Introducción General Al Estudio de Las Doctrinas Hindues

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Libro Fundamental para comprender el hinduismo desde una perspectiva diferente a la "académica" occidental.

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    . BIBLIOTECA CENT~ U. N.A. M.

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    PRLOGO ~

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    de la menor iet1 verdadera. Es que no basta conocer grama-ticalmente una lengua, ni ser capa% de traucirlti palabr11 por palabr11 Je 17Ulnna correct11, par11 penetrar su espritu y asimilarse el pensamiento de los que la hablan y la escriben. Hada se podra ir ms lejos y decir que mientras ms escru-pulosamente literal es una traduccin, corre ms peligro de ser inexacta en realidad y de desnaturalizar el pensamiento, por que no hay verdadera equivalencia entre los trminos de dos lenguas diferentes, sobre todo cuando ests lenguas estn muy alejadas una de otra, y alejadas no tanto filolgica-mente como en razn de la wersidatJ de las concepciones de los pueblos que las emplean; y es este ltimo elemento eJ que no podr penetrar jams ninguna erudicin. Se necesita paTa esto algo ms que una vana "crtica de textos" que se ex-tiende hasta perderse de vista en cuestiones de detalle, algo ms que los mtodos de gramticos y de "literatos", y mucho ms que un lla11U1do "mtodo histrico" aplicado a todo in,distintamente. Sin duda que los diccionarios y las recopi-lacines tienen su utilidad t'tlativa, que no tratamos de dis-cu#r, y no se puede decir que todo este trabajo sea intil, wbre todo si se reflexiona en que los que lo suministran muy a menudo seran incapaces de producir otra cosa; pero des-graciadamente, en cuanto la erudicin se vuelve una "espe-cialida", tiende a ser tomada como un fin en s misma, en lugar de ser un simple instrumento como Jebe sedo normal-mente. Esta invasin de la erudicin y Je sus mtodos par-tictJlares es lo que constituye un verdadero peligro, porque

    p~de absorber a los que seran capaces tal vez de entreg'1l .. S~ a otro gnero de trabajos, y porque el hhito Je estos mto-dos estrecha el hor:izonte intelectual de los que se someten a ellos y les impone una deformacin irremediable.

    An no hemor diho todo, y ni siquiertt. hemos tocado el aspecto ms g

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    rico" 111 cUlll hicimos ya alusin: es el tn'or que c~siste en est'Udln' las civilizllciones orient11les como se baria con ltu civiz11ciones Jeuparecias desde hace largo tiempo. En este ltimo caso, es evidente que est uno forZ11Jo, a falta de tt!go mejor, a contentarse con reconstrucciones aproximati-vas, sin estar seguro. nunca Je 1U'ld perfecta concordancia con lo que realmente existi antes, p-uesto que no hay ningn medio Je proceder a comprobaciones directas. Pero se olvida que las civilizacior.,es rientales, por lo 11ienos las que al pre-sente nos interesan, se han continuado hasta nosotros sin interrupcin, y que todava tienen represent11ntes autoriza-dos, cuya opinin vale incomparablemente ms, para s11 comprensin, que toa la erudicin el mundo; slo que, si se piensa en consultarlos, no hay q'Ue partir del singular principio Je que sabemos ms que ellos sobre el veraero sentido de S#s propias concepciones.

    Por otra parte, h.y que decir tambin que los orientales, q11e tienen, con razn, una idea ms bien triste de la intelec-t11alia t#ropea, se preocupan muy poco Je lo q11e los occidentales, de una mtmttra general, puedan o no p-ueJtm pensar acerca Je ellos; por lo mismo no tratan en manert1 alguna Je sacarlos Je su error, y, por el contrario, en razn Je una cortesa algo desdeosa, se encierran en un silencio que la vania occidental interp--eta fin esfuer~o como una aprobacin. Es que el "!f"Oselitism

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    existen entre los modos generales del pensamiento oriental y los del pensamiento occidental. Insistiremos en seguida nuiJ espedalmente en lo que se refiere 11 las doctrinas hindes, e"' lo que stas presentan de rasgos particultJ,"'es que las distin-guen de las otras doctrinas orientales, aunque todas tengan bastantes caracteres comunes para justificar, en el conjunto, la oposicin general del' Oriente y del Occidente. Por lti-mc, con respecto a estas doctrinas hindes, seidarem

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    CAPTULO 1

    ORIENTE Y. OCCIDENTE

    Lo primero que tenemos que hacer en el estudio que em-prendemos, es determinar la naturaleza exacta de la oposi-cin que existe entre el Oriente y el Occidente, y desde luego, para esto, precisar el sentido que queremos dar a los dos trminos de esta oposicin. Podramos decir, por una primera aproximacin, quiz un poco somera, que el Oriente para nosotros, es esencialmente Asia, y que el Occidente es esencialmente Europa; pero esto mismo requiere algunas ex-plicaciones.

    Cuando hablamos, por ejemplo, de la mentalidad occi-dental o europea, empleando indiferentemente una u otra de estas dos palabras, queremos referirnos a la mentalidad pro-pia de la raza europea tomada en su conjunto. Llamaremos pues europeo a todo lo que se relaciona a esta raza, y apli-caremos esta denominacin comn a todos los individuos que han salido de ella, en cualquier parte del mundo en que se encuentren: as pues los americanos y los australianos, para no citar ms que a stos, son para nosotros europeos, exactamente con el mismo ttulo que los hombres de la misma raza que continan viviendo en Europa. Es evidente, en efecto, que el hecho de haberse trasladado a otra regin, o hasta de haber nacido en ella, no podra modificar la ra-za ni, por consecuencia, la mentalidad que es inherente a

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    sta; y, aun si el ambio de medio es susceptible de determi-nar tarde o temprano ciertas modificaciones stas sern modificaciones muy secundarias que no afectan 'tos caracteres.

    ver~aderamente esenciales de la raza, sino que por el con-trario ha~en resaltar a veces de manera ms precisa algunos de ellos. Asi es como se puede comprobar sin esfuerzo en los americanos, el desarrollo llevado al extremo de alg~nas de las tendencias que constituyen la mentalidad europea mo-derna.

    Se plantea as una pregunta aqu, sin embargo, que no podemos excusarnos de indicar brevemente: hemos hablado de la raza europea y de la mentalidad que le es propia; pero hay verdaderamente una raza europea? Si nos referimos a una raza J?rimitiva, con una unidad original y una perfecta ho~ogeneidad, hay que responder negativamente, porque nadie puede negar que la poblacin actual de Europa se for-

    ~ con una mezcla de elementos que pertenecen a razas muy diversas, y que hay en ella diferencias tnicas bastante acen-tuadas, no slo de un pas a otro, sino aun en el interior de cada agrupamiento nacional. Sin embargo no es menos cierto que los pueblos europeos presentan bas:antes caracte-res comunes que hacen que los distingamos netamente de to-dos los otros; su unidad, aunque sta sea ms bien adquirida que primitiva, basta para que se pueda hablar, como lo hace-mos, de raza europea. Slo que esta raza es naturalmente menos fija y menos estable que una raza pura; los elementos europeos, al mezclarse a otras razas, sern absorbidos ms fcilmente, y sus caracteres tnicos desapareceran con ra-pidez; pero esto no se aplica sino al caso en que haya mez-cla,. y cuando slo hay yuxtaposicin, acontece por el con-~rano que los caracteres mentales, que son los que ms nos mtettsan, aparecen en cierto modo con ms relieve. Estos caracteres mentales son los que, por otra parte, hacen ms neta la unidad europea; cualesquiera que hayan sido las di-ferencias originales a este respecto o desde otros puntos de

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    vista, se ha form:ldo poco a poco, durante el curso de la historia, una mentalidad comn a todos los pueblos de Eu-ropa. Esto no quiere decir que no haya mentalidad especial para cada uno de estos pueblos; pero las particularidades que los distinguen son secundarias con relacin a un fondo co-mn al cual parecen sobreponerse: son, en suma, como es-pecies de un mismo gnero. Nadie, aun entre los que dudan que se pueda hablar de una raza europea, vacilar en admitir la existencia de una civilizacin europea; y una. civilizacin no es otra cosa que el producto y la expresin de ciert:i mentalidad.

    No trataremos de precisar, desde luego, los rasgos dis-tintivos de la mentalidad europea, porque ellos surgirn sufi-cientemente en la continuacin de e11te estudio; indicaremos simplemente que muchas influencias contribuyeron a su for-macin: la que ha desempeado el papel preponderante es sin discusin la influencia griega o, si se quiere, greco-romana. La influencia griega es casi exclusiva en lo que se re-fiere a los puntos de vista filosfico y cientfico, a pesar de la aparicin de ciertas tendencias especiales, y propia-mente modernas, de las que hablaremos ms adelante. En cuanto a la influencia romana, es ms social que intelectual, y se afirma sobre todo en las concepciones del Estado, del derecho y de las instituciones; por lo dems, intelectual-mente, los romanos haban tomado casi todo a los grie-gos, de manera que, a travs de ellos, no es ms que la influencia de estos ltimos la que pudo ejercerse aun indi-rectamente. Hay que sealar tambin la importancia, desde el punto de vista religioso especialmente, de la influencia ju-daica que, por otra parte, volveremos a encontrar igual-mente en cierta parte del Oriente; hay all un elemento extra-europeo en su origen, pero n0 deja de ~er en parte, constitutivo de la mentalidad occidental de nuestros das.

    Si consideramos ahora el Oriente, no es posible hablar de una raza oriental, o de una raza asitica, aun con

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    todas las restricciones que hemos empleado en la conside-racin de una raza europea. Se trata aqu de un conjun-to mucho ms extenso, que comprende poblaciones mucho ms numerosas, y con diferencias tnicas mucho ms gran-des; podemos distinguir en este conjunto varias razas ms o menos puras, pero que ofrecen caractersticas muy pre-cisas, y de las cuales cada una tiene una civilizacin pro-pia, muy distinta de las otras: no hay una civilizacin orien-tal como hay una civilizacin occidental, en realidad hay civilizaciones orientales. Tendremos oportunidad pues, de decir cosas especiales para cada una de estas civilizaciones, e indicaremos adelante cules son las grandes divisiones ge-nerales que pueden establecerse a este respecto; pero, a pesar de todo, encontraremos, si nos fijamos ms en el fondo que en la forma, muchos elementos o ms bien principios comunes que hacen que sea posible hablar de una mentali-dad oriental, por oposicin a la mentalidad occidental.

