Stanislaw Lem - Solaris 2

99

description

Solaris

Transcript of Stanislaw Lem - Solaris 2

  • Stanislav Lem

    SOLARIS

    Minotauro

    2

  • Ttulo original: Solaris

    Traduccin de Matilde Horne y F. A.

    Primera edicin: abril de 1985 Primera reimpresin: abril de 1988

    Stanislav Lem, 1961 Ediciones Minotauro, 1977 y 1985

    Avda. Diagonal, 519-521. 08029 Barcelona Tel. 239 51 05*

    ISBN: 84-450-7048-7

    Depsito legal: B. 10.838-1988

    Impreso en Espaa

    Printed in Spain

    Edicion digital: luiwo febrero 2003

    3

  • Indice

    La llegada .............................................................. 5

    Los Solaristas ...................................................... 10

    Los visitantes ....................................................... 17

    Sartorius .............................................................. 22

    Harey.................................................................... 28

    El "Pequeo Apcrifo" ...................................... 35

    La conferencia ..................................................... 46

    Los monstruos ..................................................... 53

    El oxigeno lquido ............................................... 64

    Conversacin ....................................................... 72

    Los Pensadores.................................................... 77

    Los sueos............................................................ 84

    Victoria ................................................................ 88

    El viejo mmoide ................................................. 92

    Comentarios y Biografia .................................... 98

    4

  • La llegada

    A las diecinueve horas, tiempo de a bordo, me encamin al rea de lanzamiento. Alrededor del foso los hombres se apartaron para dejarme pasar; descend por la escala y entr en la cpsula.

    En el estrecho habitculo casi no poda separar los codos del cuerpo. Conect el tubo de la bomba a la vlvula de mi escafandra, que se infl rpidamente. A partir de ese instante ya no podra hacer ningn movimiento; yo estaba all, de pie, o ms bien suspendido, enfundado en mi traje neumtico, incorporado al caparazn de metal.

    Alc la vista; por encima del globo transparente vi una pared lisa, y all, en lo alto, la cabeza de Moddard asomado por la abertura del foso. Moddard desapareci, y de pronto fue de noche. Acababan de bajar el pesado cono protector.

    O repetido ocho veces el zumbido de los motores elctricos que ajustaban las tuercas, y luego el siseo del aire comprimido en los amortiguadores. Mis ojos se habituaban a la oscuridad; distingu el cuadrante fosforescente del contador.

    Una voz reson en los auriculares. Listo, Kelvin? Listo, Moddard respond. No te preocupes por nada dijo Moddard. La Estacin te recoger en vuelo. Buen viaje! Se oy un chirrido, y la cpsula oscil. Casi involuntariamente apret los msculos. No hubo ningn otro

    ruido, ningn otro movimiento. Para cundo la partida? pregunt. Un susurro en el exterior, como una llovizna de arena fina. Ests en ruta, Kelvin, buena suerte! respondi la voz de Moddard, tan cercana como antes. Una ancha mirilla se abri a la altura de mis ojos, y vi las estrellas. El Prometeo navegaba por las inme-

    diaciones de Alfa de Acuario, pero trat, en vano, de orientarme. Un polvo centelleante llenaba el ojo de buey; el cielo de aquella regin de la galaxia me era desconocido, y no pude identificar ni una sola constelacin. Yo esperaba que en cualquier momento se me apareciera alguna estrella aislada; no distingu ninguna. El centelleo se atenuaba; las estrellas huan, confundidas en una vaga luminosidad purprea; as me enter de la distancia que haba recorrido. Rgido el cuerpo, oprimido en mi funda neumtica, henda el espacio con la impresin de encontrarme suspendido en medio del vaco, y teniendo como nica distraccin el calor que aumentaba lenta, progresivamente.

    De pronto, hubo un crujido, un ruido spero, como una lmina de acero que se desplaza sobre una placa de vidrio mojada. Y comenz la cada. Si no hubiese visto las cifras que saltaban en el cuadrante luminoso, no habra notado el cambio de direccin. Desaparecidas mucho antes todas las estrellas, la mirada se perda, ahora y siempre, en la plida claridad rojiza del infinito. El corazn me golpeaba el pecho, pesadamente. Senta en la nuca el soplo fresco del climatizador, y sin embargo me ardan las mejillas. Lamentaba no haber localizado al Prometeo; sin duda ya se haba perdido de vista aun antes que los comandos automticos abrieran las persianas del ojo de buey. Una violenta sacudida estremeci el vehculo, y en seguida otra. La cpsula se puso a vibrar; atravesando mi envoltura neumtica, la vibracin me alcanz y me corri por el cuerpo, de pies a cabeza; multiplicada, la fosforescencia del cuadrante del contador se despleg en todas direcciones. Ignor el miedo. No haba emprendido ese largo viaje para pasar ahora por encima de la meta!

    Llam: Estacin Solaris! Estacin Solaris! Estacin Solaris! Creo que me voy desviando, corrijan la trayectoria!

    Estacin Solaris, aqu la cpsula del Prometeo! Conteste, Solaris, escucho!

    5

  • Acababa de perder un precioso instante, la aparicin del planeta! Solaris se extenda ante mis ojos, inmenso ya, chato; no obstante, me pareci que yo estaba lejos todava, a juzgar por el aspecto de la superficie. O mejor dicho, que yo estaba todava a gran altura, puesto que haba dejado atrs esa frontera imperceptible donde la distancia que nos separa de un cuerpo celeste empieza a medirse en trminos de altitud. Me senta caer. S, ahora senta la cada hasta con los ojos cerrados. Los abr en seguida, pues no quera perderme nada.

    Esper un minuto en silencio; luego reanud los llamados. Ninguna respuesta. En los auriculares, sobre un rumor de fondo bajo y profundo, que imagin era la voz misma del planeta, las crepitaciones venan en salvas. Un velo cubri el cielo anaranjado, y el ojo de buey se oscureci; instintivamente, me acurruqu todo lo que pude en la funda neumtica; casi en seguida comprend que atravesaba una capa de nubes. Como aspirada hacia las alturas, la masa de nubes parti en vuelo. Yo planeaba, ya a la luz, ya a la sombra; la cpsula giraba alrededor de un eje vertical. Gigantesca, la esfera solar se mostr al fin delante del vidrio, emergiendo por la izquierda, y desapareciendo por la derecha.

    Una voz lejana me lleg a travs del rumor y las crepitaciones: Atencin, Estacin Solaris! Aqu Estacin Solaris. Todo en orden. Est usted bajo el control de la Es-

    tacin Solaris. La cpsula se posar en tiempo cero. Repito, la cpsula se posar en tiempo cero. Repito, la cpsula se posar en tiempo cero. Preprese! Atencin, empiezo. Doscientos cincuenta, doscientos cuarenta y nueve, doscientos cuarenta y ocho...

    Maullidos secos entrecortaban las palabras: un dispositivo automtico articulaba frases de bienvenida. Y eso era en todo caso sorprendente. Por lo general, los hombres de una estacin del espacio se apresuran a dar la bienvenida al recin llegado, sobre todo cuando ste viene directamente de la Tierra. No tuve oportunidad de sorprenderme mucho tiempo, pues la rbita del Sol, que hasta ese momento me rodeaba, se desplaz de pronto, y pareci que el disco incandescente danzaba en el horizonte, mostrndose ya a la izquierda, ya a la derecha del planeta. Yo oscilaba como la pesa de un pndulo gigante, en tanto el planeta, superficie estriada de surcos violceos y negruzcos, se alzaba delante de m como una pared. Empezaba a marearme cuando descubr una superficie ajedrezada por puntos verdes y blancos: la seal de orientacin. Algo se desprendi, con un chasquido, del cono de la cpsula; el largo collar del paracadas despleg con furor sus anillos, y el ruido que lleg hasta m me evoc irresistiblemente la Tierra: por primera vez al cabo de tantos meses, el rugido del viento.

    Luego, todo fue muy rpido. Hasta ese momento, yo saba que estaba cayendo. Ahora, lo vea. El ta-blero verde y blanco creca rpidamente, y pude ver que estaba pintado sobre un cuerpo oblongo y pla-teado, en forma de ballena, los flancos erizados de antenas de radar; observ que el coloso metlico, atra-vesado por varias hileras de orificios sombros, no descansaba sobre la superficie del planeta, sino que estaba suspendido en el aire, proyectando sobre un fondo de tinta una sombra elipsoidal de un negro ms intenso. Divis las ondas apizarradas del ocano, animadas de un dbil movimiento, y de golpe las nubes subieron a gran altura, circundadas por un deslumbrante fulgor escarlata; ms all, el cielo leonado se volvi ceniciento, lejano y apacible; y todo se borr; yo estaba cayendo en espiral.

    Un golpe seco estabiliz la cpsula: a travs de la mirilla, volv a ver las olas del ocano como centelleantes crestas de mercurio; los cabos se soltaron de pronto y los anillos del paracadas, llevados por el viento, volaron en tumulto ms all de las olas; la cpsula descendi; un campo magntico artificial la hizo oscilar lentamente, de un modo raro. Todava tuve tiempo de ver las barandillas de las plataformas de lanzamiento, y en la cspide de las torres caladas, los espejos de dos radiotelescopios. Hubo un estrpito de acero que rebotaba sobre acero, y la cpsula se inmoviliz; se abri una trampa, y con un largo suspiro ronco el capullo metlico que me aprisionaba lleg al fin del viaje.

    O la voz inanimada del centro de informacin. Estacin Solaris. Cero y cero. La cpsula se ha posado. Con ambas manos (senta una vaga opresin en el pecho y las vsceras me pesaban desagradablemente)

    tom las palancas y cort los contactos. Una seal verde se ilumin: LLEGADA; la pared de la cpsula se abri. La cama neumtica me empuj ligeramente por la espalda, y para no caer tuve que dar un paso ade-lante.

    Con un silbido ahogado, resignado, la escafandra expuls el aire. Me encontraba bajo un embudo plateado, tan alto como la nave de una catedral. Haces de tubos de colores

    descendan a lo largo de las paredes inclinadas y desaparecan en orificios redondeados. Me volv. Los pozos de ventilacin refunfuaban, aspirando los gases emponzoados de la atmsfera que se haban infiltrado mientras mi vehculo entraba en la Estacin. Vaca, como el capullo de una mariposa, la cpsula de forma de cigarro se ergua circundada por un cliz, sobre un zcalo de acero. El revestimiento exterior, calcinado durante el viaje, era de un sucio color pardusco.

    Descend por una pequea rampa. Abajo, el suelo metlico haba sido recubierto de un enduido plstico rugoso. En algunos tramos las ruedas de los vagones que transportaban los cohetes haban carcomido el

    6

  • tapizado plstico, descubriendo el acero desnudo. Bruscamente, los fuelles de los ventiladores dejaron de funcionar, y hubo un silencio. Mir a mi alrededor,

    un poco indeciso, esperando que alguien apareciese; pero no haba signos de vida. Una flecha de nen flameaba solitaria, sealando una plataforma mecnica que se desplazaba sin ruido. Me dej llevar hacia adelante. El cielo raso de la sala bajaba describiendo una perfecta curva parablica hasta la entrada de una galera. En los huecos de la galera haba montones de garrafas de gas comprimido, varillas graduadas, paracadas, cajones, y muchos objetos heterogneos echados all de cualquier modo.

    La plataforma mecnica me deposit al final de la galera, en el umbral de una rotonda. El desorden que reinaba all era aun ms evidente. Bajo una pila de latas volcadas se extenda un charco aceitoso; un olor nauseabundo infestaba la atmsfera; huellas de pasos, manchas viscosas, se alejaban en diferentes direcciones. Una maraa de cintas magnetofnicas, de papeles rotos, toda clase de desperdicios se amontonaban sobre las latas.

