La Estela de Luveh-Kerapt # 04

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Número / Brumario 07 Revista electrónica lovecraftiana de la NUEVA LOGIA DEL TENTÁCULO ENSAYO NARRATIVA POESÍA I LUSTRACIÓN CÓMIC

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Número / Brumario 07

Revista electrónica lovecraftiana de laNUEVA LOGIA DEL TENTÁCULO

ENSAYO

NARRATIVA

POESÍA

ILUSTRACIÓN

CÓMIC

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IND

EX Portada

Montaje de Holt .......................................1Editorialpor Ebenezer Holt ....................................3Novedades ..............................................4H. P. Lovecraft y las adaptacionesa la cinematografía de géneroArtículo de Joseph Curwen......................5Cánticos y Letanías, la música de HPLArtículo de Adolf J. Fort.........................18Metal lovecraftianoArtículo de Henry Armitage....................21August DerlethArtículo de Albert Wilmarth ...................24

AtmósferaArtículo de Dogon ..................................28El barranco del InfiernoArtículo de Henry Armitage....................31La Precipitación, Capítulo uno.Comic de Miquel Rof ..............................36Lupo ValpurgisViñeta de Ángel Svoboda........................42Sueños en la casa de la brujaIlustración de Dogon..............................43Sin títuloIlustración de Tyndalos..........................44La LlamadaRelato de Jorge Óscar Rossi...................45

Mundo interior (III)Relato de Tyndalos.................................49Plegaria de AniquilaciónPoema de Tyndalos ................................64El Ojo de Mirada InteriorRelato de Kharvatos...............................65El TulpaRelato de Iranon de Aira ........................76El Velo de los DíasRelato de Ebenezer Holt.........................79ContraportadaIlustración de Dogon .............................80

La Estela de Luveh-Kerapt n° 4. Brumario 2007.Revista electrónica lovecraftiana de la Nueva Logia del Tentáculo (NLdT).Coordinación: Henry Armitage.Colaboradores Neologios: Joseph Curwen (José María Prósper), HenryArmitage (Eulogio Ga. Recalde), Albert N. Wilmarth (Alberto Silván),Dogón (Jorge Roberto Ogdón), Tyndalos (Carlos Blanco), Kharvatos(Pablo Bermejo), Iranon de Aira (Pedro García) yEbenezer Holt (Antonio Blázquez).Colaboraciones especiales: Adolf J. Fort, Miquel Rof,Ángel Svoboda y Jorge Óscar Rossi.Diseño y edición: Ebenezer Holt.Todos los textos e imágenes son de exclusivapropiedad de sus autores.Nuestro agradecimiento a todos ellos.web: dreamers.com/logiaforo: gritos.com/logiacorreo-e:[email protected]

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Rechina este cuarto número de La Estela de Luveh-kerapt entredos circunstancias difíciles de sostener por lo opuesto de su signo. La primera -grata- es la llegada con este ejemplar del PRIMER AÑO de

existencia de nuestra revista electrónica dedicada al Maestro de Providence en particular y a lo escalofriante en general. La segunda cir-cunstancia -amarga- es la inesperada desaparición de uno de los más veteranos y activos miembros del colectivo neologio; Jorge

Roberto Ogdón, el Barón Dogon, cuya huella se encuentra presente en practicamente cada rincón de la Nueva Logia y a quien dedicare-mos cumplido homenaje proximamente.

Por otro lado, llegado a este primer año de travesía, es hora de hacer unreconocimiento a todos los que siendo ajenos al proyecto en sus orígenes se han sumado a él de forma valiente y laboriosa, apostandopor un trabajo serio y concienzudo, empeñando sus talentos para dotarlo del magnífico nivel que entre todos buscamos. Buen trabajo,

gracias.

En cuanto a los incombustibles colaboradores Neologios -alma mater ymadre del cordero, todo en uno- que mantienen su nombre en el cartel, solo decirles que el rumbo es firme, la dirección correcta y la

aventura -con su esfuerzo- no ha hecho más que empezar.

Así pues, lector, que lo disfrutes.

Eb Holt

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Nacido en Sarnath, en unpaís tropical del Nuevo Mundo,de selva exuberante y naturale-za implacable. Viajero infatiga-ble que siempre prefirió lugarescon historia, naciones extrava-gantes o sitios arqueológicos.Desde los 6 años recibió el lla-mado de Anubis y dedicó suvida y sus estudios a laAntropología y la Egiptología. En1974, participó de excavacionesen la lejana y fabulosa Isla dePascua, junto al Dr. Murdoch dela Universidad de Miskatonic,con quien halló ciertas cosasque prefirieron callar y ocultar,y que, muchos años después,terminó confesando tenían algoque ver con un culto primitivo ysangriento mantenido por losantiguos pobladores de la isla,dedicado a un tal Ktulju oCuchulu, como dejó escrito enunos papeles dispersos.Igualmente, junto con el Dr.

Carlos Scala de laUniversidad deAsunción, excavó,en 1980, en el área de la repre-sa de Yacyretá, sobre la margende su tierra natal, en dondeexhumaron 52 yacimientos delas culturas locales, trabajossobre los cuales ambos respon-sables se negaron a publicar odar detalle alguno. En otrodocumento suelto, ha consigna-do veladamente que los restosmateriales de la región devela-ban una historia antediluviana,acerca de seres no humanos,que es preferible olvidar parasiempre. Los objetos extraídosde la tierra roja paraguaya estácelosamente guardados por unaagencia gubernamental de esanacionalidad y supervisados porotra norteamericana, en unlugar no revelado públicamente.Que se sepa, visitó el país delNilo y se enamoró de la medite-

rránea Alejandría,aunque sólo perma-necía en ella entre

misiones en busca de misteriosdormidos bajo el cálido mantode las arenas saharianas. Cadatanto, enviaba escritos a diver-sos editores, sobre temas sor-prendentes y en rebuscado len-guaje, a veces erudito, otras ini-ciático, y sus mensajes dejabanentrever su devoción por el dioscánido Anubis, aquel que, en suniñez, le había convocado a sumundo fascinante desde la tapade un libro en la vidriera de unalibrería. La vida compartida conlos chamanes del ChacoParaguayo y con un sheij egip-cio, en una villa cercana a laspirámides de Guiza, le hicieronconocer muchos senderos hacialos Otros Mundos. Ahora siguela máxima de Tsung Tzu: "Vecomo el rayo y vuelve como elrelámpago", y, como el persona-

je de uno de sus pocos relatosliterarios conocidos, "nadie sabeque me he marchado de dondeestaba y nadie sabe que estoydonde me encuentro" - o algoasí. Pero siempre nos hace llegaralgo suyo, algún manuscrito,alguna señal del Otro Mundo.Unos dicen que vive en otradimensión, una realidad aparte;otros, que fue llevado por unosseres en forma de cono rugoso asu mundo, a eones de aquí, y nofalta quien ha dicho que, en rea-lidad, siendo un Dogon, un des-cendiente o pariente de aquellaextraña tribu del mismo nom-bre, se encuentra en la que ellosllaman Po, la estrella enanablanca que acompaña, invisible,a la bien conocida Sirio o Sothis,como le decían los griegos. Escurioso que Sirio sea la Estrelladel Perro, la estrella de Anubis,quien está en el Misterio, comoDogon.

ESTA SECCIÓN RECOGE LO MÁS RELEVANTE SOBRE EL ENTORNO LOVECRAFTIANO EN GENERAL.

JORGE ROBERTO ÓGDON / DOGONII BARÓN DE DARKESTSHIRE Y GRAN CABALLERO DE LAS DOS SARNATH

Semblanza

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porJoseph CurwenJosé María Prósper

n cualquier estudio analítico de la cinematografía de género fantásticodebe ocupar una parte importante del mismo un espacio estrictamen-te dedicado a la figura y la bibliografía del escritor americano Howard

Phillips Lovecraft. Es importante hacer hincapié en el concepto de "su figu-ra", porque en este escritor adquiere tanta importancia su propia obra lite-raria como los aspectos más puramente biográficos del mismo. Este hechose observa en muy pocos autores; solamente unos cuantos, aquellos queestán tocados por la compleja varita de la genialidad literaria, puedengozar del privilegio que supone el no pasar nunca desapercibidos.

H. P. LovecraftH. P. Lovecrafty las adaptaciones de sus obrasa la cinematografía de género (I)

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H.P. Lovecraft pertenece a ese importan-te grupo de escritores que nunca llegó aconocer la estrella del éxito, de su propioéxito, puesto que éste caprichoso astro seencendió posteriormente a su muerte ocu-rrida en 1937. Al contrario, podemos afir-mar sin ningún temor que Lovecraft nuncaconocería su reconocimiento literario ni,seguramente, podría haberse imaginadoque éste iba a producir-se en algún momento, ymás aún, jamás hubie-ra ni tan siquiera sos-pechado que acabaríaencumbrado en esaextraña categoría elitis-ta denominada "deculto". Y en absolutocon estas afirmacionesestoy confiando alescritor americano unamaestría literaria en unsentido estrictamentede autor, sino que sumaestría supera a susiempre controvertidacalidad literaria paraelevarlo a esa geniali-dad personal que unidaa su bibliografía le haconvertido en una espe-cie de "escritor maldito" de imparables eincontables influencias tanto en el mundode la literatura como en el de las artes engeneral.

El mundo del cine ha ofrecido importan-tes muestras del interés por este autordesde que le llegó ese reconocimiento pos-

trero allá por los años 50; pero ahora, ysiguiendo el discurso preconcebido, mereferiré a las adaptaciones cinematográfi-cas que el llamado Séptimo Arte ha reali-zado de una parte de su amplia bibliogra-fía. Más adelante trataremos el amplísimotema de las referencias que su obra hagenerado en el terreno del fotograma.Estas adaptaciones de las que estamos

hablando tienen un denominador comúnque las interrelaciona constantemente;éste es el bajo, más bien escaso, presu-puesto con que han contado; la escasafidelidad con el texto original; una pobrecalidad interpretativa, por supuesto sal-vando algunos casos; y un valiente y

arriesgado equipo técnico que, muchasveces con más ilusión que otra cosa, hasacado adelante estos trabajos y hanhecho posible que el cine del género quenos ocupa cuente entre su extensa filmo-grafía, con títulos adaptados de importan-tes muestras lovecraftianas. Así que vayapor delante el máximo agradecimiento aestos arriesgados realizadores que han

hecho posible esta seriede producciones cine-matográficas, dejandomuchas veces a un ladolos aspectos más estric-tamente comerciales afavor de sus intereses einquietudes más perso-nales.

Antes de seguir ade-lante es preciso comen-tar algunos aspectosimportantes y básicosde las obras deLovecraft que han com-plicado la vida de quie-nes se han planteado elreflejarlas en la granpantalla.

H.P. Lovecraft es unautor literario que des-cribe a lo largo de su

bibliografía un tipo de terror metafísicomuy complejo y difícil de adaptar al cine.Podemos distinguir dos líneas diferentes,aunque complementarias, respecto a lasinfluencias del autor en la llamada "cine-matografía lovecraftiana":

- las adaptaciones de sus trabajos

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literarios.- las influencias de los mismos o

incluso de su propia y personalfigura.

Una gran mayoría de las adaptacionesque el cine ha realizado ha obtenido unosresultados poco afortunados aunque real-mente existen algunos pocos títulos bas-tante aceptables. Como ya se ha comenta-do, generalmente se ha tratado de produc-ciones de escaso presupuesto, algo porotra parte muy común en el cine de géne-ro, en las que ha jugado un papel muchomás importante el deseo de inmortalizaren celuloide al escritor de Providence quelos medios reales que se han manejadopara conseguir este interesante objetivo.

Lovecraft, como escritor consiguió des-cribir magníficamente:

- una serie de formas arquitectóni-cas y de paisajes que, hasta esemomento, nunca antes habían sidodescritos.

- toda una serie de seres físicamenteextraños e impensables a todasluces.

- una ambientación o atmósfera que,sin necesidad de nada más, resultade por sí aterradora; personalísimaambientación que consiguió demanera extraordinaria dotar atodas y cada una de sus narracio-nes.

Estos tres anteriores aspectos son prác-ticamente imposibles de fotografiar en elceluloide cinematográfico. El trabajo deadaptación de una obra es realmente com-

plejo y, en muchas ocasiones, imposible derepresentar en objetivas imágenes visua-les, siempre diferentes a esas peculiares ysubjetivas exaltaciones imaginativas, men-tales, oníricas y absolutamente personalesque el propio lector de un texto es capaz degenerar. Por estas razones anterioresinsistimos en comentar la imperiosa difi-cultad que supone el reflejo en la granpantalla del llamado UniversoLovecraftiano y a la vez el gran mérito einterés que estos trabajos cinematográfi-cos tienen tanto para el género en generalcomo para los seguidores del escritor ame-ricano en particular.

Otra cuestión que no ha de pasar desa-percibida es la ausencia de diálogos en elrelato lovecraftiano. Aunque quizás esteaspecto no tenga extrema importanciapara un buen guionista, sí que representaun peliagudo trabajo el hecho de describiren lenguaje cinematográfico toda esa con-flictivo psiquismo que afecta a la granmayoría de los personajes creados pornuestro escritor junto a su vivencia einterpretación de un horror absolutamen-te introspectivo ante las situaciones y cir-cunstancias recreadas en los textos origi-nales.

Retomando la cuestión en un sentidomás directamente referido a las diferentesadaptaciones cinematográficas, realizarun listado exhaustivo resulta una tareapoco gratificante que no aportaría más queuna serie de datos más o menos técnicos yde escaso interés, así que intentaré llevara cabo un lógico recorrido cinematográficolovecraftiano de manera que se pueda lle-

Primera adaptación de un relato deLovecraft; (El caso de Charles Dexter Ward)por Roger Corman.

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gar a comprender y apreciar, a través dealgunas de las adaptaciones al cine, laevolución del autor en este medio artísticodesde la primera adaptación que se produ-jo de una de sus obras.

La primera de estas adaptaciones fue deuna de las más importantes obras deLovecraft, ésta es la novela "El caso deCharles Dexter Ward" (1927) y que suautor nunca vería publicada. El cine laretitularía como El Palacio de los Espíritus[The Haunted Palace, 1963] de la manomágica del emblemático director RogerCorman. Como realmente es Cormanquien que ha "provocado" en esta industriael interés cinematográfico por el Maestrode Providence, al menos yo lo consideroasí, me detendré un tanto en esta primeraadaptación y sus circunstancias que sinlugar a dudas nos ofrecerá muchas eimportantes claves para comprender yentrelazar las adaptaciones que el cine harealizado del escritor.

Allá por los años 60 estaban obteniendoconsiderable éxito de taquilla una serie deadaptaciones que el director americanoRoger Corman, famoso tanto por sus inol-vidables creaciones y aportaciones al Cinede Género Fantástico como por rodar suspelículas en un tiempos realmente record,estaba realizando sobre la obra del escritorEdgar Allan Poe (1809-1849) consideradocomo uno de los principales maestros de laliteratura de terror. La primera adaptaciónde una obra de H.P. Lovecraft al cine sola-mente se podía realizar a la sombra de unescritor de literatura de terror popular-mente reconocido por el gran público. No

olvidemos que Poe es un autor que goza degran popularidad entre un público de muyamplio espectro. Es un dato curioso e inte-resante que en esta primera adaptaciónLovecraft aparece formando equipo conuno de los autores que éste más admiródesde siempre y que tuvo una importanteinfluencia en su obra.

En 1963 la compañía AmericanInternational Pictures (AIP) agotaba el muyexitoso y tam-bién lucrativodenominadoCiclo de Poe conuna serie de pro-ducciones que,con el paso deltiempo, se hanconvertido engrandes clásicosdel género.Entres éstasdestacaríamos la trilogía La Casa Usher[House of Usher, 1960], La Fosa y elPéndulo [Pit and the Pendulum, 1961] y LaMáscara de la Muerte Roja[The Masque ofthe Red Death,1964].Siguiendo estemodelo que lehabía resultadomuy rentable,Roger Cormanquiso explotar losrecursos, hasta esemomento nunca uti-lizados en el cine, de

los relatos de H.P. Lovecraft y con el exce-lente ojo clínico que le caracteriza decidióadaptar la novela "El Caso de CharlesDexter Ward" , aunque por una serie derazones únicamente comerciales la pro-ductora insistió en titular la película con elnombre de un poema del escritor deBoston, "El Palacio Embrujado". Así lalovecraftiana producción se incorporó aldenominado Ciclo de Poe como otra pelícu-la más. Corman, indiscutiblemente maes-tro de maestros, encargó el texto a su guio-nista y colaborador Charles Beaumont ycontó con un prometedor joven de su equi-po llamado Francis Ford Coppola comodirector de diálogos. A otro de sus habi-tuales colaboradores, Daniel Haller, leconfió como hacía habitual-

Edgar Allan Poe y tres versionescinematográficas de sus obras.

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mente la dirección artística. Solamenteuna breve apreciación, como sabemosCoppola se acabaría convirtiendo en unexcelente director, productor y guionistade género y como veremos más adelanteHaller dirigirá otras adaptaciones lovecraf-tianas. Pues bien, esta primera lovecraftia-na producción del año 1963 estará prota-gonizada en sus principales papeles por elgrandilocuente actor y máximo colabora-dor de Corman, Vincent Price (CharlesDexter Ward y Joseph Curwen), la bellaactriz Debra Paget (Anne Ward) y el cono-cido actor del género Lon Chaney Jr.(Simon Orne). Este filme está consideradocomo una adaptación libre del original queconsigue interesantes y muy buenosmomentos, memorables escenas y unaambientación gótica muy lograda queCorman dominaba a la perfección. A partirde esta prime ra adaptación de la profesio-

nal manufactura de Roger Corman la obrade Lovecraft se seguirá guionizando enmuchas y muy diferentes produccionescinematográficas sin dejar ya nunca másde interesar a cualquier profesional delgénero que se precie. Por estas razones,que ya aludía yo anteriormente, Cormanes el verdadero precursor de la cine-matografía lovecraftiana, puesto queademás de haber llevado a cabo la prime-ra adaptación al cine supo inculcar y des-

pertar entre sus más allegados colabora-dores el interés por el Maestro Lovecraft ysu magnética presencia en la gran panta-lla.

Un par de años más tarde el ya mencio-nado colaborador de Corman, DanielHaller dirige su primera película y comoespecial debút decide adaptar un relatode Lovecraft. Será "El color surgido delespacio" (1927) publicado ese mismo añoen la revista Amazing Stories. De estamanera nace la producción americanaEl monstruo del terror [Die, Monster,

Die, 1965]. Se trata de una muy libreadaptación del mencionado cuento deterror cósmico protagonizada por el míticoactor Boris Karloff en el papel de NahumWitley. La parte más destacable del metra-je se centra en el mismo desenlace en quetiene lugar la lucha entre Karloff (NahumWitley) y el monstruo, así como en ese

clima abomina-

Vincent Price y Debra Paget enLa casa de los espíritus.

Derecha; Francis Ford Coppola.

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ble que se destila en ciertos momentos delfilme. Será un director británico, VernonSewell, siempre interesado en el generoquien posteriormente a Haller tambiénsentirá esa imperiosa necesidad de dirigiruna producción lovecraftiana; La maldi-

ción del altar rojo [Curseof the Crimson Altar,1968], adaptación del

relato"Sueños en la casa de la bruja" (1932)publicado un año después en Weird Tales.Esta adaptación es muy libre en su guiónaunque posee ciertos aspectos muy love-craftianos del relato original, sobre todoese inquietante aspecto onírico queenvuelve la trama argumental del relato.Destacan las interpretaciones a cargo delya maduro pero omnipresente actor BorisKarloff (John Marshe), Christopher Lee(Morley) y la musa del fantaterror BarbaraSteele (Lavinia Morley) con un look absolu-

tamente memorable a base de cuernos ypiel verdosa; tres auténticos pesos pesa-dos del terror unidos por el maestro deProvidence.

Nuevamente Daniel Haller indudable-mente atraí-

do por labibliogra-fía love-

craf-tianarepi-teconelautor en unaexcelente producción titulada Terror enDunwich [The Dunwich Horror, 1970].Este filme es quizás una de las adaptacio-nes más fieles al original y que mejor haconseguido reflejar ese complejo UniversoLovecraftiano tanto en su guión como en

su ambientación, aunque como toda adap-tación que se precie siempre tendrá susrecalcitrantes detractores más puristas yortodoxos. Daniel Haller en este trabajocinematográfico cuenta como coproductorcon su maestro Roger Corman que, como

podemos observar, siempre

confió en el éxito cinematográficodel escritor de Providence. Por medio deunos psicodélicos efectos especiales muydel gusto de los años 70 el filme recreamuy convincentemente el insano mundo

Boris Karloff yDebra Paget .

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de los Whateley protago-nizado por una impensa-blemente erótica SandraDee en el papel de NancyWagner, Dean Stockwellcomo el malvado WilburWhatetey y Ed Begleycomo el Dr. Armitagesiempre pendiente de suNecronomicon y de labiblioteca de laUniversidad deMiskatonic. Todos los per-sonajes del relato de H.P.Lovecraft y ese ambienteperverso e insano querodea la ciudad y quenadie nunca supo descri-bir como él, se plasmanen la gran pantalla para el bien o el mal delos espectadores que escuchan asombra-dos esa profética frase declamada por elviejo Whateley (Sam Jaffe): "Algún día uste-des, gentes, oirán al hijo de Lavinia llaman-do el nombre de su padre en la cima deSentinel Hill".

Hasta este momento las adaptacionescinematográficas de H.P. Lovecarft nohabían obtenido demasiado éxito de taqui-lla, simplemente los incondicionales delescritor americano y algunos adeptos alcine de género habían descubierto estasprimeras lovecraftianas adaptaciones.Tendrían que llegar los años 80 para queesta mencionada afirmación cambiase yque el nombre de Howard PhillipsLovecraft, a partir de ese momento, figura-se con letras destacadas en los créditos de

las siguien-tes produc-ciones cine-matográficasfruto de suobra. Conseguridadlos títulosmás impor-tantes de lasadaptacio-nes lovecraf-

tianas, en cuanto aéxito cinematográfi-co se refiere, son lasdos primeras pro-ducciones de la lla-

mada "Saga de Re-Animator", ambas diri-gidas por el director Stuart Gordon.Reanimator [Re-Animator 1985], la prime-ra de éstas, adapta el relato corto deLovecraft titulado "Herbest West:Reanimador" (1922). Este relato se publicóen seis entregas ese mismo año en la revis-ta Home Brew. Stuart Gordon es uno delos directores más lovecraftianos del pano-rama cinematográfico general y con estetítulo que coguioniza junto a Dennis Paoli(con quien contará en todas sus produc-

ciones) y que pro-duce BrianYuzna, otro reali-zador lovecraftia-no de pro,adquiere impor-tante éxito detaquilla llevándo-le a continuaradaptando alMaestro deProvidence enposteriores pelí-culas. El científi-co Herbert Westestá interpretadopor el actorJeffrey Combsque se convertiráa partir de estefilme en un actor

fetiche en estas adaptaciones, hasta elpunto de que no se puede pensar en unHerbert West que no sea interpretado porCombs. También la actriz BarbaraCrampton que interpreta a Megan Halsey

Sandra Dee,Dean Stockwell

y Ed Begley

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que-dará marcada cinematográ-

ficamente hablando por sus participacio-nes en estas producciones. El filme tendráunos toques de "gore" y "splatter" muy delgusto del espectador del género, así comoclaras dosis de humor negro y una serie deescenas de contenido erótico junto a ciertacrueldad argumental propia del cine de los80; aspectos éstos que a partir de este títu-lo formarán parte inherente del llamadocine lovecraftiano y conseguirán envolver

el título de un aire surrealista que consi-guió el máximo favor del público.

Del más allá [From Beyond, 1986] esuna adaptación del relato "Del Más Allá"(1920) publicado en la revista "TheFantasy Fan" en 1934. NuevamenteStuart Gordon se introduce en elUniverso Lovecraftiano a través de estetrabajo cinematográfico dirigiendo y coa-daptando esta película junto a sus inse-parables colaboradores Dennis Paoli yBrian Yuzna, éste último también pro-duce la película. Jeffrey Combs vuelve aformar parte del elenco artístico inter-pretando a Crawford Tillinghast y larubia Barbara Crampton en esta oca-sión se meterá en la piel de KatherineMcMichaels, un médico que acabaráformando parte de las pesadillas eró-ticas de la lovecraftiana producción.Este trabajo sigue la misma línea queel anterior en el tratamiento del temacreando una especie demarca inconfundibleque se mantendrá

constante prácticamente entodas las adaptaciones poste-riores.

El actor David Keith, deci-de estrenarse en su faceta dedirector cinematográfico conuna nueva adaptación de laobra "El color surgido delespacio" (1927), que DanielHaller ya había adaptado en1965. Este nuevo intento lle-vará por título La granja mal-dita [The Curse, 1987]; producción real-

mente mediocre que no logra reflejar másque de forma puramente anecdótica eseinquietante ambiente que Lovecraft desa-rrolló en el mencionado relato. Poco desta-cable la dirección para este trabajo prota-gonizado por actores de la televisión ame-ricana del momento como es el caso deClaude Akins (Nathan Hayes) y JohnSchneider (Carl Willis).

Jean-Paul Ouellette, director, escritor yproductor cinematográfico es un profesio-nal que llevamucho tiempotrabajando en laindustria delcine; comenzócomo aprendiz ycorrector deguiones de losrealizadoresmundialmentereconocidos

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Arriba Jeffrey Combsy,Abajo Stuart Gordon y Dennis Paoli.

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Orson Wells y Russ Meyer;también está relacionadocon Roger Corman y sucompañía de cine inde-pendiente. Ouellettequeda fascinado por laobra de H.P. Lovecraftdesde el momento en quecayó en sus manos uno desus libros. Decidió comocineasta que era precisoexpresar en la gran panta-lla algunos de los elabora-dos conceptos que elescritor americano habíadesarrollado en su ampliabibliografía. Por esta razónse gesta El Innombrable[The Unnamable, 1988],adaptación al cine del relato "ElInnombrable" (1923) publicado la revistaWeird Tales en 1925. Este trabajo, desti-nado al mercado del vídeo, está escrito,dirigido y coproducido por el propio Jean-Paul Ouellette, realizador básicamentereconocido por las diferentes adaptacionesa esta misma obra en una trilogía que estáa punto de completarse con su último pro-yecto titulado Lo Innombrable III: Lasratas en las paredes [The Unnamable III:Rats in the Walls].

A diferencia del relato original en la pelí-cula aparece el famoso grimorio maldito,Necronomicón, que el propio Carter descu-bre en la biblioteca de la mansiónWinthrop con el que se invocan a diferen-tes espíritus y entidades entre las que seencuentra la deforme criatura del ático,

AlydaWinthrop,papel interpre-tado por KatrynAlexandre;extraño engen-dro que poseepezuñas, cuer-nos, alas, col-millos y garras;una perversa abominación albina a la vezfemenina y cruel.

La elección del actor Mark KinseyStephenson para interpretar el papel deRandolph Carter fue todo un acierto; inter-preta el personaje con un aire sarcástico,un tanto demencial, exageradamente inte-lectual, elegante y fascinante que nosrecuerda la figura del propio Howard

Phillips Lovecraft, incluso en el aspectofísico. Típico filme de bajo presupuestocon interpretaciones poco destacables,algo común en estas producciones, perocon un interesante y atractivo guión muy"a la lovecraftiana". Merece destacar lacreación de la criatura ideada y diseñadapor R. Christopher Biggs Productions con-siguiendo un diseño absolutamente origi-nal e impactante del monstruo femenino.Se trata de un producto digno que mereceser considerado como una de las adapta-ciones más destacables de una obra deH.P. Lovecraft.

