La Testadura no. 33: Textos de Cipactli y DiEx

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La Testadura, una literatura de paso no. 33: Textos de Cipactli y DiEx.

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La Testadura

La Testadura 2

Coordinación editorial:

Mario Eduardo Ángeles.

Consejo Editorial: Miguel Escamilla, Salvador Huerta, Pedro M. Serrot, Erich Tang, Mo. Eduardo Ángeles,

Jesús Reyes.

Agradecimientos especiales a Roxana Jaramillo, Diana Isabel Enríquez, Cristian Padilla, Tzolquín Montiel,

Enrique Ibarra y David Morales.

Contacto:

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México, Febrero 2013.

Los derechos de los textos publicados pertene-cen a sus autores. Cuida el planeta, no desperdi-

cies papel.

La Testadura 3

La Testadura 4

Diego Abraham

Olvera Luna

“DiEx”

(Querétaro, 1992)

<[email protected]>

La Testadura 5

CONTENIDO

DIEX

Hermano

Carta a un amor terminado y

jamás enterado

Cipactli (I.H.R)

Polyommatus Nivescens

La Testadura 6

HERMANO

DIEX

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Hermano

Y allí estaba nuevamente Daniel,

sentado en el sofá, frente a la ventana,

con su pelota entre sus manos. Miraba

fijamente a la calle.

Era un hermoso día soleado, en

pleno verano, una clase de día que todo

niño desea para poder jugar, fuera de

casa, con su pelota nueva.

Pero Daniel sólo mantenía la mirada

fija, como si estuviera ciego a todo lo que

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se desarrolla enfrente y al alrededor de

él. Su madre, que se encontraba en la

cocina, le miraba con un aura de triste-

za. Le rompía el corazón que su "bebé",

de apenas 6 años, llevara así un mes,

sin sonreír, sin platicar, parecía que vivía

únicamente para mirar por la ventana,

ya que era todo lo que hacía.

Mamá, finalmente, se "armó de va-

lor" y se dirigió a él, le acarició la cabe-

za, como sólo una madre sabe hacerlo.

-Dani, ya casi llega Papá, la hora de

cenar se acerca, ven, ayúdame a poner

la mesa, hice sopa de letras, tu favorita-

Le dijo Mamá en voz baja, mientras ha-

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cía ademanes con sus manos, tratando

de incitar a que Daniel le acompañara.

No hubo respuesta hacia Mamá,

quien tenía una expresión triste en el

rostro, caminó nuevamente hacia la

cocina a terminar los preparativos de la

cena.

Daniel abrazó fuertemente su pelota,

recordando aquel día que la tuvo por

primera vez en sus manos. El clima era

idéntico al de hoy, soleado y alegre.

Mamá, Papá, Daniel y Héctor estaban

en el parque, disfrutando del día en fa-

milia; como cualquier sábado en la tar-

de. Dani sonrió un poco al recordar que

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él y Héctor tuvieron que rogarle a Papá

para que le comprase la pelota más

bonita que vio en la tienda y jugar con

ella en el parque.

Mamá y Papá estaban preparando la

manta y todas las cosas para el

"picnic". Mientras Daniel y Héctor se

fueron a jugar con la pelota nueva. "No

se alejen mucho y no jueguen cerca de

la calle" les dijo Mamá.

Pero eso no era justo, la "portería

perfecta" estaba en un lugar donde

aquellas reglas se tendrían que romper.

El juego estaba muy reñido, Héctor iba

ganando por un sólo gol, era el turno de

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Dani, para empatar las cosas y que el

partido continuara.

Tomó vuelo, corrió y le pegó a la pe-

lota con el alma y corazón, pero la pelo-

ta se fue elevando más y más. Acababa

de fallar el penal, había perdido el parti-

do. Se hincó sobre el pasto con sus ma-

nos en su rostro, esperando que Héctor

llegase a él festejando en un ligero tono

de burla, como siempre lo hacía. Héctor

no llegaba, entonces Dani alzó su rostro

y pudo ver cómo la pelota caía en la ca-

lle.

