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Edición francesa: Revue internationale des sciences sociales (ISSN 0304-3037), Unesco, Paris (Francia).

Edición inglesa: International social science journal (ISSN 0020-8701), Unesco, Paris (Francia).

Edición árabe (selecciones trimestrales): Al-Madjalla al-Dawallyya lil-'Ulüm ul-Idjtima'iyya, Unesco Publications Centre, 1 Talaat Harb Street, Tahrir Square, El Cairo (Egipto).

Temas de los próximos números Tecnología y valores culturales Imágenes del mundo

Redactor jefe: Peter Lengyel Redactor jefe adjunto: Ali Kazancigil

Corresponsales Bangkok: Yogesh Atal Belgrado: Balsa Spadijer Buenos Aires: Norberto Rodríguez

Bustamante Canberra: Geoffrey Caldwell Colonia: Alphons Silbermann Delhi: André Béteille El Cairo: Abdel Moneim El-Sawi Estados Unidos de América: Gene M . Lyons Londres: Cyril S. Smith México: Pablo González Casanova Moscú: Marien Gapotchka Nairobi: Chen Chemutengmende Nigeria: Akinsola Akiwowo Ottawa: Paul L a m y Singapur: S. H . Alatas Tokio: Hiroshi Ohta

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Imprenta de Presses Universitaires de France, V e n d ô m e . © Unesco 1981

Los artículos firmados expresan las opiniones de los autores y no necesariamente las de la Unesco.

Los artículos de este número pueden ser reproducidos con la autorización de la redacción.

Toda correspondencia relativa a la presente revista debe dirigirse al redactor jefe de la Revista internacional de ciencias sociales, Unesco, 7, place de Fontenoy, 75700 París

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revista internacional de ciencias sociales

Revista trimestral publicada por la Unesco, París Vol. X X X I I I (1981), n.° 2

Theodore Abel

Ulf Himmelstrand

E n las fronteras de la sociología

Editorial 237

Teoría, praxis e historia

Sobre el futuro de la sociología 239

Los procesos de innovación en el cambio social: teoría, métodos y práctica social 250

Jerzy Szacki Reflexiones sobre la historia de la sociología 272

Margaret S. Archer

Richard K. Fenn

Daniel Kubat y Hans-Joachim Hoffmann-

Nowotny

Harry Makler, Arnaud Sales y Neil Smelser

John Rex

Areas de especializaciôn

Los sistemas de educación 285

La religión 311

Migración: hacia un nuevo paradigma 335

Economía y sociedad 361

Relaciones raciales y grupos minoritarios: convergencias 384

John Walton La nueva sociología urbana 409

Bases de datos socioeconómicos: situaciones y evaluaciones

/ . E. Greene Estructuras nacionales de los datos socioeconómicos y Reive Robb primarios. IX: Barbados, Jamaica

y Trinidad y Tabago 431

Servicios profesionales y documentales

Calendario de reuniones internacionales 457

Libros recibidos 461

' Publicaciones recientes de la Unesco 465

ISSN 0379-0762

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E n las fronteras de la sociología

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Editorial

Los artículos incluidos en este número son todos trabajos originariamente presen­tados en la reunión del Consejo de Investigación de la Asociación Internacional de Sociología, llevada a cabo en Jablona, cerca de Varsóvia, entre el 25 y el 30 de agosto de 1980. Ellos reflejan, consecuentemente, las inquietudes actuales de las diversas comisiones de investigación de la AIS . Algunos artículos, parti­cularmente el de Ulf Himmelstrand sobre cambio social y el de Harry Makler, Arnaud Sales y Neil Smelser sobre economía y sociedad, presentan una visión comprehensiva de sus respectivos temas, desde el punto de vista y a partir de la experiencia de la comisión de investigación que los prepara. Otros trabajos son, por el contrario, elaboraciones m á s personales de sus respectivos autores. E n su conjunto constituyen, sin embargo, una m u y autorizada reflexión sobre las nuevas orientaciones y la reevaluación intelectual que está teniendo lugar en áreas espe­cíficas del quehacer sociológico académico.

Quedamos m u y agradecidos a la Asociación Internacional de Sociología y, especialmente, a su vicepresidenta, Magdalena Sokolowska de la Academia Polaca de Ciencias, organizadora de la mencionada reunión del Consejo de Investigación, por habernos sugerido la realización de este número y habernos permitido escoger libremente de entre el material disponible. Confiamos quenuestros lectores sabrán apreciar el valor de la selección que hemos decidido presentar aquí, sobre todo teniendo en cuenta las dimensiones internacionales que aportan.

Los sociólogos han realizado enormes progresos en este último periodo de alrededor de diez años al lograr apreciar fenómenos diversos a una escala global, o por lo menos a un nivel regional suficientemente amplio. Esto se ve demostrado, por ejemplo, por los artículos de John Walton sobre la nueva sociología urbana, por el de Daniel Kubat y Hans-Joachim Hoftmann-Nowotny sobre migración y por el de John Rex sobre las relaciones raciales y los grupos mino­ritarios. Sin duda alguna, la actitud reflejada aquí es parte de un movimiento y tendencia que se está perfilando hacia una mayor sofisticación en el tratamiento de problemas a escala mundial, por el cual se ligan e interconectan cada vez más los distintos países entre sí. Nosotros hemos dedicado ya un número de la Revista a este tema —percepciones de la interdependencia mundial, vol. X X X , n.° 2 de 1978— y estamos preparando otro, para fines de este año, sobre las imágenes del m u n d o .

P. L.

Rev. im. de cieñe, soc., vol. XXXIII (1981), n.° 2

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Teoría, praxis e historia

Sobre el futuro de la teoría sociológica

Theodore Abel

Probablemente una de las razones por las que se plantean interrogantes sobre el futuro de la teoría sociológica es la insatisfacción que muchos de nosotros compartimos acerca de su estado actual. Estamos insatisfechos sobre todo porque los sociólogos no han creado hasta ahora teorías convincentes y de raíces locales que puedan explicar los fenómenos sociales y servir de directrices fidedignas en el desarrollo de una tecnología social que permita abordar los problemas humanos .

¿Hay alguna razón para esperar que tales teorías surjan en el futuro? Según una opinión generalizada, no existen razones lógicas para que el método científico no sea plenamente adaptable al m u n d o sociocultural y para que su aplicación no produzca, en definitiva, los mismos resultados que han logrado las ciencias físicas. E n una versión popular de esta opinión se sostiene que la inves­tigación global y meticulosa, hecha con ayuda de computadoras, modelos, análisis de sistemas y otras aplicaciones matemáticas perfeccionadas acabará por sentar las bases para la elaboración de teorías sociológicas de verdadera eficacia. Recuerdo que Paul Lazarsfeld puso lo anterior de manifiesto en una reunión convocada por una importante fundación para determinar si se debía seguir apoyando o no el estudio de las ciencias del comportamiento. Los miembros de la fundación se manifestaron en contra, aduciendo principalmente que, después de haber gastado millones de dólares en investigación durante los últimos veinte años, no se ha obtenido ningún resultado apreciable. N o ha habido ni avances importantes, ni descubrimientos, ni nuevas ideas. E n la reunión se estimó m u y singular este hecho, más aún considerando que sociólogos tales c o m o Cooley, Veblen, Sumner o Simmel, por mencionar sólo algunos, habían logrado llevar a cabo brillantes investigaciones sin gastar otro dinero que el propio. Se podrían mencionar también, por supuesto, algunos contemporáneos c o m o Robert Nisbet, quien, efectivamente, logró desembarazarse de una metáfora que durante dos mil años había entorpecido nuestro entendimiento y nuestra posibilidad de abordar correctamente los hechos del cambio social, proeza no financiada que sin duda

Theodore Abel es profesor de sociologia en la Universidad de Nuevo México, en Albuquerque, New Mexico 87131, Estados Unidos de América.

Rev. int. de cieñe, soc., vol. XXXTII (1981), n°. 2

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merecerá el nombre de descubrimiento tan pronto c o m o se reconozca m á s amplia­mente su importancia y su fecundidad1.

La respuesta de Lazarsfeld fue que la sociología está actualmente en la situación en que se encontraba la física hace cuatrocientos años. E n su opinión, la sociología tardará otros tantos en reunir y cotejar los datos sociales antes de obtener resultados apreciables. Cuando esto se haya logrado, dentro de unos cuatrocientos años, aparecerán los Newtons, los Daltons, los Maxwells y los Einsteins de la sociología y ésta será glorificada. Pero, c o m o gran promotor que era, Lazarsfeld añadió la advertencia de que nada de esto sucederá si el dinero deja de afluir en abundancia.

A la pregunta de por qué en el pasado se aportaron grandes contribuciones a la sociología sin necesidad de recurrir a fondos especiales, otro participante dio una ingeniosa respuesta, comparando la labor de la sociología con la exploración de una mina de oro. U n a vez localizada la mina, hacia fines del siglo xix, los primeros en llegar, los pioneros, pudieron recoger rápidamente las pepitas que había en la superficie y obtuvieron fácilmente una formidable ganancia. Los que llegaron después tuvieron que cavar cada vez m á s profundamente en busca de oro, y el proceso resultó costoso.

N a d a tengo que objetar a la acumulación de la labor de investigación por sí misma. Pero dudo de que la falta de investigación que alega Lazarsfeld sea razón suficiente para explicar el estado actual de la teoría sociológica, pues podría suceder que no fuera la cantidad sino el carácter de las investigaciones que llevan a cabo los sociólogos lo que obstaculiza el progresivo avance teórico en esta materia. El carácter de esas investigaciones está determinado en alto grado por las expectativas dominantes en la comunidad científica. Si estas expec­tativas son ilusorias, la orientación y el objetivo de la investigación basada en ellas sólo pueden producir resultados triviales. Por supuesto la trivialidad de los resultados de una gran parte de la investigación actual es el motivo principal de la insatisfacción que se percibe sobre el estado actual de la teoría sociológica. ¿Es posible que las expectativas dominantes sean ilusorias?

Explícita o implícitamente, la mayoría de los teóricos de la sociología toman por modelo a la física y aspiran a hacer de la sociología una ciencia expe­rimental y cuantitativa que formule leyes relativas a relaciones universales abstractas, que a su vez podrán conectarse con otras leyes locales, para poder predecir de una manera rigurosa y precisa los acontecimientos individuales o algunos de sus aspectos. L o que se espera es que la sociología descifre el misterio de la sociedad del m i s m o m o d o que la física revela la estructura subyacente de la naturaleza. Finalmente, esto conducirá a elaborar teorías tales c o m o la de la mecánica celeste o la de la termodinámica no atómica, cuyos términos y propo­siciones están integrados de tal manera que se les puede aplicar de manera casi perfecta el criterio de estructura cerrada y acabada. E n mi opinión, que comparto con una minoría, esa expectativa bien puede ser ilusoria. N o por razones técnicas

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Futuro de la teoría sociológica 241

—es decir, a causa de dificultades metodológicas— ni porque la experimentación o la cuantificación tengan poco valor en sociología, lo que no es por supuesto el caso, sino porque existe una diferencia fundamental entre los objetivos del estudio de la naturaleza y los objetivos del estudio de la sociedad.

Las ciencias físicas están confrontadas con objetos y acontecimientos que poseen propiedades inherentes y establecen relaciones que obedecen a leyes generales, revelando, por lo tanto, un orden fijo e inmutable. C o m o dijo el físico Ernst M a c h : " E n la naturaleza solamente sucede lo que puede suceder, y ello sólo puede suceder de una manera." M a x Planck, otro gran físico, lo confirma añadiendo: " E n todos los procesos naturales se manifiesta un substrato real universal que está abierto a la inteligencia humana . L a naturaleza está regida por un orden y un propósito racionales." Este hecho determina claramente los obje­tivos de las ciencias físicas; su finalidad debe ser el descubrimiento del orden racional, que es el fundamento de los fenómenos de la naturaleza.

A partir de Comte y de algunos otros pensadores anteriores a él, los soció­logos estimaron que análogamente al orden de la naturaleza, esencialmente racionalizable, existe también un orden y una constancia similares que sustentan los fenómenos sociales. Las numerosas regularidades de la vida social observadas se consideraron c o m o signos visibles de ese orden esencial interno y omnipresente. Desde entonces, hemos ido también comprendiendo que podría no ocurrir así; los asuntos humanos son esencialmente desordenados e incongruentes. A dife­rencia del orden natural que fue concebido por el Creador, a quien Einstein consideraba c o m o el "Divino Matemático que no juega a los dados con el universo", el orden social es artificial y azaroso. L o han creado los seres humanos mediante innumerables procesos de interacción para poder vivir juntos y optimizar sus valores m á s preciados.

Somos nosotros mismos los que suscitamos, sancionamos, dirigimos y modificamos todos los arreglos entre los seres humanos, cualesquiera que sean los nombres que les asignemos: relaciones, organizaciones, estructuras, institu­ciones. Nuestros propósitos son los únicos que hacen que tenga lugar el orden social. Es m á s , cualesquiera que sean las implicaciones que tengan las cosas que creamos —herramientas, creencias, arte— y las que no creamos, ellas radican en el significado que los seres humanos les atribuyen y no en algo exterior. Las cualidades del m u n d o sociocultural, a diferencia de las cualidades de la naturaleza, no existen independientemente de nosotros. Somos responsables de su intención y de su finalidad. Los elementos dinámicos de la vida social y de la cultura son las intenciones, las necesidades, las actividades de adaptación, la capacidad inventiva de los seres humanos y no las fuerzas naturales que determinan sus acciones. Por supuesto, el hombre no está fuera de la naturaleza. E n realidad, el hombre puede ser considerado c o m o un medio de la naturaleza para producir cultura. Y , habiéndole dado el ser, la naturaleza o el Dios de la naturaleza le ha hecho libre para crear el m u n d o en el que ha de vivir y para ser el dueño de su destino.

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C o m o nosotros mismos somos los creadores del m u n d o h u m a n o , tenemos un conocimiento directo e íntimo de él. El orden social es obra del hombre. Las leyes que lo rigen son obra del hombre. N o hay razón alguna para esperar que, por debajo de ese orden y de esas leyes, existan leyes naturales extrahumanas, invariables y universales.

D e ello se desprende que los objetivos de la sociología serán radicalmente diferentes de los objetivos de la física aun cuando ambas disciplinas tengan que conformarse en sus análisis a los principios y a la lógica del método científico. L a sociología no tiene por qué ocuparse de la investigación de las leyes univer­sales que rigen los fenómenos sociales y que pueden explicarse mediante teorías generales a través de un proceso de deducción. U n a observación de Morris Cohen 2 aclara este punto. Según él, la tesis de que existen leyes subyacentes a la vida social es un argumento puramente a priori. Se basa en el supuesto "de que existe una cantidad finita de elementos o formas que, por lo tanto, han de repetirse en una secuencia temporal ilimitada". "¿Pero por qué —se pregunta— han de ser repetibles únicamente las formas y los elementos que intervienen en nuestras leyes físicas? ¿Qué garantía existe de que en el tiempo limitado de que disponemos haya de producirse también una repetición completa de las pautas sociales?"

Si no es el descubrimiento de un orden subyacente del m u n d o h u m a n o , ¿cuáles deberían ser los objetivos de la investigación sociológica? M e referiré a dos que estimo de fundamental importancia. E n primer lugar, dada la natu­raleza histórica de los hechos sociales, la finalidad de la sociología debería ser dar cuenta en forma sistemática de la génesis y de la formación y cambio de los acondicionamientos concretos entre las personas en la sociedad, o lo que Simmel denomina las "formas de sociación". Ello exigiría una investigación sistemática y comparada (tipo de investigación sumamente descuidado o poco estimado en la actualidad) y un interés por la relación entre pautas sociales sumamente complejas y la conexión entre los diversos elementos de dichas pautas. Estos estudios conducirían, c o m o en algunos casos ya ha sucedido, a descripciones fiables e informativas, a leyes empíricas e interpretaciones o a ideas generales que proporcionarían una comprensión de los acontecimientos sociales, una visión general y sintética de las situaciones y, lo que es más importante, explica­ciones sugestivas de todo aquello que nos desconcierta.

Las interpretaciones representan una clase distinta de generalizaciones que sólo tienen cabida en las ciencias sociales. C o m o ha mostrado Redfield3, consti­tuyen a m e n u d o contribuciones importantes a la comprensión del hombre y de la sociedad y han influido profundamente durante años en el curso de la sociología. Las interpretaciones no son hipótesis, pero comparten las características de las teorías. Las hipótesis son especulativas, pero están establecidas de tal manera que pueden ser confirmadas o refutadas. Al igual que las teorías, las interpre­taciones son especulativas y c o m o tales permanecen. Pues se puede probar, c o m o

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hace Blumer1 con respecto a la fecha del Campesino polaco, que no se pueden inferir inequívocamente de los datos. A d e m á s , representan conclusiones que por su propia naturaleza no pueden someterse a prueba experimental o a análisis estadístico; por ejemplo, la interpretación del nazismo. Las interpretaciones, c o m o las teorías, son el resultado de una imaginación creadora altamente desa­rrollada y no de la aplicación de métodos formales de investigación. N o obstante, hay una diferencia primordial entre interpretaciones y teorías. Elaboramos teorías para explicar leyes causales; creamos interpretaciones para dar orienta­ciones en aspectos importantes y decisivos de la vida del hombre y ofrecer visiones nuevas y generalizadas de la condición h u m a n a , c o m o hicieron tan brillantemente M a r x , Durkheim y M a x Weber .

Esto m e lleva al segundo objetivo importante de la investigación socio­lógica. Los sociólogos deben ocuparse de la función de los objetos y los aconte­cimientos en el proceso de la vida, es decir, en el proceso de resolución de las tensiones mediante su ajuste a las circunstancias. C o m o indicó Dewey , los objetos y los acontecimientos del plano sociocultural son a la vez obstáculos y recursos ya sea para ser utilizados o disfrutados. Esto propone un tema especial a la sociología, o m á s bien cierto número de tareas, c o m o por ejemplo, el descubri­miento de los medios de eliminar los obstáculos, el descubrimiento de nuevos recursos y, en general, la evaluación de las instituciones, los rituales, las costumbres, las ideologías, los planes, etc., en cuanto a su eficaz funcionamiento y a sus posi­bilidades de mejoramiento.

E n ello radica la indicación m á s clara de la diferencia temática entre la física y la sociología. A diferencia de la física, el cometido m á s general e impor­tante de la sociología es el de ocuparse de las realidades históricas de un proceso de vida creador y continuo. L a sociología es "existencial" por sus intereses, es decir, fenomenalista; la física es abstracta y fundamental, o sea, se ocupa del descubrimiento de leyes universales y de teorías unificadoras.

L a vision de los fundadores

Los pioneros de la sociología eran plenamente conscientes de la naturaleza existencial del interés sociológico por el proceso vital. A pesar de sus muchas divergencias con respecto a determinadas cuestiones, compartían una inspiración c o m ú n , un sentimiento de identidad; de hecho —no dudo en afirmarlo— compar­tían una visión de lo que la sociología representa y de lo que debería tratar de lograr. ¿Cuál era esa visión? ¿Sigue ella siendo de actualidad?

Los fundadores de la sociología, en el siglo xix y a principios del xx, enun­ciaron dos temas principales de interés teórico. E n palabras de C o m t e , esos temas eran: en primer lugar, el del orden social, en relación con el cual se trataba de describir y codificar la estructura y la organización de las relaciones sociales;

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en segundo lugar, el del progreso social, en relación con el cual se trataría de determinar la dinámica del desarrollo social para comprenderlo y controlar su dirección. L a noción de progreso era el foco en el que se centraba la visión socio­lógica. El estudio del orden social y el intento de alcanzar otros objetivos secun­darios diversos se subordinarían al objetivo principal de la sociología, que era la promoción del progreso social. Ésta era la visión de los fundadores.

Esta visión se fue oscureciendo, si no es que ha desaparecido, en el proceso de fragmentación, especialización y profesionalización que se ha operado en los últimos años de la labor sociológica. Pero, sobre todo, ha sido descuidada porque la noción de progreso se ha convertido en una cuestión polémica; muchos soció­logos niegan por completo su validez, con lo cual rechazan lo esencial de la visión del fundador.

¿Es posible restituir esa visión a la teoría sociológica? Creo que sí. La fragmentación no impide necesariamente la síntesis; en realidad, a menudo la estimula. L a especialización y la profesionalización no impiden necesariamente que una perspectiva m á s vasta amplíe el significado atribuible a los hechos, obtenida desde perspectivas de investigación m á s estrechas. Por último, la natu­raleza problemática de la noción de progreso puede resolverse en gran parte manteniendo la idea de progreso, con sus supuestos insostenibles, separada del concepto de progreso c o m o instrumento aceptable del análisis sociológico.

L a idea de progreso se originó en el siglo xvii. Surgió en respuesta a un notable renacimiento de la ciencia, a la atracción que ejercía una nueva forma de la filosofía racionalista y a la creciente secularización de los asuntos humanos. L a liberación de la autoridad y de la tradición suscitada por estos nuevos aconte­cimientos fomentó la libertad de pensamiento y un mayor sentimiento de confianza en las fuerzas propias, lo que se tradujo en un desbordante optimismo sobre la capacidad del hombre para forjar su destino. El adagio "el hombre es el dueño de su destino" se convirtió en una nueva fe, y Condorcet fue quien mejor la expresó: "El mejoramiento del sino h u m a n o y de las posibilidades humanas no tiene límites fijos: la perfectibilidad del hombre es absolutamente indefinida."

La idea de progreso entraña cuatro nociones fundamentales. E n primer lugar, que el progreso es inevitable; en segundo lugar, que su principal carac­terística es el acrecentamiento de la felicidad h u m a n a ; en tercer lugar, que con el paso del tiempo decrecerá el número de problemas con los que se enfrenta la humanidad; en cuarto lugar, que la racionalidad de la conducta va en constante aumento.

Evidentemente, estas nociones son mitos. Primeramente, en lo que se refiere a la inevitabilidad, no cabe duda de que el progreso puede tener lugar, pues los seres humanos están en condiciones de corregir sus errores, dejar de cometerlos, aumentar la racionalidad de la planificación, adoptar medidas preventivas y subsanar las insuficiencias. Pero, en el ámbito de lo h u m a n o no

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actúa ninguna fuerza autogenerada, independiente de los seres humanos, que haga inevitable el progreso. E n segundo lugar, en lo que atañe a la felicidad, su aumento no puede tomarse como criterio de progreso; la felicidad es una expe­riencia totalmente subjetiva, efímera y relativa. Por lo tanto, no cabe aplicarla como criterio para evaluar la condición del hombre. L o más probable es que la proporción de felicidad y de infelicidad de cada ser humano sea una constante de la historia de la humanidad.

Tampoco podemos tomar la tercera noción c o m o criterio de progreso. E n el transcurso de la historia —no faltan pruebas de ello— se han ido resolviendo los problemas que aquejaban a la humanidad. El mejor ejemplo es la progresiva erradicación de las enfermedades y el consiguiente aumento mensurable de la duración media de la vida. Sin embargo, estas pruebas son una espada de doble filo. A medida que eliminamos los problemas, creamos una multitud de otros nuevos. El automóvil es un buen ejemplo. H a resuelto un problema de movilidad, pero ha ocasionado problemas que nunca molestaron a nuestros antepasados. E n realidad, apenas hemos realizado cosa alguna para mejorar nuestras condi­ciones de vida que no haya suscitado nuevos problemas. Incluso una conquista aparentemente tan absoluta como la prolongación de la vida es discutible. Recuerdo un trabajo leído por el fallecido Hornell Hart, de la Universidad Duke , en una reunión de la American Sociological Association, en el que mostraba que la curva de expectativa de vida es de naturaleza exponencial. Basándose en ello, predijo que en el año 2100 el promedio de duración de la vida de hombres y mujeres sería de doscientos años. Pero, ¿se congratuló el Profesor Hart por esta promesa aparentemente feliz? Al contrario, se mostró taciturno. Dijo que le preocupaba lo que sucedería con la institución de la monogamia, pues sostuvo que la mayoría de los hombres y mujeres continuarían casándose jóvenes. Sin duda, es agradable la perspectiva de celebrar las bodas de plata e incluso las de oro; pero —se preguntaba— ¿cuántas personas estarían dispuestas a vivir con el mismo cónyuge durante ciento cincuenta años o aún más?

Al parecer, la relación entre los problemas y las soluciones ha sido relati­vamente constante a lo largo de la historia. Por otra parte, algunos de nuestros problemas siguen sin resolver. Imaginemos que un sumério o un antiguo egipcio resucitasen. Ciertamente contemplarían con asombro y sorpresa los logros materiales de nuestra civilización. Pero no tardarían en comprobar que, más allá de todo su esplendor y de toda su complejidad, siguen sin resolverse los mismos problemas en las relaciones humanas que ellos y sus contemporáneos tuvieron que afrontar: los tormentos del envejecimiento, el conflicto entre jóvenes y viejos, la competencia por alcanzar rango y posición, las dificultades para encontrar un compañero perfecto, por no hablar de los conflictos entre grupos, como , por ejemplo, las guerras.

Por último, no podemos tomar como criterio de progreso una mayor racionalidad. Es cierto que al tener un mejor conocimiento de las causas y los

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efectos, de las leyes de la naturaleza y de la historia, se estimula en el hombre la conducta racional. Pero el hombre está imbuido también de tendencias que se oponen a la racionalidad. Freud ha revelado la poderosa influencia del incons­ciente y Pareto ha mostrado hasta qué punto el pensamiento h u m a n o está dominado por sentimientos no lógicos. Hasta ahora, nadie ha podido darnos razones válidas para esperar que alguna vez llegue a invertirse lo que H u m e denominó "el dominio de la pasión sobre la razón". .

E n suma, las cuatro nociones que expresan la idea de progreso son más ilusión que realidad. E n consecuencia, esa idea de progreso es, c o m o veremos, un mito en contraste con el concepto de progreso y, por lo tanto, queda descartada con razón c o m o teoría sociológica.

Aunque los sociólogos rechazan justificadamente la idea de progreso, en mi opinión hacen mal en negar la utilidad del concepto para el análisis sociológico o c o m o criterio para evaluar la significación de las investigaciones sociológicas.

E n primer lugar, el concepto es realista. El progreso es un dato completo de la experiencia h u m a n a común que se pone de manifiesto cada vez que una persona o un grupo, habiéndose fijado un objetivo (por ejemplo, acercarse al par en el golf o reducir la tasa de inflación), puede determinar objetivamente si va avanzando hacia el objetivo. Además , el progreso, o el deseo de progreso, es un principio activo de la acción humana , pues se refiere a la tendencia inherente a los seres humanos a mejorar su suerte y a avanzar hacia algo mejor. Y así, el progreso no es inevitable sino, c o m o dice John Dewey haciéndose eco de Marx , "un logro dirigido". E n el aspecto biológico, los organismos dependen de varia­ciones genéticas y de la selección natural para su evolución. E n el ámbito socio-cultural, la capacidad creadora humana y el "instinto de combinación" (como llama Pareto a la arraigada propensión del hombre a jugar con las cosas) es lo que determina su desarrollo. N o deja de ser cierta la poética exclamación de Swinburn: "¡Gloria al hombre en las alturas, pues el hombre es el dueño de las cosas!"

El progreso es un concepto de valor, pero esto no debería asustarnos. La evaluación se basa en la comparación, y para ello contamos con innumerables normas admitidas por consenso. N o puedo entrar en detalles; enumeraré simple­mente algunos de los fines deseables para los que tenemos criterios de comparación objetivos: eficacia de la realización; posibilidades de elección de bienes, servicios y valores disponibles y accesibles; condiciones que permiten la realización de las posibilidades latentes y, por supuesto, el aumento del conocimiento. Por lo tanto, el progreso se puede abordar científicamente.

D e ahí que la visión de los fundadores esté sólidamente asentada y contenga una firme promesa de desarrollo de la teoría sociológica. C o n el punto de mira puesto en el progreso, es inmensa la variedad de materias que la sociología puede y debe investigar. Mencionaré, a m o d o de ilustración, dos proyectos de largo alcance. U n o de ellos es el descubrimiento de medios apropiados para crear

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circunstancias favorables en las que los seres humanos puedan vivir con más sensatez, satisfacción y creatividad. Otro proyecto es el descubrimiento de meca­nismos sociales que facilitarían cada vez más la liberación y la prevención de las tensiones sociales.

Perspectivas futuras de la teoría sociológica

Mis observaciones sobre el futuro de la teoría sociológica solamente se han referido hasta ahora á la forma general que podría adoptar. H e llegado a la conclusión de que el tipo de formulaciones que dicha teoría podría lograr estará determinado por sus objetivos, de acuerdo con la naturaleza de su contenido, y no de acuerdo a los fines de las ciencias físicas. Tiene poco sentido esperar futuras contribuciones a la sociología que sean análogas a las de Newton o Einstein.

Quisiera aludir ahora a un aspecto en el que cabría anticipar una importante evolución en el futuro.

U n a ciencia progresa cuando se mantiene constantemente alerta a sus propias incertidumbres o, si se prefiere, a sus misterios. El más importante de éstos reside en la propia esencia de su objeto. Así vemos que la física se preocupa por el misterio del núcleo; la biología, por el misterio de la vida, y la psicología, por el misterio de la naturaleza de la mente y de la conciencia. El misterio que afrontan los sociólogos es la naturaleza de lo social5.

A m o d o de antecedente para develar el misterio m e gustaría señalar que un postulado fundamental de la teoría sociológica es la proposición de que la existencia de la sociología c o m o ciencia separada e independiente se basa en. el hecho de que la vida compartida por individuos que se asocian y actúan entre si genera una clase especial de factores que operan c o m o determinantes de la conducta humana. "Dentro de límites détectables, estos factores determinan la naturaleza de ciertos estados en los que otros fenómenos se manifiestan, o deter­minan ciertos cambios observados en dichos fenómenos. E n otras palabras, los factores sociológicos funcionan c o m o causas o c o m o variables independientes y son factores pertinentes para la explicación de las condiciones y los aconteci­mientos6." D e ello se desprende que la sociología avanza mediante la indagación de esos factores y el descubrimiento de su conexión con otros aspectos de situa­ciones problemáticas. Las generalizaciones empíricas a las que se llega en esta investigación son los materiales con que se elaboran las construcciones teóricas de aplicación general.

Esta es la dirección que la corriente principal de la sociología ha seguido desde Comte. Desde hace cerca de cien años se han venido acumulando constan­temente pruebas de que los elementos del medio social influyen en las acciones humanas, de que las tendencias colectivas actúan en la sociedad y de que los cambios se producen a causa de lo que Simmel denominaba "desplazamientos

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sociológicos". Pero ¿cómo ejercen su influencia los factores sociales? ¿Por qué medios el pensamiento y la acción del hombre son afectados por la estructura social? ¿ C ó m o cobra efectividad la coacción social? ¿En qué consiste el poder del grupo? Hasta ahora no se ha respondido satisfactoriamente a todas estas preguntas sobre la naturaleza intrínseca de lo social. Ellas reflejan el misterio no resuelto con el que nos enfretamos c o m o sociólogos.

Durkheim da por supuesta la existencia de un estado de dinámica social y de corrientes de energía social para explicar fenómenos tales c o m o los efectos de los grados variables de cohesión social, el llamado "clima de opinión" o Zeitgeist, la conciencia colectiva, la volonté générale de Rousseau y otros fenó­menos aún, c o m o la mentalidad cultural de Sorokin, las condiciones límite de Parsons o las conclusiones de Nisbet sobre la naturaleza del vínculo social. También puedo añadir que ciertas modificaciones de la conducta de grupos de individuos c o m o las indicadas por Skinner, y no las de palomas o personas individuales, presuponen fuerzas sociales c o m o condiciones operantes.

La tesis de Durkheim implica la analogía de la sociedad, no con un orga­nismo, sino con un campo electromagnético que tiene su propia existencia objetiva aparte de las partículas de carga que la han producido originalmente. El medio social sería ese " c a m p o " , y las personas, actuando entre sí, serían las "partículas cargadas". Pero, hasta ahora, no hemos logrado apoyar esta analogía con descu­brimientos concretos de propiedades mensurables en ningún sector de la dinámica social.

Y a ni siquiera intentamos tales descubrimientos. La mayoría de los soció­logos han abandonado la línea seguida por Durkheim y han aceptado otros supuestos. Pero, ¿revelan éstos el misterio de lo social?

Siguiendo la tradición de Cooley-Mead, la tesis predominante sostiene que la sociedad y el individuo son únicamente dos caras de la misma moneda, o más específicamente: lo social está en nosotros y es un aspecto de nuestra naturaleza, aun cuando la sociedad parezca estar fuera y nos envuelva. Según esta visión, lo social-en-nosotros consiste en disposiciones individuales para actuar o para abstenerse de actuar según ciertas pautas que nos han sido inculcadas en un proceso de internalización. Además , se opina que las únicas formas de energía que operan en los asuntos humanos son la energía física de las mentes individuales y la energía física de sus cuerpos. E n última instancia, por lo tanto, todas las explicaciones de la conducta humana son psicofísicas, y el meollo mismo de la teoría sociológica es réductible a proposiciones de psicología.

Este supuesto tiene la dudosa ventaja de que hace recaer en los hombros de los psicólogos sociales la carga del pensamiento creador de la teoría socio­lógica. Sin embargo, debe quedar claro que en realidad no resuelve el misterio de lo social, sino que simplemente lo barre, por así decir, bajo una alfombra llamada "internalización", donde queda escondido fuera de la vista. La naturaleza de la internalización no es menos misteriosa que la naturaleza de lo social. Sólo tenemos

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Futuro de la teoría sociológica 249

una vaga idea de lo que ocurre dentro de nosotros, de c ó m o funciona la mente y de cuáles son los mecanismos ocultos en la "caja negra" de la psique h u m a n a . Afirmar, por ejemplo, que los individuos siguen ciertas normas porque las han internalizado es incurrir en un non sequitur, pues el poder coercitivo, que se atribuye a las normas no se explica por el hecho de que se hayan internalizado. La aceptación de una norma en ningún m o d o explica su efecto vinculante.

Así pues, el misterio persiste. Preveo que la necesidad de descifrarlo será cada vez m á s urgente y que, para satisfacerla, se aprovechará cada vez m á s la energía creadora de los m á s dotados. Finalmente, alguien dará el "gran salto" y producirá esa clase de revolución a la que alude T h o m a s S. K u h n 7 , que elevará la teoría sociológica a un nuevo y más alto grado de realización. Confío en que el futuro nos depare las intuiciones fulgurantes que nos permitan dar ese gran salto.

[Traducido del inglés]

Notas

1 Robert Nisbet, Social change and history, Nueva York, Oxford University Press, 1969.

2 Morris Cohen, Reason and nature, p . 357, Nueva York, Harcourt Brace and. World, 1931.

3 Robert Redfield, "The art of social science", American journal of sociology, m a y o de 1948.

4 Herbert Blumer, Critique of researches in the social sciences, vol. I, 1939.

B Convencionalmente, ei término "social" se emplea como adjetivo que significa un aconteci­miento en el que hay una interacción de dos o m á s personas. Pero aquí lo utilizo c o m o nombre que representa una cualidad: el estado de ser social. La socialidad, c o m o cabría llamar a este estado, surge de las reciproci­

dades de la interacción y es una cualidad de las relaciones o los grupos en los que hay una interacción de personas. C o m o las relaciones y los grupos representan totalidades, lo social es, en consecuencia, una cualidad holística. L a dinámica de lo social consiste en las in­fluencias procedentes del todo a lo que están sometidos sus miembros.

Theodore Abel, The foundation of sociological theory, p . 115, Nueva York , R a n d o m House, 1970.

T h o m a s S. K u h n , The structure of scientific revol­utions, Chicago, University of Chicago Press, 1962.

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Los procesos de innovación en el cambio social: teorías, métodos y práctica social

Ulf Himmelstrand

El comité de investigaciones sobre los procesos de innovación en el cambio social de la Asociación Internacional de Sociología nació de una controversia que, no obstante, no se resolvió con su creación. La índole poliparadigmática de dicho comité ofrece la oportunidad de una comunicación interparadigmática que hasta ahora no ha sido plenamente utilizada. E n el presente artículo procuraremos definir la controversia y sugerir de qué maneras podría rendir m á s frutos en el ámbito sociológico1.

Las actividades del comité tienen su punto de partida en un marco teórico conceptualmente bien estructurado que ha sido sometido a amplias pruebas empíricas y que es aceptado en general por los sociólogos (desde hace más de un decenio) c o m o el marco más fructífero que haya surgido para el estudio de las diversas etapas de los procesos de comunicación de masas desde que Elihu Katz y Paul Lazarsfeld publicaron su revolucionaria obra Personal influence, en 1955.

Dicho marco teórico, inicialmente destinado a explicar la doble circulación de opiniones en los procesos de comunicación de masas, fue ampliado por diversos investigadores de la difusión de las innovaciones para incluir no sólo la comuni­cación de nuevas ideas sino también la difusión de las innovaciones técnicas (del tipo de los fertilizantes, las máquinas y los aparatos radiofónicos) y las innovaciones sociales (como la enseñanza escolar) en las zonas menos desarro­lladas y entre las capas donde dichas innovaciones aún no habían penetrado. E n su estudio The passing of traditional society (1958), Daniel Lerner dio otro paso decisivo al combinar dicho enfoque con la idea de "modernización". Se consideró que la difusión de las innovaciones (las ideas, los m o d o s de organiza­ción y la tecnología de Occidente) provocaría el cambio social en las zonas menos desarrolladas, con su consiguiente modernización, es decir, su occidentalización.

Ulf Himmelstrand es profesor de sociología en la Universidad de Uppsala, Institute of Sociology, Box 513,5-751 20 Uppsala, Suécia, y presidente de la Asociación Internacional de Sociología. Su última obra (con otros tres coautores) es Beyond welfare capitalism. Issues, actors and forces in societal change (1980).

Rev. int. de cieñe. soc„ vol. XXXIII (1981), n.» 2

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Los procesos de innovación en el cambio social 251

L a controversia

D e ese m o d o se constituyó una imponente estructura de conceptos, hipótesis y descubrimientos empíricamente confirmados. La estructura podía perfeccio­narse por medio de nuevas investigaciones, pero parecía tener bases inconmovibles. E n realidad, c o m o se pudo ver en las ulteriores investigaciones, el efecto de la difusión de las ideas y de las innovaciones en el proceso de modernización tenía lugar en algunos casos en forma m á s lenta y menos completa de lo que se esperaba e, incluso, el proceso despertaba a veces resistencia. Pero estas pruebas contra­dictorias e incluso negativas contribuyeron a fortalecer la estructura al proponer nuevos temas de investigación e hipótesis sobre las condiciones que producían la "resistencia al cambio". Las investigaciones de este tipo, a cargo de emi­nentes especialistas de las esferas sociológica y sociopsicológica, podían ser utilizadas también para extender nuestros conocimientos sobre "la superación de la resistencia al cambio".

Pero algunos sociólogos no quedaron satisfechos con esta poderosa estruc­tura. Su insatisfacción parecía tener bases m á s ideológicas que científicas. Las personas formadas en el principio de una ciencia social libre de valores tuvieron dificultades para aceptar los matices ideológicos de la controversia que siguió. Se asistió a un periodo de politización de la sociología, introducido en especial por los investigadores de los países en desarrollo; en el curso de unos pocos años, la nueva tendencia socavó lo que quedaba de la "resistencia al cambio", con m u c h a m á s eficacia que las tentativas de difundir el uso de los fertilizantes por medio de "campesinos progresistas" para alcanzar a sectores rurales " m á s atrasados". Dicha tendencia (que al principio pareció tener un carácter total­mente ideológico o político) arrojó también sus frutos científicos. El etnocen-trismo de la sociología occidental, al aplicar el concepto de modernización a los procesos de desarrollo de Asia, África y América Latina, tenía un efecto limitativo en el plano científico; su eliminación, aunque fuera por motivos ideo­lógicos, abrió nuevas perspectivas a la investigación sociológica.

E n general los científicos opuestos al enfoque de la difusión de la innova­ción (en lo sucesivo, E D I ) no pusieron en tela de juicio la validez científica de sus descubrimientos empíricos; tampoco dudaron de la existencia de las "inno­vaciones" o de su "difusión". E n realidad las dudas que se plantearon sobre la verdadera difusión de las innovaciones surgieron c o m o resultado de las investi­gaciones de algunos fundadores del E D I , c o m o Everett Rogers y sus numerosos colaboradores2.

Los adversarios del E D I objetaban por ejemplo los significados de conceptos tales c o m o "cambio social de modernización" y "resistencia al cambio". Cabe señalar que la palabra "modernización", que tenía un sentido positivo para quienes propusieron el E D I a comienzos de la década de 1970, adquirió un sentido políticamente desagradable para sus adversarios.

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252 Ulf Himmelstrand

El gusto o el disgusto político no constituye una mera reacción emocional sin relación con la realidad. Los sociólogos de los países menos desarrollados estimaban que la realidad de la modernización consistía en una mayor depen­dencia neocolonial; en la acumulación de la riqueza y el poder en manos de minorías nativas occidentalizadas "progresistas" o "dinámicas"; en la intensi­ficación de las divisiones técnicas y de clase; en la destrucción de las pautas tradi­cionales de moralidad social y su reemplazo por una carrera desenfrenada para apoderarse de las escasas riquezas, proceso que no podía sino acentuar la pobreza de las masas en condiciones aún m á s desventajosas, pues habían sido privadas de la estructura de apoyo que las sustentaba en la sociedad precolonial o feudal. Si se considera la modernización con esta óptica, tan diferente de la visión occi­dental unilateral, idealista e ingenua de los mejoramientos sucesivos y exitosos, podría considerarse que, lejos de ser una resistencia retrógrada, la resistencia al cambio constituye una actitud racional.

E n la perspectiva del E D I , la innovación se considera c o m o una determi­nada solución de un problema tecnológico, organizativo o de ideas, que se intro­duce en la sociedad desde fuera, desde la cumbre o desde el centro y se difunde a través de ciertos canales. Los adversarios del E D I prefieren pensar en un "proceso de innovación", donde la innovación no esté necesariamente dada. Ellos conciben y definen el proceso de innovación no sólo c o m o el trabajo de difundir una innovación, sino también c o m o la identificación y comprensión del problema de base que se debe resolver, tal c o m o se lo ve desde la perspectiva de la periferia; además, proponen la organización del pueblo víctima del problema para que él m i s m o haga algo innovador para resolverlo. E n este caso, la inno­vación es m á s bien el fin que el comienzo del proceso.

