Tesis Interaccion Interregional. Laura Solar Valverde 2002_OCR

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ESCUELA NACIONAL DE ANTROPOLOGÍA E HISTORIA I.N.A.H. S.E.P. MÉXICO, D.F. 2002

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ESCUELA NACIONAL DE ANTROPOLOGÍA E HISTORIA

I.N.A.H. S.E.P.

MÉXICO, D.F. 2002

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ESCUELA NACIONAL DE ANTROPOLOGÍA E HISTORIA

I.N.A.H. S.E.P.

INTERACCIÓN .. INTERREGIÓNAt;EI\(ME$0AMÉRICA

UNA APROXIMACióN ALA DINÁMICA dÉLEPICLÁSICO

E :> ·:.-<:;_

QUE. PARA Q~T:ENER' E~ ~ITLJ.~O ~E· LIC~NCIADA ,EN ."':ARQIJEO!i,OGIA P . R E ' E. N · T " A : LAURA · .. SOLA~> VAL\lERDE.

DIRECTOR DE TESIS: ARQLGO. PET~R FRANii'S JIMÉNEZ BETTS

MÉXICO, D.F. 2002

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A mis padres

y hermanos

Sin la motivación, orientación y apoyo de Pe ter Jiménez

esta tesis no existiría

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"The significance of prehisloric remains is not always self evident. The question

about any archaeological siluation may be -what is it evidence Jor? And what one

may finally decide is determined by a rather shor/ reperfOI)I of conceptions of the

difieren/ kinds of things which could have happened in PrehistOIJI."

Joseph Caldwell, 1964

"There is perhaps a third way in ;vhich !awwledge changes, namely, by changing the

dislance fi'om which 'facts" are observed and thereby changing the sea/e of what

falls tvithin !he purvie·w. Only rarely have historians risked looking globally."

Janet L. Abu-Lughod, 1989

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Índice

Índice de ilustraciones

Agradecimientos

Prefacio

Introducción

VI

V111

X

1

Acerca de algunos conceptos . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 5

l. Indicadores arqueológicos de interacción interregional . . . . . . . 15

I.l. Las figuras de jade

Un marcador del Epi clásico

I.2. Algunos contextos

Área Maya

Oaxaca

Xochicalco

18

20

21

31

33

Cerro de las Mesas . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 3 5

Hidalgo y Querétaro . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 37

Huasteca

I.3. Similitudes y diferencias entre Jos contextos

Indumentaria y parafernalia ritual ..................... .

11. Serpientes y dioses del agua ... las placas de jade " . t" d " como expresiOnes ac 1vas e rango ..................... .

II.l.¿quetzalcóatl o Quetzalcóatl?

La "capital" de Quetzalcóatl

49 54

56

66

67

80

II.2. La serpiente emplumada como figura central . . . . . . . . . . . . . 83

II.3. Culto regional, Estilo Internacional y "expresiones

activas de rango" 98

111. El Epiclásico: ¿integración social o enfrentamiento?. . . . . . . . 109

IV. La concurrencia de vínculos inmediatos en la construcción de redes regionales y macrorregionales ..................... .

IV.1. Algunas redes distributivas en Mesoamérica

IV.2. El sector norte de la Mesa Central

La Red Septentrional del Altiplano

Desarrollo regional Xaj ay

iv

129

134

147

158

160

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Esfera del B:cDío ..................... .

Esfera Septentrional ..................... . Esfera Coyotlatelco ..................... .

De regreso a la Red Septentrional del Altiplano ........ .

V. Procesos que subyacen a la intet·acción ................... .

V.l.Distribución e Innovación. El tránsito de rasgos y objetos

en un sistema macronegional ..................... . ¿Cómo viajan rasgos y objetos? ..................... .

V.2. El sistema macronegional del Epiclásico ............... .

V.3. Redes de interacción intenegional entre elites .......... . Interacción entre unidades equipolentes ............... . El 'eclecticismo' epiclásico: una expresión del cruce de redes interregionales de información y prestigio ........ .

Comentarios finales ............................ Referencias Bibliográficas ............................

Apéndice. Sobre el complejo mesoamericano agua-fertilidad ....

Abreviaturas

179

186

193 223

228

228

229 239

252 268

275

287

295

334

ibid. id e m et al. apud cfr.

obra del autor citada inmediatamente antes, diferente página obra del autor citada inmediatamente antes, misma página y otros citado por confróntese

com. pers. comunicación personal p.e. por ejemplo ca. s/p

cerca de sin numeración de páginas

V

Índice de ilustraciones

Capítulo 1 Fig. l. Placas de jade recuperadas en la Pirámide de las Serpientes

Emplumadas. Ofrenda 1 (a, b) y Entierro 1 (e) ............... .

Fig. 2. Placa de jade procedente del Templo XVIII de Palenque ....... .

Fig. 3. Placas de jade de la Colección Woods Bliss ........ . Fig. 4. Placas de jade recuperadas en la Estructura C, Xochicalco ...... .

Fig. 5. Figuras y placas de jade procedentes de Oaxaca ............. .

Fig. 6. Placas de jade extraídas del Cenote Sagrado, Chichén Itzá ...... .

Fig. 7. Placas de jade extraídas del Cenote Sagrado, Chichén Itzá ...... .

Fig. 8. Placas de jade extraídas del Cenote Sagrado, Chichén Itzá ...... .

Fig. 9. Placa de jade procedente de El Caracol, Belice ............. .

Fig. 1 O. Placa procedente de Nebaj, Guatemala. Clásico Tardío ........ .

Fig. 11. Placa estilo "Nebaj" del Clásico Tardío, recuperada en

las cercanías de Teotihuacan ...................... .

Fig. 12. Placa de jade procedente de Oaxaca, actualmente en el

Museo de Volkerkunde, Viena ...................... .

Fig. 13. Pendiente de jade recuperado en Sabina Grande ............. .

Fig. 14. Placa de jade recuperada en San Juan del Río.

Fig. 15. Sartal de concha recuperado en Sabina Grande Fig. 16. Placas de jade halladas en el Edificio 3 de Tula

Fig. 17. Placas de Tula, Monte Albán y Palenque

15

16

16

16

17 22

24

28

30

30

32

39

40

41

43

44 Fig. 18. Placa de concha procedente de Tula . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 45

Mapa l. Distribución de los jades figurativos en Mesoamérica . . . . . . . . . 51

Tabla l. Referencias sobre las placas de jade . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 52

Fig. 19. Urnas dispuestas en la Tumba 104 de Monte Albán . . . . . . . . . . . 59

Capítulo II Fig. 20. Fachada del Templo de Quetzalcóatl, Teotihuacan

Fig. 21. Fachada de la Pirámide de las Serpientes

Emplumadas, Xochicalco ........................... .

Fig. 22. Pieza guatemalteca del Clásico Tardío ..................... .

Fig. 23. Estelas 1, 2 y 3 de Xochicalco ........................... .

84

86

87

93 Fig. 24. Vasija teotihuacana de cerámica roja . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 95

Fig. 25. Estela 6 de Copán . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 95

vi

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Capítulo III Fig. 26. Frescos de Tlacuilapaxco, Teotihuacan . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 111

Capítulo IV Fig. 27. La Periferia de Tierras Bajas Costeras (PCLj Fig. 28. Tiestos de posible origen huasteco Fig. 29. Pipa de bmTo hallada en Chichén Itzá Fig. 30. Pipas de bmTo del poniente hidalguense Mapa 2 Principales sitios m·queológicos Fig. 31. Cerámica Xajay Rojo Esgrafiado

. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .

. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .

......................

. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . ......................

135 137 141 142 148 160

Fig. 32. Cerámica Xajay Bicromo Esgrafiado ...................... 166 Fig. 33. Jarra rojo sobre bayo y negativo ...................... 168 Mapa 3. Extensión aproximada de la Esfera Xajay . . . . . . . . . . . . . . . . 170 Fig. 34. Fragmentos de pipa recuperados en Chapantongo . . . . . . . . . . . . . . . 172 Fig. 35. Pipas de Chichén Itzá, Tula, Cuitzeo y Tequisquiapan ........... 176 Mapa 4. Distribución de pipas de sopmie-p1atafonna . . . . . . . . . . . . . . . . 177 Fig. 36. Cerámica tipo Cantinas Red-Orange A ...................... 181 Fig. 3 7. Cerámica tipo Garita Block Brown B . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 181 Fig. 38. Cerámicas Xajay Rojo Esgrafiado y Rojo sobre Bayo............ 183 Fig. 39. Cerámica tipo San Bmiolo Rojo sobre Bayo . . . . . . . . . . . . . . . . 184 Mapa 5. Extensión aproximada de la Esfera del Bajío . . . . . . . . . . . . . . . . 185

Mapa 6. Extensión aproximada de las esferas Septentrional y Altos/.Tuchipila . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 188

Mapa 7. Extensión aproximada de la Esfera Valle de San Luis . . . . . . . . . . . 189 Mapa 8. Extensión aproximada de la Esfera Coyotlatelco. . . . . . . . . . . . . . . . 208 Fig. 40. Cerámica Rojo sobre Bayo El Mogote y Coyotlatelco ........... 210 Fig. 41. Cerámica tipo Muralla . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 211 Fig. 42. Tiestos procedentes de sitios Xajay, cerámica Coyotlatelco y

Rojo sobre Bayo El Mogote ................................ 212 Mapa 9. Esferas que pmiicipan en la Red Septentrional del Altiplano ...... 213

Fig. 43. Cerámica teotihuacana de fases Tlm11imilolpa y Xolalpan; cerámica del Complejo Prado de Tula ...................... 219

Fig. 44. Tiestos Atlán Esgrafiado y Mal paso Esgrafiado ................ 222

vii

Agradecimientos

El impulso inicial para este trabajo fue el compromiso adquirido con la Foundation Jor the Advancement of Mesoamerican Studies (F AMSI) de Crystal River, Florida, que financió una parte de la investigación. Quiero expresar a sus miembros un especial agradecimiento. También a Helena Barba, Fernando Sánchez, José Luis Alvarado y Peter Jiménez, entre muchas otras cosas, por su apoyo en el proceso de obtención de esa beca.

La presencia y participación de diversas personas fue indispensable para completar esta tesis. Antes que nada, debo un sincero y agradecido reconocimiento a mis padres Francisco Solar y Lucy Val verde, y a mis hermanos Lucy y Enrique, por su paciencia, apoyo incondicional, cari!'io, confianza y motivación.

Peter Jiménez Betts logró contagiarme su pasión por la investigación arqueológica, motivando en mí un hábito de reflexión y análisis, además de una disciplina y entrega que no conocía. Este trabajo' es resultado de la continua retroalimentación que representaron las interminables pláticas e intensas discusiones que sostuve con él, su bombardeo de bibliografia, su inquebrantable exigencia y su orientación sobre las diversas facetas del paradigma de la interacción.

Es importante destacar el gran estímulo que representó para mí, como representaría para cualquier estudiante recientemente egresado, la aceptación, apoyo y afectuoso trato de una persona con el prestigio mundial de Linda Manzanilla Naim. A pesar de su carga de trabajo como entonces Directora del Instituto de Investigaciones Antropológicas, Linda siempre estuvo dispuesta a recibirme, invirtiendo tiempo en la revisión puntual de mi trabajo y haciendo aportaciones y sugerencias invaluables.

Fernando López Aguilar, director del Proyecto Valle del Mezquital, es el principal culpable de mi inclinación hacia la historia del Centro Norte de México. Además de haberme introducido a una región que ha sido tan especial para mí, debo agradecer la confianza y carifio que durante afios me tuvo. Pe1mitirme ordenar la ceramoteca del Proyecto Mezquital y consultar los informes técnicos del proyecto constituyó mi primer contacto con los materiales cerámicos de la región, dando inicio el análisis comparativo a escala interregional de esta investigación.

Judith Zeitlin recibió una copia del primer borrador de la tesis de alguien que no conocía. Además de leerla en detalle y hacer alicientes observaciones, con sensibilidad y tacto me previno de cometer un impmiante error, al se!'ialar mi inicial sobresimplificación de la función y simbolismo de las placas de jade. Sus comentarios e interrogativas lograron renovar mi motivación, en un momento en el que el rastreo de información había comenzado a agobiarme.

Patricia Fournier, quien siguió desinteresadamente de cerca mi investigación, mostró gran generosidad al compartir conmigo datos y reflexiones inéditos sobre

viii

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algunas de las regiones y problemáticas abordadas en este trabajo. Su experiencia y conocimiento adquiridos a lo largo de su larga trayectoria en el Valle del Mezquital,

afianzaron mi propio trabajo. Un encuenlTo fortuito con Carlos Castañeda representó la oportunidad de

conocer el acervo de la ceramoteca del Bajío en Salamanca. Con amabilidad y entusiasmo Carlos compartió sus materiales, su experiencia y reflexiones sobre la arqueología de aquella región, lo que significó una contribución importante a esta tesis. De forma semejante, Socorro de la Vega mostró una amistosa disposición para orientarme en la revisión de la cerámica del Proyecto Valle del Mezquital, pero además me incitó a consultar las colecciones de la Ceramoteca de la ENAH, actualmente a su

cargo. Fundamental en la elaboración de este documento fue la paciencia incondicional

de Pepe Ramírez, Zenaido Cruz y Alejandro Vega, ante mi demanda desordenada de informes y textos. La simpatía, disposición y buen humor de todos ellos, mantuvo cálida y agradable la tediosa tarea de consulta de acervos en el Archivo Técnico de Arqueología del INAH y la biblioteca del Instituto de Investigaciones Antropológicas

delaUNAM. Marcus Winter, Ana María Crespo, Juan Carlos Saint-Charles, Humberto

Medina, Otto Schiindube, Victoria Bojórquez, Leonardo Santoyo, Luis Alberto Martas, Alejandro Pastrana y Miguel Pérez, dedicaron tiempo a revisar o escuchar versiones preliminares o segmentos, e hicieron comentarios y preguntas que fueron una valiosa

aportación. Durante mi corta estancia laborando en la DEA, Ma. Rosa Avilez, Margarita

Gaxiola y Laura Castañeda compartieron conmigo sus respectivas inquietudes y datos. El interés que siempre mostraron hacia mi trabajo fue motivo de animadas discusiones sobre la dinámica del Epi clásico, de mucha importancia para mí.

A lo largo de los años que fuimos compai'íeros, Manuel Polgar y yo compartimos nuestra experiencia en el Proyecto Valle del Mezquital. Por ello, algunas de las reflexiones sobre la región que aparecen aquí también son suyas.

En forma muy especial, debo agradecer a Mónica Gallegos, Adriana Vázquez, Victoria Bojórquez y Mónica Speckman, por su cariño, apoyo, respeto, paciencia y

compai'íía. Gracias también a Alejandro Martínez, Luis Alberto López Wario, Cipactli

Bader y Georgina Tenango, por haber comprendido la importancia que para mí tiene este trabajo, proporcionándome el espacio y tiempo necesarios para concluirlo.

Sólo espero que el resultado final no decepcione a ninguno de ellos ...

ix

Prefacio

Hace ya varios ai'íos, siendo estudiante de la ENAH, presencié el renacimiento

de una antigua discusión: se cuestionaba la validez del concepto "Mesoamérica".

En aquella época no fue difícil disgustarme con la idea de Mesoamérica, pues

era obvio que varios investigadores usaban la palabra asumiendo como homogéneos (o

peor, como 'víctimas') a regiones y grupos humanos que no lo eran, a lo largo de un

vasto espacio geográfico y temporal.

Participando en el Proyecto Valle del Mezquital, bajo la dirección de Fernando

López, tuve la opmiunidad de conocer superficialmente una región de aquellas a las que

parecía excluir la noción de Mesoamérica, donde las escasas pirán1ides rara vez rebasan

los cinco metros de altura y donde el paisaje es hermoso pero ingrato para quienes lo

habitan. Entre cardones y mezquites se registraban 'sitios' y se recolectaban materiales,

y siempre estaba implícita la duda de si la región habría sido igual de pobre y marginal

en tiempos prehispánicos. El Mezquital, un lugar del que fue muy fácil enan1orarse y

donde viví muchos de los mejores momentos de mi carrera, era uno de los rincones

alejados del interés de la Arqueología Nacional.

Algtma vez, con motivo de la práctica de campo de una materia optativa sobre el

Norte de México, viajé con mi grupo al centro-sur de Zacatecas y a Durango.

Canünando por algún sitio cuyo nombre no recuerdo, me sorprendió la similitud de la

cerán1ica visible en superficie con aquella que yo estaba acostumbrada a recolectar,

lavar y marcar, en el Proyecto Mezquital. Contra todas las reglas y advertencias de la

maestra responsable, recogí un tepalcate que todavía conservo, pero jan1ás me atreví a

comentarle a alguien la semejanza que yo encontraba entre ese tiesto y los de una región

400 kilómetros al sureste.

Afias después, ya terminada la escuela y en vísperas de mudarme a trabajar a

Becán por unos meses, mi papá (que siempre ha sido ecléctico pero atinado en sus

obsequios) me regaló algunos libros sobre los mayas. Esos libros pesaban bastante

como para viajar conmigo hasta el sur de Campeche, pero además significaban poco

para mí, siendo aquella incursión a la "arqueología monumental" mi primer contacto

con el mundo maya. Esperaron entonces, a que yo regresara.

Pocos meses antes se había excavado por primera vez en Sabina Grande, uno de

mis sitios favoritos en el área de Huichapan, al sur del Mezquital. Fernando me llevó

con él a visitar las excavaciones cuando, contra toda expectativa, apareció un neo

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contexto que integraba adornos de concha y jade, cuchillos, navajas y puntas de

obsidiana y sílex, una vasija de tecali, fragmentos posiblemente de turquesa ... nada que

se hubiera esperado en un sitio como aquél, dentro de una región "pobre y marginal"

como aquélla. Entre todas esas piezas me llamó la atención especialmente una: un

pendiente de jade con la imagen labrada de tm personaje.

La casualidad decidió que yo naciera en Morelos, y que, como suele ocurrir con

quienes llegan a la ENAH desde diversos puntos de la República, sintiera cierta

inclinación hacia la arqueología de mi Estado. Recordé haber visto una pieza similar a

la encontrada en Sabina entre las publicaciones sobre Xochicalco que yo coleccionaba.

Efectivamente, era César Sáenz quien mostraba varias placas de jade comparables con

la rescatada en Sabina, pero además las correlacionaba con algunas de manufactura

zapoteca y con otra más recuperada por él mismo durante sus exploraciones en

Palenque. Decidí que era el momento de prestar atención a aquellos libros sobre los

mayas que habían estado descansando en mi casa.

Aunque no pensaba en absoluto proftmdizar en la búsqueda de estos jades

figurativos (pues ya había comenzado a hacer mi tesis sobre 'otras cosas'), "el mal",

como dicen, "ya estaba hecho", pues nunca pude volver a pensar en los sitios del

Mezquital sin sospechar que su dinámica debía insertarse en una dinámica muchísimo

mayor. Fue así como también empecé a reflexionar en la magnitud de Mesoan1érica.

Pero no una Mesoamérica de sitios monumentales y tesoros, sino un espacio social

macrorregional donde la historia de sitios pequeños tenía que encontrar lugar, y tenía

que ser de algún modo relevante.

A partir de entonces el azar asumió su papel protagónico. Las placas de jade

comenzaron a aparecer por todos lados, cuando visitaba w1 museo o abría un libro, cada

vez que hojeaba lo que había pedido mi vecino de mesa en la biblioteca, y al revisar

alguna de las fotocopias que sin relación aparente había ido acumulando durante la

carrera. Estaban ahí, en toda Mesoamérica, desde Honduras hasta Tamaulipas, desde la

Costa de Guerrero hasta Veracruz. Empezó a tener sentido lo que Humberto Medina me

había dicho alguna vez: "Uno cree, errónean1ente, que puede escoger el tema de su

tesis. No es cierto. Los temas lo escogen a uno".

I-Ia pasado un poco más de año y medio desde que me vi envuelta en un proceso

que pretendía satisfacer mi curiosidad, pero que sólo ha generado más preguntas. Ha

pasado un poco más de año y medio desde que empecé a perder el miedo a encontrar

semejanzas entre regiones separadas por 400 kilómetros.

\i

Como todo aprendizaje, éste ha sido intenso y satisfactorio, pero también fue

diilcil y muchas veces frustrante, cuando tuve que toparme con mis propios límites y

con los de la Arqueología.

Desde que inicié este trabajo me ha intrigado el papel que pudieron jugar las

regiones consideradas "marginales" en un desarrollo macrorregional. He aprendido que

sitios tan pequeños como Sabina. Grande pueden ofi·ecer respuestas importantes. He

intentado contextualizarlos en el 'mapa' general de Mesoamérica.

N o sé si el lector encuentre en esta tesis algo de provecho para su vida

académica, pero lo que indudablemente va a encontrar es el reflejo constante de esa

enorme inquietud.

[email protected]

XIJ

Ciudad de México Invierno del 2002

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Introducción

Éste es un estudio sobre interacción. Detrás de los objetos, contextos o rasgos

que se exponen aquí, y al reflexionar sobre procesos de los que podrían ser evidencia,

está implícito que la dinámica de los distintos grupos humanos que habitaron

Mesoamérica durante el Epiclásico no puede abordarse de manera individual o aislada.

Dicha asunción, que debe incomodar a algunos, es la base sobre la que desplanta este

trabajo. También es lo que me obligó a oscilar constantemente entre tres escalas

distintas pero complementarias de análisis: regional, interregional y macrorregional. Tal

acercamiento variante a la relación y mutua afectación entre sociedades, más que

metodología fl.1e la dirección natural que tomaron las cosas.

La posibilidad de correlacionar un contexto excavado en w1 pequeño sitio del

poniente hidalguense, con hallazgos similares en Mm·elos, Oaxaca y el Área Maya,

sugiere en p1incipio que existió cierta vinculación entre regiones extremas del territorio

mesoamericano. Pero para poder aproximarme a cualquier problemática sobre esta

presunta relación macrorregional, y dado el extenso vacío de información que separa a

la primera de aquellas regiones del resto, fue necesario precisar su dinámica en el

contexto social circundante. Esto motivó tma revisión (que no deja de ser preliminar) de

la historia prehispánica del sector septentrional del Altiplano Central mexicano, durante

los siglos comprendidos entre mediados del Clásico y principios del Postclásico. Lo

anterior incluyó el análisis de los indicadores arqueológicos que se han reportado para

la época al interior de esa franja geográfica, pero principalmente el cuestionamiento

sobre el papel que pudieron jugar sus pobladores como tm sistema social integrado,

dentro de un sistema mayor. De aquí surgieron distintas interrogantes sobre la relación

que pudo existir entre la extensa red de interacción del Epiclásico y un área que durante

mucho tiempo ha sido considerada marginal, pero también sobre las características de la

red misma, sus causas, consecuencias e implicaciones en la historia general de

Mesoamérica. Éstos son algunos de los aspectos que se abordarán a lo largo de la tesis,

siguiendo el orden que se resume a continuación:

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Se ha a estereotipado al Epiclásico como tm momento de fragmentación social e

ideológica, inestabilidad política, circunscripción regional y ambiente hostil, pero la

evidencia arqueológica parece sustentar precisamente lo contrario. La dispersión de

elementos comunes en sitios distantes, la adopción y adaptación de objetos y rasgos de

distintos orígenes, la integración de discursos contextuales análogos y la expresión de

estilos e iconografia relacionados, sugieren la existencia de una red macronegional que

vinculó a múltiples grupos humanos, por la que transitaron bienes materiales pero

también conceptos ideológicos. Uno de aquellos rasgos generalizados fue cierto tipo de

ornamentos de piedra verde, que exhiben imágenes antropomorfas con atributos

estandarizados. Sobre su descripción, distribución, contextualización Y temporalidad, se

profundiza en el primer capítulo. La aparición de estos "jades figurativos" en contextos del Epiclásico no es

infrecuente; su rastreo llevó hasta sitios muy lejanos que suelen considerarse

culturalmente ajenos. Durante las primeras seis décadas del siglo pasado se había

documentado la existencia de estas piezas en lugares como Tula, Xochicalco, Monte

Albán, J a in a, Chichén Itzá, Palenque y diversos sitios en Centroamérica. También en

las cercanías de Teotihuacan, el sur de Tamaulipas, el norte, centro y sur de Veracruz,

Michoacán y Guenero.' A partir de la década de los setenta del siglo veinte y hasta

ahora, se han localizado en otros lugares de Oaxaca, Chiapas, Hidalgo, Estado de

México y Yucatán, apareciendo por primera vez en Querétaro y Tlaxcala, además de

seguir abundando entre las colecciones de los sitios de las tierras mayas del sur, en

México, Guatemala, Belice, Honduras y República del Salvador.

La amplia y relativan1ente simultánea distribución y aceptación de estos objetos

entre sociedades cuyo desanollo se ha asumido inconexo, debe sumarse a las

coincidencias de la integración contextua! que se hizo con ellos. A partir de un enfoque

semiótico de los patrones y particularidades entre los contextos, al finalizar el primer

capítulo se reflexiona sobre el posible uso y función de los jades figurativos. Es

significativo que el simbolismo de éstos parece extensivo a los objetos con los que

suelen compartir un contexto arqueológico, los cuales son, además, de origen múltiple y

procedencia lejana. Todos estos aspectos permitirán más tarde entablar una discusión

sobre la naturaleza de los vínculos y la amplitud de los canales de comunicación

abiertos entre las sociedades que los compmiieron.

1 Incluso Ramón Mena había publicado en 1927 un catálogo de los objetos de jade que albergara en sus bodegas el entonces Museo Nacional de Arqueología, Historia y Etnografia, en el cual se ilustran algunos ejemplos

(cfr. Mena, 1990 [1927], láms. 2, 5, 13).

Varios investigadores han reconocido que, más allá de la similitud de las

representaciones en los jades, sus rasgos podrían asociarse con una deidad específica.

Siendo la serpiente emplun1ada un icono que aparece casi por regla general entre

aquellas imágenes o de algún modo relacionado con ellas, se ha supuesto que las piezas

y las ofrendas que las contienen se vinculan directan1ente con el dios Quetzalcóatl. Pero

dicha asociación no es sintomática ni resulta tan sencilla. Con base en una compm·ación

entre varios elementos del 'arte' mesomnericano,' en el segundo capítulo se exponen

algunos aspectos de la disociación forma-significado en la imagen de la serpiente

emplumada, que a lo lmgo de la historia prehispánica adoptó diversas manifestaciones y

tuvo vm·ias implicaciones. Durante el Epiclásico la quetzalcóatl (con minúscula) parece

relacionarse con otros complejos religiosos y cultos, además de incluirse en un

'vocabulmio' ideográfico parm1esoamericm1o.

La dispersión y aceptación de un lenguaje simbólico parecen correlacionarse con

las condiciones sociales y exigencias políticas contemporáneas ( cfi·. Nagao, !989;

Cm·neiro, 1992; López Austin, 1994:15). Antes de concluir el segundo capítulo se

exponen algtmos datos sobre el posible carácter de las sociedades mesoamericanas y el

trasfondo ideológico de su acción política, con los que resultan congruentes el uso,

función y significado propuestos pm·a los jades figurativos. Pm·a hacerlo, se recun:e al

apoyo de varios trabajos que han analizado sociedades y problemáticas semejantes en

otras pm·tes del mundo.

Se ha hablado hasta ahora de la existencia de una estructura macrorregional que

integró a un vasto número de grupos sociales. La conexión entre ellos es perceptible en

la generalizada importación-expmiación de objetos específicos, pero sobre todo en la

diseminación de conceptos ideológicos. Lo que resalta en este ptmto es el alto grado de

comunicación necesm·io para que pudiera constmirse una relación tm1 estrecha, y cómo·

esto contrasta agudmnente con el panorama de aislamiento regional, desintegración

cultural, competencia hostil, conflicto y belicosidad, con el que suele identificarse al

Epiclásico. Se dedica el tercer capítulo a cuestionar la validez de esas ideas y m1alizar

su evolución en el discurso arqueológico. La guena fue sin duda un aspecto recmTente

entre las sociedades prehispánicas, pero no el único ni el más ünpmim1te. En esta

sección se revisan también algtmos de los rasgos que se hm1 asumido indicadores de un

2 Aunque no profundizaré en ello en este trabajo, existe una amplia discusión sobre considerar a las expresiones precolombinas como 'artísticas' y a los medios en los que fueron plasmadas como 'objetos de arte'. Por ello es que la palabra aparece encerrada entre comillas a lo largo del texto.

' J

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---

conflicto latente, proponiéndose una explicación alternativa para el fenómeno de

exaltamiento secular en la iconograi1a, cultos y prácticas rituales del momento.

En realidad, el Epiclásico aparenta ser tm periodo de apogeos regionales

caracterizado por una intensa interacción intenegional. Como ya se dijo, la distribución

de los jades i1gurativos sugiere que en esa época· estuvo en funciones una red que

vinculó a sociedades asentadas en regiones extremas del tenitorio mesoamericano, pero

no son éstos los únicos objetos que dan constancia de ello. La dispersión de los jades

coincide con la circulación de otros productos, como la turquesa, la obsidiana de

Ucareo/Zinapécuaro, el tecali y concha de ambas franjas costeras. En el cuarto

capítulo se profundiza en la amplia distribución de esos materiales Y se describen

algunas arterias por las que pudieron haberse diseminado por Mesoamérica. En su

mayoría, estas redes fueron establecidas desde tiempos tempranos, siendo posible que el

mecanismo responsable del flujo de bienes e información tenga también un antecedente

de gran profundidad.

El acceso a todos aquellos objetos por parte de grupos con tma complejidad

social diferencial y separados entre sí por grandes distancias, sólo puede entenderse

como resultado de su participación en un sistema que rebasa las escalas regional e

interregional. Pero dicho sistema fue integral y continuo espacialmente, razón por la

que resulta conveniente contemplar otros indicadores arqueológicos de distribución más

limitada, que son el mejor testimonio de una estrecha relación entre vecinos. En la

segunda pmie del capítulo se aborda esta dinámica con énfasis en el sector norte del

Altiplano Central, intentando sustentm· que los vínculos con regiones lejanas derivaron

de la concurrencia de vínculos con regiones irunediatas.

La puntualidad con la que se exponen evidencias del comportamiento de esta

área, responde a la escasez de trabajos que hayan percibido su impmiancia como zona

de engranaje entre algunas de las principales redes que confonnan el sistema

macrorregional multicitado. Contrario a lo que se asume al subestimar (o ignorar) el

papel que en el desanollo mesoamericm1o jugaron los grupos que habitm·on los actuales

estados de Guanajuato, Querétm·o, Hidalgo, el norte del Estado de México y el norte de

Michoacán, su estudio es primordial para comprender la dinán1ica global del Epi clásico.

Esta franja, a la que me rei1ero en el texto como la Red Septentrional del Altiplano,

constituyó uno de los principales cauces de dispersión de aquellos bienes de 'lujo' o

'prestigio' mencionados.

Es lógico pensar que el compmiamiento al interior del sistema macrorregional al

que me he referido no fue homogéneo, pero también pm·ece que muchas de las

singtüm·idades resultaron de una traducción, a esquemas locales, de marcos

conceptuales generales. En el caso de Mesoamérica, es posible considerm· al

intercambio de bienes de prestigio como decisivo en la transmisión de información

simbólica y en la consolidación de redes de interacción política y económica.

En el quinto y último capítulo de esta tesis se retorna a una perspectiva integral.

En él se exploran mecanismos, cualidades y funciones de los sistemas distributivos (y

materiales implicados), además de diversas actitudes o respuestas sociales ante su

construcción y permanencia. La capacidad adaptativa de las sociedades a las

condiciones siempre cambiantes de los sistemas globales, se manii1esta abiertan1ente

con el decline teotihuacano. Este fenómeno fue a la vez causa y consecuencia de la

reestructuración del panormna geopolítico, pero no fue motivo de la intenupción o

destrucción de los lazos intersociales. Por el contrm·io, parece haber sido un factor que

propicima el desmrollo y apogeo simultáneo de varios sitios y regiones.

Esta sección es pm·a mí la más confmiante. Son muchas las posibilidades que

ofrece el estudio macronegional de redes distributivas y los modos de interacción

implícitos, para acercm·se al compmian1iento de las sociedades y su desanollo. Mi

experiencia en ello es reciente y muy limitada. Sólo espero que en trabajos futuros

pueda hacer mayor justicia a los modelos y discusiones que han surgido en ese campo.

Acerca de algunos conceptos

Como en todo lo que concierne a las ciencias sociales, en este trabajo se emplem1

algtmos conceptos cuyo trasfondo y validez se han sujeto a interminables discusiones.

No pretendo que el empleo de una palabra particulm· describa, delimite, explique

y determine de manera homogénea, en cualquier tiempo y lugm·, los diversos aspectos

sociales a que hago referencia, pero rebasa por mucho la intención de esta tesis el

discutir cada uno de los términos controvertibles. Tampoco intentaré omitirlos, ya que

éstos son puntos de pm·tida y referencia necesarios si se quiere construir un discurso

inteligible. En la mayoría de los casos, qué tan apropiado es referirse a un fenómeno

particular de cie1ia forma, y no de otra, es un problema principalmente discursivo.

En ese sentido, hacer constante mención de Mesoamérica persigue

contextualizm· la discusión en un espacio geográfico y social más o menos pre~iso y

5

Page 13: Tesis Interaccion Interregional. Laura Solar Valverde 2002_OCR

distinguible, sm que por ello ignore las discusiones que han surgido acerca"" de su

caracterización, la fluctuación de sus límites y su validez como concepto, desde que fue

propuesto por Paul Kirchhoff hace ya sesenta años. A esto se han dedicado varios

investigadores y de ello han surgido extensos trabajos (cfr. Litvak, 1975; SMA, 1990;

Rodríguez (coord.), 2000; Gorenstein y Foster, 2000; Spence, 2000, entre otros).'

Dentro de la estructura que se generaliza como 'mesoamericana' evidentemente

existen singularidades sociales y territoriales (Pasztory, 1978:4). Al referirme a ellas,

las nociones de Sociedad, Región, InteiTegión, Macrorregión son un abstracto, una

aproximación. Debo decir que pretendo emplear estos términos en el sentido más

general posible, pues presuponen todos ellos la concepción de unidades que estoy, en

principio, muy lejos de poder delimitar (para precisas discusiones sobre la "borrosidad"

de las fronteras sociales, que genera este problema de delimitación, véase Renfi·ew,

1977; ehase-Dwm y Hall, 1997a:l5-20; 53-54).

Qué es una 'región' y qué es una 'sociedad' depende de los elementos que se

aprecien como unificadores, distintivos o propios, y éstos, que en el primer caso suelen

aswmrse geográficos, en ambos son también temporales, culturales y de

comportamiento. 'Intersocial' e 'lnterregión' implican que existen mecanismos,

procesos y fenómenos involucrando y afectando a dos o más de esas unidades, y en el

caso de una 'red' o una 'macrorregión', a varias de ellas. Sobre algunas definiciones

que aluden a esos mecanismos, procesos y fenómenos, desde perspectivas distintas pero

complementarias de análisis, se profundizará en su momento.

El término Epiclásico bosqueja un punto de intersección en el extenso espacio

temporal que transcurrió por aquellos espacios geográficos y sociales. Este lapso, como

fue propuesto por Jiménez Moreno (1959:1063), abarca los siglos comprendidos entre

6001700 d e y 90011000 d e (fi"ecuentemente se dirá Clásico Tardío, respetando de ese

modo la mención original de los autores, pero es importante aclarar que son

contemporáneos). Existen interesantes discusiones sobre optar por una terminología que

3 Algunos de los conceptos que se mencionan aquí, además de otros que aparecerán en el texto más adelante, surgieron en el marco de la Historia Cultural. Es lógico que, desde las primeras décadas del siglo XX hasta nuestros días, mucho ha evolucionado la teoría arqueológica. Sin embargo, la negación de algunos aciertos y de la utilidad que representa el cúmulo de datos a que dio lugar esa corriente, nos revierten a una postura que difícilmente ha trascendido la negación para brindar verdaderos aportes. No es necesario cambiar todos los nombres para empezar a concebir a los sistemas sociales de otro modo. Un buen ejemplo es el de 'Mesoarnérica', en el que creo que lo más importante ya no es seguir discutiendo su validez como término o su carga teórica inicial, sino empezar a enriquecerlo a partir de abordar su problemática social de manera flexible y con nuevos enfoques, derivados también de nuevos acercamientos al registro arqueológico. Sólo a partir de emplear el denominador 'Mesoamérica' con nuevas implicaciones, no de negarlo, evadirlo o criticarlo, es que se pueden modificar sus aspectos negativos.

¡ \

pem1ita correlacionar secuencias históricas de diversas regiones mesoamericanas en un

marco cronológico común, sin la carga de 'auges' y 'declines' culturales homogéneos

que presupone esta designación particular ( cfi·. Price, 1976; Millon, 1976; Pasztmy,

1978:5; Webb, 1978:155-157; Paddock, 1978:57, nota 12; 1987:26-28; Diehl y Berlo,

1989:3-4; Sanders, 1989:211-212; Berlo, 1989a:209-210; eohodas, 1989:222-223).

Para rebautizar el curso de aproximadamente tres siglos que se aborda aquí, han surgido

ya varias propuestas. Si no he optado por alguna de ellas no es porque considere que

carecen de valor o de coherencia, sino porque su uso pocas veces trascendió los escritos

de w1os cuantos autores, no logrando generalizarse en la literatura y el lenguaje

arqueológicos (Pasztmy, 1978:5).

En el esquema que se sigue aquí, como en cualquier otro, la división abrupta

entre fases es una construcción de nuestra disciplina y no el modo en el que realmente

ocurrieron las cosas. Debido a que los marcos cronológicos son henamientas y no

delimitaciones estrictas o totales, es claro que el Epiclásico, en un sentido literal,

"pertenece tanto al Postclásico como al Clásico" (Webb, 1978:165). En consecuencia, a

lo largo del texto se hará constante referencia a ambos periodos.

El tiempo, como lo anota George Kubler, "no tiene una segmentación intrínseca

de sí mismo" (1970 apud Stone-Miller, 1993:15), por lo que resulta ocioso remitirse a

un momento sin intentar rastrear los antecedentes de su peculiar comportamiento en la

dinámica del anterior, al igual que la expresión de sus consecuencias en el sucesor. Esto

no significa, sin embargo, que no existen rasgos que permiten distinguir lapsos

aproximados en la historia general de los sistemas sociales, aunque debe tenerse

presente que " [ ... ] la con·elación no necesariamente es horizontal, sino que puede, y

probablemente tiene, una 'inclinación' dependiendo de la cantidad de tiempo requerido

para la dispersión de los elementos usados como marcadores [ ... ] " (Willey y Phillips,

1958:34). Para la caracterización del Epiclásico, además de las coincidencias materiales

en la integración de contextos arqueológicos, es primordial para esta tesis el concepto

de Estilo (véase eonkey y Hastorf [ eds.] 1990b ).

Aunque de utilidad para relacionar temporal y espacialmente los restos

materiales, el uso de este término en arqueología ha sido objeto de varias críticas. Esto

se debe en primera instancia a que "estilo" es una cualidad subjetiva (Stone-Miller,

1993:31), y por lo tanto explorar el significado social de ciettas semejanzas y

diferencias visuales a pattir de su agrupación en "estilos" también lo es (ibid.: 16, cfr.

Dunnell, 1978; Helms, 1979:167-170; Conkey y Hastorf, 1990a:l-2). Se ha criticado

7

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además su utilidad para elaborar explicaciones sobre el comportamiento diact,ónico de

los sistemas sociales (cfr. Dunell, ibid.: 199-200), pero la dispersión de un estilo

particular no es tan aleatoria o fortuita como podrían sugerir sus cualidades de amplio

alcance espacial y limitada profundidad temporal. Como se intentará apoyar en este

trabajo, la adopción, adaptación o rechazo de estilos específicos es una elección, y esta

elección responde a circunstancias sociales derivadas de tma dinámica independiente o

anterior a la conformación de esos estilos (cfr. S tone, 1989; Cohodas, 1989; Earle,

1990; Wren y Schmidt, 1991, entre otros).

Expresiones del 'estilo' hay múltiples, pero es importante distinguir entre dos

principales que se explorarán aquí, cuya manifestación en el registro arqueológico

difiere notablemente y que durante el discurso mantengo también diferenciadas, dada la

disparidad de sus implicaciones.

Se trata, por un lado, de un estilo en el que aquí se incluye al 'arte' monumental

(arquitectónico, escultórico, pictórico) y a cietios objetos portátiles. En él se conjtmtan

atributos estéticos con cualidades simbólicas, habiendo sido diseñado a partir de, o

destinado a, la transmisión de un 'mensaje'. El alcance geográfico en este caso es

bastante an1plio. Otro lugar lo ocupa el estilo decorativo en algunas corrientes

cerámicas, plasmando preferencias que considero básicamente como estéticas o de

hábito, cuya cobetiura espacial es menor pero denotante de relaciones más estrechas

entre grupos humanos.'

'1 De manera general esta diferenciación coincide con la propuesta sobre tres aspectos principales del estilo, elaborada por Wiessner (1985) y adaptada por Plog (1990:62). Mi primera distinción corresponderia a la variación iconológica, donde "los elementos estilísticos se ajustan a ciertos elementos del habla, conteniendo mensajes claros, intencionados y conscientes [ ... ]" (Wiessner, 1985 apudP1og, idem). Mi segunda distinción englobaría a las dos restantes de Wiessner: la variación estilística y la variación isocréstica (aunque éstas no deben remitirse sólo a ciertas corrientes cerámicas, como yo hago en este caso). Así, la 'preferencia estética' a la que me refiero correspondería principalmente a la variación estilística, que tiene fundamento en el " [ ... ]proceso cognitivo de identificación personal y social [ ... ] . En este proceso, la gente compara su forma de hacer y decorar artefactos con la forma de otros, y entonces imitan, diferencian, ignoran o, en algún sentido, observan en qué medida los aspectos del hacedor o portador se relacionan con su propia identidad personal y social". Esta variación "brinda información sobre similitudes y diferencias que pueden ayudar a reproducir, alterar, interrumpir o crear relaciones sociales" (idem). Por último, lo que yo describo como relacionado con el 'hábito' se asemeja a la variación isocréstica, "[ ... ]adquirida por aprendizaje o imitación rutinarios. y que es empleada de manera automática" (idem). Plog subraya que la manifestación material de los patrones estilísticos que resultan de estas tres variaciones, debe diferir (idem). A su vez, Timothy Earle propone una división binaria del estilo, dependiendo de si su significado es activo o pasivo (1990:73). Desde esta perspectiva, la 'preferencia por hábito' que yo menciono, la variación isocréstica de Wiessner y la "determinación por costumbre" que menciona Earle (idem), contendrían un significado pasivo. El significado activo estaría contenido en las otras variantes, que resultan "un medio activo de comunicación con el que individuos y grupos sociales definen relaciones y asociaciones" (Earle, idem).

,. ü

Al analizar cualquiera de éstos debe contemplarse el comportamiento individual

de regwnes y sociedades, el cual es dependiente de sus circunstancias históricas

pmiiculares. Sin embargo, en el caso específico de Mesomnérica, el desanollo,

aceptación y diseminación de grandes estilos 'm"tísticos' parecen ligarse a una

"ideología básica compartida" (Pasztory, 1978 :4; véase tm11bién López Austin, 1994,

1999; Em·le, 1990:79), a un "trasfondo común de cultos religiosos" (Schmidt, 1999:427;

véase tmnbién López Austin, 1994; 1999), y también a cierto convencionalismo

iconológico en la trm1smisión de información simbólica (cfr. I-Ielms, 1979; 1986; Ringle

et al., 1998:208). Estas cualidades encuentran coherencia sólo desde una perspectiva

macronegional. Contrastablemente, el desarrollo y distribución de ciet"tos estilos

cerámicos parecen estar más ligados al grado e intensidad de interacción entre

integrantes de unidades sociopolíticas (cfr. Plog, 1990:64, 66, 68-72; Parsons et al.,

1996:228), cuyo rastreo puede afinarse sólo desde una escala regional. Ambos

fenómenos concunen y, por supuesto, se complementan.

Pm-a el estudio de su cerámica, la arqueología andina adoptó los conceptos de

Horizonte y Estilo Horizonte, ante la necesidad de una escala de análisis distinta pero

complementaria a la de 'Tradición':

"Una tradición cerámica incluye una línea, o un número de líneas, de desmTol!o cerámico a través del tiempo, dentro de los límites de cietias constantes técnicas o decorativas. En periodos sucesivos de tiempo, a pm"tir de los cuales puede rastrem·se la historia del desmTollo cerámico, ciertos estilos surgen dentro de la tradición. La transmisión de algunos de estos estilos durante periodos particulares, resulta en la formación del estilo horizonte [ ... ]" (Willey y Phillips, 1958:35).

Al ser resultado de "desm-rollos culturales esencialmente locales y básicamente

intetTelacionados" por espacio de vm·ios siglos, una 'tradición cerámica' radica en la

combinación de una dimensión espacial corta con una dimensión temporal amplia. El

'estilo horizonte' invierte estas condiciones. A partir de la combinación de ambos, es

posible " [ ... ] observar los desanollos cerámicos en términos tm1to de tradiciones de

larga duración como de fenómenos coetáneos" (Willey y Phillips, id e m).

Más allá del análisis cerámico y en el ámbito de la historia del m·te (de donde

originalmente surgen), los conceptos de 'horizonte' y 'estilo horizonte' hm1 resultado

útiles para distinguir pmticulm·idades y esbozm· coincidencias:

9

Page 15: Tesis Interaccion Interregional. Laura Solar Valverde 2002_OCR

"El horizonte es un concepto que sirve para agrupar arte y miefactos similares a través del espacio, bajo la asw1ción de que semejanzas generales entre objetos indican de manera general contemporaneidad amplia. Esta agrupación de personas a pm"tir de los objetos que les sobrevivieron tiende a descansar fi.1ertemente en el concepto componente del estilo horizonte, que precisa ciertos rasgos estilísticos o configw:aciones formales distinguibles en las piezas agrupadas" y que "propone ligm· a los hacedores de arte a partir de la dispersión de un vocabulario formal pmiiculm·" (Stone-Miller, 1993:15-16).

Sin embargo, estas nociones no hm1 tenido tanto éxito para enfocm· correlaciones

sin homogeneizar comportamientos.

Desde una perspectiva diacrónica, de la distinción de Hodzontes como grandes

"unidades de similitud cultural" y Periodos como simples "unidades de

contemporaneidad" (Rowe, 1962 apud Stone-Miller, 1993:19), se desprende que los

mecanismos que en algún momento propiciaron la estrecha inten·elación social que

culminó en la construcción de ese "vocabulario formal" ampliamente aceptado y

reconocido (Horizontes), suii-ieron interrupciones, manifestándose como puntos de

aislamiento o individualidad cultural (Periodos). Tratándose de secuencias históricas,

este esquema adolece, al igual que el resto ele los mm·cos cronológicos, ele una cargada

sobregeneralización.

Para 'orclenm·' la historia prehispánica del Nuevo Mundo, la división en

'horizontes' y 'periodos' fi.¡e aplicada originalmente por la arqueología ele los Ancles

(véase Pasztory, 1978:5; Stone-Miller, 1993:18) y posteriormente adaptada a

Mesoamérica (especialmente al centro ele México) por Price (1976) y Millon (1976),

quedando el Epiclásico básicamente incluido en la Fase 1 del Segundo Periodo

Intermedio (cfr. Sanders, 1989:211; Pasztory, idem). Aunque esta propuesta sí ha

tenido alguna resonm1cia, la designación de la época posterior al auge teotihuacano

como 'periodo' resulta de algún modo inapropiacla.

Durante el Epiclásico no se observa un estilo estandarizado como lo fi.1eron

aparentemente el 'olmeca', 'teotihuacm10' o 'Mixteca-Puebla' (que de acuerdo con la

adaptación ele Price son los que respectivamente definen los Horizontes Temprano,

Medio y Tardío en Mesoan1érica); pero tampoco un aislmniento regional,

desintegración social o disociación estilística. Entre las sociedades ele esta época se

percibe una amplia gan1a de estilos y rasgos regionales, pero éstos, que a simple vista se

han asumido inconexos, en realidad estuvieron interrelacionados, fl.leron integrados,

combinados ele diversas maneras, y compartidos al interior de extensas áreas

10

geográficas. El sincretismo estilístico es distintivo ele la época, pero es también,

pmaclójicamente, el principal obstáculo pma su cm·acterización. Todas estas

consideraciones, que han motivado la designación ele 'ecléctico' para el 'estilo'

Epiclásico (cfr. Webb, 1978:161; Pasztory, 1978:15-21; Wren, 1984:19-20; Cohoclas,

1989; Nagao, 1989:83; Zeitlin, 1993:131; Schmiclt, 1999:439; Me Viker y Palka,

2001: 194), son relevantes en este estudio.

Tres asunciones principales convierten al 'horizonte' y 'estilo horizonte' en

herramientas riesgosas. La primera es el suponer que las semejanzas generales entre

objetos son siempre indicadores de contemporaneidad; la segunda, que estas categorías

ele objetos similm·es son sintomáticas ele unidad cultural; y la tercera, que la an1plia

dispersión espacial de rasgos estilísticos ocurre siempre ele manera simultánea, es decir,

durante un lapso reducido (Stone-Miller, 1993:16-20).

Como lo demuestra con múltiples ejemplos la historia del m"te, "un grupo de

objetos 'similares' no necesariamente indica la presencia ele una unidad cultural

an1pliamente expansiva a cmio plazo, como tampoco un grupo de piezas que cm·ecen ele

similitud superficial comprueban su ausencia" (Stone-Miller, ibid.:32). Estoy

consciente ele estas limitantes, pero tan1bién coincido con quienes piensan que, tomado

con cautela, distinguir la configuración ele un estilo y la extensión ele sus alcances

espacio/temporales, es un excelente indicador ele canales abiertos ele comunicación

entre seres humanos (cfr. Conkey y Hastorf, 1990a:3-4; Emle, 1990:73):

"El estilo es invariablemente w1 aspecto ele la expresión: sin comunicación entre individuos no puede haber estilo [ ... ] . Al mismo tiempo, la comunicación tiene que ocmrir, si ha ele tener lugm·, a través ele un canal, un medio. [ ... ] Así como no puede haber estilo sin comunicación, la comunicación, cuando ocurre, genera o utiliza al estilo" (Renfrew y Cherry, 1986:vii).

No es de extrañar que la identificación ele un estilo se tome con recelo, pues

significa aclent:rm·se en el terreno ideológico y como tal "pe1manece evasivo, implícito y

ambiguo" (Conkey y Hastorf, 1990a:2). Sin embm·go, está siempre "asentado en algún

contexto o marco de referencia" cuyas cmacterísticas propias (nunca hay dos contextos

iguales), al tiempo que favorecen la noción de "diversidad y multivalencia" del estilo,

tan1bién aportan elementos pm·a inclagm· sobre "los contextos sociales que dan su valor a

los materiales culturales [ ... ]" (Conkey y Hastorf, ibid.: 1 -2; véase también Earle,

1990:74).

11

Page 16: Tesis Interaccion Interregional. Laura Solar Valverde 2002_OCR

El proceso de comunicación y los lazos intersociales contemporáneos, se

expresan en el registro m-queológico también de otras maneras, incluyen otros aspectos,

no se limitan a la mera circunstancia abstracta de un estilo. En este trabajo se intenta

rastrear ambos fenómenos. Las coincidencias en el uso compartido de ciertos elementos

materiales y conceptos culturales, la importació;liexpmiación de objetos específicos y

de origen rastreable, pero tan1bién la expresión visual y la reproducción física de

cualidades simbólicas, son algunos de los elementos que se explorarán aquí, como

significantes de interacción social intra, ínter y macrotTegional.

Quienes leyeron versiones preliminares de este trabajo insistieron en la

necesidad de diseñar y presentar un cuadro cronológico. No pasé por alto dicha

sugerencia ni niego la utilidad de una henamienta como ésa, pero al intentarlo confirmé

que era una tarea difícil e insatisfactoria. Un cuadro cronológico pretende, básicamente,

simplificar y esquematizm- secuencias históricas de diversas regiones con la finalidad de

facilitar correlaciones. La información con la que se cuenta para la transición Clásico­

Epiclásico-Postclásico en Mesoan1érica, es todavía bastante confusa y poco confiable.

Por ello, mi infortunado cuadro cronológico parecía complicar más las cosas, no

simplificarlas.

La designación de secuencias cronológicas está basada principalmente en la

detección y frecuencia de materiales diagnósticos. Aunque la tendencia al establecer

estas secuencias fue la distinción entre complejos, periodos o fases, en la actualidad es

común reconocer la transición gradual y los traslapes (para una discusión sobre el tema

véase Cowgill, 1996).

Una 'transición gradual' no necesariamente hace alusión a 'evolución' o

'transmutación' de objetos específicos, por lo que no debe asumirse como evidencia

necesaria para hablar de transiciones graduales, la existencia de objetos que adicionen

rasgos novedosos sobre un remanente de rasgos anteriores. Aunque esto ocurre

(ejemplos de ello se tratarán en el texto), los cambios cronológicos se expresan

frecuentemente a partir de "cambios en la proporción de las categorías cerán1icas"

(Cowgill, 1996:329). En este sentido, la supuesta aparición repentina de elementos

nuevos en secuencias locales dií1cilmente está divorciada de una continuidad en la

historia social, y rm-a vez resulta de "eventos definitivos, de tal manera que las unidades

fase-tiempo en sí mismas son borrosas alrededor de sus extremos" (Cowgill, idem).

¿Cómo plasmar en un cuadro cronológico estas sutiles transiciones que apenas

comienzan a reconocerse?.

12

Debe sumarse que algunos complejos materiales, que se han considerado

indicadores de cierias fases regionales, aparecieron o se adoptaron diferencialmente al

interior de tma misma región (cíi. Paddock, 1978; Parsons et al., 1996:227-228;

Cowgill, 1996:327). Si se continúa equivaliendo una fase temporal con una presencia

material, resultaría que algunas 'fases' inician en algunos sitios mientras en otros

permanece la 'fase anterior', cuando en realidad son contemporáneas. Una secuencia

debería considerar esta diversidad, ante lo cual las separaciones a escala regional

resultan inapropiadas.

Nada de lo anterior significa que sea imposible construir un cuadro cronológico

para Mesoamérica, simplemente que hacen falta muchos más trabajos sobre los sitios

menores que rodean a las capitales regionales. En el mejor de los casos, esto podría

intentarse a partir de un análisis exhaustivo de la información que se tiene hasta la

fecha, pero aquello brindaría material suficiente para completar otra tesis.

La publicación reciente de [echamientos por Carbono 14 en Teotihuacan y otros

sitios (cfr. Cohodas, 1989:229; García Chávez apud Parsons et al., 1996:227; Parsons et

al., 1996:221-223, 227; Manzanilla et al., 1996:258-263; Cowgill, 1996:326-327;

Cervantes y Fournier, 1996:105; Ringle et al., 1998:191-192, 223; Rattr·ay, 2001;

Sterpone, en prensa; entre otros), ha puesto en evidencia la urgencia de reevaluar sus

cronologías, sus complejos materiales y los procesos de los que éstos son evidencia

(Parsons et al., 1996:217). Pero dicha reevaluación tan1bién debe alcanzar a sitios y

regiones cuyas secuencias pariiculares se anclar·on en la historia general de

Mesoamérica con una base correlativa y sin el apoyo de ±echamientos absolutos (p.e. la

Huasteca). Muchas de esas regiones ni siquiera han sido trabajadas en los últimos años,

o sus cronologías no se han ido afinando a la par· de aquellas con las que solían

correlacionarse.

Sobra decir que el complicado proceso de reestructuración de la historia

mesoamericana, como estarnos acostumbrados a separar·la, está apenas esbozándose.

Muchas de las problemáticas mencionadas brevemente hasta aquí se presentar1 y

discuten a lo lar·go del texto, además de exponerse algunas reflexiones sobre evidencias

materiales que podrían resultar· de apoyo en aquel proceso de reevaluación y

reestructuración. Pero dejo al lector la elección de cuáles son pertinentes y válidas pm-a

incluirse en el diseño de un nuevo cuadro cronológico.

Por supuesto, el discurso que se expone en las siguientes páginas es una lectura

personal, y por lo tanto subjetiva, de los datos y referencias a los que tuve acceso. La

propia selección de ellos tan1bién lo fue. Con seguridad, una parte de las i.deas y

13

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-aserciones aquí contenidas se mostrarán equivocadas en el futuro; pero si, como señala

Pasztory (1978:4), "la utilidad de las interpretaciones deriva del significado que den al

caos de los hechos históricos, aunque sea sólo por algún tiempo", espero que las mías,

más que objetivas, resulten de provecho. Después de todo, aquella relatividad a la que

Conkey y Hastorf se refieren como "la tensión e~tre lo que los materiales significaron

en el pasado y lo que nosotros les hemos hecho significar en el presente" (1990a:3),

será siempre, en cualquier estudio arqueológico incluyendo a éste, el principal riesgo.

¡.¡

I. Indicadores arqueológicos de interacción interregional

Hace ya cuarenta años, durante las exploraciones en Xochicalco que se

desarrollaban bajo su dirección, el arqueólogo César Sáenz localizó una serie de

ofrendas antecediendo la segunda etapa constructiva de la Pirámide de las Serpientes

Emplumadas.

Algo singular en este hallazgo fue la presencia de ciertas figuras labradas en

piedra verde que, llamando la atención del propio Sáenz, parecían compartir una serie

de rasgos (Fig. 1 ). Distribuidas en tres de los cuatro contextos principales registrados en

ese edificio durante la temporada de 1962-63, las piezas estaban acompañadas por otros

objetos peculiares, como una vasija de tecali con decoración policroma al fresco, un

caracol labrado y sartales de concha, en el caso de la Ofrenda 1; varios caracoles y

cuentas de concha en el caso del Entierro 1; y cuentas tubulares y cuadrangulares de

piedra verde, además de un par de orejeras del mismo material, en el Entierro 2.

Fig. l. Placas de jade recuperadas en la Pirámide de las Serpientes Emplumadas. Ofrenda 1 (a, b) y

Entierro 1 (e). Tomado de Sáenz, 1963a.

En su reporte sobre estos hallazgos,

Sáenz advierte que uno de los personajes @]

representados en piedra verde guarda gran

similitud con la placa hallada por él mismo

al participar en las exploraciones del Templo XVIII de Palenque, en 1954 (Sáenz,

1956:8-9, Hirth, 2000:203) (Fig. 2), además de con algunos objetos que forman parte de

la colección Woods Bliss y que fueron ilustrados por Samuel Lothrop en su trabajo Pre­

Columbian Art (1959, apud Sáenz, 1963a:21-22) (Fig. 3).

15

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Fig. 2. Placa de jade procedente del Templo XVlll de Palenque. Tomado de Sáenz, 1956.

Con respecto a estas últimas figuras, Lotlu·op sugiere

una posible conexión .con la cultura zapoteca, y Sáenz añade

que el tipo de decoración en el tocado que porta la mayoría

de los personajes, aparece en los jades de la altiplanicie de

Guatemala y El Salvador, lo mismo que en la región olmeca

(ibid. :22). Todo lo anterior lo lleva a proponer que " [ ... ]

debemos buscar su asociación con la región zapoteca y

quizás tan1bién con las culturas que se encuentran más hacia

el sur" (idem ).

Sumando estos hallazgos a los

realizados meses antes en el Edificio C,

donde también se conjuntaban pendientes

de piedra verde, caracoles, cuentas de

concha y placas de jade del mismo estilo,

Sáenz concluye que "Las nueve placas o

pendientes de jade que encontramos y que

proceden tanto de la Estructura C, como de

Fig. 3. Placas de jade de la Colección Woods Bliss Tomado de Sáenz, !963a.

la Pirámide de las Serpientes Emplumadas, nos indican la existencia e importancia de

esta deidad en Xochicalco, puesto que todas ellas representan con ligeras variaciones, al

mismo personaje" (Sáenz, 1963b:7) (Fig.4).

Fig. 4. Placas de jade procedentes de la Estructura C de Xochicalco. Tomado de Hirth, 2000

16

A partir de los años treinta Alfonso Caso estuvo al frente de un amplio programa

de exploraciones en Oaxaca. Con ayuda de varios investigadores se recorrieron y

excavaron sitios tanto de la Mixteca como de los Valles Centrales, de esta última región

principalmente Monte Albán (Berna!, 1965:793). Jolm Paddock, quien participó en

estos trabajos, ilustra gran cantidad de piezas que son variantes del mismo estilo que las

halladas por Sáenz, la mayoría de las cuales actualmente se exhiben en el Museo

Nacional de Antropología e Historia (Fig. 5).

Fig. 5. Figuras y placas de jade procedentes de Oaxaca. Tomado de Paddock, 1966.

Paddock reproduce estos objetos pero no profundiza en su descripción m

menciona a qué contexto pertenecieron, aunque los atribuye a las fases Monte Albán

IIIb, IIIb-IV y IV (1966:152, figs. 159-165). La misma asignación temporal y escasos

datos sobre su procedencia se desprenden del trabajo de Alfonso Caso sobre lapidaria

oaxaquefia, publicado un año antes (1965a: 906-907). En éste, Caso reconoce la

similitud que guardan con piezas mayas contemporáneas, lo que puede observarse

17

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claramente en el trabajo de Robert Rands sobre jades de las tierras bajasqnayas, que

aparece en el mismo volumen (Rands, 1965:569-573).

Nadie niega que existieron vínculos entre Xochicalco, los Valles Centrales de

Oaxaca y el Área Maya, pero tampoco sobran elementos para reflexionar sobre qué tan

estrechos llegaron a ser y qué matices adoptaron en el aspecto social, rebasando el valor

comercial de los materiales compartidos. Es precisamente en ese sentido que pueden

resultar de utilidad las piezas y contextos que motivaron este trabajo.

1.1. Las figuras de jade

¿Cómo son, y cuáles son los rasgos que comparten para incluirlas dentro de un

mismo estilo? Como puede observarse en las ilustraciones que acompañan a este texto,

se trata de placas de piedra verde,' muchas veces con perforaciones que las convierten

en pendientes, y que mediante la técnica del bajorrelieve retratan la imagen frontal de

un personaje antropomorfo.

El personaje presenta los ojos 6 y la boca abultados, porta orejeras, además de un

tocado que puede variar en complejidad. Frecuentemente lleva pegado al cuello un

sarial de cuentas circulares. Cuando la figura se representa completa muestra a un

individuo de pie o hincado " [ ... ] con las manos levantadas en actitud ritual sobre el

pecho [ ... ]" (Sáenz, 1963a:21, véase tmnbién Hirth, 2000:203), algunas veces

sosteniendo entre ellas un objeto circular (Fig.l7).

Estos jades muestran un conjunto restringido de atributos, siendo el tocado uno

de los más significativos. Willian1 Ringle, Tomás Gallareta y George Bey han disefiado

una clasificación preliminar en cuatro grupos principales, a partir de placas procedentes

de Chichén Itzá, Xochicalco, Monte Albán y Tula, que incluye "Hombres con un espejo

5 Con frecuencia se hace referencia a la piedra verde como "jade,, pero éste es sólo el nombre genérico de una serie de rocas que difieren en estructura y composición química (Alejandro Pastrana, ca m. pers. 2001 ). "Jadeita", "nefrita", "actinolita", ''cloromelanita", etc. pueden sostener a simple vista una gran similitud, y el hecho de que la apariencia del material varíe incluso al interior de un mismo yacimiento (Easby, 1961 :79) hace imposible la determinación, a simple vista, de su lugar de procedencia. En este trabajo aparece de manera generalizada la palabra ''jade" cuando se habla de las placas figurativas, pero desde luego la composición de la mayoría de las piezas se desconoce. Es posible, incluso, que algunas sean de otro material, como la serpentina.

6 Muchas veces dan la impresión de estar cerrados, lo que hace suponer a algunos autores que se trata de la representación de un muerto (A costa, 1955: 153; Zeitlin, 1993: 134 ). Esto no es definitivo, puesto que los personajes muestran en general posturas dinámicas, se encuentran de pie o sentados en "flor de loto" y las manos las sostienen a la altura del pecho (p.e. piezas ilustradas porRands, 1965:571-573).

1 g

circular u ornamento en el centro del peinado"; "Hombres con tocado sosteniendo un

par de rostros humanos o de serpientes mirando en direcciones opuestas"; "Hombres

con tocado de 'fauces de monstruo"', y "Señores sentados inclinándose hacia uno u otro

lado" (Ringle et al., ibid.:203, fig. 20, véase tan1bién Me Vicker y Pallca, 2001).

En el primero y más sencillo de esos casos el tocado muestra un detalle al centro

de la frente del cual salen dos o más bandas, algunas veces rizadas, que descienden

rodeando la cabeza hasta rematar· en las orejeras o a la altura de ellas (Figs. lb, le, 5b,

5e-g, 6a, 9, 13, 14, 16a, 16b, 17a, 17c-e). En el segundo puede apreciarse el perfil de

cabezas de serpiente (Figs. la, 2, 5d, 6f,) o antropomorfas (Figs. 3, 4, 5a, 6g, 7e) a cada

lado del tocado. En el tercer caso el personaje se representa de frente y su cabeza" [ ... ]

emerge de un casco con efigie de serpiente [ ... ]" (Winter, 1994:165) (Figs. 4, 5h, 7a-f,

12). En el último se ilustran verdaderas escenas donde la figura principal se sienta a la

usanza oriental y porta un tocado de rasgos serpentinos que se muestra de perfil (Figs.

8a-e, 1 O, 11, 18).

Las diferencias en la complejidad del tocado, que hacen ver a unas y otras

figurillas como radicalmente distintas, podría deberse a que los niveles de abstracción

varían desde una precisión y realismo casi banocos hasta un alto grado de

simplificación que reproduce únicmnente los rasgos mínimos esenciales. Coincido con

Ringle, Gallareta y Bey (a propósito de las placas de Chichén, 1998:203) en que la

mayoría de los tocados hacen alusión a un ofidio (véase tan1bién Me Vicker y Pallca,

2001:183 ), aunque en algunos casos se combinan rasgos de otros animales.

Ocasionalmente, cuar1do la imagen del personaje se reproduce de perfil, la

representación del reptil resulta más clara. En la iconografía prehispánica existen

múltiples ejemplos donde personajes pmian tocados con fauces de serpiente (p.e. Figs.

21, 23 y 26 de este volumen, ver también nota 3 7).

En algunos casos la serpiente se representa con colmillos centrales salientes, lo

que no existe en las especies de serpientes conocidas, pero sí en las representaciones de

este reptil como animal mitológico, y que de acuerdo con Rubén Bonifaz puede tratarse

del colmillo trasero que sirve como vehículo a algunas especies tropicales par·a inyectar·

su veneno (1986:89, 1989:67). El adorno capital en las placas de jade muchas veces se

compone tarnbién de plumas. Éste y las comisuras del hocico del animal, podrían

contar·se entre los rasgos minimizados en las bandas que descienden rodeando la cabeza

de los ejemplares más sencillos, mientras que los colmillos esquematizados podrían

constituir el detalle al centro de la frente.

19

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A pesar de la asombrosa extensión geográfica que abarca la distribución de estas

placas, no se ha resuelto hasta ahora cuál es el lugar o lugares de los que provienen, en

mucho debido al desconocimiento sobre el total de yacimientos de piedra verde

disponibles en México y sus características particulares.' De este modo, generalmente

son interpretadas como piezas alóctonas y sÓlo estilísticamente se les relaciona con

determinada región (Hirth, 2000:203).

Un marcador del Epiclásico (ca. 600/700-900/1000 d C)

Al decir que el rastreo de las figuras lleva hasta sitios y contextos muy lejanos,

vale la pena especificar que hablo en términos geográficos y quizás 'culturales', pero no

cronológicos. De una buena pmie de las piezas identificadas se desconoce procedencia,

muchas veces pe1ienecen a coleccionistas, se encontraron aisladas, o el contexto del que

formaban parte no fue registrado con detalle o no favorece la asignación de una

temporalidad específica... sin embargo, pienso que el fenómeno de su amplia

distribución puede circunscribirse a un espacio temporal más o menos preciso, por dos

razones. En primer lugm·, el fechamiento absoluto o relativo de aquellas piezas que lo

permiten, coincide en un rango cronológico que abm·ca aproximadamente del año 650 d

C al 950 d C, es decir, finales del Clásico a principios del Postclásico Tempra110 (véase

tmnbién Me Vicker y Pa11(a, 2001:183). En segundo, resulta significativo el encontrm·

ejemplares de este tipo en sitios que, a pesm· de sostener una continuidad ocupacional

prolongada, experimentm·on un periodo de auge en esos siglos. De este modo, podría

considerarse al estilo de las placas y sus variantes regionales, como tm marcador del

Epiclásico.

El Epi clásico es un momento noble para los estudios sobre interacción por vm·ias

razones. Una de las más obvias es que, a diferencia del periodo anterior, no puede

atribuirse a un solo centro la distribución generalizada de rasgos. Durante el Clásico,

7 Sobre la nefrita Ramón Mena señala su existencia en los estados de Guerrero, Oaxaca, Chiapas, Zacatecas, More los e Hidalgo (Mena, 1990 [ 1927] :1, 76-77). Respecto a la jadeíta el mismo autor añade que aparece en la Mixteca y en el Estado de Morelos, cerca de Xochicalco (ibid.:5). Por su parte, Tatiana Proskouriakoff asegura que la nefrita no se localiza en América Media, y que fue jadeíta el mineral tan preciado en la época prehispánica. Citando a diversos autores resume" [ ... ] William Ni ven encontró nódulos de jadeíta en los ríos del Oro y de las Balsas en Guerrero [ ... ]."y "Servín Palencia mencio~a una mina en Zacatecas y anota que el jade se obtiene en los estados de Querétaro y San Luis Potosí. En el Area Maya, sólo un depósito de jade se ha repot1ado [ ... ] descubierto por Robert Leslie en el Manzana!, en el Valle de Motagua". Sobre el trabajo de Mena agrega que tal vez no ha sido confirmada la existencia de los yacimien~os que éste prop~ne y, por último, refiriéndose a la serpentina dice que puede obtenerse en Guatemala y Behce, entre otros vanos puntos en México (Proskouriakoff, 1974: 1-2). Para más información sobre este material y su talla se recomiendan: Easby y Easby, 1956; Foshag W.F., 1957; Rands, 1965; Digby, 1972; Y Pastrana, 1991.

20

casi cualquier expresión que pudiera considerm·se parm1esoamericana es comúm11ente

asociada con Teotihuacan, como foco responsable de su mnplia dispersión.

Esto desde luego tiene un fundm11ento lógico, que es el hecho de que pm·a su

época Teotihuacan se hallaba a la cabeza de una estructura social macrorregional de

impresionante alcance. De extrañm· sería que, siendo la ciudad más impmiante y

vínculo estratégico entre regiones extremas del territorio mesoamericano, la creación y

dispersión de elementos le resultm·an ajenas o le pasm·an desapercibidas, pero es

necesmio tener presente que "no todo lo que aparece en Teotihuacan puede considerarse

un rasgo teotihuacano", como lo señalara John Paddock en 1966 (1972a:225), y por lo

tanto, que muchos de los elementos que efectivan1ente fonnan parte del acervo

rescatado en Teotihuacan pueden encontrm·se ahí precismnente por estm· generalizados

y ser propios de la época, en palabras de Paddock, "un estilo propio de los tiempos

teotihuacm1os en toda Mesoan1érica, y Teotihuacan pm·ticipa como los demás centros

[ ... ]" (ibid.:227).

Igualmente sería absurdo negar que el sistema teotihuacano fue innovador de un

sinnúmero de rasgos culturales, además de sostener y transformm· otros que le

antecedieron; proceso que también ocurrió a su caída. Es importante destacm· esta

continuidad porque, como se tratará en adelm1te, muchos de los aspectos que aquí se

observan durante el Epi clásico son herencia de siglos anteriores.

1.2. Algunos contextos

Para arribm· de lleno al posible significado de las figuras y las implicaciones de

su distribución, es impmiante puntualizar en las regiones donde apm·ecen y, en caso de

existir infom1ación, los contextos de los que formaron parte (Mapa 1 y Tabla 1 ).

Área Maya

Una muestra numerosa de estas piezas fue extraída del Cenote Sagrado de

Chichén Itzá (Figs. 6-8). A pesm· de lo dificil que es mTibm· a conclusiones con piezas

que fueron desligadas de su contexto original, Tatiana Proskomiakoff llevó a cabo la

extraordinaria tm·ea de analizar los objetos recuperados por la Institución Carnegie de

Washington y publicó un trabajo que rebasa la labor exclusiva de catalogación

(Proskouriakoff, 1974). En él, la autora hace una clasificación preliminar de los objetos

21

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para distinguir temporalidad y procedencia, considerando como variables· principales

los motivos y representaciones, formas y arreglo, y técnica de manufactura.

Fig. 6. Placas de jade extraídas del Cenote Sagrado de Chichén Itzá. Tomado de Proskouriakoff, 1974

Independientemente de las diferencias impresas por cada fabricante,

Proskouriakoff observa en el conjunto la aparición, transformación y decline de ciertas

técnicas, y un análisis comparativo de monumentos, esculturas y contextos le permite

proponer una secuencia cronológica para este desanollo.

En dicha evolución, a partir del Clásico parece adoptarse y generalizarse el

manejo de implementos mecánicos que permitieron lograr un efecto más nítido y

estandarizado al delinear motivos, y mayor precisión en los trazos curvos

(Proskouriakoff, 1974:9). Como parte de esta innovación tecnológica se observa el uso

de perforadores o taladros tubulares, que dejan huellas muy particulares, consideradas

w1o de los principales indicadores cronológicos del Clásico Tardío (Digby, 1972:24;

Proskouriakoff, ibid.: 13 ).

Ciertos patrones iconográficos en las ilustraciones que incluye este texto hacen

su aparición durante el Clásico Temprano. En la descripción que hace Alfi·ed Kidder

22

(apud Proskouriakoff, ibid.: 12) de placas halladas por él en la región de Nebaj,

Guatemala, correspondientes a ese periodo, las figuras muestran los brazos flexionados

y los dorsos de las manos unidos a la altura del pecho, complicados tocados y collares

ajustados al cuello. Es significativa la ausencia de perfiles ofidios o humanos

flanqueando el rostro de los personajes en las piezas guatemaltecas tempranas, lo que

Proskouriakoff resalta como una diferencia con su colección, donde este motivo se

presenta en piezas que ya considera de un estilo transicional Clásico Temprano-Tardío."

Rasgos que se aprecian también por primera vez en esta transición son tma "borla" al

centro de la frente y orejeras perforadas, "presagiando convenciones comunes en fecha

posterior", señala Proskouriakoff (idem ).

Fig. 7. Placas de jade extraídas del Cenote Sagrado de Chichén ltzá. Tomado de Proskouriakoff, 1974

" Con bases estratigráficas, Alfi·ed Kidder pudo establecer las diferencias básicas entre la talla de jade del Clásico Temprano y la del Tardío, para la región de Nebaj, Guatemala (apud Rands, 1965:574). Como parte del estilo tardío aparecen las placas que muestran personajes con la cabeza en perfil portando tocados serpentinos, caracterizados por narices alargadas (ibid.:573, 578, fig.43) (Figs. 8, 1 O y 11 ).

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A lo ya mencionado se anexan también durante el Clásico TardíD las bandas

dobles simples que conectan la borla del tocado con las orejeras, en las últimas épocas

ocasionalmente rizadas hacia aniba,' y un detalle importante: las manos se mantienen a

la altura del pecho, pero esta vez aparecen las palmas hacia adentro, los dedos muchas

veces tocándose, en contraste con la posición c.omún en tiempos anteriores (idem ).

Al finalizar su análisis. la autora concluye que "La mayoría de las piezas en la

colección fueron manufacturadas, no en Chichén Itzá, sino en el Área Maya del sur en

el Periodo Clásico Tardío" (ibid.:x).

Fig. 8. Placas de jade extraídas del Cenote Sagrado de Chichén Itzá. Tomado de Proskouriakoff, 1974

9 En su estudio sobre jades mayas, Adrian Digby (1972:23-24) también menciona una evolución tecnológica e iconográfica que puede rastrearse desde el Clásico Temprano al Tardío. El uso de perforadores o taladros tubulares había ya sido destacado por él como clave para diferenciar el estilo temprano del tardío, correspondiendo al último, al igual que- las bandas que aparecen rizadas por encima de las orejeras (véase

también Easby, 1961 :74-75).

2·1

Se sabe entonces, que la manufactura de las piezas encontradas en Chichén

ocurrió principalmente entre los años 600 y 900 d C y que derivan de un estilo sureño.

Existe sin embargo una incógnita sobre en qué momento y con qué finalidad fueron

ofrendadas al Cenote (Thompson, 1973:133). Hay básicamente dos versiones de estos

hechos, que derivan de concepciones disímbolas sobre los sucesos históricos ocmridos

en Chichén Itzá y el carácter de los vínculos que esta ciudad maya sostuvo con otras

regiones.'"

Proskouriakoff proporciona una alternativa para explicar la presencia de piezas

del Clásico Tardío y estilo sureño en el extremo nmie de la Península de Yucatán.

Aunque algunos ejemplares pudieron llegar por esa vía, la autora considera que Chichén

Itzá no fue durante el Clásico lugar de retmión para peregrinos procedentes del Fetén,

pues explica que no existe evidencia suficiente para pensar en un "intercambio" intenso

entre ambas zonas en aquel momento. Para ella, fue durante la "ocupación tolteca" que

estos objetos fueron ofrendados a las aguas del Cenote Sagrado, sin haber sido esa su

finalidad original; en palabras de Proskouriakoff: " [ ... ] la mayoría de las piezas

fabricadas en el sur fueron usadas ahí y debidamente entenadas con sus dueños en

tumbas del Clásico, para ser desentenadas más tarde, ya sea por merodeadores toltecas

o sus aliados regionales, y enviadas a Chichén Itzá como tributo o regalo [ ... ] ."

10 Me refiero a la secuencia ocupacional de Chichén Itzá, que ha sido dividida en dos grandes periodos: una ocupación propiamente "maya" del sitio (600/750-950 d C) y una ocupación tolteca (950-1250 d C) (cfr. Thompson, 1941; Kubler, 1961; Wren, 1984; Coggings, 1984, 1992). Es indudable que se dio una relación estrecha entre TuJa y Chichén, lo que no es claro es en qué momento ocurrió y bajo qué condiciones. Hay quienes piensan que un grupo de guerreros provenientes de la ciudad de Tu la arribó a la península yucateca sojuzgando a la población local (cfr. Diehl, 1983:144; Coggins, 1984) e imponiendo un estilo arquitectónico y artístico (cfr. Jiménez Moreno, 1941 :82; A costa, 1956-57:1 08-109). Por el contrario, se exponen evidencias de que el impacto de los 'extranjeros' no fue tan detemlinante en la población residente (cfr. Du Solier, 1941:188; Wren, 1984:21), que la "influencia" transitó también en sentido inverso, incidiendo en el 'arte' y arquitectura de la capital tolteca, e incluso que los 4toltecas' residentes en Chichén exportaron más de lo que aportaron (Kubler, 1961:49, 76-79). Actualmente se sabe que algunas estructuras, que se consideraban características de ese periodo, son anteriores (Pasztory, 1978: 18; Wren, ibic/.:20; Cohodas, 1989:227-231; Wren y Schmidt, 1991; Ringle el al., 1998:184, 188-192); que el llamado 'estilo tolteca' combina también conceptos de la Costa del Golfo y Oaxaca (Parsons, 1978 apud Pasztory, 1978:7; Pasztory, ibic/:18; Wren y Schmidt, ibic/.:203; Schmidt, 1999:439; Ringle el al., ibic/.:184) además de las tierras bajas mayas del sur y la costa pacífica de Guatemala (Pasztory, idem; Wren, ibic/.:19-20); y que muchos de los elementos definidos como 'toltecas' en Chichén y otros centros de las tierras bajas, tienen antecedentes en la propia región o ni siquiera existen en Tula (Kubler, 1961:47-79; Cobean,1978:105-106; Cohodas, idem). Esto último ocurre con la mayoría de las piezas del Postclásico Temprano ofrendadas en el Cenote Sagrado (cfr. Proskouriakoff, 1974:16), y con respecto a las placas de piedra verde que interesan aquí, tan abundantes en las colecciones provenientes del Cenote, hasta donde sé sólo cinco ejemplares se han hallado en el sitio hidalguense. Quienes actualmente trabajan esta problemática se inclinan por una solución intermedia, donde los aspectos multiétnicos representados en el 'arte' y arquitectura de Chichén Itzá son interpretados como " [ ... ] un ejemplo de convergencia cultural, más que la oposición entre elites de dos grupos étnicos [ ... ]" (Wren y Schmidt, ibid. :20 1, véase también Cohodas, id e m).

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(ibid.:l4-l5). Para Proskouriakoff esta situación explicaría por qué una buena parte de

los entienos en las regiones del sur se hallan despojados de su contenido, 11 y por qué,

siendo el 'periodo tolteca' el momento de mayor actividad en el Cenote Sagrado, son

objetos que datan del Clásico Tardío los más abundantes. Sin embargo, revisiones

recientes de la cronología de Chichén Itzá han desvanecido la abrupta y secuencial

distinción que se presumía entre las ocupaciones maya y 'tolteca', e incluso parecen

confirmar que el periodo de mayor dinámica en aquella ciudad se remite al Epiclásico

(cfr. Cohodas, 1989; Wren y Schmidt, 1991; Ringle et al., 1998).

Clemency Chase Coggins propone que las piezas fueron arrojadas poco tiempo

después de su manufactura: "Es lo más sencillo asumir que todos estos objetos

foráneos, que fueron rotos en su consignación ritual al Cenote, 11 fueron llevados a

Chichén Itzá durante el periodo Clásico Terminal cuando fueron tallados, más que

hayan sido todos reliquias, o saqueados de tumbas mucho tiempo después" (1984:27). 13

Coggins considera que se depositó a la mayoría de las placas de jade durante el

Periodo Temprano I, alrededor del siglo IX (1984:43, véase también Me Viker y Palka,

200 l: 184 ). Ringle, Gallareta y Bey proponen que esto pudo iniciar desde un siglo antes,

contemplando el hallazgo de piezas del mismo estilo en contextos epiclásicos al interior

de la propia ciudad de Chichén, en Monte Albán y en Xochicalco (1998:203). La

propuesta de Ringle, Gallareta y Bey sobre la dispersión de los jades figurativos entre

sitios como éstos, es que incluyó la participación de mercenarios y peregrinos

(1998:185, 213-214); en este último caso interpretando a las placas como "algún tipo de

recuerdo religioso" (1998:207). Creo que los mecanismos involucrados debieron ser

principalmente otros, como las "alianzas políticas" o los "vínculos comerciales"

sei'íalados adicionalmente por los mismos autores (Ringle et al., 1998:185), ya que los

contextos donde se han recuperado las piezas sugieren que su disposición concernió y

estuvo a cargo de los propios habitantes, y también que su obtención y propiedad debió

11 Al parecer, la profanación de tumbas y el despojo de sus ofrendas fue una práctica común. Grube, N. y L. Schele han trabajado textos jeroglíficos al interior de tumbas mayas, que describen la irrupción en el sepulcro sellado en busca de reliquias (apud Chase y Chase, 1996:77). Se sabe de un comportamiento similar entre los aztecas (Proskouriakoff, 1974:15; LópezLuján, 1993:105, 137-138).

11 Sobre el deterioro intencional al que fueron sujetas las piezas antes de arrojarse al Cenote, Me Vicker y Palka proponen que fue resultado de un acto ritual en el que objetos emblemáticos de un orden político determinado fueron "matados" en razón del establecimiento y justificación de un nuevo orden (200 1: 194).

13 Esto es lo más viable, sobre todo porque, como señalan Ringle, Gallareta Y Bey, la limitada variedad de motivos entre la numerosa cantidad de piezas, sería poco probable si los objetos hubiesen sido 'pepenados' (1998:207, nota 17). No hay que olvidar, sin embargo, que en el Cenote existían piezas mucho más tempranas contenidas en ofrendas de copa! del Postclásico Tardío, sobre las que sí acepta Coggins que " [ ... ] habían sido aparentemente tomadas de tumbas u ofrendas cerca de un milenio anteriores [ ... ] "(1984:27).

haber estado restringida sólo a algunos sectores de esa población local. Sobre esto se

profundizará más adelante.

Durante las exploraciones en el Templo del Chac Mool en Chichén Itzá, a cargo

de E. Mon·is, J.Charlot y A. Monis de la Institución Carnegie, se localizó una caja de

piedra con tapa depositada como ofi·enda a un altar. El recipiente contenía restos de un

collar de concha, jade y un pendiente con 1m rostro tallado del estilo descrito, además de

un mosaico de turquesa (Monis et al., 1931:186-188, Figs. 119 y 121). De iguales

características es el collar que, también dentro de una caja de piedra, se dispuso al pie

de la escalinata interior de El Castillo (Erosa, 1939:241; Mm·quina, 1990 [1951]: 854-

855, foto 428; CCM/MEB, 1990:189, tig.96; Ringle et al., 1998:203, tig.18; Me Viker

y Palka, 2001:184), esta vez junto a un "pequei'ío depósito de restos humanos" (Erosa,

id e m). Nuevamente el smial estaba acompai'íado por dos mosaicos de coral, concha y

turquesa, con disei'íos de serpientes en perfil (Erosa, ibid., figs.6 y 7; Mm·quina, ibid.,

fotos 426 y 427). Hasta el momento es dificil asignarle a estos dos contextos una

temporalidad definitiva pero, como ya se dijo, revisiones recientes de la cronología del

sitio permiten suponer que su disposición antecedió al Postclásico Temprano (cfr.

Cohodas, 1989:227-238; Wren y Schmidt, 1991; Ringle et al., 1998:183-184, 188-

192).11

Es viable que el mTojar las placas de piedra verde a las aguas del Cenote Sagrado

sea una acción contemporánea con la época de su manufactura, y que las ceremonias

durante las que fueron ofrendadas deban insertarse en el ámbito de su significación

original (Ringle et al., idem); pero a diferencia de Coggins (1984:70) pienso que su

producción no estuvo disei'íada con esa exclusiva finalidad.

Contrario a lo que afirma la autora pm·a sustentar que las figuras estuvieron

siempre destinadas a anojm·se al Cenote, las versiones más sencillas de las placas sí son

representadas en escultura y pintura, además de en las placas mismas, siendo portadas

1'1 La subestructura de El Castillo es un editicio temprano en la segunda fase arquitectónica del sitio y la

superestructura corresponde a la última parte de esa misma fase. Con base en [echamientos por C 14, Cohodas ha situado ambas construcciones cuando más tarde en el Clásico Terminal (1989:229, véase también Ringle et al., 1998:191-192, Tabla !). El Templo del Chac Mool, una porción del cual fue arrasada al construir el Templo de los Guerreros (Morris et al., 1931 :70), corresponde a la siguiente fase arquitectónica, de lleno en el Clásico Tardío (Cohodas, idem). También se han obtenido fechas epigráficas y por radiocarbono, que vinculan al sitio de Uxmal con Chichén Itzá hacia el Clásico Terminal. Es interesante que en El Adoratorio al frente del Palacio del Gobernador, en Uxmal, se recuperó una de las placas (Easby,1961:72; Rands, 1965; CCM/MBE, 1990:190, fig.1 00), porque del mismo sitio proviene también una de las vasijas de tecali que se asemejan más en fmma a los vasos cilíndricos de soporte pedestal, también de tecali, hallados en Tula (Acosta, 1956-57:1 00), Sabina Grande (Carrasco el al., 2001; Carrasco en preparación) (ver pág. 38 y nota 23 de este volumen) y el Cenote Sagrado (Coggins,1984:33). La pieza de Uxmal tiene un panel grabado "en estilo maya Clásico Tardío-Tenninal (800-900 d C)" (Coggins, idem).

27

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por personajes como parte de collares, pecheros o cinturones, razón por la que la

mayoría tienen perforaciones, de lo que se desprende que sí fueron posesiones y

ornamentos personales (cfr. Acosta, 1955, lám. 2; Jiménez García, 1998, figs. 22 y 59;

Mastache y Cobean, 2000, fig. 23; Me Vicker y Pallca, 2001, figs. 10, 11 y 12c) (ver

nota 36 y Figs. 7b, 7c, 8b, 1 O y 11 de este volumen). En las tienas mayas del sur se han rescatado estas piezas en contextos de

enterramiento. Por ejemplo, durante los trabajos en la Estructura A34 de El Caracol, en

Belice, Diane y Arlen Chase exploraron una tumba donde habían sido colocados los

restos de mínimo cuatro individuos y algunas ofrendas (1996:66-78). El depósito se

había realizado por lo menos en dos episodios, reutilizando el sepulcro. Esta situación

alteró parcialmente las deposiciones previas, dificultando la asociación entre los objetos

y sus propietarios, pero las piezas cerámicas denotan un lapso de aproximadamente cien

años en el que transcurrieron los eventos, dentro del Clásico Tardío.

De los cuatro individuos, sólo un adulto joven había sido desmembrado y sus

restos posiblemente arreglados en un fardo mortuorio. Los artefactos asociados con este

conjunto de huesos incluyen cuentas, orejeras y otros ornamentos de concha, navajas de

obsidiana y un pendiente de jadeíta como los que se tratan

aquí, del tipo que muestra únicamente el rostro con los

característicos ojos y boca abultados, orejeras y el remate al

centro de la frente, que en este caso es descrito como " [ ... ]

una especie de corona que ha sido asociada con las

autoridades reales mayas" (Chase y Chase, ibid.: 70-71, fig. 9)

(Fig. 9).

Fig. 9. Placa de jade proveniente de El Caracol, Belice. Tomado de Chase y Chase, 1996

Otro ejemplo es el ya citado hallazgo de César Sáenz en Palenque. En el año de

1954, cuando se realizaban trabajos de excavación y consolidación en el Templo XVIII,

cerca del pórtico y por debajo del piso de estuco se hallaron tres cistas selladas con

lajas. De éstas, la denominada Tumba No.2 contenía un entierro secundario al que se

asociaba más de un centenar de objetos de jade (cuentas, pendientes, fragmentos de un

mosaico y dos orejeras), concha (cuentas y una pieza con glifos grabados), pedernal

(pendientes), pirita (laminillas), perlas, obsidiana y cerámica (Sáenz, 1956:8-9). Entre

[os objetos resalta" [ ... ] una placa de jade que representa tm "halach uinic" en posición

sedente [ ... ]" según la descripción de Sáenz (idem ), a la que más tarde agrega: " [ ... ]

con tocado formado por un círculo con dos líneas que se cruzan en forma de X, y dos

especies de cabezas de serpientes, una a cada lado. Lleva orejeras y collar" (Sáenz,

¡bid.: 15 y lám. 20) (Fig.2). El material que acompañaba al individuo desmembrado no

pudo fechmse, pero al liberar el pórtico del templo se encontraron adheridas al muro

exterior, " [ ... ] dos lápidas con su conespondiente Serie Inicial y fecha de Cuenta

Larga [ ... ]",cuya lectura es"[ ... ] 9.12.6.5.8, 3 Lamat 6 Zac, año 678 de nuestra Era

en Ja correlación B, y en la conelación A corresponde al año 418" (ibid.:9).

Considerando a la cmrelación Goodman-Martínez-Thompson como más acertada,

Sáenz se inclina por la fecha 678 d C y en sus menciones posteriores del hallazgo se

refiere únicamente a ella.

Volviendo al trabajo sobre los objetos del Cenote Sagrado, Tatiana

Proskouriakoff concluyó que " [ ... ] la extensión geográfica total de la colección es

dificil de juzgar. Un reducido número de piezas pueden adscribirse a las tienas altas de

Guatemala y a su costa en el Pacífico" (1974:x), recordando posteriormente su

existencia en Oaxaca: "Hay un estilo oaxaqueño relacionado cercanamente, que emplea

mucho de la misma técnica [del Clásico Tmdío]. Los ojos, nariz y boca son

representados mediante simples arcos, y en los pendientes más grandes el tocado se

compone de la borla central del Clásico Tardío y bandas que algunas veces se enrollan

por encima de las orejeras" (ibid.: 14).

Las coincidencias con Oaxaca fueron tan1bién señaladas por Clemency Coggins

quien, refiriéndose a una placa de estilo Nebaj que forma pmie de la colección

recuperada en el Cenote Sagrado, opina que: "Como sea que haya viajado [desde las

regiones mayas del suroeste], eventos similm·es probablemente vinculmon al centro

oaxaqueño de Monte Albán con la región del Río Usumacinta, donde está su origen. Un

fragmento de una placa Nebaj como ésta fue incluida en una ofi·enda de Monte Albán

IIIB, con una vmiedad de jades compm·ables con aquellos encontrados en el Cenote

(Caso 1965, fig. 20)" (Coggins, 1984:70) (Figs. 10 y 11). 15

15 Llama la atención la ausencia de estas figuras en la ciudad de Teotihuacan, aunque resulta congruente con la temporalidad supuesta para su distribución. Conozco solamente el hallazgo de una de ellas a principios del siglo pasado en las cercanías del sitio, pero se ignora el contexto del que provino (Fig. 11 ). Aparentemente la pieza fue encontrada por un trabajador y pasó por varias manos hasta ser obtenida por Thomas Gann, ya en la década de los treinta (Me Vicker y Palka, 2001:183). Se trata de un personaje de rasgos mayas que porta un tocado de serpiente, plumas, y discos de jade o concha. De acuerdo con quienes la han estudiado, la placa es estilo Nebaj y fue tallada en el Clásico Tardío (Digby, 1972:30; Proskouriakoff, 1974: 14; Miller, 1986:154-155; Schele y Miller, 1986:122,130, fig.34; Me Vicker y Palka, idem). Es curioso que sea precisamente Teotihuacan quien petmitirá ahondar, en el próximo capítulo, en aspectos de su iconografía. ~

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'·"

Fig. 11. Placa estilo "Nebaj" del Clásico Tardío, recuperada en las cercanías de Teotihuacan.

Tomado de Digby, 1972

30

Fig. 1 O. Placa procedente de Nebaj, Guatemala.

Clásico Tardío. Tomado de Coggins, 1999

Oaxaca

Alfonso Caso ya había observado el vínculo expuesto por Coggins, señalando

una aparente influencia maya en la talla de jade en Monte Albán IIIb, además de que

algunos fragmentos directamente importados desde aquella región fueron localizados

como parte de ofrendas con piezas locales (cfr. Caso, 1965a:899).

Como ya se ha mencionado, son varias las piezas que provienen de Monte Albán

y que se asignan a los periodos IIIb, IIIb-IV y IV (cfr. Caso, ibid.:906-9ll; Paddock,

1966:157-160) (Figs. 5 y 12). En la secuencia cronológica del sitio, son precisamente

esos periodos los que encien-an mayores confusiones en su delimitación temporal y

caracterización social, ya que no existen verdaderas distinciones materiales entre ellos

(cfr. Flaru1ery y Marcus, 1983:184; Paddock, 1983:187; Kowalewski, 1983:188; Scott,

1998:185 Martínez et al. 2000:2-5; para una revisión de la problemática que encieJTa la

transición IIIa-IIIb-IV en los Valles Centrales de Oaxaca véase Paddock, 1978:45-50).

Ignacio Berna! considera que culturalmente son "exactamente el mismo", pues tanto la

cerámica como la arquitectura son iguales y el único rasgo que con-esponde al último es

la destitución de Monte Albán como centro principal del Valle de Oaxaca

(Bernal,l965:802,804,806-807). Por este motivo, el mismo autor concluye que se trata

de un mismo periodo con dos subfases, no de dos periodos, y atribuye esta continuidad

a que, independientemente del abandono de su centro ceremonial, el valle permaneció

habitado (Berna!, ibid.:804). Marcus Winter expuso un análisis detallado de los

elementos que pudieran atribuirse confiablemente a cada intervalo, en Monte Albán y

otros sitios contemporáneos, corroborando que no existe sustento para diferenciar los

periodos IIIb y IV. Reconociendo que sólo es válida una designación (IIIb), y basándose

en fechas por radiocarbono y correlaciones cerámicas, propone su inicio cuanto más

temprano en el año 500 d e y su culminación alrededor de 800 d e (los [echamientos

oscilan específicamente entre 640 y 755 d C cli. también Martínez et al., 2000:2-5); en

este lapso la antigua ciudad zapoteca de Monte Albán experimentó su apogeo. Winter

agrega que tampoco existen bases para extender su ocupación hasta el año 1000 d C,

como comúmnente se ha hecho (1989:127). 16

16 La siguiente fase sobre la que se tienen algunas certezas en los Valles Centrales de Oaxaca es Monte Albán V (1250-1521 d C), quedando un espacio de aproximadamente quinientos años de los que se sabe muy poco (Winter, 1989:1 27-129). Considerando el abandono de Monte Albán anterior al año 1000 d C, secuencialmente correspondería a un Periodo IV una duración aproximada de 200 años, por lo menos en aquella ciudad. Para evitar el problema que conlleva la designación numérica de fases, quienes actualmente trabajan en Oaxaca han propuesto una nueva terminología donde se denomina a la época de apogeo de Monte Albán como 'fase Xoo' (cfr. Winter, 1998:158, 170-176, Fig.l; Martínez el al. 2000).

31

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1

,)

Es significativo que en los Valles Centrales de Oaxaca las figmas de piedra

verde que se analizan aquí sustituyeron a las de marcado estilo teotihuacano, que fueron

comw1es durante el Periodo IIIa (Caso, 1965a:903). Alfonso Caso se refiere a este

cambio como un renacimiento o reanimación de la talla del jade en Monte Albán,

contemporáneo o ligeramente posterior al renacimiento del estilo maya en el Clásico

Tardío. A decir del trabajo de Caso, lotes de jades figurativos fueron localizados en la

Ofi·enda 3 del Templo del Jaguar y en la primera y tercera ofrendas del Montículo B.

Con excepción de una pieza, no se hace referencia a su asociación con entienos

humanos ni se profundiza en las características contextuales, resultando además

asombrosa su aparente ausencia al interior de las famosas tumbas zapotecas. Es una

Fig. 12. Placa de jade procedente de Oaxaca. Museo de Volkerkunde, Viena. Tomado de Winter, 1994

lástima que de los ejemplares más elaborados

que conozco y que se sabe provienen de

Oaxaca, Caso sólo ilustra dos: tmo de Guiengola

cuya procedencia exacta se desconoce, y otro

rescatado en el Montículo B de Monte Albán, de

temporalidad dudosa (Caso, ibid.:908, 910, figs.

26 y 27). Sobre esta última pieza, que muestra a

Wl individuo con vistoso tocado, dice Caso:

" [ ... ] tal vez representando a un hombre con

atributos de una serpiente emplumada (p.e.

Quetzalcóatl) [ ... ]" (ibid.:908).

Los tocados con atributos de serpiente son comunes entre las placas más

complejas, como aquella que se encuentra en el Museo de Volkerkunde, en Viena (Fig.

12), 17 ilustrada por Marcus Winter, quien a propósito dice: "Estos adomos son portátiles

17 Un jade figurativo, muy similar a los de manufactura zapoteca, fue encontrado en San Jerónin:o de Juárez, Guerrero (Van Winning y Stendahl, 1972, fig. 338; Hirth, 2000:203). En el tocado del personaje se muestra una serpiente de perfil de cuyas fauces emerge el rostro, también en perfil, de otro pers_onaJ~· Desconozco ~u procedencia exacta, y sobre su asociación contextual sólo sé que se enco~traba al mtenor de una v~~lJ.a trípode de tecali, con dos conchas (Van Winning y Stendahl,ibid., fig. 3J7). Con estos. datos es d¡f¡cil proponer una temporalidad, ya que en este sector de la costa guer~erense hubo una ocupacm~ aparentemen~e continua desde el Formativo y hasta el Postclásico Temprano (We1tlaner, 1948:80-81). Especil'icamente hacm el Clásico se habla de objetos 'teotihuacanoides' y 'mayoides', y más tarde de elementos de la 'cultura

Mazapa' y cerámicap/umbate (ibid.:83).

y probablemente fueron intercambiados entre grupos de distintas regiones, por lo cual

han sido encontrados tan1bién en Xochicalco y Chichén Itzá. Su lugar de manufactura

no se ha determinado" (1994:165).

Xochicalco

Se mencionó al principio de este capítulo que las ofrendas rescatadas, tanto en la

Pirámide de las Serpientes Emplumadas como en la Estructura C, comparten muchos

elementos. César Sáenz subraya: "En las dos exploraciones obtuvimos ofrendas,

entierros y datos [ cerán1ica] que relacionan ambos monumentos por la similitud de los

objetos encontrados, algunos de los cuales aparecían por primera vez en esta zona,

existiendo por lo tanto una contemporaneidad entre ellos" (1964a:9); y más tarde: "Uno

de los aspectos en que más se asemejan las ofrendas de uno y otro monumento es en las

placas o pendientes de jade con representaciones de personajes con tocado en fmma de

fauces de serpiente [ ... ]" (ibid.:13) (Figs. 1 y 4).

A estas coincidencias añade los rasgos arquitectónicos, que también aparecen

semejantes (ibid.:10). A pesar de esta sincronía, la Pirámide de las Serpientes

Emplumadas fue sujeta por lo menos a una renovación arquitectónica más, habiendo

quedado la Estructura C abandonada, o simplemente sobreviviendo con el mismo

aspecto hasta el abandono de ambos monumentos.

Ya se ha hecho alusión a las figuras de jade que rescató Sáenz en la Pirámide de

las Serpientes Emplumadas, además de los materiales asociados, por lo que no enlistaré

nuevamente el contenido de esas ofrendas. De cualquier modo, vale la pena recordar

que se asociaban a la construcción de la segunda etapa arquitectónica del monumento,

la cual puede situarse por con-elación cerámica en la fase III de Xochicalco (ca. siglo

VII a X de nuestra era) (Sáenz, 1963b:7).

Los hallazgos en la Estructura C se realizaron al practicar una cala a todo lo

ancho y en el centro del edificio, sobre la plataforma superior. Al romper el piso de

estuco, al interior de un cajón revestido de piedra, se recuperaron:

" [ ... ] dos placas de piedra superpuestas, conteniendo cada una de ellas en la superficie Wla capa de óxido de fien·o (limonita). Las placas son de fmma rectangular y servían de base a 4 caracoles, 1 concha, 9 valvas de molusco, un caracol (trompeta) fi·agmentado, y cuentas de concha [ ... ] ; una placa o pendiente de jade que representa a un personaje con tocado en fmma de fauces de serpiente y con las manos sobre el pecho en actitud ritual (Lám. VII, A); otra placa o pendiente de jade con una representación antropomorfa

33

li ¡

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·' j

y tocado también en forma de fauces de serpiente (Lám. VII, B); un disco de jade con una perforación grande en el centro y otras dos pequeñas perforaciones cerca del borde (Lám. VII, C), y una orejera de jade (Lám. VII, D)" (Sáenz, 1964a: 12).

A la entrada del edificio, entre los dos pilares que daban acceso al vestíbulo, se

localizó un entierro para cuyo depósito se había alterado el piso estucado, acompañado

de una ofrenda que Sáenz considera pudo ser extraída de una caja similar y cercana a la

del hallazgo anterior, que se había encontrado vacía:

"Se trata de un entierro secundario cuyos restos estaban muy fragmentados y parecen haber pertenecido a un adolescente. Se encontró acompañado de las siguientes ofrendas: un disco grande, de piedra, con una capa de óxido de fierro (limonita) [ ... ] , un caracol (trompeta) con restos de pintura roja (cinabrio); trece caracoles perforados del tipo "olivina"; cuentas de concha que forman un collar; una placa o pendiente de jade grande cuyo bajo relieve representa a un personaje con los brazos sobre el pecho, tocado en forma de fauces de serpiente y dos caras de perfil en la parte superior a uno y otro lado del tocado (Lám. VIII, A); un pendiente antropomorfo de jade con tocado estilizado figurando fauces de un ofidio (Lám. VIII, B); otro pendiente, cabecita anh·opomorfa de jade, con tocado muy estilizado imitando fauces de serpiente (Lám. VIII, C); y dos pequeños discos de jade con w1a perforación en el centro y dos en los extremos (Lám. VIII, D)" (1964a:12-13).

La inhllsión del entie1ro secundario es considerada por Sáenz como un evento

tardío. Es cierto que su disposición fue posterior a la constmcción del edificio, pero eso

no significa necesariamente que fuera posterior a su ocupación, en particular, ni al uso

del centro ceremonial, en general. Es viable su idea sobre la remoción de los objetos

para su integración en un contexto de enterramiento, pero ambos eventos pudieron

ocwrir en el ámbito de significación original del monumento.

En este infmme nuevamente menciona Sáenz la similitud que guardan las placas

de piedra verde con el pendiente hallado por él en Palenque, y concluye: "Todo lo

anterior nos demuestra la contemporaneidad entre las constmcciones de la Pirámide de

las Serpientes Emplumadas y la Estructura "C", que podemos considerar dentro del

Período Clásico Tardío. Nos hace creer además en una fi.Ierte influencia u ocupación de

pueblos procedentes del sur de México, principalmente de la región maya" (ibid.:l4).

J .. ¡

Cen-o de las Mesas Durante 1941 los arqueólogos Matthew Stirling y Philip Drucker, patrocinados

por el Smithsonian Institute y la National Geographic Society, llevaron a cabo

exploraciones en el sitio veracruzano de Cerro de las Mesas. Al excavar la Trinchera 34

se encontraron congregadas 800 piezas de jade al pie de un montículo en el Grupo

Central (Drucker, 1943:11, 13-14). La ofrenda conjW1taba figuras de diversas

proporciones y atributos, como placas grabadas, discos, perforadores, cuentas, orejeras,

y algunos ejemplares como los multicitados aquí (cfr. ibid, figs. 31 b, e y 34a).

La cerámica del montículo delante del cual se rescató la ofi·enda (tiestos

procedentes del relleno y piezas completas en contextos mortuorios localizadas en el

edificio) fue estudiada por Drucker y asignada al Horizonte Inferior II (aprox. 750-1000

d C). Al publicar sus resultados el autor propuso que, dada su relación con el edificio, la

ofrenda misma podría datar de esa época (1943:79-80; 1955:29), pues no hubo

posibilidad de fecharla directamente. Sin embargo, a decir por el dibujo de la planta y

perfil arquitectónicos (cfi·. Drucker, ibid.:12, fig.5), los jades fueron dispuestos

inmediatan1ente al fi·ente de la escalinata de la estmctura pero no en su interior (es

decir, no necesarian1ente antecediendo la constmcción), pudiendo no ser eventos

sincrónicos. En 1952 el mismo Dmcker inició el estudio de los jades, que publicó el

Smithsonian tres años más tarde, y en él comenta:

" [ ... ]se ha probado que el jade es un material cuyo estudio es dificil. No sólo fueron los objetos de jade amplian1ente comerciados en Mesoamérica, sino que, como se ha mostrado repetidamente, algunas piezas se preservaban por largo tiempo -como reliquias tal vez, o tesoros, o posiblemente hasta como objetos d'art [sic]-. Situar temporalmente una pieza de jade no es como posicionar un tipo cerámico o categorizar un rasgo distintivo; lo único que esto nos proporciona es una posible fecha límite. Las figurillas de jade olmecas proveen el más claro de los ejemplos que uno pudiera encontrar. Los objetos son, por supuesto, fácilmente reconocibles desde el punto de vista estilístico. Esta evidencia sugiere que el periodo, o al menos el principal periodo, de su manufactura fue el Preclásico-Medio en el horizonte Tres Zapotes-La Venta [ ... ] . Sin embargo algunos objetos de este tipo existen en la ofi·enda de Cerro de las Mesas, presumiblemente traídos desde la región ol!neca vecina, durante un periodo considerado con otras bases como contemporáneo a Tres Zapotes Superior [ca. 750-1000 d C]. En consecuencia, si estas varias suposiciones son correctas, los objetos habían sido fabricados bastante tiempo antes de que fueran enterrados bajo los escalones al frente del montículo [ ... ] . Los datos de Cerro de las Mesas por sí solos podrían desviarnos completamente" (Drucker, 1955:30).

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'1 1

1

li

Transcribo esta extensa cita por la claridad con la que el auton .. expone el

problema de asignación cronológica, con el que también se toparon, por ejemplo,

quienes estudiaron las piezas del Cenote Sagrado.

Como ya se dijo, la construcción y el depósito no fueron necesariamente

fenómenos relacionados. Se tiene entonces coino límite temprano para la ofi·enda la

fecha de construcción de la escalinata, conespondiente al Horizonte Inferior II (ca. 750-

l 000 d C)" En el otro extremo, y puesto que las piezas pudieron ser ofrendadas al

montículo durante los últimos años de su ocupación o incluso estando abandonado, se

tiene como fecha límite más tardía aproximadan1ente 1400/1450 d C, después de la cual

no ha sido detectada actividad en el sitio (cfr. Drucker, 1943:81-87). Este rango genera

más dilemas de los que resuelve, en torno al origen y significado de la ofrenda.

A decir por el an1plio análisis de Drucker (cfr. 1943:13-14; 1955:29-67), se

integraron ejemplares de contrastable funcionalidad, temporalidad y procedencia, sin

.. orden aparente y sin asociación a restos humanos o de ningún otro tipo. No se destaca

alguna pieza sobre las otras, y tampoco se observa un patrón en su estado (existen

artefactos nuevos y desgastados por el uso, completos y fi·agmentados, tanto joyeles o

alhajas como objetos mayores ... ). Pienso que podría tratarse de un depósito donde se

conjtmtaron elementos despojados de otros contextos y donde las piezas perdieron su

significado original para asumir otro, cuyo sentido se me escapa por completo.

Me inclino por una fecha tardía para la disposición de estos materiales en Ceno

de las Mesas. Tratándose por ejemplo de los jades figurativos, durante el Horizonte

Inferior II de Drucker las piezas estaban siendo dispuestas en contextos que cuentan con

más elementos para considerarse primarios. 1'

18 Jiménez Moreno considera que el Horizonte Inferior Il de Cerro de las Mesas en realidad inicia hacia 300 d C y culmina hacia 800 de (1959: 1027-1 028).

19 Es posible que en el sitio mismo existan las placas de jade en contexto original. En el análisis cerámico de Drucker se mencionan varios entierros con objetos de jade, pero no son descritos detalladamente (quizás lo haga Stirling en su infon11e general de la temporada, que no tuve oportunidad de consultar). Habría que ahondar más en ello, pues algunos de los componentes de la ofi·enda pudieron haberse retirado de depósitos locales.

36

Hidalgo y Que1·étaro

En el invierno de 1998, el Proyecto Valle del Mezquital realizó excavactones

miniextensivas en el sitio Sabina Grande, municipio de Huichapan, Hidalgo (Carrasco

el al., 2001).10 En este lugar aparecen representados en superficie los complejos Con·al,

Corral Terminal y Tollan como fueron designados por Robert Cobean (1990) para TuJa

(cfr. López AguiJar y Fournier, 1992:16-42; Foumier, 1995), pero durante los trabajos

de excavación se detectó una secuencia estratigráfica que puede situarse dentro de los

límites del complejo Corral Terminal (ca. 900-950 d C).

