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WASHINGTON IRVING EN SEVILLA, 1828-1829* POR JOSÉ DE LA PEÑA CÁMARA En 1928 vino a investigar al Archivo General de Indias el profesor de la Universidad de Yate Stanley F. Williams, traido por su empeño en escribir una seria biografía de Washington Irving, que ya le había rete- nido en archivos y bibliotecas madrileñas. Simpatizante yo de Irving, simpaticé fácilmente con la tarea del profesor Stanlcy y con su propia persona y, aparte de nuestra relación profesional en el Archivo, fuimos manteniendo otra amistosa en paseos vespertinos por la ciudad y sus alre- dedores, durante los cuales Irving y su relación con España y la vida sevillana de antaño y hogaño eran preferidos y gratísimos temas de con- versación. Pensaba el profesor Williams en la probabilidad de que hu- biera cartas inéditas de lrving en algunas colecciones o bibliotecas priva- das sevillanas y que sus dueños dieran a conocer su existencia, si en algún diario sevillano se escribiera algo recordando la estancia del gran escritor en nuestra ciudad. Al servicio de tan laudables propósitos, me lancé a escribir algo y el ocasional artículo vió la luz en El Noticiero Sevill ano de los días· 9 y 1 O de Mayo. Desgraciadamente no produjo el efecto buscando, pero sirvió al menos, para dejar testimonio de que no pasaba inadvertido en Sevilla el centenario irvingiano. Los casi sesenta años transcurridos desde entonces -tan ingratos en su mayor parte- han sido bien poco propicios para remediar las caren- cias, en ese artículo señaladas, respecto al debido conocimiento en Es- paña de la obra hispanófila de Irving. Ahora, en esta España plenamente incorporada a las corrientes culturales internacionales y en esta Sevilla de vísperas de la Expo '92, nace en esta sevillanísima Academia una ins- titución que ofrece óptimas esperanzas de que será factible un serio y *Leido por su autor en sesión pública de la Academia, el 22 de mayo de 1987

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WASHINGTON IRVING EN SEVILLA, 1828-1829*

POR JOSÉ DE LA PEÑA CÁMARA

En 1928 vino a investigar al Archivo General de Indias el profesor de la Universidad de Yate Stanley F. Williams, traido por su empeño en escribir una seria biografía de Washington Irving, que ya le había rete­nido en archivos y bibliotecas madrileñas. Simpatizante yo de Irving, simpaticé fácilmente con la tarea del profesor Stanlcy y con su propia persona y, aparte de nuestra relación profesional en el Archivo, fuimos manteniendo otra amistosa en paseos vespertinos por la ciudad y sus alre­dedores, durante los cuales Irving y su relación con España y la vida sevillana de antaño y hogaño eran preferidos y gratísimos temas de con­versación. Pensaba el profesor Williams en la probabilidad de que hu­biera cartas inéditas de lrving en algunas colecciones o bibliotecas priva­das sevillanas y que sus dueños dieran a conocer su existencia, si en algún diario sevillano se escribiera algo recordando la estancia del gran escritor en nuestra ciudad. Al servicio de tan laudables propósitos, me lancé a escribir algo y el ocasional artículo vió la luz en El Noticiero Sevillano de los días· 9 y 1 O de Mayo. Desgraciadamente no produjo el efecto buscando, pero sirvió al menos, para dejar testimonio de que no pasaba inadvertido en Sevilla el centenario irvingiano.

Los casi sesenta años transcurridos desde entonces -tan ingratos en su mayor parte- han sido bien poco propicios para remediar las caren­cias, en ese artículo señaladas, respecto al debido conocimiento en Es­paña de la obra hispanófila de Irving. Ahora, en esta España plenamente incorporada a las corrientes culturales internacionales y en esta Sevilla de vísperas de la Expo '92, nace en esta sevillanísima Academia una ins­titución que ofrece óptimas esperanzas de que será factible un serio y