    Cuando decimos que cada una de las razas del Orien-te tiene una civilizacin que le es propia, esto no es abso-lutamente exacto; slo es verdadero en rigor para la raza china, cuya civilizacin tiene precisamente su base esen-cial en la unidad tnica. Para las otras civilizaciones asi-ticas, los principios de unidad sobre los cuales descansan son de naturaleza muy diferente, como lo explicaremos ms tarde, y esto es lo que les permite comprender en esta unidad elementos que pertenecen a razas extraordinaria-mente diversas. Decimos civilizaciones asiticas, porque las que consideramos lo son todas por su origen, aun cuando se hayan extendido en otras regiones, como lo ha hecho sobre todo la civilizacin musulmana. Por otra parte, eso cae de su peso, fuera de los elementos musulmanes, no con-sideraremos como orientales a los pueblos que habitan el este de Europa: no hay que confundir a un oriental con un levantino, que u ms bien todo lo contrario, y que, al

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    menos por la mmtalidad, tiene los caracteres esenciales de un verdadero occidental.

    Llama la atencin a primera vista la desproporcin de los dos conjuntos que constituyen respectivamente lo que llamamos el Oriente y el Occidente; si hay oposicin entre ellos, no puede realmente haber equivalencia, ni siquiera si-metra, entre los dos trminos de esta oposicin. Hay a este respecto una diferencia comparable a la que existe geo-grficamente entre Asia y Europa, y en la que la segunda aparece como una simple prolongacin de la primera; as tambin, la verdadera situacin del Occidente con relacin al Oriente, no es en el fondo ms que la de una rama desprendida del tronco, y esto es lo que necesitamos explicar ahora de manera ms completa.

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    CAPTULO II

    LA DIVERGENCIA

    Si se considera lo que se ha convenido en llamar la antigedad clsica, y se la compara a las civilizacioms orien-tales, se comprueba fcilmente que est menos alejada de ellas, desde ciertos puntos de vista al menos, que la Europ3 moderna. La diferencia entre el Oriente y el Occidente pa-rece que ha ido aumentando siempre, pero esta divergencia es en cierto modo unilateral, en el sentido de que slo. el Occidente es el que ha cambiado, mientras que el Orien-te, de manera general, permanece sensiblemente tal como era en esa poca que se tiene la costumbre de considerar como antigua, y que sin embargo todava es relativamente reciente. La estabilidad, se podra hasta decir la inmutabi-lidad, es un carcter que se le reconoce de buen grado a las civilizaciones orientales, principalmente a la de China, pero es acaso menos fcil extenderse sobre su interpreta-cin: los europeos, desde que creyeron en el "progreso" y en la .. evolucin", es decir desde hace ms de un siglo, quie-ren ver en esto un signo de inferioridad, mientras que por el contrario, nos'Jtros vemos un estado de equilibrio que la civilizacin occidental se ha mostrado incapaz de alcanzar. Esta estabilidad se afirma por otra parte en las cosas peque-as lo mismo que en las grandes, y se puede encontrar un ejemplo notable en el hecho de que la .. moda,,, con sus

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    variaciones continuas, slo existe en los pase:. occiderit.iles. En suma, el occidental, y sobre todo el occidental mo demo, aparece como esencialmente veleidoso e inconstante, aspirando ~lo al movimiento y a la agitacin, en tanto que el oriental presenta exactamente el carcter opuesto.

    Si se quiere representar esquemticamente la divergen-cia de que hablamos, no habra pues que trazar dos lneas que de una y otra p~rte se fuesen separando de un e~e, si?o que el Oriente debera estar representado l?r el ee rm~mo, y el Occidente por una lnea que partiera de este ce a la manera de una rama que se separa del tronco, come antes lo dijimos. Este smbolo sera tanto ms ju~to cuan-to que, en el fondo, por lo menos desde. l?s t~empos lla-mados histricos, el Occjdeote puoca ha y1y1do mte!.ectu:tl-mente. en la medida ep que ha tenido upa intelectualidod, sjno de prstamos hech2 dd Orient.e, ya sea de una m:i-nera directa o indirecta. La misma civilizacin griega cst:i muy lejos de haber tenido esa originalidad que se complacen en proclamar los que son incapaces de ver nada ms :tll, y que llegaran de buen grado hasta pretender que los griegos se calumniaron cuando reconocieron lo que de-ban al Egipto, a Fenicia, a Caldea, a Persia, y hasta a la India. Por ms que estas civilizaciones son incomparable-mente ms antiguas que la de Jos griegoi;, algunos, ce-gados por lo que podemos llamar el "pr~juici_o clsico", estn dispuest0s a sostener, contra toda ev1den:1.' que son ellas las que han recibido prstam~ ,d: la. hcl~mca y que sufrieron su influencia, y es muy d1f1c1l d1scut1r con ellos, precisamente porque su opinin slo ~escansa en prejui-cios; pero ya insistiremos con ms r:11plitu~ sobre esta c~es tin. Es verdad que los griegos tuvieron ~m embargo cier-ta originalidad, pero que de nin~n i:nodo es la que se cree por lo comn, y que n? consiste smo e~ la forma en la cual presentar0n y expusieron lo que h:ib1an adoptad'.), modificndolo de manera ms o menos afortunada para

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    adaptarlo a su propia mentalidad, originalidad muy dis-tinta de la de los orientales, y aun opuesta a sta en ms de un aspecto.

    Antes de ir ms lejos, precisaremos que no pretendemos negar la originalidad de la civilizacin helnica desde este o aquel punto de vista ms o menos secundario a nuestro juicio, desde el punto de vista del arte por ejemplo, sino slo desde el punto de vista propiamente intelectual, que por otra parte se encuentra mucho ms reducido que en los orientales. Esta disminucin de la intelectualidad, este empequeecimiento por decirlo as, podemos afirmarlo ne-tamente con relacin a las civilizaciones orientales que sub- . sisten y que conocemos directamente; y es verosmil tam-bin con relacin a las que desaparecieron, segn todo lo que podemos saber de ellas, y sobre todo segn las analo-gas que han existido de modo manifiesto entre stas y aqullas. En efecto, el estudio del Oriente tal como se hace hoy todava, si se quisiera emprender de manera ver-daderamente directa, sera capaz de ayudar en una -amplia medida para comprender la antigedad, en razn de este carcter de fijeza y de estabilidad que hemos indicado; ayudara tambin a comprender la antigedad griega, para la cual no tenemos el recurso de un testimonio inmediato, porque se trata aqu tambin de una civilizacin que real-mente se extingui, y los griegos actuales no tendran nin-gn ttulo para que se les considere como los legtimos QOntinuadores de Jos antiguos, de los que sin duda no son ni siquiera los descendientes autnticos

    Hay que fijarse . bien, sin embargo, en que el pensa-miento griego es a pesar de todo, en su esencia, un pensa-llle1llto occidental y que se encuentra ya en l entre algunas otras tendencias, el origen y lgo as como el germen de las que se desarrollaron largo tiempo despus, en los occi-dentales modernos. No hay pues que llevar demasiado lejos el empleo de la analoga que acabamos de sealar; pero,

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    mantenida dentro de justos lmites, puede todava prestar servicios importantes a los que quieren comprender real-mente la antigedad e interpretarla de la manera menos hipottica que sea posible, y por otra parte se evitar cual-quier peligro si se tiene en cuenta todo lo que ~abemos de perfectamente cierto sobre los caracteres especiales ~e la mentalidad helnica. En el fondo, las nuevas tendencias que se encuentran en el .m':1~do greco-~o~an?. son sobre todo tendencias a la restnccion y a la hmitacion, de ma-nera que las reservas que hay que aportar. en un~ compa-racin con el Oriente deben proceder casi exclusivamente del temor de atribuir a los antiguos del Occidente ms de lo que en verdad pensaron; cuando comprobamos que. t~maron algo al Oriente, no hay que creer qu~ se lo as1i:ni-laron por completo, ni apresurarse a conclmr que e~1ste identidad de pensamiento. Se pueden establecer aproxuna-ciones numerosas e interesantes, aproximaciones que no tie-nen equivalente en lo que se refiere al Occi~ente moderno; pero no es menos cierto que los m~~ tsenc1ales del_ pen~miento oriental ~on enteramente distmtos, y que, sm salir de los cuadros de la mentalidad occidental, aun antigua, est uno condenado fatalmente a descuidar y a desconocer los aspectos de este pensamiento o~ental que ,s? precisa-mente los ms importantes y los mas caractenst1cos.

    Como es evidente que lo "ms" no puede nacer de lo "menos", esta sola diferencia debera bastar, a falta de cual-quiera otra coosideracin, para mostrar de q~ lado se encuentra la civilizacin que ha hecho aportac10nes a las

    Para volver al esque a que indicamos ms arn a, e-otras. ~ b d bemos decir que su def to principal,_ ine:i~able por ?tra parte en cualquier esqu . a, es el de .simplificar d~masiado las cosas, representando l~ divergencia como creciendo , de manera continua desde la ' antigedad hasta nuestros d1as. En realidad ha habido tiem~ de detencin en esta diver-

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    gencia, y hasta ha habido pocas menos alejadas en que el Occidente recibi de nuevo la influencia directa del Oriente: queremos hablar sobre todo del perodo alejan-drino, y tambin del que los rabes aportaron a Europa en la Edad Media, y del cual una parte les perteneca en propiedad, mientras que el resto haba sido tomado de la India; su influencia es muy conocida en lo que se refiere al desarrollo de las matemticas, pero estuvo lejos de limi-tarse a este dominio particular. La divergencia surgi de nuevo en el Renacimiento, donde se produjo una ruptura muy neta con la poca precedente, y la verdad es que este pretendido Renacimiento fu una muerte para muchas co-sas, aun desde el punto de vista de las artes, pero sobre todo desde el punto de vista intelectual; es difcil para un mo-derno percibir toda la extensin y todo el alcance de lo que se perdi entonces. El retorno a la antigedad clsica tuvo por efecto una disminucin de la intelectualidad, fe-nmeno comparable al que haba tenido lugar en otro tiem-po entre los mismos griegos, pero con esta diferencia capi-tal: que se manifest entonces en el curso de la existencia de una misma raza, y no ya en el paso de ciertas ideas de un pueblo a otro; es como si estos griegos, en el momento en que iban a desaparecer enteramente, se hubiesen ven-gado de su propia incomprensin imponiendo a toda una parte de la humanidad los lmites de su horizonte mental. Cuando a esta influencia se agreg la de la Reforma, que por lo dems tal vez no fu del todo independiente, las tendencias fundamentales del mundo moderno se estable-cieron con precisin; la Revolucin, con todo lo que re-presenta en diversos dominiS, y que equivale a la nega-cin de toda tradicin, deba ser la consecuencia lgica de su desarrollo. Pero no tenemos que entrar aqu en el detalle de todas estas consideraciones, lo que podra lle-vamos demasiado lejos; no tenemos la intencin de hacer especialmente la historia de la mentalidad occidental, sino

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    slo decir lo que es necesario para hac.er comprender lo qu~ la diferencia profundamente de la inte!ectualidad oriental. Antes de completar lo que tenemos que decir a este res-pecto de los moderno~, necesitamos todava volver a los grie-gos, para precisar lo que no hemos hecho ms que indicar hasta aqu de manera insuficiente, y para desbrozar el terreno, en cierto modo, explicndonos con bastante pre-cisin para poner trmino a ciertas objeciones que es muy fcil prever.

