Claves 178 Baker

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W. Lance Bennet, Regina G. Lawrence y Steven Livingston When the Press Fails: Political Power and the New Media from Iraq to Katrina University of Chicago Press Neil Henry American Carnival: Journalism Under Siege in the Age of New Media University of California Press 1. La prensa estadounidense está deprimida. Son demasiadas las voces autorizadas que han ase- gurado que tiene los días conta- dos, demasiados los buenos pe- riódicos que están en la ruina. Ha perdido demasiado respeto del público. Los tribunales que antes la trataban como a un ti- gre dormido, hoy la provocan con insolentes citaciones y me- ten en la cárcel a periodistas que se niegan a contemporizar con la parte querellante. Es despia- dadamente insultada en progra- mas radiofónicos y blogs de In- ternet. Y es fácilmente intimi- dable para doblegarla a los de- signios de una máquina de pro- paganda presidencial resuelta a dominar las noticias. Su publicidad y circulación disminuyen en beneficio de la red, y sus propietarios parecen aquejados de un fallo de la ima- ginación empresarial necesaria para prosperar en la era electró- nica. Las encuestas donde se demuestra que cada vez son más los jóvenes que se informan en la televisión y en sus ordenado- res están generando un senti- miento melancólico de que la prensa es cosa del pasado, un coche de caballos en una auto- pista de ocho carriles. Además están los aspectos bochornosos: los embaucadores como Hayson Blair y Stephen Glass que hacen una farsa del periodismo; los cuerpos de pren- sa de elite que trabajan en Washington son engatusados para ayudar a un círculo de ma- quinadores neoconservadores a crear la guerra de Irak. ¿Qué ha sido de los héroes? Antes, en las conversaciones de sobremesa de los periodistas se hablaba sobre las hazañas de Bob Woodward y Carl Bernstein en el caso Water- gate; de David Halberstam, Neil Sheehan y Malcolm Browne en Vietnam; de “Punch” Sulzberger y Kay Graham jugándoselo todo para publicar los Papeles del Pen- tágono. En lugar de héroes, hoy se habla de fraudes periodísticos y de una prensa de Washington demasiado cegata para no dejar- se llevar a un juego de trileros. Rupert Murdoch, desde lue- go, lleva ya mucho tiempo di- fundiendo melancolía en las salas de redacción de todo el mundo, pero fue la noticia, conocida en mayo de 2007, de que la familia Bancroft, que controla e Wall Street Journal, quizá estuviera dispuesta a ven- der a Murdoch su periódico por cinco mil millones de dólares lo que realmente asestó una puña- lada en el corazón del periodis- mo. La venta de otro periódico es algo bastante común en estos días, pero e Wall Street Jour- nal no es sólo otro periódico: es uno de los más nobles pilares del periodismo estadounidense. Como e New York Times y e Washington Post, ha estado durante muchas generaciones controlado por los descendien- tes de su patriarca fundador. Este control familiar ha pro- tegido a los tres periódicos de las insistentes exigencias de Wall Street, permitiéndoles ha- cer un periodismo de gran cali- dad –y grandes costes–. Se de- cía, y generalmente se creía, que lo que animaba a estas familias era un elevado sentido de que sus periódicos eran instituciones cuasi públicas. Lógicamente los beneficios eran esenciales para su supervivencia pero no eran el objetivo principal de su existen- cia. El hecho de que una de es- tas familias pueda finalmente coger el dinero y abandonar la escena intensifica los temores de que no exista un solo periódico con un valor tan alto para la re- pública que no pueda ser rema- tado en el mercado por un pre- cio jugoso. Murdoch en el Jour- nal es un lúgubre augurio para los periodistas de todo el mun- do. Cuando el cartel del escapa- rate dice “Liquidación total” suele ir seguido de “Por cierre del negocio”. Cada vez se publican más tí- tulos sobre la multitud de pro- blemas que aquejan al periodis- mo, pero en su mayoría tratan sobre la parte de redacción, po- siblemente porque en general quienes están capacitados para escribir sobre periodismo no se sienten cómodos escribiendo sobre financiación. Sin embar- go, los problemas más graves atañen a la propiedad y admi- nistración del periódico. El me- jor análisis de las dificultades en las juntas de accionistas y los consejos de administración se encuentra en las páginas de eco- nomía de los propios periódicos y en los discursos de periodistas que ocupan puestos administra- tivos. Un documento muy leído en los círculos periodísticos es un discurso pronunciado hace un año por John S. Carroll, ex director de Los Angeles Times, ante la American Society of Newspaper Editors [Asociación Americana de Directores de Pe- riódico]. Este discurso es una elocuente expresión de la in- quietud con que muchos perio- distas y directores miran ahora hacia el futuro. Carroll tituló su disertación “¿Qué va a ser del periódico?” y, como sugiere el título, su pronóstico no era alentador. A Carroll le alarmaba espe- cialmente la quiebra de enten- dimiento entre propietarios y periodistas, y la pérdida de ob- jetivos comunes que un día los unió. Esto se ha producido, se- gún él, porque las funciones que un día fueron competencia de empresas editoras fuertes han sido asumidas por gestores eco- nómicos de Wall Street. La quiebra comenzó desde arriba hace unos cuarenta años cuando algunos propietarios de prensa local empezaron a vender sus periódicos a corporaciones. A medida que el carácter de los mercados fue cambiando, el po- der pasó de esas corporaciones a fondos de inversión, que gene- ran beneficios invirtiendo el di- nero de los demás para multi- plicarlo. Empezó a ser difícil saber quién o qué era propieta- rio del periódico; los propieta- rios dejaron de ser “seres huma- nos identificables”, en palabras de Carroll. En ocasiones, el dueño que en su día tenía un nombre (Otis Chandler de Los Angeles Times, John Knight del grupo Knight Ridder, Barry Bingham del Courier-General de Louisville) pasó a ser un en- te. Otras veces parecía ser una sala llena de investigadores de mercado a la busca mundial de buenas oportunidades para in- 64 CLAVES DE RAZÓN PRÁCTICA Nº 178 MEDIOS DE COMUNICACIÓN ¿ADIÓS AL PERIÓDICO? RUSSELL BAKER