    Una flecha verde se encendi de nuevo, indicndome la puerta central. Detrs de la puerta haba un corredor estrecho, que no hubiese permitido el paso de dos hombres juntos. Claraboyas de vidrio, incrus-tadas en el cielo raso, alumbraban el pasadizo. Haba otra puerta ms, de cuadros verdes y blancos, que estaba entornada. Entr.

    La cabina de paredes curvas tena una gran ventana panormica que una bruma ardiente tea de prpura; bajo el ventanal, las crestas fuliginosas de las olas pasaban en silencio. Contra las paredes se alineaban unos armarios abiertos, repletos de instrumentos, libros, vasos sucios, recipientes calorfugos cubiertos de polvo. Cinco o seis mesitas rodantes y sillones desvencijados se apretujaban sobre el piso manchado. Haba un nico silln inflado, el respaldo convenientemente echado hacia atrs. Lo ocupaba un hombrecito esmirriado, quemado por el sol; la piel de la nariz y de los pmulos se le desprenda a jirones. Lo reconoc. Era Snaut, un especialista en ciberntica, el suplente de Gibaran. En otro tiempo, haba publicado artculos sumamente originales en el anuario solarista. Yo nunca haba tenido oportunidad de conocerlo. Vesta camisa de malla, que dejaba pasar de tanto en tanto los pelos grises de un pecho descarnado, y pantaln de lona con muchos bolsillos, un pantaln de mecnico que haba sido blanco y estaba ahora manchado en las rodillas y agujereado por los reactivos. Tena en la mano una de esas peras de material plstico que utilizaban para beber en los vehculos del espacio que carecen de sistema de gravitacin interno. Me observaba con los ojos muy abiertos, asombrado. La pera se le escap de entre los dedos y rebot varias veces, esparciendo un poco de lquido transparente. Snaut me pareca cada vez ms plido. Yo estaba demasiado sorprendido para hablar, y esta escena muda dur tanto tiempo que poco a poco fui contagindome del terror de Snaut. Di un paso adelante. Snaut se apeloton en el silln.

    Snaut... murmur. Snaut se estremeci, como si yo lo hubiese golpeado. Mirndome con un horror indescriptible, articul, con

    voz enronquecida: No te conozco... no te conozco... qu quieres? El lquido derramado se evaporaba rpidamente. Aspir una vaharada de alcohol. Beba? Estaba borracho?

    Pero por qu tena tanto miedo? Yo segua de pie en el centro de la cabina. Senta flojas las piernas; crea tener los odos tapados con algodones. De algn modo, el suelo bajo mis pies no pareca real. Detrs del combado cristal de la ventana, un movimiento regular animaba el ocano. Snaut no apartaba de m los ojos inyectados en sangre. El terror se le haba retirado de la cara, pero la expresin era an de una repugnancia invencible.

    Qu te pasa? Ests enfermo? murmur. Snaut me respondi con una voz apagada. Te preocupas... Ah! As que te preocupas, entonces? Por qu preocuparte por m? Yo no te conozco. Dnde est Gibaran? pregunt. Snaut contuvo el aliento; en el fondo de los ojos, vidriosos de nuevo, una luz dbil se le encendi y

    extingui. Gi..., Giba... no! no! Una risa sofocada, una risa de idiota lo sacudi de arriba abajo; en seguida

    pareci calmarse un poco. Has venido por Gibaran? Por Gibarian? Para qu lo quieres? Me miraba como si de pronto yo hubiera dejado de ser una amenaza para l. En las palabras de Snaut, o

    ms bien en el tono, haba odio y provocacin. Atolondrado, farfull: Qu pasa?... dnde est? No lo sabes? Estaba borracho, obviamente, y haba perdido por completo la cabeza. Me sent furioso. Hubiera tenido

    que dominarme y salir, pero perd la paciencia. Basta! vocifer. Cmo podra saber dnde est si acabo de llegar?... Snaut! Qu sucede?

    7

  • Snaut abri la boca. Estaba otra vez sin aliento, y un resplandor diferente le ilumin los ojos. Se aferr a los brazos del silln; se levant con dificultad; le temblaban las rodillas.

    Qu dices?... Acabas de llegar... De dnde has venido? balbuce, casi decepcionado. Le repliqu con rabia: De la Tierra! Acaso has odo hablar de la Tierra? Nadie lo dira! De la... cielo santo... entonces, t eres... Kelvin? S. Qu te pasa que me miras de esa manera? Qu tengo de extrao? Snaut parpade rpidamente: Nada dijo, enjugndose la frente. Nada... Disclpame, Kelvin, no es nada, te lo aseguro, la sorpresa,

    simplemente.. . no esperaba verte. Cmo que no esperabas verme? Se les avis meses atrs, y Moddard habl hoy mismo desde el Prometeo

    ... S, s, por supuesto, slo que, te das cuenta, en estos momentos, estamos un poco... desor-ganizados. En efecto... me doy cuenta! respond secamente. Snaut gir a mi alrededor, inspeccionando mi escafandra, una escafandra muy comn, con los habituales

    arreos de alambres y cables sobre el pecho. Tosi y se tante la nariz huesuda: Tal vez quieras darte un bao? Te sentar bien... la puerta azul, del otro lado. Gracias, conozco la Estacin. Tienes hambre quiz? No!... Dnde est Gibaran? Snaut no contest, y se acerc a la ventana. Visto de espalda pareca mucho ms viejo. El cabello, cortado

    al ras, era gris. Profundas arrugas le surcaban la nuca quemada por el sol. Detrs de la ventana rielaban las crestas de las olas; el agua se elevaba y descenda en movimientos lentos.

    Mirando as el ocano, se tena la impresin simple ilusin, sin duda de que la Estacin se desplazaba imperceptiblemente, como si se deslizara en un zcalo invisible; luego, pareca recobrar el equilibrio, antes de inclinarse hacia el otro lado, con un idntico movimiento perezoso. Abajo, la espuma espesa, del color de la sangre, se acumulaba en lo profundo de las olas. Durante una fraccin de segundo, se me oprimi la garganta, y aor la disciplina severa, a bordo del Prometeo, recordando una existencia que sbitamente me pareci dichosa y perdida para siempre.

    Snaut se volvi, frotndose nerviosamente las manos. Escucha dijo inopinadamente, por el momento estoy solo aqu... Hoy tendrs que contentarte con mi

    compaa. Llmame Rata Vieja, y basta de historias: ya que has visto mi fotografa, imagnate que me conoces desde hace tiempo. Todo el mundo me llama Rata Vieja. No hay modo de evitarlo. Adems, supongo que es un nombre predestinado; mis padres siempre tuvieron aspiraciones csmicas...

    Obstinado, repet mi pregunta: Dnde est Gibaran? Snaut parpade rpidamente. Lamento haberte recibido en esta forma. Pero... de veras, no es mi culpa. Me haba olvidado por com-

    pleto. .. Han ocurrido muchas cosas por aqu, entiendes ... Est bien... Entonces Gibaran? No est en la Estacin? Ha salido en vuelo de reconocimiento? Snaut contempl una pila de rollos de cable. No, no ha salido. Y ya no volar. Justamente... Yo segua con los odos taponados, y oa cada vez peor. Cmo... qu significa esto? pregunt. Dnde est? Has comprendido bien dijo Snaut con una voz distinta, y mirndome framente a los ojos. Me estremec.

    Snaut estaba borracho, pero saba lo que deca. No habr ocurrido... S. Un accidente? Snaut sacudi la cabeza, asintiendo vigorosamente y espiando mi reaccin. Cundo? Esta maana, al alba. Sent una emocin que no tena ninguna violencia. Ese intercambio de preguntas y respuestas concisas me

    haba calmado en cierto modo. Empezaba a explicarme el extrao comportamiento de Snaut. Qu clase de accidente? Ve a tu cabina y qutate esa escafandra... vuelve aqu... dentro... dentro de una hora, digamos. Bueno dije finalmente.

    8

  • En el momento en que ya me iba hacia la puerta, Snaut me llam: Espera! Tena una mirada extraa, y quiz deseaba decirme alguna otra cosa, pero no se decida. Al

    cabo de un momento, continu: Eramos tres, y ahora, contigo, somos de nuevo tres. Conoces a Sar-torius? Como te conoca a ti, en fotografa. Est arriba en el laboratorio, y no creo que salga antes de la noche, pero... en todo caso, t lo reconoceras.

    Si vieras a alguien ms, entiendes, a alguien que no fuera yo, ni Sartorius, entiendes, entonces... Entonces qu? Yo estaba soando, todo aquello no era sino un sueo! Aquellas olas negras, de reflejos sanguinolentos,

    bajo el sol hundido, y aquel hombrecito que acababa de volver al silln, cabizbajo otra vez, y que miraba un montn de cables.

    Entonces, no hagas nada. Me enfurec. Qu podra ver? Un fantasma? Claro, t crees que estoy loco. No. No, no estoy loco. No puedo decirte nada ms. En todo caso, no

    olvides mi advertencia. Habla ms claro! De qu se trata? Domnate, preprate para afrontar... cualquier cosa. Ya s que es imposible. Intntalo, de todos

    modos. Es el nico consejo que puedo darte. Pero qu es lo que podra afrontar? grit. Vindolo all, sentado, mirndome de soslayo, la cabeza fatigada y quemada por el sol, me era difcil con-

    tenerme; hubiera querido tomarlo por los hombros y sacudirlo con todas mis fuerzas. Penosamente, arrancndose las palabras una a una, Snaut me respondi: No lo s. En cierto sentido, depende de ti. Alucinaciones? No, es. . . es real. No ataca. Y recuerda mi consejo! Qu quieres decirme? No reconoc mi propia voz. No estamos en la Tierra. Una forma poltera? grit, No tienen nada de humano! Iba a abalanzarme sobre l, para sacarlo del trance en que haba cado, provocarlo quiz por las

    palabras descabelladas que l mismo pronunciara, cuando Snaut murmur: Por eso mismo son de temer. Recuerda lo que te he dicho, y no te descuides! Qu le ocurri a Gibaran? Snaut no respondi. Qu hace Sartorius? Vuelve por aqu dentro de una hora. Di media vuelta y sal. Al cerrar la puerta, lo mir por ltima vez. Enclenque, acurrucado, la cabeza

    entre las manos y los codos apoyados sobre el manchado pantaln, segua all sentado e inmvil. Entonces, slo entonces, le vi la sangre coagulada en el dorso de las manos.

    9

  • Los Solaristas

    El corredor estaba desierto. Me detuve un instante, detrs de la puerta cerrada. El gemido del viento en-volva el pasadizo tubular. Sobre el panel de la puerta, pegado de travs, al descuido, haba un cuadrado de esparadrapo con una inscripcin en lpiz: "Hombre". Mir la palabra, garabateada con trazos borrosos, y pens en volver a la cabina de Snaut; me ech atrs.

    Las advertencias dementes de Snaut me vibraban an en los odos. Avanc por el corredor, los hombros hundidos bajo el peso de la escafandra. De puntillas, escapando no del todo conscientemente de algn ob-servador invisible, volv a la rotonda; al salir del corredor, encontr dos puertas a mi derecha y dos a mi izquierda. Le los nombres de los ocupantes: Dr. Gibaran, Dr. Snaut, Dr. Sartorius. No haba ningn marbete en la cuarta puerta. Titube, apret apenas el picaporte, y abr lentamente la puerta. En ese instante tuve el presentimiento, casi la certeza, de que haba alguien en la habitacin. Entr.

