Javier Sasso - La Filosofia Latinoamericana

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La filosofía latinoamericana y las construcciones de su historia Javier Sasso UNIVERSIDAD DE CHILE Monte Ávila Editores Latinoamericana Cátedra UNESCO de Filosofía. IDEA Embajada de España

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Filosofia latinoamericana

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  • La filosofa latinoamericana

    y las construcciones de su historia

    Javier Sasso UNIVERSIDAD DE CHILE

    Monte vila Editores Latinoamericana Ctedra UNESCO de Filosofa. IDEA

    Embajada de Espaa

  • Javier Sasso

    La filosofa latinoamericana

    y las construcciones de su historia

    UNIVERSIDAD DE CHiLE FACULTAD DE FILOSOFA Y HUMANIDADES

    1111,!O TECA EUGENIO FEREI1A SALO

    5 Z521 Ji

    Monte vila Editores Latinoamericana Ctedra UNESCO de Filosofa. IDEA

    Embajada de Espaa

  • INTRODUCCIN

    la edicin, 1998

    Ilustracin de portada Relatividad, 1953 Maurits Cornelis Escher Litografa

    Monte vila Editores Latinoamericana, C.A., 1997 Apartado Postal 70712, Caracas, Venezuela Telf.: (58-2) 265.6020-Telefax: (58-2) 263.8508 E-mail: [email protected] http://www.monteavila.com

    ISBN 980-01-1062-3 Hecho el Depsito Legal N 1f50019981002459

    Ctedra UNESCO de Filosofa. IDEA (USB) Embajada de Espaa ISBN 980-6401-31-X

    Realizacin de portada: Gustavo Gonzlez (Monte vila Editores) Montaje electnico: -Pedro Acosta

    Impreso en Venezuela Printed in Venezuela

    EN LAS LTIMAS dcadas ha habido, en el mbito de lo que cabe llamar la academia filosfica latinoamericana, abun-dantes declaraciones sobre -el ser y el deber-ser de la Filosofa entre nosotros. Normalmente, tales declaraciones parten de una descripcin de la actividad filosfica existente, la que con fre-cuenciay aveces tras algunas iniciales apreciaciones optimis tas presenta un cariz negativo; y de esa descripcin suele pasarse al diagnstico de sus causas y ala propuesta de alterna-tivas, diagnstico y propuestas sobre los que no hay mayor con-senso. Nuestra actividad filosfica, sobre todo cuando se la contempla desde el ngulo de esos textos, da una marcada iMpre-sin de precariedad, de inestabilidad, incluso de frustracin. Responde esto a alguna realida4 y a cul? y de ser as, qu aspectos de la prctica latinoamericana del filosofar son los responsables de esa ,situacin?

    Ahora bien: la inmensa mayora de tales declaraciones se ar-ticulan sobre el trasfondo de la lnea de ruptura que en el mbi-to de la actividad filosfica latinoamericana ha sido dominante en el ltimo medio siglo. Pues en este perodo dicha actividad se

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    ha visto marcada por una escisin en dos sectores antagnicos, entre los cuales parece haber escasa alternativa. Por un lado se encuentra para decirlo con todo esquematismo quienes pro-pugnan su ejercicio siguiendo sin ms el modelo constituido en consonancia con las pautas vigentes a escala internacional. De acuerdo con ellas, la Filosofa no puede tener otra pretensin que la de constituir un saber o por lo menos un intento de saberque aspira a lo universal; y, por lo tanto, ha de ocuparse ante todo de aquellos tpicos cuya universalidad se encuentra de al-gn modo garantizada, es decir, con los que, aun cuando desde muy diferentes perspectivas, parecen haberla afectado en todo tiempo y lugar. Por el otro lado se hallan quienes se oponen a esa manera de ver y, con diversos argumentos, insisten en la necesi-dad de orientar la disciplina hacia la elaboracin de una reflexin sobre la propia realidad latinoamericana, que quizs pueda servir de prlogo a otra que se haga desde esa misma realidad.

    Puestas las cosas a este nivel programtico, la discusin entre ambas partes ha marchado por vas previsibles, que suelen man-tenerse en el mbito de las declaraciones de principios en torno a la Filosofa misma. Mientras los universalistas apelan a las va-riadas formas empleadas desde antiguo para definir la peculiar empresa que constituye a la disciplina, sus contradictores, apo-yados en una parte de la misma tradicin comn, reinterpretan la actividad filosfica como forma privilegiada de expresin ideolgica y cultural, y de ella concluyen que la validez de tal actividad se encuentra indisolublemente ligada a la capacidad del filsofo para incorporar, en el marco de su produccin, los rasgos especficos de su mundo circundante.

    La fuerza de tales declaraciones de principios para suscitar conviccin por s mismas es, sin embargo, escasa, ya que, al si-tuarse en un plano de mxima generalidad, permiten un conjunto de estrategias donde concesiones aparentes al adversario encu-bren la reiteracin de lo mismo: el americanista podr decir que adhiere a la concepcin clsica del quehacer filosfico, pero exi-gir que la universalidad que dicha concepcin proclama sea efectuada desde una perspectiva especficamente nuestra; su opo-nente aceptar que la actividad filosfica requiere dar cuenta del entorno, pero entender que este requerimiento, si ha de satis-

    facerse por medios filosficos, habr de pasar primero por el trabajo de construir una teora general acerca de la sociedad y/o la historia, teora que, por lo dems, no podr articularse ade-cuadamente si no se elaboran antes sus bases gnoseolgicas, antropolgicas y aun metafsicas.

    Pero, si bien a este nivel la disputa permanece en el mbito de una abstraccin no demasiado significativa, lo que s posee fuerza persuasiva por lo menos de hecho y a primera vistaes el conjunto de convicciones ms elementales que normalmen-te van unidas a esas posiciones: el universalista entiende que su adversario incurre en una literatura ensaystica que, bajo el nombre de Filosofa, se limita a proclamar preferencias cultu-rales o ideolgicas, por lo que lo producido de esta manera no puede ser considerado como perteneciente propiamente al filo-sofar, e incluso es ilegtimo hacerlo pasar institucionalmente como tal. Por su parte, el americanista responde negando que su oponente haga otra cosa que transmitir opiniones ajenas o, en el mejor de los casos, elaborar un pensamiento desarraigado de su medio, el cual, valga lo que valiere en s mismo, no forma-r siquiera parte de la cultura en la que se produce, salvo como apndice local de una casa matriz que quizs desconoce incluso su existencia. No puede sorprender que esta ltima crtica culmi-ne haciendo uso de las nociones de alienacin o de inautenticidad como armas arrojadizas en la querella.

    Si tal es la situacin, es razonable buscar entonces otro terre-no donde la disidencia pueda evaluarse, y que no padezca de la generalidad excesiva del plano de las concepciones globales acerca de la disciplina ni de la intil acrimonia del de las mutuas condenas. De ah que el objetivo que ha inspirado este trabajo haya sido intervenir en esa disputa, llevndola en una direccin ms productiva que la habitual.

    Ahora bien, cmo hacerlo en concreto? Sin duda hay, para esta tarea, mltiples caminos posibles. Aqu slo se pretender re-correr uno de ellos. Se tratar, en l, de volver a considerar la his-toria de la disciplina en Amrica Latina, de lo que fue y, en particular, de lo que

    con mayor o menor conciencia se quiso que fuera. En particular, valdr la pena reconsiderar una vez ms los dos momentos del filosofar latinoamericano tenidos por

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    fundacionales, a los cuales se invoca con extraordinaria frecuen-cia en virtud de un real o supuesto carcter normativo, sea para el sector americanista (como sucede con el encarnado por Alber-di en 1840), sea para el universalista (como acontece con el re-presentado por los Patriarcas o Fundadores del Novecientos y por la normalizacin que ellos o sus discpulos intentaron). Es por ello que para hacer uso del ttulo la reflexin sobre la filoso-fa latinoamericana habr de pasar, en lo que sigue, por el proceso mediante el cual se construy su historia.

    Este pasaje plantea, no obstante, un problema previo de gran calibre. Pues pudiera decirse acaso tal proceso no ha sido ya historiado con abundancia y prolijidad?, no se ha mostrado suficientemente el encadenamiento de sus etapas, el sentido de su evolucin, el papel de sus figuras principales?, no estamos hoy en posesin de una historiografa de las ideas en general (y de la Filosofa en especial), y lo que pudiera pensarse que ha de zan-jar el punto no es ella misma una vertiente del americanismo filosfico, o por lo menos una aliada muy confiable de ste?, no se ha mostrado, a travs de una narrativa totalizadora, que la pos-tura americanista ha constituido desde los orgenes de la vida independiente de nuestros pases una lnea capaz de generar en funcin expresiva o incluso emancipatoria un discurso fi-losfico propio a partir de la circunstancia, lnea eclipsada en ms de una ocasin pero an vigente, y a la que es posible siempre retornar o retomar? De este modo, una evaluacin de dicha historiografa se convierte en tarea insoslayable para quien quiera reconsiderar cmo se articul la Filosofa en Amrica: volver a mirar cmo se construy su historia obliga a encarar cmo se elabor su historiografa. Este intento no pretende negar la tarea paciente y sistemtica de tales historiadores, en la que sin duda hay un autntico saber el cual, adems, es una pieza imprescindible para el autoconocimiento de la cultura latino-americana, sino que se fundamenta en la sospecha de que ella ha quedado comprometida, tanto en el plano conceptual como en el emprico, con preconcepciones que no corresponde mantener.

    En lo que sigue, esta indagacin se desplegar de la siguiente manera: un primer captulo se har cargo de esta sospecha, in-tentando mostrar que la narrativa globalizante que caracteriza

    mayoritariamente a los historiadores aludidos puede y debe ser desconstruida. El segundo y el tercer captulos, en cambio, esta-rn dedicados a aquellos dos momentos histricos tenidos por fundacionales. Es preciso dirigirse a tales momentos para exami-nar, de acuerdo con lo ya dicho, dos aspectos: a) el de la verdad de lo ah acontecido, pues lo sealado lleva muy naturalmente a pensar que ellos estn rodeados de un aura de leyenda que no les corresponde; b) el de la validez de los mismos para servir hoy de modelos. De este recorrido cabe suponer que puedan inferirse conclusiones de cierta relevancia para satisfacer la in-quietud que ha motivado el conjunto de estas consideraciones.