Queda sumamente constatado el interés

Barbara Cramptony Brian Yuzna

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que en gran cantidad de realizadores pro-duce el escritor americano, interés que leslleva irremediablemente a no conformarsecon un único intento de adaptación dealguno de sus relatos. También BrianYuzna, director, escritor y productor (pro-dujo las adaptaciones lovecraftianas deStuart Gordon y coguioniza la segunda deéstas) siempre seducido por Lovecraft rea-liza La novia de Reanimator [Bride Of Re-Animator, 1990] con clara inspiración dela genial La novia de Frankenstein [Brideof Frankenstein, 1935] James Whale. Lapelícula de Yuzna es una nueva adapta-ción del relato corto "Herbest West:Reanimador" (1922) esta vez producida,dirigida y coguionizada por Brian Yuznaconvirtiéndose en la tercera entrega de lasaventuras del love-craftiano científicoHerbert West y susreanimaciones decadáveres. Este tra-bajo sigue exacta-

mente la misma línea de los anterioresdirigidos por Stuart Gordon intentandoaprovechar el éxito de pantalla de los ante-

riores. Vuelve a contarse con la inesti-mable presencia de Jeffrey Combs ensu eterno papel de Herbest West. El"gore", el "splatter", el humor negro ylas escenas de macabro erotismo vuel-ven a encender las pantallas de lassalas de cine de la época para el rego-cijo de los fans de H.P. Lovecraft.

Dan O'Bannon más escritor que otra

cosa (ha coguionizadoimportantes filmes degénero como es el caso deAlien, el octavo pasajero

[Alien, 1979] Ridley Scott, Muertos y ente-rrados [Dead and Buried, 1981] GarySherman, Lifeforce, fuerza vital [LIfeforce,1985] Tobe Hooper, ente otros), dirige unanueva adaptación de "El caso de CharlesDexter Ward" (1927) que desde 1963 enque Roger Corman lo llevó al cine no sehabía vuelto a adaptar. En El resucitado[The Resurrected, 1991] O'Bannon consi-

De izquierda a derecha;Dan O’Bannon, David Keith yBarbara Crampton.

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gue una inte-resante revi-sión del rela-to deLovecraft lle-vado a épocacontemporá-nea. La pelí-cula cuentacon muybuenas esce-nas como laque describeen forma de flash-back elmomento en que unos hom-bres encuentran en el río unaespecie de ser deforme, unode esos engendros degenera-dos creados en la literaturadel autor. Quizás esa actuali-zación de la historia no consi-gue esa convicción que el espectador nece-sita para hacer creíble la adaptación; noobstante se trata de un producto digno detener en cuenta.

Los cineastas francés ChristopherGans, japonés Shusuke Kaneko y filipinoBrian Yuzna se reúnen en una producciónlovecraftiana de nombre

Necronomicon [H.P. Lovecraft'sNecronomicon, Book of the Dead, 1993].

Coproducción francoamericana queconsta de tres historias adaptadas de otrostantos relatos de Lovecraft: "El ahogado"dirigido por Christophe Gans y basado en"Las ratas en las paredes" (1923) publica-da en Weird Tales en 1924; "El frío" dirigi-

do por Shusuke Kaneko basado en"Aire frío" (1926) publicada en Talesof Magic and Mystery en 1928.Quizás es esta última la adaptaciónmás fiel de las tres a la vez que demayor interés cinematográfico.

Brian Yuznaapuesta en estaocasión con"Susurradores"basado en "Elsusurrador en laoscuridad"(1930) publicadaen Weird Tales en1931. Este traba-jo se consideracomo una de lasadaptaciones

más interesantes de los mencionados rela-tos de H.P. Lovecraft. Las tres historiasestán enlazadas por una aventura prota-gonizada por el propio H.P. Lovecraft inter-pretado (¡no podía ser menos!) por JeffreyCombs, en una muy acertada caracteriza-ción que nos recuerda mucho los rasgosfísicos del autor. Interesante juego demano a mano de directores para este noto-rio filme que además produce BrianYuzna. Destacan unos efectos especialesrealmente impactantes y un uso del colory de la luz típicos de la manufactura deYuzna.

Jean-Paul Ouellette insiste de nuevocon H.P. Lovecraft en Lo Innombrable II:La declaración de Randolph Carter [TheUnnamable II: The Statement of Randolph

Claude Akins, John Schineider y Jean Paul Oulette.

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Carter, 1993] Secuela del títuloanterior también dirigido al merca-do del vídeo que añade la caracte-rística de estar también basadalibremente en otro relato de H.P.Lovecraft escrito en 1919 "Ladeclaración de Randolph Carter" ypublicado 1920 en la revista TheVagrant. Jean Paul Ouellette vuel-ve a escribir, dirigir y coproducir elfilme que pretende ser una conti-nuación de su anterior produc-ción. Ouellette volverá a contarcon parte del equipo artístico y téc-nico con que ya trabajara en eltitulo anterior: Randolph Carterserá interpretado de nuevo por elactor Mark Kinsey Stephenson yDamon Howard por CharlesKlausmeyer. Incluso AlexandraDurrell que en la primera entregainterpretó el papel de Tanya Heller,una de las jóvenes universitariasque acuden a la mansiónWinthrop, en esta ocasión figuracomo coproductora. Para los efec-tos especiales y puesta en marchade la criatura vuelve a contar conR. Christopher Biggs Productions.Un aspecto destacable de esta pro-ducción es la breve participacióndel actor británico David Warnerque interpreta al universitario rec-tor Thayer. Resulta de interéscomentar que este actor tieneentre su amplio haber interpretati-vo otros títulos lovecraftianoscomo son Necronomicón [H.P.

Lovecraft's Necronomicon, Book ofthe Dead, 1993] Christopher Gans,Shusuke Kaneko y Brian Yuzna yEn la boca del miedo [In the Mouthof Madness, 1995] JohnCarpenter. Esta segunda adapta-ción cinematográfica quizás resul-ta menos convincente que la ante-rior. Realmente la producciónqueda relegada a toda una serie dereferencias lovecraftianas(Arkham, Dunwich, Cthulhu,Miskatonic, Necronomicón…) y aun libre, y poco adecuado, acerca-miento a muchos de los temas yconceptos que el autor deProvidence desarrolló en parte desu bibliografía, no obstante toda laproducción destila durante todo elmetraje un intenso, evidente yatractivo aire lovecraftiano.

El escritor C. Courtney Joynerdirige Infinitamente endemoniado[Lurking Fear, 1994] producciónadaptada del relato corto "El

horror oculto" (1923) publicadoen tres entregas en el mismo añoen Home Brew. El único elemen-to común con este relato es laexistencia subterránea de la per-versa familia Martense cuyosmiembros han alcanzado elgrado máximo de degeneración yque viven de esta maneradesde hace varias genera-ciones, así como la pobla-ción de Leffert's Cornersdonde tiene lugar laacción. Courtney Joyner,más guionista que direc-tor, dirige y escribe esteintento de adaptación delcuento lovecraftiano con-tando entre sus intérpre-tes nuevamente conJeffrey Combs en su papeldel Dr. Haggis.

Tras esta producción esStuart Gordon quien llevaa cabo Castillo maldito

Shusuke Kaneko, Christopher Gans ylas criaturas de “Lo Innombrable” e“Infinitamente endemoniados”

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[Castle Freak, 1995] Stuart Gordon, pro-ducción escrita por el propio S. Gordon yDennis Paoli a partir del relato "El extraño"(1921) publicado en 1922 en The NationalAmateur. Protagonizada por Jeffrey Combsy la rubia Barbara Crampton ya converti-dos en auténticos símbolos de la cinema-tografía más lovecraftiana.

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s de sobra conocido que la música une culturas y allana losobstáculos lingüísticos. Músicos de cualquier parte delmundo son capaces de conectar y entenderse gracias a los

doce semitonos de la escala cromática occidental, la incontestablepiedra de Rosetta musical. Es también de dominio público que laausencia de música en una película puede causar efectos descon-certantes en el espectador, ya que, de manera inconsciente, el serhumano añade melodía a casi todas las actividades que realiza.

Casi siempre estamos tarareando algo que se nos ha quedadoenganchado de la radio o de la televisión. ¿Quién no ha sufrido la -a veces vergonzosa - experiencia de recoger inadvertidamente el tes-tigo sonoro de aquella tonadilla pegadiza y hortera que estabancanturreando a nuestro lado? ¿Y quién no ha pasado por el trance- cuyo nivel de traumatismo es inversamente proporcional a la cali-dad - de no poder dejar de cantar por lo bajo ese malhadado éxitode turno que estaban bombardeando a diario los medios audiovi-suales?

A menos que uno sea músico o melómano, lo cual nos conduci-ría a otro mundo totalmente diferente, dominado por las escalas ylas progresiones armónicas, la música forma también parte incons-ciente de nosotros cuando leemos un libro. Muchos lectores prefie-ren conectar el reproductor de música antes de ponerse a leer, yesto se debe a que nuestro cerebro añade la banda sonora originala los párrafos y complementa así la experiencia.

porAdolf J. Fort

Autor de la novela de ambientaciónlovecraftiana Las Cuatro Damas.

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Cánticos y LetaníasLa música de H. P. Lovecraft

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La poderosa influencia de la música estásiempre presente en los relatos de H.P.Lovecraft. Desde las altisonantes letaníasque producen los Profundos con sus cánti-cos hasta el turbador efecto de las miríadasde chotacabras que intuyen el próximo yfatal desenlace de la historia y su aterradoprotagonista, pasando por la sugerentecacofonía del violín de Erich Zann, el maes-tro de Providence demostró a lo largo detoda su obra que en su mente se alterna-ban música y letra a partes iguales.

Paradójicamente, el concepto que teníade sí mismo con respecto a la músicaqueda patente en la carta que escribió aAugust Derleth - uno de los escritores per-tenecientes al denominado Círculo deLovecraft - el 21 de noviembre de 1930.

"...En materia de música, creo que teexasperaría, ya que no tengo absoluta-mente ningún rudimento del gusto. Esuno de mis puntos flacos, y reconozcoabiertamente el hecho. Las emocionesestéticas parecen estar completamentefuera de mi alcance excepto a través decanales visuales. Siempre que parece queestoy disfrutando de un retazo de música,es sólo por pura asociación - nunca demanera intrínseca. Para mí, 'Tipperary' o'Rule, Britannia' tienen más atracciónemocional que cualquier creación de Liszt,Beethoven o Wagner. Pero como mínimono caigo en la trampa filistea de expresarmi desprecio por un arte que no puedoentender. Reconozco y lamento mis limita-ciones para disfrutar, y felicito efusiva-mente a aquellos a los que la Naturalezaha favorecido..."

Algunosprestigiosos escrito-res han incorporadomúsica a sus traba-jos. Muestras de ello- próximas a nosotros- son por un lado elexcelente (aunquebreve) trabajode Carlos RuizZafón en la edi-ción especialde "La Sombradel Viento",que contieneun CD concuatro temasescritos einterpretadospor el mismoautor. Porotro, la nove-la másreciente deAndreuMartín "ElBlues de la

Semana más Negra", viene acompañadapor un CD compuesto especialmente einterpretado por Dani Nel·lo (ex saxofonis-ta de "Los Rebeldes").

La música que sugieren los Mitos deCthulhu ha sido plasmada por docenas de

grupos e intérpretescuyas primeras refe-rencias datan de losaños sesenta.Músicos anónimos,grupos de tendenciastan dispares como aveces ignotas y artis-tas de reconocidafama han queridomostrar al mundosu particular inter-pretación de unpasaje o una noveladel Príncipe Oscurode Providence,cómo diría Stephen

King. De entre ellos, "BlueOyster Cult", "Caravan","Cradle Of Filth","Halloween", "Ktulu","Marillion", "Metallica" o"N'Gai-N'Gai" son sólo algu-nos ejemplos.

Cada uno de los mencio-nados trabaja los Mitos a sumanera, unos aprovechandoalgún cántico lovecraftianopara el mantra (o estribillorepetido) del tema, otrosincluyendo parte de la prosacomo letra de la canción y

Trabajos de Blue Oyster Cult,Aklo y Cradle of Filth.

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algunos simplemente creando tapicessonoros que evocan las terribles desventu-ras de los malogrados protagonistas.

En algunos casos, como el del reputadoguitarrista Yngwie Malmsteen, que men-ciona a HPL en la sección de agradeci-mientos de varios de sus álbumes, única-mente rinden un somero pero digno home-naje a una de sus influencias a la hora decomponer.

El panorama musical también ha trata-do la parte bufa de los Mitos, cuyos reyesindiscutibles - por el momento - son el tán-dem formado por los directores y guionis-tas norteamericanos Sean Branney yAndrew Leman, que han grabado variosdiscos con canciones de carácter cómicobasadas en los Mitos.

Sólo un pequeño número de artistasbasan la totalidad de su trabajo de compo-sición en la obra literaria, siendo H.P.Lovecraft (el grupo norteamericano homó-nimo) su máximo exponente. Los cincodiscos que vieron la luz- la banda sólo fun-cionó durante el breveperíodo comprendidoentre los años 1967-1969 - contienen

títulos inspirados en los cuentos y otrosque giran en torno a algo relacionado conlos Mitos.

Merecen especial mención los trabajosmodernos llevados a cabo por grupos tandispares como "Nox Arcana", "ModeloPickman" o "Richard Band y la ArkhamPhilharmonic Orchestra", estos últimosencargados de poner la banda sonora a lapelícula "From Beyond", del directorStuart Gordon, segunda entrega de la sagaque inició con la exitosa "Herbert West,Reanimador". "The Darkest of the HillsideThickets" y su adaptación de "La SombraMás Allá del Tiempo", el oscuro Dirk vonLotzow y su particular "Modelo dePickman" o el inclasificable grupo gótico"Aklo" son muestras evidentes de que eluniverso musical inspirado en Cthulhusigue vivo.

Mi aportación personal como músicolovecraftiano consiste en una serie dedivertimentos de estilos diversos, el prime-

ro de los cuales ya estádisponible para seroído, aunque se trata

de una mezcla no definitiva, "TheWhisperer in Darkness" (http://www.mys-pace.com/aj4music), donde se plasma laversión inglesa del famoso disco de gramó-fono que le entrega Henry W. Akeley alprotagonista del cuento "El Que Susurraen la Oscuridad". La razón de no hacerloen castellano es que HPL concibió unaprosa poética muy precisa para las invoca-ciones, y la traducción española, aunqueinteresante, no refleja toda la potenciasonora que produce la entonación anglo-sajona. En la actualidad, estoy trabajandoen una pieza inspirada en el cuento "LaMúsica de Erich Zann".

Que Cthulhu se apiade de mi alma.

Septiembre de 2007

Trabajos de Dirk von Lowtzow, elhomónimo HP Lovecraft, los cerca-nos Modelo Pickman y Nox Arcana.

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I. EL LUSTRE DE METALLICA,UN COLOR SURGIDO DEL ESPACIO

espués de eso yo escuchaba a Zanntodas las noches y a pesar de queme mantenía despierto, su música

tan extraña me tenía atrapado. Aun nosabiendo mucho de arte estaba seguro deque sus armonías no tenían ninguna rela-ción con la música que yo había escuchadoantes, así que deduje que él era un composi-tor de gran talento.”

H. P. Lovecraft,The music of Erich Zann

La influencia de Lovecraft en la músicade Metallica surge cuando el grupo decidefichar al bajista Cliff Burton, que tocabacon Trauma, asistía a la Universidad yestudiaba piano. Un hippie atrasado, Cliffera conocido por sus típicos pantalones decampana ya pasados de moda. Sus gustosliterarios sorprendían, H.P. Lovecraft era sufavorito.

Howard Phillips Lovecraft murió en 1937con cuarenta y seis años, escribió novelas ehistorias cortas durante los años 20 y 30, lamayor parte de sus obras fueron publicadaen la revista Weird Tales. La prosa deLovecraft describía comunidades rústicas

de Nueva Inglaterra que amparaban oscu-ros mundos de razas subterráneas, visitan-tes malévolos del espacio y dioses vengati-vos dispuestos a aparecer y reclamar la tie-rra. Sus increíbles protagonistas a menudoencontraban explicaciones para estos actosirreales en los antiguos volúmenes de cien-cia oculta de la Universidad de Miskatonic.Los extraños temas de Lovecraft fueron uti-lizados por la alta tecnología de efectosespeciales de las películas de los años 80,en concreto en las películas de StuartGordon The Re-Animator y From Beyond.

La pasión de Cliff por Lovecraft pronto seextendió a los otros componentes de grupo

Influencias de los relatos de Lovecraft en MetallicaporHenry ArmitageEulogio García Recalde

““DD

Dedicado a Daniel de Fuenlabrada,hijo de Iranon de Aira y sobrino de Henry Armitage.

lovecraftiano

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Metallica, encajaba muy bien con los textosde películas de horror del heavy metal. Conla influencia de Cliff, la música de Metallicareflejaba los temas lovecraftianos.

II. CTHULHU SIEMPRE LLAMA A LA PUERTADOS VECES.

“El Ser de los ídolos,la semilla verde y pega-josa de las estrellas, sedespertó para reclamarlo suyo. Las estrellasestaban de nuevo en susitio, y lo que una sectano pudo conseguirincluso planeándolo, ungrupo de inocentesnavegantes lo consiguióal azar. Después demuchos años, el GranCthulhu estaba libre denuevo, y ansioso deplacer.”

H. P. Lovecraft,The Call of Cthulhu

1) Ktulu: La Primera llamada.Ride The Lightning de Metallica, cuyo

coste de producción alcanzó los 50.000dólares, fue editado en 1984 en MegaforceRecords. El álbum incluye el tema instru-mental The Call of Ktulu, donde Ktulu es unsonido que evoca la historia de Lovecraftsobre un poderoso dios dormido que recibeuna inesperada llamada. Comienza con elbajo Cliff Burton, sus tensos punteos de

guitarra son transformados en poderosos ycinemáticos riffs, creando una atmósfera depánico amenazante.

En la época de Ride The Lightning,Metallica comenzó a editar epés europeoscon el sello británico Vértigo. A comienzosde 1984, Vértigo publicó un epé con Jumpin the Fire; en la portada aparece un demo-

nio lovecraftiano en llamas.2) La Cosa que No debería Existir:

La Segunda llamada.Después de las primeras canciones de

Metallica en su primer álbum Kill 'Em Allo la experimentación de libertad de RideThe Lightning, el tercer álbum tenía que sermás maduro. Tenía que ser una actuaciónpremeditada de metal. Se trata de Master

of Puppets que pule los temas políticos demanipulación, ya sea personal o política. Elálbum incluye el tema The Thing ThatShould Not Be cuyo título bien pudiera serla opinión de uno de los personajes deLovecraft refiriéndose a alguna horriblecriatura salida de los infiernos, The ThingThat Should Not Be contiene una referencia

a un tenebrosodios lovecraftiano,"uno muy viejo".

“Alto y más alto,salvaje y más sal-vaje sonaban losgritos desespera-dos de la viola. Elmúsico estabasudando y seretorcía como unmono, siempremirando de formaalocada a la ven-tana cerrada. Ensus miradas coléri-cas casi podía versátiros en unabacanal bailandoy girando alocada-

mente a través de un abismo de nubes, humoy rayos de sol.”

H. P. Lovecraft,The music of Erich Zann

III. EL MORADOR DE LAS TINIEBLASEl 27 de septiembre de 1986, en

Escandinavia, el grupo había terminado su

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concierto en Estocolmo. Unas horas antesdel amanecer, el autobús de Metallica seestaba dirigiendo hacia el ferry que lostransportaría a Copenhague para su próxi-mo concierto.

En la autopista de Ljungby, Suecia, elautobús se desvió bruscamente saliéndosede la carretera. Al golpear las vallas de laautopista, el autobús volcó cayéndose enuna cuneta. Cliff Burton, que se encontra-ba durmiendo en una de las literas, saliódisparado por la ventana al volcarse el

autobús. En un segundo, el autobús rodósobre Cliff matándolo en ese instante.

Sus compañeros declaraban que la pre-sencia de Cliff Burton en Metallica habíasido fuerte y tenebrosa, se hacía admirar yaque era un increíble músico y una personadivertida y maravillosa. Después de la tra-gedia, las letras de sus canciones cobrabanun gran significado, sus temas se cargabande nuevos mensajes, pero después de sumuerte el eco de Lovecraft desapareció parasiempre. oOo

Para aquellos que quieran conocer la tra-yectoria completa de Metallica sería de obli-gada lectura el estudio de Chris Crocker,traducido al castellano por Elena Castro yeditado por Ediciones Cátedra (1997).

El bajistaCliff Burtondurante unaactuación.

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uchos autores han sido más famo-sos por las polémicas levantadasque por su obra en si. Aunque este

no es el caso de August Derleth, si hay quereconocer que su nombre ha sido llevado avarios terrenos por lectores y crítica.Polémico, porque fue el primero en haceruna división de los dioses cósmicos deLovecraft, dividiéndolos en dos bandosdiferenciados y que el propio Lovecraftdecidió no concebir, o al menos, parece nohaber sido su idea en un principio. Otraparte de su fama se debe a su faceta comode editor y fundador de la editorial deArkham house, creada por el propioDerleth junto a Donald Wandrei, y bajo lacual se publicarían la gran mayoría ( porno decir toda) de la obra de Lovecraft. Estehecho fue otro de los desencadenantes dela polémica de Derleth, la supuesta "capi-talización" de los mitos creados por elgenio de Providence.

August Derleth (1909-1971) nació enSauk City, Wisconsin, el 24 de Febrero de1909, nacido del matrimonio entre WilliamJulius y Rose Louise (Volk) Derleth. Supasión por la escritura comenzaría en sus

primeros años como estudiante y conti-nuaría en la escuela superior hasta vendersu primera historia a Weird Tales, un rela-to corto de corte vampírico titulado "Bat´sBelfry" y con fecha de portada de Mayo de1926. El mismo describiría esta historiacomo "un pastiche de drácula estudiantil".

En 1930 se Graduó en la Universidad deWisconsin escribiendo una tesis doctoraltitulada "The Weird Tale English since1890" fuertemente influenciada por elensayo "El horror sobrenatural en la litera-tura" escrito por H.P. Lovecraft. Durantesu estancia en la Universidad, Derlethescribió la primera versión de su novelaautobiográfica "Evening in Spring", publi-cada en 1941

ESCRITOR Y NOVELISTADE TEROR Y MISTERIO

Sus primeras novelas de misterio fueronlas protagonizadas por Solar Pons y eljuez Peck. La primera historia protagoni-zada por este personaje, Juez Peck, fue lade Stalks the Wakely Family y fue escritapor Derleth en 10 días y posteriormente

publicada por Lorin & Musey.Derleth colaboraría en varias ocasiones

con Mark Schorrer escribiendo numerososrelatos de terror, incluyendo "Lair of theStar Spawn". Cuyo titulo fue sugerido porel propio Lovecraft y con fecha de portadade Agosto de 1932.

En 1931 comenzaría con su fascinación

porAlberth N. WilmarthAlberto Silván

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El Rescatador de los Mitos

August Derleth

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por las historias que HPL escribía , y quemás tarde daría lugar a los mitos. Elmismo Derleth sugirió el nombre de"Mitología de Hastur". En 1933 y conven-cido de las posibilidades comerciales de losescritos del genio de Providence, Derlethenvía dos historias de weird Tales, sin elconocimiento expreso de autor. "La som-bra sobre Insmmouth" fue rechazada y"Los sueño de la casa de la Bruja" fueaceptada". Más tarde también intentaríaque su propia editorial, Loring y Mussey ,publicara algunas de las obra de Howard,pero todas las obras que envió fueronrechazadas.

ARKHAM HOUSE

Tras la muerte de Howard PhilipsLovecraft en 1937, Derleth, decide crear supropia editorial con la ayuda de DonaldWandrei. Así nacería Arkham Housedonde se publicaría toda la obra deLovecraft rescatándolo del olvido en el queparecía predestinado a caer.

El primer título elegido fue "El extraño yotros" publicado en 1939 y que contenía36 relatos además del ensayo "El horrorsobrenatural en la literatura". A pesar delas dificultades económicas que la editorialatravesaba en sus primeros años de anda-dura, Derleth consiguió publicar el segun-do volumen de la antología de la obra deLovecraft titulado "Más allá del muro desueño", en 1943.

También fueron muchos los autores quevieron publicadas sus obras bajo el abrigode la editorial Arkham House. Algunos,

incluso, no llegaron a verlas como es elcaso del propio Lovecraft o Robert EHoward quienes vieron sus obras editadastras su fallecimiento. Entre el gran reper-torio de autores que pasaron, y han pasa-do, por ella podemos citar a Robert Bloch,creador de la novela Psicosis y que mástarde sería llevada al cine por AlfredHitchocock; Seabury Queen. FrankBelknap Long, por citar a algunos

Como se puede observar Arkham Housese convirtió al final en una salida paramuchos de los autores de la famosa WeirdTales. La mayoría de los autores de estarevista tuvieron un pequeño hueco en estaeditorial que intentó dar aconocer la gran cantidadde escritores que publica-ban historias "pulps" yque, en su mayoría, esta-ban predestinado a caer enel olvido. La idea principalde Derlth, rescatar losescritos de su amigo H.PLovecraft, dio cabida a quemuchos autores intenta-ran abrirse paso y que,incluso, alguno de ellosconsiguiera cierto recono-cimiento por parte delpúblico.

Uno de los casos quepodemos puntualizar es elde Clark Ashton Smith,quien vio publicado en estaeditorial varios libros reco-pilatorios con sus mejoreshistorias, seleccionados

por el mismo. A este le seguirían otras tan-tas, incluyendo una selección de sus mejo-res poemas. De hecho Derleth, en unacarta escrita a un lector de la editorial,comenta que las ventas de las historias deSmith habían sorprendido hasta al propioautor, el cual remarca Derleth, fue muypaciente con los retrasos de la publicaciónde varios de sus tomos recopilatorios.

Un Ramsey Campbell muy joven, contan solo 15 años, vería su primer obrapublicada bajo el abrigo de esta editorial yquien Peter Ruber compara con StephenKing o Peter Straub.

Arkham House, a lo largo de toda suandadura pasópor graves pro-blemas econó-micos. Pero elesfuerzo y eltesón de Derlethconsiguió man-tenerla a flote.De aquí podría-mos decir que,más que ganareconómicamen-te, Derleth hubode mantener aflote una empre-sa que no repor-taba grandesbeneficios, ysupongo quepoco más quepara la subsis-tencia de lamisma.

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Permítanme pues, dudar de que Derlethsacara mucho dinero las obras publicadasen Arkham house, el cual fue el trampolínpara muchos autores y grandes obras, lascuales aún siguen vivas gracias a esta edi-torial. El mejor caso que podríamos citar,de forma contundente, es el de Lovecraft,

¿CAPITALIZACIÓN DE LOS MITOS?

Fue el propio autor, ayudado porDerleth en parte, todo hay que decirlo,quien capitalizó los mitos; fue el propioLovecraft quien vendió sus historias, cosaen la que no hay nada de malo en ello, aúna pesar de que Lovecraft no se preocupónunca por el aspecto económico de su lite-ratura porque le parecía "impropio de uncaballero". Todo autor tiene que vivir ,losescritores viven de vender sus propiasobras con el fin de poder subsistir y asíconvertir su afición y devoción en trabajo.Es cierto que Derleth "explotó" de algunamanera la obra de Lovecraft haciéndolasaltar del "pulp" a la tapa dura, dándoleuna edición y reconocimiento más dignos.

También es verdad, en parte, queDerleth se adueñó de la obra de Lovecraftaludiendo unos supuestos derechos alega-dos a su persona por el genio deProvidence en su correspondencia. Estopuede enturbiar todo, convirtiéndolo enun mero usurpador ambicioso. Realmentepuede que nunca sepamos las verdaderasintenciones de Derleth, pero ya se hacomentado en más de una ocasión que fueel propio Delerth el que animaba aLovecraft a publicar sus escritos, conven-

cido de su potencial con la pluma. Y fue él,convencido de la verdadera calidad de losrelatos de Lovecraft el que decidió que estofuera reconocido, a pesar de no ser acerta-do en algunas decisiones con respecto aalgunos detalles de su obra, pero colocan-do a Lovecraft en el panteón de los diosesmás alto de todos: el de creador de unamitología.

