Juchipila, Malpaso y
Guanajuato (Braniff, 1972; Jiménez Betts, ibid.: 10-11; 1995 :40; Jiménez Betts y
Darling, 2000:160). Como se verá después, dicha relación cerámica permanecerá por
varios siglos, percibiéndose claramente durante el Epiclásico e involucrando a varias
regiones más.
De acuerdo con Jiménez, hacia finales del Clásico y durante el Epiclásico (ca.
650-850 d C), la articulación de los grupos humanos que habitaron el centro y sur del
actual estado de Zacatecas, los Altos y Valle de Atemajac en Jalisco, y el norte de
Guanajuato, se hace evidente, entre otras cosas, a partir de la distribución generalizada
de algunos materiales diagnósticos como son la cerámica pseudo-cloisonné (Kelley,
1974; Jiménez Betts, 1989:20, 35; 1995:56; Jiménez Betts y Darling, 1992:14;
2000:164, 175) y la Figurilla Tipo I (Jiménez Betts, 1989:14-16, 35; 1995:47, 56;
186
Jiménez Betts y Darling, 1992: 14; 2000:165-166, 175). 160 Los sitios donde concunen
estos elementos, el esquema arquitectónico del complejo plaza-altar-pirámide, y lozas
de manufactma local que sostienen entre sí coincidencias que sugieren una relación
genérica, integran la Esfera Septentrional (Jiménez Betts, 1989; 1992; 1995; Jiménez
Betts y Darling, 1992; 2000) (Mapa 6).
Jiménez Betts y Darling (2000) delimitan dos esferas menores hacia la porción
sur de la Esfera Septentrional: Altos-Juchipila y Valle de San Luis Policromo (Jiménez
Betts y Darling, ibid., fig. 10.13; Jiménez Betts, en prensa) (Mapas 6 y 7), la última
caracterizada por la cerámica homónima.
160 En su propuesta original, Jiménez Betts asigna a la distribución de la Figurilla Tipo 1 una temporalidad de ca. 650-850/900 d C, apoyándose en su presencia en contexto estratigráfico en el sitio de Alta Vista. durante la fase homónima (ca. 750-850 d C) (1989:16,35; 1995:47, nota 16). Más tarde, la anotación de Beatriz Braniff sobre la convivencia de esta figurilla con Anaranjado Delgado en El Cóporo, Gto. llevó al autor a reconsiderar dicha cronología, hacia el Clásico Medio (cfr. Jiménez Betts, 1992; Jiménez Betts y Darling, 1992). Sin embargo, posteriormente Braniff reconoció que en su contexto también estaba presente el tipo Valle de San Luis Policromo, lo que, aunado a la aparición de nuevos ejemplares de la Figurilla Tipo 1 en la Cuenca de Sayula en contextos del Epiclásico, o su asociación con figurillas tipo Cerro de Garcia y cerámica del complejo lxtépete-El Grillo en Juanacatlán, Jal., revierte su cronología a la postura inicial (cfr . .liménez Betts y Darling, 2000:179, nota 1 0). La supuesta presencia de 'Anaranjado Delgado' en el estrato del Cóporo no atenta necesariamente contra una temporalidad clásica tardía de la Figurilla Tipo I, pues si bien se ha considerado a esta cerámica como un marcador de vínculos hacia Teotihuacan, quienes la han estudiado reconocen que en aquella urbe su consumo se incrementó durante la última fase (Rattray, 1981 :64-65). Generalmente se dice que Anaranjado Delgado dejó de existir a la caída de Teotihuacan (Rattray, ibid.:67), pero también se han expuesto evidencias de su posible persistencia en la Cuenca hasta época Coyotlatelco (Good, 1972 apud Cobean, 1982:66; Nichols y McCullough, 1986 apud Gamboa, 1998:25; Manzanilla el al., 1996:261-263). Por otro lado, en el complejo Prado de Tul a (ca. 700-800 d C) Robert Cobean incluye una cerámica "muy similar al Anaranjado Delgado [ ... ] inclusive en la textura y el color de la pasta", sugiriendo que, aunque las formas difieren, puede tratarse de una imitación local (Cobean, 1982:65; 1990:122, 125-126). Esto es congruente con los datos sobre el tipo de arcilla con la que se fabricó el Anaranjado Delgado, que también se encuentra en una franja al Centro del estado de Querétaro y Noroeste de Hidalgo (Lambert, 1978 apud Rattray, ibid.:67). Tal vez algunos tiestos que han sido identificados en sitios del norte de la Mesa Central (incluyendo al Cóporo) como el Anaranjado Delgado producido en Puebla y consumido por la Cuenca durante el Clásico, sean en realidad variedades producidas con arcillas de estos yacimientos cercanos. De ser así, la utilidad correlativa (en términos culturales y cronológicos) de esta cenimica en la región quedaría por evaluarse.
!87
Mapa 6. Esfera Septentrional (achurado con puntos) y Esfera Altos/Juchipila (achurado con lineas). Extensión aproximada (sombreado oscuro) y alcance tentativo de la dispersión
de sus rasgos diagnósticos (sombreado tenue).
••
J-Aita V isla. 2-La Quemada. 3-El Cerrito. 4-Guadalcázar. S-Peñasco. 6-Villa de Reyes. 7-Bucna Vista H. 8-Río Verde. 9-La Noria. 1 0-Tamuín. 11-Tamtok. 12-Las Flores. 13-Pánuco/Pavón. 14-Tajín. 15-Huapalcalco. 16-Tul a. 17-Chapantongo. 18-Sabina Grande. 19-Zethé. 20-Pañhú. 21-ZimapUn. 22-Cerro de la Cruz. 23-Tepozán. 24-EI Cerrito. 25-La Griega. 26-Acámbaro. 27-Salvaticrra. 28-Yuriria. 29-Huanímaro. JO-Degollado. 31-EI Cobre. 32-Peralta. 33-Salamanca. 34-San Bartolo. 35.La Magdalena. 36-Morales. 37-Cañada de la Virgen. 38-Agua Espinoza/Tierra Blanca. 39-La Gloria. 40-La Gavia. 41-Ccrrito de Rayas. 42-A!faro. 43-Carabino. 44-EI Cóporo. 45-Chinampas. 46-Cuarenta. 47-Zacapu. 48-Cuitzeo. 49-Zinapécuaro, 50-Loma Santa María. 51-Urichu. 52-Tingambato. 53-Uruapan. 54-Apatzingán. 55-Huamango. 56-Teotihuacan. 57-Tecamac. 58-Toluca. 59-Tcotenango. 60-Cacaxtla/Xochitécatl. 61-Xochicalco.
Mapa 7. Extensión aproximada de la Esfera Valle de San Luis (sombreado oscuro) y alcance tentativo de la dispersión de su tipo diagnóstico (sombreado tenue).
• 1
• 5.1-
0 54
V 47 • 51
D .52
!-Alta Vista. 2-La Quemada. 3-EI Cerrito. 4-Guadalcázar. S-Peñasco. 6-Villa de Reyes. 7-Buena Vista H. 8-Río Verde. 9-La Noria. 10-Tamufn. 11-Tamtok. 12-Las Flores. 13-Pánuco/Pavón. 14-Tajín. 15-Huapalcalco. 16-Tula. 17-Chapantongo. 18-Sabina Grande. 19-Zethé. 20-Pañhú. 21-Zimapán. 22-Cerro de la Cruz. 23-Tepozlin. 24-EI Cerrito. 25-La Griega. 26-Acámbaro. 27-Sa!vatierra. 28-Yuriria. 29-Huanímaro. 30-Degol\ado. 31-El Cobre. 32-Peralta. 33-Sa!amanca. 34-San Bartola. 35.La Magdalena. 36-Morales. 37-Cañada de la Virgen. 38-Agua Espinoza/Ticrra Blanca. 39-La Gloria. 40-La Gavia. 41-Cerrito de Rayas. 42-Alfaro. 43-Carabino. 44-E! Cóporo. 45-Chinampas. 46-Cuarenta. 47-Zacapu. 48-Cuitzeo. 49-Zinapécuaro. 50-Loma Santa Maria. 51-Urichu. 52-Tingambato. 53-Uruapan. 54-Apatzingán. 55-Huamango. 56-Teotihuacan. 57-Tecámac. 58-Toluca. 59-Teotenango. 60-Cacaxtla/Xochitécatl. 61-Xochicalco.
El tipo Valle de San Luis Policromo es diagnóstico del Tunal Grande durante su
fase San Luis (ca. 600-900 d C) (Crespo, 1976:37-38; BraniiT, 1992:17-18) y su
distribución abarca principalmente el oriente de Aguascalientes, el extremo sureste de
Zacatecas, noreste de Jalisco (Los Altos), norte de Guanajuato y suroeste de San Luis
Potosí (Crespo, 1976:37-38; Brown, 1985:224; Braniff, 1992:17-18, 69; Crespo,
1998:329), aunque aparece como intrusivo en el Valle de Malpaso (Jiménez Betts y
Darling, 2000:164, 180, nota 13; Jiménez Betts, en prensa), la Cuenca de Río Verde, el
centro de Guanajuato y el suroeste de Querétaro (Braniff, 1992': 17-18, 69; Crespo,
1991 b: 192, 1998:329). No conozco ningún tiesto ya en territorio hida1guense. 161
Este tipo diagnóstico se encuentra usualmente en conjunción con Blanco
Levantado, vasijas al negativo y ocasionalmente Cloisonné (Brown, 1985 :224; Braniff,
2000:40). La presencia de Blanco Levantado en el Tunal, aunada a la intrusión de Valle
de San Luis Policromo en sitios del centro de Guanajuato y suroeste de Querétaro,
confirma la concunencia de las esferas del Bajío y Septentrional, pero además insinúa
la conexión de ambas hacia el este, con la Ruaste ca (Jiménez Betts, 200 l :6). 162
En un trabajo reciente, Beatriz Braniff habla de una clara frontera cultural que
separó al Tunal Grande y al Bajío de los tetTitorios al noreste, incluyendo la Sierra
Gorda de Querétaro, el Valle de Río Verde en San Luis Potosí y la Sierra de Tamaulipas
(2000:36). Es cierto que estas últimas regiones sostienen varias afinidades con la Costa
del Golfo (cfr. Eldlolm, 1944:505; Michelet, 1989; Herrera y Quiroz, 1991; Crespo y
Brambila, 1991 :9), pero también existen elementos que las vinculan con las esferas
Septentrional y del Bajío. Es notable, por ejemplo, la aparición en sitios del Tunal de
San Diego Naranja Fino (Crespo, 1976:56) y Zaquil Negro (Braniff, 1972:276; Braniff,
1974:43; 1992: 17; Crespo, ídem; Jiménez Betts, 2001 :6), esta última, una cerámica
diagnóstica del Periodo IV en la región de Pánuco (Eld10lm, 1944:352-355, 358, 428).
Como especifica Crespo: "Ambos tipos son del Clásico tardío y representan la tradición
desarrollada en el altiplano potosino, basada en patrones cerámicos de la vertiente del
Golfo" (id e m) (Zaquil Negro aparece tan1bién en El Cenito, Zacatecas, asociado a Valle
de San Luis Policromo [Braniff, 1974:43; 1992:66, 117-118] ). Congruentemente,
161 Valle de San Luis Policromo se ha rep011ado en Buenavista, SLP (Branift; 1992: 17-18, 69); Peñasco, SLP (Braniff, 1992:69); Río Verde (Míchelet, 1984, apud Crespo, 1998:329); Villa de Reyes (Crespo, 1976:37-38; Braniff, 1992:17-18); La Quemada (Jiménez Betts y Darling, 2000:164, 180, nota 13; Jiménez Betts, en prensa); El Cen·ito, Zac. (Brown, 1985:224; Braniff, 1992:69; Jiménez Betts, en prensa); Peñón Blanco, Zac. (Braniff, 1992:69); Aguas calientes (Braniff, 1992: 17-18); Chinampas, .la!. (Braniff, 1992:69); Cuarenta, Jalisco (Brown, 1985:224; Braniff, 1992:69); El Cóporo, Gto. (Fase Cóporo Medio, asociado a materiales locales y Cloisonné, Brown, 1985:224; Braniff, 1992:69); Cerrito de Rayas, Gto (Ramos el al., 1988:313); Agua Espinoza y Tierra Blanca, Gto. (Brown, 1985:224; Braniff, 1972:283); La Gavia, Gto. (Jiménez Betts y Darling, 2000, nota 13); La Magdalena, Gto. (Brown, 1985:224); Tlacote, Gto. (Crespo, 199la:123); El Cerrito, Qro. (Crespo, 1991 b: 192, fig. 13).
162 El Tunal Grande pudo ser también una región intermediaria entre las poblaciones agrícolas y los grupos nómadas de los desiertos al norte (Braniff, 2000:36). Para Braniff "Las interrelaciones entre grupos mesoamericanos y los de la región de cazadores-recolectores del norcentro, se pueden corroborar con base en ciertos artefactos líticos que son compartidos en la región llamada del Tunal Grande, que es mesoamericana, y las extensas regiones al norte de San Luis Potosí y sur de Coahuila" (1994:135, véase también Crespo y Viramontes, 1999 en general para el norcentro). Entre estos artefactos líticos se cuentan los famosos 'Raspadores Coahuila', que además de en El Tunal han aparecido en Guanajuato (Rodríguez, apud Crespo y Viramontes, 1999: 113), Zimapán (Sánchez el al., 1995:143, 154, fig. 17) y Cerro Las Burras, al poniente del Valle del Mezquital (Manuel Polgar, com. pers. 2000).
]'!(]
tiestos Valle de San Luis se han recuperado en Buena Vista Huaxcama (Braniti,
1972:276; 1992: 17) y en Río Verde durante su Fase B (700-900 d C) (Michelet, 1984
apud Crespo, 1998:329). Pipas que aparecen tanto en Río Verde como en Villa de
Reyes muestran similitudes, y Braniíi comenta que algunas pipas de barro y piedra de
San Luis Potosí se asemejan a las de la región de Caddo. Precisamente la conexión con
esta área del Sureste Americano se ha detectado vía norte de Tamaulipas y la I-Iuasteca
(Porter, 1948:192, 227; Du Solier et al., íbíd.:26-29; Annillas, 1999 [ 1964] :34). La
relación entre el Tunal Grande y Río Verde ya ha sido destacada (Braniff, 1992:43-44;
Michelet, 1995:218, nota 48), lo mismo que los lazos entre esta última región y la
I-Iuasteca (Ochoa, [1979]1984:33). 163 Al oeste de Querétaro se reporta un fragmento de
"escultura de bano del Golfo", presumiblemente procedente de El Cerrito (Crespo,
1991b:l92, fig. 13), sitio donde además se ha recuperado cerámica "Negro Esgrafiado
Postcocción de Río Verde" (Crespo, ídem). Zaquil Negro se ha encontrado también en
el Mezquital (Fournier, 1995, cuadro 9). 16'1
Volviendo a la Esfera Valle de San Luis, Beatriz Braniff considera que los
vínculos más estrechos del sur potosino y el Bajío se sostuvieron con el Occidente
(Braniff, 2000:36, 41, véase también Crespo y Brambila, 1991 :9). Destaca como
ejemplo de ello, el que algunos tipos cerámicos recuperados en Villa de Reyes son
reminiscentes del Chametla Policromo Temprano de Sinaloa, que las figurillas tan1bién
son similares a las de la costa occidental, y que en La Gloria y Peralta, Guanajuato, hay
algunos elementos arquitectónicos de tradición Teuchitlán (Braniff, íbíd.:40-41). Esta
asociación pudo ocurrir principalmente vía la Esfera Altos-Juchipila, que en su extremo
este converge con la Valle de San Luis (Mapas 9), y cuyas conexiones con el Occidente
han sido ampliamente exploradas (cfr. Jiménez Betts y Darling, 2000:167-171, fig. 10-
163 "[ ... ] con base en las similitudes cerámicas de la última parte del periodo IV y principios del V, quizá podrían correlacionarse con las cerámicas de Río Verde, zona que tal vez fuera lugar de tránsito de varios elementos mesoamericanos, no sólo hacia el norte de México, sino tal vez a la sierra de Tamaulipas. En algunos sitios de esta área, que no son claramente huaxtecos, indistintamente aparecen fonnas circulares y rectangulares en la arquitectura, cerámicas semejantes a las de Buena vista y los tipos Zaquil negro e inciso, así como juego de pelota y yugos en entierros, entre otros elementos" (Ochoa, [ 1979] 1984:33).
16'1 Se habla también de una relación entre Río Verde y la Sierra Gorda (Herrera y Quiroz, 1991:299; Michelet,
1995:215) y desde luego entre esta última y la Huasteca (Herrera y Quiroz, ibid.:287,297,299). Aunque son escasos los rasgos atribuibles a la Sierra que aparecen en el sur de Querétaro y poniente de Hidalgo, vale la pena recordar que en sus estribaciones se ha recuperado el tipo Xajay Esgrafiado (Mejía y Herrera, com. pers, 2001 ), y del Mezquital conozco fragmentos de una figurilla del mismo tipo que una expuesta en el Museo Nacional, como procedente de Sierra Gorda. Se ha supuesto que el cinabrio, que decora varias figurillas en el Mezquital, proviene de los yacimientos de la Sierra, pero esto de ningún modo es contiable dada la existencia de yacimientos de este mineral en otras regiones, por ejemplo cerca de Acámbaro (Cárdenas, 1997, mapa 2).
191
13 ). Quizá a esto se deba que una forma tan característica en la cerámica .. del grupo
naranja-guinda de los Altos de Jalisco, como es el borde de escalón, se haya encontrado
hasta el valle de San Luis Potosí (durante la fase San Luis) y hasta la región de Río
Verde, "lo que amplía la intenelación de las fonnas diagnósticas del norcentro
Occidente hacia la zona oriental de Mesoamérica" (Ramos y López Mestas, 1999:255).
La Esfera Septentrional se intersecta con la del Bajío vía estas dos esferas
menores (Mapas 9). La de los Altos-Juchipila se extiende ligeramente fuera de los
límites de la Esfera Septentrional hacia el este, llegando a Cerrito de Rayas e
incluyendo también a La Gavia, en Guanajuato. Estos dos sitios son importantes porgue
muestran el engranaje de las dos esferas a partir de las cerámicas al Negativo y Valle de
San Luis Policromo, pero además representan un área de conexión con los límites
distributivos de Garita, Cantinas y Negro sobre Naranja (Moguel y Sánchez, 1988:230;
Ramos et al., 1988:315; Ramos y López Mestas, 1999:258; .Timénez Betts y Darling,
2000:180, nota 13; .Timénez Betts, 2001:6). También hacia su extremo sureste, la Esfera
Septentrional incorpora a los sitios de El Cóporo, La Gloria y El Cobre, en Guanajuato,
que constituyen el límite noroeste de la Esfera del Bajío (.Timénez Betts y Darling,
1992:17) (Mapas 5 y 6). En los tres sitios conviven la Figurilla Tipo I, el
Pseudocloisonné y el Negativo, con Blanco Levantado, tipos incisos, esgrafiados y rojo
sobre bayo (Jiménez Betts, 1992:189-190, nota 8; Jiménez Betts y Darling, 1992:14-15,
18; Braniff, 2000:40).
Hace ya bastante tiempo, Charles Kelley llamó la atención sobre la similitud
entre algunos tipos cerámicos Rojo sobre Bayo de Durango y Zacatecas y el tipo
Coyotlatelco definido por Tozzer (1921) para la Cuenca de México (Kelley, 1960:570;
véase también Branift~ 1972:284-285; Jiménez Betts, 1989:34-36; Mastache y Cobean,
1989:55; Fournier y Cervantes, en prensa). Desde el Altiplano Central, esta relación
generalmente se asume como secuencial, considerando al Coyotlatelco como derivado
de un proceso evolutivo con tendencia de avance geográfico, y no a ambos estilos como
intenelacionados. Esto se debe, por un lado, a la supuesta aparición repentina del
Coyotlatelco en la Cuenca durante la época en la que el sistema teotihuacano había
declinado; y por otro, a la cronología propuesta inicialmente para aquellos tipos
'norteños', que se consideraban anteriores. Con los ajustes recientes a la cronología de
ambas áreas (para la Cuenca de México cfr. Parsons et al., 1996; Manzanilla et al.,
1996; Cogwill, 1996; para Zacatecas y Durango cfr. Kelley, 1985; Jiménez Betts y
192
Darling, 2000; Jiménez Betts, en prensa; Foster, 2000), "'5 actualmente parece más
adecuado asumir que la similitud entre los tipos Gualterio Rojo sobre Crema, Suchil
Rojo sobre Café, Mercado Rojo sobre Crema de Chalchihuites (Kelley y Abbot,
1971 :49-93) y el Coyotlatelco de la Cuenca, es reflejo de su parcial contemporaneidad
(Jiménez Betts, 1989:34-35; com pers. 2002); que el estilo Coyotlatelco en la Cuenca
de México es una expresión local de un fenómeno panregional; y que alguna respuesta
importante sobre este fenómeno debe buscarse en la región intermedia (Jiménez Betts,
idem; Jiménez Betts y Darling, 1992:2), precisamente en el traslape de las esferas que,
como la del Bajío, integraron la Red Septentrional del Altiplano.
E~fera Coyotlatelco
La presencia de cerámica 'Coyotlatelco' en diversos y distantes contextos
arqueológicos ha sido frecuentemente abordada de manera fragmentada, buscando ligar
los contextos locales a tma de dos problemáticas principales: el decline del sistema
teotihuacano o la conformación del tolteca. El fenómeno Coyotlatelco está
estrechan1ente relacionado con ambos procesos, pero el referirse exclusivamente a uno
u otro inhibe un análisis integral que cobra importancia precisamente en su extensión
macrorregional y sincrónica. Evadir aquella fragmentación no es sencillo, pues la
dispersión de Coyotlatelco tuvo un comportamiento diferencial expresado en el
contexto par1icular del que forma parte, adoptando diferentes dimensiones.
características o implicaciones, de acuerdo con el espacio cultural y geográfico desde el
que se observa.
Esto ha derivado en un segundo obstáculo, que es la multivalencia con la que se
ha generalizado el término en la literatura ar·gueológica (para una crítica cfr. Gaxiola,
1999:62-63), incluyendo la denominación de un tipo (cfr. Tozzer, 1921 :51-53; Braniff,
1994: 118), complejo (cfr. Rattray, 1966; Cobean, 1990; Sugiura, 1996:236; 2001 :378;
165 Revisiones recientes a la cronología de la Cuenca de México y la obtención de nuevos fechamientos por C14, sitúan el inicio de la 'fase' Coyotlatelco ca. 650 d C, por lo menos un siglo antes de lo que tradicionalmente se pensaba y con una duración aproximada de dos siglos (García Chávez apud Parsons et al., 1996:227; Parsons et al., 1996:221-223, 227, tablas 1, 2, 4 y tig. S: Manzanilla et al., 1996:258-263; Cowgill, 1996:326-327; Cervantes y Fournier, 1996:105, nota 1; Gamboa, 1998:275-276; Ringle et al., 1998:223; Rattray, 2001:414). Lo mismo ocurre en la región de TuJa (Stcrponc, en prensa, ver nota 21 de este volumen; Rattray, idem). Esto corrobora su total contemporaneidad con otros sitios epiclásicos, a decir por la serie de [echamientos absolutos expuestos por Gaxiola (1999:47, 60), que fueron obtenidos en sitios como Huapalcalco, Cacaxtla, Xochitécatl y Cerro Zapotecas. Marvin Cohodas también presenta fechamientos por C14 provenientes de Chichén Itzá, Cacaxtla y Xochicalco, donde el auge de estos sitios se sitúa en las mismas fechas (1989:222-224, 231). La fase Xoo de Jos Valles Centrales de Oaxaca también corresponde a ese lapso, como indica la serie de fechamientos absolutos presentados por Winter ( 1989: 127; véase también Cohodas, 1989:226).
l9J
Gamboa, 1998; Gaxio1a, 1999) o estilo cerámico (cfi·. Dumond y Müller, 1'}72:1211;
Diehl, 1983:46; 1989; Sanders, 1989; Gaxiola, ídem; Fournier y Cervantes, en prensa);
una 'cultura' (cfr. Rattray, 1996:219); un momento histórico o fase (cfr. Sanders, 1989;
Parsons et al., 1996; Manzanilla et al. 1996; Gamboa, 1998); o un grupo étnico (cfr.
Cogwill, 1996:330) (para completas y detalladas monografías sobre el tema véase
Rattray, 1966; García Chávez y Córdoba, 1990; Gan1boa, 1998; Sugiura, 2001, Fournier
y Cervantes, en prensa, entre otros).
Los conceptos de 'tradición' y 'tipo' como escalas de análisis del material
cerámico son indispensables para la comprensión de historias locales y su profundidad
temporal, pero limitarse a ellas descuida la exploración de una escala intermedia, que
resulta la más adecuada para un estudio como éste, y que radica en la distinción y
delimitación de estilos (ver págs. 7-12 y 158-159 de este volumen). Como se mencionó
al hablar de la relación primaria entre tipos rojo sobre bayo y esgrafiados/incisos,
frecuentemente las múltiples expresiOnes locales podrían contemplarse como
traducciones de un concepto intenegional, más que como imitaciones de tipos
específicos. Congruente con esto, es de esperar que técnicas, decoraciones, diseños y en
algunos casos funciones o significados, sean adoptados sin desplazar al total de forn1as
o materias primas preexistentes. Estos dos últimos rasgos, que al definir 'tipos'
contribuyen a la diferenciación, en realidad confirman la existencia de un vínculo que
pem1itió compartir conceptos o estilos, por encima de la importación/exportación de
objetos (para una discusión similar cfr. Plog, 1990:63-64). Creo que esto es lo que
ocmTe con la cerámica Coyotlatelco.
Existen principalmente dos posturas para explicar la aparición del estilo
Coyotlatelco en la Cuenca de México. Una de ellas apoya su origen, o por lo menos su
desarrollo, en la misma Cuenca, es decir, una expresión local (cfr. Bennyhoff, 1966;
Rattray, 1966:189; 1972:203; Sanders, 1989:215). La otra favorece m1 arribo de
población alóctona trayéndolo consigo, es decir, una intrusión (cfr. A costa, 1972:152,
156; Braniff, 1994:118; Rattray, 1966:181; 1996:213, 222, 230; Gamboa, 1998:51,
264). Es verdad que estas asunciones derivan de enfoques divergentes sobre el
fenómeno en su totalidad (sus causas, consecuencias e implicaciones), pero es
indudable que ambas cuentan también con apoyo fáctico. Será difícil avanzar en el
problema de Coyotlatelco si cada nueva evidencia está orientada a apoyar un argmnento
y rechazár el otro, pues estas posturas en apariencia antagónicas podrían resultar, en
realidad, complementarias (Gaxiola, 1999:65). Para sustentar o negar cada una de estas
propuestas hay dos argumentos básicos: las modificaciones en el patrón de
[') .. 1
asentan1iento y la aparición de una loza que contrasta, en la mayoría de sus aspectos
pero no en todos, con la anterior. Existen bastantes trabajos que ha11 abordado estas
problemáticas, por lo que únicamente resumiré algunos puntos.
Quienes perciben lo Coyotlatelco como ajeno al sistema teotihuacano, incidente
en su destrucción o separado de él por un periodo de abandono, resaltan la aparición de
sitios post-Metepec en la Cuenca (p.e. Ceno Tenayo, cfr. Rattray, 1966: 183; 1972:201;
1996); una discontinuidad en la ocupación de los sitios teotihuacanos (p.e. Pueblo
Perdido, cfr. Rattray, 1972:207; 1996); el abandono del corazón de la ciudad (cfi·.
Gamboa, 1998:44, 264) y una reocupación de algunos sectores en el área residencial y
centro ceremonial, cuando éstos se hallaban ya en ruinas 166 (cfr. Am1illas, 1950:69;
166 Se dice mucho que la población 'Coyotlatelco' se asentó "sobre" ruinas, e incluso que "habitó" en cuevas, durante "cientos de años" (Rattray, 1996:214). Es indudable que las secuencias estratigráficas que comprenden el decline del sistema tcotihuacano representan una enorme dificultad para el registro e interpretación arqueológicos (Parsons et al., 1996:229) pero, ¿es lógico asumir que un grupo de 'paracaidistas' o 'cavernícolas' fueron capaces de producir cerámica, plasmar en ella un estilo (que por 'pobre' que resulte si se compara con el teotihuacano, es sin duda elaborado y estético); que mantuvieron ciertas industrias especializadas, como la explotación de tezontle, la extracción de sal o la producción en serie de puntas de proyectil (Diehl, 1989:14): que tuvieron una estructura ritual y patrones ofrendarios y de enterramiento bastante complejos (ctr. Manzanilla el al, 1996:250-252, 255, 258-263; Manzanilla, 2000:99-1 00); que en otros lugares fuera de la ciudad construyeron plataformas y montículos (p.e. Cerro Portezuelo, Rattray, 1996:214, nota 1: Chalco, Rattray ibid.:220), conjuntos habitacionales (p.c. Azcapotzalco, Tozzer, 1921; Rattray, ibid.) con muros y pisos estucados (p.e. Cerro Tenayo, Rattray, ibid:219), templos con temascales (p.e. Pueblo Perdido, Rattray, 1996, ibid.:214, nota!, 219) y casas "de elite" (p.e. Xico y Chalco, Rattray, ibíd.:214, 219, 230)? ¿Es posible pensar en la existencia de elites entre grupos sociales que viven "literalmente sobre escombros" (Rattray, ibic/.:215)? Parece que nadie niega que la ocupación 'coyotlate\co' incluyó la modificación de algunas edificaciones 'teotihuacanas', con la adición de muros divisorios o la construcción de pisos. ¿Es de esperar entonces, que personas capaces de levantar un muro no barrerían ni siquiera el suelo sobre el que lo desplantan? Creo que más allá del registro detallado de contextos arqueológicos y/o estratigráficos, se ha descuidado la reflexión sobre si son humanamente lógicos los procesos que se interpretan. No se describe en detalle la mayoría de las secuencias estratigráficas a partir de las cuales se asume discontinuidad abrupta entre la ocupación 'teotihuacana' y la 'coyotlatelco', pero tal vez algunas de ellas se comporten similannente a la descrita por Rattray a propósito de sus excavaciones en un conjunto departamental, construido en Tlamimilolpa y ocupado también durante Xolalpan (íbíd.:217). De acuerdo con la autora, en el cuarto del Pórtico Norte, por debajo del último piso, había depósitos Xolalpan. Sobre el piso sellado, escaso material Metepec y abundante Coyotlatelco. También por encima del piso yacían restos de vigas, cuyo [echamiento sugiere que corresponden a la ocupación de Xolalpan temprano (Rattray, idem). Podría explicarse este contexto principalmente de dos maneras: 1) Las ocupaciones Metepec y Coyotlatelco ocutTieron cuando el piso de Xolalpan estaba sellado pero la habitación de ningún modo se hallaba abandonada o en ruinas, ni siquiera durante la última de ellas. Que la construcción se encontraba en buenas condiciones puede intuirse a partir de que no fue necesario desplantar otro piso, y a que su techo, construido en Xolalpan, sirvió también a las demás ocupaciones, derrumbándose sólo posterior a ellas y cubriendo por lo tanto sus restos materiales (con los que eventualmente fue mezclándose debido a su exposición a la intemperie durante varios siglos, puesto que ninguna otra ocupación ocun·ió en ese lugar); ó 2) Posterior a Xolalpan, quizás a inicios de Metepec, sobrevino un abandono total. Años después se asentó, sobre el edificio y techo colapsados, un grupo coyotlatelco. Esta gente no realizó modificación alguna a la habitación (incluyendo que no retiró la basura) y tampoco construyó otro techo, puesto que no hay evidencia de dos techos. Así, los grupos coyotlatelco vivieron no sólo sobre escombros, sino completamente a la intemperie. La primera de estas hipotéticas interpretaciones, que sugiere una continudad XolalpanCoyotlatelco, me parecería, en lo personal, más apropiada.
195
Acosta, 1972:152,156; Rattray, 1996:214-217, 230; Gamboa, ibíd.:44, 49, 51,"264-265,
277-279). En efecto, la fundación de algtmos sitios en la Cuenca de México ocurrió
contemporánea a la generalización del uso de cerámica Coyotlatelco o su ocupación se
limita a esa época (cfr. Sanders, 1989:215; Gaxiola, 1999:64-65);'" pero también hay
ejemplos donde existe una continuidad con el periodo precedente (cfr. Rattray, 1972;
Acosta, 1972:149; Diehl, 1989; Cobean, 1990:33, 176; Gan1boa, 1998:263) y donde la
ruptura entre la ocupación del 'Clásico' y la 'Coyotlatelco' no es en absoluto clara (p.e.
Azcapotzalco, cii·. Müller, 1956-57; Ceno Portezuelo, cü·. Hicks y Nicholson,
1964:497, Dumrriond y Müller, 1972:1209; Cuauhtitlán y Tacuba, cfr. Sanders,
1989:215; San Miguel Amantla, cfr. Rattray, 1996:219). 168 Del mismo modo, en algunas
secuencias estratigráficas se registra una disociación entre materiales 'teotihuacanos' y
'Coyotlatelco' (cfr. Séjourné, 1956-57; Rattray, 1966:96-97; 1996:219, 229; García
Chávez y Córdoba, 1990:1 0), pero en otras existen traslapes (p.e. Teotihuacan, cfr.
Rattray, 1966:183, 1972:202; Gan1boa, 1998:271; Gaxiola, 1999:63; Cen·o Portezuelo,
cfr. Hicks y Nicholson ibíd.:498, Rattray, 1966:183; Culhuacan, cfr. Dumond y Müller,
id e m). Asumir que toda convivencia estratigráfica de material estilo Coyotlatelco con
material 'Metepec', o incluso 'Xolalpan', se debe a un contexto alterado (cü·. Gamboa,
1998:269-270, 275), podría estar desechando evidencia importante sobre el proceso de
transición del Clásico al Postclásico en la Cuenca de México. En este lapso, que Hicks y
Nicholson describen como una "bisagra histórico cultural", donde "patrones culturales
bien integrados y de larga duración se rompen y nuevas síntesis aparecen" (1964:493),
no es de sorprender que los contextos arqueológicos muestren muchas particularidades
y pocas coincidencias (Parsons et al., 1996:229).
Con la cerámica ocurre algo similar, pero se añade el obstáculo que representa la
subjetiva percepción de similitudes, derivaciones o diferencias. Así, existen argumentos
a favor de un contraste abrupto, símbolo inequívoco de discontinuidad ( cü·. Acosta,
1972:152, 155; García Chávez y Córdoba, 1990:9-10; Gamboa, 1998:267), y otros en
apoyo de una relación filial o una transición gradual (cfr. Hicks y Nicholson, 1964:498-
167
Sobre esto añade Sanders: " [ ... ] si bien es cierto que rara vez se encuentra continuidad en la localización de sitios en el resto de la Cuenca durante esta época, esto puede deberse, al menos en parte, al hecho de gue mucha de la población total de la Cuenca residía en Teotihuacan durante los tiempos Xolalpan-Metepec" (1989:215).
168
Adicionalmente, como lo subraya Richard Diehl (1989:10), una buena parte de la evidencia sobre este periodo, que se conservó potencialmente legible hasta principios del siglo pasado, fue paulatinamente destruida durante afíos de exploraciones en la zona, cuando se prestaba poca o nula atención a los restos que componían las capas superficiales (por supuesto las peor conservadas) de ocupación cultural. Todavía en nuestros días estos restos son los que cotidianamente están más expuestos a la alteración.
1'!6
499, 501, 503; BennyhotT, 1966:20-21, 27-29; Dumond y Müller, 1972; Brannif,
1972:274, 288; Sanders, 1989:215; Suguira, 2001:382; Fournier y Cervantes, en
prensa).
Aunque la mayoría de los atributos formales (y por supuesto estilísticos) que
acompañan a la introducción de Coyotlatelco contrastan agudamente con los de
tradición teotihuacana (Rattray, 1966: 186; 1972:202, 208; 1996; Cobean, 1990:33 ),
también existen indudables similitudes o derivaciones, entre las que se cuentan vasos
cilíndricos con soportes también cilíndricos o de "bolas huecas" (Müller, 1956-57:26;
Rattray, 1966:98) y de botón (Bennyhoff, 1966:26-29; Gaxiola, 1999:64), cajetes con
fondo plano y paredes curvo divergentes con o sin soportes (Hicks y Nicholson,
1964:498-501; Rattray, íbíd.:98, 111, 116-117, 129, 150, 183; Sugiura, 2001:378),
cuencos de base anular (Müller, ídem; Hicks y Nicholson, ídem; Bennyhofí: ídem;
Rattray, ídem; Dumond y Müller, 1972:1211; Acosta, 1972, figs. 1 y 2; Gamboa,
1998:228; Gaxio1a, ídem; Sugiura, ídem; Fournier y Cervantes, en prensa); l1oreros a
los que se adicionan asas (Hicks y Nicholson, idem; Dumond y Müller, idem: Braniff,
1972:289, 293, 298; Foumier y Cervantes, en prensa); la técnica del pulido a palillos
(I-Iicks y Nicholson, ibid.:501; Gaxiola, íbíd.:63; Sugiura, idem) y algunos diset1os,
como la flor de cuatro pétalos, el ojo de reptil (Rattray, 1972:202, 208; Gaxiola, idem;
Gamboa, 1998:267) y un "glifo" identificado por Gamboa, que supone una imitación
del que aparece en las pinturas de Atetelco (Gan1boa, ibíd.:244, 267).
Parece existir w1 consenso general sobre una clara continuidad en la tendencia
estilística, formal y técnica de las figurillas de barro teotihuacanas y las relacionadas
con Coyotlatelco (cfr. Tozzer, 1921 :42-43; Armillas, 1950:58; Bennyhoff, 1966:29;
Rattray, 1966: 183; 1972:202, 208; Braniff, 1972:288, 298; Cobean, 1990:34; Drake,
1998:251, 253; Sugiura, 2001:349, 383; Fournier y Cervantes, en prensa), aunque esto
también cuenta con detractores (cfr. Séjourné, 1956-57:35).
Se ha propuesto que Anaranjado Delgado, una cerámica diagnóstica del sistema
teotihuacano en sus mejores días, desaparece a la caída de la ciudad (Rattray, 1981:67).
Como sucedió con el resto de la vajilla del Clásico, el consumo de Anaranjado Delgado
disminuyó en importancia, pero su presencia en contextos con cerámica Coyotlatelco
sugiere que su uso perduró algunos años más (cfr. Good, 1972 apud Cobean, 1982:66;
Nichols y McCullough, 1986 apud Gamboa, 1998:25; Manzanilla et al., 1996:261-263;
ver nota 160 de este volumen).
Como ha percibido Yoko Sugiura (200 1 :382), es significativo que las formas
representativas de la cerámica teotihuacana que desaparecieron con la introducción de
197
la Coyotlatelco sean principalmente no-utilitarias: " [ ... ] formas que por •Io menos
tienen implicaciones sociales, rituales o políticas. Naturalmente, éstas son altamente
sensibles a cualquier cambio político e ideológico y, por lo tanto, son las primeras en
desaparecer con la caída de Teotihuacan. Et~ cambio, las vaSIJaS utilitarias del
Coyotlatelco parecen haber sufrido menos cambios, pues se siguen fabricando las
fonnas básicamente derivadas de la cerámica del Clásico [ ... ] ". La permanencia de
algunos de estos elementos es una evidencia más de que " [ ... ] la desaparición de
algunas formas teotihuacanas no debe interpretarse como resultado de la llegada de
nuevos grupos" (Sugima, 2001 :383). Pero no ha sido sólo la desaparición de rasgos diagnósticos lo que ha opacado la
indudable pennanencia de otros. La función de algunas formas que aparecen
relacionadas con el estilo Coyotlatelco en el Centro de México reí1ejan la adopción de
ciertas costumbres y el abandono de otras. La adición de la cuchara es una de las más
evidentes, reflejando un cambio en la preparación y consumo de alimentos; y en el
ámbito ritual, el uso extendido de los incensarios/sahumadores de mango contra el
abandono de, por ejemplo, los candeleros teotihuacanos o los incensarios tipo teatro
(Bennyholi, 1966:27; Gaxiola, 1999:64). Para algunos investigadores la 'repentina'
adopción de ambos elementos en la Cuenca de México y su relación con la cerámica
Coyotlatelco, confirma el aJTibo de una tradición proveniente del 'norte' (cfr. Acosta,
1972: 155). Sin embargo, es interesante que éstos se reportan también en Guanajuato,
Querétaro e Hidalgo sólo a partir del Epiclásico (respectivamente Branifl~ 1999:90, 92,
94; Nalda, 1975:97; 1996:269; y Fournier, 1995, cuadro 8; Gaxiola, 1999:53-55;
Fournier y Cervantes, en prensa).