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Razón Práctica

Transcript of Claves 178 Baker

  • W. Lance Bennet, Regina G. Lawrence y Steven Livingston When the Press Fails: Political Power and the New Media from Iraq to KatrinaUniversity of Chicago Press

    Neil HenryAmerican Carnival: Journalism Under Siege in the Age of New MediaUniversity of California Press

    1. La prensa estadounidense est deprimida. Son demasiadas las voces autorizadas que han ase-gurado que tiene los das conta-dos, demasiados los buenos pe-ridicos que estn en la ruina. Ha perdido demasiado respeto del pblico. Los tribunales que antes la trataban como a un ti-gre dormido, hoy la provocan con insolentes citaciones y me-ten en la crcel a periodistas que se niegan a contemporizar con la parte querellante. Es despia-dadamente insultada en progra-mas radiofnicos y blogs de In-ternet. Y es fcilmente intimi-dable para doblegarla a los de-signios de una mquina de pro-paganda presidencial resuelta a dominar las noticias.

    Su publicidad y circulacin disminuyen en beneficio de la red, y sus propietarios parecen aquejados de un fallo de la ima-ginacin empresarial necesaria para prosperar en la era electr-nica. Las encuestas donde se demuestra que cada vez son ms los jvenes que se informan en la televisin y en sus ordenado-res estn generando un senti-miento melanclico de que la prensa es cosa del pasado, un coche de caballos en una auto-pista de ocho carriles.

    Adems estn los aspectos bochornosos: los embaucadores como Hayson Blair y Stephen

    Glass que hacen una farsa del periodismo; los cuerpos de pren-sa de elite que trabajan en Washington son engatusados para ayudar a un crculo de ma-quinadores neoconservadores a crear la guerra de Irak. Qu ha sido de los hroes? Antes, en las conversaciones de sobremesa de los periodistas se hablaba sobre las hazaas de Bob Woodward y Carl Bernstein en el caso Water-gate; de David Halberstam, Neil Sheehan y Malcolm Browne en Vietnam; de Punch Sulzberger y Kay Graham jugndoselo todo para publicar los Papeles del Pen-tgono. En lugar de hroes, hoy se habla de fraudes periodsticos y de una prensa de Washington demasiado cegata para no dejar-se llevar a un juego de trileros.

    Rupert Murdoch, desde lue-go, lleva ya mucho tiempo di-fundiendo melancola en las salas de redaccin de todo el mundo, pero fue la noticia, conocida en mayo de 2007, de que la familia Bancroft, que controla The Wall Street Journal, quiz estuviera dispuesta a ven-der a Murdoch su peridico por cinco mil millones de dlares lo que realmente asest una pua-lada en el corazn del periodis-mo. La venta de otro peridico es algo bastante comn en estos das, pero The Wall Street Jour-nal no es slo otro peridico: es uno de los ms nobles pilares del periodismo estadounidense. Como The New York Times y The Washington Post, ha estado durante muchas generaciones controlado por los descendien-tes de su patriarca fundador.

    Este control familiar ha pro-tegido a los tres peridicos de las insistentes exigencias de Wall Street, permitindoles ha-

    cer un periodismo de gran cali-dad y grandes costes. Se de-ca, y generalmente se crea, que lo que animaba a estas familias era un elevado sentido de que sus peridicos eran instituciones cuasi pblicas. Lgicamente los beneficios eran esenciales para su supervivencia pero no eran el objetivo principal de su existen-cia. El hecho de que una de es-tas familias pueda finalmente coger el dinero y abandonar la escena intensifica los temores de que no exista un solo peridico con un valor tan alto para la re-pblica que no pueda ser rema-tado en el mercado por un pre-cio jugoso. Murdoch en el Jour-nal es un lgubre augurio para los periodistas de todo el mun-do. Cuando el cartel del escapa-rate dice Liquidacin total suele ir seguido de Por cierre del negocio.

