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    Transformaciones

    de la Tierra

    Seleccin, traduccin y presentacinde Guillermo Castro H.

    Donald Worster

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    DonaldWorster

    CLAES,Magallanes1334,Montevideo.

    CasillaCorreo13125,Montevideo11700,Uruguay

    [email protected]/claes

    Montevideo,junio2008.

    LasopinionesenestaobrasonpersonalesdelautorynocomprometenaCLAES.

    CoscorobaeselselloeditorialdelCentroLatinoAmericanodeEcologaSocial(CLAES).Coscoro-

    baocisneblancoesunavetpicadelosambientesacuticosdelConoSur.

    Impreso en junio de 2008 en Grfcos del Sur

    MartnezTrueba1138-Montevideo11200-Uruguay

    Tel./Fax(598-2)[email protected]

    Amparadoaldecreto218/96

    ComisindelPapel-Depsitolegal338.630/08

    ISBN978-9974-7893-4-0

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    Prlogo

    Donald Worstery la historia ambiental

    Guillermo Castro H.

    La irrupcin de la naturaleza en el campo de las ciencias humanas constituyeya uno de los hechos ms notables de la cultura de nuestro tiempo. De una ma-nera que parece casi sbita por contraste con el prolongado perodo de especiali-

    zacin y separacin de campos que precedi al tiempo que vivimos, lo ambientalse torna en objeto de preocupacin y estudio para la economa, la sociologa, laciencia poltica y, naturalmente, la historia.

    En alguna medida, esta tendencia nueva a la cooperacin y la sntesis expresala necesidad de dar forma a las preguntas inditas que nos plantea la poca enque vivimos, marcada desde hace ms de un decenio por una circunstancia decrecimiento econmico sostenido acompaado de un constante deterioro socialy ambiental. Y de todas esas preguntas, ninguna es tan importante como la quese reere al carcter y el signicado de la evidente crisis por la que atraviesan lasrelaciones entre los humanos y su entorno natural.

    No se trata, por supuesto, de nuestra primera crisis de relacin con el mundonatural. El dominio del fuego, la generalizacin de la agricultura, el surgimientode la civilizacin, son apenas algunos ejemplos de hechos del pasado que hanprovocado un vasto impacto ambiental. Aquellas crisis, sin embargo, fueron porlo general de carcter local; afectaron a sociedades especcas; se desarrollaronde manera gradual, y su impacto estuvo circunscrito a ambientes humanos parti-culares, que haban rebasado la capacidad de sustentacin que podan ofrecerleslos ecosistemas en que se sustentaban.

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    Guillermo Castro H.

    Por contraste, la crisis de hoy tiene un carcter global; afecta a todas las socie-dades del planeta; se ha venido gestando con intensidad creciente en un perodode apenas doscientos aos y sobre todo en el ltimo medio siglo, y da muestrasya de estarse transformando en una crisis ecolgica, y no meramente ambiental.A ello cabe agregar, tambin, que en esta crisis aora como quizs nunca antes,la estrecha relacin existente entre las relaciones que los seres humanos estable-cen entre s en la produccin de sus condiciones de vida, y las que como especieestablecen con el conjunto del mundo natural.

    Van quedando atrs, as, los tiempos en que lo ambiental se reduca a un pro-blema tecnolgico, demogrco, o meramente econmico, para dar paso a unavisin de creciente complejidad, que demanda por lo mismo formas nuevas decolaboracin e interaccin entre las ciencias humanas y las naturales. En estarelacin nueva resaltan dos elementos cruciales. Por un lado, que lo social y lo

    natural deben ser comprendidos en el marco ms amplio de las interacciones en-tre los sistemas sociales y los sistemas naturales. Por otro, que la historia puede ydebe contribuir a plantear tres factores de importancia decisiva para comprenderel alcance de esas interacciones en el desarrollo de nuestra especie.

    En primer trmino, que los problemas ambientales que enfrentamos hoy tie-nen su origen en las formas en que hemos venido haciendo uso de los ecosis-temas en el pasado. Enseguida, que el uso de la naturaleza por nuestra especieconstituye un factor de creciente importancia en la historia natural. Y, por ltimo,que nuestras ideas acerca de la naturaleza y de las formas en que debe ser puestaal servicio de nuestras necesidades estn socialmente determinadas de maneras

    a la vez evidentes y sutiles.Este es, precisamente, el universo de problemas y tareas al que se reere laobra de Donald Worster (1941), quien ocupa la ctedra Hall para profesores dis-tinguidos de historia de los Estados Unidos en el Departamento de Historia dela Universidad de Kansas. Desde all, persiste en la obra que aos atrs lo lleva convertirse en uno de los fundadores de la historia ambiental, cuya forja tuvolugar al calor del creciente inters por los problemas de la bisfera que ha venidocaracterizando a las culturas noratlnticas a partir de la dcada de 1970.

    En ese sentido, dicha disciplina fue denida por el propio Worster a princi-pios de la dcada de 1980 como una nueva historia que

    busca combinar una vez ms la ciencia natural y la historia, no como otra es-pecialidad aislada, sino como una importante empresa cultural que modicarconsiderablemente nuestra comprensin de los procesos histricos. Lo que estaindagacin implica, aquello para lo que nuestros tiempos nos han preparado(es)... el desarrollo de una perspectiva ecolgica en la historia.1

    1 History as natural history: an essay on theory and method, separata de la Pacic Historical Review, 1984. Laprimera traduccin al espaol autorizada por el autor aparecer a mediados de este ao en la revista Tareas, delCentro de Estudios Latinoamericanos Justo Arosemena, Panam.

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    Prlogo 7

    No slo se trata, as, de que la historia ambiental procure entender la crisisglobal de la bisfera como el resultado de un proceso en el que han venido in-teractuando fenmenos de larga y muy larga duracin como el desarrollo dela agricultura y el crecimiento de la poblacin, con otros de plazo ms brevee intensidad mucho mayor, como el uso masivo de los combustibles fsiles enlos siglos XIX y XX, o la generalizacin de la agricultura de monocultivo soste-nida en el consumo de agroqumicos en enorme escala en todo el planeta en lasegunda mitad de este siglo. Se trata, sobre todo, de que la historia ambiental sepropone el estudio de la interaccin que tiene lugar entre la especie humana y susentornos, cada vez ms articializados, y las consecuencias y advertencias queresultan de esa interaccin para los humanos en lo ecolgico como en lo poltico,lo cultural y lo econmico.

    En esa perspectiva, Donald Worster ha producido ya una amplia obra, que in-

    cluye entre sus ttulos ms conocidos Natures Economy. A history of ecological ideas.Cambridge University Press, 1994; The Wealth of Nature. Environmental history andthe ecological imagination. Oxford University Press, New York, 1993, y Rivers of Em-pire. Water, Aridity and the Growth of the American West. Oxford University Press,New York Oxford, 1992. Para un conocimiento de primera mano de los orgenes,tendencias y preocupaciones fundamentales de la historia ambiental, adems,tienen especial importancia sus ensayos La Historia como Historia Natural: unensayo sobre teora y mtodo (Pacic Historical Review, 1984); Transformacio-nes de la Tierra: hacia una perspectiva agorecolgica en la historia (Journal ofAmerican History, March 1990) y Encuentro de Culturas: la historia ambiental y

    las ciencias ambientales (Environment and History, Vol. I, Num. 1, 199).La obra de Donald Worster ha sido traducida a casi todos los idiomas cultosde la Tierra, desde el sueco al mandarn y el japons. Sin embargo, su difusinen lengua espaola ha sido lenta y difcil. Se inici en Panam, con la publicacinde los tres ensayos arriba mencionados en distintas ediciones de la revista Tareasa mediados de la dcada de 1990, continu con la primera edicin de esta anto-loga por el Instituto de Estudios Nacionales de la Universidad de Panam en elao 2000, y con una segunda edicin en la Editorial de la Universidad Estatal aDistancia, en costa Rica, en el ao 200. A ello se ha sumado, adems, una persis-tente difusin de textos de Donald Worster entre los integrantes de la Sociedad

    Latinoamericana y Caribea de Historia Ambiental, creada en el ao 200, a laque estn vinculado un importante grupo de sus discpulos norteamericanos.

    La que ahora ofrece CLAES es la primera edicin sudamericana. Con ella,CLAES ofrece un importante servicio a la comunidad ambientalista del ConoSur, en s misma y en sus relaciones con sus pares de otras regiones del mundo.La historia que Worster propone puede y debe, en efecto, ampliar y enriquecersignicativamente el dilogo entre las ciencias humanas y las ciencias naturalesen torno a los problemas ambientales que enfrenta Amrica Latina, y porque sin

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    Guillermo Castro H.8

    duda facilitar y estimular adems el acceso a este campo del conocimiento a uncreciente nmero de personas interesadas en el tema.

    Todo esto contribuir sin duda a estimular entre nosotros la bsqueda denuevos enfoques en la cooperacin entre las sociedades de nuestro Hemisferio,y entre ellas y la comunidad global, a partir de una mejor comprensin del sus-trato histrico y cultural que subyace tras las concepciones de cada una acercade sus relaciones con su mundo natural. La obra de historiadores como Worsterse remite a n de cuentas a interacciones de escala planetaria, y estar siempreincompleta en la medida en que no consiga incorporar al dilogo que la sustentala produccin de estudiosos de lo ambiental y lo cultural en regiones como Am-rica Latina.

    Desde nosotros, ser evidente que si la historia ambiental es la historia delconcepto de ambiente como nos lo dijera hace ya algunos aos Enrique Leff, y

    si ese concepto sintetiza el resultado de las interacciones entre los sistemas socia-les y los sistemas naturales a lo largo del tiempo humano, la historia ambientallatinoamericana puede y debe estar cargada de futuro, porque slo podremoscambiar nuestras relaciones con la naturaleza en la medida en que estemos dis-puestos a cambiar, tambin, las relaciones sociales que nos permiten interactuarcon ella. As entendida, la historia ambiental no tiene ya que ser la crnica terriblede una devastacin inevitable. Por el contrario, al permitirnos entender los cami-nos por los que hemos llegado a la situacin en que nos encontramos, nos ayudaa comprender mejor los que pueden alejarnos de ella para crear las condicionesnos permitan trascender y superar, desde hoy hacia maana, las formas de or-

    ganizacin del desarrollo de nuestra especie que nos han conducido a crear losriesgos crecientes de deshumanizacin y aun de extincin que ya enfrentamos.

    Guillermo Castro H.Fundacin Ciudad del Saber,

    Panam, junio de 2008.

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    La Era de la Ecologa

    La Era de la Ecologa se inici en el desierto de las afueras de Alamogordo,Nuevo Mxico, el 1 de julio de 1945, con una brillante bola de fuego y una enor-me de gases radioactivos en forma de hongo. Mientras aquella primera bomba

    de sin nuclear estallaba y el color del cielo al amanecer cambiaba de brusca-mente del azl plido a un blanco enceguecedor, el fsico y director del proyec-to, Robert J. Oppenheimer, sinti en primer trmino una exaltada reverencia,que despus cedi lugar en su mente a una frase sombra del Bhagavad-Gita: Yome he convertido en la Muerte, la estremecedora de los mundos.

