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Revista electrónica “Between the Species” (Volumen 21, Número 1, Spring 2018) “Reflexiones sobre Tom Regan y el movimiento de derechos animales que alguna vez existió” Gary L. Francione Profesor de Leyes Distinguido por la Junta de Gobernadores y Becario Nicholas deB. Katzenbach de Leyes y Filosofía Rutgers University School of Law Nueva Jersey, EE.UU. Profesor Honorario (Filosofía) School of Politics, Philosophy, and Language and Communication Studies University of East Anglia Norwich, Reino Unido Versión original: Reflections on Tom Regan and the Animal Rights Movement That Once Was http://digitalcommons.calpoly.edu/bts/ Traducido por: Rogelio Eduardo Peralta Archibold

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Revista electrónica “Between the Species” (Volumen 21, Número 1, Spring 2018) “Reflexiones sobre Tom Regan y el movimiento de derechos animales que alguna vez existió” Gary L. Francione Profesor de Leyes Distinguido por la Junta de Gobernadores y Becario Nicholas deB. Katzenbach de Leyes y Filosofía Rutgers University School of Law Nueva Jersey, EE.UU. Profesor Honorario (Filosofía) School of Politics, Philosophy, and Language and Communication Studies University of East Anglia Norwich, Reino Unido Versión original: Reflections on Tom Regan and the Animal Rights Movement That Once Was http://digitalcommons.calpoly.edu/bts/

Traducido por: Rogelio Eduardo Peralta Archibold

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El comienzo de un movimiento de derechos verdadero Déjenme describir el escenario: 15 de julio de 1985, un grupo de aproximadamente 100 activistas de derechos animales, uno de los cuales es Tom Regan, ha ocupado un edificio de los National Institutes of Health (NIH) en Bethesda, Maryland, EE.UU. Están protestando por los experimentos de lesión craneal que están siendo realizados en babuinos, en la University of Pennsylvania (Penn) Medical School. Los manifestantes anunciaron que ocuparán el edificio a menos que, y hasta que el gobierno acceda a suspender el financiamiento del laboratorio, en espera de una investigación completa. El gobierno está amenazando con arrestar a los manifestantes si no se van.

Como un grupo de exhaustos, desaseados y nerviosos manifestantes, apretujados alrededor de él, prestando suma atención, en una gran pero estrecha oficina de los NHI, temiendo su arresto aparentemente inevitable, Tom los calmó y reorientó al contarles historias de protestas no violentas de varios movimientos sociales, y tranquilizándolos sobre cómo habían sido cruciales para aquellas luchas. Tom era un estupendo narrador, y sus historias y su conocimiento sobre movimientos de justicia social comprometió y vitalizó a este grupo diariamente por casi 4 días seguidos, ayudando a los manifestantes a retomar su coraje y entender cómo lo que estaban haciendo era importante, tanto como un asunto de oposición a los experimentos por los que protestaban así como parte de nuestro objetivo principal: alcanzar la justicia para los animales no humanos.

Tarde en la mañana del 18 de julio de 1985, luego de muchos días de intensa discusión, Margaret Heckler, entonces Secretaria de Salud y Servicios Humanos, ordenó que los fondos de los NHI para los experimentos por los que estábamos protestando fueran suspendidos a la espera de una investigación completa. La ocupación había sido exitosa. Personas a favor de los "derechos animales" habían enfrentado al gobierno federal en un acto de desobediencia civil, y prevalecido, y Tom había jugado un papel vital en ese éxito. Esta ocupación fue indudablemente el evento más significativo que ha sucedido hasta la fecha (y quizás, desde entonces) en el movimiento estadounidense de derechos animales. Sin Tom ahí, pienso que muchos de los manifestantes se habrían ido y todo hubiese fracasado.

Yo estuve representando a esos manifestantes como abogado y estuve negociando con los NHI sobre las preocupaciones y demandas de mis defendidos. Tom fue uno de mis clientes. Fue este caso el que hizo que nos asociáramos.

Había iniciado mis clases como profesor asistente en la Penn Law School en julio de 1984. A finales de mayo de 1984, había ocurrido un ingreso forzado en un laboratorio de la Penn Medical School. El laboratorio realizaba experimentos de lesión craneal en babuinos, acelerando sus cabezas a más de 2000 veces la fuerza de la gravedad para valorar los tipos de lesión que puede sufrir un humano cuando su cerebro se desplaza dentro del cráneo, opuestos a la lesión que uno tendría si la cabeza fuese golpeada directamente. Quienquiera que hubiese irrumpido en el laboratorio sabía no solo acerca de los horribles y violentos experimentos que estaban teniendo lugar ahí, sino también que los investigadores habían hecho cintas de video

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de los mismos. Los intrusos removieron esas cintas—de aproximadamente 60 horas de duración, hicieron copias de ellas y entregaron una anónimamente a un grupo de defensa animal relativamente nuevo en Washington, D.C. —People for the Ethical Treatment of Animals (PETA). Yo me había reunido con los cofundadores de PETA, Alex Pacheco e Ingrid Newkirk, el año anterior cuando vivía en Washington D.C., sirviendo como pasante en derecho para la Jueza Sandra Day O'Connor. Después de finalizar mi pasantía, empecé a trabajar como un consejero legal pro bono para la organización.

PETA preparó un video de unos 25 minutos de duración titulado Unnecessary Fuss, el cual contenía fragmentos del mayor conjunto de cintas, así como una narración para explicar la naturaleza de los experimentos. Para el otoño de 1984, Penn estaba envuelta en un enorme escándalo que acumuló gran parte de la atención de la prensa en EE.UU. y en Europa, particularmente en el Reino Unido, como resultado de su relación con la University of Glasgow en ciertos aspectos de los experimentos. Penn, una poderosa fuerza política en Filadelfia, había conseguido que la Oficina del Fiscal del Distrito iniciara una investigación criminal mayor y muy agresiva sobre quién removió las cintas del laboratorio. Yo me opuse a los experimentos a la par que representé a varias personas que fueron blancos de la investigación criminal.

Decidí organizar un mitin en la universidad para el abril próximo para protestar por los experimentos. Y esa fue la ocasión de mi primer contacto con Tom Regan. Yo había leído The Case for Animal Rights durante el verano anterior y me parecía sensato tener a su autor en el evento. Pero ciertamente esperaba su inasistencia dada la dificultad para conseguir que académicos criticaran a instituciones académicas, particularmente en este tipo de situaciones.

A inicios de 1985, conversé con Tom por primera vez. Lo llamé a su casa y me presenté. Él sabía de la controversia en Penn y había oído sobre mi participación en ella. Le pregunté si podría venir a Filadelfia para el mitin, el cual había sido programado para el 27 de abril. Le expliqué que no tenía fondos para financiar su transporte, pero le ofrecí alojamiento en nuestra casa y accedió, diciendo que se sentiría honrado de decir unas palabras en el mitin. Recordé a Tom comentándome que probablemente yo estaría pasando un mal rato en la universidad. Le aseguré que no había un “probablemente” al respecto; en Penn estaban, de hecho, furiosos conmigo y fui amenazado directamente por el vicerrector, quien dijo que mis acciones estaban poniendo en riesgo mi carrera. No recuerdo nada más del contenido de esa conversación, pero sí que pensé que Tom era muy cortés y yo estaba encantado de que aceptara hablar en el mitin.

Cuando Tom se quedó en nuestro hogar el 26 de abril de 1985, la noche previa

antes de que el mitin tuviera lugar, él, mi compañera (Anna Charlton) y yo nos desvelamos hasta bien entrada la madrugada hablando sobre nuestro deseo común de ver un movimiento de derechos animales verdadero emerger en los Estados Unidos. Discutimos la forma del emergente movimiento y algunos de sus elementos claves—el

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caso que involucraba a “los monos de Silver Springs” que había llevado a PETA a la prominencia, los diversos mítines de movilización por los animales que habían sido llevados a cabo, y otras cosas que estaban sucediendo al momento, que indicaban que muchas personas estaban empezando a pensar de una manera más progresista en torno a los animales. Tom dijo que había aceptado hablar en el mitin de Penn porque reconocía que era un hito—nunca antes hubo un desafío a una investigación con fondos estatales en una universidad prestigiosa. Él creía—y Anna y yo, por supuesto, coincidíamos—que si podíamos oponernos exitosamente a lo que Penn estaba haciendo, indicaría que el ánimo estaba cambiando y que podríamos iniciar una significativa discusión de largo alcance sobre derechos animales.

Al día siguiente, condujimos a la universidad y caminamos sobre el área del

campus donde se realizaría el mitin. Ni yo ni algún otro de los activistas con quien había planeado la actividad teníamos una pizca de experiencia en la organización de un evento como este, y me hallaba preocupado de que nadie se apareciera. Le expresé a Tom mi ansiedad de que no llegaríamos a los 100 asistentes, cifra que yo esperaba. Me dijo que no me preocupara, pues tenía un “buen presentimiento” sobre el evento. Ese era Tom (como yo aprendería) —siempre tratando de ser positivo.

Mientras nos aproximábamos, vimos más y más personas cargando letreros

que criticaban los experimentos. Al dar la vuelta por una esquina para entrar al sitio del mitin, quedé anonadado de ver al menos 1500 individuos reunidos. Miré a Tom, quien tenía una sonrisa de sincera alegría que nunca olvidaré. Se giró hacia mí y dijo: “Estamos viendo el principio de un movimiento de derechos animales”.