Siguiendo a Cobean, el Complejo Cona! Tetminal es transitivo entre las fases

relativas a Coyotlatelco y la ocupación principal de TuJa Grande. En él se traslapan

materiales de ambos complejos, Cona! (ca. 800-900 d C) y Tollan (ca. 950-1150/1200

d C): " [ ... ] la principal continuidad cerámica entre las ocupaciones de las esferas

Coyotlatelco y Tollan en TuJa, es el 'traslape' temporal de algunos tipos bien definidos

de ambas esferas, en lugar de la existencia de tipos de transición" (Cobean, ibid.:502,

véase también Cobean y Mastache, 1989, Tabla 5.2; Healan et al., 1989:243-244). El

autor considera que en este momento aparece como diagnóstica la cerámica Mazapa de

Líneas Rojas Ondulantes (Cobean, 1990:267-280, véase también Healan et al.,

1989:243).21

Congruente con lo anterior, en la descripción estratigráfica de Sabina Grande

(cfr. Carrasco et al., ibid.:59-67) dentro de un mismo estrato se reportan tipos que de

acuerdo con la clasificación de Cobean inician en Corral (p.e. Pastura, La Luz, Rito),

otros diagnósticos de Corral Terminal (p.e. Mazapa Líneas Ondulantes) y algunos

extensivos a Tollan pero que hacen su aparición desde Corral Terminal (p.e. Macana,

20 Sobre estas excavaciones preparan su tesis de licenciatura las siguientes personas: Juan Carlos Olivares Orozco, Alejandra Chacón Treja, Mónica Jiménez Ramírez y Mario Carrasco T~ja.

21 En un trabajo reciente, Osvaldo Sterpone (en prensa) cuestiona la validez de la secuencia propuesta por Cobean. Como resultado de sus propias excavaciones en TuJa, el autor observa que la asignación temporal de ciertos tipos cerámicos y su agrupación en complejos consecutivos carece de sustento, y que a la fecha la cronología asignada a Tula conserva un carácter tentativo. A decir por el reporte de Sterpone sobre las exploraciones en la Plazoleta Norte, en una misma Unidad Estratigráfica conviven materiales Coyotlatelco, Macana, Mazapa y Blanco Levantado, los cuales fueron originalmente integrados por Cobean en complejos distintos. Esta convivencia se repite en Sabina Grande, como se especifica aquí, y en Teotihuacan aparecieron piezas Macana y Mazapa en el mismo contexto (cfr. Manzanilla et al., 1996; Manzanilla, com. pers. 2002). Sterpone argumenta que Mazapa no debe considerarse marcador de una sola fase, puesto que aparece en varios de los depósitos estratigráficos registrados por él, además de encontrarse en contextos que han sido fechados por Carbono 14 principalmente entre los años 700 y 1 000 d C, en la propia Tul a, en Teotihuacan y en Tlalpizahuac (Sterpone, idem). Aunque este rango cronológico es amplio, con él coincide ·mi propuesta sobre una temporalidad epiclásica del contexto de Sabina Grande. Por otro lado, las investigaciones de Sterpone parecen apoyar la asignación tardía de Naranja a Brochazos (o Jara Anaranjado Pulido) propuesta originalmente por Acosta (1956-57) y sostenida por Cobean (1978; 1990).

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T 1

Manuelito, Proa) (cfr. Cobean et al., 1981:195; Cobean, 1990:301-303, 327, 333, 362,

364, 502). Independientemente de esta convivencia, un indicador más de que la

secuencia en general puede circunscribirse al Epiclásico es la notoria ausencia de los

tipos más tardíos."

Una cerámica que se considera diagnÓstica de fase Tallan es .Tara Anaranjado

Pulido, cuya presencia en fases anteriores es insignificante en relación con su

abundancia hacia la parte final de Tallan (Cobean, 1990: 345). En contraste, Cobean

menciona que Blanco Levantado, que inicia en Corral Terminal y se extiende hacia

Tallan, disminuye a medida que aumenta Jara, considerándolos incluso "excluyentes"

(ibid.:455). En la excavación de Sabina se recolectaron cantidades importantes de

Blanco Levantado, mientras que en el análisis cerámico preliminar se reportan

únicamente dos tiestos de Jara ( cli". Can-asco et al., id e m). Adicionalmente, no existen

ejemplares de Sillón Inciso o Plwnbate, tipos considerados más tardíos en la secuencia

de Tul a y que se han localizado en la región a nivel de superficie, por lo que se sabe que

sus habitantes tenían acceso a ellos.

Además de piezas cerán1icas, en el contexto ofrendaría principal de la

excavación en Sabina se registró un entieno secundario, acompañado por una vasija de

tecali, 23 dos orejeras y diversos objetos labrados en piedra verde, una navaja y un

11 Otro referente cronolóaico es un malacate con decoración moldeada al que se aplicó un baño de chapopote. Estas piezas parecen p;ovenir de la región Huasteca y sur de Veracruz, donde aparecen desde el Clásico Medio hasta los primeros años del Postclásico (cfr. Drucker, 1943:66,76; Ekholm, 1944:459; Thompson, 1953:453; Hall, 1997:129-130).

23 En Tula Acosta considera a las piezas de tecali "objetos en boga durante la ocupación tolteca" pero reconoce que "P~r desgracia, los pocos fragmentos hallados hasta ahora carecen de valor cronológico" (1956-57:100). AJo-unos ejemplares recuperados durante la construcción de la carretera Actopan-Tula, que contentan restos !m~ anos calcinados, tienen igual fonna que la pieza procedente de Sabina: " [ ... ] un vaso cilíndrico sencillo y con soporte circular, hecha en alabastro color blanco-amarillento no muy bien pulido [ ... ]" (idem). Del Cenote Sagrado, Coggins (1984:33) ilustra una vasija con la misma forma, y en este sentido la iguala con otra hallada en Uxmal, atribuible al Clásico Tardío-Terminal (800-900 d C) (idem) (ver nota 10 de este volumen). Entre las sociedades prehispánicas el tecali debió considerarse un objeto de lujo, a decir por su escasez, franilidad y dificultad para trabajarse. Ignoro si además el propio material tuviese un significado metafórico, cm~o ocurre con el jade. Sobre su origen, Coggins nos dice: "El Tecali es una piedra calcita de las montañas de Puebla y Norte de Oaxaca" (1984:54; véase también Diehl y Stroh, 1978:74) y Acosta: "Posiblemente provienen de la región de Veracruz, que fue uno de los centros principales de producci~n .de objetos~~ este material" (1956-57:101; véase también Diehl y Stroh, idem). Se han reportado yaem11entos tambwn en Chiapas (Diehl y Stroh, idem). Vasijas de tecali se han encontrado en lugares mu~ distantes como Culiac~n, Sinaloa (Kelly, 1941:200), la Sierra Gorda de Querétaro (Museo Regwnal de Queretaro), Tula (Acosta, 19}6-57:100-101· Castillo, 1970 apud Diehl y Stroh, 1978:74-75, fig. 1, Diehl, 1983:101 y Paredes, 1990:188), Monte Albán, Chichén ltzá, Uxmal (Coggins, 1984:33,54) y Tikal (Sáenz, !963a:21). Algunas vasijas con pintura al fresco aparecieron en lugares como Xochicalco (Sáenz, 1963a: 13, 21, lám_. 111) y nuevamente en el Cenote, donde la pieza es comparada con algunas provenientes de Oaxaca (Coggms, 1984:54). En Monte Albán hay evidencia de trabajo en Tecali desde la É.poca 1, y en la Mixteca Alta durante el Clásico (Marcus Winter, com. pers., 2002).

38

cuchillo de obsidiana, varias puntas de sílex, cuentas y placas de concha tallada, un aro

extraído de la superficie de un bivalvo, espirales labrados sobre caracoles y escasos

componentes de un mosaico presumiblemente de turquesa. Se cuenta también con un pendiente de piedra verde con un rostro tallado, del

estilo que aquí se trata (Fig. 13) ( cfi·. Carrasco et al.,

2001:61, 68-70, 72-73).

La presencia de este objeto en la región podría

interpretarse como anómala y su obtención como

producto de un intercambio poco común a larga

distancia, si no fuera por el resto de los objetos que lo

acompaüan y el contexto tan similar hallado unos afias

antes en el sur de Querétaro. 2'1

Fig. 13. Pendiente recuperado en Sabina Grande. Cortesía Proyecto Valle del Mezquital

Como parte de una labor de rescate en Barrio de la Cruz, San Juan del Río, Ana

Mada Crespo Y Juan Carlos Saint Charles exploraron una serie de entierros y ofrendas ( 1991 ). Acerca del EntieJTo 3 dicen:

"Se trata del enteiTamiento directo de un individuo adulto acompaüado de tres osamentas infantiles, dos de ellas completas aunque mutiladas, y un cráneo. [ ... ] Al frente del cráneo adulto se encuentran los tres cráneos infantiles alineados norte sur con la parte frontal al oriente. Diversos huesos largos, infantiles, parecen estar delimitando los restos del personaje central. Son acompañados por el esqueleto de un mamífero decapitado, posiblemente un perro [ ... ] . Bajo el cráneo del individuo adulto, se localizó una cuenta tubular (1.5 cm) de piedra verde -jadeíta- y un fi·agmento de navaja prismática de obsidiana; alrededor del mismo cráneo se encontraron cerca de 300 pequeñas cuentas de concha y piedra verde, las cuales eran parte de un collar que remataba con una placa tan1bién de piedra verde. Esta placa, de 5 cm, tiene en tma de las caras un personaje figurado de frente, en bajorrelieve, al estilo mixteca" (Crespo y Saint Charles, 1996:130, fig. 10, véase también Saint Charles, 1991a:7-8, 11; Crespo y Saint Charles, 1991)

'·' En comunicación personal (2001), Raúl García Chávez me describió un hallazgo similar excavado por él en las cercamas ~.e Teca_m~c, Estado de Mex1co. Se trata de un entierro con una placa de jade de este estilo, conchas Y vasuas ceram1cas. Al observar los materiales cerámicos de Sabina Grande, Raúl García identificó los mismos ttpos. ~

39

Page 30: Tesis Interaccion Interregional. Laura Solar Valverde 2002_OCR

A esta descripción agregan más tarde: "La placa de piedra verde, originaria del

sur de Mesoamérica, tiene un significado mortuorio y sin duda se trataba de un objeto

de valor en esta sociedad" (Crespo y Saint Charles, 1996:139) (Fig. 14). Por su parte, al

referirse al mismo hallazgo en un trabajo post~rior, Saint Charles proporciona una

descripción detallada de las vasijas cerámicas y se refiere a la placa de jade con el

personaje en bajonelieve "identificada como zapoteca" (Saint-Charles, 1998:340-341).

Fig. 14. Placa de jade recuperada en San Juan del Río, Qro. Tomado de Crespo y Saint Charles, 1996

El contexto fue hallado al excavar una trinchera

en tma de las plazas ubicadas al oeste del Ceno de la

Cruz, cuya construcción fue fechada con base en

muestras de C\4 entre los años 650 y 750 d C (Saint

Charles, idem). Desafortunadamente el Entieno o ;)

aparenta ser un evento intrusivo, por lo que su

temporalidad es dudosa, pudiendo ser ligera o

considerablemente posterior a esas fechas. Pienso que no

dista mucho de ellas, pues contenía vasijas que en otros

contextos en el mismo sitio (p.e. UEG) aparecen asociadas a piezas que en su mayoría

" [ ... ] guardan gran similitud con cerámicas del Epiclásico [ ... ] " tanto del Centro de

México como del Bajío (Crespo y Saint Charles, 1996:137).

Adicionalmente, en el Entieno 3 se recuperó una pieza del tipo denominado

"Rojo Inciso Postcocción Xajay" o Xajay Rojo Esgrafiado, cuya situación cronológica

es controversia! desde que fue identificado en superficie por Enrique Nalda (1975:95-

98); sin embargo, aunque esta cerámica haya tenido una vasta extensión temporal, al

menos en un lapso se corresponde con tipos cerámicos ubicados en otras regiones

dentro del Epiclásico. Por ejemplo, en el informe de una excavación extensiva en El

Zethé, Hidalgo, se reporta la correspondencia de tiestos Xajay con Cai'íones Rojo/Café

(Morett el al., 1994:93), este último perteneciente a la Esfera Coyotlate!co en el área de

TuJa, principalmente dentro de la fase Cona! (ca. 800-900 d C) (cfr. Cobean, 1990:238-

244).15 Durante la misma exploración se localizó una cista que contenía varios entierros

15 Al excavar un drenaje en el Barrio de la Cruz un grupo de trabajadores localizó una rica ofrenda, entregándola posteriormente al INAH. Las vasijas fueron estudiadas por Juan Carlos Saint Charles, quien las interpreta como resultado de dos eventos distintos. El autor también considera a los ejemplares Xajay Rojo Esgrafiado y Cañones Rojo/Bayo como parte del mismo evento (1998:341 ).

y vasijas, entre ellas un ejemplar completo de Xajay Rojo Esgrafiado. El contexto se

asociaba a la construcción de una plataforma que fue fechada por Carbono 14 entre los

años 777 Y 997 d C (cfr. Morett el al., ibid.:93,115). Tiestos de este tipo también se

recuperaron en la excavación de Sabina Grande (cfr. Carrasco et al., 2001 :59-67; más

datos para la asignación temporal del Xajay Rojo Esgrafiado se exponen en el cuarto

capítulo de esta tesis).

Mientras aquella placa recuperada en Sabina Grande reproduce únicamente el

rostro del personaje, la procedente de Barrio de la Cruz sí aparece completa, con las

manos al pecho. Ambas carecen del tocado con atributos de ofidio pero en el caso de

Sabina, como parte de la misma ofrenda, fue recuperada una serie de conchas labradas

que integraron un sartal (cfr. Can·asco et al., 2001:72) y que creo que nuevamente

retratan al personaje en cuestión, pero esta vez con perfiles de serpiente a los lados (Fig.

15).

Fig. 15. Sartal de concha recuperado en Sabina Grande. Cortesía Proyecto Valle del Mezquital

A pesar de su cercanía y su contemporaneidad (cuando menos parcial), los sitios

de Sabina Grande y Barrio de la Cruz pueden considerarse como pertenecientes a

sistemas sociales distintos. El patrón de asentamiento y arquitectura difieren

notablemente, y hasta ahora se considera lo mismo de la mayor parte de su vajilla (es

importante sei'íalar que aunque pocos, sí comparten tipos cerámicos. Esto se detallará en

el cuarto capítulo). Así, la coincidencia en la calidad y cualidad de los objetos que

componen las ofrendas de ambos, los insinúa partícipes de un mismo 'bagaje'

ideológico que en principio no parece equivaler a un contacto ordinario.

En su informe sobre el hallazgo de la figura queretana, Crespo y Saint Charles

mencionan que Aveleyra reporta placas de serpentina con motivos semejantes en

41

111

Page 31: Tesis Interaccion Interregional. Laura Solar Valverde 2002_OCR

entierros de Apatzingán, Michoacan," y agregan: "La representación del personaje es

parecida a la que se observa en una placa procedente de Tula, Hidalgo, como parte de

las ofrendas dentro de recipientes de piedra en los altares de las salas ceremoniales

exploradas por Acosta" (Crespo y Saint Charles, 1991:s/p).

Tu la

Entre la séptima y décima temporadas de trabajo arqueológico en TuJa, Hidalgo,

bajo la dirección de Jorge Acosta, las exploraciones se centraron en las Salas 1 y 2 del

Edificio 3 ó Palacio Quemado. Ambas salas tuvieron banquetas que cmTían a lo lm·go

de los muros interiores, en la Sala 2 cubierta con hermosos relieves que representan una

procesión. Adosados a las banquetas en mnbos cumtos se encontraron altares, dos de

ellos conteniendo las ofrendas que interesan aquí (Acosta 1954:95-106, 112-114;

1955:146-154, 167-168; 1956-57:100). En el Altar Sur de la primera sala se recuperó:

" [ ... ] una importantísima ofrenda que se encontraba a 25 cm. de profundidad y que consiste en un recipiente cilíndrico con tapa, hecho en piedra caliza y pintado de rojo. En su interior se encontró una placa de jade y 18 cuentas de concha (láms. 45 y 46). La placa que todavía conserva bastante pintura roja, tiene perforaciones para ser usada como pendiente (lám. 4 7). Es de color verde oscuro y en ella se talló magistralmente, una figura humana que ocupa toda la superficie de una de sus caras. [ ... ] El personaje está visto de frente y de pie, con la mano izquierda sobre el pecho, lleva orejeras circulm·es y como tocado, un gran penacho que le cae a ambos lados" (Acosta, 1954:104) (Fig. 16a).

Acerca del altm· en el que se encontrmon estos objetos, Acosta señala que se trata

de una superposición, pues está construido sobre el piso general de la sala y a pm·tir de

la banqueta circundante (ibid.: 1 06). Esta situación es la misma del Altm· Este en la Sala

2, donde:

"Los autores se refieren al catálogo de adquisiciones del Museo Nacional que compendió Aveleyra en 1964. Entre los materiales de Occidente se muestra un collar de "cuentas de caracol marino con plaquitas de serpentina intercaladas'' que lleva como ornamento central una placa con la figura de un personaje, efectivamente del estilo que se trata aquí. A decir por su introducción a esta sección, Aveleyra considera que el collar es tarasco, pero no proporciona absolutamente ningún dato sobre su contextualización o temporalidad particular, o sobre quién realizó el hallazgo y cuándo. Es posible que la pieza fuese producto de saqueo, como ocurre con una buena parte de los objetos que fueron adquiridos (comprados) por el Museo para acrecentar su acervo a principios de la década de los sesenta (Jiménez Betts, com. pers. 2001). La ocupación en Apatzingán inicia cuando menos a la par con Teotihuacan 111 (Kelly, 1948:67-70), por lo que la temporalidad de la placa de jade de este lugar no necesariamente es tardía. Existe otro ejemplar que se presume proviene de Michoacán (actualmente en el Museo de Brooklyn), pero nuevamente fue producto de saqueo y no se sabe nada sobre él (Me Vicker y Palka, 2001:184-185, notas 9 y 1 0).

27

" [ ... ] ~ ~os ?.20 cm. de profundidad, se halló un recipiente de piedra de forn:a cilmdnca y ,con tapa, tan1bién pintado de rojo. [ ... ] al levantar la tapa se VIO que contema ~a he~mosa placa de jade, dos conchas y 16 pequeñas cuentas de es:e matenal (lan1. 27). La placa fue usada seguramente como pector~l, en VIsta ~e que tiene dos perforaciones laterales. Sobre w1a de sus caras tiene ~sculpida una bella figura humana vista de fi·ente (lám. 28). Los cabellos est~ sujetos sobre la frente con un adorno circular y caen a los lados. con nzos. Llev~. dos m:ejeras circulmes y sobre el pecho pende un co~lar d~ cuentas esfencas. Tiene las manos sobre el tórax, agmTando un objeto circular que ha apmecido sobre otra escultura en Tula [ ... ] " (Acosta 1955:152-153) (Fig. 16b). '

@] llil

Fig. 16. Placas de jade halladas en el Edificio 3 de TuJa, Hgo. Altar Sur, Sala 1 (a). Altar Este, Sala2 (b) Tomado de Acosta, 1956-57

En el mismo trabaio el autor presei1ta una l.;'ni·na · o = compm·atJva donde están presentes la figurilla apenas descrita, la escultura tolteca con la que encl!entra similitud

la placa hallada por Sáenz en Palenque y tres ejemplos de piezas provenientes de Mont~ Albán (Fig.l7); se podrían incluir una placa que se exhibe en el Museo Nacional como

procedente de GueiTero, que reúne los mismos rasgos, y otra más que fue recuperada en CeiTo de la Estrella (cfr. Pérez, 2002:94). 27

Ed~ardo Noguera describe una escultura del Museo Nacional, proveniente de Xochicalco que muestra ~I!mhtud con el monolito tolteca: " [ ... ] un personaje de pie que sostiene entre las manos un dis~o perforado,

m_ em~.argo, en esta ocasión "~a ~abeza aparece dentro de las fauces de una serpiente y ostenta rand~s ?reJe;as , como ocmTe en las Imagenes de las placas de jade. Noguera conclu e· "Esta deidaJ s ¡ Identificado como Chalchiuhtlícue" (1960:61). Karl Taube (?OOOb·318 fig 10 ? 7 )yl.

1 e la

e¡· · T d' d - · ' · ·- e I ustra otra escu tura del as1co ar JO, proce ente de Puebla, nuevamente con tocado de serpiente y sosteniendo un objeto similar.~

"'3

1

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p

28

Los brazos están levantados en la posición que frecuentemente se observa en

otras figuras, a la altura del pecho y con las palmas de las manos enfi·entadas, tal vez

representando la misma actitud, pero en esta ocasión sostienen entre las manos un

objeto cuyo significado o funcionalidad se desconoce."

Fig. 17. Placa de jade (a) y escultura (b) procedentes de Tul a; placas de jade procedentes de Monte Albán (c-e) y Palenque (1). Tomado de Acosta, 1955

Tengo conocimiento de tres placas más del mismo estilo provenientes de TuJa

dos de ellas de jade Y la tercera de concha. La primera se exhibe actualmente en la Sal~ Tolteca del Museo Nacional, donde no se refiere su procedencia exacta ni

Sobre el eleme.n~o circular A costa dice: " [ ... J ha sido identificado provisionalmente como un es e· 0

m á ico de los que utthzaban los sacerdotes para sus adivinanzas" (1055·167) E 1 · s 1 p' g ·' Quemado se 1 d · · · · n a mtsma a a 2 del PalaciO Cerro lan recupera o va:ws espejos de pirita (dr. Mastache y Cobean, 2000:121) y en la Ofrenda 2 de

de la Estrella se encontro uno asocmdo a tres jades figurativos (Pérez 7007·93) 1( 1 ·r b do ficr ·11 d ·1 · , - -· · ar au e muestra B s . Ioun as. e estt ~ teotthuacano que fueron recuperadas por joseph Ball como parte de una ofrenda en ( 1 ~c;n.' tambten sostemendo un objeto circular entre sus manos, que Taube también identifica como un ·

2.179-180, fi?.l 0). En otro trabajo, el mismo autor comenta que éste fue un tema escu~spejo relativamente comun en Mesoamérica durante el Clásico Tardío (Taube ?OOOb·' 17) El d. onco 1 · · 1 1 , - .J • pen tente que porta

e( f.eiMsonVaJ.e en a P aca de concha que se tratará a continuación, también ha sido interpretado como un · c,l. e tcker y Palka, 200 1: 182). espejo

contextualización. La segunda fue recuperada durante las exploraciones en la Localidad

El Canal por parte del Proyecto Missouri (cfi·. Diehl, 1983, fig. 51), pero además de su

imagen y procedencia general no conozco mayor infmmación. Por último, algunos

autores ilustran o hacen referencia a un fragmento de concha grabado en estilo maya del

Clásico Tardío, hallado por Desiré Charnay en Tula a finales del siglo XIX, que

actualmente se encuentra en el Museo de Historia Natural de Chicago (cfr. Easby,

1961:72, Thompson, 1973 :217; Schele y Miller,

1986:78, 89, fig. 5; Paredes, 1990:13-14; Me Vicker y

Pallca, 2001) (Fig. 18). Se pensó durante mucho tiempo

que se trataba de concha de abulón, cuyo ongen se

restringe al norte del océano Pacífico y Golfo de

California (cfr. Schele y Miller, ídem); sin embargo, en

Lm estudio reciente se ha propuesto que corresponde en

realidad a la especie Pínctada mazatlaníca, tan1bién

circw1scrita al Pacífico pero con una extensa

distribución que abarca desde el Golfo de California

hasta Perú (cfr. Me Vicker y Pallca, 2001: 179). Se

considera que la pieza fue tallada por lo menos dos

veces, antes de que arribara a TuJa (cfr. S che! e y

Miller, ídem; Me. Vicker y Pallca, íbid.:l79,182).

Fig.l8. Placa de concha procedente de Tula Tomado de Me Vicker y Palka, 2001

Es lamentable que no existan datos sobre su contexto original, pues además de

ser una pieza única se observa en ella un fenómeno interesante: aunque la composición,

la postura y parte de la indumentaria del personaje ciertamente son de estilo maya, no

ocmTe lo mismo con el fenotipo (Me Vicker y Palka, 2001: 182) que parece más cercano

a las representaciones del Centro de México."

29 Me Vicker y Palka han realizado un extenso estudio sobre esta pieza (2001). Comparándola con otras de materia prima y manufactura similar, los autores encuentran cierta similitud con un bivalvo sobre el que fue lallada la figura de un personaje sentado, procedente de Panabá en el extremo noreste de la Península de Yucatán (ibid.: 179). Aunque en un estilo muy cercano al ejemplar de Tula, Me Vicker y Palka subrayan que los rasgos faciales de la placa de Panabá son más "clásicos" mayas y la sitúan tentativamente en el Clásico Tardío/Terminal. Subrayan a su vez la similitud entre esta última representación y la escena grabada en una vasija de tecali, recuperada con un jade figurativo en una ofrenda en Uxmal (ídem). ·

45

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Adicionalmente, el individuo porta orejeras tipo Q Y nanguera de barra,

ornamentos ausentes entre las placas mayas que conozco, pero que aparecen juntos Y

con frecuencia en las representaciones escultóricas de Tula ( cfi". Jiménez García, 1998).

También se presentan ocasionalmente en esculturas y murales de sitios mayas como

Seibal, Chichén Itzá y Hala!, o del Centro de México, como Cacaxtla, durante el

Clásico Terminal (cfr. Me Vicker y Palka, idem, fig. 12). Para Me Vicker Y Palka las

similitudes entre estos motivos iconográficos y el ornamento de concha, son indicadores

de contemporaneidad (ibid.: 183). Puede pensarse que la placa fue tallada en Tula emulando el estilo maya Y

utilizando como referente una placa de jade original de aquella región,'" pero entonces

resultaría extraño que el objeto muestre en una de sus caras una serie de glifos mayas,

que de ningún modo son un rasgo extensivo al Altiplano Central. Quienes la han

estudiado sostienen que el grabado anterior y posterior de la pieza se realizó en

~pisodios distintos, habiéndose dañado la inscripción cuando se representó la figura

(cfr. Schele y Miller, 1986:78; Me Vicker y Palka, 2001:181). Me Vicker y Palka

comentan: "Si fue un talismán poseído por extranjeros que no estaban familiarizados

con los textos mayas, la inscripción en sí misma pudo haber sido ele poca importancia"

(idem). Sin embargo, dada la valoración que se da a los objetos Y rasgos exóticos entre

las sociedades complejas (cfr. Flannery, 1968; Sclmeicler, 1991 [ 1977]; Helms, 1979,

1992; Joyce, 1993; Renfrew, 1993), es ele esperar que quienes podrían haber 'restado

importancia' a las inscripciones habrían sido precisamente quienes estuvieran

familiarizados con ellas. Si se considera que la imagen fue tallada en la propia región

maya, se contaría con un elemento más para establecer su temporalidad, pues la

integración ele rasgos alóctonos (frecuentemente del Centro de México) Y su aneglo en

una composición con raíces locales es un fenómeno común en las tierras bajas mayas

desde finales del Clásico (cfr. Wren y Schmidt, 1991; Me Vicker Y Palka, 2001:194).

Uno de los candidatos plausibles para su fabricación podría ser Chichén Itzá, sitio con

el que Tula sostuvo una estrecha relación. De cualquier modo, aún queda sin resolver el

momento en el que la pieza anibó al centro norte de México.

Tampoco se cuenta con elementos suficientes para 'fechar' confiablemente la

presencia ele ninguna ele las placas de jade en Tula. Se ha dicho que la ocupación en El

' 0 Ninguna de las placas de jade que conozco para Tula parece habe.r sido imp?rtada desde el Área Maya. En las ilustraciones de este texto pueden compararse las piezas de esta ulttma :egwn con las hallad~s por Acosta. La fio-ura del Museo Nacional se asemeja más a las zapotecas, y la provemente de El Canal esta fragmentada. lo q~e dificulta su relación con alguna de las variantes regionales del estilo, _aunque de algún mo~~ me recuerda a los jades figurativos que fueron recuperados en Xochitécatl y que se exhtben en el museo de sttto.

46

Canal se remite a la fase Tallan (cfr. Diehl, 1983:91; Healan, 1989:163; I-Iealan el al.,

1989:244; Paredes, 1990:85), pero mi desconocimiento sobre la procedencia exacta y el

contexto en el que fue encontrada la pieza, me impide reflexionar sobre su presencia en

ese lugar.

Se tiene un poco más de información sobre las figuras del Palacio Quemado,

pero su asignación temporal se dificulta al no haberse recuperado material cerámico

asociado. En cuanto al edificio mismo, algunos elementos cerán1icos recolectados

durante las exploraciones de A costa sugieren una temporalidad tardía (cfr. A costa, 1945

apud Paredes, 1990: 122), lo mismo que el análisis de sus etapas constructivas ( cfT.

Sterpone, en prensa). Sin embargo, aunque el edificio estuvo en funciones durante fase

Tallan, es plausible que su construcción se remita por lo menos a la fase Corral

Terminal (dentro del Periodo Antiguo en la secuencia definida por Acosta), dada la

presencia de tiestos Coyotlatelco y Mazapa Líneas Ondulantes (cfr. Paredes,

1990:60,122; Gómez et al., 1994:17). Se ha propuesto que la construcción en Tula

Grande inició en época Coyotlatelco, cuando el centro ceremonial de Tula Chico

todavía estaba en funciones, y que el sector monumental de fase Tallan se desplantó

sobre aquella primera construcción (cfr. Mastache y Cobean, 2000:101, véase también

Sterpone, en prensa). Respecto al Palacio Quemado, Robert Cobean y Elba Estrada se

refieren a una serie de ofrendas localizadas al centro del mismo edificio como

depositadas entre los afias 900 y 1000 de (1994:77).

En cuanto al hallazgo de las placas de jade, la supuesta ubicación tardía del

recinto llamó la atención del propio Acosta, quien tenía conocimiento de las piezas

provenientes de Oaxaca y Palenque:

" [ ... ] que en Monte Albán haya representaciones parecidas a las de TuJa no es de extrañarse, porque las últimas fases de esta gran urbe ya corresponden al Período Histórico y por tanto, son contemporáneas al Horizonte Tolteca. [ ... ] Pero lo que sí es desconcertante es el ejemplar ele Palenque que corresponde al Período Clásico, es decir, anterior a TuJa" (1955:167) (como se expuso páginas atrás, tanto en Palenque como en Monte Albán los hallazgos se han fechado alrededor del Epiclásico ).

La presencia de los jades figurativos en el Palacio Quemado es w1 fenómeno que

puede ser interpretado por lo menos en tres direcciones, las dos primeras desligadas ele

mi propuesta cronológica:

47

Page 34: Tesis Interaccion Interregional. Laura Solar Valverde 2002_OCR

1- De encontrarse estas piezas y aquella de El Canal en contextos primarios,

correspondientes a fase Tollan (y de ser acertada la temporalidad propuesta para

esta fase), la vigencia del fenómeno que se ha descrito sería mayor que lo

propuesto y algunos de sus exponentes más. tardíos se encontrarían en la antigua

capital tolteca. Por supuesto, las implicaciones de esto serían mucho mayores,

incluyendo que no se conserva el patrón observado para la disposición de las

piezas en los contextos de sitios vecinos.

2- Se puede pensar que las piezas se encontraban ahí por una situación similar a la de

Ceno de las Mesas, es decir, tiempo después de haber sido fabricadas y

habiéndose modificado su funcionalidad y simbolismo originales. Así, las piezas

pudieron ser retomadas de contextos más tempranos en el mismo sitio o en algún

sitio vecino (p.e. Tula Chico), haber sido conservadas como reliquias o,

considerando una estrecha relación con aquellos toltecas que supuestamente

habitaron la península yucateca durante el Postclásico Temprano, ser impmiadas

desde el sur, ya hacia finales de Fase Tollan.'I

3- La alternativa que me parece más viable es que las figuras fueron depositadas en el

transcurso del siglo diez, o quizás antes, como ocunía con placas de jade similares

en lugares cercanos (p.e. Sabina Grande y Barrio de la Cruz), como ocurría con

otras ofrendas en el mismo Palacio Quemado, que se han situado entre los años

900 y 1000 d C (cfr. Cobean y Estrada, 1994:77), y cerca del momento en el que

presumiblemente se talló la placa de concha. En este caso, las singularidades en la

integración de los contextos en Tula podrían deberse a la emulación de patrones

deposicionales de otms regiones, pensando específicamente en los contextos ya

reseñados del Templo del Chac Mool y la subestructura de El Castillo, en Chichén

Itzá. Es interesante la gran semejanza que hay entre la disposición de los objetos

hallados por Acosta y estas dos ofrendas: en los cuatro contextos se encontraron

las placas de jade como parte de collares de concha, dentro de recipientes de

piedra con tapa de la misma forma y dimensiones muy cercanas; en tres de los

JI Aunque menos plausible, debe considerarse la posibilidad de que las piezas hubiesen sido llevadas .al sitio ya en el Postclásico Tardío, por parte de grupos mexica. Entre los mex1ca _parece habe_r st.do una pra?t1ca co~_un la búsqueda y saqueo de contextos, y frecuentemente sus ofrendas mcluyen rehqums (cfr. Lopez LuJan, 1993:105, 137-138) En los edificios de Tula Grande se han registrado contextos mtrusivos con. matenales aztecas (entre ellos cerámica IV) (cfr. Acosta, 1954:86; 1955:136,.145, 147: 164) y ofrend_as Similares en cajas de piedra se rescataron en el Templo Mayor, a decir por la mformacwn que acampana a una de las placas de jade expuestas en el museo de este sitio. Sin embargo, de los mfonnes de Acosta s.e desprende que el escombro que cubrió al Palacio Quemado (material resultante del desplome del techo a rmz del mcendm y derrumbe del edilicio) sirvió como relleno a una platafonna mexica y, en este caso, por lo menos el Altar Este de la Sala 2 hubiese quedado oculto.

~18 j

casos las piezas fueron depositadas en un altar y en los cuatro casos en relación

con edificios donde se exponían esculturas tipo Chac Mool ( cfi·. Erosa, 1939:244;

Acosta, 1955: 147-151, 164-167; Mm·quina, 1990 [ 1951] :853, 855, foto 422).

Las cajas toltecas no contenían mosaicos de turquesa, pero en la misma Sala 2 del

Palacio Quemado fue recuperado uno de ellos (cfi·. Acosta, 1957 apud Mastache y

Cobean, 2000:121) y otro más se localizó años después (cfr. Mastache y Cobean,

idem ), con el mismo diseño de serpientes que se observa en dos de los mosaicos

de Chichén. Las homologías entre todos estos depósitos son uno más de los

singulm·es rasgos que compmien Chichén ltzá y Tula: "No cabe duda de que la

gente de estas dos áreas mantuvo un contacto directo, y hay clm·a evidencia de la

dispersión de una ideología político-religiosa altamente estructurada" (Sanders,

1989:216). El principal obstáculo pma abordar la natmaleza de las relaciones

entre estos dos sitios reside en que, como comenta Peter Sclm1idt (1999:444 ), aún

quedan en ambos importantes detalles en la cronología absoluta y relativa por

solucionm·se (cfr. Sterpone, en prensa, para una discusión sobre Tula). Al reseñm·

los hallazgos en Chichén ltzá, mencioné que existen evidencias suficientes para

replantear la secuencia cronológica y vigencia de esta ciudad maya (ver notas 1 o y

14 de este volumen). Es lógico que esto debería forzar la reevaluación de otras

cronologías, incluyendo desde luego la de TuJa, sitio con el que Chichén sostuvo

una interacción cercana. De no hacerse, la ocurrencia de rasgos como los que se

han expuesto, que son compartidos por otros sitios en Mesoamerica, en la capital tolteca quedmia desfasada y descontextualizada."

Hu as teca

Entre las figuras de jade se cuenta una que fue hallada en el sitio huasteco de Las

Flores, al norte de Tan1pico. Durante la excavación de un pozo estratigráfico, se

localizaron dos esqueletos infantiles con las piernas flexionadas y los brazos cruzados

sobre el pecho, acompm'íados por una navaja de obsidiana, lascas de obsidiana y

32

Una evidencia más de que debe replantearse la cronologia de Tula son los fechamientos presentados por Sterpone. (en prensa), que fueron obtenidos en contextos Coyotlatelco en localidades adyacentes a Tula Grande (area del muse.o ~. C~rro ~a Malmche). En su mayoría, estas fechas coinciden en un rango aproximado de 640-780 d C. El lumte 1~fenor de este rango es porl~ menos 50 años más temprano que el momento propuesto por Cobean como mieio de la secuencia cronologica de la ciudad (cfr. 1978; 1990). Más allá de los fechmmentos absolutos, Marvm Cohodas ha correlacionado esti!ísticamente algunos ejemplares del 'arte' tolteca con tres estelas mayas provementes de La Pasión (1989·?25 nota') Un d ¡¡

. ·- , .J • a e e as, que muestra a un par de jugadores d~ pelota, fue erigida entre 780 y 810 d C. Las dos restantes, con ]a representación de guerreros, fueron eng1das en 736 d C.

Page 35: Tesis Interaccion Interregional. Laura Solar Valverde 2002_OCR

'1' .1¡ ! ¡'

JL

pedernal, cinco piezas de jade debajo de la mandíbula de· uno de los• cráneos, Y

numerosas cuentas de concha y jade cerca de los brazos (Eld1olm, 1944:389). Aunque

no se localizaron piezas ceránücas asociadas, Elmolm propone que el sitio en su

totalidad tuvo una corta ocupación correspondi.ente al Periodo V (ibid.:393, 403). Esto

situaría al contexto descrito, y a otro estratigráfican1ente inferior en el que se

recuperaron también cuentas de concha, jade y fragmentos de un mosaico de turquesa

(ibid.:391, 487-488), en el Postclásico Temprano.

Las asignaciones temporales a los periodos propuestos por Eld10lm tienen una

base correlativa y no cuentan con el apoyo de fechamientos absolutos (cfr. ibid.:423,

503). Para ubicar su Periodo V, el autor se basó en las similitudes de las formas,

decoraciones y diseños de las vasijas huastecas con las del Centro de Veracruz (Isla de

Sacrificios, Tajín y Cerro Montoso) y Chichén ltzá, adoptando la cronología entonces

supuesta para esas ceránücas en sus respectivos sitios (cfr. ibid.:429-431 ). Ya he

~ mencionado que la cronología de Chichén ha sufrido algunas modificaciones, lo que

debe impactar en las secuencias correlacionadas con ella (como sucede en este caso),

pero además es interesante que algunos tiestos de Zaquil Negro Inciso Y Pánuco

Metálico, cerámicas aparentemente restringidas al Periodo IV en la Huasteca, aparecen

tan1bién en ciertos sectores de Las Flores (cfr. Eld1olm, ibid.:393-394, 399).

Tan1bién puede resultar significativa la relación de Inciso con Baño Blanco y

Anaranjado Fino, siendo la primera una cerámica que aparece sólo en los estratos más

tempranos de ocupación en Las Flores (cfr. ibid.:431). Eld1olm se basa en la relación

entre estas dos cerámicas para proponer que el Periodo V " [ ... ] debió iniciar durante, o

no mucho tiempo antes, que el momento en el que Anaranjado Fino y cerámicas

similares estaban siendo manufacturadas en algún lugar del sur. Esto tal vez podría ser

más o menos al mismo tiempo que la migración tolteca a Yucatán" (idem). En trabajos

posteriores sobre la producción y distribución de Anaranjado Fino, pero sobre todo de

la dispersión de elementos nalmas relacionados con ella, se propone como fecha

aproximada de inicio de ambos procesos el año 850 d C (Fahmel, 1988:49, 53, 56, 88).

A diferencia de una pieza recuperada en Tamtok 33 en Las Flores la placa se

asemeja más al estilo epiclásico que a los penates mixtecas (cfr. Eld10lm, ibid.:487-488,

fig. 54a), mientras que en los niveles estratigráficos inferiores abundan malacates

33 En Tamtok, San Luis Potosí, se recuperaron "dos plaquitas con adornos incisos de estilo mixteco [ ... ] " acompañando los restos óseos de dos infantes mutilados, al pie de la escalera este de la Estructura ACl (Stresser-Péan y Stresser-Péan, 2001:131-133). El material cerámico recuperado, entre el que se cuenta una escudilla de Huasteca Blanco, le asigna una temporalidad tardía, dentro del Postclásico (Stresser-Péan y Stresser-Péan, 2001:93, 131).

50

bañados en chapopote (ibid.:459, 467, figs. 44 y 45) como aquel recuperado en Sabina

Grande (ver nota 22 de este volumen) y cuyo contexto se sitúa relativamente en los

primeros años del siglo X. Adicionalmente, Ekholm menciona el hallazgo, en el sitio

vecino de Pavón, de un pendiente de jade "estilísticamente muy parecido a los jades

zapotecas de Oaxaca [que] bien podría ser una importación desde el sur" (ibid.:487).

Como reconoce el propio Elmolm (ibid.:404), es posible que el Periodo V deba

eventualmente subdividirse, lo que seguramente brindaría información importante sobre

la transición del Epiclásico al Postclásico Temprano en la Huasteca.

Mapa l. Distribución de los jades figurativos en Mesoamérica.

--

\ ._! ~./

1- Las Flores, Tams. 2- Pavón, Ver. 3- Tamtok, S.L.P. 4- Tula, Hgo. 5- Sabina Grande, Hgo. 6- Barrio de la Cruz, Qro. 7- Apatzingán, Mich. 8- Tecámac, Edo. Méx. 9- Teotihuacan, Edo. Méx. 10- Xochitécati/Cacaxtla, Tlax. 11- Co!ipa, Ver. 12- Cerro de las Mesas, Ver. 13- Xochicalco, Mor. 14- Iguala, Gro. 15- San Jerónimo de Juárez, Gro. 16- Monte Albán/Valles Centrales, Oax. 17- Palenque, Chis 18- Toniná, Chis.

/

51

19- Jaina, Camp. 20- UXJnal, Yuc. 21- Chichén ltzá, Yuc. 22- El Caracol, Belice 23- Nébaj, Guatemala 24- Chichicastenango, Guatemala 25- Quiché, Guatemala 26- Copán, Honduras 27- San Salvador, El Salvador

Page 36: Tesis Interaccion Interregional. Laura Solar Valverde 2002_OCR

! fn· ,,r,o

Tabla l. Referencias sobre las placas de jade al., 1998:203, 205, fig.20; Hirth, 2000:203; Foumier Cervantes, en prensa

y

Tamaulipas, Méx. Las Flores Ekholm, 1944:389,488, fig. 54a

Ofrenda 3, Montículo M- Easby, 1961:67, fig. 6b

Veracruz, Méx. No se especifica Von Winning y Stendahl, 1972 figs. sao y 502 (se dice "sur de

San Luis Potosí, Méx. Tamtol< Stresser-Péan y Stresser-Péan, 2001:131

Querétaro, Méx. Barrio de la Cruz Crespo y Saint Charles, 1991, 1996; Saint Charles, 1991a; Fournier

y Cervantes, en prensa

Hidalgo, Méx. Sabina Grande Carrasco el al., 2001

Veracruz" para esta última) Pavón

Ekholm, 1944:487 Colipa, Misan tia

Easby, 1961:72;McVickeryPallca,2001:184-185. Tabla 1 Cerro de las Mesas ·

Drucker, 1955

'1'·· 1.

''

Tu la Altares de las Salas 1 y 2, Palacio Quemado- Acosta, 1954, 1955,

1956-57; Jiménez Garcia, 1998; Ringle el al., 1998: 205, fig.20; Crespo y Saint Charles, 1991; Foumier y Cervantes, en prensa

Localidad de El Canal- Diehl, 1983, fig.S 1; Hirth, 2000:203

Campeche, Méx. No se especifica Von Winning y Stendahl, 1972, figs.497, 499 y 501; Me Vicker y Palka, 2001, fig. 9c

Jaina Spinden, 1975 [1913] :144, fig. 196

Museo de Antropología Placa de concha- Easby, 1961:72, Thompson, 1973:217; Schele y

Miller, 1986; Paredes, 1990: 13-14; Ringle el al., 1998, fig.20;

Me Vicker y Palka, 2001

Yucatán, Méx. Uxmal Adoratorio al frente del Palacio del Gobernador- Easby, 1961:72; Rands, 1965:573; CCM/MBE, 1990:190, fig.IOO; Me Vicker Palka, 2001:184, fig. 9d, Tabla 1 y

- Michoacán, Méx. Apatzingán Luis Aveleyra, 1964 s/p; Crespo y Saint Charles, 1991 s/p

Chichén Itzá Cenote Sagrado- Easby, 1961 :72; CCM/MBE, 1990:209, fig.l39;

Procedencia exacta desconocida Me Vicker y Palka, 2001:184-185, Tabla 1

Rmgle el al., 1998:203, fig.20; Me Vicker y Palka, 2001:183-184, figs. 8b, 9a, 9b, 13b, Tabla 1

Estado de México, Méx. Tecámac Raúl Garcia Chávez com. pers., 200 1

Cercanías de Teotihuacan Easby, 1961 :72; Digby, 1972:30; Thompson, 1973 [1954],

foto.21 b; Proskouriakoff, 1974: 14; Miller, 1986:1 54-155; Schele y Miller, 1986:122, 130; Me Vicker y Palka, 2001:183, fig.8c, Tabla 1

Al pie de la escalinata en la Subestructura de El Castillo- Marquina, 1990 [ 1951]: 854-855, foto 428; Easby, 1961:76; CCM/MBE 1990:189, fig.96; Ringle et al., 1998:203, fig.l8; Me Vicker; Palka, 2001:184, Tabla 1

El Castillo- CCM/MBE, 1990:207, fig.l33 Templo del Chac Mool- Mo!Tis el al., 1931:186-188

Distrito Fede1·al Cerro de la Estrella Pérez, ?002; Museo de Antropología

"Centro de México" Von Winning y Stendahl, 1972, fig.336; Me Vicker y Palka,

2001:184

Chiapas, Méx. Palenque Sáenz, 1956, 1963a; Digby, 1972, fig. X!Vd· Hirth 2000·?0°

Toniná ' ' ·- -'

Easby,l961:63, fig.2(a,b,c); Rands, 1965; Von Winning y Stendahl,

Tlaxcala, Méx. Xochitécatl Museo de Sitio; Fournier y Cervantes, en prensa

1972, fig.494 Y 495; Me Y1cker y Palka, 2001:183, Tabla 1

Guatemala No se especifica

Cacaxtla Nagao, 1989, fig.8; Hirth, 2000:203; Fournier y Cervantes, en

prensa; Museo de Sitio

Morelos, Méx. Xochicalco Sáenz, 1963a; 1963b; Nagao, 1989; Ringle el al., 1998: 203, 205, fig.20; Hirth, 2000; Me Vicker y Palka, 2001; Foumier y Cervantes,

en prensa

Guerrero, Méx. San Jerónimo de Juárez Von Winning y Stendahl, 1972, figs.337-338; Hirth, 2000:203

Iguala Museo Nacional de Antropología

Easby, 1961:63, fig.6e; Me Vicker y Palka 200 1·184 Nébaj ' ·

Easby, 1961:72; Rands, 1965; Digby, 1972; Von Winning y Stendahl, 1972 figs.490 y 491; Thompson, 1973 [ 1954], fig.2la; H~rth, 2000:203; Me Vicker y Palka, 2001:183 fia 8a Tabla 1

Quiché ' o· '

Von Winning y Stendahl, 1972, fig.496 Chichicastenango

Digby, 1972, fig. XlVa; Hirth, 2000:203 Chamá

Montículo A- Easby, 1961:7?

Oaxaca, Méx. No se especifica Rubín de la Borbolla, 1947, fig.19; Digby, 1972, fig.XlVe; Schele y Miller, 1986:78,89; Me Vicker y Palka, 2001:184, Tabla 1

Valles Centrales

Belice El Caracol Chase y Chase, 1996

El Salvador San Salvador Rands, 1965; Digby, 1972, fig. XIV e; Hirth, 2000:203

Caso, 1965 Monte Albán

Acosta, 1955; (Schele y Miller, 1986:78, 89, fig.6, se refieren a una pieza importada desde Area Maya); Nagao, 1989:95; Ringle el

Honduras Copán Rands, 1965; Schele y Miller, 1986:122, 130 Ofrenda a la Estela 3- Easby, 1961:63, fig. 6a

-53

52

Page 37: Tesis Interaccion Interregional. Laura Solar Valverde 2002_OCR

\i 1 !•'

L

1.3. Similitudes y diferencias entre los contextos

Quizás el rasgo en común más importante sea la integración de objetos de

procedencia diversa, que una vez reunidos par~cen constituir un universo indivisible.

No debe ser resultado del azar, sino de una intencionalidad y simbolismo subyacentes,

que sitios tan distantes entre sí y con acceso diferencial a recursos Y redes de

intercambio, reuniesen el mismo tipo de objetos de 'lujo' en ofrendas similares. Que las

placas de jade estén acompañadas por objetos de concha es un común denominador, Y

en un mismo contexto pueden encontrarse elementos procedentes de ambas costas; la

mayoría de las veces se trata de cuentas, pero existen varios ornamentos más complejos

y piezas completas o labradas. Adornos de piedra verde, con mayor frecuencia orejeras

y cuentas, se reúnen también, y en varios casos existen navajas prismáticas de

obsidiana. Es común hallar laminillas que confonnaron mosaicos (de turquesa en

~Sabina Grande y Chichén Itzá), mientras que vasijas de tecali se presentan en los

contextos de Xochicalco, Sabina Grande, San Jerónimo (ver nota 17 de este volumen) Y

también en el Cenote Sagrado. Un rasgo más de coincidencia es, como ya se ha

mencionado, su temporalidad. Pero además de las coincidencias entre los materiales que acompañan a las

placas de jade, también existen particularidades que es importante señalar. Entre éstas

resalta justamente la asociación a entienos humanos, secundarios o primarios, o su

ausencia. Ejemplos del primer tipo son los contextos expuestos de El Caracol,

Palenque, Xochicalco, Ban·io de la Cruz, Sabina Grande y Las Flores; y como muestra

del segundo se tiene a Chichén Itzá, Ceno de las Mesas, Tula, Oaxaca (hasta donde

tengo conocimiento) y nuevamente Xochicalco. En Cerro de las Mesas se conjuntaron materiales de temporalidad variable, la

disposición de las piezas no muestra orden alguno y se mezcla todo tipo de objetos Y

omamentos, razón por la que han sido interpretados aquí como reliquias. Xochicalco Y

Monte Albán presentan una problemática especial, el primero porque se sabe que en él

se han encontrado las figurillas con y sin restos humanos asociados. Es posible que la

situación en el segundo haya sido similar, pero desconozco las características de los

contextos y la procedencia exacta de la mayoría de las placas de piedra verde de la

región oaxaqueña. Aunque en las descripciones de Caso parece implícito que se trata de

ofrendas exclusivamente artefactuales, dicho autor apenas menciona tres ejemplos, por

lo tanto, el que no se conozcan casos donde sí aparecen restos humanos no descm1a la

posibilidad de que existan. Por el momento, es poco lo que puedo añadir al respecto.

Quizás se debería esperar que contextos de enterrmniento se localicen en los sitios de

los Valles Centrales que durm1te el Epiclásico experimentabm1 su apogeo (Pasztory,

1978:13; Paddock, 1978), y no precisamente en la capital zapoteca del periodo anterior,

donde la disposición de las piezas pudo ser votiva durante la celebración de ciet1as

ceremonias o ritos. Esto, que también podría esperm·se en sitios como TuJa y Chichén

Itzá, es congruente con la asociación de los jades figurativos a elementos

m·quitectónicos.

En el caso de existir inhumaciones una distinción es pertinente. Puede tratm·se

del entieno de un personaje en cuyo honor se depositm·on las piezas (quizás sus

pertenencias, como señala Proskouriakoff) o los restos óseos slllnm·se a los objetos

ofrendados. Esta distinción, tm1 importante, es dificil de establecer. La respuesta no

parece encontrm·se en el estado que guardan los huesos, pues la manipulación en un

entietTO secundm·io no necesariamente representa sacrificio humano, sino que puede ser

motivada por un patrón ideológico de tratmniento del cadáver post mortem como pm1e

del ritual de inhumación." En sepulturas individuales, los entierros secundm·ios parecen

ser un caso Jiecuente en Oaxaca, como lo expresa Alfonso Caso en un resumen sobre

patrones inhlllnatorios zapotecas (Caso, 1933:645), donde agrega que" [ ... ] en algunas

tumbas colectivas coexisten entierros primarios y secundm·ios, pero en este caso, el

entierro secundario es el más rico e importante" (ídem). Por su pm·te, Chase y Chase

(1996:76-77) especifican que los entienos primm·ios no son la práctica prominente en

El Cmacol y hacen referencia a la misma situación relatada por Diego de Lm1da.

La relación de los restos óseos con elementos m·quitectónicos podría sugerir que

el individuo se sacrificó debido a una renovación constructiva pero, al menos por lo que

se sabe para el Postclásico Tardío a través de las fuentes históricas, no siempre era así.

De acuerdo con su importancia, algunos personajes eran sepultados en edificios con los

que de alguna forma estuvieron relacionados en vida (López de Gómara, 1985:122,

'·' Mary Helms describe, como práctica entre los cacicazgos panameños, el abandono de cadáveres a la intemperie. Una vez que los animales salvajes limpiaran los huesos, los restos eran recogidos y debidamente enterrados con sus respectivas ofrendas (1979:17, 186, nota 16). Por su parte, al analizar las marcas en restos óseos recuperados en el Salón de las Columnas de La Quemada, Faulhaber (1960, apud Darling, 1998:387) concluye que se trata de entierros secundarios, donde la limpieza de los huesos se realizó tiempo después de que el proceso de descomposición había iniciado, y posterior a un primer episodio de enterramiento. Nelson el

al., ( 1992 apud Darling, idem) coinciden con esta interpretación, añadiendo que algunas estructuras, tumbas e instalaciones donde se llevó a cabo ese proceso de manipulación múltiple de osamentas, pudieron servir para albergar los restos de ancestros venerados, antes de su entierro definitivo. ~

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302).35 En épocas anteriores, quizás se deba a una costumbre similar el que se hayan

alterado pisos, muros y escalones para depositar entienos.

Ambos aspectos (el tratamiento del cadáver y su relación con estructuras

arquitectónicas) podrían resultar de tradiciones· regionales y adquirir matices locales,

para lo que el universo con el que cuento resulta muy limitado. Si se analizan por

separado, los contextos muestran amplias divergencias en este sentido. En los casos de

Palenque y Xochicalco, Sáenz resalta el avanzado estado de deterioro en el que se

encontraban los huesos. No sólo no mostraron relación anatómica, sino que

aparentemente faltaban miembros, por lo que se podría pensar que fueron removidos de

algún otro lugar antes de ser depositados en las estructuras. En El Caracol, si el

desmembramiento fue ritual o si fue durante la profanación que los huesos li.teron

retirados de su matriz original y amontonados junto con sus ofrendas al fondo de la

cámara, tampoco es claro. Banio de la Cruz mostró, como parte de un mismo evento

deposicional, un individuo completo y tres infantes mutilados (además de un

mamífero). Entonces, quizás brinde alguna información el analizar la relación que pudo

existir entre los materiales y los individuos. Casi por regla general, al existir restos

humanos los objetos parecen complementarse en una indumentaria. Es cierto que

también se encuentran elementos como sartales, pendientes u orejeras por separado,

pero hay casos en los que los ornamentos se hallaron en el lugar que ocuparían si

hubiesen sido portados por sus dueños (p.e. Entieno 3 de San Juan del Río Y contexto

de Sabina Grande), y en el caso de las orejeras sólo aparecen dos de ellas (p.e. Tumba 2

de Palenque, EntietTO 2 de Xochicalco, nuevan1ente Sabina Grande Y presumiblemente

la ofrenda de El Caracol; en contraste con Ceno de las Mesas, donde aparecieron

decenas, o Tul a y Chichén, donde no estuvieron presentes).

Indumentada y parafernalia ritual

De ser cierto que se sepultó a los individuos con sus pertenencias, es posible que

fueran en vida representantes de algún culto, y que las placas de piedra verde fueran un

distintivo de esa cualidad. Al hablar de las suyas, Jorge Acosta señala que son imágenes

de sacerdotes, puesto que no portan armas (1954:113; 1956-57:100). Claro que es dificil

asegurar si hubo "armas" en los contextos arqueológicos descritos, más aún si éstas

35 "Muchos templos hay en Méjico, por sus parroquias y barrios, con torres, en lo~ que hay capilla: con altares, donde están los ídolos e imágenes de sus dioses, las cuales sirven de enterramiento para los senores que las poseen, pues los demás se entierran en el suelo alrededor y en los patios" (López de Gómara, 1985:122).

56

iheron de material perecedero, pero en contextos iconográficos donde creo que se

representan los jades figurativos siendo portados, quienes los llevan no usan armas, sino

que expresan una actitud ceremonial (ver Figs. 7b, 7c, 8b, 1 O y 11 de este volumen; cfr.

Me Vicker y Palka, 2001, fig. 10 [vasija maya policroma del Clásico Tardío] y fig. 11

[panel grabado de Bonampak, Clásico Tardío] ).36 Además, las figuras en los jades

exhiben muchas veces tocados con atributos de ofidio, que a su vez aparecen con

frecuencia en escultura y pintura mural, en representaciones de sacerdotes o

gobernantes (p.e. Figs. 21, 23 y 26 de este volumen) (ver más adelante ).37

Se ha propuesto que las flmciones religiosas y políticas en las sociedades

prehispánicas recaían en una misma persona (cfr. Jiménez Moreno, 1959:1057, 1064;

Millon, 1988a:205; Florescano, 1995:17-18) o grupo de personas (cfr. I-Ielms, 1979:71;

Earle, 1990:76; Manzanilla, 1995:167-168). Éste es un rasgo distintivo de los

cacicazgos complejos y estados tempranos:

"Los cacicazgos complejos son sociedades estratificadas y regionalmente organizadas, reteniendo muchas de las características de los cacicazgos pero anticipando los rasgos de las sociedades estatales [ ... ] Notablemente nueva es una clase social de elite, cuidadosamente distinguida de la gente común

36 Me Vicker y Palka consideran que las placas de jade no fueron diseñadas para usarse como parte de una indumentaria, pues dicen no conocer casos donde se representen individuos portándolas (200 1: 190). Disiento con ellos, pues sí existen ejemplos donde aparecen en collares, cinturones o pecheros usados por personas, en escultura (principalmente estelas), pintura, y en las placas mismas, cuando las imágenes son muy elaboradas (p.e. Figs. 7b, 7c, 8b, 10 y 11). Los mismos autores señalan que tampoco han sido recuperadas en tumbas o asociadas a individuos particulares en entierros (ibid.: 192), lo que sí ocurre en algunos casos, como ya se ha descrito. La posibilidad de que algunas de estas piezas fueran depositadas en ofrendas votivas, no excluye lo otro (ver pág. 65 de este volumen).

37 Los tocados de serpiente muchas veces están asociados a imágenes que portan bolsas para incienso, consideradas un atributo sacerdotal (cfr. Escalona, 1953:360; Rands, !955:286, 288; Coggins, 1980:62; Van Winning, 1987:1:79; Millon, l988a; Manzanilla, 1995:163; Taube, 2000a:l5). En murales teotihuacanos, los personajes que usan estos tocados frecuentemente llevan consigo ollas 'irrigadoras de pulque' (Rivas, 1993), las bolsas (posiblemente con copa!), y es común que de sus manos emane una corriente de agua o sangre y de sus bocas surja una vírgula que contiene elementos marinos y 'preciosos' (como conchas y chalchihuites) (cfr. Millon, J988a: 196). En los relieves de la Pirámide de las Serpientes Emplumadas, los individuos que alternan con las ondulaciones de las serpientes representan " [ ... ] varias figuras humanas sentadas a la usanza oriental: éstas llevan como tocado una cabeza de serpiente y largas plumas vueltas hacia abajo [ ... ] . Algunos de estos personajes ostentan la vírgula de la palabra y por su gesto y actitud reverencial parecen sacerdotes, aunque también se han identificado como grandes señores o jefes. Ostentan en el cuello cinco grandes cuentas, de las orejas les penden anchas orejeras [ ... ]" (Noguera, !960:45). En Oaxaca, los frescos de la Tumba 104 muestran varios individuos entre los que se encuentra uno, muy similar a los que aparecen en murales teotihuacanos, con tocado serpentino del tipo que tiene el hocico alargado hacia arriba (cfr. Berna!, 1949:64-65, fig. 16; Caso y Berna!, 1952:104-105, fig.172d). Lleva en una mano una bolsa mientras extiende la otra hacia el frente (las interpretaciones de Alfonso Caso y Joyce Marcus acerca de las figuras en los frescos son las mismas que exponen para las urnas, ver más adelante) (Caso, 1965b:867, tig. 28; Marcus, 1983a: !37, 140, fig. 5.9). La urna que decoraba la fachada de la Tumba 104 (que a continuación se describe) presenta los mismos rasgos (Caso, l965b:867; Caso y Berna!, 1952:52, fig. 72) (Fig. l9a).

57

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'1 .:

por reglas de vestido, matrimonio y aspecto~ si~11il~res [ ... ] sin embá:t'g?, estas posiciones, a diferencia de las mstttucwnes estatale~, estan ampliamente generalizadas, combinando todos los aspe?to~ del hderazgo (religiosos, militares, administrativos, sociales y econmmcos ). Po:· esta razón los cacicazgos complejos frecuentemente s~n denommados "teocracias" a pesar de que esta etiqueta sobre enfatiza la naturaleza religiosa ( et; lugar de generalizada) de su organización" (Earle, 1990:76; véase tan1bién Webb, 1974:364-365).

A ¡0 anterior se debe que no sea posible establecer una regla que explique el

carácter de todos los individuos a los que estaba destinado el uso de las placas de jade

(o de los tocados ofidianos). El sistema de gobierno prehispánico fue heterogéneo en

relación al nivel de complejidad y grado de jerarquización alcanzado por cada sociedad

(Earle, 1990), pero además los rasgos elegidos para representar la imagen de individuos

prominentes son congruentes, no sólo con la situación política o doctrinaria real del

ñ1omento, sino principalmente con el tipo de mensaje proselitista que se quiere

expresar. De este modo, en algunos casos se resaltan los atributos guerreros de un líder,

mientras que en otros se subrayan sus cualidades sacerdotales (cfr. Pasztory, 1990) (en

esta última categoría integraría yo a los jades figurativos y su uso )38

, pudiendo tratarse

de un mismo individuo histórico, emblemático o mitológico. Como expresé con anterioridad, me inquieta el desconocimiento sobre el

hallazgo de las figuras de piedra verde en contextos de enterramiento en Monte Albán,

porque precisan1ente en aquella ciudad creo encontrar un buen ejemplo de su uso. Me

refiero a las famosas urnas, cuya presencia en las tumbas es casi una regla. Alfonso

Caso e Ignacio Berna! analizaron cerca de trescientas piezas de este tipo, y sobre su

posible significado dicen: "Indudablemente, la mayor parte de las urnas son

representaciones de dioses, 0 bien, de sacerdotes ataviados con los vestidos de los

d. [ l" (1957·10· véase también Paddock, l972b:253). Centraré la atención en un wses ... -· , rasgo presente sólo en cuatro de ellas, correspondientes al periodo IIIb.

Al decorar la fachada de la Tumba l 04, se empotró la imagen de un personaje

que Caso y Berna! denominaron "Dios con Cabeza de Cocijo en el Tocado". El

individuo extiende una de sus manos con la palma hacia arriba y con la ott·a sostiene

una bolsa. Lleva, además de un vistoso tocado con la imagen del dios zapoteco de la

· · · 'd rt 1 cas de ¡'ade y 'armas' se encuentran en la 33 Las únicas excepciOnes que conozco de mdtvl uos que po an P a . columna 10W del Templo de los Guerreros, en Chichén ltzá (cfr. Me V¡clcer y :alka, 2001, fig. 12c) y en dos esculturas de Tula (cfr. Acosta, 1955, lám. 2; Jiménez García, 1998, figs. 22 y )9). En una de es~as, Mastache y Cobean identifican, además de annas, algunos posibles "símbolos de realeza" (2000: 119, fig. 2o ).

lluvia, un " [ ... ] pectoral fonnado por una mascarilla, que probablemente representa

una mascarilla de jade, y un moíi.o del que cuelgan tres cascabeles [ ... ] formados por

unos caracoles recmiados del género Olivella" (1952:52, fig. 72) (Fig. 19a). A la

entrada de la misma tumba se encontró otra urna, que fue bautizada por Caso y Berna!

como "Dios del Moti. o en el Tocado", una de las supuestas advocaciones de Pitao

Cozobi, deidad del maíz. La imagen tan1bién muestra " [ ... ] un collar que tiene un

pectoral formado por una mascarilla, probablemente de jade, de la que cuelgan tres

cascabeles de caracol" (Caso y Berna!, ibid.:!0!-!04, figs. 168 y 168 bis) (Fig. 19b).

Además, en la boca lleva una "característica máscara serpentina, con la nariz volteada

hacia arriba", rasgo que se repite en el mural al interior del sepulcro en el adorno capital

de un personaje, y en la lápida que cerraba la entrada (Caso y Berna!, ibid.:\04, 107;

véase también Berna!, 1949: 64-65, figs. 15 y 16) (ver nota 37 de este volumen).

Fig. 19. Urnas dispuestas en la fachada (a; detalle) y entrada (b) de la Tumba 104 en Monte Albán. Tomado de Caso y Berna!, 1952

Los dos ejemplares restantes, que proceden de Xoxocotlan, llevan collares de las

mismas características, presumiblemente insinuando adornos de jade y concha. La

máscara de Cocijo cubre el rostro de uno de los individuos (Caso y Berna!, ibid.:20,

fig.2) y el otro, sin máscara, fue asociado con Pitao Cozobi (ibid.:46, fig.63).

Coincido con Joyce Marcus (l983b) en que la mayoría de las urnas representan

seres humanos y no dioses. La autora argumenta que las deidades no reciben nombres

calendáricos, como aparecen en algunas mnas, y llama la atención sobre la frecuencia

con la que se combinan rasgos que se han supuesto inicialmente como de deidades

diferentes. Este último fenómeno causó algunos problemas a Caso y Berna!, pues cada

vez que aparecían nuevos elementos, o se combinaban, recurrían a un nuevo no~nbre,

59

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por lo que al finalizar su clasificación resultaba que el panteón zapbteca era

excesivamente vasto. Marcus propone: " [ ... ] tal vez simplemente tenemos un sistema

que incluye una figura humana y un grupo de atributos (por ejemplo agua, maíz,

relámpago), que definen la fuerza supernatural o la serie de fuerzas supernaturales

presentadas en el tocado" (1983b:l46). Pero ¿qué significa que una persona muestre en su rostro o en el tocado estos

rasgos? En el primer caso Marcus opina que puede tratarse de ancestros del enterrado

que han adoptado atributos supernaturales, y en el segundo de individuos

contemporáneos honrando a aquellos ancestros y a las fuerzas naturales plasmadas en

sus adornos (ibid.:144, 146, 148). Esta segunda observación se asemeja a aquella de

Caso y Berna!, no en el sentido de que se trata de deidades, sino de que pudieran ser

imágenes de sacerdotes de un culto detetminado (o cultos) que expresan esa cualidad a

,partir de su indumentaria (que en los cuatro casos descritos incluye una figura de jade

en sus collares). La primera propuesta de Marcus presenta algunos obstáculos, pues no siempre

las urnas se encuentran asociadas a entien-os, además de que muchas piezas fueron

fabricadas en serie y se usaron en contextos diferentes (cfr. Caso Y Berna!, 1952:10).

Por ello es dificil pensar que se trata de 'retratos' de personajes específicos o ancestros

'verdaderos'; sin embargo, bien podría ser que efectivamente se exprese con ellas un

sentido de pertenencia a cierto linaje, pero tal vez un linaje ficticio o mítico, es decir,

una línea de 'parentesco' a la que pertenecerían sus dueños por ostentar algún cargo Y

no por herencia sanguínea directa." Para retornar a los contextos, diré por último que la mayoría de las urnas

oaxaqueñas se han encontrado vacías, pero en las raras ocasiones que contienen algo

" [ ... ] hay navajas de obsidiana, cuentas de piedra verde, caracoles usados como

cascabeles y, a veces, huesos de un pequeño animal" (Caso Y Berna!, ibid.:!O).

Las navajas prismáticas, que son un elemento común entre las ofrendas con

placas de jade, podrían estar simbolizando el autosacrificio." Haciendo una analogía

39 Judith Zeitlin menciona que en el Popo/ Vuh los nombres ca!endáricos sí se asignan a protagonistas

sobrenaturales de eventos míticos (Zeitlin, 1993:133). •10 Como señala Andrew Darlino, la abundancia de navajas de obsidiana en ciertas áreas mesoamericanas ha

motivado que se les conside~ objetos de carácter utilitario (1998:383); sil~ ~~1bargo, su importación como producto terminado, la proveniencia lejana del material (a pesar de la posibilidad de obtener el recurso en yacimientos cercanos) y su ocuJTencia en contextos específicos, penmten al autor sugenr que en algunos sectores de Mesoarnérica la distribución de navajas prismáticas pudo obedecer a u[ ... ] un intercambio de 'bienes de prestigio' entre elites o autoridades" (ibid.:382-383, 392; véase también Jiménez Betts y Darling, 2000: 175-177). Estos objetos fueron una herramienta ntual tmportante, mcluyendo su uso para el

()(]

con las prácticas observadas por los conquistadores a su llegada, el uso de navajas para

autosacrificio es resefíado por Bernardino de Sahagún y Francisco López de Gómara,

como parte de los preparativos de algunas fiestas celebradas por los mexica. 41 En el

Área Maya existen registros iconográficos de la misma práctica (cfr. Freidel, et al.,

1993:205).

Quizás no aplica a todos los casos, pero en algunos contextos hay más elementos

para considerar que las ofrendas son resultado del ritual de inhumación de un personaje

(incluyendo la disposición de sus pertenencias) y que esta práctica estuvo vinculada con

las actividades que el individuo ejerciera en vida. Como se ha visto, el adulto en Barrio

de la Cruz estaba acompafíado de restos infantiles (cuyos cráneos habían sido

peculiarmente acomodados) y de un posible cánido. Nuevamente remitiendo a las

fuentes del siglo XVI, los mismos cronistas describen el sacrificio de infantes (Gómara

especifica su "desollamiento") como ofrenda a los dioses del agua," y también la

costumbre de enterrar a los perros con sus dueños para que f11esen de utilidad durante su

autosangrado. Darling agrega que las n.ava)as posiblemente se emplearon en el desmembramiento y limpieza de huesos, al completar un acto de sacnficw o como parte de un complejo ritual de inhumación de personajes prommentes (Ibi.d.:384-388, 391): "l:··l la.s navajas prismáticas no fueron un elemento esencial, pero probablen;ente. SI .uno deseable en .la e¡ecucwn de estos rituales, por su efectividad como herramientas y por su potencial stgmficado como ob¡etos sagrados de poder, asociados a contactos de laraa distancia 1 ¡, (ibid.:39J). o ...

41 "[ ... ] con unas navajitas de piedra se cortaban las orejas, y con la sangre que de ellas salía ensangrentaban las puntas del maguey que tenían cortadas y también se ensangrentaban los rostros." (Sahagún, Libro II, Capitulo XXV, 1982:114); "Los sacerdotes perfumaban aquellas nuevas navajas, y las ponian al sol en las mismas mantas. Cantaban unos cantares regocijados al son de algunos ataba!ejos. Callaban ]os atabales, y cantaban otro cantar tnste, y luego lloraban mu~ fuerte. Iban entonces todos, unos tras otros, como quien toma ceniza, a un sacerdote que estaba en la grada mas alta; el cual horadaba, corno hombre diestro en el oficio la Jenoua de

,, .cada uno por medio con su navaja, que para eso hacían tantas" (López de Gómara, 1985:325). ' o

- · [ .... ] En este mes mataban muchos niños: sacrificábanlos en muchos lugares y en las cumbres de los montes, sacando les los corazones a honra de los dioses del agua, para que les diesen agua 0 lluvias" (Sahagún Libro 11, Cap.!, 1982:77): " [ ... l hacían fiesta al dios llamado Ti á/oc, que es dios de las pluvias. En est~ fiesta ~ataban m~~hos nm?s so?re los montes; o.fr~cianlos"en sacri~cio a este dios y a sus compañeros para que les dtesen agua (Sahagun, Libro 11, Cap.III, tbtd.:79); 1 ... ] hactan gran fiesta a honra de los dioses del aaua 0

de la !luvta llamados TI aloque. Para esta fiesta buscaban muchos niños de teta, comprándolos a sus m:dres· escogmn aquellos que tenían dos remolinos en la cabeza [ ... ].A estos niños llevaban a matar a los monte~ altos 1 ... l" (Sahagún, Libr? 11, C~p. XX, ibid.:98); "Cuando ya los panes estaban un palmo de altos, iban a un monte que para tal devoc10n teman destmado, y sacrificaban un niño y una niña de tres años cada uno en honor de Tláloc, dios del agua 1 ... ] no les sacaban los corazones, sino que los degollaban. Los envolvia~ en mantas nuevas, y los enterraban en una caja de piedra. La fiesta de Tozoztli, cuando ya los maizales estaban Cl.':ctdos h~sta la rod1~la, repartían cierto tributo entre los vecinos, con el que compraban cuatro esclavitos, mnos de cmco hasta siete años y de otra nación. Los sacrificaban a Tláloc para que lloviese a menudo n

(López de Gómara, 1985:319-20). , 1 ··· l

(JI

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.L

tránsito por el infi·amundo (cii·. López Luján, 1993; Manzanilla et al., 199.6:250-255;

Manzanilla, 2000):"

Una característica distintiva de los sacerdotes es que portan incensarios al ejercer

su oficio como se observa en innumerables edificios, murales, estelas ... Y como lo '

señalan también las fuentes:'·' En la ofrenda del personaje sepultado en Sabina se añadió

uno de éstos, además de una pipa de barro (cfr. Can·asco et al., 2001:61,68,70). Las

pipas son objetos que aparecen con frecuencia en la región (capítulo 4 de este volumen)

y también suelen considerarse una henamienta ritual (cfr. Helms, 1979:112). Otro

elemento propio del contexto de Sabina Grande es el aro de concha con perforaciones

que ya ha sido mencionado y que guarda gran similitud con los que ilustra Séjourné a

propósito de sus excavaciones en Teotihuacan (cfr. 1996 [ 1969] :254). Se trata de

elementos que originalmente estuvieron unidos en pares y que eran portados por los

hombres a manera de anteojos, sostenidos por una banda en la parte posterior de la

-cabeza." El uso de anteojeras es un rasgo que en la pintma mural sirve para distinguir

seres humanos de mitológicos, pues mientras las figmas humanas los llevan como

máscara cubriendo sus ojos, en el caso de una deidad los anillos "son parte monstruosa

pero orgánica de la cara de la criatma" (Pasztory, 1974: 13).

Entre las figuras representadas en las placas de jade, dos rasgos se presentan con

mayor regularidad. Uno de ellos es el tocado con atributos ofidianos. George Kubler,

estudioso de la iconografia teotihuacana, sugiere que " [ ... ] los pintores y escultores

buscaban formas Jogográficas claras y sencillas. Les interesaba menos registrar

apariencias que combinar y componer asociaciones significantes [ ... ]" (reflexión que

comparte Pasztory, 1992:288). Por esta razón, el autor experimenta la aplicación de un

modelo lingüístico que le permite examinar cada forma de acuerdo con una hipotética

timción verbaL Dmante su análisis descubre que la mayoría de los signos e imágenes

son usados como expresiones nominales para describir sustancias y conceptos. En

43 "[ ... ] hacían al difunto llevar consigo un perrito de pelo bennejo, y al pescuezo le ponían hilo flojo de algodón; decían que los difuntos nadaban encima del perrillo cuando pasaban un río del. infier?,o í;··l" (Sahagún, Apéndice al Libro III, Cap.!, 1982:205); "[ ... ] un perro que lo gumse a donde habm de Ir (Lopez de Gómara, 1985:302).

44 "¡Los "sátrapas" 0 "ministros de los ídolos"] salianse al patio del cu, y puestos en medio del patio tomaban brasas en sus incensarios y echaban sobre ellas copa[ e incensaban hacia las cuatro partes del mundo [ ... l"

(Sahagún, Libro JI, Cap. XXV, 1982:113). . . . 45 En el contexto de Sabina sólo fue recuperado uno de estos elementos, por lo que se podna cuestiOnar SI su

función fue realmente esa. Sin embargo, al reportar algunos entierros asociados a cerámica Mazapa en Atetelco, Pedro Annillas menciona también el hallazgo de una sola "placa anular de concha [ ... ] con pequeños agujeros que seguramente sirvieron para pasar hilos para colgarla", dispuesta ante la órbita izquierda de uno de los cráneos ( 1950:56).

62

seguida los más nwnerosos son los que se usan como adjetivos para denotar cualidades

y jerarquía. Menos comunes son los predicados verbales sobre obras y acciones

(Kubler, 1972a:74). Entre las expresiones registradas de esta manera, Kubler encuentra

que muchas fonnas ocupan varias posiciones "gramaticales" a la vez:

"El uso normal aparece cuando se combinan propiedades sustantivas (como fauces de jaguar, lengua de serpiente y ojo de pájaro) en una imagen de culto. Empero, si esta forma aparece a modo de tocado, su papel es conferir, al portador del mismo, carácter de devoto o celebrante, y puede entonces clasificarse como fonna adjetiva" (ibid.:76).

Creo que éste pudo ser el sentido de representar a los personajes en las placas

con tocados de serpiente, emblematizando la función principal de los jades figurativos,

cuya finalidad no sería retratar a un individuo específico (el portador o cierta deidad),

sino expresar una cualidad, que ele ser extensiva al usuario mostraría nuevamente a un

representante ele culto (ver nota 37 de este volumen). Esto es congruente con la

propuesta de Herbert Spinclen respecto a un par de placas ele! mismo estilo: "A pesar de

que es evidente que los jades fueron con frecuencia entenados con los muertos o usados

como ofrendas votivas en los templos, es inseguro considerarlos retratos" (1975

[ 1913] :144, figs. 195 y 196). Ringle, Gallareta y Bey tan1bién sugieren que la

intención no fue retratar personajes históricos, ciada la limitada variedad ele vestuarios y

posturas representados en las piezas, además de su presencia en fachadas

arquitectónicas y ofrendas en sitios diversos (1998:207).

A la propuesta sobre el uso de los jades figurativos como emblemas ele una

cualidad sacerdotal, se suma el otro rasgo que se presenta con más frecuencia entre las

imágenes de las placas: la postura ele las manos. Pocas veces sostienen algo entre ellas,

casi todas simplemente las elevan a la altura del pecho eníi'entanclo las palmas o

uniendo los dorsos:" Esta actitud guarda semejanza con muchas representaciones

escultóricas," donde aparecen personajes con las manos en posturas semejantes pero

portando objetos. Cmiosamente estos objetos resultan también emblemáticos de

46 A manera de glifo, manos en una postura muy similar aparecen acompañando escenas, lo que puede verse en la Estela 9 de Monte Albán y la Estela 1 de Xochicalco (cfr. Litvak, 1972:61). Joyce Marcus las ha interpretado como un glifo que simboliza alianzas políticas (1992:409, 411 ).

·" En El Cerrito, Querétaro, se recuperó un fragmento de escultura donde un personaje aparece" [ ... ] de frente y descansa las manos sobre el tórax; como adorno porta un pectoral y unas orejeras circulares" (Crespo, 1991 b:203, fig. 24). Como la misma autora lo subraya, esta representación es muy similar a las figuras de piedra verde. Las imágenes de las Estelas 2 y 3 de Nopala (cfr. Zeitlin, 1993, fig. 12c) también son bastante similares a los jades figurativos.

63

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cualidades sacerdotales o de liderazgo. En la Estela 1 de Nopala un individue.sostiene

con una mano un cuchillo y con otra una voluta triple, que quizás simbolice un corazón

(Urcid, 1993:148; cfr. Zeitlin, 1993:134, figs.l2a, by e);" en las esculturas descritas

por Acosta y Noguera para TuJa y Xochicalco, se trata de un artefacto circular que ha

sido identificado como un espejo (ver notas 27 y 28 de este volumen); mientras que

entre los mayas es más frecuente una brnra ceremonial, sostenida con los brazos

doblados y a la altura del pecho (Spinden, 1975 [ 1913] :24, 49-50), como se ve en las

Estelas E, H, P, N, 3, 5, 6, y 7 de Copán (cfr. Spinden, 1975 [ 1913] :50, fig. 46 y fotos

18 y 19; Fash y Fash, 2000, fig. 14.1) (Fig.25), la Estela 6 de Naranjo (cfr. Spinden,

ibid.: 178, fig. 226) y la Estela I de Tikal (cfr. Spinden, ibid. :foto 21 ).

Si algo tienen en común los monolitos descritos es que, como ya se dijo, los

objetos que los individuos sostienen, independientemente de su función prn·ticulrn·,

resultan emblemáticos de ritualidad, liderazgo y ceremonialismo, constituyéndose como

"imágenes convencionales" (como les llama Zeitlin) de las prácticas más comunes en

cada lugm, y distinguiendo a quien los porta como agente pma su ejecución. Si la

compmación se hace extensiva, en ese sentido resultrn1 de especial importrn1cia las

placas de jade, pues su dispersión macron·egional sugiere un criterio relativamente

unifonne sobre su pertinencia como "imágenes convencionales" de la celebración de

ciertos ritos y ceremonias.

La presencia generalizada de los jades figurativos en sitios tan distantes sugiere,

como advierte Coggins, " [ ... ] una relación a prn1ir de una actividad ofi·endaria ecléctica

que fue dispersada en el Clásico Terminal" (Coggins, 1984:70),'19 y esa relación entre

las sociedades que adoptrn·on el uso de las placas no se reduce al intercrnnbio comercial

de bienes. Aquél criterio uniforme al que me he referido es evidencia de la expansión de

una ideología comprntida, la cual se expresa en el simbolismo de las imágenes sobre

piedra verde pero también en la asociación cualitativa de los diversos objetos que las

acompañlli1 en los contextos arqueológicos. Sobre esto se profundizmá en las páginas

que stguen.

'18 A decir por las ilustraciones que acompañan Jos textos de Judith Zeitlin y Javier Urcid, esta postura no es la más común en la región, donde más bien se observan los brazos de los personajes cruzados sobre el pecho. La autora los interpreta como representaciones de muertos, pero no necesariamente haciendo referencia a personajes-reales, sino como parte de las imágenes convencionales del ritual del juego de pelota (Zeitlin, 1993:!34; com. pers. 2002); Javier Urcid opina que se trata de ancestros (1993:148). En su trato general, las esculturas de brazos cruzados muestran también alguna semejanza con las placas de jade, como puede verse en aquéllas expuestas en el Museo de San Miguellxtapan, Estado de México, fechadas para el Epiclásico.

·" Coggins también incluye a las vasijas de tecali como parte de esa actividad ofrendaria ecléctica (1984:54).

6-1

Si las placas de jade formaron prn·te de la indumentaria de individuos que

tuvieron alguna relación con la ejecución de prácticas rituales, aquellos personajes en

vida podrían haber dispuesto algunas de sus pet1enencias como parte de ofrendas

votivas en ceremonias de las que fueron representrn1tes, o a su muerte podrían haber

sido acompañados por ellas como testimonio de su distinción.

Tratándose de entierros humanos, que los individuos inhumados pudieron ser

sacerdotes o líderes que solían presidir los cultos locales, es una posibilidad. Que eso al

mismo tiempo les confiriera un status o poder político, también es viable. Sobre estas

suposiciones, y sobre los posibles significados y mecanismos de dispersión de aquella

"actividad ofrendrn·ia ecléctica", se intentmá llegrn· un poco más lejos en los próximos

capítulos.

65

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U. Serpientes y dioses del agua ... las placas de jade como "expresiones

activas de rango"

Como se señaló en la introducción a esta tesis, la presencia de la serpiente

emplumada en las imágenes de los jades figurativos ha motivado que se asocie a estas

piezas con la deidad Quetzalcóatl, subrayándose además el carácter bélico de su culto

como uno de los rasgos característicos del Epi clásico (cfr. Ringle et a/.1998). Sin

embargo, observando los objetos que repetidamente acompañan a las figuras, lo que

resaltó pma mí fue su relación con las representaciones y culto acuáticos tan

importantes en la época prehispánica. Esto es relevante porque el culto al agua y la

fertilidad parece haber sido durante la historia mesoamericana el más 'incluyente' y

arraigado (ver Apéndice), y en ello no puede excluirse al Epiclásico.50 Aparentemente,

el icono serpiente emplumada adquirió a lo lmgo de su existencia múltiples significados

e implicaciones, siendo ya tardía su asociación con el dios Quetzalcóatl. Es posible que

los antecedentes de esa asociación puedan buscmse hacia los últimos años del

Epiclásico pero, por lo menos hasta entonces, la quetzalcóatl solía contextualizmse de

otro modo. La compleja yuxtaposición de símbolos y las aparentes contradicciones que

surgen entre sus combinaciones, parecen vincularse estrechamente con uno de los

aspectos de la religión: aquél en el que constituye un aparato del poder político.

Congruente con esto, es comprensible que dichos símbolos sean multivalentes y

manipulables, tanto diacrónica como horizontalmente. Este fenómeno, aunque lógico,

es uno de los principales obstáculos para acercarse a su significado.

Especialmente en el Centro de México, y por lo menos desde el Clásico

Temprano, el complejo al que frecuentemente se asoció la imagen de la quetzalcóatl es

precisamente el de la fertilidad y las aguas." Durante el Epiclásico se conserva mucho

de esa relación, como lo muestra, en algún sentido, la integración de las placas de jade

50 Señala López Austin: "Independientemente de las particularidades sociales y políticas de las distintas sociedades mesoamericanas, un vigoroso común denominador -el cultivo del maíz- permitió que la cosmovisión y la religión se constituyeran en vehículos de comunicación privilegiados entre los diversos pueblos mesoarnericanos", agregando más tarde: " [ ... ] propongo la búsqueda de los principios de la cosmovisión mesoamericana en el ámbito de las prácticas agrícolas y de las creencias sobre la reproducción y crecimiento vegetativos" ( 1994: 16).

51 Aquí sólo se profundiza en la relación de la serpiente con las deidades del agua, pero es indispensable mencionar que muchos autores han expuesto la de otros varios animales, como algunos felinos y aves (cfr. Covarrubias, 1946; Caso y Berna!, 1952; Rands, 1955; Pasztory, 1974; Kubler, 1 972a, 1972b; Jiménez Moreno, 1972; Van Winning, 1987; Armillas, 1991 [ 1945]; Manzanilla, 2000; por mencionar sólo algynos).

(¡(¡

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en los contextos descritos. Aquí se profundiza en esta específica vinculación por ser la

más evidente y porque sobre ella existe el mayor número de datos. Sin embargo, en

cmmmicación personal Judith Zeitlin y Peter Jiménez fueron llamando mi atención

sobre aspectos que sugieren que el simbolismo . de las placas abarcó otros espacios

además de ése. Es posible que los jades no deban considerarse en directo como una

expresión de la doctrina, sino de su tr·ámite, y que por esta razón están tan

estrechamente vinculados con ella. Tanto el culto al agua y la fertilidad, como la

idealización y materialización de símbolos distintivos de los representantes religiosos y

líderes terrenos, estuvieron en boga durante el Epiclásico. Este último aspecto se tratará

en los próximos capítulos. Por ahora expondré algunos datos referentes a la disociación

forma-significado en la imagen de la serpiente emplumada, como contrapeso al

argumento de Ringle, Gallareta y Bey sobre que los jades figurativos son evidencia de

un culto estandaTizado y ampliamente aceptado a la deidad Quetzalcóatl.

11.1 ¿quetzalcóatl o Quetzalcóatl?

Es engañoso remitirse a las formas para encontrar significados. La disociación

forma-significado, y el ritmo propio con el que cada uno de ellos evoluciona, han sido

quizás el principal obstáculo de quienes se acercan al estudio simbólico en general, Y de

las religiones en particular. La razón es que la dinámica con la que estos procesos se

desarrollan (forma y significado) frecuentemente interfiere en su equivalencia. De

manera muy clara expone este problema George Kubler (1972a:70; 1972b:18-20), a

propósito de las obras de Erwin Panofsky sobre iconografía medieval Y su "principio de

disyución". Kubler apunta que "los objetos utilitarios y expresiones cotidianas por lo

general muestran una mayor coherencia entre forma y significado a través de largos

periodos, que las mucho más fi·ágiles expresiones de sistemas religiosos simbólicos", Y

agrega:

"Formas continuas no proclaman significados continuos; Y tan1poco la continuidad de forma o significado implica necesariamente la continuidad de cultura. Por el contrario, continuidades prolongadas de fmma o significado, como de mil años, bien pueden encubrir una discontinuidad más profunda

[ ... ] "(1972b: 19-20).

67

Las similitudes estéticas en el arte de dos o más regiones no necesariamente

implican una transmisión de ideas (cfr. Spinden, 1975 [ 1913] :238; Stone-Miller,

1993:32; Spence, 2000:260); por ello, coincidiendo con Caso," [ ... ] no basta percibir la

semejanza entre dos representaciones, fundada exclusivamente en la semejanza gráfica

o plástica, es necesario [ ... ] percibir semejanzas ideológicas aun cuando plásticamente

no sean aparentes" (1966:250-251 ).

A la serpiente emplmnada comúnmente se le asigna un significado que evoca al

guerrero, sacerdote, dignatario de Tallan, a su equivalente maya Kukulcán o a la deidad

Quetzalcóatl descrita por las fuentes históricas. Pero antes de esa inupción, el lugar que

ocuparon estos reptiles en la mitología mesoan1ericana no parece tener las mismas

implicaciones, y es común encontrarlos asociados a los dioses del agua o de la fertilidad

(cfr. Armillas, 1947:176; Thompson, 1973: 296; López Luján, 1993:251; Manzanilla,

1995:167; Gamboa, 1996:14).

De la relación de los ofidios con el culto al agua dice Almillas: "En la mitología

indígena serpientes y lluvias están estrechamente relacionadas; se considera a estos

reptiles como imagen del rayo, por eso llevan serpientes en sus manos los tlaloques, los

mensajeros de Tláloc que reparten las lluvias [ ... ]" (1947: 170); y

"En los códices mayas el dios de la lluvia aparece fi·ecuentemente asociado con serpientes y en ocasiones figmado con cuerpo de serpiente y la diosa del agua (equivalente a la diosa Chalchiuhtlicue, he1mana de Tláloc) lleva anudada a la cabeza una serpiente; el reptil también aparece asociado con agua y lluvia sin mostrarse la imagen del dios" (Acosta ibid.:171).

Teotihuacan ofrece amplias posibilidades para profundizar en este aspecto,

gracias a que sus magníficos ejemplares de pintura mural y cerámica han sido objeto de

varios estudios iconográficos. Uno de éstos lo realizó Esther Pasztory en los años

setenta, concluyendo que existe una distinción en las representaciones de Tláloc que

permite observar por lo menos dos complejos con atributos definibles e implicaciones

de algím modo opuestas (1974:7, 9-10), pero que resultan complementarias. Una de

estas 'deidades', el denominado "Tláloc B" muestra rasgos de o aparece en asociación

con el jaguar (ella lo paraleliza con la imagen de Cocijo, dios de la lluvia en Monte

Albán, Y opina que a ambos aplica el cuadro evolutivo publicado por Covanubias en

68

Page 45: Tesis Interaccion Interregional. Laura Solar Valverde 2002_OCR

1946 " [Pasztory 1974: 15] ), además de con armas y actos de guen·a y sacrificio. Pbr su

parte, el "Tláloc A" aparece en íntima relación con un reptil y su carácter no es bélico.

Acerca del reptil, Pasztory concluye que se trata de un cocodrilo, haciendo una

analogía con la imagen de este animal en tma pieza procedente de !zapa, además ele

insistir en el cocodrilo como símbolo ele la tieiTa entre los aztecas y en que el ofidio

representado en Teotihuacan carece ele lengua; reconoce sin embargo que "El cuerpo

del Tláloc ele perfil de Tepantitla recuerda la cola de una serpiente ele cascabel"

(ibid.:l8).

En un estudio posterior, Hasso Van Winning conserva la nomenclatura de Tláloc

"A" y "B", incluyendo la correspondencia de este último con un "complejo Gue!Ta­

Sacrificio" y destacando que guarda "una relación indirecta o secundaria con los dioses

del agua" (1987: 1 :65-66); pero acerca del otro subraya que "Sería más a propósito

denominar a Tláloc A, el dios de la lluvia, como Tláloc-Serpiente, en vez de Tláloc­

Lagarto (como lo propone Pasztory), por la preeminencia ele los atributos ofidios" (Van

Winning, ibid.:I:70). El mtsmo autor argumenta que "son muy raras las

representaciones ele lagmios en el arte ele Teotihuacan que pueden ser ic\entiticaclos sin

lugar a eludas como tales, pero, en cambio, abundan las representaciones ele serpientes

[ ... ] "(ibid.:J:69).

Es posible que la dicotomía ele Tláloc tenga origen en la bivalencia misma del

líquido, en palabras ele Van Winning:

"Incluye el complejo diversas deidades con jurisdicción sobre las aguas procedentes de la atmósfera que benefician las milpas o les causan c\afio (en forma ele granizo, heladas), así como sobre las aguas terrestres (ríos, lagos, manantiales), el rayo y el trueno. Además se incluyen aquellos dioses que por sus atributos y contextos iconográficos no se relacionen directa y exclusivamente con las aguas fructíferas" (Van Winning, ibid.:J:65, véase también Pasztory, 1990:183; Manzanilla, 2000).53

52 En la Segunda Mesa Redonda de la Sociedad Mexicana de Antropología, Miguel Covarrubias presentó un famoso cuadro comparativo (ampliado cuatro años más tarde para su publicación) en el que propone que las representaciones de dioses de la lluvia en diversas partes de Mesoamérica son una derivación del 'arte' olmeca y su culto al jaguar.

53 Hay crónicas del Postelásieo Tardío donde se narra esta dicotomía. Sahagún dice: "Tenían que él daba las lluvias para que regasen la tierra, mediante la cual lluvia se criaban ladas las yerbas, árboles y frutas y mantenimientos: también tenían que él enviaba el granizo y los relámpagos y rayos, y las tempestades del agua, y los peligros de los ríos y de la mar" (Libro 1, Cap. IV, 1982:32); " [ ... ] esta diosa llamada Chalchiuhtlicue, diosa del agua, pintábanla como a mujer, y decían que era hennana de los dioses de la lluvia que llamaban Ti aloques; honrábanla porque decían que ella tenía poder sobre el agua de la mar y de los ríos, para ahogar a los que andaban en estas aguas y hacer tempestades y torbellinos en el agua, y anegar los navíos y barcas y otros vasos que andaban por el agua [ ... ] " (Sahagún Libro 1, CapXI, ibid.:35). Esta bivalencia en

69

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Alfonso Caso tan1bién observa una asociación entre la serpiente y el dios

teotihuacano ele la lluvia, al grado ele considerar a este animal, junto con el jaguar, como

sus "nahuales" (Caso, 1966:254); algo muy similar propone Eulalia Guzmán: " [ ... ]

Tláloc, como Dios del agua, está unido íntimamente a la culebra; es su inseparable,

como su gemelo"(Guzmán, 1972:129).

A propósito ele las representaciones serpentinas, V on Winning agrega que en

Teotihuacan todas las imágenes ele serpientes están cubiertas de plumas, los atributos

del quetzal, y que por lo general están acompañadas por signos acuáticos (1987:1:69)

como son los caracoles cortados, las gotas o corrientes de agua, los chalchihuitl, el

quinterno y el espiral (ibid,:I:130).5'1 Los ofidios también suelen estar acompañados por

símbolos ele la fertilidad, como semillas (cfr. Florescano, 1995:19).

Con esta observación coincide Pasztory en una obra posterior, donde reconoce la

frecuencia de las representaciones de la serpiente emplumada y su asociación con

imágenes acuáticas, y donde aclm·a que generalmente se encuentra en los murales

borclem1clo escenas, sin expresarse como motivo central (1988b:158). Esto último quizás

se debe a que la quetzalcóatl no siempre podría considerarse una deidad, sino un icono,

que en Teotihuacan está frecuentemente relacionado con el "ritual ele las deidades del

agua, de la tierra, y de la fertilidad vegetal", como apunta Van Winning (1987, 1:70).

la figura de Tláloc también la mencionan López Luján (1993:215-216) y López Austin (1994:176). Ocurre lo mismo con el Chac maya (cfr. Thompson, 1973:262).

5'1 Se ha destacado que diversas culturas mesoamericanas concedían al 'jade' un carácter acuático, además de

emplearlo como sinónimo de 'cosa preciosa' (cfr. Rands, 1965:579; Caso, 1966:258; Millon, l988b: 117; López Luján, 1993:216-217). Es común verlo representado como un pequeño disco perforado, que al menos en Teotihuacan se empleó '' ( ... ]como unsustituto de signos más complejos o voluminosos para simbolizar el agua" (Van Winning, 1987, 2:11 ). Al respecto, Proskouriakoff señala: " [el jade] tuvo una asociación con el agua y se dice que los aztecas usaban la palabra como una metófora honorHica de agua", añadiendo que el jeroglífico maya para designar al jade (identificado por Thompson) se observa ocasionalmente en el cuerpo de serpientes y en las representaciones convencionales de cuerpos acuíferos en los códices ( 1974:3). Sah,agún reseña: "También hay otra señal donde se crían piedras preciosas, especialmente las que llaman chalchi/mites; en el lugar donde están o se crían, esta hierba que está ahí nacida está siempre verde, y es porque estas piedras siempre echan de sí una exhalación fresca y húmeda [ ... ]"(Libro XI, Cap. VIII, 1982:693). Al analizar los testimonios de los frailes Bemardino de Sahagún y Diego de Landa, Proskouriakoff opina que las creencias y prácticas que involucran al jade, tanto en el Centro de México como en la región Maya, tuvieron una antigua base común y fueron esencialmente similares (ibid.:2; cfr. Manzanilla, 2000:90 para un ejemplo sobre la asociación del jade con el culto al agua y la fertilidad entre los olmecas). En el caso de los moluscos, sus conchas aparecen continuamente en sección transversal o de frente como complemento a escenas del mismo tipo, y al interior de cuerpos de serpientes o corrientes de agua que emanan de las manos de algunos personajes o de ollas, como se ve en los frescos teotihuacanos y en los códices. Dado su origen, la cualidad de conchas y caracoles para representar al agua es comprensible. Conchas y jade fueron objetos bastante preciados en tiempos prehispánicos y aparecen en innumerables sitios y contextos a todo lo largo y ancho del territorio mesoarnericano. Siendo adecuados para la fabricación de ornamentos personales, su obtención, distribución y uso tienen también una base económica y política, no exclusivamente simbólica. por ello, a pesar de que su valor semántico en pintura y escultura es 'agua', no pretendo que su presencia física o aislada debe interpretarse indistintamente como una extensión de aquel significado.

70

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Este animal mitológico se relaciona con el complejo agua-fertilidad no sólcren el

Centro de México y Oaxaca (donde se han resaltado rasgos serpentinos en las máscaras

de Cocijo y Pitao Cozobi [cfr. Caso y Berna!, 1952:101] ). En el Área Maya, al

respecto señala Herbert Spinden: "La serpiente emp)umada es un concepto temprano

entre los mayas, una combinación de la serpiente de cascabel y el quetzal, asociado con

lluvias, tormentas y el conflicto de Venus [ ... ] "(1946:34), y Eric Thompson ha

propuesto que muchas fachadas decoradas, que se han asociado con Quetzalcóatl,

expresan en realidad la idea de monstruos celestiales relacionados con los puntos

cardinales y las aguas (apud Armillas, 194 7: 177-178).55 Adicionalmente, George Kubler

considera que la imagen de la serpiente emplumada en el 'arte' clásico maya quizás

represente tradiciones de un simbolismo de la lluvia y la vegetación del Altiplano

Central de México (1961 :66), mientras que Mercedes de la Garza señala que es un

símbolo por excelencia de agua y energía vital ( 1999:241 ).

- Sobre la asociación serpiente emplumada/agua, Robert Rands dice: "Se

considera generalmente que la serpiente tiene una obvia asociación con el agua [ ... ] se

ha recabado un buen número de creencias mesoamericanas que conectan directamente a

la serpiente con el agua superficial, la lluvia y el relámpago" (Rands, 1955:361). En el

caso específico maya el mismo autor agrega:

" [ ... ] el monstruo bicéfalo del cielo, serpiente-saurio, es específicamente una creación maya, y en forma pura su asociación con el agua está obviamente restringida al Área Maya. Sin embargo, víboras con agua o símbolos acuáticos emergiendo de sus fauces ocu!1'en tan lejos como en Teotihuacan" (ibid.:337).

Además de estos contextos iconográficos prehispánicos, ya en fechas tardías los

códices mayas frecuentemente representan juntos a la serpiente, el Dios B y el agua

(ibid.:361) y en ocasiones el Dios Nariz Larga se ilustra con cuerpo de serpiente

(Spinden, 1975 [ 1913] :62-64, fig. 73b; de la Graza, 1999:241); Thompson destaca

55 Las deidades con poca frecuencia se limitan a una sola acepción, y muchas veces los elementos se traslapan de manera confusa hasta llevarnos a hablar de advocaciones diversas y en ocasiones a atribuir funciones contradictorias. Si algo comparten muchas de ellas es su relación con el ofidio, y por eso no basta la presencia de este rasgo para establecer asociaciones con cierta divinidad. Sobre el Dios B dice Spinden: " [ ... ] se ha considerado que el Dios B representa a Kukulkán, la Serpiente Emplumada, cuyo equivalente azteca es Quetzalcóatl. Otros lo identifican con Itzamná, el Dios Serpiente del Este, o con Chac, el Dios de la Lluvia de los cuatro rumbos y el equivalente del Tláloc de los Mexicanos" (Spinden, 1975:62). Por su parte anota Eric Thompson: " [ ... ] los Chacs, como los Itzamnás, son dioses de la lluvia, y tienen atributos ofidios" (1973:263).

71

cuatro escenas en el Códice Dresde donde se ilustra a Chac sentado sobre una serpiente

enrollada cercando un depósito o reservaría de agua (1973:192). Para el autor, una de

las características sobresalientes de la religión maya es el origen reptiliano de las

deidades del agua y de la tietTa (1973:269).

Es difícil definir en qué momento y bajo qué condiciones el nombre 'serpiente

emplumada' se adjudicó a Ce Acatl Topiltzin, pero el icono sí es una constante en la

mitología mesoamericana. Al interpretar a este animal, donde quiera que se encuentre,

como alusivo al héroe deificado tolteca (o equivalentes), se ha contemplado

forzadamente la existencia de este último desde tiempos muy tempranos. Así, se ha

considerado a Xochicalco como ciudad en la que ya existe un culto a Quetzalcóatl (cfr.

Noguera, 1960:45; Sáenz, 1962a:77-78, 1962b:1; Piña Chán, 1989:45, 70; Wimer,

1995:18; Lebeuf, 1995:223; Ringle et al., 1998:203, 205) y si no, a Teotihuacan (cfr.

Caso, 1966:265, Séjoumé, 1996 [ 1969]; 1962; López Austin et al., 1991; Wimer,

ibid.:19; Ringle et al., ibid.:193, 203, 225; Sugiyama, 2000; Taube, 2000b:269), o

incluso una aparición mucho más temprana, por ejemplo en Monte Albán desde su Fase

I (cfr. Caso y Berna!, 1952:155-158, 161-162, 367; Séjourné, 1960: 90).

Asumir que todo ofidio con plumaje es la manifestación de aquel dios, relega a

segundo término la existencia de otras deidades y cultos, como se percibe en la

propuesta de Pifia Chán:

"La creación y divulgación de la religión y culto a Quetzalcóatl, fue sin duda el factor más importante que hizo sobresalir a Xochicalco, al grado de que contribuyó a la caída de Teotihuacan al introducir un nuevo concepto religioso que suplantó a la vieja religión politeísta, agrícola y conservadora de ese otro centro [ ... ]" (1989:70).

Al explorar los contextos iconográficos en los que está presente la quetzalcóatl,

se observa que la fusión debe ser un evento tardío y no el culto al sacerdote deificado un

evento temprano. Al respecto anota Kubler: " [ ... ] las representaciones de la serpiente

emplumada y de Quetzalcóatl presentan significados diferentes a través de 1000 años

transcurridos en México. Estos significados y designaciones milenarias por lo menos

son tan diferentes como los de Orfeo y Cristo" (1972a:71).

Es factible que pueda rastrearse desde el Epiclásico la paulatina integración de

aquellos rasgos que aludirán más tarde al Quetzalcóatl que refieren las fuentes

etnohistóricas e históricas, pero es cuestionable una consolidación absoluta desde

entonces:

72

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" [ ... ] hay que notar que las representaciones más frecuentes de la deidad Quetzalcóatl en la iconografía del Horizonte Mixteca-Puebla son en su aspecto de dios del viento (Ehecatl), o como numen estelar (Tlahuizcalpantecuhtli, el señor de la casa del alba, el planeta Venus en su aparición matutina, o Xólotl, el gemelo divino, la estrella vespertina) en las cuales no aparece como serpiente emplumada. [ ... ] Cw·iosamente, los cronistas del siglo XVI aunque declaren que el nombre Quetzalcóatl quiere decir culebra de plumf!ie (o serpiente emplumada), no describen sus representaciones con aspecto serpentino. Quetzalcóatl tiene en la mitología y en la tradición mexicanas diferentes aspectos divinos y humanos. [ ... ] Su asociación puede ser resultado de un sincretismo religioso tardío, aunque cada uno de ellos aisladamente puede ser muy antiguo. Es necesario al estudiarlos precisar cuidadosamente en cada referencia de cuál de ellos se trata, no aceptarlos sin más averiguación como interdependientes en cualquier época por el hecho de que lo fueran en tiempos de la Conquista. [ ... ] ni aceptar sin más ni más que la serpiente emplumada simbolice forzosamente las ideas del complejo de Quetzalcóatl en cualquier tiempo o lugar" (Armillas, 1947:163-164).

Alfonso Caso, a pesar de reconocer que la serpiente de plumas está unida en la

mente teotihuacana con símbolos del agua, asegura que "Quetzalcóatl como 'serpiente

emplumada' y en otras de sus múltiples manifestaciones que conocemos por fuentes

tenochcas, ya existía en Teotihuacan II, como una deidad independiente de Tláloc

[ ... ]" (1966:265), sin argumentar por qué o en qué ocasiones el icono serpiente

emplumada se le puede adjudicar. Lo mismo acune en el trabajo de Ringle, Gallareta y

Bey, quienes describen los contextos iconográficos teotihuacanos donde el ofidio "nada

a través ele un reino acuático" o "anoja agua sobre los árboles", pero conservan la idea

de que también entonces encama a Quetzalcóatl (1998:203). Refiriéndose a los jade~

figurativos que se tratan aquí, agregan más tarde: " [ ... ] su asociación con muchas

alusiones claras a serpientes emplumadas indica que simbólicamente hacen referencia al

culto ele Quetzalcóatl [ ... ] " (ibid. :207).

También se ha considerado que el glifo 'ojo de reptil' es uno de los principales

referentes del mismo dios (cfr. Caso, 1966:265; Ringle et al., ibid.:209). Este elemento

ha sido interpretado de muchísimas formas desde que fue identificado, pues se

encuentra en variados contextos figurativos y asociado con diversas deidades, por lo

que no puede considerarse representativo de ninguna de ellas." Lo mismo sucede con el

56 De acuerdo con el estudio de Van Winning (1961, apud Caso, 1966:266), el "ojo de reptil" está relacionado frecuentemente con atributos acuáticos, y el propio Caso lo describe en asociación con varias deidades dentro del mismo panteón teotihuacano, como son el "dios gordo" (ibic/.:270) y "Quetzalpapálotl" (ibic/.:26!). Kubler

73

quinterno, que tanto en el Centro de México como en el Área Maya se relaciona

fi·ecuentemente con el agua," pero que se ha propuesto simboliza a Venus (cí!·. Seler,

1963, apud Sugiyama, 2000: 122-123), un astro que, donde aparece, también se asume

como referencia simultánea a Quetzalcóatl (cfr. Ringle et al., ibid.:!94). Es equivalente

el caso de asociar a cualquier elemento arquitectónico o iconográfico circular con

Ehecatl y, por extensión, nuevamente con Quetzalcóatl (cfr. Ringle et al., ibid.:!86).

Pocos de los atributos que acompañan la idea de esta deidad, como se conoce

por las fuentes, es claro en las ciudades que precedieron al Postclásico. Como señala

Enrique Florescano, hasta principios de Postclásico " [ ... ] las entidades Serpiente

Emplumada, Venus y Ehecatl tienen orígenes distintos, atributos sobrenaturales

diversos y características simbólicas e iconológicas diferentes [ ... ] en las diferentes

culturas donde se manifiestan no se observan lazos de iclenticlacl que las liguen entre sí"

(1995:58-59).

menciona la alternancia de ese "glifo" con figuras de Tláloc en vasijas trípodes (1972a:83) y dice: "El glifo ojo de reptil ha dado lugar a una mayor discusión que cualquier otro signo en el léxico. H. Beyer fue el que dio origen a este vocablo pero, tanto E. Seler al principio, como posteriormente Séjourné, lo interpretaron como un ojo. Por su parte, Caso lo interpretó como un signo calendárico asociado con Quetzalcóatl en Xochicalco. 1-l.V. Winning creyó que representaba la fertilidad y la abundancia. Yo lo interpreto más específicamente como un signo terrestre [ ... ]. En adornos que asemejan caras humanas siempre ocupa la posición de la boca. Ciertamente, Alfred V. Kidder pensó que estaba relacionado al habla y a la oración ( ... ] " (Kubler, l972a:78). Algunas interpretaciones y contextos iconográficos que sugieren varias funciones para el ojo de reptil, son reseñados por Berlo (1989b:25).

57 Acerca del quinterno Van Winning opina que simboliza al jade y a la turquesa, y en un contexto ritual al agua y a la lluvia (1987:!:129; 1!:11). En Teotihuacan se asocia tanto con la imagen de Tláloc como con el cuerpo de serpientes y espirales (p.e. Zacuala, Atetelco, Tepantitla). Para el Area Maya, Eric Thompson ha propuesto que ese símbolo estuvo ligado conceptual e iconográficamente con las mismas ideas que en otros lugares de Mesoamérica (el jade, la turquesa, la lluvia, el agua, los signos del año, etc.) y resalta su aparición en los tocados de Tláloc y Cocijo (Thompson, 1950, 1951 apud Rands, 1955:356). Schele y Miller mencionan que ocasionalmente aparece sobre la cabeza del personaje antropomorfo que acompaña las representaciones del lirio acuático (Schele y Miller, 1986; 46-47, fig. 25b). Sobre su diseño, hay quienes opinan que es la representación de las cinco regiones del mundo, y justifican su asociación con Tláloc (cfr. Caso, 1966:258; Armillas, 1991 ( 1945]: 111) por cómo caracterizan los códices y las fuentes a esta deidad de la lluvia y su morada (p.e. Códice Borgia, Historia de los Mexicanos por sus Pinturas, etc., cfr. López Austin, 1994:178-180, 189). Chac, el dios maya de la lluvia, también parece relacionarse con los cuatro rumbos (cfr. Thompson, 1973:265; de la Garza, 1999:241). Son pocos los ejemplos en los que el quinterno se asocia con otros complejos religiosos. Karl Taube menciona un incensario con la representación de Huehuetéotl proveniente de Cerro de las Mesas y un texto de la Tumba 5 de I-luijazoo (2000b:312-313, 315, fig. 10.25a). El autor describe este último como una cruz de Kan con llamas pero, a decir por la ilustración que acompaña al texto, esto no podría considerarse una certidumbre. Por ello, la conclusión a la que arriba Taube es a mis ojos exagerada: "Un texto de la Tumba 5 de Huijazoo sugiere que los zapotecas del Clásico Tardío consideraban a la c;uz de Kan como un signo de fuego, y especula que tal vez tuviera otros significados mayores incluyendo "fuego" y "centralismo" (ibic/.:312) (¿?).Alfredo López Austin también menciona un ejemplo en el que el quinterno (o quincunee) aparece en el tocado de una figurilla teotihuacana del dios viejo del fuego, y opina que la razón por la que puede aparecer tanto en el tocado del dios de la lluvia como en el de Huehuetéotl se encuentra en su simbolismo, referente a los cinco árboles erguidos en los que se da la unión del agua y el fuego (López Austin, 1994:189). Una asociación constante del culto a ambos, lluvia y fuego, se ha observado en la disposición de las ofrendas recuperadas en Cerro de la Estrella (cfr. Pérez, 2002:94-95).