    No haba nadie. Una ventana panormica cncava, apenas ms pequea que el mirador de la cabina donde descubriera a Snaut, dominaba el ocano. Aqu, a la luz del sol, el agua brillaba con un resplandor grasoso, y las olas mismas parecan segregar un aceite de tintes rosceos. Reflejos escarlatas inundaban todo el aposento, que por la disposicin recordaba un camarote de barco. De un lado, rodeada por anaqueles atestados de libros, haba una cama retrctil, replegada contra la pared; del otro, entre los numerosos armarios, colgaban bastidores de nquel series de fotografas areas, sujetas todo a lo largo con cintas adhesivas y una variedad de probetas y retortas con tapones de algodn. Frente a la ventana, dos hileras de cajas de metal esmaltado obstruan el paso. Levant algunas tapas; las cajas estaban repletas de toda clase de instrumentos, confundidos con tubos de material plstico. En cada rincn de la cabina haba un grifo, un equipo de refrigeracin, un dispositivo vaporfugo. Un microscopio haba sido depositado directamente en el suelo, pues en la gran mesa adosada a la ventana ya no haba espacio libre. Al volverme, descubr cerca de la puerta de entrada un armario alto; estaba entreabierto, y vi trajes del espacio, blusas de laboratorio, mandiles aisladores, ropa interior, botas de exploracin planetaria, cilindros de aluminio: oxgeno para aparatos porttiles. Dos de estos aparatos, provistos de las respectivas mscaras, colgaban de la manivela del lecho vertical. En todas partes el mismo caos, un desorden que haban tratado de disimular burdamente. Husme el aire; reconoc un dbil olor a reactivos qumicos, y vestigios de otro olor ms acre; cloro? Busqu instintivamente las rejillas de las bocas de ventilacin, bajo el cielo raso; las cintas de papel, sujetas a los barrotes, flotaban suavemente; la circulacin del aire era normal. Desocup dos sillas abarrotadas de libros, aparatos y herramientas que deposit en el otro extremo del cuarto, amontonndolos de cualquier manera, obteniendo as un espacio relativamente libre alrededor de la cama, entre sta y las bibliotecas. Tir de un brazo adosado a la pared, para colgar mi escafandra. Tom entre los dedos la lengeta del cierre, y casi en seguida la solt. Dominado por la idea de que me despojaba de una defensa, no me decida a abandonar la escafandra. Una vez ms recorr la habitacin con los ojos, verifiqu que la puerta estaba bien cerrada, y que no tena cerradura, y luego de una breve vacilacin arrastr hasta el umbral algunas de las cajas ms pesadas. Habindome as atrincherado por un tiempo, con tres rpidos movimientos me libr de aquel caparazn rechinante. Un espejo estrecho, empotrado en la puerta de un armario, reflejaba una parte del cuarto; por el rabillo del ojo, sorprend una forma que se mova; pero no era otra cosa que mi propia imagen.

    Bajo la escafandra, el jersey estaba empapado en sudor. Me lo quit y empuj un armario corredizo; se desliz a lo largo de la pared, revelando los muros brillantes de un pequeo cuarto de bao. En el hueco de la pileta, bajo la ducha, haba una cajita chata y alargada. La llev sin dificultad a la habitacin. Cuando la dej en el suelo, un resorte hizo saltar la tapa, descubriendo varios compartimientos, todos con objetos extraos: figuras casi informes de metal, rplicas grotescas de los instrumentos que yo haba visto en los

    10

  • armarios. Ninguno de los objetos de la caja era utilizable: estaban mellados, atrofiados, fundidos, como si salieran de un horno. Y cosa ms extraa an, hasta los mangos de cermica, prcticamente incombustibles, aparecan deformados. Ningn horno de laboratorio, calentado a temperatura mxima, hubiese podido fundirlos, slo quizs una pila atmica. De la alforja de mi escafandra saqu un contador de radiaciones, pero el pico negro permaneci mudo, cuando lo acerqu a aquellos despojos.

    Ya no me quedaba sobre el cuerpo ms que la ropa interior. Me apresur a quitrmela, arrojndola lejos de m, y me precipit bajo la ducha. El impacto del agua me hizo bien. Girando bajo el chorro duro y quemante, me friccion vigorosamente, salpicando las paredes, expulsando, extirpando de mi piel toda aquella grasitud de aprensiones, confusas que me impregnaba desde mi llegada.

    Registr el armario y encontr un equipo de entrenamiento, que tambin poda llevarse bajo la escafan-dra. En el momento en que pasaba a un bolsillo la totalidad de mis menguados bienes, palp un objeto duro, metido entre las hojas del anotador; era una llave, la llave de mi casa all abajo, en la Tierra; in-deciso, hice girar la llave entre mis dedos. Por ltimo, la dej sobre la mesa. De pronto, se me ocurri que podra necesitar un arma. Un cortaplumas no era lo ms adecuado, pero no tena otra cosa, y no iba a ponerme a buscar una pistola radiactiva o algo por el estilo. Me sent en un taburete tubular, en el claro del piso. Quera estar solo. Satisfecho, comprob que dispona de ms de media hora; por naturaleza yo res-petaba escrupulosamente mis compromisos, importantes o no. Las agujas del reloj de pared la esfera estaba dividida en veinticuatro partes sealaban las siete. El sol empezaba a descender. Las siete aqu; las veinte a bordo del Prometeo. Solaris, en las pantallas de Moddard, no era ms que una indiscriminada partcula de polvo, confundida con las estrellas. Bueno qu me importaba ahora el Prometeo? Cerr los ojos. No se oa otra cosa que el gemido de las caeras y un grifo que goteaba en el cuarto de bao.

    Gibaran haba muerto. Poco tiempo antes, si yo haba entendido bien. Qu haban hecho con el cuerpo? Lo habran sepultado? No, en este planeta era imposible. Medit largamente acerca de esta cuestin, preocupado tan slo por la suerte del cadver; luego, entend que esos pensamientos eran absurdos, y me levant y ech a caminar de un lado a otro. Mi pie tropez con un morral que asomaba bajo un montn de libros; me agach y lo recog. Dentro del morral haba un frasco de vidrio oscuro, un frasco tan liviano que pareca soplado en papel. Lo examin frente a la ventana, al resplandor purpreo de un crepsculo lgubre, invadido por brumas de holln. Qu me ocurra? Por qu dejarme distraer por divagaciones, o por la primera fruslera que me caa en las manos?

    Me sobresalt; las lmparas se haban encendido, activadas por una clula fotoelctrica; el sol acababa de ponerse. Qu iba a pasar? Estaba tan tenso, que la sensacin de un espacio vaco a mis espaldas me era insoportable. Decid luchar contra m mismo. Acerqu una silla a la biblioteca y escog un volumen que me era familiar desde haca tiempo, el segundo tomo de la vieja monografa de Hughes y Eugel, Historia Solaris. Apoy en las rodillas el grueso volumen slidamente encuadernado, y me puse a hojearlo.

    El descubrimiento de Solaris se remontaba a unos cien aos antes de mi nacimiento. El planeta gravita alrededor de dos soles, un sol rojo y un sol azul. En los cuarenta aos que siguieron

    al descubrimiento, ninguna nave se acerc a Solaris. En aquel tiempo, la teora de Gamow-Shapley la vida era imposible en planetas satlites de dos cuerpos solares no se discuta. La rbita en torno de los dos soles es modificada constantemente por las variaciones de la gravitacin.

    A causa de estas fluctuaciones de la gravedad, la rbita se aplana o se distiende, y los organismos, si apa-recen, son destruidos irremediablemente, ya sea por una intensa radiacin de calor, ya por una cada extrema de la temperatura. Estas modificaciones ocurren en un tiempo estimado en millones de aos, es decir, un perodo muy corto; segn las leyes de la astronoma o de la biologa, la evolucin necesita de centenares de millones, si no billones de aos.

    De acuerdo con los primeros clculos, en quinientos mil aos Solaris se acercara media unidad astro-nmica al sol rojo, y un milln de aos ms tarde sera devorado por el astro incandescente.

    Sin embargo, ya al cabo de algunas decenas de aos, se crey descubrir que la rbita no estaba sujeta en modo alguno a las modificaciones previstas: era estable, tan estable como la rbita de los planetas de nuestro sistema solar.

    Se repitieron, con una precisin extremada, las observaciones y los clculos, que confirmaron simplemente las primeras conclusiones: la rbita de Solaris era inestable.

    Unidad modesta entre los centenares de planetas descubiertos ao tras ao, que las grandes estadsticas reducan a unas lneas sobre las particularidades de las rbitas, Solaris se elev poco a poco a la jerarqua de cuerpo celeste digno de mayor atencin.

    Cuatro aos despus de esta promocin, volando sobre el planeta con el Laakon y dos naves auxiliares, la expedicin de Ottenskjold emprendi el estudio de Solaris. Esta experiencia no poda ser otra cosa que un reconocimiento preparatorio, ms an, improvisado, pues los cientficos no estaban equipados para posarse en el planeta. Ottenskjold emplaz en rbitas ecuatoriales y polares una gran cantidad de satlites-

    11

  • observatorios automticos, cuya funcin principal consista en medir los potenciales de gravitacin. Se estudi asimismo la superficie del planeta, cubierta por un ocano tachonado de islas innumerables, que podan definirse como altiplanicies. La superficie total de estas islas es inferior a la superficie de Europa, aunque el dimetro de Solaris sobrepasa en un quinto el dimetro de la Tierra. Esas extensiones de territorio rocoso y desolado, distribuidas en forma irregular, estn principalmente agrupadas en el hemisferio austral. Se analiz tambin la composicin de la atmsfera, desprovista de oxgeno, y se midi la densidad del planeta, determinndose el albedo, as como otras caractersticas astronmicas. Como era previsible, no se descubri rastro alguno de vida, ni sobre las islas ni en el ocano.

    En los diez aos siguientes, Solaris fue el centro de atraccin de todos los observatorios que estudiaban esta regin del espacio; el planeta, entre tanto, mostraba una, tendencia desconcertante a conservar una rbita que hubiera tenido que ser inestable, sin ninguna duda. El asunto cobr casi visos de escndalo: puesto que los resultados de las observaciones eran necesariamente errneos; en nombre de la ciencia se intent reducir a silencio a los sabios implicados, y a las computadoras implicadas.

    La falta de crditos retard en tres aos la partida de una verdadera expedicin solarista. Por ltimo, Shannahan, luego de reunir la tripulacin adecuada, obtuvo del Instituto tres unidades de tonelaje C, las naves csmicas ms grandes de la poca. Un ao y medio antes de la llegada de esta expedicin, que parti de Alfa de Acuario, una segunda flotilla, actuando en nombre del Instituto, haba puesto en rbita solarista un sateloide automtico: Luna 247. El sateloide, luego de tres reconstrucciones, separadas por varias decenas de aos, funciona todava hoy. Los datos suministrados por el sateloide confirmaron definitivamente las observaciones de la expedicin Ottenskjold acerca del carcter activo de los movimientos ocenicos.

