Unison (Spanish Edition) - Andy Marino

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Título original: Unison Spark© Andy Marino, 2011© traducción de Jorge Rizzo Tortuero, 2012 © de esta edición digital: RBA Libros, S.A., 2013.Avda. Diagonal, 189 - 08018 Barcelona.www.rbalibros.com REF.: OEBO224ISBN: 978-84-2720-333-4 Conversión a libro electrónico: Víctor Igual, S. L. Queda rigurosamente prohibida sin autorización porescrito del editor cualquier forma de reproducción,distribución, comunicación pública o transformación deesta obra, que será sometida a las sancionesestablecidas por la ley. Todos los derechos reservados.

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Índice

PortadaCréditosDedicatoria1. LA CHICA DE LA TRENZA AZUL2. EL CHICO DEL TRAJE3. NO MIRES ATRÁS4. PROCEDIMIENTO DE NIVELSIETE5. LA MALDICIÓN6. EN UNISON7. LA HUIDA DE LOS NIÑOS NUBE

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8. EL ROSTRO DEL DRAGÓN9. EL RELOJERO10. CALIBRACIÓN11. EDUCACIÓN SUPRA-BÓVEDA12. FIESTA DE LANZAMIENTO13. SUPERVIVIENTES14. UNISON 3.0 (VERSIÓN BETA)15. HIJAS16. HIJOS17. AMIGOSAGRADECIMIENTOS

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PARA LAUREN

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LA CHICA DE LATRENZA AZUL

AHORA SE LLAMABA Mistletoe. Eldía de su quince cumpleaños le anuncióa Jiri, la única persona que se ocupabade ella, que estaba harta de que lallamaran Anna.

—Tú te llamas Anna. Es tu nombre—gruñó él.

—¿Quién lo escogió?—Tu madre y tu padre.

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—¿Y dónde están?Él levantó una poblada ceja.—Vale. ¿Cómo quieres que te...?—Mistletoe.Ella le leyó en la cara: «Menuda

tontería». Así que añadió:—Así es como están las cosas: a

partir de ahora soy Mistletoe, así quecuando me llames Anna no responderé.Porque ese no es mi nombre.

Le vio levantar la mirada al cielocon resignación, señal de que habíaganado. Jiri volvió a hundir sus gruesosdedos en la inmensa maraña de cablesque en otro tiempo había sido unordenador genuino pre-Unison.

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Mistletoe salió al balcón. Estirada bocaarriba, miró a través de los orificios deventilación de la bóveda deaceroplástico que evitaba que LittleSaigon creciera hasta Puerto del Este, laciudad del nivel superior. Ella vivía conJiri en lo alto de una montaña de casasimprovisadas que llegaban, treintaplantas más abajo, hasta la calle. Suvivienda estaba encajada de tal modobajo la bóveda que Mistletoe casi sentíael peso de la ciudad presionándolamientras dormía.

Movió la cabeza suavemente,adelante y atrás, hasta que suvoluminosa trenza azul se aplastó, y se

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convirtió en una almohada. Los orificiosde ventilación no eran mayores que elpuño de Jiri, pero si se colocaba en elpunto adecuado podía ver losrelucientes coches siguiendotrayectorias que apenas dejaban unespacio de milímetros entre unos yotros. El murmullo de mil millones detrabajadores guiados por el sistema decontrol de tráfico de Puerto del Esteresonaba por los orificios y leprovocaba una agradable vibración enlas entrañas, como las sillas de masajepre-Unison que Jiri vendía en su tiendade trastos. Por encima de la bóveda laluz de la tarde se tornaba de un púrpura

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oscuro y ella se dejó arrastrar por unsueño inquieto.

La habitación estaba oscura y hacíaun frío glacial. Ella estaba atada a unalosa, en el interior de un tubo de metaldel tamaño de una nevera. Unosdisparos de armas viejas, secos yprofundos, se mezclaban con los gritoslejanos. El ruido de las armasantidisturbios se convirtió en unos pasosapresurados. Luego, una voz amable:

—No tengas miedo, Anna.Cambio de escena. Estaba dando

botes, agitándose arriba y abajo. Unaserpiente se deslizaba sobre su hombro.No, dos serpientes. ¡Tres! Chilló y su

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voz quedó apagada, su cara enterradaentre los pliegues del grasiento yhediondo abrigo de un hombre. Ella seretorció y él la apretó con más fuerzacontra su pecho. Las serpientes larodeaban por todas partes. Ella intentómorder aquella mano carnosa. Elhombre soltó un improperio en unidioma desconocido. «¡Jiri!». Corríamás rápido de lo que hubiera podidoimaginar, apretándola contra su cuerpocon una mano, mientras con la otradisparaba una pistola hacia atrás porencima del hombro. Ella sacó un arma yagarró a una de las serpientes. Era suavey metálica, una especie de cable. La

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tanteó de un extremo al otro, hasta sentirel contacto de su propia frente.

De su cara salían cables.Gritó y se liberó del abrazo de Jiri,

y entonces se encontró agitándose en elespacio. Se despertó antes de golpearsecontra el suelo, sentada en el balcón,con las manos apretadas contra los ladosde la cabeza, sin cables, jadeando.

Hoy, seis meses más tarde, Mistletoeestaba sentada en el balcón con laespalda apoyada en Nelson, eldestartalado scooter que había rescatadode la tienda de Jiri. ProbablementeNelson había sido el juguete de algún

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niño rico de la ciudad de encima de labóveda que se había cansado de él. Peroen el bullicioso barrio sub-bóveda deMistletoe, era un tesoro que estabadispuesta a proteger con su vida. Loscuatro propulsores iónicos de la parteinferior eran una obra maestra de Puertodel Este. Su amigo Sliv le habíacambiado el renqueante sistema detransmisión y lo había alineado. Ellararamente perdía el scooter de vista.

—Anoche tuve otra vez aquel sueño,Nelson.

El scooter no respondió. No teníacomponentes de inteligencia artificial yno podía oír ni responder. Las

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conversaciones entre Mistletoe y Nelsoneran siempre monólogos.

Ella suspiró y miró a través de lapuerta transparente de plexiglás haciaJiri, encorvado sobre un viejo manual deinstrucciones, haciendo muecas yarticulando las palabras del texto.Mistletoe ya había visto a otrosextranjeros leyendo en inglés occidentalde aquella manera. Pero nunca habíavisto a nadie tomando notas como Jiri;como si quisiera copiar todo el libro. Sumétodo parecía ridículo, pero ella nuncale preguntaba por aquello; simplementelo había archivado en la categoría decosas de las que nunca hablarían. Desde

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el inicio de las pesadillas, seis mesesatrás, aquella categoría había idoaumentando regularmente. Era como silos secretos engendraran nuevossecretos. Y, cuando hablaban, Jirisiempre parecía hacerlo con prisas,nervioso, como si prefiriera que ella seguardara sus cosas para sí misma. Asíque la mayoría de veces hacíaprecisamente eso. Su último secreto eraun regalo de Sliv, un collar con uncolgante de plata con tres piezasentrelazadas. Era la primera vez que ledaba algo, y le había sorprendido tantoque no le había dado ni las gracias. Lomantenía oculto bajo la blusa. Las tres

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piezas minúsculas vivían en el hueco desus clavículas, junto a la garganta.

Observó a Jiri, que se rascaba elbigote y pasaba la página. Estabademasiado absorto para darse cuenta deque ella se había pasado todo el díafuera, en su scooter, sin pasar por casa.Mistletoe se abrazó la rodilla,llevándosela hacia el pecho, y sintió unapunzada en la pantorrilla, que se habíamagullado cuando acabó emparedadaentre un autobús de transporte parado yun camión de importación de especias.Era soportable.

Al otro lado de la pasarela queoscilaba suavemente bajo la bóveda, una

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pareja joven atendía el fuego. Mistletoelos saludó con la mano, pero ellostampoco tenían tiempo que perder conella y ni siquiera miraron en sudirección. Se estiró sobre la espalda,con la trenza azul de almohada, y miró através de los orificios. Se preguntabacuántos chicos más estarían haciendo lomismo. Cada vez que se imaginaba aotros chicos, se los imaginabaexactamente con los mismospensamientos, ideas y preguntas queella. Miró por la baranda del balcón,hacia la enorme masa que se movía aempujones al fondo —Little Saigon eracomo una uva madura, con una pulpa

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jugosa pero que no le cabía en la piel—,y se vino abajo. Porque, ¿qué importabalo que pensara ella de cualquier cosa?No era más que una mota, una partículaminúscula que podía pasarse la vida yesperar la muerte mirando por unagujero, mientras el mundo iba a losuyo, como si ella no existiera.

Tal como solía hacer cuandonecesitaba pensar en otra cosa, seimaginó a la tía Dita, la única personaque le trajo alguna vez a algo divertido.Fue la tía Dita quien le ayudó a escogerel aroma ideal para su trenza, jazmín ycenteno, y la que le ayudó a teñírselacon raíces molidas. Y fue la tía Dita

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quien la coló en la Zona RecreativaDesignada para Jóvenes del UniCorpPark, donde había rampas para scootersy un sistema de estimulación gratuito deUnison que se suponía que era muy real.

Unison: lo máximo en redes socialeshumanas. VidaMejor. Alucinación enMasa. A Mistletoe poco le importabacómo se vendiera o se publicitara. Nopodía permitirse la identificación quedaba acceso a la ciudad de arriba,Puerto del Este, y mucho menos unaidentidad en Unison.

Desde el interior de la casa le llegóel sonido de unos improperios airados.Giró la cabeza. Jiri le dio un manotazo a

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un antiguo teléfono móvil con su enormemano y luego lo tiró contra el suelo. Aligual que todos los habitantes de la sub-bóveda, tenía que probar con variosmóviles viejos para conseguir línea, yella siempre observaba la escena —lafrustración del gran hombre, lainutilidad del diminuto teléfono— entreasombrada y divertida. Cogió otro,apretó un botón y empezó a gritar algo.

—Sí, pero... sí. Es lo que he dicho.Claro que estoy en casa, es donde... —Bajó los hombros y el tono de la voz—.¿Ahora? Sí, vale. Entiendo. Ma bah.

Miró a través del plexiglás, con elrostro cetrino, pero no parecía haberla

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visto. Ella agitó la mano. Pasaba algo.Abrió la puerta.

—¿Jiri?—Entra —dijo, mirándola a los ojos

—. Cierra la puerta. Quédate aquí.—¿Qué pasa?—Quédate dentro, Anna —insistió.

Parecía tan consternado que Mistletoeno se molestó en corregirle; se limitó amirar cómo se ponía el abrigo y tanteabala pistola pre-Unison que tenía en elinterior del bolsillo. Él creia que ella nosabía nada, pero siempre palpaba lapistola a través de la tela—. Yo vuelvomás tarde.

—¿Adónde vas?

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—Más tarde, yo explico —dijo. Alllegar a la puerta volvió a girarse haciaella y vaciló—. Si yo...

—¿Qué?—... Mistletoe. Yo olvido, siempre.

Tú queda dentro. Yo veo más tarde.La puerta se cerró de un portazo tras

él y ella se quedó escuchando elmurmullo del ascensor que desaparecíapor el hueco. Corrió al balcón y localizóel punto brillante de su calva entre lamultitud. Iba a pie. Así que no iría lejos.Observó cómo se abría paso entre untrío de gitanos pintados de amarillo ynaranja y chocaba con uno de loshombres que se abría paso en la

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desordenada procesión de buggies yscooters que avanzaban casi rozándosepor las calles todo el día y toda lanoche. Mucha gente desconectaba lasalarmas de seguridad de sus vehículos,pero algunas resultaban muy difíciles desilenciar, y Little Saigon siempre estaballena de amables recordatorios de«conduzca despacio y con cuidado» enmil idiomas, como si fuera posibleacelerar en aquel atasco. Echó unvistazo a Nelson y luego volvió a mirarhacia abajo, a tiempo para ver a Jiridesaparecer tras un bloque deinfraviviendas algo más allá, cerca de laatestada carretera de acceso donde unos

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camiones de transporte inteligentereprogramados cargaban basura para losseñores de la chatarra. Unos segundosmás y lo habría perdido de vista.

Cogió las gafas anaranjadas que lecolgaban del cuello y se las ajustó frentea los ojos.

—Nosotros no nos quedamos aquí,Nelson.

El scooter estaba frío, pero loarrancó y subió de un salto, metió lasmanos bajo los estribos del manillar yabrió una trampilla del balcón de unapatada. No sería la primera vez queNelson calentaba motores en plenacaída: insensato, quizá, pero no

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imposible. Sintió el suave cojín deenergía bajo el cuerpo mientras lospropulsores iónicos despertaban con unmurmullo. El motor chisporroteó peroaún no había respondido del todocuando embocó la trampilla. Lospropulsores apenas consiguieron evitarque se diera contra el tejado de losvecinos al caer, en un descenso apenascontrolado por encima de aquellasucesión de cabañas en pendiente. Unamujer que tendía la ropa tuvo queagacharse para evitar el morro delscooter, que se llevó varias camisasblancas de la cuerda y le tiró el restopor el suelo.

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—¡Cuidado! —le gritó Mistletoe porencima del hombro.

Entonces los propulsores cogieronfuerza y sintió que el cojín de aire sehinchaba bajo su peso. Cuando ya seacercaba a la base del risco, consiguiólevantar el morro del scooter por encimade la aglomeración y le dio una patadaen el flanco. La electricidad estáticahacía que algunos mechones de cabellose levantaran al pasar por encima de lagente. El motor se puso en marcha ydescendió entre dos beodos que setambaleaban con manchas de absentaverde en las camisas. Giró derrapando,se coló por debajo de los brazos

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abiertos de los borrachos y dobló laesquina, haciendo caso omiso a susgritos que le pedían que volviera.Mientras recorría la vía de acceso, depronto cayó en la cuenta de que el viejomotor sonaba como un trueno encomparación con el fantasmagóricosilencio de los camiones de la basura.Los modelos antiguos aún hacían ruido,pero la ausencia de gritos, insultos yrisas le daba a toda la calle —lacircunvalación de Little Saigon— unaire solemne y desolado que le ponía lospelos de punta. Y no veía a Jiri porninguna parte. «¡Gracias por colaborarcon nosotros!», decía uno de los

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camiones. «¡No perdáis la pelota devista, niños!», decía otro.

Mistletoe se encogió de hombros ysiguió adelante con precaución. Loscamiones habían sido rescatados deldesguace, y lo único que les habíanhecho era reajustar los circuitos deinteligencia artificial con programasmecánicos que les condenaban a unavida consistente en acarrear sin cesarmontones de basura del mundo bajo labóveda. ¿Adónde iría toda aquellaporquería?

Delante de ellos, oyó de pronto aalguien que hablaba atropelladamente:Jiri y alguien más.

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—¡Uau, Nelson! —susurró, y aflojóla marcha.

El scooter respondió con unronroneo. Siguió el sonido de aquellasvoces hasta la estrecha cuneta malpavimentada que separaba la calleprincipal de la carretera de transportede basuras. Una vía dejada de la manode Dios, cubierta de botellas y unosbultos grises y andrajosos que no quisomirar más de cerca. Cortó el gas, perodejó los propulsores conectados, y echóun vistazo entre un montón de chatarraoxidada. Allí, en medio de la calle,estaba Jiri, de espaldas a ella,apuntando con su pistola negra pre-

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Unison a un robusto policía de Puertodel Este equipado con un arma de metalbrillante con el cañón ahusado, quien asu vez apuntaba a un chico más o menosde la edad de Mistletoe elegantementevestido. Llevaba un modelo «holo-fashion», una elegante proyección de untraje nuevo al estilo de los grandesejecutivos de arriba. Su cabello rubio ycorto brillaba incluso en la penumbradel mundo de la sub-bóveda. Eraevidente que estaba muy lejos de sucasa, y tenía las manos levantadas.Miraba alternativamente a Jiri y alpolicía.

—Me lo quedo yo —dijo Jiri.

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—Y qué más —repuso el policía sinvariar el tono de voz, al tiempo que lapunta de su arma metálica emitía unbrillo anaranjado. Luego se dirigió alchico—: Te vas a casa, muchacho.

El chico no movió un dedo ni dijouna palabra. Mistletoe frenó el scooter.Estaba aturdida. Las bravatas dehombres como Jiri y el policía la poníannerviosa. Cada día atravesaba las callesde Little Saigon y presenciaba todo tipode bajezas humanas. Y su sueño le habíadicho que Jiri y sus amigos eranasesinos. O secuestradores. O ambascosas. En lo más profundo de sí misma,estaba convencida de ello. Por un

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momento le asaltó el desgarradorrecuerdo del viento de su sueñoaullándole al oído, mientras ella seagarraba al pecho del Jiri de su sueño yél corría. Disparando, gritando,muriendo. ¿Y para qué? Pensó que quizáfuera algo que no sabían ni los propioshombres. A lo mejor lo hacían porhacer, por la enfermiza emoción que lesdaba, por el tremendo subidón queanunciaba el impacto final.

De pronto vio la cabeza de otraagente de policía que asomaba porencima del montón de chatarra, viocomo también ella levantaba su armametálica —«disruptor», recordó que se

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llamaba— y apuntaba hacia Jiri. Sinpensárselo dos veces, Mistletoe se lanzócon el scooter hacia lo alto de aquellamontaña de color óxido. Se sorprendió así misma al oír su propio alarido, algoincomprensible. El lateral del scooterrozó la cabeza de la agente, que seagachó, sorprendida, y perdió elequilibrio. Jiri no se inmutó, pero elprimer policía parpadeó y se giró haciael montón de chatarra. Jiri consiguiódisparar —un rápido pop-pop-pop—antes de que el arma del poli soltara sudestello anaranjado intenso y por unmomento el cuerpo de Jiri, sacudido porla descarga, se volvió casi transparente,

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dejando a la vista la columna y elcráneo. Un segundo más tarde volvió ala normalidad. Se tambaleó ligeramentey vio cómo caía el policía. Luego segiró, se encontró con los ojos deMistletoe, que lo miraba aturdida, ycayó de rodillas.

Mistletoe sintió un regusto de bilisen la garganta. ¿Qué le había hecho aJiri aquel disruptor? Le observó,estupefacta, mientras él abría la boca ylevantaba las cejas en expresiónsuplicante. Entonces la vida abandonósus ojos y cayó de bruces.

La mente se le quedó en blanco; soloconseguía pensar una cosa, una idea

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clara por encima de todo: «Ahora solome puede proteger la tía Dita».

Una tímida tos la sacó de suaturdimiento. El chico elegante estabade rodillas, entre los tres adultos caídos.Mistletoe se acercó.

—¿Puedes caminar?Él se encogió de hombros sin apartar

la vista del suelo.—No podemos quedarnos aquí.La vieja pistola de Jiri había hecho

un ruido ensordecedor. Acudiría gente ainvestigar. Otros policías, que seencontrarían con sus compañerosabatidos. No era el mejor lugar paraquedarse a responder preguntas.

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—En marcha —dijo Mistletoe.Esta vez el chico miró a Nelson y

luego la miró a ella por primera vez.Abrió la boca, pero no le salió ningúnsonido. Ella le leyó la cara: «¿En eso?».El scooter era un vehículo diminuto,oxidado y tenía cien años. Aquel niñorico probablemente nunca había viajadoen nada que no fuera uno de aquelloselegantes coches articulados que seveían pasar al otro lado de los orificiosde la bóveda.

—¡Vamos!Alargó la mano para agarrarle de la

manga. La mano atravesó la proyecciónde tejido azul marino y rozó el género

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transpirable que llevaba ajustado sobrela piel. Tres metros más allá la segundaagente empezó a moverse. El chico tragósaliva —Mistletoe vio cómo se le movíaarriba y abajo la nuez— y se subió de unsalto al scooter. El peso combinado deambos puso a prueba los propulsores, yNelson protestó con un brrrrr furioso.El chico apoyó las manos con prudenciasobre el vientre de Mistletoe yestornudó al sentir en la nariz elcontacto de la gruesa trenza perfumada,que le hizo cosquillas.

Dejaron atrás una sucesión devehículos que avanzaban ajenos a todo.Mistletoe envidiaba aquella indiferencia

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que sentían por todo: ¿tan malo sería?¿Recordaban cosas de su vida anteriorcomo unidades inteligentes? De prontose mareó y tuvo que parar el scooter. Enlos últimos segundos de su vida, Jiri lahabía mirado con ojos llenos de dolor.Sintió arcadas. El arma del policía lehabía hecho algo terrible a sus vísceras.Apoyó la mano en el lateral del muretede acceso y volvió a vomitar.

—¿Estás bien? —preguntó el chico.Ella le respondió tosiendo y

sorbiéndose la nariz, se limpió la boca ypuso en marcha el scooter, que remontóuna rampa hasta el nivel de la calle,donde un grupo de niños andrajosos

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lanzaban unos holo-dados averiadoscontra una caja vacía. De pronto, lossonidos caóticos y los olores de LittleSaigon, tan familiares para ella, semezclaron con el ruido procedente delmotor de Nelson. Aceleró entre losjugadores de dados y se abrió paso conpericia entre la multitud, cruzó la calle ybajó a los pies de una montaña debarracas situada a unas calles de lasuya. Era consciente de lo cerca queestaban del lugar donde había muertoJiri, y su instinto callejero le decía quefuera hacia arriba, siempre hacia arriba.También era consciente del hecho deque, a sus espaldas, el chico estaba

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haciendo tal esfuerzo por no llorar queel cuerpo se le agitaba en unassacudidas sorprendentemente violentas.No quería mirar, o sería ella la que seechara a llorar. Sentía los nervios a florde piel.

—Lo siento —murmuró él.—Se supone que tenía que ir a ver a

mi tía Dita si le pasaba algo a Jiri —dijo ella, con la máxima tranquilidadque pudo—. Me lo hicieron prometer.

El chico volvió a estremecerse y setranquilizó. Mistletoe le indicó elcamino hasta la puerta abierta delangosto ascensor y metió el scooter.

—Lo siento —repitió él—. No sé

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qué más decir. Yo... Gracias.En el rostro pálido del chico había

una única mancha oscura de grasa.Aparte de aquello, parecía recién salidode un desfile de modas.

—Bueno, ¿y tú quién eres? —preguntó ella.

Antes de que le pudiera responder,los ojos se le empañaron y sintió unaslágrimas calientes en el rostro. La puertase cerró y comenzaron a subir.

—Yo... —empezó él. Luego se paróy se quedó mirando la pared metálicadel ascensor, donde alguien habíapintado una flor naranja con un esprayde pintura—. Esta mañana era otra

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persona.Ella parpadeó para limpiarse las

lágrimas de los ojos e hizo un esfuerzopor controlar el tono de voz.

—Tú eres de arriba.Él asintió.—¿Y entonces qué haces en Little

Saigon?Él apoyó las palmas de las manos

contra la pared del ascensor y se dejócaer hacia delante hasta apoyar la frentecontra el centro de la flor. Los pétalosde color naranja eran como una coronaalrededor del brillante cabello. Respiróhondo y espetó:

—Ha sido un día muy raro.

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2

EL CHICO DEL TRAJE

SE LLAMABA AMBROSE Truax, y sudía raro había empezado poco antes delamanecer, cuando alguien había llamadoa su puerta y le había despertado.

—¿Señor? Es la hora.Ambrose había abandonado las

profundidades del sueño, el sueño quetenía casi cada noche desde que habíacumplido quince años, seis meses atrás.Esa mañana le había dejado una serie de

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impresiones, como un pase dediapositivas: metal frío, oscuridad, lavoz de su padre. Sacudió los brazos ylas piernas y se quitó las legañas de losojos por última vez. Tras elprocedimiento de modificación de aqueldía, no volvería a dormir.

El dormitorio, consciente de que yase había despertado, empezó a abrir laventana gradualmente para que entraraen ella la suave luz del sol, de unatonalidad amarillo limón.

Otro golpecito en la puerta.—¿Señor?Ambrose se irguió y el Esquema de

Procedimiento estándar de la mañana se

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activó en el interior de su mente, conalgunas alteraciones mínimas debido ala importancia del día que empezaba.Habría que hacer preparativossuplementarios.

—Estaré en el salón dentro de sieteminutos —gritó hacia la puerta.

Unos pasos se alejaron por elpasillo.

A sus quince años, Ambrose era elasociado más joven de UniCorp. Elsiguiente en edad, un prodigio delMapeo de Datos de la Expansión delGran Londres, tenía veintiuno. Ambroseincluso dirigía su propio equipo deFlujo de Procesos, lo que significaba

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que era responsable de seguir lascadenas de amistad y de predecir elcomportamiento de los usuarios de lared social Unison. Así se aseguraba quela participación en Unison fuera siempreuna experiencia especialmentesatisfactoria, agradable y eficiente. Másde la mitad de la población mundialpagaba un alto precio por su perfilUnison, y de Ambrose dependía quequisieran seguir conectados parasiempre.

El hecho de que Ambrose fuera hijodel director general de UniCorp, MartinTruax (un hombre más rico de lo quepodía imaginarse Mistletoe), nunca

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había sido un gran problema para losasociados de mayor edad, por unmotivo: el chico era increíblementebueno en su trabajo. La tradición de laempresa decía que los asociados deFlujo de Procesos verdaderamentedotados para el trabajo eran los quetenían una especie de sexto sentido paraseguir las múltiples cadenas de amistady las secuencias de pensamiento, y parapredecir los posibles resultados. ParaAmbrose, este trabajo no era más queuna extensión del modo en quefuncionaba siempre su mente. Sabía quetardaría exactamente siete minutos enprepararse para su día antes de

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experimentar un solo pensamientoconsciente sobre lo que iba a hacer enprimer, segundo o tercer lugar. Dehecho, tenía claro desde mucho tiempoatrás que podía alterar su rutina encualquier punto —mirar por la ventana,beber un segundo vaso de zumo depomelo sintetizado— y que aun asítardaría exactamente siete minutos.

Como si tuviera que demostrarlo,saltó de la cama y se dirigiódirectamente a la ventana. Vivía con suhermano mayor, Len, en la planta 298 delos apartamentos Great Plains, llamadosasí porque los estratorrascacieloscercanos eran casi en su totalidad

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bloques de pastos. Desde su ventana,kilómetro y medio por encima de labóveda de Puerto del Este, Ambroseveía salir el sol tras los campos. Lamañana era sofocante, y la luz naranjadel sol se derramaba entre las limpiasazoteas verdes. Presionó con suavidadla ventana con la palma de la mano paraoscurecer los cristales y protegerse delbrillo y se quedó mirando un grupo devacas —convertidas en minúsculospuntos blancos y negros por la distancia— que pastaban en uno de los campos.Le recordaban la granja lechera de lafrontera de la Expansión de NuevaInglaterra por la que había hecho un

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recorrido con su familia años atrás. Supadre los había dejado corretear a él y aLen una hora o dos, y ellos se habíandedicado a asustar a las vacastransgénicas hasta hacerlas llegar alborde de los pastos, que estabanrodeados de una especie de plexiescudopara que las vacas no pudieran caersobre la bóveda a velocidad de ingresoen la atmósfera, pero Len se las habíaarreglado para encontrar un agujerito.

—¡Ambrose! ¡Aquí! —le dio unguijarro y le hizo gestos de apremio.

—¿Qué?—¡Tíralo!—¿Por el borde?

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—Sí, claro. Bueno, si no eres un...Vaya, ya te has rajado. Eres un cagadofacebookero.

—¡No lo soy! Lo haré, es que...¿Está aquí?

Ambrose miró al otro lado delcampo. Su padre estaba de pie, con elgestor de la GenoGranja, charlando yseñalando hacia la cámara central deriego, un cilindro brillante queatravesaba el edificio a modo de eje, dearriba abajo. Estaban ocupados ydemasiado lejos para ver algo concreto.Dudó unos segundos más, pero luegoechó la mano atrás y lanzó la piedrecitapor el agujero, golpeando el plexiglás

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con la mano. El guijarro salió despedidoal espacio, giró, se quedó suspendido unmilisegundo y desapareció antes de quepudieran seguirle el rastro con lamirada. El plexiglás evitó que seasomaran demasiado.

Len agarró a su hermano por elhombro, muy serio.

—¿Qué has hecho?—Para ya, Len.—¿Y si hubieras...?—¡Calla!—Estamos tan arriba que se

incendiará y cuando le dé a alguien, lereventará la cabeza, quizás a una familiaentera, así... —Len se puso las manos a

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los lados de la cabeza y las lanzó hacialos lados—. ¡Ppggggkkkk!

Ambrose se mordió el labio y mirópor el borde. Estaban a poco más decien plantas de altura. Sin duda no seríasuficiente para...

Len chasqueó la lengua.—Volvamos.—Pero...—Has hecho un buen trabajo,

soldado. Informaré al alto mandopersonalmente y te recomendaré paraque te den una medalla al valor y tequiten del batallón de los cagadosfacebookeros.

Len se giró y emprendió el camino

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de vuelta por el campo húmedo.Ambrose le llamó e intentó alcanzarlo,pero Len, como siempre, se mantuvounos pasos por delante.

En la ventana de su dormitorio,Ambrose se sorprendió a sí mismoapretando el cristal con la frente. Noimportaba si un episodio de su breveinfancia había sido divertido oterrorífico; una parte de sí mismosiempre buscaba revivirlo una y otravez, reordenarlo junto a sus crecientesresponsabilidades de adulto, como unmontón de fichas de casino. Con razónsus pocos amigos tenían todos más deveinte años: ningún chico de su edad

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podría entender aquella vida dedecisiones corporativas y de constantetensión.

Sus sueños eran otra cosa:enfebrecidas odiseas que le dejabanjadeando y agotado. No podíaquitárselas de encima. E iban a peor: serepetían, nítidas, detalladas, cada nochedurante las semanas previas alprocedimiento de ese día. Su padredecía que era el centro del sueño de sucerebro, que veía llegar su propio fin ylo sacaba todo antes de que accionaranel interruptor y lo condenaran a la no-existencia.

Apoyó una mano sobre su mesa

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sintetizadora, una bandeja plateada delíneas rectas que sobresalía de la pared,junto a la ventana.

—Tostadas con canela —dijo.Un segundo más tarde, la parte

superior de la bandeja se abrió sin hacerruido y dejó al descubierto unasTostadasPlus perfectamente untadas conmantequilla y con canela espolvoreadapor encima. Cogió una y la mordisqueócon avidez mientras abría el vestidor yvolvía a apoyar la mano. NutriPlus, deUniCorp («¡Un pedacito de Unison en elmundo real!»), proporcionaba unadeliciosa simulación, provista con todoslos nutrientes y un estimulador sensorial

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para engañar al estómago y hacer que sesintiera lleno. Gracias a sussuplementos, NutriPlus era mucho mássano que el alimento original y nunca sepasaba ni adquiría sabores diferentes.

Ambrose engulló las tostadas conunos cuantos bocados rápidos y sesacudió las migas que tenía en el pecho.El sublimador de partículas de la unidadde filtrado de su dormitorio las vaporizóantes que llegaran al suelo. Pensó en suguijarro cayendo del borde de la granjalechera y se preguntó si el ConsejoMunicipal de Puerto del Este (al quepertenecía su padre) instalaría algunavez sublimadores a gran escala para

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desintegrar los detritos antes de quepudieran llegar a la bóveda, atravesarlay matar unas decenas de personas enLittle Saigon o Río II. Un flujo deprocesos instantáneo le dijo que no valíala pena la inversión, pero aun así...

Entró en el vestidor, que contenía unúnico traje cutáneo negro de espumatérmica colgado de un soporte. Tocó eltraje con la palma de la mano para hacervisibles las diversas opciones que podíaproporcionar y al momento un desfile demodelos holográficos de diseño llenó laestancia. Se paseó arriba y abajo entrelas filas de camisas y pantalonesfantasma translúcidos que flotaban en el

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aire y se decidió por fin por un traje azulmarino clásico del siglo XXI concorbata. Hizo desaparecer las prendasdescartadas con un movimiento demuñeca y se puso el traje cutáneo, quese le ajustaba al cuerpo con suavidad yque, visto desde fuera, presentaba laimagen exacta del traje azul marinoseleccionado.

Se giró hacia la puerta del vestidor ydijo:

—Reflejo.La puerta adquirió un tono opaco y

luego vítreo. Se acercó y se alisó el finocabello rubio. Era el día más grande desu vida y quería que no se le viera como

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un adolescente, sino como el hombre denegocios que su padre había deseadotanto tener.

Dejó atrás el espejo y volvió a suhabitación, donde cogió un carameloMentaPlus de UniCorp y echó un últimovistazo alrededor. Era la primeramañana en muchos años que noempezaba el día usando el teletransportepara ir a la Estación de Trabajo deUnison. Sintió una punzada de nerviosen el vientre al pensar en lo que seestaba perdiendo y juntó las palmas delas manos. Se cerró el circuito de susreceptores integrados y percibió uncosquilleo familiar en la punta de los

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dedos. Pensó su clave de acceso —LenCabrón— y sintió los síntomas delteletransporte: el sabor ácido a bateríaque la mayoría de usuarios tapabanmascando MentaPlus, el cosquilleo en laparte trasera de la garganta, como siestuviera cogiendo un resfriado, y labreve sensación de ingravidez. Luego,una sensación de alegría desbocada loatravesó. Emocionalmente, elteletransporte era como pasar de unfuneral a unas vacaciones en el trópicoen un abrir y cerrar de ojos.

Ambrose siempre notaba en primerlugar la luz que lo llenaba todo, queafilaba los bordes de los muebles de su

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dormitorio y que le daba a la habitaciónuna definición y una luminosidadperfectas. Era como si estuviera viendola vida real a través de una lente sucia, yUnison sencillamente limpiara la lente.Muchos usuarios describían laexperiencia como «ver» por fin suentorno con toda claridad por primeravez. Otros afirmaban que era comovolver a nacer con plena conciencia. Sudormitorio no desaparecía ni seconvertía en una sala virtual del todoimpersonal; los primeros test de calidadde Unison habían determinado que elteletransporte a un lugar completamentediferente provocaba desorientación y

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resultaba desagradable. En teoría, a losusuarios les gustaba la idea deconectarse desde su propia casa yaparecer de pronto en los Alpes suizos.Pero en la práctica provocaba vómitos,dolores de cabeza y una sensaciónsimilar a la de aspirar agua por la nariz.

Como asociado de alto nivel,Ambrose podría haber elegidoteletransportarse a localizaciones solopara administradores, como Workspaceo Greymatter, la finca de su padre. Peroaquella mañana solo tenía tiempo parauna rápida puesta al día. En su menteapareció un espejo que dividía supercepción en dos secciones

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diferenciadas: el mundo interior de suinterfaz de administrador y el mundoexterior de Unison. Bloqueó toda lainformación ajena a UniCorp —innumerables solicitudes de amistad einvitaciones a eventos que nunca teníatiempo de examinar— y accedió al canalcorporativo. La sensación era como lade tener la mente abierta para poderrebuscar en ella, y filtrar laimpresionante cantidad de informaciónera tan sencillo como cerrar una puerta yabrir otra. El canal corporativo leproporcionaba una lista de la actividadde Unison desde su desconexión, latarde anterior. Absorbió las

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actualizaciones:

43.987 nuevas cuentas3.499 cuentas enviadas al purgatoriopor falta de pago

Accedió a las nuevas cuentas y dio

instrucciones a la interfaz para que lasclasificara según su rentabilidadpotencial. Una de las ventajas de ser elhijo de Martin Truax era que su equipode Flujo de Procesos podía adueñarseantes de los usuarios nuevos más ricos.El número uno de hoy era LoriFrederick-Smith, una rica heredera de laindustria del aceroplástico de Boston

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Heights. En aquel momento estabaconectada. Ambrose giró el espejo haciael exterior y proyectó los datos delperfil de la usuaria en el dormitorio.

Al momento se vio rodeado deinformación detallada sobre su vida.Tenía sesenta y cuatro años, pero habíacontratado una mejora de perfil paratener un aspecto joven y bello. Ambrosevio la imagen de Lori, alta y rubia,aceptando solicitudes de amistad paraun elegante brunch de bienvenidaofrecido a los nuevos usuarios. Semovía entre ellos con gracia yseguridad, tendiendo la mano y dandobesos que acababan en el aire. Accedió

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a su secuencia de pensamientos:

Lori Frederick-Smith piensa que no leimportaría que esto no acabara nunca.

Ambrose sonrió. La población másanciana del mundo se había mostradoreacia a adoptar la nueva tecnologíaradical de redes sociales, hasta ellanzamiento de la reciente campaña demarketing «Juventud Eterna» de Unison,dirigida a personas de entre sesenta ycien años de edad. Ahora los nuevosusuarios de este grupo de edadproporcionaban a UniCorp una granparte de sus ingresos anuales. Habían

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«maximizado efectivamente losbeneficios», como diría su padre.

Ambrose reenvió los datos del perfilde la señora Frederick-Smith a suequipo con la instrucción de asignarleuna serie de amigos jóvenes y ricos quefueran casi tan atractivos como ella,pero no tanto. Unison ya había empezadoa analizar sus gustos y preferencias y sehabía adaptado a ellos; su equipo seocuparía del resto. En unos días, losanteriores sesenta y cuatro años de suvida caerían en la más profundaoscuridad, y entraría en un mundodiseñado con el único fin de hacerlafeliz.

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Ambrose sintió un suave contacto enla pierna. Lincoln, su perro UniPet, lemiraba desde el suelo.

—Lo siento, chico —se disculpó,acariciando el pelo marrón de la cabezade Lincoln—. Me tengo que ir.

Lincoln abrió las alas y voló hasta eltecho, donde se quedó colgado bocaabajo como un peludo murciélagogigante. Ambrose hizo una mueca y sepreguntó cómo se le podía haberocurrido que estaría bien tener un perrovolador. Al instante, Lincolndesapareció del techo y reapareció juntoa su pierna. Las alas le habíandesaparecido.

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—Buen chico —dijo Ambrose.Luego juntó las manos de nuevo y se

teletransportó. Parpadeó: su dormitoriodel mundo tenía un aspecto gris ydesordenado. Se sintió desconectado dela humanidad, ausente del interminableflujo de información vital. La soledad lepesaba. Las ganas de volver ateletransportarse a casa eran casiinsoportables, pero reconoció enaquello un síntoma de la desconexión yrespiró hondo.

—Estaré fuera diez horas —le dijo ala habitación, que, sin hacer ningúnruido, calibró un delicado equilibrioclimático para conservar la energía en

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su ausencia.En unos segundos efectuaría la

transición física al trabajo, uniéndose alo que su hermano Len llamaba elDesfile de los Cuerpos. Respiró hondo yse preguntó si su vida tendría un aspectodiferente con unos ojos en los que nuncahiciera mella el sueño; luego se giró,apoyó una mano en la puerta y esta seabrió.

Era hora de ir a trabajar.

La sede central de UniCorp ocupaba lasúltimas veinticinco plantas del edificioUniCorp, estratorrascacielos de 375plantas. Era uno de los primeros

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edificios provistos de un polímero deaceroplástico y ladrillo que hacía que sufachada, de kilómetro y medio de altura,tuviera el aspecto de un centenar deestaciones de bomberos pre-Unisonamontonadas una encima de la otra. Máso menos cuando nació Ambrose,UniCorp ocupaba todo el edificio. LaVersión 2.0 de Unison vio la luz pocodespués, y desde entonces, cada mes, elespacio de las oficinas se ibaconvirtiendo en apartamentos de lujopara miles de asociados, que cambiaronla vida de la oficina por la comodidadque suponía trabajar dentro de Unison.

Por motivos de seguridad, el

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edificio de UniCorp solo teníaaparcamientos al nivel de la calle. Elseñor Danielson, un asociado de edadavanzada que conocía a la familia Truaxdesde siempre y que le hacía de chófer yescolta a Ambrose, descendiósuavemente por debajo del tráficoelevado y aparcó en su plaza designada.Ambrose levantó la vista hacia lasestelas de un blanco azulado quedejaban en el cielo los propulsoresiónicos que llevaban en los bajos todoslos coches que circulaban, unos pegadosa otros, en perfecta armonía. Danielsonle abrió la puerta del coche apoyando lapalma de la mano y sonrió.

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—¿Está listo para el gran día,señor?

Ambrose se encogió de hombros. Yase había sometido a tantos escáneres ypruebas preliminares el año anterior quele resultaba difícil ver aquel día como elfinal del proceso. Pero tampoco podíanegar que el procedimiento de aquel díatenía una envergadura especial. Todaslas pruebas se habían realizado enUnison. Ahora invadirían su propiocuerpo y alterarían de forma permanenteel hipotálamo de su cerebro,responsable del impulso del sueño.

Salió y respiró el aire de la mañana,cálido pese a la enorme sombra que

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daba el estratorrascacielos de UniCorp.—Supongo que nací listo —dijo con

su voz medio seria de ejecutivo.La sonrisa de Danielson se congeló

un momento y luego le dio una palmaditaa Ambrose en el hombro.

—Así se habla. Me recuerda...¿Sabe? Yo jugué a fútbol cuando teníasu edad, y no quiero decir el fútbolclásico. No soy tan antiguo, a pesar delo que le diga su padre.

—Él dice que usted tiene edad paraser su padre.

Danielson extendió una mano y laabrió con la palma hacia arriba. Supágina de inicio —la de identificación

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con nivel de administrador de UniCorp— apareció justo encima, en el espacioque había entre ellos. Era translúcida ydesde ambos lados se veíaretroiluminada. Danielson navegaba porla página flotante con el dedo,moviéndola por una pantalla imaginaria,y el navegador integrado seguía susinstrucciones. Llegó a un wiki-sitiollamado «Nacimientos notables dePuerto del Este».

—Vale, Señor D, ya le creo —dijoAmbrose.

Danielson agitó la mano otra vez y laimagen se vaporizó.

—Son tiempos emocionantes, señor.

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Ambrose asintió y siguió aDanielson, mientras dejaban atrás unossetos perfectamente cuidados y entrabanpor unas puertas de cristal. Su funciónde flujo de procesos, que funcionaba enmodo automático y no dejaba demurmurarle en segundo plano, le indicóel procedimiento que daría paso a unanueva fase de su joven vida, en la queUnison superaría con facilidad alaceroplástico como el invento humanomás importante de todos los tiempos. Supadre lo había preparado todometiculosamente para que el resultadono pudiera ser otro.

Las etiquetas de seguridad

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integradas de la pareja abrieron unanueva puerta, tras la que apareció elconcurrido vestíbulo, donde Ambrose sedetuvo, traspuesto. Hacía años que novisitaba la sede central de UniCorp, ydesde luego las cosas habían cambiado.La enorme sala era un museo donde seexponían todas las innovaciones enredes sociales hasta llegar a la Versión2.0 de Unison, en una proyección deocho metros por encima de sus cabezas.Y las demos, además, eran funcionales:vio a un atribulado profesor haciendopasar a un grupo de niños ante unaspantallas gemelas —¡pantallas físicas!— con imágenes de Facebook y

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MySpace o, tal como los llamaba MartinTruax, las «tatarabuelas» de Unison. Elprofesor hizo clic con un antiguo ratón yaparecieron una serie de rostrosenmarcados en casillas. Ambrose sepreguntó si los creadores de aquellasredes se habían molestado siquiera enpensar en el flujo de procesos, y seencogió de hombros. ¿Cómo podíansacarles el máximo rendimiento sinsaber exactamente lo que iba a hacer lagente con sus cuentas?

—Gracioso, ¿no? —preguntóDanielson.

—¿El qué?—Que la gente se resignara a estar

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anclada a una pantalla y un teclado. Escomo pasar por alto la esencia de losseres humanos.

—¿Qué esencia? —Ambrose losabía, pero le siguió el juego.

—Que somos animales, y que losanimales odian sentirse atrapados.

Se abrieron paso por el vestíbulo yAmbrose hizo una pausa en laexposición sobre U-Space, primera grantransición a partir de las redes socialesancladas a la pantalla. Era muy antigua,y tenía un aspecto tan primitivo que serio en voz alta. Unos avatares con unbrillo y una voz artificiales —simplesproyecciones— contemplaban un texto

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flotante y añadían manualmente Amigosa sus listas. Le daba cierta vergüenzaajena, y sintió una extraña sensación degratitud por haber nacido en aqueltiempo y aquel lugar.

U-Space había durado poco. Separecía demasiado a un juego y muypoco al mundo real. La gente quería algofamiliar, una versión potenciada de larealidad donde todo fuera fácil. Pero U-Space sirvió para algo: allanó el caminoa un joven genio llamado Martin Truax,que emergió de la nada con surevolucionario modelo de red VidaPlus.

Martin Truax prohibió a susprogramadores que se limitaran a

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refactorizar códigos existentes. Unisondebía construirse desde cero, y cada unade sus piezas estaría diseñada porreducidos equipos de asociadosentregados a la filosofía que Danielsonacababa de repetir por millonésima vez:los seres humanos son animales, y losanimales odian sentirse atrapados.Luego analizarían una serie de ideasindependientes y las integrarían en lasprimeras fases del desarrollo, o se lesextraerían secuencias de códigos útiles yquizás el resto se descartara. Elresultado era algo radicalmente nuevopero que, al mismo tiempo, le daba auno la impresión de encontrarse ante un

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viejo amigo ya desde la primeraconexión.

Ambrose avanzó por delante deDanielson, dejando volar la mente cadavez más según dejaba atrás lapresentación de la Versión 1.0 deUnison. Era una imitación muy aceptabledel mundo real. Te conectabas ycaminabas por tu casa, por tu barrio, porel colegio, pero todo parecía mejor: nohabía que hacer colas, la informaciónfluía libre y fácilmente, los amigos y lasactividades quedaban predeterminadospor los flujos de procesos y lasprepantallas. Los problemas del mundoreal se desvanecían. La satisfacción

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generalizada se convertía en la regla, envez de en la excepción. Ambrose escrutóla demostración de la Versión 1.0 hastaver claramente sus defectos: labrusquedad, los reflejos y los retrasoscuando la gente entraba en lugaresconcurridos. Observó un parpadeo en laimagen de un centro comercial (reducidoa escala para que cupiera en el espacioexpositivo acordonado), que de prontodejaba congeladas a cientos de personasa media compra. Sacudió la cabeza. Losdefectos típicos de una 1.0.

Danielson estaba en algún lugar asus espaldas, escondido entre laaglomeración típica de la hora punta.

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Delante tenía una de las muchas fuentesdistribuidas por el vestíbulo. Un lado dela fuente quedaba oculto por una paredcon una pendiente pronunciada, en laque se apoyó Ambrose mientrascontemplaba la Versión 2.0. Sabía queaquello era una proyección auténtica atiempo real de eventos reales de Unison.Se preguntó cómo sería ver aquello porprimera vez. Se puso en la piel de unchico normal en una visita didáctica, allíde pie, en medio del vestíbulo,levantando la vista hacia...

—Señor Ambrose —dijo una suavevoz a su izquierda.

Un guardia de seguridad del edificio

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vestido con una chaqueta negra deUniCorp, con una porra colgada delcinturón y un disruptor a la espalda.Ambrose sonrió.

—No llevo bolígrafo.La gente que se le acercaba

pidiéndole un autógrafo fuera de Unisonsolía preferir que fuera al estilo antiguo.Siempre eran mucho mayores y lanovedad que suponía encontrarse con unniño prodigio les hacía ejecutar unaincómoda reverencia.

El hombre le tendió una mano.—Bienvenido a su edificio, señor.

Es un placer conocerle por fin —dijo,con una amplia sonrisa.

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Al darle la mano, Ambrose sintió laleve sacudida propia de unatransferencia de mensajes no autorizada,que sus propios receptores palmaresdeberían haber bloqueado porque él nohabía dado permiso para aceptarla. Elguardia sonriente había saboteado susfiltros de correo electrónico.

—Carpe somnium —dijo el guardia,bajando la mano.

—¿Qué?Ambrose intentó ubicar el rostro de

aquel hombre, su voz, su saludo. Nada.—¡Espere!Era demasiado tarde. El guardia se

perdió entre la multitud y desapareció.

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Ambrose intentó seguirle, pero laaglomeración de turistas y trabajadoresque se desplazaban físicamente paraempezar la jornada se habíaintensificado. Se vio encajado entreellos y luego impulsado hacia la fuente.Había perdido a Danielson de vista.Ambrose se frotó la mano, algo doloridatras el ataque a sus sistemas. Latransferencia del mensaje le habíapillado por sorpresa; probablemente nosería más que la emoción del día, quehabía interferido en su gestión del flujode procesos. Cualquier desvíoimportante de la rutina diaria solía sumirel sistema en el caos.

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—¿Danielson? —dijo.Una niña se lo quedó mirando con

unos enormes ojos verdes —cromáticamente modificados para darlesmás intensidad— hasta que su madre sela llevó tirándole del brazo. ¿Sería otrade las pruebas de su padre? ¿O una delas bromitas de Len? Podía intentardevanar aquellos flujos de procesospara ver lo que podía haberle preparadoexactamente su familia. O, simplemente,podía acceder al mensaje. ¿Por qué no?Solo le llevaría un segundo. Buscó unrincón que le proporcionara ciertaintimidad, pero por todas partesaparecían hordas de turistas y

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asociados. A su lado, un guía deUniCorp con un sombrero violetaconducía a un grupo de niñosasombrados hasta la proyección de laVersión 2.0. Detrás estaba la cafetería y,más allá, una serie de puertas llevaba alpatio. Se puso prácticamente de lado yse abrió paso entre la multitud; entró enla cafetería, llena de gente, y salió alenorme patio central, que estabameteorológicamente programado paraofrecer la estación contraria a la actual.En el exterior se vivía un plácido día deverano sin nubes, así que en el patiosoplaba una ventisca. Sintió uncosquilleo en la piel en el instante que

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tardó su traje en adaptarse al frío, e hizouna pausa para examinar el espacio a sualrededor, prácticamente desierto.Había sido diseñado como una galeríapública de arte y, en ese momento,presentaba unas enormes esculturas decocina mexicana en aceroplástico. Seabrió paso entre la nieve, que le llegabaal tobillo, y se protegió tras una colosalenchilada, donde por fin externalizó suregistro de transferencia de mensajes.Sobre la palma de la mano flotaba unaúnica bandeja de entrada. Un mensajenuevo, un archivo de audio con lareferencia SUEÑOS = VERDAD.

Se puso la mano sobre la oreja

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derecha a modo de caja de resonancia yescuchó. Una voz femenina. Con un leveacento de Europa del Este.

