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Thomas Khun y K. Popper -–Filosofía de la ciencias 1 Thomas Samuel Kuhn. THOMAS KUHN http://members.es.tripod.de/hv1102/kuhn.html Historiador y Filósofo de la Ciencia estadounidense, nacido en Cincinnati, cuya notoriedad deriva de la publicación del libro La estructura de las revoluciones científicas (1962). En esta obra Kuhn elabora una epistemología alternativa frente a las dominantes del empirismo y del falsabilismo de C. R. Popper, según la cual, para comprender el desarrollo de la actividad científica es necesario distinguir las fases de "ciencia normal" de las fases de "ruptura revolucionaria". Las primeras están caracterizadas por el dominio de una serie de paradigmas, o sea, de un conjunto de proposiciones teóricas y metafísicas, de prácticas experimentales y de formas de transmisión de los conocimientos científicos. En estas fases los paradigmas no son puestos en discusión, sino que se aplican, se amplían y se profundizan con el fin de producir previsiones científicas oportunas. Pero, dadas las continuas "anomalías" de tipo empírico que van surgiendo de los paradigmas comúnmente aceptados, los científicos se ven obligados a revisar sus proposiciones fundamentales y a buscar un nuevo sistema de proposiciones lógico-lingüísticas y teórico-experimentales, que les lleven a nuevos descubrimientos, elaborando así nuevos paradigmas. Estos paradigmas, a su vez, dan lugar a una nueva fase de "ciencia normal", con la subsiguiente repetición del ciclo en una nueva "ruptura revolucionaria". Sobre estas bases, Kuhn ha puesto en tela de juicio muchos fundamentos de las epistemologías dominantes y ha sostenido importantes tesis como la fuerte dependencia de las elecciones científicas de factores de naturaleza socio- psicológica, y la imposibilidad de hablar en términos absolutos de la validez de las hipótesis y teorías.

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Thomas Khun y K. Popper -–Filosofía de la ciencias 1

Thomas Samuel Kuhn.

THOMAS KUHN

http://members.es.tripod.de/hv1102/kuhn.html

Historiador y Filósofo de la Ciencia estadounidense, nacido en Cincinnati, cuya notoriedad deriva de la publicación del libro La estructura de las revoluciones científicas (1962). En esta obra Kuhn elabora una epistemología alternativa frente a las dominantes del empirismo y del falsabilismo de C. R. Popper, según la cual, para comprender el desarrollo de la actividad científica es necesario distinguir las fases de "ciencia normal" de las fases de "ruptura revolucionaria". Las primeras están caracterizadas por el dominio de una serie de paradigmas, o sea, de un conjunto de proposiciones teóricas y metafísicas, de prácticas experimentales y de formas de transmisión de los conocimientos científicos. En estas fases los paradigmas no son puestos en discusión, sino que se aplican, se amplían y se profundizan con el fin de producir previsiones científicas oportunas. Pero, dadas las continuas "anomalías" de tipo empírico que van surgiendo de los paradigmas comúnmente aceptados, los científicos se ven obligados a revisar sus proposiciones fundamentales y a buscar un nuevo sistema de proposiciones lógico-lingüísticas y teórico-experimentales, que les lleven a nuevos descubrimientos, elaborando así nuevos paradigmas. Estos paradigmas, a su vez, dan lugar a una nueva fase de "ciencia normal", con la subsiguiente repetición del ciclo en una nueva "ruptura revolucionaria". Sobre estas bases, Kuhn ha puesto en tela de juicio muchos fundamentos de las epistemologías dominantes y ha sostenido importantes tesis como la fuerte dependencia de las elecciones científicas de factores de naturaleza socio-psicológica, y la imposibilidad de hablar en términos absolutos de la validez de las hipótesis y teorías.

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Paradigma GEN.

(del griego ? ? ? ? ????? ? , parádeigma, ejemplar, modelo, ejemplo) Por su origen y atendida su etimología, es el «ejemplo» de los retóricos antiguos y, de aquí, su uso general como ejemplo o patrón ideal de alguna cosa o conducta. Platón aplica el término a las ideas o formas de todas las cosas, que constituyen el modelo que el demiurgo imita en la organización del mundo. Wittgenstein utiliza el término en el sentido de «molde» del pensamiento o estereotipo.

EPIST. Es la noción central de la filosofía de la ciencia de Th. Kuhn, tal como la desarrolla en su obra La estructura de las revoluciones científicas (1962). La ciencia no es meramente un sistema teórico de enunciados que se desarrollan en la mente de los individuos que se dedican a ella, sino que es una actividad que lleva a cabo una comunidad de científicos, en una época determinada de la historia y en condiciones sociales concretas. El desarrollo histórico de la ciencia supone la existencia de un «paradigma», que Kuhn define como un conjunto de creencias, valores y técnicas compartidos por una comunidad científica (ver texto ). En un sentido más restringido, un paradigma es también una realización modélica de la actividad científica, explicada en libros de texto científicos, conferencias o trabajos de laboratorio (ver texto ).

Condiciones necesarias del paradigma son: a) que la comunidad científica lo comparta y b) que sea capaz de asimilar anomalías, propiedad de la que proviene el desarrollo acumulativo de la ciencia (ver imagen).

LENG. En la lingüística moderna, conjunto de unidades lingüísticas que pueden sustituirse una a otra en un mismo contexto y que se encuentran en relación de oposición. Estas unidades reemplazables forman clases de sustitución.

Diccionario de filosofía en CD-ROM. Copyright © 1996. Empresa Editorial Herder S.A., Barcelona.

PARADIGMÁTICO. Relativo al paradigma. Dícese de la relación existente entre unidades lingüísticas que pueden sustituirse mutuamente en el mismo contexto

Kuhn, Thomas Samuel (1922-1996), historiador y filósofo de la ciencia estadounidense, conocido por su contribución al cambio de orientación de la filosofía y la sociología científica en la década de 1960. Nació en Cincinnati, Ohio, y se doctoró en Filosofía por la Universidad de Harvard en Física Teórica en 1949. Se orientó hacia la ciencia histórica y la filosofía de la ciencia, que enseñaría en Harvard, Berkeley, Princeton y en Massachusetts.

En 1962, Kuhn publicó La estructura de las revoluciones científicas, en donde exponía la evolución de las ciencias naturales básicas de un modo que se diferenciaba de forma sustancial de la visión más generalizada entonces. Según Kuhn, las ciencias no progresan siguiendo un proceso uniforme por la aplicación de un hipotético método científico. Se verifican, en cambio, dos fases diferentes de desarrollo científico. En un primer momento, hay un amplio consenso en la comunidad científica sobre cómo

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explotar los avances conseguidos en el pasado ante los problemas existentes, creándose así soluciones universales que Kuhn llamaba "paradigmas". En un segundo momento, se buscan nuevas teorías y herramientas de investigación conforme las anteriores dejan de funcionar con eficacia. Si se demuestra que una teoría es superior a las existentes entonces es aceptada y se produce una "revolución científica". Tales rupturas revolucionarias traen consigo un cambio de conceptos científicos, problemas, soluciones y métodos, es decir, nuevos "paradigmas". Aunque estos cambios paradigmáticos nunca son totales, hacen del desarrollo científico en esos puntos de confluencia algo discontinuo; se dice que la vieja teoría y la nueva son inconmensurables una respecto a la otra. Tal inconmensurabilidad supone que la comparación de las dos teorías es más complicada que la simple confrontación de predicciones contradictorias.

El libro de Kuhn ha provocado una discusión prolija y polémica en numerosas disciplinas y ha ejercido una enorme influencia. En respuesta a las críticas, ha corregido y ampliado su teoría indicando que toda ciencia se perfila a lo largo del tiempo con las aportaciones de la comunidad científica que contribuye no sólo con nuevos conocimientos acumulativos, sino también a cambios cualitativos, nuevos cambios de perspectiva con la creación de nuevos paradigmas que abren nuevos horizontes a la ciencia, concebida, por tanto, como algo abierto y en evolución.

"Kuhn, Thomas Samuel", Enciclopedia Microsoft® Encarta® 2000. © 1993-1999 Microsoft Corporation. Reservados todos los derechos.

KARL POPPER

Popper, Karl Raimund (1902-1994), filósofo de la ciencia británico, de origen austriaco, famoso por su teoría del método científico y por su crítica del determinismo histórico. Nació en Viena y se doctoró en filosofía por la universidad de su ciudad natal en 1928. Aunque no fue miembro de la llamada Escuela de Viena (véase Positivismo), simpatizó con su actitud científica, pero criticó algunos de sus postulados. Desde 1937 hasta 1945 ejerció la docencia en la Universidad de Canterbury (Nueva Zelanda) y, más tarde, en la Universidad de Londres. Murió el 17 de septiembre de 1994.

La contribución más significativa de Popper a la filosofía de la ciencia fue su caracterización del método científico. En su Lógica de la investigación científica (1934), criticó la idea prevaleciente de que la ciencia es, en esencia, inductiva. Propuso un criterio de comprobación que denominó falsabilidad, para determinar la validez científica, y subrayó el carácter hipotético-deductivo de la ciencia. Las teorías científicas son hipótesis a partir de las cuales se pueden deducir enunciados comprobables mediante la observación; si las observaciones experimentales adecuadas revelan como falsos esos enunciados, la hipótesis es refutada. Si una hipótesis supera el esfuerzo de demostrar su falsedad, puede ser aceptada, al menos con carácter provisional. Ninguna teoría científica, sin embargo, puede ser establecida de una forma concluyente.

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Falsabilidad, concepto acuñado por el filósofo Karl Raimund Popper, que designa la posibilidad que tiene una teoría de ser desmentida, falseada o 'falsada' por un hecho determinado o por algún enunciado que pueda deducirse de esa teoría y no pueda ser verificable empleando dicha teoría. Según Popper, uno de los rasgos de toda verdadera teoría científica estriba en su falsabilidad; si una teoría logra no ser falseada, puede mantener sus pretensiones de validez. Con este planteamiento, Popper pretendía resolver los problemas de la teoría de la inducción clásica del neopositivismo, así como introducir un mayor nivel de confrontación en el análisis de las pretensiones de verdad y validez de una teoría científica. Así, en lugar de verificar inductivamente una teoría, lo que se intenta es mantenerla a salvo de las posibilidades que esta teoría tiene de ser falseada. En realidad, una teoría que no se encuentra abierta a la falsabilidad no puede ser considerada una teoría científica.

"Falsabilidad", Enciclopedia Microsoft® Encarta® 2000. © 1993-1999 Microsoft Corporation. Reservados todos los derechos.

En La sociedad abierta y sus enemigos (1945), Popper defendió la democracia y mostró reparos a las implicaciones autoritarias de las teorías políticas de Platón y Karl Marx. Criticó la idea de que las leyes descubridoras del desarrollo de la historia hacen inevitable su curso futuro y, por tanto, predecible.

"Popper, Karl Raimund", Enciclopedia Microsoft® Encarta® 2000. © 1993-1999 Microsoft Corporation. Reservados todos los derechos.

Filósofo y pensador austríaco, nacido en Viena en 1902 y muerto en Londres en 1993. Estudió en la Universidad de su ciudad natal, donde formó parte del denominado 'Círculo de Viena', a pesar de que fue muy crítico hacia el positivismo lógico. En 1935 publicó su primer libro sobre metodología científica, La lógica del descubrimiento científico. Durante el ascenso del nazismo, abandonó su país para establecerse en Nueva Zelanda, donde permaneció desde 1937 hasta el final de la Guerra. Fruto de sus reflexiones sobre la política y el poder, escribió La sociedad abierta y sus enemigos, donde afirma que lo que define a la ciencia es su capacidad para refutar las teorías incorrectas, es decir, aquello que carece de precisión; y La pobreza del historicismo, donde critica a los regímenes totalitarios y en particular al marxismo; fue profesor de lógica y método científico en la Universidad de Londres, entre 1949 y 1969.

La reflexión contemporánea sobre la ciencia puede ser narrada también en función de un hito admitido: la publicación, en 1962 de La Estructura de las Revoluciones Científicas, del filósofo estadounidense Thomas Samuel Kuhn.

Hay, pues, un período anterior a Kuhn y otro posterior. Decir ésto es usar lugar común, pero pocas veces un lugar común ha podido expresar tan apropiadamente el impacto intelectual de un conjunto de ideas. Para ser precisos, el fenómeno Kuhn no es

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simultáneo a la publicación del libro aludido. Tal vez, el hito que mejor manifiesta la ya innegable presencia y provocación de las tesis de Kuhn es la publicación de Criticism and the Growtb of Knowledge, en 1970, y que recoge las ponencias presentadas en el Coloquio Internacional de Filosofía de la Ciencia celebrado en 1965 en Londres, así como trabajos elaborados con posterioridad al tenor del coloquio. No hay modo de disimular que el asunto central de los debates es el libro de Kuhn, aunque no se diga formalmente. El hecho relevante está dado por quienes participan en la discusión, puntualmente o con posterioridad: Sir Karl Popper, Stephen Toulmin, Margaret Masterman, Paul Feyerabend, Imre Lakatos, y el propio Kuhn.

Para hacer argumentos con las mismas tesis de Kuhn, hacia finales de los '60 su libro era una referencia obligada —aunque no necesariamente aplaudida— entre quienes eran reconocidos como 'filósofos de la ciencia' por las diversas comunidades académicas. Todavia más, era un asunto de debate entre quienes eran reconocidos como las figuras más relevantes en el área. Lo que ocurrió después ya es sabido. Ningún libro de epistemología o de asuntos asociados deja de incluir a Kuhn en la bibliografía. Más aún, algunos de sus conceptos centrales se convierten en jerga obligada de una multiplicidad de autores de las más diversas disciplinas; el caso más notorio es, con seguridad, la del concepto de 'paradigma'.

Si se asume, en fin, que Kuhn divide claramente la historia de la epistemología en dos períodos diametralmente diferentes, es necesario recocer que con sus ideas se consagra en el escenario intelectual la tesis de que la ciencia es un hecho social y que resulta incomprensible sin el manejo de categorías de esa índole. El propio Kuhn cuenta que, de haber reescrito La Estructura de las Revoluciones Científicas, no se habría centrado en el concepto de' paradigma' sino en el de 'comunidad científica'.

No hay que olvidar el punto de arranque de ese libro trascendental: la incongruencia entre la visión de la ciencia que es característica de los filósofos de la ciencia y la visión de la ciencia ofrecida por la historia de la ciencia. Esas dos narraciones no coinciden. Kuhn invitó reiteradamente a la mutua cooperación de esos dos tipos de abordaje.

Fallecido a los 73 años, luego de padecer de cáncer en los últimos tres o cuatro, Kuhn obtuvo los grados de magister y doctor en física en la U. de Harvard, en 1946 y 1949. Enseñó allí hasta 1956, año en que se convirtió en profesor de historia de la ciencia en la Universidad de California, en Berkeley. Entre 1964 y 1979 enseñó en Princeton. Ese último año se trasladó al Instituto Tecnológico de Massachusetts, donde ejerció como profesor de filosofía e historia de la ciencia hasta 1991. Otras obras relevantes de su producción son La Revolución Copernicana (1957), La Tensión Esencial (1977), La Teoría del Cuerpo Negro y la Discontinuidad Cuántica, 1894-19I2 (1978).

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Thomas Kuhn y el Status de las Ciencias Sociales

Edison Otero

http://rehue.csociales.uchile.cl/personales/eotero/tex05.htm

Existe una relación problemática entre las ideas aportadas por Thomas S. Kuhn (1922-1996) al debate epistemológico y el status de las ciencias sociales implicado en esas ideas. Las consideraciones siguientes intentar perfilar los detalles de esa condición problemática.

Como se sabe, Kuhn elabora sus tesis desde la perspectiva de la historia de la ciencia. En no pocas ocasiones, caracteriza sus planteamientos como proposiciones sociológicas o de psicología social. Incluso más, llegó a decir que de reescribir La Estructura de las Revoluciones Científicas centraría sus análisis no en el concepto de paradigma sino en el concepto de comunidad científica, o sea giraría desde un énfasis claramente lógico o cognitivo hacia un énfasis explícitamente sociológico. En una palabra, la ciencia es susceptible de un abordaje en términos de ciencias sociales. Replicando a Lakatos, Kuhn dice que recurre a la psicología social -aunque afirma que prefiere decir sociología- y no a la psicología individual, la psicopatología, la mentalidad colectiva o algo por el estilo.

Por otra parte, un examen de sus libros y artículos principales revela que prácticamente toma todos sus ejemplos especificatorios y demostrativos de las ciencias físicas y de las ciencias biológicas. De hecho, ningún ejemplo de ideas o disciplinas de las ciencias sociales es utilizado por Kuhn para argumentar algún caso significativo de episodio científico, normal o revolucionario. Esto permitiría concluir que si bien cree en la posibilidad de un enfoque sociológico para comprender diversas dimensiones del fenómeno científico, no parece creer que la sociología misma sea un ejemplo de su teoría del ciclo ciencia normal-anomalía-revolución científica-ciencia normal. De hecho, hay una consideración kuhniana que refuerza esta conclusión. Kuhn distingue un período preparadigmático en el desarrollo de una discplina científica, etapa que se cacracteriza por la existencia de escuelas rivales que enfocan de modo diversos los mismos asuntos. Este período preparadigmático, suponemos, no sería estrictamente aquel ubicado en la frontera terminal de un período de ciencia normal sino, incluso, una fase previa a la estructuración de una etapa de ciencia normal. Las ciencias sociales caerían bajo esa figura. La pregunta obvia es ésta: ¿cuál de esas escuelas rivales proporcionaría el fundamento teórico para un enfoque socológico de la ciencia?.

Busquemos otro camino, preguntándonos qué ha ocurrido con la sociología de la ciencia después de Kuhn. En lo sustantivo, hay una polémica ardua que divide a los contendores en dos grupos; de una parte, quienes suscriben la idea de un ethos peculiar de la actividad científica, formulada por Robert Merton, aunque con diversos grados de aceptación o crítica; de la otra, el denominado programa fuerte de la Escuela de Edimburgo. Autores como Barry Barnes, Bloor, Woolgar o Karen Knorr-Cetina, con distintos énfasis, han propuesto a partir de los años 70 una visión de la actividad científica en términos de intereses cognitivos y sociales, cuestionando a las

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concepciones que la explican en función de razones. En las concepciones del programa fuerte son sustantivas categorías como orden científico, poder y autoridad en el sentido weberiano de la expresión, control y dependencia, junto con una crítica del concepto de comunidad científica y, en suma, la puesta en relación de determinadas estructuras cognitivas con series de redes específicas de poder y autoridad.