    No agregaremos pr el momento sino una palabra en fo que concierne a la divergencia del Occidente con relacin al Oriente: esta divergencia continuar aumentando inde-finidamente? Las apariencias podran hacerlo creer, y, en el estado actual de las cosas, esta cuestin es seguramente d r: aquellas sobre las cuales se puede discutir; pero sin em-bargo, en lo que a nosotros se refiere, no pensarnos que esto sea p:lsible; daremos las razones en nuestra con-clusin.

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    CAPTULO 111

    EL PREJUICIO CLSICO

    Hemos indicado ya lo que entendemos por el .. pre-juicio clsico". es propiamente el prejuicio de atribuir a los griegos y a los romanos el origen de toda civilizacin. No se puede, en el fondo, encontrar en l ms razn que sta: los occidentales, porque su propia civilizacin no remonta en efecto ms all de la poca greco-romana y se deriva de ella casi por completo, se imaginan que as ha debido ser por doquiera, y les cuesta trabajo concebir la existencia de civilizaciones muy diferentes y de origen mucho ms antiguo; se podra decir que son, intelectual-mente, incapaces de franquear el Mediterrneo. Por lo de-ms, el hbito de hablar de Ja civilizacin", de una ma-

    . nera absoluta, contribuye tambin en una amplia medida para mantener este prejuicio: la civilizacin", entendida as y suponind~ela nica, es algo que no ha existido nun-ca; en realidad, ha habido siempre y hay todava .. civili-zaciones". La civilizacin occidental, con sus caracteres es-peciales, es simplemente una civilizacin entre otras, y lo que se llama pomposamente .. la evolucin de la civiliza-cin" no es ms que el desarrollo de esta civilizacin par-ticular desde sus orgenes relativamente recientes, desarrollo que par otra parte est muy lejos de haber sido . siempre .. progresivo" de manera regular y sobre todos los puntos;

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    lo que antes dijimos del pretendido Renacimiento y de su~ consecuencias podra servir aqu como ejemplo muy claro de una regresin intelectual, que no ha hecho ms que agravarse hasta nosotros.

    Para el que quiera examinar las cosas con imparciali-dad, es manifiesto que los griegos tomaron realmente casi todo a los orientales, por lo menos desde el punto de vista intelectual, como ellos mismos lo confesaron a menudo; por mentirosos que hayan podido ser, siquiera no mintie-ron en este punto, y par otra parte no tenan ningn in-ters en ello, todo lo contrario. Su nica originalidad, di-jimos antes, reside en la manera como expusieron las co-sas, segn una facultad de adaptacin que no se les pue-de negar, pero que necesariamente se encuentra limitada a la medida de su comprensin; es pues, en suma, una origi-nalidad de orden puramente dialcti~ En efecto, los mo-dos de razonamiento, que se derivan de los modos gene-rales del pensamiento y sirven para formularlos, son dis-tintos entre los griegos y los orientales; hay que tener ~iempre cuidado cuando se sealan ciertas analogas, por lo dems reales, como la del silogismo griego, por ejemplo, con lo que se ha llamado con ms o menos exactitud el si-logismo hind. Ni siquiera se puede decir que el razona-miento griego se distingue por un rigor particular; no pa-rece ms riguroso que los dems, excepto a quienes lo fre-cuentan de modo exclusivo, y esta apariencia slo proviene de que se encierra siempre en un dominio ms restringido, ms limitado, y por lo tanto mejor definido. Lo que verdade-ramente es propio de los griegos, en cambio, pero no muy en su favor, es cierta sutileza dialctica de la que los di-logos de Platn ofrecen numerosos, ejemplos, y donde se ve la necesidad de examinar indefinidamente una misma cues-tin bajo todas sus faces, tomndola por los aspectos ms pequeos, y para terminar en una conclusin ms o me-nos insignificante; hay que creer que los modernos, en

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    Occidente, no son los primeros en estar afectados de "mio-pa intelectual ...

    No hay motivo quiz, despus de todo, para ~ep~oc?ar ms de lo debido a los griegos el que hayan d1smmu1do el campo dd pensamiento humano como lo hicieron; por una parte, sta fu una consecuencia inevitable d~ su cons-titucin mental, de la que no se les puede considerar res-ponsables, y por otra, de esta manera pusieron por lo menos al alcance de una parte de la humanidad algunos conoci-mientos que, de otro modo, corran peligro de serle com-pletamente extraos. Es fcil darse cuenta de esto al ver de lo que son capaces, en nuestros das, los occidentales que se encuentran directamente en presencia de ciertas concepciones orientales, y que tratan de interpretarlas con-forme a su propia mentalidad: todo lo que no pueden re-ducir a formas "clsicas" se les escapa totalmente, y todo lo que reducen a ellas ms o menos bien est par lo ~ismo, desfigurado a un grado tal que lo hacen mconoc1ble.

    El pretendido "milagro griego'', como lo llaman sus admiradores entusiastas, se reduce en suma a muy poca cosa, o por lo menos, en lo que imp_lica un c~m~i~ pro_-fundo, este cambio es una decadencia: es la md1v1duah-zacin de las concepciones, la substitucin de lo racional a lo intelectual puro, d,el punt"J de vista cientfico y filos-fico al punto de vista metafsico. Poco importa, por lo dems, que los griegos hayan sabido mejor que otros dar a ciertos conocimientos un carcter prctico, o que hayan sacado de ellos consecuencias con este carcter, cuando no lo haban hecho los que los precedieron; hasta es permi-tido pensar que as dieron al conocimiento un fin m,e~os puro y menos desinteresado, porque el sesgo de su esp1ntu no les permiti mantenerse sino con dificultad y como por excepcin en el dominio de los principios. Esta ten-dencia "prctica", en el sentido ms comn de la pala-bra, es u~a de las que se deban ir acentuando en el des-

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    arrollo de la civilizacin occidental y pred'Jmina ostensi-blemente en la poca moderna; no se puede hacer una ex-cepcin a este respecto sino en favor de la Edad Media, mucho ms orientada hacia la especulacin pura.

    De una manera general, los occidentales son, por na-turaleza, muy poco metafsicos: la comparacin de sus lenguas con las de los orientales suministrara por s sob una prueba suficiente, si los fillogos fueran capaces d~ discernir realmente el espritu de las lenguas que estudian. En cambio, los orientales tienen una tendencia muy mlr cada a desinteresarse de las aplicaciones, y esto se com-prende sin dificultad, porque cualquiera que se interese esencialmente en el conocimiento de los principios univer-sales, slo sentir un inters muy mediocre por las cienci:is es-peciales, y cuando ms puede concederles una curiosid:id pasajera, insuficiente en todo caso para provoca!"' numeros-:>s descubrimientos en este orden de ideas. Cuando se s:lbe, por una certidumbre matemtica en cierto modo, ~ ~ast:1 ms que matemtica, que las cosas no pueden ser d1stmtJ ' d.e lo que son, se vuelve uno por fuerza desdeoso d~ b experiencia, porque la comprobacin de un hecho p:irt1c~lar, cualquiera que sea, no prueba nun.ca otra cosa mas que la existencia pura y simple de este mismo hecho; c~ando mucho tal comprobacin puede servir a veces para ilus-trar una teora, a ttulo de ejemplo, pero de ningn rnod'.l para probarla, y creer lo contrario es una grave ilusin. En estas condiciones, no hay evidentemente lugar para estu-diar las ciencias experimentales por ellas mismas, y, de~d ~ el punto de vista metafsico, no tienen, como el _objeto al cual se aplican, ms que un vabr purame?te accidental "!'. contingente; muy a menudo no se expenmei:ta, pues, 111 siquiera la necesidad de extraer las le~es . p~rt1cula,res, que se podra sin embargo sacar de los .pr~c1p1os, ~ titulo_ de aplicacin especial en tal o cual dom1mo deternunado, s1 se encontrara que la cosa vala la pena. Se puede compren-

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    der ya todo lo que separa el "saber" oriental de la "inves-tigacin" occidental; pero todava se asombra uno de que la investigacin haya llegado, para los occidentales mo-dernos, a constituir un fin en s misma, independiente-mente de sus resultados posibles.

    Otro punto que importa esencialmente notar aqu, y que por lo dems se presenta como un corolario de lo que precede, es que nadie ha estado ms lejos que Jos orien-tales, sin excepcin, de tener, como la antigedad greco-romana, el culto de la naturaleza, ya que la naturaleza nunca ha sido para ellos ms que el mundo de las aparien-cias; sin duda que estas apariencias, tienen tambin una realidad, pero slo es una realidad transitoria y no per-manente; contingente y no universal. As pues, el "natu-ralismo'', bajo todas las formas de que es susceptible, n') puede constituir, a los ojos de los hombres que se podra llama!! metafsicos por temperamento, ms que una des-viacin y hasta una verdadera monstruosidad intelectual.

    Hay que decir no obstante que los griegos, a pesar de su tendencia al "naturalismo", no llegaron nunca a con-ceder a la experimentacin la importancia excesiva que le atribuyen los modernos; se encuentra en toda la anti-gedad, aun occidental, cierto desdn por la experiencia, que acaso sera difcil explicar de otra manera, si no es viendo en ella un vestigio de la influencia oriental~if porque perdi en parte su razn de ser en los griegos, cuyas pre-ocupaciones no eran metafsicas, y para los cuales las con-sideraciones de orden esttico ocupaban muy a menudo el lugar de razones ms profundas que se les escapaban. Es pues a estas ltimas consideraciones a las que se hace in-tervenir ms a menudo en la explicacin del hecho de que se trata; pero pensamos que hay all, por lo menos en el origen, algo ms. De todos modos, esto no impide que se encuentre ya en los griegos, en cierto sentido, el punto de

    partid~ de las cirncias experimentales como las comprenden

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    los modernos, ciencias en las cuales la tendencia "prcti-ca" se une a la tendencia "naturalista", no pudiendo una y otra alcanzar su pleno desarrollo sino en detrimento del pensamiento puro y del conocimiento desinteresado. De manera que, el hecho de que los orientales no se . hayan apegado nunca a ciertas ciencias especiales de ningn modo es signo de inferioridad de su parte, hasta es intelectual-mente todo lo contrario; esto es, en suma, una consecuencia normal de que su actividad se haya dirigido siempre en otro sentido y hacia un fin por completo diferente. Son precisamente los diversos sentidos en que se puede ejercer la actividad mental del hombre los que imprimen a cada ci-vilizacin su carcter propio, determinando la direccin fun-damental de su desarrollo; y esto es al mismo tiempo lo que da la ilusin del progreso a los que, no conociendo ms que una civilizacin, ven exclusivamente la direccin en la cual se ha desarrollado y creen que es la nica po-sible, sin darse cuenta de que este desarrollo sobre un punto puede ser ampliamente compensado por una regresin sobre otros puntos.