    Cuatro aos despus, si bien Oppenheimer an poda describir la fabrica-cin de la bomba atmica como tcnicamente dulce, su preopcupacin entorno a las consecuencias de aquel logro se haba incrementado. Otros cien-tcos atmicos, entre los cuales se contaban Albert Einstein, Hans Bethe yLeo Szilard, se mostraron incluso ms ansiosos por controlar el arma temible

    que su trabajo haba hecho posible una reaccin que a la larga llegara a sercompartida por muchos norteamericanos, japoneses y otras gentes comunesy corrientes.

    Se tema cada vez ms que la bomba con todo lo justicable que hubierasido en nombre de la lucha contra el fascismo haba puesto en manos de lahumanidad un poder ms pavoroso de lo que estbamos en capacidad de ma-nejar. Por primera vez en unos dos millones de aos de historia humana, existauna fuerza capaz de destruir todo el tejido de la vida en el planeta. Como lo

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    sugiriera Oppenheimer, el hombre, a travs del trabajo de los cientcos, cono-ca ahora el pecado. El problema estaba en saber si adems conoca el caminoa la redencin.1

    Una peculiar secuela de la bomba atmica fueron los inicios de una preocu-pacin popular por la ecologa, ampliamente difundida en todo el globo. Comoera de prever, se comenz en los Estados Unidos, donde fue inaugurada la eranuclear. La devastacin del atoln de Bikini, el envenenamiento de la atmsferacon estroncio-90, y la amenaza de daos genticos irreversibles golpearon a laconciencia pblica con un impacto que las tormentas de polvo y la muerte de losanimales predadores nunca podran haber tenido.

    No se trataba de un problema local o de un tema que poda ser fcilmen-te ignorado: se trataba de una cuestin que tena que ver con la sobrevivenciaelemental de los seres vivientes, el ser humano incluido, en cualquier parte del

    mundo. Con toda evidencia, el sueo de Francis Bacon de extender el imperio delhombre sobre la naturaleza al efecto de lograr todas las cosas posibles habaadoptado de sbito un giro macabro, incluso suicida.

    No fue sino hasta 1958, sin embargo, que los efectos ecolgicos de la conta-minacin radioactiva se convirtieron en una preocupacin importante para loscientcos estadunidenses en general. En ese ao fue organizado el Comit parala Informacin Nuclear, cuya intencin consista en desgarrar el secreto que ro-deaba al programa armamentista del gobierno, y advertir a sus conciudadanossobre los peligros que implicaban pruebas nucleares adicionales.

    Uno de los integrantes del Comit fue el especialista en siologa de las plan -

    tas Barry Commoner. Otros cientcos empezaron a adherirse a esta campaa deinformacin y protesta, y ms y ms de ellos provenan de las disciplinas de labiologa. Se hizo evidente tambin con la publicacin en 192 del libro de RachelCarson La Primavera Silenciosa, que la bomba atmica constitua tan slo la msvisible de las amenazas a la santidad de la vida.

    Carson descubri, en el nuevo uso persistente de los pesticidas, un tipo dearma quizs ms sutil, pero igualmente devastadora:

    Junto con la posibilidad de la extincin de la humanidad por la guerra nuclear,el problema central de nuestra era ha pasado a ser... la contaminacin del medioambiente total del hombre con tales sustancias de tan increble potencial dainosubstancias que se acumulan en los tejidos de plantas y animales, e inclusopenetran en las clulas germinales para sacudir o alterar el material hereditariomismo del que depende la conformacin del futuro.

    Seis aos despus otro bilogo, Paul Ehrlich, escuch el tic-tac de otra bombams, lista para introducir el caos y la muerte en masa: la explosin demogrca.

    1 Jungk, Robert: Brighter than a Thousand Suns, pp. 19-202. Kimball Smith, Alice:A Peril and a Hope: The ScientistsMovement in America, 1945-47, Chicago, 195.

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    Ya no la tecnologa por s sola, sino la mera fertilidad humana, se converta ahoraen un factor en la carrera hacia el Armagedn. Hacia la dcada de 1970, la listade amenazas ambientales se haba ampliado an ms, para incluir las emisionesde los automviles, los deshechos slidos, los metales txicos, los derrames depetrleo, e incluso el calor. Se trataba de una singular carrera armamentista: elenemigo o, mejor, la vctima era la Madre Naturaleza, virtualmente indefensaante el arsenal ecolgico creado por la ciencia.2

    Siguiendo de cerca a estos nuevos poderes tecnolgicos, la idea de la ecologairrumpi en la mentalidad popular a nes de la dcada de 1960, y su signicadoo su misin no dejaba lugar a dudas: distensin, desarme, no ms guerra.Este tema domin a las inuyentes Conferencias Reith pronunciadas por el eco-logista Frank Fraser Darling en la BBC en 1969, y en 1970 llev a los medios decomunicacin estadunidenses a bautizar a la dcada que se iniciaba como la

    Era de la Ecologa.Acomienzos de ese ao, las portadas de las revistas informativas se vieronagraciadas con una bellsima imagen de la Tierra: una fotografa tomada desdeel espacio exterior, que mostraba a una esfera cubierta de nubes rodeada poruna negrura innita y vaca. El planeta solitario, entendamos ahora de una ma-nera que no poda haber sido compartida por ninguna poca anterior, era unlugar terriblemente frgil. Su cubierta vital el nico medio de sobrevivenciapara el hombre era mucho ms delgada y vulnerable de lo que nadie antes sehaba percatado.

    El signicado pblico de la ecologa incorpor tambin un temor revitali-

    zado a la escasez malthusiana, a lmites cada vez ms cercanos. Pero el rasgoverdaderamente distintivo de la Era de la Ecologa fue su sentimiento de lanaturaleza como una vctima indefensa. De sbito, toda la vieja retrica deconquista y poder se torn hueca: nalmente, armaban los ambientalistas,haba llegado el momento de que el hombre hiciera las paces con este adver-sario ya vencido.3

    Este descubrimiento de la vulnerabilidad de la naturaleza constituy unchoque de tal magnitud que, para muchos britnicos y estadunidenses, la nicarespuesta adecuada consista en hablar de una revolucin. En un nivel trivial,fueron incorporados nuevos trminos al idioma ingls: ecopoltica, ecocats-

    trofe, ecoconciencia, y dems por el estilo.

    Commoner, Barry: Science and Survival, New York, 19, pp. 110-20. Carson, Rachel: Silent Spring, p. 8. Ehrlich,Paul: The Population Bomb. Vase tambin Fleming, Donald: The Roots of the New Conservation Movement,y Chisholm, Anne: Philosophers of the Earth: Conversations with Ecologists.

    3 Para un ejemplo de la reaccin de los medios de comunicacin, vase el informe especial The RavagedEnvironment publicado en Newsweek, January 2, 1970. Otros ejemplos de este nuevo sentimiento de vul-nerabilidad se encuentran en los siguientes ttulos seleccionados: Falk, Richard: This Endangered Planet,New York, 197; Bernarde, Melvin: Our Precarious Habitat, New York, 1970, y Dorst, Jean: Before Nature Dies,Baltimore, 1970.

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    Ms all de tales argucias publicitarias, sin embargo, se hizo sentir la necesi-dad de cambios ms fundamentales. Para citar slo un caso, Michael McCloskey,el director ejecutivo del Sierra Club, plante en 1970 que

    Se necesita realmente una revolucin en nuestros valores, perspectivas y orga-nizacin econmica, puesto que la crisis surge de un legado de premisas tcnicasy econmicas que han sido atendidas en ausencia de un conocimiento ecolgico.Aquella otra revolucin, la industrial que se est tornando en amarga, necesitaser reemplazada por una revolucin de nuevas actitudes respecto al crecimien-to, los bienes, el espacio y los seres vivientes.

    El opresor, tal como era percibido aqu, resultaba ser ms que el sistemaeconmico del capitalismo, que haba constituido la locomotora de la RevolucinIndustrial. En conjunto con un nmero creciente de activistas ambientalistas, Mc-Closkey estaba desaando el conjunto mayor de valores asociados con el pro -longado ascenso de una civilizacin burguesa la visin del mundo de la clasemedia ascendente, con su compromiso hacia la tecnologa, la produccin y elconsumo ilimitados, el progreso por cuenta propia, el individualismo y el domi-nio sobre la naturaleza. El tiempo se haba agotado para estos valores de la edadmoderna. La economa de la naturaleza haba sido llevada al punto de reuptura,y la ecologa estaba destinada a ser el grito de combate de la revolucin. 4

    Si el derrocamiento de la civilizacin burguesa constituye el aspecto funda-mental del movimiento ecologista contemporneo, resulta irnico descubrir elfuerte atractivo del movimiento dentro de la clase media angloestadunidense.

    Esto ha sido bien resaltado, con no poca indignacin, por quienes en el resto delmundo aspiran a convertirse en clases medias.Muchos de estos han preguntado: Es el mensaje de la ecologa un sermn

    sobre las virtudes de la pobreza, a ser atendido nicamente por los que an sondesposedos? Pueden los ambientalistas de clase media llevar a cabo una revo-lucin contra su propio inters econmico, o en realidad pretenden llevar a caboreformas liberales, pragmticas, que dejarn intacta la base de la cultura burgue-sa? Es posible, despus de todo, abandonar la Revolucin Industrial doscientosaos despus del descubrimiento de la mquina de vapor, o nos ha conducido lacadena de acontecimientos a una tecnologa capaz de impulsarse a s misma? En

    qu consistira un orden social alternativo fundado sobre la ciencia de la ecologay, aceptara realmente la clase media un mundo como se? Y, quizs ms sig-nicativamente an: desearan vivir en ese mundo los billones de personas quehoy viven en condiciones de escasez absoluta o relativa?

    Estos siguen siendo temas de nuestro tiempo en evolucin, y el resultado de lamisma podra no llegar a ser conocido en dcadas, o quizs en siglos. Sin embar-

    4 McClosky, Michael, en Mitchell, John y Stallings, Constance (eds.): Ecotactics: The Sierra Club Handbook for Envi-ronmental Activists, p. 11. Vase tambin Nicholson, Max: The Environmental Revolution, London, 1970.

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    go, una pregunta adicional a menudo oscurecida por preocupaciones polticas ysociales, que constituye un tema importante en la historia de las ideas consiste encul ser el papel del cientco, y en particular del eclogo, en el diseo de proyec-tos para un futuro revolucionario. Cul debera ser ese papel?