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' 1

Presto especial atención al trabajo de Ringle, Gallareta y Bey porquecüwolucra a

las piezas de jade que motivaron este estudio, y porque en él se consideran, como ya se

ha dicho, una expresión del culto a Quetzalcóatl:

" [ ... ] sugerimos que un mecar1ismo bast;nte específico fue el responsable de estos rasgos en común, la dispersión de un culto regional enfocado en Quetzalcóati/Kukulcán en sus aspectos de Se1piente Emplumada, Venus, Dios del Viento, y Patrón de los mercaderes y líderes" (Ringle et al., 1998: 184-185).

Algunas de las correlaciones iconográficas que se emplean en su texto son

inseguras par·a el Epiclásico (p.e. Cánido = Xólotl; Ojo de Reptil = Quetzalcóatl;

Círculo= Ehecatl), pero creo que esto es consecuencia de su correlación inicial:

"Puede objetar·se que serpientes emplumadas no son poco comunes en Mesoamérica desde por lo menos el comienzo del periodo Clásico [ ... ] Sin embar·go, comenzando en el Epiclásico, la postura del culto cmnbió; las serpientes emplumadas se asociar·on con un nuevo complejo de rasgos que creemos marcaron un cambio en ideología" (ibid.: 193).

Los autores se enfrenta11 constantemente con la relación Serpiente

Emplumada!Tláloc, un fenómeno que Jos lleva a admitir que " [ ... ] la pareja de

Quetzalcóatl y Tláloc [ ... ] es tan consistente en el Epiclásico, que es poco apto

referirse solamente a un culto a Quetzalcóatl" (Ringle et al., ibid.:!95). Sin embargo,

desde su perspectiva esta convivencia puede ser inte1pretada como una especie de

confrontación que refleja "[ ... ] la herencia de lo que Schele y Freidel (1990) hm1

llamado la guerra Tláloc-Venus -aparecida primero en el Área Maya durm1te el Clásico

Temprano, pero con un fuerte resurgimiento en las cuencas del Usumacinta-Pasión en el

Clásico Tar·dío (Stone 1989) (La pareja es además importa11te en Teotihuaca11)" (ibid.: 195-196).

Esto conduce a un aspecto más que suele considerarse característico de la época,

y que par·a Ringle, Gallareta y Bey es un rasgo esencial del culto a Quetzalcóatl:

"Burger hace hincapié en la naturaleza generalmente abierta y pacífica de Jos cultos

regionales, mientras que nosotros creemos que el culto a Quetzalcóatl estuvo

estrechm11ente ligado al militar·ismo" (ibid.: 184-185, nota 3).

Entre los aspectos más controvertibles de multivalencia de los símbolos

religiosos, se cuenta la relación circular· entre aspectos "pacíficos" y "bélicos". En

75

Mesoamérica la manipulación de las expresiones de un sistema de creencias contribuyó

a exaltar ocasionalmente a uno u otro, por lo que la caracterización del complejo

religioso mismo, o de la sociedad que lo patentaba, a partir de cualquiera de esos

patrones iconográficos, es especialmente engañosa. Este doble carácter existe desde

tiempos temprar1os e involucra tm1to al complejo del agua y la fertilidad (cfr.

Thompson, 1973:262; Von Winning, 1987:1:65, Pasztory, 1990:181-183; Freidel et al.,

1993:296-317; López Austin, 1994:176; Ringle et al., 1998:203; Mm1zar1illa, 2000;

Mastache y Cobea11, 2000:110, 121, 130) como al complejo tar·dío relativo a

Quetzalcóatl ( cii. Ringle et al., id e m). Involucra quizás tmnbién al ash·o matutino Venus

(cfr. Freidel et al., idem; Zeitlin, com. pers. 2002), desde antes de que se integrara al

último de estos complejos.

La idea de que algunos edificios prehispánicos se asocian con el calendar·io

mesom11ericano, es par·a Ringle, Gallar·eta y Bey una evidencia más para hablar· de un

culto temprm1o a Quetzalcóatl, puesto que algunas fhentes etnohistóricas se refieren a

éste como uno de los dioses instauradores de las divisiones del año (ibid.: 193-194, 223;

véase también López Austin et al., 1991 :40). Una reproducción calendárica se ha

observado en el plan arquitectónico de El Castillo en Chichén Itzá, la Pirámide de los

Nichos en El Tajín y la segunda etapa de la Grm1 Pirámide en Cholula (Ringle et al.,

id e m). Lo mismo se ha propuesto par·a los relieves que adornan las fachadas de la

Pirámide de las Serpientes Emplumadas en Xochicalco (ver adelante) y el Templo de

Quetzalcóatl en Teotihuaca11 (cii. López Austin et al., 1991, además de en el pah·ón

observado en las ofrendas que antecedieron su construcción [cfr. Cabrera y Cabrera,

1993:290-295; véase también López Austin et al., ibid.:45-46] ). En realidad, más allá

de esa vaga atribución que es su participación en el diseño del calendario

mesoamericm1o, la presencia del dios Quetzalcóatl no figura de manera clara en

ninguno de estos edificios, siendo además el último demasiado temprano par·a hablar del

culto a una deidad que estaba lejos de haberse consolidado.

Como se verá en breve, en los relieves que adornm1 las fachadas xochicalca y

teotihuaca11a la serpiente emplumada se inserta iconográficamente en un complejo

religioso distinto. Las ofi·endas halladas en su interior par·ecen apoyar· eso mismo, lo que

no se contrapone con el ritual de sacrificio masivo del que fueron resultado en el caso

del templo teotihuaca11o:

"En términos generales, la naturaleza de los materiales ofrendados sugiere relaciones con el agua o con la deidad del agua. Esto está apoyado, por

76

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ejemplo, por las piezas de jade y piedra verde [ ... ], concha, "vasijas •· Tláloc", Y posibles figurillas de obsidiana en forma de serpientes (animales que aparecen frecuentemente asociados con agua: Piña Chán 1977). [ ... ] Juntar todos los datos nos lleva a la hipótesis de que una gran ceremonia dedicada a la deidad del agua se llevó a cabo j,usto antes de completar la ~onstrucción del templo y que el sacrificio humano fue un componente Importante del ritual" (Sugiyama, 1989:103-104).

La relación de este edificio con un complejo distinto al de Quetzalcóatl no es

incongruente con tma posible reproducción simbólica del calendario, pues no son pocas

las deidades que diseñan, se relacionan, rigen o se rigen con la cuenta del tiempo. Esto

puede estar reflejado en la constante asociación del 'signo del afio' con Cocijo (cfr.

Escalona, 1953:363; Caso, 1966:253; Coggins, 1980:59) y Pitao Cozobi (cfr. Caso y

Berna], 1952:94), desde épocas tempranas." El signo del año mixteco se integra con

especial frecuencia al adorno capital de Tláloc, en el Centro de México, Oaxaca y el

Área Maya (cfi·. Escalona, 1953:363; Rands, 1955:322; Sáenz, 1966:27; Kubler,

1972a:74; Pasztory, 1974:10; Coggins, 1980:50; Schele y Miller, 1986:47, fig. 25b;

Annillas, 1991 [1945]:111; Rivas, 1993:31; Ringle et al., 1998:195-196, Fig. lOa;

Jiménez García, 1998:135, 142, 144, 367, 447, 449; Fash y Fash, 2000:fig. 14.1; Taube,

2000a:42, fig. 33; 2000b:280) (ver Figs. 23b y 25). También la serpiente emplumada lo

exhibe ocasionalmente en su tocado (cfr. Taube, 2000b:277, fig. 10.6a) (ver Fig. 22).

58 U~ trap~cio i~vertid~ Y un triángulo, entrelazados, son la expresión más común del llamado 'signo del año rn1x~eco · _Ja:~er ~rctd prop_one que este motivo sólo fue usado como glifo del año dentro del sistema de escntura N~~ne, sm necesana~ente constituir un marcador de tiempo entre otras culturas que adoptaron su repres~n~acwn. o,~serva también que en un mismo sistema gráfico se le pueden atribuir múltiples funciones metommtcas que [ .... ] parecen envolver la noción de liderazgo en un sentido político (señor-gobernante) y e.n un sentido .melafonco parecen aplicarse al cálculo del tiempo (un año determinado como gobernante del lie.mpo)" (Urctd, 1993:144-145, véase también López Austin et al., 1991 :39-40). Entre los glifos calendáricos mas .tempranos conocidos en Monte Albán, Alfonso Caso identificó como signo del año solar un diseño que consiste en .una cruz encerrada en un círculo; éste aparece inicialmente aislado pero más tarde se representa ~~n regulan~a? en ~~ tocado de C?cijo (Coggins, 1980:59). Clemency Coggins hace una analogía entre este signo del ano asoc~ado con 1~ detdad zapoteca de la lluvia y el ángulo y trapecio asociado con Tláloc, pues

ambos denotan al ano solar (1dem). En su excelente artículo, Coggins va más allá de la equivalencia como :signos del año' h~s:~ proponer (siguiendo a Adrian Digby) que ambos son la expresión gráfica de un m~trumento ~e medJcJOn so~ar que. existió verdaderamente. Las diferencias representativas se deberían a que, mientr.as el angula Y trapecio lo simulan de frente, la cruz encerrada en un círculo sería una vista en planta (C~ggms,1980:61). Ambos aparecen, uno encima del otro, en Jos relieves de las fachadas oeste y sur de la Ptram.'de de las Serpientes Emplumadas en Xochiealco (cfr. de la Fuente, 1995:1 98; Lebeuf, 1995:229-230, figs. ) Y 6). R?tomando las sugerencias de Urcid sobre su posible significado, en el sentido metafórico estos simbolos podnan reafirmar la función de las deidades de la lluvia como 'patrones del año aorícola' (e 1 1 - 1 d e . . " amo ya o m sena a o o~~ms, 19~0:61); mwntras que asociados a personajes 'prominentes' (cuando existan más

elementos de relac10n) podnan denotar aJoún vínculo con aquellas deidades (cfr Coggins 1980·6') ¡ . o . .... , . .J •• oyce Marcus comenta que el Signo del año mixteco está relacionado con guerreros en Cacaxtla Piedras Nearas y Yaxchilán (2001 :25). ' "

77

En el caso de la Pirámide de los Nichos en El Tajín, Ringle, Gallareta y Bey

consideran que, además de la alusión calendárica en la construcción del edificio, el

templo superior estuvo dedicado a Quetzalcóatl (1998:194). Mencionan como evidencia

de ello los paneles y frisos donde fueron esculpidas grecas entrelazadas y motivos

serpentinos bordeando escenas, pero esto también OCUlTe en Jugares como Teotihuacan,

donde las escenas bordeadas dificilmente se relacionan con aquel dios. Se refieren

tan1bién a los cánidos enredados en las grecas de algunos de esos fi·isos como que

podrían ser coyotes o estar relacionados con Xólotl, pero en arquitectura y pintura son

mucho más claras las representaciones de coyotes deambulando que de penos, lo que

vemos en Chichén Itzá y Tul a (como señalan los mismos autores, idem ), y también en

Jos murales teotihuacanos.

El esfuerzo de Ringle, Gallareta y Bey por asociar los edificios del Clásico y

Epiclásico con Quetzalcóatl, reside en dar sustento a una de sus hipótesis principales,

donde proponen que la dispersión de ese culto implicó no sólo una comunicación

estrecha entre las sociedades que lo acogieron, sino la propia fundación de lugares

sagrados:

"El culto estaba basado en el establecimiento de mm red de lugares santos que trascendió las divisiones étnicas o políticas. [ ... ] Los principales lugares santos atraían peregrinos dentro de una amplia área [hinterland] y actuaban como foco de legitimación política, pero sus similitudes no se debían simplemente a la devoción en común por una deidad. Más bien, esta religión parece haberse dispersado mediante la fundación activa de nuevos centros de culto frecuentemente fortificados, y fi·ecuentemente mediante m1 proselitismo agresivamente militarista" (1998: 185).

Para apoyar esta propuesta, los autores reproducen e interpretan las imágenes de

las páginas 18 y 19 del Códice Nuttall. En esta sección del códice aparece el personaje

12 Viento llevando a la espalda un templo con dos serpientes entrelazadas, y tanto él

como sus acompañantes portan bolsas para incienso, annas, bastones o estandartes,

perforadores sacrificiales, atados, varas para encender el "fuego sagrado", etcétera

(ibid.:l85-187, figs. 3 y 4). La interpretación que se hace de estas escenas es

básicamente que reproducen el fenómeno de fundación de lugares sagrados, en este

caso específico relativos al culto a Quetzalcóatl (quien es de por sí una 'deidad

fundadora', ibid.:l88). Cuestionar esta lectma sería ocioso, porque de ninguna manera

disiento con ella. La única observación que haría al discurso de Ringle, Gallareta y Bey,

78

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es que no es éste un buen punto de partida para explicar acontecimientos sucedidos ~por

lo menos quinientos años antes.

A pesar de reconocer que el Códice Nuttall narra eventos desde la perspectiva

del Postclásico Tardío, se sugiere que dicha nanación refiere sucesos ocunidos tiempo

antes, hacia el siglo X, y que es válido establecer una c~nelación entre la lectura de su

iconografia y la del Epiclásico (cfr. Ringle et al., 1998:185-187)." Es posible que la

'intención' de quienes pintaron el códice fuese plasmar un trozo de la historia ancestral

(o mítica) de los mixtecos, pero no hay que pasar por alto que puede tratarse, en

realidad, de pasajes transformados con el paso de los años por la memoria colectiva,

adaptados a las condiciones del momento en el que fueron narrados, una tendencia

natural de las sociedades en torno a sus símbolos religiosos (ver más adelante) e

históricos (cfr. Carneiro, 1992:192) (como se ve actualmente en la reestructuración

sexenal de los libros de texto ... ). No hay que olvidar que es precisamente hasta el

Horizonte Mixteca-Puebla que algunas de las múltiples advocaciones de la deidad

Quetzalcóatl (p.e. Ehecatl, dios del viento; Xólotl, el gemelo divino; Venus, la estrella

de la mañana) aparecen con claridad y relacionadas (cfr. Armillas, 1947:163-164); a

propósito de esto, coincido con Ringle, Gallareta y Bey cuando proponen que "el

vagabundo fundador Quetzalcóatl es mejor visto como un intento etiológico tardío para

explicar [¿o 'legitimar'?] la dispersión de su culto, conteniendo en una sola figura

varios episodios históricos separados entre sí probablemente por siglos" (ibid.:188).

A propósito del riesgo de utilizar fuentes etnohistóricas para explicar contextos

arqueológicos, Sanders opina: " [ ... ]las "historias" fueron manipuladas deliberadamente

con fines políticos. Estoy convencido de que mucha de la "historia" política

mesoamericana consiste en absoluta propaganda" (1989:216-217; véase también

Pasztory, 1990:183). Como señala Carneiro a propósito de los orígenes del Imperio

Inca, pareciera que mucho de lo que permaneció en el registro no es historia, sino

ideologia (1992: 192; para discusiones similares sobre los 'registros históricos' cfr.

Webb, 1974:358; Abu-Lughod, 1989:24-25, 28-32).

50 Los autores observan que algunos elementos del Códice Nutall aparecen en la iconografía del Epiclásico (Ringle et al., 1998:185). Sin embargo, se trata específicamente de los objetos que integran la parafernalia ritual, como las bolsas para incienso o los estandartes, elementos que permanecieron durante siglos coino el instrumental en común de sacerdotes al desempeñar su oficio, independientemente de la deidad a la que estuviese dirigida la celebración. En este caso, la compatibilidad iconográfica ocurre a una escala formal/funcional de objetos particulares, pero no es forzosamente extensiva al contenido total de los episodios ni encierra una inmutabilidad del total de símbolos implicados. Como se desprende del comentario de Kubler transcrito páginas atrás, este tipo de objetos "por lo general muestran una mayor coherencia entre fonna y significado a través de largos periodos que las mucho más frágiles expresiones de sistemas religiosos simbólicos" (1972b: 19-20).

79

El problema de la 'fundación' de lugares sagrados a través de lo que narran las

fuentes, radica en que los eventos son realidad combinada con mito, el relato de un

pasado conveniente (no del todo auténtico) que justifica o legitima a quien lo cuenta

( cfi·. Davies, 1977). Para el Postclásico Tardío, la legitimación a partir de la idea de

'fundación' corre a cuenta de Quetzalcóatl. ¿A cargo de quién corrió la de lugares como

Monte Albán y Teotihuacan? En el Postclásico Tardío se adopta una figura que se sitúa

en el panorama histórico de los toltecas porque el intento verdadero, la intención

subyacente y disfrazada, pudo ser la de patentar filiación con la imagen que TuJa

representaba. Pero, como se verá a continuación, en TuJa no aparece de tal fon11a la

deidad Quetzalcóatl. ¿Por qué?. Quizás porque para el tiempo histórico real de los

toltecas la figura era otra, probablemente proclamando filiación con la imagen de

Teotihuacan. Si ocurre algo similar que con el contenido de la palabra "Tallan", que

más que topónimo es un calificativo (cfr. Davies, 1977), sería erróneo incluir en una

sola figura el cargo de fundador/legitimador. Si Teotihuacan fue la primera Tallan, es

posible que hubiese habido una imagen fundadora equivalente, que desde luego no fue

el Quetzalcóatl de tiempos postclásicos dada la ausencia total de integración de sus

advocaciones en aquella época.

Para finalizar con la discusión sobre la validez de la existencia de un culto

altamente estmcturado a la deidad Quetzalcóatl y, por extensión, la validez de asumir

que la serpiente emplumada es ya durante el Epiclásico y Postclásico Temprano uno de

sus símbolos principales, expondré algunos datos sobre Tula.

La "capital" de Quetzalcóatl

Considerar a TuJa como capital del culto a Quetzalcóatl ha minimizado la

importancia de otros dioses y prácticas que estuvieron presentes en esa ciudad. Acosta

subraya: "El número de las representaciones de Quetzalcóatl y de Tlalmizcalpantecutli,

en relación con otras deidades, es abrumador" (1956-57:94), pero a decir de un estudio

reciente, esto no es tan claro. Me refiero al completo análisis iconográfico y contextua!

realizado por Elizabeth Jiménez sobre la lapidaria de TuJa, en el que concluye: " [ ... ]

contra lo que uno esperaría de la lectura de las crónicas, en TuJa hay muy pocas

esculturas con atributos que hagan referencia a Quetzalcóatl, y no se ha encontrado

80

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ningún personaje que pueda ser identificado indudablemente como tar dios" (Jimé1'1ez

García, 1998:509).60

Así, "Hasta la fecha, en TuJa sólo se han recuperado cuatro figuras que presentan

algunos atributos relacionados con los dioses mexic.as Tezcatlipoca, Huehuetéotl,

Itzpapálotl y Tláloc" (Jiménez García, ibid.:464 )." De los tres primeros existe

solamente una representación, mientras que del último se identificaron cinco (cfr.

Jiménez García, ibid., figs. 35, 76, 78, 79 y 85, véase también Mastache y Cobean,

2000:11 0). La autora muestra, además de estas representaciones de Tláloc, otros

personajes que reproducen rasgos que se relacionan directamente con él (p.e. ibid., figs.

36, 52, 53, 54, 87)62 y anota nuevas asociaciones, que por lo menos a una escala local

se vinculan con la deidad del agua. Considera común entre los personajes relacionados

a, o con atributos de Tláloc, el uso conjunto de pechero redondo con fleco, la orejera

tipo "Q", cierto tipo de faldilla y pulsera, y cetros en forma de serpiente (Jiménez

García, 'ibid.: 327-329, 333, 335 y 436); algunas de estas convenciones se conservan en

las imágenes del dios que ofrecen los códices (ibid.:474, 495-499).

Contrario a lo comúnmente aceptado, el culto a Tláloc continuó siendo de suma

importancia durante el Postclásico Temprano, y lo que sugiere la infonnación que se

tiene hasta la fecha es que para los habitantes de TuJa Grande fue, si no el más, uno de

los más relevantes: "Aunque no existe la certeza de que se trate de personajes con

función sacerdotal, aquí se consideran como tales las figuras de los personajes que no

portan armas. De los tres grupos identificados, sólo el relacionado con Tláloc presenta

una filiación clara" (Jiménez García, ibid.:473).

Con seguridad la afirmación de Acosta sobre el "abrumador" número ele

representaciones de Quetzalcóatl, deriva de la asociación directa que se hace de la

serpiente emplumada con esa deidad. Sin embargo, de forma análoga a lo que ocurre en

Teotihuacan, los ofidios no suelen ocupar en TuJa un espacio central en sus

manifestaciones. Quizás, como reflexiona Von Winning para el sitio clásico, el reptil

60 La imagen de Quetza\cóatl grabada en el Cerro La Malinche ha sido considerada por varios autores como de manufactura tardia, muy posterior a la época de apogeo de Tula, atribuyéndola a grupos mexica (Umberger, 1987, apud .Jiménez Garcia, 1998:509; Florescano, 1995:68-69,257; Nicholson, 2000:155). Elizabeth Jiménez también observa diferencias entre el estilo de esta obra y el estilo escultórico e iconográfico que motivó su trabajo (idem).

61 Además de otros dos posibles: Xiuhtecuhtli y una "deidad-guía" (Jiménez García, 1998:469-473). 6

:? La profusión de estos rasgos es tan amplia que) al tenninar el análisis de 35 frisos de correspondencia arquitectónica indetenninada, la autora comenta: "Las figuras antropomorfas representadas en los frisos pueden ser clasificadas de distintas formas: la más general diferencia a los personajes que ostentan atributos de Tláloc de los individuos que no los llevan" (Jiménez García, 1998: 190).

S 1

sea también en la capital tolteca un Icono contribuyente a la expresión de ciertos

significados, no una deidad.

¿Por qué la supuesta 'capital' del culto a Quetzalcóatl, sede del gobierno de Ce

Acatl Topiltzin y base de su apoteosis, no hizo justicia a tan importante personaje en su

'arte' escultórico?. Tal vez la respuesta se encuentre en la forma como se ha esperado

observar representado al héroe mítico de Tallan y no en una ausencia verdadera.

De acuerdo con los relatos de las crónicas, es a partir de sus acciones en Tula

que Ce Acatl Topiltzin Quetzalcóatl se conviliió en un personaje ejemplar y en

consecuencia su imagen fue transmutándose en la de un ídolo. Pedro Arn1illas

puntualiza en que incluso entre los aztecas, herederos ele este culto, Quetzalcóatl no fue

jamás representado con la forma que conlleva su nombre, sino a partir de otros rasgos

que presumiblemente se le atribuyeron después y que lo identifican, entre otras cosas,

como deidad de los vientos y personificación de Venus, la estrella de la mañana

(1947:163). De ser cierto esto, sería secuencialmente incongruente encontrar en TuJa

rastros de estas acepciones que le fueron adjudicadas en un momento posterior a su

estancia en la capital tolteca, donde fungiera como sacerdote, gobernante o caudillo

antes que como dios; del mismo modo que no podría verse a Jesucristo a través de la

cruz años antes de que fuese crucificado.

Sobre la verdadera relación de la serpiente emplumada con el personaJe

Quetzalcóatl (que derivara en que este último adoptara su nombre), Pedro Armillas

propuso una hipótesis interesante. Aunque el pensamiento del autor va demasiado lejos

y hasta ahora resulta incomprobable, es curioso cómo su propuesta proporcionaría una

coherente explicación a la frecuencia con la que aparece Tláloc en TuJa, al por qué está

ausente la representación de Quetzalcóatl como serpiente emplumada, y a por qué

existen abundantes imágenes de individuos que ostentan indumentaria sacerdotal y

militar, además de atributos (como los tocados) que podrían denotarlos devotos del

culto a Tláloc:

" [ ... ] por qué a la compleja deidad de la vida, de la estrella Venus (y en consecuencia del tiempo) y del viento se le da el nombre de Quetzalcóatl, simbolismo que no explica ninguno de sus aspectos? [ ... ] De modo puramente hipotético es posible suponer que el personaje histórico alrededor del cual se realizó, según se desprende de las leyendas alusivas, esa composición, ostentara la dignidad de sacerdote mayor del dios de las aguas, supremo en la religión del centro de México en la época anterior a los toltecas, investido probablemente de poder temporal, y que este título fuera

"" "-

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ya entonces, según parece estar representado en las pinturas de Teotihuacan, Serpiente Emplumada, como lo era en tiempos aztecas." Así el reformador Ce Acatl habría pasado a la posteridad nombrado con uno de sus adjetivos, Quetzalcóatl, del dios abjurado" (Armillas, 194 7: 178).

En Tul a no aparecen tocados en forma de serpiente emplumada (en los tableros

del Edifico B se conjtmtan rasgos de varios animales), un elemento que en otros sitios

aparece frecuentemente vinculado con el culto a los dioses del agua; sin embargo, en

tres monolitos que Elizabeth Jiménez trata como posibles estelas (cfr. 1998, figs. 52, 53

y 54) aparecen personajes ricamente ataviados, sobre los que la autora dice:

" [ ... ] también pueden ser retratos de gobernantes. Los tres están de pie, viendo hacia el frente y llevan grandes penachos con los atributos de Tláloc: moño, anteojeras y máscara bucal o bigotera. Uno de ellos tiene w1 glifo "uno-(?)"; otro sujeta con la mano izquierda un cetro real tlatoca-topilli [ ... ] " ( 1998:4 77). El último, además, fue representado con barba.

Tal vez algunas de las abundantes representaciones de sacerdotes, líderes o

guerreros en la lapidaria de Tul a (cfr. Mastache y Cobean, 2000) reproduzcan la imagen

del personaje histórico Quetzalcóatl, pero tal y como era percibido por sus

contemporáneos.

. 11.2. La Serpiente Emplumada como figura central

Un claro ejemplo de las confusiones que han resultado de extender la asociación

serpiente emplumada = Quetzalcóatl a tiempos anteriores al Postclásico, son los mal

llan1ados 'Templo de Quetzalcóatl' en Teotihuacán y Xochicalco.

Los relieves del edificio teotihuacano en realidad reproducen imágenes de la

quetzalcóatl (con minúscula) alternando, entre otros, con elementos marinos (Fig. 20).64

Esta fachada ha sido objeto de muchas interpretaciones por la figura que alterna con la

63 Con seguridad, Armillas se refiere al titulo que entre los aztecas era sinónimo de gran sacerdote: "El que era perfecto en todas las costumbres y ejercicios y doctrinas que usaban los ministros de los ídolos, elegianle por sumo pontífice, al cual elegían el rey o señor y todos los principales, y llamábanle Quelzalcóalf' (Sahagún, Libro lll, Cap.lX, op cit:214).

'·' Sobre él edificio teotihuacano Manuel Gamboa comenta: "[ ... ] tenemos al mal llamado templo de Quetzalcóatl en la Ciudadela, la representación que tenemos no corresponde en tiempo con la concepción que se tenia durante la época tolteca o mexica de esta deidad. Al parecer, los motivos marinos que se observan en la subestructura y las representaciones de serpiente son advocaciones del agua o del maíz según un dios identificado por Alfonso Caso, y no del cielo" (1996: 14).

83

serpiente emplumada (Van Winning, 1987:69-70; Florescano, 1995:222), la cual ha

sido identificada como Tláloc (cfr. Guzmán, 1972:131); como un prototipo de Tláloc A

(cfr. Van Winning, 1987:70); como un dios zapoteca asociado con la lluvia y el maíz

(cfr. Caso, 1966:254); como la Xiuhcóatl, símbolo de la sequía (cfr. Jiménez Moreno,

1959:1071); y por supuesto, como Quetzalcóatl (cfr. Palacios, 1941:117, 118, 121).

Actualmente se considera que estas figuras son también cabezas de ofidio aunque

estilizadas (cfr. Von Witming, 1987:69) o que representan tocados en forma de

serpiente (cfr. Sugiyama, 1992:206), de cipactli (cfr. Sugiyama, 2000:130-134, López

Austin et al., 1991:41), o yelmos en forma de una 'serpiente de guerra' antecedente de

la Xiuhcóatl (cfr. Taube, 2000b:271, 324; Ringle et al., 1998:195, 207, nota 16).65

Fig. 20. Fachada del Templo de Quetzalcóatl, Teotilmacan. Tomado de Séjoumé, 1966b

65 Considero que Karl Taube cuenta con pocos elementos para sustentar sus hipótesis sobre militar_ismo y guerra en Teotihuacan. En este caso por ejemplo, menciona que una criatura similar aparece en el Area Maya en contextos iconográficos bélicos, razón por la que adopta también el nombre de 'serpiente de guerra' para referirse a la figura representada en la pirámide teotihuacana, considerándola extensivamente un 'emblema de guerra' (2000b:271; ver pág. 113 de este volumen) y concluyendo que: "Los yelmos de 'serpiente de guerra' en las fachadas del Templo de Quetzalcóatl se refieren al fuego y la guerra, y demuestran el papel pivota! de estos dos temas en la cosmovisión teotilmacana" (ibid.:324; véase también Fridel el al., 1993:469, nota 4; Me Vicker y Palka, 2001:194). Haciendo otra extensión, Taube considera a los tocados en las Estelas 1 y 3 de Xochicalco también como la 'serpiente de guerra' (ibid.: 284, 311, véase también Ringle el al., 1998:205, 207), que no contienen ningún elemento que pueda incuestionablemente considerarse 'militar· o 'bélico' (ver Fig. 23). Ciertamente, la serpiente emplumada aparece en algunas imágenes que podrían considerarse de esa indole (cfr. Sugiyama, 1992:214-215, figs. 9-12; Friedel el al., ibid.:296-327), pero el universo de sus representaciones es mucho mayor y está muy lejos de limitarse a un sentido. Durante el Clásico y Epiclásico, alusiones a la guerra y el uso de rasgos relacionados con ella como metáfora de poder, son especialmente prolíferos en el Área Maya. Pero las condiciones propias de esta región, que motivaron la tendencia y carácter bélico de aquellas sociedades (donde su peculiar geografía juega un papel determinante), no son extensivas al resto de Mesoamérica (Cameiro, 1992: 184-190). La epigrafía e iconografia mayas son una herramienta para el estudio de las sociedades prehispánicas, pero el contenido de los simbolos y la causalidad de los mensajes no es inmutablemente aplicable a todas ellas.

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Sobre su función se ha dicho que la pirámide fue erigida en honor al dios de la

lluvia (cfr. Armillas, 1947:178), que se representó la dualidad lluvia/sequía (cfr.

Jiménez Moreno apud Von Wilming, 1987), que se trata de un templo dedicado al

tiempo (cfr. López Austin et al., 1991 :44; Cabrera y Cabrera, 1993:290-295) y hasta

que su construcción fue ordenada por un gobemante déspota para que le sirviese de

tumba (cfr. Sugiyama, 1992:220). Lo que me interesa resaltar en este monumento es

que, al igual que en los frescos de Techinantitla, la serpiente emplumada aparece como

elemento central y está acompañada de signos alusivos al agua o la fertilidad (cfr.

Florescano, 1995:223). Como se ha visto, es común que la quetzalcóatl acompañe

escenas de ese tipo, pero en ellas su relegación ha propiciado que se le considere

secundaria. Habría que preguntarse hasta qué punto esta 'importancia menor' se debe a

que las representaciones mejor conocidas son posteriores a la construcción de aquella

fachada, y en qué medida la serpiente emplumada pudo ser en algún momento

verdaderamente relevante en la religión teotihuacana. Dice Von Winning: "Por el hecho

de quedar cubietios los relieves del Templo de Quetzalcóatl (Serpiente Emplumada),

por otra estructura durante la fase Tlamimilolpan tardío, la serpiente fue relegada a una

posición de menor importancia, y Tláloc asumió el papel de una deidad de mayor

importancia en Teotihuacan" (1987:69-70).

En la capital teotihuacana, la abundancia de serpientes emplun1adas relacionadas

con el agua y la fertilidad ha logrado que se abandone la asociación del Templo de

Quetzalcóatl con la deidad homónima del Postclásico. Por desgracia Xochicalco no ha

corrido con la misma suerte, como lo reseña Leonardo López Luján (1995:283; para

dicha asociación cfr. Wimer, 1995:18; León Portilla, 1995:39; Lebeuf, 1995:223;

Ringle et al., 1998:205; para una crítica sobre identiticar a la Serpiente Emplumada de

Xochicalco como Quetzalcóatl, cfr. de la Fuente, 1955:186, 206).

Son varios los estudios que han motivado los hetmosos relieves del edilicio

xochicalca y muchos los signiticados propuestos (Fig.21 ). Se le atribuyen, entre otras,

una función com11emorativa de hechos míticos o históricos, reseñas de conquistas

consumadas, una reunión de sacerdotes o astrónomos con la Jinalidad de discutir ajustes

calendáricos (cfr. López Luján, 1995:283-285; Garza y González, 1995:115-117, 130-

132; de la Fuente, 1995:174-186, 195-207), la representación de la ceremonia del fuego

nuevo (cfr. Lebeuf, 1995:222-252), una reproducción simbólica del coatepetl (cfr.

Ringle et al., 1998:195), etcétera. El carácter del monumento puede ser multivalente y

algunas de estas propuestas resultar complementarias, pero la verdad es que todavía se

está lejos de entender el mensaje plasmado en la fachada de su última época. Sin

85

embargo, independientemente de la que haya sido su intención original, ésta se expresa

a partir de elementos y asociaciones que ya se han descrito: caracoles, individuos con

tocados de serpiente o con el signo del año y anteojeras, algunos mostrando bolsas de

copa! mientras que otros sostienen lo que ha sido identiticado como "ollas irrigadoras

de pulque" (cfi·. Rivas, 1993:31)", rasgos todos ellos presentes en escenas teotihuacanas

relativas al agua, la fertilidad y su culto, no muy lejanas geogrática ni temporalmente.

Fig. 21. Fachada de la Pirámide de las Serpientes Emplumadas, Xochicalco

A los personajes se les ha identiticado como " [ ... ] funcionarios o reyes de una

dinastía con sus correspondientes glifos onomásticos, gobernantes de pueblos

tributarios, astrónomos "congresistas" con los topónimos de sus lugares de origen,

sacerdotes de Tláloc, etcétera" (López Luján, 1995:284) y hasta se ha dicho que son

imágenes de guerreros (cfr. Marcus, 2001 :25). Una misma persona pudo reunir varias

de esas cualidades, un sacerdote pudo ser al mismo tiempo funcionario, y un

gobernante, astrónomo (ver págs. 57-58 de este volumen). Lo único que se extrae con

certeza es que los individuos en la pirámide xochicalca muestran, en su mayoría, una

actitud y parafernalia que en otros contextos iconográticos se vinculan con la

celebración de rituales. Las Jiguras que alternan los cuerpos ondulantes de los otidios

emplumados, portan tocados de cabezas serpentinas y sartales de cuentas circulares

pegados al cuello, de modo idéntico a los individuos representados en las placas de

piedra verde ofrendadas algunos años antes de que se esculpieran los relieves, y que se

66 Francisco Rivas dice: " [ ... ] no sólo se representaron deidades y numerales teotihuacanos en Xochicalco, sino también algunos objetos utilizados para el ritual de pedimento de fertilidad, lluvia y mantenimientos [ ... ] ", costumbre que figura en Teotihuacan en los frescos de Teopancaxco (Rivas, 1993:31-32).

86

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depositaron en compama de conchas, caracoles y jades. La similitud es··mayor con

algunos jades figurativos mayas, donde incluso se reproduce la misma postura (ver Figs. 8, lO y 11).67

Un fenómeno inverso al descrito por Von Winning podría estar ocmTiendo

simultáneo al desvanecimiento del sistema social teotihuacano. En Xochicalco existe la

imagen de Tláloc, pero no es más importante que la imagen de la serpiente emplumada,

y por lo menos en el famoso edificio se elige a la última como protagonista.

Las expresiones de Tláloc y la quetzalcóatl como entes diferenciados, atmque en

constante relación, existió por lo menos desde principios de nuestra era. Poco se ha

avanzado en el carácter de tan singular vínculo, pues mientras la serpiente emplumada

aparece como acompañante de las deidades de la fertilidad o la lluvia en ciertos lugares

y contextos iconográficos, en otros las sustituye o se impone como figura central. Un

buen ejemplo es la vasija estilo Petén que fue reportada por Nicholas Hellmuth en

_Guatemala y que corresponde al Clásico Tardío (Hellmuth, 1975 apud Taube, 2000b:277, fig. 1 0.6a) (Fig.22).

Fig.22. Vasija guatemalteca del Clásico Tardío. Tomado de Taube, 2000b

Destaca en esta pieza que la serpiente

emplumada, además de aparecer como figura

principal, porta un tocado con el signo del año

y está rodeada por quinternos e imágenes

menores de Tláloc, que a su vez llevan el

mismo adorno capital.

Jiménez Moreno propone que "Un

desdoblamiento de Tláloc pudo dar origen al

primordial Quetzalcóatl, dios de la lluvia, al

que más tarde se le confundiría con el héroe

de Tula, ligándolo con Venus [ ... ] "

(1972:32). Pero más bien pareciera que la devoción por Tláloc y la Serpiente

Emplumada fue tm proceso cíclico, en el que la reducción en la importancia de uno dio

67 Ringle, Gallareta y Bey subrayan la semejanza entre los personajes esculpidos en la fachada del edificio, la Estela 1 del mismo sitio y las placas de jade; relacionan también el resto de los objetos en las ofrendas rescatadas por Sáenz y los relieves de la última etapa constructiva, como expresiones del mismo culto (1998:203, 205, fig. 21); sin embargo, para ellos todo lo anterior está vinculado con Quetzalcóatl. Me Vicker y Palka comparan también la placa de concha procedente de Tula (Fig.18) con algunas imágenes xochicalcas, en especial los relieves de la Pirámide de las Serpientes Emplumadas (200 1: 188).

87

lugar al enaltecimiento del otro y viceversa, existiendo además momentos en los que se

juntan, traslapan y aparecen al mismo nivel, en una dinámica similar a la que describe

López Austin:

"Las religiones tienen un juego constante de perturbaciones ~o~· _el desajuste de sus partes y de nuevos ajustes que tienden a la recmnpostcw~. ~on, por tanto, "org<mismos" que se caracterizan por su permanent~ movumento de descomposición/composición, de incongruencia/congruencta, de desorden/ orden y de ruptura/continuidad" (1999:18).

No debe ser fortuito que las representaciones de la serpiente emplumada como

elemento central en Teotihuacan estén separadas entre sí por varios siglos, un lapso

durante el cual la imagen de Tláloc se observa prominente. 58 Los fi·escos de

Techinantitla, que muestran a la quetzalcóatl con una coniente acuática emergiendo de

sus fauces, se han situado en la fase Metepec (cfr. Pasztory, 1988a; 1988b:139, 143, fig.

I). Temporalmente, esta fase dista menos de otras representaciones donde la serpiente

aparece como personaje principal (p.e. Xochicalco y pieza guatemalteca reportada por

Hellmuth) que de la era de construcción de la Pirámide teotihuacana.

Es posible que los edificios de Xochicalco y Teotihuacan no estuvieran

estrictamente dedicados a la fertilidad y las aguas, pero al menos iconográficamente se

relacionan más con un culto de este tipo que con el dios Quetzalcóatl. Su causalidad

puede centrarse en el ámbito de lo político, pues constituyen verdaderos ejemplos de

'arte' público monumental y se sabe que varios aspectos de los sistemas sociales

mesoamericanos fueron permeables a la religión, incluyendo ése. 69

En el Epiclásico, el culto a la fertilidad y la lluvia en el Centro de México

experimentó algunas transformaciones, pero no desapareció ni disminuyó su

importancia. Que la imagen de Tláloc era familiar en sitios como Xochicalco Y TuJa, se

" De acuerdo con Pasztory: "Varias de las serpientes emplumadas en pintura mural son del periodo Metepec (A. D. 650-750), tal vez haciendo una referencia consciente a la importante serP.iente del te_mprano Templo de la Serpiente Emplumada" (1988b:l58). Por su parte, Janet Berlo señala: [ ... ] despues de la era de la Pirámide de la Serpiente Emplumada, la prominencia de la Imagen de la serpiente .~mplumada se deb1hta, siendo más una imagen enmarcadora que el icono de una deidad centraL ~~na ~xcepc10n Importante a .e~to es el lugar prominente que se dio a cuatro serpientes en el mural de las Serpwntes Emplumadas Y Al boles Floreciendo" de Techinantitla [ ... ] "(1992: 151). . . .

69 Sin que pretenda asumir sus implicaciones, que son muy diferentes de las que yo prop~,ngo, Lopez A_ustm Y López Luján describen para el Epiclásico un fenómeno con cuyo esbozo ~~mctdo: ~~mo en diferentes movimientos políticos mesoamericanos, Jos innovadores apoyara~ su c~ncepc10n de domtmo Y ~antro! en un complejo mitológico y ritual derivado de tradiciones religiosas tmlenanas pero, en este caso, bUJO una nueva interpretación que completaba las funciones politicas del momento" (2000:29). -

88

Page 55: Tesis Interaccion Interregional. Laura Solar Valverde 2002_OCR

r

70

s~be por su representación en cerámica y piedra; 70 sin embargo, en comparacion con las

cmdad~s del Clásico Medio su expresión es discreta. Se ha buscado por eso en otros complejos religiosos a 1 d · d d · · . as et a es pnnctpales de los tiempos post-teotihuacanos y se ha pen_sado incluso en un contraste de cultos al ~o hallar el elemento unificador ~e las creencias y expresiones religi E h · . . osas. sto se a mterpretado como una ruptura en termmos de cosmovisió . 'bl . . . n, pew es post e que d1eha fractura tenga origen en una defictencJa para percibí· · d' d . d · . .

. t m tea 01 es e contmmdad, mas que en el hecho de u e no extstan. q

La. magnitud del culto a las deidades del agua y la fertilidad en el panteón

n~esoamencano es una constante (ver Apéndice), pero ciertamente el contenido de sus

stmbolos, Y como consecuencia su expresión, sufrieron transformaciones:

