Sumario - fts.uner.edu.ar · Revista de la Facultad de Trabajo Social – uner Año xiii, número...

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Revista de la Facultad de Trabajo Social – uner Año xiii, número 19 noviembre de 2012 Propietario: Universidad Nacional de Entre Ríos, Facultad de Trabajo Social ·· STAFF ·· Directora Mg. Sandra Marcela Arito Coordinación general: Secretaría de Extensión e Investigación Producción general y diseño: Área de Comunicación Institucional FTS – UNER Comité de referato: Dr. Santiago Álvarez Mg. María del Carmen Castells Prof. ª Susana Celman Dr. ª Elsa Susana Emmanuele Dr. ª Mercedes Escalada Dr. Arturo Fernádez Mg. Sandra Gerlero Lic. Mirta Giaccaglia Dr. ª Susana Mallo Reynal Dr. Eduardo Rinesi Dr. ª Mónica Rosenfeld Dr. ª Ana Rosato Dr. ª Margarita Rozas Pagaza Impresión: Imprenta Italia Italia 115, Paraná, Entre Ríos. Contacto: Facultad de Trabajo Social – uner La Rioja 6, (e3100aob) Paraná · Entre Ríos · Argentina Tel./Fax: (0343) 4310189 [email protected] Las notas firmadas representan la opinión de los autores y no necesariamente la de Utopías. Ley 11723 Registro de Propiedad Intelectual 954817 issn 1515-6893 Domicilio legal: Eva Perón 24, (3260) Concepción del Uruguay · Entre Ríos · Argentina Sumario Editorial / 3 El Trabajo Social y la dimensión ético-política / Jorge Manuel Casas / 5 Línea investigativa sobre sexualidad y género y la disciplina de Trabajo Social / Nora N. Das Biaggio e Isela M. Firpo / 16 El cuerpo de las mujeres, territorio de disputas políticas / Alicia Genolet / 28 Construyendo la extensión universitaria desde la conformación de un equipo de extensión / Viviana Verbauwede y otros / 36

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Revista de la Facultad de Trabajo Social – unerAño xiii, número 19noviembre de 2012

Propietario:Universidad Nacional de Entre Ríos, Facultad de Trabajo Social

·· STAFF ··

DirectoraMg. Sandra Marcela Arito

Coordinación general:Secretaría de Extensión e Investigación

Producción general y diseño: Área de Comunicación InstitucionalFTS – UNER

Comité de referato:Dr. Santiago ÁlvarezMg. María del Carmen CastellsProf.ª Susana CelmanDr.ª Elsa Susana EmmanueleDr.ª Mercedes EscaladaDr. Arturo FernádezMg. Sandra GerleroLic. Mirta GiaccagliaDr.ª Susana Mallo ReynalDr. Eduardo RinesiDr.ª Mónica RosenfeldDr.ª Ana RosatoDr.ª Margarita Rozas Pagaza

Impresión:Imprenta ItaliaItalia 115, Paraná, Entre Ríos.

Contacto:Facultad de Trabajo Social – unerLa Rioja 6, (e3100aob) Paraná · Entre Ríos · ArgentinaTel./Fax: (0343) [email protected]

Las notas firmadas representan la opinión de los autores y no necesariamente la de Utopías.

Ley 11723Registro de Propiedad Intelectual 954817issn 1515-6893

Domicilio legal:Eva Perón 24, (3260) Concepción del Uruguay · Entre Ríos · Argentina

Sumario

Editorial / 3

El Trabajo Social y la dimensión ético-política / Jorge Manuel Casas / 5

Línea investigativa sobre sexualidad y género y la disciplina de Trabajo Social / Nora N. Das Biaggio e Isela M. Firpo / 16

El cuerpo de las mujeres, territorio de disputas políticas / Alicia Genolet / 28

Construyendo la extensión universitaria desde la conformación de un equipo de extensión / Viviana Verbauwede y otros / 36

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Autoridades

Decana: Mg. Sandra Marcela Arito

Vicedecana: Lic. Carmen Inés Lera

Secretaria Académica: Lic. M.ª Mónica Jacquet

Secretario de Extensión e Investigación: Lic. Diego Julián Gantus

Secretario Económico Financiero: Lic. Sergio Darío Dalibón

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Así como la utopía es fruto de los sueños colectivos, desde hace 18 años nuestra revista se sostiene en el compromiso compartido por la socialización del cono-cimiento. Por eso, en cada edición procuramos que las voces de los docentes de la casa, pero también las de docentes de otras instituciones, se materialicen en la palabra escrita contribuyendo a compartir y cuestionar las propias mira-das sobre las problemáticas que nos atraviesan.

En este número compartimos la generosa producción de Jorge Manuel Ca-sas, discípulo de nuestro querido Mario Heler. A través de algunos conceptos de Jacques Rancière y Alain Badiou, el autor nos lleva a pensar las condiciones ético-políticas del Trabajo Social. Las preguntas por la parte de los sin parte y la reflexión acerca de la noción de justicia, le permiten interpelar al campo disci-plinar en un doble sentido: alejándolo de la imagen piadosa de la salvación o el auxilio, y como espacio de conocimiento con autonomía y desarrollo propio.

Nora Das Biaggio e Isela Firpo nos presentan un recorrido por una línea de investigación que vienen desarrollando en la fts desde hace más de diez años sobre sexualidad y género desde distintas aristas. Revisan los hallazgos, los desafíos y las implicancias de los distintos proyectos, y al mismo tiempo nos convocan a reconsiderar los abordajes que hacemos cotidianamente desde Trabajo Social.

Alicia Genolet nos propone centrar nuestro pensamiento sobre el cuerpo de las mujeres en clave política a través del análisis de casos emblemáticos de abortos no punibles en la provincia de Entre Ríos. El artículo constituye entonces una reflexión en torno a las concepciones sobre el género, la mater-nidad y el cuerpo femenino, así como a los roles que juegan los profesionales que intervienen en este tipo de problemáticas.

Por su parte, el equipo del proyecto de extensión «Seminario de Formación para Promotores de Niñez» de la fts, comparte con nosotros los aspectos cen-trales de esta experiencia que se desarrolló en dos instituciones de la ciudad de Paraná, durante los años 2008 y 2009. De este modo, el trabajo expresa una problematización sobre la extensión como función de la universidad pública y de las dinámicas en la constitución de equipos, entre otros aspectos, al tiempo que constituye una evaluación de la práctica transitada.

Estos cuatro artículos dan cuenta entonces de que en la cotidianeidad, las utopías, aunque no tengamos registros de ellas, siempre movilizan sentires, pensares, haceres…

Mg. Sandra Marcela AritoDecana

Editorial

4 Editorial

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Resumen

Mi comunicación reseña esquemáticamente algunas ideas de Jacques Rancière y Alain Badiou, con el objeto de contribuir a la reflexión sobre el Trabajo Social en la línea de investigación y docencia abierta por la Filosofía social de Mario Heler. A partir de allí ensayo algunas conexiones, ejemplos y comentarios que se juzgan productivos en relación con ese mismo propósito.

La parte de lxs** que no tienen parte

En la ciudad en la que vivo, Buenos Aires, se escucha muy a menudo decir que es «injusto» que lxs que no trabajan, o lxs que ganan muy poco y tienen muchxs hijxs, o lxs que lisa y llanamente sufren por uno u otro motivo, reciban una par-te del trabajo y el esfuerzo de lxs otrxs. A menudo se exigen «contraprestacio-nes» ¿Qué les corresponde recibir a lxs excluidxs, a lxs pobres, a lxs desfavoreci-dxs en el reparto, a lxs que sufren necesidades? ¿Por qué? ¿Qué parte merecen, en qué contribuyen para merecerla, aquellxs que precisamente no tienen parte? ¿Qué participación lxs habilita para hacer suya una parte producida por otrxs?

«La parte de lxs que no tienen parte» es una fórmula paradójica con la Jacques Rancière piensa la política, y es también una categoría política cuya primera intervención tal vez consiste en volver más difícil (en principio) lo-calizar esas partes (la parte que «les» corresponde, la parte que «ellxs» son), y aislar de esa manera un «sector» social: ese sector social al cual está dedicado el trabajo de lxs trabajadorxs sociales.

El problema deriva de que su fórmula es una contradicción, una no-iden-tidad. Que lxs que no tienen parte tengan parte indica que esa «parte» es di-ferente de sí misma: es una parte no-parte o una no-parte con parte, y por lo tanto, en sentido literal, carece de identidad, difiere de sí. ¿Cómo podríamos encontrar en la comunidad esa parte que no tiene parte? ¿Y fuera de ella tienen o no tienen parte? ¿Quiénes son? ¿Dónde están? ¿En qué sentido lxs que no tienen parte forman parte?

Estas preguntas conducen así a otra, que acaso es la misma planteada de un modo más general, y vuelve a ser una cuestión política ¿Cuál es la anato-mía, la composición, la forma de unidad, de esa comunidad (que es nuestra comunidad) en la que se inscribe semejante participación paradójica? ¿Cuáles son sus partes? Pregunta que nos involucra directamente, estemos donde es-temos en la comunidad, porque nos obliga a examinar también de qué modo nosotrxs mismxs tomamos parte de ella, y de parte de quién estamos. Si el re-parto entre las partes de la comunidad ha de ser justo, debe dar a cada quién lo que le corresponde, a cada quién su parte. Pero, como nos preguntábamos al principio ¿Qué parte les corresponde a lxs que no tienen parte? ¿En virtud de qué? ¿Cuál es el aporte que hacen a la comunidad, ese aporte que funda su derecho a participar, a tener parte, de ella?

El Trabajo Social y la dimensión ético-política*

Jorge Manuel Casas

Datos del autor:

Profesor de Filosofía; ex becario de grado de la UBA y de posgrado de la Academia de Ciencias de Buenos Aires. Docente de la Facultad de Ciencias Sociales – UBA y de la Universidad Nacional de Luján.

* Como se insinúa en el resu-men, el autor no propone idea alguna, solo ciertas conexiones, ejemplos y comentarios; los cuales refieren a los trabajos de Badiou (2000 y 2004), Rancière (1996) y Heler (2008).

** El uso de la letra x por parte del autor responde a su intención de sostener la ambiguación del género.

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La distorsión

Para Rancière, si una comunidad incluye una parte de lxs que no tienen parte es porque tal comunidad está afectada por una distorsión. Y la distorsión especí-fica que la afecta es lo que la constituye como una comunidad política. Es la po-lítica la que instituye una parte de lxs que no tienen parte, la que distorsiona la comunidad. Distorsión y política son dos conceptos que deberemos considerar necesariamente para pensar «la parte de lxs que no tienen parte».

Podemos empezar por ver esta distorsión en sus apariciones más super-ficiales y aparentes a través de un ejemplo limitado y ligeramente erróneo. Nuestro país, por ejemplo, puede ser imaginado como un conjunto de diferen-tes partes. Lxs ciudadanos tomamos parte de esa partición en diferentes pro-porciones. Partes del territorio, partes de las actividades, partes de los bienes. Es decir, a cada uno le corresponden diferentes partes de esas particiones de lo que es nuestro. Pareciera que la justicia estribaría en que cada parte participa-ra de lo común según la parte que le corresponde, según la riqueza, el saber o, en general, los bienes a que da origen su participación. Y sin embargo, aunque esas partes a veces exhiben señaladas diferencias, y por ejemplo las partes te-rritoriales y las partes de los bienes de Amalita Fortabat son mucho mayores que las mías, pensamos que nuestro país, el mío y el de ella, es nuestro «en partes iguales» (al menos de iure): nuestro ejército, nuestras leyes, nuestras de-cisiones, son igualmente nuestras, y deberíamos participar de ellas en pié de igualdad.

Este postulado de la igualdad, que funda la política, parece inofensivo, pero no deja de levantar sospechas ¿todos debemos tomar parte por igual de las decisiones? ¿Cada voto debe valer lo mismo que cualquier otro, el de lxs que saben y el de lxs que ignoran, el de lxs que producen riqueza y el de lxs que no, el de lxs miembrxs brillantes y más oscurxs de la comunidad?

La institución de esta distorsión, que parece venir a arruinar la cuenta de las partes de la comunidad, que les permite tomar parte a lxs que no tienen parte, se remonta a la reforma de Solón en la Grecia preclásica, y a la prohibi-ción de reducir a lxs ciudadanos a la esclavitud por deudas. Aquí se ve que esta igualdad de la que estamos hablando, esa igualdad que distorsiona el cómputo de las partes de la comunidad, no es la igualdad mercantil por la cual se deter-minan las ganancias y las pérdidas en el mercado. Esto es lo que había suce-dido en la Antigua Grecia: las relaciones mercantiles y el dinero, que iguala a aquellxs que participan por igual de una transacción comercial, habían con-ducido a la dominación directa de unxs (lxs ricxs) sobre otrxs, (lxs pobres). La reforma de Solón puso un límite a esta dominación: perdido todo, cuando ya no tengo ninguna parte, sin embargo sigo tomando parte porque me queda esa otra igualdad, la igualdad vacía de cualquiera con cualquiera, que funda mi libertad política de participar del gobierno de la comunidad.1 Nadie es más que nadie. Esto es lo que ya escandalizaba a un patricio como Platón: que cualquier

1. Cfr. por ejemplo, Jean Pierre Vernant (1965) Nicole Loraux (2008).

7El Trabajo Social y la dimensión ético-política / Jorge Manuel Casas

vecino que no tiene nada ni es nadie en particular, sino que es uno igual, uno cualquiera, tome parte en partes iguales de las decisiones sobre los dracmas, los trirremes, las invasiones y la construcción de templos. En nuestros términos, que tomen parte lxs que no tienen parte.

De aquí la afirmación de Rancière de que la política está vinculada con esa cuenta errónea de la comunidad que sucede cuando la postulación de la Igual-dad viene a interrumpir la dominación directa, haciendo de lo común un ob-jeto de litigio.

