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    CINCO VAS DE ACCESO A LAREALIDAD SOCIAL

    Miguel Beltrn1. Mtodo cientfico y mtodos de la Sociologa

    Abordar por derecho el problema del mtodo de la Sociologa implica, sequiera o no, tomar posicin acerca del mtodo cientfico; y esto supone a suvez, al menos, dos cuestiones diferentes: la primera, relativa a si existe algoque pueda llamarse mtodo cientfico, en el sentido de ser slo uno y de estargeneralmente aceptado y ser practicado por los cientficos; la segunda, relativaa si, en el caso de que tal cosa exista, las ciencias sociales, o humanas, o de lacultura, o de la historia, han de acogerse a un mtodo elaborado para las cien-cias fsico-naturales desde una perspectiva positivista.Pues bien, por improcedente que parezca, creo que en este momento deboatreverme a dar respuesta breve y tajante a tan gruesos problemas, y no por-que piense que baste con ella, que pueda cortarse sin ms el nudo gordianosin tomarse el trabajo de desatarlo, sino por no repetir lo que ya en otro lugarhe dicho, aliviando as al lector de una enfadosa vuelta a empezar. As pues,se me perdonar si me limito a anotar sucintamente varias afirmaciones, queno argumentos.En primer lugar, me parece sumamente problemtico que exista algo quepueda ser llamado sin equivocidad el mtodo cientfico: no slo porque la

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    filosofa de la ciencia no ha alcanzado un suficiente grado de acuerdo al res-pecto, sino porque la prctica de la ciencia dista de ser unnime. O, al menos,tal mtodo, nico y universalmente aceptado, no existe en forma detallada ycannica; aunque es evidente que bajo la forma de una serie de principiosbsicos s que podra considerarse existente. En efecto, las actitudes que fun-damentan la que Gouldner llam cultura del discurso crtico; el recurso a lacomunidad cientfica como arbitro y reconocedor de la verdad cientfica; lacontrastacin posible con la evidencia emprica disponible; el juego mutuo deteora y realidad en la construccin de una y otra; la exclusin deliberada dela manipulacin o el engao; la renuncia a la justificacin absoluta de la ver-dad encontrada; stos y otros muchos principios que podran recogerse aqu,constituyen hoy da elementos prcticamente indisputados del mtodo cient-fico. Pero slo eso, y nada menos que eso. De aqu que, sin desconocer reali-dad tan abrumadora, haya que escuchar con escepticismo las apelaciones, tanenfticas como ruidosas, a un mtodo cientfico riguroso, detallado, universaly manualizable: tal cosa, ciertamente, no existe.

    En segundo lugar, reitero una vez ms mi opinin de que las ciencias so-ciales no deben mirarse en el espejo de las fsico-naturales, tomando a stascomo modelo, pues la peculiaridad de su objeto se lo impide. Se trata, enefecto, de un objeto en el que est incluido, lo quiera o no, el propio estudioso,con todo lo que ello implica; y de un objeto, podramos decir, subjetivo, en elsentido de que posee subjetividad y reflexividad propias, volicin y libertad,por ms que estas cualidades de los individuos sean relativas al conjunto socialdel que forman parte. Conjunto social que no es natural, en el sentido de quees el producto histrico del juego de las partes de que consta y de los indivi-duos que las componen, siendo stos a su vez tambin producto histrico delconjunto, y ello en una interaccin inextricable de lo que el animal humanotiene de herencia gentica y de herencia cultural. Un objeto de conocimiento,adems, reactivo a la observacin y al conocimiento, y que utiliza a ste, o a loque pasa por tal, de manera apasionada y con arreglo a su peculiar concepcintica, limitaciones a las que tampoco escapa el propio estudioso. Un objeto,en fin, de una complejidad inimaginable (y para colmo de males compuestode individuos que hablan, de animales ladinos), que impone la penosa obliga-cin de examinarlo por arriba y por abajo, por dentro y por fuera, por el antesy por el despus, desde cerca y desde lejos; pesarlo, contarlo, medirlo, escu-charlo, enten derlo, co mp renderlo, historiarlo, describirlo y explicarlo; sabiendoadems que quien mide, comprende, describe o explica lo hace necesaria-mente, lo sepa o no, le guste o no, desde posiciones que no tienen nada deneutras.

    Espero se me disculpe lo que parece ms un alegato literario que un razo-namiento, si se cae en la cuenta de que, pese a todo, la peculiaridad, com-plejidad y polivalencia del objeto de conocimiento de las ciencias sociales noquedan descritas sino de manera harto plida en las palabras anteriores. Si,pues, los objetos de conocimiento de unas y otras son tan radicalmente dife-

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    rentes, a qu empearse en configurar las ciencias sociales tomando comomodelo a las de la naturaleza? Se explica tal empeo por el anhelo de respe-tabilidad de los cientficos sociales, pero su aceptacin como miembros de lacomunidad constituida por los cientficos de la naturaleza se consigue al in-menso costo de traicionar el objeto de las ciencias sociales. El problema noes aqu simplemente de dos culturas, sino de negacin del objeto. Y si no hade negarse el objeto, sino afirmarse en su excepcional especificidad, ello impli-ca afirmar tambin una epistemologa pluralista que responda a su complejidad,a la variedad de sus facetas. Y a tal pluralismo cognitivo no puede convenirun mtodo, un solo mtodo, y menos que ninguno el diseado para el estudiode la realidad fsico-natural (que es aplicable a algunas de las facetas de larealidad social, por descontado, pero solamente a algunas de ellas).En tercer lugar, y como conocida conclusin, al pluralismo cognitivo pro-pio de las ciencias sociales, y particularmente de la Sociologa, correspondeun pluralismo metodolgico que diversifica los modos de aproximacin, des-cubrimiento y justificacin en atencin a la faceta o dimensin de la realidadsocial que se estudia, en el bien entendido que ello no implica la negacin o latrivializacin del mtodo, su concepcin anrquica, o la pereza de enfrentarlo spero: sino, por el contrario, la garanta de la fidelidad al objeto y lanegativa a su reproduccin mecnica, a considerarlo como naturalmente dadodel mismo modo en que nos es dado el mundo fsico-natural.De aqu que ms que del mtodo de la Sociologa se hable en estas pginasde los mtodos de la Sociologa, y no, desde luego, como intercambiables yaleatorios, o en el sentido del todo vale de Feyerabend (1974), sino comoadecuados en cada caso al aspecto del objeto que se trata de indagar. Que eneso consiste el pluralismo metodolgico propio de la Sociologa.

    2. El mtodo histricoLa ciencia de la sociedad ha de recurrir de manera sistemtica al mtodohistrico. Cuando me refiero aqu al mtodo histrico, no quiero decir quela Sociologa deba incluir entre sus tcnicas de investigacin las que son pro-pias del historiador para reconstruir el pasado e interpretarlo, sino slo queel socilogo ha de interrogarse, e interrogar a la realidad social, acerca delcursus sufrido por aquello que estudia, sobre cmo ha llegado a ser como es, eincluso por qu ha llegado a serlo. No se trata de que el socilogo se intro-duzca en campo ajeno o mimetice la actividad del historiador, sino de queextreme su conciencia de la fluidez heraclitiana de su objeto de conocimiento,sea cual fuese su tempo, de forma que la variable tiempo se tenga siemprepresente en el estudio de la realidad social. Y no se trata con ello de con-sagrar el brocardo baconiano, segn el cual vevitas temporis filia, sino msbien de incorporar a la Sociologa el famoso dictum de Burckhardt: La histo-ria es la ruptura con la naturaleza creada por el despertar de la conciencia

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    (apud Carr, 1978: 182). En efecto, tambin la Sociologa implica en algunamedida una ruptura con la naturaleza, en el sentido de negar a lo social dadola condicin de natural y de profundizar en la conciencia de su contingencia;dicho ms brevemente, la Sociologa posibilita al menos la atenuacin deletnocentrismo en lo que se refiere a la organizacin y los procesos sociales y,literalmente, permite percibir la historicidad de los fenmenos sociales estu-diados. Por eso tiene tan poco sentido una Sociologa ahistrica que no sepregunte de dnde vienen los procesos y las instituciones sociales (y adondevan), sino que los examine uera del tiempo*, tal Sociologa, a la que dudo sepueda llamar as, hace con frecuencia buena la famosa pregunta de Cmose puede ser persa?, aunque sin la irona con que en su momento se formul.Este tipo de Sociologa carente de sensibilidad histrica cree que estudia elpresente, cuando ste no tiene ms existencia que la puramente conceptual delnea divisoria imaginaria entre el pasado y el futuro: esta idea de Carr, conla que es difcil no estar de acuerdo, es particularmente aplicable al objeto dela Sociologa, pues la sociedad humana ha cambiado tanto de un pas a otroy de un siglo a otro que se impone considerarla ante todo como un fenmenohistrico (Carr, 1978: 43). De aqu el asombro de Braudel de que los socilo-gos hayan podido escaparse del tiempo, de la duracin (1968: 97), lo queconsiguen o bien refugindose en lo ms estrictamente episdico y vnemen-tiel, o bien en los fenmenos de repeticin que tienen como edad la de lalarga duracin. Y por ello Braudel formula una invitacin a los socilogos,que apoya de una parte en la consideracin de ciencia global que la Sociolo-ga tena para los clsicos y, de otra, en la superacin por los historiadores deuna historia limitada a los acontecimientos: invitacin a considerar que Socio-loga e historia constituyen una sola y nica aventura del espritu, no elenvs y el revs de un mismo pao, sino este pao mismo en todo el espesorde sus hilos (1968: 115): La historia, en efecto, le parece a Braudel unadimensin de la ciencia social, formando cuerpo con ella: desde principios deeste siglo, y especialm ente en F rancia gracias a los esfuerzos de B err, Febvrey Bloch, la historia se ha dedicado... a captar tanto los hechos de repeticincomo los singulares, tanto las realidades conscientes como las inconscientes. Apartir de entonces, el historiador ha querido ser y se ha hecho economis-ta, socilogo, antroplogo, demgrafo, psiclogo, lingista... la historia seha apoderado, bien o mal pero de manera decidida, de todas las ciencias delo humano; ha pretendido ser. . . una imposible ciencia global del hombre(Braudel, 1968: 113-114).

