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El 10 de Abril de 1591, luego de la derrota de la Armada Invencible, Queen Elizabeth I concedió a un grupo de entrepreneurs londinenses permiso para navegar hasta el océano índico con fines comerciales Ese año salieron tres barcos de Londres, retornando a Inglaterra en 1594. Ese mismo año salieron tres más. Y tres más en 1599 cuando, simultáneamente, los inversores, liderados por George Clifford, 3° Conde de Cumberland y Comandante de la Armada Inglesa, juntaron algo más de 30 mil libras esterlinas e hicieron una propuesta un poco más jugada a la Corona: que les permitiese establecer una ruta fija de comercio entre la metrópoli y las indias orientales (y un monopolio sobre esa ruta). Siguiendo ese pedido, luego de negociaciones arduas y tediosas, la Reina firmo el 31 de Diciembre de 1600 un documento que habilitaba Clifford a explotar la ruta comercial. Para celebrar el hecho, el cortesano se tomó la molestia de reunir el capital, los barcos, provisiones, recursos y marineros de los que disponía en una organización llamada Governor and Company of Merchants of London trading with the East Indies o East India Company para acortar. Desde su creación hasta su disolución, en 1874, la empresa controló no solo la ruta comercial entre Londres y el subcontinente indio y China sino que gobernó efectivamente el territorio asiático a través de grandes ejércitos privados y asumiendo funciones administrativas. La vida de una idea No estamos acostumbrados a analizar la historia del mundo a través de la historia de las corporaciones. Para nosotros, usuarios atolondrados de la filosofía francesa de la década

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El 10 de Abril de 1591, luego de la derrota de la Armada Invencible, Queen Elizabeth I concedió a un grupo de entrepreneurs londinenses permiso para navegar hasta el océano índico con fines comerciales

Ese año salieron tres barcos de Londres, retornando a Inglaterra en 1594. Ese mismo año salieron tres más. Y tres más en 1599 cuando, simultáneamente, los inversores, liderados por George Clifford, 3° Conde de Cumberland y Comandante de la Armada Inglesa, juntaron algo más de 30 mil libras esterlinas e hicieron una propuesta un poco más jugada a la Corona: que les permitiese establecer una ruta fija de comercio entre la metrópoli y las indias orientales (y un monopolio sobre esa ruta).

Siguiendo ese pedido, luego de negociaciones arduas y tediosas, la Reina firmo el 31 de Diciembre de 1600 un documento que habilitaba Clifford a explotar la ruta comercial. Para celebrar el hecho, el cortesano se tomó la molestia de reunir el capital, los barcos, provisiones, recursos y marineros de los que disponía en una organización llamada Governor and Company of Merchants of London trading with the East Indies o East India Company para acortar.

Desde su creación hasta su disolución, en 1874, la empresa controló no solo la ruta comercial entre Londres y el subcontinente indio y China sino que gobernó efectivamente el territorio asiático a través de grandes ejércitos privados y asumiendo funciones administrativas.

La vida de una idea

No estamos acostumbrados a analizar la historia del mundo a través de la historia de las corporaciones. Para nosotros, usuarios atolondrados de la filosofía francesa de la década del 70 desde la periferia, testigos angustiados de la modernidad desequilibrada y deficiente de latinoamérica, la historia del capitalismo es más una serie de narraciones míticas o licencias poéticas (como la “burguesía” y el “proletariado”) antes que un proceso concreto de establecimiento de unidades administrativas, estrategias de management y organigramas.

La East India Company es el inicio de esta historia, tal como aparece narrada en el gran libro de Nick Robins The Corporation that Changed the World: How the East India Company shaped the Modern Multinational. No porque haya inventado el comercio, sino porque fue el primer ejemplo de comerciantes individuales que reunieron capital convocando a distintos inversores privados por separado para formar una joint-stock corporation, una entidad con derechos similares a los Estados y los individuos, con responsabilidad limitada y un nivel de autonomía significativo. Algo que hasta ese momento no existía y que proveyó la matriz organizativa para la expansión del capitalismo

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durante los próximos 400 años. El 1 de Enero de 1601 fue el primer día del capitalismo moderno.