—Carpe somnium, Ambrose Truax.Lo primero: he camuflado este archivo,pero ya sabes que UniCorp eliminatodos los archivos sospechosos. Así queescucha atentamente, porque el mensajesolo se reproducirá una vez. Perdona laencerrona. Querría que nos hubiéramosconocido hace mucho tiempo, pero miscolegas no estaban de acuerdo. —Sesorbió la nariz, hizo una pausa yestornudó con fuerza. Ambroseparpadeó. La voz continuó—. Ojalátuviera más tiempo, pero eso queremos

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todos. Así que te diré lo que tienes quehacer. Sal del edificio ahora mismo.Pide que te lleven, roba un coche, lo quehaga falta para salir de ahí. Tu vidaconsciente no es tuya; no dejes quetambién te quiten los sueños. Él quieredestruir la única parte de ti que sabe laverdad. Y entonces serás del todo suyo.No dejes que ocurra, Ambrose. Yopuedo ayudarte. Ve a Little Saigon, ydirígete al...

Ambrose apartó la mano de la orejade golpe, canceló la transmisión y borróel historial del registro detransferencias. «Buen intento», pensó.Aquellos terroristas, como se hacían

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llamar, eran más patéticos quepeligrosos. Era como decía siempre supadre: cuando estás arriba, todo elmundo quiere un trocito de ti. Y si nopueden conseguirlo, quieren arrastrartehasta su nivel. ¿Robar un coche? ¿Quiénse pensaban que era?

Ese mensaje en realidad subrayabaaún más la necesidad del procedimientode aquel día, se dijo. La gestión deUniCorp requería una vigilanciaconstante. Una vez se acostumbrara auna vida sin sueño, podría mantener uncontrol constante sobre Unison,trabajando constantemente paraasegurarse el rendimiento y el

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crecimiento ininterrumpido del imperioque un día les pertenecería a él y a suhermano.

Se agachó sobre un remolino denieve y se preguntó cómo habían podidoinfiltrar los terroristas al falso guardia.Aquello resultaba ligeramente másimpresionante que las típicasincursiones anti-Unison, que en sumayoría consistían en pequeños robosde identidad y borrado de cuentas. ¿Ycómo se habían enterado delprocedimiento?

Bueno, daba igual. Había decenas demodos de desclasificar informaciónclasificada en una corporación tan

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enorme. Ya se enteraría.Pero primero lo primero: su padre le

esperaba.

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3

NO MIRES ATRÁS

MISTLETOE EXCLAMÓ: ¡Para!Hasta aquel momento, había dejado

que Ambrose le contara lo que le habíapasado aquel día sin interrumpirle,oyendo el eco de sus palabras en elinterior del ascensor. Se habían detenidoen lo alto de un bloque de infraviviendasa unas manzanas de la suya, pero elchico no parecía darse cuenta. Intentabaencontrarle el sentido a las últimas

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horas de su vida. Mistletoe sabía cómose sentía. Ella había pasado de dejarvagar la mente en el balcón a ver lamuerte de Jiri unos minutos después.

—¿La voz que te habló al oído, porteléfono o lo que fuera, dijo Carpesomnium? ¿Estás seguro?

Ambrose pasó un dedo por el tallode la flor naranja pintada.

—Estoy seguro. El guardia deseguridad también lo dijo. Significa...

—Aprovecha los sueños. En latín.No soy una paleta de primer curso deFacebook. Data y Jiri lo dicenconstantemente.

Le dio un manotazo al único botón

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de la pared. Las puertas se abrierondeslizándose hacia los lados con uncrujido lastimero. Ambrose se quedómirando, incrédulo.

—Aquí todo es muy viejo —dijo.Ella le dio un empujón al salir.Con más fuerza de la que quería

usar.Él dio con la espalda contra la

pared, y se quedó boquiabierto, mirandoa Mistletoe, que se había situado entre ély la puerta. Casi se le escapó la risa alver su asombro: aquel chico no estabaacostumbrado a que le dieranempujones. Se plantó ante él.

—Jiri era mi amigo, ¿vale? Y murió

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por salvarte la vida —dijo. No estabasegura del todo de ninguna de las doscosas, pero sonaba dramático—.Recuérdalo la próxima vez que se teocurra decirme que mi barrio es viejo,que huele mal, que está lleno de gente ode ruidos, aunque todas esas cosas seanciertas, solo por el hecho de que eres dearriba y... —Se acercó algo más y leolisqueó, y luego se echó atrás—.Hueles a macedonia de frutas.

—Es una colonia sintética deesencia de cítricos —dijo, tragandosaliva—. De Bruselas.

—¿De dónde?—Bruselas, una ciudad de...

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—Lo que sea. Calla. Vamos —ordenó.

Sacó a Nelson del ascensor y esperóa que Ambrose se montara detrás. Él sesentó lentamente y con sumo cuidado,como si Nelson fuera un vehículodefectuoso que pudiera dejarlos caer encualquier momento.

—Oye, que no muerde.Siguieron un estrecho camino

accidentado por encima del bloque deinfraviviendas junto a una pared de ungris apagado llena de ventanas quehabían perdido el cristal y cuyo lugar loocupaban ladrillos con desconchones,tablones de madera o nada. La bóveda

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de color crema, con la pinturadescascarillada, estaba justo por encimade sus cabezas. Centenares de casitascomo la que ella compartía con Jiri searracimaban bajo sus pies, formando unapendiente que llegaba hasta la calle. Lascalles discurrían como perezososarroyos y dividían el bloquecaprichosamente en diferentes niveles.

—¿Qué sitio es este? —preguntóAmbrose.

Ella miró a su alrededor,sorprendida, hasta que cayó en la cuentade que era la primera vez que veía subarrio. Era imposible ponerse en sulugar y hacer como si no conociera

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todos aquellos rincones de su día a día.Cuando la tía Dita la había llevado aescondidas a la parte de arriba, paravisitar la Zona Recreativa Designadapara Jóvenes, había sentido la libertadque supone no tener la bóveda encima,como si sencillamente pudiera alejarsede la superficie de la Tierra flotando,subiendo cada vez más. A lo mejorAmbrose se sentía al revés: atrapado.

—¿Conoces los grandes edificios deoficinas y apartamentos?

—Estratorrascacielos. Yo vivo enuno.

—¿Alguna vez has ido abajo?—Claro. Mi restaurante favorito está

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en el vestíbulo, donde sirven esos...—No, no el vestíbulo, cerebro de

chorlito twittero. Abajo.Pese a lo impaciente que estaba por

llegar a casa de la tía Dita, redujo lavelocidad para que Ambrose pudiera irasimilándolo. Una vez más, observó queel motor de su scooter hacía un ruidohorrible a aquella distancia de las callesde Little Saigon. Deseó poderse permitircomprar un silenciador.

Ambrose pasó una mano por lapared gris, dejando un leve rastro consus dedos sobre la mugre.

—Abajo...Mistletoe esperó un momento a que

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acabara la frase, pero no dijo nada más.Así que le hizo un breve resumen de lavida bajo la bóveda, extraído de susconversaciones con Jiri y la tía Dita.

—Se inventó el aceroplástico. Losedificios empezaron a llegar a las nubes.Nadie que se pudiera pagar un lugar enlo más alto quería vivir abajo. Así quelos niveles inferiores quedaron paragente como Jiri y como yo, pero al cabode un tiempo la gente como tú decidióque era demasiado peligroso tener agente rica y gente pobre en un mismoedificio. Evacuaron los treinta primerospisos y llenaron las plantas inferiores devigas de refuerzo de aceroplástico para

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que nadie pudiera volver a entrar. Alfinal todos los edificios quedaron así.Nosotros construimos casas a los ladosde vuestros edificios; vosotrosconstruisteis la bóveda. Se convirtió enun toma y daca.

—Hubo altercados —dijo Ambrosesuavemente, como quien corrige a unniño que responde equivocadamente contoda su buena intención.

Mistletoe se imaginó a sí mismadándole un codazo en la cara ylanzándolo ladera abajo, pero sereprimió y apretó el manillar hasta quelos nudillos se le pusieron blancos, yfijó la vista en el camino que tenía por

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delante. Intentó ahuyentar la imagenmental del policía bañado en sangre y lasilenciosa agonía de Jiri, pero la escenahabía quedado grabada a fuego en sumemoria. Las náuseas contenidas lepresionaban la garganta y el estómago.«Ya voy, tía Dita», pensó.

—Ya no era una sociedad civilizada—prosiguió Ambrose—. Era el caos. LaLey de División de la Bóveda de Puertodel Este era necesaria, porque la gentese estaba matando por las calles. Todoestá archivado... Mira, te puedo enseñarel vídeo de la conferencia de prensa —propuso.

Levantó la mano, se la acercó a la

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cara y tendió la palma.No ocurrió nada.Ella levantó una ceja mientras él

cerraba y abría la mano de nuevo.—¿Qué estás haciendo?—No puedo conectarme. No hay

cobertura.—¿Usas la mano para eso? —

exclamó Mistletoe, sin apartar los ojosdel camino, pegándose a la pared en elmomento en que se cruzaban con tresantiguos scooters que venían endirección contraria, dejando un rastro dedenso humo que apestaba a gasolina.

—¿Qué quieres decir? Todo elmundo... —Vaciló un momento y luego

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prosiguió—. Está todo integrado en laparte superior de mi médula espinal.Receptor, transmisor, claves de acceso.Puedo externalizar la información através de la palma de la mano. Arribaes... Arriba no es tan raro.

Mistletoe recordó que había visto agente abriendo y cerrando las manos enalgún reportaje de noticias.Externalizando. Montones de datos quesalían de las manos y desaparecían conla misma rapidez.

—Aquí abajo necesitamos losmóviles. Y la cobertura siempre esmínima. Eso cuando la hay —le explicó.

—Pero la señal es gratis —dijo él

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—. Y llega a todas partes.—Arriba quizá sí —respondió

Mistletoe, encogiéndose de hombros.Pasaron junto a un grupo de perros

sarnosos de color negro acurrucadoscontra la pared. Los que estabandespiertos se los quedaron mirando sindemasiado interés, con sus rosadaslenguas caídas a un lado del morro.Mistletoe sintió que las manos deAmbrose la agarraban con más fuerza.

—No nos morderán —le dijo.Ambrose tragó saliva.—Así pues esta pared con las

ventanas rotas es la fachada lateral de unbloque de apartamentos.

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—El piso treinta. Lo más alto que sepuede colocar una casa.

Pasaron junto a una ventana notapiada a través de la cual se veía eloscuro interior del edificio.

—¿Y dentro qué hay? —preguntóAmbrose—. ¿Plantas vacías? ¿Cuántoespacio hay entre las vigas de apoyo?Ahí dentro podrían vivir miles depersonas. ¿Nadie ha reformado uno deesos espacios?

—No. Ahí no entra nadie —respondió Mistletoe con un escalofrío.

—¿Por qué no?—Quiero decir que el que entra ya

no sale.

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—Eso es ridículo.—Tú tampoco entrarías, si lo

supieras. Ni siquiera te acercarías a unaventana.

El camino descendió de golpe y lesllevó a un precario puente hecho contablones unidos con un cable negroretorcido. Nelson se adaptó al traqueteo.

—¿Si supiera qué? —preguntóAmbrose con unas palabras que sonaronde pronto estridentes, cuando las casasbajo el puente dejaron paso a un espaciovacío.

—Nada. —No quería hablar de laMaldición. Ni en aquel momento, ninunca—. Ya casi hemos llegado a casa

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de la tía Dita. Ella sabrá qué hacer.—¿Quién es?—La hermana de Jiri.—No, quiero decir... ¿Cómo se gana

la vida? ¿Cuál es su contribución a lasociedad?

—¿Contribución a la sociedad?Ambrose era el chico más raro que

había visto nunca. Se preguntaba cuántotiempo habría sobrevivido en las callesde Little Saigon si ella no le hubieraencontrado. Probablemente unos dosminutos. ¿Qué había hecho Jiri con él?

Atravesó el puente a toda velocidady derrapó al embocar un nuevo caminoen lo alto de otro bloque. Los

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propulsores protestaron con un chirridoque era como un zumbido de mosquitoamplificado. Ambrose le apretaba tantocon los brazos que Mistletoe no podíarespirar. Ella le dio un codazo en elvientre para que aflojara la presión.

La tía Dita vivía a unos niveles pordebajo de la cumbre. Mistletoe redujo lavelocidad al mínimo y giró, saliendo delcamino superior, prácticamente vacío, yentrando en una sinuosa calle llena degente y de perros. Se quedaronbloqueados tras un carro de gitanosinsufriblemente lento, cargado de chalésde vivos colores y de bolsas con laetiqueta CAFÉ, que Mistletoe sabía que

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probablemente contendrían pistolas y laúltima «droga del mes» de Little Saigon.Detrás se les puso un vetusto vehículode transporte cargado con algún tipo dematerial de derribo —cables o pantallasestropeadas—, con lo que quedaronencajados. Mistletoe sentía que se leagotaba peligrosamente la paciencia conaquel ritmo de tortuga. Se mordió ellabio para evitar soltar un grito.

—¿Cuánta gente vive aquí? —preguntó Ambrose, señalando a unaminúscula cabaña amarilla aplastadaentre dos mugrientas casuchas marrones.«Un emparedado de limón», pensóMistletoe.

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—Probablemente una familia entera—dijo ella.

En aquel momento, como si quisieraconfirmarlo, una mujer salió por lapuerta acunando a un bebé minúsculo ensus brazos. Un segundo más tarde unniño apareció por la puerta de lacabaña, pasó entre las piernas de ella ysalió corriendo entre la multitud. Lamujer echó un vistazo a su alrededor yolisqueó el aire con desgana, puso unamueca de desagrado y volvió dentro.

—¿Dónde lo ponen todo? —preguntó Ambrose.

—¿El qué?—Sus... cosas.

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—Eres más corto que un twit —respondió Mistletoe—. ¿No puedes usaresa cosa del flujo de procesos de la quetanto presumes para responderte túmismo esa pregunta?

—No funciona así. Un flujo deprocesos es un proceso: se basa en larecogida de datos y en un profundoanálisis.

—Suena a adivinación.—No se trata de adivinación, y no es

magia. No puedo predecir el futuro. Loúnico que hago es aplicar lo que sésobre los hábitos de la gente para ayudara los programadores de Unison a crearuna serie de resultados satisfactorios

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basados en los hábitos de consumo delusuario y en sus amigos. —El orgullocon que lo decía resultaba evidente ensu voz—. Contribuyo a hacer que la vidade la gente sea mejor, sin que tengansiquiera que pedirlo.

—Lo que tú digas —suspiró ella—.Ellos no tienen nada, Ambrose.

—¿Quiénes?—Esa señora, sus niños. Todo el

mundo, aquí abajo. Quedarte sin espacioen casa no es algo que te preocupe,cuando no tienes dinero para comprarcosas con las que llenar el espacio.

El carro de los gitanos se desvió a laizquierda con su traqueteo. Ella aceleró,

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abriéndose paso entre una fila descooters, y giró bruscamente a laderecha por una calle tranquilaflanqueada por unos arbustos con hojasen forma de lágrima. La tía Dita siempredecía que por el hecho de vivir allíabajo todos tenían que esforzarse porembellecer el lugar. Aunque se ocupabade los arbustos, regándolos ypodándolos a diario, aún quedabanzonas marrones. Ni siquiera las luces dela bóveda, provistas de rayos UV,compensaban la falta total de sol.

—Bonita calle —dijo Ambrose conentusiasmo.

Mistletoe estaba convencida de que

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con aquello quería compensar lascríticas de antes.

De repente viró con brusquedad,sacó a Nelson de la calzada y apagó elmotor. Esta vez agradeció que Ambroseestuviera agarrado a ella como uncangrejo, porque de otro modoprobablemente habría caído rodando porel suelo. Dejó los propulsoresencendidos y se ocultó tras un arbusto,sacando la nariz para observar la calle.

Ambrose se echó hacia delante.—¿Qué estás...?—¡Shhhh! —respondió ella—. Pasa

algo raro.En el escalón que daba paso a la

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puerta de la tía Dita, de un azul intenso,había dos hombres. Ambos eran altos ydelgados e iban vestidos con una ropaque tenía toda la pinta de ser supra-bóveda: trajes color canela, noholográficos, como el de Ambrose, peroaun así demasiado elegantes para aquelbarrio. Uno de ellos tenía el pelo corto ypelirrojo y llevaba una pequeña porrametálica. El otro llevaba un sombreromarrón informe y tenía una manoplateada, como el policía que habíamatado a Jiri.

Otros tres hombres desaparecieronpor el estrecho callejón entre la casa deDita y la de sus vecinos.

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—Ma bah —susurró Mistletoe—.¿Y eso?

—No sé —dijo Ambrose.Parecía realmente sorprendido de

oírse a sí mismo diciendo eso. Mistletoerecordó que el flujo de procesos de sucompañero perdía toda utilidad antesituaciones no familiares. Bueno,¿entonces de qué servía?

—Usa tu cómo-se-llame integrado—dijo ella—. Descubre quiénes son.

—¿Cómo se supone que voy aconectarme? Aquí todos estáisdesconectados.

Mistletoe pasó por alto el aquítodos.

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—Bueno, no podemos quedarnosaquí esperando.

—Llámala. Avísala.—¿Y con qué la llamo? Jiri se cargó

casi todos los móviles, y tampoco me hetraído ninguno. No es que me llamemucha gente.

—Eso es ridículo —espetó él—.¿Cómo puedes no...? ¿Qué estáshaciendo?

Ella puso a Nelson al máximo derevoluciones y salió disparada de suescondrijo. Lanzó el scooter a todamecha por la calle en dirección al portalde Dita. Ambrose apretó las manos entorno a su cintura y gritó. Bien. Total, se

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trataba de hacer ruido. Ella se unió alconcierto con un chillido penetrante y selanzó contra los dos hombres.

Pelirrojo le tiró a Sombrero delhombro y señaló con el dedo el scooterque se les venía encima. Sombrerolevantó su brillante brazo plateado yMistletoe viró. La estela recortada de unpulso electrostático les pasó a escasoscentímetros. Ambrose hundió la cara enla trenza de Mistletoe.

Sombrero soltó otra descarga,demasiado alta, pero luego se encontrócon el scooter prácticamente en lasnarices. Los dos hombres se echaron aun lado. Mientras Mistletoe viraba de

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nuevo para evitar chocar contra lapuerta entreabierta, le pareció detectarun movimiento caótico en el interior dela casa.

—¡Aguanta! —gritó, como siAmbrose necesitara que le animaran.

La calle de la tía Dita moría en lafachada lateral de un bar de absenta, yestaban a punto de chocar con ella.Mistletoe estiró ambos pies y pisó afondo el freno de emergencia de Nelson.Mientras derrapaban, tiró del manillarcon todas sus fuerzas hacia la izquierday aguantó el tirón. Los propulsoresiónicos soltaron un chisporroteoquejumbroso. Ambrose y Mistletoe

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estaban ya casi en paralelo al suelo. Lapared seguía acercándose. El tiempo sefrenó un momento, lo suficiente para quepudiera leer un viejo cartel: NOCREAS. ¿Que no creyera qué? Depronto Ambrose agarró el manillar porencima de sus manos y tiró. Nelson giró,chisporroteó y se paró, con elparachoques trasero a escasoscentímetros de la pared.

Mistletoe soltó una gran bocanadade aire que no era consciente de haberretenido y miró hacia la calle de la tíaDita.

Ahora estaba vacía, salvo por losarbustos de hojas de lágrima, uno de los

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cuales habían derribado. Una nube defrágiles hojas, finas como el papel, seposaba en el suelo. Abrumada yasustada, Mistletoe observó la caída dela última hoja. El aire estaba cargado, yno solo por los disparos de Sombrero.

El silencio duró menos de unsegundo, lo que tardó en producirse unaexplosión que hizo que la puerta de latía Dita saliera volando por la calle,seguida de unas llamaradas anaranjadasy un humo negro. El ruido llegó justodespués del fogonazo, un chasquidoagudo en los oídos y un impacto sordoen el pecho. Por toda la calle, ruido decristales rotos. Nelson volvió a

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tambalearse contra la pared.—¿Qué ha sido eso? —chilló

Ambrose.Pero Mistletoe no podía hacer otra

cosa que mirar, petrificada, mientras eltejado de la pequeña casita de la tía Ditase hundía sobre sus ocupantes, sobre elmontón de mantas en las que seacurrucaba Mistletoe cuando estabacansada, sobre el estante lleno deauténtica fruta desecada, sobre elinvernadero con riego automático quehabían comprado juntas en el NuevoMercado Egipcio. El invernadero solohabía producido unas zanahoriasminúsculas y malnutridas. Se había

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convertido en su chiste favorito:«¡Nunca más volveremos a pasarhambre!».

Vio todas aquellas cosas en unasucesión de instantáneas.

Luego se sacudió todo aquello deencima y dio un golpe de gas a Nelson.

—Tenemos que ver si está ahídentro.

—No podemos...Frenó en seco justo cuando

Sombrero y Pelirrojo emergían de ladensa nube de humo que había engullidola calle frente a la casa de la tía Dita,subidos a unos flamantes scootersnegros de la policía de Puerto del Este

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provistos de pequeñosgiroestabilizadores redondos para tomarcurvas cerradas a alta velocidad.

—¡Polis! —susurró.—Los polis no intentan matarte sin

más.—Eso será en el lugar de donde

vienes tú —respondió Mistletoe.Miró a la izquierda: otra pared. Pero

a la derecha había un estrecho callejónimpracticable, medio escondido por untrozo de rebozado verde que caía de lapared lateral del bar.

«Cree», pensó, y condujo a Nelsondirectamente a la entrada al callejón, aras de suelo, por donde el rebozado aún

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no había caído. Una nueva descargacrepitante le chamuscó la trenza. Confióen que Ambrose aún siguiera entero ygritó:

—¡Codos adentro!Embocó el callejón rápido y no

frenó. Los extremos del manillar deNelson rozaron las paredes, soltando unchorro de chispas. Si el callejón seestrechaba, quedarían bloqueados ysaldrían disparados sin el scooter.Levantó un poco el morro para pasar porencima de un montón de ropa mugrientaque quizá contuviera un cadáver.

Más adelante el callejón seensanchaba y daba a la calle de detrás

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de la casa de tía Dita. ¡Ya casi estaban!Solo que ahora algo oscuro bloqueaba lasalida. La silueta de uno de los polis,recortada contra la relativa luz de día dela calle, subido a su scooter, que flotabaen el aire con el motor en punto muerto.¿Cómo había llegado tan rápido?Mistletoe apenas podía distinguir lasilueta de su...

—¡Sombrero! —gritó Ambrose.Mistletoe apretó con fuerza un botón

rojo con las letras HP por primera vezen su vida, rezando para que Nelsonconservara suficiente energía de su vidaanterior para activar la hiperpropulsión.

Resultó que tenía más que suficiente.

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El scooter se elevó con un rugido enel momento en que el policía disparó, yel pulso de energía sonó como unlatigazo a un par de metros de ellos.Mistletoe sintió como si algo lesuccionara el estómago y tirara de élhacia sus piernas. Apretó los dientes eintentó virar cuando superaron la alturadel callejón y siguieron elevándose. Slivdebía de haber trucado también loshiperpropulsores. Se preguntó si nohabría cometido un gran error. LuegoNelson redujo la velocidad y dio laimpresión de que se quedaba inmóvil enel aire, en lo más alto del salto. Desdeaquel estado de suspensión, allí arriba,

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recorrió con la mirada los tejados,recortados y apretados unos contra otroscomo una boca con demasiados dientes,y localizó la voluta de humo negro queantes era la casa de la tía Dita. Porencima de ellos, la bóveda se extendía,interminable, hasta el infinito.

Entonces cayeron.Ambrose estaba agarrado con tal

fuerza que Mistletoe temió por suscostillas. Intentó girar hacia una cabañacon el tejado plano, pero lahiperpropulsión había transferido laenergía de los propulsores iónicos y, sinellos, Nelson era un peso muerto.Espoleó el scooter con una ágil patada,

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tal como había hecho tantas veces allanzarse desde su bloque deinfraviviendas a la calle. Les esperabaun fuerte impacto.

Otra patada, que le dejaría unmorado de recuerdo en el talón.

Los propulsores se pusieron enmarcha. El scooter dio un bote contra elcojín de electricidad estática justo atiempo para que no dieran contra eltejado. Al momento, Mistletoe seplanteó el movimiento siguiente. Sucerebro trabajaba a fogonazos y supensamiento consciente desde luego nocontrolaba por completo sus acciones.

«Ve hacia arriba —le dijo—.

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Siempre hacia arriba».Tras ella, Ambrose soltó un enorme

soplido.—Apuesto a que te encantaría vivir

ahí abajo —dijo ella por encima delhombro, mientras saltaba al siguientetejado.

—¿Haces esto muy a menudo?—Es la primera vez —respondió,

sacudiendo la cabeza.Se abrió paso entre el laberinto de

cuerdas de la ropa, casetas de perro ygaritas de señales que salpicaban lasazoteas de Little Saigon, subiendo cadavez más. Unos bloques más allá sedejaron caer por el tejado inclinado de

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una cabaña y volvieron al nivel de lacalle, donde quedaron otra vezencajados tras el carro de los gitanosque habían visto antes.

—Otra vez este twit de carro no —exclamó, y dobló la primera esquinacomo una bala.

Algo más allá, en la calle, estabaPelirrojo, con el motor en punto muertoy escrutando a la multitud.

«¿Quiénes son esos tipos? —sepreguntó Mistletoe—. ¿Por qué conocentodos los atajos?».

—¡Detrás! —gritó Ambrose.Mistletoe se giró y vio que

Sombrero acababa de aparecer por la

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esquina. Les había estado pisando lostalones todo el rato.

—Sigue subiendo —le exhortóAmbrose.

Tenía razón: más valía probar suertecon Pelirrojo que con Sombrero y subrazo-cañón, aunque le fallara un pocola puntería. Hasta el momento habíantenido suerte.

Lanzó a Nelson por el centro de lacalle. Los peatones se echaron a loslados. Pelirrojo se giró hacia ellos y lesapuntó con su porra metálica. Mistletoedesvió de golpe a Nelson hacia laizquierda, derribando a un niño de subicicleta. Dio la impresión de que la

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porra se alargaba con una serie derápidos destellos y la desafortunadamujer que ocupaba el lugar que ellosacababan de abandonar cayó al instantede rodillas, con las manos tras laespalda y la cabeza gacha en actitudsumisa y pacífica. Mistletoe rozó uncarro de absenta y el líquido verdefosforescente le salpicó en la cara aPelirrojo, que soltó su porra paralizantereglamentaria y se llevó las manos a losojos, agitándose sobre su scooter. «Esodebe de quemar como un demonio»,pensó Mistletoe, encantada, mientrassalían disparados de allí por la carreterasuperior.

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—Aún tenemos al otro detrás —lerecordó Ambrose.

Ella no podría decir cómo el planhabía tomado forma en su mente, o porqué no había pensado inmediatamente enalgo más razonable. Pero ahí estaba,trazado como si lo hubiera estadoplaneando durante días.

—No nos seguirá a donde vamos —anunció, mientras abandonaban lamultitud y se integraban en la carreterasuperior.

—¿Adónde?—Aquí dentro —dijo, lanzándose

hacia una de las ventanas vacías abiertasen la pared del piso treinta.

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—Pensé que habías dicho...Pero el silencio fue tan repentino al

entrar en el edificio que Ambrose seatragantó con sus palabras antes de queencontraran eco. La oscuridad lesengulló. Mistletoe aflojó la marcha y sepuso a dar vueltas, esperando, jadeando.El bullicioso mundo al otro lado de laventana parecía algo remoto y difuso,como si hubieran atravesado variasbarreras estancas. Al cabo de unossegundos apareció la silueta deSombrero en la ventana, balanceándosecon suavidad al poner el motor de suscooter al ralentí. Mistletoe aguantó larespiración y se encogió, rodeada de

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oscuridad. Ambrose se agarró aún conmás fuerza a sus doloridas costillas.Sombrero se quedó allí plantado tantotiempo que Mistletoe sentía ganas degritar, pero luego desapareció.

Se introdujo aún más, consciente deque incluso el ruido del motor delscooter más silencioso sonaría como unterremoto en aquel lugar oscuro y vacío.Lo de Nelson no podía decirse que fueraexactamente un ronroneo, pero no podíaabandonarlo.

Muy por debajo, se oyó retumbaralgo. El edificio pareció estremecerse;sus tripas de aceroplástico golpetearoncomo huesos.

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La Maldición.Apagó el motor. Se hizo el silencio.

Le daba miedo encender el foco, así quese liberó de Ambrose y bajó concuidado al duro suelo. Tanteó el espacioa su alrededor hasta que encontró unapared, o una de las enormes vigas deaceroplástico.

—Aquí —susurró.Ambrose se le acercó. A un par de

metros, Nelson notó la ausencia delpiloto y se durmió tranquilamente.

La mente de Mistletoe se activó confragmentos de recuerdos que empezarona aflorar. Jiri. Ambrose. Dita. Los polis.¿Y ahora qué? ¿Qué tocaba ahora? No

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podían quedarse ahí sentadoseternamente, en la oscuridad.

«La tía Dita». No quería pensar enello. Alargó el brazo y agarró la suave ycuidada mano de Ambrose, lo que alinstante le hizo tomar conciencia de suscallos y sus cortes. Juntos, se dejaroncaer contra la pared y se sentaron en elsuelo, en silencio. Mistletoe escuchó ellatir de sus corazones, que recuperabanel ritmo normal gradualmente, latido alatido. Aquel chico era raro y pesado,pero tuvo que admitir que resultabaagradable sentir el contacto de su cuerpocálido tras una huida tan frenética.

—Cuéntame el resto —susurró por

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fin.—El resto...—No hiciste caso del mensaje de la

señora. Carpe somnium, AmbroseTruax. Subiste a ver a tu padre.

—No creo que... Quiero decir,¿ahora?

—Necesito oírlo, ¿vale? Tengo queoír algo o me volveré loca.

Los ojos suplicantes de Jiri. Laexplosión de la casa de la tía Dita.

—Bueno —accedió él—. No hicecaso del mensaje. Parecía una locura, yera hora de ponerse en marcha: mi padreme esperaba en la última planta.

Mistletoe cerró los ojos.

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La oscuridad era la misma.

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4

PROCEDIMIENTO DENIVEL SIETE

AMBROSE VOLVIÓ A atravesar elpatio nevado de la sede central deUniCorp, trazando de nuevo la silueta desus huellas sobre la nieve, ya difusas. Enel vestíbulo echó un vistazo alrededor,en busca del guardia que le habíasaboteado el receptor palmar. Siemprepodía tomarse un momento para accedera la base de datos del personal y

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bloquear el edificio. Podía pedir laasistencia de cualquier asociado deseguridad, y lo localizarían al momento,sin más. Pero probablemente aquellofuera lo que esperaban los terroristas: un«incidente disruptor» en la sede centralde UniCorp.

—¡Señor Ambrose! —exclamóDanielson, saliendo del otro lado de lafuente, al tiempo que le daba unapequeña píldora de color marrón—.Pensé que quizá quisiera tomarse unataza de té antes de subir. Nos hemosperdido de vista entre el imparablemovimiento de las masas, ¿eh? —bromeó, guiñándole el ojo.

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Ambrose se tragó la píldora.Inmediatamente, una sensación decalidez se extendió por su cuerpo desdeel centro del estómago hasta los brazos ypiernas. En la boca le quedó un ligeroregusto a menta. Aquel té era muy bueno.Empezó a relajarse.

Le mosqueaba, no obstante, que elguarda tuviera los medios para efectuaruna transferencia de alta prioridad,capaz de colarse en sus receptores. Unaincursión inesperada suponía una faltade etiqueta profesional, algo que podíaesperarse de Len, para quien todo era degran urgencia. Pero a medida queatravesaba el vestíbulo, bajo aquella

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exposición de muestras del genioparticular de su familia, el malestar poraquella transmisión ilícita fueconvirtiéndose en algo distante y pocoimportante. Él era un líder del equipo deFlujo de Procesos de UniCorp, y teníaque pensar en el futuro de la compañía.Se acercó al ascensor plateado en formade proyectil reservado para losasociados directivos y orientó la palmade la mano contra la puerta, que se abriódeslizándose sin ningún ruido.

—Buena suerte, señor —dijoDanielson. Se dieron la mano yDanielson repitió el eslogan de lacompañía—: «Por una vida mejor en

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Unison».—«Por una vida mejor en Unison»

—contestó Ambrose, que se quedóobservando la coronilla de Danielson,cada vez más pequeña, hastadesaparecer entre la multitud.

Ambrose entró en el estilizadocilindro y se sentó en el sillón deespuma templada, moviendo la cabeza alritmo sincopado de una suave músicatecno. El ascensor inició el ascenso ensilencio. Ambrose se repasó ante elespejo y se miró la blanca dentadura.Iba a convertirse en la persona másjoven a la que hubieran realizado unprocedimiento de modificación de Nivel

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Siete. Lo que hacía que fuera de NivelSiete, Ambrose lo sabía, era que hasta elmomento todos los sujetos —grandeshombres de negocios, personal militar,civiles en busca de emociones fuertes—habían enloquecido irreversiblemente enlas dos semanas posteriores a lamodificación. Entre los resultadosregistrados estaban la incoherenciaverbal y escrita, la paranoia, laautomutilación, las ansias homicidas,unas vívidas alucinaciones, la demenciaen general y el suicidio. Lo que tambiénsabía Ambrose era que, mientrassiguiera estrictamente el régimen decalibración proporcionado por su padre

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y su hermano —un lujo que no se habíahecho extensivo a anteriores receptores— conservaría su estado psicológicoactual. Una desviación mínima eraaceptable, ya que una vida entera sinsueño sin duda podía tenerconsecuencias impredecibles. Pero lascalibraciones presentaban un índice deéxito del 99 por ciento con lossimuladores cerebrales de InteligenciaArtificial. Por otra parte, innovar sinarriesgar era algo que iba en contra delos principios de UniCorp.

El ascensor inició la frenada alllegar a la planta 350 y se detuvosuavemente en la 375. Ambrose respiró

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hondo y esperó a que las puertas seabrieran, mostrando una sala vacía deltamaño de su vestidor. Las paredes eranplateadas y parecían fluir y moversecomo el mercurio líquido. De vez encuando, el plateado daba paso a unasemitransparencia. Por un momentoatisbó la sala que había más allá y ellaboratorio donde le esperaba elescáner.

La voz extracorpórea de su hermanomayor dijo:

—¿El objeto de su visita?Ambrose puso los ojos en blanco.—Soy yo, Len. ¿Quién si no?—Sigue el protocolo. ¿Objeto de su

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visita?Ambrose suspiró. El aire de listillo

y de profesional de su hermano habíaido en aumento las semanas previas alprocedimiento. Se preguntó si Lenestaría celoso.

—Ambrose Truax, líder del equipode Flujo de Procesos de UniCorp.Convocado para una modificación delhipotálamo cerebral de Nivel Siete.

—Entre por la puerta del otroextremo de la sala.

—Ya sé adónde voy, Len.Las paredes móviles plateadas se

desvanecieron. Apareció una salablanca y sin ventanas que brillaba con la

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luz del sol, filtrada y reconstituida en elinterior. Ambrose parpadeó y avanzódecidido junto a una serie de puertascerradas que le recordaron su misteriososueño recurrente. «Tu vida conscienteno es tuya...». Apartó el pensamiento yabrió la puerta posando la palma de lamano en ella.

En el interior de la sala, enpenumbra, estaba su hermano, junto a unmonstruoso flujo de datos de UniCorpexternalizado, una sucesión de texto ygráficas en suspensión. Ambrosereconoció una parte como el flujo deprocesos que había creado con su padre:la probabilidad de todos los resultados

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concebibles de esta operación. Éxito: 92por ciento. Locura: 1 por ciento.Suicidio: 1 por ciento. Etcétera. Lenmovió la palma de la mano y en el aireapareció una reproducción detallada deun cerebro humano. Ambrose entró en lasala y la puerta se cerró tras él.

—¿Dónde está papá?—Aquí, Ambrose, perdona —dijo

una voz profunda procedente de unespacio negativo que emitía un levezumbido y que representaba los patronesde pensamiento y la personalidad deMartin Truax, que vivía exclusivamentedentro de Unison y se proyectaba en losdespachos del mundo real solo para las

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grandes ocasiones y las reuniones dedirección.

Su cuerpo material se encontraba enestasis permanente en un lugar tansecreto que ni siquiera sus hijos sabíandónde era.

—¿Qué pasa? —preguntó Ambrose,haciendo un esfuerzo para enfocar lavista en aquella imagen desenfocada.

—Tengo algunos problemas deamplitud de banda —explicó su padre,agitándose ligeramente—. Anoche tuveque despedir al equipo de Chen. Estabandesviando recursos para sacarse unsobresueldo. El grueso de Unison no seha visto afectado, pero aún quedan

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algunos detalles por resolver.Ambrose asintió, intentando

visualizar al señor Chen. Los asociadosde Programación y de Flujo de Procesosraramente se mezclaban.

—Quise echarlo el año pasado —dijo Len—. Si me hubieras hecho caso,te habrías ahorrado...

—¡Ah!En aquella imagen gris flotante,

como una nube, de pronto brillaron unaslíneas muy finas. Las líneas se acabaronconectando y apareció una siluetahumana. La habitación se iluminó con lallegada de la proyección de MartinTruax al 100 por cien. En el extremo del

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laboratorio aparecieron dos técnicosque antes habían pasado desapercibidos,muy ocupados trabajando en el brillantetubo del escáner, situado sobre unaplataforma elevada. Len apagó laimagen de su flujo de datos y esperó aque el creador de Unison acabara dellegar.

Su padre tenía setenta y un años peroparecía que tuviera cuarenta. Y no erasolo que la proyección fuera favorable:toda su vida, Martin Truax había hechouso de las mejores modificacionesantiedad que el mundo podía ofrecerle,viajando cada año a la Unión AsiáticaLibre en busca de misteriosos

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tratamientos experimentales. Ambroseobservó cómo iba tomando densidad elcabello castaño claro de su padre.Siempre parecía apelmazado, adiferencia del resto de su aspectoimpecable: traje azul, gemelos marronesy una U de UniCorp dorada bordada enla solapa.

En el otro extremo del laboratorio,los técnicos se detuvieron y se quedaronmirando. Incluso proyectada, la fuerzacinética de Martin Truax resultabairresistible. Aquel hombre era unmanojo de nervios, de energía yambición. Ambrose irguió el cuerpo,impregnado de aquella mezcla familiar

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de orgullo y ansiedad.Martin Truax sonrió y le tendió la

mano a su hijo menor. Ambrose lacogió, y sus receptores palmaresenviaron falsas sensaciones que setransmitieron por el brazo. La sensaciónde contacto era igual que laexperimentada con una mano humana.

Su padre le guiñó un ojo einmediatamente se puso a trabajar yempezó a impartir órdenes. Los técnicosse movían de un lado para otro.Ambrose siguió a su hermano al tubo delescáner, que se abrió dejando aldescubierto una superficie lisa de acero,salvo por un minúsculo orificio para el

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rayo del microescalpelo. Ambrose cerrólos ojos. De pronto sintió la boca muyseca. Gracias al proceso de flujos, habíacalculado sus posibles reaccionesnerviosas muchas veces, y tenía unacerteza del 100 por cien de que iba aentrar en el tubo.

—Ambrose —dijo Len,sorprendentemente considerado—, nosentirás nada. Ya lo sabes.

Los vivos ojos azules de Len estavez no le atacaban con la mirada, sinoque buscaban tranquilizar a Ambrose,que asintió. Volvió a mirar a su padre,que estaba repasando líneas de códigode algún archivo de programa

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externalizado y sustituyéndolas porseries de números que brillaban sobre lapalma de su mano. Len le puso una manoa Ambrose en el hombro.

—Considera esto como un ascenso.Ya no estarás en el pelotón de loscagados facebookeros.

Ambrose se rio. A veces Len podíahasta ser agradable.

—¿Algún problema? —preguntó supadre.

Ambrose negó con la cabeza. Habíallegado la hora.

Las siguientes seis horas pasaroncomo un sueño agitado. En el interiordel tubo no tenía conciencia ni estaba

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dormido. Sentía como si su cuerpoestuviera suspendido en un enormeespacio, aunque estuviera tendido en unespacio equivalente a la mitad de sucama. La mente no se le desconectócompletamente en ningún momento, perole costaba mantener el contacto con losconceptos básicos de su vida: el interiorde su dormitorio, los detalles de sutrabajo, sus miles de Amigos en Unison.Al final, se sentía tan desconectado queno tuvo otra opción que la de dejar depensar. Su último pensamiento antes dequedarse en blanco fue que eraimposible no pensar en nada.

Cuando estuvo completamente

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inconsciente, el rayo del escalpelo leperforó el cráneo y el tronco cerebral.Localizó el hipotálamo y se ensanchópara envolverlo por completo. El rayoatravesó la membrana y desapareció.

Modificación.Ambrose se vio arrastrado de nuevo

hasta la superficie de sus pensamientos.Se sentía apagado y exhausto; como sipudiera echarse a dormir durante días.Pero, por supuesto, no volvería a dormirnunca más. El pánico invadió el huecopracticado por el rayo. Pasaba algo.Buscó entre los flujos de procesos elque llevaba a un resultado cómodo, perono encontró nada. Había cambiado algo,

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algo que él no había planeado en ningúnmomento.

La transmisión.Una parte se había implantado antes

de que él pudiera borrarla, y ahoraestaba atrapado en el programa. Lamujer del extraño acento tenía algo másque decirle, algo elemental programadopara que le fuera comunicado cuandoestuviera bajo el láser, con losreceptores alterados. Algo que noentendería a menos que estuvieraindefenso y que no pudiera negarlo yborrarlo de la mente. El mensaje deaquella mujer era parte de sí mismo, yno tenía más elección que la de

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recibirlo.Aquel mensaje era su sueño.Una escena familiar le volvió a la

mente. Un bebé yacía tendido en el tubode un escáner. La tapa se abrió y susojos, llenos de lágrimas, observaron elmundo por primera vez. Martin Truax,que en aquel entonces no era unaproyección, sino un ser enteramentehumano, enfocó una luz azul hacia elminúsculo cuerpo que se debatía. Unostécnicos externalizaban gráficas.

Su sueño era un recuerdo.Uno de los técnicos abrió la mano y

apareció la imagen del bebé, que teníaconectados decenas de cables metálicos.

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El técnico señaló uno con el dedo yAmbrose sintió un pinchazo en el brazo.Los cables estaban conectados a sucuerpo. Le estaban construyendo. Él erael bebé.

El recuerdo era real.Aceptó la realidad sin oponer

resistencia ni dudas, porque una parte deél siempre lo había sabido. De algúnmodo, la mujer también lo sabía:

Él nunca había nacido.Sus parientes más próximos eran los

técnicos de laboratorio que lo habíancreado.

De pronto su cerebro abandonó latransmisión, o el procedimiento

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abandonó su cerebro. En cualquier caso,el sueño-recuerdo desapareció.

Estaban sacándolo.¿Y para qué lo habían creado? Se

esforzó en mantener el contacto con latransmisión, pero había desaparecido.¿Era aquel el final del procedimiento ohabía cundido el pánico y le estabansacando antes de que pudiera enterarsede toda la verdad?

Regresó a la fría realidad del tubodel escáner y volvió a ser el únicohabitante de su cuerpo.

El tubo se retiró, revelando el techoblanco y desnudo del laboratorio.

—Ambrose. —La voz de su padre.

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—No intentes levantarte. —Suhermano.

Pero se sentía bien, solo algomareado, como si acabara dedespertarse de una corta siesta de sueñoprofundo. La parte superior del tubo selevantó hasta la vertical y se encontrócara a cara con su hermano. Aún teníalos brazos y las piernas atados, y lospies apoyados en unas pequeñasplataformas. Len esbozó una sonrisaimpersonal.

—Enhorabuena, Ambrose.Ambrose escrutó el rostro de su

hermano. Como siempre, imposible dedescifrar. ¿Sabrían lo de la transmisión?

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No había modo de saberlo. Lo mejor eramantener la boca cerrada. Intentó usar elflujo de procesos para hacer unacomprobación rápida, pero entonces sedio cuenta de lo agotado que se sentía.No conseguía llegar a ningunaconclusión. El tubo, al abrirse, le habíallevado a un nuevo mundo con una seriede posibilidades y resultadosdesconocidos, y sus habilidadespersonales estaban revueltas. Sentía elcorazón golpeándole el pecho como unmartillo, pero procuró mantener un tonode voz controlado.

—¿Qué tal lo he hecho?—Tú no has hecho nada más que

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estirarte en el tubo.—Quiero decir...—Nosotros hemos modificado tu

hipotálamo y los patrones encefálicoscorrespondientes. Tu cuerpo ya noregistrará la necesidad física de dormir.

—Sácame de aquí.—Ya sabes que tenemos que hacer

una serie de pruebas; no puedes...—¿Dónde está papá?Su padre entró en su campo visual.—Tal como predecimos, el

procedimiento ha sido un éxito. Len va ahacer unas pruebas de diagnóstico, yluego te adaptaremos para el proceso decalibración. Escucha, hijo...

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—¿Cuál? —preguntó Len.—Ambrose.—¿Puedes quitarme estas correas,

por favor? —preguntó Ambrose.Su padre hizo caso omiso.—Quiero que sigas concentrado en

el procedimiento. Puede que creas quete encuentras bien, pero es importanteque nunca subestimes los efectospsicológicos de un procedimiento deNivel Siete.

Ambrose asintió y adaptó el tonocientífico-corporativo que solía usarpara hablar con su padre:

—Ya lo tuvimos en cuenta ennuestro flujo de procesos inicial.

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Dieciséis resultados en el espectromedio, con largos estados desomnolencia inmediatamente despuésdel procedimiento. Mi sistema demonitorización interna indica...

—¿Cómo vas a hacer tú mismo esediagnóstico? —le espetó Len—.¿Comprobando si te duele la garganta?

—Leonard —dijo Martin.Len se puso a trabajar en una serie

de gráficas externalizadas que girabanlentamente sobre su eje.

—Ambrose, lo que tu hermanointenta decirte es que tienes que relajartey dejarnos trabajar a nosotros.

—Mis sistemas me dan resultados

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confusos. ¿Cuándo recuperaré el controlde los flujos de procesos?

—Muy pronto —le aseguró supadre.

—Puede que sientas un pequeñopinchazo —dijo Len, colocando laspalmas de las manos a un par decentímetros de la frente de Ambrose yexternalizando los datos en el espacioentre el tubo y el techo.

—Cállate, Len.Poco a poco, Len fue moviendo las

manos alrededor de la frente de suhermano y por toda su cara. Ambrosesintió un temblor en los pies ante aquellasensación de picor que le producía el

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casi-contacto.—Déjame ver —dijo.Len fue pasando los datos para que

Ambrose pudiera ver la proyección desu cerebro descompuesta en seccioneslongitudinales y transversales.

—¿Lo ves? Estoy bien.Len soltó un gruñido. Aquella no era

exactamente la especialidad deAmbrose. Len se giró hacia la pantallade datos y localizó el hipotálamo. Loexpandió, tirando de él. Hurgó en lo másprofundo del cerebro de Ambrose y elrecuerdo de la transmisión se hizopresente. La realidad actual de Ambroseera una imitación de su nacimiento:

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proyecciones de la actividad cerebral,escáneres, Martin Truax. Estudió susgráficas de patrones de pensamiento enbusca de algún indicador de lo queestaba pensando. Si Len y su padrenotaron algo, no dijeron nada alrespecto.

De pronto, la imagen de su padre seapagó por algún problema técnico. Lasala recuperó su tenue iluminación.Martin Truax suspiró.

—Mantendré la construcción vocalaquí, en el laboratorio. No estoy segurode lo que está pasando, pero noconsigo... Len, cuando acabes aquí, dilesa los asociados Billick y Greer que se

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transporten a la Estación de Trabajo deUnison. Y aquel otro, ese...

Len levantó una ceja, mirando haciael espacio vacío.

—¿Chen?—Chen.—Usted despidió a Chen, señor.—Bueno, pues asegúrate de que

sigue así.Len asintió. Ambrose agitó las

manos y los pies, aún sujetos concorreas.

—Hey, tengo que ir al baño.—Aguanta un poco.—Venga, llevo metido en el tubo...Las correas se abrieron con un

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chasquido sordo. Len echó un vistazo alespacio donde antes estaba su padre.

—Ya tienes suficientes datos paraempezar, Len —dijo la voz de su padre—. Y volverá enseguida.

Ambrose se puso en pie de un salto yse movió para activar la circulación.

—Estoy orgulloso de ti —dijo lavoz de su padre mientras se dirigía haciala puerta—. Y te quiero mucho.

Ambrose se paró casi en seco.—Yo también te quiero, papá.—¡Por una vida mejor en Unison! —

exclamó Len, a modo de despedida,cuando Ambrose apoyó la palma de lamano en la puerta y recorrió el pasillo

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en silencio hasta el ascensor.Entró y se acercó al espejo,

tanteándose las sienes, los pómulos, lanuca. El procedimiento no habíacambiado su aspecto exterior. Se pasóuna mano por la coronilla, buscando elmínimo rastro de los cables a los quehabía estado conectado cuando era unbebé. En el interior del escáner elrecuerdo le había parecido muy real.¿Por qué había permitido que unatransmisión terrorista sembrara dudas ensu interior el día más importante de suvida?

—¿Destino, por favor? —preguntóel ascensor.

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Él vaciló, intentando recordar laúltima vez que su padre le había dicho«Te quiero».

—Baño de directivos —dijo.Ambrose observó su reflejo e intentó

imaginar cómo sería mostrarse como unaproyección de sí mismo. Por primeravez se dio cuenta de lo fácil y naturalque sería mentir si no tienes queencontrarte realmente cara a cara connadie. Sería algo a lo que podríaacostumbrarse, teniendo en cuenta quese dedicaba al negocio de crear mundosnuevos y mejores.

—¡Alto! —dijo—. Al vestíbulo.Él era Ambrose Truax, el futuro de

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UniCorp. Tenía grandesresponsabilidades. El curso de su vidaestaba trazado al milímetro. ¿Por quéactuaba de aquel modo tan impulsivo?