    Pues bien, no se trata, evidentemente, de asumir esta suerte de imperia-lismo de los jvenes aos de los Anales y reimplantarlo en la Sociologa, sinoslo de reconocer con Braudel que con frecuencia historia y sociologa se iden-tifican y se confunden, especialmente por el carcter global de ambas, y demanera particular en el plano de los fenmenos de larga duracin y en el delanlisis de la estructura global de la sociedad. Esto era bien comprendido ypracticado por la mayora de los padres fundadores de la Sociologa, en tan-

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    to que la parte ms importante de la investigacin llevada a cabo en los aosde la que se llam sociologa moderna fue puramente de fenmenos epis-dicos o atemporalmente examinados. Me parece que es preciso reaccionar con-tra tal ahistoricismo, y no dudo en suscribir la opinin de Carr: Cuanto mssociolgica se haga la historia y cuanto ms histrica se haga la sociologa,tanto mejor para ambas (1978: 89).Pero negarse al ahistoricismo no implicar caer en el nefando historicismopopperiano con todas sus denostadas miserias? Recordemos que Popper en-tiende por historicismo un punto de vista sobre las ciencias sociales quesupone que la prediccin histrica es el fin principal de stas, y que suponeque este fin es alcanzado por medio del descubrimiento de los 'ritmos' o los'modelos', de las 'leyes' o las 'tendencias' que yacen bajo la evolucin de la

    historia (1973: 17); en contra de ello, la tesis de Popper es que la creenciaen un destino histrico es pura supersticin y que no puede haber prediccindel curso de la historia humana por mtodos cientficos o cualquier otra clasede mtodo racional (1973: 9). Sea cual fuere la opinin que se tenga acerca dela posicin popperiana (y sin duda est hoy bastante desacreditada a causa deque la nocin de historicismo es ms bien, como dice Carr, una especie decajn de sastre en el que Popper rene todas las opiniones acerca de la histo-ria que le desagradan, inventando adems los argumentos historicistas quele interesan: cfr. Carr, 1978: 123 n.), es evidente que cuando reclamo parala Sociologa la necesaria sensibilidad histrica, e incluso un mtodo histrico,no estoy defendiendo la necesidad de que los socilogos hagan prediccin his-trica, sino ms bien postdiccin histrica: esto es, que se esfuercen en ver laformacin de los fenmenos sociales a lo largo del lapso de tiempo conve-niente, y que perciban la duracin de la realidad social, tanto en el perodocorto como largo, como el mbito preciso para hablar de los cambios experi-mentados. Aunque, desde luego, nada se opone a la prediccin, salvo que stase convierta en la proclamacin proftica de un sino histrico trascendente,que es contra lo que en realidad est Popper y en lo que se puede estar deacuerdo con l.

    Es evidente que, tanto en el caso de la postdiccin como en el de la pre-diccin, el socilogo que busca en la historia est buscando factores causales;no, desde luego, la causa que explique maravillosamente lo que se estudia,sino el conjunto de mltiples causas que siempre rodean confusamente elproceso de que se trate, por ms que en el mejor de los casos pueda discer-nirse una cierta jerarqua causal. Y tampoco el socilogo practicante del mto-do histrico ha de limitarse al establecimiento de puras secuencias temporalesque pueden ser perfectamente irrelevantes en trminos causales, de acuerdocon el clsico sofisma de post hoc, ergo propter hoc, sino que ha de exploraren lo pos ible la variedad de in '.tandas que hayan p od ido influir, condicionar odeterminar el fenmeno que se trae entre manos. Tngase en cuenta que cuan-do hablo aqu de indagacin de causas estoy muy lejos de sugerir un plantea-miento mecanicista de la causacin que privilegie la exclusividad (una causa;

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    y el automatismo (la necesidad del sequitur); por el contrario, creo que esmucho ms realista y ms cientfico, aunque mucho menos concluyente, pos-tular que de ordinario lo que habr ser una multiplicidad de causas operandoen un campo variable y complejo la produccin ms o menos probable dedeterminadas consecuencias; pero por impreciso que pueda parecer este plan-teamiento, siempre ser ms consistente que la consideracin de los fenmenoscomo producidos de la nada en ese momento, o que la atribucin dogmticade una causa porque alguien con autoridad lo haya dicho, o porque tal meca-nismo causal figura en la panoplia de alguno de los grandes modelos abstractosal uso. Creo que debe darse como buena en Sociologa la recomendacin dePolibio: Donde sea posible encontrar la causa de lo que ocurre, no debe re-currirse a los dioses. Y seguramente tampoco donde no lo sea, que la cienciano debe descargar sus responsabilidades sobre quien no ha de protestar porello. Por ltimo, he de hacer notar que cuando indico que el recurso a lahistoria implica la bsqueda sin ambages de la explicacin causal, no excluyocon ello en modo alguno la pretensin de comprender el fenmeno en sentidoweberiano: como creo haber puesto de relieve en otro lugar (1979: 368-382),explicacin y comprensin no se oponen, y no hay duda de que las conclusio-nes que W eb er trata de establecer son causales. En todo caso, y para la jus-tificacin del recurso a la historia que aqu me interesa, tanto en lo que tienede explicativo como de comprensivo, y tanto en el estudio del presente comoen el intento de prediccin del futuro, creo que Lled ha expresado magistral-mente lo que quiero decir: Parece, pues, que el sentido de la historia hu-mana no es la visin pasiva del hecho histrico, sino la actualizacin de esehecho en el entramado total de sus conexiones, para atender a lo que el hombreha expresado en l. Y esa atencin es posible cuando se interpreta el trans-currir humano desde el pasado que lo proyecta, pero tambin desde el futuroque lo acoge y determina (1978: 61-62). Texto al que mis nicas reservas,timoratas si se quiere, son la utilizacin del trmino total por la irrealiza-ble ambicin que implica, y la nocin de que el futuro determina eltranscurrir humano por la spera paradoja que contiene. Y, por continuarcon Lled, de los seis aspectos que propone para la consideracin del pasado,entiendo que el ms propio al recurso del socilogo es el que concibe elpasado como gestador del presente: lo que somos es, sencillamente, lo quehemos sido; de aqu que Bloch pudiera afirmar que la incomprensin delpresente nace fatalmente de la ignorancia del pasado (cfr. Lled, 1978: 71-77).La Sociologa no puede versar sobre el presente sino buscando su gnesis en elpasado: si ha de haber una Sociologa del presente ha de apoyarse en unahistoria del presente, esto es, en una historia.

    El paciente lector habr observado mi reiteracin, hablando como estoydel mtodo histrico en Sociologa, en referirme a sta como sociologa delpresente. Ello tiene por objeto descartar en este contexto cualquier veleidadhacia la sociologa de la historia, empeo respetable si los hay pero que notiene nada que ver con la necesidad en que insisto aqu de que el socilogo

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    tome en cuenta la gnesis de lo que estLidia. La Soziologie der Geschichtees muy otra cosa, de la que podran ser buenos ejemplos el conocido ensayode Von Wiese sobre la cultura de la Ilustracin (cfr. 1954, y el prlogode Tierno), o el de Von Martin sobre la sociologa de la cultura medieval(cfr. 1970, y el prlogo de Truyol), incluidos ambos precisamente en el Hand-wrterbuch der Soziologie, editado por V ierkandt en 19 31 , o el estudio deDawson sobre los fundamentos sociolgicos de la cristiandad medieval(cfr. 1953), o tantos y tantos brillantes ejercicios que, cuando amplan el fen-meno o la poca estudiada, pueden llegar a configurarse ms bien comotrabajos de filosofa de la historia. Ciertamente, lo que caracteriza a la socio-loga de la historia es su intento de poner de manifiesto los condicionamientossociales de los fenmenos del pasado, y en ese sentido s que se confunde dehecho y de modo totalmente legtimo con determinada historiografa quepersigue idntico propsito; pero en ocasiones, como antes he apuntado, laperspectiva sociolgica se desplaza tanto hacia la metafsica que la confusinse produce con la filosofa de la historia. Pues bien, es claro que al propugnarel mtodo histrico en sociologa no me refiero a hacer sociologa del pasado,sino a hacer historia de la sociedad presente: y ello en la medida necesariapara poner de manifiesto su gnesis.

    Una ltima cuestin, referida a la vieja polmica que niega a la historia lacondicin de ciencia porque su objeto de conocimiento est constituido porhechos individuales e irrepetibles, en tanto que el de la ciencia consiste en loinmutable y uniforme de la naturaleza y la materia, objecin que en algunamedida afectara a la utilizacin del mtodo histrico por la Sociologa; deacuerdo con tal argumento, la historia sera un saber sobre lo individual in-capaz de abstraccin ni generalizacin (un conocimiento idiogrfico), en tantoque la ciencia sera saber de lo universal, abstrado de la experiencia y capazde expresarse en leyes generales (un conocimiento nomottico). No es delcaso reproducir aqu los conocidos argumentos de Rickert (cfr. 1945) en contrade la conclusin obtenida de tal distincin (negar a la historia el estatutocientfico), puesto que la polmica a que me refiero ha perdido prcticamentetoda su fuerza inicial: de una parte porque, gracias sobre todo a la obra deDarwin, se ha introducido la variacin y la historia en la ciencia natural, demodo que su objeto no se concibe ya como algo intemporal y esttico sino enpermanente proceso de transformacin, lo que ha llegado a afectar hasta a laastronoma; de otra parte, la vieja nocin de ley de las ciencias fsico-naturalesha ido suavizndose con el tiempo, de modo que hoy se prefiere hablarsimplemente de hiptesis, como sugiri Poincar (cfr. 1963), atribuyendo ala teora no un significado nomottico, sino sobre todo pragmtico. Todoello implica que en las ciencias fsico-naturales no preocupa ya primordialmenteel establecimiento de leyes, sino la explicacin de cmo funcionan las cosas,que es justamente lo que hace el historiador, tanto ms cuanto que, como diceCarr, no est realmente interesado en lo nico, sino en lo que hay de generalen lo nico (1978: 85): la historia se distingue de la mera recopilacin de

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    datos precisamente por su empeo en la generalizacin y la abstraccin. Puesbien, si las ciencias fsico-naturales se han revelado como menos nomotticasde lo que se supona, y la historia como menos idiogrfica, no parece tenermucho sentido seguir prestando atencin a una discusin planteada en talestrminos. Y tanto menos cuanto que la peculiar condicin de la Sociologa leimpide considerarse como ciencia nomottica que hubiera de recelar de unapresunta condicin no cientfica de la historia por su naturaleza idiogrfica.Mejor ser, como aqu hago, reconocer que la Sociologa trabaja con un objetode conocimiento, la realidad social, que es esencialmente histrico: cada so-ciedad es nica, y ha sido configurada en una trayectoria histrica especficaque da razn de ella explicando su gnesis; lo que no excluye, sino impone, laabstraccin y la generalizacin convenientes, pues esa unicidad de cada sociedadno las impide.