~La disyunción, siendo una forma de renovación, puede decirse que ocurre ~~~o d~. un marco de referencia mayor, cada vez que los miembros de un~

~~~thzacwn sucesora remodelan s~ herencia al conferir nuevos significados . as formas de la cultura antenor y al vestir nuevas fonnas de viejos

stgmficados que retienen su aceptación" (Kubler, 1972: 19-20).

. Habría entonces que buscar el culto a través de otras formas, no sencillamente asumn· que desapareció 0 d" · · · · tsmmuyo su nnpmtancta, al no hallar las 111 · ·f· tsmas mam estaciones.

~¡ en algún momento la figura de la quetzalcóatl fue un estricto componente del

co~1~leJo agua/fertilidad, a finales del Clásico esa relación no permaneció univalente.

Qmzas alguno~ de sus aspectos fuesen desglosados, algunos subrayados, otros

abandona~os o 1~1tegrados con otras expresiones. Aquella tendencia a la recomposición

que mencwna Lopez Austin, pudo haber resultado en la adición de nuevos significados

que lograron un incremento de su importancia en las expresiones del Epiclásico. '

. ~unque, como se verá adelante, la imagen de la serpiente emplumada no se

despoJo completamente de implicaciones anteriores, sí parece haber adquirido nuevas.

"Ollitas Tláloc" braseros fi · ·· ¡ amplia en Mes ' . . d e ¡g¡e y v?st~a~ p umbate representando a esta deidad, tuvieron una dispersión

oamenca urante el Ep1clasico y Postclásico Tem an S h d · estas piezas en Tula (cfr. Acosta, 1954:93; 1956-57:86, 89; Dieh~,r 19~3:~04~~;~c~~~alg9eJer;;¡lares de todas de las dos pnmeras en Xochicalco (cfr. Sáenz 1964:11· Senter 1981·150) el C fr 'd p y useo de Sitio);

t :r~I ~~~~' ~~~:~l:~~~ ~i~~~ev~~c~~es ~~a:soc~té~~tl)e :zla~cílmatl' (cfr. Sáenz: idem~, _l:s ~rut:so~: ~~~~~~~~~,¿ (Chase Ch 1 ., ' Ig._ a ' a tumba de El Caracol descnta en el capítulo anterior (cfr. Tl:Cmp~~~·, ;::i7i·iJfi~ 10), Matac~pan. (Ringle el .al., idem),_et?.; y de las últimas cerca de Tajumulco excéntricos de ob . . . , n cua~to a a litica, adernas de las lmagenes en escultura se han localizado y, Cofre de Perote ~~d;ra~~r~~:e;,ni~~~~/)~nto reproducen las facciones de Tláloc, en Xochicalco (Museo de Sitio)

89

Emique Florescano considera que posterior a Teotihuacan, el ofidio "se convierte en

emblema del poder político" ( 1995:20-21; Karl Taube propone que esto ocurre también

durante el Clásico, 2000a:26, ver nota 100 de este volumen). Es común, por ejemplo,

que desde ese momento se relacione con elementos de poder terreno, como se observa

en representaciones tardías teotihuacanas donde aparece asociada con la estera (cfr.

Pasztory, 1988b:158; Sugiyama, 1992:215-219; Kowalski, 1999: 405).71 La misma

asociación se observa en la placa maya estilo Nebaj que fue recuperada en las cercanías

de Teotihuacan (cfr. Rands, 1965:30) (Fig. 11). De forma similar, Guadalupe Mastache

y Robert Cobean consideran que algunas serpientes en el 'arte' de Tula son un símbolo

de la realeza, "posiblemente significando el título de gobernante", y que las imágenes

de personajes sucedidos por la figura del ofidio podrían ser representaciones de los

"reyes" toltecas (2000:113, nota 3).

Si la quetzalcóatl constituyó en sí misma un símbolo de "autoridad y liderazgo",

es lógico que esa cualidad no se restringiera a ser apoyo de legitimación política, dado

el carácter generalizado de las instituciones prehispánicas (ver págs. 57-58 de este

volumen). De ese modo, los rasgos ofidianos podrían además asociarse tanto a, o los

objetos con rasgos ofidianos podrían ser portados tanto por, gobernantes como

guen-eros y sacerdotes. Aunque son más comunes las representaciones de los últimos

(ver adelante), ejemplos de los segundos son el Dintel 25 de Yaxchilán, donde un

personaje con lanza, escudo y máscara de Tláloc emerge de las fauces de una serpiente

con dos cabezas (cfr. Rands, 1955:322; Freidel et al., 1993:308) e individuos también

con lanza y escudo en dos piezas de cerán1ica teotihuacana (cfr. Sugiyama, 1992:213-

214, figs.9-1 0).

Por alguna razón la quetzalcóatl constituye un símbolo más adecuado en la

transmisión de un mensaje proselitista, y una de sus apmiciones más comunes sigue

siendo en forma de tocado. Aunque esta función como adorno capital existe desde

épocas tempranas, es posible que su uso se generalizm·a a finales del Clásico y/o que su

simbolismo abarcm·a mayores espacios. Se puede recordar como ejemplo que este tipo

de tocado aparece con mayor frecuencia en el 'arte' teotihuacano de la fase Metepec

(p.e. Fig. 26), y que se representa, entre otros lugares, en los frescos zapotecas de la

Tumba 104 de Monte Albán, en los relieves de la Pirámide de las Serpientes

71 Esther Pasztory señala: ((En el arte teotihuacano tardío, las serpientes se encuentran además en contextos políticos. Una cabeza de serpiente sobre un diseño de estera es frecuente en cerámica y ocurre de la misma forma en el mural del Tocado de Borlas [ ... ]. Serpientes en Xochicalco, Cacaxtla y Chichén ltzá también existen en contextos dinásticos, tal vez haciendo referencia atrás a Teotihuacan, en formas que todavía no podemos entender" (Pasztory, 1988b:l58).

90

Page 56: Tesis Interaccion Interregional. Laura Solar Valverde 2002_OCR

1

Emplumadas de Xochicalco y en dos estelas del mismo sttlo (ver nota ~3 7 de este

volumen). Su aparición en el 'arte' maya es antigua, pero el tocado con rasgos ofidianos

se ilustra profusan1ente en las piezas de jade de aquella región que couesponden al

Clásico Tardío. En general, es el tocado. de serpiente uno de los rasgos a los que se

otorga mayor relevancia en la mayoría de las pla~as de jade que motivaron este estudio.

Se han sugerido varios significados para el tocado de fauces de serpiente. Karl

Taube se refiere a él como representación de una "serpiente de guerra", designación que

parece inapropiada al no existir elementos de índole conflictiva o bélica en la mayoría

de los casos, como ya se ha comentado (ver nota 65). Ringle, Gallareta y Bey opinan

que podría aludir a Quetzalcóatl como "creador de los seres humanos" (1998:207, 223),

relación que tampoco resulta adecuada por las razones expuestas en este capítulo. En el

Área Maya existe una propuesta interesante sobre dicho rasgo iconográfico. Dada su

asociación con personajes que se presumen ancestros, se ha considerado a estos tocados

ºomo alegoría de una "serpiente-visión" (vision serpent) (cfr. Freidel el al., 1993:140,

196, 207-210; Zeitlin, com. pers. 2002). Esta noción se refiere a una percepción

imaginaria que asegura la conexión con otras dimensiones, entre ellas las de residencia

de los muertos y los dioses (cfr. Freidel et al., idem) (una creencia similar se ha

propuesto que involucra el simbolismo de los "espejos", cíl'. Taube, 1992; Freidel et al.,

ibid: 244; Ringle et al., ibid.:224). Es de esperar que una alucinación o 'trance' de este

tipo se alcanzara a partir de actividades rituales como el autosangrado, el ayuno

prolongado o la ingestión de narcóticos, incluido el tabaco silvestre (cfr. Freidel et al.,

ibid.:207-21 O, 446-447).72

Estas actividades fueron ordinarias durante las celebraciones

religiosas prehispánicas, por lo que no es de extrafíar que la 'serpiente-visión' se

relacione también, no exclusiva pero sí recurrentemente, con la imagen de las deidades

del agua y la fetiilidad, como Tláloc (cfr. Ringle et al., ibid.:223) y el Dios Nariz Larga.

Aunque principalmente se interpreta a los personajes que portan dichos tocados

como ancestros que se hicieron patentes durante las visiones (Zeitlin, com. pers. 2002,

ver adelante), me pregunto si no podría la propia imagen de la serpiente constituir

tan1bién un 'emblema' distintivo de aquellos individuos prominentes, vivos, a quienes

estuviera reservado celebrar esas sesiones, hacer uso de he!1'amientas rituales, alcanzar

esos trances y, por extensión, a quienes estuviese petmitido abrir el "portal" de

72

En su volumen, Freidel, Schele y Parker transcriben un escrito de Johannes Wilbert (1993), donde detalla los serios efectos alucinógenos y graves alteraciones síquicas y bioquímicas que pueden resultar de la inoesta e inhalación deliberadas de tabaco silvestre (1993:447, nota 59). Ejemplos del uso de tabaco como herra:;,ienta

. ritual entre sociedades centroamericanas se encuentran en I·lelms, 1979:111-119.

91

conexwn con dichos ancestros, con lo sobrenatural, lo no te11'eno... Si los jades

figurativos fueron indicadores de un estatus sacerdotal o shamánico durante el

Epi clásico, es posible que esto ocu11'iera en relación con aquel simbolismo, relativo a las

funciones de las personas que los poseyeron (Judith Zeitlin, Peter Jiménez Y Humberto

Medina, com. pers. 2002). En cuanto a esas funciones, habría que valorar si además

existe alguna relación entre la "serpiente-visión", los jades y el uso de espejos, otra

"he!1'amienta-portal" en los ritos shamánicos. Hay que recordar que en algunas placas

presumiblemente se representan los últimos (ver nota 28 de este volumen Y Fig. 17) Y

que las imágenes muestran posturas dinámicas y excéntricas (ver nota 6) , como si

efectivamente estuviesen bajo trance. Es interesante que en el Palacio Quemado de Tula

se hayan encontrado tanto espejos de pirita como jades figurativos (cfr. Mastache Y

Cobean, 2000:121) y que en Ceno de la Estrella convivieran en un mismo contexto (cfr.

Pérez, 2002:93).

De ser la serpiente-visión una construcción maya temprana (cfr. Freidel et al.,

ibid.:447, nota 71), habría que explorar si en algún momento se traslapan las creencias

que implicara la imagen de la quetzalcóatl en uno y otro extremo de Mesoamerica;

hasta qué punto están complementándose durante el Epiclásico; qué tanto tendría esto

que ver con la multiplicación de las implicaciones de la serpiente emplumada en el

Centro de México a finales del Clásico; y si todo lo anterior tuvo alguna incidencia en

que ya en el Postclásico Tardío, el título "Quetzalcóatl" se adjudicara a aquel que "era ' D

perfecto en todas las costumbres y ejercicios y doctrinas" sacerdotales (ver nota 63).

Es conveniente tratar por un momento las tres estelas que fueron halladas en

Xochicalco, en w1 templo al este de la plataforma superior de la Estructura A (Fig. 23 ).

Las piezas habían sido fragmentadas intencionalmente; algunas de sus partes se hallaron

sobre el piso de estuco del templo, pero el resto fue descubierto sólo después de

romperlo, al interior de una cista revestida de piedras careadas. Ente!1'ados junto con los

fi·agmentos de estela se localizaron otros objetos como "figurillas teotihuacanas en

piedra", objetos de obsidiana, la mitad de una máscara de tecali, cuentas de jade, concha

y turquesa, además de restos óseos (Sáenz, 1962b:l-2; 1964b:69-70). En palabras de

Sáenz: "Los cuatro lados de cada una de ellas contienen glifos con numerales del

sistema maya-zapoteco, signos del afio estilo mixteco y otros motivos [ chalchihuites Y

quinternos] . Uno de los monolitos ostenta en el lado principal una representación de

" En comunicación personal (2002), Judith Zeitlin compartió conmigo un pasaje de las crónicas de Sahagún, donde se reseña que Jos nobles se decian incapaces de responder al mensaJe de los mtstonanos, ya que estos no tenian el "entendimiento teológico de la Quetzalcóatl".

92

111

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Tláloc, mientras que los otros dos tienen esculpida en ese mismo lado una cant humana

dentro de las fauces de una serpiente, con la lengua bífida [ ... ] " (Sáenz, 1962b: 1 ).

Imposible saber en qué momento fueron labrados los monolitos y por cuánto

tiempo se exhibieron cumpliendo con su función qriginal. Lo que sí puede considerarse

es que son contemporáneos, no sólo porque fueron "matados" y enterrados juntos, sino

porque sus rasgos estilísticos y tecnológicos comparten muchos element9s. 74

-~.·- ... : ... ~ .. -- ~ -_ .. :

Fig. 23. Cara principal de las Estelas 1 (a), 2 (b) y 3 (e) de Xochicalco. Tomado de López Austin, 1994.

'·' Piña Chán insiste en que la Estela 2 "se relaciona sin duda alguna con Quetzalcóatl" (1989:42-45), a pesar de aceptar inicialmente que se representa la imagen de Tláloc: "[ ... ] una boca del Tláloc con su bigotera, colmillos salientes y lengua bífida, representación común en Teotihuacan. Luego, aparece la efigie de un dios parecido a Tláloc, con anteojeras, colmillos salientes y lengua florida, a manera de un lirio acuático, pero con orejeras de tapón y tocado con el símbolo del año teotihuacano [ ... ]" (ibíd.:42). Alfredo López Austin hace una crítica puntual de la relación con Quetzalcóatl propuesta por Piña (1994:69-71). César Sáenz había ya tratado de interpretar las imágenes principales de las Estelas 3 y 1 con Tlahuizcalpantecuhtli, advocación de Quetzalcóatl (Sáenz, 1964:70-72; 76-77, 79) y Ringle, Gallareta y Bey coinciden con él (1998:205). En un estudio posterior al de Sáenz, Esther Pasztory (al no encontrar rastro de Tlahuizcalpantecuhtli) cree ver en los monolitos una tríada de deidades xochicalcas compuesta por una "diosa de la fertilidad" (Estela 1), Tláloc (Estela 2), y un "dios del sol" o "del maíz" (Estela 3), concluyendo que el conjunto se refiere "al mismo tema de la muerte y el renacimiento del sol y el maíz en el ciclo agrícola anual" (Pasztory, 1973 apud Florescano, 1995:231-232). Creo que no existen bases, a la fecha, para hablar del culto a estas deidades en Xochicalco, pues curiosamente no aparecen en ningún otro lugar. La excepción es la imagen de Tláloc, congruente con lo que estipulan Garza y González: ¡'Las deidades más frecuentemente representadas son Tláloc y la Serpiente Emplumada" (1995: 135).

9.3

Es posible que las tres estelas constituyeran un conjunto, es decir, que

compartieran significado o integraran un mismo mensaje, en el que nuevamente

conviven las imágenes de Tláloc y la Serpiente Emplumada. El mayor contraste entre

ellas es que, mientras una de las piezas representa a "Tláloc A" tal y como fue descrito

por Esther Pasztory (Fig. 23b ), las dos restantes muestran seres humanos con cualquiera

que sea el atributo que les confiere su tocado, en íntima relación con la serpiente

emplumada. ¿Cuál es el significado de esta alternancia, y por qué en relación con la

serpiente hay un énfasis en lo humano?.

Es viable que mientras la Estela 2 de Xochicalco es una manifestación estricta de

Tláloc, las dos restantes traten sobre los representantes terrenos de su culto, quizás

personajes históricos también de importancia en la vida política de la antigua ciudad,

finalidad con la que suelen esculpirse monumentos de este tipo. 75 La serpiente

emplumada en este contexto sería un elemento de legitimación, nuevamente fusionando

los aspectos religioso y político. La misma función o capacidad legitimadora se intuye a

partir de algunas escenas mayas, como aquella donde el hijo recién nacido de Pájaro

Jaguar, gobernante de Yaxchilán, es ilustrado emergiendo de las fauces de una serpiente

que su padre sostiene con la mano; o la referencia epigráfica a que el alma del segundo

hijo de Pakal, gobernante de Palenque, le fue otorgada vía una "serpiente-visión" (cfr.

Freidel et al., 1993:218-219, figs. 4:30a-c).

La idea de que algún sentido de autoridad o poder se atribuyó a la quetzalcóatl,

se desprende de varios aspectos más. Los tocados que la retratan no son exclusivos de

los hombres, hay ejemplos donde los pmian seres mitológicos (p.e. Lápida de Bazán) o

donde alguna deidad emerge de sus fauces, como el Dios del Maíz ( cl.i". Freidel et al.,

ibid.:216, figs. 4:28d-e), el Dios A (cfr. Freidel et al., idem), el Dios Nariz Larga (p.e.

Estela 1 de Tikal, Dintel 39 de Yaxchilán, Estela D de Copán, Códice Dresde [cfr.

Spinden, 1975 [1913]]), o Tláloc (p.e. Dintel 25 de Ya"chi!án, Figs. 24 y 25 [cíi·.

Schele y Miller, 1986:47, fig. 25b; Fash y Fash, 2000, fig. 14.1; Séjourné, 1966a, fig.

195]) (Fig. 24).

75 En comunicación personal (2002) Judith Zeitlin coincide con que puede tratarse de "personajes históricos que están siendo conmemorados y de algún modo asociados con Tláloc", pero agrega que tal vez se trate de integrantes de la realeza fallecidos y 'reaparecidos' durante alguna actividad ritual, a través de la serpiente­visión. Janet Berlo también considera a estas estelas como monumentos históricos, conmemorando líderes, reinos o conquistas (1989b:37).

94

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'' Fig. 24. Pieza teotihuacana de cerámica roja. Tomado de Séjoumé, 1966a

La serpiente emplumada también aparece en las estelas mayas como remate de

barras ceremoniales (cfr. Spinden, 1975 [ 1913] :24, 49-50; Freidel et al., ibid.:209)

(Fig.25) y cetros (cfr. Freidel et al., ibid.:J95), objetos

con lma clara carga de poder (cfr. Spinden, ibid. :62-64;

Freidel et al., ibid.:209). Algunos de los personajes

representados en las placas de jade tan1bién llevan cetros

(ver Figs.7a, 7e y 7±).

Es interesante mencionar por último, que en

algunos contextos iconográficos se conserva la relación

de la serpiente emplwnada con el complejo

agua/fertilidad, como podría estar simbolizando la

cotTiente que emana de su hocico en algw1os cetros

mayas. En Jos frescos teotihuacanos, por ejemplo, los

tocados de fauces de serpiente se llevan puestos durante

la celebración de ritos de pedimento o enaltecimiento de

la fertilidad y el agua, confiriéndole a quienes Jos portan

el derecho de pmiicipar o liderem· dichos rituales (quizás

insinuando que son "agentes para la producción o

distribución de agua", como opina Rands, 1955:288) y

presumiblemente en las estelas de Xochicalco los

personaJes con estos tocados integran con Tláloc un . .

mismo mensaje.

'' i! i\

Fig. 25. Estela 6 de Copán. Tomado de Fash y Fash, 2000

95

En Xochitécatl, otro importante sitio epiclásico, una escultura serpentina de

cuyas fauces emerge un personaje, fue localizada al interior de w1a de las pilas al frente

de la Pirámide de Las Flores. El otro tanque monolítico contenía la representación

escultórica de un batracio (cfr. Manzanilla, 2000:92). Se ha planteado que este edificio

estuvo dedicado al culto a la fertilidad y la lluvia, lo que está apoyado por algunas

ofrendas dispuestas debajo de la escalinata que incluían el entieno de infantes

acompañados por piezas de concha y jade (cfr. Manzanilla, idem). En el museo de sitio

de Xochitécatl se exponen tres jades figurativos, cuya contextualización desconozco

pero que, de ser conecto el testimonio de uno de Jos custodios que presenció las

excavaciones del Proyecto Especial, por lo menos uno proviene de la misma pirámide.

Con respecto al tocado de las imágenes en las placas, en el Área Maya parecen

recibir igual trato aquellas que llevan serpientes y aquellas que llevan al Dios Nariz

Larga por adamo capital, siendo el manejo tan similar que se dificulta la distinción (ver

Apéndice). Los tocados que reproducen a esta última deidad son más claros en las

piezas donde las imágenes se muesh·an de perfil (cfr. Coggins, 1984:35-70; ver Figs.

8d-e, 1 O y 11 de este volumen).

Dirigiendo ahora la atención hacia algunas particularidades de Jos contextos que

incluyen jades figurativos, durante las excavaciones de la Estructura C de Xochicalco,

en cuyo seno fueron halladas varios de ellos, se rescataron también " [ ... ] tres vasijas

antropomorfas, en barro burdo, con la representación hechas por pastillaje, del dios de

la lluvia Tláloc" (Sáenz, 1964:11).76

En el caso de TuJa, las banquetas al interior de la Sala 2 del Palacio Quemado

fueron recubiertas con lápidas labradas representando una procesión. Las figuras al

oriente están precedidas por un personaje que, por sus atributos, ha sido relacionado con

Tláloc. Esta procesión y aquella al oeste toman direcciones opuestas, de modo que

ambas se conducen a un mismo destino, simulando el abandono de la sala hacia el

vestíbulo sur (cfr. Acosta, 1955: 127-134, 153-156; Mastache y Cobean, 2000:120).

Aunque los individuos del oriente llevan armas, no todos usan 'vestuario militar' y de la

boca de algunos brota una vírgula de la palabra. Por su parte, los personajes al oeste

portan instrwnentos musicales, estandartes y cetros. Mastache y Cobean proponen que

76 También en la tumba de El Caracol pudo reconstruirse un brasero con los rasgos de Tláloc, el cual había sido roto y esparcido como parte del primer evento ritual ocurrido en la cámara (cfr. Chase y Chase, 1996:71, fig. 1 Of). Como ya se dijo, la alteración del sepulcro dificulta la correlación entre restos óseos y ofrendas, así como el orden en el que se dispusieron las osamentas. El Individuo 4 (aquél al que se asociaba la placa de jade) ha sido el de mayores problemas al intentar situarlo en la secuencia deposicional (cfr. Chase y Chase, ibid.:70), no pudiendo definirse si formó, o no, parte del primer evento.

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las escenas " [ ... ] podrían representar un ritual, quizá en honor de Tláloc, qde incluía

procesiones con cantos, música y oraciones" (2000:121). Vale la pena recordar que de

esta sala en particular procede una de las ofrendas con placas de jade recuperadas por

Acosta, además de la famosa Coraza de TuJa, n?I·igueras tan1bién de concha, corales

abanico, otros materiales de origen marino (cfr. Cobean y Estrada, 1994:77) y dos

mosaicos de turquesa (cfr. Mastache y Cobean, idem). Los mismos autores relacionan

estos hallazgos con el culto a la fertilidad y las deidades acuáticas ( cii·. Cobean y

Estrada, ibid.:78) o específicamente con el culto a Tláloc (cfr. Mastache y Cobean

ibid.: 11 O, 121, 130 [quienes siguen la propuesta de Taube sobre un carácter bélico de la

deidad l ). 77

De la Sala 2 del Palacio Quemado procede también el único Chac Mool que

ha sido recuperado in situ y los restos de otro más que había sido mutilado (cfr. Acosta,

1955:147-151, 164-167), descubrimientos que para Mastache y Cobean confim1an la

asociación del edificio con el culto mencionado pues, además de vincularse con el

sacrificio humano, se ha propuesto que existe un lazo ritual entre este tipo de esculturas

Y el culto a Tláloc (cii·. Graulich, 1984 y Miller, 1985, apud Cobean y Mastache, 2000: 121-122). 78

Los contextos de Sabina Grande y Barrio de la Cruz también arrojan

infonnación relevante, resaltando en el primero de ellos el aTO de concha que pudo

formar parte de una anteojera," y en el segundo el grupo de nii'ios decapitados que

fueron depositados (¿sacrificados?) como parte del ritual de inhumación del personaje.

Por lo menos el 50% de los restos humanos provenientes del Cenote Sagrado son de

77 Quizás exista también alguna relación entre la procedencia de la pieza de El Canal y los hallaznos realizados alrededor de un templo en esa localidad, que de acuerdo con Diehl son indicadores de que ~1 monumento estuvo dedtcado al culto de Tláloc (1976:263; 1983:92). Entre los materiales recuperados se cuentan varios f~ag.mentos de mcensario con la representación del dios de la lluvia, chalchihuites, conchas provenientes del

78 1 actfico y el caparazón de una tortuga (idem).

Apa~entemente, nmguno de lo·s· personajes en la procesión de las banquetas exhibe colgada al cuello una placa de Jade, pero la representacwn de su vestuario es lo suficientemente esquemática como para ilustrar ese detalle; sm embargo, uno de los dos ejemplos que conozco en Tula, donde individuos esculpidos llevan al cuello ptezas posiblemente como ésas (cfr. Acosta, 1955, lám. 2; Jiménez Garcia, 1998, fig. 59; Mastache y

79 Cobean, 2000:119, fig. 23), procede de la Sala 1 del mismo edificio, donde se recuperó el otro jade figurativo. Respecto a"su ~asible uso en Sabina, y coincidiendo con varios autores (cfr. Acosta, 1956-57:97; Pasztory, 1974:1_1, b. b, entre otros), estoy consciente de que no todo lo que tiene anteojeras representa dioses del a?ua. En Teotthuacan, por eJemp_Io, es éste un rasgo compartido indistintamente por personajes de atributos dtversos, presentes. en contextos IConográficos igualmente variables. Es preciso que coexista mayor número de elementos para mterpretar un contexto como relativo a un culto de este tipo, lo que creo que en este caso sí ocurre.

97

infantes, lo que Thompson interpreta como ofrenda a los dioses del agua, con cuyo

culto debió estar relacionado (1973:134-135).80

Alrededor de veinte cráneos infantiles f·ueron también hallados al interior de una

cista pintada de azul en Cerro de la Estrella, al sur de la Cuenca de México, durante las

exploraciones realizadas en el Templo del Fuego Nuevo en la década de los setenta

(Pérez, 2002:87, 93). Los restos óseos estaban acompañados, entre otros objetos, por un

espejo de pirita, caracoles marinos y tres jades figurativos del estilo que se trata en este

trabajo (cfr. Pérez, ibid.:93, fig. 3). Aunque se desconoce la temporalidad exacta de

disposición de dichos objetos, la cista que los contenía formó parte de la historia

temprana del centro ceremonial, por lo que el contexto se ha ubicado tentativamente

hacia finales del Epiclásico o principios del Postclásico Temprano, interpretándose

como relativo al culto a los dioses del agua ( cii·. Pérez, idem; com. pers. 2002)."

IT.3. Culto Regional, Estilo Internacional y "expresiones activas de rango"

En su trabajo, Ringle, Gallareta y Bey enfocan la dispersión de las placas de jade

como evidencia de " [ ... ] la adopción de un sistema de creencias por parte de unidades

política y étnicamente independientes, a lo largo de un área cultural altamente

desarTOllada" (1998: 184-185, nota 3). Para ello, introducen el concepto de "Culto

Regional", refiriéndose a:

" [ ... ]un conjunto de creencias y prácticas religiosas en una escala intermedia entre cultos locales y religiones mundo (modernas). Sin embargo, los cultos regionales pueden ser altamente universales al mismo tiempo que los sistemas locales continúan siendo tolerados" (Ringle et al., ídem).

80 Los contextos excavados en las cuevas detrás de la Pirámide del Sol en Teotihuacan, que incluyen restos óseos infantiles, han sido también interpretados como relativos a un culto de este tipo (cfr. Manzanilla, 2000:99-1 o¡). Thompson comenta que la creencia de que las deidades que envían las lluvias deseaban of;endas de niños fue bastante extendida, ya que estos sacrificios fueron una costumbre no sólo del Centro de Mextco smo también de varias partes en América del Sur (1973:281; cfr. también Manzanilla 2000; en este volumen ver

pág. 61 y nota 42 de este volumen). . . . . . . 81 Agradezco a Miguel Pérez Negrete por hacer de mt conoctmtento la extstet~cta de este hallazgo, ademas de

compartir conmigo desinteresadamente la mfonnacton de su tests de ltcenctatur~. Los Jades figurativos que aparecieron en esta ofrenda de Cerro de la Estrella están expuestos en la Sala Mextca del Museo Nactonal Y la cédula que los acompaña los señala como de "estilo tolteca" (¿?). No se mencionan datos sobre su procedencia o contextualización.

98

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Los autores consideran que dicho conjunto de creencias fue integrador de 'Sitios Y . . . ( " "b"d ??5 regiones a partir de un carácter expansionista y en mucho 1111pos1ttvo C1L z z .:-- -

226), pero ponen énfasis en la capacidad que tienen los "cultos regionales" para

'tolerar' a los sistemas locales, y creo que dicha _tolerancia sólo sería posible en la

medida en la que un esquema general fuera 'traducido' o integrado, no simplemente

adicionado o impuesto, a esquemas particulares preexistentes (cfr. Jiménez Betts,

1989:31 )."' Este sincretismo construye el obstáculo de que las lecturas particulares de

símbolos y sus reinterpretaciones locales, a menudo derivan en su total o casi total

alteración, de modo que, nuevamente, se conservan las formas pero no necesariamente

Jos significados, o viceversa. Surge entonces la interrogante sobre la pertinencia de

seguir considerando a todo ello como una misma cosa." Quizás la amplia aceptación de las figuras de jade pudiera efectivamente derivar

de un fenómeno como el "culto regional" descrito por Ringle, Gallareta Y Bey, Y quizás

en- algún momento pudiera reconstruirse la esencia universal de un conjunto de

creencias religiosas estrictamente relacionado con todas ellas, pero precisamente las

'traducciones' locales empañan el intento. Por ello resulta tan difícil diferenciar entre

las diversas acepciones de un icono como la serpiente emplumada. También por ello es

que prefiero la referencia a las placas de jade, más que como aíiliadas a una misma

doctrina religiosa o culto, como patie del "estilo internacional" del Epiclásico:

"A través de la historia del Estilo Internacional, un conjunto relativamente uniforme de símbolos visuales tra11smitidos por un estilo artístico de prestigio, constituyen el principal medio de comunicación" (Ringle et al.,

1998:208).

82 Aún entre los casos más extremos de imposición religiosa, como los basado~ en guerra y conquista, los creyentes difícilmente abandonan del todo sus propias concepciones y práct¡cas. Algunas de las formas originales son suplantadas por formas de la religión impuesta, pero lo~ st.gntficados frecuente.mente se co;servan, escondidos detrás de esas nuevas formas o fundidos con los s~gmficad.os de~ ~~evo ststen:a .~e creencias. Un buen ejemplo es la respuesta de los habitantes de Mesoaménca a la Im.po~tcton de la. religton católica, un fenómeno adaptativo que todavía en la actualidad se observa entre los md1genas mextcanos y centroamericanos (cfr. Freidel el al., 1993; López Austin, 1994 ). . . . . .

"' Al hablar de relioión en Mesoamérica es imposible esquivar la d1scus10n sobre mndad o plurahdad (cfr. Kubler, 1972b). Acerca de esto opina López Austin: "Las fuertes coincidencias de los aspectos fundamentales de las antiouas re!ioiones en el tiempo y en el espacio están fuera de toda duda, y tambwn saltan a la Vista las importante~ difere;cias regionales y temporales en el ejercicio de la religión" ( 1994: JI). Como el mismo autor ¡

0 propone, estas realidades no son mutuamente excluyentes y la_ d1~crepancm entre qmenes ~bogan por

una misma _religión, 0 varias, tiene mucho que ver con el mvel de anahsts o el mar~o de refen~ncm desde el que se observa el problema. Que la religión en Mesoamérica sufriera transformacwnes considerables a lo largo de los siglos, no descarta que en un momento incluyera los. mismos, a~pectos compartidos por sociedades contemporáneas; pero, en sentido inverso, la existencia de ctertos cod1gos co~unes no. de:carta ~ue las expresiones propias de cada región 0 sistema social culminen en la construccwn de mas dtferencms que

similitudes.

99

Esta noción no descat"ta la posibilidad de que una base de creencias religiosas

esté presente en la dispersión de rasgos análogos, pero permite dudar sobre si no serán

además otros procesos sociales los que operat1, como lo hace Michael Spence cuat1do

cuestiona a qué grado similitudes como éstas representan un único sistema de ritual y

creencias dispersado ampliamente, o un conjunto de símbolos regionalmente

reinterpretados (2000:260).

Aquí cabe preguntm·se si la dispersión de un culto determinado puede ser causal

de integración cultural, como proponen Ringle, Gallareta y Bey, o si, por el contrat·io,

una interacción social y ciet"ta integración cultural previas son necesarias para la

dispersión de conceptos ideológicos, de los cuales los cultos son sólo una parte. Creo

que solamente lo segundo permitiría la construcción de una base sobre la que podría

desplantar el mutuo entendimiento y adopción de símbolos, de significados, o de

ambos, y la estructuración de una "gratnática simbólica común" como le llama Spence

(ibid.:259) (o de un "sistema ideológico integrador", como le llama Jiménez Betts,

1989:31 ). La existencia de una base como ésa es especialmente notoria durante el

Epiclásico, un fenómeno que parece haber derivado de la apetiura del sistema de

comunicación e intercambio posterior al desvanecimiento del auge teotihuacano.

Siguiendo a Richard Burger (1992), Ringle, Gallareta y Bey subrayan que" [ ... ]

los cultos regionales facilitan el libre movimiento de bienes y personas dentro de las

fronteras del culto" (1998:184-185, nota 3), y esto efectivamente debió ser así. Pero

'facilitar' no significa 'condicionar', y mi propuesta sobre que la red de interacciones

debió ser, o anterior, o hasta cierto punto independiente de la adopción del culto que

proponen, se justifica en el hecho de que los bienes y rasgos que los autores relacionan

íntimamente con él no siempre coinciden con sus presuntas fronteras. No en todos los

sitios donde se han recuperado placas de jade se implementaron canchas para el juego

de pelota ni cuentan con evidencia de haber pat"ticipado de su práctica, que es uno de los

rasgos que Ringle, Gallareta y Bey incluyen en la difusión de aquel "culto regional"

(cfr. ibid.:l96-203).'·' Tan1poco se hat1 recuperado jades figurativos en todos los lugares

'·' En el cuarto capítulo de esta tesis se habla de algunas arterias importantes, establecidas desde épocas tempranas, por las que circularon objetos e ideas. Tal vez la más significativa entre todas ellas, por ser un potencial engrane dentro de la geografía mesoamericana, sea la bautizada por Lee Parsons ( 1969) como la Periferia de Tierras Bajas Costeras (PCL). Una de las características distintivas de esta red es precisamente el arraigo y complejidad que alcanzó el ritual del juego de pelota (Parsons, J969, J978, apud Pasztory, J978: JI, 17-J8; Zeitlin, 1993). Hacia finales del Clásico, las PCL parecen haber recuperado su cualidad de conectar sistemas distributivos extremos en Mesoamérica, que en cierto modo había disminuido durante el Clásico Temprano con la presencia de Teotihuacan (Peter Jiménez Betts, com. pers., 2002). La importante dispersión

\00

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....

donde por primera vez se construyeron canchas durante el Epiclásico, y no conozco

algún ejemplo donde las ofrendas que las contuvieron estuviesen asociadas con dichos

elementos, aún en sitios donde existen an1bos, placas de jade y juegos de pelota.

Ciertas cerámicas rituales que Ringle, Gallareta y Bey incluyen en un complejo

relacionado con el mismo culto (cfr. ibid. ;216-218) no se dispersamn siempre

integradas, ni de manera homogénea, en todas las regiones donde han aparecido los

jades. Los incensarios de mango, por ejemplo, son comunes entre los sitios de aquella

época y su extensión no se conesponde necesariamente con la de las placas (ver nota

169 de este volumen), además de que donde aparecen no siempre existen los otros tipos

de incensario que los autores correlacionan. Del mismo modo que con los juegos de

pelota, hay lugares donde se han reportado tanto incensarios de mango como placas de

jade, pero no recuerdo que en algún contexto aparezcan asociados, lo que sería de

esperar si ambos fuesen relativos a un determinado culto. Por último, a pesar de que

_existen bases para recorrer hacia atrás la cronología de Naranja Fino y Plumbate

(Fahmel, 1988; Ringle et al., ídem), su aparición sigue siendo ligeran1ente posterior a

las placas más tempranas y su distribución mucho más limitada.

El uso o práctica de estos objetos y rasgos pudo abarcar distintos espacios y por

ello los alcances de su distribución no necesariamente coinciden. Creo que la

significativa pero parcial coincidencia de todos ellos tuvo que ver con que su flujo

circuló a partir de las mismas redes de comunicación e intercan1bio, intersectándose en

varios puntos, más que con tma condicionada complementación ritual.

Parece lógico que en redes contemporáneas, y especialmente en redes de enorme

magnitud como las del Epiclásico, coincida el tránsito de una multitud de elementos de

fimción y significado variables, no necesariamente correspondientes a un mismo

conjunto de creencias o prácticas. Como se ha visto, algunos de los contextos donde

aparecen los jades figurativos pueden vincularse con el culto al agua y la fertilidad, pero

es posible que tal relación no sea sintomática (tanto como no lo es la asociación de la

serpiente emplumada con la deidad Quetzalcóatl) y que las placas no deban sumarse al

conjunto de símbolos propios de ese complejo (tanto como el complejo mismo no es

homogéneo en Mesoamérica), sino al conjunto de símbolos de apoyo para la ejecución

de ceremonias o ritos shamánicos de ése y otros tipos.

Durante el Epiclásico, la serpiente emplumada aparece como un !Cono

compm'tido por complejos religiosos distantes y se constituye como un punto en el que

del juego de pelota en esa época puede ser reflejo del aumento en su prestigio y no necesariamente de un proceso de unificación sociopolitica (Pasztory, 1978:20).

1 (J 1

frecuentemente pm·ecen converger la expreswn iconográfica y la significación

simbólica. Pero es posible que la an1plia aceptación de este rasgo en esa época no tenga

tanto que ver con una cualidad inmutable de la serpiente emplumada como parte de los

símbolos de una doctrina en específico, sino con su capacidad mediadora entre un

mundo sobrenatural (donde residen los ancestros) y los seres humanos.

Sobre la dispersión generalizada de este emblema, entre las sociedades

jerm·quizadas se ha observado que el intercmnbio de bienes de prestigio y el

conocimiento esotérico asociado, generan expresiones comunes en la iconografia y

parafernalia de las elites (cfr. Baudez, 1963 apud Helms, 1971:165; Flarmery, 1968;

Webb, 1974:370; Helms, 1979:167-171; Smith y Schmimm1, 1989:373; Earle, 1990:76-

78; Spence, 2000:259). Esto es especialmente comprensible en la medida en la que el

estilo se conesponde con la variación iconológica de Wiessner (1985), es decir, cuando

contiene mensajes claros, intencionados y conscientes (ver nota 4 de este volumen),

siendo de esperm· que sus atributos comiencen tmnbién a "caracterizm·se por la

redundancia que es componente necesm·io de los lenguajes" (Plog, 1990:68). En ese

sentido, es posible considerm· a las placas de jade como "expresiones activas de rango",

siguiendo la categoría definida por Mary Helms (1986:30) donde incluye a aquellas

piezas distintivas y con una cm·ga significante que se ostentaban o empleaban en

acontecimientos oficiales, ya fuesen políticos o religiosos, entre las elites de las Antillas

Mayores (una noción con implicaciones semejantes es la de Estilo Activo, propuesta por

Em·le, 1990:73)." Esto ayudm·ía a explicar el por qué de la amplia aceptación de los

jades figurativos, al vincularse más con un ámbito de acción del 'poder terreno', que

con la adopción generalizada de un mismo sistema de creencias encabezado por una

deidad pmticular.

Andrea Stone propone que existen principalmente dos formas mediante las

cuales una elite justifica su existencia y al mismo tiempo asegura su poder: "Uno podría

asumir que el único impulso de las elites sería 'destacm· su rango', esto es, distanciarse

de las masas. Por el contrm·io, los abismos sociales son frecuentemente minimizados o

camuflados por medio de vm·iadas tácticas persuasivas" (1989:153; véase tm11bién

"' Las placas de jade reúnen los tres atributos que Helms considera integrales en los objetos de madera negra lustrosa para constituirse como bienes de prestigio: "Son expresivos de cualidades de elite en ténninos del tipo de objetos manufacturados, en términos del medio usado [ ... ] , y en términos del tratamiento dado a ese medio. [en otras palabras] funcionaron eomo despliegue suntuario [ ... ] comunicaban cualquiera que fuese el simbolismo expresado en conceptos de negrura y brillo [en este caso el jade] y en la decoración grabada que mostraban" (1986:28; véase también Helms 1979 para una asociación similar de las piezas de oro usadas por las elites panameñas; y Earle, 1990:75).

102

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Helms, 1986:38; Earle, 1990:75). Estas fonnas, que ella caracteriza como de

"Conexión" y "Desconexión", se conjuntan para generar al mismo tiempo un estrecho

vínculo y una clara diferenciación entre quienes ostentan un alto rango y quienes no.

La noción de "Desconexión" se refiere a la necesidad de quienes se sitúan en la

cuna de una sociedad jerarquizada, de hacer patente la distancia que sepaTa a los

distintos estratos sociales. Stone propone como una de sus principales manifestaciones

el establecimiento de vínculos (reales o ficticios) con elites <Uenas al sistema propio. En

el próximo capítulo se hará referencia a cómo interpreta la autora este fenómeno para el

Clásico Tardío entre los mayas, pero ahora me centraré en cómo ilustra o ejemplifica la

otra de sus nociones: la "Conexión".

¿Cómo justifica una elite su preeminencia social y su permanencia en el poder?

en otras palabras, ¿cómo se acerca al resto de la sociedad, para ser reconocida y

apoyada por ésta, sin aJTiesgar en ello su especial 'posición'? Haciendo una analogía

. entre el estudio de Mmn·ice Bloch sobre reinos en el Madagascar Central ( 1977) y lo

que ella observa en el 'arte' mesoamericano, S tone encuentra una línea de "Conexión"

en la capacidad de las elites de convertirse en indispensables para el bienestar de la

sociedad (véase también Helms, 1979:70-71; 1986:26). En los casos citados por Stone,

esta capacidad tiene que ver con lo que la autora define como "mitología de

subsistencia" y Bloch como "un complejo de la fertilidad y las fuerzas cíclicas

benéficas de la naturaleza" (Stone, 1989:153; véase también Earle, 1990), lo que

involucra al complejo agua-fetiilidad que tanto se ha mencionado en este texto:

" [refiriéndose al estudio de Bloch] el rey dirigiría los principales rituales sobre fertilidad. Reconocido como poseedor de un acceso supernatural a la fertilidad, el rey era considerado esencial en estas ceremonias cruciales para el bienestar de la comunidad [ ... ] . En el arte mesoamericano, la conexión de las elites con las masas sigue con frecuencia un camino similar. Los gobernantes simbólicamente se alinean con lo que he llamado 'mitología de subsistencia' que abarca a la fertilidad en el más extenso de sus sentidos y a los ciclos naturales benignos. Esta dimensión altamente conservadora de un sistema de creencias, es central en la vida de los campesinos y sería una etiqueta natural de propaganda política" (Stone, ibid.: 153 ).

Específicamente a partir de lo que ilustran algunas estelas mayas, principalmente

de Piedras Negras, Stone percibe esa asociación de los gobernantes con el maíz, la

sangre resultante del sacrificio y el Monstruo Cósmico, donde el mandatario personifica

a la fertilidad y la creación universal en asociación con su ascenso al poder, y aclara:

10.1

"Aunque estos poderes sobrenaturales elevan su estatus, lo sitúan en el corazón de las

preocupaciones y valores fundamentales de la comunidad" (Stone, 1989:155).

También entre los mayas, algo similar observa .Teff Kowalski al hablar de los

"orígenes sagrados de su autoridad política" (1999:406), y al referirse a la Estela 14 de

Uxmal señala:

" [ ... ] es un monumento tardío que presenta una variacwn del "motivo clásico" tradicional. El énfasis visual se encuentra en el gobernante que ocupa el centro, el Señor Chaac, quien [ ... ] luce la indumentaria maya tradicional del poder real; pequeñas máscaras ahau sobre la cintura [que considero son jades figurativos ... ], cascabeles de caracoles en el cinturón y la diadema de Sak Huna! o dios Bufón. El tocado de plun1as de amplio borde, usado por este gobernante, lo identifica como una personificación de la deidad pluvial, manteniendo una tradición maya sureña de los gobernantes que encarnaban al dios de la lluvia Chac Xib Chac del Clásico" (ibid. :409) .

Las opiniones de Bloch, Stone y Kowalski me resultan especialmente

significativas, porque creo que es precisamente a partir de la misma asociación que las

placas de piedra verde se manifiestan como objetos de prestigio, y pienso que de ello

deriva su peculiar vinculación con la iconografia, ritos y ceremonias relativas al agua y

la fertilidad en Mesoamérica.

En un aspecto económico y de ser exclusivamente un ornamento, la obtención de

las placas de jade por pmie de cualquier miembro de una sociedad estaría

potencialmente restringida pero no explícitamente negada. Pero, si es verdad que los

jades figurativos formaron parte de la indumentm·ia de aquellos personajes que en sus

respectivas sociedades ocuparon un lugar de equivalente preeminencia, y si es verdad

que en su papel como 'distintivo' reafirmaban en el usumio una cualidad semejante a

las apenas descritas (de intermediario entre los ciclos naturales y las fuerzas

sobrenaturales), su posesión sí quedaría delimitada." Entonces su 'valor' no se centraría

86 En este trabajo se hace constante referencia a la distribución de bienes de lujo y de prestigio, pero es importante distinguir que no son sinónimos. El que un objeto se considere de 'lujo' tiene mucho que ver con sus características materiales, y su distribución desigual puede estar basada en diferencias 'económicas'. En este caso, la posesión de un objeto de 'lujo' otorga a los dueños un grado de 'prestigio', pero este prestigio en particular obedece a la reafinnación de distancias sociales en los planos económico y político. Sin embargo, algunos bienes reúnen cualidades que rebasan su materialidad adentrándose en el plano simbólico, 'y las restricciones en su adquisición y uso obedecen a otros factores. Para ilustrarlo puede tomarse un ejemplo actual: en términos generales, le estaría permitido a cualquier miembro de nuestra sociedad entrar a una tienda de artículos religiosos católicos y adquirir una estola sacerdotal. El valor económico de ésta dependeria del material con el que estuviera hecha, pero aún siendo de seda o de algodón, seguiría siendo una estola. A pesar de esa supuesta 1 ibertad para acceder a su posesión, a nadie se le ocurriría comprar una prenda de este tipo y

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1

exclusivamente en los atributos físicos del material sobre el <que fueron tallados, sino

que se agregaría al acervo de símbolos que, simultáneamente, "conectan" y

"desconectan" a la sociedad de sus elites, como lo han propuesto los autores citados.

Los bienes de prestigio intercambiados y desplegados entre las elites de los

cactcazgos complejos y estados tempranos, aunque pueden constituir adornos o

henamientas 'personales', están impregnados de simbolismos colectivos. Esto contrasta

agudamente con los ostentados por las elites de los estados, donde suele hacerse alarde

de la posesión per se de ciertos bienes considerados de lujo, sin que sea necesario

atribuirles una carga simbólica (cfr. Helms, 1986:37). Entre las sociedades

jerarquizadas, los bienes de prestigio de uso individual, distintivo o restringido, suelen

ser significantes de las funciones político-religiosas de sus poseedores, a la vez

evidenciando y justificando su estatus (cfr. Helms, ibid.:40-41).

A partir de sus análisis sobre cacicazgos complejos, Mary Helms describe de

manera puntual la esencia que subyace a este tipo de fenómenos:

"El éxito en el funcionamiento de las sociedades jerarquizadas descansa fuertemente en la capacidad de la elite [ ... ] de generar y sustentar la creencia de que ellos pueden controlar todas las facetas de la vida, incluyendo a la gente, los recursos naturales y lo supernatural. Apoyados por esta ideología pueden, de hecho, establecer algún control secular sobre las mismas fuentes [pero] sólo en la medida en la que la población crea que las diferencias de esta tus [ ... ] y la concentración del control [ ... ], son "normales", o son características "propias" de la "naturaleza humana" [ ... ] . Por ello el liderazgo [ ... ] descansaba sobre, fomentaba la expresión de, y reforzaba ciertas concepciones simbólicas e ideológicas relacionadas con la "naturaleza básica" del hombre y la sociedad. [ ... ]En otras palabras [ ... ] el orden político estaba ligado cercanamente a expresiones de poder tanto sagradas como seculares" (I-Ielms, 1979:70-71, las cursivas son mías).

guardarla en su casa (mucho menos usarla), pues el objeto pierde todo su valor al ser excluido de un contexto determinado (el cuello de un cura oficiando misa). La gente no adquiere estolas sacerdotales porque hacerlo no tiene ningún sentido. Creo que, en algunos casos, sectores sociales se auto restringen la posesión de ciertos objetos, no porque no 'puedan' tenerlos, sino porque los reconocen ajenos a su propia condición. El valor o significado de algunos bienes se pesa en la balanza de lo abstracto y su restricción no tiene forzosamente que ser impositiva. Como se verá a continuación, algo similar pudo ocurrir con las placas de jade. Andrew Darling sugiere algo semejante con respecto a las navajas prismáticas de obsidiana importadas en el sur de Zacatecas, que "al usarse en contextos ceremoniales particulares no serían tanto un objeto de 'lujo' marcador de estatus entre elites, sino un objeto reservado para el uso de especialistas en la ejecución de rituales mortuorios o sacrificiales" (Darling, 1998:388). Distinciones similares se encuentran en Helms, 1979:80; 1986:30.

lll)

Al poseer un significado definido y expresar un mensaJe colectivan1ente

comprensible," las placas de piedra verde serían elementos unificadores entre niveles de

la escala social, pero su uso restringido subrayaría las diferencias que, en términos de

capacidades administrativas de un sistema político-religioso, son 'necesarias'."

Combinar los aspectos político y económico con el manejo de una ideología

sobrenatural o religiosa, es la esencia básica de la naturaleza generalizada (o apenas

diferenciada) de las instituciones entre los cacicazgos complejos y estados tempranos

(cfr. Earle, 1990:76), y es precisamente la base sobre la que descansa la permanencia de

sus líderes. Para entender por qué las elites en este tipo de sociedades sustentan su

poder de ese modo, es necesario reflexionar sobre de qué forma no pueden hacerlo.

Al ser el paso incipiente hacia la demarcación de distancias sociales, los

cacicazgos complejos y estados tempranos todavía dependen ampliamente de las

jerarquías rituales y de parentesco (p.e. linajes) porque, a diferencia de los estados,

carecen de un "control efectivo de fuerza coercitiva" para imponer a un grupo que

congregue el poder o asuma la toma de decisiones (Webb, 1978:159; Helms, 1986:38;

Chase-Dunn y Hall, 1997a:73-74, 76; 1997b:7; 1999:6). El gobierno estatal está

apoyado en la existencia de ciertas instituciones o estructuras sociales que le permiten

sustentar su poder poniendo en práctica medidas burocráticas o militares. Por el

contrario, en las sociedades jerarquizadas la burocracia no existe, o no está plenamente

desanollada, y la fuerza militar no puede usarse legítimamente para hacer valer la

autoridad (cfr. Webb, idem; Helms, idem; Chase-Dunn y Hall, idem). Esto no significa

que un cacicazgo complejo o un estado temprano es incapaz de dominar militarmente a

otro, pero sí que no puede cohesionar o gobernar a su propia población por esa vía. Para

legitimarse, sus líderes deben persuadir al resto de la sociedad de su capacidad y

cualidades para comandar, y de los beneficios que su existencia acarrea para el

87 La existencia y divulgación de este 'mensaje' no es responsabilidad única de los núcleos de poder. Por el contrario, su aceptación tiene lógica sólo a partir de su aplicabilidad en un espectro social mucho mayor. Dicho mensaje pertenecería, de acuerdo con el proceso descrito por López Austin: "[ ... ]al orden de la lenta creación por enormes masas de creadores anónimos. En la mayor parte de los casos, los hombres geniales [y los representantes sociales] son sólo sistematizadores y expositores de un pensamiento ya latente que los pueblos reconocen al hacérseles consciente en una expresión discursiva o estética" (L. Austin, 1999:45-46).

"" Muchas similitudes existen entre las figuras de jade y algunos objetos de prestigio que fueron, o son, indicadores de rango y herramientas rituales en varias partes del mundo. Entre los cacicazgos panameños, Helms identifica como tales a ciertos ornamentos trabajados en oro que muestran motivos iconográficos específicos, reservados para el uso de la elite, cuyo simbolismo "identificaba al portador como una persona autorizada para comandar, controlar y dirigir a los miembros de la unidad sociopolítica, pues denotaba su asociación particularmente cercana con las fuerzas sobrenaturales del universo" (1979: 119, véase también ibid.: 70-97). En general, entre los cacicazgos complejos la indumentaria suele coJTesponderse con el rango Y denotar esta tus (cfr. Helms, ibid.: 16, 70-97; Earle, 1990:77-78).

106

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r

bienestar de la comunidad (cfr. Helms, 1979; 1986; Earle, 1990; 1994). Esta·necesidad

de convencer es comprensible pues, como sefiala Carneiro, "La gente sigue reglas con

mayor voluntad mientras esas reglas parezcan impulsos internos y no mandatos

superiores" (1992:194).

Aunque la verdadera posibilidad de una elite para mantener el poder radica en

los beneficios cotidianos reales alcanzados por su gestión (p.e. su capacidad de

liderazgo ante la organización, producción, redistribución o abasto de bienes; ante la

organización de una fuerza militar eficaz; ante la armonía y protección civil; etcétera

[cfr. Webb, 1978:159] ), la escasez de un control absolutamente secular y el riesgo de

destitución suelen minimizarse a patiir de apelar a una autoridad sobrenatural, que

santifique la dominación política (cfr. Earle, 1990:76; 1994; Spence, 2000:259):

" [ ... ] es en virtud de su cercana asociación con los conceptos esotéricos más

abstractos [ ... ] que los caciques y sacerdotes abrazan sus posiciones de control en las

sociedades jerarquizadas" (Helms, 1979: 176).

La autoridad sobrenatural se anlpat·a en un consenso de valores morales al

interior de la sociedad, que con frecuencia se reitera durante la celebración de actos

públicos (p.e. ceremonias rituales y festejos redistributivos), a partir del despliegue de

símbolos y acciones emblemáticos de la prosperidad de la unidad política, con los que

los participantes se sienten identificados (cfr. Webb,l974:369; 1978:159; Helms,

1979:79; Blanton y Feinman, 1984:677; Chase-Dunn y Hall, 1997b:7; 1999:6, 15). La

mejor oportunidad para una elite de reivindicat· su posición es su desempefio en dichos

actos públicos (cfr. Helms, ibid.:83) y, volviendo a los objetos, el ejercicio de su

autoridad, basada en el control y dirección de las fuerzas sobrenaturales para beneficio

humano, puede ser "elegantemente abreviada y sucintan1ente declarada" en forma de un

ornamento, parafernalia o herramienta ritual de cierto tipo (Helms, ibid.:92). A esto se

debe que una buena parte de los materiales que la elite acumula, así como la iconografía

y estilos que emula o reproduce, sean exóticos, rat·os, o exhiban imágenes relativas a su

contacto con el reino sobrenatural como metáfora de poder (cfr. Helms, ibid.:75, 77, 80,

87; Eat'le, 1990:75-76; Zeitlin, 1993). Esos atributos se conjuntan en las placas de jade

y en otros objetos y rasgos de prestigio que circularon durante el Epiclásico.

La comunicación e intercambio entre elites propicia la estructuración de una

ideología político-religiosa común, ya que, al patiicipar en las mismas redes de

interacción, se manipula el mismo conjunto de atributos que justificat1 su existencia y

apoyan la credibilidad de su ser indispensables (Schortman y Urban, 1992b:239). De

1(17

ese modo, las elites se soportatl mutuamente a pmiir del manejo y control de conceptos

y símbolos compmtidos que las ligan entre sí y las distm1cian de la gente común (cfr.

Em·le, 1994; Spence, 2000:259), lo que deriva en que las actividades rituales y los

bienes suntum·ios empleados en ellas, tiendm1 a seguir patrones muy generalizados ( cfi·.

Webb, 1974:370; Zeitlin, 1993; Eat·le, idem).

Una vez que ciertos elementos han ganado impmiancia en el complejo

ceremonial y conllevan una utilidad en términos político-ideológicos, su adquisición

puede convertirse en algo tan vital y crítico como la de otros de cm·ácter puran1ente

tllilitm·io (cfr. Webb, 1974:370). Por ello, con fi·ecuencia los líderes compiten por

mm1tener y mejorat· su posición con respecto a las redes distributivas y de interacción

más amplias y, por ello también, mucho del intercmnbio a lm·ga distancia consiste

precisamente en el flujo de aquel tipo de bienes (cfr. Webb, 1978:159).

En todo lo anterior está implícita la pe1ienencia a una estructura social que

rebasa por mucho la escala local, y el esfuerzo por pmte de las elites de engancharse a

ella conlleva, tanto al interior como al exterior de sus respectivos grupos, interesantes

implicaciones. En Mesoamérica, la interacción entre sociedades y la magnitud de las

redes pm·ecen haber alcanzado una proporción especial a finales del Clásico, como de

algún modo lo demuestrm1 la an1plia distribución de bienes de prestigio y los patrones

de manifestación ritual y simbólica que fueron expuestos en éste y en el capítulo previo.

A diferencia de lo que comúnn1ente se sostiene, creo que el Epiclásico no fue un

periodo de aislamiento o circunscripción regional condicionados por la

desestabilización y decline del sistema teotihuacano. Tan1poco un momento de enorme

tensión, insalvable conflicto y constante enfrentmniento entre grupos humanos.

Aunque una actitud al competir por la preeminencia regional es la violencia, la

consolidación de una estructura macrorregional abm·ca muchos más aspectos y su

mantenimiento obliga a tomm· otras medidas. Algunos de los posibles mecanismos

mediante los cuales se vinculat·on e interactuat'on las sociedades durante el Epiclásico,

se explorarán en el cuarto y quinto capítulos de esta tesis. Pero antes es necesmio

revisat' la inconveniencia de atribuirles un cat'ácter intrínsecatnente bélico y reflexionar

sobre cómo esta concepción genera un obstáculo pat'a acercm·se a la dinámica global de

aquella época.

1 08

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HI. El Epiclásico: ¿integración social o enfrentamiento?

El estrechamiento de vínculos ideológicos y el distanciamiento social son

argumentos no sólo opuestos, sino contradictorios. Esto no quiere decir que el ser

partícipes de un mismo bagaje ideológico descarte la posibilidad de enfrentamientos

políticos, pero sí que la comunicación que se requiere para expresar de un mismo modo

dicha ideología se vería mermada de existir tm eterno e insalvable conflicto

intercultural. ¿Cómo explicar esquemas ideológicos y su manifestación material

compartidos entre sociedades en proceso de mutua anulación?: un "panorama marcado

por la competencia y el bajo nivel de integración", un "clima incierto" donde se

disputaban los "recursos escasos" y donde "la inestabilidad política logra que lo militar

permee todos los ámbitos de la vida social" (López Luján, 1995:262, véase también

Paredes, 1990:30, nota 21; Sugiura, 2001:347) y las poblaciones sostienen "una lucha

interminable para mantener su autonomía ante sus ambiciosos vecinos" (Marcus,

2001 :29), son algunas de las características que se han propuesto como descriptivas del

Epiclásico.

No se puede negar que en la época prehispánica existieron conflictos entre

poblaciones, pero así como ya se ha desechado la idea de que la diferencia entre los

periodos Clásico y Postclásico consiste en el carácter exclusivamente teocrático del

primero y el militarismo exacerbado del segundo," el Epiclásico no debiera tampoco

generalizarse como el periodo de hostilidad que algunos autores han manejado (p.e.

Pasztory, 1988a:71; Hers, 1988:30-36; Cohodas, 1989; López Luján, 1995; F1orescano,

1995:225-228; Ringle et al., 1998:185, 195; López Austin y López Luján, 2000;

Marcus, 2001; Sugiura, 2001:347, 349, 385). En una situación de permanente

agresividad y obligado aislamiento es dificil creer que pudieran sostenerse canales de

tan estrecha comunicación e integración, como se dieron dmante aquel momento.

El problema tiene raíz en la concepción de momentos históricos homogéneos,

como si un mismo ambiente (ya fuera de tensión o relajamiento) entre grupos humanos,

cubriera de manera uniforme cada rincón de una enorme área cultural y la dinámica de

89 La caracterización del mundo clásico como una teocracia fue introducida por Wigberto Jirnénez Moreno, Pedro Armillas, Ángel Pale1m, Ignacio Berna! y Al den Masan, entre otros (Jiménez Moreno, 1959:1056-1057), y la transfonnación de éste en militarista fue una propuesta principalmente del primero (ibic/.:1063-1064). El esquema se adoptó y gozó de bastante popularidad hasta hace pocos años, pero actualmente se conocen indicios de militarismo en la capital "teocrática" del Clásico y también se sabe que el Epiclásico y Postclásico Temprano no fueron periodos exclusivamente de conflicto.

109

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·cada sistema social obedeciera a los mismos factores. Actualmente se sabe que muchas

de las variaciones en comportamiento, desarrollo o complejidad sociales, que fueron

originalmente observadas como diacrónicas y con tendencia evolutiva, en realidad

pueden ser coetáneas pero con una distribución espacial diferencial (cfr. Sanders,

1989:211 ).

Etiquetar periodos acarrea un segundo obstáculo: diferenciar cada época

radicalmente de las otras. Así, se buscan cambios abruptos donde en realidad hay

matices y los ritmos locales se ven como marginales, aislacionistas o excluyentes.

Como señala Cohodas, "Y a que esta continuidad cultural es minimizada, el cambio

ideológico es visto más como un evento que como un proceso [ ... ] "(1989:226).

Afortunadamente esa abrupta distinción entre el carácter absolutamente pacifista

del Clásico y los aspectos completamente militaristas del Postclásico, se ha ido

desvaneciendo. Sin embargo, existe en los últimos años una tendencia, no a contemplar

el carácter multifacético de cada periodo y región cultural, sino a extender a todos los

ámbitos de la sociedad prehispánica mesoamericana el que fuera tan sólo uno de sus

aspectos: la guerra.

Para el Clásico, probablemente a raíz de los hallazgos realizados por Rubén

Cabrera, George Cowgill y Saburo Sugiyama en la década de los años ochenta,"' se ha

perseguido catalogar a la otrora considerada "ciudad teocrática" de Teotihuacan como

un lugar en el que imperó un arraigado culto a la guerra. No cuestiono las conclusiones

acerca de estos descubrimientos, pero hacer extensiva la explicación de un hallazgo a

toda la historia de un sistema social, constituye un retroceso. Más aún si para hacerlo se

deforman las invaluables aportaciones de los estudios sobre su iconografía.

Las interpretaciones que durante años profundizaron, con bases iconográficas

fim1es, en los aspectos religiosos y rituales de los teotihuacanos (p.e. Kubler, 1972a;

Millon, 1973; Pasztory, 1974; Von Winning, 1987, entre otros), se minimizan y hasta se

90 Durante las exploraciones del Templo de Quetzalcóatl en Teotihuacan (1980-82, 1983-84, 1988 y 1989) fueron rescatados varios entierros múltiples. La mayoría de los individuos inhumados fueron adultos jóvenes, en muy baja proporción femeninos, algunos con las manos juntas a la espalda sugiriendo que estuvieron atadas (Sugiyama, 1989:87-91; Cabrera y Cabrera, 1993:280-289). Las ofrendas son comparables con hallazgos anteriores en el mismo edificio (cfr. Rubín de la Borbolla, 1947; Dosal, 1925, Pérez, 1939 y Gamio, 1979, apud Sugiyama, 1989:98-1 03) e incluyen navajillas, cuchillos y puntas de proyectil de obsidiana; excéntricos y tigurillas humanas o de serpientes; orejeras y cuentas de piedra verde; pendientes, cuentas sencillas y en espiral de concha; caracoles completos; maxilares y mandíbulas humanas (reales y simuladas en concha); perforadores; y discos o espejos de pirita o pizaJTa, entre otros objetos (Sugiyama, 1989; 1992:209-210, 222; López Austin el al., 1991:45). Se sugiere que la mayoría de los personajes enterrados fi.Jeron militares o personas ataviadas como soldados, sacrificados masivamente en un ritual dedicatorio a la pirámide (cfr. Sugiyama, 1989:98, 103-1 04; 1992:21 O, López Austin el al., idem).

1 1 ()

dejan de lado al favorecer una postura radical y endeble. Para ejemplificar un poco esto

expondré algunos de los cambios que han experimentado las inferencias sobre algunos

de sus murales.

Los frescos de Tlacuilapaxco (Fig. 26), cuyos fragmentos se encuentran en

diversos museos en los Estados Unidos y México, representan personajes que portan

tocados de serpientes y largas plumas. De sus bocas surge una vírgula adornada con

elementos marinos y, mientras una corriente líquida emana de una de sus manos, en la

otra llevan una bolsa que ha sido interpretada como contenedora de copa! ( cfi·. Millon,

1988a: 196, fig. VI.21 ). Al frente de los personajes se esquematiza un terreno preparado

para la siembra y se observan sobre él pencas de maguey con sus espinas (quizás

espinas para el autosacrificio [Manzanilla com. per. 2002] ) . Otro elemento importante

es que cada individuo porta en la cadera un emblema distintivo cuyo significado se

desconoce.

Fig.26 -Frescos de Tlacuilapaxco. Tomado de M ilion, 1988b.

Siguiendo la opinión de Clara Millon, el tamaño y posición de elementos en los

murales parece definir su significado e importancia (ibid.: 197). De acuerdo con ello los

rasgos preponderantes de los personajes representados en Tlacuilapaxco son el tocado,

la vírgula y la corriente que emana de sus manos, cuyas dimensiones son

desproporcionadamente mayores a las del resto de los componentes. La autora señala:

111

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"La prominente cabeza, con su enorme tocado, un diagnóstico indicador de identidad social, ocupa más de un tercio del cuerpo" y "La enorme vírgula, congruente en tamaño con la cabeza y tocado, significa la impm1ancia de la infmmación que comunica. Lleva la carga de transmitir el componente oral de la ceremonia, aquí transmutada en imágenes visuales. Juntos, cabeza, tocado y vírgula dominan la superficie ocupada por la figura" (ibid.: 198-199). Más tarde agrega: "El ornamentado tocado identifica a la figura como un individuo de alto rango. Encontramos w1 tocado bastante parecido en el conjunto apartamental de Tepantitla, en pinturas de sacerdotes del culto a la Gran Diosa con plena insignia sacerdotal" (ibid. :201, véase también Gamboa, 1996:14).

De igual importancia resultan las imágenes de 'milpas' y pencas de maguey con

las que alternan estas figuras humanas, sobre las cuales parecen verter la corriente de

sus manos, posiblemente sangre resultante de un ritual de autosacrificio (Millon,

19,88a: 199).

Sorprendentemente, para interpretar este ritual Millon otorga mucha importancia

a dos detalles que bajo su misma lógica resultarían secundarios, pues forman parte de

los disei'ios en el borde superior de la escena y ahí ni siquiera ocupan una posición

central. Se trata en primer lugar de unas figuras identificadas por ella como colas de

dardo, y en segundo de una cenefa con diseños triangulares (>>>)(chevrons) que la

autora afirma se relacionan con imágenes de guerra y sacrificio, aunque también

reconoce que acompañan a la figura de los murales de Tepantitla (cfr. 1988a:196-197).

Por último, de los emblemas que portan las nueve figuras a la cadera, Clara Millon cree

reconocer en uno de ellos tma insignia militar por asociaciones con contextos que

supone de esa índole, pero el mismo diseño aparece también en los murales de

Tepantitla en escenas que son claramente de otro tipo."

Estos elementos le bastan a Millon para modificar su interpretación inicial:

"Hemos asumido en el pasado que la figura es un sacerdote, ya que está desarmado y

empleado en un ritual [ ... ]" (ibid.:20 1) y afirmar que " [ ... ] la evidencia es ambigua

por haber varios indicios de identidad social. Pero el ornamento de la cadera y las

imágenes militares de colas de dardo y chevrons en los bordes, inclinan la balanza hacia

91 En otro trabajo, Clara Millon habla de que estos ornamentos son "parte del inventario de insignias militares" ( 1988b: 116),- a pesar de tener un solo referente y de que éste es cuestionable. Al analizar los murales de Houston, Missouri, la Colección Wagner y otros, la autora sugiere que los emblemas que las figuras llevan al hombro son 'accesorios militares' (ibid.:l20), sentido que no parece tan adecuado a aquellas imágenes de individuos que llevan morrales, arrojan liquido o semillas con su mano izquierda y muestran una vírgula que incluye conchas, llores, chalchihuites, etcétera (cfr. Millon, ibid.:figs. V.l-V.lO). La autora reconoce que en esa procesión ninguna de las figuras porta annas (ibid.:l23).

112

identificar a la figura como una autoridad militar con prenogativas sacerdotales"

(ibid.:205).

Considero que su pnmera observación tenía meJor sustento y coincido

parcialmente con Armillas quien, a propósito del "Yelmo de serpiente" que portan

varios individuos en los frescos teotihuacanos, dice:

"Lo llevan los sirvientes de Tláloc que en la pieza este de Tepantitla marchan en proceswn cantando y anojando semillas preciosas; probablemente también los personajes que en las pinturas de Teopancaxco se ven tocados con yelmo de serpiente decorado con estrellas de mar, que cantan y anojan a la tierra algo decorado con tma banda de espuma y llevan vestidos adornados con la flor colgante, son sirvientes de Tláloc" (1991 [ 1945] :101) (Caso también se refiere a los individuos con tocado de serpiente y que arrojan semillas, como Sacerdotes de Tláloc, 1966:fig.2a)."

El acercan1iento de Millon al significado de las imágenes plasmadas en los

frescos dio un giro en los últimos años, que también se hace patente en su concepto

sobre algunas deidades, como se desprende de un comentario suyo en el que emplea el

nombre 'Dios de la Tormenta' al referirse a Tláloc y donde especifica que "El término

menos preciso de 'Dios de la Lluvia' fue usado en 1973" (Millon, 1988b:114).

Karl Taube tan1bién se ha inclinado por una postura de belicosidad al hablar de

Teotihuacan. El autor se refiere a algunas de las serpientes emplumadas en la

iconografía mesoan1ericana en general, y teotihuacana en particular, como 'serpientes

de guerra' (ver nota 65 de este volumen; Me Vicker y Pallca coinciden con él,

2001:194 ). Haciendo una analogía directa entre fuentes mexicas y estas imágenes, su

razonamiento es el siguiente: Tanto esta serpiente como la Xiuhcóatl son seres que

combinan rasgos de oruga y de mariposa [ ¿?] . Las orugas y las mariposas representan

el ciclo de muerte y renacimiento del alma de guerreros. Las orugas además se

relacionan con los meteoros. Los meteoros con los dardos, la obsidiana y el fuego. Los

dardos, la obsidiana y el fuego con las armas, las armas con la guerra... ergo ...

"serpiente de guena" (cfr. Taube, 2000b )."

" Mi coincidencia con Annillas es parcial porque ahora se sabe que muchas de las representaciones teotihuacanas que inicialmente se consideraron de 'Tiáloc' en realidad pueden corresponder a otras deidades, aunque no dejan de estar vinculadas con él a partir de la obvia y estrecha relación que existe entre ese dios y la fecundidad de la tierra (cfr. Kubler, 1972; Pasztory, 1974, 1 992; Van Winning, 1987; Berlo, 1992).

93 George Kubler hace una crítica al uso de la analogía etnográfica y etnohistórica como herramienta para interpretar procesos anteriores a la conquista española (1972b). Al respecto, López Austin introduce el concepto de 'tradición religiosa mesoamericana', que supone una cierta continuidad pero no imPlica un tránsito estático a través de los siglos (1994:11, 13). A diferencia de Kubler y en coincidencia con López

11.1

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Taube va más lejos cuando trata de interpretm· las m1teojeras, un rasgo bastante

generalizado en aquella ciudad:

"En Teotihuacan estas m1teojeras fueron. un componente importante del vestuario militar [ ... ] . Las anteojeras del Tláloc teotihuacano probablemente lo distinguían como un guerrero o, yendo más lejos, un dios de la guerra".

y respecto a su uso por seres humanos propone que:

" [ ... ] al ser usadas como mmadura facial [ ¡¿?!],habrían expuesto un rostro m1ónimo bastante aterrador [ ... ] . Además de prácticmnente servir como arma, las anteojeras de concha de los guetTeros teotihuacm1os probablemente lograban una apariencia que intimidaba a los oponentes" (ibid.:274).

Tratándose de iconografía es delicado identificar 'm·mas' y asumirles un

significado unívoco en cualquiera de sus representaciones. Aunque es obvio que

algunas composiciones gráficas ilustran verdaderas batallas (como los hermosos

murales de Cacaxtla, Bonampak y Chichén Itzá), es común hacer extensivo el carácter

bélico de atavíos y 'armas' aún cuando estos rasgos se encuentren aislados, sin

considerar que su significado podría ser metafórico.'" Pienso como ejemplo en la

representación del 'Tláloc B' teotihuacano, cuyos elementos asociados incluyen lanza

dardos y haces de flechas. En este contexto las 'm-mas' podrían aludir a la propiedad de

la deidad de provocm el rayo y mrojmlo sobre la tiena (cfr. Pasztory, 1974:7), y nó.ser

siempre una expresión literal y tenena de 'belicosidad'. Lo mismo puede decirse del

Austin, creo que a pmiir de un proceso analógico sí es posible identificar, en momentos anteriores al Postclásico Tardío, algunas expresiones religiosas de las que los españoles fueron testigo. Sin embargo, hay un riesgo al considerar que todo gesto tiene un antecedente en tiempos muy tempranos y que transitó inmutable en el tiempo y el espacio. A pesar de que la situación del Centro de México en el Postclásico Tardío debe interpretarse a partir de una secuencia histórica, doy la razón a Kubler en que su carácter no debe hacerse irreflexiblemente extensivo hacia atrás (véase también Sanders, 1989:216-217). El sentido que muchas de las deidades mexicas adoptaron no fue necesariamente el mismo que tuvieron en épocas donde las condiciones sociales eran otras y las necesidades que apadrinan las creencias y cultos también diferían. Estas transformaciones (en apariencia escasas pero en profundidad considerables) de la cosmovisión mesoamericana se expresaron en las formas observadas por los europeos en el siglo XVI, pero pensar que el producto final es capaz de ilustrar el proceso de conformación o de remitirnos a los rasgos originales, podría desviarnos. Un ejemplo claro de ello es el de Quetzalcóatl que ya he presentado. Lo mismo puede decirse de la aparición de deidades vinculadas con la guerra o la 'violencia', y la adición tardía o resalte de rasgos de este tipo en deidades preexistentes, como parte de un sistema religioso que pretende justificar a una sociedad con igual compot1amiento, como lo fuera la mexica (cfr. Pasztory, 1990: 182).

,., Para el Neolitico en Europa, Joseph Caldwell describe la existencia de "!-lachas de Batalla" que no fueron objetos funcionales, sino de culto, y cuyo simbolismo religioso fue el verdadero motivo de su disposición en entierros humanos (1962:3; 1964:139).

Dios B (o Chac en los textos coloniales), quien ocasionalmente pm1a en una de sus

manos un hacha que simboliza al rayo o una antorcha como símbolo de sequía (de la

Gmza, 1999:238). Sobre el hacha de piedra que es lanzada por el dios a la tierra para

causar rayos, Thompson comenta que es tma asociación existente en el mtmdo entero

(1973:265). Otros ejemplos sobre el sentido metafórico de algunos rasgos los señala

Robert Rands: "Los aspectos destructivos de la Diosa I son pronunciados, pero

apm·entemente denotan demasiada agua, o tal vez un tipo dml.ino de agua, más que

guetTa [ ... ] " y " [ ... ] la presencia de símbolos de muet1e en la pm1e trasera del

monstruo del cielo maya puede denotm· una conexión con el inii·amundo, y de esta

manera hacer referencia más a aspectos puramente cosmológicos que al complejo de

ideas específicm11ente asociadas con infm1unio y destrucción" (1955:365). 95

La mitología mesoan1ericana está plagada de escenas en las que los dioses se

comportan como gueneros, y habría que preguntarse qué tantas representaciones

iconográficas pretenden ilustrm· estos pasajes y no reproducir auténticos sucesos

históricos. También la imagen de individuos prominentes en ciertas sociedades se

presenta alternadmnente con rasgos 'militmistas' o cualidades 'sacerdotales' y, aunque

esto desde luego nos muestra tma modalidad o aspecto de dichos individuos y de la

sociedad por la que fueron destacados, es engañoso asumir que en este tipo de imágenes

se resume la cosmovisión de toda una época o se define el cmácter tmivalente de grupos

y personajes históricos (ver págs. 57-58 de este volumen).

Como señalan Mastache y Cobean pma el caso de TuJa (una sociedad que se ha

considerado 'militarista' por excelencia), los elementos militm·es en la representación de

algunas figuras no significa automáticmnente que se trata de guerreros (2000:111). A

95 Las modalidades e implicaciones que en términos de belicosidad-pacifismo abarcara el culto a los dioses del agua no serán exploradas aquí, pero hay que destacar que quienes han trabajado sus representaciones per~iben una ambivalencia en la concepción del líquido, que involuera al mismo tiempo beneficio y catástrofe (las aguas buenas y las aguas malas) (cfr. Armillas, 1947; Rands, 1955; Pasztory, 1974; 1990; Yon Winning, !987; López Austin, 1994). Es posible que el carácter 'bélico' de este complejo se acentuara o privilegiara como reflejo de verdaderas tensiones entre sociedades, pero este fenómeno parece más bien ser tardío, como lo especifica Robert Rands: " [ ... ] en México, durante el periodo protohistórico, es común encontrar armas de gueJTa asociadas con agua ( ... ] . También en los códices mayas objetos que sugieren guerra y muerte aparecen ya sea en conientes de agua o en íntima asociación con ellas" (1955:337). Pero aún así la detenninación es dudosa, pues se ha propuesto que hasta los huesos y cráneos, elementos que suelen asociarse con la 'muerte' y los aspectos fatales del ser humano, aparecen en ciertos contextos iconográficos como indicadores de la fuerza vital que al morir los hombres quedó contenida en su osamenta, y en ese sentido son depositarios de una fuerza regeneradora (efr. López Austin, 1994: 173). Esto llevó a Jill Frust a advertir que: " [ ... ] la aparición de cráneos, mandíbulas descarnadas y esqueletos no debe interpretarse como simbología de muerte, sino de la generación y de la fertilidad" (apud López Austin, idem, también apud Florescano, 1995: 134). Otros investigadores sostienen posturas similares, como Paul Westheim ( 1957), Mark King (1988) y John Monaghan ( 1987) (apud Florescano, idem).

115

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propósito del 'Friso de los Caciques' en la Pirámide B del sitio, los mismos autores

dicen: "Algunos elementos [ ... ] que han sido identificados como armas, parecen más

bien ser estandartes, bastones, cetros y elaboradas sonajas, similares a aquellos descritos

por Sahagún en las crónicas, que los mexicas usaban en procesiones, festivales y otros

rituales" (2000:111); lo mismo sucede con la mayoría de los objetos que portan los

individuos en procesión del friso oeste en la Sala 2 del Palacio Quemado, en contraste

con aquellos al este, donde sí parecen ilustrarse armas ( cfi·. Mastache y Cobean,

ibid.: 120-121 ). Es interesante el fenómeno descrito por Elizabeth Jiménez también para

Tula: "A pesar de que existe gran cantidad de personajes portando armas, debe

señalarse que a la fecha no se han encontrado escenas de combate" (1998:482); o por

Alfonso Caso para Monte Albán: "Es muy notable, sin embargo, la ausencia de armas

en las tumbas [ ... ] en todo Monte Albán, son muy escasas las muestras de actividad

guerrera, como si la ciudad hubiera sido considerada, más que como una fmtaleza,

como un gran centro ritual" (1933:646), a pesar de que algtmas escenas en escultura

exhiben guerreros y sacrificados.

La actitud de cada sociedad prehispánica debió alternar en el tiempo y con

respecto a otras sociedades. Conflictos sin duda se dieron al interior de las ciudades y

entre ellas, pero ese carácter dista mucho de haber sido homogéneo y de haber

pem1anecido estático e inquebrantable a lo largo de los siglos. Como ejemplo se tiene el

uso del tocado con borlas (Tassel Headdress) tan característico de los individuos de

filiación teotihuacana que aparecen en contextos iconográficos de regiones al sur, como

Oaxaca y el Área Maya. De acuerdo con Clara Millon, este adorno capital parece

denotar el alto rango de sus portadores, su autoridad o pettenencia a alguna institución,

y relacionarse con la política exterior de los teotihuacanos, que en algunos casos

involucrara acciones "diplomáticas" y en otros casos acciones militares (Millon, 1973

apud Marcus, 1983c:l79; Millon, 1988b:ll4; véase también Pasztory, 1978:10). Esta

'política exterior' diferencial es ilustrada por Joyce Marcus:

" [los tocados con borlas] están asociados con teotihuacanos mmados en centros mayas como Tikal, Yaxhá, y Kaminaljuyú; en Monte Albán, no obstante, René Millon (1973:42) señala que ningún ruma militru· es mostrada con personas que llevan esos tocados" ( 1983c: 180).

La autora menciona como ejemplo la Lápida de Bazán, donde un personaje

teotihuacano lleva una bolsa de copa! en lugar de run1as, " [ ... ] sugiriendo que está

involucrado algún tipo de relaciones diplomáticas, sin que esté insinuada alguna

1 1 (¡

actividad militar" (Marcus, 1983c: 180). Clemency Coggins tan1bién afirma que, a

diferencia de los "mexicanos" representados en el Área Maya, aquellos que aparecen en

Monte Albán llevan bolsas de incienso, no armas (1980:59; véase también Pasztory,

1990:185).

Existe otra vertiente de pensamiento con respecto a la 'presencia' teotihuacana

en el Área Maya. Es cietto que las imágenes propiamente teotihuacanas y la integración

de rasgos teotihuacanos en la imaginería local, aparecen en el 'arte' maya (no siempre,

pero de manera regular) en contextos que podrían caracterizarse como militaristas.

Pensar en estas representaciones como hechos históricos ha contribuido a la idea de un

imperio teotihuacano expansionista, que en su interés por las regiones del sur estableció

una relación hostil motivada por intentos de conquista. Lo cmioso es que dicha

intrusión, que se ha supuesto importante para la primacía teotihuacana, no se expresa de

ningún modo al interior de su capital, como lo anota Pasztory:

"¿A qué se debe que los gobernantes de Tikal y Monte Albán reclamen afiliación con Teotihuacan en sus monumentos, mientras que Teotihuacan no hace tales afirmaciones con respecto a ningún extranjero en su rute? ¿Por qué es que, a pesru· de la presencia de artefactos relacionados con Teotihuacru1 en muchas pmies de Mesoamérica, sugiriendo comercio o incluso colonización, Teotihuacan se preocupa por expresar en casa conceptos de privada, silencio y no comunicación?" (1992:315).

Convincentemente Andrea Stone propone que esto es reflejo, entre los mayas, de

política interna más que de presencia extranjera real (1989: 153; véase también Pasztory,

1990:185; Fash y Fash, 2000:435, 440-441, 451). Muchos rasgos que en la Cuenca de

México se observan en contextos iconográficos religiosos o de culto, fueron adoptados

como componentes del atavío de gueneros en la gráfica maya del Clásico Tmdío.96 Esto

puede estar diciendo mucho de la política contemporánea de aquellos pueblos. Para

Stone, no es fortuito que esta adición de elementos teotihuacanos en representaciones

militares mayas OCUlTa en un momento en el que Teotihuacan perdía importancia y se

conesponda con una época de expansión entre los mayas (Stone, ibid.:l64; véase

también Taube, 2000b:270; Fash y Fash, 2000:451-452). La autora opina que el sugerir

96 Éste parece ser el caso de las bolsas que llevan sacerdotes en innumerables contextos iconográficos (ver nota 37 de este volumen). Stone opina que tanto en Teotihuacan como en la región Maya estas bolsas no se restringen a un solo contexto, pues " [ ... ] aparecen tanto en ritos agrarios como en escenas militares" (1989: 157, 160), pero en el Área Maya son más frecuentes las últimas. Otro rasgo anexado al atavío 'guerrero' en el Clásico Tardío es el signo del año (cfr. Fash y Fash, 2000:451) que en otros lugares, y en la propia región maya en épocas anteriores, se asocia principalmente con otro tipo de complejos (ver nota 58)."

117

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afiliación a sistemas ajenos pudo ser una especie de propagandismo pblítico y

manipulación ideológica, más que el registro de eventos históricos. Esto ocurriría en

relación con grupos que fuesen, o hubiesen sido, culturalmente dominantes (Stone,

1989: 163-169). . Un punto de vista similar es explorado por Debra Nagao en el mismo volumen,

haciendo referencia a Xochicalco y Cacaxtla (1989:83-85, 97-l 00, véase también Me

Vicker Y Palka, 200 l: 194). El 'arte' público de Cac~xtla profesa una abie1ia preferencia

por el estilo de las tierras bajas mayas, lo que a primera vista pm·ecería indicador de un

estrecho contacto, pero el acervo material de la ciudad sugiere precismnente lo contrm·io

(cfr. Nagao, ibid.:88-90).97 La inclinación a patentar un origen o conexión con pueblos

extranjeros como aspecto elevador de rango y justificador de tm sistema de gobierno o

de la existencia de elites, ha sido ampliamente revisada (además de los autores citados

cfr. Davies, 1977; Pasztory, 1978:17; Helms, 1979; 1986; Renfrew, 1993, entre otros).

Volviendo a la cm·acterización de las sociedades mesoamericanas, quiero

enfatizar que mi postura no es la ausencia de enfrentamientos bélicos, pero considero

que muchas veces se ha abusado al buscar indicadores de ellos. Se ha visto como

evidencia de un conflicto latente, por ejemplo, la peculiar ubicación de algunos sitios

del Clásico y Epiclásico en lugm·es de dificil acceso, y la construcción de obras de

inü·aestructura supuestan1ente defensiva (cfr. Brmüff, 1977:10; 1992:161; Pasztory,

1978:16, 20; Hers, 1988:28, 30-35; Mastache y Cobean, 1989:55-56; Florescano,

1995:227-228; Sugiura, 1996:249; 2001:349, 360, 373-374, 385; López Austin y López

Luján, 2000: 23, 42; Mm·cus, 2001). Sin embargo, recientemente se ha comprobado que

la elección de un área para el establecimiento de un centro ceremonial, además de sus

características arquitectónicas, pueden obedecer a un proceso de sacralización del

espacio Y su delimitación. Entre múltiples, un ejemplo de esto lo constituye el sitio

zacatecano de La Quemada, que comúnmente se ha visto como defensivo por

excelencia ( cír. Hers, 1988:35) y cuyo emplazamiento en realidad tuvo una fuerte

causalidad ritual (como lo fundamenta Humberto Medina en un excelente trabajo,

2000). Esto también ocurre con el conjunto de sitios en el sur de Querétm·o y oeste de

Hidalgo (cfr. Saint Chm·les, 1991 a y b; 1993:21; Morett, 1996:4; Cedeño, 1998:56-63,

ver págs. 160-161 de este volumen), cuya singular localización había sido interpretada

97 E . "d sto comc1 e con la propuesta de Schortman y Urban: " [ ... ]parece injustificado suponer que el volumen de ?bjetos intercambiados equivale a la relevancia sociopolítica de los contactos interregionales. Lazos 1mporta_nt~s entre sociedades podrían involucrar una transmisión significativa de información sin involucrar un movimJento abundante de objetos" (! 992c:236-237).

1 J 8

como reflejo de una pennanente tensión y de constantes invasiones por pmie de grupos

nómadas (cfr. Nalda, 1975:136-137; Virmnontes, 1996:28). Otro ejemplo es el descrito

por Noguera:

"Teniendo en cuenta ciertos elementos m·quitectónicos y por el hecho de haberse construido sobre una eminencia, se ha dicho mucho que Xochicalco era una fortaleza. Es verdad que existe un foso que se extiende por la parte oriente del ceno entre las terrazas superiores y que muchos de los paredondes producen el efecto de murallas, pero las exploraciones emprendidas hasta la fecha no han confirmado para nada esa idea para los tiempos más antiguos. Entonces parece haber ocurrido lo contrario, ya que se tiene la impresión de una ciudad abie1ia a la que se ascendía por amplias avenidas, como lo atestiguan las calzadas en la ladera sur" (Noguera, 1960:37, las cursivas son mías).

y lo mismo podría decirse de La Quemada nuevmnente, donde la adición de elementos

que podrían considerarse defensivos tmnbién es un evento tardío en la historia de la

ciudad (cfr. Jiménez Betts y Dmling, 1992:6; 2000:166). Un ejemplo más es el sitio

epi clásico de Loma de la Montura en el Valle de Oaxaca, cuyos " [ ... ]límites de acceso

estuvieron apm·entemente dirigidos hacia la población local, más que constituir un

sistema de fmiificaciones en contra de amenazas militm·es externas" (Kowalewski,

1983:190).

Evidencias de enfrentamiento, destrucción y abandono 'repentino' se han

identificado en algunos sitios (p.e. Xochicalco ), pero la forma como una ciudad llegó a

su fin no necesarimnente estuvo prevista desde que se planificó su ubicación.

¿Cómo considerar una localización estratégica con intenciones defensivas a

lugares que aislados no podrían sobrevivir? Muchas de las elevaciones sobre las que se

construyeron los centros ceremoniales y residencias de elite requieren un abasto

constante de agua y comida, cuya disposición o producción en esas áreas está por

completo limitada o simplemente es imposible. En este sentido el acceso a los recursos

básicos implicó un alto costo (cfr. Blanton, 1983:186; Paddock, 1987:27 con respecto a

Monte Albán y Xochicalco) y una dependencia de otras áreas de producción o surtido.

A diferencia de las fmiificaciones europeas, en la mayoría de los sitios mesoan1ericanos

no ha sido posible identificar áreas de almacenaje de la magnitud suficiente para

alimentar o dar de beber a la población que residía en ellos durante un periodo más o

menos prolongado. En el caso de una contingencia militar, resultm·ía una táctica por

demás eficiente y relativamente sencilla el tomar control de las fuentes de abasto sin las , .

119

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que los habitantes de los sitios, aunque protegidos por sus impeneti·ables 'fortalezas', no

lograrían sobrevivir.

También es común que, a partir de la excavación de estructuras cuyo derrumbe

fue producto de un incendio y donde los elemento_s constmctivos en gran parte habían

sido intencionalmente desmontados, se considere que el sitio fue víctima de una

destrucción violenta y sus habitantes tuvieron que salir huyendo (cfr. Florescano,

1995:227). Nuevamente se ha propuesto que el proceso que operó en este caso pudo ser

muchas veces el inverso al anterior, donde se persiguiera una desacralización del

espac10 ceremonial por parte de los mismos pobladores, sin que esto implicara el

abandono total de un asentamiento ni su masiva destrucción. Ejemplos de ello se han

interpretado, por ejemplo, en Teotihuacan (cfr. Diehl, 1989:11; Millon, 1992:346,350) 911

y en sitios relacionados directamente con esa urbe (cfr. Polgar, 1998:48-49).

La presencia de materiales alóctonos también ha sido un argumento de quienes

esbozan imposiciones políticas, invasiones gueneras y conquistas (cfr. Berna!,

1976:133; Ringle et al., 1998:184-185, 225-226),99 como si la única vía por la que

viajaran los objetos fuera la propia mano de sus fabricantes, sin intermediarios ni

sistemas complejos de intercambio: " [ ... ] confundimos a un pobre alfarero con un

ejército imperial [ ... ], creamos grandes imperios para explicar lo que podrían explicar

unos cuantos mercaderes [ ... ]",señala Jolm Paddock (1972b:251; para una interesante

y concreta discusión sobre las deficiencias de esquemas como la 'difusión', el

'intercambio directo' y la 'conquista' como agentes exclusivos en la dispersión de

911 De acuerdo con los estudios de René Millon, el fuego que propició el derrumbe de un sector de la ciudad de Teotihuacan se concentró exclusivamente en su centro, cerca de la Calzada de los Muertos. Las causas de esta intencional destrucción pudieron ser políticas, pero no implicaron el arrase total del asentamiento ni su completo abandono. En cambio, parece haber sido "un proceso sistemático de destrucción ritual a escala monumental", llevado a cabo por los propios teotihuacanos, no por extranjeros (M ilion, 1992:346, 350).

99 No quiero decir que las acciones 'militares' están excluidas de toda conexión entre regiones, pero sí que detectar una 'intención' de ese tipo como móvil para la dispersión de rasgos y objetos, es una empresa dificil. Malcom Webb expone de manera muy clara esta dificultad, al hablar de las similitudes estilisticas y la dispersión de la cerámica Naranja Fino entre la costa de Campeche y la región del Usumacinta: "Más aún, si uno compara la intrusión foránea [ ... ] con la penetración europea de Hawai en el siglo diecinueve -una situación en la que no cabe la menor duda de que la introducción de artículos foráneos y los cambios asociados con ellos, se debieron al intercambio y no a la conquista- uno se pregunta qué evidencia arqueológica quedaría un milenio después, en ausencia de registros escritos, para mostrar que la ocupación americana de las islas ocurrió sólo hasta la parte final de un proceso que duró un siglo; proceso que fue cambiando gradualmente de una relación comercial a una incorporación política. Visto desde una perspectiva amplia, éste no parecería ser un punto especialmente importante; los Estados Unidos asumieron en algún momento el-control de las islas, y esta realidad está tan profundamente reflejada en su cultura material, que futuros arqueólogos no tendrían problema en notarlo. Sin embargo, el punto es precisamente determinar la naturaleza y tiempo del proceso involucrado [ ... ]. Distinguir entre intercambio y conquista sería especialmente dificil cuando los dos procesos formaron parte de una secuencia continua" (Webb, 1974:361-362).

120

objetos e ideas, véase Stone-Miller, 1993 :31-36; para modelos alternativos cfr. p.e.

Flannery, 1968:80; Kelley, 1974:20, Webb, 1974; 1978; Renfrew, 1975; 1986; 1993;

entre otros que se tratarán más adelante).

Es dificil deslindar aspectos en esencia articulados como lo fueron la política, la

economía y la religión (cfr. Flam1ery, 1968; Webb, 1974; Helms, 1979; Smith y

Schortman, 1989; Abu-Lughod, 1989; Earle, 1990; Schneider, 1991 [ 1977]; Schortman

y Urban, 1992b; Zeitlin, 1993; Drennan, 1998, entre otros). En Mesoamérica el

intercan1bio estuvo estrechamente vinculado con todos ellos y se podría decir que

constituye precisamente el nudo de su enlace.

Comenta López Austin: " [ ... ] aunque no puede considerarse que Teotihuacan

fuese un imperio militarista, sin duda alguna intervenía con su poder económico en la

política del resto de los pueblos mesoan1ericanos" (1999:72). Durante el Clásico,

Teotihuacan estuvo a la cabeza de un sistema macronegional por el que circularon

materiales, pero tan1bién ideas y expresiones ideológicas. Nuevamente citando a López

Austin:

"La cosmovisión participa también de la coherencia de los distintos sistemas e instituciones sociales porque nace del ejercicio del ser humano dentro de los marcos de dichos sistemas e instituciones. La cosmovisión no se reduce a una esfera de ejercicio, sino que está presente en todas las actividades de la vida social [ ... ] Lo anterior es particularmente válido en el caso de Mesoamérica. La cosmovisión -y con ella la religión y la mitología en particular- fue uno de los vehículos de comunicación más importantes tanto en las intenelaciones de las sociedades mesoamericanas como en los mecanismos internos de dichas sociedades [ ... ]" (1994:15).

Como se expuso en el capítulo anterior, entre las comunidades prehispánicas la

ideología, y con ella la religión, fueron un eficaz elemento justificador del sistema de

gobierno (cfi·. Flannery, 1968; Helms, 1979; 1986; Blanton y Feimnan, 1984; Stone,

1989; Earle, 1990; López Austin y López Luján, 2000:29; Spence, 2000). Aunque la

elite teotihuacana no debe haber sido la excepción, su manifestación sí fue distinta. 100

10° Karl Taube propone que: "La lluvia en Teotihuacan aparentemente constituye una metáfora de gobierno [ ... ] En el Centro de México durante el Clásico, la serpiente emplumada encarnaba el concepto de liderazgo y hegemonía politica a través de la horticultura como metáfora básica, el fomento de ambos, los campos y la sociedad. [ ... ] La cercana y prominente relación de Tláloc con la politica teotihuacana -tanto al interior de la ciudad como hacia afuera- puede también ser relativa a la metáfora de la administración politica y el control, como el cultivo" (2000a:26). De ser cierto este planteamiento, es interesante que en el plano simbólico aparecen las divinidades como actores de la vida política y no sus representantes terrenos, a diferencia de lo que ocune en otras regiones (p.e. la maya) y en la propia Teotihuacan en otros tiempos (p.e. fase Metepec).

121

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Ha inquietado a muchos investigadores la ausencia de expresiones dinásticas públicas,

además de que no se generalizara o sistematizara el uso de escritura, siendo que glifos y

sistemas numéricos se conocían ampliamente (cfr. Pasztory, 1978:11; 1988:161;

1992:303; Berlo, 1989b:21-23). Como atJ·activamente sugiere Pasztory, es posible que

ambas condiciones estuviesen en estrecha relación, es decir, que en la metrópoli no se

adoptase la escritura como una práctica cotidiana por ser ésta el vehículo de un mensaje

que en la mente teotihuacana no era necesario expresar: la vida dinástica, la

glorificación de gobernantes o la inmortalidad de hazañas políticas. 101 En sus palabras:

"¿A qué se debe que, en contraste con los mayas, Teotihuacan empleó en su arte sólo unos cuantos glifos y no adoptó una tradición de inscripciones públicas? [ ... ] . No tengo duda de que la razón principal de esto es que las inscripciones jeroglíficas mayas y de Monte Albán se asocian con líderes dinásticos y su propia glorificación. [ ... ] Tal vez en Teotihuacan la escritura fue común en materiales perecederos, como los códices [pero] Teotihuacan no estaba interesado en proclamar su historia públicamente y grabarla para la posteridad en monumentos o en materiales no perecederos" (Pasztory, 1992:303-304).

y en palabras de René Millon:

"Los murales, la cerámica y las figurillas frecuentemente representan personajes de alto rango. Sin embargo, el arte en Teotihuacan está casi completamente exento de cualquier representación de dominación o de relaciones explícitamente jerárquicas. No se retrata públicamente a los gobemantes involucrados en grandes hazañas. Esta ausenc1a de manifestaciones públicas de dominación contrasta agudamente con los mayas y con sociedades antiguas en Perú, Egipto y Sumeria" (Millon, 1992:340).

Pasztory menciona como uno de los rasgos más significativos del 'arte' en

Teotihuacan, el que más de la mitad de las representaciones son signos y animales, no

seres humanos, y cuando éstos se presentan aparecen completamente impersonalizados,

no se dibujan retratos ni se nombran personas. En esta acentuada impersonalidad la

autora percibe dos aspectos o intenciones: evadir la idea del "poderoso individuo

gobernante" y enfatizar la expresión simbólica o divina por encima de la humana

101 Citando a Isabel Kelly, Pasztory plantea como otra posibilidad el que un sistema de escritura iconográfica fuese de mayor utilidad para una sociedad como la teotihuacana, que se ha propuesto fue multiétnica, pues " [ ... ] una misma imagen puede ser significante en varios lenguajes, mientras que una palabra escrita se limita a uno" (Kelly, 1983 apud Pasztory, 1988: 161).

122

(1992:292-293). Para Pasztory, durante su época de mayor prestigio el 'arte'

teotihuacano parece dirigido hacia " [ ... ] la unificación de una población heterogénea

en tma comunidad homogénea, a partir de símbolos de identidad colectiva, evitando la

representación de individuos históricos y un estatus de elite" (apud Cohodas,

1989:223).

Contrastablemente, en algunos murales de la fase Metepec se observa un

comportamiento distinto. Los árboles representados en los frescos de Techinantitla, por

ejemplo, han sido interpretados como posibles topónimos o como haciendo referencia a

diferentes linajes (cfr. Berlo, 1989b:22-23), y en otras secciones del mismo mural se

ilustran individuos con emblemas o glifos distintivos con mayor profusión que en

cualquier otro lugar de la ciudad (cfr. Millon, 1988b:ll9,132; Pasztory, 1988a:73):

"Durante los últimos siglos en la vida de Teotihuacan, más glifos y posiblemente hasta individuos de más alto rango son representados en su arte. Estas imágenes se acercan a la tradición dinástica del sur. La elaboración de glifos, vírgulas, y paneles descendentes sugiere una preocupación por la comunicación. [ ... ] Los murales Metepec reflejan el incremento de secularismo y los inicios de un orgullo dinástico" (Pasztory, ibid.:75; cfr. también Cohodas, 1989:223; Manzanilla, 1995:163).

Un fenómeno quizás ligado a, o derivado del 'culto a la personalidad' que

durante años se remitiera casi exclusivamente a la región maya (cfr. Fash y Fash,

2000:449), parece haberse extendido a finales del Clásico en la propia región (cfr.

Cohodas, 1989:226) y dispersado hacia el oeste, alcanzando la Cuenca de México y

rebasándola hacia el norte (cfr. Schmidt, 1999:432). Aunque en los Valles Centrales de

Oaxaca existió por lo menos desde el Clásico una expresión similar (Zeitlin, com. pers.

2002), las lápidas con registJ·os genealógicos son una innovación del Clásico Tardío

(cfr. Pasztory, 1978:20; Marcus, 1983d:l91, 197; 2001:27; Flannery y Marcus,

1983:184; Winter, 1998:175) y durante ese mismo periodo los sitios de la Mixteca Baja

desanollaron una escritura jeroglífica propia (cfr. Flannery y Marcus, ibid.:185). 10' En

102 Es posible que en este momento ya existieran también los primeros códices mixtecos. Éste es un tema controvertido, pues a pesar de que algunos ejemplares registran fechas tempranas (p.e. Códice Bodley [ 888 d C], cfr. Smith, 1983:213; Códice Nuttall [s. X], crr. Ringle et al., 1998:185-187) pudiera tratarse de tiempos o eventos míticos y no ser un referente confiable de la época en la que se elaboró el códice (cfr. Robertson, 1983:214). Sin embargo, Joyce Marcus menciona que tanto el orden de lectura como el tipo de mensaje de los registros genealógicos del Valle de Oaxaca, son convencionales en los códices, pudiendo ser un prototipo de ellos (1983d: 192) o quizás una innovación paralela.

123

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Xochicalco, Teotenango, TuJa y el Norte de Veracruz 103 se aprecia el uso de·estelas,

monumentos cuya función principal se supone proselitista, y en el 'arte' mural de

Cacaxtla se incorporaron elementos que en tienas mayas fi·ecuentemente son símbolos

de poder político o dinástico (como las imágenes. vinculadas de Tláloc y el signo del

año mixteco) (cfr. Nagao, 1989:89). Frisos esculpidos que posiblemente narren eventos,

como en Xochicalco, Tajín y Chichén Itzá, parecen también ser una invención de ese

momento (cfr. Ringle et al., 1998:208), y tanto en Chichén como en Tula se emplearon

signos pictográficos idénticos para nombrar a individuos específicos ( cü·. Wren y

Schmidt, 1991:203). Janet Berlo propone que cierto tipo de escritura, a la que ha

denominado "embedded' puesto que integra imágenes y contenido lingüístico, parece

haber surgido a finales del Clásico en Teotihuacan y haberse generalizado durante el

Epiclásico en el Centro de México y en la Periferia de Tierras Bajas Costeras (1989b).

Me he referido a este fenómeno como posiblemente ligado a, o derivado del

'culto a la personalidad', porque an1bos parecen tener denominadores comunes y quizás

una intención similar subyacente, pero el medio expresivo y simbólico mediante el que

se persigue (o alcanza) esa misma intención es en algunos sentidos diferente.

Desde la perspectiva de Chichén Itzá, se ha considerado que a partir del Clásico

Tardío la 'narrativa' involucra a varios personajes o eventos, en agudo contraste con la

costumbre maya anterior, que subraya a una imagen central (cfr. Cohodas, 1989:237-

238; Wren y Sclm1idt, 1991:212-214; Ringle et al., 1998:208-209; Marcus, 2001:335).

La reducción en el número de estelas esculpidas para aquel momento sugiere una

disminución del 'culto a la personalidad' en la propia región maya (cfr. Wren y

Schmidt, ídem; Ringle et al., idem), lo que aunado al desanollo e integración de rasgos

estilísticos y arquitectónicos novedosos sugiere un " [ ... ] proceso incluyente que

incrementa la posibilidad de acceso al estatus privilegiado de las elites" (Wren y

Schmidt, ibid.:214). En este proceso se enfatizó la existencia de una 'clase gobernante'

por encima del 'gobernante individual', lo que parece derivar del crecimiento de la

metrópoli maya y la adquisición de un carácter multiétnico, donde la población

103 La Estela de Cerro de la Morena en Veracruz, ha sido considerada por Van Winning cercana al año 1000 d C, pero Tatiana Proskouriakoff advierte su semejanza con el estilo maya del Clásico Tardio (Van Winning y Stendahl, 1972, fig. 323). El monolito retrata a un personaje con anteojeras y colmillos, de pie y con un faldellín; levanta una mano sosteniendo una especie de báculo y con la otra sostiene una bolsa de piel para incienso (cfr. Pascual, 1990: 138; Van Winning y Stendahl, 1972, fig. 323). Esta imagen fue interpretada por Garcia Payón como "el Dios de la Lluvia" (1947:86, apudPascual, idem), pero a decir por su indumentaria y el realce de los rasgos humanos, es posible que se trate más bien de un representante terreno de ese culto. El vestido y postura del personaje son bastante similares a los de los 'sacerdotes' representados en las placas de TuJa recuperadas por Acosta (Fig. 16).

congregada llegó a ser " [ ... ] tan numerosa [ ... ] y tan diversa como para ser

controlada, a no ser por su inclusión directa en el proceso de gobierno" (Wren y

Schmidt, ibid.:213-214).

En estas condiciones parece menos eficiente mantener la exclusividad basada en

el desempei'io individual o únicamente en una legitimación ancestral (como pretenden

las secuencias dinásticas, ya sean míticas o reales), que subrayar la pmiicipación de

grupos de elite en eventos que conciernen al destino de la ciudad en su momento, desde

luego sin ignorm· su filiación política o religiosa. Esta elección suele manifestarse

abiertamente por medio del 'mie' y el estilo.

¿Será una casualidad que una práctica que fue eficiente para las condiciones

políticas del Clásico maya, sea abandonada por un sitio en proceso de alcanzar

hegemonía, como Chichén Itzá, y al mismo tiempo sea adoptada por un sitio que está

perdiendo preeminencia política y capacidad integradora, como Teotihuacan? ¿Por qué

opta, en sentido opuesto, un sitio como Chichén Itzá por una estrategia similm· a la

implementada por Teotihuacan durante casi toda su historia? Creo que, más que "los

inicios de un orgullo dinástico" que menciona Pasztory, el abandono de esa "acentuada

impersonalidad" en el 'mie' teotihuacano es reflejo de que la ciudad asume una nueva

postura en el panormna político mesoamericano global.

Se ha subrayado el papel que el 'm'le' mesomnericano jugó como estrategia de

propagandismo político (cfr. Sanders, 1989:216-217; Stone, 1989; Cohodas, 1989:224;

Earle, 1990), en el que la producción de imágenes no forzosamente pretendía dejar

"registros precisos de ellos mismos para la posteridad", sino "la persuasión socio­

política y religiosa de su propia época" (Pasztory, 1990:183; véase tan1bién Ca111eiro,

1992:182). Por ello, como opina Pasztory, es impmiante centrar atención no sólo en

cómo decidieron representarse a sí mismas las sociedades mesoamericanas, a sus dioses

y ritos, sino también en lo que decidieron excluir de su 'mie' (idem).

Ambas estrategias (el 'culto a la personalidad' y el enaltecimiento de ü·acciones

sociales) tienen traslapes, y me pregunto si optar por una u otra no tendrá mucho que

ver con el grado de complejidad alcanzado por cada sociedad y el papel que juega al

interior de una red mayor de vínculos sociopolíticos. Es posible que dicha alternancia

derive de un fenómeno como el que Timothy Em·le ha percibido:

"Parece que las similitudes culturales y temporales en patrones específicos de identificación y diferenciación estilística, mostrarán articulm·se con patrones generales de evolución social" (1990:81).

lo­_)

Page 74: Tesis Interaccion Interregional. Laura Solar Valverde 2002_OCR

La elección diferencial entre el 'culto a la personalidad' y el enaltecimiento de

fracciones sociales también se percibe entre las placas de jade descritas en este trabajo.

Aunque las imágenes plasmadas no podrían considerarse 'retratos', debido a la

regularidad con la que se presentan los mismos at~ibutos (cfr. Ringle et al., 1998:207) y

la estandarización de los rasgos fenotípicos, algunas placas tienen inscripciones en la

parte posterior, posiblemente refiriéndose al usuario (cfr. Spinden, 1975 [ 1913 J :143-

144, fig. 195; Me Vicker y Palka, 2001:182). 101 Esta característica, que no es común,

pudo ser una adición al objeto una vez anibado a su destino final. En la mayoría de los

casos, donde no se buscó (o no era necesaria) dicha 'personalización', quizás estos

objetos apoyaron el enaltecimiento de sectores sociales en abstracto, puesto que su uso

es distintivo de una cualidad restringida a pocos individuos y reconocida por muchos.

Sobre materiales de este tipo, Clemency Coggins subraya:

"Por lo general el arte monumental retrataba a dichos personajes [gobernantes y líderes religiosos] , mientras que los ar·tículos pequeños con

frecuencia erar1 las herramientas y posesiones personales que los acomparl.arían hasta en la tumba. [ ... ] esos talismanes y emblemas de identidad pueden simbolizar y expresar el carácter único, el papel, el linaje y la visión del mundo (religiosa, política y económica) del difunto" (1999:249, las cursivas son mías; cfi·. también Helms, 1979).

La disposición de las placas de piedra verde en contextos de entenarniento

rendiría homenaje al representante teneno de un culto y reafirmaría su distinción más

allá de la muerte (distinción que, de paso, sería un acto de legitimación para su linaje y

descendientes [ cfi·. Webb, 1974:367] ), costumbre apar·entemente ausente en el Centro

de México hasta entonces. Esto podría ser indicador de tm incremento en complejidad

Uerarquización) de las sociedades que habitar·on el Centro de México durante el

Epi clásico (con excepción de la teotihuacana), con respecto al car·ácter que tuvieran en

el periodo anterior. Pero, como se expuso en el capítulo previo, subrayar la distancia

social entTe una incipiente clase gobernante y el resto de la población en los cacicazgos

complejos y estados temprar10s, sólo es justificable si se sostiene el consenso moral que

respalda su ideología política, razón por la que los símbolos marcadores de estatus

deben, al mismo tiempo, legitimar al propio sistema ideológico y reafirmar la autoridad

sobrenatural de sus líderes.

10.1

Herbert Spinden ilustra dos ejemplares que tienen inscripciones en la parte posterior. Uno de ellos proviene de Jaina y la procedencia del otro se desconoce (1975 [ 1913] :144, fig. 1 96).

!:26

Por ello, en algtmas ciudades del Epiclásico se observa por primera vez el

exaltamiento de un personaje central, pero principalmente a partir de su vinculación

(real o ficticia) con elites y expresiones de sistemas ajenos (cfi·. Pasztory, 1978:20-21;

Cohodas, 1989:224), o subrayando la filiación de aquel personaje prominente con

alguna línea dinástica (Pasztory, idem) o complejo mitológico.

No debe ser resultado del azar que precisamente hacia los últimos años del

periodo Clásico se generalizara este tipo de prácticas y ocurriera un incremento

simultáneo de complejidad y jerarquización en varias sociedades mesoamericanas, sino

de los cambios sociopolíticos que se experimentaron simultáneos al proceso de

decadencia del sistema teotihuacano (cfr. Pasztory, 1978:21; Cohodas, 1989). Muchos

autores han percibido que el Epiclásico es un momento de "efervescencia" y apogeos

regionales (cfr. Webb, 1978:160-161, 165; Pasztory, ibid.:20; Jiménez Betts, 1989:35;

1998:299; 2001; Jiménez Betts y Darling, 2000:178) que derivó en la construcción de

tm escenario de sistemas sociopolíticos pares (cfr. Jiménez Betts, 1998; Jiménez Betts y

Darling, 1992). Sin ser ya más el centro preeminente, la Cuenca de México (incluyendo

a Teotihuacan en sus últimos días) debió participar, ahora como par· de otras regiones,

en aquel proceso de reestructuración (cfi·. Pasztory, ibid.:15; Cohodas, 1989:223-224,

227, 238).

El 'nuevo' panorama sin duda generó una dinámica de competitividad para

conservar cierta autonomía o alcartZar· cierta prominencia política entre el total de

candidatos existentes (cfr. Pasztory, ibid.:8; Cohodas, 1989; Diehl, 1989:16; Parsons et

al., 1996:228; Spence, 2000:260); pero en este ambiente la hostilidad no debió ser

siempre la mejor estrategia (como lo demuestra el registro ar·queológico ), resultando

muy adecuadas visiones como la de Wren y Sclunidt a propósito de la relación entre las

tien·as bajas del norte y el Centro de México: " [ ... ] la interacción entre elites mayas y

mexicanas en Chichén Itzá no estuvo basada en conquista y subyugación, sino en

alianzas de beneficio mutuo" ( 1991 :211; véase también Jiménez Betts, 2001 y .Timénez

Betts y Dar·ling, 2000 par·a una reflexión similar sobre el sector norte de Mesoamérica).

Par·ece más apropiado definir al Epiclásico y Postclásico Temprano como

periodos de exaltamiento secular, que de militar·ismo. En contraste con la iconografía

considerada 'teocrática', existe una tendencia a enaltecer al sistema político-religioso a

través de sus representantes tetTenales, pero sin dejar· de subrayar su papel como

depositarios de conocimientos supratenenales e intennediarios entre las fuerzas

sobrenaturales y el hombre. El exaltamiento secular es precisamente uno de los rasgos

127

Page 75: Tesis Interaccion Interregional. Laura Solar Valverde 2002_OCR

que marcan el tránsito de tribus y cacicazgos a cacicazgos "complejos )"·estados

tempranos, como también lo es la estructuración de una ideología político-religiosa

compartida entre elites y la dispersión generalizada de los rasgos, objetos y expresiones

que la representan (cfr. Webb, 1974:370; Earle, 19~0:76).

Es posible que el auge de los sitios del Epiclásico resultara del giro en la

importancia religiosa, política y económica de Teotihuacan, que pudo propiciar la

reestructuración de los patrones de comunicación, comercio e intercambio Y dar

oportunidad a otros centros de engancharse a la red distributiva con posturas más

favorables (cfr. Pasztory, 1978; Senter, 1981:149; Flannery y Marcus, 1983:185; Ball Y

Taschek, 1989; Cohodas, 1989:225; Jiménez Betts, 2001 ). Como parte de aquel

fenómeno se observa una exploración de nuevas formas de manifestación política,

donde se puede incluir el proceso de exaltamiento secular que he esbozado apenas

superficialmente (cfr. también Pasztory, ibid. :8). Volviendo a la serpiente emplumada,

si-es verdad que a partir de su carácter mediador entre el universo Y los hombres su

imagen se asumía como metáfora de autoridad o poder en algún sentido, sería

comprensible que, como parte de dicho proceso de exaltamiento secular, su culto fuera

el más adecuado para reafirmar el poder político-religioso, extensivamente remarcando

y justificando el liderazgo de sus representantes terrenales (una reflexión similar se

encuentra en Ringle et al., 1998:223).

Si he profundizado, quizás de manera excesiva, en las debilidades de algunos

argumentos sobre un carácter marcadamente bélico en las sociedades prehispánicas del

Clásico y Epi clásico, mi intención ha sido dar cabida a la discusión sobre algunos de los

modos como interactuaron dichas sociedades, como causa Y consecuencia de su

inmersión en un sistema de comunicación abierto, cuyo origen es más la tendencia

natural de los seres humanos a buscar participar en la dinámica global de una

civilización, que la existencia de meros receptores pasivos.

Es precisamente a raíz de aquellas expresiones que no son de enfrentamiento,

que la interacción entre sociedades adquiere mayor complejidad, Y donde de manera

irregular e impredecible van tomando forma fenómenos de alcance geográfico inaudito.

Pero la an1plia aceptación y dispersión de objetos, rasgos e ideologías no ocmTe, en

abstracto, a una escala global, sino que requiere de la participación activa de las

diversas sociedades en redes a diferentes niveles, siendo el contacto e interacción con

grupos ~ecinos lo que permite la construcción y mantenimiento

macrorregional~s. Sobre esto se profundiza en el siguiente capítulo.

128

de vínculos

IV. La concurrencia de vínculos inmediatos en la construcción de

redes regionales y macrorregionales

"Esta dispersión [de las placas de jade] plantea interesantes problemas, pues no es congruente con nuestra impresión general del aislamiento

de las tierras bajas mayas en tiempos del Clásico Tardío y el limitado intercambio de piezas cerámicas durante ese momento."

(Proskouriakoff, 1974: 14)

Aunque la amplia dispersión de los jades figurativos y patrones contextuales

asociados sugieren la existencia de una estructura macrorregional enlazando sociedades

asentadas en uno y otro extremos del territorio mesoan1ericano, dicha estructura se

sostiene a partir de la operación de dinámicas locales.

Por ello, determinar la procedencia exacta de cada una de las placas de jade sería

relevante para ahondar en relaciones comerciales particulares entre grupos, pero no es

indispensable para comenzar a reflexionar sobre el grado de interacción social que

subyace a su distribución, ya que se cuenta con más información sobre otros materiales.

De cualquier modo, antes de abandonar por un momento a los jades y centrar la

atención en otros indicadores arqueológicos, expondré algunos datos sobre su

procedencia general y alguna reflexión sobre su 'origen'.

A propósito del par de placas halladas por él en TuJa, Jorge Acosta dice:

"Cuando apareció la primera placa en 1950, había quienes sostenían, sin ningún

fundan1ento, que se trataba de un objeto importado. Ya con el hallazgo de la segunda

placa, semejante en forma y trabajada con la misma técnica, queda mostrado que son

irrefutablemente piezas locales" (1956-57: 100), ya antes había considerado que " [ ... ]

el pectoral de jade es una obra digna de los lapidarios toltecas" (1954:113). A diferencia

de Acosta, considero que un par de elementos de cierto tipo no puede ser evidencia de

fabricación local. 105 De comprobarse, por ejemplo, la existencia de yacimientos de

piedra verde en Querétaro e Hidalgo, como fueron notificados por Palencia y Mena

respectivamente (ver nota 7 de este volumen), esto no significaría forzosamente que

105 Las fuentes históricas caracterizan a los toltecas como inventores y grandes artistas, y a su capital corno plagada en riquezas. A raíz de las exploraciones arqueológicas en lo que fuera 1~ antigua Tallan, se sabe que éste es un mito (cfr. Davies, 1974:109-113; 1977:14-23, 47-50). Los toltecas no mventaron la metalurgm, por ejemplo, y hasta es dudoso el hecho de que la hayan conocido. No fueron tampoco lapidarios excepcionales, y en el caso que especificamente se maneja aqui, son tan contados los objetos de jade procedentes de Tu la que no se puede pensar que sus habitantes fueron especialistas en su talla. ~

!29

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hubo en ellos explotación prehispánica. Desde luego hacen falta exploraciones para

descartar la obtención y talla de este material en la región, pero al menos eso es lo que

sugieren los datos de las excavaciones realizadas hasta la fecha. Es posible que la

mayoría de los ornamentos hallados, tanto en Barrio de la Cruz como en Sabina Grande

y Tul a, fuesen importaciones.

Lo mismo puede aplicar a Morelos, como lo menciona Sáenz: "Estas piezas de

jade halladas en Xochicalco no parecen haber sido hechas aquí, sino traídas por

comercio o con el fin de depositarlas como o±l·endas" (Sáenz, 1963a:23; cfr. Nagao,

1989:96, fig.l8; Hirth, 2000:203, fig. 9.3); y a Yucatán: "Ya que no existen depósitos

de jade en el norte, o la materia prima fue importada, o [se] mantenían centros de

manufactura en algún otro lugar" (Proskouriakoíi, 1974:X).

La talla de piedra verde fue considerada de gran valor y constituyó una labor

especializada a partir del dominio de técnicas muy específicas (cfr. Digby. 1972).'""

Quizás por ello en los lugares donde se observa el trabajo en jade como una práctica

regular (p.e. Guerrero, Oaxaca, Área Maya y Costa del Golfo), el dominio de esas

técnicas permitió la innovación de rasgos y también la concreción de estilos regionales.

Entre las observaciones de los autores citados se desprende que, aunque existen

varios lugares donde el jade está disponible, la producción física de las placas se

desarrolló hacia la costa del Pacífico, en el te1Titorio que actualmente ocupan los

estados de Guerrero (al sur), Oaxaca y Chiapas, en México; y Guatemala y El Salvador,

en Centroamérica. Subrayo su 'producción física' porque las tradiciones que se

conjuntaron y los procesos históricos que acontecieron para motivar su apariencia y

ubicación contextua! rebasan esos límites geográficos.

No es la proveniencia de las piezas lo más importante para interpretar el grado

de interacción que representan. Existen rasgos que se expresan en ellas mostrando la

fusión de estilos, tradiciones y creencias involucrados en su fabricación, remontándonos

varios siglos atrás.

A partir de la abstracción las placas se convierten en una síntesis de símbolos

panmesoamericanos de ideología política, tradiciones milenarias en el sur de labrar en

piedra verde, rasgos estilísticos con variantes locales, etcétera. ¿En qué momento se

106 Incluso en lugares donde el material no escasea se observa un aprovechamiento máximo, a partir de una planificacis'm inicial que permite reutilizar el desecho obtenido al tallar objetos mayores. Adrian Digby presenta un esquema del proceso de manufactura de orejeras, por ejemplo, de cuyos restos pueden obtenerse cuentas tubulares, figurillas y pendicnlcs pequeños (1974:20). Este fenómeno de reutilización no es de ningún modo claro en los sitios del Centro y Centro Norte de México, donde además la apariencia del material con el que se tallaron diversos ornamentos difiere notablemente entre unos y otros.

¡ -~ ()

fusionan los aspectos estrictamente materiales o técnicos, con los políticos y religiosos

o simbólicos que clan lugar a esas figuras? y ¿por qué observamos esto tan generalizado

durante el Epiclásico?

Es dificil pensar que un proceso tan complejo fue repentino, y es inadecuado

atribuirlo a un único momento. Aunque su expresión material e introducción en el

registro arqueológico lo parezcan, fenómenos ele ese tipo no surgen espontáneos.

Wigberto Jiménez Moreno vislumbra y esquematiza lo que pudo ser el origen ele esta

integración desde el Preclásico Medio:

"En síntesis, parece como si la desintegración ele la cultura tenocelome [ olmecas arqueológicos] se hubiese iniciado poco antes del comienzo de nuestra era en la región ele La Venta, por obra de influencias culturales mayenses que procedían de la zona cercana de Chiapa ele Corzo y de la más lejana ele El Fetén; pero en la comarca de los Tuztlas [sic] se conservó todavía vigorosa esa cultura tenocelome hasta que, al entrar la teotihuacana en su fase III -la ele su apogeo- también aquel reducto septentrional fue paulatinamente sucumbiendo, aunque dejando buena parte de su herencia al nuevo centro -antes sitio periférico- de Ceno ele las Mesas, en su etapa inferior Il (+300 a +800). Allí tal legado -al mismo tiempo que las inspiraciones provenientes del Área Maya y algunas procedentes, quizá, ele Monte Albán- se funde con un fuerte influjo teotihuacano y más tarde (entre +650 y +800) con una arrolladora influencia ele esta última cultura en su fase IV y de la del Tajín en su fase II [ ... ]" (1959:1038-1039).

Las placas de jade, que en contexto arqueológico se aprecian como un rasgo

súbito, son la expresión material de procesos de integración social que, en el caso

expuesto por Jiménez Moreno, habrían tardado en gestarse más de cuatrocientos años.

Relaciones estrechas entre grupos humanos existieron a todo lo largo (geográfica

y temporalmente hablando) de Mesoamérica, y este sistema no fue víctima ele drásticas

interrupciones como lo aparentan nuestros cuadros cronológicos. El que Teotihuacan

constituyera un al!·actor durante el Clásico no llegó a extinguir esa estructura. Por el

contrario, de acuerdo con opinión ele López Austin, fueron los teotihuacanos " [ ... ] el

pueblo que logró con su influencia económica, política y cultural la mayor cohesión de

Mesoamérica en toda su historia" (1999:59). En este sentido, el sistema teotihuacano

fue constructor, no destructor.

Son muchos los que han trabajado esta idea. Coincido con Sanders en que tal vez

la mayor herencia que dejó Teotihuacan al resto de Mesoamérica fue precisamente esa:

la integración de redes existentes (1989:214; véase tan1bién Willey y Phillips, 1958,

l J 1

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apud Jiménez Moreno, 1959:1058; Pasztory, 1978:14; Cohodas, 1989:2Q3-225;

Jiménez Betts, 1989:29-30; Jiménez Betts y Darling, 1992:22). Esto, que fuera un factor

determinante de la preeminencia que alcanzaron los teotihuacanos, propició la

evolución de un sistema que, paradójicamente, le fue perjudicial (cfr. Pasztory, ibid.: 15;

Cohodas, idem).

Como señala Parsons: "La decadencia de Teotihuacan hacia finales del

Horizonte Medio está sin eluda vinculada en forma muy estrecha al florecimiento de

Tula; Cholula y Xochicalco" a pesar de que "Su desarrollo inicial bien pudo haber sido

estimulado por el propio Teotihuacan [ ... ]" (1987:63, 70; véase también Webb,

1978:165; Sugiura, 2001:351 ). 107 Una reflexión similar expone Mm·vin Cohoclas a

propósito de la reestructuración de sistemas políticos, sociales y económicos durante el

Epi clásico:

_ "La evidencia arqueológica sugiere que [ ... ] fue más un proceso gradual y que de hecho ocurrió implicm1clo la historia de sitios como Teotihuacan [ ... ] . El crecimiento de estos nodos de interacción podría interpretm·se como contribuyente al crecimiento continuo de la bonanza teotihuacana, si participaron de la red de intercambio establecida por Teotihuacan. Que Teotihuacan por algún tiempo pudo haberse beneficiado del crecimiento competitivo de otros centros comerciales está soportado por evidencia de que [su] aparente pérdida de prestigio no estuvo acompañada por una pérdida inmediata de riqueza o poder [ ... ]" (1989:223-224).

Es importante tener presente que lo que en tiempos arqueológicos se manifiesta

como un suceso es, en tiempos reales, un proceso. Quizás las causas de la 'decadencia'

del sistema teotihtwcm1o deban buscarse precisamente en el periodo de su auge. El

fenómeno que durante el Clásico Temprano y Medio contribuyera al 'éxito' de este

centro, pudo haber tenido para él mismo una resonm1cia negativa hacia el Clásico

Tardío, pues con la cohesión macrorregional que logró Teotihuacm1 se produjo un

fortalecimiento de sistemas locales, una apertura en las comunicaciones globales, un

107 El apogeo de Tu la Grande parece iniciar después del a1io 900 d C, razón por la que se ha descartado que este desarrollo influyera en el decaimiento de Teotihuacan (cfr. Cobean, 1978:58, 104; Cobean y Mastache, 1989:46; Sugiura, 200 l :361-362). Sin embargo, en un trabajo reciente Mastache y Cobean sugieren que la construcción del recinto mayor está precedida por una de época Coyotlatelco, coetánea a la ocupación de Tul a Chico (1 989:61-62; :2000:1 O 1 ). Esto no necesariamente moditicaria la propuesta del auge de Tul a ya avanzado el ~iglo X, pero sí sería un indicador de que el proceso que culminó en dicho auge pudo ser contemporáneo por lo menos con las últimas fases de Teotihuacan. Me atrevería a retocar el argumento de Parsons de la siguiente manera: "La decadencia del sistema teotihuacano está sin duda vinculada en fomm muy estrecha al proceso que culminó en el apogeo de sitios como Tula y Xochicalco" (véase también Pasztory, 1978: 16).

aumento en la intensidad de interacciones y una multiplicidad direccional de estas

últimas. Esther Pasztory opina que "El liderazgo teotihuacm1o pudo haberse visto

sorprendido por estos cambios y haber sido incapaz de ubicarse en un campo de acción

que le beneficiara" (l988a:72); en palabras de Webb, Teotihuacan fue "no sólo

reemplazada sino, de hecho, quizás destruida por el sistema de interacción emergente

en el Clásico Terminal" (1978:165, las cursivas y negritas son mías; véase también

Pasztory, 1978:8). Como señala John Paddock: "Más que w1a extinción del Clásico, por lo tm1to,

vemos una transferencia de poder, para definirla de algún modo, hacia nuevos centros

de diferentes regiones" (1987:28; véase tmnbién Braniff, 1977:9; Pasztory, 1978:20;

Jiménez Betts, 2001 :2-3). Este proceso se tratm·á con mayor detenimiento en el

siguiente capítulo. Por ahora, lo que pretendo clestacm· es que durante el Epiclásico la

m-ticulación entre sociedades se mm1tuvo. Se ha sugerido que esto ocurrió sólo a una

escala local (cfr. Mastache y Cobean, 1989:56; Sugima, 1996:239; 2001:376), pero si

los sitios efectivamente hubiesen roto o interrumpido la red del Clásico y las regiones se

hubiesen aislado, su propio acceso a ciertos bienes se habría limitado (Cohoclas,

1989:225). A decir por los datos expuestos en secciones m1teriores y los que trataré de

detallm a continuación, aquello no fue lo que ocmTió.

El Epiclásico es solamente una nueva faceta de las redes macrorregionales

consolidadas en periodos anteriores y, a su vez, constituye la base de redes posteriores

(cfr. Webb, 1978; Jiménez Betts y Darling, 1992:5,19, 22; Jiménez Betts, 1998:300).

A continuación se presenta un bosquejo muy superficial de algunas de las

principales arterias por las que circularon bienes e información a lo largo de la historia

prehispánica en Mesoamérica, dirigiendo la discusión posteriormente hacia aquellas que

estuvieron en boga durante el Epiclásico. Una de éstas fue la que, en dirección este­

oeste conectaba entre sí a las sociedades asentadas en el sector septentrional del '

Altiplano Central. Para seguir el rastro a dichas redes, es imprescindible detallar

algunos rasgos materiales, principalmente cerámicos, que fueron compartidos por las

sociedades de la época.

!33

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""'

IV. l. Algunas redes distributivas en l\1esoamérica

Por lo menos desde el Preclásico 108 se configuraba en Mesoamérica una red con

algunos cauces principales, como aquellos q.ue corrieron paralelos a las costas

fusionándose en el Istmo, aquellos que abrazaban a la Cuenca y aquel que se adentraba

a ésta desde el sur:

"Son mucho más abundantes los restos de cerámica [ ... ] que demuestran la gran extensión de la cultura arcaica, ya que se encuentran en los Estados de México, Qucrétaro, Mm·elos, Hidalgo, Veracruz, Tamaulipas y Guen·ero [ ... ] Sin embargo, el estudio detallado de estos tipos [ ... ] parecen demostrar que el centro de la cultura arcaica no estuvo en la Mesa Central . ' smo que se trata de una cultura periférica debida a la influencia sobre los pueblos que habitaban el centro de México, de una cultura ya desarrollada en la costa del Golfo, desde Tamaulipas hasta el sur de Veracruz, que se extendió por la cuenca del río Pánuco y por los valles de Puebla y de Mm·elos, hasta Tcotihuacán y Cholula, y después hasta Michoacán y Guerrero. Esto indicaría que desde esta época, que ya podría colocarse dos o tres siglos antes de la Era Cristiana, había ya cierta unidad entre las culturas del Golfo y las de la Mesa Central, y por consecuencia en los monumentos y en la cerámica ciertos elementos comunes que persisten a través de su desanollo posterior [ ... ] los elementos básicos de los edificios son también

' desde entonces, los mismos en todas partes, aún cuando después van diferenciándose con modalidades propias de cada región" (Mm·quina, 1941:137-138).

A pesm· de que se ha considerado a la Cuenca de México como actor principal en

el discmTir histórico de Mesoamérica, no siempre fue ésta un agente primordial en el

establecimiento y mantenimiento de los sistemas de comunicación e intercambio

108 ¿.- pr~pósito del rastreo de ciertos materiales como el jade, la obsidiana verde y las plumas de quetzal, el mgen1ero Joaquín García Bárcena concluye: '' [ ... ] muchas de las rutas de intercambio estuvieron en uso desde el Preclásico y, todas al parecer, a partir del Clásico. aunque el uso de la ruta del N.W. (La Quemada­Chalchihuites) parece establecerse no antes del Clásico Tardío. [ ... ] Se observa, pues, una constancia en las rutas c?merciales utilizadas en Mesoamérica a través del tiempo, aunque la intensidad de uso de una ruta detennmada pudo no ser constante. Esta constancia pudo deberse a que los materiales susceptibles de acarrearse a grandes distancias fueron deseables durante todo el periodo comprendido entre el Preclásico Medio Y el S. XVI [ ... ]" (1972:154). Por su parte, Jaime Litval< habla de"[ ... ] un patrón formalizado de rut?s que comunicó~ Mesoa1~1érica, en su totalidad y regionalmente, y que sirvió para el transporte tanto de art1cul?s como de Jdeas. D1cl1a red debió establecerse desde épocas muy tempranas, seguramente no pos tenores al_ Preclásico, y sufrió cambios constantes durante su existencia. Estos cambios reflejan [ ... J el patrón también cambiante de interacción cultural en la superárea" (1972:72). Véase también Jiménez Betts (1989:36) Y Jiméncz Betts y Darling (1992:22) a propósito de los 'antecedentes estructurales' de redes macrorregionales; Webb (1978) para una comparación entre sistemas distributivos durante el Epiclásico como antecedente de las redes postclásicas y que encuentra equivalente desde "tiempos olmecas".

prehispánicos. En la peculiar geografía mesoamericana las franjas costeras fueron

importantes m·terias por las que transitaron objetos e ideas, rmnificándose tietTa adentro.

Lamentablemente es aún precario el conocimiento sobre estas áreas comúmnente

consideradas marginales, y los esfuerzos de quienes trabajm1 en la costa apenas

comienzan a llenm· ese vacío. Importantes distancias culturales y geográficas se redujeron vía el Golfo de

México, y en ese sentido, como comenta Jaime Litvak, es posible considera!' a Veracruz

como "reducto general en una red mesoan1ericana total" (1987:204); debe agregmse al

Istmo de Tehuantepec como un nudo de igual magnitud en conexiones culturales (cfr.

Sclm1idt, 1999:427; Fash y Fash, 2000:433) y, desde luego, como antesala de otro

corredor de relevancia: el Pacífico.

\

En un estudio comparativo entre Veracruz y la Región Maya, Eric Thompson

muestra que las relaciones entre estas regiones durante la época prehispánica fue una

constante, concluyendo que: " [ ... ] desde la época Formativa hasta la llegada de los

españoles, Veracruz y la región maya fueron vinculados por fuertes eslabones

culturales" (1953:453). Las evidencias de contacto abarcan desde Guatemala y Belice,

atravesando los estados de Chiapas y Tabasco hasta el Golfo de México, y de ahí al

!35

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1 1

norte a lo largo de la costa hasta Tampico. 109 Esta red fue po'steriormente 'bautizada por

Lee Parsons (1969) como la "Periferia de Tierras Bajas Costeras" (Peripheral Coastal

Lowlands o PCL) (apud Pasztory, 1978:1 1-21; Zeitlin, 1993) (ver nota 84) (Fig.27).

Llama la atención de Thompson la in.terrupción en el uso compartido de tipos

cerámicos durante el Clásico, pero no el de otros muchos elementos (1953:450). Éste es

un ejemplo de que, a pesar de su utilidad como referente cronológico y correlativo, los

cambios que en cerámica se observan abruptos no siempre son sinónimo ele fracturas

equivalentes en el sistema social.

El mismo autor menciona que, en contraste con la estrecha comunicación hacia

el sur, los grupos ele la Huasteca parecen ajenos a sus vecinos tierra adentro. Es cie110

que los vínculos no son tan evidentes, pero existen. Habría que preguntarse si no pudo

ser ésta una de las principales vías por las que arribaron al oeste de Hidalgo y sur de

Querétaro los ejemplares de concha provenientes del Golfo y, 110 en sentido inverso, si

- no contribuyó ele algún modo a que fuera posible la integración casi idéntica ele

contextos en el poniente hiclalguense y el norte ele la Península ele Yucatán (ver págs.

48-49 de este volumen).

Dada la enorme coincidencia de los estilos arquitectónico y escultórico de

Chichén Itzá y Tula, se ha considerado a las sociedades que habitaron la franja costera

del Golfo como intermediarios en la estrecha relación entre ambos. I-Ia llamado siempre

la atención, sin embargo, la aparente escasez ele materiales cerámicos comunes a TuJa y

sus vecinos del este (cfr. Diehl y Feldman, 1974:106; Me Vicker y Palka, 2001:193).

Esto en realidad parece derivar ele la escasa información arqueológica con que se cuenta

para el centro y norte del territorio veracmzano, lo mismo que para el resto de la

Huasteca. A medida que se realizan exploraciones arqueológicas aquel vacío de rasgos

y objetos comunes comienza a disolverse.

109 Un ejemplo que refuerza la tesis de Thompson con respecto a los alcances de esta red, es la cerámica con reborde basal. Sobre ella Eduardo Noguera dice: " [ ... ]ese mismo rasgo aparece en las cerámicas de otras regiones, como en el área Tampico-Pánuco y Tres Zapotes y Cerro de las Mesas, del Estado de Veracruz. [ ... ] en forma prácticamente idéntica en cerámicas de San Agustín Acasaguastlán, en Guaytán y en la de Uaxactún, localidades mayas situadas en Guatemala" ( 1960:69). La cerámica con reborde basal es un raso o que también aparece en Xochicalco (cfr. Sácnz, 1962a:80). Un rasgo más que vincula a esas regiones y q~e aparece también en Xochicalco, son los yugos y hachas (Sáenz, ibid.:42-45, 80), relativos a la práctica del juego de pelota.

110 A partir del análisis de conchas procedentes de La Negreta, al sur de Querétaro, se sabe que por lo menos durante el Clásico a esta región arribaron ejemplares tanto1 del Atlántico como del Pacífico (Brambila y Velasco, 1988:291 ). En Tul a aparecen también piezas del Pacifico y del Golfo (cfr. Diehl, 1976:262; !983:92, 94; Cobean y Estrada, 1994:78) y algunos ejemplares de concha recuperados en El Zethé al poniente de Hidalgo, también provienen del Golfo (Fernando López, com. pers. 2002). '

En algún momento se pensó que no existían tipos cerámicos en TuJa que

pudieran considerarse importaciones desde la Huasteca, ni lo contrario (cfr. Diehl y

Felclman, 1974:106). Sin embargo, en el Postclásico Temprano se encuentran en el

Valle del Mezquital los tipos Inciso con Baño Blanco (Fig. 28aY 1' y Las Flores

(Foumier, 1995:446-447, figs. 20 y 21, cuadro 9), correspondientes al Periodo V en la

secuencia de Ekholm (cfr. 1944:358-364, 392-393, 429, figs. 2lr y 22i; Ochoa, 1984

[ 1979] :36, fig. 8). Posterionnente se encuentran Tancol Policromo y Negro sobre

Blanco (Fomnier, idem) del Periodo VI (cfr. Ekholm, ibic/.:364-365, 409-410,412,431-

433; Ochoa, idem:39-40) (Fig. 28 by e).

-=-

Fig.28. Tiestos de posible origen huasteco. Cm1esía Proyecto Valle del Mezquital Inciso con Baño Blanco (a); Tancol Polícromo (b); Negro sobre Blanco (e).

Cerámica Huasteca del Periodo V se ha reportado en TuJa (cfr. Ekholm,

1944:430: Cobean, 1978:119; 1990:485; Diehl, 1983:115, 144; I-Iealan el al., 1989:246)

y Diehl ha supuesto que el concepto de arquitectura circular, presente por ejemplo en el

111 Esta cerámica es muy interesante, pues los motivos incisos reproducen frecuentemente el diseño de volutas entrelazadas tan característico de la región de Tajín, Isla de Sacrificios y Cerro Montoso, que aparecen en paneles esculpidos hasta Chichén Itzá (cfr. Ekholm, 1944:429, figs. 2lr y 22i; Ochoa, 1984 [ 1979] :36, fig. 8). La pasta, fonna y acabado de las vasijas Inciso con Baño Blanco, sostienen además una gran snmhtud ~on algunos tipos de Anaranjado Fino (Ekholrn, idem). Todo esto es una evidencia más del víncu~o sostemd? entre las sociedades que habitaron la franja costera del Golfo, el norte de la Península de Yucatan y, a deCll' por la intrusión de este tipo cerámico en el Mezquital, la integradón eventual del Centro Norte del Altiplano en esa red. Aunque Inciso con Baño Blanco se incluye en el Penado V de la secuencm de Ekholm, el propiO autor puntualiza que su presencia se remite a los primeros estratos en Las Flores, sitio :tipo' de ese periodo, por lo que concluye que: " [ ... ] parecería que algún material de filiación sureña estuvo presente cerca del inicio de la ocupación de Las Flores" ( 1944:431). Creo que una revisión y actualización de la cronologia propuesta para la Huasteca terminaría por asignar, tanto a esta cerámica como a la ocupación de Las Flores Y al Periodo V, una temporalidad más temprana (ver págs. 50-51 de este volumen). •

1.17

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. .. edificio de El Corral, es resultado de un "impacto" huasteco ( 1983:143 ). 112 En sentido

contrario, se ha observado que "Unos pocos tipos cerámicos en el área de Tampico y

otros lugares se asemejan cercanamente a materiales de la fase Tallan, y arquitectura

parecida a la tolteca puede observarse en Castillo de Teayo y otros sitios" (Diehl,

1983: 144). La interacción entre estas dos áreas es congruente con el sistema i1uvial,

pues el río Tula es tributario del Pánuco (cfr. Tamayo y West, 1964:90, fig.2; Diehl y

Feldman, 1974:1 07; Cobean, 1990:487).'"

Para Diehl y Feldman (1974:107), aquella relación representa el desvío hacia el

norte de la expansión de Tula, debido a que hacia el oriente se vio impedida por la

presencia de Tajín. Sin embargo, entre la capital tolteca y sociedades asentadas en la

parte central y sur del territorio veracruzano también se observan coincidencias

materiales (cfr. Cobea11, 1978:119: Diehl, 1983:115, 144; Healan et al., 1989:246;

Paredes, 1990:58, 77, 196, 21 0). En TuJa se han detectado, por ejemplo, cerámicas

similares a Isla de Sacrificios ( cii·. Healan et al., 1989:246; Cobean, 1990:487-488) y

Tres Picos (cfr. Diehl, 1976:263) del centro de Veracruz, y ya desde la ocupación de

TuJa Chico se reportan pequeñas cantidades de cerámica veracruzana (cfr. Mastache y

Cobean, 1989:62). Es posible que, durante el Epiclásico, Huapalcalco jugara un papel

importante en esa relación, pues en él también hay evidencias de importación cerámica

desde el centro-norte de la costa del Golfo ( cJl'. Rattray, 1966: 106; Gaxiola, 1999:46,

55-59).

Se ha dicho que Anaranjado Fino, tan común entre los sitios del sur veracruzano,

Tabasco y Campeche, está ausente en Tul a (cfr. Diehl, 1983:115; Healan et al.,

1989:246-247; Me Vicker y Palka, 2001:193; Cobean, 1990:493-494; Cobean y

Mastache especifican que no lo hay en "cantidades signilicativas" 1989:44), pero

también hay quienes opinan lo contrario ( cJi·. Braniff, 1972:289), además de que una

pieza completa, posiblemente recuperada durante las exploraciones de Acosta y que

creo que conesponde al Grupo Silhó. se exhibe actualmente en el museo de sitio. Al

parecer, existen también en TuJa imitaciones locales del Anaranjado Fino, como el tipo

Sillón Inciso (Cobean, 1978:98; 1990:375-383, 494; Fahmel, 1988:112) y es interesante

111 Mas tache y Cobean sugieren que el origen del elemento circular en la arquitectura de la región de Tul a se debe buscar en la "periferia norte" de Mesoamérica, señalando antecedentes en la Huasteca, Jalisco, Zacatecas y Guanajuato ( 1989:60).

113 Los escarpes de la Sierra Madre Oriental facilitan en algunos puntos el tránsito a través de ella, puntos que sirvieron como importantes vías de comunicación conectando la Mesa Central con las tierras bajas del Golfo: "A lo largo de las rutas Zimapán-Jacala-Tamazunchale y Tulancingo-Huachinango, hacia las tierras bajas costeras, el escarpamiento de la Sierra Madre Oriental es mucho menos complejo que hacia el norte, y el borde de la Altiplanicie disminuye significativamente en el declive de un solo escarpe" (West, 1964:53).

que se ha propuesto una incidencia de aspectos fonnales característicos de la cerámica

tolteca, como el uso de soportes zoomorfos, en algunos ejemplares de la vajilla

Anaranjada Fina X en la Costa del Golfo, desde mediados del siglo IX (cfr. Falm1e1,

1988:56). 11"1 Beatriz Braniff repmia Anaranjado Fino en otros sectores del Centro Norte

del Altiplano, como Carabina, en el nmie de Guanajuato (1972:280-281) y Villa de

Reyes, en el sur de San Luis Potosí (1992:152); Nalda lo menciona para San Juan del

Río, en el sur de Querétaro (1975:98; 1991:34). Esta cerámica se reporta también en la

I-Iuasteca, donde se aprecian conexiones estilísticas con varios tipos de Pánuco (cfr.

Ochoa 1984 [ 1979] :36).

También es posible que del centro de Veracruz provengan las figurillas con

ruedas que han sido recuperadas en TuJa (cfr. Diehl y Feldman, 1974:106; Diehl,

1976:266; Diehl, 1983:109; Diehl y Mandeville, 1987:239,241) y la Huasteca (cfi·.

Ekholm, 1944:472-474, fig. 49). 115

Existen además similitudes entre algunos rasgos iconográlicos de TuJa y la

región de Tajín, como en el caso de la Estela de Ceno de la Morena (ver nota 103 de

este volumen). A propósito de una lápida proveniente del Edilicio .T en la antigua

11'1 Como se ha mencionado en otros lugares de este texto, existen bastantes detalles por resolverse en la

cronología de TuJa y ésta es una muestra más de ello. Los soportes zoomorfos son característicos del Tipo Manuelito Café Liso, cuyo uso se generalizó hacia fase Tallan pero que aparece desde por lo menos Corral Terminal (Cobean, 1990:327-335). En la secuencia actual, Corral Tenninal figura entre los años 900 y 950 d C, mientras que la adopción de este tipo de soportes en la cerámica Anaranjada Fina X se reporta desde por lo menos cincuenta años antes, es decir, 850 d C (cfr. Fahmel, 1988:56).

115 Las fiuurillas con ruedas abarcan una amplia distribución en Mesoamérica. Además de Tula, se han encont~ado en Tenenepango (faldas del Popocatépetl), Xolalpan (Teotihuacan), y en los estados de Michoacán, Guerrero y Nayarit (Diehl y Mandeville, 1987). En el sur de Tamaulipas han aparecido en Las Flores (Ekholm, 1944:472-474), y en Veracruz las hay en Pavón, Pánuco, Tres Zapotes, Nopiloa, Remojadas, Cocuite y Tlalixcoyan (Ekholm, idem; Diehl y Mandeville, idem). Algunos ejemplares se han recuperado en Centroamérica, por ejemplo en el sitio de Cihuatán, en El Salvador (Eldmlm, idem; Diehl y Mandeville, idem). Beatriz Braniff(l992:107-109, lám. !Oh) ilustra lo que creo que podría ser una rueda de estas figuras en Villa de Reyes, y lo mismo opino sobre algunas procedentes de superficie en Sabina Grande, Hidalgo. Sobre su temporalidad, en la región de Tierra Blanca, Veracruz, se considera que las figurillas con ruedas corresponden al Clásico Tardío (Van Winning y Stendahl, 1972:171, 207, fig.277). Diehl y Mandeville (1987:240, 243) proponen que fueron inventadas en el centro de Veracruz en algún momento después del año 600 d C, pero que la manufactura de la mayoría de ellas y su dispersión hacia el norte de Veracruz, el Centro de México y el sur de Mesoamerica, ocurrió entre l 000-ll 00 d C. Sin embargo, los mismos autores comentan que esto pudo ocurrir uno o dos siglos antes y simplemente no se cuenta con evidencia de ello: "Si esta reconstrucción histórica es con·ecta, la diseminación del concepto de figurillas con ruedas pudo haber sido parte de un proceso de difusión mayor [que] involucró la dispersión de motivos arquitectónicos de la costa del Golfo, elementos iconográficos, el juego de pelota y parafernalia asociada, y otros conceptos rituales de elite hacia muchas partes de Mesoamerica después de 600 d C (Parsons 1969; 1978; Pasztory 1978; Sharp 1978; 1981 ). Entre las áreas que recibieron estas influencias se incluyen el Centro de México; la costa pacífica, pie de monte y tierras altas del sur de Mesoamerica; y Yucatán -y de éstos sólo en Yucatán no existen hasta ahora evidencias de figurillas con ruedas" (Diehl y Mandevílle, 1987:243). En la Hua§teca estas piezas aparecen desde el Periodo lil y hasta el V (Ekholm, 1944:473).

!.)9

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i'Uci'r'U; :;rr'l' .. rf

Tallan, Karl Taube señala que el trato (donde se anexa a la imagen de'Tláloc un hooico

alargado) es similar a las imágenes del dios de la lluvia de Tajín (apud Mastache y

Cobean, 2000:124). Ringle, Gallareta y Bey comentan que en el Juego de Pelota Sur de

este último sitio fueron representadas esculturas tipo Chac Mool y el arquitecto

Mm·quina menciona una especie de Chac Mool en Misantla, algunos kilómetros al

sureste de Tajín (Ringle el al., 1998:203).

Volviendo a la Huasteca, mencioné que se ha supuesto un aislamiento con

respecto al resto del territorio mesoamericano hacia el Clásico y Epiclásico, pues

durante los Periodos III y IV Jos tipos cerámicos huastecos sólo muestran someras

relaciones con otras áreas culturales, en contraste con la loza de los periodos precedente

y subsecuente (cfr. Ekholm, 1944:426-428; Thompson, 1953 :450; Ochoa 1984

[ 1979] :31 ). Pero es posible que dichas relaciones se mmltuvieran antes del Periodo V,

como sugiere Lorenzo Ochoa (1984 [ 1979] :33). Aunque intrusivos y escasos, se sabe

por ejemplo de la presencia de soportes planos estilo teotihuacano en sitios de Pánuco

durm1te el Clásico Medio (Periodo JII) ( cü·. Ekholm, 1944:351, 427); a partir de esa

misma época se fabricm1 tigurillas de barro tipo retrato y durante el periodo siguiente

(IV) se generaliza el uso de moldes (Ekholm, ibic/.:457-459); existen también algunos

fi"agmentos de tigurillas articuladas, cuya posición cronológica se desconoce al no haber

sido recuperadas en excavación (cti·. Ekholm, ibic/.:457, tig. 42), pero que bien podrían

cmTesponder a la misma época y derivar también de aquella lejana relación con la

Cuenca de México en tiempos teotihuacanos. En sentido opuesto, y como se verá más

adelante, tipos diagnósticos del Periodo IV, como Zaquil Negro Inciso, apm·ecen

intrusivos en otras regiones.

El intercambio de objetos entre el Valle del Mezquital, la Huasteca y el

centro/sur de Veracruz no se limita al periodo Postclásico. En la primera de estas

regiones se han identificado a partir del Epiclásico vasijas con pastas que pudieron ser

importadas desde la costa (cfi·. Fournier, 1995:61, 69;'" para región Huichapan-

116 En fecha reciente se ha considerado que los tipos La Costa Anaranjado Pulido y La Costa Anaranjado/Anaranjado de Chapantongo. que originalmente se pensaba provenían del Golfo. podrían ser importaciones desde San Luis Potosí, dadas sus similitudes con el tipo Amoladeras Fino de la región de Río Verde (cfr. Fournier y Cervantes, en prensa: Patricia Fournicr, com. pers. 2002). Sin embargo, en la propia región de Río Verde se ha contemplado al tipo Amoladeras como una derivación de aquellas cerámicas anaranjadas tan comunes en la rranja costera (cli·. Michelet, 1989:185; Gaxiola, 1999:58). Amoladeras Fino podría ser simplemente uno más de los tipos o rasgos importados por Río Verde desde la Huasteca (cfr. Ochoa, [ 1979] 1984:33) y la cerámica anaranjada del poniente y centro bidalguense pudo, o no, haberse obtenido por vía de aquel intermediario. En lo personal me inclino por una obtención relativamente más directa, quizás a través de la fh:mja oriente del mismo estado de Hidalgo.

l ,_¡ ¡)

Tecozaulta, Socorro ele la Vega Doria, com. pers. 2001; para Chapantongo cfr.

Cervantes y Fournier, 1996:118; pm·a Tula cfi·. Matos, 1974:67; Diehl, 1983:115, 143,

Healan et al., 1989:246; Paredes, 1990:58, 77, 196, 210) y algunas piezas locales

muestran grandes semejanzas en forma y decoración con las de la Huasteca. En el Pozo

1 ele Tula Chico se reporta "cerámica del Golfo" (Matos, 1974:67) y García Payón ha

sei'íalado que los sitios ele Tuzapan y Castillo ele Teayo tienen cerámica Mazapa ( 1971, apud Diehl y Felclman, 1974:1 07).

Otros objetos posiblemente importados desde la Huasteca o el centro y sur de

Veracruz por lo menos desde el Epiclásico, son los malacates decorados 0 bai'íados en

chapopote ele Sabina Grande y Tula (pm·a el primer sitio ver nota 22; pm·a el segundo

cii·. Diehl y Feldman, 1974:106; Pm·edes 1990:194, quien además menciona "pedazos"

ele chapopote en Cerro ele la Malinche, en los alrededores de Tul a [ ibid.: 153-154] ).

Es lo más factible que la relación entre Tula y la península yucateca se

mantuviera estrecha por esa vía (Me Vicker y Palka 200 1·194) d . , . , y que e mane¡ a natural dicha relación alcanzara otras áreas del norte del Altiplano. Como ejemplo de

ello puede citarse la íamosa pipa hallada en el Templo de los Guerreros ele Chichén Itzá

( cfi'. Monis et al., 1931:177-179, lám. 21) (Fig. 29) que se ha considerado importada

desde la capital tolteca o desde Michoacán (cfr. Porter, 1948:210; Thompson, 1966, apud Cobean, 1978:73).

Fig. 29. Pipa de barro hallada en Chichén ltzá. Tomado de Mario Humberto Ruz "Los afanes cotidianos de los Mayas", en: Los Mayas, Landucci Editores. Italia, 19,99

Diez ejemplares similm·es (piezas completas y fragmentos) fi.teron localizados en

Tula durante las exploraciones del Palacio Quemado a cargo de Acosta, pero con esa

excepción su frecuencia en esta ciudad no parece significativa (Cobean, idem).

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Estos objetos son contrastablemente abundantes en otras zónas ele Hidalgo, cerca

de sus límites con Querétaro, donde es posible que fueran manufacturados, y si no,

donde su uso se observa bastante generalizado durante el Epiclásico (Fig. 30). Sobre

este tema volveré más adelante.'"

Fíg. 30. Fragmentos de pipas de bmTo del poniente hidnlguense. Cortesía Proyecto Valle del Mezquital

Otra muestra clara ele los vínculos

sostenidos entre el área ele Tula y las

tierras del sur, ya en el Postclásico

Temprano, es la sorprendente abundancia

ele cerámica Tohil Plumbate y vanos

eJemplares ele Nicoya Policromo en el sitio hidalguense (cfr. Diehl, 1976:263;

1983:115; 1987:142; Cobean, 1978:97, 1 14; 1990:475-485, 488; Fahmel, 1988:71-73,

143-144; Cobean y Mastache, 1989:44: Healan et al., 1989:246; Paredes, 1990:84). No

se ha encontrado cerámica Plumbate en la Huasteca (Ekholm, 1944:430; Ochoa, 1984

[ 1979] :38), pero existe desde el Clásico Tardío una imitación local ele ella, tm tipo

"metálico" similar al plomizo (Ekholm, ibid.:356-357; Webb, 1978:168), que también

fue importado por Tula (Ochoa, idem; Fahmel, 1988:27, 80). En el centro ele Veracruz

sí se ha reportado Plwnbate (c!i·. Diehl y Felclman, 1974:106), además ele que en Los

Tuxtlas y hasta en la cueva ele Balankanché se han recuperado Braseros Efigie Tláloc

117 Un ejemplo más de que los vínculos con las tierras del sur involucraron otras áreas en Hidalgo además de la región de Tula, podría ser e luso de 'azul maya'. En 1996, con ayuda del Profesor Luis Torres del Instituto de Investigaciones Antropológicas de la UNAM, se analizaron muestras del pigmento que decoraba algunas piezas cerámicas provenientes del sitio "Los Huemás", municipio de Nopala de Villagrán. A partir de pruebas de reflexión, refracción, composición y textura, se comprobó que se trataba del colorante conocido como 'azul maya' (Solar, 1997:66-67). Este pigmento fue identificado por vez primera durante Jos estudios de murales en Chichén ltzá a cargo ele Merwin (1931), y bautizado en 1942 por R. Gettens y G. Stout, con el nombre de la región cultural en la que se observa su uso generalizado (Gettens y Stout, 1942:130; Gettens, 1961-62:557). Actualmente se sabe que la distribución del azul maya no se restringe a la región homónima, sino que sigue un patrón mucho más amplio que abarca dentro de la República Mexicana a varios estados. Sin embargo, el componente orgánico que da la coloración azul es una planta perenne conocida como indigófera, que crece en lugares y climas muy restringidos, especialmente la zona sur del país y norte de Centroamérica (Grinberg, 1987). Las ditercncias en tonalidad dependen del tipo de arcilla que se emplee en la preparaCión, y se han identificado en general tres tipos distintos (Navarrete y Valencia, 1988:50,52). Es posible que esta diferenciación responda a patrones regionales de preparación del pigmento, donde no necesariamente se importara el producto terminado, sino la planta y el método de fabricación (Solar, 1997:68-69). Lamentablemente la muestra proviene ele superficie, por lo que no cuenta con valor cronológico.

( cfi·. Thompson, 1973:268; Cobean, 1978: 105; Cobean y Mastache, 1989:46) que

también están presentes en Tula durante su fase Tallan.

Quizás las redes establecidas entre la región ele Tula y la franja costera del

Golfo, con seguridad desde el Epiclásico, se fortalecieron con el avance ele los años.

Cabe preguntarse si no es una posible consecuencia ele ello el paulatino abandono ele la

tradición cerámica rojo sobre bayo y la integración ele lozas naranja y crema que

caracterizan al apogeo ele la antigua Tallan; un can1bio que ha inquietado a varios

autores (cfr. Cobean, 1978:96-97; 1982:75-76; 1990:41; Healan et al., 1989:244).

Siguiendo otra vertiente ele relaciones interregionales, entre Tula y Xochicalco

también se han subrayado algunas coincidencias ( cíi". Noguera, 1941:161; Sáenz,

1962a:73-80; Litvak, 1972:67), considerando al segundo como importante ini1uencia en

la glífica y el 'arte' temprano del primero, además ele en su arquitectura ( cii·. Cobean,

1978:56; de la Fuente, 1995:174). En esta relación, la Cuenca ele México pudo también

jugar un papel secw1clario. Hasta donde sé, son pocas las evidencias que vinculan

directamente a Xochicalco con los asentamientos clásicos y epiclásicos ele la Cuenca, a

pesar ele que algunos elementos en su 'arte' y escritura derivan ele ahí (cfr. Berlo,

1989:22). Debra Nagao considera que las esculturas xochicalcas muestran motivos

iconográficos pero no rasgos estilísticos teotihuacanos, y advierte que "Parece que

Teotihuacan no fue una importante pareja comercial ni un centro ele ini1uencia en la

emulación artística ele Xochicalco" (1989:96; Litvak sostiene una postura antagónica,

1972:57-59).

Desde tiempos teotihuacanos se observa una relación diferencial entre la Cuenca

ele México y los Valles ele Mm-elos, siendo mucho más estrecha con los sitios situados

al centro y oriente del estado (Angula y Hirth, 1981; Sugiura, 2001:372). En algunos

puntos del Valle Occidental se han recuperado materiales teotihuacanos (incluyendo a

Xochicalco, cfr. Sáenz, 1962a:80), pero aparentemente resultan escasos en comparación

con su abundancia en el resto del territorio morelense (Angula y Hirth, 1981 :86-87). De

cualquier modo, Xochica1co parece haber disminuido su vinculación con la Cuenca ele

México clmante el Epiclásico (Sugiura, 1996:234, 238; 2001:349,360, 376).

Este contraste sigue una lógica geográfica. Mientras que en la porción central y

oriental existen varios pasos natmales que conectan con la Cuenca, al norte del Valle

Occidental comienza la pronunciada SeJTanía del Ajusco. El sistema seJTano se extiende

hacia el norte delimitando o rodeando a la Cuenca (West, 1964:42; Angula y Hirth,

1981 :82). Es factible que los habitantes ele esta sección ele Mm·elos hubiesen mantenido

una comunicación más estrecha con las poblaciones al oeste ele la Cuenca, entre ellas

143

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las del vecino Valle de Toluca. Quizás también con el Valle del Mezquital poJ'la misma

vía, alcanzando Jilotepec y más tarde el área ele Tul a (A vilez, 2001 ); o siguiendo hasta

Huamango. En este último sitio se conjuntan tipos cerámicos tanto de la región

toluqueña como de la porción oeste del Mezquit¡¡l (cfr. Segura y León, 1981:116-117),

lo mismo que en Teotenango ( cli·. N alela, 1996:269, nota 17), y ya se han señalado

similitudes entre algunos componentes de la vajilla tolteca y cerámicas del Valle ele

Toluca'" y de Michoacán (cli·. Acosta, 1940; 1941; 1945; 1956-57 apud Cobean,

1978:72). 119 Por la presencia de cerámica matlatzinca en Xochicalco, Noguera sugiere

que la conexión ele éste con TuJa pudo haberse sostenido a través del Valle de Toluca

(1941:161), una red que ya en el Postclásico Medio se reconoce por la dispersión ele la

cerámica Tlahuica, que desde Juego abarca Morelos y la zona Matlatzinca (Litvak,

1972:69) pero que también alcanza al Valle del Mezquital, donde se han identificado

algunos tiestos (Socorro ele la Vega. com. pers. 2001 ).

Existen algunas evidencias más que vinculan a Xochicalco con el Valle ele

Toluca. Jaime Litvak menciona que para tinales del Epiclásico los tipos cerámicos

relacionan a estas regiones entre sí y con el norte ele Guerrero (1987:206) pero no

especifica a qué ejemplares se refiere. Es posible que se trate de la cerámica con engobe

naranja grueso, cuya distribución sigue un patrón similar al descrito, ausente en la

Cuenca ele México y el sector oriental ele Morelos pero vinculando a los valles ele

Xochicalco, Malinalco y Toluca, durante el Epiclásico (Sugiura y Nieto, 1987:459-463;

Sugiura, 2001 :360). Esta cerámica se encuentra también en tierra caliente guerrerense,

donde se propone su origen dacia la inclusión ele concha triturada en la pasta (Sugiura y

Nieto, ibid.:458, 463). Adicionalmente se han iclentificaclo algunos "rasgos

118 Dice Cobean: "En algunas zonas fuera del úrea de Tula se encuentran varios tipos que posiblemente sean transicionales entre los tipos Coyotlatclco y Macana. Se trata de cajetes trípodes hemisféricos que presentan "banda ancha roja" y que al mismo tiempo tienen diseños pintados de tipo Coyotlatelco. García Payón (1941), Du Solier (1941) y Piña Chim (1975) han descrito estos tipos para el Valle de Toluca, especialmente en Caliztlahuaca [sic] y Teotenango." ( 1982:75)

119 Coincido con Acosta en que hay algunas vasijas procedentes de Michoacán cuya forma es extraordinariamente similar a la de algunos cajetes y molc~jetes trípodes tipo Macana, como son descritos por Cobean para el área de Tula. especialmente en lo que se refiere a los sop011es "l ... J con un área tabular ancha en la base que algunas veces hace que el soporte de pcrril parezca [ ... ] la cabeza de un pato" (Cobean, 1990:299, lám. 137). Adicionalmente algunas piezas de Macana muestran decoración al negativo, del mismo modo que algunos ejemplares michoacanos. 1-icalan y Hernández también mencionan una variante local de Macana en el Valle de U careo (Healan y Hernández, 1999: 139; Hernández, 2001:34, 40). Cobean indica que Macana se encuentra también en la Cuenca de México, Guanajuato, Veracruz y Xochicalco, y sugiere que en Tula aparece en cantidades menores hacia la fase Corral Terminal (900-950 d C) y se generaliza hasta principios de la fase Tallan (950-1150/1200 d C) (ihic/.:302). Es interesante que, para una de las piezas recuperada en Urichu al interior de una tumba sellada que contenía un entierro múltiple, se obtuvieron dos fechas por Cl4 que sitllan al contexto entre los ailos HSH y 943 d C (cfr. Pollard, 1995:41-43,57, flg. Sb).

xochicalquenses" en el estilo arquitectónico y escultórico del Sistema Norte en

Teotenango (Sugiura, 1996:242; 2001 :360), siendo sumamente significativa la

existencia ele lápidas labradas con el mismo estilo que en Xochicalco y con las mismas

representaciones de glifos y signos calendáricos, tanto en Teotenango (Berlo, 1989b:40-

42) como en Las Moras, un sitio epiclásico al occidente de Tula (Avilez, 2001).

Por último, resulta muy significativo que se haya importado en Xochicalco

obsidiana desde Michoacán durante el Epiclásico (Garza y González, 1995:128). De los

resultados del Xochicalco lvfapping Project se desprende que Ucareo/Zinapécuaro fue,

por mucho, el principal abastecedor ele obsidiana (cü·. Healan, 1997:77, 1998:102;

Ringle et al., 1998:223; Healan y Hernández, 1999:136; Ferguson, 2000:284-290) y la

forma más sencilla para hacerlo debió ser atravesando precisamente el valle ele Toluca,

que también obtenía obsidiana ele la misma fuente (cfr. Sugiura, 1996:234, 247;

2001:360, 383-384).

Otra fuente impmiante de obsic\iana para Xochicalco fue Zacualtipan, Hidalgo

(cfr. Ferguson, 2000:284-290; Cobean, 1998: 135), y es interesante que este material se

ha identificado, también para el Clásico Tardío, hasta Lagtma Zope y Ejutla, en Oaxaca,

y algunos puntos de Chiapas y Guatemala (Cobean, 1998:135; Nelson y Clark,

1998:282-283, 293-296).

La región xochicalca destaca por los vínculos que mantuvo con múltiples

lugares. Se ha considerado que su auge debió mucho a su postura estratégica con

respecto a variados sistemas comerciales, conectándose directamente con Guerrero, el

Estado de México, Oaxaca, el Área Maya y la Costa del Golfo (cfr. Litvak, 1972;

Pasztory, 1978:16; Senter, 1981:149; de la Fuente, 1995:146-147, 155, 173-174; López

Luján, 1995:270); sin embargo, el carácter ele las relaciones que sostuvo esta sociedad

con otras dista mucho ele ser unicausal. El comercio pudo ser una ele las principales,

pero la adopción y adaptación ele rasgos estilísticos, glíficos y numéricos ajenos, sugiere

que existieron también otros canales ele comunicación (León Pmiilla, 1995:35). Debra

Nagao propone que " [ ... ] Xochicalco trataba ele desarrollar su propio estilo, tomando

elementos simbólicos y glíficos ele una variedad de fuentes, sin permitir que ninguna

fuente particular predominara" (1989:97), un sincretismo que Beatriz ele la Fuente

describe como " [ ... ] estilos que se mezclan y confunden [y] clan origen a una nueva

personalidad" (1995:188, 194).

145

Page 84: Tesis Interaccion Interregional. Laura Solar Valverde 2002_OCR

Volviendo a la posible comunicación entre el norte de!' Altiplano f'el Valle

Occidental de More los, Jorge Acosta observa que:

" [ ... ] tanto los jeroglHicos como los numerales toltecas se parecen más a los zapotecas que a los ele cualquier otra n;ltura. Esto quizá nos indica que hubo algún intercambio cultural entre la última etapa de Monte Albán y Tula, y aunque no sabemos por dónde se produjo, creemos que pudo haber sido a través de Xochicalco, sitio donde existen algunos signos calendáricos

comunes a ambos lugares [ ... ]" ( 1954:92).

Los sistemas ele escritura y numeración son aspectos primordiales, por ser ele los

pocos testimonios rastreablcs ele intercambio informativo. A Xochicalco este aspecto lo

vincula principalmente con Oaxaca y el Área Maya (cfr. Sáenz, 1962b; Litvak, 1972:61;

Paddock, 1978:55; Avilez, 2001 ). Se ha propuesto que la relación ele los Valles Centrales oaxaqueños con el

Altiplano Central tuvo una base principalmente intelectual, debido precisamente al

desanollo de esos sistemas numéricos y ele escritura (cfr. Coggins, 1980:59; Winter,

1998:157), pero la extensión ele esos contactos se ha subestimado. Poco se sabe de su

impacto en otras áreas fuera ele Teotihuacan, y temporalmente su presencia se supone

limitada al periodo ele auge ele esa ciudad: " [ ... ] la presencia zapoteca en el Centro ele

México puede ser más compleja y haberse dispersado más ele lo que se ha documentado

en Teotihuacan" (Winter, 1998:160-161. nota 4). Se sabe, por ejemplo, ele

asentamientos con cerámica oaxaqueíia en lugares ele Hidalgo, como Chingú (cfr. Díaz,

1981:109), Chapantongo (cfr. Torres el al., 1999:79) y el noreste de Tepeji del Río, en

El Tesoro y Acoculco (cfr. Cobean, 1978:84; Cobean et al., 1981:189-190; Diehl,

1987:133; Cobean y Mastache, 1989:37; Hernánclez, 1994). Quienes han abordado la

dispersión ele elementos zapotecas en el Centro ele México sugieren que las relaciones

iniciaron desde temprano (Paclclock, 1972b:257) y continuaron después del Clásico,

independientemente ele que ambos Monte Albán y Teotihuacan habían perdido la

mayoría ele su población y poder político (Winter, 1998: 176-179; Scott, 1998: 185).

También desde el Preclásico se percibe una estrecha relación entre las

sociedades oaxaqueftas ele los Valles Centrales y las mayas (Fash y Fash, 2000:439),

fortaleciéndose a medida que avanzaba el periodo Clásico (Coggins, 1980). Es posible

que dicha relación haya tenido mucho que ver con la integración ele Xochicalco a las

redes mayas, si ésta se dio a través ele la Mixteca y la parte media del estado, aunque

también pudo ocurrir paralela a la costa el el Pacífico como sugiere .Timénez Moreno:

" [ cle~cle el Formativo] parecen haber llegado influencias mayenses hasta Xoch1calco -según Noguera- quien cree que el camino probable debió ser a lo .largo ele 1~ Costa de Oaxaca -donde Brockington y De Cicco hallaron objetos maymdes- y luego por la costa de Guerrero en la qt1e M el , , oe ano encontro elementos análogos" (1959: 1049-1 050).

Por esta vía parece tan1bién haberse dispersado hacia el este y sur el estilo

Mezcala que, ele acuerdo con Sáenz (1962a:53 ), alcanzó hasta Guatemala y Costa Rica.

A pesar ele que se ha profundizado en las relaciones que los Valles Centrales ele

Oaxaca sostuvieron con tie!1'as lejanas, pocas menciones se hacen ele la situación que

prevaleció con sus vecinos de la costa. Nuevamente el sistema de escritura vincula estas

dos áreas (Urcid, 1993; Joyce, 1993:76), cuyos clesanollos en otros aspectos culturales

se perciben ajenos (J 'b 'd 72 75) A oyce, 1 1 . : - . parentemente, la fi·acción costera que

corresponde a Oaxaca construyó un sistema cultural relativamente independiente,

aunque enganchado a la red comercial ele los Valles Centrales oa'laqueños que

demandaba ornamentos ele concha ele esa región por lo menos durante el Formativo

(Joyce, ibid.:69-72); al Centro de México durante el Clásico (Joyce, ibid.:74-76); y ele

manera continua a la red ele la Periferia ele Tierras BaJ·as Costeras (PCL) (F' ?7) . . . 1g. _ , que mcluye terntono salvadoreño, guatemalteco y chiapaneco, para luego ascender por el

Istmo Y abarcar prácticamente todo el tel1'itorio veracruzano (Zeitlin, 1993:121-122, fig.

1) (sobre la relación entre an1bas costas véase además Sáenz, 1962a:42-45; Fash y Fash,

2000:439). También con estos vecinos ele las PCL los habitantes ele la costa oaxagueña

parecen haber sostenido una relación no exclusivamente comercial, pues el vínculo

principalmente se expresa en rasgos de un culto compartido (cfr. Zeitlin, 1993; J oyce,

1993:76).

IV. 2. El Sectm· Norte de la Mesa Central

Los lazos entre las regiones mayas, la oaxaqueña ele los Valles Centrales el '

centro Y sur ele Veracruz e incluso el Valle Occidental ele Mm·elos, han sido explorados

por varios autores (cfr. Marquina, 1941; Thompson, 1953; Jiménez Moreno, 1959;

Sáenz, 1963a; 1963b; 1964; 1966; Litvak, 1972; Webb, 1978; Coggins, 1980; Kroster,

1981; Cohoclas, 1989; Nagao, 1989; Joyce, 1993; Schmiclt, 1999; Fash y Fash, 2000;

entre otros). Lo mismo puede decirse en torno a la fracción septentrional ele

Mesoamérica Y su relación con el Suroeste Americano, el Occidente, los Altos ele

147

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Jalisco y el Bajío (cfr. Kelley, 1966; 1971; 1974; Braniff, 1974; 1977, 1994; 2000;

Jiménez Betts, 1989; 1992; 1995; 2001; .Timénez Betts y Darling, 1992; 2000, Weigand,

1995; Ramos y López Mestas, 1996: 1999; entre otros). Sin embargo, para

contextualizar a esas dos graneles áreas en la histm:ia general ele Mesoamérica como un

todo, existe un obstáculo evidente: el particularismo con el que se ha abordado la

dinámica del Altiplano Central. A lo largo ele este texto se ha hecho mención ele un par ele sitios en el norte ele la

Mesa Central y se han tratado ele manera superficial algunos ele sus rasgos. En esta

sección intentaré prolimclizar un poco más en aquella región, en apoyo al análisis

posterior sobre la distribución ele las piezas, contextos y rasgos que fueron expuestos en

capítulos anteriores.

Mapa 2- Principales sitios arqueológicos que se mencionan en esta sección. Con un par de excepciones, todos tuvieron ocupación epiclásica.

La Quemada

• rJu¡¡dJ!cazar

Zacapu Ctnt:eo• • • • Zmapécuar0

Lütn;l Stil_ Liada •urich\l

*TmgambJt<) • TJru;¡pan

• Apat~-.ing.\n

-----'--------~-·

í .¡g

Aunque se han realizado numerosos trabajos arqueológicos en el poniente del

estado ele Hidalgo, sur de Querétaro, sur de San Luis Potosí, Guanajuato y el noreste de

Michoacán, su dinámica conjw1ta se ha enfocado sólo de manera superficial, y poco se

sabe sobre el papel que desempeñaron dentro de la red mesoamericana como un sistema

social integrado, punto ele enlace entre otras regiones. En aquella franja convergen

elementos que se vinculan, por un lado, con los sectores oriental, septentrional y

occidental ele Mesoamérica, y por otro, con la Cuenca de México y el sur de la Mesa

Central. Antes ele abordar dicha problemática es conveniente explorar algunos

esquemas que han condicionado a la arqueología del área y, por supuesto, que han

derivado en un acercamiento fragmentario a su desanollo histórico.

Entre los estudios realizados en la porción septentrional del Altiplano se percibe

un argumento recurrente. Su historia prehispánica tiende a resumirse como un continuo

desplazamiento y reacomodo masivo de grupos humanos, percepción que se ha

adoptado como explicativa tanto ele las transformaciones en los contextos arqueológicos

como del abandono y fundación ele nuevos asentamientos (cfr. Flores y Crespo,

1988:205; Castañeda et al., 1988:332; Cervantes et al., 1990; Paredes, 1990:30, nota

21; Saint Charles y Crespo, 1991:8; Crespo y Brambila, 1991:8; Saint Charles,

1991b:57; Braniff, 1992; Crespo y Viramontes, 1996:11; Viramontes, 1996:28).

A pesar de la clara continuidad en algunas secuencias arqueológicas, buena parte

ele las interpretaciones se apoya en esa idea de región fluctuante, una afirmación que se

construyó hacia los años sesenta, cuando apenas iniciaban las investigaciones en la

región pero ya se hablaba de desplazamientos .

En aquel marco se acogió con gusto la propuesta ele Pedro Armillas sobre

variaciones climáticas a pmiir de transformaciones atmosféricas y su impacto en las

comunidades agricultoras (1999 [ 1964] ). Este fenómeno, que jamás fue

comprobado,"" se asumió como uno ele los factores cleterminm1tes en la contracción de

la frontera septentrional de Mesoamérica. 121

120 Análisis polínicos en la región no sustentan un cambio caótico en las condiciones ambientales, las cuales parecen no haber llegado jamás a ser menos propicias que en la actualidad (para el sur de Querétaro cfr. Nalda, 1975: 132-134; para el área de Tula cfr. Healan el al., 1989:248).

121 Una transfommción en las condiciones ambientales, como fue propuesta por Armillas, podría ocasionar algunas modificaciones en los asentamientos de la región pero no tendría necesariamente que motivar el abandono general. Resulta más lógico pensar que los grupos humanos buscasen alternativas de subsistencia en un entorno conocido (Nalda, 1996:259), antes que viajar largas distancias en busca de nuevos lugares de emplazamiento. Pensar en una transformación ambiental como caótica y definitiva, al grado de exceder la "capacidad de carga" de un medio para con las comunidades que Jo habitan, parece excesivo. Los cambios climáticos ocurren de manera gradual y en ese sentido siempre esta presente el factor adaptación, la flexibilidad del modo de vida social y la explotación diferencial de recursos en un mismo medio (cf;. Chase-

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La idea de abandonos/ti.mdacioncs repentinos parece haber derivadó ·de las h' · ·· d · d la natTaciones sobre sucesos migratorios en las r~uentes etno tstoncas, a emas e

extensión de la Mesoamérica agrícola hacia el siglo XVI. Esto, aunado al casi total

desconocimiento del universo ele sitios arqueológicos Y sus secuencias ocupacionales

concretas condicionó las perspectivas sobre la historia social ele la región, resultm1clo en

una cles~fortunacla categorización del úrea que ha sido durante mucho tiempo

considerada "marginal" (cfr. Armillas, 1999 [ 1964] :33; Branift~ 1972:277; 1974; Hers,

1988:23, 28, 30, 36-37; Paredes, !990:30; Sugiura, 1996:243). Nadie niega que los 'límites' del territorio mesoat11ericano experimentaron

vm·iaciones con el tiempo. pero el hecho ele que la frontera agrícola se hubiese

replegado hacia el sur dando como resultado la contiguración hallada por los españoles,

no significa que un eterno proceso ele expansión-contracción se hubiese perpetr~clo en la · ¡ 1 · · .·• ·¡· poco significa que los confltctos que

franja septentnonal durante toe a su 11stona. am natTan las fuentes históricas con los grupos nómadas fuesen añejos; ele hecho, para

épocas anteriores a la Conquista, el registro arqueológico sugiere una convivencia

'pacítica' entre éstos y los sedentarios mesoamericanos (Braniff, 2000:36-37; Spence,

2000:256). Ahora se reconoce que el papel que jugaron grupos nómadas y seminómadas

en la dinámica mesoamericana pudo haber sido importante, especialmente como

vínculo entre regiones culturales (p.c. con el Suroeste America11o, Wilcox, 1986 apud

Brat1iff 1994:121-122; Upham, 1992; Jiménez Betts y Darling, 2000:178, nota 2).

Actualt~1ente se sabe que la historia ele la región intermedia entre los límites ele máxima

expansión y contracción ele la 'frontera septentrional'. es mucho más compleja.

Es importante señalar que la hipótesis ele Armillas derivó ele un proceso

detectado a una escala mundial que, ele haber tenido resona11cia en Mesoamérica,

hubiera reducido el índice ele precipitación pluvial hacia los siglos XII o XIII (cfr.

Armillas ibid. :3 7-39, Brani ff~ 1977:1 O). Resulta entonces extraño que se haga referencia

a esa idea al abordar procesos que tuvieron lugar por lo menos doscientos años antes

(cfr. Hers, 1989:35-36; Sainl Charles, 1990:51; BranifC 1992:14, 159), algunos de ellos

relacionados con el periodo que aquí interesa. Hasta ahora generalmente se apoya una contracción ele la frontera hacia el año

900 0

1000 d e (cfr. Brambila el al., 1988:13, 19; Castañeda et al., 1988:327, 329;

Hers, 1988:25; Flores y Crespo, 1988:205: Saint Charles, 1990:51, 53, 58; Saint

· · . t e los "rupos que poblaron aquellas D H 11 1997a·70-72). Esta flexibilidad se sabe que cx¡slm en r o . . .

unn Y a ' · . ~ b. 1 modelos denvados del detenmmsmo latitudes (p.e. grupos seminómadas). Para u.na c~·¡tlca. s_o Je os ~ ec~lógico como explicativos de decadencia soctal. clr. Ohvc Y Barba,\9)5.

Chm·les y Crespo, 1991:8; Braniff, 1992:14; 1994:119, 128; 1999:20; 2000:35, 42;

Crespo y Viramontes, 1996:11; Viramontes, 1996:23), aproximaclmnente hasta el sur ele

los ríos Lerma y San Juan (cfr. Saint Charles, 1990:15-16). Esta propuesta fue

implementada por Beatriz Braniff en un famoso trabajo donde dice: "Ha sido

generalmente aceptada la idea ele que en época tolteca, es decir entre 900 el C y 1200 el

C, la Jl"ontera septentrional mesoat11ericat1a se expa11dió e incluyó zonas marginales

como erat1 Gua11ajuato, Querétaro, Jalisco, Zacatecas [ ... ] Las investigaciones

preliminmes que hemos llevado a cabo [ ... ] sugieren otras ideas [ ... ] " ( 1972:273 ).

Entre esas "otras ideas" se cuenta aquella ele que " [ ... ] la frontera mesoamericana había

iniciado su desintegración hacia finales del Clásico" (ibid.:275).

El sustento ele esta supuesta "desintegración" fue frágil, como lo reconoce la

misma autora al especificar que: "Los estudios arqueológicos en Guat1ajuato han sido

pocos v limitados", "Durante los últimos afíos hemos reconocido somera y

superficialmente los estados ele San Luis Potosí, Zacatecas, Aguascalientes y

Guanajuato [ ... ] " y " [ ... ] hemos hecho algunas pequeñas excavaciones lo que nos ha

proporcionado elatos relativa111ente limitados [ ... ]" (idem, los subrayados son míos).

Las excavaciones a las que Braniff se refiere son aquellas que realizó en El

Cóporo, Morales y Carabino en Gum1ajuato, y el sitio ele Villa ele Reyes (Electra) en

San Luis Potosí (Mapa 2). Todas estas exploraciones dieron interesantes resultados

sobre tipos cerámicos locales y sus vínculos con lozas foráneas, y ele su análisis

clerivm·on interesat1tes propuestas sobre secuencias cerámicas. Aunque en buena medida

las asignaciones temporales y patrones ele distribución ele estos tipos han mostrado

validez a pattir ele trabajos posteriores, algunas hipótesis (y sobre todo sus

implicaciones) se asumieron como hechos, hasta la fecha incomprobac\os. Entre esas

hipótesis resaltan, como se ha visto, el abandono general del área hacia el siglo X y su

supuesto cm·ácter "marginal".

Es innegable que, simultáneas a la paulatina decadencia del sistema teotihuacano

y acentuándose en la época imnediata111ente posterior, ocurrieron modificaciones en el

patrón de asentat11iento. Pero es posible que este fenómeno, que se manifestó en varias

partes ele Mesomnérica (Hicks y Nicholson, 1964:493) y no sólo en su sector

septentrional, resultara ele adaptaciones locales a cat11bios impmtat1tes en la estructura

social macronegional, y no forzosamente ele una situación permanente de abandonos

totales y arribos multituc\inm·ios. Sobre esto percibe John Pacldock:

151

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:·l·,-·.¡ ·;'

. l El proceso de renovación, en et "Las culturas rara vez se extmguen [ · · · · . vo mediante una . b ¡ t da lugar a oliO nue

cual el patrón antiguo u 0

so;. 0

1 enudo implica un cambio de

transformación más o menos ra !Ca , que"~ m ubicación, parecería Ji"ecuente" ( 1987:26). '--

. - e . ~ tas áreas aparecen despobladas en Si bien es cierto que hac1a el ano 1000 d Cl 1 . d

. . . continuidad es indudable e mcluso pue en el registro arqueolog¡co, en otras _lad lejización de los asentamientos y la observarse apogeos regionales a partir e una comp

explotación sistemática de nuevos y numerosos re~u.rsos. . l' hacia esas fechas Se habla de un abandono de la 'Mesoamenca Septentnona . .

. ?06· Braniff 1999:20), cuando lma bap poblacwnal (cli" Flores y Crespo, 1988.205-- ' ' t d San . so Zacatecas un sector al nmte y noroes e e

ocurrió sólo en el Valle de Malpa ' ' d Rí Verde (Michelet . , . ?001) y en la zona e o ' Luis Potosí (Peter J¡menez, com. pels., - 1 tr· -sur de

. d l ··t rio zacatecano, en e cen o 1995·216)· mientr·as que en otros sectores e terno . . . - . ' . d J 1" hubo continuidad (Peter J¡menez, com. pe!s.,

San Luis Potosí y en el norte e a ¡sco, 66· K !ley 1971· 1989· Pasztory, (K ll y Abbot 19 , e • ' '

2001), lo mismo que en Dmango e ey : . Darlin 1998:392). Durante esa 1978:14; Hers, 1988:25; Braniff, 1994:120; 2000.42, . 1 g,l . d Aztatlán (Ekholm·

. · rceptlb e en a ¡e ' época el Noroccidente expenmento un apogeo pe K ll 1986· ?OOO· Foster Abb tt 1966· e ey, ' - ' ' 1942· Kelley y Winters, 1960; Kelley y o ' , Q ·'t . e

' _ uli as nmte de V eracruz, u e¡ e rn o 1995· 1999)· y ocurrió igual en el sur de Tama p y

' ' 984 [ 1979]· Michelet, 1995:216). Hidalgo, con el desrnTollo huasteco (cfr. Ochoa, 1 ' . . d

. . d d ional en el centl o y nm te e H llen Pollard sugiere una contmm a ocupac .

e ~ ción del estado trn·asco (1995, Michoacán desde tiempos tempranos hasta la con 0~1a d ·'be un "enómeno similar

. . B · · tte F augere escn 1' ?OOOa) y en la ve1t1ente del Le1ma, ngg¡ . ·e: .

1 - . 'ben cambios s1gn111Cat!Vos en a (1996·100-106). En sus secuencias, las autoras pe!Cl . .

· . . . ti ero ambas mterpretan estas laneación. ubicación y ocupación de Slt!Os especl ¡cos, p . , . .

p . . . como consecuencia de transformaciones en dmam!ca socwl y no como modlficacwnes . , . l i en la tradición cultural (véase tan1bién signo de ruptura en la ocupacwn genera n 1 cuenca de

uel Sánchez 1988:233 específicamente para el valle del Lenna y a . Mog y , , d 1999·140 y Hernández, 2001, para la cuenca de Cmtzeo). Cuitzeo: Healan y Hernan ez, ·

. 1 d Tula Chico durante fase Corral, sin que ello !22 Un buen ·ejemplo es el abandono del ~entro cere~oma ar~o en el resto de la zona urbana se observa una

implicara el abandono total del asentamiento. Por e co~ltr d ¡'nuevo centro (cfi·. Cobean, 1982:60). En la continuidad Coyotlatelco-Tollan paralela a la fundacdlon e nti'nuidad poblacional (y hasta ciert_ o punto

· se ha regtstra o una co · t misma región de Tu la y zonas :e~J~as e hubo cambios notables en el patrón de asentamwn o, cultural) entre el Clásico y el Ep!clas.'co, a pesar_de qu t 1 1999) (ver págs. 216-223 de este volumen). la con~guración de los sitios y la ceramtca (cfr. 1m res e a.,

!52

Posterior al afio 900 d C se observa un cambio en el patrón de asentamiento de

los sitios en la confluencia de los ríos Lerma y Gurn1ajuato hacia las estribaciones de las

sielTas circundantes, pero tan1bién aquí se manifiesta una ocupación hasta época trn·asca

(c!i·. Zepeda, 1988:305), y se ha pw1tualizado en que los asentamientos en las sierras de

Pénjan1o, Huanímaro y estribaciones de la sie!Ta de Guanl:!juato se enriquecen con

nuevos elementos arquitectónicos, sustituyéndose el uso de patio cerrado por plazas

abiettas e incorporando canchas para juego de pelota, en las mismas fechas ( c!i·.

Castañeda et al., 1988:329-330). Trn11bién cerca de los límites de Guanajuato con los

estados de Michoacán y Querétaro, se han descrito asentamientos que comprn·ten

cerámica con el resto del Bajío durante el Clásico Tardío, pero que posteriormente

integran cerámica del complejo Tallan (cfr. Brambila y Castañeda, 1991:146, 150), lo

que sugiere una extensión ocupacional hasta por lo menos el Postclásico Temprano. Se

ha propuesto que la ocupación de algunos sitios del río Laja tan1bién se extendió hasta

entonces, en el caso de Cañada de la Virgen con apoyo de fechanüentos absolutos (cfr. Nieto, 1997 apudWright, 1999:83, nota 7).

Entre las áreas que experimentan una continuidad más allá del año 1000 se

encuentra, desde luego, la de TuJa. En vista de que muchos elementos de aquel sitio son

compartidos por asentamientos hacia el norte y oeste (cfr. Brrnnbila et al., 1988:18), la

presencia de materiales que vinculan a TuJa con el resto del Centro Nmte ha sido

explicada a partir de un "impulso de colonización" (Castañeda et al., 1988:329) por

prnte de los toltecas, hacia lugares que estaban deshabitados para entonces: "La

explicación de la presencia de alglmos asentamientos de origen tolteca se propone como

un fenómeno de reocupación hacia esta región y no como una continuidad en el

asentamiento" (Brambila et al., 1988:19, cfi·. Crespo y Flores, 1988:218; Castañeda et

al., 1988:328; Saint Charles, 1990:58; 1991b:61; Crespo, 1996:87; Braniff, 2000:36, 42).

Esta "reocupación" o "intrusión" tolteca, posterior a un abandono general del

área septentrional, se enfrenta con algunos problemas. Las primeras fases de ocupación

de TuJa anteceden al siglo X y algunas cerámicas de esos complejos tempranos

apmecen también en aquellos sitios "de origen tolteca" en Guanajuato, Querétrn·o y San

Luis Potosí, conviviendo con materiales locales (ver adelante). En algunos casos, esa

convivencia ocurre hasta con matetiales de fase Tallan (cfr. Braniff, 1972; Flores y

Crespo, 1988) y, en otros, el complejo 'tolteca' se impone sobre la vi:!jilla local, pero no

existe evidencia de un periodo de abandono que marque una discontinuidad en la ocupación.

!53

Page 88: Tesis Interaccion Interregional. Laura Solar Valverde 2002_OCR

Entre los sitios que compmien cerámica con Tula y se hm1 considerado· "aislados

dentro del contexto regional", se cuentan principalmente El Cerrito, Qro., Carabina,

Gto. y Villa de Reyes, S.L.P. (Castmi.eda et al., 1988:328, cfr. Braniff, 1994:119;

2000:36). Cerca del CetTito, Qro. se encuentt:a el sitio de La Magdalena, el cual

contiene algunos ejemplm·es del complejo Corral de Tul a (cfr. Flores Y Crespo,

1988:210), pero cuya ocupación inicia desde el periodo Clásico, cua11do aparecen

materiales compartidos con el sur de Gua11ajuato ( cii·. Crespo, 1991 a, figs. 14a-14c, ver

más adela11te). De igual fonna, El Cenito en su Fase Arado (400-650 d C) comparte

materiales con La Negreta (donde hay cerámica de fases Xolalpan Y Metepec) (Crespo,

1989:12; 1991a:104; 1991b:165, 176, 192 fig. 9) y desde principios de la Fase Cenito

(650-1100 d C) hay tipos que lo vincula11 con el Bajío, como Paso Ancho Borde Rojo,

Cantinas y Garita (Crespo, 1989:12; 1991a:104; 1991b:176, 192 figs. 9 Y 13); mientras

que hacia la parte final de la misma Fase Cerrito aparecen cerámicas en común con los

complejos toltecas Cona! Tenninal y Tolla11, compartiendo además elementos

m·quitectónicos y escultóricos con Tula (Crespo, 1989:12; 1991a:104; 1991b:l76,189,

192, fig. 13; Flores y Crespo, 1988:208, 211; Crespo, 1998:327), aunque el material

sigue siempre "lineamientos propios" (Crespo, 1991 b:218). Carabina, en Guanajuato, es otro sitio que se ha considerado un puesto de

avanzada tolteca. Esto se debe a que algunos de los materiales de fase Tolla11 del área de

Tula aparecieron en excavación (Bra11iff, 1972), y más tarde el espacio arquitectónico

fue identificado como similm· al de aquella ciudad (Bey, 1986:146-147). En recolección

superficial George Bey confirmó la existencia del complejo Tolla11 en Carabina, pero

especifica que Carabina participó de esa esfera cerámica a partir de un complejo

diferente: "Usaron ca11tidades importantes tanto de cerámica local como de tipos de la

fase Tollml, y sn cerámica parece mostrar una mayor dependencia en tipos Rojo sobre

Bayo que la colección promedio de fase Tallan" (ibid.:149). Aunque Bey se inclina por

considerar al sitio como "tolteca", es significativo que los habita11tes de Carabina jamás

aba11donaron su propia tradición, la cual desde luego conserva rasgos propios de su

regwn a pesar de pmiicipar en redes de distribución como la tolteca. El caso de

Cm·abino se repite bastante, donde sitios que debido a la permeabilidad de sus íi·onteras

pudieron participar en redes y adoptaron o adaptaron rasgos ajenos, son interpretados

como producto de ocupaciones sucesivas, discontinuas y divorciadas, por parte de

grupos distintos. Por último, en el caso de Villa de Reyes ocurren materiales de Corral Terminal Y

Tallan que se complementa11 con "cerámicas locales burdas" (Castañeda et al.,

1 'i·l

1988:328-329), y en la descripción de su secuencia estratigráfica puede percibirse una

clara continuidad entre las fases Sa11 Luis y Reyes, precisamente en la tra11sición del

Clásico al Postclásico (cfr. Braniff, 1992).m

A pesar de que Braniff hace hincapié en un ca111bio drástico ocurrido en el sitio

hacia 800-900/1000 d C (ibid.: 14, 161 ), en la reseña de sus excavaciones, realizadas

entre 1966-67, la densidad material no parece sufrir mella alguna ni la secuencia

inteJTumpirse. Como ejemplo de que la ocupación continua en Villa de Reyes se

extiende más allá del siglo IX o X, se puede mencionm· el lugm· del que proceden las

fechas más tm·días de su muestrario. La primera de ellas (714 d C +- 44) fue recuperada

sobre el piso de un cuarto que, a decir por su descripción y dibujos (cfr. Bra11iff,

1992:36), es una prolongación de la plataforma que constituye la Capa 4 de la

excavación general, la cual fue rellenada y sellada por tma serie de pisos (ibid.:33)."" La

segunda fecha (693 d C +- 137) proviene de la Trinchera 105, en una capa sellada por

un piso sobre el que se despla11tm1 vm·ios pisos más. 125

Al guiarse por la secuencia estratigráfica no es dificil pensar que la última etapa

de ocupación de estas construcciones fue algo posterior a las fechas obtenidas. Vale la

123 Braniff ha moditicado po: lo menos cinco veces la extensión relativa de la Fase San Luis. En el texto original, producto de sus excavaciOnes en Electra ( 1975), propone una temporalidad para esta fase entre 650-900 d e Y para la fase Reyes 900-1200 d C (Braniff, 1992:118). En la versión revisada para publicación (1992) modifica la pnmera de estas cronologias, quedando Fase San Luis entre 350/400-700/800 de (ibid.:i49). En la ta~la cronologrca de un trabaJo recrente la autora ilustra dos límites, haciendo referencia a trabajos suyos antenores: 600-900 d C (1975) y 200/400-700/800 d C (1990) (Braniff ?000·40 fia' )-) p u'Jt. ¡ • , ~ · , 0 . .J. . or tmo, en e t~xto de ese ~usmo artículo se refiere ~ la Fase San L~is como 350-850 d e (ibid.:41 ). Desde Juego Jos hm1tes cr?~ologrcos de las fases arqueologtcas son aproximados y están siempre sujetos a revisión a partir de la obtenciOn de nuevos datos, pero hasta donde sé Braniff nunca ha hecho públicos aquellos que motivaron esa sene.~: modlfic~c!Ones: Esto l.1a. ~enerado varios problemas. En primer lugar, varios trabajos en el Centro Norte uti!Jz~n toda_vm las fechas mrcrales, y en segundo, las posturas más recientes de Braniff suponen una ruptura ~e. Cien o cmcuenta años entre ambas fases, ruptura que no parece tener sustento alguno en el registro arqueologJco.

1~1 . Cuarto Norte en :u Umdad E de excavación (Apéndice 111, Muestra 7, Elemento 14): "Este Cuarto Norte estaba rel.leno cu¡dadosamente con el tipo de bano revuelto con zacate que hemos encontrado en otras ~onstrucciOnes Y cuya función es la de rellenar cuartos y elevar artificialmente el nivel obviamente con la tdea d~ hacer una construcción superior. Esta construcción superior es, entre otras, la co1~espondiente al gran m~ro , que bordea. a la platafonna en~sta porción" (Braniff, !992:36). A decir por la descripción de la umdad de e~cavac10n, el cuarto en cuestiOnes una prolongación de la plataforma que constituye la Capa 4 de la excavac10n general, estando las pnmeras capas conformadas de la siguiente manera: "La Capa ¡ ¡ ... ] está

constituida de varios pisos de lodo, uno sobre otro [ ... ] . La Capa 2 es un relleno de barro negro que remata y a la ~ez se prolonga hacm arr.t~a sob~e el gran m~ro 3. La Capa 3 es un relleno de tierra rosa. La Capa 4

125 consiste de u~_agran acumulaciOn de piedra bola umda con barro que forma una plataforma ¡ ... ] "(ibid.:33) Pozo 1 de 1~ 1 nnchera 105, Capa 4, que se extiende por debajo del piso que delimita Ja capa 3 y hasta [a roca madre (Apend1ce IJI, Muestra 1, Elemento 1). Braniff describe las capas que le anteceden de Ja siauiente manera: "la Capa 1 [ ... ] se prolonga h~sta un piso muy compacto de tierra. La Capa 2 incluye tanto ~1 piso arnba menciOnado como otra sene de pisos más profundos de unos 2 cm de orueso cada uno ¡ J L e ., . . ' o ... . a apa J [ •.. ] tennma en un piso de tierra compactada [ ... ] " (1992:25). •

!55

Page 89: Tesis Interaccion Interregional. Laura Solar Valverde 2002_OCR

,,

;, ¡¡;'1\''i' ¡.:·"'

. . 1 anteriores se menciona (o ilustra) una Pena subrayar que en nmgtmo de los eJemp os .·. h . 800-

. b d ue se supone ocurno acra interrupción que represente el penado de a a~. ono q . on el avance tolteca, ya 900 d C y que fue sucedido por una reocupacwn relacwnada e . h 1

'ff 1997·161-167· ver nota 123 de este volumen). De ec1o, en la fase Reyes (cfr. Bram ' -· -,. . · .. " nos penniten establecer sobre el análisis de sus tipos cerámicos Braniff comenta. [ ... l . 1 3 4"

. t d y son sucesivas en os pozos Y tres fases [ ... J . Estas fases están b~en represen a as . - d . "E

. . , . 1 fases San Lms y Reyes ana e. n (ibid.: 117); y con respecto a la transiCIOn entle as . . . V 11 d

. . . drástica. se reduce la Importancia del tipo a e e forma bastante pei ceptible, pelO no . . , d 1 50'Y<

· eciendo srempre con mas e 0

San Luis en la última Fase Reyes, aunque srgue apar

de las cerámicas [ ... l" (ibid. :1 17 ' 151 ). . . 11 ¡ 1 (entre ellos se Los materiales de la fase San Luis se atnbuyen al desan o o oca . d

. . . ue Jos de la fase Reyes se consi eran encuentra el tipo Valle de San Lms), mrenttas q . , d 1 'estado' tolteca y

1 · dos con la confonnacwn e alóctonos principalmente re acwna

1 , .

_ ' '[" 1997 .167) En el caso de a ceramica producto de una colonización (cfr. Bram 1, -· - . ~ . d' , f de

· d 0 puede consrderarse ragnos rca Mazapa Líneas Ondulantes (que se ha reconoci o n . fi· C b t al

. d d . es un trpo escaso. e . o ean e . ' 1 'tolteca' puesto que en la cm a misma . . , 1 o , Jara conexwn con Tu a, a

e b 1990. ~03) par·a Braniff representa una e !981·195· o ean. · .J ' ' · ¡ pes m: de ~ue reconoce que existen claras diferencias entre el tipo de V rlla de Reyes y e

que se ha localizado en Hidalgo:

. El t. es de importación, pero en Electra "Considermnos que ~ste tipo en lec I~11os valles centrales, sugiriendo Ul1a asume forma~ y :enmnado no u~~~ e: e diferencias geográficas (producto o pequeña vm·racwn y~ sea deb~ o diferencias cronológicas, o a ambas versión local de un tipo co~ocdr~o~ . [ .. ?l J nosotros utilizan10s el valor [ J A esar de esta pequena 11erencra 16 · · . , h ... · P . . 1 V lles Centrales para sugenr una 1ec a

cronológico dado a este tipo en . os da! Postclásico Temprano" (Braniff, para nuestra fase Reyes dentro e 1992:1 04).

d'fí ·1 explicar el por qué de las De ser ésta una cerámica importada es 1 JCI

variaciones Es quizás más sencillo asumir esas "diferencias geográficas" como ~q~ella ' · . . , . fi re la autora. Desde Juego esto ultuno,

"versión local de un trpo conocido a que se re re 1 .· d Clásico (como 1 1 antecedente en e peno o

aunado a la integración de lozas oca es con . 1 " t !teca" y , 1' d ¡ ropuesta sobre e avance o

Valle de San Luis Policromo), restarla va I ez a a p . d d · . , . d' , como consecuencia de las re es e

sugeriría que aquel estrlo ceranuco se Isperso bl d . ) E t daptación por pm·te de los po a mes

interacción ínterregional (ver más adelante . ~ s a a

156

que desde el Clásico habitm·on Villa de Reyes, sería congruente con la ininterrumpida

secuencia ocupacional registrada estratigráficamente por la autora.

Trabajos pioneros como los de Braniff resultan vitales al haber centrado su

atención en un área hasta entonces ignorada por los estudios arqueológicos mexicanos,

pero la mayoría de sus propuestas se consolidm·on como base de interpretaciones

posteriores sin haber sido cuestionadas, muchas de sus lagunas se olvidm·on y sus

implicaciones fueron adoptadas como definitivas.

Asumir que todo elemento compartido con Tula deriva de un proceso de

"expansión" por pmie de esa urbe, no sólo subestima a los desmTollos locales sino que

genera un obstáculo para comprender la conformación misma de la capital tolteca, al

desvincular su dinámica particular de toda dinán1ica regional. En palabras de Richmd

Diehl:

"Los datos sugieren ya sea que Tula fue establecida por migrantes del norte o que fue la única comunidad dentro de toda la configuración cultural [regional] que se conviiiió en un gran centro urbano. Y o prefiero esta última interpretación" (Diehl, 1976:272) [yo también ... ].

Es de esperm· que, lejos de una influencia imperial ejercida sobre sus vecinos, las

similitudes materiales entre el valle de Tula y las zonas aledañas en realidad reflejen la

dinámica cultural interregional de la que son contemporáneos, y que muchos de los

rasgos y tipos cerámicos identificados en Tula se encuentren ahí precismnente por ese

motivo, no porque sea éste su estricto lugm· de origen o foco único de su distribución.'"

Esto es especialmente probable cuando se trata de los primeros complejos

cerámicos de Tula, como son Prado, Corral y Cona! Terminal. En ellos centraré la

atención en adelante, pues anteceden la época de máximo esplendor de la ciudad, se

localizan dentl·o del rango temporal que atañe a este trabajo, e integran rasgos y tipos

compmiidos con sitios vecinos, que en ocasiones vivían sus últimas fases de ocupación.

106 Hasta ahora es dudosa la correspondencia cultural original de muchos rasgos considerados "toltecas", pues la aparición de algunos precede la fundación de la ciudad de Tula (p.e. salones columnados y tzompantli, cfr. Kelley, 1978; Hers, 1988; Jiménez Betts, 1989:37; 1995:59; Braniff, 1992: 14; 1999: 19; Jiménez Betts y Darling, 1992:7; o la cerámica Blanco Levantado, cfr. Braniff,1972; 1992:162; Crespo, 1996:77); o su frecuencia no resulta tan significativa o diagnóstica como se ha asumido (p.e. cerámicas Mazapa Lineas Ondulantes y Macana, cfr. Cobean, 1978:91-92; 1982:70-72; 1990: 303; Cobean el al., 1981:1 95; Diehl, 1983:47-48; Cobean y Mastache, 1989:38, 42; Healan y Stoutamire, 1989:235; Healan el al., 1989:242). Para el Centro Norte de México y quizás la Cuenca, la obtención de Tollil Plumbale durante el Postclásico Temprano si podría estar vinculada a la esfera de TuJa (Diehl, 1983:1 15), pero existen varios ejemplos, sobre todo a medida que nos acercamos a su área de producción, donde la presencia de Plum bate no está ligada a ningún otro elemento de la vajilla tolteca (cfr. Paddock, 1978:57, nota 8; Diehl, 1983: 144), además de que la existencia de esta cerámica rebasó temporalmente los límites del "horizonte tolteca" (Fahmel, 1988:88-89).

157

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De cualquier modo, la distribución del complejo de fase Tcíllan (950-1200 d C)

más allá del valle de Tula, tampoco representa forzosamente una imposición deliberada

de [os habitantes de aquella ciudad sobre el resto. Tal vez deba considerarse, entre los

sitios que adoptaron elementos de Tallan, su propi.o deseo de vincularse con el centro

que en aquel momento se observaba prominente (una versión a menor escala de lo que

ocurrió con Teotihuacan, ver págs. 117-118, 201-202 de este volumen, Y Jiménez Betts,

1992:191-192). Esta discusión es importante porque las raíces del éxito Y caducidad de la capital

tolteca podrán comprenderse sólo a partir de su contextualización en la dinámica

cultural del Centro Norte, no a la inversa, pretendiendo que son los vaivenes de Tula los

que deben explicar la historia social de la región (cfr. p.e. Cobean, 1978:106; Cobean Y

Mastache, 1989:46). Esto, desde luego, sólo tiene congruencia si se abandona primero la idea,

revisada páginas atrás, de que hacia la segunda mitad del Epiclásico todo el sector

septentrional de Mesoan1érica sufría un drástico decaimiento Y había iniciado un

definitivo proceso de abandono.

La Red Septentt·ional del Altiplano En el transcurso de las tres últimas décadas se han desarrollado varios proyectos

arqueológicos en el noreste de Michoacan, sur de Guanajuato, sm de Querétaro Y

poniente de Hidalgo. Aunque en los últimos años se ha excavado en varios sitios, la

mayor parte de la información se ha construido sobre lo observado en superficie. Para

ello, la base conelativa ha sido principalmente la secuencia cerámica establecida por

Michael Snarkis para el sitio de Acámbaro (1974; 1985) (cfr. Nalda, 1981; Velázquez,

1982; Contreras y Durán, 1982; Sánchez y Zepeda, 1982; Moguel Y Sánchez, 1988;

Ramos et al., 1988; Saint Charles, 1990; 1991b; Dmán, 1991; Healan Y Hernández,

1999:133; Hernández, 2001), y aquéllas propuestas por Nalda para San Juan del Río

(1975) (cfr. Saint Charles, 1991b) y Cobean para la región de Tula (cfr. Braniff, 1999;

Flores y Crespo, 1988; López AguiJar et al., 1989; López AguiJar Y Fournier, 1990,

1992; Fournier, 1995; Cervantes y Fournier, 1996; Carrasco et al., 2001).

A pesar de la vaguedad que en ténninos cronológicos ofrecen los estudios de

superficie, a partir de ellos se ha ido precisando el alcance geográfico de algunas

provincias cerámicas, cuyas extensiones y traslapes constituyen un acercamiento

notable a la distinción de relaciones intenegionales.

15S

1:!7

Con 'provincia' me refiero aquí únicamente a la dispersión de un tipo cerámico

particular (o conjunto de tipos). En esta distinción resulta confuso el lugar que ocupan

las variedades, especialmente si en ellas se percibe una filiación con tipos

correspondientes a otras provincias. Esta observación es importante, pues la confluencia

de rasgos diagnósticos de provincias diversas hipotéticamente resultaría de una

orientación diferencial en los vínculos hacia el exterior por pmie de cada grupo social y,

consecuentemente, del grado de interacción implícito. En este sentido, resulta de gran

utilidad el concepto de 'estilo', como una posición intermedia entre la connotación

pmiicularizadora de 'tipo' o la connotación generalizante de 'tradición' (cfr. Willey y Phillips, 1958:34-43).

Las coincidencias/divergencias en téJminos de estilos cerámicos rebasan la

escala local e integran a varios sistemas sociales. En adelante, al hablru· de 'esferas' lo

haré coincidiendo con la definición de Charles Kelley, como " [ ... ] series de culturas

arqueológicas locales y más o menos contiguas, vinculadas por la presencia compartida

de uno o más "estilos horizonte" [ ... ] donde compmú· dichos estilos implica algún

grado de interacción cultural" (1974:33, nota 8, las cursivas son mías).

Pm·tiendo de la información que se tiene pm·a el extremo poniente del Valle del

Mezquital, se sabe que hacia el Epiclásico y principios del Postclásico coexistían en la

región asentrunientos vinculados, por un lado, con el sur de Querétaro y el Bajío, y por

otro, con la región de Tula (Fournier, 1995:56; Cervm1tes y Fournier, 1996:113; López

AguiJar et al., 1998:29-33; el área de Tula está comprendida en los límites del

Mezquital, longitudinalmente hacia su fi·anja central)."'

No es la más acertada una distinción binm-ia de los desarrollos locales, pero sí la

más útil en el esbozo general que intento aquí. Es importante aclru·m que los rasgos que

permiten distinguir entre estos dos tipos de asentamientos y sus conexiones más

estrechas, corresponden principalmente a su patrón de asentan1iento y acervos

domésticos, mientras que en el ámbito ritual existen objetos comunes a an1bos. Por ello

se sabe que, aunque la historia de estos sitios y los sistemas sociales responsables de

A partir de patrones frecuenciales de tipos cerámicos, Cervantes y Fournier distinguen para el Valle del MezqUital do.s subregwnes: la zona Tula-Chapanlongo (materiales del complejo Prado-Corral) y la zona Hmchapan;Rw San. Juan (compleJo XaJay) (1996:113). Estoy de acuerdo con su distinción pero no con la d~marcacwn geogra~ca, pues en HUJchapan se localiza el sitio de Sabina Grande, cuyo acervo material se VIncula de manera mas estrecha con TuJa que con el sur de Querétaro, y a escasos seis kilómetros se localiza El Zethé, de filiación opuesta. No debe tampoco olvidarse que cerca del río San Juan existen también asentmmentos con claros vínculos hacia el área de Tu la, como El Ccrrito,

159

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ellos no fuese en su totalidad paralela, sin duda en algún mon1ento sus desanollos

. t on 128 coexistieron y, por supuesto, mterac uar .

Desarrollo Regional Xajay de Hidalgo se localiza un conjunto de sitios con

Hacia el extremo oeste 1 1

. t peculim- y elementos materiales os . tal cuyo emp azmmen o arqmtectura monumen . A ·¡ · 1994·117·

. · 1 . de Querétm·o (cfr. Lopez gm m, · ' vinculan directamente con sitiOS en e sm ·¡ l 1998·29) El

. M . tt 1996·1· López Agm m et a ., . . Cervantes y Fourmer, 1996:113; me • · ' , b· d

. a la fecha adopto su nom ¡e e lma "desarrollo regional Xajay", como se conoce , Id

San Juan del Río, lugm· donde Enrique Na a elevación que se encuentra al sm de

, 39 pozos estratigráficos en la década de los realizó un recorrido intensivo Y excavo

setenta. . . ti 0 cerámico también de Nalda bautizó con el mismo nombie a un p .

. 'd . do diagnóstico de estos grupos (1975.95-~aracterísticas singulm·es Y que se ha consi em . . p t .. , (o

1 . ue "RoJO Inciso os coccion 98) (Fig. 31 ). Sin embm-go, es impmiante resa tar q .

·¡ 1 ento de un complejo cultural mucho maym y, · R · E ·afiado) es so o un e em

XaJaY OJO sgi ' . . . inciden forzosamente con por lo tanto, que sus límites temporales o distn~u.tivos. no co

los de la totalidad del sistema social en el que esta mclmdo.

Fig. 31. Xajay Rojo Esgrafiado. Cortesía Proyecto Valle del Mezquital (PVM)

. l t b·ie.il diferenciales con sistemas ajenos, quizás . · t1e; 0 de vmcu os am F ·

¡zg Es pos.ible que las dtferencms sean re ~ . . , como proponen Cervantes y ourmer . . . . . . de las redes economtcas . . l d

Producto de una ''dtversa onentacwn l . funda durante un penado mas pro onga o. d · t ción cultura mas pro

(1996:113) o tal vez resultado e una m erac . . ncuentran muy cerca unos de otros, pero a . . . 1 unos de estos SitiOs se e ( f La respuesta es dificil, puesto que .a g . b. d roductos específicos y poco numerosos e r.

simple vista su interacción parece hmttarse al mtercrun JO e p Cervantes y Fournier, ibid.: 117).

¡(;() l

Quizás el principal rasgo distintivo de los sitios Xajay sea la elección de mesas

(en su mayoría orientadas al norte) para la ubicación de sus centros ceremoniales, cuya

superficie, donde aflora la roca madre, fue nivelada para crear espacios llanos y facilitar

la labor constructiva (Cedeño, 1998:57). Se han registrado cinco sitios mayores en

Hidalgo (Zethé, Pañhú, Zidada, El Cerrito y Taxangú) (López AguiJar et al., 1989 s/p;

López AguiJar y Fournier, 1990:131; 1992:9-13, 48-51) y el coincidente emplazamiento

y características arquitectónicas de por lo menos cinco sitios reportados a lo largo del

Río San Juan, al sur de Querétaro (Ceno de la Cruz, Santa Lucía, Santa Rita, San

Sebastián de las Barrancas y Muralla Vieja) (cfr. Nalda,1975; Saint Charles, 1991a;

1991 b; 1993) hace pensar que corresponden al mismo desarrollo. El sistema

constructivo, como ha sido descrito por Saint Charles para los sitios de Querétaro

(!99lb; 1993) y Cedeño para los de Hidalgo (1998:58) coincide también. En estos

últimos se han recolectado cantidades importantes de Xajay Rojo Esgrafiado y lo

mismo ocurre en San Sebastián de las BmTancas, Sm1ta Lucía y Cerro de la Cruz (cfr.

Nalda, !975:39, 102; Crespo, !985; Saint Charles y Crespo, 1991:4, Saint Charles,

!991a y 1991b).

El paisaje escm-pado y los desniveles abruptos que ocurren entre los límites de

las mesas y las cm'iadas que las rodean, propició originalmente que se considerara a

estos sitios como defensivos (cfr. Nalda, 1975:123, 136-137; Saint Charles, 1987-88:5,

7; López AguiJar y Fournier, 1990:131; 1992:240; Saint Chm·les, 199lb:94; López

Aguilm·, 1994: 117; Viramontes, 1996:28). Actualmente se sabe que terrazas,

plataformas y muros perimetrales estuvieron destinados a nivelar el terreno o contener

deslaves de los frentes rocosos (Saint Charles, 1993; Cedeño, 1998:58); que la mayoría

de los centros ceremoniales no se localizan sobre tiena agrícola, habiendo tenido su

emplazmniento una fuerte causalidad ritual (Cedeño, ibid.:57, 60-63); y que el grueso

de la población prehispánica se asentó a un par de kilómetros de distancia o en las

planicies irrigables que se extienden en la pm·te inferior (Morett, 1996:5; López Aguilm·

et al., 1998:29).

Existe una confusión en torno a la temporalidad de estos asentamientos, en

buena medida porque sólo se han realizado excavaciones extensivas en tres de ellos

(Ceno de la Cruz, Pañhú y Zethé) y porque no existen fechmnientos absolutos pm·a los

contextos donde se han recuperado ejemplm·es del tipo cerámico considerado

diagnóstico.

161

Page 92: Tesis Interaccion Interregional. Laura Solar Valverde 2002_OCR

· · · · n a partir del Para los sitios en Hidalgo, Luis Morett se mclma por una ocupacw .

t . 1 clímax y contracción teotihuacanos, siglo IV y hasta el X: " [ ... l coe aneo a . . _

. . d T 1 , (!996·1-3 véase tambten Cedeno, antecedente asimismo del surgtmtento e u a · '

O) Al · ¡ que en el vecino Cerro de la Cruz, l998·56· López AguiJar et al., 1998:27-3 · tgu~ .

· ' . . . . 0 Pañhú y Zethé muestran vanas las estructuras que han stdo liberadas en sttJos com . . . etapas constmctivas. Como parte de sus colecciones ceranncas (que mcluyen

fi ·u tiestos tempranos que recolecciones superficiales) se cuentan algunas . tgun as y 1 . 1

. .. ( Ch . uaro cfr Morett, 1996:8) y lacta a muestran vínculos hacta el B~¡IO p.e. uptc : . . ·130· L. e

d M ... ( e Ticomán. cfr. López Agmlar y Fourmer, 1990. , op z

Cuenca e extco p. · · . .78) . . A ·¡ . 1994·116· López Agmlar et al., 1998.- , pelO

AguiJar et al., 1989 s/p; Lopez gm m, · , . . . . . . . con certeza a los restos m·qmtectomcos, lo que SI

hasta donde se estos no se asoctan . . . ocutTe en San Juan del Río, donde materiales Chupícum·o y. ceranncas tempt~as d~

. 11 nos (Samt Charles, 199lb.69-77, nlanufactura local aparecen debajo de ptsos Y en re e .

1 · · t a entre os 1998:339-340). Saint Charles (1991 b:66) ha propuesto una ocupacwn con mu

años 500 a e y 800/900 de ' . En el Zethé se hml recuperado y fechado dos muestras de cmbon, pelO est.os

1. . d' ·opuesto por Morett y Samt [echamientos absolutos sólo apoyan el tnllte tm· 10 pt

Charles y tal vez una extensión ligermnente mayor.'" .. ' . . . . . d el que se encuentran los estudios en los sttws Debtdo al mctptente esta o en . .

Xajay del Mezquital, no se ha elaborado a la fecha una seriación cerámtc.a que p~nmta 1 Cl . · 0 presentándose a pnmera vtsta un

identifica!' si existen tipos correspondientes a aste , . d "ot'Illativa discreta y una epiclásica de magmtu

vacío entre una ocupación 1'

considerable. · · d 39 ozos en Como resultado de sus trabajos de prospección y la excavacwn e . p . .

los alrededores de San Juml del Río, Enrique Nalda propuso una. secuencia cerarmca

preliminar para la región donde se confirma la existencia de matenales tempra~os y se . 1 · 1 XII (1975) Este trabaJO, en el

sugiere una continuidad hasta aproximadamente e stg 0 · . . • b' .

. ( fi S · t Chmles 1991 b) se mclmo tmn ten que se basaron correlaciones postenores e T. am ' ' ..

. . .· . d . t la primera parte del Clastco. a que la principal ocupaciOn de la zona ocurno mane . . .

. .d d t sión ocupaciOnal en los stttos Independientemente de la conttnm a Y ex en . .

l apogeo de este desarrollo ocurrió, no hacia lo.s .p.nmeros stglos de Xajay, creo que e nuestra era, sino hacia los últimos del primer milenio, una postbthdad contemplada

· · · d r· 784-981 d C/777-997 d C; Muestra 1360 ""Muestra 1125 (Capa Vll) calibrada con dos desv!a~¡on~s4~s~a7n7 ~ (:1600_770 de (Morett et al., 1994: 70-78,

(Capa XVI![) calibrada con dos desvmcwnes estan ar. -

93, 1 15).

ló2

inicialmente por algunos autores (cfr. López AguiJar y Fournier, 1992:240; Saint

Charles, 1993:17). En un trabajo posterior y como consecuencia de un análisis puntual

de los datos recabados en sus excavaciones, Emique Nalda dice:

"Se derivm1, de esta manera, dos épocas bien representadas y una intermedia de bajo perfil. El primer bloque se ubicmía en el Preclásico Tardío y Preclásico Terminal. [ ... ] es posible fechar el segundo bloque en el Clásico Tardío y Postclásico Temprano. La época débilmente representada sería el Clásico Temprano. El análisis del material de excavación induce a pensar, entonces, que el desarrollo cultural, y posiblemente demográfico, en el área, tiene su clímax hacia finales del Clásico y no necesariamente, como sospechábamos antes, hacia el Clásico Medio" (1991 :34).

En el Valle del Mezquital existen vm·ias razones más para apoyar esto. Si una

ocupación importante de los sitios Xajay en Hidalgo hubiese ocurrido pm·a!ela al

apogeo teotihuacano, ¿por qué no se expresa esta contemporaneidad en algún vínculo

con los sitios de 'filiación' teotihuacana que se distribuyen cercanamente? 130 Entre los

centros ceremoniales Xajay se había considerado indicador de una temporalidad clásica

y alguna relación con la Cuenca de México, el uso de talud-tablero, las navajas de

obsidim1a verde y una escultura que recuerda representaciones abstractas de Tláloc,

pero nmguno de estos rasgos se circunscribe a un periodo ni es exclusivo de

Teotihuacan.'" Hay que explicm entonces la ausencia de elementos verdaderamente

diagnósticos compartidos entre sitios Xajay y sitios 'teotihuacanos' cercm1os. 132

JJo A escasos veinticinco kilómetros al sureste del Zethé se localiza El Mogote San Bartola, lugar donde se han identificado, en excavación y superficie, los tipos diagnósticos de la vajilla teotihuacana de las fases Miccaotli y Tlamimilolpa, además de un patrón de asentamiento, elementos arquitectónicos y sistemas constructivos coincidentes con los de la gran urbe y con los de otros sitios de la región vinculados con ella (Polgar, 1997; 1998; Torres el al., 1999:76-77, 84).

lJ l En un artículo donde incluye datos sobre sus excavaciones en el Mogote San Bartola, Manuel Polgar menciona también como rasgo compartido por sitios Xajay el uso de talud-tablero (1998:47), pero en observaciones posteriores ha aclarado que la estructura, forma y proporción son muy distintas entre ellos (com. pers., 2001). En aquel texto se menciona también la aparición de fragmentos de pipa, que son frecuentes entre los asentamientos Xajay, pero estos tiestos se recuperaron en los estratos superiores de un conjunto habitacional cuya ocupación sobrevivió por varias décadas al abandono del centro ceremonial (Manuel Polgar, com. pers., 2001).

131 Existe al sur de Guanajuato y Querétaro un tipo cerámico al que Nalda bautizó como "Teotihuacanoide", considerándolo una versión local de la tradición teotihuacana (1975:90-92, 127; l981:s/p; 1991:53, 55, fig. 12). Nuevamente a partir de la cuidadosa revisión de sus datos de excavación en los alrededores de San Juan del Río, esta loza resulta ser posterior al apogeo de aquella ciudad, quizás contemporánea con la fase Metepec (Nalda, 1991:35, 38, 41; en su trabajo de 1981 se refiere a esta cerámica como correspondiente al Clásico Tardío y principios del Postclásico). En el Valle del Mezquital existen asentamientos cuya ocupación parece abarcar el lapso comprendido entre el abandono de los centros ceremoniales 'teotihuacanos' (Tlamimilolpa Tardío/Xolalpan Temprano) y la aparición de los sitios contemporáneos con el complejo Con·al de TuJa (cfi·. Foumier, 1995:55; Manuel Polgar, com. pers., 1997; ToiTes et al., 1999:83-84).-Sus

163

Page 93: Tesis Interaccion Interregional. Laura Solar Valverde 2002_OCR

de una "relación Esta carencia ha sido interpretada como consecuencia .

. . . "(L' Aguilar et al., 1998:31), pero mas Iuyente" y una "dispandad de hJstonas opez . .

exc . 1 Al unos elementos ceramJcos bien podría deberse a un desfasmmento tempora . g . . .

. . 1 sí son compmiJdos por sJt¡os comunes entre los sitios Xapy, por eJemp o, . . 1 d T 1 ( [" L 'pez

. p d e .. ¡ y Corral Termma e u a e r. 0

contemporáneos con los compleJOS ra o, ona 1 _ . 1996.111 113 117· CmTasco et a., Agui1ar y Fournier, 1992; Cervantes y Fourmer, . - , . , . 1

. . X . e han localizado tipos fr·ecuentes en e 2001) y en sentido inverso, en los sitiOS aJay s . . .. 1997·11·

. (L · AguJlm· y Fommer, -· , área de TuJa y el Bajío durante la misma epoca opez " Morett et al., 1994:93; Cedeño, 1998:56; Saint Charles, 1998:340-j41) como se

especificará en breve. . . . . . dia nóstico Xajay Rojo Hubo en algún momento una tendencia a SJtum al tipo g .

XVI ( f . Crespo 1985· Samt siglos XIII, XIV e incluso XV Y e 1

· ' .' . Esgrafiado hacia los C 1991· Saint Charles, 1991 a. 9-11, el .¡ 1987-88·5· Saint Chm·Ies Y respo, '

mi es, · ' · · ¡ · ento fue 1991b:66, 88, 91, 94; Crespo, 1991a:ll2, fig. 7h). Para esto, el prmcipa mgu~

. 1 . 1 el sitio de San Sebast~an de las su convivencia con cerámicas aztecas Y co oma es en .

1 d . poi· el .JI1fOime respectivo, esta propuesta se baso en o

Barrancas, pero a ecJr

observado en superficie:

b · . d las Barrancas se apreciaron " ¡ l al hacer un rescate en San Se asuan e . . ' . d

··· . de este tipo ceranuco asocia o con superficie grandes concentracwnes . . . . . en _ . d t plano y tan1b1en con ceram1cas

material tardío, como molcajetes e sopO!: e fi .- 11 de animales y vasijas manufacturadas en los inicios de la Coloma, - ¡gun as t" "dad en la

. . . d 1 : les hace suponer una con mm con greta-. Esta asoc¡acJOn e ma ena . . 1 Con uista (Crespo,

. . San Sebastián desde el siglo XIV hasta a q . . . ocupac10n en

1 3 1 b ado es mío vease tamb1en 1985)" (Saint Charles y Crespo, 199 : , e su ray, ' Saint Charles, 1991 b:91 ).

. . . t día en uno de sus trabajos, Saint Charles hizo En apoyo a esta as¡gnacwn ar , . d d

. R . E . fi do con Azteca Ill en una umda e hincapié en la convivencia de XaJay OJO sgra la fi .

1 excavación en Barrio de la Cruz, pero esto nuevan1ente ocmTe sólo en super JCJe y e~ a

primera capa (cfr. Saint Charles, 199la:10), mientras que vasija~ .completas d~ e~~e tipo

f¡ d . d t .0 del mismo sitiO y en asoc~acwn con se han recuperado en contextos o ·en anos en 1

. .. · . ( f· e Saint Charles, 1996; Fourmer Y

vasijas que son claramente antenOJeS e r. respo y

. . . .· suficiente de un estudio aparte y aquí no serán abordados características, antecedentes y dJllanuca son mottvo_ 11 d cerámica similar a la descrita por Nalda. en detalle, pero me interesa resaltar la abundanc~ en e o~ "e omo integrantes de un Complejo Atlán y Foumier se refiere a estas "vasijas en estilo. ~eot ma~~~01 ~ ~ 4 cuadro 7 y fig. 1 O; véase también Torres similares a tradiciones contemporáneas del BaJIO (1995.)), no a ,

el a/.,.ihic/.:84).

Cervantes, en prensa). Saint Charles interpreta la presencia de Xajay Rojo Esgrafiado

en Cerro de la Cruz como una discontinuidad en el asentamiento, una "tercera etapa de

ocupación" representada "exclusivamente" por este tipo cerámico y que "se produjo

sobre las ruinas de este antiguo recinto", el cual había sido abandonado hacia 800-900 d

C (1 991 b:88; véase tan1bién Saint Charles y Crespo, 1991 :8). 133 Desafortunadamente no

se ha recuperado esta cerámica asociada a elementos arquitectónicos en dicho centro

ceremonial, sólo en superficie, y no existe ningún otro tipo relacionado exclusivamente

con ella (Saint Charles, ibid.:66, 88). Esto causa dificultades en su correlación temporal,

pero pienso que no puede determinarse 1.111a etapa de ocupación con base exclusiva en

un tipo cerámico.

También en algún momento se pensó que era factible correlacionar a la cerámica

Xajay con la Azteca III por el uso de soportes tipo "placa" ocasionalmente almenados

(Saint Charles 1991 b:91 ), pero se hace referencia a soportes planos en cerámicas del

Clásico en el sur de Querétaro (Crespo, 1991a:123); algunos soportes de ejemplares

Coyotlatelco en el museo de sitio de Tula tan1bién son de 'placa'; en sitios epiclásicos al

sur de la Cuenca de México están presentes los soportes de "tableta" (Gaxiola,

1999:59), y lo mismo en un cajete de la Colección Malo Zozaya con la que Braniff

definió la hipotética fase Tierra Blanca, del Clásico Tardío en Guanajuato (1992:101,

115, 125, 140, Iáms. 5-18). Soportes almenados se presentan también entre los

materiales de esta última colección (cfr. Braniff, 1972:313, lám.8; 1999:112, fig. 65b).

Por último, se ha postulado tma ruptura entre el Xajay Rojo Esgrafiado y la

tradición cerámica de la región, que se remite con frecuencia a la bicromia rojo/bayo

con diseños pintados (Nalda, 1975:95; 1996:269, nota 17; Saint Charles, 1998:343); sin

embargo, Nalda menciona un tipo en el que se conserva la bicromía rojo/bayo pero se

implementan motivos esgrafiados (1975:94-95).

En el área Xajay del Mezquital se han recuperado tiestos bicromos esgrafiados,

menos fr·ecuentes que el Rojo Esgrafiado pero evidentemente emparentados con él (Fig.

m Saint Charles resalta que Xajay Rojo Esgrafiado no se asocia con alguna actividad constructiva, pero esto no necesariamente significa que dicha cerámica se usó cuando el sitio ya estaba abandonado. En su trabajo sobre la secuencia ocupacional en Cerro de la Cruz propone una ocupación continua de 1300 años, identificándose sólo cinco etapas constructivas ( 1991 b:66), lo que significa que entre una renovación arquitectónica y otra pudieron transcurrir bastantes años. En este sentido no sería incongruente que el material Xajay Rojo Esgrafiado hubiese aparecido en el sitio cuando su última etapa constructiva ya había sido terminada y en consecuencia el relleno de las estructuras estuviese sellado. Si el relleno de la última etapa ha sido fechado relativamente entre los años 800 y 900 d C, es lógico que esta renovación estuviese en funciones por un periodo que rebasa a esas fechas, y no necesariamente que el lugar fue abandonado cerca de ellas.

165

Page 94: Tesis Interaccion Interregional. Laura Solar Valverde 2002_OCR

,- -: , , !· , ::rr-: 1;;-r,; · .,

l · lb · ciso 0 esgrafiado teG>tihuacano 32),"" al tiempo que difieren bastante de roJO ayo m . .

1 · ' ) fonna color apanencm de las (del que hay ejemplos en otros sectores de a regwn en , , . ,

'1 de estos dos se asemeJe mas la incisiones o esgrafiados, y motivos (desconozco a cua

cerámica reportada por Nalda).

Fig. 32. Xajay Bicromo Esgrafiado: Cortesía Proyecto Valle del Mezqtutal

Dmante el Epiclásico, en la

región de TuJa el esgrafiado aparece en

Jos tipos Guadalupe Rojo Esgrafiado,

Guadalupe Rojo sobre Café Esgrafiado y

Clara Luz Negro Esgrafiado del

complejo Prado (Cobean, 1990:75-93,

1 04-118). En el sur de Guanajuato, hacia

la parte final del Clásico, tan1bién está presente esta técnica decorativa (Nalda,

· · ¡ · · · ' que tiene antecedente en la gama 1996:274), aunque es mucho mas comun a mcis!On, , .

d 1 B · ío por lo menos desde el ClasJco de tipos cerámicos incisos que aparecen en to o e aJ

( f B "ff 1972·284 ?86· 1999·50-58· ?000:39; Saint Charles, 1990:55). Esgrafiados e r. ran1 , . , .... , · , -- .

e Incisos aparecen tam 1en en ' · b" ' Dmango y Zacatecas de manera contmua durante el

Clásico y en el Epi clásico (Kelley y Abbott, 1971; Braniff, 1972:284.' 2~6; 2000:39;

J. · B tt 1989·10 11 17· 1995-43 49· 1998:299, nota 10; J1menez Betts Y 1111enez e s, . - , , · , , . .

D ·1· 199?·13· ?000) ¡0 mismo que en la Costa del Pacífico y en .Tahsco (Me1ghan, m 1ng, .... . , .... , .

1976; Saint Charles, 1990:55; .Timénez Betts, 1995:43; Jiménez Betts Y Darlmg,

2000: 169; Braniff, 2000:39).

La confusión cronológica inicial del tipo Xajay derivó de su supuesta postura

estratigráficamente postenor y excluyente con respec · · to al tipo cerámico Rojo sobre

Bayo El Mogote, para el que se había propuesto como límite tardío 700/850 d C (Nalda,

· . d' entes decoración roja sobre naranja o bayo y D4 De esla cerámica sólo conozco cajetes de paredes rec~o IVFerg 'brada Policromo Inciso por Luis Morett

" · · · ") de!"neando los motivos. ·ue nom . esgrafiado ( Inctso Postcoccton

1 . . . . Bic amo Eso-mfiado Xajay de Patricia Foumter

( 1992:25.26, fig.33), siendo más apropiad~ la den~mmacJonSaintr Charl;so(l996: 132) en que se trata de una (1995, cuadro 8). Coincido con Moretl (l ~m) Y retspo Y,a hablar de un tirpo Xajay Esgrafiado con dos

· d d d f por lo que mas corree o sen . . vane a Y no . e un tpo, . . . . Ba o. Morett sefiala también que esta ceramtca variedades: RoJO Monocromo y Bicromo Rojo~man/" o " ~nfigurando una especie de híbrido" (idem).

podría significar la. unión 1de dos. :radic~oa~~~s ~~~t~~i~~~ he\isto algunos tiestos que considero son .. como Grac¡as a la amabthdad de arqueo ogo .

1 b de a de la ceramoteca del Bajto en

éstos, procedentes de San Felipe lrapuato, Gto., actualmente en a 0 g • Salamanca.

]{)6

1975:80, 95). Sin embargo, a partir de una revisión posterior de sus datos de

excavación, Nalda observa que existe un lapso en el que ambos tipos se traslapan,

bautizando al R/B El Mogote durante su última etapa como La Trinidad (Nalda,

1991:36, 38, 41, la convivencia de Xajay Rojo Esgrafiado y R/B El Mogote se percibe

también en su trabajo original, en dos de las cuatro unidades cuya frecuencia de tipos

ilustra, cfr. Nalda, 1975:83, UE52 y UEI03). A pesar de estas reconsideraciones, en un

trabajo reciente Nalda se refiere al "Rojo Inciso Postcocción Xajay" como haciendo su aparición en la región hacia 900 de (1996:269).

Con base en correlaciones cerámicas y en los escasos [echamientos directos que

existen para la región, parece que el límite inferior extremo de este tipo cerámico no

podría anteceder por mucho al afio 750/800 d C, puesto que uno de los contextos en

Barrio de la Cruz, donde se halló una vasija completa, es posterior a la construcción de

una plataforma fechada por Cl4 entre 650 y 750 d C (Saint Charles, 1998:340-341; ver

pág. 40 de este volumen). En el extremo opuesto, y como se verá a continuación, Xajay

Rojo Esgrafiado coexiste con elementos diagnósticos del complejo Corral de Tula en

algunos sitios, habiendo además otros rasgos en común hasta Corral Tenninal. De

acuerdo con esto y a reserva de ajustes posteriores a la cronología de TuJa, el límite

máximo superior no excedería del ai'í.o 950 d C, que se ha propuesto como inicio de fase

Tallan. Con este rango coinciden las fechas Cl4 que se tienen para el sitio El Zethé,

donde un contexto que contenía una vasija de Xajay Rojo Esgrafiado se asociaba a la

construcción de una plataforma, fechada entre 777 y 997 d C (Morett et al., 1994:93, 115; ver págs. 40-41 y nota 129 de este volumen). 135

De gran apoyo en el intento de situar cronológicamente al Xajay Esgrafiado, es

su presencia en otros asentamientos y convivencia con otros materiales que son diagnósticos de momentos más o menos precisos.

Varios sitios repmiados por el Proyecto Valle del Mezquital muestran fue1ies

vínculos con las sociedades asentadas en el Valle de TuJa, a decir por la cantidad de

tipos cerámicos que comparten (López AguiJar y Fournier, 1990:132; Fournier, 1995).

En contraste con los Xajay, los centros ceremoniales de estos sitios se localizan en

laderas de pendiente suave y sus alrededores fueron adaptados para la habitación y

cultivo por medio de tenazas (López AguiJar y Foumier, 1990:132; López AguiJar,

1994: 117-118). Entre ellos aquí interesa principalmente Sabina Grande, porque en él se

ll5 En este fechamíento se apoyan Crespo y Saint Charles recientemente ( 1996: 116-119) al proponer una cronología entre 600 y 900 d C para los contextos excavados en Barrio de la Cruz, donde se rescataron algunas vasijas Xajay Rojo Esgrafiado en contextos ofrendarios. ~

167

Page 95: Tesis Interaccion Interregional. Laura Solar Valverde 2002_OCR

han realizado excavaciones y varios estudios prospectivos ( cfi·. López Aguilm Y

Foumier, 1990:91; 1992; Canasco et al., 2001) y por situmse geográficmnente muy

cerca del Desanollo Regional Xajay.

Como ya se ha mencionado, en Sabina Gran~e están representados en superficie

los complejos Corral, Corral Terminal y Tollm1 (López Aguilar Y Fournier, 1992:16-

42), los dos primeros cmTespondientes a la Esfera Coyotlatelco. No se ha recuperado en

Sabina Grm1de un ejemplm· completo ele Xajay, pero el tipo es frecuente en superficie

(cü. López Aguilm· y Fournier, idem) de donde conozco también un ejemplo de la

vm·ieclad bicroma .. Tiestos Xajay Rojo Esgrafiado apmecieron dentro ele la secuencia

estratigráfica que se describe en el primer capítulo ele esta tesis, Y que puede

Fig. 33 Jarra rojo/bayo y negativo. Cortesia Proyecto Valle del Mezquital

circunscribirse a Cona! Terminal (ca. 900-950 el

C) (págs. 37-38 de este volumen). Tmnbién dentro

de esa secuencia se cuenta un gran fragmento de

jarra globulm pulida de color bayo, con

decoración de frwja roja sobre el cuerpo y grecas

al negativo sobre el cuello, que exhibe

exactw1ente la misma forma, acabado, técnica

decorativa y motivos, que un ejemplm· completo

recuperado dmante la excavación de un entieno

múltiple en El Zethé (Fig. 33), contexto donde sí

se halló un cajete trípode completo ele! tipo Xajay

(Fig. 31) y al que se asocia el fechwüento que se

mencionó líneas atrás.'"

Otro sitio integrado a la Esfera Coyotlatelco cuya cerámica compm·te muchos

atributos con la región ele Tula, es Chapantongo, localizado en la frwja central del

Valle del Mezquital y a escasos veinte kilómetros al norte de Tula (López Aguilar y

Fournier, 1992: 71-74; Foumier, 1995:56-57; Cervwtes y Fournier, 1996:106-1 08). En

"" La similitud entre las jarras de El Zethé y Sabina Grande es muy clara, sugidendo un mismo odgen. Es posible que se trate de piezas importadas, pues al menos dentro de las colecciOnes del Proyecto Valle del Mezquital no conozco ningún otro ejemplar o tiesto parecido. Se han reportado tipos Rojo/Bayo Y Negahvo en varios lugares con ocupación epiclásica (cfr. Cobean, 1990:126, 130; Samt Charles, 1991:80, 88, fig: 11; Crespo y Saint Charles, 1996:125; Gamboa, 1998) y encuentro gran Slmihtud con un llesto con decorac10n Y motivos muy similares, aunque distinta fonna, que se incluye en el _muestrano que el Centro INAH Guanajuato conserva del Proyecto Gasoducto, tramo Salamanca-Yunna, cordtalmente mostrado por el arqueólogo Carlos Castañeda.

[68

la colección proveniente de superficie se reportan varios tipos de los complejos Prado y

Corral designados por Cobean, además de variedades, tipos locales (Fournier, idem;

Cervantes y Fournier, ibid.:108-112, 117) y materiales que se consideran de

intercambio intrmTegional, entre éstos el Xajay Rojo Esgrafiado (López Aguilar y

Fournier, ibid.:73; Cervantes y Foumier, idem).

En un sentido inverso, en los sitios Xajay aparecen ocasionalmente algunos

elementos de la vajilla frecuente en Sabina Grande y Chapantongo. Se hm1 identificado

entre las colecciones Xajay los tipos Ana María Rojo/Café y Coyotlatelco Rojo/Café de

la clasificación de Cobean (complejos Prado y Con·al respectivamente) (López Aguilar

Y Fournier, 1989; 1992: 12; Morett, 1992:29, 39; Fournier, 1995 :56; Fournier y

Cervm1tes, 1996: 117) y El Marqués Café Pulido, un tipo propio ele Chapantongo

(Fournier y Cervantes, idem). En Zethé y Pañhú se reporta una conespondencia ele

Xajay Rojo Esgrafiado con Cañones Rojo sobre Café (López Aguilar y Fournier,

1992:11; Morett et al., 1994:93) que es otro de los tipos cerámicos considerados por

Cobean como diagnósticos de fase Corral en Tula (1990:238-244) y que también está

presente en Cen·o ele la Cruz (Saint Charles, 1991b:80, 87, fig.IO; 1998:340-341). 137 Al

parecer, hay más elementos en Ceno ele la Cruz que se vinculan con los complejos

Prado y Corral de Tula (Saint Charles, com. pers. 2002) y considero que el estilo ele

algunos ele los tipos rojo/bayo ele manufactura local en Zethé y Pañhú podría incluirse

en la Esfera del Coyotlatelco, constituyendo otra evidencia de lazos entre el DesmTollo

Xajay Y esta última. Este aspecto, además de los posibles alcances ele la Esfera

Coyotlatelco, sus traslapes y algunas ele sus implicaciones, serán tratados con más detalle posteriormente.

Como ya se ha dicho, la ocupación Xajay no se circunscribe a los límites

temporales del Rojo Esgrafiaclo. 138 Sin embm·go, la distribución intrarregional e

137

En el trabajo de 19~lb Saint Charles h~bla de Ollas de Cuello Alto Rojo/Bayo, que a decir por su ilustración (1b1d., fig.l O) podnan ser del t1po Canones al que hace referencia en su trabajo posterior (1998:340-341). Cervantes y Fourmer se refieren a los cántaros Cañones que aparecen en la zona Xajay como una variedad

_ del tipo reportado por Cobean (1996: 117).

~.os Es posible qu~ laocupación de los sitios Xajay se extienda a los primeros años de la fase Tallan. Aunque no con~zco nu:g~n tipo d.mgnóstlco de ese complejo 'tolteca' entre los sitios Xajay del Mezquital, existe en ellos un lipa ceram1co bautizado como Naranja Pañhú (Luis Morett, com. pers. 1995), que en decoración y en una de sus fonnas se asemeja bastante a los cajetes trípodes 'a brochazos' y eon soportes de botón del tipo Jara AnaranJado Pulido desento por Cobean ( 1990:335-350). La pasta, sin embargo, es mucho más fina y delgada en el pnmero, y a .Sl.mple VIsta parece provenir de la Costa del Golfo (Socorro de la Vega, com. pers. 2001 ). Durante el Ep1elaslco aparec~n en Chapantongo los tipos La Costa Anaranjado Pulido y La Costa Anaranjado/Anaranpdo (Fourmer, 1995: ~82, cuadro 8; Cervantes y Fournier, 1996:112, 118, flg. 11) y en el ~r~m~ro se reporta~ Igualmente ~ajetes ~npodes ~on soporte de botón (Fournier, idem) pero 110 conozco en VIVO estos matenales. Marganta Gax10la considera que en su descripción estos tipos se asemejan a la

169

Page 96: Tesis Interaccion Interregional. Laura Solar Valverde 2002_OCR

i!'lterregional de este tipo diagnóstico es un apoyo importante al rastre'ar los víncul€ls de

la zona hacia el Epiclásico.

Mapa 3, Extensión aproximada deJa Esfera Xajay (sombreado obscuro) y alcance tentativo de la dispersión de su tipo diagnóstico (sombreado tenue).

!~Alta Vista. 2~La Quemada. 3-E\ Cerrito. 4-Guadalc<izac S-Peñasco. 6-Villa de Reyc~ .. 7-B~ena Vista 1-Juaxcamá. 8-Ria Verde. 9-La Noria. 1 O-Tarnuín. 11-Tarntok. 12-Las Flores. 13-Pánuco/Pavón. 14-TaJm. 1 J:~·Iuap~lcalco. 16-T~la. 1 ?­Chapantongo. 18-Sabina Grande. 19-Zethé. 20-Pafi.hú. 21-Zimapán. 22-Cerro de la Cruz. 23- ~ epozan. 24-El Ccrnto. 2)­La Griega. 26-Acómbaro. 27-Salvatierra. 28-Yuriria. 29-Huanlmaro. 3D-Degollado. 31-1::.1 ~obre: .32-Peralta. 33-Salaman~a. 34-San Bartola. 35.La Magdalena. 36-Mora\es. 37-Cañada de la Virgen. 38-A~ua ~spmoza/ f1erra Blanca. 39-La Gloria. 40-La Gavia. 41-Ccrrito de Rayas. 42-Alfaro. 43-Carabino. 44-E\ Cóporo. 43-Chmampas~ 46-Cua.ren~a. ~~­Zacapu. 48-Cuitzco. 49-Zinapécuaro. 50-Loma Santa María. 51-Urichu. 52-Tingambato .. '.3-Uruapan. J~-Apatzmgan. :n­Huamango. 56-Tcotihuacan. 57-Tecámac. 58-To\uca. 59-Teotcnango. 60-Cacaxt\a/XochJtecatl. 61-Xochtcalco.

Contrm·io a lo que en algún momento se pensm-a, el Xajay Rojo Esgrafiado no se

restringe al Valle ele San Jum1 del Río (Saint Charles, 1987-88:7) ni se circunscribe a la

cuenca del Río San Juan, las cercanías de su confluencia con el río TuJa, el poniente del

municipio ele Tecozautla, Hgo. y, como una excepción, el Cerro Magoni en TuJa (Saint

Cerámica Naranja y Marfil de Huapalcalco (1999:59), también una importación desde el Golfo durante la misma época (Gaxiola, ibid.:55-59, figs.9 y 13) pero que parece diferir del Naranja Pañhú.

170

Charles y Crespo 1991:4). Aislados, se ha hecho referencia a tiestos Rojo Xajay en

Huamango, Méx. (Segura y León, 1981:116-117; Morett, 1996:1), Teotenango, Méx.

(Nalda, 1996:269, nota 17) y la Sierra Gorda de Querétaro (Crespo y Saint Charles,

1996:119; Elizabeth Mejía y Alberto Herrera, com. pers. 200Jl"), donde pueden ser

intrusivos, mientras que existe una continuidad distributiva entre el sur de Querétaro y

el poniente de Hidalgo, incluyendo con certeza el Valle de Querétaro (Crespo y Saint

Charles, idem) y los municipios de San Juan del Río, Qro. (Nalda, 1975), Tecozautla,

Hgo., Huichapan, l-Igo. (López Aguilar et al., 1989; López Aguilar y Fournier,

1990:131; Crespo y Saint Charles, idem); Chapantongo, Hgo. (Cervantes y Fournier,

1996: 108-112,11 7) y alrededores de Tul a (Fournier, com. pers. 2002) (Mapa 3 ). 140

No he visto reportado ningún tiesto Xajay Rojo Esgrafiado en Guanajuato, pero

vale la pena recordar que en la mitad sur de dicho estado se han recolectado algunos

que creo corresponden a la variedad bicroma y también un fragmento comparable con la

jarra del Zethé que compartía contexto con un cajete Xajay Rojo Esgrafiado (ver notas

134 y 136 de este volumen).

Un ejemplo más de que puede vincularse al Mezquital con El Bajío durante el

Epiclásico lo constituyen las pipas de barro. Estos artefactos son abtmdantes en las

colecciones de los sitios de Hidalgo pero su dispersión es en realidad mucho mayor.

Siguiendo la tipología de Porter (1948: 187), en el Mezquital son abundantes las

pipas angulares con soporte-plataforma sencillo o zoomorfo; el hornillo o cazoleta tiene

forma de embudo y al igual que el tubo sus paredes son delgadas. Por lo general estas

piezas llevan un baño de engobe rojo pulido, aunque también las hay cafés, negras o sin

recubrimiento. La decoración es al pastillaje, frecuentemente una tira delgada que

abraza a la cazoleta y cuyos extremos continúan por la pmte superior del tubo, en fonna

recta, ondulada o fom1ando motivos; algunas veces el diseüo es zoomorfo (ver Fig. 30

en pág. 142). Como ya se ha dicho, objetos similares fueron rescatados por Acosta

durante las exploraciones del Palacio Quemado en TuJa (Fig. 35b). 1'11 También se

139 Llama la atención este tiesto, pues a decir por Mejía y Herrera, se recuperó en un estrato tardío dentro de la secuencia de excavación.

140 Luis Morett agrega el norte de Zumpango y las proximidades de Zimapán (1996:1), lo que es bastante plausible dada su proximidad con las áreas que se mencionan aquí. También señala que Xajay Rojo Esgrafiado apareció en los estratos más antiguos de Tula Chico (Morett, idem), pero no hace referencia a quién realizó, o cuándo, dicho hallazgo. En !os infonnes que yo he consultado no se hace tal mención.

1'11 En el Cerro de la Malinche, en los alrededores de TuJa, Blanca Paredes reporta fragmentos de pipas que

conviven estratigráficamente y aumentan en proporción con la cerámica Mazapa Líneas Rojas Ondulantes (1990: 194). No se ilustran ejemplos, pero a decir por su descripción estas piezas difieren de las que son comunes en otros sectores del Mezquital, pues se dice que su decoración es esgrafiada (idem). La técnica

171

Page 97: Tesis Interaccion Interregional. Laura Solar Valverde 2002_OCR

mencionó la asombrosa similitud de la pipa (objeto único en aquella región) que fue

recuperada en el Templo de los Guerreros, Chichén Itzá (Morris et al., 1931:177-179,

lám. 21) (ver Fig. 29 en pág. 141 de este volumen y Fig. 35a), y cuyo origen se ha

supuesto tolteca (Porter, 1948:21 O; Cobean, 1978:73) o michoacano (Thompson, 1966

apud Cobean, ídem).

En los sitios Xajay del Mezquital y alrededores se han recolectado abundantes

ejemplares de estas pipas en superficie y en excavación (Morett, 1992:24; 1996:8;

Foumier y Cervantes, en prensa); mientras que entre los sitios que comparten vajilla

con TuJa, un ejemplar completo proviene de Sabina Grande (Carrasco et al., 2001:61,

68, 70; ver pág. 62 de este volumen) y tanto en Sabina como en Chapantongo se han

hallado en superílcie varios fi·agmentos (Fournier, 1995:382, cuadro 8; Cervantes y

Fournier, 1996: 111, 112, 125, fig. 13) (Fig.34).

l')g. 34. Fragmentos de pipa recuperados en Chapantongo. Tomado de Cervantes y Fournier, 1996.

=· -= OIZ34uo

En general para los sitios al sur de Querétaro se

reportan fragmentos de pipas, por ejemplo en El

Palacio (Tepozán) (Brambila y Castañeda, 1991:153),

La .Joya (Crespo, 1991a:l23, ílg. lOa), La Griega

(Flores y Crespo, 1988:214), El Cerrito (Flores y

Crespo, 1988:214; Crespo, 1991a:l04), el Valle de San

Juan del Río (Nalda, 1991:37, 41), y Barrio de la Cruz

(Saint Charles, 199la:9; Crespo y Saint Charles, 1996:125) (Mapa 4). Aunque a veces

no se ilustran o los segmentos son demasiado pequeños, es factible que la mayoría sea

del mismo tipo descrito, como ocurre con piezas de Tequisquiapan, un lugar bastante

cercano (Fig. 35f-g).'n En el límite de Guanajuato con Querétaro existen pipas en La

Magdalena (Crespo, 1991a, fig. 14c) y algunos kilómetros al noroeste, en el sitio de

Morales, se reportan dos ejemplares (Braniff, 1999:92), uno de ellos muy semejante a

los de Tequisquiapan (cfr. ibid., ílg. 52d), el otro diferente de todos los referidos (ibid.,

tig. 52e).

decorativa del esgrafiado, además de la incisión, la pintura al fresco y al negativo, sí se observa entre las pipas procedentes del municipio de San Miguel de Allende, en Guanajuato (cfr. Nieto, 1994:62).

1'12 Sobre los fragmentos de Tequísquíapan, Porter sugiere una similitud con las pipas de Guasave (1948:203,

\ám.\7), pero las primeras son de platafonna con aplicaciones al pastillaje, mientras que las segundas tienen soportes y muestran una decoración pintada o esgrafiada. En las Figs. 30, 34 y 35 se aprecia la semejanza de las piezas queretanas con las hidalguenses.

172

Algunas pipas en Guanajuato también son angulares y con soporte-plataforma,

hornillo en forma de embudo y decoración al pastillaje frecuentemente zoomorfa. En

ocasiones tienen un par de protuberancias en la plataforma, pero en la mayoría no

podrían considerarse soportes, pues se extienden a los lados y no llegan a alterar el

ángulo del cuerpo. Ejemplares completos proceden ele Tierra Blanca (Braniil~ 1972,

283, lám. 8; 1999: 146) y varios se exhiben en el Museo de San Miguel de Allende

(Nieto, 1994), algunos ele ellos semejantes a los descritos para el Mezquital. También

en el norte de Guanajuato, se han reportado fragmentos de pipas en Caüacla ele la Virgen

(Nieto, 1997:101), Cenito de Rayas (Ramos et al., 1988:314) y Carabina (Diehl,

1976:271; Flores y Crespo, 1988:214), pero ninguno se ilustra.'·"

Refiriéndose a los estados de Querétaro, Guanajuato y San Luis Potosí, Beatriz

Braniff considera que el uso ele pipas inició hacia el Clásico Tardío (1972:292-293;

1974:43; véase también Nieto, 1994:62; Fournier y Cervantes, en prensa). Ahora se

sabe que deben incluirse los estados de Hidalgo y, como se verá tm poco más adelante,

Michoacán.

Profundizando un poco en la temporalidad de estos objetos, es conveniente

recordar que el contexto de Sabina Grande, donde se recuperó completa una de estas

pipas, se ubica por conelación cerámica dentro de la fase Corral Terminal ele Tul a (ca.

900-950 d C). Los fragmentos localizados en Chapantongo, que se han clasificado con

el nombre de Cenitos al Pastillaje, se relacionan con elementos del complejo Praclo­

Con·al (Fournier, 1995:382, cuadro 8; Cervantes y Foumier, 1996:111, 112, 125, fig.

13), que en la secuencia de Cobean se sitúa entre 700 y 900 d C'·'·' En el caso de CelTito

de Rayas, Guanajuato, los tipos cerán1icos identificados sugieren que la ocupación del

sitio no se extendió más allá de la misma época (c±i·. Ramos et al., 1988). 1'15 Con

1•13 Muy cerca de Carabina se encuentra Villa de Reyes, ya en territorio potosino, donde también hay pipas

(Crespo, 1976: 43, 45,56; Flores y Crespo, \988:214, Braníff, 1992:39,61; 1974:43) que son descritas con un baño de pintura roja pulida, cazoleta cónica y "remate" que "puede ser en forma de abanico o de espiral" (Crespo, ibid.:56), ocasionalmente con decoración zoomorfa o antropomorfa (Braniff, ibid.:61 ). Pipas de "remate en espiral" como las que describe Crespo se exhiben en el Museo de San Luís Potosí, en la Sala del Norte del Museo Nacional, y varias de las piezas de Tierra Blanca, Gto. lo tienen también (cfr. Braniff,\999:146, \ám. 11). El uso de pipas es una costumbre que comparten durante la misma época el sur de San Luís Potosí y los lugares mencionados, pero en apariencia las pipas del Tunal Grande se asemejan más a las de la región de Río Verde y Guada\cázar (Braniff, 1992:61; Braniff, 1999:146) (Mapa 2) y quizás también a las de la Sierra de Tamaulipas que son contemporáneas (Braniff, 1974:43). Es posible que los ejemplares del norte de Guanajuato (o algunos de ellos) sean como éstos y no como los que he referido para el sur de Querétaro y poniente de Hidalgo.

1'14 Al parecer los hallazgos en el Palacio Quemado de TuJa son una excepción a la asignación Epiclásica de estas

pipas, pues se localizaron sobre el piso y en convivencia con materiales de Fase Tallan (Cobean, 1978:71). 145 Aunque el reconocimiento en Cerrito de Rayas fue superficial, destaca la presencia de tipos diagnósticos del

Clásico Tardío como Valle de San Luís y Garita. Hay Blanco Levantado, pero éste no parece correeyponder a

173

Page 98: Tesis Interaccion Interregional. Laura Solar Valverde 2002_OCR

respecto a las pipas procedentes de San Miguel de Allende, Luis Felipe Nieto propone

una temporalidad entre los años 850 y 1150 d C (1994:62). Para el sur de Querétaro Emique Nalda calcula que las pipas son posteriores al

año 900 d C (1996: 269), pero señala que aparecen por primera vez en asociación con

"RIP Xajay" (1975 :97), que considero debe situarse entre 750/800-950 d C Esto es

congruente con fragmentos de pipas recuperados en excavación en Barrio de la Cruz,

San .Juan del Río, que convivían estratigráficamente con Café Inciso Pulido Garita,

Rojo-Naranja sobre Bayo Cantinas, Rojo sobre Bayo El Mogote Y ollas de tipo Cañones

(Saint Charles, 199la:9; Crespo y Saint Charles, 1996:125), por lo que Saint Charles las

sitúa en la fase El Mogote de Cerro de la Cruz, tentativamente entre 400 y 900 d C

(Saint Charles, ibid.:!O). Los ejemplares de El Palacio provienen de superficie, pero

entre los materiales que penniten situar cronológicamente al sitio se cuentan los tipos

Cantinas y Rojo sobre Bayo El Bajío (tentativamente 400 a 900 d C), además de una

cerámica que se considera muy similar a la Mazapa Líneas Ondulantes (Brambila Y

Castañeda, 1991:153). Un caso similar es el de La .Joya, donde hay tiestos Cantinas Y

Paso Ancho Borde Rojo, este último con una duración propuesta de 600 a 900 d C

(Saint Charles, 1990), misma temporalidad que sugiere Crespo para las pipas de este

lugar (Crespo, 1991a:l23, fig. lOa). En La Magdalena y La Griega las colecciones

también son de superficie, por lo que la asignación temporal de las pipas es incierta.

Ambos lugares comparten elementos de la vajilla de Tula y en sitios como éstos las

pipas se han considerado correspondientes a fase Tallan (cfr. Flores Y Crespo,

1988:214, 217).'·" Sin embargo, es interesante que en La Magdalena no se presentan

tipos diagnósticos posteriores a la fase Corral (cfr. Flores y Crespo, ibid.:210-215), con

excepción del Blanco Levantado, que tiene una profundidad temporal mayor en esta

región que en Tul a (Braniff, 1992:105; Crespo, 1996:77). Además, el asentamiento

muestra una continuidad ocupacional por lo menos desde el periodo precedente, como

lo demuestra la presencia de Rojo sobre Bayo El Mogote, Paso Ancho Borde Rojo,

Cantinas y San Miguel Rojo sobre Bayo (Crespo, 199la, figs. 14a-14c).

una ocupación del Postclásico Temprano como en otros sitios, ya que en Cerrito de Rayas no hay Plz;mbale y tampoco parece haber otros elementos del complejo Tallan (Ram?s el al., 1988). Extste una ceramtca de pasta gruesa, pero los autores consideran que no corresponde al tipo conoctdo como Pasta Gruesa Tardto

(ibid.:313). . 1" 6 flores y Crespo no señalan la existencia de pipas en La Magdalena (cfr. 1988:2~4), pero en un trabaJO

posterior Crespo ilustra un par de fragmentos procedentes de este lugar (199la ftg. 14c). Al pie de las

imágenes aparecen las fechas 400-800 d e

El Cerrito, Qro. es otro sitio vinculado con Tula en sus últimas fases. En este

lugar se han registrado fragmentos de pipa en excavación, que en los niveles superiores

conviven con materiales de Corral Terminal y Tallan (Crespo, 1989:12; 199lb:l76).

Sin embargo, también se les señala en conespondencia con tipos más tempranos, como

Garita y Valle de San Luis Policromo, en el Nivel III de la secuencia (cfr. Crespo,

1989:12; Crespo, 199lb, Fig. 9), donde se obtuvieron dos [echamientos por

radiocarbono (676 +- 77 y 805 +- 113 d C, Crespo, 1989:4; 199lb:l65, 218).

Regularmente, Crespo sitúa a las pipas del Cerrito entre 600/650-900/950 d C (1989:20;

1991 b: 192), dentro de la fase homónima (650-1100 d C) (Crespo, 1991 a: 1 04), periodo

donde además de las cerámicas mencionadas aparece el Paso Ancho Borde Rojo. Dada

la frecuencia de tipos del sur de Guanajuato, la autora considera que las pipas provienen

de la región del Río Laja (1989:20; 199lb:192).

En la fase San Luis del Tunal Grande ( 650-900 d C) se reporta el uso de pipas en

Villa de Reyes, conviviendo con Valle de San Luis Policromo, el tipo diagnóstico de

ese periodo (Crespo, 1976:43, 45, 56; Braniff, 1992:39, 61). 1'17 La distribución temporal

de esta cerámica es amplia, pero conviene recordar que en El CetTito algunos

fi·agmentos de pipas ocun·en en el mismo nivel que Valle de San Luis. También se

presenta en Guanajuato, donde se ha ubicado en la hipotética Fase Tierra Blanca del

Clásico Tardío, nuevamente en compañía de las pipas de barro (Braniff, 1972:283).

Si tuviese que sugerir una filiación de las pipas mencionadas (cuando conozco su

forma), con pipas de otra área, mi principal candidato sería sin duda el noreste de

Michoacán, en los alrededores de la laguna de Cuitzeo. De aquí provienen tres de los

nueve ejemplares ilustrados por Porter que guardan entre sí una verdadera similitud (los

otros son la pipa de Chichén, una de las rescatadas en TuJa, otra procedente de Pánuco1'18

y tres fragmentos de Tequisquiapan, Qro.) (cfr. Porter, 1948:186-189, 197, 209, 210,

216, láms. 8k, 17b, y 22) (Fig. 35).

147 Branitf destaca que las pipas son comunes en la fase San Luis, pero existen tres fragmentos en la fase San Juan (ca. 270 a. C.- 130 d. C., 1992:147). Éstos son negros y carecen de decoración detrás de la cazoleta (ibic/.:61, 117-118).

'"' E . . ' . _,sta pt.eza es mteresante, pues etecttvamente es comparable con las descritas y parece excepcional entre las coleccwnes de la Huasteca, aunque en esta región se da una amplia variedad de fomms (Porter 1948:191-193, láms.8 Y 9). Entre las más frecuentes se encuentran pipas de soporte platafonna, pero de bo;des gruesos redondeados y con hornillo cilíndrico al centro, de barro o piedra (Porter ibid., lám.9b; Du Solier el al., 1947-48:21, lám. 3 a y b, 24). Estos artefactos se vinculan estrechamente con aquellos de la región de Caddo, en el sureste am~ri.cano (Portcr, ibid.: 192,227; Du Solier el al., ibid.:26-29; Armillas, 1999 [ 1964]:34). Del MezqUital umcament~ !1e vtsto un fragmento que tal vez corresponda a una pipa de barro con esta forma,

. recolectado en superflc1e y procedente de Sabina Grande.

175

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Fig. 35. Pipas ilustradas por Porter, 1948. Chichén llzá (a); Tula (b); Cuitzeo (c-e); Tequisqui'!Ran (f, g)

La autora parece asumir que todas las piezas de Michoacán son tarascas, pero en

su estudio se observa que específicamente las de Cuitzeo difieren bastante del resto.'"

Se desconoce su temporalidad y procedencia exacta pero, como se ha visto, puede

considerarse que el estilo al que corresponden se generalizó antes del año l 000 d C

Entre trabajos recientes en esa región sólo he encontrado un fragmento que con

seguridad corresponde al mismo estilo, ilustrado por Moguel (1987:lám.50) Y

recolectado durante la prospección en el Tramo Yuriria-Uruapan, a la par con

ejemplares tarascas de boquilla 'enrollada' o 'retorcida' (Moguel, ibid.:láms.50-51).

Específicamente en la Cuenca de Cuitzeo se han recolectado pipas en superficie

(Moguel y Sánchez, 1988:231) pero no sé si son del estilo descrito o son tarascas. Lo

mismo ocmTe en la Cuenca de Zacapu, donde Brigitte Faugere las sitúa en la fase

Milpillas (1200-1450 d C), pero sólo con datos de superficie, habiendo pipas en lugares

donde además de materiales de fase Milpillas hay algunos de fase La Jo ya (850-900 d

C), como el Grupo Hornos y el Borde Chirimoyo (cfr. Faugere, 1996:87-88).'"'

1~9 Las pipas tarascas más comunes son también angulares, pero no de plataforma, regularmente tienen soportes y la decoración se logra a partir de diseños punzonados, pintados o esgrafiados (Porter, 1948:186-1_90, 193-199, láms.12-15), compartiendo algunos de estos atributos con las pipas smaloenses en algun punto contemporáneas (véase Porter, ibid.: 199-203, láms. 16 y 17). . .

15° El único sondeo donde aparecen fragmentos de pipa se realizó en un abngo. Se trata de boqutllas negras pulidas, una de ellas 'retorcida'. Coincido con la autora en que "recuerdan" a los tipos tarascas (Faugére,

1996:94).

17ó

La distribución de pipas angulares con soporte-plataforma, cazoleta en forma de

embudo y decoración al pastillaje, abarcó durante el Epiclásico a varias esferas. Las

piezas de Cuitzeo que ilustra Porter son un buen indicador de la existencia de una red

que vinculaba por lo menos el noreste de Michoacán, sur de Guanajuato, sur de

Querétaro y poniente de Hidalgo (Mapa 4) (esta red ha sido también propuesta por

Cristine Hernández, con base en la distribución de otros materiales arqueológicos

[2001:33, 40, ver adelante]).

Mapa 4. Distribución aproximada de las pipas con soporte-plataforma

2

•51 • 52

•53 •S'i

,¡ .. J

1-Alta Vista. 2-La Quemada. 3-El Cerrito. 4-Guadalcázar. 5-Peñasco. 6-Villa de Reyes. 7-Buena Vista Huaxcamá. 8-Río Verde. 9-La Noria. 10-Tamuin. 1 1-Tamtok. 12-Las Flores. 13-Pánuco/Pavón. 14-Tajín. 15-I-Iuapalcalco. 16-Tula. 17-Chapantongo. 18-Sabina Grande. 19-Zelhé. 20-Pañhú. 21-Zimapán. 22-Cerro de la Cruz. 23-Tepozán. 24-El Cerrito. 25-La Griega. 26-AC<i.mbaro. 27-Salvatierra. 28-Yuriria. 29-Huanímaro. JO-Degollado. 31-El Cobre. 32-Peralta. 33-Sa!amanca. 34-San Bartola. 35.La Magdalena. 36-Morales. 37-Cañada de la Virgen. 38-Agua Espinoza/Tierra Blanca. 39-La Gloria. 40-La Gavia. 41-Cerrito de Rayas. 42-Alfaro. 43-Carabino. 44-El Cóporo. 45-Chinampas. 46-Cuarenta. 47-Zacapu. 48-Cuitzeo. 49-Zinapécuaro. 50-Loma Santa María. 51-Urichu. 52-Tingambato. 53-Uruapan. 54-Apatzingón. 55-Huamango. 56-Teotihuaean. 57-Tecámac. 58-Toluca. 59-Teotenango. 60-Cacaxlla/Xochitécatl. 61-Xochicalco.

177

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•':'.-!'·¡!.-;,

Quizás estos vínculos, establecidos cuando menos durante" finales el Olásico,

facilitaron la inserción de Tula en las redes por las que circularon la obsidiana de

Ucareo/Zinapécuaro y la turquesa, desde el Epiclásico y hasta el Postclásico Temprano.

La presencia humana en ten·itorio michoacano tiene considerable antigüedad,

pero se ha propuesto que la ocupación principal al noreste ocunió a partir del

Epiclásico. 151 Específicamente al este de la Laguna de Cuitzeo el asentamiento es

relativan1ente insustancial hasta cerca del final del periodo Clásico, cuando aparecen

sitios vinculados con la explotación de la obsidiana en Ucareo/Zinapécuaro (Healan,

1997:94-96; 1998:106) que durante el Epiclásico llegó a ser un recurso de importancia

panmesoamericana (Healan, 1997:77; 1998:1 07; Healan y Hernández, 1999: 136;

Hernández, 2001 :32).

Los vínculos entre el Mezquital y el noreste michoacano también se hacen

evidentes a pmiir de esta obsidiana, que se ha recuperado en varios sitios de Hidalgo

(p.e., Chapantongo, Tones et al., 1999:89; Fournier y Cervantes, en prensa), y que en

Tula, por lo menos durante sus primeras fases (ca. 700-950 d C), constituye casi el 90%

(Cobean, 1982:80; Healan y Stoutamire, 1989:236; Healan et al., 1989:244, 248;

Healan, 1997:77, 1998:101; I-Iealan y Hernández, 1999:136, 141). 152 Es posible que los

rasgos compartidos entre estas dos regiones sean consecuencia secundaria de la

participación de mnbas en una misma red (I-Iealan y Hemández, 1999:141) 153, y no que

su relación ocurrió de manera directa, como señalan Cervantes y Foumier:

"[ ... ] la red puede tener lazos directos (asentmniento a asentmniento) o indirectos (en cadena) y múltiples puntos de contacto, lo cual incide en princ1p10 en que los miefactos puedan transportarse distancias considerables" (Cervantes y Fournier, 1996: 118).

151 A raíz del análisis de los materiales recuperados en el tramo Yuriria-Urupan del Proyecto Gasoducto, Maria Antonieta Moguel observó una continuidad ocupacional desde el Preclásico Superior hasta el Postclásico Tardío en la Cuenca de Cuitzeo, pero ocurriendo la mayor diversidad y fi·ecuencia de tipos cerámicos a partir del Clásico Tardio (1987:2, 5, 68, 115, 129). Al oeste de la laguna se localiza la población de Zacapu, y entre ésta y el río Lerma se ha observado también una continuidad desde épocas tempranas, aunque nuevamente ocurriendo la ocupación principal durante la parte final de la fase Lupe (ca. 700-850 d C), durante fase La Joya (ca. 850-900 d C) (Faugére, 1992:41, 43, 45, 1996:84, 90, 95; Pollard,1995:36; 2000a:63) y extendiéndose durante la fase Palacio (900-1200 d C) (Faugére, 1996:84,90-92,95, 100).

1" Richard Diehl dice que por lo menos el 80% de la obsidiana en Tu la proviene de Pachuca y tal vez el 10% de

Zinapécuaro (1982: 111), pero parece que esto sucede sólo hasta la fase Tallan (Cobean, 1978:117; 1-lealan y Stoutamire, 1989:234, 236; Healan el al., 1989: 248-249).

153 Como ocurriera con el resto de la redes de intercambio prehispánicas (Webb, 1974:358. 362), con seguridad en ésta se involucraron también recursos cuyo rastro no se aprecia de manera clara en el registro arqueológico, pudiendo ser uno de ellos la sal, cuya explotación al oriente de la laguna de Cuitzeo está documentada para el Postclásico Tardío (Moguel, 1987: 12; Nalda, 1996:261-262; Williams, 1999: 164-165, 170-171 ).

178

En el caso de la región de TuJa y los sitios estrechamente vinculados con ella,

todos ellos petienecientes a la Esfera Coyotlatelco durante el Epiclásico, esta relación

"en cadena" puede rastrearse a pmiir de los "lazos directos" sostenidos con sus vecinos

al oeste, integrados en la que ha sido denominada Esfera del Bajío. Si el papel que el

Desarrollo Xajay jugó en esta relación fue el de una esfera intermedia o si debe

considerársele una subesfera dentro de una estructura mayor, es hasta ahora incierto.

Esfera del Bajío

Se ha manejado que entre los años 350-900 d C pueden identificm·se en la región

del Bajío principalmente tres "tradiciones": Blanco Levantado, Rojo sobre Bayo, y

Negro o Café Inciso (Castañeda et al., 1988:326; Saint Chm·les, 1990:51; Brm1ifí~

2000:39). Dada su extensión temporal y anaigo en una región pmticulm·, es apropiado

el término 'tradición' para referirse en general a estas cerámicas (Willey y Phillips,

1958:34-35); sin embargo, a lo ]m·go de su existencia experimentaron vm'iaciones en el

aspecto formal o estilístico, que se han catalogado como tipos distintos.

Sobre la técnica decorativa del Blanco Levantado existen vm·ios trabajos, en los

que se describe su uso extendido y vm·iabilidad a lo lm·go de una considerable

profundidad temporal (Cobean, 1990: 455-457; Saint Chm·les, 1990:56-59, 80-82, 102-

103; Crespo, 1991a; 1996; Durán, 1991:70-71). El m1álisis de formas ha pem1itido

distinguir algunos tipos. El más tm·dío es aquel que forma pmte de los complejos Corral

Terminal y Tallan de TuJa (Cobean, idem; Saint Charles, 1990:56; Crespo, 1996:77;

Braniff, 2000:40), el más temprano aparece en sitios del Fmmativo en an1bas costas

(Crespo, ibid.:79) y desde el Clásico Medio y hasta el Postclásico Temprano ocurre en

los sitios del nmte de Guanajuato y el Bajío (Cobean, idem; Saint Charles, ídem;

Crespo, ídem).

La distribución del Blanco Levantado que se generalizó en el Bajío durante el

Clásico y aparece en el Mezquital durante el Epiclásico y Postclásico Temprano, hacia

el norte alcanza por lo menos el sur de San Luis Potosí, abm·ca casi todo el territorio

guanaj uatense presentándose hasta Salvatierra, y por el oriente aparece en vm-ios sitios

al sur de Querétaro y poniente del Valle del Mezquital."" Frecuentemente se le

15'1 Se ha reportado Blanco Levantado en Villa de Reyes, SLP (Flores y Crespo, 1988:21 0-215; Crespo, 1996:87;

Braniff, 1999:30-31 ); Cuarenta, Jal. (Durán, 1991 :70); Carabina, Gto. (Braniff, 1972:279; 1999:30-31; Flores y Crespo, 1988:210-215; Crespo, 1996:87); El Cóporo, Gto. (Fases Cóporo Medio y Tardío asociado a tipos locales, Braniff, 1972:276; 1999:30-31; Flores y Crespo, 1988:21 0-215; Crespo, 1996:82); Alfara, Oto. (Ramos y López Mestas, 1999:253); en los sitios de la SieiTa Comanjá-Guanajuato (como Cerrito de Rayas) (Ramos el al., 1988:313; Ramos y López Mestas, 1996:112); Agua Espinoza, Gto. (Crespo, 1,996:87);

179

Page 101: Tesis Interaccion Interregional. Laura Solar Valverde 2002_OCR

encuentra en convivencia con cerámica local, y hacia fines del Epiclásico en

convivencia con cerámicas de los complejos Corral Terminal y Tallan de Tula. Es

curioso que el Blanco Levantado esté ausente en Acámbaro, Cuitzeo, y no aparezca en

grandes cantidades hacia el sur del Valle del Lerma (Moguel, 1987:122; Moguel y

Sánchez, 1988:232; Castañeda et al., 1988:326; Durán, 1991:70; Branin: 1999:58),

pues algunos de los tipos que caracterizan a esta área y que se encuentran hacia el norte,

sur y este, conviven en varios sitios con él. Además, en las cercanías de Acámbaro

existen yacimientos de caolín, recurso indispensable en su decoración (Cárdenas,

1997: 17), y se ha propuesto como principal zona productora de Blanco Levantado a la

Cuenca del Río Laja (Crespo, 1996:80), que desemboca en el Río Lem1a casi a la altura

de la Laguna de Yuriria y cerca de Cuitzeo.

Existe una cerámica Negro sobre Naranja que se ha considerado variedad del

Blanco Levantado (Contreras y Durán, 1982 s/p; Castañeda et al., 1988:326; Saint

Charles, 1990:83-84, 102-103; Durán, 1991:68-Crespo, 1996:77). Ésta se ha

confundido ocasionalmente con el tipo Azteca II (cfr. .Tuárez y Mm·elos, 1988:279, 282)

pero, además de diferir, la primera parece ser anterior (Braniff,\972:281-282). Se ha

propuesto su posible inicio hacia 750/800 d C (Contreras y Durán, 1982 s/p; Sánchez y

Zepeda, 1982 s/p; Saint Charles, ibid.:57; 84). El Negro sobre Naranja del Bajío

muestra un patrón de distribución similar al de Blanco Levantado, pues aunque suele

reportársele en menor proporción (Durán sostiene lo contrario, 1991 :69-70), igualmente

aparece en el sur potosino, centro y sur de Guanajuato, y sur de Querétaro. 155

Cañada de la Virgen, Oto. (aquí se sitúa entre 850-900 a 1100 d.C, Nieto, 1997:107); La Gavia, Oto. (a partir del Clásico Tardío y en el Postc\ásico Temprano, Moguel y Sánchez, 1988:232); Tlacote, Oto. (Crespo, \99\ a: 123); Urétaro, Oto. (Crespo, 1996:83); La Magdalena, Oto. (Flores y Crespo, 1988:21 0-215; Crespo, 199la, figs.l4a-\4c; Braniff, 1999:30-31); Salvatierra, Oto. (Nalda, 1981:5; Braniff, \999:30-31); tramos Salamanca-Yuriria (Contreras y Durán, 1982 s/p) y Salamanca-Degollado (Sánchez y Zepeda, 1982 s/p); Valle del Lenna (Moguel y Sánchez, 1988:231); La Griega, Qro. (Flores y Crespo, 1988:21 0-215; Crespo, 1996:87); Santa Bárbara, Qro. (Crespo, 1996:88); El Cerrito, Qro. (Flores y Crespo, 1988:210-215; Crespo, 1991 a: 1 04; Crespo, 1996:82, 87); La Negreta, Qro. (Crespo, 1996:82); San Juan del Río, Qro. (N al da, 1975:94-95); Zimapán, Hgo. (Sánchez el al., 1995: 141-142); Sabina Grande, Hgo. (Carrasco el al., 2001 ); y Tula, Hgo. (Cobean, 1990) (la mayoría de estos sitios se ubican en el Mapa 2).

155 Se ha reportado Negro sobre Naranja en Villa de Reyes, SLP (Braniff, 1992: 112; 1999:98); Al faro (Ramos y López Mestas, 1999:253); en \os sitios de la Sierra Comanjá-Guanajuato (como Cerrito de Rayas) (Crespo, \996:82; Ramos y López Mestas; \996:112); Morales, Oto. (Braniff, 1999:96); La Gavia, Oto. (a partir del Clásico Tardío y en el Postclásico Temprano, Moguel y Sánchez, 1988:232); Huanímaro, Oto. (Juárez y Morelos, 1988:279, 282); los tramos Salamanca-Yuriria (Contreras y Durán, 1982; Durán, 1991:68-69) y Salamanca-Degollado (Sánchez y Zepeda, 1982); Valle del Lem1a (Moguel y Sánchez, 1988:231 ); El Cerrito, Qro. (Crespo, 199la: 1 04; \991 b: 192, fig.l3); y Tul a, Hgo. (Braniff, 1999:98; Cobean lo ha relacionado con cerámica de la Huasteca, 1990:463-470). Se ha mencionado cerámica Negro sobre Naranja en el Valle del Río Turbio, El Cóporo, Oto. y Cuarenta, Jal., pero no se tiene la certeza de que se trata del mismo tipo (Durán, 1991:69).

ISO

El comportamiento de las cerámicas Roio sobr B N . .. . " e ayo Y egw o Caie Inciso o

Esgrafiado no puede tratarse por separado pues casi sie . . H . . ' mpre aparecen asoCiadas (cü·.

elllandez, 2001 :33). Ambas abarcan como el Bl L d . . ' anca evanta o, un espectro temporal

amplio, :ero gracias a su presencia en varias secuencias estratigráficas se cuenta con un poco mas de mfom1ación sobre sus diferencias la validez . 1' . . d

. . , ' c1 o no ogtca e algunas partJculandades y los alcances de su dispersión geográfica.

.· . Como ya se men~ionó, la base con-elativa para los estudios en el Bajío ha sido puncipalmente el trabajo de Michael Snarkis quie'n b t' . 1 R .

. . . , au IZO a OJO sobre Bayo dtagnosttco de la Fase Lerma de Acámbaro¡" como C t' R dO

. _ 011 mas e - range A ( Snar·kis 1985.239, bgs 70-75) y al principal f d' . . ,

. . . lpo IagnostJco inciso como Garita Black-Brown B (zbzd.:238, figs. 62-69) (Figs. 36 y 37).

