Cinco Viajes Al Infierno - Martha Gellhorn

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Martha Gellhorn CINCO VIAJES AL INFIERNO Aventuras conmigo y ese otro traducción de Ana Guelbenzu

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Martha Gellhorn

CINCO VIAJES AL INFIERNOAventuras conmigo y ese otro

traducciónde Ana Guelbenzu

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Título original: Travels with Myself and Another. Five Journeys from Hell

© Martha Gellhorn, 1978© De la traducción: Ana Guelbenzu© De la fotografía de cubierta: Cornell Capa - Robert Capa / Magnum Photos;de la fotografía de la página 11, JFK Presidential Library & Museum; de la pág. 12, Keistone / Getty Images; de la pág. 13, Robert Capa /Magnum Photos y JFK Presidential Library & Museum; de la pág. 14,Everett Collection / Cordon Press.

© De esta edición: Revista Altaïr, S. L.Eduard Maristany, 372-37408918 Badalonawww.altair.es

Impresión: Romanyà Valls

Depósito legal: B-8444-2011ISBN: 978-84-937555-5-3

Esta obra está protegida en su totalidad por el copyright.Cualquier forma de reproducción, distribución, comunicación públicao transformación de esta obra solo puede ser realizadacon la autorización de sus titulares, salvo excepción prevista por la ley.Diríjase a CEDRO (Centro Español de Derechos Reprográficos, www.cedro.org)si necesita fotocopiar o escanear algún fragmento de este libro.

H#15 Gellhorn:Maquetación 1 21/3/11 16:36 Página 6

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Para Diana Cooper, con todo mi amor

El buen viajero no sabe adónde va.El gran viajero no sabe dónde ha estado.

ChuangTzu

Salta antes de mirar.Antiguo proverbio eslavo

Oh S. las imágenes son peores que los trayectos.Sybille Bedford, A visit to Don Otavio

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Introducción 19

Credenciales 23

Los tigres del señorMa 29

De barco en barco 83

En África 135

Unamirada a lamadre Rusia 279

¿Qué aburre a quién? 325

Inconclusión 333

Sumario

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Entre 1937 y 1938, Martha Gellhorn escribió crónicas sobre la Guerra Civil española, con-

flicto que siguió desde el bando republicano. En una carta a Eleanor Roosevelt, escribió

que “Este país es demasiado bonito para que caiga enmanos de los fascistas”.

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Martha Gellhorn habla con miembros del V Ejército británico durante la batalla de

Monte Cassino (Italia).Al final de la Segunda GuerraMundial, la periodista acompañó a

las tropas aliadas en su avance por Europa.

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Martha Gellhorn baila con Ernest Hemingway en noviembre de 1940, recién casados,

en el restaurante Trail Creek Cabin de SunValley (Idaho). Su amigo el fotógrafo Robert

Capa pasó un par de semanas con ellos para realizar un reportaje para la revista Life.

La escritora en 1940 en Sun Valley. Martha Gellhorn, que contaba con treinta y dos

años, acababa de publicar la recopilación de narraciones The Heart ofAnother.

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Gary Cooper y su esposa Veronica Balfe se despiden de Martha Gellhorn y Ernest

Hemingway, que inician su viaje a China. En 1943 el actor protagonizó la película Por

quién doblan las campanas, basada en el libro que Hemingway dedicó aMartha Gellhorn.

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Martha Gellhorn nació en 1908 junto al río Misisipí, en la ciudad deSaint Louis, pero en una familia que poco tenía que ver con el tópicoconservador del Medio Oeste de Estados Unidos. Su madre destacócomo activista a favor del voto femenino; su padre era ginecólogo,de ascendencia judía y alemana. Ambos imprimieron en su hija unindeleble y crítico sentido humanista, que la impulsó a poner en cues-tión la verdad oficial y la situó al lado del más débil.Para cursar los estudios superiores, ingresó en el Bryn Mawr Co-

llege, institución privada y elitista de Filadelfia. Pero lo abandonóantes de graduarse para curtirse como corresponsal de prensa en el ex-tranjero. Llegó a París con una máquina de escribir y 75 dólares en elbolsillo. Vendió sus primeros reportajes enVogue, United Press y otrosmedios, a la vez que se vinculó a grupos de izquierdas y pacifistas.De regreso a Estados Unidos, publicó la novelaWhat Mad Pur-

suit (1934), el primer libro de una obra que suma veinte volúme-nes, entre libros de ficción y recopilaciones de relatos de viajes, re-portajes o cartas. Su país se encontraba en lo más crudo de la GranDepresión causada por el Crac de la bolsa de 1929, y recibió el en-

