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JIMMY
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El coche bajó del barco que les llevó de Algeciras a Ceuta para poner rumbo a
Melilla. Jaime llevaba a su mujer y a sus dos hijos a casa de su madre para pasar las
navidades. Siempre las pasaron en su casa de la península, pero como el alzheimer de su
madre se agudizó tanto decidieron pasar las fiestas con ella.
Era el día de nochebuena y la ciudad les recibió cubierta de adornos navideños
colgados por todas partes y Jimmy, el hijo mayor, no pudo reprimir un gesto de
disgusto. No le gustaba las navidades porque coincidía con su cumpleaños y, además de
eclipsarlo, eso supone perder un regalo.
Cuando llegaron les abrió la puerta la hermana de Jaime inundando la casa de
voces y gestos de alegría propios de la navidad, pero todo ese jaleo no fue suficiente
para despertar a su madre, quien yacía sentada en su silla de ruedas con la cabeza
inclinada hacia abajo. Jaime se arrimó a ella mientras la saludaba pero se limitó a
levantar la cabeza y mirarle con cara extrañada para luego volver a bajarla. Hablaron
sobre ella y, mientras tanto, Jimmy, alejándose del barullo, se quedó frente al espejo de
la entrada mirándose fijamente: la cara redonda, el pelo fino, los ojos rasgados y
achinados, las orejas pequeñas y redondas, la lengua grande… Jimmy tiene síndrome de
down. Se llama Jaime, como su padre, pero para distinguirlos prefieren evitar el
diminutivo para impedir cualquier chiste. Así que, decidieron llamarle cariñosamente
Jimmy.
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-Jimmy- su padre fue a por él- nosotros vamos a hacer unas compras de navidad.
Tú quédate cuidando a la abuela, ¿vale?.
-Vale.
- ¿Sí?, ¿puedes hacerlo?. Venga, quédate aquí junto a la abuela.- mientras Jaime
hablaba con él le sujetaba por los hombros para llevarle junto a la televisión- Mientras
pon la tele y cuida de la abuela.
Jaime, su mujer y su hija pequeña ni siquiera se habían quitado el abrigo. La
hermana acudió a la entrada donde la esperaban y todos juntos salieron de la casa
mientras Jimmy, sentado en el suelo junto a la tele, escuchaba cómo se difuminaba el
murmullo.
No era extraño dejar a Jimmy solo ni tampoco dejarlo al cuidado de alguien ya
que tuvo más de una ocasión de demostrar su valía. Y a él no le resultaba difícil, bastaba
con estarse quieto junto a la persona al cuidado, como un perro guardián, hasta que
llegasen sus padres. Nunca tuvo que hacer nada más, ni si quiera tuvo una ocasión para
enfrentarse a un imprevisto. Y estaba orgulloso de cumplir su misión.
Miró la salita de arriba abajo, toda llena de adornos navideños: campanitas, piñas
doradas, lazos rojos y, por supuesto, el árbol de navidad. Finalmente, sus ojos
aterrizaron en su reflejo en la tele apagada. Luchó consigo mismo para no encenderla y
hacer bien su trabajo pero no pudo resistir los encantos de la caja tonta contra el
silencio. La encendió y dejó pulsado el botón de cambio de canal hasta que encontró
dibujos animados. Quedó hipnotizado viendo a esos personajes vestidos de rojo sobre la
nieve, con esos colores tan vivos y tan alegres, disfrutando de los sonidos de las
campanas, viviendo la fantasía que le transmitía. Pero le despertó un sonido extraño,
como un ronquido ahogado. Jimmy lo oyó sin prestarle atención y sin quitar la vista de
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la pantalla. De repente escuchó: “Te vas a llevar una sorpresa…” Jimmy se volvió y vio
a su abuela, mirándole fijamente, con los ojos entrecerrados, para finalmente expirar y
dejar caer la cabeza muerta sobre su pecho. Jimmy se levantó lentamente temiéndose lo
peor. “¿Abuela?, ¿abuela?”. La llamaba mientras se acercaba a ella. La cogió de los
pelos, le levantó la cabeza, y la dejó caer. Le miró el pecho y no notó ningún
movimiento de respiración. La abuela siempre fue mala con él, era una mujer antipática
y desagradable, no le gustaban los niños y sólo quería estar sola. Ni siquiera quería que
la viniesen a visitar. Y, aunque a Jimmy tampoco le gustase ella, era su abuela y ahora,
viéndola sentada y muerta, le inundó una gran tristeza. De repente se desesperó y llamó
a su abuela a gritos esperando alguna respuesta. Tan desesperado estaba que apenas
reparó en unos ruidos provenientes del desván, como si alguien hubiese entrado en
cólera y estuviese echando abajo todo lo que tuviese a su alrededor. Entonces se abrió la
puerta de la calle y cesaron los ruidos. Entró Jaime seguido de todos los demás,
encontrándose a Jimmy llorando, agarrado al brazo de la silla de ruedas.