    Cada vez se publican ms t-tulos sobre la multitud de pro-blemas que aquejan al periodis-mo, pero en su mayora tratan sobre la parte de redaccin, po-siblemente porque en general quienes estn capacitados para escribir sobre periodismo no se sienten cmodos escribiendo sobre financiacin. Sin embar-go, los problemas ms graves ataen a la propiedad y admi-nistracin del peridico. El me-jor anlisis de las dificultades en las juntas de accionistas y los consejos de administracin se encuentra en las pginas de eco-noma de los propios peridicos y en los discursos de periodistas que ocupan puestos administra-tivos. Un documento muy ledo en los crculos periodsticos es un discurso pronunciado hace un ao por John S. Carroll, ex director de Los Angeles Times,

    ante la American Society of Newspaper Editors [Asociacin Americana de Directores de Pe-ridico]. Este discurso es una elocuente expresin de la in-quietud con que muchos perio-distas y directores miran ahora hacia el futuro. Carroll titul su disertacin Qu va a ser del peridico? y, como sugiere el ttulo, su pronstico no era alentador.

    A Carroll le alarmaba espe-cialmente la quiebra de enten-dimiento entre propietarios y periodistas, y la prdida de ob-jetivos comunes que un da los uni. Esto se ha producido, se-gn l, porque las funciones que un da fueron competencia de empresas editoras fuertes han sido asumidas por gestores eco-nmicos de Wall Street. La quiebra comenz desde arriba hace unos cuarenta aos cuando algunos propietarios de prensa local empezaron a vender sus peridicos a corporaciones. A medida que el carcter de los mercados fue cambiando, el po-der pas de esas corporaciones a fondos de inversin, que gene-ran beneficios invirtiendo el di-nero de los dems para multi-plicarlo. Empez a ser difcil saber quin o qu era propieta-rio del peridico; los propieta-rios dejaron de ser seres huma-nos identificables, en palabras de Carroll. En ocasiones, el dueo que en su da tena un nombre (Otis Chandler de Los Angeles Times, John Knight del grupo Knight Ridder, Barry Bingham del Courier-General de Louisville) pas a ser un en-te. Otras veces pareca ser una sala llena de investigadores de mercado a la busca mundial de buenas oportunidades para in-

    64 CLAVES DE RAZN PRCTICA N 178

    m e d i o s d e c o m u n i c a c i n

    adis al peridico?

    russell baker

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    versiones lucrativas. Otras era un gestor de fondos sin experiencia ni inters en el periodismo. En esta fase post-corporativa de propiedad, dijo Carroll,

    hemos presenciado un estrecha-miento de los objetivos del peridico a ojos de su propietario. Con los antiguos dueos locales, la capacidad de un pe-ridico para hacer dinero era slo una parte de su valor. Hoy lo es todo. Brilla por su ausencia la idea de que el peri-dico debe liderar, que tiene obligaciones con su comunidad, que tiene un com-promiso con el pblico Yo sospecho que, algn da, cuando volvamos la vista a estos cuarenta aos, nos preguntare-mos cmo permitimos que el bien p-blico quedara tan profundamente su-bordinado al beneficio privado Qu quieren de sus peridicos los actuales dueos?: la respuesta no puede ser ms sencilla: dinero. Y nada ms.

    Carroll es una autoridad en el tema. Como director de Los Angeles Times, la empresa edito-rial ante la cual responda de su ejercicio era la Tribune Com-pany, un conglomerado que haba crecido rpidamente a partir del Chicago Tribune del coronel Robert McCormick, el Mejor peridico del mundo segn propia definicin. Antes de que nadie sospechara que el boom del mercado de valores de finales del siglo xx era una burbuja en gestacin, la Tribu-ne Company haba comprado peridicos antiguos y famosos a diestro y siniestro. Entre ellos estaba Los Angeles Times, a la sazn muy respetado como uno de los mejores diarios de Esta-dos Unidos.

    El peridico haba ganado su reputacin una generacin an-tes de la llegada de Carroll con Otis Chandler, un editor din-mico dispuesto a gastarse el di-nero de modo expansivo, y a

    veces dispendioso, para compe-tir con lo mejor del periodismo. Chandler poda permitrselo porque perteneca a la familia propietaria del peridico, des-cendientes de Harry Chandler (1864-1944), un potentado ca-liforniano de la propiedad in-mobiliaria que haba creado fondos financieros para sus hi-jos en los aos de la Depresin. Fue una familia que se multipli-c con rapidez: en el ltimo cmputo se calcul que los fon-dos de Chandler constituan la principal fuente de ingresos de unos 170 de sus descendientes.

    En poca de Otis el nmero era menor, claro est; y aunque desagrad a muchos su estilo de tomar las riendas y su indiferen-cia a la tradicional inclinacin de derechas del peridico, con-sigui llevar el Times por donde l quera siempre que no arries-gara el dinero del resto de la fa-milia Chandler. El tiempo pas y Otis pas a mejor vida; y los herederos, que en todo caso nunca haban sentido precisa-mente pasin por el periodis-mo, recibieron tentadoras ofer-tas de la Tribune Company. En el ao 2000 se consum el trato en virtud del cual la Tribune Company adquira Los Angeles Times y su sociedad matriz, la Times-Mirror Company, por 8.000 millones de dlares en acciones y tres cargos en la jun-ta directiva de la Tribune.