El proceso de innovación implica, entonces, una conciencia creciente de los problemas de base y una acción innovadora para resolverlos desde la base misma.

Si observamos las diferencias que existen entre la perspectiva de "arriba" y la perspectiva de "abajo", podemos notar además que algunas soluciones intro­ducidas desde arriba c o m o innovaciones son percibidas desde abajo c o m o solu­ciones ajenas al c o m ú n de la gente de la periferia. L a solución no corresponde siempre al problema. Por consiguiente, una cuestión teórica, metodológica y praxiológica de gran importancia consiste en definir, preparar y aplicar una concordancia entre los problemas y las soluciones en los procesos innovadores de cambio o transformación. Es evidente que la controversia entre los dos enfoques ha permitido descubrir y delinear esta importante cuestión teórica y metodológica.

U n a dificultad teórica es que ambas partes de la controversia adoptan enfoques que, en términos marxistas habituales, son idealistas o subjetivistas. Los partidarios del E D I hacen gran hincapié en los valores y las actitudes que condicionan la difusión y la resistencia. A pesar de su perspectiva diferente, los adversarios del E D I también podrían ser calificados de subjetivistas debido a

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su preocupación por la conciencia subjetiva de los problemas y las acciones consiguientes. Pero los procesos sociales de cambio son en gran medida inde­pendientes de la voluntad y los deseos de los individuos, c o m o lo reconocen por igual marxistas y no marxistas. Los factores subjetivos tienen importancia funda­mental para determinar las acciones individuales dentro de determinadas opciones y limitaciones estructurales, pero la suma de muchas acciones individuales provoca a menudo resultados que no han sido deseados por nadie en particular ni por todos o ni siquiera por la mayoría. Los efectos de agregación y los efectos estruc­turales quedan olvidados (aunque no del todo) cuando se centra la atención en las innovaciones y los procesos de innovación indispensables.

Cambios en el enfoque de la difusión de la innovación

E n primer término, deseo señalar que la palabra "modernización" no ha desapa­recido (con algunas importantes excepciones) de los trabajos de los partidarios del E D I presentados a las reuniones de nuestro comité de investigaciones. D e todos modos , no costaría m u c h o suprimir la palabra y conservar todos los demás elementos conceptuales del E D I . Se perdería de ese m o d o la carga positiva que conlleva la palabra modernización, pero al mismo tiempo se evitaría la reacción negativa que con frecuencia produce. D e ese m o d o se podrían seguir estudiando y discutiendo los efectos implícitos de la difusión de manera más objetiva sin formular hipótesis especiales sobre su relación con los cambios sociales de gran alcance. Se presentaría, así, una situación típica de las ciencias sociales: cuando se abandona (y por m u y buenos motivos) una de las grandes ideas, se estrecha simultáneamente el foco de análisis. D e este m o d o no estamos obligados a pronun­ciarnos sobre el amplio contexto de cambio a que se refería nuestra gran idea. Estamos m á s protegidos contra los ataques críticos pero también m á s limitados.

C o m o lo señalé anteriormente, en algunos casos importantes no se aban­donó el uso de la palabra modernización. Significativamente, la palabra ha tenido mayor arraigo en los trabajos procedentes de Europa oriental.

El enfoque de la modernización, que tiene menos en cuenta las influencias procedentes de la periferia que las influencias provenientes del exterior o del centro, m e parece m á s adecuado para los sistemas políticos y económicos m á s centralizados, donde la responsabilidad de mejorar la vida h u m a n a corresponde al Estado y al aparato administrativo que comunica el centro con la periferia, c o m o ocurre en la mayoría de los países socialistas.

Pero la consonancia entre las teorías de la modernización y los sistemas políticos altamente centralizados es sólo un aspecto de la aceptación de dichas teorías en los países socialistas. Otro aspecto se relaciona no con las fuentes centralizadas de los procesos de modernización sino con sus resultados. E n tér­minos de bienestar social, la modernización de los países socialistas ha conducido

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254 Ulf Himmelstrand

a resultados m u c h o m á s aceptables que la modernización de los países en desarrollo o incluso de algunos países capitalistas3.

E n apariencia, mi observación relativa a la consonancia entre la teoría de la modernización y los sistemas políticos centralizados podría ser objetada ya que los sociólogos estadounidenses elaboraron inicialmente la teoría de la moder­nización sobre la base de una tradición sociológica que remonta a la distinción clásica entre Gemeinshaft y Gesellschaft. E m p e r o , la centralización constituye también un rasgo m u y característico de la evolución del bienestar social en los países capitalistas hacia formas Gesellschaft, aun si la centralización propiamente política es m u c h o menos pronunciada en el Occidente capitalista. A d e m á s , la teoría de la modernización resultó notablemente fortalecida en Occidente por el deseo de prestar ayuda a los países en desarrollo, proceso que indudablemente tiene lugar del centro hacia la periferia. Por consiguiente, mi observación no queda refutada por los progresos de la teoría de la modernización en Occidente, sino delimitada y debilitada. Dicha observación no es válida cuando se trata sólo de centralización política. Pero deseo hacer hincapié en otro aspecto. L a crítica de la teoría de la modernización e incluso el abandono de dicha expresión no parece haberse originado en los países socialistas, sino en el m u n d o capitalista y en especial en su periferia subdesarrollada.

Cabe agregar aquí una precisión teórica: el surgimiento de una oposición coherente al E D I en la parte capitalista del m u n d o y en especial en su periferia podría interpretarse c o m o el reflejo del desarrollo m á s "dialéctico" del capita­lismo en comparación con el socialismo de Estado contemporáneo. Las contra­dicciones del capitalismo, en especial cuando se combina con la democracia pluralista, o al menos con democracias que incluyen algún espacio para la oposi­ción, proporciona m á s temas y m á s terreno para la sociología crítica, y, por ende, para la oposición a un enfoque dominante c o m o fue el E D I .

Pero nos mantenemos aún en el terreno de la sociología conjetural de la sociología. L a comprobación empírica de estas observaciones debería basarse en una lectura de los textos sociológicos pertinentes m u c h o m á s amplia y' m á s representativa de los distintos países que la que yo he efectuado.

Investigación-acción: ¿un marco de investigación o de acción?

C o m o ya señalamos, los adversarios del E D I propugnan el objetivo teórico de asociar la acción con la "toma de conciencia" (es decir la elevación de la conciencia a un plano superior, incluso la elevación de la llamada "falsa conciencia").

A este enfoque teórico se asocia una actitud metodológica favorable a la investigación-acción de tipo participativo. Esta investigación-acción no se concibe,

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a la manera de Kurt Lewin (1948, capítulo 13), c o m o la aplicación de una teoría preexistente a un problema práctico del terreno por medio de un diseño instru­mental, casi experimental, que produce informes escritos y resultados prácticos separadamente. L a investigación-acción de tipo participativo, en cambio, consti­tuye una combinación inseparable de la teoría, la investigación y la práctica carac­terizada por el diálogo entre los actores y los investigadores, en virtud del cual unos y otros comprenden el significado de la acción propuesta;. se acrecienta gradualmente la autonomía de los primeros con respecto a los segundos y los actores se liberan de creencias discutibles y limitativas referentes a lo inevitable del orden establecido. Este proceso se diferencia netamente de la toma de deci­siones en grupo, característica de la investigación-acción de K . Lewin, donde el investigador o sus patrocinadores formulan los objetivos de la toma de deci­siones y el proceso es manipulado (con arreglo a la teoría sociopsicológica que se aplica) para obtener resultados predeterminados que luego se pueden divulgar en periódicos científicos respetables.

Para marcar sus diferencias, la investigación-acción de tipo participativo se podría también denominar "investigación-acción discursiva", para oponerla a la "instrumental'' que definieron y aplicaron Kurt Lewin y sus discípulos.

E n la investigación-acción discursiva, o de tipo participativo, no son los investigadores ni los patrocinadores externos quienes determinan los objetivos de la acción, sino los propios actores. El investigador tiene la misión de clarificar los objetivos, así c o m o las condiciones y limitaciones estructurales pertinentes, en una suerte de diálogo mayéutico con los actores. E n cuanto a los informes, en los casos en que se considera necesario prepararlos, tienen por lo general la forma de reseñas descriptivas analíticas del proceso discursivo, la acción, sus limita­ciones y consecuencias, los errores que se cometieron y descubrieron en el pro­ceso y se volvieron a introducir en el debate ("retroalimentación"), para comprender mejor la situación y promover nuevas acciones. E n dichos informes nunca aparecen cálculos estadísticos de las, "variables dependientes". L a investigación-acción discursiva procura que la gente se exprese por sí misma, con su propia voz, c o m o lo propuso Paulo Freire, en vez de medir el éxito de una manipulación experi­mental sobre el terreno y preparar un informe sobre la misma.

Por su propia índole, la investigación-acción discursiva plantea un pro­blema: puesto que hace menos hincapié en preparar informes que en tratar de que la gente se exprese con su propia voz y adquiera una mayor comprensión de su praxis, existen muchos más proyectos que informes. También pueden contri­buir a esta situación las circunstancias políticas de ciertos países: en ellos, las personas que han adquirido "voz propia" son consideradas c o m o políticamente molestas o peligrosas; publicar informes significaría, por lo tanto, exponerlas a la represión.

L a investigación-acción ha sido examinada en los artículos de Orlando Fais Borda (1977) y Heinz Moser (1977). Dejando de lado por un m o m e n t o la lúcida

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1. Recolección de la información relativa al contexto de la acción

2 . Discusión de la información por parte de los actores entre sí y entre los actores y los investigadores, con el objeto de aclarar los problemas e intenciones y elaborar las directrices de la acción social

3 . Acción social . . > » — —

F I G . 1. Etapas de la investigación-acción discursiva. (La figura ha sido tomada de H . Moser [1977, p. 14] con ligeras modificaciones destinadas a incorporar algunos comentarios del autor.)

contribución filosófica y metateórica del primero, m e referiré al artículo de Moser, quien resumió algunas de sus ideas en la clara presentación gráfica de la figura 1. L a recolección de la información, mencionada en la primera línea, está destinada a crear el marco del proceso, es decir, un contexto de conversación y argumen­tación entre los actores y los investigadores. L a información pertinente se refiere al conjunto de conocimientos locales y cotidianos (sobre la historia, las institu­ciones, las normas y los acontecimientos del lugar) que poseen los actores, o que pueden obtenerse "profundizando en el lugar"4. Pero los conocimientos relativos a los contextos estructurales m á s amplios, de la provincia, de dependencias nacio­nales e internacionales pueden tener también una importancia fundamental para comprender la índole de las situaciones a las que la toma de conciencia y la acción se refieren.

Desde el punto de vista metodológico, esta recolección inicial de informa­ción puede (y en algunos aspectos, debe) basarse en una recolección "positivista" c o m ú n de los datos, e incluso de datos estadísticos. N o se puede establecer un diálogo o discurso significativo con un m o d o dominante de producción, con las estructuras nacionales de poder, con las pautas de tenencia de la tierra, o con los monopolios, ni tampoco con las tendencias al cambio que presentan dichos objetos de información. También resulta difícil establecer un diálogo con los propios antagonistas en la acción. Dichos antagonistas constituyen importantes fuentes de información sobre las primeras tentativas de crear el contexto de acción y de toma de conciencia. N o tiene sentido recoger información sobre los antagonistas por medio del diálogo. Además de los problemas de acceso, en una relación de antagonismo no se pueden reunir las condiciones básicas de un verdadero diálogo. El diálogo se podría mantener con un adversario no antago­nista; pero la información relativa a un antagonista sólo puede obtenerse exami-

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nando su actuación pública o a través de informes de las personas de su condición que puedan obtenerse en general. También se lo puede someter a espionaje, si la ética lo permite.

E n un artículo que publiqué en 1977 examiné algunas de estas cuestiones. E n la etapa de recolección de datos el investigador cumple por lo general u n papel m á s importante que los actores locales, ya que conoce m á s a fondo el contexto amplio; no debe perderse de vista, sin embargo, la importancia de que los actores participen también en la búsqueda de información contextual amplia. Pero por lo general no se dispone de tiempo suficiente para efectuar investigaciones origi­nales en este contexto amplio. Sólo cabe, pues, recurrir a los informes ya existentes y tal vez al análisis secundario de los datos ya disponibles.

Pero en relación con el contexto local, es posible efectuar un mayor grado de investigaciones originales, y por lo general resulta necesario hacerlas. Los actores locales, con sus conocimientos locales, pueden participar en forma activa de m o d o que ya en la primera etapa comienza el proceso de toma de conciencia.

C o m o lo muestra la figura 1, en la segunda etapa se emplea la información contextual obtenida en la primera etapa a m o d o de contexto de la discusión, de la argumentación y de la clarificación de las situaciones y de las intenciones en un diálogo de los actores entre sí y con los investigadores. El objetivo es que los actores comprendan y lleguen a un acuerdo sobre la índole de la situación y las soluciones que requiere. Moser subraya que el proceso se debe registrar y describir simultáneamente con la ejecución de otras actividades del proyecto, tarea difícil y delicada allí donde podrían surgir sentimientos persecutorios y represión frente a la revelación prematura del proceso, pero menos problemática en las sociedades razonablemente democráticas.

A continuación viene la etapa de la acción social. E n ella se producen errores, rupturas y consecuencias inesperadas, buenas o malas, sobre las que se debe una vez más reunir información destinada a orientar nuevas acciones e investigaciones; esta información se reintroduce en la evaluación revisada del contexto y del significado de la acción (dicho paso se representa en la figura 1 con la línea de retroalimentación).

Acabo de describir el modelo general de la investigación-acción discursiva, o de tipo participativo; pero las cosas no siempre se desarrollan de manera tan sencilla. N o m e refiero a los peligros de la persecución y de la represión externas inherentes a ciertos marcos políticos, aunque también éstas complican las cosas. H a y otros dos problemas de índole interna que se refieren al papel del investi­gador en sus relaciones con los actores en el proyecto. Y a hice notar que las necesidades de la acción local pueden predominar sobre las necesidades univer­sales de la investigación y su publicación a causa del importante papel de los actores y de la acción en este tipo de proyectos. Pero no se trata de un problema exclusivo de la investigación-acción discursiva. Incluso en la investigación aplicada

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c o m ú n , el patrocinador puede no estar dispuesto a divulgar las evaluaciones científicas por medio de informes; en la investigación-acción discursiva, las dificultades se acrecientan debido a la identificación del investigador con los actores.

E n L a voix et le regard (1979); Alain Touraine formula reservas sobre la investigación-acción de tipo participativo propugnada, por ejemplo, por Orlando Fais Borda, en la que el investigador se compromete intensamente con los actores. El investigador debe evitar la participación y la identificación estrechas con los actores que le hagan perder su autonomía. Touraine parece estimar que la posición de Fais Borda implica una identificación excesiva con los actores y que hace m u y poco hincapié en la investigación. Pero podemos ver que ello no es así si tomamos en cuenta los artículos recientes de Fais Borda, publicados o no. El dilema puede quizá resolverse si se aplica la distinción establecida por Ralph Turner. (1956) entre asumir el papel del otro y asumir su punto de vista. E n la investigación-acción discursiva el investigador entra en el contexto de la acción y debe asumir el papel del actor en el proceso ubicándose imaginariamente en dicho papel, pero n o debe identificarse con el punto de vista del actor. Para ello necesita una buena dosis de disciplina, así.como necesita también cierta, habilidad didáctica para explicar el papel del investigador a los actores de manera que éstos puedan aceptar las reglas del juego que debe aplicar el investigador.

A nivel del actor se encuentra1 un segundo problema interno aún más importante, debido a que la investigación postula la ausencia de intereses anta­gónicos entre los actores. Los actores deben compartir las mismas situaciones y tener intenciones aproximadamente similares. D e lo contrario no existen las condiciones básicas previas que posibilitan el verdadero diálogo de los actores entre sí, y de los actores con los investigadores. Por ejemplo, en un proyecto de investigación-acción preparado en Suécia entre toxicómanos y asistentes sociales que decían trabajar en estrecha relación con ellos y en su beneficio, pudo verse rápidamente que existían profundos y graves conflictos no sólo entre las autoridades sanitarias locales y los asistentes sociales, sino también entre éstos y los toxicómanos. E n esas condiciones, no existía un punto de vista único que los investigadores pudieran asumir; y se atribuyó a algunos de los actores la adopción del punto de vista de los antagonistas. El diálogo quedó roto. Por ese motivo los investigadores se vieron obligados a elegir entre un proyecto de investigación m á s convencional (sin acción) o la adopción, c o m o táctica inicial, del punto de vista de un grupo restringido de actores.

Otro ejemplo que podemos mencionar es un proyecto de investigación-acción realizado en estrecha asociación con grupos de pequeños campesinos y peones rurales. Al conocerse su éxito inicial, el proyecto atrajo a un grupo de estudiantes izquierdistas que deseaban "servir al pueblo". Los estudiantes, sin embargo, se incorporaron al proyecto con una actitud distorsionada de difusión de la innovación y la pretensión de saber de antemano lo que más convenía a los

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campesinos. Esto tuvo c o m o consecuencia una total desorganización del proyecto e impidió su prosecución. El consenso entre los actores quedó reemplazado por la desunión.

E n otros casos, la desorganización resultó menos grave; por ejemplo, en los proyectos de acción y toma de conciencia que se llevaron a cabo entre las obreras textiles de Suécia, donde la diferencia de perspectivas de las trabajadoras locales y los dirigentes sindicales regionales o nacionales impidió que se aplicara plenamente la investigación-acción discursiva. Cabe señalar que en un caso c o m o éste, donde puede suponerse que los conflictos de intereses entre los actores no son antagónicos, lo m á s razonable que pueden hacer los investigadores es reevaluar el contexto del diálogo y ampliarlo mediante la incorporación de actores de los

. planos local, regional y nacional para clarificar las limitaciones e intenciones comunes en ese contexto ampliado. A ú n en ese caso podría surgir c o m o obstáculo la diferencia de motivación de los niveles local y superior con respecto a la participación en el proyecto. E n el plano local puede haber comenzado una acción con un alto grado de motivación que no encuentra eco en los niveles superiores de la organización sindical.

También se pueden plantear casos donde se supone que existen conflictos entre los actores, cuando en realidad existe entre ellos un consenso m u c h o mayor del esperado. Por ejemplo, dos partidos políticos que en el plano nacional discrepan violentamente por motivos ideológicos o de clase, pueden mostrar mucha mayor afinidad al definir los problemas y proponer soluciones en los planos regional o local debido al carácter más concreto de las situaciones locales, al mayor contacto entre los políticos y los electores y a la desa­parición de las barreras ideológicas ante los problemas locales o regionales concretos. E n tales condiciones es posible llevar a cabo un proyecto de investi­gación-acción discursivo de base bastante amplia con actores afiliados a partidos m u y diferentes6.

D e los ejemplos mencionados podemos extraer la siguiente lección: un proyecto de investigación-acción discursivo (de tipo participativo) debe ir prece­dido de un análisis de los conflictos de intereses antagónicos y no antagónicos que se presentan en el c a m p o de acción para verificar que los actores reúnen las condiciones previas necesarias.

Ese análisis debe continuar en las etapas posteriores. Por ejemplo, en la etapa intermedia de un proyecto relativo a la reforma agraria o a la ocupación no violenta de tierras se podría incluir la asignación de parcelas a las familias sin tierras. Pero ello podría destruir el espíritu colectivo; podría ocurrir también que los nuevos propietarios quedaran más tarde a merced de los prestamistas, quienes recuperarían la tierra en nombre de los terratenientes ausentes. El análisis perma­nente de las relaciones antagónicas podría haber establecido la necesidad de una propiedad colectiva y no privada de la tierra y la acción se podría haber orientado en otro sentido (véase Himmelstrand y Rudqvist, 1975, p. 21).

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E n apariencia, quienes han llevado a cabo proyectos de investigación-acción de tipo participativo no se han ocupado mucho de elaborar y utilizar métodos de análisis de las relaciones antagónicas entre los actores. El análisis marxista de clases en sus versiones más modernas (véase por ejemplo E . O . Wright, 1976) se refiere a las sociedades industriales avanzadas con mayor frecuencia que a los contextos rurales donde se realiza en la actualidad una gran parte de la investigación-acción. Tenemos aquí otra prueba de que los investigadores que utilizan este enfoque deben profundizar su conocimiento de los hechos concretos y objetivos de la estructura social, sin sacrificar el estudio de los aspectos más subjetivos de la toma de conciencia y de la acción.

¿Fin de la controversia?

N o resulta fácil trazar un cuadro equilibrado de los dos enfoques teóricos y metodológicos, sobre todo para alguien que ha estado trabajando en estrecha colaboración con una de las tendencias, c o m o yo. Pero no obedece necesaria­mente a mi posición el hecho de que haya analizado con mayor amplitud la labor de los adversarios del E D I . La investigación-acción discursiva plantea más problemas y ha sido mucho menos desarrollada científicamente que el E D I , y, por consiguiente, requiere un examen m á s amplio. N o he tenido la expe­riencia concreta de un proyecto de investigación-acción de este tipo, pero al mismo tiempo m e atrae y m e inquieta por algunas de sus complicaciones e inconvenientes.

Por otra parte, no se debe exagerar la controversia. Personalmente veo una cierta convergencia de los dos enfoques. El abandono parcial de la perspectiva de la modernización constituye un indicador de dicha convergencia. U n a expresión más concreta aún se encuentra en el estudio de Niels Röling, Joseph Ashcroft y Fred W a Chege, presentado en el Congreso Mundial de Sociología de Toronto (1974). Niels Röling había trabajado en estrecha colaboración con Everett Rogers, uno de los creadores del E D I . Pero en el mencionado estudio, los autores invierten la tradicional perspectiva del E D I . El trabajo sobre el terreno mencionado en dicho estudio no se basa en el efecto tradicional de difusión por medio de la polea de los "campesinos progresistas", sino que examina directamente los estratos menos desarrollados y más "atrasados" de la pobla­ción rural africana. E n el estudio se puede observar que estos campesinos atrasados aceptaron las innovaciones en una proporción mayor que los cam­pesinos progresistas lo hicieran en casos anteriores. E n segundo lugar, se observa que la "resistencia al cambio" proviene más de arriba que de abajo. Las inno­vaciones que los campesinos atrasados adoptaron de inmediato, los campe­sinos progresistas las habrían considerado contrarias al orden de las cosas, en especial porque alteraban el sistema de estratificación dominante. Es decir

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Los procesos de innovación en el cambio social 261

que los campesinos progresistas m á s acomodados se resistían a la introducción de progresos desde abajo.

E n dicho estudio se emplearon técnicas de investigación tradicionales; la metodología dista m u c h o aún de la investigación-acción discursiva, pero la perspectiva desde abajo se asemeja m u c h o a la que definiera Orlando Fais Borda y quienes piensan c o m o él.

E n otro interesante estudio de M a r k van de Valle y otros (1978) pueden verse otras posibilidades de convergencia. Utilizando técnicas tradicionales de investi­gación (cuantificación y análisis de las variables múltiples) van de Valle demostró que la investigación académica cuantitativa que separa la búsqueda del cono­cimiento por un lado y su aplicación práctica, por otro, ejerce sobre la prác­tica una influencia menor que la investigación m á s cualitativa basada en la "teoría del terreno", que se lleva a cabo dentro de contextos pragmáticos. La mayoría de las prácticas estudiadas por van de Valle parecen distar m u c h o de las acciones críticas y radicales preconizadas por los partidarios de la investi­gación-acción discursiva, pero sus descubrimientos avalan una de las ideas básicas de esta última: que la investigación se debe vincular estrechamente a la acción.

También contribuyen a la convergencia de ambos enfoques los estudios referentes a los obstáculos estructurales que limitan los procesos de innovación; dichos estudios proporcionan conocimientos que faltaban en la filosofía aparente­mente subjetivista de la investigación-acción discursiva (véase Hale, 1974).

C o m o lo hice notar en un primer informe (presentado a una reunión organizada en 1976 por Ellen Hill), con mis colaboradores hemos estudiado los cambios sociales en Suécia teniendo en cuenta en especial: a) la descripción y el diagnóstico de los problemas, es decir, las contradicciones y limitaciones estruc­turales del avanzado capitalismo social de Suécia; b) la evaluación empírica de la fuerza numérica, la importancia organizativa y estructural y el grado de conciencia de los actores de ambos lados de la contradicción capitalista, es decir, el trabajo y el capital y c) el análisis de la adecuación entre los problemas y las soluciones que se proponen sobre el cambio social en Suécia, con especial referencia a las solu­ciones que proponen los sindicatos suecos en materia de fondos de asalariados y democracia económica (Meidner, 1978). Celebramos algunas reuniones de orien­tación discursiva con los trabajadores, pero no establecimos contextos de acción. Si bien tomamos algunas variables no convencionales, utilizamos métodos empí­ricos convencionales para examinar los indicadores económicos y ambientales, las estructuras ocupacionales y las distinciones de clase, los datos relativos a la conciencia social, los datos históricos sobre el crecimiento y la unidad de las organizaciones, los gastos públicos destinados al bienestar social y a los subsidios industriales, etc. A m i juicio, este proyecto de investigación recibió una fuerte influencia de lo que yo había aprendido sobre la investigación-acción discursiva, en el sentido de que recopilamos datos que podrían parecer pertinentes para un

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diálogo orientado a la acción desde el punto de vista del movimiento sindical sueco. Esto corresponde a la primera etapa de Moser, con la salvedad de que acopiamos información en una escala m u c h o más amplia que la mayoría de los proyectos de investigación-acción de este tipo. Completar el proyecto nos llevó casi cinco años. Por otra parte, en los países c o m o Suécia la historia sindical no es paroxística; evoluciona lentamente aunque tenga un carácter dialéctico. Por consiguiente, se realicen o no nuevos proyectos de investigación-acción, pienso que los resultados de nuestra investigación pueden contribuir a establecer un marco de discusión y estudio sobre el movimiento sindical sueco y su evolución (que tal vez se acelere en los próximos años).

Aunque veo una convergencia y una fructífera división del trabajo entre los diversos grupos, también hay que considerar la situación desde otro ángulo. Se trata de un cierto pluralismo poliparadigmático tolerante pero laxo que se establece, donde cada cual se ocupa de sus asuntos propios. Espero que el presente artículo contribuya a luchar contra dicha tendencia en la medida en que hago destacar los vínculos existentes entre los estudios de los cambios cuantita­tivos y las contradicciones estructurales de la sociedad por una parte, y por otra, el diálogo orientado a la acción y la acción orientada al diálogo. Dichos vínculos se pueden encontrar también al estudiar la difusión de la innovación desde arriba o desde abajo, así c o m o al estudiar los procesos donde las innovaciones no son simplemente adoptadas, sino creadas a la luz del diálogo sobre los contextos estructurales de la acción. Sólo si prestamos atención a dichos vínculos nuestra actividad científica será fecunda y podrá contribuir a la toma de conciencia y a la acción apropiadas. Por consiguiente, en la parte final del presente documento esbozaré un modelo para estudiar la vinculación entre diversas ideas teóricas, metodológicas y prácticas encaminadas a establecer una "comunidad dialéctica de investigadores".

Vinculación entre los tres objetos del conocimiento

E n la figura 2 se indican los lazos importantes que existen entre las innovaciones ya existentes y su difusión; los procesos de innovación en la solución de los problemas, es decir las innovaciones (sobre todo sociales) formuladas en el marco de la investigación-acción de tipo participativo, y las estructuras y los procesos socioeconómicos que—al plantear problemas y la necesidad de resolverlos— sientan las bases de los procesos de innovación o limitan su difusión.

C o m o se indica en la leyenda, la figura se puede leer desde abajo, desde arriba, o de izquierda a derecha en el nivel 3. L a lectura hacia arriba parecerá m á s natural para los adversarios del E D I . L a lectura hacia abajo coincidirá más con el E D I y la lectura de izquierda a derecha en el nivel 3 resultará m á s adecuada para las versiones m á s limitadas o "subjetivistas" de la investigación-acción de

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Los procesos de innovación en el cambio social 263

1 _ Cultura: Cúmulo de proyectos, ideas, normas y formas organizativas

2 _

3 _ Problemas y contradicciones

Actores: individuos, grupos y ' organizaciones de clase I

Opciones y limitaciones

Soluciones y resultados: impuestas, voluntarias o involuntarias; m á s o menos innovadoras

\ : l / Estructuras y procesos

que generan

problemas y ' contradicciones, actores, opciones y limitaciones

F I G . 2. Interrelation de los factores culturales, las esferas de la acción y las estructuras y procesos básicos. (Los procesos rodeados por un círculo constituyen representaciones ampliadas de las relaciones entre problemas y actores, y entre actores y las limitaciones u opciones.)

tipo participative Podríamos caracterizar estos tres enfoques de la siguiente manera: los que comparten el E D I considerarán que los objetos del conocimiento ubicados en la parte inferior de la figura constituyen restricciones a la difusión de las innovaciones; los adversarios del E D I que leen la figura de abajo hacia arriba estimarán que las restricciones están constituidas por los objetos del cono­cimiento ubicados en la parte superior; quienes se inclinan por la investigación-acción discursiva de tipo participativo y leen la figura de izquierda a derecha estimarán que la idea de "restricciones" tiene menos importancia que el "conte­nido" del diálogo orientado a la acción. Para este último grupo, los objetos del conocimiento que figuran en las partes superior e inferior de la figura constituyen el contenido del diálogo que precede a la acción. Naturalmente, en dicho nivel se descubrirán las restricciones, pero su existencia y naturaleza en el m u n d o real de la acción quedarán establecidas en el propio contexto de la acción.

C o m o se indicará m á s adelante, también se puede leer la figura de derecha a izquierda.

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264 Ulf Himmelstrand

Si leemos la figura desde abajo comenzaremos por el casillero que repre­senta las estructuras y los procesos que producen: los problemas o contradicciones, los actores que desean resolver los problemas y las limitaciones o, según los casos, las opciones de acción m á s o menos innovadora destinada a resolver los problemas. C o m o puede verse, los actores no figuran c o m o datos sino c o m o producidos. Las personas existen, pero sólo se convierten en actores por medio de las estructuras y los procesos que los colocan en situaciones m á s o menos compartidas donde se pueden movilizar para convertirse en actores. Entre los problemas y los actores se encuentra el proceso de toma de conciencia que hasta cierto punto puede quedar restringido desde arriba por los elementos ideológicos de una determinada cultura. D e manera análoga, las. tentativas m á s o menos innovadoras en que los actores ponen en juego su conciencia para superar las limitaciones estructurales, o para utilizar las opciones estructurales producidas desde abajo (en la figura), quedan restringidas en mayor o menor medida por los factores culturales que actúan desde arriba. D e este m o d o , las limitaciones o restricciones pertenecen a dos categorías: estructurales (por ejemplo, relaciones de clase, clases dominantes) y culturales (por ejemplo, ciertas pautas ideológicas u organizativas de la esfera cultural).

Las mismas observaciones pueden formularse cuando se lee la figura hacia abajo. Sin embargo se puede leer la figura simultáneamente desde arriba y desde abajo en una tentativa sintética de análisis de sistemas; en ese m o m e n t o las líneas de retroalimentación de la figura cobran importancia. Dichas líneas indican en qué medida los resultados de la acción contribuyen a la reproducción o a la trans­formación morfbgenética de las condiciones culturales y estructurales represen­tadas en la parte superior y en la parte inferior de la figura, respectivamente.

Pero también es posible leer la figura de derecha a izquierda. A veces las soluciones o innovaciones vienen ya dadas de la superestructura: los dirigentes y administradores políticos las envían haciendo valer objetivos ideológicos especi­ficados a nivel superestructural (por ejemplo m á s democracia, m á s libertad, m á s igualdad o m á s orden y legalidad). Pero en vez de evaluar dichas innovaciones o soluciones con arreglo a los criterios de la superestructura, podríamos explorar m á s bien en qué medida dichas soluciones corresponden a los problemas origi­nados en la base y en qué medida corresponden a las capacidades, a los incentivos y a la fuerza de los actores interesados en la solución de los problemas. Dicha exploración fue llevada a cabo por ejemplo por Himmelstrand, A h m e , Lundberg y Lundberg (1980).

El diseño de la figura 2 y el enunciado de sus casilleros han sido preparados de manera neutral respecto de los enfoques marxista y no marxista de la sociedad y la figura se presta igualmente bien a ambos tipos de interpretación. Por ejemplo, u n marxista considerará que el casillero de la parte inferior indica la base econó­mica, el m o d o de producción. E n la sociedad capitalista, esta base produce las contradicciones estructurales del capitalismo y moviliza a los actores de las clases

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Los procesos de innovación en el cambio social 265

obrera y burguesa en una lucha de clases más o menos innovadora encaminada a atacar, suprimir o mantener las limitaciones capitalistas de las relaciones sociales de producción. L a superestructura (las condiciones culturales) creada c o m o resul­tado de las actividades anteriores de la clase burguesa, funciona c o m o un marco que limita a la lucha de clases a reproducir y mantener el m o d o de producción en la base económica. D e este m o d o , no se considera que la superestructura es un epifenómeno o reflejo de la base c o m o en el marxismo vulgar, sino que aparece c o m o resultado de la lucha de clases. Ello quiere decir que aun manteniéndose el marco capitalista, las victorias limitadas que obtiene la clase obrera en sus luchas se pueden incorporar a la superestructura; ésta deja de ser un simple reflejo de los intereses de la clase burguesa aun cuando se mantenga la hegemonía burguesa. El capitalismo benefactor o de bienestar social constituye un ejemplo.

Es evidente que un enfoque sintético de todos los niveles y secciones de la figura 2 requiere aportes de la sociología de la cultura, de la educación y de las comunicaciones de masa, así c o m o de la psicología social, de la sociología de la movilización y de los movimientos sociales, de la sociología económica, del mate­rialismo histórico marxista, de la investigación-acción de tipo participativo y de la teoría política. L a figura proporciona amplio margen para que se establezca un debate entre los sociólogos en diversos terrenos y entre los sociólogos y los actores fuera del campo académico. Proporciona también un marco conceptual de referencia para las investigaciones que se realizan con arreglo a perspectivas especiales, desde abajo o desde arriba, representando posiciones específicas de clase o de grupo vistas dentro de una totalidad contextual más amplia.

Para exponer de manera más convincente esta posibilidad de enlazar enfoques tan diferentes daré un ejemplo haciendo referencia al materialismo histórico y a una interpretación estructúralista simbólica de la cultura. Los estructuralistas simbólicos, c o m o Claude Lévi-Strauss (1967), dan por sentada la existencia de "estructuras ocultas" que presentan una dinámica inherente propia y que son por lo tanto independientes de toda influencia de las condiciones econó­micas externas. Pero si las leyes de dicha dinámica no se pueden reducir a condiciones dadas en el m o d o de producción dominante, ¿cómo se puede combinar en una síntesis el estructuralismo simbólico desde arriba con el materialismo histórico marxista desde abajo?

Se puede obtener una respuesta si se supone que existen a menudo estruc­turas ocultas alternativas. Esta hipótesis tiene una importancia capital en diversas teorías estructurales del equilibrio cognoscitivo (D. Cartwright y F . Harary, 1956). E n dichas teorías, se supone que existen diferentes soluciones cognoscitivas para una determinada estructura cognoscitiva desequilibrada. Entre las diversas opciones que pueden formar parte de las estructuras ocultas de la dinámica cognoscitiva, se elegirá la opción que mejor corresponde a esta dinámica y a la acción que se origina en el m o d o de producción. U n a vez elegida dicha solución cognoscitiva, ésta seguirá desplegando su dinámica inherente propia. D e este

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m o d o , los enfoques culturalista y materialista histórico pueden aparecer en interre-lación y no en competencia.

Otra posibilidad consiste en considerar el m o d o de producción c o m o origen de por lo menos algunos problemas y elementos cognoscitivos incorporados en la estructura oculta, incluso cuando no existen estructuras alternativas. Las estruc­turas ocultas pueden tener sus propias leyes dinámicas, pero su material o sus elementos seguirán produciéndose a partir de las experiencias de la vida coti­diana dentro de un determinado m o d o de producción.

¿Qué puede decirse de otros enfoques metodológicos m u y diferentes, que van desde las investigaciones causales basadas en el análisis estadístico de los datos con variables múltiples hasta los métodos de la fenomenología, la compren­sión finalística y el diálogo orientado a la acción? U n a vez m á s parecería que un enfoque metodológico trata problemas que no se pueden resolver con otros métodos, dadas sus limitaciones. El dilema queda reducido así a la cuestión dé saber si un proyecto de investigación determinado requiere m á s de un enfoque y c ó m o se debe disponer la división del trabajo y la combinación de dichos enfoques en el caso de que parezcan ser necesarios varios enfoques metodológicos.

¿En qué circunstancias se necesita más de un enfoque? Consideremos un estudio de la "producción de conciencia" basado en investigaciones causales con variables múltiples, efectuadas por sociólogos de la comunicación de masas y la formación de la opinión. Personalmente considero que los resultados de dicho estudio constituyen una línea de base, las premisas de cambios futuros de las creencias y actitudes o de la conciencia. Dichos resultados se pueden emplear de dos maneras diferentes según el contexto de la acción.

Si la acción que se busca consiste en persuadir a la gente de que cambie su mentalidad, ya sea por razones políticas, o c o m o parte de u n experimento de laboratorio, no es necesario ir m á s allá del enfoque metodológico ya utilizado en estudios previos de producción de conciencia. Dichos estudios permitieron establecer las líneas de base o premisas de cambios futuros y la manera de producir el cambio. Para aplicar dichos resultados "sólo" sería necesario manipular las variables ya conocidas que han mostrado poseer coeficientes mensurables de regresión múltiple.

D e manera análoga, para correlacionar estadísticamente con criterio marxista el contenido y la estructura de la conciencia con los tipos y niveles de la lucha de clases (si se dispusiera de ese tipo de datos), no se necesitaría ningún enfoque nuevo de las tentativas de modificar la conciencia, "sólo" habría que introducir el cambio adecuado en el estilo de las luchas de clases para lograr el cambio de conciencia deseado. N o discutiremos aquí la factibilidad de tales apli­caciones de la investigación causal estadística: tratamos de mostrar m á s bien que los enfoques metodológicos de estos dos ejemplos son autónomos y completos en sí mismos, en el sentido de que no parecen requerir enfoques suplementarios de un tipo diferente, por ejemplo, fenomenológico u orientado al diálogo. Pero dichos resultados de investigación se pueden utilizar de otra manera.

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Los procesos de innovación en el cambio social 267

Supongamos que investigadores y actores parten de la base de que un proyecto dado implica la participación de los actores c o m o sujetos creadores e innovadores y no c o m o objetos de manipulaciones o agitaciones de clase, y rechazan por lo tanto la manipulacion.de las creencias en base a resultados socio-psicológicos o la intensificación de determinados tipos de la lucha de clases en base a conceptos marxistas de mayor o menor arraigo empírico. E n este caso, típico de la investigación-acción discursiva de tipo participativo, los resultados de las investigaciones estadísticas causales sobre la producción de conciencia no carecen necesariamente de interés o de pertinencia; podrían formar parte de lo que Moser ha llamado la etapa de recolección de la información. Dichos estudios nos indican cuáles premisas y líneas de base se han producido en la conciencia y c ó m o se han producido, c o m o lo señalamos antes. E n los contextos de acción del primer tipo, dichas líneas de base constituían puntos de partida para efectuar manipulaciones de persuasión de la gente considerada c o m o objeto pasivo, mien­tras que en los contextos de acción del segundo tipo se las considera c o m o premisas del diálogo entre las personas c o m o sujetos activos. E n los contextos de acción del segundo tipo, la elevación de la conciencia de la gente puede requerir cierto conocimiento de las maneras de manipular la conciencia, o de los procesos que moldean la conciencia de clase en los diversos tipos de lucha de clase. Pero, además, en dichos contextos se debe trascender el nivel de la manipulación o de los procesos de producción de conciencia; en ese m o m e n t o aparece el diálogo.

Podemos resumir ahora nuestro planteo de la siguiente manera: puesto que la producción de conciencia (como manipulación y c o m o proceso) es un hecho de la vida, debe ser estudiado c o m o tal con los métodos de investigación perti­nentes para descubrir sus relaciones causales. Pero la conciencia así producida y estudiada no se debe considerar c o m o una línea de base para la producción ulterior de conciencia (por manipulación o por proceso) en las personas que ya han estado sometidas a tales manipulaciones o procesos, sino c o m o premisas de la investigación y del diálogo entre actores que participan en proyectos de emanci­pación y cambio autodirigido. Dichos proyectos de acción requieren una metodo­logía de investigación diferente que complementa los métodos antes mencionados. Dichas metodologías diferentes no son de índole menos científica que los métodos de manipulación causal, a menos que se suponga que las relaciones causales impersonales constituyen el único dominio legítimo de análisis y aplicación científica, con exclusión del diálogo entre los seres humanos.

Durante m u c h o tiempo, las ciencias sociales se ocuparon de los problemas de explicación causal y dejaron sin explorar la esfera del diálogo; este hecho explica el escaso desarrollo científico de los métodos correspondientes a esta última esfera, pero no invalida su carácter científico: Somos un producto de la sociedad y también somos productores de la sociedad.

Los paradigmas sociológicos que son aún moneda corriente resultan de

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268 Ulf Himmehtrand

gran utilidad para explicar c ó m o la sociedad nos produce, pero sirven m u y poco o nada para explicar de qué manera somos o podríamos ser productores de ella. A m b a s esferas resultan igualmente legítimas para efectuar un análisis científico, pero es evidente que la que estuvo más abandonada requiere ahora mayor atención.

Hace tiempo que dejaron de aceptarse las ideas de Rousseau y Hobbes sobre el establecimiento de un contrato social, en virtud del cual se abandonó un cierto "estado natural" y se creó la sociedad. Dichas ideas no han sido reemplazadas por análisis m á s científicos de los m o d o s de construcción de la sociedad por obra de seres humanos conscientes e innovadores, sino por teorías en las que el desarrollo de la sociedad y la estructuración social del hombre son considerados c o m o el resultado de leyes impersonales e irresistibles, similares a las que se descubrieron en las ciencias naturales. Dichas teorías son necesarias y legítimas, pero también son insuficientes. También resultan insuficientes las diversas teorías fenomenológicas de la construcción de la realidad social individual, puesto que dejan de lado el problema de la construcción consciente de la propia sociedad.