Este modelo de producción, gestión y comercio alcanzó su pico de desarrollo entre la crisis del petróleo de 1973 y la década del ’90 cuando la empresa transnacional occidental perfeccionó el proceso de integración de los mercados globales y donde el economista, especialista en teorías del management y entrepreneur de origen indio Venkatesh Rao, en su muy buen artículo A Brief History of the Corporation: 1600 to 2100 estima que cerca del 95% de la vida económica del mundo estaba organizado por las empresas occidentales y que más del 80% de las personas económicamente activas estaba empleada en alguna de ellas.

Hasta ahora.

En su número de Septiembre de 2015 The Economist publicó un artículo bajo el sugerente título de Death and Transfiguration. Ahí anuncia el inminente fin de la western corporation y del modelo de expansión comercial y productiva que inauguró en 1601.

Y, como todo proceso de clausura, este declive y caída promete ser especialmente espectacular, lento y decadente.

Actualmente las multinacionales occidentales habitan todos los rincones del planeta. Elaboran la gran mayoría de objetos que hay en tu casa. Tienen a su disposición a los trabajadores mejor calificados del mundo. Están pensando las 24 horas del día, los 365 días del año cómo ser más eficientes, como producir cosas más appealing, como empujar el

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mundo hacia el futuro, como ganar más plata. Financian la producción de todo el conocimiento que contribuye a eso. Combaten entre sí. Nacen y mueren. Se unen y forman multinacionales aún más grandes. Mantienen vínculos con políticos locales, seduciéndolos con promesas de inversión y puestos de trabajo. En no pocos casos fijan políticas públicas y el rumbo de la economía.

Las multinacionales de los países occidentales desarrollados, de hecho, son dueñas de dos tercios de la riqueza mundial producida y las más grandes poseen recursos superiores a los de la mayoría de los Estados nacionales, desarrollados o no. Amazon tiene una base de consumidores superior a la población combinada de Francia, Alemania, UK y España. Samsung tiene ganancias anuales por 22 mil millones de dólares, aproximadamente el PBI de Bolivia. Microsoft tiene assets por 175 mil millones de dólares, el equivalente a las reservas de México o 15 veces las reservas de la Argentina. Facebook, Apple, Google, Coca-Cola, Unilever, Procter. Ya conocemos la historia.

Pero el ciclo de expansión, el período de gloria capitalista apenas matizado por conflictos menores como las guerras mundiales, la guerra fría o el nacimiento del terrorismo en medio oriente, está llegando a su fin.

The Economist cita como fuente para justificar sus observaciones un informe del MGI que afirma que estamos frente a cambios significativos “in the nature of global competition and the economic enviroment”. Esto significa que mientras el revenue global está llamado a aumentar en cerca de un 40% entre 2013 y 2025, los profits parecen destinados a caer a los niveles que registraron en el año 1980: de casi 10 puntos del PBI global a apenas 7,9%.

Este movimiento de contracción de los márgenes de ganancia globales es inédito y se estaría dando de forma rápida y devastadora. Implica que el capitalismo occidental avanzado deberá hacer más esfuerzos de inversión y producción solo para garantizar una fracción de las ganancias que tiene actualmente. Significa también que en los próximos 10 años se retrotraería la expansión en los márgenes logrado en los últimos 30.

Esta constatación está detrás de algunos clásicos contemporáneos del marketing que en los últimos años han orientado el pensamiento a entender cómo compensar la caída de los márgenes en los mercados tradicionales por la via de la incorporación de nuevos mercados no explotados. Quizás el libro paradigmático de esto sea Fortune at the Bottom of the Pyramid: Eradicating Poverty Through Profits del autor indio C. K. Prahalad que desarrolla estrategias para comercializar productos en las grandes masas de excluidos que en Africa, Asia y Latinoamérica sobreviven con menos de 3 dólar al día: un mercado de 4 mil millones de personas que gastan anualmente 5 trillones de dólares. O Blue Ocean Strategy: How to Create Uncontested Market Space and Make Competition Irrelevant, de los autores –también nacidos en países de la periferia– W. Chan Kim y Renee Mauborgne, que trabaja sobre la idea de que es posible invertir la lógica de categorías tradicionales para

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construir una nueva demanda por un producto totalmente nuevo –con el Cirque Du Soleil como mayor caso de éxito.