    Si se considera el orden intelectual, nico esencial en hs civilizaciones orientales, hay dos razones por lo menos para que los griegos, bajo este concepto, hayan tomado todo a stas, uto es, tod'.> lo que vale en sus concepciones: una de estas razones, acerca de la cual hemos insistido ms has-ta aqu, est tomada de la ineptitud relativa de la mentali-dad griega a este respecto; la otra es que la civilizacin h'.elnica es de fecha mucho ms reciente que las princi-pales civilizaciom:s orientales. Esto es verdad en particular para la India, aunque, all donde hay ciertas relaciones en-tre las dos civilizaciones, algunos llevan el "prejuicio cl-sico" hasta afirmar "a priori" que es la prueba de una in-fluencia griega. Sin embargo, si tal influencia intervin'J realmente en la civilizacin hind, no pudo ser sino muy tarda, y debi necesariamente ser por completo superficial.

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    Podemos adn1itir que haya habido, por ejemplo, una in-fluencia de orden artstico, Y.>r ms que, aun en este punto de vista especial, las concepciones de los hindes hayan permanecido siempre, en todas las pocas, por completo diferentes de las de los griegos; por otra parte, no se en-cuentran rastros segu~os de una influencia de este gnero ms que en una cierta parcin, muy restringida a la vez en el espacio y en el tiempo, de la civilizacin bdica, que ' puede ser confundida con la civilizacin hind propia-mente diha. Pero esto nos obliga a decir por lo menos al-gunas palabras sobre lo que pudieron ser, en la antigedad, las relaciones entre pueblos diferentes y ms o menos ale-jados, luego sobre las dificultades que provocan, de manera general, las cuestiones de cronologa, tan i~portantes a los ojos de los partidarios ms o menos exclusivos del dema-siado famoso "mtc1do histrico".

    l CAPTULO IV

    LAS RELACIONES DE LOS PUEBLOS ANTIGUOS

    Se cree generalmente que las relaciones entre Grecia y la India no comenzaron, o por lo menos no adquirieron importancia apreciable, sino en la poca de las conquistas de Alejandro; para todo lo que es seguramente anterior a esta fecha se habla, pues, simplemente de semejanz2s for-tuitas entre las dos civilizaciones, y para todo lo que es posterior, o que se supone posterior, se habla como es na-tural de influencia griega, como lo quiere la lgica especial inherente al "prejuicio clsico". sta es una opinin que, como muchas otras, est desprovista de todo fundamento se-rio, porque las relaci:>nes entre los pueblos, aun alejados, eran mucho ms frecuentes en la antigedad de lo que se cree por lo comn. En suma, las comunicaciones no eran mu-cho ms difciles entonces que hace ape.r.as uno o dos !iglos, y ms precisamente hasta la invencin de bs ferro-carriles y de los buques de vapor; se viajaba sin duda me-nos comnmente que en nuestra poca, menos a menudo y sobre todo menos de prisa, pero se viajaba de manera m! provechosa, porque se tomaba el tiempo de estudiar los pa-ses que se atravesaban, y a veces hasta se viajaba justamente slo en vista de este estudio y de los beneficios intelectuales que de l se podan obtener. En estas condiciones, no hay ninguna razn plausible para tratar de "leyenda" lo que

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    se nos cuenta sobre los viajes de los filsofos griegos, tanto ms cuanto que estos viajes explican muchas cosas que, de otro modo, seran incomprensibles. La verdad es que, mucho antes de los primeros tiempos de la filosofa griega, los medios de comunicacin debieron tener un desarrollo del cual los modernos estn lejos de tener una idea exacta, y esto de manera normal y permanente, fuera de las mi-graciones de pueblos que sin duda no se produjeron jams sino de manera discontinua y algo excepcional.

    Entre otras pruebu que podramos citar en apoyo de lo que acabamos de decir, slo indicaremos una, que concierne especialmente a las relaciones de los pueblos del Mediterrneo, y lo haremos porque se trata de un hecho poco conocido o por lo menos poco observado, al cual nadie parece haber prestado la atencin que merece, y del que no se han dado, en todo caso, ms que interpretaciones muy inexactas. El hecho de que queremos hablar es la adopcin, en torno de la cuenca del Mediterrneo, de un mismo tipo fundamental de monedas, con variaciones accesorias que servan de marcas distintivas locales; y esta adopcin, aunque no se pueda fijar su fecha exacta, se remonta seguramente a una poca muy antigua, por lo menos si slo se tiene en cuenta el perodo de la antigedad que ms comnmente se estudia. Slo se ha querido ver en esto una simple imitacin de las monedas

    griegas que habran llegado accidentalmente a estas regiones lejanas; ste es un ejemplo de la influencia exagerada que se ha querido atribuir siempre a los griegos, y tambin de la funesta tendencia de hacer intervenir el acaso en todo lo que no se sabe explicar, como si el acaso fuera otra cosa que un nombre para disimular nuestra ignorancia de las causas reales. Lo que nos parece cierto es que el tipo moneta-rio comn de que se trata, que tiene esencialmente una cabeza humana de un lado, un caballo o un carro del otro, no es especficamente griego y podra ser itlico o cartagins, o hasta galo o ibrico; su adopcin necesit seguramente de

    un acuerdo ms o menos explcito entre los diversos pueblos del Mediterrneo, aunque las modalidades de este acuerdo por fuerza se nos escapan. Sucede con este tipo monetario lo que con ciertos smbolos o ciertas tradiciones, que se encuentran los mismos en lmites todava ms extensos; y por otra parte, si nadie discute las relaciones continuas que las colonias grie-gas mantenan con su metrpoli, por qu haban de discu-tirse ms las que pudieron establecerse entre los griegos y otros pueblos? Por lo dems, an all donde nunca haya in-tervenido una convencin de la clase de la que acabamos de mencionar, por razones que pueden ser de rdenes diversos que no tenemos por qu investigar aqu, y que, por lo dems, sera tal vez difcil determinar con exactitud, no est pro-bado de ningn modo que esto impidiese el establecimiento de intercambios ms o menos regulares; los medios fueron simplemente otros, puesto que tuvieron que adaptarse a cir-cunstancias diferentes.

    Para precisar el alcance que conviene reconocer al hecho que hemos indicado, aunque slo lo hayamos tomado a ttulo de ejemplo, hay que agregar que los intercambios C'Jmcrciales nunca se han producido de manera continua sin ir acompa-ados, tarde o temprano, de intercambios de otro orden, y principalmente de intercambios intelectuales; y hasta puede ser que en ciertos casos las relaciones econmicas, lejos de ocupar el primer lugar como lo hacen en los pueblos moder-nos, no hayan tenido ms que una importancia ms o menos

    , secundaria. La tendencia a reducir todo al punto de vista eco-nmico, ya sea en la vida interior de un pas, o bien en bs relaciones internacionales, es, en efecto, una tendencia del todo moderna; los antiguos, aun occidentales, c'Jn excepcin quiz de los fenicios, no consideraron las cosas de esta ma-nera, y los orientales, todava hoy, tampoco las consideran as. sta es la ocasin de repetir lo peligroso que es siempre querer formular una apreciacin de su propio punto .de vista, en lo que se refiere a hombres que, encontrndose en otras

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    circunstancias, con otra mentalidad, situados de otro modo en el tiempo o en el espacio, con seguridad no se colocaron nunca en este mismo punto de vista, y ni siquiera tenan alguna razn para concebirlo; este error es, sin embargo, el que com2ten muy a menudo los que estudian la antigedad, y ste es tambin, como lo dijimos al principio, el que nunca dejan de cometer los orientalistas.

    Para volver a nuestro punto de partida, no estamos auto-rizados en absoluto, por el hecho de que los ms antiguos filsofos griegos hayan precedido en varios siglos a la paca de Alejandro, para concluir que no conocieron nada de las doctrinas hindes. Para citar un ejemplo, el atomismo, largo tiempo antes de aparecer en Grecia, fu sostenido en la India por la fSCuela de Kanada, luego por los jainas y los budistas; puede ser que haya sido importado en Occidente por los fe-nicios, como lo dan a entender algunas tradiciones, pero, por otra parte, diversos autores afirman que Demcrito, que fu uno de los primeros entre los griegos en adoptar esta doc-trina, o por lo menos en formularla con precisin, haba viajado por Egipto, Penia y la India. Los primeros filS')fos griegos pueden hasta haber conocido, no slo las doctrinas. hindes, sino tambin las doctrinas budista, por-que no son seguramente anteriores al budismo, y, adems, ste se difundi pronto fuera de la India, en las regiones de Asia ms vecinas a Grecia y, por consecuencia, relativa-mente ms accesibles. Esta circunstancia fortalecera la tesis, muy eost'."nible, de prstamos, no par cierto exclusivos, pero s importantes, de al civilizacin bdica: as se explica-ra, en particular, el hecho de que la mayora de los fi-lsofos fsicos no hayan admitido ms que cuatro elementos en lugar de cinco. Lo curioS'l en todo caso es que los acerca-mientos que se pueden hacer con las doctrinas de la India son mucho ms numerosos y ms patentes en el perodo pre-socrtico que en los perodos pcsteriores; ~en qu se convier-te entonces el papel de las conquistas de Alejandro en las re-

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    ladones intelectuales de los pueblos? En rnma, no parecen haber introducido, como hecho de influencia hind, mis que la que se pu~de sealar en la lgica de Aristteles, y a la cual aludimos antes en lo que se refiere al silogismo, as como en la parte metafsica de la obra del mismo filsofo, para la cual se podran sealar tambin semejanzas demasiado preci-sas para ser puramente accidentales.

    Si se objeta, para defender a pesar de todo la originalidad de los filsofos griegos, que hay un fondo intel~tual comn para toda la humanidad, resulta por lo menos que este fondo es algo demasiado general y demasiado vago para suministrar una explicacin satisfactoria de semejanzas precisas y clara-mente determinadas. Por lo dems, la diferencia de mentali-dades va mucho ms lejos, en bastantes casos, de lo que creen los que nunca conocieron ms que un solo tipo de humani-dad; entre los griegos y los hindes, particularmente, esta diferencia era de las ms considerables. Esta explicacin slo puede ser suficiente cuando se trata de dos civilizaciones comparables entre s, cuando se desarrollan en el mismo sen-tido, aunque independientemente una de otra, y producen concepciones idnticas en el fondo, aunque muy distintas en forma: este caso es el de las doctrinas metafsicas de China y de la India. Aunque sera tal vez ms plausible, aun en estos lmites, ver ah, como est uno obligado a hacf'rlo por ejemplo cuando se comprueba una comunidad de smbolos, el resultado de una identidad de tradiciones primordiales, supo-niendo relaciones que pueden remontar por lo dems a p0-cas mucho ms remotas que el comi~nzo del perodo llamado "histrico"; pero esto nos llevara demasiad0 lejos.