LA DIVISIÓN DEL PANTEÓN CÓSMICO

Otro de los grandes reproches y, quizás,el más crítico fue la de "desvirtuar" partede la obra de Lovecraft. Los mitos deCthulhu, nombre ideado por el propioDerleth, se basa en que, hace incontablesaños, dioses venidos del lejano cosmosgobernaron nuestro planeta. Ahora estosdioses permaneces oculto u/o escondidos

esperando a que algo les haga volver parareclamar lo que un día fue suyo: nuestromundo.

Esto. a grandes rasgos. es la idea prin-cipal de la obra de Lovecraft relacionadacon los Mitos de Cthulhu. Años más tardecuando Derleth comenzó con la edición dela obra del escritor de Providence, estedecidió

cam-biarciertosaspec-tos delpante-ón cósmico de disoes que Lovecraft habíacreado, haciendo una clara división entre"dioses buenos" y "dioses malos", cosa queel propio Lovecraft no concibió como tal,dejando esa barrera a un lado sin catalo-

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gar a ninguno de ellos, aludiendo simple-mente que aquellos que un día gobernaronla tierra regresarían para reclamar lo quehace millones de años fue suyo. Tambiénasoció a cada uno de los dioses cósmicos aun elemente en concreto. Así Cthulhu sim-bolizaría el agua; Cthuga, el fuego;Ithaqua y Hastur, el aire; Shub-Niggurath,la tierra.

Toda esta desvirtualización y cambiossustancialmente importantes en la obra deLovecraft, le llevó a recibir numerosas yduras críticas. Y no es para menos, dadala importancia de los cambios realizadosen los Mitos, haciendo una sistematiza-ción bastante personal de ellos, destru-yendo el ateísmo sobre el que estaba cons-truido y llevándolo hacia otros terrenosque Lovecraft decidió no hacer. De estaforma, Derleth infundió en los Mitos partede su creencia católica. Al dividir los dio-ses del panteón cósmico entre buenos ymalos abolió por completo la creencia ateadel propio Lovecraft había impregnado ensu obra.

Derleth continuó con su trabajo comoeditor y publicador de la obra del escritorde Providence. A partir de varios fragmen-tos que Lovecraft tenía y que este abando-nó tras su muerte, decidió continuarloscreando nuevas obras que ampliarían yagrandarían la lista de los llamados "mitosde Cthulhu". Más tarde llegarían las cola-boraciones póstumas de diferentes auto-res que ampliaron aún más el círculo.

PRECARIA SALUD Y SUS ULTIMOS DIAS

La salud de Derleth no siempre fuebien. Alrededor de 1940 se le diagnosticóuna hipertensión que mezclado con su tra-bajo no ayudó en su mejora, más bien todolo contrario. En 1953 contrajo matrimo-nio, divorciándose varios años después en1959, quedándose con la custodia de susdos hijos, April Rose y Walden William.

En 1960 Derleth tuvo que ser hospitali-zado debido a una operación de la vesícu-la biliar. Derleth regresaría a su casa 87días después. Su última novela fue "Ahouse about Cuzco" aparecida en 1969antes de su fallecimiento en 1971.

Derleth fue un autor terriblemente pro-lífico. Escribió alrededor de 3000 trabajosque fueron publicados en 350 revista dife-rentes y publicó alrededor de una centenade libros englobando todo tipo de géneros,incluyendo escritos católicos. Fue esteautor , obcecado en la obra de Lovecraft, elque consiguió sacar adelante, y a la luz,toda su obra. En mi modesta opinión,Derleth erró en muchas de sus decisionesy acciones pero no le quita parte de méri-to el tesón que puso en queaquel autor de relatos de lo"macabro", evitando que seperdieran en el tiempo y que noquedaran acumulando polvoen algún lugar recóndito espe-rando a ser descubierto por lahumanidad como muchos delos libros y grimorios aludidosen las historias de nuestroamigo Lovecraft. oOo

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ue el mismo H. P. Lovecraft quiensubrayó la fundamental importanciaque tenía la creación de una especial

atmósfera en un relato, a fin de que éstelogre el propósito de terminar siendo consi-derado una buena narrativa de terror y con-siga su efecto de meter miedo en el lector.Según él, no importaba tanto lo que se con-tara, los personajes o la historia en sí, sinomás bien el cómo se decía - o se escribía -,los lugares mismos y un cierto aire de; allíresidía uno de los condimentos necesariospara que cualquier narración fuera buena…o mala. (1) Ciertamente, notamos tal propo-sición en muchos de sus cuentos cortos,que no se centran ni en la trama ni en lospersonajes, ya sean terrenales o ultraterre-

nos, sino en esa atmósfera que ha sido suesencial estampa (p.ej., en La tumba (2),alcanzando cimas de genealidad en obras delargo aliento como En las montañas de lalocura (3), El horror de Dunwich (4) o Elhorror en Red Hook (5).

No puede dudarse de que en todos susescritos vibra un ambiente de inminentehorror, pero también que existe en ellos uncierto terror muy específico, determinadopor el argumento elegido como nudo delrelato que se trate, pero, en especial, por elámbito en donde transcurre. Así, lo quepodría tomarse, en un principio, como unhorror generalizado, en realidad, se trata dealgo terrorífico bien definido y circunscriptoa la intención del autor; p.ej.: "… la Estrella

Polar, perversa y monstruosa, mira desde lanegra bóveda y parpadea horriblementecomo un ojo insensato que pugna por trans-mitir un mensaje; aunque no recuerda nada,salvo que un día tuvo un mensaje que trans-mitir" (6). ¿Hay algo más sobrecogedor queser vigilado por una estrella, un ser inani-mado que actúa como un ser humanomaligno y perverso?

La misma sensación se transmite en eluso que hace Lovecraft de la vegetación(sean los bosques de Arkham o de cual-quier otro sitio); p.ej., "En una ladera verde-ante del monte Maenalus, en Arcadia, hayun olivar que rodea una villa en ruinas. Muycerca existe una tumba, en otro tiempo tanhermosa como la casa. En un extremo de

porDogonJorge R. Ógdon

AAtmósferaLa importancia del espacio en la literatura de H. P. Lovecraft

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ese sepulcro, de modo que sus curiosas raí-ces desplazan los manchados bloques demármol pentélico, crece un olivo asombrosa-mente grande y de formas repugnantes y seasemeja tan grotescamente a una figurahumana, o al cadáver contorsionado de unhombre, que los campesinos temen pasarallí la noche, cuando la luna ilumina débil-mente sus ramas retorcidas" (7). Aquí ya esllamativa la propia forma del árbol quealguna vez fue, en verdad, un hombre,quien, en su estado actual, se integra alpaisaje y vive eternamente como parte deél: lo antinatural en la Naturaleza. Bienpensado,… ¡un efecto espeluznante! Eltemor a los bosques exhuberantes y som-bríos es una herencia indudable de ArthurMachen y su El Gran Dios Pan, (8) que,como nos lo recuerda Angela Carter, (9)inspiraba terror pánico en las tropas roma-nas que invadían Germania, una tierra pla-gada de sobrenaturales bosques umbríos.Es en esos paisajes casi numínicamentesagrados que el Mal se revela y se hace pre-sente con una fuerza impresionante, másque en otras partes; es más, allí el Malforma parte de la estructura de "aquellasantiguas, secretas e inquietantes colinas",al decir del Maestro de Providence (10).

El temor generado por la presencia detales espacios, al aire libre y a cielo abier-to, tal como los mismos son usados porLovecraft, es parte integral de ese nuevotipo de horror materialista surgido de suimaginación creativa. En efecto, la literatu-ra gótica o negra imperante hasta esemomento había recurrido a los espacioscerrados para atemorizar a sus lectores: el

castillo, las mazmorras, las grutas, y otrosentornos similares eran la moneda corrien-te dentro de los cuales se desarrollaba lamayoría de los episodios en dichas obras.Sin embargo, le tocaría a Arthur Machen yAlgernon Blackwood introducir la variantenovedosa de usar los espacios abiertoscomo sitios en los cuales una presencia osensación ominosa ocurriera (11) Es ciertoque Lovecraft, en este punto, no fue total-mente original, y que, en realidad, echómano a un recurso ya empleado por otrosautores, a los cuales admiraba, pero sí escierto que hizo un uso extensivo y hastasuperlativo de una ambientación que, porun lado, se salía de lo gótico, y, por el otro,lo integraba a él de una manera novedosa.Quizá en esto tenga que ver que su "mito-logía cthulhudiana", al tratarse de una"cósmica", necesitara expresarse en loca-ciones de una símil naturaleza.Recordemos, también, que la producciónde Julio Verne y Edgar Allan Poe igualmen-te le familiarizaron con la majestuosaimponencia de las extensiones poco o nadaholladas por el Hombre, como se puede veren En las montañas de la locura (12).

Ese uso extensivo de los bosques porLovecraft asimila sus entornos ciudadanoscon laberintos, tal como lo insinuara AngelaCarter oportunamente (13): la misma caóti-ca arquitectura de Arkham, con sus techa-dos holandeses, sus buhardillas y sus áti-cos, siempre en penumbras o tapiados, oincluso los crepúsculos oscurecentes quese daban al caer el sol sobre la ciudad, sonun clásico tópico de sus relatos y de sussueños - que, no olvidemos, fueron siempre

inspiradores para sus cuentos -. Las casasdeshabitadas y destartaladas de Innsmouthson un verdadero laberinto, en donde elprotagonista puede perder su camino si nofuera guiado por ciertos personajes desa-gradables, como ocurre en La sombra sobreInnsmouth (14): al igual que otras ciudadeslovecraftianas, los apiñados barrios bajos,abandonados y decadentes, plagados deextranjeros de catadura dudosa - el ser un"amarillo" y tener los "ojos rasgados" eransuficiente motivo para considerar a unapersona un "representante de los infiernos"-, quienes hablan en galimatías incompren-sibles - o, mejor dicho, en una "jerga diabó-lica y extraterrestre" -, son símbolos de laconfusión y la disociación que campea enlos ámbitos terrenales usados porLovecraft; obviamente, una representaciónde la enajenación que debe oponerse a lalógica y el orden establecido por elRacionalismo, tal como la literatura góticase opuso al Iluminismo en el siglo XVIII, quefue la época "dorada" para Lovecraft (15).

En Los Sueños en la casa de la bruja, suprotagonista, el estudiante Gillman, sueñacon una ultraterrena ciudad con "extrañospicos, superficies equilibradas, cúpulas,minaretes, discos horizontales colocadossobre pináculos": un horizonte diferente porcompleto a cualquier cosa con la cual estéacostumbrado un ser humano, algo queestá lejos de toda "normalidad" conocida. Aligual que las tenebrosas aguas de los océa-nos que, junto con sus seres gomosos y ten-taculares, son parte del inconsciente dese-quilibrado de un genio literario, (16) las ciu-dades lovecraftianas son similarmente caó-

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ticas, laberínticas, anormales… Esa equiva-lencia entre ciudades y océanos está clara-mente indicada por el propio autor: "unamplio y elaborado conjunto de edificios enruina… impolutos e inviolados en la noche yel silencio eternos de un abismo oceánico"

(17). Es interesante recalcar ese uso indis-criminado entre espacios cerrados y espa-cios abiertos que se da en Lovecraft, quien,de esa manera, vivía en dos mundos dife-rentes pero idénticos en su sofocante encie-rro: el mundo de la realidad cotidiana, con

la locura de sus padres y parentela en gene-ral (la familia "normal"), y el mundo de lossueños nocturnos, con la alienación de susMitos (la familia "anormal") (18). O

NOTAS1. H. P. Lovecraft, "Notes on Writing Weird", en Amateur Correspondent (june, 1937) = "Notas sobre los escritos de literatura fantástica", traducido por

Pablo Morlans, (ambas versiones) en Malacandra, año 6 nº 14 (abril 2003) (URL: http://www.geocities.com/SoHo/Cafe/1131/14notees.htm); cp. D.Khazeni, "The Myth Maker", en The Guardian: sábado 4 de junio de 2005 (URL: http://www.guardian.co.uk/); A. Gullette, "H. P. Lovecraft (1890-1937)", en Selected Authors of Supernatural Horror (San Francisco, Cal., 1998) (URL: http://www.geocities.com/~alang); T. Mercado Pomar,"Semblanza de Lovecraft", en http://www.angelfire.com/zine/cas/liga.html; etc.

2. H. P. Lovecraft, Dagon y otros cuentos macabros; col. Biblioteca de Fantasía y Terror BT 8.165 (Madrid: Alianza ed., 1º reimpr., 2003), pp.14-26.3. Id., En las montañas de la locura y otros relatos; col. Biblioteca de Fantasía y Terror BT 8.154 (Madrid: Alianza ed., 2ª reimpr., 2000), pp. 7-160.4. Id., El horror de Dunwich; col. Biblioteca de Fantasía y Terror BT 8.153 (Madrid: Alianza ed., 2ª reimpr., 2000).5. Id., El clérigo malvado y otros relatos; col. Biblioteca de Fantasía y Terror BT 8.159 (Madrid: Alianza ed., 2001), pp. 64-92.6. Id., Dagon y otros cuentos macabros, p. 32: "Polaris". 7. Id., Dagon y otros cuentos macabros, p. 108: "El árbol".8. R. Llopìs (ed.), Antología de cuentos de terror, III. De Machen a Lovecraft; col. El libro de bolsillo 914 (Madrid: 1982), pp. 9-72.9. A. Carter, "Lovecraft y su paisaje", en Mundo Desconocido: El Necronomicón extra nº 2 (abril, 1981), 87-92.10. H. P. Lovecraft, El caso de Charles Dexter Ward; col. Biblioteca de Fantasía y Terror BT 8.152 (Madrid: 2ª reimpr., 2001), p. 69.11. P.ej., en A. Machen, La colina de los sueños; col. El Ojo sin Párpado, vol. 17 (Madrid: ed. Siruela, 1988); A. Blackwood, Los sauces, en R. Llopis, o.c.,

pp. 182-243.12. Véase ahora E. Gil-A. LeBlanc, "¡Tekeli-li! ¡Tekeli-li!", en Lovecraft Magazine 2 (septiembre-octubre, 2000), 8-15. Véase el relato en la versión citada

en la nota 3.13. En o.c., p. 89-90: "un laberinto es una estructura arquitectónica, aparentemente sin objetivo alguno; su diseño es tan complejo que, una vez en su inte-

rior, es imposible o muy difícil salir de él".14. H. P. Lovecraft y otros, Los Mitos de Cthulhu; col. El libro de bolsillo, 194 (Madrid: 2ª ed., 1970), pp. 189-254. Véase tamb. T. Gómez, Lovecraft, la

antología (Barcelona, 2003), pp. 193-4.15. L. Solar , "L i teratura gót ica" , en Espéculo. Rev ista de estudios l i terar ios 23 (Madrid ) (URL: http://www.ucm.es/info/espe-

cula/numero23/gotica.html. Cp. Dogon (J. R. Ogdon), "Por qué Lovecraft no escribió The Inevitable Conflict", en Nueva Logia del Tentáculo, SeccíonArtículos (Valencia, 2007). (URL: http://dreamers.com/logia/index.htm).

16. Sobre la teratofobia de Lovecraft, véase ahora E. P. Giordanino, "Monstruos mundanos, mundos monstruosos", en Lovecraft Magazine 5 (verano,2001), pp. 20-5. Véanse, además, las numerosas biografías sobre el escritor, que por lo general mencionan la aversión que tenía contra todo lo ícteoy el mar. Para el cuento, véase H. P. Lovecraft, En las montañas de la locura, pp. 199-248.

17. Id., El templo, en Id., Dagon y otros cuentos macabros, pp. 90-107.18. Para la familia de Lovecraft, véase ahora H. Armitage, "Los padres de H. P. Lovecraft" y "Enfermedad de Winfield Scott Lovecraft", en Enciclopedia

Lovecraft (URL: http://dreamers.com/logia/index.html); véase tamb. las numerosas biografías de su vida.

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1. ANTECEDENTES HISTÓRICOS

a Vall de Laguar se encuentra alnorte de la Provincia de Alicante yestá formado por parajes impresio-

nantes, montañas que recortan en el hori-zonte figuras inspiradas por la imagina-ción, como perfiles de ancianos que miranal cielo o caras enigmáticas con la barbadescuidada de los matorrales o cabezasmedio calvas con los cuatropelos retorcidos de los pinosdel Mediterráneo. El Valle escomo unos colosos de piedra,que remojan sus pies en elmar y sus cabezas se pierdenentre las nubes deshilacha-das. Las mazas de la erosiónhan abierto surcos, grietas,gargantas y brechas. Lasmontañas muestran pliegues,que apenas se alisan con lamirada, o bien se rompen adentelladas. En este marcomisterioso bosteza elBarranco del Infierno.

El territorio es muy monta-

ñoso, al norte están las sierras de laCarrasca con 945 metros y del Migdia, y alsur se alza el Peñón de Laguar con 842metros. El río Ebo pasa encajado por eldesfiladero kárstico conocido comoBarranco del Infierno, de donde sale con elnombre de río Gerona.

Durante los siglos oscuros de la EdadMedia, el Valle se encontraba poblado porlos hijos de la Guerra Santa del Islam.Hicieron suya la tierra, que se mostraba

benigna y complaciente, agradeciendo elagua vital de las acequias, los espejos delos arrozales y el néctar de las naranjas.Estas gentes nómadas de la Media Lunahabían convertido el Gran Oasis del Valleen su hogar, se extendieron por las laderasde las montañas y dieron nombres a villasy pueblos: Benidoleig, Benimaurell y elmismo Valle de Alhaguar. Fueron años deconvivencia, de moros y cristianos, que nodesapareció ni con las mareas, que tierra

adentro, traía la euforia de laReconquista. Pero... llegaronmalos tiempos para estosmudéjares a los que quisoabsorber la Santa Cruzada. En1492, con la Reconquista delReino de Granada, España erauna nación cristiana porEdicto Real. Todos los súbdi-tos de los Reyes Católicos tení-an que ser cristianos, conver-tirse a la Fe Verdadera o volvera sus lugares de origen o a paí-ses más tolerantes.

porHenry ArmitageEulogio G. Recalde

El Barrancodel Infierno

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Punto de partida de la Expedición

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Reunía 180 casas de moriscos en el año1609 y el Duque de Gandía las repobló conmallorquines y catalanes.

Pero en 1609 este mismo Valle fue el últi-mo reducto de la sublevación Morisca contrasu decreto de expulsión. Y precisamenteaquí empieza esta misteriosa historia, quepodría cambiar algunas ideas sobre Al Alzif yel mismo Abdul Alhazred.

2. CURIOSIDAD DE LOS GATOS DE ULTHAR

Los auténticos aficionados a las narracio-nes de H.P. Lovecraft somos unos creyentesejemplares, somos los más propensos a creerla Palabra del Maestro como artículo de fe.Sabemos que las criaturas que pueblan susrelatos fueron fruto de su imaginación, peronos resistimos a dar la espalda a lo intangible,a lo que se crea en el seno fecundo del miedo.Precisamente ésa es la clave: el miedo. Nadieen su sano juicio puede afirmar que el miedono exista y no hay lovecraftiano, por muydevoto que sea, que mantenga que el miedo esalgo ficticio que inventó Lovecraft. Pero, elmiedo es una abstracción o, dicho con otraspalabras, el miedo es humo, es nada. La

misma reflexión se podría hacer sobre la bon-dad o sobre la fugacidad de la vida, sobre elInfierno o sobre el Necronomicon.

El Barranco del Infierno es un paraje sin-gular por su belleza sencilla, tan caracterís-tica del Mediterráneo. Carece de los atribu-tos retóricos de los escenarios delRomanticismo. El sol generoso del día bañala tierra de escasa vegetación y las estrellasparpadeantes de la noche cuajan el cielo, enel que la brisa del mar ha barrido todo vesti-gio de nubes. El Barranco del Infierno tienemuchos puntos de contacto con lasMontañas de la Locura o, al menos, con sureferente geográfico real. Son lugares anta-gónicos en cuanto al clima, pero compartenesa exaltación de la naturaleza que excluyeal ser humano.

Los gatos, tan queridos por Lovecraft, sonanimales misteriosos, que en su aparentedocilidad doméstica guardan toda la esenciade la naturaleza salvaje. Por otro lado, su cua-lidad más definida es la curiosidad. Así pues,con esta curiosidad felina y con la fe de un cre-yente lovecraftiano me asomé a estos deliran-tes precipicios en busca de una explicación aese Infierno, que daba nombre al Barranco.

El barranco, desvío a Benimaurell.Pastoreo de Cabras y Ovejas

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Subiendo desde la costa delMediterráneo, nos adentramos en lo másprofundo del Valle de Laguar para llegar ala villa de Benimaurell. Son muchos lospueblos valencianos que van precedidos deeste prefijo árabe, que significa hijo de yque designa la casta o procedencia fami-liar. Y así, con este mismo sabor morisconos encontramos con un pequeño pueblosoñoliento, con sus estrechas y empinadascallejuelas, dormitando como un gato blan-co calentándose al sol. Las calles del pue-

blo son como regueros de casas encaladas,que se arraciman en lo alto de la montañay, en apariencia, no dan paso a continuarla escalada; pero, de uno de sus rincones,parte un camino rural que lleva a la cum-bre, en una encrucijada que distribuyevarios caminos entre los que se encuentrael punto de partida, hacia el Barranco del

Infierno. Después de 4 kilómetros el cami-no de tierra, que va ondulándose alrededorde la pequeña sierra que corona el Valle, sellega a los altos de Les Juvees, desde dondese puede contemplar el Barranco en todosu esplendor. El cartel parece animar alcaminante fatigado con el anuncio de 1kilómetro hasta Benimaurell, pero es unaesperanza engañosa, pues el atajo suponeuna aventura de descensos y escaladaspara atravesar el Valle de parte a parte.

3. EL PASTOR DEL BARRANCO

Los lectores fieles y reincidentes de lashistorias de Lovecraft tenemos la tendenciade buscar en nuestro propio entorno losreferentes, que este auténtico mago de laambigüedad y la insinuación dejó latente

en su obra. En lainmensidadpavorosa delmar, buscamosla amenaza realde ballenas ase-sinas, pulposgigantes y tibu-rones sanguina-rios y le damos elnombre deCthulhu. Tras lacotidiana aven-tura de las expe-diciones noctur-nas por elmundo de lossueños y las

pesadillas, adoptamos inevitablemente elpapel vicario de Randolph Carter o deWalter Gilman, que sueña en la buhardilla

Barranco del Infierno y casas de la región.

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de la casa de la vieja Keziah.Y los parajes agrestes, dondela naturaleza muestra o biensu desolación desértica o suexuberancia salvaje, creemosdescubrir en algunos mato-rrales las huellas del diosPan, los cánticos de las cria-turas de los arroyos o, cuan-do amenaza tormenta y losanimales empiezan abarruntar peligros ocultos,nos viene a la mente figurassobre las que Lovecraft quisocargar las tintas, y llegamosa sentir miradas que nosapuñalan las espaldas y ledamos el extraño nombre deShub-Niggurath, la CabraNegra de los Bosques conSus Mil Crías.

Con todo este bagaje lovecraftiano lle-gué a la terraza natural, que domina elBarranco del Infierno. Pero, la naturalezamostraba su cara más amable en un esce-nario de singular belleza, iluminado porun sol mediterráneo complaciente y gene-roso, suavizado por la brisa que llegabadesde el mar. Allí me encontré con cabrasy ovejas, que pastaban en un ambientecercano a las armonías pastoriles, que sedescriben en los textos grecolatinos orenacentistas. Es más, el Macho Cabríocon la blancura de su pelaje y su barba mepareció un animal francamente soberbio.Nada podía llevarme a pensar en los plie-gues oscuros de la naturaleza, queLovecraft siempre se empeña en revelarnos

a través de sus relatos. Este cuadro casi bucólico se com-

pleta con el perro, siempre atento alrebaño, y el pastor de piel curtida porel sol y una mirada de desconfianzaante extraños como yo, que curioseanpor estos parajes y se los arrebatancon una cámara de fotos. Después deintercambiar con él saludos y el típi-co diálogo convencional, este hombreque he llamado el Pastor delBarranco me dijo su nombre, cuandole pregunté por las iniciales O.B. queestaban pintadas en negro, con unacaligrafía casi perfecta, sobre la enor-me roca, donde estaba sentado.

- Mendigüan L'ObdulioBanimaureid com'ol pobla - su len-

gua valenciana estabacargada de vocales oscu-ras y guturales, que ape-nas pude identificar yque después intentéreproducir por escrito.

Ante mi cara de extra-ñeza, el pastor acabóhablando en un castella-no igualmente contami-nado de sonidos extra-ños, pero al que poco apoco acabé por acostum-brarme. Me explicó quesu nombre era Obdulio,como su padre, el padrede su padre y to'os losagüelos que vivieronantes. Todos los hijos

La casa de familia Benimaurell. Un viejo mueble (arriba)y detalle de la decoración del techo (abajo).

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eran varones, no había jembras en la familia Banimaureid, puescon una curiosa mueca me explicó que se llamaban como el pue-blo. La explicación me tranquilizó un poco, porque ese nombre,Obdulio Banimaureid, inmediatamente me trajo a la mente el per-sonaje de Lovecraft, el árabe loco, Abdul Alhazred.

4. EL TAPIZ DE OBDULIO BENIMAURELL

El tapiz cubría toda la pared y, a simple vista, parecía desarro-llar una historia gráfica, aparentemente amable: Liebres, leones,peces y venados recubren unos trazos nerviosos que articulan la

lengua sacra de la Patria Arábiga. Quise traducir los símbolos pic-tóricos, que parecían dibujar patas de arañas como ventosasoscuras de árboles cargados de salitre y maldad. Poco a poco elalma se me fue abriendo y la historia empezó a cobrar sentido,poniéndole cara al miedo y mirando el abismo del Barranco delInfierno. Eran los rostros oscuros de los dioses intangibles quehelaban los cuchillos afilados de una respiración blanda de san-gre pedregosa y muerte vegetal.

Me acerqué al tapiz e intenté tocarlo con las yemas de misdedos y salieron llenas de una negrura vacía hechas puertas yventanas que horadaban los gritos de una noche oscura y eterna-mente espantosa. oOo

Montaje fotográfico. Henry Armitage/Lovecraft en el Barranco del infierno.

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porJorge Óscar RossiDirector de Liter Área Fantástica

l hedor se anunciaba desde cincuentametros, o más.

Primero era algo dulzón, despuésera insoportablemente dulzón.

Cuando llegué a la puerta me tuve queparar, en parte porque estaba aturdido portanto ladrido de los perros y en parte por-que ahora el olor era simplemente asquero-so, no hay otra palabra.

No soy de estomago delicado ni muchomenos, pero me vinieron arcadas.

Me sobrepuse, uno se sobrepone a casitodo, y abrí la puerta.

Todo estaba normal a la vista, me dijedespués de vomitar. Al olfato, en cambio,era "lo más podrido", "la putrefacción", nosé como definirlo.

Con un pañuelo tapando boca y nariz ytratando de respirar lo menos posible memetí en mi casa. Como dije, todo lucía nor-mal a la luz de la tarde.

Bueno, no todo.En la mesada de la cocina estaba la fuen-

te de la putridez. Una cosa roja llena degusanos blancos que tardé en reconocercomo la carne que Silvia había sacado del

freezer esa mañana.No me pregunten de donde encontré la

fuerza, pero metí la carne agusanada enuna bolsa, fui al patio, puse la bolsa en untacho que uso para quemar basura, le echékerosén y le prendí fuego. Disfrute viendocomo se quemaba.

Después abrí todas las ventanas y gastéun aerosol para ambientes y aún así nologré que el olor se fuera del todo.