El mitin fue un gran éxito. En nuestra conversación la noche anterior, Tom se

mostró amable y muy académico. Francamente, me inquietaba que asumiera el podio y empezara a hablar de la perspectiva de Immanuel Kant sobre el valor inherente y pusiera a todos a dormir. Estaba muy equivocado. Cuando Tom se acercó al micrófono, el Tom académico se desvaneció. Tom se convirtió en un poderoso visionario que charló con pasión y convicción. La multitud le respondió con un nivel de entusiasmo que igualó al suyo. El mitin sirvió para galvanizar el apoyo del público en contra de los experimentos, y como un foco para los grupos animalistas en los Estados Unidos y en el Reino Unido.

Regresamos a casa esa noche felices y emocionados. Algo importante había

ocurrido ese día, aunque no teníamos idea de hasta dónde iría desde ahí. Tom, Anna y yo—otra vez —nos quedamos la mayor parte de la velada conversando.

Luego del éxito de la ocupación de los NIH a finales de ese verano, que

siguieron meses de intentos, por parte de defensores de los animales de todos los EE.UU., de persuadir al gobierno federal de investigar lo que ocurría en el laboratorio de Penn; Tom y yo condujimos de vuelta a mi casa en un estado de euforia, platicando sobre lo que acababa de pasar y qué pasaría después. Hablamos sobre el movimiento. Hablamos sobre derechos animales y si había una realidad a la que pudiésemos aspirar e incluso alcanzar. Nos detuvimos en la autopista para ayudar a un perro que

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se había extraviado en el tráfico. No olvidaré ese día mientras viva. ¡Ambos estábamos tan optimistas! Tom estaba seguro de que la campaña contra el laboratorio de Penn fue un hito importante en el movimiento animalista en el país. Tenía razón, y él fue parte crucial de ese esfuerzo.

Esto marcó el preámbulo de nuestro trabajo conjunto en la formación de una

ideología que vendría a desafiar al movimiento como existía entonces, y que, infelizmente, causaría una división ideológica definitiva que pondría fin a la colaboración y amistad entre Tom y yo.

Moviéndose en la dirección de derechos: El debate derechos/bienestar

Después de la toma, Tom y yo hablamos a menudo y nos vimos frecuentemente. Fui a Carolina del Norte para apoyar el lanzamiento, en 1985, de la Culture and Animals Foundation de Tom y su pareja, Nancy. Anna y yo participamos en eventos de la fundación y me convertí en asesor de la misma. Tom y Nancy amaban la ciudad de Nueva York, donde nos habíamos mudado, por lo que eran invitados habituales en nuestra casa. Solíamos referirnos a nuestra habitación libre como "la habitación de Tom y Nancy".

Nuestras discusiones se centraron inicialmente en problemas más filosóficos.

Pero entonces—como resultado de diferentes motivaciones—empezamos a hablar sobre lo que la teoría de derechos animales significaba en un sentido práctico. Aquellos intercambios conllevaron a un debate acerca de la naturaleza de un movimiento que ha continuado hasta este día.

Había trabajado de manera pro bono como abogado y consejero en campañas

con PETA y otros grupos animalistas iniciando en 1983. Aquellas campañas, en su mayoría, se preocupaban sobre el bienestar de los animales. Se centraban en el trato “humanitario” y asuntos singulares en los que alguna forma de explotación estaba siendo enfrentada con un mensaje implícito de que otro tipo de explotación era mejor.

En ese momento, los activistas eran muy cuidadosos con las declaraciones

públicas para dejar claro que ellos no estaban buscando ir más allá de lo que aspiraba una campaña en particular. Recuerdo haber sido entrevistado acerca del laboratorio de Penn en un programa de televisión en Reino Unido donde me preguntaron si la posición que defendíamos era que toda vivisección debería acabar. Yo respondí que esa era una pregunta diferente y que la campaña de PETA contra Penn estaba enfocada solo en la violación de las leyes y regulaciones, y la mala ciencia. Era una buena respuesta de parte de un abogado, pero recuerdo cuán incómodo me sentí cuando hice esa declaración.

Esas campañas no eran, en ciertos sentidos, distintas de otros tipos de

campañas existentes en los años 60—antes del movimiento de derechos animales. ¿Entonces por qué nos estábamos haciendo llamar activistas de los derechos animales?

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Tanto Tom como yo reconocíamos que los derechos animales requerían la abolición de la explotación animal, y la mayor parte de aquellos que se consideraban defensores de derechos animales en ese tiempo estaban de acuerdo con que la abolición era la meta. ¿Pero cómo aboliríamos la explotación animal con ese tipo de campañas, las cuales no hacían nada más que regularla? ¿Cómo íbamos a difundir el mensaje de la abolición si no situábamos explícitamente todo lo que hicimos dentro del contexto de la abolición?

Al mismo tiempo, Tom se sentía comprensiblemente frustrado de que el

movimiento no apreciara la diferencia teórica entre su posición y la de Peter Singer. Tom era un teórico de los derechos; Singer era un utilitarista que rechazaba los derechos morales. La posición de Singer reflejaba el pensamiento del filósofo y abogado del siglo XIX Jeremy Bentham, que era un arquitecto jefe de la posición del bienestar animal. Pero fue Singer el celebrado como el "padre del movimiento de derechos animales". Entonces no hubo aprecio alguno entre los activistas de las contribuciones teóricas significativas que Tom había hecho en su libro de 1983, The Case for Animal Rights. De hecho, fue difícil encontrar defensores que siquiera hubiesen leído el libro en ese punto, mucho menos apreciado su importancia. Los supuestos grupos de derechos animales, incluido PETA, ni siquiera lo vendían; ellos vendían Animal Liberation, y lo catalogaron como un libro sobre derechos animales. El nivel de confusión era profundo. Tom quería establecer que la diferencia entre los enfoques filosóficos era no solo un tema académico abstracto y en gran parte sin sentido; quería dejar claro que tenía relevancia para la estrategia que el movimiento adoptó. Como yo, Tom estaba preocupado de que hubiese algo fundamentalmente erróneo en las campañas bienestaristas, así como también en las campañas de un solo tema (monotemáticas) que sustituyeran una forma de explotación por otra, pero no estaba seguro de cómo traducir su pensamiento en términos prácticos. Tom era excelente para dar discursos sobre la abolición—de hecho, sus conversaciones siempre fueron poderosas y convincentes—pero él, como yo, estaba inseguro de lo que significaba la abolición en términos de estrategia práctica.

Nuestro interés común en comprender cómo la teoría de derechos animales

podría implementarse de una manera práctica y real nos llevó a Tom y a mí a pasar muchas horas (una gran subestimación) hablando de la relación entre teoría y práctica. Los resultados de ese examen fue nuestro acuerdo de que necesitábamos aclarar que promover reformas de bienestar animal; o campañas monotemáticas que sustituyeran una forma de explotación por otra, era inconsistente con los derechos animales. Acuñé el término “neobienestarismo” para describir el fenómeno de defensores de “derechos” animales que promovían campañas de reformas de bienestar y campañas monotemáticas convencionales supuestamente como una especie de medio hacia un fin abolicionista. Ambos rechazamos el neobienestarismo.

Nosotros asumimos la posición de que ser un defensor de los derechos

animales significaba ser transparentes en que no podíamos justificar la explotación animal y que teníamos que abolirla como un asunto de justicia—de lo que le debemos a los animales no humanos. No era sobre compasión o piedad o bondad. Era sobre

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hacer una demanda clara y pública de dejar de hacer lo que era moralmente injustificable.

Como un asunto práctico, observamos tres cosas particularmente importantes.

Primero, pensamos que, en vez de promover campañas de bienestar animal o monotemáticas convencionales, los defensores debían promover campañas para prohibir usos particulares de animales—por ejemplo, detener el uso de animales en cosmética o prueba de productos; el uso de animales en estudios de privación materna¸ o el uso de animales para propósitos de entretenimiento. Pero también creíamos que los defensores de derechos tenían que ser explícitamente claros en cuanto a la meta del movimiento de derechos animales, mientras perseguían tales campañas. Eso es, que no solo proponemos campañas monotemáticas convencionales reempaquetadas como algo más.

En su mayoría, las campañas monotemáticas reemplazaban una forma de

explotación por otra. Por ejemplo, la campaña, luego en curso, en contra de la incautación de perreras (en donde se requería que las perreras municipales entregaran animales no reclamados o no adoptados a instituciones de investigación) promovía la idea de usar animales criados a propósito, en lugar de otros quienes antes hubiesen sido “mascotas” familiares. Campañas en contra de clases particulares de experimentos utilizando animales, como aquellas que implicaban la privación materna o la adicción a drogas, no promovían explícitamente otra especie de experimento en su lugar, pero sí enviaban el mensaje de que el uso de animales para los experimentos que eran señalados eran de algún modo moralmente peores que aquellos experimentos que no fueron señalados. Esto daba la idea de que los usos no señalados eran moralmente mejores. Dichas campañas fallaron en expresar su rol como parte del movimiento de derechos para abolir el uso animal.