    Despus de Aristteles, las huellas de una influencia hind en la filosofa griega se vudven ms y ms rar:ii., s1 no es que nulas por completo, porque esta filosofa se en-cierra en un dominio ms y ms limitad0 y contingente, ms y ms alejado de toda intelectualidad verdadera, y porque este dominio es, en su mayor parte, el de la moral, refirin-

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    dose a preocupaciones que siempre fueron completamente extraas a los orientales. No es sino entre los neoplatnicos donde se vern reaparecer influencias orientales, y es all donde se encontrarn en los griegos por la primera vez cier-tas ideas metafsicas, como la del Infinito. Hasta aqu, en efecto, los griegos slo haban tenido la nocin de lo inde-finido, y, rasgo eminentemente caracterstico de su mentali-dad, acabado y perfecto eran para ellos trminos sinnimos; par los orientales, por el contrario, es el Infinito el que es idntico a la Perfeccin. Tal es la diferencia profunda que existe entre un pensamiento filosfico, en el sentido europeo de la palabra, y un pensamiento metafsico; pero ya tendre-mos ocasin despus de insistir ms ampliamente sobre el particular, y estas cuantas indicaciones bastan por el mo-mento, porque nue!tra intencin no es la de establecer aqu una comparacin detallada entre las concepciones respectivas de la India y de Grecia, comparacin que encontrara par lo dems muchas dificultades en las cuales no piensan los que la consideran demasiado superficialmente.

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    CAPTULO V

    CUESTIONES DE CRONOLOGA

    Las cuestiones relativas a la cronol

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    dad intelectual, que en buena parte contribuye al nacimiento de sisteinas filosficos, es, aun entre los occidentales, cosa muy moderna, que ignor la Edad Media; las ideas puras y las doctrinas tradicionales nunca constituyeron la propiedad de tal o cual individuo, y las particularidades biogrficas de los que las expusieron e interpretaron son de importancia mnima. Por lo dems, aun para China, la observacin que hicimos hace poco no se aplica, a decir verdad, ms que a los escritos histricos; pero stos son, despus de todo, los nicos para los cuales presenta verdadero inters la determinacin cronolgica, puesto que esta misma determinacin no tiene sentido ni alcance ms que desde el solo punto de vista de la historia. Hay que sealar, por otra parte, que, para aumen-tar la dificultad, existe en la India, y sin duda tambin en ciertas civilizaciones desaparecidas, una cronologa, o ms exactamente algo que tiene la apariencia de una cronologa, basada en nombres simblicos, que no hay que tomar de nin-gn modo literalmente por nombres de aos; no se encuen-tra algo anlogo hasta en al cronologa bblica? Slo que esta pretendida cronologa se aplica exclusivamente, en rea-lidad, a perodos csmicos, y no a perodos histricos; entre unas y otras no hay confusin posible, si no es por efecto de una ignorancia bastante grosera, y sin embargo estamos obli-

    gad~ a reconocer que los orientalistas han dado demasiados ejemplos de semejantes equivocaciones.

    Una tendencia muy general en estos mismos orientalistas es la que los lleva a reducir lo ms que es posible, y a menudo aun ms all de toda medida razonable, la antigedad de las civilizaciones de que se ocupan, como si se sintieran moles-tos por el hecho de que estas civilizaciones hayan podido existir y estar en pleno desarrollo en pocas tan lejanas, tan anteriores a los orgenes ms remotos que se puede asignar a la actual civilizacin occidental, o ms bien a las que la precedieron. directamente; su prejuicio a este respecto no parece tener otta excusa que sta, que es en verdad muy in-

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    suficiente. Por lo dems, este mismo prejuicio se ejerci tam-bin sobre cosas mucho ms vecinas del Occidente, bajo to-d'JS conceptos, que las civilizaciones de China y de la India, y aun las de Egipto, Persia y Caldea: es as como se han esforzado, por ejemplo, en "rejuvenecer" la "Qabbalah" he-braica de manera que se pueda suponer en ella una influencia alejandrina y neoplatnica, cuando fu lo contrario muy seguramente lo que se produjo en realidad; y esto siempre por la misma razn, es decir nada ms porque se ha conve-nido a "pdiori" que todo debe venir de los griegos, que stos tuvieron el monopolio de los conocimientos en la antigedad, como los europeos se imaginan tenerlo ahora, y que fueron, siempre como estos mismos europeos pretenden serlo en la actualidad, los educadores y los inspiradores del gnero hu-mano. Y sin embargo Platn, cuyo testimonio no deba ser sospechoso en la circunstancia, no teme asentar en el Timeo que los egipcios llamaban "nios" a los griegos; los orien-tales tendran todava hoy muchas razones para decir lo mismo de los occidentales, si los escrpulos de una cortesa quiz excesiva no les impidesen a menudo llegar hasta ah. Recordamos sin embargo que esta misma apreciacin fu formulada precisamente por un hind que oa exponer por la primera vez las concepciones de ciertos filsofos europeos, y que estuvo muy lejos de mostrarse maravillado cuando declar que stas eran ideas buenas cuando ms para un nio de ocho aos.

    Los que piensan que reducimos demasiado el papel des-empeado por los griegos, haciendo de l casi exclusivamente un papel de "adaptadores", podran objetarnos que no co-nocemos todas sus ideas, que hay muchas cosas que no han llegado hasta nosotros. Esto es cierto sin duda, en algunos casos, y principalmente en la enseanza oral de los filsofos; pero lo que conocemos de sus ideas no es de todos modos ampliamente suficiente para permitirnos juzgar de lo dems? La analoga, que nos suministra el medio de ir, en cierta

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    m~dida, de lo conocido a lo desconocido, nos da aqu la razn: y por lo dems, segn la enseanza escrita que po-seemos, hay por lo menos fuertes presunciones para creer que la enseanza oral correspondiente, en lo que tena precisa-mente de especial y de "esotrica", es decir de "ms interior .. , fu, como la de los "misterios" con la cual debi tener mu-chas relaciones, ms profundamente impregnada an de ins-piracin oriental. Fuera de esto, la misma "interioridad" de esta enseanza no hace ms que garantizarnos que estaba menos alejada de su fuente y menos deformada que cual-quiera otra, porque estaba menos adaptada a la mentalidad general del pueblo griego, sin lo cual su comprensin no hubiese requerido evidentemente una preparacin especial, sobre todo una preparacin tan larga y tan difcil como lo era, por ejemplo, la que estaba en uso en las escuelas pita-gricas.

    Por lo dems, los arquelog'JS y los orientalistas estaran muy desacertados al invocar contra nosotros una enseanza oral, o aun obras perdidas, puesto que "el mtodo histrico" que tanto estiman tiene por carcter esencial no tomar en consideracin ms que los monumentos que tienen bajo los ojos y los documentos escritos que tienen entre las manos; y ah es precisamente donde se manifiesta toda la insuficien-cia de este mtodo. En efecto, es una observacin que se impone, pero que se pierde muy a menudo de vista, la si-guiente: si se encuentra, para cierta obra, un manuscrito cuya fecha se puede determinar por un medio cualquiera, esto prueba que la obra de que se trata no ed ciertamente posterior a esta fecha, pero es todo, y esto no prueba -de ningn modo que no pueda ser muy anterior. Puede muy bien suceder que se descubran despus otros manuscritos ms antiguos de la misma obra, y por lo dems, si no se descubren, no se tiene el derecho de concluir que no existen, ni con ma-yor razn que no han existido nunca. Si la obra existe

    _todava en el caso de una civilizacin que ha durado hasta

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    nosotros, es por lo menos verosmil que, lo ms a menudo, los manuscritos no sean entregados al acaso de un descu-brimiento arqueolgico como el que se puede hacer cuando se trata de una civilizacin desaparecida, y no hay, por otra parte, ninguna razn para admitir que los que los conservan se crean obligados un da u otro a deshacerse de ellos en be-neficio de los eruditos occidentales, tanto ms cuanto que puede darse a su conservacin un inters sobre el que no in -sistiremos, pero acerca del cual la curiosidad, aun deco-rada del epteto "cientfico". es de muy poco valor. Poi otra parte, en lo que se refiere a las civilizaciones desapa-recidas, estamos obligados a darnos cuenta de que, a pesar de todas las investigaciones y de todos Jos d~scubrimientos, hay una multitud de documentos que no encontraremos jams por la sencilla razn de que fueron destrudos accidental-mente; como los accidentes de este gnero fueron, en mu-chos casos, contemporneos de las mismas civilizaciones de que se trata, y no forzosamente posteriores a su extincin, y como todava podemos comprobar accidentes parecidos en tomo nuestro, es extremadamente probable que la misma cosa debi producirse tambin, poco ms o menos, en las otras civilizaciones que se han prolongado hasta nuestra po-ca; aun hay ms probabilidades de que haya sido as, pues-to que ha transcuuido, desde el origen de estas civilizaciones, una sucesin ms larga de siglos. Pero aun hay algo ms: hasta sin accidente, los manuscritos antiguos pueden des-aparecer de manera por completo natural, normal en cier-to modo, por desgaste puro y simple; en este caso, son reem-plazados por otros que necesariamente son de fecha ms reciente, y que son los nicos cuya existencia se podr com-probar en lo sucesivo. Podemos formarnos una idea, en par-ticular, por lo que sucede de manera constante en el mundo musulmn: un manuscrito circula y es transportado, segn las necesidades, de un centro de enseanza a otro, y a veces a regiones muy alejadas, hasta que est gravemente

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    daado por el us? para quedar casi fuera de servicio; se hace enton~s una copia tan exacta como es posible, copia que ocupara desde entonces el lugar del antjguo manuscrito que se utilizar de la misma mancca, y ella misma ser reemplazada por otra cuando a su vez se deteriore, y as sucesivamente. Estas substituciones sucesivas pueden segu-ramente ser muy embarazosas para las investigaciones es-peciales de los orientalistas; pero los que se dedican a ellas no se preocupan de este inconveniente, y, aun si las conocen

    . , ' n? consentinan con seguridad por tan poca cosa en cam-biar su costumbres. Todas estas observaciones son tan evi-dentes en s mismas que no valdra quiz la pena de for-mularlas, si el prejuicio que hemos sealado en los orienta-listas no los cegara; hasta el punto de ocultarles enteramente esta evidencia.