    3. El mtodo comparativoTradicionalmente se ha venido diciendo que el mtodo comparativo susti-tuye en las ciencias sociales al imposible o muy difcil mtodo experimental,propio de muchas de las ciencias fsico-naturales. En efecto, en el experimentocontrolado de laboratorio el qumico puede aadir o eliminar una sustancia, yobservar el resultado que se produce; el socilogo, en cambio, no puede aadiro suprimir nada en una sociedad para comprobar su efecto: el cientfico socialslo muy raramente puede manipular las variables de manera directa. En tantoque gracias al mtodo comparativo puede manipular indirectamente las va-riables que le interesa controlar. Pues bien, esto es verdad slo dentro deciertos lmites; por una parte, son muchas las ciencias fsico-naturales que notienen acceso a la experimentacin controlada de laboratorio, como la astro-

    noma; por otra, esa manipulacin indirecta de las variables que se diceofrece el mtodo comparativo no es sino una metfora, ni siquiera una ana-loga: el cientfico social que compara no manipula nada. Dejemos, pues, delamentar que las ciencias sociales no puedan experimentar en un laboratorio,lamento que es simplemente resultado del sentimiento de inferioridad queaqueja a muchos cientficos sociales respecto de los fsico-naturales, nacido delequivocado planteamiento de que el modelo de la ciencia social es la cienciade la naturaleza. Y, consecuentemente, examinemos el mtodo comparativo ens mismo, no como ersatz de una experimentacin imposible.El mtodo comparativo es consecuencia de la conciencia de la diversidad:la variedad de formas y procesos, de estructuras y comportamientos sociales,tanto en el espacio como en el tiempo, lleva necesariamente a la curiosidaddel estudioso el examen simultneo de dos o ms objetos que tienen a la vezalgo en comn y algo diferente; pero la satisfaccin de tal curiosidad nolleva ms all de la taxonoma y la tipificacin, y cuando se habla del mtodo

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    comparativo en las ciencias sociales parece que quiere irse ms lejos de esasbsicas operaciones de toda ciencia.Una importante consecuencia de lo que he llamado conciencia de la di-versidad es la eliminacin, o al menos la erosin, de lo que conocemos comoetnocentrismo, actitud que se ha revelado particularmente estril y perniciosaen las ciencias sociales en la medida en que trata de explicar y comprenderfenmenos ajenos con categoras propias, desvirtuando con ello el empeode obtener conocimiento que pueda ser llamado tal. Una forma particularmen-te rechazable de etnocentrismo es la que podemos calificar de naturalismo,esto es, de considerar lo propio como lo natural, valorando lo ajeno no yacomo ex tico, sino como, desviacin rechazable: lo que es dado en el m bitosociocultural del estudioso viene a ser considerado as como lo natural, normal,

    apropiado o valioso, en tanto que todo lo que no es as se considera malfor-mado, deficiente, no civilizado o insuficientemente desarrollado. Una expo-sicin suficiente a la diversidad puede terminar convirtiendo tal parroquialismoen una visin ms objetiva, esto es, ms relativa, aunque no necesariamente.En resumidas cuentas, y como dice Andreski, el conocimiento de otras so-ciedades y la consiguiente aptitud para comparar ayudan enormemente al an-lisis de una sociedad dada y, sobre todo, al descubrimiento de relacionescausales (1973: 78). Pero principalmente, y a ms de todo ello, el mtodocom parativo respond e al inters de desarrollar y com proba r teoras que seanaplicables por encima de las fronteras de una sola sociedad, como sealanHolt y Turner (1970: 6), ya que carecera de sentido intentar la formulacinde teoras cuyos referentes empricos estuvieran confinados en el entorno delinvestigador. Pero adems de permitir la universalidad de la ciencia (o por lomenos de impedir su injustificable compartimentacin), lo cierto es que elmtodo comparativo tiene una larga tradicin en ciencias sociales: propuestoformalmente por John Stuart Mili en su A System of Logic al establecer loscuatro famosos cnones de la induccin destinados a descubrir las relaciones decausalidad (concordancia, diferencia, residuos y variaciones concomitantes), esno slo utilizado sino enfticamente recomendado por Durkheim, quien sostie-ne que el mtodo comparativo es el nico que conviene a la sociologa( 196 5 : 99): La sociologa comparada no es una rama particular de la socio-loga; es la sociologa misma, en tanto deja de ser puramente descriptiva yaspira a dar razn de los hechos (1965: 107). Bien es verdad que Durkheimdefiende como mtodo comparativo el de las variaciones concomitantes, iden-tificando as mtodo con mtodo de prueba, y especficamente de la prue-ba causal (cfr. 1965: cap. VI), y no es cosa de entrar aqu a discutir todos losproblemas implcitos en dicha posicin; me limitar, pues, a indicar que no espreciso identificar el mtodo comparativo tal como aqu se presenta con nin-guno de los cnones de Mili, y tampoco considerarlo necesariamente como par-te del ars probandi. Por mtodo comparativo basta entender aqu el recursoa la comparacin sistemtica de fenmenos de diferente tiempo o mbitoespacial, con objeto de obtener una visin ms rica y libre del fenmeno

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    perteneciente al mbito o poca del investigador, o de articular una teora oexplicacin que convenga a fenmenos que trasciendan mbitos o pocasconcretos.Naturalmente, carece de sentido comparar dos cosas cualesquiera: es habi-tual la prudente norma de recomendar un grado suficiente de analoga estruc-tural y de complejidad entre los fenmenos que hayan de confrontarse, ascomo la necesidad de no desgajar arbitrariamente de su contexto las institu-ciones, procesos u objetos culturales que se comparen; pero, como bien diceDuverger, si se llevaran hasta el fin las exigencias de la analoga se haraimposible todo estudio comparativo (1962: 418), pues terminaran compa-rndose slo cosas idnticas. La comparacin se interesa tanto por las diferen-cias como por las semejanzas (tanto ms por las primeras cuanto la analoga

    sea mayor), y no siempre versa sobre objetos diferentes pertenecientes apocas o mbitos separados, sino que en ocasiones se comparan los resultadosobtenidos del estudio de un mismo fenmeno desde perspectivas diferentes:pero, en contra del parecer de Duverger, dudo que deba emplearse el trminocomparativo para calificar este tipo de trabajo.Como seala Rokkan, el inters de los padres fundadores por el mtodocomparativo se perdi entre sus seguidores, y slo en los aos cincuenta sur-ge de nuevo, esta vez motivado por los esfuerzos en favor de la integracin

    internacional, de la cooperacin poltica y econmica, y de los programas deayuda a los pases del tercer mundo: esas nuevas demandas de las relacionesinternacionales incrementaron la necesidad de conocimientos acerca de lascondiciones sociales, econmicas, culturales y polticas de los ms distintospases del mundo y, consecuentemente, estimularon la investigacin compara-tiva sistemtica (1966: 4). Bien es verdad que las construcciones tericas querespaldaban estos esfuerzos de comparacin cross-cultural y cross-national eranpobres y fragmentarias, y no haban llegado a desarrollarse herramientas deanlisis ni procedimientos probatorios adecuados para manejar datos a muydistintos niveles de comparabilidad (ibidem). La mayor parte de los trabajosllevados a cabo en esos aos versaban sobre datos que no haban sido obtenidospor los propios investigadores: el anlisis secundario comparativo planteaba elproblema de apreciar la comparabilidad de datos procedentes de fuentes inde-pendientes, de modo que era necesario ir ms all del simple manejo deinformaciones tabuladas de manera similar (1966: 16). El intento de estable-cer generalizaciones, por otra parte, impona la necesidad de replicar en otrospases las proposiciones ya validadas en algunos de ellos, cosa sin duda msfcil de llevar a cabo a travs de estudios de opinin (esto es, a un nivelmicrosociolgico), que de anlisis de las estructuras de los sistemas sociales ensu conjunto, aunque las indagaciones del primer tipo dejasen siempre abiertoel portillo de la duda acerca de su validez. Para Rokkan, la consolidacin delinters en la metodologa comparativa se desenvuelve entre dos polos, el demanejarse con datos obtenidos por el investigador en condiciones de completoaislamiento respecto de otros cientficos sociales pertenecientes a las culturas

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    y sociedades estudiadas, o el de asegurar la comparabilidad de los datos entodos los temas y fases del proceso a travs de la participacin de cientficossociales de todas las culturas y sociedades estudiadas; entre estos dos hipo-tticos extremos se desenvuelve la investigacin comparativa en Sociologa, ynormalmente en uno de estos tres niveles: un primer nivel en el que se llevaa cabo la coleccin y articulacin sistemtica de datos producidos independien-temente y de hallazgos producto de investigaciones no coordinadas; Rokkanaduce los ejemplos de los estudios de parentesco de Murdock, los de socializa-cin de Child y Whiting, o los de Lipset y su escuela sobre los factores socialesy econmicos determinantes del comportamiento poltico. En un segundo nivelse situaran los esfuerzos dirigidos a influir sobre las instituciones que llevana cabo regularmente procesos de recogida de datos en diversos pases, para eldesarrollo de metodologas ms apropiadas (cuestionarios, cdigos, tabulacio-nes y procedimientos de anlisis): las estadsticas demogrficas y econmicasrealizadas por las Naciones Unidas, la OIT, la UNESCO, la OrganizacinMundial de la Salud, etc., experimentaron importantes mejoras en orden a lacomparabilidad internacional gracias a tales esfuerzos. En un tercer nivel, porfin, habra que clasificar la organizacin de programas ad hoc de recogida dedatos en distintos pases con el especfico propsito de compararlos, como se-ran los casos del trabajo de Lerner sobre el Medio Oriente, o del de Almondy Verba sobre la cultura cvica (Rokkan, 1966: 21-22). Desde la poca enque se llevaron a cabo tan conocidas investigaciones, el inters por la compa-racin se ha consolidado, y sus presupuestos tericos y herramientas metodo-lgicas se han refinado extraordinariamente, aunque no siempre la eleccinde lo que se compara ni sus resultados sean completamente satisfactorios.

    La cuestin de qu pueda o deba compararse, en trminos de si ha deser la totalidad de los sistemas o algunas de sus partes, ha sido objeto dediscusin, especialmente en el campo de la ciencia poltica. Riggs, por ejemplo,entiende que de no tomar en consideracin el sistema poltico como un todo,debilitaramos innecesariamente nuestra capacidad de ver la Gestalt de la po-ltica (1970: 76 y 78 y ss.) LaPalombara, por el contrario, mantiene quedebe seleccionarse un segmento del sistema y organizar a su alrededor lasproposiciones tericas que constituyan el foco para la indagacin empri-ca (1970: 133), en una posicin muy anloga a la del Merton de las teorasde alcance medio, a quien expresamente cita. Pero tal discusin, sea cualfuere su valor en el mbito de la ciencia poltica, no es trasladable sin msa la Sociologa: pinsese lo que significara estudiar el sistema social comoun todo, y compararlo sin ms con otro todo. Dejando aparte el problema, msfilosfico que otra cosa, de si la sociedad como tal, globalmente considerada,es susceptible de ser objeto de conocimiento de la Sociologa (esto es, de si esposible una sociologa de la sociedad), lo cierto es que la totalidad socialslo ha sido estudiada a travs de esquemas y modelos reductores cuandono reduccionistas que de hecho la segmentalizan en algunas lneas o carac-tersticas que se consideran ms relevantes que, o determinantes de, las dems.