Tom y yo propusimos campañas que apuntaban prácticas particulares

perseguidas en un contexto en donde fueran caracterizadas explícitamente y consistentemente como pasos hacia la abolición—como retirar ladrillos de la pared de la explotación animal. La diferencia entre una campaña por el fin del consumo de carne de ternera y una campaña abolicionista por el fin del consumo de carne de ternera era que la primera animaba implícitamente a ingerir alimentos de origen animal diferentes a la carne de ternera porque esta era señalada de forma aislada, haciendo parecer que era moralmente peor que el filete, huevos o leche; la última dejaba claro que todo consumo animal era moralmente injustificado y que estábamos señalando la carne de ternera como parte de una campaña continua que aspirara a acabar paulatinamente con todo uso de animales como alimento. La idea clave era que la abolición tenía que ser una parte notoria de la campaña y que las campañas de reformas de bienestar no podían estar en ninguna parte del programa.

Esas campañas abolicionistas, como nosotros las contextualizamos, no solo

esclarecían que los usos animales no señalados no eran moralmente mejores que aquellos que eran señalados, pero evitaban la naturaleza “bait and switch” de las campañas convencionales que involucraba que activistas le dijeran a la gente que A es

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el problema, solo para entonces decirles que B es el problema una vez que ellos estaban de acuerdo sobre A.

Segundo, estas campañas tenían que ser conducidas en contra del fondo de

promover el veganismo como un imperativo moral1. Nosotros creíamos que esto era absolutamente esencial. Los derechos animales sin el veganismo no tenía sentido. Interesantemente, en ese tiempo existía mucho menos controversia acerca del veganismo entre los defensores animalistas. Muchos bienestaristas no eran veganos ni vieron razón para hacerse veganos, pero casi todo el que se identificó como un defensor de los derechos animales era vegano, y aquellos que no lo eran al menos no defendían el no veganismo. De hecho, mi impresión fue que, en lo que respecta a los defensores de derechos animales, no hacía falta decir que el veganismo era una obligación moral—parte de lo que significaba ser un defensor de los derechos animales. No los recuerdo discutiendo que el veganismo no fuese requerimiento para la posición de derechos animales, lo cual es algo que muchos “defensores” discuten en el presente.

Tercero, creíamos que el movimiento de derechos animales debería ser muy

claro y muy explícito en reconocer la relación entre los derechos humanos y los derechos animales. A pesar de que Tom y yo tuviésemos diferentes perspectivas políticas, con las mías estando orientadas más hacia la izquierda y las suyas siendo más libertarias, ambos estábamos preocupados de que el movimiento animalista estuviese evitando deliberadamente la conexión con los derechos humanos. Creíamos que los derechos animales solo tenían sentido en el contexto de una ideología que rechazara toda discriminación y cosificación. No estábamos contentos con la campaña de “Preferiría ir desnuda antes que usar pieles” que PETA lanzó en 1989, por el sexismo y la misoginia en ella, la que, por cierto, solo se ha intensificado con los años.

Teníamos claro que un rechazo al bienestarismo no significaba que

cuestionásemos la sinceridad de aquellos quienes llevaban adelante campañas de bienestar animal, o que los defensores de derechos y los bienestaristas no pudieran trabajar juntos en ciertas situaciones. Pero creíamos que nosotros debíamos ser transparentes en que no apoyábamos las reformas de bienestar y que las campañas que sí apoyábamos no tenían la intención de sustituir una forma de explotación por otra, y en cambio, buscábamos pasos incrementales abolicionistas dirigidos a la meta definitiva de la abolición. Creíamos que los defensores de derechos debían mantener la abolición al frente y en el centro públicamente.

Tom y yo empezamos a promover esas ideas en varias conferencias y otros

eventos en los cuales hablamos. Las ideas fueron controversiales y a menudo evocaron fuertes reacciones. Por ejemplo, fui escupido por una activista cuando di una charla sobre el sexismo en el movimiento porque, de acuerdo a ella, yo estaba “traicionando a los animales” al criticar a PETA. Pero, en su mayoría, los activistas estaban comprometidos y convencidos de lo que estábamos diciendo y, en cifras ascendentes, interesándose en transformar el movimiento en uno de derechos animales.

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En 1990 se realizó una Marcha por los Animales en Washington, D.C. No fue un

evento exclusivo sobre derechos animales e incluía a muchos bienestaristas, como Peter Singer. Pero la marcha tenía una fuerte orientación en derechos. Tom fue codirigente y organizador del evento, y Tom y yo junto al otro codirigente, Peter Linck, quien era el director de la National Alliance for Animals (NAA), condujimos la marcha hacia las escalinatas del Capitolio. La retórica de los derechos animales dominó los discursos que fueron pronunciados. Una “Declaración de los Derechos de los Animales” con un mensaje abolicionista fue presentada en la marcha. Muchos de los oradores repudiaron de manera explícita el bienestarismo. La policía estimaba una muchedumbre de 24,000, pero fue mucho mayor—al menos el doble de ese número. La marcha nos brindó una oportunidad a Tom y a mí para hacer una clara declaración de que no era suficiente hablar sobre derechos animales y abolición; debíamos implementar los derechos animales en nuestra estrategia activista.

1990 fue también el año en que Anna Charlton y yo cofundamos el Rutgers

Animal Rights Law Center, donde los estudiantes ganaban créditos académicos por aprender teoría de derechos animales en el contexto de trabajar con nosotros en casos reales que involucraban asuntos sobre animales. El centro fue el primero de su clase en los EE.UU., o, de hecho, en el mundo. Tom fue un gran apoyo para el centro, reuniéndose con frecuencia con nuestros estudiantes y dando charlas como invitado.

En 1992, Tom y yo escribimos un ensayo controversial ampliamente difundido,

titulado A Movement’s Means Create Its Ends, el cual fue publicado en Animals’ Agenda2. El ensayo reflejó largas discusiones que Tom y yo habíamos tenido acerca de tácticas que reflejaban e implementaban la teoría filosófica de los derechos animales. Proponía el rechazo a las campañas de bienestar y las campañas monotemáticas que sustituían una forma de explotación por otra. Además, proponía el veganismo y el reconocimiento de la relación entre los derechos humanos y los derechos animales. El ensayo fue parte de un debate con Ingrid Newkirk de PETA, quien defendió las campañas de reformas de bienestar y calificó nuestra postura como “purista”.

En 1993 y 1994, el Rutgers Animal Rights Law Center y la Culture and Animals

Foundation copatrocinó dos conferencias sobre asuntos de derechos animales y derechos humanos en la Universidad Rutgers. Juntamos a trabajadores de granjas y a otros representantes del sector laboral, incluyendo a trabajadores de mataderos, defensores de derechos civiles, defensores feministas y homosexuales, junto a defensores de los animales, para discutir los asuntos comunes de derechos y justicia. El abogado radical William Kunstler fue el orador principal en una de las conferencias mientras que el activista de derechos civiles Dick Gregory fue el orador principal en otra. Gregory había reemplazado a César Chávez de la Unión de Trabajadores de Granja de EE.UU., quien había acordado exponer pero había fallecido poco tiempo antes de la segunda conferencia. Aquellas conferencias marcaron la primera ocasión—al menos en los Estados Unidos—en que defensores de derechos animales se reunían con defensores de otros movimientos para discutir nuestras respectivas visiones sobre justicia social. No recuerdo un solo evento expositivo o de cualquier otro tipo en

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el cual estuviésemos Tom y yo en donde no tratáramos la importancia de los derechos humanos para el movimiento de derechos animales. Los “interseccionalistas” contemporáneos que piensan que el enfoque de los defensores de los animales por los derechos humanos es un desarrollo nuevo no conocen su historia3. El trabajo de Tom me había ayudado a entender por qué las leyes fallan en proveer cualquier protección significativa para los animales y me proporcionó un marco contra el cual podría evaluar mi reclamo de que no puede afirmarse que las leyes que regulan el uso y trato de animales resulten en derechos basados en el respeto. Mi enfoque en el estatus de propiedad de los animales, informado por la filosofía moral de Tom, resultó en mi escrito Animals, Property, and the Law en 1995, el cual fue publicado por Temple University Press en una serie que Tom editó.

Continué con un segundo libro—animado por Tom—Rain Without Thunder:

The Ideology of the Animal Rights Movement, el cual fue publicado en 1996, y el cual reflejó muchísimas conversaciones que había tenido con Tom. El propósito de Rain Without Thunder fue doble. Tenía la intención de representar una advertencia al movimiento de derechos animales de que estaba en peligro de colapsar en el movimiento de bienestar animal de los años sesenta si continuaba abrazando la idea neobienestarista de que las reformas de bienestar y las campañas convencionales podrían dirigir a la abolición. El libro también buscó iniciar una discusión sobre identificar con una mayor precisión las campañas que fueran abolicionistas. Yo propuse que las campañas abolicionistas debían tener ciertas características: debían proponer prohibiciones a actividades significativas que fueran constitutivas de explotación institucionalizada y reconocer que los animales tenían intereses no institucionales y no negociables. Las campañas abolicionistas debían estar vinculadas explícitamente con la idea de abolir todos los usos de animales y ser caracterizadas como representantes de esfuerzos incrementales para remover los ladrillos en la pared de la explotación animal—y nunca sustituyendo una forma de explotación por otra. Tom y yo estuvimos completamente de acuerdo con este abordaje. De hecho, Tom no pudo haber sido más claro en su convicción sobre la importancia de la distinción derechos/bienestar. Cuando una defensora que estaba proponiendo una antología que había titulado provisionalmente Animal Rights: Alternative Perspectives, nos preguntó a ambos si podríamos contribuir con un ensayo, Tom respondió: “Gary y yo hemos dedicado mucho tiempo intentando explicar lo que los derechos animales significan, y por consiguiente, lo que el movimiento de derechos animales (como una distinción del movimiento de bienestar animal) debe ser y hacer”4. Él notó que “toda la gente” a la que ella le había pedido contribuir para esta antología “o niegan que haya una distinción entre derechos animales y bienestar animal, o dicen que existe una diferencia en teoría, pero no en la práctica”. Él agregó firmemente: “Es nuestra firme convicción de que esas personas están seriamente confundidas” y: “Están haciéndole un serio daño al incipiente movimiento de derechos animales”. Tom dejó en claro que no podríamos contribuir con un ensayo si el título permanecía como el propuesto, y si fuera cambiado (él sugirió Animal Advocacy: Alternative Perspectives) e hiciésemos el ensayo, este sería crítico acerca de

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las posiciones de bienestar animal que, con la excepción de nuestro escrito, arruinaría el resto de la antología.