*Leido por su autor en sesión pública de la Academia, el 22 de mayo de 1987

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sistemático estudio de la obra de Washington lrving, realizado preci­samente en esta Andalucía que él amó y de la que continúa siendo siem­pre su mejor pregonero y embajador en el mundo ele habla inglesa. Ocasión para todos nosotros de júbilo y fervorosa gratitud, lo es de mo­do especial para el autor de aquel articulillo de juventud y así es grande mi agradecimiento a nuestro Director por haberme brindado la oportu­nidad de intervenir en este acto académico, con el que inicia su actividad la nueva Academia Washington Irving. Pem1itidmc que tal intervención consista en la lectura del articulillo de marras, que, falto de otros méritos, tiene ya un cierto carácter de documento ele época. Bajo el mismo título que el ahora emplazado, rezaba así:

Por estos días abrileños de aquella primavera ele 1828 -justamente el lunes 14, a las cinco y media de la tarde- desembarcaba en los mue­lles sevillano.sel escritor Washington Irving, en viaje desde Cádiz a bor­do del Betis, el primer vapor que surcara las aguas del Guadalquivir.

El suceso en sí no es para merecer los honores de un centenario «con bandera y música». Y si bien es verdad que España debe una conme­moración que constituya un homenaje fervoroso y resonante, al que fuera en ella embajador de los Estados Unidos de América y es hoy aún el mejor embajador de la España romántica en el mundo de habla in­glesa, el honor de celebrarlo nadie puede disputárselo a Granada y según creemos ya han pensado en ello los granadinos para la fecha del Cente­nario de Ja llegada de Irving a la Alhambra de sus maravillosos cuentos. Nótese, sin embargo que esa fecha - Mayo de 1929- ha de seguir de cerca a la apertura en Sevilla de la Exposición Iberoamericana y siendo así ¿no debe pensarse en el asunto también aquí en Sevilla, para no desa­provechar la coyuntura que tan propicia se brinda de englobar acto tan simpático como el centenario irvingiano en el calendario de la Expo­sición, para dar al homenaje un eco internacional tan debido a Irving como oportuno en la Exposición? ¿No lo cree así el señor marqués de la Vega Inclán, que con tan fino sentido ha puesto la Casa de América de Sevilla bajo la égida de Irving? Podrá pensarse lo que se quiera de «la amistad triangular» - preconizada por la venerable figura de Shepherd y a la que el prestigio de Brown Scott ha puesto el altavoz en el teatro Payret de la Habana-pero en todo caso esta figura de Washington Irving habría de ser al realizarse aquella uno de los dioses del larario; este alma norteamericana de la hidalga Norteamérica de Washington y Wilson habrá de merecer siempre de esta caballeresca España de su adopción y de Ja noble Hispano-América de Bolivar gratitud y cariño indelebles.

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Pero cada día tiene su afán. Hoy por hoy se hace preciso que al­guien recoja y glose en tono menor esta efemerides local: la llegada de lrving a Sevilla en Abril de 1828, o mejor aún su estancia a la sombra de la Giralda durante casi un año. Fijémonos: un norteamericano en Sevilla en 1828. Porque habría de tratarse no de un hombre del relieve intelectual y artístico de Irving, sino de un Smith cualquiera, siempre que viniera Lraido por una curiosidad ajena a toda idea, meramente uti­litaria y valdría Ja pena pararse a saludar en él al primer turista; un turis­ta de ese país que va siendo hoy el mayor productor de turistas en esta magnífica tierra de turismo que es Andalucía. Y un turista de 1828, tan lejos de estos días de caravanas Cook y de Bacdecker y hasta con una delantera de años, -de doce años- sobre el turismo romántico marca Gautier. Interesante, pero no sigamos hablando de turismo sin recordar que Irving vino a Sevilla a algo más que a hacer turismo; vino en viaje de estudios, como en viaje de estudios y trabajo literario-histórico había venido a España en 1826. Tenía que dar los últimos toques a aquella historia de Colón en Ja que había trabajado dos años y recopilar mate­riales para una crónica de la conquista de Granada y vino a Sevilla. Así, la Biblioteca Colombina y el Archivo General de Indias nos trajeron a lrving, como han traido después a Harrisse , a Bandelier, a Shepherd, como siguen trayendo -atrayendo- a los jóvenes postgraduados y profe­sores de Berkeley, de Harvard, de Yale, como traerán a tantos otros.