Es posible que la convivencia de incensarios de mango, cucharas y cerámica
Coyotlatelco en la Cuenca, resulte de su contemporaneidad más que de la intrusión de
un único y ajeno grupo cultural. Aunque los dos primeros aparecen desde temprano en
algunas regiones (cfr. Ekholm, 1944:351) incluyendo a la Cuenca (di·. Hicks y
Nicholson, 1964:500; Rattray, 1966:115-116, 120-124; Dumond y Müller, 1972:1213-
1214 ), su uso se generalizó a finales del Clásico y sobre una extensa área que rebasa
ampliamente los alcances geográficos del estilo Coyotlatelco (Gaxiola, 1999:59-65).169
"" Además de en la Cuenca de México (Hicks y Nicholson, 1964:498-500; Bennyhoff, 1966:27; Rattray, 1966:120-124) y Valle de Toluca (Sugiura, 1996:245; 2001:378; Ringle el al. 1998:217), los incensarios/sahumadores de mango o "tipo sartén", se encuentran a finales del Clásico en Cacaxtla y Xochitécatl (Dumond y Müller, 1972, fig. 3; Rattray, 1996:225; Gaxiola, 1999:60; museos de sitio); Cholu1a (Dumond y Müller, idem; Rattray, 1996:227); Xochicalco (Dumond y Müller, ibic/.:1214; Foumier y Cervantes, en prensa; museo de sitio); Monte A1bán (fase Xoo) (Ringle et al., ibic/.:217-218; Martínez et al.,
! 98
Así, aunque existe una integración de elementos como éstos en sitios del Epiclásico, no
resulta apropiado referirse a ellos como parte de un 'Complejo Coyotlatelco', dada la
exclusión de piezas de este estilo en la mayoría de los contextos al sur y oriente de la
Cuenca de México. Hacia el norte, la aparición simultánea de cucharones, incensarios
de mango y Coyotlatelco o estilos relacionados, también hasta finales del Clásico, no
favorece a esta región como su supuesto lugar de origen. Creo que la distribución de las
pipas de barro al norte y oeste de la Cuenca, descrita secciones atrás, también pone en
duda la idea de una intrusión norteña trayendo consigo un complejo plenamente
desaJTollado pues, hasta donde recuerdo, durante esa época no se ha reportado el uso de
pipas ni en la Cuenca ni en muchos sitios con cerámica Coyotlatelco, mucho menos en
todos los lugares donde los incensarios tipo sartén y las cucharas fcteron consumidos
(p.e. Xochicalco, Monte Albán y Balankanché).
Ante evidencia tan diversa de cambios/permanencias en la cerámica y el patrón
de asentamiento, han surgido enfoques intermedios para explicar el fenómeno
Coyotlatelco en la Cuenca de México. En ellos se persigue conciliar el desaJTollo de una
cerámica que parece estar emparentada con la tradición rojo sobre bayo del
noroccidente y El Bajío, y una continuidad ocupacional en la Cuenca con población
descendiente de la teotihuacana fabricando y utilizando esa loza.
Como anota David Wright, este tipo de modelos es atractivo " [ ... ] porque toma
en cuenta la existencia, durante el Epi clásico, en una amplia zona que se extiende desde
los confines noroccidentales de Mesoamérica hasta los valles centrales, de una serie de
estilos cerámicos inteJTelacionados, todos con decoración roja sobre el color café o bayo
del barro cocido" (Wright, 1999:82).
En estas perspectivas no se ignora la posibilidad de migraciones a la Cuenca, las
cuales, de hecho, pudieron ocurrir en esta etapa como ocuJTieron durante toda la vida de
2000); Balankanché (Ringle et al., idem) y Seibal (Ringle et al., ibid.:219). Al norte de la Cuenca aparecen, también por primera vez durante el Epiclásico, en U careo (Healan y Hernandez, 1999:138); Morales (Braniff, 1999:90,92, 94); Tu la (Diehl, 1983:102-105; Cobean, 1990:257-260, 457-463; Ringle et al., idem; museo de sitio); Huapa!calco (Gaxiola, ibid.:54-55); Chapantongo (Fournier, 1995,cuadro 8; Fournier y Cervantes, en prensa); San Juan del Río (en asociación con RlP Xajay, Nalda, 1975:97; 1996:269) y entre los sitios Xajay de H1dalgo. Los cucharones se encuentran nuevamente en Monte Albán (Martínez et al., 2000:169-243; Cholula (Dumond y Müller, íbid., fig. 3; Rattray, 1996:227); Cacaxtla (Gaxiola ibid.:60); Xochicalco (Dumond y Müller, ibic/.:1214); Tula (Cobean, 1990:251-256); Chapantongo (Cervantes y Foumier, 1996:ll O) y Huapalcalco (Gaxiola, ibid.:53); pero además en el sur de Guanajuato (p.e. tramo SalamancaYunna, Moguel, 1987:láms. 50-52) y noreste de Michoacán (p.e. Cuenca de Zacapu, Faugére, 1996:84). Desde luego los hay en Teotihuacan (Gamboa, 1998:200) y otros sitios de la Cuenca (p.e. Cerro Portezuelo, Hicks y Nicholson, 1964:498; y Cerro Tenayo, Rattray, 1966: 115-116).
!9lJ
la ciudad de Teotihuacan (cfr. Bennyhoff, 1966:21-22; Price et dl., 2000:906>912), 170
simplemente no se les asigna el papel determinante y exclusivo en el desal1'ollo de
Coyotlatelco, como tampoco se les confiere el papel de invasores que, en magnitud
masiva, propiciaron el fin de la ciudad. La convivencia de población inn1igrante con
residente, Y una complementación paulatina de sus t~·adiciones cerámicas que resultó en
la conformación de un estilo particular, han sido las propuestas principales (cfr.
Dumond, apud Dumond y Müller, 1972:1214; Branift~ 1972:298; Cobean, 1990:33;
Gaxiola, 1999:64), y también se ha contemplado la 'importación/exportación' del
propio estilo, por eh cima de desplazanüentos humanos (al parecer la postura personal
de Müller [ apud Dumond y Müller, ídem] y tan1bién la propia; véase además Sugiura,
1996:239-241, 243; 2001:380-382).
No es fortuito que el candidato predilecto para esta aportación sea el "norte" (cfr.
Dumond Y Müller, 1972:1214; Rattray, 1972:202, 208; 1996:228-230; Mastache y
Cohean, 1989:55; Cobean, 1990:180), El Bajío o Querétaro (cfr. Braniff, 1972:274,
298; 1994:118; Mastache y Cobean, ídem; Cobean, ídem; Sugiura, 1996:239-241;
2001 :380-382) pues en este an1plio sector de Mesoamérica la bicromía rojo sobre bayo
y rojo sobre crema constituye una verdadera tradición. Pero no toda cerámica rojo sobre
bayo o crema es Coyotlatelco, ni tiene por qué ser su antecedente directo. Como
atinadamente define Wright, por lo menos durante el Epiclásico se trata de una gama de
"estilos cerámicos interrelacionados", uno de los cuales es Coyotlatelco. Debido a que
esta interrelación, que en buena parte es sincrónica y panregional, tiende a verse como
diacrónica y direccional, se ha buscado un antecedente evolutivo.
En la designación de una cerámica "protocoyotlatelco" que tiene origen en El
Bajío durante el Clásico (cfr. Braniff, 1974:43; 1994:118; Brown, 1985:223, 234;
Moguel y Sánchez, 1988:231; García Chávez y Córdoba, 1990:10), se sustentan las
'oleadas' migratorias que se ha supuesto arribaron tanto a la región de Tula como a la
Cuenca de México (cfr. Braniff, 1972:274; 1992:161; 1994:118; Rattray, 1972:202;
1996:228-229; Mastache y Crespo apud Cobean, 1978:108; Gamboa, 1998:264),
introduciendo el estilo en conformación (Sugima, 1996:239-241; 2001:380-382) o
plenamente desal1'ollado (García Chávez y Córdoba, ídem), y en el caso de Teotihuacan
propiciando la destrucción de la ciudad (Rattray, 1996:230-231) o tomando ventaja de
17° Con base en .el análisis comparativo de isótopos de Estroncio en 62 muestras óseas provenientes de Oztoyahualco, Cueva de las Varillas, Cueva del Pirúl y los Barrios Oaxaqueño y de los Comerciantes Douglas Price, Linda Manzanilla y William Middleton rastrean indicios de cambios de residencia entre lo; personajes inhumados en Teotihuacan. En su estudio confirman que el fenómeno inmioratorio fue una constante en la vida de la ciudad, desde tiempos de Tlamimilolpa y hasta fase Mazapa (Price ~~ al., 2000).
2110
su abandono, como "Buitres que esperan hasta que su víctima está completan1ente
muerta antes de comenzar a alimentarse" (Rattray, 1996:231 ).
Con estos enfoques se pretende dar solución a dos problemas. Por un lado,
explicar que la aparente sencillez de algunas cerámicas rojo sobre bayo al norte de la
Cuenca, con respecto a la Coyotlatelco de Teotihuacan, se debe a que son anteriores.
Por otro, evadir la incógnita de por qué adoptaría una sociedad como la teotihuacana
una tradición ajena y menos elaborada que la propia, a partir de asumir que ésta ya
había desaparecido por completo (para una crítica sobre dicha asunción véase Sanders,
1989).
Sobre lo primero cabe señalar que, como se vio al hablar de la Esfera
Septentrional y como se verá más adelante, algunos de los tipos rojo sobre café que se
consideraban antecedentes de Coyotlatelco ahora se sabe que son contemporáneos.
Sobre lo segundo, efectivamente es difícil explicar el "empobrecimiento" cultural que
representa la adopción del estilo Coyotlatelco por los descendientes de Teotihuacan
(Diehl, 1989:13); sin embargo, si los estilos viajaran exclusivamente de la mano de sus
hacedores originales y, por lo tanto, la introducción del nuevo estilo representara la
introducción de nueva población mientras que el abandono de la tradición teotihuacana
representara el abandono físico y total de la ciudad, sería de esperar que el 'estilo'
teotihuacano hubiese aparecido en cualquier otro lugar, a donde se hubiese dirigido una
población migran te de 125 000 personas (el estimado demográfico para fase Metepec
[cfr. Diehl, ibid.:12] ). Esto, no parece ser lo que ocurrió.
Así como el abandono de la tradición teotihuacana hacia el Epiclásico no es un
fenómeno exclusivo de la Cuenca de México, durante el Clásico formas y estilos
teotihuacanos se adicionaron o sustituyeron a vajillas locales, y esto dificilmente se
explicaría como un arribo masivo de teotihuacanos a diversos puntos de Mesoamérica,
en un momento en el que Teotihuacan concentraba población más que expulsarla
(Pasztory, 1978:12).
Habría que considerar como posible, entonces, que la adopción o rechazo de
nuevas fonnas y estilos o el fortalecimiento de los propios durante el Epiclásico, pudo
deberse a una transformación, igualmente radical, en la percepción de cuáles elementos
se consideraban prestigiosos y cuáles habían dejado de serlo (Cohodas, 1989:224). Esto
pudo ocurrir en el propio Teotihuacan, consecuente con su debilitamiento como
potencia creadora:
201
" [ ... ] El abandono de Teotihuacan no fue un evento ímico, sino más bien un proceso largo. Una vez que la gran capital había comenzado a declinar de su zenit de riqueza, población y poder (cuyas cúspides no necesariamente coinciden), cesa en algún punto de funcionar como un exportador de ideas a capitales distantes. Esto puede haber sido mucho tiempo antes que su extinción final" (Paddock, 1978:48).
Las sociedades jerarquizadas y sus ciudades, por más complejidad que alcancen
y por más incongruente que pudiera parecer, declinan (cfr. Wallerstein, 1974:350; Abu
Lughod, 1989; Carneiro, 1992:185; Chase Dunn y Hall, 1997a:33, 204-210, 1997b,
1999; Marcus, 2001 ). Los indicadores de estos procesos cíclicos irrumpen en el
contexto arqueológico, pero es de esperar que el fenómeno propiciatorio de la
adopción/desecho de rasgos comience a gestarse décadas, e incluso siglos, antes de que
su manifestación material se generalice:
" [ ... ] es de esperar que bajo cietias circunstancias ocurran discontinuidades asombrosas en el compmiamiento de los sistemas, a pmiir del cmnbio suave y perfecta111ente continuo en las condiciones que gobiernan ese compmian1iento. [ ... ] Ca111bios repentinos [ ... ] son predecibles, dados ciertos cambios graduales operando completa111ente al interior de un sistema cultural" (Renfrew, 1978:96).
Se ha analizado bastante el interés de las sociedades por vincularse con sistemas
ajenos que experimentan (o experimentaron) un auge económico, pero principalmente
político y religioso, como estrategia de consolidación y legitimación del sistema propio
(cfr. Flmmery, 1968; Helms, 1979; 1986; Stone, 1989; Nagao, 1989; Berlo, 1989b;
Earle, 1990, entre otros). El teotihuacano, que durante siglos constituyera aquella fuente
de 'prestigio' y 'poder', hacia el Epiclásico había disminuido lo suficiente en magnitud
e importancia como para asumir una nueva postura en el panorama global, a pesar de
seguir siendo el sitio más grande de la Cuenca de México (cfr. Pasztory, 1978:15;
Sanders, Parsons y Santley, 1979 apud Diehl, 1989; Cohodas, 1989:224; Rattray,
1981:217 [quien contradice su postura en un trabajo posterior, 1996:216-217]; Dieh1,
1989; Sugiura, 1996:237; 2001:352). Contribuyendo simultáneamente a la
configuración de aquel nuevo escenario, varios centros hasta entonces secundm·ios se
vieron estimulados e incrementaron su complejidad e importancia (ver más adelante).
Como sugiere Diehl (1989:14), es posible que la dispersión del estilo
Coyotlatelco sea un indicador de la órbita económica de Teotihuacan posterior a 750 d
102
C, pero creo que no de una órbita de la que nueva111ente estuviese a la cabeza, sino de la
que pm·ticipaba a la par con otros centros contemporáneos.
Si la conformación y dispersión de ciertos estilos cerámicos es proporcional a la
intensidad, siempre cambiante, de los vínculos entre pm·ticipantes de unidades
sociopolíticas (cfr. Plog, 1990:64, 66, 68-72; Parsons et al., 1996:228)"'; y si aquellos
rasgos comunes sutilmente expresan, por parte de los participantes, un deseo ( 0
demanda) de permanecer m·ticulados, entonces es relevm1te explorm· los a!cm1ces
geográficos del estilo Coyotlatelco. Esto quizás podría brindar algo más de infonnación
sobre hacia dónde intentaba anclar sus lazos el Valle de Teotihuacan durante el
Epiclásico, y para qué.
Esbozar los alcances de la Esfera Coyotlatelco está obstaculizado por un
consenso inexistente: cuáles cerámicas rojo/bayo o crema pueden considerm·se
'Coyotlatelco' Y cuáles no. A ochenta años de la definición de Alfred Tozzer (1921) y
casi cum·enta del extenso análisis de Rattray (1966), sigue siendo dificil distinguir, a
medida que nos aleja111os de Teotihuacan o de TuJa, en dónde está manifestándose este
estilo Y dónde se ha desvm1ecido; en dónde la presencia de cerámica rojo sobre bayo
debe considerarse perteneciente a otros estilos que NO son Coyotlatelco, aunque sean
contemporáneos Y símiles; y en qué punto OCUlTe el traslape entre algunos de ellos,
traslape que no ha sido definido pero que es posible teorizm·.
Perimetral a la Cuenca, se ha propuesto que la Esfera Coyotlatelco abm·ca parte
de los estados de Guanajuato, Querétaro (Cobean, 1990:38, 176; Sugiura, 1996:239;
2001 :377), México, Hidalgo, Tlaxcala, Puebla (Rattray, 1966:89, 103-1 09; 1981 :216;
Sugiura, 1996:239; 2001:377; Sanders, 1989:215; Cobem1, idem) y More1os (Müller,
1956-57:31; Rattray, ídem). Sin embargo, en este último estado se ha hablado de
cerámica "similm·" a la Coyotlatelco en Xochicalco (Noguera, 1945; 194 7, apud Litvak,
1972:67), se ha dicho que esa "sospecha ha sido contitmada" (Litvak, ídem), se ha
negado por completo su existencia (Rattray, 1996:227; Sugiura, 1996:242; 2001:360;
Hirth Y Cyphers, 1988 apud Gaxiola, 1999:62, 65, cuadro 1 ), y todas estas
afinnaciones, a las que no acompm1an ilustraciones compm·ativas, aparecen ante el
lector como un acto de fe.
111 A cerca de la secuencia de las últimas fases de Teotihuacan y las subsecuentes en la Cuenca de México,
Parsons: Brumfiel y Hodge proponen que los cambios de fases reflejan relaciones cambiantes entre generaciOnes de ac~ores enredados en el colapso de la hegemonía teotihuacana, y el subsecuente desarrollo de nuevos centros regwnales como Tul a, Cholula, Chale o o Azcapotzalco (1 996:229).
203
Algo similar ocurre en Tlaxcala, donde se ha mencionado su presencia.~Diehl,
1989:14; Rattray, 1966:108; 1981:216; en Cacaxtla, Sanders, 1989:215; Rattray,
1996:226; López y Malina, 1986 apud Sugiura, 1996:238; en Tizatlán, Rattray,
1966:108), aunque se ha especificado que las cantidades son tan pequeñas que
indudablemente fheron piezas de comercio (Rattray; 1966:89) y también se ha rebatido
que la cerámica Coyotlatelco haya aparecido alguna vez en la región tlaxcalteca
(Dumond y Müller, 1972:1211; Gaxiola, 1999:59, 65). Hay quienes se refieren a ella en
Cholula (Diehl, 1989:14; Sanders, 1989:215; Rath·ay, 1966:89, 103-109, también en
Xiuhtetelco, Rattray, ibid.: 1 08), pero además se ha dicho que en aquel sitio, a pesar de
que hay elementos del 'complejo' del Epiclásico (como las cucharas y los incensarios
de mango), las formas o la decoración del estilo Coyotlatelco están ausentes (Rattray,
1996:227; Gaxiola, 1999:65).
Poner en tela de juicio la extensión real de la Esfera Coyotlatelco es importante,
no porque pretenda que su presencia es concluyente de lazos sociales y su ausencia
indicadora de conflictos. Es lógico que, dada su colindancia geográfica, todas estas
regiones sostuvieron relaciones entre sí. Simplemente, e independiente de los
kilómetros que las separa, la distancia social en esas relaciones sí debió diferir, y es ahí
donde el rastreo de liD estilo y sus similitudes con otros se presenta significativo.
Parece indudable que el Valle de Toluca pertenece a la Esfera Coyotlatelco (cfr.
Armillas, 1950:58; Rath·ay, 1981:216; Cobean, 1990:38, 176; se ha incluido también al
de Malinalco, Rattray, 1966:1 06-107; y al de Bravo, Sugiura, 1996:239; 2001 :377); sin
embargo, habría que preguntarse si toda la cerámica con bicromía rojo/bayo que
aparece en el sector oeste del Estado de México corresponde al mismo estilo. Yoko
Sugiura ha señalado que la introducción de Coyotlatelco a Toluca resultó de "oleadas"
migratorias desde Teotihuacan (Sugiura, 1996:245, 356; 2001 :384), y que las
diferencias entre la vajilla Coyotlatelco de Toluca y la de la Cuenca se debe a un
proceso posterior de regionalización. Pero es viable que operasen conjlmtamente otros
procesos.
Más del 36% de los sitios en el Valle de Toluca ya estaban habitados desde fase
Metepec, incluyendo a la mayoría de los más complejos (Sugiura, 1996:248, 252). Es
posible que una parte de la población teotihuacana se desplazara paulatinan1ente hacia
lugares con los que sostenía algún contacto o filiación desde el periodo precedente, y
que aquella "regionalización" a la que se refiere Sugiura resultase de la fusión, también
paulatina, del estilo que se desarrollaba simultáneamente en la Cuenca con estilos
presentes en la zona de Toluca dados sus vínculos con otras áreas. Estos vínculos, que
rebasan la escala regional, estarían establecidos desde antes del 'colapso teotihuacano'
y pennanecerían después. Uno de ellos parece haberse sostenido con los integrantes de
la Red Septentrional del Altiplano, tal vez en forma directa con el noreste michoacano
(Healan y Hernández,l999:133), e indirecta con El Bajío, sur de Querétaro y poniente
de Hidalgo. En el noreste de Michoacán se han reportado "componentes de dos complejos
Rojo sobre Bayo", el "complejo Cantinas" (al que ya me he referido) y el "complejo
Cumbres" que en algún momento se consideró una "variación local del complejo
Coyotlatelco" (Healan, 1998:106; Healan y Hernández, 1999:138-139). Sin embargo,
en un trabajo reciente Cristine Hernández señala que la cerámica Cumbres no se asocia
con los complejos del Epiclásico en la región y que guarda gran similitud con la
cerámica Matlatzinca temprana (2001:35-37; 40-41). Aunque en más de una ocasión se
ha propuesto que existen similitudes entre la cerámica Matlatzinca temprana y la
Coyotlatelco (cfr. Rattray, 1966:106-107), al grado de proponer que la primera es
antecedente de la segunda (cfr. García Payón, 1941 :230-231; Gómez et al., 1994:20), en
lo personal no encuentro dicha semejanza, salvo en la elección de bicromía rojo sobre
bayo (de cualquier modo debo aclarar que mi conocimiento, tanto de la cerámica
Matlatzinca como de la ceránüca Cumbres, se limita sólo a las ilustraciones que
aparecen en los textos). La equivalencia del complejo Cumbres con Coyotlatelco
también resulta dudosa en términos cronológicos, pues se considera a la primera como
representativa de la fase Perales Terminal (900-1200 d C) del noreste michoacano
(Hemández, ídem). La aparición de obsidiana de Ucareo/Zinapécuaro en sitios con cerámica
Coyotlatelco (cfr. Healan, 1998:101; Gamboa, 1998:37; p.e. Cerro Portezuelo, Sidrys,
1977 apud Rattray, 1981 :217; Healan, ibid.: 1 04; Azcapotzalco, García Chávez et al.
1990 apud Fournier y Cervantes, en prensa; Healan, idem; Ringle et al, 1998:223;
Chapantongo, F ournier y Cervantes, en prensa), y la presunta presencia de este estilo en
el propio yacimiento (cfr. Moedano, 1946, apud Cobean, 1982:80; Cobean, 1990:38;
Healan, 1998:1 02), han llevado a Healan a sugerir que existen "lazos específicos entre
el complejo Coyotlatelco y el contexto cultural de la explotación primaria del
yacimiento de U careo" (ibid.: 102, una postura similar sostiene Sugiura, 2001 :382). Sin
embargo dicha relación no es tan clara, pues además de que la existencia de
Coyotlatelco en el Valle de Ucareo es cuestionable, no todos los sitios que importaron
obsidiana de Ucareo/Zinapécuaro tienen cerán1ica Coyotlatelco (p.e. Xochicalco y
Chichén Itzá), como tampoco todos los sitios con cerámica Coyotlatelco importaron
2US
obsidiana exclusivan1ente de esa fuente. En la Cuenca, por ejemplo, los sitios
Coyotlatelco suelen incorporar obsidiana del yacimiento michoacano con aquella
proveniente de Otumba (Diehl, 1989:15; p.e. Cerro Portezuelo, Sidrys, 1977 apud
Rattray, 1981 :217; Azcapotzalco, García Chávez et al. 1990 apud Fournier y Cervantes,
en prensa) o Pachuca (Diehl, ídem).
Independientemente de su correlación con Cumbres, es posible que la Esfera
Coyotlatelco se extienda hasta esta región. En el tramo Yuriria-Uruapan del Proyecto
Gasoducto se registt·a un tipo rojo-naranja sobre bayo que Moguel (1987:81) asocia con
Cantinas, pero que compara con los tiestos ilustrados por Séjoumé en las lán1inas 23-25
y 27 de su libro sobre la cerámica de Culhuacán. Estos tiestos de Séjourné resultan ser
Coyotlatelco (1991 [ 1970], fig. 25). También como parte del Proyecto Gasoducto, en
el tramo Salan1m1ca-Yuriria, Contreras y Durán (1982) señalan un tipo Rojo sobre Bayo
Bruñido que proponen coJTesponde a Coyotlatelco. Cerámica de "filiación coyotlatelca"
también se ha reportado tan lejos como en La Gavia, Guanajuato (Moguel y Sánchez,
1988:230). Puesto que no conozco estos materiales he prescindido de extender hasta
dichos lugares los limites de la Esfera Coyotlatelco.
A pesm de que muchas de las cerámicas rojo sobre bayo de Querétmo y El Bajío
compmten motivos con la Coyotlatelco (p.e. greca escalonada, xonecuilli o eses
entrelazadas, ganchos, manchas redondas etc., cfr. Braniff, 1972:295), su disposición es
menos complicada y su trato menos elaborado, resultando una 'burda' apmiencia finaL
Esta apm·ente menor calidad en la cerámica rojo sobre bayo no puede interpretarse
como algún tipo de 'atraso' en cum1to a la fabricación de lozas, pues en las regiones al
norte de la Cuenca se emplearon con éxito técnicas decorativas muy complejas, como el
negativo, el champlevé o la pintura al fresco.
No es mi intención profimdizar en el por qué de la específica sencillez en las
piezas rojo sobre bayo del Bajío y Querétmo, simplemente resaltar que dicho fenómeno
podría tener un cmmotado regional más que temporal. De ser así, las diferencias entre
las cerámicas Coyotlatelco de Tula y la Cuenca, donde la primera se describe como de
mayor simplicidad que la segunda (cfr. Cobean, 1978:89-90; 1982:69; 1990: 177;
Cobean y Mastache, 1989:38, 42; Pmedes, 1990:191), 172 podrían estar reflejando un
172 Aunque la combinación y carga de motivos en algunas piezas Coyotlatelco de Tula da un aspecto bastante elaborado (p.e. las piezas expuestas en el Museo de Sitio), por separado los diseños no parecen llegar a ser tan complejos como en algunos ejemplares de Teotihuacan, que incluyen por ejemplo motivos zoomorfos y 'glifos' (cfr. Gamboa, 1998:244, 267). De cualquier modo, esto último no es lo más común, y las unidades de diseño esenciales y más frecuentes de la cerámica Coyotlatelco, como fueron desglosadas por Rattray (1966), son reproducidas en ambos sitios.
206
arraigo diferencial y no, como se ha propuesto, que la tolteca es anterior ( cfi·. Rattray,
1976 apud Cobean, 1982:69; Cobean, ídem; Cobean y Mastache, ídem).
Mientras que la variedad de Coyotlatelco en la Cuenca estaría impregnada de la
complejidad que caracteriza a esta zona desde siglos atrás, TuJa mostraría una mayor
fijación hacia la con·iente estilística de las regiones vecinas al oeste, debido quizás a la
profundidad temporal de su contacto con ellas (ver más adelante). Esto es congruente
con la "asombrosa" similitud entt·e el diseño de la cerámica Coyotlatelco del sitio
hidalguense y "cerámicas del periodo Clásico reportadas en el Bajío" (Cobean y
Mastache, 1989:38).
Puesto que los estilos cerámicos son susceptibles, dentt·o del Coyotlatelco
existen variaciones que expresan preferencias o inclinaciones locales y regionales (cfr.
Diehl, 1983:46; Paredes, 1990:191; Sugiura, 1996:239; 2001:378; Fournier y
Cervantes, en prensa). Éstas oscilan desde la adaptación a formas preexistentes hasta la
introducción de nuevos motivos o la recomposición general del diseño. Se ha dicho, por
ejemplo, que la variedad de Coyotlatelco que se ha encontrado en Teotihuacan difiere
de las halladas en Cerro Tenayo, Tenayuca y Azcapotzalco (Rattray, 1966:99;
1972:202; 1996), y en su trabajo sobre Coyotaltelco en el Valle de Teotihuacan,
Gamboa nota la ausencia de diez de los tipos descritos por García Chávez (1995) para el
resto de la Cuenca (Gamboa, 1998:266). Algunas formas presentes en Tula y Ecatepec,
como son los soportes largos huecos, están ausentes en CeJTo Tenayo (Rattray,
1966: 117), mientras que entre los diseños que Rattray describe e ilustra en su análisis
de la cerámica de este último sitio (1966:117), algunos no aparecen en el Coyotlatelco
de TuJa, como las "huellas de pie" y los pájaros estilizados. A pesar de las numerosas
similitudes entre el estilo Coyotlatelco de TuJa y el de Teotihuacan, también se han
señalado diferencias considerables que podrían deberse a variaciones locales (cfr.
Cobean y Mastache, 1989:42, Tabla 5.2; Healan et al., 1989:241; Paredes, 1990:191).
Tomando en cuenta esta diversidad y la supuesta 'simplicidad' de las cerámicas
rojo sobre bayo del centro norte de México, creo que alglmas de ellas podrían
considerarse tan1bién como variaciones locales del estilo Coyotlatelco, an1pliándose los
limites de esta esfera por lo menos hasta el sur de Querétaro y centro occidente de
Hidalgo (Mapa 8).
207
Mapa 8. Extensión aproximada de la Esfera Coyotlatelco (sombreado oscuro) y estilos relacionados (sombreado tenue)
·s3 0511
• ... ~7 •51 •s2
!-Alta Vista. 2-La Quemada. 3-El Cerrilo. 4-Guadalc<izar. 5-Peñasco. 6-Vi\la de Reyes. 7-Buena Vista H. 8-Río Verde. 9-La Noria. 10-Tamuín. 11-Tamtok. 12-Las Flores. 13-Pánuco/Pavón. 14-Tajín. 15-Huapalcalco. 16-Tula. 17-Chapantongo. 18-Sabina Grande. 19-Zethé. 20-Pañhú. 21-Zimapán. 22-Ccrro de la Cruz. 23-Tcpozán. 24-EI Cerrilo. 25-L..a Griega. 26-Acámbaro. 27-Salvatierra. 28-Yuriria. 29-Huanímaro. JO-Degollado. 31-EI Cobre. 32-Peralta. 33-Salamanca. 34-San Bartola. 35.Lu Magdalena. 36-Morales. 37-Cañada de la Virgen. 38-Agua Espinoza!Ticrra Blanca. 39-Lu G\ora. 40-La Gavia. 41-Ccrrito de Rayas. 42-Alfaro. 43-Carabino. 44-El Cóporo. 45-Chinampas. 46-Cuarenta. 47-Zacapu. 48-Cuitzco. 49-Zinapécuaro. 50-Loma Santa María. S 1-Urichu. 52-Tingambato. 53-Uruapan. 54-Apatzingán. 55-Huamango. 56-Tcotihuacan. 57-Tccfunac. 58-Toluca. 59-Teotenango. 60-Cacaxtla/Xochitécatl. 61 -Xochicalco.
208
Entre los tipos cerámicos que considero vanac10nes locales del estilo
Coyotlatelco se encuentra Rojo sobre Bayo El Mogote, reportado por Enrique Nalda en
el área de San Juan del Río (1975:80, 95).m Su vigencia se propuso tentativamente
entre los años 400 y 700/850 d C (Nalda, ibid.:80, 95; 1991:50, 52, fig. 10; Saint
Charles, 199lb:81, fig. 5), es decir, con inicio a mediados del Clásico. La temporalidad
que Nalda asignó a los tipos del sur de Querétaro no está basada en [echamientos
absolutos y existe una confusión en tomo a la coJTe!ación de El Mogote con Xajay Rojo
Esgrafiado, cerámica diagnóstica del Epiclásico en la región. Nalda consideró
inicialmente a estos tipos como secuenciales y excluyentes, pero más tarde, a partir de
la revisión de sus datos de excavación, observa que sí hubo convivencia (1991:36, 38,
41; ver págs. 166-167 de este volumen). Durante esta etapa de traslape con Xajay,
Rojo/Bayo El Mogote fue bautizado por Nalda como La Trinidad, señalando como
única distinción la mayor frecuencia con la que se presenta el 'barrido' por frotamiento
de la pintura fresca (1991:50). Esta apariencia de 'barrido', ocasionada durante la etapa
de pulimento de la pieza, es bastante común en la región y se presenta entre la cerámica
de varios estilos, por ejemplo Cantinas, San Bartola Rojo/Bayo y San Miguel
Rojo/Bayo de Guanajuato y Querétaro, o en algunos ejemplares Coyotlatelco de
Teotihuacan (Gamboa, 1998:266), Chapantongo y Tula.
La aparición de Xajay Rojo Esgrafiado durante la última etapa de Rojo/Bayo El
Mogote sustentaría el límite cronológico superior propuesto por N al da para este último.
Es dificil, sin embargo, que su vigencia fuese tan an1plia. Tal vez resultaría más
apropiado considerarlo un tipo básicamente de finales del Clásico (Foumier y
Cervantes, en prensa), dada su asociación con cerámicas Bicromo Esgrafiado y Blanco
Levantado (Nalda, 1975:94-95), además de su convivencia estratigráfica con Garita,
Cantinas, "ollas de cuello alto Rojo/Bayo" (aparentemente una variedad del tipo
Cañones) y fragmentos de pipas de barro, en CeJTo de la Cruz (Saint Charles, 1991b:80,
figs. 5-7 y 10) (ver nota 156 de este volumen para la ubicación cronológica de Cantinas
y Garita; para la discusión sobre la temporalidad de las pipas ver págs. 173-175).
La similitud de Rojo/Bayo El Mogote con Coyotlatelco ha sido señalada por
Cobean, Mastache (Cobean, 1978:90; 1982:69, 1990:116, 180; Cobean y Mastache,
1989:42) y por el propio Nalda, aunque este último no considera válida una conelación
(1975:129) (Fig. 40).
m Se ha reportado Rojo/Bayo El Mogote en Tlacote, Oto. (Crespo, 1991a, fig.12b); Huamango, Edomex. (Segura y León, 1981: 116-117); La Magdalena, Qro. (Crespo, 1991a, figs.14a-14c); Unidad Tepozán, Qro. (Brambila y Castañeda, 1991: 146); y Cerro de la Cruz, Qro. (Saint Charles, 1991 b:80-88; 1998:340).
209
¡¡
fig. 40. Cerámica Rojo/Bayo El Mogote (m) cortesía Centro IN AH Guanajuato; (1, r, s) tomado ,eje Nalda, 19'75: 1991. Cerámica Coyotlatelco de Chapantongo (a-e, f, h, j, v, x) cortesía Proyecto Valle del MezqUJta\.
Cerámica Coyotlatelco de Cerro Tenayo (d, g, i, n, o-q, t, u, w) tomado de Rattray, 1966. Cerámica Coyot\atelco del Valle de Teotihuacan (e, k) tomado de Gamboa, 1998.
210
Si se compara con la cerámica más compleja de la Cuenca de México, el tipo
queretano resulta de gran simplicidad, lo que es congruente con la sencillez
característica de la cerámica rojo sobre bayo en la región, un fenómeno al que ya me he
referido. Pero si se le compara con ejemplares Coyotlatelco de sitios vecinos, por
ejemplo en la región de Tula, o con los menos complejos de la Cuenca, la semejanza es
mucho mayor.'"
También entre los sitios Xajay del Mezquital existe un tipo cerámico (bautizado
por Luis Morett como "Muralla") que me parece potencialmente una versión local del
estilo Coyotlatelco, aunque desconozco su temporalidad. Nuevamente se observa la
bicromía rojo sobre bayo y rojo sobre crema, y la adaptación de algunos de los motivos
más comunes en la variedad de la Cuenca, como los cuadros y triángulos sólidos, o la
escalera y greca escalonada, sobre formas locales (Fig. 41 ).
Fig 41. Tipo Muralla. Cortesía Proyecto Valle del Mezquital
'" Un diseño que se presenta con frecuencia en tiestos de Rojo sobre Bayo el Mogote es considerado por Gamboa como uno de los más comunes entre los materiales Coyotlatelco del Valle de Teotihuacan: "En el caso de la escalera, las representaciones suelen fonnar una especie de pirámide fonnada por líneas onduladas o quebradas, que inician de una línea delgada que se encuentra en el cuerpo para ascender a otra línea en su parte superior" (Gamboa, 1998:244) (ver Figuras 40 j, k, m n y r, de este volumen).
211
Más allá de los que han sido clasificados como Muralla, varios. tiestos
recolectados en superficie en los alrededores de sitios Xajay exhiben similitudes tanto
con el Coyotlatelco de Chapantongo como con Rojo/Bayo El Mogote (Fig.42).
Fig. 42. Tiestos procedentes de sitios Xajay (a-g) cortesía Proyecto Valle del Mezquital. Cerámica Coyotlatelco de Chapantongo (1-n) cortesía Proyecto Valle del Mezquital. Cerámica Rojo sobre Bayo El Mogote (h-k,o) tomado de Saint Charles, 1991 c.
De ser correcta la correlación estilística de "Rojo/Bayo El Mogote" y "Muralla"
con "Coyotlatelco", la convivencia de estas variaciones locales del estilo Coyotlatelco
con estilos propios y distintivos de la Esfera del Bajío y el Desarrollo Regional Xajay
respectivamente, estaría insinuando la articulación de varios sistemas sociales: aquellos
que habitaban la Cuenca de México y aquellos participantes de la Red Septentrional del Altiplano (Mapa 9).
212
Mapa 9. Traslape de las esferas que participan en la Red Septentrional del Altiplano
ESFERA SEPTENTRIONAL JI ESFERA AL TOS-JUCHIPILA lli ESFERA VALLE DE SAN LUIS IV ESFERA DEL BAJÍO
V DISTRIBUCIÓN DE PIPAS DE SOPORTE-PLATAFORMA VI DESARROLLO XAJAY VII ESFERA COYOTLATELCO
a) Alta Vista, Zac. b) La Quemada, Zac. e) El Ccrrito, Zac. d) Villa de Reyes, S. L. P. e) Chinampas, Jal. f) Cuarenta, .Tal.
g) El Cóporo, Gto. h) La Gavia, Gto. i) El Cobre, Gto. j) Cuitzeo, Mich. k) El Cerrito, Qro. 1) Cerro de la Cruz, Qro.
m) Chapantongo, Hgo. n) Tu la, Hgo. o) Teotihuacan, Edo. Méx. p) Tcotenango, Edo. Mcx.
La dirección en la que transitó el estilo Coyotlatelco sí pudo haber seguido el eje
"norte" (donde quiera que eso sea)-sur que tanto se ha propuesto, pero la
intencionalidad subyacente a su adopción y desarTollo en la Cuenca de México y la
región de TuJa, no par·ece haber sostenido siempre esa misma orientación. Es posible
que en el sensible lapso de un siglo (alrededor de 600-700 d.C) las sociedades al norte
de la Cuenca no persiguieran ya más su inserción en el sistema teotihuacar1o (o lo que
quedaba de él en esas fechas), y tampoco buscarar1 su participación en la fundación de
Tula, lma ciudad que en esa época no era un centro político de importancia (Cobean,
1982:79; Healan et al., 1989:242) y nadie podía asegurar· que iba a llegar· a serlo:
'213
"[en la fase Metepec] Teotihuacan se redujo a límites regionales. En• el centro norte este hecho no se registró en forma drástica: en el valle de Querétaro y en el Tunal esta fase se presenta como continuidad de la anterior, acentuándose la autonomía regional. Asimismo se generó un movimiento de intercambio con Jos pueblos vecinos" (Crespo, 1998:331 ).
En contraste con la situación del periodo precedente, es posible que aquellas
regiones que alguna vez integraron la esfera teotihuacana (específicamente los Valles de
TuJa y Teotihuacan) intentaran ahora cimentar sus vínculos con otras esferas. Para que
esta escena no resulte abeiTante es necesario desprenderse de la fuetie imagen que
tenemos de Teotihuacan y TuJa en sus mejores días ... porque no eran aquellos sus
mejores días.
Por supuesto Jo que se anhelaría en este caso no sería la conexión directa con un
sitio o un par de sitios de los que existían entonces en el noreste michoacano, sur de
Guanajuato, sur de Querétaro y centro oriente de Hidalgo, que resultan de menor
complejidad que Tula Chico o que Teotihuacan de fases Oxtotipac-Xometla. La
vinculación se anhelaría con la red distributiva que el entramado de esos sitios menores
afianzaba, a la que me he referido como la Red Septentrional del Altiplano. Como se
detallará en la última sección de este capítulo, algunos de Jos recmsos y bienes de
prestigio más importantes de la época circulaban por esta vía, como la obsidiana de
Ucareo/Zinapécuaro, la concha, el jade y la tmquesa.