Silvia lo notó apenas llegó.-¿Qué es este olor de mierda?- Mi esposa

no se caracteriza por los eufemismos.- La carne que íbamos a comer

esta noche- Le contesté.Vivimos en una granja,

pero la carne se compra enla carnicería del pueblo.Mi mujer y yo trabaja-mos en el pueblo, por-que la granja apenas dapara sobrevivir. Salvogallinas y conejos, no cria-mos otro animal. De pronto,Silvia se acordó de algo:

- ¿Por qué no está en casa

Tito? ¿Dónde está Tito?-Buena pregunta: ¿Dónde estaba el tara-

do de mi cuñado?No necesité contestarle a Silvia porque,

como si esas palabras hubiesen obrado amodo de invocación, apareció el objeto desus desvelos.

Tito es alto y gordo, una masa de 1,85con 120 kilos, siempre vestido con pantalo-nes vaqueros ycami-

LA LLAMADA

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sa a cuadros, de manga larga y tela gruesaen invierno, de manga corta y tela fina enverano; siempre calzado con zapatillasbaratas y siempre adornada su redondacara de niño grande con esa expresiónboquiabierta y de ojos entrecerrados quemuestra, para el que quiera ver, la viva ima-gen de la imbecilidad.

Bueno, esto se los digo a ustedes. Con miesposa no me expreso en estos términos. Laultima vez que le dije algo parecido fue hacecinco años.

Tito es un alma sensible, como la mayo-ría de los tarados. A veinte metros de laentrada de casa captó el olor. Lo demostrócon un aullido acompañado de profusobaboseo y veloz carrera hasta terminarestampado a un viejo roble. Quedó abraza-do al árbol hasta que mi esposa lo fue abuscar.

Mi cuñado tiene retraso mental de naci-miento. Hace quince años, cuando me casé,creí soportar su presencia. Todavía vivíanmis suegros y ellos se hacían cargo del hiji-to. Los viejos murieron, hace cinco años, eldía del ovni, y eso fue el comienzo del fin.Por lo menos, para mi.

Ahora no lo soporto y mi mujer cada vezme soporta menos porque yo no soporto alhermanito. Me haría borracho si me gusta-ra el alcohol, pero tengo la desgracia deestar condenado a la lucidez.

Ver a Tito abrazado al árbol, berreando yllorando me hizo acordar al día del ovni.

Fue hace cinco años, creo que ya lo dije.Mis suegros volvían del pueblo en la camio-neta y se mataron en un accidente idiota.

Me avisó la policía por teléfono. Fuimos conSilvia y, a medio camino para llegar al pue-blo, estaba la camioneta, dada vuelta y apo-yada contra un árbol. El techo se veía aplas-tado como si le hubieran dado un mazazo.Los dos viejos estaban tan muertos comocabía imaginar. Silvia no quiso verlos, asíque yo tuve que hacerme cargo del recono-cimiento. Los velamos a cajón cerrado.¿Alguna vez tiraron un zapallo contra elpiso?: Así les quedó la cabeza a los dos.

Mi suegro andaba por los setenta y sieteaños y su vista no era la mejor como paramanejar de noche, aunque fuera una nochedespejada y con luna llena como esa. Igual,es difícil explicar como pudo volcar así, enun camino recto y sin ningún otro vehículoque lo moleste.

La explicación de Tito fue que la culpahabía sido del ovni.

Ahora que lo pienso, olvidé contar queTito también iba en la camioneta, en laparte de atrás, que no tiene techo. La poli-cía nos dijo que lo encontraron al lado delvehículo, abrazado al árbol, berreando y llo-rando, como ahora.

Su explicación, como dije, fue que unovni los atacó, lo cual no resultó satisfacto-rio para nadie y no hizo más que confirmarque el desgraciado era un completo idiota.Velamos y enterramos a los viejos, la policíaolvidó el asunto, Silvia y yo nos hicimoscargo de Tito y así iniciamos un lustro devida bastante miserable, para que negarlo.

Según Tito, el ovni era una cosa grande,ovalada y negra, "más negra que el negro dela noche", son sus palabras, y con una

estrella en el medio. Dibujó una estrella deocho puntas para reafirmar sus palabras ysolo confirmó que era un pésimo dibujante.No quiso dibujar el ovni entero, solo laestrella. Se exaltaba cuando mi mujer se lopedía. Según Silvia, a su hermanito siemprelo habían "fascinado" (sic) los ovnis.

Lo único que puedo decir es que el muyinfeliz estorbó con esa historia una semana,hasta que me harté y le grité que era untarado y Silvia me gritó que no le dijera esoa su hermano y yo le grité que se lo decíaporque era un tarado y Tito empezó a llorary Silvia y yo gritamos y peleamos y no nosmatamos por pura casualidad.

Desde esa vez me guardo mis pensa-mientos sobre Tito.

Ahora, Silvia volvió a calmar a su herma-no, como lo calmó el día del ovni.

La cosa no hubiera pasado a mayores sino fuera por lo de las gallinas.

Dos días después de lo de la carne podri-da me desperté por lo que creí era una pesa-dilla. Soñaba que me ahogaba en un barroinmundo y, cuando parecía que me moría,abrí los ojos y vi que estaba en mi cama. Loque no desapareció fue el olor. De hecho, elolor me golpeó en la nariz como si fuera algotangible, como si una masa de mierda seme abalanzara y me tapara, aunque no eraolor a mierda, no sé si se entiende.

Los aullidos de Tito me evitaron el traba-jo de despertar a Silvia. Por lo general, comotoma sedantes o ansiolíticos o algunas deesas porquerías, ella duerme como un tron-co. Sin embargo, tiene el oído muy sensiblepara los lamentos del hermanito.

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Abreviando, el gallinero se había conver-tido en un deposito de pedazos de carneincreíblemente podrida, con los gusanosmas grandes que nunca haya visto. En eso,en carne podrida se habían convertido mistreinta gallinas.

Para variar, Tito lloraba y baboseabaabrazado a un árbol.

Esta vez me asusté, lo confieso. Meimportaba un carajo el ataque de mi cuña-do pero lo de las gallinas me asustó. Mepasé toda la noche quemándolas, pero dejéuna, a pesar del olor, de las protestas deSilvia y de los aullidos de Tito.

Apenas amaneció fui a buscar al veteri-nario. Lo saqué de la cama y me lo traje a lagranja a las apuradas, los veinte kilómetrosa cien por hora.

El veterinario es un tipo de confianza quetrabaja hace mucho en el pueblo. Vio lacarne podrida que alguna vez había sidouna gallina bataraza, contuvo las arcadas, ycon un gesto me indicó que la podía hacerdesaparecer.

Cuando se recompuso me dijo la cosamás interesante que había escuchado enlos últimos años:

- Es igual al perro del día del accidente desus suegros.

- ¿Qué perro?-, Le pregunté casi como unautómata.

- Cuando la policía llegó al lugar del acci-dente, encontró como a veinte metros unperro en ese estado. Estaba medio oculto enunas matas de pasto, pero se dieron cuen-ta por el olor. Me avisaron, porque les pare-ció algo raro y lo fui a buscar.

-Nadie me avisó de eso.-Nunca se lo relacionó con el accidente,

tal vez por eso...-¿Y que tenía el perro?- A la vista estaba podrido como si des-

pués de muerto hubiera quedado expuestoal calor por días.

- Pero era invierno...-Si, y dije "a la vista", porque el olor que

tenía no era el de la carne podrida.Olía...como esto de hoy de las gallinas.Además, los gusanos...

- ¿Qué pasa con los gusanos?-¿Alguna vez vio gusanos tan grandes

como estos?Le contesté que nunca había visto carne

agusanada, hasta unos días atrás. Me mirócon cara de preguntar y le conté lo de lacarne del otro día. No dijo nada, así queinsistí:

- ¿Qué pasa con los gusanos?-Ah, si. El tamaño. Nunca vi gusanos

blancos tan grandes.-Y, al final ¿qué hizo con lo del perro?

¿Aviso a alguien?-No, es decir, lo comenté con algunos

colegas, pero no pasó de ahí.Después que se fue el veterinario tuve

una corazonada, o una inspiración, o algopor el estilo.

Siempre que podía, evitaba hablar con micuñado, pero esta vez lo fui a buscar a suhabitación, donde se solía encerrar. A vecespasaba horas ahí. Hacía dibujos o cortabapapeles o idioteces así. Abrí la puerta singolpear y lo vi tirado en la cama, mirando el

techo. En la pared donde pegaba sus dibu-jitos, vi varios papeles con algo que debíaser el famoso ovni: óvalos con estrellas deocho puntas en versiones blanco y negro ya color, todas horribles. Antes no estaban.Tito ni me miró.

Me acerqué y sin mayores preámbulos ledije:

-Decime Tito, ¿el día del ovni vos vistealgún perro por ahí?

Ahora si me miró. Me miró como si elretrasado mental fuera yo.

-Era un perro bueno.-Si, claro...-¿Qué se puede responder a

esa declaración?. Insistí:- ¿Estaba como ahora las gallinas?-Fue el ovni...es malo...-Claro, claro, el ovni quiere matar anima-

les- le seguí la corriente.-No.-¿No?-No.-¿Y que quiere?-Quiere matarme a mi- Me lo dijo como

un niño que cuenta una travesura, en vozbaja y con una sonrisa picara que le senta-ba tan ridícula como puede suponerse.

No me di por vencido:-Ah, mira vos, ¿y por qué quiere matarte?-Porque lo llamé.-¿Y como lo llamaste?-Lo dibujé- me dijo el tonto, señalándome

los mamarrachos pegados a la pared.En ese punto, estuve por irme, hasta que

me acordé que después del día del ovni, mi

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cuñadito no había querido dibujarlo "decuerpo entero". ¿Cuándo habrá empezado ahacerlo de nuevo?

-A ver, ¿y por qué no te mató?- le repli-qué, como un padre que se burla de su hijomedio idiota.

-Por el árbol.Tengo que admitir que, a pesar de lo

tonto que parecía todo, esto último meencendió una alerta en los pelos de la nuca.

-¿Qué árbol?-Cualquier árbol...no le gustan los árbo-

les al ovni.-¿Cómo sabés?-No le gustan los árboles al ovni.-Si, pero ¿cómo sabés eso?-No le gustan los árboles al ovni.Era inútil, podíamos estar tres días, así

que me fui.Había una cosa que no me cerraba en

todo esto, siempre y cuando estuviera en locorrecto:

¿Dónde estaba Tito el día de la carnepodrida?

Volver y preguntarle no era lo convenien-te. Ahora se había fijado en "No le gustanlos árboles al ovni" y podía quedar monote-mático unas cuantas horas. Opté por pre-guntarle a Silvia.

¿Alguna vez les pasó que sus esposas,novias o amantes les digan que ustedes nolas escuchan? ¿Si? Entonces entenderán loque sigue. Mi mujer, absolutamente ofendi-da, me comunicó que ya me había dichoque Tito le había contado que estaba en su

pieza, dibujando, y el olor le dio asco y saliócorriendo, pobrecito.

Silvia jamás iba a admitir dos cosas: quenunca me había contado esto y que escu-chaba lo que le decía su hermanito comoesas madres van con sus niñitos, sin pres-tarle atención a sus parloteos, pero "hacien-do como" que los escuchan. Como no iba aadmitirlo, dejé las cosas así y aprovechépara alejarme de ella, de su enojo y de suhisteria por lo de las gallinas. Lo que menosnecesitaba era una loca a mi lado.

Me quedaban los conejos.La primera noche, no pasó nada.La segunda, tampoco, y ya estaba por

renunciar a hacer guardia nocturna. Decidíun ultimo intento.

La tercera noche apareció Tito.Yo miraba desde la ventana que da al

jaulón donde están los conejos. Si Tito fueraalguien normal, diría que tenía insomnio ysalió a caminar. A la noche dejamos una luzencendida en el patio, así que pude ver quemi cuñado tenía cara de asustado y habla-ba solo.

Después sentí el olor. No apareció tenuemente para luego ir

ganando fuerza. Nada de eso. El olor vinocomo una vaharada violenta, todo de unavez, por decirlo de alguna manera.

Lo que siguió fue muy rápido. Tardarémucho más en contarlo:

Tito aulló y yo salí al patio. Lo vi correr aárbol más cercano y, no me pregunten por-qué, sentí que tenía que mirar para arriba.

Ahí fue cuando vi al ovni.

Era una cosa grande, irregularmenteovalada y negra, "más negra que el negro dela noche", como diría Tito, y con una estre-lla amarilla de ocho puntas en el medio.Pero no era un ovni. Quiero decir, no era unobjeto. Era un ser, era algo vivo que seagrandaba y se encogía, con el ritmo de unarespiración. La estrella crecía y se achicaba,como un corazón latiendo. No digo que res-pirara ni que latiera, pero estaba viva. Podíasentirlo. En el centro de la estrella algo seabría...como una boca.

Supe lo que tenía que hacer y no le voy aechar la culpa a esa cosa que ahora habíaconvertido a mis conejos en carne podrida.

Arranqué a Tito del árbol, lo pateé, loempujé, lo golpeé y lo tiré al suelo, para queeso que estaba arriba se sirviera a gusto.

A mi no me hizo nada, venía por mi cuña-do. Lo vi pudrirse y agusanarse en silencio.

Escuché los gritos de Silvia. Mi matrimonio y mi vida se iban a la

mierda, pero me sentí feliz.

© Jorge Oscar Rossi, noviembre de 2007 El autor nació en la Republica Argentina yactualmente vive en la ciudad de BuenosAires. Es escritor y se gana la vida como abo-gado y docente universitario. Desde el año2000, dirige Liter Área Fantástica,(http://www.literareafantastica.com.ar), sitiodedicado a la literatura de Ciencia Ficción,Fantasía y Terror, donde se han publicadomás de doscientos relatos de distintos autores.

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LOC

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IPTO

RU

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o soy un vulgar ladrón. Si entré eneste museo no fue sino por una causanoble: la salvación del mundo y a la

humanidad. Ignoro si estos propósitosmerecen la pena. El cosmos es un animalenfermo. De esto, hace ya tiempo que medoy cuenta. Todo se viene abajo. UnaSombra muy oscura se cierne sobre todoslos seres, y el espíritu de laDescomposición hace su entrada en la luz,absorbiéndola, creando caos y confusión.

Quise salvar el mundo robando estasestatuillas. Al menos, no ponérselo tanfácil a los agentes del Mal. El Museo delPrincipado cuenta con las habituales alar-mas de seguridad, y al menos una docenade agentes fuertemente armados. La vitrinaanti-balas protege a la media docena deestatuillas que, casi en secreto, aguardansu liberación desde un rincón poco ilumi-nado en la planta semisótano. En este país,en Europa en general, nadie ha exageradola importancia de estas esculturas. Sesuponen de origen celta. Apenas una doce-na de arqueólogos y otros expertos de todoel mundo se trasladaron al Principado para

proceder a su examen. Poco más de ochoartículos en la prensa especializada, yotros tantos más, divulgativos, en losperiódicos locales. Un descubrimiento tanextraordinario debería haber llamado másla atención. Sin embargo, fueron los quími-cos, geofísicos y expertos en ciencia de losmateriales los que más debate crearon entorno al hallazgo. Se sometieron las piezasa diversos ensayos de laboratorio. Todoslos resultados habían generado bastanteperplejidad. Se dijo que podían haber sidoconfeccionadas en thurmonio, un mineralya desaparecido en este planeta, pero cuyapresencia debió ser un hecho en edadesgeológicas muy antiguas. La ciencia oficialsostenía que algún meteorito extraterrestrelo habría transportado a nuestro mundo, almenos en exiguas cantidades. Mas los pro-cesos geológicos acaecidos durante loseones habrían dado en su extinción virtual.Algunos "ocultistas" modernos, seguidoresde las teorías del Padre Tessier y deMiñambres, sostenían -entre una burlageneralizada de los académicos- que toda-vía en los tiempos previos a la invasiónromana los indígenas del país, ástures o

celtas, habían trabajado con tal mineral y,dándole el nombre místico de mifflir, lohabían convertido en objeto de especialveneración mágico-religiosa.

Mis investigaciones habían ampliadomucho la información sobre las estatuillasmisteriosas. En el más estricto secreto, fuiadentrándome en el laberinto de misteriosque las rodeaban. Los hechos se remonta-ban a unos años atrás, fecha en la que unamericano, un tal A. Hastings, había veni-do a Asturias en busca de datos sobrelugares especialmente raros y enigmáticosen la geografía del país. Es esta una regiónmontañosa, con valles y aldeas de muy difí-cil acceso y, en ocasiones, de confusa loca-lización, incluso. Ese yanqui había venidoa parar a un pueblecito de nombre"Tenebredo", y que no tiene nada que vercon el otro que aparece oficialmente en losmapas. El Tenebredo oficial se ubica en elinterior del país y se encuentra junto aldenominado "Desfiladero de las Xanas".Este otro Tenebredo al que me refiero haceaños que ha desaparecido de la toponimiaoficial, tanto en la versión vernácula de

Mundo InteriorporTyndalosCarlos Blanco Parte III

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"Tenebréu" como en la castellanizada de"Tenebredo". En lugar de aldea, es ahoraun amontonamiento de ruinas dispersasque apenas ofrecen algo interesante de veral visitante, salvo la ocasión de sentir esca-lofríos inexplicables y de desconocido ori-gen. La aldea que visitó Hastings, y de laque se supone procede el hallazgo, pudohaber sido en un tiempo un castro celta, atenor de lo que algunos especialistas hansospechado. Sin embargo, la habitual desi-dia oficial de los arqueólogos españoles entodo lo que pudiera representar ampliarnuestros datos acerca del pasado prerro-mano de la región ha hecho que nunca seexcave allí como es debido. Apenas el padreTessier hizo algunas catas, pero la muertedel sacerdote -cada vez más desacreditadopor el enteco positivismo predominante enel país- hizo que ese intento quedara aban-donado. Por otro lado este Tenebredo eraun lugar insalubre, frío, habitado pornumerosas fieras y mal comunicado con lacivilización. Nadie, ni turistas ni curiosos,se hallaba dispuesto a quedarse muchorato en tan inhóspito lugar. La ausencia decondiciones idóneas para la explotaciónturística hizo que la arqueología se desa-tendiera siempre de este extraño y remotolugar.

Habían circulado últimamente unos pin-torescos rumores que, desde aldeas veci-nas, se habían ido propagando hasta llegara la capital. Se decía, sin fundamento algu-no, que el triste pueblucho, abandonadodesde hacía un siglo y medio, por lo menos,volvía a contar con habitantes. Las habla-durías se referían a unos seres deformes y

más bien estúpidos que, venidos no sesabe de dónde, habían ocupado el caserío,rehuyendo no obstante todo trato con lasgentes de parroquias y aldeas vecinas.

Al bucear en las conexiones entre lasestatuillas y el caso Hastings, estuve tenta-do a suponer que algún poder místico habi-taba en ellas. Su ayuda debió ser crucial enlas indagaciones que algunas personashan realizado sobre los supuestosUmbrales que comunican nuestro mundoordinario con el Otro. He gastado buenaparte de mi fortuna en viajes y sobornos,todo con el ánimo de acercarme a ese mis-terio que, si bien yace oculto para las men-tes vulgares, se yergue en todo su inquie-tante esplendor a los que nos hemos inicia-do en él. Esplendor de lo Oscuro. LaVerdad es amante de las paradojas. Trasunas peripecias que me sería fatigosorecordar, sólo deseo decir que he podidovisitar la mansión americana de AdolphusJ. Singer, la hedionda y mil veces malditacasa de Flattering Curse, en NuevaInglaterra. Entre los legajos que pude robarantes de la aparición de unas horriblescosas me sacaran de allí, pude obtenerunos crípticos manuscritos del célebre ydegenerado ocultista. Singer escribía en uncódigo cuyo desciframiento hubo de costar-me años de esfuerzo. Él lo denominabaNeorúnico, y se trataba de una evolucióninterna de las antiguas runas celto-escan-dinavas, de cuyo estudio él era una autori-dad académica muy reputada, pese a lamala fama por él acaparada en otra clasede ámbitos. Lo extraño es que en su legajoaseguraba que los Hiperbóreos que utiliza-

rían dicha lengua y alfabeto eran una estir-pe aún viva, oculta en remotos pasadizosque horadan la tierra.

El mensaje del dossier de FlatteringCurse era, sencillamente, horrendo. En élse anunciaba un definitivo cataclismo parael planeta. Todo el miasma y la podredum-bre que encierran las entrañas terrestresserá la sustancia que un día aflorará, y nilos Hiperbóreos ni las demás entidadessalutíferas que conspiran casi desde siem-pre podrán evitar lo que está escrito y pre-dicho que algún día sucederá. Para prepa-rarse al efecto, Singer recomendaba sinambages una dictadura neofascista dealcance mundial que, lejos de oponerse alMal, se reconciliara con Él y contribuyese asus designios. Tampoco la distinción entreLuz y Oscuridad era asunto de gran clari-dad en el dossier de Flattering Curse, puesaquellas entidades y potencias que a unosseres les pueden parecer malignas, se pre-sentan por el contrario como extraordina-riamente benéficas, puras y santas a losojos de otras. La misma Humanidad segúnlos criterios singerianos carece de unidady, antes bien, se cuartea en diferentesrazas de origen y destino distintos.Humanos de verdad, en el mundo, real-mente, sólo existen en muy exiguas propor-ciones. El mismo Singer y unos pocosElegidos se autodenominan los HumanosVerdaderos, destinados por los dioses asometer a la masa sub-humana a unasuerte de esclavitud férrea, como prepara-ción a las Tinieblas Totales. Es un hechoque se desprende del dossier que la huma-nidad nació en diversos momentos de la

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historia geológica del planeta, y que la RazaAdelantada, de cuyo tronco se desprenderí-an entre otros, los Hiperbóreos, muy ajenaa la morfología que hoy adoptan paracamuflarse, hubo de refugiarse ante eladvenimiento de otras entidades extraga-lácticas que supusieron para siempre elinicio de la Podredumbre del Cosmos.

¿Fantasías de un loco? Yo fui a la man-sión maldita, a esa especie de epicentro delMal. Yo tuve el atrevimiento de robar undossier terrible, jugándome el tipo anteunos seres que, sólo con entreverlos, harí-an a un hombre común perder su racioci-nio para siempre. Algo real y poderosodebía esconderse tras unas estatuillas quehabían significado tanto como hilo conduc-tor hacia la Verdad en las peripecias deHastings y de otros locos buscadores demisterio.

Y ahora me encontraba allí, solo, anteunas vitrinas que guardaban aquellosraros ídolos indígenas. Eran de morfologíamonstruosa. Desafiaban las leyes teratoló-gicas de la naturaleza: vientres abultados,miembros tentaculares y múltiples, ojoshundidos y con asimétrica colocación, cor-namentas afiladas, ausencia de abdomendefinido. Los dioses indoeuropeos, inclui-dos los dioses célticos y de otros pueblosceltizados, eran amorfos. Cuando su arteplástico, acaso por influjo grecorromano,trató de hacer de ellos una representación,se eligió la vía antropomorfa, con algunasconcesiones a la numinosidad animal,quizá por la comunicación que tales pue-blos tuvieron con los escitas, sármatas, y

los habitantes del Asia de las estepas cen-trales. Pero estos ídolos... se alejaban detodo lo descriptible. Su presencia en elPrincipado escapaba a mi comprensión. Noera posible que la ciencia moderna hubieraignorado tales hallazgos, arrinconando lasestatuillas en un Museo, cuyos visitantesen su gran mayoría ignoraba.

Habituado a robar, pues las investiga-ciones en que llevaba metido años atrás meforzaban a tomar este camino poco ortodo-xo pero muy expeditivo, no fue problemapara mí saltar las conexiones de las alar-mas, desorientar a los guardias, abrir elseguro de las vitrinas y llevarme tres de lasfiguras en una sencilla maleta de viaje. A lapuerta trasera del edificio, donde se sacanlas basuras de la cafetería del Museo, quea estas horas ya se encontraba cerrada, meesperaba una furgoneta con escudo oficial,y con el motor en marcha.

Oviedo quedó atrás. Tomé la autopistaque conducía a la ciudad vecina, Gijón,junto al mar. De allí me dirigí a una hermo-sa campiña plagada de aldeas pintorescasalzadas como en un balcón sobre el marCantábrico, y que recibe el nombre comar-cal de "La Mariña" o "Les Mariñes". En unode esos rincones de verde prado y azulatlántico se erige aún la casa solariega. Misantepasados la alzaron sobria y conserva elprecioso tono rosado de la piedra que toda-vía se saca de esta zona, y con la que sealzó en otro tiempo el ciclópeo edificio de laUniversidad Laboral. Mi casona ostenta unblasón familiar donde se puede contemplarun puño con guantelete machacando un

extraño endriago, que de forma inquietan-te recordaba las siluetas imposibles de losídolos que acababa de robar. Mitad fortale-za, en su aspecto, con dos torreones cua-drados en las esquinas de la fachada,mitad casa campesina, como los demásviejos palacios de mi país, los construidosantes de las veleidades barrocas y clasicis-tas que después vinieron, mi casona tam-bién se ocultaba no poco a las miradasinsolentes. Grandes robles, o carbayoscomo los llamamos aquí, y dos gigantescaspaneras, también centenarias, se interpo-nían entre el visitante y la fachada blaso-nada de la casona. El señorío de Rovigofue, en tiempos, una notable heredad de LaMariña y mis antepasados habían desem-peñado en los viejos tiempos algunos car-gos representativos en la Junta General delPrincipado, la asamblea soberana de losconcejos hermanados del país. Ahora miestirpe casi se veía extinguida. Una largacadena de mi estirpe, que se remontaba ala época del Antiguo Reino, moriría conmi-go. Decidí convertirme en un solterón, bas-tante misántropo. Mis libros y mis andan-zas investigadoras lo eran todo para mí.Ahora me había convertido en un ladrón.Ladrón de estatuillas ástures.

Ya en casa, mandé a mi criado que ase-gurara la puerta que daba acceso al jardínde la casona. Di órdenes muy precisas desoltar los perros por toda la heredad, y quelas ventanas y puertas fueran especial-mente aseguradas. Ya se había hecho denoche. Los lejanos ladridos podían perci-birse, como siempre, y algún que otromugir de las vacas también se hacía oír

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desde lejanas quintanas. El viento ibaganando en intensidad, que a veces esmucha en aquellas lomas cercanas al mar.Mi casa contaba con capilla propia y lapequeña campana centenaria de broncehacía sonar su música, a veces a modo dequeja lenta de difuntos. Yo desempaqueta-ba con veneración aquellas estatuillas.Tres había traído en mi maleta. Muchasmás podrían haber sido, pero con estastres, las que yo juzgaba las más significati-vas, sería bastante para avanzar en miinvestigación.