-No te preocupes, ahorita la traigo,

Papá no se dará cuenta y no te regañará-

La Testadura 13

Le dijo Héctor, con una sonrisa en su

rostro

Daniel vio como su hermano corría

hacia la calle, directamente hacia la

pelota que botaba sobre el asfalto. Héc-

tor llegó hasta ella, la tomó cuando re-

cién había botado, y la estrechó tan

fuerte como pudo. Un corto rechinar de

llantas y un golpe seco fueron suficien-

tes para que la pelota botara libremente

otra vez.

Aquellos botes resuenan con eco en

la memoria de Dani, quien aún abrazaba

fuertemente su pelota, con grandes lá-

grimas desbordándose de sus ojos se al-

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canzaron a distinguir algunas palabras

entre sollozos...

-Dios, toma mi pelota nueva, pero;

por favor, devuélveme a mi hermano.

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CARTA A UN AMOR TERMINADO Y

JAMÁS ENTERADO

DIEX

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Carta a un amor terminado y

jamás enterado

Lo único que atina a hacer, para mi-

tigar su dolor, es tomar una hoja, una

pluma y una botella de vidrio. Sale a

caminar, deseando clarificar sus ideas y

poder encontrar la mejor manera de

expresar su malestar. El invierno está

por terminar, pero el frío pareciera que

va a continuar. Sigue caminando…

“Total, no hay lugar definido, no hay me-

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ta fija; al menos no por ahora, si es ne-

cesario llegar al fin del mundo, que así

sea”, piensa. La marca del paso de la

humanidad empieza a desvanecerse

lentamente, ahora sólo queda un simple

camino de asfalto, dónde sólo pueden

transitar dos automóviles; uno de ida y

el otro de regreso, y donde la naturaleza

se mostraba con mayor fuerza y frecuen-

cia. Árboles ligeramente cubiertos de

nieve, no se podía esperar menos de

aquellos terrenos.

La misma nieve estaba amontonada

a los costados del asfalto, huellas mar-

caban su lento y largo caminar. El sol ya

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estaba a la mitad del cielo, y él había

salido antes de que el mismo asomara

si quiera un solo rayo, volteando a su

derecha pudo ver un camino sencillo de

tierra mojada, la nieve no estaba clara-

mente separada del camino “Al parecer

lo único que "lo salva" es el frecuente

paso de automóviles, bueno, creo que

éste es el punto de referencia”.

Tomó aquel camino, va observando

todo lo que hay a su alrededor, hermo-

sos y grandes árboles. Se detiene en-

frente de uno, colocando la palma de su

mano derecha y mira hacia arriba, dón-

de los rayos del sol apenas alcanzan a

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colarse. Sonríe, y vuelve a caminar hacia

su destino.

No mucho después ve varios troncos

en el suelo y, justo en medio de ellos, un

círculo de piedras, indicando que es allí

donde la fogata se tiene que hacer.

No hay nadie, parece ser que ha lle-

gado antes, bueno, eso era lo que él

buscaba. Se sentó en uno de los tron-

cos, no sin antes retirar la nieve que

estaba colocada encima, mirando direc-

tamente al bosque, empezó a escribir,

escribir y escribir, sacando todo lo que

le lastimaba, no sin derramar lágrimas

que, tímidamente difuminaban algunas

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letras haciéndolas parecer meros gara-

batos.

[Carta:]

{En la parte de enfrente:}

Remitente: El fondo de mi corazón

Destinatario: (¿)Al fondo del tuyo(?)

{Contenido:}

¿Qué está pasando? ¿Qué hice mal?