Las teorías actuales sobre las formas en que el hombre construye la sociedad no deben partir de la reconstrucción de un mítico "estado natural", sino de la comprensión de la sociedad contemporánea c o m o punto de partida para la construcción del futuro. Esta construcción implica una lucha de resul­tados inciertos entre los actores animados por intereses diversos e incluso contra­dictorios; las contradicciones obedecen a la estructura social existente y se pueden resolver por medio de transformaciones estructurales, es decir, mediante la remo­delación racional de los elementos estructurales. Por consiguiente, para reemplazar legítimamente el envejecido concepto de contrato social tenemos las teorías de las contradicciones estructurales y las remodelaciones o transformaciones también estructurales que pueden aplicarse a dichas contradicciones de manera realista, racional e innovadora, teniendo en cuenta la fuerza relativa y las estrategias posibles de los diversos grupos de actores que tratan de fomentar o de impedir dicho cambio estructural. L a explicación de los conceptos de racionalidad estruc­tural constituye un elemento clave en la construcción de dichas teorías. Las teorías existentes sobre la racionalidad del actor no pueden resolver los problemas puesto que la adición de decisiones racionales tomadas por actores individuales no se puede tomar c o m o método para establecer conclusiones relativas a la racio­nalidad global de la sociedad.

E n la tradición marxista podemos encontrar el comienzo de una discusión de la racionalidad estructural basada en los conceptos de compatibilidad y contradicción estructural. Pero los intelectuales marxistas se han ocupado hasta ahora sobre todo de aplicar sus teorías, según el modelo de las ciencias exactas, para explicar el m u n d o mejor que los demás intelectuales. L a tarea de cambiar el m u n d o , sometida c o m o está a restricciones de todo tipo que van de la represión militar y policial a las limitaciones y eficacia variable de la lucha reformista, en

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general no ha sido objeto de un análisis marxista cuidadoso, concreto y realista. Cabría hacer algo en este sentido, sin olvidar que la diferencia principal entre una construcción idealista o utópica del futuro y una forma de construcción científica e innovadora es el cuidado y la atención que se ponen para comprender los problemas actuales de la sociedad y las contradicciones que deben resolverse. El idealista utópico estima que el punto de partida para construir el futuro no está en la descripción científica y en la comprensión del presente, sino en el examen efectuado desde un punto de vista ético de las discrepancias entre las normas éticas y las realidades sociales.

Es indudable que al abordar esta tarea nos veremos envueltos en nuevas controversias. Los conceptos de racionalidad e innovación estructurales se prestan, por su propia naturaleza, tanto a las explicaciones de una estructura social macro­céfala y centralizada c o m o a un proceso de toma de conciencia efectuado en la base, para luchar por el cambio desde abajo. E n la medida en que ningún inves­tigador pretenda que posee toda la verdad, las nuevas controversias que surgirán de ese m o d o habrán de contribuir en gran medida a una discusión fructífera de los procesos de innovación en el cambio social.

[Traducido del inglés]

Notas

Gracias a la dedicación de la secretaria del comité de investigaciones 9, Ellen Hill, muchos de los documentos presentados en el séptimo y octavo congresos mundiales de sociología (en Varna, en 1970 y en Toronto, en 1974), así como algunos de los que se presentaron en una reunión regional del comité de investigaciones

', en Zurich, en septiembre de 1976, han sido publicados en tres números de la International review of community development (invierno de 1972, invierno de 1975 y verano de 1977). E n las valiosas introducciones que escribieron para dichos números, Ellen Hill y Orlando Fais Borda dieron nacimiento y esclarecieron una parte de la historia del comité de investi­gaciones. Véase también la breve nota infor­mativa publicada por Ellen Hill en Current sociology (1974). Los documentos presentados en el simposio internacional sobre investi­gación relativa a la acción organizado por Orlando Fais Borda (en Cartagena, Colombia, en abril de 1977), se publicaron en dos tomos: Critica y politica en ciencias sociales, y El debate sobre teoría y práctica (Bogotá, Punta de Lanza, 1978). Heinz Moser y Helmut Ornauer publicaron en 1978 una selección de los documentos de Cartagena en alemán. El interesante documento metateórico y meto­

dológico presentado por Paul Oquist en el simposio de Cartagena se publicó aparte en un periódico escandinavo, Acta sociológica (1978). El documento presentado por Fais Borda en el mismo simposio, "For praxis: h o w to investigate reality in order to transform it", se publicó en Dialectical anthropology (primavera de 1979). E n el mismo periódico Y . M . B o d e m a n amplió su contribución a la reunión de Cartagena en 1979, con el artículo "The fulfillment of fieldwork in marxist praxis".

2 Antes de que se publique este artículo presentaré referencias más detalladas sobre este punto. Por ahora citaré solamente el documento presentado por Everett Rogers y otros en el congreso de Varna (véase nota 2) y el do­cumento de Niels Ruling y otros, mencionado m á s adelante en el artículo.

3 Para comparar empíricamente los aspectos de bienestar social de un país socialista y de un país no socialista, Bulgaria y Grecia, que al finalizar la segunda guerra mundial tenían aproximadamente el mismo nivel de desarrollo económico, véase al artículo de Hans Apel publicado en Jens Qvortrup (1978). E n el libro de R a y m o n d A . Bauer, Alex Inkeles y Clyde Kluckhohn, How the Soviet system

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270 Ulf Himmelstrand

Notas (continuación)

works (1956), basado en largas entrevistas con refugiados y emigrados de la Unión Soviética, los autores hacen notar que las personas entrevistadas, a pesar de su actitud negativa hacia el sistema político de la U R S S en la época de Stalin, elogiaron en forma prácticamente unánime el sistema de bienestar social soviético, en especial en comparación con los sistemas de bienestar social de los países de Europa y América del Norte donde se encontraban.

1 La expresión "profundizar en el lugar" procede del título del libro del autor sueco Sven Lindqvist, Gräv dar du Star (1978). Se trata de un manual destinado al gran público sobre la investi­gación de la historia local de las empresas, comunidades, etc., con ejemplos de investi­

gaciones efectuadas por el autor sobre la base del material que se encuentra disponible al público en los archivos, centros de documen­tación y bibliotecas públicas, o que obtuvo por medio de entrevistas con los veteranos de la empresa objeto de la investigación.

6 Los dos últimos ejemplos, que ilustran algunos de los problemas vinculados con la selección de los actores en una investigación-acción, llega­ron a mi conocimiento en una serie de semi­narios sobre investigación-acción celebrados en el Centro de Estudios de la Vida Laboral de Estocolmo, en la primavera de 1980, organizados por  k e Sandberg, conocido estudioso sueco que se ocupa de la investi­gación-acción.

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Referencias (continuación)

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C O L E C C I O N E S D E D O C U M E N T O S P R E S E N T A D O S E N LAS SESIONES D E L C O M I T É D E INVESTIGACIÓN 9

1. International review of community development. Invierno de 1972. R o m a , Centro di Edu-cazione Professionale per Assistenti Sociali. Esta colección y las dos que se mencionan a continuación tuvieron el carácter de publi­caciones internacionales del Centro Sociale.

2 . International review of community development. Invierno de 1975. R o m a , Centro di Edu-

. cazione Professionale per Assistenti Sociali. 3. International review of community development.

Verano de 1977. R o m a , Centro di Edu-cazione Professionale per Assistenti Sociali.

4 . Critica y política en ciencias sociales. El debate teoría y práctica. 1978. Vol. I y II. Bogotá, Punta de Lanza.

5. M O S E R , Heinz; O R N A U E R , Helmut (dir. publ.). 1978. Internationale Aspekte der Aktions-Forschung. Munich, Kösel-Verlag.

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Reflexiones sobre la historia de la sociología

Jerzy Szacki

Recordemos, para empezar, algunas preguntas que se formulaba Joseph A . S h u m -peter: "¿Por qué estudiamos, en realidad, la historia de cualquier ciencia? Y a preservará la labor actual lo que sea aún válido de la labor de precedentes gene­raciones, cabría pensar. Es de suponer que no vale la pena molestarse por aquellos conceptos, métodos y resultados que no hayan subsistido de esa manera. ¿Por qué hemos de volver, pues, a viejos autores y a repasar ideas obsoletas? ¿No pueden dejarse los textos antiguos al cuidado de unos pocos especialistas que los aprecian por lo que representan en sí mismos?"1

Preguntas.semejantes se han hecho también a menudo los sociólogos. Su actitud respecto al pretérito de su propia disciplina podría ser objeto, sin duda, de un estudio aparte que arrojaría mucha luz sobre los cambios acontecidos en su pensamiento. Las actitudes no han sido las mismas en todas las fases del desarrollo de la sociología, ni en todas sus ramas. H a habido sociólogos que han negado la utilidad de los clásicos, así c o m o también ha habido quienes, c o m o Randall Collins, no han vacilado en afirmar que "en relación con figuras señeras como M a r x y Weber (y otros) nosotros somos c o m o los estudiosos del renacimiento redescubriendo a los griegos"2.

Puede decirse que, bastante a menudo, los sociólogos se han mostrado indiferentes respecto a la herencia del pasado. A u n cuando hagan referencia a los padres fundadores, ello no quiere decir necesariamente que lean sus textos. Suelen satisfacerse con información de segunda m a n o , c o m o se ve en la gran cantidad de inexactitudes y despropósitos escritos por sucesivas generaciones de sociólogos acerca de sus predecesores. N o estoy seguro de que la situación haya cambiado radicalmente pese a los notables avances en el estudio de la historia de la sociología que vamos a considerar aquí. El sociólogo medio tiene un cono­cimiento bastante superficial sobre el pasado de su disciplina, y en realidad no piensa que tal conocimiento pueda añadir nada esencial a su sofisticación teórica personal. E n eso difiere sin duda del filósofo medio, para quien el

Jerzy Szacki es profesor de sociología en la Universidad de Varsóvia, Instituto de Sociología, Karowa 18, Varsóvia 00-324, Polonia.

Rev. int. de cieñe, soc., vol. XXXIII (1981), n.° 2

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Reflexiones sobre la historia de ¡a sociología 273

conocimiento de la historia de la filosofía suele constituir un importante acerbo intelectual.

Los factores que explican este menguado interés histórico son bastante complejos. E n algunos países se ha producido una verdadera discontinuidad en el desarrollo de la sociología, la cual, después de la segunda guerra mundial, fue reanimada con la apresurada adopción de modas corrientes en la sociología empí­rica norteamericana, y no con la prosecución de estudios anteriores. Pero las causas generales, relacionadas con los cambios experimentados por la sociología hacia la mitad del siglo xx, parecen m u c h o m á s importantes. El acelerado esfuerzo por alcanzar un estatus "científico" trajo c o m o consecuencia un comprensible rechazo de la mayor parte de la labor precedente, cuyo estatus científico era más que dudoso a la luz de las nuevas exigencias. Se generalizó la creencia de que en sociología, c o m o en las ciencias naturales, bastaba con leer las obras m á s recientes. A d e m á s , con los avances cada vez mayores de la especialización y la división del trabajo, los clásicos dejaron de tener utilidad inmediata para el sociólogo medio. Para llevar a cabo un trabajo de investigación congruente en cualquier rama especializada de la sociología no era necesario en realidad haber leído las obras —voluminosas, frecuentemente abstrusas y semiíilosóficas por naturaleza— de M a r x , Spencer, Simmel, Weber , M e a d o Znaniecki. Bastaba con dominar, sin otra base, algún manual reciente, las técnicas generales y las teorías corrientes de nivel medio. Puede plausiblemente argumentarse que tal ascetismo teórico afecta negativamente la interpretación de los descubrimientos de la investigación y dificulta la tarea de integración de los mismos a un nivel más alto de generalidad. Pero esto no preocupa a quienes practican tal ascetismo. M á s aún, en la sociología moderna hay muchos especialistas de la elaboración teórica que creen que el conocimiento de las obras de teóricos de épocas pasadas, que no se atuvieron a los paradigmas de la elaboración teórica aceptados en estos últimos años, es absolutamente supérfluo.

N o disponemos de espacio para examinar aquí hasta qué punto el conoci­miento de la historia de una disciplina es útil para la misma 3 . Personalmente, m e inclino a compartir la opinión de Ernest Becker, que fuera adoptada por un historiador de la sociología c o m o lema de su libro: " U n a sociología sin ningún sentido de su propia historia será también una sociología sin ningún conocimiento de lo que sus propios científicos ilustres han experimentado y pensado en sus vidas de dedicación y de estudio; será una sociología sin ningún sentido de sus propios logros, una sociología de las creencias 'cabalmente demostradas' de cada nueva generación de alumnos graduados. D e esta manera, pese a las pretensiones meto­dológicas de ciencia 'rigorosa', será una sociología acientífica"1. L a contro­versia sobre la actitud hacia la historia de la sociología es siempre, en cierto sentido, una controversia sobre la sociología misma. L a dedicación a la historia de la sociología no suele ser una empresa totalmente desinteresada en el contexto de la teoría sociológica y las opiniones sobre la vocación por la sociología. M á s

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274 Jerzy Szacki

aún, la conciencia de una crisis en la sociología se ha visto generalmente acom­pañada por alguna forma de retorno a los clásicos.

La historia de la sociología ha sido habitualmente cultivada por sociólogos y, en consecuencia, está vinculada a la sociología más que a la historia en general o que a la historia de la ciencia. Esto ha tenido sus desventajas, porque, c o m o historia, ha sido objeto de una dedicación superficial y desligada de un contexto m á s amplio, c o m o luego veremos. Por el m o m e n t o veremos qué es lo que buscan los sociólogos cuando estudian el pasado de su propia disciplina. Descarto aquí, por obvio, el estudio de las opiniones de aquéllos que han impulsado o inspirado el trabajo de cada investigador, por cuanto se trata de un elemento normal de la labor teórica, no constitutivo de estudios históricos, aun cuando de ello resulten descubrimientos importantes para un historiador. El interés de los sociólogos por el pasado de la sociología tiene, aparentemente, las motivaciones siguientes, aunque ellas no son, por supuesto, mutuamente excluyentes.

E n primer término, la historia ha sido sin duda un elemento necesario para fomentar un cierto sentido de identidad de grupo; es la tradición la que mantiene unidos a estudiosos que en todo lo demás tienen poco en común. Esto ha sido señalado por Edward Shils quien decía que la sociología, c o m o "un agregado heterogéneo de materias", mantiene su "unidad y cohesión [...] merced a una tradición más o menos común —una tradición heterogénea en la que se destacan determinadas corrientes— vinculada a monumentos comunes o a figuras u obras clásicas"6.

E n segundo lugar, la historia de la sociología se ha utilizado a menudo c o m o una conveniente manera de manifestar y poner en claro lo que la disciplina es. E n particular, la teoría sociologica.se expone frecuentemente a través de un examen histórico o casi histórico. Así, el célebre y todavía útil libro de Nicholas S. Timasheff trataba de hacer ver "el desenvolvimiento histórico del sistema de pensamiento que la sociología teórica es"6. Albion W . Small escribía hace ya muchos años "que la mejor manera de saber lo que la sociología es, y lo que vale, es abordándola históricamente"7. Tal enfoque todavía tiene sus partidarios.

La historia de la sociología ha servido para establecer el valor actual de las concepciones primitivas consideradas desde el punto de vista contemporáneo. H e aquí una característica exposición de Pitirim A . Sorokin: " E n el m o m e n t o actual, el campo de la sociología está abarrotado de una multitud de sistemas diversos y contradictorios. Todo principiante que entra en este campo se expone a perderse en él, y lo que es más importante, encuentra grandes dificultades para distinguir, en medio de todas estas teorías, lo que es válido de lo que es falso. Así pues, una de las tareas m á s urgentes del sociólogo contemporáneo consiste en separar lo que es realmente válido en dichas teorías de lo que es falso o carece de demostración"8.

Por otro lado, la historia de la sociología también ha servido a menudo c o m o medio de acopio del saber adquirido. Se estudian los clásicos en busca de

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Reflexiones sobre ¡a historia de la sociología 275

elementos que siguen siendo de valor indiscutible. Ejemplo típico de lo que decimos es The structure of social action (1937), obra compilada por Talcott Parsons con la intención explícita de encontrar en la sociología de principios del siglo xx "un cuerpo coherente de pensamiento teórico"9. L o m i s m o cabe decir respecto de The foundations of sociological theory (1970), de Theodore Abel.

También se debe tener en cuenta que se han escrito muchas obras cuya intención primordial parece haber sido la de ordenar las cosas. Sus autores, al analizar las concepciones sociológicas de tiempos pasados, se esfuerzan princi­palmente por distinguir sus categorías y tipos específicos. Esto sirve tanto para demostrar la variedad del pensamiento sociológico c o m o para poner de manifiesto sus siempre pertinentes dilemas y problemas, aunque no siempre se llegue necesa­riamente a presentar un balance inequívoco. U n buen ejemplo de ello es The nature and types of sociological theory (1960), de D o n Martindale10.

Otra motivación de muchos sociólogos que recurren al pasado de su disci­plina es buscar argumentos adicionales para reforzar tesis contemporáneas sobre problemas teóricos. Así, C . Wright Mills, director de la obra Images of man (1960) y autor de The sociological imagination (1959), sostiene la superioridad de "la tradición clásica" sobre el "empirismo abstracto" de la sociología contemporánea y busca en sus "modelos" fuentes de inspiración para la reflexión sociológica. D e m o d o análogo, Anthony Giddens, en el prólogo a su libro sobre M a r x , Durkheim y M a x Weber, asevera: "Este libro se ha escrito en la creencia, que es un difundido sentimiento entre los sociólogos, de que la teoría social contemporánea necesita una revisión general. Dicha revisión debe iniciarse a partir de una reconsi­deración de las obras de aquellos autores que establecieron los principales marcos de referencia de la sociología moderna"11 .

Finalmente, en la historia de la sociología se ha buscado información acerca de la posición de la sociología y de sus relaciones con las ideologías y con la vida práctica. Así, por ejemplo, H e r m a n n Strasser demuestra, sobre una base histórica, que "los modelos conceptuales y explicativos no pueden evitar verse afectados por consideraciones normativas"12. Alwin W . Gouldner efectúa su excursión por la historia de la sociología en The coming crisis of Western sociology (1970) para acentuar y descartar la infraestructura moral13. Otro libro interesante a este respecto es el de G . A . Bryant, Sociology in action. A critique of selected conceptions of the social role of the sociologist (1976).

N o pretendo que este repaso sea completo; sólo sirve para demostrar que el interés de los sociólogos por la historia de su propia disciplina no es, por regla general, teóricamente desinteresado. Por eso no tiene nada de sorprendente que tales estudios no sean necesariamente históricos en sentido estricto; algunos autores tienen plena conciencia de esto11. E n campos c o m o la sociología, donde ciertos paradigmas muestran una vitalidad asombrosa, el mero hecho de que una persona estudie aportaciones pretéritas no hace de ella un historiador. M a r x , M a x Weber o M e a d pueden estudiarse c o m o si fueran contemporáneos. E n

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consecuencia, lo que temáticamente se define c o m o historia de la sociología resulta ser algo bastante heterogéneo. Incluso los estudios particulares son a m e n u d o heterogéneos: históricos en el sentido de que se interesan por material extraído del pasado, no lo son desde el punto de vista de la intención de fondo ni desde el de las técnicas de investigación empleadas. U n estudioso del pasado de la sociología desempeña por lo c o m ú n un doble papel, el de teórico y el de historiador, y si defiende sus propios postulados teóricos o ideológicos, su papel c o m o historiador pasa a m u y segundo término.

U n teórico se interesa por el pasado únicamente en la medida en que puede recuperar lo que aún hay en él de actual y presentarlo, con total independencia de su contexto original, c o m o un conjunto sistematizado de teorías. U n historiador, en cambio, se interesa por el contexto original y tiende a creer que, c o m o afirmaba M a n n h e i m , una modificación en el contexto de una teoría altera inevi­tablemente su significado. U n teórico ve a todo pensador c o m o uno de sus contemporáneos, mientras que un historiador lo considera con otra perspectiva. Este doble enfoque incide en la identidad misma de un historiador de la sociología: al ser teórico conquista una sólida posición entre sus colegas y probablemente puede influir de manera m á s consistente en su forma de pensar; por el mero hecho de acometer el estudio del pasado deja de ser sociólogo y se convierte en uno de los muchos profesionales de la historia intelectual, la historia de las ideas o de la ciencia, cuya producción no tiene por qué ser de algún interés para los sociólogos. U n o de los extremos puede ser óptimamente ilustrado por la obra de T . Parsons ya mencionada, The structure of social action, que se interesa por el pasado de la sociología, pero que por su índole no es histórica en m o d o alguno. El otro extremo pueden m u y bien ilustrarlo, por ejemplo, Consciousness and society (1958), de Stuart Hughes, y Evolution and society (1966), de J. W . Burrow, obras en gran medida interesadas por las ideas y opiniones de los sociólogos pero carentes de otras ambiciones que las puramente históricas16.

L a historia de la sociología (y probablemente también la de las otras ciencias sociales) parece oscilar constantemente entre estos dos extremos. C o m o observaba Robert K . Merton: "Los sociólogos guardan una concepción de la historia de la teoría sociológica sumamente parroquial y estrecha, casi pickwickiana, c o m o una colección de epítomes críticos de teorías pretéritas sazo­nada con breves biografías de los principales teóricos. Esto ayuda a explicar por qué casi todos los sociólogos se consideran competentes para enseñar y para escribir la 'historia' de la teoría sociológica: a fin de cuentas, están bien fami­liarizados con los escritos clásicos de otro tiempo. Pero esta concepción de la historia de la teoría no es en realidad ni historia ni sistemática, sino un producto híbrido mal concebido y desarrollado"16.

¿ N o existe entonces ninguna otra alternativa? D o s notables estudios sobre la historia de la sociología escritos recientemente parecen indicar que están surgiendo otras soluciones: Masters of sociological thought (1971), de Lewis

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A . Coser, y Emile Durkheim. His life and work: a historical and critical study (1973), de Steven Lukes.

El libro de Coser, por su intención y por su contenido, da la impresión de ser una típica "colección de epítomes críticos de teorías pretéritas sazonada con breves biografías de los principales teóricos", pero es en realidad algo esencial­mente nuevo, porque presenta las ideas sociológicas en su contexto histórico y social. Coser parte de la suposición de que "una estimación correcta de un pensamiento particular suele ser difícil, cuando no imposible, si no puede comprenderse el contexto que la vio nacer"17. Tenemos, dice, "gran número de libros que intentan dilucidar lo que M a r x , W e b e r o Pareto quisieron realmente decir, pero sólo escasas y esporádicas tentativas de emplear las herramientas del sociólogo para investigar el papel de los teóricos de la sociología dentro de la estructura social en que se hallan ubicados"18. El empeño de Coser por aventu­rarse en "la ecología social de las ideas sociológicas" no rompe el nexo entre la historia de la sociología y la teoría sociológica: no formula criterios, evidente­mente, respecto a la validez de esta última, ni pretende establecer un balance, pero nos ayuda a comprenderla más plenamente. U n análisis histórico no ofrece indicación alguna en cuanto a lo que una teoría sociológica deba o no deba ser; se limita a mostrar lo que esa teoría es y c ó m o evoluciona en realidad. Se da a la teoría una interpretación histórica, y la historia es entonces historia sociológica y no un mero inventario de ideas pretéritas con las huellas de un sabihondo soció­logo contemporáneo.

El libro de Lukes es una tentativa consciente, y acaso todavía m á s consis­tente, por concatenar los puntos de vista teóricos e históricos. E n su introducción, extraordinariamente instructiva, explica que "este estudio de Durkheim se propone ayudar al lector a lograr una comprensión histórica de sus ideas y a formar juicios críticos respecto a su valor. Es un estudio sobre historia intelectual que también está concebido c o m o una aportación a la teoría sociológica"19. Consideraciones de espacio no m e permiten entrar aquí en un análisis m á s detallado de esta obra que apunta hacia una salida de los estrechos confines antes indicados.

E n años recientes se ha manifestado un señalado interés por la historia de la sociología, c o m o puede apreciarse, por un lado, por cierto número de estudios que aspiran a una síntesis, y por otro, por una cantidad cada vez mayor de obras monográficas y nuevas ediciones de los clásicos de la sociología20. E n general, la literatura sociológica reciente muestra una clara tendencia a llamar la atención sobre el pasado de la sociología realmente histórica, aunque algunos estudios sobre teorías sociológicas primitivas todavía no abordan históricamente su tema más que en apariencia21.

Parece que esta nueva orientación en la historia de la sociología sólo es posible en determinadas condiciones, que no todos los sociólogos estarían dispuestos a aceptar. L a primera condición es el postulado de que las proposiciones sociológicas sólo son plenamente comprensibles en el marco del contexto

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histórico en que se formularon; fuera de ese contexto se tornan oscuras o se vacían de sentido, pese a cuanto se intente por hacerlas precisas y sistemáticas. Por eso el problema esencial no estriba tanto en relacionarlas con lo que se tenga por ciencia sociológica contemporánea, c o m o en reconstruir las totalidades histó­ricas a que pertenecieron22.

L a segunda condición consiste en hacer de las ideas sociológicas una materia de análisis sociológico, formulando así una rigurosa sociología de la sociología. El quid no está en comparar las concepciones primitivas con la socio­logía contemporánea y decidir, a la luz de esta última, sobre sus méritos, sino en pertrecharse de los instrumentos que la sociología contemporánea nos ofrece para realizar un estudio histórico de aquellas concepciones. Se ha señalado con indudable acierto que la historia de la sociología es con frecuencia menos "socio­lógica" que la historia de otras disciplinas23. M u c h o s de los que se dedican a la historia de la sociología parecen creer en el florecimiento de la teoría pura y olvidar que existen la sociología del saber, de la ciencia, de las ideologías y muchas otras subdisciplinas sociológicas atentas a la formación y a la propagación del saber h u m a n o . Ésa y no otra es la razón de que aún esté por escribirse "la reconstrucción social de la sociología".

L a tarea es, no obstante, intrincadísima. Sin entrar en detalles, la mayor dificultad de todas, debida a la naturaleza misma de la materia, es evidentemente su heterogeneidad abrumadora; se trata en realidad de un grupo de materias diferentes reunidas bajo la c o m ú n etiqueta de "sociología", o, en términos m á s generales, "pensamiento social". A u n cuando el interés se limite al "análisis sociológico" o al "pensamiento sociológico", no cambia la situación radical­mente: sigue siendo c o m o la de los historiadores que se proponen escribir una historia verdaderamente "universal".

U n teórico que estudie la historia de la sociología se halla en una situación m u c h o m á s cómoda: puede dar forma a un cuerpo coherente de pensamiento teórico configurando constelaciones de "tipos" o "paradigmas". N o hace m á s que mover y combinar las piezas de construcción dejadas por la historia, sin preocuparse demasiado de c ó m o y con qué material estaban hechas y qué edifi­cios formaban en un m o m e n t o dado. U n historiador que procediese de este m o d o violaría las reglas fundamentales de su profesión. Por eso, los historiadores escriben casi siempre monografías y aportaciones breves, sin ofrecer vastos panoramas del desarrollo de la disciplina, caso del libro de Coser, que es simple­mente una colección de monografías, o la obra m á s reciente y m á s amplia, A history of sociological analysis (1979), dirigida por T o m Bottomore y Robert Nisbet. M i propia obra, History of sociological thought (1979), no es tampoco una síntesis histórica.

¿Qué obstáculos impiden la elaboración de esa síntesis? Ciertamente existe una insuficiencia de estudios parciales que abarquen la producción de los soció­logos y su acogida, que cubran la historia de las ideas y de los temas, el desarrollo

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Reflexiones sobre la historia de la sociologia 279

de la sociología en los diversos países, periodos y ambientes, la variedad de las "escuelas" y las publicaciones periódicas eruditas, etc. La investigación progresa, aunque los estudios son todavía demasiado esporádicos. Pero hay otras dificul­tades mucho más serias.

C o m o disciplina científica la sociología nunca ha formado un todo orgánico y es dudoso que llegue a formarlo alguna vez24. La sociología no se ha interesado nunca por un conjunto homogéneo de problemas que le sean propios y específicos; ha centrado su atención en todo aquello no encajado en otras ciencias sociales o intentado infructuosamente absorber todas estas ciencias, c o m o en el caso de la escuela de Durkheim. Los sociólogos han tenido en c o m ú n muy. poco más que la apelación de sociólogos y el trabajo dentro del marco de las mismas instituciones. Por eso bien podemos aplicar a la historia de la sociología lo que dijo Christopher D a w s o n acerca de la historia universal: "Todavía no existe ninguna historia de la humanidad, puesto que la humanidad no es una sociedad organizada con una tradición c o m ú n ni una conciencia social común . Todos los intentos que se han hecho hasta ahora de escribir una historia del m u n d o han sido en realidad tentativas de interpretar una tradición en términos de otra, tentativas de extender la hegemonía intelectual de una cultura dominante subordinando a ella todos los hechos de otras culturas que entran en la mira del observador"25.

Además , la evolución de la sociología ha sido marcadamente multilineal. Sería difícil discrepar con R a y m o n d Aron cuando afirma que la sociología moderna tiene dos fuentes principales: doctrinas histórico-sociales por una parte, y estadísticas administrativas, encuestas e investigaciones empíricas, por la otra20. D e ahí que se traten siempre por separado la historia del pensamiento sociológico y la historia de la investigación empírica. Tal división se encuentra, por ejemplo, en la entrada correspondiente a "sociología" en The international encyclopaedia of the social sciences. La historia de la investigación empírica es, dicho sea de paso, una empresa reciente27, y es de esperar que nuevos estudios la difundan considerablemente. U n fenómeno bien conocido es lo que Gouldner ha llamado "fisión binaria del marxismo y la sociología académica". Aunque la teoría de Marx ha sido una de las principales fuentes de la sociología contemporánea, no cabe duda que la historia del marxismo y la historia de la sociología, pese a todas las corrientes de influencia mutua y todas las discusiones, han formado dos vías considerablemente separadas en la historia de las ideas. Consecuencia de ello es que todavía nos hallemos sin una historia de la sociología que sea al mi smo tiempo una historia plena y cabal de los componentes sociológicos de la teoría marxista. Los diferentes caminos seguidos por la sociología en diversos países son realmente sorprendentes, y una sociología históricamente orientada deberá tomarlos necesariamente en consideración. Existen ya, y van a cundir sin duda alguna, libros c o m o Les sociologues américains et le siècle (1973), de Nicolas Herpin, que contribuyen decisivamente a nuestro conocimiento del problema, pero en cierto sentido brindan la posibilidad de llegar a una síntesis comprensiva

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aún más remota. Puesto que la sociología fue y sigue siendo "una ciencia de paradigmas múltiples" (término éste que se ha puesto de m o d a desde la aparición de las obras de Thomas S. K u h n ) , su historiador deberá tener siempre en cuenta su división en "escuelas". U n hecho de importancia básica para una de estas escuelas puede ser insignificante (e incluso desconocido) para las demás. C o m o ejemplo de ello baste recordar el caso analizado por Edward A . Tiryakian en " A problem for the sociology of knowledge: the mutual unawareness of Emile Durkheim and M a x Weber"2 8 .

La sociología fue y en gran medida sigue siendo una disciplina bastante abierta, y m e refiero con ello a la relativa facilidad con que ha absorbido ideas y descubrimientos de otros ámbitos (no sólo de las ciencias sociales, por cierto), así c o m o también al hecho de que los problemas centrales de la sociología han sido y continúan siendo planteados y resueltos allende los límites de la disciplina. ¿Podremos, pues, concebir una historia de la sociología que no se interne profun­damente en la historia de la filosofía, de la antropología social, de la psicología y la psicología social, a más de otras disciplinas? Cualquier manual de historia de la sociología pone de manifiesto la frecuencia con que su autor debe tomar en consideración la producción de estudiosos que no serían reconocidos c o m o soció­logos en términos institucionales. E n una palabra, sólo en forma limitada puede la historia de la sociología separarse de la de otras ciencias sociales: por eso el volumen de datos relevantes aumenta de manera tan alarmante y desborda la capacidad de cualquier investigador individual.

Por último hemos de reconocer que, c o m o dice Parsons, "el crecimiento de la sociología depende no sólo de los escuetos méritos científicos de las aporta­ciones de quienes a ella se dedican, sino también de las más amplias corrientes intelectuales de la época, que han sido en parte "existencialmente determinadas"29. La historia de la sociología, sea cual sea el grado de autonomía que la sociología misma pueda alcanzar, será siempre parte integrante de la historia de las ideas y es casi totalmente incomprensible fuera de ese contexto. M e refiero aquí no sólo a los lazos que existen entre el pensamiento sociológico y las ideologías30

—estudiados con relativa frecuencia y de extraordinaria importancia, por lo demás— sino también a las relaciones entre la sociología y la cultura íntegra de una época y un país dados, a sus raíces en la conciencia social. U n buen ejemplo de tal enfoque nos lo brinda el libro de H . Stuart Hughes ya mencionado, Consciousness and society. The reorientation of European social thought 1890-1930, o, por poner un ejemplo mucho más reciente, la obra de Arthur B . Mitzman, Sociology and estrangement: three sociologists of Imperial Germany (1973).

Todo esto explica por qué. la realización de una historia general de la sociología se presenta c o m o un reto casi imposible, y muchísimo m á s si ha de tomarse en serio el imperativo de una historicidad auténtica, y no sólo aparente. Es posible escribir una historia de la sociología en diferentes países, una historia de las "escuelas" sociológicas, una historia de los conceptos y categorías

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Reflexiones sobre la historia de la sociologia 281

empleados en los análisis sociológicos, una historia de la institucionalización de la sociología, una historia de las diversas doctrinas y teorías, una historia de la investigación empírica y de las técnicas utilizadas, pero no una historia de la sociología c o m o tal, o al menos una historia que cumpliera con todos los requi­sitos que tenderíamos a formular a la luz de la valoración crítica de la mayor parte del trabajo realizado hasta ahora. Esto no queda desmentido ni siquiera con la aparición del estudio de S. N . Eisenstadt (con la colaboración de M . Curelaru), The forms of Sociology. Paradigms and crises (1976), aun cuando resulte impre­sionante por el número de dimensiones que abarca.

Y sin embargo tenemos que intentar escribir esa historia de la sociología tan imposible, no sólo para estudiantes universitarios, que necesitan una intro­ducción histórica a los problemas de la disciplina pero no suelen tener fácil acceso a monografías y aportaciones especializadas. Tal historia tiene un importante papel educativo incluso para los propios sociólogos. Precisamente por ser la sociología tan heterogénea, sus profesionales deben tener constantemente en cuenta la gran amplitud de oportunidades que ofrece, cosa que una historia de la sociología puede presentar con orden y claridad. C o m o la sociología no es aún una disci­plina plenamente formada, pudiera decirse que, citando a Bottomore y a Nisbet, "por un lado, ninguna teoría sociológica muere nunca del todo, sino que 'entra en coma ' y queda siempre en posición de revivir; y, por otro lado, no hay verda­deras 'revoluciones científicas' en las que un paradigma reinante sea inequívo­camente derrocado y otro se proclame soberano"31. Los sociólogos necesitan una historia de la sociología para protegerse contra el parroquialismo de los diversos paradigmas y el prestigio que aparentemente les infunden las sucesivas "revolu­ciones científicas". Recordar las peculiaridades de la evolución de la sociología puede ser una lección m u y provechosa. L a historia de la sociología también proporciona datos empíricos para una reflexión sobre la filosofía y la sociología de las ciencias sociales en general.

Otro punto merece destacarse en este contexto. Todo historiador de las ideas (y un historiador de la sociología se ocupa principal, aunque no exclusi­vamente, de las ideas) se enfrenta hoy con el dilema de tratarlas (según los términos de M . Bajtin, el eminente historiador ruso de la literatura) "homofó-nicamente" o "polifónicamente". Desde el punto de vista del primero de estos supuestos, óptimamente encarnado por la historia de la filosofía de Hegel, la historia de las ideas parece formar una sola corriente: de hecho estamos siempre ocupándonos de una sola y misma filosofía, cuyos "momentos" sucesivos toman la forma de los diversos, sistemas filosóficos que han ido sucediéndose en el transcurso del tiempo. Ningún sistema tiene valor alguno aislado de los demás: sólo adquiere sentido c o m o preparación para el sistema único final. Desde el punto de vista del segundo supuesto, la historia de las ideas asume la forma de un diálogo inacabable: ningún sistema resuelve el enigma de la historia y cada uno de ellos puede dar origen a muchas continuaciones diferentes.

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282 Jerzy Szacki

Este dilema, en una forma distinta por supuesto, no es ajeno a los historia­dores de la sociología. Aparece directamente vinculado a la cuestión esencial: ¿hasta qué punto se da en sociología una verdadera acumulación de saber y, en lo posible, cuáles son las características de tal acumulación? Entre los historiadores de la sociología pueden sin duda identificarse dos tendencias opuestas. Algunos se inclinan a sostener, c o m o William R . Catton Jr., por ejemplo, que "la historia del pensamiento sociológico encierra m á s desarrollo acumulativo de lo que se trasluce en la forma en que habitualmente se la presenta"32. Otros, por el contrario, acentúan las discrepancias, los conflictos, la rivalidad, el diálogo, es decir la "polifonía", produciendo más bien una babel de voces en vez del efecto de una comunidad de estudiosos que llegan a resultados comunes. Y , además, se pone énfasis no tanto sobre la existencia de un diálogo c o m o sobre la coexistencia de "escuelas" y de puntos de vista diferentes.

El problema de la acumulación de los descubrimientos de las distintas orientaciones sociológicas es demasiado intrincado para poder examinarlo aquí. Baste con decir que en la práctica todo historiador de la sociología da por supuesto algún progreso del saber social: para ello traza primeramente una línea de demarcación entre "pensamiento social", por una parte, y "sociología" o "análisis sociológico"33, por la otra, y a continuación hace referencias a "enri­quecimiento", "ampliación", "precisión añadida", "logros máximos", etc. Verdad es que los criterios de tal progreso raras veces se formulan con suficiente precisión. Existe también algo m á s que un acuerdo tácito sobre el hecho de que la acumu­lación de saber social está regida por normas distintas de las que rigen la acumulación de resultados de las ciencias naturales.

Por otra parte, vale la pena hacer constar que, desde el punto de vista de un historiador de la sociología, la unidad que descubre en esa disciplina no tiene por qué consistir meramente en saberes comprobados cuya validez sea universalmente aceptada. Tal vez, desde el ángulo de una tradición consolidada, lo m á s importante sea la aparición de una serie de cuestiones típicas de la socio­logía, aunque no siempre plenamente explícitas, que sirvan c o m o puntos de cristalización de la reflexión sociológica de diversos grupos y corrientes teóricas. Este enfoque ha sido sugerido por Robert A . Nisbet en su inspiradísima obra The sociological tradition (1966), donde se sirve de la concepción de Lovejoy respecto a las "ideas elementales" {unit-ideas). Su libro es una tentativa de descubrir "las ideas elementales de la sociología" (comunidad, autoridad, estatus, lo sagrado, la alineación) que determinan su unidad interna desde comienzos del siglo xix hasta los días de Durkheim, M a x Weber, Simmel y Tönnies. N o pretendo decir que Nisbet haya acertado en desarrollar su idea sin que ella suscite reserva alguna; quiero meramente destacar aquí la posibilidad de buscar el fundamento de la unidad de la sociología en otra parte que no sea el simple consenso sobre supuestos y proposiciones.

[Traducido del inglés]

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Reflexiones sobre la historia de la sociología 283

Notas 1 Joseph A . Schumpeter, History of economic analy­

sis, p . 4 , Londres, Allen & Unwin, 1954. 2 Randall Collins, "Reassessments of sociological

history: the empirical validity of the conflict tradition", Theory and society, vol. 1, 1974, p . 147.

3 Y a escribí sobre ello en la introducción a mi History of sociological thought, p . xiii-xv, Westport, Greenwood, 1979.

I Véase Ronald Fletcher,, 77ie making of sociology, p. vii, Londres, Nelson, vol. I, 1972.

c Edwards Shils, "Tradition, ecology, and institution in the history of sociology", Daedalus, otoño de 1970, p. 760.

6 Nicholas S. Timasheff, Sociological theory. Its nature and growth, 3 a . ed., p. 11, Nueva York, R a n d o m House, 1967.

7 Véase R . Fletcher, The making of sociology, op. cit. 8 Pitirim A . Sorokin, Contemporary sociological

theories through the first quarter of the twen­tieth century, p . xvi, Nueva York, Harper & R o w , 1928.

9 Talcott Parsons, The structure of social action, vol. I, p. ix, Nueva York, The Free Press, 1968.

10 D e un tipo similar es el libro de Sorokin antes mencionado, y otro tanto cabe decir de libros como los de Werner Stark, The fundamental forms of social thought, Londres, R K P , 1962; Gabor Kiss, Einführung in die soziologischen Theorien, Opladen, Westdeutscher Verlag, 1977; George Ritzer, Sociology. A multiple paradigm science, Boston, Allyn and Bacon, 1975, y otros muchos.

I I Anthony Giddens, Capitalism and modern social theory, p . vii, Cambridge, University Press, 1971.

12 Hermann Strasser, The normative structure of sociology, p. vii, Londres, R K P , 1976.

13 Alvin W . Gouldner, The coming crisis of Western sociology, Nueva York, A v o n , 1972, capitulo 4.

11 Por ejemplo, el excelente libro de Gianfrance Poggi, Images of society. Essays on the socio­logical theories of Tocqueville, Marx and Durkheim (Standford, Standford University Press, 1972) es programáticamente una obra no histórica por su carácter.

15 Naturalmente, la obra de un historiador no excluye la actualización, pero entonces, por regla general, se trata de una actualización de clase m u y distinta, y consiste más que otra cosa en descubrir similitudes de situaciones, problemas y dilemas.

16 Robert K . Merton, On theoretical sociology, p. 2 , Nueva York, The Free Press, 1967.

17 Lewis A . Coser, Masters of sociological thought. Ideas in historical and social context, 2 . a ed.,

p. xüi, Nueva York, Harcourt Brace Jova-novich, 1977.