En aquel instante se planteó todoslos medios de los que disponía su padrepara seguirle el rastro: la vigilancia deledificio, el seguimiento de huellasvocales, los transmisores y receptoresde sus propios implantes palmares...Tendría que ir con cuidado y noexternalizar ningún dato si quería evitargenerar señales. Eso significabamantenerse desconectado. Y no habíaforma de usar el teletransporte paraentrar en Unison. Echaba de menos la

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interacción con Amigos de la red.Controló la repentina tentación de juntarlas palmas de las manos yteletransportarse a la red para echar unvistazo.

El corazón le latía con fuerza. Cerrólos ojos y concentró la mente en elmovimiento ascendente que sentía en lastripas al bajar el ascensor.Independientemente de lo quedescubriera, tendría que volverenseguida. Tenía que pensar en lascalibraciones; su cordura dependía deello. Tendría que dar algún tipo deexplicación a su padre y a su hermano.

La puerta se deslizó hacia un lado.

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Cruzó el vestíbulo, con la cabeza baja,intentando no pensar en las decenas deescáneres de seguridad que atravesaba.Por lo menos el lugar seguía atestado degente. En el exterior del edificio, laluminosa mañana había dejado paso auna tarde brumosa. Los cochesarticulados de techo redondo quellenaban el aparcamiento inferiorparecían vibrar con el calor. Ambrosecaminó decidido, combatiendo latentación de abrir la palma de la mano ysolicitar un servicio de limusina. Alfinal tendría que conectarse para pedirwikidatos geográficos o mapas detráfico, pero no hasta que estuviera más

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lejos de la sede de UniCorp. ¿Qué hacíala gente común cuando necesitaba untransporte rápido?

«Un taxi», pensó mientras mirabaalrededor. Nunca había subido en uno,pero se había fijado en los cochesamarillos que esperaban como buitresfrente a la puerta de losestratorrascacielos. Estaba nervioso ycongestionado. Su traje cutáneo excretóuna bolita de sudor concentrado, quecayó y rodó hasta acabar bajo un coche.Junto al coche había un taxi decrépito,uno de esos modelos de los tiempos deU-Space sin la vectorización deimpulsos necesaria para circular por las

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vías superiores. Bueno, no pasaba nada.Little Saigon estaba abajo, no arriba.

Se acercó al coche de un amarillogastado. El conductor estaba dormido ensu asiento. Dio unos golpecitos en laventana y el hombre se despertósobresaltado, derramando el café quemantenía sujeto en el regazo. El hombrese giró hacia Ambrose y lo miró. Lefaltaba el ojo izquierdo y la pielcircundante; llevaba un injerto deaceroplástico que brillaba al sol de latarde.

La ventanilla se bajó.—No estoy de servicio, chico —

bramó.

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Ambrose no podía apartar la mirada.Nunca había visto una modificaciónfacial tan chapucera. Quizá fuera obrade algún matasanos con una consultailegal.

—Es... es una emergencia —masculló Ambrose.

El ojo de aceroplástico se salió desu órbita, arrastrando tras él un cable, yescrutó a Ambrose arriba y abajo con unsuave silbido mecánico; luego volvió aacoplarse en la cara del taxista.

La ventanilla empezó a subir.Ambrose miró por encima del hombro.Otra bolita de sudor cayó junto a suspies.

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—Puedo pagarle —dijo—. Puedopagarle lo que quiera.

La ventana se detuvo. El hombre sepasó la lengua por el espacio entre lasencías y los labios, hinchando el bigote.Luego escupió en la taza de café vacía yla guardó bajo el salpicadero.

—Bueno, ya me iba a casa, así quesi va de camino...

Ambrose abrió la pesada puerta y sesubió al asiento trasero. La puerta secerró con un golpe sonoro. Olía a pinosintético y a tabaco de verdad.

—A Little Saigon, por favor.El taxista estalló en una risa

flemática.

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Ambrose se encogió en el asiento.—Como le he dicho, es una

emergencia, así que si pudiéramos...—Sí, claro, chico. —El taxista

accionó los propulsores, que emitieronun chisporroteo, y el taxi despegó delsuelo con una sacudida—. ¿Tienesamigos allí?

—Algo así.El taxista se encogió de hombros,

chasqueó la lengua y se integró en eltráfico de Puerto del Este a nivel delsuelo. La red estaba perfectamenteestudiada para que fuera eficiente y nose produjeran accidentes, siempre quelos conductores cedieran el control de

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su vehículo al sistema. La pena por nohacerlo era la pérdida de la licencia y ladetención.

Aquel conductor pasaba de aquellocon tal descaro que Ambrose sepreguntó cómo conservaba su trabajo.Entonces se dio cuenta de que no habíalicencia alguna expuesta en el taxi.Aguantó el tipo mientras el taxistaatravesaba cuatro carriles perfectamenteordenados y se colaba en un quinto,activaba un propulsor vertical, seelevaba sobre el tráfico y volvía a bajarpara tomar un callejón entre dosestratorrascacielos. Salieron por el otroextremo, donde el taxista se unió por un

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momento al tráfico ordenado dando otrobandazo y frenando con un chirridofrente a un cilindro de plexiglás deltamaño de un ascensor.

La cámara estanca sub-bóveda.—Eso lleva al límite de Little

Saigon —anunció el conductor,girándose para mirarlo. Observó elholo-traje azul de Ambrose y su pielperfecta—. ¿Estás seguro de esto,chico? No quiero meterme donde no mellaman, pero a lo mejor prefieres buscaremociones en Unison, en lugar demeterte en la vieja Little Saigon.

El taxista levantó la ceja que aúntenía unida a piel humana. Ambrose

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calculó que, si daba media vuelta enaquel momento, podría volver allaboratorio con un mínimo deexplicaciones.

Entonces pensó en su sueño. Pensóen la mujer de la transmisión y en todolo que podría saber.

—No, está bien. Gracias. ¿Cuánto ledebo?

—Tú procura no morir ahí abajo, yestamos en paces.

—Quiere decir...—Sal de aquí.La puerta de atrás se abrió.—Gracias —dijo Ambrose.El taxista sonrió. La mayoría de sus

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dientes estaban estropeados.—Iba de camino a casa.Ambrose bajó del taxi. La calle

estaba casi desierta. Nadie le miró. Enel interior de la cámara estanca, subió auna plataforma oxidada que se puso enmarcha, pasando junto a una vitrina deplexiglás que contenía unas estatuas decolor blanco azulado rodeadas de vapor.Miró con más atención y se dio cuentade que eran personas congeladas, con laboca abierta en una expresión de pánico.Se estremeció. ¿Qué era aquello?¿Algún tipo de exposición de arteurbano?

Entonces recordó algo que su padre

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le había contado mucho tiempo atrás: enlas cámaras estancas había unrefrigerante exprés. Los habitantes de laparte de arriba con su identificaciónintegrada podían moverse libremente sinactivar el refrigerante. Pero si algúnhabitante del nivel inferior intentabasubir, acababa atrapado en la cámaraestanca y congelado: primero susórganos internos, luego la sangre,después la piel.

Y, según su padre, si tenían muchasuerte acababan por convertirse enobjeto de exposición como advertenciapara sus vecinos. Si no, eran eliminados.

Desde luego, era una medida

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disuasoria efectiva.Una de las figuras congeladas era un

adolescente que se había llevado lasmanos al rostro en el momento final. Susgrandes ojos miraban a través de losdedos separados. En el plexiglás alguienhabía escrito: MIRA, QUÉ SUSTO.

¿Qué tipo de sitio era ese?La plataforma llegó al fondo con un

ruido sordo. La puerta de la cámaraestanca se deslizó hacia arriba y salióuna nube de vapor.

Por primera vez en su vida,Ambrose Truax se encontró en las callesde aquel mundo sub-bóveda.

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5

LA MALDICIÓN

AMBROSE, CON LA voz convertida enun tenso susurro, dijo: Tu barrio esdiferente a lo que me pensaba. Es... —Se dio unos golpecitos en la rodilla,mientras intentaba encontrar las palabras—. Quiero decir, que en cuanto salí dela cámara estanca no había modo deenterarse de nada. Supongo que estoyacostumbrado a tener acceso a cualquierinformación, y aquí abajo es como haber

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retrocedido cien años en una máquinadel tiempo. No pretendo insultarte, essolo... bueno, no sé. Vagué sin rumbo unrato, y entonces tu... amigo, Jiri, meagarró y, al cabo de un segundo, lospolis estaban ahí, y luego tú.

Mistletoe mantuvo los ojos cerrados.No le respondió. Desde que Ambrose lehabía descrito el sueño —su sueño—, lahistoria de él se había convertido en untelón de fondo indisociable de suspropios pensamientos. Si decía laverdad, y la mujer de su transmisióndecía la verdad, ¿significaba aquelloque ella tampoco era real? ¿Significabaque ella y Ambrose compartían un

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creador común? Le soltó la mano y sefrotó los lados de la cara, donde debíande haber estado los cables del sueño. Lapiel era suave, sin bultos. Unos rasgoshumanos normales.

—No es cierto —dijo ella con vozsuave.

—Lo siento, no quiero decir queesto sea malo. Simplemente es...diferente.

—El mensaje, quiero decir.Ambrose no dijo nada. Incluso a

oscuras, ella sintió que él se reprimíapara no contestar. «No está seguro»,pensó.

—A lo mejor te parece tan real

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simplemente porque era tu último sueño,o algo así.

—¿Así que crees que he abandonadomi vida por nada? —replicó Ambrose,excitado.

—¡Shhhh! —susurró ella—. No losé. Tampoco parece que lo hayas hechodel todo.

Él bajó la voz hasta convertirla enun murmullo ronco.

—No tienes ni idea de qué acabo dedejar atrás.

Durante el silencio que siguió, ellaabrió la boca dos veces para hablarle desu sueño, del sueño que compartían,pero algo la retuvo. Si Ambrose se

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enteraba, tendrían que hablar de ello, yMistletoe no estaba preparada. Así quese limitó a decir:

—Esa cosa que te han hecho...—¿La modificación del hipotálamo?—Lo que sea. Eso hará... quiero

decir... ¿No volverás a dormir? ¿Nuncamás? ¿Para poder trabajar más?

Ambrose respiró hondo y luego soltóel aire. Una vez más, Mistletoe tuvo laimpresión de que hacía un esfuerzo porcomunicarse con alguien a quienconsideraba menor, aunque tuvieran lamisma edad. Apretó el puño parareprimir las ganas que tenía deestrangularle.

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—Yo tengo... —Se interrumpió—.Yo tenía una responsabilidad enorme.Te puedes pasar toda la vida intentandomoverte por la infraestructura deUniCorp y no acabar nunca. Peroimagínate que puedes aprovechar todo eltiempo que pierdes durmiendo y sacarleprovecho. La elección fue simple.

—Así que aquello te encantaba.—¿El qué?—Lo que hacías, fuera lo que fuera.

Eso del flujo de procesos y todo lodemás. Tu trabajo.

Mistletoe sintió que Ambrose seencogía de hombros en la oscuridad.

—Eso es lo que soy.

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—Lo que eras —le recordó ella.—Quizá —dijo él, en voz baja—.

Pero tienes razón, no lo sé.Le soltó la mano, y ella sintió una

punzada de decepción por un momentoal romper el contacto con él. Luego seregañó a sí misma mentalmente poraquella reacción.

—Lo siento —dijo ella—. Supongoque es imposible estar seguro de algo alcien por cien.

—Para mí no, no lo es. Esa es lacuestión.

A su lado, en la oscuridad, Ambrosese quedó de piedra. Sintió cómo setensaba de pronto. Él le cogió la mano y

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se la apretó. Mistletoe la recibió conalivio.

—¿Qué?Por un momento Ambrose

permaneció tenso como un muelle.Luego aflojó la mano.

—¿Qué?—Me ha parecido oír algo —dijo.—No hay nada...Un cegador fogonazo verde iluminó

el suelo, y por un instante Mistletoe vioque no estaban solos. Se hizo de nuevola oscuridad. Dos esferas de un verdeluminoso se lanzaron hacia ellos,arrastrando tras ellas una estela blancade carga estática.

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—¡Corre! —gritó Mistletoe,agarrándole una mano temblorosa.

Una de las esferas la rodeó antes deque pudiera escabullirse. Mistletoe sequedó paralizada; todo lo veía verde. Eltenue zumbido se le metió en los oídos yse convirtió en un murmullo a mediovolumen. Los dientes le castañeteabancon violencia. Tras las costillas sintióuna fina separación interna, como si undedo húmedo atravesara la superficie desu cuerpo y tirara de ella. Entoncessintió un pop en los oídos y la esferaverde desapareció. Cayó al suelo hechaun ovillo, y en su último pensamientoconsciente abrigó la esperanza de que

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Ambrose hubiera podido escapar.

Más tarde, Mistletoe se despertó sobreun montón de almohadas y viejasmantas. Estaba mareada y tenía muchased. Se irguió poco a poco, parpadeandoy con un gran dolor de cabeza, y miró asu alrededor. Estaba en una habitaciónsin ventanas y con poca luz, atestada demontones de cables y antenas. Nelson yAmbrose habían desaparecido.Instintivamente, se palpó todo el cuerpo.

Cuerpo intacto. Ropa puesta. Collaren su sitio.

Se puso en pie con dificultad, comouna anciana, apoyándose en las tripas

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metálicas de una máquina cuadrada pre-Unison. Había una única puerta de metalcon una pequeña mirilla unos cuantoscentímetros por encima de su cabeza. Seacercó y saltó, pero la lente era paramirar al interior, y no pudo ver nada.Probó el pomo.

Se abrió.Ma bah...Parpadeó dos veces, arrugando la

cara y frotándose los ojos paraasegurarse de que no soñaba.

Estaba en el borde de un zoosubterráneo. Muy por encima de sucabeza, unos pájaros azules yanaranjados volaban de un lado para

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otro en extrañas formaciones. Unoscuervos descansaban, ajenos a todo,sobre unas barras de trapecio colgadasdel techo abovedado. Unas gruesasramas soportaban colmenas y nidos dediferentes tamaños y formas. Por debajo,diferentes tipos de monos secolumpiaban perezosamente. Unosmetros más allá, el suelo gris decemento daba paso a una extensión dehierba donde pastaban enormes bestiascubiertas de un manto de pelo marrón.Más allá, dos cabras entrelazaban suscuernos en lo alto de una enorme rocagris. En el centro de la sala había unestanque donde descansaban patos y

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ocas.Todo estaba en el más absoluto

silencio.De pronto la sala empezó a vibrar, y

luego a agitarse. Los pájaros, asustados,emprendieron el vuelo en compactasbandadas al tiempo que del techoempezaban a llover trozos de yeso.Mistletoe perdió el equilibrio y cayó enla hierba. Era el mismo estruendo quehabía oído en el piso treinta, solo queahora estaba más cerca de la fuente.¿Sería la Maldición algún tipo deestampida? Se hizo un ovillo en la suavehierba y se tapó los oídos, intentandorecordar si había por allí algún elefante.

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Un segundo más tarde volvió elsilencio y abrió los ojos. El hombre másalto que había visto nunca estaba de pie,junto a ella. Tenía el cabello blanco yenmarañado, la piel arrugada y pálida yun cuello muy fino y quizá demasiadolargo. Llevaba una túnica de un grisapagado que le colgaba hasta lostobillos.

Sonrió amablemente y le tendió lamano, pero ella hizo caso omiso de susfinos dedos extendidos, se puso en piesola y dio unos pasos atrás.

—Estamos contentos de verte poraquí, niña —dijo él. Sus ojos irradiabanun brillo penetrante que chocaba con su

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suave voz—. Y te pedimos disculpaspor tan poco cálida bienvenida, pero metemo que no hemos tenido elección.

—¿Qué nos habéis hecho? ¿Dóndeestá Ambrose?

Él dio un paso hacia ella y le tendióde nuevo la mano.

—Ven, puedes verlo por ti misma.Ella se echó atrás otra vez. Él

asintió, comprensivo, y cruzó los brazospor delante del pecho. Tras él pasó unade las bestias peludas marrones, quemiró a Mistletoe con sus enormes ojosnegros y siguió pastando.

—La sensación desagradable quehas experimentado antes era necesaria

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para eliminar cualquier rastreador quellevaras implantado.

Mistletoe recordó la sensación detensión por dentro y se frotó el cuerpo.

—¿Estábamos «pinchados»?—Él estaba pinchado, por supuesto.

Tú no, pero teníamos que asegurarnos.Ella asintió lentamente. Aquello

explicaba cómo habían podido seguirleel rastro los polis en cuanto habíapisado las calles de Little Saigon. Sepreguntó si aquello explicaría por qué suhuida del edificio UniCorp habíaresultado tan sencilla: Martin Truaxquería que se fuera para que sushombres pudieran seguirle. Ambrose era

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el cebo, pero... ¿para quién? ¿Jiri y la tíaDita?

Ella puso la cara más inexpresivaque pudo y apretó un puño al lado delcuerpo.

—¿Quién eres tú? ¿Qué sitio eseste? ¿Dónde está Nelson?

—¿Nelson? —respondió él, con elceño fruncido.

—Mi scooter.—Ah, sí. Escucha: sé que no te he

dado motivos para que confíes en mí,pero si me sigues, te prometo que te loenseñaré todo.

Mistletoe se mordió el labio.Suponía que, si hubiera querido matarla,

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ya lo habría hecho y, si quería hacerledaño, había tenido ocasión de hacerlomientras dormía. Asintió.

—De acuerdo. Pero no me cojas lamano. Nunca.

Él se rio.—¿Podemos darnos la mano aunque

solo sea una vez? Yo me llamo Magnus.Este sitio es mi casa. Tu vehículo estáintacto.

—No, no podemos. Yo me llamoMistletoe. Tu casa es rara del carajo, ymás te vale que Nelson esté bien.

Magnus se encogió de hombros y lacondujo por la suave cuesta abajo.Pasaron tan cerca de aquellos enormes

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animales marrones que Mistletoeesperaba percibir un hedor animalnauseabundo, pero no olían a nada.Todo aquel lugar tenía un suave y lejanoolor a húmedo, como las mantas en lasque había estado durmiendo. Desdeluego, no olía como cabría esperar enuna sala llena de animales salvajes.

Cerca del estanque, descendieronhasta una zanja cubierta de hierba quemuy pronto se convirtió en un túnel decemento. Ella echó la mirada atrás unmomento, a tiempo para ver cómo unbreve instante de oscuridad eclipsaba lavisión de la exuberante sala antes de quefueran a parar a un túnel mucho mayor.

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Estaba oscuro y húmedo, y olía a pies.De las vigas de hierro corroído deltecho caían gotas de agua que salpicabancon un suave repiqueteo en pequeñoscharcos.

—Pisa con cuidado, niña —advirtióMagnus, señalando la cuadrícula debarras de acero tendidas a intervalosregulares bajo sus pies—. ¿Cuánto sabessobre la historia de tu ciudad?

—Sé lo de la Ley de División de laBóveda, y lo de las revueltas. Sinembargo, nunca he estado aquí abajo.Hasta ahora, nunca había entrado en elpiso treinta. La gente que entra, no sale.

Entre la penumbra, advirtió un brillo

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en los ojos de Magnus.—¿Es eso lo que dicen?Mistletoe asintió.—Dicen que la Maldición se los

lleva.«A lo mejor se los dais de comer a

los animales», pensó.—Ah, sí. La Maldición.Magnus le indicó el camino para

rodear una de las enormes vigas deaceroplástico que partían el túnel por lamitad y se metió en un agujero en elsuelo. Ella le siguió hacia la izquierda,donde una suave luz creaba largassombras sobre las viejas paredes deazulejo. Bajo la capa de mugre

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distinguió un patrón repetitivo:

LEX 59 LEX 59 LEX

—Estamos en la vieja red de metro deNueva York —explicó Magnus—. En lomás hondo de Puerto del Este, lugarolvidado por la mayoría y desahuciadopor el resto. Mi hermano y yo vivimosaquí desde hace bastante tiempo.

Ella había oído hablar de los viejostúneles de tren, pero se decía que lasentradas y salidas habían sido tapiadasmucho tiempo atrás.

—Es imposible entrar, salvo paramí, mi hermano y unos cuantos más —

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dijo.Mistletoe se preguntó si podía leerle

los pensamientos. No le sorprendería.Completaron una curva y el túnel

quedó completamente iluminado. Aquíla mugre había sido eliminada de lasparedes y las vías se encogían hastaconvertirse en un camino de azulejoslisos. Enfrente, a la luz de una enormelámpara de araña, había una puerta dehierro flanqueada por dos sofás decuero.

—Bienvenida a nuestro hogar. Poraquí han pasado invitados ilustres comotu tutor, Jiri y su hermana Dita.

Mistletoe se quedó inmóvil.

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Aquellas palabras le crearonautomáticamente un nudo en la garganta.Tragó saliva con dificultad y agarró aMagnus de la manga, retorciendo lasuave tela con la mano.

—¿Conoces a la tía Dita? ¿Estáviva? ¿Está aquí?

Magnus sacudió la cabeza y empujóla puerta de hierro.

—Hemos perdido el contacto —dijo, apesadumbrado.

Ella le soltó la manga y le siguióhasta una sala muy iluminada de untamaño equivalente a la mitad del zoosilencioso, atestada de ordenadores pre-Unison y de un reluciente equipo de

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laboratorio que le recordaba su sueño.Las paredes estaban cubiertas deescáneres con el cilindro abierto y deuna maraña de cables que componían lasentrañas de diversas máquinas. Ante ellaapareció Nelson, apoyado contra unmontón de cajas de plástico de aspectofamiliar. «Microondas», pensó. En latienda de Jiri los había por docenas. Sepreguntó cuánto tardaría en dar unempujón a Nelson, ponerlo en marcha,activar los propulsores y salir disparadapor el túnel. Ojalá hubiera sabido cómousar aquello del flujo de prediccionesde Ambrose, o como se llamara. Perosupuso que Magnus la agarraría antes de

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que pudiera llegar a la puerta de hierroque, en cualquier caso, se había cerradotras ellos.

En el centro de la sala una columnade gruesos cables descendía del techo amodo de tronco y se desparramaba porel suelo como las raíces de un árbol.Los cables-raíz se extendían en variasdirecciones y conectaban con lamaquinaria híbrida que cubría lasparedes. Junto a la base de aquel troncoles esperaba otro Magnus en versiónmás anciana. Su cabello y su piel teníanuna tonalidad vieja y amarillenta. No eratan alto, pero iba vestido con una túnicagris muy parecida. A sus pies

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descansaba un gran perro labradornegro, al que del cráneo le salían unoscuernos que parecían los de una cabramontesa.

—Mi hermano Ivor —dijo Magnus.El perro-cabra y el hombre le

miraron y ambos asintieron a la vez.—¿Cuál? —preguntó Mistletoe.Magnus la llevó hasta el hombre. El

perro-cabra le olisqueó la mano con elmorro húmedo. Al igual que losanimales del zoo, el perro guardaba unsilencio total. Ni siquiera se le oíajadear.

—Carpe somnium —dijo Magnus—. ¿Cómo vamos?

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Ivor posó la mirada en Mistletoe yluego volvió a mirar a su hermano. Losojos de Ivor eran duros e inexpresivos,en claro contraste con la miradamaliciosa de Magnus. Mistletoe no sabíaquién le gustaba menos. Cuando Ivorhablaba, su voz era fría y distante, comosi explicara algún asunto que leaburriera.

—La limpieza de ID inicial no haestado exenta de... dificultades. —Conlos ojos señaló hacia un cubo lleno detrapos manchados de sangre—. Desdeluego, el joven Truax tiene instaladoslos identificadores de UniCorp másmodernos. He tenido que actuar con

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mucho cuidado —dijo, girándose haciauna fila de monitores pre-Unison yapretando las teclas de varios teclados ala vez.

Magnus se giró hacia Mistletoe.—Aquí hacemos todo lo que

podemos por mantenernos al día, perocada avance de UniCorp nos deja algomás atrás. Hay demasiado terrenotecnológico que cubrir. Quizá quierastaparte los oídos.

—¿Los oídos?Magnus le cogió las manos, se las

colocó sobre las orejas y se las sujetó.Ella se agitó un momento, pero luegoempezó el estruendo. En el piso treinta

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era un ruido sordo, y en el zoo sonabamás fuerte, pero en esta sala, el origendel ruido, era insoportable. Lasvibraciones penetraron en su cuerpo porla nariz y la boca. Cayó de rodillas yMagnus se arrodilló frente a ella,apretándole las manos con más fuerza.El estómago se le retorció en un nudotembloroso. Sintió una presión en lagarganta, como si la inmensidad delsonido le envolviera el cuello. La vistase le nubló. Tuvo que hacer un esfuerzopara evitar que la bilis le subiera hastala boca, pero de pronto volvió elsilencio. Magnus la ayudó a ponerse enpie.

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A los dos hermanos y al perro no leshabía afectado el ruido ensordecedor.Ivor se dedicaba a apretar teclas. Elperro se lamió las patas delanteras.

Mistletoe respiró hondo un par deveces y sintió cómo su cuerpoabandonaba el ruido que se extendía enondas vibratorias.

—¿La Maldición está en esta sala?—preguntó, con una voz que a sus oídossonaba distante y apagada—. ¿La gentesimplemente se asusta por el ruido?

—Es un efecto secundario nointencionado, pero resulta útil.

—Mantenemos la señal pirata mássofisticada, que conozcamos, de toda la

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comunidad sub-bóveda —explicóMagnus—. A veces le pedimosdemasiado y pone a prueba los límitesde nuestro equipo, que protesta con estapequeña... queja.

—Dadle un poco de aceite vegetal yunas buenas patadas —dijo ella,intentando organizar sus pensamientosfragmentados en preguntas completas—.Así pues, ¿vosotros quiénes sois?¿Cómo es que conocéis a Jiri y a la tíaDita? ¿Dónde está Ambrose?

Los hermanos se miraron. Ivor seencogió de hombros y desapareció trasel tronco arbolado de cables, que eramás grueso que su casa en lo alto del

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bloque de infraviviendas. El perro-cabra le siguió en silencio.

Magnus volvió a sonreírle, o lointentó. Desde la primera vez que sehabían visto, en el zoo, cada sonrisahabía sido algo menos entusiasta que laanterior. Ahora se había reducido a unalínea fina y dura. Mistletoe contómentalmente los pasos que tendría quedar para llegar a Nelson a la carrera.

—¿Cuánto sabes sobre Unison? —preguntó Magnus.

—Lo suficiente —mintió ella.Lo cierto era que, al igual que la

mayoría de los que vivían bajo labóveda, apenas sabía nada.

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Magnus arqueó sus pobladas cejasblancas y frunció los labios. Entoncesasintió levemente y dijo:

—Hmmm. Bueno, Ivor y yoformábamos parte del equipo dedesarrollo original de UniCorp.Diseñamos la estructura de la Versión2.0 de Unison y, poco después de quecobrara forma, Martin Truax nos asignóun nuevo proyecto de alto secreto. Nos...nos pagaba muy bien por nuestrotrabajo.

Hablaba con una nostalgia apenasdisimulada por lo que Mistletoe supusoque era su antigua vida sobre la bóveda.Al otro lado del tronco de cables, algún

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mecanismo soltó un zumbido y se paróde golpe. Ivor soltó un improperio.

—Al principio nuestrasinstrucciones eran vagas —prosiguióMagnus—. A Martin Truax le costabacompartir hasta los mínimos indiciossobre el objetivo de nuestro proyecto.Se nos enviaban transmisionescodificadas y los datos adjuntos eranininteligibles y llegaban mezclados, nosabíamos de dónde, ni de quién, y se nosdijo que descifráramos el contenido lomejor que pudiéramos. Cuando nosquejamos, indicando que para nuestrotrabajo era esencial conocer el origen delas transmisiones, Martin amenazó con

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sacarnos del proyecto. Al día siguientecambió de opinión y admitió que lastransmisiones procedían de algún lugardentro de Unison.

Magnus empezó a caminar por lasala mientras hablaba, con las manoscogidas tras la espalda, como un antiguocaballero dando un paseo por su jardín.A medida que se concentraba en susrecuerdos, le aparecían arrugasalrededor de los ojos que desaparecíansucesivamente. Mistletoe le siguió,escéptica, al darse cuenta de que sealejaban de Nelson.

—Mi hermano y yo descodificamoslas suficientes transmisiones para darnos

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cuenta de que aparecían en Unison, perosin duda se originaban en otro lugar.Unison no era más que una herramientade comunicación para los remitentes.Cuando le presentamos nuestroshallazgos a Martin, él nos confirmó quelas transmisiones descodificadascomponían una especie de... —Magnusse detuvo un momento y se mordió ellabio superior— manual deinstrucciones.

—¿Para qué?Mistletoe se había olvidado por

completo de Jiri y la tía Dita, de lospolicías y del zoo silencioso. Pensabaen el sueño de la creación que compartía

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con Ambrose. Tenía la horriblesensación de que ella misma sabía larespuesta a su pregunta.

—Un organismo híbrido —dijoMagnus, tosiendo con nerviosismo—.Ehm... dos organismos híbridos, para serexactos.

—Ambrose y yo —dijo Mistletoe,con el corazón desbocado.

Su mente retrocedió en el tiempo.Magnus se detuvo y la miró con ojos

amables y preocupados.—Sí, eso es. El remitente quería que

los construyéramos... Es decir, que osconstruyéramos.

Mistletoe apenas pudo reaccionar.

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—¿Quién?—Ivor y yo creemos que el remitente

es alguien cercano a nosotros. Es decir,biológicamente próximo a los sereshumanos, pero de otro lugarcompletamente diferente. Piensa en eluniverso como una gran mansión conmillones de habitaciones. La mayoría delas veces, las habitaciones de unextremo de la mansión estándesconectadas de las del otro extremo.Pero a veces se abre una minúsculatrampilla y algo consigue colarse porallí. Creemos que la transmisión eraalgo así, y que Unison hizo de trampilla.

Mistletoe tenía la boca seca y

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pegajosa. No cesaba de decirse: «Estoyhablando con el hombre que me hizo».No parecía real. Le daba la impresiónde que aquello era algo de lo que tendríaque haber sabido mucho más adelante, yque el mundo había cometido un enormeerror desvelando sus secretos tanpronto.

—Entonces ¿por qué estoy aquí? —De repente su voz era más ronca—.¿Para qué me hicisteis?

La sonrisa de Magnus se convirtióen una línea aún más fina y dura. La tocósuavemente en el hombro. Pero esta vezMistletoe no se retiró. Él abrió la boca yvaciló, mirando hacia su hermano, que

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había aparecido a su lado, limpiándoselas manos con un trapo manchado desangre.

—No tenemos ni la mínima idea —declaró Ivor, con un rastro de amarguraen su monótona voz—. Martin decidióque sabíamos demasiado sobre suprecioso proyecto secreto, y revocónuestros privilegios de administrador deUniCorp. Luego nos despidió.Suponíamos que era solo cuestión detiempo antes de que nos cortara elcuello, así que nos convertimos enfantasmas. El motivo de tu existencia estan misterioso para nosotros como lo espara ti misma. —Alzó su huesuda mano

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y señaló al tronco de cables—. Pero nopor mucho tiempo.

Los cables de la parte trasera deltronco estaban abiertos como cortinas.En su interior estaba Ambrose, con laspalmas hacia arriba, suspendido yapoyado en unas pequeñas hamacasconfeccionadas con unas finas fibrasplateadas que desaparecían arriba, porel centro del tronco. Tenía las manosvendadas. A su alrededor flotaba unapantalla de información externalizadaque bailaba en el aire. Ambrose, con losojos abiertos y sin parpadear ni una vez,atravesaba con la mirada los impulsosde colores producidos por la señal.

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Tenía los ojos vidriosos y era evidenteque no veía nada.

Mistletoe se giró hacia Ivor, quetenía en la mano una porra paralizantecomo la que había usado Pelirrojo en lascalles de Little Saigon. Magnus, detrásde él, miraba hacia el suelo.

—Vamos a tener que pedirte que teunas a él, Anna —dijo Ivor.

—¡Ese no es mi nombre, twittero delas narices! —gritó ella.

El profundo estruendo de laMaldición ahogó sus palabras.

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6

EN UNISON

NUEVO USUARIO.Ambrose se concentró en aquellas

dos palabras como si fueran un dulcerecuerdo. La emoción le quemaba pordentro. Le encantaba Unison, a pesar delas circunstancias. Siempre le gustaría.Crear una cuenta nueva desde cero noera aburrido; era una maravilla. El dolorde las manos, en el lugar donde Ivorhabía forzado el reinicio de sus

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receptores palmares, había remitidohasta convertirse en una leve molestia.

A su alrededor oyó el estruendo delnúcleo de la señal.

Sentía un sabor a ácido de batería enla boca, soportó los síntomas familiaresdel teletransporte y emergió sobre labóveda, en una luminosa mañana deUnison, perfectamente calibrada. Laparte de Puerto del Este que quedababajo la bóveda nunca había sidorastreada en busca de nuevas entradas,así que era muy probable que seencontrara justo por encima del hogarsubterráneo de los hermanos.

Toda la ciudad estaba en silencio y

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vacía: como nuevo usuario, no teníaamigos registrados. Unosestratorrascacielos sosos e incoloros seelevaban hacia el cielo. Sus pasosresonaban al pasar frente a tiendasvacías y enormes edificios de oficinassin identidad. El aire olía levemente aarroz. Recordó las discusiones delequipo de programación del asociadoGarvey sobre las especificacionesprecisas para el olor de los nuevosusuarios.

Tras un largo momento decontemplación —Unison nunca mástendría aquel aspecto tan tranquilo—,Ambrose accedió a su perfil. En su

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mente apareció el espejo, que dividió supercepción de Unison en dos espaciosdistintos: la ciudad vacía a su alrededor,que podía tocar y oler, y los datos de sunueva cuenta de usuario. De pronto pudopercibir aspectos de la nuevapersonalidad que Ivor le habíaimplantado para evitar que le detectaranlos escáneres de UniCorp. Con un pocode suerte, su máscara demostraría suutilidad. Orientó el espejo hacia elinterior.

Era Adam Trevor, aspirante acantante de pop en busca de su granoportunidad. Entre sus intereses estabanla música del siglo XXI, el diseño de

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muebles y recoger manzanas en laExpansión de Nueva Inglaterra.

De acuerdo.Decidió hacer pública aquella

información y de nuevo sintió un levesabor a ácido de batería en la boca. A sualrededor la ciudad empezó a cambiar.El suave olor a arroz se volvió másharinoso y de algún modo más próximo,como si estuvieran cocinando por allícerca. Bajo sus pies, la acera adquiriórelieve. Emergieron unas raíces nudosasque presionaban la acera. Del montón deraíces nacieron decenas de arbolillosminúsculos que crecieron hasta superarla altura de sus rodillas. Unos pétalos

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blancos se abrieron, radiantes, y luegocayeron flotando hasta el suelo, dondetaparon los trozos de suelo que aún nose habían cubierto de suave hierba.

Ambrose caminó entre los troncos,cada vez más gruesos, al tiempo que lasramas se elevaban por encima de sucabeza. De pronto surgieron millones dehojas verdes que se mecían al ritmo deuna brisa indetectable. El ruido —unsuave susurro— parecía inadecuado.Demasiado metálico y agudo. Ambrosetomó nota para comunicar el error a unasociado de diseño, pero luego recordóque ya no tenía acceso a su interfaz deadministrador. Tendría que pasar por

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alto cualquier defecto del sistema quepudiera encontrarse. Pero a lo mejoraquel susurro había sido diseñadoespecíficamente para Adam Trevor. Ibaa tardar un poco en adaptarse a su nuevaidentidad.

Se detuvo, cerró los ojos y respiróhondo. El olor a arroz había dejado pasoa otro más elaborado, dulce yreconfortante. Abrió los ojos de golpe yse encontró en medio de un huerto llenode frutales. A través de los huecos entrelas hojas podía ver retazos de gris yazul, ciudad y cielo. Unas manzanasrojas y maduras colgaban de los árbolesarracimadas, en parejas o solas. Levantó

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la mano, agarró una y tiró de ella. Larama se arqueó y salió despedida haciaarriba al arrancar la manzana. Ambrosela mordió. El jugo le cayó por labarbilla. Era deliciosa, aún más sabrosaque una ManzanaPlus. En realidad nohabía nada mejor que la comidaperfectamente calibrada de Unison.Masticando con avidez, llegó hasta elextremo del huerto y dejó caer lassemillas sobre un montón de pétalosblancos.

Dejó atrás la sombra del últimoárbol y subió a la acera. La poblaciónde la ciudad había aumentado, con milesde Amigos potenciales —usuarios con

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intereses, valores y patrones depensamiento similares— con el aspectode espectros translúcidos que caminabanpor las calles. Se mezcló con elloslentamente, con la extraña sensación quele producía el anonimato de su nuevaidentidad. No registró solicitudes deamistad en masa. Ni recibió la presiónde creadores de aplicaciones en buscade su aprobación. Vio la imagenindefinida de un niño persiguiendo a unAmigo aún más pequeño por la calle.Con el Plan Familiar UniCorp, inclusolos más pequeños podían tener un perfil.Sus privilegios de acceso eran muchomenores, pero a UniCorp le interesaba

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promocionar los productos NutriPlus loantes posible. Los padres dispuestos ademostrar su nivel solían mostrarsedespreocupados con el gasto.

De pronto apareció un canal deconversación en el espacio interno queocupaba su perfil:

Ambrose Truax @ nuevo usuarioAdam Trevor: De parte de mi familia,quiero darte nuestra más cálidabienvenida. ¡Por una vida mejor enUnison!

Ambrose, sorprendido, se quedó casitraspuesto, hasta que recordó que Len

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había insistido en enviar mensajes«personales» automatizados a todos losnuevos usuarios. Había uno de Len, unode Ambrose y otro de su padre.

Recordó el día que había discutidocon su hermano sobre el texto delmensaje de bienvenida. Era un detalletonto y trivial, y sin embargo se habíanpasado horas dándole vueltas. Levantóla mirada hacia los fragmentosgeométricos de cielo azul que aparecíanentre los estratorrascacielos. Apenasacababa de dejar su vida anterior, y yale parecían absurdas las cosas que antestanto le preocupaban. De pronto levolvieron a la mente los detalles de su

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dormitorio —el armario lleno demodelos holo-fashion, su mesasintetizadora de vanguardia, las bonitasvistas de los pastos del edificio de allado— y un dolor sordo le invadiódesde el pecho hasta las piernas.

Nunca más volvería a ver aquellascosas.

Frenó aquel recuerdo nostálgico y serecordó que la familia de AmbroseTruax, su trayectoria profesional y susposesiones se habían cimentado sobre lagran mentira de su propia creación, yque estaba allí, en Unison, paradescubrir la verdad. Magnus e Ivor lehabían enseñado las transmisiones

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clasificadas. Conocía el secreto de supadre: tanto él como Mistletoe habíansido creados siguiendo las instruccionesde la transmisión. Era un concepto irreale inconexo. No se sentía diferente enabsoluto, pero tampoco había visto aúnel proyecto específico de su creación.Ya era bastante duro asimilar la idea deque no fuera humano del todo; nonecesitaba ver la laberíntica estructurananotecnológica de su composicióncelular expuesta ante él como un fríoplano. Ya habría tiempo más adelantepara cosas tan extrañas y dolorosascomo aquella.

En primer lugar había aceptado la

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oferta de los hermanos de participar enla búsqueda de la fuente de dondehabían partido las instrucciones de sucreación. No es que confiara del todo enlos hermanos y en sus amigos anti-UniCorp, pero Magnus le habíaplanteado una pregunta irresistible:

¿Cuántas personas de este mundotienen ocasión de investigar el misteriode su propia existencia?

No muchas, desde luego. Quizás élfuera el único.

En el canal de conversaciónapareció otro mensaje:

UniCorp presenta: ¡Sé aún más feliz!

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Alarga tu estancia en VidaPlus,extiende tu lista de Amigos y alcanzatus metas con una revolucionariaintervención ambulatoria.¡Pregúntanos cómo!

Por cada concepto que asimilaba, semedía y se registraba su reaccióninmediata de agrado o desagrado. Unaunidad de flujo de procesos de UniCorphabía creado una plantilla del tipo depersonalidad de Adam Trevor e ibarellenando los espacios vacíos a medidaque recibía información nueva.Generalmente resultaba agradable estaren un mundo donde las cosas ocupaban

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su lugar sin más, pero vivir en la cuentade Unison de Adam Trevor resultabaalgo inquietante. La reconfortante ytranquilizadora sensación que se habíapasado la vida trabajando para mantenery mejorar de pronto quedó en nada,como si se hubiera despertado en elsueño de otra persona.

Un chico apareció frente a Ambrose,en la acera. A diferencia del resto deespectros, este era de carne y hueso. Subrillante pelo negro le caía sobre losojos, y miraba a Ambrose con aire entrecurioso y divertido. El chico le tendió lamano. Ambrose sonrió y le dio la suya.Cuando sus palmas se tocaron, una riada

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de datos —la información del perfil delchico— apareció en el canal.

Le acababan de asignar su PrimerAmigo.

Takashi Nakamura tenía dieciséisaños. Compartía el interés de AdamTrevor por la música del siglo XXI.Además, ambos eran confiados perotenían tendencia a sufrir accidentes, eranalérgicos al moho y se ponían a sudarterriblemente cuando hablaban conchicas.

Por supuesto, el perfil de Takashipodía ser inventado, al igual que elsuyo. Por lo que Ambrose sabía,Takashi podía ser un príncipe millonario

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filántropo del Polo Norte.O un asociado de UniCorp.—¡Hey! —dijo Takashi, bajando la

mano y haciendo un gesto de aprobacióncon la cabeza—. Bienvenido aVidaPlus.

Ambrose supo que Takashi tenía42.578 Amigos y que se pasaba lamayor parte de su tiempo en Unison porel Centro Lúdico de Inmersión en Masa.

—¿Qué tal tu primer teletransporte?—le preguntó Takashi con una muecadivertida.

—Algo raro —dijo Ambrose,ajustándose al papel de nuevo usuario—. Me dio mal sabor de boca.

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—Para eso son los MentaPlus,tontorrón. ¿Cómo es que has tardadotanto en apuntarte? ¿Tus padres no tedejaban unirte a la fiesta? ¿Sonreligiosos o algo así?

—Hasta ahora no teníamos dineropara darme de alta. Mi padre acaba decambiar de trabajo. Antes vivíamos... —Estuvo a punto de decir «bajo labóveda», pero calló a tiempo—. Bueno,el caso es que ha sido mi regalo decumpleaños.

—Feliz cumpleaños, popstar.¡Tenemos muchas cosas que celebrar!

—¿Ah, sí?—¡Yo nunca había sido el Primer

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Amigo de nadie! —exclamó Takashi,eufórico.

Su sombra del ánimo, una de lasaplicaciones más populares de Unison,empezó a bailar en el suelo, bajo suspies. Ambrose se rio. Al demostrar quele había gustado la sombra del ánimo,abrió su canal a nuevas ofertas deaplicaciones:

¿Demasiados eventos a los queasistir? ¿Tanto ajetreo te supera?Finge que cancelas tu cuenta conUniCancel!

Las sombras del ánimo son

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estupendas, pero ¿se adaptan con tuespacio de trabajo? Mantenlas a rayacon un Implante Dental de Control deSombras. 100 por cien diversión, 0 porciento distracción.

Y recibió su primera actualización

del flujo de pensamientos, que sintió traslos ojos como un leve roce con la puntade los dedos:

Takashi Nakamura cree que AdamTrevor va a tener el mejorcumpleaños de su vida.

—Um... —objetó Ambrose—. No tengo

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planes ni nada.—Ahora sí —dijo Takashi—. Ven.Y le hizo un gesto para que le

siguiera entre la multitud de espectros.Ambrose vaciló.

—Estoy esperando a alguien.—Buen intento. Soy tu único Amigo,

¿recuerdas?La sombra del ánimo de Takashi se

cruzó de brazos. Ambrose tenía queesperar a Mistletoe en el mismo lugar alque se había teletransportado. Ivor lehabía prometido que la insertaría encuanto se despertara, y no podía tenerlacontrolada hasta que fueran amigos.

A su alrededor, Unison no paraba de

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cambiar.El estratorrascacielos a su derecha

era de un verde brillante, el colorfavorito de Adam Trevor. El imponentevestíbulo de mármol blanco quedósustituido por una atestada tienda dediscos de colección y una tienda deropa. Las enormes puertas de espejoquedaron cubiertas con pósterrs degrupos de los que Ambrose nunca habíaoído hablar. A Adam Trevor le gustabael ambiente descarnado de la granciudad. Por dentro, Ambrose seestremeció. ¿Por qué querría alguien quesu experiencia en Unison fuera sucia?No obstante, al menos aquello resultaba

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tranquilizador: los implantes de Ivorestaban funcionando. Hasta el momento,los escáneres de UniCorp solorespondían a las reacciones y los deseosde Adam Trevor.

—¡Hey, popstar! —insistió Takashi,impaciente. Su sombra del ánimo dabapuñetazos al aire, como un boxeadorentrenando—. ¿Vienes o qué?

Al fondo de la calle apareció unsalón recreativo al aire libre con filasenteras de máquinas de videojuegos degráficos perfectos.

—Realmente no creo que pueda.Como te he dicho, estoy...

—Esperando a un amigo misterioso,

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ya lo he oído.La sombra del ánimo dejó caer la

cabeza en resignación.Ambrose hizo lo que pudo para

demostrar que lo sentía.—Me sabe mal... ¿Qué tal en otro

momento?

Takashi Nakamura cree que su nuevoAmigo odia divertirse, o algo así.

Ambrose bajó la vista y se quedómirando sus brillantes zapatos a cuadrosblancos y negros. Sentía la frustraciónde su nuevo Amigo como si fuera la deél: una repentina decepción teñida con

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una sorprendente tristeza. Se dio cuentade que Takashi se sentía solo. Y alhacerlo, entendió que Takashicomprendía que él sabía que se sentíasolo. Sus secuencias de pensamiento sehabían mezclado. Esperaba, eso sí, quelos nuevos implantes de Ivor fuerancapaces de mantener la suya controladay que no revelara información. Su canaldecía:

¡Prueba los Juegos de Guerra SaturnMoon! Con disruptor de muñecamejorado para los primeros 500usuarios. ¡Gratis!

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Por un momento pensó que no le haríaningún daño a nadie si se relajaba y sedivertía un poco. Las últimasveinticuatro horas habían sido de unagran tensión y si accedía a aceptar porcompleto la identidad de Adam Trevor,Unison se ocuparía de todas susdecisiones. Podría pasar sin pensar deuna distracción a otra.

La sombra del ánimo de Takashi seactivó ante la perspectiva que abríaaquella línea de pensamiento. Ambrosesintió ganas de abrirse, de mostrarsegeneroso. Tenía la sensación de queconocía a Takashi desde siempre. Elsubidón de adrenalina que provocaba la

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conexión con el Primer Amigo era algoque no había experimentado en muchotiempo. Si se dejaba llevar y seguía aTakashi, la sensación de euforia semantendría, y con cada nuevo Amigodarían forma a su secuencia depensamiento colectiva.

Solo que ahora, recordó, tenía unobjetivo en la vida, una misión que noestaba basada en la mentira. Y habíapersonas que contaban con él. En aquellugar no era difícil desviarse del rumbotrazado.

«Concéntrate, Ambrose».Se le ocurrió que un detective

tendría que empezar por preguntar las

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cosas básicas. Y, sin su interfaz deadministrador, lo único que tenía eranpreguntas.

—Oye, Takashi, ¿cómo funciona estelugar?

—Hay un tutorial, si quieres puedoenseñarte dónde...

—No, quiero decir... ¿Cómofunciona realmente?

Takashi entrecerró los ojos. Susombra del ánimo se encogió dehombros.

—No sé qué quieres decir.Ambrose asintió. Tenía que ir con

cuidado. Miró a su alrededor. Un chuchode color marrón husmeaba la

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alcantarilla.—Eso, por ejemplo —dijo,

señalando al perro—. Ese es mi perro,¿verdad? Lo han hecho para mí. ¿Tú vesun perro?

Takashi asintió.—El solapamiento entre las

percepciones de los Amigos no es atiempo real, pero se acerca. Dicen quecon la Versión 3.0 será perfecto.

—¿Así que tú no ves un gato, unelefante u otra cosa? ¿Tú también ves elperro?

—Sí, pero la cuestión es... ¿De quécolor es? —dijo Takashi, sonriendo—.¿De qué raza?

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—No sé, hmm... un golden retriever,creo.

Takashi ladeó la cabeza.—Hmm...

Takashi Nakamura acaba de descubrirque prefiere los bulldogs.

—Vale —dijo Ambrose—. Muy bien.¿Pero hay alguien con quien puedahablar y que sepa cómo consigue Unisonque el perro que yo veo sea diferente delque tú ves?

Takashi se rio.—¿Quieres decir un programador

asociado? Acabas de llegar aquí, Adam.

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No te molestes, pero no eres nadie. Hayunos dos mil millones de personas pordelante.

—No, no quiero decir unprogramador en la vida real. Quierodecir... alguien que... sepa cosas.

Hizo una mueca. Iba a tener quehacerlo mucho mejor.

Observaron al perro, que mascabaun pedazo de cuero. A su lado seguíanpasando espectros.

—Bueno —dijo Takashi, pensativo—. Tengo una Amiga que te podríapresentar, supongo.

¿Era la imaginación de Ambrose, ohabía cambiado algo entre ellos? El tono

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divertido y vehemente de Takashi sehabía vuelto más cauto. Su sombra delánimo se quedó inmóvil, agitándoselevemente.

Takashi Nakamura recomienda a unaAmiga: Sonia Carter.

En su canal apareció un extracto delperfil de Sonia Carter. Quince años.Exhacker convertida en desarrolladorade aplicaciones independienteautorizada. Creadora de UniPetz, elservicio de animales de compañía amedida. Ambrose pensó en Lincoln.

—Bueno... vale —dijo Ambrose,

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fingiendo cierta timidez—. Supongo quede todos modos tendría que irconociendo a gente, ¿no?

—De eso se trata —respondióTakashi—. Si no, nunca serás nada aquídentro. Solo serás... tú mismo.

Ambrose escrutó la multitud deespectros en busca de alguien a quienpudiera identificar como Mistletoe.Magnus e Ivor le habían prometido queaparecería justo detrás de él.

—Tenemos que ir al CLIM —resolvió Takashi, agarrándole del brazo.

—¿Al Clim?Ambrose se hizo el tonto.—Al C.L.I.M., el Centro Lúdico de

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Inmersión en Masa. Ahí es donde conocía Sonia. Siempre está allí.