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cargo de Harry Hopkins, uno de los más cercanos colaboradoresdel presidente, de informar sobre cómo afectaba la crisis en las áreasindustriales. El testimonio de Martha Gellhorn cuajó en forma delas cuatro narraciones de Trouble I’ve Seen (1936), que apareció conun prefacio de H. G. Wells. El libro captó la atención de la prime-ra dama, Eleanor Roosevelt, con quien entabló una amistad depor vida.Aunque ella lo calificaría más bien de un traspiés, también mar-

có su existencia su escapada a Florida, a Key West, para celebrar laNavidad de 1936. Allí, en el bar Sloppy Joe’s, coincidió con ErnestHemingway. Un año más tarde, Martha cruzaba la frontera españo-la a pie por Andorra, con una mochila y cincuenta dólares. Una vezen Barcelona, se encontró de nuevo con el escritor e iniciaron un ro-mance. ComoHemingway, Martha se alineó con la causa republica-na. «Este país es demasiado bonito para que caiga enmanos de los fas-cistas», escribió a Eleanor Roosevelt. Quien quiera conocer supercepción de la Guerra Civil, su estilo y su concepción del mundo,ha de leer su reportaje «The Third Winter is the Harder», sobre losataques y carencias que soportaba la población civil. Años más tarde,dedicaría el libro The Undefeated (1945) a los exiliados que se incor-poraron a la Resistencia francesa.Al cabo de un año, Martha y Hemingway se encontraban en

París, y luego se establecían en Cuba, en Finca Vigía. Durante estosaños, Martha no dejó de acudir adonde hubiese conflicto. Así, pasópor Alemania, también estuvo en Finlandia durante la Guerra de In-vierno. Por fin se casó con Hemingway en 1940, enWyoming, eventoque fue retratado por Robert Capa. Hemingway enseñaría a Marthaa montar a caballo, a disparar, a pescar. Al atardecer, jugaban a tenis.A ella dedicó la novela Por quién doblan las campanas (1940), dondeHemingway volcó su experiencia española. A su vez, Gellhorn se lo lle-vó a un viaje demiles de kilómetros por una China inmersa en la gue-rra contra los japoneses. Ella lo dejó por escrito en el relato “Los tigresdel señor Ma”, incluido en el presente volumen, donde Hemingwayaparece bajo las iniciales C. R. (de «compañero reticente», o «Unwi-lling Companion» en inglés).

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Martha siguió la Segunda Guerra Mundial desde muchas loca-lizaciones: el Caribe, Inglaterra, Italia, Francia, Alemania. Justo antesdel Desembarco de Normandía, Hemingway se marchó a Inglaterracomo corresponsal de Collier’s. Esta revista era donde Martha pu-blicaba, pero solo disponían de una acreditación para cubrir la con-tienda, y ella se quedó sin credencial. Martha tardó dos semanas encruzar el Atlántico, en un carguero noruego que transportaba dina-mita y vehículos anfibios. El matrimonio había naufragado defi-nitivamente. En 1945 firmaron el divorcio. A partir de entonces,Martha Gellhorn rechazó cualquier pregunta que la vinculase aHemingway. No quería «convertirse en una nota a pie de página enla vida de otro», según sus palabras. El día del desembarco, Marthase enroló como camillera para acompañar a las tropas americanasque tomaron la playa normanda de Omaha. Hemingway lo mirótodo desde un barco.El Ejército de Estados Unidos prohibió la presencia de corres-

ponsales femeninos en el frente, y Martha Gellhorn evitó los con-tactos oficiales mientras seguía la campaña de Europa. Comió elrancho de los soldados rasos, y estuvo entre los primeros periodistasque entraron en el campo de concentración de Dachau. Eso «locambió todo», escribió. De ahí su apoyo incondicional a Israel,donde cubrió la Guerra de los Seis Días. También estuvo en distin-tos conflictos de la América Central y del Sur, en Java, en Vietnam.Esta última guerra le hizo sentir vergüenza de su país. Se instaló enInglaterra, una más de las muchas residencias que tuvo—hasta onceapunta en el presente libro—, en sitios como Cuernavaca enMéxico,en el valle del Rift de Kenia, Roma o el País de Gales. Sus crónicassobre Vietnam se publicaron en su país de adopción, pero no en losmedios estadounidenses. Como en laGuerra Civil española y en otrascontiendas, también visitó hospitales, orfanatos, campos de refu-giados, para narrar esos efectos colaterales que otros zanjaban de unplumazo, hasta que el Gobierno de Vietnam del Sur se negó a reno-varle el visado. En 1972 viajó por la Unión Soviética. A sus 81 años,se trasladó a Panamá para escribir sobre la invasión de Estados Uni-dos. En un taxi le advirtieron que «no debía viajar sola». Con 87 años,

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se desplazó a Brasil para escribir sobre los asesinatos de los niños dela calle. Cuando estalló la guerra en la antigua Yugoslavia, declaró queya no estaba suficientemente ágil.Siempre tuvo el ojo puesto en los puntos más calientes del plane-

ta, dispuesta a relatarlos a ras de suelo. «Lo que de verdadme ha absor-bido en la vida es lo que pasa fuera», afirmaba en una carta. Novios,amantes y maridos quedan para las notas a pie de página, como ellasiempre quiso. Le interesaba más situarse cerca de la gente de la calle.En sus reportajes, buscaba los pequeños detalles que pudiesen trans-mitir el modo de pensar o los conflictos sociales, preguntándose siem-pre cómo interpretaban la realidad aquellos que la rodeaban. Usandosu pluma rápida, a veces afiladísima, partiendo de la convicción de quela pretendida objetividad del periodismo no tenía sentido, batalló con-tra las distintas caras del fascismo, contra el racismo, el anticomunis-mo, el maccarthismo, contra Richard Nixon y Ronald Reagan.En 1998, a los 89 años de edad, enferma de cáncer y casi ciega,

decidió que su tiempo había llegado a su fin e ingirió una sobredo-sis de barbitúricos.