    As, pues, el trabajo que sigue mantiene una relacin variada con los materiales histricos que trae una y otra vez a conside-racin, por lo que quizs sea prudente justificar esa variedad. Para comenzar, es bueno dejar en claro que no pretende historiar ni rehistoriar el pensamiento filosfico latinoamericano. En su parte predominantemente epistemolgica (captulo 1) busca con exclusividad, en las obras de los historiadores latinoamerica-nistas, ejemplos que le permitan explicitar y argumentar ciertos reparos a su narrativa y, en los textos que son el tema de esa his-toria, contraejemplos seleccionados con el mismo fin. En la parte principalmente historiogrfica (captulos 2 y 3) no slo procede-r de otro modo, sino que tratar de diversa manera sus dos ins-tancias constitutivas. Con respecto a Alberdi, ser posible y aun deseable, dada la importancia de su figura en el americanismo filosfico de las ltimas dcadas, ocuparse tanto de analizar su texto como de situarlo en la verdad de su contexto; por esta tarea corresponde entender tanto la consideracin de otros materiales suyos ligados estrechamente a su escrito de 1840 (y que, se ten-gan o no por filosficos, sirven para precisar su significacin) como hacer referencia a su medio sociocultural y poltico, as como al eventual papel de la disciplina en tal entorno. En lo que atae al proyecto normalizador, en cambio, y dada la variedad y di-versidad de sus representantes, habr que comenzar por el relevamiento de la enunciacin ms clara posible de la idea con-ductora, explorando a partir de ella sus motivaciones, sus dificul-tades y su peripecia, pues este proyecto se va articulando desde los alrededores de 1900 a travs de diversas figuras, que incluso

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    pertenecen a ms de una generacin, y l no expresa necesaria-mente en una sola de sus versiones todas sus virtualidades. Y son stas (como las del proyecto alberdiano) las que importa-rn en un trabajo cuya pretensin para insistir una vez msest en intervenir en el pleito, si se quiere metafilosfico, que ha escindido a los practicantes de la disciplina en Amrica Latina.

    El texto presente es el resultado de diversos intentos, proyectados en el marco de diferentes instituciones en especial la Universi-dad Simn Bolvar y proseguidos intermitentemente a lo largo de varios aos. Agradezco aqu a quienes como Roque Carrin, Ezra Heymann, Jos Jara y Domingo Miliani hicieron comen-tarios a algunos de esos intentos o a su articulacin final (al lti-mo de los nombrados as como a Clara Rey y Walter Guido-debo asimismo el acceso a abundantes materiales bibliograficos). Lo mismo vale y muy especialmentepara Rafael Toms Cal-dera y Luis Castro Leiva, lectores y relectores de mltiples versiones anteriores de lo aqu escrito, quienes sugirieron acla-raciones y modificaciones a veces obedecidas. Finalmente, Dia-na Castro no slo colabor de la misma manera, sino que crey durante un buen tiempo solitariamente en la posibilidad de este libro, motivo por el cual le est dedicado.

    CAPTULO 1 LA ESCENA HISTRICA DEL PENSAMIENTO LATINOAMERICANO: PERSPECTIVAS SOBRE UNA NARRATIVA TOTALIZADORA

    A LO LARGO de la dcada de 1940 se constituy como disciplina reconocida acadmicamente la llamada Historia de las Ideas en Amrica, o como parece ser ahora el uso ms extendi-do Historia del Pensamiento Latinoamericano. Esta disciplina emergi casi en forma simultnea a partir de dos centros geogr-ficos y culturales: la capital mexicana, donde fue decisivo el im-pulso que Jos Gaos otorg a la empresa, y Buenos Aires, donde result determinante el influjo de Francisco Romero. A diferen-cia de lo acontecido en pocas anteriores, en las que intentos similares marchaban por lo general aislados y posean una reso-nancia muy relativa, se inici un perodo marcado por viajes de estudio, colecciones editoriales, congresos internacionales, oca-sionales polmicas y mutuos reconocimientos; en suma, por los sntomas habituales de la institucionalizacin. Los integrantes del grupo que ech a andar la disciplina as constituida, normal-mente catedrticos de Filosofa, lograron, al cabo de un tiempo, que sus investigaciones trascendieran largamente el mbito ini-cial, convirtindose en referencia obligada para el conjunto de

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    LA ESCENA HISTRICA DEL PENSAMIENTO LATINOAMERICANO 3

    los estudiosos de la realidad latinoamericana'. En parte, esta ampliacin de la audiencia se obtuvo al ser atendida esa produc-cin por los historiadores a secas; en parte, ella tambin se vio favorecida por el inters que la cultura latinoamericana comen-z a manifestar por su pasado (inters movido en gran medida por las inquietudes del presente); hasta que al fin, en el contexto de las dcadas de los 60 y los 70, tanto la radicalizacin de la vida poltica de Amrica Latina como el momento de auge que conoci su literatura (con la consiguiente proliferacin de los estudios, incluso histricos, sobre la misma) terminaron por asentar esa resonancia.

    Las pginas que siguen estn muy lejos de pretender analizar la mayor parte de los aspectos involucrados en el surgimiento y consolidacin de esta disciplina. Transcurridas varias dcadas de actividad reconocida en este campo, no tiene ya particular inters mostrar con detalle los innegables mritos de esta histo-riografa ni explicar por qu su aparicin signific un notable avance en un medio poco atento a su pasado intelectual e ideol-gico, o acostumbrado a referirse a l de manera impresionista y poco fundada. Su objetivo habr de ser exclusivamente este otro: formular ciertos reparos de carcter conceptual con respecto a la organizacin que estos historiadores del pensamiento latino-americano han dado a los materiales que investigan, en espe-cial cuando intentan dar una visin global de dicho pensamiento, ubicar en l su vertiente filosfica o insertar a aqul y a sta en el conjunto de la historia y de la cultura latinoamericanas. A di-chos reparos podrn seguir, sin pretensiones excesivas, algunas propuestas alternativas.

    Si dirigimos la mirada a la tarea efectivamente realizada por los historiadores aludidos encontraremos, al margen de diferen-cias ahora prescindibles, un mismo modelo por obra del cual nor-malmente se articulan sus producciones. stas se centran en torno

    1 Cfr. la rpida presentacin de esta historia, por parte de uno de los que mejor han contribuiglo a ella, en A. ARDAO: Historia y evolucin de las ideas filo-sficas en Amrica Latina, en La Filosofa en Amrica. Trabajos presenta-dos en el IX Congreso Interamericano de Filosofa (Caracas: Sociedad Venezolana de Filosofa, 1979), Tomo I, pp. 61-69; cfr. esp. pp. 64 ss.

    a textos, que en gran parte han sido exhumados por ellos mismos. Dichos textos son descritos (a veces minuciosamente) y por me-dio de su descripcin se los adscribe a una determinada corriente intelectual; dicha corriente acaba por ser una tendencia, en algn sentido, filosfica. Al mismo tiempo, esos materiales que han sido descritos y adscritos son enmarcados o incluso subsumidos, por el camino de atender a su entorno sociocultural, en la marcha glo-bal, en los hechos predominantemente polticos, de Amrica La-tina. El nfasis en los distintos momentos de este conjunto de operaciones de globalizacin creciente vara en forma considera-ble de autor en autor (y aun, en ciertos casos, en uno solo de ellos), pero la estrategia globalizadora misma (tematizada, aludida o presupuesta) nunca est ausente.

    Contempladas las cosas con un grado suficiente de generali-dad, puede decirse entonces que los cultores de la disciplina aqu mencionada ordenan el devenir histrico-intelectual latinoameri-cano mediante una periodizacin bsica que pretende atender tan-to al campo de la actividad puramente intelectual (donde lo filosfico tendra el papel dominante) como al entorno poltico y social. Las fases fundamentales de este devenir seran el orden colonial, su disolucin por el proceso emancipatorio y sus conse-cuencias, y la emergencia de un nuevo orden que culminara con el siglo xix y que se intenta ya modificar a comienzos del xx. La Escolstica, dentro de este esquema, es la tendencia filosfica que brinda la arquitectura intelectual del orden antiguo, resque-brajado a lo largo del siglo xviii por las concepciones modernas e ilustradas. El Positivismo es la tendencia filosfica que vertebra intelectualmente el orden nuevo, precedido a lo largo del siglo xix por diversos intentos de un discutible y no siempre as lla-mado Romanticismo Social, ansioso ya por (re)organizar las sociedades latinoamericanas. El perodo intermedio, que coinci- de, en casi toda Amrica Latina, con una marcada inestabilidad, esthra poblado por diversas filosofas, ninguna de las cuales lo- gra cabalmente su cometido cohesionador: ni la ideologa de los discpulos de Condillac, ni el utilitarismo de Bentham, ni la es-cuela escocesa del sentido comn, ni siquiera ehms exitoso espiritualismo eclctico que conoce su apogeo universitario en el tercer cuarto del siglo. El Novecientos trae consigo un programa

  • de superacin del positivismo sobre cuyo sentido, alcance y lmites se ofrecen versiones divergentes: desde la que ve ah los comienzos de una bsqueda de la identidad hasta la que encuentra en l un primer intento por apropiarse de la tradicin filosfica, a la que hasta ese entonces no se habra autnticamente comprendido2.

    De este modo, los historiadores latinoamericanos de las ideas ponen en escena un guin donde ciertos personajes representati-vos o algunas tendencias colectivas ejecutan determinados roles, a travs de los cuales adquieren sentido histrico. Los reparos anunciados no surgen por haber llegado a desconfiar de esas eje-cuciones sino, como ya se ha insinuado, de la solidez y consisten-cia de la escena en la que se las hace coexistir. La sospecha, en favor de la cual habr luego de argumentarse, es que la escena en cuestin para decirlo mediante un lxico que ha adquirido cier-ta notoriedad (pero sin comprometernos con l) debe ser desconstruida. Esta tarea, por cierto, no conduce a la pretensin de anular la obra realizada por los mencionados historiadores, pues no hay incoherencia en pedir que, a partir de la base docu-mental abierta por ellos, se ensayen a su vez otras vas de comprensin historiogrfica.

    Estas otras vas conviene desde ya decirlo no implican que toda construccin de una escena, que todo atisbo de narrativa integradora sea un error; por el contrario, quizs sea una condi-cin necesaria de toda disciplina, una vez llegada a cierto grado de desarrollo. Al fin y al cabo, tambin la ciencia newtoniana arma un espacio si se quiere, escnico en el que transitan determinados actantes. Pero stos, a primera vista tan radical-mente heterogneos (la ley de la cada de los cuerpos en las proximidades de la superficie terrestre, las leyes de Kepler so-bre el movimiento de los planetas, la regularidad de las mareas, etc.); muestran que pueden coexistir en el mbito homogneo que la Mecnica construye para ellos. Y lo anterior tampoco pre-tende cuestionar toda estructuracin, previa a la marcha concreta

    2 La periodizacin aqu sealada se ha convertido en un lugar comn. Cfr., por ejemplo, el texto de Ardao citado en la nota anterior, p. 68, as como cfr. L. ZEA: El pensamiento latinoamericano (Barcelona: Ariel, 1976).

    del historiador, de la orientacin general del proceso en el cual se dan los materiales que l describe; por el contrario, sin una hip-tesis de ese tipo o equivalente, difcilmente se obtenga otra cosa que una crnica eventualmente interesante. Que, por ejemplo, el tan usado esquema Colonia/Emancipacin/Organizacin Nacio-nal tenga un claro sabor sansimoniano y evolucionista no es una razn suficiente para ponerlo en duda, pues siempre de algn lugar hay que partir.