Irving trabajó en Sevilla, como antes había trabajado en Madrid, intensameQte. El perezoso que antes había sido, se había convertido en éste que llaman sus cómpatriotas a cotmtry of fiestas and siestas en un trabajador infatigable. Acude a la Colombina y al Archivo, escribe sin descanso en su posada. Nos lo dice su diario, que con frecuencia anota lacónicamente: Todo el día escribiendo; Me levanto con el alba y escribo; Trabajando todo el día y hasta bien entrada la 11oche. Nos lo dice sobre todo Ja obra realizada: casi toda la producción hispánica de lrving está hecha total o parcialmente en Sevilla. Aquí tennina la Vida y via­jes de Cristóbal Colón, aquí escribe la Crónica de la conquis­ta de Granada y parte de los Viajes de los compañeros de Co­lón; aquí empieza la Leyenda de la conquista de España y tam­bién sus encantadores Cuentos de la Alhambra; las leyendas del Soldado Encantado y de la Toffc de la Infanta se escribieron en Sevilla.

Irving en plena producción y acariciado por el éxito está aquí satisfecho y aun alegre, dentro siempre de su melancolía tan romántica.

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En la anotación del 31 de Diciembre de 1828 escribe: «Así termina el año, tranquilamente.Ha sido de gran actividad lite­

raria y artística y, hablando en general uno de los de mayor tranquilidad de espíritu de toda mi vida; el éxito literario de la Historia de Colón ha sido mayor de lo que yo esperaba y me hace confiar en que he hecho algo que puede tener mayor duración de la que espero para mis obras de mera imaginación. Miro adelante sin perspectiva alguna de gran entu­siasmo. pero sin la melancolía que me ha oprimido algunas veces. El único evento futuro del que me prometo alguna satis/ación extraordinaria es el regreso a mi Jierra natal, que confío se realizaró pronto».

Tres días después, al recibir el diploma de Correspondiente de Ja Real Academia de la Historia, que le enviaba Clemencin, se aumentaría, sin duda, su satisfacción.

Pero dejemos todo esto. Hoy nos interesa la actividad histórica y literaria de Irving. Además Irving no es solo un historiador, sino un lite­rato, un esritor, un delicioso escritor. Pero tampoco ése es todo Irving su ín tegra personalidad humana. Irving es un artista, un hombre que sien­te el arte en todas sus manifestaciones, un temperamento de fina y exqui­sita sensibilidad, de múltiples y decantadas curiosidades. Es decir, tene­mos en Irving una espléndida madera de turista, en el óptimo sen tido de la palabra. Y la vida le ha traído a Sevilla en 1828, o sea le ha puesto en condiciones - volveremos a decirlo- del primer turista norteamericano en Sevilla. ¿Qué hacía un turista en la Sevilla del 1828? ¿Qué semejanzas entre aquel turista de levita y estos de hoy de plus four'? ¡,Qué diferencias entre la Sevilla de los vapores de la Real Compañía del Guadalq uivir y la de los aviones Junkers? ¡Qué interesante poder seguir sus andanzas por la ciudad, sus reacciones ante los monumentos o el costumbrismo - la categoría y la anécdota- o mejor y ante la Sevilla eterna y viva siempre de gracia eterna y actual!

Felizmente podíamos seguir esas andanzas. Irving llevó un diario que es casi exclusivamente sevillano. Comienza - 7 Abril 1828- unos días antes de su llegada a Sevilla y termina -28 Febrero 1829- dos m e­ses antes de su partida para Granada. El Diario es conciso, lacónico más bien, pero detallado. Apenas otra cosa que mención escueta de hechos, pero muchos, misceláneos y minuciosamente anotados. Trabajos, visitas, cartas escritas y recibidas, paseos, distracciones, pagos y cobros, monumentos y parajes visitados ... Sin literatura, desde luego, aun sin comentarios, sin impresiones apenas. Solo, de raro en raro, alguna lige­ra descripción. A veces nos sentimos defraudados ante tanta concisión,