    La Times-Mirror Company haba estado acumulando pe-ridicos por su cuenta (el News-day de Long Island, The Balti-more Sun y The Hartford Courant, entre otros), y todos ellos pasaron conjuntamente a la cesta de la empresa Tribune de Chicago. sta era, obvia-

    mente, una monumental orga-nizacin financiera y, por ello, extremadamente vulnerable cuando la burbuja burstil esta-ll y las acciones, especialmente las de peridicos, empezaron a caer. En Los Angeles Times Ca-rroll cape el temporal con buen pulso y no se opuso a ha-cer economas cuando sus jefes de Chicago empezaron a pedir-le que redujera los costes edito-riales en 2003. Despus volvie-ron a pedirle nuevos recortes. Y despus ms. Carroll no tard en objetar que los recortes esta-ban perjudicando seriamente al peridico, pero Chicago insis-ti en an mayor ahorro. Al fi-nal, en 2005 Carroll dimiti. Pronto, el director que le suce-di fue informado de que ha-bra que hacer nuevas reduccio-nes y tambin dimiti.

    Se estaba menoscabando el ejercicio del periodismo en vir-tud de la teora de Wall Street de que es posible maximizar be-neficios minimizando el pro-ducto. Los peridicos de todas partes experimentaron incesan-tes presiones para aumentar sus rendimientos burstiles. La po-ltica resultante de segar costes drsticamente ha dejado el pai-saje plagado de peridicos dbi-les, enfermos y gravemente he-ridos, de utilidad cada vez me-nor para cualquier lector inte-resado en lo que est pasando en el mundo, el pas y la comu-nidad local. El recorte de gastos ha reducido el nmero de co-rresponsales en el extranjero, ha dejado en las guas o ha cerrado oficinas en Washington, y ha inutilizado a los equipos de in-formacin local que en su da vigilaban a gobernadores, alcal-des, asambleas legislativas de

    los Estados, rufianes de pobla-ciones pequeas, malversadores y sobornadores de tribunales. Ha reducido tambin el tama-o de la pgina periodstica t-pica, rebajando los costes de impresin mediante el recorte de contenidos.

    Los peridicos informan so-bre su propia erosin en las co-lumnas econmicas y registran obstinadamente, centmetro a centmetro, la reduccin del tamao de pgina y la reduc-cin, paso a paso, de la cober-tura informativa; pero las esta-dsticas por s solas no pueden expresar la autntica prdida para el pas. Adems de Los An-geles Times, entre los peridicos que exhiben los estragos de los grandes recortes de gastos figu-ran muchos que en su da estu-vieron entre los mejores del pas: The Baltimore Sun, The Miami Herald, The Philadel-phia Inquirer, The Des Moines Register, The Hartford Courant, el Courier-Journal de Louisvi-lle, el San Jose Mercury News, y el St. Louis Post-Dispatch, por ejemplo.

    Los propietarios de nuevo cuo se quedan a menudo con-fusos cuando directores y redac-tores alegan el argumento tradi-cional de que lo que tiene que hacer el periodismo es ofrecer un servicio pblico suminis-trando la informacin que la ciudadana necesita para que la democracia funciones. Los nue-vos propietarios tienen una con-cepcin diferente del deber; en ocasiones se sienten genuina-mente perplejos cuando en-cuentran en su entorno a al-guien que no se siente obligado, ante todo y sobre todo, con el accionista, dice Carroll.

  • adis aL PeRidico?

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    Qu es lo que motiva a esta gen-te? se preguntan. La funcin de cual-quier empleado, segn la entienden ellos, es producir buenos resultados econmicos, no abandonarse a alguna forma idealista de hacer el bien a ex-pensas de la compaa Nuestros superiores corporativos consideran nuestras convicciones como algo pin-toresco, dispendioso y cada vez ms pesado.

    El discurso de Carroll no tie-ne desperdicio porque es la vi-sin pesimista de un periodista en activo sobre el modo en que las prcticas del mercado com-petitivo han cambiado este que-hacer; pero Donald Graham ha ofrecido recientemente una perspectiva similar desde el asiento de propietario. Graham es presidente de la junta de ac-cionistas de The Washington Post, y su comentario apareci en la pgina de opinin de The Wall Street Journal en abril, cuando The New York Times se encontraba bajo ataque de Wall Street.

    Lo que Carroll nos dice es que el capitalismo de mercado no funciona realmente en el mbito del periodismo y, si se aplica rigurosamente, tiende a destruirlo. Asombrosamente porque a fin de cuentas es pro-pietario Graham tiende a co-incidir. Su artculo, de alrededor de mil palabras solamente, mos-traba una notable irritacin cuando adverta que la obsesiva insistencia de Wall Street en maximizar beneficios poda ser mortal para el periodismo.

