Zamora Azaña y La Guerra Simbólica

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"El jardín de los frailes": Azaña y la guerra simbólica Author(s): Andrés Zamora Source: Hispanic Review, Vol. 71, No. 1 (Winter, 2003), pp. 31-49 Published by: University of Pennsylvania Press Stable URL: http://www.jstor.org/stable/3246997 . Accessed: 13/01/2011 17:30 Your use of the JSTOR archive indicates your acceptance of JSTOR's Terms and Conditions of Use, available at . http://www.jstor.org/page/info/about/policies/terms.jsp. JSTOR's Terms and Conditions of Use provides, in part, that unless you have obtained prior permission, you may not download an entire issue of a journal or multiple copies of articles, and you may use content in the JSTOR archive only for your personal, non-commercial use. Please contact the publisher regarding any further use of this work. Publisher contact information may be obtained at . http://www.jstor.org/action/showPublisher?publisherCode=upenn. . Each copy of any part of a JSTOR transmission must contain the same copyright notice that appears on the screen or printed page of such transmission. JSTOR is a not-for-profit service that helps scholars, researchers, and students discover, use, and build upon a wide range of content in a trusted digital archive. We use information technology and tools to increase productivity and facilitate new forms of scholarship. For more information about JSTOR, please contact [email protected]. University of Pennsylvania Press is collaborating with JSTOR to digitize, preserve and extend access to Hispanic Review. http://www.jstor.org

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Azaña

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  • "El jardn de los frailes": Azaa y la guerra simblicaAuthor(s): Andrs ZamoraSource: Hispanic Review, Vol. 71, No. 1 (Winter, 2003), pp. 31-49Published by: University of Pennsylvania PressStable URL: http://www.jstor.org/stable/3246997 .Accessed: 13/01/2011 17:30

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  • EL JARDIN DE LOS FRAILES: AZANA Y LA GUERRA SIMB6LICA

    ANDRES ZAMORA Vanderbilt University

    AS postrimerias del capitulo xv de El jardtn de los ; tAttf " ^ fratles se dedican, como muchas otras secciones !19 T : _ del libro, a examinar implacablemente una deter- ^* 1i ff .. minada concepcion tradicionalista y conserva-

    w a " * dora de Espana. El protagonista del texto regresa

    al Escorial tras unas breves vacaciones y sor- prende al Padre Blanco con una confesion apo-

    caliptica: "He sonado destruir todo este mundo" (128). En esas breves palabras cabe la obra entera. Por un lado, El jardtn de los frailes es, en esencia, una extensa amplikatio de ellas, pues o bien constituye la cronica completa de esos suenos de destruccion, o bien consiste en llevarlos minuciosamente a cabo. La asombrosa revela- cion del protagonista y narrador al Padre Blanco resume el plan fundamental que subyace al texto entero, el cual es, incidentalmente, una dilatada corvfesion. Sin embargo, el valor emblematico de esa pro digiosa de claracion no se agota aqui. En e sas mismas p alabras tambien se acumulan apretadamente la estrategia retorica y los mecanismos discursivos del texto, tal vez incluso de toda la peripecia literaria y politica de Azana. Esta estrategia y estos mecanismos del texto confieren a El jardtn de los frailes su caracter de arma letal, y convierten a su discurso en un oportuno instrumento de devastacion. "Concibo, pues, la funcion de la inteligencia en el orden politico y social como empresa demoledora," aclaraba Azana en "Tres genera-

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    ciones del Ateneo" (1: 634). Muchos anos despues, el historiador Hugh Thomas hablaria de su "elocuencia de acero, cinica, friamente destructiva" (294). Y Joaquin Arraras, uno de sus mas notorios enemigos merced a la edicion, durante la Guerra Civil, de una serie de fragmentos cuidadosamente escogidos de la obra publica de Azana y de la seccion de sus diarios sustraida en Ginebra por un colaborador del bando franquista, advierte haber trabajado con estos materiales textuales "con la misma precaucion de un quimico que opera con venenos" (6). Las Memortas tntimas de Azana publicadas por Arraras estaban ilustradas con una serie de caricaturas de Kin, comenzando por una que, colocada a manera de frontispicio sobre los primeros fragmentos antologados de la obra del presidente de la Republica, lo presenta escribiendo con una amenazadora serpiente a guisa de pluma (7). El jardtn de los frailes, cuya frase capital, la mentada "He sonado destruir este mundo," aparece conveniente- mente colocada al final del capitulo inicial de la aviesa seleccion de Arraras (28), exhibe ejemplannente la cualidad beligerante y des- tructora de la palabra a la que Azana aspiraba, que la historia le suele atribuir y que sus adversarios denunciaban con metaforas aparato- sas, hiperbolicas y reciprocamente combativas.

    En concreto, el resorte retorico escondido tras la frase "He sonado destruir todo este mundo" y por extension tras el libro entero es una peculiar fonna de la ambiguedad o la confusion. Un analisis escrupuloso del enunciado y sus aledanos contextuales no tiene por menos que deparar como conclusion que tras su terrible contundencia alienta una pequena pero insoslayable pexplejidad. ,A que refiere el personaje; que es lo que anhela destruir? ,Alude acaso a la concepcion de Espana que de hecho ha tratado de arrasar a lo largo de todo el capitulo, funcionando la frase por tanto como su perfecto epifonema, o apunta mas bien el deictico "todo este mundo" al espacio fisico que rodea a confesor y confesando, al monasterio al que acaba de regresar este ultimo, al Escorial mismo? No pretendo deshacer esa ambiguedad; en contraste, quiero senalar su caracter ineluctable, y, al mismo tiempo, proponerla como una clave retorica de todo el texto. Es imposible y lo que es mas importante a proposito indiferente-detexminar si los afanes destructivos que acaricia el personaje de Azana se dirigen hacia la fabrica de San Lorenzo o hacia una idea de Espana, ya que la estrategia discursiva que vertebra El jardtn de los frailes tiene como empeno proclamar que ambas cosas, monasterio y nacion, son absolutamente intercam-

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    biables. Es decir, tiene como objeto "confundirlas," mezelarlas, segun dice la Real Academia Espanola, "de manera que no puedan reconocerse o distinguirse."