    LA PUESTA EN ESCENA DE LA TOTALIZACIN

    La coexistencia en el marco de una determinada escena terica supone una concepcin, declarada o no, de dicha esce-na como totalidad estructurada. Es legtimo sostener que la idea que rige a esa concepcin que, como mnimo, hace de saber de trasfondo en tales investigaciones puede ponerse a cuenta del clebre dictum que proclama que la Filosofa es la poca puesta en pensamiento. Si se desciende de la proclama a su realizacin, se puede decir que esa idea directriz se ha instrumentado, tcita o expresamente, mediante supuestos hermenuticos como los si-guientes: 1) el que postula la existencia de una conexin estructu-ral entre los distintos planos que integran una sociedad y/o una cultura; 2) el del carcter privilegiado que, como hilo conductor, tendra el plano filosfico, por su mayor abstraccin y generali-dad, lo que le permitira ejercer aquella funcin expresiva; 3) el que de facto identifica la poca con la circunstancia local del pen-samiento que se estudia. Es la suma de tales modos de interpretar lo que permite llegar a lo que igualmente se indic en nuestro punto de partida: el carcter dominante, en las obras de estos historiadores, de una estrategia narrativa que procede a partir de textos, describindolos en funcin de su contenido conceptual, adscribindolos de cerca o de lejos a alguna tendencia filosfi-ca, para finalmente subsumirlos en la marcha sociocultural de Amrica Latina.

    Tal concepcin sistemtica de la conexin estructural en el mundo histrico ha sido expresada con nitidez a la vez que

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    con moderacin por uno de los historiadores ms relevantes del pensamiento latinoamericano Arturo Ardao, quien la presenta del modo siguiente3: dentro de la forma mental que marca cada perodo del proceso histrico, entre los distintos sectores de ideas, hay uno que por su naturaleza misma tiene un sello de ge-neralidad o universalidad que lo remonta por encima de los otros y lo convierte en condicionante o rector de los mismos (...) Es el sector de las ideas filosficas. No hay contingencia alguna en el carcter animador e impulsor que, para la historia global de las ideas, reviste la de las ideas filosficas, pues es inherente a la inteligencia histricamente constituida la visin filosfica del mundo y de la existencia humana. De este modo, por su gene-ralidad terica, el pensamiento filosfico condiciona en cada poca todas las dems manifestaciones de la inteligencia. Esta preeminencia determina que la Historia de la Filosofa sea privilegiado instrumento de comprensin del hombre, la histo-ria y la cultura, y que ella pueda brindar tanto orientaciones doctrinarias como pautas metodolgicas. La Filosofa del Derecho y del Estado, de la sociedad y de la economa, de la edu-cacin, el arte, la religin y la ciencia son filosofa aplicada. Y, dado que toda filosofa aplicada carece de sentido sin su cons-tante referencia explcita o implcita a la filosofa general, y en definitiva, a la filosofa primera, no puede extraar que se en-tienda que las ideas filosficas son las de accin ms universal y que es siempre tenindolas a ellas por inspiracin o fundamen-to, ms o menos inconscientemente, que las dems ideas inciden sobre la realidad, al mismo tiempo que entre s4.

    3 Cfr. A. ARDAO: Sobre el concepto de historia de las ideas (1956) en su Filo-sa& de lengua espaola (Montevideo: Alfa, 1963), pp. 83-91, e igualmente, en el mismo libro, pp. 79 ss.; cfr. tambin su Espiritualismo y positivismo en el Uruguay (Mxico: Fondo de Cultura Econmica, 1950), pp. 11-18, as como Historia y evolucin de las ideas filosficas en Amrica Latina, cit.

    4 Si para Ardao es inherente a la inteligencia histricamente constituida la visin filosfica del mundo y de la existencia humana (Espiritualismo y positivismo... p. 12, y Filosofa de lengua espaola, p. 80), para Leopoldo Zea (Filosofa y cultura latinoamericana. Caracas, CELARG, 1976, p.15) la conciencia filosfica ha venido a ser, entre los pueblos de origen occi-dental, expresin de madurez cultural.

    Vale la pena pasar rpida revista a algunas de las expresiones ms usuales que, en la obra del mismo autor, denotan la canaliza-cin de esa conexin estructural con dominante filosfica. A ve-ces5 se da el caso especial en el que una doctrina filosfica genera de modo expreso algo que no lo es (como una escuela literaria). Ms frecuentemente encontramos que una filosofa model la intelectualidad latinoamericana, o que le impuso a sta una gene-ral impregnacin, o que conform una mentalidad o que la influ-y, la nutri o la inspir. Puede decirse que una filosofa preside una ideologa poltica o que un movimiento educativo avanza bajo las banderas de una filosofa. Las tendencias del realismo literario son correlatos artsticos del Positivismo filosfico, el naturalismo esttico es hermano del cientfico, mientras que el modernismo literario resulta solidario de la renovacin fini-secular de la metafsica. Del principismo intransigente de ciertos liberales se dir que es solidario con el espiritualismo, pero tam-bin que deriv de ste, mientras que el evolucionismo poltico es producto del Positivismo, del cual procede.

    Como se advierte sin ms, generar, imponer, impregnar, confor-mar, influir, nutrir, inspirar, indican un nexo que va de la causa filosfica al efecto extrafilosfico; mientras que ser solidario, correlato o hermano no hacen referencia a un nexo causal, sino que denotan la comn pertenencia a una forma cultural. Ambos conjun-tos lxicos son, pese a su divergencia, igualmente adecuados, por-que su misma oscilacin manifiesta aunque no se lo nombre el supuesto ya mencionado que otorga a la Filosofa el rol de expre-sin pensante de la poca (supuesto sobre el que habr de volverse aqu una y otra vez). Por eso la preeminencia del plano filosfico no se altera tampoco cuando otro historiador declara, por ejem-plo, que la conciencia romntica hace de trasfondo del espi-ritualismo decimonnico, e incluso que ste depende de aqulla6.

    5 Las palabras subrayadas han sido extradas de A. ARDAO: Espiritualismo y positivismo... (ed. cit. pp. 16, 49 ss., 59, 246, 252), as como de la coleccin de artculos Etapas de la inteligencia uruguaya (Montevideo: Universidad de la Repblica, 1971), pp. 127, 140, 142, 217, 287.

    6 Cfr. A.A. ROIG: El espiritualismo argentino entre 1850 y 1900 (Puebla: Cajica, 1972), pp. 35 y 130.

  • LA ESCENA HISTRICA DEL PENSAMIENTO LATINOAMERICANO 9 8 LA FILOSOFA LATINOAMERICANA Y LAS CONSTRUCCIONES DE SU HISTORIA

    La Filosofa, para ejercer su funcin expresiva, ha de depender de su trasfondo epocal, pero por el ejercicio de su peculiar funcin puede y debe encabezar la serie de manifestaciones de la cultura e incidir causalmente sobre las otras en forma decisiva, pues cabra decir slo en ella la poca accede al saber de s en la transparencia del concepto.

    La frase de aspecto hegelianizante que se acaba de emplear, aun cuando no es usual entre los historiadores latinoamericanos de las ideas, expresa adecuadamente un tema recurrente que qui-zs pudiera considerarse como el criterio vertebrador que orien-ta su prctica. Con ella de ningn modo se pretende endosarles la acusacin de sostener una concepcin idealista de la historia. La imagen de la Filosofa que ordena su quehacer atraviesa la oposi-cin entre el idealismo y el materialismo histrico; y, por lo de-ms, es oportuno recordar que pocas cosas hay ms hegelianas que un lukacsiano7. Ser posible, entonces, prescindir en lo suce-sivo de la oposicin aludida, por ms que ella exista, pero en fun-cin subordinada. Pues como se intentar mostrar a partir de aqu-- lo que debe ser objeto de discusin est anclado en los procesos de composicin narrativa y no, o no en demasa, en lo que oficialmente se pretende que es el sentido final de la investi-gacin por ejemplo, una dialctica de la conciencia america-na8, o incluso en lo que se supone que determina en ltima instancia su objeto.

    Tampoco parece de mucho inters hostilizar a estos historiado-res cuestionando que ese rol de la Filosofa pueda tener validez para la India o el Egipto faranico, para los mayas o los babilonios. Pues aun cuando tal cuestionamiento resultase abstractamente correcto, una crtica as slo podra interesar si ellos decidieran, sin alterar en nada su imagen de las cosas ni, en particular, sus procedimientos

    7 La irrelevancia, para el caso, de esa supuesta oposicin fundamental ha sido claramente vista por Ardao en Historia y evolucin de las ideas filosficas en Amrica Latina, cit., p. 66.

    8 Cfr. el texto de Leopoldo Zea que, precisamente, lleva por nombre Dialc-tica de la conciencia americana (Mxico: Alianza Editorial Mexicana, 1976) y que explicita una lnea interpretativa que se encuentra en toda su produccin.

    metodolgicos, ocuparse de las ideas implcitas o explcitas en las culturas indgenas o en el folklore_ afrolatinoamericano o en la mentalidad popular. Sin embargo, la cuestin aqu no planteada encierra otras dos que por lo menos son dignas de mencin. La primera: si esta manera de ver y de proceder no implica una reduccin ilegtima a lo que vale como pensamiento para el circui-to letrado. La segunda: la que, algo toscamente, podra llamarse la de la identificacin de una idea, una tesis o un texto como filosfico.

    En cuanto a la primera: es cierto que en los autores encarados la historia de las ideas tiende a asimilarse sin ms a la historia de por s importante de la institucin universitaria, de sus adyacencias y de su pblico. Para comprobarlo, basta con reco-rrer rpidamente los contenidos de obras como las de Zea sobre el Positivismo en Mxico, las de Roig acerca de la segunda mitad del siglo xIx argentino, o el ciclo de Ardao sobre la evolucin de la Filosofa y la conciencia intelectual en Uruguay9. Es cierto tam-bin y los estudiosos de la produccin literaria, entre otros', se han vuelto, como es sabido, muy sensibles a este aspecto que, al poner de relieve el pensamiento vigente en una sociedad, tal identificacin puede conducir con rapidez a consolidar la repre-sin, en la memoria histrica, del decir iletrado o semiletrado que fue parte de la situacin dialgica y que luego no ha entrado ni si-quiera en las bibliotecas. Frente a esto que no ha dejado de pre-ocupar a ciertos practicantes de la disciplina la defensa ha de consistir en, al mismo tiempo, sostener la legitimidad metodolgica

    9 Cfr. L. ZEA: El Positivismo en Mxico. Nacimiento, apogeo y decadencia (Mxico: Fondo de Cultura Econmica, 1968); A.A. ROIG: El espiritua-lismo argentino entre 1850 y 1900 (ed. cit.) y Los krausistas argentinos (Puebla: Cajica, 1969); A. ARDAO: Filosofa preuniversitaria en el Uru-guay (1787-1842) (Montevideo: Claudio Garca, 1945), Espiritualismo y positivismo en el Uruguay (ed. cit.), Batlle y Ordez y el positivismo filo-sfico (Montevideo: Nmero, 1951), Racionalismo y liberalismo en el Uru-guay (Montevideo: Universidad de la Repblica, 1962), Introduccin a Voz Ferreira (Montevideo: Barreiro y Ramos, 1961), La filosofi'a en el Uruguay en el siglo XX (Mxico: Fondo de Cultura Econmica, 1956), Etapas de la inteligencia uruguaya (ed. cit.).

    10 Cfr. por ejemplo J.C. SCHMITT: L'histoire des marginaux, en J. LE GOFF (comp.): La nouvelle histoire (Pars: Complexe, 1988), pp. 277-305.