    Esta afirmacin estaba pro-vocada por los esfuerzos del ges-tor de fondos de la Morgan Stanley para romper la estructu-ra de doble categora de accio-nes que asegura el control de la familia Sulzberger sobre The New York Times. Este modo de organizacin se incorpor a la estructura corporativa del Times cuando la compaa empez a cotizar en bolsa en 1967; y con ella se limita el control de la empresa a las personas que po-seen acciones de clase preferen-te, la mayora de las cuales son descendientes de Adolph S. Ochs, fundador del moderno Times en 1896. Su actual editor,

    Arthur O. Sulzberger Jr., es bis-nieto de Ochs.

    Morgan Stanley intent ini-ciar una revuelta de accionistas menores la primavera pasada, instndoles a no otorgar su voto a los candidatos que la Times Company haba nombrado para su consejo de administracin. Graham reconoca que no era parte desinteresada, puesto que The Washigton Post tambin opera con una estructura de dos niveles pensada para conservar el control familiar de la empre-sa. El Post adopt su forma actual en 1933 cuando Eugene Meyer (a su vez una figura de extrema importancia en Wall Street) lo adquiri en una venta por quiebra. Graham es nieto de Meyer; pero aunque la fortu-na de su familia tenga su origen en Wall Street, est claramente preocupado por el duro trato que el periodismo recibe del moderno mundo financiero. Apoyar el ataque de Morgan Stanley a la doble estructura de acciones, deca, es correr ries-gos demenciales con el futuro del New York Times. Si se elimi-nara dicha estructura en cues-tin de minutos se formara una cola de compradores ansiosos de adquirir la compaa, aa-da Graham. Nadie podra ne-garse. En la cola estaran empre-sas de capital inversin (private equity), millonarios con grandes egos, compaas internacionales de comunicaciones carentes de propiedades prestigiosas, y mu-chos ms. The New York Times, predijo, sera subastado como una pieza de carne.

    2. Wall Street y sus maniobras re-ciben escasa atencin en el estu-dio, simptico y digresivo, de Neil Henry sobre las tribulacio-nes del periodismo en nuestros tiempos electrnicos. Despus de su carrera profesional en The Washington Post, Henry es ahora profesor en la escuela de perio-dismo de la Universidad de Ber-keley (California), y su libro trata sobre cuestiones que sin duda preocupan a los jvenes que se inician en el oficio: c-

    mo afecta internet a lo que to-dava llamamos la prensa? Son los blogs el periodismo del futuro? Cmo pueden evitar los periodistas ser manipulados por la inmensa y mortalmente eficaz maquinaria de propagan-da del gobierno y las empresas?

    Henry no tiene respuestas, y lo cierto es que todava no hay respuestas posibles a estas pre-guntas. En el momento presen-te, en que las nuevas tecnologas estn cambindolo todo, la ni-ca certeza es de un futuro ente-ramente diferente de lo que nadie poda haber previsto. Henry no tiene inconveniente en dejar que sea el socilogo Herbert Gans quien d la nota pesimista sobre las posibilidades del periodismo en un optimista futuro electrnico:

    La historia de la innovacin tecno-lgica sugiere, en efecto, que las innovaciones culturales, sociales y econmicas que esperamos de las nue-vas tecnologas muchas veces no se ma-terializan. En consecuencia, la tecnolo-ga por s sola no tendr mucho que hacer en la creacin de un futuro bri-llante para el periodismo.

    En qu modo puede sustituir internet a los peridicos como fuente de informacin es algo que nunca explican quienes ase-guran que esto ocurrir. Actual-mente, alrededor del 80 por ciento de todas las noticias dis-ponibles en internet se originan en peridicos, segn el clculo de John Carroll, y no hay nin-guna compaa de la red con los recursos necesarios para reunir y redactar noticias en la misma escala que el ms mediocre dia-rio metropolitano. Adems, empresas como Google y Yahoo no tienen, al parecer, inters al-guno en dedicarse al periodismo serio. (Google tiene un nuevo sitio automatizado, Google News, que busca online en cien-tos de peridicos y de agencias de prensa; y Yahoo incluye no-ticias de agencia en su sitio Yahoo News. Pero ninguno de los dos tiene personal propio dedicado a este menester, ni su-ministra noticias propias.)

    Por el momento, internet es

    esencialmente una versin elec-trnica del chiquillo en bicicleta que sola repartir el peridico lanzndolo a la puerta de la ca-sa: un ingenioso medio de cir-culacin. Y sin duda tambin es un valioso recurso para la inves-tigacin y para comprobar da-tos. Hoy da, el periodista con un ordenador porttil tiene ac-ceso prcticamente inmediato a materiales que anteriormente requeran largas, y muchas veces ftiles, bsquedas en la mor-gue del peridico. Este hecho tendra simplemente que mejo-rar la informacin y la redac-cin.