    A lo largo de El jardtn de los frailes, el Escorial funciona con una monotona contumacia como simbolo eminente, o archivo de emble- mas, de la mencionada concepcion tradicionalista de Espana, sigui- endo fielmente la logica y los postulados impuestos por los valedores de esa concepcion. A1 confundir esta Espana, que para sus defen- sores no es simplemente una idea sino la misma realidad, con el Escorial, o con cualquier otro simbolo, el texto atrae al contrincante a su terreno, a una palestra de signos, y adquiere de repente una fulminante eficacia en sus delirios destructivos, en su desaforada batalla ideologica. Quiero aclarar, sin embargo, que para Azana estas contiendas de signos, estas escaramuzas verbales y simbolicas, no se limitaban simplemente a la condicion del ejercicio retorico o la esgrima dialectica, sino que eran susceptibles de una efectiva reper- cusion en la realidad historica. Azana, de manera ingenua y exa- gerada segun Santos Julia ("Introduccion" 14-15; Azana 304), siem- pre confirio un formidable poder factico a la palabra, una inmensa capacidad ilocutiva y perlocutiva, en la terminologia de J. L. Austin (101). En el contexto de sus actividades mas intelectuales y litera- rias, por ejemplo, eligio poner de epigrafe a cada uno de los vo- lumenes de La Pluma, su exquisita y minoritaria revista, el si- guiente mote: "La pluma es la que asegura castillos, coronas, reyes y la que sustenta leyes." Como se sabe, las primicias de El jardtn de los frailes ap are cieron p or entregas en esta revista unos anos ante s de que se publicara la version completa en forma de libro. Por lo que hace al ambito de su reflexion y actuacion propiamente politicas, Azana parecia acogerse al credo enunciado en su famoso discurso de Valladolid de 1932: ". . . felizmente en politica palabra y accion son la misma cosa. . . la palabra crea, dirige, gobierna" (Obras 2:459). En rigor, es dificil distinguir entre una faceta literaria de Azana y otra politica, entre el intelectual y el gobernante, pues ambas cosas estan inextricablemente unidas, si no es que son lo mismo, en su esquema conceptual. Por eso no debe resultar peregrino que en una con- versacion imaginaria y alucinada con Alfonso XIII recogida en una de las entradas de sus diarios, el reproche politico que le hace al rey es que "no es usted artista" (Memorzas 1:478). Tampoco debe sorpren- der que atribuya el fracaso militar del general Berenguer en Africa al hecho de no ser este como Hurtado de Mendoza, "capaz de concebir

  • 34 Andres Zamora HR 71 (2003) una obra maestra" (Obras 1: 510), de "reducir a escrito, con palabras bien acunadas, su experiencia personal" (Obras 1: 506). En principio los hechos historicos dieron la razon a Azana, que llego inopinada- mente y de la noche a la manana a la jefatura del gobierno merced al impacto producido por algunos de sus discursos, gracias, afinna Santos Julia, "al poder de su palabra" ("Introduccion" 14). A1 estudiar el desempeno de sus responsabilidades politicas y de poder, en especial su oratoria parlamentaria, institucional y electoral, diversos criticos e historiadores hablan de la sobreimposicion del artista sobre el politico (Ramos Oliviera 308-09), de la fusion de arte e ideologia (Ferrer, "Arte" 231) o de la concepcion de la actividad politica como disciplina literaria (Julia, "Introduccion" 10; Arias 172), escultorica (Arias 112-13) o pictorica (Jimenez Losantos 181), de cuyo ejercicio habria de salir una nueva Espana. Sin embargo, el alumbramiento de la nueva figura de la nacion requiere en Azana un fatal y previo gesto inconoclasta, la necesaria aniquilacion de algu- nos discursos, estatuas o pinturas de Espana que se habian perpe- tuado a lo largo de la historia. El jardtn de los frailes se enzarzo en este combate algunos anos antes de que su autor ocupara cualquier cargo o representacion politica (a no ser que se incluya en estas, de manera significativa, la de secretario del Ateneo, un foro de discu- sion). Mi proposito en lo que sigue es narrar la cronica de algunas de las escaramuzas de esta lid textual: las filas de los ejercitos enfren- tados, las maniobras de la contienda, y el ironico resultado final de las hostilidades.

    A1 margen de la condicion confesional y del caracter de libro de combate o incluso de novela belica atribuidos a El jardtn de los frailes, el texto de Azana constituye por supuesto un tipico ejemplo de una novela de aprendizaje, como han senalado Jose Maria Marco (26) y Jose Carlos Mainer (194), si bien ambos matizan que se trata de un "bildungsroman nacional" (Mainer 94) o que se ocupa especifi- camente "de su autor como espanol" (Marco 76). Tambien seria legitimo decir que la novela ostenta ciertos perfiles de otros dos subgeneros narrativos aparentemente muy alejados de los relatos de aprendizaje: la novela de cautivos y la novela carcelaria. A1 fin y al cab o la trama de la obra pue de re ducirse a dos episo dios fundamen- tales: el cautiverio del personaje en una clausura meticulosa, asfi- xiante y sepuleral, y su gozosa liberacion. A1 respecto, es preciso notar que la carcel que aprisiona al protagonista, la celda en que yace, incurre en una doble condicion. Por una parte, es un reducto