    Una de las naves de Shannahan se mantuvo en rbita; las otras dos, luego de algunas pruebas, se posaron sobre un territorio rocoso, de unos mil kilmetros cuadrados, en el hemisferio austral de Solaris. Los trabajos de la expedicin duraron dieciocho meses, y se hicieron en condiciones favorables, si se excepta un accidente lamentable provocado por el funcionamiento defectuoso de los aparatos. El equipo de sabios se dividi entre tanto en dos campos contrarios, siendo el ocano el motivo de la disputa. De acuerdo con los anlisis, se haba admitido que el ocano era una formacin orgnica (nadie, en aquellos tiempos, se haba atrevido an a llamarla viviente). Pero en tanto los bilogos lo consideraban como una formacin primitiva (una especie de entidad gigantesca, una clula fluida, nica y monstruosa que llamaban "formacin prebiolgica" y que rodeaba el globo como una envoltura coloidal, en algunos lugares de un espesor de varios kilmetros), los astrnomos y los fsicos afirmaban en cambio que aquella era una estructura organizada, que haba evolucionado de modo extraordinario; segn ellos, el ocano era una entidad mucho ms compleja que las estructuras orgnicas terrestres, puesto que era capaz de influir eficazmente en el trazado de la rbita. En efecto, no se haba descubierto ninguna otra causa que pudiese explicar el comportamiento de Solaris; adems, los astrofsicos haban encontrado alguna relacin entre ciertos procesos del ocano plasmtico y el potencial de gravitacin medido localmente, potencial que se modificaba de acuerdo con las "transformaciones materiales" del ocano.

    As pues, fueron los fsicos, y no los bilogos, los que propusieron esta denominacin paradjica, "mquina plasmtica", es decir una formacin quiz privada de vida, de acuerdo con nuestras concepciones, pero capaz de emprender actividades tiles; claro que en escala astronmica.

    A raz de esta disputa cuyos ecos llegaron, en pocas semanas, a odos de las autoridades ms eminen-tes la doctrina de Gamow-Shapley, indiscutida desde haca ochenta aos, se tambale por primera vez.

    Algunos continuaban apoyando an las afirmaciones de Gamow-Shapley, repitiendo que el ocano no tena nada en comn con la vida, que no era una formacin "parabiolgica" ni "prebiolgica", sino una formacin geolgica, poco comn por cierto, cuya nica habilidad consista en estabilizar las rbitas de Solaris, pese a las variaciones en las fuerzas de atraccin; para apuntalar este argumento, recurran a la ley de Le Chatelier.

    En oposicin a esta actitud conservadora, se adelantaron nuevas hiptesis entre ellas la de Civito-Vitta, una de las ms elaboradas proclamando que el ocano era el resultado de un desarrollo dialctico: a partir de la forma primitiva preocenica, una solucin de cuerpos "qumicos de reaccin lenta, y por la fuerza de las circunstancias (los amenazadores cambios de rbita) haba llegado de un solo salto, sin pasar por los distintos grados de la evolucin terrestre, al estado de "ocano homoesttico", evitando las fases unicelular y pluricelular, la evolucin vegetal y animal, el desarrollo de un sistema nervioso y cerebral. En otras palabras, y a diferencia de los organismos terrestres, no se haba adaptado al medio a lo largo de algunos centenares de millones de aos, para dar nacimiento al fin a los primeros representantes de una especie dotada de razn, sino que lo haba dominado inmediata-mente.

    E1 punto de vista era original; no obstante, se ignoraba an de qu manera aquella envoltura coloidal poda estabilizar la rbita del cuerpo celeste. Se conocan, desde haca casi un siglo, dispositivos capaces de crear campos artificiales de atraccin y gravitacin: los gravitadores; pero nadie alcanzaba a imaginar cmo aquella informe masa viscosa poda provocar un efecto similar, pues los gravitadores necesitaban de reacciones

    12

  • nucleares complicadas y .temperaturas extraordinariamente altas. Los peridicos de aquella poca, azuzando la curiosidad del lector medio y la indignacin del sabio, rebosaban de las fbulas ms inverosmiles sobre el tema del "misterio Solaris"; un cronista lleg a pretender que el ocano era... un pariente lejano de la anguila elctrica!

    Cuando en cierta medida se logr desembrollar el problema, se comprob que la explicacin como se repiti luego a menudo en el campo de los estudios solaristas reemplazaba un enigma por otro, acaso to-dava ms sorprendente.

    Las observaciones demostraron, al menos, que el ocano no actuaba de acuerdo con los principios de nuestros gravitadores (lo que por otra parte hubiera sido imposible), sino que impona directamente la periodicidad de la rbita; esto provocaba entre otras cosas discrepancias en la medida del tiempo a lo largo de algn meridiano de Solaris. As pues, el ocano no slo conoca, en un determinado sentido, la teora de Einstein-Boevia; tambin saba aprovechar las complicaciones de esa teora. (Nosotros no podramos decir otro tanto.)

    La enunciacin de esta hiptesis desencaden en el seno del mundo cientfico una de las tempestades ms violentas del siglo. Teoras venerables, universalmente admitidas, se desmoronaron; artculos audazmente he-rticos invadieron la literatura especializada; "ocano genial" o "coloide gravitante", la disyuntiva enardeca los espritus.

    Todo esto ocurra varios aos antes de mi nacimiento. Cuando yo era estudiante en el intervalo se haban recogido nuevos informes se admita ya en general la existencia de vida en Solaris, aunque limitada a un nico habitante...

    El segundo tomo de Hughes y Eugel, que yo segua hojeando maquinalmente, comenzaba con una sistema-tizacin tan ingeniosa como divertida. La tabla de clasificaciones inclua tres definiciones: Tipo: Poltero; Orden: Sincitialia; Categora: Metamorfo.

    Como si conociramos una infinidad de ejemplares de la especie, cuando en realidad no haba ms que uno, aunque pesaba, es cierto, setecientos billones de toneladas.

    Bajo mis dedos revoloteaban figuras abigarradas, grficas pintorescas, extractos de anlisis y diagramas espectrales que mostraban el tipo y ritmo de las transformaciones bsicas as como las reacciones qumicas. Rpida, infaliblemente, el grueso volumen me arrastraba al terreno slido de la fe matemtica. Poda concluirse que tenamos ahora un conocimiento cabal de aquel representante de la categora Metamorfo, que se extenda a algunos centenares de metros bajo la carena de la Estacin, velado en este momento por las sombras de una noche que durara cuatro horas.

    En realidad, no todos estaban convencidos an de que el ocano fuera realmente una "criatura" viva, y menos todava, huelga decirlo, una criatura racional. Volv a poner el libraco en el estante y tom el volumen siguiente. Estaba dividido en dos partes. La primera, resuma innumerables experiencias, destinadas todas a lograr un contacto con el ocano. En la poca de mis estudios, lo recuerdo perfectamente, esa bsqueda daba motivo a infinidad de ancdotas, bromas, e ironas; comparada con la abundancia de especulaciones suscitadas por este problema, la escolstica medieval pareca un modelo de evidencias luminosas. La segunda parte, casi mil trescientas pginas, comprenda nicamente la bibliografa relativa al tema. Los textos no hubieran cabido en la cabina donde yo estaba ahora.

    En el primer intento de comunicacin se recurri a aparatos electrnicos especialmente concebidos que transformaban los estmulos emitidos bilateralmente. El ocano particip de modo activo en estas operaciones, puesto que remodel los aparatos. Todo esto, empero, segua siendo bastante oscuro. En qu consista, exactamente, esa "participacin" del ocano? El ocano modific ciertos elementos en los instrumentos sumergidos, alterando por consiguiente el ritmo previsto de las descargas; los aparatos registraban innumerables seales, testimonios fragmentarios de una actividad fantstica que eluda en realidad todo anlisis posible. Estos datos traducan un estado momentneo de estimulacin, o impulsos regulares relacionados con las estructuras gigantescas que el ocano creaba en algn sitio, en las antpodas de la regin que estaban investigando? Los aparatos electrnicos haban registrado una manifestacin crptica de, los venerables secretos del ocano? Nos haba entregado el ocano sus obras maestras? Cmo saberlo! El estmulo no haba provocado dos reacciones idnticas. Unas veces los aparatos casi llegaban a estallar bajo la violencia de los impulsos; otras, el silencio era total. No conseguamos repetir ningn fenmeno observado previamente. Se crea estar, una y otra vez, a punto de des-cifrar la masa creciente de seales registradas. No se haban construido con este propsito cerebros electrnicos de una capacidad de informacin prcticamente ilimitada, como ningn problema anterior lo haba exigido nunca? A decir verdad, se obtuvieron resultados. El ocano fuente de impulsos elctricos, magnticos y gravitatorios se expresaba en un lenguaje en cierto modo matemtico; adems, recurriendo a una de las ramas ms abstractas del anlisis, la ley de los grandes nmeros, fue posible clasificar ciertas frecuencias en las descargas de corriente; aparecieron entonces homologas estructurales, ya observadas por los fsicos en ese sector de la ciencia que trata de las relaciones recprocas entre la energa y la materia, los componentes y los

    13

  • compuestos, lo finito y lo infinito. Esta correspondencia convenci a los sabios; estaban en presencia de un monstruo dotado de razn, de un ocano-cerebro protoplasmtico que envolva todo el planeta y perda el tiempo en consideraciones tericas extravagantes acerca de la realidad del universo. Nuestros aparatos haban interceptado fragmentos minsculos de un monlogo prodigioso e inacabable que se desarrollaba en las profundidades de un cerebro desmesurado, y escapaba forzosamente a nuestra comprensin.

    Esto en cuanto a los matemticos. Semejantes hiptesis, decan algunos, subestimaban los recursos de la mente humana; se inclinaban ante lo desconocido, proclamando una doctrina que exhumaban ahora con insolencia: ignoramus et ignorabimus. Otros pensaban que las hiptesis de los matemticos no eran ms que desatinos estriles y peligrosos, pues contribuan a crear una mitologa contempornea, fundada en el cerebro gigante (electrnico o plasmtico, poco importaba) como objetivo ltimo de la existencia y suma de la vida.

    Otros en cambio... pero los sabios eran legin y cada uno tena su propia teora. Si se comparaba la escuela del "contacto" con otras ramas de los estudios solaristas, donde la especializacin se haba desarrollado rpidamente, en particular durante el ltimo cuarto de siglo, se observaba que un solarista especializado en ciberntica tena dificultades para entenderse con un solarista simetriadlogo. Veubeke, director del instituto en la poca de mis estudios, haba preguntado un da, en broma: "Cmo quieren comunicarse con el ocano cuando ni siquiera llegan a entenderse entre ustedes?" La broma contena una buena parte de verdad.

    La decisin de clasificar al ocano en la categora metamorfa nada tena de arbitrario. Aquella superficie ondulante era capaz de generar muy diversas formaciones, que en nada se parecan a lo conocido en la Tierra, y la funcin proceso de adaptacin, de reconocimiento o vaya a saber qu de esas bruscas erupciones de "creatividad" plasmtica continuaba siendo un enigma.

    Levantando con ambas manos el pesado volumen, lo devolv al anaquel y me dije que nuestra erudicin, la informacin acumulada en las bibliotecas, no era otra cosa que un frrago intil, un pantano de tes-timonios y conjeturas, y que desde el comienzo de las investigaciones, sesenta y ocho aos atrs, no haba-mos avanzado un solo paso; la situacin era ahora mucho peor que en la poca de los precursores, pues los esfuerzos asiduos de tantos aos no haban conducido ni a una sola certeza incontrovertible.