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    de la provisoria puesta entre parntesis de ese otro decir, y en la comprobacin de que esa prescindencia no tiene por qu inducir a creer que no existe lo dejado fuera del terreno de estudio. Esta comprobacin slo puede hacerse caso por caso; limitmonos ahora a sealar que resultara extrao que los historiadores de las ideas indujeran al olvido aludido cuando, en su campo profesio-nal, han de tener trato constante con autores como Sarmiento, tan explcito en la presentacin de sus antagonistas. Y en lo que res-pecta a aquella legitimidad, cabra respaldarla, por ejemplo, exhi-biendo la especificidad textual o la relativa autonoma del circuito de la produccin letrada en las pocas que son objeto de estudio, lo cual no implica, desde luego, que esa peculiaridad no pueda ser explicada en trminos histrico-sociales ms amplios.

    En cuanto a la segunda de las cuestiones arriba nombradas (la de la identificacin de un discurso como perteneciente a la Filo-sofa), vale la pena plantearse aqu algunas preguntas bsicas. Por ejemplo: es calificable como filosfico todo plano de ideas de mxima generalidad, y esto como parece pensar Ardao en cualquier cultura? Y si tal cosa se aceptara a ttulo provisorio (ya que hemos sensatamente desistido de evocar universos culturales ajenos al que ocupa a estos historiadores, quedndonos slo con lo que es un fragmento de la cultura letrada de Occidente), es entonces secundario, o aun irrelevante para esa identificacin de lo filosfico, el juego institucional que en esa cultura caracteriza pblicamente hoy a lo que se llama Filosofa?

    En efecto: si estas preguntas se desestiman, el campo de nuestra disciplina quedar con toda probablilidad caracterizado de hecho mediante aquellos rasgos de la misma que ocupan el proscenio en los manuales de Historia de la Filosofa (repertorios siempre cues-tionados pero siempre imprescindibles). Bien sabido es que, en el interior de la vida acadmica, mucho es lo que se ha alegado en contra de ellos. Aqu debe preocuparnos, ante todo, la ilusin de uniformidad que generan, as como la proyeccin anacrnica, ge-neralmente inconsciente, que sus autores hacen de los problemas de su presente y tambin de la concepcin misma de la Filosofa que para ellos rige, pero no necesariamente para sus historiados. El traslado de esas fallas quizs en parte inevitables al terreno ms heterogneo del pensamiento, slo puede agravarlas.

    Consideremos por un momento que es en virtud de las reglas o ms bien de los hbitos de ese juego institucional actual, juego que (si bien con algn retraso) los manuales necesariamen-te reflejan, que ciertos autores y textos se ubican dentro de la tra-dicin y otros normalmente quedan fuera", y que el traslado irreflexivo de esos hbitos bien pudiera tener en nuestro objeto de estudio, ms graves consecuencias que en el de su origen. Pues si echamos una mirada a lo que fue la cultura de los pases de Am-rica Latina en el siglo mx, podemos acaso dar por supuesta la existencia plena en ellos de dicho mbito institucional, con todo lo que l implica?

    Recordemos para comenzar que, entre otras cosas, la ins-titucin llamada Filosofa12

    supone como norma, adems de un aparato acadmico (que puede, en un medio dado, haberse redu-cido incluso a una ctedra, un docente, un manual, pero que no por ello deja de ser tal), tambin la presencia de supuestos interpretativos que deciden, muchas veces al nivel de lo implcito, las maneras estilsticamente diversas pero en definitiva limita-das en que un texto puede ser construido para que se lo reco-nozca como filosfico. Dicho esto, estamos seguros de saber cmo se apropiaban de la disciplina los intelectuales latinoamericanos del siglo xIx y los efectos generados por su modo de apropirsela? No prejuzgamos ste sobre la base de lo que tambin en nuestro continente hacen hoy o hacan ayer con la tradicin filosfica los profesionales de la Filosofa? Miradas las cosas en concreto: qu era, para un poeta romntico, ser espiritualista?, qu implicaba, en un abogado de 1890, su adhesin al Positivismo? Y, para tomar

    11 Para un caso concreto, cfr. Bruce KUKLICK: Seven thinkers and how they grew, en R. RORTY,1B. SCHNEEWIND y Q. SKINNER (comps.): Phi-losophy in History (cit.), pp. 125-139.

    12 Cfr. A. COHEN y M. DASCAL (comps.): The Institution of Philosophy (La Salle: Open Court, 1989). Para la historia de un ejemplo nacional harto vin-culado con Amrica Latina, cfr. P. VERMEREN: Victor Cousin, le jeu de la philosophie et de l'Etat (Pars: L'Harmattan, 1994), as como los textos re-unidos en S. DOUAILLER Et al.: La Philosophie saisie par l'Etat (Pars: Aubier-Montaigne, 1988). Cfr. tambin J.L. FABIANI: Les philosophes de la Rpublique (Pars: Minuit, 1988).

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    un punto especfico dentro de lo anterior: cmo se llevaba a cabo el acto de leer, y de leer Filosofa? Es muy posible que el poeta se acercase a los textos como quien se pone a espigar en Lamartine, y que a su vez efectuara ese acercamiento con una disposicin a la inmediatez afectiva que hoy no solemos emplear con razn o sin ella ni aun para la poesa. Es probable que el abogado se dirigiera a Spencer del mismo modo que a una nota editorial o a un artculo de fondo. Desde luego, no debe presumirse que siem-pre fuera as (ni, por lo dems, que tales estrategias de lectura sean forzosamente erradas), pero poca duda cabe de que estas for-mas de apropiacin existieron y pesaron. Y si lo sospechamos, y aun lo sabemos, no erramos al homogeneizar sin atenderlas la escena de la Historia de las Ideas en Amrica, haciendo as que sta adquiera una familiaridad ilusoria?

    Antes de intentar una respuesta ser conveniente dejar en claro lile las mencionadas dificultades requieren ser encaradas, y que los problemas se veran solamente desplazados si, frente a lo he-cho por estos historiadores, se propugnara el retorno simple, aun cuando autoconsciente, a la clsica y asptica historiografa de las ideas filosficas, dejando entonces de lado la pretensin de ocuparse del anclaje epocal y sociocultural de las mismas (sal-vo en la tenue medida en que ese horizonte suele aparecer en tales narrativas). En efecto, prima facie podra pensarse que las difi-cultades de la empresa surgen de pretender dicho anclaje y que, si se abandonara esta pretensin (o quizs si se la postergara) y el historiador se concentrara slo en los para llamarlos de algn modocontenidos indiscutiblemente filosficos, podramos vol-ver al seguro suelo de los manuales clsicos de Historia de la Filo-sofa. Pero prescindiendo de que este retorno nos agrade o no, y tambin de que ese suelo como acaba de sealarse sea en realidad un campo minado, debe ser dicho que los historiadores del pensamiento latinoamericano no podan siquiera hacer eso, y que no podan hacerlo por las propias implicaciones de su material. Esta imposibilidad puede ilustrarse fcilmente.

    En su libro La Filosofa iberoamericana, Francisco Larroyo, al tratar de la implantacin del Positivismo, considera que un error que en mucha parte padece la historiografa dominante es el de pretender detener la mirada en las mil resonancias que las doc-

    trinas de Comte, Mill, Spencer, han ejercido en el campo de la poltica y de la educacin13. En vez de concentrarse tanto en la filosofa poltica y pedaggica que tal doctrina prohij, invita a los historiadores a ocuparse de las vueltas y revueltas de los enun-ciados caractersticos de ese Positivismo, a concentrarse en los filosofemas mismos, a estudiar cmo fueron stos trasplanta-dos en las nuevas tierras, qu modificaciones, si las hubo, ofrecie-ron en su desarrollo, cmo lucharon entre s, y cmo, al fin, declinaron. Desde luego, Larroyo no pretende ignorar que el influjo y reflujo del entorno es relevante para el devenir de la disciplina; acepta que la filosofa es un ingrediente de la vida cultural de un pueblo y que por lo mismo debe tratarse, histri-camente, en inseparable vnculo con sta (no hacerlo sera inci-dir en un vetusto y falso concepto). Sin embargo, entiende que la variedad de la cultura, puntualmente, obliga a una divisin del trabajo. El aludido entorno ha de ser tema de otros: de quienes cultiven la historia de las instituciones polticas, as como la historia de los hechos pedaggicos.

    Lo que causa extraeza en esta propuesta es, sobre todo, que se haga en relacin con materiales como los que brinda el siglo XIX latinoamericano, y en particular su momento positivista. Porque es cosa de preguntarse si, precisamente, los procesos de trasplan-te, modificacin, lucha y declinacin para hacer uso de las mis-mas expresiones del propio Larroyo que caracterizaron en forma dominante ese siglo y tal momento, pueden ser historiados de modo inteligible sin apelar en cada paso a lo que l quiere ex-cluir; si hemos de creerle a Leopoldo Zea y no parece que, en esto, su reconstruccin del Positivismo latinoamericano, y ms en especial mexicano, haya sido desafiada hasta hoy resulta in-dudable que esa doctrina, en nuestro continente, fue adoptada y adaptada gracias a una especfica voluntad poltica y pedaggica, y que esa voluntad es un elemento central para la comprensin de los textos mismos, incluso para los que debaten temas aparente-mente tan ajenos a lo poltico y lo pedaggico como los que suscita

    13 Cfr. F. LARROYO: La filosofa iberoamericana (Mxico: Porra, 1978), p. 101.

  • la Lgica de J.S. Mill'4. Por qu habra de reducirse el historiador a darnos una versin esculida del mundo en el que ha penetra-do, mxime si esa reduccin es, para el caso, artificiosa y slo est avalada por una idea de la divisin de trabajo que hoy da todo practicante del mtier d'historien rechaza en nombre de una disciplina que se quiere total'5?

    Ahora bien: que Larroyo asimile constantemente, en la misma pgina aqu comentada, la historia de la filosofa a la histo-ria de los filosofemas, quizs se pudiera cargar a la cuenta de las limitaciones de una manera de ver que, pese a todo, sigue siendo muy tradicional. No obstante, esa asimilacin aparece, por lo me-nos en forma tcita, en otros autores, como cuando W.D. Raat, per-sistente contradictor de Leopoldo Zea, cuestiona el uso que ste hace del trmino positivismo por entender que ilegtimamente se lo ampla hasta denotar la perspectiva cientificista en su conjun-to'6. Slo que a esto podramos replicar: en qu puede fundarse tal reproche, si no es en aquella dudosa asimilacin? No sigue Zea el precedente discursivo de la propia poca que estudia? No es tal ampliacin denotativa un hecho capital en la historia del Positivismo latinoamericano? Y aun si, como Raat cree, el cientificismo es una vaga actitud, deja por eso de ser tema, quizs el tema, de la investigacin que Zea enfrentaba? Otra cosa sera, desde luego, que se llegara a mostrar que este autor entre otros pretende estudiar vagas actitudes (si es que lo son) con el cartabn apto para dar cuenta de las doctrinas filos-ficas sistematizadas como tales. Pero esta posibilidad que pronto tendremos que considerar a nadie autoriza a cerrar los ojos ante las caractersticas del material intelectual estudiado.