El dossier de Singer refería a un ciertomonje, Piniolus, incansable viajero porEuropa y Asia, y peregrino en Tierra Santa,la autoría de unos oscuros versos sobre lasPuertas del Reino Divino. Al parecer estepersonaje había nacido en el que porentonces era un reino cristiano pequeño,pero muy prometedor en su ansia de man-tenerse independiente, al tiempo, de losmusulmanes y de los francos. Piniolusconoció a fondo cada uno de los rinconessagrados del Asturorum Regnum, y debiócontar con la ayuda de no pocos sabiospersas, sirios, puede que incluso chinos,pues él mismo se atribuye unos viajes yunos contactos inusitados completamenteen su época. Al parecer, tras unos cálculosmuy sesudos, localizó, no muy lejos de unapequeña aldea de su reino natal un claroen una selva fragosa, de las muchas quepor entonces había. Los habitantes ásturesdel lugar, escasos y rudos, y paganos pormás señas, según refiere el monje Piniolus,le confesaron haber percibido luces mons-truosas y gemidos infames que procedían

del suelo. Creían aquellas gentes sin cris-tianizar que era la hoya donde se habíaenterrado el viejo dios Cernunnos, oCaernon, como nos transcribe el monje ensu poema. Tras los oportunos exorcismosque practicó nuestro monje, con autoriza-ción real y obispal, mandó formar un des-tacamento de cavadores para perforaraquel misterioso lugar. La descripción que,en su rudo latín, nos transmite Piniolo esdigna de las más modernas novelas deciencia-ficción o películas de fenómenospoltergeist. Burbujas gigantes de luz fosfo-rescente se alzaron por sobre las cabezasde los peones espantados, de los guerrerosdel rey y de la plétora de religiosos allí con-gregados. Tales burbujas de energía cobra-ban, en ocasiones, la forma de bustos par-lantes, y... "pecado sería repetir aquí lashorribles blasfemias y bestiales alaridosque tan demoníacas bocas exhalaban". Elmisterioso monje ástur no ahorró epítetosen su ambigua descripción del horror allídescubierto, y frustra al lector modernosaber que en las partes más deterioradasdel pergamino se esconde cierto secretoacerca de una cabeza cornúpeta de tamañodescomunal que sobresalía por encima dela tierra removida, o desde el fondo delgran pozo allí excavado. La presencia deltemible dios céltico, el de la gran corna-menta y fiereza sin igual, debió convertirseen la pesadilla eterna para todos los testi-gos allí congregados. Parece que el barnizde recién adquirido cristianismo de los másde entre ellos, útil en su resistencia frentea los musulmanes, se les fue de repente.Piniolus, ástur del siglo VIII o principios del

IX, relata con tristeza como los nobles, lossoldados y algún clérigo con votos contraí-dos, se habían postrado en el suelo comohacían los infieles, y "profiriendo gritospaganos y brujeriles, que para nuestra ver-güenza todos habíamos oído en los tiemposde la infancia, de boca de las gentes rudasy de los amigos del Diablo, ofendieron gra-vemente a Dios Nuestro Señor, adorando aaquel espíritu subterráneo que, para des-gracia del mundo, se erigía ante nosotros".Tan apasionante relato se interrumpe jus-tamente aquí, pues de él sólo se conservaun fragmento. Bien pudo ser esa hoya des-cubierta por el monje Piniolo el lugar secre-to donde saldrían a la luz las extrañas esta-tuillas que ahora tengo entre las manos.Allí debieron reposar bajo tierra, desde lostiempos de la invasión imperial, quizádesde el 19 a.C., cuando Augusto dio porvencidos a los ástures, y los forzó, sinlograrlo, a la integración con Roma. Puedeque los objetos se escondieran muchoantes, cuando este enigmático pueblocomenzó a sentirse en peligro al saber losástures que ejércitos poderosos y venidosde muy lejanas tierras, los de Roma, ame-nazaban con hollar su solar patrio.

Era ya avanzada la medianoche. Afuerasólo se percibían ocasionales sonidos noc-turnos. Los grillos, las pisadas de Sultán yFobos, mis dos perros de presa, algúnbúho refugiado entre los robles... Justo alas doce, mi criado llamó a la puerta paraver si era requerido para algo o, en casocontrario, poder acostarse. Le di mi permi-so desde la rendija de la puerta. No queríaque mis tesoros fueran vistos por nadie,

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pese a que Milio era hombre de plena con-fianza.

Ya cerca de las dos, tras haber fotogra-fiado y analizado sesudamente las escultu-ras, un extraño rumor parecía entrar enmis oídos y, de forma inquietante, parecíatratarse de un sonido que venía del interiorde las mismas. Posé mis manos sobre surugosa superficie. Las tres transmitían unaespecie de conductividad eléctrica, y unapoderosa reverberación que hacía que mivista y mis oídos se resintieran. Después,como por amplificación, el turbulento vai-vén de las partículas parecía transmitirse atodo mi cuerpo, a las paredes, a todos losobjetos -en suma- que albergaba la habita-ción. Como en sacudidas sísmicas, lareverberación alcanzaba picos verdadera-mente inquietantes. Ya me parecía quetoda la mansión se veía afectada por lamisma. Y después, vino el fenómeno delbrillo ocular.

Sí. Sus ojos.

Los muy numerosos ojos de la estatuillabrillaban de una forma demoníaca, perver-sa. Y miraban. No me cabía la menor dudade que esos círculos de luz miraban.Adentro. Muy adentro. Era una especie dedesnudamiento atroz. Sentí cómo las másrecónditas entrañas de mi cuerpo y de mialma eran sometidas a una inspección fría,implacable, distante. No eran cosas de pie-dra, tallas inertes de un pasado remoto.No. Eran entidades que cobraban vida ylucidez por momentos. Eran monstruosque el tiempo había congelado, y unaimprudencia loca por mi parte no había

logrado sino despertar.

Mi corazón se agitaba velozmente. Lospálpitos resonaban en mis oídos y ya creíaque la sangre me iba a estallar en las venasde la cara de un momento a otro. Todo micuerpo, electrizado, comenzaba a temblar.Y una voz, tan aguda como un pincho, ini-ciaba su letanía, llena de odio y al tiempofrialdad. Una voz que parecía emanar delas estatuillas y que horadaba las entrañasde mi ser. La voz afectaba directamente alcerebro y ahora en realidad pienso quedebió tratarse de una transmisión de pen-samiento operada con una pasmosa inten-sidad. Mis nervios se destrozaron quizápara siempre a partir de aquella experien-cia.

"Vamos a por ti" "Vamos hacia ti" "Cerca,muy cerca, llegamos por los corredores...""Te tenemos"

Era más de lo que podía soportar.Recuerdo que me caí al suelo. Di grandesaspavientos, como si unos enemigos física-mente presentes estuvieran tratando dedarme caza. En el primer manotazo, laestatuilla más cercana se cayó haciéndoseañicos. Entonces la furia contenida en ellase desató de una manera anárquica. Acasosolo los cazadores de safari saben que alcegar a determinadas bestias salvajes,éstas se transmutan repentinamente enenemigos locos y terribles, capaces de mul-tiplicar innumerables veces su maldad. Yasí fue: un zumbido, que a mí me parecíacomo de abejas enormes, me envolvía y undolor hondo, lacerante, cruel, devoraba lasentrañas de mi alma. Esta fuerza era capaz

de afectar directamente en el espíritu de suvíctima, siendo sus dañinos efectos corpo-rales una mera consecuencia derivada. Yome retorcía en el suelo mientras la estatuarota me imprecaba y un extraño plasma seiba materializando en torno a ella.Rápidamente me incorporé, tratando deenfocar con la vista a aquella entidad cadavez más visible que se alzaba frente a mí.Las vagas formas antropomorfas del inicioiban dando paso a una enorme silueta -siempre difusa- de un ser cornúpeto y decomplexión poderosa. De inmediato penséen Cernunnos y en las viejas tradicionesdel dios cornudo que se conocen por todaEuropa. Esta materialización era horrenda,grotesca. Su rostro era burlón, casi diríaque rijoso y torpe, pero al mismo tiempoemanaba de él una distancia exclusiva delos seres divinos. Sí, distante: la lejanía deun dios que al hacerse visible ante un mor-tal no puede por menos de extender entorno a sí un aire de eternidad, de señorío,de ser-siempre-así. Estos pensamientos, omejor, impresiones, me embargarondurante aquellos terribles instantes.

Entre tanto, el bueno de Milio habíasubido apresuradamente los escalones.Alarmado por los violentos ruidos que seveían produciendo en mi gabinete, subió enbatín y empuñando un bastón. El pobredebió pensar que unos ladrones me asalta-ban, y bien poco pudo defenderme, que eralo que él debía pretender. Pues nada máspenetrar en el gabinete, a fuerza de empu-jones y haciendo saltar el pestillo, el sercornúpeto lo inundó en su plasma, en elhalo aquel de energía anómala, y rápida-

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mente lo dejó abandonado en el suelo,como calcinado. Lo extraño fue que la "dei-dad" respetó mi vida y trató de entrar encomunicación conmigo. Sus transmisionestelepáticas fueron muy dolorosas, me hací-an llorar y desesperarme, pero llegaron ami cerebro.

"No hay que romper estatuas. Se desen-cadenan fuerzas incontrolables. Debesguardar bien las dos que restan. En ellashabitan algunos Servidores de los queEsperan. Ve a ver al joven Palludi. Es médi-co en Berna. Él sabe cosas para impedirlo.No te conviertas en un Servidor de los queEsperan. Marcha ya. Es preciso ver a NikoPalludi."

Aquel mensaje no me fue impuesto pormedio de palabras. Tan solo las ideas seintroducían por los pasillos de la mente,ideas de las que he ofrecido arriba unatrascripción.

En cuanto el mensaje me fue revelado,huí a la carrera, pasando por encima delcuerpo calcinado de mi pobre Milio. Lapuerta que él había forzado me brindabaahora la oportunidad de una huída. Lasescaleras de la casona, sumidas en unasemipenumbra, ofrecían un espectáculo desombras cambiantes. A mí me recordaronestúpidamente las danzas de los salvajesen torno a una gran hoguera. La "deidad"era, en verdad, una fuente luminosa. Debióde seguirme un buen rato, escaleras abajo.Y lo verdaderamente extraño era el efectode su luminiscencia sobre el suelo, arro-jando sombras de otras entidades quedebían situarse en dimensiones diferentes

en el espacio y en el tiempo. En mi alocadodescenso creí ver las sombras de enormesseres tentaculares, cefalópodos alados, yotras cosas de imposible descripción. Todoa gran tamaño y proyectándose sobre esca-lones y muros. Al llegar al salón, y no sintropezar con una mesita de lectura, meprecipité hacia la puerta principal, que daacceso al porche y al jardín. Gritaba enlo-quecido. Los ladridos casi agónicos deFobos y Sultán me asustaron todavía más.Ellos me ladraban amenazadores como sivieran también en mí, su querido amo desiempre, una fuente de peligro. En efecto,una parte de la luminiscencia del"Cernunnos" de plasma energético se habíatransferido a mí, y en las mangas y perne-ras de mi ropa podía ver la agitación departículas fosforescentes. Corrí más, pro-curando dejar atrás la antoxana de la casa,penetrando en un bosquecillo aledaño aljardín, desde donde podría salir por una delas cancelas que daban paso a la heredad.

El bosque dormía en silencio, sólo rotopor mis dos perros enfurecidos que nocesaban de ladrar hacia el interior de lacasa. Por fortuna su instinto defensivohabía optado por dejarme a mí en paz, diri-giendo sus iras contra la cosa que habíainfestado la mansión. En lugar de prose-guir con mi huida, decidí aguardar tras uncentenario castaño y vigilar la casa desdeaquella prudente distancia. A lo lejos, laventana del gabinete seguía iluminada. Losfocos de luz parecían ahora múltiples yoscilantes. El ser debió escindirse en variosnúcleos de luminosidad que a su vez deja-ban traslucir sombras enormes y deforma-

das en el jardín, y más allá. Sombras queparecían cobrar vida propia, independizán-dose del foco proyector que las creaba. Sinduda, pensé, aquella estatuilla rota erauna puerta abierta a dimensiones y entida-des absolutamente desconocidas, y porta-doras de un peligro estremecedor, de con-secuencias incalculables.

No podía dejar mi propiedad y dar avisoa las autoridades así como así. Las estatui-llas robadas por mí se encontrarían en elgabinete, en caso de que la entidad cornú-peta no las recogieran. Y los restos calcina-dos del pobre Milio darían lugar a pregun-tas molestas. Después vendrían los juicios,las acusaciones, un proceso interminableen el que yo sería el blanco de todas lassospechas. Nada creíble -pues lo sucedidoera efectivamente imposible de creer-podría aducir en mi defensa. Decidí espe-rar. Me hallaba en un buen punto deobservación. Cerca de una salida, y no erala entrada principal. Atravesando unosmetros de bosque frondoso podría llegarrápido hacia un cobertizo semioculto entrelos viejos robles y castaños. Allí podríatomar una vieja motocicleta en buen usoque yo guardaba allí para mis paseos rura-les. La cancela de aquella zona de mi fincadaba a un camino muy poco transitado,inscrito él mismo en una zona muy antiguade bosque comunal, por donde raras almaspasaban en los últimos tiempos. Todo esopodría hacer en caso de divisar desde mipuesto una aproximación de la entidadhacia mí. Pero también en caso de quealgún coche de la Guardia Civil o, sencilla-mente, los vecinos alarmados o curiosos se

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acercaran a la casona.

Pero la mía era una propiedad bastanteaislada. Posiblemente, las luces, los ladri-dos, los estrépitos, en efecto se habríanescuchado en la lejanía. Los rumores seirían extendiendo, sin duda, pero pasaríaun tiempo antes de que las preguntas setransformaran en visitas molestas.

Por fortuna, ni llegó la fuerza pública nitampoco se acercó la entidad.Sencillamente, en el curso de una hora lasluces fueron atenuándose y desaparecien-do en el espacio, sumiendo la casa en unaoscuridad plácida y triste. Tan solo lasluces de mi gabinete y la del cuarto de dor-mir de Milio, en el torreón central de laparte noble de la casona, lucían como dosestrellas en una negrura siniestra.

Me armé de valor y recorrí el camino devuelta a casa. Pronto, pisaba la gravilla deacceso al porche. Fobos y Sultán se acerca-ron de nuevo a olerme, sin bajar sus defen-sas instintivas del todo. Mi luminosidad decontagio había desaparecido tiempo ha.Antes de subir la gran escalinata de latorre, tomé un arma de mi vitrina de armasde caza. Cargué la vieja escopeta de miabuelo, con esa estúpida confianza que loshumanos sentimos al llevar encima unarma, sabedores, con todo, de lo inútilesque resultan ante estos enemigos del másallá.

Nada. No quedaba ni rastro de la presen-cia maldita.

La puerta forzada del gabinete. Un cier-to olor a quemado. Los restos, ya casi vola-

tizados, de mi mayordomo. ¿Y las estatui-llas? Las otras dos permanecían allí, justodonde yo las había dejado. Los añicos de latercera se habían esfumado. Era evidenteque la entidad no guardaba intenciones dehacerme daño a mí en particular. Era unaespecie de heraldo. Al romperse la estatuadel dios ástur se habían abierto puertasespacio-temporales. La forma para mí reco-nocible de un dios cornudo no era otracosa que un vehículo que transportaba, dealguna manera, las almas de muchos serescautivos que algún día habían servido aestas entidades del más allá. Ahora recor-daba que el "Cernunnos" convertido enplasma me había mirado con cientos derostros por segundo. Miles de caras quizáque me hablaban a través de un rostro sal-vaje y encendido. Muchas caras de todaslas razas humanas, y aun de especies queninguna relación guardaban con el hombreo con la vida terrestre. Pero entre esamuchedumbre reconocí el del célebre doc-tor Andreas Palludi. Muerto en extrañascircunstancias, nunca aclaradas, al ver surostro dentro del plasma de la entidadpude deducir rápidamente algo. Palludi eraahora un esclavo de estas fuerzas alieníge-nas. Su alma había pasado a alimentar elalma genérica y colectiva de las mismas, ycumplía una misión a su servicio. Ahorame mandaba buscar a su hijo, quizá pose-edor de algún secreto trascendental. Un talNiko Palludi con el que acaso no podíancontactar directamente. Si yo cumplía conel encargo me encontraría bajo las alas dela Sombra. ¿Acaso no lo estaba ya? ¿Desdequé momento? ¿Desde que robé las esta-

tuillas? ¿Antes? ¿Desde el instante en queoí hablar de A.J. Singer y de su círculo defanáticos?

El teléfono sonó. Llegó el momento dedisimular. Debía improvisar alguna expli-cación convincente de tan raros fenóme-nos. Ya estaba amaneciendo.

-- ¿Quién? ¡Ah! ¿Eres tú, Belarmo? Sí...sí... He estado haciendo nuevos experimen-tos de los míos. Sí. Ya conoces mis "maní-as". ¿Te han ocasionado muchas moles-tias? No te preocupes, no va a volver asuceder. ¿Luces? Claro, sí. Sultán y Fobosse asutaron mucho...

Y así fui articulando una trama de men-tiras con el fin de tranquilizar al doctorBelarmino Suárez, mi vecino. Suárez pose-ía una quinta de recreo a tres kilómetros demi casa. Alarmado por aquellos fenóme-nos, si bien la distancia los atenuara,había llamado en cuanto juzgó que la horaera prudencial. El anciano médico erabuen amigo mío, y en nuestros paseos ycacerías juntos habíamos hablado frecuen-temente de temas científicos y ocultistas.Era sabedor de la existencia de un labora-torio en mi casa, a pesar de que nunca selo había mostrado. Al colgar el aparato creípercibir una sombra de duda en su voz.

Lo urgente era deshacerse de los restosde Milio. Limpié concienzudamente el gabi-nete, reparé los desperfectos de la puerta yrevisé el resto de la casa antes de que lle-garan las señoras de la limpieza. Cuandoéstas aparcaron su destartalado "CuatroLatas" delante de la antoxana, ni un rastro

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de la pesadilla había quedado a la vista,nada que pudiera delatarme.

Guardé las estatuillas dentro de unamaleta de viaje bien cerrada con llave.Dentro puse algunas pocas cosas paratomar el avión. A las dos señoras, madre ehija, les expliqué que Milio el mayordomose me había adelantado para adquirir lospasajes y hacer otros preparativos, razónpor la que no le encontrarían en casa. Ni aél ni a mí nos verían en un plazo bastantelargo. Estas ausencias nuestras no eraninfrecuentes, y las dos mujeres, que erande toda confianza, disponían de su propiojuego de llaves para realizar su labor diariaen la mansión y alimentar a los perros.Nada vieron en ello fuera de lo normal.Tomé una ducha y un desayuno copioso, alviejo estilo inglés. Lo necesitaba. Repasabamentalmente si podía haber en el mundoalguien que reclamase en algún momentola presencia de Milio. Apenas tenía familia.Era un solitario, y en realidad su verdade-ra familia había sido yo. Algún parientelejano, quizás, con el que muy de tarde entarde se carteaba. Bien podrían pasar añosantes que las sospechas crecieran. Entretanto, yo iba a tener muchos otros asuntosde los que ocuparme.

Esa mañana, al menos hasta mi partida,no recibí visita de la Guardia Civil, con locual la noche movida sólo había tenidorepercusiones en la extrañeza del buenBelarmo, mi vecino. De todas formas, trasrecobrar un poco las fuerzas, tomé el cocherápidamente hacia el aeropuerto de Ranón.Casi unos cuarenta kilómetros de carrete-

ra me separaban de mi avión, y en todomomento iba pendiente de si me seguían.Mis ojos vigilaban los espejos retrovisoressin cesar. Y tras cada curva o cruce creíaver personas o vehículos sospechosos queen algún momento me podían interceptar.Lo cierto es que, aunque llegué al aero-puerto sin contratiempos, un coche de cris-tales negros me había estado siguiendo.Empecé a notarlo nada más salir de la zonaboscosa donde se encuentra mi casa sola-riega. Desde un cruce que conecta Rovigode la Mariña con la carretera general, LaVenta de la Esperanza, ese coche misterio-so fue siempre detrás de mí. Quería conso-larme, pensando que era pura coincidenciade trayectos.

En el aeropuerto fue muy larga la espe-ra hasta que pude embarcarme a Berna. Laruta no podía ser directa, un hecho desa-gradable que no podría sino hacer aumen-tar los contratiempos. Debía viajar hastaBarajas. De ahí, tomar otro avión aFrancfort. Al fin, desde éste lugar, otro mása la ciudad suiza.

Fue en el trayecto a Francfort cuandosentí un hormigueo extraño en la piel, y enparte también en las entrañas. Asombrado,noté que los puntos de luminiscencia sevolvían visibles en la ropa tanto como enlas palmas de las manos. Iban a más. Miréde inmediato a mi compañero de asiento,un grueso y rubicundo germano que dor-mía plácidamente. El resto de los viajerosparecieron no haberse percatado todavíade mi anomalía. Debía hacer algo ya, y muyrápido. Arriba, sobre la bandeja, llevaba mi

pequeña maleta de viaje. Dentro llevaba lasestatuillas. Jamás hubiera consentido endejarlas en la bodega, expuestas a una pér-dida de equipaje, cosa por lo demás hartofrecuente en los aviones. Además, quiénsabe qué clase de infiltrados en el personaldel avión hubiera podido revisar mi pecu-liar equipaje. Bajé la pequeña maleta, y lapuse entre las piernas. Sentí como su inte-rior rebullía. Un raro movimiento, una raravibración se me transmitía al cuerpo desdesu piel de cuero. Me levanté con ella hacialos lavabos, a paso rápido pero tratando deno llamar la atención. La rubita azafataextranjera intentó preguntarme algo con suespañol un poco deficiente:

-- ¿Sucede algo, señor?

-- Nada, nada. Gracias.

Quise creer que ella no había advertidomi anomalía. Ya en el servicio, con el pesti-llo asegurado, me miré al espejo. Toda lacara empezaba a brillar, y millones de par-tículas fosforescentes, ejecutando unamacabra danza -según las reglas de unmovimiento browniano- hacían muy evi-dente que aquello no se iba a poder disimu-lar más. Abrí la maletilla de viaje.Desenfundé una de las estatuillas, quetemblaba de forma enérgica. Sin duda eraseñal preconizadora de una transmisióntelepática.

"Te siguen. Nos van a descubrir. Hayalguien en el avión. Todo se pondrá peor.Cambia de planes en Francfort".

Y de golpe, todo se esfumó. Las luces enmi cuerpo. Las voces telepáticas. Sentí

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deseos de vomitar, y lo hice, como si uno sedesprendiera de un mal que llevara añosacumulando dentro. Un sudor frío me reco-rrió todo el cuerpo y un vahído ligero. Enunos minutos ya me había recobrado.Quizá vino a despertarme el ruido de lapuerta. Alguien golpeaba y decía no sé quediablos en alemán. No tardé en abrir, y mirobusto compañero aguardaba impaciente.Salí, dejándole paso ante su mirada untanto hosca. La azafata, expectante, volvióa interrogar.

-- ¿Todo bien?

-- Sí, si. Perfecto.

Quizás notó mi pálido rostro, descom-puesto. También miró mi sospechoso male-tín de viaje. Debió pensar que acaso medrogaba. El caso es que había otros ojospendientes de mí entre el pasaje. Al volvera mi asiento, reparé en una vieja de mira-da escrutadora. También en un individuomusulmán, moreno, y de porte muy distin-guido, tocado con un turbante a la manerade los pakistaníes.

Al llegar a Francfort, sin otros contra-tiempos salvo la angustia creciente, decidíhacer caso a las voces telepáticas. Me pre-guntaba al tiempo por qué accedía a con-vertirme en servidor de las mismas. Engran parte, no se me ocurría nada mejorque hacer. Debía hablar con ese tal NikoPalludi y desentrañar todo el misterio.Sabía que la humanidad estaba en peligro.Que una secta muy perniciosa andaba entratos con potencias malignas del más allá.Que en mi país existía una puerta a esas

dimensiones desde donde se puede infestarel planeta entero. El eminente profesorAndreas Palludi había tenido que ver, sinduda, con el desgraciado caso delPermixtium. Una versión de la ciencia ofi-cial sostenía firmemente que el ancianosabio había enloquecido, que era culpablede fraude a la comunidad científica. Sedecía que su cerebro trastornado habíapasado la raya que deslindaba la ciencia yel ocultismo. Antes de su desaparición,Palludi defendió la existencia de losHiperbóreos, la no-extinción de los lagartosantropomorfos, la realidad patente de unmundo subterráneo que se esconde delnuestro... En fin, un loco. ¿Qué relaciónpodría tener Palludi con Singer, con laSecta del Nuevo Orden? Un mar de pregun-tas.

En medio del barullo del aeropuertotraté de despistar a mis espías, quienesquiera que ellos fuesen. En efecto, al bajar-me del avión había observado cómo elpakistaní y la vieja dama europea inter-cambiaban unas palabras. Después, el delturbante me siguió un buen rato entre lamultitud. Le di esquinazo en un par de oca-siones, y esta segunda me pareció la defini-tiva. A mi perseguidor debió parecerle evi-dente que ya no cogería el embarque aBerna. No desde el aeropuerto. Había otrasopciones. Una muy evidente era usar elferrocarril, pero sabia que en ésta yo seríade nuevo fácilmente localizado. La otra eraalquilar un coche, pero para ello había quedilatarse, aportar datos y documentación.Las empresas de coches en alquiler podrí-an ser fácilmente interceptadas también.

Así pues, decidí demorar mi traslado aBerna. Era preciso demorarse un tiempoen la ciudad alemana. Perderse en algúnhotelillo de mala muerte ofreciendo unaidentidad falsa hasta lograr que mi pista seperdiera.

Así lo hice. Alquilé un cuartucho en unbarrio obrero de la ciudad. En un localpúblico accedí a internet, y desde allí com-probé que la prensa del Principado no memencionaba en ningún caso, y que la desa-parición de mi secretario, junto con losextraños fenómenos acaecidos en mi casano habían trascendido. Quizás mis perse-guidores no eran agentes de la PolicíaEspañola. Era muy probable que hubieraotras gentes detrás del asunto de las esta-tuillas. También hice otra cosa. Desdeinternet busqué un listado de todos losdoctores en medicina que pasaban consul-ta en Berna. Allí encontré fácilmente ladirección y el teléfono de Niko Palludi, elhijo del eminente profesor. Era psiquiatra yforense. A lo que parecía, poseía una clíni-ca privada para trastornos mentales y ner-viosos. Creí que debía ponerme en contac-to con él cuanto antes, y después ya severía. Ahora, al verme retrasado de estamanera, pensé que su integridad podríaestar en peligro. Efectué la llamada, y susresultados fueron desconsoladores. Unejército de oficinistas y ayudantes se inter-ponían entre el director de la clínica y yo,un desconocido. Ese filtro humano meexasperaba. El teléfono móvil no garantiza-ba la continuidad de la comunicación. Laschicas no entendían mi rudimentario ale-mán, y ellas a su vez no se esforzaban por

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asimilar lo que trataba de decirles en ingléso en francés. Cuando por fin fui capaz dehablar directamente con el joven Palludiéste me despachó con cajas destempladas,creyendo que yo era otro de sus locos.

Estos intentos míos fueron un error. Misperseguidores poseían medios técnicospara rastrear de alguna manera el origende mis mensajes y llamadas. La terceranoche en aquel sucio hotel unos pasos enla escalera me despertaron. Fue mi sueñoligero el que me salvó la vida esta vez.Sigiloso, puse mi ojo en la mirilla de lapuerta. Unos tipos, cuadrados como arma-rios y con cierto aspecto de "cabezas rapa-das" venían desde el fondo del pasillo,apartando casi a empujones a una de lasfurcias que surgían de uno de los cuartos.Fue suficiente para que yo me pudiera des-lizar con la bolsa de viaje hacia el alféizarde la ventana. Doce pisos más abajo, uncallejón repleto de basura sin recoger yratas furtivas era cuanto me podía esperar.La muerte me aguardaba en realidad si yohacía un movimiento en falso. De ese alfei-zar pase a otros aledaños, hasta que doblépeligrosamente la esquina del edificio yeché mano a la baranda de la escaleraantiincendios. Por el momento me sentía asalvo. Los tipos que me seguían no debie-ron encontrar entre mis pertenencias nadacon valor informativo, pues yo dormía conlas precauciones debidas, sabedor de quepodían pasarme estas cosas.

Con identidad falsa, tomé un coche dealquiler en otro barrio. Ya amanecía cuan-do tomé rumbo a Berna. El viaje se dio sin

mayores contratiempos. Únicamente, a laspuertas de la ciudad suiza un fuerte tem-poral de nieve complicó un poco las cosas.Pero de momento ya no me sentía persegui-do.

Directamente me presenté en la ClínicaPalludi. Unas enfermeras me preguntaronqué deseaba, y me hicieron ver que el acce-so era muy restringido y las normas bas-tante estrictas. Pero quiso el azar que eldirector en persona se pasase en aquelmomento por la conserjería. En su batablanca se podía leer una tarjeta metálicaque ponía "Prof. Dr. N. K. Palludi". Me diri-gí a él. Con el fin de que no me tomase nue-vamente por un loco, sólo añadí una pala-bra tras gritar su nombre: "Permixtium".