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pero si bien se mira, tenemos lo más importante en este hilo de Ariadna que es el Diario. Con él puede hacerse un tejido, conociendo como cono­cemos la psicología de Irving y su visión de España, sus reacciones ante lo español, que nos da en muchas páginas de sus obras, por ejemplo en las primeras de sus Cuentos de la Al/zambra, y en su cartas, algunas de las cuales están construidas sobre las notas de este diario, de las que no son sino amplificación. Así demos gracias al ilustre hispanófilo míster Hungtington, en cuya rica biblioteca se conserva el Diario, por guardarlo con ese amor inteligente, que tanto hemos de agradecer los es­pañoles y por haberlo hecho editar por la Hispanic Sociely of América, bajo los discretos cuidados de Clara Louisa Penney (New York, 1926). Y leamoslo atentamente:

Pero antes una observación. Este Washington Irving, que busca el sol andaluz -Diary of Washington lrving of the Sunnysíde Spaín, escribe en la guarda del cuaderno- tan norteamericano, tan anglosajón, tiene a la vez una españolidad, que vale la pena destacar. Veamos los retratos de Lawrence y de Wilkkie, -este último hecho precisamente aquí en Sevilla, a los diez días de su llegada-, veamos la descripción de Neal. Físicamente a sus rasgos sajones une un cabello negro y unos hermosos ojos c~staños, que le dan un fuerte aire español. Espiritualmente, a su humour de pura cepa británica, una fantasía de corte merididonal. Y es desordenado y soñador y tiene una magnífica indolencia española. Hay sin duda un profundo sentido en que mas de Ja mitad de su producción esté sacada de cantera española, en que lrving sea el autor de ese con­junto de obras que se llaman Chronicle of the conquest of Grana­da, Tales of the Alhambra, Legende of the conqucst of Spain, Mahomed and his successors.

Forjando fantasías sobre la visión reciente de las murallas moras de San Juan de Aznalfarache, entra en Sevilla en una tarde abrileña el autor de esas obras. Deja su bagaje en Ja fonda de la Reina, en la calle Jimios -el Hotel Alfonso XIII de entonces- y empieza su peregrinaje artístico. La pintura es, sin duda, una de las grandes aficiones de Irving y a ver cuadros, de Murillo principalmente, marcha por iglesias, conven­tos y palacios, en compañía de pintores y coleccionistas. Contempla la ciudad desde la Giralda, admira la gracia mudéjar del Alcázar y de la Casa de Pilatos, la gracia austera de la Caridad, la melancólica grandeza de Itá­lica ... Visita la Biblioteca Colombina y el Archivo de Indias. Todo ello en los primeros días, un poco con prisas de turista, que quiere verlo todo ansioso de no perderse nada. Pronto busca el costumbrismo colorista. El

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domingo 27 de Abril es la feria de Mairena y allá va muy de mañana, en un carruaje alegrado por el campanilleo de cuatro mulas, previo reñido regateo con el cochero: sol, luz, gritos, copas, vino, vistosos trajes y arreos gitanos, marqueses vestidos de majos... Y de regreso Sevilla tendida en el llano a la luz de la luna. Cuando trata de anotar todo esto en el diario, la pluma se le escapa y por mucho que intenta refrenarla llena tres páginas con un esbozo descriptivo de un nerviosismo conte­nido, lleno de sugestión (Una duda: ¿y la feria de Sevilla? Si fue a buscar Ja de Mairena el 27 de Abril ¿cómo no dice nada de la de Sevilla? ¡,No se celebraba entonces el día 18? Poco ducho en historia sevillana, transmito Ja pregunta a quienes la conocen. (1) Nada aparece tampoco en el Diario sobre la Semana Santa, pero esta falta está explicada, toda vez que la de 1828 se había celebrado unos días antes de la llegada de lrving y el Diario no llega a la fecha de la de 1829.

Irving procura ver todo lo típico de la vida sevillana: el cuerpo de San Femando en la festividad del santo y en esa noche la iluminación de la ciudad y de la Giralda; el baile de los Seises el día del CoqJt1s, la procesión, el aspecto de la ciudad la noche antes ... Toda va quedando anotado en el Diario.