Aunque se los identifica como postkuhnianos o, incluso, como desarrollos en la dirección indicada por Kuhn, el propio Kuhn no se sintió próximo a los autores del programa fuerte. En el prefacio de La Tensión Esencial, en 1977, Kuhn afirma: "En la literatura de la sociología de la ciencia, quienes han estudiado especialmente el sistema de valores de la ciencia han sido Robert K. Merton y sus seguidores. Hace poco, a este grupo lo han criticado repetidamente y a veces en desagradable tono algunos sociólogos que, basándose en mi trabajo y a veces describiéndose de manera informal como ‘kuhnianos’, recalcan que los valores varían de una comunidad a otra, así como de época en época. Además, señalan estos crítcos que cualesquiera que sean los valores de una comunidad dada, uno y otro de sus miembros los violan repetidamente. En esas circunstancias, piensan que es absurdo creer que en el análisis de los valores se tiene un medio eficaz para esclarecer la conducta científica. Los comentarios precedentes, así comos los artículos a los que sirven de introducción indican, sin embargo, lo desencaminada que yo pienso que es esa clase de crítica".

En un artículo de 1968, titulado La historia de la ciencia, Kuhn sostiene: Otro cambio de la historia que probablemente ejercerá cada vez más efectos es la sociología de la ciencia. En última instancia, ni los intereses ni las técnicas de ese campo tienen que ser históricos. Pero en el actual estado de subdesarrollo de su especialidad, los sociólogos bien pueden aprender de la historia algo sobre la forma de la empresa que investigan". Hasta ahí Kuhn. La expresión subdesarrollo habla por sí misma y esclarece otro poco su postura en relación a las ciencias sociales. A propósito de razones (valores) e intereses, Kuhn no estuvo interesado en tomar partido en la querella de internalistas y externalistas; más bien, estuvo convencido de integrar ambas orientaciones, en la convicción de que cada uno de ellos, por separado y aisladamente, se convertían en posturas excluyentes y reduccionistas. Argumentó contra los externalistas que aunque sus trabajos no redundaban precisamente en la consideración de los factores externos intervinientes en la empresa científica, ello no debía interpretarse como una negación de su existencia. Simplemente, eso no era su propósito principal.

En el mismo artículo sobre historia de la ciencia al que hemos hecho referencia, Kuhn teje otras tantas consideraciones de sus ideas sobre ciencia. Por de pronto, distingue entre momentos anteriores y posteriores en la evolución de una ciencia; más específicamente, diferencia entre ciencias maduras y otras que no lo son. En los primeros momentos del desarrollo de una disciplina, las necesidades y valores sociales resultan ser las determinantes principales de los problemas en los que se concentran sus practicantes, y los conceptos manejados son tomados del sentido común de su tiempo, de las tradiciones filosóficas prevalecientes, o de las ciencias con mayor prestigio. Este estado de suma permeabilidad con el contexto social general va a experimentar un cierre ostensible en la fase posterior, madura. Ahora se produce una subcultura especial, altamente compleja y autoreferida, con propósitos característicamente intelectuales

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consistentes en aumentar el acuerdo entre teoría y objeto. Todo apunta a indicar que Kuhn veía a las ciencias sociales en esta fase no madura de una disciplina científica.

En un trabajo de 1959, anterior a la publicación de La Estructura de las Revoluciones Científicas, Kuhn ya manejaba esta distinción de ciencias maduras y no maduras, asimilable perfectamente a las etapas preparadigmática y paradigmática. En este artículo, titulado La Tensión Esencial: Tradición e Innovación en la Investigación Científica, Kuhn utiliza las expresiones preconsenso y consenso. Resulta claro que asimila el consenso a la madurez; de algún modo, pues, el preconsenso, o sea la presencia simultánea de teorías rivales, imposibilita la madurez de una disciplina. Esto puede leerse como algo tremendamente chocante en la medida en que colisiona con nuestras convicciones de que el pluralismo y la diversidad de ideas constituyen bienes intelectuales irrenunciables. Comenta Kuhn, explícitamente: "Los hechos históricos sugieren fuertemente que, aunque se practique la ciencia (como en la filosofía o en las ciencias del arte y la política) sin un consenso firme, esta práctica más flexible no producirá la pauta de avances científicos rápidos y consecuentes a que nos han acotumbrado los siglos recientes". Sus ejemplos históricos de ciencias en fase de consenso incluyen una diversidad de disciplinas, todas las cuales pertenecen a las reconocidas ciencias físicas y biológicas. Una frase lacónica y de media tinta cierra el párrafo pertinente, en forma textual: "Este siglo parece caracterizarse por el surgimiento del primer consenso en partes de unas cuantas de las ciencias sociales". No hay especificación ninguna de cuáles serían estas pocas ciencias sociales y de qué partes de ellas se habla. En 1965, en el Coloquio de Bedford, en Londres, Karl Popper planteó a Kuhn sus dudas sobre un enfoque sociológico de la ciencia; explícitamente le preguntó cómo podía fundar sus razonamientos sobre la base de disciplinas tan espurias como la sicología, la sociología o la historia misma. Kuhn responde que si lo que quiere decir es que las generalizaciones en sociología y sicología son fuentes demasiado débiles para construir a partir de ellas una filosofía de la ciencia, él no podría estar más de acuerdo. En consecuencia, no llega más allá de considerarlas una referencia. Por lo demás, afirma Kuhn, los propios textos de Popper están llenos de observaciones de índole histórica y sociológica.

En la respuesta a quienes le critican por no abundar en consideraciones del tipo externalista, Kuhn desarrolla otra disquisición sobre fases o etapas de una disciplina científica. Dice Kuhn: Tanto los historiadores en general como los historiadores de la ciencia se quejan repetidas veces de que mi relación del desarrollo científico se basa exclusivamente en factores internos de las propias ciencias; que no logro inscribir las comunidades científicas en la sociedad en que se sustentan y de la cual son extraídos sus miembros; y que, por consiguiente, doy la impresión de creer que el desarrollo científico es inmune a las influencias de los medios social, económico, religioso y filosófico en que se desarrolla. Claro está que mi libro tiene poco que decir sobre tales influencias externas, pero ello no se debe interpretar como negación de que éstas existen. Por el contrario, debe entenderse como un intento de explicar por qué la evolución de las ciencias más desarrolladas ha ocurrido con relativa independencia del medio social, en grado mayor que la evolución de disciplinas como la ingeniería, la medicina, las leyes y las artes". Se implica aquí, otra vez, que Kuhn no incluye a las ciencias sociales entre las ciencias maduras. En un texto de 1971, llamado La historia y la historia de la ciencia, Kuhn reitera esta idea: "No voy a discutir que ese clima

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externo no tenga importancia alguna para el desarrollo científico. Pero, excepto en las etapas rudimentarias del desarrollo de un campo, el medio en que se da la actividad intelectual reacciona sobre la estructura teórica de una ciencia únicamente en la medida en que lo ameritan los problemas técnicos concretos a los que se enfrentan los profesionales de ese campo".

Una conclusión relevante a extraer de los antecedentes que hemos considerado aquí es que el ya archi conocido esquema de ciencia normal y revoluciones científicas es un modelo funcional para la comprensión de la dinámica de las ciencias maduras. En consecuencia, su aplicación a las ciencias sociales es, a lo menos, problemática. No estará extraviado el decir que Kuhn, al igual que Popper, era sensible a la observación de la vulnerabilidad de las disciplinas sociales a los factores externos. Si se tiene en cuenta la expedición pública de los estudiosos sociales en los años 60’ y 70’, generosa en intoxicación ideológica, es posible entender las aprensiones de Kuhn hacia desarrollos como el del program fuerte en sociología de la ciencia. Los hechos parecen darle la razón. Muchos de los productos de esa tendencia de investigación no se diferencian mucho de esa literatura reduccionista, simplista y trivial que pretendía establecer una relación mecánica y monocausal entre contextos sociales y productos intelectuales.

No es aventurado afirmar, en consecuencia, que Thomas Kuhn mantuvo una relación intelectual ambivalente frente a las ciencias sociales, lo cual no quiere decir ambigua. Caracterizando su enfoque como intrínsecamente sociológico, no tuvo dudas en cuestionar muchas de las afirmaciones de contenido de los cientistas sociales, admitiendo al mismo tiempo que contienen una potencialidad intelectual fructífera para la comprensión del fenómeno científico. Aquí viene a rematar una cuestión sustantiva. En apariencia, pues, habría diferencias entre las ciencias físicas y biológicas y las ciencias sociales. Pero, según hemos visto, no es una diferencia en las definiciones sino una diferencia en la situación. En la perspectiva de Kuhn, una disciplina científica pasa por etapas que la llevan hasta su edad madura, desarrollada, consensual, paradigmática. Tenemos, entonces, una idea única de ciencia, no obstante que los orígenes históricos y la situación actual de cada una pueden ser muy particulares, como lo reitera Kuhn una y otra vez. De modo que, en rigor, no es que el esquema ciencia normal-revolución científica no le venga a las ciencias sociales por razones esenciales sino que no les viene por ahora, en tanto se mantiene todavía en sus períodos preparadigmáticos. Cerrando el círculo, esto es lo que explicaría que Kuhn no recurra a ninguna ciencia social para ejemplificar la tesis de las revoluciones científicas. En coherencia con lo anterior, y haciendo teoría-ficción, si Kuhn no hubiese ahora sino en el futuro, habría podido especificar sus ideas generales con casos concretos ejemplares tomados de las ciencias sociales. Todo esto, claro está, bajo el gran supuesto de que Thomas Samuel Kuhn esté en lo cierto.

Bibliografía

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Imre Lakatos & Alan Musgrave, eds. Criticism and the Growth of Knowledge. Cambridge University Press 1970. Proceedings of the International Colloquium in the Philosophy of Science, London 1965, Volume 4.

Philosophy of the Social Sciences, Volume 11, Number 2. The Toronto Conference on the Philosophy of the Social Sciences, June 1981.

Thomas S. Kuhn. La Tensión Esencial (1977). Fondo de Cultura Económica, México, 1982.

Paul Feyerabend. Against Method. Third Edition, Verso, London.

Carlos Solís. Razones e Intereses. La Historia de la Ciencia después de Kuhn. Ediciones Paidós, Barcelona 1994.

Cristóbal Torres Albero. Sociología Política de la Ciencia. Siglo Veintiuno de España Editores S.A., Madrid 1994.

Antonio Beltrán. Revolución Científica, Renacimiento e Historia de la Ciencia. Siglo Veintiuno de España Editores S.A., Madrid 1995.

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La revisión de los fundamentos de la ciencia

Edison Otero B.

Publicado en Revista de Sociología Nº8, 1993. Departamento de Sociología, Facultad de Ciencias Sociales, Universidad de Chile.

Este trabajo constituye una re-elaboración a partir de una ponencia leída en el Seminario La Crisis de las Ciencias Sociales y la Filosofía, desarrollado en Noviembre de 1992 en la Facultad de Ciencias Sociales de la Universidad de Chile, organizado por Centro de Estudios de la Realidad Contemporánea (CERC), la Facultad Latinoamericana de Ciencias Sociales (FLACSO) y la Universidad Austral.

1.- Constituye un lugar común, a estas alturas, afirmar que ha habido un profundo cuestionamiento de lo que podría llamarse "la concepción tradicional de ciencia". Y se señala a autores del tipo de Thomas Kuhn, Imre Lakatos o Paul Feyerabend, entre otros, como actores importantes de esta revisión crítica. Todo ello resultará evidente en la medida en que las fuentes de consulta sean textos de filosofía de la ciencia o epistemología. En honor a la verdad, se trata de un fenómeno intelectual más amplio y que excede a los autores cuya dedicación institucional reconocida se circunscribe a la epistemología; ejemplos de lo que decimos son las obras de pensadores tan diversos como Henry Margenau, David Bohm, Fritjof Capra, Lawrence LeShan, Arthur Koestler, Stanislav Graf, Werner Heisenberg o Ilya Prigogine. Para apreciar los rasgos y el sentido de la

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aludida revisión, hace falta, lógicamente, determinar el conjunto de ideas que ha sido revisado. Admitiendo que los puntos de vista sobre el particular pueden diferenciarse significativamente, nos proponemos aquí fijar provisionalmente un hito intelectual como punto de referencia, en la medida en que puede considerárselo como representativo de esa concepción tradicional de ciencia: nos referimos al positivismo lógico. Paul K. Feyerabend (1924 - 1994) Nuestra pretensión es que el positivismo encarna cumplidamente muchas de las afirmaciones (sobre lo que la ciencia es) que la revisión pone en entredicho. Esbocemos tales afirmaciones:

(a) El objeto de la ciencia es la realidad externa, física, que existe con independencia de los procesos a través de los cuales llegamos a conocerla. (b) La realidad no funciona azarosa o caóticamente, sino que exhibe regularidad. (c) La ciencia es la única actividad humana que garantiza la verdad, la exactitud, la certeza, sobre esa realidad. (d) Las garantiza porque se atiene a los hechos observables, impidiendo la injerencia indeseable de prejuicios o preconceptos. (e) Las teorías científicas (que tienen una estructura deductiva) se desarrollan por generalizaciones sucesivas a partir de lo observado; por ello, el método propio de la ciencia es la inducción. (f) Las variables históricas, sociales y psicológicas (historia externa), aunque intervinientes, no son variables relevantes para determinar la verdad de las afirmaciones de la ciencia. (g) La ciencia progresa, y progresa por acumulación. (h) Los grandes episodios de la ciencia son producto del esfuerzo de inteligencias individuales.

Con seguridad, todas y cada una de estas afirmaciones no están suscritas por todos y cada uno de los pensadores identificados como "positivistas lógicos"; pero, sin duda, este boceto incluye algunas de las tesis fundamentales que caracterizan esa tendencia de pensamiento (1). 2.- Las afirmaciones de nuestro boceto, por otra parte, pueden ser agrupadas, en dos bloques: i. Afirmaciones relativas a la naturaleza de la realidad. ii. Afirmaciones relativas a la elaboración del conocimiento científico.

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En relación a i, es necesario algo más de precisión. La idea de ciencia que estamos examinando implica el supuesto de la regularidad de la naturaleza. La realidad manifiesta un orden, regido por la relación causa-efecto, se trata, en consecuencia, de un universo determinista, un gigantesco mecanismo de relojería. Esta concepción de la realidad está expresada clásicamente en la confianza laplaciana de que el conocimiento detallado de la situación presente del mundo permitiría, necesariamente, el conocimiento de lo que ha sido en el pasado y de lo que será en el futuro. Por otra parte, el conocimiento de la realidad queda garantizado o posibilitado por la construcción de un modelo mecánico suyo; no puede lograrse una representación mejor. En conexión con lo anterior, está la idea de que todo lo que existe puede ser medido, lo cual tiene como fundamento la convicción de que el "libro" de la naturaleza está escrito con caracteres matemáticos. La pretensión fundamental de la idea clásica de ciencia es que su concepción de la realidad corresponde a lo que la realidad efectivamente es, tal como se nos ofrece a la observación. Como sabemos, esta pretensión ha sido sometida a profundas críticas; tal vez, el resultado más subversivo de la crítica consista, precisamente, en haber determinado que se trata de una "concepción" de la realidad y que era posible desarrollar otras (2). A excepción de las aplicaciones a las que empuja el concepto kuhniano de "paradigma" sobre el particular, el debate epistemológico Popper - Kuhn - Lakatos - Feyerabend está centrado en ii. 3.- Aunque la epistemología de Karl Popper es incluida por algunos autores en el horizonte de la ortodoxia, es necesario admitir que se trata de una inclusión discutible. En favor de la inclusión podrían considerarse su autoproclamación de "realista", de "empirista" y su apego a la concepción de la verdad como correspondencia; en contra de la inclusión, pueden allegarse sus tesis de que la inducción no existe, de que las teorías son creaciones libres, y que no existe el método científico (tradicionalmente entendido), amén de su criterio de demarcación que implica una reivindicación de la metafísica (3). Por lo demás, la oposición de Popper al positivismo lógico (proclamada abierta y repetidamente) constituye un tema permanente en su obra; con todo, Popper comparte con los positivistas la convicción de que las variables extra-lógicas (historia externa) no son relevantes al desarrollo y aumento del conocimiento. La ciencia tiene, pues, una lógica: la lógica de la crítica racional, la lógica de las conjeturas y las refutaciones. Como se sabe, este es el punto en el que Kuhn centra sus diferencias con Popper. Kuhn sostiene que Popper sobredimensiona el papel de la actitud crítica y racional en la actividad científica; y ello, probablemente, porque pone su atención en episodios y figuras que son extraordinarias y no comunes. Muy por el contrario, lo habitual es la actitud dogmática, el pensamiento convergente, que constituyen la ciencia "normal"; en tal condición, el propósito no es buscar experimentos cruciales, situaciones límites para falsar las teorías, sino expandir el campo de un modo de pensar ya aceptado (4). Es crucial, entonces, distinguir entre períodos normales y períodos revolucionarios en la historia de una ciencia. Por otra parte, lo que llamamos "ciencia" es el resultado de la actividad de un grupo social, la comunidad científica, cuyos procesos y pautas de educación y comunicación han de ser identificadas y comprendidas en cada caso. Thomas S. Kuhn (1922 - 1996)