Lo curioso de este proceso es que tanto el período de auge como el de declive estarían producido por la misma causa: la globalización de la economía y la incorporación de nuevos mercados en la periferia del mundo al intercambio mundial.

Solo un dato: en el año 2013 operaron en el mercado más del doble de las multinacionales que existían en 1990. Y más competencia en el mundo de los negocios significa, siempre, más competencia por márgenes de ganancia que son relativamente estables y tienden a están fijados de antemano por rama de actividad. Ninguna empresa “inventa” su propia ganancia en donde antes no había nada sino que más bien el proceso funciona bajo las formas de una apropiación de un profit que ya existe y está out there, dentro de los límites de su actividad de referencia, en potencial o ya realizada por otra empresa. Por ejemplo: si sabés cuánto te sale extraer un barril de petróleo y sabés a cuánto lo podés vender en el mercado internacional y además sabés cuántas reservas hay bajo tierra en el mundo podés calcular cuánta ganancia hay para hacer en el mercado del crudo. Quien se la apropia es otro tema, pero la guita está ahí, bajo tierra.

Hay tres factores que promovieron esta situación:

Primero, la incorporación de nuevos competidores al mercado global. En la blanda almohada de paz donde reposan su cabeza las mega firmas occidentales del mundo habita el monstruo de los emerging-market competitors; o sea, las grandes multinacionales que en los últimos años empezaron a disputar su espacio en el mercado global.

De hecho, entre 1980 y el 2000 el share de ganancia de las empresas de países periféricos pasó de ser el 5% a ser el 26%.

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Este chamuyo de las transnacionales del tercer mundo está muy de moda y engloba bajo el mismo paraguas a casos tan distintos –pero reales– como Xiaomi, la productora china de smartphones plásticos que supuestamente está rompiendo la internet; Al Jazeera, el complejo de telecomunicaciones árabe con el cual Frédéric Martel vende humo en su libro Cultura Mainstreem. Como nacen los fenómenos de masas, o –un favorito de muchos– el grupo peruano Ajé, que domina el mercado de bebidas sin alcohol (NABS en el lenguaje del capitalismo) en su país de origen y se está expandiendo con buenos resultados en mercados importantes de la región como México y con mejores resultados todavía en el sudeste asiático –y que es posible rastrear en las páginas del libro del periodista argentino Alfredo Sainz Vencer a las Multis. Como los nuevos emprendedores del tercer mundo pueden pelear en las grandes ligas.

El segundo factor que mina el período de auge de la corporación occidental es la expansión de la tecnología que permite acceder al mercado global de consumidores sin excesivos esfuerzos. Con Facebook podés publicitar potencialmente tus productos a una cantidad de personas similar a la población china: 1.4 billones. Los gigantes del e-commerce como Amazon o Alibaba, Tencent o JD.com ofrecen servicios financieros y una plataforma para venderle y facturarle al mundo.

Y el tercer factor (esto el informe de MGI no lo dice pero yo sí) es la consolidación de nuevos movimientos de la derecha popular en muchas zonas del mundo (desde el kirchnerismo en Argentina hasta el ascenso de Jacob Zuma en Sudáfrica) que generaron una ola de hostilidad política hacia la clásica codicia corporativa occidental y hacia los productos y símbolos del bussiness global.

La crisis de los grandes relatos

El tema es que si el artículo de The Economist y el informe del MGI están en lo cierto es necesario empezar a pensar en cómo será el aftermath de la crisis de los grandes relatos corporativos.