    La suma total de nuestros conocimientos era estrictamente negativa. El ocano no se serva de mquinas; en ciertas circunstancias, empero, pareca capaz de construirlas; durante el primero y el ltimo ao de los trabajos de exploracin, haba reproducido los elementos de algunos aparatos sumergidos; luego ignor pura y simplemente las experiencias que nosotros continubamos con una paciencia benedictina, como si ya no tuviera inters en nuestros instrumentos y nuestras actividades, en verdad como si ya no le importramos nosotros. No tena sistema nervioso continuando el inventario de nuestro "desconocimiento negativo" ni clulas, y la estructura no era proteiforme. No siempre reaccionaba a los estmulos, aun los ms poderosos ("ignor" del todo, por ejemplo, el accidente catastrfico de la segunda expedicin de Giese: un cohete auxiliar que cay desde una altura de trescientos mil metros y se estrell contra la superficie del planeta; la explosin radiactiva de las reservas nucleares destruy el plasma en un radio de dos mil quinientos metros).

    Poco a poco, en los medios cientficos, se lleg a considerar el "asunto Solaris" como una "partida perdida"; especialmente entre los administradores del instituto, donde en los ltimos tiempos algunas voces haban sugerido cortar los crditos y suspender las investigaciones. Nadie, hasta entonces, se haba atrevido a hablar de una liquidacin definitiva de la Estacin; semejante decisin habra significado demasiado manifiestamente la derrota. Por lo dems, en el curso de reuniones oficiosas, no pocos de nuestros sabios preconizaban abandonar el "asunto Solaris" de acuerdo con una estrategia de repliegue tan "honorable" como fuera posible.

    Muchos hombres de ciencia, en cambio, sobre todo entre los jvenes, llegaron insensiblemente a considerar el "asunto Solaris" como piedra de toque de los valores del individuo. "Mirndolo bien decan, lo que aqu se discute no es slo la investigacin sola-rista; se trata esencialmente de nosotros, de los lmites del conocimiento humano."

    Durante algn tiempo prevaleci la opinin (difundida con celo por la prensa cotidiana),, de que el "ocano pensante" de Solaris era un cerebro gigantesco, prodigiosamente desarrollado, que le llevaba varios siglos de ventaja a nuestra propia civilizacin; una especie de "yogui csmico", un sabio, una manifestacin de la omnisciencia, que mucho tiempo atrs haba comprendido la vanidad de toda actividad, y que por esta razn se encerraba desde entonces en un silencio inquebrantable. La opinin era errnea, pues el ocano viviente actuaba; no, claro est, de acuerdo con las nociones de los hombres; no edificaba ciudades ni puentes, no construa mquinas volantes; no intentaba abolir las distancias ni se preocupaba por la conquista del espacio (criterio decisivo, segn algunos, de la superioridad incontestable del hombre). El ocano se entregaba a transformaciones innumerables, a una "autometamorfosis ontolgica". (La jerga espe-cializada no falta en la descripcin de las actividades solaristas!) Por otra parte, todo hombre de ciencia que se dedique al estudio de la Solariana tiene la indeleble impresin de percibir los fragmentos de una construccin inteligente, genial acaso, mezclados sin orden con producciones absurdas, aparentemente

    14

  • engendradas por el delirio. As naci, en oposicin a la concepcin "ocano-yogui", la idea del "ocano-autista". Dichas hiptesis exhumaron uno de los ms antiguos problemas filosficos: las relaciones entre la materia

    y el espritu, entre el espritu y la conciencia. Du Haart no careca de audacia cuando sostuvo, por primera vez, que el ocano estaba dotado de conciencia. El problema, que los metodlogos se apresuraron a declarar metafsico, aliment no pocas discusiones y polmicas. Era posible que el pensamiento estuviese privado de conciencia? Por lo dems se poda dar el nombre de pensamiento a los procesos observados en el ocano? Una montaa es acaso un guijarro enorme? Un planeta es por ventura una montaa gigantesca? Uno segua teniendo la libertad de elegir su terminologa, pero la nueva escala de magnitudes introduca normas y fenmenos nuevos.

    La cuestin se planteaba como una trasposicin contempornea del problema de la cuadratura del crculo. Todo pensador "independiente se esforz por introducir su aporte personal en el tesoro de los estudios so-laristas. Las nuevas teoras proliferaban: el ocano estaba pasando por un estado de degeneracin, de re-gresin, una fase de "plenitud intelectual"; era luego de un neoplasma divagante, nacido del cuerpo de los habitantes anteriores del planeta, un planeta que los haba devorado, engullido a todos, y cuyos residuos haba fundido bajo esa forma eterna, autorreproducible, de estructura supracelular.

    A la luz blanca de los tubos fluorescentes, plida imitacin de la claridad de un da terrestre, retir de la mesa los aparatos y libros que la atestaban; sobre la superficie de material plstico desplegu el mapa de Solaris y lo observ, con los brazos separados, las manos apoyadas en el borde cromado de la mesa. El ocano viviente tena bajos y fosas; las islas, recubiertas de un sedimento mineral en descomposicin, par-ticipaban sin duda de la naturaleza del fondo del ocano; era l quien ordenaba la erupcin o el hun-dimiento de las formaciones rocosas sepultadas en los abismos? Nadie lo saba. Examinando la proyeccin plana de los dos hemisferios, en distintos tonos de azul y violeta, un estupor vertiginoso me domin de nuevo, como en tantas otras ocasiones; un estupor que yo haba sentido por vez primera en la escuela, cuando me enter de la existencia de Solaris.

    Absorto en la contemplacin de ese mapa portentoso, no pensaba en nada, no ms en el misterio que rodeaba la muerte de Gibaran que en la incertidumbre de mi propio porvenir.

    Las diferentes secciones del ocano llevaban los nombres de los sabios que las haban explorado. Yo estu-diaba la regin acuosa de Thexall, que baa los archipilagos ecuatoriales, cuando de pronto tuve la im-presin de que alguien me miraba.

    Yo segua inclinado sobre el mapa, pero ya no lo vea; una somnolencia invencible haba invadido todos mis miembros. Unas cajas y un armario pequeo defendan la puerta, frente a m. Es un robot, me dije; sin embargo, no haba encontrado ninguno en el cuarto, y ninguno hubiera podido entrar sin que yo lo notara. En la nuca y la espalda, me arda la piel; el peso de esa mirada insistente, inmvil, me era ya insoportable. La cabeza hundida entre los hombros, me apoyaba cada vez ms contra la mesa, que empez a deslizarse lentamente; ese movimiento me liber. Di media vuelta.

    La habitacin estaba vaca. No haba all nada ms que la amplia ventana convexa, y del otro lado la noche. Pero la impresin persista. La noche me miraba, la noche amorfa, ciega, inmensa, sin fronteras. Detrs del vidrio, ninguna estrella iluminaba la oscuridad. Corr las cortinas. No haca ni una hora que me encontraba en la estacin y ya mostraba sntomas mrbidos. Sera un efecto de la muerte de Gibaran? Yo hubiera dicho en otro tiempo que Gibaran no era hombre que perdiera fcilmente la cabeza. Ahora no estaba tan seguro.

    Yo segua de pie en el centro del cuarto, junto a la mesa. Ya respiraba mejor; el sudor se me enfriaba en la frente. En qu haba pensado un instante antes? Ah, s, en los robots! Me sorprenda no haber tropezado con ninguno. Dnde podan estar? El nico que se haba comunicado conmigo desde lejos perteneca a los servicios de recepcin de vehculos. Y los otros?

    Mir mi reloj. Era hora de reunirme con Snaut. Unos filamentos luminosos que corran a lo largo del cielo raso alumbraban tenuemente la ro-tonda.

    Me aproxim a la puerta de Gibaran y me qued all inmvil, largo rato. El silencio era total. Tom el pi-caporte. En realidad, no tena intencin de entrar, pero el picaporte cedi, la puerta se entreabri, mos-trando una hendedura negra; en seguida se encendieron las lmparas. Traspuse rpidamente el umbral, y sin ruido, volv a cerrar la puerta. Luego me volv.

    Roc con los hombros el batiente de la puerta. La habitacin era ms grande que la ma; una cortina tachonada de florecillas rosadas y azules, trada sin duda de la Tierra con los efectos personales, y no prevista en el equipamiento de la Estacin, velaba tres cuartas partes de la ventana panormica. A lo largo de las paredes se alineaban las estanteras, separadas entre s por armarios. Los armarios y bibliote-cas, pintados con un esmalte de color verde plido y reflejos de plata, estaban vacos, y haba pilas de cosas hacinadas entre los sillones y las banquetas. A mis pies, dos mesas rodantes derribadas obstruan el paso,

    15

  • sepultadas bajo un montn de peridicos que escapaban de unos abultados portafolios, de costuras reven-tadas. Los libros, de folios desplegados en abanico, estaban manchados con lquidos de colores que se haban derramado de retortas y botellas rotas, de tapones corrodos; recipientes de un vidrio tan grueso que una simple cada, aun desde una altura considerable, no hubiera podido destrozarlos de esa manera. Debajo de la ventana haba un escritorio volcado, aplastando una lmpara articulada. Dos patas de un taburete se hundan en un cajn entreabierto. Una verdadera inundacin de papeles de todos los tamaos cubra el piso. Reconoc la letra de Gibaran. Mientras me inclinaba a recoger las hojas sueltas, advert que mi mano proyectaba una sombra doble.

    Me enderec rpidamente. El cortinado rosa flameaba, atravesado por una lnea incandescente de color blanco azulado, cada vez ms ancha. Descorr la cortina. Un resplandor insoportable avanzaba por el horizonte, persiguiendo a un ejrcito de sombras espectrales que se levantaban entre las olas y se alargaban hacia la estacin. Amaneca. Luego de una hora nocturna, el segundo sol del planeta, el sol azul, suba en el cielo.

    Cuando volv al montn de papeles, el interruptor automtico apag las lmparas. Tropec ante todo con la minuciosa descripcin de un experimento decidido tres semanas antes: Gibaran tena la intencin de exponer el plasma a una radiacin extremadamente intensa de rayos X. De acuerdo con el tenor del texto, comprend que estaba destinado a Sartorius, quien organizara las operaciones: lo que yo tena en mis manos era una copia del proyecto.

    La blancura de las pginas me lastimaba los ojos. Ese nuevo da era distinto del anterior. A la tibia claridad del sol anaranjado, unas brumas rojizas haban planeado por encima del sol negro, de reflejos sanguinolentos, y una cortina purprea haba velado casi constantemente las olas, las nubes, el cielo. Ahora, el sol azul atravesaba con una luz de cuarzo la tela floreada. Mis manos bronceadas parecan grises. La habitacin haba cambiado: todos los objetos de reflejos rojizos parecan empaados, y eran de un color gris pardusco, mientras que los objetos blancos, verdes y amarillos tenan un brillo ms intenso, como si irradiaran una luz propia. Entornando los ojos, me aventur a echar otra ojeada por la abertura del cortinado: una superficie de metal fluido vibraba y palpitaba bajo un cielo de llamas blancas. Cerr los ojos, y retroced. Sobre la repisa del lavabo (de borde recientemente mellado) encontr un par de grandes anteojos negros; me cubran la mitad de la cara. La cortina irradiaba ahora una luz de sodio. Juntando las hojas y colocndolas sobre la nica mesa utilizable, continu leyendo. Haba lagunas en el texto; en vano recorr una y otra vez las pginas dispersas.