    Un anlogo supuesto se desliza a veces en otras y muy compe-tentes narrativas historiogrficas. Tal es el caso cuando encontra-

    14 Cfr. L. ZEA: El Positivismo en Mxico (ed. cit.), esp. pp. 321, 352 y buena parte de lo referente a la polmica Parra-Vigil (pp. 359-393).

    15 Esa pretensin de totalidad est cabalmente expresada en antologas corno la ya citada de Le Goff o en J. LE GOFF y P. NORA (comps.): Faire de l'histoire (Pars: Gallimard, 1974, 3 vols.). Cfr. tambin G. BOURDE y H. MARTIN: Les coles historiques (Pars: Du Seuil, 1983).

    16 Cfr. W.D. RAAT: El Positivismo durante el Porfiriato (Mxico: Secretara de Educacin Pblica, 1975), pp. 7, 23.

    mos que Torchia Estrada" minimiza el inters de los Principios de ideologa de Fernndez de Agero con el argumento de que lo que ellos tienen de original est en lo que este historiador llama excesos de heterodoxia polmica en campos no estrictamente filosficos. Desde luego que es importante mostrar que, en gran medida, el clebre curso de Fernndez de Agero segua muy de cerca, y con abundantes prstamos, a Cabanis o a Destutt de Tracy; y es probable que ello obligue a moderar ciertos entu-siasmos que dicho curso gener". No es menos cierto, sin embar-go, que la estrategia ah seguida por Torchia Estrada tiende a prejuzgar lo que la Filosofa es, de una manera que bien pudiera ser ajena u opuesta a la de su historiado y a la del pblico al que ste se diriga. Pues, al fin y al cabo, cmo pasar por alto que, para la poca, el inters y el valor de la Filosofa probablemente consistieran en actividades como la de inferir de la teorizacin aparentemente ms pura cosas tales como la negacin de los dog-mas de Nicea y Calcedonia en torno al Hombre-Dios? Tenemos derecho en tanto que historiadores a rechazar que el pensamiento filosfico pueda legtimamente ser concebido, antes que nada, como debate ideolgico? Cuando se supone el valor de la distin-cin entre filosofa pura por un lado e ideas por otro, cmo no recordar en particular si en el propio libro de Torchia Estrada el tema y el personaje hacen luego su aparicin que precisamente uno de los actores ms conspicuos de esta escena, Juan Bautista Alberdi, sostuvo en 1840 que la filosofa americana slo deba ser reflexin sobre la circunstancia propia, y que por lo tanto el nexo que se ha desvalorizado se encuentra entendido como esen-cial por aquellos mismos que son objeto de estudio? No estamos obligados, por cierto, a pensar lo mismo que Alberdi o que Fernndez de Agero y sus lectores o auditores (incluso con-tra lo que muchos historiadores de las ideas y/o filsofos de lo

    17 Cfr. J.C. TORCHIA ESTRADA: La filosofta en la Argentina (Washington: Unin Panamericana, 1961), pp. 98 y 101.

    18 Por ejemplo, en Jos Ingenieros. Cfr. su texto de 1914 Las direcciones filo-sficas de la cultura argentina (Buenos Aires: Eudeba, 1963), esp. pp. 47-50. Mucho ms en detalle en La evolucin de las ideas argentinas (Buenos Aires: Elmer, 1957, 5 vols.).

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    americano parecen creer cabe que tal sea imposible), pero s a partir de lo que aquellos intelectuales y su entorno efectivamente entendieron al respecto.

    Con dos observaciones conviene concluir recapitulando lo anterior. La primera: que, por todo lo visto, parece innegable la pertinencia de una investigacin del pasado filosfico latino-americano que atienda a los marcos intelectuales; ideolgicos, socioculturales, en los que ese pasado aconteci; la segunda: que, a juzgar tambin por lo sealado ya, la forma concreta con que esa contextualizacin se ha llevado a cabo plantea desde sus co-mienzos, e incluso en-una-versin-tan-prudente como-la que Ardao ha ofrecido, ciertos problemas de carcter conceptual cuyo anlisis se hace ineludible. Este anlisis habr de ser pro-seguido y profundizado en lo que sigue.

    LAS APORAS DE LA TOTALIZACIN

    La hiptesis de que ha acontecido una conceptualizacin parcialmente malograda o fallida del material histrico podr ser-vir de inmediato de vnculo entre un conjunto de observaciones. Ellandquiere-ms-fuerza cuando nos encontramos con sntesis de pretensin particularmente abarcadora, como lo es el texto de Leopoldo Zea que, tras diversos aadidos, lleva hoy el ttulo de El pensamiento latinoamericano; o, con mayor nfasis, en otras obras de tesitura ms interpretativa, como lo son, dentro de la pro-duccin del propio Zea, sus libros Amrica como conciencia, Amrica en la historia o Filosofa de la historia americana19 , as como en el caso aun cuando la intencin y la estructura sean otras de Teora y crtica del pensamiento latinoamericano, de Arturo Andrs Roig20. Es entonces cuando al lector prevenido

    19 L. ZEA: Amrica como conciencia (Mxico: Cuadernos Americanos, 1953), Amrica en la historia (Mxico: Fondo de Cultura Econmica, 1957), Filosofa de la historia americana (Mxico: Fondo de Cultura Eco-nmica, 1978).

    20 A.A. ROIG: Teora y crtica del pensamiento latinoamericano (Mxico: Fondo de Cultura Econmica, 1981).

    se le suscitan dudas cuyo objeto no es nada desdeable. Por qu, para poner un ejemplo, elige el historiador ocuparse de ta-les o cuales figuras o tendencias y por qu excluye tales o cuales otras del campo de sus consideraciones? Qu lgica preside la formacin del corpus sobre el que se hila su narracin?

    Si nos remontamos a lo anteriormente dicho sobre la funcin expresiva y la preeminencia cultural de la Filosofa, una respuesta probable a estas preguntas, si se la explicitara, tendra que consis-tir en sealar que los incluidos expresan filosficamente a su po-ca, bien porque al ser sin discusin filsofos se entiende que de

    -a-l-g6n-rnodo- su ars e-en- ellos-;-bien-porqu e al teorizar con un grado elevado de generalidad en torno a los problemas de su tiempo suponemos que cabe decir que hicieron filosofa, siquiera la de su circunstancia.

    Sin embargo, para llegar a dar tal respuesta una respuesta cuya posibilidad es presentada aqu como conjetura no basta con sostener la ya sealada tesis de la preeminencia de la dimen-sin filosfica en el mbito de las ideas. Por eso mismo es que Arturo Ardaml-historiador-a-quien-hemos-seguido en su-presen-tacin de dicha preeminencia, no puede servirnos aqu de ejem-plo; su imagen de la Filosofa21, por ser ms clsica que la habitualmente brindada por el circunstancialismo22, inhibira su

    21 En el citado volumen Filosofa de lengua espaola pueden encontrarse va-rios ejemplos de esa imagen del quehacer filosfico. Cfr. esp. pp. 73-78: Filosofa americana y filosofa de lo americano.

    22 La influencia del circunstancialismo difundido por Ortega y Gasset es un hecho ampliamente conocido, registrado y, en muchos casos, explcitamen-te asumido; con respecto a Gaos, cfr. esp. los materiales reunidos en su Pen-samiento de lengua espaola (Mxico: Stylo, 1945).y en sus dos volmenes En torno a la filosofa mexicana (Mxico: Porra & Obregn, 1952-1953). El carcter dominante de ese influjo sobre todo en y desde Mxico no debe hacer olvidar el peso que tuvo Francisco Romero en la constitucin de la disciplina y, a travs de l, la persistencia de la tradicin que, en la Rep-blica Argentina, remonta a Jos Ingenieros y a Alejandro Korn (Cfr. al res-pecto el texto de Arda La Historiografa de las Ideas en Latinoamrica, en Latinoamrica, nmero 10, pp. 25-38, as como el ya citado Historia y evolucin de las ideas filosficas en Amrica Latina). Tal tradicin es con-siderablemente ms reticente frente al historicismo que la que form a los historiadores mexicanos, ya que ni la filosofa naturalista de Ingenieros ni el

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    adhesin explcita o implcita a la respuesta justificatoria aqu for-mulada. Y por eso tampoco, para llegar a ella, ser suficiente dada su generalidad con el eventual apoyo brindado por la simple declaracin que atribuye a nuestra disciplina el rol de ex-presin conceptual del entorno, aun cuando ste quede reducido a las vigencias e inquietudes del medio local. Parece que algo ms se necesita todava: que la funcin expresiva que la Filosofa su-puestamente ejerce respecto de su tiempo se transforme, en la prctica, en correlacin biunvoca: toda filosofa ejercera di-cha funcin, y todo tiempo encontrara algn discurso filosfico

    _donde en forrna significativa se halla su expresin. Es intil dis-cutir en abstracto este supuesto: posiblemente en estos trminos nadie quiera reconocerlo como suyo. En cambio, resultar pro-ductivo mostrar cmo, en los hechos, se lo asume, y con qu consecuencias.

    En efecto, no cuesta mucho advertir que, por un camino como se, varias distorsiones habrn de avecinarse: exclusin indebida de corrientes intelectuales que, si las que estn tienen derecho a estar, no pueden ser dejadas de lado, con frecuencia incluso para comprender el contexto de las que han sido incluidas; magni-ficacin de figuras (individuales o colectivas) en funcin del in-oportuno lente constituido por el hecho, a veces irrelevante, de que esas figuras se ocuparon de temas filosficos; personajes o tenden-cias que ejecutan roles forzados o ajenos, como cuando se sobre-politizan filosofas poco adecuadas para lo que de ellas se pretende o, inversamente, cuando se sobrefilosofizan valga la expresindiscursos incapaces de asumir semejante carga; olvido o volatiliza-cin de las intenciones que efectivamente tuvieron los emisores de buena parte de los textos analizados; construccin de ciertas cons-telaciones de ideas siguiendo el modelo (normalmente ms com-pacto) que caracteriza a otras; desatencin al interesante hecho de

    eticismo de Korn ni la proximidad de Romero a la Fenomenologa Eidtica estaban en condiciones de avalarlo sin ms. Para el contraste entre la actitud reticente y la forma ms plena de historicismo, cfr. F. MIR QUESADA: Despertar y proyecto del filosofar latinoamericano (Mxico: Fondo de Cul-tura Econmica, 1974), esp. pp. 7 ss., donde ese contraste es relevado en clave anecdtica.

    qu cosas, eventualmente tan distintas, puede significar tener una filosofa o adherir a un conjunto de ideas.

    Ciertamente, sera bien injusto pretender que las obras de los historiadores del pensamiento latinoamericano son un museo de horrores donde, a cada paso, se encuentran dichas distorsiones. Pero no parece menos cierto que hallar ejemplos de stas es una tarea relativamente sencilla. Veamos algunos, extrados del perodo que ellos han recorrido con ms empeo.