Fue un tiempo muy emocionante. A fines de 1995 habíamos establecido el marco para un movimiento de derechos animales que tenía tanto una teoría filosófica como legal—y una estrategia práctica. Tom y yo adoptamos la posición abolicionista en el camino y hablamos sobre el debate derechos/bienestar con miles de defensores en los EE.UU y Canadá. Con frecuencia expusimos en las mismas conferencias, a veces con presentaciones en conjunto. Sin embargo, donde fuese y cuando fuese que hablábamos, la emoción de los activistas era palpable. Ellos, también entendían que las campañas bienestaristas y monotemáticas convencionales eran problemáticas; ellos también veían la conexión derechos humanos/derechos animales; ellos también estaban cansados de ser marginados por las grandes corporaciones benéficas que no querían otra cosa que donaciones y trabajo gratuito.

Estábamos confiados de que estábamos muy cerca de ver la emergencia de un

movimiento de derechos verdadero. Sin embargo, yo (a través del Centro Rutgers) había provisto servicios legales (de manera pro bono) a organizaciones nacionales en la primera mitad de los años noventa, mi criticismo hacia las políticas de esos grupos estaba haciendo esa relación mucho menos cómoda, así que disminuí mi contacto con aquellos grupos, incluido PETA. Tom y yo establecimos compromisos de consejería a activistas de base a un nivel local para promover campañas abolicionistas. A finales del verano de 1995, Tom, Nancy, Anna y yo, junto con otros, acordamos involucrarnos en un canal de base que tenía la intención de ayudar a desarrollar y fortalecer a grupos locales que quisieran promover la perspectiva abolicionista que habíamos gestado.

El problema es que otros entendieron lo que estábamos haciendo y no les

gustaron las posibilidades casi tanto como nosotros. Las grandes corporaciones de caridad eran organizaciones de bienestar cuya

mayoría de miembros no sabía lo que era un vegano. Los bienestaristas eran, en su mayor parte, personas a las que les gustaban los perros, gatos o caballos, o que se oponían a la cacería, o posiblemente, a algunos aspectos de la vivisección. Esos grupos no estaban interesados en la retórica radical del movimiento de derechos animales o en la idea de que los defensores solo debían promover campañas abolicionistas. Así que no estaban felices con lo que Tom y yo estábamos haciendo. Pero no fue una sorpresa. No creíamos que lograríamos convencer a los grupos de larga data de unirse a nosotros.

Sin embargo, estábamos más sorprendidos por el hecho de que los más

recientes grupos, supuestamente de “derechos animales” también fueron hostiles hacia lo que estábamos haciendo. Aunque muchos, si no sustancialmente todos esos grupos, pensaban ser de derechos, eran también corporaciones de caridad y se dieron cuenta de que era mucho más fácil recaudar fondos si combinaban la retórica radical, la cual apelaba a aquellos disgustados con las organizaciones de caridad establecidas,

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con las campañas tradicionales de bienestar y monotemáticas, que apelaban a los “amantes de los animales” que no estaban muy interesados en ninguna clase de reforma radical que pudieran apoyar aquellas campañas sin ser desafiados a hacer cambios en sus propias vidas. Estos eran los grupos neobienestaristas; ellos hablaban acerca de derechos animales, pero perseguían una agenda de bienestar animal convencional como supuestos medios para un fin abolicionista. Los grupos neobienestaristas—como los grupos bienestaristas clásicos—desmotivaban los esfuerzos de base. Ellos buscaban miembros que hicieran dos cosas: donar y proveer trabajo gratuito para conseguir que otros donaran. Tom y yo fuimos optimistas de que podríamos persuadir al menos a algunos de esos neobienestaristas a moverse en la dirección de derechos. De hecho, invertimos una gran cantidad de tiempo comprometidos en esa persuasión desde 1989 hasta bien entrado el año 1995. Muy a menudo nos reunimos con líderes de los grupos neobienestaristas que afirmaban ser de “derechos animales” en un esfuerzo de convencerlos de adoptar un enfoque abolicionista en términos de su activismo. Esa fue la audiencia a la cual me dirigía en Rain Without Thunder. Pero resultó que el “movimiento” —ya sea visto como las corporaciones de caridad de la vieja guardia o como las nuevas, supuestamente grupos de derechos más progresistas—fue solo un negocio que vio lo que Tom y yo ofrecíamos como un producto de la competencia que les disgustó. Nuestra separación de caminos Para 1995, el “movimiento animalista”, que abarcaba las corporaciones de caridad, incluyendo a los supuestos nuevos grupos de “derechos animales” que eran en realidad neobienestaristas, estaban volviéndose progresivamente hostiles a la distinción ente derechos y bienestar que Tom y yo estábamos planteando. La NAA, la cual organizó la Marcha por los Animales de 1999, con Tom como codirigente, y que patrocinó una gran conferencia nacional anual, fue favoreciendo paulatinamente las posiciones bienestarista y neobienestarista. A pesar de que Tom y yo fuimos oradores regulares en la conferencia de la NAA, no fuimos invitados a hablar en el evento de 1995, donde, ante nuestra ausencia, se nos atacó calificándonos de “elitistas” y “fundamentalistas” debido a nuestro rechazo a las posiciones bienestaristas. En la NAA Conference de 1994 había sido criticado de forma pública por el director de la organización Peter Gerard (quien para ese momento ya había reemplazado su apellido Linck) por invitar a un grupo de feministas para compartir el escenario conmigo. Como un asunto general, el movimiento bienestarista no quería la promoción de aquello que fuese visto como posiciones políticas controversiales que pudieran desalentar a más personas conservadores de contribuirle. Y la NAA no quería que yo (o cualquiera que invitase a hablar junto a mí) criticara a PETA por sus campañas sexistas y misóginas, lo cual es exactamente lo que ocurrió durante mi sesión.

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La revista nacional Vegetarian Times tuvo un artículo titulado The Threat from Within, y la “amenaza”, en gran parte, era la posición que Tom y yo estábamos promocionando5. El ensayo tenía un número de comentarios críticos acerca de nosotros por varias corporaciones de caridad. Por ejemplo, Don Barnes de la National Anti-Vivisection Society (NAVS) nos acusó a Tom y a mí de “elitismo filosófico” por asumir la posición de que las posiciones de derechos y de bienestar no eran reconciliables. Él sugirió que nosotros no estábamos defendiendo nada práctico más que el actuar como “policías veganos”.

Animals’ Agenda, la cual había publicado el texto que Tom y yo habíamos

escrito en 1992 acerca de utilizar medios abolicionistas para alcanzar fines abolicionistas, había designado a un nuevo editor en jefe, Kim Stallwood, quien era un bienestarista hostil hacia la posición abolicionista. El presidente de la junta de directores de Animals’ Agenda, Ken Shapiro, también era el editor de una revista dedicada a mejorar el bienestar animal. Animals’ Agenda publicó un ataque a la distinción derechos/bienestar, por Don Barnes, que estaba dirigido hacia Tom y hacia mí, reclamando que éramos “elitistas” por sugerir que la ideología de derechos era moralmente acertada y la de bienestar no6. El artículo afirmó que las ideologías de derechos y de bienestar conducían a la misma conclusión, y, muy extrañamente, condenó nuestros esfuerzos para conseguir más participación de las bases como “elitismo de las bases” que era injusto para las corporaciones nacionales de caridad. Escribimos una respuesta que Animals’ Agenda se negó a publicar. Casi todas las corporaciones de caridad—ya fuesen las de la vieja guardia o las neobienestaristas—estaban asumiendo la posición de que lo que Tom y yo estábamos haciendo era “divisivo”. En retrospectiva, era claro que lo que estaba pasando en ese tiempo no era nada menos que un intento de destrucción del movimiento de derechos animales de base por las corporaciones de caridad. Aquellos grupos habían visto cómo los defensores de los animales respondieron al mensaje de derechos y la abolición y ellos lo vieron muy acertadamente como una amenaza para su modelo de negocios. Así que ellos reaccionaron con fuerza.

En 1995, la NAA anunció que se estaba planificando una segunda marcha en Washington (y varios eventos conexos) para junio de 1996. Con esta segunda marcha se intentaba enfatizar la idea de un movimiento unificado que no estaba dividido en corrientes bienestaristas y abolicionistas, y promover la idea de que no existía conflicto entre ambas. El evento estaba siendo patrocinado y organizado por un número de organizaciones que había rechazado explícitamente la noción de los derechos animales como abolición, o había rechazado la idea del veganismo como base moral. Por ejemplo, la Humane Society of The United States (HSUS), la cual había rechazado los derechos animales como “radical” y no firmó la Declaración de Derechos Animales en la marcha de 1990, fue un patrocinador principal de la marcha de 1996. Entre otros patrocinadores se incluyeron Animals’ Agenda y la NAVS, cuyo director de educación, Don Barnes, estaba atacándonos constantemente a Tom y a mí. Peter Singer tuvo un papel prominente como uno de los consejeros para el evento. La

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segunda marcha fue, entonces, un rechazo “oficial” y organizado de nuestra posición de que los derechos animales y la posición de bienestar eran fundamentalmente opuestas, y que los defensores de derechos animales no debían apoyar las campañas de bienestar o las monotemáticas que sustituían una forma de explotación por otra.