En efecto, la multinacional occidental no solo se consolidó en los últimos 400 años como la compleja unidad de apropiación de recursos, expansión del comercio y gestión de la innovación, sino y sobretodo, como la gran usina de sentido en nuestras sociedades avanzadas, la matriz sentimental sobre la cual experimentamos nuestra vida, aprehendemos las categorías de clasificación social, definimos nuestras expectativas y nuestras ideas sobre todo lo que nos rodea.

Porque es este rol fundamental, el rol de productor del gran entramado simbólico, cultural y sensible de nuestra época, un rol que en otras épocas ocuparon con mayor o menor éxito instituciones fuertes de la vida humana como la Iglesia o el Estado –rol que todavía ocupan

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desde posiciones subsumidas– el que está en peligro junto con el orden mundial. Las nociones hegemónicas y compartidas de amor, intensidad, nutrición, pasión, novedad, vanguardia, excepción, expectativa, feminidad, etc., que nos proveen todos los días los relatos coporativos de McDonalds, Anheuser-Busch, Unilever, Electronic Arts, Mondelez, Nestlé, Bayer, Procter, Pfizer, Ford, Disney, IBM, Apple, Pepsico, BBVA, L’Oreal, Dior, Philip Morris, Carrefour.

Pero no quiero ser muy detallista e irme por las ramas. Solo me interesa plantear una pregunta fundamental que la última crisis anunciada del capitalismo nos deja goteando: ¿Cómo sabremos si somos felices en un mundo donde Coca-Cola ha sido reemplazado por un equilibrio volátil y multipolar de organizaciones yihadistas, redes sociales y bancos de células madres?

¿Cómo reconoceremos que estamos progresando profesionalmente, amando a nuestros hijos de forma adecuada o respetando a nuestras parejas en un mercado donde los productos de Pampers, Dove, Skip y Axe son distribuidos en un packaging neutro a través de una red de drones cuyo dueño es una firma de nombre impronunciable con headquarters en una ciudad lejana y abstracta de China comunista?

La revolución cultural de las minorías

En un gran libro de nuestra época llamado The Conquest of Cool. Business Culture, Counterculture and the Rise of Hip Consumerism el periodista e historiador Thomas Frank narra el proceso de transformación de la imaginación colectiva occidental probablemente más fuerte de la historia moderna: la consolidación de la malla contracultural como matriz de pensamiento y cosmovisión dominante a partir de la década de 1960 y su impacto definitorio en la modernización final del capitalismo y la globalización.

Hacia mediados de la década del ’50 el american way of life –su verdadera expresión cultural: la arrolladora sociedad de masas– entró en un ciclo de crisis generalizada promovida multifactorialmente desde diversas zonas de la sociedad civil, entre Elvis Presley y la Escuela de Frankfurt. Uno de esos hitos fue el ensayo The White Negro, de Norman Mailer, que fijó para siempre el mito sentimental de la revolución contracultural al elaborar el esquema de opuestos: conformismo vs inconformismo, seguridad vs experiencia, racionalidad científica vs sensibilidad artística, square vs hip.

Esta narración mágica sobre el surgimiento de la contracultura se integró rápidamente al proceso más general de crítica a la sociedad de masas (y todavía nos lo estamos fumando). En su forma básica sería algo así: cansados del clima aplastante, tedioso y embrutecedor que había impuesto la dinámica cultural de la posguerra norteamericana, con sus aspiraciones sociales normalizantes, un grupo de jóvenes inconformistas recuperaron

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tradiciones culturales subterráneas del pensamiento occidental vinculadas al el flaneurismo urbano, las vanguardias artísticas y la vagancia e iniciaron un movimiento que intentaría destruir al establishment y reemplazar el conformismo y el consumismo por la libertad y la auto-realización individual. La racionalidad que había alimentado la maquinaría productiva e industrial de la Norteamérica de posguerra promoviendo la búsqueda de eficiencia sería desafiada por un movimiento que otorgaba mayor peso a la subjetividad, los deseos individuales, la espontaneidad y formas del conocimiento menos mediadas institucionalmente. El orden largamente dominante de los hombres blancos se rompería para siempre, introduciendo a la sociedad los valores de grupos hasta entonces subalternos y minoritarios.