    La problematicidad del corpus

    Comencemos por tener presente que uno de los rasgos ms visibles del siglo xIx latinoamericano ha consistido en la rei-terada presencia de pensadores que teorizaron acerca de su cir-cunstancia. En un mundo donde an las ciencias sociales no se encontraban institucionalizadas como tales; en un mundo, ade-ms, donde una produccin puramente terica hubiera sido vivi-da como una omisin escandalosa, ya que el carcter de la propia realidad pareca sin ms exigir el compromiso poltico, la prdica periodstica, el discurso normativo, nada tiene de raro que esos pensadores buscaran inspiracin en la Filosofa, apelaran a ella a la hora de emplear argumentos de autoridad, e incluso hayan for-mulado sus reflexiones en forma tal que quizs no desmerecen al ser comparadas con lo que era, a la escala universal de su tiempo, reconocido como Filosofa de la historia la expresin es muy de poca, y de ella se volver a hablar o como Filosofa de la cultura. No obstante, nada justifica que algunos de ellos, los que parecen presentar una mayor impostacin globalizante, sean des-contextualizados por la historiografa hasta un punto tal que ya no se sepa, sino muy genricamente, a qu pblico se dirigan, con qu adversarios polemizaban, a qu bandos polticos adheran, quines eran los integrantes de stos, qu sectores sociales los respaldaban, qu proyectos de futuro impulsaban, o con cules, de los que se encontraban en curso, se sentan comprometidos (ms all de un programa bsicamente modernizador, lugar comn de tantas em-presas inconciliables). Con esto que, previsiblemente, aflora mucho ms en las visiones globales sobre Amrica Latina que en los estudios pas por pas se hace desaparecer no slo a otros

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    actores del proceso que tambin reflexionarn'kobre la circunstan-cia, sino aun a corrientes enteras del pensamienth social y poltico.

    As, se le ha criticado a Leopoldo Zea el no haber atendido su-ficientemente a las ideologas conservadoras y tradicionalistas23; la validez de este reproche particular no es del todo manifiesta, e incluso cabe argumentar que esa ausencia, si es tal, ha sido cancelada ms tarde en su produccin24

    . No obstante, esa crtica puede ser tomada como sntoma de algo ms difuso, y probable-mente de mucho ms peso: sucede que, si se mira atentamente, se advierte que, en El pensamiento latinoamericano, Zea no recons truye los_entornos_ efectivos de los textos-seleccionados, sino que los escoge a partir de un contexto cuyos rasgos quedan en gran medida faltos de determinacin; y que por esa causa corre el cons-tante peligro de omitir zonas enteras de lo que su ttulo promete. Es muy probable que, en un primer momento de la investigacin de conjunto sobre Amrica Latina tengamos en cuenta, entre otros males, el bajo grado de comunicacin internacional existen-te en la dcada de 1940 tal limitacin haya sido inevitable y legtima; es dudoso, en cambio, que ella_pueda razonablemente consolidarse mediante el implcito supuesto que, de haberse enunciado, hubiera por lo menos servido de base para la discu-sin de que, por ejemplo, Alberdi era filsofo pero sus otros con-temporneos no; aun cuando esto fuera verdad lo que para nada es obvio, sera una verdad inoportuna si de estudiar el proceso de las ideas se trata.

    Se podr decir, quizs, que esta distorsin no es sino la usual en tantas historias de la Filosofa, que son a veces muy capaces de comunicarnos con detalle el pensamiento poltico de Hobbes, Spinoza o Locke, pero que nada tienen que decirnos de Bodin, Saavedra Fajardo o Harrington, por ms que stos debieran formar parte de la misma constelacin. Pero en esas historias, por lo me-nos, los autores incluidos son filsofos que se han hecho valer paradigmticarnente como tales por hallarse significativamente

    23 Esta crtica, entre otras, se halla en W.D. RAAT: Ideas e historia en Mxico. Un ensayo sobre metodologa, en Latinoamrica, nmero 3.

    24 Cfr. en Filosofa de la Historia Americana (cit.), el captulo sobre el proyecto conservador, pp. 211-243.

    presentes en campos que, como los de la Metafsica ola Teora del Conocimiento, nadie parece interesado en anexar a otro territorio acadmico que al filosfico. De modo que, en tales casos, y valga lo que valiere esa manera de proceder, sabemos qu es lo que se nos ofrece: no la historia de la filosofa poltica, sino la de la poltica de los filsofos, cuyo carcter de tales se verifica con independen-cia del contexto poltico. Nada igual puede hacerse con Alberdi, para mencionar slo al que ms explcitamente habl de la Filo-sofa a partir de la propia circunstancia; y por eso, la descontex-tualizacin del corpus resulta menos justificable, si cabe.

    Similar en sus bases y sus efectos a lo anterior, es lo que podra llamarse magnificacin de ciertos pensadores. Pues vase lo que acontece en el caso del Positivismo. Este ha sido, con altsima pro-babilidad, la ms plena realizacin latinoamericana de una poca puesta en pensamiento (prescindiendo ahora de cul haya de ser el matiz significativo que se le d a la repetida expresin). Si tal vnculo es lo que se busca investigar, lo que habr de enfocarse ser la-conexin-estructural cuya forma pensante es. En su indagacin sobre el Positivismo mexicano, Zea dio del tema una versin que, acptese o no como definitivamente correcta, cumple en forma equilibrada y coherente con lo que promete. Pero al ampliar su material emprico a toda Amrica Latina, resultan privilegiados aquellos positivistas que, lejos de expresar la poca y de, al mis-mo tiempo, conformarla, se hacen meramente notar por su adhe-sin al Positivismo como doctrina intelectual. Al tratar el caso brasileo, pocas lneas le bastan para dar cuenta de una figura como Benjamin Constant Botelho de Magalhaes quien, no obs-tante, ha desempeado un rol de tanta relevancia, mientras que Miguel de Lemos, representante de la comtiana_Religin de la Humanidad, resulta ser una personalidad mucho ms digna de con-sideracin por parte del historiador. Y lo que quizs era defendible en el caso de Brasil al fin y al cabo, el Apostolado de Lemos desempe incluso un papel al comienzo de la Repblica no puede ya serlo al referirse al chileno, pues resulta distorsionante dedicar tanto o ms espacio a los interminables avances de los her-manos Lagarrigue en direccin hacia un comtismo ortodoxo com-pletamente impotente, que a la versin liberal del Positivismo

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    expresada por un intelectual de la relevancia de Valentn Letelier (cuya radicacin ideolgica no se agota, por cierto, al adscribirlo a esa lnea, pues sus ideas constituyen aunque El pensamiento latinoamericano no se ocupe de ello una de las manifestacio-nes ms atendibles de lo que podra llamarse el ideario progresista del Novecientos)25.

    Vale la pena sealar aqu en forma explcita en qu y dentro de qu contexto de intenciones acontece la distorsin aludida. Pues si lo que se quisiera historiar fuese la recepcin latinoamericana del Positivismo como filosofa sin ms, no podra hacerse tal sealamiento; es harto plausible que dicha historia historia de los filosofemas, para reiterar a Larroyo deba construirse, en gran medida, tomando nota de lo que dijeron, pensaron e imagi-naron de Comte, Littr, Mill o Spencer quienes los lean, comen-taban y repensaban. Pero aqulla acontece cuando lo prometido es bastante ms: la reconstruccin del pensamiento latinoame-ricano como autorreflexin sobre el ser y el deber ser de la cir-cunstancia propia. Y aunque aqu tambin quizs pueda alegarse que estos desplazamientos eraninevitables para el momento en que Zea llev a cabo lo principal de su investigacin, lo que vale la pena sealar, en trminos conceptuales, es el mecanismo (quizs inconsciente) que los posibilita, y que parece consistir en postular que, puesto que el Positivismo fue la filosofi'a de la poca (y est claro que, a cierto nivel de su presencia, lo fue), entonces toda manifestacin suya lo es con igual derecho.

    Ms all de lo sealado, el hilo conductor elegido para construir la escena histrica del pensamiento latinoamericano ha llevado con frecuencia, por un deslizamiento bastante previsible, y del cual hay precedentes en otros campos de la historiografa de las ideas las corrientes interpretativas de inspiracin hegelo-marxista, aunque no'slo ellas, los brindan con persistencia26-- ,

    25 Cfr. L. ZEA: El pensamiento latinoamericano (ed. cit.), pp. 215 ss., pp. 235- 274. Para el Positivismo en Brasil, cfr. CRUZ COSTA: Panorama of the History of Philosophy in 13razil (Washington: Unin Panamericana, 1962).

    26 Cfr. J. SASSO: Totalidad concreta y conciencia posible. Examen de dos nociones a travs de su uso en la historia de las ideas (Valencia: Universidad de Carabobo, 1980).

    a la adopcin de una imagen demasiado compacta de la totalidad social e ideolgica dentro de la cual se articula la especfica pro-duccin intelectual que se buscaba estudiar. Por un lado, la aten-cin preferente a aquellas manifestaciones discursivas a las que, por su globalidad, se ha considerado como filosficas, tiende a rebasar sus-fronteras naturales y a buscar en toda muestra de litera-tura de ideas el mismo tipo de arquitectnica que con todas las excepciones que se quiera es normal hallar en la tradicin usual-mente reconocida de la disciplina. Esto conduce, como era de espe-rar, a la doble consecuencia negativa de, o bien desdear los textos en los que no cabe esperar esa sistematicidad, o bien-encontrarla ficticiamente, forzando el sentido de lo que se lee. Por otra parte, a esta versin excesivamente compacta de la totalidad intratextual suele acompaarla muchas veces una comprensin demasiado monoltica de la conexin estructural entre los distintos niveles de la realidad social. Comencemos por esto ltimo.

    Los riesgos de la totalizacin intertextual

    No cabe duda de que hay empresas polticas, y no slo en Amrica Latina, que, en su devenir, se han proyectado en el terre-no filosfico acadmicamente constituido o se han armado con argumentos extrados de ste. As, durante la Emancipacin lleg a haber incluso un inters poltico en promover una filosofa aca-dmica como la de Destutt de Tracy. Sin embargo, no hay que buscar mucho para encontrar la razn de este fenmeno: para la conciencia emancipatoria, el mundo colonial se presentaba dotado de una doctrina teolgico-poltica muy estructurada, doctrina .a la que se procuraba con urgencia desmontar. Bastante razonablemen-te, se pensaba Rivadavia, durante su auge en el Buenos Aires, de 1821 a 1827, es un buen ejemplo que la Ideologa era un instru-mento adecuado para realizar esa tarea. Ahora bien: es obvio que no todo movimiento poltico ha de encontrarse en la situacin y en las necesidades del movimiento emancipador; no obstante, extrapolando casos como ste, se ha ido en direccin a una sobrefilosofizacin de idearios cuyo nexo con la Filosofa es, en todo caso, bastante laxo.