    Los blogs son un fenmeno ms interesante, quiz porque los bloggers se aplican con au-tntica pasin; y ejercen un es-timable control sobre el perio-dismo descuidado o falto de ri-gor, porque la mirada vigilante de los bloggers no pierde ni el ms mnimo error u omisin y es duro soportar la ferocidad de su ira. Los bloggers ms consa-grados insisten en que ellos practican el periodismo exacta-mente de la misma manera que John Burns practica el periodis-mo cuando informa sobre la guerra de Irak desde Bagdad pa-ra The New York Times. Cual-quiera dispuesto a debatir sobre este punto debe prepararse para argumentar toda la noche y has-ta toda una semana. Lo que es indiscutible es que prcticamen-te cualquier blogger puede ser ahora columnista. Y con inmen-sos ejrcitos de bloggers-colum-nistas parece inevitable que unos cuantos puedan en algn momento producir algo origi-nal, apasionante y refrescante y, con ello, infundan nuevo alien-to en esta gastada forma de pe-riodismo.

    Como tantos analistas del periodismo en estos das, los autores de When the Press Fails tres profesores de periodismo estn irritados por la fofa actua-cin de la prensa en el momen-to en que Bush, Cheney, Rums-feld, Wolfowitz & Co. estaban azuzando el apetito pblico de guerra con Irak. Todo el mun-do, incluidos la mayora de los

  • russell baker

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    periodistas, parecen coincidir en que la prensa se port fatal; pero otra cuestin es que, aun haciendo un trabajo insupera-ble, hubiera podido vencer la determinacin neocon de ir a la guerra. Yo, que segu los hechos con bastante atencin en aquel entonces, pens que nada po-dra detenerlos. Por una parte, el ansia de guerra haba hecho presa en la opinin pblica. Por otra, el Congreso, la nica fuer-za con poder suficiente para enfrentarse a los desvaros del Presidente, aunque no siempre para impedirlos, haba dejado de existir como arma eficaz de gobierno y era absolutamente intil para casi todo ms all de jalear al Presidente. El senador Robert Byrd, demcrata por West Virginia, calific con exactitud la posicin del Con-greso como aptica.

    Como si quisieran dar prue-ba de ello, la mayora de los se-nadores demcratas con ambi-ciones presidenciales, entre ellos Hillary Clinton para su eterna mortificacin, votaron a favor de la guerra. Sencillamente: es-taban respondiendo a la necesi-dad poltica de un momento en que era intensa la demanda pa-tritica de contienda. En situa-ciones semejantes, los polticos prcticamente siempre deciden que prefieren ser presidentes a hacer lo que deben.

    Finalmente, hay que conceder al gobierno el mrito de haber hecho un magistral trabajo de engao, que funcion con su propio Secretario de Estado, Co-lin Powell. E incluso se enga a s mismo creyendo haber logra-do un rpido y resonante triun-fo. No obstante el humillante comportamiento del Congreso, la idea de que la prensa pudo ha-ber impedido el desastre se resis-te a desaparecer. El libro When the Press Fails no insiste en esta cuestin pero sin duda juega con ella. As, este autor dice que es sumamente interesante que la prensa se comportara como un socio silencioso si bien a menu-do incmodo en el ejercicio de forzar la realidad con el que el gobierno vendi la guerra.

    El ideal de una prensa indepen-diente no significa necesariamente que el debate pblico resultante configure o mejore el curso de la poltica. Pero, como mnimo, hacer pblica una opo-sicin creble a polticas dudosas puede ofrecer a los ciudadanos un grado ma-yor de informacin oportuna. Y cuan-do esos ciudadanos oyen sus preocupa-ciones particulares, y en ocasiones mal definidas, aireadas y aclaradas en el es-pacio legitimador de la prensa acredita-da, quiz comiencen a actuar como opinin pblica, en lugar de sobrelle-var su conmocin y su pasmo en soli-tario a medida que van desarrollndose los acontecimientos.

    En comentarios de esta n-dole los autores del libro mues-tran unas expectativas respecto a la prensa que sta no tiene mimbres para satisfacer. Airear y aclarar las actividades de Washington sin duda es salu-dable, pero tambin es un pro-ceso tedioso que puede no producir nada mejor que la in-diferencia pblica. The Was-hington Post empez a airear y a clarificar el affaire Watergate en el verano de 1972; pero seis meses despus los norteameri-canos seguan tan desinteresa-dos en el asunto que reeligie-ron Presidente a Nixon en una de las victorias ms aplastantes de la historia. De no haber si-do por la intervencin de un juez poco conocido de un tri-bunal inferior, John Sirica, el asunto Watergate podra haber expirado sin que nadie lo ad-virtiera.

    Aunque los autores puedan sobrestimar el poder de la prensa, su anlisis de las debi-lidades del periodismo en Washington merece un exa-men atento. Ser destinado a Washington es uno de los mximos premios que puede ofrecer un peridico, y no es de extraar que la prensa de esta ciudad sea un grupo de elite: culto, bien retribuido, competente, cmodo entre los poderosos, un tanto petulante, quiz, por conocer secretos que los dems no saben, pero en su mayora sensible a la obligacin de mantener infor-mado al pblico sin temores ni prejuicios. Incumplieron,

    no obstante, esta obligacin durante los aos de Bush, ale-gan los autores de When The Press Fails, en parte por su ten-dencia a ser excesivamente de-ferentes con el poder.