En Jo que concierne a la capital del Clásico, la creciente importancia e
independencia de las redes distributivas hacia el norte (con respecto al sistema
teotihuacano) (Jiménez Betts, en prensa), aunado al debilitamiento de Jos lazos que en
algún momento Teotihuacan sostuvo fuertemente hacia el este y sur (Rattray,
1996:229), podría haber motivado a la población del sector septentrional de la Cuenca
(incluyendo a la remanente en la ciudad) a modificar paulatinamente la tendencia
direccional de sus vínculos, virando ahora su interés hacia las regiones al norte o
simplemente retomando la relación establecida con ellas durante el Clásico, expresada
en Jos sitios de Querétaro e Hidalgo que importaban o imitaban materiales y rasgos
teotihuacanos durante aquella época (p.e. La Negreta, Chingú y El Mogote San Bartola
[ver nota 130 de este volumen] ). 175
175 Es posible que la 'modificación paulatina en la tendencia direccional de los vínculos' a que me he referido por parte de las poblaciones al norte de la Cuenca, haya incluido o derivado en un desplazamiento fisico de algunos habitantes hacia el área de Tula, como han propuesto varios autores (Sanders et al., 1976; 1979, apud Cobean, 1978:95; Sanders, 1989:215; Cobean y Mastache, 1989:39), esto no ocurriría en un solo episodio,
l ..
No son escasos Jos ejemplos donde regiones o sociedades que en algún momento
tuvieron una posición secundaria con respecto a un sistema central (en sentido político,
ideológico o económico), y que quedaron incluidas en Jos límites de éste o que fueron
afectadas directamente por su existencia, sus intereses y demandas, posteriormente se
vieron favorecidas con la necesaria disminución en magnitud e importancia de dicho
sistema, en algunos casos hasta imponerse sobre él (cfr. Webb, 1978:165; Pasztory,
1978:20; Abu-Lughod, 1989: 3-39, 352-369; Chase Dunn y Hall, 1997a:33, 75, 206,
226; 1999:21; Marcus, 2001:318-321,326-330, 338). El fenómeno descrito, del cual el
desarrollo y dispersión del estilo Coyotlatelco podría ser reminiscente (Jiménez Betts,
2001; en prensa), estaría reflejando una nueva estrategia en materia de política
económica por prnie de los sitios en la Cuenca de México.
Ahora, en lo concerniente al área de TuJa, no es de extrañar que ésta nutriera su
relación o manifestrn·a sus lazos con las regiones al oeste, para incluirse dentro de los
límites de tma configuración que abarcaba al Bajío y sur de Querétaro por lo menos
desde el Clásico y que aseguraba una conexión con otras zonas, por ejemplo hacia el
noroccidente. 176 Esto, ligado a sus crecientes vínculos hacia el oriente, indudablemente
incrementó su posibilidad de alcanzar un lugrn· privilegiado al interior de una estructura
panregional. El abandono de los sitios 'teotihuacanos', que durrnlte el Clásico
insinuaban que el área de Tula estaba "integrada al sistema político y económico de
Teotihuacan" (Mastache y Cobean, 1989:49, 51; véase también Díaz, 1981:108; Cobean
et al., 1981:189-90; Fournier, 1995:54), está sucedido por la fundación y crecimiento de
tma ciudad que fortalece su postura en el panoranm regional e interregional. No es
dif1cil concebir que el descuido hacia la Cuenca y el afianzamiento hacia el oeste y este,
le brindrn·ía a Tula la posibilidad de consolidarse como punto de intersección entre dos
estructuras de importancia creciente (la Red Septentrional del Altiplrn10 y la Costa del
Golfo), que ya rn1tes del Postclásico se traslapaban alcanzando una magnitud
macrorregional.
sino de manera gradual y en la medida en la que la calidad de vida disminuía en Teotihuacan y se incrementaba en las regiones al norte de ésta.
176 Las relaciones de Tu la hacia el norte y noroccidente se reflejan, entre muchas otras cosas, en la importación de cerámica cloisonné (Braniff, 1972:289, 292; Healan et al., 1989:247; Cobean, 1990:493). Evidencia de que la Esfera del Bajío pudo jugar un papel de intermediario en la relación entre estas dos regiones durante el Epiclásico, se presenta en sitios como El Cóporo y El Cerrito, donde además de importarse vasijas decoradas en cloisonné (Braniff, 1972:276; Crespo, 1989:21; 199lb:l90, 192 fig.13) se han hallado piezas tipo Macana decoradas con la misma técnica (Flores y Crespo, 1988:210-215). También en Tula se han recuperado ejemplares como éstos (Cobean, idem) además de en Cerro La Malinche (Paredes, 1990: 193).
215
La búsqueda y posibilidad de integración a la Red Septentrinnal del Altiplano
por parte de las poblaciones del valle de Tula y el sector nmie de la Cuenca, parece
haber derivado de una ininten-umpida relación entre todas estas regiones por lo menos
desde mediados del Clásico, aunque en dicha relación se dio una altemancia en la
importancia relativa de cada una y un consecuente vir~je en la dirección de los vínculos
perseguidos entre ellas. Hasta este punto he adoptado como propia la asunción de una continuidad
ocupacional y sistémica entre el Clásico y el Postclásico en la Región de Tula. Como en
el caso de Teotihuacan (ver págs. 194-197 de este volumen), existe también una antigua
y compleja discusión al respecto, donde el abandono de los sitios de filiación
'teotihuacana', la aparente ruptura entre su complejo cerámico Y el usado por los
habitantes de Tula, y los notables cambios en el patrón de asentamiento, se han
contemplado como símbolo de discontinuidad (Cobean, 1978:85; Cobean et al.,
1981:190; Cobean y Mastache, 1989:38, 55; Healan et al., 1989:241); en contraparte
con 1:s propuestas sobre algunas derivaciones, similitudes o traslapes entre ambos,
además de una constancia en la ocupación (Fournier, 1995:66-68; Torres et al., 1999).
Entre los principales argumentos para apoyar lo primero se cuentan la
disminución abrupta en el uso de cerámica teotihuacana representativa de fases
Xolalpan y Metepec, y el abandono, por las mismas fechas, de casi todos los sitios que
durante Tlamimilolpa sostenían una estrecha relación con Teotihuacan (Díaz, 1981:1 08;
Mastache y Cobean, 1989:55). Esta evidencia se ha interpretado como una disminución
equivalente en la densidad demográfica (Mastache y Cobean, ibid.:51, 55), facilitando
el anibo de 'nuevos grupos' que pmiaban una vajilla distinta (la Coyotlatelco)
(Mastache y Crespo apud Cobean, 1978:108; Mastache y Cobean, ibid.:49, 55; Braniff,
1992:161; 1994:118) y que se habían visto obligados a asentarse en lugares de dificil
acceso hasta que las tien-as en el valle se desocuparon (Cobean, 1978:84; Mastache Y
Cobean, ibid.:55-56). Eventualmente estos grupos, junto con la muy escasa población
remanente de los sitios teotihuacanos, fundarían Tula (Cobean Y Mastache, ibid.:56, 62-
63). Pero, ¿en realidad la modificación en el patrón de asentamiento Y las diferencias
entre rasgos cerámicos "teotihuacanos" y "coyotlatelco" indican un casi total abandono
de la región y una posterior reocupación por 'grupos' distintos? Si se quiere abogar por
una continuidad poblacional es necesario cuestionarse por qué ocun-ieron esas
transformaciones.
216
Como atractivan1ente sugieren Mastache y Cobean, el abandono de los sitios
teotihuacanos en la región de Tula:
" [ ... ] está relacionado con el decline de Teotihuacan como un centro económico y político, un decline que involucró cambios radicales en la distribución poblacional, patrón de asentamiento y relaciones políticas y económicas en el Centro de México [ ... ] Estos cambios incluyeron el desan-ollo de numerosos centros regionales autónomos [que] desarTollaron estilos locales en la cerámica, arquitectura, iconografía y otros elementos cultmales: estilos que sugieren la presencia de nuevos grupos étnicos o cambios radicales en las viejas tradiciones culturales" (1989:55).
A partir de varias evidencias sobre continuidad ocupacional entre el Clásico y el
Postclásico en la región de Tula y otros sectores del Valle del Mezquital, Torres,
Cervar1tes y Foumier considerar1 que este fenómeno no implicó necesmian1ente una
contracción poblacional o el abandono del área:
"Más bien puede argumentarse que las poblaciones de la regwn están dejando de pariicipar en los vínculos económicos y políticos con la metrópoli, lo que implica una serie de transformaciones estructurales. [ ... ] El proceso parece estar acompañado también por una relocalización par·cial y gradual de las poblaciones, lo que pudo implicar· el abandono o la reducción de las ar1tiguas comunidades Tlamimilolpa, cuando menos en el Valle de Tula" (Tones et al., 1999:84, 88; véase también Fournier, 1995:68) y una "reestructuración del poder a nivel regional" (Fournier, idem).
Más allá de una ocupación constante del área, que es sostenible a partir de la
permanencia de algunos asentarnientos después del Clásico o la fundación de nuevas
comunidades de manera simultánea al abandono de otras, la discontinuidad propuesta
por algunos autores (y la presencia de 'nuevos grupos') se desprende de un apmente
contraste cultural (cfi". Mastache y Cobean, 1989:55; Healan et al., 1989:241). Es c]ar·o
que tanto los cambios en la distribución y planeación de los sitios, como la adopción de
nuevas con-ientes cerámicas y 'ar·tísticas', sugieren una transfonnación en el estilo de
vida. Sin embar·go, sostener que existe una disociación cultural o una drástica ruptura
entre las sociedades del Clásico y el Postclásico, se enfrenta con el obstáculo de
explicar· las semejanzas (menos aparentes que esenciales) que recientemente se han
resaltado entre la capital teotihuacana y la tolteca (cfr. Mastache y Cobean, 2000).
Como resultado de un detallado análisis de las similitudes estructurales entre los
centros ceremoniales de ambas ciudades (incluyendo su orientación, t.raza y la
217
localización de los edificios principales) (ibid.:101-103), Mastache y •. Cobean
concluyen:
"Es obvio que estas similitudes no son casuales y no se refieren meramente al aspecto formal de p1aneación urbana, siRo que indican continuidad en cosmovisión y conceptos ideológicos jimdamentales que eran compartidos por ambas culturas y que además son evidentes en iconografía y otros elementos[ ... ]" (ibid.:l03, las cursivas son mías).
En cuanto a iconografia, Cobean había notado años atrás un contenido pmalelo
entre algunas composiciones escultóricas en Tula y murales teotihuacanos (como son
los par1eles con procesiones de jaguar·es, cánidos y figuras humanas ricamente
ataviadas) "que es tan asombrosarnente similar que las representaciones toltecas
posiblemente derivaron directamente de las teotihuacanas" (Cobear1, 1978:53-54; véase
también Bastien, 1948 apud Almillas, 1950:57-58; Mastache y Cobean, 2000:130). ,,
Además, " [ ... ] algunos diseños que fueron probablemente símbolos religiosos en la
cerán1ica teotihuacana del Clásico Temprano también ocurren en los complejos
cerámicos Prado y Corral del Clásico Tar·dío en Tula" (Cobean, 1978:54). Otros rasgos
que insinúan cierta filiación entre ambas sociedades son los excéntricos de obsidiana
que exhiben formas iguales (Cobean, idem) y la continuidad estilística entre las
figurillas teotihuacanas y las Coyotlatelco de Tula (Stocker, 1983:177, apud Fournier,
1995:66).
Una similitud entre cerán1icas tempranas de Tula y las teotihuacanas ha sido
resaltada por varios autores (Armillas, 1950:65-66; Matos, 1974:67; 1978:176; Brar1iff,
1999:94), y dmante la excavación de un par de pozos de sondeo en Tula Chico se había
considerado a estos materiales como correspondientes a la fase Metepec de Teotihuacan
(Matos, ibid.:67-68). Como posteriormente señalara Cobean, estos tipos (que él integra
en un "Complejo Prado") no son importaciones teotihuacanas, difieren en vmios
aspectos de la cerámica de las últimas fases de Teotihuacan, y su existencia puede
vincular·se con la de otras cerámicas en la región del sm de Querétmo y El Bajío
(Cobean, 1978:86-87; 1982:63-64; 1990:44; Cobean et al., 1981:191; Cobean y
Mastache, 1989:42); 177 pero nada de esto excluye que sean contemporáneos con la fase
Metepec de Teotihuacan, que su apmiencia sea resultado de la estrecha relación anterior
177 Estos tipos fueron bautizados por Cobean como Guadalupe Rojo/Café Esgrafiado, Ana María Rojo/Café y Clara Luz Negro Esgrafiado (Cobean, 1978:86; 1982:60; 1990:75-118; Cobean y Mastache, 1989:42).
2!8
con aquella ciudad por parte de los habitantes de la zona, y que efectivarnente exista
cietta continuidad cultural entre el Clásico y el Postclásico en Tula.
Como se ilustra en la Figura 43 y como todavía sostienen algunos autores, las
formas de los tipos diagnósticos Prado efectivamente "recuerdan" fmmas teotihuacanas
(Paredes, 1990:193) y esta semej ar1za no resulta tan "vaga" como se ha propuesto ( cfi·.
Cobean, 1978:87; 1982:63-64, 66; 1990:44). Esto es especialmente sostenible si la
comparación se establece con la cerámica de fases Tlamimilolpa y Xolalpan, y no con
la de Metepec, lo que sería de esperar dado el momento en el que inició el
debilitarniento de los lazos entre Teotihuacan y la región de Tula, como se vio páginas
atrás (la similitud entre la forma de vaso cilíndrico trípode de los tipos diagnósticos de
Prado Y los vasos del Clásico Temprano en Teotihuacan, ha sido señalada por el propio
Cobean [ 1990:44, 86] ). Los rasgos en común entonces, serían en mayor proporción
remanentes de las vajillas Tlamimilolpa y Xolalpan Temprano, por ser éstas el último
'gran referente' a la cerámica teotihuacana asimilado en la zona.
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Fig. 43. Formas comunes en la cerámica teotihuacana de fases Tlamimilolpa Tard' (b) X 1 1 T ( ) , 10 , o a pan emprano a Y Xol~lpan Tardw (e), tomado de Rattray, 2001. Cerámica del Complejo Prado de Tula, Guadalupe Rojo
sobre Cafe Esgrafiado (d, e) y Clara Luz Negro Esgrafiado (f), tomado del museo de sitio de Tula, Hidalgo.
2!()
Ésta podría ser también una de las razones de la escasa representación de
materiales estrictamente Xolalpan y Metepec (de Teotihuacan) en sitios en la región de
Tula y áreas vecinas (cfr. Díaz, 1981:108; Polgar, 1998:46; Ton-es et al., 1999:84,
88),m y de la existencia de ciertas cerámicas locales que pueden insertarse (temporal y
culturalmente) como transitorias entre la tradición teotihuacana y el estilo epi clásico
(cfr. Ton-es et al., ibid.:84). Desde la perspectiva del centro norte de México, el traslape de cerámica
Metepec con Coyotlatelco como evidencia de continuidad Clásico-Epiclásico sería
secuencialmente incongruente, no por una discontinuidad ocupacional o cultural en el
área, sino porque las sociedades que la habitaron, y que durante el Clásico construyeron
íi.tertes vínculos hacia la Cuenca de México y el sistema teotihuacano, al parecer habían
renunciado a ellos antes de que Xolalpan Tardío o Metepec ocuniesen como complejos
materiales en el propio Teotihuacan. El deslinde de estos lazos, que durante
Tlamimilolpa sirvieran a la población de sitios como Chingú y el Mogote San Bartola
para fortalecerse en el contexto regional, podría estar reflejando, más que un abandono
del área, el debilitamiento del 'impacto' teotihuacano hacia el norte (Fournier, 1995:68;
Polgar, 1998:46; TotTes et al., 1999:84-88).
Para apoyar la idea de que la cerámica temprana de TuJa no es una derivación de
la teotihuacana, Cobean resaltó la similitud, en formas y decoración, de algtmos tipos
del Complejo Prado con los "teotihuacanoides" reportados por Emique Nalda para el
sur de Querétaro, proponiendo que tma parte del Complejo Prado podría haberse
originado en el periodo Clásico en El Bajío (Cobean, 1978:87; 1982:63-64, 66,
1990:44, 91, 116; véase también Diehl, 1983:43; Cobean y Mastache, 1989:42; I-Iealan
y Stoutan1Íre, 1989:234-235; Healan et al., 1989:241). Esta idea estuvo sustentada en la
cronología propuesta inicialmente para los tipos de Querétaro (cfr. Na! da, 1975:90-92,
127); sin embargo, al revisar posteriormente sus datos, Nalda modificó la consideración
178 Los autores citados perciben una disminución significativa (o incluso desaparición) de cerámica teotihuacana de fases Xolalpan Tardío y Metepec en los principales sitios que estuvieron afiliados con Teotihuacan durante Miccaotli y Tlarnimilolpa (p.e. Chingú, El Mogote San Bartola y varios asentamientos en el limite noroeste del Valle de Tula). Aunque sin rechazar estos datos, otros investigadores hablan de presencia de cerámica uMetepec" (entiendo que refiriéndose a cerámica propiamente teotihuacana) en otros lugares de la región (Cobean, 1978:84; Cobean et al., 1981:189, 194; Cobean y Mastache, 1989:37; Healan Y Stoutamire, 1989:234; Healan el al., 1989:241). Es posible que existan algunos ejemplares teotihuacanos de esa fase pero, como trataré a continuación, su presencia generalizada me parece poco probable dados ciertos desarrollos cerámicos locales que pueden situarse en la misma época, y cuya proporción parece rebasar por mucho a la de aquella cerámica, o ni siquiera conviven con ella (cfr. Diaz, 1981:1 08; Polgar, 1998:46; Torres et al., 1999:84, 88). Debe también contemplarse la posibilidad de que alguna de la cerámica 'teotihuacana de Metepec' que se ha reportado en el área, coJTesponda en realidad a aquellos tipos 'contemporáneos con Metepec', pero NO 'teotihuacanos' a que me referiré en breve.
:no
inicial para proponer que esta loza "teotihuacanoide" en realidad es posterior al apogeo
de Teotihuacan, posiblemente contemporánea con la fase Metepec (1981:s/p; 1991:35,
3 8, 41 [ver nota 132 de este volumen] ). 179 De este modo, los principales tipos de Prado
serían, si no totalmente, sí parcialmente contemporáneos con los "teotihuacanoides" del
sur de Querétaro, es decir, cubrirían aquel 'vacío de fase Metepec' considerado para
TuJa (cfr. Cobean, 1978:86; Cobean y Mastache, 1989:42; Healan y Stoutamire,
1989:234), y la causalidad (de ningún modo desligada de la dinámica del Clásico) y
comportamiento de ambas cerámicas, podría ser equivalente en la cerámica de otros
complejos, entre ellos el Complejo Atlán del poniente del Valle del Mezquital
(Fournier, 1995:66) (ver adelante).
Será dificil encontrar la manifestación material 'Metepec de Teotihuacan' en
sitios que ya no perseguían la emulación de lo teotihuacano, pero, nuevamente, eso no
significa que regionalmente no existan expresiones cerámicas contemporáneas.
Metepec podría existir, como fase o como proceso, en el área de TuJa. Sus rasgos
materiales no serían los mismos que en Teotihuacan. "'
Al desligarse del sistema teotihuacano en tiempos de Tlamimilolpa Tardío o
Xolalpan Temprano, la cerámica de los sitios en el Valle del Mezquital pudo tomar un
rumbo independiente de la Cuenca de México. Como consecuencia de los crecientes
179 En esta cerámica "teotihuacanoide" se incluyen "vasijas con paredes rectas en su mitad inferior y divergentes hacia el borde, fondos ligeramente cóncavos pero en clara tendencia hacia lo plano, soporte anular, y esgrafiados" (Nalda, 1975:90-92; 1991 :53).
uw Cobean propuso tentativamente la existencia de cuatro complejos cerámicos para TuJa con una cronología secuencial (1978). Desde entonces el mismo autor y otros han reconocido que la división entre éstos no es tan clara (tampoco su asignación cronológica), especialmente en lo que respecta a Prado y Corral, los dos más tempranos (Cobean, 1978:88; 1982:61, 64; 1990:44; Cervantes y Fournier, 1996; Foumier, com. pers. 2002). Aunque es posible encontrar contextos exclusivamente con materiales de 'Con·al' (entre ellos el Coyotlatelco), no sucede lo mismo con los diagnósticos de 'Prado', que siempre están acompañados por tipos de 'Corral', especialmente los de uso doméstico (Cobean, 1978:88; 1982:64). Es posible que deba considerarse a ambos como un solo complejo, pero dentro de éste quizás la vigencia de algunos tipos fue menor (p.e. Clara Luz, Guadalupe y Ana Maria), restringiéndose a una fase inicial (Cobean, 1990:90) que podría ser contemporánea con Metepec. Originalmente se propuso para 'Prado' y 'Corral' una temporalidad de ca. 700-900 d C (Cobean, 1978; 1990) pero dados los ajustes recientes a la cronología del Centro de México (ver nota 165 de este volumen) creo que esta propuesta también debe evaluarse. De ser cierta una contemporaneidad, por lo menos parcial, de los tipos mencionados y la fase Metepec de Teotihuacan, en la región de Tula habria evidencia de una transición Metepee (la fase)/Coyotlatelco (el estilo), pues no sólo se da una convivencia entre Clara Luz, Guadalupe y Ana María con Coyotlatelco (Matos, 1974:67; Cobean, 1978:88; 1982:64), sino que algunos ejemplares de los primeros tipos integran a sus formas los motivos del último: " [ ... ] por lo menos uno de los tipos principales de la fase Prado el Ana Maria Rojo/Café es muy similar al Coyotlatelco Rojo/Café, excepto por las formas de las vasijas, y el tipo Guadalupe Rojo/Cqfé Esgrafiado algunas veces tiene diseños pintados parecidos al Coyotlatelco" (Cobean, 1982:64). Clara Luz Negro Esgrafiado, que es el que más se asemeja a aquellos del poniente hidalguense, sur de Querétaro y sur de Guanajuato, no integra diseños pintados del estilo Coyotlatelco (Cobean, 1982:61, 116; Diehl, 1983-43), pero sí los reproduce esgrafiados (Cobean, 1990:114, 116).
2:21
vínculos hacia el Bajío y el noroccidente, se percibe la integración de nuevos rasgos a
los derivados del vínculo inicial, que ya podrían para entonces haber sido asumidos
como propios. Este fenómeno de deslinde del sistema teotihuacano se observa a partir
de la desacralización de centros ceremoniales "teotihuacanos" hacia finales de
Tlamimilolpa o principios de Xolalpan sin implicar el abandono total de los sitios
(Polgar, 1997; 1998; Torres et al., 1999:84, 88); la fundación de nuevos asentan1ientos
prestmtamente contemporáneos con la fase Metepec de Teotihuacan (Polgar, com. pers.
1997); y la petmanencia/ampliación de un complejo ceránüco local, cuyos tipos
decorados reproducen formas teotihuacanas (cfr. Fournier, 1995:55, nota 14; Ton·es et
al., ibid.:84-87) (ver notas 132, 179 y 181 de este volumen)~" pero integran técnicas y
diseños decorativos que los vinculan con el Bajío (Fournier, idem) y el noroccidente.
Como ejemplo de lo último puede señalarse que sobre esa base de formas
'teotihuacanas' se implementaron motivos esgrafiados y rellenos con pigmento blanco o
rojo, en apariencia idénticos a los
de tipos contemporáneos del sur de
Zacatecas, con formas disímiles
(Peter .Timénez, com. pers. 2002)
(Fig. 44).
Fig. 44. Cerámicas tipo Atlán Esgrafiado (a. b y e), cortesía Proyecto Valle del Mezquital; y Malpaso Esgrafiado (d y e) cortesía Proyecto La Quemada.
La técnica del esgrafiado relleno en blanco o rojo (fi'ecuentemente triángulos
achurados) también es característica de tipos del Clásico Tardío en la Hu aste ca y San
Luis Potosí (cfr. Du Solier et al., 1947-48:16, 19; Braniff, 1992:67-69).
Existen bastantes similitudes entre los "teotihuacanoides" del sur de Querétam y
algunos componentes del Complejo Atlán (cfr. notas 179 y 181). Aunque he señalado
que hay también cierta equivalencia con tipos diagnósticos del Complejo Prado (en
especial los diseños y técnica decorativa de Clara Luz Negro Esgrafiado), las
semejanzas con éste parecen ser menos que entre los dos primeros. Se ha supuesto que
181 Este complejo ha sido bautizado como "Atlán" e incluye "vasos y cajetes trípodes de paredes rectas o rectas divergentes, soportes de botón o cónico redondeados", bases anulares y fondos planos (Torres et al., 1999:84-87).
no son contemporáneos, y pueden no serlo en parte, pero creo que las diferencias son
reflejo principalmente de que el diseño y producción (o 'adaptación') de todos esos
tipos fue un proceso local (lo que algunos autores han denominado una "tendencia a la
regionalización" [Torres et al., 1999:88] ), en contraste con la dispersión vía
importación/exportación o imitación, común en los periodos precedente y sucesor. Esto
explicaría por qué la cerámica Prado "rara vez se encuentra en otros sitios de la región"
(I-Iealan et al., 1989:242; Cobean, 1990:91). Fenómenos como éste son de esperar en
momentos en los que el panorama sociopolítico se deslinda de un núcleo principal y
cada grupo cuenta con un incentivo pam explotar sus posibilidades y creatividad
propias (cf!·. Pasztory, 1978:8).
Dado el incremento, durante el Epi clásico, de interacción entre la región de Tula
y zonas al este y oeste, y como consecuencia de la estrecha relación con Teotihuacan en
el periodo anterior, es de suponer que:
"Desde una perspectiva cultural y étnica, TuJa constituyó la síntesis principalmente de dos tradiciones diferentes: la precedente cultura urbana de Teotihuacan en la Cuenca de México, y otra tradición de la periferia norte mesoamericana, especialmente el área del Bajío y los límites de ZacatecasJalisco" (Mastache y Cobean, 2000:101).
De regreso a la Red Septentrional del Altiplano
Las vajillas compartidas por los grupos humanos que habitaron el sector
septentrional del Altiplano, son el testimonio residual de la constmcción y
mantenimiento de vínculos sociales. Como se ha visto, por lo menos desde mediados
del Clásico y hasta el Postclásico Temprano esta fi·anja geográfica participaba de un
sistema de comunicación e intercambio cuyo cauce principal fluía en dirección este
oeste, posiblemente como consecuencia de los sistemas fluviales Lerma/Santiago y
Moctezuma-Pánuco1" (cfr. Diehl, 1976:280; Jiménez Betts, 1989: Sánchez et al.,
182 La Cuenca del Río Pánuco es una de las más grandes de México y buena parte del sector noreste del Altiplano drena en ese sistema (Tamayo y West, 1964:90). Uno de los principales tributarios del Pánuco es el Río Moctezuma y entre los afluentes más importantes de éste se cuentan los ríos Tula y Estórax (Tamayo y West, ibid.:90-91). El último se adentra en el altiplano potosino, mientras que el primero se extiende hacia el suroeste, confluyendo en algún punto con el Río San Juan, en Querétaro. En la actualidad el curso del Río San Juan se desvía en dirección sur, pero es muy importante señalar que en el pasado esta situación fue diferente, pues originalmente afluía en el Río Lerrna, hacia el oeste (Tamayo y West, ibid.:90). Teniendo su origen en el Valle de Toluca, el curso del Río Lerma corre en dirección noroeste pasando por porciones de los estados de México, Querétaro, Guanajuato, Michoacán y Jalisco, atravesando de este modo El Bajío y desembocando en el lago de Chapala. Desde este punto el sistema fluvial sigue su curso hacia el Pacífico,
1995:145; Faugére, 1996: 142; Ramos y López Mestas, 1999:258; Hernández, 2001:33,
40). A primera vista las relaciones se manifiestan en la distribución de recursos
específicos como la obsidiana y en el uso compartido de materiales como las pipas de
barro o ciertos tipos cerámicos, pero con seguridad derivan de un interés mucho mayor.
Como se ha propuesto, es posible que las materias primas y bienes de prestigio que
circulan al interior de sistemas de este tipo, no sean las causas del sistema, sino sus
resultados (Abu-Lughod, 1989:355; Jiménez Betts, 2001). El origen y consecuencia de estos vínculos debió tener expresiones e
implicaciones más complejas que la sola adopción de vasijas. Una de las más
significativas en este caso es su posible enganche con redes vecinas (cfr. Pollard,
2000a:64) y la subsecuente confon11ación de redes macronegionales:
" [ ... ] Jos espacios económicos del Epi clásico no s~n excluyentes sit:o más bien interactuantes conformándose canales a traves de los cuales ctrculan artefactos desde 'diferentes regiones. Tales canales tienden a ser preferenciales respecto a un determinado tipo de artículo Y son en este sentido redes limitadas en cuanto a la clase y número de artefactos, aunque pueden ser muy an1plias respecto a su cobertura espacial" (Cervantes Y
Fournier, 1996:117).
No es dificil reflexionar sobre las ventajas que ofrecía a estas sociedades su
participación en dicha red. Entre ellas está, por supuesto, el enlace de productos de
proveniencias extremas a partir de relaciones consolidadas entre regiones intermedias.
Guanajuato y el noreste michoacano, por ejemplo, fueron clave para la integración en
las esferas del Norte y Occidente (Diehl, 1983:114, 116; Jiménez Betts, 1992:180;
Willian1s, 1999:160-161), tan1bién conectándose con el Estado y la Cuenca de México
(Jiménez Betts, ídem; Sugiura, 1996:247; Williams ídem), y vía el Valle de Toluca
posiblemente con el Valle Occidental de Morelos (ver págs. 144-145 Y 182-186 de este
volumen). San Luis Potosí contribuyó con sus vínculos hacia el Noroccidente, Norte Y
La Huasteca (ver págs. 190-192 de este volumen); mientras que por el sur de Querétaro
y el Mezquital pudo darse una conexión también con la Cuenca de México (Cobean,
1978:79), tal vez la Siena Gorda, nuevamente la Huasteca (Sánchez et al., 1995: 145;
Foumier, 1995:61), y quizás a partir de la Costa del Golfo con el sur de Veracruz Y
hasta el Área Maya (Cobean, 1978:79; Diehl, 1983:114) (ver págs. 135-145 de este
volumen).
principalmente con el nombre de Río Grande de Santiago (Tamayo Y West, ibi~.:104-105). La mayor parte de la Mesa Central drena en el sistema Lenna-Santmgo (Tamayo Y West, 1b1d .. 1 0-l·
L
Se puede pensar entonces que los diversos objetos de 'lujo' o 'prestigio' que
tanto se han considerado en este trabajo, se 'desplazaron' a partir de esas redes, aunque
se está muy lejos todavía de comprender la plataforma ideológica sobre la que esto
ocunía. Visto así, no resulta ya tan 'desconcertante' encontrar durante el Postclásico
Temprano en TuJa concha de abulón del Golfo de California ... adornando una vasija
Plum bate de la región maya;'" y en el Cenote Sagrado de Chichén Itzá " [ ... ] objetos
originarios desde el norte de Colombia hasta el suroeste actual de los Estados Unidos"
(Schmidt, 1999:444 ).
La eficacia de este sistema permitió que por lo menos desde el Epiclásico
algunos sitios tierra adentro tuvieran acceso a material querático, como Cenito de
Rayas (Ramos et al., 1988:314; Ramos y López Mestas, 1996:104),"" San Miguel de
Allende (Nieto, 1994:62) y Cañada de la Virgen (Nieto, 1997:1 O 1 ), en Guanajuato;
Banio de la Cruz, en Querétaro (Crespo y Saint Charles, 1996:130; 1991; Saint Charles,
199la:7-8, 11); o Sabina Grande (Canasco et al., 2001), El Zethé (Morett, 1991; López
AguiJar y Fournier, 1992:240-257) y El Pañhú (Morett com. pers. 1996), en Hidalgo.
En ocasiones se obtuvo concha proveniente tanto del Pacífico como del Golfo, por
ejemplo en TuJa (Diehl, 1976:263; Cobean y Estrada, 1994:78); Urichu (Pollard,
2000b) y Loma Santa María (Cárdenas, 1999:223), en Michoacán.'"'
La importación y conjunción contextua! de concha de ambas costas en sitios
tiena adentro, permite considerar que existió una relativa facilidad de tránsito de
objetos entre las sociedades involucradas en la red."'
raJ Se lm identiti:ado como concha de abulón a las aplicaciones en la vasija P/umbate que representa un rostro humano surgiendo de las fauces de un coyote (Braniff, 1994:137), actualmente expuesta en el Museo Nacional. En su texto, Braniff puntualiza en el lugar de origen de esta especie, que se restringe al norte del paralelo 28' en la Costa del Pacífico. Baja California Norte y Alta Califomia (idem).
'"''Ramos e/ al. (1988:314) mencionan una cerámica en Cerrito de Rayas que quizá proviene del Golfo. "'L StM't ... ama an a ana uva una ocupac10n Importante relacionada con Teotihuacan. Sin embargo, el análisis de
los materiale~ c:rámicos y :lementos arquitectónicos del sitio ha permitido a Efraín Cárdenas distinguir dos mo_m~ntos pnnc1pales, el pnmero de ellos efectivamente dentro del Clásico (300-600 d C) y el segundo en el Epiclas¡co (600-900 d C) (1999:217, 228). Desconozco el contexto del que provienen la concha y otros rnatenales que contemplo aquí, además de su temporalidad. Al parecer, el registro llevado a cabo durante las exploraciones arqueológicas (1977-1982) fue insuficiente y el análisis de materiales quedó inconcluso, por lo que mucha de esa mfonnación se ha perdido (Cárdenas. 1999). Si incluyo a Loma Santa Maria al hablar de una_red qu~ funcionó dura~te el ~piclásico, es por la gran coincidencia que existe entre Jos materiales que en conjunto circularon a parl!r ~e. dicha red y los que han sido recuperados, también asociados, en aquel sitio. Entre ellos se cuenta la obs1dmna de Ucareo (Cárdenas, 1999:222), cuya explotación no debe limitarse al Epiclásico, pero que en ese momento, como se ha visto, alcanzó su mayor demanda.
186 En La Negreta, un sitio del Clásico al sur de Querétaro, se importó también concha de ambas costas (Brambila y Velasco, 1988:291). Aunque en un periodo anterior al que se aborda en este trabajo, es mteresante la. posibilidad de que la Red Septentrional del Altiplano existiese, o se estuviese configurando, desde el Clas1co. ¿Por que no pensar que fue ésta una de las razones por las que Teotihuacan se vinculó con las regiones norte!1as del Altiplano Central? En el Templo de Quetzalcóatl se recuperó concha del Golfo de
Menos sorprendente es la presencia de concha en sitiós michoacaaos pues,
aunque no siempre se ha comprobado, es de esperar que una buena parte provenga del
Pacífico. Además de los ya mencionados, entre los sitios del noreste de Michoacán con
ocupación epiclásica donde se ha registrado I?aterial querático están Tingambato
(Pollard, 1995:37; 2000a:63); Tres CetTitos (Pollard, 2000a:63) y la zona de la vertiente
del Lerma (Faugere, 1992:39; 1996:132). En este último lugar se han hallado también
figurillas cerámicas del Occidente (Faugere, 1996:93-132).
Es importante rastrear los vínculos del noreste de Michoacán con la costa del
Pacífico, pues es posible que el comercio o intercambio de algunos productos (p.e. la
concha) se enganchara durante el Epiclásico al mecanismo de distribución de la
obsidiana de Ucareo/Zinapécuaro que, en dirección oriente, pudo haberse valido de la
Red Septentrional del Altiplano para llegar a Tula y quizás hasta territorio veracruzano
(se ha localizado por ejemplo en Tajín [Healan, 1998:102 104] ).
Esto en un momento dado ayudaría a explicar la presencia de concha del
Pacífico en sitios del poniente hidalguense, lH7 la aparición de figmillas con ruedas en
Michoacán (ver nota 115 de este volumen), la aparición de figurillas aparentemente de
Occidente en Tula (Diehl, 1976:263) y, vía el centro y sur de Veracruz, la existencia de
obsidiana del yacimiento michoacano tan lejos como el norte de Campeche (p.e. en
Edzná, Healan, 1998:104), el nmie de la Península de Yucatán (Healan, 1997:77;
1998:102, 104; Ringle et al., 1998:222; Healan y Hemández, 1999:137; Schmidt,
1999:445) o la costa de Belice (Healan, 1998 idem; Healan y Hernández, ídem). Las
interacciones subyacentes a la dispersión de estos objetos pudieron haber apoyado, ya a
principios del Postclásico, la inserción de cerámicas smeñas como Tolú! Plwnbate y
Anaranjado Fino, que se han localizado también en otros sectores en la porción norte
del Altiplano además de la región de Tula, y hasta el Noroccidente (cfr. Fahmel,
1988: 144-148; Cobean, 1990:483-485).
California y del Océano Pacífico (Rubín de la Borbolla, 1947:65; Sugiyama, 1989:92-93). ¿No podrían haber jugado un papel importante sitios como La Negreta (al menos en lo que co?cierne al abaste,~imiento de la concha de Occidente), y no a la inversa, como se ha planteado, que los objetos de concha llegaron a La Negreta vi a Teotihuacan"? (cfr. Brambila y Velasco, 1988:292-293, Brambila et al., 1988: 17).
187 Durante la temporada 1995 de recorrido de superficie del Proyecto Valle del MezqUital, fue recuperado un pendiente fragmentado de concha que se sumaba a una concentración de cerámica y lítica. Un año más tarde fue analizado con ayuda del Instituto de Ciencias del Mar de la UNAM, concluyendo que se trataba de un fragmento de Pinctada mazatlanica, cuyo origen se remite a la costa del Pacífico, pero en ella su distribución abarca desde el Golfo de California hasta Perú (Bojórquez y Solar, 1997:71). También se ha identificado concha del Pacifico en el sur de Querétaro (Brarnbila y Velasco, 1988:291) Y en Tula (Diehl, 1976:263;
1983:92, 94; Healan et al., 1989:247; Cobean y Estrada, 1994:78).
226
La distribución de la obsidiana de Ucareo/Zinapécuaro tuvo durante el
Epiclásico otro cauce importante, que posiblemente atravesaba el Valle de Toluca para
llegar a Xochicalco (ver pág. 145 de este volumen), y quizás vía el territorio morelense
continuaba hacia el sur, pues se ha identificado obsidiana de esta fuente en la Costa y
los Valles Centrales de Oaxaca (Healan, 1997:77; Healan, 1998:102, 104).
Por lo menos durante el Epiclásico la circulación de turquesa pudo también
engancharse a ambos cauces de la misma estructura distributiva, 1" como lo sugiere por
un lado la aparición ele este material nuevamente en Urichu (Pollard, 2000b ),
Tingambato (Pollard, 1995:37; 2000:63), Loma Santa María (Cárdenas, 1999:215, 221-
222; ver nota 185 de este volumen), Cerrito de Rayas (Ramos y López Mestas,
1996: l 04); San Miguel de Allende (Nieto, 1994:62), Barrio de la Cruz (Saint Charles,
1991a:9; Crespo y Saint Charles, 1991 s/p), Sabina Grande (Canasco et al., 2001), Tula
(Cobean Y Estrada, 1994:77-78; Mastache y Cobean, 2000:121), y hasta Chichén Itzá
(Monis et al., 1931: 186-188; Mm·quina, 1990 [ 1951] :854-855, fotos 426 y 427); 180 y
por otro lado, hasta Xochicalco (Sáenz, 1962b:l-2; 1964b:70).
Sobra resaltm· la importante incidencia que estos enlaces pudieron tener en la
dispersión, en sentido contrario, de las placas de jade.