Vamos, no me digas que nada, es bas-

tante claro que aquellas sonrisas que te

robaba alguien más las ha estado hur-

tando. No, no lo niegues. ¿Crees que no

me he percatado; que tu corazón, ante

mí, ya no es acelerado? Excusas, excu-

sas. ¡Deja ya de ocultarlo! Que el cora-

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zón al amor jamás estará acostumbra-

do. ¿Es que acaso las virtudes que en ti

he encontrado (Sin parar de mencionar-

lo) te han abrumado? ¿De verdad crees

que perfección, de ti, sólo he esperado?

¿Por quién me tomas? Que si todo éste

tiempo te he amado no es por lo que te

he encontrado, y mencionado; es más

bien, por lo que me has mostrado. Virtu-

des, defectos, aptitudes, complejos.

Características puras de tu persona.

¿Aún no comprendes? Es que…

¿Dónde te pierdes? Que yo jamás te he

visto como mi todo, como mi vida mis-

ma. No eres otra cosa sino una simple

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existencia que circula a mí alrededor.

Tan simple, que ha sido, para mí, abru-

mador. Que no quiero reír contigo, no

quiero gozar contigo. No, no es así. Lo

que busco es llorar a tu lado, sufrir a tu

lado. ¡El amor no es cuestión de felici-

dad, es de duplicidad! ¿Tan difícil es de

entender? ¡De tu lado no me quiero mo-

ver! Pero sucedió lo que tenía que suce-

der.

Alguien más ha llegado, y mi lugar en

tu corazón ha ocupado. ¿Ha esto has

esperado? Si desde hacía ya tiempo lo

habías encontrado. ¿No me lo habías

dicho por temor a verme lastimado? ¡No

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me engañas, si desde siempre te ha

gustado tener algo seguro! Y aun cuan-

do a gritos mi alma y razón me lo habían

advertido, sus voces callé y las dejé en

el olvido. A ti que con fe ciega había

creído. Mi corazón herido te di a guar-

dar. Confiando en que lo sabrías prote-

ger y amar.

No, no te preocupes, ahora que todo

me ha quedado totalmente aclarado, sin

poner resistencia, me haré a un lado. Te

pido disculpas por haber estado, todo

éste tiempo, entre tú y tu amado. Para

cuando leas esto ya me habré marchado

(O tal vez éstas líneas jamás las has

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encontrado; que, finalmente, ese es el

objetivo deseado).

Adiós amor, adiós, como hubiera

deseado que lo nuestro jamás se haya

terminado. Pero las circunstancias de la

vida nos han separado, y no tengo de

otra que no sea vivir, de ti, alejado. La-

mento no haberme despedido como es

debido. Pero mucho me temo que las

lágrimas no las hubiera contenido…

Así es como nuestra historia ha ter-

minado, con un solo enamorado.

Por fin terminó, tomó la hoja, la re-

leyó, mientras con su mano izquierda

limpiaba, calmosamente, sus lágrimas;

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la dobló con cuatro pliegues y la metió

en la botella. Se hincó, limpió la nieve

de una zona pequeña, para posterior-

mente dedicarse a excavar. Varias veces

intentó colocar la botella en ese hoyo,

en tres ocasiones las dimensiones no

eran las suficientes para que quedara

totalmente cubierta, hasta la cuarta

encajó perfectamente. Colocó el montón

de tierra que sacó encima de la botella,

lo mismo con la nieve. Se paró y miró

hacia atrás.

Allí estaba, Karen, su cómplice. Esta-

ba sentada, justo donde estaba él, hacía

no mucho tiempo. Con sus piernas y

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brazos cruzados, le miraba con un suave

toque de ternura, tristeza y profunda

comprensión. Andrés permaneció estáti-

co, bajó la mirada.

Karen colocó las palmas de sus ma-

nos en sus muslos y se levantó, exten-

diendo sus brazos mientras se dirigía

directamente a Andrés, un cálido abra-

zo. No hubo palabras por un corto mo-

mento, sólo suaves caricias en las es-

paldas de ambos.