Tom estaba indignando en un principio y llamó al boicot de la marcha de 1996

en octubre de 1995 en medio de una charla que dio en Ann Arbor, Michigan. Yo apoyé su llamado al boicot. De hecho, estaba claro para mí que nadie que asumiera seriamente la abolición podría apoyar o participar en un evento como ese. En noviembre de 1995, Tom puso en circulación entre un número de personas un borrador de una extensa carta para Peter Gerard en respuesta a su invitación para que Tom participara en la marcha y otros eventos que serían celebrados con la misma7. La invitación de Gerard buscaba conseguir que Tom retirase el llamado al boicot y apoyara el evento. Tom le contestó a Gerard que él estaba preocupado de que la marcha se convirtiera en una: “Mezcolanza confusa de ideologías en conflicto, probablemente toda agrupada bajo la pancarta: “Porque a todos nos importan los animales, todos estamos unidos”. Pero sabes tan bien como yo, Peter, que nada puede estar más lejos de la verdad”. Tom notó que muchos de los patrocinadores de la marcha habían registrado su rechazo hacia los derechos animales y oponiéndose a la posición, que él y yo habíamos defendido, de que el enfoque de derechos y el enfoque de bienestar eran inconsistentes. Tom también objetó la marginación del activismo de base en favor de la dominación por los grupos nacionales. Él objetó que los donantes pudieran comprar minutos al micrófono en la marcha y los eventos conexos, lo cual llamó “moralmente obsceno”. Él objetó el énfasis en las celebridades, incluyendo el tener celebridades como codirigentes de la marcha para conseguir cobertura mediática, como algo que desvirtuaría el contenido del mensaje. Tom concluyó que había tenido “razones basadas en principios” para oponerse a la marcha y que “traicionaría la perspectiva de derechos” si apoyase la actividad. Rechazó levantar su llamado al boicot.

Mientras Tom había sido contactado por Gerard, yo fui contactado por Eliot Katz, director de In Defense of Animals, uno de los principales patrocinadores de la marcha, quien me preguntó si podría retirar mi apoyo al boicot a cambio de un lugar principal para hablar en la marcha y en los otros eventos. Me negué a hacerlo. A comienzos de diciembre de 1995, Tom puso en circulación una declaración en borrador titulada Why We Will Not Be Marching, explicando su llamado al boicot8. Él repitió mucho de la esencia de lo que había dicho en su carta en borrador a Gerard. Sostuvo que si la marcha y eventos conexos “realmente pretenden ser eventos de derechos animales, entonces realmente deberían ser eventos de derechos animales, lo que queremos decir: “Deberían ser abolicionistas desde la primera palabra hasta la última”. Dijo que: “La marcha va a incrementar más que disminuir la confusión sobre lo que significan los derechos animales y cómo estos difieren del bienestar animal”. Expresó su preocupación de que la marcha y los eventos relacionados: “No deberían ser… ocasiones para perpetuar los mitos de que [por ejemplo] no existe en verdad ninguna diferencia entre “derechos animales” y “bienestar animal”, que la distinción

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es “artificial”, que aunque realmente hay una diferencia los activistas de base no pueden entenderla, que aquellos que insisten en su validez son “elitistas”, que los defensores de derechos animales son “fundamentalistas”, etc., etc.”. Dijo que “la marcha no debería ser lo que precisamente la marcha sería” porque sus patrocinadores principales sostenían las opiniones que Tom identificó. Mencionó a HSUS, NAVS, y Animals’ Agenda como ejemplos de patrocinadores que mantenían perspectivas antiderechos y que rechazaban la posición abolicionista. Mencionó cómo Peter Singer negaba que los animales tuvieran derechos. Mencionó cómo el organizador de la marcha estaba excluyendo a la posición de derechos de las conferencias de la NAA.

Tom repitió en su pronunciamiento lo que había dicho en su carta anterior a Gerard: que la marcha serviría como una “mezcolanza de ideologías en conflicto, probablemente toda agrupada bajo la pancarta “Porque a todos nos importan los animales, todos estamos unidos””. Él añadió que “al perpetuar el mito de que “todos estamos unidos porque a todos nos importan”, creemos que la marcha ayudará a ocultar la verdad—lo cual es otra razón por la que no marcharemos”. Él repitió su objeción a cobrar por el acceso al micrófono en la marcha y los eventos conexos. Declaró que la dependencia en las celebridades podría “rebajar la verdad de nuestra convicción” en el mensaje de derechos animales. En respuesta a la reclamación de algunos activistas de que alguien que representara la posición abolicionista debería asistir a la marcha para asegurarse de que la misma fuese presentada, la respuesta de Tom fue clara: “No estamos de acuerdo. La manera en que traicionaríamos nuestra convicción en derechos animales, creemos, es al participar en eventos sobre los que tenemos razones sostenidas en principios para oponernos y, a través de esta participación, ayudar a prestar credibilidad a aquello en lo que no creemos”. Sobre reafirmar las razones para boicotear la marcha, él dijo que aunque en la marcha podría haber “mucha diversión… creemos que existen mejores cosas que podemos hacer con nuestro limitado tiempo, dinero y energía que ayudar a prestar credibilidad a algo que representa erróneamente la verdad y es moralmente ofensivo en el trato”. Él llamó al boicot una “no cooperación no violenta” y señaló que “nosotros creemos que tanto Gandhi como el Dr. King estarían contados entre aquellos que no marcharían”. Señaló en una segunda ocasión que “traicionaríamos lo que creemos y debemos sostener” si apoyásemos la marcha, además: “Dios sabe que todos cometemos errores, un montón de juicios equivocados, cosas de las que nos arrepentimos—algunas hasta la muerte. Pero nuestra decisión de no participar en la marcha de 1996 no es una de ellas”. La declaración de Tom del 7 de diciembre de 1996 fue una condena devastadora e inequívoca de la marcha. Poco tiempo después de compartirla conmigo y con otros—literalmente muchos días después—Tom súbitamente anunció que él y Nancy se tomarían un “año sabático” fuera del movimiento. Tom afirmó esto en una carta que me había escrito en 1996.

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Y entonces, en marzo de 1996, Tom, por razones que desconozco y que nunca había compartido conmigo, decidió finalizar su “año sabático” y regresar al movimiento. Pero era un movimiento diferente al cual él quería regresar. Retiró su llamado al boicot y anunció que apoyaría la marcha y que hablaría en ella y en los eventos conexos. En una carta a Gerard fechada el 2 de marzo, Tom dijo que aunque estaba preocupado de que la marcha no fuese un evento de derechos animales, él la apoyaría9. En su carta, señaló que un número de patrocinadores adoptó una posición con la que no estaba de acuerdo. Entonces, continuó:

“Cuando se juzga en este concepto, ¿podemos decir que la marcha será un evento de derechos animales? La respuesta honesta, creo yo, es “no”. Incluso así, es bueno recordar que las organizaciones moderadas/bienestaristas a veces respaldan campañas de derechos animales/abolicionistas, que su trabajo es esencial para el éxito de esas campañas y, más generalmente, que los materiales que preparan y distribuyen suman mucho al esfuerzo continuo para educar al público sobre la difícil situación de los animales no humanos. Como es verdad de cada uno de nosotros individualmente, así en el caso de cada organización participante: todos hacen algo bueno, ninguno solo hace bien”10.

Aunque Tom y yo, en su declaración de diciembre, habíamos respondido a la preocupación de que los defensores de derechos deberían estar presentes en la marcha para representar la posición de derechos al decir que participar sería “traicionar los derechos animales”, el 2 de marzo él dijo que “la filosofía de derechos animales no estará suficientemente representada en la marcha si las personas que creen en ella se rehúsan a participar. No hay, creo, suficientes razones de peso por las que los defensores de derechos animales no puedan apoyar y participar en la marcha”.

Cuando vi esta carta, hallé la desconexión entre esta y todo lo que Tom había estado diciendo—y no solo sobre la marcha sino a lo largo de muchos años—tan discordante que al principio pensé que no era realmente una carta escrita por él a pesar de que claramente la firma era suya. Investigando más se confirmó que realmente era de Tom. En un documento del 30 de marzo de 1996 enviado por Tom para sus “más valiosos aliados”, a quienes adjuntó una copia de la carta del 2 de marzo a Gerard, él declaró que aunque hubo aspectos de la marcha los cuales él objetaba, “no lo soy ahora, ni lo he sido nunca, alguien que crea que todo deba ser perfecto antes que algo sea digno de ser apoyado. Con esta postura, ninguno de nosotros podría alguna vez apoyar nada”11. Tom declaró: “Mientras más pensaba en ello, más me convencía de que, aunque no hay un ajuste perfecto entre los derechos animales y la marcha, apoyar la marcha no es inconsistente con el compromiso propio hacia los derechos animales”.