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De este modo, los períodos normales y revolucionarios de una disciplina no consisten meramente en ciertos estados de situación epistemológicos sino en procesos sociales grupales, en dinámicas peculiares de interrelación. El enfoque de Kuhn es característicamente sociológico o, también, de psicología social. Popper ha contrargumentado sosteniendo que lo que vuelve dudoso e insostenible el punto de vista de Kuhn es que la historia, la sociología o la psicología son disciplinas espurias, que no están en condiciones de posibilitar ninguna "interpretación" confiable de lo que sea la ciencia; con todo, le concede que la ciencia "normal" es un hecho. Sin embargo, sostiene Popper, las ideas de Kuhn nos conducen al relativismo, al renunciar a la idea de verdad objetiva y hacerlo depender de lo que cree una comunidad científica en un período determinado. El descargo de Kuhn reitera en su idea impulsora de que la imagen de la ciencia que aparece en los textos de filosofía de la ciencia no se parece en nada a lo que la historia de la ciencia revela (5). Esta es la cuestión crucial. En consecuencia, es necesario construir una visión coherente e integradora de la ciencia, que deje verla tanto en su dimensión histórico-social como en su dimensión de productora de conocimiento que realmente progresa y que consiste en explicaciones de fenómenos reales y observados. Con una visión tal, no resultaría inadmisible aceptar que las revoluciones científicas constituyan procesos grupales de índole sociológica, en el que no juegan un papel central las variables racionales y lógicas. 4.- Imre Lakatos, discípulo de Popper, enfrentó a Kuhn pero pagando un alto precio, afirmando que la historia de la ciencia refuta tanto a Popper como a Kuhn; los experimentos cruciales popperianos y las revoluciones kuhnianas son mitos. Lakatos calificó de "falsacionista ingenuo" a su maestro, por creer que los hombres de ciencia practican habitualmente la actitud crítica, buscando contrastaciones decisivas contra sus teorías; en verdad, dice Lakatos en un pasaje altamente polémico, los científicos tienen la piel dura (6). Con todo, piensa Lakatos, Popper tiene razón contra Kuhn en sostener que, en último análisis, la ciencia es una empresa racional; sólo que no lo es en el sentido de una práctica permanente de la crítica sino en la sustitución de los programas de investigación científica regresivos por otros de carácter progresivo. Si ponemos la suficiente convicción en ello, todos los episodios importantes de la ciencia pueden ser reconstruidos racionalmente. De allí que Lakatos dijera que la historia externa puede ser narrada en notas a pie de página. En suma, se restituye la importancia de la lógica interna de la ciencia (7). Sin embargo, hay algo en la crítica de Lakatos a Kuhn que resulta tremendamente significativo y decidor... en favor de Kuhn, nos parece. Cuando se refiere a las concepciones de Kuhn, Lakatos las califica como "...psicología social, socio-psicológica..., psicología de masas..." etc., e interpreta su explicación de las revoluciones científicas como "...conversión religiosa, ...conversión mística, ...pánico contagioso. ...irracionalidad ..." etc. Hay que considerar que Lakatos utiliza estos calificativos en textos escritos en la primera mitad de los '70, puesto que fallece en 1974. Imre Lakatos (1922 - 1974) Es perfectamente posible que tuviera en mente una imagen de las ciencias sociales como disciplinas penetradas de ideologización política (particularmente de inspiración

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marxista) y de la psicología como un área de estudios monopolizada por el psicoanálisis. Su expresión "psicología de masas" es más que reveladora. Es perfectamente posible que tuviera por representativo un panorama cruzado por modas intelectuales efímeras. Conocía, con seguridad, la crítica de su maestro al marxismo, el psicoanálisis y la psicología individual de Adler, y sabemos, con certeza, que consideraba la demarcación entre ciencia y pseudociencia como un problema de importancia no sólo filosófica, sino también social y política (8). En un texto de 1970 (9), hablaba de ciencias sociales subdesarrolladas. Cabe suponer, en fin, que suscribía las afirmaciones de Popper contenidas en el texto La ciencia normal y sus peligros, examinando el célebre libro de Kuhn: "No puedo concluir sin señalar que me resulta sorprendente y desilusionante la idea de volverse a la sociología o la psicología (o a la historia de la ciencia, como recomienda Pearce Williams) para iluminar los propósitos de la ciencia y su posible progreso. De hecho, comparadas con la física, la sociología y la psicología están penetradas de modas y dogmas incontrolados. La sugerencia de que podemos encontrar en ellas algo semejante a "descripción objetiva, pura" está claramente equivocada. Además, ¿cómo podría ayudamos en esta particular dificultad el retorno a estas ciencias frecuentemente espurias?... Es por esto que considero sorprendente la idea de volverse hacía la sociología o la psicología. La considero desilusionante porque muestra que todo lo que dije en el pasado contra las tendencias y orientaciones sociológicas y psicológicas especialmente en historia, fue en vano" (10). 5.- Creo que la crítica de Popper, asumida por Lakatos, implica un prejuicio. Entendible, pero prejuicio al fin de cuentas. Sin duda que el diagnóstico de dogmatismo y moda resulta pertinente para los comienzos de los '70, en lo que a la situación de las ciencias sociales se refiere. Pero no a todas; pertinente para la sociología y la psicología individual, en particular, pero no para la psicología social o la antropología, por ejemplo. La ideologización del escenario, por esa época, es evidente, pero no es todo el cuadro. Por intoxicada de marxismo que estuviera, la sociología de esa época no se reduce a marxismo; y la psicología de esa época tampoco se reduce a Freud y Adler. Y si no era así entonces, con mayor razón no lo es posteriormente. Sir Karl R. Popper (1902 - 1994) Por eso, la postura de Popper al respecto resulta pretenciosa e infundada; supone que con haber criticado al marxismo, el psicoanálisis y la psicología individual, dio cuenta de la sociología y la psicología en su totalidad. Se trata, por lo menos, de una flagrante subestimación (11). Y ocurre que, en lo sustantivo, Popper no ha modificado su diagnóstico. Eso por una parte. Por otra parte, la recurrente referencia de Lakatos a la "psicología de masas" deja ver lo que tiene en mente: Freud, Le Bon, McDougall. Está claro que no tiene en cuenta los conceptos de Lewin, Lazarsfeld, Merton o Parsons, por ejemplo; ni que hablar de Malinowski, Durkheim, Weber o Levy-Strauss. En consecuencia, no percibe el sentido de la propuesta de Kuhn. Kuhn está hablando de grupos sociales, de comunidades, de instituciones, de pautas de comunicación, de procesos de educación, de lenguaje, de percepción cultural, nada que tenga que ver con el inasible, indeterminado y gelatinoso concepto de "masas", evocador de interpretaciones simplistas de la conducta y elementales de la realidad social. El propio Lakatos bordea el tema pero no lo logra asumir; dice que los científicos tienen la piel

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dura. ¿A que se refiere? ¿A una condición genética de carácter individual? ¿a un rasgo de personalidad? ¿a una motivación instintiva? Lakatos sólo ve individuos aislados que, por curiosa coincidencia, reaccionan de la misma manera ante la misma contraevidencia. Pero no hay nada curioso en esta coincidencia si, en vez de individuos aislados, vemos grupos de personas que investigan en una misma área, que han sido entrenados en ciertos métodos para enfrentar problemas, que comparten códigos comunes de comunicación, que se identifican como miembros de una misma institución ("físicos", "biólogos", "antropólogos", "geógrafos", etc.), que respetan normas de desempeño profesional, que manejan jerga y terminología comunes, que forman a nuevos miembros de la disciplina, etc. Resulta claro: el historiador Kuhn ve realidades que el matemático y epistemólogo Lakatos no ve. Y haciendo juegos teóricos, podría decirse que esta es una demostración particular de la idea kuhniana de inconmensurabilidad. Y, en tercer lugar, hay una consideración que podría reducir drásticamente la fuerza del argumento descalificatorio de Popper. Basta un mínimo de honradez intelectual para compartir, siquiera en alguna medida, con Popper su diagnóstico de las ciencias sociales a la altura de los '60 y comienzos de los '70. Pero ese diagnóstico atañe a una situación particular cronológica, y no puede extenderse, por ejemplo, a los '80. Y aunque se pudiera, ello no le quita peso a la idea siguiente: el hecho de que las ciencias sociales no estén en condiciones de ofrecer actualmente una producción científica relevante y coherente, equivalente a la de las ciencias físicas, no desaloja el hecho de que las ciencias (incluidas las ciencias físicas, por supuesto) son hechos sociales, que tienen inocultables dimensiones institucionales, y que pueden ser objeto de abordaje en términos históricos, sociológicos y antropológicos. La dificultad es, pues, una dificultad práctica, no una dificultad de principio. Tal abordaje es potencial y perfectamente posible. En este sentido, la obra de Kuhn es sólo el comienzo de una preocupación intelectual de insospechables consecuencias (12). Una consecuencia tremendamente reveladora sería, por ejemplo, la conclusión de que "verdad", "certeza", "exactitud", "objetividad" y otros conceptos semejantes, vendrían a ser la terminología con que una cierta práctica social, originada en una cultura específica, caracteriza y define su propio hacer; lo cual despojaría a esos conceptos de una apariencia absoluta, esencialista, ahistórica, abstracta y hasta metafísica. No serían, pues, descripciones objetivas de realidad sino autodefiniciones. Se trata de una consecuencia en extremo corrosiva, que hay que considerar y no puede eludirse sobre la base de las amenazas de relativismo e irracionalismo a que, supuestamente, conduciría. Por lo demás, se trata de la confrontación de modos de pensar. Si hay algo que resultaría por definición inaceptable ello sería el chantaje de admitir una concepción de la ciencia con el argumento de que nos protege del relativismo, asegurándonos verdades sólidas incuestionables. ¿Cuál sería el terrible delito intelectual implicado en la admisión de que todos nuestros conocimientos tengan una irremediable dimensión de relativismo? Con todo, el propio Kuhn no se ha dejado tentar por las aplicaciones últimas de su propuesta (13). Hay que

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reconocer, en consecuencia, ese mérito intelectual a Paul K. Feyerabend. Una cita bastará para demostrarlo, así como para concluir este trabajo: "Las ciencias, después de todo, son nuestra propia creación, incluidos todos los severos standards que parecen imponemos. Es bueno recordar constantemente este hecho... "(14). Notas

1.- Entre los intentos por describir el conjunto de los rasgos característicos de lo que llamamos "concepción tradicional de la ciencia", pueden considerarse los siguientes: La nueva alianza. Metamorfosis de la Ciencia, de Ilya Prigogine e Isabelle Stengers (1979), versión de Alianza Universidad, 1983. El punto crucial, de Fritjof Capra (1982), versión de Integral Editores, 1985. La introducción de Ian Hacking a Revoluciones científicas (1981), versión del Fondo de Cultura Económica, 1985. El impacto filosófico de la Física contemporánea, de Milic Capek (1961), versión de Editorial Tecnos, 1965. Igualmente, Introducción al estudio de las ciencias (1984), John Ziman, versión de Editorial Ariel, 1986; La credibilidad de la ciencia (1978), John Ziman, versión de Alianza Editorial, 1981; El enfoque popperiano del conocimiento científico, de John Watkins, incluido en Progreso y racionalidad en la ciencia (1979), que reproduce parte de las ponencias del Coloquio de Kronberg, versión de Alianza Universidad Textos, 1984. 2.- Sobre este tema en particular puede revisarse el notable libro de Lawrence Leshan y Henry Margenau, El espacio de Einstein y el cielo de Van Gogh (1982), versión de Gedisa, 1985. 3.- V.gr. Post scriptum I: Realismo y el objetivo de la ciencia (1982), versión de Editorial Tecnos, 1986. 4.- Sobre la importancia del pensamiento dogmático en el funcionamiento normal de la ciencia, ver La tensión esencial: Tradición e innovación en la investigación científica (1959), texto anterior, como se aprecia, a La Estructura de las Revoluciones Científicas. Versión del Fondo de Cultura Económica, 1982. 5.- Esta idea está expresamente manifestada en el prefacio a La Estructura de las Revoluciones Científicas, igualmente en el prefacio de La Tensión Esencial. 6.- La metodología de los programas de investigación científica (1978), capítulo I. Versión de Alianza Editorial, 1983, págs. 27 y 28. 7.- Op.Cit. capítulo 2, pág.156. 8.- Op.Cit. Introducción, pág.9. 9.- Op.Cit. capítulo I, pág.19. 10.- "Normal Sciences and its dangers", incluido en Criticism and the Growth of Knowledge (1969); pág.58. 11.- El asunto no puede dejar de asociarse, por ejemplo, al tipo de consideraciones que desarrolla C.P.Snow en Las dos culturas y un segundo enfoque (1964), versión de Alianza Editorial, 1977. 12.- Un ejemplo en tal sentido lo constituye el trabajo de Paul Forman, discípulo de Kuhn, Cultura en Weimar, casualidad y teoría cuántica, 1918-1927, publicado en 1971. Versión de Alianza Universidad, 1984. 13.- Logic of Discovery or Psychology of Research?, incluido en Criticism and the Growth of Knowledge. Op.cit. 14.- Contra el Método (1970). Versión de Editorial Ariel, 1974, pág.134.

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Thomas Kuhn's irrationalism

by James Franklin

The New Criterion home page http://www.newcriterion.com/archive/18/jun00/kuhn.htm -------------------------------------------------------------------------------- For an insight into trends and fads in the humanities world, it is hard to improve on the Arts and Humanities Citation Index. It lists all citations in the major humanities journals—that is, an army of trained slaves keys in every footnote of every article and the computer rearranges them according to the work cited. The compilers of the index examined the records for the years 1976–1983, and issued a report on the most cited works of the twentieth century. The most cited author was Lenin, which speaks volumes on the state of the humanities in the West towards the end of the Cold War. But the most cited single works were, in reverse order: in third place, Northrop Frye’s Anatomy of Criticism; second, Joyce’s Ulysses; and, well in the lead, Thomas Kuhn’s 1962 book, The Structure of Scientific Revolutions. Interest in Kuhn’s book has not waned. The Index is now online, and records one-hundred citations to the book for 1999—plus another four-hundred in the Social Sciences Citation Index. To call the tone of most of these citations reverential would be something of an understatement. It is reported that Structure is Al Gore’s favorite book, and William Safire’s New Political Dictionary has an article on “paradigm shift,” a phrase popularized by Kuhn, which reports both Bush (senior) and Clinton being much impressed with its usefulness. The basic content of Kuhn’s book can be inferred simply by asking: what would the humanities crowd want said about science? Once the question is asked, the answer is obvious. Kuhn’s thesis is that scientific theories are no better than ones in the humanities. The idea that science is all theoretical talk and negotiation, which never really establishes anything, is one that caused trouble long ago for Galileo, who wrote: If what we are discussing were a point of law or of the humanities, in which neither true nor false exists, one might trust in subtlety of mind and readiness of tongue and in the greater experience of the writers, and expect him who excelled in those things to make his reasoning more plausible, and one might judge it to be the best. But in natural sciences whose conclusions are true and necessary and have nothing to do with human will, one must take care not to place oneself in the defense of error; for here a thousand Demostheneses and a thousand Aristotles would be left in the lurch by every mediocre wit who happened to hit upon the truth for himself.

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Kuhn’s “achievement” was to put the view of Galileo’s scholastic opponents back on the agenda. Up to his time, philosophy of science had concentrated on such questions as how evidence confirms theories and what the difference is between science and pseudo-science, that is, questions about the logic of science. Kuhn declared logic outmoded and replaced it with history. A caricature of his opinions is this: a science, say astronomy, is dominated for a long period by a “paradigm,” such as Ptolemy’s theory that the sun and planets revolve around a stationary earth. Most work is on “normal science,” the solving of standard problems in terms of the reigning paradigm. But anomalies—results the paradigm cannot explain—accumulate and eventually make the paradigm unsustainable. The science enters a revolutionary phase as a new paradigm such as Copernicus’s heliocentrism comes to seem more plausible. Defenders of the old order, who cannot accommodate the change and usually cannot even understand the concepts in which it is expressed, gradually die out and the new paradigm is left in control of the field. Then the process repeats. According to the summary in Francis Fukuyama’s End of History, The cumulative and progressive nature of modern science has been challenged by Thomas Kuhn, who has pointed to the discontinuous and revolutionary nature of change in the sciences. In his most radical assertions, he has denied the possibility of “scientific” knowledge of nature at all, since all “paradigms” by which scientists understand nature ultimately fail. As with many caricatures, one finds that the original consists of the caricature with the addition of a number of qualifications; the qualifications render the original inconsistent, and the author’s subsequent denials that he had said anything so radical increase further the number of inconsistencies. One observes also that the caricature has a historical career considerably more vigorous than the original, whose qualifications would have lessened its appeal. Besides its simplicity, the caricature makes the story of science into one of the simple emotive plotlines that literary folk find so engaging. It is the story of the Morte d’Arthur, of the peaceable order and its aging king, their virtue undermined by internal corruption, falling to the challenge of the vigorous and bloodthirsty young challenger. The plot made Frazer’s Golden Bough a literary hit decades before, with its stories of tribal chiefs displacing one another with extreme prejudice, and even persuaded the humanities world to take an interest in the doings of Red Deer, among whom the transfer of harems between dominant males is conducted on similar principles. Kuhn’s success is also an instance of the enduring appeal of theomachy, a mode of explanation which worked so brilliantly for Marx and Freud, and, long before, for Homer. What was previously thought to be a continuous and uninteresting succession of random events is discovered to be a conflict of a finite number of hidden gods (classes, complexes, paradigms, as the case may be), who manipulate the flux of appearances to their own advantage, but whose machinations may be uncovered by the elect to whom the key has been revealed. Further reasons for Kuhn’s success are not hard to find. He gave permission to anyone who wished to comment on science to ignore completely the large number of sciences which undeniably are progressive accumulations of established results—sciences like ophthalmology, oceanography, operations research, and ornithology, to keep to just one letter of the alphabet. That certainly saved a lot of effort. Kuhn’s theory also had a special appeal to social scientists. Political scientists, sociologists, and anthropologists