188 Es bien sabido que en territorio mesoamericano se importó turquesa desde el Suroeste de los Estados Unidos. Aun~ue. d.e menor calidad, existen también yacimientos en México que fueron explotados durante la época prehrspamca. De acuerdo con los estudios de Weigand, éstos ocurren en Santa Rosa, al oeste de San Luis Potosí; Sauceda de Mulatos, Zacatecas; Coahuila, Chihuahua y Sonora (Weigand, 1995:127). Mientras no se analice la compos~ci.ón de est~ ... m.aterial en las diversas fuentes y por supuesto la de las piezas recuperadas en c~nt:xto~ .arqueolog¡cos, es dificil establecer su procedencia exacta; sin embargo, parece que la explotación y dJs~n.bucJOn .de la turquesa e~1 g~neral estuvo estrechamente vinculada con el sistema social responsable de la actiVIdad mmera en ChalchlhUites, Zacatecas: "Aparte de sus propias operaciones mineras, la gente de la zona de Chalchihuites se encontraba asiduamente adquiriendo turquesa química de otras regiones [ ... ] . Pmie de esta turquesa se obtenía de yacimientos bastante cercanos, aunque de relativamente mala calidad, encontrados en Zacatecas, San Luis Potosí y Coahuila. Mientras que estos depósitos eran los más cercanos [ ... ] no fueron tan intensamente explotados como los de mayor calidad que se encontraban más al norte" (Weigand, ibid.:l20-121). La: primeras turquesas químicas en el área de Chalchihuites aparecen hacia 500 d
189 C (1dem) pero su consumo se mtenSJficadesde finales del Clásico (Weigand, ibid.:l30, fig. 1). Beatn~ Bramff consJde.ra que el comerciO de la turquesa se expandió hasta finales del Postclásico Temprano, postenor a Tula (Bramff,.l994: 120, 130; 1999: 127). Actualmente se sabe que este material sí fue importado en aque.lla Ciudad y .tambren, como se .ha v1sto, en algunos sitios epiclásicos, además de que otros contextos se han fechado re.la~Ivamente en esa m1sm.a. época o al principio del Postclásico Temprano. El problema para la postura cronolog1ca de la turquesa en sitios como Chichén Itzá y Tu la es el mismo que para el resto de los rasgos que comparten. La ofrenda del Palacio Quemado que contenía un disco de turquesa se ha propuesto que data de ca. 900-1000 d C (Cobean y Estrada, 1994:77), pero las piezas de Chichén ltzá, halladas en el Templo del Chac Mool (Morm et al., 1931) y al interior de El Castillo (Eros a, 1939; Marquina, 1990 ( 1951]), parecen haberse ofrendado tiempo antes (ver pág. 27 y nota 14 de este volumen). Dada la procedenc¡a de este matenal (ver nota 188), es dificil pensar que mosaicos de turquesa apareciesen antes en Yucatan que en Tula, pero además el diseño y motivos que exhiben en ambos luoares los insinúa contemporáneos (ver págs. 27 y 49 de este volumen).
0
íl-1 --· 1
•• V. Procesos que subyacen a la interacción
A la memoria de los seíiores JVigberto Jiméne:::. kforeno, Jo/m Paddock, Charles Ke!ley, 111alcom Webb
y Joseph Caldwe/1
con quienes me habría gustado mucho compartir este trabajo
V.l. Distribución e Innovación. El tránsito de rasgos y objetos en un sistema
macmrregional
En el capítulo anterior se esbozaron superficialmente algunas redes que, por las
regiones que involucran, atañen de alguna manera a la distribución de las piezas y
contextos que motivaron este trabajo, a pesar de que su disposición no ocurrió de
manera estrictamente simultánea (aunque sí relativamente contemporánea) y su
universo no está totalmente definido. Al observar la extensión geográfica y la
profundidad temporal de aquellas redes, deja de sorprender que las placas de jade y
otros bienes de prestigio hayan alcanzado una distribución tan amplia, pero a la vez
dificulta la detección de procedencias y destinos específicos, como lo describe Urcid:
" [ ... ] la amplia distribución interregional de ciertos rasgos hace muy difícil establecer
su origen y patrones consecuentes de diseminación. Si la interacción fuese
exclusivamente resultado del intercambio. las relaciones pudieron no haber sido
necesariamente directas" ( 1993: 156).'"'
Identificar el origen y destino ele algunos rasgos y objetos que circularon durante
el Epiclásico, apoya la existencia ele un sistema distributivo macrorregional que
involucró a varias sociedades y recursos, pero no dice mucho sobre la manera en la que
tuvo lugar el contacto entre las primeras y el movimiento ele los segundos (cfr. Webb,
190 Debra Nagao ha sostenido el mismo punto de vista:"[ ... ) definir el 'lugar de origen' de cie1ios rasgos, se complica con la posibilidad de que éstos no necesariamente fueron adoptados directamente de la fuente primaria original, sino de alguna fuente secundaria o a partir de algún intermediario" (1989:84). La dispersión/adopción paralela (no idéntica) de ciertos elementos, y su adaptación local, propicia también que no pueda atribuirse a ningún centro individual la invención del total de elementos compartidos (Renfrew, 1986:5, 8), pero además la manipulación paulatina y constante puede llevar a una transmutación significativa y, por la misma vía de contactos entre sociedades, la formas o procesos pueden retornar a la fuente original completamente transfonnados (Renfrew, ibid.: 1 0).
1974:360; Chase-Dunn y Hall, 1997a:52). Tampoco añade mucho a la intencionalidad o
'utilidad' social que motivó aquellos contactos y el tránsito de objetos, ni al posible
valor de los últimos, que en el caso de Mesoamérica no fue exclusivamente económico
(cfr. Webb, 1974; Hirth, 1978; Blanton y Feinman, 1984:675-679; Jiménez Betts y
Darling, 1992; Zeitlin, 1993; Joyce, 1993; D~ennan, 1998). Dadas la cantidad de
sociedades participantes y recursos, y la variabilidad en complejidad social de los
primeros y naturaleza funcional o contenido simbólico de los segLmdos, no parece
atinado suponer que la manera en la que circularon bienes y materias primas, Y sus
significados, fue homogénea. Tampoco que afectó del mismo modo a todos los
involucrados. En esta sección mencionaré distintos modos de intercambio que pudieron
operar en la época, para más tarde exponer algunas reflexiones sobre la construcción,
carácter y funcionamiento del sistema macrorregional del Epiclásico.
i,Cómo viajan rasgos y objetos? Se han propuesto muchos mecanismos de dispersión y flujo de objetos e
información al interior de redes distributivas (cii·. Webb, 1974; Renfrew, 1975; 1986;
1993; Hirth, 1978, Hassig, 1990), pero éstos pueden agruparse fácilmente en dos
categorías. Mientras que el 'intercambio indirecto' sugiere una multitud de procesos
operando en el movimiento de materiales o mensajes, y la participación de uno o más
intennediarios, el 'intercan1bio directo' presupone la intervención Y desplazamiento
fisico de individuos que acompañan a dichos materiales o mensajes hasta que aniban a
su destino final. Este último mecanismo tiene muchas variantes (cfr. Webb, 1974:360-
361; Renfrew, 1975:9-10), pero en el caso de Mesoamérica con frecuencia se limita a la
noción de comerciantes especializados (p.e. los pochteca). Otro recurso al que se alude
continuamente para explicar el traslado de objetos y rasgos en Mesoamérica, es el
fenómeno migratorio. l-Iaré algunos comentarios sobre estas dos formas de 'traslación
directa', antes de tratar el mecanismo de intercambio indirecto y la posible combinación
de ambos como alternativa para explicar algunas de las características de la red
macronegional del Epiclásico. La imagen del pochteca ha restringido la cm·acterización de las relaciones
inte!Tegionales en Mesoan1érica, al considerar como involucrados en todo fenómeno
distributivo a pocas personas y muchos objetos, y a cada localidad como recipiente o
contenédor pasivos. Aunque sólo está documentada pm·a el Postclásico Tm·dío la
existencia de personajes especializados en reconer grandes distancias intercan1biando
productos, es de esperar que en tiempos anteriores hubiese un equivalente ( cfi·. Kelley,
:ZJl)
1974:20-22; Webb, 1974:362, 375; Diehl, 1983:114; Hassig, 1990:125, 159). Sin
embm·go, darlo por un hecho no es sencillo, y en el caso de algunas sociedades ni
siquiera es factible. Generar o sostener una organización de ese tipo requiere de una
grm1 complejidad y un alto grado de jerarquización, además de que conlleva muchas
implicaciones sobre el carácter de una sociedad (cfr. Renfrew, 1975:44; I-Iassig,
ibid.:l25-138). Esta problemática sólo se ha discutido para contadas sociedades
mesomnericm1as y aún en esos casos dista mucho de haberse concluido.
Existe una discusión acerca de las funciones de los 'comerciantes'
especializados. En el caso mesoamericano se sabe por las fuentes etnohistóricas e
históricas que los pochteca no sólo trasladaban objetos o efectuabm1 transacciones
económicas, sino que realizaban acciones diplomáticas, "espionaje" y transmitían
información proselitista y simbólica (cfr. Hassig, id e m). Me pregunto, sin embargo, qué
tm1 eficaz podría haber sido ése como único medio de comunicación. Los valores,
conceptos y esencias simbólicas no son intrínsecos de los objetos, 191 y aunque algunos
testimonios sobre su simbolismo 'original' pudieron haber sido transmitidos por
aquellos individuos, dichos significados serían derivados de los esquemas culturales del
lugm· de procedencia. ¿Por qué adoptarían otras sociedades ese significado?. Pienso que
al adquirir bienes exclusivamente por una vía unilateral (o cuando mucho bilateral), una
sociedad receptora dificilmente contaría con el referente (o el motivo) pm·a integrarlos
en planos de significación compartidos con sociedades distintas y distantes. Es posible
que para ello operasen conjuntan1ente otros mecanismos (para una reflexión similm·
véase Stm·k, 1986 apud Spence, 2000:256). El contenido y características de las
ofrendas descritas en el primer capítulo de esta tesis, por ejemplo, sugieren la existencia
de una base ideológica común que motivó la integración de materiales de procedencia
diversa en discursos contextuales similares; o quizás indican una asimilación
generalizada de conceptos que exigían la conjunción de esos materiales de manera
previa a su obtención, y donde tal vez residía la causa principal de su demanda.
La posibilidad de que exista una base conceptual coincidente que propicie la
comprensión, búsqueda o aceptación generalizada de objetos cm·gados con atributos
simbólicos y significantes, ¿es independiente de la existencia de redes de interacción a
otros niveles, no necesariamente ideológicos, que dejan como huella otro tipo de
materiales m·queológicos?, ¿tendrá algo que ver con el traslape de esferas regionales con
191 Como señala Renfrew: " [ ... ] la realidad social humana es una construcción, en la que se adscribe a objetos materiales valor y significado [ ... J ni siquiera el oro es intrfnsecamente valioso en ningún sentido absoluto" (1993:8).
230
esferas vecinas y la consecuente construcción de redes macrorregionales?, ¿es 'Oportuno
considerar ambos fenómenos por separado?, ¿puede la combinación de estos
mecanismos posibilitar el flujo abundante de información de modo alternativo al
desplazamiento fisico?.
Los sucesos migratorios son otro recurso del que se ha abusado al intentar
explicar la dispersión de objetos, rasgos y estilos en Mesoamérica, la apm·ición de
nuevas vajillas cerámicas, las modificaciones en el patrón de asentm11iento, la fundación
y abandono de sitios pmiiculm·es, y los can1bios generales en la estructura social
mesoan1ericana (ejemplos de ello se trataron en el capítulo anterior, con respecto a la
dispersión del estilo Coyotlatelco, la dinámica de la 'frontera septentrional', la
fundación de Tula o el escenario de decadencia del centro ceremonial de Teotihuacan).
En realidad, es posible que las migraciones que nanan las fuentes (y que de hecho
suelen involucrar sólo a grupos de linaje o pocas familias) sem1 la compresión, en la
mente histórica, de tma serie de desplazmnientos en magnitud discretos pero constantes
a lo largo de milenios (cfr. Diehl, 1983:48, véase tmnbién Cobean, 1982:81) o podrían
ser incluso una 'construcción' mítica sobre el origen o pasado remoto de algunas
sociedades, como hetTan1ienta de legitimación (cfi·. Helms, 1979:177; 1992:160). El
registro arqueológico no parece sustentm·, en la mayoría de los casos, migraciones
masivas (cfr. Pollm·d, 1995:42; 2000a:65; Fournier, 1995:67).
Es claro que algunos centros urbanos, cuyas características proptctan su
desmTollo sobresaliente en un área determinada, actúan como atractores dentro de una
región. Así, los cambios en el patrón de asentan1iento o el surgimiento/í1orecimiento y
decadencia/abandono de algunos sitios en la historia mesomnericana, pudieran más
adecuadamente describirse como congregaciones o dispersiones de poblaciones locales
(a una escala regional) y no como recepciones o expulsiones de población itinerante.'"'
192 Un fenómeno similar perciben Mastache y Cobean a propósito del crecimiento inicial de Tula Chico:"[ ... ] un episodio explosivo que rápidamente concentró muchos de los habitantes de la región en el nuevo centro" (1989:63), o Richard Diehl acerca de Teotihuacan: "En los cinco o seis siglos después de 300 a.C., un grupo de villas creció en una metrópoli de 20 km2 con una población estimada de 125 000 habitantes" (1989:10). También desde Teotihuacan, el proceso opuesto se ha percibido como: " [ ... ] la dispersión de la población hacia afuera del enorme centro del Horizonte Medio hacia partes de la Cuenca ocupadas más dispersamente" (Sanders, Parsons y Sant1ey, 1979 apud Dieh1, 1989: 13; Parsons, 1987), lo que explicaria congruentemente la aparición de nuevos sitios y el incremento en densidad demográfica de otros (Dumond y Müller, 1972; Sanders, 1989:215; Sugiura, 1996:236 2001 :356-357). Este proceso ha sido descrito como de "expansióncontracción" por Marvin Cohodas, quien señala que, debido a que involucra sistemas económicos, el modelo es aplicable tanto a regiones políticamente unificadas (p.e. Valle de Oaxaca) como políticamente segmentadas (p.e. Tierras Bajas Mayas o el Altiplano Central) (Cohodas, 1989:226). La frecuencia y magnitud de estos fenómenos sería dependiente de la vigencia en el poder de cada centro.
Pero, ¿es compatible esto con las transformaciones formales y los cambios en el
patrón de aparición o distribución de rasgos y objetos, que se perciben en el registro arqueológico?.
Temprano en la década de los setenta, Charles Kelley propuso un modelo sobre
el fmnoso 'fenómeno migratorio' que parece más cercm1o a la realidad mesomnericana.
Su esquema, además, constituye un buen punto de partida para responder algunas de las
pregtmtas planteadas en los párrafos anteriores.
En su intento por explicar el poblamiento del Norte desde tiempos del Clásico,
Kelley vislumbra un proceso que definió como de "difusión blanda" o "difusión gradual" (soft dif)itsion):
"En términos culturales, empleando evidencia derivada principalmente del aná.lisis de complejos ~erámicos, esta colonización hacia el norte por parte de agncultores mesoamencanos puede caracterizarse de la siguiente manera: de una serie de comunidades, compartiendo una cultura mesoan1ericmm básica pero mostrando diferencias locales, dispersos a lo lm·go de una frontera irregulm·, pequeños grupos de agricultores colonizm·on tierras adyacentes al norte y al poniente, probablemente mediante un proceso de segmentación de grupos de linaje. Cada grupo llevó consigo una parte pero no todo aquello que su comunidad compartía con la cultura mesomnericm1a. En estas comunidades nuevas mezclas culturales se desarrollm·on [ ... ] y algunos cambios locales ocurrieron, de manera que la siguiente colonización llevaba consigo nuevas variaciones del patrón mesoamericano básico, frecuentemente con una reducción de la herencia cultural básica más adiciones de las culturas chichimecas incorporadas. Procesualmente, estaríamos tratando con un fenómeno de segregación-reducción, recombinación, variación y, esencialmente, mTastre cultural" (Kelley, 1974:20, fig.l ).
El fenómeno de segregación-reducción, recombinación, variaczon y arrastre
cultural, descrito por Kelley, podría ser más común en la historia mesoamericana de lo
que se ha considerado. Las posibilidades del modelo de "difusión blanda" se amplían si
se aplica no sólo a la fundación de nuevos asentmnientos o a la expansión ele población
hacia tierras deshabitadas, sino también a la inclusión (y asimilación) de personas en
lugm·es ya establecidos. Grupos, familias e individuos pudieron haber cambiado de
residencia por una cantidad insospechada de motivos (no necesariamente producto de la
fatalidad), incluyendo la existencia de un centro 'atractor' como se mencionó líneas
atrás (cfr. Paddock, 1972b; 1983:187). 193 No es difícil pensar que 'un proceso semejante
al descrito por Kelley resultaría también de las alianzas matrimoniales, que son un
aspecto (frecuentemente una estrategia) importante y recunente en la construcción Y
mantenimiento de lazos intersociales ( cfi·. Flanne¡z, 1968; Helms, 1979; Earle, 1990:81;
Chase-Dunn y Hall, 1997a:28, 247; Joyce, 1992:68; Stone-Miller, 1993:31-36; Freidel
et al., 1993), donde la mudanza no involucra a un gran número de personas.
Del modelo de Kelley se desprenden varias situaciones. La más importante a mis
ojos es que, en Ja mayoría de Jos casos, debieron petmanecer abiertos los canales de
comunicación entre grupos sociales 'emparentados', creándose y sosteniéndose con el
tiempo una verdadera red de relaciones. Esto hubiese permitido, por un lado, el flujo
relativamente libre de objetos entre sociedades vinculadas y, por otro, hubiese
promovido o facilitado el intercambio de información, es decir, la comunicación. En
muchos casos, este intercambio infmmativo podría ser el responsable de las enormes
similitudes que se dan entre regiones, mientras que la "segregación-reducción,
recombinación y variación", de las diferencias. Las conexiones diferenciales habrían sentado las bases para que el mecanismo
más común, operando a una escala macronegional, f·uera el intercambio indirecto.
Existen también múltiples variantes del intercambio indirecto, pero éstas
principalmente derivan del carácter de Jos involucrados, y de ser una combinación de
otras formas de intercambio directo de alcance geográfico limitado (di·. Webb,
1974:360-361, 365-366; Renfrew, 1975:49). Por definición, todas implican a una serie
de intermediarios en el proceso de dispersión de rasgos y objetos, pero no en todas es
factible que fluya información de manera efectiva y constante (Renfrew, ibid.:45).
193 En este caso específico el cambio de residencia puede estar prece?ido P.or .un deseo (no sie~pr~ vi,able) de mejorar las condiciones de vida, buscando tener acceso a las ventaJaS ~~e ofrec.e la cap.!tal . En el abandono de lugares centrales pudo operar el fenómeno inverso. Una fam!lm de ehte, por eJemplo •. que comienza a perder su postura privilegiada en una ciudad (quizás porque el constante arnbo resulta tamblen.:n un incremento de población componente de los estratos sociales privilegiados y por lo tanto e~ una reducciOn del estatus privilegiado real de las elites residentes) puede emigrar a otro donde puede aspirar, de acuerdo con Jas características particulares de ese segundo lugar, nuevam~nte a una postur~ de pnvtlegto e~utvale?te a la que tuvo en la capital en otro momento. A propósito del declme de Monte Alban, Jolm Paddock descnbe este proceso de la siguiente manera: "En su nuevo estatus corno un centro urbano q~e antenor~1ente fuera metrópoli, Monte Albán no podría sostener tanta población como antes [ ... ] un numero C011Siderable de personas, inicialmente residiendo en Monte Albán, probableme.nte .f~eron a otros l~gare~ baJO la preswn de las "fuerzas económicas", o, mejor, porque se había vuelto mas factl tener un meJor mvel de vtda e~ ~t:a parte. El abandono, así, habría iniciado aunque no fuese un proceso co~cretado. De hecho, el abandono !!liCia desde los tiempos prósperos tempranos, cuando algunos individuos depn la capital y van hacm otros centros fuera de ella porque les va mejor en lugares secundarios, o ~or razones personale~~ pero en .estos tiempos tempranos los abandonos son superados en número por los ambos de nueva poblacwn que quiere -y puede-
"hacerla" en la capital" (1983: 187).
Aunque algunos de estos modos, como la redistribución desde Jugares centrales y Jos
mercados, "indudablemente operaron a lo largo y ancho de [una] macroregión desde el
nivel de las economías locales" (Jiménez Betts, 1992: 195), las redes de intercambio
más amplias (y más significativas?) en tiempos prehispánicos, parecen haber ocunido
en cadena.
El intercambio en cadena (down-the-line) es aquél en el que "los bienes viajan a
través de territorios sucesivos y a través de intercambios sucesivos" (Renfrew, ibid.:41-
43). Este mecanismo resulta en la configuración de redes que atraviesan regiones muy
amplias en múltiples direcciones, vía la interconexión de esferas regionales (.Timénez
Betts y Darling, 2000: 175; 1992: 19), logrando transportar bienes sobre grandes
distancias (Webb, ibid.:366; Renfrew, ibic/.:43; véase también .Timénez Betts, 1992;
Cervantes y Fournier, 1996:118).
Distintos modos de intercambio producen distintas distribuciones espaciales,
percibiéndose gradientes de concentración y desvanecimiento de objetos. Lo
pronunciado del decline con el que se desvanece el alcance de esos objetos (jal/-ojj),
también difiere (Renfrew, ibid. :41; Webb, id e m). Tratándose de bienes de bulto el
intercambio en cadena es ineficiente, pues la cantidad de bienes se reduce drásticamente
a medida que se incrementa la distancia geográfica desde el lugar de origen (Renfrew,
ibid.:44, 46-48; Webb, idem). Tal vez por ello se ha considerado que este mecanismo
también obstaculiza, atenúa o impide el flujo de información (cfr. Chase-Dum1 y Hall,
1997a:53). Pero cuando se trata específicamente de bienes de lujo o de prestigio, cuyo
valor es en algún sentido proporcional a su escasez, el desvanecimiento distributivo
puede producir un patrón muy distinto:
"En primer lugar, la transferencia de bienes de prestigio Ji'ecuentemente ocurre entre personas notables, y es de esperar que éstas residan más lejos unas de otras que las involucradas en el intercambio ordinario. En segundo, estos bienes no se consumen o utilizan en la vida diaria, sino que frecuentemente son repartidos en intercambios subsecuentes [ ... ] esto da como resultado un desvanecimiento distributivo [fall ojj] más gradual, y por lo tanto se incrementa el alcance espacial de estos bienes" (Renfrew, 1975:50-51).
Renfrew bautiza a esta variante del intercan1bio en cadena como "cadena de
prestigio" (ídem), y en ella la tendencia a la pérdida o desvirtúo de información
tampoco sigue el patrón observado para el intercambio de bienes de bulto. Esto se debe
a que Jos bienes de prestigio frecuentemente representan o 'contienen' ciertos
. hace las veces de transmisor, significados. Si el inteimediario con~p~·ende e::d:e~ls:~e ~ecesariamente culmina en la
el intercambio de bienes de presllg!O en . a que el 'mensaje' . , 'b 'd ·73 24) De todas manems, par
pérdida de informacwn (Renfrew, 1 1 ··- - • •• ¡ receptor también
. 1 1 ta su destino final, es necesano que e acompañe a estos arucu os las · ·b·d ·77-73). Creo que
. . . . ara "decodificarlo" (Renfrew, z z . ·-- -tenga un conocm1Iento pievw P . base ideológica común, Y
. . . . . 1 es posible cuando existe una dicho conocimiento pievw so 0
. 1 te factible en Jos ténninos . . ación de ésta es especia men
que la construccwn y conserv 'd b'er·tos los canales de comunicación. . K 11 do se han mantem o a I
planteados por e ey, cuan . . considero de prestigio y no sólo de Volviendo a las placas de Jade, objetos que . 1 'das nle parece un
1 ¡ que fueron me m . · del discurso contextua en e . luJO, la semeJanza .d
1. . común que permitió, hasta cierto
. . . . · d u ella base I e o ogica , Indicador de la existencia e aq . fu · · n Pero las
. , re roducción generahzadas de su ncw . punto, una comprenswn y p d la cultura sugieren que su
. . . · ¡ s en otros aspectos e ' indiscutibles diferencias regwna e 1 . 1 ·ones se establecieron entre
. . a en el que as 1 e aci distribución obedecw a un esque~ JI b donara o renunciara al sentido
. · que nmguno de e os a an grupos sociales cercanos, sm . . b d haz de relaciones
. . · ue participa a e un " de pertenencia a su propw sistema, smo q des de gran alcance
. . . e enti·elazadas construyeron re relativamente Il1!11ediatas qu . . . d los ob· etos e información transita entre geográfico. En este tipo de relacwnes el ~UJO e . l ~ ( amo se trató en el capítulo
. des mterregwna es e esferas locales hasta mtegrarse a re . . 1 s integradas por localidades
f1 con redes mterregwna e anterior), que a su vez con ~~:;de las sociedades involucradas pueden guardar poco o
distintas, al punto de que mu 1 d 1989·33) pero vistas como un vasto conjunto t sí (cfr Abu-Lug1o , · '
nulo contacto en re . . . to de una estructura macrorregional y · t · · a en el mantemmien
participan de manera SIS emic , E . ectiva de direcciones múltiples fi · · de su caracter. sta per sp
contribuyen a la con Iguracwn b' t Jantea interesantes problemas por las que transitaron y se intersectaron los o ~e os, p
d · d d/ · enidad cultural. sobre aspectos e um a aJ . d 1 uier rasgo 0 clase de artefacto (y en
Aunque las disl!·ibuciones contmuas e cua q . . rativos su coincidente contextualización), sugieren una
el caso de los Jades figu . . (R fr 1975·53) sería un . . f1 . o efectivo de informacwn en ew, . ,
interacción repetida Y un UJ · y bienes de prestigio . acompaña a las expreswnes
error afirmar que el mensaJe que . b'o en cadena efectivamente , . fi·ew 1993:11 ). El mtercam I
pennanece estatico (Ren I ' . . . , d . D 111
ación ¡0 que no significa representa tm obstáculo para la transmis!On mtegra e m m ,
235
necesariamente que ésta se desvirtúe o se pierda, pero sí que frecuentemente tiende a ser
alterada para adaptarse a las condiciones y exigencias propias. 19'1
De este proceso de 'traducción' o sincretismo, puede esperarse que se gesten
vanacwnes o se hagan selecciones de los mensajes, pero además que tenga lugar la
producción local de equivalentes (o sustitutos). Este fenómeno 'innovador' puede
observarse también en las placas de jade.
Se ha dicho que la producción original de las figuras de piedra verde ocurrió en
las regiones mesoamericanas del sur (principalmente el Área Maya y Oaxaca) donde su
presencia está por demás extendida (territorial y temporalmente), pero en esa amplia
zona es imposible definir una fuente primaria responsable de su invención. Lo anterior
se debe a que la producción de las figuras fue adaptada o 'traducida' a los cánones y
convenciones iconográficas locales por diferentes regiones sureñas, sin desprenderse
notablemente de un tema conductor (compárense por ejemplo las piezas zapotecas, las
mayas del sur de México y las mayas guatemaltecas, en las Figuras 5 a 12). 195 En este
sentido puede encontrarse, nuevamente, una gran similitud con Jos ornamentos de oro
intercambiados entre los cacicazgos panameí'ios (ver nota 88 de este volumen), cuyo
diseí'io (que incluye representaciones simbólicas), distribución (que implica la
existencia de redes intenegionales), o reproducción local (que implica un conocimiento
previo) son interpretados por Helms como evidencia ele una ideología compartida
(1979:167). Dada la extensiónmacrorregional ele esta ideología:
19.t Si algunas alteraciones fueron 'lraducciones' a esquemas locales (sin que la información básica se haya
perdido por completo), o si se trata de reinterpretaeiones totales, es una distinción sutil y muy dificil de establecer (ver págs. 99-100 de este volumen). Para una discusión sobre el problema confróntese StoneMil!er, 1993 y Spence, 2000:260. Mary Helms observa que algunos materiales son obtenidos e introducidos a una sociedad "donde pueden ser materialmente alterados y/o simbólicamente reinterpretados o transformados para adecuarse a Jos requerimientos político-ideológicos particulares" (Helms, 1993:4 apud Me Vicker y Palka. 2001:194). Como ejemplo de esto puede citarse el planteamiento de Richard Diehl: "Los articulas manufacturados por Jos toltecas eran deseados no sólo por su belleza y los materiales exóticos usados, sino porque los símbolos en ellos representaban ideas y creencias panmesoamericanas. Por ejemplo, mientras que un artesano tolteca pudo haber tenido ideas muy específicas acerca del Quetzalcóatl que pintó en un brazalete de cuero, el consumidor final en las tierras altas de Guatemala podría fácilmente reinterpretarlo corno Gucumatz, su propia versión del dios Serpiente Emplumada" (1983:117).
195 Judith Zeitlin describe un fenómeno semejante a propósito del culto del juego de pelota en las PCL y la costa de Oaxaca: " [ ... ] ninguna versión ortodoxa del culto se dispersó por la región. Muchas convenciones artísticas diferentes se representaron a lo largo de la costa de Oaxaca, y de la totalidad de los atributos conocidos del culto. diferentes selecciones fueron !lechas en diferentes localidades"(! 993: !35). Por su parte, Megaw y Megaw perciben, en la dispersión del arte cella temprano, la" [ ... ] manufactura local por parte de sociedades que compartían creencias simbólicas [ ... J, y expresaban esas creencias a partir de una iconografía similar, ejecutada con la misma tecnología, en objetos similares" (1993:225); y Earle, a propósito de la indumentaria de elite entre Jos cacicazgos Hawaianos " [ ... ]el simbolismo era esencialmente el mismo, a pesar de que las variaciones entre una isla y otra claramente indicaban manufactura local" (1990:77).
"Es de esperar que se encuentren temas simbólicos comunes entre la diversidad de estilos distinguibles, a pesar de que los modos de representación, esto es, los detalles "estilísticos" de presentación, puedru: ser bastante divergentes [citando a Bolian, n.d.:] "Algunos rasgos [den van de] conceptos generales, como las figuras r_epresentadas, mient.ras ?~os son más específicos, como los elementos decorativos o su combmacwn [ ... ] Hay algunas diferencias entre los pendientes de lug~r en lugar, per? los motivos básicos prevalecen en todas las regiones, añadténdose elaboracwnes decorativas locales"" (Helms, 1979: 169).
La lógica de esto puede enfocarse como un ejemplo del fenómeno de Innovación
estudiado por Renfrew. De acuerdo con el autor, el mecanismo innovador se refiere a la
adopción generalizada de una nueva forma o proceso, pero su reproducción local
requiere de un conocimiento adicional, que se obtiene a través de contactos continuos
con otra sociedad, no necesariamente aquella en la que se produjo la invención
(1978:90) (o sea, no necesariamente de manera directa). Si bien en este marco el
estímulo es externo, las condiciones que motivan o descartan la aceptación de un
esquema extranjero tienen bases locales preexistentes ("la invención puede beneficiar a
algunos individuos pero no a otros, dependiendo las circunstancias", Ren11"ew, 1978:
91-93, véase también Chase-Dmm y Hall, 1997b:12), a diferencia de lo que proponen
los modelos difl.tsionistas radicales, donde la sociedad receptora juega un papel
prácticamente pasivo (Renfi·ew, idem ). 196 Así, no es la invención de elementos
relevantes ni su diseminación espacial el factor fundamental de un proceso innovador,
sino su adopción en un contexto cultural (ibid.: 11 0). En el caso que se explora aquí, el
hecho de que sistemas culturales vinculados pero distintos compartieran una ideología Y
no exclusivamente una serie de objetos, dice mucho de la magnitud de los canales de
comunicación abiertos entre ellos. Me pregunto hasta qué punto el proceso innovador
podría relacionarse con el mecanismo de segregación-reducción, recombinación Y
variación, descrito por Kelley (ver págs. 232-233 de este volumen).
Desde Juego, la posibilidad de plasmar en la producción de las placas de jade los
esquemas iconográficos locales, no estuvo condicionada a, pero sí encontró una banera
196 Nuevamente Zeitlin observa esta reacción entre los habitantes de la Costa: "Sin un probable centro único que fuese la inspiración (o la tt1erza proselitista detrás) de la dispersión del culto del ntual de JUego de pelota, encuentro un enfoque más apropiado en el proceso local de aceptación e imitación del culto. [un~] atraccwn pragmática del culto para los incontables líderes locales que lo acogieron" (1993:124). Otro .eJemplo es}~ aparición de centros ceremoniales en el Bajío y Norte mexicanos, sobre lo ~ue Pete: J¡menez ~Ice: e cambio social que propició la aparición de dichos centros corresp?.nde, no a u~a mfluenc.m ext~~na, s~n~ a un reflejo 0 respuesta local de la interacción de los grupos en cuest10n con un ststema socto-pohttco d1stmto Y tal vez mayor" (Jiménez Betts, 1992: 191-192).
237
en la disponibilidad de un recurso específico (o el desarrollo de una industria especíiica)
que no comparten todos los sitios donde se han encontrado las piezas. La 'distribución'
de las placas de jade como productos terminados, entonces, se desprendió de su ámbito
productor para alcanzar por lo menos el sector septentrional del Altiplano, cubriendo
una extensión considerable donde puede apreciarse una relativa continuidad (ver Mapa
1 y Tabla 1 en págs. 51-53 de este volumen). 197 Quizás ocurriera algo similar con el
resto de las materias primas para la manufactura de objetos de prestigio que circularon
por la red del Epiclásico (como la concha, la turquesa, la obsidiana y el tecali), las
cuales pudieron haberse trabajado sólo en algunas localidades donde se reunieran
ciertas condiciones (independientemente de la dista.t1cia geográfica desde la Ji.Jente de
origen), mientras que serían obtenidas por la mayoría de los sitios como productos
tenninados. De ser así, el mecanismo involucrado en la traslación de objetos y rasgos
pudo no ser homogéneo, sino una compleja combinación de los modos de intercambio que se han descrito.
Muchas vmiantes del intercambio directo pudieron operar hasta cierto punto de
la red, dependiendo de una distancia relativamente estable y 'costeable' en términos de
transporte desde la fuente donde se obtuviera o trabajara el recurso, y posteriormente
dispersmse más allá de ese primer circuito vía intercambios en cadena (cfr. Kelley,
1974:20-22; Helms, 1979:8, Tabla 1, 35-36; Chase-Dunn y Hall, 1997b: 15; 1999:10-
11 ). Esta combinación también podría darse independiente ele la distancia geográfica
pero dependiente del grado de complejidad y jera.t·quización ele las socieclacles, donde un
interca.111bio directo ocutTiría entre centros que tuvieran la posibilidad de estructurar y
sostener una institución como lo fue la pochteca, o de mantener a un grupo de artesanos
especializados; mientras que sitios menores obtenclría.t1 los objetos a partir ele un
intercan1bio en cadena iniciado desde aquellos centros que obtuvieron o produjeron
directamente los bienes. En este caso la cantidad ele objetos ele un mismo tipo tendería a
aumentar en sitios que hacen las veces ele centros reclistributivos regionales (Renfi·ew,
1975:48; cír. Helms, 1979:35, Fig.4). Puntualizando nuevamente en los jades
197
Es dificil determinar por qué vía (o vi as) arribaron a los estados de Querétaro e Hidalgo las placas de jade. De acuerdo con las redes esbozadas en el capítulo anterior, una dispersión posible pudo ocurrir por el centro de Oaxaca Y los estados de Guerrero, More los y Michoacán, pero desconozco si existen ejemplares en el sector oeste del Estado de México o en el sur de Guanajuato. Otra opción es que ocu1Tiese a partir del Istmo ascendiendo por la Costa del Golfo hasta la Huasteca, pero tampoco sé si se han hallado las piezas en aloún lugar del norte de Puebla u oriente de Hidalgo. Aparecen en Tlaxcala y en el sector oriente del Estado0 de México (ver Mapa 1 y Tabla 1 ), pero nuevamente hay un vacío de información en el sector oriental de Morelos y sur de Puebla. -
figurativos, ¿podría ser éste uno de los motivos de su alta concentración en lugares
como Chichén Itzá y Xochicalco?.
Como se ha visto, es posible que las sociedades que no produjeron las placas de
piedra verde estuvieran enganchadas a una red distributiva que les permitió acceder a
ellas como un producto terminado, sin incidir en su realización. Su procedencia situaría
a las regiones sureñas a la 'cabeza' de esa red, pero hay que recordm· que en la
integración de los contextos donde se dispusieron los jades, se reúnen objetos de
variados orígenes. El funcionmniento de un sistema global implica la contribución de
cada uno de sus componentes, y habría que preguntarse cuál fue la apmtación que
pem1itió pmticipar a los sitios del resto de México en esa red.
V.2. El sistema macrorregional del Epiclásico
A pesar de mi desconocimiento sobre la importación de las figuras en tenitorio
poblano, creo que sus habitantes pudieron pm·ticipm·, si no en la misma, en alguna red
distributiva vinculada con aquella responsable de la diseminación de las placas de jade.
En el sitio hidalguense de Sabina Grande, en Sm1 Jerónimo, Gue!Tero y en Xochicalco,
por ejemplo, apm·ecieron vasijas de tecali como pmte de las ofrendas, y uno de los
yacimientos prehispánicos más importantes de este material se ha reportado en Puebla
(.Timénez Salas et al., 2001). A pesm· de que no existe una certeza sobre el total de
yacimientos de tecali que fueron explotados en tiempos prehispánicos (id e m), y aunque
lo más lógico es suponer que no todas las piezas que se han reportado provienen de una
misma fuente, es de esperm· que una región que pudo explotar el tecali extensivan1ente
no encontrm·ía mayor obstáculo para insertm·se en un sistema que lo demandaba.
Otro lugar que se ha propuesto como productor de objetos de tecali es TuJa
(Diehl, 1983:101). Además de aquellas vasijas con base pedestal mencionadas por
Acosta (ver nota 23 de este volumen), una pieza trípode cuya fabricación quedó
interrumpida (actualmente exhibiéndose en el Museo Nacional) fue hallada en
superficie. Este ejemplar brindó información importante sobre la técnica de
manufactura de objetos de ese material, como lo demuestra el análisis de Noemí
Castillo (1968; véase también Diehl y Stroh, 1978:74-75, fig.1; Dieh1, 1983:101;
Pm-edes, 1990:188). 19" Es posible que algunas piezas de tecali se trabajm·an en TuJa
198 Durante las excavaciones de El Canal se recuperaron diecinueve cilindros de tecali (producto de una de las etapas de reducción descritas por Castillo), que fueron inicialmente considerados indicio de un taller. Sin embargo, además de este tipo de desecho no se detectó ningún otro, por lo que se consideró más plausible la
2J9
(como aquella estudiada por Castillo), pero tal vez a pm·tir de haber importado las
preformas, pues a la ±echa no se han identificado talleres especializados (Diehl y Stroh,
1978:78; Cobean, 1978: 117-118) y tampoco se conocen yacimientos cercanos de este
material. Al parecer, la importación de materias primas pretrabajadas no fue un
fenómeno poco común para la sociedad tolteca. Más que la explotación primaria y
control de algún recurso, se ha propuesto que la aportación de Tula a las redes en las
que pm-ticipaba pudo ser, precisamente, la manipulación de recursos obtenidos de
diversas fuentes, su integración a objetos locales o importados y, como consecuencia, su
trm1sformación en bienes exportables de 'sello tolteca' (Diehl, 1983: 116-117). Un
ejemplo de esto sería la aplicación ele concha de abulón del Golfo de Caliíomia y
madreperla a una vasija Plumbate de la región maya (cfr. Braniff, 1994:137, ver nota
183 de este volumen). Diehl propone:
"Mantos de plumas, tocados y yelmos, mosaicos de turquesa, vasijas ele teca/i, joyas, y muchos otros productos exóticos, se introducían a la red de comercio 'internacional' después de haber sido modelados en talleres toltecas. Plumas de quetzal de Guatemala pudieron haber sido utilizadas para decorar un elaborado escudo, que podría haber sido llevado hacia el nmte e intercambiado por bellas conchas del Golfo de California o turquesa de Nuevo México" (Diehl, ibid.: 117).
Lo que pm·a mi destaca en este mecanismo no es la hipotética 'esencia creativa'
ele los toltecas, sino la posibilidad de que Tula efectivamente pudiera obtener bienes y
recursos de procedencia tan extrema. Aunque la imagen presentada por Diehl
cmTesponde al Postclásico Temprano, existen algunos indicadores de que la región de
TuJa y áreas vecinas participaron de un sistema similar por lo menos desde el periodo
anterior, como creo que representa la distribución tan amplia de turquesa, obsidiana ele
Ucm-eo/Zinapécuaro, jade y concha (tanto del Golfo como del Pacííico ), durante el
Epiclásico (ver págs. 225-227 ele este volumen).
No puede clescm·tarse que las regiones al norte de Cuenca (especialmente en lo
que toca al poniente de Hidalgo, sur de Querétaro, sur ele Guanajuato y una porción del
Estado ele México) explotaron y controlaron recursos locales importantes y únicos que
fueron introducidos a la red, pero no existen muchos elatos para sostenerlo. Es factible
obtención de estas piezas para su reutilización en algún otro contexto, que hasta ahora se desconoce (Diehl y Stroh, 1978:75-77; Diehl,l983:102). Varios fragmentos de ese material han sido también documentados en otros pumos de la antigua ciudad (cfr. Healan el al., 1989:246; Paredes, 1990:73, 96, 200) y en la Huasteca se reporta e ilustra un cilindro de "onyx" (cii·. Ekholm, 1944:489) que quizás corresponda a un ejemplar como éstos.
que el medio más importante para los centros de dichas regiones, •. una vez
intetTelacionados, fuera encontrarse en Lma posición significativa para el sistema
macrorregional del Epiclásico: "La localización estratégica al interior de una red de
interacción puede ser en sí misma un importante recurso" (Schortman y Urban
1992b:242). El de Xochicalco podría haber sido un caso similar (cfr. Litvak, 1972;
Pasztory, 1978:16; Senter, 1981:149; de la Fuente, 1995:146-147, 155, 173-174; López
Luján, 1995:270). La "localización estratégica" frecuentemente tiene una lógica geográfica (cfr.