Ibid., p. xiv. Steven Lukes, Emile Durkheim. His life and work,

p. 1, Harmondsworth, Penguin Books, 1975. U n a bibliografía de estudios sobre historia de la

sociología relativamente amplia y que incluye las obras más recientes puede hallarse en J. Szacki, op. cit., p. 531-568. El Newsletter de la Comisión de Investigaciones sobre Historia de la Sociología de la Asociación Internacional de Sociología, que lleva cinco años de publicación, ofrece abundante infor­mación al día sobre aportaciones efectuadas por historiadores de la sociología.

Véase G r a h a m C . Kinloch, Sociological theory. Its development and major paradigms, Nueva York, McGraw-Hill, 1977.

U n a tendencia análoga se manifiesta en un número cada vez mayor de historiadores de la ciencia. Véase Thomas S. K u h n , The structure of scientific revolutions, 2 . a ed., p . 3, Chicago, The University of Chicago Press, 1970.

Véase Coser, op. cit., p . xiv. W . G . Runciman, Sociology in its place and other

essays, Cambridge, University Press, 1970, p. 1-44.

Christopher Dawson, The dynamics of world history, p. 268, Nueva York, A Mentor O m e g a Book, 1962.

R a y m o n d Aron, Les étapes de la pensée sociolo­gique, p . 16, Paris, Gallimard, 1967.

Tiene su origen en el estudio de Paul F . Lazarsfeld, "Notes on the history of quantification in sociology-trends, sources and problems", Isis, vol. 52, n." 2 , 1961, p . 277-333. Véase A n ­thony Oberschall (dir. publ.), The establish­ment of empirical sociology, Nueva York, Harper & R o w , 1972.

Véase Edward A . Tiryakian (dir. publ.), The phenomenon of sociology, Nueva York, Appleton, 1971.

Parsons, op. cit., p . vi. Véase Irving M . Zeitlin, Ideology and the develop­

ment of sociological theory, Englcwood Cliffs, N . J . , Prentice-Hall, 1968.

T o m Bottomore y Robert Nisbet (dir. publ.), A history of sociological analysis, p. 9, Londres, Heinemann, 1979. Véase también E . Shils, op. cit., p. 815 y ss.

William R . Catton, Jr., "The development of sociological thought", en Robert E . L . Faris (dir. publ.), Handbook of modern sociology, p. 912, Chicago, Rand McNally, 1964.

Véase Bottomore y Nisbet, op. cit.

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Areas de especialización

Los sistemas de educación

Margaret S. Archer

El tema más descuidado en la copiosa literatura sobre educación es el que atañe al propio sistema educativo. El concepto mismo está mal definido y se emplea con negligencia. Se ha aplicado a todo aquello que tiene alguna función "educativa", desde la iniciación tribal en adelante. Para salvar este embrollo de inconsecuencias y ambigüedades voy a definir el sistema educativo de un país c o m o "una colección de instituciones diferenciadas, de amplitud nacional, destinadas a la educación formal, cuyo control e inspección general es al menos en parte de la incumbencia del Estado, y cuyos procesos y partes integrantes están relacionados entre sí"1.

Esta definición tiene probablemente sus deficiencias. L o único que deseo destacar al emplearla es que, antes de poder considerar que la educación constituye un sistema estatal, tanto los aspectos políticos c o m o los sistémicos deben estar presentes a la vez. Así se utilizará el concepto a lo largo de este artículo.

D o s cuestiones principales sobre los sistemas de educación han sido desa­tendidas hasta la fecha. L a primera atañe a sus orígenes: ¿de dónde proceden los sistemas de educación y por qué presentan estructuras internas y relaciones externas con la sociedad diferentes? La segunda cuestión se refiere a su funcio­namiento: ¿cómo afectan las características estructurales particulares de los sistemas de educación la forma en que funcionan y en que cambian? Teorías que respondan a estas dos preguntas son precisamente lo que se echa de menos en la sociología de la educación. Esta falta de interés por los sistemas de educación probablemente se deba, c o m o Karabel y Halsey sostienen2, a nuestra preocupación colectiva por la política educativa de los gobiernos y por los problemas profesio­nales de los educadores. A lo largo del presente siglo la sociología de la educación ha mostrado tendencia a orientar su labor "hacia arriba", de los problemas prácticos de la educación hacia la teoría sociológica, m á s que "hacia abajo", o sea, de los planteamientos teóricos de la sociología en general a la explicación de los fenómenos de la enseñanza3. Su caracterización c o m o orientaciones de la

Margaret S. Archer pertenece al cuerpo docente del Departamento de Sociologia de la Universidad de Warwick, Coventry CV4 7AL, Reino Unido.

Rev. int. de cieñe, soc., vol. XXXIII (1981), n.° 2

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286 Margaret S. Archer

postguerra es convincente, pero hay en la sociología de la educación otra corriente que, aunque más débil, se remonta a los padres fundadores y que no está irremediablemente perdida. Dentro de esta corriente, los teóricos de la estructura social vieron la educación c o m o una institución social cuyas acti­vidades planteaban problemas que revestían por sí mismos interés sociológico. Sostengo aquí c o m o principal argumento que sólo rectificando esta corriente y modernizando esta tradición nos será dado elaborar una sociología de los sistemas de educación.

Corrientes tradicionales y modernas en la sociología de la educación

Aunque la educación no constituyó nunca un tema central para M a r x o Weber, a diferencia de Durkheim, los tres compartieron una orientación común hacia ella, pese a sus diferencias de enfoque teórico. Primero, los tres consideraron unáni­memente la educación c o m o una institución social macroscópica más que como un agregado de organizaciones (escuelas, colegios, universidades), de colecti­vidades (maestros, alumnos, rectores) o un paquete de propiedades separables (elementos básicos, procesos, productos). Segundo, Marx , Weber y Durkheim ubicaron firmemente la institución pedagógica en la estructura social general y señalaron interesantes problemas respecto a sus líneas de demarcación e inter­acción con otras instituciones sociales (economía, burocracia y régimen de gobierno, respectivamente). Tercero, los tres supieron ver que es justamente en la posición de la educación dentro de la estructura social y en sus relaciones con otras instituciones donde están las claves de la dinámica del cambio educativo. Aunque sólo Durkheim profundizó sobre la mecánica real del desarrollo educa­tivo, los tres dejaron bien claro que éste tenía que ser parte integrante de sus teorías macroscópicas generales; para Marx , el cambio educativo viene deter­minado por la interacción dialéctica de infraestructura y superestructura; según Weber, está asociado a la dinámica de la burocratización, si bien el nexo con la educación se mantiene "oculto en algún punto decisivo"4, y, en opinión de Durkheim, el cambio educativo está (debería estar) vinculado al régimen de gobierno y, a través de él, al desenvolvimiento de la sociedad orgánica norma­tivamente integrada.

Sin embargo, esta orientación fundamental hacia la educación c o m o insti­tución social macroscópica, que plantea problemas de gran amplitud respecto de la estructura y el cambio, se perdió a mediados del siglo xx. Esto significó a su vez que se perdiesen en la sociología de la educación aquellos radicales cambios de rumbo que tuvieron lugar en las tres tradiciones de teoría sociológica emanadas de los padres fundadores. Estas teorías no fueron ni asimiladas ni desarrolladas en el ámbito educativo. E n cambio, el "empirismo metodológico" se adueñó del

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Los sistemas de educación 287

campo, con su orientación ateórica, ahistórica y atomística. La estructura social fue desintegrada en una serie de elementos básicos atomizados (la clase social, por ejemplo, dejó de hacer referencia a grupos activos y se convirtió en una colec­tividad estática característica de individuos). L a educación misma se vio reducida a una serie de resultados o rendimientos igualmente atomizados (x alumnos que terminan o dejan sus estudios con un número y de certificados). Los procesos educativos pasaron a ser c o m o una caja negra cuyo contenido, las orientaciones de la instrucción, del saber y de la consecución de los fines, se trataban c o m o factores dados intemporales, no problemáticos e inmutables. Todo interés serio por el sistema educativo se desechaba y arrumbaba. Se le trataba simplemente c o m o un marco administrativo sin otra importancia que la de señalar las líneas de demarcación de entradas y salidas.

Este enfoque fragmentario del estudio de la educación, la cual no era ya tratada c o m o una institución macroscópica, se intensificó con la "nueva" socio­logía de la educación. Ésta profundizó en los contenidos de la caja negra, pero su interés exclusivo por los procesos educativos, desligados de la estructura social, hizo que fuese tan incompleta c o m o el "viejo" enfoque que impugnaba. Esta vez el sistema educativo no fue meramente desatendido, sino que con mucha frecuencia se le repudiaba c o m o parte del rechazo neofenomenológico por las estructuras objetivas. Se argumentaba que la naturaleza contingente de la realidad social significaba que "el sistema" no tenía ninguna base ontológica externa a los significados interpersonalmente negociados. A partir de aquí se nos intimaba a abandonar el objetivismo epistemológico en favor del relativismo. N o menos negativos resultaron a la larga los interaccionistas simbólicos, aun cuando éstos trataran de descubrir redes de significados descontextualizados, a diferencia de los etnometodólogos5. E n el interaccionismo simbólico llegó a afirmarse que sólo atendiendo a los pormenores de la objetivación podía comprenderse la facticidad6

del sistema educativo, que no era nada más que una interpretación de la realidad educativa colectivamente sustentada.

La cuestión de por qué se objetivaba una estructura sistémica particular en un momento y un lugar determinados, y otras en distintos momentos y lugares, no fue ni planteada ni contestada7. Aunque los sociólogos inclinados a la inter­pretación filosófica condenaran el estudio del sistema educativo c o m o una estruc­tura objetivista determinante de las situaciones (educativas) en que se encuentran los individuos y proporcionaran símbolos culturales para su interpretación, metodológicamente se apartaron del estudio de la objetivación macroscópica, incluso en sus propios términos, y se concentraron exclusivamente en la interacción en pequeña escala. Se advierte una cierta simetría entre las sociologías de la educación "vieja" y "nueva"; la primera trata sobre entradas y resultados y la segunda sobre procesos; la primera explica quiénes alcanzan la formación optima y qué ventajas profesionales consiguen, mientras que la segunda explica en qué consiste esa formación óptima y c ó m o se desarrolla. C o m o los puntos fuertes de

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288 Margaret S. Archer

cada una se corresponden con los débiles de la otra, algunos han abrigado la esperanza de que una síntesis entre ambas representará una sociología de la educación más completa. A mí parecer, sin embargo, hay tres dificultades insal­vables que se oponen a una síntesis de tal naturaleza.

L a primera consiste en una imprecisa pero seria duda respecto a que dicha síntesis sea deseable. Personalmente abrigo los mayores recelos en cuanto a la utilidad de ningún híbrido que combine el atomismo del empirismo metodológico con el carácter episódico de la sociología interpretativa. N o m e cabe la menor duda de que sería aún m á s incompleta: dos menos no hacen un más en la euge­nesia de la teoría sociológica. L o último que una síntesis c o m o ésta podría producir sería una sociología del sistema educativo, ya que ninguna de las partes, por decirlo así, lleva un gene relacionado con ella.

L a segunda dificultad es de naturaleza menos especulativa. Consiste en el hecho cierto de que dos enfoques no pueden sin más amalgamarse a fin de obtener lo mejor de ambos mundos , porque sus premisas teóricas son mutuamente contradictorias. Es desde luego imposible concebir ningún punto de coincidencia entre aquellos etnometodólogos que insisten en la intransigencia fundamental del sistema de reducción a índices y los empiristas que sueñan con transformar la estructura social entera en una serie de índices operativos para manipulación esta­dística. N o obstante, algunos "centristas" parecen creer que los representantes m á s moderados de los enfoques podrían concertar y concluir un acuerdo viable que todos hallarían preferible a las actuales hostilidades. Pero el hecho pertinaz e irreductible es que las sociologías de la educación vieja y nueva se alinean en lados opuestos de dos, si no de tres, debates sociológicos esenciales: objetivismo versus subjetivismo, colectivismo versus individualismo y microsociología versus macro-sociología. .' '

La tercera dificultad, relacionada con su posición respecto de estos debates mencionados, es la diferencia insuperable del alcance teórico que las divide. L a vieja sociología de la educación, ya sea en su forma más ateórica y estadística o combinada con el funcionalismo, analizaba las interrelaciones entre factores o fuerzas impersonales; la vasta escala y la abstracta naturaleza de estas fuerzas impedían el rastreo de sus orígenes en cadenas de interacción social m á s simples. E n cambio, si se examinaba algo fuera del nivel social general, se operaba un desplazamiento del radio de observación. Se daba por supuesto que la escala reducida era homologa a la escala amplia, según ilustra el título del artículo de Parsons "The school class as a social system"8 y el del libro de Brian Jackson Streaming: an educational system in miniature9. Pero lo pequeño no es un micro­cosmos de lo grande, ya que ambos niveles tienen propiedades de las que el otro carece. Las características sistémicas de gran escala pueden tener poco en c o m ú n con las de sus escuelas componentes (un sistema altamente diferen­ciado podría entrañar que cada escuela fuese notablemente homogénea). E igualmente, las actividades escolares cotidianas pueden ser demasiado diversas

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Los sistemas de educación 289

y variadas para interpretarlas todas ellas c o m o microcosmos de la misma entidad.

U n problema semejante se presenta en la nueva sociología de la educación que ha hecho del aula su unidad básica de investigación. E n vista de que sus premisas teóricas permiten a unos pocos de estos autores enfrentar el desafío de comprender la educación al nivel nacional, se tiende a producir otro tipo de desplazamiento del radio de observación. El supuesto implícito es que, si se llevaran a cabo suficientes etnografías sensibles, éstas, por acrecencia, conducirían de alguna manera a un entendimiento del todo. Pero la traslación desde el aula o la sala de clase al nivel nacional tiene poco que ver con la acumulación. Algunos de los elementos que se necesitan para explicar los fenómenos nacio­nales (por ejemplo la legislación, o la distribución de recursos) no se encuentran de ningún m o d o en el aula, en tanto que la presencia de otros elementos en el aula (como la autoridad legítima de maestros y rectores) exige una explicación a un nivel diferente, porque éstos no tienen su origen allí sino bastante m á s arriba, en el sistema educativo y en el confín mucho más amplio de la sociedad en general.

El problema del radio de observación no puede salvarse mecánicamente mediante ninguno de estos artificios, ya sea el supuesto de la homología o el de acrecencia. Se trata de un problema teórico que solamente puede superarse trazando un camino metodológico que conduzca desde la más reducida escala de interacción educativa a las operaciones más vastas y aparentemente impersonales del sistema10. Esto pone de relieve el hecho cierto de que no puede esperarse ninguna síntesis fácil o expeditiva entre las tradiciones vieja y nueva: toda posibi­lidad de sintetizarlas llevaría aparejada una labor creativa de considerable comple­jidad teórica. Reconociendo esto, algunos comentaristas han señalado esperanza­damente la obra de Basil Bernstein c o m o el posible "nuncio de una nueva síntesis"11 ; otros comparten un optimismo análogo respecto a la contribución de Pierre Bourdieu.

La importancia de la obra de ambos autores para la sociología de la educa­ción es inmensa. Además m e parece indiscutible que su método de teorizar sobre la transmisión y la reproducción de la cultura es superior a los enfoques breve­mente examinados más arriba. A m b o s conceden la debida importancia teórica a la estructura tanto c o m o a la interacción, contemplando la primera c o m o deter­minante de los contextos en que tiene lugar la segunda y c o m o condicionante de los intereses objetivos y de las concepciones subjetivas de los actores involucrados. M á s aún, como parte de su común herencia durkheimiana, merecen nuestro reconocimiento por haber restablecido el análisis de la educación al nivel de una institución social macroscópica. Dicho esto, espero que no sea mal vistalasugerencia de que el tipo de elaboraciones teóricas que ellos han instituido (ya sea que logren o no una nueva síntesis) desafortunadamente no nos acercan para nada a una sociología de los sistemas de educación.

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E n realidad yo sostendría que Bernstein y Bourdieu descuidan el sistema de educación c o m o tal. Sus teorías sobre la transmisión y la reproducción de la cultura relacionan estos procesos directamente con los principios de estratificación que rigen en la organización social general, sin examinar estos últimos c o m o algo en donde interviene e influye el sistema de educación. Dicho de otra manera, pasan por alto las líneas de interacción e influencia recíproca entre los sistemas educativos nacionales y las estructuras sociales m á s amplias y generales de las que un día surgieron y sobre las que actualmente operan. Puesto que dichas líneas de interacción (o sea las formas en que el subsistema educativo se inserta en le sistema social) han sido configuradas de distintas maneras a lo largo del tiempo y en diversos países, constituyen una constante que no puede desestimarse mera­mente suponiendo que opera del mismo m o d o y que ejerce las mismas influencias en diferentes medios y culturas. Sin embargo Bernstein y Bourdieu tienden a hacer precisamente tal suposición. Esto plantea dos cuestiones: ¿Por qué estiman justi­ficado relegar los sistemas de educación c o m o tales? ¿No será que este desdén representa una deficiencia de envergadura en ambas teorías, especialmente en relación con su supuesta universalidad?

La permeabilidad de la educación

L a principal razón de que ambos desdeñen el sistema educativo proviene de que hacen exactamente la misma suposición, a saber: que la educación es una institución social totalmente permeable, eternamente abierta a la estructura social general y reflejo de la misma. Bernstein supone que la estructura de clases penetra en la educación directamente y sin ningún problema. "Las relaciones de poder creadas fuera de la escuela penetran en la organización, distribución y evaluación del saber mediante el contexto social de su transmisión. L a definición de la educa-bilidad es ella misma, en un m o m e n t o dado cualquiera, una consecuencia atenuada de esas relaciones de poder"12. Así, Bernstein pasa directamente a un examen de las formas en que la clase social regula la instrucción, mediante la instituciona-lización de códigos del saber. N o se plantean dudas respecto a si realmente sucede así, o a si la regulación es exclusiva". Para Bernstein, la línea de demarcación decisiva es la trazada entre la escuela y la sociedad, ya que los códigos de clase influyen directamente sobre los agentes de transmisión. El límite entre sistema y sociedad no tiene importancia alguna. C o m o en la vieja sociología de la educación, el sistema es solamente un tinglado administrativo, ya que no es nada m á s que la suma de las escuelas y demás centros docentes que lo componen. El límite sisté­mico carece de importancia pues no tiene guardabarreras, no ejerce mediación entre la sociedad y las escuelas, no filtra selectivamente las demandas de grupos de intereses a que la educación resulta sensible. Se considera en cambio que el sistema funciona c o m o una membrana totalmente permeable que puede ser soslayada al formular la tesis de la," transmisión de la cultura.

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Los sistemas de educación 291

N o obstante, hay una seria discontinuidad en la obra de Bernstein entre sus audaces asertos axiomáticos sobre la permeabilidad y la ausencia de todo examen (o de pruebas) de los mecanismos que actúan en la "penetración" directa. Exactamente lo mismo puede afirmarse de Bourdieu, quien empieza por insistir en que casi toda acción pedagógica (a diferencia de la comunicación formal) adolece de una doble arbitrariedad: la imposición de un [acervo] cultural arbi­trario por un poder arbitrario. Pasa luego a analizar las relaciones de poder entre grupos o clases c o m o la base universal sobre la que la educación, en tanto que "violencia simbólica", descansa. Pero Bourdieu no se muestra m á s explícito que Bernstein en cuanto a los procesos genéticos que permiten que las relaciones de poder se conviertan en control simbólico: esta permeabilidad tiene el m i s m o estatus axiomático en su teoría que en la de Bernstein. Sin este supuesto ninguno de ellos podría sostener que la dominación social lleva aparejada la dominación educativa, universalmente y sin el menor problema. A d e m á s , el intento de Bourdieu de poner en claro una lógica general de la acción pedagógica (que abarque todas las formas de educación) se traduce en u n rechazo aún m á s categórico de las diferencias que existen en la estructura del sistema educativo por considerarlas variables sin importancia.

Bourdieu comienza preguntándose c ó m o tiene que ser un sistema de educa­ción14 para que pueda cumplir su función esencial de inculcación cultural y su función exterior de reproducción social. Se interesa pues por los orígenes lógicos de la educación, que provienen de sus funciones básicas, y no por los orígenes sociales de los sistemas educativos cuya estructuración viene determinada por la interacción histórica. Bourdieu es explícito en esto: su lógica general "no es reducible a la indagación esencialmente histórica de las condiciones sociales de aparición de un S(istema) E(ducativo) particular, ni siquiera de la institución de la educación en general"13. Casi inmediatamente, esta inducción funcional de estructura hecha sobre una base transhistórica y transcultural recibe prioridad, tanto lógica c o m o sociológica, sobre cualquier tentativa de comprender la apari­ción de sistemas educativos mediante análisis comparativos o históricos. "Sólo cuando se han formulado las condiciones genéricas de posibilidad de una A(cción) P(edagógica) institucionalizada somos capaces de dar significación plena a la investigación de las condiciones sociales necesarias para la realización de estas condiciones genéricas"16. D e esta manera, la historia comparada de los sistemas educativos queda subordinada al empeño de demostrar el desarrollo operativo de la lógica a través del tiempo; independientemente de esta lógica, la estructura emergente no afecta a la relación entre educación y sociedad en ningún sentido. E n consecuencia, las variaciones en la estructuración de los sistemas de educación se ven reducidas al rango de alternativas funcionales.

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Ausencia de una política de la educación

A m b a s teorías, por su propia naturaleza, plantean la cuestión básica de c ó m o un grupo o una clase se sitúa en posición de dominación educativa y se mantiene en ella. D a d a la insistencia tanto de Bernstein c o m o de Bourdieu sobre la importancia de las relaciones de poder, sorprende comprobar que sus respuestas no implican ni denotan una lucha por el control de la educación, y que ninguno de estos autores formula una política educativa a ningún nivel. El término "política educativa" se emplea aquí en su m á s lato sentido y hace referencia a los esfuerzos de diferentes grupos sociales por influir en los elementos básicos, en los procesos y en los productos o resultados de la educación, ya sea mediante legislación, actividades de grupos de presión y sindicatos, movimientos experi­mentales, tradicionales o regionales, inversión privada o colectiva, propaganda o debates públicos.

Pero aunque se sostiene que ambos elementos dominantes, el "código del saber" y el "arbitrario cultural", descansan en relaciones de poder, su domi­nación en el ámbito educativo no es la consecuencia de una lucha real por el mismo . Así, para Bourdieu, "la A(cción) Pedagógica) que las relaciones de poder entre los grupos y las clases constitutivos de esa formación social sitúan en posi­ción dominante dentro del sistema de A P es aquélla que de m o d o m á s pleno, aunque siempre de forma indirecta, corresponde a los intereses objetivos [...] de los grupos o de las clases dominantes"17. Aquí, el acto no problemático de "situar" sustituye al acto problemático de conseguir (es decir, ¿hasta qué punto? ¿con qué grado de afianzamiento? ¿merced a qué concesiones? ¿a pesar de una oposición constante?, etc.). El poder funciona pues c o m o un conductor pasivo, perfecto y sin resistencia, que enlaza la dominación social con el control educa­tivo. Exactamente de la misma manera, el poder para Bernstein es lo que transmite los principios sociales subyacentes a la práctica de la enseñanza: no es una variable en una lucha por el control educativo que determine si habrá una estrecha relación y qué forma adoptará. Así, mientras una política de la educación daría cabida al hecho de que el equilibrio de poder dentro del ámbito educativo en un m o m e n t o cualquiera (por compromisos o concesiones y por grados de éxito o de fracaso) no se halla necesariamente en total concordancia con el equilibrio de poder en la sociedad, una teoría de la correspondencia da por supuesto que los dos están siempre en concordancia perfecta pero no explica c ó m o . El proceso real de adaptación, ajuste y alineación que hermana las prácticas educativas con la estructura social de clases y el cambio educacional con las variaciones en la composición de las clases queda totalmente sin explicación.

U n a correcta teoría de la política educativa dentro del contexto del sistema de educación proporcionaría, en cambio: a) una especificación detallada de los procesos que determinan el cambio y los estasis, que son estructurados de dife­rentes maneras por distintos sistemas educativos18, y b) una teoría de las condi-

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ciones bajo las cuales diversos grupos sociales pueden, mediante los procesos arriba indicados, influir en la definición de la instrucción generalmente admitida. Resultará evidente que el punto a) es contrario a la noción general de permeabi­lidad educativa. E n cambio exige un examen exhaustivo de las negociaciones que se llevan a cabo entre sistema y sociedad. N o menos evidente es que el punto b) rechaza la premisa de que un solo grupo o clase posee, donde quiera que sea, y en virtud de su posición, las condiciones que le permiten imponer su definición de la instrucción. Tener un conocimiento de la estructura de los sistemas educa­tivos, los procesos de cambio que éstos condicionan y la política de la educación que de ello dimana sería en realidad tener una sociología de los sistemas educa­tivos. ¿De dónde va a venir esto? Tras haberme mostrado tan negativa en cuanto a su posible emergencia a partir de la sociología de la educación hoy en boga, tengo sin duda que hacer todo lo posible por dar una respuesta constructiva a esta cuestión.

Creo que la respuesta ha de venir, en suma, de la propia teoría sociológica general. Esto no quiere decir, sin embargo, que haya soluciones prefabricadas a la vista. N o existen teorías del desarrollo institucional que puedan tomarse prestadas de otros campos y aplicarse a los sistemas educativos. Y , naturalmente, tampoco hay ninguna teoría general de la sociedad en la que se pueda simple­mente insertar la educación sin más; pero esto no nos condena a la inacción mientras aguardamos la aparición de alguna. Hay , m e parece, varios derroteros en la corriente principal del pensamiento sociológico que pueden contribuir a la génesis de una sociología de los sistemas educativos. Q u e esto se produzca es una empresa teórica ya de por sí no hay atajos, los nexos y las aplicaciones tienen que ser ideados y resueltos. V o y a dedicar la sección siguiente a un examen de tres corrientes en la teoría sociológica moderna que parecen venir a propósito para explicar los orígenes y las funciones de los sistemas educativos, prestando especial atención a su compatibilidad mutua en vista de las severas críticas que censuraron en su día un descuidado eclecticismo.

Tres corrientes modernas en la teoría sociológica

El neomarxismo

La tradición neomarxista reviste cierto interés en su elaboración sobre los orígenes o las funciones de los sistemas de educación. Desafortunadamente, muchos han mostrado un afán desmedido por invocar una sociología marxista de la educación un tanto apresurada. Los estudiosos marxistas serios tienen toda la razón cuando se sienten tergiversados por algunas de las inanidades sobre temas de educación producidas en su nombre, en especial cuando éstas incurren en los mismos errores que los marxistas han venido expurgando con grandes esfuerzos

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y desvelos desde la época de la Tercera Internacional en adelante. El marxismo vulgar, el "economismo" y hasta la teoría de la conspiración de clase están cono­ciendo un nuevo florecimiento en la sociología y en la historia de la educación norteamericanas. Si éstos son los productos de urgencia de especialistas de la educación poco informados de los avances teóricos del marxismo europeo, no puede decirse enteramente lo m i s m o respecto a las "teorías de la correspon­dencia", que gozan hoy de un renombre injustificado. Este segundo atajo pretende resolver las cuestiones tocantes a los orígenes y al funcionamiento de los sistemas educativos postulando la "complementariedad"19 entre el desarrollo de la educa­ción y los aspectos esenciales del desarrollo capitalista. L a complicada jerga en que esta simple idea se expresa logra ocultar el hecho de que básicamente da por sentado lo que trata de probar, a saber: qué es lo que origina primero y mantiene después esta complementariedad. E n el fondo, toda teoría de la correspondencia no es otra cosa que una mera afirmación verbal de haber detectado un coeficiente de correlación positivo; es lógicamente imposible extraer explicaciones causales ni de lo uno ni de lo otro. Defender esta especie de teoría mediante el argumento de que no atiende a la causalidad sino a las relaciones dialécticas sólo sirve para diluir el significado de dialéctica, haciéndole cubrir todo caso particular de influencia mutua entre elementos cuyas interconexiones no puedan ser clara­mente especificadas.

Sin embargo, las teorías que m á s vivamente llamaron la atención porque proporcionaban una macrosociología de la educación punto menos que prefabri­cada estaban bien fundamentadas en la tradición marxista europea. La obra de Althusser y de Poulantzas20 no incurría en la tosquedad de tratar las instituciones superestructurales (incluida la educación, por supuesto) c o m o epifenómenos de la base económica, y se interesaba por la dinámica de las estructuras sociales y no meramente por "correspondencias" superficiales e inexplicadas entre sus partes. L a segunda dificultad importante respecto a las teorías de la correspondencia es que constantemente dejan sin explicación las fluctuaciones en la "complemen­tariedad", y eso si no se las falsifica totalmente en la historia. El marxismo francés, al pronunciarse por la aceptación de la autonomía relativa de las instituciones sociales, pareció evitar este escollo. Su principal atractivo es que se hizo cargo de este problema y prometió dar cuenta y razón de las variaciones en las rela­ciones entre la educación y la economía a través del tiempo y del espacio sin salirse de un marco marxista. Este enfoque sostenía que la sociedad en general depara las condiciones no económicas para la reproducción del m o d o de pro­ducción; éste no constituye la preocupación constante ni exclusiva de la educación, la cual es sólo uno entre los varios "aparatos ideológicos del Estado". Última­mente, sin embargo, el acento puesto sobre la relativa autonomía e independencia de las instituciones, que había aparentado dar cabida a las diferencias entre los sistemas educativos de los países capitalistas y había prometido explicarlas, resultó ser una vana ilusión. E n vez de teorizar sobre la influencia diferencial

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causal y temporal de las instituciones que funcionan juntas en un sistema, Althusser : elaboró su superdeterminismo estructural: una especie de deus in machina que organizaba las partes integrantes de cada formación social con arreglo a un patrón que, en su conjunto, era funcional para la economía capi­talista. Así, la-apariencia de autonomía institucional se basa de hecho "en cierta forma de articulación interna en el todo, y de esta suerte en un particular tipo de dependencia a su respecto"21. L o que había prometido ser un instrumento analítico capaz de dar base y consistencia a los orígenes y a las funciones de las instituciones resultó ser tan insustancial c o m o la metafísica del funcionalismo, a la que terminó por asemejarse cada vez más .

Este enfoque podría haber sido no obstante de algún provecho si hubiese ayudado a explicar la limitación de las variaciones que existen en la educación, demostrando que éstas se hallan circunscritas dentro de determinados parámetros. Pero esta especie de guía teórica del análisis institucional fue precisamente lo que el marxismo francés no fue capaz de dar. Por un lado, se nos advirtió que el hecho de que empezáramos por analizar las interrelaciones entre la educación y otras instituciones sociales era un empeño completamente inútil, porque el sistema en conjunto podía poner y quitar sus componentes con arreglo a un sinfín de patrones distintos en el curso del tiempo, y en relación con los cambios acontecidos en su medio exterior. Por consiguiente, el análisis de las partes no puede preceder al examen del todo que instrumenta las relaciones entre las mismas. Por otro lado, la forma en que el todo obra sobre las partes sólo era perceptible, se dijo, a través de sus efectos, o sea esas mismas relaciones entre las instituciones que una sociología de los sistemas de educación se esforzaría por explicar. H a y en esto un círculo vicioso que desafía el análisis empírico. Si tratamos de examinar las partes (explanadum), se nos dice que tenemos que comprender el todo tal c o m o es organizado "en última instancia" por la economía {explanam); pero esto a su vez sólo puede descubrirse a través de los patrones por los que se rige la organización social misma (vuelta al explanadum).

U n a vez más la esperanza de encontrar un atajo hacia una sociología marxista de los sistemas educativos resultó engañosa. H o y por hoy parece que hemos de aceptar la necesidad de recorrer todo el largo camino para llegar a esta meta, es decir recogiendo los perfeccionamientos recientemente efectuados en la teoría marxista general de la estructura social y aplicándolos activamente al terreno de la educación. Ésta ha de ser una empresa teórica ya de por sí, pues los avances teóricos más provechosos se han elaborado tan a la defensiva (en guardia contra posibles acusaciones de determinismo, historicismo, reificación, etc.) que son más claros y explícitos acerca de lo que el marxismo no es, que en su propósito de trazar un modelo de estructura social utilizable. Las tesis generales sobre las que podemos ventajosamente edificar provienen de Gramsci y representan un aflojamiento en la conceptualización de lo que es "base" y "superestructura"22. E n vez de que esta última "refleje" la primera, en una relación unilateral de

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dominación y dependencia, se ha reafirmado su interacción dialéctica, y, c o m o corolario, se ha asignado a la superestructura una mayor autonomía, que le permite actuar recíprocamente sobre la base en una relación bilateral. Al mismo tiempo se ha aceptado una importante proporción de autonomía e independencia dentro de la superestructura misma, invitando así a la sustitución del modelo radical de los radios, en el que cada institución se unía por separado al eje económico, por diversos modelos de relaciones dentro de la superestructura que consienten variaciones internas en dependencia y dominación. Esto representa en efecto alguna convergencia, c o m o ha señalado Sztompka23, con la teoría de los sistemas generales que también analiza las relaciones entre las partes dentro de una demarcación dada, en términos de su interdependencia y autonomía. Parece que fue el temor a la absorción del marxismo en un enfoque genérico de esta clase (o sea la pérdida de su carácter al convertirse en una mera "teoría factorial") lo que llevó a los marxistas franceses a suscribir la metafísica de la "sobredetermi-nación". Ésta no es una conclusión necesaria. Bien por el contrario, parece posible y ventajoso incorporar los principios arriba esbozados en un enfoque que siga siendo inequívocamente marxista.

Quiero reseñar brevemente dos tesis de sociología e historiografía marxista que acertaron en esto y que podrían aportar mucho a las teorías sobre las funciones y los orígenes de los sistemas educativos. La primera, cuyas raíces se remontan acaso a los análisis de la "coyuntura revolucionaria" en Rusia efectuados por Lenin (la coincidencia temporal de desarrollos institucionales incompatibles), probablemente ha sido expuesto por Lockwood2* con mayor precisión que nadie. Este autor considera esencial la noción de contradicción estructural y separa esta cuestión, que afecta a la (des)integración sistémica, de las cuestiones relativas a los conflictos de clase, que afectan a la integración social. Esta última sólo produce cambio social trascendente en conjunción con la primera. La teoría de Lockwood dice algo acerca de los desarrollos institucionales autónomos en rela­ción con la base económica que es de sumo interés para la educación, pero que necesita una elaboración considerable. Se precisa sobre todo una teoría interme­diaria que especifique las condiciones bajo las cuales el sistema educativo se halla en armonía o en contradicción con la base o con otras instituciones. Esto expli­caría por qué algunos sistemas aparecen mucho más estrechamente integrados con la economía que otros, y vaticinaría algunas consecuencias (es decir, algún cambio) si en determinados momentos y lugares se presentasen desajustes o discordancias considerables. A nivel de integración social se requiere otra teoría intermediaria que especifique con detalle c ó m o se hace sentir la acción de las clases en diferentes estructuras de los sistemas educativos con sus distintas maquinarias para la toma de decisiones y sus diversos procesos promotores de cambio. U n a teoría con estos dos elementos sería taxativa respecto al qué, al cuándo y al dónde de la estabilidad y el cambio en lo educativo, es decir, poseería una especificidad de la que carece el modelo general.

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E n segundo lugar, recientes avances en la historiografía marxista parecen haber contribuido a nuestra comprensión de los orígenes de los sistemas de educación m u c h o m á s que sus predecesores. E n particular evitan la presentación demasiado teórica de fases rígidas de desarrollo histórico o la equiparación impre­cisa e infrateórica de un enfoque marxista de la historia con uno de esos que dan importancia central a las clases sociales o a los factores económicos25. L a histo­riografía marxista tiene que estar teóricamente informada (de otro m o d o se torna indistinguible de la historia económica, social o del trabajo)26: hay que hacer que el materialismo histórico fructifique en teorías sobre el peso de los factores materiales en el desarrollo de la educación bajo condiciones variables. Por otra parte, la historia tiene que ser sensible y no dogmática, confiriendo un peso igual a lo materialista que a lo histórico, a la manera en que Anderson ha sostenido y ejemplificado recientemente27. Sin duda pueden hacerse m á s aportaciones neo-marxistas de este tipo a una sociología de los orígenes y funciones de los sistemas educativos, pero ello representa una activa y exigente tarea de elabo­ración teórica.

El neofuncionalismo

La tradición funcionalista supo siempre explicar mejor las funciones de las insti­tuciones sociales que dar razón de sus orígenes. E n cuanto a la educación, sostuvo que había sido promovida por un consenso normativo que ella contribuyó a su vez a promover, sin dedicar m u c h a atención a desenmarañar históricamente estos hilos. Se postulaba, m á s que se documentaba, un proceso de ajuste evolutivo, y esto apenas rozaba la cuestión de qué valores (los de qué clase o grupo) se insti­tucionalizaban en la educación formal y quiénes se beneficiaban con este proceso. Algo m á s tarde, en la década de 1960, se advirtieron deficiencias equivalentes en la descripción de los funcionamientos institucionales. Particularmente el modelo de estructura social parsoniano que afirmaba a priori una interdependencia tan estrecha entre las partes de la sociedad que cada institución social era influida por todas las demás y ejercía una influencia recíproca sobre ellas, fue hallado defec­tuoso en dos puntos fundamentales. C o m o modelo de realidad social era m u y a m e n u d o inaplicable. C o m o medio de investigación de los funcionamientos insti­tucionales fue soberanamente inútil porque la noción de determinismo mutuo hacía imposible inquirir qué otras partes de la sociedad influían m á s en la educa­ción, cuándo, dónde y bajo qué condiciones. El funcionalismo parsoniano inten­taba "resolver" problemas sobre orígenes y funcionamientos institucionales en virtud de un reiterado fiat teórico; el neofuncionalismo empezó a escaparse de este problema fundando sus tesis, en cambio, sobre el revisionismo mertoniano. Merton siempre había tratado c o m o problemáticas las dependencias institucio­nales específicas, ya que él únicamente postulaba un general y "neto equilibrio de consecuencias funcionales".

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El modelo de estructura social expuesto por Gouldner28, en explícito contraste con el modelo de Parson y compartido en lo esencial por otros neofun-cionalistas importantes en sociología de la educación (como Etzioni y Eisenstadt), era intelectualmente superior en los siguientes aspectos: a) representaba una ruptura con la analogía orgánica, un abandono der modelo de régimen perma­nente, de los mecanismos homeostáticos y del. proceso de equilibrio en general; b) rechazaba el determinismo mutuo, optando en cambio por examinar las influencias causales diferenciales de las partes de un sistema entre sí mismas en términos de su "interdependencia" y "autonomía"; c) aceptaba la existencia y la importancia de las tensiones entre diversas partes de la estructura social. Dichas tensiones eran lógicamente motivadas por la aceptación de que algunas partes tenían un alto grado de autonomía funcional y también por el reconoci­miento de intercambios coercitivos (no recíprocos) entre las partes.

U n corolario adicional a estos puntos fue la progresiva degradación del consenso normativo c o m o garante de la integración social y un creciente recono­cimiento del conflicto de valores29. M a s , por bien acogidos que sean en general estos cambios, no constituyen aún una explicación de los orígenes y funciones de los sistemas educativos.

Para empezar, este enfoque sigue siendo tan débil c o m o sus predecesores parsonianos respecto a la cuestión de los orígenes institucionales y a la configu­ración de las estructuras sociales según patrones históricos. Por qué un patrón de relaciones determinado caracteriza a una sociedad dada en una época particular (enredando en su trama a la educación de una forma específica) es algo que Gouldner no se tomó la molestia de examinar. Deja que el grado de reciprocidad y autonomía funcionales se establezca empíricamente, mostrándose más interesado por las consecuencias que por las causas de unas relaciones estructurales dadas. Luego, aunque, a diferencia de Parsons, Gouldner accede a considerar la inter­dependencia de las partes del sistema c o m o problemática, y no c o m o dada, sigue siendo parsoniano al evaluar la existencia y el grado de interdependencia de cual­quier institución desde el punto de vista del sistema c o m o un todo, y lo hace de forma m u y mecánica. Se dice que existe alta interdependencia funcional cuando cada institución está empeñada en un mutuo intercambio con todas las demás; la alta autonomía funcional se da cuando cada parte sólo mantiene intercambios con otra. Interdependencia y autonomía son por lo tanto definidas cuantitati­vamente en relación con el número potencial de interrelaciones a que el sistema pueda dar cabida. Esto es realmente autonomía funcional, en el sentido sistémico de una institución que proporciona pocos servicios a otras partes del conjunto, antes que autonomía operativa, que significa que una parte tiene capacidad para la autodeterminación, lo cual dimana de la calidad de sus relaciones con otras instituciones. Ello es, desde luego, de por lo menos igual interés para una socio­logía de los sistemas educativos, pero este enfoque holista no nos acerca a un entendimiento práctico de c ó m o funcionan las instituciones unas con otras.

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A d e m á s , no se detiene en consideraciones sobre la calidad de las relaciones entre las instituciones, y esto conduce a contradicciones en la propia teoría del cambio de Gouldner. D a d a una alta autonomía funcional, este autor predecía que una institución debería intensificar su independencia y contribuir al cambio del sistema; dada una baja autonomía operativa (lo cual es perfectamente posible, admite Gouldner, si dicha institución es el elemento subordinado en su relación única) será incapaz de hacer ni lo uno ni lo otro. Por eso las consideraciones sistémicas (cuantitativas) y las institucionales (cualitativas) dan lugar a expecta­tivas diferentes, inútiles en la investigación práctica y con necesidad de reformu­lación teórica. Por último, y efecto nuevamente de la influencia parsoniana, actores e instituciones aparecen insuficientemente diferenciados entre sí30. L a integración social y la sistémica continuaban confundidas, imposibilitando así la elaboración de una teoría de las relaciones entre ambas , es decir, ¿cuándo es una tensión sistémica explotada o contenida por grupos sociales? ¿ C ó m o hacen una cosa o la otra? ¿Bajo qué condiciones y cuáles son los grupos de acción sobresalientes en cualquier caso?