- ¿Qué pasa Jimmy?
- La abuela está muerta.
Jaime se acercó a su madre y la llamó con suavidad varias veces hasta que ésta
despertó violentamente.
- ¿Jaimito?. ¡Ay, Jaimito!. ¡Qué grande estás!.
- Sí mamá, soy Jaimito. Feliz navidad, mamá.
- ¿Que es navidad dices…?.
- ¡Abuela!- interrumpió Jimmy incrédulo-. ¡Pero si la he visto muerta!.
- Bueno Jimmy, vamos a ver, la abuela está malita. No sabe lo que dice…
- ¡Pero si dejó de respirar, que yo lo vi!.
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- No. Tú crees que dejó de respirar pero lo que pasa es que a veces le cuesta. La
abuela no está bien de la cabeza y no puedes ni asustarte tú ni darle esos sustos a la
abuela.
Jimmy estaba confuso e indignado. Tenían que creerle, él había visto a su abuela
muerta.
-Menos mal que estábamos en la tienda de enfrente- dijo Jaime-. Mira Jimmy, ya
es casi de noche y tenemos que darnos prisa. Nos vamos a ir otra vez antes que cierren
las tiendas. Todo está preparado ya para esta noche, sólo faltan unas cosillas. Las vamos
a comprar en un momento y enseguida volvemos. Quédate un rato más cuidando de la
abuela.
- No. Con la abuela, no. Es mala y me da miedo.
- ¿Te da miedo?. Jimmy eres un hombre ya- Jaime fijó muy seriamente la mirada
en su hijo. Era como si le dijese que confiaba en él y esperaba que no le decepcionase-.
Venga, cuida de la abuela. Yo mientras te pongo los villancicos para que estés
entretenido.
Jaime encendió el equipo de música y puso “Last Christmas” de “Wham!”. Se
dirigió a la entrada y todos salieron de la casa despacio y callados a diferencia de cómo
se fueron antes, rápida y alegremente.
Jimmy apagó el equipo de música y encendió la tele muy despacio tratando de
evitar el reflejo de su abuela, escuchando su lenta y dificultosa respiración. Los dibujos
animados habían terminado y en su lugar emitían un programa de misterio. A Jimmy le
servía mientras vigilaba de espaldas a su abuela, pendiente de su respiración, oyendo
como algo muy lejano la charla de la tele. Por momentos, la abuela dejaba de respirar.
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Entonces Jimmy se quedaba clavado en el suelo hasta que volvía a emitir esos extraños
ronquidos. Finalmente, la tele le arrebató la atención:
“…dejan de vivir hasta que son llamados por sus seres queridos. Son personas que
están entre los dos mundos. Hay tanta maldad en su ser que son rechazados en el cielo
y, no satisfechos con lo que se encuentran, se quedan cerca de donde mueren y luchan
por volver a su cuerpo, por volver a la vida. Normalmente se trata de personas hurañas,
llenas de veneno, de maldad, que se niegan a dejar este mundo. Entonces, cuando
mueren, se quedan cerca y toda esa energía negativa, que es su espíritu, se manifiesta
empujando todo lo que haya alrededor, golpeando las paredes. Es una forma de
poltergeist, sólo que, en este caso, la persona está entre la vida y la muerte. Sale de la
vida y vuelve cuando se consiguen despertar sus sentidos que, como ya dije, pueden
conseguirlo sus seres queridos.”
Entonces, reparó en los golpes cuando su abuela se desvaneció, y, de repente,
volvieron los ruidos al desván. Era como unos pasos lentos y cuidadosos, pero notables.
Jimmy miró hacia el techo y después desvió la mirada hacia su abuela. Estaba muerta
otra vez, había dejado de emitir esos ruidos estertores.
-“… ¿qué se puede hacer en estos casos?. ¿La persona está sufriendo o sufrirá más
si finalmente muere del todo?. ¿Hay alguna forma de salvar su alma?.”