El litigio

¿Qué parte es entonces esta parte de lxs que no tienen parte? Lo que lxs pobres, lxs marginales, lxs excluidxs poseen es solo la igualdad, que funda su libertad política. Pero esta propiedad es una propiedad impropia, como dice Rancière, es decir, es una propiedad que no les es propia, y allí radica un primer litigio. La igualdad es una propiedad de todxs por igual, que «el pueblo» se apropia para sí. Lxs «ricxs», lxs diferentes, lxs que tienen parte del conocimiento, de la cultura, del trabajo, de la riqueza y así sucesivamente, hacen de sus títulos la diferencia: no son iguales, y en virtud de esa desigualdad social reclaman su posición jerárquica, su derecho a mandar y una parte proporcional en la dis-tribución de los bienes. En este sentido el partido de lxs ricxs, el partido de lxs que tienen parte, tiene como consigna precisamente lo contrario de la política (la antipolítica): no hay parte de lxs que no tienen parte. En este preciso momento, paradójicamente, lxs pobres, lxs que no tienen parte, los que en principio no participaban de la riqueza, del conocimiento, ni de ningún otro «bien», co-mienzan a participar, y hacen un aporte insustituible a la comunidad: le apor-tan el pleito que la afirmación de la igualdad supone, ese que hace de todos los bienes, bienes «comunes», e instituye lo común de la comunidad, un común dividido, compartido, litigioso.

En esto se diferencia la política del paradigma de la guerra servil en el aná-lisis de Rancière. Cuando lxs siervxs se levantan contra los señores,2 cuando lxs dominadxs le hacen guerra a lxs dominadorxs, se trata de ver quién gana, quién se queda con todo; la política, en cambio, comienza cuando todo es de to-dxs bajo la forma del litigio que introduce la afirmación de la igualdad, cuan-do se distorsiona la desigualdad «real» entre cada unx.

Todxs somos iguales, pero no ante nadie que esté arriba y haga el reparto, sino entre nosotrxs y en el litigio. Hoy se escucha muy a menudo que el litigio es malo, que hay que superar las antinomias, que hay que promover la cultura del encuentro y dejar de lado la opción por los conflictos:3 lo que se pide así, acaso inadvertidamente, es el fin de la política y la adopción de formas neoar-caicas de dominación directa.

La política no existe, entonces, porque unos grupos sociales que serían par-tes reales de la comunidad se traben en lucha por sus intereses divergentes,

2. Interrumpo aquí la ambiguación del género, pues como se me ha hecho notar oportunamente, la dominación feudal tiene un carácter patriar-cal que la mención de mujeres en posiciones dominantes («la reina de Inglaterra», por caso), no suspende ni conmueve. Esta decisión, por supuesto, desesta-biliza la ambiguación que, no obstante, el texto prefiere conservar como homenaje a un imperativo ético: lo que hace patente es que, también en nuestras sociedades, el diagrama del poder es menos ambiguo de lo que quisiéramos en relación con el género.

3. Cfr. por ejemplo, Mariano De Vedia (2010).

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porque lo que precisamente hace la política es igualar la parte con el todo: el pueblo somos todxs o lo que todxs somos es ser iguales. Luego las clases, las partes, no son partes «reales», porque todxs somos iguales.

Al principio notábamos que la «identidad» de la parte de lxs que no tiene parte era problemática, porque era lo que no era, es decir era parte no siéndolo. Sin embargo, como resultado de esta institución de la parte de lxs que no tie-nen parte (la institución de la política), todas las partes se vuelven diferentes de sí mis-mas, porque la igualdad de todos con todos es la disolución de todas las partes, de todas las clases. Esta disolución señala el carácter contingente de todos los órdenes sociales humanos, de todas las jerarquías sociales. Debajo de los uni-formes y las medallas, las togas y los diplomas, los bastones de mando y las dignidades es nuestra humanidad desnuda y común la que reclama y merece su parte. El aporte del litigio que hacen los que no tienen parte nos libra de la ceguera que inducen los órdenes sociales específicos, esa ceguera que nos divide, no en la unidad productiva del conflicto, sino en los compartimentos estancos de la explotación.4

Política y plusvalía

Tal vez la teoría de la plusvalía pueda reinterpretarse a la luz de esta idea de Política. La teoría de la plusvalía5 muestra cómo en el capitalismo la fuerza de trabajo se ha vuelto una mercancía como cualquier otra, que en cuanto tal, está sujeta a la misma ley del valor que el resto de las mercancías ¿Cómo se determina el valor de una mercancía? A través de la cantidad de trabajo social-mente necesario para su producción ¿Cuál es el valor, entonces, de la mercan-cía fuerza de trabajo? Pues la cantidad de trabajo socialmente necesario para su producción. El monto del salario, entonces, es igual al trabajo socialmente necesario para producir la fuerza de trabajo, es decir, es equivalente a lo que cuesta mantener con vida al trabajador y a la vez asegurar su reproducción, de modo tal de que no se extinga la fuerza de trabajo. En este sentido el capital le paga al trabajo la parte que le corresponde y el intercambio es justo.

Hasta aquí estamos en la cuenta de las partes que sin vacilaciones da a cada cual la parte que le corresponde, en virtud de su participación en el proceso productivo.

El argumento de Marx muestra que, sin embargo, la mercancía fuerza de trabajo no es una mercancía como todas las otras, porque además de ser valor, produce valor y el valor que produce la fuerza de trabajo es mayor que el coste de producción y reproducción de la fuerza de trabajo. Ese es el plusvalor, del que luego se apropia el capital y que constituye su ganancia.

Ahora bien, a partir de este escenario podría parecer que de lo que se trata es de ajustar la cuenta, es decir, de devolver al trabajador o la trabajadora lo que es suyo, el plusvalor. Si razonáramos así, todavía estaríamos pensando en dar a cada parte lo que le corresponde en virtud de su participación. Sin embargo,

4. Este mismo principio es el que anima la ontología social de Agnes Heller: el ser particular se representa necesidades definidas de un modo especí-fico, conformadas según los circuitos de satisfacción de una determinada sociedad históri-ca. Cuando ese ser específico, el nosotros comunitario, entra en conflicto con el ser particular (porque el circuito socialmente instituido para la satisfacción de las necesidades particulares le exige, por ejemplo, vivir a partir del sufrimiento y del dolor de otros, o incluso dejar de ser, como en la guerra), el ser par-ticular descubre que la muda copresencia de su ser particular y su ser específico no constituye una identidad indisoluble, que los órdenes sociales son contin-gentes, y que su particularidad se refiere no a la especificidad de su cultura y su sociedad, sino a un «nosotros» más amplio, integrado por todos los particulares que poseen por igual la capacidad de inventarse su propio ser específico. Solo en ese punto puede constituirse una verdadera «individuali-dad». Cfr. Ágnes Heller (1982).

5. Cfr. Karl Marx (2000).

9El Trabajo Social y la dimensión ético-política / Jorge Manuel Casas

la dimensión política de la teoría de la plusvalía, interpretada desde Rancière, proviene de que no hay un salario justo. Aunque se diera el caso, económicamente inviable, de que el trabajador o la trabajadora fueran remunerados tanto por el valor de su fuerza de trabajo como por su plusvalor, e incluso si el salario fuese mayor que el valor y el plusvalor sumados, ese salario no sería de todos modos «justo», porque lxs trabajadorxs no son cosas, sino personas humanas, y lo injusto no es el monto de su salario, sino la relación social en la que los medios de producción y el producto del trabajo le han sido expropiados a lxs trabaja-dorxs.

Esto no ocurre entre las hormigas. La hormiga reina, la hormiga guerrera, la hormiga trabajadora, tienen lugares distintos en la comunidad natural del hormiguero, y reciben partes distintas en orden a su función y a su, digámoslo metafóricamente, rango social. Las hormigas no son todas iguales. Pero noso-tros sí lo somos (somos igualmente capaces de producir órdenes sociales con-tingentes) y la clase de lxs trabajadorxs se anuncia como esa parte que reclama el todo, es decir, la clase universal que llama a la disolución de las clases.

Un modelo lingüístico

En Rancière, la misma circunstancia aparece ilustrada por un modelo lingüís-tico. En una sociedad humana hay orden porque unos mandan y otros obede-cen. Cada cual recibe su parte y debe hacer su parte según está establecido. Sin embargo, la comprensión de una orden solo instaura la desigualdad de lxs que mandan y lxs que obedecen sobre la base de una igualdad, la igualdad en la competencia de usar el lenguaje. Tenemos que poseer por igual la palabra para obedecer, de modo que para ser desiguales debemos ser iguales, o mejor dicho, debemos suponer nuestra igualdad. Esta suposición es la que funda la política. La po-lítica comienza cuando hacemos valer esa suposición y tomamos la palabra, es decir, cuando reclamamos tomar parte de lo que no tenemos parte.

La Justicia es oscura

Pero entonces ¿cómo se podría intervenir en lo social en nombre de esta igual-dad vacía? ¿Qué significaría «hacer justicia» a lxs que no tienen parte? ¿Qué es la Justicia? Cuando aborda este problema en sus escritos más exotéricos, Alain Badiou parte de una afirmación aparentemente sencilla que, bajo su aparente sencillez, condensa un conjunto de motivos filosóficos que complican el tra-tamiento de la idea de Justicia. Dice Badiou: «la injusticia es clara, la Justicia, en cambio, es oscura» (2004: 9).

Efectivamente todos podemos reconocer la injusticia, aún cuando no poda-mos decir, o mejor aún, no podamos conocer, lo que la Justicia sea: la injusticia es siempre particular, tiene una existencia concreta en esta o aquella injusti-cia, mientras que la Justicia es un idea de la razón, diríamos more kantiano, y

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en cuanto universal, no se agota en ninguno de sus ejemplos, ni puede intuir-se en la realidad sensible.

De modo que el problema de «hacer justicia» se transforma fácilmente, en la práctica (esa práctica que trabaja el Trabajo Social), en el problema de «des-hacer la injusticia», que da lugar a una definición negativa de lo justo: la Justi-cia como negación de la injusticia. Así parece estar organizado cierto Servicio o Trabajo Social, como una reparación de la injusticia, como la producción de un mundo en el que no haya más víctimas. Esta «ética de la víctima», como la llama Badiou, plantea sin embargo inmediatamente un problema: ¿quién es la verdadera víctima? ¿Quién designa a la víctima verdadera?

Las figuras de la víctima

La figura de la víctima resulta especialmente relevante en este contexto por-que esa es la figura bajo la que aparecen «comprendidas», en el orden social moderno, aquellas personas o grupos con las que trata (y a las que «trata») el Trabajo Social. En el armado institucional del Trabajo Social, las víctimas son pensadas o bien en cuanto víctimas del orden social, como por ejemplo ocurre con la infancia desvalida o las mujeres golpeadas (que no son simples casos de violencia interindividual, sino víctimas del orden social patriarcal), o bien en tanto víctimas de lo que se supone como su propia incapacidad para encontrar un lugar en ese orden, como en el caso de ciertxs desocupadxs o drogadictxs.

Badiou aborda el problema de la identificación de la víctima a partir de tres hipótesis. En primer lugar, se hace preciso constatar que hay víctimas y víctimas: por ejemplo, cuando cae un avión, leemos en los titulares de los diarios que murieron digamos doscientas treinta personas y un ministro de gobierno, o, en la formulación más brutal de Crónica TV, vemos que se anun-cia que en un accidente de tránsito fallecieron equis cantidad de personas y tres bolivianos, o incluso que en el atentado de la amia, además de judíos, murieron personas «inocentes», que no tenían nada que ver... La determina-ción de la víctima supone entonces una visión «política» de la situación (una asignación de partes), desde la cual se decide no sólo quiénes son las víctimas sino también en qué grado se las ha victimizado. Lo mismo ocurre con las víc-timas de la inseguridad, del gatillo fácil o del abuso: a menudo escuchamos que alguno de lxs muchxs fusiladxs por la policía son víctimas porque eran buenxs y trabajadorxs, como si lxs malxs y holgazanxs fusiladxs no fueran víctimas...

Pero, como si esto fuera poco, no todos coinciden en la designación de las víctimas: para algunos, por ejemplo, el desempleado es una víctima de la es-tructura social de distribución del empleo; para otros, su falta de empleo se debe a la desidia personal y de ninguna manera se puede pensar que es una víctima de la sociedad en la que vive. Luego, la determinación de la víctima involucra una cierta perspectiva política y, por lo tanto, «víctima» es un térmi-

11El Trabajo Social y la dimensión ético-política / Jorge Manuel Casas

no variable, que depende del lugar que cada cual (cada individuo o cada grupo) tiene en el reparto de lo social: de los intereses particulares de quienes no-minan a las víctimas. Pero entonces ¿cómo decidir entre las determinaciones de la «víctima» ofrecidas desde distintos intereses, desde distintas posiciones sociales?

Badiou señala una segunda manera de aproximarse a la cuestión. Esta se-gunda hipótesis consistiría en afirmar que la víctima se designa a sí misma: la injusticia queda así ligada a la protesta de la víctima y nos exige que crea-mos en su testimonio. Aquí el problema radica en que con frecuencia la queja es una demanda al otro pero no un testimonio de una injusticia realmente infringida (Badiou señala la queja neurótica). Y nuevamente se presenta el problema de determinar quién dice quiénes son víctimas y quiénes no.

Para salir de este atolladero, una tercera hipótesis, en cambio, propone una determinación más «objetiva» de la víctima: la víctima se revelaría en el es-pectáculo de su sufrimiento. Se puede ver que son víctimas. La injusticia se convierte así en el espectáculo de los cuerpos sometidos al suplicio, al hambre, al dolor, y la humanidad queda reducida a la pura animalidad del cuerpo su-friente visible, del cuerpo-espectáculo. Esta es la hipótesis más pregnante en nuestras sociedades massmediadas: la víctima como cuerpo sufriente que movi-liza nuestra piedad.