El rostro del joven se ensombreció. Trasuna rápida mirada a las enfermeras, tansolo me dijo:

-- Acompáñeme señor.

Me llevó a su despacho. Me ofrecióasiento, y bajó completamente la persianapara que nadie nos pudiera ver desde eljardín.

-- ¿Qué quiere de mí? ¿Dinero?

Estaba como desencajado. Yo no enten-día nada. Casi balbuceando, le expliqué elconjunto de los hechos. No cabía dudas: eljoven Palludi también ocultaba algo. Igualque su anciano padre, algún misterio guar-daba su mente, algo que tendría relacióncon las estatuillas, con la Puerta Abierta deTenebredo, con la Secta del Nuevo Orden...

Al fin habló:

-- Bien. Le estoy profundamente agrade-cido. A mí me vigilan también. Están portodas partes. En realidad yo he procedidode una forma parecida a usted. Ellos ynosotros Nos estamos investigando recí-procamente. Y eso es muy peligroso. Ignorotodavía por qué está tan obsesionado conlas estatuillas, y qué le llevó realmente ameterse poco a poco en este lío. Espero quehaya tiempo para que me lo explique enalgún momento. Ahora le diré: mi padresabía mucho sobre el Permixtium. El ySinger... bueno, digamos que los criaban.

-- ¿Qué quiere decirme?

Palludi se limpiaba sus redondas gafasde arandela:

-- No se trata de un mero fósil. Eso esevidente, aunque el vulgo ha sido manipu-lado para que el dato no trascienda. Sonseres reales, aunque no del todo naturales.Había..., mejor dicho, hay una organiza-ción que cuida de ellos, y promueve sureproducción en profundas cavernas. Estoestá ocurriendo en determinados puntosdel planeta.

"Al principio, mi padre accedió con finesexclusivamente científicos. Le resultabafascinante poder estudiar un PasadoViviente, si se puede hablar así. Pero elasunto le desbordó. Adolphus J. Singerperseguía en realidad unos fines absoluta-mente desquiciados. Pretendía adelantarciertas profecías mitológicas basadas en laobra de Howard Ph. Lovecraft. Su proyectoconsistía, de algún modo, en allanar elcamino para que unos extraños seres alie-

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nígenas retomaran el poder sobre elmundo. Es muy probable que de esa mane-ra pensaran en formar parte de su servi-dumbre. En el alocado pensamiento deSinger subyacía la idea de que mientras elresto de la humanidad sucumbiría deforma inexorable en la muerte o en laesclavitud, ellos, los miembros de una eliteconstituida en Secta, podrían salvarse deldesastre."

"Sin duda, a usted le han seguido. Ahoramismo, deben ser conocedores de esta reu-nión. Me tempo que la Clínica está ahoramismo siendo vigilada. Lo cierto es queposeo evidencias de que tras la desapari-ción de mi padre he notado que mis movi-mientos están siendo espiando de la formamás estrecha. Algunos de los pacientespueden ser miembros del Nuevo Orden, eincluso parte de mi personal. Pero dígame:¿qué es lo que le sucede?"

Palludi me miraba quedamente, con unamueca de asombro, casi de pavor. Pero yono tardé en percibir mi propio mal. Comoantes, el ligero cosquilleo en la piel y en lasentrañas. Luego, la luminiscencia que seesparcía desde el cuerpo hacia todo el des-pacho en semipenumbras. El doctorPalludi dio un paso atrás. Su propia reac-ción de pánico se me contagió al instante.A punto se encontraba de gritar. Y mimaleta con las estatuillas también semovía con furia, como si ella sola fueraobjeto de un movimiento sísmico o de unamágica animación interior. Y llegó elmomento de las voces.

"Huid. Ya vienen. Muy cerca. Palludi

sabe el camino. Sí, el camino hacia loProfundo".

Justamente en ese momento el jovendoctor pareció recibir el mismo mensaje. Alinstante abrió con llave una puerta lateralque comunicaba a una estancia en cuyosuelo se abría una trampilla cuidadosa-mente disimulada en la moqueta. Haciaabajo descendían muchos escalones verti-cales que se dejaban tragar por la oscuri-dad. Una rápida señal de Palludi y yo leseguí, cerrando tras de mí la trampilla y uncerrojo. Descendimos. Peldaños y más pel-daños. Una tenue luz de linterna, alláabajo, era la única guía. El doctor Palludila llevaba. Él me sacaba delantera conmucha frecuencia, pues la maleta de viajecon estatuillas me ponía las cosas más difí-ciles. Para mayor nerviosismo, no tardé enpercibir cómo manipulaban la trampillaallá arriba. Albergaba la sensación de quenuestros perseguidores habían sido capa-ces de forzarla, de romper el cerrojo dealguna manera. Esto vino confirmado porun lejano estruendo, un ruido metálico ysordo, que lentamente propagó su eco portodo el mundo interior. Niko Palludi, al per-cibirlo, me apremió con ansiedad. "¡Vamos,más deprisa!". Pero tanto tiempo bajandoen una verticalidad casi perfecta, y cargadocon el bolso, se me hacía agotador. Lo cam-biaba de manos, hacía paradas. Mis muñe-cas se sentían rotas, a punto de reventar.Deseé en varias ocasiones arrojarlo a laprofundidad. Pero al hacer esto podríadañar a mi compañero, empujarlo a unacaída mortal. Y las estatuillas, una vezrotas, podían mostrar unos efectos terri-

bles, como ya había podido comprobar.

Tras el estruendo de la trampilla, creí verun puntito de luz por encima de mi cabeza,que pronto se cerró, supuse, por el inme-diato descenso de mis perseguidores. Entretanto, fui notando que la perpendiculari-dad de la escalera de mano iba atenuándo-se lentamente. Llegó un momento en que via la silueta de Palludi volverse sobre símisma, abandonando unos peldaños queya no servían de agarraderas y que alpunto desaparecían, para modificar nues-tra forma de huida. Ahora se trataba deavanzar a gatas, por entre una galería bas-tante húmeda y excavada de una maneramuy rudimentaria. Hice lo propio, no sindejar de mantener pendientes mis oídoshacia todo estímulo que viniera a misespaldas. Nada. Pero sentía que ellos seacercaban, pisándome los talones, dis-puestos a abalanzarse en cualquiermomento.

La galería baja y estrecha se abrió degolpe a una gran estancia. Era como unsalón grande, húmedo y frío. En mediohabía algunas piedras que debieron sercolocadas con intención. Al atravesarlo a lacarrera, y de manera muy fugaz, pude vera la luz de la linterna unas runas inscritasen ellas. Unas runas de un estilo muy simi-lar a las que había encontrado en mis pro-pias excavaciones en Asturias.

Palludi era más joven y ágil, y me dabala sensación de que se desesperaba con milentitud. De las diversas galerías que partí-an del Salón de las Piedras Tumularias,pues así me parecieron éstas, mi compañe-

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ro tomó la más pequeña. Una arcadahorrenda, adornada con cráneos huma-nos, nos daba paso a un laberinto de pasi-llos de roca en el cual el doctor parecíamoverse con cierta seguridad. Sólo decuando en cuando se paraba en seco, olfa-teaba el ambiente de forma casi bestial, obuscaba indicios y mensajes en las runasinscritas en las paredes. La humanidad nopodía sospechar que en Berna y en susafueras había un descomunal dédalo depasillos y túneles como aquel.

No había tiempo para preguntas. Palludidebía saber muchas cosas que a mí meestaban veladas. ¿Qué civilización delpasado había podido concebir aquellaingente ciudad interior, o lo que diablosfuera? ¿Qué pueblo dejó en la piedra aque-llos signos, idénticos, en Asturias y enSuiza? ¿Cuánto ignorábamos de la historiaantigua y primitiva del hombre?

Pero las dudas habían de ser aparcadas.Pronto comenzaron los alaridos. Y no anuestras espaldas, donde yo creía que ven-dría todo peligro, sino justo por delante.Alaridos terribles, como los de las almasbajo una tortura imaginada por el Dante.Era un infierno, sin duda, el lugar dondenos habíamos metido. Y al pronto, Palludime mostró una especie de nicho, profundoy angosto. "¡Aquí, entremos, pronto!"

En efecto, aquel nicho era un escondri-jo perfecto para alguien que pasara por lagalería sin hacer muchas exploraciones.Además la roca contaba con una serie deorificios que permitían la observación dis-creta tanto de la galería como de un gran

espacio interior, a modo de anfiteatro, quese nos ofrecía a la mirada en la otra direc-ción.

Aguardamos allí en el silencio oscuro.Apretados nuestros cuerpos por la falta deespacio. Sentíamos la presencia del sudory el jadeo. Agotados casi hasta la extenua-ción. La maleta aún agarrada con fuerza.Expectantes al paso temido de nuestrosenemigos.

Durante unos minutos, nada.

Al fin, me atreví a hablarle.

-- Doctor. Usted ha bajado a este infier-no en otras ocasiones...

--¡Sssh¡-- Y llevó el índice a los labios.

Unos pasos se acercaban por la galeríaque habíamos tomado nosotros. En breve,estarían tan solo a un palmo de distancia.Aquella extraña roca porosa sería la únicabarrera.

Unas voces. Hablaban en una jergaincomprensible. Primitiva. Gutural.Chasqueaban como bestias... como bestiasglotonas y lascivas.

Unas siluetas. Se veían muy bien por losorificios de nuestro nicho. Eran hombres ymujeres de aspecto europeo, en general.Muchos iban vestidos con los uniformespropios del personal de la clínica, otrosiban de calle.

Contuvimos la respiración. ¡Qué cercade nosotros!

Pero ellos lanzaron un alarido.

De pronto, el anfiteatro interior se ilumi-nó. Unas grandes antorchas salieron, nose sabe cómo. Un ruido atronador, como elde un cuerno de batalla, como el bufido deun animal gigantesco.

Y unos salvajes. Unos seres de aspectohumano, pero salvaje, desnudos y horri-blemente tatuados salieron a la carreraportando lanzas y disparando con unascerbatanas de lo más extraño. A la cabezaparecía acercarse un santón. Era éste unhombre de barbas blancas muy largas yuna melena que le cubría también hastalas caderas. Portaba un gran tirso y aulla-ba de forma enloquecida.

-- ¡Nblmembhlé-Nblmembhlé Cthulhungguiá-iá-iá!

No tardaron los salvajes en dar caza anuestros perseguidores. A algunos lesatravesaron los cráneos con unos dardoscerteros. A otros les dieron muerte en lagalería, tras su huida infructuosa, y alpoco los trajeron a rastras delante denuestros ojos expectantes.

Formaron en el centro de la gran estan-cia una pila con todos sus cuerpos. El san-tón bailoteaba de forma obscena y absur-da. No le faltaron gestos crueles y necrofí-licos para con los cadáveres, aún calientes.Aquello era insoportable de ver.

Los bufidos o toques del cuerno gigantefueron en aumento. Pero también crecía elretumbar del suelo. Los cimientos delmundo se inquietaban. Los salvajes seapresuraban a devorar la carne humanade sus víctimas. El festín era demencial.

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Jamás se hubiera podido esperar tal caídamoral en unos miembros de la especiehumana.

El santón los animaba a su vez, y golpe-aba con su tirso a aquel miembro de lacofradía que mostrara indicios de hartaz-go, ya físico ya moral. Su mirada extravia-da y sus fauces espantosas no cesaban derepetir la letanía:

-- ¡Nblmembhlé-Nblmembhlé Cthulhungguiá-iá-iá!

Pero por fin, el estruendo del suelo cre-ció casi como un terremoto, y de una aber-tura lateral surgió la Horrible Deidad.

Los hombres salvajes retrocedieronespantados, pese a que su ritual iba enca-minado sin duda a propiciar la epifanía delmonstruo. Algunos se acercaron muchísi-mo a nuestro nicho. ¡Cuál no fue mi sor-presa! ¡Belarmo Suárez, mi amigo y vecino,estaba entre ellos!. ¡Y el pakistaní delavión! ¡ Y también la anciana señora quehabía hablado con él! Mi cerebro dedujorápidamente que yo había sido espiado pordoble vía. De un lado, por adeptos a lasecta singeriana del Nuevo Orden. De otro,por los adoradores de una Horrible Deidaddel Mundo Interior.

Y la Deidad apareció.

Bulbosa. Parcialmente informe.Precedida de innúmeros látigos que debíanser tentáculos. Provista de alas contrácti-les con cierto aspecto membranoso. Ocelosmúltiples y distantes, fríos, devoradoressólo con mirarlos. Un orificio bucal insano,

lascivo, provisto de infinitos palpos, sibi-lante. Una sustancia babosa, una gelatinahedionda surgía de ese cuerpo. Un cuerpoenorme, impío, todo él maldad. Una abso-luta y profunda Maldad. Al verla quisemorir. Al sentir esa presencia infame, con-dené mil veces la Creación, y a todos suselementos. Desee la muerte instantánea.La aniquilación total.

Todos, incluidos Belarmo y otras carasconocidas, reducidos a aquel salvajismo ya aquella locura sin par, se volvieron haciala Deidad. Debían anhelar lo mismo queyo. La aniquilación total. Y gritaban, deuna forma ya cada vez más clara e inteligi-ble para mí:

- ¡Cthulhu! ¡Cthulhu!

Fue en medio de aquel éxtasis suicidacuando Palludi me agarró del brazo y meordenó, señalando la bolsa de mis estatui-llas:

-- ¡Libérelas! ¡Tiene que dejarlas libres!

Yo no le comprendía. Entonces Palludiseñaló hacia mi cuerpo. En efecto, las par-tículas dotadas de movimiento brownianovolvían a delatar en mí su presencia conta-minadora. Pero ahora, el picor era muchomás intenso. Y las voces internas ya acu-dían a mi mente, y no hacían sino acuchi-llarme con sus mensajes.

"Déjanos combatir al Mal Que NuncaDebió Despertar. Acabemos con su vigilia.El Durmiente debe volver a su lecho".

Un deseo apremiante de soltar mi bolsode viaje, una repulsión inmediata hacia las

estatuillas y hacia todo cuanto habíasupuesto mi labor investigadora en losúltimos años, en suma, la agobiante sen-sación de que yo había sido un mero ins-trumento guiado por las deidades encerra-das en aquellas antiguas figuras, todojunto, fue lo que me impulsó a liberarlas.En efecto, en el mundo se venía desatandouna viejísima guerra de titanes y yo no eraotra cosa que una miserable partícula anó-nima en medio de ellos. Deidades queescapaban por completo a mi comprensiónse enzarzaban entre sí por el dominio delmundo. Un Mal enfrentado a otro Mal.Había sido apenas el juguete al servicio deuno de los bandos. Y si el ser tentacular, elCthulhu de las más marginales leyendas,era una abominación condenable, ¿qué noserían sus adversarios, capaces de adoptarmúltiples formas como Proteo? Comomínimo sabía que eran devoradores dealmas que mantenían esclavizadas pormiles para servirse de ellas en la GuerraCósmica.

Con rabia, pero obedeciéndolas en elfondo, arrojé ambas estatuas contra laroca. Sus formas obscenas se fragmenta-ron casi haciéndose polvo. Y un sinfín devoces, como las de una multitud anónimaque se agita en el teatro tras un apagón,empezaron a surgir en el espacio. Y lasvoces también quisieron tomar aspecto derostros. Múltiples rostros, humanos o alie-nígenas, primitivos o modernos, incluyen-do el propio rostro del profesor AndreasPalludi, se dibujaron en ese éter interme-dio entre la roca, el aire y mi propio ser.Hablaban en miles de lenguas, aullaban,

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gemían, jadeaban, emitían los más incom-prensibles mosaicos de sonido y pasión.

Unos metros más allá el ser tentaculardebió sentir algo extraño. Se encontrabaen un estado de evidente fruición, absor-biendo los fluidos vitales de pilas de cuer-pos humanos esparcidos por el suelo.Algunos salvajes se le postraban de lamanera más abyecta y ofrecían sus cuer-pos como alimento y como delectación deotro tipo, posiblemente sexual, si de ellocabe hablar en aquella morfología tanextraña. Al resultar,, digamos, "supura-dos" por la Criatura, aparecían al instanteunas formaciones globulares y palpitantesjusto bajo la maraña de palpos bucales. Ycon espanto y náusea pude ver fugazmen-te que esos huevos, no del todo autoengen-drados, se metamorfoseaban con velocidadinusitada y adquirían cierta entidadhumana. Creí ver que los globos palpitan-tes reptaban y adquirían autonomía frentea la Cosa que los había engendrado.

Pero la Cosa advirtió el enjambre devoces y rostros. Yo había liberado a suEnemigo. La sustancia contenida en lasestatuillas iba reconformándose, esta vezen forma de deidad ciclópea, luminosa. Nosabía por qué, pero la miraba sabiendoque al hacerlo cometía el mayor de lospecados. Un Ultraje a la Realidad mismadel Universo. Una Infamia al Ser.

Entonces sentí otra voz. Muy clara ymuy aguda. Pero en esta ocasión la vozprocedía de mí mismo. De las entrañas demi constitución animal y humana. Era lavoz del instinto de supervivencia. Debía

correr. Huir a toda carrera. La Teomaquiaiba a tener lugar allí, en las entrañas másprofundas y yo no debía quedarme en elescenario de la batalla. Hacia arriba. Haciala luz. Era preciso volver al MundoExterior.

Pero entonces, Niko Palludi, hastaentonces mi compañero y guía, me sujetódel brazo con gran firmeza.

-- ¡El Gran Ser de Luz vencerá! ¡El esNuestro Dios, Único y Verdadero Padre!

En sus ojos había una mirada loca. Lasestatuillas me habían guiado hasta el hijode Andreas Palludi en Berna. Sabían queéste joven psiquiatra era en realidad unservidor suyo, como lo había sido supadre, absorbido, no se sabe cómo, porellas. Era uno de los muchos esbirros deaquella divinidad proteica que llevabamiles de eones aguardando el momento dedesplazar a Cthulhu de su SitialDurmiente. Todo lo veía claro ahora. Porsu parte, el joven Palludi se veía estrecha-mente vigilado por los miembros de lasecta del Nuevo Orden, dirigida por lossecuaces de Adolphus J. Singer, el célebreescritor lovecraftiano. El Nuevo Orden noanhelaba otra cosa que preparar el adveni-miento del Dormido, el ser tentacular einmundo que acababa de moverse de suSitial. Los singerianos trataron de impedirnuestra intervención enviando sus hom-bres, infiltrados entre el personal de laClínica Palludi. Su fracaso, exterminados amanos del Monstruo y de la Secta habíadado pie a la Guerra de Dioses que iba adesatarse de un momento a otro.

El rostro de Palludi se transfiguraba.Lentamente iba perdiendo su condiciónhumana. Dejó de hablarme en su perfectoy nítido alemán, para comenzar a emitirhorrendos chasquidos. Los mensajes,insondables, parecían ir destinados más alSer Lumínico que a mí mismo. No sabíapor qué, pero intuía que Niko estaba soli-citando ayuda. Ese momento de debilidadfue aprovechado por mí de inmediato. Unfuerte golpe mío en el cráneo le tumbópara atrás. Con mi puño muy dolorido, meapresuré a coger una gran piedra del sueloy le aplasté el rostro con ella. Unos metrosmás allá la jabalina de uno de los salvajes,un hombre rubio y fornido que aún agoni-zaba, me dio la oportunidad de asegurar lamuerte del joven Palludi. Le atravesé elcorazón como si fuera una aceituna, tanafilada era el arma. El joven se convulsio-nó y vomitó sus vísceras ante la indiferen-cia absoluta del Luminoso, que ahoraadquiría aspecto de artrópodo gigante dis-puesto al combate. La atención de la dei-dad parecía concentrarse exclusivamenteen medir sus distancias con el ser tentacu-lar, el Recién Despertado.

Libre, al fin, inicié mi huida hacia laescalera que allá lejos, muy arriba, meconducía hacia la clínica.

Recuerdo muy pocas cosas de mi huida.Tan solo puedo certificar que en el MundoInterior habitan muchos otros seres yvoces a parte de los ya descritos en esterelato. Criaturas o dioses que anhelan, demomento, permanecer neutrales en lagran batalla cósmica que nunca tendrá fin,

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y que de forma absurda y eterna, hubo dedarse desde siempre. En la huída, losseres me lanzaban mensajes también fur-tivos y difíciles de descifrar. Espectros ypresencias olvidadas del hombre, quizásolvidados por los propios dioses que ahoracombatían en aquella profundísima cueva,se agitaban y revolvían. Ninguno me hizodaño. Acaso ignoraban mi papel en ella, opreferían dejar las cosas tal y como se lespresentaban.

Era más que probable que algunos sin-gerianos me aguardasen al otro extremodel pozo, allí arriba en el despacho de NikoPalludi. No habrían enviado a su gente alas Profundidades sin montar una guardiaen el punto de partida. Sabía que huíapara ponerme en manos de mis enemigos.Pero mi instinto me impulsaba a abando-nar aquel Infierno enloquecedor.

Extraño, inexplicable, fue que al salir dela trampilla, tras el agotador ascenso, nome vi en el despacho de Palludi, sino enpleno campo. Grandes piedras. Vegetaciónatlántica. Humedad un tanto fría en elambiente, pero no el ambiente nevado y untanto continental de Berna y sus alrededo-res. Dólmenes. Todo aquello me era muyfamiliar: el Principado de Asturias. Mehallaba, sin lugar a dudas, en la PuertaAbierta de Tenebredo. Pensé que habíaenloquecido. La noción de Realidad se mehabía dislocado en el cerebro. O acaso lamisma Realidad, en su dimensión espa-cial, era la dislocada.

Ignoro cuánto tiempo permanecí enaquel paraje dormido al pie de la trampilla.

Sé que cuando desperté era de noche y,espantado, la trampilla seguía abierta sindisimulos, como una Puerta a laCondenación. No otra cosa era. Con inex-plicable, infantil pudor, la cubrí conramas, helechos. Logré que al menos pasa-ra inadvertida a los incautos que pudieranpasar por allí. Luego me puse a buscar elsendero. Embotado, incapaz de hilar pen-samientos coherentes, parece ser que unpastor me recogió en una braña próxima auna aldea. Fui objeto de sus amables aten-ciones durante un par de días, hasta quefui recobrando la lucidez. Les mentí dicien-do que era un senderista que se había per-dido completamente. Les dije que mimochila con el dinero también había sidoextraviada. Estas buenas gentes me advir-tieron contra Tenebredo y todo su contor-no. Hablaron no sé qué acerca de la"Cueva de los Moros" y sus legendariospeligros. Me prestaron una pequeña canti-dad de dinero para tomar un autocar y asíregresar a mi casa. Toda su ayuda la agra-decí infinitamente.

Ya en mi mansión solariega, procuréencerrarme a meditar o desear la venida dela muerte. Fobos y Sultán me saludaronanimosamente, bien alimentados a diariopor las señoras de la limpieza, que volvie-ron a hacer preguntas por Milio. Inventépara ellas la historia de que mi buen secre-tario personal se había enamorado de unaextranjera y me había solicitado permisopara casarse y hacer su propia vida, a locual no había puesto objeciones, natural-mente. Esa misma historia tuvo que ser laque hube de contar a algunos de los esca-

sos vecinos y visitantes que acudían a lamansión. En un principio había mostradointenciones de buscar un sustituto paraMilio. El tiempo fue pasando y comprendíque era mejor arreglármelas sin nadie.Confiné mi existencia a la torre noble demi casa, e incluso dentro de ésta, apenassalía del dormitorio y del gabinete de tra-bajo adosado. Allí medite. Medité sobre mipropia desaparición pero más aún deseécon ardor una total y purificadora desapa-rición del universo.

¿Por qué escribí este relato lleno delocuras? ¿Cómo advertencia? Ahora queme voy, y lo sé porque las partículas bri-llan en mi cuerpo como nunca, ahora séque los manicomios están llenos de profe-tas sabedores de la Verdad y del Absurdo.Me miro al espejo y ya veo en mí al SerLuminoso, el Padre al que me voy a incor-porar sustancialmente dentro de poco. Ycuando eso suceda ya no conoceré lo quees la paz. La Guerra de Dioses es mi gue-rra.

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s tiempo de narrarMi viaje al país de Loonhan,Tierra de espectros y voces aulladoras,

Malquerida de los dioses viejos,Y humo en la memoria de Arcanos.Esto me habían contado ellos:Que existe un ReinoFundado por Loonhan la No-Nacida,Cuyas fauces se acrecientan Con nuevos mundos sucumbidosA su Voluntad insaciable.Yaonhiss el Anciano me dijoQue las pérfidas esclavas de la ReinaRastrean los globos del Cosmos enfermo,Y que cada globo es un OjoAtento a cuanto respira y se mueve,Pues la Voluntad de LoonhanNo es otra que hacerse ella misma Mundo,Y devorar,Nada más que un infinito devorar. Yo fui de esos que a sus playas arribaron, Y también fui su esclavo durante una larga,Casi eterna y dulce agonía,Que ella, bajo muy dulces palabras,Me inducía como el veneno.Sedujo mi alma y me ofreció el Anverso:Que nada era como los Arcanos enseñaban,

Y que el necio de YaonhissA los mortales todos engañaCon sucias palabras y mensajes redentores.Ven, Loonhan, Dueña y Señora,Que a tus playas lleguen todos los espíritus noblesA mudar pronto en gusanos y larvasDe tu Corte Celeste, En mitad del Torbellino Infinito,Ojo de los Ojos,Vórtex de Aniquilación.Bendita tú seas, semilla de la Nada,Madre de los Negros AgujerosA los que vuelan ángeles caídosEntonando maldiciones sagradasEn tu honra, madre de todo Mal,Y postrados a tu Gloria Nefasta Den por siempre savia nueva A la Esfera de Vacío, Negrura, infamia y condenación.¡Así sea, por siempre!Devóranos hasta la más ínfima partícula, Succiona el éter vital de toda alma y vida,Y sacia tu loca Voluntad,Destructora de toda Creación.Ira Sagrada,Mal por encima del Mal.Amén.

Plegaria deAniquilación

porTyndalosCarlos Blanco

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antasmas?- inquirió Sheldon,enmascarando su asombro tras untono despectivo.

El coronel Edwards masajeó su reumá-tica pierna y, renqueando, se acercó hastala chimenea. Tras contemplar el fuegounos segundos cogió el atizador al rojopara encender de nuevo su pipa. En eseinstante Aldridge, sentado en un aterciope-lado butacón a un escaso metro de distan-cia, lanzó una carcajada cuyo resultado fuecortar, de forma tajante, el incómodo silen-cio que reinó tras aquella pregunta.

El viejo militar dio una gran calada a subent billiard y expulsó dos grandes boca-nadas de humo que cargaron, aún más sicabe, el ya enrarecido ambiente del salón.

- Eso he dicho si…- replicó Edwards- Ypor favor… no ponga esa cara de increduli-dad. ¿Acaso no es usted inglés?

La pregunta fue hecha con tanta ironíaque, de nuevo, Aldridge no pudo reprimir-se.

- Por favor…- farfulló entre risas.

Sheldon cambió el rictus y clavó una

furibunda mirada en Aldridge. Acto segui-do se dirigió a Edwards sin perder de vistaal jocoso contertulio. El coronel le observa-ba cínicamente, removiendo el tabaco de lacazoleta con el punzón del atacador paraoxigenarlo.

- Escocés- repuso realmente indignado.

- Pues mire, más a mi favor- puntuali-zó Edwards atusándose el bigote y sentán-dose en el sillón que, momentos antes,había dejado vacío.

Sheldon dio unos pasos hacia él y seinclinó. Como intentando reforzar de estaforma su actitud increpante.

- ¡Eso ha sido una insinuación detesta-ble! ¿Piensa usted que todos los hijos deCaledonia somos unos crédulos botarates?