    Para responder a esto, debemos apoyarnos en el tipo de perspectiva hist-rica que hemos seguido hasta aqu. Debemos saber todo lo que podamos acer-ca de cmo la ecologa ha modelado la percepcin de la naturaleza por partedel hombre, y cules han sido sus efecto prcticos. Necesitaremos, tambin, unacomprensin mucho ms completa de lo que es la ciencia, y de cunto hemosllegado a depender de la orientacin que ella nos proporciona. Debemos decidir,en pocas palabras, si la ecologa y la ciencia en general es el tutor que deseamospara los aos venideros.

    El sbito aceleramiento del deterioro ambiental en todo el planeta a partir de

    la II Guerra Mundial ha sido en gran medida el resultado de nuestro espritu em-prendedor en el campo de la ciencia. Esa es la leccin de Alamogordo: no existeninguna otra explicacin de peso equivalente.

    El comportamiento humano no ha sufrido alteraciones importantes en los l-timos tiempos: los impulsos y motivaciones de la humanidad han permanecidovirtualmente constantes. Nuestro conocimiento, sin embargo, se ha expandidoenormemente, y hemos utilizado ese conocimiento para crear durante los lti-mos treinta aos un arsenal de podero que carece por completo de precedentesen la experiencia humana.

    Algunos cientcos, como hemos visto, se han contado entre los primeros en

    lamentar los efectos de este podero y en clamar por formas nuevas de control yresponsabilidad social, en una estrategia que no deja de recordar a la de cerrar lapuerta del establo despus de que se escapara el caballo. Parece ser que mientrasms sabemos resultamos ser ms peligrosos para nosotros mismos y para otrasformas de vida. Por otra parte, saber menos si ello fuera posible difcilmenteparece prudente. Cualquiera sea la forma en que combinemos nuestras respues-tas, no hay manera de evadir el hecho de la ciencia ha hecho posible la modernadevastacin de la naturaleza.

    Al dirigirnos hacia una rama de las ciencias como si fuera la panacea a losmales creados por la ciencia, nos encontramos con la suprema paradoja de la Era

    de la Ecologa. Al tiempo que la mayora de la gente an no est en capacidad dedecir con precisin qu es la ecologa y aun menos para organizar sus vidas apartir de los imperativos de sta, la indudable preeminencia actual del ecologis-ta basta para denir una Era.

    El ecologista es el ms reciente arribista en el mundo de los aspirantes a laexperiencia y, por tanto y por amplio consenso est destinado a desempe-ar el papel de mediador entre el hombre y la naturaleza. Su tarea consisteen educarnos acerca de aquel mundo cada vez ms alienado, y de lo que le

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    estamos haciendo. Podra constituirse en un defensor de la integridad de esemundo, o en un facilitador de nuestras ambiciones, pero siempre sera unintermediario.

    La Era de la Ecologa, as, se ha convertido en la Era del Ecologista. El hablaa la sociedad con toda la autoridad de la ciencia tras de s, y sirve, del mismomodo, como una contrafuerza moral a la tecnologa que avanza a tumbos endireccin a la locura.

    Este papel singularmente anbio del ecologista se hace necesario por la atri-bulada reaccin del hombre moderno hacia la ciencia. Tememos lo que la cienciaes capaz de hacer, pero al mismo tiempo sentimos que no existe otro lugar al queacudir con nuestras ideas acerca de la naturaleza. Todos los rivales tradicionaleshan sido expulsados del campo.

    Mientras el mundo en torno nuestro se hace ms complejo an, dando lugar

    a que nuestras respuestas parezcan parciales, relativas, situacionales o arcaicas,nos dirigimos ms y ms a la ciencia en busca de direccin. Aqu al menos, senos ha dicho y nosotros deseamos creerlo, se encuentra algo que es seguro. Portanto, virtualmente todos hemos llegado a ser conversos del credo positivista. Noes la primera vez en la historia en que los hombres han prestado especial atencinal poder que ms temen.

    El ecologista es el ms reciente de los profetas de la ciencia. No slo ofreceuna explicacin verosmil acerca del modo en que la naturaleza funciona, sinoadems algo parecido a una intuicin metafsica, un conjunto de preceptos ticosquizs hasta un programa revolucionario.

    El movimiento ecologista, como lo han sealado muchos, adopta a menudolas caractersticas de un despertar religioso.En este sentido, constituye tan slo un ejemplo abierto de la insistencia de

    nuestra era en sustituir la ciencia por las religiones tradicionales. No es, por cier-to, la comunidad de los cientcos la que ha hecho esa sustitucin, como no esella la responsable del autoridad por parte de la sociedad. Simplemente, los tiem-pos los han colocado en una posicin de liderazgo que nadie ms, segun parece,puede llenar. Comprensiblemente convencidos de la validez de su trabajo, loscientcos sin embargo no han mostrado una rapidez equivalente para cuestio-nar ni sus modelos de la naturaleza ni sus mtodos de anlisis.

    El historiador de las ideas no dispone de una alternativa que ofrecer comofuente de atractivo revolucionario o de autoridad espiritual. Sin embargo, dis-pone quizs de un mensaje ms perturbador que enviar: que la propia cienciaecolgica o de otro tipo siempre est cambiando de terreno. La perspectivahistrica revela que la ciencia poco ms que mostrar en materia de permanenciaabsoluta, infalibilidad o capacidad de comprensin que cualquier otro campo delpensamiento. Como lo sealara una vez Arthur Lovejoy, la historia de las ideasnos lleva a comprender cmo

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    cada era tiende a exagerar el espectro y la nalidad de sus propios descubri-mientos, o redescubrimientos, al punto de estar tan fascinada con ellos que nollega a discernir con claridad sus limitaciones y olvida aspectos de la verdad

    contenidos en las previas exageraciones contra las que se ha rebelado.Sin duda, esta tendencia a olvidar el pasado y exaltar el presente constituye

    una senda til cunado uno necesita creer en el valor de las propias ideas, y loscientcos han sido quizs tan culpables como cualquier otro en este terreno.El historiador, sin embargo, no puede evitar el hbito de la duda, aun cuandose enfrente a un orculo tan creble y conado en s mismo como la ecologa, eincluso cuando l mismo aspira al compromiso con ciertos valores morales. Suvisin ms amplia de la sucesin de ideas creadas por los hombres para explicarla naturaleza lo lleva, si no a convertirse en un protestante, al menos a tornarse

    en un miembro incierto y poco conable de la iglesia.5

    El propsito de estos captulos ha consistido en incluir a la ecologa en elmbito del historicismo, que sostiene que todos los hechos culturales, creen-cias e instituciones tienen una validez relativa, vinculada a o al menos conraces en sus tiempos. La ciencia no debe ser eximida, como ocurre a me-nudo, de este tipo de anlisis, como no puede el cintco por causa de suvoluntad o su entrenamiento, aislar su percepcin de la naturaleza del restode su vida mental.

    En toda experiencia intelectual existen ciertas pruebas de lgica y de vali-dacin emprica que deben ser superadas, al igual que distorsiones en la se-

    leccin y en el nfasis que se derivan de la propia cultura y los antecedentespersonales. La historia de la ecologa muestra cun imposible ha resultado,incluso cuando ms lo han deseado los hombres, eliminar tales distorsiones.Cualquier intento de divorciar as la naturaleza del resto de las condicioneshumanas conduce a una doctrina de alienacin, en la que la ciencia debe ocu-par un dominio, y la conciencia histrica y social otro distinto.

    Aun as, si bien el argumento puramente historicista nos ayuda a entenderel sustrato cultural de las ideas, nunca resulta enteramente adecuado. Unavez nacidas, las ideas tienden a desplegar una vida propia, que las puede lle-var a desplegarse ms all de sus orgenes hasta convertirse en formadoras y

    modeladoras de la percepcin en otro sitio. En ocasiones, sobreviven comoanacronismos en un medio ambiente transformado o incluso pueden llegar aproducir su propio medio ambiente.

    Lovejoy, Arthur: Reections on the History of Ideas, p. 17. Una visin opuesta acerca de la ciencia y el historicismo puede ser encontrada en Stark, Werner: The Sociology

    of Knowledge, London, 1958, pp. 14-7. Otros tratamientos tiles del tema son: Mannheim, Karl: Ideology andUtopia, London, 193; Merton, Robert K.: The Sociology of Konwledge, en Social Theory and Social Structure,Glencoe, Ill., 1949, y Berger, Peter y Luckmann, Thomas: The Social Construction of Reality, Garden City, N.Y.,19, especialmente en la Introduccin, pp. 1-18.

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    Ante esta realidad, el historiador de las ideas debe encarar su material noslo en tanto que expresiones de circunstancias particulares, sino tambincomo fuerzas que pueden llegar a tener una historia vital independiente, ca-paz de renovarse a s misma. Esta leccin, que va ms all de la explicacinrelativista de nuestros modelos de la naturaleza, tiene un signicado crucialen la Era de la Ecologa.

    Un segundo inconveniente de la perspectiva historicista ha consistido en quepuede llegar a paralizar nuestra sensibilidad moral a travs de una duda exce-siva, y llevarnos a rechazar no slo las reivindicaciones del cientco sobre laverdad absoluta, sino tambin la conanza moral en la posibilidad de juzgar laconducta humana a partir de principios permanentes. La capacidad de conside-rar un punto de vista distinto parece ser siempre un recurso humano escaso, quebien podra ser cultivado a travs de una mayor familiaridad con la diversidad

    histrica del pensamiento.Sin embargo, todos los hombres y mujeres, si han de actuar de manera res-ponsable y decidida, deben tener algun grado de fe en la validez de sus ideas.Con esa necesidad en mente, uno de los objetivos de este libro ha consistido enpermitir que los mltiples aspectos de la ecologa hablen por s mismos, aunquesin ocultar mi conviccin personal de que hemos tenido ms que suciente deimperialismo de aquel impulso caracterstico de Bacon a ampliar los lmitesdel imperio humano. En esta era de mortales nubes en forma de hongo y otrosvenenos ambientales, creo ciertamente que ha llegado la hora de desarrollar unatica ms gentil y modesta hacia la Tierra. Y una tica as debe guarnos, con toda

    la humildad intelectual, a juzgar crticamente el pasado cuando nos ha conduci-do en otra direccin.La conclusin ms importante de este estudio, sin embargo, tiene un carcter

    menos personal. La ecologa, hoy en da, no constituye un nico camino paraacercarse a la naturaleza: por el contrario, abarca muchos caminos. Esto consti-tuye tambin una advertencia para aqullos que intentan determinar cul ser elpapel social de esta ciencia en el futuro.

    Sean cuales sean sus implicaciones revolucionarias en materia de poltica,religin o economa, la Era de la Ecologa no tiene mucho de nuevo que deciracerca de la organizacin de la naturaleza. Aqu y all, uno puede escuchar en

    su lenguaje los acentos de Linneo o Gilbert White, de los imperialistas o los ar-cadianos del siglo XVIII, de su idea bellamente restringida acerca del equilibriode la naturaleza.