La esclavitud moderna

Para Badiou, esta determinación de la víctima a partir del espectáculo del cuer-po sufriente supone reducir la humanidad de la víctima a su cuerpo, un cuerpo separado de toda idea. Y el cuerpo separado de la idea no es otra cosa que el cuerpo del esclavo. Así, en Aristóteles, la idea del esclavo le pertenece al amo y por lo tanto su cuerpo está separado del pensamiento. Incluso en Platón el célebre pasaje en que Sócrates reúne al esclavo con la idea matemática supone precisamente esto: que por definición el esclavo está separado de toda idea.6

En Badiou, la esclavitud moderna consiste en convertirse en un cuerpo de consumo o en un cuerpo-víctima: el cuerpo rico que consume, el cuerpo po-bre, que carece. De un lado, la maximización de la calidad de vida no supone ningún pensamiento, ningún proyecto para el cuerpo que consume; de otro, de las víctimas de la violencia urbana, por ejemplo, se dice que no hacía nada a nadie, no estaba metido en política, no hacía otra cosa que trabajar y tener una familia (reproducirse) «como Dios manda»...

Pensando esta distinción de Badiou podemos ver que se trata del mismo tó-pico que aborda la tradición marxista cuando señala, por ejemplo, que la cons-titución del modo de producción capitalista atraviesa el hito de la enajenación del trabajador en relación con «su» trabajo: el artesano medieval es dueño de su trabajo en el sentido de que sabe lo que hace, y también el campesino, que decide qué cultiva y cómo lo cultiva y domina todo el proceso; el obrero, en

6. Cfr. Platón. Me-nón, 81a-86c.

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cambio, «liberado» de su relación orgánica con una tierra y una comunidad, liberado de su identidad sustancial, realiza tareas fragmentarias y ha perdido todo conocimiento de la totalidad del proceso (de hecho, al operar la máquina podría estar construyendo insumos para teléfonos, para juguetes o para misi-les). Así, el artesano sabe hacer toda una mesa, por caso, en cambio el obrero de la industria automotriz no «sabe» hacer autos, no tiene idea. Todo este tópico de la alienación, e incluso la idea del fetichismo de la mercancía y el señalamiento de la necesidad de la «toma de conciencia» para devenir clase «para sí» y no meramente «en sí», pueden interpretarse como otras tantas ocurrencias de la separación del cuerpo de la idea que Badiou piensa como «esclavitud mo-derna». La separación del cuerpo de la idea es, finalmente, la abolición de la política: los que no tienen ni idea ¿cómo participarían de la producción de los órdenes contingentes, cómo concebirían un proyecto político, cómo tomarían parte del litigio por lo común?

Justicia, Igualdad, Idea

Es a partir de esta consideración que para Badiou se puede pensar un concep-to positivo de Justicia históricamente situado, que puede enunciarse como la tentativa de luchar contra la esclavitud moderna, es decir, de luchar por otra concep-ción de la humanidad, por otro modo de producción de lo humano. Desde esta perspectiva, la Justicia consiste en la invención de un nuevo cuerpo, un cuerpo ligado a la idea, en un mundo que nos propone cuerpos de esclavos. Ligar el cuerpo a la idea, al proyecto, supone salir del estado de la víctima y proponer un pensamiento posible: ponerse de pie y tomar la palabra. En esto consiste el tratamiento político del daño.

Badiou ejemplifica esta circunstancia con el caso de lxs africanxs que tra-bajan en Francia, muy mal pagos y en situaciones legales más que incómo-das: no son meramente víctimas de la explotación, de la marginación o de la persecución, sino que tienen una idea del país en el que quieren vivir. No reclaman solamente por sí mismos, por sus cuerpos sufrientes, sino por la idea de país a la que su cuerpo está ligado: las víctimas son testimonio de algo más que ellas mismas, de algo universal, para todos por igual. La Justicia es entonces también ese pasaje del estado de víctima al estado de alguien que está de pie: la Justicia es el presente de una transformación subjetiva, dice Badiou.

En la tradición filosófica el tratamiento afirmativo de la Justicia tiene larga data y puede remontarse por lo menos hasta Platón. Pero en Platón lo Justo debe entenderse como una Idea que está por encima de cada uno de nosotros y cuya «verdad» solo puede ser captada por una elite ligada al pensamiento, a la idea: de allí la figura del filósofo-rey, que precisamente reina por sobre el conjunto de los cuerpos, separados de la idea, de artesanos y guardianes. Ex-clusión magistral de la política. Ligar el cuerpo a la idea para luchar contra la

13El Trabajo Social y la dimensión ético-política / Jorge Manuel Casas

esclavitud moderna no tiene este sentido: lo que resulta urgente es recuperar la ligadura del cuerpo y la idea en toda la humanidad, en la humanidad de cada unx y de todxs.

Luego, resulta igualmente necesaria una segunda afirmación para pensar la Justicia como lucha contra la esclavitud moderna: la afirmación de la igual-dad de todxs en cuanto cuerpos del pensamiento, cuerpos que piensan, cuer-pos ligados a la idea. La Justicia queda determinada así como el trabajo sobre las consecuencias de afirmar, primero, que el cuerpo está ligado a la idea y, segundo, que todos somos iguales.

Justicia y Trabajo Social

En el Trabajo Social, esta idea de Justicia sirve, cuando menos, para pensar una serie de motivos distintos. La tentativa de producir un cuerpo ligado a la idea, por ejemplo, se extiende también al cuerpo profesional del Trabajo Social. Se nota a veces una tendencia a pensar la carrera de Trabajo Social como una ins-trumentalización de las ideas provenientes del campo de las Ciencias Sociales y de la Filosofía: el cuerpo del trabajador/trabajadora social debe reunirse con estas ideas porque no tiene idea. Luchar contra la esclavitud moderna es también producir conocimiento y reconocimiento en cuanto pares que tienen sus pro-pias ideas, sus propios proyectos.

Pero además, esta idea de la Justicia, nos alerta sobre las concepciones del Trabajo Social como una recuperación de las ovejas perdidas, un recuerdo de lxs olvidadxs, una reparación de las heridas de la víctima. Es decir, las concep-ciones del Trabajo Social como salvación o auxilio de otros en una relación de asimetría (Karz, 2006). En todos estos casos las personas o grupos en cuestión no tienen nada para decir, carecen de proyecto, están separados de toda idea y la prueba más patente de ello es que su identidad y sus «intereses reales» son determinados desde los programas sociales, desde el saber de lxs otrxs.

El tratamiento político del daño no puede ser otra cosa que este volver a conectar el cuerpo con la idea, con el proyecto, este ponerse de pie y reclamar un lugar que en principio no está previsto en el reparto de las partes de la comunidad. Porque, digámoslo nuevamente, las comunidades humanas no son como las comunidades de las hormigas o de las abejas, en las que hay lugares naturales, prescriptos incluso por la disposición de los órganos y las formas de los cuerpos: las comunidades humanas son órdenes artificiales, contingentes, en los que se plasma una idea. Pero si todos somos iguales en-tonces todos tenemos derecho a reclamar nuestra parte, a ponernos de pie y a pronunciar nuestro nombre más allá de las nominaciones que se nos im-parten: en ello consiste lo que mi maestro, Mario Heler, llama «dimensión ético-política».

La dimensión ético-política está constituida por esa actividad que quiebra el orden moral-policial, el orden que asigna morada y nombre a lxs miembrxs

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de la comunidad y determina qué parte le corresponde a cada quién, valién-dose de la afirmación de la igualdad de todos en cuanto cuerpos portadores de una idea. Hacer Justicia, no consiste entonces en ejecutar un «programa político» que realice una idea supuestamente objetiva e inobjetable de un «es-tado de cosas justo», o de una «sociedad ideal». Tampoco en tomar «el poder», como si el poder fuera una cosa que se puede tomar. Hacer Justicia no puede consistir en imponer ciertos intereses sectoriales en nombre de su universal y desinteresada validez.

Hacer Justicia es el trabajo sobre las consecuencias de la afirmación de la igualdad de todos en cuanto portadores de una idea, y por ello, la subjetiva-ción política conduce al tratamiento político del daño, que a su vez significa salir del lugar de la víctima.�

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15El Trabajo Social y la dimensión ético-política / Jorge Manuel Casas

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Sobre la noción de línea investigativa y las coordenadas de una experiencia

A fines del 2000 inauguramos en la Facultad de Trabajo Social dependiente de la uner, una línea investigativa sobre producción social de subjetividad bajo el prisma de las relaciones de género. La tarea de producción y profundización teórica reconoce en este sentido las nociones de subjetividad, poder, género y sexualidad como categorías centrales, registrando a su vez tres estudios con-secutivos como principal antecedente: Programa de Investigación y Desarrollo (pid) «Relaciones de género en la prostitución. Construcción social de nuevas subjetividades» (2001-2003); pid «La madre de la niña/o incestuada/o: subje-tividad y poder desde un enfoque de género» (2004-2007) y pid «Las prácticas profesionales en situaciones de incesto: género, generación y poder en la cons-trucción de subjetividades» (2007-2010).

Tras once años de trabajo, en el cuarto proyecto denominado «Construc-ción social del incestuador en la justicia penal. Un estudio desde el enfoque de género» actualmente en ejecución, recuperamos los avances disciplinares que fueron consolidándose.

Pretendemos compartir en este marco, algunos hallazgos de nuestra línea investigativa entendiendo el concepto como una modalidad de construcción de conocimiento científico, caracterizada por cierta continuidad o sistema-ticidad respecto a un área de interés específica, y abordando diversos planos constitutivos. Modalidad que da cuenta a nuestro criterio, de ciertos presu-puestos epistemológicos y teóricos en torno a un interrogante central: cómo encarar la complejidad de la realidad sin incurrir en simplificaciones o es-quematizaciones, y escapando al riesgo de transformarla en un enunciado mecánico.

Tema no menor a la hora de pensar el Trabajo Social como disciplina o, cuanto menos y al decir de González Saibene (2011), con «pretensiones de» configurarse como tal, y donde la investigación adquiere sin duda un papel absolutamente relevante.

Siguiendo a Edgar Morín (en Britos y otros, 2002), hemos sostenido ya con anterioridad 1 que la pregunta acerca de cómo encarar la complejidad de lo real no pasa por pensar más cosas, sino por resignificar la forma con que se pien-sa: en lugar de un polo externo o una característica de cualquier problemática que pretende objetivarse, esa complejidad tiene que ver con introducirse en un movimiento complejo donde el pensar pueda, justamente, producirse. La complejidad se instituye entonces y bajo esta perspectiva, como una condición propia del quehacer interpretante. Configura una palabra problema, no una palabra solución y la labor del pensamiento no puede consistir por tanto en reducir sus diversas expresiones a un esquema simplificador y/o tranquiliza-dor, sino en afrontar el entramado solidario que las configura en medio de la bruma, la incertidumbre y la contradicción.

Datos de las autoras:

Nora Nélida Das Biaggio: licenciada en Trabajo Social; magíster en Poder y Sociedad desde el Enfoque de Género; docente e investigadora, Facul-tad de Trabajo Social – UNER.Isela María Firpo: Asis-tente Social; magíster en Trabajo Social; docente e investigadora, Facultad de Trabajo Social – UNER.

Nora Nélida Das Biaggio e Isela María Firpo

Línea investigativa sobre sexualidad y género y la disciplina de Trabajo Social*

1. En el proyecto de investi-gación «La construcción social del incestuador en la justicia penal. Un estudio desde el enfoque de Género», FTS - UNER (2011); y en el Seminario Taller «Intervenciones Profesionales en situaciones de Incesto» a nuestro cargo, dictado en Mar del Plata en septiembre de 2011, mediante convenio entre el Colegio de Asistentes Sociales y Trabajadores Sociales - Distrito Mar del Plata y la Facultad de Trabajo Social - UNER.

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En este plano de análisis, la noción de línea investigativa comporta todo un posicionamiento respecto a la construcción de conocimiento y sigue fun-damentalmente la pista de ese entramado solidario entre expresiones aparen-temente inconexas del área de interés, cuya puesta en foco adquiere simultá-neamente sentido y preeminencia en el devenir de los procesos sociales.

Argumentar determinadas conexiones entre problemáticas tales como prostitución callejera e incesto y la relación que guardan con un área de in-terés a nivel investigativo como la producción social de subjetividad, reclama destacar que ambas problemáticas comparten un componente común, cual es la sexualidad, y que ella constituye un vector ciertamente decisivo en los modos de producir sujetos desde / en distintos principios de subjetivación en pugna.

Dimensionar a su vez la sexualidad bajo el prisma del género como pers-pectiva teórico-epistemológica que orienta y sustancia el proceso, no se limita a describir diferencias entre varones y mujeres. Involucra en cambio y según Fernández (2009), poner en visibilidad las relaciones de poder entre unos y otras; dado que obliterar o subsumir las asimetrías de poder y sus consecuencias con-lleva el riesgo de poca o nula precisión en los diseños de una agenda político-social para la problemática que eventualmente se trate.

De manera que, las diferencias de género aluden a:

[…] los dispositivos de poder por los cuales —en cada sociedad— las diferencias

biológicas han justificado las desigualdades sociales. En tal sentido, desmarca la

cuestión de supuestas esencias diferentes que instituyen las condiciones masculinas

y femeninas en su desigualdad de oportunidades, para colocar la cuestión en la sub-

ordinación política, económica, cultural, emocional-subjetiva y erótica del género

femenino en relación con el masculino. Es por tanto, una noción que pone el centro

en la cuestión del poder de un género sobre otro. (Fernández, 2009: 46)

Configura además una categoría hermenéutica y más allá de las descrip-ciones necesarias exige como tal, «la inclusión del análisis de los dispositivos socio-históricos de poder por los cuales se producen y reproducen estas des-igualdades sociales y sus injusticias concomitantes» (Fernández, 2009: 46).