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Tom había decidido que “no había razones de peso” para no apoyar y participar en un evento que, en su declaración del 7 de diciembre, había expuesto “representa erróneamente la verdad y es moralmente ofensivo en el trato”. Tom había optado por hacer exactamente aquello por lo que fue crítico: promovió la idea de que los derechos animales y el bienestar animal no eran ideologías en conflicto e irreconciliables. Apoyó un evento que cobraba por tiempo en el escenario a los mayores postores. Apoyó un evento que apestaba a lo que él llamaba “celebrityism” (“celebridadismo”) y que había condenado porque podría “rebajar” el movimiento. Tom solía hablar acerca del “movimiento de confusión animal” que fracasó en entender la diferencia fundamental entre esos enfoques. Y entonces decidió abrazar esa confusión.

También fue intrigante porque el movimiento de bienestar animal claramente consideraba a Singer y su utilitarismo como ejemplo a seguir. La marcha de 1996 trató mucho sobre afirmar el papel de Singer como el arquitecto ideológico del movimiento. Tom había resentido eso por años y entonces, parecía, que solo lo aceptó. De hecho, él se unió a los organizadores de la marcha, quien había exhibido una rotunda hostilidad a los derechos animales al celebrarla12. Luego de la marcha de 1996, Tom moderó su posición sobre el debate derechos/bienestar y se volvió más complaciente hacia las campañas bienestaristas y las campañas monotemáticas convencionales. Casi inmediatamente empezó a trabajar y apoyar a grupos que él anteriormente había criticado. Mi esperanza, sin embargo, era que lo que fuese que estuviese pasando acabara y que Tom volviese a apoyar las ideas sobre la abolición que antes había abrazado. Pero no ocurrió. Nunca volvió a aquellas ideas—excepto para rechazarlas. En el libro de Tom de 2004, Empty Cages: Facing the Challenge of Animal Rights, dejó claro que los derechos animales significaban abolición y no reforma, pero desaparecida por completo estaba su crítica a las organizaciones bienestaristas. De hecho, parecía haber aceptado como “defensores de derechos animales” a algunas de las mismas personas y grupos que denominaban (y siguen denominando) a los abolicionistas como “fundamentalistas”, “elitistas”, “puristas”, y como “divisivos”, y quienes promovían esfuerzos por reformas de bienestar. Además de mencionar a HSUS, PETA, Farm Sanctuary, y otros grupos bienestaristas clásicos y neobienestaristas en el texto, agradeció en los reconocimientos a Wayne Pacelle de HSUS, cuya presencia en la marcha de 1996 fue la razón por la que Tom inicialmente había llamado al boicot, así como a Kim Stallwood quien, como editor de Animals’ Agenda, anteriormente había rechazado publicar nuestra respuesta a la agresión de ser llamados “elitistas”, Gene Bauston (ahora Baur) de Farm Sanctuary, un grupo sobre el que Tom había sido muy crítico, entre otras razones, por su promoción de la película Babe, la cual implicó explotación animal, y Bruce Friedrich, entonces de PETA, a quien Tom reconoció “una gran deuda” y quien con los años ha promovido consistentemente el bienestarismo y rechazado el veganismo como un imperativo moral. Tom regurgitó el tan familiar mantra bienestarista de que promover una ética animalista como imperativo moral es “santurronería” y debería ser rechazada porque

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nadie es “puro” y, como cuestión moral, “todos tenemos tonos de gris”13. Haciendo eco su pensamiento cuando decidió apoyar la marcha de 1996 sobre cómo los bienestaristas eran “esenciales” y contribuyen a la causa de la abolición, él declaró que “Cada defensor de derechos animales contribuye con algo”14. La diferencia es que en 2004, parecía pensar que todos, incluyendo los bienestaristas tradicionales así como los neobienestaristas, eran “defensores de derechos animales”. Él apoyó la idea de las campañas monotemáticas como pasos incrementales para la abolición de la explotación animal, pero no pareció comprender que muchos de aquellos quienes apoyaban aquellas campañas—incluyendo un número de aquellos quienes él creía pensar que eran “defensores de derechos animales”—no veían la abolición como la meta de sus esfuerzos. Por lo tanto, aquel tipo de campañas monotemáticas solo podrían como mucho, explícita o implícitamente, sustituir una forma de explotación por otra. Empty Cages fue una celebración del “movimiento de confusión animal”, el que alguna vez Tom vio como la mismísima raíz del problema.

En 2005, Tom copatrocinó una conferencia con el bienestarista Kim Stallwood. La conferencia, la cual explícitamente se centró en la idea de Empty Cages de que “todos contribuyen con algo”, fue llamada “The Power of One”15. Esa conferencia es un ejemplo de cómo Tom repudió todo lo que una vez había promovido. Hubo dos oradores principales. El primero fue el director ejecutivo de Whole Foods, John Mackey, descrito como “una fuerza conductora detrás de mayores estándares en bienestar animal”. Curiosamente, Singer, en nombre de un número de los grandes grupos de caridad bienestaristas/neobienestaristas, había elogiado antes ese año a Mackey por iniciar el desarrollo de estándares “pioneros” de, supuestamente, explotación animal de mayor bienestar16. Así que Tom y Singer, junto a las organizaciones de caridad bienestaristas en cuyo nombre Singer firmó la carta, estuvieron exactamente en la misma página. El segundo orador principal fue un exmiembro del Parlamento británico, quien aparentemente fue instrumental en la aprobación de la ley del 2004 que, de acuerdo al folleto, “proscribió la caza de zorros”. Pero la caza de zorros no estaba proscrita. El proyecto de 2004 supuestamente (no ha sido ejecutado) detuvo algunas cacerías de zorros con perros. No detuvo el uso de perros para sacar zorros para que aves rapaces entrenadas los mataran. No detuvo el uso de un perro para sacar a un zorro al que entonces le disparasen. Es inconcebible para mí que el Tom Regan de antes de 1996 hubiese visto la “prohibición de la caza de zorros” como algo más que la broma patética que en realidad era.

La conferencia presentó un número de oradores bienestaristas, incluyendo a Ingrid Newkirk de PETA. PETA, además de promover el bienestarismo y campañas monotemáticas que Tom anteriormente había rechazado, fue implacable en su uso de imágenes sexistas y misóginas—algo a lo cual Tom una vez objetó como inconsistente con la posición de derechos animales. Solo para hacerlo incluso peor, la conferencia fue patrocinada por nada más y nada menos que HSUS, otros dos grupos bienestaristas y un publicista bienestarista. Uno de los otros grupos bienestaristas—Farm Sanctuary—fue nombrado explícitamente por John Mackey, junto con HSUS y

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PETA, y otros, como “accionistas” que en realidad habían trabajado con la industria para ayudar a formular los estándares de “explotación feliz” de Whole Foods17. Tom ofreció una categoría de registro especial, “The Power of One Circle”, que por un pago de $500, proveía una mención especial en el programa de la conferencia, acceso a una recepción especial, y una copia autografiada de Empty Cages. The Culture and Animals Foundation obsequió becas a un número de bienestaristas, incluidos aquellos que promovían la explotación animal “humanitaria”. Era claro para mí que, en 1996, Tom elaboró una determinación muy definida sobre lo que la teoría de derechos animales significaba en la práctica. Y fue una muy diferente a la que él y yo habíamos hecho antes en su historia, y que continúo haciendo hasta este día. Después de 1996, Tom adoptó una versión de la posición neobienestarista. Él creía—de hecho, fervientemente—en la abolición como la meta final. Sin embargo, adoptó la posición de que podríamos alcanzar la abolición a través de medios que él previamente y explícitamente había reconocido como no ajustados a la meta. Como un asunto práctico, Tom había aceptado que había rechazado explícitamente solo hace meses atrás la “mezcolanza de ideologías en conflicto, toda agrupada bajo la pancarta “Porque a todos nos importan los animales, todos estamos unidos””.

Después de nuestra separación de caminos, y después de ver el “movimiento animalista” luchar con el sentido práctico de la estrategia, también decidí que perseguir el tipo de campañas que había discutido en medida considerable en Rain Without Thunder fue un error. El apoyo a campañas de tipo prohibicionistas se basó en que eran medios abolicionistas para fines abolicionistas, como Tom y yo habíamos discutido en nuestro ensayo de 1992 en Animals’ Agenda. Es decir, a diferencia de las campañas monotemáticas convencionales que explícita o implícitamente sustituyen una forma de explotación por otra, se suponía que las campañas abolicionistas debían promoverse explícitamente como pasos incrementales hacia la abolición y satisfacer al menos las otras condiciones que identifiqué en Rain Without Thunder. Pero en ausencia de un movimiento abolicionista, tales campañas, entre otros problemas, no pueden ayudar sino promover la explotación porque necesariamente promueven la idea de que algunas formas de explotación son peores que otras que, en ausencia de un contexto abolicionista, serán consideradas como moralmente mejores18.

Llegué a apreciar que nunca habrá un movimiento de derechos animales efectivo sin una presencia vegana significativa, y que la necesidad del veganismo, el cual muchos defensores de derechos animales habían adoptado sin cuestionamientos en los años 80 y a inicios de los 90, estaba siendo desafiada como resultado de un papel cada vez mayormente jugado por las organizaciones neobienestaristas de caridad. Era importante reafirmar y centrar el foco en la idea de que el veganismo—entendido como un imperativo moral que refleja una reivindicación de justicia—debe ser la base del movimiento de derechos animales. El esfuerzo de los defensores debe estar dirigido hacia, por medios creativos y no violentos, una educación en el veganismo para construir una base sólida sobre la cual campañas de tipo

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prohibicionistas puedan sustentarse en algún punto en el futuro. Claramente Tom no estuvo de acuerdo con mi análisis, continuó apoyando campañas monotemáticas convencionales y no reconoció sus problemas en trabajos posteriores, como había hecho antes de nuestra divergencia en 1996.