    En otros momentos, uno escucha los ecos de la biologa del Romanticismo,del organicismo, y de la postura subversiva de Thoreu. Pro supuesto, el para-digma darwiniano de la naturaleza permanece como una inuencia formativade primer orden en el pensamiento ecolgico reciente, pese a los esfuerzos de losNuevos Ecologistas para empezar a partir de otras premisas; y, aunque la era de

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    La era de la ecologa 17

    la frontera concluy hace mucho, el concepto de Frederic Clement acerca de lasucesin ecolgica an sobrevive.

    En breve, no cabe duda de la persistencia del pasado. La Era de la Ecologa es,de manera inevitable, el resultado de su propia historia intelectual, larga y com-pleja, pese a todo el empeo que manieste en creer en su propia novedad. De noaceptar esto, o de no percibir cun diverso y contradictorio ha sido ese pasado, nopodremos adelantar mucho hacia una verdadera comprensin de nuestras ideasactuales en relacin a la naturaleza.

    Puede ser difcil asimilar estas conclusiones acerca de la ecologa, o convivircon ellas. Es realmente posible, a la luz de tales ambiguedades, hablar acerca deun punto de vista ecolgico o de una sociedad ecolgicamente orientada? Yexpresiones tan grandiosas como la Era de la Ecologa, tienen en verdad unsingicado able? Mientras se espere tanto de esta ciencia, no resultar fcil re-

    conocer cun enmaraado y retorcido resulta su contenido. Algunos vern en es-tas conclusiones especialmente en lo que respecta al relativismo histrico de laciencia, una tendencia tendencia a la anarqua intelectual: si no se puede conaren que los cientcos nos ofrezcan la verdad clara y duradera, se teme, entoncesno no puede haber por delante ms que una total confusin.

    No ha sido mi intencin aqu desbancar a la ciencia, rechazarla validez de susdescubrimientos o abogar por una anarqua individualista. Quizs nuestra erasea reverente en exceso hacia los ecologistas y podra beneciarse de una actitudms crtica hacia sus modelos; sin embargo, rechazar de antemano el conjunto dela metodologa cientca como poco conable o equvoca sera tan tonto como

    reverenciar dogmticamente al positivismo. La sensibilidad respecto a los lmitesde nuestras ideas, a sus orgenes entremezclados y a sus persistentes ambigue-dades no implica por necesidad que debamos descartarlas, a menos que sus con-sencuencias resulten ser inaceptables. Lo que necesitamos, sencillamente, es unanocin de la verdad ms cuidadosamente acotada, escptica y humilde.

    La ciencia, como lo he sugerido, no constituye una fuerza monoltica y uni-lateral. Casi con certeza, no es la bsqueda pura y desinteresada del conoci-miento, como lo pretenden muchos de los que la apoyan, pero tampoco es unavance sin desvos a los largo del margen de objetividad como lo han procla-mado otros. Ni es tampoco, como la han llamado algunos de sus crticos, una

    visin alienada.Ninguna de estas nociones reeja la realidad compleja y plural de la comu -

    nidad cientca. La ciencia ha conocido tantos cismas, conictos, disensionesy contrastes de personalidades como cualquier actividad humana y segui-r conocindolos. Un dominio menos verstil en sus empeos jams podraasimilar tantas mentalidades, necesidades, propsitos y mtodos, o capturarms que unos pocos esquemas de la naturaleza. Con todas sus limitaciones,la ciencia debido precisamente a esta diversidad de apariencias internas ha

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    contribuido ms que cualquier otra disciplina a ampliar la visin del hombreacerca del mundo natural.

    La ecologa ha constituido una de las dimensiones ms signicativas de estaindagacin eclctica. Medida por su constante atractivo popular y su vincula-cin con el bienestar econmico y moral del hombre, la ecologa ha sido unaciencia de importancia a todo lo largo de su desarrollo. Al cabo de ms de dossiglos de elaboracin, ha ofrecido a los estudiosos de la naturaleza un ampliomargen de perspectivas todas las cuales pueden reclamar para s alguna por-cin de verdad, alguna inuencia en nuestro propio tiempo y, quizs, algnvalor para el futuro.

    La ecologa, como la ciencia en su conjunto, ha sido una casa con muchaspuertas. Algunas abren paso a una visin de la naturaleza, algunas a otra. Pero,como escribiera el lsofo William James acerca de su casa de verano en New

    Hampshire, todas estas puertas se han abierto hacia afuera.

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    La historia como historianatural: un ensayo

    sobre teora y mtodo

    ICharles Darwin yace en su tumba desde hace ya cien aos. Sin embargo, no

    es con la muerte con lo que asociamos su nombre, sino con la vida, en toda suabundancia y su diversidad. En particular, lo planteado por Darwin acerca delorigen natural de la vida, incluyendo la de los humanos, ha constituido una delas ideas ms inuyentes en el mundo a lo largo de ese siglo. Ese planteamientofue aceptado hace ya mucho tiempo por prcticamente todos los que se ubican

    dentro del marco de la ciencia moderna, pese a la persistente oposicin de unabanda de fanticos creacionistas.Con todo y esa aceptacin generalizada, sin embargo, las ideas de Darwin

    an no se han constituido en verdaderos principios para la labor de amplios sec-tores acadmicos. Tmese la historia, por ejemplo. La lectura de las revistas y lasponencias en este campo pone de relieve la profunda y continua inuencia deAdam Smith, Karl Marx y Sigmund Freud, pero an no existe Darwin en nuestrahistoria, al menos no en la forma de una tradicin de teora histrica. La evolu-cin y la historia siguen siendo, al cabo de cien aos, los dominios de discursosseparados. Existe poco de historia en el estudio de la naturaleza, y poco de la

    naturaleza en el estudio de la historia.Deseo demostrar cmo podemos poner remedio a ese desfase cultural por

    medio del desarrollo de una nueva perspectiva en la labor del historiador,que nalmente har darwinianos de nosotros. Ello nos exigir alejarnos devez en cuando de los debates parlamentarios, los datos sobre movilidad so-

    1 Este ensayo, pionero en la disciplina, se basa en el discurso de toma de posesin de Donald Worster comopresidente de laAmerican Society of Environmental History, pronunciado el 30 de diciembre de 1982. Traducidopor Guillermo Castro H. a partir de la versin en separata publicada por la Pacic Historical Review.

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    cial y las biografas de guras ilustres, para ir al examen de problemas mselementales, que tienen que ver con el dilogo ya muy antiguo entre los hu-manos y su planeta.

    La bifurcacin contempornea entre el estudio de la historia y el de la na-turaleza tiene una explicacin por dems obvia. En el mundo del clrigo-natu-ralista de la Inglaterra del siglo XVIII no exista tal divisin: las antiguedadesy las curiosidades naturales yacan entremezcladas en la misma alacena rural.2Sin embargo, en la medida en que nos alejamos de aquella pequea comuni-dad rural, la vieja historia natural integradora, de amplia cobertura, empeza fragmentarse en especializaciones. La historia se convirti cada vez ms enindagacin en archivos llevada a cabo por acadmicos urbanos, en la que cadavez haba menos tierra.

    Ms recientemente, sin embargo, aquel giro en direccin a una historia ana-

    tural ha venido a chocar contra algunos hechos de singular terquedad: fuentesde energa decrecientes, presiones de la poblacin sobre los alimentos disponi-bles, lmites y costos de la tecnologa. A raz de ello, un creciente nmero de aca-dmicos ha empezado a hablar acerca de algo llamado historia ambiental.

    En 1972, la Pacic Historical Review dedic todo un nmero a este nuevo campode indagacin3, y tres aos despus se form laAmerican Society for EnvironmentalHistory, para promover de manera formal el desarrollo de la disciplina.4

    Si entiende con claridad su misin y la lleva a cabo, la nueva historia volvera crear, si bien de manera ms sosticada, la vieja sntesis del clrigo-naturalista.Esto es, buscar combinar una vez ms la ciencia natural y la historia, no en una

    especialidad aislada ms, sino en una empresa intelectual de mayor alcance quealterar considerablemente nuestra comprensin de los procesos histricos. Loque esa indagacin implica, aqullo para lo que nuestros tiempos nos han prepa-rado, lo que deseo proponer aqu, es el desarrollo de una perspectiva ecolgicaen la historia.

    Dentro del crculos de los historiadores norteamericanos, han existido al me-nos dos individuos que, en fecha temprana, se encaminaron a la creacin de un

    2 Un buen ejemplo de esta temprana fusin de intereses es el historiador y naturalista ingls Gilbert White (1720-1793). Vase Worster, Donald: Natures Economy: The Roots of Ecology. (San Francisco, 1977), pp. 3-11.

    3 Pacic Historical Review, XLI (1972), pp. 271-372. Los principales temas abordados en el nmero fueron la con-

    servacin, el desarrollo hidrulico, las reas silvestres, los parques nacionales y el Departamento del Interior.Para nuevas direcciones en el campo, vanse los nmeros ms recientes de Environmental Review, publicada porla American Society for Environmental History. Los tpicos incluyen ahora a la energa, las polticas ambienta-les en Holanda, sequa y revolucin, y la esttica del paisaje.

    4 Existe otra tendencia, distinta a la ecolgica, que proviene del darwinismo: la sociobiolgica. Dado que parecemenos til al historiador, no la abordo aqu. Los lectores interesados, sin embargo, pueden acudir a la obra deEdward O. Wilson sobre el tema, as como a la de William Hamilton, R.L. Trivers, D.P. Barash y Konrad Lorenz.Un ensayo provocador (y de mayor relevancia directa para la historia) es el de Donald Campbell titulado Onthe Conicts between Biological and Social Evolution and between Psychology and Moral Tradition, enAme-rican Psychologist, XXX (1975), pp. 1103-112. Vase tambin Alexander, Richard: Darwinism and Human Affairs(Seattle, 1979), y Chagnon, N.A. y Irons, W.G. (eds.): Evolutionary Biology and Human Social Behavior. (NorthSciutate, Mass.,1979).

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    modelo de anlisis ambiental qua ecolgico. En ambos casos, sin embargo, fra-casaron en cuanto a mover muy lejos a la profesin. Me reero, por supuesto, aWalter Prescott Webb y James Malin, quienes llegaron a diferentes conclusionesaunque tienen mucho en comn.