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    fisico, el colegio del Escorial; por otra, es un espacio politico e ideologico Espana, o por lo menos una determinada concepcion de ella. Cuando el protagonista llega a San Lorenzo, no solo entra en un colegio o en la inmensa arquitectura del monasterio, sino, como dice el narrador, en "un pais de insolitas magnitudes" (21), un "mundo en miniatura" (23). Y cuando sale, exclamando exultante en el penul- timo capitulo que "En fin, deje mi carcel" (145), en la frase concurren sincreticamente su salida del Escorial y la definitiva abjuracion de una manera de pensar Espana y de unas creencias religiosas intima- mente vinculadas, como ha observado Ferrer Sola (Manuel 58), a esta idea de la nacion. Por tanto, la indefinicion generica de El jardtn de los frailes entre la confesion, el bildungsroman, el texto belige- rante y la novela de cautivos o la carcelaria con final feliz, se ajusta perfectamente a sus objetivos y a su retorica: ewresarse y aprender, luchar y liberarse, el mundo del lenguaje y el mundo de la accion, son todo uno; la palabra constituye una forma de lucha y el aprendizaje una manera de liberacion, pues el enemigo o la carcel han sido reducidos a la condicion de signo.

    Evidentemente, la fabrica del Escorial, su arquitectura, no es el unico enemigo o la exclusiva prision contra los que se debate el texto de Azana. El monasterio tambien funciona como un santuario ejem- plar don de se custodian y des de donde irradian otras repre sentacio- nes simbolicas de Espana, todas ellas igualmente carcelarias y opre- sivas. En concreto, el Escorial, signo plastico de la Espana tradicionalista, alberga y venera religiosamente entre sus muros un conj unto de signos de naturaleza verb al : una cie rta historiografia, una literatura y un conJunto de lemas, expresiones, o temas fosilizados en otras palabras, un determinado lenguaje. Asi, en primer lugar, la concepcion tradicionalista de Espana blande entre sus estandartes y ensenas un discurso historico que exhibe basica- mente dos haces. Por un lado, contempla la cronica nacional como el desarrollo de un plan providencial cuya maxima cima y formulacion eterna e insuperable habrfa sido la monarqufa catolica del siglo sVI (89-91), artffice por lo demas del mismo monasterio. De otro lado, participa de las ferreas aristas del dogma: inamovilidad y absoluta obligacion de aceptacion (88-89). "Demostrado por la historia en que consiste el ser de un espanol," dice el narrador, "creabase en el mismo punto la ortodoxia espanolista" (88). Azana asemeja esa ortodoxia a la calidad incontestable del dogma cristiano, incurriendo en el tfpico gesto progresista de identificar en Espana conservadu-

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    rismo ideologico con catolicismo o al menos con clericalismo, si bien aclara que mientras el discurso religioso "no enmascara la pretension radical de abolir la critica," el historico tradicionalista "echabaselas de demostrable e hiJo de la experiencia" (89). En segundo termino, esa misma Espana estaria representada tambien por una literatura que el narrador califica de "ergotista" y "fanatica," una literatura, dice, que "ignora la sonrisa, la sencillez, la gracia" (121-22). Sus protagonistas principales sersan aquellas glorias sagradas de los siglos de oro a las que Azana moteja de "poetas especulativos" y a cuya cabeza visible coloca a Calderon, descendido literalmente por el texto a la condicion de "propagandista" (122). Por ultimo, las senas de la Espana tradicional descansan en una fraseologia nacional, en una jerga patriotica repetida ritualmente "en modo de jaculatoria" o "ensalmo" como pilar o apoyatura de las ortodoxias historica y literaria: "pechos numantinos," "mision historica," "glorias de la cruz," Cisneros "conquistador de Oran," Cervantes "manco de Le- panto" o "la infanteria espanola es la mejor del mundo" (90-91, 121> 78), entre otras perlas de lo que Azasia habia llamado "topicos de nuestra gran bisuteria historica" en una de sus primeras conferencias publicas de 1911 titulada "El problema espanol" (14).

    El narrador-protagonista de El jardtn de los frailes, en su afan de derrotar, destruir y liberarse de la Espana tradicional y sus emble- mas, ejecuta a lo largo del texto lo que Umberto Eco denomina una operacion metasemiotica:

    Un juicio metasemiotico deberia mostrar que la relacion entre un determinado us o de la lengua y un sistema semantic o dado se ha cristalizado historicamente, bloqueando toda posibilidad de razonamiento extrasemiotico. En cambio, la individualizacion de otros sistemas semanticos constituiria el mecanismo metasemiotico que nos pennitiria desmixtificar la union ficticia entre un uso retorico fosilizado y uno (solamente uno) de los sistemas semanticos separados artificialmente del cuadro general de todos ellos. (187) En el caso especffico de El jardtn, Azana ensaya esa labor meta- semiotica prescrita por Eco intentando poner al descubierto dos mistificaciones complementarias perpetradas por la ideologia tradi- cionalista: el falso monopolio semantico que selecciona a unos de- terminados signos como los unicos capaces de expresar lo espaxiol, y la fosilizacion semantica en una sola direccion de esos mismos signos. En otros terminos, el texto se propone demostrar la falsedad

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    de esa especie de novela de tesis otro genero beligerante que anida bajo la vision tradicionalista de Espana. Por tanto, la obra de Azana no solo narra la cronica de una liberacion, sino que ella misma es el ultimo y definitivo capitulo de esta: frente a los diferentes y sucesivos circulos de clausura forzada que aparecen en la novela como resultado de los parametros ideologicos tradicionalistas el monasterio, la ferrea ortodoxia historica, los dogmas literarios y la petrificacion linguistica-el libro en si, su discurso, supone una forma de apertura y evasion a traves de un proceso de ampliacion semantica. De una manera mas concreta, El jardtn de los frailes aniquila la relacion exclusiva y necesaria entre lo espanol y los simbolos tradicionalistas, sacudiendose de su yugo mediante un ataque a tres flancos. Por un lado, cuestiona la transitividad de esos signos, concluyendo que los estandartes de la Espana tradicionalista son mera superficie, tramoya, signos huecos y carentes de todo referente. A1 mismo tiempo, el texto pretende demostrar la falacia de la univocidad significativa con que se ha investido a esos mismos signos mediante la imposicion de otras posibles lecturas de ellos. Esto supone, por supuesto, cargarlos de unas nuevas dimensiones semanticas que empanan o entorpecen radicalmente su uso como emblemas por la ideologia combatida. Finalmente, la obra propone un conjunto de ensenas diferentes, las cuales constituirian la ver- dadera esencia de lo espanol.