D e todos m o d o s , esta parte de la obra de Gouldner fue importante c o m o puente entre el funcionalismo parsoniano y dos formulaciones teóricas posteriores qué rompieron con él casi totalmente, pero que son hoy de considerable interés en relación con una sociología de los sistemas educativos, campo en el cual sólo m u y recientemente han empezado a estudiarse. L a primera es la teoría de los sistemas generales, que ha desechado por completo la analogía orgánica y actualmente se concentra en el sistema sociocultural por sí mi smo . El rasgo m á s distintivo de los sistemas sociales es la "morfogénesis", la elaboración de su propia estructura en el curso del tiempo de una forma que nada tiene que ver con los sistemas mecánicos u orgánicos. Esto a su vez significa que se presta mayor atención teórica a las cadenas de retroacción positiva (que amplifican las desvia­ciones de la estructura existente, elaborando formas de reestructuración m á s complejas) que a la retroacción negativa que es restauradora o conservadora de las estructuras, c o m o en la tradición funcionalista. Este tipo de teoría de los sistemas moderna, tal c o m o la esboza Buckley31, parece rica en sus aplicaciones virtuales a los sistemas educativos. Estas aplicaciones, no obstante, han de desarrollarse teóricamente; no se encuentran ya confeccionadas de antemano. E n realidad las perspectivas m á s fructuosas que se ofrecen a la exploración parecen implicar el trabajo m á s arduo, mientras que las aplicaciones m á s a la m a n o representan callejones sin salida. Entre estas aplicaciones se pueden señalar tres en particular. Primero, hay un ejercicio bastante estéril de redescripción terminológica en que la. traducción de conceptos sociológicos al lenguaje de la teoría de los sistemas se confunde con la comprensión de la lógica de lös sistemas sociales32. Segundo, está la perenne tentación de trabajar con un modelo abstracto de un sistema (sea mecánico, orgánico, cibernético o cualquier otro) y acentuar sólo aquellos rasgos del sistema social que se ajustan a él33, en vez de analizar las matizadas estructuras

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que han aparecido históricamente en los sistemas socioculturales verdaderos. Tercero, están esas versiones cibernéticas que combinan los dos errores primeros y además ponen ilegítimamente la materia propia de la cibernética en lugar de la sustancia de la vida social, con lo que la comunicación sustituye al poder y la información ocupa el sitio de los recursos.

M u c h o más aprovechable para una sociología de los sistemas de educación es esa especie de teoría de los sistemas generales que reconoce el carácter morfo-genético peculiar de las estructuras sociales y trata de explicar punto por punto los procesos y las consecuencias de la elaboración estructural. La contribución teórica más ambiciosa en este terreno, aunque extremadamente abstracta, es la de Teune y Mlinar, The developmental logic of social systems™. Este enfoque no pretende haber descubierto ningún principio oculto del funcionamiento de los sistemas socioculturales; es un enfoque lógico que consiste en definir el cambio evolutivo c o m o elaboración estructural, o sea, c o m o algo distinto del cambio per se, e inquirir luego qué dinámicas son necesarias para que el cambio evolutivo continúe. D e esta manera, trata sobre la estructuración y la reestructuración, especificando las propiedades globales inherentes y una lógica condicional del desarrollo estructural (o recesión). Pese a la forma puramente lógica del argu­mento, algunos se mantendrán aquí sumamente cautos para evitar la reificación, y otros, c o m o Green, Seidman y Ericson35, admitirán positivamente la noción de un sistema educativo con vida propia.

E n todo caso, cuando esta teoría de los sistemas generales adopta la forma lógica de "si-entonces", hay un explícito reconocimiento de que necesita conexión con una teoría de la acción social. Es indispensable poder explicar, por un lado, c ó m o la interacción de los grupos produjo la estructura inicial del sistema social o educativo de que se ocupa la teoría, y, por otro, si la interacción social será tal c o m o para generar la secuencia de "si" o la de "si no" . Sólo una teoría de la interacción social puede dar una explicación plena de la elaboración estructural. Sin ella, el teórico abstracto de los sistemas sociales o educativos tiene que acudir a la teoría de las probabilidades, que es m u y inferior porque no explica y no puede ser desmentida35 en sus predicciones o en sus retrodicciones.

Es en este contexto donde el segundo cisma del funcionalismo, la teoría del canje, adquiere plena significación, pues trata precisamente de aquellas secuencias de interacción primaria cuyos efectos son las estructuras emergentes. D e especial importancia es la obra de Blau37 al demostrar c ó m o los propios intercambios ele­mentales, efectuados cara a cara, generan ya de por sí una diferenciación social en términos de poder y de recursos. U n a serie de procesos conduce luego a la aparición de la estructura institucional (impersonal) de la sociedad. Dicho de otro m o d o , Blau intenta audazmente descubrir y poner en claro el tipo de interacción que da pábulo y rumbo a la morfogénesis. Su teoría puede dar cuenta de c ó m o se desarrolla la estructura macroinstitucional específica en vez de limi­tarse a explicar la institucionalización c o m o un fenómeno genérico. Así pues, la

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teoría del canje tiene muchísimo que aportar a la cuestión de por qué surgieron estructuras de sistemas educativos diferentes en distintos países.

El potencial de esta teoría para explicar la forma en que los sistemas educa­tivos funcionan en la sociedad es también inmenso. El análisis de la fuerza nego­ciadora y las transacciones de poder efectuado por Blau es capaz de explicar las relaciones cualitativas que existen entre las diversas partes de la sociedad (por ejemplo la dominación o la subordinación de unas instituciones con respecto a otras). Tales relaciones se entienden c o m o la consecuencia directa de las nego­ciaciones entre grupos de interés. El cambio es producido por las variaciones en las estrategias y la fuerza de negociación de los distintos grupos sociales unos frente a otros. Las posiciones negociadoras de los grupos están a su vez condicio­nadas por las alteraciones en la distribución social de los recursos (es decir, los productos de transacciones anteriores o los de cualquier otra procedencia). E n el examen que hace Blau de las condiciones en que las relaciones de poder o de fuerza negociadora caracterizan los intercambios entre dos grupos38 tenemos, creo yo, los rudimentos de una auténtica política de la educación. H e intentado ampliarlo, por mi parte, a un análisis de las negociaciones que, una vez han surgido los sistemas de educación estatales, se llevan a cabo entre la profesión docente, la élite política y grupos de interés externos al ámbito de la enseñanza39. D e un m o d o diferente (porque él no concede la misma importancia que yo a la línea divisoria entre sistema educativo y sociedad) parece que el análisis efectuado por Bourdieu40 sobre la conversión estratégica de capital económico, social y cultural, en sus permutas de uno por otro, presenta una afinidad extraordinaria con la teoría del canje.

D a d a la importancia de la teoría de los sistemas generales y de la teoría del canje para las cuestiones referentes a los orígenes y a las funciones de los sistemas educativos, es improcedente que tantos sociólogos de la educación descalifiquen el funcionalismo c o m o una mala peste de la década de los cincuenta, afirmando que todos deberíamos dar las gracias por habernos visto libres de ella. Sin embargo, esta tergiversada (anticuada) visión del neofuncionalismo a m e n u d o corre pareja con una tergiversación semejante de la sociología weberiana, la última corriente que vamos a examinar.

La sociología neoweberiana

Durante los últimos quince años ha sido Weber el microteórico, preocupado por la atribución de significados subjetivos a la acción social, el que ha retenido la atención de los sociólogos de la educación. Dicho de otra manera, se ha entendido que la sociología neoweberiana contribuye, m á s que a ninguna otra cosa, a la comprensión de las funciones educativas a pequeña escala. Sin embargo, el propio Weber dedicó la mayor parte de su obra a hechos de escala m á s amplia: el auge del capitalismo, la relación entre las religiones del m u n d o y la racionalidad, el

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proceso inexorable de burocratización. E n tanto que teórico macroscópico inte­resado por la dinámica histórica de las estructuras y las instituciones sociales, su obra tiene una contribución que hacer a nuestro mejor conocimiento de la aparición de los sistemas educativos, fenómeno que apenas ha sido explorado41.

E n una palabra, los sociólogos de la educación contemporáneos han pecado de disociar a Weber dualmente. Y sin embargo, minimizar su interés por los macro o los microfenómenos sería negar la integridad de su obra y la importancia de sus propios esfuerzos por relacionar unos fenómenos con otros. N o se ha reconocido suficientemente el problema del radio de observación que Weber tuvo que confrontar, y la misión teórica de trascenderlo que se impuso. Su objetivo era labrar "un camino metodológico desde la comprensión del comportamiento individual al análisis de las combinaciones interaccionales, procesos y estructuras m á s amplios"42. Asociar sin m á s a Weber con la genealogía de la moderna socio­logía interpretativa es renunciar a la resolución de este problema.

H o y , por lo tanto, es preciso en nuestra especialidad prestar una atención m u c h o mayor a esta sociología comparada e histórica, ya que, significativamente, tales dimensiones están casi del todo ausentes en la nueva sociología de la educación. Ello supondría un serio examen de los propios estudios monográficos de Weber sobre la aparición de patrones institucionales en. el curso del tiempo y en sitios diferentes. A m b o s aspectos, la aparición y los patrones, son de importancia equivalente: el primero lo es para la cuestión de los orígenes de los sistemas educativos, y el segundo para lo relativo a las funciones de la educación en la sociedad.

El proceder comparativo e histórico de la tradición weberiana abordaría la cuestión de los orígenes de un m o d o peculiar. Trataría c o m o realmente proble­mática la interacción histórica entre la educación y otros sectores de la estructura social. Empezaría por estas relaciones estructurales y examinaría sus pautas en y por sí mismas. Se aplicaría a descubrir si la educación estuvo siempre relacionada con otra institución, si estuvo subordinada a ella de lleno o si se dieron condi­ciones en que tuviera independencia. Inquiriría si podría acudirse a generaliza­ciones interculturales de algún tipo respecto a las posibles combinaciones de grupos, intereses materiales y guardagujas culturales cuya consecuencia fuese la aparición de sistemas educativos, antes que dar por supuesto que los principios básicos de la estructuración se conocían de antemano. A mí m e parece, sin embargo, que en esto no hay nada que sea incompatible con las tradiciones marxista o funcionalista.

Sin duda alguna, dada su profunda creencia de que los elementos econó­micos particulares son de crucial importancia en la configuración del orden insti­tucional de cualquier formación social, los marxistas centran selectivamente su atención en el m o d o en que la educación se relacionó con ellos en el curso del tiempo. H a y , no obstante, una absoluta diferencia entre adoptar un enfoque exploratorio que emplee el método comparativo para establecer grados de inter-

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dependencia, y otro que dé por supuesto de antemano que un mismo principio arquitectónico sirve para todos los tiempos y lugares. E n lo que al funcionalismo se refiere, la corriente mertoniana siempre ha aceptado la necesidad de propo­siciones de alcance medio (como las mencionadas en el párrafo anterior). Éstas conectan el marco analítico general con la realidad concreta, y su misión teórica es precisamente dar al marco un firme entroncamiento con la realidad empírica. Así pues, si consideramos las prometedoras formas de neomarxismo y neofuncio-nalismo que antes destacábamos, parece ser que no hay nada en ellas que impida una fructífera simbiosis con la sociología comparada e histórica de la tradición weberiaria. El análisis comparativo e histórico brevemente esbozado m á s arriba representaría la clase de material que toda teoría de nivel superior debe ser capaz de manejar, mostrando c ó m o pueden ser subsumidas estas proposiciones bajo otras m á s generales. Esto representa un reto permanente para cualquier teoría sociológica que aspire a un nivel superior de generalidad, pues constituye una fuente tanto de aquilatamiento c o m o de refutación.

L a sociología comparada, emprendida a causa de un interés central por un fenómeno particular c o m o es el sistema de educación, y que, de acuerdo con ello, tamiza y selecciona la masa total de datos de que dispone, mantiene activamente una lógica del descubrimiento científico porque ésta asegura que la clase de virtuales falseadores de teorías de gran escala está "llena" en la práctica en vez de estar meramente "no vacía" en principio. E n otras palabras, la sociología compa­rada ejerce una continua presión hacia el refinamiento y la reconstrucción teórica. Idealmente nos gustaría presenciar un constante y laborioso ir y venir desde la sociología de la educación comparada a la teoría marxista, de tal suerte que se disuadiese a los teóricos marxistas de pasar c o m o sobre ascuas sobre las varia­ciones interculturales en los orígenes y en las funciones de los sistemas educativos, con los que su teoría debe lidiar, pero al mi smo tiempo se les animase a señalar que algunos patrones histórico-educativos descubiertos por la investigación compa­rada son parte de regularidades socioeconómicas m á s amplias.

Por otra parteólas pautas y los nexos descubiertos merced a la sociología de la educación comparada pueden poner de relieve la necesidad y la utilidad de ciertas clases de desarrollo teórico e invitar así a la elaboración de una teoría general en determinadas direcciones. Ésta parece ser la relación que podría desa­rrollarse fructíferamente con las formas m á s recientes de neofuncionalismo. L a idea genérica de morfogénesis es muchísimo m á s aceptable que las analogías mecánicas, orgánicas o cibernéticas anteriores, pero por ahora sigue siendo una noción abstracta que necesita adquirir carne y sangre poniéndola a trabajar en un problema precisamente c o m o éste de la aparición de los sistemas educativos. Asimismo el concepto sumamente abstracto de la "lógica evolutiva" de los sistemas sociales sólo se librará de ser un estéril juguete académico si se le obliga a enredarse con los funcionamientos de sistemas reales, c o m o los educativos. Este proceso debería ser un proceso activo de dos direcciones en el que a su vez

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la sociología comparada estimule la aclaración de estas audaces conjeturas sobre los sistemas socioculturales mientras que, por esa íntima relación con la teoría, se proteja a la sociología de los sistemas educativos contra ese amorfo discurrir al azar del que la educación comparada per se parece incapaz de salir43.

Hasta aquí m e he concentrado en las aportaciones neoweberianas a la estructuración histórica e intercultural de los sistemas educativos. El propio Weber , sin embargo, mostró gran interés por relacionar estructura y cultura, tanto al nivel teórico c o m o al empírico. Quiso poner de manifiesto tanto las restricciones objetivas que la estructura social impone a los proyectos subjetivos abrigados o realizados por los grupos sociales, c o m o las oportunidades para la acción que se enraizan en la inestabilidad interna de las estructuras institucionales mismas; tal acción que se ve guiada entonces en un r u m b o determinado por las ideas susten­tadas por los grupos comprometidos. Así, uno de los principales intereses de Weber, especialmente en sus estudios sobre las religiones del m u n d o , fue la dinámica macroscópica de los sistemas de creencias tal c o m o se manifiesta en sus contextos históricos respectivos. N o deja de ser irónico que la nueva sociología de la edu­cación, pese a su interés primordial por las pautas y patrones culturales que informan el saber educativo, haya vuelto la espalda a la contribución de Weber a este problema. Únicamente explota sus disquisiciones microscópicas sobre "significados", desdeñando en cambio su amplia obra sobre la cultura. U n a sociología de los sistemas educativos, no obstante, tendría que basarse sólidamente en esto último para explicar c ó m o determinadas selecciones de cultura nacional se institucionalizaron a nivel sistémico c o m o "saber educativo".

H a y aquí dos cuestiones: una sobre los mecanismos de la institucionalización y otra sobre cuál "paquete" cultural se institucionaliza. Creo que he dicho ya bastante en cuanto a la primera: porque los mecanismos mediante los que se institucionaliza cualquier repertorio de ideas sobre la educación son parte y elemento inseparable de la lucha por el control educativo, que fue (y sigue siendo) una lucha por la capacidad de definir la instrucción. Para entender cuál subcultura se institucionalizó en el m o m e n t o de aparecer por vez primera un sistema educa­tivo, necesitamos saber quién triunfó, quién perdió en esa lucha, y también la magnitud de la derrota. H o y , asimismo, la estructura del sistema educativo deter­mina quién se halla en situación de influir en los contenidos de la instrucción y los procesos concretos mediante los cuales pueden modificarse estos. Dicho de otra manera, la naturaleza de los contenidos guarda una relación m u y estrecha con la naturaleza del control. Aquí llegamos a un mínimo de acuerdo con la nueva sociología de la educación, pero una sociología de los sistemas educativos no se contenta con vagas afirmaciones sobre la osmosis de la cultura de las clases (o de otros grupos cualesquiera), no sustentadas siquiera por la m á s general exposición de los agentes a través de los cuales es importada dicha subcultura ni de los mecanismos que la traducen en programas de estudio, exámenes y proce­dimientos de evaluación. Es en esto donde hace buena falta que nuestras teorías

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Los sistemas de educación 305

sobre política de la educación pongan al descubierto el hecho de la importación cultural y los mecanismos que la hacen pasar a la educación. El segundo aspecto de este asunto, o sea que es exactamente lo que se importa, no lo ha tocado nadie todavía, aunque podría haber una importante contribución neoweberiana a este problema.

Supongamos que un grupo dado se halla en tal situación de control educa­tivo que puede dictar los contenidos detallados de la instrucción. ¿Cuáles serán estos contenidos? La respuesta general (ya sea que su referente sea la ideología de la clase dominante, el sistema central de valores o las fuentes de legitimación) es que se tratará de aquellos contenidos culturales que promuevan los intereses materiales del grupo. Aquí pasamos directamente al meollo del debate central de la sociología del saber, o sea la relación exacta entre los intereses y las ideas, siendo la respuesta general punto menos que vacía. A u n dando por supuesto que un grupo en firme posesión del control educativo sabe sin vacilación ni error cuáles son realmente sus intereses objetivos, no hay un repertorio de ideas único suscep­tible de legitimar en exclusiva su dominación pedagógica, ni tampoco una sola clase de conocimientos que vaya manifiestamente a servirle mejor a pasar a constituir los programas de estudios escolares. Bien al contrario, en este proceso intervienen reflexiones y juicios y, alguna que otra vez este proceso es bien visible. Las cavilaciones de Napoleón acerca del programa de estudios de su lycée ideal están bastante bien documentadas; Catalina la Grande sometió m u y ostentosamente a los filósofos sus pretensiones estatalistas para que las discutieran. L o que no sabemos m u y bien son los factores que guían la formación de estos juicios, es decir los nexos constitutivos entre el saber y los intereses humanos. ¿Significa esto que una sociología de los sistemas educativos ha de contentarse con descripciones históricas de los juicios que de hecho se formaron? ¿Es ésta una cuestión sobre la que no podemos hacer ninguna aportación teórica?

E n la práctica, Weber utilizó el concepto de "afinidad electiva" al tratar este problema. Pero este concepto sólo sirve para especificar restricciones mini­malistas en las ideas adoptadas por un grupo con intereses materiales parti­culares —las de disponibilidad, congruencia y congenialidad— y así adolece él mismo de falta de elaboración. N o obstante, una vez dado el salto de la afinidad electiva, parece que el símil de Weber sobre las ideas que luego actúan c o m o guardagujas representa con toda evidencia una noción medular que, si fuese desarrollada, podría sacar a la sociología de la educación del total empirismo en que se halla en este respecto. Corolario de sus propios estudios religiosos fue que Weber emprendió una sensible y detallada exploración de la comarca cultural en la que los intereses de los grupos operan: una especie de "geografía cultural" que descubrió la configuración que adoptan sus mapas —subjetivos pero colec­tivos— de conocimientos y de ideas. Sólo después de bien explorados dichos rasgos fue posible descubrir los rastros dejados por estas "representaciones del

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m u n d o " , a lo largo de los cuales sería impulsada la acción futura por la dinámica del interés.

Esto resulta de un valor considerable para nuestra comprensión de c ó m o los saberes pedagógicos y los programas escolares se derivan de un corpus de ideas o ideología m u c h o m á s general. Apunta hacia una pormenorizada carto­grafía del conocimiento que descubriría, sobre el m a p a concreto de una clase o grupo determinado, qué puntos son vecinos de otros, cuáles son los rasgos fami­liares y qué otros están sin señalar, así c o m o el trazado de los contornos entre ellos. Producto de estas exploraciones sería una serie de mapas estadísticos y físicos de los territorios culturales de distintos grupos sociales. A u n q u e el propósito de esta confección de mapas sería el m i s m o que el objetivo de Bernstein al delinear los "códigos" culturales, el procedimiento sería m u y diferente. Bernstein trató de captar directamente, por intuición, el principio básico subyacente en cada código, articulando su contenido e instrumentando sus respectivos curriculares11. U n enfoque neoweberiano no intentaría aprehender ningún principio básico de esta índole (al no asumir ningún compromiso apriorístico respecto a su existencia), sino que m á s bien se esforzaría concienzudamente por trazar los distintos mapas subculturales del conocimiento.

Esto, junto con un análisis de las políticas educativas, conduciría hacia una explicación de las selecciones del repertorio cultural nacional que llegan a constituir el saber educativo y c ó m o son éstas ulteriormente traducidas en compen­dios, textos básicos y preguntas de exámenes. Es evidente que una cartografía del conocimiento c o m o ésta invita a la combinación con las investigaciones compa­radas e históricas de la tradición neoweberiana, c o m o las expuestas anteriormente.

Conclusión: nexos entre los orígenes y las funciones de los sistemas de educación

Por último quiero tratar brevemente sobre la relación entre las dos principales cuestiones que atañen a los sistemas educativos: de dónde vienen y c ó m o funcionan; aparentemente existe una ineludible conexión entre ambas. El sistema hoy operante fue estructurado ayer; los patrones de autoridad y responsabilidad que actual­mente se observan fueron configurados por pretéritas luchas por el poder y dan forma a futuros procesos de cambio; los intereses que ahora se defienden en el ámbito educativo fueron distribuidos en tiempos pasados. Dicho de otra manera, algunas de las causas de continuidad están inscritas en los orígenes de los sistemas educativos, cuya estructura creó y perpetúa intereses concretos vinculados a su mantenimiento.

Y o describo este desarrollo de sistemas en el curso del tiempo.como una serie de ciclos. E n cada ciclo, la estructura inicial condiciona la interacción educativa, y la interacción, que es también afectada por influencias indepen-

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dientes, determina a la postre un cambio en la estructura. D e esta manera, sucesivos ciclos de condicionamiento estructural -> interacción -> elaboración estructural continúan uniendo los orígenes "históricos" con las funciones actuales.

Estos ciclos se densenvuelven a través del tiempo cronológico. E n los m á s antiguos, la influencia de la estructura del sistema educativo tal c o m o apareció por vez primera es preponderante; en los m á s recientes esto se atenúa, ya que es la estructura modificada del sistema, tal c o m o ha sido elaborada por sucesivos turnos de interacción, la que condiciona entonces la ulterior interacción educativa. Determinar cuántos ciclos se perfilan de esta manera depende principalmente del problema que nos ocupa. Este enfoque admite explícitamente influencias estruc­turales, pero insiste en que éstas son condicionales y no deterministas. D e manera no menos explícita admite los efectos independientes de la acción social c o m o modificantes de la estructura del sistema, pero niega la total plasticidad de las estructuras institucionales.

Pensar en términos de estos ciclos morfogenéticos es concederle al tiempo una importancia fundamental al formular teorías sobre los sistemas educa­tivos. Del breve examen efectuado hasta ahora podría desprenderse que los ciclos de morfogénesis sólo resultan aptos para estudios de acontecimientos en amplia escala, con gran horizonte histórico. Podría entonces concluirse que la importancia teórica del paso del tiempo es irrelevante para gran parte, si no para casi toda la labor de sociología de la educación que no sea explícitamente histórica o macroscó­pica. N a d a está, a mi entender, más lejos de la verdad. U n a dimensión temporal es esencial y está implícita en la investigación en m á s reducida escala enfocada sobre un solo punto en el tiempo. Es indispensable un conocimiento de los nexos que existen entre los orígenes sistémicos y las funciones contemporáneas para una plena explicación de estas últimas: la apreciación de que estas operaciones en curso están contribuyendo ya a la elaboración estructural es esencial para una plena comprensión del cambio sistémico. E n otras palabras, la dinámica de la morfogénesis está operando en cualquier punto dado del tiempo y por lo tanto las funciones educativas no pueden ser nunca reducidas a su m o d o de existencia momentáneo. C o m o sucintamente ha expuesto Markovic, "el tiempo tiene en la historia h u m a n a un significado y una estructura m u y diferentes a los que tiene en la historia de la naturaleza. Los hechos naturales se repiten sin m á s en el curso de largos periodos de tiempo [...] E n la historia social la cosa es m u y distinta. Tanto el pasado c o m o el futuro viven en el presente. Hagan lo que hagan los humanos en el presente, estará decisivamente influido por el pretérito y [...] el futuro no es algo que viene después, con independencia de nuestra voluntad. H a y varios futuros posibles y uno de ellos tiene que hacerse"46.

Así, por una parte, la estructura original del sistema configurada en el pasado afecta a las funciones contemporáneas; su influencia cala y penetra hasta marcar las interacciones en m á s reducida escala. Por ejemplo, las relaciones duales entre alumno y maestro son parcialmente configuradas por el sistema educativo en

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que tienen lugar. El sistema contribuye a la definición de los dos roles, a la distri­bución de autoridad entre los mismos, a la asignación de sanciones positivas y negativas a las dos posiciones. Y esta contribución difiere según las distintas estructuras del sistema de educación.

Por otra parte, y no menos importante, las funciones actuales actúan a su vez sobre la estructura original del sistema educativo para modificarla. La interacción al micronivel no se limita a una especie de rumor sordo dentro de los confines impuestos por el sistema o a una serie de partidas jugadas en los intersticios de los imperativos estructurales. Bien por el contrario, la acción microscópica (estirando, flexibilizando, estrechando o reinterpretando normas, métodos y procedimientos; tramitando nuevos recursos y servicios; innovando cursos o programas) contribuye a la renegociación de la estructura original del sistema. Y esto puede hacerlo o bien alterando las características macroscópicas del sistema directo, aunque gradualmente, mediante la acumulación de un sinfín de pequeños cambios y variaciones, o bien de forma m á s indirecta, influenciando sobre la opinión pública y la política hasta conseguir ulteriores cambios legisla­tivos. A la postre la estructura original sufre algún retoque o perfeccionamiento y el sistema renegociado inicia un nuevo ciclo de interacción y cambio para el futuro.

T o m a n d o conjuntamente todos estos puntos podemos empezar a repre­sentarnos la interacción entre orígenes y funciones, así c o m o entre microniveles y macroniveles. Podemos comenzar a conceptualizar los efectos de los (macro)-orígenes, es decir, la estructura del sistema configurada en el pasado, sobre las (micro)funciones del presente. Estos efectos pueden contemplarse c o m o una serie de lazos de retroacción negativa que obra para mantener la estructura sistémica original pero que se debilita con el paso del tiempo. Simultáneamente, los efectos de las (micro)funciones actuales en la modificación de las (macro)características del sistema pueden verse c o m o una serie de lazos de retroacción positiva que amplifica las desviaciones de la estructura original y se fortalece con el paso del tiempo. A m b a s series de lazos se encuentran en el presente, pero las causas de la retroacción radican en el pasado y las consecuencias de la retroacción positiva interesan al futuro.

D e esta manera nos es dado escapar del estéril dualismo entre las socio­logías de la educación vieja y nueva, al que en medida considerable estábamos condenados porque la dimensión temporal brillaba por su ausencia y se la trataba c o m o desprovista de significación teórica; si algo caracterizaba a ambos enfoques era su completa intemporalidad. E n la perspectiva nueva no había nunca ningún "ser", sólo un incesante "devenir"; lo que acontece "ahora" no aparecía funda­mentalmente constreñido por lo que sucedió antes, ni restringía fundamental­mente lo que vendría después. E n el viejo enfoque, el estado actual de las cosas en el ámbito educativo se trataba c o m o un "hecho dado" intemporal, cuyos orígenes quedaban sin explorar y cuyas funciones se registraban sin m á s , toda vez que no

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había ninguna expectativa de un tiempo en que llegaran a ser distintas de lo que entonces eran. E n ambas, pues, estaba el presente divorciado del pasado y del futuro, y es justamente esto lo que deberá distinguir a Ja sociología de los sistemas educativos..

E n cambio, el tipo de sociología de los sistemas educativos que yo propugno suscribiría la intimación de Namier a "imaginar el pasado y recordar el futuro", pero iría aún m á s allá, formulando teorías rigurosas sobre estas secuencias tempo­rales. Por eso he sugerido aquí que la sociología de los sistemas educativos podría utilizar y explorar ventajosamente el modelo de la morfogénesis, sobre el cual convergen actualmente varias corrientes de teoría sociológica general, en su conceptualización de los sistemas socioculturales. Después he examinado lo que una sociología de los sistemas educativos podría obtener de estos desarrollos teóricos generales, pero también es el caso a la inversa. Por lo pronto la noción de morfogénesis es una colección de suposiciones, sugestivas pero abstractas, cuyas implicaciones ontológicas y epistemológicas requieren explicación y cuyas propo­siciones conceptuales tienen que ser bien alambicadas antes de que el modelo esté listo para su aplicación práctica. Trabajando sobre estos problemas, en un intento de generar una sociología de los sistemas educativos, contribuiríamos al m i s m o tiempo al progreso de la sociología, pues estoy firmemente convencida de que los avances teóricos se producen siempre tras una lucha con problemas abstractos en relación con ámbitos concretos de investigación.

[Traducido del inglés]

Notas '

Margaret S. Archer, Social origins of educational systems, p . 54, Londres y Beverly Hills, 1979.

Jerome Karabel y A . H . Halsey, Power and ideology in education, Nueva York, 1977, introducción.

Esto aparece quizá un poco rebajado de tono en la excelente introducción de Karabel y Halsey, op. cit., aunque se trata solamente de una sutil argucia respecto al énfasis.

H . H . Gerth y C . Wright Mills (dir. publ.), From Max Weber: essays in sociology, p . 243, Londres, 1967.

Jeff Coulter, "Decontextualized meanings: current approaches to Versthende investigations", Sociological review, vol. 19, n.° 3, 1971.

John H . Goldthorpe, " A revolution in sociology?", ! Sociology, vol. 7, ri.° 3, 1973.

La célebre concesión de Berger que "quien empuña el garrote m á s grande tiene mejores probabi­lidades de imponer sus definiciones", es bien elocuente a este respecto. P . L . Berger y T . Luckman, The social construction of reality, p. 101, Nueva York, 1966.

? E n A . H . Halsey, J. Floud y C . A . Anderson (dir. publ.), Education, economy and society, Londres, 1967.

9 Brian Jackson, Streaming: a educational system in minature, Londres, 1964.

10 Esta disquisición sobre el problema del radio de observación se . basa en buena medida en Helmut R . Wagner, "Displacement of scope: a problem of the relationship between small-scale and large-scale sociological theories", en: A.J.S., vol. L X I X , n.» 6, 1964.

11 Karabel y Halsey, op. cit., p . 62. 12 Basil Bersntein, " A critique of the concept of

compensatory education", en su Class, codes and.control, vol. 1, Londres, 1971,: p . 200.

13 Basil Bernstein, "Introduction", Class, codes and control, vol. 3, Londres, 1975. Véase1 el dia­grama en la página 21 de la introducción.

14 El término "sistema educativo" se emplea con referencia a todo el amplio espectro que va de la inducción informal tradicional desa­rrollada en la familia a los modernos sistemas de educación estatales. Pierre Bourdieu y

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310 Margaret S. Archer

Notas (continuación)

Jean-Claude Passeron, Reproduction, p . 64, Londres y Beverly Hills, 1977.

Ibid., p . 55. Ibid. Ibid., p . 7. Véase Margaret S. Archer, op. cit., capítulo 5. Véase por ejemplo Samuel Bowles, "Unequal

education and the reproduction of the social division of labor", Review of radical political economics, vol. 3, otoño de 1971. Este tipo de enfoque convendría ser contrastado con la meticulosa obra de Fritz K . Ringer que pone en duda una "complementariedad" tan cerrada y permanente c o m o la que en él se reclama: Education and society in modern Europe, Bloomington y Londres, 1979.

Para u n examen m á s detallado de estos puntos, véase Margaret S. Archer, "The theoretical and comparative analysis of social structure", en: Giner y Archer (dir. publ.), Contemporary Europe: social structure and cultural patterns, Londres, 1978.

Louis Althusser, "L'objet du capital", en: Althus-ser, Balibar y Establet, Lire le Capital, tomo 2, París, 1965, p. 47.

Por supuesto los marxistas franceses arriba m e n ­cionados contribuyeron también a estas m a -tizaciones y perfeccionamientos.

P . Sztompka, System and function: toward a theory of society, Nueva York, 1974.

David Lockwood, "Social integration and system integration", en: Zollschan y Hirsch (dir. publ.), Explorations in social change, Boston, 1964.

Véase T o m Bottomore, "Structure and history", en: Blau (dir. publ.), Approaches to the study of social structure, Londres, 1976 (véase especialmente p. 165).

Véase E . J. H o b s b a w m , "Karl Marx's contri­bution to historiography", en: Blackburn (dir. publ.), Ideology in social science, Londres, 1973.

Perry Anderson, Considerations on Western Marxism, Londres, 1976, p . 109-111. Véase también su Passages from antiquity to feu­dalism, Londres, 1974 y Lineages of the absolutist state, Londres, 1974.

A . W . Gouldner, The coming crisis of Western sociology, Londres, 1971.

29 Véase A . W . Góuldner, "Reciprocity and auton­o m y in functional theory", en: Demerath y Peterson (dir. publ.), System, change and conflict, Nueva York, 1967.

30 Véase David Lockwood, "Social integration and system integration", op. cit., p . 249, nota 6.

31 Walter Buckley, Sociology and modern systems theory, Nueva Jersey, 1967, y Walter Buckley (dir. publ.), Modern systems research for the

. behavioral scientist, Chicago, 1968. 32 E n cuanto a la tentativa más ambiciosa de unificar

los conceptos utilizados en todas las ciencias sociales traduciéndolos a la terminología de la teoría de los sistemas, véase Alfred K u h n , Theloglcofsoclalsystems, San Francisco, 1976.

33 Ejemplo de una obra que trata de ajustar el sistema social a u n modelo orgánico sería la de David Easton, A systems analysis of political life, Nueva York, 1965, y otra que lo ajusta a un modelo cibernético sería la de Karl Deutsch, The nerves of government, Nueva York, 1963.

31 Henry Teune y Zdravko Mlinar, The development logic of social systems, Londres, 1978.

3C T . F . Gren, D . P . Ericson y R . H . Seidman, Predicting the behavior of the educational system, Siracusa, 1980.

38 Véase Karl Popper, The logic of scientific discovery, p. 191, Londres, 1959.

37 P . Blau, Exchange and power in social life, Nueva York, 1964.

38 Ibid., capítulo 5. 39 Margaret S. Archer, op. cit., p . 234-284 y 393-

423. 40 Véase por ejemplo Pierre Bourdieu y Luc Bol-

tanski, "Changes in social structure and changes in the demand for education", en: Giner y Archer (dir. publ.), op. cit.

41 Véase Ronald King,."Weberian perspectives and the study of education", British journal of sociology of education, vol. 1, n.° 1, 1980.

42 Helmut R . Wagner, "The displacement of scope", op. cit., p . 574.

43 Véase los últimos años de la revista Comparative education, dirigida por E d m u n d King y edi­tada en Oxford, Inglaterra.

41 Basil Bernstein, "Introduction", Class, codes and control, op. cit., p . 2 y ss.

45 M . Markovic, From affluence to praxis, p . 10-11, Michigan.

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L a religion

Richard K . Fenn

L a síntesis funcional que existía en el c a m p o de la sociología de la religión ha desaparecido. E n su lugar quedan algunas orientaciones teóricas amplias y enfoques metodológicos generales que sirven para interpretar y explicar afilia­ciones y prácticas religiosas. E n este trabajo nos interesaremos por dos de estas orientaciones teóricas amplias, ambas bastante más generales que la teoría del "intercambio" o de la "interacción simbólica". U n a de ellas es de índole crítica y se centra en las contradicciones, mientras que la otra tiene un carácter que llamaré "sistémico". N o se contraponen, empero, con suficiente claridad y fuerza c o m o para resolver las divergencias existentes en las corrientes de opinión sociológicas.

El funcionalismo constituye una posición metodológica particularmente adecuada, a partir de la cual el sociólogo puede interpretar y trascender las rela­ciones de grupos e individuos. U n sociólogo de formación, en su capacidad de intérprete de la realidad, puede proponer una versión coherente de las creencias de una comunidad; sin embargo, su experiencia indagatoria, que va m á s allá de las apariencias superficiales, lo obliga a identificar las funciones "latentes", y, al hacerlo, a poner en duda lo qué diga una comunidad acerca de su propia vida. Estos enfoques metodológicos se siguen adoptando, pero er sociólogo no se encuentra en una posición particularmente adecuada para conciliarios, lo que trae c o m o consecuencia un conjunto de enfoques paralelos y enfrentados despro­vistos de una perspectiva única.

Los sociólogos de la religión emplean aún la distinción entre mito y realidad c o m o punto de partida teórico. Algunos de ellos destacan especialmente las realizaciones del hombre que, m u y a m e n u d o , se encuentran ocultas detrás del mito religioso c o m o obras de los dioses, o señalan los crueles aspectos de la vida social encubiertos por misterios sagrados. H a y quienes sostienen que el mito expresa aspectos auténticos aunque patológicos de la realidad social; otros van aún

Richard K. Fenn es profesor de sociologia en la Universidad de Maine, en Orono, Maine 04473, Estados Unidos de América. Es autor de Toward a theory of secularization, publicado en 1979 y de Liturgies and trails (en prensa).

Rev. int. de ciem. soc, vol. XXXIII (1981), n.° 2

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312 Richard K. Fenn

m á s allá al sostener que el mito hace pasar por sano y virtuoso lo que es pato­lógico y morboso. El positivismo de sociólogos con opiniones tan diversas c o m o Dukhe im, M a r x y Weber se explica por su condición de herederos del iluminismo, y conduce a todos ellos a intentar purificar la realidad de los disfraces y justifi­caciones impuestos sobre ella por el mito religioso. N o obstante, hacer esta distinción sólo es posible a partir de una actitud metodológica privilegiada que los sociólogos ya no tienen debido a los progresos realizados en la comprensión de su propia influencia y limitaciones. Para hacer esta distinción se debe elegir casi arbitrariamente entre diferentes puntos de vista teóricos, ninguno de ellos capaz de imponerse a los demás. Examinaré aquí con cierto detalle este tema, y propondré una solución posible.

Algunos sociólogos tienden a distinguir mito y realidad en beneficio del mito. Suelen heredar un mito religioso según el cual el hombre es la criatura y el creador de la vida social y la historia, y sentirse insatisfechos con los productos históricos del hombre. M a r x contemplaba u n m u n d o que.había moldeado una burguesía agresiva y eficaz, un m u n d o cuyo nivel de productividad superaba todo lo que se hubiera podido esperar históricamente, pero en, el cual los productores directos estaban obligados a soportar el costo de la producción, lo cual era para él motivo de desilusión. A la vista de estos sacrificios humanos, ¿cómo era posible seguir creyendo que el hombre fuera responsable de la historia y señor de la naturaleza? El m i s m o mito —de personas libres y responsables que trabajan activa­mente en el marco de estructuras sociales creadas por ellos mismos— inspira los estudios de W e b e r sobre la profecía ética y sus opiniones sobre la ciencia y la política. Pero Weber , al igual que M a r x , deploraba el afán adquisitivo de una clase empresarial que quería conservar su posición, a pesar de haber perdido su vocación, y advertía asimismo de los peligros de una administración burocrática que aprisionaba a los individuos en sus estructuras. Durkheim buscaba reconstruir los mitos sagrados de la vida social a partir de los fragmentos y restos aún visibles en las "así llamadas sociedades civilizadas", cuyos esquemas son m á s fácilmente discernibles en las sociedades que siguen siendo primitivas. Este sentido de responsabilidad en la búsqueda de los mitos básicos de la sociedad occidental explica la tendencia conservadora que caracteriza incluso a la crítica sociológica m á s radical.

La sociología de la religión es, por antonomasia, el campo a través del cual los sociólogos siguen separando, c o m o por una criba, los fragmentos míticos y la realidad social. Algunos científicos, c o m o Bellah (1975) en sus obras recientes sobre la religión civil en los Estados Unidos de América, se interesan básicamente en salvaguardar el mito nacional frente a los aspectos de la realidad social que lo desacreditan, mientras que otros reúnen observaciones que ponen en duda la mitología nacional, c o m o sucede en el caso de los debates sobre la religión civil én Rusia o la "gestión del consenso" (véase Lane, 1979). Los primeros tienden a considerar los símbolos no sólo c o m o expresión de la realidad social, sino c o m o

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La religión 313

algo "constitutivo" de la misma. Los símbolos son, pues, condiciones necesarias si no suficientes de las sociedades que ellos estudian. Los sociólogos que se inte­resan en mayor medida por depurar la realidad social de las obscuridades del mito adoptan un enfoque m á s positivista y reducen los mitos nacionales a los intereses de ciertas clases y estratos, manera de proceder que siguen quienes se encuadran en la tradición weberiana y marxista de la sociología occidental. A m b a s orientaciones teóricas se encuentran a m e n u d o yuxtapuestas en los debates sociológicos, pero no permiten refutación o verificación alguna. Esta dificultad es innecesaria, a pesar de la fructífera controversia que ha generado.

L a s orientaciones teóricas sistémica y crítica

Comenzaré ejemplificando las dos orientaciones teóricas que parecen coexistir en la sociología de la religión. A m b a s están implícitas en dos enfoques absolutamente diferentes de la relación que existe entre mito y realidad en las sociedades modernas. Según la primera, que llamaré sistémica, es posible que las sociedades secularizadas alcancen un nivel de integración simbólica en el que la mayoría de los individuos puedan interactuar y comunicar eficazmente, con independencia de la diversidad de sus situaciones y de sus intenciones independientes. Acquaviva cree sin reserva alguna que dicha integración es posible: "Se pueden integrar los dos mundos (el sagrado y el profano) dentro de una orientación única y lógica y así identificar, en el marco de una unidad básica lógicocognoscitiva, u n sistema ordenado y compacto de relaciones en todos los planos de la sociedad en el que coparticipen el componente sacrohierofántico y el profano" (1979, 177).