Ambrose miró alrededor. Una vezmás, echó de menos su interfaz deadministrador. Un simple cribado depersonas y podría filtrar la búsquedamiles de veces. Debería haberles dado aMagnus e Ivor instrucciones másespecíficas para Mistletoe, pero en suafán por saber más no había pensado enello.

—Vale, pero... mi amiga es nueva,como yo. Ella no sabrá...

Takashi sonrió. Su sombra del ánimoechó la cabeza atrás y se rio sin emitirningún ruido.

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—¡Ahh, así que tu misterioso amigoes una amiga! Mira, cuando conozcas aSonia te olvidarás de ella por completo.Confía en mí.

Ambrose se quedó pensando unmomento. Por lo que él sabía, Mistletoequizá siguiera durmiendo tras laextracción del rastreador. No podíaquedarse allí esperando eternamente.

Asintió y Takashi dio media vuelta,dirigiéndose hacia el salón recreativo.Al pasar entre la multitud de espectros,su canal recibió una oleada deinformación de perfiles. Oyó el parloteode diversas secuencias de pensamiento.Millones de emociones

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microblogueadas —las alegrías fugacesy las desilusiones del día a día—pasaban junto a Ambrose, escapando asu comprensión, como minúsculospececillos dispersándose ante la llegadade un tiburón. Un ciclo interminable deconexiones humanas, ¡y se lo estabaperdiendo! En aquel precioso instante,en cada calle uno de sus Amigospotenciales vertía algo interesante odivertido en la secuencia, y lo único quepodía oír era un sordo murmullo. Siguióa Takashi y dejaron atrás un grupito dehombres translúcidos sentados entaburetes pasados de moda. A sualrededor, el desfile de espectros

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prosiguió sin interrupción. Un montón deusuarios, y aquel no era más que unminúsculo segmento de la poblaciónconectada. Podía pasarse allí unadocena de vidas y nunca los conocería atodos. Siempre estaría pasando algo delo que quedaría excluido. El ingresopermanente empezaba a sonarle comouna opción razonable. ¿Por qué noquedarse? Podía hacer millones denuevos Amigos y olvidarse de su padre,de su hermano, de Magnus y de Ivor.

Podía olvidarse de Ambrose.Se detuvo y levantó la mirada. La

punta de un estratorrascacielos de unblanco brillante se recortaba en ángulo

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recto contra un cielo azul infinito.Reconoció los familiares bordesafilados, la aparente cercanía entre suposición y el final del bloque, entre elcielo y la Tierra. No había imágenesturbias, solo una perfección extrema y lareconfortante sensación de volver a casatras un largo día. Respiró hondo: el aireolía a sábanas limpias. Sabía queTakashi podía enviarle cientos decadenas de amistad, y de ahí podríaacabar sacando miles, millones,billones. Volvió a aspirar y dejó salir elaire. Con cierta dificultad, descartóaquella idea y se concentró en no perdera Takashi de vista.

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Tras ellos, el perro se abría pasoentre los espectros, con el morro pegadoa la acera, siguiendo su rastro.

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7

LA HUIDA DE LOS NIÑOSNUBE

MISTLETOE SE MORDIÓ la lengua sinquerer. El estruendo de la Maldición lehizo castañetear los dientes, y seencontró con un sabor a sangre en laboca.

«Corre», pensó. Pero lasvibraciones de la sala, en el interior desu cabeza, de su vientre, la teníananclada al suelo como el tronco del

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árbol de cables que envolvía aAmbrose. Saber lo que era no hacía queel ruido fuera más soportable. Cerró losojos con fuerza, apretó los dientes y seresistió a la necesidad imperiosa quesentía de meterse los dedos por lasorejas hasta llegar al centro de lacabeza. En lugar de aquello, se tapó lasorejas con las palmas de las manos hastaque volvió la calma a los túneles delmetro y desaparecieron las vibracionesresiduales.

Abrió los ojos.Los dos hermanos estaban

inmóviles, esperando sin impacientarsea que se recuperara. Ivor agitó la porra

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paralizante en su dirección,tranquilamente, como si fuera a pasar untestigo en una carrera de relevos. Enalgún lugar a sus espaldas, Nelsonesperaba apoyado contra el montón demicroondas. ¿A qué distancia? LaMaldición le había dejado aturdida.Pasó la mirada desde el minúsculoprisma de la punta de la porra a un lunarmarrón que tenía Ivor al lado de la nariz,y de ahí a los ojos abatidos de suhermano, que parecían perder frescurapor momentos.

Escupió sangre. Ivor miró lasalpicadura que dejó entre ellos en elsuelo. El perro-cabra negro se acercó al

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trote hasta la mancha roja, bajó lacabeza y husmeó la sangre. Mistletoemiró a Ambrose, cuyos ojos vidriosos lerecordaron la antigua muñeca CabbagePatch Kids que había en la trastienda deJiri.

—¿Qué le habéis hecho?—Parece más grave de lo que es en

realidad, Anna —dijo Magnus,recuperando de pronto su sonrisa deamable anciano.

En un acto reflejo, Mistletoe apretóun puño al lado del cuerpo.

—Le hemos eliminado su antiguaidentidad —explicó Ivor—. Nuevosimplantes, nueva programación. Un

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paquete básico de usuario nuevo. EnUnison, nadie lo reconocerá comoAmbrose. Ahora, si eres tan amable,necesito que te acerques aquí.

Ivor hizo un gesto con la porra, endirección a la fila de teclados.

—Devuélvemelo.—Me temo que no te pertenece —

respondió Ivor, sacudiendo la cabeza.—Yo le encontré.—Yo estaba presente durante su fase

inicial de diseño.—Ivor —intervino Magnus—. Esta

niña acaba de pasar por demasiadascosas, para que ahora te pongas...

Ivor levantó una mano que acalló a

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su hermano. Una fina sonrisa le atravesóel rostro.

—A mi hermano le preocupa nuestraimagen —explicó—. La percepción quetengas de nosotros es para él másimportante que la misión urgente quetenemos entre manos: descubrir para quéfuisteis creados tú y tu amigo, muchomás educado que tú, por cierto, antes deque Martin Truax nos cace a todos comoratas.

—Yo no soy una creación vuestra —se defendió ella.

La idea de que aquellos viejos lehubieran puesto las manos encimacuando era un bebé le ponía enferma.

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Ivor se encogió de hombros. Noparecía que le importara lo que ellacreyera. Y desde luego no le importabasi aquello le resultaba difícil odoloroso. Por lo menos Magnus habíaintentado suavizar la transición. Pero¿había sido amable solo para podertenderle una trampa más fácilmente?

—Tu otra mitad está esperando —dijo Ivor.

—Lo que quiere decir mi hermano—explicó Magnus— es que, si Ambrosey tú no estáis juntos en Unison, creemosque nuestro pequeño... —miró a Ivor—vuestro pequeño descubrimientopersonal será imposible.

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—Qué lástima —respondióMistletoe.

Ivor le apuntó a la cara con la porra.Magnus suspiró.—Mi hermano y yo... no somos... —

chasqueó la lengua, nervioso—.Nosotros... —señaló los haraposmanchados de sangre y la porraparalizante— no somos así.

—Sí —dijo Ivor con desgana—.Este lugar en realidad es un comedor debeneficencia —añadió.

Apretó la mandíbula y entrecerró losojos. Estaba intentando distraerla, comoquien se echa un farol con los holo-dados, y Mistletoe se dio cuenta de lo

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poco acostumbrado que estaba a usararmas. Su instinto callejero le gritó:«¡Abajo!».

La porra paralizante se extendió ensegmentos con un fogonazo, justo porencima de su cabeza. Su mano derecharesbaló por el charquito de saliva ysangre. Los segmentos de la porravolvieron a retraerse.

—¡Ivor!Levantó la vista justo a tiempo para

ver a Magnus lanzándose frente a suhermano, mientras la porra emitía unsegundo fogonazo. Al instante Magnuscayó de rodillas, con la cabeza gacha ylas manos tras la espalda, a la espera de

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las frías esposas de un antidisturbios dePuerto del Este. Ivor bajó la porra y sequedó parpadeando, incrédulo.

—Magnus...Miró la porra como si tuviera un

botón para revertir sus efectos.Mistletoe sabía que tendría que esperar,quizás horas si el arma paralizante erade gran potencia. Se puso en pie de unsalto y cargó contra Ivor, que intentóapuntarle con la porra.

Demasiado tarde.Apoyó el pie izquierdo en el suelo y

con el derecho le soltó a Ivor una patadacomo las que usaba para arrancar elmotor de Nelson. En el último momento

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recordó que llevaba unas antiguas botascon punta de acero de la tienda de Jiri ylo lamentó. Por primera vez Ivor tenía elaspecto de un anciano, frágil yvulnerable. La patada le envió dandotumbos. Al caer de nuevo al suelo,Mistletoe pudo ver el asombro en susojos.

La porra paralizante cayó por elsuelo. Mistletoe la alejó de una patada yfue a parar tras los cilindros de unosescáneres.

—Lo siento —gritó, ya de espaldas,dirigiéndose a la carrera hacia dondeestaba Nelson.

Estaba a medio camino cuando el

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perro-cabra negro salió de detrás de unamaraña de cables y le cortó el paso,repiqueteando al dar con las uñas contrael duro suelo y con la porra entre losdientes. Un grueso hilo de baba colgabadel extremo del arma.

Mistletoe se paró. El perro parecíaahora más grande, allí delante,mostrándole una fila de dientes que seextendía hasta bien entrado el cráneo. Elanimal ladeó la cabeza y la miró conaire burlón. Ella tragó saliva. Losúnicos perros que conocía eran losperros sarnosos que vagaban por lascalles bajo la bóveda, que la tenían másmiedo a ella del que ella les tenía a

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ellos. Pero aquello era otra cosa: nisiquiera estaba segura de que fuera unperro.

Tras ella, Ivor soltó un gruñido dedolor.

El perro-cabra dejó caer la brillanteporra entre sus patas delanteras. Hizo unleve movimiento, otro, y gruñó. Latrenza de Mistletoe se le erizó tras lanuca. Tragó aire seco. El perro-cabraavanzó lentamente, listo para saltar. Ellamiró con pesar a Nelson. Qué cercaestaba. El pelo del lomo del perro-cabrase erizó. Mistletoe se preguntaba si se leecharía directamente a la garganta y quésensación le produciría aquello

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exactamente.—¡Patricia! —La voz de Ivor,

decidida, sonó a sus espaldas—.¡Siéntate!

Al instante, las orejas del animal setensaron como periscopios.«¿Patricia?», pensó Mistletoe. El perro-cabra se sentó y se quedó jadeando,expectante.

—¡Quieta!Mistletoe se giró. Ivor se hallaba

sentado en el suelo, agarrándose larodilla contra el pecho, mirándola.Magnus estaba de rodillas a su lado,inmóvil.

No sabía qué decir. «Gracias» le

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pareció terriblemente inapropiado.Señaló con un gesto de la cabeza aAmbrose, que permanecía suspendido enel centro del tronco de cables.

—Me lo llevo. ¿Cómo lo saco deahí?

—No lo vas a hacer —dijo Ivor,molesto, frotándose la barbilla—. Claroque puedes hacer lo que quieras —añadió—. Supongo que no puedodetenerte. Pero si cortas el protocolodesde fuera, con los injertos de conexiónaún en carne viva, no puedo garantizarsu seguridad.

Mistletoe se mordió el labio. Miróel flujo de datos externalizados que

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flotaban en el aire, los camposcromáticos y los bloques de texto, y enlos ojos vítreos de Ambrose, abiertoscomo los de una muñeca. Cabía laposibilidad de que Ivor le hubierasoltado un farol, de que si arrancaba aAmbrose de las conexiones de aqueltronco de cables se despertara, estuvierabien y pudieran escapar juntos.

—Puede sufrir una levedesorientación —dijo Ivor—. Perotambién un grave daño del lóbulofrontal.

No quería arriesgarse. Pero sidejaba a Ambrose allí, ¿adónde iría?Observó al viejo, que se examinaba la

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pierna. Para evitar sentir lástima por él,se recordó que aquel tipo se habíapuesto a darle órdenes como si no fueramás que una pieza en su engranajepersonal de venganza contra MartinTruax. Decidió que estaría mejorbuscándose la vida sola, aunque aquellosupusiera dejar a Ambrose... demomento.

Sin decir palabra se dirigió a pasoligero hacia Nelson, acariciándole concautela la cabeza a Patricia, entre loscuernos. Recogió la porra, que estabapegajosa, hizo una mueca y la agarróentre el pulgar y el índice.

—¡Ya has dejado claro lo que

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piensas, Anna! —le gritó Ivor—. Ahoraescúchame: ¡Estás cometiendo un error!

Ella tiró del manillar del scooter,apoyado en el montón de microondas, ymetió la porra paralizante en elminúsculo compartimento bajo elasiento.

—No seas tonta —insistió Ivor—.Te darán caza, tenlo por seguro. ¿Tú tecrees que Martin Truax se olvidará deesto? Ambrose y tú sois susexperimentos más preciados. Nodescansará nunca.

Mistletoe arrancó el scooter de unapatada.

—¡Estás tirando por la borda tu

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única oportunidad! Cuando te encuentrete...

El motor chisporroteó y ganórevoluciones, ahogando sus palabras. Elcojín de energía se expandió bajo lospies de Mistletoe. El olor de Nelson lerecordó su vieja chabola enmohecida,los puestos callejeros de comida, las milocasiones que había estado a punto dechocar y los pequeños rasguños. Nelsonolía a casa. Aceleró y pasó junto a laslargas filas de maquinaria pre-Unison,bajó para abrir la puerta de hierro yechó un vistazo atrás, al tronco decables, obsesionada con la idea de lavida secreta que compartía con aquel

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chico que dejaba atrás.Montó de nuevo y atravesó el

vestíbulo de los hermanos, iluminadocomo un salón, y el lúgubre túnel deltren, de olor acre. La reacción deNelson a las vías fue un repiqueteo quele hizo sacudirse hasta que ajustó latrayectoria. Dio más luz al foco y sequedó mirando, sorprendida. El túnelera mucho más ancho de lo que pensaba.La vía que seguía no era más que uno delos varios pares de raíles que discurríanen paralelo en algunos puntos yseparados en otros, sumiéndose en laoscuridad. Cada vía estaba separada delas otras por una serie de columnas que

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parecían los pilares de un edificio enconstrucción.

No tenía ni idea de cómo volver alzoo silencioso. Little Saigon le parecíade una lejanía imposible de calcular.Estaba a punto de escoger una vía alazar cuando un susurro suave y cada vezmás intenso le llamó la atención. Quitógas y se puso las manos tras las orejas, amodo de pantalla, para oír mejor. Elsusurro era ahora más intenso, algoinvisible se dirigía hacia ella.Echándose hacia delante, apretó labarbilla contra el manillar del scooter,justo en el momento en que aquellabandada enloquecida salía chillando de

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la oscuridad del túnel.«Murciélagos», pensó, pero cuando

los primeros pasaron de largo, agitandolas alas en una formación caótica, vioque eran minúsculos pájaros blancos deun tamaño no superior al de su mano.Revoloteaban en grupos, mientras otrospájaros solitarios orbitaban comoelectrones; en total serían miles, quellenaron el enrarecido aire de aquelespacio. Mistletoe arrugó la nariz alsentir el olor a pies que le llegó, con elaleteo, de la parte superior del túnel.Aguantó la respiración y observó,fascinada, mientras uno de los pájarosperdía el equilibrio y caía en barrena,

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atravesando el haz de luz del faro deNelson y aterrizando sobre la vía quetenía delante.

La pequeña criatura estaba cubiertade unas plumas blancas inmaculadas,salvo por una pequeña mancha roja entrelos ojos, que le bajaba por la partesuperior del blanco pico y acababa enuna afilada punta negra. Levantó lacabeza para mirar a Mistletoe (ellahubiera podido jurar que le había vistoverle entrecerrar los ojos, deslumbradopor el foco), ladeó la cabeza, abrió elpico, emitió un tenue ¡chirriiip! y volvióa la bandada aleteando con decisión.

Mistletoe había visto pájaros como

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aquellos otra vez, hacía años, en unviaje al Nuevo Mercado Egipcio. Seagitaban en grupos, como locos, en unaelaborada jaula de un color doradojaspeado colgada en la parte de atrás deun carro que vendía animales exóticos,absenta de alta graduación y teléfonosmóviles reformateados. Mistletoe y Ditahabían caminado durante horas,curioseando, haciendo caso omiso a lasdemandas de los pedigüeños y a lasinsistentes ofertas de los vendedores.Dita llevaba un largo pañuelo amarilloque le daba varias vueltas al cuello y alos hombros, y Mistletoe iba agarrada alextremo de la fina tela, frotándola sin

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pensar entre los dedos mientraspaseaban.

—Anna —le dijo Dita, señalando lajaula.

—¿Qué son?—Chmura Dité, les solía llamar mi

madre. Niños Nube. ¿Ves cómo formanun grupito? Siempre avanzan juntos,como si fueran uno solo.

Anna levantó la mirada hacia Dita,que observaba al dueño del carro, unhombre bajito y regordete que discutíasobre el precio de la absenta con unapareja que apenas se tenía en pie. Elinstinto le dijo que soltara el extremodel pañuelo cuando Dita se colocó tras

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la jaula, entre los pájaros y elhombrecillo de cara roja. Algo brilló enel bolsillo de Dita, y trazó un cegadorarco blanco en el aire. Dita le miró a losojos e hizo un gesto con la cabeza endirección al otro extremo del mercado;luego se sumergió entre la multitud. PeroAnna se quedó ahí, petrificada, mientrasun lado de la jaula se fundía y caíagoteando al suelo, donde se endureciódespués, formando un grueso churretóndorado. Los pájaros huyeron aleteando através del agujero, agrupándose yextendiéndose sobre la multitud,huyendo como la tía Dita, hacia el otroextremo del mercado. El hombrecillo

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soltó un chillido. Anna salió corriendo.Cuando por fin pudo volver a agarrarseal pañuelo amarillo, Dita se giró haciaella, muy seria.

—Algunas cosas nunca deberíanponerse a la venta.

En el túnel, Mistletoe se preguntó siaquellos Chmura Dité eran las crías deaquel grupito que Dita había liberado ouna creación de Magnus e Ivor. Encualquier caso, pensó, irían hacia elexterior. ¿A qué pájaro le gusta estaratrapado bajo tierra? Hizo girar aNelson y siguió a los pájaros por untúnel que ascendía gradualmente.

Al cabo de un rato, observó que

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estaba acariciando el cálido manillarmetálico con el pulgar y el índice comosi fuera el pañuelo de Dita. Parpadeópara contener las lágrimas. Los pilarespasaban volando a su lado comobatientes de unas puertas inexistentes. Elrecuerdo del mercado le despertó en lamente una idea, oscura y confusa: la tíaDita sabía lo que sabían Magnus e Ivor,y se lo había ocultado toda su vida. Igualque Jiri, lo que significaba que había unlugar ideal de partida para suinvestigación: la chatarrería de Jiri,llena de reliquias del pasado, dondequizás encontraría alguna pista sobre suvida.

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En cualquier caso, necesitaría armasmejores.

Cuando los Chmura Dité empezarona batir sus alas con regularidad, losgrupos que formaban redujeron lavelocidad y se unieron en una densanube. Mistletoe notó que el aire seenfriaba de pronto. A ambos lados, enlugar de los pilares aparecieron sólidosmuros. El túnel subía cada vez más. LosChmura Dité se lanzaron de cabezahacia dos luces horizontales en la pareddel túnel, donde acababa de pronto. Ellaredujo la marcha y se quedóobservando, intrigada, mientras las lucesengullían a los pájaros. No eran luces:

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eran salidas. Cuando hubieron salido losúltimos rezagados, se acercó para mirarpor los agujeros. Las vistas no eran grancosa: el túnel desembocaba en el fondode un conducto de ventilación. Eraimposible saber si estaba en LittleSaigon o en otro lugar, pero al menosera un acceso al exterior. Y desde luegocabía por las ranuras, aunque tuvieraque arrastrarse. El problema era que,con Nelson, la cosa estaría muy justa.

Pero no podía dejarlo.Dio marcha atrás y revolucionó el

motor del scooter al máximo.—Bueno, Nelson, siento tener que

hacer esto.

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Se lanzó a toda velocidad, bajó lacabeza y se dirigió hacia la ranurainferior. El tiempo se volvió más lento.«Ten confianza», pensó. En el últimosegundo antes de dar con la cabezacontra el muro, echó el peso hacia atrásy hacia abajo, tirando del manillar contodas sus fuerzas y apuntando con lospropulsores hacia la abertura. Losdesactivó justo a tiempo para colarsepor el orificio.

El extremo del manillar rozó lapared con un chirrido.

Cerró los ojos.Cuando el túnel la escupió, Nelson

se le escapó de las manos y Mistletoe

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salió rodando por la superficie delconducto de ventilación, cubierto debasura. Se encogió cuando vio queNelson chocaba contra la pared opuesta,bajo una ventana cerrada con tablones.

Recuperó la respiración y movióbrazos y piernas: no tenía nada roto.

Con el corazón golpeándole elpecho, atravesó aquel montón de basura,que le llegaba a las rodillas, paraexaminar su scooter. Un olorempalagoso y nauseabundo a frutapodrida le hizo lagrimar.

Los extremos del manillar estabandespuntados y rayados. El tubo deescape estaba doblado y ligeramente

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abollado. Había una raya fina en elasiento, por donde salía un gel azulado.¿El cojín de espuma térmica? ¿El fluidode los hiperpropulsores? No lo sabía, yesperaba que no fuera importante.

Levantó el scooter y se sentó. Intentóorientarse: estaba rodeada por cuatroparedes de ladrillo con balconesimprovisados —unos anchos tablonesque iban de una ventana abierta a otra—que se entrecruzaban, solapándose hastataparle la vista. De los tablonescolgaban unas lámparas que proyectabanunas largas sombras ovaladas sobre lasparedes e iluminaban algunas zonas delmontón de basuras.

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Dio un golpecito al tablón quetapaba la ventana más baja. Estabablando y podrido.

—Perdóname otra vez, chico —ledijo a Nelson, y arrancó.

Nelson dio un bote y saliódespedido hacia delante, haciendoañicos el tablón con el morro.

Volvía a estar en el interior de loscimientos vacíos de unestratorrascacielos. Se abrió paso entrelas vigas de aceroplástico, lanzó aNelson a través de una ventana abierta yemergió a la tenue luz de la noche sub-bóveda. Olía a tabaco barato y sudorhúmedo.

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Una hora más tarde dejó a Nelson enel oscuro espacio bajo el porche de unachabola abandonada. Se quitó las gafasde pilotar —que le apretaban la piel dealrededor de los ojos— y las colgó delmanillar. Odiaba dejar a Nelson solo,pero no quería presentarse a bombo yplatillo en la chatarrería de Jiri, que muyprobablemente estaría bajo vigilancia.En el último momento se le ocurrió abrirel compartimento de Nelson y coger laporra paralizante, que se ocultó bajo lamanga.

Emprendió la marcha por un caminosinuoso y dejó atrás una silenciosaprocesión de monjes de túnicas negras.

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La chatarrería estaba en la primeratravesía, emparedada entre unapeluquería para señoras mayores y unafloristería cerrada hace mucho tiempocon un cartel barato de fibra de vidrioen el que aún se distinguía la silueta deun bonsái. No había ningún rótulo.Desde fuera parecía la casa de un loco,llena de trastos. Los dos pequeñosescaparates exteriores estaban cubiertoscon montones de cacharrosdesordenados, y todo estaba a la venta.Mistletoe sonrió al pensar en cómolocalizaba Jiri cualquier cosa en latienda con solo echar un vistazo, y en larapidez con la que les daba el precio a

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los sorprendidos clientes. Se acercó auno de los escaparates y miró por unhueco entre la mercancía. La lámparadel techo estaba apagada, pero en latienda siempre había luz, procedente deminúsculos leds luminosos de color rojoy verde.

De pronto apareció otra luz —la deuna pequeña linterna—, que se movíapor el centro de la tienda como siflotara. El haz de luz jugueteó entre losmontones de ordenadores portátiles,aparatos de aire acondicionado yvideoconsolas. Junto a la solitariamuñeca Cabbage Patch Kids. Mistletoese agachó justo a tiempo cuando la luz

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pasó por el hueco del escaparate.«Esto no acabará», pensó. Ivor tenía

razón en cuanto a Martin Truax: «Nodescansará nunca».

Se sacó la porra de la manga, seagazapó junto a la puerta y esperó.

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8

EL ROSTRO DELDRAGÓN

SONIA CARTER TENÍA los ojosllenos de multitud de tonos grisesbrillantes, como la superficie de un ríoturbulento. Al verlos, Ambrose tuvo lainquietante sensación de que Unison sehabía invertido a su alrededor y quehabía formado un túnel que penetraba ensu mente. Aceptó su solicitud deamistad. La secuencia de pensamientos

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de Sonia se activó y se mezcló con lasuya propia.

Sonia Carter se pregunta por quéTakashi no le llama más a menudo.Takashi Nakamura está0111001101101111011100100 111001001111001.

«Binario —pensó Ambrose—. Estánervioso». Estaban de pie, en unapequeña sala de reuniones —una mesaredonda, una docena de sillas, ningunaventana— en lo más profundo de laslaberínticas entrañas del Centro Lúdicode Inmersión en Masa, donde Sonia

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acababa de dar una presentación parainversores sobre la última actualizaciónde su aplicación, UniPetz. Laactualización permitía la integración deuna mascota sensible a la secuencia depensamiento del usuario. Ambrose no leveía la gracia a abrir una ventana alalma de una creación inánime, pero seimaginó que proporcionaría muchosbeneficios.

A su alrededor, unos inversoresespectrales charlaban mientrasabandonaban la sala.

Ambrose parpadeó para no caerhechizado por aquellos ojos hipnóticos.Sonia llevaba una gabardina blanca

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impecable con una ancha franja púrpurahacia el final, donde daba paso a un parde botas negras. Una criatura peludacomo un hurón, con el morro arrugado,le rodeaba el tobillo y olisqueaba lasombra del ánimo de Takashi, que habíareaparecido en forma de vibrantemancha roja y anaranjada.

—Bienvenido al CLIM —dijo, conuna voz equilibrada y contenida.

«Lo contrario que el rudo parloteosub-bóveda de Mistletoe», pensó, conuna repentina punzada nostálgica. Seprometió que se teletransportaría alexterior para ver cómo estaba en cuantole hubiera sacado algo de información a

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Sonia, cuya mirada, fría y profesional, leincomodaba.

—Gracias —respondió.—Es tu primera vez, ¿no?—Acaba de crear su perfil hoy

mismo —dijo Takashi.—¿Descolocado con el

teletransporte? —preguntó ella,sonriendo.

Ambrose se hizo el tonto.—No estoy seguro.—¿Qué tal la garganta? El residuo

se acumula.Ambrose le brindó un gluuck

exagerado y se encogió de hombros.—Bien, supongo.

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Sonia despidió al último espectro,un viejo calvo, en el momento en quesalía de la sala. Ambrose y Takashi sehabían perdido toda la presentaciónmientras se abrían paso por lasinterminables salas del epicentro de losjuegos de Unison. Había sido un viajemuy distraído. Un centro de recreocreado por los usuarios como el CLIMera algo para lo que Ambrose no teníatiempo en su antigua vida, así que suasombro ante la inmensidad de aquellugar era genuino. Al echar un vistazopor una puerta había visto un paisajeinfinito de montañas, densos bosques ymonumentos de granito en ruinas de una

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civilización que no había existido nunca:gigantes de cuatro brazos con losmiembros de piedra cercenados por eltiempo. Otra puerta daba directamente alocéano. Ambrose había podido apoyarla palma de la mano contra la pared deagua que se agitaba como una sábanacolgada al viento en el mismo umbral.

—Demos un paseo —propuso Sonia,mientras las sillas de plástico de la salade reuniones se ensanchaban, ydesarrollaban unos brazos gruesos yacolchados y unos cómodos cabezales.

Parecían sacadas de una antigua salade estar victoriana. Ambrose sacudió lacabeza en un gesto de desaprobación al

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recordar que Adam Trevor entendía demuebles. ¿Estaba decidido Ivor a haceraquella experiencia lo más molestaposible?

La mesa beige se volvió lacada, deun marrón intenso con oscuras vetas.

—Sí —respondió Ambrose—,vamos a otro sitio, por favor.

Sonia y Takashi se miraron. Laexpresión austera y fría de Sonia seablandó. Ambrose tuvo de pronto unainexplicable sensación de cercanía conella, como si fueran viejos amigos quese han encontrado inesperadamente yque no pueden por menos que darse uncálido abrazo. La secuencia de

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pensamientos de Takashi estabateniendo un intenso efecto sobre la suyapropia. Ambrose percibió una fugazimpresión de un momento que nuncahabía compartido con Sonia —unaespecie de expresión cortés de rechazo— que hizo que se le cerrara la gargantay se le acelerara el pulso.

Era tan obvio que Takashi estabacolgado por Sonia que resultabaembarazoso.

Sonia abrió la puerta, que se habíavuelto maciza, una puerta de roble deaspecto medieval atravesada por unasoscuras tiras de metal con enormesclavos negros.

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¡Esta es una réplica exacta de lapuerta de la sala del trono del reyRicardo III!A otros 6.897 usuarios les gusta estapuerta.

Al salir de la sala de conferencias seencontraron en un vestíbulo con mullidassillas de espuma térmica, popularesveinte años atrás. Ambrose hizo casoomiso de los completos wikidatos quehabían aparecido automáticamente en sucanal. No le importaba que la espumatérmica tuviera sus orígenes en losinnovadores diseños de colchones del

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siglo XXII. Para el Nuevo UsuarioAdam Trevor, el CLIM se estabaconvirtiendo en un museo delmobiliario.

«Gracias, Ivor».Ambrose se preguntó si Mistletoe le

estaba poniendo las cosas difíciles alviejo. Esperaba que sí.

—¡Uau! —exclamó Takashi, dandoun paso atrás.

—¿Por qué te pone de tan mal humoreste lugar, Adam? —preguntó Sonia.

Su secuencia de pensamientosmostraba su disgusto. Se encogió dehombros.

—No, es que estaba pensando en

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otra cosa.—Una cosa que aprenderás muy

pronto es que los problemas del mundofísico dejan de importar aquí dentro —dijo ella.

—Bueno, no del todo... Quiero decirque los problemas del exterior nodesaparecen y ya está.

Ella asintió, aceptando que pensaraque aquello era cierto. Doblaron unaesquina y pasaron junto a un grupo deespectros reunidos alrededor de unamesa de Tetra Jack. Unas cartasmetálicas brillaban sobre sus cabezas ycaían en cascada, lo cual le recordó aAmbrose la partida que solía jugar cada

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mes con Len y con algunos asociados deprogramación antes de que le echaranpor ganar demasiado a menudo. Suhabilidad con el flujo de procesos,sumada al hecho de ser la creacióndefinitiva del espeluznante genio quehabía dado forma a su identidadcorpórea, le convertía en un rivaltemible jugando al Tetra Jack. Y ahoraaquella habilidad había desaparecido.Percibía su ausencia en la mente,palpitando como el miembro fantasmade un amputado. ¿Y si el procedimientolo hubiera anulado para siempre?

Cuando dejaron atrás a losjugadores, Ambrose recibió una vaga

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impresión de sus secuencias depensamiento combinadas y seestremeció ante aquella desesperación.

—Ludópatas —murmuró Takashi.—Todos tenemos nuestras

adicciones —dijo Sonia—. Tú juegas arol con las Guerras Saturninas, otrosjuegan a Tetra Jack.

Ambrose echó una mirada de reojo aSonia, escéptico ante su tono seguro ymaternal. Le recordaba más a uno de susamigos mayores que a Takashi o aMistletoe. Se preguntó quién seescondería tras el perfil de Sonia Carter,y si su máscara sería tan evidente comola de ella.

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A lo mejor le daba demasiadasvueltas.

Giraron otra esquina y entraron en elvestíbulo de un hotel barato, decoradocon motivos florales por todas partes ypapel caduco en las paredes. La mascotaUniPet de Sonia le acarició el tobillocon el hocico.

—Qué majo es —dijo él.—Maja. Y algún día, muy pronto,

quizá todos seamos como ella.—¿Mascotas?—No. Puede que solo existamos en

Unison.Al otro lado de Sonia, Takashi se

esforzaba en mostrar una sonrisa

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orgullosa. Su sombra del ánimo brillabacon fuerza. Le había presentado aAmbrose la amiga idónea, y lo sabía.

—¿Quieres decir... la inserciónpermanente? —preguntó Ambrose.

Sonia miró a Takashi, que seencogió de hombros.

—Bueno, he oído hablar de eso —seapresuró a decir Ambrose—. Todo elmundo lo comenta.

—Ya —respondió ella—. Oye,Adam, ¿por qué estás aquí?

—Takashi no... Supongo que essimple curiosidad, y Takashi pensó quepodrías resolvérmela.

—Lo que te pregunto es... ¿Por qué

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decidiste crearte una cuenta?—Antes no teníamos dinero

suficiente. Mi padre ha conseguido unnuevo trabajo, así que para micumpleaños...

—Eso es cómo has llegado hastaaquí. Yo te pregunto por qué.

Por un momento Ambrose se quedósin habla. No se esperaba que leinterrogara. Ahora estaba seguro de queSonia era la máscara de un usuario másmayor.

—Porque todo el mundo está aquí —respondió por fin—. Tenía la sensaciónde ser la última persona de Puerto delEste sin un perfil, ¿sabes?

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Por el tono gélido que adoptó susecuencia de pensamiento —un fríotangible que se le instaló tras los ojos—se dio cuenta de que Sonia habíaquedado decepcionada con su respuesta.Tendría que ser más específico siesperaba aprender algo útil. Jugar adetectives partiendo desde el peldañomás bajo de Unison —sin interfaz deadministrador, sin accesos, sin red deAmigos— le resultaba tan extraño comolo sería el mundo supra-bóveda paraMistletoe. Sintió rabia hacia su inútilidentidad como amante de los muebles yde las manzanas, y tuvo que reprimir lasganas de teletransportarse.

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—Lo siento —se disculpó—. Laverdad es que nunca lo había pensado.Lo que quiero decir es que Unisonparecía como...

Siguió a Sonia y a Takashi yatravesó una puerta que los llevó a latribuna superior de un antiguo estadioromano. Las duras gradas de granitodaban a un campo de juego ovalado conel suelo de arena prensada. Aquel lugarestaba desierto. Se sentaron. Sonia lemiró, expectante.

—Parecía como si me estuvieraperdiendo algo importante —prosiguió—, y si esperaba mucho más paraapuntarme, podía ser diferente... no sé,

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podía quedarme tan lejos que quizánunca pudiera ponerme al día. Porque heoído que ya lo han modernizadobastante, ¿no?

Se felicitó por el anzuelo que leshabía echado con su discurso. Lasprofesionales independientes comoSonia siempre estaban al tanto de losrumores sobre Unison. Si su padrehubiera estado operando fuera de loslímites de UniCorp, ocultándoles suproyecto personal a Ambrose y a losdemás asociados, quizá Sonia hubieraoído algún comentario. La observómientras sacaba el pie derecho de labota y trazaba una línea en la arena con

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el dedo gordo del pie. En un extremo dela arena apareció un león que se dirigiótranquilamente hacia el centro, donde sedejó caer y apoyó su enorme cabezasobre las patas delanteras.

Takashi se agachó y trazó una líneaparalela con el dedo. Un gran dragónrojo con el cuerpo cubierto de escamasy las alas plegadas a los costados delcuerpo salió a la arena desde el otroextremo. El león levantó la cabeza y sequedó mirando atentamente al dragón.

—Bueno —le dijo Sonia a Ambrose—. Para mí es básicamente cuestión denegocios. ¿Dónde si no puede ganartanto dinero una chica de quince años?

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Ahí fuera, necesitas patentes y equiposde ingenieros. Aquí dentro solonecesitas la materia prima, las ideas ylos conceptos.

«Si tú tienes quince años, yo soyAdam Trevor».

—Pero tú no programas lasaplicaciones sola, ¿no?

—Soy subcontratista de UniCorp.Ellos hacen el trabajo preliminar y sequedan con una parte.

—¿Así que en realidad no eres unadesarrolladora independiente? —preguntó Ambrose, sorprendido ante sucandidez.

—Tanto como cualquier otro,

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supongo. Si te crees que UniCorp noparticipa en lo que creas aquí dentro,vas servido.

—Como el CLIM —intervinoTakashi—. Es un espacio creado ygestionado por los usuarios, peroUniCorp podría desenchufarlo cuandoquisiera. Todo esto... —dijo, señalandoal león y al dragón, que empezaron arondarse el uno al otro con prudencia—podría desvanecerse en unmicrosegundo.

—¿Y por qué iban a hacer eso? —preguntó Ambrose.

—Quién sabe lo que les pasa por lacabeza —dijo Takashi.

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Sonia le lanzó una miradafulminante. La sombra del ánimo deTakashi se encogió tras la grada. Élcentró su atención en la arena, donde eldragón había extendido un par deenormes alas translúcidas surcadas porunas venas encendidas. Las agitósuavemente, apenas lo necesario paralevantar el cuerpo del dragón porencima del león pero manteniendo elcontacto con el suelo a través de la cola.El león pateó la arena.

—¿Lo que le pasa por la cabeza aquién? —preguntó Ambrose, aunque losabía.

Sonia se mordió el labio y le hizo un

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pequeño gesto a Takashi con la cabeza.Él sonrió, y Ambrose percibió unatremenda activación en la secuencia depensamiento de Takashi.

Takashi Nakamura quiere sangre deleón.

El dragón extendió las alas y se lanzóhacia el cuello del león. El león serevolvió y el dragón clavó los dientes,afilados como dagas, en el peludo lomodel león. El felino rugió, y a su llamadarespondió un coro de rugidos. De unaspuertas ocultas aparecieron decenas deleones que se abalanzaron sobre el

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dragón, que aleteó con desesperaciónpara elevarse, agitando la larga colaroja ante aquellas mandíbulas que lelanzaban mordiscos. El dragón chilló ytambién consiguió refuerzos, queaparecieron volando por encima de lavetusta pared de piedra del estadio, enun despliegue de escamas rojas,amarillas y verdes.

Ambrose comprendió la treta:estaban creando un buen jaleo paraocultar una conversación que resultabaarriesgada en el seno de Unison. Unabatalla como la que se libraba a sualrededor podía confundir a losobservadores de UniCorp durante unos

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minutos preciosos.—Martin Truax —dijo Sonia por fin

—. El creador. La mano que lo creatodo y se lo lleva todo.

—¿Qué le pasa?—Lo que se habla entre los

profesionales independientes como yoes pura especulación. Mitad cháchara,mitad estrategia, pensada para despistara la competencia, para encontrar unhueco para tus propias ideas, adelantartea otros. Pero últimamente está máspirado que nunca. Como si se hubieraaislado, y ni siquiera sus asesores sabenqué trama, porque quiere sacar laVersión 3.0 sin avisar a nadie, borrar de

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un plumazo todo lo que había antes.Cambiar a miembros de su propioconsejo. Borrar perfiles. La gente diceque no habrá preaviso. Ningunapreparación. De pronto, ¡zap!, anunciala actualización, y al final a nadie leimporta la gran emboscada, porque lasoportunidades cambian lasposibilidades del juego de un modoinimaginable.

—Unison 3.0 será como...«Humanidad 2.0» —dijo Takashi, en untono solemne, repitiendo alguna fraseque habría oído por ahí—. ¡Agáchate!

Ambrose y Sonia se echaron haciaun lado para evitar una cola amarilla de

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dragón que pasó como un latigazo ydesapareció tras la pared superior. En elambiente quedó un rastro de humo acre.

—¿Y cuál será la gran innovación?—preguntó Ambrose—. ¿Qué funcióntendrá?

Sonia recogió a su mascota UniPet,que seguía jugando con la sombra delánimo Takashi, y se puso aquella bolitapeluda en el regazo.

—Mi teoría es que Unison está apunto de convertirse en la primeraagencia de viajes interdimensional, conla que te podrás teletransportar acualquier lugar de Puerto del Este, a laExpansión del Gran Londres, a alguna

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base extraterrestre en Saturno... o quizásincluso a lugares que no estánexactamente en el mapa.

—¿Como cuál?—Quién sabe. Ya te he dicho que no

son más que rumores.—Y nuestro querido Marty no va a

dar ninguna rueda de prensa paraaclarárnoslo —apostilló Takashi.

Por primera vez en su vida,Ambrose vio al hombre que conocíacomo su padre desde una perspectivaexterior. Martin Truax parecía un ser tanlejano e impenetrable como las paredescubiertas de hiedra de su finca enUnison.

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—Ya, supongo que nadie va apresentarse en Greymatter así, depronto, a preguntar.

La secuencia de pensamiento deSonia volvió a enfriarse.

—Eres el primer nuevo usuario queconozco que conoce el nombre de lafinca del creador.

Su mascota le miró, escéptica, conlos ojos entrecerrados. En la arena, losleones se retiraban, lamiéndose lasheridas. Los dragones se elevaron en elcielo en formación en V ydesaparecieron por encima de las gradasdel estadio. Ambrose había inquietado aSonia, y no parecía que quisiera seguir

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hablando con él.—¿Y qué se dice sobre cuándo va a

producirse la actualización? ¿No sehabla de eso?

—Bueno —dijo ella, distante, altiempo que se levantaba—, es curiosoque lo preguntes.

—¿Y eso?—Porque resulta que algunas

personas de mi confianza creen que elmecanismo ya está en marcha.

—¿Y cuándo cree esa gente que haempezado?

—Ayer.Sonia dio media vuelta. Él la siguió

hacia una puerta con el rótulo SALIDA

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en forma de casilla, al estilo pre-Unison.Ella se detuvo y se giró, vacilante.Ambrose prácticamente veía susecuencia de pensamiento: «¿Debodecirle que sé que va tras algo másgordo, o lo dejo estar?».

—Deberías ir con más cuidado —dijo por fin—. No sabes con quién te lajuegas.

Ambrose parpadeó, sorprendido.Mientras hablaba, una U dorada deUniCorp apareció en la solapa de lachaqueta de Sonia. Volvió a parpadear,y la U desapareció.

A sus espaldas, Takashi dijo:—Hey, Adam.

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Ambrose se giró. El cabello lacio ynegro de su Primer Amigo había dadopaso a los rubios rizos despeinados deMartin Truax. Takashi dio un paso atrás.

—Adam, ¿qué pasa?Ahora la boca de Takashi también se

había convertido en la de Martin:aquella sonrisa de estrella del cine, consus dientes blancos y brillantes.Ambrose sintió una mano sobre elhombro, vio la U grabada en el gemelode oro de la manga y se giró, aterrado.

Sonia llevaba el traje de su padre.Tuvo que hacer un esfuerzo para

contener una sensación de náusea que, apartir del estómago, se le extendía por

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todo el cuerpo, paralizándolo.—Esto no va bien... —dijo Sonia,

dando un paso atrás—. Todo esto estámal.

Ambrose cayó de rodillas y sintió elcontacto con el suelo de piedra delestadio, blando y elástico.

—¿Sonia? —gritó Takashi.Los ojos de gris acero de Sonia se

estrecharon, adoptando una expresión derabia. Los rasgos de Martin Truaxintentaban eclipsar los suyos propios:una piel bronceada con una cuidadabarba de tres días sobre su suave cutis.

—¿Adam? —La voz de Sonia sehabía convertido en un gruñido

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autoritario de Martin—. ¡Dime qué ves!Ambrose apartó la mirada, mientras

los anchos hombros de Martin llenabanel traje. Ambrose intentó arrastrarse,pero las manos le pesaban demasiado.Bajó la mirada y gritó: estaban clavadasa la arena con unos gemelos gigantes conuna U y unos pinchos gigantes que leatravesaban las palmas. En algún lugar,en la distancia, Sonia gritó:

—¡Teletranspórtate, Takashi!Ambrose sintió su brusca salida

como un leve roce en las fosas nasales.

Sonia Carter ha pasado a estadofísico.

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Takashi Nakamura ha pasado a estadofísico.

Ambrose estaba solo. De pronto teníalas manos libres. Se puso en pie comopudo. Uno de los dragones verdes deTakashi estaba sentado en la grada degranito, con las alas perfectamenteplegadas contra los costados cubiertosde escamas.

Ambrose dio un paso atrás. Elcerebro le iba a toda velocidad; la vistale fallaba. Su perfil era en aquelmomento algo distante y sin importancia,un vago recuerdo.

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—Oh, no...La alargada cabeza reptiliana del

dragón estaba cubierta con el rubiocabello ondulado de su padre. Se giróhacia él y le sonrió, mostrando sendasfilas de dientes blancos perfectamentemodificados. En la punta de cada alabrillaba un gemelo con una U.

Cuando el dragón habló, lo hizo conla voz de su padre, que reverberó milveces:

—Papá está muy disgustadocontigo, Ambrose.

Él dio una palmada y seteletransportó.

El estadio romano desapareció,

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como si no fuera más que un cuadrocolgado que le hubieran quitado depronto de delante. El espejo que dividíasu mente entre las percepciones a tiemporeal y su perfil se hizo añicos, dejandoen su lugar un caos momentáneo.Entonces comprendió que él eraAmbrose Truax, que estaba suspendidoen el interior de un tronco de cableshueco muy por debajo de las calles dePuerto del Este, y que sentía un dolorinsoportable.

Parpadeó y volvió a la realidad.De las heridas que tenía en las

palmas de las manos le salían unosrastreadores que le quemaban y le

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provocaban un dolor penetrante en losbrazos.

A su alrededor flotaban secuenciasde datos externalizadas. Oyó los jadeosroncos de una persona que se esforzabapor respirar y entonces se dio cuenta deque esa persona era él mismo. Tenía lasmanos paralizadas, colgando a los ladosdel cuerpo. Con un nudo en el estómago,recordó la imagen de los gemelos deUnison. ¿Qué había pasado? Era como sisu padre estuviera en todas partes y enninguna a la vez.

No era su padre, recordó. Ya no loera.

—¡Sacadme de aquí! —gritó.

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Oyó unos pasos inciertos que seacercaban. Eran irregulares, como sialguien arrastrara una pierna. ¿Cojeabauno de los hermanos? El tronco decables se abrió. Ivor metió la cabeza yle mostró aquella sonrisa de finos labiosque tanta rabia daba.

—Espero que la visita haya sidoproductiva.

—Sácame de aquí.El viejo se encorvó para entrar entre

los cables y luego se irguió paradesconectar las palmas de las manos deAmbrose del núcleo emisor de señal.

—Puede que sientas un cosquilleo.Ambrose apretó los dientes mientras

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Ivor sacaba un largo cable de debajo deuno de los vendajes de su mano derecha,y luego del de la izquierda. Los ojos sele llenaron de lágrimas. Ivor le quitó lasvendas de las maltrechas palmas y leaplicó un potingue apestoso antes deponerle vendajes limpios. El dolordisminuyó. Ambrose movió los dedos.Ivor se giró y salió del tronco de cablessin decir palabra. Ambrose le siguió.

Lo primero que observó era que ellaboratorio apestaba. Tras la serie deolores perfectamente calibrados quehabía experimentado en Unison, el túnelsubterráneo olía a humedad, a tierra y arancio. Lo segundo que observó fue la

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pronunciada cojera de Ivor, que desdeluego no tenía antes.

—¿Qué ha pasado? ¿Dónde estáMistletoe? —Miró a su alrededor y novio a la chica, ni el scooter—. ¿Y dóndeestá tu hermano?

Ivor se dejó caer en un desvencijadosillón verde que había colocado frente alos teclados pre-Unison. El perro-cabrase acercó al trote y se acurrucó a suspies, descansando aquella cabeza concuernos sobre sus patas peludas.

—¿Qué tal marcha tu investigaciónpreliminar? —preguntó Ivor.

—Pasó algo... No puedo describirlo.Mi padre estaba por todas partes, o más

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bien partes de él. Era como si formaraparte de la infraestructura, parte deltejido, algo imposible, lo sé. Pero...nunca he visto nada parecido.

«Papá está muy disgustado contigo,Ambrose».

Tuvo un escalofrío.—Hmm —dijo Ivor, como si

Ambrose acabara de describir unacomida excepcional.

En aquel lugar también pasaba algo.Se giró hacia la entrada del laboratorio,los montones de maquinaria pre-Unison,la puerta de hierro en el extremo. Desdeluego, el scooter había desaparecido...

Se giró hacia Ivor, casi esperándose

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que su cabello blanco se hubiera vueltorubio, que su nariz deforme y abultadase hubiera convertido en un triánguloperfectamente esculpido. Pero Ivorseguía siendo Ivor. Ambrose lo observómientras él se frotaba la espinilla através de los pliegues de su túnica gris.

—¿Qué le ha pasado a tu pierna?El perro-cabra dio un respingo. Ivor

hizo una mueca.—Un accidente, mientras tú estabas

fuera.De pronto, Ambrose sintió a la vez

un arranque de proximidad y derepulsión. Era una sensación familiardesde su infancia, una emoción de

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profundo conflicto que nunca habíaconseguido entender del todo. Peroaquello solo significaba una cosa: quesu hermano estaba cerca. Prácticamentepodía oler sus MentaPlus extrafuertes.

Ambrose se acercó al viejo.—¿Qué es lo que has hecho,

mentiroso...?—No es culpa suya, hermanito —

dijo Len, saliendo de una puerta a laderecha, junto a un coche de gasolinadiseccionado y vuelto del revés.

Entró en el laboratorio, flaqueadopor ocho robustos asociados deseguridad vestidos con chaquetas negrasde UniCorp con porras paralizantes en

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la cadera y disruptores de asaltocolgados a la espalda.

Len posó la mirada en las manosvendadas de su hermano y luego le miróa la cara otra vez.

—Es hora de volver a casa.

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9

EL RELOJERO

¡MISTLETOE!«Ma bah!». Se escondió aún más

entre las sombras de la puerta a lachatarrería de Jiri. De todos losmomentos que tenían los imbéciles desus vecinos para saludarla, aquel sinduda era el peor.

—¡Oye, Mistletoe!A aquel gordito le llamaban Champú

porque era lo que parecía que decía

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cada vez que estornudaba. Tenía ocho onueve años y no debía de tener padres.Era alérgico prácticamente a todo, y sucara estaba cubierta de curiosasmanchas de suciedad permanente, comoun dálmata. A veces Mistletoe le dabarestos de comida de casa de Dita.