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Introducción

No todos podemos ser Marco Polo ni Freya Stark, pero aun así mi-llones de personas viajamos. Los grandes viajeros, vivos y muertos,constituyen una especie en sí mismos, son profesionales únicos. No-sotros somos aficionados, y sin embargo también tenemos nuestrosmomentos de gloria, nos cansamos, los ánimos flaquean, y pasamosnuestros momentos de rencor. ¿Quién no ha oído, sentido, pensadoo dicho, en el transcurso de un viaje, estas palabras?: «Por el amor deDios, ¿han vuelto a perder el equipaje?», «¿Hemos venido hasta aquísolo para ver esto?», «¿Es necesario que hagan tanto ruido, malditasea?», «¿A esto lo llaman habitación con vistas?», «Más que darle pro-pina le daría una patada en la boca».No obstante, perseveramos y hacemos todo lo posible por vermun-

do y desplazarnos. Vamos a todas partes. Al regresar, nadie está dis-puesto a escuchar nuestras anécdotas de viajeros. «¿Cómo ha ido elviaje?», preguntan. «Genial», decimos. «En Tiflis vi…» Mirada per-dida. Tan pronto como la buena educación lo permite, o inclusoantes, la conversación deriva a noticias locales como los cotilleos, elescándalo político de turno, quién ha leído qué, la serie de la noche

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anterior… La gente prefiere hablar del tiempo que oír nuestras en-tusiastas crónicas de Copenhague, el Gran Cañón o Katmandú.El único aspecto de nuestros viajes que tiene público garantizado

es el desastre. «¿Que el camello te hizo caer en la Gran Pirámide y terompiste una pierna?», «¿Perseguisteis al carterista por laGalería y todoNápoles, y perdisteis todos los cheques de viaje y el pasaporte?», «¿Osquedasteis encerrados y se olvidaron de vosotros en una sauna enViipuri?», «¿Os intoxicasteis con tomaína* por comer ojos de oveja enun banquete druso?» Eso es lo que les gusta. Están impacientes porque acabemos para ponerse a contar historias de su propio sufrimientoen tierras extrañas. El caso es que apreciamos nuestros desastres, y eneso aventajamos a los grandes viajeros, que reúnen todos los impre-sionantes requisitos necesarios para su trabajo, pero carecen de humor.Yo apenas leo libros de viajes, prefiero viajar. Este no es un libro

de viajes al uso. Tras presentaros mis credenciales para que creáis quesé de lo que hablo, os ofrezco un relato de mis mejores viajes horri-bles, escogidos de una amplia gama, recordados con ternura una vezsuperados. Todos los viajeros aficionados han vivido viajes terribles,largos o cortos, antes o después, de unmodo u otro. Como estudiantedel desastre, me he percatado de que reaccionamos de igual maneraante nuestras tribulaciones: con crispación y amargura en elmomento,y orgullo después. Nadamejor para la autoestima que la supervivencia.Viajar requiere verdadero aguante, y va a peor. ¿Recordáis los vie-

jos tiempos en que teníamos maleteros y no secuestradores; cuandolos hoteles estaban construidos y terminados antes de llegar; cuando losprincipales gremios no estaban de huelga en el punto de salida o dellegada; cuando nos daban generosas raciones de mantequilla y mer-melada para desayunar, no esos diminutos recipientes de celofán ycartón; cuando el tiempo era fiable? ¿Y cuando no había que planifi-car el viaje como una operaciónmilitar y reservar con antelación y de-pósito incluido; cuando el Mediterráneo estaba limpio? ¿Os acordáis

* El término «tomaína», hoy en día prácticamente un arcaísmo científico, se aplicabaantiguamente a un supuesto grupo de sustancias químicas de las que se sospechaba

que provocaban intoxicaciones alimentarias. El descubrimiento de las bacterias dejó

obsoleta esta teoría (N. de laT.).

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Introducción

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de cuando erais una persona y no una oveja, apiñados en aeropuer-tos, estaciones de tren, telesillas, cines, museos, restaurantes, entre lasdemás ovejas? ¿Y de cuando sabíais cuánto valdría vuestro dinero enotras divisas, o cuando esperabais confiados que todo fuera bien en vezde considerar un milagro que no saliera todo mal?No somos héroes como los grandes viajeros, pero los aficionados

seguimos siendo una raza bastante dura. Por muy horrible que hayasido el último viaje, nunca perdemos la esperanza con el próximo, asaber por qué.