La sexualidad se instituye así como un eje transversal que entrecruza las dos problemáticas en clave de entramado solidario, cuya pista comenzamos a seguir a partir de la primera investigación sobre prostitución callejera. Este primer estudio, en el que entrevistamos a mujeres en situación de prostitu-ción y a clientes, permite entrever antecedentes frecuentes de incesto en la iniciación sexual o en forma posterior, durante la infancia de las mujeres involucradas. Si bien no es dable establecer una relación causal y directa en-tre el hecho incestuoso y el ejercicio de la prostitución, tal antecedente no deja de insinuarse como marca de envergadura en el constructo subjetivo femenino.

* El artículo se basa en la ponencia homónima, presentada en el III Congreso Nacional de Trabajo Social y II Encuentro Latinoamerica-no de Profesionales, Docentes y Estudiantes de Trabajo Social «Proce-sos de Intervención y Formación Profesional. Tendencias, debates y conquistas en el Trabajo Social de América Latina» - UNICEN - Tandil (Argentina) 2011.

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De acuerdo al acervo teórico constituido por los estudios de género, la emer-gencia de la subjetividad femenina va anclada a la sexualidad como dispositi-vo de control y a través de diferentes tecnologías. El sometimiento del cuerpo involucra un régimen de gobierno crucial en esta línea, pues como bien sos-tuviera Foucault: «[…] las relaciones de poder operan sobre él una presa inme-diata; lo cercan, lo marcan, lo doman, lo someten a suplicio, lo fuerzan a unos trabajos, lo obligan a unas ceremonias; exigen de él unos signos» (1988: 32).

La matriz teórico-conceptual que guía nuestro trabajo, remite asimismo a un enfoque de género que incluye la mirada intergénero y a su vez la trascien-de, en tanto comprende simultáneamente las relaciones intragénero e inter-generacionales. Si hablamos de relaciones intergeneracionales, es indudable que el incesto configura, al decir de Gerez Ambertin (2005), un atentado con-tra el orden genealógico —desde el cual se sitúa a los sujetos en un orden le-gislado— y genera graves consecuencias en la subjetividad de las/os niñas/os afectadas/os.

Hasta dónde pudimos interiorizarnos al momento de la investigación re-ferida, las investigaciones y producciones teóricas sobre el tema del incesto tienden a centrar el análisis en las/los niñas/os víctimas y en los victimarios incestuadores, obliterando la figura materna en la microfísica de vínculos implícita a la situación de incesto paterno-filial, o bien aludiendo a ella en forma tangencial y construyéndola por lo general en términos de cómplice y/o entregadora.

Acordamos con Giberti (1998) en que la idea de madre entregadora o cómpli-ce da cuenta de presupuestos esencialistas respecto a la identidad femenina, cuyos atributos aparecerían dados y con fuerte anclaje en la dicotomía «bue-nas madres / malas madres». En términos de configuración de sentido, dicha idea inscribe a su vez las mujeres-madres en el lugar de victimarias, desde y en una relación supuestamente horizontal con los padres incestuadores.

Entonces, en el segundo proyecto de investigación denominado «La madre de la/el niña/o incestuada/o. Subjetividad y Poder desde un Enfoque de Géne-ro» procuramos deconstruir esta idea de «cómplice o entregadora» a partir de entender que tal posición conlleva intervenciones profesionales nada contri-butivas a los procesos vinculares de las mujeres-madres.

El estudio esboza lo incestuoso, como una práctica política frecuente y sin duda abyecta sobre los cuerpos y subjetividades infantiles, que involucra las relaciones intergénero, intragénero e intergeneracionales desde/en diversos diagramas de poder. Diagramas que comprometen asimismo las intervencio-nes profesionales en estrados judiciales de la ciudad de Paraná, constituyendo un circuito de no interdicción sobre el arrasamiento infantil efectuado a intra-muros de lo privado.

No deja de sorprender durante nuestra tarea, la magnitud del silencio y del secreto frente al abuso de poder ejercido por los varones victimarios (funda-mentalmente padres y padrastros) en detrimento de niñas/os en tanto suje-

19Línea investigativa sobre sexualidad y género … / Nora Das Biaggio e Isela Firpo

tos de derecho. Lo no dicho y lo susurrado configuran sin embargo formas de lenguaje y parecían hablar, en este caso, sobre cierta construcción social del varón incestuador en clave de impunidad.

Es bajo la premisa que toda intervención profesional produce saber, poder y subjetividad (Heler, 2006), que abordamos luego las prácticas profesionales en el tercer proyecto de investigación denominado «Las prácticas profesionales en situaciones de incesto: género, generación y poder en la construcción de subjetividades».

En consonancia con lo sostenido en la investigación de Calmels y Méndez (2007) y a partir de nuestra experiencia de trabajo, postulamos el incesto como un síntoma social que anuda el arrasamiento cotidiano de la condición de niñez y la consolidación de un modelo masculino irrefrenable.

La tendencia por demás frecuente a patologizar la problemática incestuosa traduce en esta línea y desde nuestro punto de vista, cierta economía de ver-dad que invierte la asimetría de poder entre víctimas y victimarios, y carga el peso sobre los hombros de las niñas/os involucradas/os (quienes deberán ser asistidos para tramitar de algún modo las secuelas) eximiendo al autor del arrasamiento subjetivo. Tal eximición no deja de ser una forma de establecer ciertos parámetros de «aceptabilidad» socio-cultural en lo concerniente a la sexualidad masculina. O lo que es igual: una forma de gestar sujetos varones en clave endogámica y con potestad absoluta sobre la propia progenie, como un aceptable (cuando no esperable) socio-cultural.

En consecuencia, en el cuarto proyecto nos proponemos indagar cómo se construye la figura del incestuador en la justicia penal. Además, nos plan-teamos identificar si el fuero penal opera como terceridad política en la situa-ción incestuosa y las lógicas comunes en los modos de resolución de las causas penales, tanto como las marcas subjetivas que contribuyen a forjar los fallos judiciales en la figura del incestuador y de las/los hijas/os niñas/os.

Sobre deslizamiento de estereotipos e interpelaciones ético / políticas

Atento a nuestra pretensión de nombrar en los diferentes proyectos de inves-tigación los modos con que se accede al repertorio de expresiones subjetivas contemporáneas, interesa subrayar en consecuencia, que el primer estudio muestra el deslizamiento de los estereotipos de género como una constante.

La manera con que las mujeres en situación de prostitución se perciben a sí mismas, en relación con los clientes y viceversa, da cuenta de tal deslizamien-to como un matiz que engarza las subjetividades implicadas y que desdice en parte el desiderátum genérico (Lagarde, 1996), en tanto mandato cultural que re-gistra el deseo social hegemónico y marca los contenidos del deber ser, del deseo y del poder para varones y mujeres.

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No obstante y tal como sostiene Lagarde (1996), los sujetos de género no están obligados a cumplir con la totalidad de la estereotipia que se les asigna: cada cultura define los mínimos aceptables para el reconocimiento necesario de los sujetos dentro del «deber ser» como mujeres o varones. Es gracias a esos intersticios de permeabilidad o tolerancia que se generan los cambios históri-cos a nivel cultural, recreando a su vez espacios de invención para alternativas inéditas. Dichos intersticios posibilitan también la pluralidad y la diversidad en lo concerniente a la configuración de nuevas subjetividades y a la vivencia de la sexualidad.

En función de la asignación de género, los sujetos se esfuerzan por cumplir con el mínimo establecido en el desiderátum. Para cada momento o situación específica de vida, la exigencia se reduce o se amplía, adquiriendo ciertas es-pecificaciones.

Así parecen ratificarlo las historias de vida y las respuestas de las y los en-trevistados en nuestra primera investigación: varones clientes y mujeres en situación de prostitución nomadizan sus relatos y circulan por los mínimos aceptables, amplían o restringen su cumplimiento, sortean territorios veda-dos, incursionan por los desiertos de las nuevas configuraciones subjetivas, en busca del oasis que les permita saciar la sed de la aceptación o permiso.

Las mujeres en situación de prostitución desafían el orden instituido, se organizan, reclaman por sus derechos, se agremian y aglutinan en la Asocia-ción de Mujeres Meretrices de Argentina (AMMAR – CTA), poniendo en tela de juicio las normas políticas de lo aceptable. Su contribución al modificarse el Reglamento de la Policía de Entre Ríos para evitar la persecución policial, pone en escena pública el despliegue discursivo de lo que consideran un «tra-bajo sexual». En la demanda de sexo por dinero por parte de los varones clien-tes, confluye al mismo tiempo una cierta búsqueda de maternalización en las figuras de las mujeres.

Si en la tendencia al deslizamiento o rebazamiento de los estereotipos las mujeres en situación de prostitución transgreden el mandato de ser exclusi-vamente «dadoras de placer» para convertirse en protagonistas activas de dis-cursos políticos, los varones (tradicionalmente construidos bajo la lógica pa-triarcal del poder en las relaciones sexuales) terminan autoafirmándose como «niños maternalizados» por la sabiduría ancestral de una mujer.

Aún así, la problemática de la prostitución conlleva una ecuación impres-cindible: que la demanda de sexo por dinero instaura una relación contractual entre dos géneros diametralmente opuestos en sus cuotas de poder. El dinero actúa como principal mediador y, al decir de un cliente, el poder lo detenta «quien tiene la billetera en el bolsillo».

El que un sinnúmero de mujeres decida «hacer la calle» bajo determinadas condiciones socioeconómicas y siendo objeto de múltiples situaciones de ex-plotación (cuando no, de franca esclavitud) no deja de interpelarnos como in-vestigadoras y trabajadoras sociales, desde la perspectiva de género, a la hora

21Línea investigativa sobre sexualidad y género … / Nora Das Biaggio e Isela Firpo

de coincidir y/o disentir con la posición de las mujeres aglutinadas en ammar al construirse como «trabajadoras sexuales», junto a la carga valorativa que supone. Posición que no es sin embargo homogénea sino que las enfrenta in-cluso, con vertientes del feminismo o con activistas por los derechos de las mujeres que discrepan con esta autopercepción.2

Entendemos que tal interpelación y el debate que la acompaña constitu-ye un aporte a la disciplina de Trabajo Social, a título de un buen argumento ético/político para reflexionar sobre sus contribuciones y sobre los modos con que se construyen los sujetos en el proceso de intervención.

Construcción de la maternidad en el marco del patriarcado: condiciones materiales y simbólicas

En tanto corpus de análisis del segundo proyecto de la línea investigativa, los expedientes judiciales sobre situaciones de incesto configuran toda una tex-tualidad en la que la palabra de profesionales intervinientes suele construir la figura materna como «cómplice o entregadora», al tiempo que tiende a desdi-bujar la del varón incestuador como responsable del avasallamiento que supo-ne el acto incestuoso.

Tal configuración de sentido no sólo ratifica los presupuestos esencialis-tas respecto a la identidad femenina y su anclaje en la dicotomía buenas ma-dres / malas madres, sino que da cuenta además de dos aspectos: la captura de las propias subjetividades profesionales en ciertos dispositivos de género, y cómo replican o reproducen dichos dispositivos (haciendo género) al construir a unas y otros en la problemática incestuosa.

Según Arfuch (en Das Biaggio y otros, 2010), las subjetividades se constru-yen en el discurso y no por fuera de él; discurso que puede ser entendido como práctica significante y como sentido de la narración. Los aportes de Bajtín (en Das Biaggio y otros, 2010) permiten recorrer en esta línea la idea de «interdis-cursividad»: en tanto el lenguaje es ajeno, su densidad está hecha de siglos de historia y tradición. De ahí que el concepto de «polifonía» —entendido como la pluralidad de voces que habitan la propia voz— introduce la otredad en el corazón mismo del lenguaje.

La subjetividad configura así una noción teórica que reclama revisar las oposiciones binarias, embarcarse en sus diversos recovecos, expandir el régi-men de mirada para albergar aquello que —más que dar cuenta de una confi-guración natural y/o esencial— requiere considerar el devenir, el lenguaje, la historia y la cultura (Das Biaggio y otros, 2010).

Atento a la tarea de problematizar la práctica de la maternidad como un cons-tructo social sometido a historia, interesa subrayar coincidencias entre autores tales como Donzelot (1998), Chodorow (1984) o Fernández (1994), respecto a que dicha práctica requirió un dispositivo de disciplinamiento montado sobre un rol social impuesto. No casualmente, «una tendencia importante de la literatura

2. Para mayor información al respecto, y tras la polémica por el decreto presidencial que prohibió el rubro 59, sugerimos el artículo de Verónica Gago «Lo que quiero/lo que puedo» del Suplemento «Las 12» en diario Página/12, del 26 de julio de 2011.

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feminista se centra (junto con la de los psico-sociólogos) en el role-training o el aprendizaje cognitivo de un rol determinado» (Chodorow, 1984: 52).

El ejercicio de la maternidad por parte de las mujeres configura de hecho, uno de los pocos elementos universales y permanentes de la división sexual del trabajo. Ejercicio devenido de la vinculación aparentemente «natural» en-tre capacidad de criar / lactar y responsabilidad del cuidado infantil, por una parte. Por otra, de los cuidados especiales que deben otorgarse a los seres hu-manos durante un largo período de su vida inicial.

En la organización feudal, por ejemplo, aunque el matrimonio y la adultez son co-extensivos a la crianza de los hijos, la maternidad no domina sin embar-go la vida de las mujeres. Éstas desempeñan sus responsabilidades maternales junto a un amplio espectro de otros trabajos productivos. La casa es entonces la unidad productiva central de la sociedad: marido y mujer con hijos, propios y ajenos, constituyen una unidad productiva o cooperativa de producción. Los niños se integran muy pronto en el trabajo adulto y los hombres se ocupan del entrenamiento de los niños para la vida productiva. Las responsabilidades productivas de las mujeres incluyen el cuidado de los niños y el entrenamiento extensivo de las niñas, hijas, sirvientas, aprendizas, en distintos trabajos. De manera que desempeñan responsabilidades productivas y reproductivas, tal como lo han hecho en la mayor parte de las sociedades conocidas.