El chico se abrió paso entre eltráfico de la ciudad subterránea.Mistletoe no podía permitir que laacorralara en la puerta —quienestuviera dentro podía abrirla encualquier momento—, así que se fuehasta el otro extremo del escaparate.Con un rápido vistazo vio que en elinterior la luz seguía agitándose. Se

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preguntó si el ladrón habría oído aChampú llamarla por su nombre.

Champú se acercó a ella y se detuvoresoplando. Olía a fruta pasada. De lanariz le colgaba un moco.

—¡Hey, Mistletoe! ¿Dónde hasestado?

—Ven —le dijo, agarrándole por unbrazo rechoncho.

—¡Ay! ¿Qué haces? ¡Me hacesdaño!

Se lo llevó hasta doblar la esquina yse detuvo tras unos setossorprendentemente verdes y sanos.Empuñó la porra y lo empujó contra lapared.

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—¿Q... Qué...?—Escúchame, Champú: tú no me has

visto aquí. Tú no sabes qué ha sido demí, pero ya no estoy por aquí. Me he idode Little Saigon para siempre. Nadiesabe adónde he ido. ¿Te has enterado?Asiente una vez si crees que lo haspillado.

Los ojos se le llenaron de lágrimas.Mistletoe pensó en el pajarillo quehabía caído frente a su scoot. Tanminúsculo y delicado.

—Tú simplemente asiente, Champú.El chico asintió varias veces. La

cara se le llenó de lágrimas, queabrieron unos pálidos regueros a través

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de la suciedad. Mistletoe le dejómarchar. Él se limpió la cara con eldorso de la mano, pringándosela toda.

—Ven —dijo—. Déjame que te vea.Quiso limpiarle con el extremo de su

manga, pero el chico se escabulló ysalió corriendo a la calle llena de gente.Mistletoe resistió la tentación de salirtras él y explicarle que en aquelmomento era peligroso ser su amigo. Aambos les iría mejor si él le tenía miedosin saber por qué.

Dobló la esquina y se apostó contrala fachada de la floristería abandonada.El poli de arriba que la habíaperseguido antes —el del sombrero—

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aguantaba la puerta para que pasara sucolega, Pelirrojo. Mistletoe se hizo unovillo, como si fuera un pordiosero sub-bóveda más durmiendo en la calle.

Abrió un ojo y vio cómodesaparecían los polis y se mezclabanentre la multitud. Quizá Champú lehubiera salvado la vida: no contaba conque hubiera dos personas dentro, y sihubieran abierto la puerta y se lahubieran encontrado allí, la habríanpodido reducir pese a ir armada.

Se imaginó al pequeño Champúescondido en algún callejón,preguntándose por qué la chica quesiempre se había mostrado tan amable

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con él se había vuelto de prontomalvada. «Aléjate de mí —pensóMistletoe—. No soy quien te crees quesoy».

«Ni siquiera soy quien yo creía queera».

Unos minutos después de que lospolicías hubieran desaparecido,Mistletoe se sentó y escrutó elpanorama. No veía rostros familiares.Se acercó a la puerta de la chatarrería yprobó a abrir. Sombrero y Pelirrojohabían cerrado al salir. Junto a la puertahabía un panel cuadrado, algo másoscuro que el resto de la pared. Lodeslizó hacia un lado y apareció un

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teclado. Introdujo la contraseña de Jiri yapoyó el pulgar contra una pequeñaplaca de cristal. Jiri era un tipo solitarioy reservado, pero confiaba en ella.

La puerta se abrió y ella entró en latienda, donde se detuvo de golpe a laespera de que aquel horrible correteoacabara. El local estaba infestado decucarachas que salían corriendo entodas direcciones cada vez que un serhumano interrumpía su fiesta. Esperabaque al menos les hubieran hecho pasarun mal rato a los polis.

Cuando el silencio volvió a latienda, atravesó rápidamente un pasillolleno de tostadoras, dejó atrás un

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barreño lleno de teléfonos móviles yllegó hasta un trastero al fondo de latienda. Allí descubrió un segundoteclado. Jiri de ningún modo le habríadado acceso a su arsenal particular,pero ella le había espiado y habíadescubierto la combinación. Esperó aoír el clic y abrió la pesada puerta conlas dos manos.

Una luz tenue en el fondo del largotrastero iluminaba dos lisos estantes conarmas metálicas: porras paralizantescortas como la que le había quitado aIvor, largos disruptores huecos que sepodían ajustar al antebrazo y acabadosen punta sobre el puño; pistolas en

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forma de L con piezas pre-Unison.Escrutó el surtido de disruptores hastaencontrar el más pequeño. La funda, decolor gris, presentaba profundos rayazosque dejaban a la vista el chapadoplateado de debajo.

«Haces juego con Nelson», pensó,metiendo la mano por dentro hasta queel tubo le cubrió el antebrazo. Cerró elpuño y la punta naranja se extendió pordelante de sus nudillos, en posición dedisparo. Abrió la mano y la punta volvióa retraerse, con lo que el arma quedabaoculta bajo la manga.

—Necesitas un nombre —murmuró.Pero no se le ocurrió nada.

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Junto a los estantes Jiri teníaapiladas unas cajas de municióncubiertas de polvo. Mistletoe se agachópara ver las viejas balas y al hacerlo diouna patada con el zapato a un objetometálico, que salió despedido por elsuelo. Golpeó la pared con un ruidoalarmante. Las cucarachas volvieron aesconderse. Se agachó y se encontró conuna caja de metal rectangular del tamañoy el peso del desvencijado diccionarioque guardaba en casa Jiri. La sacudió.Lo que hubiera dentro se movió con unruido apagado. Le dio la vuelta a lacaja, pero con aquella luz tan tenue noveía el mecanismo de cierre. Y el metal

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no tenía uniones: la caja estaba soldaday precintada. ¿Qué podía ser tanimportante para Jiri para haberloencerrado en el interior del trastero delas armas?

Con el disruptor bajo la manga y lacaja en la mano, salió del trastero, cerróla pesada puerta y esperó a que lascucarachas se reposicionaran en laoscuridad. Entonces avanzó con sigilopor el pasillo, dejando atrás el sillón demasajes que Jiri no dejaba que nadiecomprara de lo mucho que le gustaba.Ya en la puerta, echó un último vistazo ala tienda, la abrió solo un poco y echóun vistazo a la calle. No había rastro de

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los polis. Quizá la observaranescondidos desde algún sitio, pero aquelera un riesgo que tendría que correr.Salió y cerró la puerta tras ella.

De vuelta en el lúgubre espacio bajoel porche donde había dejado a Nelson,Mistletoe pasó un dedo por cadacentímetro de la caja, buscando la másmínima imperfección en la chapa demetal. Nada. Solo podía hacer una cosa.Cerró el puño y el disruptor asomó bajola manga, envolviéndole la mano. Corrióel seguro con el pulgar. Las vibracionesle hacían cosquillas en el brazo y leentumecieron la nuca. Se sacudió laextraña sensación de encima agitando

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los hombros y apoyó el pulgar contra laparte inferior del panel corredizo —mínima potencia, apenas un chispazo—y las vibraciones desaparecieron y seconvirtieron en un temblor distante.Cerró un ojo, apuntó hacia la caja y echóel codo atrás.

El espacio bajo el porche se iluminócomo con una luz como la de la mañanapor encima de la bóveda. La caja saltópor los aires, golpeó contra el techo y seabrió, cubriendo la calle de papeles,como las hojas de los árboles frente a lacasa de tía Dita. Mistletoe se apresuró arecogerlos a medida que caían. Laspocas páginas que no habían quedado

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fritas con el disparo estaban escritas conel garabateado típico de Jiri. Recuperólas que aún se podían leer y se arrastróhasta el extremo del porche, dondellegaba algo de luz de la calle. La mitadintacta de la primera hoja que tenía enlas manos decía:

2230. Últimos preparativos listos.Operación a punto.

2300. Solo somos cuatro para esterescate: J, P, D, D. Arriba en una hora.Llegada al hospital 0200. Liberarsujetos del laboratorio 0230. Sindisparos, si conseguimos sorprenderlos.

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Si no, quizá muramos. No máspreparativos. Acción. Carpe somnium.

Mistletoe pensó: J = Jiri. D = Dita. Y elrescate tuvo que ser el suyo propio. Esosignificaba que aquellas notas teníanquince años, como ella. ¿Pero quiéneseran los otros, la P y la otra D?

Pasó la página. La caligrafía de Jirise volvió aún más movida:

0530. Informe de estado:P abatido. Un único disparo al sistemanervioso.Sujeto mujer liberado. Informaciónerrónea sujeto varón. En otro hospital.

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En otro laboratorio. Imposible saberlo.

Mistletoe pensó en el sueño quecompartía con Ambrose. Lo que era solosuyo era la segunda parte: se agarraba alpecho de Jiri, que corría con ella enbrazos, disparando, mientras a ella aúnle colgaban los cables de la cabeza,hasta los hombros.

Sujeto mujer liberado.Así que simplemente habían entrado

por la fuerza y se la habían llevado dealgún escáner estéril de UniCorp. Lasmanos le temblaron. Varias páginas sehabían convertido en papel quemado.Revisó las que quedaban: gráficas de

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ventas detalladas; informes deinventario; recibos amarillentos.Listados de palabras en inglésoccidental escritas con la caligrafíaprecisa y limpia de la tía Dita. Cat.Bird. Dog. Fish. Junto a cada palabrahabía un sencillo dibujo de cada animal.Las antiguas fichas educativas de Dita.

Información errónea sujeto varón.Pensó en Ambrose, atrapado dentro

del tronco de cables, con las manosensangrentadas conectadas a Unison.Quizás hubiera sido un error dejarle.Ojalá estuviera allí. Mientras aplastabalos restos de papel carbonizado con susbotas, se preguntó si debería volver al

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laboratorio de los dos hermanos. Sacó aNelson de debajo del porche y, cuandoestaba a punto de ajustarse las gafas depiloto, lo vio: un reloj de muñeca pre-Unison rojo que había salido disparadode la caja. Lo recogió. Aún estabacaliente. La correa estaba retorcida yquemada. La órbita, cuadrada, noindicaba nada; solo presentaba tresletras negras: CPE.

Le dio la vuelta y lo examinó.¿Cómo daría la hora? Si es que daba lahora, claro. Tenía cinco minúsculosbotones plateados en el lateral. Losapretó, uno tras otro. No ocurrió nada.El reloj era su única pista sólida, y lo

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había roto antes de que pudieracomunicarle su secreto. Le dio ungolpecito contra el panel que protegía latransmisión de su scooter, hábilmentereconstruida.

—¿Tú qué crees, Nelson?Pasó un dedo por los tres pequeños

abalorios que colgaban del collar quellevaba bajo la blusa. Si Sliv podíareparar un scooter supra-bóveda, sinduda podría hacer algo con una cosa tansencilla como un reloj.

—Sí, ese chico —dijo, dándole unapatadita a Nelson—. Ya sé. Calla.

Media hora más tarde, se lanzó en

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picado por el lateral de un bloque,sumergiéndose en el corazón de Río II.Nelson carraspeó bajo su peso,protestando por aquella velocidadtemeraria. Mistletoe se abrió paso hastala primera posición de una caravana descooters que competían por ganar metrosentre el denso tráfico. Las lentes de susgafas de piloto recogían salpicadurasrojas y negras que se fue quitando con lamanga. Río II tenía un problema con losmosquitos.

Se metió a toda velocidad por uncallejón que olía a tripas de pescado. Alsalir se encontró frente al viejo Hospitalde Veteranos de la Guerra Saturnina,

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plantado ante ella como una arañagigante, con largos pasillos que partíande la deteriorada cúpula central. Allíhabía menos gente —incluso los que nocreían en fantasmas se mantenían lejosdel hospital abandonado—. Según Sliv,era el lugar perfecto para pasar lanoche.

Recorriendo en un momento una delas patas de araña llegó al punto dondeél le había sorprendido con el collar:una vieja puerta de acceso mediodesencajada en la planta baja. Bajo elagujero, en forma de triángulo, unasescaleras de cemento se perdían en laoscuridad.

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Apagó el motor de Nelson. Elsilencio relativo —las voces confusas,convertidas en un murmullo lejano, losmotores de los scooters convertidos enun gemido sordo— le recordaron lacarretera de transporte que usaban losmedios de inteligencia artificial para eltransporte de basura. Saltó del scooter y,con Nelson bien cogido, bajó lasescaleras que tenía delante, usando elfaro como linterna. Sintió el peso deldisruptor en el interior de la manga.

El túnel estaba vacío. Tambiénestaba muy limpio; allí no había nirastro de la suciedad y los escombrosque se amontonaban por todos lados en

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la parte sub-bóveda de Puerto del Este.Solo había cemento gris y liso hastadonde se perdía la vista. Apoyó aNelson contra la pared y esperó. Supresencia no pasaría desapercibidamucho tiempo.

Un ruido en la oscuridad, frente aella: Tap-tap. Tap-tap-tap.

Contuvo la respiración y escuchó.Otra vez, más cerca: Tap-tap-tap-

tap.Casi esperaba que apareciera un

ciego de la oscuridad y que pasara a sulado a toda prisa, tanteando el suelo consu bastón. Pero lo que apareció en lasuperficie iluminada por el faro del

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scooter fue un insecto metálico deltamaño de un perro pequeño. Por patastenía pistones de titanio que se movíanadelante y atrás desde la articulación delas rodillas. Su cabeza era una cámaraconectada por dos cables a algún tipo debatería alcalina que llevaba a laespalda. La cámara escrutó a Mistletoede pies a cabeza una vez, y luego otra.Tres engranajes plateados, conectadoscon la batería, giraban al ritmo de losmovimientos de la cámara.

Mistletoe saludó con la mano.—Hey, Sliv —dijo.Su voz resonó en el túnel. Por un

momento le pareció que el insecto la

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miraba a la cara; luego volvió a sumirseen la oscuridad.

Otra vez sola, apretó el puño y latapa del disruptor se deslizó, asomandobajo la manga. El insecto volvió aaparecer, acompañado por un discoredondo de plástico sobre ruedas quechocó contra la pared, cambió dedirección, golpeó contra la otra pared ypor fin se paró a sus pies. Un antiguoaltavoz estéreo atado al disco cobróvida. A su lado, giraban tres engranajesplateados.

—No esperaba que fueras tú, Anna—dijo el altavoz.

Reconoció la voz de Sliv tras el

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ruido de las interferencias.—Soy Mistletoe.—¿Qué es eso?—Mi nombre.—Lo había olvidado. Bonita arma

llevas ahí. ¿Has ido de compras?—Algo así. —Abrió la mano y el

arma se retrajo—. Escucha, Sliv,necesito que me ayudes.

El altavoz soltó una ráfaga deinterferencias. Mistletoe se encogió.

—¿Puedo entrar para que hablemos?Más carga estática. El insecto y el

disco parlante se retiraron en laoscuridad. Esperó unos minutos arecibir algún tipo de instrucción más, y

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ya empezaba a adentrarse en el pasillocuando oyó el eco de unos pasos que seacercaban.

Sliv apareció, y Mistletoe tuvo quetaparse la boca para contener un grito.La carne de su brazo izquierdo habíadesaparecido, dejando a la vista unaserie de engranajes metálicos como losde las patas del insecto-cámara. Enlugar de mano, tenía tres mecanismos deun plateado brillante convergentes quedejaban un hueco en el centro.

—Yo también me alegro de verte —dijo él.

Mistletoe se dio cuenta de queprobablemente tenía los ojos como

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platos.—No es nada nuevo; ahí fuera

siempre llevo manga larga —explicó,señalando hacia la entrada del túnel conla cabeza.

—Pero la mano...Señaló una especie de balas gigantes

que le colgaban del cinturón. Sacó una yse la encajó en uno de los mecanismosal final del brazo. La funda encajó yaparecieron unos dedos de carne. Losagitó.

—¿Eso lo has hecho tú?—Mm-hmm —respondió—. No fue

difícil.—¿Tecnología supra-bóveda?

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Sliv se apoyó contra la pared y seapartó el flequillo de los ojos,sujetándoselo tras las orejas.

—De la buena —dijo.Mistletoe se lo quedó mirando. ¿Era

el faro, que le creaba una sombra bajo lanariz, o acaso Sliv estaba dejándosebigote?

—Todo esto es piel original mía —dijo mientras se señalaba el rostro.

Ella apartó la mirada y pensó enAmbrose con su traje de negocios, supeinado cabello rubio y sus dientesperfectos, y se dio cuenta de queacababa de compararlo con Sliv sinproponérselo.

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—Lo siento —se disculpó.—No tienes por qué.Se sacó el reloj quemado del

bolsillo y se lo pasó a Sliv:—¿Alguna idea de lo que es esto?Él limpió la mancha negra de ceniza

con la manga y dejó al descubierto elresto de la inscripción: UCPE. Entoncesse acopló otra funda a su manomecánica. Apareció una serie dedestornilladores y llaves en miniatura enlugar de los dedos. Levantó la tapacuadrada del reloj. Mistletoe se echóhacia delante, intrigada.

—Me tapas la luz —dijo él, sinlevantar la mirada.

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Ella apoyó la espalda en la paredmientras él curioseaba en el interior delreloj con un minúsculo destornillador.Unos segundos más tarde, cerró la tapa yapretó uno de los botones plateados.

Una explosión, como la de unabombilla pre-Unison, llenó el túnel deluz blanca con un chisporroteo y unaserie de destellos que finalmentedejaron una luz flotando en el aire entreellos. Sliv sacudió el reloj y lo golpeóuna vez contra la pared de cemento. Elchisporroteo se convirtió en minúsculosbloques de texto blanco sobre unapágina externalizada de luz azul.

—UCPE es Universidad Central de

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Puerto del Este —dijo Sliv, bañado porla pálida luz azul—. Y esta cosa es unaantigua base de datos para los trabajosde clase. Estudios de investigación,deberes y cosas de esas. Tiene unoscuantos años; dejaron de usarlas cuandola mayoría de los estudiantes seimplantaron conexiones integradas.

Mistletoe echó un vistazo a lapágina. Tenía un encabezamiento:

CLASE # E-56.8

EL MERCADO DE TRABAJOFREE-LANCE DE UNISON

PROFESORA DEIRDREO’HANLON

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Deirdre. ¿Sería la segunda D quemencionaba Jiri en sus notas?

Mistletoe solo sabía una cosa de laUniversidad Central de Puerto del Este:que se encontraba sobre la bóveda.

—Necesito ir arriba —decidió.La proyección de datos desapareció.

Sliv se cogió un largo mechón de pelorecogido detrás de la oreja y se loenrolló entre el pulgar y el índice.

—Nosotros tenemos organizada unaincursión de abastecimiento paramañana por la noche. Estás invitada, siquieres.

—¿Quiénes son «nosotros»?

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—Mi banda y yo.—Tú no tienes una banda.—Sí, sí que la tengo. Nos llamamos

los... —Miró a Nelson, luego aMistletoe, luego a la base de datos deestudio de la UCPE—. Los Relojeros.

—Buen nombre.—Gracias. Es nuevo. Como el tuyo.—Pero es que yo necesito ir arriba

ahora.Él jugueteó con otro mechón de pelo

y la observó con curiosidad.—Muy bien, Anna Mistletoe.—Es Mistletoe a secas.—Con dos condiciones. Una: me

dices por qué tienes tanta prisa por ir

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arriba. Dos: sea lo que sea lo que tienesque hacer arriba, me llevas contigo.

—Una: no puedo. Dos: tampocopuedo.

—Ya pensé que me dirías eso. Es untío, entonces. ¿Eh?

Eso le pilló desprevenida.—¿Qué? No, no es... ma bah, Sliv,

esto no tiene nada que ver con... —Suspiró—. No se trata de un tío —dijo.Se quedó pensando un momento,mordiéndose el labio superior—. ¿Túsabes de dónde vienes?

Él cruzó los brazos sobre el pecho,apoyando cómodamente la manomecánica en el hueco del codo. La

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camisa negra sin mangas dejaba a lavista el tatuaje de un reloj que sederretía sobre su hombro derecho.

—Del mismo lugar que tú —dijo—.De Little Saigon.

—Ya. ¿Y sabes quiénes son tuspadres?

—Más o menos.Ella se lo quedó mirando. Sliv

apartó la mirada.—De acuerdo —dijo—. Intentas

localizar a los tuyos.«Intento localizarme a mí misma»,

pensó. Pero en cambio dijo:—¿Te basta?—Sí —dijo, tras reflexionar un

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momento—. Me basta.

La entrada a la cámara estanca a lasafueras del Río II estaba cubierta delatas amontonadas, mantas grasientas yropa sucia. No era de extrañar que aquellugar tuviera un problema con losmosquitos. Mistletoe apoyó una mano enel manillar de Nelson y escuchó losfamiliares sonidos de la sub-bóveda,intentando aislar cada improperio, cadarisa y cada ruido de motor, por si era laúltima vez que los oía. No sabía qué eralo que más le asustaba: si el refrigeranteexprés o la posibilidad de que nuncavolviera a estas calles. Pensó en

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Ambrose, en la misma situación,cambiando su vida allá arriba por otrasub-bóveda.

—El scooter se queda —advirtióSliv.

—Me lo imaginaba.—No cabría —dijo él, a modo de

explicación.—Ya he dicho que me lo imaginaba.Soltó el manillar, pensando en todas

las tardes que se había pasado sacando aNelson por la trampilla del balcón,lanzándose bloque abajo hasta llegar alas calles. En el día que Jiri lo habíatraído a casa, reluciente a pesar de quele faltaran trozos de pintura y de que

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hubiera perdido el brillo. Se sentíacomo si abandonara a su mejor amigo.

—Ya nos ocuparemos de eso —dijoSliv.

—De él —le corrigió ella—. Y nolo desguaces para vender las piezas.

—Por mi honor de Relojero.—¡Espera! ¿Sabes qué? Está ese

niño de la calle de Little Saigon...Champú. Pregunta por ahí, loencontrarás. Dale el scooter.

—¿Champú?—Dile que es de parte de Mistletoe.

O dáselo y ya está. No importa.Sliv se la quedó mirando y por fin

asintió.

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Observaron a un grupo de gente dearriba vestidos con chaquetas deIngenieros Municipales de Puerto delEste que se movían en un grupito por laentrada. Los ingenieros acabaron susbebidas y tiraron las latas vacías alsuelo. Mistletoe entrecerró los ojos.

—Se creen que todo esto es un cubode la basura gigante.

—Tranquila... —susurró Sliv,apoyándole la mano en el hombro.

Uno de los hombres se giró haciaellos, los miró un momento con recelo yluego siguió a sus colegas al interior dela cámara estanca. La puerta bajó trasellos. A través del plexiglás, Mistletoe

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vio cómo subía el ascensor hasta que elcristal se convirtió en un tubo sólido deaceroplástico que se fundía con elbloque de infraviviendas que se elevabasobre sus cabezas. Siguió su invisibleavance a través del bloque mientrasestiraba el cuello para ver la bóveda.Una vez rebasada, la cámara abriría suspuertas a Ciudad del Este.

—¿Y cómo voy a meterme en elascensor sin una identificación? —preguntó.

Si accionaba los cables-trampainvisibles, el refrigerante exprésactivaría la alarma en una caseta deguardia cercana y en unos minutos

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acudirían policías y técnicos. Habíasido testigo de ello una docena de vecesdesde la calle: cerraban la cámara yextraían el cadáver congelado. Luego,ante la mirada de un corrillo decuriosos, tomarían la decisión de siquerían exhibir el cuerpo o destruirlo.

Sliv levantó la mano mecánica.—No lo harás, a menos que quieras

acabar con una de estas.—Eso ni hablar.—¿Sabes? Antes la cámara estanca

de Río II nunca funcionaba bien.Podíamos evitar los sensores y colarnossin problemas. Nos confiamos bastante.

—¿Y qué pasó?

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—Que lo repararon.Sliv sacó una cuchara bivalva de su

cinturón, como la de una excavadora, yse la aplicó a los mecanismos de lamano. Mistletoe le siguió por un lado dela cámara, reprimiendo las náuseas. Sehabían metido directamente entre unmontón de bolsas de basura negras. Lamayoría estaban abiertas y de ellassalían unos espesos ríos de porquería.Sintió como el hedor a podrido y ahúmedo se le colaba en la garganta.

—Esto es asqueroso —dijo, con vozahogada—. ¿Qué hacemos aquí?

Sliv usó un dedo de verdad paraabrir un lado de la cuchara bivalva. Del

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interior salieron tres llaves de cobre.Hurgó en la basura, que le llegaba alpecho, hasta que encontró algo queaparentemente le dejó satisfecho. Metióla mano en una de las bolsas. Mistletoese tapó la nariz. Tres clics casiimperceptibles, y abrió una puerta quehabía quedado oculta tras la basura.

Con un aire fingidamente solemne lehizo una reverencia y anunció:

—Princesa, su escalera le espera.Ella levantó la vista y vio los treinta

pisos que la separaban de la base de labóveda.

—Es una vieja escotilla de accesopara el mantenimiento de la cámara

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estanca —dijo Sliv—. Es una buenaescalada, pero es todo lo que tenemos.¿Estás segura de que no quierescompañía?

Por un momento deseó que Sliv leacompañara. Estaría bien ir con alguienque conociera el terreno. Pero le parecíaimposible empezar siquiera a explicarleel objeto de su viaje.

«Acabo de descubrir que fui creadapor UniCorp. Mis padres son un tubo demetal y un par de viejos estrambóticos.No estoy segura de qué sentido tiene mivida. De hecho, espero descubrirlo»,pensó.

—Tengo que hacerlo sola. Pero

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gracias.Miró al interior de la estrecha

escotilla de acceso. Allí estaban lostravesaños de metal oxidado;sobresalían de la pared de cemento.

—Oye —dijo él, al ver el collar quese le había salido de debajo de lacamiseta—, no te olvides de mí, ¿vale?

—No lo haré —respondió ella,dándole una palmadita en la manomecánica.

Ya dentro del pozo, puso el pie en elprimer travesaño y miró hacia arriba.No había ni un punto de luz que indicarala salida. Respiró hondo y empezó aponer mano sobre mano, subiendo a

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través de la oscuridad más absoluta. Unmomento más tarde, Sliv la llamó.

—¡Hey!—¿Qué?—Diviértete en la universidad.

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10

CALIBRACIÓN

AMBROSE DIJO: LEN eres unasqueroso sapo twittero.

Siempre había tenido sentimientosenfrentados respecto a Len, pero en esepreciso momento, a kilómetros pordebajo de su hogar y a años luz de suantigua vida como colegas de UniCorp,Ambrose no tenía dudas de que odiaba asu hermano. ¿Qué significaba ya suinfancia común —los tormentos, las

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burlas y los raros momentos desorprendente amabilidad— ahora quesabía que no eran familia?

—Impresionante uso del argot local,hermanito —dijo Len—. Aunque quizádeberías soltarlo con más rabia.

—Yo no soy tu hermano.—Lo sé. Pretendía suavizar el paso

a esta nueva relación entre nosotros.Flanqueado por los adustos guardias

de seguridad de UniCorp, Len tenía elaspecto de un Martin Truax más joven eimpetuoso: el cabello rubio y los rasgosangulosos eran los mismos, pero lefaltaban la sonrisa de estrella de cine yel magnetismo personal. Era poco

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probable que hubiera venido a matarle—Martin querría a su presa viva—,pero los disruptores genéricos UniCorppodían usarse como efectivas armas noletales. Si Ambrose intentaba huir,acabaría en el suelo, convertido en unabola de jalea temblorosa, antes de poderdar tres pasos.

—¿Cuánto tiempo hace que sabes loque soy?

—Un año más o menos.Ambrose visualizó una escena

absurda: Len y Martin brindando convino y carcajeándose con su chistecompartido, mientras Ambrose iba a losuyo, a ciegas, como un ratón en un

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laberinto.Dio un paso adelante. Ocho

asociados de seguridad echaron mano deocho porras paralizantes a la vez.Ambrose les mostró las manosvendadas, vacías, y se giró hacia Ivor.

—¿Con qué os ha comprado? ¿Undespacho con vistas en UniCorp?¿Acceso total al sistema?

El viejo sacudió la cabeza con gestocansado y le acarició el cogote a superro-cabra.

—Len, haz el favor de contarle laverdad antes de que le dé un tirón en lacara con esa mueca de odio tan forzada.

Len hizo un gesto con la mano al

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equipo de seguridad con aparentedesgana. Los agentes dieron un pasoatrás y se pusieron en posición dedescanso.

—Dita contactó conmigo hace unaño, Ambrose —dijo Len, adoptando eltono más cálido que solía usar a la horade hacer presentaciones ante losaccionistas de UniCorp—. Pirateó mibuzón de entrada, se saltó mi registro detransferencias, igual que hizo contigo.Todo eso del «Carpe somnium». Alprincipio no hice caso, pero había algoen el mensaje inicial que hizo que no selo contara directamente a papá.

—Mientes.

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Ambrose estaba atónito.—Tú escucha. En parte fue su propia

conducta. Tú apenas acababas deempezar a trabajar cuando él optó por lainserción permanente, así que el hombreaislado en Greymatter es todo lo que túconoces de su personaje corporativo.Pero yo aún recuerdo cuando era decarne y hueso, y era muy diferente.Ahora ya no es él.

—La transmisión me animó ainvestigar por mi cuenta. En términosestrictos, sus archivos privados noexisten, así que era todo un desafío. Yprecisamente por no poder acceder anada empecé a sospechar. Greymatter

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solía ser un lugar transparente, o almenos accesible para los asociados demayor nivel. Solía permitírsenos laentrada. ¿Te acuerdas de que hubo untiempo en que allí se celebraban lasreuniones de producción de los viernes?Ahora es una fortaleza. Hay algo ahídentro, algo enorme que no figura enninguna parte y, sea lo que sea, estáoperando fuera de los límites deUniCorp. Estos tipos —dijo, señalandocon un gesto de la cabeza a Ivor, quetenía toda su atención puesta en suespinilla— al menos me han ofrecidoalguna explicación.

Ambrose examinó a aquel ser de

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diecinueve años que siempre habíaconsiderado su irritante hermano mayor.Era difícil aceptar un mundo en el queLen fuera su aliado secreto.

—Así que sabes la verdad sobremi...

—Creación.—... hace un año, y nunca se te ha

ocurrido mencionármelo.El perro-cabra ladró alegremente.—Calla —le dijo Ivor—. Ahora nos

damos cuenta que quizá fuera un error nocontártelo.

Ambrose no se lo podía creer.—Disculpas no aceptadas.—Creíamos que serías más efectivo

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como operativo infiltrado independiente—reconoció Len—. Teníamos laintención de extraerte en cuanto papárevelara tu objetivo. Desgraciadamente,eso suponía cortar el contacto contigo. Yesperar.

—Venga ya, Len... ¿operativoinfiltrado independiente? Me estabasutilizando, igual que papá. —Sacudió lacabeza—. Igual que Martin. Te quedasteahí, y permitiste que me sometiera alprocedimiento.

—¿El que tú tanto pediste?Pensamos que te convertiría en unoperativo más efectivo.

—Deja de llamarme «operativo».

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—Estos tipos —dijo, señalando aIvor— no se diferencian tanto deUniCorp en cierto sentido: estándispuestos a correr riesgos a cortoplazo, con la esperanza de conseguir unarecompensa mayor. Fue Dita la que noestaba de acuerdo y te mandó latransmisión sin contárselo a nadie. Nospilló a todos por sorpresa. Tuve queenviar a alguien a interceptarte.

—Jiri —dijo Ambrose, pensando atoda velocidad mientras seguía laexplicación de Len.

Le envió a Dita un «gracias»silencioso por ser la única persona quepensó que se merecía saber la verdad.

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—Lo que me lleva al problemafundamental de tu precipitada huida —prosiguió Len—: la calibración.

La palabra golpeó a Ambrose comoel escalofrío de ansiedad que leatenazaba el pecho cada vez que dejabapendiente alguna tarea en el trabajodemasiado tiempo. Con el frenético caosde los últimos dos días —¿solo habíansido dos días?— se había olvidado dela segunda parte del procedimiento. Lamodificación del hipotálamo habíasalido bien —no había dormido y noestaba cansado— pero era necesarioefectuar calibraciones de seguimientopara evitar efectos secundarios. Sin la

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válvula de escape que era el sueño,empezaría a procesar los eventos comoun insomne. Su subconsciente seimpondría en su vida consciente. Alfinal, acabaría fragmentándose sinposibilidad de reparación, y quedaríaconvertido en un pobre atontado babosoy paranoide perdido en un mundo dealucinaciones, como les había ocurridoa los primeros sujetos de estudio.

Se imaginó el rostro sonriente deMartin en el cuerpo del dragón.

Ya había empezado.—Oh... —dijo, sintiéndose, a su

pesar, como un hermano menor, asustadoe inseguro.

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—Sí, eso —respondió Len—. «Oh».Así que tenemos que volver allaboratorio.

—Menudo plan chapucero.—Es el único lugar equipado para

tratar las secuelas de un Nivel Siete.Venga, Ambrose, tú lo sabes.

«Parece... un truco», pensó. Parecíaalgo pensado por Martin para conseguirque volviera a entrar por la puerta de lasede de UniCorp con las mínimasconsecuencias.

—¿Dónde está Mistletoe? —lepreguntó a Ivor.

—Tu encantadora amiguita se haido. Mira su regalo de despedida —dijo

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el viejo, levantándose la túnica ydejando al descubierto un feo cardenalen la espinilla.

—Tengo que encontrarla —dijoAmbrose.

La idea de perderla para siempre leprovocaba una profunda sensación desoledad. Era la única persona que podíaentender lo que se siente cuandodescubres que no eres humano.

—Primero tenemos que calibrarte —insistió Len—. La nueva identificaciónque te ha asignado Ivor deberíafuncionar arriba, siempre que usemos mientrada privada al laboratorio en lugarde entrar por la puerta principal...

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—Nunca había oído que hubiera unaentrada privada.

—La hay. La mía.Ambrose quería salir corriendo.

Quería encontrar a Mistletoe y escaparjuntos a Puerto del Este. Pero Len teníarazón en cuanto a la urgencia de lacalibración. Se imaginó un mundo llenode dragones con la sonrisita sarcásticade Martin y se estremeció.

—Vale —accedió.El equipo de seguridad se quedó

mirándolo con caras muy serias yatentas. «¿Dónde encuentran a estostipos?», pensó Ambrose, que se imaginóuna sala de espera llena de voluminosos

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matones aguardando en silencio.—Acabemos con esto.

Salieron de los túneles del metro a lascalles de Little Saigon y echaron acorrer hasta un largo transportecilíndrico negro aparcado al otro ladode la calle. El equipo de seguridad bajóunas solapas de sus chaquetas deluniforme para cubrir las insignias deUniCorp. En el lateral del transporte, enun rojo intenso, decía: DISFRUTA CONEL TÉ RED SQUIRREL. Bajo las letrashabía una imagen de los comprimidosverdes, negros y naranja que producíaRed Squirrel.

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—¿Té a domicilio? —preguntóAmbrose, mientras se amontonaban en elinterior.

Observó que un noveno miembro delequipo de seguridad se había quedado alos mandos del vehículo.

—Siento que el vehículo decamuflaje no sea de tu agrado —sedisculpó Len—. No ha habido muchotiempo.

La voz de Len sonaba igual que siestuviera rascando aceroplástico con lasuñas. Ambrose hizo una mueca.

—Solo quería asegurarme de que noveía visiones.

—No hay nadie en UniCorp en quien

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pueda confiar. No puedo pedirprecisamente a la empresa personal ymedios de transporte para llevarte hastala puerta de la sede de la compañía.

Ambrose miró con recelo al equipode seguridad.

—Estos son mis hombres —dijo Len—. Responden directamente ante mí.Papá no tiene ningún control.

—Eso te crees tú.—Lo sé. Bueno, ¿y qué descubriste

cuando por fin te conectaste?El transporte se integró en el tráfico

y enseguida se quedó atascado. Entoncesse activaron los propulsores y pasaronpor encima de la caravana de scooters y

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karts.—Estoy seguro de que eso no

atraerá la atención hacia nosotros —dijoAmbrose, imitando la voz de Len.

—Si prefieres que pasemos un buenrato atascados en el tráfico sub-bóveda,puedo decirle al conductor que vuelva abajar.

Ambrose suspiró.—Bueno. Lo primero: ¿puedes

devolverme mi interfaz deadministrador?

Len sacudió la cabeza.—Quizá puedo devolverte algunos

privilegios de usuario, pero no te puedodar nivel de administrador. Detectarían

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una nueva presencia de alto rango encuanto te teletransportaras.

—¿Entonces qué se supone que debohacer? ¿Contemplar el mobiliario? Sesupone que debo descubrir el motivo demi existencia.

—¿Qué has descubierto? —insistióLen.

Ambrose se preguntó si su hermanose mostraba tan impaciente porqueMartin les escuchaba. Entonces recordóque la paranoia era uno de los efectossecundarios del Nivel Siete.

—¿Quiénes son esos tipos con losque trabajas, Len?

—En realidad, papá tiene razón en

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cuanto a ellos: básicamente sonsaboteadores de poca monta.

—Terroristas.—Eh, que me dijeron la verdad.

Papá dejó de hacerlo hace muchotiempo.

—¿Qué es lo que quieren ellos?—Magnus e Ivor están indignados

con UniCorp desde que les despidieron,hace quince años. Tenían aliados quemurieron o se apartaron a lo largo de losaños. Hacerse contigo y con la chica espara ellos una gran victoria.

—A mí no me tienen. Y Mistletoe seha ido.

—Bueno. Todos estamos mejor sin

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ella. Mi prioridad eres tú.—Pues iré a buscarla en persona si

tengo que hacerlo.—¿Y adónde irás? ¿Volverás a

Little Saigon? ¿Gritarás su nombre porlas calles?

Ambrose asintió.—Si tengo que hacerlo, sí.—No seas tonto.—No me digas más lo que tengo que

ser, Len.El asociado de seguridad sentado

junto a Len hizo un esfuerzo por conteneruna sonrisa divertida. La boca se letensó en un breve espasmo. Ambrosepensó que le gustaría ver el aspecto que

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tenía él cuando quería mostrar unaactitud dura y autoritaria. Según decían,hacía reír. Se preguntó si sus colegas deUniCorp no se habrían estado riendo deél durante años, si había estadodemasiado cegado por su apellido paraver el desdén en los ojos de los que lerodeaban.

Paranoia.Ambrose se giró y fijó la vista en la

escena que discurría en el exterior de laventanilla. La entrada a una cámaraestanca de comunicación con la parte dearriba de la bóveda estaba rodeada depolicía sub-bóveda que abría paso a unpar de técnicos vestidos con trajes

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térmicos y cascos. Alguien de lamultitud lanzó una piel de plátano que ledio a un policía en el hombro y le cayópor la espalda. Los otros policíassacaron sus porras. Entonces eltransporte giró una esquina y la escenadesapareció tras un bloque deinfraviviendas.

—En cualquier caso, conoces losentresijos de Unison mejor que casicualquier persona —prosiguió Len—.Deberías ser capaz de aplicar tuconocimiento en un sistema deinterrogación para filtrar los rumores ydefinir los siguientes pasos de tuinvestigación. Si fuera yo, lo primero

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que haría sería...—Vale, Len, ahora en serio, cállate

un ratito. Me encontré con una creadorade aplicaciones externas que me dijoque últimamente corrían voces de que enGreymatter pasaban cosas raras. Quequizá ya hubiera empezado a tomarforma la Versión 3.0 de Martin. Lepregunté cuándo había empezado amoverse la maquinaria y me dijo queayer.

—El caso es que eso tiene sentido:en cuanto te escapaste, tuvo que actuar.Probablemente provocaste que diera elpistoletazo de salida. Lo que quieredecir que estará haciendo dos cosas a la

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vez: apresurarse para poner en marchasu proyecto y buscarte.

El transporte se integró en lacarretera de acceso que rodeaba Río II yavanzó junto a todo tipo de vehículoscomerciales largos y pesados que sedirigían al muelle. Ambrose se quedómirando a los vehículos que hacían filadelante del suyo, en los que se metíanunos policías con casco pararegistrarlos. Uno de los polis se acercóen su scooter negro y pasó junto alvehículo de camuflaje. El conductorbajó la ventanilla apoyando la palma dela mano y le dijo unas palabras. Elpolicía saludó y se fue.

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—¡Ja! —exclamó Ambrose—. El TéRed Squirrel.

Len le mostró un pulgar en gesto devictoria.

—A la gente le encanta.

Cuando llegaron a la superficie elinterior del transporte se encendió conla luz emitida al externalizar Len y elequipo de seguridad sus bandejas deentrada personales. Ambrose se quitólas vendas e hizo una mueca. Ambaspalmas presentaban un orificio pequeñoy limpio, donde Ivor había restaurado superfil integrado. Las heridas aún estabanabiertas, pero ya no sangraban. A

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Ambrose las heridas siempre se lehabían curado rápido: cuando se rascabao se golpeaba, las secuelas no durabanmás de un día. Cosas de la comidasintética, rica en vitaminas. ¿O sería queMartin y los técnicos de laboratoriosencillamente lo habían hecho así? Sepreguntó si tendría enormes reservas deenergía por descubrir. Si los sereshumanos normales solo usaban una partemínima de su cerebro, ¿cuánto lequedaba por explorar a él del suyo?

Abrió la mano y externalizó lapágina de bienvenida estándar, algo queno había visto en años. El corazón se leencogió cuando se dio cuenta de que

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todas las configuraciones habíandesaparecido. Bueno, ¿qué importaba?Ambrose Truax también había sido unaespecie de identidad falsa. Mistletoe sílo había sabido hacer, pensó. Por lomenos ella había escogido su propionombre. Se preguntó dónde estaría, ypor unos segundos la mente se le fue aPuerto del Este. Se la imaginó pasandoentre los estratorrascacielos, robandouna PeraPlus de un puesto, paseándosecon los ojos como platos por uno de losinmensos conectódromos donde la gentedisfrutaba de su experiencia Unisondesde la comodidad de tumbonas ycamas, con guardias que custodiaban sus

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cuerpos inmóviles recorriendo lospasillos de más de un kilómetro delongitud.

Pero todo aquello era una locura:ella no podría siquiera llegar arriba.Allá donde estuviera, esperaba que sehallara a salvo. Y pese a lo mucho quedeseaba encontrarla, en el fondo sabíaque estaría mejor si se mantenía alejada.

—Ya estamos —dijo Len, tenso yserio.

Ambrose apagó la página debienvenida, de un agradable colorverde. Uno de los asociados deseguridad le tiró una venda limpia, quepartió por la mitad y se la envolvió

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alrededor de las manos dándole dosvueltas.

—Te conseguiré un traje nuevo en ellaboratorio —dijo Len.

Ambrose se dio cuenta de que sutraje cutáneo estaba roto por variossitios, con lo que había quedadoreducido a una mísera proyecciónfragmentada del elegante holo-traje quese había puesto para someterse alprocedimiento, hacía una eternidad.

—Ya no quiero llevar trajes —decidió de pronto.

Len suspiró.—Muy bien, Ambrose, ponte lo que

quieras.

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Ambrose sintió el estómagorevuelto. El rostro de Len se separó dela cabeza y se estiró hasta un puntocerca de la nariz. La piel se le tensópara dar cabida al cráneo inhumano quehabía debajo, mostrando largas llagasrojas como las que dejaría un látigo. Lasllagas supuraron y se abrieron, dejandoa la vista una nueva piel de escamasverdes. Los ojos se le achinaron hastaconvertirse en unas ranuras amarillas.

Ambrose gritó.Len sonrió, dejando a la vista los

dientes de Martin, de un blancoimposible. La sonrisa se hizo másamplia. Lo único que veía Ambrose eran

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filas y más filas de dientes, que seextendían hasta cubrir todo su campovisual. La enorme boca cubrió elinterior del transporte. Oía el aullido deun potente viento, como si se encontrarasolo en medio de un campo vacío. Sintió—aunque no podía verla— una lenguaviscosa que se deslizaba por su cuerpo.Empezó a apretarle, dejándole sinaliento, cada vez más fuerte, hasta queuna costilla estalló con un chasquido,como una pajita. Intentó gritar de dolor,pero se le hizo un nudo en la garganta.Era como si lo hubieran sumergido bajoel agua. Entonces todo acabó.

Abrió los ojos, aunque no recordaba

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haberlos cerrado.Estaba sentado en el transporte,

frente a su hermano. El corazón le latíacon fuerza.

Len lo miraba atentamente, cerrandomás un ojo que el otro. No pareciósorprendido ni molesto. El equipo deseguridad salió del transporte pordelante de ellos.

—¿Es el primer incidente? —preguntó Len.

Ambrose parpadeó, intentandoapartar de la mente la imagen de la carade dragón, grabada en su memoria comola silueta de una luz intensa. El miedo leatenazó de pronto: «Me estoy volviendo

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loco». Respiró hondo y se pasó un dedopor las costillas con cautela. No ledolían.

—Acabemos con esto.Salió del vehículo y se encontró en

una dársena lúgubre y sin ventanas queolía a humedad y a subterráneo.

—Ahora mismo estamos en elinterior de la bóveda —explicó Len—.Parte de la vieja red de laboratorios deinvestigación y desarrollo, justo debajodel edificio UniCorp.

Apoyó la palma de la mano en lapared lisa y gris y se abrió una puertaoculta. Ambrose siguió a su hermanohasta un ascensor sorprendentemente

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elegante, como el del vestíbulo.El equipo de seguridad se situó a su

alrededor. Ambrose sintió el contacto dela culata de un disruptor contra laespalda.

—Perdón —murmuró uno de losasociados; era la primera vez queAmbrose oía hablar a alguno de ellos.

El ascensor ascendió en silencio yAmbrose intentó realizar un rápido flujode procesos. La función procedía condificultad, provocándole una sensaciónde mareo. Le dio la impresión de quepercibía una leve progresión de eventos,como palabras olvidadas que le volvíana la punta de la lengua. Pero solo obtuvo

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un resultado confuso: la probabilidad deencontrar a Mistletoe aumentaba enUnison.

Aquello no tenía ningún sentido: ellani siquiera tenía una identidad pararegistrarse. La función aún estabadesajustada.

—Planta trescientos setenta y cinco—anunció Len.

Los asociados de seguridad semovieron imperceptiblemente. Dos otres se aclararon la garganta.

A Ambrose de pronto le vino a lamente un recuerdo de un wikidato deHistoria de Estados Unidos que habíaestudiado años atrás: unos soldados

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flacos y de expresión adusta, no muchomayores que Len, apretujados en unaembarcación que era como una caja deacero primitivo, esperando que la rampase abriera para tomar las playas deFrancia. Y entonces recordó la siguienteimagen de la serie, el montón de cuerposinertes y apretujados que momentosantes habían sido hombres jóvenes.

—Espera —le dijo a Len, pero erademasiado tarde: la puerta se abriódeslizándose.

El laboratorio estaba vacío,iluminado por una tenue luz. Ambrosesuspiró. Len le echó una mirada depreocupación mientras el equipo de

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seguridad entraba en la sala e iniciabaun registro a fondo con los disruptoresextendidos. Al cabo de un rato, uno delos asociados les indicó con un gestoque entraran.

—Despejado —dijo Len, que saliódel ascensor.

Ambrose le siguió. La puerta secerró tras ellos y desapareció en lapared. Estaban detrás de la plataformadel escáner. Ambrose subió losescalones y pasó la mano por el suave yfrío acero del tubo cerrado, elinstrumento que le había cambiado lavida para siempre.

Carpe somnium, Ambrose.

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Regresar a la sede central deUniCorp le recordó todo lo que habíadejado atrás. ¿Y si hubiera decididohacer caso omiso de la transmisión deDita?

—Échame una mano con esto,Ambrose —dijo Len mientras le hacíagestos para indicarle que bajara de laplataforma.

Pero Ambrose se quedó junto alcilindro del escáner; máquina que teníatanto de padre para él como MartinTruax. Recordó las reuniones deproducción de los viernes enGreymatter. Martin tenía un controlabsoluto de su empresa y su red social,

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hasta el menor detalle. Len y Ambroseno entendían que hubieran llegado hastaallí sin que les detectara. Ambrose miróalrededor y examinó el laboratorio aoscuras, con los escáneres agazapadosentre las sombras. Tenía una sensaciónimprecisa y desagradable que leinquietaba.

—¿Len?Len estaba ocupado externalizando

una gráfica de líneas llena de colores,escáneres cerebrales y datos del flujo deprocesos.

—¿Hmm?—Algo no va bien.—Dame un minuto.

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—No —dijo Ambrose, bajando dela plataforma y colocándose delante dela imagen de un tronco cerebral quegiraba en el aire.

—Me tapas tu cabeza. Estoyintentando trabajar.

—Esto es demasiado fácil.Len lo apartó de un manotazo.«Él también está preocupado»,

pensó Ambrose. Entonces tuvo aquellasensación hipnótica de que el tiempo sealargaba, como en la calle de Dita, justoantes de que explotara su casa. Recordólas hojas que caían suavemente por elaire, y cómo llegaba la última al suelojusto antes de que...

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—Corre —dijo Ambrose.—Me temo que no puedo dejarte

hacer eso —le susurró una voz al oído.—¡Está aquí! —gritó Ambrose.Len frunció los ojos.—Métete en el tubo del escáner.—No estoy loco, Len. ¡Es papá!Len hizo un gesto a dos asociados de

seguridad.—Metedle en el tubo.Pero los agentes, en lugar de cumplir

su orden, le lanzaron un disruptor yseñalaron hacia la puerta dellaboratorio, que se abrió. Len cogiócomo pudo la enorme arma al vuelo. Lamano le temblaba.

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—Bienvenido a casa, Ambrose —susurró la voz.

Por la puerta entró un grupo deasociados de seguridad de UniCorp —de los de verdad—, un enjambre debotas y disruptores. La unidad RedSquirrel de Len se cubrió, agazapándosetras la fila de tubos más pequeños quehabía frente a la plataforma. Len dio untirón a Ambrose para que se agachara.

—Me has traído hasta él —dijoAmbrose, sintiéndose como un tonto aldarse cuenta demasiado tarde de que nopodía confiar en nadie.

Len le apretó la mano dolorida.—No dejaré que te lleve con él,

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hermanito.La voz de Martin resonó:—A los asociados de seguridad que

están protegiendo a mis hijos: elprimero de vosotros que los entregue amis hombres será rico. El resto morirá.