Por supuesto, esta es una elaboración tipificada de algo que jamás existió. Lo que sí pasó, en cambio, fue que la emergencia contracultural de los 60 fue la forma en que resonó al nivel de la cultura un cambio que material y fundamentalmente se dio al nivel de la economía global: la expansión final del capitalismo norteamericano hacia la periferia requirió un complejo simbólico capaz de integrar en un mismo sistema de referencias las nuevas formas más versátiles y flexibles de management, la libre circulación del capital global y la incorporación de nuevos segmentos de población al mercado de consumo –como las mujeres, los negros y, en general, todo el third world.

Tanto es así que una de las instancias de este proceso de apertura y flexibilización fue el nacimiento, también en los 60, de la doctrina del marketing llamada “market segmentation” o segmentación de mercados, la torsión intelectual mediante la cual se identifica no ya un solo consumidor con creencias, expectativas e ideas promedio al que se le tira objetos de consumo exasperantemente iguales, producidos en una línea fordista por obreros alienados, sino un amplio espectro de formas de ser y estar-en-el-mundo que demandan bienes de consumo customizados y, en su forma más sofisticada, inmateriales. Richard S. Tedlow, un tipo que historiza muy bien estas transformaciones dice que la segmentación de mercado es un estadio de desarrollo de la teoría del marketing en donde a la hora de pensar la competencia en el mercado se reemplazan las variables demográficas por conceptos más sutiles como imagen de marca o el consumer identity que en los umbrales del siglo XXI actualizaría el relevante libro de Al Ries y Jack Trout Positioning: The Battle for Your Mind, que fundó todo el marketing de los últimos quince años.

Los entrecruzamientos entre contracultura y cultura corporativa son especialmente notorios en la serie Mad Men.

Bajo esta perspectiva, resulta curioso el solapamiento que en la actualidad se da de forma muy intuitiva entre los movimientos de reivindicación de minorías y algunas tendencias del pensamiento anticonsumistas o anticapitalista. Estas unidades artificiales y candorosas no son más que la forma en que el capitalismo enmascara los requerimientos culturales de la nueva subfase de ordenamiento de los negocios globales. Hoy resulta claro y contundente la

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simbiosis entre el movimiento de liberación femenina y la serie de publicidades de Virginia Slims (PMI) que en los 60 mostraban a los arquetipos femeninos de su época: mujeres liberales, divertidas, empoderadas, todas fumando bajo el lema “you’ve come a long way”. O entre la integración de la juventud como nuevo segmento de consumo y la Pepsi Generation. O entre el Beetle de Volkswagen y su crítica al consumismo de Detroit (GM, Ford y Chrysler) que en los ’50 lanzaba nuevos modelos cada 6 meses de autos grandes, caros y con nombres espaciales.

Como antecedente poderoso de estos procesos baste simplemente mencionar el vínculo para nada sutil entre el nacimiento de la soap opera, el formato radial y posteriormente televisivo al que nosotros hacemos referencia bajo el nombre de “novela” y que en inglés se llama así porque las auspiciaba la marca de jabones de Procter & Gamble, y la legalización del sufragio femenino en EEUU en 1920, vínculo que narra de forma precisa el libro Soap Opera: The Inside Story of Procter & Gamble, de Alecia Swasy.

Esta constatación frecuentemente olvidada por la crítica literaria y las disciplinas del pensamiento nos devuelve a la pregunta inicial: si fue la empresa occidental la gran organizadora material y simbólica de nuestras sociedades avanzadas, ¿cuál será el status futuro de la imaginación colectiva en el escenario de su crisis promovida por la hiperfragmentación de los mercados y la emergencia de nuevos players con idioscincracias periféricas y tercer mundistas?

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Espiando el futuro del mundo

Existe una industria que a lo largo de los años se ha mostrado extremadamente sensible a las transformaciones del capitalismo: la de la cerveza. Y de entre todas las empresas que

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hacen birra hay una especialmente relevante para la iconografía occidental: Anheuser-Busch.