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    Y todo esto, evidentemente, en el bien entendido de que el estudio de que setrata es emprico (aunque no necesariamente cuantitativista), esto es, que seremite a determinadas realidades a cuya comparacin se apela. De hecho, latradicin sociolgica se apoya sistemticamente en exmenes de la realidadsocial a un nivel de anlisis inferior al de la totalidad social, excesivamentecompleja para dejarse prender en las mallas de la ms ambiciosa investigacin;lo que no excluye que el investigador respalde su trabajo con una teora dela totalidad social. Pienso, pues, que las investigaciones de alcance medio, queson en la prctica las nicas posibles, necesitan teoras a su medida, tambinde alcance medio; pero que aqullas y stas requieren imperiosamente serrespaldadas por teoras de largo alcance, incluso por teoras generales de latotalidad social en la problemtica medida en que sean posibles. Pero dejemosesto ahora, pues lo nico que quiero destacar aqu es que en ciencia polticapodr o no ser posible y conveniente el estudio y la comparacin de sistemaspolticos en su conjunto, considerados como un todo; pero en Sociologa talempeo referido a totalidades sociales, en lugar de a rasgos o dimensiones de-terminados, no parece viable.

    La necesidad de no ser excesivamente ambiciosos en el acotado de lo quese compara ha llevado a cierta desconfianza de las comparaciones intercultu-rales, e incluso de las internacionales aun dentro del mismo rea cultural, ori-ginndose as una corriente de inters en favor de las comparaciones interna-cionales de diferencias intranacionales. Como dicen Linz y De Miguel, la com-paracin puede versar sobre dos aspectos de un mismo pas, sobre dos as-pectos de dos pases diferentes, o sobre el resultado de la comparacin de dosaspectos de un pas con el resultado de la comparacin de dichos dos aspectosen otro pas (1966: 270). Y todo ello porque, siendo las sociedades a compa-rar muy heterogneas, cualquier media (estadstica o no) enmascarar lasituacin real. La comparacin internacional, y no digamos la intercultural, hade tener siempre in mente la existencia de diferencias intranacionales ms omenos grandes, tan grandes a veces que despojan de sentido a todo intentocomparativo que no cuente con ellas, y cuya ignorancia conduce a extrapola-ciones completamente gratuitas de, por ejemplo, el proceso de desarrollo eco-nmico experimentado por una sociedad a otra diferente. La heterogeneidadinterna, la diferenciacin regional y los desequilibrios en el desarrollo consti-tuyen algunas de las caractersticas esenciales de muchas sociedades, y sonresponsables de muchos de sus problemas (Linz y De Miguel, 1966: 272):no pueden, pues, ignorarse en el caso de pretender llevar a cabo comparacionesinternacionales, e incluso deben constituir expresamente el objetivo de talescomparaciones.4. El mtodo crtico-racional

    En 1937 sealaba Horkheimer en un famoso artculo que las varias es-cuelas de sociologa tienen idntica concepcin de la teora, y sta es la de las

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    ciencias naturales... En esta concepcin de la teora, ... la funcin social real-mente cumplida por la ciencia no se hace manifiesta; no se explica lo que lateora significa para la vida humana (1976: 209 y 212). Tal funcin social,rechazada por el autor, parte de que los cientficos se dedican a actividadesmeramente clasificatorias y consideran la realidad social como extrnseca, en-frentndola como cientficos y no como ciudadanos; consecuentemente, la rea-lidad se concibe como consistente en datos que han de ser verificados, sinmayor implicacin de la actividad cientfica en la organizacin racional de laactividad humana para la construccin de un mundo que satisfaga las necesi-dades de los hombres. Frente a esta concepcin tradicional o positivista de laciencia, Horkheimer opone la teora crtica, que nunca busca simplementeun incremento del conocimiento como tal: su objetivo es la emancipacin delhombre de la esclavitud (1976: 224). El mismo autor sostuvo en 1947 queel positivismo cientfico implica consagrar la que llama razn subjetiva o ins-trumental y rechazar la razn objetiva: se considera que la tarea de la raznconsiste en hallar medios para lograr los objetivos propuestos en cada caso(1973: 7), sin reparar en qu consiste en cada caso el objetivo especficopropuesto; la razn tiene as que habrselas tan slo con la adecuacin demodos de procedimiento a fines que son ms o menos aceptados y que pre-suntamente se sobreentienden (1 9 7 3 : 15). Los fines no son, pues, mane-jables por la razn instrumental, esto es, por la ciencia positivista: cons-tituyen algo dado, sobreentendido; la ciencia se ocupa de clasificar y deducir,de adecuar medios a fines. En contraste con ello, la ciencia articuladacomo razn objetiva debe enfocarse sobre la idea del bien supremo, delproblema del designio humano y de la manera de cmo realizar las metassupremas (1973: 17). De no ser as resultara que no existe ningunameta racional en s, y no tiene sentido entonces discutir la superioridadde una meta frente a otras con referencia a la razn (1 9 7 3 : 17-18), loque implicara la abdicacin de la ciencia de lo que constituye su obje-tivo ms importante: cooperar con la filosofa en la determinacin de las me-tas del hombre. Si tal abdicacin se produce (y se produce, en efecto, en laciencia social positivista que se pretende valu-free), entonces el pensar nosirve para determinar si algn objetivo es de por s deseable ... los principiosconductores de la tica y la poltica ... llegan a depender de otros factoresque no son la razn. Han de ser asunto de eleccin y de predileccin, y pierdesentido el hablar de la verdad cuando se trata de decisiones prcticas (1 9 7 3 :19). Los fines ya o se determinan a la luz de la razn ... nuestras metas,sean cuales fueren, dependen de predilecciones y aversiones que de por s care-cen de sentido (1973: 42 y 47).

    No es del caso volver aqu sobre los diversos extremos de la teora crtica,de los que me he ocupado ya con cierto detalle (cfr. 1979: 96-100, 128-162 y388-394), pero s quiero destacar la importancia que en ella se concede alpapel de la ciencia, su negacin de una ciencia de corte positivista que se cons-tituya como libre de valoraciones, y su correlativa afirmacin de una ciencia

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    que se ocupe racionalmente de los fines: el acuerdo al respecto de Horkhei-mer, Marcuse, Adorno y Habermas, con todas sus diferencias, es verdadera-mente notable. Cuando el positivismo relega los fines humanos a las tinieblasexteriores (esto es, cuando niega que la ciencia pueda ocuparse de valoresvaliendo), limita la razn al papel puramente instrumental de enjuiciar laadecuacin de medios diversos a fines dados: lo que el positivismo consagraes la no racionalidad de la esfera de los fines, y lo que la teora crtica reivin-dica es justamente la restitucin de los fines del hombre al mbito de la ra-cionalidad, esto es, de la ciencia. Entindase bien, la teora crtica no pretendesustituir la racionalidad de la ciencia por la irracionalidad de la no-ciencia, sinorecuperar para los fines humanos, para los valores y para el deber ser, sulugar en la ciencia. Como dice Bottomore, el desasosiego general sobre lasconsecuencias sociales de la ciencia y la tecnologa presta cierto estmulo yjustificacin a los crticos del racionalismo cientfico, pero no me parece quesea de gran ayuda para la causa de la liberacin humana renegar de ste enfavor del misticismo religioso que crece de forma tan exuberante entre losexponentes de una contracultura no cientfica (1975: 15). La teora crtica notrata de sustituir la ciencia por el misticismo, sino de que la ciencia recobresu competencia para la consideracin racional de los fines del hombre, lo queimplica reclamar para la ciencia el ejercicio de la reflexin racional, y no slola prctica del empirismo positivista que se niega a ir ms all de los hechos.Esto es lo que significa en ltimo extremo la expresin teora crtica, frentea la celebracin de la sociedad tal como es, en la conocida frase de Mills.

    Pues bien, este reclamar para la ciencia social el ejercicio de la racionali-dad en la consideracin de los fines, en este caso de los fines sociales, es tantocomo decir que uno de los mtodos de la sociologa ha de ser el crtico-racional. Se trata, como a la vista est, de discutir y apreciar la racionalidadde los fines, cuestin de la que la ciencia positivista no quiere saber nada, yaque es una cuestin de valores, por lo que se limita a la de la racionalidad delos medios en trminos de su adecuacin a fines dados: es decir, a una racio-nalidad instrumental planteada como cuestin meramente tcnica.

    En otro lugar me he ocupado en poner de relieve la imposibilidad de unaciencia social que se pretenda valu-free, lo que no.implica en modo alguno laimposibilidad de la ciencia social (cfr. 1979, esp. ap. II), sino slo que paralas ciencias sociales es inviable el modelo positivista de las ciencias fsico-natu-rales: las ciencias sociales son ciencias de otro tipo, ya que, para lo que en estemomento nos interesa, no pueden construirse pretendiendo una asepsia valora-tiva imposible en el investigador, y no deben construirse dejando expl-citamente al margen de la consideracin racional los fines sociales. Lo que enla prctica sucede es que, pese a la retrica avalorista, toda la ciencia socialque se hace est inevitablemente coloreada de los valores en que comulga elinvestigador, y ello de forma ms o menos consciente y en ocasiones, podradecirse, ms o menos artera. Resulta, pues, paradjico que la ciencia socialpositivista se empee en una asepsia imposible y, como consecuencia, produzca

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    el resultado indeseable de negar a los fines sociales derecho a la consideracinracional, es decir, cientfica, relegndolos al terreno de la preferencia personaly de la lucha poltica; con lo que el mismo cientfico que al tiempo que afirmasu neutralidad valorativa impregna su trabajo de valores larvados, al plantear-se cuestiones relativas a fines sociales ha de despojarse de su condicin decientfico y limitarse a la de ciudadano. Se predica la racionalidad instrumentalo tcnica donde hay en realidad mucho ms que eso, y se niega cualquier ra-cionalidad cientfica a lo ms importante. La ciencia social positivista considera,en contra de lo que dice, los fines sociales: pero lo hace de manera clandestina,en un mbito que afirma no les corresponde por estar exento de valoraciones.En contra de este planteamiento, que me parece imposible e inconsecuente,creo que hay que devolver a las ciencias sociales su tradicional componente nor-mativo, esto es, su derecho a considerar cientficamente, racionalmente, los fi-nes sociales; y ello a travs de lo que puede calificarse como mtodo crtico-racional.