El coronel carraspeó.

Por un breve instante nos ofreció atodos la impresión de que iba a rendir supostura solicitando el perdón de Sheldon.Pero el viejo Edwards había librado bata-llas muchísimo más cruentas que la quetenía lugar en aquel salón, durante nuestrahabitual velada nocturna de los jueves. Y a

su edad, nada podía ablandar un corazónque se había parado en dos ocasionesdurante casi ochenta años. Tan solo ladiplomacia, asignatura obligada en la men-talidad del noble soldado que respeta alenemigo, fue la que solventó el roce dialéc-tico entre los dos rivales.

- No me ha entendido bien amigo mío.Alegaba a las viejas tradiciones de su que-ridísima tierra para que fuera más com-prensivo con mi aseveración. LasHighlands son un lugar poblado de fantas-mas y leyendas hasta la médula. Por esarazón deduje que, lo más lógico, era queestuviera acostumbrado a este tipo de his-torias. Creerlas o no… es otra cuestión enla que, de momento, no entraré. Dehecho… si me permite la redundancia…¡Me sorprende que le sorprenda lo queacabo de contar!

Aprovechando la coyuntura de unnuevo silencio, producto de la sorpresa deSheldon ante los argumentos del coronel,intervine yo.

- Su política es admirable Sir Edwards-dije sirviéndome una nueva taza de té- pero

El Ojo de mirada interiorporKharvatosPablo Bermejo

- ¿FF

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mi humilde opinión es que todo este tipode cosas pasarán de moda. Como lo haránlos tirantes, el jerez y el whist.

- ¡Ah el whist!¡Eso si que no!- exclamócon una sonrisa en los labios Aldridge, yen un intento de aliviar la tensión añadió:- Por cierto, ¿qué les parece una partiditapara relajarnos un poco?

Sheldon olisqueó la copa de bourbonque tenía en la mano y tras dar un buentrago, mirando de soslayo a Edwards, sen-tenció:

- No vendría mal.

***

Estuvimos jugando un par de horas,más o menos, sin que ninguno osara vol-ver al tema de la conversación anterior. Lacrispación ya había tenido su buena opor-tunidad en aquella velada y no era cues-tión de reavivar la vieja rencilla.

Cuando regresábamos al salón comen-tando algunas de las bazas el doctorRavenport, que apenas había abierto laboca aquella noche, se detuvo en seco.Parecía realmente contrariado y nervioso.Observándole, me fijé en que no dejaba depalparse los bolsillos de la chaqueta y elpantalón.

- ¿Ha perdido algo?- le pregunté.

Me miró unos segundos como si estu-viera completamente absorto en sus pen-

samientos. Parecía no saber qué decir.

- Pues…creo…creo que sí.

Le contemplé unos instantes esperan-do una respuesta más concreta. Al no reci-birla insinué:

- Si lo advirtió ahora es posible quehaya sido en el cuarto de juego.

El doctor no disimulaba su expresiónconfundida, y con una voz apagada merespondió con un "quizás…"

No me cabía la menor duda de queaquella pérdida había afectado profunda-mente el estado de ánimo de mi viejoamigo. Le hice un gesto con la mano indi-cándole el pasillo por el que habíamosvenido.

- No se altere. Si lo ha perdido en estacasa lo encontraremos. Le ayudaré a bus-car. Cuatro ojos ven más que dos.

Cuando nos disponíamos a regresar alcuarto de juego aparecieron los demás.

- ¿Qué les ocurre?- interrogó Sheldon -¿Algún contratiempo?

- Si…,- me apresuré a contestar contono despreocupado (intentando, de esaforma, calmar la ligera ansiedad de micompañero) - … parece que el doctor haperdido algo.

- ¡No me diga!- exclamó el coronelEdwards - ¿Es posible que el bueno y dili-gente de Ravenport sea capaz de perdercosas?- añadió dándole al aludido una pal-mada en la espalda.

- Ya ve…- señaló Aldridge - …en esesentido todos los mortales somos iguales.Sufrimos, sin distinción alguna, las conju-ras del azar y la fortuna. Propongo que ini-ciemos la búsqueda cuanto antes. Es yademasiado tarde y mi mujer podría estarimaginándose cosas. No me comprometanpor favor. ¡Ay de mí si apareciera por casaa las tantas de la mañana!

- En ese caso démonos prisa: la repu-tación del viejo Aldridge está en juego… -bromeó Edwards.

Todos acompañamos el final del chistecon unas risas.

Todos excepto Ravenport.

Envueltos en un animado diálogo nosdirigimos de nuevo a la habitación dondehabía tenido lugar la partida de whist. Unavez allí comenzó la búsqueda.

- Por cierto… nos sería de mucha utili-dad saber qué es lo que estamos buscando- dijo alguien.

Ravenport, que en ese instante estabaagazapado debajo de la mesa, se levantóbruscamente. Con tan mala fortuna que sedio un coscorrón contra la misma.

- Se trata de una cajita - precisó.

- ¿Una cajita? - pregunté extrañado.

- Si…, una cajita metálica.Completamente lisa. De este tamaño máso menos.

Separó los dedos índice y pulgar de sumano derecha unos cinco centímetros,

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mientras con la izquierda se frotaba el chi-chón que le había salido en la coronilla.

De repente alguien lanzó un grito.Todos nos volvimos en la dirección de laque provenía y vimos a Sheldon, con airetriunfante, alzar un objeto del suelo.

- ¡Aquí está!- nos lo mostró - ¡Voilá!

- Tres minutos - anunció el coronelmirando su reloj de bolsillo - ¡No ha esta-do mal!

Ravenport tomó, delicadamente ycomo temiendo romperla, la cajita demanos de Sheldon y, tras examinarla unosinstantes, la deslizó en uno de los bolsillosinteriores de su chaqueta.

De repente Sheldon exclamó:

- ¡Qué raro!

Me giré hacia él y vi que paseaba lavista por el suelo de la estancia. Se agachóy palpando la alfombra se incorporó denuevo contemplando la palma de su mano.Acto seguido la volvió hacia mí.

- Esto está lleno de barro - declaró.

Me moví hacia donde él estaba y, efec-tivamente, apartando la cortina que velabauno de los ventanales todos pudimos con-firmar el hallazgo de Sheldon.

- Efectivamente…es barro.

Me agaché para examinarlo mejor.

- Y parece reciente…

- ¡Pues si que es extraño!- exclamóEdwards - Esta noche no ha llovido. De

hecho no ha caído una gota desde el lunesde la semana pasada.

Comprobé el pestillo de la ventana.Estaba perfectamente encajado en su sitio.Decididamente nadie hubiese podidoentrar por allí. Permanecimos unos segun-dos completamente mudos. Observando lagran mancha parduzca que parecía desa-fiarnos con su inesperada presencia enaquella, hasta el momento, ordinaria vela-da.

- ¡Bien! ¡No importa! - comenté - ¡Lalimpiaré y aquí no ha pasado nada!

Aldridge, mesándose la barbilla meagarró del brazo:

- Por cierto… ¿Se ha dado cuenta deotro detalle?

Le miré y pude observar que desviabala vista hacia el otro extremo de la habita-ción.

- Dígame…

- Fíjese la distancia que hay entre lamesa donde hemos estado jugando y estaesquina del cuarto. ¿Cómo demonios expli-ca que hayamos encontrado aquí la cajíta?Que yo recuerde nadie se movió de lamesa…

- Excepto para ir al aseo - interrumpióSheldon.

- Si… pero la puerta queda en el otroextremo. - respondió el coronel dando laligera impresión de querer iniciar unnueva contienda - Ninguno de nosotros sedesplazó hasta aquí.

- ¡No sea absurdo, caramba! ¡Es proba-ble que, sin pretenderlo, alguien le dierauna patada y la estúpida caja rodara hastaaquí!

- Bueno, no lo creo…- objetó Aldridgeen un fútil intento de apagar el incipienteardor del escocés - Fíjese. Hay demasiadosmuebles de por medio y…

En ese instante me di cuenta del esta-do del doctor. Parecía que iba a desmayar-se de un momento a otro e interrumpí ladiscusión:

- ¡Ravenport! ¿Se encuentra bien?

Fijó su mirada en mí y un ligero esca-lofrío recorrió toda mi espalda. Estabacompletamente pálido y , a la luz de lalámpara, el sudor que bañaba su rostroreflejando, aún más si cabe, el brillo de sutez, le daba un aire sumamente cadavéri-co.

Cuando parecía que iba a responder-me… se desplomó.

Reaccionamos todos casi al unísono, yle ayudamos a incorporarse. Nos costó ungran trabajo trasladarle hasta el gran sofádel salón. Ravenport no era precisamenteuna sílfide, y su gran estatura nos impedíamaniobrar con facilidad por toda la casa.Al fin, logramos acostarle y yo me apresu-ré a traer las sales que mi mujer tenía ennuestro dormitorio. Afortunadamente, ellano volvería de casa de su madre hasta den-tro de un par de días, y no presenciaríaaquel lamentable espectáculo. Mucho máspropio del estado de embriaguez de un

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rudo estibador del East End que de unprestigioso médico británico.

Le acerqué el frasquito a la nariz y se lodi a oler. Resultaba, no obstante, un tantoparadójico el hecho de que la única perso-na con las aptitudes y la preparación sufi-cientes como para hacer frente a unasituación semejante fuera, precisamente,la que requiriese en ese momento deayuda.

Poco a poco fue reanimándose, y lasangre volvía de nuevo a fluir con plenalibertad por los capilares de su rostro.

Abrí el armario donde guardaba todoslos licores -bajo llave desde que, Rachel yyo, tuvimos la mala idea de contratar unasistente con cierta insaciable apetenciapor los placeres de Baco-, y saqué unabotella de anís. Acto seguido vertí un pocodel contenido en una copita y le puse elborde de la misma en los labios.

- Tenga. Beba despacio. Le sentarábien.

Tomo un pequeño sorbo y rechazó elresto.

- Gracias.

- ¡Por el amor de Dios! - exclamóEdwards bastante aliviado al comprobarcómo Ravenport se iba recuperando -¡Menudo susto nos ha dado!

- ¿Puede saberse que le ha ocurrido?¿Está usted enfermo? - indagó Sheldon.

Ravenport, ayudándose de Aldridge yde mí, se incorporó lentamente y exhaló un

hondo suspiro.

- No se preocupen, gracias. Les asegu-ro que ya me encuentro bien. Tan sólo unligero mareo. Hace tiempo que mi tensiónme juega alguna mala pasada de vez encuando. Nada que no se pueda curar conun poco de descanso y tranquilidad…

Luego, dirigiéndose a mí, añadió:

- Por cierto… su anís, querido Arthur,es excelente. Tiene que decirme la marca.

Sonreí ante el buen humor del que hizogala y, entre bromas y algún que otrocomentario jocoso, acabó aquella reunión.Recuerdo muy bien que todos se marcha-ron a eso de las once y media. Aldridge, ensu inmaculada línea de generosidad seofreció muy gustoso de acompañar al doc-tor Ravenport hasta su casa. Fue taninsistente que este no tuvo más remedioque aceptar.

El bueno de Aldridge. Algún día conta-ré más cosas sobre él. Pero este no esmomento ni ha lugar. Así que continuarécon mi exposición detallada de todos losacontecimientos que tuvieron lugar aque-lla noche.

Al cuarto de hora de haberse ido misinvitados, y ya estando en mi dormitoriodesvistiéndome para acostarme, recordéque aún no había limpiado la extrañamancha de barro. Acabé de ponerme elpijama y, cogiendo la lámpara de la mesitade noche, descendí hasta la planta baja yme dirigí al cuarto de juego. Una vez allí,aparté de nuevo la cortina de la ventana y,

con un trapo húmedo, froté fuertemente elsuelo hasta que hice desaparecer comple-tamente el barro.

Rachel es una persona demasiado pul-cra, y no quería disgustarla. Encontraría lacasa tal y como ella la había dejado.

Ruego al paciente lector que, a partirde ahora, preste especial atención a toda lacadena de singulares eventos que se suce-dieron a continuación. Pues a pesar deltiempo transcurrido, y a su vez muy pro-bablemente debido en parte a ello, aún nohe logrado racionalizarlos. Ni tan siquieraencontrar una explicación lógica y cohe-rente para ellos. La única alternativa queme resulta plausible es, por el momento,aterradora y seguramente, precipitada. Poresta razón preferiría limitarme a mi papelmeramente narrativo. Procurando no omi-tir ningún detalle. Por trivial que pudieraparecer. Tal vez así, algún día, alguienpueda analizar todo lo ocurrido con lamentalidad civilizada del hombre moder-no. Al menos ese sería mi consuelo.

Había terminado de limpiar la enojosamancha de barro cuando, al alzar la vista,vi algo que me llamó poderosamente laatención. En el marco de la ventana, justodonde la hoja golpea contra el batiente,había una serie de hilos finos y enmaraña-dos que, en un primer momento, me pare-cieron cabellos humanos. Acerqué la luzpara poder ver con mayor claridad, y pudeapreciar que eran seis o siete de un colorrubio tiñoso. Tiré de ellos muy despacio,con cuidado de no romperlos, y finalmentelogré desengancharlos. Estaban completa-

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mente enmarañados. Hechos una madeja.Resultaba complicado separarlos entre sípara poder estudiarlos mejor. Su elastici-dad y consistencia los hacían parecer denaturaleza sintética, casi metálica. En unprincipio pensé en una peluca. Reflexionéunos instantes. Mi querida esposa, Rachel,era morena y jamás en su vida habíausado ningún postizo. Cierto es que teníaalguna amiga rubia. Pero a no ser que a lasusodicha se le hubiera ocurrido la pere-grina idea de entrar por aquella ventana,ser capaz de cerrarla por dentro para, actoseguido, volatilizarse completamente, nohallaba ninguna razón para encontrar allíaquellas hebras de pelo.

Decididamente mi hallazgo desafiabatoda lógica.

Estaba dándole vueltas a todo esteasunto cuando, súbitamente, llamaron ala puerta. El corazón me dio un vuelco.Pues, como es razonable, no esperaba anadie a aquellas horas, ya, tan intempesti-vas.

Atravesé el cuarto de juego y el corre-dor con la lámpara en la mano. Una vez enel recibidor me coloqué a un lado de lapuerta principal y solicité, con ciertaangustia en el tono, la ignota identidad delque llamaba.

- Ravenport - me confesó una voz apa-gada desde el otro lado.

Abrí apresuradamente y la alta y cor-pulenta figura del doctor se recortó a tra-vés del umbral. Tenía el rostro extraordi-nariamente macilento y demacrado. Unas

finas arrugas le surcaban los pómulos dearriba abajo. Temblaba como una hoja y,gracias a la luz de las farolas que inunda-ba la calle en esos momentos, pude obser-var un rictus extraño en la manera demirarme. Como si tratase de contener unatremenda ira a punto de desatarse. Debiódarse cuenta de mi absoluta perplejidad yaque tomó él la palabra.

- ¿Puedo pasar? - rogó.

Finalizado mi estupor inicial respondí:

- ¡Dios santo, Ravenport! ¡Claro que si!

Entró yendo directamente al salón. Yofui detrás de él como un sonámbulo.

- ¿Qué le ha traído de nuevo aquí? ¿Seha olvidado algo?

Parecía indeciso y reacio a dar muchasexplicaciones. Me miró fijamente unossegundos para luego agachar la cabeza.

- Verá - musitó - cuando extravié lacaja… ésta debió abrirse con el golpe. Elcaso es que, al llegar a casa, me di cuentade que estaba vacía.

Se hizo un nuevo silencio y Ravenportapretó los labios. Parecía manar de él untorrente de sentimientos, tan contradicto-rios entre sí, que me sentía realmente con-fundido con su actitud. Esperó unos ins-tantes como intentando buscar las pala-bras adecuadas y luego continuó:

- De veras no le hubiera molestado enabsoluto si ello no representara para míalgo de trascendental importancia. ¿Ustedme comprende, verdad?

Tuve la tentación, por un brevemomento, de comentarle mi extraño des-cubrimiento. Mas la idea de compartir conalguien tamaña banalidad me hizo conte-nerme. Recordé que había guardado lashebras de pelo en el bolsillo izquierdo de labata, y metí la mano para asegurarme deque aún continuaban allí. El contacto conellas me provocaba un cierto desasosiego.Pero al mismo tiempo eran la pruebamaterial de que no había soñado nada delo que había ocurrido antes de la llegadade Ravenport.

- Si..., - respondí - …claro que le com-prendo. ¿Quiere que volvamos a buscar…?

- ¡Se lo agradecería muchísimo! - inte-rrumpió.

- Muy bien - le indiqué que me siguie-ra- Volvamos al cuarto de juego.

Encendí todas las lámparas de la habi-tación e investigamos por todos los rinco-nes. Pasaron varios minutos sin que hallá-ramos nada. Ravenport, a medida quepasaba el tiempo, iba agriando su caráctery mostraba un nerviosismo que nuncaantes había manifestado ante mí. Parecíarealmente disgustado y no cesaba de mal-decirse en susurros. Al cabo de casi trescuartos de hora nos sentamos en sendossillones para tomarnos un respiro. El doc-tor, tras quedar unos instantes pensativo,escondió la cabeza entre las manos y le oísollozar. Yo no sabía qué hacer o qué decir.No tenía ningún control sobre aquellaabsurda situación; y no se me ocurríanpalabras de consuelo que pudieran aliviar,

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en algún grado, el estado emocional en elque se encontraba mi visitante.

- ¿Tan importante era el contenido deesa caja? - objeté al fin con el ánimo exal-tado - ¡Porque le aseguro que mañanamismo estoy dispuesto incluso a levantarel piso con tal de no verle a usted así!¡Ciertamente… no sé qué otra cosa puedohacer amigo mío! ¡Si al menos me explica-ra…!

Interrumpí la perorata al ver quelevantaba la cabeza y fijaba su mirada enmí.

- Tiene usted toda la razón - confesó -Le debo un sinfín de explicaciones. No sécómo he podido actuar de esta manera.Sin embargo debe comprenderme, Arthur.Me hallo en una situación horrible yespantosa. Aunque se lo contara todo esmuy posible que no me creyera jamás.¡Hay ocasiones en las que incluso yomismo creo estar viviendo una pesadilla dela que aún no he despertado!

Intenté tranquilizarle por todos losmedios. Le dejé un margen de tiempo paraque se sumiera en sus pensamientos. Alfin, cuando se relajó, logré convencerlepara que me contara toda la historia. Yo, através de mi pluma, intentaré reproducirlaaquí con todo el lujo de detalles que me seaposible. Tal y como me fue narrada hacemás de veinte años. Afortunadamente aúnconservo los escritos y anotaciones que,por aquel entonces, redacté textualmentetras escuchar el extraordinario relato deSamuel Ravenport, académico de la

Universidad de Londres, médico forense yneurocirujano del Real Hospital de SaintAndrews. Helo aquí:

"Todo comenzó la noche del veintiséisde abril de 1893. Hace ahora cinco años.Lo recuerdo nítidamente porque fue dosdías antes del cumpleaños de mi adorablenieta Sarah. Y es ese día cuando mi mujery yo salimos, habitualmente, a comprarlesu regalo.

Regresábamos a casa a eso de la sietecuando, al enfilar la avenida donde vivi-mos, un carruaje se detuvo a nuestro lado.El conductor, sin bajarse del pescante, sedirigió a mí en un tono soez. A punto estu-ve de devolverle una mala contestacióncuando, al fijarme en su rostro, me dicuenta de que conocía perfectamente laidentidad de aquel personaje. Se tratabade un tal Edmond Blighter. Un buhonerodel Soho cuyos ataques de demencia eranconocidos por casi todos los alienistas lon-dinenses. Yo fui el último neurólogo quetuvo la oportunidad de estudiar su caso.Logré algunos resultados con una terapiaa base de estricnina y gracias a ello habíaconseguido trabajo en una compañía decarruajes como cochero.

No cabía ninguna duda, tras bajarseligeramente el embozo, de que era él.

Le comuniqué mi grata sorpresa deverle de nuevo y, acto seguido, sin darmeapenas tiempo de terminar la frase mepidió - digamos casi que me exigió - subiral carruaje, pues había alguien que reque-ría de mis servicios como médico. Al adver-

tir la excitación de aquel hombre me dicuenta de que, ciertamente, algo andabamal. Le dije a Ana que se fuera a casa. Yono tardaría. Ella, mujer acostumbrada aque su esposo desaparezca del hogar ahoras inusitadas, casi sin dar aviso, selimitó a asentir con la cabeza. Acto segui-do desaparecí en el interior del coche, quepartió a toda velocidad perdiéndose porlas intrincadas callejuelas de Londres.

El viaje duró aproximadamente mediahora. Bajamos desde Ringsland porCommercial hasta el cruce conWhitechapel y, una vez allí, enfilamosLeman hasta Dock St. Cada cierto tiempomiraba por la ventanilla y me fijé que nosaproximábamos a los puertos. Nos desvia-mos por un laberinto de callejas y el vehí-culo se detuvo delante de una desvencija-da casa próxima a unos almacenes decarga y descarga.

Edmond me abrió la portilla rápida-mente y, con bastante premura, me exhor-tó a que le siguiera. Llamó a la puerta deaquella especie de chamizo y nos abrió unhombre de pelo lacio y grasiento que lucíauna barba mal cuidada y sucia. Nos rogóque pasáramos sin dilación. El interior dela vivienda era una sala llena de bidonesque parecían contener aceite rancio yalgún que otro barril que apestaba a pes-cado. Por el suelo, esparcidos aquí y alláhabía montones de basura acumulada yrestos de enseres hechos una piltrafa. Enlas desconchadas paredes colgaban, amodo de grotescos lienzos, aparejos depesca y redes que, en modo alguno y en el

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lamentable estado en el que se encontra-ban, parecían poder cumplir ya su funciónoriginal.

Rodeamos una mesa completamentecarcomida y, apartando una cortina raíday apolillada, aquel hombre nos condujo,por un estrechísimo y hediondo pasillo,hasta una triste habitación donde nosencontramos un cuadro penoso.

Una mujer, arrodillada junto a un jer-gón de paja, lloraba desconsoladamentemientras, acostada en el lecho, yacía unaniña pequeña y escuálida. La criaturasudaba copiosamente y, entre temblores yescalofríos, sujetaba entre sus brazos unavieja muñeca. Muy posiblemente el únicojuguete del que había disfrutado en todasu corta existencia. Su respiración, ahoga-da y desacompasada, se acompañaba deunos apenas audibles gemidos de dolor.Apretaba con tal fuerza los puños quepude observar unos regueros de sangreseca en el borde de las manos, producidospor el corte que habían hecho sus propiasuñas en las palmas.

La examiné unos minutos y, volviéndo-me hacia Edmond y a los que parecían sersus padres, les dije que aquellos síntomassugerían que la pobre criatura sufría algúnextraño tipo de ataque epiléptico. Aunqueno podría asegurarlo a ciencia cierta. Eranecesario trasladarla a un hospital. Puessu corazón latía débilmente y, en el estadofebril en el que se encontraba, esa sinto-matología podría producirle la muerte enmuy poco tiempo.

En ese instante la mujer comenzó aescupir insultos de rabia con la cara com-pletamente hinchada y surcada de lágri-mas de ira y dolor. El padre, sujetando a lamujer, hizo un suplicante ademán paraque nos lleváramos a la pequeña. Sin per-der un segundo la cogí en mis brazos y,precedido de Edmond, subimos al carrua-je que, de nuevo, volvió a ponerse en mar-cha a golpe de látigo y a la máxima veloci-dad que permitía el húmedo pavimento delas Docklands.

Cuando llegamos al hospital la pobrecriatura era ya cadáver. El forense deguardia y yo, tras esperar la instruccióndel juez, le hicimos la autopsia esa mismanoche. Extrajimos varias muestras dehígado, pulmón y riñones. Así como deplasma y linfa. Abrimos la caja craneal yaccedimos al encéfalo. No vi nada anormalhasta llegar al tronco cerebral. Mi compa-ñero me llamó la atención sobre algo quehabía detectado en el bulbo raquídeo.Apartó los tejidos que recubrían, a modode tapiz, el nervio trigémino. Allí había algoduro, como una especie de quiste sebáceoque abultaba bastante. Cogí las pinzas yseccioné con sumo cuidado toda la mate-ria gris que lo recubría.

Entonces vi algo que me dejó estupe-facto.

Adosado a toda aquella maraña defibras había…un ojo."

- ¿Un ojo?- interrumpí.

Ravenport, con la mirada fija en elvacío, pareciendo recordar vívidamente

aquellas imágenes almacenadas en lo másrecóndito de su atávica memoria, tardóunos segundos en responder.

"Si, un ojo. Un ojo que no era humano,que jamás lo había sido. Un ojo que memiraba fríamente, sin vida, con una pupi-la tiznada de un amarillo enfermizo. Sinparpado. Un ojo encastrado en un lugarinusitado.

Aquello parecía tan irreal que tuve quehacer un esfuerzo sobrehumano parapoder volver a concentrarme en mi entor-no. Durante unos segundos creí estarsiendo presa de una extraña y pavorosapesadilla. Repentinamente vi - repito: vi,no lo soñé, lo juro- como aquel ojo girabasobre su órbita para escudriñar la habita-ción. El forense que estaba conmigo ahogóun grito de terror y yo, con toda la sangrefría de la que fui capaz, me dispuse aextraerlo. Cuando realicé la primera inci-sión hubo un inesperado estremecimientoen el cuerpo de la niña que, dada la tre-menda tensión del momento, hizo queambos nos separáramos unos metros.¡Está viva! ¡Por amor de Dios! ¡Está viva!Exclamaba con muestras de pánico micompañero. ¡No puede ser! Le contesté ¡Noahora, después de todo lo que hemoshecho con ella!

Consideré la posibilidad de algún tipode galvanización en el cadáver y, con esaexánime explicación de por medio, nosacercamos de nuevo. Hinqué de nuevo elbisturí para abrirme paso entre los tejidosque afianzaban aquella "cosa" al bulboraquídeo. Corté algo que parecía una fibra

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óptica y que estaba profundamente arrai-gado. ¡Le confieso, estimado Arthur, queme resulta imposible olvidar aquellanoche!

Al fin logré sacar el globo ocular que,en un principio, asocié a algún posible pro-ceso tumoral. En su lugar había quedadoun hueco vacío, negro, en el que no se veíaabsolutamente nada. Al menos aquella fuemi primera impresión ya que, a los pocossegundos, se cerró solo como por arte demagia. Coloqué el ojo en una cubeta y lle-vamos la niña al depósito. El diagnósticoque redacté en el informe fue el de un car-cinoma cerebral asociado a una desconoci-da pérdida de masa encefálica.

La niña fue enterrada al día siguiente.Esa misma tarde, completamente aisladoen mi laboratorio, estuve estudiando lamorfología de aquel extraño órgano. En unprimer análisis comparativo semejaba unojo humano, pero mucho más ovalado ycon la córnea, aparentemente, dos o tresveces más gruesa de lo normal. Sin embar-go, al analizarlo más detalladamente, unexperto podría darse cuenta de que notenía un patrón que se pudiera relacionarcon criatura viva conocida alguna. El iris,observado con una lente de aumento,poseía unas estrías que seguían un diseñoespecular parecido a las alas de un coleóp-tero, al tiempo que la pupila mostraba unacoloración verdeazulada y de un excelsocromatismo. Este detalle llamó tanto miatención que, sin dudarlo, sometí el ojo alescrutinio del microscopio. Mi interés enconservar aquel órgano de una pieza era

tal que, sin dudarlo, no lo laminé sino quesimplemente lo coloqué sobre el portaobje-tos e intenté enfocarlo. Me dio la sensaciónde que, al someterlo a la luz del aparato, lapupila se contraía ligeramente. Pero lo quemás me aterró fue la imagen que nubló mimente de todo ápice de racionalidad: ¡Através del cristalino se vislumbraba laespantosa impronta de un paisaje de pesa-dilla! En aquel momento el tiempo pareciódetenerse. Aquel mundo que me devolvíala mirada a través de inenarrables dimen-siones cósmicas estaba bullente de vida.Pude ver organismos de extrañas formasque se arremolinaban en torno a estructu-ras diamantinas que se quebraban ydaban lugar a orgánulos que se replicabaninfinitamente. Criaturas completamenteamorfas e indescriptibles cuya única razónde ser parecía la de enloquecer al que lascontemplara. Al fondo de la escena se vis-lumbraban esperpénticas figuras que, enun intento de que mi obnubilada mente laspudiera asimilar, tomé por edificios oconstrucciones de algún tipo. Lancé ungrito y aparté la vista del ocular. Noté unaquemazón en los ojos y caí de rodillasgimiendo como un niño. La cabeza...-¡ohpor favor Arthur, si usted pudiera atisbartan sólo un ápice de lo que vi, entenderíael motivo de todos mis actos posteriores!-…la cabeza parecía que me iba a estallarde un momento a otro.