Durante los siglos xix y xx, la fertilidad y la mortalidad infantil decrecen con un aumento correlativo de la longevidad. Los niños comienzan a pasar gran parte de su tiempo en las escuelas, es decir, que la unidad productiva donde el aprendizaje del rol estaba garantizado por la familia, es reemplazada por el sistema educativo.

Acorde al desarrollo del capitalismo y la industrialización, se intensifica la producción fuera del hogar. La comida, el vestido y otras necesidades de los miembros de la familia —antes cubiertas por el trabajo productivo de las mujeres— comienzan a realizarse masivamente en las fábricas. En términos de circunscripción de la tarea doméstica, queda para la mujer el refinamiento de su configuración subjetiva al servicio del cuidado y protección de la cría. La producción fuera de la casa se identifica desde entonces como trabajo propiamente tal. Si casa y trabajo eran antaño una misma cosa, a partir de la organización social capitalista se diferencian como espacios separados.

Este cambio en la organización de la producción, está correlacionado con complejas transformaciones de largo alcance en la familia y en la vida de las mu-jeres. La familia disminuye su rol en la producción material a la vez que pierde gran parte de su protagonismo en la educación, en la formación religiosa y en el cuidado de los enfermos y ancianos. Se convierte en una esfera privada personal de la vida social, en una institución esencialmente relacional y personal.

El papel social de la mujer se circunscribe al rol de cuidado y protección de niños y hombres, esto es, un rol social relacional y personal: la maternidad. Las ideas de Jean-Jacques Rousseau en su obra maestra Emilio, o de la educación

23Línea investigativa sobre sexualidad y género … / Nora Das Biaggio e Isela Firpo

se instituyen en este sentido, como un basamento sólido que impregna los supuestos y creencias más arraigados.

El programa de libertad e independencia pensado para Emilio se contrapo-ne al de Sofía, atrapada en un proyecto de determinismo natural, cuyas premi-sas consisten en agradar al hombre y darle hijos en el marco del matrimonio y la intimidad familiar (Rousseau,1982). Este programa involucra un «deber ser» para la mujer y la define desde tres funciones, a la luz de las ideas y rasgos de la burguesía: la de complemento del hombre, en tanto éste es activo y fuerte mientras que ella pasiva y débil; la de placer hacia los demás (inicialmente al hombre y luego a los hijos); y la de madre del hombre.

De las tres funciones se desprenden ejes que impregnan ciertas justifica-ciones en las situaciones de incesto, a saber:

— La superioridad de los designios divinos, acorde a los prejuicios de la época, asemejan el poder de un dios a los del hombre varón. Así lo expresa Rousseau:

El ser supremo ha querido hacer en todo honor a la especie humana concediendo

al hombre inclinaciones ilimitadas, le ha dado al mismo tiempo la ley que regula, a

fin de que sea libre para ordenarse a sí mismo, entregándole a las pasiones inmode-

radas, ha juntado a éstas la razón para gobernarlas; entregando a la mujer a deseos

ilimitados, ha agregado a estos deseos el pudor para contenerlos. (1982: 413)

Dada su «naturaleza», el hombre varón no puede contener así sus im-pulsos y establece por ende su propia ley. Argumento factible de detectar en aquellos discursos que atribuyen la seducción a las niñas y el descontrol irrefrenable a los varones.

— Una educación de las mujeres, donde el aprendizaje se centra en comprender su predisposición natural a la dependencia. En palabras del autor:

[...] la rigidez de los deberes relativos a los dos sexos no es ni puede ser la misma.

Cuando la mujer se queja de la injusta desigualdad en que la ha puesto el hombre,

ella comete un error, lo desigualdad no es una institución humana o al menos no es

la obra del prejuicio, sino de la razón. (Rousseau, 1982: 412)

La dependencia emocional, psicológica y socioeconómica de las muje-res-madres se trasmite en este sentido como «designio» y sin lugar a la in-terpelación.

— La preponderancia de establecer un encierro simbólico dentro de la familia con la mi-sión de sostener los lazos familiares, desde el amor maternal:

El amor femenino tiene como modelo y fundamento el amor maternal. Sin que

ella sepa, en sus impulsos ciegos el instinto de maternidad domina todo lo demás

[…] porque desde la cuna la mujer es madre, enloquecida de maternidad (Rousseau,

1982: 412).

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Un encierro simbólico que se reactualiza a nivel contemporáneo y cuan-do de la maternidad se trata, vía discursos y prácticas de varones victima-rios, mujeres-madres y niñas/os víctimas de incesto, así como a través de las/os profesionales intervinientes en diversos campos de actuación.

En términos de producción de conocimiento para Trabajo Social, se hace imprescindible entonces la deconstrucción y el análisis de la maternidad como categoría teórica, por medio de las diferentes tradiciones disciplinares y en vistas a ponderar a manera de brújula el posicionamiento actual, procurando no caer en reduccionismos, eclecticismos o dogmatismos acerca de lo real.

Que la maternidad haya sido objeto de estudio de la sociología, la economía, la psicología no exime a Trabajo Social de su análisis en clave de trayectoria, por-que su simplificación —bajo la consideración de que configura un rol social ejer-cido mayoritariamente por mujeres— no explica de modo fehaciente las razones solapadas de un proyecto ético-político, basado en la subordinación femenina.

En consecuencia, no cabe ahorrarse el trabajo del concepto, rastreando en el universo teórico los modos de nombrar y enlazando a su vez la problematiza-ción singular del Trabajo Social. Singularidad desde ya devenida de las formas con que éste se atreve a interpelar lo real.

Sobre los modos de pensar y nombrar en la intervención profesional del Trabajo Social

La ponderación de la necesidad de capturar la complejidad del incesto para la intervención profesional, no hace sino reforzar nuestra convicción de la ur-gencia política del trabajo del concepto (Matus, 2006), como una estrategia nodal a nivel disciplinar.

Las prácticas profesionales indagadas en el tercer proyecto de la línea in-vestigativa, han permitido situar y contextualizar el modo como despliegan su bagaje teórico y al mismo tiempo sus desafíos ético-políticos. Desafíos no exentos de los debates implícitos al campo del Trabajo Social, respecto a cómo construye su objeto de intervención.

Sobre la base de lo aportado por el estudio es dable destacar en este sentido, una indiscriminación en los modos de nombrar (y por ende de construir) una misma práctica social como el incesto desde/en las racionalidades profesiona-les en juego. Cuestión que escamotea además la envergadura y la gravedad que la problemática adquiere.

En tanto tendencia, esa indiscriminación no parece ser ajena a cierta política del nombre (Fernández, 2009) en el espectro de la salud y la justicia como expre-siones del espacio público y que opera fundamentalmente por desplazamiento. Es decir, construye el incesto como un innombrable a nivel discursivo y al hacerlo, refrenda que el tabú pasaría por el plano de la enunciación y no por el de la consumación del hecho.3

3. En términos de producción simbólica, esta indiscriminación en los modos de categorizar una misma problemática com-porta en realidad una maniobra discursiva que opera fundamen-talmente por desplazamiento. Traviste el incesto bajo otros ropajes y al hacerlo, confirma lo señalado por autores tales como Blanchs o Perrone y Nani-ni respecto a que el tabú del incesto no pasa por practicarlo sino por enunciarlo: está prohi-bido hablar. La interdicción se desplaza de este modo al plano del lenguaje. Parece tener así su propia ley, a manera de trama normativa trazada en diagrama circular: un acto incestuoso que impone silencio y secreto al tiempo que estos últimos habilitan al primero, dando lugar a lo ilimitado y a la aporía. Aún así, no son justamente pocas las voces infantiles que lo enuncian (y denuncian) cuando pueden y cómo pueden. Lo que contrasta indudablemente con la postura de un sinnúmero de figuras profesionales que amputan, invierten o suturan sentidos en el terreno de las au-torías y las responsabilidades, mediante el poder que supone el ejercicio de la palabra.

25Línea investigativa sobre sexualidad y género … / Nora Das Biaggio e Isela Firpo

No casualmente es referenciado en cambio y desde una gama de voces pro-fesionales, bajo la mera categorización de abuso y circuncidando la connota-ción sexual. Aludiendo a él en términos de abuso infantil —como si corriese por cuenta de las criaturas en vez de los adultos varones— o anudándolo a si-tuaciones de violencia familiar, maltrato o abuso sexual infantil, a manera de un componente más en estas últimas. Casi una especie de profilaxis discur-siva si se quiere mediante el dispositivo de la palabra, que amputa, invierte y sutura sentidos en el terreno de las autorías y las responsabilidades.

Frente a la repetición del hecho incestuoso, esas racionalidades profesio-nales tienden a quedar presas además en el corralito de la coyuntura (Jelín, s/f) o en la gestión del mero presente, como si se tratase de un eterno comienzo. Estas intervenciones están en franca desventaja ante formas organizativas de abordaje de lo social que implican tener en cuenta lo que Hugo Zemelman (2004) denomina el pensar epistémico. Es decir, cuando la empiria recusa las for-mas tradicionales de intervención, y por tanto las formas de nombrar que las sustentan, se impone una pregunta que resignifique y reorganice la manera de capturar esa realidad social, en vez de insistir con viejas fórmulas. Es clara en este sentido la premisa que nos guía a partir de Teresa Matus (2006), y es que no puede abordarse la complejidad de lo social desde miradas simplistas o simplificadoras sobre lo real.

Esto constituye una franca invitación a reflexionar sobre el modo con que el Trabajo Social captura la realidad social, haciendo jugar las diferentes pers-pectivas epistemológicas y teóricas, sin obliterar que los modos de intervenir devienen justamente de las formas de nombrar.

Procuramos contribuir en este orden desde la línea investigativa encarada a partir del año 2000, cuya consolidación tiene que ver con la forma con que van encadenándose las preocupaciones teóricas y las repercusiones de la empiria que se impone. Preocupaciones teóricas que reconocen un sustrato central: la pregunta por la construcción subjetiva de mujeres y varones, lo que adquiere relevancia en diferentes expresiones de la realidad como la prostitución, la maternidad, el incesto, las prácticas profesionales o la construcción del inces-tuador en la justicia penal.

De lo que se trata entonces, es de hacer honor a la elección que hemos rea-lizado ya hace más de una década en términos de la relación investigación– in-tervención, no viéndolas como vertientes enfrentadas, dicotómicas o exclu-yentes, sino como prácticas sociales y profesionales que se retroalimentan, dialogan y que por tanto, devienen en nuevas configuraciones para la discipli-na de Trabajo Social. �

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Abstract

En este trabajo se abordan algunos conceptos en relación con los derechos sexuales y reproductivos y el cuerpo de las mujeres en la cultura occidental. Ello, con la finalidad de aportar al debate y sondear en las ideas, los mitos que se juegan en los casos de abortos no punibles, concretamente en la Provincia de Entre Ríos.

A partir de considerar que los derechos sexuales y reproductivos son dere-chos humanos, se observa una paradoja en relación con los derechos conquis-tados por la lucha de los grupos de mujeres y la interpretación de los mismos por parte de los diferentes actores estatales: ministros, jueces, profesionales de la salud.

Se considera, además, que dicha paradoja surge de la influencia del siste-ma patriarcal en las prácticas cotidianas de las organizaciones instituciona-les, y que ese sistema instituye una serie de normativas para el cuerpo de las mujeres en relación con la «naturaleza femenina».

Finalmente, se aborda el rol fundamental de la universidad y sus actores en estos debates, de modo que puedan aportar a la discusión de estas proble-máticas que trastocan el desarrollo de las personas, y garantizar una vida más digna para todos.

Introducción

Las décadas de 1980 y 1990, en Argentina y el mundo, constituyeron un punto de inflexión en relación con los derechos sexuales y reproductivos a partir del impulso dado por las organizaciones de mujeres y feministas. La Convención contra toda forma de discriminación a la mujer (cedaw, por sus siglas en in-glés), incorporada a la reforma constitucional de 1994, y la participación de diferentes comisiones de nuestro país en las Conferencias Internacionales de El Cairo (1994) y Beiing (1995), pusieron el tema de la sexualidad y las políticas públicas en relación con el cuidado del cuerpo en el centro de la escena de las agendas públicas y de las ong.

Transcurridos casi veinte años de aquellas postulaciones, y contando con el apoyo de algunas políticas de salud sexual tendientes a hacer efectivos los derechos, aún permanece como tabú la posibilidad efectiva del ejercicio de los mismos en relación con el cuerpo de las mujeres.

Esto se vuelve más evidente en la realidad de las adolescentes que viven en contextos de pobreza. La posibilidad de elección se torna en una quimera a la que sólo acceden aquellas que poseen diferentes capitales (económicos, socia-les, culturales), de modo que se encuentran en otra posición para hacer valer sus propias decisiones. Incluso así, el tema no es sencillo: en él se juegan mi-tos, tabúes acuñados por siglos sobre la naturaleza del cuerpo de las mujeres al servicio de la reproducción y de la moral patriarcal.

El cuerpo de las mujeres, territorio de disputas políticas*

Alicia Genolet

Datos de la autora:

Magister en Metodología de la Investigación Científica, docen-te e investigadora (área «Políti-cas Sociales y género»), Facul-tad de Trabajo Social – UNER.

* N. del E.: El presente trabajo fue escrito y presentado en el mes de febrero de 2012, antes del Fallo de la Corte Suprema de la Nación del 13 de marzo del 2012, el cual establece una correcta interpretación del In-ciso 2 del artículo 86 del Código Penal referido a causales de abortos no punibles.

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En la formación de los trabajadores sociales se abordan estas temáticas en diferentes asignaturas y proyectos de investigación contribuyendo a proble-matizar los núcleos duros del pensamiento patriarcal en pos de visibilizar los derechos de las mujeres.