    Pero debe quedar claro desde el primer momento que la consideracin dela racionalidad de los fines no implica ningn contenido dogmtico, en elsentido vulgar si se quiere de que la ciencia social hubiera de suplantarla decisin poltica, llegndose con ello a la engaosa utopa del gobierno delos sabios. Por el contrario, de lo que se trata es del ejercicio racional de lacrtica de fines, de la negacin a lo existente de su postulada condicin deorden natural necesario, de mostrar el pedestal de barro en que descansan losidola de todo tipo. La consideracin de la racionalidad de los fines sociales notiene por objeto absolutizar ninguno de ellos, sino ms bien corromper la feen el pretendido carcter absoluto de alguno de ellos. Y me apresuro a decirque no se trata de que a la ciencia social pueda darle igual un fin que otro:siempre la justicia ser mejor que la injusticia o la libertad mejor que la opre-sin, y la ciencia social deber sealar la injusticia implcita en posiciones quese pretenden justas, o los recortes a la libertad que se presenten como con-quistas de la libertad. No hay, pues, vestigio alguno de relativismo axiolgicoen la negacin del dogmatismo, sino slo la constatacin de que el papelnormativo de la ciencia social es ms bien de crtica que de propuesta, y que,en el caso de esta ltima, tratar de defender valores y no programas polticosconcretos. No se trata, pues, de arropar con el eventual prestigio de la cienciaopciones polticas concretas que se presentaran pblicamente como decididas,sino de someter a discusin racional los fines propuestos y sus alternativas. Yno cabr normalmente esperar una posicin unnime de la comunidad cientficaen cada punto sujeto a discusin, del mismo modo que no existe tal unanimi-dad ni siquiera en el pretendido mbito neutral exento de valoraciones en quela ciencia social positivista afirma moverse. El mtodo crtico-racional no com-porta el que la ciencia social como tal asuma la tarea de fijar los fines sociales,sino slo que los fines sociales sean susceptibles de una consideracin cientficaracional y crtica. E insisto una vez ms: contra el mtodo crtico-racional nohay ms argumento que el emprico-positivista de rechazar el mundo de los

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    valores, argumento de cuya inanidad estoy completamente convencido por ra-zones que ya he expuesto y que no es del caso repetir aqu. Y siendo esto as,nada exige a la ciencia social que renuncie a la razn objetiva o sustantiva,recluyndose en una mera razn instrumental que acepte como dados y consi-dere indiscutibles los fines sociales establecidos por puras razones de prefe-rencia o de intereses; por el contrario, la ciencia social debe reivindicar sudiscusin.No estar de ms indicar que cuando Weber habla de Zweckrationalitat; oracionalidad de fines, se est refiriendo a una de las distintas formas que puederevestir la accin social (que puede ser racional con arreglo a fines, racionalcon arreglo a valores, afectiva, o tradicional); la accin racional con arregloa fines est

    determinada por expectativas en el comportamiento tanto de objetos delmundo exterior como de otros hombres, y utilizando esas expectativascomo condiciones o medios para el logro de fines propios racional-mente sopesados o perseguidos ... Acta racionalmente con arreglo afines quien oriente su accin por el fin, medios y consecuencias implica-dos en ella y para lo cual sopese racionalmente los medios con los fines,los fines con las consecuencias implicadas y los diferentes fines posiblesentre s; en todo caso, pues, quien no acte ni afectivamente (emotiva-mente, en particular) ni con arreglo a la tradicin. Por su parte, la deci-sin entre los distintos fines y consecuencias concurrentes y en conflictopuede ser racional con arreglo a valores; en cuyo caso la accin es racio-nal con arreglo a fines slo en los medios ... La orientacin racional conarreglo a valores puede, pues, estar en relacin muy diversa con respectoa la racional con respecto a fines. Desde la perspectiva de esta ltima, laprimera es siempre irracional, acentundose tal carcter a medida que elvalor que la mueve se eleve a la significacin de absoluto, porque lareflexin sobre las consecuencias de la accin es tanto menor cuandomayor sea la atencin al valor propio del acto en su carcter absolu-to (1964: 20-21).

    La transcripcin de estos prrafos de Weber creo que pone de manifiesto,sin necesidad de recurrir a las muchas y refinadas exgesis que de ellos se hanhecho, que Weber est tipificando las formas de la accin social, dos de lascuales considera racionales: una de ellas lo es como respuesta a las exigenciasque sus convicciones imponen al actor, quien acta de acuerdo con ellas sinconsideracin a las consecuencias previsibles de sus actos; sta es la accin ra-cional con arreglo a valores. La otra, racional con arreglo a fines, es racional enla medida en que sopesa y calcula las consecuencias previsibles de la accin quetiene por objeto alcanzar un fin determinado. En cierta medida, pues, y porparadjico que parezca, podra decirse que la racionalidad de fines de que hablaWeber es en realidad una racionalidad de medios, instrumental, pues ms

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    bien que determinar los fines lo que hace es perseguirlos; en tanto que la quellama Wertrationalitt, o racionalidad de valores, consiste en la constitucin deun valor en el papel de fin: ms que alcanzar un fin propiamente dicho, laaccin racional con arreglo a valores lo que pretende es dar satisfaccin a unvalor valioso, sean cuales fueren sus consecuencias. Como vemos, pues, nin-guno de los dos tipos de racionalidad considerados se postula como capaz deseleccionar racionalmente entre fines alternativos: si acaso, y de manera os-cura, lo pretende la racionalidad con respecto a fines, pero si no lo entiendomal como adecuacin de fines de orden intermedio para otros fines de ordensuperior, esto es, como mera racionalidad instrumental. Resultara as confir-mada la posicin weberiana de atribuir la decisin entre fines al homo volensvalorador, y no al discernimiento racional de la ciencia: ciencia y poltica seranas dos vocaciones separadas, y la primera no tendra nada que decir en elmbito de la segunda, salvo meras consideraciones tcnicas. Pues bien, enotro lugar he concluido que Weber no resuelve satisfactoriamente el problemade una ciencia social wertfrei, pese a la muy prolija y complicada frmula conque establece la relacin de la ciencia social con los valores (cfr. Beltrn, 1979:36-55), y no es de extraar que encontremos de nuevo aqu la misma limita-cin, tanto ms cuanto que aqu se refiere Weber a las formas de racionalidadde la accin social y no a la racionalidad de la ciencia. La consecuencia, a mimodo de ver, es que Weber considera la eleccin entre fines alternativos comoalgo que pertenece primordialmente, si no totalmente, al mbito externo a laaccin que estima racional; para la orientada a valores, el objetivo de la ac-cin es dar satisfaccin a un valor exigido, o autoexigido, al actor, y por tantoprevio al planteamiento de la accin; para la orientada a fines, el objetivo dela accin es alcanzar determinado estado de consecuencias, y lo racional esjustamente el proceso por el que se alcanzan las consecuencias queridas y nootras. Pues bien, lo que me parece que falta en la consideracin weberianaes la accin racional de crtica y valoracin de fines, con vistas a su seleccinracional; y me temo que falta porque, heredero de este punto tanto de latradicin positivista como de la neokantiana, Weber entiende que el tema dela eleccin de fines entra de lleno en el campo en que se libra la guerra de losdioses y no en el campo de la ciencia. Con lo que, para evitar la embarazosaconclusin de que la eleccin ha de ser irracional, no queda otro camino queel de la ambigedad: como es el caso de Aron cuando sostiene que la nece-sidad de la eleccin ... no implica que el pensamiento est pendiente de deci-siones esencialmente irracionales y que la existencia se cumpla en una libertadno sometida ni siquiera a la Verdad (1967: 77). Pues bien, no basta escri-bir la palabra verdad con mayscula para resolver el problema: ste slo seresuelve (planteando otros, naturalmente) al reconocer a la ciencia social ladimensin crtico-racional que aqu se postula.

    Reconocimiento que, ciertamente, no puede ser pacfico ni aproblemtico,como lo acredita la polmica histrica que enfrenta al racionalismo con otrasposiciones filosficas, fundamentalmente el empirismo; aqu nos interesa slo,

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    claro es, el racionalismo gnoseolgico, si bien en una versin moderada queno excluye el empirismo, del mismo modo que los grandes empiristas ingleses,como Locke y Hume, no se opusieron al racionalismo, sino a su hipertrofia(particularmente a sus formas metafsicas, que sostienen la racionalidad de loreal). El mtodo racional, pues, ha de considerarse en el contexto de unateora del conocimiento que no se agote en el empirismo; su apoyo radica so-bre todo en la tradicin ilustrada, que concibe a la razn como luz mediante laque el hombre puede disolver la oscuridad que le rodea. Como indica Ferrater,la razn del siglo X V I I I es a la vez una actitud epistemolgica que integra laexperiencia y una norma para la accin moral y social (1979: 2762): de aqula inseparable referencia crtica que acompaa al racionalismo, y la denomina-cin de crtico-racional que vengo utilizando para el mtodo a que merefiero. No se trata, pues, de enfrentar como mutuamente excluyentes a racio-nalismo y empirismo, pues a fin de cuentas el empirismo no es un simplecontacto sensible con lo exterior, sino que es un modo especfico de ejercitarla razn; y una y otra posicin, racionalista y empirista, estn en la base demtodos que aqu se predican como propios de la Sociologa. Una y otra son,a mi modo de ver, posiciones complementarias, y el papel del racionalismoconsiste precisamente en ir ms all de lo dado, en penetrar en el mundo delos valores y de las opciones morales, y en el necesario ejercicio de la crticade fines.

    Una ltima precisin: el mtodo crtico-racional que defiendo para laSociologa no tiene nada que ver con el racionalismo crtico popperiano des-arrollado por Albert, que consiste bsicamente en una prueba crtica constanteque no ofrece certidumbre absoluta, pero que invalida todo dogma (cfr. esp.Albert, 1973: 181-219); es obvio que al moverse gnoseolgicamente en elterritorio del empirismo, el trmino racionalismo no tiene en esta posicinel sentido con que lo manejo en las presentes pginas; como seala Wellmer,el concepto de ciencia qe Popper representa implica una estricta separacinentre hechos y juicios de valor, atribuyndose a estos ltimos el status dedecisiones subjetivas e irracionales. De ah tambin que la determinacin demetas prcticas, es decir, de aplicabilidad, tenga que quedar estrictamenteseparada de la ciencia como tal, malvendindola al traspasarla a la esfera de lapoltica (1979: 19). Nos encontramos, pues, de nuevo con el tema que tanpertinazmente nos acompaa: en la medida en que la ciencia se encastilla enel mundo de los hechos y rechaza como no cientfico el de los juicios de valor,las opciones morales y polticas respecto de fines humanos y sociales quedanentregadas a la pura volicin arbitraria y al nudo juego de intereses: al irracio-nalismo, en una palabra. Lo que tiene tanto menos sentido cuanto que lapretensin de una ciencia exenta de juicios de valor es un imposible.