Definir las condiciones de posibilidad de dicho análisis supera, por supuesto, el alcance de este ensayo. C o m o el propio Acquaviva señala, lo sagrado no siempre lleva el convencimiento de que existe un m u n d o distinto situado ontologicamente más allá del m u n d o cotidiano. Cuando lo sagrado se encarna en rituales que subrayan la importancia del "salto" ontológico, para utilizar su terminología, puede ser m á s difícil para las sociedades establecer una orientación única que relacione lo sagrado con lo profano. Ahora bien, cuando lo sagrado existe al margen de dichas estructuras religiosas, esa orientación única e integrada se puede desarrollar valiéndose de instituciones mediadoras c o m o la universidad y el poder judicial. U n a vez más , es a la teoría sociológica que incumbe desarrollar conceptos con los que se pueda .verificar la existencia de esa orientación única e integrada, en vez de excluir por definición dicha posibilidad desde el principio. Volveré a examinar este punto después de considerar una alternativa a la orien­tación sistémica. Baste señalar por el m o m e n t o que un enfoque sistémico nos obliga a dar por supuesta y a investigar la interacción de mito y realidad en la formación de las normas y de las instituciones sociales.

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Existe otra posible orientación, que llamaré "crítica", que inspira el diagnóstico reciente de Robertson (1978) sobre la religión en las sociedades occidentales. Para Robertson, el mito, sea de índole objetivada y abstracta o c o m o algo fragmentario en la mente de los individuos, está m u y lejos de la realidad cotidiana. L a objetivación de la cultura facilita la formación de la personalidad individual, pero al m i s m o tiempo la hace m á s problemática, ya que las alterna­tivas que se abren ante los individuos los obligan igualmente a entrar en un proceso continuo de autorrealización que puede traer consigo diversas conversiones en distintas etapas del ciclo vital. Es la misma separación del mito y la realidad la que recuerda a los individuos la variedad de sus opciones para escoger un estilo de vida coherente y legítimo y que los hace moralmente responsables de dicha elección. Por otra parte, la objetivación de la cultura vuelve m á s problemática la realización de la identidad personal debido en parte a que es un logro individual sujeto a revisión y, por lo tanto, a la posibilidad de que no se le dé la importancia que merece por parte de terceros. L a formación de una identidad seria se hace m á s problemática cuando la vida social adopta un carácter objetivo y limi­tativo para los individuos (Robertson, 1978, 190-191). Frente a esto, la persona puede abandonar su búsqueda de identidad o tomar menos en serio las insti­tuciones sociales en las que el individuo intenta afirmar su identidad auténtica y sólidamente.

Paradójicamente, Robertson atribuye la separación de los mitos sagrados relativos a la identidad individual de las situaciones sociales el éxito de la teología y de las prácticas sacramentales cristianas en las sociedades occiden­tales (1978, 201). Desde esta perspectiva no es sorprendente que Wesley viera las ideas del siglo x v m sobre la transformación revolucionaria de las sociedades c o m o ideas relativas a la permanente y definitiva "renovación interna a nivel individual" (1978, 197). Los mitos de regeneración total de las culturas religiosas occidentales han sido alejados de la realidad cotidiana a tal.punto, según este autor, que las ideas de regeneración total siguen existiendo únicamente en cuanto opciones individuales que no conciernen a la sociedad en su conjunto, aunque pueden afectarla indirectamente (1978, 201). N o cabe duda de que en algunas sociedades sería difícil entender los mitos de regeneración sin percibir sus reper­cusiones para el individuo y la sociedad. E n ciertas sociedades el individuo puede renovarse gracias a los ritos de renacimiento, y al m i s m o tiempo la sociedad renace en los ritos de iniciación de sus miembros, que tienen lugar en diversas etapas del ciclo vital (1978, 200). Esto constituye lo que Robertson llama las "situaciones primitivas y tradicionales", o sea, situaciones en las que los indi­viduos trabajan por su salvación en términos míticos, realizando prácticas rituales que asocian sus decisiones al destino de toda la sociedad. Los soció­logos se interesan actualmente en detectar tales situaciones en los aspectos rituales de las manifestaciones y de los juicios públicos de las sociedades modernas.

E n ambos enfoques está en juego la fundamentación de la esperanza.

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D e acuerdo con el enfoque ejemplificado en las tesis de Acquaviva, esto es, el sistémico, no cabe duda de que los individuos convierten sus mitos en realidad a través de un proceso de comunicación social análogo al de la formulación y reconocimiento de los sacramentos. La actividad ritual es la actividad h u m a n a por excelencia, es decir, la quintaesencia de la creación de un sistema social mediante la conversión de la esperanza h u m a n a en acciones simbólicas y de las acciones en nuevas relaciones. Sin embargo, la comprensión de estos símbolos sistémicos que posibilitan la comunicación a través de las fronteras de los subsis­temas regionales o socioeconómicos debe basarse en el examen de factores sisté­micos que parecen operar independientemente de las creencias y valores religiosos y seculares. El progreso económico y educacional favorece en las clases medias el desarrollo del interés por la religión o la pertenencia a una religión (Acquaviva, 1979, 168), pese a que limita el efecto directo de la cultura religiosa sobre, las instituciones sociales y económicas. Falta desarrollar el enfoque sistémico en una teoría de la acción comunicativa y del lenguaje mismo , que explicite el proceso en virtud del cual la acción individual modifica las estructuras sociales y se ve limitada por ellas. Pero ese proceso sólo puede idealizarse c o m o una evolución casi natural de la significación o c o m o un "proceso ritual", si se pasan por alto las duras realidades del poder, el costo de la injusticia y la desigualdad, el peso del pasado y la transformación de los mitos de fuentes de trascendencia en objetos de consumo.

Robertson, por el contrario, pinta un panorama de individuos completa­mente inmersos en la realidad cotidiana, para quienes los mitos resultan demasiado distantes y abstractos c o m o para servir de base a la identidad y a la autoridad personales. Desde este punto de vista crítico, los mitos son objetos que escapan al contacto de la acción social, a pesar de que pueden ser utilizados o consumidos c o m o cualquier otro producto social (véase Berger y L u c k m a n , 1966). Entretanto, los individuos se enfrentan a la dura realidad de las limitaciones económicas o burocráticas a su libertad, sin que les sea dado poseer o crear los medios simbó­licos para interpretarlas y trascenderlas. Estos dos enfoques difieren asimismo por el grado en que emplean las metáforas cibernéticas. L a orientación crítica no da parte del supuesto, en términos cibernéticos, de que todas las sociedades pueden entender y aceptar los mitos heredados o importados del exterior, y actuar en consecuencia; un enfoque sistémico, sin embargo, presupondrá casi por definición que las sociedades pueden procesar y utilizar la información que reciben codificada en forma mítica. Alrededor de ello giran precisamente los debates de científicos c o m o L u h m a n n y Habermas: saber si puede presuponerse que los sistemas sociales en general tienen la capacidad de procesar dicha información, especialmente cuando ésta se recibe codificada de manera tan radical que ello implica una transformación radical de la propia sociedad (Habermas y L u h m a n n , 1971). El debate no guarda relación directa con nuestros propósitos, y en todo caso ya ha sido analizado detalladamente en toda su complejidad (véase Sixel, 1976,

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1977). Resultaría sin embargo interesante saber hasta qué punto es esencial esta cuestión para entender los debates actuales sobre la religión civil y los nuevos movimientos religiosos, tanto locales c o m o importados, que están haciendo adeptos en las sociedades orientales y occidentales.

Bellah (1967), por ejemplo, sostiene que en principio no se puede comprender el sistema social de los Estados Unidos de América sin referirse a sus mitos nacionales rectores, los cuales, aparte de dar un sentido y un r u m b o a la sociedad, le proporcionan estabilidad en medio de las crisis y una dinámica interna que la orienta hacia la justicia y la expansión. Sin embargo, el m i s m o Bellah (1975) sostiene m á s tarde que los mismos mitos deben tomarse al pie de la letra aunque ya no puedan desempeñar su función cibernética en una sociedad cuya realidad institucional los niega en la práctica a pesar de los servicios que aún prestan en términos retóricos. Los mitos aparecen distorsionados debido a la rigidez y las desigualdades de la sociedad. Para procesar la información relativa a la religión civil, y actuar al respecto, sería menester que se produjera en los Estados Unidos un cambio radical en lugar de un equilibrio dinámico o un proceso ciber­nético continuo.

Esta divergencia de opinión aparece igualmente en los comentarios socio­lógicos sobre los nuevos movimientos religiosos, no sólo en los Estados Unidos de América y otros países occidentales, sino también en Asia. Wilson (1979) observa que los movimientos de tipo oriental seguirán siendo tangenciales a las sociedades occidentales, en vista de que el conjunto de mitos que ofrecen no pueden "procesarse" en sistemas sociales c o m o los del Reino Unido y los Estados Unidos de América, países estos en los que seguirán siendo objeto de cultos privados e irregulares. E n Japón en cambio, según este autor, los nuevos movi­mientos religiosos pueden servir c o m o estructuras "mediadoras" entre los indi­viduos atomizados y las instituciones centrales del Estado y la sociedad. Divergen las opiniones sobre si, por ejemplo, los movimientos religiosos orientales van a perder su carácter distintivo al ser procesados en las sociedades occidentales (véase Cox) o si van a constituir la "simiente de la reunificación cultural" (Tiryakian, 1974); pero en cualquiera de los dos casos se sigue estimando que los movimientos orientales pueden integrarse en el marco de los sistemas sociales occidentales. Ahora bien, la cuestión esencial estriba en averiguar si los sistemas religiosos orientales pueden conservar su identidad, independientemente de que desempeñen un papel marginal en las sociedades occidentales junto con la magia, lo oculto y las distintas preocupaciones personales. Son los teóricos con una orientación sistémica los que parecen creer que todo lo que las sociedades occidentales puedan considerar de utilidad en su marco religioso y cultural puede ser procesado y utilizado, sin que ello cause profundos trastornos en las institu­ciones occidentales. Dicha renovación despierta, empero, un escepticismo entre los sociólogos con una orientación crítica, que prevén crisis de legitimación en las sociedades modernas cuyas realidades no pueden encontrar sustento o sentido

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en mitos de cualquier procedencia que sea (Bellah, 1976; Withnow, 1978), ni pueden reservar un sitio para el mito religioso en la periferia de la sociedad (Wilson, 1975).

Orientaciones metodológicas: la sacerdotal y la profética

La distinción entre lo que llamaré orientación profética y orientación sacerdotal se entrecruza con la distinción que hemos hecho previamente entre la orien­tación metodológica crítica y la sistémica. Es una distinción mucho m á s fácil de ejemplificar que de definir. El sacerdote encarna un sistema comunicativo en el cual se entiende y supone que los significados y las intenciones están en armonía, mientras que el profeta representa un sistema comunicativo en el que las inten­ciones y los significados son problemáticos y potencialmente incompatibles. Los sociólogos que adoptan el punto de vista sacerdotal dan por "entendidas" las intenciones y las significaciones de un actor, dado que aparentemente corres­ponden a ciertas significaciones establecidas, pese a que dicha congruencia puede permanecer implícita hasta que la indagación sociológica la devele. Cuando Robert Bellah examina los sermones de John Winthrop y los discursos de Abraham Lincoln toma por descontado que estos documentos expresan adecua­damente lo que quisieron decir dichos oradores, y que quienes oyeron las alocu­ciones compartían con ellos un universo simbólico cuya existencia cabe deducir a partir de los propios documentos (Bellah, 1967; 1975). La misma orientación metodológica está subyacente en la utilización que hace Weber de las observa­ciones de Franklin sobre el crédito, los artesanos y la teología calvinista. Estas observaciones probaban fehacientemente la existencia de un universo ético que vinculaba las funciones económicas y religiosas del m u n d o protestante,1 universo al que los sociólogos podían acceder debido precisamente a que lo entendían.

N o todas las orientaciones sacerdotales concuerdan con un enfoque sisté­mico. Algunas de ellas parten de una perspectiva crítica en la cual los mitos reli­giosos no concuerdan con los hechos económicos o políticos. Geertz (1973) señala que los oradores que toman la palabra en un funeral pueden creer en lo que dicen, y compartir significados m u y importantes, a pesar de que las estruc­turas políticas de la sociedad puedan inmiscuirse en el ritual hasta desvirtuarlo. Wilson (1979) estudia la santidad y la piedad en la medida en que dichos valores sagrados se hacen accesibles a los legos, del mi smo m o d o que se popularizan para un mercado de masas otros bienes de consumo en las esferas de la salud, la sexualidad y el esparcimiento. Señala, sin embargo, que dichos mitos de salvación religiosa no son compatibles con la realidad de una sociedad burocratizada, en la que el poder .y su justificación escapan al control popular y reducen las posibili­dades de la comunidad humana a los aspectos periféricos de la vida social.

Reid (1979) observa que ciertas personalidades religiosas en Japón, cuyas

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intenciones e interpretaciones no planteaban dificultades y resultaban plenamente comprensibles, exhortaban por motivos cristianos a un rechazo del militarismo japonés y a un enfrentamiento profético con las metas e identidad nacionales del Japón. U n a orientación sociológica sacerdotal permite reconstruir el mito y llegar a entender la manera en que las palabras y las acciones concuerdan, sin dejar por ello de adoptar un enfoque crítico en lo que respecta a la relación del mito con la realidad social en general; su característica definitoria consiste en aceptar lo que se llama comúnmente el paradigma hermenêutico.

D e acuerdo con esta orientación sacerdotal, es posible trasponer los sig­nificados de u n contexto a otro, o sea, por ejemplo, traducir las palabras de los seguidores de Meher Baba a un contexto sociológico sin distorsión o pérdida de sentido (véase Robbins, 1969). La orientación sociológico-profética, empero, considera que la traducción resulta problemática y que es discutible la relación entre el contexto sociológico y otros tipos de contextos (Fabian, 1979). E n lo que atañe a la orientación profética frente al lenguaje, lo mejor será referir directa­mente al lector a la obra de Habermas, que es quizá el exponente teórico m á s serio de esta orientación. (Los intérpretes de este autor lo consideran "crítico" por razones que estimo aquí características de una orientación profética más que crítica, lo cual constituye un posible motivo de confusión.) L a orientación profé­tica destaca los procedimientos de exposición en detrimento de la comprensión. L o que importa es la medida en que los individuos pueden rendir cuentas adecua­damente de sí mismos sin omisiones ni tergiversaciones importantes, ya que de otro m o d o se pone en duda su competencia para comunicar y su legitimidad c o m o actores serios y confiables (Habermas, 1979). Habermas centra la atención en una g a m a limitada de acciones de comunicación en las que las intenciones de los oradores han de ser entendidas y tomadas en serio. Sin embargo, incluso dentro de estos límites, la comprensión resulta difícil y la tarea del sociólogo consiste en describir adecuadamente las técnicas mediante las cuales los indi­viduos enuncian satisfactoriamente sus intenciones, afirmaciones y acciones. E n términos típicos ideales para la orientación profética, todas las declaraciones están parcialmente deformadas y contienen importantes omisiones, debido a que todos los actores se ven sometidos a las limitaciones de las instituciones y de las relaciones de poder que restringen su libertad de palabra y, por lo tanto, predis­ponen sus intenciones en el sentido de mantener su autoridad.

E n opinión de L u c k m a n n (1978,19 y ss.), sin embargo, aun esta orientación es insuficiente puesto que sólo analiza un número reducido de actividades de comunicación. La obra de Habermas sigue siendo demasiado hermenéutica para ser auténticamente profética, y ninguna ciencia social puede describir o explicar las exposiciones humanas partiendo de un paradigma hermenêutico c o m o funda­mento metodológico. C o m o señala L u c k m a n n , no todos los actos sociales tienen sentido, ni todos los actos con sentido se proponen comunicar, ni todas las actividades de comunicación pueden ser entendidas sobre la base de significados

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típicos y objetivados. Estas observaciones se apoyan, desde luego, en los primeros trabajos de L u c k m a n n (1967) sobre una "religión invisible" que escapa a los sistemas de significación típicos y objetivados y es sólo parcialmente viable, incluso en las actividades cotidianas. L u c k m a n n es especialmente valioso por haber definido las características fundamentales de la orientación metodológica profética. Según esta orientación, incluso las exposiciones que los individuos hacen de su propia conducta religiosa son parciales y contienen tergiversaciones, en parte debido a las limitaciones objetivas del sujeto, y en parte debido a que el sociólogo es demasiado ajeno a la vida cotidiana y coloca a sus informantes en la posición de quien habla para que quede constancia o para justificarse.

Dicho de otra manera, el sociólogo que lleva a cabo una investigación involucra a otros en la actividad de producción de un texto. Ahora bien, los sociólogos aplican erróneamente las técnicas de interpretación apropiadas a los textos, y digo erróneamente, porque los textos son accesorios, porque muchas experiencias y actividades religiosas son no comunicativas o no sociales y porque la explicación no es necesario buscarla en términos de significados institucionales o vernáculos. A u n cuando la acción religiosa es social y comunicativa, la intención puede ser, de hecho, hablar, de tal suerte que los profanos escuchen sin comprender el mensaje (Martin, 1980, 121). L a orientación profética duda justificadamente de las exposiciones de los demás, sobre todo cuando estas exposiciones se dan c o m o respuesta a la indagación sociológica. Es cierto también que algunas exposiciones están concebidas para ocultar o dejar implícitos ciertos significados. N o todo en la vida cotidiana o en la experiencia subjetiva se destina a ser relatado, y menos aún a traducirse en datos o en textos.

Las exposiciones de los individuos pueden servir para conseguir recono­cimiento social en forma de confianza, respeto, autoridad o dinero. Es m u y posible que en estas exposiciones se empleen los mismos términos y justifica­ciones que utilizan las instituciones para dominar. Los grupos minoritarios, por ejemplo, visten sus protestas con los símbolos religiosos de la mayoría domi­nante. Los padres y los profesores transmiten a la nueva generación conoci­mientos acerca del sistema, pero al mismo tiempo éste es resultado del proceso en el cual la nueva generación replica a sus mayores (Giddens, 1979). Beckford (1979) detecta un proceso dinámico similar en el fenómeno de los movimientos religiosos modernos. Señala la correspondencia y la interrelación entre las declaraciones ofrecidas por los sociólogos acerca de los peligros inherentes a la participación en ciertos cultos y las declaraciones sobre el particular de los juristas y del hombre c o m ú n . Se puede obtener información sobre un sistema, sea éste una secta c o m o los Testigos de Jehová o algo tan grande y complejo c o m o una nación moderna, sobre la base de las exposiciones que los individuos dan acerca de sus actividades. Estas declaraciones reflejan creencias y valores societales, y los individuos, por su parte, toman conciencia de su relación con el sistema o se sitúan con respecto al mismo en las exposiciones que hacen de su propia situación. Considero que

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Beckford es m á s sistémico que crítico en sus análisis, ya que se centra en los aspectos evolutivos del cambio religioso en los sistemas sociales modernos (véase L u c k m a n n ; Shofthaler, 1979, 262). Beckford cree que la distancia existente entre el nuevo mito religioso y la realidad social establecida es no permanente y franqueable.

L a distinción entre las orientaciones metodológicas que he llamado sacer­dotales y proféticas en lo relativo al lenguaje y a la comunicación se puede también ilustrar según la seriedad, o falta de seriedad, que los sociólogos atribuyen a lo ritual. Los profetas han dudado de la seriedad de los rituales religiosos desde el m o m e n t o m i s m o en que comenzaron a despreciar las asambleas de carácter solemne. Los profetas son populistas para quienes los misterios sagrados consti­tuyen algo tan sospechoso c o m o las divisas extranjeras y la intriga en los círculos del poder. Los sacerdotes consideran, por el contrario, que no se puede entender el significado de la vida cotidiana y de lo ordinario si éste no se expresa en u n contexto litúrgico. Resulta fácil, por consiguiente, desde un punto de vista sacerdotal, sacar conclusiones acerca de la vitalidad de una tradición religiosa, dentro del contexto de una institución religiosa determinada, contando el número de fieles que asisten a rituales eclesiásticos tales c o m o la eucaristía, o a aquéllos en que se celebra la vida o la muerte, o la mayoría de edad y el matrimonio. Dichas cifras y sus variaciones a lo largo de los años, puede indicar un declive, por ejemplo el de la Iglesia de Inglaterra (Wilson, 1976), un alto grado de vita­lidad permanente, c o m o es el caso de la Iglesia Católica R o m a n a de Irlanda (Phadraig, 1976), o el resurgimiento de iglesias conservadoras (Kelly, 1972).

Incluso las categorías en función de las cuales se transmiten los datos tienden a reflejar la preocupación de los sacerdotes por la regularidad de la asistencia de los laicos: algunos feligreses se clasifican c o m o marginales mientras que otros se consideran nucleares o modales (véase Fichter, 1969). La impor­tancia relativa que asignan algunos sociólogos a las grandes fiestas de la tradición católica en comparación con la importancia que a su juicio tienen las celebra­ciones del ciclo vital o, peor aún, las celebraciones populares de grupos de población poco cristianizados con ocasión de las cosechas y la llegada de la primavera, es el reflejo de ciertas preocupaciones eclesiásticas en las que el respeto a la piedad un tanto pagana de los laicos ocupa sólo un lugar secundario (véase Isambert, 1977). L o que es m á s , es difícil eliminar de las teorías sociológicas las preocupaciones y los intereses eclesiásticos (Guizzardi, 1977). A este respecto hay que considerar no sólo la importancia concedida a las festividades que prefieren los laicos, trátese de bautismos o de celebraciones de las cosechas, sino también la importancia que se concede a las festividades nacionales o recreativas de los laicos y la relevancia religiosa de los rituales deportivos y políticos. El profeta, ya sea teólogo o soció­logo, tiende a preferir los rituales del pueblo a los del clero porque pertenecen a la esfera de la vida cotidiana y del hogar. N o es sorprendente, c o m o ha observado Guizzardi (1977), que los sociólogos m á s estrechamente vinculados con la Iglesia

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Católica no hayan hecho suya abiertamente la distinción que hace L u c k m a n n entre la religión eclesiástica y la religión que expresa la trascendencia personal en la vida cotidiana. Recientemente, el propio Luckmann (1978) ha criticado con seve­ridad a los sociólogos por estar demasiado preocupados con la interpretación de textos oficiales y autorizados, en lugar de comprender las expresiones sociales que constituyen el fundamento de la vida cotidiana y que raras veces acceden al nivel de seriedad y codificación de un texto; se trata de una nueva reacción de los seguidores de la orientación profética frente a las tendencias sacerdotales que existen en el seno de la comunidad sociológica, expresada en términos metodo­lógicos y no en los de una amplia teoría de la secularización. Los profetas son sensibles en general al aspecto ritual de los actos que dan sentido a la vida coti­diana y que preservan la autoridad del hombre ordinario frente al peso de las tradiciones y al poder de los sacerdocios sociológicos y religiosos.

Ahora bien, c o m o señala Dobbelaere (1979, 41) con perspicacia, ello obliga a Luckmann a afirmar que los síntomas de permanente vitalidad ritual en las iglesias encubren un proceso de "secularización interna", es decir, un ajuste radical a las supuestas necesidades y creencias populares.

Estos dos enfoques divergen también por el grado de confianza que les merece el propio lenguaje. Quien adopta un enfoque profético del lenguaje consi­dera que las metáforas son por esencia evasivas y que las palabras filtran la realidad c o m o una pantalla, razón por la cual busca probablemente omisiones y defor­maciones en todo testimonio, sobre todo si se trata de testimonios que quieren recibir la misma atención que las declaraciones religiosas oficiales. Los parti­darios de un enfoque profético del lenguaje que se interesan por el contenido real en términos de la vida cotidiana desconfiarán de los significados formales y pres­critos del lenguaje litúrgico, por considerar que no pueden servir de vehículo a una comunicación auténtica en razón de los estrechos límites que les fija el contexto institucional. El enfoque profético tiende á considerar la palabra c o m o expresión de sentimientos personales o instrumento de la estrategia individual y a no tomarla seriamente a menos que esté acompañada de signos visibles de entrega personal, o aún más , de sacrificio. Los sacrificios ofrecidos en nombre del pueblo por una élite litúrgica no garantizan la seriedad de intención y sentido de las palabras del pueblo. E n un enfoque del lenguaje de índole más sacerdotal, la comunicación cobra, por el contrario, importancia, siempre y cuando dé lugar a un texto sobre la base del cual pueda obtenerse un consenso, en la medida en que el texto haga explícitas las intenciones y no deje ninguna duda sobre el sig­nificado de las palabras. Todo radica, por cierto, en saber dónde se sitúan los fundamentos lingüísticos de la autoridad.

Tres hipótesis caracterizan, pues, a la orientación profética: a) que cualquier declaración acerca de la acción social estará en parte tergiversada y silenciará muchas cosas; b) que la enunciación, c o m o tal, es una forma de acción comuni­cativa seria que está lejos de englobar la vida cotidiana y la serie posible de

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significados subjetivos; y c) que las exposiciones formuladas a los investigadores sociológicos dependen de diversas fuentes de significación institucionalizadas, incluyendo el propio contexto de referencia sociológico. Cuando le hablan a un sociólogo, a un psiquiatra o a un juez, los individuos intentan plegarse a normas de racionalidad a la hora de explicar sus motivos, tal c o m o esas normas se encuentran institucionalizadas, no sólo en la entrevista sociológica, sino también en el derecho, los sistemas terapéuticos y la propia comunidad religiosa. La alternativa metodológica no se plantea, por consiguiente, entre la comprensión y la explicación, sino entre estas dos y un tercer método que se centre en las distor­siones y omisiones de importancia que se producen, sobre todo cuando se solicita la formulación de exposiciones sobre uno mismo . Este método es especialmente necesario en el estudio de los grupos o movimientos religiosos cuyas creencias y valores no se comprenden fácilmente en el marco de los valores y creencias admitidos en la sociedad en general (en relación con estos dilemas, véase Barker, 1979a).

E n resumen, ante dos orientaciones teóricas diferentes que tienden a neutra­lizarse y ante un debate teórico interminable, es menester adoptar una estrategia para refutar una de estas orientaciones. Ahora bien, la elección de una orien­tación metodológica para contrarrestar un enfoque teórico no sólo se basa en consideraciones lógicas. Saber si se ha de tomar en serio a los sujetos de la inves­tigación no es sencillo en una sociedad que tiende a borrar las fronteras entre comunicación formal y estratégica. Cabe preguntarse, por ejemplo, en qué casos las promesas o las declaraciones de intención son simples fragmentos de conver­sación trivial o maniobras estratégicas en situaciones comprometidas o actos de auténtica comunicación. A u n cuando las sociedades disponen de rituales para dejar perfectamente claro cuando hay que tomar en serio a una determinada persona, no toda el habla asume automáticamente este carácter solemne. L a frontera entre debate y declaración no está marcada con perfecta claridad en los seminarios y en las salas de dirección, a pesar de que los etnometodólogos tratan de descubrir signos lingüísticos que señalen el paso de uno de estos conceptos al otro (Silverman). E n los casos en que el proceso ritual de una sociedad no delimite claramente la frontera entre el habla estratégica o expresiva y la decla­ración seria, seguirá siendo un problema adoptar cualquier orientación metodo­lógica. Por esta razón, propongo que el sociólogo asocie una de las orientaciones teóricas examinadas con el enfoque del lenguaje m á s opuesto (la orientación sisté­mica con el enfoque profético y la orientación crítica con el enfoque sacerdotal). E n esta encrucijada de teorías y métodos podrán desarrollarse dos tipos opuestos de declaraciones y debates irreductibles entre sí, cuya veracidad en diversos niveles de análisis o abstracción no podrá sostenerse al mismo tiempo.

U n a ventaja adicional de este enfoque es que mantiene la distinción entre declaraciones acerca del lenguaje y declaraciones acerca de los sistemas sociales. A u n q u e las declaraciones sobre la acción social difieren de las teorías sobre el funcionamiento de las sociedades, decir, por una parte, que la acción social es

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comunicativa y, por otra, que las sociedades son sistemas cibernéticos de proce­samiento de mensajes e información, equivale a reducir la distancia entre las investigaciones sociológicas sobre la acción h u m a n a y aquéllas que tienen que ver con el funcionamiento de los sistemas sociales. Esta distancia desaparece virtualmente cuando el científico puede consolidar estas dos afirmaciones en una teoría semiótica del lenguaje, que incluya los signos y los códigos no verbales. Al igual que el lenguaje, las sociedades suministran significados y normas para interpretar mensajes. Estas normas, que proporcionan coherencia y estructura, constituyen la condición necesaria para cualquier acción social y para la conti­nuidad de los sistemas sociales. Sin embargo, c o m o sucede con el lenguaje, las sociedades interpretan y comunican los significados en un proceso de transporte fluido y cambiante entre actores sociales, físicos o ideales, proceso que conduce a descubrir y a modificar las intenciones de determinados actores o el significado real de ciertos actos y mensajes.

E n consecuencia, cabe sostener que las estructuras sociales son tan estables y dinámicas c o m o el lenguaje. Ahora bien, si la ecuación lenguaje-sociedad es verdadera por definición y, por ende, tautológica, ello quiere decir que los soció­logos sólo han vuelto a conceptualizarse, sin llegar a conclusiones definitivas en sus debates sobre temas c o m o la modernización y la secularización. E n la próxima sección daré ejemplos, empero, de esas combinaciones alternativas de teoría y método a partir de los debates sociológicos actuales sobre el papel de la religión en el proceso de modernización.

Modernización: combinaciones estáticas y dinámicas de teoría y método

U n o de los mejores ejemplos que se puede encontrar de combinación simplista de orientación crítica y método profético son las tesis de Weber sobre la ética protestante. Según Weber , la realidad de los Estados y burocracias modernos es la consecuencia paradójica de un mito, que empezó siendo religioso y demostrando gran vitalidad en una cultura calvinista, que confiere al individuo una responsa­bilidad heroica aunque disciplinada sobre su conducta práctica y sobre la creación de la organización social. L a realidad cotidiana se ha convertido en lo contrario, por así decirlo, de lo que preveía el mito que la originó, ya que se caracteriza por el afán de consumo en una sociedad capitalista que empezó frenándolo, y por una serie de restricciones, aunque en realidad nació por el impulso de liberarse de todas las leyes que no se basaran en la racionalidad. Para Weber, la esperanza de una sociedad libre y racional —abrigada en su m o m e n t o por el protestantismo— se ha esfumado a tal punto que actualmente ningún cristiano puede pretender practicar su fe en el c a m p o de la política, ni ninguna generación estudiantil imaginarse encontrar un atractivo espiritual en la solución de las "duras tareas

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cotidianas". El sueño protestante de una coherencia entre los actos y la fe puede haber conducido a una ordenación racional y disciplinada de organizaciones económicas y políticas, e incluso a una "congruencia" entre la ética protestante y el espíritu calvinista, pero la organización real de la vida social dependía en defi­nitiva de una noción de coherencia m á s "formal" que inspirada por un contexto espiritual.

L a coherencia implica una exposición de la conducta basada en los prece­dentes jurídicos y en el tratamiento uniforme de los diferentes casos frente a la ley: una forma de racionalidad que sustituye un asentamiento de tipo contable por la responsabilidad genuina y personal. El examen profético de esta forma de exposición es un elemento conspicuo de la tradición crítica de la sociología. Para Berger (1973) la organización burocrática del trabajo y de la política es el origen de la alienación, esto es, de una separación radical entre la organización social y la vida cotidiana. Rubenstein (1971) atribuye la capacidad y disposición de los alemanes para exterminar a los judíos a estas formas secularizadas de cultura religiosa. Huelgan los comentarios sobre esta denuncia.

L a combinación lógica, aunque simplista, de la orientación teórica sistémica y el enfoque metodológico sacerdotal aparece en la búsqueda de la coherencia mediante la comprensión que caracteriza a la obra de Parsons. Las normas secu­lares, c o m o el pan y el vino, no son nunca lo que parecen, ya que contienen y remiten a otra realidad latente. Entre mito y realidad hay una relación orgánica y sutil, m á s que discontinua y contradictoria. El mito de la libertad y responsa­bilidad humanas que forma parte de la tradición religiosa occidental constituye, a juicio de Parsons (1965), el fundamento simbólico que representa el elemento serio de la vida social y permite conceder normalmente al ciudadano un cierto grado de libertad, así c o m o exigir un elevado nivel de responsabilidad y de disponibilidad aclaratoria a políticos, celebridades, burócratas y científicos. A nivel del "análisis de civilizaciones", los sistemas sociales apenas varían a lo largo del tiempo y, pese al alto grado de diferenciación que existe en todas las sociedades occiden­tales, hay un nivel de coherencia en las normas éticas que sólo puede explicarse en función de los efectos generalizados persistentes del mito religioso occidental. Incluso en el quehacer científico, que se independiza deliberadamente de dicho mito, la seriedad de las normas de verdad y de responsabilidad profesional sólo pueden entenderse c o m o producto del mismo mito (Greeley, 1973). Los vehículos del cambio cultural, especialmente las universidades, deberían, por lo tanto, ser las primeras en entender lo poco que han variado las normas y valores funda­mentales de las sociedades occidentales y dé la propia comunidad académica (Nisbet, 1969).

Resulta útil, sin embargo, señalar las ventajas que pueden derivarse de acoplar una orientación teórica sistémica a un enfoque metodológico profético en los estudios sobre la modernización. L a combinación queda ilustrada en una frase tomada de uno de los títulos recientes de Berger, las "pirámides de sacri-

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ficio", que se refiere al costo del proceso de modernización y a las obligaciones que entraña. L a lealtad de los hijos hacia sus padres se transfiere en este proceso a las autoridades públicas, lo cual posibilita el advenimiento de autoridades legítimas que pueden solicitar de los ciudadanos la dedicación que antiguamente prestaban a la economía familiar y a los regímenes patriarcales locales (Slater, 1968). E n las ciudades occidentales, la lealtad que antaño se sentía exclusivamente por la familia y por los correligionarios se extiende a los conciudadanos, consti­tuyendo de ese m o d o una forma de organización social esencial para el desarrollo de la urbanización y del capitalismo (Weber, 1966; Nash, 1980). Las vocaciones que antes florecían dentro de claustros o de comunidades religiosas son actual­mente movilizadas por una burguesía que toma riesgos calculados y pospone las satisfacciones y los juicios prematuros en la esfera económica hasta que una larga secuencia de inversiones y desarrollo autoriza una rendición de cuentas fidedigna. L a autodisciplina y la dedicación personal con que los no conformistas participan en sus congregaciones y comunidades escapa a los confines de los ghettos religiosos y modela un liberalismo y una ética que se manifiestan en la política nacional, mediante una inversión disciplinada de los recursos nacionales y la movilización de la energía moral desde la periferia hacia el centro de la nación (Martin, 1978). Se trata de un proceso de movilización que requiere los servicios de intelectuales religiosos o seculares, que a pesar de su autonomía están abiertos tanto a los centros políticos c o m o a las preocupaciones del porvenir (Eisenstadt, 1968). Los miembros de estas comunidades proféticas de intelectuales, que en ciertos países modernos de occidente son con mayor frecuencia católicos que protestantes, o de una intelectualidad secular que ha sido comparada a u n "clero sin iglesias" (Shils, 1972), han logrado poner simbólicamente al servicio de la sociedad total la lealtad hacia los símbolos de las "asociaciones apreciadas" existentes en las comunidades locales, la amistad y la familia.

Desde un punto de vista exclusivamente sistémico, los rituales son las ceremonias de una institución mediadora que modela el futuro de la sociedad. Son de hecho el vehículo de la esperanza de los individuos y del orden social. Sin embargo, los sociólogos que sostienen una orientación metodológica profética tenderán a destacar las tensiones existentes entre el ritual y el orden social y a subrayar la distancia que media entre los rituales y la vida cotidiana; la "ultra-mundanidad" del orden social queda galvanizada y expresada en forma simbólica en las liturgias de la comunidad religiosa. Las liturgias concebidas en términos demasiado parecidos al habla del mercado o de los parques pierden la tensión profética frente al m u n d o , de la misma manera que el clero que se desinteresa de sus feligreses y busca fervientemente el reconocimiento de la intelectualidad secular tiende a "debilitar el contexto de su exposición", reduciendo la esperanza en el advenimiento de un reino divino a las expectativas de un orden colectivo socialista (Martin, 1979). El profeta, en consecuencia, no sólo toma a las institu­ciones mediadoras y a sus funcionarios c o m o responsables de los compromisos y

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sacrificios del pueblo, y de ponerlos a la disposición de Ja nación y de sus orga­nizaciones políticas y económicas m á s importantes, sino que también, les pide que rindan cuentas.

E n el análisis sociológico el enfoque profético se centra, por ende, en las formas según las cuales los grupos o clases que ocupan un lugar determinado en la jerarquía social'utilizan las instituciones sociales en beneficio propio. N o faltan estudios sociológicos sobre el clero y las clases medias que utilizan a las orga­nizaciones religiosas para dramatizar y legitimar sus papeles sociales e impedir el debate sobre acuerdos sociales alternativos. Resulta evidente que las instituciones religiosas y las burocracias son parecidas en cuanto refuerzan un "principio de realidad" que actúa en beneficio de algunos estratos o grupos profesionales y en detrimento de otros. Para la orientación profética este principio reside en las declaraciones formuladas por los intelectuales o burócratas religiosos, motivo por el cual examina estas declaraciones en busca de omisiones y deformaciones impor­tantes. E n las organizaciones religiosas es el clero m á s educado, que ocupa puestos en las burocracias eclesiásticas media y superior, el que ha instado a la adopción de políticas sociales m á s radicales que las que propugna la mayoría de los laicos. Entre esos cambios se cuentan las reformas internas que dan lugar a nuevas liturgias y a relaciones informales nuevas entre el clero y los laicos. Sigue siendo debatible que esto constituya una restitución real de poder a los laicos. Pero la demanda burocrática de que se dé curso efectivo a las medidas de política general, constituye u n resultado parcial de la institucionalización que W e b e r definió c o m o u n compromiso sectario protestante respecto de la coherencia entre la fe y la vida y la concordancia entre el lenguaje religioso y los actos laicos (véase Robertson, 1979). Esta n o r m a de coherencia puede justificar lo que Beckford (1979) ha calificado c o m o petición profética interna de las organizaciones laicas y religiosas.

C u a n d o el sociólogo decide adoptar una orientación metodológica y teórica para examinar, no el proceso ritual, sino grandes unidades, sociedades en su conjunto, o cambios a lo largo de un periodo relativamente amplio, existen básicamente tres alternativas. L a primera consiste simplemente en asociar, la metodología a la orientación teórica con la que tenga mayor afinidad y, recípro­camente, sobre la base de esta afinidad, pasar de la teoría al método. Por ejemplo, u n enfoque profético que busca las divergencias y distorsiones en las declaraciones formuladas por los individuos en relación con sus propias normas y creencias poseerá una afinidad natural con una orientación crítica que se centre en las contradicciones entre los mitos y ciertos hechos sociales objetivables. Las adecua­ciones a las que llegan los individuos entre sus ideales religiosos y las prácticas de una institución o subsistema determinado en la vida cotidiana, pueden ser fácilmente interpretadas o explicadas en términos de las contradicciones que existen en la sociedad en general entre los mitos religiosos y las normas de las instituciones burocráticas o capitalistas. Si se elige, en cambio, u n enfoque de

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comprensión {Verstehen) para interpretar las afinidades a veces latentes en los valores religiosos y las metas laborales o políticas, la adopción de una orientación sistémica permite descubrir a nivel macrosocial cierto grado de coherencia entre estas distintas formas de racionalidad. L a relación existente entre observación sacerdotal y teoría sistémica es igualmente simple y estática. Sin embargo, ninguna de estas teorías puede enfrentar a la otra con m á s de un enfoque alternativo. L a falsificación está fuera de cuestión.

Otra estrategia, empero, estribaría en asociar la opción teórica que se ha elegido con el enfoque metodológico m á s improbable. Robertson (1978, 239) señala que las teorías de la tradición weberiana tienden a pasar por alto por regla general "las modalidades y categorías de pensamiento del hombre ordinario de las sociedades modernas" en beneficio, presumiblemente, de un enfoque de tipo Verstehen que hace hincapié en la capacidad del observador para percibir la conexión existente entre varios aspectos de la vida social, independientemente de las declaraciones de los no sociólogos. Robertson tiene razón al destacar la necesidad de establecer conexiones entre los temas de la vida cotidiana y de la civilización, así c o m o entre los procesos de gran magnitud y las exposiciones estratégicas de los individuos en situaciones concretas. E n caso contrario, el sociólogo no puede determinar la vinculación que puede existir entre la religión popular y los símbolos religiosos de una nación. Resulta interesante, aunque no sea suficiente, señalar por ejemplo que ciertos chamanes eran los intermediarios entre los cultos locales y los santuarios nacionales (véase Susumu, 1979), así c o m o el hecho de que algunos dirigentes religiosos de nivel medio hayan predicado la doctrina cristiana en la periferia del Reino Unido tanto en la época de las Cruzadas c o m o en el siglo xix. N o obstante, la verificación de las exposiciones sobre la vida cotidiana que dan los individuos en contextos locales, y el análisis de las distorsiones y omisiones contenidas en dichas declaraciones constituyen el único medio de control interno de la descripción sistémica de un proceso dinámico que vincula el centro y la periferia, los símbolos religiosos abstractos y el come­tido individual, y los santuarios nacionales y el culto local. Puede m u y bien suceder, c o m o indica Robertson (1978, 236), que una exposición adecuada de la religión en la vida cotidiana sea incapaz de brindarnos "un conjunto de premisas culturales acerca del funcionamiento de la vida social". N o es el sociólogo el que verifica las orientaciones sistémicas, sino las exposiciones m á s o menos espon­táneas y completas que dan los individuos en los diferentes contextos de la vida cotidiana.