Anheuser-Busch fue un símbolo de la inmigración europea a los EEUU primero, de la penetración cultural norteamericana en el mundo después y finalmente de la colonización del centro por la periferia en el nuevo delicado equilibrio de los negocios globales.

Fundada en 1852 por alemanes en la ciudad de Saint Louis, Anheuser-Busch es famosa entre otras cosas por manufacturar la Budweiser, el paradigma de la cerveza ligera y refrescante norteamericana y durante muchos años la marca de cerveza más vendida del mundo (el segundo puesto lo ocupaba la Bud Light, que ahora es la primera) y de la transnacionalización del mercado durante las últimas cuatro décadas del Siglo XX. Involucrada en la vida cultural del país a tal punto que durante gran parte de su historia fue propietaria de los Saint Louis Cardinals, uno de los equipos más ganadores de la NBL y clásico amargo de los New York Yankees y los Boston Red Sox, las sucesivas generaciones de Busch que presidieron la empresa forman parte cabal de la mitología estadounidense: Adolphus Busch, (1861 – 1945), Gussie Busch (1946 – 1975), August Busch III, alias The Third (1975 – 2002) y finalmente August Busch IV, alias The Fourth (2003 – 2008).

Una muy buena historia sobre estos relevos generacionales es el libro de William Knoedelseder, Bitter Brew: The Rise and Fall of Anheuser-Busch and America’s Kings of Beer. La historia es reconocible y dramática: Adolphus la fundó, Gussie la transformó en una de las empresas norteamericanas más grandes del país, The Third en una de las empresas norteamericanas más grandes del mundo y, en el 2008, The Fourth la malvendió a los capitales brasileros que controlaban InBev en uno de los casos más célebres de hostile takeover de la historia.

InBev, a su vez, era ya una transnacional importante surgida en 2006 de la convergencia entre Interbrew, una cervecera belga cuyas raíces se remontan al siglo 14, y AmBev, antes Companhia de Bebidas das Americas nacida en 1999 de otra merger entre Antarctica y Brahma en Brasil.

La venta de Anheuser-Busch al megamonstruo de capitales latinoamericanos fue, por supuesto, un golpe para el orgullo y la autoestima norteamericana. De hecho el deseo de mantener a A-B como una empresa norteamericana unió al gobernador republicano del estado de Missouri Matthew R. Blunt con el por entonces senador por Illinois Barack Obama.

Sin embargo los esfuerzos del Estado norteamericano fueron inútiles –el Estado siempre es inútil frente a las multinacionales. La nueva empresa, AB InBev se transformó automáticamente en la más grande del mundo, siendo su principal competidora SAB Miller, a su vez la unión de Miller, otra clásica cervecera norteamericana de origen irlandés y

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afincada en Milwakee, competidora histórica de Anheuser-Busch, por parte de South African Breweries (SAB), una transnacional fundada en 1895 en Johnnesburg.

La operación de financiera que permitió InBev se quedase con A-B fue ideada por Carlos Brito un ingeniero mecánico nacido en Río de Janeiro en 1960 con un MBA en la Stanford University Business School conocido por ser una especie de villano de comics, el arquetipo del international business man, despiadado a la hora de lograr la máxima eficiencia en sus empresas por la vía del recorte de costos. Brito quedó como CEO de la nueva megacervecera y promovió una estrategia de unificación del portfolio tras sus marcas globales Stella Artois, Budweiser y Corona, que introdujo en todos los mercados a la vez que adquiría y destruía a propósito las marcas locales que concentraban el consumo y el orgullo nacional en los mercados domésticos de casi todo el mundo –como en Argentina fue el caso de la cerveza Quilmes.

El caso de AmBev comprando Interbrew y más tarde Anheuser-Busch es interesante porque nos muestra no solo los nuevos movimientos de “colonización” del capital proveniente de economías emergentes en fuerte proceso de expansión sobre los núcleos centrales del capitalismo norteamericano y europeo sino, más todavía, porque implica el avance de un nuevo tipo de capital que, despojado de la carga pesada de una historia centenaria, se mueve bajo la lógica despersonalizada y aséptica de los intercambios globales puros y, por eso, tiende a no reconocer las tradiciones nacionales específicas de los mercados a los que llega, homogeneizándolos en nombre de la racionalidad abstracta y la eficiencia de costos.