Helms, 1979:38~65), pero principalmente se refiere a la posición relativa con respecto al
sistema de interacción vigente o en apogeo durante cada época (cfr. Abu-Lughod,
1989). Las condiciones que propician que un centro asuma o abandone una postura
privilegiada pueden tener mucho que ver con el papel de sus elites en las redes globales
de comunicación (Helms, ibid.:34-37; cfr. Darling, 1998:393). Este aspecto, y no la
geografia, es mucho más susceptible a la transformación: "Cambios frecuentes en la
preeminencia regional [ ... ] parecen estar coiTelacionados con cambios en la ubicación
de la red intercambiaría, que afectan al destino de algunos grupos en diferentes puntos
de la red" (Schortman y Urban 1992c:242-243; como ejemplo cfr. Rathje, 1971 apud
Pasztory, 1978:11 para el Petén Maya; para la dispersión de los Itzáes cfr. Ball y
Taschek, 1989; para el Medio y Lejano Oriente cfr. Abu-Lughod, 1989).
Aunque en este sentido se podría pensar que algunas sociedades se benefician
inesperadan1ente, sólo por encontrarse 'en el lugar correcto en el momento con·ecto', el
cambio direccional del flujo de los sistemas intercambiarías en realidad parece derivar
del éxito o fracaso para virarlo o mantenerlo a favor. Alcanzar o sostener una postura
privilegiada no es circunstancial, sino que requiere de un esfuerzo activo (cfr. Webb,
1974, 367-371; Helms, 1979); lo mismo que la búsqueda de alternativas en un momento
en el que dicha postura se ve amenazada o intemunpida (cfr. Ball y Taschek, 1989;
Joyce, 1993; Chase-Dunn y Hall, 1997a:65-67). Todo lo anterior parece contribuir a la
trayectoria de "auges y declines" que experimentan los sistemas sociales.
Es especialmente común que una 'localización estratégica' constituya, en
potencia, el principal recurso entre sociedades cuyo entorno geográfico no permite la
obtención directa y el procesamiento local de materias primas de demanda panregional,
o donde el grado de complejidad alcanzado por sus grupos ha impedido el desa!Tollo de
institucíones especializadas con esa finalidad. Alglll10S centros o sectores sociales
logran entonces insertarse en el sistema distributivo a partir de un papel inten11ediario, 199
lo que generalmente estimula su complejización sociopolítica y ocasionalmente les
permite alcanzar una prominencia intenegional (cfr. Abu-Lughod, 1989; Schortman y
Urban, 1992b:242; Chase-Dum1 y Hall, 1997a:69). Pienso que el coincidente auge,
durante el Epiclásico, de varios sitios y regiones con estas características (p.e. La
Quemada, el desatTollo Xajay, Chapantongo, TuJa Chico, Teotenango, Xochicalco ... ),
se relaciona directamente con el carácter de su incoJporación al sistema intercan1biario
contemporáneo. Este proceso de incorporación habría producido lo que Renfrew
(1975:36) denomina Lll1 "efecto multiplicador" pues, al tiempo que estimulaba a
aquellos sitios en particular, propiciaba Lll1 incremento cuantitativo y cualitativo del
sistema en general: 1) al vincular regiones donde sí era posible la explotación primaria
de recursos, ampliándose directa o indirectamente su radio de acción (p.e. Alta Vista,
Ucareo/Zinapécuaro, Costa del Golfo, Huapalcalco, Cantona ... ), y 2) al expandirse con
ello los limites geográficos y sociales de la red distributiva, a partir del aumento en el
número y diversidad de productos disponibles, además del aumento en el número y
diversidad de demandantes.
No debe ser fmiuito, por ejemplo, que el auge del Valle de Malpaso, en
pmiicular de La Quemada, coincida con un incremento en el intercambio a larga
distancia, en el que se percibe una "interacción creciente hacia el sur" mientras se
mantiene "la base tradicional de lazos con la región de Chalchihuites al oeste" (Jiménez
Betts y Dm·Iing, 2000:163; Jiménez Betts, en prensa). Esa "interacción creciente hacia
el sur" incluyó la obtención de navajas prismáticas de la Sierra de Las Navajas, entre
otros yacimientos (Darling, 1998:371; Jiménez Betts y Darling, ibid.:177; Jiménez
Betts, 2001; en prensa). De acuerdo con Dm·Iing, la pmiicipación de la región en las
redes que involucrm1 navajas prismáticas ocmTió hasta el siglo VIII d C (ibid.:371, 392;
Jiménez Betts, en prensa); ¿será una casualidad que tmnbién en ese momento se haya
intensificado la explotación de minerales locales y la obtención de tmquesa del suroeste
americano en el área de Chalchihuites (ver nota 188 de este volumen), y que desde
entonces se generalizm·a su consumo prácticamente en toda Mesoamérica?.
199 E ¡ ¡· ¡· . ·n a Iteratura arqueo og!Ca frecuentemente se hace referencia a centros de este tipo como "puertos de intercambio" o gatell'a)' comm11nities (Hirth, 1978; Polanyi, 1957 apud Renfrew, 1975: 11; Rathje y SabloiT, 1972 apud Renfrew, idem). Se les ha denominado también "centros redistributivos" (Renfrew, 1975:9-10; Helms, 1979; Kristiansen, 1993) o "nodos de interacción" (como contraparte a 'nodos de producción', Santley, 1983 apud Calladas, 1989:220). Aunque estas definiciones en esencia se refieren a un papel similar representado por esos centros, el carácter que se les atribuye, los mecanismos mediante los que funcionaron o las implicaciones que se sugieren acerca de su participación en el sistema general, difieren. ~ '
A diferencia de lo que opinan algunos autores (cfr. Sugiura, 2001 :38·3-384), la
demanda y consumo de obsidiana verde de Pachuca a nivel macrorregional no cesó
cuando Teotihuacan dejó de tener el control sobre su distribución (Santley, 1989:143-
144). Aunque en menor cantidad que durante el Clásico, en el Epiclásico seguía
importándose (o se importaba por primera vez) obsidiana de esa fi.tente, principalmente
en forma de navajas prismáticas, en lugares como La Quemada (que ya se ha
mencionado), Urichu (Pollard, 1995:43; 2000b), Xochicalco (Ferguson, 2000), Chichén
Itzá (Schmidt, 1999:445), Cerro de Las Mesas, Tres Zapotes, Matacapan (Santley,
ibid.:143) y pcir supuesto la Cuenca de México (Diehl, 1989:15). La circulación
macrorregional de navajas de obsidiana de Pachuca durante este periodo indica que la
explotación del yacimiento continuaba activa, pero también que, en ausencia del
'control' centralizado en Teotihuacan, el beneficio de su exportación recaía en algún
otro lugar.
El hecho de que tanto el tránsito de este producto como la industria especializada
en su talla no sufrieron intetTupciones, sugiere que quienes explotaban y trabajaban la
obsidiana de Pachuca durante el Epicásico conocían bien el proceso, tal vez por haber
participado en él desde tiempos teotihuacanos, aunque lógican1ente con un provecho
limitado en aquel momento. El deslinde del control teotihuacano pudo haber favorecido
a uno o más de estos grupos cercanos al yacimiento, quienes habrían continuado con su
explotación y habrían adquirido la responsabilidad y el beneficio directo de la
especialización en la fabricación de navajas prismáticas y su circulación por la red
contemporánea. ¿No podría ser éste el caso de I-Iuapalcalco, por ejemplo, un sitio cuyo
auge se remite precisamente al Epiclásico y que se relaciona directamente con la
explotación y talla intensivas de obsidiana, tanto de la Sierra de Las Navajas como del
yacimiento vecino del Pizan·ín? (Gaxiola, 1999 y com. pers. 2002). En esta época Tula,
que suele considerarse el "sucesor" en el control de la fuente de Pachuca, en realidad
parece haber obtenido de otro lugar la mayor parte de su obsidiana (ver pág. 178 de este
volumen).
Frecuentemente se asume que los alcances de la red distributiva del Clásico
declinaron en proporción con el sistema teotihuacano, pero en realidad su magnitud se
mantuvo (o pronto fue recuperada), e incluso se expandió en algunos sentidos. En
cuanto a la distribución de obsidiana, tanto de Pachuca como de otras fuentes, se ha
propuesto que " [ ... ] el intercambio a larga distancia que emergió al debilitarse
Teotihuacan fue más eficiente[ ... ]" (Santley, 1989:144). Esto resulta comprensible
243
puesto que la red del Epiclásico no sólo desplantó sobre la red del Clásico, sino que
incluyó el fenómeno creciente de 'incorporación' que se ha mencionado.
El proceso de incorporación-desincorporación es un complejo y dinánüco
mecanismo del que resulta la expansión y contracción de sistemas globales (Wallerstein
y Mmiín, 1979 apud Chase-Dwm y Hall, 1997a:61, 63; Chase-Dunn y Hall, 1997a:56,
59-77). Desde la perspectiva comparativa de sistemas mundiales, la incorporación
ocurre cuando sistemas inicialmente sepm·ados se integran, o cuando uno absorbe a otro
(Chase-Dunn y Hall, idem). Diversas cm·acterísticas de este proceso son dependientes
del carácter, complejidad y grado de jerarquización de las sociedades involucradas:
" [ ... ] el contacto entre sistemas tiende a resultar en la absorción de uno por el otro, si el que absorbe tiene un cm·ácter mucho más complejo y más jerarquizado que el que es absorbido. Similarmente, tma integración es más factible si ambos tienen niveles de complejidad semejantes" (Chase-Dunn y Hall, 1997a:73, las cursivas son mías).
A diferencia del Clásico Temprano, cuando algunas sociedades parecen haber
sido 'absorbidas' por el sistema centrado en Teotihuacan (dadas su mayor complejidad
y jerarquización con respecto a la mayoría de los centros contemporáneos), en el
Epiclásico el proceso de incorporación podría más bien cm·acterizarse como aquella
'integración' previsible entre sistemas compuestos por unidades sociopolíticas pares. La
distinción es importante porque tiene repercusiones en la dinámica de las sociedades
involucradas y en su desmTollo posterior, pero además porque implica un incremento en
la complejidad de varios grupos con respecto al periodo anterior. Esto último es
congruente con lo que sugiere el análisis del significado, fi.mción, distribución y
contextualización de algunos indicadores epiclásicos (ver págs. 106-107 y 126-128).
Para profundizm· tanto en el comportamiento de sistemas particulares como en el
proceso de incorporación, Chase-Dunn y Hall han distinguido que los vínculos entre
grupos pertenecientes a un mismo sistema ocurren básican1ente a pm·tir de cuatro tipos
de redes de interacción. Éstas son esencialmente distintas, involucran materiales y
rasgos cultmales distinguibles, y tienen consecuencias sociales y expresiones espaciales
diferentes. Principalmente entre las sociedades precapitalistas, donde el flujo de objetos
e infmmación está condicionado, entre otras cosas, a medios de transporte y
comunicación restringidos, las redes más an1plias (en términos sociales y espaciales)
son las que involucran el tránsito de información y aquellas por las que circulan bienes
de prestigio (pm·a Mesoamérica cfi·. Flannery, 1968; Blanton y Feinman, 1984; Hassig,
--·-.. ~·~·~ .. c..;;;;¡:_._,~ .. ==
1990; Jiménez Betts, 2001; en prensa; para Centro América cfr. Pielms, 1979;•pa.ra el
Viejo Mundo cfi·. Schneider, 1991 [ 1977] y Abu-Lughod, 1989); de menor escala son
las de incidencia político/militar; y por último las relativas a la producción y
distribución de .recursos de importancia primaria para la subsistencia ("bienes de bulto")
(Chase-Dunn y Hall, 1997a:52-54, 225, 248; 1997b:3-4; 1999:3-4). El tejido de todas
estas redes constituye un sistema mundial 2110 (Chase-Dunn y Hall, 1997a:53):
2110 El modelo de sistemas mundiales fue empleado por Immanuel Wallerstein (1974) para explicar el desarrollo del capitalismo en Europa. Desde entonces, múltiples análisis comparativos han demostrado su pertinencia para el estudio de sociedades precapitalistas (o no capitalistas) en otros tiempos y lugares, a partir de contemplar más variables e introducir nuevos conceptos (cfr. Schneider, 1991 [ 1977]; Blanton y Feinman, 1984; Abu-Lughod, 1989; Jiménez Betts, 1989; 1992; 2001; en prensa; Jiménez Betts y Darling, 1992; Schortman y Urban, 1992b; Chase-Dunn y Hall, 1997a, 1997b, 1999); pero la esencia del modelo se ha mantenido en su intento por abordar la intenelación y afectación entre sistemas sociales a gran escala. Este intento, del que pueden encontrarse antecedentes y consecuencias en otras corrientes de pensamiento (ver p.e. notas 205 y 207 de este volumen), surge de una necesidad básica para el estudio antropológico: la percepción, acercamiento, caracterización y explicación del comportamiento de las sociedades y los alcances de sus interacciones sistémicas. Pero, ¿qué es un sistema mundial y qué es una interacción sistémica? ChaseDunn y Hall señalan: " [ ... ] algunos lectores podrían oponerse a aplicar el término "sistema mundial" a pequeñas redes sociales regionales porque la palabra "mundo" implica una gran escala ( ... ] Las redes de interacción intersocial fueron mucho menores en comparación con el sistema global contemporáneo. Sin embargo, constituían el universo de interacciones que sustentaba y transfmmaba las estructuras sociales en las que la gente vivía" (1997a:28, las cursivas son mías); es decir, se trata de SU mundo, no de El Mundo. En palabras de los mismos autores, un sistema mundial está constituido por las "redes importantes de interacción que afectan a una sociedad y condicionan la reproducción y cambio sociales" ( 1997b:3; 1999:3). Los 'limites' hipotéticos de un sistema mundial se trazan, entonces, donde la relación entre sociedades deja de ser sistémica: '' [ ... ] las redes de interacción, mientras que siempre han sido intersociales, no siempre han sido globales, en el sentido de que las acciones en una región tienen efectos mayores, y relativamente rápido, en regiones distantes" (Chase-Dunn y Hal1, 1997b:3; 1999:3). Se trata entonces de que, como percibe AbuLughod, el efecto cumulativo de alteraciones, por modestas que sean, al interior y entre subsistemas, indudablemente contribuye a un nuevo balance del todo (1989:38). Ahora, como menciona Carneiro en un trabajo reciente, el que las relaciones entre dos variables sean recíprocas, no significa que son iguales (1992: 177). Las interacciones sistémicas suelen afectar de distintos modos a distintos componentes, pues los componentes mismos suelen ser heterogéneos (cfr. Abu-Lughod, ibid:354-355; Jiménez Betts, 1989:24) (el 'efecto multiplicador' expuesto páginas atrás es un buen ejemplo). Por ello, referirse a un grupo de sociedades como integrantes de un sistema mundial no presupone que son culturalmente iguales, de hecho, tiende a ocurrir precisamente lo contrario (cfr. Abu-Lughod, idem; Jiménez Betts, idem; Chase-Dunn y Hal1, l997b:9). Al usar el modelo de sistemas mundiales en este trabajo son necesarias dos anotaciones más. La primera es que la subordinación de algunos grupos a "un centro" puede darse de muchos modos, abarcar varios aspectos (económicos, políticos o religiosos) o simplemente no ocurrir en todos los sistemas. En sistemas multicéntricos (p.e. la economía-mundo descrita por Wallerstein o el sistema epiclásico en Mesoamérica) ninguna unidad domina al sistema mundial (cfr. Wal1erstein, 1974; Blanton y Feinman, 1984; Abu-Lughod, 1989; Chase-Dunn y Hall, 1997a; 1997b; 1999; Jiménez Betts, 2001; en prensa). La segunda anotación se refiere a la existencia de sistemas basados en el intercambio de bienes de lujo y prestigio. Wallerstein excluyó a este tipo de bienes como factores de interacción sistémica (1974:41-42; Schneider, 1991 [ 1977]c50), pero se sabe que el flujo de éstos (especialmente entre sociedades no capitalistas) está cargado con fuertes implicaciones económicas y políticas (cfr. Flannery, 1968; Webb, 1974; Schneider, 1991 [ 1977] :48-62; Helms, 1979; 1986; Blanton y Feimnan, 1984:676; Abu-Lughod, 1989; Smith y Schortman, 1989; Schortman y Urban, 1992b, Jiménez Betts y Darling, 1992:9; Jiménez Betts, 2001; en prensa; entre otros).
245
"Generalmente, los bienes de bulto integrarán la red de interacción regional más pequeña. La interacción político/militar integrará una red mayor que puede incluir más de una red de bienes de bulto, y los intercambios de bienes de prestigio ligarán regiones mayores que pueden contener una o más redes de interacción político/militar. Suponemos que la red de información será del mismo orden que la red de bienes de prestigio: algunas veces mayor, algunas veces menor" (Chase-Dunn y Hall, 1997a:53, 225).
La incorporación puede ocurrir en cada una de estas redes, pero parece que
sistemas separados primero interactúan (se "tocan") a través de sus redes de
información y bienes de prestigio. Si uno o ambos continúan expandiéndose,
posteriormente pueden llegar a formar parte de una misma red político/militar, y en
última instancia de una misma red de bienes de bulto (Chase-Dunn y Hall, ibid.:60-6l,
204).201 La tendencia del proceso de desincorporación parece seguir un orden inverso.
Al observar el mecanismo diacrónicamente, puede percibirse que todos los
sistemas globales siguen tm comportamiento cíclico, donde su tendencia expansiva en
algún punto se inten-umpe y/o retrae ... para luego otra vez expandirse. Esta secuencia,
que altera la "extensión espacial e intensidad de las redes de intercambio" recibe el
nombre de Pulsación (Chase-Dmm y Hall, 1997a:l47, 204-206, 225, 228; 1997b:5-6;
1999:5; cfr. p.e. Abu-Lughod, 1989):
"Todos los sistemas mundiales pulsan, en el sentido de que la escala espacial de integración, especialmente de intercambio, se vuelve mayor y luego se reduce nuevamente. Durante la fase de alargamiento, las redes de intercambio crecen en amplitud territorial y se vuelven más densas en términos de la fi·ecuencia de transacciones. Durante la fase de decline el intercambio aminora y la conexión entre localidades se reduce [ ... ] " (ChaseDmm y Hall, 1997a:204, negritas y cursivas en el texto original).
En algunos casos (pienso específicamente en la transición del Clásico al
Epiclásico en Mesoamérica), creo que la pulsación de un sistema, en su etapa de
retracción, puede propicim- can1bios en el carácter y grado de complejidad de los grupos
humanos participantes, modificando su posición relativa en el sistema global durante la
201 La distancia en los dos primeros niveles (y una parte del tercero) es social y puede acotarse, de manera que dos o más redes de información, prestigio o incidencia política pueden fundirse en una sola. Pero tanto en la red militar como en la de bienes de bulto de subsistencia primaria, la distancia viable para su expansión es principalmente geográfica, y parece que, con excepción del sistema mundial actual, los sistemas alejados geográticamente diticilmente se fusionan en estos niveles, dado lo incosteable del despliegue y control militar sobre tierras lejanas, o el transporte masivo de productos que podrían obtenerse (o sustituirse) localmente, corno aquellos de consumo cotidiano e indispensable.
2·16
. siguiente fase expansiva. Esto básicamente resultaría en una reestructuración general
del sistema. Trataré de ilustrar el proceso, de manera muy general, a partir de lo
ocurrido entre el Clásico Medio y el Postclásico Temprano en Mesoamerica.
Es posible que desde mediados de la fase Xolalpan (ca. 450/500 d C) el sistema
con epicentro en Teotihuacan hubiese iniciado su contracción, a partir de que varios
sitios y regiones comenzaron a 'desincorporarse' paulatinamente de él. La tendencia se
habría acentuado durante el transcurso del siguiente siglo, y se completaría hasta finales
de fase Metepec (ca. 600/650 d C), cuando Teotihuacan había dejado de ser la potencia
económica y política que durante siglos fuera motivo de cohesión macronegional. Esto
no significa que la propia ciudad de Teotihuacan comenzara a decaer desde Xolalpan
(momento en el que, de hecho, parece experimentar su clímax urbano), pero sí que la
magnitud del sistema construido hasta entonces comenzaba a desestabilizarse."'
Aunque aquí se han expuesto datos sobre este fenómeno particulam1ente para el sector
202 Parece paradójico que considere al momento de mayor esplendor de Teotihuacan como causal de su decadencia, pero creo que disociar ambos fenómenos ha sido el principal motivo de recurrir a cambios violentos y drásticos como explicativos del "colapso teotihuacano". Es probable que Jos procesos que propiciaron el clímax teotihuacano anunciaban con ellos su posterior desenlace (ver págs. 131-133 de este volumen). La fragmentación social que derivó en el casi completo abandono y destrucción del centro ceremonial, y en una evidente modificación del patrón de asentamiento en la Cuenca de México, pudo ser un desenlace irreversible desde Xolalpan, pero el desbordamiento de ese fenómeno, que tardó siglos en gestarse, sería perceptible hasta finales de fase Metepec (cfr. Rattray, 1996:216; Jiménez Betts, 2001). No es de extrañar que los cambios que sobrevienen a un periodo de aparente estabilidad sean poco previsibles en términos de composición material. Quiero decir que no se anuncie de manera clara en el registro arqueológico el inicio de un proceso que va más tarde a manifestarse abierta y generalizadamente: "Lo que aparenta ser "estático" puede en realidad ser muy dinámico, pero temporalmente balanceado" (Chase-Dunn y Hall, 1997a:70). Como proceso, el decline de Monte Albán pudo ser muy similar al teotihuacano. John Paddock ha descrito detallada y genialmente ese fenómeno: "De acuerdo con Caso, concluí hace tiempo que Monte Albán no había sido abandonado repentinamente por su población huyendo de alguna catástrofe, sino que fue declinando poco a poco y a lo largo de un lapso temporal de duración considerable. [ ... ]En sus principales días, Monte Albün fue una capital regional; fue incluso una metrópoli. Los términos se relacionan cercanamente; una metrópoli es un centro urbano que conserva un lugar dominante en un complejo de otros centros urbanos. Una vez que el decline comenzó, Monte Albán en algún punto perdió el estatus de metrópoli porque su dominio sobre los otros centros urbanos del valle se volvió inconsecuente. Es posible que el dominio sobre otros lugares adquiriera una forma de vacío, por ejemplo, cuando contribuciones económicas reales a Monte Albán se hubiesen reducido casi completamente, a la vez que se mantenía una subordinación simbólica, nominal o verbal, por parte de centros secundarios. Menos diplomáticamente, algunos otros lugares pudieron romper abiertamente la relación inicial de domino-sumisión, y este rompimiento pudo o no involucrar conflicto flsico. [ ... ] el número de Jugares aún subordinados a Monte Albán, o el grado de subordinación de los Jugares aún spperficialmente secundarios a éste, o tal vez el total de aportaciones de los centros urbanos secundarios al Valle, alcanza un nivel tan bajo que no podríamos seguir clasificando a Monte Albán como una metrópoli dominando un complejo de centros urbanos. ¿Constituye esto un abandono de Monte Albán? No en alguno de los sentidos usuales de la palabra. Decline, sí; pero no es un Jugar abandonado porque todavía es un centro urbano con una población considerable [ ... ] en la medida en la que la población continuó declinando y la variedad de actividades llevadas a cabo declinó junto con ella, en algún punto Monte Albán deja de encajar en nuestra definición (cualquiera que sea) de ciudad. Puede no derivar de una condición urbana a una que podríamos definir como ruraL Pero no debemos caer en la trampa de pensar que ser no-rural necesariamente significa ser urbano" (Paddock, 1983: 187).
norte del Altiplano Central (ver págs. 215-217 y nota 132 de este volumen), en otros
lugares de Mesoamérica parece observarse un patrón similar (cfr. Cohodas, 1989;
Santley, 1989; Rattray, 1996:229). Siguiendo la propuesta de Chase-Dunn y Hall, esto
habría oc unido primero a un nivel político/militar (cuando son abandonados sitios que
se han supuesto "enclaves" teotihuacanos [p.e. Chingú, cfr. Díaz, 1981] ), y
posteriormente a un nivel de redes de prestigio e infmmación (cuando algunos de
dichos "enclaves" dejan de "ser teotihuacanos" sin descontinuar su ocupación [p.e.
Matacapan, cfr. Santley, 1989] ; o cuando algtmos sitios dejan de emular estilos
teotihuacanos o dejan de 'hacer alarde' de su filiación con Teotihuacan y comienzan a
fortalecer sus expresiones locales (cfr. Cohodas, 1989).
El mecanismo de desincorporación es uno de los principales fenómenos que
reducen los alcances y efectividad de un sistema distributivo y de interacción, lo que a
la larga contribuye al decline de lugares centrales (en este caso Teotihuacan). "Auge
decline" es otro comportamiento cíclico en sistemas mundiales, esta vez entre sus
componentes: "Todos los sistemas mundiales en los que hay unidades políticas
jerarquizadas experimentan un ciclo en el que tmidades relativamente mayores
incrementan su poder y tamml.o, y luego declinan" (Chase-Dunn y Hall, 1997b:5; véase
también 1997a:206-21 O, 225, 228; 1999:5; Wallerstein, 1974:350; Carneiro, 1992: 185;
Marcus, 2001 en concreto para los mayas).
De manera simultánem11ente progresiva, al desencadenarse el proceso de decline
de un lugm· central, se gestan condiciones favorables pm·a sociedades cuyo desmTollo se
había visto coartado o impedido por el florecimiento de esos centros (cfr. Webb,
1978:165; Pasztory, 1978:20; Abu-Lughod, 1989: 3-39, 352-369; Chase-Dunn y Hall,
1997a:33, 75, 206, 226; 1999:21; Marcus, ibid.:318-321, 326-330, 338), a pesar de que
inicialmente podrían haber sido estimulados por él. Esto principalmente se debe a que:
" [ ... ] "auge y decline" conesponden a cmnbios en la centralización del poder
político/militar en un conjunto de unidades sociopolíticas. Es un problema de tamaño
relativo y distribución del poder al interior de una serie de unidades interactuando"
(Chase-Dunn y Hall, 1997b:5, el subrayado es mío; véase también 1997a:206; 1999:5).
Por ello, aunque el decline de lugares centrales conlleva una reestructuración del
panorama sociopolítico, no parece implicm· necesm·imnente una reducción espacial
homogénea de sistemas globales.
Es posible que, para finales del Clásico, algunas sociedades se hubieran
'desincorporado' del sistema por algím corto tiempo, durante el cual fortalecieron sus
2-18
lazos con sociedades vecmas. Pero esto pudo no ocmTJr de m:anera homogénea o
simultánea, sino que el decaimiento del principal de los subsistemas componentes
(Teotihuacan) pudo haber ido dejando 'vacíos' sucesivamente ocupados por otros
subsistemas. De este modo, lo que se estaría observando no sería la reducción regular
del sistema (o su desaparición), sino una transformación estmctmal paulatina, de un
carácter céntrico a uno multicéntrico, donde entraría en juego un conjunto de unidades
políticamente autónomas.'03 Hacia ca. 750/800 d C este sistema, en su 'nueva
modalidad', habría rebasado los alcances espaciales de antaño, pero además se habría
enriquecido con la expansión social y territorial que implicaba aquel fortalecimiento de
lazos con grupos vecinos, por parte de las diversas sociedades durante su periodo
particular de 'desincorporación'.
La aparición y distribución zonal de algunos elementos (p.e. el estilo
Coyotlatelco ), la consolidación de esferas interregionales como las esbozadas en el
capítulo anterior, y el giro en la postura de algunas sociedades en las redes de
intercambio (p.e. los sitios cercanos al yacimiento de Pachuca); podrían ser evidencia
temprana del proceso, ocurrido durante la primera mitad del Epiclásico (ca. 600/650-
750/800 d C). Dicho proceso se habría completado hacia la segunda mitad del periodo
(ca. 750/800-900/950 d C), a partir del engranaje de las esferas, el incremento en la
posibilidad de participación 'activa' por parte de sociedades antes secundarias, y la
consecuente distribución macrorregional de algunos objetos. La red del Epiclásico se
habría consolidado en su totalidad hasta entonces, como sugiere la dispersión de las
placas de jade, cuya aparición en el sector septentrional del Altiplano (y hacia el norte)
parece haber ocurrido aproximadamente un siglo después de que su uso se generalizara
en el sm· de Mesoamérica. El orden de aparición de la turquesa aparentemente
representa el fenómeno inverso.
Antes de abandonar la discusión sobre el proceso de conformación del sistema
epi clásico y tratar de abordar su carácter, naturaleza y funcionan1iento, quisiera reiterar
que la efectividad que alcanzó dicho sistema radicó en la combinación de dos
fenómenos principales: como se ha visto, la creciente incorporación del sistema y su
carácter integrador tuvieron que ver, por un lado, con una conexión entre regiones que
203 Sobre transformaciones estructurales como ésta, Abu Lughod comenta: "La razón por la que es importante reconocer la. variabilidad de los principios organizativos de los sistemas es que, por definición, los sistemas vivos son dinámicos. Se reorganizan en la medida en la que esos principios cambian. [ ... ]cuando un sistema de organización detenninada se rompe, las viejas partes generalmente son incorporadas en uno nuevo, aunque pueden tener relaciones estructurales diferentes" (1989:365). Para más información sobre las caracteristicas específicas de los sistemas multicéntricos véase Chase-Dunn y Hall, 1997a.
249
incrementó cualitativamente el repertorio de bienes y productos disponibles y la
diversidad de demandantes. Pero no sólo se trató de gmpos y tenitorios excluidos del
sistema del Clásico. Quizás el factor más importante fuera propiciar una transformación
en la posición y perspectiva de los participantes, y en la incidencia de esa pmiicipación
para el devenir propio y el del sistema en general (de manera muy similm· al fenómeno
de reestructuración descrito por Abu-Lughod, 1989:366-367). Nuevamente menciono
como ejemplo a las sociedades que explotaron el yacimiento de Sien·a de las Navajas,
un espacio que, territorialmente, estaba incluido en el sistema teotihuacano, pero que no
pm·ece haber gozado entonces de suficiente autonomía. El sistema en el Epiclásico
habría incorporado, entonces, no sólo a nuevos territorios, sino a participantes con
nuevas posibilidades (como sucede en el fútbol cuando se sacan jugadores de 'la banca'
y el partido toma un rumbo diferente, a pesm· de que se sigue jugando con el mismo
balón y sobre la m1sma cm1cha). La Cuenca de México se incluye también
territorialmente en ambos sistemas, pero en este caso el cambio de postura es
pmiiculm·mente evidente, por haber dejado de ser epicentro para fonnar pm·te de un
escenm·io de m1idades sociopolíticas pm·es (ver págs. 125-127, 131-133 y 202 de este
volumen). En realidad esta transformación es igual de drástica que el auge
experimentado por algunos sitios o regiones, sólo que resulta más notoria por ser un
ejemplo de 'retroceso' y no de 'avance' en la presunta línea de evolución social. Puesto
que, como señala Abu-Lughod (1989:369), es considerablemente más fácil buscar
explicaciones para can1bios positivos que para negativos, ha sido comím recunir a
invasiones violentas, abm1donos instm1táneos o colapsos enigmáticos, para explicar el
decline de algtmos de los principales centros prehispánicos (este problema es detallado
por Joyce MaJ"cus [2001] a propósito del "colapso maya")."''
En este trabajo se ha mencionado en varias ocasiones que el escenm·io epiclásico
involucró a unidades sociopolíticas pm·es. Esto no significa que todos los sitios que
participaban en la red macrorregional de la época fueron iguales, pero sí que hubo cierta
equivalencia en su función y comportamiento (esto se trataJ"á con mayor detalle
posteriormente), a pmiir de la descentralización del poder económico, político e
ideológico:
104 A propósito de los ciclos de auge y decline de unidades políticas a lo largo de la historia en la región maya, Joyce Marcus ( 2001:314-317) presenta magníficos esquemas que ejemplifican con claridad cómo pudo operar el proceso de incorporación/desincorporación a una escala regional, aunque la autora no utiliza los mismos nombres.
150
"El mundo mesoamericano del Epi clásico parece haber llegado a integrarse· en tm sistema de intercambio [ ... ] en el cual todos los sistemas regionales partícipes se vieron beneficiados. Esta interacción generó un auge. en cas~ todos los ámbitos de los sistemas regionales [ ... ] ninguna de las regwnes m esferas parece haber jugado un papel hegemóni<;o, sino que fue un tiempo de unidades equipolentes [ver adelante] al interior de varias esferas de interacción interregional entrelazadas" (Jiménez Betts, 2001).
En sistemas como éstos tiende a darse un equilibrio en la posibilidad de acceso a
bienes e información, un proceso en el que todos los participantes se ven beneficiados,
pero que también genera una interdependencia en las redes de interacción (cfr.
Flmmery, 1968). Se ha observado una aparente 'igualdad' en el intercambio entre
sistemas mundiales multicéntricos cuyas interacciones ocunen principalmente a partir
de redes de información y bienes de prestigio (Chase-Dunn y Hall, 1997a:77).
Precisamente en Mesoamérica las relaciones más extensas pm·ecen haber sido de ese
tipo. Si algo involucra a la mayoría de las regiones mencionadas en este trabajo,
independientemente de ser innovadoras de formas o importadoras de objetos, es el nivel
de significación compm·tido que motivó a disponer materiales de origen disímil en
discursos contextuales análogos (capítulo 1 ). Hasta aquí se ha analizado la posible
función de los jades figurativos como emblemas distintivos de rango Y herramientas en
ritos shamánicos (capítulo 2); se han expuesto algunos rasgos del momento histórico en
el que se distribuyeron (capítulo 3); se han abordado los contactos entre regiones a
distinta escala, como posibles cauces de dispersión de infmmación Y de los diversos
objetos que componen las ofrendas (capítulo 4); y se han esbozado algtmos de los
modos como pudieron viajar aquellos bienes y algunas cm·acterísticas de la
conformación del sistema mw1dial del Epiclásico (este capítulo). Toca ahora
profundizm· en la natmaleza económica, política e ideológica de las redes de
comunicación e intercambio en Mesomnérica, el posible funcionamiento del sistema
multicéntrico cohesionado por esas redes, y cómo la pmiicipación en sistemas de tal
magnitud estimula a los desmTollos locales. Para esto es útil volver nuevamente al
fenómeno distributivo y contenido simbólico de las placas de jade, apoyándome en
algunos de los modelos o corrientes de pensmniento que han perseguido, por un lado,
cm·acterizar la configuración de una estructma social a niveles similm·es, Y por otro,
251
distinguir y profundizar en los mecanismos que operm1 en el proceso de su
conformación y mantenimiento.""
V.3. Redes de interacción interregional entre elites
¡'Sólo reconociendo que el 'intercambio' no es la motivación primaria, ni los procesos económicos los dominantes,
podemos esperar empezar a entender el contexto en el que en realidad operan el comercio y el intercambio."
(Renfrew, 1993:9)
Si en algún grado son correctos la función y simbolismo sugeridos pm·a las
placas de jade, entonces la base de las relaciones establecidas entre las distintas
regiones que las poseyeron debió rebasm· el aspecto económico. En el ámbito político,
w1 control centralizado tan1poco parece haber sido el motor.
A lo lm·go de este capítulo se ha propuesto que el sistema epiclásico tuvo un
carácter multicéntrico, donde las sociedades participa11tes gozaron de cietia autonomía,
construyéndose una dinámica de interacciones diferenciales en varias direcciones. En su
definición del fenómeno hopewelliano en el oriente a111ericai1o, Joseph Caldwell hace
hincapié en un compmiamiento que pm·ece esencial de toda relación multidireccional:
" [ ... ] la dispersión de prácticas y m·tefactos diagnósticos no proviene de una misma
205 Debo aclarar que estos modelos no fueron propuestos desde la perspectiva de sistemas mundiales, ni necesariamente pretenden apoyarla. El concepto de Esfera de Interacción propuesto por Caldwell (1962; 1964) (quizás no el primero pero sí uno de los más importantes para el paradigma de la interacción), antecede por casi una década al famoso trabajo de Wallerstein (1974); mientras que el modelo de Interacción entre Unidades Equipolentes de Renfrew (cuyas raíces pueden encontrarse en el artículo del mismo autor publicado diez años antes [ 1975]) fue planteado como una altemativa, no como un complemento, a perspectivas como aquella (Renfi·ew, 1986:6). Otro análisis básico, especialmente para entender los sistemas basados en el intercambio de bienes de prestigio e información, es el de Helms (1979, 1986, 1992), quien no se adscribe abiertamente (pero tampoco rechaza) a ninguna de las posturas mencionadas. Si me he pennitido integrar todas aquí, coma pertinentes para el análisis del Epiclásico mesoamericano, es porque sospecho que su esencia es compatible. Reconocer que la dinámica de una sociedad sólo puede comprenderse si se rebasa la escala local de análisis, y que la interacción entre sociedades diversas conlleva una afectación mutua de comportamiento, carácter y devenir, son los puntos de enlace. Las diferencias, desde luego, también son grandes, pero creo que básicamente resultan del cambio de perspectiva desde el que se aborda aquel denominador común. Aunque en todos los casos se analizan procesos, en unos se puntualiza en alguna de las formas que adquiere esa estructura (p.e. Caldwell), en otros se enfatizan los mecanismos de su construcción (p.e. Renfrew), o se profundiza en la naturaleza de esos mecanismos (p.e. Helms). Por eso pienso que, más que excluyentes, se trata de ángulos complementarios para enfocar una misma problemática social (lo que es muy diferente a "mezclar peras con manzanas", como se criticó a Jiménez Betts y Darling ante el mismo intento [ 1992] ), especialmente tratándose de sociedades jerarquizadas. Para esto es imprescindible tener presentes Jos propios ajustes y afinaciones al modelo de sistemas mundiales en los últimos (y no tan últimos) años (ctr. Schneider, 1991 [ 1977]; Blanton y Feinman, 1984; Abu-Lughod, 1989; Chase-Dunn y Hall; 1997a; 1997b; 1999) (ver nota 200 de este volumen).
1.52
fuente" (1962: 1 ). La adopción de elementos materiales y simbólicos de variados
orígenes y su integración a esquemas locales, es un apoyo al considerar que la
diseminación de rasgos no necesariamente incluyó una relación de dominación por
parte de una sociedad productora sobre una receptora. En estos casos, la distribución
generalizada de información simbólica puede ocurrir sin incidencias de control en
ninguna dirección, como lo narra Kenneth Hirth a propósito de la amplitud espacial del
'arte olmeca': "No es necesario un control político directo en esta disposición [ ... ] la
estructuración de lazos pudo haberse dado únicamente a partir de líneas rituales y
económicas" (1978:44; cfr. Zeitlin, 1993:135-136 para la costa oaxaqueña).
El hecho de que grupos sociales a primera vista tan distintos adoptasen tm objeto
simbólico (como creo que fueron las placas de jade) y lo integrasen en un contexto
ritual coherente con cierta función o significado, efectivamente sugiere que un código
ideológico común, detrás de la aparente diversidad, llegó en algunos casos a imponerse.
Un-caso similar, en el que contextos rituales en lugares distantes compatien rasgos de
similitud asombrosa, es descrito por Kristian Kristiansen para Europa Central hacia
finales de la Edad de Bronce. Pat·a Kristiansen, el desanollo y mantenimiento de
sistemas de valores y sistemas religiosos comunes, se debió a la operación de redes de
intercambio a larga distancia, en un " [ ... ] complicado proceso de aceptación,
recontextualización y rechazo de nuevas influencias", y el compartir normas de
conducta social y ritual sería la base para el mantenimiento de estas redes (1993: 150).
Así, se podría describir a Mesoamérica durante el Epiclásico como una
estructura políticamente fragmentada pero ideológican1ente unificada (de manera casi
idéntica a como define Greg Woolf a La Time europea [apud Megaw y Megaw,
1993:221] ); y a la aparición generalizada de las placas de jade en contextos del
Epiclásico, podría describírsele como el remanente de un lenguaje simbólico que fue
comprensible para varios miembros de esa estructura, quienes habrían integrado, en
términos caldwellianos, una enorme "esfera de interacción".