    Ahora, hay otro hecho que no pueden tener en cuenta . ,

    sin estar en desacuerdo con ellos mismos, los partidarios del "m.tod? histrico"; es el de que la enseanza oral precedi casi por todas partes a la enseanza escrita, y que fu la nica en uso durante perodos que pudieron ser muy lar-gos, aunque su duracin exacta sea difcilmente determi-nable. De manera general, un escrito tradicional no es, en la mayora de los casos, ms que la fijacin relativa-DUlnte reciente de una enseanza que al principio se trans-

    m~ti por la va oral, y al cual es muy raro que se le pueda asignar un autor; as pues, aun seguros de estar en posesin del manuscrito primitivo, de lo cual quiz no hay un slo d.urado la transmisin oral anterior y sta es una cuestin que e1emplo, se necesitara adems saber cunto til!mpo haba corre peligrn de permanecer lo ms a menudo sin respuesta. Esta exclusividad de la enseanza oral pudo tener razones mltiples, y no supone por fuerza la ausencia de escritura, cuyo origf'n es con seguridad muy lejano, por lo menos bajo la forma ideogrfica, cuya forma fontica no es ms que una degeneracin causada por una necesidad de simpli-

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    ficacin. Se sabe, por ejemplo, que la enseanza de los drui-das permaneci siempre exclusivamente oral, aun en una poca en que los galos conocan con seguridad la escritura, puesto que se servan crrientemente de un alfabeto grie-g-o en su :relaciones comerciales; de modo que la enseanza drudica no dej ninguna huella autntica, y cuando mu-cho se pueden reconstruir con ms o menos exactitud algu-nos fragmentos muy limitados. Sera pues n error creer que la transmisin oral alter a la larga la enseanza; dado el inters que presentaba su conservacin integral, hay por el contrario razones para pensar que se tomaban las pre-cauciones necesarias para que se mantuviese siempre idn-tica, no slo en el fondo, sino hasta en la forma; y se pue-de comprobar que este mantenimiento es perfectamente realizable, por lo que acontece hoy todava en los pueblos orientales, para los cuales la fijacin por medio de la escri-tura no acarre nunca la supresin de la tradicin oral ni fu considerada como capaz de suplirla enteramente. Hecho curioso, se admite comnmente que ciertas obras no fueron escritas desde su origen, se admite principalmente para los poemas homricos en la antigedad clsica, para las canciones de gesta en la Edad Media; por qu, pues, no quieren admitir la misma cosa cuando se trata de obras que se refieren, no ya al orden simplemente literari'l, sino al orden de la intelectualidad pura, en las que la transmisin oral tiene razones mucho ms profundas? Es verdadera-mente intil insistir ms sobre el particular, y, en cuanto a estas. razones profundas a las cuales acabamos de hacer alusin, no es aqu el lugar de desarrollarlas; tendremos por lo dems la ocasin de decir algunas palabras des-pus.

    Queda un ltimo punto que queramos indicar en este captulo; el de que si a menudo es difcil situar exacta-mente en el tiempo cierto perodo de la existencia de un pueblo antiguo, lo es igualmente, por extrao que esto pue-

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    da parecer, situarlo en el espacio. Queremos decir con esto que ciertos pueblos pudieron, en diversas pocas, emigrar de una regin a otra, y que nada nos prueba que las obras que dejaron los antiguas hindes o los antiguos persas, por ejemplo, hayan sido todas compuestas en los pases donde viven en la actualidad sus descendientes. Ms todava, nada

    - nos lo prueba aun en el caso en que estas obras contengan la designacin de ciertos lugares, los nombres de ros o de montaas que conocem'Js todava, porque estos mismos nom-bres pudieron ser aplicados sucesivamente en las diversas regiones en que el pueblo considerado se detuvo durante el curso de sus migraciones. Hay aqu algo de muy natu-ral; los actuales europeos no tienen a menudo la C05-tumbre de dar a las ciudades que fundan en sus colonias y a los accidentes geogrficos que en ellas encuentran, nom-bres tomados a su pas de origen? Se ha discutido a veces la cuestin de saber si la Hlade de los tiempos homricos era la Grecia de las pocas ms recientes, o si la Palestina bbliqa e.ra realmente la regin que todava designam05 con este nombre; las discusiones de este gnero no son quiz tan vanas como se piensa por lo comn, y la cuestin se puede plantear, aun cuando en los ejemplos que acabamos de citar es muy probable qeu deba ser resuelta por la afirmativa. Por el contrario, en lo que concierne a la India vdica, hay sobradas razones para responder negativamen-te a una cuestin de este gnero; los antepasados de los hindes debieron, en una poca por lo dems indetermi-nada, habitar una regin muy septentrional, ya que, segn ciertos textos, sucedi que el sol di la vuelta al horizonte sin ocultarse; pero cundo dejaron esta morada primitiva, y l cabo de cuntas etapas llegaron de all a la India actual? stas son cuestiones interesantes desde cierto punto de vista, pero que nos contentamos con sealar sin preten-der examinarlas aqu, porque no entran en nuestro asun-to. Las consideraciones que hemos tratado hasta aqu no

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    constituyen ms que simples prelimin'1res, que nos han pare-cido necesarios antes de abordar las cuestiones propiamente relativas a la interpretacin de las dJCtrinas orientales; y, para estas ltimas cuestiones, que son nuestro objeto prin-cipal, todava nos falta sealar otro gnero de dificultades.

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    CAPTULO VI

    DIFICULTADES LING01STICAS

    La dificultad ms grave, para la interpretacin correcta de las doctrinas orientales, es la que proviene, como lo indica-C?s ya y como queremos exponerlo sobre todo en lo que sigue, de la diferencia esencial que existe entre los modos del pensamiento oriental y los del pensamiento occidental. Esta diferencia se traduce naturalmente por una diferencia correspondiente en las lenguas que estn destinadas a ex-presar respectivamente estos modos, de donde nace una segunda dificultad, que proviene de la primera, cuando se trata de verter ciertas ideas en las lenguas del Occidente, que carecen de trminos apropiados, y que, sobre todo, son muy poco metafsicas. Por lo dem,, esto no hace ms que agravar las dificultades inherentes a cualquiera traduc-cin, y que tambin se encuentran, aunque en grado menor, al trasladar de una lengua a otra que le es muy vecina filol-gicamente lo mismo que desde el punto de vista geogrfico; en este ltimo caso, los trminos que se consideran como co-rrespondientes, y que tienen a menudo el mismo origen o la misma derivacin, algunas veces estn muy lejos, a pe-sar de esto, de ofrecer para el sentido una equivalencia exac-ta. Esto se comprende con facilidad, porque es evidente que cada lengua debe estar particularmente adaptada a la mentalidad del pueblo que hace uso de ella, y cada pueblo

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    tiene su mentalidad propia, distinta con ms o menos am-plitud de las otras; esta diversidad de mentalidades tnicas slo es mucho menor cuando se consideran pueblos qu~ pertenecen a una misma raza o corresponden a una misma civilizacin. En este caso, los caracteres mentales comunc~ son seguramente los ms fundamentales, pero los caracte-res secun

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    cimiento puramente gramatical de una lengua es del todo insuficiente para dar la comprensin de ella.

    Cuando hablamos del alejamiento de los pueblos, y, por consecuencia, de sus lenguas, hay que hacer notar que ste puede ser un alejamiento en el tiempo as como en el ~spacio, de manera que lo que acabamos de decir se aplica igualmente a la comprensin de las lenguas antiguai.~ Ms todava, para un mismo pueblo, si acontece que su menta-lidad sufra en el curso de su existencia modificaciones no-ta bles, no slo se substituyen trminos nuevos en su len-gua a los trminos antiguos, sino que tambin el sentido de los trminos que se mantienen vara correlativamente a los cambios mentales, a tal punto, que en una lengua que ha permanecido casi idntica en su forma exterior las nsmas palabras llegan a no responder ya a las mismas ~oncepciones, y se necesitara entonces, para restablecer su sentido, una verdadera traduccin que reemplazase las pa-labras que sin embargo estn en uso todava, por otras pa-labras diferentes; la comparacin de la lengua francesa del siglo XVII con la de nuestros das suministrara nume-rosos ejemplos. Debemos agregar que esto es verdad sobre todo para los pueblos occidentales, cuya mentalidad, como lo indicamos antes, es extremadamente inestable y cambian-te; y por otra parte hay todava una razn decisiva para que tal inconveniente no se presente en Oriente, o por lo me-nos se reduzca estrictamente al mnimo: es que existe una demarcacin muy neta entre las lenguas vulgares, que va-ran por fuerza en cierta medida para responder a las ne-cesidades de uso corriente, y las lenguas que sirven para la exposicin de las doctrinas, lenguas que estn inmutable-mente fijadas, y que su destino pone al abrigo de todas las variaciones contingentes, lo que, por lo dems, dis-minuye an la importancia de las consideraciones cronol-gicas. Se habra podido, hasta cierto punt1J, encontrar algo anlogo en Europa en la poca en que el latn se empleaba

    por lo general para la enseanza y para los intercambios intelectuales; una lengua que sirve para tal uso no puede ser llamada propiamente una lengua muerta, sino que es una lengua fijada, y esto es precisamente lo que constituye su gran ventaja, sin hablar de su comodidad para las relacio-nes internacionales, en las que las .. lenguas auxiliares" arti-ficiales que preconizan los modernos fracasaron 'siempre de manera fatal. Si podemos hablar de una fijeza inmutable, sobre todo en Oriente, y para la exposicin de doctrinas cuya esencia es puramente metafsica, es que en efocto estas doctrinas no "evolucionan" en el sentido occidental de esta palabra, lo que hace perfectamente inaplicable para ellas el empleo de cualquier .. mtodo histrico"; por extrao e incomprensible que pueda parecer esto a los occidentales modernos, que quisieran a toda costa creer en el "progre-so" en todos los dominios, es sin embargo as, y, si no se reconoce, est uno condenado a no comprender nunca nada del Oriente. Las doctrinas metafsicas no tienen por qu cambiar en su fondo ni por qu perfeccionarse; pue-den slo desarrollarse bajo ciertos puntos de vista, recibiendo expresiones que son ms particularmente apropiadas a cada uno de estos puntos de vista, pero que se mantienen siem-pre en un espritu rigurosamente tradicional. Si acontece por excepcin que no sea as y que se produzca una des-viacin intelectual en un medio ms o menos restringido, esta desviacin, si es verdaderamente gr:tve, no tarda en te-ner por consecuencia el abandono de la lengua tradicional en el medio en cuestin, donde se la reemplaza por un idioma de origen vulgar, pero que adquiere a su vez cierta fi-jeza relativa, porque la doctrina disidente tiende de ma-nera espontnea a colocarse como tradicin independiente, aunque como es natural desprovista de toda aut1Jridad re-gular. El oriental, aun saliendo de las vas normales de su intelectualidad, no puede vivir sin una tradicin o algo que haga veces de ella, y trataremos de hacer comprender

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    e'n lo q~e sigue adelante todo lo que es para l la tradicin bajo sus diversos aspectos; ah reside, por lo d -:ms, una de las causas prcfunda.!" de su menosprecio por el occidental, que se presenta muy a menudo ante l como un ser desprovisto de cualquier atadura tradicional.