~~~-,~~·'-·'''-

:~ .. •.· .. ·""_·.·._,_'~ .•. " . ~-:--:-~.{;1~~~-'-~y~·~· ';_··~·..,.¡,".'·"'' ·;r -~,~~ ... ·

'1f!J)c;~7 ~--.:~

Fig. 36. Cantinas Red-Oranoe A " . Cortesía Centro IN AH Guanajuato

Fig. 37. Garita Black Brown B. Cortesía Centro IN AH Guanajualo.

1s6 L . . a pe;md¡ficación preliminar de Acámbaro fue diseñada SI . 1 .

ceranuco de Snarkis y comprendió cuatro fases (\974) L 11 por 1Ir ey Gorenstem con base en el análisis el Clásico Tardío (apud Saint Charles 1990·8 5; ¡"14;se L~orma, que es la que interesa aquí, se situó en fechamientos por Cl4 se ampliaron sus Ji 't .\' o, . Anos después, con el resultado de algunos Charles, 1990·8 53 ,114· 1998·3'7· H m~ eds ms?ta00450/475-1450 d C (Gorenstein, 1985:45-46 97· Saint

• . .' . ' ' . .J ' ernan ez, ~ 1:23-15) L b . , , . Acambaro lo htcteron sobre la cronolog¡·a ... 1 1 .. ~s tra ajos anclados en la secuencia de

b IniCia, resu tanda mcterta e 'd . em argo, 1~ naturaleza de las correlaciones sí resulta válida , n ese :entt o,. su precisión. Sin de fechmmentos absolutos, la primera propuesta cronol' .'y a pes~: de q~e tod~vJa no e~tste una base firme 1990:59). En algunos lugares se da una corres d ogica ~amblen Pai ece mas apropwda (Saint Charles Ac~mbaro con tipos cerámicos que han sido t pto~- encta e l?s tipos d~agnósticos de fase Lerma d~ Ep!clásico (ctr. Hemández 2001) y e 1 edn aQivam~nte ubicados hacm finales del Clásico o en el

' ' n e sur e ueretaro se cuent r.. 1 · estratos donde aparecen Cantinas y Garita (El C . a con tec mmientos absolutos para fig. 9; Barrio de la Cruz, Unidad de Excavación ~rr~~· ;~la/, C:p~ III, 805 +- 113 d C, Crespo, 199lb:l65, 125). Con base en el análisis cerámico de la ' p : 601 -oS d. C, Crespo y Saint Charles, 1996:124-c · · cuenca onenta del Jaoo d e ·

nstme Hernández ha subdivid¡'do la "ase L " e u¡tzeo y el Valle de Ucareo ti enna en cuatro fases D · t 1 . • entre los años 700 y 900 d C, y en ella se inclu e a 1 . ·. e _esas, se la ubiCado a la Fase Perales Tabla 2) y os tipos dmgnostJcos Cantinas y Garita (ibid.:32-33,

1 g!

Page 102: Tesis Interaccion Interregional. Laura Solar Valverde 2002_OCR

Aparentemente la distribución de estos tipos abarca el centro y sur del estado de

Guanajuato (Nalda, 1981; Contreras y Dmán, 1982; Velázquez, 1982 s/p; Ramos et al.,

1988:315; Durán, 1991 :64-68; Crespo, 1991a:123, figs. 14a-14c), el noreste de

Michoacán (Moguel, 1987:72-73, 80-81; Moguel y Sánchez, 1988:231; Faugére,

1996:84; Healan, 1998:1 06; Healan y Hemández: 1999: 139; Hemández, 2001:25-26,

32-33, 39-40) y sur de Querétaro (Brambila y Castañeda, 1991:146; Crespo, 1991a:104;

1991b:192, fig. 13; Saint Charles, 1991b:80-88; 1998:340). La aparición generalizada

de los tipos de Acán1baro no parece haber rebasado hacia el oeste la Cuenca de Cuitzeo

(Hemández, ibid. :26) y hacia el este los límites del estado de Querétaro."'

La concurrencia de Cantinas y Garita es uno de los rasgos que definen la Esfera

del Bajío (Mapa 5), pero su aparición es la expresión local de un fenómeno mayor,

donde parece existir una relación primaria entre la fabricación de tipos rojo sobre bayo

con diseños pintados, y tipos cafés o negros con diseños incisos o esgrafiados. Esta

relación primaria es impmiante porque nos permite contemplar a las múltiples

expresiones locales como traducciones de conceptos o estilos interregionales, más que

como emulaciones de tipos específicos. Hernández (2001 :33) ha considerado a esta

"pareja" como la "esfera de cerámicas Lagos", y es interesante que la percibe como la

"manifestación de una red de interacción que abarca el noreste de Michoacán, el sur de

El Bajío, y porciones adyacentes de Hidalgo y México durante el Epiclásico" (ibid:33,

40) (este esbozo coincide con el de la Red Septentrional del Altiplano a la que me

refiero en este trabajo).

Durante el Clásico y Epiclásico, la complementación de decoraciones pintadas

rojo sobre bayo y decoraciones incisas o esgrafiadas sobre piezas monocromas, se

difundió a todo lo largo de la porción septentrional de la Mesa Central y hacia el

Noroccidente (Kelley y Abbot, 1971; Braniff, 1972:284; 2000:39; Jiménez Betts,

1989:10-11, 17; 1995:43, 49; 1998:229; Jiménez Betts y Darling, 1992:13; Hemández,

2001:40), por lo menos desde Sinaloa, Durango, Zacatecas, Colima y Jalisco, (Kelley y

Abbott, idem; Meighan, 1976; Jiménez Betts y Darling, ibid.: 14; Jiménez Betts,

1995:43), hasta la región de Tula (Cobean, 1990; Hernández, idem).

La relación primaria se observa con mayor claridad en cieiios casos, donde los

tipos además de coexistir comparten motivos. Algunos singulares disefios del material

Xajay Esgrafiado, por ejemplo, no son directamente comparables con los de tipos

157 Falta verificar, sin embargo, si algunos incisos intrusivos que han aparecido en el poniente hidalguense, en sitios Xajay y en Sabina Grande, se corresponden con Garita, pues a simple vista sostienen similitudes, además de resultar contemporáneos.

esgrafiados en lozas vecinas; sin embargo, ocasionalmente sí son reproducidos en rojo

sobre bayo en cerámica también de fabricación local (Fig. 3 8).

Fig. 38. Xajay Rojo Esgrafiado (a) y Rojo sobre Bayo (b). Cortesia Proyecto Valle del Mezquital

Y a Beatriz Braniff había llamado al atención sobre este fenómeno, resaltando, no

una analogía directa entre los tipos del sur y los del centro de Guanajuato, sino entre la

relación Cantinas/Garita de Snarkis y la relación San Miguel Rojo sobre Bayo/San

Miguel Esgrafiado (Braniff, 1999:58), estos últimos tipos presentes en las fases San

Miguel (100 a C-300 d C) y Tierra Blanca (300 d C-950 d C) (Braniff, 1972:279-281;

1999:46, 125). En este sentido, la relación primaria que he mencionado comprendería a

varios 'estilos', y desde aquel punto de vista son trascendentes las diferencias entre los

distintos Rojos sobre Bayo y Negros o Cafés Incisos-Esgrafiados que se generalizaron

hacia finales del Clásico en la porción norte del Altiplano Central.