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recognized Kuhn’s picture of disciplines putting the accumulation of evidence to the background while bringing to the fore fights about theory; they were delighted to hear that what had previously been thought an embarrassment was the way it was done in the most respectable sciences. Kuhn even offered something to massage the egos of natural scientists themselves. It might seem at first glance that his claim that most scientists are drones was insulting, but there was a good reason why it was met with the same equanimity one notices in fundamentalist religious circles at the news that only 144,000 are saved. The damned may be a majority, but of course they are other people; every scientist had the opportunity to cast himself as a revolutionary hero of a new paradigm, shamefully ill-used by the establishment. Kuhn’s rhetoric incorporated a few further successful ploys, in that “paradigm” was undoubtedly a cute technical term, as technical terms go, and the phrase “normal science” had just the right hint of superciliousness towards the worker bees who are credulously doing the hard work of science. Kuhn’s work was the perfect Sixties product, and, since he managed to publish it in 1962, his success was inevitable—indeed, as the philosophers say, overdetermined. At a more logical level, Kuhn’s success depended on certain ambiguities. Even in the caricature above, it is clear how some were essential to Kuhn’s plan. What does “unsustainable” mean when said of a scientific theory? In particular, is it a matter of logic or of psychology? If it means that there are a number of observed results that would be unlikely if the theory were true, then one is back in the realm of logic, of the bad old philosophy of science that studied the relation of evidence to hypothesis. Naturally, Kuhn is not keen to emphasize that direction. But if “unsustainable” is a purely psychological matter, a kind of collective disgust by a salon des refusés of younger scientists who simply think their elders are too smug, then it is impossible to see why it should have any standing as science. If the old theory is not broke—if its predictions are true, for example, and its explanations coherent—why fix it? Whatever there is to be said for a pure appetite for novelties in the art world, there is no scope for it in science. There, the difficulty of attaining the truth means no one is inclined to pointless exercises in throwing away pearls attained at great expense. In his new book Thomas Kuhn: A Philosophical History for Our Times,[1] Steve Fuller agrees with the above analysis in only one respect. He too thinks the effect of Kuhn’s book was a bad one. But Fuller is a professor of sociology at the University of Warwick, and he has the attitudes that a sociologist would predict for a Midlands professor of sociology. His complaint is that Kuhn was not nearly revolutionary enough, especially in politics. In saying Kuhn’s book was the perfect Sixties product, one qualification is possibly needed. Was it sufficiently leftist? Certainly, the suggestion of the blood of old paradigms staining the water had a reddish tinge. But Kuhn gave no attention to the complaints the left wished made about the complicity of science in the military-industrial complex. It was disappointing that after all Kuhn’s work in replacing the logic and philosophy of science with its history and sociology he failed to so much as mention the social effects the left wished targeted. The villain of the piece, according to Fuller, was James Bryant Conant, president of Harvard from 1933 to 1953. His “General Education in Science” program at Harvard, in which Kuhn taught, explicitly aimed to give future policy makers a broad understanding of science. In the era of the atomic bomb, Sputnik and the moon race, of penicillin,

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DNA, and the pill, it was clear that science had much greater social implications than had been thought only a decade or two before. Conant was one of the “action-intellectuals” who defined America’s early Cold War vision, especially in the areas of science and educational policy. Central to it was the National Science Foundation, which provided large sums for basic research, of the kind that had turned out unexpectedly to be at the basis of the making of the atomic bomb (and in contrast to the kind of science directly aimed at ideologically specified technological ends, like Lysenko’s biology and Nazi eugenics). Conant’s preface to Kuhn’s first book, The Copernican Revolution (1957), linked the decline of Western Europe to its outdated humanities curricula. Yet, he thought, simply teaching humanists a little straight science had not proved effective either. Science tends to lack a storyline or anything that engages the emotions or encourages the taking of sides. “No one admires or condemns the metals or the behavior of their salts,” as he justly said. His solution was history. Carefully chosen episodes in the history of science, in early modern times before it had become too complicated, would allow the student to engage with the excitement of discovery, the “interplay of hypothesis and experiment,” and the conflict of personalities and ideas. This was the plan Kuhn implemented in his own teaching, and refined in his books. As it happened, it was not an institutionally successful plan at the time. It was not exported to universities other than Harvard, and when Conant became U.S. Ambassador to West Germany, Kuhn was left undefended and in 1955 refused tenure, on the grounds that he was not an expert on anything in particular. General education for humanists at Harvard retreated to the plan of introducing them to a little real science. But the simplified-history-as-moral-lesson scheme certainly had its revenge with the success of Kuhn’s book. In one way, then, Fuller’s book bears comparison with Frances Stonor Saunders’s The Cultural Cold War, [2] which described the CIA spending large sums of money to promote such all-American cultural products as Abstract Expressionism. Certainly, Kuhn’s vision of science was as disconnected from reality as Pollock and as free from bothersome detail as Rothko, and as likely as either to contribute to civilized values. But Fuller’s spin on the story makes it resemble more closely the thesis of Martin A. Lee and Bruce Shlain’s Acid Dreams (1985) and Jay Stevens’s Storming Heaven (1987), according to which the drug culture of the Sixties was a CIA plan that went wrong, and the drugs that at first encouraged the rebellions of those times, in the end undermined them by replacing politics with pleasure. Fuller’s accusation is that Kuhn was a patio fauvist, a purveyor of gift-wrapped frissons to the intellectual bourgeoisie, chocolate revolutions that exist in the children’s-fiction world of theories and paradigms, without import in the real world. Prescinding for the moment from the question of whether the defusing of revolutionary zeal is a good thing, the thesis itself is interesting, as is the more general thesis that postmodern and other “high theory” forms of leftism act mainly to keep revolutionaries off the streets by channeling their mental energies into endless efforts to understand the incomprehensible. Fuller does not present evidence that any particular theorist was diverted by Kuhn from the path of true socialism which he would have pursued otherwise, but he is right to point to the apolitical, or perhaps better the faux political, nature of Kuhn’s message, both in the original and its caricature. The research community that pursues a paradigm is a political entity, in the sense that it acts to preserve itself and outmaneuver its rivals, but its talk of “revolution” is very

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harmless; the revolution is in the past, against the previous paradigm, and no present entities have anything to fear from it. Like the violence in a horror film, it’s all virtual and it’s over when you come out into the light. At least, that is the correct perspective from the outside society, though denizens of the academy who have to compete for grants and students with the powerful lobbies of rampant paradigms may take a less sanguine view. In pursuing such issues, Fuller writes well about many matters. He is hugely well-informed about cultural theorists of the fifty years before Kuhn’s book, and has many illuminating remarks on the influence of such unlikely figures as Piaget and Pirandello, the connection of paradigms with iconographic approaches to art history, the bifurcation of nineteenth-century relativism into anthropological and Nazi wings, and the like. What Fuller does not know anything about is science. Nowhere in his huge output or its bibliographies is there evidence of reading in science, much less hands-on work. Hence he can write things like “lab work in today’s world would seem to be little more than a showcase activity—perhaps, like so many tribal rituals, done primarily for the benefit of the spectators.” Fuller would be well advised to take a break from his frenetic production of big books and spend a year as bottle washer and data analyst in a lab. Perhaps he would find that the logical techniques he uses himself to evaluate the impact of one cultural theorist on another also work in the lab to allow the scientist to know the reaction of one chemical with another. It is unlikely he will take this advice. In fact, he revealingly explains how he has inoculated himself against any such suggestions. Commenting on some other philosophers of science who did spend time in a laboratory, he writes, “Interestingly, no one ever seems to have left his apprenticeship less committed to the science in question than when he entered.” Many would take this to be indeed an interesting fact, perhaps suggesting that normal human beings find what goes on in labs quite convincing, when they take a close look. Fuller’s unthinking use of “interestingly” to express a presumption that what is generally believed ipso facto deserves suspicion places him dead center of the post-Sixties generation of “tenured radicals.” It is Fuller’s typicality that makes him a valuable witness to the one aspect of Kuhn’s legacy that he does agree with, one that has been the most lasting from the point of view of science studies. To the bewilderment of scientists, that field has almost universally followed Kuhn in his substitution of history and sociology of science for logic and philosophy. In particular, the explanation of why some change occurs in science, such as the belief in Copernicus’s system replacing belief in Ptolemy’s, is required to be in terms of social causes, such as the interests of patrons. This mode of explanation is contrasted with that which refers principally to the better support by the evidence that a later theory has. The contrast in styles of explanation was the crux of the recent “science wars,” where books such as Paul Gross and Norman Levitt’s Higher Superstition (1994) [3] and Noretta Koertge’s collection, A House Built on Sand, vigorously attacked the “social contructivists,” Kuhn’s successors, for “relativism.” If science was “constructed” at the whim of powerful interests, could it not be just as easily constructed some other way, and thus be “relative” (to one’s tribe, education, or community committed to a paradigm)? And would that not be to deny scientific truth entirely? As Richard Dawkins, the biologist noted for his “selfish gene” theomachy, wrote, “Show me a relativist at 30,000 feet and I’ll show you a hypocrite.” Fuller

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reveals why this line of reasoning is not making much impact. He, like other constructivist respondents, merely says that constructivists did not deny scientific truths, or assert relativism. Fuller calls his position a “non-relativist constructivism.” By this he means that usually different scientists will come to agree on what they say about reality, but that the reason for this is not in reality but in the scientists, in particular in their social relations. Human groups have many things in common, so they will naturally agree on many things. Taking this line, which is an explicit version of what many humanists are doing when they think briefly about science, requires two remarkable argumentative leaps. The first is simply ignoring the critics’ argument that constructivism left its adherents no reason to believe any of the deliverances of science, such as those concerning the effects of actions at 30,000 feet. This problem is not resolved by making one’s constructivism “non-relativist.” If beliefs are fixed by the political requirements of communities on the ground, that gives no reason to trust them at 30,000 feet. The second leap is more insidious and important, and here Fuller makes explicit, for once, the actual reasoning that lies at the bottom of the turn to historical and sociological explanation. Since the move to such causal explanations and away from logic is at once so crucial, so baffling, and so rarely argued for, it is worth attending to his presentation. It occurs in his earlier book, Philosophy of Science and its Discontents (1989). His argument—actually, he calls it “a few homely observations,” which will put fallacy watchers on high alert—is that “knowledge exists only through its embodiment in linguistic and other social practices”; these in turn are transmitted by communities, and it is hardly likely that a world-view or even a proposition could persist through this transmission. Indeed, Fuller argues that, even if scientific theories were true, they could not cause reliable transmission of themselves. This argument is the central plank of the social constructivist position. It is also at the center of the shift from logic to history that Kuhn argues for. Although extraordinarily popular, it is a very bad argument—so bad that the philosopher David Stove named it the winner of his “Competition to Find the Worst Argument in the World.” It will be familiar to anyone who has studied philosophy: “We can know things only insofar as they fall under our conceptual or linguistic schemes; therefore, we cannot know things as they are in themselves.” In other words, our knowledge is fatally flawed just because it is our knowledge. This is an argument that has underpinned many irrationalist programs in the history of thought, from classical idealism to the cultural relativism supported by some anthropologists. It is clear why Fuller’s argument is a version: he says “We can know things only via causal (social) processes acting on the brains of real scientists, therefore the content of our theories is fully explained by the social factors causing them; that is, we cannot know things as they are in themselves.” It says, in the philosopher Alan Olding’s telling caricature, “We have eyes, therefore we cannot see.” This is why no amount of raging about relativism, skepticism and truth is going to make any impact on constructivists. They will always say, “Those entities in Platonic worlds, like truths and theories, cannot cause belief in themselves. Scientists are people, after all, and as such are responsive only to social or similar causes.” Is it clear what is wrong with this argument? If not, an analogy may help. An electronic calculator implements the laws of arithmetic. If we ask why the number 4 is displayed

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when we punch in 2 + 2, then there is a causal explanation in terms of the circuitry. At a molecule’s eye view of the matter it is a complete explanation. But a full explanation must mention the abstract arithmetical fact that 2 + 2 is 4, and that the circuitry has been designed exactly to track such facts. It is not as if numbers magically cause electrical effects, but that physical causes and abstract reasons cooperate. It is the same with scientists and the truths they discover. The truth of the inverse square law of gravity is an essential part of the explanation of why that law is believed. For one thing, its truth is what makes true the measurements that provide the evidence for the theory. Of course, there needs to be some philosophical story about why causes cooperate with reasons, as there does in the case of the calculator. But the point of Kuhn and his followers was not to request such a story, but to argue that it must be irrelevant to explaining scientific beliefs. The worst effect of Kuhn, and the one taken up both most unthinkingly and most forcefully across the whole range of disciplines he influenced, has been the frivolous discarding of the way things are as a constraint on theory about the way things are. It would be good to conclude by recommending a short book, What Is Science?, that does things the right way. It takes a robustly objective view of the relation of evidence to conclusion, explains what laws of nature are, briefly shows how measurement, data, statistics, and mathematical models work in science, states which parts of science are well-established and which not, illustrates with engaging episodes in the history of science, and ends with some colorful rudenesses on postmodernist solecisms concerning science. Unfortunately, it does not exist. Notes

1. Thomas Kuhn: A Philosophical History for Our Times, by Steve Fuller; University of Chicago Press, 361 pages, $35.

2. See “Supporting the indispensible,” by Peter Coleman, in The New Criterion (September 1999).

3. See “When reason sleeps,” by Roger Kimball, in The New Criterion (May 1994).

-------------------------------------------------------------------------------- From The New Criterion Vol. 18, No. 10, June 2000 ©2000 The New Criterion | Back to the top | www.newcriterion.com ============================================================sg

¿EXISTE EL MÉTODO CIENTÍFICO? Ruy Pérez Tamayo

Fondo de cultura económica – México 1998 http://omega.ilce.edu.mx:3000/sites/ciencia/volumen3/ciencia3/161/htm/toc.htm En este libro, el doctor Ruy Pérez Tamayo emprende una tarea de dimensiones tan vastas que da cierto vértigo enunciarla: examinar la evolución histórica que ha tenido el ser humano acerca del método científico a lo largo de un periodo que cubre la friolera de 25 siglos. Por "método científico" —explica el autor— "entiendo la suma de los principios teóricos, las reglas de

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conducta y las operaciones mentales y manuales que han venido utilizando los hombres de ciencia para generar conocimientos científicos". En la busca del método científico el libro nos lleva en el pasado hasta Aristóteles, quien fue el primero en apuntar que el origen de las causas de los fenómenos se inició con Tales de Mileto, filósofo presocrático del que se sabe "estaba vivo en 585 a. C". A partir de estos inicios, en forma alguna humildes pues incluyen, a parte de los citados, a la flor y nata del pensamiento helénico, atravesamos la muy peculiar Edad Media para llegar a los científicos que dieron principio a una verdadera revolución en su campo y que van de Vesalio a Kant pasando, por solo mencionar unos pocos, por Galileo, Newton y Descartes, para llegar a los empiristas y positivistas del siglo XIX,cruzar el diámetro del brillante Círculo de Viena y llegar a las ideas contemporáneas. Finalmente, el autor lanza una mirada "fría y calculadora" para preguntarse, en serio, si la filosofía de la ciencia ha aumentado la calidad de los científicos. "Mi intención es filosofar no como profesional de esa disciplina (que no soy) sino como científico (que sí soy)". Ruy Pérez Tamayo es médico cirujano egresado de la UNAMy sus cursos de posgrado los realizó en EUA.Fundó y dirigió por 15 años la Unidad de Patología de la Facultad de Medicina de la UNAM.Ha sido investigador del Instituto de Investigaciones Biomédicas de la UNAMy del Instituto Nacional de la Nutrición "Salvador Zubirán". Asimismo, es profesor emérito y jefe del Departamento de Medicina Experimental de la UNAM,miembro de El Colegio Nacional y prolífico autor de libros, muchos de ellos editados por el FCE.

INTRODUCCIÓN Este volumen contiene la mayor parte del material que utilicé en mis cursos sobre el tema en El Colegio Nacional, correspondientes a 1987 y 1988. Hasta donde he podido averiguar, escudriñando la historia de las actividades del mencionado Colegio, quizá mi único predecesor en estos quehaceres fue el doctor Arturo Rosenblueth. En el prólogo que el doctorjuan García Ramos escribió para el libro de Rosenblueth, El método científico, publicado en 1971, dice lo siguiente: Una de las inquietudes del doctor Arturo Rosenblueth fue la de tratar de sistematizar los conocimientos sobre el método científico. Prueba de ello es que en los años de 1949-1950, y posteriormente en 1961, impartió cursos sobre ese tema en El Colegio Nacional, del cual fue miembro desde 1947. Yo tuve la oportunidad de asistir a uno de esos cursos y de iniciar así un interés personal en la filosofía de la ciencia que ha resultado permanente; además, he publicado breves comentarios sobre ese libro. A los que, como yo, asistieron a algunos de los cursos mencionados del doctor Rosenblueth y conocen el texto de su libro, podría parecerles temerario que yo haya escogido el mismo tema para los dos ciclos de conferencias mencionados y para este volumen. Me apresuro, pues, a aclarar que aunque comparto el título de sus cursos y de su libro, es quizá lo único en que coincidimos. Mientras que Rosenblueth hizo un análisis riguroso de distintos aspectos filosóficos de la ciencia, rebasando con mucho la metodología científica y expresando con claridad y seguridad características sus propios puntos de vista, yo he organizado el material dentro de un esquema estrictamente histórico. Mi objetivo es repasar los principales conceptos vertidos sobre el método científico a través de la historia, desde sus orígenes en Platón hasta nuestros días. En su debido momento llegaremos al esquema del método científico