Examinaremos ahora con mayor brevedad el m i s m o argumento en relación con la asociación de la teoría crítica y la orientación metodológica sacerdotal. Para un observador acostumbrado a examinar la forma en que se combinan los estilos de vida, las creencias políticas y las orientaciones religiosas, el caballito de batalla de la teoría crítica, según el cual los valores gemeinschaftliche (comuni­tarios) o religiosos occidentales se estrellan contra la dura roca de las sociedades

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industriales y urbanas, puede no encuadrar en la experiencia práctica de los individuos. A veces hay que apoyarse en las agudas interpretaciones de sociólogos con gran conocimiento del arte dramático para percibir, por ejemplo, en la m o d a y en los estilos de la conversación, un código condensado de ideologías políticas y valores religiosos (véase Barker, 1979b). Tal es el objetivo que se proponen los sociólogos que analizan los compromisos religiosos que llaman "implícitos", debido a que no están adecuadamente articulados en los mitos sociales de la sociedad en general y que su institucionalización resulta insuficiente. Sin embargo, los antropólogos sociales y los sociólogos (Douglas, 1975), se reprochan justifi­cadamente haber perdido esas correspondencias, si bien no están elaboradas ni codificadas en sistemas simbólicos o en temas de civilización explícitos. A mi juicio, Robertson (1978, 130) apunta a una posibilidad de ese tipo al indicar que los individuos son capaces de sintetizar asceticismo y misticismo en su búsqueda de la perfección individual, pese a que la sociedad en su conjunto carezca de síntesis simbólicas explícitas o coherentes. El misticismo ascético posiblemente sea una de las versiones de la religión invisible a la que se refiere L u c k m a n n , invisible precisamente debido a que n o se encuentra tipificada coherentemente en un sistema cultural determinado.

L a elección de una combinación dinámica de teoría y método hace posible una oposición dialéctica entre las combinaciones. Aunque pueda ser prematuro hablar de refutación, parecería a primera vista que una teoría sacerdotal y crítica del cambio religioso en las sociedades modernas contradice la profético-sistémica. Según la primera, los individuos incorporan en sus mentes y en su conducta aquellos valores y compromisos que la sociedad presenta en oposición. Para la última teoría, los individuos pueden mantener en suspenso o separar radicalmente en las situaciones concretas de la vida cotidiana todos los valores religiosos y secu­lares que la sociedad puede llegar a sintetizar, independientemente de sus esfuerzos para rendir cuentas de ellos según los sistemas de valores de la sociedad. Cabe, por supuesto, aplicar ambas teorías a diferentes grupos, comunidades, o periodos de tiempo en el marco de una sociedad determinada, a pesar de que entran claramente en contradicción cuando se aplican simultáneamente a la misma unidad social. El avance logrado en relación con las combinaciones relativamente simples de las orientaciones profético-críticas y sistémico-sacerdotal quedará ilustrado m á s claramente con la aplicación de estas orientaciones en los recientes estudios sobre los aspectos rituales de la modernización, en sociedades tan diferentes c o m o la Unión Soviética y Bélgica. A m b o s estudios, que fueron emprendidos con diversos propósitos y por dos autores independientemente, no son comparables desde el punto de vista de su alcance o estructura. N o obstante, ejemplifican las ventajas potenciales de yuxtaponer orientaciones teóricas y enfoques metodológicos del lenguaje antagónicos, con miras a verificar críticamente las hipótesis relativas a la religión y al proceso de secularización.

Al examinar el renacimiento del ritual en la sociedad soviética, Lane

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(1979, 264) señala la contradicción existente entre el mito marxista —que diluye la distinción entre trabajo manual e intelectual en una sociedad sin clases— y la realidad a la que los rituales de iniciación a la clase obrera sirven de introducción. Se trata de una irónica realidad la en que los especialistas del ritual se liberan del trabajo manual para poder elaborar rituales que exaltan la estima del trabajo manual en la opinión pública y contribuyen a moderar las aspiraciones de los jóvenes obreros a ocupar posiciones m á s privilegiadas. L a orientación crítica prevalece en el análisis de Lane cuando contrasta los mitos soviéticos con la dura realidad que suponen la persistencia de las diferencias de clase y el aplazamiento de las expectativas de una sociedad más igualitaria.

El análisis del ritual de la sociedad soviética hecho por Lane se sitúa hasta aquí dentro de los límites usuales de los que realizan los intelectuales críticos caracterizados por reducir la importancia del sentido y de la significación de la ideología y el mito, y por analizar la U R S S c o m o una sociedad fundamentalmente secular regida por metas objetivas tales c o m o el plan quinquenal o por el empleo de la fuerza m á s que por actos simbólicos (véase M o o r e , 1965). N o obstante, Lane adopta un enfoque m á s sistémico cuando sostiene que los nuevos rituales de la sociedad soviética se encuentran m u y difundidos, que son generalmente aceptados y que tienen una influencia creciente c o m o medio de control normativo m u y apreciado por los dirigentes políticos interesados en una integración cultural de la sociedad soviética (Lane, 1979, 268-270).

Para decirlo sencillamente, los rituales están modelando cada vez más la realidad a la que se enfrenta el sociólogo cuando analiza la U R S S . C o m o dice Harre (1976), estos rituales modelan la sociedad futura al convertir un tipo dé acción en actos. Encender velas, realizar marchas, otorgar y recibir promesas son acciones que en el contexto del ritual se transforman en actos con los que se intenta crear una clase obrera consciente y orgullosa o situar la muerte de u n ciudadano en un contexto histórico permanente y prometedor. La piedra de toque de esta orientación crítica es, en consecuencia, la importancia que revisten de hecho los rituales para el individuo o la clase obrera. Lane indica que los participantes en estos actos no tienen por qué ser en principio enteramente sinceros, pero que el sentido y las intenciones pueden volverse serias con el tiempo.

Cabe estudiar asimismo los rituales desde un punto de vista más sistémico. Al examinar la secularización en Bélgica, Dobbelaere (1979) observa que, a nivel macrosocial, las iglesias católica y protestante gozan de la condición de "pilares" que prestan servicios a sus miembros c o m o organizaciones nacionales en esferas c o m o el trabajo, la educación, la salud y el bienestar: la Iglesia es la columna que une a la comunidad local con la organización central del Estado (véase Dobbelaere, 1979). Ahora bien, dentro de los hospitales y escuelas católicos este autor constata una secularización interna que es el resultado de la profésiona-lización. Dobbelaere (1979, 46) sostiene que el ritual católico desempeña un papel

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marginal en la vida cotidiana de estas.instituciones, y que los aspectos sacra­mentales de la atención médica, se han reducido a meras transacciones perso­nales entre pacientes y un personal de enfermería específicamente "religioso'' que se ha especializado en la práctica de la bondad. Dobbelaere refuta las hipótesis sistémicas al examinar las transacciones reales en el marco de las rutinas clínicas, en que las normas "médicas" dominan la política y la práctica. Las argumen­taciones institucionales que destacan la hegemonía católica tienden a deformar por regla general la "secularización interna" de la vida cotidiana. Las declara­ciones de la Iglesia encubren, por lo tanto, la dominación de una profesión médica que tolera la fe y las prácticas religiosas únicamente en los instersticios de la institución y en el plano de las relaciones personales. . .

Naturalmente, los sociólogos no parten de la base de que los rituales vinculan los valores esenciales de la sociedad y la vida cotidiana. Algunos.soció­logos han criticado a los funcionarios eclesiásticos que han despojado ; de ; su significación mágica incluso a la liturgia y privado a la devoción de los laicos de su vitalidad comunitaria y étnica (véase Douglas, 1973). C o n arreglo a esta crítica,1

la jerarquía ha desposeído a los laicos de sus símbolos y prácticas m á s impor­tantes para proporcionarles a cambio unos ritos formales y. vacíos, justificados por el arcaísmo y la erudición litúrgica especializada, todo supuestamente para secularizar la liturgia. Estos rituales.modernizados se caracterizan por "dispo­siciones insuficientes para adaptar funcionalmente los rituales relativos al ciclo vital, una realización precipitada y poco profesional, un formalismo improce­dente y u n empleo deficiente de los medios y símbolos artísticos debido a una insuficiente participación de la intelectualidad creativa" (Lane, 1979, 270). ... :

Esta crítica, que apunta a los nuevos rituales de la Unión Soviética, pudo emplearse sin modificación alguna por Douglas en sus ataques contra los nuevos ritos católicos, o por Martin (1979) cuando analiza los esfuerzos de la Iglesia de Inglaterra en lo que concierne a la reforma litúrgica. U n a orientación crítica ten­diente a la separación entre mito religioso y realidad social puede ponerse a prueba a la luz del sentido c o m ú n que las personas confieren a sus creencias y a sus actos. Gracias a ello, la intelectualidad crítica entenderá m á s fácilmente la sobrevivencia de la trascendencia religiosa, pese a las contradicciones aparente­mente insalvables entre cultura religiosa y sociedades seculares. A la inversa, los sociólogos, para quienes las instituciones religiosas y seculares de la sociedad están unidas en una sola trama, pueden corregir su enfoque sistémico exami­nando las estrategias, limitaciones y compromisos de los individuos dentro de esas instituciones en las decisiones de la vida cotidiana.

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La religión 331

Conclusión

Es poco probable que los sociólogos de la religión renuncien a la distinción entre mito y realidad, por m u y espinosa y problemática que ésta resulte. Dicha renuncia eliminaría la posibilidad que tiene el sociólogo de demostrar de qué manera las prácticas de la vida cotidiana y las normas institucionales se enraizan en los mitos o son justificados por éstos en una amplia variedad de contextos sociales. Sin esa distinción el sociólogo crítico carecería de u n punto de vista a partir del cual corregir las distorsiones de los relatos concernientes a la vida social de personas de miras limitadas o intereses ideológicos encubiertos. Pero emplear la distinción entre mito y realidad equivale a conceder al sociólogo de la religión un punto de partida privilegiado, concesión a la que se ha opuesto en medida creciente con lucidez y reflexión la comunidad sociológica durante la última década.

El funcionalismo ha dejado de garantizar la inmunidad del sociólogo contra la crítica y la rectificación, a pesar de haberle proporcionado en el pasado una posición privilegiada. Los funcionalistás han podido colmar las lagunas existentes en las declaraciones individuales relativas al compromiso y el compor­tamiento religioso, introduciendo variables procedentes del sistema social. Así, han visto en el sectario a alguien que intenta, sin percatarse de ello, quitar tensión del sistema o recrutar nuevos adhérentes para mantener los valores tradicionales vinculados ál trabajo y la familia. Los funcionalistás han corregido igualmente las distorsiones contenidas en las declaraciones de los laicos sobre su religiosidad, infiriéndode.ellas la. existencia de necesidades que la sociedad no satisfacía, ya se trate de la necesidad de una satisfacción básica, de una identidad estable y respetada o la necesidad de contar con uñ medio social previsible y comprensible. E n consecuencia, los funcionalistás no sólo han sido los exponentes de los valores de determinadas sociedades, sino también los intérpretes de mitos religiosos en contraposición con las decepcionantes realidades de la vida social. Por no haberse limitado a analizar lo que los individuos quieren decir cuando manifiestan sus compromisos y motivaciones religiosos, los funcionalistás también han completado y corregido las declaraciones de los individuos, examinando datos tomados de la vida cotidiana y de las declaraciones oficiales acerca de la identidad y los propó­sitos de las sociedades y las organizaciones religiosas (Glock y Stark, 1965). El gran atractivo del funcionalismo ha consistido en su receptividad frente a los dos enfoques metodológicos que he llamado sacerdotal y profético en el presente análisis. Por otra parte, el funcionalismo,' contrariamente a lo que piensan sus detractores, es capaz de formular una crítica social además de adoptar u n punto de vista no exento de simpatía que percibe un orden allí donde otros no ven sino conflicto y caos (Hadden, 1973). Renunciar al funcionalismo implica, pues, renunciar a una posición metodológica privilegiada y a un punto de.vista teórico sintético. Por consiguiente, hay quienes podrían decir que los sociólogos de la

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religión han renunciado a sus orígenes funcionalistas legítimos, para cambiarlos por una confusión etnometodológica o una mezcolanza filosófica.

Es poco probable que los sociólogos de la religión abandonen la búsqueda de un punto de partida apropiado a partir del cual se puedan sacar conclusiones m á s acertadas de las declaraciones que los legos o los profesionales formulen acerca de sus actividades religiosas. La afirmación de que la exposición que hacen los sociólogos sobre un grupo o práctica religiosos determinados es una versión no sólo adecuada sino mejorada de la experiencia y comprensión de dichos grupos se basa en que el sociólogo tiene un acceso m á s directo y completo a las fuentes generales del conocimiento. Los sociólogos que consideran la religión c o m o un aspecto universal y permanente de la vida social seguramente llegarán a la conclusión de que existen estructuras profundas, tales c o m o un inconsciente en el que se mezclan la libido y las imágenes culturales internalizadas, de suerte que accediendo a éste el sociólogo puede descifrar y traducir el significado de la experiencia religiosa de terceros. Esta actitud metodológica es la que he llamado sacerdotal. Por otra parte, los sociólogos que adoptan una orientación profética considerarán el conocimiento religioso c o m o un "producto" de los intereses de clase dentro de los límites de contextos sociales, y completarán los datos que faltan recurriendo a muchas otras fuentes, tales c o m o la conducta real y las declaraciones de terceros.

Sin embargo, ambas orientaciones metodológicas tendrán que tomar cada vez m á s en consideración la interacción entre las versiones sociológicas y lega de la realidad social. Los jueces y los grupos de influencia eclesiásticos utilizan declaraciones funcionalistas para justificar políticas sociales. Hace algún tiempo ya que en la cultura periodística y popular se emplea la noción de alienación, no sólo para interpretar, sino también para justificar una conducta religiosa desviacio-nista y un apartamiento religioso frente a la sociedad en su conjunto. Los soció­logos, c o m o observa Friedrichs (1970), han proyectado la alienación de la intelectualidad poco comprometida sobre la sociedad en que vive, y al hacerlo han articulado una retórica para la protesta social. Los políticos utilizan la crítica socio­lógica popularizada de las sociedades modernas, y los dirigentes de las protestas raciales y estudiantiles de los años 1960 se inspiraban en gran parte en ideas sociológicas. Por lo que atañe a la sociología de la religión, el concepto de religión civil de Robert Bellah se ha incorporado a las definiciones que dan políticos y eclesiásticos acerca de su propia situación en los Estados Unidos de América. E n el Reino Unido, David Martin ha intervenido directamente en el proceso del cambio litúrgico. Y a no es posible que los sociólogos de la religión adopten un punto de partida privilegiado. D e hecho siguen produciendo los efectos que observan e influyen en las formulaciones oficiales y privadas de una amplia variedad de grupos e individuos acerca de la vida social.

Resulta pues claro que la situación contemporánea de la sociología de la religión se caracteriza por una crisis epistemológica que se extiende a las ciencias

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sociales en su conjunto, en la medida en que la sociología carece de un paradigma que le permita distinguir lo central de lo periférico, lo superficial de lo latente y lo importante de lo aparente (Luckmann, 1979). C o m o señalaron en su m o m e n t o M a r x y M a n n h e i m , la práctica, sea que se la defina c o m o trabajo de c a m p o o análisis secundario, sigue siendo el único criterio de validez de las ideas (Giddens, 1979, 183-184). N o obstante, la práctica, con independencia de su definición, está sujeta aún a las limitaciones impuestas por el contexto social y la distribución y el uso del poder. Es difícil que los sociólogos de la religión lleguen a desechar las limitaciones y prejuicios contextúales, por m u c h o que deseen interpretar impar­cialmente los nuevos movimientos religiosos para aquéllos que se interesan en los fines y técnicas de estos últimos.

Por lo demás, no es extraño que los intérpretes m á s eficaces hayan pronunciado profecías que tienden a autodesmentirse (Friedricks, 1970) o a realizarse por sí mismas, según su contenido y los resultados del debate público. Los sociólogos de la religión han sostenido que hay mitos que constituyen una realidad social, c o m o el de la identidad y destino nacional, o los relativos a la naturaleza y el destino humanos . A la inversa, la mitología del pensamiento sociológico se ha incorporado a las versiones populares y oficiales del progreso de la secularización que lleva de las sociedades tradicionales a las modernas, del paso de la alienación a la transcendencia y de la continuidad y cambio en las instituciones y movimientos religiosos. E n esta transición, los hombres comienzan a considerar al m u n d o según la imagen que ha tenido de él la sociología durante varias generaciones. Es posible que los sociólogos deban tomar distancia de su propia mitología en el futuro, para evaluar de manera m á s clara las realidades del m u n d o que los rodea.

[Traducido del inglés]

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Migración: hacia un nuevo paradigma

Daniel Kubat y Hans-Joachim Hoffmann-Nowotny

Interés por la migración

L a importancia de la migración tal c o m o actualmente se conoce puede medirse por la amplitud de los datos disponibles, la literatura sobre la materia y la utiliza­ción que se da a ese conocimiento. Los datos sobre la migración aumentan a un ritmo m u y rápido. N o sólo en los censos a cargo de organismos públicos se tiende a incluir cada vez m á s preguntas sobre la movilidad de la población, sino que otros grupos de intereses especiales y diversos órganos estatales y no estatales recogen también datos sobre este fenómeno. Estos últimos lo hacen, en forma directa o indirecta, mediante estudios efectuados por equipos de especialistas y encuestas, o bien registrando el paradero de los ciuda­danos situados bajo su jurisdicción o tutela. D e esta manera puede recogerse información sobre gran número de desplazamientos y frecuentemente sobre las características sociales de las personas que se desplazan. Los datos sobre la migración son actualmente m u y amplios en cualquier sociedad moderna, aun cuando no siempre fácilmente accesibles, ni de fácil trasposición a enunciados sociológicos sustantivos.

El interés por la migración dimana de la fácil visibilidad de los migrantes, que no es sólo socioeconómica o cultural, sino también administrativa. El Estado moderno se ve obligado a permanecer al corriente de los desplazamientos de la población que pueden producirse en desacuerdo con los planes de utilización óptima de los recursos o con la distribución espacial deseada de la población. Toda redistribución de la población puede requerir estrategias intervencionistas tanto por parte de la administración pública c o m o de los órganos de asistencia social a todos los niveles: local, regional e internacional (Simmons, Diaz-Briquets, Laquian, 1977). Incluso allí donde existen sistemas de registro civil bastante eficientes, c o m o por ejemplo en Holanda, la distribución de la población,

Daniel Kubat trabaja en el Departamento de Sociología de la Universidad de Waterloo, en Ontario NZL 3G1, Canadá. Hans-Joachim Hoffmann-Nowotny trabaja en la Universidad de Zurich, Wiesenstrasse 9, CH8008 Zurich, Suiza.

Rev. Int. de cieñe, soc, vol. XXXIII (1981), n.° 2

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336 Daniel Kitbat y Hans-Joachim Hoffmann-Nowotny

especialmente en las mayores ciudades, se halla en grave conflicto con los deseos de las administraciones locales.

Para poder seguir el ritmo de la acumulación de datos se han elaborado marcos teóricos ad hoc que se aplican en la clasificación tanto de la migración c o m o de los migrantes. Existen además pautas y esquemas directivos de índole teórica que se emplean en la interpretación de los datos recogidos y para orientar en la adquisición de series de datos nuevos con objetivos específicos.

L a literatura sobre la migración proviene de varías disciplinas científico-sociales. Solamente en sociología existe hoy una firme corriente de publicaciones que cubren casi todos los aspectos de la migración, explicando este fenómeno desde sus causas y evaluando su impacto sobre la estructura social tanto de las zonas emisoras c o m o de las receptoras. E n la sociología, la migración se ha tratado tradicionalmente c o m o parte de la demografía1. Esta identidad discipli­naria ha determinado en gran medida las relaciones bibliográficas que se han dado hasta el presente. Actualmente, la mayor parte de los estudios sobre migración están catalogados en publicaciones relacionadas con la demografía o la población. Por ejemplo, ediciones recientes del Population index (Princeton) muestran que alrededor del diez por ciento de todas las entradas se refieren a migración propia­mente dicha2. Y si se amplía la clasificación incluyendo movilidad y distribución de la población, esta proporción se duplica. Si definiéramos la demografía esen­cialmente c o m o sociología (Bogue, 1969), esto es, demografía social, entonces la literatura sobre migración incluiría también, por ejemplo, la adaptación de los migrantes, estudios sobre convivencia y vecindad, estudios sobre movilidad social y otros temas que dimanan directamente de la distribución de la población.

A u n q u e es difícil hacer justicia en un c a m p o tan enorme, debería ser posible, no obstante, señalar unas cuantas teorías sobresalientes sobre la migración —y sus metodologías— que caen dentro de la sociología de la migración. Así, desde una actitud necesariamente ecléctica, será posible trazar las coordenadas comunes de los supuestos básicos que informan dichas teorías, aun cuando los supuestos que informan las metodologías de investigación no sean, en gran medida, especí­ficos de la subespecialización.

L a migración y la sociología

Parece conveniente situar el estudio de la migración primero en la demografía y luego en la sociología, a fin de hacer explícito y analíticamente accesible el supuesto subyacente en las teorías sobre la migración. E n el ámbito de la d e m o ­grafía, y durante el último cuarto de siglo, la mayor parte de la investigación y del interés de los poderes públicos han versado sobre las variaciones en la fecun­didad y el cambio social resultante. Este interés puede explicarse por el creci­miento de la población mundial que durante algún tiempo se vio c o m o un hecho

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Migración: hacia un nuevo paradigma 337

amenazador. El interés por la mortalidad, el más viejo caballo de batalla de los demógrafos, ha permanecido estable, alimentado c o m o siempre por una necesidad de análisis sobre las probabilidades de muerte para uso de actuarios de seguros, y por la feliz comprobación de un constante descenso de la mortalidad.

L a interacción de los dos hechos demográficos básicos, fecundidad y morta­lidad, afecta el balance de la población, que, cuando es positivo, favorece la migración. El interés por ésta, sin embargo, apareció m u c h o tiempo después de la expansión crítica de la población. Quizá sea esa la razón por la cual dicho interés se vea incrementado en nuestros días, unos veinte años después de haber nacido los emigrantes de hoy. E n aquel entonces era la explosión de la población lo que más llamaba la atención de los demógrafos. Actualmente parece ser que las dos principales variables de la demografía —fecundidad y mortalidad— se hallan bajo control en términos de política administrativa, aunque todavía no se dominan del todo teóricamente.

H a n existido ya otros periodos en la historia moderna en los que el interés por la migración alcanzara un nivel de exploraciones sistemáticas. Los emigrantes han poblado prácticamente tres continentes en tres siglos c o m o consecuencia de la primera gran oleada de población que surge en Europa después de 1700. Los amplios espacios libres que ofrecían los nuevos continentes hicieron que la emigración pareciese natural; sin embargo, se mantenía cierto equilibrio entre nacimientos y muertes y las explicaciones que se daban eran de carácter sociobiológico. Por otra parte, el rápido crecimiento de las ciudades durante el último siglo ha exigido una estrecha vigilancia de la emigración. Las ciudades crecían a un ritmo tremendo no sólo en América del Norte, sino también en Europa. Por ejemplo, en Munich, el censo de 1900 puso de manifiesto que sólo una tercera parte de su población había nacido allí, y aproximadamente por la misma época Chicago tenía una numerosa población inmigrante. A u n Estocolmo, en Suécia, el país con mejores datos demográficos correspondientes al m á s largo periodo y con condiciones sanitarias que aliviaban en medida considerable la mortalidad, necesitó inmigrantes hasta aproximadamente el año 1900 para contrarrestar un marcado descenso de la población (Davis, 1972; Tilly, 1978).

Hasta Ravenstein, las explicaciones sobre el fenómeno de la migración tendieron a ser del tipo "violación y saqueo", que encajaban bien en el esquema evolucionista darwiniano del principio de selección natural. Las bandas, tribus o naciones fuertes emigraban c o m o una ampliación de su tradición cazadora, siendo las excursiones militares esencialmente una variante de la caza. Los grandes precursores de la sociología, tales c o m o L . Gumplowitz, G . Ratzenhofer, L . H . Morgan, E . Westermarck o F . Engels, consideraban todos los movimientos de población c o m o algo natural que había que dar por descontado. Ravenstein, en cambio, empezó a explicar la migración a partir de los datos de distribución, descartando los análisis de la misma desde un marco esencialmente teleológico.

Después de Ravenstein, el estudio de los movimientos migratorios y las

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explicaciones demográficas o sociológicas de los mismos, derivaron sus supuestos básicos de las ciencias naturales en vez de extraerlos de las ciencias humanas. La distribución de la población y sus movimientos se explicaron c o m o hechos aná­logos a la mecánica de la inercia, en el sentido de que se precisa energía para cambiar el statu quo. Así, las explicaciones sobre la distribución de la población y el movimiento de sus partículas dependían de la medida en que las propiedades estadísticas de la población representaran una "adecuación satisfactoria". Basta recordar las interminables disputas sobre el apropiado perfil científico de la sociología para comprender que la nueva ciencia quería modelarse sobre la m á s antigua y próspera física.

Las aportaciones sociológicas al estudio de la migración que mejor se ajustan a la analogía con las ciencias naturales parecen ser las derivadas de las teorías sobre la estabilidad social formuladas por. autores c o m o Durkheim o Halbwachs y, posteriormente, por una de las versiones del funcionalismo que, en la sociología norteamericana, halla su m á x i m o exponente en las obras de Talcott Parsons. Incluso las ideas de M a r x , abandonadas un tiempo pero que últimamente están volviendo a ganar actualidad, desdeñan la inestabilidad básica de la organización social. Esto es sólo una paradoja aparente para una escuela de pensamiento que sostiene que el conflicto es inherente a cualquier sociedad, bien que se trate de una sociedad no socialista. Las teorías del conflicto, c o m o las de R . Dahrendorf en Alemania, L . Coser y la "nueva sociología" en los Estados Unidos, tienen todas en c o m ú n un cierto menosprecio respecto a las fuerzas sociobiológicas intrínsecas en el hombre. Estas teorías implican que los indi­viduos bien socializados, con atributos que se asemejan a la noción de las partículas en física, constituyen la base de toda estructura social. D e esta manera, las explicaciones modales de la migración fueron económicas al principio, porque la causalidad visible de dicho fenómeno parece residir en fuerzas económicas que atraen a los individuos hacia unas zonas o los ahuyentan de otras. C o m o quiera que estos movimientos-no parecen ser fortuitos, se prestan fácilmente a las explicaciones matemáticas.

£1 nuevo interés por la migración

El interés porJa migración ha ido adquiriendo un nuevo impulso, especialmente desde finales de la década de 1960. Las razones son diversas. E n aquellas regiones del m u n d o donde se ha alcanzado una población estacionaria o una tasa de crecimiento no amenazadora, los demógrafos, sociólogos, urbanistas y políticos se están viendo obligados a considerar seriamente las realidades de la redistri­bución de la población. Los desplazamientos, tanto internos c o m o externos, no están siempre de acuerdo con la realidad económica. E n aquellas zonas del planeta donde el índice de fecundidad es todavía alto, los desplazamientos de

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Migración: hacia un nuevo paradigma 339

población se producen principalmente entre las áreas rurales y las urbanas. Tales movimientos constituyen, a lo más , un remedio no exento de inconvenientes y trastornos, dados los problemas sociales, económicos o políticos que parecen engendrar. Las medidas políticas de control de la población que son benignas desde una perspectiva universalista, estimulan indirectamente la migración aun cuando ésta no sea económicamente atractiva para las áreas receptoras. D e ahí que se haga indispensable una atenta vigilancia de las consecuencias de la migración. Por ejemplo, los diversos acuerdos bilaterales o multilaterales entre países de situación económica desigual favorecen la migración, que de otro m o d o se habría visto contenida por alegaciones de soberanía nacional. Las comuni­dades europeas son un buen ejemplo a propósito de lo que decimos, pero hay situaciones semejantes por todo el m u n d o . Finalmente, las medidas políticas de control de la población de carácter no benigno pueden producir migraciones involuntarias y corrientes de refugiados. Estos movimientos migratorios se dirigen por lo c o m ú n hacia zonas o países donde el clima político es laxo y apacible; sin embargo este clima puede verse ulteriormente alterado por la corriente inmi­gratoria misma. El hecho de que determinados regímenes políticos se valgan de la emigración forzosa c o m o arma política se ve bien claro en los mares salpicados de "lanchas de refugiados", no sólo en el sudeste asiático sino también alnorte de C u b a , para sólo citar dos ejemplos.

E n el pasado ha habido, sin duda, migraciones que pueden encajar fácil­mente en una u otra de las categorías anteriores. E n la mayoría de los casos la información sobre las mismas no ha sido ni fácilmente accesible ni sistemática. H o y , en cambio, la información acerca de tales formas de redistribución d e m o ­gráfica es notablemente mejor y de más fácil acceso, y, además, la interdepen­dencia entre los desplazamientos masivos.de población y la complejidad de la administración pública moderna es más acusada. D e esta manera, la situación originada por los movimientos migratorios en todo el m u n d o no sólo exige asistencia humanitaria, sino también, y m u y frecuentemente, intervención y control nacional o internacional. Esto no podría ser eficaz si no se hubiesen deslindado y definido al menos aproximadamente los parámetros de la investigación sobre la migración.

Los macrodatos sobre la migración se prestan bastante a interpretaciones directas, expresadas en proposiciones generales, tales c o m o que la migración refleja un reajuste demográfico entre las áreas ricas y las pobres, o que la migración representa la reacción h u m a n a básica ante el peligro. E n el caso de movimientos de huida causados por coacciones políticas, la conocida frase de "votar con los pies" es harto descriptiva. N o obstante, la compleja interrelación de las variables que intervienen en el fenómeno de la migración es menos cono­cida o peor comprendida. Así, nada tiene de sorprendente que cuando se intenta dar explicaciones sean éstas necesariamente sobre problemas específicos o sobre áreas específicas o ambas cosas a la vez.

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Hasta la fecha todos los esfuerzos por formular proposiciones explicativas de la migración sólo han producido una acomodación aproximada entre el explanandum y el explanans. Por una parte, durante mucho tiempo los datos sobre la migración no han sido particularmente buenos; por la otra, los modelos inspirados en la física resultaban sólo parcialmente útiles para superar el hecho de que los supuestos matemáticos subyacentes en las metodologías respectivas no siempre respondieran. El eterno problema parece estribar en la dificultad de combinar los microdatos y los macrodatos. Las decisiones individuales de emigrar y sus efectos sobre las comunidades o las regiones afectadas no se comprenden aún suficientemente, sobre todo porque la compilación de los dos tipos de información es m u y difícil de coordinar. L a realidad cambia m á s aprisa de lo que los datos son susceptibles de transmitir.

N o cabe duda, sin embargo, que la labor m á s reciente sobre la migración ha alcanzado un nivel m u y apreciable de perfeccionamiento tanto teórico c o m o metodológico. Pese al hecho de que la forma de recoger la información no justi­fique siempre los muchos supuestos posteriores necesarios para un análisis esta­dístico avanzado, los datos sobre la migración permiten de todos modos interpretaciones que tornan la información m u y aprovechable. Las explicaciones específicas de la migración parecen valer en sí mismas, aun cuando resulten difíciles de encajar en un esquema general elaborado a partir de un cuerpo de proposiciones intelectualmente coherentes. El problema es por supuesto bien conocido y se le considera insoslayable, a pesar de todos los intentos realizados por elaborar teorías de la migración (Simmons, Diaz-Briquets, Laquian, 1977, 8).

Supuestos explicativos subyacentes

El quid de las dificultades para unificar las explicaciones divergentes sobre el fenómeno de la migración pareciera estribar en los dos supuestos básicos que informan casi todo lo que sobre este fenómeno se haya escrito. Primero, que las poblaciones son esencialmente sedentarias, y que por lo tanto se precisan estí­mulos de dentro o de fuera de la comunidad para inducir a un individuo o a un grupo a emigrar. Segundo, dicho supuesto va comúnmente emparejado con una concepción específica de la naturaleza h u m a n a que ve al hombre c o m o un calcu­lador actor social. El término "calculador" se emplea aquí descriptiva y no valorativamente, y tiene sus raíces en la tradición del utilitarismo, cuyo máximo exponente se halla en la teoría contemporánea del intercambio social. E n una economía de mercado, donde el vínculo monetario permite una comparación bastante objetiva de las oportunidades de vida económica, el paradigma, o más específicamente, el metaparadigma binario del hombre sedentario/racional hace que la mayor parte de las explicaciones acerca de la migración que actualmente se sostienen resulten aceptables individual pero no colectivamente. D e lo que

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Migración: hacia un nuevo paradigma 341

este metaparadigma no parece capaz, sin embargo, es de compaginar y acoplar las distintas explicaciones de la migración, los varios modelos y las teorías ad hoc en una trama única de explicaciones, teorías y modelos afines y coherentes entre sí. Tal es la razón, por ejemplo, de que hasta ahora no haya podido aún consumarse con éxito el tantas veces intentado matrimonio entre las micro y las macroexpli-caciones que existen sobre la migración. Naturalmente, no es la migración el único ámbito de investigación científico-social donde existe este problema; las explicaciones sobre la fecundidad han corrido parecida suerte (Matras, 1977), y otro tanto cabe decir de los estudios etnográficos (Blalock, 1979).

Quisiéramos intentar explicar aquí que estas dificultades en la elaboración de una teoría sobre la migración pueden quizás obviarse, por lo menos parcial­mente y de un m o d o descriptivo, invirtiendo los supuestos subyacentes en las explicaciones de m o d o que las distintas explicaciones sobre migración queden comprendidas bajo un nuevo metaparadigma. Las cuestiones metodológicas, por lo demás, apenas experimentarán modificación desde el punto de vista de la manipulación de los datos. Al fin y al cabo, las relaciones internas entre las cifras no suelen ser afectadas por la sustancia que dichas cifras representan. E n cualquier caso, las unidades de análisis vendrán a ser de forma inequívoca aquéllas de las que principalmente se ocupa la sociología: las interrelaciones entre individuos y grupos. Esto reducirá la dependencia respecto a los modos de análisis econo­métricos en favor de los análisis de estructuras. Por último, habrá que desarrollar modos alternativos de codificar y comparar las unidades de análisis, de forma parecida a c o m o se procede con otros instrumentos estadísticos actuales de la sociología.

Al invertir el metaparadigma clásico de la migración damos por supuesto que el hombre es móvil por naturaleza, y que sus atributos c o m o ser calculador son cuestionables; se destaca en cambio el carácter indeterminado de las moti­vaciones humanas. D e esta manera liberamos al sociólogo especulativo del para­lelismo forzado con las exigencias teóricas de las ciencias físicas, donde las partículas componentes están sometidas a las leyes de la inercia. E n cambio, una concepción dinámica de la naturaleza del hombre y de la sociedad nos permite introducir una filosofía del hombre coherente con la reciente labor llevada a cabo, por ejemplo, en sociobiología (Wilson, 1978) pero también en la clásica y extensa obra de Sorokin.

Antes de que intentemos entrar en ningún detalle respecto a las conse­cuencias de nuestro metaparadigma, queremos mencionar brevemente algunos modelos y teorías recientes acerca de la migración que, a nuestro juicio, podrían incluirse dentro de nuestro nuevo metaparadigma.. .

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Contribuciones teóricas

Existe una nutrida literatura sobre la migración que no sólo ofrece un panorama de las cuestiones metodológicas y teóricas planteadas en la "sociología de la migración sino que incluye asimismo explicaciones sistemáticas de ese fenó­m e n o . Algunas de estas publicaciones datan de hace diez años o más; no se puede esperar que abunden los grandes planteamientos teóricos (Albrecht, 1972; HofFmann-Nowotny, 1970; Jackson, 1969; Jansen, 1970; Mangalam, 1968); además, dada la lentitud con que las teorías se desarrollan, éstas son relativamente nuevas.

Tal vez los asertos teóricos más concisos sobre la migración se hallen en el tratado general sobre las migraciones de la población h u m a n a de Kirigsley Davis, cuyos escritos se han distinguido siempre por sus sagaces observaciones socioló­gicas. Davis ve las presiones migratorias c o m o algo perpetuo e inherente ä la desigualdad tecnológica (1974, 105). Considera también que las ventajas de la inmigración son bastante dudosas y sostiene que la migración temporal se traduce en una inmigración permanente, casi con independencia de las intenciones origi­narias de los migrantes mismos. La utilidad de esta observación se ha visto corroborada una y otra vez en el reciente ajuste de las políticas de inmigración llevado a cabo en buen número de países. E n la literatura reciente relativa a la situación en el noroeste de Europa el sociólogo francés Alain Girard (1976) y el sociólogo norteamericano William Petersen (1978), entre otros, hicieron observa­ciones similares.

Unas cuantas obras recientes que estudian en extenso la literatura sobre la migración combinan una nueva teoría con una revisión exhaustiva de las prin­cipales teorías de la migración; con frecuencia suministran los nuevos datos en los que su teoría está basada. La obra de Hoffmann-Nowotny (1970, 1979) entra en esta categoría. Su teoría de la migración se basa en una teoría sociológica de las tensiones estructurales y anómicas por las que pasa toda sociedad. Su concepción de la sociedad es una elaboración de la teoría del cambio social según Heintz (1968), la cual se basa en la interdependencia del poder y el prestigio, las dos variables explicativas básicas que se supone están diferencialmente distribuidas en el sistema social. Normalmente, tanto poder c o m o prestigio son valorados por igual por los miembros del sistema. Se producen tensiones, sin embargo, cuando el prestigio y el poder se acumulan desigualmente en diferentes grupos o personas por diversas razones. E n este contexto, las tensiones resultantes de las sumas diferenciales de poder y de prestigio acumuladas en actores individuales (o grupos de actores) pueden resolverse, o al menos aliviarse en m u y buena medida, merced a la emigración. Dicho de otra manera, cuando una persona advierte que su prestigio, es decir sus expectativas de estatus social, y su poder efectivo en la sociedad no guardan proporción entre sí, esta persona experimenta una inconsis­tencia de estatus, y tiende entonces a ir en busca de un entorno donde las diso­nancias entre el estatus de poder o prestigio esperado y el obtenido disminuyan.

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Migración: hacia un nuevo paradigma 343

E n términos prácticos, esto es lo que anhela el emigrante individual cuando abandona la comunidad donde ha experimentado frustraciones. Dicha persona emigra hacia una comunidad donde no existen restricciones de estatus previa­mente estipuladas que definan su grado de prestigio y de poder o donde su estatus objetivamente bajo funcione c o m o una excusa de su insuficiente prestigio. Simpli­ficando al máximo, podemos definir sociológicamente esta teoría c o m o una visión estructuralista del desequilibrio de estatus e intelectualmente afín al paradigma de desviación de Merton (1957). En términos de un reduccionismo psico­lógico, la teoría se aproximaría bastante a la de la disonancia cognoscitiva (Festinger, 1962) y en el cuadro de las corrientes actuales de la investigación se situaría dentro de la literatura sobre la inconsistencia de estatus y sobre el conflicto del rol (Stryker y Macke , 1978). E n cualquier caso, el aspecto cognos­citivo de la satisfacción personal se considera el resorte que impulsa a emigrar. H e m o s de tener en cuenta que el estatus diferencial de adscripción a los diversos grupos étnicos e inmigrantes y las tensiones observables que llevan al conflicto o a la anomia pueden identificarse en casi toda sociedad.

Otra obra reciente que propone una explicación general de la migración es la de Albrecht (1972). Este autor brinda no sólo una revisión minuciosa y completa de la literatura que cubre la movilidad geográfica y sus explicaciones, sino que también propone su propia teoría de base amplia: una teoría de la migración que él trata de acomodar en un contexto general de cambio social. E n primer lugar, la composición por edades y sexos de una población o u n vecin­dario y los cambios en ella acontecidos por adición y substracción de miembros indican que condiciones inadecuadas de vivienda o relaciones vecinales impro­piadas estimulan los desplazamientos. E n otras palabras, los principales cambios demográficos durante el ciclo de la vida son el matrimonio, el nacimiento de los hijos, el abandono del hogar por éstos, la separación de los esposos o la muerte. Estos cambios son experimentados por individuos pero se reflejan en la compo­sición de la comunidad; constituyen los acicates, los factores que empujan a la emigración. Por otra parte, existen mecanismos compensadores que limitan la migración, por ejemplo los valores familiares, definidos esencialmente c o m o tradi­cionalismo. Por otra parte, las aspiraciones a la movilidad social fomentan una mayor movilidad geográfica que se traducen en una necesidad expresa de hallar la comunidad adecuada. D e esta manera, y en sentido contrario, un alto grado de integración en la comunidad disuade los movimientos migratorios (Albrecht, 1972,165-170).

Albrecht trata la migración como un caso especial de movilidad geográfica. Éste parece ser un enfoque válido en la medida en que una definición de la migración técnicamente correcta suele ser únicamente función de las entidades administrativas que la registran y del cruce de fronteras políticas. Los traslados a otra comunidad de diferente composición socioeconómica dentro de la misma jurisdicción política pueden ser actualmente absolutamente drásticos en términos

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de ruptura de antiguos vínculos sociales y transacción de nuevos. Por otra parte, si dentro de una comunidad profesional o religiosa tiene lugar un vasto movi­miento migratorio, c o m o el traslado de un profesor o investigador dentro de su comunidad académica invisible, esto alivia sin duda los efectos del desplazamiento.

Los primeros estudios sobre migración podían señalar las diferencias suma­mente objetivas entre el lugar de partida, generalmente rural, y el de llegada, por lo común urbano. E n esas circunstancias, las diferencias entre las dos áreas eran suficientemente marcadas c o m o para provocar un trauma cultural. Los problemas con que se enfrentaban los estudiosos de la migración en aquella época eran, más explícitamente, los de la adaptación de los inmigrantes y las innumerables cues­tiones con ello relacionadas. El estudio de la migración arrostra problemas de mayor complejidad hoy en día, dada la interdependencia de un gran número de variables.

Richmond (1969, 1979) aborda específicamente la cuestión de la migración y la movilidad dentro de las sociedades industriales y postindustriales. El urba­nismo es la principal característica de las sociedades modernas y una de las principales variables que explican la migración. E n esto se acerca a la concepción de Davis, que vio que el urbanismo representaba un cambio revolucionario en la urdimbre de la vida social (1955, 429). U n a vez que la urbanización se ha conver­tido en una forma modal de agregación humana, las formas de migración experi­mentan un cambio. Surge el emigrante postindustrial, a quien Richmond llama transilient (errante)3. Así se caracteriza esencialmente a la persona cosmopolita, viajera y culta de nuestros días. El término encaja en un modelo de migración que Richmond (1979) llama modelo de cambio estructural. E n este modelo, la población inmigrante, a menudo de procedencia extranjera, ocupa una posición intermedia en la sociedad, no la más baja c o m o en el caso de la inmigración obrera, ni la más alta c o m o en el casode ocupación de un país por otro o conquista militar. Los modernos inmigrantes son capaces de obtener en su nuevo país de residencia posiciones con estatus profesional. Esto suele depender esencialmente de las políticas de inmigración vigentes, especialmente las que rigen en las demo­cracias ultramarinas de habla inglesa donde la inmigración ha llegado a estar estrechamente relacionada con las ocupaciones técnicas. U n a sociedad post­industrial es, para Richmond, aquélla donde la distribución básica de poder y prestigio sigue líneas profesionales. Este autor respalda su modelo explicativo de la migración con datos recientes que comparan las distribuciones profesionales en Canadá y en Australia (1979).