En cuanto a su ordinaria vida cotidiana, Irving suele pasar los días trabajando y las noches de tertulia, generalmente en la fübrica de curtidos del inglés Wetherell, instalada en el ex-convento de San Diego. Los domingos los pasa con frecuencia en el campo, con algunos amigos; San Juan de Aznalfarache y Alcalá de Guadaira son sus lugares favoritos. En otoño e invierno no falta a ninguna representación de ópera. ¡,Y los toros?, estará preguntando el lector. Pues sí, sí va a los toros. Desde su llegada a Sevilla, ni un lunes pierde su corrida. ¿No hablábamos antes de la españolidad de Irving? Es verdad que se avergüenza un poco de esta afición, su sensibilidad sajona se alamrn: «Me parece -dice discul­pándose ante Mademoiselle Antoinette Belvillier, en carta citada opor­tunamente por Ja editora del Diario- que hay una mezcla de cobardía y ferocidad en considerarse en egoista seguridad y gozarse en los s1ifri­mientos de los ortos». Pero en esa misma carta confiesa que encuentra placer en esos espectáculos, aunque elfo -dice- le hace bajar mucho en su propia estimación.

(1) En verdad, el articulista era poco ducho en historia de Sevilla, ya que ignoraba que la famosa feria abrileña sevillana no había sido establecida aún en 1828. Sír­vale de atenuante que solo llevaba tres años de vecindad sevillana. Ha perseverado en ella y se ha aplicado. con amor, a procurar conocer la historia de su patria chica de elección.

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Aún no hemos hablado del gran amor sevillano de Irving: la ca­tedral. A ella acude, desde su cercano hostal, en los altos que hace en su trabajo y a todas horas: de día, al crepúsculo, a la luz de la luna -sobre todo a la luz de la luna-, paseaba por sus alrededores o por su interior, bañandose en la poesía·melancólica de sus naves. El mismo dejó expre­sada su honda emoción, en carta a la citada Mlle Belvillier:

«Si alguna vez viene Vd. a Sevilla no deje de visitar su gloriosa catedral ... visítela al atardecer, cuando los últimos rayos de sol, más bien los últimos resplandores del día, brillan a través de sus vidrieras polícromas.Visítela en la noche, cuando sus capillas están escasamente iluminadas, sus inmensas naves apenas alumbradas por las hileras de lámparas de plata , y cuando se prepara fa misa en el altar mayor, entre destellos de oro y nubes de incienso ... Yo no creo haber sentido nunca 1111 placer igual en ningún otro monumento de esta clase ... Está próxima a la casa donde me alojé en Sevilla y constituía mi recurso diario. En verdad, la visitaba más de una vez en el curso del día. Un lento vagar por esa catedral, especialmente hacia el atardecer, cuando las sombras so11 más profundas y la luz de las vidrieras policromadas más confusa y vaga, producía en mí la impresión de 1111 paseo por uno de nuestros grandes bosques americanos ... »

¡Qué acento más netamente romántico, más 1830 tiene la cita!

Pcrmitásemc antes de terminar, insistir en la necesidad de que Sevilla -y España también- piense ~n el centenario de Irving; y no para discursos y banquetes, sino para algo más eficiente y cordial. Hay hecho tan poco que es mucho lo que puede hacerse. ¿Sé podrá encontrar en la bibliografía sobre Irv ing algunos estudios españoles? Seguramente que no serán muchos. Es más: la mayor parte de las obras de este gran escri­tor norteamericano, aun algunas de las que afectan directamente a España y a su historia, no están traducidas a la lengua española; de las que lo están no hay sino ediciones antiguas, raras algunas, y en general de pési­mas características tipográficas. Sin traducir tampoco y casi desconoci­das en España las cartas, muchas de tanto interés para nosotros como las editadas, acertada y cuidadosamente, por el profesor Stanley F. Willians de la Universidad de Yale -que trabajaba actualmente en las bibliotecas madrileñas, para dar cima a una seria biografía de Irving- en las que el Ir­ving ministro plenipotenciario de las Estados Unidos de América en Ma­drid, habla de Isabel II niña, de Espartero, de Narváez. Otras semejantes a

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ellas existirán probablemente en alguna colección particular española. Publicadas, darlas a conocer al menos a quienes a estos estudios se dedican, sería prestar un valioso servicio a la historia literaria y a la his toria de España. Remediar cualquiera de esas omisiones sería labor útil y obligada con motivo del centenario. En todo caso no debemos dejar pasar éste inadvertido y una deuda de gratitud pendiente.