    Encontr un informe de las experiencias ya realizadas y me enter de que durante cuatro das consecutivos Gibaran y Sartorius haban sometido el ocano a una radiacin intensa en una cierta zona, a dos mil kil-metros de la posicin actual de la Estacin. Ahora bien, el empleo de rayos X estaba prohibido por una convencin de la ONU (los efectos eran demasiado nocivos) y yo tena la absoluta certeza de que nadie haba pedido a la Tierra que lo autorizaran a llevar a cabo estos experimentos. Levantando la cabeza, vi mi imagen en el espejo de la puerta entreabierta de un armario: un rostro macilento enmascarado con anteojos negros. Tambin el cuarto, poblado de reflejos blancos y azules, tena un aspecto curioso. De pronto o un chirrido prolongado: unas celosas exteriores, hermticas, se deslizaron por delante de la ventana. Hubo un instante de oscuridad, y en seguida se encendieron las luces, que me parecieron muy dbiles. Haca cada vez ms calor; la montona cadencia de los aparatos de refrigeracin era un chillido exasperado. Sin embargo, el calor sofocante no dejaba de aumentar.

    O pasos. Alguien caminaba en la rotonda. De dos saltos silenciosos estuve junto a la puerta. Los pasos se hacan ms lentos; el desconocido estaba detrs de la puerta. El picaporte baj; maquinal, irreflexivamente, lo sujet; la presin no aument ni se debilit. Nadie, del otro lado de la puerta, alz la voz. Nos quedamos as un momento. Aferrados los dos al picaporte. De pronto, la manija se levant, y se me escap de las manos. Los pasos se alejaron sigilosos. Escuch de nuevo, la oreja pegada al panel. No o nada ms.

    16

  • Los visitantes

    Guardando apresuradamente en mi bolsillo las notas de Gibaran, me acerqu al armario: trajes de labor y otras prendas haban sido empujadas a un costado, como si un hombre hubiese buscado refugio en el fondo del guardarropa. Del montn de papeles, en el suelo, asomaba el ngulo de un sobre. Lo alc. Estaba dirigido a m. La boca seca de aprensin, rasgu el sobre. Adentro haba una hoja; tuve que hacer un esfuerzo para decidirme a desdoblarla.

    En la letra regular, perfectamente legible aunque muy menuda de Gibaran le dos lneas: Suplemento A. Solar. Vol. I: Vot. Separat. Messenger ds aff F.; Ravintzer: Pequeo Apcrifo. Eso era todo. Ni una palabra ms. Encerraran esas dos lneas alguna informacin importante? Cundo

    las habra escrito? Me dije que tendra que consultar cuanto antes los ficheros de la biblioteca. Conoca el suplemento del primer volumen del anuario de estudios solaristas; es decir, no lo haba ledo pero saba de su existencia. No se deca que tena un valor meramente histrico? En cuanto a Ravintzer y el Pequeo Apcrifo, nunca los haba odo nombrar.

    Qu hacer? Llevaba ya casi un cuarto de hora de retraso. De espaldas a la puerta, examin el cuarto una vez ms. Slo

    entonces vi la cama, puesta verticalmente contra la pared, y que ocultaba un gran mapa de Solaris. Algo colgaba detrs del mapa; un magnetfono de bolsillo. Haban grabada nueve dcimas de la cinta. Retir el magnetfono del estuche, que colgu de nuevo detrs del mapa, y deslic el aparato en el bolsillo.

    Me volv a la puerta, y con los ojos cerrados, escuch atentamente. Nada. Abr la puerta a un abismo de oscuridad, hasta que al fin se me ocurri sacarme los anteojos; los filamentos luminosos, bajo el cielo raso, alumbraban dbilmente la rotonda.

    Repartidos entre las cuatro puertas de los dormitorios y el pasadizo de la cabina de radio, se abran en estrella muchos corredores. De pronto, saliendo de un corredor que llevaba al cuarto de bao comn, apareci una elevada silueta, apenas visible en aquella penumbra.

    Qued paralizado, clavado al suelo. Una mujer negra, gigantesca, se acercaba en silencio, contonendose. Alcanc a ver el brillo del blanco de los ojos y o el blando golpeteo de los pies desnudos. La mujer vesta como nica prenda una falda amarilla, de paja trenzada; los senos enormes se bamboleaban libremente, y los brazos negros eran gruesos como muslos. Cruz a mi lado apenas a una distancia de un metro y ni siquiera me ech una mirada. Moviendo rtmicamente la falda de paja, prosigui su camino, parecida a esas estatuas esteatopigias de la Edad de Piedra que pueden verse en los museos de antropologa. Abri la puerta de Gibaran. La silueta se perfil ntidamente en el vano de la puerta, envuelta en la luz ms viva del interior del cuarto. Luego cerr otra vez la puerta. Yo estaba solo. Me tom la mano izquierda con la derecha y apret un rato, hasta que me crujieron las articulaciones. Mir sin ver la sala vaca. Qu haba ocurrido? Qu era aquello? De pronto, vacil; record las advertencias de Snaut. Qu significaba eso? Quin era esta monstruosa Afrodita? Di un pas, slo uno, hacia la cabina de Gibaran. Saba que no iba a entrar. Husme el aire. Por qu? Ah, s. Instintivamente, haba esperado percibir algn olor, pero no haba notado nada, ni siquiera en el momento en que habamos estado a un paso el uno del otro.

    Ignoro cunto tiempo me qued all, apoyado contra el fresco tabique metlico, sin or otro ruido que el rumor lejano, montono de los climatizadores. Al fin reaccion, sacud la cabeza, y fui a la cabina de radio. Apoy la mano en el picaporte y o una voz spera:

    Quin anda por ah? Soy yo, Kelvin.

    17

  • Snaut estaba sentado a una mesa, entre un montn de cajones de aluminio y el aparato transmisor; coma concentrado de carne, que sacaba directamente de la lata.

    No saldra nunca de la cabina? Me qued mirando un rato cmo mova las mandbulas; de pronto me di cuenta de que yo tambin tena hambre. Me acerqu a las alacenas, eleg el plato menos polvoriento, y me sent frente a Snaut. Comimos en silencio.

    Snaut se levant, destap un termo, y llen dos cubiletes de caldo caliente. Puso luego la botella en el suelo no haba lugar sobre la mesa, y me pregunt:

    Viste a Sartorius? No... dnde est? Arriba. Arriba significaba el laboratorio. Seguimos comiendo, sin decir nada ms. Snaut rasp pacientemente el

    fondo de la lata. Desde el cielo raso, cuatro globos iluminaban la sala. Una celosa exterior cerraba la ventana. Los reflejos de los globos luminosos vibraban sobre la tapa plastificada del transmisor.

    Snaut vesta ahora un jersey negro y suelto, de puos deshilachados. Unas venillas rojas le jaspeaban la tensa piel de los pmulos.

    Qu te pasa? me pregunt. Nada... por qu? Ests sudando a mares. Me enjugu la frente. Era verdad, chorreaba sudor; una respuesta, sin duda, a aquel encuentro inesperado. Snaut

    me observaba atentamente. Tendra que contarle? Si me hubiera demostrado ms confianza... Qu juego incomprensible se jugaba aqu, y quin era el adversario de quin?

    Hace calor. Yo esperaba que los climatizadores funcionaran mejor aqu. La regulacin es automtica, con intervalos de una hora. La mirada de Snaut era ahora insistente. Es slo el calor? Ests seguro? No respond. Snaut arroj los utensilios y las latas vacas en el fregadero. Volvi al silln y continu

    interrogndome. Qu intenciones tienes? Eso depende de ustedes respond framente. Supongo que habr un plan de investigaciones, no? Un

    nuevo estmulo, quiz rayos X, o algo semejante... Snaut frunci el ceo. Rayos X? Quin te lo dijo? No me acuerdo. Alguien me habl. Tal vez en el Prometeo. Entonces ya han comenzado? No estoy al tanto de los detalles. Era una idea de Gibaran. El y Sartorius prepararon todo. Me pregunto

    cmo puedes saberlo. Me encog de hombros. No ests al tanto de los detalles? Tendras que estarlo, ya que t... No termin la frase; Snaut callaba. El murmullo de los climatizadores haba cesado. La temperatura se mantena a un nivel soportable, pero se

    oa an un sonido agudo, como el agnico zumbido de una mosca. Snaut dej el silln y fue a inclinarse sobre el tablero del transmisor. Movi las perillas, sin orden ni

    resultado, pues haba dejado el interruptor en punto muerto. En eso se entretuvo un instante; luego observ, de espaldas:

    Habr que cumplir las formalidades... S? Snaut se volvi y me mir con hostilidad. Yo no haba querido molestarlo, pero ignorando la partida que

    se jugaba, estaba obligado a mantenerme en una actitud de espera reticente. La manzana de Adn le sobresala a Snaut en el escote del jersey. Estuviste en la habitacin de Gibaran me acus de pronto. Lo mir tranquilamente. Estuviste all! repiti. Amagu un movimiento de cabeza:Si insistes... Haba alguien? me pregunt. As que l la haba visto, o al menos saba que exista. Nadie... Quin poda haber estado? Entonces por qu no me dejaste entrar? Le sonre. Porque tuve miedo. Me acord de tus advertencias. Cuando el picaporte se movi, lo retuve maqui-

    18

  • nalmente. Por qu no dijiste que eras t? Te hubiera dejado entrar. Crea que era Sartorius respondi Snaut, con voz insegura. Y entonces? Snaut replic nuevamente con otra pregunta. Qu piensas t? Qu habr pasado? Titube. T tendras que saberlo, mejor que yo... dnde est? En la cmara fra. Lo transportamos en seguida, esta maana. Donde lo encontraste? En el ropero. En el ropero? Ya estaba muerto? El corazn le lata an, pero ya no respiraba. Intentaste reanimarlo? No. Por qu? No tuve tiempo. Cuando lo acost, estaba muerto. Estaba de pie en el guardarropa? Entre esos trajes? S. Snaut tom una hoja de papel del escritorio rinconera y me lo tendi. He redactado un acta provisional... Despus de todo, no me desagrada que hayas visto el cuarto. Causa

    del deceso, inyeccin de pernostal, dosis mortal. Aqu est escrito... Recorr con la vista la hoja de papel y murmur: Suicidio... Por qu razn? Perturbaciones nerviosas, depresin, llmalo como quieras... T entiendes de eso ms que yo. Yo haba permanecido sentado; Snaut se ergua ante m. Lo mir a los ojos, y le dije: Slo s lo que he comprobado yo mismo. Qu quieres decir? me pregunt l con calma. Se inyect pernostal y se escondi en el ropero, no es as? En ese caso, no se trata de perturbaciones ner-

    viosas ni de una crisis de depresin, sino de un estado muy grave, de una psicosis paranoica... Hablando cada vez ms lentamente y sin sacarle los ojos de encima, aad: Crea ver algo, sin duda.

    Snaut volvi a jugar con las llaves del transmisor. Al cabo de un instante, prosegu: Aqu veo tu firma. Y la de Sartorius? Est en el laboratorio. Ya te lo dije. No viene por aqu. Supongo que... Qu? Que se ha encerrado. Que se ha encerrado? Ah, se ha encerrado... Se habr atrincherado acaso? Es posible. Snaut.. . hay alguien en la Estacin, alguien ms. Snaut haba soltado las llaves y me miraba torciendo el cuerpo. T viste algo! T me pusiste en guardia. Contra quin? Contra qu? Una alucinacin? Qu viste t? Un ser humano? Snaut call. Se haba vuelto contra la pared, como para ocultarme el rostro. Golpeaba con las puntas de

    los dedos la chapa metlica. Le mir las manos. Ya no tena rastros de sangre entre los dedos. Tuve un breve vahdo.