    Su deferencia con el poder no era una novedad de la era Bush, segn los autores, sino una costumbre profundamen-te arraigada y continuamente reforzada en la cultura y las ru-tinas del periodismo ms acre-ditado. Es una costumbre que hace a los periodistas de Was-hington ms vulnerables a ser manipulados por los podero-sos, e indiferentes a la disen-sin y la protesta. Quienes di-sienten y quienes protestan son muchas veces tachados de inconformistas con la impli-cacin de que no hay que to-mrselos muy en serio.

    En su forma ms primitiva, la deferencia con el poder de-viene en cobertura implacable de la ms mnima trivialidad relacionada con la Casa Blan-ca. El Presidente es objeto de un seguimiento exhaustivo in-cluso cuando no hace mucho ms que subirse y bajarse de aviones, irse de vacaciones o estrechar la mano de algn vi-sitante ilustre. En un nivel ms sofisticado, dicha defe-rencia a menudo se aprecia en el lenguaje periodstico. La palabra tortura se utiliz con moderacin en la informacin sobre Abu Grahib. El presi-dente Bush insiste en que Es-tados Unidos no tolera la tor-tura. Y la prensa no se mostr muy dispuesta a tolerar la pa-labra. Las noticias y las foto-grafas de lo que pareca clara-mente tortura fueron general-mente calificadas de abusos.

    En su forma ms nociva, la deferencia con el poder signifi-ca disposicin a contar la ver-sin del gobierno del modo en que la cuentan los poderosos. La gente de Bush ha hablado de crear su propia realidad. Los es-critores de When The Press Fails consideran esta realidad bus-hiana como un guin y criti-can a la prensa de Washington por haberlo aceptado como rea-

    lidad, aun cuando, como en la guerra de Irak, ese guin pare-ce extraamente desacorde con los hechos observables.

    Contrariamente a la impre-sin general, se hizo muy buen periodismo cuando el gobierno inici su carrera hacia la guerra. Hubo tambin oposicin clara-mente expresada, incluso en el Capitolio, cuando la resolucin sobre la guerra se someta acele-radamente a la aprobacin del Congreso. Pero la prensa senci-llamente no le prest gran aten-cin porque, para empezar, pro-vena de personas fuera del po-der: de los senadores Kennedy por Massachussetts y Byrd por West Virginia, por ejemplo, ambos demcratas. Para ente-rarse de las advertencias del se-nador Byrd contra la precipita-cin hacia la guerra y sus ruegos al Congreso de que aceptara sus obligaciones constitucionales haba que permanecer atento a la cadena de televisin por cable C-Span. En el Times y el Post, Byrd apenas exista. Pese a ser un miembro veterano del Sena-do y una enciclopedia viva de su historia, no estaba en el poder y, por tanto, no haba inconve-niente en no prestarle atencin, mientras que Ari Fleischer voz de la Casa Blanca era inevita-ble en las cadenas de televisin.

    Contrariamente a la impre-sin de que la totalidad de la prensa de Washington camina-ba sonmbula, hubo tambin buen periodismo de investiga-cin. Michael Massing, cuyos artculos sobre la defectuosa co-bertura en la prensa de la carre-ra hacia la guerra aparecieron en las pginas de The New York Review of Books, concede a va-rios periodistas de The Washing-ton Post y The New York Times el mrito de aportar datos que desmentan las tesis del gobier-no. Pero Massing comprob que, con excesiva frecuencia, sus artculos quedaban discreta-mente colocados en el interior del peridico1.

    1 Michael Massing, Irak: Now They Tell Us, The New Review of Books, New York, 2004.

  • adis aL PeRidico?

    68 CLAVES DE RAZN PRCTICA N 178

    Walter Pincus y Dana Mil-bank, del Washington Post, por ejemplo, escribieron que Esta-dos Unidos estaba preparando un ataque a Irak sobre la base de alegaciones contra Saddam Hussein cuestionadasy en al-gunos casos desmentidaspor las Naciones Unidas, algunos gobiernos europeos e incluso informes de los servicios de in-teligencia estadounidenses. El artculo se disimul dentro del peridico en la pgina A13. Pincus le dijo a Massing que los directores del peridico pasa-ron por una fase en que no po-nan en primera plana cosas que podan ser de importancia deci-siva.

    Massing era especialmente encomistico con Jonathan Landay, Warren Strobel y John Walcott, ste de la oficina de Knight Ridder en Washington, por su constante cobertura en la que nunca se acept el guin del gobierno. Pero hubo otro fallo en el periodismo de Was-hington: la informacin de Knight Ridder sobre la realidad que ocultaba el guin no tuvo la menor influencia en el resto de la prensa; debido a que el grupo Knight Ridder no tiene peridico en Washington, all no se lea su informacin.

    Esto quiz refleje algo ms grave que unas organizaciones de prensa dormidas en el puesto de trabajo. John Walcott, jefe de la oficina de Knight Ridder en Washington, hablando re-cientemente de la informacin que dieron sobre Irak, dijo que la prensa de Washington haba padecido un mal peor que ser timorata o demasiado bien ave-nida con el poder: Hubo pere-za simple y llanamente: gran parte de lo que dijo el gobierno, especialmente sobre Irak y Al Qaeda, sencillamente no tena sentido, pero muy pocos perio-distas se molestaron en compro-barlo.