En el capítulo anterior se utilizó el tétmino "esfera" para referirse a la
participación de ciertos grupos sociales en sistemas integrados regional e
inteiTegionalmente, cuya a¡·ticulación puede percibirse a pmiir de algunos rasgos
materiales compat·tidos (principalmente cerámicos) sobre áreas geográficas de alcance
relativamente limitado. Como se ha mencionado en vm·ias ocasiones en esta tesis,
existen otros aspectos que abarcan una extensión mucho mayor y que involucran a su
vez a varias de aquellas "esferas" menores, cuya concurrencia o enlace culmina en la
.253
construcción de redes macrorregionales. Aunque una esfera de interacción, como fue
originalmente propuesta por Joseph Caldwell (1962; ver adelante), no modelizaba sobre
una región tan amplia, tampoco se limitaba a una perspectiva regional, como se ha
hecho aquí mismo y como lo han hecho ya otros investigadores ( cfi·. Kelley, 1974;
Jiménez Betts, 1989; Jiménez Betts y Dm·ling, 2000). A pesat· de tratm·se de tres escalas
distintas de m1álisis, el empleo del mismo término me pmece adecuado en la medida en
la que presupone la existencia de mecanismos de vinculación entre los patiicipantes.
Es impmiante destacar que una 'esfera de interacción' no es una determinación,
sino un modelo. Como tal, la escala que define es maleable y las fmmas y procesos que
involucra son múltiples y multivalentes. Las implicaciones que de aquí en adelante
adquiere esta noción, al referilme a una "macroesfera de interacción" como responsable
del fenómeno de distribución de las placas de jade, coinciden con el esquema
caldwelliano y difieren de las citadas esferas Septentrional, del Bajío y Coyotlatelco,
básicamente en la magnitud de los alcances geográficos y en la mayor complejidad que
resulta cum1do las distintas esferas regionales, y los sistemas sociales responsables de
ellas, entrat1 en un mecanismo de con-elación. Así, esta macroesfera no sustituye, sino
que contiene y estructura al resto.
En este sentido, la concepción de Caldwell y la analogía que se hace de ella con
la red del Epiclásico que involucró, entre otras cosas, la dispersión de las placas de jade,
se asemejan tmnbién a aquellas redes de interacción más amplias e incluyentes en un
sistema mundial, que Chase-Dunn y Hall han denominado Red de Información y Red
de Bienes de Prestigio (1997a:52-54, 225, 248;1997b:3-4; 1999:3-4).206
206 Humberto Medina (com. pers. 2002) ha cuestionado la pertinencia de comparar a la red distributiva de las placas de jade con la Esfera de Interacción propuesta por Caldwell, pero creo que, en todo caso, es un problema de tamaño y no de incompatibilidad cualitativa. Yendo más lejos, propongo que las características de la estructura definida por Caldwell son equivalentes en principio a la Red de Bienes de Prestigio, pero quizás a la Red de Información, que cohesiona a muchos sistemas mundiales, y esta comparación es nuevamente estructural, funcional e implicatoria, no dimensional. La razón para señalar esta distinción es que el esquema caldwelliano abordaba la problemática de un área geográficamente mucho menor que la mesoamericana, pero es muy posible que el fenómeno Hopewell constituyera en sí mismo un sistema mundial (cfr. Chase-Dunn y Hall, 1997b:12, 15-16, Fig.3; 1999:28-32). Esto es tomando en cuenta los criterios para la delimitación hipotética de sistemas mundiales que, como ya se dijo, radica en la disminución de sus interacciones sistémicas y no en su tamaño (ver nota 200 de este volumen). La magnitud espacial de las Redes de Bienes de Prestigio e Información (y por lo tanto de una Esfera de Interacción como fue definida por Caldwell, si es que en algún punto estas nociones son efectivamente comparables) es proporcional a los alcances y extensión de cada sistema mundial particular. Quizás sea conveniente especificar que no considero que los jades figurativos constituyen en sí mismos una esfera de interacción ni una red de ningún tipo. Su distribución y contextualización son para mí simplemente uno de los indicadores de la existencia de una estructura social que pudo comportarse como aquéllas, y cuyos alcances debieron ser mucho mayores que lo indicado por el corpus de placas de jade que actualmente conozco .
25-1
El té!mino esfera de interacción fue introducido por Caldwell (1962) como una
forma novedosa de abordar el fenómeno hopewelliano del oriente norteamericano. Su
propuesta surgió en el marco de una corriente tardía del difusionismo que buscaba
desintoxicar a los contactos intersociales de la visión estéril y caótica que les había
impreso el difusionismo radical (Schortman y Urban, 1992a:6-8, 11 ). Una de sus
llamadas de atención se orientó a que la comprensión de un fenómeno local sólo puede
alcanzarse en la medida en la que se enfoque desde una perspectiva integral mucho
mayor:
"Nada es más claro para los arqueólogos que el hecho de que en extensas regiones geográficas varias sociedades tienden a cambiar en concierto. La implicación es seguran1ente aquella de que quienes estudiasen el can1bio cultural basados en eventos ocurridos al interior de una sociedad particularviva o muetia- estarían viendo un aspecto muy limitado del fenómeno que les interesa" (Caldwell, 1964:135).
El acercamiento de Caldwell a los sistemas sociales como interdependientes no
demerita su individualidad; por el contrario, sitúa a cada uno como partícipe y a la vez
responsable de una dinámica que rebasa sus fi·onteras, en un proceso de afectación
mutua entre sociedades vinculadas, que constituye un estímulo en el desarrollo y
crecimiento conjuntos (cfr. Jiménez Betts y Darling, 1992:21-22). En sus palabras, una
esfera de interacción involucra a " [ ... ] un número de sociedades distintas
pertenecientes a diversas tradiciones regionales" (Caldwell, 1962:1) y es un tipo de
fenómeno que:
" [ ... ] puede caracterizarse con diferentes propiedades que las de una cultura, civilización, complejo, o clímax [ ... ] las varias tradiciones regionales estuvieron presentes antes de que hubiese una situación hopewelliana. El término cultura podría aplicarse mejor a cada una por separado, que al total de la situación en la que interactuaron. Los otros términos, clímax y complejo, legítimamente aplicados a estos materiales, son menos específicos. La esfera de interacción de hecho, muestra el clímax de cietios rasgos, y es muy posible, aunque menos cetiero, que hubiera un complejo de ideas, prácticas, y miefactos, que todas las sociedades interactuando compmiían" (ibid.:2).
Esta noción es importante al asignm· a cada pmiicipante de un sistema social
mayor un papel activo, una potencialidad propia, sin que los mecanismos responsables
de la diseminación de ideas u objetos sean unilaterales o unidireccionales, tan1poco
.255
necesariamente impositivos ni de dominación. Así, a pesar de que las sociedades que
participan de una esfera se afectan mutuamente, no renuncian con ello a su propia
identidad (cfr. Megaw y Megaw, 1993:223; véase Renfrew, 1977:92-97,106). '"'
Caldwell percibe que las sociedades hopewellianas tuvieron entonces, como
fundan1ento unificador, la expresión de ciertas prácticas rituales, sin que el compartir
una esencia significativa en ese ámbito resultara en el abandono o la transformación de
actitudes cotidianas preexistentes (específican1ente domésticas o 'seculares'), que
fueron el sello de la diferenciación regional (1962:1-2; 1964:137-138). Esto es viable a
partir de 'líneas rituales y simbólicas' operando en la estructuración de lazos
intersociales, como se mencionó páginas atrás, y es algo que se percibe entre las
sociedades mesoamericanas que compartieron el esquema significativo común que
considero implícito en la disposición de la mayoría de las figuras de jade, pero que
conservaron tma individualidad en otros aspectos de su cultura.
Sin embargo, como expresan Schortman y Urban, el valor que se asigna a un
objeto puede variar de una sociedad a otra y con el tiempo (1992c:237-238; véase
también Stone-Miller, 1993:31-33; Renfi·ew, 1993:11), de modo que la presencia de un
mismo elemento en diferentes localidades no proclan1a necesariamente concepciones
similares, como tampoco la ausencia de ciertos objetos compartidos descarta por
completo la existencia de ideologías compatibles. Por ello es dificil definir hasta qué
punto la macroesfera de interacción responsable de la diseminación de las placas de
207 En este aspecto, el concepto se asemeja a la idea de "ca-tradición" sugerida en 1948 por Wendell Bennet para el estudio de los Andes Centrales, sobre la que Kubler dice: " [ ... ] implica una continuidad cultural en un área determinada. Incluye a culturas que se consideran integrales, cada una con su propia historia. La catradición se refiere a las relaciones entre estas tradiciones culturales en tiempo y espacio. Este concepto resulta especialmente útil para definir tanto los periodos de aislamiento como los de unificación entre los componentes [ ... ] nos pennite observar a un grupo de culturas [ ... ] sin quitarles ya sea sus propias identidades o el carácter ecuménico que comparten" (Kubler, 1972b: 18). Otras concepciones similares son, por un lado, la propuesta por Robert Redfield (1955) enunciada por el propio Caldwell (1962:4): "[ ... ]un número de 'pequeñas tradiciones' participantes en una 'Gran Tradición'[ ... ]"; y por otro, la perspectiva de Braidwood y Willey con respecto al papel que las relaciones interregionales jugaron en el desarrollo de las civilizaciones: "Cada una tuvo una variedad natural regional considerable al interior del marco de un área mayor. Las regiones estuvieron cercanamente yuxtapuestas. Culturas regionales se desarrollaron en esos asentamientos diversos. En cada área había una intercomunicación e interestimulación regional; esta "simbiosis" como se ha referido a ella Sanders (1957), promovió el crecimiento cultural. Hasta este momento ninguna región ni área específica ejerció dominio sobre otras, a pesar de que se observa, en cada área, la presencia de un estilo artístico multiregional (y una concurrencia de ideología religiosa)'' (Braidwood y Willey, 1962 apud Caldwell, 1964: 140). Por su parte, Schm1man y Urban dicen: " [ ... ] sociedades individuales, o 'culturas', no son viables sino dependientes de las intervenciones de otras sociedades para sobrevivir y reproducirse de generación en generación [ ... ] la forma, estructura, y cambios observados al interior de cualquier sociedad no pueden ser entendidos sin recurrir a esas intervenciones extrarregionales" (1992a:3) .
256
. jade se corresponde con la Red de Información, y no sólo con la Red de Bienes de
Prestigio, del sistema mundial del Epiclásico (ver nota 206 de este volumen).
Las coincidencias en la integración contextua! de algunas figuras de jade
permiten suponer que en ciertos casos una base simbólica común está presente, pues
aunque algunas de las variaciones locales podrían deberse a cambios temporales o
divergencias conceptuales, la mayoría parecen ser despliegues contemporáneos de una
misma esencia significativa.20' Pero lamentablemente no siempre se reúnen esas
condiciones, por lo que no debe asumirse que todo lugar en el que aparezcan las placas
participó en la misina esfera conceptual (o Red de Información), ya que para algunos
grupos su valor pudo ser principalmente material (Red de Bienes de Prestigio). Del
mismo modo, no puede asegurarse que algunas regiones quedaron excluidas de la Red
de Información, sólo porque en ellas no han aparecido placas de jade (p.e. Zacatecas,
Puebla o Guanajuato). Existe la posibilidad de que esta ausencia se deba al azar de los
hallazgos arqueológicos, pero más bien habría que cuestionarse si algunas sociedades
simplemente no adoptaron (o no pudieron obtener) jades figurativos, y si aún así
pudieron haber participado de la misma esfera conceptual, empleando elementos
distintos pero de función o simbolismo equivalentes. Determinarlo requeriría de un
estudio mucho más profundo que éste.
Distinguir la disparidad entre una Red de Infmmación y una Red de Bienes de
Prestigio no es fácil, sobre todo cuando se cuenta sólo con evidencia arqueológica, ya
que por lo general están estrechamente vinculadas y sus indicadores suelen coincidir,
superponerse o mezclarse en el espacio geográfico (Chase-Dunn y Hall, 1997a:67),
razón por la que no resulta claro en qué casos una ha rebasado, o no, a la otra. La
distinción se complica cuando el alcance de alguna de ellas (o de ambas) no sigue una
lógica espacial, es decir, si ocuJTe de acuerdo con una compatibilidad ideológica o
grado de complejidad de los participantes en las redes. De este modo, un sistema
distributivo de objetos puede ser tan1bién un conductor eficaz de información entre
sociedades de carácter semejante, y volverse únicamente un abastecedor de objetos
potencialmente 'reinterpretables' entre grupos con un carácter diferente, dentro de un
mismo espacio geográfico.
Entonces, en principio se podría sugerir que las placas de jade son uno de los
indicadores de la existencia de una Red de Información en el sistema mundial del
:ws Coincido con Zeitlin cuando sugiere que existen" [ ... ] significados análogos derivados ya sea de un concepto con amplias bases pan-mesoamericanas, o un entendimiento compartido entre contemporáneos culturales interactuando" ( 1993: 13 7).
257
Epiclásico, si se incluye a los grupos que dispusieron contextos análogos, pero no
podría asegurarse lo mismo de los lugares en los que las placas se encontraron aisladas,
en contextos alterados, secundarios, o posteriores al Epiclásico. Mucho más insegura es
la inclusión de aquellos lugares en los que se ha recuperado alguno de los objetos que se
presentan en las oJJ-endas (como las vasijas de tecali, la turquesa o las conchas) pero
ningún otro. Estos lugares pudieron estar vinculados por una Red de Bienes de
Prestigio, pero no necesariamente accedieron a la misma Red de Información."" Sin
embargo, creo que la macroesfera de interacción conceptual (o la Red de Infom1ación
del sistema mundial del Epiclásico) involucró a muchas más regiones o sitios que los
propuestos, precisamente porque la dispersión que atañe a las ofrendas análogas fue
simbólica y no exclusivamente materiaL Me es dificil pensar que los estrechos canales
de comunicación e intercambio informativo que se requieren para conservar y transmitir
una percepción simbólica, ocurriesen salvando obstáculos de discontinuidad geográfica
y social considerable. Pero ... determinarlo requeriría de un estudio mucho más profundo
que éste.
Concebir a una gama de sistemas sociales como pertenecientes a esta
macroesfera de interacción, no homogeneíza el tipo de relaciones que se dieron entre
ellos. De hecho, esas relaciones tienden más bien a ser asimétricas:
"Es claro que la intensidad de las interacciones no es completamente uniforme en toda una red, ni en algún punto en el tiempo. La naturaleza del involucramiento de una sociedad en un sistema de interacción tiende a variar, lo mismo que los efectos de esos contactos. Adicionalmente, no hay necesidad de asumir que el significado de las interacciones se correlaciona simplemente con la distancia que separa a las unidades" (Schortman y Urban, 1992c:238; véase también Renfrew, 1977:92-97, 106).
Tan1poco la denominación de esta macroesfera pretende demarcar un espacio
geográfico cubierto de manera regular. La 'esfera de interacción' (o las Redes de Bienes
de Prestigio e Información) no pertenece al orden de la tenitorialidad, aunque puede
:;og Tratándose de Redes de Bienes de Prestigio, la distribución de los diversos objetos y rasgos involucrados no siempre coincide (Chase-Dunn y Hall, 1997b:21-22; 1999: 11). Un ejemplo de esto se vio en el capítulo 2, al hablar de la significativa pero parcial coincidencia de los rasgos que Ringle et al. correlacionan (ver págs. 100-1 O 1 ). Otro ejemplo son las pipas de barro, relativamente circunscritas al sector norte de Mesoamérica, pero que en él coinciden con la distribución de otros bienes de prestigio que tuvieron un alcance geográfico mayor. Chase Dunn y Hall a su vez ejemplifican esta disparidad con lo observado por 1-lughes (1994) en el Oeste Americano: " [ ... ]dos cuevas en la Gran Cuenca del Oeste, que se encuentran muy cerca entre sí, formaron parte de diferentes redes de intercambio de obsidiana, pero estuvieron ligadas en la misma red de intercambio de concha. Esto nos previene de asumir que todos los tipos de objetos de intercambio encajan en redes que tienen las mismas características espaciales" ( Chase-Dunn y Hall, 1997b:21-22).
258
ocasionalmente coincidir con él. Como ya se dijo, la base de' la participación suele
encontrarse en el nivel de complejidad social.
Un buen ejemplo lo proporciona Helms a propósito de la distribución de madera
negra lustrosa en lo que se había denominado el "Área Cultural Caribeña". En esta
región se generalizó el uso de dicho material, pero únicamente entre las sociedades ya
jerarquizadas se fabricaron piezas de cierto tipo, con una finalidad y empleo
coincidentes. En el mismo tenitorio las sociedades tribales usaron la madera negra
escasamente y para la elaboración de objetos muy distintos, como adornos personales.
Basándose en esta distinción, Helms propone como más adecuada la definición de una
"Esfera de Interacción Caribeña" que involucra: "La distribución de dichos marcadores
distintivos de elite [entre] un grupo de sociedades jerarquizadas en alguna medida
interactivas [ ... ] cuyas elites presumiblemente compartieron un entendimiento común
Y la aceptación de un simbolismo político-ideológico [ ... ]" (1986:36). Una concepción
similar se desprende del trabajo de Kent Flannery a propósito de la dispersión del arte
Olmeca (1968: 106-1 08), cuya manifestación sería:
" [ ... ] más fuerte en aquellas áreas que ya entonces estaban más desarrolladas, y que ya entonces tenían sistemas de estatus donde los conceptos olmecas pudieron encajar de manera provechosa [ ... ] De no haber sido así, probablemente no habrían obtenido tanto de su contacto con los olmecas, como lo hicieron" (Flannery, 1968:1 07).
Sobre el mismo fenómeno Timothy Em·le puntualiza años más tm·de:
"El uso diferencial de iconografía olmeca al exterior de la región de la Costa del Golfo podría estm· reflejando los diferentes niveles de complejidad social en la región. Donde se habían desmTollado cacicazgos, el estilo olmeca fue adoptado pm·a enJJ-entar necesidades políticas existentes de legitimación de una organizacwn estratigráfica y políticmnente centralizada. [ ... ] Independientemente de la distancia desde la Costa del Golfo, las áreas sin conexiones olmecas fueron áreas sin cacicazgos establecidos" (1990: 81 ).
Finalmente, y desde la perspectiva y análisis del funcionmniento de sistemas
distributivos o de intercmnbio en Mesoamérica, Malcom Webb concluye:
" [ ... ] la civil·ización mesoan1ericana fue formándose, se mantuvo en movimiento, y se integró, en momentos críticos, por patrones evolutivos de intercambio, un proceso que se sabe operó en todas pm1es del mundo generalmente entre personas de un nivel cultural semejante" (1978:168).
~59
En lo que concierne a la obtención o reproducción, adopción y adaptación de las
placas de jade, es lo más lógico pensar que quienes compartieron las bases de una
concepción ideológica similar y tuvieron a su cargo su expresión ritual; quienes
tuvieron acceso a los mismos objetos e interpretaron también de un modo comparable la
función de uno de ellos (como pertinente de esa expresión ideológica), empleándolo de
forma análoga (incluyendo cierto provecho político, como se vio en el capítulo 2 );
fueron también, en algún otro sentido, semejantes.
No quiero decir con esto que sitios como Sabina Grande o BmTio de la Cruz en
el Centro Norte, y Xochicalco o Chichén Itza en el centro y sur de Mesoamérica, fueron
iguales. Existe, sin embargo, cier1a coincidencia en el papel que todos ellos
desempeñaron al interior de sus propios sistemas. Posiblemente en tan1año o
complejidad arquitectónica, aquellos centros ceremoniales epiclásicos del sur de
Querétm·o y oeste de Hidalgo sean apenas comparables con los sitios más pequeños de
Morelos o Yucatán, pero estos últimos no alcanzaron jan1ás la preeminencia
sociopolítica de los primeros en su propia región. Así, el proceso involucrm·ía no a
sociedades en abstracto, sino a sectores de esas sociedades cuyos desempeños fueron de
algún modo equivalentes.
Quizás pm·ece excesivo que conciba por lo menos a tres cum·tas pm1es de
Mesomnérica, en un lapso específico, pm·ticipando de una misma dinámica ritual, pero
reiterando lo expuesto no pretendo que esa dinámica involucró de manera homogénea
ni continua a todos los grupos sociales asentados al interior de ese vasto territorio.
Tampoco que las 'necesidades' de los involucrados fueron las mismas, ni que se
hicieron extensivas a todos los sectores de una misma sociedad.
Se debe especificm· que aún hablando de unidades que representan sistemas
sociales a cierta escala, sólo unos cuantos miembros de esas unidades ciertm11ente
pm·ticipan, de manera activa, en los procesos de interacción:
"Gente, no sociedades, interactúan, intercmnbian bienes, adoptan o rechazan ideas. A la vez que reconocemos redes de interacción como enlazando grupos tenitoriales (sociedades), debemos tener presente que sólo segmentos de esas poblaciones estuvieron verdaderamente en contacto entre sí [ ... ] " (Schortman y Urban, 1992c:237, véase tm11bién Megaw y Megaw, 1993:228; Winter, 1998: 154).
¿Quiénes son entonces esos par1icipantes activos? Como expresan tmnbién
Schortman y Urban, "La fi·acción social que con mayor posibilidad estuvo involucrada
260
en estas transacciones fue la elite local y sus agentes [ ... ]" (id e m, véase también
Flannery, 1968:106; Renfrew, 1986: 15; Stark, 1986 apud Spence, 2000:256; Smith y
Schorhnan, 1989:373; Jiménez Betts, 1992:194-195).
En la medida que se reduce la escala de análisis, desde un nivel macro hasta uno
regional (como se vio en el capítulo anterior), las relaciones suelen involucrar a un
mayor número y diversidad de individuos, y a un mayor número y diversidad de
elementos materiales (incluyendo los de carácter doméstico, p.e. la cerámica) y
conceptuales (p.e. patrones de asentamiento o ciertas conductas rituales); pero la
interacción a niveles intetmedios y mayores ocurre principalmente entre las elites de las
unidades sociopolíticas, las cuales sostienen entre sí un carácter análogo con respecto al
papel que juegan en sus propios grupos y hacia el exterior.
¿Puede darse también una coincidencia en lo que las distintas elites persiguen,
que derive de la coincidencia en el papel que desempeñan?. ¿Cuál es la esencia que
subyace a esta relación, y cuál la conveniencia para una elite local de engancharse a una
red regional, intenegional y macrorregional con sus pares?.
Que un sistema distributivo y de interacción llegue a ser tan extenso es una
evidencia de que el beneficio para los involucrados también es an1plio (Flmmery,
1968:1 07), lo mism,o que las posibilidades de engm1charse a la red por parte de
sociedades diversas. Se ha mencionado que en los sistemas multicéntricos esa aparente
ventaja tan1bién genera una creciente interdependencia. Esto se debe, en gran medida, a
que las relaciones basadas en el intercambio de bienes de prestigio suelen establecer
obligaciones recíprocas (Flannery, ibíd.: 1 05; cfr. también Graciano, 1975 apud
Schneider, 1991 [ 1977] :53; Helms, 1979:60, 66).
El equilibrio en el acceso a objetos e información es sólo apm·ente, ya que
algunos grupos cuentlli1 con mayores posibilidades de enganchm·se directan1ente a, o
asumir cierto control sobre su flujo (cfr. I-Ielms, 1979:34). En ese sentido, la conexión
de algunas sociedades a la red está en mucho condicionada al apoyo e intervención de
otras con mejor postura, lo que implica cierto grado de subordinación (Helms, ibid.:77).
Las elites en 'desventaja' asumen la serie de 'obligaciones' implícitas, dado su interés
por mm1tener aquel contacto que hace posible la obtención de bienes que les permiten
sostener y alimentar sus privilegios en casa (cfr. Helms, idem). A su vez, las elites con
mejor postura apoyan a las demás porque el aumento en el número de subordinados o
"aliados" les sirve para consolidm· y amplim· su propio poder (cfr. Sclmeider,
1991 [1977] :53, 55; Smith y Schortman, 1989:371; Schortman y Urban, 1992b:l54).
261
Sin embargo, como dicha subordinación o ali=a no está gm·antizada, los grupos mejor
ubicados se esmeran en satisfacer las necesidades de los otros, lo que se logra
conservando intactas sus propias posibilidades de acceso a las redes más amplias ( cfi·.
Webb, 1974:368; Helms, 1979:35-36; Chase-Dunn y Hall, 1997a:68); frecuentemente,
pm·a ello se requiere del apoyo e intervención de elites en otros ptmtos de la red,
generándose un nuevo tejido de obligaciones recíprocas ... y así sucesivamente. Este
patrón se repite a distintas escalas y entre distintos actores a lo largo y ancho del
sistema global, y lo que está en juego es la propia posibilidad de que cada elite sustente
y ejerza su poder local. Por esta razón, la pmiicipación en la construcción y
mantenimiento de las redes no es sólo un aspecto más de las múltiples actividades de un
líder, sino un factor vital pm·a la dinámica sociopolítica de su sociedad (Helms,
1979:35-36; Earle, 1990:81).
Ante el fenómeno descrito, no es de extrañm· que la capacidad de tma elite de
pm·ticipm· en la actividad intercambim·ia sea considerada como homóloga a su capacidad
de liderazgo, es decir, como proporcional a su potencial para asegurm· el bienestm· del
resto de la sociedad (Helms, 1979:3, 20-31, 66, 128; 1992:161); tampoco es dificil
pensm· que, como proponen Flmmery (1968) y Helms (1979), la participación directa y
permanente en la red distributiva constituye en sí misma una nec~sidad para aquellas
elites que buscan sustentar o incrementm· su prestigio; y menos sorprendente es la
existencia y tránsito, multidireccional e incansable, de materiales y símbolos que dejan
constancia de todo ello (cfr. Helms, 1992:161).
Al analizar la distribución del estilo olmeca y materias primas relacionadas, Kent
Flannery propuso que la importancia del tránsito de bienes de lujo o prestigio reside en
el proceso mismo del intercambio (1968: 1 07-108). Una idea similm· expuso Mary
Helms una década más tm·de, sosteniendo que la posibilidad de pm·ticipm· en la
actividad intercambim·ia constituía en sí una henamienta de poder pma las elites de los
cacicazgos panan1eños (1979:67).210
El plm1tean1iento de Flannery surge de una interrogante: si el primordial motivo
de engm1chm·se a una red distributiva de ese tipo fuera exclusivamente surtirse de
2111 A partir de lo que narran las fuentes históricas, Helms percibe que los objetos adquiridos mediante una participación activa en las redes representaban mayor prestigio que aquellos obtenidos de manera secundaria, independientemente del material con el que hubieran sido fabricados ( 1979:68), Ante la insistencia de los conquistadores por indagar cuáles caciques eran más poderosos, para saber quiénes poseían mayor número de ornamentos labrados en oro, los informantes ponían énfasis, no en la cantidad, sino en la forma como cada líder había obtenido los propios. En algunos casos, las elites tuvieron que recurrir al almacenamiento o reuso de bienes heredados para desplegar símbolos de estatus, lo que para Helms puede significar que tenían menos posibilidades de acceso a las redes (ibid. :44, 68).
26:2
bienes, ¿por qué, una vez obtenidos, buena parte de éstos se extrae 'de circulación?. En
Mesoamérica, una evidencia de ello es el hecho de que muchos bienes de lujo fueron
enterrados (o depositados en lugares inaccesibles) junto con sus dueños o en ofr·endas
votivas, como patie de ceremonias y ritos de diversa índole. Flannery hace alusión a las
ofrendas monumentales de La Venta, para las cuales los olmecas entenaron enormes
cantidades de jade. Ante este fenómeno, el autor considera que lafimción subyacente y
deliberada pudo ser sacm de circulación materiales de otro modo imperecederos,
perpetuando la necesidad de adquirir más (1968:107-108; cfr. también Schortman y
Urban, 1992b:153). Muchos de los bienes de lujo no se consumen, desgastan o pierden,
de tal modo que su acumulación infinita es viable. Lo que Flannery destaca es
importante: si las sociedades simplemente los hubiesen acumulado, tm·de o temprano
aquellos bienes habrían perdido sus cualidades exóticas, el valor derivado de su escasez
y su capacidad distintiva (cfr·. también Helms, 1979:75). Finalmente, la magnitud de la
red -intenegional de objetos de lujo y prestigio habría disminuido o se habría
desvanecido (Flannery, id e m).
Pero el interés por sostener una red de ese cmácter no es simplemente satisfacer
un capricho. V m·ios investigadores han percibido que el funcionamiento de un sistema
basado en la distribución de ese tipo de bienes tiene, además del ideológico, un motor
económico y uno político. De acuerdo con Flannery, pm·a los olmecas la necesidad de
sostener la red de bienes de lujo y prestigio posiblemente radicaba en preservar el
funcionamiento del sistema total, un sistema en el que se había creado una enonne
esfera económica que había logrado englobar a las múltiples esferas menores que
existían previamente (Flannery, 1968:107-108). Creo que en gran medida esta
condición puede proyectm·se al Epiclásico, como intenté exponer al principio de este
capítulo. A diferencia de lo que opinan Ringle, Gallm·eta y Bey sobre la diseminación
de rasgos en el Epiclásico (ver pág. 100 de este volumen), pm·a Flannery la mnplia
dispersión de un estilo no es la causa primaria de la unificación e interacción entre
sociedades, sino un reflejo de que esa unificación e interacción ya existían, en un
sentido económico (1968:108).
Malcom Webb describe algunas de las implicaciones económicas de los sistemas
basados en redes de bienes de lujo y prestigio. Para el autor, la presencia de objetos de
ese tipo en el flujo del intercambio puede jugar un papel importante en asegurar el
abastecimiento y fomentm· la producción interna de otros materiales más utilitm·ios:
163
" [ ... ]la relación entre transacciones económicas y actividades ceremoniales no es simplemente que las primeras son necesmias pm·a obtener los elementos usados en las segundas, sino también que las segundas existen para asegurar que las primeras tengan lugm·" (1974:367).
Adicionalmente, puesto que la demanda de objetos ceremoniales es, en contraste
con la de aquellos de uso más práctico, casi ilimitada, el deseo de tener recursos de
cm·ácter uti1itmio que intercan1bim· por objetos de lujo o prestigio, estimula la
producción de excedentes locales (Webb, id e m).
Dado que en una economía de bienes de prestigio el engancharse a las redes
distributivas condiciona la obtención de productos capaces de ser traducidos a poder
(ver págs. 105-108 de este volumen), y puesto que el éxito en la participación en esas
redes puede considermse equivalente al éxito en la capacidad de un líder para comandm·
a una comunidad y procurm· su bienestar, es comprensible que el intento pennanente de
mantener los vínculos hacia el exterior vaya acompañado de un esfuerzo por fomentar
el desmTollo al interior, que eventualmente pe1mita contar con más recursos y
habilidades pma mejorar la postura propia en el panoran1a del intercan1bio inte!Tegional.
Esto sólo se logra a pmtir de "una reorientación de prioridades hacia la producción y el
intercmnbio" (Blanton y Feinn1an, 1984:678), lo que favorece la especialización y
fomenta el surgimiento o complejización de la organización económica interna.
Si este fenómeno frecuentemente está ligado a la magnitud y demanda del
sistema intercan1biario, no es de extrañm que, considerando los alcances e intensidad de
la red del Epiclásico, un número significativo de pmticipantes haya experimentado de
forma simultánea un crecimiento económico. Nuevamente haciendo una m1alogía con el
sistema multicéntrico descrito por Abu-Lughod:
"La vitalidad económica de estas áreas fue el resultado, por lo menos en pmie, del sistema en el que pm·ticipm·on. Todas estas unidades no sólo estabm1 intercan1biando entre ellas y sosteniendo el tránsito del intercan1bio de otras, sino que habían empezado a reorganizar pm·tes de sus economías internas pm·a satisfacer las exigencias del mercado mundial [ ... ]los resultados de ese periodo efusivo de crecimiento económico están ret1ejados en el incremento en el tmnm1o de las ciudades pmticipantes" (Abu-Lughod, 1989:355-356; los subrayados son míos).
Ante el aumento de participantes en una red intercambim·ia, y el aumento en el
número y diversidad de bienes implicados, es común la apm·ición o complejización de
lugm·es centrales permanentes. Esto deriva de la eficiencia del centralismo en reducir
los costos de transporte y el número de personas o movimientos involucrades en la
obtención de bienes (Renfrew, 1975:10-12). Aunque ésta es una razón meran1ente
económica para el surgimiento de lugares centrales, lo mismo opera para el intercambio
ideológico, pues en la medida en la que las fuentes de obtención de 'información' se
diversifican y aumentan se vuelve más eficiente ia existencia de un lugar donde se
congregue y también donde se manifieste públicamente (Renfrew, idem ). Dichos
centros de acción económica e ideológica surgen como unidades autónomas de
cohesión regional, que eventualmente se vinculan con unidades equivalentes vecinas
(Renfrew, ibid.: 13 }.
Una especialización miesanal, que pennitiera tanto la concreción de estilos
regionales como la explotación o producción masiva de bienes de prestigio; la
continuidad de industrias específicas pero en mm1os de nuevos responsables; el
surgimiento de lugares centrales donde antes no los había y la fundación o
reestructuración de centros ceremoniales a partir de una inversión de mano de obra
mayor a la de etapas anteriores; son algunos de los indicadores de que la organización
económica interna de muchas sociedades mesoamericanas se había complejizado
durante el Epiclásico. Pero la economía no es lo único que alimenta a los sistemas
basados en redes de bienes de prestigio. Todo lo expuesto propicia el surgimiento (o
reafirmación, dependiendo del caso) de estructuras sociales con múltiples
especialidades, detrás de las cuales debió operm· eficazmente un liderazgo igualmente
organizado. Esto conduce a otro aspecto del apogeo conjunto de regiones y sitios
durante la época, que radica en el incremento simultáneo de su grado de jerm·quización
política.
Congmente con el carácter indiferenciado, o incipientemente diferenciado, de las
instituciones en los cacicazgos complejos y estados tempranos (Sahalins, 1972 apud
Webb, 1974:368; Earle, 1990:76; ver págs. 57-58 de este volumen), economía e
ideología constituyen medios eficaces para el refuerzo y ejercicio políticos (cfr. Webb,
idem; I-Ielms, 1979:67, 143; Blanton y Feinman, 1984:677; Smith y Schortman, 1989;
Schmiman y Urban, 1992b; Zeitlin, 1993; Drennan, 1998:26; ver págs. 105-108 de este
volumen). Muchos notado que la construcción de sistemas de intercmnbio a larga
distancia y la pmiicipación en redes distributivas de bienes de prestigio a grm1 escala,
son factores que culminan en el desan-ollo o consolidación de formas de estratificación
cada vez niás complejas (cfr. Webb, 1974:372; Renfrew, 1975; 1977; Flannery, 1968;
Smith y Schortmm1, 1989:372; Joyce, 1993:69-71). Una red de interacción
macrorregional puede aun1entar el número de bienes cuyo uso restringido lleva a mm·cm·
265
distancias sociales donde antes eran discretas, y tmnbién puede incrementm· el número
de grupos subordinados o dependientes de otros (elites secundmias ); pero la an1plitud
del sistema especialmente puede permitir el contacto con ideas y modos
organizacionales de sociedades distintas o más desm-rolladas (cfi·. Renfrew, 1975:33).
Del mismo modo que con los sistemas ideológicos (cfr. Renfrew, 1986; Helms,
1992: 161 ), cuando un grupo humm1o entra en contacto con otros existe una tendencia a
la adopción, adaptación, emulación o reproducción de estructuras políticas y
organizativas ajenas, especialmente cuando son más complejas que la propia (Flannery,
1968; Renfi·ew, 1975:32-35; Helms, idem). Esta m1otación es imprescindible pm·a
enfocar aquellos apogeos regionales, múltiples y sincrónicos, que se experimentm·on
durante el Epiclásico, momento en el que los lazos entre unidades autónomas
adquirieron una configuración macrorregional y retroalimentadora, y cum1do es posible
que sociedades con cierto grado de complejidad entrman en contacto con, y fueran
estimuladas por, otras con un mayor nivel de estratificación.
Lo anterior no significa una imposición o difusión masiva de cie1io modelo
organizativo o de gobierno, o cie1ios valores morales, sino que el cmnbio ocurre desde
el interior de cada sociedad como respuesta al estímulo que el contacto representa para
la propia experimentación de posibilidades (Pasztory, 1978:8), lo que favorece can1bios
estructurales internos en cada subsistema (cfr. Renfi·ew, 1975:33):
" [ ... ] el proceso de crecimiento es interno; no representa una enseñm12a a nativos ignorantes por parte de extrm1jeros superiores -aunque algunos símbolos o técnicas de control social específicos pueden transmitirse algunas veces- sino más bien la introducción de nuevos y libres recursos que los líderes locales pueden utilizar pm·a su propio beneficio" (Webb, 1974:376; las negritas son mías).
Es por eso que no todas las sociedades se transfonnan de la misma mm1era ni
con la misma rapidez, aunque hayan sostenido los mismos 'contactos'. La
complejización (o la respuesta al estímulo) OCUlTe con mayor frecuencia entre quienes
se encuentran, ya de por sí, más cerca de dm· el salto cualitativo (cfr. Webb, 1978:166).
Por esta razón, que varias sociedades del Epiclásico hayan tenido la posibilidad
de incrementar su complejidad política es un fenómeno cuyas raíces deben buscarse en
el periodo precedente. Para muchos grupos, las condiciones que posterimmente
facilitarían sus transfonnaciones estructurales se habrían establecido a pmiir de la
existencia de un sistema con la complejidad de Teotihuacan:
:266
"La habilidad única de los estados para desarrollar niveles mayores• de especialización económica, y de implementar políticas asombrosamente innovadoras, generalmente produce una súbita y explosiva expansión económica, demográfica, social y política [ ... ] . Esto representa a la vez una cns1s y una oportunidad para los vecmos temporalmente menos desanollados" (Webb, 1974:374).
En ocasiones, la interacción con un sistema más desarrollado puede llevar a
algunas sociedades al estancamiento o la 'de-evolución' (Chase-Dunn y Hall, 1999:34),
pero el impacto suele ser positivo, por lo menos durante la fase inicial de contacto:
" [ ... ] desde la amplia perspectiva de la historia mundial, es claro que las oportunidades provistas por las radiaciones de la bonanza económica, desde la zona nuclear de un estado formativo, han sido mucho más significativas que cualquier efecto negativo local" (Webb, ibid.:375).
A pesar de que la cohesión macronegional encabezada por Teotihuacan
constituye la etapa preliminar de un proceso que siglos después derivó en el incremento
en la complejidad de múltiples sociedades mesoamericanas, las "opmitmidades" a las
que se refiere Webb, paradójicamente, pudieron explotarse con mayor ape1iura ante la
desaparición o la disminución de la importancia de aquel centro (ver págs. 131-133 de
este volumen). 211 Es posible que en la medida en la que esa cohesión macronegional
aumentaba y el control sobre ella por parte de Teotihuacan proporcionalmente
disminuía, se gestaran las condiciones para un nuevo balance político que incluyera el
desarrollo, también proporcional, de otros grupos humanos. Este proceso sistémico
arqueológicamente se percibe como la serie de apogeos regionales sincrónicos que
caracterizan al Epiclásico, y que no son otra cosa que la consolidación de la
participación de cada sociedad dentro del sistema mayor, con todo lo que eso estimula
211 Pienso que la magnitud y flexibilidad de las redes de interacción de algún modo están coartadas cuando son presididas por un núcleo. Al parecer, cuando dicho núcleo no existe o se está desvaneciendo, las posibilidades aumentan, estallan y los cambios locales hacia la complejización se experimentan. Por ello, creo que la posibilidad de integración de cada vez más grupos a esa dinámica de desan·ollo, radica precisamente en la ausencia o debilitamiento de "centros". Un auge de las redes de interacción y un incremento conjunto de complejidad entre los participantes, me parecen especialmente viables tratándose de sistemas multicéntricos (como es el caso del Epiclásico), pues en ellos se entra en contacto con mayor diversidad de ideas, valores e innovaciones tecnológicas (cfr. Renfrew, 1975:33). El estímulo al crecimiento individual a partir de la participación en redes a gran escala, tiende a acelerarse en momentos en los que es viable establecer lazos potencialmente en cualquier dirección. Mientras la producción y consumo de bienes (y las redes por las que transitan), siguen un eje conductor (y por lo tanto limitado) con los estados centrales, en su ausencia las expectativas, posibilidades y búsquedas se abren. Por ese motivo, el flujo de infonnación y la diversidad y cantidad de materiales moviéndose, resulta ser mayor cuando los nudos que construyen la red son sociopolíticamente pares.
267
en su interior: mayor organización económica, mayor jerarquizacwn, mayor
complejidad política, fortalecimiento y enriquecimiento de sistemas ideológicos,
etcétera.
El incremento conjunto de complejidad por parte de varias sociedades hacia la
segunda mitad del periodo Clásico, habría ido designando paulatinamente a los actores
que, durante los siguientes tres siglos, interactuaron como unidades sociopolíticas pares.
Interacción entre Unidades Equipolentes
Para enfocar algunas de las modalidades y mecanismos que pueden operar en la
integración de redes en sistemas multicéntricos, es de gran utilidad el modelo de
"Interacción entre Unidades Equipolentes" (Peer Polity Interaction) propuesto por
Renfrew (1986; véase también Jiménez Betts, 1992:192-193; Jiménez Betts y Darling,
ibid.: 19).