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adoptado por Rosenblueth y tendremos oportunidad de describirlo, pero sólo como uno más de los muchos otros que repasaremos. Antes de entrar en materia quisiera presentarles rápidamente una visión panorámica del territorio que vamos a cubrir. Iniciarernos nuestro recorrido con Platón, Aristóteles y algunos de sus comentaristas medievales, a pesar de que, en sentido estricto, en esos tiempos no podía concebirse un método científico porque la ciencia tal como la conocemos ahora, todavía no existía como disciplina independiente sino que formaba parte integral de la filosofía. De todos modos, el repaso de ciertas ideas de Platón, y especialmente de Aristóteles, revela prolegómenos de varios de los problemas y conceptos que surgieron posteriormente, una vez que la ciencia inició su desarrollo independiente. Esto ocurrió a principios del siglo XVII, por lo que ahí nos detendremos para revisar los puntos de vista de dos grupos de pensadores, que también empezaron a diferenciarse entre sí en ese mismo tiempo: los científicos y los filósofos. Repasaremos los conceptos sobre el método científico de Vesalio, Galileo, Harvey, Newton, Hooke y Leibniz, como ejemplos de hombres de ciencia, y también los de Bacon, Descartes, Locke, Berkeley, Hume y Kant, como representantes de los filósofos, lo que nos llevará hasta fines del siglo XVIII. A continuación nos ocuparemos de los dos grupos principales de la filosofía de la ciencia en el siglo XIX: los empiristas, representados por los tres filósofos victorianos Herschel, Mill y Whewell, y los positivistas, de los que revisaremos a Comte, Mach, Peirce y Poincaré. Con eso habremos llegado a nuestro siglo pero todavía no a nuestro tiempo; con carácter histórico, examinaremos a la escuela más importante de la primera mitad del siglo XX, que es el positivismo (empirismo) lógico, representado por Wittgenstein, Carnap y el Círculo de Viena, y por Reichenbach y la Escuela de Berlín. Finalmente, comentaremos algunas de las ideas contemporáneas sobre el método científico: el operacionismo, representado por Bridgman y Rosenblueth, el subjetivismo selectivo, de Eddington, y el falsacionismo, introducido por Popper, así como los programas de investigación científica de Lakatos, el relativismo histórico de Kuhn, y el anarquismo, de Feyerabend. El último capítulo está dedicado a un repaso general y a la presentación de mis conclusiones sobre el método científico, ya que a lo largo de estas páginas mi postura no será crítica sino más bien narrativa y descriptiva VII.4. ARTHUR S. EDDINGTON El autor de la postura epistemológica denominada (por él mismo) "subjetivismo selectivo" fue el famoso matemático y astrónomo inglés Arthur Eddington (1882-1944), quien a los 31 años de edad fue nombrado profesor "Plumian" de astronomía y filosofía experimental de la Universidad de Cambridge, y al año siguiente director del observatorio de esa misma universidad. Nacido en una familia de cuáqueros, Eddington conservó un profundo sentido religioso durante toda su vida; además, poseía un talento para las matemáticas que sus contemporáneos calificaron de fenomenal, así como una enorme capacidad para la divulgación científica. Entre sus contribuciones más importantes deben mencionarse la astronomía estelar dinárnica y sus trabajos sobre la relatividad. En 1915 Einstein publicó su teoría general de la relatividad, una de cuyas predicciones astronómicas era que la luz debería desviarse en la vecindad del Sol; las observaciones para establecer si tal predicción se cumplía sólo podían hacerse retratando las estrellas cercanas al Sol durante un eclipse total y midiendo sus posiciones relativas. Durante el eclipse del 29 de mayo de 1919 se enviaron dos

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expediciones encargadas de realizar el estudio mencionado, una a Brasil y la otra a una pequeña isla situada frente a la costa occidental de África; uno de los observadores fue Eddington, cuyos resultados confirmaron la predicción de Einstein. Esta fue la primera demostración observacional de la teoría general de la relatividad. Pero no es posible dar aquí ni siquiera un resumen de las varias contribuciones de Eddington a la astronomía, sino que vamos a concentrarnos en su filosofía de la ciencia, sobre todo en su postulado de que a veces es posible derivar el conocimiento de hechos concretos a partir del conocimiento puramente formal. Arthur S. Eddington (1882-1944). El argumento lo presentó Eddington en un libro titulado Filosofía de la ciencia física, que apareció por primera vez en 1939; de acuerdo con este autor, es posible averiguar algo sobre la naturaleza de la realidad por medio del examen de los conceptos y los métodos de los físicos, y este análisis puede incluso ser más fructífero que el (te los hechos mismos descritos por ellos. En otras palabras, una buena parte de lo que se considera como conocimiento científico objetivo de las leyes de la naturaleza es realmente de carácter epistemológico. Eddington era particularmente ingenioso para ilustrar sus ideas por medio de ejemplos y analogías; mencionaremos dos que aclaran de manera afortunada su punto de vista En una de ellas se imagina a un ictiólogo que arroja al mar una red con aperturas de dos pulgadas con objeto de examinar a los peces que recupere, y sugiere que el ictiólogo probablemente llegue a las conclusiones de que no hay peces menores de dos pulgadas y que todos ellos tienen branquias. El otro ejemplo es el de Procusto, el famoso personaje de la mitología griega que estiraba o recortaba a sus huéspedes para que cupieran exactamente en su cama. Eddington señaló que el conocimiento derivado del análisis epistemológico era a prioripero no en el sentido kantiano de ser innato, en vista de que se requieren experiencias y observaciones para adquirirlo, sino en el sentido del ictiólogo, de quien podemos predecir que con la red que usa para pescar no obtendrá peces menores de dos pulgadas; en otras palabras, es, posible hacer juicios a priori sobre lo que los físicos van a encontrar si examinamos los procedimientos que usan. Es por el carácter al menos parcialmente a priori del trabajo de los físicos, que impide a ese conocimiento ser objetivamente puro, sino que lo hace más bien subjetivo, y por lo selectivo del proceso de investigación, en el que el conocimiento es lo que se "filtra" a través de la metodología y los conceptos usados, por lo que Eddington llamó a su filosofía "subjetivismo selectivo". Conviene señalar las semejanzas que existen entre el subjetivismo selectivo y otras ideas filosóficas previamente mencionadas; por ejemplo, Wittgenstein propuso en su Tractatus la existencia de un paralelismo entre la estructura lógica del lenguaje y la estructura de la realidad, mientras que Eddington afirma que los componentes subjetivo y objetivo del conocimiento están tan íntimamente ligados que es posible descubrir algunos hechos por medio del análisis epistemológico (recuérdese también la semejanza del ejemplo de Wittgenstein, de la superficie blanca con manchas negras que, observamos a través de una malla, con la analogía del ictiólogo y su red de pescar, de Eddington). También existe coincidencia entre las ideas de Mach, que postulaba un

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sistema monista, basado únicamente en las sensaciones y sus relaciones, con el de Eddington, que reconoce identidad entre la estructura de grupo de una serie de sensaciones y la estructura del mundo exterior; de hecho, es gracias a esta correspondencia entre las sensaciones y la realidad, que impone ciertos principios de invariancia, que la comunicación entre los científicos es posible. La ciencia, por lo menos la física de Eddington, está interesada en los aspectos cuantitativos de las invariancias, que no son otra cosa que las leyes de la naturaleza Igual que muchos otros antes y algunos después de él, Eddington quería resolver el problema de la correspondencia de la teoría con los fenómenos reales. ¿Por qué la estructura deductiva de la geometría euclideana corresponde tan bien a la estructura geométrica del universo? ¿Por qué la teoría atómica explica tan satisfactoriamente los fenómenos que ocurren durante las reacciones químicas? Los operacionistas no tienen dudas al respecto, en vista de que en su concepto todas las teorías e hipótesis científicas son empíricas. Ya liemos examinado los distintos enfoques de otras escuelas filosóficas sobre este problema, como positivistas, instrumentalistas, pragmatistas, convencionistas y otros más. La postura de Eddington lo coloca en el extremo racionalista del espectro que va del empirismo al racionalismo, ya que sin negar que exista un componente objetivo en el conocimiento, lo que le interesa y subraya es la contribución subjetiva, al grado de que en muchos sitios parece estar llevando a cabo un programa puramente deductivo, en ausencia de su contraparte empírica. Como mencionamos hace un momento, el postulado original en la filosofía de Eddington es que es posible conocer gran parte de, o hasta toda, la realidad, a partir de enunciados a priori. VII.5. KARL R. POPPER Ningún escrito relacionado con la filosofía de la ciencia contemporánea estará completo si no menciona y discute, preferiblemente de manera conspicua y extensa, el pensamiento de Karl R. Popper (1902-1997), quien no sólo ha sido la figura más influyente y respetada en el campo en la segunda mitad del siglo XX, sino también la más discutida (junto con Kuhn, de quien nos ocuparemos en el próximo capítulo). Popper nació en Viena a principios del siglo, en el seno de una familia judía cuyo jefe (el padre de Popper) era un distinguido abogado; en su juventud estudió en la Universidad de Viena y se enroló con entusiasmo en el marxismo, al grado de desempeñarse como obrero manual por un breve periodo. Cuando se desilusionó del marxismo y adoptó el socialismo, trabajó como profesor de escuela; esos eran los tiempos en que se iniciaba el Círculo de Viena, con el que Popper tuvo numerosos contactos pero al que nunca perteneció. Con la emergencia del nazismo Popper abandonó Austria y primero vivió en Nueva Zelanda en donde fue profesor de filosofía en el Colegio Canterbury, en Christchurch. Durante la guerra, Popper escribió su justamente famoso libro La sociedad abierta y sus enemigos, una andanada vigorosa y polémica en contra de las ideas políticas de Platón, Hegel y Marx, en quienes identifica los gérmenes y la justificación filosófica del autoritarismo, del totalitarismo y del nazismo, basados en la supuesta capacidad del historicismo (otra de sus bêtes noires)

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para hacer predicciones válidas a partir de patrones uniformes de reiteración, lo que serviría para influir en las creencias y el comportamiento de la gente. Al término de la guerra, Popper emigró a Inglaterra, en donde ha vivido desde entonces. Durante muchos años fue profesor de lógica y metodología de la ciencia en la Escuela de Economía de Londres, de la que sigue siendo profesor emérito. Popper ha sido extraordinariamente productivo, no sólo en cuanto a trabajos y obras publicados sino en cuanto a ideas originales expuestas con cierta reiteración pero también con documentación exhaustiva, estilo literario directo y sin adornos, y vigor extraordinario, a veces hasta cercano al dogmatismo, sobre todo en sus discusiones con Kuhn. Su primer libro, La lógica de la investigación ("Logik der Forschung"), publicado cuando apenas tenía 33 años de edad (1935) y su mundo se estaba desintegrando, contiene la mayor parte de sus ideas más importantes sobre filosofía de la ciencia, muchas ya claramente definidas y otras apenas esbozadas. Sus dos libros siguientes fueron resultado de su "participación en la guerra" (el ya mencionado. La sociedad abierta y sus enemigos, publicado en 1945, y La miseria del historicismo, aparecido 12 años más tarde), pero en 1963 publicó Conjeturas y refutaciones, el volumen más importante para nuestro tema, y en 1972 apareció El conocimiento objetivo, una útil colección de ensayos y comentarios sobre los mismos temas e ideas del volumen previo, pero que ya no agrega conceptos nuevos sobre metodología científica y filosofía de la ciencia. A partir de 1972, Popper ha publicado cinco libros más (entre ellos una autobiografía y otro en colaboración con John Eccles), pero ya no ha habido cambios significativos en sus principales posturas filosóficas en relación con la ciencia. En 1919, el muy joven Popper (tenía 17 años de edad) asistió a Viena a una conferencia dictada por el ya no tan joven Einstein (de 40 años de edad) y quedó deslumbrado por la nueva física que promulgaba el gran iconoclasta; recordemos que en ese mismo año Eddigton dio a conocer la primera confirmación observacional de la teoría general de la relatividad. Popper comparó entonces el éxito predictivo de las ideas de Einstein, alcanzado en condiciones de muy alto riesgo, con la situación de las otras tres teorías científicas importantes en ese momento en su medio: la teoría de la historia de Marx, la teoría del psicoanálisis de Freud y la teoría de la psicología individual de Adler. Lo que encontró Popper hace casi 60 años lo sabemos todos hoy: en la física de Einstein las predicciones se formulaban de tal manera que la opción de no cumplirse era real, mientras que en las otras teorías "científicas" mencionadas, había explicaciones para cualquier clase de resultados; en otras palabras, ningún tipo posible de experiencia era incompatible con las otras tres teorías "científicas", que estaban preparadas para absorber y explicar cualquier resultado, incluyendo los contradictorios. Fue en esa época cuando Popper concluyó que la manera de distinguir a la ciencia verdadera de las seudociencias (el criterio de demarcación) es precisamente que la primera está constituida por teorías susceptibles de ser demostradas falsas poniendo a prueba sus predicciones, mientras que las segundas no son refutables; en otras palabras, la irrefutabilidad de una teoría científica no es una virtud sino un vicio, ya que la identifica como seudocientífica. Karl R. Popper

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En 1923, Popper se interesó en el llamado problema de la inducción, derivado del planteamiento de Hume, quien corno ya liemos mencionado (capítulo III, p. 96) negó que estuviera basada en una necesidad lógica y atribuyó su popularidad entre filósofos y científicos a la costumbre o expectativa surgida de la reiteración de secuencias de fenómenos. Las tendencias en la filosofía de la ciencia más importantes en la segunda década de este siglo (el empirismo tipo Mill y el positivismo lógico) se basaban en la validez de la inducción, por lo que Popper consideró que habían llegado a unimpasse y que la única forma de reorientarlas eran fundamentándolas no en los mecanismos usados para generar teorías sino más bien en los métodos para ponerlas a prueba. Pero siguiendo su criterio de demarcación, Popper sugirió que tales pruebas deberían estar dirigidas a mostrar los aspectos falsos o equivocados de las teorías, y no a verificarlas o confirmarlas. Las teorías, de acuerdo con Popper, no son el resultado de la síntesis de numerosas observaciones, como quieren los inductivistas, sino más bien son conjeturas o invenciones creadas por los investigadores para explicar algún problema, y que a continuación deben ponerse a prueba por medio de confrontaciones con la realidad diseñadas para su posible refutación. Éste fue el origen de la versión popperiana del método científico conocido como hipotético-deductivo, que posteriormente se ha conocido como el método del "ensayo y error" o, mejor todavía, como el de "conjeturas y refutaciones". Frontispicio del libro Conjetures and Refutations, De Karl R. Popper, publicado en 1963. Una característica esencial de las hipótesis en el esquema popperiano es que deben ser "falseables", o sea que deben existir una o más circunstancias lógicamente incompatibles con ellas. Las hipótesis son informativas sólo cuando excluyen ciertas situaciones observacionales, actuales o potenciales, pero siempre lógicamente posibles. Si una hipótesis no es falseable no tiene lugar en la ciencia, en vista de que no hace afirmaciones definidas acerca de algún sector de la realidad; el mundo puede ser de cualquier manera y la hipótesis siempre se adaptará a ella. Uno de los mejores ejemplos de este tipo de hipótesis no falseables (según Popper) es la teoría psicoanalítica clásica o freudiana, que tiene explicaciones plausibles para todos los fenómenos, aun aquellos totalmente opuestos entre sí; Popper cita en este mismo contexto algunas de las teorías marxistas de la historia. La falseabilidad es una característica positiva de las hipótesis que se da en distintos grados cuantitativos, o sea que entre dos hipótesis la más falseable será la mejor, en otras palabras, mientras mayor sea el contenido de afirmaciones de una hipótesis mayor será el número de oportunidades potenciales para demostrar que es falsa. Por ejemplo, la hipótesis "en esta cuadra, perro que ladra no muerde", es menos amplia que la hipótesis "en esta ciudad, perro que ladra no muerde"; la segunda hipótesis es preferible a la primera porque se refiere a un universo mucho más amplio, pero también tiene muchas más oportunidades de resultar falsa, ya que puede someterse a muchas más pruebas.

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Resulta entonces que las hipótesis muy falseables son también las que se enuncian con mayor peligro de ser rápidamente eliminadas, pero en caso de resistir las pruebas más rigurosas e implacables, son también las que tienen mayor generalidad y explican un número mayor de situaciones objetivas. Es por eso que Popper prefiere las especulaciones temerarias o audaces, en lugar de lo recomendado por los inductivistas, que aconsejan avanzar sólo aquellas hipótesis que tengan las máximas probabilidades de ser ciertas. Pero hay un argumento más en favor de las hipótesis audaces, que forma parte importante de la doctrina hipotético-deductiva del método científico: aprendemos de nuestros errores, la ciencia progresa por medio de conjeturas y refutaciones. Cuando un investigador intenta resolver un problema y no lo logra, lo primero que busca es en dónde está equivocado, en dónde está el error, si en su hipótesis o en su diseño experimental, o en sus observaciones o en sus comparaciones y analogías. El rechazo de una hipótesis una vez que no ha logrado superar las pruebas rigurosas a las que se ha sometido tiene un carácter más definido de progreso, de avance en el conocimiento, que la situación opuesta. En efecto, la demostración de la falsedad de una hipótesis es una deducción lógicamente válida, en vista de que se parte de un enunciado general y se confronta con uno o más hechos particulares; en cambio, si en esta confrontación la hipótesis se confirma, se trata de una inducción que va de los hechos examinados a la hipótesis que los incluye, lo que no tiene justificación lógica. En resumen, el esquema de Popper del método científico es muy sencillo y él mismo lo expresó en su forma más condensada en el título de su famoso libro, Conjeturas y refutaciones. La ciencia es simplemente asunto de tener ideas y ponerlas a prueba, una y otra vez, intentando siempre demostrar que las ideas están equivocadas, para así aprender de nuestros errores. De acuerdo con Popper, la ciencia no empieza con observaciones sino con problemas. Ambos modelos del método científico (el inductivo-deductivo y el hipotético-deductivo) requieren la participación de los mismos personajes: el mundo exterior y el hombre de ciencia que examina una pequeña parte de esa realidad. Pero el método hipotético-deductivo concibe esta interacción de manera más compleja que el método inductivo-deductivo, en vista de que el científico no funciona como una tabula rasa provista de receptores sensoriales listos para registrar fielmente y sin interferencia de ninguna clase a la realidad, sino todo lo contrario. El hombre de ciencia (según Popper y sus seguidores) se asoma a la naturaleza bien provisto de ideas acerca de lo que espera encontrar, portando un esquema preliminar (pero no por eso simple) de la realidad. El problema surge cuando se registran discrepancias entre las expectativas del científico y lo que encuentra en la realidad; la ciencia empieza en el momento en que la estructura hipotéticamente anticipada de un segmento de la naturaleza no corresponde a ella. Naturalmente, el esquema inicial de la realidad del investigador es una hipótesis (consciente, o quizá con mayor frecuencia, inconsciente) derivada de todo lo que aprendió al respecto de sus antecesores + todo lo aportado por su experiencia personal en ese campo + toda su imaginación. VIII.3. THOMAS S. KUHN

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Aunque educado como físico, Kuhn pronto se desvió hacia el estudio de la historia. En el prefacio de su famoso libro La estructura de las revoluciones científicas, publicado en 1962, Kuhn señala algunos aspectos de esa transición: Yo era un estudiante graduado de física teórica ya enfilado a la terminación de mi tesis. Una participación afortunada en un curso experimental de física para no científicos en un colegio me expuso por primera vez a la historia de la ciencia. Para mi completa sorpresa, tal exposición a teorías y prácticas científicas anticuadas socavó radicalmente algunas de mis ideas básicas sobre la naturaleza de la ciencia y las razones de su éxito especial... El resultado fue un cambio radical en los planes de mi carrera, de la física a la historia de la ciencia y de ahí, gradualmente, de problemas históricos relativamente bien definidos regresé a los intereses más filosóficos que inicialmente me condujeron a la historia... Kuhn ha sido profesor en las universidades de Harvard, California (Berkeley) y Chicago; actualmente es profesor de historia de la ciencia en la Universidad de Princeton. Su enorme y muy merecido prestigio se debe a su mencionado libro, en donde su contribución fundamental a la filosofía de la ciencia es la introducción de la historia como un elemento indispensable para su comprensión integral. Desde luego Kuhn no fue el primero en utilizar la historia de esa manera; ya hemos señalado que Whewell y Comte tenían esa misma posición, y que muchos otros filósofos de la ciencia, incluyendo al mismo Popper, usan en forma reiterada ejemplos histéricos en sus discusiones, aunque la mayoría de ellos sólo de manera anecdótica. Thomas S. Khun (1926-1996). En cambio, para Kuhn la historia representa el color del cristal con el que debe mirarse toda la filosofía de la ciencia. Pero lo que Kuhn ha visto a través de este cristal ha resultado tener dos características inesperadas, que le han dado a sus ideas la gran prominencia que tuvieron cuando se publicaron y que han conservado a lo largo de más de 25 años; me refiero al relativismo y a la irracionalidad. La aclaración del significado de estos dos términos revela la relación de las ideas de Kuhn con nuestro interés, que sigue siendo (no lo olvidemos) el método científico. La historia de la ciencia muestra, de acuerdo con Kuhn, que a lo largo de su evolución las distintas disciplinas han pasado por uno o más ciclos bifásicos, que él mismo llama "ciencia normal" y "revolución" (ocasionalmente se identifica una tercera fase inicial, llamada "preciencia", que desaparece a partir del segundo ciclo). En forma paralela a este concepto cíclico de la evolución de las ciencias, Kuhn introdujo también la famosa idea del "paradigma", que representó la teoría general o conjunto de ideas aprobadas y sostenidas por una generación o un grupo coherente de científicos contemporáneos. Por desgracia, en su famosa y ya mencionada obra, Kuhn usó el término "paradigma" con otras acepciones distintas (21, según una cuenta muy conocida) lo que contribuyó a hacerlo un poco confuso. En publicaciones posteriores, Kuhn sustituyó el término "paradigma" por otros dos, "matriz disciplinaria" y "ejemplar", con objeto de ganar precisión, pero como para nuestros fines tal precisión no es necesaria, seguiré usando el término paradigma.