Al sm de Guanajuato, sur de Querétaro y noreste de Michoacán, uno de estos

estilos integraría a tipos cerámicos como el Cantinas Red-Orange A de Snarkis y tal vez

a una buena parte de los que han sido repmiados como sus variantes o equivalentes (y

lo mismo ocurriría con los Negros-Cafés Incisos) (revísese la descripción de tipos en

Nalda, 1981 s/p; Contreras y Durán, 1982 s/p; Sánchez y Zepeda, 1982 s/p; Velázquez,

1982 s/p; Moguel, 1987:72-73, 80-81; Saint Charles, 1990:64-66, láms. 50-58; Durán,

1991 :64-68; Faugére, 1996:84), pero estos tipos también coexisten con cerámicas rojo

sobre bayo que derivan de otros estilos.

Pienso por ejemplo en aquel donde encajaría el tipo Rojo sobre Bayo de San

Bartola Aguacaliente, Gto., contemporáneo con Cantinas por lo menos durante el

Epiclásico (600-900 d C) (Flores, 1981 apud Saint Charles, 1990:62 y Durán, 1991:62)

(Fig.39).

183

Page 103: Tesis Interaccion Interregional. Laura Solar Valverde 2002_OCR

Fig. 39. San Bartola Rojo sobre Bayo. Cortesía Centro INAH Guanajuato.

Se ha prestado poca atención a esta cerámica, por lo que es difícil rastrear sus

alcances y posibles vínculos, pero tipos con diseños, formas y acabados muy similares

han sido reportados en varios sitios de Guanajuato (p.e. Rojo/Bayo de Contreras y

Durán, 1982 s/p; Rojo/Bayo Grupo 10 de Sánchez y Zepeda, 1982 s/p; Rojo/Bayo El

Bajío de Saint Charles, 1990:52, 60-62, láms. 33-49; Rojo/Bayo Pulido de Zepeda,

1986 apud Braniff, 1999:46) y Querétaro (cfr. Brambila y Castai'ieda, 1991:146; Saint

Charles, 1991 b:80-88; 1998:340). Estos tipos relacionados con San Bartola Rojo sobre

Bayo conviven con Cantinas en algunos sitios (Contreras y Durán, idem; Sánchez y

Zepeda, id e m), pero a simple vista pareciera que el alcance de ambos no se COITesponde

totalmente. Quizás la distribución de San Bartola Rojo sobre Bayo y tipos asociados

debiera contemplarse como una subesfera dentro de la Esfera del Bajío (Mapa 5). 15" Si

esto resultase válido, es posible que en la dispersión diferencial de rasgos estilísticos

propios de Cantinas y San Bartola pueda contemplarse una relación genérica, también

diferencial, con tipos de distintas esferas contiguas.'" Esto ayudaría a enfocar con

158 Es posible que el tipo San Miguel Rojo sobre Bayo, que Braniff identificó en el sitio de Morales, Gto. y alrededores de San Miguel de Allende (Braniff, 1 972:282; 1999:32-50, láms.3 y 4), corresponda al mismo estilo (Saint Charles, 1990:52, 62), aunque aparentemente con una mayor profundidad temporal. Nieto correlaciona al Rojo sobre Bayo de Cañada de la Virgen con el tipo de Braniff y también con materiales del norte de Michoacán ( 1997: l 07), quizás refiriéndose al tipo Ramón Rojo sobre Café del Valle de U careo, bautizado por Healan y Hemández, quienes señalan su semejanza con el Rojo sobre Bayo El Bajío de Saint Charles (1999: 138).

15'J Como ejemplo de esta "relación genérica diferencial" puede comentarse que los tipos emparentados con el

San Bartola Rojo sobre Bayo, especialmente aquel identificado por Braniff en el área de San Miguel de Allende (Braniff, 1972:282; 1999:32-50, láms.3 y 4), guardan en ocasiones una mayor similitud con algunas cerámicas de Alta Vista, Zacatecas (a decir por su acabado y disposición cuatripartita de motivos) (cfr. Kelley y Abbott, 1971), que con los ejemplares más comunes de Cantinas.

13··1

mayor claridad las áreas de 'engranaje' entre los sistemas sociales que participaron, a

partir de esferas distintas, en una red interregional.

Mapa 5. Extensión aproximada de la Esfera del Bajío (sombreado oscuro) y alcance tentativo de la dispersión de sus tipos diagnósticos (sombreado tenue).

"53 •54

J-Aita Vista. 2-La Quemada. 3-EI Cerrito. 4-Guadalcázar. 5-Peñasco. 6-Villa de Reyes. ?-Buena Vista H. 8-Río Verde. 9-La Noria. 10-Tamuín. ll~Tamtok. 12~Las Flores. 13-Pánuco/Pavón. 14-Tajín. 15-Huapalcalco. 16~Tula. 17-Chapantongo. 18-Sabina Grande. 19-Zethé. 20-Pañhú. 21 ~Zimapán. 22~Cerro de la Cruz. 23~ Tepozán. 24-El Cerrito. 25~La Griega. 26-Acámbaro. 27-Salvalierra. 28-Yuriria. 29-Huanimaro. 30-Dcgollado. 31-El Cobre. 32-Peralta. 33-Salamanca. 34-San Bartola. 35.La Magdalena. 36-Morales. 37-Cañada de la Virgen. 38-Agua Espinoza/Tierra Blanca. 39-La Gloria. 40-La Gavia. 41-Cerrito de Rayas. 42-Aifaro. 43-Carabino. 44-EI Cóporo. 45-Chinampas. 46-Cuarcnta. 47-Zacapu. 48-Cuitzco. 49-Zinapécuaro. 50-Loma Santa María. 51-Urichu. 52-Tingambato. 53-Uruapan. 54-Apatzingún. 55-Huamango. 56-Tenlihuacan. 57-Tecámac. 58-Toluca. 59-Tcotcnango. 60-Cacaxtla/Xochitécatl. 61-Xochicalco.

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La dispersión de tipos particulares como Negro sobre Naranja, Cantinas Red

Orange A, Garita Black-Brmvn E o San Bartola Rojo sobre Bayo, no se circunscribe a

la Esfera del Bajío, sino que abarca hasta el sur de Zacatecas, San Luis Potosí o los

Altos de Jalisco, donde aparecen como intrusivos. Adicionalmente, pienso que algunas

cerámicas rojo sobre bayo que aparecen en ia Esfera del Bajío se integrarían

adecuadamente a estilos alóctonos, como el Coyotlatelco. Arrtbos fenómenos son

resultado de la convergencia con esferas vecinas.

Como se tratará más adelante, la Esfera del Bajío hacia sus extremos este y sur

confluye con la Coyotlatelco, confirmando la relación de los grupos sociales que

habitaron el sur de Guanajuato y sur de Querétaro, con aquellos al poniente de Hidalgo,

el Estado y la Cuenca de México (Mapas 9). Por ahora centraré la atención en los

vínculos del Bajío hacia el norte y noroeste.

Esfera Septentrional

Desde finales de los años ochenta, Peter Jiménez ha correlacionado una serie de

rasgos y materiales comunes a una extensa área en el noroeste de Mesoamérica,

redefiniendo la "Esfera Septentrional" propuesta originalmente por Charles Kelley

(1974) (Jiménez Betts, 1989; 1992; 2001; Jiménez Betts y Darling, 1992; 2000). En sus

palabras, "La presencia de esta esfera es importante, porque articula el área de

Chalchihuites con áreas vecinas y con el conedor Lerma-Santiago" (1989:9).

La intersección de esta esfera con regiones al sur se infiere por lo menos desde el

Clásico Temprano (Jiménez Betts, ibid.:36), pues ya entonces existe una relación entre

los tipos esgrafiados y rojo sobre bayo de Chalchihuites, Juchipila, Malpaso y

Guanajuato (Braniff, 1972; Jiménez Betts, ibid.: 10-11; 1995 :40; Jiménez Betts y

Darling, 2000:160). Como se verá después, dicha relación cerámica permanecerá por

varios siglos, percibiéndose claramente durante el Epiclásico e involucrando a varias

regiones más.

De acuerdo con Jiménez, hacia finales del Clásico y durante el Epiclásico (ca.

650-850 d C), la articulación de los grupos humanos que habitaron el centro y sur del

actual estado de Zacatecas, los Altos y Valle de Atemajac en Jalisco, y el norte de

Guanajuato, se hace evidente, entre otras cosas, a partir de la distribución generalizada

de algunos materiales diagnósticos como son la cerámica pseudo-cloisonné (Kelley,

1974; Jiménez Betts, 1989:20, 35; 1995:56; Jiménez Betts y Darling, 1992:14;

2000:164, 175) y la Figurilla Tipo I (Jiménez Betts, 1989:14-16, 35; 1995:47, 56;

186

Jiménez Betts y Darling, 1992: 14; 2000:165-166, 175). 160 Los sitios donde concunen

estos elementos, el esquema arquitectónico del complejo plaza-altar-pirámide, y lozas

de manufactma local que sostienen entre sí coincidencias que sugieren una relación

genérica, integran la Esfera Septentrional (Jiménez Betts, 1989; 1992; 1995; Jiménez

Betts y Darling, 1992; 2000) (Mapa 6).

Jiménez Betts y Darling (2000) delimitan dos esferas menores hacia la porción

sur de la Esfera Septentrional: Altos-Juchipila y Valle de San Luis Policromo (Jiménez

Betts y Darling, ibid., fig. 10.13; Jiménez Betts, en prensa) (Mapas 6 y 7), la última

caracterizada por la cerámica homónima.

160 En su propuesta original, Jiménez Betts asigna a la distribución de la Figurilla Tipo 1 una temporalidad de ca. 650-850/900 d C, apoyándose en su presencia en contexto estratigráfico en el sitio de Alta Vista. durante la fase homónima (ca. 750-850 d C) (1989:16,35; 1995:47, nota 16). Más tarde, la anotación de Beatriz Braniff sobre la convivencia de esta figurilla con Anaranjado Delgado en El Cóporo, Gto. llevó al autor a reconsiderar dicha cronología, hacia el Clásico Medio (cfr. Jiménez Betts, 1992; Jiménez Betts y Darling, 1992). Sin embargo, posteriormente Braniff reconoció que en su contexto también estaba presente el tipo Valle de San Luis Policromo, lo que, aunado a la aparición de nuevos ejemplares de la Figurilla Tipo 1 en la Cuenca de Sayula en contextos del Epiclásico, o su asociación con figurillas tipo Cerro de Garcia y cerámica del complejo lxtépete-El Grillo en Juanacatlán, Jal., revierte su cronología a la postura inicial (cfr . .liménez Betts y Darling, 2000:179, nota 1 0). La supuesta presencia de 'Anaranjado Delgado' en el estrato del Cóporo no atenta necesariamente contra una temporalidad clásica tardía de la Figurilla Tipo I, pues si bien se ha considerado a esta cerámica como un marcador de vínculos hacia Teotihuacan, quienes la han estudiado reconocen que en aquella urbe su consumo se incrementó durante la última fase (Rattray, 1981 :64-65). Generalmente se dice que Anaranjado Delgado dejó de existir a la caída de Teotihuacan (Rattray, ibid.:67), pero también se han expuesto evidencias de su posible persistencia en la Cuenca hasta época Coyotlatelco (Good, 1972 apud Cobean, 1982:66; Nichols y McCullough, 1986 apud Gamboa, 1998:25; Manzanilla el al., 1996:261-263). Por otro lado, en el complejo Prado de Tul a (ca. 700-800 d C) Robert Cobean incluye una cerámica "muy similar al Anaranjado Delgado [ ... ] inclusive en la textura y el color de la pasta", sugiriendo que, aunque las formas difieren, puede tratarse de una imitación local (Cobean, 1982:65; 1990:122, 125-126). Esto es congruente con los datos sobre el tipo de arcilla con la que se fabricó el Anaranjado Delgado, que también se encuentra en una franja al Centro del estado de Querétaro y Noroeste de Hidalgo (Lambert, 1978 apud Rattray, ibid.:67). Tal vez algunos tiestos que han sido identificados en sitios del norte de la Mesa Central (incluyendo al Cóporo) como el Anaranjado Delgado producido en Puebla y consumido por la Cuenca durante el Clásico, sean en realidad variedades producidas con arcillas de estos yacimientos cercanos. De ser así, la utilidad correlativa (en términos culturales y cronológicos) de esta cenimica en la región quedaría por evaluarse.

!87

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Mapa 6. Esfera Septentrional (achurado con puntos) y Esfera Altos/Juchipila (achurado con lineas). Extensión aproximada (sombreado oscuro) y alcance tentativo de la dispersión

de sus rasgos diagnósticos (sombreado tenue).

••

J-Aita V isla. 2-La Quemada. 3-El Cerrito. 4-Guadalcázar. S-Peñasco. 6-Villa de Reyes. 7-Bucna Vista H. 8-Río Verde. 9-La Noria. 1 0-Tamuín. 11-Tamtok. 12-Las Flores. 13-Pánuco/Pavón. 14-Tajín. 15-Huapalcalco. 16-Tul a. 17-Chapantongo. 18-Sabina Grande. 19-Zethé. 20-Pañhú. 21-ZimapUn. 22-Cerro de la Cruz. 23-Tepozán. 24-EI Cerrito. 25-La Griega. 26-Acámbaro. 27-Salvaticrra. 28-Yuriria. 29-Huanímaro. JO-Degollado. 31-EI Cobre. 32-Peralta. 33-Salamanca. 34-San Bartolo. 35.La Magdalena. 36-Morales. 37-Cañada de la Virgen. 38-Agua Espinoza/Tierra Blanca. 39-La Gloria. 40-La Gavia. 41-Ccrrito de Rayas. 42-A!faro. 43-Carabino. 44-EI Cóporo. 45-Chinampas. 46-Cuarenta. 47-Zacapu. 48-Cuitzeo. 49-Zinapécuaro, 50-Loma Santa María. 51-Urichu. 52-Tingambato. 53-Uruapan. 54-Apatzingán. 55-Huamango. 56-Teotihuacan. 57-Tecamac. 58-Toluca. 59-Tcotenango. 60-Cacaxtla/Xochitécatl. 61-Xochicalco.

Mapa 7. Extensión aproximada de la Esfera Valle de San Luis (sombreado oscuro) y alcance tentativo de la dispersión de su tipo diagnóstico (sombreado tenue).

• 1

• 5.1-

0 54

V 47 • 51

D .52

!-Alta Vista. 2-La Quemada. 3-EI Cerrito. 4-Guadalcázar. S-Peñasco. 6-Villa de Reyes. 7-Buena Vista H. 8-Río Verde. 9-La Noria. 10-Tamufn. 11-Tamtok. 12-Las Flores. 13-Pánuco/Pavón. 14-Tajín. 15-Huapalcalco. 16-Tula. 17-Chapantongo. 18-Sabina Grande. 19-Zethé. 20-Pañhú. 21-Zimapán. 22-Cerro de la Cruz. 23-Tepozlin. 24-EI Cerrito. 25-La Griega. 26-Acámbaro. 27-Sa!vatierra. 28-Yuriria. 29-Huanímaro. 30-Degol\ado. 31-El Cobre. 32-Peralta. 33-Sa!amanca. 34-San Bartola. 35.La Magdalena. 36-Morales. 37-Cañada de la Virgen. 38-Agua Espinoza/Ticrra Blanca. 39-La Gloria. 40-La Gavia. 41-Cerrito de Rayas. 42-Alfaro. 43-Carabino. 44-E! Cóporo. 45-Chinampas. 46-Cuarenta. 47-Zacapu. 48-Cuitzeo. 49-Zinapécuaro. 50-Loma Santa Maria. 51-Urichu. 52-Tingambato. 53-Uruapan. 54-Apatzingán. 55-Huamango. 56-Teotihuacan. 57-Tecámac. 58-Toluca. 59-Teotenango. 60-Cacaxtla/Xochitécatl. 61-Xochicalco.

El tipo Valle de San Luis Policromo es diagnóstico del Tunal Grande durante su

fase San Luis (ca. 600-900 d C) (Crespo, 1976:37-38; BraniiT, 1992:17-18) y su

distribución abarca principalmente el oriente de Aguascalientes, el extremo sureste de

Zacatecas, noreste de Jalisco (Los Altos), norte de Guanajuato y suroeste de San Luis

Potosí (Crespo, 1976:37-38; Brown, 1985:224; Braniff, 1992:17-18, 69; Crespo,

1998:329), aunque aparece como intrusivo en el Valle de Malpaso (Jiménez Betts y

Darling, 2000:164, 180, nota 13; Jiménez Betts, en prensa), la Cuenca de Río Verde, el

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centro de Guanajuato y el suroeste de Querétaro (Braniff, 1992': 17-18, 69; Crespo,

1991 b: 192, 1998:329). No conozco ningún tiesto ya en territorio hida1guense. 161

Este tipo diagnóstico se encuentra usualmente en conjunción con Blanco

Levantado, vasijas al negativo y ocasionalmente Cloisonné (Brown, 1985 :224; Braniff,

2000:40). La presencia de Blanco Levantado en el Tunal, aunada a la intrusión de Valle

de San Luis Policromo en sitios del centro de Guanajuato y suroeste de Querétaro,

confirma la concunencia de las esferas del Bajío y Septentrional, pero además insinúa

la conexión de ambas hacia el este, con la Ruaste ca (Jiménez Betts, 200 l :6). 162

En un trabajo reciente, Beatriz Braniff habla de una clara frontera cultural que

separó al Tunal Grande y al Bajío de los tetTitorios al noreste, incluyendo la Sierra

Gorda de Querétaro, el Valle de Río Verde en San Luis Potosí y la Sierra de Tamaulipas

(2000:36). Es cierto que estas últimas regiones sostienen varias afinidades con la Costa

del Golfo (cfr. Eldlolm, 1944:505; Michelet, 1989; Herrera y Quiroz, 1991; Crespo y

Brambila, 1991 :9), pero también existen elementos que las vinculan con las esferas

Septentrional y del Bajío. Es notable, por ejemplo, la aparición en sitios del Tunal de

San Diego Naranja Fino (Crespo, 1976:56) y Zaquil Negro (Braniff, 1972:276; Braniff,

1974:43; 1992: 17; Crespo, ídem; Jiménez Betts, 2001 :6), esta última, una cerámica

diagnóstica del Periodo IV en la región de Pánuco (Eld10lm, 1944:352-355, 358, 428).

Como especifica Crespo: "Ambos tipos son del Clásico tardío y representan la tradición

desarrollada en el altiplano potosino, basada en patrones cerámicos de la vertiente del

Golfo" (id e m) (Zaquil Negro aparece tan1bién en El Cenito, Zacatecas, asociado a Valle

de San Luis Policromo [Braniff, 1974:43; 1992:66, 117-118] ). Congruentemente,

161 Valle de San Luis Policromo se ha rep011ado en Buenavista, SLP (Branift; 1992: 17-18, 69); Peñasco, SLP (Braniff, 1992:69); Río Verde (Míchelet, 1984, apud Crespo, 1998:329); Villa de Reyes (Crespo, 1976:37-38; Braniff, 1992:17-18); La Quemada (Jiménez Betts y Darling, 2000:164, 180, nota 13; Jiménez Betts, en prensa); El Cen·ito, Zac. (Brown, 1985:224; Braniff, 1992:69; Jiménez Betts, en prensa); Peñón Blanco, Zac. (Braniff, 1992:69); Aguas calientes (Braniff, 1992: 17-18); Chinampas, .la!. (Braniff, 1992:69); Cuarenta, Jalisco (Brown, 1985:224; Braniff, 1992:69); El Cóporo, Gto. (Fase Cóporo Medio, asociado a materiales locales y Cloisonné, Brown, 1985:224; Braniff, 1992:69); Cerrito de Rayas, Gto (Ramos el al., 1988:313); Agua Espinoza y Tierra Blanca, Gto. (Brown, 1985:224; Braniff, 1972:283); La Gavia, Gto. (Jiménez Betts y Darling, 2000, nota 13); La Magdalena, Gto. (Brown, 1985:224); Tlacote, Gto. (Crespo, 199la:123); El Cerrito, Qro. (Crespo, 1991 b: 192, fig. 13).

162 El Tunal Grande pudo ser también una región intermediaria entre las poblaciones agrícolas y los grupos nómadas de los desiertos al norte (Braniff, 2000:36). Para Braniff "Las interrelaciones entre grupos mesoamericanos y los de la región de cazadores-recolectores del norcentro, se pueden corroborar con base en ciertos artefactos líticos que son compartidos en la región llamada del Tunal Grande, que es mesoamericana, y las extensas regiones al norte de San Luis Potosí y sur de Coahuila" (1994:135, véase también Crespo y Viramontes, 1999 en general para el norcentro). Entre estos artefactos líticos se cuentan los famosos 'Raspadores Coahuila', que además de en El Tunal han aparecido en Guanajuato (Rodríguez, apud Crespo y Viramontes, 1999: 113), Zimapán (Sánchez el al., 1995:143, 154, fig. 17) y Cerro Las Burras, al poniente del Valle del Mezquital (Manuel Polgar, com. pers. 2000).

]'!(]

tiestos Valle de San Luis se han recuperado en Buena Vista Huaxcama (Braniti,

1972:276; 1992: 17) y en Río Verde durante su Fase B (700-900 d C) (Michelet, 1984

apud Crespo, 1998:329). Pipas que aparecen tanto en Río Verde como en Villa de

Reyes muestran similitudes, y Braniíi comenta que algunas pipas de barro y piedra de

San Luis Potosí se asemejan a las de la región de Caddo. Precisamente la conexión con

esta área del Sureste Americano se ha detectado vía norte de Tamaulipas y la I-Iuasteca

(Porter, 1948:192, 227; Du Solier et al., íbíd.:26-29; Annillas, 1999 [ 1964] :34). La

relación entre el Tunal Grande y Río Verde ya ha sido destacada (Braniff, 1992:43-44;

Michelet, 1995:218, nota 48), lo mismo que los lazos entre esta última región y la

I-Iuasteca (Ochoa, [1979]1984:33). 163 Al oeste de Querétaro se reporta un fragmento de

"escultura de bano del Golfo", presumiblemente procedente de El Cerrito (Crespo,

1991b:l92, fig. 13), sitio donde además se ha recuperado cerámica "Negro Esgrafiado

Postcocción de Río Verde" (Crespo, ídem). Zaquil Negro se ha encontrado también en

el Mezquital (Fournier, 1995, cuadro 9). 16'1

Volviendo a la Esfera Valle de San Luis, Beatriz Braniff considera que los

vínculos más estrechos del sur potosino y el Bajío se sostuvieron con el Occidente

(Braniff, 2000:36, 41, véase también Crespo y Brambila, 1991 :9). Destaca como

ejemplo de ello, el que algunos tipos cerámicos recuperados en Villa de Reyes son

reminiscentes del Chametla Policromo Temprano de Sinaloa, que las figurillas tan1bién

son similares a las de la costa occidental, y que en La Gloria y Peralta, Guanajuato, hay

algunos elementos arquitectónicos de tradición Teuchitlán (Braniff, íbíd.:40-41). Esta

asociación pudo ocurrir principalmente vía la Esfera Altos-Juchipila, que en su extremo

este converge con la Valle de San Luis (Mapas 9), y cuyas conexiones con el Occidente

han sido ampliamente exploradas (cfr. Jiménez Betts y Darling, 2000:167-171, fig. 10-

163 "[ ... ] con base en las similitudes cerámicas de la última parte del periodo IV y principios del V, quizá podrían correlacionarse con las cerámicas de Río Verde, zona que tal vez fuera lugar de tránsito de varios elementos mesoamericanos, no sólo hacia el norte de México, sino tal vez a la sierra de Tamaulipas. En algunos sitios de esta área, que no son claramente huaxtecos, indistintamente aparecen fonnas circulares y rectangulares en la arquitectura, cerámicas semejantes a las de Buena vista y los tipos Zaquil negro e inciso, así como juego de pelota y yugos en entierros, entre otros elementos" (Ochoa, [ 1979] 1984:33).

16'1 Se habla también de una relación entre Río Verde y la Sierra Gorda (Herrera y Quiroz, 1991:299; Michelet,

1995:215) y desde luego entre esta última y la Huasteca (Herrera y Quiroz, ibid.:287,297,299). Aunque son escasos los rasgos atribuibles a la Sierra que aparecen en el sur de Querétaro y poniente de Hidalgo, vale la pena recordar que en sus estribaciones se ha recuperado el tipo Xajay Esgrafiado (Mejía y Herrera, com. pers, 2001 ), y del Mezquital conozco fragmentos de una figurilla del mismo tipo que una expuesta en el Museo Nacional, como procedente de Sierra Gorda. Se ha supuesto que el cinabrio, que decora varias figurillas en el Mezquital, proviene de los yacimientos de la Sierra, pero esto de ningún modo es contiable dada la existencia de yacimientos de este mineral en otras regiones, por ejemplo cerca de Acámbaro (Cárdenas, 1997, mapa 2).

191

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13 ). Quizá a esto se deba que una forma tan característica en la cerámica .. del grupo

naranja-guinda de los Altos de Jalisco, como es el borde de escalón, se haya encontrado

hasta el valle de San Luis Potosí (durante la fase San Luis) y hasta la región de Río

Verde, "lo que amplía la intenelación de las fonnas diagnósticas del norcentro­

Occidente hacia la zona oriental de Mesoamérica" (Ramos y López Mestas, 1999:255).

La Esfera Septentrional se intersecta con la del Bajío vía estas dos esferas

menores (Mapas 9). La de los Altos-Juchipila se extiende ligeramente fuera de los

límites de la Esfera Septentrional hacia el este, llegando a Cerrito de Rayas e

incluyendo también a La Gavia, en Guanajuato. Estos dos sitios son importantes porgue

muestran el engranaje de las dos esferas a partir de las cerámicas al Negativo y Valle de

San Luis Policromo, pero además representan un área de conexión con los límites

distributivos de Garita, Cantinas y Negro sobre Naranja (Moguel y Sánchez, 1988:230;

Ramos et al., 1988:315; Ramos y López Mestas, 1999:258; .Timénez Betts y Darling,

2000:180, nota 13; .Timénez Betts, 2001:6). También hacia su extremo sureste, la Esfera

Septentrional incorpora a los sitios de El Cóporo, La Gloria y El Cobre, en Guanajuato,

que constituyen el límite noroeste de la Esfera del Bajío (.Timénez Betts y Darling,

1992:17) (Mapas 5 y 6). En los tres sitios conviven la Figurilla Tipo I, el

Pseudocloisonné y el Negativo, con Blanco Levantado, tipos incisos, esgrafiados y rojo

sobre bayo (Jiménez Betts, 1992:189-190, nota 8; Jiménez Betts y Darling, 1992:14-15,

18; Braniff, 2000:40).

Hace ya bastante tiempo, Charles Kelley llamó la atención sobre la similitud

entre algunos tipos cerámicos Rojo sobre Bayo de Durango y Zacatecas y el tipo

Coyotlatelco definido por Tozzer (1921) para la Cuenca de México (Kelley, 1960:570;

véase también Branift~ 1972:284-285; Jiménez Betts, 1989:34-36; Mastache y Cobean,

1989:55; Fournier y Cervantes, en prensa). Desde el Altiplano Central, esta relación

generalmente se asume como secuencial, considerando al Coyotlatelco como derivado

de un proceso evolutivo con tendencia de avance geográfico, y no a ambos estilos como

intenelacionados. Esto se debe, por un lado, a la supuesta aparición repentina del

Coyotlatelco en la Cuenca durante la época en la que el sistema teotihuacano había

declinado; y por otro, a la cronología propuesta inicialmente para aquellos tipos

'norteños', que se consideraban anteriores. Con los ajustes recientes a la cronología de

ambas áreas (para la Cuenca de México cfr. Parsons et al., 1996; Manzanilla et al.,

1996; Cogwill, 1996; para Zacatecas y Durango cfr. Kelley, 1985; Jiménez Betts y

192

Darling, 2000; Jiménez Betts, en prensa; Foster, 2000), "'5 actualmente parece más

adecuado asumir que la similitud entre los tipos Gualterio Rojo sobre Crema, Suchil

Rojo sobre Café, Mercado Rojo sobre Crema de Chalchihuites (Kelley y Abbot,

1971 :49-93) y el Coyotlatelco de la Cuenca, es reflejo de su parcial contemporaneidad

(Jiménez Betts, 1989:34-35; com pers. 2002); que el estilo Coyotlatelco en la Cuenca

de México es una expresión local de un fenómeno panregional; y que alguna respuesta

importante sobre este fenómeno debe buscarse en la región intermedia (Jiménez Betts,

idem; Jiménez Betts y Darling, 1992:2), precisamente en el traslape de las esferas que,

como la del Bajío, integraron la Red Septentrional del Altiplano.

E~fera Coyotlatelco

La presencia de cerámica 'Coyotlatelco' en diversos y distantes contextos

arqueológicos ha sido frecuentemente abordada de manera fragmentada, buscando ligar

los contextos locales a tma de dos problemáticas principales: el decline del sistema

teotihuacano o la conformación del tolteca. El fenómeno Coyotlatelco está

estrechan1ente relacionado con ambos procesos, pero el referirse exclusivamente a uno

u otro inhibe un análisis integral que cobra importancia precisamente en su extensión

macrorregional y sincrónica. Evadir aquella fragmentación no es sencillo, pues la

dispersión de Coyotlatelco tuvo un comportamiento diferencial expresado en el

contexto par1icular del que forma parte, adoptando diferentes dimensiones.

características o implicaciones, de acuerdo con el espacio cultural y geográfico desde el

que se observa.

Esto ha derivado en un segundo obstáculo, que es la multivalencia con la que se

ha generalizado el término en la literatura ar·gueológica (para una crítica cfr. Gaxiola,

1999:62-63), incluyendo la denominación de un tipo (cfr. Tozzer, 1921 :51-53; Braniff,

1994: 118), complejo (cfr. Rattray, 1966; Cobean, 1990; Sugiura, 1996:236; 2001 :378;

165 Revisiones recientes a la cronología de la Cuenca de México y la obtención de nuevos fechamientos por C14, sitúan el inicio de la 'fase' Coyotlatelco ca. 650 d C, por lo menos un siglo antes de lo que tradicionalmente se pensaba y con una duración aproximada de dos siglos (García Chávez apud Parsons et al., 1996:227; Parsons et al., 1996:221-223, 227, tablas 1, 2, 4 y tig. S: Manzanilla et al., 1996:258-263; Cowgill, 1996:326-327; Cervantes y Fournier, 1996:105, nota 1; Gamboa, 1998:275-276; Ringle et al., 1998:223; Rattray, 2001:414). Lo mismo ocurre en la región de TuJa (Stcrponc, en prensa, ver nota 21 de este volumen; Rattray, idem). Esto corrobora su total contemporaneidad con otros sitios epiclásicos, a decir por la serie de [echamientos absolutos expuestos por Gaxiola (1999:47, 60), que fueron obtenidos en sitios como Huapalcalco, Cacaxtla, Xochitécatl y Cerro Zapotecas. Marvin Cohodas también presenta fechamientos por C14 provenientes de Chichén Itzá, Cacaxtla y Xochicalco, donde el auge de estos sitios se sitúa en las mismas fechas (1989:222-224, 231). La fase Xoo de Jos Valles Centrales de Oaxaca también corresponde a ese lapso, como indica la serie de fechamientos absolutos presentados por Winter ( 1989: 127; véase también Cohodas, 1989:226).

l9J

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Gamboa, 1998; Gaxio1a, 1999) o estilo cerámico (cfi·. Dumond y Müller, 1'}72:1211;

Diehl, 1983:46; 1989; Sanders, 1989; Gaxiola, ídem; Fournier y Cervantes, en prensa);

una 'cultura' (cfr. Rattray, 1996:219); un momento histórico o fase (cfr. Sanders, 1989;

Parsons et al., 1996; Manzanilla et al. 1996; Gamboa, 1998); o un grupo étnico (cfr.

Cogwill, 1996:330) (para completas y detalladas monografías sobre el tema véase

Rattray, 1966; García Chávez y Córdoba, 1990; Gan1boa, 1998; Sugiura, 2001, Fournier

y Cervantes, en prensa, entre otros).

Los conceptos de 'tradición' y 'tipo' como escalas de análisis del material

cerámico son indispensables para la comprensión de historias locales y su profundidad

temporal, pero limitarse a ellas descuida la exploración de una escala intermedia, que

resulta la más adecuada para un estudio como éste, y que radica en la distinción y

delimitación de estilos (ver págs. 7-12 y 158-159 de este volumen). Como se mencionó

al hablar de la relación primaria entre tipos rojo sobre bayo y esgrafiados/incisos,

frecuentemente las múltiples expresiOnes locales podrían contemplarse como

traducciones de un concepto intenegional, más que como imitaciones de tipos

específicos. Congruente con esto, es de esperar que técnicas, decoraciones, diseños y en

algunos casos funciones o significados, sean adoptados sin desplazar al total de forn1as

o materias primas preexistentes. Estos dos últimos rasgos, que al definir 'tipos'

contribuyen a la diferenciación, en realidad confirman la existencia de un vínculo que

pem1itió compartir conceptos o estilos, por encima de la importación/exportación de

objetos (para una discusión similar cfr. Plog, 1990:63-64). Creo que esto es lo que

ocmTe con la cerámica Coyotlatelco.

Existen principalmente dos posturas para explicar la aparición del estilo

Coyotlatelco en la Cuenca de México. Una de ellas apoya su origen, o por lo menos su

desarrollo, en la misma Cuenca, es decir, una expresión local (cfr. Bennyhoff, 1966;

Rattray, 1966:189; 1972:203; Sanders, 1989:215). La otra favorece m1 arribo de

población alóctona trayéndolo consigo, es decir, una intrusión (cfr. A costa, 1972:152,

156; Braniff, 1994:118; Rattray, 1966:181; 1996:213, 222, 230; Gamboa, 1998:51,

264). Es verdad que estas asunciones derivan de enfoques divergentes sobre el

fenómeno en su totalidad (sus causas, consecuencias e implicaciones), pero es

indudable que ambas cuentan también con apoyo fáctico. Será difícil avanzar en el

problema de Coyotlatelco si cada nueva evidencia está orientada a apoyar un argmnento

y rechazár el otro, pues estas posturas en apariencia antagónicas podrían resultar, en

realidad, complementarias (Gaxiola, 1999:65). Para sustentar o negar cada una de estas

propuestas hay dos argumentos básicos: las modificaciones en el patrón de

[') .. 1

asentan1iento y la aparición de una loza que contrasta, en la mayoría de sus aspectos

pero no en todos, con la anterior. Existen bastantes trabajos que ha11 abordado estas

problemáticas, por lo que únicamente resumiré algunos puntos.

Quienes perciben lo Coyotlatelco como ajeno al sistema teotihuacano, incidente

en su destrucción o separado de él por un periodo de abandono, resaltan la aparición de

sitios post-Metepec en la Cuenca (p.e. Ceno Tenayo, cfr. Rattray, 1966: 183; 1972:201;

1996); una discontinuidad en la ocupación de los sitios teotihuacanos (p.e. Pueblo

Perdido, cfr. Rattray, 1972:207; 1996); el abandono del corazón de la ciudad (cfi·.

Gamboa, 1998:44, 264) y una reocupación de algunos sectores en el área residencial y

centro ceremonial, cuando éstos se hallaban ya en ruinas 166 (cfr. Am1illas, 1950:69;

166 Se dice mucho que la población 'Coyotlatelco' se asentó "sobre" ruinas, e incluso que "habitó" en cuevas, durante "cientos de años" (Rattray, 1996:214). Es indudable que las secuencias estratigráficas que comprenden el decline del sistema tcotihuacano representan una enorme dificultad para el registro e interpretación arqueológicos (Parsons et al., 1996:229) pero, ¿es lógico asumir que un grupo de 'paracaidistas' o 'cavernícolas' fueron capaces de producir cerámica, plasmar en ella un estilo (que por 'pobre' que resulte si se compara con el teotihuacano, es sin duda elaborado y estético); que mantuvieron ciertas industrias especializadas, como la explotación de tezontle, la extracción de sal o la producción en serie de puntas de proyectil (Diehl, 1989:14): que tuvieron una estructura ritual y patrones ofrendarios y de enterramiento bastante complejos (ctr. Manzanilla el al, 1996:250-252, 255, 258-263; Manzanilla, 2000:99-1 00); que en otros lugares fuera de la ciudad construyeron plataformas y montículos (p.e. Cerro Portezuelo, Rattray, 1996:214, nota 1: Chalco, Rattray ibid.:220), conjuntos habitacionales (p.c. Azcapotzalco, Tozzer, 1921; Rattray, ibid.) con muros y pisos estucados (p.e. Cerro Tenayo, Rattray, ibid:219), templos con temascales (p.e. Pueblo Perdido, Rattray, 1996, ibid.:214, nota!, 219) y casas "de elite" (p.e. Xico y Chalco, Rattray, ibíd.:214, 219, 230)? ¿Es posible pensar en la existencia de elites entre grupos sociales que viven "literalmente sobre escombros" (Rattray, ibic/.:215)? Parece que nadie niega que la ocupación 'coyotlate\co' incluyó la modificación de algunas edificaciones 'teotihuacanas', con la adición de muros divisorios o la construcción de pisos. ¿Es de esperar entonces, que personas capaces de levantar un muro no barrerían ni siquiera el suelo sobre el que lo desplantan? Creo que más allá del registro detallado de contextos arqueológicos y/o estratigráficos, se ha descuidado la reflexión sobre si son humanamente lógicos los procesos que se interpretan. No se describe en detalle la mayoría de las secuencias estratigráficas a partir de las cuales se asume discontinuidad abrupta entre la ocupación 'teotihuacana' y la 'coyotlatelco', pero tal vez algunas de ellas se comporten similannente a la descrita por Rattray a propósito de sus excavaciones en un conjunto departamental, construido en Tlamimilolpa y ocupado también durante Xolalpan (íbíd.:217). De acuerdo con la autora, en el cuarto del Pórtico Norte, por debajo del último piso, había depósitos Xolalpan. Sobre el piso sellado, escaso material Metepec y abundante Coyotlatelco. También por encima del piso yacían restos de vigas, cuyo [echamiento sugiere que corresponden a la ocupación de Xolalpan temprano (Rattray, idem). Podría explicarse este contexto principalmente de dos maneras: 1) Las ocupaciones Metepec y Coyotlatelco ocutTieron cuando el piso de Xolalpan estaba sellado pero la habitación de ningún modo se hallaba abandonada o en ruinas, ni siquiera durante la última de ellas. Que la construcción se encontraba en buenas condiciones puede intuirse a partir de que no fue necesario desplantar otro piso, y a que su techo, construido en Xolalpan, sirvió también a las demás ocupaciones, derrumbándose sólo posterior a ellas y cubriendo por lo tanto sus restos materiales (con los que eventualmente fue mezclándose debido a su exposición a la intemperie durante varios siglos, puesto que ninguna otra ocupación ocun·ió en ese lugar); ó 2) Posterior a Xolalpan, quizás a inicios de Metepec, sobrevino un abandono total. Años después se asentó, sobre el edificio y techo colapsados, un grupo coyotlatelco. Esta gente no realizó modificación alguna a la habitación (incluyendo que no retiró la basura) y tampoco construyó otro techo, puesto que no hay evidencia de dos techos. Así, los grupos coyotlatelco vivieron no sólo sobre escombros, sino completamente a la intemperie. La primera de estas hipotéticas interpretaciones, que sugiere una continudad Xolalpan­Coyotlatelco, me parecería, en lo personal, más apropiada.

195

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Acosta, 1972:152,156; Rattray, 1996:214-217, 230; Gamboa, ibíd.:44, 49, 51,"264-265,

277-279). En efecto, la fundación de algtmos sitios en la Cuenca de México ocurrió

contemporánea a la generalización del uso de cerámica Coyotlatelco o su ocupación se

limita a esa época (cfr. Sanders, 1989:215; Gaxiola, 1999:64-65);'" pero también hay

ejemplos donde existe una continuidad con el periodo precedente (cfr. Rattray, 1972;

Acosta, 1972:149; Diehl, 1989; Cobean, 1990:33, 176; Gan1boa, 1998:263) y donde la

ruptura entre la ocupación del 'Clásico' y la 'Coyotlatelco' no es en absoluto clara (p.e.

Azcapotzalco, cii·. Müller, 1956-57; Ceno Portezuelo, cü·. Hicks y Nicholson,

1964:497, Dumrriond y Müller, 1972:1209; Cuauhtitlán y Tacuba, cfr. Sanders,

1989:215; San Miguel Amantla, cfr. Rattray, 1996:219). 168 Del mismo modo, en algunas

secuencias estratigráficas se registra una disociación entre materiales 'teotihuacanos' y

'Coyotlatelco' (cfr. Séjourné, 1956-57; Rattray, 1966:96-97; 1996:219, 229; García

Chávez y Córdoba, 1990:1 0), pero en otras existen traslapes (p.e. Teotihuacan, cfr.

Rattray, 1966:183, 1972:202; Gan1boa, 1998:271; Gaxiola, 1999:63; Cen·o Portezuelo,

cfr. Hicks y Nicholson ibíd.:498, Rattray, 1966:183; Culhuacan, cfr. Dumond y Müller,

id e m). Asumir que toda convivencia estratigráfica de material estilo Coyotlatelco con

material 'Metepec', o incluso 'Xolalpan', se debe a un contexto alterado (cü·. Gamboa,

1998:269-270, 275), podría estar desechando evidencia importante sobre el proceso de

transición del Clásico al Postclásico en la Cuenca de México. En este lapso, que Hicks y

Nicholson describen como una "bisagra histórico cultural", donde "patrones culturales

bien integrados y de larga duración se rompen y nuevas síntesis aparecen" (1964:493),

no es de sorprender que los contextos arqueológicos muestren muchas particularidades

y pocas coincidencias (Parsons et al., 1996:229).

Con la cerámica ocurre algo similar, pero se añade el obstáculo que representa la

subjetiva percepción de similitudes, derivaciones o diferencias. Así, existen argumentos

a favor de un contraste abrupto, símbolo inequívoco de discontinuidad ( cü·. Acosta,

1972:152, 155; García Chávez y Córdoba, 1990:9-10; Gamboa, 1998:267), y otros en

apoyo de una relación filial o una transición gradual (cfr. Hicks y Nicholson, 1964:498-

167

Sobre esto añade Sanders: " [ ... ] si bien es cierto que rara vez se encuentra continuidad en la localización de sitios en el resto de la Cuenca durante esta época, esto puede deberse, al menos en parte, al hecho de gue mucha de la población total de la Cuenca residía en Teotihuacan durante los tiempos Xolalpan-Metepec" (1989:215).

168

Adicionalmente, como lo subraya Richard Diehl (1989:10), una buena parte de la evidencia sobre este periodo, que se conservó potencialmente legible hasta principios del siglo pasado, fue paulatinamente destruida durante afíos de exploraciones en la zona, cuando se prestaba poca o nula atención a los restos que componían las capas superficiales (por supuesto las peor conservadas) de ocupación cultural. Todavía en nuestros días estos restos son los que cotidianamente están más expuestos a la alteración.

1'!6

499, 501, 503; BennyhotT, 1966:20-21, 27-29; Dumond y Müller, 1972; Brannif,

1972:274, 288; Sanders, 1989:215; Suguira, 2001:382; Fournier y Cervantes, en

prensa).

Aunque la mayoría de los atributos formales (y por supuesto estilísticos) que

acompañan a la introducción de Coyotlatelco contrastan agudamente con los de

tradición teotihuacana (Rattray, 1966: 186; 1972:202, 208; 1996; Cobean, 1990:33 ),

también existen indudables similitudes o derivaciones, entre las que se cuentan vasos

cilíndricos con soportes también cilíndricos o de "bolas huecas" (Müller, 1956-57:26;

Rattray, 1966:98) y de botón (Bennyhoff, 1966:26-29; Gaxiola, 1999:64), cajetes con

fondo plano y paredes curvo divergentes con o sin soportes (Hicks y Nicholson,

1964:498-501; Rattray, íbíd.:98, 111, 116-117, 129, 150, 183; Sugiura, 2001:378),

cuencos de base anular (Müller, ídem; Hicks y Nicholson, ídem; Bennyhofí: ídem;

Rattray, ídem; Dumond y Müller, 1972:1211; Acosta, 1972, figs. 1 y 2; Gamboa,

1998:228; Gaxio1a, ídem; Sugiura, ídem; Fournier y Cervantes, en prensa); l1oreros a

los que se adicionan asas (Hicks y Nicholson, idem; Dumond y Müller, idem: Braniff,

1972:289, 293, 298; Foumier y Cervantes, en prensa); la técnica del pulido a palillos

(I-Iicks y Nicholson, ibid.:501; Gaxiola, íbíd.:63; Sugiura, idem) y algunos diset1os,

como la flor de cuatro pétalos, el ojo de reptil (Rattray, 1972:202, 208; Gaxiola, idem;

Gamboa, 1998:267) y un "glifo" identificado por Gamboa, que supone una imitación

del que aparece en las pinturas de Atetelco (Gan1boa, ibíd.:244, 267).

Parece existir w1 consenso general sobre una clara continuidad en la tendencia

estilística, formal y técnica de las figurillas de barro teotihuacanas y las relacionadas

con Coyotlatelco (cfr. Tozzer, 1921 :42-43; Armillas, 1950:58; Bennyhoff, 1966:29;

Rattray, 1966: 183; 1972:202, 208; Braniff, 1972:288, 298; Cobean, 1990:34; Drake,

1998:251, 253; Sugiura, 2001:349, 383; Fournier y Cervantes, en prensa), aunque esto

también cuenta con detractores (cfr. Séjourné, 1956-57:35).

Se ha propuesto que Anaranjado Delgado, una cerámica diagnóstica del sistema

teotihuacano en sus mejores días, desaparece a la caída de la ciudad (Rattray, 1981:67).

Como sucedió con el resto de la vajilla del Clásico, el consumo de Anaranjado Delgado

disminuyó en importancia, pero su presencia en contextos con cerámica Coyotlatelco

sugiere que su uso perduró algunos años más (cfr. Good, 1972 apud Cobean, 1982:66;

Nichols y McCullough, 1986 apud Gamboa, 1998:25; Manzanilla et al., 1996:261-263;

ver nota 160 de este volumen).

Como ha percibido Yoko Sugiura (200 1 :382), es significativo que las formas

representativas de la cerámica teotihuacana que desaparecieron con la introducción de

197

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la Coyotlatelco sean principalmente no-utilitarias: " [ ... ] formas que por •Io menos

tienen implicaciones sociales, rituales o políticas. Naturalmente, éstas son altamente

sensibles a cualquier cambio político e ideológico y, por lo tanto, son las primeras en

desaparecer con la caída de Teotihuacan. Et~ cambio, las vaSIJaS utilitarias del

Coyotlatelco parecen haber sufrido menos cambios, pues se siguen fabricando las

fonnas básicamente derivadas de la cerámica del Clásico [ ... ] ". La permanencia de

algunos de estos elementos es una evidencia más de que " [ ... ] la desaparición de

algunas formas teotihuacanas no debe interpretarse como resultado de la llegada de

nuevos grupos" (Sugima, 2001 :383). Pero no ha sido sólo la desaparición de rasgos diagnósticos lo que ha opacado la

indudable pennanencia de otros. La función de algunas formas que aparecen

relacionadas con el estilo Coyotlatelco en el Centro de México reí1ejan la adopción de

ciertas costumbres y el abandono de otras. La adición de la cuchara es una de las más

evidentes, reflejando un cambio en la preparación y consumo de alimentos; y en el

ámbito ritual, el uso extendido de los incensarios/sahumadores de mango contra el

abandono de, por ejemplo, los candeleros teotihuacanos o los incensarios tipo teatro

(Bennyholi, 1966:27; Gaxiola, 1999:64). Para algunos investigadores la 'repentina'

adopción de ambos elementos en la Cuenca de México y su relación con la cerámica

Coyotlatelco, confirma el aJTibo de una tradición proveniente del 'norte' (cfr. Acosta,

1972: 155). Sin embargo, es interesante que éstos se reportan también en Guanajuato,

Querétaro e Hidalgo sólo a partir del Epiclásico (respectivamente Branifl~ 1999:90, 92,

94; Nalda, 1975:97; 1996:269; y Fournier, 1995, cuadro 8; Gaxiola, 1999:53-55;

Fournier y Cervantes, en prensa).

Es posible que la convivencia de incensarios de mango, cucharas y cerámica

Coyotlatelco en la Cuenca, resulte de su contemporaneidad más que de la intrusión de

un único y ajeno grupo cultural. Aunque los dos primeros aparecen desde temprano en

algunas regiones (cfr. Ekholm, 1944:351) incluyendo a la Cuenca (di·. Hicks y

Nicholson, 1964:500; Rattray, 1966:115-116, 120-124; Dumond y Müller, 1972:1213-

1214 ), su uso se generalizó a finales del Clásico y sobre una extensa área que rebasa

ampliamente los alcances geográficos del estilo Coyotlatelco (Gaxiola, 1999:59-65).169

"" Además de en la Cuenca de México (Hicks y Nicholson, 1964:498-500; Bennyhoff, 1966:27; Rattray, 1966:120-124) y Valle de Toluca (Sugiura, 1996:245; 2001:378; Ringle el al. 1998:217), los incensarios/sahumadores de mango o "tipo sartén", se encuentran a finales del Clásico en Cacaxtla y Xochitécatl (Dumond y Müller, 1972, fig. 3; Rattray, 1996:225; Gaxiola, 1999:60; museos de sitio); Cholu1a (Dumond y Müller, idem; Rattray, 1996:227); Xochicalco (Dumond y Müller, ibic/.:1214; Foumier y Cervantes, en prensa; museo de sitio); Monte A1bán (fase Xoo) (Ringle et al., ibic/.:217-218; Martínez et al.,

! 98

Así, aunque existe una integración de elementos como éstos en sitios del Epiclásico, no

resulta apropiado referirse a ellos como parte de un 'Complejo Coyotlatelco', dada la

exclusión de piezas de este estilo en la mayoría de los contextos al sur y oriente de la

Cuenca de México. Hacia el norte, la aparición simultánea de cucharones, incensarios

de mango y Coyotlatelco o estilos relacionados, también hasta finales del Clásico, no

favorece a esta región como su supuesto lugar de origen. Creo que la distribución de las

pipas de barro al norte y oeste de la Cuenca, descrita secciones atrás, también pone en

duda la idea de una intrusión norteña trayendo consigo un complejo plenamente

desaJTollado pues, hasta donde recuerdo, durante esa época no se ha reportado el uso de

pipas ni en la Cuenca ni en muchos sitios con cerámica Coyotlatelco, mucho menos en

todos los lugares donde los incensarios tipo sartén y las cucharas fcteron consumidos

(p.e. Xochicalco, Monte Albán y Balankanché).

Ante evidencia tan diversa de cambios/permanencias en la cerámica y el patrón

de asentamiento, han surgido enfoques intermedios para explicar el fenómeno

Coyotlatelco en la Cuenca de México. En ellos se persigue conciliar el desaJTollo de una

cerámica que parece estar emparentada con la tradición rojo sobre bayo del

noroccidente y El Bajío, y una continuidad ocupacional en la Cuenca con población

descendiente de la teotihuacana fabricando y utilizando esa loza.

Como anota David Wright, este tipo de modelos es atractivo " [ ... ] porque toma

en cuenta la existencia, durante el Epi clásico, en una amplia zona que se extiende desde

los confines noroccidentales de Mesoamérica hasta los valles centrales, de una serie de

estilos cerámicos inteJTelacionados, todos con decoración roja sobre el color café o bayo

del barro cocido" (Wright, 1999:82).

En estas perspectivas no se ignora la posibilidad de migraciones a la Cuenca, las

cuales, de hecho, pudieron ocurrir en esta etapa como ocuJTieron durante toda la vida de

2000); Balankanché (Ringle et al., idem) y Seibal (Ringle et al., ibid.:219). Al norte de la Cuenca aparecen, también por primera vez durante el Epiclásico, en U careo (Healan y Hernandez, 1999:138); Morales (Braniff, 1999:90,92, 94); Tu la (Diehl, 1983:102-105; Cobean, 1990:257-260, 457-463; Ringle et al., idem; museo de sitio); Huapa!calco (Gaxiola, ibid.:54-55); Chapantongo (Fournier, 1995,cuadro 8; Fournier y Cervantes, en prensa); San Juan del Río (en asociación con RlP Xajay, Nalda, 1975:97; 1996:269) y entre los sitios Xajay de H1dalgo. Los cucharones se encuentran nuevamente en Monte Albán (Martínez et al., 2000:169-243; Cholula (Dumond y Müller, íbid., fig. 3; Rattray, 1996:227); Cacaxtla (Gaxiola ibid.:60); Xochicalco (Dumond y Müller, ibic/.:1214); Tula (Cobean, 1990:251-256); Chapantongo (Cervantes y Foumier, 1996:ll O) y Huapalcalco (Gaxiola, ibid.:53); pero además en el sur de Guanajuato (p.e. tramo Salamanca­Yunna, Moguel, 1987:láms. 50-52) y noreste de Michoacán (p.e. Cuenca de Zacapu, Faugére, 1996:84). Desde luego los hay en Teotihuacan (Gamboa, 1998:200) y otros sitios de la Cuenca (p.e. Cerro Portezuelo, Hicks y Nicholson, 1964:498; y Cerro Tenayo, Rattray, 1966: 115-116).

!9lJ

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la ciudad de Teotihuacan (cfr. Bennyhoff, 1966:21-22; Price et dl., 2000:906>912), 170

simplemente no se les asigna el papel determinante y exclusivo en el desal1'ollo de

Coyotlatelco, como tampoco se les confiere el papel de invasores que, en magnitud

masiva, propiciaron el fin de la ciudad. La convivencia de población inn1igrante con

residente, Y una complementación paulatina de sus t~·adiciones cerámicas que resultó en

la conformación de un estilo particular, han sido las propuestas principales (cfr.

Dumond, apud Dumond y Müller, 1972:1214; Branift~ 1972:298; Cobean, 1990:33;

Gaxiola, 1999:64), y también se ha contemplado la 'importación/exportación' del

propio estilo, por eh cima de desplazanüentos humanos (al parecer la postura personal

de Müller [ apud Dumond y Müller, ídem] y tan1bién la propia; véase además Sugiura,

1996:239-241, 243; 2001:380-382).

No es fortuito que el candidato predilecto para esta aportación sea el "norte" (cfr.

Dumond Y Müller, 1972:1214; Rattray, 1972:202, 208; 1996:228-230; Mastache y

Cohean, 1989:55; Cobean, 1990:180), El Bajío o Querétaro (cfr. Braniff, 1972:274,

298; 1994:118; Mastache y Cobean, ídem; Cobean, ídem; Sugiura, 1996:239-241;

2001 :380-382) pues en este an1plio sector de Mesoamérica la bicromía rojo sobre bayo

y rojo sobre crema constituye una verdadera tradición. Pero no toda cerámica rojo sobre

bayo o crema es Coyotlatelco, ni tiene por qué ser su antecedente directo. Como

atinadamente define Wright, por lo menos durante el Epiclásico se trata de una gama de

"estilos cerámicos interrelacionados", uno de los cuales es Coyotlatelco. Debido a que

esta interrelación, que en buena parte es sincrónica y panregional, tiende a verse como

diacrónica y direccional, se ha buscado un antecedente evolutivo.

En la designación de una cerámica "protocoyotlatelco" que tiene origen en El

Bajío durante el Clásico (cfr. Braniff, 1974:43; 1994:118; Brown, 1985:223, 234;

Moguel y Sánchez, 1988:231; García Chávez y Córdoba, 1990:10), se sustentan las

'oleadas' migratorias que se ha supuesto arribaron tanto a la región de Tula como a la

Cuenca de México (cfr. Braniff, 1972:274; 1992:161; 1994:118; Rattray, 1972:202;

1996:228-229; Mastache y Crespo apud Cobean, 1978:108; Gamboa, 1998:264),

introduciendo el estilo en conformación (Sugima, 1996:239-241; 2001:380-382) o

plenamente desal1'ollado (García Chávez y Córdoba, ídem), y en el caso de Teotihuacan

propiciando la destrucción de la ciudad (Rattray, 1996:230-231) o tomando ventaja de

17° Con base en .el análisis comparativo de isótopos de Estroncio en 62 muestras óseas provenientes de Oztoyahualco, Cueva de las Varillas, Cueva del Pirúl y los Barrios Oaxaqueño y de los Comerciantes Douglas Price, Linda Manzanilla y William Middleton rastrean indicios de cambios de residencia entre lo; personajes inhumados en Teotihuacan. En su estudio confirman que el fenómeno inmioratorio fue una constante en la vida de la ciudad, desde tiempos de Tlamimilolpa y hasta fase Mazapa (Price ~~ al., 2000).

2110

su abandono, como "Buitres que esperan hasta que su víctima está completan1ente

muerta antes de comenzar a alimentarse" (Rattray, 1996:231 ).

Con estos enfoques se pretende dar solución a dos problemas. Por un lado,

explicar que la aparente sencillez de algunas cerámicas rojo sobre bayo al norte de la

Cuenca, con respecto a la Coyotlatelco de Teotihuacan, se debe a que son anteriores.

Por otro, evadir la incógnita de por qué adoptaría una sociedad como la teotihuacana

una tradición ajena y menos elaborada que la propia, a partir de asumir que ésta ya

había desaparecido por completo (para una crítica sobre dicha asunción véase Sanders,

1989).

Sobre lo primero cabe señalar que, como se vio al hablar de la Esfera

Septentrional y como se verá más adelante, algunos de los tipos rojo sobre café que se

consideraban antecedentes de Coyotlatelco ahora se sabe que son contemporáneos.

Sobre lo segundo, efectivamente es difícil explicar el "empobrecimiento" cultural que

representa la adopción del estilo Coyotlatelco por los descendientes de Teotihuacan

(Diehl, 1989:13); sin embargo, si los estilos viajaran exclusivamente de la mano de sus

hacedores originales y, por lo tanto, la introducción del nuevo estilo representara la

introducción de nueva población mientras que el abandono de la tradición teotihuacana

representara el abandono físico y total de la ciudad, sería de esperar que el 'estilo'

teotihuacano hubiese aparecido en cualquier otro lugar, a donde se hubiese dirigido una

población migran te de 125 000 personas (el estimado demográfico para fase Metepec

[cfr. Diehl, ibid.:12] ). Esto, no parece ser lo que ocurrió.

Así como el abandono de la tradición teotihuacana hacia el Epiclásico no es un

fenómeno exclusivo de la Cuenca de México, durante el Clásico formas y estilos

teotihuacanos se adicionaron o sustituyeron a vajillas locales, y esto dificilmente se

explicaría como un arribo masivo de teotihuacanos a diversos puntos de Mesoamérica,

en un momento en el que Teotihuacan concentraba población más que expulsarla

(Pasztory, 1978:12).

Habría que considerar como posible, entonces, que la adopción o rechazo de

nuevas fonnas y estilos o el fortalecimiento de los propios durante el Epiclásico, pudo

deberse a una transformación, igualmente radical, en la percepción de cuáles elementos

se consideraban prestigiosos y cuáles habían dejado de serlo (Cohodas, 1989:224). Esto

pudo ocurrir en el propio Teotihuacan, consecuente con su debilitamiento como

potencia creadora:

201

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" [ ... ] El abandono de Teotihuacan no fue un evento ímico, sino más bien un proceso largo. Una vez que la gran capital había comenzado a declinar de su zenit de riqueza, población y poder (cuyas cúspides no necesariamente coinciden), cesa en algún punto de funcionar como un exportador de ideas a capitales distantes. Esto puede haber sido mucho tiempo antes que su extinción final" (Paddock, 1978:48).

Las sociedades jerarquizadas y sus ciudades, por más complejidad que alcancen

y por más incongruente que pudiera parecer, declinan (cfr. Wallerstein, 1974:350; Abu­

Lughod, 1989; Carneiro, 1992:185; Chase Dunn y Hall, 1997a:33, 204-210, 1997b,

1999; Marcus, 2001 ). Los indicadores de estos procesos cíclicos irrumpen en el

contexto arqueológico, pero es de esperar que el fenómeno propiciatorio de la

adopción/desecho de rasgos comience a gestarse décadas, e incluso siglos, antes de que

su manifestación material se generalice:

" [ ... ] es de esperar que bajo cietias circunstancias ocurran discontinuidades asombrosas en el compmiamiento de los sistemas, a pmiir del cmnbio suave y perfecta111ente continuo en las condiciones que gobiernan ese compmian1iento. [ ... ] Ca111bios repentinos [ ... ] son predecibles, dados ciertos cambios graduales operando completa111ente al interior de un sistema cultural" (Renfrew, 1978:96).

Se ha analizado bastante el interés de las sociedades por vincularse con sistemas

ajenos que experimentan (o experimentaron) un auge económico, pero principalmente

político y religioso, como estrategia de consolidación y legitimación del sistema propio

(cfr. Flmmery, 1968; Helms, 1979; 1986; Stone, 1989; Nagao, 1989; Berlo, 1989b;

Earle, 1990, entre otros). El teotihuacano, que durante siglos constituyera aquella fuente

de 'prestigio' y 'poder', hacia el Epiclásico había disminuido lo suficiente en magnitud

e importancia como para asumir una nueva postura en el panorama global, a pesar de

seguir siendo el sitio más grande de la Cuenca de México (cfr. Pasztory, 1978:15;

Sanders, Parsons y Santley, 1979 apud Diehl, 1989; Cohodas, 1989:224; Rattray,

1981:217 [quien contradice su postura en un trabajo posterior, 1996:216-217]; Dieh1,

1989; Sugiura, 1996:237; 2001:352). Contribuyendo simultáneamente a la

configuración de aquel nuevo escenario, varios centros hasta entonces secundm·ios se

vieron estimulados e incrementaron su complejidad e importancia (ver más adelante).

Como sugiere Diehl (1989:14), es posible que la dispersión del estilo

Coyotlatelco sea un indicador de la órbita económica de Teotihuacan posterior a 750 d

102

C, pero creo que no de una órbita de la que nueva111ente estuviese a la cabeza, sino de la

que pm·ticipaba a la par con otros centros contemporáneos.

Si la conformación y dispersión de ciertos estilos cerámicos es proporcional a la

intensidad, siempre cambiante, de los vínculos entre pm·ticipantes de unidades

sociopolíticas (cfr. Plog, 1990:64, 66, 68-72; Parsons et al., 1996:228)"'; y si aquellos

rasgos comunes sutilmente expresan, por parte de los participantes, un deseo ( 0

demanda) de permanecer m·ticulados, entonces es relevm1te explorm· los a!cm1ces

geográficos del estilo Coyotlatelco. Esto quizás podría brindar algo más de infonnación

sobre hacia dónde intentaba anclar sus lazos el Valle de Teotihuacan durante el

Epiclásico, y para qué.

Esbozar los alcances de la Esfera Coyotlatelco está obstaculizado por un

consenso inexistente: cuáles cerámicas rojo/bayo o crema pueden considerm·se

'Coyotlatelco' Y cuáles no. A ochenta años de la definición de Alfred Tozzer (1921) y

casi cum·enta del extenso análisis de Rattray (1966), sigue siendo dificil distinguir, a

medida que nos aleja111os de Teotihuacan o de TuJa, en dónde está manifestándose este

estilo Y dónde se ha desvm1ecido; en dónde la presencia de cerámica rojo sobre bayo

debe considerarse perteneciente a otros estilos que NO son Coyotlatelco, aunque sean

contemporáneos Y símiles; y en qué punto OCUlTe el traslape entre algunos de ellos,

traslape que no ha sido definido pero que es posible teorizm·.

Perimetral a la Cuenca, se ha propuesto que la Esfera Coyotlatelco abm·ca parte

de los estados de Guanajuato, Querétaro (Cobean, 1990:38, 176; Sugiura, 1996:239;

2001 :377), México, Hidalgo, Tlaxcala, Puebla (Rattray, 1966:89, 103-1 09; 1981 :216;

Sugiura, 1996:239; 2001:377; Sanders, 1989:215; Cobem1, idem) y More1os (Müller,

1956-57:31; Rattray, ídem). Sin embargo, en este último estado se ha hablado de

cerámica "similm·" a la Coyotlatelco en Xochicalco (Noguera, 1945; 194 7, apud Litvak,

1972:67), se ha dicho que esa "sospecha ha sido contitmada" (Litvak, ídem), se ha

negado por completo su existencia (Rattray, 1996:227; Sugiura, 1996:242; 2001:360;

Hirth Y Cyphers, 1988 apud Gaxiola, 1999:62, 65, cuadro 1 ), y todas estas

afinnaciones, a las que no acompm1an ilustraciones compm·ativas, aparecen ante el

lector como un acto de fe.

111 A cerca de la secuencia de las últimas fases de Teotihuacan y las subsecuentes en la Cuenca de México,

Parsons: Brumfiel y Hodge proponen que los cambios de fases reflejan relaciones cambiantes entre generaciOnes de ac~ores enredados en el colapso de la hegemonía teotihuacana, y el subsecuente desarrollo de nuevos centros regwnales como Tul a, Cholula, Chale o o Azcapotzalco (1 996:229).

203

Page 113: Tesis Interaccion Interregional. Laura Solar Valverde 2002_OCR

Algo similar ocurre en Tlaxcala, donde se ha mencionado su presencia.~Diehl,

1989:14; Rattray, 1966:108; 1981:216; en Cacaxtla, Sanders, 1989:215; Rattray,

1996:226; López y Malina, 1986 apud Sugiura, 1996:238; en Tizatlán, Rattray,

1966:108), aunque se ha especificado que las cantidades son tan pequeñas que

indudablemente fheron piezas de comercio (Rattray; 1966:89) y también se ha rebatido

que la cerámica Coyotlatelco haya aparecido alguna vez en la región tlaxcalteca

(Dumond y Müller, 1972:1211; Gaxiola, 1999:59, 65). Hay quienes se refieren a ella en

Cholula (Diehl, 1989:14; Sanders, 1989:215; Rath·ay, 1966:89, 103-109, también en

Xiuhtetelco, Rattray, ibid.: 1 08), pero además se ha dicho que en aquel sitio, a pesar de

que hay elementos del 'complejo' del Epiclásico (como las cucharas y los incensarios

de mango), las formas o la decoración del estilo Coyotlatelco están ausentes (Rattray,

1996:227; Gaxiola, 1999:65).

Poner en tela de juicio la extensión real de la Esfera Coyotlatelco es importante,

no porque pretenda que su presencia es concluyente de lazos sociales y su ausencia

indicadora de conflictos. Es lógico que, dada su colindancia geográfica, todas estas

regiones sostuvieron relaciones entre sí. Simplemente, e independiente de los

kilómetros que las separa, la distancia social en esas relaciones sí debió diferir, y es ahí

donde el rastreo de liD estilo y sus similitudes con otros se presenta significativo.

Parece indudable que el Valle de Toluca pertenece a la Esfera Coyotlatelco (cfr.

Armillas, 1950:58; Rath·ay, 1981:216; Cobean, 1990:38, 176; se ha incluido también al

de Malinalco, Rattray, 1966:1 06-107; y al de Bravo, Sugiura, 1996:239; 2001 :377); sin

embargo, habría que preguntarse si toda la cerámica con bicromía rojo/bayo que

aparece en el sector oeste del Estado de México corresponde al mismo estilo. Yoko

Sugiura ha señalado que la introducción de Coyotlatelco a Toluca resultó de "oleadas"

migratorias desde Teotihuacan (Sugiura, 1996:245, 356; 2001 :384), y que las

diferencias entre la vajilla Coyotlatelco de Toluca y la de la Cuenca se debe a un

proceso posterior de regionalización. Pero es viable que operasen conjlmtamente otros

procesos.

Más del 36% de los sitios en el Valle de Toluca ya estaban habitados desde fase

Metepec, incluyendo a la mayoría de los más complejos (Sugiura, 1996:248, 252). Es

posible que una parte de la población teotihuacana se desplazara paulatinan1ente hacia

lugares con los que sostenía algún contacto o filiación desde el periodo precedente, y

que aquella "regionalización" a la que se refiere Sugiura resultase de la fusión, también

paulatina, del estilo que se desarrollaba simultáneamente en la Cuenca con estilos

presentes en la zona de Toluca dados sus vínculos con otras áreas. Estos vínculos, que

rebasan la escala regional, estarían establecidos desde antes del 'colapso teotihuacano'

y pennanecerían después. Uno de ellos parece haberse sostenido con los integrantes de

la Red Septentrional del Altiplano, tal vez en forma directa con el noreste michoacano

(Healan y Hernández,l999:133), e indirecta con El Bajío, sur de Querétaro y poniente

de Hidalgo. En el noreste de Michoacán se han reportado "componentes de dos complejos

Rojo sobre Bayo", el "complejo Cantinas" (al que ya me he referido) y el "complejo

Cumbres" que en algún momento se consideró una "variación local del complejo

Coyotlatelco" (Healan, 1998:106; Healan y Hernández, 1999:138-139). Sin embargo,

en un trabajo reciente Cristine Hernández señala que la cerámica Cumbres no se asocia

con los complejos del Epiclásico en la región y que guarda gran similitud con la

cerámica Matlatzinca temprana (2001:35-37; 40-41). Aunque en más de una ocasión se

ha propuesto que existen similitudes entre la cerámica Matlatzinca temprana y la

Coyotlatelco (cfr. Rattray, 1966:106-107), al grado de proponer que la primera es

antecedente de la segunda (cfr. García Payón, 1941 :230-231; Gómez et al., 1994:20), en

lo personal no encuentro dicha semejanza, salvo en la elección de bicromía rojo sobre

bayo (de cualquier modo debo aclarar que mi conocimiento, tanto de la cerámica

Matlatzinca como de la ceránüca Cumbres, se limita sólo a las ilustraciones que

aparecen en los textos). La equivalencia del complejo Cumbres con Coyotlatelco

también resulta dudosa en términos cronológicos, pues se considera a la primera como

representativa de la fase Perales Terminal (900-1200 d C) del noreste michoacano

(Hemández, ídem). La aparición de obsidiana de Ucareo/Zinapécuaro en sitios con cerámica

Coyotlatelco (cfr. Healan, 1998:101; Gamboa, 1998:37; p.e. Cerro Portezuelo, Sidrys,

1977 apud Rattray, 1981 :217; Healan, ibid.: 1 04; Azcapotzalco, García Chávez et al.

1990 apud Fournier y Cervantes, en prensa; Healan, idem; Ringle et al, 1998:223;

Chapantongo, F ournier y Cervantes, en prensa), y la presunta presencia de este estilo en

el propio yacimiento (cfr. Moedano, 1946, apud Cobean, 1982:80; Cobean, 1990:38;

Healan, 1998:1 02), han llevado a Healan a sugerir que existen "lazos específicos entre

el complejo Coyotlatelco y el contexto cultural de la explotación primaria del

yacimiento de U careo" (ibid.: 102, una postura similar sostiene Sugiura, 2001 :382). Sin

embargo dicha relación no es tan clara, pues además de que la existencia de

Coyotlatelco en el Valle de Ucareo es cuestionable, no todos los sitios que importaron

obsidiana de Ucareo/Zinapécuaro tienen cerán1ica Coyotlatelco (p.e. Xochicalco y

Chichén Itzá), como tampoco todos los sitios con cerámica Coyotlatelco importaron

2US

Page 114: Tesis Interaccion Interregional. Laura Solar Valverde 2002_OCR

obsidiana exclusivan1ente de esa fuente. En la Cuenca, por ejemplo, los sitios

Coyotlatelco suelen incorporar obsidiana del yacimiento michoacano con aquella

proveniente de Otumba (Diehl, 1989:15; p.e. Cerro Portezuelo, Sidrys, 1977 apud

Rattray, 1981 :217; Azcapotzalco, García Chávez et al. 1990 apud Fournier y Cervantes,

en prensa) o Pachuca (Diehl, ídem).

Independientemente de su correlación con Cumbres, es posible que la Esfera

Coyotlatelco se extienda hasta esta región. En el tramo Yuriria-Uruapan del Proyecto

Gasoducto se registt·a un tipo rojo-naranja sobre bayo que Moguel (1987:81) asocia con

Cantinas, pero que compara con los tiestos ilustrados por Séjoumé en las lán1inas 23-25

y 27 de su libro sobre la cerámica de Culhuacán. Estos tiestos de Séjourné resultan ser

Coyotlatelco (1991 [ 1970], fig. 25). También como parte del Proyecto Gasoducto, en

el tramo Salan1m1ca-Yuriria, Contreras y Durán (1982) señalan un tipo Rojo sobre Bayo

Bruñido que proponen coJTesponde a Coyotlatelco. Cerámica de "filiación coyotlatelca"

también se ha reportado tan lejos como en La Gavia, Guanajuato (Moguel y Sánchez,

1988:230). Puesto que no conozco estos materiales he prescindido de extender hasta

dichos lugares los limites de la Esfera Coyotlatelco.

A pesm de que muchas de las cerámicas rojo sobre bayo de Querétmo y El Bajío

compmten motivos con la Coyotlatelco (p.e. greca escalonada, xonecuilli o eses

entrelazadas, ganchos, manchas redondas etc., cfr. Braniff, 1972:295), su disposición es

menos complicada y su trato menos elaborado, resultando una 'burda' apmiencia finaL

Esta apm·ente menor calidad en la cerámica rojo sobre bayo no puede interpretarse

como algún tipo de 'atraso' en cum1to a la fabricación de lozas, pues en las regiones al

norte de la Cuenca se emplearon con éxito técnicas decorativas muy complejas, como el

negativo, el champlevé o la pintura al fresco.

No es mi intención profimdizar en el por qué de la específica sencillez en las

piezas rojo sobre bayo del Bajío y Querétmo, simplemente resaltar que dicho fenómeno

podría tener un cmmotado regional más que temporal. De ser así, las diferencias entre

las cerámicas Coyotlatelco de Tula y la Cuenca, donde la primera se describe como de

mayor simplicidad que la segunda (cfr. Cobean, 1978:89-90; 1982:69; 1990: 177;

Cobean y Mastache, 1989:38, 42; Pmedes, 1990:191), 172 podrían estar reflejando un

172 Aunque la combinación y carga de motivos en algunas piezas Coyotlatelco de Tula da un aspecto bastante elaborado (p.e. las piezas expuestas en el Museo de Sitio), por separado los diseños no parecen llegar a ser tan complejos como en algunos ejemplares de Teotihuacan, que incluyen por ejemplo motivos zoomorfos y 'glifos' (cfr. Gamboa, 1998:244, 267). De cualquier modo, esto último no es lo más común, y las unidades de diseño esenciales y más frecuentes de la cerámica Coyotlatelco, como fueron desglosadas por Rattray (1966), son reproducidas en ambos sitios.

206

arraigo diferencial y no, como se ha propuesto, que la tolteca es anterior ( cfi·. Rattray,

1976 apud Cobean, 1982:69; Cobean, ídem; Cobean y Mastache, ídem).

Mientras que la variedad de Coyotlatelco en la Cuenca estaría impregnada de la

complejidad que caracteriza a esta zona desde siglos atrás, TuJa mostraría una mayor

fijación hacia la con·iente estilística de las regiones vecinas al oeste, debido quizás a la

profundidad temporal de su contacto con ellas (ver más adelante). Esto es congruente

con la "asombrosa" similitud entt·e el diseño de la cerámica Coyotlatelco del sitio

hidalguense y "cerámicas del periodo Clásico reportadas en el Bajío" (Cobean y

Mastache, 1989:38).

Puesto que los estilos cerámicos son susceptibles, dentt·o del Coyotlatelco

existen variaciones que expresan preferencias o inclinaciones locales y regionales (cfr.

Diehl, 1983:46; Paredes, 1990:191; Sugiura, 1996:239; 2001:378; Fournier y

Cervantes, en prensa). Éstas oscilan desde la adaptación a formas preexistentes hasta la

introducción de nuevos motivos o la recomposición general del diseño. Se ha dicho, por

ejemplo, que la variedad de Coyotlatelco que se ha encontrado en Teotihuacan difiere

de las halladas en Cerro Tenayo, Tenayuca y Azcapotzalco (Rattray, 1966:99;

1972:202; 1996), y en su trabajo sobre Coyotaltelco en el Valle de Teotihuacan,

Gamboa nota la ausencia de diez de los tipos descritos por García Chávez (1995) para el

resto de la Cuenca (Gamboa, 1998:266). Algunas formas presentes en Tula y Ecatepec,

como son los soportes largos huecos, están ausentes en CeJTo Tenayo (Rattray,

1966: 117), mientras que entre los diseños que Rattray describe e ilustra en su análisis

de la cerámica de este último sitio (1966:117), algunos no aparecen en el Coyotlatelco

de TuJa, como las "huellas de pie" y los pájaros estilizados. A pesar de las numerosas

similitudes entre el estilo Coyotlatelco de TuJa y el de Teotihuacan, también se han

señalado diferencias considerables que podrían deberse a variaciones locales (cfr.

Cobean y Mastache, 1989:42, Tabla 5.2; Healan et al., 1989:241; Paredes, 1990:191).

Tomando en cuenta esta diversidad y la supuesta 'simplicidad' de las cerámicas

rojo sobre bayo del centro norte de México, creo que alglmas de ellas podrían

considerarse tan1bién como variaciones locales del estilo Coyotlatelco, an1pliándose los

limites de esta esfera por lo menos hasta el sur de Querétaro y centro occidente de

Hidalgo (Mapa 8).

207

Page 115: Tesis Interaccion Interregional. Laura Solar Valverde 2002_OCR

Mapa 8. Extensión aproximada de la Esfera Coyotlatelco (sombreado oscuro) y estilos relacionados (sombreado tenue)

·s3 0511

• ... ~7 •51 •s2

!-Alta Vista. 2-La Quemada. 3-El Cerrilo. 4-Guadalc<izar. 5-Peñasco. 6-Vi\la de Reyes. 7-Buena Vista H. 8-Río Verde. 9-La Noria. 10-Tamuín. 11-Tamtok. 12-Las Flores. 13-Pánuco/Pavón. 14-Tajín. 15-Huapalcalco. 16-Tula. 17-Chapantongo. 18-Sabina Grande. 19-Zethé. 20-Pañhú. 21-Zimapán. 22-Ccrro de la Cruz. 23-Tcpozán. 24-EI Cerrilo. 25-L..a Griega. 26-Acámbaro. 27-Salvatierra. 28-Yuriria. 29-Huanímaro. JO-Degollado. 31-EI Cobre. 32-Peralta. 33-Salamanca. 34-San Bartola. 35.Lu Magdalena. 36-Morales. 37-Cañada de la Virgen. 38-Agua Espinoza!Ticrra Blanca. 39-Lu G\ora. 40-La Gavia. 41-Ccrrito de Rayas. 42-Alfaro. 43-Carabino. 44-El Cóporo. 45-Chinampas. 46-Cuarenta. 47-Zacapu. 48-Cuitzco. 49-Zinapécuaro. 50-Loma Santa María. S 1-Urichu. 52-Tingambato. 53-Uruapan. 54-Apatzingán. 55-Huamango. 56-Tcotihuacan. 57-Tccfunac. 58-Toluca. 59-Teotenango. 60-Cacaxtla/Xochitécatl. 61 -Xochicalco.

208

Entre los tipos cerámicos que considero vanac10nes locales del estilo

Coyotlatelco se encuentra Rojo sobre Bayo El Mogote, reportado por Enrique Nalda en

el área de San Juan del Río (1975:80, 95).m Su vigencia se propuso tentativamente

entre los años 400 y 700/850 d C (Nalda, ibid.:80, 95; 1991:50, 52, fig. 10; Saint

Charles, 199lb:81, fig. 5), es decir, con inicio a mediados del Clásico. La temporalidad

que Nalda asignó a los tipos del sur de Querétaro no está basada en [echamientos

absolutos y existe una confusión en tomo a la coJTe!ación de El Mogote con Xajay Rojo

Esgrafiado, cerámica diagnóstica del Epiclásico en la región. Nalda consideró

inicialmente a estos tipos como secuenciales y excluyentes, pero más tarde, a partir de

la revisión de sus datos de excavación, observa que sí hubo convivencia (1991:36, 38,

41; ver págs. 166-167 de este volumen). Durante esta etapa de traslape con Xajay,

Rojo/Bayo El Mogote fue bautizado por Nalda como La Trinidad, señalando como

única distinción la mayor frecuencia con la que se presenta el 'barrido' por frotamiento

de la pintura fresca (1991:50). Esta apariencia de 'barrido', ocasionada durante la etapa

de pulimento de la pieza, es bastante común en la región y se presenta entre la cerámica

de varios estilos, por ejemplo Cantinas, San Bartola Rojo/Bayo y San Miguel

Rojo/Bayo de Guanajuato y Querétaro, o en algunos ejemplares Coyotlatelco de

Teotihuacan (Gamboa, 1998:266), Chapantongo y Tula.

La aparición de Xajay Rojo Esgrafiado durante la última etapa de Rojo/Bayo El

Mogote sustentaría el límite cronológico superior propuesto por N al da para este último.

Es dificil, sin embargo, que su vigencia fuese tan an1plia. Tal vez resultaría más

apropiado considerarlo un tipo básicamente de finales del Clásico (Foumier y

Cervantes, en prensa), dada su asociación con cerámicas Bicromo Esgrafiado y Blanco

Levantado (Nalda, 1975:94-95), además de su convivencia estratigráfica con Garita,

Cantinas, "ollas de cuello alto Rojo/Bayo" (aparentemente una variedad del tipo

Cañones) y fragmentos de pipas de barro, en CeJTo de la Cruz (Saint Charles, 1991b:80,

figs. 5-7 y 10) (ver nota 156 de este volumen para la ubicación cronológica de Cantinas

y Garita; para la discusión sobre la temporalidad de las pipas ver págs. 173-175).

La similitud de Rojo/Bayo El Mogote con Coyotlatelco ha sido señalada por

Cobean, Mastache (Cobean, 1978:90; 1982:69, 1990:116, 180; Cobean y Mastache,

1989:42) y por el propio Nalda, aunque este último no considera válida una conelación

(1975:129) (Fig. 40).

m Se ha reportado Rojo/Bayo El Mogote en Tlacote, Oto. (Crespo, 1991a, fig.12b); Huamango, Edomex. (Segura y León, 1981: 116-117); La Magdalena, Qro. (Crespo, 1991a, figs.14a-14c); Unidad Tepozán, Qro. (Brambila y Castañeda, 1991: 146); y Cerro de la Cruz, Qro. (Saint Charles, 1991 b:80-88; 1998:340).

209

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¡¡

fig. 40. Cerámica Rojo/Bayo El Mogote (m) cortesía Centro IN AH Guanajuato; (1, r, s) tomado ,eje Nalda, 19'75: 1991. Cerámica Coyotlatelco de Chapantongo (a-e, f, h, j, v, x) cortesía Proyecto Valle del MezqUJta\.

Cerámica Coyotlatelco de Cerro Tenayo (d, g, i, n, o-q, t, u, w) tomado de Rattray, 1966. Cerámica Coyot\atelco del Valle de Teotihuacan (e, k) tomado de Gamboa, 1998.

210

Si se compara con la cerámica más compleja de la Cuenca de México, el tipo

queretano resulta de gran simplicidad, lo que es congruente con la sencillez

característica de la cerámica rojo sobre bayo en la región, un fenómeno al que ya me he

referido. Pero si se le compara con ejemplares Coyotlatelco de sitios vecinos, por

ejemplo en la región de Tula, o con los menos complejos de la Cuenca, la semejanza es

mucho mayor.'"

También entre los sitios Xajay del Mezquital existe un tipo cerámico (bautizado

por Luis Morett como "Muralla") que me parece potencialmente una versión local del

estilo Coyotlatelco, aunque desconozco su temporalidad. Nuevamente se observa la

bicromía rojo sobre bayo y rojo sobre crema, y la adaptación de algunos de los motivos

más comunes en la variedad de la Cuenca, como los cuadros y triángulos sólidos, o la

escalera y greca escalonada, sobre formas locales (Fig. 41 ).

Fig 41. Tipo Muralla. Cortesía Proyecto Valle del Mezquital

'" Un diseño que se presenta con frecuencia en tiestos de Rojo sobre Bayo el Mogote es considerado por Gamboa como uno de los más comunes entre los materiales Coyotlatelco del Valle de Teotihuacan: "En el caso de la escalera, las representaciones suelen fonnar una especie de pirámide fonnada por líneas onduladas o quebradas, que inician de una línea delgada que se encuentra en el cuerpo para ascender a otra línea en su parte superior" (Gamboa, 1998:244) (ver Figuras 40 j, k, m n y r, de este volumen).

211

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Más allá de los que han sido clasificados como Muralla, varios. tiestos

recolectados en superficie en los alrededores de sitios Xajay exhiben similitudes tanto

con el Coyotlatelco de Chapantongo como con Rojo/Bayo El Mogote (Fig.42).

Fig. 42. Tiestos procedentes de sitios Xajay (a-g) cortesía Proyecto Valle del Mezquital. Cerámica Coyotlatelco de Chapantongo (1-n) cortesía Proyecto Valle del Mezquital. Cerámica Rojo sobre Bayo El Mogote (h-k,o) tomado de Saint Charles, 1991 c.

De ser correcta la correlación estilística de "Rojo/Bayo El Mogote" y "Muralla"

con "Coyotlatelco", la convivencia de estas variaciones locales del estilo Coyotlatelco

con estilos propios y distintivos de la Esfera del Bajío y el Desarrollo Regional Xajay

respectivamente, estaría insinuando la articulación de varios sistemas sociales: aquellos

que habitaban la Cuenca de México y aquellos participantes de la Red Septentrional del Altiplano (Mapa 9).

212

Mapa 9. Traslape de las esferas que participan en la Red Septentrional del Altiplano

ESFERA SEPTENTRIONAL JI ESFERA AL TOS-JUCHIPILA lli ESFERA VALLE DE SAN LUIS IV ESFERA DEL BAJÍO

V DISTRIBUCIÓN DE PIPAS DE SOPORTE-PLATAFORMA VI DESARROLLO XAJAY VII ESFERA COYOTLATELCO

a) Alta Vista, Zac. b) La Quemada, Zac. e) El Ccrrito, Zac. d) Villa de Reyes, S. L. P. e) Chinampas, Jal. f) Cuarenta, .Tal.

g) El Cóporo, Gto. h) La Gavia, Gto. i) El Cobre, Gto. j) Cuitzeo, Mich. k) El Cerrito, Qro. 1) Cerro de la Cruz, Qro.

m) Chapantongo, Hgo. n) Tu la, Hgo. o) Teotihuacan, Edo. Méx. p) Tcotenango, Edo. Mcx.

La dirección en la que transitó el estilo Coyotlatelco sí pudo haber seguido el eje

"norte" (donde quiera que eso sea)-sur que tanto se ha propuesto, pero la

intencionalidad subyacente a su adopción y desarTollo en la Cuenca de México y la

región de TuJa, no par·ece haber sostenido siempre esa misma orientación. Es posible

que en el sensible lapso de un siglo (alrededor de 600-700 d.C) las sociedades al norte

de la Cuenca no persiguieran ya más su inserción en el sistema teotihuacar1o (o lo que

quedaba de él en esas fechas), y tampoco buscarar1 su participación en la fundación de

Tula, lma ciudad que en esa época no era un centro político de importancia (Cobean,

1982:79; Healan et al., 1989:242) y nadie podía asegurar· que iba a llegar· a serlo:

'213

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"[en la fase Metepec] Teotihuacan se redujo a límites regionales. En• el centro norte este hecho no se registró en forma drástica: en el valle de Querétaro y en el Tunal esta fase se presenta como continuidad de la anterior, acentuándose la autonomía regional. Asimismo se generó un movimiento de intercambio con Jos pueblos vecinos" (Crespo, 1998:331 ).

En contraste con la situación del periodo precedente, es posible que aquellas

regiones que alguna vez integraron la esfera teotihuacana (específicamente los Valles de

TuJa y Teotihuacan) intentaran ahora cimentar sus vínculos con otras esferas. Para que

esta escena no resulte abeiTante es necesario desprenderse de la fuetie imagen que

tenemos de Teotihuacan y TuJa en sus mejores días ... porque no eran aquellos sus

mejores días.

Por supuesto Jo que se anhelaría en este caso no sería la conexión directa con un

sitio o un par de sitios de los que existían entonces en el noreste michoacano, sur de

Guanajuato, sur de Querétaro y centro oriente de Hidalgo, que resultan de menor

complejidad que Tula Chico o que Teotihuacan de fases Oxtotipac-Xometla. La

vinculación se anhelaría con la red distributiva que el entramado de esos sitios menores

afianzaba, a la que me he referido como la Red Septentrional del Altiplano. Como se

detallará en la última sección de este capítulo, algunos de Jos recmsos y bienes de

prestigio más importantes de la época circulaban por esta vía, como la obsidiana de

Ucareo/Zinapécuaro, la concha, el jade y la tmquesa.

En Jo que concierne a la capital del Clásico, la creciente importancia e

independencia de las redes distributivas hacia el norte (con respecto al sistema

teotihuacano) (Jiménez Betts, en prensa), aunado al debilitamiento de Jos lazos que en

algún momento Teotihuacan sostuvo fuertemente hacia el este y sur (Rattray,

1996:229), podría haber motivado a la población del sector septentrional de la Cuenca

(incluyendo a la remanente en la ciudad) a modificar paulatinamente la tendencia

direccional de sus vínculos, virando ahora su interés hacia las regiones al norte o

simplemente retomando la relación establecida con ellas durante el Clásico, expresada

en Jos sitios de Querétaro e Hidalgo que importaban o imitaban materiales y rasgos

teotihuacanos durante aquella época (p.e. La Negreta, Chingú y El Mogote San Bartola

[ver nota 130 de este volumen] ). 175

175 Es posible que la 'modificación paulatina en la tendencia direccional de los vínculos' a que me he referido por parte de las poblaciones al norte de la Cuenca, haya incluido o derivado en un desplazamiento fisico de algunos habitantes hacia el área de Tula, como han propuesto varios autores (Sanders et al., 1976; 1979, apud Cobean, 1978:95; Sanders, 1989:215; Cobean y Mastache, 1989:39), esto no ocurriría en un solo episodio,

l ..

No son escasos Jos ejemplos donde regiones o sociedades que en algún momento

tuvieron una posición secundaria con respecto a un sistema central (en sentido político,

ideológico o económico), y que quedaron incluidas en Jos límites de éste o que fueron

afectadas directamente por su existencia, sus intereses y demandas, posteriormente se

vieron favorecidas con la necesaria disminución en magnitud e importancia de dicho

sistema, en algunos casos hasta imponerse sobre él (cfr. Webb, 1978:165; Pasztory,

1978:20; Abu-Lughod, 1989: 3-39, 352-369; Chase Dunn y Hall, 1997a:33, 75, 206,

226; 1999:21; Marcus, 2001:318-321,326-330, 338). El fenómeno descrito, del cual el

desarrollo y dispersión del estilo Coyotlatelco podría ser reminiscente (Jiménez Betts,

2001; en prensa), estaría reflejando una nueva estrategia en materia de política

económica por prnie de los sitios en la Cuenca de México.

Ahora, en lo concerniente al área de TuJa, no es de extrañar que ésta nutriera su

relación o manifestrn·a sus lazos con las regiones al oeste, para incluirse dentro de los

límites de tma configuración que abarcaba al Bajío y sur de Querétaro por lo menos

desde el Clásico y que aseguraba una conexión con otras zonas, por ejemplo hacia el

noroccidente. 176 Esto, ligado a sus crecientes vínculos hacia el oriente, indudablemente

incrementó su posibilidad de alcanzar un lugrn· privilegiado al interior de una estructura

panregional. El abandono de los sitios 'teotihuacanos', que durrnlte el Clásico

insinuaban que el área de Tula estaba "integrada al sistema político y económico de

Teotihuacan" (Mastache y Cobean, 1989:49, 51; véase también Díaz, 1981:108; Cobean

et al., 1981:189-90; Fournier, 1995:54), está sucedido por la fundación y crecimiento de

tma ciudad que fortalece su postura en el panoranm regional e interregional. No es

dif1cil concebir que el descuido hacia la Cuenca y el afianzamiento hacia el oeste y este,

le brindrn·ía a Tula la posibilidad de consolidarse como punto de intersección entre dos

estructuras de importancia creciente (la Red Septentrional del Altiplrn10 y la Costa del

Golfo), que ya rn1tes del Postclásico se traslapaban alcanzando una magnitud

macrorregional.

sino de manera gradual y en la medida en la que la calidad de vida disminuía en Teotihuacan y se incrementaba en las regiones al norte de ésta.

176 Las relaciones de Tu la hacia el norte y noroccidente se reflejan, entre muchas otras cosas, en la importación de cerámica cloisonné (Braniff, 1972:289, 292; Healan et al., 1989:247; Cobean, 1990:493). Evidencia de que la Esfera del Bajío pudo jugar un papel de intermediario en la relación entre estas dos regiones durante el Epiclásico, se presenta en sitios como El Cóporo y El Cerrito, donde además de importarse vasijas decoradas en cloisonné (Braniff, 1972:276; Crespo, 1989:21; 199lb:l90, 192 fig.13) se han hallado piezas tipo Macana decoradas con la misma técnica (Flores y Crespo, 1988:210-215). También en Tula se han recuperado ejemplares como éstos (Cobean, idem) además de en Cerro La Malinche (Paredes, 1990: 193).

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La búsqueda y posibilidad de integración a la Red Septentrinnal del Altiplano

por parte de las poblaciones del valle de Tula y el sector nmie de la Cuenca, parece

haber derivado de una ininten-umpida relación entre todas estas regiones por lo menos

desde mediados del Clásico, aunque en dicha relación se dio una altemancia en la

importancia relativa de cada una y un consecuente vir~je en la dirección de los vínculos

perseguidos entre ellas. Hasta este punto he adoptado como propia la asunción de una continuidad

ocupacional y sistémica entre el Clásico y el Postclásico en la Región de Tula. Como en

el caso de Teotihuacan (ver págs. 194-197 de este volumen), existe también una antigua

y compleja discusión al respecto, donde el abandono de los sitios de filiación

'teotihuacana', la aparente ruptura entre su complejo cerámico Y el usado por los

habitantes de Tula, y los notables cambios en el patrón de asentamiento, se han

contemplado como símbolo de discontinuidad (Cobean, 1978:85; Cobean et al.,

1981:190; Cobean y Mastache, 1989:38, 55; Healan et al., 1989:241); en contraparte

con 1:s propuestas sobre algunas derivaciones, similitudes o traslapes entre ambos,

además de una constancia en la ocupación (Fournier, 1995:66-68; Torres et al., 1999).

Entre los principales argumentos para apoyar lo primero se cuentan la

disminución abrupta en el uso de cerámica teotihuacana representativa de fases

Xolalpan y Metepec, y el abandono, por las mismas fechas, de casi todos los sitios que

durante Tlamimilolpa sostenían una estrecha relación con Teotihuacan (Díaz, 1981:1 08;

Mastache y Cobean, 1989:55). Esta evidencia se ha interpretado como una disminución

equivalente en la densidad demográfica (Mastache y Cobean, ibid.:51, 55), facilitando

el anibo de 'nuevos grupos' que pmiaban una vajilla distinta (la Coyotlatelco)

(Mastache y Crespo apud Cobean, 1978:108; Mastache y Cobean, ibid.:49, 55; Braniff,

1992:161; 1994:118) y que se habían visto obligados a asentarse en lugares de dificil

acceso hasta que las tien-as en el valle se desocuparon (Cobean, 1978:84; Mastache Y

Cobean, ibid.:55-56). Eventualmente estos grupos, junto con la muy escasa población

remanente de los sitios teotihuacanos, fundarían Tula (Cobean Y Mastache, ibid.:56, 62-

63). Pero, ¿en realidad la modificación en el patrón de asentamiento Y las diferencias

entre rasgos cerámicos "teotihuacanos" y "coyotlatelco" indican un casi total abandono

de la región y una posterior reocupación por 'grupos' distintos? Si se quiere abogar por

una continuidad poblacional es necesario cuestionarse por qué ocun-ieron esas

transformaciones.

216

Como atractivan1ente sugieren Mastache y Cobean, el abandono de los sitios

teotihuacanos en la región de Tula:

" [ ... ] está relacionado con el decline de Teotihuacan como un centro económico y político, un decline que involucró cambios radicales en la distribución poblacional, patrón de asentamiento y relaciones políticas y económicas en el Centro de México [ ... ] Estos cambios incluyeron el desan-ollo de numerosos centros regionales autónomos [que] desarTollaron estilos locales en la cerámica, arquitectura, iconografía y otros elementos cultmales: estilos que sugieren la presencia de nuevos grupos étnicos o cambios radicales en las viejas tradiciones culturales" (1989:55).

A partir de varias evidencias sobre continuidad ocupacional entre el Clásico y el

Postclásico en la región de Tula y otros sectores del Valle del Mezquital, Torres,

Cervar1tes y Foumier considerar1 que este fenómeno no implicó necesmian1ente una

contracción poblacional o el abandono del área:

"Más bien puede argumentarse que las poblaciones de la regwn están dejando de pariicipar en los vínculos económicos y políticos con la metrópoli, lo que implica una serie de transformaciones estructurales. [ ... ] El proceso parece estar acompañado también por una relocalización par·cial y gradual de las poblaciones, lo que pudo implicar· el abandono o la reducción de las ar1tiguas comunidades Tlamimilolpa, cuando menos en el Valle de Tula" (Tones et al., 1999:84, 88; véase también Fournier, 1995:68) y una "reestructuración del poder a nivel regional" (Fournier, idem).

Más allá de una ocupación constante del área, que es sostenible a partir de la

permanencia de algunos asentarnientos después del Clásico o la fundación de nuevas

comunidades de manera simultánea al abandono de otras, la discontinuidad propuesta

por algunos autores (y la presencia de 'nuevos grupos') se desprende de un apmente

contraste cultural (cfi". Mastache y Cobean, 1989:55; Healan et al., 1989:241). Es c]ar·o

que tanto los cambios en la distribución y planeación de los sitios, como la adopción de

nuevas con-ientes cerámicas y 'ar·tísticas', sugieren una transfonnación en el estilo de

vida. Sin embar·go, sostener que existe una disociación cultural o una drástica ruptura

entre las sociedades del Clásico y el Postclásico, se enfrenta con el obstáculo de

explicar· las semejanzas (menos aparentes que esenciales) que recientemente se han

resaltado entre la capital teotihuacana y la tolteca (cfr. Mastache y Cobean, 2000).

Como resultado de un detallado análisis de las similitudes estructurales entre los

centros ceremoniales de ambas ciudades (incluyendo su orientación, t.raza y la

217

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localización de los edificios principales) (ibid.:101-103), Mastache y •. Cobean

concluyen:

"Es obvio que estas similitudes no son casuales y no se refieren meramente al aspecto formal de p1aneación urbana, siRo que indican continuidad en cosmovisión y conceptos ideológicos jimdamentales que eran compartidos por ambas culturas y que además son evidentes en iconografía y otros elementos[ ... ]" (ibid.:l03, las cursivas son mías).

En cuanto a iconografia, Cobean había notado años atrás un contenido pmalelo

entre algunas composiciones escultóricas en Tula y murales teotihuacanos (como son

los par1eles con procesiones de jaguar·es, cánidos y figuras humanas ricamente

ataviadas) "que es tan asombrosarnente similar que las representaciones toltecas

posiblemente derivaron directamente de las teotihuacanas" (Cobear1, 1978:53-54; véase

también Bastien, 1948 apud Almillas, 1950:57-58; Mastache y Cobean, 2000:130). ,,

Además, " [ ... ] algunos diseños que fueron probablemente símbolos religiosos en la

cerán1ica teotihuacana del Clásico Temprano también ocurren en los complejos

cerámicos Prado y Corral del Clásico Tar·dío en Tula" (Cobean, 1978:54). Otros rasgos

que insinúan cierta filiación entre ambas sociedades son los excéntricos de obsidiana

que exhiben formas iguales (Cobean, idem) y la continuidad estilística entre las

figurillas teotihuacanas y las Coyotlatelco de Tula (Stocker, 1983:177, apud Fournier,

1995:66).

Una similitud entre cerán1icas tempranas de Tula y las teotihuacanas ha sido

resaltada por varios autores (Armillas, 1950:65-66; Matos, 1974:67; 1978:176; Brar1iff,

1999:94), y dmante la excavación de un par de pozos de sondeo en Tula Chico se había

considerado a estos materiales como correspondientes a la fase Metepec de Teotihuacan

(Matos, ibid.:67-68). Como posteriormente señalara Cobean, estos tipos (que él integra

en un "Complejo Prado") no son importaciones teotihuacanas, difieren en vmios

aspectos de la cerámica de las últimas fases de Teotihuacan, y su existencia puede

vincular·se con la de otras cerámicas en la región del sm de Querétmo y El Bajío

(Cobean, 1978:86-87; 1982:63-64; 1990:44; Cobean et al., 1981:191; Cobean y

Mastache, 1989:42); 177 pero nada de esto excluye que sean contemporáneos con la fase

Metepec de Teotihuacan, que su apmiencia sea resultado de la estrecha relación anterior

177 Estos tipos fueron bautizados por Cobean como Guadalupe Rojo/Café Esgrafiado, Ana María Rojo/Café y Clara Luz Negro Esgrafiado (Cobean, 1978:86; 1982:60; 1990:75-118; Cobean y Mastache, 1989:42).

2!8

con aquella ciudad por parte de los habitantes de la zona, y que efectivarnente exista

cietta continuidad cultural entre el Clásico y el Postclásico en Tula.

Como se ilustra en la Figura 43 y como todavía sostienen algunos autores, las

formas de los tipos diagnósticos Prado efectivamente "recuerdan" fmmas teotihuacanas

(Paredes, 1990:193) y esta semej ar1za no resulta tan "vaga" como se ha propuesto ( cfi·.

Cobean, 1978:87; 1982:63-64, 66; 1990:44). Esto es especialmente sostenible si la

comparación se establece con la cerámica de fases Tlamimilolpa y Xolalpan, y no con

la de Metepec, lo que sería de esperar dado el momento en el que inició el

debilitarniento de los lazos entre Teotihuacan y la región de Tula, como se vio páginas

atrás (la similitud entre la forma de vaso cilíndrico trípode de los tipos diagnósticos de

Prado Y los vasos del Clásico Temprano en Teotihuacan, ha sido señalada por el propio

Cobean [ 1990:44, 86] ). Los rasgos en común entonces, serían en mayor proporción

remanentes de las vajillas Tlamimilolpa y Xolalpan Temprano, por ser éstas el último

'gran referente' a la cerámica teotihuacana asimilado en la zona.

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Fig. 43. Formas comunes en la cerámica teotihuacana de fases Tlamimilolpa Tard' (b) X 1 1 T ( ) , 10 , o a pan emprano a Y Xol~lpan Tardw (e), tomado de Rattray, 2001. Cerámica del Complejo Prado de Tula, Guadalupe Rojo

sobre Cafe Esgrafiado (d, e) y Clara Luz Negro Esgrafiado (f), tomado del museo de sitio de Tula, Hidalgo.

2!()

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Ésta podría ser también una de las razones de la escasa representación de

materiales estrictamente Xolalpan y Metepec (de Teotihuacan) en sitios en la región de

Tula y áreas vecinas (cfr. Díaz, 1981:108; Polgar, 1998:46; Ton-es et al., 1999:84,

88),m y de la existencia de ciertas cerámicas locales que pueden insertarse (temporal y

culturalmente) como transitorias entre la tradición teotihuacana y el estilo epi clásico

(cfr. Ton-es et al., ibid.:84). Desde la perspectiva del centro norte de México, el traslape de cerámica

Metepec con Coyotlatelco como evidencia de continuidad Clásico-Epiclásico sería

secuencialmente incongruente, no por una discontinuidad ocupacional o cultural en el

área, sino porque las sociedades que la habitaron, y que durante el Clásico construyeron

íi.tertes vínculos hacia la Cuenca de México y el sistema teotihuacano, al parecer habían

renunciado a ellos antes de que Xolalpan Tardío o Metepec ocuniesen como complejos

materiales en el propio Teotihuacan. El deslinde de estos lazos, que durante

Tlamimilolpa sirvieran a la población de sitios como Chingú y el Mogote San Bartola

para fortalecerse en el contexto regional, podría estar reflejando, más que un abandono

del área, el debilitamiento del 'impacto' teotihuacano hacia el norte (Fournier, 1995:68;

Polgar, 1998:46; TotTes et al., 1999:84-88).

Para apoyar la idea de que la cerámica temprana de TuJa no es una derivación de

la teotihuacana, Cobean resaltó la similitud, en formas y decoración, de algtmos tipos

del Complejo Prado con los "teotihuacanoides" reportados por Emique Nalda para el

sur de Querétaro, proponiendo que tma parte del Complejo Prado podría haberse

originado en el periodo Clásico en El Bajío (Cobean, 1978:87; 1982:63-64, 66,

1990:44, 91, 116; véase también Diehl, 1983:43; Cobean y Mastache, 1989:42; I-Iealan

y Stoutan1Íre, 1989:234-235; Healan et al., 1989:241). Esta idea estuvo sustentada en la

cronología propuesta inicialmente para los tipos de Querétaro (cfr. Na! da, 1975:90-92,

127); sin embargo, al revisar posteriormente sus datos, Nalda modificó la consideración

178 Los autores citados perciben una disminución significativa (o incluso desaparición) de cerámica teotihuacana de fases Xolalpan Tardío y Metepec en los principales sitios que estuvieron afiliados con Teotihuacan durante Miccaotli y Tlarnimilolpa (p.e. Chingú, El Mogote San Bartola y varios asentamientos en el limite noroeste del Valle de Tula). Aunque sin rechazar estos datos, otros investigadores hablan de presencia de cerámica uMetepec" (entiendo que refiriéndose a cerámica propiamente teotihuacana) en otros lugares de la región (Cobean, 1978:84; Cobean et al., 1981:189, 194; Cobean y Mastache, 1989:37; Healan Y Stoutamire, 1989:234; Healan el al., 1989:241). Es posible que existan algunos ejemplares teotihuacanos de esa fase pero, como trataré a continuación, su presencia generalizada me parece poco probable dados ciertos desarrollos cerámicos locales que pueden situarse en la misma época, y cuya proporción parece rebasar por mucho a la de aquella cerámica, o ni siquiera conviven con ella (cfr. Diaz, 1981:1 08; Polgar, 1998:46; Torres et al., 1999:84, 88). Debe también contemplarse la posibilidad de que alguna de la cerámica 'teotihuacana de Metepec' que se ha reportado en el área, coJTesponda en realidad a aquellos tipos 'contemporáneos con Metepec', pero NO 'teotihuacanos' a que me referiré en breve.

:no

inicial para proponer que esta loza "teotihuacanoide" en realidad es posterior al apogeo

de Teotihuacan, posiblemente contemporánea con la fase Metepec (1981:s/p; 1991:35,

3 8, 41 [ver nota 132 de este volumen] ). 179 De este modo, los principales tipos de Prado

serían, si no totalmente, sí parcialmente contemporáneos con los "teotihuacanoides" del

sur de Querétaro, es decir, cubrirían aquel 'vacío de fase Metepec' considerado para

TuJa (cfr. Cobean, 1978:86; Cobean y Mastache, 1989:42; Healan y Stoutamire,

1989:234), y la causalidad (de ningún modo desligada de la dinámica del Clásico) y

comportamiento de ambas cerámicas, podría ser equivalente en la cerámica de otros

complejos, entre ellos el Complejo Atlán del poniente del Valle del Mezquital

(Fournier, 1995:66) (ver adelante).

Será dificil encontrar la manifestación material 'Metepec de Teotihuacan' en

sitios que ya no perseguían la emulación de lo teotihuacano, pero, nuevamente, eso no

significa que regionalmente no existan expresiones cerámicas contemporáneas.

Metepec podría existir, como fase o como proceso, en el área de TuJa. Sus rasgos

materiales no serían los mismos que en Teotihuacan. "'

Al desligarse del sistema teotihuacano en tiempos de Tlamimilolpa Tardío o

Xolalpan Temprano, la cerámica de los sitios en el Valle del Mezquital pudo tomar un

rumbo independiente de la Cuenca de México. Como consecuencia de los crecientes

179 En esta cerámica "teotihuacanoide" se incluyen "vasijas con paredes rectas en su mitad inferior y divergentes hacia el borde, fondos ligeramente cóncavos pero en clara tendencia hacia lo plano, soporte anular, y esgrafiados" (Nalda, 1975:90-92; 1991 :53).

uw Cobean propuso tentativamente la existencia de cuatro complejos cerámicos para TuJa con una cronología secuencial (1978). Desde entonces el mismo autor y otros han reconocido que la división entre éstos no es tan clara (tampoco su asignación cronológica), especialmente en lo que respecta a Prado y Corral, los dos más tempranos (Cobean, 1978:88; 1982:61, 64; 1990:44; Cervantes y Fournier, 1996; Foumier, com. pers. 2002). Aunque es posible encontrar contextos exclusivamente con materiales de 'Con·al' (entre ellos el Coyotlatelco), no sucede lo mismo con los diagnósticos de 'Prado', que siempre están acompañados por tipos de 'Corral', especialmente los de uso doméstico (Cobean, 1978:88; 1982:64). Es posible que deba considerarse a ambos como un solo complejo, pero dentro de éste quizás la vigencia de algunos tipos fue menor (p.e. Clara Luz, Guadalupe y Ana Maria), restringiéndose a una fase inicial (Cobean, 1990:90) que podría ser contemporánea con Metepec. Originalmente se propuso para 'Prado' y 'Corral' una temporalidad de ca. 700-900 d C (Cobean, 1978; 1990) pero dados los ajustes recientes a la cronología del Centro de México (ver nota 165 de este volumen) creo que esta propuesta también debe evaluarse. De ser cierta una contemporaneidad, por lo menos parcial, de los tipos mencionados y la fase Metepec de Teotihuacan, en la región de Tula habria evidencia de una transición Metepee (la fase)/Coyotlatelco (el estilo), pues no sólo se da una convivencia entre Clara Luz, Guadalupe y Ana María con Coyotlatelco (Matos, 1974:67; Cobean, 1978:88; 1982:64), sino que algunos ejemplares de los primeros tipos integran a sus formas los motivos del último: " [ ... ] por lo menos uno de los tipos principales de la fase Prado el Ana Maria Rojo/Café es muy similar al Coyotlatelco Rojo/Café, excepto por las formas de las vasijas, y el tipo Guadalupe Rojo/Cqfé Esgrafiado algunas veces tiene diseños pintados parecidos al Coyotlatelco" (Cobean, 1982:64). Clara Luz Negro Esgrafiado, que es el que más se asemeja a aquellos del poniente hidalguense, sur de Querétaro y sur de Guanajuato, no integra diseños pintados del estilo Coyotlatelco (Cobean, 1982:61, 116; Diehl, 1983-43), pero sí los reproduce esgrafiados (Cobean, 1990:114, 116).

2:21

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vínculos hacia el Bajío y el noroccidente, se percibe la integración de nuevos rasgos a

los derivados del vínculo inicial, que ya podrían para entonces haber sido asumidos

como propios. Este fenómeno de deslinde del sistema teotihuacano se observa a partir

de la desacralización de centros ceremoniales "teotihuacanos" hacia finales de

Tlamimilolpa o principios de Xolalpan sin implicar el abandono total de los sitios

(Polgar, 1997; 1998; Torres et al., 1999:84, 88); la fundación de nuevos asentan1ientos

prestmtamente contemporáneos con la fase Metepec de Teotihuacan (Polgar, com. pers.