- “Sí, sí se puede salvar su alma. Se le puede dar la extremaunción. Normalmente,
en este caso, la persona descansa y, casi en el acto, abandona este mundo. Y lo hace en
paz. Ahora bien, si la persona finalmente no vuelve a su cuerpo sino que muere
definitivamente, esa energía de maldad queda en la casa. En cualquier caso, y, aunque
esté feo decirlo, hay que ayudarle a morir para liberarse de ese purgatorio, hay que darle
ese empujón porque mientras esté entrando y saliendo de la muerte, así quedará
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eternamente y eso es un sufrimiento eterno. Si se le provoca la muerte, entonces es
como echarle y cerrar la puerta para enfrentarse a la vida después de la muerte. Date
cuenta que la maldad puede permanecer por siempre jamás en un mismo sitio. Pero hay
que tener mucho cuidado. Yo sé que se ha liberado a muchas personas y éstas se han
defendido con los recursos de ambos mundos. Por eso digo que hay que tener mucho
cuidado, porque es peligrosísimo. Se pueden manifestar de muchas maneras y esa
energía puede atacar.”
Algo pesado cayó en el desván. Después, fuese lo que fuese, fue arrastrado
lentamente. Jimmy estaba solo en casa con su abuela y, sin embargo, algo o alguien
estaba en el desván. Él sabía que era su abuela quien hacía esos ruidos en el piso de
arriba. Al fin y al cabo estaban unidos por lazos de sangre y podía sentirlo. Fue
rápidamente al interruptor de la luz, tropezó con una silla y cayó al suelo. La noche ya
había llegado y la oscuridad cubría toda la salita. Esperó unos segundos en silencio y no
escuchó ni los ruidos ni la respiración. Tratando de guardar la calma, se levantó y
encendió la luz. “¿Abuela?”, la llamó y ésta levemente levantó la cabeza y le miró. Hizo
un esfuerzo por saber quién le había hablado, entrecerrando los ojos para enfocar su
vista. Sonrió maliciosamente y le dijo: “Te vas a llevar una sorpresa…”, dejando caer
nuevamente la cabeza como un peso muerto volvió a dejar de respirar. Jimmy quedó
clavado en el suelo, mirando fijamente a su abuela, pensando en lo que le estaba
preparando. Probablemente se lo llevaría con ella o algo peor.
Volvieron los ruidos al desván. Jimmy seguía paralizado en el sitio pensando qué
podría hacer. Deseaba que llegasen sus padres y decirles que la abuela estaba entre los
dos mundos. Los golpes se hicieron más fuertes. Tenían que protegerle de la abuela. Los
pasos arriba eran más pesados. Jimmy sentía el peligro cada vez más de cerca y no sabía
qué hacer. Se oyó cerrarse una puerta seguida de varios pasos bajando la escalera
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sigilosamente. La abuela venía a por él. Con sus padres o sin ellos Jimmy tenía que
hacer algo.
Con los ojos llenos de lágrimas, lentamente y repitiendo tristemente “abuela,
abuela…”, Jimmy se acercó a ella, le levantó la cabeza y la rodeó con sus brazos. De
repente, los pasos cesaron y Jimmy creyó haber ablandado el corazón de su abuela.
Entonces lloró con más fuerza mientras la abrazaba. La luz se cortó en toda la casa y los
ruidos vinieron de muy cerca, golpeando la puerta de la calle. Se sintió traicionado por
no merecer su piedad. Tenía que actuar rápido, así que agarró con las dos manos la
cabeza de su abuela y se dispuso a girarla a modo de rosca con todas sus fuerzas hasta
que logró arrancarla. Una vez que se suponía que su alma estaba liberada volvió la luz
al mismo tiempo que todos gritaron con fuerza: ¡Feliz cumpleaños!, seguidos de unos
gritos que fueron ahogados por la impresión. Todos se quedaron helados, inmóviles, sin
poder digerir lo que estaban presenciando. Todos y cada uno de ellos empezaron a
sentirse culpables por haber pasado todo el tiempo en el desván preparando la sorpresa
para Jimmy, entrando y saliendo por la puerta de atrás, empaquetando los regalos,
tratando malogradamente de no hacer ruido, sin haber tenido la prudencia de vigilarles
de vez en cuando. En la salita sólo se escuchaba el llanto de Jimmy y el de su hermana
pequeña, quien escondía la cabeza en el pecho de su madre. Todos miraban atónitos las
manchas de sangre, las venas, tendones, y algunas vértebras sobresaliendo de la piel
arrancada de la cabeza de la abuela que Jimmy sostenía en sus manos.
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