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De acuerdo con el esquema de Kuhn, los ciclos a que están sometidas las ciencias a través de la historia se inician por una etapa más o menos prolongada de "preciencia" o periodo "pre-paradigmático", durante el cual se colectan observaciones casi al azar, sin plan definido y sin referencia a un esquema general; en este periodo puede haber varias escuelas de pensamiento compitiendo pero sin que alguna de ellas prevalezca sobre las demás. Sin embargo, poco a poco un sistema teórico adquiere aceptación general, con lo que surge el primer paradigma de la disciplina; los ejemplos de Kuhn para ilustrar el sentido de paradigma son la astronomía ptolemaica, la "nueva" química de Lavoisier, la óptica corpuscular de Newton, o la dinámica aristotélica. De acuerdo con Kuhn, un paradigma está formado por la amalgama de una teoría y un método, que juntos constituyen casi una forma especial de ver al mundo, sin embargo, el estado ontológico del paradigma kuhniano no es claro, se trata de una entidad curiosa, algo camaleónica y hasta acomodaticia, de la que a veces se oye hablar como si fuera algo real y con existencia independiente. Frontispicio del libro The Structure of Scientific Revolutions, de Thomas S. Khun, publicado en 1961. Una vez establecido el paradigma, la etapa de "preciencia" es sustituida por un periodo de "ciencia normal", caracterizado porque la investigación se desarrolla de acuerdo con los dictados del paradigma prevalente, o sea que se siguen los modelos que ya han demostrado tener éxito dentro de las teorías aceptadas. Durante el periodo de "ciencia normal" los investigadores no se dedican a avanzar el conocimiento sino a resolver problemas o "acertijos" dentro de la estructura del paradigma correspondiente; en otras palabras, lo que se pone a prueba no es la teoría o hipótesis general, como quiere Popper, sino la habilidad del hombre de ciencia para desempeñar su oficio, en vista de que si sus resultados no son compatibles con el paradigma dominante, lo que está mal no es la teoría sino los resultados del trabajo del investigador. Durante el periodo de "ciencia normal" los resultados incompatibles con el paradigma prevalente se acumulan progresivamente en forma de anomalías, en lugar de usarse como argumentos para forzar el cambio de la teoría por otra u otras que las expliquen. Sólo cuando se alcanza un nivel intolerable de anomalías es que el paradigma se abandona y se adopta uno nuevo que satisfaga no sólo los hechos explicados por el paradigma anterior sino también todas las anomalías acumuladas. A la ciencia que se realiza durante el periodo en que ocurre este cambio, de un paradigma por otro, Kuhn la llama "ciencia revolucionaria". Pero es precisamente en su análisis de este cambio donde Kuhn introdujo una de sus ideas más revolucionarias, ya que propuso que el rechazo de un paradigma rebasado por las anomalías acumuladas y la adopción de un nuevo paradigma históricamente no ha sido un proceso racional, entre otras razones porque los distintos paradigmas son inconmensurables, lo que no significa que sean incompatibles, sino simplemente que no son comparables entre si. Kuhn comparó al cambio de paradigmas que caracteriza al periodo de "ciencia revolucionaria" con un "cambio de Gestalt", y hasta con una conversión religiosa. La inconmensurabilidad del paradigma antiguo con el nuevo determina que sus respectivos partidarios hablen distintos idiomas, o sea que los mismos términos tengan diferentes significados, lo que dificulta o imposibilita la comunicación entre ellos. Frecuentemente, otra diferencia

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significativa entre los científicos que patrocinan los dos paradigmas en conflicto, el saliente y el entrante, es la edad promedio de cada grupo: muchos de los partidarios del paradigma que se abandona son individuos mayores, mientras que la mayoría de los devotos del nuevo paradigma son jóvenes. Esta diferencia generacional no sólo se suma al bloqueo en la comunicación, sino que también contribuye a la irracionalidad del cambio, que culmina cuando fallecen los últimos miembros del grupo de científicos partidarios del paradigma saliente, con lo que se legaliza la hegemonía del paradigma entrante y se inicia un nuevo periodo de "ciencia normal". Estas ideas de Kuhn se oponen de manera más o menos frontal al esquema hipotético-deductivo de la ciencia de Popper al mismo campo que postulan otro, que podría llamarse histórico-cíclico (Popper lo llama, con toda justicia, relativismo histórico). Obviamente, Kuhn no está hablando de la lógica del descubrimiento científico sino más bien de la psico-sociología de la ciencia. Pero Kuhn y Popper coinciden en pasar por alto los mecanismos de generación de las hipótesis aunque el primero las atribuye a la intuición estimulada por la acumulación progresiva de anomalías y el segundo nada más a la intuición (pero basada en un componente genético, que se menciona en el último capítulo). En cambio, mientras Popper postula que el cambio de una teoría científica por otra proviene de la falsificación de la primera y el mayor poder explicativo de la segunda, o sea que se trata de un proceso lógico y racional, Kuhn insiste en que la historia muestra que el rechazo de una teoría científica y su sustitución por otra ha obedecido mucho más a fuerzas irracionales e ilógicas, más relacionadas con factores sociológicos que con principios racionales. El concepto del crecimiento de la ciencia según Kuhn es muy distinto del postulado clásicamente, como puede sospecharse al contemplar el resultado de sus ciclos de ciencia normal ® acumulación de anomalías ® revolución con cambio de paradigmas ® ciencia normal ® etc., en vista de que la inconmensurabilidad de los paradigmas entrante y saliente impiden que se aproveche toda la información acumulada durante el periodo de ciencia normal anterior a la revolución, que termina por cambiar un paradigma por otro. Kuhn tiene plena conciencia de esto, por lo que el último capítulo de La estructura se titula "El progreso por medio de revoluciones" y en él se pregunta: ¿Por qué es que la empresa detallada antes [la ciencia] avanza continuamente, como no lo hacen, digamos, el arte, la teoría política, o la filosofía? ¿Por qué es el progreso una propiedad reservada casi exclusivamente para las actividades que llamamos ciencia? Las respuestas más comunes a estas preguntas han sido refutadas en este ensayo, de modo que conviene concluirlo preguntándonos si podemos encontrar otras que las sustituyen. Todo aquel que haya leído a Kuhn sabe que un solo repaso de sus textos es generalmente insuficiente para capturar todas sus ideas y comprender todos sus alcances además de lecturas repetidas, Kuhn exige meditación seria sobre lo que dice, con la consecuencia que el lector que medita no siempre llega a la misma conclusión que el autor sobre un mismo párrafo. Por lo menos, eso es lo que todavía me pasa a mí con Kuhn (¡y con muchos otros autores!) pero acepto que seguramente se trata de un problema personal. Kuhn propone que en los periodos de ciencia normal, el progreso científico:

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...No es diferente en calidad del progreso en otros campos, pero la ausencia habitual de grupos competitivos que cuestionen mutuamente sus respectivos fines y estándares facilita la percepción del progreso de una comunidad científica normal. Después de examinar el papel de la educación científica en las culturas occidentales, destacando que en las humanidades la consulta de los textos originales es mucho más frecuente que en las ciencias, Kuhn se pregunta: ¿Por qué es el progreso una concomitante universal de las revoluciones científicas? Una vez más tenemos mucho que ganar si preguntamos qué otra cosa podría provenir de tina revolución Las revoluciones terminan con la victoria total de uno de los dos campos opuestos, ¿podrá tal grupo decir alguna vez que su triunfo no representa un progreso? Si lo hubiera sería como aceptar que ellos estaban equivocados y que sus oponentes tenían la razón. Por lo menos, para ellos el resultado de la revolución debe ser el progreso, y se encuentran en una posición excelente para asegurarse de que los miembros futuros de su comunidad acepten la historia anterior a ellos de la misma manera. A continuación Kuhn examina el papel fundamental que desempeña la comunidad científica como árbitro de lo que es la ciencia y de su calidad, que es lo que caracteriza a las civilizaciones derivadas de la Grecia helénica; de hecho, Kuhn identifica a la Europa de los últimos cuatro siglos como el origen de la mayor parte del conocimiento científico que poseemos actualmente, gracias a su tolerancia y apoyo a grupos de sujetos interesados en resolver problemas específicos del comportamiento de la naturaleza, ofreciéndoles soluciones aceptables a la mayor parte de los miembros de los distintos grupos y sin interés primario en reclutar opiniones favorables de las autoridades oficiales de su tiempo (rey, papa, dictador, sultán, primer ministro, sátrapa o presidente), o del pueblo en general. La pequeña cofradía de científicos establece sus propias reglas del juego, al margen de intereses ideológicos o políticos, y se da el imperial y legítimo hijo de regirse exclusivamente por ellos. Este episodio solamente ha ocurrido una vez en toda la historia universal, y ni siquiera como una corriente ininterrumpida de desarrollo sino más bien como una serie de episodios más o menos breves, a veces infelices y otras veces afortunados, con largos intervalos sujetos a la hegemonía de la sinrazón. En La estructura, Kuhn incluye un párrafo en donde señala con claridad el mecanismo de crecimiento de la ciencia en los periodos de "ciencia revolucionaria"; hablando del cambio de un paradigma por otro, Kuhn dice que el nuevo paradigma: [...] No será aceptado por los científicos a menos que se convenzan de que se cumplen dos importantes condiciones. En primer lugar, el nuevo paradigma debe parecer resolver algún problema importante y generalmente reconocido, que no se ha podido resolver de ninguna otra manera En segundo lugar, el nuevo paradigma debe garantizar la conservación de una parte relativamente grande de la capacidad para resolver problemas concretos que la ciencia ha alcanzado a través de sus predecesores. La novedad por sí misma no es un desideratum de las ciencias, pero sí lo es en muchos otros campos creativos. De esto resulta que, aunque los nuevos paradigmas rara vez o nunca poseen todas las capacidades de sus predecesores, generalmente conservan una gran parte de los aspectos más concretos de los triunfos previos y además siempre permiten soluciones adicionales a otros problemas concretos. Para concluir, podemos señalar que a pesar de la inconmensurabilidad de los paradigmas en competencia, y de que el cambio de uno por otro durante las

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revoluciones científicas se parece más (según Kuhn) a una conversión religiosa que a una acción racional, el nuevo paradigma está obligado a garantizar la preservación de mucho de lo aprendido en los periodos previos de ciencia normal, lo que permite el crecimiento de la ciencia. IX.2. EVOLUCIÓN HISTÓRICA DE LAS IDEAS SOBRE EL MÉTODO CIENTÍFICO Es importante señalar que por "método científico" entiendo la suma de los principios teóricos, de las reglas de conducta y de las operaciones mentales y manuales que usaron en el pasado y hoy siguen usando los hombres de ciencia para generar nuevos conocimientos científicos. Creo que los principales esquemas propuestos sobre este método a través de la historia pueden clasificarse en las siguientes cuatro categorías: 1) Método inductivo-deductivo. Para los proponentes de este esquema la ciencia se inicia con observaciones individuales, a partir de las cuales se plantean generalizaciones cuyo contenido rebasa el de los hechos inicialmente observados. Las generalizaciones permiten hacer predicciones cuya confirmación las refuerza y cuyo fracaso las debilita y puede obligar a modificarlas o hasta rechazarlas. El método inductivo-deductivo acepta la existencia de una realidad externa y postula la capacidad del hombre para percibirla a través de sus sentidos y entenderla por medio de su inteligencia. para muchos partidarios de este esquema, también nos permite explotarla en nuestro beneficio. Pertenecen a este grupo Aristóteles y sus comentaristas medievales, Francis Bacon, Galileo, Newton, Locke, Herschel, Mill, los empiristas, los positivistas lógicos, los operacionistas y los científicos contemporáneos en general. 2) Método a priori-deductivo. De acuerdo con este esquema, el conocimiento científico se adquiere por medio de la captura mental de una serie de principios generales, a partir de los cuales se deducen sus instancias particulares, que pueden o no ser demostradas objetivamente. Estos principios generales pueden provenir de Dios o bien poseer una existencia ideal, pero en ambos casos son invariables y eternos. Entre los pensadores que han militado en este grupo se encuentran Pitágoras, Platón, Arquímedes, Descartes, Leibniz, Berkeley, Kant (con reservas) y Eddington, los idealistas y la mayor parte de los racionalistas. 3) Método hipotético-deductivo. En este grupo caben todos los científicos y filósofos de la ciencia que han postulado la participación inicial de elementos teóricos o hipótesis en la investigación científica, que anteceden y determinan a las observa ciones. De acuerdo con este grupo, la ciencia se inicia con conceptos no derivados de la experiencia del mundo que está "ahí afuera", sino postulados en forma de hipótesis por el investigador, por medio de su intuición. Además de generar tales conjeturas posibles sobre la realidad, el científico las pone a prueba, o sea que las confronta con la naturaleza por medio de observaciones y/o experimentos. En este esquema del método científico la inducción no desempeña ningún papel; de hecho es evitada conscientemente por muchos de los miembros de este grupo. Aquí se encuentran Hume, Whewell, Kant (con reservas), Popper, Medawar, Eccles y otros (no muchos) científicos y filósofos contemporáneos.

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4) No hay tal método. Dentro del grupo de pensadores que niegan la existencia de un método científico podemos distinguir dos tendencias: por un lado, están los que afirman que el estudio histórico nunca ha revelado un grupo de reglas teóricas o prácticas seguidas por la mayoría de los investigadores en sus trabajos, sino todo lo contrario; por el otro lado, se encuentran los que señalan que si bien en el pasado pudo haber habido un método científico, su ausencia actual se debe al crecimiento progresivo y a la variedad de las ciencias, lo que ha determinado que hoy existan no uno sino muchos métodos científicos. El mejor y más sobresaliente miembro de la primera tendencia es Feyerabend, mientras que en la segunda se encuentran varios de los biólogos teóricos, como Ayala, Dobshansky y Mayr, así corno algunos de los racionalistas contemporáneos. En forma igualmente breve, a continuación voy a hacer un análisis crítico de cada uno de los cuatro grupos genéricos de métodos científicos señalados arriba, aunque sólo sea para indicar en forma somera algunas tendencias filosóficas relevantes. En relación con el método inductivo-deductivo, conviene considerar a los tres postulados del inductivisino, que son: 1) la ciencia se inicia con la observación de los hechos; 2) tal observación es confiable y con ella se puede construir el conocimiento científico, y 3) éste se genera por inducción, a partir de los enunciados observacionales. Comentaré en ese orden cada uno de los tres postulados. 1) La ciencia se inicia con la observación de los hechos.Para el inductivista es fundamental que la percepción de los fenómenos sea objetiva, es decir, que esté libre de sesgos o parcialidades introducidas por la personalidad, experiencia o intereses del observador. Un corolario de este postulado es que diferentes investigadores colocados en las mismas circunstancias deben hacer las mismas observaciones. Sin embargo en la realidad ninguno de estos dos requerimientos se cumplen, pues no todos vemos lo mismo cuando miramos un objeto, y la capacidad de los sentidos del científico para registrar distintos tipos de fenómenos varía no sólo con su experiencia y educación, sino que depende de manera primaria de sus conceptos e ideas preconcebidas. Pero además, se ha insistido en que la ciencia no se inicia con la observación de los hechos porque primero debe decidirse cuáles hechos vamos a observar, por qué los vamos a observar y cómo los vamos a observar. 2) La observación científica es confiable. Existen tres factores que restringen el otorgamiento de confianza ilimitada a la observación científica: i) el nivel (le desarrollo del campo especifico al que se pretende incorporar el nuevo conocimiento, que si es muy primitivo garantiza una vida media muy breve a la información reciente, por la sencilla razón de que muy pronto vendrá otra más precisa o diferente a sustituirla; ii) la moda científica del momento, un factor muy complejo pero no por eso menos real, que determina (a veces dolosamente) si la observación reportada se incorpora o no al corpus aceptado oficialmente por el "colegio invisible" relevante; iii) la existencia del fraude científico que, aunque excepcional, socava la confianza ciega en la observación científica. Sin embargo, con las reservas mencionadas, concluyo que la observación científica es confiable dentro de ciertos límites. Pero dada la naturaleza del conocimiento ésta no es una propiedad absoluta, permanente y ni siquiera muy importante. Es cierto que, cuando hablamos o escribimos, los científicos tenemos el