    Haca falta, adems, algo de valor para provocar a la pandilla de la Casa Blanca, famosa por decir al mundo exclusivamente aquello que serva a sus intereses y caprichos. Poner el guin en

    entredicho era una invitacin al castigo de los centinelas de la Casa Blanca. A los periodistas de Knight Ridder se les prohi-bi viajar en el avin del Secre-tario de Defensa durante tres aos porque su informacin ha-ba diferido del guin. El ex embajador Joseph Wilson escri-bi que Saddam Hussein no haba intentado adquirir uranio enriquecido en Nger, como ha-ba dicho el Presidente al Con-greso, y la carrera de su mujer en la CIA qued destruida por filtraciones desde el gobierno.

    A travs del enorme amplifi-cador de las tertulias radiofni-cas utilizado por la derecha con-servadora, los periodistas que no aceptaban el guin fueron acusados de tendenciosos, de motivaciones antipatriticas, de indiferencia a las vidas de los soldados americanos y hasta de traicin. En la radio se puede ahora difamar tranquilamente a todas horas y con total impuni-dad porque, para empezar, el periodismo agresivo no tiene ya mucho apoyo pblico. Durante aos los conservadores polticos han llevado a cabo una eficaz campaa para presentar a la prensa como un falso mensajero que difunde negatividad y enve-nena los espritus con su parcia-lidad izquierdosa. Los libros sobre este tema se convierten en bestsellers. Los presentadores polticos de las emisoras con noticias de veinticuatro horas repiten el mensaje incansable-mente.

    Una consecuencia de ello ha sido una creciente desconexin entre pblico y prensa. Esto es evidente en la visin pblica del periodista activo. En su da h-roe cultural, el cine dio glamour al periodista en la figura de Clark Gable y a la periodista en la de Rosalind Russell. Eran la sal de la tierra, de humor rpido e ingenioso, impertinentes, pero tipos de principios firmes. E igualmente lo fueron James Stewart, Humphrey Bogart, Cary Grant, Robert Redford y Dustin Hoffmann, todos los cuales cumplieron tambin en las salas de redaccin cinemato-

    grficas. Ser periodista equivala a ser una especie de hroe prole-tario digno de ascenso al estre-llato de Hollywood.

    En American Carnival, Neil Henry ofrece un perfil del mo-derno periodismo en todo el batiburrillo de sus encarnacio-nes y sugiere el por qu de que el pblico le haya retirado su afecto. Hace ya mucho tiempo que los americanos dejaron de pensar en el periodista como un tipo de clase obrera que ensea a un damita mimada a mojar el bollo en el caf. Para la persona media de hoy da, escribe Hen-ry, un periodista es alguien que interviene en televisin, con un jugoso anticipo salarial para ha-cer ruido regularmente en los programas de noticias. La per-sona que presenta el programa es tambin un Periodista que recibe ingresos cuantiosos no para buscar la noticia e infor-mar sobre ella sino para entrete-ner al pblico con algo de labia y una personalidad pugnaz.

    El periodista actual, segn el perfil de Henry, es el comenta-rista de televisin que en un jui-cio por asesinato declara que hay culpabilidad y habla de la mxima pena antes de que se hayan visto las pruebas. O es una estrella femenina de alguna cadena de televisin con un sueldo multimillonario que pre-tende brevemente entender los problemas de los trabajadores. Y est tambin el inveterado personaje de los crculos de en-terados de Washington, de leal-tades y tica oscilantes, que tra-baja como portavoz del Pent-gono, asesor de campaa polti-ca, o escritor de discursos del Presidente un ao, y se contrata al ao siguiente como periodis-ta de televisin o corresponsal de una revista digna de confian-za. Si est en la televisin, el periodista acaso necesite algu-na ciruga de prpado, algn trasplante de pelo o alguna in-yeccin de botox para crear una falsa apariencia de juventud esencial para decir la verdad persuasivamente.

    Henry est claramente dis-gustado con todo esto. Su con-

    gregacin de interesados, falsa-rios, chaqueteros, verborricos, embaucadores, periodistas mi-mados y cerdos sin principios componen ese vago organismo que se llama los medios. C-mo ha llegado la prensa y el pe-riodismo a dejarse coger en esta villana es una historia larga y complicada, pero no parece te-ner remedio. Es ms, la prensa ha pasado a ser un personaje se-cundario en el carnaval del que habla el ttulo del libro de Hen-ry, y podramos incluso pregun-tarnos si hay mucha gente a quien le importe. Nadie llama ya a un peridico esperando en-contrar a un hroe.Si alguien lo hiciera, probablemente topara con un mensaje grabado en un contestador computerizado, co-mo le ocurri a Henry con los varios peridicos a los que lla-m aleatoriamente. Tuvo mu-chas dificultades para poder hablar con alguien. Haba sole-dad en ese telfono.

    Traduccin: Eva Rodrguez Halffter. The New York Review of Books.

    Russell Baker es periodista, y escri-tor. Ha colaborado en el New York Times y en The Baltimore Sun.