  • 24 LA FILOSOFA LATINOAMERICANA Y LAS CONSTRUCCIONES DE SU HISTORIA

    Por este camino incluso se desfigura inadvertidamente la obra efectiva que han producido algunos historiadores de las ideas. Tenemos esto, por ejemplo, cuando se nos dice que Ardao mos-tr al krausismo como ideologa de base del batllismo en el Uru-guay27. Pues lo que este historiador ha mostrado (y querido mostrar) es, en forma mucho ms circunspecta, que el krausismo, en especial a travs del iusnaturalismo de Ahrens, form decisi-vamente el criterio tico-poltico de Jos Batlle y Ordez, y no el Positivismo, como deca una extendida leyenda. Sin duda los criterios que este poltico form en contacto con aquella doctri-na se proyectaron sobre sus seguidores;_no obstante, stos no tenan por qu adherir al krausismo: an ms, bien podan igno-rar su existencia, cosa fcil de comprobar puesto que la leyenda de un Batlle positivista surgi, despus de todo, entre los ms entusiastas de sus propios partidarios28. Por otra parte, es noto-rio que el batllismo consigui adhesiones de librepensadores de todo pelaje (destas, agnsticos, materialistas), y aun de quienes no lo eran (hubo, aunque marginales, hasta batllistas catlicos); que no insisti en los aspectos tendencialmente religiosos de Krause, sino que su anticlericalismo militante dej de lado ac-titudes como las propugnadas al respecto por Ahrens; que a Batlle nunca pudo serle reprochada una jerga filosfica, como se le reproch al krausista ms obvio --para los conocedores del tema, que no para polemistas y escritores satricos, que fue Hiplito Yrigoyen, quien hasta cierto punto tuvo similitudes con l29; que al liberalismo solidarista que Batlle con toda cohe-rencia propugn poda arribarse, con igual o mayor soltura, desde otras posiciones; que stas como las propiciadas por las difun-didas editoriales espaolas de la poca o por la escena poltica e intelectual que brindaba la Tercera Repblica francesa circula-

    27 A.A. ROIG: Filosofa, Universidad y filsofos en Amrica Latina (Mxico: UNAM, 1981) p. 53. Para el krausismo de Batlle la fuente ms completa es A. ARDAO: Batlle y Ordez y el positivismo filosfico (cit.).

    28 Comenzando por R.B. GIUDICI: Batlle y el batllismo (Montevideo: Imprenta Nacional Colorada, 1928), libro partidista si los hay.

    29 Para las races filosficas de Yrigoyen, cfr. esp. A.A. ROIG: Los krausistas argentinos (ed. cit.), pp. 164-243 y 258-267.

    LA ESCENA HISTORIO DEL PENSAMIENTO 25 1-.1111:171, 4

    ban en textos para 1910 ms accesibles al pblico que el curso de Derecho Natural de Ahrens (que en dcadas anteriores haba sido objeto de una recepcin importante); que habiendo polemizado acremente en su momento Batlle y Ordez con el evolucionismo spenceriano, uno de los ministros ms relevantes de la poca deci-siva de su accionar gubernamental fue (como el propio Ardao se encarga de sealar) uno de los ms connotados evolucionistas que su pas haba producido30. En estas condiciones, considerar a la filosofa de Krause o incluso a la iusfilosofa de Ahrens-- como base ideolgica del aludido movimiento poltico no resulta esclarecedor para indagar en lo que ste fue.

    La distorsin en sentido opuesto, es decir, la sobrepolitizacin de una filosofa, se le ha reprochado a Leopoldo Zea, por haber pretendido describir la crisis del Positivismo mexicano a comien-zos del siglo xx como la expresin filosfica de la crisis del rgi-men de Porfirio Daz, del cual l haba sido el legitimador intelectual. Por este medio, Zea habra magnificado indebida-mente la significacin ideolgico-poltica del llamado Ateneo de la Juventud, y de sus principales figuras filosficas, Caso y Vasconcelos31.

    Sin pretender entrar aqu a evaluar la justicia de tal reproche, cabe no obstante formular algunas precisiones que son de cierta relevancia. Pues, por una parte, es verdad que, dados algu-nos puntos de vista sustentados por Zea, ninguna valla a priori impeda que l atribuyese a la negacin doctrinaria del orden positivistapor el simple hecho de ser tal el rol de filosofa

    30 Por eso puede el mismo Ardao sostener que la ideologa conservadora de algunos spencerian os es separable (...) de la filosofa evolucionista consi-derada en s misma (Cfr. Etapas..., ed. cit., p. 173). Esta afirmacin es una de las diversas muestras de que Ardao no comparte la visin sobrefilosofizadora de lo ideolgico y sobreideologizadora de lo filosfico que aqu se examina. El caso aludido encierra, no obstante, un problema, sobre el que bien se podra investigar: cmo llegaba, no un mero evolucionista sino uno partidario de Spencer, a adherir a un programa estatista?

    31 Cfr. A. CORDOVA: La filosofa de la Revolucin Mexicana, en el tomo colectivo La filosofa actual en Amrica Latina (Mxico: Grijalbo, 1976) pp. 33-54.

  • LA ESCENA HISTRICA DEL PENSAMIENTO LATINOAMERICANO 27 26 LA FILOSOFA LATINOAMERICANA Y LAS CONSTRUCCIONES DE SU HISTORIA

    propia de la negacin revolucionaria de la sociedad que el Positi-vismo haba justificado. En efecto, Zea ha aseverado explcitamen-te que las doctrinas filosficas no son sino expresin de una determinada realidad social, y manifestado en concreto que, en Mxico, el Positivismo no era otra cosa que la expresin de la necesidad que senta la burguesa de establecer un nuevo orden so-cial; incluso ha sostenido que no es posible all desligar al positi-vismo de una determinada forma de poltica y de un determinado grupo social32. Pero, por otra parte, Zea tambin ha negado con prudencia que los miembros del Ateneo fueran los tericos de la revolucin de 1910, pues acaso lo fueron en su aspecto poltico, pero no en el social, y lo nico que propiamente afirma es que realizaron una revolucin ideolgica destruyendo las bases ideo-lgicas en que se haba apoyado la burguesa mexicana en la etapa porfirista; por eso ha escrito al respecto que la revolucin mexicana de 1910 no tuvo una filosofa, como la haba tenido la revolucin liberal al triunfar en 186733. Es cierto que hoy algu-nos cuestionan, contra Zea, incluso el que la Revolucin Mexi-cana haya sido, en el plano de los principios y de las autoridades ms recibidas, genricamente antipositivista, y que se intenta probar que los intelectuales que actuaron a su servicio apelaban masivamente al mismo repertorio doctrinario que los idelogos del Porfiriato, si bien extrayendo de ah otro programa de accin34. De ser esto as, y contrariamente a las aseveraciones de Zea, de alguna manera revertira para el caso mexicano lo que l mismo ha aceptado para otras zonas de Amrica Latina: que, con base en Comte o en Spencer, libremente reelaborados, se poda ser positivista y, a la vez llegar a muchos otros puertos: incluso a adherir al socialismo35.

    32 Los pasajes aqu citados de Zea se encuentran en El Positivismo en Mxico. Nacimiento, apogeo y decadencia (ed. cit.), pp. 35, 300 y 28, respectiva-mente.

    33 Cfr. El Positivismo en Mxico, pp. 442 ss. La asimetra de la ltima frase cita-da podra ser alegadano necesariamente contra el propio Zea, pero s contra la insistencia en la bsqueda de horizontes filosficos para mostrar que el liberalismo mexicano, como tal, no tuvo filosofa alguna, sino que opt por hacer uso de una tras triunfar y para consolidar ideolgicamente su triunfo.

    34 Cfr. art. cit. en nota 31. 35 Sobre Positivismo y socialismo, cfr. L. ZEA: El pensamiento latinoameri-

    cano, ed. cit., pp. 428 - 442.

    Pero junto con esta discusin emprica aparece un problema conceptual que es muy importante encarar: cuando se dice que una filosofa lo es de una poca (y se quiere dar con eso algo ms que una mera informacin cronolgica), de qu de la poca se est diciendo que esa filosofa es? De ella en su conjunto? De algn aspecto central? De algn aspecto lateral que se reputa valioso? Cuando Zea dice que la generacin de 1910 busc una filosofa que respondiese a sus anhelos de revolucin, cmo puede probar que esos anhelos eran de revolucin y no de libera-cin del Positivismo y de restauracin de un absoluto metafsico? Era el antipositivismo ms o menos bergsoniano de Caso y de Vasconcelos, a la altura de 1910, algo ms que la expresin en Mxico de la bien conocida crisis del cientificismo decimonnico, que afectaba entonces a los letrados de Occidente? Tena esta crisis, ciertamente propia de la poca, alguna relacin de princi-pio con la crisis de la formacin social mexicana, salvo el hecho (que, desde luego, no es puramente contingente ni carece de con-secuencias) de acontecer ambas en la misma sociedad, testimo-niando as su importante diferenciacin interna? Es prueba de una relacin inicial ms profunda entre la Revolucin Mexicana y los filsofos del Ateneo el que stos, tras producirse aqulla, la hayan incorporado a su reflexin, legitimndola?36

    Supongamos que, como los actuales crticos de Zea, responde-mos por la negativa a estas ltimas preguntas, e insistamos, desde este otro ngulo, en el problema conceptual aludido. Estaramos obligados entonces a sostener que, puesto que la filosofa de la revolucin no fue antipositivista, la revolucin no lo fue plena-mente o no marc un corte histrico radical? A la luz de lo dicho, parece que obligarse a inferir esto porque no hubo un cambio radi-cal en la Filosofa es seguir dndole, como cuestin de principio,

    36 Segn los datos disponibles, Vasconcelos no es lo mismo, a este respecto, que Antonio Caso; no obstante, parece ser la excepcin. Por lo dems, no pretendemos decir que el pensamiento de los filsofos del Ateneo carezca de races sociales, pero s que su crisis, aun cuando condicionada por la cla-se social a la que pertenecen, no es la crisis de una clase ni de una fraccin sustantiva de ella, y que, aun cuando condicionada por el grado de la evolu-cin nacional, no responde a ningn problema nacional especfico.

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    un peso poltico desproporcionado a los quehaceres de la disci-plina37, desproporcin imputable a la imagen monoltica que se sigue teniendo de la totalidad sociocultural, as como a la persisten-cia en creer que el discurso filosfico es aquel lugar privilegiado en el que esa totalidad, a la vez, se refleja y se expresa. Cercanas a estas dificultades conceptuales se encuentran las gene-radas por la aplicacin de los criterios antedichos, no ya a tenden-cias doctrinarias o a grupos culturales, sino a la obra de autores que representan en Amrica Latina la emergencia de lo que se ha llama-do el tipolumano del filsofo38

    y de las formas caractersticas de su produccin intelectual. En efecto, es un lugar comn sealar que, a partir del 900, aparece (o reaparece, si se tienen en cuenta algunas manifestaciones de la vida intelectual de la colonia) un nue-vo tipo de pensador que explcitamente se autointerpreta como conti-nuador o restaurador de una tradicin filosfica que se pretende estricta, y que la aparicin de estos denominados Patriarcas o Fun-dadores determinar poco ms tarde un proceso de avance en la codificacin acadmica de la disciplina, el cual resultar s ercorre-lativo a la prdida de la significacin colectiva que ella tuvo en el siglo anterior. Desde luego, nos encontramos con esto ante un fen-meno de gran magnitud, el cual habr de ocuparnos luego. Aqu, no obstante, slo ha de interesamos desde la perspectiva crtica que se est presentando.

    El hecho es que, agrade o no tal proceso para lo cual hay razones diversas, ste parece ser un dato primario en cualquier

    37 En el artculo citado de A. Crdova parece estar implicado este punto de vista, o al menos el ms aceptable de que la persistencia del Positivismo es sntoma de no haberse producido una revolucin social. Que la Revolucin Mexicana no lo fue (por no haber ruptura con el programa capitalista depen-diente que tambin lo era del Porfiriato) es dicho expresamente en su obra La ideologa de la Revolucin Mexicana (Mxico: Era, 1973) p. 32; cfr. la

    idea general que preside este importante trabajo en pp. 13 ss. Por lo dems, Crdova parece creer que el carcter acadmico de una filosofa es un repro-che fundamental contra sta (Cfr. art. cit. pp. 51-54).