La agenda de los derechos sexuales y reproductivos

Los derechos sexuales y reproductivos son definidos como derechos y libertades fundamentales que corresponden a todas las personas sin discriminación, los cuales permiten adoptar libremente, sin ningún tipo de coacción o violencia, una amplia gama de decisiones sobre aspectos sustanciales de la vida humana como son la sexualidad y la reproducción. Desde una consideración más am-plia, estos derechos no se piensan en relación con el campo de la salud de modo exclusivo, sino que se los incorpora en un campo social donde es menester con-siderar un modelo de desarrollo, un modelo político y de conciencia de género.

Para las mujeres, la deconstrucción de la vida privada fue un camino que posibilitó comprender las formas de poder ejercidas sobre sus cuerpos. La con-signa «el cuerpo nos pertenece» se extendió por todo el mundo en los años setenta inspirando rebeldías y la constitución de un nuevo sujeto político.

La reflexión y práctica del movimiento de mujeres y el feminismo de fines de la década de 1960 y comienzos de 1970, introdujeron las cuestiones de salud en el temario de las discusiones a nivel internacional. Tomando como base las ideas de autonomía, diferencia y alteridad, y valiéndose de los problemas reales que afligían (y aún afligen) a las mujeres; el enfoque feminista sobre salud sexual partió de considerar que el cuerpo de las mujeres había sido un elemento emblemático de la dominación masculina, por lo que era necesario su reapropiación y conocimiento. Esto significaba poner en debate en el es-pacio público cuestiones que hasta ese momento habían sido dominio de lo privado y, más aún, hacía del cuerpo un sujeto político, lo que generaba una politización del espacio privado en su más recóndita intimidad. No se trataba de una ampliación de derechos, sino de cuestionar profundamente el sistema de género que permeaba todo el conjunto de las relaciones sociales.

El estatuto político atribuido al dominio afectivo-sexual y reproductivo mostraba que el espacio privado se articulaba con relaciones de poder, domi-nación y jerarquía en las cuales las mujeres constituían el polo dominado.

En la práctica política estas ideas significaron llevar adelante luchas que se concretaron en reivindicaciones específicas, sobretodo en los países europeos. En América Latina el proceso fue más lento debido a los gobiernos dictatoria-les y a la escasa presencia del movimiento de mujeres, que recién comenzó a expresarse de manera notoria en los años ochenta a partir de los grupos de reflexión y de procesos organizativos vecinales, barriales y sindicales.

El nuevo concepto de salud sexual de las mujeres hizo política y socialmen-te visible la cuestión del género, gracias a la búsqueda por romper con las ex-

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plicaciones bio-deterministas en el análisis de la reproducción y a la inclusión de la cultura como factor determinante en los procesos de construcción de las subjetividades de mujeres y varones. Desde esta perspectiva, los problemas re-lativos a la reproducción, en especial a la maternidad, no se consideran como fatalidad biológica de las mujeres ni como factores determinantes de su si-tuación social; sino que se los entienden en relación con las significaciones culturales atribuidas al género, las cuales asignan tareas específicas a ser de-sarrolladas por las mujeres, en este caso.1

En síntesis, puede decirse que el concepto de «salud sexual» tiene sus oríge-nes en la lucha por la autonomía reproductiva de las mujeres, principalmen-te, y que es entendido como una condición para la igualdad entre los sexos. Hoy, está fuertemente ligado a la idea de derechos expresados en el principio de la libre elección de la maternidad, el disfrute de la sexualidad, la anticon-cepción, la no discriminación por el género, la vida libre de violencias.

Los debates originarios fueron recogidos por distintos organismos interna-cionales y llevados a las discusiones de las conferencias mundiales de pobla-ción y desarrollo por la acción de las ong de mujeres. La Conferencia Interna-cional sobre Población y Desarrollo realizada en El Cairo (1994) constituyó un hecho significativo: 180 países del mundo acordaron una nueva manera de «estabilizar» la población mundial y reconocieron el papel de las mujeres para lograr cambios necesarios en las tendencias depredadoras del desarrollo mun-dial. Entonces, se planteó la necesidad de un desarrollo sostenible tendiente a lograr calidad de vida, tanto en la salud individual como colectiva; para lo cual se proyectaron programas de fortalecimiento y empoderamiento de las mujeres basados en un mayor acceso a la educación y la participación política. La «Conferencia Mundial de Naciones Unidas» realizada en Beijing en 1995, ra-tificó y amplió las propuestas en torno a la mujer, manifestando la necesidad de garantizar la salud sexual y reproductiva.

Los cambios de perspectiva emergentes de las convenciones y conferencias internacionales, se plasmaron a nivel local por el trabajo sostenido del movi-miento social de mujeres que demandó políticas sociales para la vivencia de los derechos sexuales y reproductivos. En este sentido, la demanda amplió las áreas de actuación social del Estado, al mismo tiempo que exigió a éste un compromiso con el bienestar de la población (Ávila, 1999).

Así, los derechos sexuales y reproductivos comenzaron a entenderse como aquellos que reconocen la facultad de las personas para tomar decisiones libres respecto a su capacidad reproductiva y su vida sexual.

En Argentina, la década de 1990 marcó un punto de inflexión con respecto a la visualización de las mujeres en relación con sus derechos sexuales y repro-ductivos. Junto con la cedaw y las manifestaciones del movimiento social de mujeres, comenzaron a expresarse nuevas miradas para reconocer los dere-chos de las mujeres a la planificación familiar, al disfrute de su sexualidad y a una vida saludable.

1. El género supone defini-ciones que abarcan tanto la esfera individual —la subje-tividad, la construcción del sujeto y el significado que una cultura le otorga al cuerpo femenino o masculino— como la esfera social —que influye en la división del trabajo, la distribución de los recursos y la definición de jerarquías entre unos y otras—. Esta categoría se refiere tanto a varones como a mujeres, enfatizando en la dinámica relacional entre el universo femenino y masculino.

31El cuerpo de las mujeres, territorio de disputas políticas / Alicia Genolet

Con la Reforma a la Constitución del año 1994 se incluyó un marco norma-tivo importante ya que se incorporaron al texto de la misma diversos tratados internacionales de derechos humanos y, especialmente, la cedaw. Dicha convención reafirma y garantiza, entre otras cosas, el derecho de todas las mujeres a una vida libre de violencia, a la integridad física y a no sufrir discri-minaciones en razón de su sexo.

La disposición reciente más importante es la «Convención Interamericana para prevenir, sancionar y erradicar la violencia contra la mujer», conocida como «Convención de Belem do Para», aprobada en junio de 1994 por la Asam-blea General de la oea. La misma establece el parámetro legal a nivel mundial en torno a la violencia contra las mujeres, al cual quedan sujetos todos los países signatarios de dicha Convención.

Esto es relevante, dado que las mujeres han sido víctimas sistemáticas de formas de violencia como la violación, la violencia doméstica, el estupro, el abuso sexual, el incesto, la prostitución forzada, el tráfico, la esclavitud sexual, y el hostigamiento y acoso sexual en diversas instituciones. A esto se suman en algunos contextos particulares las mutilaciones genitales, la esteri-lización forzada, el aborto forzado, el infanticidio y la utilización sistemática de mujeres como arma de guerra en conflictos armados.

Las convenciones brindan un marco normativo para luchar por la defensa de los derechos humanos incluyendo a la salud sexual y reproductiva al inte-rior de este paradigma.

El cuerpo de las mujeres: campo de disputa y de poder

El cuerpo y la sexualidad de las mujeres, son una construcción social vincu-lada a los discursos que establecen las prácticas sociales de género. Según Le Breton (2002: 14), las representaciones y los saberes acerca del cuerpo son tri-butarios de un estado social, de una visión del mundo y dentro de esta última, de una definición de la persona. El cuerpo es una construcción simbólica, no una realidad en sí mismo.

La corporalidad, por lo tanto, no constituye un dato de la naturaleza.

Como portador y productor de signos, el cuerpo habla y es hablado por las pau-

tas sociales y culturales de las que se lo reconoce como soporte de sentido. Tanto las

posturas, las vestimentas, expresan la historia de su portador, refieren a su origen y

posición social manifestando pertenencias y adscripciones a grupos y clases particu-

lares (Cecconi en Margulis y otros, 2003: 177).

En el caso de la mujer, se ha querido ver la razón de esta predestinación en su relación metonímica con la naturaleza, dada su contigüidad con las tareas reproductivas.

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No hay una relación lineal entre el hecho de que la mujer sea percibida como re-

productora de la especie y el de que sea conceptualizada como naturaleza: siempre

tiene lugar una redefinición de este concepto en un esquema categorial dicotómico,

tiene el que cada uno de los polos reviste connotaciones contrapuestas determinadas

por la propia sociedad y la propia cultura. La dicotomía macho-hembra es una de las

más llamativas que ofrece el repertorio de la experiencia, pero nunca aparece en esta-

do puro, empíricamente constatada, sino envuelta en otras oposiciones pertinentes

para la vida social, recargada semánticamente y reelaborada ideológicamente por su

inserción en el sistema de representaciones así organizado (Amoros, 1991:33).

Desde la infancia y particularmente en la adolescencia, los cuerpos de las mujeres son disciplinados para la procreación; son el lugar práctico y directo de control social.

Pierre Bourdieu (2000) sostiene que a través de los ritos cotidianos el cuerpo se hace cuerpo y sobre él se aplican las normas y las reglas de la vida social. En ese sentido, se espera que las mujeres sean sonrientes, simpáticas, atentas, sumisas, discretas, contenidas —por no decir difuminadas—; y la supuesta feminidad muchas veces es una forma de complacencia respecto a las expecta-tivas masculinas, reales o supuestas.

Marcela Lagarde (1993) apunta que la mujer debe cumplir con un mandato asociado a la naturaleza, a la maternidad. Estos atributos justifican la domi-nación del cuerpo de las mujeres, y la doble opresión resultante del orden capi-talista y patriarcal. Doble opresión que se caracteriza por la subordinación, la dependencia y la discriminación; y que se traduce en sujeción al poder econó-mico y a las relaciones en el ámbito doméstico. Esto último implica el cuidado de los niños, de los enfermos, los viejos y la atención de la pareja; la prepara-ción de los alimentos; el orden y aseo de la casa. «La doble opresión es resulta-do del complejo intrincado de relaciones vivido por la mujer explotada todas las horas de su día y todos los días de su vida» (Lagarde, 1993: 103).

El cuerpo de las mujeres, por lo tanto, se constituye en territorio de dispu-tas donde los otros (varón, poder político, justicia) se consideran con atributos suficientes para decidir sobre ellas. La apelación a la figura de madre y a los designios de la naturaleza permea los discursos tornando vulnerable cualquier otra opción que ponga en jaque el orden patriarcal.

En relación con la salud sexual y reproductiva, las adolescentes son perci-bidas como carentes de derechos, casi ausentes en el sistema de salud: sólo se visibilizan a través del embarazo, la violencia sexual o los abortos. De este modo, se plantea una fuerte contradicción entre lo enunciado como avances en la búsqueda de reconocimiento de los derechos sexuales y reproductivos de la cotidianidad, y los obstáculos permanentes para hacer efectivos la consecu-ción de los mismos.

33El cuerpo de las mujeres, territorio de disputas políticas / Alicia Genolet

A modo de ejemplo: casos de aborto no punible en Entre Ríos

En la Argentina, como en otros países de América Latina, el aborto está legal-mente restringido. El código penal (1921) establece en el articulo 86 dos excep-ciones en las que el mismo no es punible:2

1) Si el aborto se ha hecho con el fin de evitar un peligro para la vida o salud de la madre y si este peligro no puede ser evitado por otros medios.

2) Si el embarazo proviene de una violación o de un atentado al pudor come-tido sobre una mujer idiota o demente. En este caso, el consentimiento de su representante legal deberá ser requerido para realizar el aborto.

Pero incluso en los casos en el que el aborto no es punible, escasamente las mujeres en estas situaciones pueden acceder a su realización. Generalmente los profesionales de la salud exigen una autorización judicial debido a temo-res derivados de ser culpados de mala praxis o de ser procesados por delito; en estos momentos se agrega la llamada «objeción de conciencia», para lo que en Entre Ríos no existe ninguna reglamentación. A su vez, algunos jueces con-sideran improcedente esta solicitud, alegando que el código penal es claro al respecto.

En consecuencia, las mujeres quedan entrampadas en una serie de trámi-tes burocráticos, de manoseos institucionales, poniendo en riesgo su salud y viéndose imposibilitadas de gozar de sus derechos. Y lo que es más grave aún: este incumplimiento de las leyes constituye un delito que compromete a los actores estatales.

En virtud de los obstáculos presentados, el Ministerio de Salud de la Nación y los ministros de salud de las provincias acordaron la necesidad de garantizar el acceso a la atención del aborto no punible en los hospitales públicos, como una práctica médica habitual que no requiere autorización judicial. A tal fin se elaboró en el año 2010, una guía de acceso público a través de las páginas del Ministerio de Salud de la Nación, vía Internet.

En Entre Ríos se presentaron dos casos de aborto no punible que tuvieron notoriedad pública, uno en Paraná en el año 2007 y otro en enero de 2011 en Concordia. Los dos siguieron el mismo derrotero: el sistema de salud se negó a atenderlos derivándolos a la justicia y demorando la resolución de la situa-ción; ello, pese a que se cuenta con normativa suficiente, como bien está de-mostrado en los párrafos precedentes.

El primer caso se trató de la violación por parte de un familiar a una ado-lescente discapacitada de 19 años y el segundo, de un abuso sexual cometido contra una niña de 11 años. Ambas, situaciones surcadas por contextos de po-breza, vulneración de derechos y victimización institucional. Desprovistas del capital económico y social, estas niñas y sus familias fueron privadas del dere-cho al respeto e intimidad acerca de sus propias decisiones sobre su cuerpo.