-¿Y así terminará?-Preguntó Karen,

queriendo no alargar más el tiempo de

silencio.

-Lo sé, es ridículo ¿No?-Respondió

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Andrés entre sollozos.

-Vamos- Le golpeó suavemente la

espalda-Sabes muy bien lo que pienso

acerca de las decisiones que toman los

demás.

-Pero eso no le quita la “ridiculez”.

-Bueno, si eso es lo que piensas de

tu propia elección ¿Por qué la tomaste?.

-Porque… porque…-Suspiró suave-

mente, con el típico vapor que pareciera

emanar directamente de la boca en épo-

ca de frío-Soy débil Karen, soy muy débil

-No, no lo eres-Contestó rápidamen-

te Karen-Tú mejor que nadie deberías

argumentar lo contrario, tanto tiempo el

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andar en tales condiciones…

-Pero, no soy capaz de decírselo cara

a cara.

-Aun así, es lo mejor, tu anterior idea

no me agradó mucho, el que yo imitara

ser ella y tú des-ahogarte simplemente

enfrente de alguien más… No Andrés,

no. Es mejor así, porque ahora sólo tú

sabes lo que querías decir, lo que pen-

sabas, lo que sentías, sin la necesidad

de que terceros se enteren de ello.

-Karen, gracias… de verdad… no sé

qué haría sin ti.

Finalmente se soltaron, limitándose

a sonreírse el uno al otro. Tomando

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ambos la dirección de regreso. Cami-

nando dándole la espalda al sol. Andrés

trató de no voltear hacia atrás; a partir

de ese momento su vida cambiaría to-

talmente.

-Borrón y cuenta nueva ¿Eh?

-Es la “Idea General”… pero no del

todo.

-¿Cómo?-Karen volteó a verle con

una ligera mueca de extrañeza, que por

cierto no es nada común en ella.

-Sí, la Idea era el “Borrón y cuenta

nueva” pero no seré capaz de olvidar…

al menos no todo…

-¡No empieces! Que mucho te ha

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lastimado hacer esto…

-No Karen, lo que quiero decir, no

podré olvidar a aquellos que me han

apoyado sin dudarlo en éstos momen-

tos.

Karen ya no dijo nada, simplemente

ocultó su rostro lo más que pudo en la

bufanda café, tratando de no mostrar su

rubor. Andrés no le prestó atención, es-

taba mirando hacia el horizonte, bus-

cando pensar en cómo sería su vida de

ahora en adelante.

Ella, Julie, que se encontraba escon-

dida, salió. Con suaves lágrimas en sus

ojos pudo ver cómo su mejor amiga y

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La Testadura 33

aquel hombre que juraba amarla hasta

el fin de los tiempos se alejaban lenta-

mente. No entendía cómo fue que las

cosas terminaron así. Pero había algo

que si tenía claro, la respuesta estaría

en esa botella que él enterró. Se dirigió

hacia aquel punto, retiro la nieve con

una clara desesperación, la tierra con

ira. Habiendo encontrada la botella, la

sacó. Tomó el papel que estaba doblado

y…

La Testadura 34

Cipactli (I.H.R)

Querétaro, 1986

Instrucciones: Rellene los espacios en

blanco.

Lic en_______ gusta de_______.

Da clases de______.

Quiere______ y planea________.

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POLYOMMATUS NIVESCENS

CIPACTLI (I.H.R)

La Testadura 36

POLYOMMATUS NIVESCENS

Amaneció con ellas. Se quedaron

estancadas, todas revoloteando; choca-

ban unas contra otras, algunas se atora-

ban en sus dientes, entre ellas mismas,

y unas cuantas se quedaron pegadas en

las amígdalas. Tenía un tumulto inva-

diendo su boca. Extraño tráfico aéreo en

su garganta. Podía sentirlas desgarran-

do su lengua con uñas aladas.