    Ambos crecieron en las Grandes Llanuras, cuando esa regin se encontrabaan en los lmites del asentamiento agrcola de los balncos. Fueron educados enla escuela de la frontera, Turneriana, de la historiografa, que a su vez algo debea la inuencia de Darwin. Compartieron un inters comn en el problema de laaridez y lo que sta ha signicado para la agricultura norteamericana. Ambosdeseaban romper con los cercos disciplinarios y abarcar mucho ms lejos en lageografa y la ecologa para obtener respuestas a sus preguntas.5

    Webb describi su mtodo con caracterstica sencillez: Tomar un punto so-bresaliente en el terreno, y ver a los actores aproximarse al mismo, sabiendo de

    antemano con qu se encontrarn, y teniendo al menos una idea de cmo po-dran reaccionar frente a ello. Lo que vi fue cmo la cultura, especialmente ensus aspectos materiales, cambia para enfrentar las condiciones impuestas por lanaturaleza: en otros trminos, vi un proceso de adaptacin tecnolgica (y, enmenor medida, institucional). James Malin, por su parte, se introdujo en la teoraecolgica al uso en las dcadas de 1930 y 1940, rechaz buena parte de ella comopoco objetiva, y aplic el resto a su estudio de los pastizales norteamericanossin ninguna ilusin, escribi, de que la historia pueda ser as convertida enuna ciencia, sino apenas en una manera de observar la materia de la disciplina ylos procesos de la historia.7

    Estos dos historiadores innovadores an tienen algunos lectores hoy, aun-que su enfoque nunca fue objeto de la reexin que requera y la ciencia naturalpresente en el mismo ya est obsoleta. De los dos, Webb se desgasta mejor, peroa menudo parece haber sido un acionado de talento, ms dedicado a las met -foras y a los esquemas que a la investigacin cuidadosa. Su trabajo se vio siempreempaado por un empeo provinciano en probar que el Oeste era diferente, y enencontrar evidencias de que ello se deba a su medio ambiente. En lo peor de s,era un determinista mecanicista agrante; en lo mejor, una gura que otros his-toriadores por lo general han citado mucho ms de lo que la han seguido.8 Malin,

    5 Existen dos grandes estudios sobre la obra de Webb: Furman, Necah: Walter Prescott Webb: His Life and Impact(Albuquerque, 197), y Tobin, Gregory: The Making of a History: Walter Prescott Webb and The Great Plains.(Austin, 1976). Acerca de Malin, vase Bell, Robert: James C. Malin and the Grasslands of North America,enAgricultural History, XLVI (1972), pp. 414-424, y Johannsen, Robert: James C. Malin: An Appreciation, enKansas Historical Quaterly, XXXVIII (1972), pp. 457-4.

    Webb: Geographical Historical Concepts in American History, enAnnals of the Association of American Geogra-phers, L (190), p. 87.

    7 Malin: On the Nature of History: Essays about History and Dissidence (Lawrence, Kansas, 1954), p. 27.8 El ataque ms agudo al enfoque de Webb fue el de Fred Shannon en An Appraisal of Walter Prescott Webbs

    The Great Plains: A Study in Institutions and Environment, en Critiques of Research in the Social Sciences (NewYork, 1940).

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    por su parte, fue un darwinista social ortodoxo, que deseaba obtener de la natu-raleza una justicacin para la libre empresa y el individualismo econmico.9

    Las limitaciones de ambos autores, sin embargo, no fueron por entero de suresponsabilidad. Se debieron en parte a sus tiempos, y a la inmadurez de susprofesiones, y en parte a su lejana personal respecto a un medio intelectual msexigente. La sntesis ecolgica que propongo debe reconocer generosamente sucontribucin, antes de pasar a otros representantes, otros temas, y otros mundos.

    La nueva historia comienza donde Malin y Webb dejaron la tarea, salta haciael terreno menos familiar del historiador alemn Karl Wittfogel y, desde all, na-vega en direccin al campo de la antropologa ecolgica, donde encontraremosmucho de til en proceso de realizacin. Pero empecemos por Wittfogel.

    Debo atreverme a decir que no se trata de un autor familiar a muchos his-toriadores norteamericanos, aunque debera serlo. Quizs resulte poco familiar

    porque Wittfogel inici su obra a partir de Karl Marx, ese profeta malvenido enlos Estados Unidos, y sus teoras sobre el materialismo histrico y la dialcticade clase. Aun as, Wittfogel logr la proeza nada despreciable de traladar esasteoras a una interpreatcin ambiental de la sociedad y el cambio social, quetena ms de Darwin que de Marx.

    Wittfogel lleg a los Estados Unidos en 1934, como un inmigrante provenien-te de Alemania, acabado de salir de los campos de concentracin de Hitler, y trajoconsigo su prestigio internacional ya establecido en el campo de los estudios so-bre China. Antes de emigrar, haba publicado un artculo Geopolitics, Geographi-cal Materialism, and Marxism (1929), en el que enfatizaba la importancia de los

    factores naturales en la modelacin del modo de produccin de una sociedad.La relacin fundamental que subyace a todas las estructuras sociales, deca,es la existente entre los seres humanos y la naturaleza. De esa interaccin bsicaproviene mucho de lo que los historiadores buscan entender: la economa, elderecho, el poder poltico, el conicto social, y dems. Ignrese esta relacin, yse habrn peridod los medios para explicar en su sentido ms profundo lo quehace la historia.10

    Wittfogel lleg a esta postura en un intento por resolver un problema queantes haba confundido a Marx: a qu se deba que las civilizaciones ms im-portantes de Asia fueran tan distintas a las de Europa, tan carentes de desarrollo

    capitalista, y tan poco promisorias para una revolucin comunista? La respuesta,segun lo haba indicado vagamente Marx, radicaba en los avanzados sistemashidrulicos construidos por los asiticos para irrigar sus ridas tierras: a partir

    9 He sealado este aspecto con mayor detalle en mi libro Dust Bowl: The Southern Plains in the 1930s (New York,1979, pp. 205-20). Vase tambin mi libro Natures Economy, pp. 242-248.

    10 Vase la documentada bigrafa intelectual escrita por G.L. Ulmen: The Science of Society: Toward an Understandingof the Life and Work of Karl August Wittfogel , The Hague, 1978, esp. pp. 89-103; tambin de Ulmen: WittfogelsScience of Society, en Telos, XXIV (1975), pp. 81-114). El ensayo de 1929 apareci en la revista Unter dem Bannerdes Marxismus.

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    ms tempranas historiadores como Webb y Malin, que podran haber encontra-do en Wittfogel mucho de til para sus propios estudios sobre el Oeste rido delos Estados Unidos, y que necesitaron de su base terica ms avanzada, nuncaparecieron dispuestos a hacerlo.

    Estos fueron desenlaces desafortunados, de los que el propio Wittfogel fueresponsable. Sin embargo, el porblema ecolgico que plante an est all, espe-rando que los historiadores la descubran y construyan a partir de l una interpre-tacin amplia y nueva del pasado, que site rmemente a la sociedad humana enla naturaleza, antes que ms all o por encima de ella.

    Si los historiadores han tendido a desdear o subestimar la obra de Wittfogel,no puede decirse lo mismo de los antroplogos. All el autor ha encontrado unaaudiencia que lo aprecia, y ha sido en gran medida en torno a su obra sobre lairrigacin en la antigedad que ha tomado forma una disciplina dentro de esa

    disciplina, llamada de diversas maneras: antropologa ecolgica, ecologa cultu-ral, y materialismo cultural.Dicho estudio ha progresado de tal manera, que ha llegado para los historia-

    dores el turno de convertirse en sus alumnos y seguidores, en busca de los modosde aplicar el enfoque de los antroplogos a la investigacin de las sociedades delpasado. Examinar brevemente algunas de las principales guras de la antropol-ga ecolgica y sus obras, para despus sugerir algunas vas a travs de las cualesla historia puede y debe sumarse a la promocin de esa perspectiva.

    En la dcada de 1920, durante el mismo ao iniciaba sus estudios de lasGrandes Llanuras, el antroplogo Clark Wissler introdujo su concepto de rea

    cultural.14

    El concepto se ubicaba en la perspectiva de la obra geogrca deEllsworth Huntington, Ellen Semple, Friedrich Ratzel y J.J.E. Reclus, todos loscuales haban resaltado la importancia del habitat y el clima en el desarrollo dela diversidad cultural.

    Wissler (y, tras l, Alfred Kroeber) estaba ampliamente familiarizado con la di-versidad: haba realizado un prolongado estudio de los indios de Norte Amrica,cuyos artefactos, estructuras sociales, lenguas y economas ofrecan una complej-sima diversidad de tipos. La hiptesis del rea cultural sostena que tales diversi-dades culturales indgenas formaban agrupaciones discretas en un mapa y, sobretodo, que esos agrupamientos culturales coincidan con la distirbucin espacial de

    reas naturales, identicadas sobre todo por la presencia de recursos alimenti-cios animales y vegetales. Qu probaba eso? Tan slo que, aparentemente, existaalgun tipo de vnculo entre la cultura y la naturaleza: Wissler no se hubiera aven-turado a plantear nada ms rme que eso acerca de la causalidad cultural.

    14 Wissler: Man and Culture, New York, 1923; y The Relation of Nature to Man in Aboriginal North America , NewYork, 192. Vase tambin Kroeber, Alfred: Cultural and Natural Areas of Native North America, Berkeley, 199.June Helm discute esta obra temprana en The Ecological Approach in Anthropology, enAmerican Journal ofSociology, LXVII, 192, pp. 30-31.

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    La idea del rea cultural llev a varios investigadores a observar a gruposcomo los esquimales y examinar cmo su medio ambiente podra haber jadolmites a su desarrollo cultural o, dicho de manera ms positiva, podra haberlosestimulado a innovar y evolucionar en una nueva direccin. Despus de todo,si el oso polar mostraba la inuencia de su experiencia con la naturaleza, erainconcebible que ocurriera lo mismo con la cultura esquimal?

    Sin embargo, el salto de la evolucin de los osos a la de las culturas presentabaproblemas. El oso es, sin duda, parte del tejido darwiniano de la vida, en interac-cin con otros osos, otras especies, el clima y la qumica de su propio ecosistema,adaptndose a aquel sistema a travs de la seleccin natural en operacin sobresu genotipo. Pero la cultura es un fenmeno mucho menos tangible, buena partede cuyo contenido es portado en las cabezas de la gente, sin ningun mecanismogentico involucrado en su transmisin.

    Esa distincin, haca alguna diferencia? Un hombre destinado a ser uno delos antroplogos primados de los Estados Unidos, Julian Steward, pens que sy que, en consecuencia, los concpetos utilizados en la ecologa biolgica ecosis-tema, sucesin, clmax, y dems, carecan de sentido en el estudio de los esqui-males y de otras culturas.

    Evidentemente, resultaba posible aproximarse a culaquier grupo de humanosen tanto que criaturas biolgicas, y examinar sus enfermedades, su fertilidad ysus caractersticas genticas. Pero nada de ello, insista Steward, contribuira aprofundizar nuestro entendimiento del modo en que esos humanos se organiza-ban a as mismos, a quin rendan culto, o qu deseaban para sus hijos.