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interés común de decir "el menor número posible de mentiras por minuto". Pero también tenemos conciencia de que nuestras observaciones no son perfectas y que con mejores métodos seguramente las podremos hacer más precisas. 3) El problema de la inducción. En 1748 el filósofo escocés David Hume publicó su libro An inquiry concerning human understanding (Un examen del entendimiento humano) en donde demuestra que la creencia de que con base en experiencias previas es posible utilizar el presente para predecir el futuro es lógicamente insostenible. Esta conclusión afectó en forma grave al pensamiento científico, en vista de que tanto la causalidad como la inducción resultan ser operaciones sin fundamento lógico, y ambas son fundamentales para la ciencia. El propio Hume se dio cuenta de que sus ideas iban en contra del sentido común y de creencias intuitivas universales, determinantes de la mayor parte de sus actos y pensamientos cotidianos; sin embargo, aunque lo intentó seriamente, no encontró argumentos en contra de la lógica inexorable de su pensamiento, y lo mismo ha sucedido desde entonces hasta nuestros días con la mayoría de los filósofos que han intentado reivindicar a la inducción como una operación lógicamente legítima. ¿Cuál es la posición actual del método inductivo-deductivo? Desde luego, entre el público no profesional de la ciencia, así como entre la gran mayoría de los científicos, la idea más generalizada de cómo se hace la ciencia es la siguiente: existe un mundo exterior histórico y real, cuyo conocimiento es el objetivo de la investigación científica; los hombres de ciencia invierten su tiempo en la observación cuidadosa de ese mundo, anotando absolutamente todo lo que registran con sus sentidos. Poco a poco, de este noble esfuerzo irán surgiendo los principios generales que explican los hechos registrados y que además nos permitirán predecir gran parte de la majestuosa totalidad de la naturaleza. En cambio, para la mayor parte de los filósofos y para unos cuantos hombres de ciencia (ciertamente, de muy alto nivel), la objeción de Hume es válida e impide aceptar a la inducción como parte del método científico. Recientemente Harold Himsworth, un médico inglés con antiguo, sólido y bien ganado prestigio como profesor e investigador biomédico, publicó un librito (apenas tiene 99 breves páginas) con el título Conocimiento científico y pensamiento filosófico (Scientific Knowledge and Philosophic Thought), en el que se pregunta si las proposiciones con estructura lógica impecable son necesariamente válidas, aun cuando contradigan a la experiencia derivada directamente de la realidad. Himsworth acepta que en su rechazo de la inducción, la lógica de Hume es irrefutable, pero se pregunta si la solución al problema no estará más bien en las premisas del planteamiento. Cuando Hume considera que el curso de la naturaleza puede cambiar, sólo está tomando en cuenta una de las dos alternativas posibles; la otra es que el curso de la naturaleza no cambie. Hirnsworth señala: Por lo tanto, según empecernos por la proposición de que el curso de la naturaleza puede cambiar, o por la proposición de que puede no cambiar, la lógica nos llevará inexorablemente a conclusiones diametralmente opuestas. Si optamos por la primera de estas proposiciones nos veremos obligados, como Hume, a concluir que es imposible razonar del pasado al presente y que nuestra creencia en la causalidad está equivocada. En cambio, si optamos por la segunda proposición, nos veremos inclinados con la

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misma fuerza a concluir qué sí es posible razonar de esa manera y que nuestra creencia en causa y efecto está completamente justificada. Según la proposición de que se parta, ambas conclusiones son igualmente lógicas. Por lo tanto, es imposible decidir entre ellas en esa base. El criterio que Himsworth propone para decidir si la naturaleza es o no regular no es lógico sino experimental; después de señalar que cualquier alteración en el curso regular de la naturaleza sería un hecho observable, cita el ejemplo siguiente: Si arrojo una piedra al aire espero, con base en experiencias previas, que tarde o temprano, caiga al suelo. Sin embargo, si la fuerza de la gravedad se suspendiera, la piedra no caería sino que continuaría su viaje hacia el espacio exterior... Sin embargo, esto da una imagen totalmente inadecuada de lo que pasaría si cesara la fuerza gravitacional. El efecto no se limitaría a ninguna clase particular de objetos. Todo lo que tiene peso se vería afectado; por ejemplo, este planeta ya no sería capaz de retener su atmósfera Como resultado, todos los organismos vivos que dependen del aire para respirar morirían, y no quedaría nadie para experimentar algo. Por lo tanto, el hecho de que hay, haya tales criaturas vivas significa que mientras han existido, la gravedad ha estado operando; además, que mientras continúen existiendo la gravedad no cesará de operar. El problema de la inducción parece centrarse en la posibilidad de que la regularidad de la naturaleza se suspenda; naturalmente, todos reconocemos la casi infinita variabilidad del mundo exterior, junto con nuestra inmensa versatilidad interior, pero también tenemos conciencia de que tales oscilaciones ocurren dentro de rangos de tolerancia bien definidos. Las violaciones a las leyes naturales no se refieren a la aparición de diferencias cuantitativas o cualitativas dentro del mismo tipo, género o especie, sino a la ocurrencia de un episodio que viola los mandatos aceptables dentro del orden definido. En última instancia, el problema es que puestos ante la alternativa de una posibilidad lógica y su ocurrencia real, Hume le da más peso a la primera mientras que Himsworth se inclina por la segunda. Mi conclusión es que aunque Hume pensó que estaba determinando los límites del conocimiento humano, lo que en realidad demostró fueron las limitaciones del pensamiento abstracto, por más lógico que sea, como instrumento para avanzar el conocimiento de la realidad. Respecto al método a priori-deductivo, en realidad tiene dos vertientes distintas: la platónica o cartesiana y la kantiana. La vertiente cartesiana postula que por medio de la razón es posible establecer los principios más generales que regulan la naturaleza y a partir de ellos deducir a la realidad; en cambio, la vertiente kantiana sostiene que la razón pura es incapaz de alcanzar conocimiento alguno sobre el mundo exterior y que se requiere de la experiencia de nuestros sentidos, pero que esta experiencia sólo la conocemos después de que ha sido elaborada y estructurada por medio de los imperativos categóricos (realmente, categorías imperativas). Además, la vertiente kantiana afirma que la verdadera realidad nos está vedada, ya que lo único que percibimos de ella son las sensaciones que estimula en nuestros órganos de los sentidos, si tuviéramos otros órganos sensoriales, capaces de percibir propiedades distintas del mundo exterior, nuestra imagen de la realidad sería muy diferente, pero ella seguiría siendo la misma, y también seguiría siendo inalcanzable. A pesar de que las dos vertientes del método a priori-deductivo son tan distintas, ambas postulan que nuestro contacto con el mundo exterior no es directo sino que ocurre a través de estructuras

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previamente establecidas (o sea, a priori), en el primer caso por la razón pura y en el segundo caso por la razón crítica. El destino histórico de estas dos vertientes ha sido interesante; por un lado, el mismo Descartes se dio cuenta de que la deducción de la naturaleza, a partir de sus principios generales a priori, no lo llevaba muy lejos y pronto se vio obligado a echar mano de otros elementos empíricos, como el análisis geométrico de problemas ópticos, el uso de analogías, hipótesis y modelos, y hasta la práctica personal de disecciones (transformándose en otro preclaro ejemplo de que para conocer el método científico no hay que prestar atención a lo que los investigadores dicen que hacen, sino a lo que realmente hacen); por el otro lado, gracias a metamorfosis más o menos sutiles, los 12 imperativos categóricos kantianos originales se incorporaron a la psicología del siglo XIX y muchos de ellos sobreviven hasta hoy, protegidos por diferentes disfraces, como las "nociones psicológicas de tiempo y espacio", o los conceptos de causalidad, reciprocidad, posibilidad, existencia y otros. El método hipotético-deductivo postula que el investigador se asoma a la naturaleza bien provisto de ideas acerca de lo que espera encontrar, portando un esquema preliminar (pero no por eso simple) de la realidad; en otras palabras, la ciencia se inicia con problemas, que son el resultado de las discrepancias entre las expectativas del científico y lo que se encuentra en la realidad. La ciencia empieza en el momento en que la estructura hipotéticamente anticipada de un segmento de la naturaleza no corresponde a ella. Pues bien, tina de las objeciones más graves al esquema de Popper es que no toma en cuenta que en la confrontación de las hipótesis con los hechos, los responsables de la discordancia no siempre son las teorías: también los hechos pueden estar equivocados. No hay nada en la lógica de la situación que exija que siempre deba ser la hipótesis la rechazada cuando hay discrepancia con la "realidad". Todos los investigadores científicos activos sabemos lo difícil que es estar seguro de que los experimentos, observaciones, analogías o comparaciones con que trabajamos son realmente como parecen ser; existen nunierosos ejemplos de rechazos de "hechos" y conservación de la hipótesis que parecía haber sido falseada por ellos. El mismo Popper sugiere que sólo se usen los resultados observacionales que ya han sido repetidos y confirmados por otros investigadores (los llama "enunciados básicos") y que se guarde reserva para los que todavía están en espera de esa confirmación. Pero el argumento le roba su carácter nítido y definitivo al método hipotético-deductivo, pues resulta que las hipótesis no se pueden falsear en forma clara y concluyente porque las pruebas a las que se someten tampoco arrojan resultados absolutos y completamente confiables, sino más bien probables y perfectibles. Otra objeción al método hipotético-deductivo es histórica. Si los científicos se hubieran atenido rigurosamente al falsacionismo, muchas de las teorías más sólidas de la ciencia nunca hubieran podido alcanzar su desarrollo actual; en efecto, habían sido rechazadas cuando se propusieron pues fueron confrontadas con distintos "hechos" que las contradecían o falseaban. Sin embargo, esas teorías siguieron en boga, crecieron y poco a poco superaron a los "hechos" contradictorios, una vez que se demostró que eran equivocados o producto de las limitaciones técnicas de su tiempo.

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Otro de los principios centrales en el método hipotético-deductivo es que no existen las observaciones puras, o sea aquellas que se hacen en ausencia de algún tipo de esquema o hipótesis preconcebido. Pero si esto es así, entonces las hipótesis deben surgir de manera independiente de las observaciones. Para llegar a esta conclusión Popper se pregunta, "¿qué es primero, la hipótesis o la observación?", lo que inmediatamente recuerda la otra pregunta, "¿qué es primero, la gallina o el huevo?" Como Popper responde esta segunda interrogación diciendo, "un tipo anterior o primitivo de huevo", la respuesta a su primera pregunta es, naturalmente, "un tipo anterior o primitivo de hipótesis". Pero esto lo coloca de inmediato en algo que en lógica se conoce como regresión infinita, porque cada hipótesis irá precedida por otra anterior, y así sucesivamente. Para escapar de esta trampa Popper postula que el H. sapiens posee genéticamente una serie de expectativas a priori (o sea, anteriores a cualquier experiencia) que le hacen esperar regularidades o que le crean la necesidad de buscarlas. Pero los científicos activos sabemos muy bien que no todas las observaciones van precedidas de hipótesis, sino que a veces surgen hechos sorpresivos o fortuitos, o resultados totalmente inesperados, para los que entonces es necesario construir una hipótesis. Incluso los científicos hemos adoptado un nombre específico para designar este tipo de episodio, "serendipia", que significa "capacidad de hacer descubrimientos por accidente y sagacidad, cuando se está buscando otra cosa". Himsworth se refiere al papel de estos episodios en la investigación como sigue: Por lo tanto, debemos reconocer que, en la vida real, las observaciones van desde las que son totalmente inesperadas hasta las que están completamente de acuerdo con las expectativas Sin embargo, la mayoría caen entre esos dos extremos En otras palabras, la observación excepcional es la que no contiene elementos inesperados y, por lo tanto, no buscados. De hecho si las cosas no fueran así, no tendría sentido hacer investigación. Finalmente, recordemos que Popper acepta el juicio de Hume y rechaza cualquier proceso inductivo en la ciencia, o sea que no se puede citar el resultado de un experimento como prueba favorable a una hipótesis determinada. Si tal resultado fue predicho a partir de la hipótesis, lo único que puede decirse es que no ha sido refutada. No es válido sugerir que el resultado apoya o refuerza a la hipótesis porque sería un pensamiento inductivo. Muchos de los científicos que han aceptado las ideas de Popper realmente no lo han tomado en serio y mientras ostensiblemente aplauden el esquema hipotético-deductivo continúan actuando subrepticiamente dentro del concepto inductivo-deductivo clásico. Sin embargo, si se enfrentaran a algunas de las premisas claves del pensamiento popperiano, como que no existen criterios para determinar la verdad de cualquier teoría, que las observaciones (los llamados "hechos") son irrelevantes como criterios de verdad, y que además son inútiles para inferir o construir teorías y que sólo sirven para falsificarlas, quizá reconsiderarían su afiliación popperiana. La postura anarquista en relación con el método científico incluye a los que niegan que tal método haya existido en otros tiempos o existe actualmente pero va más allá, al predicar que además está bien que así sea, pues de otra manera introduciría restricciones perniciosas en la práctica de la ciencia. Como ya mencionamos, los argumentos de Feyerabend son de dos tipos, históricos y de exhortación moral. En relación con los primeros, Feyerabend usa ejemplos de descubrimientos realizados en física y astronomía en los que no parece reconocerse método alguno, sino todo lo contrario

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incluyendo maniobras como supresión de datos opuestos a las hipótesis favoritas trucos propagandísticos, apelación emocional, etc.; pero generalizar a partir de esos ejemplos, como él lo hace, a todas las ciencias de todos los tiempos, parece peligroso no sólo porque se trata de una inducción sino porque es utilizar un método científico para demoler la existencia del método científico. Es seguro que si Feyerabend fuera experto no en la historia de los trabajos científicos de Galileo sino en los de Claude Bernard y los fisiólogos de su tiempo, su opinión sobre la realidad del método científico sería diferente. Feyerabend también señala que las dos reglas usadas por los filósofos de la ciencia, la "condición de consistencia" y el "principio de autonomía", pueden ser sustituidas por las reglas opuestas que, a pesar de ser igualmente plausibles, llevan a resultados contrarios. La condición de consistencia exige que "las nuevas hipótesis estén de acuerdo con las teorías aceptadas", mientras que el principio de autonomía postula que "los hechos pertenecientes al contenido empírico de alguna teoría son accesibles al margen de que se consideren o no otras teorías alternativas". Pero la condición de consistencia enunciada por Feyerabend simplemente no es la utilizada por la mayor parte de los filósofos de la ciencia; por ejemplo, Newton-Smith la enuncia como sigue: En igualdad de circunstancias, las nuevas teorías deberán estar de acuerdo con los aspectos observacionales comprobados de las teorías aceptables y aceptadas actualmente. Además, la regla opuesta que propone Feyerabend es la de la proliferación de las teorías, especialmente aquellas incompatibles con las aceptadas corrien teme nte, que aunque tiene algo a su favor ("La variedad de opinión es necesaria para el conocimiento objetivo") llevaría muy pronto el caos si cada quien estuviera inventando continuamente teorías sobre un mismo tema. Naturalmente, lo anterior no pretende resumir la evolución de todas las ideas sobre el método científico a través de la historia, sino sólo señalar algunas críticas surgidas en contra de las principales tendencias genéricas, que agrupan a los diferentes conceptos revisados en los capítulos previos. Los filósofos de la ciencia profesionales, junto con unos cuantos científicos interesados seriamente en los aspectos filosóficos de su profesión, saben muy bien que he dejado mucho sin mencionar, pero creo que estarán de acuerdo en que todo lo incluido corresponde en forma razonable a la realidad. IX.4. ¿PARA QUÉ LE SIRVE AL CIENTÍFICO LA FILOSOFÍA DE LA CIENCIA? En octubre de 1987 dos científicos ingleses publicaron en la revista Nature un artículo titulado, "En dónde se ha equivocado la ciencia", que contiene una indignada protesta en contra de los filósofos y científicos que durante este siglo han estado propagando ideas como la incapacidad de la inducción para generar conocimiento, la impotencia de las observaciones para verificar o reforzar hipótesis, las virtudes de la falseabilidad, el relativismo de la verdad científica, el anarquismo en la metodología de la ciencia, y otras más mencionadas en este libro. Después de dolerse de que pocas universidades incluyen cursos obligatorios de metodología de la ciencia entre los créditos que deben cumplir los estudiantes de carreras científicas, y que en aquellas pocas que lo hacen,

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muchos profesores están tratando de sabotear el método científico, los autores describen el resultado como sigue: El infeliz estudiante se ve inevitablemente forzado a echar mano de sus propios recursos para recoger al azar y por casualidad, de aquí o de allá, fragmentos desorganizados del método científico, así como fragmentos de métodos no científicos. Y cuando el estudiante se convierta en un investigador profesional, como no posee la educación y la instrucción necesarias, caminará torpemente en la oscuridad, siguiendo caminos costosos y cerrados y echando mano de cosas tan desconfiables como adivinanzas al azar, conjeturas arbitrarias, corazonadas subjetivas, intuición accidental, suerte pura, accidentes afortunados, pruebas no planeadas e invariablemente erróneas. ¿Puede ser ésta una metodología adecuada para hacer nuevos descubrimientos y lograr aplicaciones benéficas? Desde luego que no, pero ésta es toda la metodología que los exponentes de las antítesis recomiendan a los investigadores profesionales. La opinión de estos autores es que el conocimiento de la filosofía de la ciencia, y en especial del método científico, resulta benéfico para los investigadores, en vista de que se encuentran más capacitados para hacer "nuevos descubrimientos y lograr aplicaciones benéficas". En cambio, Rosenblueth reconoce que: Aunque parezca paradójico, la mayoría de las personas que se dedican a la investigación científica y que contribuyen al desarrollo y progreso de la disciplina que cultivan, no podrían formular con precisión su concepto de lo que es la ciencia, ni fijar los propósitos que persiguen, ni detallar los métodos que emplean en sus estudios, ni justificar estos métodos. El artículo de protesta en contra de la filosofía de la ciencia contemporánea, publicado por T. Theocharis y M. Psimopolous: "Where Science has Gone Wrong", en Nature 329: 595-598, 1987. En principio, parecería que estas dos posiciones, la representada por los científicos ingleses y la mencionada por Rosenblueth, son radicalmente opuestas. Pero la verdad es que mientras los ingleses postulan que si los científicos conocieran la filosofía de su ocupación profesional serían mejores investigadores, Rosenblueth señala el hecho histórico de que muchos hombres de ciencia que ignoran esa filosofía han contribuido "al desarrollo y progreso de la disciplina que cultivan"; en otras palabras, mientras los ingleses hacen una hipótesis, Rosenblueth señala un hecho real. Podría demostrarse que las dos opiniones son correctas si se encontrara que los buenos investigadores que ignoran la filosofía de la ciencia se hacen todavía mejores cuando la conocen. El experimento no es fácil de hacer, pero su planteamiento permite subrayar la diferencia entre la proposición de los ingleses y la aseveración de Rosenblueth.