    En las Meditaciones del Quijote, un libro que segun reza su prologo se ocupa directa o indirectamente de las "circunstancias espanolas" (11), Ortega tambien se traslada a San Lorenzo para reflexionar sobre el problema nacional, pero una vez alli se limita a mencionar el monasterio y a llamarlo amablemente "nuestra gran piedra lirica" (33, 76). Aunque en buena medida Ortega inicia con este libro lo que podriamos denominar una corriente de reflexion escurialense sobre Espana, inaugurando incluso un protocolo metaforico que hara fortuna (Ernesto Gimenez Caballero llamara al Escorial "piedra nacional " [45] y Antonio Espina se referira a el como "piedra poematica del sombrio monasterio" [228]), lo cierto es que tras estas breves alusiones el filosofo ignora la vasta mole arquitectonica, le vuelve la espalda y se va al bosque anejo a leer un libro, el Quijote. Como bien dice Machado en su elogio al pensador, lo que Ortega pretende es edificar "otro Escorial sombrio," una "nueva arquitectura," probablemente la ensena de una Espana dife- rente (235). En El jardtn de losfrailes, Azana coincide con Ortega en

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    su afan de proponer unos nuevos simbolos de Espana. Como el, incluso se encamina a la naturaleza o a las paginas de Cervantes para buscarlos. Sin embargo, en vez de dejar sencillamente de lado los antiguos simbolos de los tradicionalistas y aun de algunos liberalesX se ocupa primero de su cuidadosa destruccion.

    En este sentido, el primer movimiento metasemiotico de El jardtn de losfrailes sirve para asegurar que la concepcion tradicio- nalista de Espana no tiene otra vida, u otra muerte, que la de los simbolos que la encarnan. La razon de esta precaria existencia radicaria en que la unica y menguada naturaleza de esos simbolos es justamente la de representacion, intransitiva y ayuna de referente, la del simple simulacro. E1 narrador lo dice con claridad en el capitulo xii, posiblemente el centro fisico y semantico del libro: "Nuestra figura de Espana tenia apenas base fisica" (92). La escasez de un referente real bajo la figura tradicionalista de Espana en paginas anteriores el narrador se refiere a Espana como "nombre sin faz" (78) bajo el conjunto de signos que la dibujan, es una imagen que se repite a lo largo del texto. E1 discurso historico que la bosqueja, por ejemplo, es tachado de "representacion polemica" (83), los he- chos recogidos en el no viven, dice el narrador, "mas que en un libro de estampas" (78) y la docena de "personajes grandiosos" que habi- tan sus paginas ofrecen "una catadura" que no es "de hombre," una "aridez inhumana" (82). La historia blandida por los tradicionalistas no es en consecuencia un conjunto de acontecimientos y personas vivas, sino un texto poblado por una procesion de figurones, una galeria de signos fantasmales.

    E1 texto de Azana, sin embargo, no se contenta con afirmar que la Espana tradicionalista carece de realidad y que su caracter es exclu- sivamente simbolico, sino que, con excelente justicia poetica, re- fuerza las declaraciones explicitas de esa refutacion discursiva me- diante una andanada de emboscadas retoricas. De esa manera, el autor de El jardtn de los frailes acomete una apropiada venganza semiotica: si la ideologia tradicionalista se escuda en un ejercito de signos, el texto responde y ataca con las mismas arrnas, con un conjunto de estratagemas retoricas que, ademas, consisten justa- mente en utilizar los planteamientos y los recursos del otro en su propia contra. Primero, para reforzar la acusacion de que el discurso historic o tradicionalista es unicamente una c onstruc cion verb al , el autor se limita a realizar una rigurosa lectura de la Espana tradicio- nalista. Si la peripecia espanola es el resultado de la providencia, ya

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    que "Espana es en cuanto realiza el plan catolico" (94), esto es, pues- to que existe un texto previo, un guion inevitable que rige los hechos, la historia tradicionalista y sus personajes han de quedar reducidos necesariamente a un episodio teatral, a espectaculo o signo: "Habian llegado al mundo con el encargo de recitar un papel aprendido de memoria y colmar los decretos providenciales. . . su resorte era la vanidad ostentosa, el saber que alguien estaba mirandolos" (83-85). En segundo lugar, el autor recurre frecuentemente a un lenguaje metaforico, un lenguaje doblemente simbolico para desenmascarar la vaciedad y el caracter impositivo de los signos tradicionalistas: sus libros de historia son "rancios" (79), su discurso es un "torbellino oratorio" (83), sus heroes yacen "amortajados hoy en los libros" (82) y sus campeones, denuncia el texto, "nos propinaban una patria militante por la fe" (94). Por ultimo, el narrador no duda en usurpar la misma voz de su oponente ideologico para mostrar de una manera todavia mas despiadada la inanidad de sus planteamientos y el caracter espectral de sus simbolos (identica estrategia sera usada hiperbolicamente anos despues por otro forrnidable disidente e iconoclasta de mitos espanoles, Juan Goytisolo). Corre el ano de 1898 en el penultimo capitulo de la obra. Se declara la guerra contra Estados Unidos y el narrador adopta ironicamente el discurso de los tradicionalistas, sus topicos, su castizo lenguaje patriotico, acen- tuando ademas la nota sarcastica al utilizar las inflexiones tipicas de nuestro inmarcesible siglo XVI:

    El enemigo se guardaria de ponerse a nuestro alcance en tierra. En la mar usariamos el corso, arma terrible. . . Alla las grandes potencias anduviesen fatigando el mar con gravosas maquinas acorazadas: llegaria el intrepido espanol en sus ligeros barcos y a fuerza de ingenio y sutileza burlaria a los sesudos almirantes inexpertos, ganando el prez. (147)

    Evidentemente la estrategia de "enviar contra la America del Norte las naves de Lepanto" (91) fracasa y de inmediato el texto anota la estrepitosa derrota y las lagrimas: la Espana tradicionalista nada puede contra el enemigo, pues a la dura realidad de sus barcos solo opone un punado de signos decrepitos. Como estrambote quiero senalar que, a diferencia de sus maestros, los escolares del Escorial no parecen excesivamente compungidos por la debacle ultramarina, como prueba el hecho de que tras recibir la infausta noticia se vayan alegremente al burdel de Madame Paca, "francesa de Barcelona," y se chanceen comparando a sus pupilas con las colonias, a ella misma

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    con la madre patria, con Espana, y, por tanto, al antiguo imperio con el prostibulo: "Tu, Paca, eres una metropolis que tiraniza a sus colonias, ansiosas de emanciparse" (149). ;Que lejos de los excelsos simbolos conservadores de Espana e incluso de los esgrimidos por intelectuales como Ganivet, que erigia el Idear7urn sobre la idea de la virginidad fundamental del alma espanola, acogida, en falso segun aclaro Azana (Obras 1: 573), bajo la advocacion de la Concepcion Inmaculada de Maria (1: 153)!

    En gran medida, el argumento de que los signos de la Espana tradicional carecen de todo referente, de que estan seccionados de la realidad, constituye la conclusion logica de una segunda maniobra metasemiotica emprendida por el texto de Azana: el descubrimiento de otras posibles lecturas de esos mismos signos, algo ya ilustrado por via inversa mediante la pequena y jovial alegoria del burdel de dona Paca. Si consideramos el caso del monasterio, es notorio que tradicionalmente ha sido contemplado por las ideologias conservadoras como simbolo de la grandeza del siglo XVI, grandeza que, segun el narrador de El jardtn, se erige en el epitome del ser, y del deber, de Espana para estas ideologias. Azana ha asediado mas de una vez esta idea en su obra ensayis- tica: "Disforme propaganda realiza El Escorial. Pretende trasladar la admiracion que suscita la obra a cuanto pusieron en ella el rey fundador y su politica" (Obras 1: 585). Para ser precisos, en El jardtn de losfrailes se reivindica el valor como obra plastica del monasterio, pero tambien se nota que esta calidad estetica era oscurecida por la adscripcion al monumento de una fuerte con- notacion historica e ideologica:

    Vislumbro el origen de aquella tendencia a mirar el monasterio como un error grandioso . . . en el encargo de contemplar el monumento dentro de su representacion historica, sobreponiendole un valor de orden moral, significante, que postergaba su valor plastico. Pienso que asi quedaba desconocido el monastexio, llevandonos a medirlo por el mismo canon que la expedicion de la Armada invencible. (38) No obstante, el proceso de desmitificacion no acaba aqui. El texto no solo senala que la sobreimposicion de interpretaciones histo- ricas emascula de significado estetico al Escorial. Tambien afirma que aun aceptando la posibilidad de una lectura ideologica del mismo, esta no tiene por que coincidir necesariamente con la

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    propuesta como inequivoca, sagrada e inviolable por el credo tradicionalista.

    Hablando de sus anos escolares, dice el narrador: "Con mas fantasia hubiesemos demolido el monasterio para ordenar de otra forrna sus piedras: hubiesemos hecho un obelisco, un tumulo" (51). La tarea de derribo y reconstruccion del Escorial como signo es la que ensaya El jardtn de losfrailes. El nuevo monumento construido por Azana en el texto sera efectivamente una verdadera tumba, o de manera mas exacta, apurara hasta el maximo su condicion de tal, aunque tambien quedara investido de una segunda funcion arquitec- tonica y simbolica: la de carcel o prision. Por anadidura, y en un nuevo gesto de retribucion poetica, el mecanismo retorico elegido por el autor para imponer al Escorial una patina carcelaria y mor- tuoria es de nuevo la replica exacta de una de las tacticas de la ideologia tradicionalista: las alusiones al monasterio como fosa, tumulo o catafalco con sus correspondientes mortajas, sudarios, cadaveres, animas, funerales y otros oropeles de la muerte (47-48, 51, 52, 57, 75, 136), por una parte, y como carcel o mazmorra (27, 34, 35, 75, 135, 145), por otra, se repiten con una insistencia ritmica a lo largo del texto, de la misma manera ritual con que el discurso tradicionalista invocaba y consagraba sus topicos. De un lado, El Escorial es "tabernaculo de la muerte, recordatorio de la agonia, yerta camara de difuntos" (51), "una fosa siempre abierta" (52), alrededor de la cual incluso el campo en torno, gozoso escape para los colegiales en muchas ocasiones de "la oquedad fria de nuestros corredores," de "la desnudez agria de las paredes blancas" (32), terrnina siendo en la coyuntura del invierno "cadaver de la tierra," "rostro muerto" "cuerpo presente" que "quisiera florecer y no puede" (137). De otro, el narrador-protagonista recuerda como "el ventarron soberbio arrufaba en la lonJa, preso en carceles de granito" (135) y se alegra en el penultimo capitulo de haber dejado la "carcel" escu- rialense (145). Es mas, la prision o la muerte no solo afecta al signo plastico del monasterio, sino que termina contaminando tambien a sus habitantes y al resto de los emblemas tradicionalistas de Espana albergados en el. Entre los frailes, hay alguno "exanime," "en cecina" (29), y otro que recita "versos abundantes en aparecidos, canticos penitenciales, procesiones de esqueletos y otros arbitrios de ultra- tumba" (46). Los ocupantes del monasterio en general aparecen "encastillados, incomunicables" (27). Los referentes historicos enal- tecidos y privilegiados entre sus muros son calificados de "encerrona