    Antes que tratar a los humanos, por tanto, como si simplemente fueran osos,Steward propuso un nuevo enfoque: la ecologa cultural, que atendera al fac-tor supra-orgnico de la cultura que... afecta al tejido de la vida y es afectado porste.15 La descripcin ms completa de la ecologa cultural aparece en su libroTheory of Cultural Change, publicado en 1955. Steward haba estado trabajando enlas vias de la ecologa desde la dcada de 1930 pero, con la publicacin de estelibro de tan amplia inuencia, pudo presentarse como su ms destacado repre-sentante y aspirar a ser, como lo llamara uno de sus admiradores, el mayor delos sintetizadores.1

    Steward elev el nivel de la discusin acerca de las inuencias ambientales

    por encima de las vetustas nociones acerca de que los climas clidos producanamantes temperamentales y apasionados, o de que una dieta a base de arrozproduca el Bhagavad-Gita. Su ecologa no era un rgido determinismo climticoo geogrco, ni intentaba l todo aspecto de la cultura, sino nicamente aquellos

    15 Steward: Theory of Cultural Change: The Methodology of Multilinear Evolution, Urbana, 193, p. 31.1 Murphy, Robert: Introduction: The Anthropological Theories of Julian H. Steward, en Steward, Jane y

    Murphy, Robert (eds.): Evolution and Ecology: Essays on Social Transformation by Julian H. Steward, Urbana,1977, p. 1.

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    rasgos de la misma que haca parte de lo que llam el ncleo cultural -la conste-lacin de rasgos que se presentan ms claramente relacionados con las activida-des de subsistencia y las actividades econmicas.17

    El primer paso en su mtodo consista en examinar la tecnologa desarrollada porun pueblo para explotar su medio ambiente y producir sus medios de vida armasde caza, fuentes de agua, prcticas agrcolas, energa, transporte, y en descubrircmo era inuenciada esa tecnologa por las circunstancias ambientales. El dilogode ambas con la tierra pona en juego ciertos patrones de conducta y de trabajo.

    El segundo paso del mtodo de Steward consista en analizar aquellos patro-nes. En algunos casos, la explotacin de los recursos podra demandar una ma-yor cantidad de trabajo en cooperacin; en otros, ninguna. En algunas situacio-nes, grandes masas de trabajadores deban ser organizados y dirigidos, en tantoque en otros lugares pequeos grupos se organizaban a s mismos sin necesidad

    de coercin o autoridad.El tercero y ltimo de los procedimientos en la ecologa cultural consista enpreguntar qu efecto tenan los patrones de trabajo sobre otros dominios de lacultura, fueran stos sistemas polticos, mitologas, o el diseo de las viviendas.18Tal impacto podra resultar modesto en algunos casos, o muy importante enotros, pero no sera posible saberlo a menos que se formulara la pregunta.

    Es aqu donde la antropologa de Steward y la historia de Wittfogel coinci-den. Steward crea que el problema fundamental consista en saber si ambientessimilares podan ser correlacionados con ncleos culturales similares, conductaslaborales similares, y tcnicas de sobrevivencia similares, lo que signicaba que

    la ecologa cultural deba ser comparativa en su investigacin. La irrigacin pro-porcionaba un caso de prueba ideal para esa estrategia comparativa.En 1953, Steward organiz un simposio sobre las antiguas civilizaciones de

    riego, e incluy a Karl Wittfogel en el programa.19 La intencin consista en des-cubrir regularidades en la diversidad aparentemente ilimitada de la historia hu-mana. Debe admitirse que haba un escaso y precioso acuerdo entre los partici-pantes acerca de lo que eran estas regularidades en materia de irrigacin, aunqueSteward y Wittfogel encontraron que sus ideas eran altamente compatibles. Y,una vez ms, el desnudo y rido paisaje estimul el pensamiento ecolgico, talcomo lo haba hecho con Malin y Webb, y ha seguido hacindolo con un gran n-

    mero de antroplogos ms recientes, llevndolos a preguntarse por la inuenciade la naturaleza en el destino de la sociedad humana.

    17 Steward: Theory of Culture Change, p. 37.18 Ibid., pp. 40-42.19 Este simposio fue publicado posteriormente en Steward et al.: Irrigation Civilizations: A Comparative Study, Was-

    hington, D.C., 1955. No se incluyeron trabajos sobre civilizaciones de irrigacin modernas pero, a pesar de estaseria omisin, el frtil interecambio entre la historia y la antropologa constituy un logro signicativo. Vaseel ensayo posterior de Steward sobre el tributo: Wittfogels Irrigation Hypothesis, en Steward y Murphy:Evolution and Ecology, pp. 87-99.

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    Para la dcada de 1950, los ecologistas se haban creado un nicho seguropara s mismos en la antropologa cultural. Ese logro tiene un enorme interspara la nueva historia ambiental, que an lucha por nacer, reclamar para s elreconocimiento como una nueva profesin, y solicitando ser utilizada. SegunRobert Netting, a lo largo del siglo XX la antropologa cultural ha conocido tresetapas en lo que que se reere a los nfasis en su actividad de investigacin:primero, el estudio de las ideas y las ideologas; segundo, la investigacin acer-ca de la estructura y la organizacin sociales y, tercero, el inters en las racesecolgicas de las culturas.20

    Lo que Netting seala no es que las ideas y las instituciones hayan perdidointers para la antropologa, sino ms bien que se ha hecho cada vez ms eviden-te que existen fuerzas ambientales y tecnolgicas bsicas que van dando formaa aquellos fenmenos, y que no llegaremos a ningun lado en la comprensin

    del funcionamiento de las culturas si asumimos alegremente, por ejemplo, quelas ideas de un pueblo provienen simplemente de otras ideas. Por contraste, loshistoriadores en tanto que grupo no han llegado a descender hasta una idea tanelemental. Nos encontramos an en el piso 13, inseguros acerca de lo que ocurreal nivel de la calle o de lo que hace funcionar a los ascensores.

    A lo largo de las ltimas dos dcadas, el enfoque ecolgico en antropologa haproducido un notable cuerpo de monografas y tratados tericos que, en conjun-to, han desplazado el campo bastante ms all de Steward y Wittfogel. Se puedecitar, entre otros, el estudio de John Bennett sobre la adapatacin moderna en lapradera canadiense; el trabajo de Harold Conklin sobre la agricultura en Filipi-

    nas; el esfuerzo de Marshall Sahlins para vincular la estraticacin social en Po-linesia con el uso de la tierra; el anlisis de Richard Lee acerca de la economa decaza y recoleccin de los bosquimanos Kung, y el detallado anlisis comparativode dos agroecosistemas indonesios realizado por Clifford Geertz.21

    Una tendencia comn a muchos de estos trabajos ha consistido en borrar lalnea que Steward intent trazar entre la biologa y la cultura. Virtualmente, nin-guno se maniesta en desacuerdo conque los seres humanos son nicos en cuan-to al grado en que producen smbolos, adquieren valores, inventan creencias yherramientas y, por tanto, no se encuentran tan limitados como otros animales amedios congnitos para resolver sus necesidades. Sin embargo, resulta un acto

    20 Netting: Cultural Anthropology, Menlo Park, California, 1977, p. 4. El paralelo con la historia es obvio; sin embar-go, a diferencia de la antropologa, la primera etapa de la historia fue la de la poltica, y an no se ha alejadomucho de ella.

    21 Algunos de estos textos son monografas; otros, artculos. Una buena muestra la constituye Vayda, Andrew(ed.): Environment and Cultural Behavior: Ecological Studies in Cultural Anthropology, Garden City, N.Y., 199. Parauna revisin del campo, vase Hardesty, Donald: Ecological Anthropology, New York, 1977; Bennett, John: TheEcological Transition: Cultural Anthropology and Human Adaptation, New York, 197; Watson, Richard y Patty:Man and Nature:An Anthropological Essay in Human Ecology, New York, 199, y Anderson, N.J.: EcologicalAnthropology and Anthropological Ecology, en Honigman, J.J.: Handbook of Social and Cultural Anthropology,Chicago, 1974, pp. 477-497.

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    humanos en su medio ambiente. Ese modelo puede o no corresponder al mo-delo operacional de la naturaleza pero, aun cuando resulte equivocado conrespecto a parmetros cientcos como en el caso de los nativos de NuevaGuinea que Rappaport estudi, puede funcionar maravillosamente como unmedio para restringir la explotacin de los recursos y mantener saludable yproductiva a la tierra.

    En nuestra propia sociedad industrial, segun Rappaport, el modelo conocidoque se sustenta en una visin ubrrima de la naturaleza resulta en extremo in-adecuado como medio de adaptacin. A pesar de nuestro declarado conocimien-to fctico superior y de nuestra conanza en nuestra capacidad para administrarhbilmente al sistema natural, no disponemos realmente de un mtodo adecuadode auto control un conjunto efectivo, como dira el autor, de mecanismos deretroalimentacin negativa.

    Rappaport podra estar equivocado. Podra plantearse que nuestras tenden-cias recurrentes al conservacionismo y nuestros temores acerca de una escasezde recursos sirven como rituales reguladores, semejantes a aquel en que los ha-bitantes de Nueva Guinea sacrican peridicamente a sus cerdos en el marco deelaboradas ceremonias religiosas con el n de preservar sus valles. En cualquiercaso, sostiene Rappaport, el modo en que la gente percibe y describe la tierra, y elmodo en que actan a partir de esas ideas, no constituyen meros epifenmenos,sino poderosos componentes ecolgicos en s mismos.23

    En la opinin de Marvin Harris, sin embargo, las diferencias en el modo enque pueblos de distintas culturas piensan y actan respecto a la naturaleza resul-

    tan triviales y superciales. Por el contrario, Harris plantea la presencia de un re-siduum transcultural en la experiencia humana en todo tiempo y lugar. En breve,ese residuum consiste en lo siguiente: desde los primeros cazadores de la sabanaafricana hasta la era nuclear, los humanos se han empeado en descubrir la ma-nera ms racional y eciente de alimentarse a s mismos. Toda cultura, por tanto,resulta ser en el fondo apenas otro intento de dar respuesta al eterno problema delas caloras cmo obtener la mejor nutricin a partir de una situacin dada, cules la mejor respuesta al problema en trminos de costo-benecio.

    Segn Harris, las nuevas culturas evolucionan de manera muy semejante aaqulla en que aparecen las nuevas especies biolgicas, cuando dejan de fun-

    cionar las viejas respuestas al desafo nutricional. En esta lucha darwiniana porla adaptacin y la sobrevivencia no existe una solucin ideal y conclusiva, sinoun proceso sin n de ciclos y elaboraciones, el desarrollo de nuevas ramas, ennuevas direcciones, en el rbol de la diversidad cultural. Las viejas ramas caendel rbol, en la medida en que las culturas agotan sus recursos; nuevas ramas,nuevas culturas, aparecen para explotar las nuevas posibilidades.

    23 Rappaport: Nature, Culture and Ecological Anthropology, en Shapiro, Harry (ed.):Man, Culture, and Society,London, 1971, pp. 247, 21-24. Vase tambin Pigs for the Ancestors, New Haven, 198.