En el nombre con el que Renfrew bautizó a su modelo, está implícito que las
unidades en juego son autónomas políticamente pero de ningtm modo están aisladas
(cfr. Renfrew, ibid.:1-2,4; Jiménez Betts, idem), y representan entre sí y ante sus
propios sistemas un papel análogo (cfr. Renfrew, 1986:4):
"La interacción entre unidades equipolentes designa la gama completa de inter-can1bios ocurriendo (incluyendo la imitación y la emulación, la competencia, la guerra y el intercambio de bienes materiales y de información) entre unidades sociopolíticas autónomas (i.e. auto-gobernables y en ese sentido políticamente independientes) que se localizan a un lado o cerca unas de otras, al interior de una región geográfica particular, o en algLmos casos en una extensión mayor" (Renfrew, ibid.:1).212
La interacción entre unidades sociopolíticas autónomas ocune de diferentes
modos y adquiere diferentes formas. La más obvia se percibe en el aspecto material,
cuando sociedades vinculadas comparten una serie de elementos comunes. Estas
"homologías estructurales", como las llama el autor, son la consecuencia de los
:m Aunque este modelo surge principalmente de la inquietud por explicar el comportamiento de cacicazgos complejos y estados tempranos, el autor es puntual al especificar que su aplicabilidad no se limita a ellos: " [ ... ] el ténnino 'polity' en este contexto no pretende sugerir una escala específica de organización o grado de complejidad, simplemente designar una unidad sociopolítica autónoma" (Renfrew, 1986:2). En el caso específico de los estados tempranos nos dice: " [ ... ] es posible identificar en una región dada varios centros políticos autónomos que, por lo menos inicialmente, no pertenecen a una sola jurisdicción unificada [ ... ] " (ibid.: 1). Estas unidades, en el momento de su independencia, son los peer polities, siendo frecuente que alguna de ellas eventualmente busque y logre imponerse políticamente sobre las otras (ibic/.:2). Otra característica importante de estas unidades sociopoliticas es que no tienen que estar forzosamente basadas o definidas territorialmente, aunque casi en todos los casos sí existe un comportamiento territorial (ibid,.,:4).
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vínculos establecidos (ibid.:4). Entre las homologías estruCtmales que•·Renfrew
menciona se cuentan los rasgos arquitectónicos, sistemas conceptuales y de
comunicación de infom1ación, conjuntos de artefactos que podrían asociarse a un alto
estatus, y costumbres (incluyendo las funerarias) indicativas de prácticas rituales
comunes (1986:7-8).
No es nada excepcional que grupos humanos alejados entre sí y aparentemente
desconectados, compartan rasgos de similitud asombrosa. De hecho, la frecuencia con
la que se repite este fenómeno y la poca profundidad y cobertma con la que se analiza,
han sido los principales sustentos de modelos rígidos de difusión cultural.213 Para
Renfrew, esta tendencia interpretativa surge precisamente de un enfoque bipolar de los
procesos sociales, donde el cambio cultural se observa exclusivamente como endógeno
o exógeno (ibid. :5-6).
Con una visión intermedia, para el autor las homologías estructurales son
simplemente " [ ... ] la expresión material de homologías más profundas en la
organización social y el sistema de creencias" y son el producto de interacciones
sostenidas entre las distintas sociedades, muchas veces durante periodos largos de
tiempo (Renfrew, 1986:5; véase también 1975:96).214
De esta estrecha interrelación deriva que los cambios ocurrentes en una unidad
sociopolítica no condicionan pero sí afectan al resto, y frecuentemente sus 'pares de
interacción' experimentan similares transformaciones, ocasionando que diferentes
comunidades se desarrollen simultáneamente y sus homologías estructurales se
desarrollen con ellas (cfr. Renli'ew, 1986:5, 7-8). Esta interacción sistémica es a la que
Caldwell se refiere cuando habla de algunas sociedades que "tienden a can1biar en
concierto" (1964: 135), Jiménez Betts al mencionar regiones "transformándose
213 Percibir la adición de un esquema extranjero desde una limitada perspectiva local, ha motivado la concepción de 'imperios', 'estados expansionistas', 'migraciones masivas' e 'intercambios directos', como únicos responsables. En el caso de Mesoamérica esto es especialmente delicado, porque los vacíos de infonnación arqueológica abarcan enormes espacios geográficos y temporales. Como reseñan Schortman y Urban, los vacíos informativos son el principal obstáculo para los estudios sobre interacción, ya que su base es la identificación de continuidades/discontinuidades, similitudes/diferencias entre rasgos compartidos por sociedades (1992c:236-237). Ésta es la debilidad principal de, por ejemplo, los modelos interpretativos que se emplearon a mediados del siglo pasado para explicar la dinámica de la frontera norte mesoamericana, como se analizó en el capítulo anterior.
21 '1 Joyce Marcus interpreta de esta fonna las similitudes entre las culturas mixteca y zapoteca: " [ ... ] muchas de
ellas son el resultado de una ancestralidad común o de una interacción cercana, más que de haber atravesado por similares estados evolutivos generales" (1983e:360); y sobre el comportamiento de las PCL durante el Clásico Tardio, Judith Zeitlin comenta: " [ ... ] las interacciones entre unidades sociopolíticas no estaban basadas en principios de dominación y subordinación, [y] los paralelismos culturales observados no pueden atribuirse a Iimitantes ambientales o a herencia étnica compartida" (Zeitlin, 1993:136).
269
conjuntamente" (1998:300), y que Schortman y Urban explican como "redes
hipercoherentes de interdependencia" que "enredan a las elites y las unidades políticas
que representan", produciendo un efecto "coevolucionario" ( 1992c:240, para
descripciones de fenómenos semejantes véase Webb, 1974:374-376; Renfrew, 1975:32-
35; 1977:109-110; Abu-Lughod, 1989:358-359; Chase-Dunn y Hall, 1997a; Drennan,
1998:24). Es también el proceso propiciatorio del coincidente auge de varios sitios y
regiones durante el Epiclásico, a partir de la participación activa de sus elites en redes
de interacción entranmdas.
Las homologías estructurales más profundas y las interacciones más cercanas (y
tal vez directas) entre unidades sociopolíticas pares, pueden esquematizarse de una
forma que Renfrew denominó Early State Module (ESM) (1975:13-21; 1977:102-103;
1986:2). En esta modelización existe una congruencia territorial en el ámbito de acción
de las unidades, siendo los núcleos de cada una de ellas entre los que se establecen los
canales más estrechos de comunicación. Para el caso de Mesoamérica, un orden de este
tipo puede observarse en regiones donde el modelo de interacción entre tmidades
equipolentes ha sido oportunamente aplicado, como la maya (cfr. Sabloff, 1986;
Demarest, 1992 apud Cameiro, 1992:184-188), el Norte de México (cfr. Jiménez Betts,
1992; Jiménez Betts y Darling, 1992; 2000) y la Costa de Oaxaca (cfr. Zeitlin, 1993).
Tal vez cabría esperar que cada una de las esferas que fueron expuestas en el capítulo
anterior, que participaron en la Red Septentrional del Altiplano, mostrara una estructura
similar.
El escenario Epiclásico en general parece haber favorecido una construcción de
este tipo a lo largo y ancho del territorio mesoamericano, por ser un momento en el que
centros hasta entonces prominentes disminuyeron en magnitud e importancia, al tiempo
que otros, hasta entonces secundarios, incrementaron su complejidad (ver págs. 123-
128, 131-133, 202, 241-244 y 248-250 de este volumen). Como se vio páginas atrás,
este equilibrio momentáneo en la balanza sociopolítica, a la vez que genera autonomía,
conlleva una interdependencia económica e ideológica expresada en el deseo de
pertenencia a un sistema mayor.
Los sistemas que las unidades equipolentes construyen no existen aislados (y
esto concierne a la distribución de los diversos bienes de prestigio del Epiclásico ), sino
que coexisten con sistemas similares vecinos, muchas veces traslapándose:
" [ ... ] es muy probable que la interacción que estamos observando dentro de la Esfera Septentrional derive en gran parte de la intensa interacción entre
270
las elites de las unidades equipolentes. Y si contemplamos el área de traslape para El Bajío, es muy factible que esta esfera de interacción entre elites estuviera vinculada a otras más alejadas" (Jiménez Betts, 1992:194-195).
Hablando de conexiones entre el Centro d~ México, la Costa del Golfo Y el Área
Maya durante el Epiclásico, Malcom Webb comenta:
"Probablemente es significativo que esta zona de intercontactos se caracterice por semejanzas bastante numerosas [menciona las arquitectónicas, escultóricas, iconográficas y cerámicas l conectando áreas vecinas, más que por la extensión dispersan1ente difundida de .un número reducido de objetos relevantes desde escasos centros dommantes. El resultado es una especie de cadena de superposiciones [ ... ]" (1978:161).
Estos traslapes o superposiciones son la razón principal por la que no pueden
determinarse límites precisos entre regiones (Renfrew, 1977; Chase-Durm Y Hall,
l997a: 15), entre unidades interregionales como los 'módulos' de Renfrew ("las
interacciones, notablemente el intercambio, pueden empañar las fronteras de los grupos
sociales al atravesarlas" [ 1977:1 05] ) e incluso entre sistemas mundiales (" [ ... ] cuando
estan10s considerando interacciones en cadena, en las que 1111 grupo interactúa
principalmente con sus vecinos inmediatos y tiene pocas interacciones directas a larga
distancia, no encontraremos las fronteras de los sistemas mundiales" [ Chase-Dunn Y
Hall, 1997a:20] ); pero también son lo que deriva en coincidencias a gran escala, sin
que rasgos compm1idos entre grupos distantes impliquen contactos directos o
unidireccionales."' Pm·a Renfrew, la iteración del ESM constituye lo que en muchos
casos se ha denominado "civilización" (1975:13; 1986:2; ¿p.e. Mesoan1érica?) Y quizás
también lo que se entiende por 'cultura' en un sentido amplio.'16
Es posible que un
fenómeno semejante opere en la conformación de sistemas mundiales.
215 Como se percibe en un comentario del arquitecto Marquina: "La extensión de esa cultura arcaica del Golfo, que pudiéramos llamar pre-Maya 0 proto-Maya, hasta Oaxaca y a lo largo del río Usumacinta hasta llegar a Centro América, hace que dichas ideas fundamentales se exttendan por toda~ partes, por laque [ ... l no es de extrañar que, sin que haya habido contacto directo entre dos pueblos y aun cuando esten en lugares muy alejados entre sí, puedan encontrarse sin embargo elementos comunes, de un modo aparentemente inexplicable" (1941: 138). . . . . . . .
210 Renfrew llama especial atención al riesgo de equivaler la diStnbucton espactal de ciertos rasgos u objet~s arqueológicos con Ja extensión de una cultura o un sistema ~acial,_ y nuevamente resalta que es la ~nter_accton entre unidades sociopoliticas Jo que da lugar a estas uniformidades, donde se establece algun tipo de "afiliación" sin que exista una pérdida de autonomía, pero además donde_las relact.~nes no oct.trren ~e manera homogénea ni con la misma intensidad entre todos los componentes, m en funcwn de la d1stancm que los separa (1977:92-97, 106).
271
Creo que es por esta vía de superposiciones que las placas de jade y su
significado o función pudieron dispersarse por el territorio mesoamericano, en un
proceso que visto a gran escala nos mostraría la existencia de sistemas regionales
participando intensamente en las dinámicas locales y construyendo simultáneamente
una dinámica macrorregional.
En Mesoamérica se sabe que la decadencia del sistema teotihuacano está
íntimamente relacionada con el apogeo de otros sistemas en otras regiones, y que una de
las causas principales de este apogeo múltiple pudo ser la descentralización y
transferencia de poderes económicos, políticos y quizás de innovación ritual y
simbólica (cfi·. Pasztory, 1978; .Timénez Betts, 1989:35). Se desconoce hasta qué punto
están ligados estos procesos y cuáles son las características verdaderan1ente atribuibles
a la reordenación de esa estructura, pero es convincente que el sostener un lugar de
liderazgo en ese án1bito (el Epi clásico) fue un factor que motivó la competencia (cfr.
Pasztory, ibid.:8; Cohodas, 1989). Insisto en que, si bien una de las manifestaciones
fonnales de dicha competencia pudo ser la guerra, que es claramente una forn1a de
interacción (Renfrew, 1986:8; Chase-Dunn y Hall, 1997a:l4), indudablemente no fue la
única. También que una relación hostil entre vecinos, como se tratará a continuación, no
se debe forzosamente a un carácter intrínsecan1ente bélico, sino que puede ligarse con
exigencias en otros ámbitos de la vida social, muchas veces vinculadas con la postura
relativa de las elites de las unidades sociopolíticas en las redes distributivas
interregionales. Por ello, una situación de enfrentamiento entre una sociedad y otra, no
necesariamente es indicador de una relación semejante entre todas.
El ambiente competitivo, que incrementa en la medida en la que se fortalecen las
interacciones, puede adoptar formas variadas dependiendo de las alternativas de cada
sociedad. Aunque es cierto que el intercambio a larga distancia involucra artículos que
por lo general son útiles pero no esenciales (Webb, 1974:366), en los sistemas basados
en redes de bienes de prestigio aquellos objetos originalmente deseables se han
convertido en necesarios (Webb, ibid.:370; Chase-Dunn y Hall, 1997a: 65-67, 76). Por
ello, la pérdida o incapacidad de acceso a ellos pone en riesgo la posición de tma
sociedad en el panorama sociopolítico (cfr. Scm1man y Urban, 1989:376; Chase-Dunn y
Hall, idem ). Por ello también, los grupos componentes de un sistema de ese tipo se
esfuerzan por mantener activa y hacer evidente su participación en las redes
distributivas.
Es viable que la demanda de los jades figurativos, y por ende su amplia
dispersión, resultase primeramente del proceso de "emulación competitiva" descrito por
17~
Renfrew, en el que: " [ ... ] unidades sociopolíticas vecinas pueden estar'incentivadas,a
dar muestras cada vez mayores de abundaocia o poder, en un esfuerzo por alcanzar un
mayor estatus entre ellas" (1986:8), y en el que poseer ciertos objetos como las placas
de jade, daría constancia de la capacidad de sus acreed?res de participar en redes de
intercambio a gran escala (cfr. Flannery, 1968; Helms, 1979; 1992). Esto podría estar
reflejaodo de maoera general la posesión de objetos importados, y podría derivar, a
partir de su iteración, en la construcción de Redes mundiales de Bienes de Prestigio.
A pesar de que a veces sucede, las limitaotes de cierta sociedad para adquirir
algún bien o participar en tma red específica no siempre derivan en su estancamiento
(Dretman, 1998:32), sino más frecuentemente en su readaptación y en la búsqueda de
alternativas que le permitao cubrir las mismas necesidades por vías distintas (algunas
veces implicando un cambio de asentao1iento [cfr. Ball y Taschek, 1989] ). Entre las
elecciones más obvias se encuentran el engaochamiento a otras redes comerciales, el
establecimiento de alianzas con otros 'pares' de interacción, y la producción interna o a
escala menor de objetos de lujo o prestigio propios, mediante la creatividad o la
imitación (cfr. A bu-Lughod, 1989; Joyce, 1993 y Zeitlin, 1993 para la costa de
Oaxaca en el Clásico; Chase-Dunn y Hall, 1997a:76).
La competencia puede expresarse de muchas maoeras no siempre hostiles,
aunque la guetn es indudablemente una de ellas. Ésta (del mismo modo que la
participación activa o la postura privilegiada en las Redes de Bienes de Prestigio) puede
brindar una oportunidad para afirmar estatus y hacer evidente el poder Y 'eficiencia' de
un líder (Helms, 1979:28, 32, 34). Otro de los modos mediaote los cuales una elite logra
imponerse a otras y logra incrementar el valor de ciertos bienes a partir de perpetuar su
escasez, es monopolizaodo su flujo (Helms, ibid.:75; Chase-Dunn y Hall, 1997a:68).
Aunque no siempre es viable, cuaodo tal bloqueo acune puede ser un factor que
promueva el conflicto. Un aliciente más para desencadenar un enfrentamiento puede ser el intento de
mejorar la postura alcaozada en las redes. Si se considera que duraote el Epiclásico la
guerra fue uno de los mecaoismos para conseguir bienes de lujo o prestigio que insertar
en sistemas político-ideológicos locales, su manifestación y la designación de
contrapartes distan mucho de haber sido aleatorias. Si un enfrentamiento bélico se
desata porque un grupo persigue mejorar su acceso a las redes, la guena no se
declararía contra el productor de los bienes para apropiarse de ellos de maoera directa
(puesto que sostener una industria desarrollada en un lugar lejaoo implicaría un alto
273
costo); ni contra aquél a través del cual se ha podido acceder eficientemente a distancias
considerables de abasto (ya que eso acotaría el radio de flujo de productos y las
posibilidades de acceder a bienes de procedencia cada vez más lejana); o contra aquél
mediante el cual se pudieran insetiar exitosamente los bienes locales en las redes
globales; sino contra grupos cuya postura en las redes de intercambio impidiera o
inhibiera mejorar la propia.
En Mesoamérica, varios de los factores decisivos en el establecimiento de
rivalidades militares pudieron ser similares a los que propone I-Ielms para los
cacicazgos panameños, con base en un aoálisis de las fuentes históricas. En esa región
los enfrentamientos bélicos más frecuentes se daban, curiosamente, entre los cacicazgos
localizados en los puntos más estratégicos de las redes y sus vecinos inmediatos (que
presumiblemente deseabao aquella postura), o entre aquellos que se localizaban más
lejos de esos puntos estratégicos (que presumiblemente competían entre sí por mejorar
su posición) (Helms, 1979:34). Durante el Epiclásico, un ejemplo del primer caso pudo
ser la rivalidad entre sitios como Cacaxtla y Xochicalco; y si se toma en cuenta que la
distancia desde los puntos estratégicos de las redes pudo ser no sólo geográfica, sino
principalmente de potencial para acceder a ella, un ejemplo del segundo caso pudo ser
la rivalidad entre la población remaoente de Teotihuacan y sus vecinos dentro de la
misma Cuenca. Como he subrayado en este trabajo, una sociedad puede establecer una
relación hostil con otra sin ser intrínsecamente militarista."' Es posible que al cambiar
las condiciones la relación entre ellas también se modificara.
Lo anterior sería congruente con el carácter multicéntrico del Epiclásico, en el
que la relación entre las partes fue sistémica pero no homogénea, y ninguna unidad
dominó al resto. Sobre un sistema mundial del mismo carácter, Abu Lughod señala:
" [ ... ] a pesar de que con seguridad hubo rivalidades y un grado no menor de conflicto inten·egional, el patrón general del intercambio involucraba a un número de participantes cuyo poder era relativamente igual. Ningún participaote [ ... ] dominaba al todo, y la mayoría [ ... ] se benefició con la coexistencia y toleraocia mutuas. Los gobernantes individuales buscaban celosamente el control, en términos del intercambio y de los
:!17 Puesto que una postura estratégica en las redes de intercambio no siempre es dependiente de la geografía sino
del esfuerzo y éxito de las elites, existen regiones donde los grupos tuvieron una capacidad medioambiental común y sus líderes debieron competir constantemente entre si para mejorar su postura. Un ejemplo de esto puede ser el de los mayas. Sin embargo, aunque vista 'en paquete' el Área Maya aparenta ser 'intrínsecamente' militarista, los conflictos no se dieron entre todos los grupos ni durante toda su historia. La designación de contrapartes tuvo variaciones considerables a lo largo de los siglos y el espacio (cfr. Marcus, 200 1).
J
"intercambiarías extranjeros" en sus propios pne11os y centt:os tierra adehtro, pero la ambición de dominar al sistema completo parece haber estado más allá de sus necesidades y aspiraciones (y probablemente capacidades)" (1989:362).
. Además de la emulación competitiva y la guerra, es posible que entre las
unidades equipolentes del Epiclásico operase paralelamente otra fmma de interacción
(esta vez no esencialmente competitiva), bautizada por Renfrew como "arrastre
simbólico":
"Este proceso implica la tendencia de un sistema simbólico desmTollado a ser adoptado cuando entra en contacto con uno menos desmTollado, sin representm· un conflicto notable. Por alguna razón, un sistema simbólico bien desmTollado lleva con él un aplomo y prestigio que un sistema menos desmTollado y menos elaborado no compm·te" (idem; véase también Helms, 1979; 1992).
Esto conduce al enfoque más relevante del esquema renfrewiano, donde el
énfasis se sitúa, no en el intercan1bio material, sino en el intercambio de información, es
decir, en el proceso de comunicación. Este fenómeno podría ser, a pm1ir de su iteración,
una de las causas de la construcción de Redes mundiales de Información.
El 'eclecticismo' epiclásico: una expresión del cruce de redes interregionales de
información y prestigio.
Como se ha visto, al analizm· redes distributivas se considera por un lado un
intercambio donde las relaciones establecidas tienen un fundmnento económico, y por
otro un intercan1bio donde las relaciones establecidas tienen un fundamento político e
ideológico. La distinción es complicada tt·atándose del flujo de infmmación que
subyace a estas interacciones, puesto que, mientras el intercambio informativo pudo
sostener o fm1alecer el carácter y los beneficios de las redes comerciales ( cfi·. Flannet-y,
1968; Webb, 1974; Renfi·ew, 1975; ver págs. 262-264 de este volumen), la constt·ucción
de redes comerciales y su mantenimiento pudo derivm· de la necesidad misma de la
comunicación (di". Helms, 1979; 1992; Schm1mlli1 y Urban, 1992b; Zeitlin, 1993:136).
En realidad, es más factible que se diera una compleja combinación de todos estos
aspectos. Los objetos son el testimonio de vínculos entre sistemas sociales, pero su
propio cm·ácter es incapaz de ilustrm· la intencionalidad que permea su tránsito.
El problema comienza cuando los modelos económicos no son suficientes pm·a
explicar muchas de las transmisiones que ocurren pm·alelas a la distribución de objetos,
275
sean éstos de carácter doméstico o ritual (Zeitlin, idem; Dretman, 1998:28). Aunque
también ocurre que un aumento en el flujo de materiales intercambiados puede
fomentar transformaciones estructurales (Renfrew, 1986:10; véase también Flannery,
1968:102-105; Webb, 1974:367, 374-376; Zeitlin, ídem), el intercambio de objetosper
se no explica, por ejemplo, cómo es que se construye y mantiene lo que Arthur Joyce
denomina "identidades compm1idas" entre miembros (principalmente las elites) de
diversos grupos sociales (1993:78) y la consecuente existencia de rasgos generalizados
como los llm11ados 'estilos horizonte', las 'homologías estructurales' o los "sistemas
simbólicos influyentes que pm·ecen operm· sobre extensas áreas" (Renfrew y Chen-y,
1986:viii; véase Zeitlin, 1993: 136). Tampoco explica cómo es que ciertos objetos son
capaces de conducir con ellos un mensaje específico, que no es intrínseco sino
interpretativo (como el de las figuras de jade), y no es suficiente para entender cómo es
posible que en varias regiones se expresen símbolos o valores similares a partir de
materiales locales (cfr. Dretman, 1998:26), que en el más sencillo de los casos imitan
objetos extranjeros, pero que frecuentemente son asimilaciones de conceptos (o
conceptos reestructurados) que se traducen a versiones propias, como ocurre en el
proceso innovador (y nuevamente en la producción de los jades).
Es el flt~jo abundante de información, factible sólo si opera una estrecha
comunicación, el mecanismo responsable:
" [ ... ] el 'bien' más importante moviéndose entre pares en interacción pudo ser la información y no algo tm1gible. [ ... ] algunas similitudes se explicm1 como resultantes de procesos de transferencia de información alentm1do la emulación estilística [ ... ] . Compartir una identidad, a partir de abrazm· asunciones, valores y creencias comtmes, origina ligaduras que estimulan la comunicación entre gente que en otras circunstancias estaría aislada entre sí, de no existir dichos lazos [ ... ] . El mm1tenimiento de estas redes entre elites facilita, pero también requiere, el contacto continuo y el despliegue Y movimiento de símbolos de pertenencia entre los participantes" (Schm1man y Urban, 1992c:236, 240).
Como ya se ha expresado de varias formas, las placas de jade (cuando su uso o
disposición fueron congruentes con un mismo significado o función) son testigo,
precismnente, de ese flujo informativo vinculm1do sectores m1álogos de sociedades
m1álogas, entre los que existió una "identidad compartida" y quienes propiciaron el
"despliegue y movimiento de símbolos" que evidenciaran su afinidad. Como se verá en
breve, no es aquél el único indicador m·queológico de que un flujo abundm1te de
27{j
información con-ía a través del sistema mundial del Epiclásico. La emhlación de
expresiones ideológicas y sistemas simbólicos ajenos, el desarrollo y fortalecimiento de
los propios, y una complicada integración de ambos, son fenómenos característicos de la época.
El proceso de comunicación y el mantenimiento de una estructura ideológica
común, aunque frecuentemente quedan plasmados en algún medio observable o
tangible, no requieren de Lm níunero elevado de intercambios materiales para llevarse a
cabo, de manera que no siempre la cantidad de objetos distribuidos es proporcional a la
cantidad de información transmitida (Schortman y Urban, 1992c:236; cfr. Nagao,
1989). De hecho, tratándose de relaciones a gran escala, los objetos involucrados suelen
ser cada vez menos, armque con una carga valuable y significativa cada vez mayor (cfr.
Smith y Schmiman, 1989:371). Con frecuencia, el tránsito de conceptos ideológicos se
expresa más abietiamente por medio del estilo. En ese sentido, el 'arrastre simbólico',
que Renfrew sugiere como uno de los principales modos de interacción entre unidades equipolentes, es patiicularmente notorio durante el Epi clásico.
Se pueden encontrar muchas coincidencias entre el pm1oran1a mesoamericano
del Epiclásico y el que Abu-Lughod (1989) describe pm·a el Viejo Mundo durante los
siglos XIII y XIV. Las condiciones históricas y sociales que propiciaron el surgimiento
y vigencia de ambos sistemas también fueron semejantes. Además de una integración
interregional sin precedente y la reestructuración hacia un sistema multicéntrico, Abu
Lughod percibe un fenómeno que sólo puede entenderse como consecuencia natural de
ese proceso: "En cada región hubo una florescencia cultural y artística. Nunca antes
tantas partes del Viejo Mtmdo habían alcanzado su madurez cultural simultánean1ente" (ibid. :4 ). De modo semejatlte, Pe ter Jiménez señala:
"El Epiclásico correspondió a un periodo de reestructmación sistémica, en el que las periferias y semiperiferias de antaño entraron, casi todas, a un periodo de efervescencia que arqueológicamente se percata, en parte, por el desarrollo patente de vm·ios estilos regionales distintivos" (200 1 ).
A finales del Clásico en Mesoamérica, la comunicación y sincretismo
ideológicos derivm·on en el desmrollo de estilos regionales distintivos con múltiples
traslapes. Por ello, la importación de materiales y la expresión de rasgos iconográficos y
estilísticos de muchas fuentes, ha motivado que se considere a las sociedades del
Epiclásico y primeros años del Postclásico como "eclécticas" (cfr. Webb, 1978:161;
Pasztmy, 1978:16; Wren, 1984:19-20; Berlo, 1989b:23-24, 29-30; Cohodas, 1989:222,
277
224, 226; Nagao, 1989:83; Zeitlin, 1993:131; Florescano, 1995:228; Schmidt,
1999:439; López Austin y López Luján, 2000:42; Me Viker y Palka, 2001: 194).
Para Debra Nagao, ese 'eclecticismo' podría ser la mezcla de tm estilo local con
estilos foráneos considerados superiores o deseables, o ser una expresión de la
diversidad y los alcances de los vínculos de un sitio con otros (1989:99). Estas
concepciones bien podrían complementm·se (cfr. Pasztmy, 1978:20; Cohodas, 1989;
Wren y Schmidt, 1991:223-225; Hitih, 2000:264-266; Me Vicker y Pallca, 2001:194),
pues tanto la diversidad y alcm1ce de los vínculos como la gama de estilos de prestigio
se incrernentm·on durante el Epiclásico. Esto pm·ece haber resultado, como ya se dijo, de
la ausencia de un solo núcleo (o escasos núcleos) de inadiación política, económica e
ideológica:
"En momentos, centros poderosos como Monte Albán y Teotihuacan pudieron haber jugado un papel dominante al definir qué bienes e id~as se consideraban prestigiosas. Sin embargo, at1tes del ascenso y despues del decline de estos centros, las relaciones inten-egionales pm·ecen haberse sostenido entre unidades relativamente equivalentes [ ... ]" (Joyce, 1993:78, véase también Webb, 1978:161; Pasztmy, 1978:20; Cohodas, 1989:224, 227). 218
Marvin Cohodas ha observado que la actitud de adoptm· rasgos propiamente
teotihuacanos en vm·ias regiones mesoatnericanas, se abat1donó simultáneo a la
introducción de rasgos de orígenes múltiples, quizás implicando una reducción en la
valoración de 'lo teotihuacano' como símbolo de prestigio pero no necesariamente la
anulación absoluta de ese sistema, que fue contemporáneo por lo menos con la primera
etapa del fenómeno:
"A pesar de que rasgos epiclásicos están clm·amente presentes en la fase Metepec de Teotihuacan [y] de la evidencia de fechas de Carbono 14, la relación entre estos sitios y Teotihuacan se trata generalmente como secuencial, más que contemporánea [ ... ] una interpretación. derivada n~ ~e las investigaciones m·queológicas en el sitio, sino del refleJO del prestlgto teotihuacano desde el exterior. El viraje artístico de estos sitios al abandonm· la imitación directa de elementos simbólicos y ceránlicos teotihuacanos
218 En palabras de López Austin y López Luján, durante el Epiclásico "Uno de los más impresionantes cambios
ocurrió en el reino del intercambio. El sistema monofocal teotthuacano diO lugar a una .nueva estruct~ta mercantil que conectó numerosos centros de pro~ucc~ón y dist:ibución. ~s.ta imbricación der~t~ó en comple~os lazos panmesoamericanos, capitales cosmopolitas l~dependte~t~s politJ~am~~t~, cu~as elttes c~ompartmn simbo los de estatus y participaban como iguales en el IntercambiO mternacwnal (~000:_3).
278
prominentes en el periodo contemporáneo con Xolalpan, hacia oha combinación ecléctica [ ... ] , prominente en el periodo contemporáneo con Met~pec, se ha considerado evidencia del decline teotihuacano. [ ... ] Que Teot!huacan pudo en algún momento beneficiarse del crecimiento competitivo de otros centros comerciales tiGne soporte en la evidencia de que esta aparente pérdida de prestigio no estuvo acompañada por una pérdida i1m1ediata de la riqueza y poder teotihuacanos [ ... ] . Pasztory (n.d.a.) ha demostrado que el arte monumental alcanzó tm clímax de innovación y esplendor durante Metepec en Teotihuacan, sugiriendo una continuación en el despliegue de riqueza. [ ... ] El prestigio es una cualidad simbólica e intangible. Teotihuacan bien pudo haber sufi"ido un decline en prestigio a pesar de haber retenido un rango principal" (Cohodas, 1989:224, véase también Pasztory, 1978:15; Diehl, 1989).
Visto así, el incremento en la gama de estilos no representa que el sistema
teotihuacano se había extinguido por completo, sino más bien que el prestigio de otras
sociedades aumentaba, equilibrando de otJ·o modo la balanza sociopolítica. Ésta es una
consecuencia lógica del proceso de reestructmación del sistema céntrico del Clásico
hacia el sistema multicéntrico del Epiclásico:
"En el periodo contemporáneo con Xolalpan, una élite local pudo haber obtenido gran ventaja al proclan1ar sus lazos económicos con Teotihuacan, en aquel momento principal en estatus, dadas su superioridad cultural, económica, y tal vez militar [ ... ] . En contraste, el crecimiento subsecuente y transfmmación de los nodos de interacción teotihuacanos en centros comerciales poderosos y ricos en competencia con el Teotihuacan de Metepec, podría haber incitado a un realineamiento de estas relaciones de estatus. Si sucedía que [ ... ] el prestigio teotihuacano declinaba al mismo tiempo que el prestigio de sus competidores se consideraba en aumento, entonces esos centros podrían ser vistos en términos de una relación simbólica más equitativa con Teotihuacan. Una elite local podría tener entonces mayor ventaja en la opinión pública al usar un arte monumental que proclamara una igualdad de estatus con Teotihuacan y otros centros competitivos [ ... ] . El resultado sería una mezcla de los rasgos característicos de cada centro comercial mayor, incluyendo a Teotihuacan, que es lo que llan1an1os el estilo ecléctico" (Cohodas, 1989:224-225).
Para el caso específico de Chichén Itzá, Wren y Schmidt (1991 :223-225) han
adoptado el modelo con el que Oleg Grabar ( 1978) intenta explicar el desarrollo del arte
islámico. Como se ha mencionado, los contrastes estilísticos y arquitectónicos de la
ciudad maya fueron considerados, hasta fechas recientes, como secuenciales y
279
prácticamente excluyentes (ver nota 10 de este volumen). Actualmente se sabe que lo
'propiamente' maya y lo alóctono (que incluye rasgos toltecas, oaxaqueños y
veracruzanos, entre otros) se traslapan en algún punto en el tiempo, y que ese traslape es
anterior a lo que se creía, ocurriendo por lo menos dmante el Epiclásico (cfr. Parsons
apud Pasztory, 1978: 7, 13; Cohodas, 1989:227-231; Wren y Schmidt, 1991:203-209).
Apoyados en el estudio de Grabar, los autores consideran que la integración de esos
estilos tuvo mucho que ver con la búsqueda de apropiación, por parte de una elite, de
diseños o motivos provenientes de fuentes diversas pero que tuvieran una carga
religiosa, política o social, de modo que su adopción apoyara la expresión de un orden
cosmogónico y a la vez proclamara lazos con otra tradición (ibid.:224).219
En el caso islámico se unieron motivos del "vocabulario artístico" a todo lo
ancho de su esfera de influencia, separando significados y sus formas de acuerdo con
las necesidades de los conceptos islámicos de fe y política. A pesar de la adopción de
elementos preexistentes, el arreglo y composición de éstos se realizó de manera
original, generando una impresión de unicidad. Para Grabar, el éxito del arte islán1ico
dmante sus primeros años consistió en la integración de "fonnas que utilizaban los
mismos motivos externos que otras culturas contemporáneas" y su disposición a partir
de un patrón diferente "capaz de expresar la dinámica interna distintiva de la religión Y
el pensamiento islámico" (apud Wren y Schmidt, ibid.:224). Desde esta perspectiva, la
cultura 'ecléctica' en Chichén Itzá:
" [ ... ]no representó un rechazo consciente a los hábitos y prácticas de las cultmas de las tierras bajas del norte, ni una superimposición intransigente de conceptos mexicanos. Más bien, fue una reformulación de la sociedad maya en concordancia con las presiones económicas, sociales y políticas cambiantes en el Clásico Tenninal" (Wren y Schmidt, idem; las cursivas son mías; véase también Cohodas, 1989:228, 237; Carneiro, 1992:182).
El viraje en la elección de rasgos a adoptar por parte de múltiples sociedades
epi clásicas, pudo derivar de una búsqueda competitiva de preeminencia por parte de las
nuevas unidades sociopolíticas pares: "En la medida en la que otros centros
219 Con seouridad, las diferentes 'combinaciones' estilísticas también reflejan, además de la existencia de un sistema0 de intercambio multidireccional, patrones particulares de alianzas entre unidades sociopolíticas (Pasztory, 1978:20-21; algo semejante sugiere Helms, 1979: 170).
280
competitivos proclan1aban igualdad con Teotihuacan y entre sí, formardn un estilo
artístico ecléctico" (Cohodas, 1989:237; véase tan1bién Pasztory, 1978:20).220
Que diversos sitios tuvieran la posibilidad de proclamar igualdad con
Teotihuacan a finales del Clásico, es una ~videncia más de que varios grupos
incrementaban su complejidad con respecto al periodo anterior (mientras la de
Teotihuacan disminuía), como también Jo es la propia concreción de un estilo que
podría considerarse 'internacional', que no excluye la existencia de múltiples
expresiones estilísticas locales. Se ha observado que el desanollo de un estilo
internacional es indicador de que aquella línea ritual o ideológica que liga a las elites de
las sociedades jerarquizadas se ha consolidado, dando sustento y legitimación globales
a una clase de elite, con el consecuente encrudecer de la noción y asunción de 'jerarquía
social' en abstracto:
" [ ... ] la creación de estos "estilos internacionales" o "cosmopolitas" ligaba entre sí a los líderes de unidades sociopolíticas independientes a través de amplias regiones, y señalaba a una clase incipiente que gobernaba por predestinación. [ ... ] La adopción generalizada de estilos intenegionales de elite señala un cambio significativo en las relaciones sociales, de un liderazgo local a una elite cosmopolita, creando y legitimando principios de desigualdad [ ... ] " (Earle, 1994 ).
Pero, ¿cómo se traduce a poder y autoridad política el contacto con y la
exhibición de tma ideología panregional?.
Como se expuso secciones atrás, la participación en redes distributivas y de
comunicación a larga distancia conlleva beneficios prácticos, pero entre las sociedades
jerarquizadas el valor político de la adopción de bienes y estilos extranjeros tiene una
fuerte implicación ideológica. Al finalizar el segundo capítulo se mencionó que un
rasgo generalizado entre dichas sociedades es la base ideológica sobre la que las elites
amparan y sustentan su poder. El factor más impmtante de aquella autoridad
sobrenatural atribuida a Jos líderes es su capacidad para conectarse con las fuerzas del
universo que controlan el bienestar de la comunidad, lo que generalmente se logra
mediante la posibilidad de trascender fronteras universales y entablar contacto con
mundos supernaturales (ver págs. 105-107 de este volumen). En esa cualidad se incluye
220 Es interesante recordar que en los valles centrales de Oaxaca los jades figurativos sustituyen a las figuras de piedra verde de estilo teotihuacano que fueron comunes durante el periodo anterior (Caso, !965a:903), y que es~os nuevos elementos de aparente fabricación local, pero que integran rasgos y tradiciones de múltiples ongenes, representan un "renacimiento o reanimación" de la talla del jade en Monte Albán (Caso, idem).
281
el conocimiento, comprensión y maneJO de información sagrada, y el medio para
volverla tangible u observable es su abstracción simbólica. Por ello, evidenciar el
conocimiento de Jo sagrado y manipular objetos cargados con su simbolismo,
constituyen en sí mismos una fuente de poder (cfr. Helms, 1979:128; Earle, 1990:76;
Jiménez Betts, 1992:194-195; Renfrew, 1993:10). ¿Qué tiene esto que ver con la distancia geográfica que une y separa a las
unidades sociopolíticas en una red pamegional?, y ¿por qué la proveniencia lejana,
escasez o exotismo contribuyen a la definición de estilos, objetos y emblemas de
prestigio y estatus?. Mary Helms ha percibido que aquellas fronteras universales que los
líderes deben estar en condición de trascender, además de vincularse con el mtmdo de
Jos dioses encuentran un equivalente en el mundo de los hombres.
El contraste entre lo teneno y Jo supraterrenal frecuentemente combina las
nociones de verticalidad, horizontalidad y temporalidad, de modo que los ten·itorios
distantes geográficamente se consideran más cercanos a los tenitorios distantes
cosmológicamente, situados por encima o por debajo de la tierra (como Jos inframundos
o el cielo), y además pueden asociarse con los orígenes ancestrales y cósmicos (a esto
se debe que los mitos y tradiciones en muchas culturas describan a los lideres y linajes
fundadores como provenientes de otro lugar) (cfr. Helms, 1979: 177-178; 1992):
" [ ... ]puede obtenerse prestigio tanto por tener acceso o contacto con el mundo de los ancestros o las deidades, como por interactuar con diplomáticos recién llegados de regiones distantes; t.m:to al ~iajar ritualmente por trance en la privacidad del templo, como VIaJando a tterras distantes [ ... ] todas estas actividades son esencialmente del mismo orden y pueden usm·se directamente para incrementa~· el poder político [ ... ] (Helms, 1992:160). "La consecuencia lógica es que los contactos con regiones distantes geográficamente suelen considerm·se actividades excepcionales, y a las personas que Jos protagonizan personas excepcionales [ ... ] en contraste con Jos contactos intangibles en el reino espiritual, los contactos con territorios lejm1os pueden dejar "pruebas"en bienes materiales que están cm·gados de poder" (Helms, 1992: 159).