    Para considerar ahora bajo otro punto de vista, y como en su principio mismo, las dificultades que acabamos de sealar especialmente en este captulo, queremos decir que toda expresin de un pensamiento cualquiera es necesaria-mente imperfecta en s misma, porque limita y restring~ las concepciones para encerrarlas en una forma definida que nunca puede ser completamente adecuada, ya que la con-cepcin contiene siempre algo ms que su expresin, y aun inmensamente ms cuando se trata de concepcione11 metafsicas, que d~ben siempre tener en cuenta lo inexpre-presable, parque c'lrrespande a su esencia misma abrirse sobre posibilidades ilimitadas. El paso de una lengua a otra, por fu~rza menos bien adaptada que la primera, no hace en suma ms que agravar esta imperfeccin original e inevi-table; pero cuando se ha llegado a asir en cierto modo la C'lncepcin misma a travs de su expresin primitiva, iden-tificnd()Se tanto como es posible a la mentalidad de aquel o aquellos que la pensaron, es claro que siempre se puede remediar en una amplia medida este inconveniente, dando una interpretacin que, para ser inteligible, deber ser un comentario mucho ms que una traduccin literal' pura y simple. Toda la dificultad real reside pues, en el fondo, en la identificacin mental que se requiere para llegar a este resul-tado; hay algunos, con seguridad, que son por complet inca-paces, y se ve cmo esto supera el alcance de los trabajos de simple erudicin. sta es la nica manera de estudiar las doc-trinas que puede ser realmente provechosa; para compren-derlas, se necesita por decirlo as estudiarlas "desde aden-tro", mientras que los orientalistas s~ han limitado siempre a considerarlas "desde afuera".

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    El gnero de trabajo de que se trata aqu es relativa-mente ms fcil para las doctrinas que se han. transmitido re-gularmente hasta nuestra poca, y que tienen todava in-trpretes autorizad'ls, que para aquellas cuya expre!in es-crita o figurada es la nica que ha llegado hasta nosotros, sin estar acompaada de la tradicin oral extinguida desde hace largo tiempo. Es muy penoso que los orientalistas se hayan obstinado siempre en descuidar, con un prejuicio involuntario tal vez para algunos, pero por lo mismo ms invencible, esta ventaja que se les ofreca a ellos, que se proponen estudiar las civilizaciones que an subsisten, con exclusin de aquellos cuyas investigaciones se ocupan de las civilizaciones desaparecidas. Sin embargo, como ya lo indicamos antes, estos ltimos, los egiptlogos y los asirilo-gos por ejemplo, podran seguramente evitarse muchas equi-vocaciones si tuvieran un conocimiento ms extenso de la mentalidad humana y de las diversas modalidades de que es susceptible; pero tal conocimiento no sera precisamente po-sible sino por el estudio verdadero de las doctrinas orientales, que prestara as, al menos indirectamentt', inmensos servi-cios a todas las ramas del estudio de la antigedad. Slo que, para este objeto que est lejs de ser el ms importante a nuestros ojos, no habra que encerrarse en una erudicin que no tiene por s misma sino un inters muy mediocn:, pero que es sin duda el solo dominio en que se pueda ejer-cer sin demasiados inconvenientes, la actividad de los que no quieren o n pueden salir de los estrechos lmites de la mentalidad occidental moderna. sta es, fo repetimos una vez ms, la razn esencial que hace los trabajos de los orien-talistas en absoluto insuficientes para permitir la com-prensin de una idea cualquiera, y al mismo tiempo c'lm-pletamente intiles, si no es que nocivos en ciertos casos, para un acercamiento intelectual entre el Oriente y el Occidente.

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    SEGUNDA PARTE

    LOS MODOS , GENERALES DEL PENSAMIENTO ORIENTAL

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    CAPTULO I

    LAS GRANDES DIVISIONES DEL ORIENTE

    Dijimos ya que, aunque pueda oponerse la mentalidad oriental en su conjunto a la mentalidad occidental, no es posible hablar sin embargo de una civilizacin oriental como se habla de una civilizacin occidental. Hay muchas ci-vilizaciones orientales netamente distintas, y cada una po-see, como lo veremos ms adelante, un principio de unidad que le es propio y que difiere esencialmente de una u otra de estas civilizaciones; pero, pr diversas que sean, no obs-tante todas tienzn ciert'ls raEgos comunes, principalmente bajo el concepto de los modos de pensamiento, y esto es precisamente lo que permite decir que existe, de manera general, una mentalidad e!pecficamente oriental.

    Cuando se quiere emprender un estudio cualquiera, Eiempre es oportuno, para poner orden en l, comenzar por establecer una cla!ificacin basada sobre las division-:s na-turales del objeto que se va a estudiar. Es por est-:> que, antes de cualquier otra consideracin, es necesario situar las diferentes civilizaciones orientales, unas con relacin a las otras, atenindonos por lo dems a las grandes lneas y a las divisiones ms generales, suficientes por lo menos en una primera aproximacin, puesto que n-:> tenemos la inten cin de entrar aqu en un examen detallado de cada una de estas civilizaciones tomada aparte.

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    En estas condiciones, podems dividir el Oriente en tres grandes regiones que designaremos, segn su situacin geo-grfica con relacin a Europa, como el Cercano Oriente, el Oriente Medio y el Extremo Oriente. El Cercano Orien-te, para nosotros, comprende todo el conjunto del mundo musulmn; el Medio Oriente est esencialmente constitudo por la India; en cuanto al Extremo Oriente, es lo que se designa comunmente bajo este nombre, es decir China e Indochina. Es fcil ver, desde el principio, que estas tres divisiones generales corresponden a tres grandes civiliza-ciones completamente distintas e independientes, que son, si no las nicas que existen en todo el Oriente, por lo me-nos las ms importantes y cuyo dominio est mucho ms extendido. En el interior de cada una de estas civilizaciones se podran marcar subdivisiones, que ofrecen variaciones casi del mismo orden que las que, en h civilizacin euro-pea, existen entre pases diferentes; slo que aqu no se podran asignar a estas subdivisiones lmites que sean los de las nacionalidades, cuya nocin misma responde a una concepcin que es, en general, extraa al Oriente.

    El Cercano Oriente, que comienza en los confines de Europa, se extiende no slo sobre la parte de Asia que es la ms vecina de sta, sino tambin, al mismo tiempo, so-bre toda el frica del Norte; comprende pues, a decir ver-dad, pases que, geogrficamente, son tan occidentales como la misma Europa. Pero la civilizacin musulmana, en todas las direcciones donde se ha extendido, ha conservado los caracteres esenciales que tiene de su punto de partida orien-tal; y ha impreso estos caracteres a pueblos extremadamente diversos, formndoles as una mentalidad comn, pero no, sin embargo, hasta el punt'> de quitarles toda originalidad. Las poblaciones bereberes del frica del Norte no se han confundido nunca con los rabes que viven sobre el mismo suelo y es fcil distinguirlas, no slo por los vestidos es-peciales que han conservado o por su tipo fsico, sino taro-

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    bin por una especie de fisonoma mental que les es pro-pia; es cierto, por ejemplo, que el kabila est mucho ms cerca del europeo, por ciertos lados, que el rabe. No es menos cierto que la civilizacin del frica del Norte, en lo que se refiere a la unidad que posee, es, no slo musul-mana, sino aun rabe en su esencia; y por otra parte lo que se puede llamar el grupo rabe es, en el mundo islmico, el que tiene una importancia verdaderamente primordial, pues-to que en l naci el Islam, y que su lengua propia es la lengua tradicional de todos los pueblos musulmanes, cua-lesquiera que sean su origen y su raza. Al lado de este gru-po rabe distinguiremos otros dos principales, que podemos llamar el grupo turco y el grupo persa, aunque estas deno-minaciones no sean quiz de una rigurosa exactitud. El primero de estos grupos comprende sobre todo a los pueblos de raza monglica, como los turcos y los trt:iros; sus ras-gos mentales lo diferencian grandemente de los rabes, lo mismo que sus rasgos fsicos, pero intelectualmente de-pende en el fondo de la intelectualidad rabe; y por lo dems, desde el mismo punto de vista religioso, estos dos grupos rabe y turco, a pesar de algunas diferencias ri-tuales y legales, forman un conjunto nico que se opone al grupo persa. Llegamos pues aqu a la separacin ms profunda que existe en el mundo musulmn, separacin que se expresa por lo comn diciendo que los rabes y los

    ... !].U'.~ . SOQ~niw;'., mientras que los persas son~ .... r ... estas designaciones provocaran algunas reservas, pero no

    tenemos por qu entrar aqu en esta consideraciones. Agre-garemos nada ms que los persas presentan, tnica y men-talmente, afinidades mltiples con los pueblos de la India; por lo dems, la gran mayora de los musulmanes indios, as como ciertas poblaciones del Asia central, se adhieren aJ grupo persa a la vez por su origen y por su lengua habitual, aunque el grupo rabe tenga tambin ms all del Golfo Prsico cierto nmero de representantes.

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    Segn lo acabamos de decir, puede verse que las divi-siones geogrficas no coinciden siempre estrictamente con el campo de expansin de las civilizaciones correspondientes, sino slo con el punto de partida y el centro principal de estas civilizaciones. En la India, los elementos musulma-nes se encuentran un poco por doquiua, y aun existen en China; pero no tenemos por qu preocuparnos cuando ha-blamos de las civilizaciones de estas dos comarcas, porque la civilizacin islmica no es ah autctona. Por otra par-te, Persia debera unirse tnica y aun geogrficamente a lo que hemos llamado el Oriente Medio; si no la hemos hecho entrar en l, es porque su actual poblacin es ente-ramente musulmana. Habra que considrrar en realidad en este Oriente Medio, dos civilizaciones distintas, aunque tie-nen manifiestamente una cepa comn: una es la de la India, la otra la de los antiguos persas; pero esta ltima no tiene hoy como representantes ms que a los parsis, que forman grupos poco numerosos y dispersos, unos en la India, prin-cipalmente en Bombay, los otros en el Cucaso; nos basta aqu con sealar su existencia. No queda pues por conside-rar, en la segunda de nuestras grandes divisiones, ms que la civilizacin propiamente india, o ms precisamente hind, que abraza en su unidad a pueblos de razas muy diversas: entre las mltiples regiones de la India, y sobre todo en-tre el Norte y el Sur, hay diferencias tnicas tan grandes por lo menos como las que se pueden encontrar en toda la extensin de Europa; pero todos estos pueblos tienen sin embargo una civilizacin comn, y tambin una lengua tra-dicional comn, que es el Enscrito. La civilizacin de la India, en ciertas pocas, se difundi ms al este y dej huellas evidentes en ciertas regiones de la Indochina. como Birmania, Siam, Cambodge, y hasta en algunas islas de la Oceana, principalmente en Java. Por otra parte, de esta misma civilizacin hind ha surgido la civilizacin b-dica que se ha extendido, bajo formas diversas, sobre una

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    gran parte de la Asia central y oriental; pero la cuest1on del budismo rxige explicaciones que daremos ms adelante. m'JS ms ad:lante.