2. Hablamos de aborto no punible para diferenciarlo de otros casos de aborto. A partir de diferentes investigacio-nes puede observarse que el aborto es la causa del 27,4 % de las muertes maternas y se calcula que llegará al 36 % en 2015. Constituye un real problema de salud pública y hace evidente una falla del sistema que atenta contra el derecho de las mujeres. En Entre Ríos, según estadísticas del Hospital Materno Infantil San Roque de Paraná, en el año 2005 se registraron 471 abortos incompletos: en promedio se trata de 1,3 casos por día, de los cuales 357 corresponden a mujeres entre 20 y 40 años y 80 casos a menores de 20 años.

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Los atravesamientos de la cultura patriarcal ancladas en el poder político y judicial justifican lo injustificable al pensar en la mujer como un útero, un órgano receptor de un embarazo, sin considerar a la persona desde su integri-dad como ser humano.

Los informes médicos dados en el caso de Concordia hablan de una capaci-dad biológica de esta niña para llevar adelante su embarazo, reafirmando de esta manera la visión de la mujer desde una perspectiva biologicista y vincula-da a la «naturaleza femenina». La pregunta emergente de la sociedad a través de las diferentes organizaciones de mujeres, es desde qué concepto de salud y de derechos se están posicionando quienes han tomado esta decisión. Se vi-sualiza un total desconocimiento (¿ingenuo?) de las legislaciones en materia de derechos humanos y de salud, las cuales hablan de una idea de integridad y consideran que lo psicológico y lo social constituyen el cuerpo de esta niña.

Para terminar, se apela a un fragmento de un artículo periodístico que in-terpreta el sentido de estos sentimientos:

La niña dijo no querer continuar con este embarazo cruelmente no deseado,

para luego ceder a las presiones de los defensores a ultranza de «la vida por nacer»

que desprecian la vida real de los nacidos… la niña devino entonces objeto del pre-

juicio. En esos momentos, su palabra a nadie importó. El sujeto, la niña en tanto tal,

desapareció. (Granica, 2012: 25)

Algunas reflexiones desde el Trabajo Social

Este artículo está escrito desde las vivencias concretas. Desde hace muchos años se trabaja a nivel académico y específicamente desde la Facultad de Tra-bajo Social de la uner, poniendo en juego los conceptos aquí vertidos para interpretar las situaciones problemáticas de las mujeres. Pero los hechos coti-dianos llevan a cuestionar los alcances de estas problematizaciones para modi-ficar las posiciones y decisiones de los diferentes profesionales que trabajan en el ámbito de la salud, de la justicia y en las organizaciones destinadas a niños y adolescentes.

La complejidad de las intervenciones profesionales en relación con proble-mas vinculados a la sexualidad de las mujeres (violencia, abusos, incestos, abortos), amerita reflexionar sobre los conceptos que se sostienen y que de-vienen en prácticas concretas. Aún hoy los derechos de las mujeres y particu-larmente los de las niñas adolescentes, aparecen expresados en un terreno de confusión donde impera la moral patriarcal sin posibilidad de manifestación de otras posiciones y miradas.

Afortunadamente, esto no comprende a todo el colectivo profesional del Trabajo Social, ya que contamos con una multiplicidad de experiencias e in-tervenciones que colocan en un primer plano los derechos de las personas y obran en consecuencia.

35El cuerpo de las mujeres, territorio de disputas políticas / Alicia Genolet

Pensar en materia de derechos es un desafío para el campo profesional y se torna en una tarea indelegable de los espacios académicos. Esta apuesta inter-pela a la reflexión y a la construcción conjunta de estrategias y alternativas en pos de la visualización y consecución de esos derechos. �

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Introducción

Estas líneas tienen como objetivo exponer algunas reflexiones que construi-mos en torno a la extensión universitaria en general y en particular en la Uni-versidad Nacional de Entre Ríos (uner), a partir de haber transitado la expe-riencia grupal de conformar un equipo de extensión.

Dicho equipo se crea a través de la construcción de un proyecto de extensión universitaria en la Facultad de Trabajo Social de la uner, denominado «Semi-nario de Formación para Promotores de Niñez». La propuesta se llevó a cabo en el transcurso de los años 2008 y 2009, en el Centro de Día Virgen de la Espe-ranza y en la Escuela Privada Nº 207 Juana Teresa Crombeen. Ambos estable-cimientos están ubicados en la intersección de las calles Montiel y Virgen del Luján de la ciudad de Paraná, provincia de Entre Ríos. Dichas organizaciones se asientan en una zona de pobreza estructural que comprende a los barrios Gaucho Rivero, Padre Kolbe, San Francisco de Asís, Santa Rita, Anacleto Me-dina Norte – Sur, y San Jorge.

En las organizaciones mencionadas, desde el año 2003 se realizan prácticas vinculadas a la capacitación, teniendo como objetivos la formación perma-nente de sus recursos humanos y el fortalecimiento de las redes comunitarias. En este marco gestamos el proyecto de extensión, conformándose e implemen-tándose desde el año 2008. Su finalidad fue generar un espacio de encuentro y reflexión sobre las prácticas sociales llevadas a cabo con niños. Con ese objeti-vo desplegamos diferentes estratégicas pedagógicas como seminarios temáti-cos y espacios de reflexión grupal.

La perspectiva teórica que nos guío se centró, por un lado, en el trabajo con múltiples pobrezas desarrollado por Teresa Sirven (1996) y, por otro, tomamos como referencia la experiencia de Promotores de Niñez llevada a cabo en la ciudad de Córdoba, por Inés Peralta (2000) y su equipo.

Como equipo consideramos relevante el proceso que hemos transitado en forma conjunta con otros actores barriales y organizacionales, ya que estas experiencias (que deberían ser más que ello) nos permiten repensar la univer-sidad y su función social como actor institucional. También ponemos de ma-nifiesto que estos espacios continúan siendo marginales en la uner, así como en muchas otras universidades donde no constituyen una política académica relevante.

En el presente escrito desarrollaremos parte del proceso de trabajo conside-rando: la construcción del problema, el contexto de pobreza en que se desarro-lló la experiencia, la construcción del trabajo en equipo, el debate en torno a la concepción de la extensión universitaria y las formas de participación de los actores involucrados en la iniciativa.

Construyendo la extensión universitaria desde la conformación de un equipo de extensión

Viviana Verbauwede, Alejandro Haimovich, Julio Zampronio, Jesica Lorenzón, Leonel Del Prado, Romina Bello, Silvia Allois, Diana Mosna

Datos de los autores:

Viviana Verbauwede: magister en Sociología y Ciencia Política, docente e investigadora, Facul-tad de Trabajo Social (UNER).Alejandro Haimovich: abogado, docente investi-gador (UNER / UADER).Julio Zampronio: licenciado en Psicología, especializado en infancia y adolescencia, integrante equipo profesional del Centro de Día «Virgen de la Esperanza» y Escuela Privada N.° 207 «Juana T. Crombeen».Jesica Lorenzón: licenciada en Trabajo Social (UNER).Leonel Del Prado: licenciado en Trabajo Social (UNER), es-pecialista en Abordaje Integral de Problemáticas Sociales en el Ámbito Comunitario (UNLA), becario del CONICET, Instituto Gino Germani - UBA.Romina Bello: licenciada en Trabajo Social, integrante equipo técnico del Ministe-rio de Desarrollo Social de la provincia de Entre Ríos.Silvia Allois: bibliotecóloga, técnica en Gestión Universita-ria, personal Administrativo y de Servicios FTS – UNER.Diana Mosna: licenciada en Trabajo Social (UNER).

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Desde dónde se construyen los problemas

Nuestro objetivo no fue brindar un conocimiento que se supone que la aca-demia «tiene» y del los actores barriales «carecen». Por el contrario, conside-ramos que el conocimiento se construye en forma colectiva y que no hay po-seedores únicos del mismo. Por ello, en la primera instancia de ejecución del proyecto realizamos entrevistas a los miembros de las diferentes organizacio-nes e instituciones de la zona de influencia, con el objetivo de indagar en las problemáticas sobre las que los trabajadores querían profundizar.

Ya en la formulación del proyecto fundamentamos que las temáticas a tra-bajar con la población destinataria serían fruto de un trabajo en conjunto. Es decir, no hubo una delimitación previa de las temáticas, sí claro está, del en-foque que esta práctica de extensión implica.

A partir de ello establecimos ejes temáticos que fueron abordados en los Se-minarios:

1) Pobrezas, Contextos de Pobrezas, Trabajar en dicho contexto.2) Relación Estado - Familia - Niño en el marco del Estado de Derecho.3) Desarrollo del Niño, Trato con el Niño, Relación Adulto – Niño. 4) Género - Violencia Familiar – Respuestas Institucionales.5) Trabajo en redes.

La modalidad de implementación de la propuesta constó de dos instan-cias: seminarios temáticos y espacios de reflexión grupal. En los seminarios temáticos, utilizamos el recurso pedagógico del taller, dado que esta estrate-gia permite la participación y apropiación de los contenidos brindados. Tales contenidos tuvieron como fuentes de información: documentos bibliográfi-cos, documentos periodísticos, informes de investigación, historias de vida, estadísticas y toda fuente afín a las temáticas a trabajar.

Los espacios de reflexión grupal, buscaron que cada participante piense so-bre las acciones que lleva adelante en su práctica cotidiana. Analizar las prác-ticas con niñez (preocupación central de quienes participaron en la propues-ta), posibilitó el intercambio de experiencias y el aprendizaje colectivo.

Un proyecto de extensión en contexto de pobrezas…

La característica preponderante de los niños y los jóvenes que habitan en los barrios en los que se planificó y ejecutó el proyecto, es nacer y desarrollarse en contextos de vulnerabilidad social, económica, educativa y sanitaria. Estos contextos restringen sus posibilidades de acceso pleno a la ciudadanía.

La población cuenta con instituciones que llevan adelante diferentes funcio-nes y poseen recursos humanos que presentan distintos grados de competencia e idoneidad en el desempeño de actividades cuyos destinatarios son los niños.

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En este sentido y tomando los desarrollos de Sirvent, hablamos de «múlti-ples pobrezas». Más específicamente la autora señala tres tipos de pobreza que define de la siguiente manera:

– Pobreza de protección [es aquella] sufrida por los ciudadanos frente a la violencia

internalizada en las relaciones sociales cotidianas (el matonismo, la amenaza, el

miedo a la participación, la perdida de empleo, el terrorismo institucional inter-

nalizado).

– Pobreza de entendimiento hace referencia a los factores sociales que dificultan

el manejo reflexivo de información y la construcción de un conocimiento crítico

sobre nuestro entorno cotidiano.

– Pobreza política o de participación (…) [alude a] la participación en las diversas

instancias sociales, políticas o sindicales existentes o la creación de nuevas formas

de organización fomentando la atomización, fragmentación, desmovilización,

apatía participativa, escepticismo en lo político y el individualismo en los ámbitos

profesionales y universitarios. (1996: 25 - 26)

Creemos que toda tarea con niños y jóvenes requiere de una serie de herra-mientas cognitivas, aptitudinales y motivacionales adecuadas al trabajo que se desempeña; es decir, de una formación particular. Estos instrumentos de-ben ser específicos dadas las características de la población descripta.

A su vez, consideramos que tales roles no cuentan con suficiente reconoci-miento en cuanto a los recursos que se destinan para su acompañamiento, for-mación, estabilidad laboral, entre otros aspectos. Ejemplo de lo mencionado son las condiciones de trabajo y remuneración de: celadores (en las Escuelas), responsables de comedores comunitarios, auxiliares (jardines maternales), encargados de talleres de capacitación, entre otros.

Sostenemos que la falta de políticas que fortalezcan el trabajo de estas per-sonas en contacto con los niños, incide en la promoción de los derechos de los mismos, en sus capacidades, y empobrece el logro de los objetivos de las distintas instituciones de la zona.

Es por ello que a través del proyecto buscamos favorecer la formación de personas cuyo trabajo implicara el contacto con niños que se encontraban en situación de vulnerabilidad. Ello, a fin de aportar a la resignificación y el en-riquecimiento de estos roles y funciones relevantes. En adelante nos referire-mos a tales personas como Promotores de Niñez.

En la construcción del trabajo en equipo

El trabajo al interior del grupo fue un proceso importante para todos y cada uno de los integrantes. La labor en equipo fue un desafío que debimos enfrentar, porque se pusieron en juego no solamente diferentes saberes y experiencias,

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sino también la realización de una producción en conjunto donde se buscó dar lugar a la forma de construir los problemas desde las diferentes disciplinas y saberes.

Se trató de un trabajo en común, en el que participamos estudiantes, graduados, personal de servicio y docentes. A su vez, significó la conviven-cia entre distintos recorridos personales y saberes disciplinares: trabajadores sociales, psicólogos, abogados, bibliotecarios, entre otros. Ello posibilitó un intercambio de saberes, de perspectivas, de modos de abordajes, que nutrió las temáticas abordadas.

Desde un primer momento, se dialogó sobre la forma de trabajo y se acordó que, si bien se requería la distribución de tareas, el aporte al debate en refe-rencia a las temáticas priorizadas como a las formas de trabajarlas en los se-minarios y espacios de reflexión grupal, debía ser discutido entre la totalidad del equipo. Así, cada uno de los miembros encaramos diferentes roles y fun-ciones en distintas instancias, y a su vez todos pudimos coordinar grupos de reflexión, exponer algún tema en los seminarios, aportar bibliografía y pro-puestas; repensar y cuestionar lo que hacíamos y cómo lo hacíamos. Los inte-grantes del equipo partimos de la perspectiva teórica y política de entender a la construcción del conocimiento como esencialmente colectiva.