—Entra ahí —dijo Len, señalandohacia un tubo entre los demás—. Es unasalida, Ambrose. Confía en mí.

Ambrose vaciló. La confianza era loque le había llevado hasta aquellatrampa, hasta la sala donde habíaempezado todo, dejándolo a la merceddel hombre que le había creado.

—Sea lo que sea la Versión 3.0,introdúcete en su mecanismo. No dejes

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que la ponga en marcha.Len por fin consiguió colocarse el

disruptor en posición. Hizo una señal debarrido con el brazo a los hombres quetenía al lado. Todos ellos respondieronasintiendo.

—¡Ahora! —ordenó Len, y sushombres y él abrieron las palmas de lasmanos.

Apareció un escudo UV en forma demuro de luz blanca que iba del suelo altecho. Ambrose entrecerró los ojos paraprotegerse de aquel brillo insoportable.Sabía que por el otro lado el efectosería tan cegador como mirar al sol defrente.

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En el laboratorio resonó elchisporroteo estático de un disparo dedisruptor. El agente que tenía al ladosoltó un chillido y se quedó tieso,agitándose y convulsionando, rodeadopor el impulso que lo manteníasuspendido en el aire y con los brazosdoblados hacia atrás en un ánguloimposible, hasta que el impulso lo lanzóal suelo.

El escudo UV tenía un efecto dedistracción, pero era penetrable como elhumo.

Len le dio un brusco tirón yAmbrose se acercó hacia el tubo desalida agachándose todo lo que pudo. El

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equipo Red Squirrel devolvió el fuego ysus disruptores llenaron la sala con unasucesión de zumbidos sordos e intensos.

Por encima de aquel estruendo,Ambrose pudo oír la voz de su padre:

—Dejad vivo al más joven —decía.Y al mismo tiempo, le susurraba al oído—: No te harán daño, Ambrose. Tú eresparte de mí. Parte de Unison.

Cuando Ambrose llegó al tubo desalida se giró hacia Len, que disparabadesesperadamente a través del escudo,ajeno a los impulsos que le pasabanjunto a la cabeza.

Ambrose se arrodilló y levantó latapa del tubo. Un asociado de UniCorp

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atravesó la pared de luz de un salto —creando una silueta fugaz— y se echósobre el agente de Red Squirrel situadojunto a Ambrose. Ambos cayeronrodando, y en el barullo brilló uncuchillo.

Ambrose se subió al tubo,manteniendo la tapa orientada hacia losagentes de UniCorp como escudo. Alcerrarla, vio un impulso verde que dabacontra el hombro de Len, haciéndolorodar por los suelos. Un estallido decolor naranja le dio en el cuello y se loapretó como un nudo luminoso. Len sellevó las manos a la garganta y cayó derodillas.

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Ambrose sintió que el tiempo sevolvía más lento otra vez y pensó en lacanica que había tirado por el borde dela GenoGranja para impresionar a suhermano muchos años atrás. Ahora laveía, girando durante un interminablemilisegundo en el aire, entre losestratorrascacielos, antes de caer envertical y a toda velocidad entre lasnubes hasta perderse de vista.

Daría lo que fuera por volver aaquel día, por correr riéndose tras Len,mientras atravesaban el campo endirección a las reses clonadas y lascabras sintéticas.

Mientras cerraba la tapa del todo, el

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fragor de la batalla se hizo más tenue.Por debajo vio que el tubo de metal seinclinaba y formaba un pequeño túnel.Su hermano tenía razón: aquella era laúnica salida.

Como siempre, Len iba un paso pordelante.

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11

EDUCACIÓN SUPRA-BÓVEDA

ERA DE NOCHE en Puerto del Este.Mistletoe estaba a un lado de una callede cuatro carriles. Los cochesarticulados pasaban en la perfecta einterminable procesión que tan bienconocía de todas aquellas tardesmirando por los orificios de ventilación.El ruido que hacían en conjunto no eramucho mayor que el murmullo lejano

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que se filtraba a través de la bóveda.Cruzó los ojos ligeramente hasta ver elfaro único que tenía cada coche fundidocon el que tenía detrás, convirtiendocada carril en una línea continua de luzblanca. A su alrededor todo eranestratorrascacielos que se levantabanentre las riadas de coches comogigantescos dedos atravesando losagujeros de un guante.

Le habría gustado tener a alguien conquien compartir aquel espectáculo, peroni siquiera tenía a Nelson. Se sintióincreíblemente sola, y no sola del modoque siempre había querido estar. Echabade menos poder coger la suave mano de

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Ambrose. Se lo imaginó a su lado enaquel momento, apretándola contra sucuerpo mientras aquellas hipnóticasluces les envolvían por todas partes.

Al otro lado de la calle vio laabertura del conducto de ventilación quesalía del suelo, un estilizado cilindro deplexiglás cubierto con un tejadillo negroredondo con una luz verde en lo alto.Supuso que era el modo de decirle a lagente de Puerto del Este que el conductode ventilación funcionaba. ¿Pero a quégente? Miró a un lado y al otro. Cochespor todas partes. Ni un peatón.

Recorrió la acera desierta hasta elprimer escaparate, que resultó ser una

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serie de cajas plateadas que sobresalíande un panel luminoso en la pared. Cadacaja presentaba una gruesa U. Sobre lascajas, un cartel: ¡DISFRUTE DENUTRIPLUS!

Solo de pensar en comida ya sentíapinchazos de hambre en el vientre.Intentó recordar cuánto hacía que comía.¿Qué tipo de comida supra-bóvedahabría en aquellas cajas? Echó unvistazo por encima, por debajo y entrecada caja, pero no vio ningún mediopara pedir la comida. Y, en cualquiercaso, tampoco llevaba dinero. Nisiquiera tenía una identificaciónintegrada. Se preguntó si, abriendo una

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caja, activaría una alarma.El hambre acuciante le apremiaba.Alargó la mano hacia la caja más

cercana y se detuvo de pronto. Tenía aalguien detrás.

—¡Psst! ¡Niña!Se giró. Había un taxi amarillo

medio subido a la acera con el motor enpunto muerto. Era menos estilizado quelos coches en forma de lágrima en losque se movía la mayoría de la gentesobre la bóveda. En el asiento delconductor se distinguía una silueta,envuelta en sombras. Mistletoe apretó elpuño. El disruptor asomó por la manga.

—¿Qué quieres?

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Su voz sonó potente y brusca enaquel lugar en que solo tenía quecompetir con el murmullo del tráfico. Sedio cuenta de que aún llevaba las gafasnaranjas de pilotar colgadas del cuello yse sintió fuera de lugar.

—¿Te llevo?Ella dio un paso adelante con el

disruptor levantado. El taxista tenía elpelo negro y ralo, peinado de un lado alotro. La miraba por encima de un par degafas gruesas apoyadas en la punta de lanariz. Del retrovisor colgaban un par deholo-dados peludos.

—Estás muy lejos de casa, niña —dijo, mientras sonreía y le mostraba una

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fila de dientes de oro.Ella apoyó el pulgar en el panel

lateral del arma. La punta se iluminó conun brillo dorado. La vibración le hizocosquillas en el brazo.

El taxista le mostró las manosvacías. Las mangas de su camisa azulfosforescente estaban decoradas conplantas tropicales.

—¿Así tratas a un tío que te ofrecetransporte?

—Así es como trato a todo elmundo.

Él se subió las gafas con el dedohasta el puente de la nariz y luego setocó la comisura de la boca.

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—Bueno, de acuerdo. Buena suerte.Mistletoe pensó rápido. Aquella

quizá fuera su mejor ocasión.—Espera —dijo.Apartó el pulgar del panel y

desactivó el arma.Él agachó la cabeza en un gesto

educado.—Solo necesito indicaciones. No

tengo dinero para pagar el taxi.El hombre movió el cuerpo un poco

y las gafas se le volvieron a deslizarhasta la punta.

—¿Adónde quieres ir?—A la Universidad de Puerto del

Este.

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Él asintió, pensativo.—Eso está bastante lejos.—¿Cuánto tardaré?—¿A pie? Dos días.Mistletoe ya estaba cansada de la

ascensión por la escotilla de acceso. Yno podía perder dos días enterosrecorriendo las calles. Abrió el puño yel disruptor desapareció.

—Tengo esto —dijo ella.Se llevó las manos a la nuca para

abrir el cierre de su collar. Se lo puso ala vista. Las tres ruedecillas de platagiraron en el aire. Pensó en Sliv, de pie,entre la basura putrefacta en la base dela escalera.

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El taxista le mostró sus dientes deoro.

—Con eso cubriremos la carrera.Ella vaciló un momento.—Si intentas algo, te mataré. No me

lo pensaré.—Entendido —respondió él,

asintiendo con gravedad.La puerta trasera se abrió. Mistletoe

entró y ocupó el asiento de falsa piel deleopardo. Flotaba un olor empalagoso;demasiado ambientador barato. Cerró lapuerta. El taxista se giró hacia ella y letendió la mano.

—¿Piel de panda?Le ofreció un sándwich de galleta a

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rayas blancas y negras que olía acebolla. Mistletoe se encogió en elasiento. Estaba muerta de hambre, peroaquella «Piel de Panda» le provocabanáuseas.

—¿Podemos ponernos en marcha?El taxista situó la palma de la mano

sobre un panel del salpicadero. Lospropulsores se activaron con másenergía de la que Mistletoe pensaba quepodría desarrollar un coche tan viejo. Selanzaron por encima del tráfico a ras desuelo, flotando sobre los otrosvehículos. El conductor se llevó elapestoso sándwich a la boca y le dio unbocado que masticó ruidosamente,

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encantado. Mistletoe se preguntó sihabría cometido un enorme error alsubirse a ese taxi. Miró por la ventanillaque había en el techo y se olvidó detodo, salvo del nuevo mundo que laesperaba fuera.

El cielo estaba tan negro como laescotilla de acceso. En Little Saigon losdías siempre tenían un aspecto lúgubre yenfermizo, según la cantidad de luz quese colaba por la bóveda. Ella nuncahabía vivido en un lugar que se rigierapor las leyes reales del alba y el ocaso.

El taxista pasó a toda velocidadjunto a un estratorrascacielos. El flujode coches cambió por un momento, hasta

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que de pronto el mundo desapareció porcompleto.

—¿Dónde...? —preguntó Mistletoe,pero las luces de la ciudad volvieron aaparecer al salir de debajo de un puente.

Se golpeó con la puerta al girar eltaxi una esquina y unirse a una única filade coches que ascendían por el lateralde una inmensa cúpula translúcidailuminada desde abajo por una suave luzamarilla.

—Es un atajo —respondió el taxista.Cuando llegaron a la cima de la

cúpula, Mistletoe se puso de rodillassobre el asiento y miró por la ventanilla.A través de capas de un impecable

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plexiglás, vio un enorme panal de camasblancas. En cada cama yacía unapersona dormida, con las manoscruzadas sobre el cuerpo. Unos guardascon uniformes de UniCorp patrullabanpor los pasillos, y unos pequeños robotsrecorrían los niveles superioresmientras emitían un zumbido.

—¿Qué es este lugar?—El Conectódromo Nueve. Pagan

por el privilegio de ocupar una de esascómodas camas el tiempo que deseenmientras están en Unison. Así estánprotegidos. Nadie se mete contigo, siquieres quedarte dentro unas semanas.

—Así que toda esa gente está

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conectada.—Disfrutando de VidaPlus, como

decimos nosotros.Parecían estar absolutamente en paz,

a diferencia de Ambrose, conectado enel interior del tronco del árbol decables, con todos aquellos datosexternalizados a su alrededor. «Quécurioso —pensó—. Yo estoy aquíarriba, en su mundo, y él ahí abajo, en elmío».

Bajaron a toda velocidad por el otrolado de la cúpula y se integraron en eltráfico elevado, para bajar al nivel de lacalle unas travesías más adelante, dondese encontraron unos cuantos peatones

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bajo un cartel en forma de pirámide quedecía OFERTA EN BEBIDAS PARAESTUDIANTES. El taxista giró a laizquierda y embocó un estrecho callejónque daba a un campo cerrado, rodeadode estratorrascacielos e iluminado pormillones de focos incandescentes queflotaban en el aire como diminutasestrellas.

El taxi se paró. Estaban rodeados deplantas; frondosos setos y pinos quedejaban en nada los anémicos arbustossub-bóveda. Entre el follaje se veíaalgún tejado que sobresalía aquí y allá.

—Ya estamos, niña.Ella miró por ambas ventanillas.

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—¿Dónde?—En la UCPE.—Parece como si aún estuviera por

construir.El taxista se encogió de hombros.—Yo no diseñé el lugar, ¿vale? —

dijo, y le tendió la mano abierta porentre los asientos, agitando los dedos.

Ella le colocó el collar sobre lapalma de la mano y él lo colgó delretrovisor.

La puerta se abrió y Mistletoe apoyóun pie en la esponjosa hierba. Salió, y eltaxi arrancó, perdiéndose en la noche.Mistletoe levantó una mano y tocó unade las luces flotantes, una mancha

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brillante en el cielo nocturno no másgrande que la uña de uno de sus dedos.La luz emitió un leve tintineo. Másarriba, otra respondió. No podía dejarde mirar hacia arriba. ¡No habíabóveda! El corazón le latió con fuerza.El estómago protestó con un gruñido.¿Sería comestible alguna de aquellasplantas? Se introdujo entre los arbustos,esperando encontrar un camino. Perocuando vio que los setos se espesaban asu alrededor y que las retorcidas raícesse le clavaban en los pies, se lo pensómejor y se sentó bajo un árbol,apoyando la espalda contra la ásperacorteza y balanceando el cuerpo

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lentamente, adelante y atrás, mientrasescuchaba el suave tintineo de las luces.

Poco después se estiró, con los ojoscerrados, y comenzó a respirarpausadamente. Estaba exhausta. Aquelextraño y nuevo mundo de luz yvelocidad fue menguando hasta situarseen un punto lejano y desaparecer.

Allí sola, en un tranquilo bosque enmedio de la ciudad más bulliciosa delmundo, Mistletoe se durmió.

Transcurrido un rato, un dedo le dio ungolpecito en el hombro. Despierta. Yotro. Los golpecitos se volvieron másinsistentes. Despierta. Se puso en pie,

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contra el árbol, agitando el disruptor deun lado al otro, mientras parpadeabapara quitarse de encima el sueño. Unaluz brillante se filtraba entre las copasde los árboles y creaba unas manchasluminosas sobre la asustada chica que lehabía despertado. Era mayor queMistletoe y llevaba una falda larga quele recordaba el traje de Ambrose, porcómo se agitaba por efecto de una brisainvisible y por aquella sensación quedaba de que casi se podía ver a través,pero no. Colgado de un hombro llevabaun bolso decorado con cuentas, y deaspecto más sólido que la falda. Teníalas manos levantadas.

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—¿Qué es lo que quieres? —preguntó Mistletoe, huraña.

—Solo quería ver si estabas bien.Eso es todo. Lo juro por mi perfil dered.

Mistletoe se dio cuenta del aspectoque debía tener, vestida con sus suciasropas de motorista y con la trenza azulenmarañada. Se irguió y se aclaró lagarganta.

—Estoy bien —dijo, al tiempo quedesactivaba y ocultaba el disruptor—.Lo siento.

La chica bajó un brazo y con el otrose retorció un mechón de su largamelena roja en un gesto nervioso.

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—Bueno, ¿estás buscando el grupode turistas, o...? —Se quedó mirando aMistletoe de la cabeza a los pies—.Tengo algo de comida, si tienes hambre.

Mistletoe quería gritar: «¡SÍ!». Perose limitó a asentir con cautela. La chicaabrió el bolso y enseguida sacó unabarrita envuelta en papel de aluminio.

—No es NutriPlus —dijo, a modode disculpa—. Está hecho con lecheauténtica, así que puede que te sepa unpoco raro.

El estómago de Mistletoe era unagujero negro. En Little Saigon elchocolate con leche auténtica era un lujomuy caro que había que obtener del

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mercado negro, algo que se podía comeruna vez al año. Agarró la chocolatinacon avidez y le arrancó el envoltorio,sin darse cuenta siquiera del fino rayoque salió de debajo de un arbustocercano y que vaporizó el brillanteenvoltorio antes de que pudiera caer alsuelo.

El chocolate era denso y dulce, yestaba delicioso, con un leve toqueamargo. Cerró los ojos mientras comía.Perfecto.

—También llevo té. ¿Tienes sed?La chica le tendió una pequeña

píldora roja.Mistletoe se limpió la boca con el

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dorso de la mano. Aquella dosis deazúcar auténtico le había dejado casimareada. Se quedó mirando la píldora.

—No, gracias. Estoy buscando a laprofesora Deirdre O’Hanlon.

—¡Ah! No me había dado cuenta deque eras estudiante. ¿Has consultado eldirectorio?

Mistletoe se encogió de hombros.La chica parecía confundida.—Bueno, no pasa nada —dijo, y

abrió la palma de la mano.En el aire, entre las dos, apareció

una esfera azul claro rodeada por unanillo con las letras UCPE:DIRECTORIO. Mistletoe parpadeó e

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intentó esconder su asombro, aunque erala primera vez que veía informaciónexternalizada de aquel modo. Recordóque Ambrose había intentado conectarinútilmente en la sub-bóveda. Puede queallí arriba todo el mundo hacía aquelgesto con la mano un centenar de vecesal día.

—Profesora Deirdre O’Hanlon —dijo la chica. Tocó la esfera con la puntadel dedo, y esta cambió de forma,convirtiéndose en la imagentridimensional de una mujer sonriente dela edad aproximada de la tía Dita—.Servicios Externos Aplicados de Unisony Análisis del Mercado de las

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Aplicaciones. ¿Es ella?—Um —respondió Mistletoe.—Tiene una oficina física aquí, en el

campus. Con un poco de suerte, quizátenga horas de visita hoy. —La chicahizo desaparecer el directorio y tendióla mano—. Si me autorizas, puedotransferírtelo.

—¿Transferirme el qué? —respondió Mistletoe, cruzándose debrazos.

—Las indicaciones, ¿no? Para llegara su despacho.

—Tú dime cómo llegar y ya está.Quince minutos más tarde, Mistletoe

estaba de pie, junto a un gran monumento

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de piedra gris. Era un simple cubo, sinmás, algo más alto que los árboles y másancho que su casa bajo la bóveda. Notenía ni puertas ni ventanas.

—¿Hola? —llamó.Delante de ella, a la altura de la

mano, observó la huella de una manograbada en la piedra. Apoyó su mano.No ocurrió nada; necesitaba unaidentidad integrada para proceder. Se lopensó un momento; luego retrocedió y semezcló entre la gente que se movía porel camino junto al cubo, paseando arribay abajo sin cruzar la mirada con losestudiantes vestidos con holo-prendas,que la miraban intrigados. Se preguntó si

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todos serían ricos, como Ambrose.Cuando un chico con largas rastas

atadas en una gruesa trenza apoyó lapalma de la mano en el cubo y lo abrió,ella se coló tras él.

Tras bajar los dos escalones de unpasadizo abovedado descubrió,asombrada, que se encontraba en elvestíbulo de un enorme edificio conaulas. El bosque y losestratorrascacielos de los alrededoreshabían desaparecido. Por encima de suscabezas se entrecruzaban brillantespasarelas. En el medio de la sala habíauna gran caja de cristal con butacas ycamas ocupadas por estudiantes

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inmóviles que tenían las manoscruzadas. Otros pululaban por elvestíbulo y se congregaban alrededor deunas filas de cajas plateadas como lasque había visto la noche anterior.

Mistletoe cruzó el vestíbulo hastallegar a una larga sucesión de puertasazules: los despachos de los profesores,según la chica del bosque. Recorrió elpasillo, leyendo las etiquetas de laspuertas hasta que dio con la que decíaDEIRDRE O’HANLON.

Llamó. Una voz apagada respondiódesde el interior:

—¡Adelante!Por supuesto, en lugar de un pomo,

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otra huella en forma de mano. Suspiró,desanimada, y volvió a llamar. Le dolíala mano. Las puertas con revestimientode aceroplástico no estaban diseñadaspara los nudillos. Al cabo de unmomento, la puerta se abrió sola. Entró.

El despacho era pequeño y estabadesnudo, salvo por dos sillas rojas. Unaestaba vacía; la otra la ocupaba unamujer delgada vestida con holo-prendasretro: unos vaqueros azulesacampanados y una blusa ajustada demanga larga con un estampado floral. Enel aire flotaban imágenes externalizadas,esquemas llenos de gráficas y un textoblanco con la letra minúscula. Una de

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las imágenes surgía de su mano haciaarriba. La mujer desplazaba bloques detexto de un lado de la imagen al otro,luego los agarraba con suavidad con losdedos y los empujaba hacia un lado,enviándolos por encima de la silla vacíajunto a una docena de documentosacumulados contra la pared. Se giró ysonrió a Mistletoe con cara de sorpresa.

—Perdona, pero no me suenas deninguna de mis clases de aquí. ¿Estudiasa través de Unison?

—¿Eres Deirdre O’Hanlon?Los ojos de la profesora analizaron

el rostro y las ropas de Mistletoe, sindejar de sonreír.

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—Si quieres solicitar ayudaeconómica, tienes que teletransportarteal Complejo de Administración.

—Tengo esto —dijo Mistletoe,sacándose la base de datos medioquemada del bolsillo y mostrándoselasin decir nada.

Deirdre chasqueó la lengua con ungesto de satisfacción.

—¡No había visto uno de estos enmuchos años! ¿De dónde lo has sacado?

—Escúchame: Jiri está muerto. Creoque mi tía Dita también lo está —espetóMistletoe, que de pronto tuvo que hacerun esfuerzo para controlar las lágrimas—. No quiero... —Las lágrimas le

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nublaron la vista—. No quiero quemuera nadie más por ser quien soy.

Deirdre se quedó allí sentada,boquiabierta. Todas sus páginasexternalizadas desaparecieron. Las dosse quedaron mirándose en el despachodesnudo.

—¿Y tú quién eres? —susurróDeirdre, pálida y vacilante, sabiendo loque se le avecinaba, pero sin podercreérselo del todo.

—Hace quince años, tú, Jiri, Dita yquizás alguien más vinieron y se mellevaron de algún laboratorio deUniCorp. Yo lo he soñado. Hubodisparos.

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—Ma bah... —exclamó Deirdre, quetragó saliva y le señaló con la mano lasilla vacía—. Por favor, siéntate.

—Prefiero quedarme de pie —respondió Mistletoe.

Sentía una sorprendente hostilidadhacia aquella extraña por el hecho deque estuviera viva y vivieracómodamente, mientras otros habíanluchado y habían muerto bajo la bóveda.

—Tienes que entenderlo —dijoDeirdre poco a poco y midiendo suspalabras—. Hace mucho tiempo que yano formo parte de ese mundo. Hacemucho tiempo que no oía esos nombres.Jiri...

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Sacudió la cabeza, como si las dossílabas de aquel nombre le asombraran.

—Murió ante mis propios ojos —dijo Mistletoe, fríamente.

—Entonces aún pagábamos consangre —Deirdre fijó la mirada en lapared, más allá de Mistletoe—. Connosotros había otro, que no consiguiósalir del laboratorio.

—P.Los ojos de Deirdre volvieron a

posarse en el rostro de Mistletoe.—Sí. Pyotr era mi marido. ¿Cómo lo

sabías?—Por las notas de Jiri.—¿Jiri guardaba notas? ¿Con

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nombres?—Solo las iniciales. Las destruí. —

La tranquilizó, y suavizó el tonoamenazante de su voz—. Siento lo de tumarido.

Deirdre volvió a dirigir la miradahacia la pared desnuda.

—Hace quince años yo era unaidealista. Todos lo éramos. Sobre todoPyotr, que era un soñador. Dita solíadecir que él vivía media vida en estemundo y la otra media en el mundo quequería, un mundo en el que la bóvedanunca habría existido, en el que Unisonestaría abierto a todo el mundo. Losotros éramos un poco más pragmáticos.

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—Se rio—. Pero Pyotr...Mistletoe observó cómo se tensaban

los finos músculos de la cara deDeirdre, se relajaban y volvían atensarse, mientras recordaba algúndetalle específico enterrado durantemucho tiempo. Esbozó una sonrisaapenas perceptible.

—Solía decir de ti, Anna...—Ahora me llamo Mistletoe.—Mistletoe... —Deirdre se quedó

pensando—. Bonito nombre. Pyotr solíadecir que todos deberíamos estardispuestos a morir para conseguir tulibertad. Y él lo hizo.

—Yo no se lo pedí. Yo no pedí nada

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de todo esto.—Pero aquí estás. —Ahora fue

Deirdre quien endureció el tono de voz—. No pude enterrarle siquiera, ¿sabes?Huimos. Jiri te llevaba en brazos. Pyotrestaba convencido de que el otro sujeto,el chico, estaba en algún lugar, allídentro. No paraban de aparecerasociados. Habíamos perdido nuestraúnica ventaja, la sorpresa. Quizá si unode nosotros hubiera ido con él... —Tenía las manos apretadas sobre lasrodillas, y los dedos de sus elegantesmanos estaban pálidos por falta desangre—. Pero yo corrí. No queríamorir.

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Abrió la mano. Apareció en el aireuna imagen con grano, el retrato de unhombre. Tenía el cabello largo y negro,con un flequillo que le caía frente a losojos, la nariz afilada y unos labios finosde persona seria, apretados en unaexpresión contemplativa.

—Es él —dijo Deirdre, acercandola imagen—. Mi marido.

Mistletoe se imaginó a aquelhombre, junto a Jiri, Deirdre y la tíaDita, reunidos en el interior de unachabola, discutiendo, riéndose yescuchando música. Resultaba difícilpensar en Jiri —especialmente en Jiri—de joven, entre amigos.

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—¿Qué erais, una especie de banda?—Lo nuestro eran las bombas.

Éramos lo bastante jóvenes para creerque si abríamos un agujero en la bóveda,eso desataría la revolución. —Levantólos brazos, en un gesto de falsa euforia—. Entonces Magnus e Ivor nos trajeroninformación clasificada sobre UniCorp,sobre el gran proyecto del poder sobrela bóveda. Dos sujetos experimentales.Por supuesto, no podían decirnos conqué fin os iban a crear. Solo que eraisimportantes para Martin Truax. Y paranosotros, en aquel entonces, aquellobastaba.

—El chico está libre —le anunció

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Mistletoe—. Se llama Ambrose.Pensó en añadir «Así que su marido

no murió por nada», pero consideró quesonaría a recurso sensiblero y que lereconfortaría bien poco.

Deirdre asintió. Entonces, no muyconvencida, le dijo:

—Creo... Creo que vino a verme.Mistletoe tuvo que contenerse para

no agarrar a Deirdre por los hombros.—¿Ha estado aquí?—No —respondió. Empezó a

retorcer los dedos nerviosamente,creando figuras con los dedos—. Nodebería decirte esto. Nunca se lo hedicho a nadie. En Unison, tengo varias

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identidades diferentes, pero uso unaespecífica para mi trabajo. La de unaadolescente, como tú. La gente delsector de las aplicaciones baja laguardia cuando piensan que tratan conuna persona joven e inocente. Y bueno...es agradable volver a ser una chicajoven durante un rato.

»El caso es que uno de miscontactos, un aficionado a los juegos, mepresentó a un nuevo usuario llamadoAdam Trevor, que hacía unas preguntasde bastante peso. Le gustaba el diseñode muebles y la música pop.

—No es él. Ya te lo he dicho, sellama Ambrose. Y lo único que le

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preocupa es su estúpido trabajo.Deirdre levantó una mano.—A eso me refiero: era evidente

que no era quien decía ser. Falsonombre de usuario, falso perfil, como elmío. Y quería información sobre Unison3.0.

—¿No dijo adónde iba?—No iba a ningún sitio. Le entró el

miedo. Su secuencia de pensamiento ledolía, como si le hubieran colocado unmillón de nuevos Amigos de golpe. Ypor el aspecto de su cara, era como siviviera una pesadilla. Bastó paraconvencerme de que debía mantenermeapartada durante un tiempo. Que la

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actualización se complete, que Martinhaga lo que tenga que hacer. Ya volverécuando la cosa se estabilice.

—Pero Ambrose necesita ayuda.—¿Y qué se supone que debo hacer?

Ahora soy profesora de la UCPE. Aquítengo mi vida.

—Pues deja que me conecte yo.—¿Quieres ayudarle? Lo mejor que

puedes hacer es desaparecer. Abandonala ciudad y mantente lejos de Unison.

—Si huyo y él muere, entoncesestaré... —No acabó la frase.

—Acaba.—Déjalo.La voz de Deirdre era puro hielo.

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—Acaba lo que ibas a decir.Mistletoe se llevó las manos a los

labios.—Si huyo y él muere, entonces

estaré igual que tú, hablando de lascosas que tendría que haber hechocuando tuve ocasión.

A Deirdre le tembló la boca, perosolo una vez. Asintió, casiimperceptiblemente, y luego se giró, sinlevantarse, y pasó la palma de la manopor la pared desnuda que tenía al lado.Se abrió un panel rectangular, dejando ala vista varios frascos de color naranja.Deirdre eligió uno y abrió la tapa. Sacóuna cápsula de gelatina de color claro y

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del tamaño de su pulgar y se la tiró aMistletoe.

—¿Qué es esto?La cápsula contenía formas de vida

que se agitaban, unos minúsculosbichitos plateados y negros quecoleteaban, como versiones diminutasdel insecto-cámara de Sliv.

—Es un prototipo de un mecanismode conexión no integrada en cuyodesarrollo estoy colaborando.

Mistletoe observó la pequeñacolonia de bichitos.

—¡Es brutal!—Es nuestro primer modelo, así que

es un registro muy básico, de uso único.

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Podrás moverte por Unison, pero notendrás un perfil ni una secuencia depensamiento. No responderá a tupresencia. No puedes hacer Amigos.Presiónate las sienes con las palmascuando estés lista para teletransportartey salir. Así es como se supone quefunciona.

—¿Quieres decir que no lo sabes?La cápsula se agitó y rebotó en el

interior de su mano; estuvo a punto decaérsele.

—Aún no se ha probado.—¿Y vas a meterme esta cosa por un

agujero en la mano?—No, nada de eso —la tranquilizó

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Deirdre—. Solo tienes que tragártela.

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FIESTA DELANZAMIENTO

AMBROSE NO PUDO evitar gritarmientras caía por aquel tubo, quedescendía por las paredes del edificiode UniCorp trazando unos ángulosimpredecibles. Intentó mantener la bocacerrada, pero daba la impresión de quelos cambios repentinos de dirección,sumados a la peligrosa velocidad deldescenso, en la más completa oscuridad,

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le arrancaban los gritos de terror de lospulmones. Y aun así, a pesar de lamareante intensidad de la caída, nodejaba de pensar en una cosa:

Len había conseguido dirigir unequipo de seguridad rebelde y socavarlos planes de su propio padre, lograndomantener al mismo tiempo su imagen deperfecto burócrata. Y lo habíaarriesgado todo —y lo había perdido—por Ambrose.

La caída por el tobogán dio paso ala caída libre.

Sus gritos flotaron en el aire a sualrededor, y luego se perdieron tras deél. Entonces emitió un sonoro

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¡hrrrmmfffff! al caer, de culo, contraalgo blando, pero no tan blando.

Espuma térmica. Se hundió entre lospliegues del material que le rodearonformando una cubierta blanda. Entoncesla espuma cedió, dejándole caer sobreun montón de sábanas y almohadones enel suelo de una habitación del tamaño deun trastero iluminada por una únicalámpara. Ambrose se puso en pie yrespiró hondo unas cuantas veces parareducir las pulsaciones del corazón, queestaba desbocado. Calculó la velocidadde la caída y la altura aproximada deledificio, y concluyó que estabaligeramente por debajo del suelo, más o

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menos al mismo nivel que la entradaprivada de Len.

Justo delante vio que había unaestrecha abertura en la pared. Tras otrotrayecto corto por un túnel —esta vezhorizontal, afortunadamente—, fue aparar a un espacio de paredes toscas quecontenía un coche de seguridad deUniCorp. Se tomó un momento parapasar la mano por el suave techoredondeado que se curvaba hastafundirse con los bajos en un único puntoreluciente. Abrió la puerta deslizante.

«Gracias, hermanito».En cuanto se sentó, el techo del

garaje se abrió y dejó a la vista el claro

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amanecer rosado que se extendía sobrePuerto del Este. La puerta del coche secerró. La consola cobró vida y seiluminó. Su hermano había programadoel piloto automático para una rutapreestablecida.

Los propulsores iónicos de triplehélice se pusieron en marcha y el cochesalió disparado de su aparcamientosubterráneo, haciendo coincidir el saltopara integrarse limpiamente en el tráficoal nivel de calle. Ambrose se dejó caeren el asiento mientras el coche seintegraba en el Desfile de los Cuerpos.Habría sido la ocasión perfecta paradormir, si su cuerpo fuera capaz de

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hacerlo. Cerró los ojos y se frotó lassienes doloridas. Quizá, si liberaba lamente, podría desconectar un minuto odos. Quizás incluso podría aprender asimular los efectos del sueño, hacer élmismo una especie de calibración paramantener la cordura.

Las manos no le respondieroncuando sintió los cables. Una docena deellos, o quizá más, que le salían de lapiel de la cara y le caían sobre losmuslos. Se puso en pie de un respingo yjadeó.

—Reflejo.La ventanilla se convirtió en un

espejo. Se miró la cara, pálida y tensa,

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que tenía agarrada entre las manos.No había ningún cable. Su rostro

estaba hecho de carne humana normal ycorriente.

El coche saltó a un nivel de tráficomás alto. Se dirigía al norte,atravesando la Expansión de NuevaInglaterra. Irguió el cuerpo, respirandode forma regular, intentando mantener elcontrol sobre su atribulada mente. Letorturaba la idea de que se estabaquedando sin tiempo; si no encontrabaun modo de calibrarlo, el procedimientolo convertiría en un lunático paranoide ybaboso. Sería peor que morir, porque elmínimo momento de lucidez le

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recordaría la persona cuerda que eraantes. Recuerdos fugaces de una trenzaazul, de una aventura sub-bóveda, de unaamiga de otra vida.

Desactivó el espejo y miró por laventanilla para distraerse en una seriede imágenes inconexas bañadas por laradiante luz de la mañana:

La punta reluciente de las cúpulas deapartamentos semisumergidos enProvidence Harbor.

El enorme estratorrascacielos defachadas verdes del ConglomeradoDeportivo Fenway, en Boston Heights.

El tráfico del Corredor de Maine,increíblemente sinuoso pero fluido.

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Por último, se vio circulando solo,cerca de la frontera canadiense,abandonando los barrios del norte dePuerto del Este —antiguos almacenes dehormigón apiñados bajo achaparradosbloques de apartamentos de diez plantas—, pero entonces despertó de suensoñación y farfulló de rabia. El cochede seguridad redujo la velocidad junto aun denso bosque de pinos y luego girónoventa grados, tomando un caminoflanqueado de árboles. Las espinosasramas arañaban las ventanas a medidaque el camino se estrechaba ydesaparecía de la vista.

El coche se detuvo en un pequeño

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claro, donde emitió una señal y secomunicó con algún receptor oculto. Seabrió un agujero en la tierra. El cocheentró por él y luego frenó con suavidad.Ambrose salió del interior y se estiró.Sobre su cabeza, el suelo se cerró. Seencendió una luz tenue.

Estaba en el interior de una cámarasubterránea de paredes de tierraprensada. Las raíces retorcidas de losárboles asomaban por las paredes. En unrincón había una vieja butaca verde.

Su conectódromo personal, bienoculto en el bosque, pero aun así lobastante cerca del Corredor de Mainepara tener cobertura. Len había

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entendido que Martin tenía unosrecursos ilimitados en el mundo físico.Ambrose podría escapar una y otra vez,pero siempre viviría como un ratón enun laberinto. En Unison, por lo menos,estaría en posición de —¿Qué era lo quehabía dicho Len?— introducirse en elmecanismo.

Se sentó en la butaca. Con los ojoscerrados, se puso a pensar en Mistletoe,en dónde estaría, si estaría bien. Pensóen que le había dado un empujón, en elinterior de aquel ascensor sub-bóveda,por meterse con su barrio.

Respiró hondo. El olor húmedo yterroso de aquella sala le recordó el de

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la trenza azul, tan penetrante, cuando latenía aplastada contra la cara, apretadocontra ella, montados ambos en aquelminúsculo scooter letal... Si su mente seiba a lanzar a un torbellino dealucinaciones y recuerdos inconexos ysin sentido, esperaba al menos quealguno de ellos fuera de Mistletoe. Juntólas palmas de las manos y seteletransportó.

La garganta le hizo cosquillas, perono podía toser.

Sintió el sabor penetrante y metálicoa ácido de batería.

La tenue luz desapareció y sintió quese despegaba de la butaca.

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Una sensación de euforia leatravesó; sus problemas quedaban lejosy perdían sentido. Estaba en casa.

Salió de la cueva y penetró en elmundo virtual de Puerto del Este queofrecía Unison. Las raíces de losárboles se retorcían con un granestruendo bajo sus pies. A su alrededorsurgió un campo de manzanos. Algunosde los árboles se curvaron y cambiaronde forma, transformándose en curiosassillas y mesas. Unas elaboradas tallas amano aparecieron en la superficie de lamadera. Pasó la mano por los profundosrelieves en espiral del lateral de unaextraña silla en forma de T. En un

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extremo del travesaño superior habíauna puertecita con un pomo en forma debúho.

Su canal de datos decía:

Buzón suburbano, mediados del sigloxx.

Así que no era una silla: era uno deaquellos antiguos buzones usados parala correspondencia en papel. Lo observómientras se lacaba solo, cubriéndose deun barniz brillante de arriba abajo. Erade una belleza sobrecogedora. Siemprele habían gustado los muebles, desdeque era un niño, y nunca pensó que

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podría desarrollar aquella pasión. Erasolo una parte de sí mismo, como susmanos, sus pies o su corazón. Peroahora, por primera vez, rodeado de todaaquella belleza, sintió que todo su ser sehenchía con...

Un momento. Algo no iba bien.Accedió a su perfil.

Mi nombre es Adam Trevor.Se relajó y paseó por entre los

manzanos, levantando con los pies lashojas caídas que cubrían el mullidocamino bajo sus pies. Todo iba bien.Era Adam Trevor, y estaba en casa.Pero aun así algo le inquietaba, unasensación de angustia, como si se

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hubiera perdido una reunión.¿Dónde trabajaba?No trabajaba. Era imposible, tenía

quince años. Quería llegar a ser cantantealgún día, pero...

Vio su lista de Amigos: TakashiNakamura y Sonia Carter. Estaba bieneso de tener Amigos. ¿Por qué tenía solodos? Aquello no era lo normal enUnison. Bueno, ahora que estaba en casapodía dedicar más tiempo a hacernuevos Amigos.

Contempló las manchas de luz que seformaban sobre las hojas del camino,bajo sus pies. Todo le comunicaba unagran paz. Tenía la sensación de que

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podría echarse en un lecho de hojassecas, acurrucarse y quedarse allí parasiempre. Llegó al final del campo. Unarco de madera cubierto de flores demanzano marcaba el extremo.

De pronto sintió una especie detemblor en el fondo de la cabeza. Por unmomento le resultó incómodo, como unpicor que no se podía rascar, peroentonces su canal de datos le anunció:

¡Takashi Nakamura está en Unison!

La secuencia de pensamiento de suPrimer Amigo apareció en su campo devisión.

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Takashi Nakamura acaba deconvertirse en General de nivel 65 enel juego de rol Guerras Saturninas.

Adam Trevor percibió lo importante queera aquel logro para Takashi. Su PrimerAmigo estaba orgulloso, y lasatisfacción de Takashi le llegó enforma de sensaciones inconexas, comolas cálidas manchas de luz queaparecían entre los árboles. ¡Quécontento estaba hoy todo el mundo! Serio con ganas.

Al llegar al límite del campo demanzanos se detuvo. Ante él había una

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fila de espectros haciendo cola tras unacuerda de terciopelo roja. El intensoparloteo de sus cadenas de pensamientole aturdió: todos estaban desesperadospor ser sus Amigos. La fila acabababajo la marquesina de una gran sala deconciertos de paredes de ladrillo. En lamarquesina se anunciaba con letrasrojas:

UNICORP AUDITORIUM

PRESENTAUNA NOCHE CON ADAM TREVOR

No tenía mucho sentido, pero le parecíarecordar vagamente el duro proceso de

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selección, la dureza de los castings, lasnoches trabajando hasta tarde y laslargas jornadas pasadas con el profesorde canto. Se merecía aquello, tras elduro trabajo realizado. ¡Por fin lo habíaconseguido! Aquel concierto era sulanzamiento al estrellato. Unos metrosmás allá de la entrada principal se abrióuna puerta. Un espectro de rostroregordete y repeinado con brillantinaasomó y le dijo:

—¡Psst! ¡Señor Trevor! ¡Estábamosesperándole... por aquí!

Ambrose corrió hacia la puertamarcada como ENTRADA DEARTISTAS y se coló en un pasillo

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oscuro entre bastidores. El espectro erabajito, rechoncho e iba impecablementevestido con un esmoquin. Le hizo unareverencia.

—Es un placer conocerle por fin. Sime sigue, por favor, le llevaré alescenario, para la prueba de sonido.

Apartó una cortina de terciopelogranate. El escenario estaba vacío, salvopor un piano y un micrófono.

—Yo toco el piano —dijo Adam.—Claro que lo toca —respondió el

hombre, con una sonrisa—. Y hoy elteatro se va a llenar, así que más valeque caliente. Por favor.

El hombre extendió el brazo e indicó

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con la mano la platea vacía. Adamatravesó el escenario, oyendo el eco desus pisadas en la enorme sala.

«Soy Adam Trevor. Y toco el piano.Soy Adam Trevor. Y canto».

Se sentó en la banqueta de madera ypresionó una tecla blanca con la manoizquierda. El piano emitió un tono grave,imponente y profundo. Con la manoderecha esbozó una alegre melodía detres notas. Entonces combinó ambasmanos, improvisando una canción sobreuna terrible tormenta que se hace amigade una ardilla.

Una mano femenina le agarró de lamuñeca antes de que pudiera resolver

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una progresión de acordesespecialmente brillante. Levantó la vistadel piano. El rostro le era familiar —yera guapa, a pesar de su curioso sentidode la moda—. ¿Sería una antiguaadmiradora, o alguien que habríaconocido durante sus estudios en elconservatorio?

—No dejes tu trabajo de día —ledijo.

De algún modo, aquella voz lerecordaba un sueño reciente: una huidadesesperada, un viaje al Norte, unagujero en medio del bosque.

—¿Cómo has entrado aquí?—Ambrose —dijo ella—, ¿qué te

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pasa?Alrededor de la chica, las sombras

del auditorio se fueron oscureciendo einvadieron el escenario. Ambrose mirólas filas de butacas rojas vacías a latenue luz del techo abovedado. Aquellugar empezaba a inquietarle.

—¡Soy yo, Mistletoe! —dijo ella,agitando una espesa trenza azul porencima del hombro.

Ambrose sintió un intenso aroma apenetrantes especias y tosió.

Tenía la sensación de que recordabael día en que se habían conocido. Sí:había sido en un callejón bajo labóveda. ¿Pero qué podía haberle

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llevado a un lugar como aquel?Ella le zarandeó con brusquedad.—Te llamas Ambrose Truax.

Escapamos de dos polis juntos. Nosatraparon aquellos viejos hermanosasquerosos, Magnus e Ivor. ¿Teacuerdas? Entonces nos separamos. EresAmbrose.

Él se levantó del banco y dio unpaso atrás, lentamente, sacudiendo lacabeza.

—Yo me llamo Adam —murmuró—. Esta noche doy un concierto. Tengoque calentar —dijo, pero sus palabrassonaban falsas, como si alguien hablarapor su boca.

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Las luces del auditorio se apagaron.Del patio de butacas llegaban unossusurros airados.

—Tenemos que salir de aquí —decidió Mistletoe.

—Este es mi sitio —se defendió él,no muy convencido—. Aquí soy feliz.

Pero ella no le creyó. Ambrose nosabía cuál era su sitio.

Mistletoe le tiró de la manga. De lasfilas de butacas, a oscuras, empezaron allegar voces:

—¡Canta!—¡Venga, Adam, canta para

nosotros!—¡Te queremos!

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—No los escuches —le exhortóMistletoe, que le retorció el brazo y tiróde él, apartándolo de la banqueta delpiano.

Ambrose saludó con la mano a susadmiradores invisibles mientras ella learrastraba y se lo llevaba entre lascortinas de terciopelo.

—¿Somos Amigos? —le preguntóél.

Tenía la desagradable sensación deno gustarle mucho a aquella chica.

—Aquí no.Salieron como una exhalación por la

puerta señalizada como ENTRADA DEARTISTAS y se encontraron con un sol

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cegador. Él la siguió, alejándose delAuditorio UniCorp, y subieron una lomacubierta de hierba alta que se agitabaentre sus piernas. En lo alto de la lomahabía un bosquecillo de pinos. Ella locondujo entre los árboles y se sentó a sulado, a la sombra, sobre un gran tocóncon muchos anillos.

—Escúchame —dijo mientras lecogía la mano—. Te llamas AmbroseTruax. Vistes holo-trajes y te ponescolonia de Bruselas. Nos encontramosen Little Saigon, donde todo tieneaspecto de viejo. Yo tengo un scooterque se llama Nelson.

Ambrose estaba tan mareado que se

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le nublaba la vista. Sintió náuseas.—Nos persiguió la poli, pero nos

escapamos.Él cerró los ojos y se vio a sí mismo

detrás de Mistletoe, montado en unvetusto scooter. Iban por una calleestrecha e irregular, en lo alto de unbloque de infraviviendas. La superficieinferior de la bóveda estaba a pocosmetros sobre sus cabezas. La larga colade caballo azul de Mistletoe le hacíacosquillas en la nariz. Él la rodeaba consus brazos, sintiendo el calor de suvientre, y estaba contento de tenerla tancerca. Y entonces recordó:

«Me salvó la vida. Me llamo...».

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La escena cambió, y de pronto vioun enorme laboratorio frío y húmedo,lleno de maquinaria pre-Unison. Unhombre de cabello blanco que olía amoho se cernía sobre él y le agarraba lamuñeca con fuerza. El hombre le hundióuna afilada aguja en la mano. Unapunzada de dolor le atravesaba el brazo.Recordó:

«El viejo me instaló una nuevaidentidad. Me llamo...».

Cambio de imagen: estabaagazapado tras el tubo de un escáner,junto a alguien que tenía un disruptor enla mano, alguien conocido que le gritabaque echara a correr.

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Cambio de imagen: una canicasuspendida en el aire, entre losestratorrascacielos de Puerto del Este,rotando incesantemente sobre su eje.

«Me llamo Ambrose».Lo recordó todo.—¡Me llamo Ambrose Truax! —

dijo, en el momento en que su mentevolvía al claro en medio de los pinos.Miró a su alrededor, con los ojosabiertos como platos—. ¡Uau! —exclamó. Respiró hondo—. Vale. Laidentidad de Adam Trevor estabaperfectamente sincronizada con Unison.Eclipsó completamente mi propiaconciencia. Y fue algo inmediato: en

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cuanto me teletransporté, me perdícompletamente.

Se puso en pie y se sometió a unrápido examen mental. Consternado,observó que la voluntad de salircorriendo y volver al concierto, a cantarpara su entregado público, aún ejercíapresión en su mente, tentándole. Peropor lo menos pudo reconocer el impulsoy evitarlo. Dio unos pasos arriba y abajomientras se repetía su verdaderonombre.

—Me llamo Ambrose Truax. Mellamo Ambrose Truax. Me llamo...

—Sabes que estás diciéndolo en vozalta, ¿verdad? —dijo Mistletoe, mirando

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a su alrededor, a los pinos,perfectamente diseñados por Unison—.Este lugar es un twit rarito, por cierto.Buen trabajo.

A Ambrose se le ocurrió pensar queno podía saber si aquella nueva usuariaera realmente Mistletoe. No era unespectro, pero tampoco estaba en sulista de Amigos. Y no podía consultar superfil ni su secuencia de pensamientos.Según Unison, no existía.

—¿Cómo has llegado aquí? LaMistletoe que yo conozco no tieneacceso siquiera al mundo supra-bóveda,y mucho menos una identidad paraUnison.

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Ella se puso en pie de un salto y leclavó un dedo en el pecho. Aquello lebastó para convencerse de que sí, eraella.

—En primer lugar, ¿qué tal siempiezas con un «gracias por salvarmeel culo otra vez»? ¿Qué será? ¿Lamillonésima vez desde que nosconocemos? Y en segundo lugar, yotambién me alegro de verte.

Él levantó las manos al aire.—Vale, vale, lo siento, pero tienes

que entenderlo. Desde que te vi laúltima vez, no entiendo nada de lo queme pasa por la mente. He visto cosas.Dejé a Magnus e Ivor para ver si podía

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calibrarme, pero... Ahora en serio,¿cómo has llegado hasta aquí?

—La profesora Deirdre O’Hanlon.—¿Quién?—Creo que cuando tú la conociste

ella era una especie de... —chasqueó losdedos, intentando pensar—, creadora deaplicaciones.

Ambrose tardó un momento enresponder:

—Sonia Carter.—En realidad se llama Deirdre —

dijo Mistletoe—. Es profesora de cosasde esas de Unison en la UniversidadCentral de Puerto del Este. Me enterépor las notas de Jiri.

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—Espera... ¿Has estado en laUCPE? ¿Cómo atravesaste la bóveda?

—Conozco a un chico...Hizo una pausa, como si esperara

una reacción. Ambrose no estaba segurode qué esperaba que dijera.

—¡Ah!—... que me ayudó a pasar por los

conductos de ventilación. Y entoncesDeirdre me ayudó a conectarme.

—Te instaló un implante —dijo él,tocándose la palma de la mano.

Ella sacudió la cabeza.—Ojalá. Tuve que tragarme una

píldora gigante llena de bichos.«Eso explica por qué no estás en el

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registro», pensó él.—¡Por todos los twits! ¿Tienes idea

de lo peligroso que es eso? —dijo él,usando el argot sub-bóveda como si lohubiera hecho toda la vida—. ¿Tragarteun preparado biotecnológico de origendudoso? Esos bichos ahora están en tucerebro. No puedes hacer cosas así. Noquiero... —Se calló.