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    La civilizacin industrial es, simplemente, la rama ms reciente del rbol. Du-rante un tiempo, constituy una solucin notablemente efectiva ante la presinrecurrente por obetner sucientes alimentos, pues produjo una abundancia sinprecedentes. Ahora, sin embargo, se ha tornado como los dinosaurios del Meso-zoico, incapaz para adaptarse, vulnerable en alto grado debido a la sobrespecia-lizacin, y una vctima de sus mismos logros.24

    Los trabajos de estos dos antroplogos, Rappaport y Harris, distan mucho deagotar las posibilidades de los estudios ecolgicos. Ambos tienen sus detractoresy adversarios. En algunos casos, se trata de otros ecologistas para quienes losmodelos de los que dependieron Rappaport y Harris resultan obsoletos; en otros,de gente ajena a la ecologa que insiste en la existencia de formas ms adecuadaspara dar cuenta del desarrollo de las culturas.

    La crtica ms importante que se hace a la antropolga de Rappaport consiste

    en sealarle que depende de un modelo excesivamente esttico de la ecologa, quefue importante hace algunos aos pero que se ha visto superado por paradigmasevolucionarios ms dinmicos. Cuando Rappaport emprendi sus investigacio-nes en Nueva Guinea, la gura dominante en este campo de la ciencia era EugeneOdum, cuyo libro Fundamentals of Ecology publicado por primera vez en 1953,y por tercera en 1971, describa los ecosistemas naturales en los trminos de lafsica: el ujo ordenado y tranquilo de energa a lo largo de la cadena alimentaria;la vida en equilibrio intemporal, sin luchas, imperfecciones o fracasos.25

    Rappaport se ajust a ese enfoque, describiendo una cultura tribal en perfectaarmona con su habitat, que utilizaba la energa en la forma ms eciente posible.

    Sin embargo, los crticos se preguntan si Odum proporciona una imagen real-mente adecuada de la naturaleza de su despiadado oportunismo, sus aciertos yerrores, y sus conictos. Y, en lo que toca a las sociedades humanas aun aqullasque viven en el impoluto aislamiento de la Edad de Piedra, se encuentran enrealidad tan bien adaptadas a la naturaleza?

    Andrew Vayda, en una poca colaborador de Rappaport, ha reconocido lojusto de algunas de las crticas a su ecologa. Vayda admite que esa ecologa igno-ra evidencias de perturbaciones en los sistemas y de relaciones desbalanceadasentre la gente y su medio ambiente, y recomienda como mejores modelos losque ofrece una nueva generacin de libros de texto de biologa que presentan una

    naturaleza inacabada e imperfecta.2

    24 Entre las obras brillantes y estimulantes de Harris, las ms tiles son The Rise of Anthropological Theory: A Historyof Theories and Culture, New York, 198, cap. 23, donde discute tanto las teoras de Steward y Wittfogel comolas suyas, y Cannibals and Kings: The Origins of Cultures, New York, 1977, que se extiende en amplitud sobre lahistoria.

    25 He discutido el trabajo de Odum en Natures Economy, pp. 311-313.2 Vayda y McCay, Bonnie: New Directions in Ecology and Ecological Anthropology, enAnnual Review of An-

    thropology, IV, 1975, pp. 294-295. Entre los ms importantes de los nuevos textos se cuentan: Colinvaux, Paul:Introduction to Ecology, New York, 1973; Pianka, Erica: Evolutionary Ecology, 3a. ed., New York, 1982; Ricklefs,Robert: The Economy of Nature, New York, 197, y Ecology, 2a. ed., New York, 1979.

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    Con todo lo que pueda haber de cierto en tales crticas a Odum y Rappaport,uno sospecha la presencia de una agenda oculta. Un mundo caracterizado poraccidentes e imperfecciones; un mundo que nunca ha estado en equilibrio ni haconocido armona entre los humanos y la naturaleza, constituye un paradigmacientco con amplias posibilidades de uso poltico. Puede servir para justicarla destruccin acarreada por las sociedades industriales contemporneas: as hasido siempre la historia. Y puede obscurecer el desfavorable contraste que pre-senta Rappaport entre nosotros mismos y otros pueblos ms primitivos.

    El hecho de que los libros de texto hayan sido reescritos, de que existan revi-sionistas que trabajan en este campo como en cualquier otro, no constituye unarazn que justique asumir que lo nuevo es necesariamente lo mejor, y que laantropologa temprana resulte ahora del todo equivocada. La primera regla queconviene atender al apropiarse uno de ideas y modelos provenientes de las cien-

    cias naturales debera ser la de cuidarse de ideologas y modas que se llaman a smismas verdaderas y que desdean la ciencia de ayer como falsa.La ecologa, sin duda, debe dar cuenta tanto del cambio como del equilibrio,

    lo que implica que no slo debe describir y explicar culturas en un momentodado de la historia, sino que adems debe rastrear la ruptura de la adaptaciny el proceso de evolucin. En este sentido, Marvin Harris resulta un gua mstil que Rappaport.

    Aun as, el propio Harris ha recibido algunas crticas, provenientes de lasms diversas direcciones desde estructuralistas y sociobiologistas, hasta mar-xistas e idealistas. Algunas sostienen que Harris desdea la base gentica de

    las culturas. Otras sealan con razn, segn creo, que Harris reduce la com-plejidad del comportamiento a un determinismo excesivamente simplicado ymecnico, de manera muy semejante a lo que hizo Malthus con sus tasas derelacin entre poblacin y alimentos.

    Una de las crticas ms reveladoras proveniente en particular de los marxis-tas consiste en que Harris nos ofrece una vez ms el viejo credo funcionalistaque recorre buena parte de la ciencia social anglo-norteamericana. El funciona-lista encuentra racionalidad dondequiera que mire: hay una buena justicacinpara cada institucin, cada tecnologa, cada guerra, cada injusticia, cada ordensocial en el caso de Harris, se trata de la maximizacin de los benecios ali -

    mentarios sobre sus costos, la adaptacin ms eciente a (y la explotacin msecaz de) la tierra.

    Sin embargo, si todas las culturas son funcionales y todas poseen sus razonesprcticas que las subyacen, algunos crticos se preguntan qu puede ser conside-rado, en esos trminos, como irracional, expoliador o perverso. En la lgica delfuncionalismo, incluso el modo ms cruel y brutal de trato de un ser humano porparte de otro tiene un valor positivo para la sobrevivencia y, por lo mismo, unautilidad para la comunidad. No podemos objetar ningn tipo de estructura social

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    ms all de lo que podramos hacerlo respecto a los dientes de un tigre o la formade una hoja. Y, sin embargo, en los hechos es posible establecer una distincin entrela biologa de un carnvoro y las jerarquas y relaciones de una sociedad.

    Lo que se encuentra ausente en una ecologa funcionalista que homogenizatodo lo que est a la vista es una conciencia de que, a lo largo de la historia, algu-nas personas han tenido ms poder que otras para denir lo que es racional enla explotacin de la naturaleza. El hecho de que una cultura exista y perdure noconstituye una prueba de que funciona bien para todos los que participan de ellade que su eciencia se dena de acuerdo a los intereses de todos. De acuerdoa los antroplogos marxistas, en toda sociedad existe una lucha constante entregrupos rivales, que buscan denir qu es racional, qu funciona, quin es alimen-tado, y en qu medida lo es. Las explicaciones funcionalistas de Harris no reejanesa lucha y, por tanto, distorsionan el proceso de cambio.27

    En cualquier caso, debe reconocerse que existen tanto similitudes como dife-rencias entre ecologistas y marxistas en el campo de la antropologa y que, por lomismo, existen oportunidades de reconciliacin. A lo largo del desarrollo de la es-cuela ecolgica de anlisis de Clark Wissler a Marvin Harris, ha estado presenteuna fuerte tendencia hacia una interpretacin materialista de las culturas. AunRappaport, con todo su esfuerzo por reincorporar el conocimiento y las ideas alescenario, no insistira en que las ideas pueden existir al margen de, o en completaindependencia respecto a, el sustrato material. En el trabajo de Harris, esa tenden-cia ha adquirido un carcter positivista militante, de modo muy semejante a loocurrido con Marx, que lo ha llevado a designar su teora como materialismo cul-

    tural, en un eco deliberado del determinismo econmico del lsofo alemn.28

    El paralelo entre ambos grupos se extiende incluso ms all. Ambos comparteun enfoque holista en su modo de comprender a la sociedad humana; concuer-dan en que existen ms factores en la conformacin de la sociedad de lo que pa-rece a primera vista; insisten en que la historia es hecha por las personas, que soncreaturas de la naturaleza, a travs de su trabajo y sus modos de produccin; alos dos les preocupa el complejo problema del lugar que ocupan la imaginacin,la libre voluntad y la conciencia en sa interpretacin materialista.

    Aun as, cualquier reconciliacin entre ambos grupos tendr que tomar encuenta el profundo contraste entre algunos nfasis que los caraterizan. Esos nfa-

    sis tienen que ver con el peso que, en opinin de los antroplogos, debe asignr-sele a fuerzas como el clima, la poblacin, las enfermedades y la biota, frente a lalucha de clases, el proletariado y las relaciones sociales de riqueza y hegemona.

    27 Vase, por ejemplo, Friedmann, Jonathan: Marxism, Structuralism and Vulgar Materialism, enMan, IX, 1974,pp. 444-49. Harris es el principal materialista vulgar.

    28 Harris incorpora las teoras de Marx en su Cultural Materialism: The Struggle for a Science of Culture, New York,1979, x-xi, pp. 21-257. Parte de esa discusin fue provocada por el ataque de Marshall Sahlins a la mentalidadempresarial de Harris en Culture as Proteins and Prot, en New York Review of Books, XXV, Nov. 13, 1978,pp. 45-53.

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    Y existe an otra diferencia: el marxismo, en tanto que teora cientca, mues-tra hoy una larga trayectoria de fracasos en su capacidad para predecir el cursode los acontecimientos, en tanto que los ecologistas empiezan apenas a intentarese tipo de prediccin.

    IIAquellos de nosotros que nos ocupamos de la historia, y en particular de la his-

    toria ambiental, qu debemos hacer con los ejemplos que nos plantea la antropolo-ga ecolgica? Sencillamente, no debemos ignorarlos ni asumir que no tienen nadaque ofrecer al investigador de la historia. Con su ayuda, ha llegado el momento deempezar a examinar formas especcas en las que puede plantearse un enfoqueecolgico de la historia; de preguntar qu puede proponerse hacer ese enfoque,cules son sus lmites, y por qu ha llegado nalmente el tiempo de ejercerlo.

    En primer lugar, permtasenos aclarar algo: no existe ninguna nueva teoraen particular que la historia ecolgica pueda o deba agregar a los modelos an-tropolgicos. Pensar de otra manera es suponer que la historia es una disciplinaautosuciente, con sus propios modelos de su sociedad y una epistemologa par-ticular. No es as.