1997); y la petmanencia/ampliación de un complejo ceránüco local, cuyos tipos

decorados reproducen formas teotihuacanas (cfr. Fournier, 1995:55, nota 14; Ton·es et

al., ibid.:84-87) (ver notas 132, 179 y 181 de este volumen)~" pero integran técnicas y

diseños decorativos que los vinculan con el Bajío (Fournier, idem) y el noroccidente.

Como ejemplo de lo último puede señalarse que sobre esa base de formas

'teotihuacanas' se implementaron motivos esgrafiados y rellenos con pigmento blanco o

rojo, en apariencia idénticos a los

de tipos contemporáneos del sur de

Zacatecas, con formas disímiles

(Peter .Timénez, com. pers. 2002)

(Fig. 44).

Fig. 44. Cerámicas tipo Atlán Esgrafiado (a. b y e), cortesía Proyecto Valle del Mezquital; y Malpaso Esgrafiado (d y e) cortesía Proyecto La Quemada.

La técnica del esgrafiado relleno en blanco o rojo (fi'ecuentemente triángulos

achurados) también es característica de tipos del Clásico Tardío en la Hu aste ca y San

Luis Potosí (cfr. Du Solier et al., 1947-48:16, 19; Braniff, 1992:67-69).

Existen bastantes similitudes entre los "teotihuacanoides" del sur de Querétam y

algunos componentes del Complejo Atlán (cfr. notas 179 y 181). Aunque he señalado

que hay también cierta equivalencia con tipos diagnósticos del Complejo Prado (en

especial los diseños y técnica decorativa de Clara Luz Negro Esgrafiado), las

semejanzas con éste parecen ser menos que entre los dos primeros. Se ha supuesto que

181 Este complejo ha sido bautizado como "Atlán" e incluye "vasos y cajetes trípodes de paredes rectas o rectas divergentes, soportes de botón o cónico redondeados", bases anulares y fondos planos (Torres et al., 1999:84-87).

no son contemporáneos, y pueden no serlo en parte, pero creo que las diferencias son

reflejo principalmente de que el diseño y producción (o 'adaptación') de todos esos

tipos fue un proceso local (lo que algunos autores han denominado una "tendencia a la

regionalización" [Torres et al., 1999:88] ), en contraste con la dispersión vía

importación/exportación o imitación, común en los periodos precedente y sucesor. Esto

explicaría por qué la cerámica Prado "rara vez se encuentra en otros sitios de la región"

(I-Iealan et al., 1989:242; Cobean, 1990:91). Fenómenos como éste son de esperar en

momentos en los que el panorama sociopolítico se deslinda de un núcleo principal y

cada grupo cuenta con un incentivo pam explotar sus posibilidades y creatividad

propias (cf!·. Pasztory, 1978:8).

Dado el incremento, durante el Epi clásico, de interacción entre la región de Tula

y zonas al este y oeste, y como consecuencia de la estrecha relación con Teotihuacan en

el periodo anterior, es de suponer que:

"Desde una perspectiva cultural y étnica, TuJa constituyó la síntesis principalmente de dos tradiciones diferentes: la precedente cultura urbana de Teotihuacan en la Cuenca de México, y otra tradición de la periferia norte mesoamericana, especialmente el área del Bajío y los límites de Zacatecas­Jalisco" (Mastache y Cobean, 2000:101).

De regreso a la Red Septentrional del Altiplano

Las vajillas compartidas por los grupos humanos que habitaron el sector

septentrional del Altiplano, son el testimonio residual de la constmcción y

mantenimiento de vínculos sociales. Como se ha visto, por lo menos desde mediados

del Clásico y hasta el Postclásico Temprano esta fi·anja geográfica participaba de un

sistema de comunicación e intercambio cuyo cauce principal fluía en dirección este­

oeste, posiblemente como consecuencia de los sistemas fluviales Lerma/Santiago y

Moctezuma-Pánuco1" (cfr. Diehl, 1976:280; Jiménez Betts, 1989: Sánchez et al.,

182 La Cuenca del Río Pánuco es una de las más grandes de México y buena parte del sector noreste del Altiplano drena en ese sistema (Tamayo y West, 1964:90). Uno de los principales tributarios del Pánuco es el Río Moctezuma y entre los afluentes más importantes de éste se cuentan los ríos Tula y Estórax (Tamayo y West, ibid.:90-91). El último se adentra en el altiplano potosino, mientras que el primero se extiende hacia el suroeste, confluyendo en algún punto con el Río San Juan, en Querétaro. En la actualidad el curso del Río San Juan se desvía en dirección sur, pero es muy importante señalar que en el pasado esta situación fue diferente, pues originalmente afluía en el Río Lerrna, hacia el oeste (Tamayo y West, ibid.:90). Teniendo su origen en el Valle de Toluca, el curso del Río Lerma corre en dirección noroeste pasando por porciones de los estados de México, Querétaro, Guanajuato, Michoacán y Jalisco, atravesando de este modo El Bajío y desembocando en el lago de Chapala. Desde este punto el sistema fluvial sigue su curso hacia el Pacífico,

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1995:145; Faugére, 1996: 142; Ramos y López Mestas, 1999:258; Hernández, 2001:33,

40). A primera vista las relaciones se manifiestan en la distribución de recursos

específicos como la obsidiana y en el uso compartido de materiales como las pipas de

barro o ciertos tipos cerámicos, pero con seguridad derivan de un interés mucho mayor.

Como se ha propuesto, es posible que las materias primas y bienes de prestigio que

circulan al interior de sistemas de este tipo, no sean las causas del sistema, sino sus

resultados (Abu-Lughod, 1989:355; Jiménez Betts, 2001). El origen y consecuencia de estos vínculos debió tener expresiones e

implicaciones más complejas que la sola adopción de vasijas. Una de las más

significativas en este caso es su posible enganche con redes vecinas (cfr. Pollard,

2000a:64) y la subsecuente confon11ación de redes macronegionales:

" [ ... ] Jos espacios económicos del Epi clásico no s~n excluyentes sit:o más bien interactuantes conformándose canales a traves de los cuales ctrculan artefactos desde 'diferentes regiones. Tales canales tienden a ser preferenciales respecto a un determinado tipo de artículo Y son en este sentido redes limitadas en cuanto a la clase y número de artefactos, aunque pueden ser muy an1plias respecto a su cobertura espacial" (Cervantes Y

Fournier, 1996:117).

No es dificil reflexionar sobre las ventajas que ofrecía a estas sociedades su

participación en dicha red. Entre ellas está, por supuesto, el enlace de productos de

proveniencias extremas a partir de relaciones consolidadas entre regiones intermedias.

Guanajuato y el noreste michoacano, por ejemplo, fueron clave para la integración en

las esferas del Norte y Occidente (Diehl, 1983:114, 116; Jiménez Betts, 1992:180;

Willian1s, 1999:160-161), tan1bién conectándose con el Estado y la Cuenca de México

(Jiménez Betts, ídem; Sugiura, 1996:247; Williams ídem), y vía el Valle de Toluca

posiblemente con el Valle Occidental de Morelos (ver págs. 144-145 Y 182-186 de este

volumen). San Luis Potosí contribuyó con sus vínculos hacia el Noroccidente, Norte Y

La Huasteca (ver págs. 190-192 de este volumen); mientras que por el sur de Querétaro

y el Mezquital pudo darse una conexión también con la Cuenca de México (Cobean,

1978:79), tal vez la Siena Gorda, nuevamente la Huasteca (Sánchez et al., 1995: 145;

Foumier, 1995:61), y quizás a partir de la Costa del Golfo con el sur de Veracruz Y

hasta el Área Maya (Cobean, 1978:79; Diehl, 1983:114) (ver págs. 135-145 de este

volumen).

principalmente con el nombre de Río Grande de Santiago (Tamayo Y West, ibi~.:104-105). La mayor parte de la Mesa Central drena en el sistema Lenna-Santmgo (Tamayo Y West, 1b1d .. 1 0-l·

L

Se puede pensar entonces que los diversos objetos de 'lujo' o 'prestigio' que

tanto se han considerado en este trabajo, se 'desplazaron' a partir de esas redes, aunque

se está muy lejos todavía de comprender la plataforma ideológica sobre la que esto

ocunía. Visto así, no resulta ya tan 'desconcertante' encontrar durante el Postclásico

Temprano en TuJa concha de abulón del Golfo de California ... adornando una vasija

Plum bate de la región maya;'" y en el Cenote Sagrado de Chichén Itzá " [ ... ] objetos

originarios desde el norte de Colombia hasta el suroeste actual de los Estados Unidos"

(Schmidt, 1999:444 ).

La eficacia de este sistema permitió que por lo menos desde el Epiclásico

algunos sitios tierra adentro tuvieran acceso a material querático, como Cenito de

Rayas (Ramos et al., 1988:314; Ramos y López Mestas, 1996:104),"" San Miguel de

Allende (Nieto, 1994:62) y Cañada de la Virgen (Nieto, 1997:1 O 1 ), en Guanajuato;

Banio de la Cruz, en Querétaro (Crespo y Saint Charles, 1996:130; 1991; Saint Charles,

199la:7-8, 11); o Sabina Grande (Canasco et al., 2001), El Zethé (Morett, 1991; López

AguiJar y Fournier, 1992:240-257) y El Pañhú (Morett com. pers. 1996), en Hidalgo.

En ocasiones se obtuvo concha proveniente tanto del Pacífico como del Golfo, por

ejemplo en TuJa (Diehl, 1976:263; Cobean y Estrada, 1994:78); Urichu (Pollard,

2000b) y Loma Santa María (Cárdenas, 1999:223), en Michoacán.'"'

La importación y conjunción contextua! de concha de ambas costas en sitios

tiena adentro, permite considerar que existió una relativa facilidad de tránsito de

objetos entre las sociedades involucradas en la red."'

raJ Se lm identiti:ado como concha de abulón a las aplicaciones en la vasija P/umbate que representa un rostro humano surgiendo de las fauces de un coyote (Braniff, 1994:137), actualmente expuesta en el Museo Nacional. En su texto, Braniff puntualiza en el lugar de origen de esta especie, que se restringe al norte del paralelo 28' en la Costa del Pacífico. Baja California Norte y Alta Califomia (idem).

'"''Ramos e/ al. (1988:314) mencionan una cerámica en Cerrito de Rayas que quizá proviene del Golfo. "'L StM't ... ama an a ana uva una ocupac10n Importante relacionada con Teotihuacan. Sin embargo, el análisis de

los materiale~ c:rámicos y :lementos arquitectónicos del sitio ha permitido a Efraín Cárdenas distinguir dos mo_m~ntos pnnc1pales, el pnmero de ellos efectivamente dentro del Clásico (300-600 d C) y el segundo en el Epiclas¡co (600-900 d C) (1999:217, 228). Desconozco el contexto del que provienen la concha y otros rnatenales que contemplo aquí, además de su temporalidad. Al parecer, el registro llevado a cabo durante las exploraciones arqueológicas (1977-1982) fue insuficiente y el análisis de materiales quedó inconcluso, por lo que mucha de esa mfonnación se ha perdido (Cárdenas. 1999). Si incluyo a Loma Santa Maria al hablar de una_red qu~ funcionó dura~te el ~piclásico, es por la gran coincidencia que existe entre Jos materiales que en conjunto circularon a parl!r ~e. dicha red y los que han sido recuperados, también asociados, en aquel sitio. Entre ellos se cuenta la obs1dmna de Ucareo (Cárdenas, 1999:222), cuya explotación no debe limitarse al Epiclásico, pero que en ese momento, como se ha visto, alcanzó su mayor demanda.

186 En La Negreta, un sitio del Clásico al sur de Querétaro, se importó también concha de ambas costas (Brambila y Velasco, 1988:291). Aunque en un periodo anterior al que se aborda en este trabajo, es mteresante la. posibilidad de que la Red Septentrional del Altiplano existiese, o se estuviese configurando, desde el Clas1co. ¿Por que no pensar que fue ésta una de las razones por las que Teotihuacan se vinculó con las regiones norte!1as del Altiplano Central? En el Templo de Quetzalcóatl se recuperó concha del Golfo de

Page 124: Tesis Interaccion Interregional. Laura Solar Valverde 2002_OCR

Menos sorprendente es la presencia de concha en sitiós michoacaaos pues,

aunque no siempre se ha comprobado, es de esperar que una buena parte provenga del

Pacífico. Además de los ya mencionados, entre los sitios del noreste de Michoacán con

ocupación epiclásica donde se ha registrado I?aterial querático están Tingambato

(Pollard, 1995:37; 2000a:63); Tres CetTitos (Pollard, 2000a:63) y la zona de la vertiente

del Lerma (Faugere, 1992:39; 1996:132). En este último lugar se han hallado también

figurillas cerámicas del Occidente (Faugere, 1996:93-132).

Es importante rastrear los vínculos del noreste de Michoacán con la costa del

Pacífico, pues es posible que el comercio o intercambio de algunos productos (p.e. la

concha) se enganchara durante el Epiclásico al mecanismo de distribución de la

obsidiana de Ucareo/Zinapécuaro que, en dirección oriente, pudo haberse valido de la

Red Septentrional del Altiplano para llegar a Tula y quizás hasta territorio veracruzano

(se ha localizado por ejemplo en Tajín [Healan, 1998:102 104] ).

Esto en un momento dado ayudaría a explicar la presencia de concha del

Pacífico en sitios del poniente hidalguense, lH7 la aparición de figmillas con ruedas en

Michoacán (ver nota 115 de este volumen), la aparición de figurillas aparentemente de

Occidente en Tula (Diehl, 1976:263) y, vía el centro y sur de Veracruz, la existencia de

obsidiana del yacimiento michoacano tan lejos como el norte de Campeche (p.e. en

Edzná, Healan, 1998:104), el nmie de la Península de Yucatán (Healan, 1997:77;

1998:102, 104; Ringle et al., 1998:222; Healan y Hemández, 1999:137; Schmidt,

1999:445) o la costa de Belice (Healan, 1998 idem; Healan y Hernández, ídem). Las

interacciones subyacentes a la dispersión de estos objetos pudieron haber apoyado, ya a

principios del Postclásico, la inserción de cerámicas smeñas como Tolú! Plwnbate y

Anaranjado Fino, que se han localizado también en otros sectores en la porción norte

del Altiplano además de la región de Tula, y hasta el Noroccidente (cfr. Fahmel,

1988: 144-148; Cobean, 1990:483-485).

California y del Océano Pacífico (Rubín de la Borbolla, 1947:65; Sugiyama, 1989:92-93). ¿No podrían haber jugado un papel importante sitios como La Negreta (al menos en lo que co?cierne al abaste,~imiento de la concha de Occidente), y no a la inversa, como se ha planteado, que los objetos de concha llegaron a La Negreta vi a Teotihuacan"? (cfr. Brambila y Velasco, 1988:292-293, Brambila et al., 1988: 17).

187 Durante la temporada 1995 de recorrido de superficie del Proyecto Valle del MezqUital, fue recuperado un pendiente fragmentado de concha que se sumaba a una concentración de cerámica y lítica. Un año más tarde fue analizado con ayuda del Instituto de Ciencias del Mar de la UNAM, concluyendo que se trataba de un fragmento de Pinctada mazatlanica, cuyo origen se remite a la costa del Pacífico, pero en ella su distribución abarca desde el Golfo de California hasta Perú (Bojórquez y Solar, 1997:71). También se ha identificado concha del Pacifico en el sur de Querétaro (Brarnbila y Velasco, 1988:291) Y en Tula (Diehl, 1976:263;

1983:92, 94; Healan et al., 1989:247; Cobean y Estrada, 1994:78).

226

La distribución de la obsidiana de Ucareo/Zinapécuaro tuvo durante el

Epiclásico otro cauce importante, que posiblemente atravesaba el Valle de Toluca para

llegar a Xochicalco (ver pág. 145 de este volumen), y quizás vía el territorio morelense

continuaba hacia el sur, pues se ha identificado obsidiana de esta fuente en la Costa y

los Valles Centrales de Oaxaca (Healan, 1997:77; Healan, 1998:102, 104).

Por lo menos durante el Epiclásico la circulación de turquesa pudo también

engancharse a ambos cauces de la misma estructura distributiva, 1" como lo sugiere por

un lado la aparición ele este material nuevamente en Urichu (Pollard, 2000b ),

Tingambato (Pollard, 1995:37; 2000:63), Loma Santa María (Cárdenas, 1999:215, 221-

222; ver nota 185 de este volumen), Cerrito de Rayas (Ramos y López Mestas,

1996: l 04); San Miguel de Allende (Nieto, 1994:62), Barrio de la Cruz (Saint Charles,

1991a:9; Crespo y Saint Charles, 1991 s/p), Sabina Grande (Canasco et al., 2001), Tula

(Cobean Y Estrada, 1994:77-78; Mastache y Cobean, 2000:121), y hasta Chichén Itzá

(Monis et al., 1931: 186-188; Mm·quina, 1990 [ 1951] :854-855, fotos 426 y 427); 180 y

por otro lado, hasta Xochicalco (Sáenz, 1962b:l-2; 1964b:70).

Sobra resaltm· la importante incidencia que estos enlaces pudieron tener en la

dispersión, en sentido contrario, de las placas de jade.

188 Es bien sabido que en territorio mesoamericano se importó turquesa desde el Suroeste de los Estados Unidos. Aun~ue. d.e menor calidad, existen también yacimientos en México que fueron explotados durante la época prehrspamca. De acuerdo con los estudios de Weigand, éstos ocurren en Santa Rosa, al oeste de San Luis Potosí; Sauceda de Mulatos, Zacatecas; Coahuila, Chihuahua y Sonora (Weigand, 1995:127). Mientras no se analice la compos~ci.ón de est~ ... m.aterial en las diversas fuentes y por supuesto la de las piezas recuperadas en c~nt:xto~ .arqueolog¡cos, es dificil establecer su procedencia exacta; sin embargo, parece que la explotación y dJs~n.bucJOn .de la turquesa e~1 g~neral estuvo estrechamente vinculada con el sistema social responsable de la actiVIdad mmera en ChalchlhUites, Zacatecas: "Aparte de sus propias operaciones mineras, la gente de la zona de Chalchihuites se encontraba asiduamente adquiriendo turquesa química de otras regiones [ ... ] . Pmie de esta turquesa se obtenía de yacimientos bastante cercanos, aunque de relativamente mala calidad, encontrados en Zacatecas, San Luis Potosí y Coahuila. Mientras que estos depósitos eran los más cercanos [ ... ] no fueron tan intensamente explotados como los de mayor calidad que se encontraban más al norte" (Weigand, ibid.:l20-121). La: primeras turquesas químicas en el área de Chalchihuites aparecen hacia 500 d

189 C (1dem) pero su consumo se mtenSJficadesde finales del Clásico (Weigand, ibid.:l30, fig. 1). Beatn~ Bramff consJde.ra que el comerciO de la turquesa se expandió hasta finales del Postclásico Temprano, postenor a Tula (Bramff,.l994: 120, 130; 1999: 127). Actualmente se sabe que este material sí fue importado en aque.lla Ciudad y .tambren, como se .ha v1sto, en algunos sitios epiclásicos, además de que otros contextos se han fechado re.la~Ivamente en esa m1sm.a. época o al principio del Postclásico Temprano. El problema para la postura cronolog1ca de la turquesa en sitios como Chichén Itzá y Tu la es el mismo que para el resto de los rasgos que comparten. La ofrenda del Palacio Quemado que contenía un disco de turquesa se ha propuesto que data de ca. 900-1000 d C (Cobean y Estrada, 1994:77), pero las piezas de Chichén ltzá, halladas en el Templo del Chac Mool (Morm et al., 1931) y al interior de El Castillo (Eros a, 1939; Marquina, 1990 ( 1951]), parecen haberse ofrendado tiempo antes (ver pág. 27 y nota 14 de este volumen). Dada la procedenc¡a de este matenal (ver nota 188), es dificil pensar que mosaicos de turquesa apareciesen antes en Yucatan que en Tula, pero además el diseño y motivos que exhiben en ambos luoares los insinúa contemporáneos (ver págs. 27 y 49 de este volumen).

0

íl-1 --· 1

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•• V. Procesos que subyacen a la interacción

A la memoria de los seíiores JVigberto Jiméne:::. kforeno, Jo/m Paddock, Charles Ke!ley, 111alcom Webb

y Joseph Caldwe/1

con quienes me habría gustado mucho compartir este trabajo

V.l. Distribución e Innovación. El tránsito de rasgos y objetos en un sistema

macmrregional

En el capítulo anterior se esbozaron superficialmente algunas redes que, por las

regiones que involucran, atañen de alguna manera a la distribución de las piezas y

contextos que motivaron este trabajo, a pesar de que su disposición no ocurrió de

manera estrictamente simultánea (aunque sí relativamente contemporánea) y su

universo no está totalmente definido. Al observar la extensión geográfica y la

profundidad temporal de aquellas redes, deja de sorprender que las placas de jade y

otros bienes de prestigio hayan alcanzado una distribución tan amplia, pero a la vez

dificulta la detección de procedencias y destinos específicos, como lo describe Urcid:

" [ ... ] la amplia distribución interregional de ciertos rasgos hace muy difícil establecer

su origen y patrones consecuentes de diseminación. Si la interacción fuese

exclusivamente resultado del intercambio. las relaciones pudieron no haber sido

necesariamente directas" ( 1993: 156).'"'

Identificar el origen y destino ele algunos rasgos y objetos que circularon durante

el Epiclásico, apoya la existencia ele un sistema distributivo macrorregional que

involucró a varias sociedades y recursos, pero no dice mucho sobre la manera en la que

tuvo lugar el contacto entre las primeras y el movimiento ele los segundos (cfr. Webb,

190 Debra Nagao ha sostenido el mismo punto de vista:"[ ... ) definir el 'lugar de origen' de cie1ios rasgos, se complica con la posibilidad de que éstos no necesariamente fueron adoptados directamente de la fuente primaria original, sino de alguna fuente secundaria o a partir de algún intermediario" (1989:84). La dispersión/adopción paralela (no idéntica) de ciertos elementos, y su adaptación local, propicia también que no pueda atribuirse a ningún centro individual la invención del total de elementos compartidos (Renfrew, 1986:5, 8), pero además la manipulación paulatina y constante puede llevar a una transmutación significativa y, por la misma vía de contactos entre sociedades, la formas o procesos pueden retornar a la fuente original completamente transfonnados (Renfrew, ibid.: 1 0).

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1974:360; Chase-Dunn y Hall, 1997a:52). Tampoco añade mucho a la intencionalidad o

'utilidad' social que motivó aquellos contactos y el tránsito de objetos, ni al posible

valor de los últimos, que en el caso de Mesoamérica no fue exclusivamente económico

(cfr. Webb, 1974; Hirth, 1978; Blanton y Feinman, 1984:675-679; Jiménez Betts y

Darling, 1992; Zeitlin, 1993; Joyce, 1993; D~ennan, 1998). Dadas la cantidad de

sociedades participantes y recursos, y la variabilidad en complejidad social de los

primeros y naturaleza funcional o contenido simbólico de los segLmdos, no parece

atinado suponer que la manera en la que circularon bienes y materias primas, Y sus

significados, fue homogénea. Tampoco que afectó del mismo modo a todos los

involucrados. En esta sección mencionaré distintos modos de intercambio que pudieron

operar en la época, para más tarde exponer algunas reflexiones sobre la construcción,

carácter y funcionamiento del sistema macrorregional del Epiclásico.

i,Cómo viajan rasgos y objetos? Se han propuesto muchos mecanismos de dispersión y flujo de objetos e

información al interior de redes distributivas (cii·. Webb, 1974; Renfrew, 1975; 1986;

1993; Hirth, 1978, Hassig, 1990), pero éstos pueden agruparse fácilmente en dos

categorías. Mientras que el 'intercambio indirecto' sugiere una multitud de procesos

operando en el movimiento de materiales o mensajes, y la participación de uno o más

intennediarios, el 'intercan1bio directo' presupone la intervención Y desplazamiento

fisico de individuos que acompañan a dichos materiales o mensajes hasta que aniban a

su destino final. Este último mecanismo tiene muchas variantes (cfr. Webb, 1974:360-

361; Renfrew, 1975:9-10), pero en el caso de Mesoamérica con frecuencia se limita a la

noción de comerciantes especializados (p.e. los pochteca). Otro recurso al que se alude

continuamente para explicar el traslado de objetos y rasgos en Mesoamérica, es el

fenómeno migratorio. l-Iaré algunos comentarios sobre estas dos formas de 'traslación

directa', antes de tratar el mecanismo de intercambio indirecto y la posible combinación

de ambos como alternativa para explicar algunas de las características de la red

macronegional del Epiclásico. La imagen del pochteca ha restringido la cm·acterización de las relaciones

inte!Tegionales en Mesoan1érica, al considerar como involucrados en todo fenómeno

distributivo a pocas personas y muchos objetos, y a cada localidad como recipiente o

contenédor pasivos. Aunque sólo está documentada pm·a el Postclásico Tm·dío la

existencia de personajes especializados en reconer grandes distancias intercan1biando

productos, es de esperar que en tiempos anteriores hubiese un equivalente ( cfi·. Kelley,

:ZJl)

1974:20-22; Webb, 1974:362, 375; Diehl, 1983:114; Hassig, 1990:125, 159). Sin

embm·go, darlo por un hecho no es sencillo, y en el caso de algunas sociedades ni

siquiera es factible. Generar o sostener una organización de ese tipo requiere de una

grm1 complejidad y un alto grado de jerarquización, además de que conlleva muchas

implicaciones sobre el carácter de una sociedad (cfr. Renfrew, 1975:44; I-Iassig,

ibid.:l25-138). Esta problemática sólo se ha discutido para contadas sociedades

mesomnericm1as y aún en esos casos dista mucho de haberse concluido.

Existe una discusión acerca de las funciones de los 'comerciantes'

especializados. En el caso mesoamericano se sabe por las fuentes etnohistóricas e

históricas que los pochteca no sólo trasladaban objetos o efectuabm1 transacciones

económicas, sino que realizaban acciones diplomáticas, "espionaje" y transmitían

información proselitista y simbólica (cfr. Hassig, id e m). Me pregunto, sin embargo, qué

tm1 eficaz podría haber sido ése como único medio de comunicación. Los valores,

conceptos y esencias simbólicas no son intrínsecos de los objetos, 191 y aunque algunos

testimonios sobre su simbolismo 'original' pudieron haber sido transmitidos por

aquellos individuos, dichos significados serían derivados de los esquemas culturales del

lugm· de procedencia. ¿Por qué adoptarían otras sociedades ese significado?. Pienso que

al adquirir bienes exclusivamente por una vía unilateral (o cuando mucho bilateral), una

sociedad receptora dificilmente contaría con el referente (o el motivo) pm·a integrarlos

en planos de significación compartidos con sociedades distintas y distantes. Es posible

que para ello operasen conjuntan1ente otros mecanismos (para una reflexión similm·

véase Stm·k, 1986 apud Spence, 2000:256). El contenido y características de las

ofrendas descritas en el primer capítulo de esta tesis, por ejemplo, sugieren la existencia

de una base ideológica común que motivó la integración de materiales de procedencia

diversa en discursos contextuales similares; o quizás indican una asimilación

generalizada de conceptos que exigían la conjunción de esos materiales de manera

previa a su obtención, y donde tal vez residía la causa principal de su demanda.

La posibilidad de que exista una base conceptual coincidente que propicie la

comprensión, búsqueda o aceptación generalizada de objetos cm·gados con atributos

simbólicos y significantes, ¿es independiente de la existencia de redes de interacción a

otros niveles, no necesariamente ideológicos, que dejan como huella otro tipo de

materiales m·queológicos?, ¿tendrá algo que ver con el traslape de esferas regionales con

191 Como señala Renfrew: " [ ... ] la realidad social humana es una construcción, en la que se adscribe a objetos materiales valor y significado [ ... J ni siquiera el oro es intrfnsecamente valioso en ningún sentido absoluto" (1993:8).

230

Page 127: Tesis Interaccion Interregional. Laura Solar Valverde 2002_OCR

esferas vecinas y la consecuente construcción de redes macrorregionales?, ¿es 'Oportuno

considerar ambos fenómenos por separado?, ¿puede la combinación de estos

mecanismos posibilitar el flujo abundante de información de modo alternativo al

desplazamiento fisico?.

Los sucesos migratorios son otro recurso del que se ha abusado al intentar

explicar la dispersión de objetos, rasgos y estilos en Mesoamérica, la apm·ición de

nuevas vajillas cerámicas, las modificaciones en el patrón de asentm11iento, la fundación

y abandono de sitios pmiiculm·es, y los can1bios generales en la estructura social

mesoan1ericana (ejemplos de ello se trataron en el capítulo anterior, con respecto a la

dispersión del estilo Coyotlatelco, la dinámica de la 'frontera septentrional', la

fundación de Tula o el escenario de decadencia del centro ceremonial de Teotihuacan).

En realidad, es posible que las migraciones que nanan las fuentes (y que de hecho

suelen involucrar sólo a grupos de linaje o pocas familias) sem1 la compresión, en la

mente histórica, de tma serie de desplazmnientos en magnitud discretos pero constantes

a lo largo de milenios (cfr. Diehl, 1983:48, véase tmnbién Cobean, 1982:81) o podrían

ser incluso una 'construcción' mítica sobre el origen o pasado remoto de algunas

sociedades, como hetTan1ienta de legitimación (cfi·. Helms, 1979:177; 1992:160). El

registro arqueológico no parece sustentm·, en la mayoría de los casos, migraciones

masivas (cfr. Pollm·d, 1995:42; 2000a:65; Fournier, 1995:67).

Es claro que algunos centros urbanos, cuyas características proptctan su

desmTollo sobresaliente en un área determinada, actúan como atractores dentro de una

región. Así, los cambios en el patrón de asentan1iento o el surgimiento/í1orecimiento y

decadencia/abandono de algunos sitios en la historia mesomnericana, pudieran más

adecuadamente describirse como congregaciones o dispersiones de poblaciones locales

(a una escala regional) y no como recepciones o expulsiones de población itinerante.'"'

192 Un fenómeno similar perciben Mastache y Cobean a propósito del crecimiento inicial de Tula Chico:"[ ... ] un episodio explosivo que rápidamente concentró muchos de los habitantes de la región en el nuevo centro" (1989:63), o Richard Diehl acerca de Teotihuacan: "En los cinco o seis siglos después de 300 a.C., un grupo de villas creció en una metrópoli de 20 km2 con una población estimada de 125 000 habitantes" (1989:10). También desde Teotihuacan, el proceso opuesto se ha percibido como: " [ ... ] la dispersión de la población hacia afuera del enorme centro del Horizonte Medio hacia partes de la Cuenca ocupadas más dispersamente" (Sanders, Parsons y Sant1ey, 1979 apud Dieh1, 1989: 13; Parsons, 1987), lo que explicaria congruentemente la aparición de nuevos sitios y el incremento en densidad demográfica de otros (Dumond y Müller, 1972; Sanders, 1989:215; Sugiura, 1996:236 2001 :356-357). Este proceso ha sido descrito como de "expansión­contracción" por Marvin Cohodas, quien señala que, debido a que involucra sistemas económicos, el modelo es aplicable tanto a regiones políticamente unificadas (p.e. Valle de Oaxaca) como políticamente segmentadas (p.e. Tierras Bajas Mayas o el Altiplano Central) (Cohodas, 1989:226). La frecuencia y magnitud de estos fenómenos sería dependiente de la vigencia en el poder de cada centro.

Pero, ¿es compatible esto con las transformaciones formales y los cambios en el

patrón de aparición o distribución de rasgos y objetos, que se perciben en el registro arqueológico?.

Temprano en la década de los setenta, Charles Kelley propuso un modelo sobre

el fmnoso 'fenómeno migratorio' que parece más cercm1o a la realidad mesomnericana.

Su esquema, además, constituye un buen punto de partida para responder algunas de las

pregtmtas planteadas en los párrafos anteriores.

En su intento por explicar el poblamiento del Norte desde tiempos del Clásico,

Kelley vislumbra un proceso que definió como de "difusión blanda" o "difusión gradual" (soft dif)itsion):

"En términos culturales, empleando evidencia derivada principalmente del aná.lisis de complejos ~erámicos, esta colonización hacia el norte por parte de agncultores mesoamencanos puede caracterizarse de la siguiente manera: de una serie de comunidades, compartiendo una cultura mesoan1ericmm básica pero mostrando diferencias locales, dispersos a lo lm·go de una frontera irregulm·, pequeños grupos de agricultores colonizm·on tierras adyacentes al norte y al poniente, probablemente mediante un proceso de segmentación de grupos de linaje. Cada grupo llevó consigo una parte pero no todo aquello que su comunidad compartía con la cultura mesomnericm1a. En estas comunidades nuevas mezclas culturales se desarrollm·on [ ... ] y algunos cambios locales ocurrieron, de manera que la siguiente colonización llevaba consigo nuevas variaciones del patrón mesoamericano básico, frecuentemente con una reducción de la herencia cultural básica más adiciones de las culturas chichimecas incorporadas. Procesualmente, estaríamos tratando con un fenómeno de segregación-reducción, recombinación, variación y, esencialmente, mTastre cultural" (Kelley, 1974:20, fig.l ).

El fenómeno de segregación-reducción, recombinación, variaczon y arrastre

cultural, descrito por Kelley, podría ser más común en la historia mesoamericana de lo

que se ha considerado. Las posibilidades del modelo de "difusión blanda" se amplían si

se aplica no sólo a la fundación de nuevos asentmnientos o a la expansión ele población

hacia tierras deshabitadas, sino también a la inclusión (y asimilación) de personas en

lugm·es ya establecidos. Grupos, familias e individuos pudieron haber cambiado de

residencia por una cantidad insospechada de motivos (no necesariamente producto de la

fatalidad), incluyendo la existencia de un centro 'atractor' como se mencionó líneas

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atrás (cfr. Paddock, 1972b; 1983:187). 193 No es difícil pensar que 'un proceso semejante

al descrito por Kelley resultaría también de las alianzas matrimoniales, que son un

aspecto (frecuentemente una estrategia) importante y recunente en la construcción Y

mantenimiento de lazos intersociales ( cfi·. Flanne¡z, 1968; Helms, 1979; Earle, 1990:81;

Chase-Dunn y Hall, 1997a:28, 247; Joyce, 1992:68; Stone-Miller, 1993:31-36; Freidel

et al., 1993), donde la mudanza no involucra a un gran número de personas.

Del modelo de Kelley se desprenden varias situaciones. La más importante a mis

ojos es que, en Ja mayoría de Jos casos, debieron petmanecer abiertos los canales de

comunicación entre grupos sociales 'emparentados', creándose y sosteniéndose con el

tiempo una verdadera red de relaciones. Esto hubiese permitido, por un lado, el flujo

relativamente libre de objetos entre sociedades vinculadas y, por otro, hubiese

promovido o facilitado el intercambio de información, es decir, la comunicación. En

muchos casos, este intercambio infmmativo podría ser el responsable de las enormes

similitudes que se dan entre regiones, mientras que la "segregación-reducción,

recombinación y variación", de las diferencias. Las conexiones diferenciales habrían sentado las bases para que el mecanismo

más común, operando a una escala macronegional, f·uera el intercambio indirecto.

Existen también múltiples variantes del intercambio indirecto, pero éstas

principalmente derivan del carácter de Jos involucrados, y de ser una combinación de

otras formas de intercambio directo de alcance geográfico limitado (di·. Webb,

1974:360-361, 365-366; Renfrew, 1975:49). Por definición, todas implican a una serie

de intermediarios en el proceso de dispersión de rasgos y objetos, pero no en todas es

factible que fluya información de manera efectiva y constante (Renfrew, ibid.:45).

193 En este caso específico el cambio de residencia puede estar prece?ido P.or .un deseo (no sie~pr~ vi,able) de mejorar las condiciones de vida, buscando tener acceso a las ventaJaS ~~e ofrec.e la cap.!tal . En el abandono de lugares centrales pudo operar el fenómeno inverso. Una fam!lm de ehte, por eJemplo •. que comienza a perder su postura privilegiada en una ciudad (quizás porque el constante arnbo resulta tamblen.:n un incremento de población componente de los estratos sociales privilegiados y por lo tanto e~ una reducciOn del estatus privilegiado real de las elites residentes) puede emigrar a otro donde puede aspirar, de acuerdo con Jas características particulares de ese segundo lugar, nuevam~nte a una postur~ de pnvtlegto e~utvale?te a la que tuvo en la capital en otro momento. A propósito del declme de Monte Alban, Jolm Paddock descnbe este proceso de la siguiente manera: "En su nuevo estatus corno un centro urbano q~e antenor~1ente fuera metrópoli, Monte Albán no podría sostener tanta población como antes [ ... ] un numero C011Siderable de personas, inicialmente residiendo en Monte Albán, probableme.nte .f~eron a otros l~gare~ baJO la preswn de las "fuerzas económicas", o, mejor, porque se había vuelto mas factl tener un meJor mvel de vtda e~ ~t:a parte. El abandono, así, habría iniciado aunque no fuese un proceso co~cretado. De hecho, el abandono !!liCia desde los tiempos prósperos tempranos, cuando algunos individuos depn la capital y van hacm otros centros fuera de ella porque les va mejor en lugares secundarios, o ~or razones personale~~ pero en .estos tiempos tempranos los abandonos son superados en número por los ambos de nueva poblacwn que quiere -y puede-

"hacerla" en la capital" (1983: 187).

Aunque algunos de estos modos, como la redistribución desde Jugares centrales y Jos

mercados, "indudablemente operaron a lo largo y ancho de [una] macroregión desde el

nivel de las economías locales" (Jiménez Betts, 1992: 195), las redes de intercambio

más amplias (y más significativas?) en tiempos prehispánicos, parecen haber ocunido

en cadena.

El intercambio en cadena (down-the-line) es aquél en el que "los bienes viajan a

través de territorios sucesivos y a través de intercambios sucesivos" (Renfrew, ibid.:41-

43). Este mecanismo resulta en la configuración de redes que atraviesan regiones muy

amplias en múltiples direcciones, vía la interconexión de esferas regionales (.Timénez

Betts y Darling, 2000: 175; 1992: 19), logrando transportar bienes sobre grandes

distancias (Webb, ibid.:366; Renfrew, ibic/.:43; véase también .Timénez Betts, 1992;

Cervantes y Fournier, 1996:118).

Distintos modos de intercambio producen distintas distribuciones espaciales,

percibiéndose gradientes de concentración y desvanecimiento de objetos. Lo

pronunciado del decline con el que se desvanece el alcance de esos objetos (jal/-ojj),

también difiere (Renfrew, ibid. :41; Webb, id e m). Tratándose de bienes de bulto el

intercambio en cadena es ineficiente, pues la cantidad de bienes se reduce drásticamente

a medida que se incrementa la distancia geográfica desde el lugar de origen (Renfrew,

ibid.:44, 46-48; Webb, idem). Tal vez por ello se ha considerado que este mecanismo

también obstaculiza, atenúa o impide el flujo de información (cfr. Chase-Dum1 y Hall,

1997a:53). Pero cuando se trata específicamente de bienes de lujo o de prestigio, cuyo

valor es en algún sentido proporcional a su escasez, el desvanecimiento distributivo

puede producir un patrón muy distinto:

"En primer lugar, la transferencia de bienes de prestigio Ji'ecuentemente ocurre entre personas notables, y es de esperar que éstas residan más lejos unas de otras que las involucradas en el intercambio ordinario. En segundo, estos bienes no se consumen o utilizan en la vida diaria, sino que frecuentemente son repartidos en intercambios subsecuentes [ ... ] esto da como resultado un desvanecimiento distributivo [fall ojj] más gradual, y por lo tanto se incrementa el alcance espacial de estos bienes" (Renfrew, 1975:50-51).

Renfrew bautiza a esta variante del intercan1bio en cadena como "cadena de

prestigio" (ídem), y en ella la tendencia a la pérdida o desvirtúo de información

tampoco sigue el patrón observado para el intercambio de bienes de bulto. Esto se debe

a que Jos bienes de prestigio frecuentemente representan o 'contienen' ciertos

Page 129: Tesis Interaccion Interregional. Laura Solar Valverde 2002_OCR

. hace las veces de transmisor, significados. Si el inteimediario con~p~·ende e::d:e~ls:~e ~ecesariamente culmina en la

el intercambio de bienes de presllg!O en . a que el 'mensaje' . , 'b 'd ·73 24) De todas manems, par

pérdida de informacwn (Renfrew, 1 1 ··- - • •• ¡ receptor también

. 1 1 ta su destino final, es necesano que e acompañe a estos arucu os las · ·b·d ·77-73). Creo que

. . . . ara "decodificarlo" (Renfrew, z z . ·-- -tenga un conocm1Iento pievw P . base ideológica común, Y

. . . . . 1 es posible cuando existe una dicho conocimiento pievw so 0

. 1 te factible en Jos ténninos . . ación de ésta es especia men

que la construccwn y conserv 'd b'er·tos los canales de comunicación. . K 11 do se han mantem o a I

planteados por e ey, cuan . . considero de prestigio y no sólo de Volviendo a las placas de Jade, objetos que . 1 'das nle parece un

1 ¡ que fueron me m . · del discurso contextua en e . luJO, la semeJanza .d

1. . común que permitió, hasta cierto

. . . . · d u ella base I e o ogica , Indicador de la existencia e aq . fu · · n Pero las

. , re roducción generahzadas de su ncw . punto, una comprenswn y p d la cultura sugieren que su

. . . · ¡ s en otros aspectos e ' indiscutibles diferencias regwna e 1 . 1 ·ones se establecieron entre

. . a en el que as 1 e aci distribución obedecw a un esque~ JI b donara o renunciara al sentido

. · que nmguno de e os a an grupos sociales cercanos, sm . . b d haz de relaciones

. . · ue participa a e un " de pertenencia a su propw sistema, smo q des de gran alcance

. . . e enti·elazadas construyeron re relativamente Il1!11ediatas qu . . . d los ob· etos e información transita entre geográfico. En este tipo de relacwnes el ~UJO e . l ~ ( amo se trató en el capítulo

. des mterregwna es e esferas locales hasta mtegrarse a re . . 1 s integradas por localidades

f1 con redes mterregwna e anterior), que a su vez con ~~:;de las sociedades involucradas pueden guardar poco o

distintas, al punto de que mu 1 d 1989·33) pero vistas como un vasto conjunto t sí (cfr Abu-Lug1o , · '

nulo contacto en re . . . to de una estructura macrorregional y · t · · a en el mantemmien

participan de manera SIS emic , E . ectiva de direcciones múltiples fi · · de su caracter. sta per sp

contribuyen a la con Iguracwn b' t Jantea interesantes problemas por las que transitaron y se intersectaron los o ~e os, p

d · d d/ · enidad cultural. sobre aspectos e um a aJ . d 1 uier rasgo 0 clase de artefacto (y en

Aunque las disl!·ibuciones contmuas e cua q . . rativos su coincidente contextualización), sugieren una

el caso de los Jades figu . . (R fr 1975·53) sería un . . f1 . o efectivo de informacwn en ew, . ,

interacción repetida Y un UJ · y bienes de prestigio . acompaña a las expreswnes

error afirmar que el mensaJe que . b'o en cadena efectivamente , . fi·ew 1993:11 ). El mtercam I

pennanece estatico (Ren I ' . . . , d . D 111

ación ¡0 que no significa representa tm obstáculo para la transmis!On mtegra e m m ,

235

necesariamente que ésta se desvirtúe o se pierda, pero sí que frecuentemente tiende a ser

alterada para adaptarse a las condiciones y exigencias propias. 19'1

De este proceso de 'traducción' o sincretismo, puede esperarse que se gesten

vanacwnes o se hagan selecciones de los mensajes, pero además que tenga lugar la

producción local de equivalentes (o sustitutos). Este fenómeno 'innovador' puede

observarse también en las placas de jade.

Se ha dicho que la producción original de las figuras de piedra verde ocurrió en

las regiones mesoamericanas del sur (principalmente el Área Maya y Oaxaca) donde su

presencia está por demás extendida (territorial y temporalmente), pero en esa amplia

zona es imposible definir una fuente primaria responsable de su invención. Lo anterior

se debe a que la producción de las figuras fue adaptada o 'traducida' a los cánones y

convenciones iconográficas locales por diferentes regiones sureñas, sin desprenderse

notablemente de un tema conductor (compárense por ejemplo las piezas zapotecas, las

mayas del sur de México y las mayas guatemaltecas, en las Figuras 5 a 12). 195 En este

sentido puede encontrarse, nuevamente, una gran similitud con Jos ornamentos de oro

intercambiados entre los cacicazgos panameí'ios (ver nota 88 de este volumen), cuyo

diseí'io (que incluye representaciones simbólicas), distribución (que implica la

existencia de redes intenegionales), o reproducción local (que implica un conocimiento

previo) son interpretados por Helms como evidencia ele una ideología compartida

(1979:167). Dada la extensiónmacrorregional ele esta ideología:

19.t Si algunas alteraciones fueron 'lraducciones' a esquemas locales (sin que la información básica se haya

perdido por completo), o si se trata de reinterpretaeiones totales, es una distinción sutil y muy dificil de establecer (ver págs. 99-100 de este volumen). Para una discusión sobre el problema confróntese Stone­Mil!er, 1993 y Spence, 2000:260. Mary Helms observa que algunos materiales son obtenidos e introducidos a una sociedad "donde pueden ser materialmente alterados y/o simbólicamente reinterpretados o transformados para adecuarse a Jos requerimientos político-ideológicos particulares" (Helms, 1993:4 apud Me Vicker y Palka. 2001:194). Como ejemplo de esto puede citarse el planteamiento de Richard Diehl: "Los articulas manufacturados por Jos toltecas eran deseados no sólo por su belleza y los materiales exóticos usados, sino porque los símbolos en ellos representaban ideas y creencias panmesoamericanas. Por ejemplo, mientras que un artesano tolteca pudo haber tenido ideas muy específicas acerca del Quetzalcóatl que pintó en un brazalete de cuero, el consumidor final en las tierras altas de Guatemala podría fácilmente reinterpretarlo corno Gucumatz, su propia versión del dios Serpiente Emplumada" (1983:117).

195 Judith Zeitlin describe un fenómeno semejante a propósito del culto del juego de pelota en las PCL y la costa de Oaxaca: " [ ... ] ninguna versión ortodoxa del culto se dispersó por la región. Muchas convenciones artísticas diferentes se representaron a lo largo de la costa de Oaxaca, y de la totalidad de los atributos conocidos del culto. diferentes selecciones fueron !lechas en diferentes localidades"(! 993: !35). Por su parte, Megaw y Megaw perciben, en la dispersión del arte cella temprano, la" [ ... ] manufactura local por parte de sociedades que compartían creencias simbólicas [ ... J, y expresaban esas creencias a partir de una iconografía similar, ejecutada con la misma tecnología, en objetos similares" (1993:225); y Earle, a propósito de la indumentaria de elite entre Jos cacicazgos Hawaianos " [ ... ]el simbolismo era esencialmente el mismo, a pesar de que las variaciones entre una isla y otra claramente indicaban manufactura local" (1990:77).

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"Es de esperar que se encuentren temas simbólicos comunes entre la diversidad de estilos distinguibles, a pesar de que los modos de representación, esto es, los detalles "estilísticos" de presentación, puedru: ser bastante divergentes [citando a Bolian, n.d.:] "Algunos rasgos [den van de] conceptos generales, como las figuras r_epresentadas, mient.ras ?~os son más específicos, como los elementos decorativos o su combmacwn [ ... ] Hay algunas diferencias entre los pendientes de lug~r en lugar, per? los motivos básicos prevalecen en todas las regiones, añadténdose elaboracwnes decorativas locales"" (Helms, 1979: 169).

La lógica de esto puede enfocarse como un ejemplo del fenómeno de Innovación

estudiado por Renfrew. De acuerdo con el autor, el mecanismo innovador se refiere a la

adopción generalizada de una nueva forma o proceso, pero su reproducción local

requiere de un conocimiento adicional, que se obtiene a través de contactos continuos

con otra sociedad, no necesariamente aquella en la que se produjo la invención

(1978:90) (o sea, no necesariamente de manera directa). Si bien en este marco el

estímulo es externo, las condiciones que motivan o descartan la aceptación de un

esquema extranjero tienen bases locales preexistentes ("la invención puede beneficiar a

algunos individuos pero no a otros, dependiendo las circunstancias", Ren11"ew, 1978:

91-93, véase también Chase-Dmm y Hall, 1997b:12), a diferencia de lo que proponen

los modelos difl.tsionistas radicales, donde la sociedad receptora juega un papel

prácticamente pasivo (Renfi·ew, idem ). 196 Así, no es la invención de elementos

relevantes ni su diseminación espacial el factor fundamental de un proceso innovador,

sino su adopción en un contexto cultural (ibid.: 11 0). En el caso que se explora aquí, el

hecho de que sistemas culturales vinculados pero distintos compartieran una ideología Y

no exclusivamente una serie de objetos, dice mucho de la magnitud de los canales de

comunicación abiertos entre ellos. Me pregunto hasta qué punto el proceso innovador

podría relacionarse con el mecanismo de segregación-reducción, recombinación Y

variación, descrito por Kelley (ver págs. 232-233 de este volumen).

Desde Juego, la posibilidad de plasmar en la producción de las placas de jade los

esquemas iconográficos locales, no estuvo condicionada a, pero sí encontró una banera

196 Nuevamente Zeitlin observa esta reacción entre los habitantes de la Costa: "Sin un probable centro único que fuese la inspiración (o la tt1erza proselitista detrás) de la dispersión del culto del ntual de JUego de pelota, encuentro un enfoque más apropiado en el proceso local de aceptación e imitación del culto. [un~] atraccwn pragmática del culto para los incontables líderes locales que lo acogieron" (1993:124). Otro .eJemplo es}~ aparición de centros ceremoniales en el Bajío y Norte mexicanos, sobre lo ~ue Pete: J¡menez ~Ice: e cambio social que propició la aparición de dichos centros corresp?.nde, no a u~a mfluenc.m ext~~na, s~n~ a un reflejo 0 respuesta local de la interacción de los grupos en cuest10n con un ststema socto-pohttco d1stmto Y tal vez mayor" (Jiménez Betts, 1992: 191-192).

237

en la disponibilidad de un recurso específico (o el desarrollo de una industria especíiica)

que no comparten todos los sitios donde se han encontrado las piezas. La 'distribución'

de las placas de jade como productos terminados, entonces, se desprendió de su ámbito

productor para alcanzar por lo menos el sector septentrional del Altiplano, cubriendo

una extensión considerable donde puede apreciarse una relativa continuidad (ver Mapa

1 y Tabla 1 en págs. 51-53 de este volumen). 197 Quizás ocurriera algo similar con el

resto de las materias primas para la manufactura de objetos de prestigio que circularon

por la red del Epiclásico (como la concha, la turquesa, la obsidiana y el tecali), las

cuales pudieron haberse trabajado sólo en algunas localidades donde se reunieran

ciertas condiciones (independientemente de la dista.t1cia geográfica desde la Ji.Jente de

origen), mientras que serían obtenidas por la mayoría de los sitios como productos

tenninados. De ser así, el mecanismo involucrado en la traslación de objetos y rasgos

pudo no ser homogéneo, sino una compleja combinación de los modos de intercambio que se han descrito.

Muchas vmiantes del intercambio directo pudieron operar hasta cierto punto de

la red, dependiendo de una distancia relativamente estable y 'costeable' en términos de

transporte desde la fuente donde se obtuviera o trabajara el recurso, y posteriormente

dispersmse más allá de ese primer circuito vía intercambios en cadena (cfr. Kelley,

1974:20-22; Helms, 1979:8, Tabla 1, 35-36; Chase-Dunn y Hall, 1997b: 15; 1999:10-

11 ). Esta combinación también podría darse independiente ele la distancia geográfica

pero dependiente del grado de complejidad y jera.t·quización ele las socieclacles, donde un

interca.111bio directo ocutTiría entre centros que tuvieran la posibilidad de estructurar y

sostener una institución como lo fue la pochteca, o de mantener a un grupo de artesanos

especializados; mientras que sitios menores obtenclría.t1 los objetos a partir ele un

intercan1bio en cadena iniciado desde aquellos centros que obtuvieron o produjeron

directamente los bienes. En este caso la cantidad ele objetos ele un mismo tipo tendería a

aumentar en sitios que hacen las veces ele centros reclistributivos regionales (Renfi·ew,

1975:48; cír. Helms, 1979:35, Fig.4). Puntualizando nuevamente en los jades

197

Es dificil determinar por qué vía (o vi as) arribaron a los estados de Querétaro e Hidalgo las placas de jade. De acuerdo con las redes esbozadas en el capítulo anterior, una dispersión posible pudo ocurrir por el centro de Oaxaca Y los estados de Guerrero, More los y Michoacán, pero desconozco si existen ejemplares en el sector oeste del Estado de México o en el sur de Guanajuato. Otra opción es que ocu1Tiese a partir del Istmo ascendiendo por la Costa del Golfo hasta la Huasteca, pero tampoco sé si se han hallado las piezas en aloún lugar del norte de Puebla u oriente de Hidalgo. Aparecen en Tlaxcala y en el sector oriente del Estado0 de México (ver Mapa 1 y Tabla 1 ), pero nuevamente hay un vacío de información en el sector oriental de Morelos y sur de Puebla. -

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figurativos, ¿podría ser éste uno de los motivos de su alta concentración en lugares

como Chichén Itzá y Xochicalco?.

Como se ha visto, es posible que las sociedades que no produjeron las placas de

piedra verde estuvieran enganchadas a una red distributiva que les permitió acceder a

ellas como un producto terminado, sin incidir en su realización. Su procedencia situaría

a las regiones sureñas a la 'cabeza' de esa red, pero hay que recordm· que en la

integración de los contextos donde se dispusieron los jades, se reúnen objetos de

variados orígenes. El funcionmniento de un sistema global implica la contribución de

cada uno de sus componentes, y habría que preguntarse cuál fue la apmtación que

pem1itió pmticipar a los sitios del resto de México en esa red.

V.2. El sistema macrorregional del Epiclásico

A pesar de mi desconocimiento sobre la importación de las figuras en tenitorio

poblano, creo que sus habitantes pudieron pm·ticipm·, si no en la misma, en alguna red

distributiva vinculada con aquella responsable de la diseminación de las placas de jade.

En el sitio hidalguense de Sabina Grande, en Sm1 Jerónimo, Gue!Tero y en Xochicalco,

por ejemplo, apm·ecieron vasijas de tecali como pmte de las ofrendas, y uno de los

yacimientos prehispánicos más importantes de este material se ha reportado en Puebla

(.Timénez Salas et al., 2001). A pesm· de que no existe una certeza sobre el total de

yacimientos de tecali que fueron explotados en tiempos prehispánicos (id e m), y aunque

lo más lógico es suponer que no todas las piezas que se han reportado provienen de una

misma fuente, es de esperm· que una región que pudo explotar el tecali extensivan1ente

no encontrm·ía mayor obstáculo para insertm·se en un sistema que lo demandaba.

Otro lugar que se ha propuesto como productor de objetos de tecali es TuJa

(Diehl, 1983:101). Además de aquellas vasijas con base pedestal mencionadas por

Acosta (ver nota 23 de este volumen), una pieza trípode cuya fabricación quedó

interrumpida (actualmente exhibiéndose en el Museo Nacional) fue hallada en

superficie. Este ejemplar brindó información importante sobre la técnica de

manufactura de objetos de ese material, como lo demuestra el análisis de Noemí

Castillo (1968; véase también Diehl y Stroh, 1978:74-75, fig.1; Dieh1, 1983:101;

Pm-edes, 1990:188). 19" Es posible que algunas piezas de tecali se trabajm·an en TuJa

198 Durante las excavaciones de El Canal se recuperaron diecinueve cilindros de tecali (producto de una de las etapas de reducción descritas por Castillo), que fueron inicialmente considerados indicio de un taller. Sin embargo, además de este tipo de desecho no se detectó ningún otro, por lo que se consideró más plausible la

2J9

(como aquella estudiada por Castillo), pero tal vez a pm·tir de haber importado las

preformas, pues a la ±echa no se han identificado talleres especializados (Diehl y Stroh,

1978:78; Cobean, 1978: 117-118) y tampoco se conocen yacimientos cercanos de este

material. Al parecer, la importación de materias primas pretrabajadas no fue un

fenómeno poco común para la sociedad tolteca. Más que la explotación primaria y

control de algún recurso, se ha propuesto que la aportación de Tula a las redes en las

que pm-ticipaba pudo ser, precisamente, la manipulación de recursos obtenidos de

diversas fuentes, su integración a objetos locales o importados y, como consecuencia, su

trm1sformación en bienes exportables de 'sello tolteca' (Diehl, 1983: 116-117). Un

ejemplo de esto sería la aplicación ele concha de abulón del Golfo de Caliíomia y

madreperla a una vasija Plumbate de la región maya (cfr. Braniff, 1994:137, ver nota

183 de este volumen). Diehl propone:

"Mantos de plumas, tocados y yelmos, mosaicos de turquesa, vasijas ele teca/i, joyas, y muchos otros productos exóticos, se introducían a la red de comercio 'internacional' después de haber sido modelados en talleres toltecas. Plumas de quetzal de Guatemala pudieron haber sido utilizadas para decorar un elaborado escudo, que podría haber sido llevado hacia el nmte e intercambiado por bellas conchas del Golfo de California o turquesa de Nuevo México" (Diehl, ibid.: 117).

Lo que pm·a mi destaca en este mecanismo no es la hipotética 'esencia creativa'

ele los toltecas, sino la posibilidad de que Tula efectivamente pudiera obtener bienes y

recursos de procedencia tan extrema. Aunque la imagen presentada por Diehl

cmTesponde al Postclásico Temprano, existen algunos indicadores de que la región de

TuJa y áreas vecinas participaron de un sistema similar por lo menos desde el periodo

anterior, como creo que representa la distribución tan amplia de turquesa, obsidiana ele

Ucm-eo/Zinapécuaro, jade y concha (tanto del Golfo como del Pacííico ), durante el

Epiclásico (ver págs. 225-227 ele este volumen).

No puede clescm·tarse que las regiones al norte de Cuenca (especialmente en lo

que toca al poniente de Hidalgo, sur de Querétaro, sur ele Guanajuato y una porción del

Estado ele México) explotaron y controlaron recursos locales importantes y únicos que

fueron introducidos a la red, pero no existen muchos elatos para sostenerlo. Es factible

obtención de estas piezas para su reutilización en algún otro contexto, que hasta ahora se desconoce (Diehl y Stroh, 1978:75-77; Diehl,l983:102). Varios fragmentos de ese material han sido también documentados en otros pumos de la antigua ciudad (cfr. Healan el al., 1989:246; Paredes, 1990:73, 96, 200) y en la Huasteca se reporta e ilustra un cilindro de "onyx" (cii·. Ekholm, 1944:489) que quizás corresponda a un ejemplar como éstos.

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que el medio más importante para los centros de dichas regiones, •. una vez

intetTelacionados, fuera encontrarse en Lma posición significativa para el sistema

macrorregional del Epiclásico: "La localización estratégica al interior de una red de

interacción puede ser en sí misma un importante recurso" (Schortman y Urban

1992b:242). El de Xochicalco podría haber sido un caso similar (cfr. Litvak, 1972;

Pasztory, 1978:16; Senter, 1981:149; de la Fuente, 1995:146-147, 155, 173-174; López

Luján, 1995:270). La "localización estratégica" frecuentemente tiene una lógica geográfica (cfr.

Helms, 1979:38~65), pero principalmente se refiere a la posición relativa con respecto al

sistema de interacción vigente o en apogeo durante cada época (cfr. Abu-Lughod,

1989). Las condiciones que propician que un centro asuma o abandone una postura

privilegiada pueden tener mucho que ver con el papel de sus elites en las redes globales

de comunicación (Helms, ibid.:34-37; cfr. Darling, 1998:393). Este aspecto, y no la

geografia, es mucho más susceptible a la transformación: "Cambios frecuentes en la

preeminencia regional [ ... ] parecen estar coiTelacionados con cambios en la ubicación

de la red intercambiaría, que afectan al destino de algunos grupos en diferentes puntos

de la red" (Schortman y Urban 1992c:242-243; como ejemplo cfr. Rathje, 1971 apud

Pasztory, 1978:11 para el Petén Maya; para la dispersión de los Itzáes cfr. Ball y

Taschek, 1989; para el Medio y Lejano Oriente cfr. Abu-Lughod, 1989).

Aunque en este sentido se podría pensar que algunas sociedades se benefician

inesperadan1ente, sólo por encontrarse 'en el lugar correcto en el momento con·ecto', el

cambio direccional del flujo de los sistemas intercambiarías en realidad parece derivar

del éxito o fracaso para virarlo o mantenerlo a favor. Alcanzar o sostener una postura

privilegiada no es circunstancial, sino que requiere de un esfuerzo activo (cfr. Webb,

1974, 367-371; Helms, 1979); lo mismo que la búsqueda de alternativas en un momento

en el que dicha postura se ve amenazada o intemunpida (cfr. Ball y Taschek, 1989;

Joyce, 1993; Chase-Dunn y Hall, 1997a:65-67). Todo lo anterior parece contribuir a la

trayectoria de "auges y declines" que experimentan los sistemas sociales.

Es especialmente común que una 'localización estratégica' constituya, en

potencia, el principal recurso entre sociedades cuyo entorno geográfico no permite la

obtención directa y el procesamiento local de materias primas de demanda panregional,

o donde el grado de complejidad alcanzado por sus grupos ha impedido el desa!Tollo de

institucíones especializadas con esa finalidad. Alglll10S centros o sectores sociales

logran entonces insertarse en el sistema distributivo a partir de un papel inten11ediario, 199

lo que generalmente estimula su complejización sociopolítica y ocasionalmente les

permite alcanzar una prominencia intenegional (cfr. Abu-Lughod, 1989; Schortman y

Urban, 1992b:242; Chase-Dum1 y Hall, 1997a:69). Pienso que el coincidente auge,

durante el Epiclásico, de varios sitios y regiones con estas características (p.e. La

Quemada, el desatTollo Xajay, Chapantongo, TuJa Chico, Teotenango, Xochicalco ... ),

se relaciona directamente con el carácter de su incoJporación al sistema intercan1biario

contemporáneo. Este proceso de incorporación habría producido lo que Renfrew

(1975:36) denomina Lll1 "efecto multiplicador" pues, al tiempo que estimulaba a

aquellos sitios en particular, propiciaba Lll1 incremento cuantitativo y cualitativo del

sistema en general: 1) al vincular regiones donde sí era posible la explotación primaria

de recursos, ampliándose directa o indirectamente su radio de acción (p.e. Alta Vista,

Ucareo/Zinapécuaro, Costa del Golfo, Huapalcalco, Cantona ... ), y 2) al expandirse con

ello los limites geográficos y sociales de la red distributiva, a partir del aumento en el

número y diversidad de productos disponibles, además del aumento en el número y

diversidad de demandantes.

No debe ser fmiuito, por ejemplo, que el auge del Valle de Malpaso, en

pmiicular de La Quemada, coincida con un incremento en el intercambio a larga

distancia, en el que se percibe una "interacción creciente hacia el sur" mientras se

mantiene "la base tradicional de lazos con la región de Chalchihuites al oeste" (Jiménez

Betts y Dm·Iing, 2000:163; Jiménez Betts, en prensa). Esa "interacción creciente hacia

el sur" incluyó la obtención de navajas prismáticas de la Sierra de Las Navajas, entre

otros yacimientos (Darling, 1998:371; Jiménez Betts y Darling, ibid.:177; Jiménez

Betts, 2001; en prensa). De acuerdo con Dm·Iing, la pmiicipación de la región en las

redes que involucrm1 navajas prismáticas ocmTió hasta el siglo VIII d C (ibid.:371, 392;

Jiménez Betts, en prensa); ¿será una casualidad que tmnbién en ese momento se haya

intensificado la explotación de minerales locales y la obtención de tmquesa del suroeste

americano en el área de Chalchihuites (ver nota 188 de este volumen), y que desde

entonces se generalizm·a su consumo prácticamente en toda Mesoamérica?.

199 E ¡ ¡· ¡· . ·n a Iteratura arqueo og!Ca frecuentemente se hace referencia a centros de este tipo como "puertos de intercambio" o gatell'a)' comm11nities (Hirth, 1978; Polanyi, 1957 apud Renfrew, 1975: 11; Rathje y SabloiT, 1972 apud Renfrew, idem). Se les ha denominado también "centros redistributivos" (Renfrew, 1975:9-10; Helms, 1979; Kristiansen, 1993) o "nodos de interacción" (como contraparte a 'nodos de producción', Santley, 1983 apud Calladas, 1989:220). Aunque estas definiciones en esencia se refieren a un papel similar representado por esos centros, el carácter que se les atribuye, los mecanismos mediante los que funcionaron o las implicaciones que se sugieren acerca de su participación en el sistema general, difieren. ~ '

Page 133: Tesis Interaccion Interregional. Laura Solar Valverde 2002_OCR

A diferencia de lo que opinan algunos autores (cfr. Sugiura, 2001 :38·3-384), la

demanda y consumo de obsidiana verde de Pachuca a nivel macrorregional no cesó

cuando Teotihuacan dejó de tener el control sobre su distribución (Santley, 1989:143-

144). Aunque en menor cantidad que durante el Clásico, en el Epiclásico seguía

importándose (o se importaba por primera vez) obsidiana de esa fi.tente, principalmente

en forma de navajas prismáticas, en lugares como La Quemada (que ya se ha

mencionado), Urichu (Pollard, 1995:43; 2000b), Xochicalco (Ferguson, 2000), Chichén

Itzá (Schmidt, 1999:445), Cerro de Las Mesas, Tres Zapotes, Matacapan (Santley,

ibid.:143) y pcir supuesto la Cuenca de México (Diehl, 1989:15). La circulación

macrorregional de navajas de obsidiana de Pachuca durante este periodo indica que la

explotación del yacimiento continuaba activa, pero también que, en ausencia del

'control' centralizado en Teotihuacan, el beneficio de su exportación recaía en algún

otro lugar.

El hecho de que tanto el tránsito de este producto como la industria especializada

en su talla no sufrieron intetTupciones, sugiere que quienes explotaban y trabajaban la

obsidiana de Pachuca durante el Epicásico conocían bien el proceso, tal vez por haber

participado en él desde tiempos teotihuacanos, aunque lógican1ente con un provecho

limitado en aquel momento. El deslinde del control teotihuacano pudo haber favorecido

a uno o más de estos grupos cercanos al yacimiento, quienes habrían continuado con su

explotación y habrían adquirido la responsabilidad y el beneficio directo de la

especialización en la fabricación de navajas prismáticas y su circulación por la red

contemporánea. ¿No podría ser éste el caso de I-Iuapalcalco, por ejemplo, un sitio cuyo

auge se remite precisamente al Epiclásico y que se relaciona directamente con la

explotación y talla intensivas de obsidiana, tanto de la Sierra de Las Navajas como del

yacimiento vecino del Pizan·ín? (Gaxiola, 1999 y com. pers. 2002). En esta época Tula,

que suele considerarse el "sucesor" en el control de la fuente de Pachuca, en realidad

parece haber obtenido de otro lugar la mayor parte de su obsidiana (ver pág. 178 de este

volumen).

Frecuentemente se asume que los alcances de la red distributiva del Clásico

declinaron en proporción con el sistema teotihuacano, pero en realidad su magnitud se

mantuvo (o pronto fue recuperada), e incluso se expandió en algunos sentidos. En

cuanto a la distribución de obsidiana, tanto de Pachuca como de otras fuentes, se ha

propuesto que " [ ... ] el intercambio a larga distancia que emergió al debilitarse

Teotihuacan fue más eficiente[ ... ]" (Santley, 1989:144). Esto resulta comprensible

243

puesto que la red del Epiclásico no sólo desplantó sobre la red del Clásico, sino que

incluyó el fenómeno creciente de 'incorporación' que se ha mencionado.

El proceso de incorporación-desincorporación es un complejo y dinánüco

mecanismo del que resulta la expansión y contracción de sistemas globales (Wallerstein

y Mmiín, 1979 apud Chase-Dwm y Hall, 1997a:61, 63; Chase-Dunn y Hall, 1997a:56,

59-77). Desde la perspectiva comparativa de sistemas mundiales, la incorporación

ocurre cuando sistemas inicialmente sepm·ados se integran, o cuando uno absorbe a otro

(Chase-Dunn y Hall, idem). Diversas cm·acterísticas de este proceso son dependientes

del carácter, complejidad y grado de jerarquización de las sociedades involucradas:

" [ ... ] el contacto entre sistemas tiende a resultar en la absorción de uno por el otro, si el que absorbe tiene un cm·ácter mucho más complejo y más jerarquizado que el que es absorbido. Similarmente, tma integración es más factible si ambos tienen niveles de complejidad semejantes" (Chase-Dunn y Hall, 1997a:73, las cursivas son mías).

A diferencia del Clásico Temprano, cuando algunas sociedades parecen haber

sido 'absorbidas' por el sistema centrado en Teotihuacan (dadas su mayor complejidad

y jerarquización con respecto a la mayoría de los centros contemporáneos), en el

Epiclásico el proceso de incorporación podría más bien cm·acterizarse como aquella

'integración' previsible entre sistemas compuestos por unidades sociopolíticas pares. La

distinción es importante porque tiene repercusiones en la dinámica de las sociedades

involucradas y en su desmTollo posterior, pero además porque implica un incremento en

la complejidad de varios grupos con respecto al periodo anterior. Esto último es

congruente con lo que sugiere el análisis del significado, fi.mción, distribución y

contextualización de algunos indicadores epiclásicos (ver págs. 106-107 y 126-128).

Para profundizm· tanto en el comportamiento de sistemas particulares como en el

proceso de incorporación, Chase-Dunn y Hall han distinguido que los vínculos entre

grupos pertenecientes a un mismo sistema ocurren básican1ente a pm·tir de cuatro tipos

de redes de interacción. Éstas son esencialmente distintas, involucran materiales y

rasgos cultmales distinguibles, y tienen consecuencias sociales y expresiones espaciales

diferentes. Principalmente entre las sociedades precapitalistas, donde el flujo de objetos

e infmmación está condicionado, entre otras cosas, a medios de transporte y

comunicación restringidos, las redes más an1plias (en términos sociales y espaciales)

son las que involucran el tránsito de información y aquellas por las que circulan bienes

de prestigio (pm·a Mesoamérica cfi·. Flannery, 1968; Blanton y Feinman, 1984; Hassig,

--·-.. ~·~·~ .. c..;;;;¡:_._,~ .. ==

Page 134: Tesis Interaccion Interregional. Laura Solar Valverde 2002_OCR

1990; Jiménez Betts, 2001; en prensa; para Centro América cfr. Pielms, 1979;•pa.ra el

Viejo Mundo cfi·. Schneider, 1991 [ 1977] y Abu-Lughod, 1989); de menor escala son

las de incidencia político/militar; y por último las relativas a la producción y

distribución de .recursos de importancia primaria para la subsistencia ("bienes de bulto")

(Chase-Dunn y Hall, 1997a:52-54, 225, 248; 1997b:3-4; 1999:3-4). El tejido de todas

estas redes constituye un sistema mundial 2110 (Chase-Dunn y Hall, 1997a:53):

2110 El modelo de sistemas mundiales fue empleado por Immanuel Wallerstein (1974) para explicar el desarrollo del capitalismo en Europa. Desde entonces, múltiples análisis comparativos han demostrado su pertinencia para el estudio de sociedades precapitalistas (o no capitalistas) en otros tiempos y lugares, a partir de contemplar más variables e introducir nuevos conceptos (cfr. Schneider, 1991 [ 1977]; Blanton y Feinman, 1984; Abu-Lughod, 1989; Jiménez Betts, 1989; 1992; 2001; en prensa; Jiménez Betts y Darling, 1992; Schortman y Urban, 1992b; Chase-Dunn y Hall, 1997a, 1997b, 1999); pero la esencia del modelo se ha mantenido en su intento por abordar la intenelación y afectación entre sistemas sociales a gran escala. Este intento, del que pueden encontrarse antecedentes y consecuencias en otras corrientes de pensamiento (ver p.e. notas 205 y 207 de este volumen), surge de una necesidad básica para el estudio antropológico: la percepción, acercamiento, caracterización y explicación del comportamiento de las sociedades y los alcances de sus interacciones sistémicas. Pero, ¿qué es un sistema mundial y qué es una interacción sistémica? Chase­Dunn y Hall señalan: " [ ... ] algunos lectores podrían oponerse a aplicar el término "sistema mundial" a pequeñas redes sociales regionales porque la palabra "mundo" implica una gran escala ( ... ] Las redes de interacción intersocial fueron mucho menores en comparación con el sistema global contemporáneo. Sin embargo, constituían el universo de interacciones que sustentaba y transfmmaba las estructuras sociales en las que la gente vivía" (1997a:28, las cursivas son mías); es decir, se trata de SU mundo, no de El Mundo. En palabras de los mismos autores, un sistema mundial está constituido por las "redes importantes de interacción que afectan a una sociedad y condicionan la reproducción y cambio sociales" ( 1997b:3; 1999:3). Los 'limites' hipotéticos de un sistema mundial se trazan, entonces, donde la relación entre sociedades deja de ser sistémica: '' [ ... ] las redes de interacción, mientras que siempre han sido intersociales, no siempre han sido globales, en el sentido de que las acciones en una región tienen efectos mayores, y relativamente rápido, en regiones distantes" (Chase-Dunn y Hal1, 1997b:3; 1999:3). Se trata entonces de que, como percibe Abu­Lughod, el efecto cumulativo de alteraciones, por modestas que sean, al interior y entre subsistemas, indudablemente contribuye a un nuevo balance del todo (1989:38). Ahora, como menciona Carneiro en un trabajo reciente, el que las relaciones entre dos variables sean recíprocas, no significa que son iguales (1992: 177). Las interacciones sistémicas suelen afectar de distintos modos a distintos componentes, pues los componentes mismos suelen ser heterogéneos (cfr. Abu-Lughod, ibid:354-355; Jiménez Betts, 1989:24) (el 'efecto multiplicador' expuesto páginas atrás es un buen ejemplo). Por ello, referirse a un grupo de sociedades como integrantes de un sistema mundial no presupone que son culturalmente iguales, de hecho, tiende a ocurrir precisamente lo contrario (cfr. Abu-Lughod, idem; Jiménez Betts, idem; Chase-Dunn y Hal1, l997b:9). Al usar el modelo de sistemas mundiales en este trabajo son necesarias dos anotaciones más. La primera es que la subordinación de algunos grupos a "un centro" puede darse de muchos modos, abarcar varios aspectos (económicos, políticos o religiosos) o simplemente no ocurrir en todos los sistemas. En sistemas multicéntricos (p.e. la economía-mundo descrita por Wallerstein o el sistema epiclásico en Mesoamérica) ninguna unidad domina al sistema mundial (cfr. Wal1erstein, 1974; Blanton y Feinman, 1984; Abu-Lughod, 1989; Chase-Dunn y Hall, 1997a; 1997b; 1999; Jiménez Betts, 2001; en prensa). La segunda anotación se refiere a la existencia de sistemas basados en el intercambio de bienes de lujo y prestigio. Wallerstein excluyó a este tipo de bienes como factores de interacción sistémica (1974:41-42; Schneider, 1991 [ 1977]c50), pero se sabe que el flujo de éstos (especialmente entre sociedades no capitalistas) está cargado con fuertes implicaciones económicas y políticas (cfr. Flannery, 1968; Webb, 1974; Schneider, 1991 [ 1977] :48-62; Helms, 1979; 1986; Blanton y Feimnan, 1984:676; Abu-Lughod, 1989; Smith y Schortman, 1989; Schortman y Urban, 1992b, Jiménez Betts y Darling, 1992:9; Jiménez Betts, 2001; en prensa; entre otros).

245

"Generalmente, los bienes de bulto integrarán la red de interacción regional más pequeña. La interacción político/militar integrará una red mayor que puede incluir más de una red de bienes de bulto, y los intercambios de bienes de prestigio ligarán regiones mayores que pueden contener una o más redes de interacción político/militar. Suponemos que la red de información será del mismo orden que la red de bienes de prestigio: algunas veces mayor, algunas veces menor" (Chase-Dunn y Hall, 1997a:53, 225).

La incorporación puede ocurrir en cada una de estas redes, pero parece que

sistemas separados primero interactúan (se "tocan") a través de sus redes de

información y bienes de prestigio. Si uno o ambos continúan expandiéndose,

posteriormente pueden llegar a formar parte de una misma red político/militar, y en

última instancia de una misma red de bienes de bulto (Chase-Dunn y Hall, ibid.:60-6l,

204).201 La tendencia del proceso de desincorporación parece seguir un orden inverso.

Al observar el mecanismo diacrónicamente, puede percibirse que todos los

sistemas globales siguen tm comportamiento cíclico, donde su tendencia expansiva en

algún punto se inten-umpe y/o retrae ... para luego otra vez expandirse. Esta secuencia,

que altera la "extensión espacial e intensidad de las redes de intercambio" recibe el

nombre de Pulsación (Chase-Dmm y Hall, 1997a:l47, 204-206, 225, 228; 1997b:5-6;

1999:5; cfr. p.e. Abu-Lughod, 1989):

"Todos los sistemas mundiales pulsan, en el sentido de que la escala espacial de integración, especialmente de intercambio, se vuelve mayor y luego se reduce nuevamente. Durante la fase de alargamiento, las redes de intercambio crecen en amplitud territorial y se vuelven más densas en términos de la fi·ecuencia de transacciones. Durante la fase de decline el intercambio aminora y la conexión entre localidades se reduce [ ... ] " (Chase­Dmm y Hall, 1997a:204, negritas y cursivas en el texto original).

En algunos casos (pienso específicamente en la transición del Clásico al

Epiclásico en Mesoamérica), creo que la pulsación de un sistema, en su etapa de

retracción, puede propicim- can1bios en el carácter y grado de complejidad de los grupos

humanos participantes, modificando su posición relativa en el sistema global durante la

201 La distancia en los dos primeros niveles (y una parte del tercero) es social y puede acotarse, de manera que dos o más redes de información, prestigio o incidencia política pueden fundirse en una sola. Pero tanto en la red militar como en la de bienes de bulto de subsistencia primaria, la distancia viable para su expansión es principalmente geográfica, y parece que, con excepción del sistema mundial actual, los sistemas alejados geográticamente diticilmente se fusionan en estos niveles, dado lo incosteable del despliegue y control militar sobre tierras lejanas, o el transporte masivo de productos que podrían obtenerse (o sustituirse) localmente, corno aquellos de consumo cotidiano e indispensable.

2·16

Page 135: Tesis Interaccion Interregional. Laura Solar Valverde 2002_OCR

. siguiente fase expansiva. Esto básicamente resultaría en una reestructuración general

del sistema. Trataré de ilustrar el proceso, de manera muy general, a partir de lo

ocurrido entre el Clásico Medio y el Postclásico Temprano en Mesoamerica.

Es posible que desde mediados de la fase Xolalpan (ca. 450/500 d C) el sistema

con epicentro en Teotihuacan hubiese iniciado su contracción, a partir de que varios

sitios y regiones comenzaron a 'desincorporarse' paulatinamente de él. La tendencia se

habría acentuado durante el transcurso del siguiente siglo, y se completaría hasta finales

de fase Metepec (ca. 600/650 d C), cuando Teotihuacan había dejado de ser la potencia

económica y política que durante siglos fuera motivo de cohesión macronegional. Esto

no significa que la propia ciudad de Teotihuacan comenzara a decaer desde Xolalpan

(momento en el que, de hecho, parece experimentar su clímax urbano), pero sí que la

magnitud del sistema construido hasta entonces comenzaba a desestabilizarse."'

Aunque aquí se han expuesto datos sobre este fenómeno particulam1ente para el sector

202 Parece paradójico que considere al momento de mayor esplendor de Teotihuacan como causal de su decadencia, pero creo que disociar ambos fenómenos ha sido el principal motivo de recurrir a cambios violentos y drásticos como explicativos del "colapso teotihuacano". Es probable que Jos procesos que propiciaron el clímax teotihuacano anunciaban con ellos su posterior desenlace (ver págs. 131-133 de este volumen). La fragmentación social que derivó en el casi completo abandono y destrucción del centro ceremonial, y en una evidente modificación del patrón de asentamiento en la Cuenca de México, pudo ser un desenlace irreversible desde Xolalpan, pero el desbordamiento de ese fenómeno, que tardó siglos en gestarse, sería perceptible hasta finales de fase Metepec (cfr. Rattray, 1996:216; Jiménez Betts, 2001). No es de extrañar que los cambios que sobrevienen a un periodo de aparente estabilidad sean poco previsibles en términos de composición material. Quiero decir que no se anuncie de manera clara en el registro arqueológico el inicio de un proceso que va más tarde a manifestarse abierta y generalizadamente: "Lo que aparenta ser "estático" puede en realidad ser muy dinámico, pero temporalmente balanceado" (Chase-Dunn y Hall, 1997a:70). Como proceso, el decline de Monte Albán pudo ser muy similar al teotihuacano. John Paddock ha descrito detallada y genialmente ese fenómeno: "De acuerdo con Caso, concluí hace tiempo que Monte Albán no había sido abandonado repentinamente por su población huyendo de alguna catástrofe, sino que fue declinando poco a poco y a lo largo de un lapso temporal de duración considerable. [ ... ]En sus principales días, Monte Albün fue una capital regional; fue incluso una metrópoli. Los términos se relacionan cercanamente; una metrópoli es un centro urbano que conserva un lugar dominante en un complejo de otros centros urbanos. Una vez que el decline comenzó, Monte Albán en algún punto perdió el estatus de metrópoli porque su dominio sobre los otros centros urbanos del valle se volvió inconsecuente. Es posible que el dominio sobre otros lugares adquiriera una forma de vacío, por ejemplo, cuando contribuciones económicas reales a Monte Albán se hubiesen reducido casi completamente, a la vez que se mantenía una subordinación simbólica, nominal o verbal, por parte de centros secundarios. Menos diplomáticamente, algunos otros lugares pudieron romper abiertamente la relación inicial de domino-sumisión, y este rompimiento pudo o no involucrar conflicto flsico. [ ... ] el número de Jugares aún subordinados a Monte Albán, o el grado de subordinación de los Jugares aún spperficialmente secundarios a éste, o tal vez el total de aportaciones de los centros urbanos secundarios al Valle, alcanza un nivel tan bajo que no podríamos seguir clasificando a Monte Albán como una metrópoli dominando un complejo de centros urbanos. ¿Constituye esto un abandono de Monte Albán? No en alguno de los sentidos usuales de la palabra. Decline, sí; pero no es un Jugar abandonado porque todavía es un centro urbano con una población considerable [ ... ] en la medida en la que la población continuó declinando y la variedad de actividades llevadas a cabo declinó junto con ella, en algún punto Monte Albán deja de encajar en nuestra definición (cualquiera que sea) de ciudad. Puede no derivar de una condición urbana a una que podríamos definir como ruraL Pero no debemos caer en la trampa de pensar que ser no-rural necesariamente significa ser urbano" (Paddock, 1983: 187).

norte del Altiplano Central (ver págs. 215-217 y nota 132 de este volumen), en otros

lugares de Mesoamérica parece observarse un patrón similar (cfr. Cohodas, 1989;

Santley, 1989; Rattray, 1996:229). Siguiendo la propuesta de Chase-Dunn y Hall, esto

habría oc unido primero a un nivel político/militar (cuando son abandonados sitios que

se han supuesto "enclaves" teotihuacanos [p.e. Chingú, cfr. Díaz, 1981] ), y

posteriormente a un nivel de redes de prestigio e infmmación (cuando algunos de

dichos "enclaves" dejan de "ser teotihuacanos" sin descontinuar su ocupación [p.e.

Matacapan, cfr. Santley, 1989] ; o cuando algtmos sitios dejan de emular estilos

teotihuacanos o dejan de 'hacer alarde' de su filiación con Teotihuacan y comienzan a

fortalecer sus expresiones locales (cfr. Cohodas, 1989).

El mecanismo de desincorporación es uno de los principales fenómenos que

reducen los alcances y efectividad de un sistema distributivo y de interacción, lo que a

la larga contribuye al decline de lugares centrales (en este caso Teotihuacan). "Auge­

decline" es otro comportamiento cíclico en sistemas mundiales, esta vez entre sus

componentes: "Todos los sistemas mundiales en los que hay unidades políticas

jerarquizadas experimentan un ciclo en el que tmidades relativamente mayores

incrementan su poder y tamml.o, y luego declinan" (Chase-Dunn y Hall, 1997b:5; véase

también 1997a:206-21 O, 225, 228; 1999:5; Wallerstein, 1974:350; Carneiro, 1992: 185;

Marcus, 2001 en concreto para los mayas).

De manera simultánem11ente progresiva, al desencadenarse el proceso de decline

de un lugm· central, se gestan condiciones favorables pm·a sociedades cuyo desmTollo se

había visto coartado o impedido por el florecimiento de esos centros (cfr. Webb,

1978:165; Pasztory, 1978:20; Abu-Lughod, 1989: 3-39, 352-369; Chase-Dunn y Hall,

1997a:33, 75, 206, 226; 1999:21; Marcus, ibid.:318-321, 326-330, 338), a pesar de que

inicialmente podrían haber sido estimulados por él. Esto principalmente se debe a que:

" [ ... ] "auge y decline" conesponden a cmnbios en la centralización del poder

político/militar en un conjunto de unidades sociopolíticas. Es un problema de tamaño

relativo y distribución del poder al interior de una serie de unidades interactuando"

(Chase-Dunn y Hall, 1997b:5, el subrayado es mío; véase también 1997a:206; 1999:5).

Por ello, aunque el decline de lugares centrales conlleva una reestructuración del

panorama sociopolítico, no parece implicm· necesm·imnente una reducción espacial

homogénea de sistemas globales.

Es posible que, para finales del Clásico, algunas sociedades se hubieran

'desincorporado' del sistema por algím corto tiempo, durante el cual fortalecieron sus

2-18

Page 136: Tesis Interaccion Interregional. Laura Solar Valverde 2002_OCR

lazos con sociedades vecmas. Pero esto pudo no ocmTJr de m:anera homogénea o

simultánea, sino que el decaimiento del principal de los subsistemas componentes

(Teotihuacan) pudo haber ido dejando 'vacíos' sucesivamente ocupados por otros

subsistemas. De este modo, lo que se estaría observando no sería la reducción regular

del sistema (o su desaparición), sino una transformación estmctmal paulatina, de un

carácter céntrico a uno multicéntrico, donde entraría en juego un conjunto de unidades

políticamente autónomas.'03 Hacia ca. 750/800 d C este sistema, en su 'nueva

modalidad', habría rebasado los alcances espaciales de antaño, pero además se habría

enriquecido con la expansión social y territorial que implicaba aquel fortalecimiento de

lazos con grupos vecinos, por parte de las diversas sociedades durante su periodo

particular de 'desincorporación'.

La aparición y distribución zonal de algunos elementos (p.e. el estilo

Coyotlatelco ), la consolidación de esferas interregionales como las esbozadas en el

capítulo anterior, y el giro en la postura de algunas sociedades en las redes de

intercambio (p.e. los sitios cercanos al yacimiento de Pachuca); podrían ser evidencia

temprana del proceso, ocurrido durante la primera mitad del Epiclásico (ca. 600/650-

750/800 d C). Dicho proceso se habría completado hacia la segunda mitad del periodo

(ca. 750/800-900/950 d C), a partir del engranaje de las esferas, el incremento en la

posibilidad de participación 'activa' por parte de sociedades antes secundarias, y la

consecuente distribución macrorregional de algunos objetos. La red del Epiclásico se

habría consolidado en su totalidad hasta entonces, como sugiere la dispersión de las

placas de jade, cuya aparición en el sector septentrional del Altiplano (y hacia el norte)

parece haber ocurrido aproximadamente un siglo después de que su uso se generalizara

en el sm· de Mesoamérica. El orden de aparición de la turquesa aparentemente

representa el fenómeno inverso.

Antes de abandonar la discusión sobre el proceso de conformación del sistema

epi clásico y tratar de abordar su carácter, naturaleza y funcionan1iento, quisiera reiterar

que la efectividad que alcanzó dicho sistema radicó en la combinación de dos

fenómenos principales: como se ha visto, la creciente incorporación del sistema y su

carácter integrador tuvieron que ver, por un lado, con una conexión entre regiones que

203 Sobre transformaciones estructurales como ésta, Abu Lughod comenta: "La razón por la que es importante reconocer la. variabilidad de los principios organizativos de los sistemas es que, por definición, los sistemas vivos son dinámicos. Se reorganizan en la medida en la que esos principios cambian. [ ... ]cuando un sistema de organización detenninada se rompe, las viejas partes generalmente son incorporadas en uno nuevo, aunque pueden tener relaciones estructurales diferentes" (1989:365). Para más información sobre las caracteristicas específicas de los sistemas multicéntricos véase Chase-Dunn y Hall, 1997a.

249

incrementó cualitativamente el repertorio de bienes y productos disponibles y la

diversidad de demandantes. Pero no sólo se trató de gmpos y tenitorios excluidos del

sistema del Clásico. Quizás el factor más importante fuera propiciar una transformación

en la posición y perspectiva de los participantes, y en la incidencia de esa pmiicipación

para el devenir propio y el del sistema en general (de manera muy similm· al fenómeno

de reestructuración descrito por Abu-Lughod, 1989:366-367). Nuevamente menciono

como ejemplo a las sociedades que explotaron el yacimiento de Sien·a de las Navajas,

un espacio que, territorialmente, estaba incluido en el sistema teotihuacano, pero que no

pm·ece haber gozado entonces de suficiente autonomía. El sistema en el Epiclásico

habría incorporado, entonces, no sólo a nuevos territorios, sino a participantes con

nuevas posibilidades (como sucede en el fútbol cuando se sacan jugadores de 'la banca'

y el partido toma un rumbo diferente, a pesm· de que se sigue jugando con el mismo

balón y sobre la m1sma cm1cha). La Cuenca de México se incluye también

territorialmente en ambos sistemas, pero en este caso el cambio de postura es

pmiiculm·mente evidente, por haber dejado de ser epicentro para fonnar pm·te de un

escenm·io de m1idades sociopolíticas pm·es (ver págs. 125-127, 131-133 y 202 de este

volumen). En realidad esta transformación es igual de drástica que el auge

experimentado por algunos sitios o regiones, sólo que resulta más notoria por ser un

ejemplo de 'retroceso' y no de 'avance' en la presunta línea de evolución social. Puesto

que, como señala Abu-Lughod (1989:369), es considerablemente más fácil buscar

explicaciones para can1bios positivos que para negativos, ha sido comím recunir a

invasiones violentas, abm1donos instm1táneos o colapsos enigmáticos, para explicar el

decline de algtmos de los principales centros prehispánicos (este problema es detallado

por Joyce MaJ"cus [2001] a propósito del "colapso maya")."''

En este trabajo se ha mencionado en varias ocasiones que el escenm·io epiclásico

involucró a unidades sociopolíticas pm·es. Esto no significa que todos los sitios que

participaban en la red macrorregional de la época fueron iguales, pero sí que hubo cierta

equivalencia en su función y comportamiento (esto se trataJ"á con mayor detalle

posteriormente), a pmiir de la descentralización del poder económico, político e

ideológico:

104 A propósito de los ciclos de auge y decline de unidades políticas a lo largo de la historia en la región maya, Joyce Marcus ( 2001:314-317) presenta magníficos esquemas que ejemplifican con claridad cómo pudo operar el proceso de incorporación/desincorporación a una escala regional, aunque la autora no utiliza los mismos nombres.

150

Page 137: Tesis Interaccion Interregional. Laura Solar Valverde 2002_OCR

"El mundo mesoamericano del Epi clásico parece haber llegado a integrarse· en tm sistema de intercambio [ ... ] en el cual todos los sistemas regionales partícipes se vieron beneficiados. Esta interacción generó un auge. en cas~ todos los ámbitos de los sistemas regionales [ ... ] ninguna de las regwnes m esferas parece haber jugado un papel hegemóni<;o, sino que fue un tiempo de unidades equipolentes [ver adelante] al interior de varias esferas de interacción interregional entrelazadas" (Jiménez Betts, 2001).

En sistemas como éstos tiende a darse un equilibrio en la posibilidad de acceso a

bienes e información, un proceso en el que todos los participantes se ven beneficiados,

pero que también genera una interdependencia en las redes de interacción (cfr.

Flmmery, 1968). Se ha observado una aparente 'igualdad' en el intercambio entre

sistemas mundiales multicéntricos cuyas interacciones ocunen principalmente a partir

de redes de información y bienes de prestigio (Chase-Dunn y Hall, 1997a:77).

Precisamente en Mesoamérica las relaciones más extensas pm·ecen haber sido de ese

tipo. Si algo involucra a la mayoría de las regiones mencionadas en este trabajo,

independientemente de ser innovadoras de formas o importadoras de objetos, es el nivel

de significación compm·tido que motivó a disponer materiales de origen disímil en

discursos contextuales análogos (capítulo 1 ). Hasta aquí se ha analizado la posible

función de los jades figurativos como emblemas distintivos de rango Y herramientas en

ritos shamánicos (capítulo 2); se han expuesto algunos rasgos del momento histórico en

el que se distribuyeron (capítulo 3); se han abordado los contactos entre regiones a

distinta escala, como posibles cauces de dispersión de infmmación Y de los diversos

objetos que componen las ofrendas (capítulo 4); y se han esbozado algtmos de los

modos como pudieron viajar aquellos bienes y algunas cm·acterísticas de la

conformación del sistema mw1dial del Epiclásico (este capítulo). Toca ahora

profundizm· en la natmaleza económica, política e ideológica de las redes de

comunicación e intercambio en Mesomnérica, el posible funcionamiento del sistema

multicéntrico cohesionado por esas redes, y cómo la pmiicipación en sistemas de tal

magnitud estimula a los desmTollos locales. Para esto es útil volver nuevamente al

fenómeno distributivo y contenido simbólico de las placas de jade, apoyándome en

algunos de los modelos o corrientes de pensmniento que han perseguido, por un lado,

cm·acterizar la configuración de una estructma social a niveles similm·es, Y por otro,

251

distinguir y profundizar en los mecanismos que operm1 en el proceso de su

conformación y mantenimiento.""

V.3. Redes de interacción interregional entre elites

¡'Sólo reconociendo que el 'intercambio' no es la motivación primaria, ni los procesos económicos los dominantes,

podemos esperar empezar a entender el contexto en el que en realidad operan el comercio y el intercambio."

(Renfrew, 1993:9)

Si en algún grado son correctos la función y simbolismo sugeridos pm·a las

placas de jade, entonces la base de las relaciones establecidas entre las distintas

regiones que las poseyeron debió rebasm· el aspecto económico. En el ámbito político,

w1 control centralizado tan1poco parece haber sido el motor.

A lo lm·go de este capítulo se ha propuesto que el sistema epiclásico tuvo un

carácter multicéntrico, donde las sociedades participa11tes gozaron de cietia autonomía,

construyéndose una dinámica de interacciones diferenciales en varias direcciones. En su

definición del fenómeno hopewelliano en el oriente a111ericai1o, Joseph Caldwell hace

hincapié en un compmiamiento que pm·ece esencial de toda relación multidireccional:

" [ ... ] la dispersión de prácticas y m·tefactos diagnósticos no proviene de una misma

205 Debo aclarar que estos modelos no fueron propuestos desde la perspectiva de sistemas mundiales, ni necesariamente pretenden apoyarla. El concepto de Esfera de Interacción propuesto por Caldwell (1962; 1964) (quizás no el primero pero sí uno de los más importantes para el paradigma de la interacción), antecede por casi una década al famoso trabajo de Wallerstein (1974); mientras que el modelo de Interacción entre Unidades Equipolentes de Renfrew (cuyas raíces pueden encontrarse en el artículo del mismo autor publicado diez años antes [ 1975]) fue planteado como una altemativa, no como un complemento, a perspectivas como aquella (Renfi·ew, 1986:6). Otro análisis básico, especialmente para entender los sistemas basados en el intercambio de bienes de prestigio e información, es el de Helms (1979, 1986, 1992), quien no se adscribe abiertamente (pero tampoco rechaza) a ninguna de las posturas mencionadas. Si me he pennitido integrar todas aquí, coma pertinentes para el análisis del Epiclásico mesoamericano, es porque sospecho que su esencia es compatible. Reconocer que la dinámica de una sociedad sólo puede comprenderse si se rebasa la escala local de análisis, y que la interacción entre sociedades diversas conlleva una afectación mutua de comportamiento, carácter y devenir, son los puntos de enlace. Las diferencias, desde luego, también son grandes, pero creo que básicamente resultan del cambio de perspectiva desde el que se aborda aquel denominador común. Aunque en todos los casos se analizan procesos, en unos se puntualiza en alguna de las formas que adquiere esa estructura (p.e. Caldwell), en otros se enfatizan los mecanismos de su construcción (p.e. Renfrew), o se profundiza en la naturaleza de esos mecanismos (p.e. Helms). Por eso pienso que, más que excluyentes, se trata de ángulos complementarios para enfocar una misma problemática social (lo que es muy diferente a "mezclar peras con manzanas", como se criticó a Jiménez Betts y Darling ante el mismo intento [ 1992] ), especialmente tratándose de sociedades jerarquizadas. Para esto es imprescindible tener presentes Jos propios ajustes y afinaciones al modelo de sistemas mundiales en los últimos (y no tan últimos) años (ctr. Schneider, 1991 [ 1977]; Blanton y Feinman, 1984; Abu-Lughod, 1989; Chase-Dunn y Hall; 1997a; 1997b; 1999) (ver nota 200 de este volumen).

1.52

Page 138: Tesis Interaccion Interregional. Laura Solar Valverde 2002_OCR

fuente" (1962: 1 ). La adopción de elementos materiales y simbólicos de variados

orígenes y su integración a esquemas locales, es un apoyo al considerar que la

diseminación de rasgos no necesariamente incluyó una relación de dominación por

parte de una sociedad productora sobre una receptora. En estos casos, la distribución

generalizada de información simbólica puede ocurrir sin incidencias de control en

ninguna dirección, como lo narra Kenneth Hirth a propósito de la amplitud espacial del

'arte olmeca': "No es necesario un control político directo en esta disposición [ ... ] la

estructuración de lazos pudo haberse dado únicamente a partir de líneas rituales y

económicas" (1978:44; cfr. Zeitlin, 1993:135-136 para la costa oaxaqueña).

El hecho de que grupos sociales a primera vista tan distintos adoptasen tm objeto

simbólico (como creo que fueron las placas de jade) y lo integrasen en un contexto

ritual coherente con cierta función o significado, efectivamente sugiere que un código

ideológico común, detrás de la aparente diversidad, llegó en algunos casos a imponerse.

Un-caso similar, en el que contextos rituales en lugares distantes compatien rasgos de

similitud asombrosa, es descrito por Kristian Kristiansen para Europa Central hacia

finales de la Edad de Bronce. Pat·a Kristiansen, el desanollo y mantenimiento de

sistemas de valores y sistemas religiosos comunes, se debió a la operación de redes de

intercambio a larga distancia, en un " [ ... ] complicado proceso de aceptación,

recontextualización y rechazo de nuevas influencias", y el compartir normas de

conducta social y ritual sería la base para el mantenimiento de estas redes (1993: 150).

Así, se podría describir a Mesoamérica durante el Epiclásico como una

estructura políticamente fragmentada pero ideológican1ente unificada (de manera casi

idéntica a como define Greg Woolf a La Time europea [apud Megaw y Megaw,

1993:221] ); y a la aparición generalizada de las placas de jade en contextos del

Epiclásico, podría describírsele como el remanente de un lenguaje simbólico que fue

comprensible para varios miembros de esa estructura, quienes habrían integrado, en

términos caldwellianos, una enorme "esfera de interacción".

En el capítulo anterior se utilizó el tétmino "esfera" para referirse a la

participación de ciertos grupos sociales en sistemas integrados regional e

inteiTegionalmente, cuya a¡·ticulación puede percibirse a pmiir de algunos rasgos

materiales compat·tidos (principalmente cerámicos) sobre áreas geográficas de alcance

relativamente limitado. Como se ha mencionado en vm·ias ocasiones en esta tesis,

existen otros aspectos que abarcan una extensión mucho mayor y que involucran a su

vez a varias de aquellas "esferas" menores, cuya concurrencia o enlace culmina en la

.253

construcción de redes macrorregionales. Aunque una esfera de interacción, como fue

originalmente propuesta por Joseph Caldwell (1962; ver adelante), no modelizaba sobre

una región tan amplia, tampoco se limitaba a una perspectiva regional, como se ha

hecho aquí mismo y como lo han hecho ya otros investigadores ( cfi·. Kelley, 1974;

Jiménez Betts, 1989; Jiménez Betts y Dm·ling, 2000). A pesat· de tratm·se de tres escalas

distintas de m1álisis, el empleo del mismo término me pmece adecuado en la medida en

la que presupone la existencia de mecanismos de vinculación entre los patiicipantes.

Es impmiante destacar que una 'esfera de interacción' no es una determinación,

sino un modelo. Como tal, la escala que define es maleable y las fmmas y procesos que

involucra son múltiples y multivalentes. Las implicaciones que de aquí en adelante

adquiere esta noción, al referilme a una "macroesfera de interacción" como responsable

del fenómeno de distribución de las placas de jade, coinciden con el esquema

caldwelliano y difieren de las citadas esferas Septentrional, del Bajío y Coyotlatelco,

básicamente en la magnitud de los alcances geográficos y en la mayor complejidad que

resulta cum1do las distintas esferas regionales, y los sistemas sociales responsables de

ellas, entrat1 en un mecanismo de con-elación. Así, esta macroesfera no sustituye, sino

que contiene y estructura al resto.

En este sentido, la concepción de Caldwell y la analogía que se hace de ella con

la red del Epiclásico que involucró, entre otras cosas, la dispersión de las placas de jade,

se asemejan tmnbién a aquellas redes de interacción más amplias e incluyentes en un

sistema mundial, que Chase-Dunn y Hall han denominado Red de Información y Red

de Bienes de Prestigio (1997a:52-54, 225, 248;1997b:3-4; 1999:3-4).206

206 Humberto Medina (com. pers. 2002) ha cuestionado la pertinencia de comparar a la red distributiva de las placas de jade con la Esfera de Interacción propuesta por Caldwell, pero creo que, en todo caso, es un problema de tamaño y no de incompatibilidad cualitativa. Yendo más lejos, propongo que las características de la estructura definida por Caldwell son equivalentes en principio a la Red de Bienes de Prestigio, pero quizás a la Red de Información, que cohesiona a muchos sistemas mundiales, y esta comparación es nuevamente estructural, funcional e implicatoria, no dimensional. La razón para señalar esta distinción es que el esquema caldwelliano abordaba la problemática de un área geográficamente mucho menor que la mesoamericana, pero es muy posible que el fenómeno Hopewell constituyera en sí mismo un sistema mundial (cfr. Chase-Dunn y Hall, 1997b:12, 15-16, Fig.3; 1999:28-32). Esto es tomando en cuenta los criterios para la delimitación hipotética de sistemas mundiales que, como ya se dijo, radica en la disminución de sus interacciones sistémicas y no en su tamaño (ver nota 200 de este volumen). La magnitud espacial de las Redes de Bienes de Prestigio e Información (y por lo tanto de una Esfera de Interacción como fue definida por Caldwell, si es que en algún punto estas nociones son efectivamente comparables) es proporcional a los alcances y extensión de cada sistema mundial particular. Quizás sea conveniente especificar que no considero que los jades figurativos constituyen en sí mismos una esfera de interacción ni una red de ningún tipo. Su distribución y contextualización son para mí simplemente uno de los indicadores de la existencia de una estructura social que pudo comportarse como aquéllas, y cuyos alcances debieron ser mucho mayores que lo indicado por el corpus de placas de jade que actualmente conozco .

25-1

Page 139: Tesis Interaccion Interregional. Laura Solar Valverde 2002_OCR

El té!mino esfera de interacción fue introducido por Caldwell (1962) como una

forma novedosa de abordar el fenómeno hopewelliano del oriente norteamericano. Su

propuesta surgió en el marco de una corriente tardía del difusionismo que buscaba

desintoxicar a los contactos intersociales de la visión estéril y caótica que les había

impreso el difusionismo radical (Schortman y Urban, 1992a:6-8, 11 ). Una de sus

llamadas de atención se orientó a que la comprensión de un fenómeno local sólo puede

alcanzarse en la medida en la que se enfoque desde una perspectiva integral mucho

mayor:

"Nada es más claro para los arqueólogos que el hecho de que en extensas regiones geográficas varias sociedades tienden a cambiar en concierto. La implicación es seguran1ente aquella de que quienes estudiasen el can1bio cultural basados en eventos ocurridos al interior de una sociedad particular­viva o muetia- estarían viendo un aspecto muy limitado del fenómeno que les interesa" (Caldwell, 1964:135).

El acercamiento de Caldwell a los sistemas sociales como interdependientes no

demerita su individualidad; por el contrario, sitúa a cada uno como partícipe y a la vez

responsable de una dinámica que rebasa sus fi·onteras, en un proceso de afectación

mutua entre sociedades vinculadas, que constituye un estímulo en el desarrollo y

crecimiento conjuntos (cfr. Jiménez Betts y Darling, 1992:21-22). En sus palabras, una

esfera de interacción involucra a " [ ... ] un número de sociedades distintas

pertenecientes a diversas tradiciones regionales" (Caldwell, 1962:1) y es un tipo de

fenómeno que:

" [ ... ] puede caracterizarse con diferentes propiedades que las de una cultura, civilización, complejo, o clímax [ ... ] las varias tradiciones regionales estuvieron presentes antes de que hubiese una situación hopewelliana. El término cultura podría aplicarse mejor a cada una por separado, que al total de la situación en la que interactuaron. Los otros términos, clímax y complejo, legítimamente aplicados a estos materiales, son menos específicos. La esfera de interacción de hecho, muestra el clímax de cietios rasgos, y es muy posible, aunque menos cetiero, que hubiera un complejo de ideas, prácticas, y miefactos, que todas las sociedades interactuando compmiían" (ibid.:2).

Esta noción es importante al asignm· a cada pmiicipante de un sistema social

mayor un papel activo, una potencialidad propia, sin que los mecanismos responsables

de la diseminación de ideas u objetos sean unilaterales o unidireccionales, tan1poco

.255

necesariamente impositivos ni de dominación. Así, a pesar de que las sociedades que

participan de una esfera se afectan mutuamente, no renuncian con ello a su propia

identidad (cfr. Megaw y Megaw, 1993:223; véase Renfrew, 1977:92-97,106). '"'

Caldwell percibe que las sociedades hopewellianas tuvieron entonces, como

fundan1ento unificador, la expresión de ciertas prácticas rituales, sin que el compartir

una esencia significativa en ese ámbito resultara en el abandono o la transformación de

actitudes cotidianas preexistentes (específican1ente domésticas o 'seculares'), que

fueron el sello de la diferenciación regional (1962:1-2; 1964:137-138). Esto es viable a

partir de 'líneas rituales y simbólicas' operando en la estructuración de lazos

intersociales, como se mencionó páginas atrás, y es algo que se percibe entre las

sociedades mesoamericanas que compartieron el esquema significativo común que

considero implícito en la disposición de la mayoría de las figuras de jade, pero que

conservaron tma individualidad en otros aspectos de su cultura.

Sin embargo, como expresan Schortman y Urban, el valor que se asigna a un

objeto puede variar de una sociedad a otra y con el tiempo (1992c:237-238; véase

también Stone-Miller, 1993:31-33; Renfi·ew, 1993:11), de modo que la presencia de un

mismo elemento en diferentes localidades no proclan1a necesariamente concepciones

similares, como tampoco la ausencia de ciertos objetos compartidos descarta por

completo la existencia de ideologías compatibles. Por ello es dificil definir hasta qué

punto la macroesfera de interacción responsable de la diseminación de las placas de

207 En este aspecto, el concepto se asemeja a la idea de "ca-tradición" sugerida en 1948 por Wendell Bennet para el estudio de los Andes Centrales, sobre la que Kubler dice: " [ ... ] implica una continuidad cultural en un área determinada. Incluye a culturas que se consideran integrales, cada una con su propia historia. La ca­tradición se refiere a las relaciones entre estas tradiciones culturales en tiempo y espacio. Este concepto resulta especialmente útil para definir tanto los periodos de aislamiento como los de unificación entre los componentes [ ... ] nos pennite observar a un grupo de culturas [ ... ] sin quitarles ya sea sus propias identidades o el carácter ecuménico que comparten" (Kubler, 1972b: 18). Otras concepciones similares son, por un lado, la propuesta por Robert Redfield (1955) enunciada por el propio Caldwell (1962:4): "[ ... ]un número de 'pequeñas tradiciones' participantes en una 'Gran Tradición'[ ... ]"; y por otro, la perspectiva de Braidwood y Willey con respecto al papel que las relaciones interregionales jugaron en el desarrollo de las civilizaciones: "Cada una tuvo una variedad natural regional considerable al interior del marco de un área mayor. Las regiones estuvieron cercanamente yuxtapuestas. Culturas regionales se desarrollaron en esos asentamientos diversos. En cada área había una intercomunicación e interestimulación regional; esta "simbiosis" como se ha referido a ella Sanders (1957), promovió el crecimiento cultural. Hasta este momento ninguna región ni área específica ejerció dominio sobre otras, a pesar de que se observa, en cada área, la presencia de un estilo artístico multiregional (y una concurrencia de ideología religiosa)'' (Braidwood y Willey, 1962 apud Caldwell, 1964: 140). Por su parte, Schm1man y Urban dicen: " [ ... ] sociedades individuales, o 'culturas', no son viables sino dependientes de las intervenciones de otras sociedades para sobrevivir y reproducirse de generación en generación [ ... ] la forma, estructura, y cambios observados al interior de cualquier sociedad no pueden ser entendidos sin recurrir a esas intervenciones extrarregionales" (1992a:3) .

256

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. jade se corresponde con la Red de Información, y no sólo con la Red de Bienes de

Prestigio, del sistema mundial del Epiclásico (ver nota 206 de este volumen).

Las coincidencias en la integración contextua! de algunas figuras de jade

permiten suponer que en ciertos casos una base simbólica común está presente, pues

aunque algunas de las variaciones locales podrían deberse a cambios temporales o

divergencias conceptuales, la mayoría parecen ser despliegues contemporáneos de una

misma esencia significativa.20' Pero lamentablemente no siempre se reúnen esas

condiciones, por lo que no debe asumirse que todo lugar en el que aparezcan las placas

participó en la misina esfera conceptual (o Red de Información), ya que para algunos

grupos su valor pudo ser principalmente material (Red de Bienes de Prestigio). Del

mismo modo, no puede asegurarse que algunas regiones quedaron excluidas de la Red

de Información, sólo porque en ellas no han aparecido placas de jade (p.e. Zacatecas,

Puebla o Guanajuato). Existe la posibilidad de que esta ausencia se deba al azar de los

hallazgos arqueológicos, pero más bien habría que cuestionarse si algunas sociedades

simplemente no adoptaron (o no pudieron obtener) jades figurativos, y si aún así

pudieron haber participado de la misma esfera conceptual, empleando elementos

distintos pero de función o simbolismo equivalentes. Determinarlo requeriría de un

estudio mucho más profundo que éste.