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En páginas anteriores hemos mencionado que desde un punto de vista histórico la "filosofía natural" empezó a disociarse en ciencia y filosofía durante la revolución científica del siglo XVI, que la separación fue cada vez más profunda en los cuatro siglos siguientes, al grado que en la actualidad se trata de dos disciplinas tan alejadas que no sólo hablan idiomas diferentes sino que en ambos círculos se consideran mutuamente excluyentes. Por lo menos entre los científicos, el estudio serio de la filosofía de la ciencia se ve como una extravagancia diletantista, cuando no como una simple pérdida de tiempo y esfuerzo; me imagino que, como pertenecen a la misma especie animal, entre los filósofos debe existir una opinión semejante pero inversa. Seguramente que parte de la explicación es que las dos ramas del que hacer y del pensamiento han crecido y se han desarrollado de tal manera que ya desde hace tiempo resulta imposible cultivarlas ambas con igual profundidad profesional. Pero otra parte de la explicación (hablo como científico) es que la filosofía de la ciencia no ha sabido distinguir entre dos posibles estructuras: la descriptiva y la prescriptiva. Muchos filósofos han intentado (y siguen intentando) describir la estructura de la ciencia y de los métodos que siguen los científicos para trabajar en ella, con mayor o menor felicidad en sus resultados. Pero otros filósofos han erigido estructuras que pretenden prescribir la naturaleza que debería tener la ciencia y la forma como deberían pensar y actuar los científicos para que sus esfuerzos tuvieran validez. Además, no es raro que, con el paso del tiempo, algunos de los filósofos del primer grupo se transformen en ejemplares del segundo grupo. La reacción de los científicos ante tal postura ha sido expresada por Rosenblueth como sigue: Hay otra serie de asertos acerca de lo que es la ciencia, que conviene subrayar y criticar. Son los que han hecho algunos filósofos. En este caso, tales personas conocen generalmente los principios de la crítica de los conceptos, sus aseveraciones son lógicas y, a menudo, hasta retóricas. El filósofo, sin embargo, frecuentemente no conoce la ciencia, porque nunca ha sido hombre de ciencia, ni ha pasado por el largo aprendizaje indispensable para la formación del hombre de ciencia. Sus juicios son, a menudo, falsos e incompletos. Por ejemplo, de los filósofos de la ciencia de este siglo cuyas ideas revisamos, Kuhn y Lakatos son fundamentalmente descriptivos, el primero de los mecanismos de las revoluciones científicas y el segundo de la estructura de los programas de investigación. En cambio, Popper y Feyerabend empiezan tratando de describir a la ciencia y terminan diciéndonos cómo debemos trabajar para hacer buena ciencia, el primero recomendando el método hipotético-deductivo y el segundo el anarquismo metodológico. De estos cuatro filósofos, sólo Kuhn inició su carrera como físico, pero al poco tiempo la cambió por la de historiador de la ciencia y posteriormente se convirtió a la filosofía, aunque sin dejar de seguir teniendo su interés principal en la historia; los otros tres siempre han sido sólo filósofos. En mi opinión, Kuhn ha documentado de manera adecuada algunos episodios en la física y en la astronomía de los siglos XVI y XVII. que corresponden a su descripción de revolución científica, y esto ha sido extendido por otros historiadores como Cohen a otras disciplinas y a obras épocas, aunque para las ciencias biológicas los datos no son tan claros o de plano no concuerdan con su esquema; sin embargo, la contribución más importante de Kuhn es su demostración de que para hacer filosofía de la ciencia, la historia debe usarse como algo más que una fuente de ejemplos. La compleja arquitectura de los programas de investigación de Lakatos probablemente

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corresponde a algunos episodios de la física, pero en realidad es muy difícil acomodar en la mencionada estructura a las investigaciones que se llevan a cabo en otras ciencias, especialmente las de crecimiento más reciente. En el caso del método hipotéticodeductivo de Popper, a lo mencionado antes sólo me resta agregar que (a pesar de que algunos grandes científicos se han declarado a su favor) realmente no conozco ningún investigador que diseñe sus experimentos para intentar demostrar que sus hipótesis son falsas, sino todo lo contrario; además, tampoco conozco a nadie en el campo de la ciencia que no use el pensamiento inductivo, o sea que no generalice a partir de instancias individuales. Popper ha dicho que su filosofía señala no cómo se hace la ciencia sino cómo debería hacerse, pero a pesar de la congruencia de sus argumentos los científicos hemos seguido trabajando como lo hemos hecho siempre. Finalmente, el anarquismo de Feyerabend tiene dos aspectos: uno, caracterizado por sus opiniones más extremas, como cuando declara que la "ciencia es un cuento de hadas" y que se le debería conceder la misma atención a otras formas de conocimiento como "la astrología, la acupuntura y la hechicería", o cuando pone a la ciencia a la par con "la religión, la prostitución y otras cosas"; este aspecto, como el mismo Feyerabend señala, no debe tomarse en serio. El otro aspecto es el que proclama que la única regla de metodología científica que no interfiere con el libre desarrollo de la investigación es "todo se vale" y ya hemos comentado que, con ciertas restricciones, tal libertad de acción está mucho más cerca de la realidad en la ciencia de nuestros días que la adherencia a un solo método rígido e inflexible. Pero si los científicos de hoy hemos empezado a darnos cuenta de que los esquemas propuestos por muchos filósofos de la ciencia contemporáneos son realmente camisas de fuerza conceptuales heredadas del siglo XIX, y que es necesaria una reconstrucción de la filosofía de nuestras actividades profesionales que considere no sólo la historia sino toda la inmensa extensión y complejidad de las ciencias modernas, también conviene que nos demos cuenta del surgimiento de una nueva forma de estudiar y de caracterizar a la ciencia, que es a través de la sociología del conocimiento. Aunque con antecesores tan importantes como Marx, Nietzsche, Scheler y Freud, probablemente fue Karl Mannheim (1893-1947) la figura inicial en el movimiento desarrollado alrededor de la idea de que el conocimiento surge en situaciones históricas y sociales concretas, a las que necesariamente refleja. Para Mannheim la epistemología está determinada socialmente, por lo que en sociedades distintas el conocimiento será diferente, no nada más en la forma en que se expresa sino en su contenido mismo. Este relativismo (que ya se mencionó al hablar de Kuhn) se formó al mismo tiempo que florecía el positivismo lógico, que como ya vimos buscaba establecer el conocimiento científico sobre bases tan sólidas, permanentes e inalterables como la lógica y la experiencia objetiva de los sentidos; la influencia del positivismo se dejó sentir en Mannheim, quien hacía excepción de la lógica y de las matemáticas como las únicas formas del conocimiento que no estaban influidas por la historia y la sociedad, o sea que no estaban determinadas "existencialmente". Pero en épocas más recientes tales excepciones han dejado de aceptarse y los sociólogos de la ciencia consideran que todo el conocimiento está socialmente determinado, que todo lo que se acepta como científicamente establecido depende de las características de la sociedad en donde se genera, y que si tales características cambian (ya sea históricamente, en la misma sociedad, o cuando se comparan distintas sociedades) el conocimiento científico será diferente. En otras palabras, lo que pasa por ser científicamente cierto no depende de su grado de

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concordancia con la realidad sino de su aceptación como tal por la sociedad; lo que el hombre de ciencia busca no es tanto el conocimiento de la naturaleza sino lo que en el momento histórico y en el grupo social en que le ha tocado vivir se acepta como tal conocimiento. Naturalmente, este relativismo epistemológico extremo puede aplicarse a la misma tesis de la sociología del conocimiento (o sea, que la postura que caracteriza el conocimiento científico como "nada más" una construcción social es propia de nuestro tiempo y de la sociedad capitalista del hemisferio norte, pero que en otros tiempos y en otros sitios ha habido, hay y seguramente habrá, otras posturas igualmente válidas), con lo que dejaríamos de tomarla muy en serio. Pero no cabe duda que lo que cuenta como conocimiento científico es lo que ha alcanzado consenso en la comunidad de la ciencia, mientras más amplio mejor, después de que ha sido comentado en pasillos y comedores, presentado en seminarios y congresos, y publicado en revistas y libros; en otras palabras, no hay duda que el conocimiento científico posee un componente social, puesto que surge en, y depende de, la sociedad. Pero entre esto y que el contenido de la ciencia sea "nada más" una construcción social, hay gran distancia. Sin embargo, algunos sociólogos de la ciencia no la perciben (probablemente porque sufren de miopía "sociológica") y en sus estudios insisten en manejar el producto de la investigación científica como un "hecho social". Un ejemplo casi paradigmático de esta tendencia es el libro de Latour y Woolgar titulado. La vida en el laboratorio: la construcción social de los hechos científicos, que apareció en 1979. Este volumen no es el producto de la secreción cerebral de filósofos encerrados en sus bibliotecas, sino el resultado de una investigación realizada por un sociólogo (Woolgar) y un filósofo (Latour) durante año y medio en un laboratorio de investigación científica del más alto nivel (el Instituto Salk para Estudios Biológicos, en California), mientras se trabajaba en un proyecto cuyos resultados finalmente culminaron en un premio Nobel. Para establecer la relación más íntima y completa entre los autores del libro y los investigadores que estaban siendo estudiados, uno de los autores (Latour) trabajó como técnico de laboratorio mientras realizaba sus estudios sociológicos. Cuando finalmente apareció, el libro escrito por Latour y Woolgar se transformó casi instantáneamente en un clásico de la literatura sociológica. Yo lo adquirí en 1982 sin saber de lo que se trataba, atraído por el título y por la elogiosa descripción de la contraportada, y confieso que después de mi primera lectura me pareció interesante pero controversial, y que marqué algunos párrafos con signos de admiración (que en mi taquigrafía significa aprobación) y otros más con ojo (que quiere decir "cuidado", "dudoso", "falso" o hasta francamente "pernicioso"). Pero no fue sino hasta después de varios años (en 1985) que mi buen amigo Carlos Larralde me hizo llegar el texto de una inteligente y perceptiva revisión suya de la segunda edición de este libro, que regresé a sus páginas y adquirí plena conciencia de su significado más general, histórico y filosófico. Latour y Woolgar postulan que los productos tangibles de un laboratorio de investigación son sus artículos científicos, repositorios de una serie de hechos descubiertos y caracterizados por los investigadores. A continuación, Latour y Woolgar se preguntan de qué manera se generan los hechos descritos en las publicaciones mencionadas. Y es a partir de este paso que sus postulados y conclusiones se apartan de lo que los hombres de ciencia estaríamos dispuestos a aceptar como verdadero. Latour y

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Woolgar construyen una "jerarquía del conocimiento" de cinco niveles, caracterizados de menos a más como sigue: ¿EXISTE EL MÉTODO CIENTÍFICO? Indice EDICIONES COMITÉ DE SELECCIÓN DEDICATORIA INTRODUCCIÓN AGRADECIMIENTOS I. LA TRADICIÓN ANTIGUA: PLATÓN Y ARISTÓTELES I.1. INTRODUCCIÓN I.2. PLATÓN Y ARISTÓTELES I.3. LA EDAD MEDIA II. LOS CIENTÍFICOS DE LA REVOLUCIÓN CIENTÍFICA: VESALIO, GALILEO, HARVEY, NEWTON, HOOKE Y LEIBNIZ II.1 INTRODUCCIÓN II.2. ANDRÉS VESALIO II.3. GALILEO GALILEI II.4. WILLIAM HARVEY II.5. ISAAC NEWTON II.6. ROBERT HOOKE II.7. GOTTFRIED WILHELM LEIBNIZ III. LOS FILÓSOFOS DE LA REVOLUCIÓN CIENTÍFICA: BACON, DESCARTES, LOCKE, BERKELEY, HUME Y KANT. III.1. INTRODUCCIÓN III.2. FRANCIS BACON III.3. RENÉ DESCARTES III. 4. JOHN LOCKE III.5. GEORGE BERKELEY III.6. DAVID HUME III.7. EMMANUEL KANT IV. LOS EMPIRISTAS VICTORIANOS DEL SIGLO XIX: HERSCHEL, MILL Y WHEWELL IV. 1. INTRODUCCIÓN IV.2. JOHN HERSCHEL IV.3. JOHN STUART MILL IV.4 WILLIAM WHEWELL V. LOS POSITIVISTAS DEL SIGLO XIX: COMTE, MACH, PEIRCE Y POINCARÉ V.1. INTRODUCCIÓN V.2. AUGUSTE COMTE V.3. ERNST MACH V.4. CHARLES PEIRCE V.5. HENRI POINCARÉ VI. EL POSITIVISMO LÓGICO: WITTGENSTEIN, CARNAP Y EL CÍRCULO DE VIENA. REICHENBACH Y LA ESCUELA DE BERLÍN VI.1. INTRODUCCIÓN

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VI.2. LUDWIG WITTGENSTEIN VI.3. RUDOLF CARNAP VI.4. HANS REICHENBACH VI.5. EPÍLOGO VII. LAS IDEAS CONTEMPORÁNEAS (I): BRIDGMAN, ROSENBLUETH Y EL OPERACIONISMO; EDDINGTON Y EL SUBJETIVISMO SELECTIVO; POPPER Y EL FALSACIONISMO VII.1. INTRODUCCIÓN VII.2. PERCY W. BRIDGMAN VII.3. ARTURO ROSENBLUETH VII.4. ARTHUR S. EDDINGTON VII.5. KARL R. POPPER VIII. LAS IDEAS CONTEMPORÁNEAS (II): LAKATOS Y LOS PROGRAMAS DE INVESTIGACIÓN, KUHN Y EL RELATIVISMO HISTÓRICO, FEYERABEND Y EL ANARQUISMO VIII.1. INTRODUCCIÓN VIII.2. IMRE LAKATOS VIII.3. THOMAS S. KUHN VIII.4, PAUL FEYERABEND VIII.5. UN PARÉNTESIS PARA LOS DIONISIACOS Y LOS APOLÍNEOS IX. RESUMEN GENERAL Y CONCLUSIONES IX.1. INTRODUCCIÓN IX.2. EVOLUCIÓN HISTÓRICA DE LAS IDEAS SOBRE EL MÉTODO CIENTÍFICO IX.3. ¿CUÁL ES LA ONTOLOGÍA CONTEMPORÁNEA DEL MÉTODO CIENTÍFICO? IX.4. ¿PARA QUÉ LE SIRVE AL CIENTÍFICO LA FILOSOFÍA DE LA CIENCIA? LECTURAS RECOMENDADAS INTRODUCCIÓN Este libro se terminó de imprimir y encuadernar en el mes de octubre de 1998 en los talleres de Impresora y Encuadernadora Progreso, S. A. de C. V. (IEPSA),calzada de SanLorenzo 244, 09830 México, D.F. ============================================================sg

DICCIONARIO DE TÉRMINOS DE HISTORIA Y DE FILOSOFÍA DE LA CIENCIA

http://download.tripod.es:81/hv1102/enciclopedia.html

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DIRECCIONES SOBRE HISTORIA DE LA FILOSOFÍA, DE LA CIENCIA Y DE INFORMÁTICA

- El Museo de la Ciencia:

www.nmsi.ac.uk/Welcome.html

- Programa de Historia de la Ciencia y la Tecnología (Universidad de Minnesota):

www.physics.umn.edu/~hsci/

- Computer History Association of California:

http://www.chac.org/chac

-The University of California at Davis Computer Science Museum:

http://wwwcsif.cs.ucdavis.edu/~csclub/museum/homepage.html

- The Virtual Computer History Museum:

http://video.cs.vt.edu:90/history

- The Virtual Museum of Computing:

http://www.comlab.ox.ac.uk/archive/other/museums/computing.html

- Obsolete Computer Museum:

http://www.ncsc.dni.us/fun/user/tcc/cmuseum/cmuseum.htm

- Carl Friend's Minicomputer Museum:

http://www.ultranet.com/~engelbrt/carl/museum

- Colección de ordenadores de Paul Pierce:

- http://www.teleport.com/~prp/collect

- Apple Macintosh:

- http://www.apple.com/pr

- Atari 8-Bit FAQ:

http://www.cis.ohio-state.edu/hypertext/faq/usenet/atari-8-bit/top.html

- Commodore 8-bit Web Server:

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http://www.hut.fi/~msmakela/cbm/

- Computer Collection:

http://www.msn.fullfeed.com/~cube/

- Computer History Web Sites:

http://granite.sentex.net/~ccmuseum/hist_sites.html

- Computer Museum:

http://www.net.org

- Great CPUs of the Past and Present:

http://www.cs.uregina.ca/~bayko/cpu.html

- Historical Computer Society:

http://www.cyberstreet.com/hcs/

- History of Technology and Computers:

http://www.tectrix.com/links/tech_hist.html

- Hobbes's Internet Timeline:

http://info.isoc.org/guest/zakon/Internet/History/HIT.html

- Jim's Computer Garage:

http://www.rdrop.com/users/jimw/jcgm.html

- Apple II History:

http://www.hypermall.com/History

- NetHistory - An Informal History of BITNET and the Internet:

http://www.geocities.com/SiliconValley/2260

- Triumph of the Nerds!:

http://www.pbs.org/nerds

- Chronology of Events in the History of Microcomputers:

http://www.islandnet.com/~kpolsson/comphist.htm

- Máquinas de Turing:

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http://www.arrakis.es/~carlisg/

- Organización IEEE:

http://www.ieee.org/

- Software y Hardware (varios):

http://www.winmag.com/

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