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    en atmosfera viciada y seca" (83) o de "catafalco imperial" (120), expresion repetida y glosada en otro lugar de su obra donde, tambien reflexionando sobre El Escorial, vuelve a referirse a esos hitos gloriosos como "cenotafio de las voluntades espanolas esquilmadas en Europa, de la aspiracion sin freno, en pos de la cual se aperciben al desquite la funebridad y la nada" (Obras 1:585). La literatura insignia del imperio, por su parte, es compendiada en esta breve frase: "Bordean la avenida de las letras catafalcos mellizos de los del orden politico" (120). En ambos monumentos funerarios, el del discurso historico y el del literario, yace asesinada la verdadera Espana. Ademas, utilizando en su propia contra una constante maniobra retorica del discurso conservador desde el siglo XVIII, Azana acusa de extranjeros a los enterradores de esa verdadera Espana. A Calderon se le imputa en El jardtn "el alma fanatica de un vate hebreo" (121), y a lo largo de su obra, oral y escrita, Azana siempre nego enfaticamente la espanolidad de los Austrias y su proyecto politico (Obras 1: 584; Rivas Cherif 55). En cualquier caso, no es extrano que el texto acusase a los signos de la Espana castiza de no tener referentes, de flamear a espaldas de la Espana real. Su signifi- cado, dice innumerables veces El jardtn de los frailes, consiste precisamente en eso: en el tumulo, esa guarida de fantasmas, de vacio, de ausencia, y en la fatal intransitividad de la carcel.

    Las reacciones del narrador protagonista ante la asfixiante ubicuidad de esta carcelaria y sepuleral realidad son la resisten- cia, el desafio y la esperanza: "llevaba yo bien guardada la certi- dumbre de que todas estas carceles se derrumbarian"(35); "siendo insoportable la carcel, queria romperla, divagar fuera"(75); "El caracter rehusa dejarse aprisionar en atavios de mascara, o a parecer por representaciones falsas amortajado en la cima de un tumulo"(119-20); "Quitense los cuerpos de esos anaqueles donde los tienen insepultos, deseles tierra, y en cuanto la tierra se los coma se apaciguaran las almas; y que el cantico funeral en la basilica se apague" (52). Pero la completa consecucion de esos objetivos solo se puede lograr a traves de la ultima y definitiva embestida metasemiotica que El jardtn de los frailes inflige al discurso tradicionalista de Espana: la propuesta de un conjunto de simbolos nacionales diferentes. Azana, en este aspecto, sigue fielmente la admonicion de Ortega: "El hombre pio y honrado contrae, cuando niega, la obligacion de edificar una nueva afirma- cion. . . Habiendo negado una Espana nos encontramos en el paso

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    honroso de hallar otra" (32). En El jardtn de los frailes los puntales propuestos para ese nuevo edificio nacional son la obra de Cervantes, el espacio natural y el hombre popular.

    En primer lugar, frente a la cerrada lobreguez de la tumba del Escorial, el autor acude a los horizontes abiertos, "sin limites," de la naturaleza que lo rodea (32-33, 38), la cual, por cierto, coincide con ese nuevo solar mitico de lo espanol creado por Giner y los institucionistas, por Machado, Unamuno y el '98, o por el mismo Ortega: el Guadarrama. En 1933, desde la altura de la presidencia del gobierno, recordaria en un discurso: . . . veia la tristeza de los ladrillos de mi pais derrumbados por la incuria de los siglos, y desde la tristeza toledana subiamos a la sierra con los maestros que nos ensenaron a amar la naturaleza espanola" (Obras 2:639). En la soledad serrana, seguia diciendo Azana, se sentian unidos al "viejo arcipreste," "no mas que porque estabamos bajo la emocion desgarradora del mismo paisaje." Finalmente concluia: "Y, en- tonces muchos de nosotros contemporaneos mios, nos hicimos, quizas en el animo, aquel juramento inquebrantable de que nues- tro pais no salga de nuestras manos sino mejorado" (Obras 2: 639). Cabria pensar que este recurso a la naturaleza puede suponer una absoluta recusacion de la historia espanola, o de cualquier ideologia, en favor de lo atavico o lo primitivo; un puro telurismo. Despues de todo, en "Tres generaciones del Ateneo" (1930) habia hecho esta lapidaria afirmacion: "En el estado pre- sente de la sociedad espanola nada puede hacerse de util y valedero sin emanciparnos de la historia" (Obras 1: 634). Y en otro no menos famoso discurso, el del ayuntamiento de Barcelona de 1938, seguia reclamando que "todos somos hijos del mismo sol y tributarios del mismo arroyo," asi como que "ahi esta la base de la nacionalidad y la raiz del sentimiento patriotico, no en un dogma que excluya de la nacionalidad a todos los que no lo profesan, sea un dogma religioso, politico o economico" (Espanoles 125). En lo que respecta a El jardtn de los frailes hay un momento sobreco- gedor en que el mismo monasterio semeja abominar de su condi- cion de edificio, de construccion humana o de simbolo historico, anorando un originario eden de piedra: "Y la torre, manca, rigida en sus lineas, querria volverse a la cantera, ser otra vez monte" (136). Tal posicion seria cuando menos ironica en un libro tan elaborado, tan artificioso en el mejor sentido de la palabra como ha detallado Ferrer Sola (Manuel 60-61). Sin embargo, el monte