Intentó gritar pero sólo vio salir a

La Testadura 37

unas pocas amarillas, pequeñas y des-

concertadas. Tosió repetidas veces con

la esperanza de vomitar algunas. Ni el

más grande impulso del vientre logró

sacarlas. Abrió y cerró la boca, intentó

asesinarlas con los molares pero… des-

graciadas. Seguramente no era la pri-

mera vez que se entrometían en un cuer-

po ajeno.

Temerosa, corrió al baño. No podían

quedarse en ella, en algún punto no la

dejarían respirar. No, no podían habi-

tuarse a su cuerpo. Ante el espejo, abrió

la boca. Las vio revoloteando, ninguna

con intención de huir. Al sentirse obser-

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vadas cada una de ellas se postró quieta

en alguna muela, en la lengua, en el

paladar… ninguna se movió. Las obser-

vo detenidamente. Una movió su pata

sigilosamente, y otra tuvo la osadía de

sacudir el ala con frenesí. Se estaban

burlando de ella. Metió los dedos a su

boca y todas se agitaron. Dio tirones a

varias alas, con suerte a algunas patas.

Pero ellas, tan rígidas, testaduras e in-

solentes sólo lograron lastimarla. Inten-

tó gritar. Nada. Su voz había huido. Todo

alrededor: silencio. Cerró la boca y ellas,

agitadas.

Fue con doctores. En cada consulto-

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rio entregaba una pequeña nota, inten-

tando explicar lo sucedido. Algunos al

leerlo, sólo rieron y la sacaron; otros la

miraron arqueando la ceja y la empuja-

ron bruscamente hasta la puerta. Ella

por más que se resistía, por más que

abría la boca para mostrarles, por más

que hacía ademanes... nada.

Fue a buscarlo. Ella estaba segura

de que había sido él. Él ignoró las se-

ñas, ignoró las notas debajo de la puer-

ta.

Sucedió que fue la incertidumbre y el

ruidoso batir de alas su única compañía.

Pudo sentir cómo volaban de una

La Testadura 40

mejilla a otra, levantando su lengua,

haciendo fila india para atravesar su

esófago y no perderse. Ella en silencio,

ellas siempre, siempre ajetreadas.

No supo cuántas horas, días o sema-

nas pasaron para permitirse jugar con

ellas. Saltaba por todos lados, subía a

los sillones, bajaba, brincaba, daba

vueltas sobre su propio eje. Aquellas se

mareaban. Le tocó burlarse de su ir y

venir, de sus choques constantes contra

sus vísceras, contra sus dientes, contra

ellas mismas como aquel día que llega-

ron. Otras ocasiones, las amedrentaba

con su lengua, que iba de un lado a otro.

La Testadura 41

La Testadura 42

Para reír sólo abría la boca, sus dien-

tes sobresalían silenciosamente mien-

tras aquéllas curiosas, se asomaban y

regresaban. Aprendió a reír con y a costa

de ellas. Mientras tanto su cuerpo em-

pequeñecía.

Una tarde la tomaron por sorpresa y

sintió cómo se iban formando, integrán-

dose con su cuerpo para empezar a mo-

ver sus alas rítmicamente, todas en sin-

cronía: hacia arriba, hacia abajo, hacia

arriba, hacia abajo. Le causó placer y

cerró los ojos. Sintió la levedad de su

propio cuerpo. Al abrir los ojos, sus pies

estaban flotando muy por encima del

La Testadura 43

suelo. La delgadez les permitió llevarla a

la cocina, al cuarto, a la sala y de la

sala al baño… El sórdido aleteo se con-

virtió en melodía. Fue dichosa con ellas.

Por la noche el vértigo de la caída le

hizo abrir los ojos tempestivamente. El

azulejo se clavó en sus costillas y su

nariz sangró con el azotar. Adolorida,

con una mano tapando su nariz y en

completa confusión se levantó cuidado-

samente. No escuchó el batir de alas.