    Se observar, por otra parte, que un punto bsico de mi razonamiento esidentificar ciencia con racionalidad (o racionalidad con ciencia, si se prefiere).Podra ser de otra manera? Evidentemente, entiendo que la ciencia empricaes una forma de racionalidad, pero, por lo que hace al menos a las ciencias

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    sociales, no es la nica forma de racionalidad; las ciencias sociales son cierta-mente empricas, pero no slo empricas. En la medida en que no rechazanla discusin sobre fines y en que se manejan conscientemente con juicios devalor, son tambin metaempricas sin dejar por eso de ser racionales. De aqula utilizacin del mtodo crtico-racional al que me refiero, y que constituyeuna ms de las diferencias que distinguen a las ciencias sociales de las cienciasnaturales; en palabras de Wellmer, la ciencia social emprico-analtica seconfunde a s misma si se autointerpreta como rama especfica de una cienciaunitaria definida metodolgicamente segn el modelo de las ciencias natura-les (1979: 39). Si las ciencias sociales, como tales ciencias, se confinan en lafacticidad de lo emprico, aceptan como dadas las relaciones de poder que notienen ms legitimidad que la de su existencia, siendo as incapaces de deman-dar su abolicin. En nombre de qu ha de quedar esta demanda extramurosde la ciencia? No ciertamente en nombre de la ciencia misma, que cuenta conuna poderosa tradicin normativa; s en nombre de la concepcin naturalistade la ciencia social, por tantas razones insostenible. La razn, pues, no debeinstrumentalizarse limitndola a juzgar de la adecuacin tcnica de medios afines; debe, por el contrario, declararse su capacidad para juzgar acerca defines, y reclamarse dicha tarea para la ciencia social, con la conviccin de queno llevar consigo ninguna pretensin de unanimidad ni, por ende, de dogma-tismo. Tarea que puede llevar a cabo la Sociologa a travs del mtodo crtico-racional.

    5. El mtodo cuantitativoNo todas las ciencias fsico-naturales descansan ntegramente sobre laapreciacin cuantitativa de los fenmenos, pues una parte mayor o menor desu investigacin y del conocimiento que producen es cualitativa. No obstante,

    podra decirse que tales ciencias son primordialmente cuantitativistas, en elsentido de que la medicin, el resumen estadstico, la prueba de sus hiptesisy, en general, el lenguaje matemtico constituyen caractersticas habituales desu trabajo. Es desde este punto de vista desde el que puede decirse que lasciencias fsico-naturales se caracterizan por el empleo de mtodos cuantitativos,e incluso cabe afirmar con cierta licencia que utilizan generalmente el mtodocuantitativo: contar, pesar y medir, con todo el extraordinario grado desofisticacin y refinamiento que caracteriza a tan simples operaciones cuandoson llevadas a cabo por la ciencia. Los fenmenos y las relaciones entre fen-menos deben expresarse de forma matemtica, esto es, cuantitativamente, y laprueba de las hiptesis se expresa igualmente en trminos de probabilidadfrente a las leyes del azar, tambin cuantitativamente; slo de esta forma to-man en consideracin las ciencias fsico-naturales la descripcin o explicacinde un fenmeno, o la acreditacin de una hiptesis. Los protocolos de lainvestigacin cientfico-natural consisten habitualmente en mediciones de lo

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    observado, en apreciaciones estadsticas de relevancia, en determinaciones ma-temticas de la relacin existente entre unas y otras variables, y en valoracio-nes o tests probabilsticos de las conclusiones o predicciones establecidas. Deesta forma, y por diferentes que sean sus objetos de conocimiento, las cienciasfsico-naturales tienen en comn una actitud y unos procedimientos de natura-leza cuantitativa, aptos por tanto para ser formalizados matemticamente. Porsupuesto, tales procedimientos no son los nicos que estas ciencias manejan,pero s son los ms importantes; junto al que aqu vengo llamando mtodocuantitativo, tambin se utilizan mtodos cualitativos, pero no son stos loscaractersticos de la ciencia natural.Las ciencias sociales, por su parte, pueden y deben utilizar el mtodocuantitativo, pero slo para aquellos aspectos de su objeto que lo exijan o lo

    permitan. Desde dos puntos de vista se ha vulnerado esta adecuacin del m-todo con el objeto: por una parte, un cierto humanismo delirante ha rechazadocon frecuencia cualquier intento de considerar cuantitativamente fenmenoshumanos o sociales, apelando a una pretendida dignidad de la criatura humanaque la constituira en inconmensurable; de otro lado, una actitud compulsivade constituir a las ciencias sociales como miembros de pleno derecho de lafamilia cientfica fsico-natural ha llevado a despreciar toda consideracin defenmenos que no sea rigurosamente cuantitativa y formalizable matemtica-mente. Espero que resulte obvio que una y otra actitud, la humanista y lanaturalista (por llamarlas as), traicionan la peculiaridad del objeto de cono-cimiento de las ciencias sociales, que impone en unos de sus aspectos la con-sideracin cuantitativa y la impide en otros; es el objeto el que ha de deter-minar el mtodo adecuado para su estudio, y no espreas consideraciones ticasdesprovistas de base racional o cientifismos obsesionados con el prestigio delas ciencias de la naturaleza.

    El hombre y la sociedad humana presentan mltiples facetas a las queconviene el mtodo cuantitativo: todas aquellas en que la cantidad y su in-cremento o decremento constituyen el objeto de la descripcin o el problemaque ha de ser explicado; esta afirmacin, que a primera vista es una platitud,implica sin embargo que, si bien el problema puede ser de cantidad, quiz laexplicacin no tenga por qu ser cuantitativa; pinsese, por ejemplo, en unproblema demogrfico (cuantitativo) y en su explicacin sociolgica (que muybien puede no ser cuantitativa, esto es, sujeta a medicin, a apreciacin esta-dstica y a prueba probabilstica). Pero, en todo caso, lo que aqu me importaes destacar la necesaria utilizacin del que vengo llamando mtodo cuantitativopara el estudio de determinados aspectos de la realidad social. Y se me per-donar si indico lo que es verdad de perogrullo: mtodo cuantitativo y empi-rismo no son la misma cosa. En efecto, el mtodo cuantitativo es siempre em-prico, pero no es cierto lo contrario, pues emprica es tambin la investigacincualitativa, en la medida en que no es puramente especulativa, sino que hacereferencia a determinados hechos. Una interpretacin exageradamente ampliade la nocin hacer referencia a hechos llevara a que prcticamente toda

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    indagacin o reflexin posible sera emprica, pues siempre habr algn hechocomo referente ms o menos prximo para ella; quiz convenga, sin embargo,reservar la utilizacin del trmino emprico para la investigacin o la refle-xin cuyo referente fctico sea sumamente prximo, ya se utilice el mtodocuantitativo o el cualitativo. Y no emprica, o no inmediatamente emprica,sera aquella investigacin o reflexin de corte filosfico, lgico o valorativoen que el referente fctico fuese ms lejano o pre-textual. No creo necesario in-sistir a estas alturas en que tanto los mtodos empricos como los no empricosme parecen igualmente legtimos para la Sociologa, siempre que guarden ladebida adecuacin con el contenido especfico del objeto de conocimiento deque se hace cuestin. La Sociologa no es una ciencia emprica en el sentidode que sea slo emprica, y no lo es porque no puede acomodarse al modelo delas ciencias fsico-naturales, ya que su objeto se lo impide.

    Pues bien, la investigacin sociolgica que haya de habrselas con datosque sean susceptibles de ser contados, pesados o medidos tendr que utilizaruna metodologa cuantitativa, bien sobre datos preexistentes, ofrecidos pormuy diversas fuentes (practicando as lo que llamamos anlisis secundario),bien sobre datos productidos ad hoc por el propio investigador (datos que lla-mamos primarios). Las tcnicas de medida, de construccin de ndices e indi-cadores, de manejo estadstico de masas ms o menos grandes de datos, deanlisis matemtico de dichos datos casi siempre con vocacin de anlisiscausal, y de contrastacin probabilstica de hiptesis, son o pueden ser co-munes tanto al anlisis secundario como al de datos primarios. He utilizadopara nombrar a tales operaciones el trmino de tcnicas, pues entiendo queno son sino modos, pasos o procesos del mtodo cuantitativo, subordinados asu propsito; en la prctica se habla, sin embargo, de cosas tales como elmtodo del path analysis, o del mtodo de Kolmogorov-Smirnov, cuandoms que de mtodos propiamente dichos se trata de meras tcnicas o, incluso,de simples procedimientos. Pero no discutamos aqu sobre palabras, y quederemitido el lector a la abundante literatura metodolgica cuantitativista exis-tente. Y volvamos brevemente al anlisis secundario.