—¿Qué es lo que no quieres?—No quiero perderte otra vez.A pesar del caos reinante en sus

funciones cerebrales, de aquello estabaseguro. Tenía la imperiosa necesidad deponerle un dedo en el lado del cuello, desentirle el pulso y la suavidad de su

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piel. Piel de verdad, piel de Unison, noimportaba.

Mistletoe no parecía saber cómoreaccionar.

—Ambrose, nadie me... —Porprimera vez desde que se conocían, sequitó su armadura callejera sub-bóveda—. Yo nunca... —Esbozó una sonrisatriste y, de algún modo, muy vieja.Volvió a intentarlo—: Ojalá te hubieraconocido antes.

Ambrose sintió que el corazón legolpeaba contra el pecho. Y entonces susecuencia de pensamientos cobró vida:

¡Takashi Nakamura está flipado ante

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la idea de ver cantar a su Amigo estanoche!

Sintió la presencia de Takashi que se leechaba encima, sofocándolo, como unpaciente sobremedicado.

—¡Oh, no! —exclamó—. ¡Agáchate!Takashi apareció entre los árboles,

jadeante y congestionado. Ambroseesperaba que mencionara su extraña ybrusca despedida en el estadio. SuPrimer Amigo señaló hacia un huecoentre los árboles.

—¿Por qué te escondes, Adam? ¿Nohas visto eso? ¡Es precioso!

Su sombra del ánimo se agarró a él

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mientras le tendía unos tentáculosanaranjados alrededor de las piernas yla cintura.

—¡Ecs! —exclamó Mistletoe, dandoun paso atrás.

—¡Encantado de conocerte! —dijoTakashi.

—¡Hola! —respondió ellatímidamente, sin quitar el ojo a lostentáculos de la sombra de Takashi.

Takashi Nakamura está01101000011011110110110101-100101.

Ambrose agitó una mano frente a la cara

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de su Amigo.—Umm... ¿Takashi?«¿Um, Takashi?».Takashi miró un poco más allá de

donde estaba Ambrose, hacia el otroextremo del claro. Entonces soltó unarisita distante.

—¿Alguna vez... has visto cómoencajan las diferentes capas del mundo?¿Y cómo son iguales para todos tusAmigos y para ti, al mismo tiempo? Escomo si fueras el bit más pequeño deinformación, ¿lo pillas? —Hizo un gestouniendo el pulgar y el índice, como parademostrar el diminuto tamaño al que serefería—. Tú te dedicas a una función

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repetitiva, adelante y atrás, o arriba yabajo, y al mismo tiempo eres como un...—Agitó los brazos, sonriente, intentandomostrar gráficamente la idea que teníaen el cerebro—. ¡Un remolino deAmistad! —exclamó, triunfante.

Ambrose señaló con el dedo lasombra del ánimo de Takashi, quereaccionaba ante aquella profundafelicidad trepándole por el pecho yrodeándole el cuello.

—¿Se supone que eso tiene quesuceder? Quiero decir, ¿tú...?

—¡Yo por fin soy yo, Adam! Soytodo lo que he querido ser alguna vez.

Recelosos, siguieron a Takashi entre

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los árboles hasta salir al exterior. A lospies de la loma había un enorme campoque se extendía hasta la imagen queveían de Puerto del Este, cubierta por labruma. El campo estaba poblado pormillones de usuarios que se movían y seunían en grupos como densos bancos depeces, lo que le dio a Ambrose laalarmante sensación de que estabaobservando el lecho de un océano sinagua. Tardó unos minutos en darsecuenta de que los usuarios se movíanpor allí con un objetivo, el de acercarselentamente hacia una imponente moleque amenazaba con eclipsar el perfectosol de Unison.

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—Greymatter —dijo Ambrose.—¡Te dije que era una belleza! —

exclamó Takashi a sus espaldas, altiempo que echaba a correr colina abajo.

La finca de Martin tenía el tamañode una ciudad. Se expandía hacia amboslados; el cristal y el metal cromado desus modernos estratorrascacielosdejaban pequeña la casa victorianaoriginal. Las sucesivas ampliacionesrebasaban el perímetro del recinto, unabrillante barrera del siglo XXI querodeaba a la masa de usuarios como dosgarras gigantes.

Cuando los usuarios llegaban a lafachada de la finca, sus siluetas se

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descomponían; meses dedescomposición se sucedían en uninstante sobrecogedor. De los restoscorporales de cada usuario salían seriesde datos sin procesar en forma demadejas de vivos colores que sedeslizaban y penetraban en la casa porlas paredes.

La finca consumía información delos perfiles.

—¿Eso es bueno o malo? —preguntóMistletoe.

El canal de datos de Ambrose seiluminó:

¡Enhorabuena! Has sido seleccionado

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para participar en una prueba gratuitade Unison 3.0 (Versión Beta). ¡Acudea nuestra fiesta de lanzamiento enGreymatter!

Ambrose se giró hacia Mistletoe, perounos destellos repentinos de un blancointenso procedentes de su secuencia depensamiento llamaron su atención. En uninstante, Unison comprimió la distanciaque separaba su secuencia depensamiento de la de los otros usuarios.Ahora todas parecían originarse en elmismo lugar, en lo más profundo de sumente, como una ensordecedora cámarade resonancia.

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Lauren Jenkins adora a sus Amigos deUnison más que ninguna otra cosa enel mundo : )

Julia Pittman se ha hecho fan deAdam Trevor.

¡Oscar Ward cree que en la vida hayque relajarse y DISFRUTAR de todo!

Chris Riley se pregunta por qué habrátardado tanto en darse cuenta de lofácil que es ser feliz.

Mark Sullivan ; ) ; ) ; ) ; ) ; )

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Millones de perfiles completos, contodos sus detalles, empezaron a invadirsu canal de datos. Y todos le invitaban aun mismo evento: la fiesta delanzamiento en Greymatter.

Iba a ser muy divertida.A lo mejor incluso podría interpretar

unas canciones para todos sus nuevosAmigos.

Se quedó mirando colina abajo.Alguien le tiró de la manga: la chica delauditorio. Le había interrumpido en elcalentamiento previo al concierto yahora intentaba evitar que asistiera a lafiesta de lanzamiento. Se la sacudió de

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encima —¡menuda loca pesada!— yestaba a punto de decirle que le dejaraen paz cuando vio que ella se echabaatrás con un movimiento brusco, como sise le hubiera caído un cuchillo eintentara evitar que cayera al suelo. Lachica tenía la mirada ausente y lejana.De pronto se quedó boquiabierta,parpadeó y desapareció.

Tampoco era una gran pérdida. Alfin y al cabo, no estaba en su lista deAmigos.

Ambrose salió a campo abierto, seunió a los otros usuarios y se dirigióhacia la finca, silbando alegremente ycon la agradable sensación del sol en el

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rostro.

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13

SUPERVIVIENTES

ESTABA FLOTANDO, A oscuras. Eltubo se abrió de pronto y brilló una luz.Entrecerró los ojos. Frente a la luzapareció una silueta que tapaba el centrodel foco, pero no el resplandor dealrededor. Los ojos se le adaptaron a laluz, y distinguió los bordes de un trajeelegante y una corbata en la manchaoscura; luego la silueta desapareció yvolvió a encontrarse ante aquella esfera

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luminosa.Había hombres hablando fuera de su

campo de visión, y de vez en cuando seoía un ¡pchoff!, como un chapuzón.Sintió que algo la inclinaba haciadelante, algo que emitía un zumbidomecánico, y poco a poco se dio cuentade que se encontraba en una sala llenade largos tubos de metal. El tubo quetenía enfrente estaba reclinado y abierto.En su interior había un minúsculo bebéque se agitaba, con largos cables que lesalían de la cabeza. La miró y se quedóinmóvil. Ella intentó hacerle un gestocon la mano, pero tenía los brazosinmovilizados. Así que intentó decirle

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algo como pudo. Parpadeó y movió loslabios.

Una vez más: ¡pchoff!Buscó con la vista el origen de aquel

ruido, tras el tubo de otro bebé, en laparte trasera de la sala, donde doshombres vestidos con batas delaboratorio y un tercero —el que lahabía mirado— se inclinaban sobre unalarga mesa, manipulando un bultocarnoso. De aquella cosa inerte salíanunos cables plateados. Entonces vio unminúsculo bracito.

Era un bebé —igual que ella y elniño del otro tubo—. Solo que no semovía. El tercer hombre sostuvo el

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bebé, le arrancó uno de los cables y loobservó a la luz. Le dio la vuelta con lasmanos, estudiándolo desde todos losángulos. Sacudió la cabeza. Los doshombres vestidos con bata observaron,inmóviles, mientras el tercer hombretiraba el bebé a una cuba cilíndrica llenade un fluido verde y con los cuerposinertes de otra docena de bebésflotando, con los cables enredados unoscon otros, moviéndose empujados poruna suave corriente.

El bebé que cayó desplazó a otrocon un sonoro ¡pchoff!

Ella contempló, impotente, al niñoque tenía delante, que también la miraba,

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con la boca abierta y una gran babacayéndole del labio inferior.

—Gggahh —dijo.Ella intentó señalar a los hombres,

pero no podía moverse, y tampoco podíagirarse para ver qué sucedía.

Así que gritó.La escena se perdió al final de un

largo túnel y se desvaneció. Entoncesvolvió a hacerse clara, y se convirtió enla de la gran frente pálida de laprofesora Deirdre O’Hanlon y susgrandes ojos verdes, a escasoscentímetros de los suyos.

Mistletoe intentó moverse. Aún teníalos brazos inmovilizados. ¿Cómo era

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posible? Las paredes blancas y las sillasrojas del espartano despacho de laUCPE aparecieron en el extremo de sucampo visual.

—¡Ambrose! —gritó Mistletoemientras se debatía contra la tremendafuerza que la tenía agarrada por lasmuñecas—. ¡No bajes ahí!

Tenía las sienes ardiendo y bañadasen sudor.

—Cálmate —dijo Deirdre—. Nopuede oírte. Estás conmigo otra vez.

La profesora la agarró más fuerte,presionándole las palmas contra lassienes hasta que le dolió la cabeza.

La había extraído.

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Mistletoe agitó el cuerpo.—¡Vuélveme a meter!—No puedo hacerlo. Están aquí.Deirdre abrió la palma de la mano y

apareció una imagen externalizada delvestíbulo del edificio de la UCPE conuna fila de asociados de seguridad deUniCorp que ocupaban las dos pasarelassobre la caja de cristal, apuntando consus disruptores hacia abajo, enmovimientos de barrido rápidos. En elsuelo, un segundo equipo de asociadosexaminaba a una fila de estudiantes, conesferas de identificación de la UCPEbrillando a la vista sobre las palmas delas manos abiertas.

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—El canal de seguridad del edificio—dijo Deirdre.

Mistletoe dirigió la vista hacia unvídeo sin sonido y observó a unestudiante, que daba un paso adelante yocultaba su identificación. Le gritó algoal asociado que tenía más cerca, aunqueellas solo vieron su gesto airado y quearticulaba algo, y enseguida recibió ungolpe en el lateral de la cabeza con laculata de un disruptor. El chico cayó alsuelo, hecho un ovillo. A su lado, lachica pelirroja que le había dadochocolate e indicaciones a Mistletoepresentó su identificación para elreconocimiento. Un asociado de

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seguridad pasó la mano a través de laesfera iridiscente y luego procedió conla siguiente de la fila.

Mistletoe sintió el peso de su propiodisruptor alrededor del brazo,escondido bajo la manga. Contuvo elimpulso desesperado de cerrar el puño,cargar el arma y atravesar la puerta deldespacho de un disparo y gritando «¿Mebuscabais, chicos?».

Otro grupo de asociados apareció enla imagen y empezó a dispersarse por elperímetro de la sala, tomandoposiciones frente a los despachos de losprofesores, dos hombres por puerta.

Deirdre dejó de mirar la imagen y

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cogió una bolsa de franela de colormarrón que colgaba del respaldo de lasilla.

—Ya me imaginaba que estoocurriría algún día —dijo, mientrasmetía en ella los frascos naranjas y lascápsulas sueltas del hueco rectangularde la pared.

—Nadie me ha seguido hasta aquí—se justificó Mistletoe.

Deirdre se echó la bolsa al hombro.Luego cogió la silla roja por el respaldoredondeado y la apartó de un bruscoempujón. El segmento de pared quequedó a la vista estaba desnudo salvopor otra huella palmar.

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—Es culpa mía por dejar que teconectaras. Corrí un riesgo estúpido conuna tecnología experimental, y ahoratenemos que salir corriendo.

Mistletoe se sentía paralizada poruna sensación de dolor, frío y mareo quele bajaba por el cuello, atravesándole elpecho y el estómago. Eso eraexactamente lo que era ella: tecnologíaexperimental. Ivor tenía razón sobre lospeligros de desconectarse conbrusquedad de Unison: los recuerdosmás horribles, apartados de la mentedurante tanto tiempo, se reproducían contodo detalle..

—No lo entiendes —dijo Mistletoe

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—. Ahí dentro está perdido sin mí.Deirdre encajó la mano en la huella

de la pared. En la pared trasera aparecióuna abertura horizontal, que alensancharse dio paso al campus de laUCPE. El bosque estaba atravesado porlargos haces de luz procedentes del solde la tarde. Mistletoe entrecerró los ojoscuando un rayo de sol entró en eldespacho de Deirdre.

—Mi prioridad es que no medisparen —dijo Deirdre, levantando unapierna, como las cigüeñas, para pasarlaa través de la abertura rectangular de lapared, y deslizando ágilmente el restodel cuerpo hacia el exterior—. Y

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también debería ser la tuya.Mistletoe estuvo a punto de

advertirle de la cápsula que se le habíasalido del bolsillo lateral de la bolsa altirar de ella. Pero se lo pensó mejor y seagachó a recogerla; se la escondió en elbolsillo al tiempo que saltaba por laabertura y aterrizaba sobre la blandahierba, junto al monumento gris. Se girópara echar un vistazo al campus pero seencontró delante del cañón naranjaintenso de un disruptor cargado. El armaestaba unida a un hombre que llevaba unsombrero marrón informe, montadosobre su scooter de la policía de Puertodel Este. A su lado, su compañero,

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pelirrojo, blandía un disruptor idénticoen lugar de la porra paralizante quehabía usado durante la persecución bajola bóveda.

Mistletoe apretó el puño. Sudisruptor asomó bajo la manga y leenvolvió la mano. Lo puso a máximapotencia e intentó mantener el brazofirme.

Sombrero se humedeció los labiosagrietados. Resultaba extraño verlehacer algo tan natural y tan humano.Mistletoe se preguntó si aquelloshombres tenían una familia en casa, unamujer y unos hijos a quienes contarles laemocionante historia de su persecución

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a dos chavales fugitivos. Se los imaginósentados a la mesa de casa, ante unjugoso pollo asado o lo que fuera quesacaba la gente de su mundo supra-bóveda de aquellas cajas plateadas.

Pelirrojo hizo un gesto dereconocimiento al ver su disruptor, quehabía adoptado un tono amarillo algoenfermizo en su esfuerzo por mantener lacarga máxima.

—Quizás es hora de que le hagasuna revisión.

Mistletoe esperaba que Deirdrerevelara el arma de alta tecnología queestaba segura que llevaría oculta bajo lacamisa y que dijera algo como «esto

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debería igualar un poco las cosas».Echó la mirada a un lado y vio a laprofesora, que estaba allí, de pie, conlas manos en alto, para demostrar queestaban vacías.

Sombrero olisqueó el aire.—¿Hueles eso?Mistletoe no percibía ningún olor,

pero tuvo la misma sensación que habíatenido en la calle de la tía Dita unossegundos antes de la explosión, como sise pararan los relojes. Parecía que lafantasmagórica calma de aquel momentotambién afectaba a los dos polis, y hastasus scooters se quedaron flotando,inmóviles, en el aire.

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El tiempo se aceleró con dos fugacesbrillos plateados seguidos por dossonidos ahogados:

Shlurnk. Shlurnk.Pelirrojo se llevó la mano libre a la

garganta, mientras Sombrero se agitabaen el asiento, haciendo esfuerzos porrespirar, retorciéndose como un conejodesesperado. Mistletoe y Deirdre seecharon atrás y pegaron la espaldacontra la pared de piedra. Un círculo dedientes de tiburón metálicos rodeaba elcuello de cada agente.

Mistletoe se giró. No quería vercómo se les relajaba el rostro. Aquellose parecía demasiado al último instante

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de vida de Jiri. Dirigió la mirada haciael lugar donde susurraban las hojas deun árbol cercano. Aparecieron unos piesque se balancearon, luego unas piernas,y a continuación el resto de un cuerpomasculino, que quedó suspendido uninstante antes de caer al suelo.

Sliv.Se acercó hacia ellas por la hierba.

Llevaba una camisa de manga largaestampada con manchas verdes ymarrones: camuflaje de época. Cruzadasobre el pecho llevaba una bandolera dela que colgaban otras muchas armascaseras, burdas cuchillas soldadas entrelos dientes romos de unas ruedas

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dentadas. Llevaba cubierta la mano quele faltaba con un viejo guante marrón. Lededicó una sonrisa tensa a Mistletoe yluego empezó a tirar del cuerpo inertede Sombrero, intentando sacarlo delelegante scooter negro.

—¿Me ayudas? —preguntó.Mistletoe dio un salto adelante y

empujó desde el otro lado, con cuidadode no accionar el disruptor, que aúnllevaba cargado, por si acaso. Juntosconsiguieron desplazar de su asiento aSombrero, que cayó en los brazos deSliv. La impecable camisa marrón delpolicía se desplazó y se le arrugó a laaltura de la barbilla, cubriéndole la

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herida del cuello.—Gracias por no escucharme —dijo

Mistletoe mientras apoyaba a Sombrerocontra la pared de piedra.

—¿Cómo iba a saber que te ibas ameter en problemas aquí arriba?

Deirdre colocó el cuerpo dePelirrojo junto al de su compañero, letanteó los bolsillos y se metió la porraparalizante en la bolsa.

—La vieja costumbre —explicó,poniéndose de pie otra vez. Mistletoe sepreguntó si Deirdre estaría más próximaa su pasado de lo que querría. Deirdrese subió al scooter de Pelirrojo y secolocó la bolsa sobre el regazo—. Si

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nos dirigimos al norte, hay un refugiopara profesores titulares a las afueras deMontreal —propuso.

—Allí te buscarán —observóMistletoe.

—Yo no soy titular.—Olvidaos de eso —dijo Sliv,

subiéndose al scooter de Sombrero—.Yo tengo un lugar seguro en casa.

Le tendió la mano a Mistletoe y tiróde ella hacia el scooter. Deirdre señalóhacia el suelo.

—En casa significará bajo labóveda.

—Sí —dijo Mistletoe, haciéndosehueco entre Sliv y el panel de control—.

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Conduzco yo.

Los Relojeros se paseaban por la salade urgencias del hospital abandonado deRío II como perros en verano,observando con los ojos semiabiertos yuna curiosidad moderada a Sliv, queguiaba a sus dos invitadas por suescondrijo. Habían cogido colchones dealgas de las camas del hospital y loshabían usado para acolchar un laberintode literas que se extendía junto a lasparedes desconchadas y despintadas delcentro. Algunos miembros de la bandahabían colgado colchas y tapices decolores a modo de cortinas, mientras

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que otros se paseaban en ropa interior ala vista de los demás. Incluso —parasorpresa de Mistletoe— algunas de laschicas. Indignada, se preguntó por quéSliv no le había pedido que se uniera algrupo.

Un repentino repiqueteo por el suelodejó a Deirdre paralizada. El insecto-cámara trepó a un montón de cafeterasindustriales y encuadró a las visitantescon sus lentes. Sliv le indicó con ungesto que se largara, y el insectodesapareció bajo la mole de un chicocon una mata de pelo de un sorprendentecolor blanco que roncaba.

—No tenéis que quedaros aquí, con

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nosotros —dijo Sliv—. Os conseguiréun lugar decente en una de las plantas decirugía.

Habían tardado varias horas enllegar al hospital. Primero Sliv las habíallevado por una enrevesada red decallejones supra-bóveda para asegurarsede que no les seguían. Luego habíanabandonado los scooters de la policíade Puerto del Este en la escotilla deventilación y habían bajado por elconducto, dando un largo rodeo por unaserie de túneles estrechos que les habíanllevado hasta la sala de urgencias.

—Aquí se van a la cama temprano—observó Deirdre.

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—Salimos de expedición por lanoche —explicó Sliv—. Es casi hora delevantarse.

En la parte trasera de la sala deurgencias, tras un mostrador que decíaPOR FAVOR, REGÍSTRESE, Sliv sequitó el guante y se desabotonó lacamisa de camuflaje. Se disponía aquitarse los pantalones, pero entoncesdebió de recordar que tenía compañía.

—Perdonadme —dijo, ydesapareció en un despacho tras elmostrador.

—Este lugar está bien —dijoDeirdre. Casi parecía convencida—.Aquí estás mucho más segura.

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Una aspiradora roja automática pasópor su lado, arrastrando un largo cable.Se paró junto al mostrador y bajó el tubode un largo accesorio para aspirar unapelusa de color gris plomizo; luego seretiró y se fue por el pasillo.

—Quizá no aquí exactamente —precisó Deirdre, contemplando el rincóndel suelo de baldosas recién aspirado—. Pero sí bajo la bóveda, fuera decobertura. Siempre que no dejes demoverte.

—Eso pienso hacer —contestóMistletoe.

Observó la aspiradora hasta quedesapareció tras el esquelético chasis de

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un coche volcado y se preguntó si Slivhabría conservado a Nelson intacto, o siya se había encargado de destripar elscooter para aprovechar las piezas.

—Bueno, descríbeme tu experienciaen Unison —dijo Deirdre.

—Se podría definir como confusa einquietante.

—Especifica más.—Encontré a Ambrose con bastante

facilidad porque el nombre que usócontigo...

—Adam Trevor.—... salía en unos carteles que

anunciaban un concierto que se suponíaque iba a dar. Solo que, cuando lo

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encontré, estaba convencido de que eraAdam, como si ya no fuera un perfilfalso. Estaba cantando una canciónsobre una nube. Le hice volver a larealidad, pero aquello no duró mucho.Así que, a menos que pueda volver yrecordarle a Ambrose quién es...

—No puedo dejarte hacer eso.—No es asunto tuyo.—Darte aquel acceso a la red fue un

error. Tenía razón la primera vez: lomejor es salir corriendo.

—No dejaré a Ambrose. Él no medejaría.

—Eso no lo sabes. Y teniendo encuenta que me ha llevado quince años

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labrarme una profesión que tú hasdestruido en una sola tarde, lo menosque podrías hacer es tener en cuenta miconsejo.

Mistletoe escrutó el suelo con lamirada hasta localizar una manchaoscura que se le había pasado por alto ala aspiradora. Se sentía como undemonio de cuento de hadas querevoloteaba por la vida de la gentedevastándolo todo a su paso. Percibióen la muñeca el contacto con el bultitode la cápsula de conexión que llevabaen el bolsillo. En cuanto pudieraencontrar una excusa para distanciarsede la profesora, se dirigiría al único

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lugar bajo la bóveda donde sabía quehabía cobertura.

—¿Qué más pasó ahí dentro? —preguntó Deirdre.

Mistletoe levantó la vista. Observólas arrugas de los ojos de la profesora,las profundas marcas de preocupacióngrabadas en su frente. Preocupación yvacío: quizás era aquello lo que lesquedara a los supervivientes; a lo mejorPyotr era el que había tenido más suerte.

—La mansión de Martin estabaexpandiéndose.

—¿Viste Greymatter?—Imposible no hacerlo. Es donde

iba todo el mundo. Se alimentaba de sus

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perfiles, o algo así.Deirdre tenía la mirada perdida.—Siempre pensé que la gente de

aquí abajo debía luchar por poderacceder a Unison, que teníamos laresponsabilidad de ayudar a que todoslos seres humanos compartieran elprogreso que suponía esa gran redsocial. Pero al final Pyotr pensaba queestábamos mejor sin ella. Solía decir:«UniCorp está sembrando usuarioscomo semillas, observando cómo creceny esperando el momento de la cosecha».

Cuando la puerta del despacho seabrió, Mistletoe se giró hacia Sliv,aliviada. Se había puesto una camiseta

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sin mangas y unos pantalones grisesmanchados de pintura amarilla y verde.

—Dejadme que me ocupe devosotras antes de desayunar —dijo.

Hizo una señal con el mecanismometálico del brazo izquierdo, ahora a lavista, y se puso en marcha.

Deirdre le apoyó la mano en elhombro a Mistletoe.

—Pyotr tenía razón.Mistletoe se apartó y alcanzó a Sliv.—¿Nelson está de una pieza?—Lo tiramos a la incineradora para

divertirnos.—El hecho de que me hayas salvado

la vida no quiere decir que no vaya a

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retorcerte el pescuezo.Sliv señaló hacia unas puertas con el

letrero CUIDADOS INTENSIVOS alfinal del vestíbulo.

—Está ahí.Mistletoe se giró hacia Deirdre, que

iba unos pasos por detrás.—Oye, ¿nos dejas un minuto? Solo

necesito un momento para ponernos aldía.

Cogió la mano humana de Sliv y sela apretó con fuerza, cruzando sus dedoscon los de él y tirando de él. Olía agasolina.

—Oh. Yo... no me había dado cuenta—respondió Deirdre—. Iré a

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prepararme.—Gracias —dijo Mistletoe,

sonriendo—. Por todo.—El departamento de cirugía está al

girar la esquina —le dijo Sliv, mientrasMistletoe tiraba de él, llevándoselohacia la Unidad de Cuidados Intensivos—. Hay una ducha, y unas camas. Eligela que quieras.

Mistletoe abrió las puertas batientesde un empujón. Una vez dentro, Sliv tiróde ella y le rodeó la cintura con lasmanos. Ella se puso de puntillas losuficiente para darle un beso en lamejilla, pero luego se soltó.

—Eso es por lo de antes —dijo—.

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Con los polis.Sliv se rascó la mejilla, pensativo.—Así que lo de ahora ha sido teatro.Mistletoe se abrió paso por la sala

entre una docena de scooters endiferente estado de abandono. Nelsonestaba apoyado contra la pared, junto aun panel de herramientas con martillos,destornilladores y llaves.

—Tenía que quitarme a la profesorade encima —dijo, pasando la mano porel asiento rasgado de Nelson.

Sliv la siguió y apoyó su manometálica sobre el morro de Nelson.Mistletoe levantó la mirada,sorprendida.

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—Así que ya está, medio beso yvuelves a convertirte en un fantasma. —Cruzó los brazos frente al pecho—.Realmente espero que ese tío valga lapena.

—No se trata de un tío. ¿Qué tepasa?

Parecía herido. Ella quiso cogerle lamano, pero él la apartó.

—A mí no tienes que mentirme —dijo.

—Vale —accedió ella—. Hay untío. Pero en realidad no va por ahí.Bueno, no sé. Es difícil de explicar. Esque es parte de mí.

Sliv puso cara de asco, como si

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hubiera dado un trago a una botella deleche cortada.

—¿Y las chicas de aquí? ¿Algunavez...?

Él hizo una mueca.—Los Relojeros tenemos reglas

contra ese tipo de cosas. No somos unhatajo de animales.

—Lo sé, no quería decir que lofuerais.

—Olvídalo —dijo. Le señaló elcuello—. Supongo que no te gustaría elcollar.

Ella se llevó la mano a la clavícula.—Tuve que dárselo a un taxista para

pagar una carrera.

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—Espero que te llevara hastaIslandia. La cadena era de oro deverdad.

—Sí, claro. Y de la bóveda van allover mangos.

—Te enseñaré un sitio para salir deaquí si me prometes dos cosas.

—Quizás y quizás.—Una: vuelve algún día. Dos: no

cambies esto por nada.Con la mano humana, se quitó un

anillo de bronce del pistón de metal desu antebrazo y lo dejó sobre el manillarrascado y oxidado de Nelson.

Sin la ayuda de los Chmura Dité,

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Mistletoe recorrió kilómetros de túneleshúmedos y apestosos, dando connumerosas vías muertas y estaciones enruinas cubiertas de escombros ytorniquetes retorcidos. Intentó no pensaren lo lejos que estaría Ambrose cuandole volviera a encontrar, y tuvo queresistir la tentación de gritar de rabiacuando vio un haz de suave luz que sefiltraba sobre las vías. Aceleró e hizoderrapar a Nelson justo al lado, parandojusto a tiempo para evitar chocar conuno de los sofás de cuero frente allaboratorio de los viejos hermanos.

Una vez dentro, dejó apoyado aNelson contra una nevera sin puerta que

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olía levemente a mostaza y recuperó delmanillar el anillo que le había dadoSliv. Era demasiado grande para sudedo y demasiado pequeño para sumuñeca. El bronce estaba salpicado demanchas de moho verde. Se lo guardó enel bolsillo y lo pasó sin dificultad a lolargo de la cápsula de Deirdre; seacercó hasta el lado abierto del troncode cables que descendía desde el altotecho abovedado. El cubo de trapossangrientos había desaparecido, asícomo la batería de monitores y teclados.Los cables que Ambrose había tenidoclavados en las manos colgaban en elhueco del tronco. Dio gracias de que

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Magnus e Ivor no estuvieran por allí. Nosabía si UniCorp podría rastrearla si seconectaba desde allí abajo.

«Este lugar es su casa», se recordó.¿Qué derecho tenía ella de meterse en lavida de la gente y cambiársela parasiempre? Pensó en Deirdre. Pensó enAmbrose. Cogió uno de los cables deconexión que colgaban y examinó lapunta, una cuchilla triangular manchadade sangre seca.

—¿Estamos pensando en hacernosun retoque?

Dejó caer el cable y se giró. Magnuse Ivor estaban de pie, bajo el pasaje quehabía al otro extremo de la sala. Esta

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vez vestían unas túnicas de color grismarengo, y Magnus llevaba un sombrerode ala ancha que le dejaba la cara a lasombra.

—Qué curioso, cómo cambian lascosas —exclamó Ivor, dando unos pasosadelante.

Lo dijo con un sorprendente buenhumor. Tras él, en la penumbra delpasaje, se agitaron unas formas oscuras.

—Sí, lo sé —dijo Mistletoe—. Melo ofrecisteis, salí corriendo y ahora hevuelto.

—Recuerda que, después declavarte uno de esos cables en la palmade la mano, tienes que usar esa misma

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mano, y te sugiero que te limpies lasangre, para que no te resbale, paraclavarte el otro —dijo Ivor. Luego lehizo un gesto a Magnus con la cabeza—.Adelante, hermano.

Salieron del pasaje, seguidos de tresbestias peludas marrones del zoosilencioso, que avanzaban rebufandobajo el peso de unos elaborados arnesesque llevaban sobre el lomo. Cuando lostuvo más cerca, Mistletoe observó quecada arnés soportaba un montón dematerial; monitores y teclados dellaboratorio, cajas llenas de libros ymanuales y bobinas de cable revestido.Vio que Magnus se metía la mano en el

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bolsillo en busca de algo que la criaturaque tenía detrás engulló de un lametón.

—Arroz hinchado —dijo Magnus—.Me temo que has escogido un malmomento para visitarnos, puesto que yanos íbamos.

—He venido a hacer negocios —dijo Mistletoe—. Tengo esto. —Lestendió la mano, con la cápsula en lapalma—. Es una conexión de accesoúnico. Solo necesito señal.

Magnus se quitó el sombrero,dejando a la vista unos mechones decabello blanco chafados, y se inclinópara verla mejor. La tocó con un dedo,se irguió y se giró hacia su hermano.

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—Realmente nos estamos quedandoatrás, Ivor.

—Por eso estamos aquí. En cuanto ati, aquí hay cobertura. Si no necesitasconectarte físicamente, lo único quehace falta es que estés cerca.

Mistletoe miró a Magnus y luego aIvor, aliviada al saber que no tenía queclavarse aquellos cables en las manos.

—¿Os vais?Ivor se secó la frente con un trapo.—Tal como te he dicho, es curioso

cómo cambian las cosas.Magnus volvió a ponerse el

sombrero.—Esta ya no es nuestra guerra; hace

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tiempo que no lo es. Es hora de que noshagamos a un lado y de que os dejemosesto a ti y Ambrose.

—Mi hermano cambió de opinión enel instante en que lo paralicé con unaporra de policía —dijo Ivor—. Encualquier caso, pase lo que pase,estaremos tan por debajo de aquí que nonos importará nada.

—No ha querido decir eso —lecorrigió Magnus.

Ivor empezó a guiar a los animaleshacia la puerta que llevaba a los túnelesdel metro.

—Sí, es lo que he querido decir —replicó—. Me retiro oficialmente.

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—Siento lo de aquella patada —legritó Mistletoe.

Él replicó con un silbido de una solanota aguda. El perro-cabra saltó delsuelo desde un lugar invisible y patinóhasta detenerse delante de Mistletoe.

—Hola, Patricia —saludó Mistletoe.El animal le devolvió el saludo con

un suave empujón del cuerno retorcido.Ivor silbó una segunda vez. Patriciamiró a Mistletoe expectante y luego trotóhasta llegar junto a él.

Magnus se tocó el ala del sombrero.—Te daría un último consejo, pero

estoy convencido de que encontrarías lamanera de hacer lo contrario. Así que,

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por última vez, me limitaré a decirCarpe somnium.

Magnus siguió a su hermano hacialos túneles mientras Patricia hacía pasara las pesadas criaturas por la puerta quetenían delante. Cuando Mistletoe sequedó sola en la sala, oyendo suspisadas cada vez más lejos, se sentó y sepuso la cápsula entre los dientes.Entonces cerró los ojos y mordió confuerza.

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UNISON 3.0 (VERSIÓNBETA)

EL USUARIO CONOCIDO por susAmigos como Adam Trevor estaba depie, en el exterior de la puerta de hierroforjado, mirando a través de las barraslos frondosos manzanos que flanqueabanel sinuoso sendero de piedra quellevaba a la puerta de la magnífica casa.Embelesado, observó cómo nacía unanueva ala de la casa, tres plantas de

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ladrillo inmaculado con tejado de dosaguas y una torre adyacente. A sualrededor, los datos de los perfiles delos otros usuarios fluían como un río deparloteo desenfadado hecho de cadenasde pensamientos —palabras incorpóreasy frases flotantes— que se unían a unamontaña de imágenes de mil fiestas deAño Nuevo, con sus capirotes de papely sus píldoras de champán. Uncalendario perdía hojas, que le rozabanel brazo al salir volando, y por encimade los árboles volaban páginas y máspáginas de invitaciones a eventos queabsorbía el tejado de la casa.

Adam Trevor sintió tras los ojos una

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presión agradable que se extendía hastael pecho, como si alguien le hiciera unsuave masaje por dentro. Llevabademasiado tiempo lejos, haciendo cosasinútiles que apenas podía recordar.

¡Adam Trevor está en casa por fin!

La puerta frontal se abrió de par en par yemprendió el camino por el sendero,cerrando los ojos por un momento yaspirando el suave olor a manzanasmaduras que le traía la suave brisa. Bajosus pies, los resquicios entre las piedrasse llenaban de datos sueltos, de efímerasimpresiones de momentos felices con

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buenos amigos. Al final, tras un minuto ovarios días de camino (era difícilsaberlo, y en cualquier caso noimportaba), Adam Trevor llegó a unasimponentes y preciosas puertas demadera. Sobre el arco había una gárgolaagazapada, con unos rasgosextrañamente familiares y un mechón depelo humano de color rubio. Adam echóuna última mirada atrás, a los elegantesjardines, y observó, hipnotizado, losflujos de datos que serpenteaban condelicadeza sobre las suaves lomas.Apoyó la mano en la puerta y sintió elimpulso vital de mil millones deusuarios. Entonces empujó, y la pesada

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puerta se abrió. Entró.La presión tras el rostro y entre las

costillas se convirtió en un dolorlacerante e insoportable, como si unpuño le envolviera los órganos y se losquisiera arrancar atravesándole la piel.La pérdida repentina de la paz y lafelicidad que sentía en el exterior ledejó aturdido. Estaba muy oscuro. Eldolor abandonó su cuerpo de pronto,como si le hubieran arrancado una vendade una herida. Abrió los ojos. Aúnestaba oscuro. Una voz masculina dijo:

—Ambrose. Voy a encender lasluces.

Tragó saliva. «Me llamo Ambrose

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Truax». Recordó la visión deGreymatter expandiéndose. Lo habíavisto con alguien más.

—¿Mistletoe?—Me temo que no.Las luces se encendieron con

suavidad, una docena de focos activadosprogresivamente. Estaba de pie, en unacogedor despacho con paneles de colorcaoba en las paredes y unos estantesempotrados de cristal. Unos puntos deluz minúsculos iluminaban los estantes ylas decenas de marcos con fotografías ala antigua. Junto a una alta plantasuculenta de interior había una enormemesa de roble cubierta de un barniz

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brillante y oscuro. En una esquina de lamesa había un montón de papeles, y allado una taza con un surtido debolígrafos y plumas y unas tijeras. Lataza decía: ¿TENGO PINTA DE QUEME GUSTEN LAS MAÑANAS?

Martin Truax estaba sentado detrásde la mesa, vestido con su habitual trajeazul y con un aspecto impecable yenérgico. Tenía cogido un papel entrelas manos, como un antiguo locutor deinformativos. Sonrió vistosamente aAmbrose, que entrecerró los ojos, con lasensación de que el brillo de aquellosdientes tan blancos flotaba en el aire unsegundo más que la sonrisa.

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—Pensé que sería mejor prescindirde tu máscara —dijo Martin—. El perfilde Adam Trevor no va contigo.¿Muebles antiguos?

Sacudió la cabeza y dejó el papel aun lado. Algo vibraba en lo profundo delas paredes, y a Ambrose le pareció veruna pálida oreja humana que brotaba dela planta para luego convertirse en unagruesa hoja verde. Se concentró en suúltimo recuerdo claro: la repentinadesconexión de Mistletoe.

—¿Qué le has hecho? —preguntó.—Nada.—¿Igual que a Len? ¿Eso tampoco

ha sido nada?

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—Lo he inmovilizado porprecaución. El disruptor solo loparalizó. Es mi hijo, Ambrose.

—Ya. Yo no.—Tú eres el futuro.—He visto cómo moría, papá —dijo

Ambrose, haciendo una mueca.No quería volver a llamarle papá

nunca más. Y estaba furioso porque sucerebro hubiera desencadenadoautomáticamente una sensación deadmiración profesional. Con todo lo quehabía pasado, una parte de él aún sesentía como si tuviera que presentaralgún tipo de informe detallado.

—Pero también has visto otras cosas

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—apostilló Martin.La planta emitió un susurro y le

presentó a Ambrose una botella delíquido oscuro y gaseoso. La botellaestaba cubierta de gotitas de agua, comosi la acabaran de sacar de un cubo dehielo. Martin juntó las manos, cruzó losdedos y se recostó en su silla.

—¿Una UniCola?—No tengo sed. Y sé lo que vi.La botella se encogió y desapareció

entre las hojas. La planta se puso mustia.Parecía decepcionada.

—¿De verdad? Piensa en el rápidodeterioro de los sujetos de pruebassometidos a un procedimiento de Nivel

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Siete que te precedieron. Tu mente no esdistinta, Ambrose. Necesitacalibraciones periódicas. Déjame que tedevuelva la vida. La capacidad decontrolar los flujos de procesos, tuposición en UniCorp. Todo.

Martin se echó hacia delante,plantando los codos sobre la mesa. Elmarco situado en el estante sobre sucabeza mostraba una imagen inocente deun Martin Truax más joven sentado en lahierba de la GenoGranja de laExpansión de Nueva Inglaterra. A sulado, Ambrose y Len hundían la cara ensendos cucuruchos de helado enormes.Ambrose recordaba el sabor: cremoso

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lácteo sintético a la vainilla, reciénsintetizado.

—Antes éramos una familia —prosiguió Martin—. Sé que he estadoalgo ausente últimamente, pero las cosaspueden volver a ser como antes.

—¿Recuerdas qué me regalaste parami cumpleaños el año pasado?

La cara de Martin era una máscararígida.

—Nuevas asignaciones de flujo deprocesos. Duplicaste mi volumen detrabajo —dijo Ambrose, con el corazóngolpeándole contra el pecho. Unos díasantes no se habría atrevido a decir todoaquello. Unos días antes ni siquiera

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sabía que se sentiría así. Los ojos se lefueron a la fotografía del estante—.Habría estado bien que al menos mehubieras comprado un helado.

—A veces desearía poder volveratrás —dijo Martin suavemente— ymantenerte al margen de UniCorp. Perohabía momentos en el transcurso del díaen que me sorprendía algún gestofamiliar que hacías con el brazo, porejemplo, y me daba cuenta de quellevabas en tu interior algo muy mío. Mesentía el padre más afortunado delmundo, trabajando con mi hijo, codo concodo.

La imagen del estante cambió,

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mostrando una imagen aún más antigua:unas dunas de arena blanca, en la playa,en el Refugio Hawaiano UniCorp.Martin sostenía a Ambrose, aún un bebé,mientras Len les seguía arrastrando lospies, sumergidos hasta los tobillos en elagua, de un color azul verdoso luminoso.

—Ayúdame a construir el futuro deesta empresa —le rogó Martin—.Vuelve a casa.

—Primero mírame a los ojos —respondió Ambrose— y dime ahoramismo que no me montaste a piezas conun manual de instrucciones.

Los ojos de Martin se encontraroncon la mirada firme de Ambrose. Las

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escleróticas brillaban más aún que susdientes, cegadores y terribles. Ambrosese puso la mano frente a los ojos paraprotegerse del brillo. La planta deldespacho susurró. Las paredes emitieronuna secuencia de pensamiento sorda,como la inercia de un huracán, que lehizo caer al suelo de rodillas. Su menterecogió una notificación desactualizada.

¡Kelly Peterson está súper alucinadacon el cachorrillo que recibirá hoy!

Ambrose lo apartó de la mente y volvióa ponerse en pie. La parte superior de lacabeza de Martin era una franja sinuosa

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de paneles de color caoba conectadospor un fino filamento a la pared de atrás.Sus ojos eran unos profundos agujerosnegros. La nariz y la boca se fundían enun morro alargado cubierto de escamas.

El morro gruñó y se llenó de dientesblancos en varias filas.

Ambrose oyó un portazo a susespaldas y se giró. Mistletoe entró en eldespacho.

Había vuelto a buscarle.—Ambrose —dijo ella, situándose a

su altura y escrutándole el rostro—.¿Eres tú?

—Soy yo.—Y yo soy su padre —dijo Martin.

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Ambrose se giró y se encontró con unMartin de aspecto humano, ligeramenterecostado en su silla, con las piernascruzadas—. Encantado de conocerte,Anna. Espero que hayas tenido buenviaje. He hecho todo lo posible para queel lugar te resultara fácil de encontrar.

Mistletoe miró alrededor: losestantes, la planta, los marcos. Luegoestudió el rostro de Martin, que dabagolpecitos en la mesa con la uña de undedo. Ambrose contó seis golpecitosantes de que Mistletoe empezara ahablar.

—Ya nos conocemos —dijo. Yluego se dirigió a Ambrose—: Tuve un

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sueño en el que éramos bebés. Habíamás como nosotros, pero no funcionabanbien, o les pasaba algo, así que él lostiraba a una gran cuba. Todos estabanmuertos... flotando. Nosotros fuimos losúnicos que salimos adelante.

Se giró hacia Martin y su trenza azulrozó el rostro de Ambrose. En esemomento él se dio cuenta de que tambiénhabría vuelto a por ella.

—La innovación requiere sacrificio—se explicó Martin.

Se giró y abrió una puerta que teníatras la silla, oculta con los paneles demadera.

Apareció una densa maraña de

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actualizaciones de estatus con letrasbrillantes —rastros de textos como¡Ayayay! ¡TacosPlus para cenar! o¿¿Alguien sabe de un buen servicio demodificación de lengua??—entremezclada con datos de perfiles sinprocesar. Algunas fotos de vacacionesde usuarios salieron despedidas de lamaraña a través de la puerta. Antes deque fueran reabsorbidas, Ambrose vioun gran perro negro con un grueso gorrode Papá Noel y un montón de regalosenvueltos en papel rojo y verde. En sulugar apareció la lista de Amigos dealguien, miles de caras diminutas que seampliaban y se encogían, sorbiendo

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ávidamente los datos sin procesar querevoloteaban en el aire.

Hipnotizado por aquella bellezacaótica, Ambrose se quedó mirandohasta que apareció un patrón: lassecuencias de pensamiento seentrelazaron y se engrosaron comocadenas de ADN, que se combinabancon otras cadenas hasta crear unmovimiento de pistones en el interior dela red. Recordaba el funcionamientointerno de una antigua máquina decombustión, alimentada por los datos delos perfiles.

Ambrose se estremeció. Aquellacosa —el motor— emanaba un frío

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inhumano que corrompía el mapa de bitsdel despacho. Algunos fragmentos delrostro de Martin aparecían en el interiorde las hojas de la planta. Una hojaestaba compuesta en su totalidad por laimagen de sus orificios nasales.Ambrose apartó la vista de la puerta ymiró hacia Mistletoe. A través de sucuello podía ver la pared del otro lado.Su trenza se agitaba en el espacio vacío.

Parpadeó y volvió a verla entera.—¡Twit de puerta del demonio! —

dijo ella.—Es algún tipo de motor —

especuló él— que se alimenta de todasesas cuentas de usuario.

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—Permitidme que os presente elcorazón de Unison 3.0 —anuncióMartin, poniéndose en pie. Un finotentáculo de espacio negativoprocedente del centro de la puerta lerozó la cara, le estiró la boca y laconvirtió en una sonrisa congelada de unmetro de largo. Luego retrocedió degolpe con un chasquido—. Es la puertade entrada a nuestro propio ser. Tengoel gusto de daros la oportunidad deconvertiros en sus probadores beta.

—¿Probadores beta? —preguntóMistletoe.

—Significa que somos ratas delaboratorio —respondió Ambrose, que

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luego se dirigió a Martin—: Yo ya pasode esto.

Martin se encogió de hombros.—Puedes irte cuando quieras. Pero

recuerda que, sin calibración, tu mentese fragmentará en cuestión de días. ¿Quésentido tiene volverse irreversiblementeloco cuando el antídoto está a tualcance? Yo no quiero perderte.

La planta empezó a emitir un fluidoamarillento y hediondo que cayógoteando al suelo. Ambrose se preguntócómo se sentiría si perdiera el controlde su mente para siempre. ¿Le dolería?¿Podría recordar lo que era ser normal?

—Lo único que tienes que hacer es

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tener un nuevo Amigo —dijo Martin— ypodrás recuperar tu vida.

Mistletoe agarró a Ambrose de lamanga. Ambrose notó de pronto, porprimera vez, que llevaba puesto un trajeazul idéntico al de Martin, hasta la Udorada de la solapa.

—Vámonos, Ambrose —dijo Martin—. Y Anna —añadió, sin inmutarse—,lo mismo te digo a ti. Un solo Amigonuevo, y tu tía Dita será libre de vivir suvida en paz.

Mistletoe se quedó paralizada, conla manga de Ambrose aún cogida.

Martin se agachó a recoger algodetrás de la planta, y empezó a tirar de

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una larga bufanda amarilla que seenrolló en la mano dos veces para luegocogerla como un ovillo. Tiró haciaarriba y apareció una mujer de medianaedad que se puso en pie. Tenía labufanda enrollada alrededor del cuello,convertida en un corto y asfixiante lazo.Jadeaba, intentando respirar, con lasmanos agarradas al lazo que le oprimíala garganta.

Mistletoe soltó la manga deAmbrose y salió corriendo hacia ella.Martin dio un tirón a la bufandaconvertida en correa y la mujertrastabilló hacia atrás.

Mistletoe se quedó allí de pie,

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impotente.—Tía Dita... —susurró.Dita intentó hablar. Sus palabras

eran débiles jadeos. Tenía los ojosllenos de lágrimas.

—¡Para! —gritó Mistletoe.—Lo único que tienes que hacer es

atravesar la puerta —dijo Martin—.Conocerás a un nuevo Amigo yaceptarás su petición de amistad. Y tutía Dita quedará libre.

Mistletoe no dijo nada. Ambrosesentía que la perdía. El charco bajo laplanta emitía un penetrante olor avinagre. En la puerta, las cadenas depensamientos se entrelazaban como

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haikus sin sentido.

Gran venta inauguralAmor siempre y por siempre

Basura sub-bóveda

Ambrose se preguntó si Martin noestaría echándose un farol. Aquel era elepicentro de Greymatter, en lo másprofundo del núcleo operativo deUnison, y Martin tenía la interfaz deadministrador principal. No le seríadifícil fingir la presencia de Dita.

—Es un truco —dijo Ambrose—.Esa no es tu tía Dita.

Mistletoe estaba frente a la puerta,

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tiritando por el frío que emitía el motorcon sus circunvoluciones. Miró aAmbrose por encima del hombro. Élnunca la había visto tan indefensa, y nonecesitaba su capacidad de análisis delflujo de procesos para saber qué iba ahacer.

—Te aseguro que es ella —dijoMartin—. Mis hombres la apresaronantes de que pudiera detonar su casa conella dentro.

Tiró del extremo de la bufanda. Ditaabrió los ojos como platos, aterrorizada.

—Mistletoe —dijo Ambrose—, dejade escucharle. Mírame a mí.

Martin tiró de la bufanda hasta tener

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a Dita a unos centímetros de su cara.Entonces se echó hacia delante y le dioun beso en la mejilla.

—Yo te sugiero que te pongas enmarcha, Anna. Tu nuevo Amigo te estáesperando.

Ambrose hizo un gesto pararetenerla. La planta del despacho,convertida de pronto en una maraña dededos humanos, alargó un tentáculo quese le enroscó por la pierna,pellizcándole la piel. Solo pudoquedarse mirando a Mistletoe, queagitaba los hombros con sus sollozos. Lapuerta parecía temblar de emoción yvoracidad.

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—Está bien —cedió Ambrose—. Teencontraré.

Mistletoe le dedicó una brevesonrisa antes de desaparecer por lapuerta. La trenza le colgaba como unamasa azul electrizada en forma de coma.Un momento después ya habíadesaparecido.