    Por lo que hace . a la civilizacin del Extr:mo Oriente, que es la sola cuyos representantes pertenecen en realidad a una raza nica, es propiamente la civilizacin china; se extiende, como lo dijimos, a Indochina, y de manera ms especial a Tonkn y Anam, pero los habitantes de estas regbnes wn de raza china, o bien pura, o bien mezclada con algunos elementos de origen malayo, pero que estn lejos de ser preponderantes. Hay motivo para insistir so-bre el hecho de que la lengua tradicional inherente a esta civilizacin es esencialmente la lengua china escrita, que no participa en las variaciones de la lengua hablada, ya sea que se trate por lo dems de variaciones en el tiempo o en espacio; un chino del norte, un chino del sur y un anamita pueden no comprenderse al hablar, pero el uso de los mis-mos caracteres ideogrficos, con todo lo que en realidad implica, establece entre ellos un lazo cuya potencia es t'ltal-mente insospechada por los europeos,...En cu.anto al Japn, que hicimos a un lado en nuestra divisin general, se liga al Extrem'l Oriente en la medida en que ha sufrido h influencia china, si bien p~ee por otra parte, tambin con el Shinto, una tradicin propia de un carcter muy

    . diferente. Cabra preguntarse hasta qu punto estos di-versos elementos han podido mantenerse a pesar de la mo-dernizacin, es decir, de la occidentalizacin, que fu im-puesta a este pueblo por sus dirigentes; pero sta es una cuestin demasiado particular para que podamos detenernos aqu.

    Por otra parte, con toda intencin omitimos, en lo que precede, hablar de la civilizacin tibetana, que ~in em-bargo est lejos de merecer nuestro olvido, sobre todo des-de el punto de vista que ms particularmente nos ocupa. Esta civilizacin, en ciertos aspectos, participa a la vez de la

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    de la India y de la de China, sin dejar de presentar caracteres que le son absolutamente especiales; pero como los euro-peos la ignoran ms completamente que cualquiera otra civilizacin oriental, no se podra hablar de ella tilmente sin entrar en desenvolvimientos que estaran aqu fuera de propsito.

    No consideraremos pues, teniendo en cuenta las res-tricciones que hemos indicado, ms que tres grandes ci-vilizaciones orientales que correspanden respectivamente a las tres divisiones googrficas que indicamos al principio, y que son las divisiones musulmana, hind y china. Para hacer comprender los caracteres que diferencian ms esen-cialmente estas civilizaciones unas con relacin a las otras, sin entrar sin embargo en demasiados detalles sobre el par-ticular, lo mejor que podemos hacer es expaner tan clara-mente como sea posible los principios sobre los cuales descansa la unidad fundamental de cada una de ellas.

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    CAPTULO 11

    PRINCIPIOS DE UNIDAD DE LAS CIVILIZACIONES ORIENTALES

    Es muy difcil encontrar actualmente un principio de unidad en la civilizacin occidental; hasta se podra decir que su unidad, que descansa siempre naturalmente sobre un conjunto de tendencias que constituyen cierta confor-midad mental, no es ya verdaderamente ms que una sim-ple unidad de hecho, que carece de principio, principio que tambin le falta a esta misma civilizacin, desde que rompi, en la poca del Renacimiento y de la Reforma, el lazo tradi-cional de orden religioso que era precisamente para ella el principio esencial, y que la hizo, en la Edad Media, lo que se llam la "Cristiandad". La intelectualidad occidental no pada tener a su dispasicin, en los lmites en que se ejerce su actividad especficamente restringida, ningn elemento tradicional de otro orden que fuese susceptible de substi-tuirse a aqul; creemos que tal elemento no pada, fuera de las excepciones incapaces de generalizarse en este medio, concebirse ms que de modo religioso. En cuanto a la unidad de la raza europea, como raza, es, segn dijimos, demasiado vaga y demasiado dbil para poder servir de base a la unidad de) una civilizacin. Se corra el peligro pues, desde enton-ces, de que hubiera civilizaciones europeas mltiples, sin nin-gn lazo efectivo y consciente; y, en efecto, a partir del mo-

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    mento en que fu rota la unidad fundamental de la "Cris-tiandad" es cuando se constituyeron en su lugar, a travs de muchas vicisitudes y de esfuerzos inciertos, las unidades se-cundarias, fragmentarias y disminudas de las "nacionalida-des ... Pero Europa. conserv sin embargo hasta en su desvia-cin mental, y como a pesar de ella, el sello de la formacin nica que recibiera durante el curso de los siglos precedentes; las mismas influencias que haban acarreado la desviacin se ejercieron por todas partes de modo semejante, aunque en grados diversos; result otra vez una mentalidad comn, y una civilizacin que permaneci comn a pesar de todas las divisiones. pero que, en lugar de depender legtimamente de un principio,. cualquiera que fuese por lo dems, iba a estar desde entonces, si puede decirse as, al servicio de una "ausencia de principio" que la condenaba a una decadencia intelectual irremediable. s puede sostener seguramente que ste era el precio del progreso material hacia el cual ha ten.-dido exclusivamente desde entonces el mundo occidental porque hay vas de desarrollo que son inconciliables; pero, sea de ello lo que fuere, era realmente, a nuestro juicio, pa-gar muy caro este progreso tan ensalzado.

    Este resumen muy somero permite comprender, en pri-mer lugar, por qu no puede haber en Oriente nada que sea comparable a lo que son las naciones occidentales: es que, en suma, la aparicin de las nacionalidades, en una ci-vilizacin, es el signo de una disolucin parcial que resulta de la prdida de lo que haca su unidad profunda. Slo el Japn, anormal en esto como en casi todo lo dems, pudo tener algunas razones para constituirse en nacin; no estan-do unido a ninguna civilizacin ms general, y no teniendo sino una extensin comparable a la de la mayora de los Estados europe

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    ser. Esto es lo que nunca han comprendido bien, desgracia-damente para ellos, los europeos que hantenido que tratar con los pueblos musulmanes, y este desconocimiento ha arrastrado a errores polticos de los ms groseros e inextri-cables; pero no queremos detenernos sobre estas consideracio-nes, y slo las indicamos de paso. Agregaremos nada ms a este propsito dos observaciones que tienen su inters; la primera, es que la concepcin del "califato'', nica base po-sible de todo panislamismo" verdaderamente serio, no es asimilable en ningn grado a la de una forma cualquiera de gobierno nacional, y que tiene por otra parte todo lo que se necesita para desorientar a los europeos, acostumbrados a considerar una separacin absoluta, y hasta una oposicin, entre el poder espiritual,. y el "poder temporal"; la segun-da, es que para pretender instaurar en el Islam "nacionalis-mos" diversos, es necesaria toda la ignorante suficiencia de algunos jvenes" musulmanes, como se califican as ellos mismos para ostentar su "modernismo", y en los cuales la enseanza de las Universidades occidentales ha obturado por completo el sentido tradicional.

    Todava nos falta, en lo que se refiere al Islam, insistir sobre otro punto, que es el de la unidad de su lengua tra-dicional: hemos dicho que esta lengua es el rabe, pero debe-mos precisar que es el rabe literal, distinto en cierto modo del rabe vulgar; ste es una alteracin y, gramaticalmente, una simplificacin de aquello. Hay aqu una diferencia algo semejante a la que sealamos para China, entre la len-gua escrita y la lengua hablada: slo el rabe literal puede presentar toda la fijeza que se requiere para llenar el pa-pel de lengua tradicional, en tanto que el rabe vulgar, como toda lengua que sirve para el uso corriente, sufre como es natural ciertas variaciones segn las .pocas y se-gn las regiones. Sin embargo, estas variaciones estn lejos de ser tan considerables como se cree ordinariamente en Eu-ropa: se refieren sobre todo a la pronunciacin y al empleo

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    de algunos trminos ms o menos especiales, y son insufi-cientes para constituir una pluralidad de dialectos, porque todos los hombres que hablan rabe son perfectamente capa-ces de comprenderse; no hay en suma, aun en lo que se refiere al rabe vulgar, ms que una lengua nica, que se habla desde Marruecos hasta el Golfo Prsico, y los llamados dialectos rabes ms o menos variados son una pura inven-cin de los orientalistas. En cuanto a la lengua persa, aunque no sea fundamental desde el punto de vista de la tradicin musulmana, su empleo en los numerosos escritos relativos al "sufismo" le da por lo menos, en la parte m.s oriental del Islam, una importancia intelectual incontestable.

    Si ahora pasamos a la civilizacin hind, su unidad es de orden pura y exclusivamente tradicional: comprende en efecto elementos que pertenecen a razas y a agrupaciones tnicas muy diversas, y que todas pueden llamarse igualmen-te hindes en el sentido estricto de la palabra, con exclusin de otros elementos que pertenecen a estas mismas razas, o por lo menos a algunas de entre ellas. Algunos querran que no hubiese sido as en su origen, pero su opinin se funda nada ms sobre la suposicin de una pretendida "raza aria", que se debe simplemente a la imaginacin demasiado frtil de los orientalistas; el trmino snscrito "arya", del que se ha tomado el nombre de esta raza hipottica, no ha sido nunca en realidad ms que un epteto distintivo que se aplica a los hombres de las tres primeras castas, y esto independien-temente del hecho de pertenecer a tal o cual raza, considera-cin sobre la cual no tenemos por qu ocuparnos aqu. Es verdad que el principio de la institucin de las castas, com0 otras muchas cosas, ha sido de tal manera incomprendido en Occidente, que no es nada extrao que cuanto a l se re-fiere de cerca o de lejos, haya dado lugar a toda clase de confusiones; pero insistiremos en otra parte sobre esta cues-tin. Lo que hay que retener por el momento es que la unidad hind descansa enteramente sobre el reconocimiento

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    ~e cierta tradicin, que aqu tambin envuelve a todo el orden social, pero, por lo dems, a ttulo de simple aplicacin a contingencias; esta ltima reserva es necesaria por el hecho de que la tradicin de que se trata no es ya del todo religiosa como en el Islam, sino que es de orden ms puramente inte-lectual y esencialmente metafsico. Esta especie de doble pola-rizacin, exterior e interior, a la cual hicimos alusin a propsito de la tradicin musulmana, no existe en la India, donde no se puede, por consecuencia, hacer con el Occidente los acercamientos que permite por lo menos el lado exterior del Islam; no hay aqu nada absolutamente que sea anlogo a lo que son las religiones occidentales, y no puede haber, pa-ra sostener lo contrario, ms que observadores superficiales, que prueban as su perfecta ignorancia de los modos del pen-samiento oriental. Como vamos a tratar de man