    En voz baja, casi en un soplo, como si le confiase un grave secreto, le dije a Snaut: No se trata de un espejismo sino de una criatura real, que uno puede... tocar, que uno puede... herir, y

    que t has visto hoy mismo. Cmo lo sabes? De cara a la pared, Snaut no se haba movido; mis palabras lo alcanzaban por la espalda. Antes de mi llegada... muy poco antes de mi llegada, no es cierto? Snaut encogi el cuerpo, y me mir aterrorizado. Y tu! Se le estrangulaba la voz. Quin eres t? Cre que iba a abalanzarse sobre m. Yo no haba esperado esa reaccin. La situacin me pareci grotesca. Snaut

    no crea que yo fuese quien pretenda ser. Qu significaba eso? Me miraba cada vez ms asustado. Deliraba? Lo habran intoxicado las emanaciones mefticas de la atmsfera? Todo era posible. S, y yo... yo la haba visto, a la

    19

  • mujer, aquella criatura. .. Entonces, tambin yo? Quin es? pregunt. Estas palabras calmaron a Snaut. Por un instante, me escrut con atencin, como si todava dudara de m.

    Luego se dej caer blandamente en el silln y se tom la cabeza entre las manos; antes de que l hubiera abierto la boca, yo ya saba que no iba a responderme directamente.

    Estoy agotado dijo en voz baja. Repet mi pregunta: Quin es? Si t no lo sabes... Entonces qu? Nada. Snaut... Estamos aislados, lejos de todo. Pongamos las cartas sobre la mesa! Las cosas estn ya bas-tante

    embrolladas. Qu quieres? Que me digas qu viste. Y t? me replic, con desconfianza. Bueno, yo te responder, y luego t me responders. Tranquilzate, no pensar que ests loco... Loco? Santo Dios! Snaut intent sonrer. No has comprendido nada, absolutamente nada... A l nunca se

    le ocurri que estuviera loco. Si se le hubiera ocurrido, estara an con vida. Por lo tanto tu acta, esa historia de perturbaciones nerviosas, es una mentira. Claro. Por qu no escribirla verdad? Por qu? repiti l. Sigui un largo silencio. No, decididamente, .yo no entenda nada. Crea haberlo convencido de mi sinceridad,

    haba imaginado que resolveramos juntos el enigma. Por qu entonces se rehusaba a hablar? Dnde estn los robots? En los depsitos. Los encerramos a todos. Slo dejamos en sus puestos al personal de recepcin. Por qu? Una vez ms Snaut no contest. No quieres hablar? No puedo. Yo tena la impresin de que Snaut se encontraba una y otra vez a punto de ceder, y que a ltimo mo-

    mento se echaba atrs. Quiz conviniera que yo subiese a ver a Sartorius. Record la carta y entend entonces que era de una importancia capital.

    Piensan continuar los experimentos? Snaut se encogi de hombros desdeosamente. De qu servira? Ah... Y entonces de qu nos ocuparemos? Snaut call otra vez. Se oy a los lejos un dbil ruido de pasos: unos pies desnudos que golpeaban

    contra el suelo. Los ecos sordos de ese andar arrastrado resonaban extraamente entre los instrumentos de nquel y plstico, entre los altos encofrados, atravesados por tubos de vidrio, que guardaban las complicadas instalaciones electrnicas.

    No pude dominarme y me puse de pie. Escuchaba los pasos que se acercaban, y observaba a Snaut. Snaut entornaba los ojos, y no pareca asustado. No tena miedo, entonces?

    De dnde viene? pregunt. No quieres decrmelo? No lo s. Bueno. El sonido de pasos se alej y muri. No me crees? dijo. Te lo juro. No lo s. En silencio, abr el armario de las escafandras y apart los pesados trajes. En el fondo, como yo esperaba,

    colgaban las pistolas de gas para maniobrar en el vaco. Tom una, verifiqu la carga, y me pas la correa por encima del hombro. No era un arma propiamente dicha, pero yo no tena nada mejor.

    En el momento en que yo ajustaba la correa, Snaut tuvo una sonrisa socarrona, que descubri unos dientes amarillos.

    Buena caza! me dijo. Me encamin a la puerta. Gracias. Snaut salt del silln.

    20

  • Kelvin! Lo mir. Snaut ya no sonrea. Yo nunca haba visto un rostro que mostrara tanto cansancio. Kelvin balbuce Snaut. Yo... de veras, no puedo... Esper. Snaut mova los labios, pero no se oa ningn sonido. Di media vuelta y sal.

    21

  • Sartorius

    Avanc por un largo corredor desierto, y luego dobl a la derecha. Nunca haba estado en la Estacin, pero durante mi adiestramiento en la Tierra yo haba vivido seis semanas en una rplica exacta, y saba a dnde llevaba la pequea escalera de aluminio.

    La biblioteca estaba a oscuras. Busqu a tientas el conmutador, y luego de consultar el ndice, marqu en la computadora las coordenadas del primer volumen del anuario de estudios solaristas y el suplemento. Se encendi una luz roja. Volv al registro: los dos volmenes haban sido retirados por Gibaran, as como el Pequeo Apcrifo. Apagu la luz y baj nuevamente al piso inferior.

    Aunque haba odo que los pasos se alejaban, tema volver a la habitacin de Gibaran. Y si ella regre-saba? Permanec largo rato detrs de la puerta. Finalmente, apret el picaporte y me obligu a entrar.

    No haba nadie en la habitacin. Me puse a revolver los libros desparramados frente a la ventana, inte-rrumpiendo un instante mi bsqueda para ir a cerrar el ropero: me molestaba ese lugar vaco en medio de los trajes del espacio.

    El suplemento no estaba bajo la ventana y me dediqu a levantar metdicamente, uno por uno, los li-bros tirados por todo el cuarto; llegu al ltimo montn, entre la cama y el ropero, y all descubr el vo-lumen.

    Esperaba encontrar una marca, y en efecto, haba un sealador entre las pginas del ndice; un nombre, desconocido para m, haba sido subrayado con lpiz rojo: Andr Berton. Las cifras que seguan al nombre remitan a dos captulos diferentes. Ech una ojeada a la primera referencia y me enter de que Berton era piloto de reserva en la nave de Shannahan. La otra referencia apareca unas cien pginas ms adelante.

    Al principio, la expedicin haba actuado con extrema prudencia; luego, al cabo de diecisis das, se tuvo la certeza de que el ocano plasmtico no slo no mostraba seales de agresividad, sino que rehua todo contacto directo con los aparatos y los hombres, retrocediendo cada vez que un cuerpo cualquiera se aproximaba a su superficie; por lo tanto, Shannahan y el suplente, Timolis, dejaron de lado algunas precauciones que entorpecan los trabajos.

    La expedicin se dividi entonces en pequeos grupos de dos o tres hombres, que volaban por encima del ocano, a veces cubriendo un radio de cientos de kilmetros. Las cercas irradiantes, utilizadas hasta entonces para delimitar y proteger los trabajos, fueron transportadas de vuelta a la base. Pasaron cuatro das y no hubo ningn accidente, excepto algunas averas en el equipo de oxgeno de las escafandras: los efectos de la corrosin eran inslitos, y haba que reemplazar las vlvulas casi diariamente.

    En la maana del quinto da, el vigsimo primero en Solaris, dos sabios, Carucci y Fechner (el primero era radiobilogo, el segundo fsico) salieron a explorar el ocano. Navegaban en un aeromvil, una nave que se deslizaba sobre una almohada de atmsfera comprimida. Seis horas ms tarde, no haban regresado. Timolis, que administraba la base en ausencia de Shannahan, dio la alarma y organiz la bsqueda llamando a todos los hombres.

    Por una fatal conjuncin de circunstancias, el contacto inalmbrico se haba interrumpido ese da una hora despus de la partida de los grupos de exploracin; una gran mancha haba oscurecido el sol rojo, y las partculas energticas bombardeaban pesadamente las capas superiores de la atmsfera. Slo los transmisores de onda ultracorta continuaban funcionando, y los contactos estaban limitados a un radio de treinta y tantos kilmetros. Para colmo de males, antes de la puesta del sol cay una niebla espesa y hubo que interrumpir la bsqueda.

    Las patrullas de rescate regresaban ya a la base, cuando un helicptero descubri el aeromvil a unos cien

    22

  • kilmetros de la nave de comando. El motor funcionaba, y el aparato, a primera vista indemne, flotaba por encima de las olas. En la cabina translcida slo se vea a Carucci, y pareca inconsciente.

    El aeromvil fue remolcado a la base. Atendieron a Carucci, que no tard en recuperar el conocimiento. Pero nada pudo decir de la desaparicin de Fechner. En el momento en que haban decidido regresar, la vlvula del aparato de oxgeno haba fallado, y una pequea cantidad de gases txicos haba entrado en la escafandra.

    Fechner, empeado en reparar el equipo de Carucci, se haba desprendido el cinturn de seguridad y se haba puesto de pie. Eso era lo ltimo que Carucci recordaba. De acuerdo con la opinin de los tcnicos, que haban reconstruido el episodio, Fechner haba abierto el techo de la cabina, pues la cpula baja le trababa los movimientos; el procedimiento era admisible, ya que en estos vehculos no haba cabinas hermticas, y la cpula de vidrio era en verdad una pantalla contra las infiltraciones atmosfricas y el viento. Mientras Fechner trabajaba en el equipo de Carucci, se qued tambin sin oxgeno, y sin saber lo que haca haba trepado al techo del aparato y de all haba cado al ocano.

    Fechner fue pues la primera vctima del ocano. Aunque la escafandra flotaba en el agua, el cuerpo no apareci. Por supuesto era posible que la escafandra estuviese flotando en alguna otra parte; la expedicin no estaba equipada para examinar minuciosamente este inmenso desierto ondulante, envuelto en jirones de bruma.

    A la hora del crepsculo todos los vehculos haban regresado a la base, excepto un helicptero madre piloteado por Andr Berton.

    El helicptero de Berton reapareci en la primera hora de la noche, cuando ya se iba a dar la alarma. Berton sufra evidentemente de conmocin nerviosa; se desprendi del traje y en seguida ech a correr en todas direcciones, como un loco. Al fin lo dominaron, pero Berton continu gritando y llorando. Era una conducta bastante sorprendente sobre todo en un hombre que haba navegado diecisiete aos, y estaba acos-tumbrado a los peligros de los viajes csmicos.

    Los mdicos suponan que tambin Berton haba absorbido gases txicos. Ya bastante recobrado, Berton sin embargo se neg a abandonar la base, o aun acercarse a la ventana que miraba al ocano. Al cabo de dos das, pidi permiso para dictar un informe sobre el vuelo, insistiendo en la importancia de lo que iba a revelar. El consejo de la expedicin estudi el informe y dictamin que se trataba de la creacin mrbida de un cerebro intoxicado por gases atmosfricos nocivos; las supuestas revelaciones interesaban no a la historia de la expedicin, sino al desarrollo de la enfermedad de Berton, por lo tanto no se las describa.

    Esto deca el suplemento. Me pareci que el informe de Berton poda proporcionar al menos una clave del misterio. Qu fenmeno haba podido desquiciar de ese modo a un veterano del espacio? Busqu de nuevo entre los libros, pero el Pequeo Apcrifo no apareca. Me senta cada vez ms fatigado; postergu la bsqueda para el da siguiente y sal del cuarto.

    Al pasar al pie de una escalera, vi unas rayas de luz reflejadas en los peldaos de aluminio. Sartorius estaba an arriba trabajando! Decid ir a verlo.