En este sentido es pertinente mencionar que fue el primer proyecto de ex-tensión presentado por el grupo, es decir que en su ejecución nos enfrentamos a un doble desafío: brindar el Seminario de Formación para Promotores de Ni-ñez y conformar un equipo de extensión. Así, la construcción de este espacio fue conjunta en el sentido de que se puso en discusión «el qué» y «el cómo»: desde qué enfoque teórico-epistemológico se abordaría cada seminario temá-tico y qué posicionamiento tomaríamos frente a las diferentes teorías sobre los diversos temas, propiciando un espacio de discusión, de reflexión y de ar-gumentación.

La discusión sobre cómo se abordaron los seminarios temáticos no fue un detalle menor dada la heterogeneidad del los participantes del grupo, tanto en cuanto a formación como a los roles que desempeñaban en las diversas or-ganizaciones en las que cumplían tareas como voluntarios o a través de una actividad remunerada.

Al interior del equipo se discutió también sobre la difusión y socialización del Seminario, así fue como participamos como expositores en encuentros, congresos y jornadas. Estas instancias nos permitieron consensuar perspec-tivas teóricas referidas tanto a las temáticas específicas de niñez como a las funciones de la universidad y el rol adjudicado a la extensión universitaria.

Por otra parte, el dictado de los seminarios temáticos y la coordinación de los grupos de reflexión, estuvieron a cargo de los integrantes del proyecto. Esto fue producto de la discusión en la conformación del equipo, dado que priori-zamos el vínculo que se establecería con los participantes, y las instancias de acción y reflexión acorde a la finalidad del proyecto: «que los adultos que tra-

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bajen en contacto con niños en situación de vulnerabilidad, posean mayores recursos actitudinales, aptitudinales y motivacionales para llevar a cabo su tarea».1

En este proyecto la formación de recursos humanos fue múltiple. Varios de los integrantes no tenían experiencia en proyectos de extensión, lo cual nos llevó a sensibilizarnos a nosotros mismos, aprehender, reflexionar y pensar en torno a la universidad y la extensión.

También cabe destacar que este proyecto no fue pensado en el seno de la Universidad para ser «aplicado» en un barrio o en una comunidad, sino que fue producto de una construcción conjunta entre actores universitarios y pro-fesionales pertenecientes a la institución con la que se firmó convenio.

Esta situación nos posibilitó construir el saber desde diferentes perspecti-vas, no sólo en cuanto a lo disciplinar, sino también en relación con el aporte profesional a través de diferentes instituciones.

Sobre la construcción de una perspectiva de la extensión universitaria

Durante el año 2009 participamos en diferentes jornadas y encuentros, con el objetivo de socializar la experiencia y debatir junto a otros actores del campo académico las distintas perspectivas sobre las políticas sociales, la extensión universitaria y los derechos humanos.2

Algunas de las perspectivas expresadas fueron en referencia a la uner, los significados de la extensión universitaria en esta universidad y la concepción de extensión universitaria que sostenemos como equipo.

En referencia a la uner, manifestamos en diferentes instancias que la misma fue creada mediante la ley Nº 20.366 del 10 de mayo de 1973 (Truffer y Storani, 2004). En ella se integraron diferentes instituciones educativas que ya se encontraban trabajando en el territorio: la Universidad Nacional del Litoral, la Universidad Católica Argentina y las escuelas privadas y provin-ciales.

Iniciado el siglo xxi la uner entiende que la extensión universitaria:

– Es un proceso de comunicación: «el proceso de comunicación entre la universidad y la sociedad, basado en el conocimiento científico, tecnoló-gico, cultural, artístico, humanístico, acumulados en la institución y en su capacidad de formación educativa, con plena conciencia de su función social» (Menéndez, 1997: 10).

– Implica una perspectiva política de la democratización del saber: «La re-lación universidad-sociedad se establece alrededor del ideal de la demo-cratización del saber. La extensión adquiere un sentido de compromiso social. Promueve acciones tendientes a contribuir a un mayor y mejor nivel de calidad de vida de todos los componentes de la sociedad» (Me-néndez, 1997: 10).

1. Proyecto de Extensión «Seminario de Formación para Promotores de Niñez». Res. Nº 072/2008 «C. D.».

2. Los seminarios en los que participamos en carácter de ex-positores fueron: «IV Congreso Nacional de Políticas Sociales» (Santa Fe, noviembre de 2008), «II Congreso Argentino – La-tinoamericano de Derechos Humanos. Un compromiso de la Universidad» (Rosario. Abril de 2009), «III Congreso Nacio-nal de Extensión Universitaria. La Integración, Extensión, Docencia e Investigación, De-safíos para el Desarrollo Social» (Santa Fe. Mayo de 2009).

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– Se sustenta en pie de igualdad con las otras funciones de la Universidad: «La extensión constituye una comunicación del quehacer universitario, en diálogo permanente con la sociedad. Esta función de comunicación adquiere una dimensión esencial y la ubica en un plano de igualdad con la docencia y la investigación» (Menéndez, 1997: 10).

– Es promotora del cambio social: Desde su accionar impulsa la promo-ción social (universidad para la transformación social); la comunicación cultural y científica (universidad abierta y difusora de conocimientos); desarrollo comunitario (universidad como agente de desarrollo social y económico) (Menéndez, 1997).

Es ese sentido, la uner ha tomado las siguientes líneas de trabajo como las de mayor interés:

- Desarrollo provincial y regional; Medio ambiente y desarrollo sustentable; In-

tegración regional y mercosur; Proyectos relacionados a espacios comunicaciona-

les; Vinculación de la Universidad con sectores sociales de escasos recursos o con

instituciones que trabajan con sectores de riesgo; Relación de la Universidad con

sectores vinculados a la producción, micro y pequeños empresarios y productores

agropecuarios; Articulación de la Universidad con el Sistema Educativo; Vinculación

de la Universidad con los municipios de la provincia. (Menéndez, 1997: 18)

En este marco y desde nuestro lugar como integrantes de un Proyecto de Extensión de la Facultad de Trabajo Social, acordamos con el planteo realizado por el profesor emérito José Gregorio Rodríguez quien expresa:

(…) [la extensión universitaria es] el proceso dinámico de la acción universitaria

frente al conocimiento, en el cual se toma a la sociedad como fuente de saber y como

interlocutor válido, permitiendo interpelar el conocimiento académico y ponerlo en

diálogo con los saberes locales logrando una mutua imbricación y un mutuo apren-

dizaje que enriquece tanto a las ciencias como a las comunidades (2002: 7).

Por lo tanto, concebimos a la extensión universitaria, como una comuni-cación entre universidad – sociedad, en un proceso que se construye colectiva-mente: un ida y vuelta de saberes y experiencias en el cual el rol de generar y expandir el conocimiento no queda adjudicado únicamente a la universidad.

Consideramos que esta construcción colectiva (docentes, estudiantes, per-sonal administrativo, profesionales, organizaciones de la sociedad civil) faci-lita el aprendizaje en conjunto; y es un espacio vital para poder aprehender posicionándose desde la articulación de saberes, desde lo interdisciplinario, lo interinstitucional, y lo intersectorial.

Asimismo, reconocemos que históricamente, como ha sucedido en otras universidades, la extensión es colocada en un lugar residual respecto a la in-

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vestigación y a la docencia. Esto se manifiesta en el escaso presupuesto que se le otorga, como así también en el reconocimiento simbólico que reciben quienes participan en ella.

Finalmente, remarcamos como obstáculo que la extensión universitaria es un objeto poco estudiado, por lo que se dificulta el poder pensar a partir de recuperar los debates actuales en torno a la misma.

La participación de los actores involucrados

Resulta importante destacar que una de las primeras actividades que realiza-mos como equipo de extensión fue el sondeo de intereses (mediante entrevis-tas con los trabajadores) en las instituciones de la zona. Lo hicimos a partit de considerar, como hemos dicho ya, que el conocimiento es una construcción colectiva. Así, el espacio quedó constituido y volvió a construirse en cada se-minario temático y en cada espacio de reflexión, donde las problemáticas tra-tadas generaron un fuerte interés en los participantes, porque ellos mismos las habían elegido.

Además, fue posible reconocer que en los diferentes actores institucionales se produjo un intercambio importante en cuanto a la socialización de las acti-vidades que cada uno desarrollaba y las problemáticas más acuciantes que las atravesaban.

Este intercambio altamente enriquecedor, fue destacado en varias oportu-nidades por los participantes del seminario. Pero también esa riqueza pudo verse «desde afuera» del proyecto, dado que no solamente se dio una sociali-zación entre las diferentes instituciones, sino que también cada participante fue un agente multiplicador dentro de su propia institución, compartiendo las experiencias con sus compañeros y colegas de trabajo, como así también en muchos casos, invitando a los mismos a sumarse al seminario.

Este tipo de «multiplicación» de los objetivos del proyecto es sumamente importante porque da cuenta que quienes participaron del mismo apreciaron el trabajo llevado adelante.

Consideramos que uno de los elementos más importantes del seminario tuvo que ver con que instalamos discusiones e intercambios de opiniones en la línea de poder desnaturalizar lo cotidiano, generando de esta manera la idea de pensar en problemáticas antes que hablar de temas como algo más acotado. De esta forma la problematización fue el motor de cada encuentro, a partir del cual los participantes pusieron en juego sus experiencias cotidianas de trabajo con niños y jóvenes, y entre todos pensamos en diferentes posibilidades de nombrar lo que les estaba pasando para, en base a ello, construir otras posibi-lidades de intervención.

Al momento de evaluar la participación, nos parece acertado hablar de una participación significativa en un doble eje: cuantitativo y cualitativo. Lo cuan-titativo fue significativo en cada encuentro: si bien la cantidad de participan-

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tes variaba respecto de un taller a otro y respecto de la temática trabajada, siempre hubo un número estable. Al finalizar el seminario se contó con un total de 86 participantes pertenecientes a diferentes organizaciones.3

Desde lo cualitativo, consideramos la manera en que participó la gente, desde qué lugar lo hizo. En la mayoría de los encuentros la participación fue importante. En este sentido, se dio una participación en cuanto a la produc-ción reflexiva, es decir, a partir de la actitud propositiva, sin quedar entram-pados en lo meramente experiencial o terminar en encuentros de catarsis. La socialización de alguna situación puntual siempre estuvo acompañada de al-gún tipo de reflexión o aporte por parte del resto de los participantes.

Tanto en los seminario como en los grupos de reflexión, se propició el cono-cimiento de los actores comunitarios y sus roles al interior de las instituciones participantes, lo que generó además la posibilidad de poner en cuestión los prejuicios referidos a las prácticas que se realizaban en las organizaciones ins-titucionales del barrio.

Continuando en esta línea de poder desnaturalizar lo cotidiano, la reflexión se convirtió en un ejercicio que los participantes desarrollaron en cada encuen-tro, lo que les permitió ver los obstáculos, errores, aciertos y estrategias, que tal vez diferían mucho de una institución a otra, pero que cada uno aplicaba de determinada manera.

A modo de conclusión

Como equipo sostenemos que el horizonte de nuestro trabajo es la constitu-ción de una sociedad más justa, y creemos que la educación de calidad y para todos (dentro de un conjunto de políticas integrales) es un camino hacia ello.

Entendemos que la Universidad Pública posee un protagonismo especial, en tanto y en cuanto debe generar, junto a otras instituciones y organizacio-nes, acciones tendientes a la construcción de conocimientos y su democrati-zación.

Por eso creemos que es necesario invertir y destinar más fondos a la edu-cación en su conjunto, y a la Universidad en particular; entendiendo que los mismos deben dejar de considerarse como gasto para convertirse en inversio-nes sociales (Argumedo, 1996: 28). Inversiones que también deben ser desti-nadas a la Extensión Universitaria, junto con un conjunto de medidas que realcen su accionar.

Con esta experiencia de construcción colectiva intentamos aportar al for-talecimiento de la extensión en la universidad. Lo hicimos desnaturalizando y complejizando los problemas sociales, e intentando constituir y constituir-nos en promotores de derechos. Nos arrojamos a dicha aventura y aprendimos —junto al equipo y quienes participaron de las diferentes instancias— el oficio de la Extensión Universitaria, función social relegada de la universidad. �

3. Jardines Maternales: «Gau-chitos de la Virgen del Lujan», «Semillitas de Ilusión», «Evita»; Escuelas públicas y privadas: «Antonio María Gianelli», «Celia Montoya», «Gaucho Rivero», «Juana Teresa Croombeen»; Centro de Salud: «Humberto D’Angelo»; Asociación Civil «Barriletes», Comisaría Novena, Comisión Vecinal Anacleto Medina Sur, Centro de Día Virgen de la Esperanza.

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Referencias bibliográficas

Argumedo, A. (1996). «El imperio del conocimiento». Revista Encrucija-das Nº 4, Año 2. Buenos Aires: Universidad Nacional de Buenos Aires.

Menéndez, G. (1997). Sistemas de Proyectos de Extensión. Una experiencia de la Universidad Nacional de Entre Ríos. Concepción del Uruguay: UNER.

Peralta, M. I. (2000). Niñez y derechos. Formación de promotores de dere-chos de la niñez y adolescencia: una propuesta teórica metodológica. Buenos Aires: Espacio.

Rodríguez, J. G. (2002). «Imbricación y aprendizajes mutuos: una perspectiva de la Extensión Universitaria. Programa de fortaleci-mientos de la capacidad científica». Intervención en el marco del «Segundo Encuentro Nacional de Extensión Universitaria. Un com-promiso social de la educación superior». Bogotá.

Sirvent, M. T. (1996). «Multipobrezas, violencia y educación». Ponen-cia presentada en las Segundas Jornadas de Sociología de la UBA 1976-1996: veinte años después. Carrera de Ciencias Sociales 11,12 y 13 de noviembre de 1996. Buenos Aires.

Truffer, I. y Storani, S. (2004). El campo de la ciencia y tecnología en la Universidad Nacional de Entre Ríos. Capitales, agentes y estrategias. Con-cepción del Uruguay: EDUNER.

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