Con todo derecho comenzó a reclamar-

les…enmudeció. Su voz había vuelto.

Corrió al espejo del baño. Ninguna ala

se burló, ni saludo. Fue testigo de la

La Testadura 44

quietud y de su nuevo silencio. Metió el

dedo. Tocó dientes, amígdalas, muelas,

lengua y paladar. Escupió repetidas

veces con la esperanza de verlas salir.

Buscó por toda la casa. Encendió cada

foco y abrió puertas. Temió que hubieran

escapado, o aún peor, que ella las hu-

biera matado mientras dormía. Golpeó

su estómago estrepitosamente y ellas

no salieron. Se sentó. Miró cómo los

cinco minutos reglamentarios de toda

espera se cumplían. Después diez, vein-

te y treinta cinco; una, dos o cuatro no-

ches, tal vez.

Llegaron los escalofríos y tos. Con la

La Testadura 45

tos, pizcas de sangre se dibujaban en la

pared. Por último, el vómito nacarado

sobre el piso. Tuvo horror. No podía per-

mitir que murieran dentro de ella, o que

estuvieran perdidas en el esófago o qui-

zá en el intestino.

El pánico se apoderó de ella cuando

se percató de un olor fétido. Aún lim-

piándolo todo, la casa comenzó a tener

un sabor maloliente.

La piel comenzó a arder. Sus uñas se

restregaban en cada poro. El salpullido

apareció en las piernas, brazos, vientre,

y entre sus pechos, diminutas llagas.

Descubrió la procedencia de la peste.

La Testadura 46

Era ella ¿o ellas?

Comenzó a bañarse en frecuentes

ocasiones durante el día, pero el escurrir

del agua hacía caer descomunales pe-

dazos de piel, todos provenientes de las

llagas. Entonces decidió limpiarlas con

trapos húmedos y movimientos suaves

pero la escoriación secretaba un extraño

líquido color tornasolado. La pestilencia

invadió los rincones, impregnándose en

las telas, en la madera, en el azulejo, en

los vidrios.

La llaga creció. Se hizo grande y den-

sa entre sus insignificantes pechos. Esa

noche comenzó a sentir pellizcos entre

La Testadura 47

la mucosidad flotando entre sus senos.

Advirtió diminutos pero forzados movi-

mientos. Tocó la herida blanda con sus

dedos y la examinó. Un nido de mi-

núsculos parásitos se arrastraban entre

el tejido necrosado, haciéndose paso,

enroscándose entre la carne suelta.

Se desnudó y entró a la regadera.

Extasiada tomó un paño. Restregó entre

los pechos; la sangre se deslizaba sobre

el ombligo. Mientras tanto, un pedazo

de piel, enrojecido, caminaba por el

abdomen. Vio cómo aquellos pequeños

gusanos caían sin ton ni son en la cola-

dera. Aprisionó uno con sus huesudos

La Testadura 48

dedos. Éste se retorció delicadamente

entre sus yemas.

Sí ¡eran ellas!

Sus uñas tallaron con más ahínco los

bordes de la llaga. No fue suficiente.

Corrió desnuda a la cocina. Un grito cris-

pado estalló en las paredes.

La delató el olor. Se horrorizaron al

ver la escena en la cocina. Parásitos

encima del cuerpo descarnado. Se la

comían y se comían unas a otras. Frag-

mentos de piel y carne putrefacta sobre

el suelo. Sangre seca, nacarada, mirada

hacia el techo y el ceño fruncido. Se

encontraron ante un cadáver con rostro

La Testadura 49

La Testadura 50

iracundo.

Antes de morir, antes de darle el

último tirón de su piel, supo el porqué

de su llegada. Lo entendió a la par del

último grito desaforado.

Fue aquella noche. Él las capturó y

las embutió en su boca justo después de

besarla.

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