    Arriba haca ms calor. Sin embargo, en las bocas de ventilacin las cintas de papel se movan frentica-mente. El corredor era bajo y ancho. Una placa de vidrio esmerilado enmarcada en cromo cerraba el la-boratorio principal. En el interior, un cortinado oscuro velaba la puerta; la luz entraba por unas ventanas, encima del dintel. Apret el picaporte; la puerta no cedi. Yo no haba esperado otra cosa. El nico sonido que me llegaba del laboratorio era una especie de gorjeo intermitente, como el silbido de un quemador de gas defectuoso. Golpe; no hubo respuesta.

    Sartorius! Doctor Sartorius! llam. Soy yo, Kelvin, el nuevo! Necesito verlo, brame por favor! Hubo un rumor de papeles arrugados. Soy yo, Kelvin! Usted ha odo hablar de mil He llegado del Prometeo hace algunas horas. Yo gritaba

    ahora, con; los labios pegados al ngulo de la puerta y al montante metlico. Doctor Sartorius! Estoy solo! Se lo suplico, abra!

    Ni una palabra. Luego, el mismo rumor de antes. En seguida, el tintineo de unos instrumentos de acero sobre una bandeja. Y a continuacin... yo no crea a mis odos... una serie de pasos pequesimos, el trotecito de un nio, el golpeteo precipitado de unos pies minsculos, o de unos dedos notablemente hbiles que remedaban ese andar tamborileando sobre la tapa de una caja vieja.

    Doctor Sartorius! vocifer. Abre usted, s o no? Ninguna respuesta, slo ese trotecito de nio, y simultneamente los pasos de un hombre que camina en

    puntas de pie. Pero si el hombre se mova, no poda imitar al mismo tiempo la marcha de un nio. No pude contener mi furia.

    Doctor Sartorius! estall, No he hecho un viaje de diecisis meses para ponerme a jugar con usted! Cuento hasta diez. Si no abre, derribo la puerta!

    Yo no estaba seguro, desde luego, de poder forzar fcilmente esa puerta, y la descarga de una pistola de gas

    23

  • no era muy poderosa. No obstante, estaba resuelto a llevar a cabo mi amenaza de algn modo, aun cuando tuviera que recurrir a explosivos que abundaban sin duda en el almacn de municiones. No poda permitirme una concesin, es decir, no poda seguir jugando un juego de locos con esas cartas trucadas que la situacin me pona en las manos.

    Hubo ruido de lucha. O de unos objetos empujados de prisa? La cortina se abri a los lados, y una sombra alargada se proyect sobre el vidrio esmerilado, que centelleaba a la luz.

    Una voz ronca, chillona, habl: Abrir, pero promtame que no entrar. En ese caso, para qu abrir? Saldr yo. Bueno. Prometido. La silueta retrocedi y la cortina volvi a cerrarse. Del interior del laboratorio llegaron unos ruidos confusos. O un chirrido como si arrastraran una mesa.

    Al fin la cerradura chirri, el panel de vidrio se abri, y Sartorius apareci en el corredor. Se qued all, apoyado de espaldas contra la puerta. Era muy alto, flaco, todo huesos bajo el jersey blanco.

    Se haba anudado al cuello un pauelo negro. Bajo el brazo, llevaba un delantal de laboratorio, quemado por los reactivos. La cabeza, extraordinariamente angosta, se inclinaba a un lado. No le vea los ojos; unos lentes negros le escondan la mitad de la cara. La mandbula inferior era alargada; tena los labios azules, y las orejas enormes, azuladas. No se haba afeitado. Unos guantes antirradiacin de color rojo le colgaban de las muecas, sujetos por los cordones.

    Nos miramos un rato con una aversin no disimulada. Los cabellos hirsutos de Sartorius (evidentemente l mismo se los haba recortado) eran de color plomo; la barba entrecana. Como Snaut, tena la frente quemada, pero slo la mitad inferior; por encima era plida; se pona sin duda alguna clase de gorra, cuando se expona al sol.

    Bueno, estoy escuchando me dijo. Yo tena la impresin de que no le importaba lo que yo quera decirle; tenso, y pegado siempre a la placa de

    vidrio, estaba atento sobre todo a lo que ocurra a sus espaldas. Desconcertado, yo no saba cmo empezar. Me llamo Kelvin... Sin duda ha odo hablar de m. Soy, o mejor dicho era, colega de Gibaran. El rostro enjuto de Sartorius, todo planos verticales as me lo imaginaba yo a Don Quijote era inexpresivo;

    y esto no me ayudaba a encontrar las palabras. He sabido que Gibaran... ha muerto. Me interrump. Si! Lo escucho dijo Sartorius, impaciente. Se suicid? Quin encontr el cadver? Fue usted o Snaut? Por qu me lo pregunta a m? No le ha informado el doctor Snaut? Deseaba or la versin de usted. Usted ha estudiado psicologa, doctor Kelvin, no es cierto? S. Y entonces? Usted sirve a la ciencia? S, por supuesto. Qu relacin?... Usted no es comisario ni empleado de la justicia. En este momento son las dos y cuarenta, y usted, en

    lugar de ocuparse de las tareas que le fueron asignadas, no slo ha amenazado forzar la puerta del laboratorio sino que adems me interroga como si me considerase sospechoso.

    La transpiracin le corra por la cara. Yo estaba decidido, y dije, apretando los dientes: Usted es sospechoso, doctor Sartorius! y continu, furioso: Adems, lo sabe perfectamente! Kelvin, si no se retracta y me pide disculpas, enviar una denuncia contra usted. Por qu le pedira disculpas? Porque se encierra y se atrinchera en este laboratorio, en vez de salir a

    saludarme, en vez de decirme la verdad sobre lo que pasa aqu? Ha perdido por completo la cabeza? Y usted, s, quin es usted? Un sabio o un msero cobarde? Responda!

    No s qu otras cosas le grit. Sartorius ni siquiera se inmut. Unas gruesas gotas le resbalaban por las mejillas de poros dilatados. De pronto, comprend: no me haba odo! Las manos cruzadas a la espalda, sujetaba con todas sus fuerzas la puerta que se sacuda, como si alguien, del otro lado, ametrallara el panel.

    Con una voz extraa, aguda, Sartorius gimi: Vyase! Se lo suplico... Retrese, por amor de Dios! Baje, yo ir a reunirme con usted, har cuanto

    quiera, pero ahora se lo suplico, vyase! La voz revelaba tal agotamiento que tend maqui-nalmente los brazos, para ayudarlo a retener aquella puerta.

    Sartorius lanz un grito de horror, como si yo le hubiese apuntado con un cuchillo. Empec a retroceder,

    24

  • mientras l gritaba con voz de falsete: Vyase! Vyase! Ya voy, ya voy, ya voy. No! No! Entreabri la puerta y se precipit en el cuarto. Me pareci que un objeto amarillo, un disco reluciente

    le haba brillado un instante sobre el pecho. Un rumor sordo llegaba ahora del laboratorio; la cortina vol de costado; una gran sombra se proyect

    sobre la pantalla de vidrio; luego la cortina volvi a caer y no vi nada ms. Qu ocurra en la habitacin? O unos pasos precipitados, como si se hubiese entablado una persecucin, enloquecida: luego un estruendo de vidrios rotos, y la risa de un nio...

    Las piernas me temblaban; yo miraba la puerta con ojos extraviados. El silencio haba sucedido al pan-demnium. Me sent en el alfizar plastificado de una ventana y all me qued, un cuarto de hora quiz, no s, esperando a que algo ocurriese o sintindome tan anonadado que ya no tena ganas de levantarme. Me estallaba la cabeza. Se oy un chirrido y una luz creciente ilumin el rellano.

    Desde mi sitio, no vea ms que una parte del corredor que rodeaba el laboratorio. Yo estaba ahora en la cspide de la Estacin, bajo el casco mismo de la superestructura; las paredes eran cncavas e incli-nadas, con ventanas oblongas a intervalos de unos pocos metros de distancia. Los postigos exteriores se levantaron, el da azul tocaba a su fin. Un resplandor incandescente atraves los ventanales. Las molduras de nquel, los pestillos, las bisagras: todo centelle. En la puerta del laboratorio el panel de vidrio brillaron unas iridiscencias plidas. Me mir las manos, apoyadas sobre las rodillas; eran grises a la luz espectral. Mi mano derecha sostena la pistola de gas; no me haba dado cuenta, ignoraba que haba retirado la pistola de la funda. La enfund de nuevo. Saba ya que ni siquiera una pistola radiactiva me habra ayudado. De qu me hubiera servido? Yo no poda derribar la puerta y tomar por asalto el laboratorio.

    Me incorpor. El disco solar se hundi en el ocano, como una explosin de hidrgeno; bajaba yo la escalera cuando me alcanz con un abanico de rayos horizontales, que sent como una quemadura.

    En mitad de la escalera me detuve a reflexionar y sub de nuevo. Fui por el pasillo, alrededor del laboratorio, y luego de recorrer un centenar de pasos me encontr frente a otra puerta de vidrio, idntica a la anterior. No intent abrirla; saba que estaba cerrada.

    Escudri la pared, buscando una abertura, una mirilla cualquiera. La idea de espiar a Sartorius se me haba ocurrido muy naturalmente. No me senta avergonzado. Estaba decidido a terminar con las conjetu-ras y a conocer la verdad, aunque como ya imaginaba, la verdad fuera incomprensible.

    Record que las salas del laboratorio estaban iluminadas por claraboyas, dispuestas en la cpula exterior de la Estacin; desde afuera sera posible entonces espiar a Sartorius. Ante todo yo tena que bajar, y conseguir una escafandra y un equipo de oxgeno. Los tragaluces eran quiz lucernas de vidrio esmeri-lado; pero yo quera ver el laboratorio y no se me ocurra ninguna otra solucin...

    Volv a la cubierta inferior. La puerta de la cabina de radio estaba abierta. Snaut dorma hundido en el silln. Entr en el cuarto y Snaut despert sobresaltado.

    Hola, Kelvin! dijo con voz ronca. No respond, y l continu: Averiguaste algo? S.. . no est solo. Snaut torci la boca. Ah de veras? Algo averiguaste en efecto. Tiene visitas? Repliqu casi impulsivamente: No entiendo por qu no quieres decirme de qu se trata. Puesto que voy a quedarme aqu, tarde o

    temprano sabr la verdad. Por qu estos misterios? Cuando t tambin hayas recibido visitas, comprenders. Me pareci que mi presencia lo importunaba y que no deseaba continuar la charla. Sal. A dnde vas? No contest. La plataforma estaba como yo la haba dejado. Mi cpsula calcinada se encontraba todava all, de pie,

    abriendo la boca. Me acerqu al vestuario, donde se alineaban las escafandras. De pronto, aquella excur-sin al casco exterior dej de interesarme.

    Di media vuelta y tomando una escalera de caracol baj a los almacenes. Abajo, botellas y cajones se hacinaban en el estrecho corredor. Planchas de metal desnudo, de reflejos azulados, revestan las paredes. Avanc un poco ms y los tubos escarchados del sistema de refrigeracin aparecieron bajo una bveda. Los segu hasta el fondo del corredor y all desaparecieron.

    Abr la pesada puerta, de dos pulgadas de espesor y revestida de espuma aisladora, y un fro glacial me invadi el cuerpo. Me estremec. Yo estaba de pie en el umbral de una gruta tallada en un tmpano, y de las grandes bobinas que parecan relieves esculpidos colgaban estalactitas. Tambin aqu, sepultados bajo una capa de nieve, se amontonaban los cajones y cilindros, y en las estanteras laterales haba cajas y bolsas

    25

  • transparentes que contenan una materia amarilla y oleosa. E1 techo abovedado descenda poco a poco, y una cortina escarchada ocultaba el fondo de la gruta. La