¿Por qué Tom decidió súbitamente cambiar su posición de la manera dramática en que lo hizo? Ciertamente no fue porque hubiese cambiado su posición teórica. Aunque creo en The Case for Animal Rights, su planteamiento de “casos de botes salvavidas” presenta dificultades muy serias para su teoría e incorpora un perfeccionismo de manera similar a Singer19, no hay duda de que la teoría de derechos de Tom es muy diferente a la teoría utilitaria de Singer. La afirmación de Singer de que “las diferencias filosóficas entre nosotros a duras penas importan”20 es errónea. Importan de gran manera. Fueron esas diferencias filosóficas las que llevaron a Regan a promover una visión muy diferente del movimiento desde 1996. ¿Entonces por qué, luego de 1996, Tom asumió una visión estratégica del movimiento que es sumamente indistinguible de la de Singer?

No lo sé. Tom odiaba la confrontación. Pienso que él creyó—como yo lo hice—que lo

que estábamos haciendo podría al menos encender una discusión razonada a nivel de los grupos nacionales sobre la mejor manera de progresar si la abolición fuese la meta. Pienso que ninguno de nosotros estaba preparado para la animosidad que encontramos. No hubo discusión. No hubo análisis razonado. Solo hubo ira y la acusación de que Tom y yo estábamos siendo “divisivos” solamente porque estábamos planteando los problemas. No pienso que alguno de nosotros apreciara totalmente en ese tiempo que el “movimiento”, al menos al nivel de los grandes grupos, no era un movimiento social en sentido alguno, sino un grupo de corporaciones de caridad. La estrategia iba más en función de cuál era la manera táctica más efectiva para recaudar fondos y menos en función de cualquier preocupación sobre una obligación moral o la meta de la abolición. La meta real fue y sigue siendo ser exitoso en competir por donaciones. La ética animal fue y es un negocio. Tom y yo éramos dos de las muy pocas personas en este elenco de personajes que no estaban empleadas por el “movimiento”.

La discusión y diálogo que Tom y yo sostuvimos no era más que un coste de

oportunidad para los grandes grupos. Ellos no estaban interesados en la discusión y nos vieron como una “amenaza”, como nos había descrito el artículo del Vegetarian Times. Nos atacaron de formas viciosas, justo como siguen actuando hacia cualquiera que cuestione su posición. Como un asunto general, muchos “animalistas” toman “el fin justifica los medios” pensando muy seriamente. Creen que, como están “ayudando a los animales” y como cualquiera que esté en desacuerdo con ellos “lo está solo por ego y está haciendo daño a los animales”, está bien no comprometer el fondo de la crítica, y decir y hacer lo que sea que puedan hacer para dañar a esa persona. Después de todo, ellos “lo están haciendo por los animales”. En cualquier evento, Tom y yo quedábamos atónitos ante la malicia del comportamiento dirigido hacia nosotros. Eso

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pudo haber resultado en la decisión de Tom de hacer las paces con el “movimiento” y abrazar la posición neobienestarista—promover la abolición como un fin, pero abrazando el bienestarismo y las campañas convencionales como medios para ese fin. También fue el caso que, como asunto práctico, las corporaciones de caridad tuvieran un mayor control sobre el acceso a defensores de los animales en aquel entonces. Internet no era la herramienta de comunicación que es ahora. Cuando Tom y yo fuimos atacados en Animals’ Agenda, el rechazo de la revista a imprimir nuestra réplica redujo significativamente nuestra habilidad para alcanzar a las personas que leyeron el ataque. La comunicación entre defensores tomaba lugar más ampliamente en conferencias, y las mismas eran, en su mayoría, eventos montados por grandes corporaciones de caridad. En 1995, Tom y yo no fuimos consultados para hablar en la NAA Conference—la principal conferencia anual en ese entonces—y eso redujo significativamente nuestro acceso a defensores de todo el país que asistieron a ese evento. Tom pudo haberse preocupado de que si no hacía las paces con los grandes grupos, sería, en efecto, “silenciado” por ellos en términos de no ser más un “actor” en ese mundo. Ciertamente fui excluido del “movimiento” después de 1996. De hecho, recuerdo una conversación con Peter Gerard en la que me dijo que yo nunca hablaría en otra conferencia nacional como resultado de mi posición. Sin embargo, Internet llegó y, gratamente, hizo posible comunicarse con un gran número de otros e hizo irrelevantes a las grandes corporaciones de caridad en términos de su control sobre el acceso a canales de comunicación. Quizás si las cosas hubiesen llegado a un punto crítico en 2006, o 2016, en lugar de 1996, Tom hubiese tomado decisiones diferentes. Pero entonces, aunque Internet había facilitado la comunicación, también había incrementado las oportunidades de los oponentes de la abolición a participar en ataques viciosos e incluso difamatorios, con frecuencia a través de identidades falsas. Así que incluso si Tom hubiese pensado que no podría ser silenciado, él hubiese tenido que confrontar un nivel incluso mayor de malicia. Sin embargo, solo estoy especulando. No sé por qué Tom cambió tan rápidamente y tan dramáticamente. Lo que sé es que cambió. Y que acabó con nuestros esfuerzos para implementar la teoría de derechos en una estrategia que fuese adecuada para lograr la pretendida meta de la abolición. Conclusión Tengo muchos recuerdos de mis años trabajando con Tom. En mi ensayo, he compartido solo unos pocos. Tuvimos muchos buenos momentos juntos. Recuerdo vívidamente el verano de 1992, cuando Tom, Nancy, Anna y yo compartimos juntos en la Universidad Complutense de Madrid. Recuerdo las muchas cenas que tuvimos en la ciudad de Nueva York, incluyendo un restaurante thai en particular que Tom y Nancy adoraban. Recuerdo las muchas horas que pasamos juntos, y con otros amigos, como con artistas como Sue Coe y Marly Cornell, en nuestro desván en Greenwich Village. Yo creía, y sé que Tom creía, que estábamos en el centro de la emergencia de un nuevo movimiento social—un movimiento de base—que involucraba un cambio de paradigma en nuestra idea acerca de los animales, incluyendo, de forma importante, un rechazo explícito al paradigma bienestarista que había dominado la ética animal

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por 200 años. Era un cambio de paradigma que reconocía una relación entre los derechos humanos y los derechos animales, y que enfatizaba el veganismo como un imperativo moral. El “movimiento animalista” organizado como existe ahora en 2018 es una espantosa colección de corporaciones de caridad que promueven el “reducetarianismo”, la “explotación feliz”, y toda otra forma de bienestarismo21. El “movimiento” casi nunca, si acaso, habla sobre derechos o abolición excepto para regurgitar el infundado—en verdad, absurdo—reclamo neobienestarista de que la reforma de bienestar y las campañas monotemáticas convencionales llevarán a la abolición. El “movimiento” promueve el veganismo, si acaso, como solo un camino, entre muchos otros, incluyendo los huevos de gallinas “al aire libre”, carne de cerdo “libre de jaulas”, etc., de reducir el sufrimiento, y nunca promueve el veganismo como una base o imperativo moral. El “movimiento” que tenemos hoy en día es el resultado del pensamiento confuso que llevó a Tom y a otros a concluir que cualquier cosa que alguien hiciera por los animales era una contribución a la lucha por la abolición. Como Tom le dijo a Peter Gerard en 1995: “Nada puede estar más lejos de la verdad”. Desafortunadamente, y por alguna razón, Tom adoptó ese pensamiento como verdadero en 1996. Irónicamente, a pesar de las diferencias teóricas entre la posición de Tom y la de Peter Singer, y la decepción de Tom de que el movimiento realmente nunca apreciara su trabajo, ambos terminaron apoyando virtualmente la misma visión del movimiento. En mi opinión, esa visión es un desastre para los animales, y nunca será capaz de llevar a la abolición. Solamente hará que los humanos se sientan más cómodos al continuar explotando a los no humanos. Les proveerá muchos trabajos a los “activistas” de profesión. ¿Habría sido diferente si Tom y yo hubiésemos continuado trabajando juntos? La verdad es que no lo sé. Por un lado, no tengo duda de que las grandes organizaciones de caridad hubiesen seguido considerándonos como una amenaza y atacado de todo tipo de maneras. Los bienestaristas clásicos, neobienestaristas y otros oponentes de la abolición siguen, entre otras cosas, etiquetando mi posición como ”divisiva”, “fundamentalista”, y “purista”—justo como habían catalogado alguna vez a nuestra posición antes de que Tom decidiera que ya no era su posición.

Por otro lado, no hay duda de que Tom y yo habíamos tenido éxito en construir las bases de un movimiento de derechos. Nos acercamos mucho a ver ese movimiento emerger. Habría sido interesante ver lo que habría surgido de los esfuerzos que iniciamos en 1995 al trabajar con grupos locales con la meta de crear un movimiento de base que no tenía nada que ver con las organizaciones nacionales y que era consistente con promover la abolición. No tengo idea de si habríamos tenido éxito en construir ese movimiento de base, pero creo que tuvimos una muy buena oportunidad.