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    en Azana no es simplemente naturaleza, sino paisaje, campo transformado por una mirada, segun tambien ha adelantado Fe- rrer (Manuel 58), apropiado por una conciencia, y, por tanto, suJeto a una determinada ideologia historica. "Somos el uno del otro," dice Azana del paisaje que rodea al Escorial. "Le debo un estilo, quizas, allende las letras: la certidumbre, la confianza alegre que no se rinde a los anos. Me debe la fuerza expresiva que yo le otorgo, e intenciones que antes de mi no tuvo" (104). Bien dice Abellan que en el Escorial Azana logra "la educacion de su sensibilidad en el paisaje" y que "el paisaje le reconcilia con el lugar," pero que mas que el campo abierto lo que prefiere es el jardin de los frailes "donde arte y naturaleza se hermanan y conjugan" (56-57). Igual que el Guadarrama, en cuya agreste extension alienta la sombra del arcipreste, del arte. En cuanto a la intencion otorgada a esa naturaleza, lo importante es precisa- mente el reconocimiento explicito de la posibilidad o lo inevitable de diferentes lecturas del solar patrio. En la economia de El jardtn de losfrailes, el campo en torno "sin limites" funciona como el negativo del monolito escurialense, como un significante aliviado de significado obligatorio, una incitacion a la apertura hermeneutica, a una suerte de libre examen, ampliacion o detsmo- nopolizacion de lo nacional.

    El sesgo de los otros dos emblemas propuestos por el texto de Azana como nuevos simbolos de lo nacional es paralelo o comple- mentario a su peculiar articulacion del espacio natural. De un lado, la obra de Cervantes y sus personajes se alzan no solo sobre los "poetas nacionales" o "las obras consagradas a poetizar la Espana" (116-19), sino tambien por encima de los fastos de la historia. De Cervantes, o el verdadero genio poetico, dice el texto: "Tal poeta en una pagina me descubre de Espana mas cosas que pudiera yo apren- der en todo Simancas si polvorientamente lo leyese" (119). Obvia decir que el Quijote ya se habia revelado por entonces como ex- tremado ejemplo, demostracion o alegato de perspectivismos y rela- tivismos, de la imposibilidad de lecturas absolutas y excluyentes de las cosas. En segundo lugar, el hombre del pueblo, el "patan," segun lo llama en repetidas ocasiones Azana, se encarga de demoler todo el edificio simbolico tradicionalista: adestruye el valor representativo de la gran procesion historica" (117); engendra, en complicidad con el intelectual, "un heroe truculento, devastador del ayer prestigioso, un Caliban que tratase las creaciones historicas como Alarico a

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    Roma" (124); "reduce a categoria de accidentes la hechura forrnida- ble de tal siglo, la pujanza de estotra religion, usurpadoras de un valor tipico en lo hispano" (117); conserva, frente a las falsas petri- ficaciones semanticas, "el nombre de las cosas" (114); desconoce "la Santidad Romana, la Majestad catolica, la Autoridad linguistica" (116); atiende al Escorial, dice el texto, "menos que yo a Cumas o a Delfos" (126). Obviamente hay en Azana una tendencia ideologica que lo aproxima al hombre del pueblo. En una frase que, de nuevo, podria atribuirse a Goytisolo, proclama el narrador: "Me puse- dicho en dos palabras del lado de los patanes, enfrente de los caballeros" (123). No obstante, quiero advertir que esta devocion por lo popular no implica una ingenua identificacion total, imposible como reconoce el texto mediante la anecdota del encuentro del protagonista con un herrero, antiguo companero de escuela (11S 16), ni empece una postura elitista de Azana. La cualidad "vandalica" del hombre popular no es "ni buena ni mala en si misma" igual que el paisaje es un significante libre sino que depende de "la concien- cia que acertemos a forrnar en el patan, del rumbo de su impulso historicida" (124). Y es que el desafio del texto de Azana no es simplemente el descubrimiento de unos nuevos simbolos de la na- cion (el uso de la tierra, de Cervantes y del pueblo no es ajeno a los tradicionalistas), sino la reivindicacion de su posible utilizacion por ideologias diferentes. De hecho, incluso el mismo Escorial, con el que acabara reconciliado Azana, que lo visitara religiosamente en su vida y en sus obras futuras, sera reinterpretado en otros textos para mostrar la legitimidad de su encaje en concepciones de Espana totalmente opuestas a la tradicionalista y conservadora:

    E1 monastexio es obra espanola, aunque no lo parezea por su rara perfeccion... No basta que el rey mande construir san Lorenzo. Muchas gentes han de querelo ademas.. . E1 placer mas vivo es contemplar como el impulso oxiginal clamante se resuelve en la armonia grave donde yace piisionero. Uno es el voto del rey, otra la energia espintual creadora. . . E1 voto regio es politico y se disipa. . . Lo que el genio espanol exprese en la obra cae fuera y muy mas lato que la intencion del propagandista. (Obras 1: 584-85) Una vez democratizado y popularizado el Escorial, una vez ex- propiado de sus antiguos duenos, el presidente de la Republica elegira frecuentemente el sitio como lugar de descanso o meditacion

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    ante los muchos proyectos, desafios y problemas de la nueva Espana en que estaba empenado.