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HIJAS

MISTLETOE SE CONVIRTIÓ en losojos de Unison. Una anciana abrazaba aun anciano y en la camisa de esteaparecieron dos manchas de humedad enel lugar donde habían caído las lágrimasde ella. Un niño lanzaba su scooternuevo por un desnivel cubierto de hierbaen un parque supra-bóveda. Un montónde jóvenes de fiesta con sus holo-camisas de la UCPE brindaban

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entrechocando sus copas.Mistletoe se convirtió en los oídos

de Unison. Pensamientosmicroblogueados y fragmentos deconversaciones se combinabanlibremente en el interior de su mente. Seenteró de millones de cosasintrascendentes como ¡Hoy estoyenfermo! o Llego tarde por culpa delperfecto sistema de control de tráficode Puerto del Este.

Mistletoe se convirtió en el alma deUnison. Se moría de envidia al ver agente más brillante. Estudiaba duro paraconseguir sus aspiraciones. Fracasaba.Lo conseguía. Siempre quería más.

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Odiaba a sus padres, los deberes, a sujefe, a sus hijos, a sus vecinos, a símisma. Y también le encantaban todasesas cosas.

Lloraba.

¡Qué risa!

Intentó gritar y descubrió que Unison lehabía quitado la voz. Sus pensamientosavanzaban a cámara lenta, como si sucerebro estuviera bajo el agua. Seagitaba y se revolvía en el denso ybullicioso aire que la rodeaba. Al finalconsiguió abrirse paso de nuevo hasta lapuerta. El despacho estaba allí mismo,

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al otro lado. Salió y se encontró con unaire normal, respirable. La cabeza se ledespejó. Lo primero que notó fue elolor, un agradable rastro a maderaahumada y a lacado. El hedoravinagrado del líquido que emitía laplanta había desaparecido. Era como siUnison hubiera decidido que así eracomo tenía que oler un despachoelegante.

Se quitó de encima los residuos dedatos sin procesar y miró a su alrededor.La tía Dita también había desaparecido.Pensó que quizás Ambrose tenía razón.Martin Truax era el cerebro de Unison, yno le habría costado mucho recrear una

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imagen de Dita en el despacho.—Ambrose, vamos a...En el lugar donde estaba antes

Ambrose había una chica que tenía elmismo aspecto que Mistletoe. «Unespejo invisible», pensó. Otro truco.Martin estaba sentado en su silla,observándola, expectante.

—Bienvenido —le dijo.Había algo raro en él, como si en el

poco tiempo que se había ausentado sehubiera puesto moreno y se le hubieranengrosado la cara y el cuello. Tambiéneran algo más oscuras las rubias ondasde su cabello, que había adoptado uncolor castaño más uniforme y de aspecto

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más joven. Y su traje azul estaba másbrillante, de un feo color aguamarina. Lataza de su mesa decía: EJECUTIVODEL AÑO.

Aún más desconcertante era elreflejo de Mistletoe. Llevaba unmoderno atuendo supra-bóveda, un trajede negocios con pantalones negros conpinzas y una blusa gris acero. Y habíaalgo más...

—¡Hola! —le dijo su reflejo,tendiéndole la mano—. Soy Anna.Tengo muchas ganas de ser tu amiga.

No llevaba trenza: era eso. Esa Annallevaba el pelo corto y parecía como sinunca hubiera sido perfumado ni teñido.

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Su expresión, austera pero radiante, ledaba una imagen típicamente adulta, demujer de empresa. Mistletoe se sintiócomo si fuera objeto de una enrevesadabroma.

—¿Dónde está la tía Dita? —preguntó—. ¿Dónde está Ambrose?

La sonrisa de Anna desapareció.—Supongo que estarás al corriente

de la secuencia de eventos. ¿No te haninformado sobre el flujo operativo deltest beta de la Versión 3.0?

—Se supone que tengo que hacermeAmiga tuya y entonces liberarán a la tíaDita.

Anna dejó caer la mano y miró al

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Martin bronceado. Sin voz, articuló laspalabras «¿Tía Dita?». El Martinbronceado se encogió de hombros y selas quedó mirando a la una y a la otrasucesivamente. Finalmente le dijo aMistletoe:

—Pido disculpas por cualquierconfusión que haya provocado mihomólogo en el otro lado. Ahora, porfavor, inicia la amistad.

—Si no me dices qué has hecho conellos, juro que me largo de aquí.

El Martin bronceado la miró,sorprendido:

—Prácticamente has conseguido tuobjetivo. ¿Para qué ibas a venir hasta

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aquí si no es para hacerte Amiga de timisma?

—Tampoco me tengo en tan buenaprecio como para eso.

—Tú sabes quiénes somos —dijoAnna—. Quiero decir, tú y yo. ¿Verdad?

Mistletoe hizo caso omiso de lachica y se quedó mirando el despacho.Los estantes eran de madera de colorcerezo y no de cristal. Y en lugar demarcos con fotografías, había finasesculturas de metal de pájaros.

—¿Qué sitio es este?Cada pedacito de su interior le

gritaba SAL DE AQUÍ. La repentinaacumulación de cosas que no entendía le

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empezaba a resultar mareante. Perohabía usado su última cápsula deconexión. Si se teletransportaba ahora,quizá perdiera a Ambrose para siempre.

—Somos lo mismo —dijo Anna. Susonrisa entusiasta hizo que a Mistletoele vinieran ganas de abofetearla—. Anivel genético, llevamos lo mismo ennuestro interior. Somos homólogas.Equivalentes genéticos. Gemelashíbridas. —Sonrió aún más—. Comoquieras llamarlo.

—¿Trabajas para este tipo? —preguntó Mistletoe, señalando con elpulgar al Martin bronceado.

—¿El Creador-Director Truax? —

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dijo Anna, desconcertada—. Porsupuesto.

—Entonces no tenemos nada quever.

—Nuestro ADN no dice eso.Mistletoe sintió una especie de

fiebre y una fina capa de sudor que lecubría la piel. Aquello era unapesadilla. De algún modo, Ambrose lehabía contagiado su trastorno mental, yestaba alucinando. Sin pensarlorealmente, se llevó las manos a loslados de la cabeza y situó las palmas delas manos a un par de centímetros de lassienes.

Huir.

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—¡Anna, hazte Amiga de ellainmediatamente! —gritó el Martinbronceado, echándose sobre la mesa.

La planta del despacho extendió untentáculo lleno de hojas en dirección asus tobillos. Anna parecía asustada yconfundida.

Mistletoe pensó en la bufandaamarilla que asfixiaba a la tía Dita. «Noes real —se dijo—. Ambrose tienerazón». Además, el Martin bronceado nisiquiera sabía de qué le estabahablando. Tenía que salir de allí operdería lo que le quedara en la mente.

El Martin bronceado se le echóencima con una mirada desesperada en

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aquel rostro rechoncho y artificialmentejuvenil. Quiso cogerla de las muñecas,pero justo a tiempo ella se llevó laspalmas de las manos a las sienes y cerróel circuito de conexión.

La habitación se contrajo hastaconvertirse en un punto distante.

La boca le sabía a cobre, como el deuna moneda pre-Unison.

Abrió los ojos. En el interior deltronco de Magnus e Ivor estaba oscuro.El suelo era mucho más cómodo de loque recordaba. Se sentó un momento,aliviada de haber vuelto a la realidadsub-bóveda, a algo que entendiera.Entonces tosió y esputó una gruesa bola

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de flema.Si volvía a ver a Deirdre O’Hanlon,

se aseguraría de decirle que estaba deacuerdo con Pyotr: la vida sería mejorsin Unison. La mayor red social de lahistoria no era más que un círculointerminable de confusión ydecepciones. Había intentado hacer loque Martin le había dicho para salvar aDita, pero entonces Dita habíadesaparecido y Martin había cambiado,y no tenía ni idea de lo que hablaban.¿Qué sentido tenía todo aquello?

Decidió que cogería a Nelson y selanzaría a la calle. Volvería a la casabombardeada de la tía Dita y buscaría

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pistas. Así quizá podría determinar siMartin la había secuestrado, o sisencillamente se había ido.

Ambrose tendría que cuidar de símismo hasta que encontrara otro modode volver a conectarse. A lo mejor Slivconocía a alguien que pudiera instalarleun injerto palmar. Cuando se levantó, unagradable brillo blanco lo iluminó todo.El tronco de cables había desaparecido.Y el laboratorio subterráneo de loshermanos se había convertido en elsalón de un elegante apartamento supra-bóveda. Su rabia se desató, repentina eincontrolada.

—¡Aún estoy en la maldita Unison!

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—gritó.—Reconozco las palabras clave,

pero no el comando —respondió lahabitación con una voz relajante degénero neutro—. Por favor, reformule oautorice un escáner de pensamientospara determinar su deseo.

—¡Muérete! —dijo Mistletoe.—Desconectando —dijo la

habitación—. Adiós, Anna. Que pasesun buen día.

Mistletoe levantó un puño y miró asu alrededor en busca de algo sobre loque descargar su ira. Una mesa circularen el centro de la sala proyectaba unaenorme imagen externalizada del Martin

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bronceado con sus brazos alrededor delos hombros de la gemela corporativa deMistletoe y de un chico que parecíaAmbrose, solo que más alto y guapo,con unos pómulos marcados, casifemeninos.

—¡Espera! —gritó Mistletoe—.¿Dónde estoy?

—En tu espacio vital designado porUniCorp —dijo la habitación—.Apartamento 1763X, en la plantanoventa y ocho de un estratorrascacielosde lujo de cuatro estrellas adquirido porel Creador-Director Truax yrehabilitado para la alta gestión.

—¿Así que no estoy en Unison?

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—Regresaste de Unison hace dosminutos y cuarenta y un segundos.

Una de las paredes del salón era uncristal ahumado de una pieza que iba delsuelo al techo. Mistletoe apretó laspalmas de las manos sobre el cristal y elahumado se disolvió, dejando a la vistauna impresionante vista panorámica dePuerto del Este. Bajo el apartamento seveían unos cuantos edificios vecinos —uno de ellos tenía un techo cubierto dearena amarilla, salpicada de casetasrojas y blancas— y la cuadrícula decalles vacías mucho más abajo. En ladistancia, la plaza verde del campus dela UCPE interrumpía la progresión

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regular de estratorrascacielos. Más alládel campus, la cima curvada delConectódromo Nueve brillaba a la luzdel sol de la tarde. Ella no había vistonunca la ciudad desde tal altura, y tardóun momento en darse cuenta de lo que lesorprendía: las calles estaban casivacías por completo. Se había pasadotoda la vida mirando el tráfico de Puertodel Este a través de la bóveda y de unacosa estaba segura: era interminable.Pero ahora —o allí— solo había unoscuantos coches solitarios por las calles.¿Qué había sido de las filas de tráficoelevado que se entrecruzabanconstantemente? Tendría que percibir

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una imagen de movimiento y geometría,de líneas integrándose en líneas ydividiéndose en más líneas. Pero Puertodel Este era una ciudad fantasma.Aquello era imposible.

Tuvo un presentimiento terrible.—Necesito un espejo.La habitación cumplió la orden y la

puerta de la cocina se convirtió en uncristal opaco. Mistletoe tenía el aspectode aquella entusiasta niña pija, Anna, sugemela supra-bóveda. Su trenza habíadesaparecido. Llevaba aquel horribletraje de ejecutiva.

—¿Quién soy yo?—Anna 53. Asociada de UniCorp.

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Departamento: clasificado.Se había teletransportado al cuerpo

físico de su gemela. Era cierto:compartían el mismo ADN. Se pellizcóel antebrazo, se tocó el vientre bajo lablusa. Era el suyo.

—¿Qué ha sido de todos los coches?—Los viajes físicos en Puerto del

Este son ilegales sin un permiso. El 98por ciento de las interrelacioneshumanas se realizan a través de Unison.

—No. Hay millones de coches. Yolos he visto. He estado en un taxi.

—Los viajes físicos en Puerto delEste son ilegales sin un permiso.

—Vale. Gracias.

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Se separó del espejo.—Pareces desorientada. ¿Quieres

que ponga algo de música diseñada paraestimular tus funciones cerebrales?

Hizo caso omiso a la sugerencia.Volvió a la ventana y observó la ciudad.Pensó en todas las cosas que habíancambiado desde el momento en quehabía atravesado aquella puerta: ladecoración del despacho, el aspecto deMartin, el tráfico de Puerto del Este...Era como si alguien hubiera creado unamaqueta detallada del mundo para unenorme museo pero no le hubiera salidodel todo bien. En esta versión de museo,Anna 53 —«yo», pensó Mistletoe— era

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una participante voluntaria en laactualización de mejora de Unison. Loque significaba que allí, Anna habíacrecido al lado de Ambrose y se habíaconvertido en una feliz triunfadora deUniCorp. No había habido rescateprecipitado. No había sido desterradabajo la bóveda. No había vivido ocultani le habían mentido. No habíadesbaratado tantas vidas. ¿Y qué pasabacon Jiri y Dita? ¿Estarían vivos en aquellugar?

—¡Hey! —le gritó a la habitación.—«Por favor, seleccione un

compositor de la siguiente lista: Mozart.Debussy. Bach. Beetho...».

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—Enséñame cómo llegar a LittleSaigon.

Su barrio era un conjunto depercepciones falsas y visiones fugaces.Pasó de puntillas, con miedo a tocaralgo por si su mano atravesaba lasuperficie y demostraba que aquelmundo —o el suyo propio— carecía desustancia. Cada pocos minutos, elcorazón se le aceleraba y tenía que dejarde caminar, cerrar los ojos y respirarhondo. La punta de los dedos letemblaba, y perdía el tacto. Las callesque se suponía que tenían que ir a laizquierda giraban de pronto a la

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derecha, y aun así le llevaban al mismositio. Una antigua barbería le resultabafamiliar hasta el último grafito de lapuerta, pero la persona que esperaba enla puerta era una mujer gorda en lugardel hombre con la nariz de patata que laregentaba desde que ella era niña.

Una manzana que robó de un puestocallejero tenía exactamente el mismosabor que un melocotón maduro. Le dioun mordisco y la tiró al suelo.

Se paró cuando vio un niñoregordete que corría junto a un camiónde plataforma aparcado cargado deviejos neumáticos. Un cartel en precarioequilibrio anunciaba: NEUMÁTICOS

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CHUCK. Siguió al niño hasta uncallejón, donde se reunió con otros tresque jugaban lanzando holo-dados deonce caras contra la pared de ladrillo.Se mantuvo apartada y escuchando hastaque el niño estornudó.

—¡Ch-ch-cham-puuuuuu!Mistletoe se plantó en medio del

grupo. Champú se quedó inmóvil, conlos holo-dados brillándole en la mano.

—¡Hey! ¿Qué pasa?—Solo quería pedirte disculpas por

haberte asustado la última vez que nosencontramos.

Champú se la miró con el ceñofruncido. No iba tan sucio como

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siempre, y tenía los ojos de dos coloresdiferentes, uno verde y uno azul. Selimpió la nariz con la manga, sin soltarlos dados.

—¡Venga! —le apremió uno de losotros chicos.

Mistletoe vio como Champú leescrutaba el rostro.

—Hum... —dijo por fin—. Creo quete equivocas de persona.

—El otro día me viste en la puertade la chatarrería de Jiri. Me llamastepor mi nombre, pero yo intentabaesconderme, así que me enfadé contigo.

Él se balanceó, nervioso,apoyándose en un pie y en el otro

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alternativamente.—No recuerdo eso.—Está bien. Me habré equivocado.

—Hurgó en el bolsillo de Anna 53 enbusca de algo que darle y encontró unpin con una U dorada—. ¿Quieres esto?

Champú la miró, escéptico.—Tómalo. Es tuyo.Él extendió la mano y cogió el pin.—Gracias.—Límpiate la cara —dijo Mistletoe,

y dejó que los chicos siguieran jugando.Era cierto: Mistletoe era una extraña

en aquel lugar. Era muy triste saber queaquel mundo sub-bóveda tan familiarpodía seguir existiendo sin ella.

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Mientras se dirigía por la abigarradacalle hasta el bloque de infraviviendasde Dita, dejó vagar la mente. ¿Estaríaintentando desesperadamente Anna 53teletransportarse de nuevo a su cuerpo?Mistletoe se alegró de estar fuera delradio de cobertura. Se imaginó a lasdos, batallando por hacerse con unhueco en su mente. Vivir atrapada conaquella chica sería un infierno. Pero a lomejor el Martin bronceado la dejaríamarchar sin más. Quizá tenía a otras. Enaquel mundo era Anna 53. ¿Significabaeso que Anna 1, Anna 52 y todas lasintermedias estaban vivas, en algúnlugar?

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Al llegar al final de un camino quefinalizaba en el bloque, Mistletoe pasójunto a dos niñas que se lanzaban unaconcha de un verde brillante la una a laotra. Cuando Mistletoe llegó a la callede Dita se sintió tan aliviada al ver quela casa estaba intacta que estuvo a puntode abrazarse a uno de los setos. Alacercarse a la puerta granate (quesiempre había sido azul), echó unvistazo para ver el final de la calle sinsalida, por el lado del bar de absenta.Un cartel con el extremo inferiorrasgado decía: DOS POR UNO.

Subió el escalón y se detuvo justoantes de llamar a la puerta, con los

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nudillos a un par de centímetros de lapuerta. Se preguntó qué habría pasado sihubiera aceptado a Anna como Amiga.¿Cuál era la siguiente fase de la Versión3.0? ¿Qué se suponía que tenía queprobar en aquellas pruebas beta? Si sequedaba escondida allí abajo, quizánunca supiera cuál era su objetivo real.Lo pensó un segundo.

Luego llamó.

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16

HIJOS

MARTIN LE DIO un brusco tirón a labufanda amarilla. Dita desapareció. Labufanda se le quedó colgando de lamano, y luego la tiró hacia la planta,marchita y amarronada.

—Siento que tuvieras que ver eso,Ambrose.

—¿Dónde está?—La Dita real desapareció hace

varios días. Consiguió hacer explotar la

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casa con ella dentro cuando mishombres la rodearon. Esta Dita no eramás que un sencillo perfil deInteligencia Artificial.

—Quiero decir Mistletoe.Martin cruzó los brazos y se quedó

mirando la tormenta de datos a través dela puerta. Extendió un dedo y unasecuencia de pensamiento se coló en eldespacho con un latigazo, agarrándosecon la punta. Martin hizo un gesto rápidocon la muñeca y la frase flipa con sspies d pato! se le soltó de la mano ycayó al suelo.

—Hay una realidad similar paralelaa la nuestra —explicó Martin, dándole

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casi del todo la espalda.Ambrose situó las manos a apenas

unos centímetros una de otra. No podíadesconectarse hasta saber lo que habíasido de Mistletoe.

—Quieres decir que hay un númeroinfinito de realidades paralelas —rebatió Ambrose.

Aquello era física básica delcolegio.

Martin se giró y se acercó de nuevoa la mesa. Ambrose puso las manos trasla espalda, agarrándose una muñeca conla mano contraria.

—¿Pero cuántas de ellas compartenuna red social idéntica? —planteó

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Martin—. Solo una que he conseguidoencontrar yo. O quizá debería decir queella me ha encontrado a mí.

—La transmisión original —dijoAmbrose—. Nuestras instrucciones dediseño.

Deseó que su capacidad de gestiónde flujos de proceso funcionara del todoy pudiera conducir sus pensamientoshacia un resultado lógico. Pero dado queaquello era imposible, optó por haceruna elucubración.

—Todos estos datos de perfilesestán reforzando la conexión entrenuestros mundos. Las redes sociales sonel puente, y esto es... —¿Cómo lo había

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llamado Martin?— una puerta hacianosotros mismos.

—El siguiente nivel de las amistadesen red —dijo Martin—. Ahora lo másimportante es saber cuánto cobrar a losusuarios por la ocasión sinprecedentes...

Ambrose dio un paso atrás al ver laasombrosa silueta que apareció depronto por la puerta.

—... de establecer una relación deamistad con nosotros mismos.

La figura era un chico que podríahaber sido el gemelo de Ambrose, soloque un poco más alto. La estructura óseade la cara era diferente. Algo

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afeminado, pensó Ambrose. Y llevabapuesto un traje marrón claro con gruesasfranjas horizontales rojas.

Ambrose y su gemelo se encontraronuno frente al otro. Entonces el gemelo letendió la mano.

—Soy Ambrose 47. Estoy deseandoentablar amistad.

—Bonito traje.—Las diferencias entre nuestras

sociedades son mínimas, pero alprincipio pueden parecer notables.Sugiero que, para que nuestra amistadtenga éxito, nos concentremos enUniCorp y limitemos las bromas y lossarcasmos al mínimo.

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«¿Esa es la imagen que doy?», pensóAmbrose.

Ambrose 47 volvió a tenderle lamano con decisión.

—Por favor, Ambrose —dijo Martin—, salva tu mente. Acepta la amistad, yprepararemos el laboratorio para lacalibración.

—¿Y luego qué? —preguntóAmbrose.

Su gemelo parecía confundido, y segiró hacia Martin.

—¿No se le ha dado la informacióncompleta?

—Eso no es asunto tuyo —dijoMartin. La planta se había convertido en

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un montón de hojas marrones mezcladascon el charquito viscoso del suelo. Elmarco de fotos estaba vacío—. Lo únicoque importa ahora es vuestra amistad.

—Ambrose, tú y yo sellaremos launión entre nuestras realidades a estelado de la puerta —explicó Ambrose 47—. Las dos Annas harán lo mismo alotro lado.

—Te quiero, Ambrose —dijoMartin.

—Es un honor contribuir almantenimiento de la puerta —dijoAmbrose 47—. Estaremoscontribuyendo al proyecto más rentablede la historia de UniCorp.

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—¿El mantenimiento de la puerta?—Ambrose miró a Martin, que habíarodeado la mesa y se había situadodelante—. ¿Nos creaste para que nosconvirtiéramos en una especie de puertoviviente?

—Los datos de perfil de usuario sonvolátiles —dijo Ambrose 47—.Nosotros podemos controlarlos.

—Basta ya —dijo Martin, dando unpaso hacia los dos.

—Nuestro ADN ha sido reforzadoconvenientemente para poder existir enambos mundos —dijo Ambrose 47,orgulloso—, y para que podamosabsorber una cantidad de energía

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espectacular.—Eres un ser humano, Ambrose —

dijo Martin—. Eres mi hijo.—Si queréis que os deje solos para

hablar de esto, no me importadesconectarme —se ofreció Ambrose 47—. Pero necesitaré tu cuerpo físico,claro, Ambrose.

—Sí, claro —dijo Ambrose—. Estáen estasis junto al de Martin.

Ambrose 47 pareció sorprenderse.—¿En la GenoGranja?Martin le soltó un bofetón a

Ambrose 47 con el dorso de la mano.Ambrose juntó las palmas de las

manos y desapareció.

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De vuelta en la fosa, con el coche deUniCorp Security, en un arranque derabia y desesperación, Ambrose dio unapatada a la pared de tierra. Se sentíacomo el más patético perdedor de TetraJack, que no para de recibir golpes yhumillaciones por parte de los jugadoresmás hábiles, y que vuelve una y otra vezpara recibir aún más castigo, porquecree que por fin va a conseguirlo. Elprocedimiento de Nivel Siete había sidoel as en la manga de Martin, y lo habíajugado tan bien que Ambrose habíasuplicado someterse al láser.

Se subió al coche. El techo de la

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sala subterránea se abrió, dejando a lavista un cuadrado perfecto de cielo decolor pizarra. Asomó el morro yemprendió la marcha por los llanos alborde del bosque. Presa de la rabia,puso el coche a máxima potencia. Lospinos pasaban como siluetas borrosas.El cielo estaba teñido de espectralesgarras de color rojo y naranja. Paradesterrar cualquier visión no deseada,pensó en Mistletoe y se preguntó sihabría aceptado la amistad de la otraAnna. No podía evitar imaginarse losdatos de perfil agitándose sinuosamentebajo su piel, como lombrices parásitas.

Pensó en lo que haría si encontrara a

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su padre —«¡A Martin!», se gritómentalmente, dando un golpetazo con lamano sobre las luces del salpicadero—y esperó tener las agallas necesariaspara hacerlo.

Entonces dejó la mente en blanco yse concentró en la sensación develocidad a medida que se acercaba aldistrito agrícola al borde de laExpansión de Nueva Inglaterra.Oscureció el parabrisas para protegersedel brillo de los invernaderos enterrazas que colgaban de los laterales delos estratorrascacielos. Al llegar a lasvías perimétricas se introdujo en eltráfico a nivel de calle, situándose tras

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un convoy de cisternas de lácteos enforma de bala. Dejó que el mecanismode coordinación automática le acercaraunas cuantas manzanas hasta el distritodel centro; luego activó los propulsoresy se incorporó a la red viaria superior.Pasó junto a largas terrazas cubiertas decésped, con ganado que dormía sobre lahierba, y paró junto a los pastos de laazotea de la GenoGranja. No habíaestado allí desde el día en que Len lehabía hecho tirar la canica al vacío.

Salió del coche, saltando la barrerarayada de plexiglás y subió a la azotea.Ambrose estaba seguro de que Martinhabría equipado el edificio con un

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sistema de seguridad completamenteautomatizado. Si hubiera guardiashumanos, o incluso asociados deUniCorp de su confianza, siempre habíala posibilidad de que alguno se fuera dela lengua y revelara el lugar exacto.Pero la azotea estaba tranquila. Dejó elcoche junto a la cámara central deirrigación. Las vacas que pastaban allícerca ni siquiera reaccionaron anteaquella intrusión.

Saltó del coche y cayó sobre elesponjoso terreno. El edificio tenía másde cien plantas, y el cuerpo físico deMartin podía estar en cualquier parte. Elprimer paso era conseguir acceder al

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interior. Ambrose echó un vistazo a lacámara de irrigación, pero era uncilindro metálico sin fisuras. Sepreguntó si podría atravesarlo con elcoche de seguridad.

Volvió al lugar donde lo habíadejado. Dos vacas marrones conmanchas blancas se habían puesto apastar a unos metros del coche.Ambrose se preguntó cómo era queaquellas vacas pastaban de noche.¿Serían criaturas nocturnas? No sabíamucho sobre la conducta de las vacassintéticas. Se replanteó lo de arremetercontra la cámara de irrigación.

Una de las vacas dejó de pastar y

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levantó sus ojos soñolientos paraescrutar a Ambrose.

—Hola, chica —dijo Ambrose.La vaca abrió la boca y un bocado

de hierba cayó al suelo. En el interior desu garganta brilló una intensa luznaranja. Cuando el disruptor apareció,Ambrose ya estaba en el suelo. Elprimer disparo hizo un siete en el lateralde la cámara de irrigación. Ambrose seagazapó. El segundo disparo quemó lahierba, justo en el punto donde unmomento antes estaba su cabeza. Dio unpar de saltos hacia el cilindro y se lanzóhacia el agujero, rozándose el brazocontra el borde incandescente y cayendo

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al vacío en una postura forzada.Se preguntó cuánto tiempo caería y

qué pasaría cuando llegara al fondo.Entonces sintió el contacto con un aguahelada que le alivió el dolor lacerantedel brazo. Estaba completamentesumergido. Vio una tenue luz queevolucionaba en un extremo de su campovisual. Nadó hacia ella, en lasprofundidades de la cámara. La luzprocedía de una ventana redonda deltamaño de su cabeza. La ventana estabaen el centro de una puerta estanca. Habíaun pasador. Probó a moverlo. Imposible.Se estaba mareando. Si intentaba nadarhasta la superficie para coger aire, no

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sabía si conseguiría volver a llegar otravez hasta aquí. Quedaría atrapado,flotando a la deriva en el oscuro pozohasta que su cuerpo se hundiera de puroagotamiento.

Hizo acopio de fuerzas.«No soy humano. Me construyeron

para que hiciera cosas imposibles».Apoyó los pies contra el lateral de

la cámara y tiró del pasador. Algo se ledesencajó en el hombro. El dolor eradistante, no importaba. Cerró los ojos ehizo fuerza. El pasador cedió. Atravesóla puerta a trompicones. Escupiendoagua, medio nadando y medioarrastrándose, se dejó llevar por el

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torrente de agua que entró tras él hastaque pudo poner los pies en el suelo. Lasala era enorme y estaba vacía. El aguade la cámara seguía entrando por lapuerta en un impresionante chorro apresión. Se extendía por la sala y lecubría hasta los tobillos. Ambrose cogióaire y miró alrededor.

En el techo, una red de conductosparecía distribuir el agua desde lacámara. Se abrió paso bajo las tuberías,siguiéndolas por un estrecho pasillo.Para mantener a un usuariopermanentemente conectado, el cuerpoen estasis tenía que estar refrigerado ehidratado. La GenoGranja ya estaba

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equipada para la irrigación a granescala. Era el lugar perfecto.Probablemente Martin habría compradotodo el edificio.

Ambrose siguió las tuberías hastauna sala de escáneres con el cilindroabierto, dispuestos en dos filas como lasliteras del departamento de cuarentenade un hospital. Ambrose pasó entre lasfilas, comprobando todos los cilindros.Estaban vacíos. El último estabacerrado.

Ambrose sintió por un momento laresistencia instintiva de su cerebro anteuna posible alucinación, pero luego leinvadió un miedo terrible y la sensación

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de que no había vuelta atrás. Vio supropio rostro reflejado en la lisasuperficie plateada del tubo. Entoncesdeslizó la tapa y dejó a la vista el rostrode Martin, congelado en un rictus. Lacarne que le rodeaba la boca se habíaencogido, convirtiéndose en unamembrana translúcida como el papel,que dejaba a la vista sus encías rosadasy sus dientes amarillos. Los ojos eranunos puntos negros hundidos. Unamaraña de cables le salía de las sienes yse entremezclaba con los finos mechonesde cabello.

Ambrose parpadeó varias veces enun vano intento de borrar todo aquello

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de su vista.La mandíbula de Martin se abrió. La

carne de sus pómulos se rasgó,alargando su sonrisa hasta las orejas.

«Esto no es real».—Yo quería que fuéramos felices —

murmuró la garganta de Martin.Su boca, desencajada, colgaba

inútilmente sin moverse.Ambrose no pudo evitar responder,

a pesar de ser vagamente consciente deque estaba teniendo una conversaciónconsigo mismo. La visión del cuerpomarchito y atrofiado de Martin hizo quele diera pena lo que estaba a punto dehacer.

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—Yo era feliz —dijo, honestamente—. Pero la vida que me diste era unamentira.

Ambrose metió las manos en elinterior del tubo y al hacerlo un olorempalagoso y nauseabundo salió alexterior. Sacó el frágil brazo de Martin.La piel era como jalea; si tiraba condemasiada fuerza, se volvería viscosa yresbaladiza. Había un cable rojoconectado al centro de la palma de laesquelética mano.

—Aún hay tiempo —la voz deMartin procedía de otro lugar. Ambroseno la buscó con la mirada—. Podemosvolver a empezar.

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—Yo voy a volver a empezar. Perono aquí. No contigo.

Levantó el otro brazo. La palma dela mano estaba conectada del mismomodo que la otra.

Los tendones del pellejudo cuello deMartin se hincharon y se rompieron. Delas heridas salió un fluido marrón queolía a carne podrida. Ambrose cogiócon firmeza aquellas manostemblorosas.

«Soy más fuerte que un ser humano».Sacó los brazos de Martin del tubo y

los dejó colgando a los lados.—No tienes acceso prioritario para

mi interfaz de administrador —dijo

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Martin—. Es demasiado avanzada parati.

—Fui diseñado para absorberinfinitos datos de perfil, ¿recuerdas?

Ambrose cogió la muñeca izquierdade Martin y le arrancó el cable rojo.

«Puedo hacer cosas imposibles».Se clavó la punta del cable, afilada

como una cuchilla, en su propia mano.El dolor que sintió era como si una garrale hubiera atravesado el brazo y lehubiera agarrotado el hombro.

La garganta de Martin seguíahablando con un graznido lastimero:

—Necesitas calibración. No hagaseso. Quédate conmigo.

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Ambrose inmovilizó la otra muñecade Martin apretándola con el pie contrael tubo y le arrancó el segundo cable.

—Voy a cancelar las actualizaciones—dijo Ambrose—. Voy a devolverle aesta gente sus vidas.

—No estás autorizado —replicóMartin. La cabeza se agitabaincontroladamente. La mandíbulainferior se abría y se cerraba—. Miinterfaz de administración estáencriptada. —Los dientes amarillosrechinaban y castañeteaban—. No tienesprivilegios de acceso al nivel deseguridad.

Ambrose cerró los ojos. «Soy lo

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suficientemente fuerte como paracontrolar mi mente».

—Los privilegios de acceso sonpara los humanos.

Ambrose sintió cómo el cuerpo deMartin quedaba rígido. La sala volvió asumirse en el silencio. Abrió los ojos ymiró el frágil cuerpo del hombre que lehabía dado vida. Entonces se clavó elsegundo cable en la palma de la mano.Por encima de su cabeza, los conductosde irrigación plateados se hicieron a unlado, dejando a la vista el alto techo deuna catedral de acero. Perdió contactocon sus sentidos, a excepción de unacruel percepción de su corazón

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desbocado. Una presión en el pecho lecortó del todo el suministro de oxígeno.«Un colibrí —pensó—. Eso es lo que esmi corazón». Apenas podía recordar sunombre; apenas consiguió decírselo unaúnica vez antes de que la mente lequedara en blanco.

En las profundidades de un sueñoacuoso, Ambrose sintió un sabor aóxido. La boca se le llenó de saliva.Tragó para quitarse aquel amargoregusto a cobre, buscandodesesperadamente una sensación quesustituyera el recuerdo del fulminantedesfallecimiento de su corazón. El sabor

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le era familiar: parecía más ácido debatería que óxido. Sintió un cosquilleoen la garganta que se le extendió por labase del cráneo, un picor desesperanteque le daba ganas de abrirse la cabezapara rascarse.

Había completado la conexión.La sensación de picor en la garganta

le inflamaba el rostro. Levantó la manopara rascarse la piel y observó que lefaltaban las manos o que su rostro habíadesaparecido. Tuvo la repentina yterrible impresión de que en el lugardonde debería tener la nariz y la boca nohabía más que un agujero.

Cuando llegó el subidón de

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felicidad, Ambrose volvió a adquirirconciencia de todo su cuerpo. Sintió quela espalda se le arqueaba como la de ungato UniPet, y supo que había muerto yrenacido con la identidad integrada deMartin. El teletransporte estático le dejóel cuerpo sumido en una sensacióncálida, como si acabara de tomarse unapíldora de té. Estaba en casa, y su casahabía mejorado mucho en su ausencia.Se encontró sentado tras la mesa deMartin, en el despacho de Greymatter.La silla, perfectamente ajustada, le hizosentir relajado y cargado de energía almismo tiempo. Se recostó y observó aAmbrose 47 en su absurdo traje de tiras

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marrones y rojas, e intentó ver a suhomólogo como algo que no fuera uninsignificante compendio de datos envivos colores.

Ambrose 47 se sacudió algo de lamanga y habló con un murmullo distantey desagradable:

—Esto es muy poco profesional.Ambrose entrecerró los ojos.

Deseaba desconectar a su homólogo yexplorar la interfaz de administrador deMartin —que ahora era la suya—.Unison respondió a su deseo, y lainterfaz eclipsó su percepción, de modoque el despacho retrocedió,convirtiéndose en una imagen en una

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pantalla secundaria, una grabación dealguna vieja emisión pre-Unison.Ambrose 47 se encogió, convertido enun borrón distante mientras Ambroseaccedía al canal corporativo de Martin,una placa de conexión centralizada delos sistemas de análisis de Unison quebrillaba como Puerto del Este por lanoche. La interfaz era lo más bonito quehabía visto nunca. No solo se habíaconectado de nuevo a la red social;ahora él era la red social. Los datos seclasificaban solos según su propiacapacidad de comprensión, obedeciendosus comandos sin necesidad deformularlos, como si fuera un profesor

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que acallara a una clase alborotada conuna sola mirada. En su mente sereflejaban las impresiones de usuariospotenciales que no habían empezadosiquiera a crear sus perfiles, como siUnison se hubiera extendido por elmundo físico, les hubiera dado unapalmadita en el hombro y les hubierapedido una firma. Aquel universo hacíaque su antigua interfaz de administradorpareciera un juguete.

En el interior minimizado deldespacho de Greymatter, el parloteo deAmbrose 47 empezaba a adquirir untono cada vez más agitado.

—... y no solo eso: ¡supone violar la

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confianza del Creador-Director!La voz era como un zumbido de

mosquito a los oídos de Ambrose. Enaquel mundo irreal de distraccionesilimitadas fuera de los límites de lainterfaz de administrador, Ambrose 47parloteaba sin cesar. La interfazrespondió a aquella molestia persistentepresentándole a Ambrose una pantallade cancelación de cuenta. Ambrosesolicitó el perfil de su homólogo. Lainterfaz vibró ante lo que se avecinaba.Borrar a un usuario de una realidadparalela desde luego era algo que no sehabía hecho nunca. Sería un interesantecaso de estudio: si el borrado

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provocaba la muerte de Ambrose 47, almenos Ambrose tendría unos datos debase para mejorar la seguridad enfuturas actualizaciones de Unison. Sudedo se quedó inmóvil sobre el nombrede su homólogo, que parpadeaba conletras rojas. Tener un control total leparecía normal, tener esa capacidad dedecisión integrada en su interfaz.Eliminar a Ambrose 47 sería más fácilque aplastar una mosca. Así pues, ¿porqué tenía el dedo paralizado, negándosea cumplir la orden?

La respuesta parecía proceder deuna mente independiente; una quereconoció vagamente como la suya

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propia. En el fondo, sabía que borrar aalguien no debería ser más fácil queaplastar una mosca. Se obligó a mirar asu homólogo a los ojos. Con granesfuerzo, se recordó que Ambrose 47 noera solo un compendio de datos de perfily secuencias de pensamiento. «Ambrose47 tiene ideas y sueños, igual que yo».El dedo extendido tembló, mientras élintentaba controlar la presión crecienteque sentía en las fosas nasales. Borrar aAmbrose 47 para ver qué ocurriría eraparte de su trabajo. Unison era suempresa. Greymatter era su oficina. Lainterfaz de administrador era su hogar.

—No —dijo Ambrose, en voz alta

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—. Yo no soy así.Encogió el dedo, apartándolo del

minúsculo nombre de Ambrose 47 ycerró la pantalla de cancelación decuenta. Tenía en la frente una sensacióncomo si se la estuvieran abriendo conuna cuchilla. La interfaz le conocíamejor de lo que se conocía él a símismo. Detener el dolor sería algo tansencillo como volver a abrir la pantallay hacer lo que haría un líder empresarialdecidido como Martin Truax.

Ambrose respiró hondo.—Yo no soy como él. —Cerró los

ojos y ahuyentó una horrible visión de símismo en forma de carcasa marchita en

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el interior del tubo de un escáner—. Yonunca seré como él.

El dolor de la frente empezó areducirse hasta convertirse en unamolestia sorda.

—¿De qué estás hablando?La voz de Ambrose 47 de pronto

sonó clara e inmediata. Ambrose abriólos ojos. Su percepción del despacho seacentuó y pasó a un primer plano de sucampo visual. Estaba rodeado deestantes de cristal y marcos de fotosvacíos. Junto a la mesa, la planta sehabía convertido en un montón de hojasmuertas y marchitas y tallos raídos.Ambrose 47 adoptó una forma clara y se

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cruzó de brazos.—No me estabas escuchando.—Acabo de darme cuenta de que no

voy a matarte —respondió Ambrose.Ambrose 47 le escrutó por un

momento y luego se dirigió hacia lapuerta abierta tras la mesa.

—Cuando entregue mi informe alCreador-Director, lamentándolo muchotendré que decir que la primera pruebabeta de la Versión 3.0 ha sido unfracaso.

Ambrose hizo girar la silla, se quedómirando el confuso chorro deinformación de perfiles y recordó paraqué había ido hasta allí.

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—¡Espera! —le dijo Ambrose. Suhomólogo se quedó inmóvil junto a lamesa. «Está condicionado paraobedecer comandos. Lleva haciéndolotoda la vida», pensó Ambrose—. Esculpa mía que la prueba no fuerasatisfactoria. Martin y yo teníamosalgunos asuntos de control de calidad eneste lado que tendríamos que haberresuelto antes de tu llegada.

—Ese es el eufemismo del milenio—replicó Ambrose 47—. Tu Creador-Director me ha dado una bofetada. Heesperado pacientemente una explicación,pero en lugar de dármela, hadesaparecido. Debería haberme ido

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enseguida.Ambrose se puso en pie y le bloqueó

el paso. El chorro de datos de perfil, asu espalda, era como una violenta ráfagade viento ártico.

—Iré yo —dijo Ambrose—.Debería ser un representante de mi ladoel que fuera a informar.

Ambrose 47 se detuvo aconsiderarlo. Los pómulos parecíansobresalir de un modo obsceno, comonudos a la espera de convertirse encuernos.

—Según mi flujo de procesos, tuagenda ya no se corresponde con estainiciativa.

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Ambrose dividió su percepciónsensorial entre el despacho y la interfaz.Tenía que evitar que su homólogo sefuera de aquel lado de la puerta mientrasdesactivaba la actualización.

—¿Qué haces como actividad derecreo en tu mundo, Cuarenta y siete?

—Potenciar mis capacidades degestión.

Ambrose ordenó a la interfaz quemostrara los archivos privados deMartin, los programas de la Versión 3.0que Len había intentado localizardurante el pasado año. La interfazobedeció. Ya no tenía ninguna influenciasobre su conciencia. Ambrose se

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estremeció al pensar que casi habíapermitido que le convirtiera en otroMartin. Tres largos conectores brillabancon un intenso color blanco en el núcleode conexiones de la interfaz: el diseñode la Versión 3.0 y los archivos deprogramación y aplicación.

—Yo antes era como tú —dijoAmbrose.

—Compartimos cierto material deorigen.

Ambrose intentó extraer los archivosy sintió que el encriptado de Martin sele pegaba como una membrana deaceroplástico supercalentado, capaz dedilatarse pero irrompible.

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«Los privilegios de acceso son paralos humanos».

Le ordenó a la interfaz que le dieraacceso. El encriptado protestó con unasinterferencias que se materializaroncomo manchas negras en el extremo desu campo de visión. Él hizo una mueca,sintiendo que la boca se le llenaba denuevo de ácido de batería. El encriptadose disolvió con una arcada que lerevolvió el estómago.

—Lo que quiero decir es que antesla red social era mi vida —dijoAmbrose.

—Yo tengo dos millones trescientoscuarenta y siete mil sesenta y ocho

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Amigos —anunció Ambrose 47.—¿De verdad? Yo tengo una. —

Ambrose ordenó a la interfaz queborrara los archivos, y realizó unabúsqueda de copias de seguridad parasu destrucción. Las tres conexionesdesaparecieron—. Se llama Mistletoe.

Las paredes de Greymatterparecieron emitir un profundo suspiro dealivio cuando se invirtió el flujo de losdatos de perfil, que empezaron a colarseen el despacho. Ambrose 47 parpadeó,sorprendido, al ver pasar una gruesasecuencia de invitaciones en rojo,blanco y azul para las celebraciones delDía de la Independencia.

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—Sabía que mi flujo de procesosera correcto —dijo Ambrose 47,sacudiendo la cabeza—. Te has vueltoloco.

—Eso dicen. —Ambrose dio unpaso atrás. Las puntas de los dedos se lequedaron dormidas—. Oye, ¿te gustaríaser el nuevo presidente y directorgeneral de UniCorp?

Ambrose 47 se alisó las solapas deltraje, nervioso.

—Siempre ha sido el objetivoprincipal de mi plan de diez años. Perono puedes...

—Digamos que es tu sueño.—¿Qué?

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—Di que es tu sueño.—El protocolo de UniCorp me

impide expresar...—¡Tú dilo, Cuarenta y siete!—Siempre ha sido mi sueño.—¿Cuál?—Dirigir un día la empresa.—Entonces felicidades por el

ascenso.—No estoy cualificado para

gestionar UniCorp en tu lado.—Te las arreglarás. Pero te sugiero

que te busques un nuevo despacho.Ambrose se giró hacia los restos del

motor de la Versión 3.0, donde se vioenvuelto inmediatamente por secuencias

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de pensamiento que revoloteaban a sualrededor como anguilas enloquecidas.

Disfrutando de una ensaladacompletamente irreal.

Así que se lo dije, y se quedóbastante mal.

¡Diviértete mucho y saluda a tuprima de mi parte!

Ambrose vio por el rabillo del ojo aAmbrose 47, que se dirigía hacia lapuerta y era repelido por el enjambre dedatos. Sentía que sus ojos y sus oídos se

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habían vuelto enormes ante la multitudde visiones y de sonidos que le pasabanrozando por la superficie del cuerpo. Laactualización se estaba desactivando. Sedirigió hacia una silueta borrosa de luztenue. Un olor, como a pelo quemado, lehizo aguantar la respiración. Pensó enMistletoe e intentó ponerse en su lugar:¿qué haría ella si se encontrara en unnuevo mundo no tan diferente del viejo?¿Adónde iría? En el momento en quedejaba atrás los restos de la vida quehabían diseñado para él, Ambroseestaba bastante seguro de que sabíadónde mirar.

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17

AMIGOS

MISTLETOE SE PREGUNTABA sihabría alguien en casa. De pronto en elcentro de la puerta se abrió una pequeñatrampilla rectangular y un ojo de coloravellana miró desde el otro lado. Pensóque probablemente le tocaba a ellapresentarse, pero no sabía ni siquieracómo empezar a explicar la situación,especialmente desde su posición enaquel escalón.

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Entonces se le ocurrió que no teníaque explicar nada; que quizá fuera mejorque no lo hiciera.

—Hola —dijo. El ojo se entrecerró—. Me llamo Mistletoe. Estoy...

¿Cómo estaba realmente? ¿Cansada?¿Asustada? ¿Confusa?

—Tengo sed.La trampilla se cerró. Un segundo

más tarde la puerta se abrió de par enpar.

Era la tía Dita. Sus rasgos eran másmarcados, casi como los de un ChmuraDité, pero desde luego era ella. Inclusollevaba la bufanda amarilla. Mistletoetuvo que morderse el labio por dentro

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para contenerse y no saltarle a losbrazos.

Con una mirada rápida, Dita sequedó mirando a aquella extraña delmundo supra-bóveda plantada ante supuerta.

—Estás muy lejos de casa —dijo sinemoción en la voz, con apenas un leverastro de su acento habitual. No salió, niinvitó a Mistletoe a que entrara.

—También estoy perdida.Dita se rio.—¿Cómo has llegado hasta aquí

abajo?—Es complicado.Mistletoe sintió que el corazón le

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latía con fuerza en el pecho. «Estoyhablando con la tía Dita y no tiene niidea de quién soy», pensó. No parecíareal.

Dita miró atrás, por encima delhombro.

—¡Jiri! Trae agua.Mistletoe oyó un gruñido procedente

del interior, seguido de unos sonorospasos y de unas protestas contenidas.Dita le sonrió amablemente.

—Y... ¿necesitas ayuda para volvera casa?

—No —dijo Mistletoe.Y estuvo a punto de añadir: «Ya

estoy en casa».

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Hubo un largo silencio. Jiri apareciócon un vaso de líquido turbio.

—Agua —le dijo, ofreciéndole elvaso a Mistletoe sin dudarlo, como sifuera lo más normal del mundo que sepresentara una extraña sedienta a supuerta.

—Esta es... ¿Mistletoe? —dijo Dita.Mistletoe asintió, tragando el agua.

Tenía un sabor sulfuroso y algo dearena, pero era la mejor bebida quehabía tomado nunca.

—Mistletoe —repitió Jiri—. Hmpf.Ella apuró el vaso y se bebió hasta

la última gota. Realmente tenía sed. Sequedaron allí de pie, hablando, hasta

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que Jiri se aclaró la garganta con unrugido rasposo y se excusó levantandoel dedo. Mistletoe oyó el impactometálico de su esputo contra ellavaplatos de la cocina.

Dita suspiró.—Maj buhe. Los modales de ese

hombre.—Ya —dijo Mistletoe—. Bueno,

gracias por el agua.Aún tenía el vaso vacío en la mano.

Dita la miró a la cara.—¿Te gusta el té? Estábamos a

punto de tomar un poco.

Más tarde, mientras apuraban el té de

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sus tazas, volvieron a llamar a la puerta.Jiri y Dita se miraron el uno al otro.

—Esto ya parece la estación deautobuses de Nueva York —refunfuñóJiri, levantándose de la mesa.

—Desde luego es todo un récord —coincidió Dita.

—¡Espera! —exclamó Mistletoe,poniéndose en pie con una rapidez quele sorprendió incluso a ella—. Iré yo.

Dita le lanzó una mirada agresiva.—¿Esperas a alguien?—No sé —dijo Mistletoe—. Algo

así.Antes de que Jiri pudiera cortarle el

paso, Mistletoe echó a correr hacia la

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puerta principal. Puso la mano en elpomo y se quedó inmóvil, preparándose.¿Y si no era él?

Toc toc toc.Abrió.—Te dije que te encontraría —dijo

Ambrose—. Bonito corte de pelo.—Bonitos pómulos.—¿Quién es? —preguntó Jiri desde

la cocina.—Un viejo amigo —dijo Mistletoe

mientras cogía a Ambrose de la mano.

FIN

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AGRADECIMIENTOS

Quisiera expresar mi agradecimiento amis padres, cuyo amor ilimitado y apoyodebería ser fuente de inspiración paralos seres humanos y las criaturas decualquier lugar. En especial, doy lasgracias a mi hermano, cuya amistad ycharlas valoro mucho más de lo que élcree.

Estaría completamente perdido sinmi agente, Elana Roth, cuyos sabiosconsejos siempre son impartidos coninteligencia y astucia y cuyo bien nutrido

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Twitter es sumamente entretenido.Gracias a mi brillante editora, Noa

Wheeler, por ayudarme a encontrar lahistoria que quería narrar con quesogratinado y encurtidos fritos. Sin ti, estelibro hubiera carecido de corazón.

El mérito es para Matt Lambert, porel empleo de podcast. Gracias por tuayuda a lo largo de todos estos años.

Estoy especialmente agradecido atodos aquellos que han tenido lapaciencia y la generosidad deproporcionarme información detallada,perspicaz y honesta para toda unaprocesión de bocetos sin pulir yproyectos abandonados que variaron

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enormemente tanto en calidad como encoherencia. Vuestros ánimos meayudaron a proseguir.

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