Recuperando fuerzas extraje el malditoojo del portaobjetos y lo volví a meter en lacubeta. Pero al rato, y por favor no mepregunte la razón porque no tendría pala-bras que pudieran explicar el motivo, lo

extraje de nuevo y, sujetándolo entre lapunta de mis dedos, lo estuve contemplan-do durante un lapso de tiempo que me esimposible determinar.

De repente recordé algo.

Hacía unos días había comprado unreloj de bolsillo por habérseme roto el viejoque había heredado de mi padre y conser-vaba la caja en el gabán. Sin dilación medirigí a la percha donde tenía colgado elabrigo y saqué la caja de uno de los bolsi-llos interiores. Era metálica y muy bonita.Además la tapa cerraba a presión y para lautilidad que yo quería darle aquel detalleera perfecto. Llené la caja de formol y colo-qué el ojo en su interior para, acto segui-do, volver a guardarla en el bolsillo. Jamásentenderé porque lo hice. Sólo sé que,desde un principio, me costaba separarmede lo que yo consideraba un pequeño tro-feo. Dios me perdone.

Una noche, varias semanas después,desperté bruscamente empapado en unsudor frío. No puedo recordar que clase deextraña pesadilla estaba sufriendo, pero laangustia que me torturaba era tal que meresultaba imposible volver a conciliar elsueño. Mi mujer dormía plácidamente a milado y no consideré oportuno despertarlapor lo que me pareció una tontería.Sentado en el borde de la cama intentabatranquilizarme cuando, súbitamente, oí unextraño ruido que parecía provenir del pisode abajo. Permanecí alerta unos instantespor si volvía a repetirse ya que no estabaseguro de la fiabilidad de mis sentidos trasaquellos singulares lances oníricos. Un

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minuto después se oyó de nuevo. Esta vezmas claramente. Era una especie de cruji-do hueco, como si arrancaran una tabla demadera o la partieran por la mitad.

Temiendo que algún ladrón hubieraentrado en la casa, pues tal fue mi prime-ra inquietud, me dirigí muy despacio haciala puerta y, sin hacer ruido, salí al pasillo.Llegué hasta el descansillo de la escalera.A tientas en la oscuridad, y guiándome tansolo por la escasa luz, proveniente delfanal callejero que entraba por el tragaluzde la galería, comencé a bajar lentamente.Una vez abajo fui hasta el salón y, cuandome hube percatado de que allí no habíanadie, cogí una escopeta del armario, lacargué, y continué explorando la casa.Ayudado de la lámpara que tomé de unarepisa, encima de la chimenea, registréhabitación tras habitación.

No encontré absolutamente nada.

Algo más tranquilo me hice con la llavede la puerta que da al sótano. Intentéabrirla y comprobé, con cierta decepción,que estaba completamente atrancada. Laintensa humedad que suele haber allíhabía hinchado la madera. Le di un fuerteempellón y conseguí abatirla dejando unhueco para poder pasar. La luz que lleva-ba en la mano hirió una densa oscuridad yme recibió un repugnante olor húmedo yrancio. Bajé los escalones y comprobé lareducida estancia atestada de barricas ybaldas llenas de botellas y utensilios. Mirépor todos los rincones sin ver nada que mellamara la atención. Estaba a punto deregresar al dormitorio cuando, detrás de

una gran caja de madera llena de antiguosboletines médicos y periódicos que conser-vaba desde hacía muchos años, vi unaserie de maderas rotas y astilladas quehabían caído del recubrimiento de una delas paredes. Esa parte del sótano es la queda al subsuelo del jardín. Así que me fijéen el hueco que había quedado al aire.Había restos de tierra en el suelo y parecíaque algo, una rata de gran tamaño quizás,se había abierto paso por allí. El agujeroera relativamente grande. Aparté la caja ylo examiné mejor. Había unas pequeñashuellas en el barro que se había formadopor la mezcla de la tierra con la humedaddel pavimento. Parecía el rastro de un ani-mal que se desplazara reptando.

Absorto estaba en mis pensamientoscuando, súbitamente, vi cruzar una som-bra unos metros a mi derecha por entre losbarriles. Rápidamente, encañonando conel arma en esa dirección, me giré y escru-té las densas tinieblas. Colgué la lámparaen un travesaño y cautelosamente avancéunos pasos para ver que era aquello.Separé cuidadosamente con el cañón delarma las lonas que cubrían unos toneles yno vi nada. Sin embargo, tras unos segun-dos de espera investigando mi entorno,noté que algo me rozaba el pie. Fue unasensación tan tremendamente repentina einquietante que tardé unos segundos enreaccionar sin moverme un ápice. Tuve laespantosa sensación de que no estaba soloen aquel sótano frío y oscuro. Allí habíauna extraña presencia conmigo que, contoda seguridad, me estaba observandodesde lo más profundo de aquella lobre-

guez. Haciendo acopio de gallardía miré alsuelo y vi algo que me sobrecogió de talmanera que tuve que apretarme el pechocon la mano para intentar calmar los enca-britados latidos de mi corazón. A mis pies,con una cérea y horripilante sonrisa, meobservaba fríamente el rostro de unamuñeca. Mi enardecida mente fue aborda-da de inmediato por la imagen de una niñamuy enferma, que apretaba entre susdiminutas manos aquel juguete. Como sifuera un acto reflejo cogí la muñeca y salíprecipitadamente del sótano. Subí losescalones de dos en dos. Atranqué denuevo la puerta, cerrándola con llave, y medirigí al dormitorio. Mi mujer seguía en ellecho con sueño sereno y procuré no des-pertarla. Dejé, eso sí, la escopeta apoyadaa mi lado de la cama y me acosté de nuevo,no sin antes guardar mi hallazgo en elcajón de la mesita. Usted comprenderáque, después de aquello, el insomnio meacometió el resto de la noche.

La angustia que sentí en las jornadassubsiguientes a mi extraña aventura noc-turna fue tal que, dos días después deaquello, me vi impulsado a hacer unanueva visita a los padres de la pequeña.Tan sólo quería confirmar si la muñeca erala misma que sujetaba la infeliz niña lanoche que murió. Nunca olvidaré la expre-sión de sus rostros cuando les mostré eljuguete. En unos segundos el padre seabalanzó sobre mí intentando golpearme.Mi reacción fue tan anticipada, como sihubiera adivinado que aquello iba a ocu-rrir, que logré inmovilizarlo contra la mesadel cuarto. Afortunadamente era un hom-

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bre pequeño y débil, de esta forma pudecontrolar la situación a pesar de los gritosde la mujer. Indagué sobre las razones deaquella violenta conducta. Mi oponente nodejó de insultarme, ni siquiera cuando meconfesó que la niña había sido enterradacon aquella muñeca. Profanador de cadá-veres, saqueador de tumbas, sacrílego,endemoniado hijo de Satanás. Hundí elrostro entre las manos y, mientras los dosse abrazaban llorando y escupiendo rabia,me fui de aquella casa con los nervios des-trozados. Llegué al hospital completamen-te fuera de mí. Exigí que me enseñaran denuevo las pruebas tisulares realizadas alcadáver y, cuando revisé los informes, mellamaron poderosamente la atención losanálisis efectuados a las muestras extraí-das del hígado. Según la investigación rea-lizada sobre las mismas por el doctorReginald Bergen, del departamento demorfología, junto a los tejidos examinadosde ese órgano se encontró unas hebrasfinísimas, de un par de milímetros de lon-gitud aproximadamente, que semejabanpelos de un color parduzco a simple vista.En cambio, a mayores aumentos, pareceser que la estructura era similar a lassedas de los insectos."

La revelación de Ravenport provocó enmí un fuerte estremecimiento y retiré lamano del bolsillo del albornoz. Un terrorirracional, probablemente producto de lasugestión provocada por la pavorosadeclaración de mi contertulio, comenzó aapoderarse de mí y, mientras el doctorcontinuaba hablando, mi imaginacióncomenzaba a recrear de forma realmente

vívida todas las escenas de aquel macabrorelato.

"Como usted supondrá aquello fue algoque me llamó poderosamente la atenciónya que, muy posiblemente, podría habersido uno de los agentes causales de lamuerte. Quizás una serie de quistes fibri-lares, sin razón aparente, invadieron algu-nos de los órganos vitales de la niña provo-cando el colapso de todo el organismo. Sinembargo, durante la autopsia que yo habíarealizado no hallé nada parecido. Salvoaquel horror que conservaba en la cajitaque siempre llevaba conmigo.

Esa misma noche, aguijoneado morbo-samente por un sentimiento de insaciablecuriosidad, me dirigí al camposanto deNunhead y soborné al vigilante para exhu-mar el cuerpo de la pequeña. Cuando abri-mos el ataúd nos aguardaba un espectá-culo dantesco. Incluso haciendo un granesfuerzo para juzgar lo que vi desde unpunto de vista estrictamente profesionalme cuesta trabajo expresar con palabrasaquel atroz cuadro. Los restos del cadáverestaban completamente destrozados. Eracomo si alguna fuerza sobrenatural loshubiera vuelto del revés, de tal forma quelo que antes eran los tejidos internos ahoraestaban completamente visibles hacia elexterior y viceversa. Resultaba imposiblecualquier tipo de reconocimiento ya queincluso observé que faltaban partes óseasde considerable tamaño. Todo aquellodaba a sugerir que algo inhumanamentebestial y monstruoso se había abiertocamino a través de aquel diminuto cuerpe-

cillo, emergiendo desde su interior.Volvimos a cerrar el ataúd y lo enterramosde nuevo. Ni el vigilante ni un servidor fui-mos capaces de articular palabra algunahasta salir del cementerio. Al viejo guar-dián le di más dinero exhortándole a queno dijera nada a nadie.

Pasaron dos largos años durante loscuales pude olvidar, en parte, toda aquellaserie de sucesos sin sentido aparente. Enel mes de diciembre de 1895 recibimosuna carta de Cynthia Bradford, prima car-nal de mi esposa, que nos instaba a pasarlas navidades con ella, su marido, y los doshijos de ambos en su casa de Birmingham.Es una bonita villa rural donde habíamosveraneado en varias ocasiones anterior-mente, y decidimos aceptar la invitación.

Cynthia y su esposo Frank, un adine-rado fabricante de tejidos, son dos perso-nas maravillosas. Transcurrió laNochebuena entre risas, regalos y algúnque otro recuerdo sentimental. Después demedianoche estuvimos charlando un buenrato hasta las dos de la madrugada, más omenos, hora en que nos retiramos a des-cansar. Algo más tarde, habituado desdehacía tiempo a mi consabido desvelo noc-turno, comenzó a entrarme una sedespantosa y, procurando no despertar alresto de la casa ni molestar a la servidum-bre, me levanté y fui hasta la cocina. Cogíuna gran jarra de agua y llené el vaso doso tres veces. Cuando me giré para volver denuevo a mi habitación crucé la vista conuna de las ventanas que dan al jardín exte-rior que, en esas fechas, estaba completa-

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mente cubierto de nieve. Comenzaba adespuntar el alba y una tenue luz se filtra-ba por los cristales tiznados de escarcha.Pero mientras mi entorno recibía el fulgordel crepúsculo de la mañana, mi alma sefundía de nuevo con la oscuridad del másprofundo de los abismos, ya que a travésde la vidriera vislumbré una faz grotescaque me observaba fijamente. Era un rostrodeforme y viscoso, con una aberturaputrefacta en lo que asemejaba la boca, yde la que colgaban tiras de carne negruzcaentre una doble hilera de lo que parecíandientes afilados como cuchillas. Parecíacomo si cualquier proceso vital se hubieravisto obligado a no respetar las más ele-mentales leyes biológicas en la génesis deaquel engendro. De algunas partes surgíanmechones rubicundos que, vanamente,intentaban cubrir, de manera totalmenteanárquica, determinadas zonas de aquellasanguinolenta y palpitante piel. Pero loque más me espantó es que aquella enti-dad parecía tener un ápice de conciencia.Una conciencia preternatural y completa-mente al margen de los cánones humanos.Pareció hacerme un gesto con una abomi-nable extremidad y advertí, al límite de mijuicio, que en lo que semejaba el rostrohabía un profundo hueco, vacío,negro…en el que no se veía absolutamentenada. ¡A aquella criatura le faltaba un ojo!La visión de aquello duró unos instantesque se me hicieron eternos. Mi mente,intentando conservar una pizca de cordu-ra, no resistió más y caí desmayado.

Durante unas semanas tuve que guar-dar cama, acometido por intensas fiebres

que parecían no remitir nunca. Fui hospi-talizado temiéndose seriamente por mi frá-gil salud. Veía constantemente aquel ros-tro ante mí que, con espantosos adema-nes, me reclamaba lo que era suyo. Elsecreto que yo escondía con tanto tesón.Sabía que jamás abandonaría la búsque-da. Que algún día me lo arrebataría y conél todo el motivo de mi fútil existenciapues, subyugado como estaba a la volun-tad del ojo y de la turbadora realidad queéste representaba, sería tan sólo cuestiónde tiempo que perdiera mi propia identi-dad en una vorágine de locura. ¡Qué tramadiabólica mueve todos estos sucesos!Ahora la serenidad invade mi alma, esti-mado Arthur, la pugna ha terminado porfin."

Tras escuchar la declaración deRavenport enmudecí. Él, con calmo gesto,sin decir una palabra más, se fue.Reflexioné unos instantes intentando asi-milar y sobre todo, ofrecer un resquicio decredibilidad a aquella historia. Para ellosaqué las hebras de pelo del bolsillo y, con-templándolas con ancestral horror, lasarrojé al fuego de la chimenea.

Una semana después recibí la impre-vista visita de Aldrigde. Me informó muyimpresionado que al doctor Ravenport lehabía dado un extraño ataque de apoplejíay había muerto la noche anterior. Su cuer-po había sido trasladado al hospital esamisma tarde.

Al día siguiente, tras hacer la consabi-da visita de rigor a la familia para darlesmi sentido pésame fui al hospital. El hijo

del doctor Ravenport había llegado deSouthampton con su mujer y, tras habersido informado con supuestas evasivassobre las probables causas de la muerte,había reclamado mis servicios como abo-gado de la familia para presionar al hospi-tal y sacar a la luz la verdad de aquelextraño óbito. Yo, por mi parte me las vi yme las desee para poder hablar con elforense. Al fin conseguí sonsacarle, y larespuesta que me dio hizo que, inclusoaños después de aquello, todavía me des-pierte algunas noches gritando y llorandocomo un niño. Porque lo que aquel hombreme contó, con cierto quebranto en la voz,fue que, cuando abrieron el cadáver, halla-ron entre las fibras nerviosas del tallo cere-bral un extraño quiste. Una horrible tume-facción que, lo recuerdo muy bien, descri-bió, casi trastornado, como: "un ojo…unabominable ojo de mirada interior".

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a lluvia salpicaba el parabrisas delcoche…

Crick, crack, crick, crack… lamúsica estridente y acompasada de loslimpias me acompañaba mientras circula-ba por la sinuosa carretera serpenteadapor una frondosa vegetación alpina.

El paisaje sobrecogedor lo envolvíatodo…

Charcos de agua salpicaban los arcenesy no se escuchaba ningún sonido campes-tre salvo el roce de las ruedas del vehículoy el continuo y acompasado sonido delcrick, crack, crick, crack…

Tras una cerrada curva de la carreteraapareció la finca donde pretendía pasar lanoche.

Allí me esperaba el guarda y la guarde-sa de la Victoriana vivienda que amable-mente sonreían bajo el porche arcado de lacasa a salvo de la incesante lluvia.

La casa me la habían cedido unos ami-gos por unos días para que pudiese inves-tigar los documentos que tanto me inquie-taban y que solamente rodeado por la sole-dad y el silencio, podría estudiar sin que

fuese interrumpido por llamadas y visitasindiscretas e intempestivas.

Una vez hechas las presentaciones yrealizados los saludos pertinentes, meenseñaron las estancias de la casa…salón, biblioteca, comedor, dormitorio,aseo y el despacho de trabajo; la cocinaeran los dominios de la guardesa y meaconsejaron que no debía preocuparme delos menesteres culinarios, así que me ins-talé lo antes posible para comenzar mi tra-bajo y el estudio de los apuntes que lleva-ba en mi cartera y desembalar el abultadoequipo que transportaba en cajas en elmaletero del coche.

El trabajo que me había llevado hastaeste lejano y solitario lugar eran unosestudios que estaba realizando sobre laforma de poder almacenar la memoria ytodo el conocimiento de nuestro cerebro enun disco duro de un ordenador… arduotrabajo.

Los pensamientos debían transformarseen secuencias binarias para poderlasintroducir en el ordenador portátil que lle-vaba conmigo.

Había preparado un programa informá-

tico muy complicado, que conectadomediante unos pequeños electrodos a lacabeza de cualquier persona, trasladabalos pensamientos, memoria y recuerdosdel individuo.

Parecía todo muy fácil de explicar enteoría, pero al intentar llevarlo a la prácti-ca, la cosa se complicaba de una formaalarmante y exponencial.

El cerebro de las personas que es muycomplicado, no solamente dedica su aten-ción a un único asunto, va pasando deuno a otro, procesando y coaligando ideassecuenciales difíciles de seguir y ver quérelación pueden tener unos y otros… y lopeor de todo ello es que el miedo y lo des-conocido siempre prevalece ante situacio-nes novedosas y conflictivas, haciendo queel programa se desorbite y parezca quedesvaría, produciéndose en ocasioneshechos insólitos.

Esperaba la llegada de mi ayudante, queme iba a servir de conejillo de indias en laprueba definitiva y que sería de una granayuda para poder aclarar todos los incon-venientes que estaban surgiendo en elestudio.

El TulpaporIranon de AiraPedro García Recalde

LL

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Le conocía desde hacía muchos años ycreo que no me iba a sorprender con trau-mas ocultos y conflictos internos extra-ños, pero la verdad es que nunca se llegaa conocer en su totalidad a las personas.

Habían pasado unos días y la llegada deJames fue milagrosa ya que en esemomento tenía todo preparado paraempezar a realizar las pruebas de campo yno tendría que posponerlo por más tiem-po...

El despacho de trabajo era un monu-mental laberinto de libros y apuntes… lapizarra, que había sido de gran ayudacomo recordatorio de los pasos a seguir,estaba llena de fórmulas matemáticas,gráficas, notas y todo lo inimaginable quepudiese anotar un "¿sabio?" loco como yo.

Saludos cordiales, chistes rápidossobre el "¡Buen tiempo!" y lo bien quehabía realizado el recorrido y encontradola casa con toda facilidad gracias a lasrecomendaciones e indicaciones que lehabía dado.

-¿Qué tal, profesor? ¿Todo listo y dis-puesto a empezar?...

Eso era lo que me gustaba de James…la disponibilidad que siempre demostrabapara el trabajo y el entusiasmo con que setomaba todos los asuntos.

Despejamos parte del despacho paratener más espacio, y nos dispusimos acomenzar el fatigoso trabajo.

La camilla donde se colocaría James…los electrodos, dispuestos alrededor de sucabeza… conexiones múltiples que con-vergían en el ordenador copiador de pen-

samientos…y todo ello rodeado por unambiente silencioso y tibio, solamenteinterrumpido por el golpeteo de la lluviacontra los cristales y el crepitar de las lla-mas en la chimenea.

-¿Nervioso?-No, solamente expectante. -Pues vamos a ello, ten paciencia y deja

fluir tus pensamientos, puedes empezarrecordando cosas de tu niñez, el colegio,tus padres, las vacaciones, el trabajo, elviaje que te ha traído hasta esta casa o…este preciso momento.

James cerró sus ojos, e intentando rela-jarse, dejó que los pensamientos fluyeran.

Los indicadores prácticamente no sealteraron, pero en un momento dado unfuerte trueno llenó la estancia e hizo quetodas las agujas de los aparatos comenza-ran a volverse como locas, saltaban dederecha a izquierda indicando lo que nopretendía, un temor escondido entre suspensamientos se había abierto caminohaciendo que todos los pensamientos"reales" se cerrasen y diesen paso a laimaginación ponzoñosa de los sueñostemerosos y frustrantes.

La grabadora de pensamientos volabacomo nunca la había visto y saturaba sucapacidad de una forma alarmante.

De pronto, entre la penumbra de unode los rincones del despacho, se estabaformando una bruma blanquecina, queparecía tener su comienzo en un hilillo dehumo que salía de uno de los electrodossituado en la cabeza de James.

La situación era asombrosa, la imagenbrumosa iba tomando una morfologíahumanoide, con largos y sinuosos brazosy donde debieran estar situadas las pier-nas era una masa informe que se agitabacon el aire que entraba por la chimenea.

Todo resultaba fantasmagórico, Jamescon un gesto inusual en él y deformadopor un miedo inconmensurable, habíaabierto los ojos de una forma tan desorbi-tada que dejaba ver más sus orbitas blan-quecinas que la oscura pupila y su verdeiris.

La imagen brumosa se iba asentandoen su morfología, parecía uno de los"Tulpas" de los que había oído hablar yque eran tan habituales en la culturaTibetana.

Estos seres eran el resultado de un des-doblamiento de la persona, produciéndoseuna especie de doble creado por el pensa-miento y que puede realizar todas aque-llas acciones que una persona sin las limi-taciones propias de la carne podría reali-zar con relativa facilidad… siempre en teo-ría.

Nunca había pensado que con esteexperimento de intento de copiar lamemoria de las personas pudiese llegar ala producción de un "Tulpa"… y la verdades que ahora no sabía como seguir con elexperimento.

El ser me miraba desde lo alto de lahabitación y parecía querer decirme algocon cara lastimosa… extendió uno de loque parecían brazos e instintivamenteextendí el mío con la intención de tocarle

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o asir su brumosa mano.El contacto resultó sorprendente, ya

que noté la firmeza de una mano fría yhúmeda que me agarraba con una fuerzasobrehumana y que tiraba de mí hacia él.

El miedo empezó a aparecer, haciéndo-me desvariar en mis pensamientos y olvi-dando por un instante que todo aquello noera más que un experimento científico quepodía terminar con sólo apretar el inte-rruptor de la luz que paraba el infernalaparato que había creado.

Todo parecía muy fácil ahora que todohabía terminado, pero en ese instante nopodía pensar con claridad y sólo tenía enmi mente dos preguntas ¿Qué intencióntenía ese ser? Y ¿Hacia dónde queríaarrastrarme?

Ya empezaba a alzarme del suelo, flo-tando debido al tirón y la fuerza que ejer-cía la figura fantasmal.

Pero en un momento dado, la humedadde su mano y el sudor frío que recorríatodo mi cuerpo, hizo que resbalaran nues-tras manos como cuando intentas agarrarun "Ciprino Dorado" del agua de la pece-

ra, lo que me hizo caer al suelo y reaccio-nar en un instante poniéndome de pie yapretando el interruptor salvador.

Casi instantáneamente el ser brumosocomenzó a desaparecer pero mostrandoen lo que parecía su rostro una imagen desorpresa, odio y desagrado, y ademásextendiendo sus brazos hasta mí para vol-ver a cogerme pero según se acercaba seiba convirtiendo en un ser más y mástransparente hasta casi desaparecer de lavista.

James se encontraba totalmenteinconsciente y enseguida acudí en suayuda para reanimarle.

El sorbo de agua milagroso y el airepenetrante y frío del exterior que entrabaa raudales por la ventana que acababa deabrir, hizo que enseguida abriese susvidriosos ojos y con una forzada sonrisade las suyas me preguntara… ¿Cómo hasalido todo?

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oñé un extraño lugar en otro tiempo oespacio, no sé, donde las arenas estabansepultadas por un manto de vegetación

que brotaba furioso en todo rincón y momento.

Soñé -y el sueño abarcaba toda una vida-que crecía y maduraba, luchaba y sufría, con latextura minuciosa pero escurridiza de lo irreal.Caí bajo los zarpazos del Velo gris que era elTiempo, pero solo para volver a levantarme másfuerte y desesperado. Él sería el tenebroso y des-proporcionado rival con el que habría de medir-me cada jornada hasta el fin de los días.

Visité, en cuerpo o alma, lugares de ensue-ño y pesadilla. Conocí el amor y la plenitud, aun-que el Velo rugía fragoroso y enorme esperandosu momento. Erigí templos desde donde mante-ner a raya a la abominación, faros que arranca-ron más de un jirón de putrefacta niebla a mienemigo. Sucumbí al desaliento en las negrasnoches y aprendí el valor de la acción diaria yperseverante, hasta que la misma desesperanzase transformaba en el combustible de nuevashogueras que contenían a la horrenda bruma sinforma. Tuve aliados en el desigual combate quefué mi sueño. No solo los míos, próximos y que-

ridos, si no tambien una extraña amalgama deespectros afines entre los que me conté. Pero noes posible evitar para siempre a la eternidadmisma, lo sé, así que elegí mi sancta sanctorum,el último reducto desde donde mirar de frente altétrico Velo de los Días que extendía sus moho-sas hebras más cerca con cada amanecer. Allíprendí el último fuego, el que le burlaría aunqueroyera mis huesos y convirtiera mis carnes enpolvo, como así hizo, al final.

Fué una mañana templada que al despertarnoté el sabor del frío en la boca, la tiniebla opacaante mis ojos abiertos y la rigidez completa demis miembros. Comprendí al instante que elVelo estaba sobre mí. Dentro de mí. Habíaentrado, taimado, durante la hora más oscuraapoderándose con glotonería de mi inútil carca-sa. Pero antes de disolverme completamente enmi voraz enemigo, recuerdo un pensamiento,no, una sensación, o el eco indefinido de ésta.Algo, en suma, que nunca habría esperado.

Algo así como... alivio.

***

Cuando desperté, antes del amanecer, con-templé con placer y gratitud mi aposento contodo lo que me es querido y familiar, de vueltatras la larga ausencia soñada. El confuso juegode sueño y realidad había acabado y ahora esta-ba en mi lugar. Me acerqué a la ventana a tiem-po para recibir la primera caricia cálida de Ra,murmuré la cotidiana plegaria de agradecimien-to y salí a la bulliciosa calle donde comenzabanya los preparativos de un nuevo día.

Comerciantes y artesanos preparaban susmercancías en los apiñados puestos callejerosdel mercado, y apreté el paso, sorteándolos, paradisfrutar del espectáculo de la salida de las tro-pas que partían al norte envueltas en el estruen-do de címbalos y trompetas en una nueva expe-dición de castigo contra los destacamentos hiti-tas que hostigaban la frontera, como siempre.Luego encaminé mis pasos al templo de Horus,entre cuyos muros realizo mi labor de guardiánde los textos sagrados, y me fundí -de camino-con la colorida multitud que cada día palpitaefervescente en las calles soleadas de Tebas, laeterna.

El Velo de los DíasporEbenezer HoltAntonio Blázquez

Al insigne Hermano Dogon (J.R.O.)

SS

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“El relámpago ya no reluce...

Horrible...Sólo puedo ver las cosas conun sentido monstruoso que

no es el de la mirada...La luz es oscuridad

y la oscuridad es luz...”