    38 La expresin tipo humano del filsofo se encuentra enunciada por Luca Piossek en el volumen colectivo La filosofa hoy en Alemania y Amrica Latina (Crdoba: Crculo de Amigos del Instituto Goethe, 1984) p. 265.

    reconstruccin de nuestro pasado intelectual; y si lo es y si se lo sabe, entonces se trata de un dato del que corresponde dar cuenta cabal, en su significado y en sus motivaciones. Pero, por haber asumido sin matizar la tesis de la Filosofa como la poca puesta en pensamiento, y haber optado en la prctica por identificar la poca con lo brindado por el entorno social genrico, se llega rpidamente a sustituir o a desfigurar las intenciones que estos pensadores tuvieron al producir su obra: ella es ignorada en su propsito y, por lo comn, asimilada a otros fenmenos cultu-rales, a los que se nos dice que expresa.

    Entre otros casos, lo dicho acontece, en algunas exposiciones de conjunto, con una figura como Vaz Ferreira, quien en la prime-

    , ra dcada del siglo represent muy cabalmente el papel de pensa-dor centralmente ocupado con los problemas puramente tericos de la Filosofa, no por reiterar o adaptar las concepciones que en ella se han producido, sino por lidiar, en particular por medio de un anlisis del lenguaje, con los problemas gnoseolgicos, onto-lgicos o ticos que en ella suelen plantearse.

    Por eso resulta desajustado que se entienda la crtica antipo-sitivista de Vaz Ferreira como manifestacin de sus dudas res-pecto a la eficacia de la doctrina para resolver todos los grandes problemas de las naciones de Amrica Latina, o el rechazo a esta doctrina en la que inicialmente se haba formado a que l negara que fuera suficiente la adopcin del Positivismo para crear o hacer posible la aparicin de grandes naciones como las que en Europa y en la Amrica del Norte servan de paradig-ma39. Y lo que est en discusin no es, claro est, saber si este pensador en alguna ocasin manifest, o si hubiera manifesta-do, esa duda y ese rechazo (pues, al fin y al cabo, formaban parte de los corolarios inevitables de su posicin con respecto a aque-lla filosofa); lo que aqu tendra que importar es el hecho revela-dor de que la posicin misma, ni se enuncia doctrinariamente en relacin con tales problemas, ni hay motivos para pensar que ellos integraran en forma relevante su contenido latente. Por qu, entonces, presentarla en un contexto que le es ajeno?

    39 Cfr. L. ZEA: Filosofa y cultura latinoamericanas (ed. cit.) p. 75.

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    Y tambin resulta extrao, desde luego, que se sostenga al igual que en el caso anterior, por un historiador de relieve que Vaz Ferreira, al criticar en 1908 el pragmatismo de James, res-ponda a las mismas exigencias que movieron a Rod a defender la existencia de una concepcin y de la vida nuestras, en contra de la nordomana avasalladora, y que as aqul hereda el mensaje americanista del Ariel. Es cierto que, en este ltimo caso, se nos seala que entre Rod y Vaz se da una diferencia importante, la cual consistira en que Vaz Ferreira alcanza un nivel episte-molgico ciertamente notable (...) que muestra la debilidad in-trnseca del pragmatismo y por ende del espritu pragmtico del cual es expresin filosfica40. Sin embargo, tal versin de la cla-ra diferencia entre ambos autores contiene varios aspectos cues-tionables4i: no slo presupone una coincidencia dudosa entre

    40 Cfr. A.A. ROIG: Teora y crtica del pensamiento latinoamericano, ed. cit., p. 120.

    41 Sin entrar aqu a discutir qu imagen de James y su pragmatismo era la do-minante en el Novecientos: ms la de un fidesta que la de un representante

    _del utilitarismo yankee. En Vaz, por ejemplo, esta imagen es visible en sus consideraciones sobre The Will to Believe y sobre la peculiar reivindica-cin que el filsofo norteamericano hace de la religin; probablemente fue-ra sta con sus bases epistemolgicas la discrepancia ms radical entre Vaz y James. Cfr. los textos de 1908 reunidos posteriormente en C. VAZ FERREIRA: Conocimiento y accin (Montevideo: Obras de Carlos Vaz Ferreira. Homenaje dela Cmara de Representantes de la Repblica Orien-tal del Uruguay, 1957; vol. VIII). Es bueno recordar tambin que, para un admirador crtico de Rod como el cubano Jess Castellanos, la moderna filosofa del Pragmatismo es elogiable por ser la renovacin de todos los valores msticos y metafsicos; mientras Daro declara que un Poincar, un William James y un Bergson, son los pioneers del infinito. Y que, en forma simtrica e inversa a lo sugerido por Roig, esa alabanza a James va unida a la explcita revalorizacin de su patria: si un triste exclusivismo uti-litario ha dominado en nuestras aspiraciones sociales, piensa Castellanos, es porque hemos traducido mal el noble ejemplo que nos vena de la gran Rep-blica americana; en cuanto a Daro, nos recuerda que aquel pas, a pesar de sus vastas conquistas prcticas y de su constante lucha material, es el nico en el mundo que tiene un Thanksgiving Day. Las palabras de Castellanos pronunciadas en 1910 se han tomado aqu del prlogo de E. Rodrguez Monegal a Ariel, en J.E. ROD: Obras 'Completas (Madrid: Aguilar, 1957, p. 199); las del poeta que son parte del acpite en prosa de Pax...! de la p. 473 de R. DARO: Poesa (Caracas: Biblioteca Ayacucho, 1977).

    ellos, no slo da injustificadamente por sentado que, para Vaz, es deseable que haya concepciones del mundo nuestras o de quien sea esto es, concepciones del mundo locales o regionales-- sino que volatiliza en exceso la central intencin vazferreiriana de combatir, dondequiera que se los encuentre, los paralogismos y las confusiones que amenazan el ejercicio de la reflexin42.

    Con lo anterior no se quiere decir, en absoluto, que Vaz haya sido el filsofo de caricatura habitante de las nubes; estaba muy lejos de serlo, como lo prueban sus intervenciones en el terreno de la poltica, la legislacin, la cuestin social y la femenina43. Ni se pretende sostener siquiera que, en tanto filsofo, nada le im-portaba la circunstancia; por el contrario, su campaa contra los errores conceptuales se enmarcaba en una preocupacin educati-va persistente, pero la circunstancia ah envuelta era, a su juicio, ante todo la puramente humana, que l entenda un deber encarar (cmo hubiera podido ser de otro modo?) en el aqu y ahora en el que viva. En cambio, en las aludidas visiones de conjunto todo pasa como si se pensara que Vaz Ferreira, miembro inevitable del panten filosfico latinoamericano, ha de serlo por fuerza tambin de la emergencia de la conciencia latinoamericanista del siglo xx. Su fantasma es artificialmente convocado en este lugar porque se sigue suponiendo que, si el Positivismo fue, en Amri-ca Latina, la filosofa del orden unilateralmente occidentalizador, la crtica antipositivista ha de ser siempre y de la misma manera, filosofa crtica de ese orden o al menos de su unilateralidad.

    Por lo dems, no slo son filsofos del siglo xx los afectados por estas estrategias. Ellas recaen tambin sobre un pensador como Andrs Bello, del cual se pasan igualmente por alto sus in-tenciones en tanto que filsofo sin ms. Es evidente que esas intenciones no cuadran en el esquema preconstituido para el siglo

    42 Paradigmticamente se expresa esa intencin de Vaz Ferreira en su Lgica Viva (Montevideo: Tipografa de la Escuela de Artes y Oficios, 1910).

    43 Entre tantos otros textos, cfr. C. VAZ FERREIRA: Sobre la propiedad de la tierra (Montevideo: Impresora Nacional, 1918), Sobre los problemas so-ciales (Montevideo: El Siglo Ilustrado, 1922), Sobre feminismo (Montevi-deo: Sociedad de Amigos del Libro Rioplatense, 1933), La actual crisis del mundo desde el punto de vista racional (Buenos Aires: Losada, 1940).

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    ux de modo que, cuando no se las sepulta bajo su monumental obra filolgica, lingstica, jurdica y educativa, se tiende a susti-tuirlas por su afn de una perspectiva intelectual globalizadora, a la que podr llamarse filosfica, pero entonces en un sentido que no es el mismo en el cual puede ser calificada de obra filosfica su Filosofa del Entendimiento. De este modo, no se hace justicia a la propia idea belliana de la Filosofa sobre la cual habremos de volver tambin ms adelante en este trabajoni a su prctica de la disciplina, cuando se escribe: La "filosofa americana", tal como la llam Juan Bautista Alberdi, era una filosofa de la histo-ria. El pensamiento de Andrs Bello se mova en la misma direc-cin y propona que nuestra historia fuera considerada "con mirada filosfica". Lo mismo podramos decir de tantos otros44. Pero lo que los textos muestran es slo que una vertiente del pen-samiento de Bello particularmente manifiesta en sus observa-ciones crticas a Lastarria y a Chacn poda, eventualmente, dar lugar a una filosofa de la historia45; nunca que la Filosofa fuera para Bello lo que era para Alberdi: la ciencia de las gene-ralidades cuyo estudio, por lo comn tan estril, ha de traer-nos alguna ventaja positiva transformndose en la expresin inteligente de las necesidades ms vitales y ms altas de estos pases, para lo cual no slo la filosofa americana debe ser esen-cialmente poltica y social en su objeto, no slo debe ser positi-va, financiera, histrica, industrial, literaria en vez de ideolgica y psicolgica, sino que por la forma de su enseanza breve y

    44 Cfr. A.A. ROIG: Teora y crtica del pensamiento latinoamericano (ed. cit.), p. 187.

    45 Cfr. los escritos de Bello al respecto en el volumen Temas de historia y geografa de sus Obras Completas (Caracas: La Casa de Bello, 1981, pp. 219-261). Una visin de textos de Bello y Lastarria que incluye muchos otros materiales contextualizadores se encuentra en J. DURN CERD: El Movimiento Literario de 1842 (Santiago: Editorial Universitaria, 1957); cfr. esp. pp. 5-112. Cfr. con respecto a los avatares de la historia filosfica en el Chile de la dcada de 1840, G. COLMENARES: Las convenciones con-tra la cultura. Ensayos sobre la historiografa hispanoamericana del siglo XIX (Bogot: Tercer Mundo, 1989), pp. 49-70. Tambin, desde el ngulo de Lastarria, B. SUBERCASEAUX: Cultura y sociedad liberal en el siglo XIX. Lastarria, ideologa y literatura (Santiago: Aconcagua, 1981), pp. 78-90.

    corta no vaya a quitarle a la juventud un tiempo que podra emplear con provecho en estudios de una aplicacin productiva y til46. Mdase la distancia entre esta filosofa americana y Filo-sofa del Entendimiento, texto no casualmente pstumo en el cual una de las presencias ms obvias es la de Ber