    La historia es ms un agrupamiento de intereses que una disciplina, y nuncaha dispuesto de un nico paradigma con el cual trabajar. En tanto que un pro-blema de tradicin y conveniencia, los historiadores se han mostrado de acuerdoen entenderse con ciertos ciertos temas y omitir otros. No hay nada de extrao oequivocado en ser selectivo de esa manera, por supuesto, pero la predisposicin

    en la seleccin no debe estar exenta de disensiones.Durante un largo tiempo, los historiadores han tendido a limitar el alcance de

    su inters al Estado-nacin, a su poltica y a sus relaciones con otros Estados, ya asumir con facilidad ms bien excesiva, que la cultura y las ideas se encon-traban contenidas en ello. Una consecuencia de esa actitud consisti en que elcampo de trabajo a menudo pareca tener una nocin por dems vaga acerca delo que es una cultura, y del modo en que ella opera.

    Sin embargo, esa situacin est cambiando con rapidez y, en la medida en quelo hace, existen cada vez menos razones para insistir en la existencia de una disci-plina sacrosanta o aislada en el estudio de una sociedad concebida a la medida desus intereses. Si los historiadores, como tales, tienen algo que agregar al anlisisecolgico, es la conciencia de que todas las generalizaciones deben remitirse atiempos y lugares especcos lo que no es poca cosa ante la presencia de vidosgeneralizadores como Marvin Harris. Pero eso no es lo mismo que proclamar quese opera a partir de un conjunto peculiar de principios y deniciones tericas.29

    29 Me hago eco, aqu, de algunos comentarios planteados por Immanuel Wallerstein en The Capitalist World-Eco-nomy, Cambridge, 1979, ix-x.

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    La mayora de los antroplogos, con la excepcin de los arquelogos, trabajanentre sociedades tribales y aldeanas sobrevivientes. La mayora de los historiado-res, por su parte, se ocupa de los muertos y sus registros escritos, si bien se tratasobre todo de los muertos de la era moderna. Estas diferencias, sin embargo, tien-den a disminuir. De hecho, entre los historiadores premodernos se encuentra enmarcha un proceso de acercamiento a la antropologa: considrese, por ejemplo, aMontaillou: The Promised Land of Error, de LeRoy Ladurie, en la que gura de mane-ra prominente la antropologa ecolgica.30 Es sobre todo entre los historiadores mo-dernos donde la brecha entre los dos campos an debe ser superada. Permtasenosexplorar algunas de las reas de investigacin en las que eso podra lograrse.

    El ascenso y evolucin del industrialismo y del capitalismo, su estrecho aso-ciado, constituye sin duda el problema ms importante que han de enfrentar loshistoriadores modernos. En qu consistira un acercamiento ecolgico a ese pro-

    blema? En primer lugar, tendramos que entender mejor que ahora la inuenciade los crecimientos de la poblacin en el colapso de la sociedad feudal y su basetecno-ambiental. La esplndida obra de William McNeill acerca de las plagas ylas inmunidades a las enfermedades nos proporciona parte de los fundamentosnecesarios para esa indagacin.31

    El siguiente paso consiste en descubrir cmo el incremento de la presin dela poblacin sobre el suelo cre una demanda y una oportunidad para la innova-cin cultural. En otros trminos, en el centro de este problema se encuentra la re-volucin agrcola postfeudal. En qu consisti? Qu la impuls? Qu impactotuvo sobre los recursos naturales y las relaciones sociales?

    Como lo dijera Frank Fraser Darling, el ecologista de lo humano nunca debemenospreciar el vientre de la gente.32 De hecho, es all por donde debe comen-zar siempre la historia ambiental con el hambre y el alimento, con el problemade llenar el vientre de la gente. El surgimiento de la nueva economa industrialrepos en un enfoque innovador sobre ese problema: dependi de la agriculturamoderna, o cultivo industrial, como eventualmente lleg a ser designada.

    Si Harris est en lo correcto, toda innovacin el industrialismo incluidoalcanza nalmente un punto de desarrollo intensicado que crea la amenazade su propia destruccin. Un gran nmero de estudios de caso dedicados a la

    30 Publicado originalmente en Francia en 1975. La edicin norteamericana apareci en 1978. Vase especialmentela Primera Parte: The Ecology of the Montaillou: The House and the Shepherd. Otra obra an ms extraor-dinaria producida en Francia es El Mediterrneo y el Mundo Mediterrneo en la Epoca de Felipe II, en particular elCaptulo I, sobre El papel del medio ambiente.

    31 Plagues and Peoples, Garden City, N.Y., 197. El Captulo 5 resulta muy sugerente para el estudio ecolgico delas races del capitalismo y el industrialismo, si bien McNeill mismo no establece tales conexiones. S lo hace,en cambio, Richard Wilkinson en Poverty and Progress: An Ecological Perspective on Economic Development, NewYork, 1973, p. 212. Vase tambin Harris, Marvin: Cannibals and Kings, cap. 14, y Jones, E.L.: Environment,Agriculture and Industrialization in Europe, en Agricultural History, LI, 1977, pp. 491-502; y The European

    Miracle: Environment, Economics, and Geopolitics in the History of Europe and Asia, Cambridge, 1981.32 The Ecological Approach to Social Sciences, enAmerican Scientist, XXXIX, 1951, p. 248.

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    agricultura industrial y capitalista del siglo XX permite comprobar este plantea-miento.33 Por lo mismo, necesitamos entender no slo los orgenes ecolgicosde este modo de produccin, sino adems su impacto sobre la tierra tanto enecosistemas especcos como en el conjunto del planeta, y sobre los habitantesde esa tierra.

    Un segundo conjunto de experiencia moderna en la que cabe apelar a la pers-pectiva ecolgica es el que tiene que ver con la frontera, aquel tema tan antiguoy familiar. Se trata de un tema tan antiguo como el Homo sapiens, dado que laspersonas han estado desplazndose hacia tierras vrgenes o invadiendo el terri-torio de otros desde que Lucy vagaba a travs de Etiopa. Y no slo han sido loshumanos los que han estado haciendo esto, pues nada nos vincula ms claramen-te a otras criaturas que los desplazamientos fronterizos.

    A lo largo de los ltimos 500 aos, esos desplazamientos fronterizos se han in-

    crementado notablemente, hasta tornar al mundo en un solo territorio dominadopor una misma especie agresiva. Como resultado de ello, miles de variedades deplantas y animales han desaparecido o se encuentran en vas de extincin, millo-nes de seres humanos han perecido en guerras y epidemias, y culturas enteras sehan desvanecido. Tal como Alfred Crosby y otros lo han demostrado, ste es untema que demanda, que exige, la integracin de la ecologa y la historia.34

    Lo que an no logramos entender, pese a nuestros Turner y nuestros Webb,es cmo y por qu algunas culturas fronterizas tienen xito, mientras otras fra-casan; o qu hace a un pueblo capaz de adaptarse y, a otro, conservador; o cmoalgunas sociedades recientes han logrado una hegemona mundial a travs de la

    expansin de su nicho ecolgico y de este modo, en palabras de Marshall Sahlins,han demostrado una gran capacidad para desenvolverse en presencia de d-cits naturales locales.35 La conquista global puede ser un problema poltico, yevidentemente constituye un tema tico. Sin embargo, en sus orgenes es tambinun acontecimiento ecolgico.

    La investigacin acerca de la regulacin del comportamiento explotador -aquello que Rappaport llamaba mecanismos de retroalimentacin negativa-,constituye un ejemplo adicional de un espacio en el que podran trabajar en con-junto la ecologa, la antropologa y la historia moderna. La historia ambiental ya

    33 Mi propio estudio sobre las tormentas de polvo en el Suroeste de los Estados Unidos durante la dcada de 1930constituye un intento en este sentido: vase la nota 8 para encontrar la referencia. Existe tambin el libro de JohnBennett Northern Plainsman:Adaptative Strategy and Agrarian Life (Chicago, 199), pero el estudio ecolgico dela agricultura moderna apenas ha comenzado.

    34 Vase, de Alfred Crosby, Ecological Imperialism: The Overseas Migration of Western Europeans as a Biolo -gical Phenomenon, en Texas Quarterly, XXI, 1978, pp. 10-22. Tambin, de Wilbur Jacobs, The Fatal Confron-tation: Early Native-White Relations on the Frontiers of Austrlia, New Guinea, and America -A ComparativeStudy, en Pacic Historical Review, XL, 1971, pp. 283-309, as como, de Calvin Martin, Keepers of the Game: Indian-

    Animal Relationships and the Fur Trade, Berkeley, 1978. Uno de los grandes clsicos en ecologa de las fronterases Inner Asian Frontiers of China, de Owen Lattimore (Boston, 191).

    35 Culture and Environment: The Study of Cultural Ecology, en Tax, Sol (ed.): Horizons of Anthropology, Chica-go, 194, p. 145.

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    ha logrado distinguirse en esta rea, pero siguen existiendo aspectos que an nohemos resuelto, y otros que no podremos aclarar jams.

    Por ejemplo, de qu maneras han sido transformados nuestros modeloscognitivos de la naturaleza por el ascenso de un orden industrial, capitalista?Qu contrastes establece ese orden respecto a las culturas preindustriales y susmecanismos de regulacin? La escala ascendente de la organizacin social enlos tiempos modernos, ha tenido una inuencia negativa en la capacidad de laspersonas para percibir los lmites de su medio ambiente, y restringir sus deman-das a esos lmites? Nuestras cosmologas religiosas y postreligiosas, en contrastecon las de las culturas animistas, garantizan nuestro xito indiscutido, o hanminado nuestro futuro? A lo largo del ltimo siglo, ha surgido toda una gamade nuevos ritos sociales el ideal consumista de la Navidad es tan slo uno deellos, pero an no resulta claro el signicado de su impacto acumulativo sobre

    la naturaleza o si, por otro lado, toda esa innovacin comprende adems comose sugiriera antes una funcin conservadora del medio ambiente.3

    El acercamiento ecolgico no puede encarar por s solo todos los temas queinteresan a los historiadores contemporneos. Puede, sin embargo, llamar suatencin sobre algunos aspectos que han olvidado, o de los que nunca han es-tado del todo conscientes. Me siento menos preparado que Marvin Harris paracreer probable que llegue a existir una ciencia ecolgica transdisciplinaria quellegue a ofrecernos, sea cual sea el campo en que trabajemos, un conjunto derespuestas inmutables, verdades framente objetivas, o leyes del comporta-miento: hay en m demasiado de historicista para dar crdito a esa vieja pro-

    mesa positivista.Creo que siempre seremos los hijos de nuestro contexto, incapaces de ver elmundo a travs de otros ojos distintos a los nuestros, siempre llenos de desvia-ciones, prejuicios, pasiones y compromisos. No me resulta claro por qu tendra-mos que desear que fuera de otra manera. Pero si bien la perspectiva ecolgicano nos hace ms cientcos, en el sentido que Harris otorgaba