    Los datos numricos que pueden interesar al socilogo carecen en la prc-tica de fronteras: en cada caso habr de determinar su relevancia como eviden-cia emprica para el problema que le interesa, y no siempre podr utilizarlostal como se los ofrecen las fuentes disponibles, sino que habr de elaborarlos.Entiendo que han de ser calificados de secundarios todos los datos preexisten-tes como tales datos, aunque no fuesen conocidos de antemano (por ejemplo,un registro demogrfico descubierto por el investigador), o careciesen de laforma numrica en la fuente manejada por el investigador (por ejemplo, unastablas de mortalidad que haya que calcular a partir de tal registro). El datosecundario est ah, ms o menos inmediatamente manejable, pero al investiga-dor le viene dado. Normalmente, el anlisis secundario es imprescindible parabuena parte de los planteamientos macrosociolgicos, en los que se trate deindagar cuestiones referentes a la estructura social global o a la articulacin de

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    sus subestructuras; los mtodos histrico y comparativo recurren constante-mente a la forma secundaria de cuantificacin, y el carcter mximamente pro-blemtico de la Sociologa se manifiesta tambin en este mbito al resistirse aver como constantes magnitudes que son esencialmente variables. Es propiade la Sociologa su resistencia a utilizar la lgica del caeteris paribus, no tantopor su incapacidad para llevar a cabo experimentos controlados en que, efec-tivamente, se puedan mantener artificialmente constantes el resto de las Varia-bles para ver qu efectos produce la variacin del factor que se considera,sino ms bien por su experiencia acerca de la fluidez de la realidad. Es muydifcil, pues, reconocer aqu reglas especficas para el anlisis secundario enSociologa, salvo quiz por lo que se refiere al importante tema de los indi-cadores sociales, desarrollado ante la necesidad de cuantificar determinadasdimensiones de una situacin social como, por ejemplo, el bienestar o nivel devida. Es muy conocida la definicin de indicador social elaborada para elproyecto de Dossiers Rgionaux et Indicateurs Sociaux (proyecto DORIS) delGobierno de Quebec, segn la cual un indicador social es la medida estads-tica de un concepto o de una dimensin de un concepto o de una parte desta, basado en un anlisis terico previo e integrado en un sistema coherentede medidas semejantes, que sirva para describir el estado de la sociedad y laeficacia de las polticas sociales (apud Carmona, 1977: 30); de la definicincitada salta a la vista la vocacin aplicada con que fueron concebidos los indi-cadores sociales, pero tal carcter no es en absoluto esencial: los indicadorespueden ser elaborados y utilizados como puros instrumentos de conocimiento,tpicos del anlisis secundario. En su Introduccin a la Seccin I de The Lan-guage of Social Research, Lazarsfeld apunta un proceso cuyo primer pasoconsiste en la formulacin de un concepto derivado de la inmersin del inves-tigador en los detalles de un problema terico, y que pese a su inicial impre-cisin da sentido a las relaciones observadas; inmediatamente el investigadorespecifica aspectos o dimensiones del concepto, deductiva o inductivamente, desuerte que se ponga de manifiesto cmo el tal concepto consiste en una combi-nacin de fenmenos ms o menos compleja, para los que debe seleccionarseun cierto nmero de indicadores observables que puedan servir como medidasde los aspectos o dimensiones del concepto; la ltima fase del proceso consisteen la construccin de un ndice que sintetice las observaciones medidas por losindicadores (cfr. Lazarsfeld y Rosemberg, 1955: 15). Este planteamiento tanlineal ha sido discutido por Blalock, quien a partir de la distincin de un len-guaje conceptual o terico y de otro observacional o emprico objeta que nohay correspondencia directa entre teora y realidad, o entre conceptos y ob-servaciones, por lo que se requiere la existencia de una teora auxiliar comointermediaria entre ambos planos, que especifique en cada caso el modo derelacin de un indicador determinado con una variable terica determinada(cfr. Blalock, 1968: passim). Pero no me propongo entrar aqu en esta discu-sin, y s sealar que estoy en todo de acuerdo con el excelente trabajo publi-cado por Moya en 1972 cuando la boga de los indicadores sociales pareca

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    anunciar la era de una nueva investigacin social emprica, constituyendoaqullos la tecnologa de la investigacin social emprica en cuanto actividadsocial progresivamente organizada y estandarizada:La fijacin de sistemas ndices standard aparece como estandariza-cin de esquemas tericos y conceptuales que tienden a homogeneizarinternacionalmente la investigacin social en el contexto de su progresivaindustrializacin, de su progresiva organizacin burocrtica en unmedio tecnolgico de costes progresivamente crecientes ... (Con ello) lainvestigacin cientfica de la realidad social pierde su vieja forma deplanteamiento radicalmente problemtico: la discusin crtica de enfo-ques tericos y metodolgicos desaparece; basta ahora con seguir las

    recetas de investigacin operacional avaladas por los mejores nombresde la Sociologa acadmica (Moya, 1972: 169-170).En todo caso, desde entonces ha quedado claro que la construccin de sis-temas de indicadores sociales no es, como dice Moya, sino un momento de lametodologa que en ninguna forma la agota: la definicin operacional y sub-siguiente formalizacin cuantificable de las variables significativas es sin dudauna tcnica valiosa, particularmente para la comparacin de sociedades com-plejas; pero ni esta tcnica ha desplazado a otras en el campo cubierto por elmtodo cuantitativo, ni menos an a los planteamientos tericos radicalmenteproblemticos de que hablaba el autor citado. Los indicadores, con su formade recetario tecnolgico que reducira la tarea del investigador a la aplicacinde soluciones establecidas en un contexto de mxima racionalizacin con vistasal mercado, no han conquistado hegemona alguna en la investigacin socio-lgica, y se limitan a constituir una herramienta de inters entre las muchasque se incluyen en el mtodo cuantitativo. Aquel famoso cambio revolucio-nario en el anlisis de los estudios de la opinin pblica de que hablaba

    Berelson a mitad de los aos cincuenta, ha terminado por no producirse; latemida primaca de la investigacin extensiva encaminada a la produccinmasiva de datos (Moya, 1972: 175) fue en trminos generales una falsa alar-ma, y las aguas ha tiempo que volvieron a su cauce. Podr, en efecto, cons-truirse un sistema nacional de contabilidad social, y seguramente ser degran utilidad no slo para la consecucin de valores y objetivos establecidos,sino para la propia investigacin social: pero tal empeo no constituye enmodo alguno la culminacin de la ciencia social.Defina ms arriba el anlisis de datos primarios como el mtodo cuantitati-vo que versa sobre datos ad hoc producidos por el propio investigador; laforma ms caracterstica de tal produccin es la encuesta, en la que se acos-tumbra a interrogar a una muestra de individuos estadsticamente representa-tiva de la poblacin que interesa estudiar, pidindoles respuesta, por lo gene-ral de entre un repertorio cerrado, a una serie de preguntas acerca de susactitudes y opiniones sobre determinadas cuestiones, as como acerca de ciertos

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    atributos, variables, conocimientos y actuaciones que les corresponden, con-ciernen, o han llevado a cabo previamente. Seala Rokkan que en la primerafase de la utilizacin de entrevistas en masa, empleadas con fines de estudiosde mercado, los informes elaborados se limitaban a indicar el porcentaje deentrevistados que contestaban de acuerdo con cada uno de los items propues-tos, con lo que

    el modelo subyacente de pblico era plebiscitario e igualitario. Los inves-tigadores de la opinin partieron de la premisa bsica de la democraciade sufragio universal: un ciudadano, un voto, un valor. Igualaron losvotos con otras expresiones de la opinin, y dieron el mismo valor nu-mrico a cada una de tales expresiones, tanto si se articulaban con inde-pendencia de cualquier entrevista como si se manifestaban en el cursode una de ellas. La suma total de expresiones era presentada como unaestimacin de la opinin pblica acerca de la cuestin de que se tra-tase. El objetivo perseguido con toda claridad no era solamente clasifica-torio y enu m erativ o, sino identificar la volu ntad p op ular a travs deentrevistas por muestreo, en lugar de hacerlo a travs de elecciones yreferencia. Para los pioneros como George Gallup y Elmo Roper, laencuesta era esencialmente una nueva tcnica de control democrtico;las entrevistas contribuan a sacar a la luz la voluntad de la mayora noorganizada ni articulada, como un poder compensador de la presinejercida por muchos intereses minoritarios (1966: 16).

    El modelo un ciudadano, una opinin fue siendo gradualmente abando-nado, de modo que hacia el final de la dcada de los cincuenta la prctica delos investigadores de la opinin comenz a reflejar los modelos diferenciadosde formacin de la opinin elaborados por psiclogos, socilogos y politlogos;en resumidas cuentas, lo que se abra paso era la nocin de la existencia dedistintos pblicos en el seno del electorado, y la presencia en ellos de forja-dores, transmisores y receptores de opinin; por otra parte, un mejor conoci-miento de los mecanismos de la entrevista pona de manifiesto cmo el entre-vistador mismo condicionaba las respuestas del entrevistado, y con qu fre-cuencia ste formulaba sus respuestas prcticamente al azar, sin que expresa-ran conviccin alguna ni estuvieran apoyadas por la mnima informacin yreflexin previas. La preocupacin por el nivel de educacin del respondente,por su grado de informacin sobre el tema, y por su inters respecto de lacuestin planteada, se convirtieron en criterios bsicos para la valoracin de lasrespuestas obtenidas, corrigindose en este sentido la primitiva concepcin dela opinin pblica como un simple agregado aritmtico de respuestas.

    Hyman, un clsico en materia de encuestas, se muestra ms preciso queRokkan al reconstruir la discusin sobre el carcter plebiscitario de las prime-ras encuestas; justamente porque se pensaba que las encuestas permitan ex-presarse a quienes carecen de poder y relaciones, se desat contra ellas la cr-

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    tica de los defensores de un tipo de sociedad pluralista, la sociedad norte-americana, en la que las presiones sobre los legisladores y gobernantes consti-tuan una pieza necesaria y respetable del mecanismo poltico. La nocin deque el juego de las minoras informadas y poderosas constitua el medio natu-ral de la accin poltica se completaba con una visin del Gobierno como elque efecta ajustes entre ellas y establece el adecuado equilibrio. Las encues-tas de opinin recogen normalmente las de quienes carecen de influenciapoltica, por lo que no reflejan el peso del poder poltico dentro de la nacin;no hay, pues, una relacin necesaria entre las opiniones expresadas y la accinpoltica. La insistencia en la gran diferencia de poder poltico entre los indi-viduos es caracterstica de esta crtica a la pretensin plebiscitaria de las en-cuestas de opinin: Kriesberg pudo escribir en 1949 que la opinin deldirector de un peridico o de un comentarista de radio, de un poderosohacendado, un industrial o un lder obrero, es mucho ms importante desdeel punto de vista poltico que la de un trabajador o un pen de granja comu-nes (apud Hyman, 1971: 411). Lo que estas crticas negaban era, pues, elideal democrtico de la igualdad poltica, y ello en nombre de una sociedadpluralista organizada; Blumer (1954) indica expresamente que las encuestaspasan por alto las diferencias de prestigio, posicin e influencia de los indivi-duos, que tanta relevancia tienen en la formacin y expresin de la opinin p-blica. El propio Hyman se hace eco de tales crticas, y llega a la conclusinde que quiz las encuestas de opinin puedan disearse y analizarse de ma-nera que sea posible ponderar las opiniones expresadas en funcin de algn'coeficiente de poder' que trascienda la opinin del individuo o del gru-po (1971: 412). Algunas de las crticas dejan de lado el argumento de lasdesigualdades individuales y del funcionamiento a travs de grupos organiza-dos de la sociedad pluralista a la americana, y se centran con ms pulcritud enel rechazo del aspecto plebiscitario de las encuestas, como es el caso de Arbuth-not cuando escribe que no hay forma de adoptar una poltica mediante unavotacin >ad hoc' sobre cuestiones especificas . . . Nunca ser posible reempla-zar el sistema representativo de la democracia moderna por el voto directo,porque evidentemente debe existir un pequeo grupo que tome decisiones, lesimprima coherencia y separe las cuestiones principales de las subsidiarias(apud Hyman, 1971: 416); en esta direccin se ha llegado incluso a propugnarla no publicacin de los resultados de los sondeos de opinin, ya que consti-tuyen una forma atpica de presin sobre los gobernantes, cuyo papel no sereduce a dar cumplimiento directo a la voluntad popular, al menos a la que nose canaliza a travs de los medios establecidos.