    Tras la batalla, tras la inmisericorde lectura critica de los signos tradic ionalistas de la esp anoli dad , de spues de de struir su supue sta e idilica univocidad significativa y anular sus mismos vinculos con la realidad, la naturaleza, Cervantes y el hombre popular se erigen como los estandartes triunfadores en El jardtn de los frailes. Sin embargo, se podria decir que el principal signo propuesto por el texto como cifra de Espana es basicamente el mismo, su propio discurso, que al recoger todo lo anterior se autoprivilegia como autentica fuente de la verdad y el ser nacional. En ese sentido, tal vez seria forzoso sospechar que, en sus intentos desmitificadores, Azana ha terrninado creando otra ferrea y autoritaria ortodoxia, ha muti- lado la capacidad del espanolismo de encarnarse en otros signos diferentes al emitido por el mismo, ha reproducido la misma estruc- tura de novela de tesis que acusaba en la ideologia tradicionalista. Desde ese angulo, El jardtn de los frailes, mas que resolver un conflicto, estaria contribuyendo a abonar el terreno para que la guerra continuara, habiendo ademas ensenado sus armas al enemigo y quedando pues desprotegido frente a sus posibles contraataques. Ciertos textos posteriores de la ideologia combatida parecen exigir tal lectura. Algunos anos despues, en Madrtd de Corte a checa, Agustin de Foxa apellida a Azana de "lirico del odio" y "polemista de la venganza," para despues acusarlo de gobernar con el unico fin de poder escribir sus memorias (130, 141), es decir, con el objeto de convertir la realidad nacional en un signo de su exclusiva propiedad. Tal vez por eso Franco guardara celosamente hasta su muerte los cuadernos completos de los diarios robados en Ginebra: para arre- batarle del todo la nacion al convertirse en el unico y todopoderoso lector de sus textos. Tal vez tambien por eso el no muy letrado generalisimo se decidiera sorprendentemente a acometer otra novela de resabios autobiogrSficos, Raza, apenas concluida la guerra: para intentar vencer en la batalla textual y certificar su autoridad personal sobre la nacion. Por su parte, Ernesto Gimenez Caballero, que en algun momento tambien afirma que "Azana utiliza a sus ministros como personajes de un drama que el ha sonado" (99), realiza un entusiasta elogio del politico y escritor a base de llamarlo perfida- mente "alma de Escorial" (154), de compararlo repetidamente con Felipe II (82; 185; 187), y de describir el estilo de El jardtn de los frailes por medio de una serie de metSforas arquitectonicas de

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    evidente raigambre escurialense, convirtiendo por tanto al texto en el miQ,mo tipo de signo-petreo, claustral y ciego-que este habia intentado aniquilar: "A fuerza de ser tan aristado y biselino, se compagina al tema, quedando un libro de granito, de cuartel, de cenobio, de piedra gris, de dureza que mirase a un infinito sin ojos sensibles" (45).

    ,Supone todo esto que El jardtn de los frailes es simplemente un eslabon mas en esa perpetua guerra civil, en el continuo y absoluto maniqueismo que parece regir las discusiones ideologicas espanolas? Me atrevo a pensar que no, pues el texto de Azana se redime de ese cargo desde el principio, desde las desoladas o juiciosas palabras que su autor coloco como portico en el prologo de la obra: "Repaso indiferente el soliloquio de un ser desconocido prisionero en este libro. No es persona con nombre y rostro. Es puro signo" (7). Lo que salva a Azana es su profunda autoconciencia critica, el vislumbre del posible fracaso de su escritura, no solo en su capacidad de referen- cialidad personal sino tambien nacional, pues ambos aspectos son absolutamente inseparables. El reconocimiento expreso del caracter no esencial, sino inevitablemente subjetivo (segun he notado), de los simbolos de Espana privilegiados por el texto de Azana, en annonia con la eleccion de la novela autobiografica, inherentemente sospe- chosa, como vehiculo de su discurso ideologico, y la peculiar manera de elaborarla, sin apenas incidentes externos y con una gran vaguedad y sinuosidad en la secuencia cronologica, abundan en la misma direccion. El jardtn de los frailes rompe la inercia dogmatica, intolerante y maniquea de las contiendas ideologicas espanolas al confesar desde sus inicios que tal vez el mismo no este libre de las mismas lacras que descubre en los signos del otro: el caracter carcelario, la condicion fantasmagorica, descarnada, sin nombre ni rostro, y la ausencia de todo referente, de cualquier escotillon por donde se vea la realidad.

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    Article Contentsp. 31p. 32p. 33p. 34p. 35p. 36p. 37p. 38p. 39p. 40p. 41p. 42p. 43p. 44p. 45p. 46p. 47p. 48p. 49

    Issue Table of ContentsHispanic Review, Vol. 71, No. 1 (Winter, 2003), pp. 1-152Front MatterIn and Out of Time (Cervantes, Dostoevsky, Borges) [pp. 1-13]"Esta sangre quiero": Secrets and Discovery in Lope's "El perro del hortelano" [pp. 15-30]"El jardn de los frailes": Azaa y la guerra simblica [pp. 31-49]El cuerpo torturado en los testimonios de cautivos de los corsarios berberiscos (1500-1700) [pp. 51-66]The "Carajicomedia": The Erotic Urge and the Deconstruction of Idealist Language in the Spanish Renaissance [pp. 67-88]Perspectivismo y tradicin literaria en Memorias de un cortesano de 1815 y La segunda casaca [pp. 89-105]El romanticismo y la potica de la cultura modernista [pp. 107-125]ReviewsReview: untitled [pp. 127-129]Review: untitled [pp. 129-131]Review: untitled [pp. 131-133]Review: untitled [pp. 133-135]Review: untitled [pp. 135-136]Review: untitled [pp. 137-138]Review: untitled [pp. 138-141]Review: untitled [pp. 141-143]Review: untitled [pp. 143-145]Review: untitled [pp. 145-147]

    Books Received [pp. 149-152]Back Matter