En un artículo de 2012 de la revista Bloomberg Business llamado The Plot to Destroy America’s Beer el periodista Devin Leonard comenta cómo el capital brasilero está libre de nostalgia: apenas constituida InBev Carlos Brito cerró una fábrica en Manchester fundada en 1779, 224 años antes, donde se producía la cerveza Boddintons, una de las más tradicionales del viejo continente, dejando en la calle a trabajadores que en algunos casos eran tercera o cuarta generación de empleados en la fábrica.

Además, apenas adquirida por Brito, la Boddintons cayó estrepitosamente en ventas: los consumidores tradicionales, un pequeño nicho de consumidores que valoraban el sabor extra amargo de la cerveza, comenzaron a quejarse que el gusto no era el mismo. La birra estaba más chirle y era menos sabrosa. En el afán de cortar costos, Carlos Brito impulsó la compra de materias primas de menor calidad, cosa que obviamente la empresa jamás admitió oficialmente pero que es fácilmente comprobable.

El último mojón de esta historia se produjo en Octubre de este año: AB InBev hizo una oferta exitosa para comprar SAB Miller por 107 mil millones de dólares. La nueva empresa resultante de la operación será una de las transnacionales más grandes de la historia, produciendo cerca de 60 mil millones de litros al año y controlando el 30% de las ventas en el mundo. Heineken, su principal competidora, quedaría segunda con apenas el 9% de market share.

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En el contexto de reducción de márgenes hay dos elementos que se vuelven inviables para el nuevo orden global: la tradición y la competencia. De lejos se escuchan los ecos de la futura liberación.

El mito del Estado

Se tiende a pensar a la historia de la East India Company como la historia del colonialismo inglés. Y a la historia del colonialismo inglés como la voluntad de un Estado por expandir su influencia económica, política y administrativa más allá de sus fronteras. La sociología y la historiografía en general han sido muy generosas a la hora de interpretar las formas en que las instituciones impactaron, consolidaron y constituyeron subjetividades vastas a lo largo de la historia de la humanidad.

La contracara de este sesgo de sobreinterpretación institucional, un vicio especialmente extendido dentro de la sociología, la historia de las ideas y la crítica literaria, es el absoluto déficit de comprensión de las formas probablemente más relevantes en que las empresas y, sobretodo, las marcas nos enseñan a pensar, desear y elaborar la idea que tenemos de nosotros mismos y de lo que deberíamos ser.

Este silencio –solo roto esporádicamente por clásico de 1999 Le nouvel espirit du capitalisme, de Luc Boltanski y Eve Chiapello o, desde otro lugar, en el No Logo de Naomi Klein–, ha dejado un espacio vacío que colonizaron las más pragmáticas disciplinas del pensamiento vinculadas al management, el marketing y las teorías del comportamiento del consumidor.

Por algún motivo hay dos grandes temas a los que renunciamos por el esnobismo o incapacidad: la historia de las corporaciones y de cómo han construido las poderosas narraciones que dieron forma al espíritu de nuestro época y la forma en que los CEOs de esas grandes corporaciones han concebido sus planes de negocio y han colonizado el mundo.

En el umbral de un cambio de paradigma, cuando se anuncia la gran transformación en la forma en que las corporaciones disputan el dominio de los mercados y nuevos jugadores se suman a la guerra por las ganancias que se generan en la economía mundial, construir un corpus literario que tienda a cerrar el gap resulta particularmente urgente si pretendemos pensar cómo será el aftermath de la crisis de los grandes relatos corporativos.

En efecto, si comprendemos que son las grandes multinacionales occidentales las que nos han provisto las matrices de sentido a partir de las cuales procesamos la experiencia sensible de vivir en nuestras sociedades, esta crisis no será gratuita para nuestras sencillas almas en busca de la gratificación espiritual que solo puede ofrecer el consumo.

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