Distinguir la disparidad entre una Red de Infmmación y una Red de Bienes de

Prestigio no es fácil, sobre todo cuando se cuenta sólo con evidencia arqueológica, ya

que por lo general están estrechamente vinculadas y sus indicadores suelen coincidir,

superponerse o mezclarse en el espacio geográfico (Chase-Dunn y Hall, 1997a:67),

razón por la que no resulta claro en qué casos una ha rebasado, o no, a la otra. La

distinción se complica cuando el alcance de alguna de ellas (o de ambas) no sigue una

lógica espacial, es decir, si ocuJTe de acuerdo con una compatibilidad ideológica o

grado de complejidad de los participantes en las redes. De este modo, un sistema

distributivo de objetos puede ser tan1bién un conductor eficaz de información entre

sociedades de carácter semejante, y volverse únicamente un abastecedor de objetos

potencialmente 'reinterpretables' entre grupos con un carácter diferente, dentro de un

mismo espacio geográfico.

Entonces, en principio se podría sugerir que las placas de jade son uno de los

indicadores de la existencia de una Red de Información en el sistema mundial del

:ws Coincido con Zeitlin cuando sugiere que existen" [ ... ] significados análogos derivados ya sea de un concepto con amplias bases pan-mesoamericanas, o un entendimiento compartido entre contemporáneos culturales interactuando" ( 1993: 13 7).

257

Epiclásico, si se incluye a los grupos que dispusieron contextos análogos, pero no

podría asegurarse lo mismo de los lugares en los que las placas se encontraron aisladas,

en contextos alterados, secundarios, o posteriores al Epiclásico. Mucho más insegura es

la inclusión de aquellos lugares en los que se ha recuperado alguno de los objetos que se

presentan en las oJJ-endas (como las vasijas de tecali, la turquesa o las conchas) pero

ningún otro. Estos lugares pudieron estar vinculados por una Red de Bienes de

Prestigio, pero no necesariamente accedieron a la misma Red de Información."" Sin

embargo, creo que la macroesfera de interacción conceptual (o la Red de Infom1ación

del sistema mundial del Epiclásico) involucró a muchas más regiones o sitios que los

propuestos, precisamente porque la dispersión que atañe a las ofrendas análogas fue

simbólica y no exclusivamente materiaL Me es dificil pensar que los estrechos canales

de comunicación e intercambio informativo que se requieren para conservar y transmitir

una percepción simbólica, ocurriesen salvando obstáculos de discontinuidad geográfica

y social considerable. Pero ... determinarlo requeriría de un estudio mucho más profundo

que éste.

Concebir a una gama de sistemas sociales como pertenecientes a esta

macroesfera de interacción, no homogeneíza el tipo de relaciones que se dieron entre

ellos. De hecho, esas relaciones tienden más bien a ser asimétricas:

"Es claro que la intensidad de las interacciones no es completamente uniforme en toda una red, ni en algún punto en el tiempo. La naturaleza del involucramiento de una sociedad en un sistema de interacción tiende a variar, lo mismo que los efectos de esos contactos. Adicionalmente, no hay necesidad de asumir que el significado de las interacciones se correlaciona simplemente con la distancia que separa a las unidades" (Schortman y Urban, 1992c:238; véase también Renfrew, 1977:92-97, 106).

Tan1poco la denominación de esta macroesfera pretende demarcar un espacio

geográfico cubierto de manera regular. La 'esfera de interacción' (o las Redes de Bienes

de Prestigio e Información) no pertenece al orden de la tenitorialidad, aunque puede

:;og Tratándose de Redes de Bienes de Prestigio, la distribución de los diversos objetos y rasgos involucrados no siempre coincide (Chase-Dunn y Hall, 1997b:21-22; 1999: 11). Un ejemplo de esto se vio en el capítulo 2, al hablar de la significativa pero parcial coincidencia de los rasgos que Ringle et al. correlacionan (ver págs. 100-1 O 1 ). Otro ejemplo son las pipas de barro, relativamente circunscritas al sector norte de Mesoamérica, pero que en él coinciden con la distribución de otros bienes de prestigio que tuvieron un alcance geográfico mayor. Chase Dunn y Hall a su vez ejemplifican esta disparidad con lo observado por 1-lughes (1994) en el Oeste Americano: " [ ... ]dos cuevas en la Gran Cuenca del Oeste, que se encuentran muy cerca entre sí, formaron parte de diferentes redes de intercambio de obsidiana, pero estuvieron ligadas en la misma red de intercambio de concha. Esto nos previene de asumir que todos los tipos de objetos de intercambio encajan en redes que tienen las mismas características espaciales" ( Chase-Dunn y Hall, 1997b:21-22).

258

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ocasionalmente coincidir con él. Como ya se dijo, la base de' la participación suele

encontrarse en el nivel de complejidad social.

Un buen ejemplo lo proporciona Helms a propósito de la distribución de madera

negra lustrosa en lo que se había denominado el "Área Cultural Caribeña". En esta

región se generalizó el uso de dicho material, pero únicamente entre las sociedades ya

jerarquizadas se fabricaron piezas de cierto tipo, con una finalidad y empleo

coincidentes. En el mismo tenitorio las sociedades tribales usaron la madera negra

escasamente y para la elaboración de objetos muy distintos, como adornos personales.

Basándose en esta distinción, Helms propone como más adecuada la definición de una

"Esfera de Interacción Caribeña" que involucra: "La distribución de dichos marcadores

distintivos de elite [entre] un grupo de sociedades jerarquizadas en alguna medida

interactivas [ ... ] cuyas elites presumiblemente compartieron un entendimiento común

Y la aceptación de un simbolismo político-ideológico [ ... ]" (1986:36). Una concepción

similar se desprende del trabajo de Kent Flannery a propósito de la dispersión del arte

Olmeca (1968: 106-1 08), cuya manifestación sería:

" [ ... ] más fuerte en aquellas áreas que ya entonces estaban más desarrolladas, y que ya entonces tenían sistemas de estatus donde los conceptos olmecas pudieron encajar de manera provechosa [ ... ] De no haber sido así, probablemente no habrían obtenido tanto de su contacto con los olmecas, como lo hicieron" (Flannery, 1968:1 07).

Sobre el mismo fenómeno Timothy Em·le puntualiza años más tm·de:

"El uso diferencial de iconografía olmeca al exterior de la región de la Costa del Golfo podría estm· reflejando los diferentes niveles de complejidad social en la región. Donde se habían desmTollado cacicazgos, el estilo olmeca fue adoptado pm·a enJJ-entar necesidades políticas existentes de legitimación de una organizacwn estratigráfica y políticmnente centralizada. [ ... ] Independientemente de la distancia desde la Costa del Golfo, las áreas sin conexiones olmecas fueron áreas sin cacicazgos establecidos" (1990: 81 ).

Finalmente, y desde la perspectiva y análisis del funcionmniento de sistemas

distributivos o de intercmnbio en Mesoamérica, Malcom Webb concluye:

" [ ... ] la civil·ización mesoan1ericana fue formándose, se mantuvo en movimiento, y se integró, en momentos críticos, por patrones evolutivos de intercambio, un proceso que se sabe operó en todas pm1es del mundo generalmente entre personas de un nivel cultural semejante" (1978:168).

~59

En lo que concierne a la obtención o reproducción, adopción y adaptación de las

placas de jade, es lo más lógico pensar que quienes compartieron las bases de una

concepción ideológica similar y tuvieron a su cargo su expresión ritual; quienes

tuvieron acceso a los mismos objetos e interpretaron también de un modo comparable la

función de uno de ellos (como pertinente de esa expresión ideológica), empleándolo de

forma análoga (incluyendo cierto provecho político, como se vio en el capítulo 2 );

fueron también, en algún otro sentido, semejantes.

No quiero decir con esto que sitios como Sabina Grande o BmTio de la Cruz en

el Centro Norte, y Xochicalco o Chichén Itza en el centro y sur de Mesoamérica, fueron

iguales. Existe, sin embargo, cier1a coincidencia en el papel que todos ellos

desempeñaron al interior de sus propios sistemas. Posiblemente en tan1año o

complejidad arquitectónica, aquellos centros ceremoniales epiclásicos del sur de

Querétm·o y oeste de Hidalgo sean apenas comparables con los sitios más pequeños de

Morelos o Yucatán, pero estos últimos no alcanzaron jan1ás la preeminencia

sociopolítica de los primeros en su propia región. Así, el proceso involucrm·ía no a

sociedades en abstracto, sino a sectores de esas sociedades cuyos desempeños fueron de

algún modo equivalentes.

Quizás pm·ece excesivo que conciba por lo menos a tres cum·tas pm1es de

Mesomnérica, en un lapso específico, pm·ticipando de una misma dinámica ritual, pero

reiterando lo expuesto no pretendo que esa dinámica involucró de manera homogénea

ni continua a todos los grupos sociales asentados al interior de ese vasto territorio.

Tampoco que las 'necesidades' de los involucrados fueron las mismas, ni que se

hicieron extensivas a todos los sectores de una misma sociedad.

Se debe especificm· que aún hablando de unidades que representan sistemas

sociales a cierta escala, sólo unos cuantos miembros de esas unidades ciertm11ente

pm·ticipan, de manera activa, en los procesos de interacción:

"Gente, no sociedades, interactúan, intercmnbian bienes, adoptan o rechazan ideas. A la vez que reconocemos redes de interacción como enlazando grupos tenitoriales (sociedades), debemos tener presente que sólo segmentos de esas poblaciones estuvieron verdaderamente en contacto entre sí [ ... ] " (Schortman y Urban, 1992c:237, véase tm11bién Megaw y Megaw, 1993:228; Winter, 1998: 154).

¿Quiénes son entonces esos par1icipantes activos? Como expresan tmnbién

Schortman y Urban, "La fi·acción social que con mayor posibilidad estuvo involucrada

260

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en estas transacciones fue la elite local y sus agentes [ ... ]" (id e m, véase también

Flannery, 1968:106; Renfrew, 1986: 15; Stark, 1986 apud Spence, 2000:256; Smith y

Schorhnan, 1989:373; Jiménez Betts, 1992:194-195).

En la medida que se reduce la escala de análisis, desde un nivel macro hasta uno

regional (como se vio en el capítulo anterior), las relaciones suelen involucrar a un

mayor número y diversidad de individuos, y a un mayor número y diversidad de

elementos materiales (incluyendo los de carácter doméstico, p.e. la cerámica) y

conceptuales (p.e. patrones de asentamiento o ciertas conductas rituales); pero la

interacción a niveles intetmedios y mayores ocurre principalmente entre las elites de las

unidades sociopolíticas, las cuales sostienen entre sí un carácter análogo con respecto al

papel que juegan en sus propios grupos y hacia el exterior.

¿Puede darse también una coincidencia en lo que las distintas elites persiguen,

que derive de la coincidencia en el papel que desempeñan?. ¿Cuál es la esencia que

subyace a esta relación, y cuál la conveniencia para una elite local de engancharse a una

red regional, intenegional y macrorregional con sus pares?.

Que un sistema distributivo y de interacción llegue a ser tan extenso es una

evidencia de que el beneficio para los involucrados también es an1plio (Flmmery,

1968:1 07), lo mism,o que las posibilidades de engm1charse a la red por parte de

sociedades diversas. Se ha mencionado que en los sistemas multicéntricos esa aparente

ventaja tan1bién genera una creciente interdependencia. Esto se debe, en gran medida, a

que las relaciones basadas en el intercambio de bienes de prestigio suelen establecer

obligaciones recíprocas (Flannery, ibíd.: 1 05; cfr. también Graciano, 1975 apud

Schneider, 1991 [ 1977] :53; Helms, 1979:60, 66).

El equilibrio en el acceso a objetos e información es sólo apm·ente, ya que

algunos grupos cuentlli1 con mayores posibilidades de enganchm·se directan1ente a, o

asumir cierto control sobre su flujo (cfr. I-Ielms, 1979:34). En ese sentido, la conexión

de algunas sociedades a la red está en mucho condicionada al apoyo e intervención de

otras con mejor postura, lo que implica cierto grado de subordinación (Helms, ibid.:77).

Las elites en 'desventaja' asumen la serie de 'obligaciones' implícitas, dado su interés

por mm1tener aquel contacto que hace posible la obtención de bienes que les permiten

sostener y alimentar sus privilegios en casa (cfr. Helms, idem). A su vez, las elites con

mejor postura apoyan a las demás porque el aumento en el número de subordinados o

"aliados" les sirve para consolidm· y amplim· su propio poder (cfr. Sclmeider,

1991 [1977] :53, 55; Smith y Schortman, 1989:371; Schortman y Urban, 1992b:l54).

261

Sin embargo, como dicha subordinación o ali=a no está gm·antizada, los grupos mejor

ubicados se esmeran en satisfacer las necesidades de los otros, lo que se logra

conservando intactas sus propias posibilidades de acceso a las redes más amplias ( cfi·.

Webb, 1974:368; Helms, 1979:35-36; Chase-Dunn y Hall, 1997a:68); frecuentemente,

pm·a ello se requiere del apoyo e intervención de elites en otros ptmtos de la red,

generándose un nuevo tejido de obligaciones recíprocas ... y así sucesivamente. Este

patrón se repite a distintas escalas y entre distintos actores a lo largo y ancho del

sistema global, y lo que está en juego es la propia posibilidad de que cada elite sustente

y ejerza su poder local. Por esta razón, la pmiicipación en la construcción y

mantenimiento de las redes no es sólo un aspecto más de las múltiples actividades de un

líder, sino un factor vital pm·a la dinámica sociopolítica de su sociedad (Helms,

1979:35-36; Earle, 1990:81).

Ante el fenómeno descrito, no es de extrañm· que la capacidad de tma elite de

pm·ticipm· en la actividad intercambim·ia sea considerada como homóloga a su capacidad

de liderazgo, es decir, como proporcional a su potencial para asegurm· el bienestm· del

resto de la sociedad (Helms, 1979:3, 20-31, 66, 128; 1992:161); tampoco es dificil

pensm· que, como proponen Flmmery (1968) y Helms (1979), la participación directa y

permanente en la red distributiva constituye en sí misma una nec~sidad para aquellas

elites que buscan sustentar o incrementm· su prestigio; y menos sorprendente es la

existencia y tránsito, multidireccional e incansable, de materiales y símbolos que dejan

constancia de todo ello (cfr. Helms, 1992:161).

Al analizar la distribución del estilo olmeca y materias primas relacionadas, Kent

Flannery propuso que la importancia del tránsito de bienes de lujo o prestigio reside en

el proceso mismo del intercambio (1968: 1 07-108). Una idea similm· expuso Mary

Helms una década más tm·de, sosteniendo que la posibilidad de pm·ticipm· en la

actividad intercambim·ia constituía en sí una henamienta de poder pma las elites de los

cacicazgos panan1eños (1979:67).210

El plm1tean1iento de Flannery surge de una interrogante: si el primordial motivo

de engm1chm·se a una red distributiva de ese tipo fuera exclusivamente surtirse de

2111 A partir de lo que narran las fuentes históricas, Helms percibe que los objetos adquiridos mediante una participación activa en las redes representaban mayor prestigio que aquellos obtenidos de manera secundaria, independientemente del material con el que hubieran sido fabricados ( 1979:68), Ante la insistencia de los conquistadores por indagar cuáles caciques eran más poderosos, para saber quiénes poseían mayor número de ornamentos labrados en oro, los informantes ponían énfasis, no en la cantidad, sino en la forma como cada líder había obtenido los propios. En algunos casos, las elites tuvieron que recurrir al almacenamiento o reuso de bienes heredados para desplegar símbolos de estatus, lo que para Helms puede significar que tenían menos posibilidades de acceso a las redes (ibid. :44, 68).

26:2

Page 143: Tesis Interaccion Interregional. Laura Solar Valverde 2002_OCR

bienes, ¿por qué, una vez obtenidos, buena parte de éstos se extrae 'de circulación?. En

Mesoamérica, una evidencia de ello es el hecho de que muchos bienes de lujo fueron

enterrados (o depositados en lugares inaccesibles) junto con sus dueños o en ofr·endas

votivas, como patie de ceremonias y ritos de diversa índole. Flannery hace alusión a las

ofrendas monumentales de La Venta, para las cuales los olmecas entenaron enormes

cantidades de jade. Ante este fenómeno, el autor considera que lafimción subyacente y

deliberada pudo ser sacm de circulación materiales de otro modo imperecederos,

perpetuando la necesidad de adquirir más (1968:107-108; cfr. también Schortman y

Urban, 1992b:153). Muchos de los bienes de lujo no se consumen, desgastan o pierden,

de tal modo que su acumulación infinita es viable. Lo que Flannery destaca es

importante: si las sociedades simplemente los hubiesen acumulado, tm·de o temprano

aquellos bienes habrían perdido sus cualidades exóticas, el valor derivado de su escasez

y su capacidad distintiva (cfr·. también Helms, 1979:75). Finalmente, la magnitud de la

red -intenegional de objetos de lujo y prestigio habría disminuido o se habría

desvanecido (Flannery, id e m).

Pero el interés por sostener una red de ese cmácter no es simplemente satisfacer

un capricho. V m·ios investigadores han percibido que el funcionamiento de un sistema

basado en la distribución de ese tipo de bienes tiene, además del ideológico, un motor

económico y uno político. De acuerdo con Flannery, pm·a los olmecas la necesidad de

sostener la red de bienes de lujo y prestigio posiblemente radicaba en preservar el

funcionamiento del sistema total, un sistema en el que se había creado una enonne

esfera económica que había logrado englobar a las múltiples esferas menores que

existían previamente (Flannery, 1968:107-108). Creo que en gran medida esta

condición puede proyectm·se al Epiclásico, como intenté exponer al principio de este

capítulo. A diferencia de lo que opinan Ringle, Gallm·eta y Bey sobre la diseminación

de rasgos en el Epiclásico (ver pág. 100 de este volumen), pm·a Flannery la mnplia

dispersión de un estilo no es la causa primaria de la unificación e interacción entre

sociedades, sino un reflejo de que esa unificación e interacción ya existían, en un

sentido económico (1968:108).

Malcom Webb describe algunas de las implicaciones económicas de los sistemas

basados en redes de bienes de lujo y prestigio. Para el autor, la presencia de objetos de

ese tipo en el flujo del intercambio puede jugar un papel importante en asegurar el

abastecimiento y fomentm· la producción interna de otros materiales más utilitm·ios:

163

" [ ... ]la relación entre transacciones económicas y actividades ceremoniales no es simplemente que las primeras son necesmias pm·a obtener los elementos usados en las segundas, sino también que las segundas existen para asegurar que las primeras tengan lugm·" (1974:367).

Adicionalmente, puesto que la demanda de objetos ceremoniales es, en contraste

con la de aquellos de uso más práctico, casi ilimitada, el deseo de tener recursos de

cm·ácter uti1itmio que intercan1bim· por objetos de lujo o prestigio, estimula la

producción de excedentes locales (Webb, id e m).

Dado que en una economía de bienes de prestigio el engancharse a las redes

distributivas condiciona la obtención de productos capaces de ser traducidos a poder

(ver págs. 105-108 de este volumen), y puesto que el éxito en la participación en esas

redes puede considermse equivalente al éxito en la capacidad de un líder para comandm·

a una comunidad y procurm· su bienestar, es comprensible que el intento pennanente de

mantener los vínculos hacia el exterior vaya acompañado de un esfuerzo por fomentar

el desmTollo al interior, que eventualmente pe1mita contar con más recursos y

habilidades pma mejorar la postura propia en el panoran1a del intercan1bio inte!Tegional.

Esto sólo se logra a pmtir de "una reorientación de prioridades hacia la producción y el

intercmnbio" (Blanton y Feinn1an, 1984:678), lo que favorece la especialización y

fomenta el surgimiento o complejización de la organización económica interna.

Si este fenómeno frecuentemente está ligado a la magnitud y demanda del

sistema intercan1biario, no es de extrañm que, considerando los alcances e intensidad de

la red del Epiclásico, un número significativo de pmticipantes haya experimentado de

forma simultánea un crecimiento económico. Nuevamente haciendo una m1alogía con el

sistema multicéntrico descrito por Abu-Lughod:

"La vitalidad económica de estas áreas fue el resultado, por lo menos en pmie, del sistema en el que pm·ticipm·on. Todas estas unidades no sólo estabm1 intercan1biando entre ellas y sosteniendo el tránsito del intercan1bio de otras, sino que habían empezado a reorganizar pm·tes de sus economías internas pm·a satisfacer las exigencias del mercado mundial [ ... ]los resultados de ese periodo efusivo de crecimiento económico están ret1ejados en el incremento en el tmnm1o de las ciudades pmticipantes" (Abu-Lughod, 1989:355-356; los subrayados son míos).

Ante el aumento de participantes en una red intercambim·ia, y el aumento en el

número y diversidad de bienes implicados, es común la apm·ición o complejización de

lugm·es centrales permanentes. Esto deriva de la eficiencia del centralismo en reducir

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los costos de transporte y el número de personas o movimientos involucrades en la

obtención de bienes (Renfrew, 1975:10-12). Aunque ésta es una razón meran1ente

económica para el surgimiento de lugares centrales, lo mismo opera para el intercambio

ideológico, pues en la medida en la que las fuentes de obtención de 'información' se

diversifican y aumentan se vuelve más eficiente ia existencia de un lugar donde se

congregue y también donde se manifieste públicamente (Renfrew, idem ). Dichos

centros de acción económica e ideológica surgen como unidades autónomas de

cohesión regional, que eventualmente se vinculan con unidades equivalentes vecinas

(Renfrew, ibid.: 13 }.

Una especialización miesanal, que pennitiera tanto la concreción de estilos

regionales como la explotación o producción masiva de bienes de prestigio; la

continuidad de industrias específicas pero en mm1os de nuevos responsables; el

surgimiento de lugares centrales donde antes no los había y la fundación o

reestructuración de centros ceremoniales a partir de una inversión de mano de obra

mayor a la de etapas anteriores; son algunos de los indicadores de que la organización

económica interna de muchas sociedades mesoamericanas se había complejizado

durante el Epiclásico. Pero la economía no es lo único que alimenta a los sistemas

basados en redes de bienes de prestigio. Todo lo expuesto propicia el surgimiento (o

reafirmación, dependiendo del caso) de estructuras sociales con múltiples

especialidades, detrás de las cuales debió operm· eficazmente un liderazgo igualmente

organizado. Esto conduce a otro aspecto del apogeo conjunto de regiones y sitios

durante la época, que radica en el incremento simultáneo de su grado de jerm·quización

política.

Congmente con el carácter indiferenciado, o incipientemente diferenciado, de las

instituciones en los cacicazgos complejos y estados tempranos (Sahalins, 1972 apud

Webb, 1974:368; Earle, 1990:76; ver págs. 57-58 de este volumen), economía e

ideología constituyen medios eficaces para el refuerzo y ejercicio políticos (cfr. Webb,

idem; I-Ielms, 1979:67, 143; Blanton y Feinman, 1984:677; Smith y Schortman, 1989;

Schmiman y Urban, 1992b; Zeitlin, 1993; Drennan, 1998:26; ver págs. 105-108 de este

volumen). Muchos notado que la construcción de sistemas de intercmnbio a larga

distancia y la pmiicipación en redes distributivas de bienes de prestigio a grm1 escala,

son factores que culminan en el desan-ollo o consolidación de formas de estratificación

cada vez niás complejas (cfr. Webb, 1974:372; Renfrew, 1975; 1977; Flannery, 1968;

Smith y Schortmm1, 1989:372; Joyce, 1993:69-71). Una red de interacción

macrorregional puede aun1entar el número de bienes cuyo uso restringido lleva a mm·cm·

265

distancias sociales donde antes eran discretas, y tmnbién puede incrementm· el número

de grupos subordinados o dependientes de otros (elites secundmias ); pero la an1plitud

del sistema especialmente puede permitir el contacto con ideas y modos

organizacionales de sociedades distintas o más desm-rolladas (cfi·. Renfrew, 1975:33).

Del mismo modo que con los sistemas ideológicos (cfr. Renfrew, 1986; Helms,

1992: 161 ), cuando un grupo humm1o entra en contacto con otros existe una tendencia a

la adopción, adaptación, emulación o reproducción de estructuras políticas y

organizativas ajenas, especialmente cuando son más complejas que la propia (Flannery,

1968; Renfi·ew, 1975:32-35; Helms, idem). Esta m1otación es imprescindible pm·a

enfocar aquellos apogeos regionales, múltiples y sincrónicos, que se experimentm·on

durante el Epiclásico, momento en el que los lazos entre unidades autónomas

adquirieron una configuración macrorregional y retroalimentadora, y cum1do es posible

que sociedades con cierto grado de complejidad entrman en contacto con, y fueran

estimuladas por, otras con un mayor nivel de estratificación.

Lo anterior no significa una imposición o difusión masiva de cie1io modelo

organizativo o de gobierno, o cie1ios valores morales, sino que el cmnbio ocurre desde

el interior de cada sociedad como respuesta al estímulo que el contacto representa para

la propia experimentación de posibilidades (Pasztory, 1978:8), lo que favorece can1bios

estructurales internos en cada subsistema (cfr. Renfi·ew, 1975:33):

" [ ... ] el proceso de crecimiento es interno; no representa una enseñm12a a nativos ignorantes por parte de extrm1jeros superiores -aunque algunos símbolos o técnicas de control social específicos pueden transmitirse algunas veces- sino más bien la introducción de nuevos y libres recursos que los líderes locales pueden utilizar pm·a su propio beneficio" (Webb, 1974:376; las negritas son mías).

Es por eso que no todas las sociedades se transfonnan de la misma mm1era ni

con la misma rapidez, aunque hayan sostenido los mismos 'contactos'. La

complejización (o la respuesta al estímulo) OCUlTe con mayor frecuencia entre quienes

se encuentran, ya de por sí, más cerca de dm· el salto cualitativo (cfr. Webb, 1978:166).

Por esta razón, que varias sociedades del Epiclásico hayan tenido la posibilidad

de incrementar su complejidad política es un fenómeno cuyas raíces deben buscarse en

el periodo precedente. Para muchos grupos, las condiciones que posterimmente

facilitarían sus transfonnaciones estructurales se habrían establecido a pmiir de la

existencia de un sistema con la complejidad de Teotihuacan:

:266

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"La habilidad única de los estados para desarrollar niveles mayores• de especialización económica, y de implementar políticas asombrosamente innovadoras, generalmente produce una súbita y explosiva expansión económica, demográfica, social y política [ ... ] . Esto representa a la vez una cns1s y una oportunidad para los vecmos temporalmente menos desanollados" (Webb, 1974:374).

En ocasiones, la interacción con un sistema más desarrollado puede llevar a

algunas sociedades al estancamiento o la 'de-evolución' (Chase-Dunn y Hall, 1999:34),

pero el impacto suele ser positivo, por lo menos durante la fase inicial de contacto:

" [ ... ] desde la amplia perspectiva de la historia mundial, es claro que las oportunidades provistas por las radiaciones de la bonanza económica, desde la zona nuclear de un estado formativo, han sido mucho más significativas que cualquier efecto negativo local" (Webb, ibid.:375).

A pesar de que la cohesión macronegional encabezada por Teotihuacan

constituye la etapa preliminar de un proceso que siglos después derivó en el incremento

en la complejidad de múltiples sociedades mesoamericanas, las "opmitmidades" a las

que se refiere Webb, paradójicamente, pudieron explotarse con mayor ape1iura ante la

desaparición o la disminución de la importancia de aquel centro (ver págs. 131-133 de

este volumen). 211 Es posible que en la medida en la que esa cohesión macronegional

aumentaba y el control sobre ella por parte de Teotihuacan proporcionalmente

disminuía, se gestaran las condiciones para un nuevo balance político que incluyera el

desarrollo, también proporcional, de otros grupos humanos. Este proceso sistémico

arqueológicamente se percibe como la serie de apogeos regionales sincrónicos que

caracterizan al Epiclásico, y que no son otra cosa que la consolidación de la

participación de cada sociedad dentro del sistema mayor, con todo lo que eso estimula

211 Pienso que la magnitud y flexibilidad de las redes de interacción de algún modo están coartadas cuando son presididas por un núcleo. Al parecer, cuando dicho núcleo no existe o se está desvaneciendo, las posibilidades aumentan, estallan y los cambios locales hacia la complejización se experimentan. Por ello, creo que la posibilidad de integración de cada vez más grupos a esa dinámica de desan·ollo, radica precisamente en la ausencia o debilitamiento de "centros". Un auge de las redes de interacción y un incremento conjunto de complejidad entre los participantes, me parecen especialmente viables tratándose de sistemas multicéntricos (como es el caso del Epiclásico), pues en ellos se entra en contacto con mayor diversidad de ideas, valores e innovaciones tecnológicas (cfr. Renfrew, 1975:33). El estímulo al crecimiento individual a partir de la participación en redes a gran escala, tiende a acelerarse en momentos en los que es viable establecer lazos potencialmente en cualquier dirección. Mientras la producción y consumo de bienes (y las redes por las que transitan), siguen un eje conductor (y por lo tanto limitado) con los estados centrales, en su ausencia las expectativas, posibilidades y búsquedas se abren. Por ese motivo, el flujo de infonnación y la diversidad y cantidad de materiales moviéndose, resulta ser mayor cuando los nudos que construyen la red son sociopolíticamente pares.

267

en su interior: mayor organización económica, mayor jerarquizacwn, mayor

complejidad política, fortalecimiento y enriquecimiento de sistemas ideológicos,

etcétera.

El incremento conjunto de complejidad por parte de varias sociedades hacia la

segunda mitad del periodo Clásico, habría ido designando paulatinamente a los actores

que, durante los siguientes tres siglos, interactuaron como unidades sociopolíticas pares.

Interacción entre Unidades Equipolentes

Para enfocar algunas de las modalidades y mecanismos que pueden operar en la

integración de redes en sistemas multicéntricos, es de gran utilidad el modelo de

"Interacción entre Unidades Equipolentes" (Peer Polity Interaction) propuesto por

Renfrew (1986; véase también Jiménez Betts, 1992:192-193; Jiménez Betts y Darling,

ibid.: 19).

En el nombre con el que Renfrew bautizó a su modelo, está implícito que las

unidades en juego son autónomas políticamente pero de ningtm modo están aisladas

(cfr. Renfrew, ibid.:1-2,4; Jiménez Betts, idem), y representan entre sí y ante sus

propios sistemas un papel análogo (cfr. Renfrew, 1986:4):

"La interacción entre unidades equipolentes designa la gama completa de inter-can1bios ocurriendo (incluyendo la imitación y la emulación, la competencia, la guerra y el intercambio de bienes materiales y de información) entre unidades sociopolíticas autónomas (i.e. auto-gobernables y en ese sentido políticamente independientes) que se localizan a un lado o cerca unas de otras, al interior de una región geográfica particular, o en algLmos casos en una extensión mayor" (Renfrew, ibid.:1).212

La interacción entre unidades sociopolíticas autónomas ocune de diferentes

modos y adquiere diferentes formas. La más obvia se percibe en el aspecto material,

cuando sociedades vinculadas comparten una serie de elementos comunes. Estas

"homologías estructurales", como las llama el autor, son la consecuencia de los

:m Aunque este modelo surge principalmente de la inquietud por explicar el comportamiento de cacicazgos complejos y estados tempranos, el autor es puntual al especificar que su aplicabilidad no se limita a ellos: " [ ... ] el ténnino 'polity' en este contexto no pretende sugerir una escala específica de organización o grado de complejidad, simplemente designar una unidad sociopolítica autónoma" (Renfrew, 1986:2). En el caso específico de los estados tempranos nos dice: " [ ... ] es posible identificar en una región dada varios centros políticos autónomos que, por lo menos inicialmente, no pertenecen a una sola jurisdicción unificada [ ... ] " (ibid.: 1). Estas unidades, en el momento de su independencia, son los peer polities, siendo frecuente que alguna de ellas eventualmente busque y logre imponerse políticamente sobre las otras (ibic/.:2). Otra característica importante de estas unidades sociopoliticas es que no tienen que estar forzosamente basadas o definidas territorialmente, aunque casi en todos los casos sí existe un comportamiento territorial (ibid,.,:4).

2(i8

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,, 1'

J

vínculos establecidos (ibid.:4). Entre las homologías estruCtmales que•·Renfrew

menciona se cuentan los rasgos arquitectónicos, sistemas conceptuales y de

comunicación de infom1ación, conjuntos de artefactos que podrían asociarse a un alto

estatus, y costumbres (incluyendo las funerarias) indicativas de prácticas rituales

comunes (1986:7-8).

No es nada excepcional que grupos humanos alejados entre sí y aparentemente

desconectados, compartan rasgos de similitud asombrosa. De hecho, la frecuencia con

la que se repite este fenómeno y la poca profundidad y cobertma con la que se analiza,

han sido los principales sustentos de modelos rígidos de difusión cultural.213 Para

Renfrew, esta tendencia interpretativa surge precisamente de un enfoque bipolar de los

procesos sociales, donde el cambio cultural se observa exclusivamente como endógeno

o exógeno (ibid. :5-6).

Con una visión intermedia, para el autor las homologías estructurales son

simplemente " [ ... ] la expresión material de homologías más profundas en la

organización social y el sistema de creencias" y son el producto de interacciones

sostenidas entre las distintas sociedades, muchas veces durante periodos largos de

tiempo (Renfrew, 1986:5; véase también 1975:96).214

De esta estrecha interrelación deriva que los cambios ocurrentes en una unidad

sociopolítica no condicionan pero sí afectan al resto, y frecuentemente sus 'pares de

interacción' experimentan similares transformaciones, ocasionando que diferentes

comunidades se desarrollen simultáneamente y sus homologías estructurales se

desarrollen con ellas (cfr. Renli'ew, 1986:5, 7-8). Esta interacción sistémica es a la que

Caldwell se refiere cuando habla de algunas sociedades que "tienden a can1biar en

concierto" (1964: 135), Jiménez Betts al mencionar regiones "transformándose

213 Percibir la adición de un esquema extranjero desde una limitada perspectiva local, ha motivado la concepción de 'imperios', 'estados expansionistas', 'migraciones masivas' e 'intercambios directos', como únicos responsables. En el caso de Mesoamérica esto es especialmente delicado, porque los vacíos de infonnación arqueológica abarcan enormes espacios geográficos y temporales. Como reseñan Schortman y Urban, los vacíos informativos son el principal obstáculo para los estudios sobre interacción, ya que su base es la identificación de continuidades/discontinuidades, similitudes/diferencias entre rasgos compartidos por sociedades (1992c:236-237). Ésta es la debilidad principal de, por ejemplo, los modelos interpretativos que se emplearon a mediados del siglo pasado para explicar la dinámica de la frontera norte mesoamericana, como se analizó en el capítulo anterior.

21 '1 Joyce Marcus interpreta de esta fonna las similitudes entre las culturas mixteca y zapoteca: " [ ... ] muchas de

ellas son el resultado de una ancestralidad común o de una interacción cercana, más que de haber atravesado por similares estados evolutivos generales" (1983e:360); y sobre el comportamiento de las PCL durante el Clásico Tardio, Judith Zeitlin comenta: " [ ... ] las interacciones entre unidades sociopolíticas no estaban basadas en principios de dominación y subordinación, [y] los paralelismos culturales observados no pueden atribuirse a Iimitantes ambientales o a herencia étnica compartida" (Zeitlin, 1993:136).

269

conjuntamente" (1998:300), y que Schortman y Urban explican como "redes

hipercoherentes de interdependencia" que "enredan a las elites y las unidades políticas

que representan", produciendo un efecto "coevolucionario" ( 1992c:240, para

descripciones de fenómenos semejantes véase Webb, 1974:374-376; Renfrew, 1975:32-

35; 1977:109-110; Abu-Lughod, 1989:358-359; Chase-Dunn y Hall, 1997a; Drennan,

1998:24). Es también el proceso propiciatorio del coincidente auge de varios sitios y

regiones durante el Epiclásico, a partir de la participación activa de sus elites en redes

de interacción entranmdas.

Las homologías estructurales más profundas y las interacciones más cercanas (y

tal vez directas) entre unidades sociopolíticas pares, pueden esquematizarse de una

forma que Renfrew denominó Early State Module (ESM) (1975:13-21; 1977:102-103;

1986:2). En esta modelización existe una congruencia territorial en el ámbito de acción

de las unidades, siendo los núcleos de cada una de ellas entre los que se establecen los

canales más estrechos de comunicación. Para el caso de Mesoamérica, un orden de este

tipo puede observarse en regiones donde el modelo de interacción entre tmidades

equipolentes ha sido oportunamente aplicado, como la maya (cfr. Sabloff, 1986;

Demarest, 1992 apud Cameiro, 1992:184-188), el Norte de México (cfr. Jiménez Betts,

1992; Jiménez Betts y Darling, 1992; 2000) y la Costa de Oaxaca (cfr. Zeitlin, 1993).

Tal vez cabría esperar que cada una de las esferas que fueron expuestas en el capítulo

anterior, que participaron en la Red Septentrional del Altiplano, mostrara una estructura

similar.

El escenario Epiclásico en general parece haber favorecido una construcción de

este tipo a lo largo y ancho del territorio mesoamericano, por ser un momento en el que

centros hasta entonces prominentes disminuyeron en magnitud e importancia, al tiempo

que otros, hasta entonces secundarios, incrementaron su complejidad (ver págs. 123-

128, 131-133, 202, 241-244 y 248-250 de este volumen). Como se vio páginas atrás,

este equilibrio momentáneo en la balanza sociopolítica, a la vez que genera autonomía,

conlleva una interdependencia económica e ideológica expresada en el deseo de

pertenencia a un sistema mayor.

Los sistemas que las unidades equipolentes construyen no existen aislados (y

esto concierne a la distribución de los diversos bienes de prestigio del Epiclásico ), sino

que coexisten con sistemas similares vecinos, muchas veces traslapándose:

" [ ... ] es muy probable que la interacción que estamos observando dentro de la Esfera Septentrional derive en gran parte de la intensa interacción entre

270

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las elites de las unidades equipolentes. Y si contemplamos el área de traslape para El Bajío, es muy factible que esta esfera de interacción entre elites estuviera vinculada a otras más alejadas" (Jiménez Betts, 1992:194-195).

Hablando de conexiones entre el Centro d~ México, la Costa del Golfo Y el Área

Maya durante el Epiclásico, Malcom Webb comenta:

"Probablemente es significativo que esta zona de intercontactos se caracterice por semejanzas bastante numerosas [menciona las arquitectónicas, escultóricas, iconográficas y cerámicas l conectando áreas vecinas, más que por la extensión dispersan1ente difundida de .un número reducido de objetos relevantes desde escasos centros dommantes. El resultado es una especie de cadena de superposiciones [ ... ]" (1978:161).

Estos traslapes o superposiciones son la razón principal por la que no pueden

determinarse límites precisos entre regiones (Renfrew, 1977; Chase-Durm Y Hall,

l997a: 15), entre unidades interregionales como los 'módulos' de Renfrew ("las

interacciones, notablemente el intercambio, pueden empañar las fronteras de los grupos

sociales al atravesarlas" [ 1977:1 05] ) e incluso entre sistemas mundiales (" [ ... ] cuando

estan10s considerando interacciones en cadena, en las que 1111 grupo interactúa

principalmente con sus vecinos inmediatos y tiene pocas interacciones directas a larga

distancia, no encontraremos las fronteras de los sistemas mundiales" [ Chase-Dunn Y

Hall, 1997a:20] ); pero también son lo que deriva en coincidencias a gran escala, sin

que rasgos compm1idos entre grupos distantes impliquen contactos directos o

unidireccionales."' Pm·a Renfrew, la iteración del ESM constituye lo que en muchos

casos se ha denominado "civilización" (1975:13; 1986:2; ¿p.e. Mesoan1érica?) Y quizás

también lo que se entiende por 'cultura' en un sentido amplio.'16

Es posible que un

fenómeno semejante opere en la conformación de sistemas mundiales.

215 Como se percibe en un comentario del arquitecto Marquina: "La extensión de esa cultura arcaica del Golfo, que pudiéramos llamar pre-Maya 0 proto-Maya, hasta Oaxaca y a lo largo del río Usumacinta hasta llegar a Centro América, hace que dichas ideas fundamentales se exttendan por toda~ partes, por laque [ ... l no es de extrañar que, sin que haya habido contacto directo entre dos pueblos y aun cuando esten en lugares muy alejados entre sí, puedan encontrarse sin embargo elementos comunes, de un modo aparentemente inexplicable" (1941: 138). . . . . . . .

210 Renfrew llama especial atención al riesgo de equivaler la diStnbucton espactal de ciertos rasgos u objet~s arqueológicos con Ja extensión de una cultura o un sistema ~acial,_ y nuevamente resalta que es la ~nter_accton entre unidades sociopoliticas Jo que da lugar a estas uniformidades, donde se establece algun tipo de "afiliación" sin que exista una pérdida de autonomía, pero además donde_las relact.~nes no oct.trren ~e manera homogénea ni con la misma intensidad entre todos los componentes, m en funcwn de la d1stancm que los separa (1977:92-97, 106).

271

Creo que es por esta vía de superposiciones que las placas de jade y su

significado o función pudieron dispersarse por el territorio mesoamericano, en un

proceso que visto a gran escala nos mostraría la existencia de sistemas regionales

participando intensamente en las dinámicas locales y construyendo simultáneamente

una dinámica macrorregional.

En Mesoamérica se sabe que la decadencia del sistema teotihuacano está

íntimamente relacionada con el apogeo de otros sistemas en otras regiones, y que una de

las causas principales de este apogeo múltiple pudo ser la descentralización y

transferencia de poderes económicos, políticos y quizás de innovación ritual y

simbólica (cfi·. Pasztory, 1978; .Timénez Betts, 1989:35). Se desconoce hasta qué punto

están ligados estos procesos y cuáles son las características verdaderan1ente atribuibles

a la reordenación de esa estructura, pero es convincente que el sostener un lugar de

liderazgo en ese án1bito (el Epi clásico) fue un factor que motivó la competencia (cfr.

Pasztory, ibid.:8; Cohodas, 1989). Insisto en que, si bien una de las manifestaciones

fonnales de dicha competencia pudo ser la guerra, que es claramente una forn1a de

interacción (Renfrew, 1986:8; Chase-Dunn y Hall, 1997a:l4), indudablemente no fue la

única. También que una relación hostil entre vecinos, como se tratará a continuación, no

se debe forzosamente a un carácter intrínsecan1ente bélico, sino que puede ligarse con

exigencias en otros ámbitos de la vida social, muchas veces vinculadas con la postura

relativa de las elites de las unidades sociopolíticas en las redes distributivas

interregionales. Por ello, una situación de enfrentamiento entre una sociedad y otra, no

necesariamente es indicador de una relación semejante entre todas.

El ambiente competitivo, que incrementa en la medida en la que se fortalecen las

interacciones, puede adoptar formas variadas dependiendo de las alternativas de cada

sociedad. Aunque es cierto que el intercambio a larga distancia involucra artículos que

por lo general son útiles pero no esenciales (Webb, 1974:366), en los sistemas basados

en redes de bienes de prestigio aquellos objetos originalmente deseables se han

convertido en necesarios (Webb, ibid.:370; Chase-Dunn y Hall, 1997a: 65-67, 76). Por

ello, la pérdida o incapacidad de acceso a ellos pone en riesgo la posición de tma

sociedad en el panorama sociopolítico (cfr. Scm1man y Urban, 1989:376; Chase-Dunn y

Hall, idem ). Por ello también, los grupos componentes de un sistema de ese tipo se

esfuerzan por mantener activa y hacer evidente su participación en las redes

distributivas.

Es viable que la demanda de los jades figurativos, y por ende su amplia

dispersión, resultase primeramente del proceso de "emulación competitiva" descrito por

17~

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Renfrew, en el que: " [ ... ] unidades sociopolíticas vecinas pueden estar'incentivadas,a

dar muestras cada vez mayores de abundaocia o poder, en un esfuerzo por alcanzar un

mayor estatus entre ellas" (1986:8), y en el que poseer ciertos objetos como las placas

de jade, daría constancia de la capacidad de sus acreed?res de participar en redes de

intercambio a gran escala (cfr. Flannery, 1968; Helms, 1979; 1992). Esto podría estar

reflejaodo de maoera general la posesión de objetos importados, y podría derivar, a

partir de su iteración, en la construcción de Redes mundiales de Bienes de Prestigio.

A pesar de que a veces sucede, las limitaotes de cierta sociedad para adquirir

algún bien o participar en tma red específica no siempre derivan en su estancamiento

(Dretman, 1998:32), sino más frecuentemente en su readaptación y en la búsqueda de

alternativas que le permitao cubrir las mismas necesidades por vías distintas (algunas

veces implicando un cambio de asentao1iento [cfr. Ball y Taschek, 1989] ). Entre las

elecciones más obvias se encuentran el engaochamiento a otras redes comerciales, el

establecimiento de alianzas con otros 'pares' de interacción, y la producción interna o a

escala menor de objetos de lujo o prestigio propios, mediante la creatividad o la

imitación (cfr. A bu-Lughod, 1989; Joyce, 1993 y Zeitlin, 1993 para la costa de

Oaxaca en el Clásico; Chase-Dunn y Hall, 1997a:76).

La competencia puede expresarse de muchas maoeras no siempre hostiles,

aunque la guetn es indudablemente una de ellas. Ésta (del mismo modo que la

participación activa o la postura privilegiada en las Redes de Bienes de Prestigio) puede

brindar una oportunidad para afirmar estatus y hacer evidente el poder Y 'eficiencia' de

un líder (Helms, 1979:28, 32, 34). Otro de los modos mediaote los cuales una elite logra

imponerse a otras y logra incrementar el valor de ciertos bienes a partir de perpetuar su

escasez, es monopolizaodo su flujo (Helms, ibid.:75; Chase-Dunn y Hall, 1997a:68).

Aunque no siempre es viable, cuaodo tal bloqueo acune puede ser un factor que

promueva el conflicto. Un aliciente más para desencadenar un enfrentamiento puede ser el intento de

mejorar la postura alcaozada en las redes. Si se considera que duraote el Epiclásico la

guerra fue uno de los mecaoismos para conseguir bienes de lujo o prestigio que insertar

en sistemas político-ideológicos locales, su manifestación y la designación de

contrapartes distan mucho de haber sido aleatorias. Si un enfrentamiento bélico se

desata porque un grupo persigue mejorar su acceso a las redes, la guena no se

declararía contra el productor de los bienes para apropiarse de ellos de maoera directa

(puesto que sostener una industria desarrollada en un lugar lejaoo implicaría un alto

273

costo); ni contra aquél a través del cual se ha podido acceder eficientemente a distancias

considerables de abasto (ya que eso acotaría el radio de flujo de productos y las

posibilidades de acceder a bienes de procedencia cada vez más lejana); o contra aquél

mediante el cual se pudieran insetiar exitosamente los bienes locales en las redes

globales; sino contra grupos cuya postura en las redes de intercambio impidiera o

inhibiera mejorar la propia.

En Mesoamérica, varios de los factores decisivos en el establecimiento de

rivalidades militares pudieron ser similares a los que propone I-Ielms para los

cacicazgos panameños, con base en un aoálisis de las fuentes históricas. En esa región

los enfrentamientos bélicos más frecuentes se daban, curiosamente, entre los cacicazgos

localizados en los puntos más estratégicos de las redes y sus vecinos inmediatos (que

presumiblemente deseabao aquella postura), o entre aquellos que se localizaban más

lejos de esos puntos estratégicos (que presumiblemente competían entre sí por mejorar

su posición) (Helms, 1979:34). Durante el Epiclásico, un ejemplo del primer caso pudo

ser la rivalidad entre sitios como Cacaxtla y Xochicalco; y si se toma en cuenta que la

distancia desde los puntos estratégicos de las redes pudo ser no sólo geográfica, sino

principalmente de potencial para acceder a ella, un ejemplo del segundo caso pudo ser

la rivalidad entre la población remaoente de Teotihuacan y sus vecinos dentro de la

misma Cuenca. Como he subrayado en este trabajo, una sociedad puede establecer una

relación hostil con otra sin ser intrínsecamente militarista."' Es posible que al cambiar

las condiciones la relación entre ellas también se modificara.

Lo anterior sería congruente con el carácter multicéntrico del Epiclásico, en el

que la relación entre las partes fue sistémica pero no homogénea, y ninguna unidad

dominó al resto. Sobre un sistema mundial del mismo carácter, Abu Lughod señala:

" [ ... ] a pesar de que con seguridad hubo rivalidades y un grado no menor de conflicto inten·egional, el patrón general del intercambio involucraba a un número de participantes cuyo poder era relativamente igual. Ningún participaote [ ... ] dominaba al todo, y la mayoría [ ... ] se benefició con la coexistencia y toleraocia mutuas. Los gobernantes individuales buscaban celosamente el control, en términos del intercambio y de los

:!17 Puesto que una postura estratégica en las redes de intercambio no siempre es dependiente de la geografía sino

del esfuerzo y éxito de las elites, existen regiones donde los grupos tuvieron una capacidad medioambiental común y sus líderes debieron competir constantemente entre si para mejorar su postura. Un ejemplo de esto puede ser el de los mayas. Sin embargo, aunque vista 'en paquete' el Área Maya aparenta ser 'intrínsecamente' militarista, los conflictos no se dieron entre todos los grupos ni durante toda su historia. La designación de contrapartes tuvo variaciones considerables a lo largo de los siglos y el espacio (cfr. Marcus, 200 1).

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J

"intercambiarías extranjeros" en sus propios pne11os y centt:os tierra adehtro, pero la ambición de dominar al sistema completo parece haber estado más allá de sus necesidades y aspiraciones (y probablemente capacidades)" (1989:362).

. Además de la emulación competitiva y la guerra, es posible que entre las

unidades equipolentes del Epiclásico operase paralelamente otra fmma de interacción

(esta vez no esencialmente competitiva), bautizada por Renfrew como "arrastre

simbólico":

"Este proceso implica la tendencia de un sistema simbólico desmTollado a ser adoptado cuando entra en contacto con uno menos desmTollado, sin representm· un conflicto notable. Por alguna razón, un sistema simbólico bien desmTollado lleva con él un aplomo y prestigio que un sistema menos desmTollado y menos elaborado no compm·te" (idem; véase también Helms, 1979; 1992).

Esto conduce al enfoque más relevante del esquema renfrewiano, donde el

énfasis se sitúa, no en el intercan1bio material, sino en el intercambio de información, es

decir, en el proceso de comunicación. Este fenómeno podría ser, a pm1ir de su iteración,

una de las causas de la construcción de Redes mundiales de Información.

El 'eclecticismo' epiclásico: una expresión del cruce de redes interregionales de

información y prestigio.

Como se ha visto, al analizm· redes distributivas se considera por un lado un

intercambio donde las relaciones establecidas tienen un fundmnento económico, y por

otro un intercan1bio donde las relaciones establecidas tienen un fundamento político e

ideológico. La distinción es complicada tt·atándose del flujo de infmmación que

subyace a estas interacciones, puesto que, mientras el intercambio informativo pudo

sostener o fm1alecer el carácter y los beneficios de las redes comerciales ( cfi·. Flannet-y,

1968; Webb, 1974; Renfi·ew, 1975; ver págs. 262-264 de este volumen), la constt·ucción

de redes comerciales y su mantenimiento pudo derivm· de la necesidad misma de la

comunicación (di". Helms, 1979; 1992; Schm1mlli1 y Urban, 1992b; Zeitlin, 1993:136).

En realidad, es más factible que se diera una compleja combinación de todos estos

aspectos. Los objetos son el testimonio de vínculos entre sistemas sociales, pero su

propio cm·ácter es incapaz de ilustrm· la intencionalidad que permea su tránsito.

El problema comienza cuando los modelos económicos no son suficientes pm·a

explicar muchas de las transmisiones que ocurren pm·alelas a la distribución de objetos,

275

sean éstos de carácter doméstico o ritual (Zeitlin, idem; Dretman, 1998:28). Aunque

también ocurre que un aumento en el flujo de materiales intercambiados puede

fomentar transformaciones estructurales (Renfrew, 1986:10; véase también Flannery,

1968:102-105; Webb, 1974:367, 374-376; Zeitlin, ídem), el intercambio de objetosper

se no explica, por ejemplo, cómo es que se construye y mantiene lo que Arthur Joyce

denomina "identidades compm1idas" entre miembros (principalmente las elites) de

diversos grupos sociales (1993:78) y la consecuente existencia de rasgos generalizados

como los llm11ados 'estilos horizonte', las 'homologías estructurales' o los "sistemas

simbólicos influyentes que pm·ecen operm· sobre extensas áreas" (Renfrew y Chen-y,

1986:viii; véase Zeitlin, 1993: 136). Tampoco explica cómo es que ciertos objetos son

capaces de conducir con ellos un mensaje específico, que no es intrínseco sino

interpretativo (como el de las figuras de jade), y no es suficiente para entender cómo es

posible que en varias regiones se expresen símbolos o valores similares a partir de

materiales locales (cfr. Dretman, 1998:26), que en el más sencillo de los casos imitan

objetos extranjeros, pero que frecuentemente son asimilaciones de conceptos (o

conceptos reestructurados) que se traducen a versiones propias, como ocurre en el

proceso innovador (y nuevamente en la producción de los jades).

Es el flt~jo abundante de información, factible sólo si opera una estrecha

comunicación, el mecanismo responsable:

" [ ... ] el 'bien' más importante moviéndose entre pares en interacción pudo ser la información y no algo tm1gible. [ ... ] algunas similitudes se explicm1 como resultantes de procesos de transferencia de información alentm1do la emulación estilística [ ... ] . Compartir una identidad, a partir de abrazm· asunciones, valores y creencias comtmes, origina ligaduras que estimulan la comunicación entre gente que en otras circunstancias estaría aislada entre sí, de no existir dichos lazos [ ... ] . El mm1tenimiento de estas redes entre elites facilita, pero también requiere, el contacto continuo y el despliegue Y movimiento de símbolos de pertenencia entre los participantes" (Schm1man y Urban, 1992c:236, 240).

Como ya se ha expresado de varias formas, las placas de jade (cuando su uso o

disposición fueron congruentes con un mismo significado o función) son testigo,

precismnente, de ese flujo informativo vinculm1do sectores m1álogos de sociedades

m1álogas, entre los que existió una "identidad compartida" y quienes propiciaron el

"despliegue y movimiento de símbolos" que evidenciaran su afinidad. Como se verá en

breve, no es aquél el único indicador m·queológico de que un flujo abundm1te de

27{j

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información con-ía a través del sistema mundial del Epiclásico. La emhlación de

expresiones ideológicas y sistemas simbólicos ajenos, el desarrollo y fortalecimiento de

los propios, y una complicada integración de ambos, son fenómenos característicos de la época.

El proceso de comunicación y el mantenimiento de una estructura ideológica

común, aunque frecuentemente quedan plasmados en algún medio observable o

tangible, no requieren de Lm níunero elevado de intercambios materiales para llevarse a

cabo, de manera que no siempre la cantidad de objetos distribuidos es proporcional a la

cantidad de información transmitida (Schortman y Urban, 1992c:236; cfr. Nagao,

1989). De hecho, tratándose de relaciones a gran escala, los objetos involucrados suelen

ser cada vez menos, armque con una carga valuable y significativa cada vez mayor (cfr.

Smith y Schmiman, 1989:371). Con frecuencia, el tránsito de conceptos ideológicos se

expresa más abietiamente por medio del estilo. En ese sentido, el 'arrastre simbólico',

que Renfrew sugiere como uno de los principales modos de interacción entre unidades equipolentes, es patiicularmente notorio durante el Epi clásico.

Se pueden encontrar muchas coincidencias entre el pm1oran1a mesoamericano

del Epiclásico y el que Abu-Lughod (1989) describe pm·a el Viejo Mundo durante los

siglos XIII y XIV. Las condiciones históricas y sociales que propiciaron el surgimiento

y vigencia de ambos sistemas también fueron semejantes. Además de una integración

interregional sin precedente y la reestructuración hacia un sistema multicéntrico, Abu­

Lughod percibe un fenómeno que sólo puede entenderse como consecuencia natural de

ese proceso: "En cada región hubo una florescencia cultural y artística. Nunca antes

tantas partes del Viejo Mtmdo habían alcanzado su madurez cultural simultánean1ente" (ibid. :4 ). De modo semejatlte, Pe ter Jiménez señala:

"El Epiclásico correspondió a un periodo de reestructmación sistémica, en el que las periferias y semiperiferias de antaño entraron, casi todas, a un periodo de efervescencia que arqueológicamente se percata, en parte, por el desarrollo patente de vm·ios estilos regionales distintivos" (200 1 ).

A finales del Clásico en Mesoamérica, la comunicación y sincretismo

ideológicos derivm·on en el desmrollo de estilos regionales distintivos con múltiples

traslapes. Por ello, la importación de materiales y la expresión de rasgos iconográficos y

estilísticos de muchas fuentes, ha motivado que se considere a las sociedades del

Epiclásico y primeros años del Postclásico como "eclécticas" (cfr. Webb, 1978:161;

Pasztmy, 1978:16; Wren, 1984:19-20; Berlo, 1989b:23-24, 29-30; Cohodas, 1989:222,

277

224, 226; Nagao, 1989:83; Zeitlin, 1993:131; Florescano, 1995:228; Schmidt,

1999:439; López Austin y López Luján, 2000:42; Me Viker y Palka, 2001: 194).

Para Debra Nagao, ese 'eclecticismo' podría ser la mezcla de tm estilo local con

estilos foráneos considerados superiores o deseables, o ser una expresión de la

diversidad y los alcances de los vínculos de un sitio con otros (1989:99). Estas

concepciones bien podrían complementm·se (cfr. Pasztmy, 1978:20; Cohodas, 1989;

Wren y Schmidt, 1991:223-225; Hitih, 2000:264-266; Me Vicker y Pallca, 2001:194),

pues tanto la diversidad y alcm1ce de los vínculos como la gama de estilos de prestigio

se incrernentm·on durante el Epiclásico. Esto pm·ece haber resultado, como ya se dijo, de

la ausencia de un solo núcleo (o escasos núcleos) de inadiación política, económica e

ideológica:

"En momentos, centros poderosos como Monte Albán y Teotihuacan pudieron haber jugado un papel dominante al definir qué bienes e id~as se consideraban prestigiosas. Sin embargo, at1tes del ascenso y despues del decline de estos centros, las relaciones inten-egionales pm·ecen haberse sostenido entre unidades relativamente equivalentes [ ... ]" (Joyce, 1993:78, véase también Webb, 1978:161; Pasztmy, 1978:20; Cohodas, 1989:224, 227). 218

Marvin Cohodas ha observado que la actitud de adoptm· rasgos propiamente

teotihuacanos en vm·ias regiones mesoatnericanas, se abat1donó simultáneo a la

introducción de rasgos de orígenes múltiples, quizás implicando una reducción en la

valoración de 'lo teotihuacano' como símbolo de prestigio pero no necesariamente la

anulación absoluta de ese sistema, que fue contemporáneo por lo menos con la primera

etapa del fenómeno:

"A pesar de que rasgos epiclásicos están clm·amente presentes en la fase Metepec de Teotihuacan [y] de la evidencia de fechas de Carbono 14, la relación entre estos sitios y Teotihuacan se trata generalmente como secuencial, más que contemporánea [ ... ] una interpretación. derivada n~ ~e las investigaciones m·queológicas en el sitio, sino del refleJO del prestlgto teotihuacano desde el exterior. El viraje artístico de estos sitios al abandonm· la imitación directa de elementos simbólicos y ceránlicos teotihuacanos

218 En palabras de López Austin y López Luján, durante el Epiclásico "Uno de los más impresionantes cambios

ocurrió en el reino del intercambio. El sistema monofocal teotthuacano diO lugar a una .nueva estruct~ta mercantil que conectó numerosos centros de pro~ucc~ón y dist:ibución. ~s.ta imbricación der~t~ó en comple~os lazos panmesoamericanos, capitales cosmopolitas l~dependte~t~s politJ~am~~t~, cu~as elttes c~ompartmn simbo los de estatus y participaban como iguales en el IntercambiO mternacwnal (~000:_3).

278

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prominentes en el periodo contemporáneo con Xolalpan, hacia oha combinación ecléctica [ ... ] , prominente en el periodo contemporáneo con Met~pec, se ha considerado evidencia del decline teotihuacano. [ ... ] Que Teot!huacan pudo en algún momento beneficiarse del crecimiento competitivo de otros centros comerciales tiGne soporte en la evidencia de que esta aparente pérdida de prestigio no estuvo acompañada por una pérdida i1m1ediata de la riqueza y poder teotihuacanos [ ... ] . Pasztory (n.d.a.) ha demostrado que el arte monumental alcanzó tm clímax de innovación y esplendor durante Metepec en Teotihuacan, sugiriendo una continuación en el despliegue de riqueza. [ ... ] El prestigio es una cualidad simbólica e intangible. Teotihuacan bien pudo haber sufi"ido un decline en prestigio a pesar de haber retenido un rango principal" (Cohodas, 1989:224, véase también Pasztory, 1978:15; Diehl, 1989).

Visto así, el incremento en la gama de estilos no representa que el sistema

teotihuacano se había extinguido por completo, sino más bien que el prestigio de otras

sociedades aumentaba, equilibrando de otJ·o modo la balanza sociopolítica. Ésta es una

consecuencia lógica del proceso de reestructmación del sistema céntrico del Clásico

hacia el sistema multicéntrico del Epiclásico:

"En el periodo contemporáneo con Xolalpan, una élite local pudo haber obtenido gran ventaja al proclan1ar sus lazos económicos con Teotihuacan, en aquel momento principal en estatus, dadas su superioridad cultural, económica, y tal vez militar [ ... ] . En contraste, el crecimiento subsecuente y transfmmación de los nodos de interacción teotihuacanos en centros comerciales poderosos y ricos en competencia con el Teotihuacan de Metepec, podría haber incitado a un realineamiento de estas relaciones de estatus. Si sucedía que [ ... ] el prestigio teotihuacano declinaba al mismo tiempo que el prestigio de sus competidores se consideraba en aumento, entonces esos centros podrían ser vistos en términos de una relación simbólica más equitativa con Teotihuacan. Una elite local podría tener entonces mayor ventaja en la opinión pública al usar un arte monumental que proclamara una igualdad de estatus con Teotihuacan y otros centros competitivos [ ... ] . El resultado sería una mezcla de los rasgos característicos de cada centro comercial mayor, incluyendo a Teotihuacan, que es lo que llan1an1os el estilo ecléctico" (Cohodas, 1989:224-225).

Para el caso específico de Chichén Itzá, Wren y Schmidt (1991 :223-225) han

adoptado el modelo con el que Oleg Grabar ( 1978) intenta explicar el desarrollo del arte

islámico. Como se ha mencionado, los contrastes estilísticos y arquitectónicos de la

ciudad maya fueron considerados, hasta fechas recientes, como secuenciales y

279

prácticamente excluyentes (ver nota 10 de este volumen). Actualmente se sabe que lo

'propiamente' maya y lo alóctono (que incluye rasgos toltecas, oaxaqueños y

veracruzanos, entre otros) se traslapan en algún punto en el tiempo, y que ese traslape es

anterior a lo que se creía, ocurriendo por lo menos dmante el Epiclásico (cfr. Parsons

apud Pasztory, 1978: 7, 13; Cohodas, 1989:227-231; Wren y Schmidt, 1991:203-209).

Apoyados en el estudio de Grabar, los autores consideran que la integración de esos

estilos tuvo mucho que ver con la búsqueda de apropiación, por parte de una elite, de

diseños o motivos provenientes de fuentes diversas pero que tuvieran una carga

religiosa, política o social, de modo que su adopción apoyara la expresión de un orden

cosmogónico y a la vez proclamara lazos con otra tradición (ibid.:224).219

En el caso islámico se unieron motivos del "vocabulario artístico" a todo lo

ancho de su esfera de influencia, separando significados y sus formas de acuerdo con

las necesidades de los conceptos islámicos de fe y política. A pesar de la adopción de

elementos preexistentes, el arreglo y composición de éstos se realizó de manera

original, generando una impresión de unicidad. Para Grabar, el éxito del arte islán1ico

dmante sus primeros años consistió en la integración de "fonnas que utilizaban los

mismos motivos externos que otras culturas contemporáneas" y su disposición a partir

de un patrón diferente "capaz de expresar la dinámica interna distintiva de la religión Y

el pensamiento islámico" (apud Wren y Schmidt, ibid.:224). Desde esta perspectiva, la

cultura 'ecléctica' en Chichén Itzá:

" [ ... ]no representó un rechazo consciente a los hábitos y prácticas de las cultmas de las tierras bajas del norte, ni una superimposición intransigente de conceptos mexicanos. Más bien, fue una reformulación de la sociedad maya en concordancia con las presiones económicas, sociales y políticas cambiantes en el Clásico Tenninal" (Wren y Schmidt, idem; las cursivas son mías; véase también Cohodas, 1989:228, 237; Carneiro, 1992:182).

El viraje en la elección de rasgos a adoptar por parte de múltiples sociedades

epi clásicas, pudo derivar de una búsqueda competitiva de preeminencia por parte de las

nuevas unidades sociopolíticas pares: "En la medida en la que otros centros

219 Con seouridad, las diferentes 'combinaciones' estilísticas también reflejan, además de la existencia de un sistema0 de intercambio multidireccional, patrones particulares de alianzas entre unidades sociopolíticas (Pasztory, 1978:20-21; algo semejante sugiere Helms, 1979: 170).

280

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competitivos proclan1aban igualdad con Teotihuacan y entre sí, formardn un estilo

artístico ecléctico" (Cohodas, 1989:237; véase tan1bién Pasztory, 1978:20).220

Que diversos sitios tuvieran la posibilidad de proclamar igualdad con

Teotihuacan a finales del Clásico, es una ~videncia más de que varios grupos

incrementaban su complejidad con respecto al periodo anterior (mientras la de

Teotihuacan disminuía), como también Jo es la propia concreción de un estilo que

podría considerarse 'internacional', que no excluye la existencia de múltiples

expresiones estilísticas locales. Se ha observado que el desanollo de un estilo

internacional es indicador de que aquella línea ritual o ideológica que liga a las elites de

las sociedades jerarquizadas se ha consolidado, dando sustento y legitimación globales

a una clase de elite, con el consecuente encrudecer de la noción y asunción de 'jerarquía

social' en abstracto:

" [ ... ] la creación de estos "estilos internacionales" o "cosmopolitas" ligaba entre sí a los líderes de unidades sociopolíticas independientes a través de amplias regiones, y señalaba a una clase incipiente que gobernaba por predestinación. [ ... ] La adopción generalizada de estilos intenegionales de elite señala un cambio significativo en las relaciones sociales, de un liderazgo local a una elite cosmopolita, creando y legitimando principios de desigualdad [ ... ] " (Earle, 1994 ).

Pero, ¿cómo se traduce a poder y autoridad política el contacto con y la

exhibición de tma ideología panregional?.

Como se expuso secciones atrás, la participación en redes distributivas y de

comunicación a larga distancia conlleva beneficios prácticos, pero entre las sociedades

jerarquizadas el valor político de la adopción de bienes y estilos extranjeros tiene una

fuerte implicación ideológica. Al finalizar el segundo capítulo se mencionó que un

rasgo generalizado entre dichas sociedades es la base ideológica sobre la que las elites

amparan y sustentan su poder. El factor más impmtante de aquella autoridad

sobrenatural atribuida a Jos líderes es su capacidad para conectarse con las fuerzas del

universo que controlan el bienestar de la comunidad, lo que generalmente se logra

mediante la posibilidad de trascender fronteras universales y entablar contacto con

mundos supernaturales (ver págs. 105-107 de este volumen). En esa cualidad se incluye

220 Es interesante recordar que en los valles centrales de Oaxaca los jades figurativos sustituyen a las figuras de piedra verde de estilo teotihuacano que fueron comunes durante el periodo anterior (Caso, !965a:903), y que es~os nuevos elementos de aparente fabricación local, pero que integran rasgos y tradiciones de múltiples ongenes, representan un "renacimiento o reanimación" de la talla del jade en Monte Albán (Caso, idem).

281

el conocimiento, comprensión y maneJO de información sagrada, y el medio para

volverla tangible u observable es su abstracción simbólica. Por ello, evidenciar el

conocimiento de Jo sagrado y manipular objetos cargados con su simbolismo,

constituyen en sí mismos una fuente de poder (cfr. Helms, 1979:128; Earle, 1990:76;

Jiménez Betts, 1992:194-195; Renfrew, 1993:10). ¿Qué tiene esto que ver con la distancia geográfica que une y separa a las

unidades sociopolíticas en una red pamegional?, y ¿por qué la proveniencia lejana,

escasez o exotismo contribuyen a la definición de estilos, objetos y emblemas de

prestigio y estatus?. Mary Helms ha percibido que aquellas fronteras universales que los

líderes deben estar en condición de trascender, además de vincularse con el mtmdo de

Jos dioses encuentran un equivalente en el mundo de los hombres.

El contraste entre lo teneno y Jo supraterrenal frecuentemente combina las

nociones de verticalidad, horizontalidad y temporalidad, de modo que los ten·itorios

distantes geográficamente se consideran más cercanos a los tenitorios distantes

cosmológicamente, situados por encima o por debajo de la tierra (como Jos inframundos

o el cielo), y además pueden asociarse con los orígenes ancestrales y cósmicos (a esto

se debe que los mitos y tradiciones en muchas culturas describan a los lideres y linajes

fundadores como provenientes de otro lugar) (cfr. Helms, 1979: 177-178; 1992):

" [ ... ]puede obtenerse prestigio tanto por tener acceso o contacto con el mundo de los ancestros o las deidades, como por interactuar con diplomáticos recién llegados de regiones distantes; t.m:to al ~iajar ritualmente por trance en la privacidad del templo, como VIaJando a tterras distantes [ ... ] todas estas actividades son esencialmente del mismo orden y pueden usm·se directamente para incrementa~· el poder político [ ... ] (Helms, 1992:160). "La consecuencia lógica es que los contactos con regiones distantes geográficamente suelen considerm·se actividades excepcionales, y a las personas que Jos protagonizan personas excepcionales [ ... ] en contraste con Jos contactos intangibles en el reino espiritual, los contactos con territorios lejm1os pueden dejar "pruebas"en bienes materiales que están cm·gados de poder" (Helms, 1992: 159).

Por ello los bienes y rasgos más codiciados fueron precisamente aquellos que

hacían patente la gran extensión de las redes (a pmtir de sus características únicas Y

provenir lejano), cuya ostentación podía dm· constancia de que sus poseedores tuvieron

la capacidad de pmticipar en las interacciones a mayor escala, y por ende tuvieron

acceso a más fuentes de información esotérica universal para manipulm a las fuerzas

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sobrenaturales de las que la sociedad depende (Smith y Schortman, 1<989:373)."1

Quienes tuvieran acceso a las redes mas amplias tendrían también " [ ... ]más

oportunidades de maximizar sus alcances y contactar lugares y gente distantes [ ... ] "

(Helms, 1979:76), mientras que "Aquellos lí_deres que se quedaran atrás en esta

competencia mostrarían tener menos control sobre los poderes del universo, y por ello

presumiblemente tendrían menos prestigio sociopolítico e influencia sobre gente y

recursos tenenales" (He1ms, 1979: 128).

Dado que establecer y mantener contactos a larga distancia en cietio modo

representa un lazo con los reinos supernaturales distantes, construir y sostener redes de

gran magnitud podrían considerarse como actividades rituales en sí (Helms, 1979:1 09).

Y ya que se considera al conocimiento sobre tienas lejanas y a la información esotérica

como bienes sagrados (Helms, 1979, 77-88, 119-143, 175-179), el sincretismo

estilístico se convierte en un indicador 'visible' de que las elites han podido, y pueden,

-acceder y manipular al conocimiento universal. Esta creencia colectiva, en apariencia

sencilla, es la base que sustenta el poder.

Con base en esta particular ideología de las sociedades jerarquizadas (ver págs.

105-108 de este volumen), el acceso a bienes e ideas derivadas del exterior sopmia el

crecimiento de sus sistemas políticos, no sólo a partir de la obtención de objetos con

una carga simbólica que ayuda a legitimar y sustentar el poder en casa, sino

principalmente al reforzar los lazos intersociales que, a su vez, promueven y realzan

conjuntamente el poder de fracciones sociales (cfr. Helms, 1979; 1992; Schortman y

Urban, 1992c:236; Zeitlin, 1993:137). Como en algún momento se dijo, las elites de las

sociedades jerarquizadas se soportan mutuamente a partir del manejo y control de

conceptos y símbolos compartidos que las ligan entre sí y las distancian de la gente

común. Por ello, una de las 'utilidades' principales de la inmersión de una elite en un

sistema intercambiado es alcanzar una conexión con elites de grupos distintos y cada

vez más lejanos, manteniendo de ese modo abiertos los canales de comunicación

" 1 D d . -- es e esta perspectiva, no extraña que algunos lugares que contaban con ciertas materias primas y habilidad para trabajarlas, aún importaron objetos fabricados con los mismos materiales. Un ejemplo de ello es el hecho de que algunos lugares donde se innovaron o reprodujeron los jades figurativos también se enriquecieron con importaciones (p.e. en un contexto en Oaxaca se recuperó una pieza maya conviviendo con otras de manufactura local [cfr. Caso 1965, fig. 20; Coggins, 1984:70; Zeitlin, 1993:134] y en Campeche se r:porta una pieza que parece de factura zapoteca [Van Winning y Stendahl, 1972, fig. 497] ). Algunas de la~ ultimas pud1eron servtr como modelo de producciones locales, pero la integración contextua! de piezas aloctonas con ptezas locales quizás refleje que a la pieza importada se le ha sumado un valor adicional derivado de esa condición (otro ejemplo podría ser la importación de concha proveniente del Pacífico en sitios cercanos a la Costa del Golfo [cfr. Vargas, 1999] ).

283

mediante los cuales es posible conocer y utilizar aquellos conceptos y símbolos de

legitimación pamegional, que ahora percibimos como estilos internacionales o

eclécticos.

No serán el eclecticismo estilístico del Epiclásico, la extensión de las redes de

intercambio, el incremento conjLmto del grado de jerarquización política y económica

de los grupos, la parcial pero frecuente coincidencia de bienes de procedencia extrema

como la turquesa, los jades figurativos, la concha de ambas costas ... evidencias del

proceso de 'incorporación integradora' que caracteriza a los sistemas mundiales

multicéntricos? ¿No contrasta todo esto con la dispersión y reproducción de rasgos

estilísticos y objetos de prestigio estandarizados durante el Clásico, y la emulación de

esquemas teotihuacanos, que resultaron del proceso de 'incorporación absorbente' que

caracteriza a los sistemas mundiales céntricos?.

Desde el paisaje 'remoto' del Centro Nmie y en la discreción de un sitio como

Sabina Grande, se percibe aquel cambio estructural. ¿No serán entonces, la información

que puede proporcionar cada contexto arqueológico o el análisis de características

particulares de un sitio, suficientes para empezar a pensar en dinámicas globales?.

No es dificil considerar que la red macronegional del Epiclásico pudo acarrear

grandes ventajas para un asentamiento de las características de Sabina. Que su

participación y la recepción de los bienes involucrados no fue fortuita, restringida,

excepcional o secundaria, se hace patente en el hecho de que sus pobladores pudieron

'sacar de circulación' tantos bienes de prestigio de origen lejano, integrándolos en un

mismo contexto. Que compartían conceptos de una ideología panmesoamericana está

implícito en el discurso contextua! que se hizo con éstos. Que sus habitantes reconocían

y legitimaban jerarquías sociales está manifestado en la elaborada práctica ritual que

involucró el entierro de uno de sus miembros (¿uno de sus líderes?). Visto así, valdría la

pena preguntarse si no es necesario replantear algunos esquemas que se tienen de las

sociedades consideradas hasta ahora marginales o periféricas:

"Tampoco las áreas marginales (¿y Occidente?) participaron de la cultura mesoamericana en sus aspectos civilizados: falta el urbanismo [ ... ] ; no parece existir w1a estratificación social muy marcada ni tampoco una gran importancia de la religión ni de la jerarquía sacerdotal" (Braniff, 1972:289).

o

"Los can1bios más bien abruptos en el patrón de asentanüento y la cerámica entre la mayoría de las ocupacwnes principales en nuestra án;a,

Page 154: Tesis Interaccion Interregional. Laura Solar Valverde 2002_OCR

1 i',,,

especialmente del periodo Clásico en adelante, son probablemente indicaciones de que la región de Tula estuvo generalmente en la periferia del área central en la evolución cultural del Centro de México. Con la excepción del Postclásico Temprano, los principales eventos culturales y políticos [ ... ] ocun-ían en otro lado, usua[mente en la Cuenca de México, y las poblaciones cercanas a Tula fi.Jeron alcanzadas por las repercusiones secundarias de estos procesos[ ... ]" (Cobean, 1978:106; Cobean y Mastache, 1989:46).

Al asumir que algunos lugares simplemente 'surgieron' y lograron mantenerse a

la cabeza de una red macrorregional por meritas exclusivan1ente propios, se pasan por

alto reflexiones como la que hace Abu-Lughod a propósito de la hegemonía europea:

"Antes de que Europa se convirtiera en una de las economías-mundo [ ... ] había numerosas economías-mundo preexistentes. Sin ellas, cuando Europa gradualmente se "extendió", habría asido espacio vacío más que riquezas" (1989: 12).

En una conversación sobre el impacto que los procesos abordados en esta tesis

pudieron tener a una escala local, Peter Jiménez me pregtmtó qué consideraba yo que

hubiera pasado con un sitio como Sabina si la misma tendencia de desanollo hubiese

continuado durante un poco más de tiempo. Pero no es que el tiempo se haya

interrumpido, ni la tendencia desviado ... el tiempo continuó y la tendencia también. Más

bien habría que cuestionarse de qué modo figuran los hijos y nietos de los habitantes de

Sabina dentro del contexto regional; qué sucedió a sus padres y abuelos; y cómo y

dónde se insertó su legado cultural en el periodo siguiente.

¿Tula? ¿cómo creció Tula? Hablando de las fi.mdaciones-abandonos de los sitios,

en ténninos de reorganización de poblaciones locales a una escala regional y no como

resultado de arribos y huidas de población itinerante, ¿no cabe preguntarse si una parte

de la población (o más bien una parte de los descendientes de la población) que

construyó y habitó Sabina Grande, o Chapantongo, o La Malinche, o Magoni ...

participó y encontró lugar en la formación del nuevo centro 'urbano' de Tula, sólo

'metrópoli' hasta el Postclásico Temprano?.

El abandono de aquellos sitios menores es congruente con la Jiagilidad de las

sociedades jerarquizadas. Aunque aquí se han subrayado los beneficios de la

participación en las redes de interacción del sistema multicéntrico del Epiclásico, que

propició un incremento simultáneo en el grado de jerarquización de los grupos, los

285

cacicazgos complejos y estados tempranos son el nivel más inestable de organización

sociopolítica. Puesto que su dinámica está fi.Jertemente condicionada y es drásticamente

afectada por la dinámica de sus vecinos, las sociedades jerarquizadas son especialmente

vulnerables a fi.Jerzas que rebasan el ámbito de acción local, razón por la que surgen,

florecen y declinan de manera rápida (Earle, 1997 :209). El futuro de los cacicazgos

complejos y estados tempranos parece seguir principalmente dos trayectorias: o

desaparecen, retornando al grado de complejidad o jerarquización anterior ( cfr.Chase­

Dunn y Hall, 1997a:31 ), o experimentan una transición acelerada hacia formas aún más

avanzadas (cfr. Webb, 1974:371), a partir de aglutinarse con algunos de sus pares.

Pero la nueva transformación, que derivara en el abandono de los principales

centros del Epiclásico, opacara el apogeo de las regiones que lo alcanzaron, propiciara

el auge de nuevos sitios y contribuyera a la consolidación de las redes del Postclásico,

es motivo suficiente para un estudio aparte.

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Comentarios finales

Para finalizar este trabajo me hubiera gustado exponer algunas "conclusiones",

pero sólo he podido presentar más preguntas.

La caracterización de Mesoamérica como UN sistema mundial está por

evaluarse. Visto a gran escala, todas las regiones mesoamericanas recibieron y

exportaron objetos, pero la mayoría de éstos alcanzaron regiones distantes a partir de

relaciones indirectas, lo que no necesariamente implica interacción o afectación mutuas

(cfr. Chase-Dunn y Hall, 1997a). Tampoco para que el desan·ollo o comportamiento en

una región afecte al comportamiento o desanollo de otra, es indispensable el contacto

directo (cfr. Abu-Lughod, 1989). Hay que buscar entonces los indicadores de

interacciones sistémicas, por encima del traslado y coincidencia de objetos. En este

sentido resultan de mayor utilidad otros indicadores, más allá de los 'acaneables', como

son los rasgos estilísticos o la reproducción de marcos conceptuales. Pero tan1bién la

manifestación de éstos puede ser más limitada que el alcance de sus consecuencias.

Como se dijo en su momento, para considerar a varias sociedades como

participantes de un sistema mundial, debe existir una relación entre los participantes, no

directa ni indirecta, sino sistémica. Esto significa que los procesos ocuJTiendo en una

región, por más discretos o ajenos que parezcan, tienen repercusiones en la dinámica de

otras, independientemente de que entre ellas exista un contacto o incluso un

conocimiento mutuos:

" [ ... ]los cambios sistémicos deberían verse como giros en la dirección y configuración de las tendencias (o vectores) principales. Las desviaciones vectorales resultan del efecto cumulativo de cambios múltiples en vectores menores, algunos de ellos independientes unos de otros, pero muchos derivados de causas interrelacionadas o sistémicas. En un sistema, son las conexiones entre las partes las que deben estudiarse" (Abu-Lughod, 1989:368; véase también Chase-Dunn y Hall, 1997a:l5, 53).

Por ello, el alcance distributivo de algunos objetos no es suficiente para delimitar

a un sistema mundial, puesto que no implica forzosamente que los mecanismos de su

dispersión tuvieron resonancia en todas las sociedades por las que transitara¡;¡.

237

Page 156: Tesis Interaccion Interregional. Laura Solar Valverde 2002_OCR

Falta mucho por saber sobre Mesoamérica antes de poder detetminar hasta qué

punto el desvanecimiento distributivo de algunos rasgos y materiales es reflejo de las

interacciones diferenciales entre subsistemas, o si en realidad indica la culminación de

un sistema mundial y su traslape con otros (cfr. Chase-Dunn y Hall, 1997a:53-54;

1997b:3; Jiménez Betts, 2001). Al reducir ia escala de análisis y acercarse a los

"límites" de las regiones, es evidente que las distinciones no son tan claras y los rasgos

diagnósticos se traslapan. Esto aplica para los límites mismos de Mesoan1érica, cuando

nos aproximan1os a su conexión con el Sureste y Suroeste Americanos, y hacia el sur

con Centro y Sudamérica.

A partir de los datos superficialmente expuestos en esta tesis, no me es dificil

considerar que el Área Maya, Oaxaca, el sur de la Costa del Golfo y tal vez el Valle

Occidental de Mm·elos y el sector este de Guerrero, pertenecieron a un mismo sistema.

Lo mismo intuyo para el sector septentrional del Altiplano, el Noroccidente y quizás la

- I-Iuasteca. Pero en este trabajo se descuidó el comportamiento de toda el área

intermedia. Hay aquí algunas regiones que brillan por su ausencia. El Occidente, el

Valle de Puebla-Tlaxcala y el centro de Veracmz, son algunas de ellas.

En cuanto a Tajín, por ejemplo, habría que preguntarse hasta qué punto la

aparente escasa relación entre este centro y sus contemporáneos, al norte y este, resulta

de la escasez de datos publicados sobre su historia prehispánica, o si efectivamente

constituyó una especie de isla con un desarrollo independiente y circunscrito. Apostaría

más por lo primero, pues no debe ser w1a mera coincidencia que el auge de esa región

se conesponda con el auge de otras regiones, cuyo desanollo en el periodo anterior

también parece secundario. ¿No podrían estar íntiman1ente relacionadas las causas del

apogeo de la región de Tajín, con las causas del apogeo de la Sierra Gorda, Río Verde,

La Quemada, I-Iuapalcalco, Cantona, Cacaxtla/Xochitécatl, Xochicalco, Chichén Itzá ...

y posteriormente TuJa? ¿Qué relación existe entre el apogeo de algunos de estos centros

y el renacimiento de la Periferia de Tienas Bajas Costeras?. ¿Tuvo alguna incidencia la

dinámica del Área Maya, al caer los sitios del Clásico y fortalecerse el norte de la

Península, en el apogeo de las regiones al norte del Altiplano? y ¿qué papel jugó en

todo esto, nuevamente, la Costa del Golfo?. ¿Y el Occidente? ¿Tuvo algo que ver el

creciente desanollo, competencia y posterior prominencia de la red Aztatlán en la Costa

del Pacífico, con la fugacidad con la que algunos de estos centros, vinculados con otras

redes, experimentaron su etapa de mayor desanollo y pronto declinaron?. ¿Constituyen

el sur y nmie de Mesoan1érica dos (o más) sistemas mundiales, que en algún punto en el

288

espacio se traslapan o en algún punto en el tiempo se incorporan? (cfr. Jiménez Betts,

2001).

Si se considera a la red macrmTegional del Epiclásico como un sistema global,

como es hasta ahora mi postura, ¿cuál de las redes que cohesionan a los sistemas

mundiales fue la más significativa e incluyente?. ¿Es la Red de Información más firme

y extensa que la Red de Bienes de Prestigio? ¿o es menor?. ¿En cuál de estas dos redes

debe incluirse al mecanismo responsable de la dispersión macrorregional de los jades

figurativos?.

Al delinear subsistemas (o esferas menores) y abordar sus dinámicas y traslapes,

debe establecerse tma distinción entre pertenecer a una esfera e interactuar con ella a

pmtir de la importación/exportación de rasgos y objetos. Pero además, debe tenerse

presente que las distribuciones de esos rasgos y objetos en el registro m·queológico a

veces dicen poco sobre la afectación sistémica real entre aquellas regiones.

Por ejemplo, el comercio de concha entre Monte Albán y la costa de Oaxaca,

que fue intenso durante el Preclásico, pm·ece haberse interrwnpido durante el Clásico

(Joyce, 1993). Pero, acaso el hecho de que Monte Albán remmciara a adquirir concha

de esa fi.tente y apoyara el surgimiento de un intermedim·io en el valle de Etla (Joyce,

ídem), ¿no tuvo alguna repercusión en el desarrollo de las sociedades de la costa?. Ante

tal interrupción, que implicó su exclusión de las redes de intercambio encabezadas por

los valles centrales, dichas sociedades buscm·on como alternativa, además de producir

sus propios objetos de lujo, consolidm· su pmticipación en otras redes, siendo una de

ellas la red de las Tierras Bajas Costeras, que hacia mediados y finales del Clásico

recuperaba la importancia de antaño (cfi·. Joyce, ídem; Zeitlin, 1993:137; ver nota 84,

págs. 135-136 y Fig. 27 de este volumen). Esto posteriormente constituyó un estímulo

pm·a su propio desm-rollo (Zeitlin, id e m). Entonces, ¿no serían esta circunscripción de la

costa, obligada en algún momento por los valles centrales, y sus consecuencias, un

ejemplo de afectación sistémica?.

Otro ejemplo lo constituye el fenómeno de dispersión macrorregional del juego

de pelota y parafernalia asociada, durante el Epiclásico (cfr. Pasztory, 1978:20; Diehl y

Ma11deville, 1987:243; Ringle et al., 1998). Dicho culto tiene m-raigo temprano y

presencia constante en la Periferia de Tienas Bajas Costeras (PCL) (cfr. Parsons, 1969;

Pasztory, ídem; Zeitlin, 1993), sin haber sido adoptado por Teotihuacan por lo menos

dura11te los primeros siglos de su historia. Aunque dicha práctica no era nueva, la

mnplia adopción que alca11ZÓ a finales del Clásico no tiene precedente. La constmcción

de canchas pm·a juego de pelota parece haberse convetiido en un elemento bas~ de la

289

Page 157: Tesis Interaccion Interregional. Laura Solar Valverde 2002_OCR

planeación y traza de los principales centros ceremoniales de la' época, mientras que, en

sitios con ocupaciones previas, motivó la reestructuración o readaptación de espacios

sagrados. No abundan (o no se han rastreado lo suficiente) indicadores arqueológicos

(principalmente cerámicos) que vinculen a las Tienas Bajas Costeras de Veracruz con

sus vecinos al este y norte. Esto, en principio, se ha interpretado como que la relación

entre ellos tan1bién fue discreta o incluso inexistente, pero la dispersión del juego de

pelota por la Red Septentrional del Altiplano es una evidencia de que los lazos también

se establecieron en esa dirección. En cuanto al impacto sistémico que esto pudo tener,

¿no podría ser la adopción del juego de pelota uno de los motivos del abandono de

algunos centros ceremoniales clásicos, de la fundación de nuevos centros cercanos, y

por ende de algunos de los cambios en el patrón de asentamiento que implicara la

reubicación del lugar central?, ¿por ejemplo Chingú-Tula Chico?. Y en los sitios que

continuaron ocupados, pero cuyos centros ceremoniales fueron modificados, incluyendo

--Ocasionalmente su reorientación astronómica, ¿no podrían ser estos cambios una

consecuencia, no sólo de la inclusión de un nuevo elemento arquitectónico como son las

canchas, sino de una reestructuración ideológica en la concepción del espacio sagrado?,

¿por ejemplo los sitios en las sienas de Pénjamo, Huanímaro y estribaciones de la siena

de Guanajuato, que sustituyeron el uso de patio cenado por canchas para juego de

pelota en esas fechas? (cfr. Castañeda et al., 1988:329-330).

La dispersión de la arquitectura del juego de pelota, del culto implicado y de los

objetos relacionados con su práctica, sugiere la expansión de un sistema ideológico

cuya sede fuera la red de Tierras Bajas Costeras y, por lo tanto, también refleja un

incremento en la importancia y prestigio de aquellas regiones (Pasztory, 1978:20;

Zeitlin, 1993). ¿Será una casualidad que aquel incremento de prestigio de las PCL se

traslapara en el tiempo con la paulatina disminución del prestigio teotihuacano?. Y

durante el Clásico Temprano, ¿tuvo alguna relación el hecho de que la sociedad

teotihuacana rechazara o ignorara la práctica del juego de pelota, con la reducción en la

importancia de las PCL en la misma época? ¿Serán la Cuenca de México y la red de

Tierras Bajas Costeras dos subsistemas en competencia a lo largo de la historia

mesoamericana?.

La ausencia de canchas para juego de pelota en Teotihuacan pudo ser una fmma

de negación o descalificación de la ideología desan-ollada previamente en la red de

Tienas Bajas Costeras, y esta negación se reproduce en la mayoría de los sitios que

emularon rasgos teotihuacanos. Que el sistema ideológico de las PCL constituía un

competidor en potencia para el sistema ideológico de Teotihuacan, se hace patente en el

190

hecho de que, una vez en decline el prest1g1o del segundo, el primero no encontró

mayor obstáculo para expandirse. No debe ser fortuito que los sitios cuyos fundadores

reprodujeron esquemas teotihuacanos, hayan sido abandonados o modificados hacia

mediados y finales de fase Xolalpan, para ser sustituidos por sitios que sí integraron

juegos de pelota. ¿Pudo aquél ser también uno de los motivos de que la propia sociedad

teotihuacana representara la práctica del juego de pelota en la pintura mural de Xolalpan

Tardío, quizás intentando subsanar su rechazo inicial?.

A pesar de que el flujo de esta ideología insinúa que las PCL incrementaron (o

retomaron) su prestigio, esto no debe considerarse como indicador de una unificación

política encabezada por las Tienas Bajas Costeras (Pasztory, 1978:20). El incremento

de prestigio de las PCL durante el Epiclásico, proporcional al decline del prestigio

teotihuacano, parece coincidir con aquella reestructuración general de un sistema

céntrico hacia uno multicéntrico, que ya he mencionado. Pero la importancia de esa red,

que durante el Epiclásico fue ptmto clave de engrane entre regiones distantes, tiene

antecedente desde tiempos tempranos, cuando fue el foco y cauce de dispersión de uno

de los desarrollos sociales más importantes de Mesoamérica: el olmeca.

Esto nos conduce a otro problema planteado por el modelo de sistemas

mundiales y que consiste en los antecedentes estructurales:

" [ ... ] sistemas sucesivos se reorganizan de un modo en algún sentido acumulativo, las líneas y conexiones establecidas en épocas anteriores tienden a persistir, aunque su significado y papel en el nuevo sistema pueden haberse alterado" (Abu-Lughod, 1989:368).

Dado el compmiamiento cíclico de los sistemas globales, sería de esperar que

los antecedentes estructurales de las redes epiclásicas se encuentren, no en el momento

inmediatan1ente anterior, donde el auge teotihuacano propició la reestructuración del

sistema mesoamericano hacia un carácter céntrico, sino en un periodo más antiguo, es

decir, el Preclásico, donde la estructura del sistema parece haber sido, al igual que la del

Epi clásico, multicéntrica.

¿Podría ser que las posibilidades de presidir el prestigio ideológico, entl·e la red

de Tienas Bajas Costeras y la Cuenca de México, deriven en realidad de la alternancia

entre un sistema multicéntrico y uno céntrico?. Las características geográficas propias

de las Tienas Bajas Costeras impedían el desarrollo de un sistema céntrico, a diferencia

de otros lugares que en la peculiar geografia mesoamericana sí posibilitaban la

centralización política, económica e ideológica, como sucedió con Teotihuacan en la

291

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Cuenca de México, o Monte Albán en los valles centrales de Oaxaca~ ·¿Será que la

geografía de un subsistema que en determinado momento alcanza preeminencia '

constituye uno de los factores decisivos en la dirección que tomará la reestructuración

del sistema global?. ¿O será el proceso ya avanzado de reestructuración el que permita

que ciertos subsistemas de geografía particul~· alcancen preeminencia?.

El estudio de sistemas macron-egionales representa un enorme reto. El rastreo de

interacciones interregionales, afectaciones sistémicas y antecedentes estructurales '

requiere de un análisis exhaustivo de todos los componentes desde una perspectiva

horizontal, que es la que se ha pretendido en este trabajo, pero también desde una

perspectiva vertical, de la que estoy muy, pero muy lejos todavía.

Se han explorado poco las posibilidades de los modelos presentados aquí para

abordar la interacción y desan-ollo sociales en Mesoan1érica. En general para el Nuevo

Mundo, no sorprende en lo absoluto que quienes han dado continuidad tanto al

concepto de "Esfera de Interacción" como a los modelos de "Interacción entre Unidades

Equipolentes" y "Sistemas Mundiales", sean precisamente aquellos que trabajan en las

áreas enóneamente consideradas marginales (p.e. Kelley, 1974; Blanton y Feinman,

1984; Jiménez Betts, 1992, 2001; Jiménez Betts y Darling, 1992; Helms, 1979; 1986;

Zeitlin, 1993; Joyce, 1993; Medina, 2000). Entre los primordiales avances que dichos

conceptos Y modelos representan para la disciplina arqueológica, se encuentra la

posibilidad de abordar coincidencias materiales y simbólicas sin etiquetar a los diversos

grupos sociales en una macronegión como homogéneos (o como víctimas). La cultura

es lo suficientemente maleable como para permitirse la manipulación de ciertos

componentes sin afectar radicalmente otros, aspecto del que Mesoamérica es un claro

ejemplo. De no haber existido diferencias regionales y desarrollos locales, y de no

haberse dado un alto grado de integración entre ellos, reflejado a pru1ir de

denominadores comunes, la complejidad que caracteriza a este sistema social no

existiría. Como se ha visto, no es la suma de las partes, sino la interacción entre las

prutes, lo que da vida a un sistema macrorregional.

A diferencia de lo que implica el ténnino "balcru1ización", con el que se ha

estereotipado al Epiclásico, no fue éste un periodo de pennanente enfrentamiento y

obligado aislacionismo, sino de intensa interacción. La obtención de materiales de

origen tan disímil sólo puede entenderse como resultado de la participación activa en

redes· sociales a gran escala y de gran alcance, que permitieron, primero, acceder a los

objetos, Y segundo, conjuntru·los en un plano de significación altamente complejo y de

magnitud 'panmesoamericana',

.292

La dinámica de la época estimuló el desarrollo y complejización simultáneos de

vru·ias sociedades, pero éstas no fueron receptores pasivos de beneficios secundarios, ni

fueron periféricas o ajenas a la conformación y desempeño del sistema global. Si se

recuerda la esencia de un sistema mundial que, como ya se dijo, tiene que ver con

relaciones y afectaciones sistémicas, el papel que jugó cada una de las regiones

mesoan1ericanas dista mucho de haber sido "marginal".

Creo que nociones como ésa, que han empañado, condicionado y limitado

muchos estudios sobre Mesoan1érica, son el resultado de dos deficiencias en el ejercicio

de nuestra disciplina. Por un lado, lo excesivamente estrecha que suele ser la escala

geográfica y temporal de nuestro análisis, y por otro, la poca profundidad y detalle con

los que se analizan las evidencias ru·queológicas. Ante la imposibilidad de obtener mis

propios datos para realizar este trabajo, me vi forzada a exprimir los recuperados por

otros. Esto, después de todo, quizás haya sido tma ventaja, pues al retomru· algunos de

esos datos, que se habían ido acumulando y olvidando con el paso de los años, pude

danne cuenta de que la mru·ginalidad con la que frecuentemente se caracteriza a muchos

sitios y regiones es nuestra propia construcción.

¿Será indispensable la extracción de más y más contextos y materiales para

incrementru· nuestro conocimiento sobre Mesoamérica? Tal vez no. Como se desprende

de las citas de Caldwell y Abu Lughod que encabezan esta tesis, hace falta reexan1inru·

los ya existentes, diversificando nuestras inten-ogru1tes. Cual holograma, cada contexto

contiene infmmación sobre el compmtamiento del sistema total. ¿Cuántas veces

preguntamos a la evidencia ru·queológica qué más puede decimos sobre esa dinámica

global?.

Desde una perspectiva sistémica, la postura de varias regiones como periféricas,

secundarias, mmginales o ajenas al desanollo de Mesorunérica no es fácilmente

sostenible. La pertinencia de vislumbra¡· una expansión de sociedades 'centrales' sobre

espacios o sociedades ine1tes, o de percibir a algunos sitios mayores como 'reductos

mesoamericanos' inexplicables en espacios ya 'no mesoamericanos', también se

desvanece al encontrar continuidad temporal y geográfica de contactos y rasgos.

Aislados, los objetos mencionados en esta tesis apenas sugieren alguna conexión

entre dos terceras prutes del tenitorio mesoamericano. Únican1ente contextualizándolos

en el panorama general del Epiclásico denotan una intensa interacción, más allá de los

ámbitos del intercan1bio comercial o de la imposición político-militar como únicos

explicativos posibles de una distribución que abarcó grandes distancias.

293

Page 159: Tesis Interaccion Interregional. Laura Solar Valverde 2002_OCR

No he querido insinuar, de ninguna manera, que los modos de interacción y

significados que creo implícitos en la distribución de, por ejemplo, las placas de jade,

fueron homogéneos. Tampoco que fueron los únicos que ligaron a las regiones

involucradas en este trabajo, y mucho menos que constituyeron el punto de partida de

conexwnes contemporáneas o posteriores. Mi intención ha sido, simplemente,

reflexionaT sobre la complejidad y profundidad temporal de la estructura social

incluyente que fuera Mesomérica desde su confmmación, y de la cual el fenómeno

expuesto es sólo un detalle.

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Page 179: Tesis Interaccion Interregional. Laura Solar Valverde 2002_OCR

Sobre el complejo mesoamericano agua-fertilidad

Un aspecto de la sucesión de símbolos e integración de conceptos se percibe en

las deidades relativas al agua y la fet1ilidad en diferentes épocas y lugares, como lo

reseña Robert Rands:

" [ ... ] los aborígenes mesoamericanos sostuvieron más o menos en común series de conceptos relativos a la producción de la lluvia. La delineación específica de estos conceptos tuvo alguna variación en el tiempo y el espacio. Además, frecuentemente parece que dentro de un mismo marco cultural formas alternativas de expresar estos conceptos fueron no sólo posibles, sino alentadas. Como resultado de estos factores -divergencias a través del tiempo y el espacio, y divergencias por manipulación artística consciente- apareció un número de formas modales de representación que pueden considerarse virtualmente sinónimas" (1955:334).

Diversas regiones en Mesoamérica expresaron a partir de símbolos compartidos

(o a partir de la fusión de ideas y creación de nuevos símbolos) un mensaje común:

"Una idea sustentadora y permanente que, en su necesidad de manifestarse, habrá de

crear·, aún cuando mediante distintos rasgos formales y estilísticos, provocados por

diferencias en épocas y lugar·es, un objeto plástico poderoso a expresarla. Un objeto

cargado con las energías espirituales de esa idea [ ... ] ", dice Rubén Bonifaz ( 1989:11 ).

Como introducción a su estudio Dioses y Signos Teotihuacanos, Alfonso Caso

adviette que " [ ... ] cada una de las grandes deidades está asociada a una multitud de

conceptos expresados simbólicamente por prendas de su atavío o por objetos y animales

que las acompañan" (Caso, 1966:249). Al ser una conjunción de rasgos, los atributos de

una deidad resumen cualidades. Como se vio al hablar· de las urnas zapotecas, Joyce

Mar·cus sugiere que dichos atributos definen la fi.!erza o fuerzas supernaturales que

representa un dios (1983b:146) y es precisamente por esto que se pueden encontrar

equivalentes regionales. Es comprensible entonces que se consideren análogas las

deidades relativas al agua y la fertilidad de un confín al otro de Mesoamérica (cfr.

Armillas, 1947:168; Caso y Berna!, 1952:17; Coggins, 1980:59; Wren, 1984:15, entre

otros). Adicionalmente, durante el Epiclásico y Postclásico Temprano, los rasgos que se

expresaban como distintivos locales de aquellos dioses parecen combinarse y

espar·cirse, complicando aún más la distinción.

En Oaxaca, Alfonso Caso e Ignacio Berna! aseguran que la deidad más

constantemente representada es Cocijo, desde la época I hasta la época IV (19?2: 17).

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Para describir sus rasgos característicos se basan en "su representación mas frecuente" , que es durante la época IIIb: una máscara que cubre prácticamente todo el rostro y se

compone de anteojeras (diferentes a las del Centro de México), lengua bífida, dos

colmillos Y dos incisivos. Como parte del tocapo de Cocijo son comunes chalchihuites,

plumas, Y mazorcas de maíz. Son muchos los elementos que vinculan las supuestas

representaciones de dos deidades distintas: el dios de la lluvia y el dios del maíz, o Pitao

Cozobi (ibid.:l7,l9-20). Acerca de estas similitudes Caso y Berna! proponen"[ ... ] el

dios de la lluvia, es el protector de los dioses del maíz" (ibid.:l8) y "Siendo tan

importante el dios de la Lluvia, es natural que su representación en las urnas sea

sumamente variada y que debamos considerar, asociados al Cocijo, otras

representaciones que quizá no son sino aspectos del mismo dios, como los tlaloques ¡0

eran para los aztecas o los Chacs para los mayas" (ibid.:40).

Pero las similitudes entre deidades no terminan ahí, pues algunas urnas más

~parecen representaciones de Tláloc que de Cocijo, y aunque los autores distinguen esta

peculiaridad, en su trabajo ilustran algunas de ellas como con·espondientes al segundo

(ibid.:25, figs. 19, 38). La integración de rasgos de la deidad de la lluvia del Centro de

México y el Cocijo zapoteca fueron resaltados por Kowalewski y Truell, quienes opinan

que "Ya en los últimos días de Monte Albán la cara del dios del rayo y las aguas,

Cocijo, se reemplaza en algunos ejemplos rarísimos con el del Dzahui mixteca, tan

semejante al Tláloc del México central (1970, apud Paddock, 1972b:258).

Es curioso que en Tula algunas representaciones integran los rasgos más

representativos de Tláloc pero la fauce superior de los personajes se extiende hacia

atTiba Y enrolla, como conesponde a Chac y en ocasiones a Cocijo. En dos de las

lápidas el individuo lleva en la mano una serpiente (.Timénez García, 1998:figs. 76 y 79)

Y en la tercera un recipiente con moño en el cuello, apareciendo también una serpiente

en la pmie inferior de la escena (ibid., fig. 78) (véase también Mastache y Cobean,

2000:124). Lo mismo ocune en el Área Maya, donde Andrea Stone propone a una

figura en el Monumento 18 de Chinkultic como una versión de Tláloc y agrega:

"Vm·iaciones en la representación de este personaje, mostrando una gama desde un

aspecto ofidiano hasta retratos inequívocos de Tláloc, pueden observm·se en un grupo de

vasijas policromas ilustradas por Robicsek y Hales (1981:215-217). En esta

transfmmación el hocico ofidiano se convierte en una proyección curvada [ ... ] . Esta

forma de criatura [ ... ] aparece con frecuencia en el arte del Clásico Tardío [ ... ]" (Stone, 1989:165, nota 15).

335

Rasgos serpentinos han sido destacados en la máscara de las deidades hermanas

Cocijo y Cozobi (o personajes relacionados con ellas) que ya se han descrito (Caso y

Berna!, 1952:101), y a su vez constituyen un elemento de relación entre ellas y una

tercera 'deidad' zapoteca bautizada por Caso y Berna! corno "dios con máscara bucal de

serpiente" (ibid.: 145-146). Sobre esta última nos dicen: "Las mandíbulas abiertas dejan

ver los dientes y colmillos de la serpiente y, de la mandíbula inferior, cuelga una larga

lengua bífida [ ... ] " (idem ); algunas veces el hocico de la serpiente se prolonga " [ ... ]

dándole un aspecto de trompa de elefm1te, muy sernej ante al que tiene el dios de la

'nariz ornan1entada' entre los mayas." (ibid.:107, 154; una comparación similar la hace

Spinden, 1975 [1913]:226).' Una de las piezas en su estudio muestra en el tocado un

glifo que los autores interpretan como una vasija con agua, lo que " [ ... ] parece

conectar al dios que estarnos estudiando, con Cocijo el dios del agua, corno está

conectado con Chac, el dios de la nm·iz ornamentada" (Caso y Bernal,1952:154, 161-

162). Los elementos acuáticos que aparecen en el tocado de otra pieza (conchas y

chalchihuites) dirigen la atención de los autores hacia Teotihuacan, donde recuerdan

que la serpiente emplumada está asociada con estos signos.'

En la iconografía maya la deidad más prominente del complejo agua-fe1iilidad es

el Dios Nariz Larga; su imagen se asocia con conchas, peces, corrientes de agua y

plantas (Spinden, id e m). De acuerdo con Spinden, los Dioses B y K son formas de éste,

quizás el segundo un desdoblamiento del primero. En el rostro de todos ellos se ha

reconocido una derivación de rasgos serpentinos, siendo la imagen del Dios B la que

recibe un trato más humanizado (Spinden, idem; de la Gm·za, idem). Nuevamente se

observa una dualidad factiblemente derivada de la bivalencia ideológica de este

complejo, donde el Dios B se relaciona con lluvia, cuerpos de agua y vegetales

(Spinden, idem; de la Gmza, ibid.:238), mientras que el Dios K aparece algunas veces

conectado con el sacrificio, "cuyo objetivo apm·ente es obtener buenas cosechas" o

quizás mostrando una conexión con la guerra (Spinden, idem). De esta última deidad

Mercedes de la Gmza señala una clara relación con los gobernantes y sus ritos de auto

sangrado, por su imagen en cetros y mangos de cuchillos de autosacrificio (1999:243,

1 Sobre este rasgo dice Joaquín García: "Tanto en los mascarones Puuc como en los dioses de la lluvia de los códices mayas aparecen narices muy desarrolladas, que no parecen derivarse de un prototipo olmeca [ ... ] este tipo de nariz puede ser una innovación maya, o derivarse de los dioses cocodrilo o murciélago de Centro América. La presencia de narices similares en algunos Tlálocs de los códices no mayas indica la existencia de contactos entre el Yucatán del Postclásico y el Centro de México [ ... ]" (1972: 156).

2 Caso y Bemal se refieren a las expresiones serpentinas como 'Quetzalcoatl', cuando en realidad fonnan parte, como ellos mismos lo demuestran, del complejo religioso de la fertilidad y las aguas. .

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j 1

ver también Schele y Miller, 1986:49); por su parte, Jeff Kow~lski consideí'a al Dios K,

además de asociado con las tom1entas y la fertilidad agrícola, un "importante patrono

real"(ibid.:406). 3

Sería difícil establecer si en esta estructura de estrecha comunicación que fuera

Mesoamérica, las representaciones de diversas deidades acuáticas se desprendieron de

una imagen común, como aseguran Covarrubias (1946), Jiménez Moreno (1972) y

García Bárcenas (1972), o si la fusión de rasgos y atributos ocunió tiempo después y

como consecuencia de estrechos contactos." Me he referido a 'dioses del agua y la

fertilidad' en distintas épocas y lugares, pero sostener que su culto, en cualquier lugar

donde se exprese, fue homogéneo o tuvo como inspiración a un mismo dios, sería un

error. Es de esperar que dicho culto, a pesar de construirse sobre una base de rasgos

compartidos, se presente heterogéneo y adopte matices propios de cada tiempo y región.

Bonifaz Nuño hace una acertada observación: " [ ... ] no se averigua si, en la diversidad

_de climas y maneras de la naturaleza donde fueron venerados, la fertilidad, la

vegetación, la lluvia, tenían para los hombres significación análoga, que los llevara a

otorgarles análoga importancia" (1986: 17).

Atendiendo la recomendación de Joyce Marcus sobre resistir " [ ... ] la tentación

de igualar al Cocijo Zapoteca con el Tlá!oc Nahua" (1983b:147), debo recalcar que de

ningún modo contemplo a todos los dioses del agua como iguales. Estoy convencida,

sin embargo, de que comp8.!ien ciertos atributos, precisamente aquellos que los vinculan

(no exclusiv8.!nente pero sí de manera constante) con las fuerzas sobrenaturales del

agua; y coincido con Henry Nicholson en que " [ ... ] Tláloc es sólo el miembro mejor

conocido de una extensa familia de deidades mesoan1ericanas de la fertilidad de la

lluvia, íntiman1ente interrelacionadas" (Nicholson, 1983:171, apud Bonifaz, 1986:13).

La serpiente emplumada pudo, en algún momento, ser otro.

3 Freidel, Schele y Parker se refieren al Dios K eomo lo eneamaeión de la sustancia divina K'awil, y a su relación con la serpiente (que en los cetros maniquíes sustituye a una de sus piernas) como significante de que la "serpiente-visión" es la vía de manifestación de dicha sustancia (1993:195).

4 En realidad, es posible que ocurriesen ambos fenómenos, pues así como ilustran los autores en sus cuadros evolutivos, las similitudes entre las representaciones tempranas en diversos lugares son de considerar, sosteniéndose un parentesco que jamás se disuelve, pues a pesar de un aparente grado de individualidad durante el Clásico, hacia el Clásico Tardío se observa nuevamente la integración en representaciones locales de los rasgos foráneos más representativos. Como ejemplo de estos rasgos integrados, y por considerar sólo los más eyidentes, se pueden mencionar las esculturas toltecas que dibujan a un personaje con anteojeras, bigotes y colmillos (rasgos de Tláloc) con la nariz alargada y rizada hacia arriba (rasgos de Chac y Cocijo) o los frescos en la Tumba 104 de Monte Albán, que retrata a un individuo con tocado de serpiente emplumada y hocico nuevamente alargado hacia arriba, de un modo que será característico de etapas posteriores, de acuerdo con Berna! (1949:64-65, fig. 16).

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