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Para finalizar, permíteme cerrar con una nota de optimismo. Aunque es cierto que el movimiento de derechos animales que Tom y yo intentamos facilitar murió en 1996, no significa que esa idea de derechos animales como abolición y rechazo de la reforma de bienestar y campañas convencionales haya muerto también. Al contrario, el movimiento abolicionista en 2018—al menos el movimiento en el que estoy involucrado—está muy vivo y bien22. Es un movimiento de base. No existen corporaciones de caridad ni apelaciones a donaciones. Este movimiento está fundamentado sobre el reconocimiento de derechos animales; un rechazo del bienestar animal; la centralidad en el veganismo como un imperativo moral; el rechazo a la discriminación hacia humanos como hacia no humanos, y el rechazo a la violencia. Es un movimiento que reconoce y celebra el poder del individuo para efectuar un cambio, pero ese cambio parte con el entendimiento de que el veganismo es la única respuesta racional para el reconocimiento de que los animales tienen valor moral. El movimiento abolicionista está creciendo por todo el mundo en parte porque proviene de la pasión de aquellos quienes están involucrados con él. No es un negocio. No es un asunto de organizaciones de caridad traicionando a los animales para mantener a sus donantes felices y donando. Es un asunto de promoción de derechos animales como lo que requiere la justicia. Es un asunto de compromiso con una defensa creativa y no violenta que aspira a ayudar a la gente a entender que si los animales importan moralmente—y muchos coinciden con esto—entonces no pueden seguir participando en la explotación directa de animales para alimentación, vestimenta o usarlos de cualquier forma. Me siento emocionado por el futuro y estoy feliz de ver nuevas generaciones de jóvenes—adicionalmente a aquellos que llevan más tiempo en el barco—reconociendo la importancia del veganismo como un imperativo moral que refleja y promueve la justicia. Estoy casi seguro de que el movimiento abolicionista con el cual estoy actualmente involucrado se hubiese reunido con la entusiasta aprobación del Tom Regan que conocí hasta 1995. Ha habido muchas veces en las que he deseado que Tom y yo pudiésemos hablar y planear como lo hicimos en aquellos días pasados. Me entristece que nunca seamos capaces de hacerlo otra vez.

Me gustaría agradecerle a Anna Charlton, quien además de asistirme en la estructura de este ensayo, vivió conmigo en tiempo real a través de todos los eventos descritos aquí. Marly Cornell, Sam Earle, Dr. Francis McCormack y Linda McKenzie leyeron el ensayo y aportaron invaluables comentarios y sugerencias de edición. Me siento muy agradecido con ellos. Este ensayo está dedicado a Tobias, uno de los maravillosos refugiados no humanos con quienes hemos tenido el placer y el honor de compartir nuestras vidas.

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1 Los defensores de los derechos de los animales en ese momento usaban a menudo el término "vegetariano", pero en un sentido excluyente de todo alimento de origen animal. Es cierto que entonces se concentraron más en el aspecto alimenticio del veganismo, aunque muchos de nosotros hablábamos sobre la vestimenta (más allá de las pieles) y otros usos. A día de hoy, aunque presento el veganismo como un rechazo de todo uso animal, tiendo a enfocar a los no veganos en su consumo de alimentos de origen animal como un punto inicial dado que creo que hasta que acepten que comer animales es moralmente injustificable, nada cambia; una vez que aceptan eso, todo cambia. La gente que se vuelve vegana porque está de acuerdo con que comer alimentos de origen animal es injusto, no compran zapatos de cuero o suéteres de lana. No patrocinan zoológicos, circos, o acuarios. En septiembre de 1995, un empleado de la American Anti-Vivisection Society afirmó haber presenciado a Tom consumiendo queso. (Dean Smith, carta a Gary Francione, 19 de septiembre de 1995; Dean Smith, carta a Tom Regan, 25 de septiembre de 1995). Lo comenté con Tom, quien respondió que nunca comió carne ni pescado y que no comió alimentos de origen animal en casa, pero que en ocasiones comía productos de origen animal, como el queso, cuando comía en las casas de otros o en restaurantes. Esto me sorprendió ya que nunca promovió el consumo de productos animales cuando hablamos en eventos y nunca había consumido ningún producto animal en mi presencia ni había indicado ningún interés en hacerlo. Le expliqué por qué no consideraba que su posición vegana "flexible" fuera moralmente aceptable. Pude entender cómo ser vegano "flexible" se ajusta a una posición utilitarista (y Singer dibuja la misma línea y afirma ser vegano en casa pero no cuando viaja, en casa de otros, etc.) pero no pude entender cómo encaja en una posición de derechos. Por razones discutidas en la siguiente sección, Tom y yo dejamos de trabajar juntos poco después de que surgió este asunto. Si hubiéramos continuado trabajando después de ese tiempo, habría sido necesario que Tom aceptara dejar de ser un vegano "flexible". Sin embargo, recalco que en ningún momento de nuestras presentaciones públicas promovió una posición vegana "flexible". (Por favor, tenga en cuenta: todas las cartas y otros documentos mencionados en este documento están archivados con el autor). 2 Animals’ Agenda, Enero/Febrero de 1992, 40. 3 En la medida que “interseccional” significa que necesitamos rechazar toda discriminación humana en adición al especismo como una parte integral de la teoría de derechos animales, estuvimos asumiendo esa postura muchos años atrás. Solía discutir sobre derechos humanos y, en particular, feminismo cuando conversaba sobre teoría de derechos animales en las clases de filosofía legal que empecé a impartir en 1985 en la Escuela de Leyes de Penn. La cuestión sobre derechos humanos/derechos animales formó parte de lo que Tom y yo expusimos desde el principio de nuestras presentaciones públicas juntos, a finales de los años ochenta. En lo que concierne, “interseccional” representa una forma de relativismo y mantiene que la promoción de la abolición y el veganismo como imperativos morales no es aceptable porque los imperativos ignoran la “experiencia vivida” de las minorías, no habríamos aceptado esa posición. La sigo rechazando ya que no soy un relativista

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moral. Véase Essentialism, Intersectionality, and Veganism as a Moral Baseline: Black Vegans Rock and the Humane Society of the United States, AbolitionistApproach.com, en http://www.abolitionistapproach.com/essentialism-intersectionality-and-veganism-as-a-moral-baseline-black-vegans-rock-and-the-humane-society-of-the-united-states/, 10 de enero de 2016. 4 Tom Regan, carta a Betsy Swart, 9 de septiembre de 1995. Todo lo entre comillas está en el original. 5 Mark Harris, “The Threat from Within”, Vegetarian Times, Febrero de 1995, 62. 6 Don Barnes, “The Dangers of Elitism”, Animals’ Agenda, vol. 15, no. 2, 44 (1995). Barnes no nombró específicamente a Tom o a mí en el artículo, pero, como los comentarios de Barnes en el artículo del Vegetarian Times lo aclararon, su ataque estaba dirigido a nosotros. 7 Tom Regan, carta en borrador para Peter Gerard, enviada por fax al autor, 17 de noviembre de 1995. 8 Tom Regan, Why We Will Not Be Marching, correo electrónico, 7 de diciembre de 1995. 9 Tom Regan, carta a Peter Gerard, 2 de marzo de 1996. 10 Énfasis en el original. 11 Tom Regan, carta a destinatarios no revelados, 30 de marzo de 1996. 12 Rain without Thunder fue, como Animals, Property and the Law, publicado por Temple University Press. Aunque, a diferencia de mi libro anterior, no fue publicado en la serie de Tom. Agregué una nota final titulada “Marching Backwards”, la cual describió los eventos alrededor de la marcha de 1996. Ver páginas 226-30. 13 Tom Regan, Empty Cages: Facing the Challenge of Animal Rights (Lanham, Maryland: Rowman and Littlefield, 2004), 186. 14 Empty Cages, 193. 15 Para una copia del folleto describiendo la conferencia “The Power of One”, ver http://www.abolitionistapproach.com/media/pdf/PowerofOnebrochure.pdf. 16 Peter Singer, carta a John Mackey, 24 de enero de 2005, en http://www.abolitionistapproach.com/wp-content/uploads/2015/09/support1.jpg.

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17 Mackey puede ser oído nombrando a esos grupos en una grabación. Ver “Mackey on Stareholders”, en www.abolitionistapproach.com/mackeyonstakeholders/ (22 de agosto de 2015). 18 Ver Gary L. Francione y Anna Charlton, Animal Rights: The Abolitionist Approach (Newark, Nueva Jersey: Exempla Press, 2015), 41-43. 19 Ver Gary L. Francione, Comparable Harm and Equal Inherent Value: The Problem of the Dog in the Lifeboat, Between the Species, Summer & Fall 1995, 81-89, reimpreso con una nota final en Gary L. Francione, Animals as Persons: Essays on the Abolition of Animal Exploitation (Nueva York: Columbia University Press, 2008), 210-229. 20 Tom Regan y Peter Singer, “The Dog in the Lifeboat: An Exchange”, New York Review of Books, 25 de abril de 1985. 21 Ver, por ejemplo, Gary L. Francione, “Animal Welfare Regulation”, “Happy Exploitation, and Speciesism”, AbolitionistApproach.com, en www.abolitionistapproach.com/animal-welfare-regulation-happy-exploitationand-speciesism/ (27 de agosto de 2013). 22 Para más sobre el movimiento abolicionista, ver Francione y Charlton, nota 18. Ver también http://www.AbolitionistApproach.com y http://www.HowDoIGoVegan.com. *Traducciones al español en http://www.EnfoqueAbolicionista.blogspot.com y http://www.QueEsElVeganismo.com.