    He querido detenerme sumariamente en esta discusin, que muchos con-siderarn completamente superada, por parecerme que refleja con especial cla-ridad la ambigedad originaria de una tcnica o modo de investigacin quecon frecuencia ha sido confundido vulgarmente con la propia Sociologa: in-dagacin de la opinin pblica y posibilidades de accin poltica parecen ha-ber marchado al mismo paso en la utilizacin de las primeras encuestas, del

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    mismo modo que lo han hecho en su crtica el rechazo de las consultas plebis-citarias por mor del funcionamiento de las instituciones representativas, y elrechazo del igualitarismo en nombre de la gestin minoritaria de intereses or-ganizados que caracteriza la concepcin norteamericana de la sociedad plura-lista. En todo caso, y como ha sabido ver Habermas, la opinin pblica es-tudiada por las encuestas de opinin ha quedado despojada de su vinculacinhistrica con el contexto de las instituciones polticas: el pathos positivistaabstrae sus aspectos institucionales y procede a la disolucin sociopsicolgicadel concepto de opinin pblica, reducindolo a poco ms que actitudes, inclu-so sin verbalizar; lo que pasa hoy por opinin pblica no es ms que susucedneo sociopsicolgico ( 1 9 8 1 : 264-267). Sucedneo que, pese a repetidasdeclaraciones de que indaga opiniones de grupo, no recoge sino opiniones in-dividuales: por ms que stas se ordenen de acuerdo con los grupos sociales aque pertenecen los respondentes, y por ms que la distribucin de frecuenciasmuestre regularidades grupales en las respuestas, las opiniones recogidas sonopiniones de individuos agregadas cuantitativamente, no de grupos.

    Dejando aparte los muchos problemas que plantea la formacin de escalasy la determinacin de ndices y tipos, el anlisis de la agregacin cuantitativade opiniones individuales goza de una larga tradicin de simplicidad a travsde su presentacin en forma de tabulaciones porcentuales cruzadas, en las queuna de las entradas corresponde a la variable presuntamente independiente, yla otra a la dependiente; pero incluso las ms complejas tablas de este tipo,con tres o quiz cuatro variables, no son capaces sino de establecer la direccinde la relacin entre dos de ellas o dos grupos de ellas, sin muchas posibilida-des de apreciar el juego conjunto y diferenciado de una serie ms o menos lar-ga de variables independientes o intervinientes (dificultad que, dicho sea depaso, afecta de parecida manera a la correlacin y regresin simples). De aquque este anlisis de pan y chocolate est siendo sustituido ltimamente porformas mucho ms refinadas de anlisis multivariable, que persigue precisa-mente la identificacin de procesos multicausales, atribuyendo a cada una delas variables presuntamente independientes su cuota de responsabilidad en elproceso estudiado. El inconveniente obvio de tales procedimientos es el excesode fe en su sofisticacin estadstica, que lleva al olvido de que toda la com-plejidad analtica descansa sobre una construccin hipottica llevada a cabopor el investigador, sobre la definicin de sus variables y su modo de relacin,y en ltimo extremo sobre la calidad de los datos de base. Parece como si unavez ordenados los datos en una matriz sufrieran un doble proceso de abstrac-cin y purificacin que los convirtiera sin ms en cientficos, o como si unavez formalizadas las relaciones entre variables en un grajo se convirtieran enrelaciones indiscutibles; pero ste es el riesgo de cientifismo que siempreacecha al mtodo cuantitativo, y contra el que har bien en estar crticamenteprevenido el investigador.

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    6. El mtodo cualitativoAcerca de la antinomia cantidad-cualidad ha podido escribir Brodbeck:la cuantificacin se ha tornado en smbolo de prestigio para muchos cientfi-cos sociales ... Para otros, por el contrario, la cuantificacin es anatema ...Tanto el sueo ilusionado como la pesadilla son reacciones desproporcionadas.La lgica de la situacin no justifica ni el exceso de celo ni la repudiacin to-t a l . . . , pues la dicotoma cantidad-cualidad es esprea. La ciencia se refiere almundo, esto es, a las propiedades y alas relaciones entre las cosas. Una canti-dad es una cantidad de algo. En concreto, es una cantidad de una 'cualidad' ...Una propiedad cuantitativa es una cualidad a la que se le ha asignado un n-mero (cit. por Castillo, 1972: 126). Cosa parecida viene a decir Mayntz,

    Holm y Hbner en su popular manual, aunque de manera a la vez ms pru-dente y ms operativa: al establecer la diferencia entre propiedades cuantitati-vas y cualitativas, sealan que en las primeras el valor especfico de lapropiedad es una medida, grado o cantidad, mientras que en las cualitativases una manera\ y se apresuran a sealar que los atributos o propiedadescualitativos permiten, no obstante, su cuantificacin... Con suficiente frecuen-cia la propiedad cualitativa puede representarse como un atributo cuantitativopluridimensional mediante su divisin analtica en dimensiones parciales ais-ladas... La diferenciacin entre propiedades cuantitativas y cualitativas es,pues, provisional e inexacta (Mayntz, Holm y Hbner, 1975: 19), con lo quela distincin entre un mtodo cuantitativo y otro cualitativo, aunque posible,sera igualmente provisional; y desde el punto de vista del prestigio de locuantitativo, todo mtodo cualitativo sera insuficientemente cientfico, no lobastante maduro, o demasiado perezoso. Pues bien, va de suyo que no puedoestar de acuerdo con estos planteamientos, que de manera confesa son cuan-titativistas. Tanto por lo que se refiere al objeto de conocimiento como almtodo que le sea adecuado, cantidad y cualidad se sitan en dos planos com-pletamente diferentes (abstraccin hecha de la ley de la dialctica que afirmael paso de la primera a la segunda, y que no voy a discutir aqu), planos queimplican modos no convergentes de enfrentar la cuestin.

    Creo que lleva toda la razn Ibez cuando plantea el problema de larenuncia a la ilusin de transparencia del lenguaje y su consideracin comoobjeto, y no slo como instrumento, de la investigacin social (1979: 19):la negacin al lenguaje de su condicin de dado, su cuestionamiento, implicauna ruptura epistemolgica que constituye el mtodo cualitativo; segn Ib-ez, as como la ruptura estadstica intenta ir a las cosas mismas, a los he-chos desnudos, traspasando la ideologa que la cosa traa, la ruptura lings-tica des-construye la nocin ideolgica para reconstruir con sus fragmentos unconcepto cientfico (la ideologa es su materia prima, la materia sobre la quetrabaja: y que des-construye para re-construir una ciencia) (1979: 21). Deesta forma, el propio discurso se constituye en el objeto privilegiado de la

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    investigacin: el lenguaje no es slo un instrumento para investigar la socie-dad, sino el objeto propio del estudio: pues, al fin y al cabo, el lenguaje es loque la constituye o al menos es coextensivo con ella en el espacio y en eltiempo (1979: 42). En definitiva, como el propio autor seala, la tecnologaestadstica ocupa un lugar subordinado a la tecnologa lingstica, pues contarunidades es una operacin posterior y lgicamente inferior a la de estableceridentida des y diferencias; o dicho de otro m od o: L as tcnicas 'cualitativas 'no son menos matemticas que las 'tcnicas cuantitativas'; lo son antes y ms,pues la mathesis 'ciencia del orden calculable' es, histrica y lgicamente,anterior al nmero (1979: 44). El autor, en esta suerte de pugna de prela-cin, coloca por delante del mtodo cuantitativo al cualitativo, y, desde luego,lleva toda la razn desde el punto de vista lgico; para m que, sin embargo,huelga entrar en tal discusin. Creo que basta con afirmar el mtodo cualita-tivo junto al cuantitativo, dejando que sea el objeto de conocimiento el quelo justifique y reclame en funcin de sus propias necesidades, perfectamentediferenciadas. Esta determinacin por el objeto, esto es, por el aspecto o com-ponente del objeto de que se quiera dar razn, implica que uno y otro m-todo han de calificarse de empricos, aunque en uno, el cualitativo, se tratede establecer identidades y diferencias y el lenguaje sea elemento constitu-tivo del objeto, mientras que en el otro, el cuantitativo, se cuenten unida-des y no se haga cuestin del lenguaje; pero en ambos casos es necesaria laobservacin del objeto como proceso de produccin de datos (en feliz ex-presin efe bez: cr. 1979: 38), aun cuando, tambin en ambos casos, nopueda ocultarse al investigador que no hay datos inmediatos, sino que todosestn lingsticamente producidos, esto es, mediados. En efecto, como sealael autor, no slo los datos primarios son ante todo una enunciacin lings-tica (la encuesta no registra como datos otros fenmenos que los que ellamisma produce), sino incluso los secundarios, producidos en todo caso pormedios tcnicos que implican determinaciones verbales. Desde este punto devista s puede sostenerse la preeminencia del mtodo cualitativo sobr el cuan-titativo, en la medida en que opera a partir de la renuncia a la ilusin de latransparencia del lenguaje; en tanto que el mtodo cuantitativo se contentacon la ruptura estadstica, sin llegar a ser consciente de que los hechos quemaneja se manifiestan en un lenguaje estructurado. Pero, insisto, no me inte-resa aqu establecer prelaciones, sino concurrencias; los mtodos empricoscuantitativo y cualitativo son, cada uno de ellos, necesarios in sua esfera, insuo ordine, para dar razn de aspectos, componentes o planos especficos delobjeto de conocimiento. No slo no se excluyen mutuamente, sino que serequieren y complementan, tanto ms cuanto que el propsito de abarcar latotalidad del objeto sea ms decidido.

    Una de las vas cualitativas ms caractersticas es el llamado grupo dediscusin, al que Ibez dedica su libro, y que es definido como una con-fesin colectiva (1979: 45) que deja inmediatamente de serlo, o de parecer-

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    lo , ya que el sujeto del enunciado dejar de ser el sujeto de la enunciacin:se hablar en grupo, en segunda o tercera persona, de cualquier cosa (1979:123); esta tcnica, heredera con la tambin cualitativa entrevista en profundi-dad de la sesin de psicoanlisis o clnica, se emparenta con las tcnicas degrupo ampliamente utilizadas en el campo de las relaciones humanas. ParaIbez, en el gru