Por ello los bienes y rasgos más codiciados fueron precisamente aquellos que
hacían patente la gran extensión de las redes (a pmtir de sus características únicas Y
provenir lejano), cuya ostentación podía dm· constancia de que sus poseedores tuvieron
la capacidad de pmticipar en las interacciones a mayor escala, y por ende tuvieron
acceso a más fuentes de información esotérica universal para manipulm a las fuerzas
sobrenaturales de las que la sociedad depende (Smith y Schortman, 1<989:373)."1
Quienes tuvieran acceso a las redes mas amplias tendrían también " [ ... ]más
oportunidades de maximizar sus alcances y contactar lugares y gente distantes [ ... ] "
(Helms, 1979:76), mientras que "Aquellos lí_deres que se quedaran atrás en esta
competencia mostrarían tener menos control sobre los poderes del universo, y por ello
presumiblemente tendrían menos prestigio sociopolítico e influencia sobre gente y
recursos tenenales" (He1ms, 1979: 128).
Dado que establecer y mantener contactos a larga distancia en cietio modo
representa un lazo con los reinos supernaturales distantes, construir y sostener redes de
gran magnitud podrían considerarse como actividades rituales en sí (Helms, 1979:1 09).
Y ya que se considera al conocimiento sobre tienas lejanas y a la información esotérica
como bienes sagrados (Helms, 1979, 77-88, 119-143, 175-179), el sincretismo
estilístico se convierte en un indicador 'visible' de que las elites han podido, y pueden,
-acceder y manipular al conocimiento universal. Esta creencia colectiva, en apariencia
sencilla, es la base que sustenta el poder.
Con base en esta particular ideología de las sociedades jerarquizadas (ver págs.
105-108 de este volumen), el acceso a bienes e ideas derivadas del exterior sopmia el
crecimiento de sus sistemas políticos, no sólo a partir de la obtención de objetos con
una carga simbólica que ayuda a legitimar y sustentar el poder en casa, sino
principalmente al reforzar los lazos intersociales que, a su vez, promueven y realzan
conjuntamente el poder de fracciones sociales (cfr. Helms, 1979; 1992; Schortman y
Urban, 1992c:236; Zeitlin, 1993:137). Como en algún momento se dijo, las elites de las
sociedades jerarquizadas se soportan mutuamente a partir del manejo y control de
conceptos y símbolos compartidos que las ligan entre sí y las distancian de la gente
común. Por ello, una de las 'utilidades' principales de la inmersión de una elite en un
sistema intercambiado es alcanzar una conexión con elites de grupos distintos y cada
vez más lejanos, manteniendo de ese modo abiertos los canales de comunicación
" 1 D d . -- es e esta perspectiva, no extraña que algunos lugares que contaban con ciertas materias primas y habilidad para trabajarlas, aún importaron objetos fabricados con los mismos materiales. Un ejemplo de ello es el hecho de que algunos lugares donde se innovaron o reprodujeron los jades figurativos también se enriquecieron con importaciones (p.e. en un contexto en Oaxaca se recuperó una pieza maya conviviendo con otras de manufactura local [cfr. Caso 1965, fig. 20; Coggins, 1984:70; Zeitlin, 1993:134] y en Campeche se r:porta una pieza que parece de factura zapoteca [Van Winning y Stendahl, 1972, fig. 497] ). Algunas de la~ ultimas pud1eron servtr como modelo de producciones locales, pero la integración contextua! de piezas aloctonas con ptezas locales quizás refleje que a la pieza importada se le ha sumado un valor adicional derivado de esa condición (otro ejemplo podría ser la importación de concha proveniente del Pacífico en sitios cercanos a la Costa del Golfo [cfr. Vargas, 1999] ).
283
mediante los cuales es posible conocer y utilizar aquellos conceptos y símbolos de
legitimación pamegional, que ahora percibimos como estilos internacionales o
eclécticos.
No serán el eclecticismo estilístico del Epiclásico, la extensión de las redes de
intercambio, el incremento conjLmto del grado de jerarquización política y económica
de los grupos, la parcial pero frecuente coincidencia de bienes de procedencia extrema
como la turquesa, los jades figurativos, la concha de ambas costas ... evidencias del
proceso de 'incorporación integradora' que caracteriza a los sistemas mundiales
multicéntricos? ¿No contrasta todo esto con la dispersión y reproducción de rasgos
estilísticos y objetos de prestigio estandarizados durante el Clásico, y la emulación de
esquemas teotihuacanos, que resultaron del proceso de 'incorporación absorbente' que
caracteriza a los sistemas mundiales céntricos?.
Desde el paisaje 'remoto' del Centro Nmie y en la discreción de un sitio como
Sabina Grande, se percibe aquel cambio estructural. ¿No serán entonces, la información
que puede proporcionar cada contexto arqueológico o el análisis de características
particulares de un sitio, suficientes para empezar a pensar en dinámicas globales?.
No es dificil considerar que la red macronegional del Epiclásico pudo acarrear
grandes ventajas para un asentamiento de las características de Sabina. Que su
participación y la recepción de los bienes involucrados no fue fortuita, restringida,
excepcional o secundaria, se hace patente en el hecho de que sus pobladores pudieron
'sacar de circulación' tantos bienes de prestigio de origen lejano, integrándolos en un
mismo contexto. Que compartían conceptos de una ideología panmesoamericana está
implícito en el discurso contextua! que se hizo con éstos. Que sus habitantes reconocían
y legitimaban jerarquías sociales está manifestado en la elaborada práctica ritual que
involucró el entierro de uno de sus miembros (¿uno de sus líderes?). Visto así, valdría la
pena preguntarse si no es necesario replantear algunos esquemas que se tienen de las
sociedades consideradas hasta ahora marginales o periféricas:
"Tampoco las áreas marginales (¿y Occidente?) participaron de la cultura mesoamericana en sus aspectos civilizados: falta el urbanismo [ ... ] ; no parece existir w1a estratificación social muy marcada ni tampoco una gran importancia de la religión ni de la jerarquía sacerdotal" (Braniff, 1972:289).
o
"Los can1bios más bien abruptos en el patrón de asentanüento y la cerámica entre la mayoría de las ocupacwnes principales en nuestra án;a,
1 i',,,
especialmente del periodo Clásico en adelante, son probablemente indicaciones de que la región de Tula estuvo generalmente en la periferia del área central en la evolución cultural del Centro de México. Con la excepción del Postclásico Temprano, los principales eventos culturales y políticos [ ... ] ocun-ían en otro lado, usua[mente en la Cuenca de México, y las poblaciones cercanas a Tula fi.Jeron alcanzadas por las repercusiones secundarias de estos procesos[ ... ]" (Cobean, 1978:106; Cobean y Mastache, 1989:46).
Al asumir que algunos lugares simplemente 'surgieron' y lograron mantenerse a
la cabeza de una red macrorregional por meritas exclusivan1ente propios, se pasan por
alto reflexiones como la que hace Abu-Lughod a propósito de la hegemonía europea:
"Antes de que Europa se convirtiera en una de las economías-mundo [ ... ] había numerosas economías-mundo preexistentes. Sin ellas, cuando Europa gradualmente se "extendió", habría asido espacio vacío más que riquezas" (1989: 12).
En una conversación sobre el impacto que los procesos abordados en esta tesis
pudieron tener a una escala local, Peter Jiménez me pregtmtó qué consideraba yo que
hubiera pasado con un sitio como Sabina si la misma tendencia de desanollo hubiese
continuado durante un poco más de tiempo. Pero no es que el tiempo se haya
interrumpido, ni la tendencia desviado ... el tiempo continuó y la tendencia también. Más
bien habría que cuestionarse de qué modo figuran los hijos y nietos de los habitantes de
Sabina dentro del contexto regional; qué sucedió a sus padres y abuelos; y cómo y
dónde se insertó su legado cultural en el periodo siguiente.
¿Tula? ¿cómo creció Tula? Hablando de las fi.mdaciones-abandonos de los sitios,
en ténninos de reorganización de poblaciones locales a una escala regional y no como
resultado de arribos y huidas de población itinerante, ¿no cabe preguntarse si una parte
de la población (o más bien una parte de los descendientes de la población) que
construyó y habitó Sabina Grande, o Chapantongo, o La Malinche, o Magoni ...
participó y encontró lugar en la formación del nuevo centro 'urbano' de Tula, sólo
'metrópoli' hasta el Postclásico Temprano?.
El abandono de aquellos sitios menores es congruente con la Jiagilidad de las
sociedades jerarquizadas. Aunque aquí se han subrayado los beneficios de la
participación en las redes de interacción del sistema multicéntrico del Epiclásico, que
propició un incremento simultáneo en el grado de jerarquización de los grupos, los
285
cacicazgos complejos y estados tempranos son el nivel más inestable de organización
sociopolítica. Puesto que su dinámica está fi.Jertemente condicionada y es drásticamente
afectada por la dinámica de sus vecinos, las sociedades jerarquizadas son especialmente
vulnerables a fi.Jerzas que rebasan el ámbito de acción local, razón por la que surgen,
florecen y declinan de manera rápida (Earle, 1997 :209). El futuro de los cacicazgos
complejos y estados tempranos parece seguir principalmente dos trayectorias: o
desaparecen, retornando al grado de complejidad o jerarquización anterior ( cfr.Chase
Dunn y Hall, 1997a:31 ), o experimentan una transición acelerada hacia formas aún más
avanzadas (cfr. Webb, 1974:371), a partir de aglutinarse con algunos de sus pares.
Pero la nueva transformación, que derivara en el abandono de los principales
centros del Epiclásico, opacara el apogeo de las regiones que lo alcanzaron, propiciara
el auge de nuevos sitios y contribuyera a la consolidación de las redes del Postclásico,
es motivo suficiente para un estudio aparte.
Comentarios finales
Para finalizar este trabajo me hubiera gustado exponer algunas "conclusiones",
pero sólo he podido presentar más preguntas.
La caracterización de Mesoamérica como UN sistema mundial está por
evaluarse. Visto a gran escala, todas las regiones mesoamericanas recibieron y
exportaron objetos, pero la mayoría de éstos alcanzaron regiones distantes a partir de
relaciones indirectas, lo que no necesariamente implica interacción o afectación mutuas
(cfr. Chase-Dunn y Hall, 1997a). Tampoco para que el desan·ollo o comportamiento en
una región afecte al comportamiento o desanollo de otra, es indispensable el contacto
directo (cfr. Abu-Lughod, 1989). Hay que buscar entonces los indicadores de
interacciones sistémicas, por encima del traslado y coincidencia de objetos. En este
sentido resultan de mayor utilidad otros indicadores, más allá de los 'acaneables', como
son los rasgos estilísticos o la reproducción de marcos conceptuales. Pero tan1bién la
manifestación de éstos puede ser más limitada que el alcance de sus consecuencias.
Como se dijo en su momento, para considerar a varias sociedades como
participantes de un sistema mundial, debe existir una relación entre los participantes, no
directa ni indirecta, sino sistémica. Esto significa que los procesos ocuJTiendo en una
región, por más discretos o ajenos que parezcan, tienen repercusiones en la dinámica de
otras, independientemente de que entre ellas exista un contacto o incluso un
conocimiento mutuos:
" [ ... ]los cambios sistémicos deberían verse como giros en la dirección y configuración de las tendencias (o vectores) principales. Las desviaciones vectorales resultan del efecto cumulativo de cambios múltiples en vectores menores, algunos de ellos independientes unos de otros, pero muchos derivados de causas interrelacionadas o sistémicas. En un sistema, son las conexiones entre las partes las que deben estudiarse" (Abu-Lughod, 1989:368; véase también Chase-Dunn y Hall, 1997a:l5, 53).
Por ello, el alcance distributivo de algunos objetos no es suficiente para delimitar
a un sistema mundial, puesto que no implica forzosamente que los mecanismos de su
dispersión tuvieron resonancia en todas las sociedades por las que transitara¡;¡.
237
Falta mucho por saber sobre Mesoamérica antes de poder detetminar hasta qué
punto el desvanecimiento distributivo de algunos rasgos y materiales es reflejo de las
interacciones diferenciales entre subsistemas, o si en realidad indica la culminación de
un sistema mundial y su traslape con otros (cfr. Chase-Dunn y Hall, 1997a:53-54;
1997b:3; Jiménez Betts, 2001). Al reducir ia escala de análisis y acercarse a los
"límites" de las regiones, es evidente que las distinciones no son tan claras y los rasgos
diagnósticos se traslapan. Esto aplica para los límites mismos de Mesoan1érica, cuando
nos aproximan1os a su conexión con el Sureste y Suroeste Americanos, y hacia el sur
con Centro y Sudamérica.
A partir de los datos superficialmente expuestos en esta tesis, no me es dificil
considerar que el Área Maya, Oaxaca, el sur de la Costa del Golfo y tal vez el Valle
Occidental de Mm·elos y el sector este de Guerrero, pertenecieron a un mismo sistema.
Lo mismo intuyo para el sector septentrional del Altiplano, el Noroccidente y quizás la
- I-Iuasteca. Pero en este trabajo se descuidó el comportamiento de toda el área
intermedia. Hay aquí algunas regiones que brillan por su ausencia. El Occidente, el
Valle de Puebla-Tlaxcala y el centro de Veracmz, son algunas de ellas.
En cuanto a Tajín, por ejemplo, habría que preguntarse hasta qué punto la
aparente escasa relación entre este centro y sus contemporáneos, al norte y este, resulta
de la escasez de datos publicados sobre su historia prehispánica, o si efectivamente
constituyó una especie de isla con un desarrollo independiente y circunscrito. Apostaría
más por lo primero, pues no debe ser w1a mera coincidencia que el auge de esa región
se conesponda con el auge de otras regiones, cuyo desanollo en el periodo anterior
también parece secundario. ¿No podrían estar íntiman1ente relacionadas las causas del
apogeo de la región de Tajín, con las causas del apogeo de la Sierra Gorda, Río Verde,
La Quemada, I-Iuapalcalco, Cantona, Cacaxtla/Xochitécatl, Xochicalco, Chichén Itzá ...
y posteriormente TuJa? ¿Qué relación existe entre el apogeo de algunos de estos centros
y el renacimiento de la Periferia de Tienas Bajas Costeras?. ¿Tuvo alguna incidencia la
dinámica del Área Maya, al caer los sitios del Clásico y fortalecerse el norte de la
Península, en el apogeo de las regiones al norte del Altiplano? y ¿qué papel jugó en
todo esto, nuevamente, la Costa del Golfo?. ¿Y el Occidente? ¿Tuvo algo que ver el
creciente desanollo, competencia y posterior prominencia de la red Aztatlán en la Costa
del Pacífico, con la fugacidad con la que algunos de estos centros, vinculados con otras
redes, experimentaron su etapa de mayor desanollo y pronto declinaron?. ¿Constituyen
el sur y nmie de Mesoan1érica dos (o más) sistemas mundiales, que en algún punto en el
288
espacio se traslapan o en algún punto en el tiempo se incorporan? (cfr. Jiménez Betts,
2001).
Si se considera a la red macrmTegional del Epiclásico como un sistema global,
como es hasta ahora mi postura, ¿cuál de las redes que cohesionan a los sistemas
mundiales fue la más significativa e incluyente?. ¿Es la Red de Información más firme
y extensa que la Red de Bienes de Prestigio? ¿o es menor?. ¿En cuál de estas dos redes
debe incluirse al mecanismo responsable de la dispersión macrorregional de los jades
figurativos?.
Al delinear subsistemas (o esferas menores) y abordar sus dinámicas y traslapes,
debe establecerse tma distinción entre pertenecer a una esfera e interactuar con ella a
pmtir de la importación/exportación de rasgos y objetos. Pero además, debe tenerse
presente que las distribuciones de esos rasgos y objetos en el registro m·queológico a
veces dicen poco sobre la afectación sistémica real entre aquellas regiones.
Por ejemplo, el comercio de concha entre Monte Albán y la costa de Oaxaca,
que fue intenso durante el Preclásico, pm·ece haberse interrwnpido durante el Clásico
(Joyce, 1993). Pero, acaso el hecho de que Monte Albán remmciara a adquirir concha
de esa fi.tente y apoyara el surgimiento de un intermedim·io en el valle de Etla (Joyce,
ídem), ¿no tuvo alguna repercusión en el desarrollo de las sociedades de la costa?. Ante
tal interrupción, que implicó su exclusión de las redes de intercambio encabezadas por
los valles centrales, dichas sociedades buscm·on como alternativa, además de producir
sus propios objetos de lujo, consolidm· su pmticipación en otras redes, siendo una de
ellas la red de las Tierras Bajas Costeras, que hacia mediados y finales del Clásico
recuperaba la importancia de antaño (cfi·. Joyce, ídem; Zeitlin, 1993:137; ver nota 84,
págs. 135-136 y Fig. 27 de este volumen). Esto posteriormente constituyó un estímulo
pm·a su propio desm-rollo (Zeitlin, id e m). Entonces, ¿no serían esta circunscripción de la
costa, obligada en algún momento por los valles centrales, y sus consecuencias, un
ejemplo de afectación sistémica?.
Otro ejemplo lo constituye el fenómeno de dispersión macrorregional del juego
de pelota y parafernalia asociada, durante el Epiclásico (cfr. Pasztory, 1978:20; Diehl y
Ma11deville, 1987:243; Ringle et al., 1998). Dicho culto tiene m-raigo temprano y
presencia constante en la Periferia de Tienas Bajas Costeras (PCL) (cfr. Parsons, 1969;
Pasztory, ídem; Zeitlin, 1993), sin haber sido adoptado por Teotihuacan por lo menos
dura11te los primeros siglos de su historia. Aunque dicha práctica no era nueva, la
mnplia adopción que alca11ZÓ a finales del Clásico no tiene precedente. La constmcción
de canchas pm·a juego de pelota parece haberse convetiido en un elemento bas~ de la
289
planeación y traza de los principales centros ceremoniales de la' época, mientras que, en
sitios con ocupaciones previas, motivó la reestructuración o readaptación de espacios
sagrados. No abundan (o no se han rastreado lo suficiente) indicadores arqueológicos
(principalmente cerámicos) que vinculen a las Tienas Bajas Costeras de Veracruz con
sus vecinos al este y norte. Esto, en principio, se ha interpretado como que la relación
entre ellos tan1bién fue discreta o incluso inexistente, pero la dispersión del juego de
pelota por la Red Septentrional del Altiplano es una evidencia de que los lazos también
se establecieron en esa dirección. En cuanto al impacto sistémico que esto pudo tener,
¿no podría ser la adopción del juego de pelota uno de los motivos del abandono de
algunos centros ceremoniales clásicos, de la fundación de nuevos centros cercanos, y
por ende de algunos de los cambios en el patrón de asentamiento que implicara la
reubicación del lugar central?, ¿por ejemplo Chingú-Tula Chico?. Y en los sitios que
continuaron ocupados, pero cuyos centros ceremoniales fueron modificados, incluyendo
--Ocasionalmente su reorientación astronómica, ¿no podrían ser estos cambios una
consecuencia, no sólo de la inclusión de un nuevo elemento arquitectónico como son las
canchas, sino de una reestructuración ideológica en la concepción del espacio sagrado?,
¿por ejemplo los sitios en las sienas de Pénjamo, Huanímaro y estribaciones de la siena
de Guanajuato, que sustituyeron el uso de patio cenado por canchas para juego de
pelota en esas fechas? (cfr. Castañeda et al., 1988:329-330).
La dispersión de la arquitectura del juego de pelota, del culto implicado y de los
objetos relacionados con su práctica, sugiere la expansión de un sistema ideológico
cuya sede fuera la red de Tierras Bajas Costeras y, por lo tanto, también refleja un
incremento en la importancia y prestigio de aquellas regiones (Pasztory, 1978:20;
Zeitlin, 1993). ¿Será una casualidad que aquel incremento de prestigio de las PCL se
traslapara en el tiempo con la paulatina disminución del prestigio teotihuacano?. Y
durante el Clásico Temprano, ¿tuvo alguna relación el hecho de que la sociedad
teotihuacana rechazara o ignorara la práctica del juego de pelota, con la reducción en la
importancia de las PCL en la misma época? ¿Serán la Cuenca de México y la red de
Tierras Bajas Costeras dos subsistemas en competencia a lo largo de la historia
mesoamericana?.
La ausencia de canchas para juego de pelota en Teotihuacan pudo ser una fmma
de negación o descalificación de la ideología desan-ollada previamente en la red de
Tienas Bajas Costeras, y esta negación se reproduce en la mayoría de los sitios que
emularon rasgos teotihuacanos. Que el sistema ideológico de las PCL constituía un
competidor en potencia para el sistema ideológico de Teotihuacan, se hace patente en el
190
hecho de que, una vez en decline el prest1g1o del segundo, el primero no encontró
mayor obstáculo para expandirse. No debe ser fortuito que los sitios cuyos fundadores
reprodujeron esquemas teotihuacanos, hayan sido abandonados o modificados hacia
mediados y finales de fase Xolalpan, para ser sustituidos por sitios que sí integraron
juegos de pelota. ¿Pudo aquél ser también uno de los motivos de que la propia sociedad
teotihuacana representara la práctica del juego de pelota en la pintura mural de Xolalpan
Tardío, quizás intentando subsanar su rechazo inicial?.
A pesar de que el flujo de esta ideología insinúa que las PCL incrementaron (o
retomaron) su prestigio, esto no debe considerarse como indicador de una unificación
política encabezada por las Tienas Bajas Costeras (Pasztory, 1978:20). El incremento
de prestigio de las PCL durante el Epiclásico, proporcional al decline del prestigio
teotihuacano, parece coincidir con aquella reestructuración general de un sistema
céntrico hacia uno multicéntrico, que ya he mencionado. Pero la importancia de esa red,
que durante el Epiclásico fue ptmto clave de engrane entre regiones distantes, tiene
antecedente desde tiempos tempranos, cuando fue el foco y cauce de dispersión de uno
de los desarrollos sociales más importantes de Mesoamérica: el olmeca.
Esto nos conduce a otro problema planteado por el modelo de sistemas
mundiales y que consiste en los antecedentes estructurales:
" [ ... ] sistemas sucesivos se reorganizan de un modo en algún sentido acumulativo, las líneas y conexiones establecidas en épocas anteriores tienden a persistir, aunque su significado y papel en el nuevo sistema pueden haberse alterado" (Abu-Lughod, 1989:368).
Dado el compmiamiento cíclico de los sistemas globales, sería de esperar que
los antecedentes estructurales de las redes epiclásicas se encuentren, no en el momento
inmediatan1ente anterior, donde el auge teotihuacano propició la reestructuración del
sistema mesoamericano hacia un carácter céntrico, sino en un periodo más antiguo, es
decir, el Preclásico, donde la estructura del sistema parece haber sido, al igual que la del
Epi clásico, multicéntrica.
¿Podría ser que las posibilidades de presidir el prestigio ideológico, entl·e la red
de Tienas Bajas Costeras y la Cuenca de México, deriven en realidad de la alternancia
entre un sistema multicéntrico y uno céntrico?. Las características geográficas propias
de las Tienas Bajas Costeras impedían el desarrollo de un sistema céntrico, a diferencia
de otros lugares que en la peculiar geografia mesoamericana sí posibilitaban la
centralización política, económica e ideológica, como sucedió con Teotihuacan en la
291
Cuenca de México, o Monte Albán en los valles centrales de Oaxaca~ ·¿Será que la
geografía de un subsistema que en determinado momento alcanza preeminencia '
constituye uno de los factores decisivos en la dirección que tomará la reestructuración
del sistema global?. ¿O será el proceso ya avanzado de reestructuración el que permita
que ciertos subsistemas de geografía particul~· alcancen preeminencia?.
El estudio de sistemas macron-egionales representa un enorme reto. El rastreo de
interacciones interregionales, afectaciones sistémicas y antecedentes estructurales '
requiere de un análisis exhaustivo de todos los componentes desde una perspectiva
horizontal, que es la que se ha pretendido en este trabajo, pero también desde una
perspectiva vertical, de la que estoy muy, pero muy lejos todavía.
Se han explorado poco las posibilidades de los modelos presentados aquí para
abordar la interacción y desan-ollo sociales en Mesoan1érica. En general para el Nuevo
Mundo, no sorprende en lo absoluto que quienes han dado continuidad tanto al
concepto de "Esfera de Interacción" como a los modelos de "Interacción entre Unidades
Equipolentes" y "Sistemas Mundiales", sean precisamente aquellos que trabajan en las
áreas enóneamente consideradas marginales (p.e. Kelley, 1974; Blanton y Feinman,
1984; Jiménez Betts, 1992, 2001; Jiménez Betts y Darling, 1992; Helms, 1979; 1986;
Zeitlin, 1993; Joyce, 1993; Medina, 2000). Entre los primordiales avances que dichos
conceptos Y modelos representan para la disciplina arqueológica, se encuentra la
posibilidad de abordar coincidencias materiales y simbólicas sin etiquetar a los diversos
grupos sociales en una macronegión como homogéneos (o como víctimas). La cultura
es lo suficientemente maleable como para permitirse la manipulación de ciertos
componentes sin afectar radicalmente otros, aspecto del que Mesoamérica es un claro
ejemplo. De no haber existido diferencias regionales y desarrollos locales, y de no
haberse dado un alto grado de integración entre ellos, reflejado a pru1ir de
denominadores comunes, la complejidad que caracteriza a este sistema social no
existiría. Como se ha visto, no es la suma de las partes, sino la interacción entre las
prutes, lo que da vida a un sistema macrorregional.
A diferencia de lo que implica el ténnino "balcru1ización", con el que se ha
estereotipado al Epiclásico, no fue éste un periodo de pennanente enfrentamiento y
obligado aislacionismo, sino de intensa interacción. La obtención de materiales de
origen tan disímil sólo puede entenderse como resultado de la participación activa en
redes· sociales a gran escala y de gran alcance, que permitieron, primero, acceder a los
objetos, Y segundo, conjuntru·los en un plano de significación altamente complejo y de
magnitud 'panmesoamericana',
.292
La dinámica de la época estimuló el desarrollo y complejización simultáneos de
vru·ias sociedades, pero éstas no fueron receptores pasivos de beneficios secundarios, ni
fueron periféricas o ajenas a la conformación y desempeño del sistema global. Si se
recuerda la esencia de un sistema mundial que, como ya se dijo, tiene que ver con
relaciones y afectaciones sistémicas, el papel que jugó cada una de las regiones
mesoan1ericanas dista mucho de haber sido "marginal".
Creo que nociones como ésa, que han empañado, condicionado y limitado
muchos estudios sobre Mesoan1érica, son el resultado de dos deficiencias en el ejercicio
de nuestra disciplina. Por un lado, lo excesivamente estrecha que suele ser la escala
geográfica y temporal de nuestro análisis, y por otro, la poca profundidad y detalle con
los que se analizan las evidencias ru·queológicas. Ante la imposibilidad de obtener mis
propios datos para realizar este trabajo, me vi forzada a exprimir los recuperados por
otros. Esto, después de todo, quizás haya sido tma ventaja, pues al retomru· algunos de
esos datos, que se habían ido acumulando y olvidando con el paso de los años, pude
danne cuenta de que la mru·ginalidad con la que frecuentemente se caracteriza a muchos
sitios y regiones es nuestra propia construcción.
¿Será indispensable la extracción de más y más contextos y materiales para
incrementru· nuestro conocimiento sobre Mesoamérica? Tal vez no. Como se desprende
de las citas de Caldwell y Abu Lughod que encabezan esta tesis, hace falta reexan1inru·
los ya existentes, diversificando nuestras inten-ogru1tes. Cual holograma, cada contexto
contiene infmmación sobre el compmtamiento del sistema total. ¿Cuántas veces
preguntamos a la evidencia ru·queológica qué más puede decimos sobre esa dinámica
global?.
Desde una perspectiva sistémica, la postura de varias regiones como periféricas,
secundarias, mmginales o ajenas al desanollo de Mesorunérica no es fácilmente
sostenible. La pertinencia de vislumbra¡· una expansión de sociedades 'centrales' sobre
espacios o sociedades ine1tes, o de percibir a algunos sitios mayores como 'reductos
mesoamericanos' inexplicables en espacios ya 'no mesoamericanos', también se
desvanece al encontrar continuidad temporal y geográfica de contactos y rasgos.
Aislados, los objetos mencionados en esta tesis apenas sugieren alguna conexión
entre dos terceras prutes del tenitorio mesoamericano. Únican1ente contextualizándolos
en el panorama general del Epiclásico denotan una intensa interacción, más allá de los
ámbitos del intercan1bio comercial o de la imposición político-militar como únicos
explicativos posibles de una distribución que abarcó grandes distancias.
293
No he querido insinuar, de ninguna manera, que los modos de interacción y
significados que creo implícitos en la distribución de, por ejemplo, las placas de jade,
fueron homogéneos. Tampoco que fueron los únicos que ligaron a las regiones
involucradas en este trabajo, y mucho menos que constituyeron el punto de partida de
conexwnes contemporáneas o posteriores. Mi intención ha sido, simplemente,
reflexionaT sobre la complejidad y profundidad temporal de la estructura social
incluyente que fuera Mesomérica desde su confmmación, y de la cual el fenómeno
expuesto es sólo un detalle.
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Sobre el complejo mesoamericano agua-fertilidad
Un aspecto de la sucesión de símbolos e integración de conceptos se percibe en
las deidades relativas al agua y la fet1ilidad en diferentes épocas y lugares, como lo
reseña Robert Rands:
" [ ... ] los aborígenes mesoamericanos sostuvieron más o menos en común series de conceptos relativos a la producción de la lluvia. La delineación específica de estos conceptos tuvo alguna variación en el tiempo y el espacio. Además, frecuentemente parece que dentro de un mismo marco cultural formas alternativas de expresar estos conceptos fueron no sólo posibles, sino alentadas. Como resultado de estos factores -divergencias a través del tiempo y el espacio, y divergencias por manipulación artística consciente- apareció un número de formas modales de representación que pueden considerarse virtualmente sinónimas" (1955:334).
Diversas regiones en Mesoamérica expresaron a partir de símbolos compartidos
(o a partir de la fusión de ideas y creación de nuevos símbolos) un mensaje común:
"Una idea sustentadora y permanente que, en su necesidad de manifestarse, habrá de
crear·, aún cuando mediante distintos rasgos formales y estilísticos, provocados por
diferencias en épocas y lugar·es, un objeto plástico poderoso a expresarla. Un objeto
cargado con las energías espirituales de esa idea [ ... ] ", dice Rubén Bonifaz ( 1989:11 ).
Como introducción a su estudio Dioses y Signos Teotihuacanos, Alfonso Caso
adviette que " [ ... ] cada una de las grandes deidades está asociada a una multitud de
conceptos expresados simbólicamente por prendas de su atavío o por objetos y animales
que las acompañan" (Caso, 1966:249). Al ser una conjunción de rasgos, los atributos de
una deidad resumen cualidades. Como se vio al hablar· de las urnas zapotecas, Joyce
Mar·cus sugiere que dichos atributos definen la fi.!erza o fuerzas supernaturales que
representa un dios (1983b:146) y es precisamente por esto que se pueden encontrar
equivalentes regionales. Es comprensible entonces que se consideren análogas las
deidades relativas al agua y la fertilidad de un confín al otro de Mesoamérica (cfr.
Armillas, 1947:168; Caso y Berna!, 1952:17; Coggins, 1980:59; Wren, 1984:15, entre
otros). Adicionalmente, durante el Epiclásico y Postclásico Temprano, los rasgos que se
expresaban como distintivos locales de aquellos dioses parecen combinarse y
espar·cirse, complicando aún más la distinción.
En Oaxaca, Alfonso Caso e Ignacio Berna! aseguran que la deidad más
constantemente representada es Cocijo, desde la época I hasta la época IV (19?2: 17).
Para describir sus rasgos característicos se basan en "su representación mas frecuente" , que es durante la época IIIb: una máscara que cubre prácticamente todo el rostro y se
compone de anteojeras (diferentes a las del Centro de México), lengua bífida, dos
colmillos Y dos incisivos. Como parte del tocapo de Cocijo son comunes chalchihuites,
plumas, Y mazorcas de maíz. Son muchos los elementos que vinculan las supuestas
representaciones de dos deidades distintas: el dios de la lluvia y el dios del maíz, o Pitao
Cozobi (ibid.:l7,l9-20). Acerca de estas similitudes Caso y Berna! proponen"[ ... ] el
dios de la lluvia, es el protector de los dioses del maíz" (ibid.:l8) y "Siendo tan
importante el dios de la Lluvia, es natural que su representación en las urnas sea
sumamente variada y que debamos considerar, asociados al Cocijo, otras
representaciones que quizá no son sino aspectos del mismo dios, como los tlaloques ¡0
eran para los aztecas o los Chacs para los mayas" (ibid.:40).
Pero las similitudes entre deidades no terminan ahí, pues algunas urnas más
~parecen representaciones de Tláloc que de Cocijo, y aunque los autores distinguen esta
peculiaridad, en su trabajo ilustran algunas de ellas como con·espondientes al segundo
(ibid.:25, figs. 19, 38). La integración de rasgos de la deidad de la lluvia del Centro de
México y el Cocijo zapoteca fueron resaltados por Kowalewski y Truell, quienes opinan
que "Ya en los últimos días de Monte Albán la cara del dios del rayo y las aguas,
Cocijo, se reemplaza en algunos ejemplos rarísimos con el del Dzahui mixteca, tan
semejante al Tláloc del México central (1970, apud Paddock, 1972b:258).
Es curioso que en Tula algunas representaciones integran los rasgos más
representativos de Tláloc pero la fauce superior de los personajes se extiende hacia
atTiba Y enrolla, como conesponde a Chac y en ocasiones a Cocijo. En dos de las
lápidas el individuo lleva en la mano una serpiente (.Timénez García, 1998:figs. 76 y 79)
Y en la tercera un recipiente con moño en el cuello, apareciendo también una serpiente
en la pmie inferior de la escena (ibid., fig. 78) (véase también Mastache y Cobean,
2000:124). Lo mismo ocune en el Área Maya, donde Andrea Stone propone a una
figura en el Monumento 18 de Chinkultic como una versión de Tláloc y agrega:
"Vm·iaciones en la representación de este personaje, mostrando una gama desde un
aspecto ofidiano hasta retratos inequívocos de Tláloc, pueden observm·se en un grupo de
vasijas policromas ilustradas por Robicsek y Hales (1981:215-217). En esta
transfmmación el hocico ofidiano se convierte en una proyección curvada [ ... ] . Esta
forma de criatura [ ... ] aparece con frecuencia en el arte del Clásico Tardío [ ... ]" (Stone, 1989:165, nota 15).
335
Rasgos serpentinos han sido destacados en la máscara de las deidades hermanas
Cocijo y Cozobi (o personajes relacionados con ellas) que ya se han descrito (Caso y
Berna!, 1952:101), y a su vez constituyen un elemento de relación entre ellas y una
tercera 'deidad' zapoteca bautizada por Caso y Berna! corno "dios con máscara bucal de
serpiente" (ibid.: 145-146). Sobre esta última nos dicen: "Las mandíbulas abiertas dejan
ver los dientes y colmillos de la serpiente y, de la mandíbula inferior, cuelga una larga
lengua bífida [ ... ] " (idem ); algunas veces el hocico de la serpiente se prolonga " [ ... ]
dándole un aspecto de trompa de elefm1te, muy sernej ante al que tiene el dios de la
'nariz ornan1entada' entre los mayas." (ibid.:107, 154; una comparación similar la hace
Spinden, 1975 [1913]:226).' Una de las piezas en su estudio muestra en el tocado un
glifo que los autores interpretan como una vasija con agua, lo que " [ ... ] parece
conectar al dios que estarnos estudiando, con Cocijo el dios del agua, corno está
conectado con Chac, el dios de la nm·iz ornamentada" (Caso y Bernal,1952:154, 161-
162). Los elementos acuáticos que aparecen en el tocado de otra pieza (conchas y
chalchihuites) dirigen la atención de los autores hacia Teotihuacan, donde recuerdan
que la serpiente emplumada está asociada con estos signos.'
En la iconografía maya la deidad más prominente del complejo agua-fe1iilidad es
el Dios Nariz Larga; su imagen se asocia con conchas, peces, corrientes de agua y
plantas (Spinden, id e m). De acuerdo con Spinden, los Dioses B y K son formas de éste,
quizás el segundo un desdoblamiento del primero. En el rostro de todos ellos se ha
reconocido una derivación de rasgos serpentinos, siendo la imagen del Dios B la que
recibe un trato más humanizado (Spinden, idem; de la Gm·za, idem). Nuevamente se
observa una dualidad factiblemente derivada de la bivalencia ideológica de este
complejo, donde el Dios B se relaciona con lluvia, cuerpos de agua y vegetales
(Spinden, idem; de la Gmza, ibid.:238), mientras que el Dios K aparece algunas veces
conectado con el sacrificio, "cuyo objetivo apm·ente es obtener buenas cosechas" o
quizás mostrando una conexión con la guerra (Spinden, idem). De esta última deidad
Mercedes de la Gmza señala una clara relación con los gobernantes y sus ritos de auto
sangrado, por su imagen en cetros y mangos de cuchillos de autosacrificio (1999:243,
1 Sobre este rasgo dice Joaquín García: "Tanto en los mascarones Puuc como en los dioses de la lluvia de los códices mayas aparecen narices muy desarrolladas, que no parecen derivarse de un prototipo olmeca [ ... ] este tipo de nariz puede ser una innovación maya, o derivarse de los dioses cocodrilo o murciélago de Centro América. La presencia de narices similares en algunos Tlálocs de los códices no mayas indica la existencia de contactos entre el Yucatán del Postclásico y el Centro de México [ ... ]" (1972: 156).
2 Caso y Bemal se refieren a las expresiones serpentinas como 'Quetzalcoatl', cuando en realidad fonnan parte, como ellos mismos lo demuestran, del complejo religioso de la fertilidad y las aguas. .
336
j 1
ver también Schele y Miller, 1986:49); por su parte, Jeff Kow~lski consideí'a al Dios K,
además de asociado con las tom1entas y la fertilidad agrícola, un "importante patrono
real"(ibid.:406). 3
Sería difícil establecer si en esta estructura de estrecha comunicación que fuera
Mesoamérica, las representaciones de diversas deidades acuáticas se desprendieron de
una imagen común, como aseguran Covarrubias (1946), Jiménez Moreno (1972) y
García Bárcenas (1972), o si la fusión de rasgos y atributos ocunió tiempo después y
como consecuencia de estrechos contactos." Me he referido a 'dioses del agua y la
fertilidad' en distintas épocas y lugares, pero sostener que su culto, en cualquier lugar
donde se exprese, fue homogéneo o tuvo como inspiración a un mismo dios, sería un
error. Es de esperar que dicho culto, a pesar de construirse sobre una base de rasgos
compartidos, se presente heterogéneo y adopte matices propios de cada tiempo y región.
Bonifaz Nuño hace una acertada observación: " [ ... ] no se averigua si, en la diversidad
_de climas y maneras de la naturaleza donde fueron venerados, la fertilidad, la
vegetación, la lluvia, tenían para los hombres significación análoga, que los llevara a
otorgarles análoga importancia" (1986: 17).
Atendiendo la recomendación de Joyce Marcus sobre resistir " [ ... ] la tentación
de igualar al Cocijo Zapoteca con el Tlá!oc Nahua" (1983b:147), debo recalcar que de
ningún modo contemplo a todos los dioses del agua como iguales. Estoy convencida,
sin embargo, de que comp8.!ien ciertos atributos, precisamente aquellos que los vinculan
(no exclusiv8.!nente pero sí de manera constante) con las fuerzas sobrenaturales del
agua; y coincido con Henry Nicholson en que " [ ... ] Tláloc es sólo el miembro mejor
conocido de una extensa familia de deidades mesoan1ericanas de la fertilidad de la
lluvia, íntiman1ente interrelacionadas" (Nicholson, 1983:171, apud Bonifaz, 1986:13).
La serpiente emplumada pudo, en algún momento, ser otro.
3 Freidel, Schele y Parker se refieren al Dios K eomo lo eneamaeión de la sustancia divina K'awil, y a su relación con la serpiente (que en los cetros maniquíes sustituye a una de sus piernas) como significante de que la "serpiente-visión" es la vía de manifestación de dicha sustancia (1993:195).
4 En realidad, es posible que ocurriesen ambos fenómenos, pues así como ilustran los autores en sus cuadros evolutivos, las similitudes entre las representaciones tempranas en diversos lugares son de considerar, sosteniéndose un parentesco que jamás se disuelve, pues a pesar de un aparente grado de individualidad durante el Clásico, hacia el Clásico Tardío se observa nuevamente la integración en representaciones locales de los rasgos foráneos más representativos. Como ejemplo de estos rasgos integrados, y por considerar sólo los más eyidentes, se pueden mencionar las esculturas toltecas que dibujan a un personaje con anteojeras, bigotes y colmillos (rasgos de Tláloc) con la nariz alargada y rizada hacia arriba (rasgos de Chac y Cocijo) o los frescos en la Tumba 104 de Monte Albán, que retrata a un individuo con tocado de serpiente emplumada y hocico nuevamente alargado hacia arriba, de un modo que será característico de etapas posteriores, de acuerdo con Berna! (1949:64-65, fig. 16).
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