Existe un buen número de teorías sobre la migración conocidas y la mayor parte han sido propuestas por sociólogos. Esto no quiere decir que las teorías mismas sean sociológicas en el significado técnico de la palabra (Petersen, 1978). Lee (1966) construye su teoría de la migración en un intento de superar y perfeccionar a Ravenstein y Stouffer (1940). Emplea, como componentes angu­lares de su explicación de la migración, cuatro variables que se influyen recípro­camente: área de origen, área de destino, obstáculos intermedios y atributos de

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los emigrantes, que son principalmente de carácter psicológico. A u n q u e Lee no se precia de comprender con exactitud los factores que retienen, atraen o ahuyentan a la población (1966, 49), es capaz de ofrecer diecinueve hipótesis "débiles" de las cuales seis se refieren al volumen e intensidad de la migración, seis a las corrientes y contracorrientes de la misma y siete a los atributos esencialmente psicológicos de los emigrantes c o m o personas que obedecen a sus voliciones y actúan movidas por su necesidad de desplazarse. Considera las características de los emigrantes c o m o variables básicas en el proceso de la migración, toda vez que la apreciación de una situación por parte de los emigrantes es esencial para que cualquier desplazamiento se lleve a cabo (Lee, 1970). Según Lee, "la migración es selectiva [...] y una de las paradojas de la migración [estriba en el hecho] de que el movimiento de gentes puede tender a rebajar la calidad de la población, expre­sada en términos de algunas características particulares, tanto en origen c o m o en destino" (1966, 56-57). E n contraste con la interpretación clásica de la migra­ción que acentúa los factores de atracción y de impulsión, Lee hace hincapié en los obstáculos intermedios, que, colectivamente, ponen a prueba la disposición de los emigrantes a desplazarse.

Beshers (1967) enfoca la migración concentrándose casi exclusivamente en los procesos de decisión que determinan los movimientos migratorios. Al centrar su atención sobre los emigrantes individuales, Beshers permanece al nivel microanalítico. El emigrante de Beshers considera y valora alternativamente las ventajas de quedarse o marcharse, comportándose así c o m o un verdadero utili­tario. U n a suma total de tales acciones intencionales y racionales, por emplear un término weberiano, representa un proceso de población. Si tuviésemos acceso completo a la información, razona Beshers, de forma que pudieran revelársenos los ventajas reales de marcharse frente a las de quedarse, entonces podríamos predecir los desplazamientos a una escala global de población (1967, 76). Dicho de otra manera, los sociólogos podrían hacer predicciones sobre la migración si conocieran el valor de cada variable involucrada en la decisión de trasladarse. Las decisiones individuales de este tipo se ven constreñidas por m o d o s de orientación, variables sociales y procesos de decisión sociopsicológicos (1967, 134). C o m o quiera que la mayoría de las personas son principalmente miembros de familias, el proceso de decisión tiene lugar en la familia. Si hubiéramos de refor­mular las nociones de Beshers en términos parsonianos, a los que se aproxima, diríamos que los intereses instrumentales del marido serían contrarrestados por la postura expresiva de la esposa, específicamente, desde luego, en cuanto a la decisión de trasladarse.

Existen básicamente dos dificultades intrínsecas en la traducción de los resultados de un microanálisis a enunciados macroanalíticos: para establecer el proceso de toma de decisiones hace falta un número m u y elevado de interven­ciones específicas por encuestado, y a menos que se dé una perfecta concor­dancia de intervenciones entre todos los encuestados, el modelo no se puede

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considerar aditivo. La vieja polémica mantenida en sociología acerca de la falacia ecológica ilustra la dificultad con que se tropieza para crear un nexo entre los datos a nivel macro y a nivel micro. Aumentando el número de variables, tal c o m o se demuestra en la reciente obra sobre la etnia (Blalock, 1979), acaso seamos capaces de salvar esta dificultad, al menos parcialmente.

Modelos matemáticos

L a posibilidad de plasmar las explicaciones sobre la migración en modelos mate­máticos depende de la utilidad y eficacia de los modelos. Hay, dicho sea en términos m u y generales, dos grupos de modelos para explicar la migración: los que establecen un parangón con la teoría de la gravedad y los qué lo establecen con la teoría de los campos en la física. E n el primer grupo se emplea la distancia c o m o principal variable; en el segundo se tienen por variables básicas el área y la distribución de los atributos de su población.

E n los Estados Unidos de América, StoufFer (1940) comprobó que la migración era inversamente proporcional al número de oportunidades intermedias que fueran reducibles a distancia. Según StoufFer, el número de personas que se desplazan a una distancia dada es directamente proporcional al número de opor­tunidades ofrecidas a dicha distancia e inversamente proporcional al número de oportunidades intermedias. Dio además por supuesto (1960) que la emigración es costosa y que el emigrante renunciará a trasladarse tan pronto c o m o encuentre una oportunidad satisfactoria. La migración entre dos lugares se halla, por lo tanto, en dependencia directa de las oportunidades ofrecidas en el área de destinó y en dependencia inversa del número de oportunidades encontradas en el camino así c o m o del número de otros emigrantes competidores por las oportunidades de aquel área. Las críticas a las formulaciones de Stouffer se basan principalmente en el hecho de que la variable dependiente de la migración se entremezcla y complica con las variables independientes de las razones de la migración (Tarver y McCleod, 1973). Después de Stouffer se han desarrollado cierto número de modelos de la migración esencialmente econométricos, donde la distancia y las variables con ella relacionadas son los principales pautas de la migración (Greenwood, 1975; Lowery, 1966; Margolis, 1977). Últimamente, sin embargo, la noción de gravedad en la explicación de la migración equipara masa y atractivo, de suerte que las células más pobladas, por emplear la analogía estadís­tica boseana, atraerán más inmigrantes que las menos pobladas, entendiendo las células c o m o grupos humanos.

El reciente enfoque basado en la teoría de los campos utiliza las cuali­dades estructurales de los datos disponibles sobre distribución geográfica que indican el área de procedencia de los que se han trasladado. Tales datos son

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por lo general accesibles en forma de cuadros interregionales sobre la migración. Los cuadros representan respuestas tabuladas a preguntas de censos sobre la frecuencia de los traslados, lugar de la última residencia, lugar de nacimiento, etc. Tobler sugiere que operando con dichas tablas en sentido retrospectivo para inferir la motivación del traslado, podemos acercarnos más a una explicación de la migración. Puede demostrarse, escribe Tobler, que el campo de una migración relativamente neta es el gradiente de una función potencial, y este campo escalar (la "fuerza de atracción") puede calcularse mediante la integración del campo vectorial (1978, 218). Es innecesario subrayar que los cuadros no son asimétricos debido a la contracorriente que actúa en la migración. Por lo demás, es m u y difícil estipular de antemano lo que es "atractivo", y hay un peligro manifiesto de caer en tautologías, c o m o ocurre en unos cuantos enfoques sobre la migración de características análogas. La piedra angular del método de Tobler, que es en sí mismo m u y atractivo, es un programa para computadora que traduce mapas de campo de la migración a diagramas en los que una serie de centroides, con sus áreas proporcionales a la magnitud del cambio neto, señalan las regiones de vaciamiento y de acumulación.

Otro enfoque reciente, que posiblemente encaja entre los que asimilan los modelos de la migración a la teoría física de los campos, es el de Courgeau (1979). Courgeau centra su atención sobre la migración múltiple en los lugares de resi­dencia previos; E n otras palabras, estudia las relaciones entre el número de emigrantes y el número de migraciones, un área desdeñada en el estudio de la migración. Basa su estudio en dos series de datos, una procedente de Francia y otra de los Estados Unidos. L a técnica que emplea es m á s o menos la utilizada en el cómputo de las relaciones de progresión de la fertilidad en la mujer, bien conocida por los estudiosos de la fecundidad. Esto implica que después de cada traslado se formula una pregunta respecto a la probabilidad de un traslado ulterior. Naturalmente, la' probabilidad tiende a aumentar con cada traslado precedente, pero, c o m o todas las propiedades exponenciales, la opción de trasla­darse es al final autolimitativa y la propiedad exponencial queda truncada en una fase m u y temprana del proceso debido a la variable edad. E n algún aspecto, la obra de Corgeau es similar a la de Rogers (1969) que intentó elaborar un modelo de probabilidad de ulteriores traslados basado en el número de traslados precedentes.

El número de modelos matemáticos sobre la migración es realmente impre-sionantej pero no podemos enumerarlos aquí a todos (Margolis, 1977). Baste decir que c o m o los desplazamientos humanos parecen ser por naturaleza estocásticos, no faltan las descripciones matemáticas correspondientes. Queremos insistir, empero, en que una sociología de la migración debe buscar explicaciones de la migración en el contexto social, es decir, en el contexto de las instituciones sociales. Es más que probable que tal contexto sea también el del cambio social y el que lo propicia y facilita (Albrecht, 1972, 277).

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Cambio social, migración y etnia

Petersen (1978) ha realizado un esfuerzo por situar la migración en una perspec­tiva puramente sociológica. Basándose parcialmente en las aportaciones teóricas iniciales de otros sociólogos (Jansen, 1969, 1970; Mangalam y Schwarzweiler, 1968, 1970), Petersen propone una explicación sociológica de la migración. El análisis sociológico presupone una atención preferente a grupos e instituciones y la forma en que se combinan en estructuras y organizaciones sociales (1978, 557). Por lo que a la migración se refiere, el foco de atención debe recaer sobre los emigrantes individuales que, con las trabas y las limitaciones inherentes a la sociedad deciden si les conviene trasladarse o no. Dicho de otro m o d o , el virtual emigrante toma su decisión obedeciendo a criterios que ha asimilado en el seno de su grupo o grupos sociales (1978, 557). Por ejemplo, en el caso de la migración internacional, la verdadera variable es el conjunto de restricciones impuestas a los desplazamientos físicos. Estas restricciones son políticas y las disposiciones a tal respecto son tomadas por Estados o entidades administrativas. Es sorpren­dente que hasta hace bien poco tiempo se haya hecho poquísimo hincapié en las influencias puramente políticas sobre la migración desde el punto de vista de los controles de fronteras (Kubat, 1978; Petersen, 1964). U n emigrante, según Petersen, es una persona que en virtud de su desplazamiento entra en un conjunto de relaciones y pautas de interacción diferentes de las que dominaban en su lugar de origen. Petersen no pierde en ningún momento de vista los problemas de explicación que se plantean en el caso de migración de sistemas completos o en el caso de migraciones en cadena, cuando el emigrante retiene las pautas de inter­acción de su lugar de procedencia.

Petersen distingue además entre las explicaciones de la migración a las que se ha llegado preguntando a los emigrantes mismos y aquellas otras que se basan en el análisis de las fuerzas presuntamente subyacentes a la migración. E n este último caso, cualquier imputación de motivo racional es más o menos irre­levante (1978, 559). Los emigrantes suelen responder a las preguntas sobre sus razones para emigrar dentro de las normas de comportamiento humano común­mente aceptadas y del sistema de valores dominante: es racional trasladarse para mejorar la posición de uno en la vida.

¿ C ó m o llegan las colectividades de emigrantes a convertirse en grupos étnicos? La respuesta de Petersen se sitúa más o menos entre la noción clásica de la asimilación y la más reciente de que algunos grupos de emigrantes pueden permanecer separados indefinidamente (Gans, 1962; Vecoli, 1972). Semejante condición parece exigir una continua reposición por medio de sangre nueva. A d e m á s , los recientes movimientos de independencia política atestiguan la desi­gualdad intrínseca de los grupos étnicos. La relación de la etnia con la migración está en que el emigrante suele definir su identidad sólo después de haberse conver­tido en emigrante, y una vez que ha quedado establecida y precisada, una identidad

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se hace normativa y en consecuencia resistente al cambio (Seanson, 1971). Esencial­mente, pues, los grupos étnicos son las organizaciones sociales de los emigrantes que implican una restructuración de los lazos sociales que se dejaron atrás.

Mientras Petersen elabora sus argumentos a partir del producto final de la migración, es decir el grupo étnico, y desde ahí se remonta a las posibles moti­vaciones de los movimientos migratorios, McNeill (1978) parte de la composición por edades y sexos y la medida en que esta composición se ve afectada por la fecundidad y la mortalidad; indaga a partir de estos elementos las razones para emigrar. Para McNeill, el motor principal de la migración está en el resultado de la mortalidad diferencial. Este autor ve en la migración el puente que une los dos modos de la experiencia humana: quedarse en el hogar y defenderlo contra el ene­migo y los intrusos o marcharse a probar fortuna lejos de casa. L a migración depende además de las fases del ciclo de la vida; el comportamiento errátil, por otro lado, es una condición previa para la migración. E n un intento de comprimir el desarrollo de la sociedad eurasiática en un paradigma de la migración, McNeill ve ésta última como un fenómeno bimodal y recíproco. Bimodal en el sentido de que tanto la población poco cualificada c o m o las élites emigraban, y recíproco en el sentido que tales migraciones constituían esencialmente un doble movimiento de corriente y contracorriente. Las pautas de migración diferencial entre la ciudad y el campo llevaban población a las ciudades, desde las cuales un número menor se aventuraba hacia las zonas rurales abandonadas por los emigrantes y por los que morían tras su contacto con las ciudades. E n otras palabras, cada agregado de población desarrollaba una tolerancia endémica respecto a enfermedades que —tras eliminar a los niños más débiles— no afectaban a los adultos. Todo contacto entre una población inmunizada a una enfermedad y otra para la que dicho mal fuera nuevo se traducía en graves pérdidas para la última. Esto sig­nificaba que el impacto numérico de los inmigrantes sobre la población urbana era moderado y que, en las provincias, se creaba espacio para los moradores de las urbes con ánimo aventurero. Sin entrar en los ingeniosos detalles de la teoría de McNeill sobre la migración, baste decir que es una de las pocas que establece un nexo causal entre población y migración, sin desdeñar las bases sociobiológicas de las culturas humanas, por una parte, y sin invocar componentes de actitud respecto al hecho de emigrar, tan difíciles de medir, por la otra.

Tanto Petersen c o m o McNeill indican la dirección que una explicación sociológica de la migración puede tomar. Ello equivaldría a situar la migración directamente dentro de la urdimbre social total —donde las formas de asociación son los indicadores de la coherencia social— y a atribuir un papel más importante que antes a los componentes biológicos de las formas de asociación h u m a n a .

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Biología traducida a sociología

El supuesto clásico que informa las explicaciones de la migración, c o m o ya lo dijimos, se enraiza en la concepción utilitarista del hombre c o m o ser racional y agente libre. Se entiende así que los agregados humanos están sujetos a leyes análogas a las que rigen para las partículas de la materia en la física y que por lo tanto son susceptibles de responder a modelos matemáticos. Los hombres son fundamentalmente sedentarios y fundamentalmente racionales. Queremos sugerir aquí, heurísticamente en todo caso, la cara de una moneda cuyo reverso son las razones de una notoria parsimonia en la explicación del fenómeno de la migración. Esperamos poder demostrar que nuestros supuestos, fundados en el hecho de que las sociedades son en principio constrictivas, son compartidos por la mayoría de los sociólogos. , ;

.Resulta manifiesto, cuando se insiste en la comprensión sociológica de los procesos de socialización, que los seres humanos se ven sometidos a una continua presión social a la que deben conformarse. U n o de los pilares básicos de la conformidad estriba en la dificultad.de cambiar de lugar, especialmente durante el periodo de dependencia económica y emocional de la familia, por lo que a la procreación o, la: orientación se refiere. Las instituciones sociales, tal como los sociólogos las entienden, son aquellos productos finales del comportamiento normalizado que dictan pautas de regularidad y de repetición aceptables. La regularidad y la repetición tienen su fundamento, naturalmente, en las funciones biológicas del cuerpo humano y en la cobertura emocional de los estados corpo­rales. La historia de la humanidad puede;verse c o m o una evolución hacia niveles m á s altos de organización cultural (Service, 1971).

N o conviene olvidar, sin embargo, que el sedentarismo llegó m u y tarde en el esquema evolutivo de la humanidad, y la existencia de verdaderos agregados urbanos mucho más tarde aún. L a vida en grupos m u y numerosos exige una serie de acomodaciones por parte de los individuos y de regulaciones por parte de las comunidades.. Así, para producir un adulto socializado, parece necesario un arsenal de mecanismos de socialización. Los fallos en los procesos de socialización pueden tener graves consecuencias, por cuanto afectan a amplios sectores de población. La sociedad moderna presenta el vivo contraste entre el proceso de individuación, por una parte, y la necesidad de un control social sistematizado por la otra, y ello quizá más rotundamente de lo que fuera tal vez el caso en tiempos pasados y en otras sociedades. D a d a la casi perfecta supervivencia de cada grupo de población, no sólo la probabilidad de que los inadaptados perezcan ha desapa­recido en medida considerable, sino que se ejercen crecientes presiones sobre las instituciones sociales que preparan y forman a los grupos jóvenes. La sociedad moderna tiene que proporcionar un número suficiente de relaciones significativas a una extensísima variedad de personas para que éstas permanezcan en el seno de sus respectivas Gemeinschaften (comunidades). Las Gemeinschaften, natural-

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mente, están ubicadas en el espacio y sus miembros son sedentarios. Cuando las mencionadas relaciones fallan, la búsqueda de relaciones nuevas puede m u y bien traducirse en movimientos migratorios.

También hemos indicado antes en este artículo que las investigaciones sobre la motivación del traslado, tal como se encuentran en su estado actual, no inducen a considerar que el cálculo racional sea la fuerza determinante del comporta­miento humano , pese a que la estructura de la sociedad moderna parece estar basada en la planificación racional. Según algunos sociólogos, entre ellos Parsons, parece improbable que los seres humanos conserven un estado psíquico irracional, o al menos no racional, cuando su propio entorno está racionalizado, o planificado (Parsons, Lidz y Fox, 1973). Sin embargo, el hecho de que el individuo "sobre­viva" en un sistema racionalmente organizado no significa necesariamente que sus decisiones sean racionales. Es más probable que el sistema bien planificado permita la supervivencia de aquellos miembros peor preparados para compren­derlo. E n nuestro concepto de la motivación preferimos la hipótesis de que una cierta indeterminación en la toma de decisiones constituye ú n supuesto suficiente­mente válido para formular una explicación de la migración. M á s aún, consi­deramos que el talante aventurero representa una explicación fuerte, y la indeterminación en las motivaciones una explicación débil, al igual que en las explicaciones clásicas de la migración el supuesto de sedentarismo era una explica­ción fuerte y el de racionalidad una explicación débil, combinándose ambas, por supuesto, en el metaparadigma básico empleado para explicar la migración.

Para llegar a nuestra interpretación, no hemos dejado de tomar en cuenta el impulso evolutivo inherente a las sociedades humanas. El hecho de apoyarse en un cierto paralelismo entre ontogenia y filogenia respecto del progreso h u m a n o es una tradición en las ciencias sociales que se remonta a Haeckel. U n a obra reciente no relacionada con el estudio de la migración pero que recurre a dicho paralelismo es la de Habermas (1976); basándose en las fases del desarrollo del niño este autor explica el incremento de la complejidad en la sociedad. Habermas se apoya decidademente en Piaget, pero su visión teleológica es, por supuesto, una explicación del advenimiento de las clases sociales y la desaparición del "injusto" sistema capitalista. Nosotros no tenemos la intención, sin embargo, de desarrollar taxonomías evolucionistas. Los hechos históricos no son promi­nentes, en el sentido weberiano. L o que sí es destacable son los procesos de socia­lización recurrentes, por cuanto modifican las instituciones sociales. Partimos del supuesto que la recurrencia contiene experiencias filogenéticas, de ahí que no desdeñemos el carácter aventurero de los seres humanos.

Las instituciones sociales, por otra parte, son para nosotros verdaderos depósitos de restricciones impuestas al comportamiento humano que frustran la tendencia sociobiológica a desplazarse. Dicho de otra manera, queremos aducir que la falta de limitaciones impuestas sobre una población se traducirá en migra­ción. Esta proposición puede atemperarse asignando la tendencia aventurera al

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segmento joven de la población; de todos modos , en una sociedad moderna las facilidades para desplazarse son tan grandes que el rango de edad durante el que se emigra es m u y amplio (Tilly y Brown, 1968; Thomas , 1973).

Tradicionalmente, y no sin justificación, se dio siempre por supuesto que fuerzas y factores inmediatos han empujado por doquier a las poblaciones a desplazarse, c o m o en el caso de condiciones difíciles de vida, expulsiones o devastaciones. Heurísticamente por lo menos, estimamos más útil ofrecer una teoría de la migración que vea en las vicisitudes individuales un aflojamiento de las trabas y limitaciones. E n tales condiciones, los más difíciles de controlar, c o m o los jóvenes, los que gozan de salud y los intelectualmente activos, son los m á s dados a desplazarse. Recordemos que Bogue (1968) ve en la edad la única variable que aparece constante y positivamente asociada con la emigración, y Lee (1966) estima que los emigrantes difieren de los no emigrantes en la medida de sensata avidez que parecen poseer. Nosotros también preferimos pensar en los obstáculos intermedios, c o m o son los continuos esfuerzos de los procesos de socialización de los adultos, en los que un conjunto de obligaciones se sobrepone generalmente a los intereses específicamente individuales.

E n vista del hecho de que la migración es selectiva (y lo es por la edad sin duda alguna allí donde la edad modal de los emigrantes no pasa todavía de los primeros años de la vida adulta), la combinación de una socialización imperfecta incapaz de inducir a la población a la permanencia, y de la predisposición socio-biológica a desplazarse milita en contra de las restricciones que obligan al seden­tarismo. Sólo una sociología. extremadamente funcionalista y las sociologías marxista, radical y del conflicto suponen que los procesos de socialización repro­ducen la población esencialmente según un statu quo ante. Las sociologías m o d e ­radas admiten en su mayor parte que la socialización es el vínculo débil en la reproducción de los sistemas sociales. Dadas las dificultades que periódicamente surgen entre hijos y padres, y con ello entre las generaciones (Eisenstadt, 1956), las probabilidades de que el control social se debilite de cuando en cuando son bastante altas. Las diferencias entre las generaciones se deben, por no decir más , a las distintas oportunidades que la vida ofrece en las diferentes fases de los ciclos vitales. E n otras palabras, una socialización insuficiente es prácticamente una garantía de que se producirá un impulso migratorio allí donde no existe una inducción a la permanencia suficientemente sistematizada. H o y sabemos lo suficiente sobre la migración c o m o para poder asegurar que no hay casi ninguna sociedad donde no se dé este caso.

Las restricciones a la movilidad

¿Cuáles son, pues, los principales mecanismos de restricción que frustran la Wanderlust de los individuos o de los grupos? E n primer lugar, la familia y el

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parentesco, y en segundo termino las redes de información social6. Cuanto m á s amplia es la sociedad, mayor es el papel intervencionista del Estado c o m o órgano de control sumario para regular la migración. Las variables demográficas de mortalidad y fecundidad, diferencialmente distribuidas c o m o siempre han estado, producen desequilibrios en la estructura de edades y sexos que conducen a un excedente o a un déficit de población, estimulantes uno y otro de la migración (McNeill, 1978). Desde un ángulo estrictamente sociológico, el desequilibrio d e m o ­gráfico fractura las estructuras sociales a tal punto que los debilitados lazos sociales no pueden ya contener a los individuos en su lugar de residencia. Los efectos del juego de la mortalidad y la fecundidad en lo que concierne a la forma­ción de la familia son tales, que el traspaso de obligaciones familiares a los hijos tiende a actuar c o m o una fuerza socialmente estabilizadora. U n ejemplo concreto de esto último es la migración de mujeres jóvenes del área rural de Quebec a Montreal. Estas mujeres son jóvenes y sin hijos, ya sea por elección o por azar. E n cambio, sus iguales en sexo y en edad que tuvieron un embarazo temprano, al que habrían de seguir otros, formaron un sistema social m u y sedentario y estable en su medio rural habitual (Veevers, 1971). Dicho de otra manera, una contingencia demográfica puramente accidental se tradujo en un sistema de valores que era respaldado por presiones de las demás mujeres en el mismo caso y por la legitimación de la Iglesia Católica, a tal extremo que el hecho de permanecer en casa y tener familia pasó a considerarse modal, no sólo estadística sino también normativamente. Q u e existe una fuerte correspondencia entre modalidades esta­dísticas y normativas es un hecho sobradamente conocido y abonado sin duda por pequeños estudios de grupos (Homans, 1961). E n vista de que las modalidades normativas no están nunca demasiado lejos de una expresión legislativa, y de que no todos los individuos están igualmente bien socializados, no cabe duda que la migración'va a producir alguna forma de ruptura. Saunders (1956), ya en 1943, expresaba una seria inquietud sobre el poder de ruptura que tiene la migración, ya que pone en peligro la estabilidad social de las comunidades. A u n cuando Saunders considerara la migración c o m o una solución temporal a las presiones demográficas, sus fuerzas desequilibradoras superaban con m u c h o la estabilidad obtenida con la reducción de dichas presiones.

Desde nuestro punto de vista, sin embargo, la migración es sintomática de la disminución del control que la comunidad ejerce sobre sus miembros. Por otro lado, hasta los procesos migratorios terminan por institucionalizarse, de m o d o que el riesgo permanente para la estabilidad de la comunidad es en realidad impensable. L a historia h u m a n a ha sido siempre no tanto una historia de lucha de clases c o m o una historia de lucha, sin más , de constantes cambios en el poder, de desastres naturales u ocasionados por el hombre. Tales intrusiones en los sistemas sociales —normales pero lábiles— tienden a desorientar por lo menos temporalmente la transmisión de valores a la generación siguiente. Los procesos de socialización se quiebran y raras veces se completan, de suerte que los segmentos

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de población que se niegan a subordinarse o a continuar subordinados toman la decisión de emigrar. Si esta forma de insubordinación puede definirse c o m o anomia, entonces por ejemplo la teoría de la migración de Hoffmann-Nowotny (1970, 1973) puede quedar comprendida dentro de nuestra explicación de la migración, a saber: la migración tiene lugar en condiciones determinadas por una disminución de las restricciones sociales.

N o sólo han sido las adversidades, en sus diversas formas, las que han debili­tado las comunidades sólidamente unidas. La historia de la humanidad aparece jalonada de grandes culturas y sus microversiones, de pueblos con buenas cosechas o con buenas capturas de pescado que duran lo suficiente para permitir un aumento significativo de la población. A lo largo de casi toda la historia humana , los aumentos de la población han sido generalmente imputables a un descenso en la mortalidad debido a una mejora en las condiciones de vida. Este descenso en la mortalidad solía ser temporal, insuficiente para que el incremento de la población llegara al extremo de violentar las instituciones sociales existentes.

Sólo en tiempos m u y recientes, por ejemplo después de la segunda guerra mundial en Occidente, el auge de nacimientos ha sido directamente imputable a un aumento de la fecundidad. E n cualquier caso, llegó a ser.tal la magnitud de los grupos jóvenes sobrevivientes que las instituciones tradicionales desbordaban por sus costuras: E n otras palabras, las instituciones del statu quo èran incapaces de absorber o de socializar suficientemente a los grupos que entraban en la edad adulta. Las soluciones de. urgencia arbitradas para salir al paso de este problema condujeron necesariamente a un debilitamiento de las restricciones sociales, lo que se tradujo en migración. D e esta manera, el crecimiento de la población tradicio­nalmente fomentado por un descenso en la mortalidad, de una parte, y por un aumento en la fecundidad, de la otra, tendió a acelerar la formación de grupos jóvenes. El tejido social sufrió suficientes tensiones c o m o para que se produjesen algunas formas de neolocalismo —y nos referimos aquí a las condiciones primi­genias del hombre. El neolocalismo es la más elemental de las rupturas de la tradición, un primer eslabón en la cadena de acontecimientos determinantes del cambio social (Swanson, 1971). Si el neolocalismo en la creación de la propia familia predomina sobre la migración, se puede decir que se está en presencia de la aceptación del cambio social.

Cierto es, desde un puntó de vista demográfico, que los últimos diez mil años de la historia h u m a n a (en un cálculo aproximado) se han caracterizado por un lento crecimiento de la población, con retrocesos ocasionales. También es verdad que el índice general de crecimiento incluye periodos en los que las vacila­ciones en el índice son considerables. L a aceleración en el crecimiento de la pobla­ción es, de todos modos , un fenómeno bastante reciente. Las consecuencias de tales condiciones demográficas para la migración son bastante fáciles de discernir: los asentamientos humanos tuvieron que institucionalizar procedimientos de reducción de sus poblaciones para contrarrestar un crecimiento no deseado. El

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sistema más natural fue el del infanticidio femenino que creaba un desequilibrio en la proporción de los sexos. D e los jóvenes varones excedentes daban cuenta diversas formas de competición institucionalizadas que conducían a una super­vivencia selectiva: torneos, cacerías y, m u c h o después, el servicio militar (Harris, 1977). Teniendo en cuenta que este último, una vez aceptado culturalmente, ha tendido a sobrevivir aun sin que existiera un desequilibrio de sexos, comprendemos mejor la similitud entre la migración y el servicio militar; éste, c o m o el ejercicio de la caza, era esencialmente una variante del principio del nomadismo y de la vida aventurera. Quisiéramos señalar un ejemplo que es significativo para el estudio y explicación de las tradiciones culturales de la migración. Suiza; o mejor dicho, las diversas poblaciones con autogobierno que vivían en ese territorio hacia la época en que el crecimiento de la población comenzó a acelerarse, desarrollaron una tradición denominada Reislaufen. Iniciada en el siglo xvii y continuada por espacio de unos doscientos años, la Reislaufen implicaba que una buena proporción de varones jóvenes entraban en el servicio militar, la mayor parte c o m o mercenarios, pero en ocasiones eran reclutados a la fuerza por medios m u y desagradables (Hoffmann, Nowotny y Killias, 1978). U n a agencia de reclu­tamiento constituida en torno al Reislaufeh institucionalizó la migración, o mejor dicho, el hecho de desplazarse. Posteriormente, Suiza proporcionó un buen número de emigrantes hacia el extranjero: en la percepción cultural de los que quedaban atrás, estos emigrantes eran vistos c o m o un excedente descartable. Para establecer cuan directo es el vínculo —si es que lo hay— entre la tradición cultural de la Reislaufen y la definición cultural de los emigrantes, sería necesario un estudio más a fondo; sólo queda aquí planteada la cuestión. N o cabe duda, sin embargo, que la migración puede llegar a ser institucionalizada c o m o migra­ción en cadena. La tradición cultural de emigrar puede ser también característica de subgrupos de población, de los cuales se espera que emigren, pero cuya partida, en antiguas explicaciones sobre la migración, se veía c o m o una respuesta a factores compulsivos. Dicho en otros términos, quisiéramos reformular nuestro concepto de la migración del m o d o siguiente: primero, existe un efecto de interacción entre el impulso sociobiológico a desplazarse cuando las trabas que normalmente mantienen a una persona en un lugar fijo se debilitan; segundo, la migración que comienza c o m o una solución al problema de debilitación de las trabas tiende a institucionalizarse y a hacerse de esta manera culturalmente normativa.

H a y una serie de factores de atracción que se da por supuesto que estimulan la inmigración. Por lo común , estos factores de atracción se han visto c o m o factores económicos. También pueden verse c o m o sociales en el sentido de que constituyen vínculos asociativos preferentes. E n un estudio sobre beneficiarios de pagos de seguro de desempleo y otras ayudas públicas, llevado a cabo en los Estados Unidos de América, se comprobó que los lazos de parentesco y de amistad pesaban más en la decisión de trasladarse que los respectivos niveles de los pagos recibidos (DeJong y A h m a d , 1976). Estos lazos sociales son de hecho

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una renta psíquica para el inmigrante. Por otro lado, los grandes agregados de población permiten una selección más libre de vínculos sociales que los menores, principalmente las comunidades rurales, de ahí la tradicional emigración de las zonas rurales hacia las urbanas. El dicho medieval alemán Stadtluft macht frei (el aire de la ciudad libera) (Albrecht, 1972, 116) tiene así una considerable fuerza predictiva respecto a los procesos migratorios. Los errantes (transilients) de Richmond (1969) disponen de un amplio campo de juego urbano y su migración puede comprenderse fácilmente desde nuestra perspectiva c o m o un mecanismo que permite una optimización de los vínculos sociales, especialmente con miras a la mejora de su estatus merced a los traslados6. Que la migración tiende a superar la tiranía del espacio es algo perfectamente aceptado en los estudios sobre la migra­ción (Spengler y Myers, 1977). L o que no se ha investigado bien hasta ahora son las razones de la migración una vez que las consideraciones esencialmente econó­micas se ponen entre paréntesis. Así, Spengler y Myers suponen que el fenómeno de la migración se hará más lento a medida que los grandes desequilibrios, princi­palmente distributivos y socioeconómicos, disminuyen (1977, 12); nosotros suge­riríamos, sin embargo, que la migración está en función de la cohesión social, ambas inversamente relacionadas. Dicho de otra manera, la migración resulta ser el medio más natural de salir de una situación comprometida o difícil (Matras, 1977). Los procesos de modernización, por ejemplo, fomentan la emigración de áreas antes sometidas a trabas y restricciones (Goldscheider, 1971).

£1 valor heurístico del metaparadigma propuesto

Y a hemos indicado que la idea dominante en el estudio del fenómeno de la migración consiste en parangonar la inercia tal c o m o se da en el m u n d o social con la noción de inercia del m u n d o de la física (Berliner, 1977, 447). L o que nosotros proponemos, que tiene al menos un valor heurístico, es reinterpretar la posición básica y afirmar la existencia de un dinamismo inherente a los individuos pero refrenado por las trabas del sistema social correspondiente. Queremos dejar bien sentado que nuestro metaparadigma satisface los criterios de parsimonia científica en las explicaciones. Quisiéramos también ofrecer un brevísimo resumen de las diversas teorías anteriormente descritas y reformularias desde el punto de vista de nuestro enfoque. La interpretación del fenómeno de la migración que hace McNeill (1978) satisface nuestras condiciones de ruptura del sistema social por obra de los desequilibrios demográficos. L a propuesta de Petersen (1978) de que la etnia se desarrolla c o m o una identidad coherente después del desplaza­miento sugiere una imposición de restricciones cuyo debilitamiento pudo ser la causa de la migración. L a teoría de Hoffmann-Nowotny (1973) sobre el desequilibrio del estatus y la anomia, c o m o circunstancias que favorecen la migración, corres­ponde perfectamente con nuestra noción de que el debilitamiento de las trabas

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sociales libera el dinamismo migratorio inherente en la población más difícil de controlar. La forma en que Albrecht (1972) entiende el fenómeno de la migración c o m o resultado de un cambio de los vínculos con la comunidad cuadra con nuestro supuesto de la tendencia intrínseca al desplazamiento y al cambio. Los varios modelos que consideran la migración c o m o una respuesta al número de participantes presentes pueden incluirse bajo nuestra interpretación dual del constreñimiento social: por una parte, las restricciones sociales inhiben la migra­ción cuando aparecen impuestas sobre individuos dentro de una Gemeinschaft; por otra parte, la migración misma puede llegar a ser normativa cuando envuelve a un gran número de emigrantes en corrientes o contracorrientes.

Hasta la fecha, el principal problema para explicar satisfactoriamente la migración ha sido el de combinar las macro y las microexplicaciones, ya que estas últimas son esencialmente cuestiones de motivación. Nosotros entendemos que al destacar el hecho de que las sociedades humanas —compuestas de indi­viduos c o m o están— tienen una dinámica sociobiológica, podemos concentrarnos en las modalidades de las restricciones sociales. Esto no es proponer una reducción en el número de variables que influyen en la migración, sino concentrarse en una sola clase de variable: la de las restricciones sociales. Dentro de esa clase, el número de variables que definen la restricción social y sus infracciones es lo suficientemente amplio para prestarse a manipulaciones matemáticas tan complejas c o m o el ámbito de las ciencias exactas lo permita. N o queremos desdeñar la amplia investigación realizada sobre la motivación h u m a n a en lo que a la migración se refiere. Pero apuntamos, eso sí, que el campo de la,sociología puede darse por bien servido permaneciendo dentro de sus propios límites y ocupándose de los problemas de las instituciones sociales y las relaciones intersticiales entre las mismas. Esto no dista demasiado de la corriente principal del pensamiento sociológico contemporáneo que presta una rigurosísima atención a los problemas del control social y a los de la distribución diferencial de recompensas, todo lo cual, de una manera o de otra, anima o desanima a los individuos a permanecer o a abandonar sus respectivas Gemeinschaften, decisión que es tomada, sin embargo, por sus miembros respectivos.

Esta teoría no implica que las instituciones sociales funcionen c o m o únicos frenos sobre el comportamiento individual. Quisiéramos dejar bien claro que reconocemos plenamente el carácter reflexivo de los seres humanos que, de un m o d o no demasiado calculador, reconocen su interdependencia respecto a los demás y que deciden emigrar o no emigrar incluso en su propia desventaja personal objetiva. E n términos generales, no obstante, y en relación con la noción de crecimiento, progreso y desarrollo, la razón de la migración está en abandonar las Gemeinschaften que, a los ojos de los emigrantes, son sistemas sociales inade­cuados, y entrar en las Gemeinschaften que se proponen c o m o una promesa de restricciones sociales más benignas para los inmigrantes.

[Traducido del inglés]

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Notas

1 La demografía ha seguido una trayectoria diferente según los países; bien ha encontrado su sitio en la estadística y las ciencias actuariales o ha permanecido c o m o disciplina independiente en la mayor parte de los países europeos. En Francia, por ejemplo, la demografía ha gozado de un importante patrocinio estatal c o m o se evidencia por el florecimiento del I N E D . E n los Estados Unidos de América y en Canadá, se desarrolla principalmente en los departa­mentos de sociología, ademas de las oficinas de censo. Los demógrafos norteamericanos m á s destacados se graduaron en el Depar­tamento de Sociología de la Universidad de Columbia, donde Franklin Giddins animó a muchos a estudiar estadística social desde los albores del presente siglo (Lorimer, 1958, 162). Posteriormente, fue sobre todo en Chicago donde la demografía y la sociología contrajeron afortunadas nupcias. E n casi todos los países latinoamericanos, por otra 'parte, la demografía se basó en el modelo francés.

2 La acostumbrada división de los movimientos mi­gratorios en internacional e interior tiene m á s utilidad administrativa que teórica. Asi­m i s m o , la diferencia entre migración y des­plazamiento o traslado es m u y sutil, al menos en las sociedades modernas, y es objeto actual­mente de un considerable debate intradisci-plinario.

3 U n a versión de esta condición errante puede ha­llarse, a lo largo de la historia, en los movi­mientos migratorios de individuos de talento. Maestros o hábiles juglares tenían necesidad de renovar frecuentemente sus auditorios. E n el caso de auditorios fijos, como en las es­cuelas, se hacía necesario un frecuente cambio de localidad. Grupos de actores migrantes

fueron así frecuentes en la Europa medieval y en otras tierras. La vida errante no es por lo tanto específica de una sociedad post­industrial, aun cuando el actual nivel de urbanización permite una mayor movilidad.

4 Incluso la admisión de refugiados tiende última­mente a basarse en características ocupa-cionales, toda vez que la m a n o de obra cuali­ficada y profesional es aceptada en los países altamente desarrollados, mientras que los refugiados menos cualificados tienden a ser absorbidos por los países menos desarro­llados, o a permanecer en los diversos campa­mentos especiales para refugiados hasta que sus filas disminuyen considerablemente por efecto de las ingratas condiciones de vida. El caso del sureste asiático es un ejemplo claro, pero ni mucho menos el único.

5 La literatura sobre la materia no siempre es con-• cluyente debido sobre todo a que los diversos

estudios no son ni sistemáticos ni suficiente­mente amplios en escala para poder garantizar enunciados válidos en un sentido o en otro (Ritchie,, 1976; Choldin, 1973).

6 E n los Estados Unidos de América, el alto grado de movilidad de los profesores universitarios durante la década de los sesenta no puede explicarse sólo c o m o respuesta a las buenas condiciones del mercado en el ámbito de la enseñanza superior: también confería estatus. E n definitiva, los traslados, significaban fre­cuentes ausencias del claustro, de suerte que aquellos profesores que estaban ausentes a m e n u d o de sus claustros tenían un estatus elevado. Así, la frecuente movilidad disuadía la formación vínculos locales en favor del cosmopolitismo, que a su vez estimulaba la migración siempre que se sentían necesidades personales insatisfechas.

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Economía y sociedad

Harry Makler, Arnaud Sales y Neil Smelser

E n el espacio de unas pocas páginas es imposible desarrollar de forma exhaustiva, ni siquiera adecuada, todo lo que expresa el título de este ensayo. E n primer lugar, la literatura comprendida bajo el epígrafe "economía y sociedad" es tan vasta que no podría ser catalogada, mucho menos sistemáticamente examinada aquí. Segundo, todo esfuerzo, por identificar tendencias de una manera plenamente objetiva resulta difícil, ya que distintos observadores con diferentes preocupa­ciones e inclinaciones teóricas seleccionarán y destacarán distintas familias de tendencias. Dadas estas dificultades, ofrecemos al lector dos clases diferentes de informes. La primera mitad del ensayo está basada en la suma de reflexiones de varios miembros de la junta ejecutiva del Comité de Investigación sobre Economía y Sociedad de la Asociación Sociológica Internacional (ASI); este resumen pretende ser ilustrativo e identificar las tendencias más generales. La segunda parte es una descripción de las respuestas de m á s de cien estudiosos a un cuestionario de encuesta distribuido en 1979 por el Comité de Investigación sobre Economía y Sociedad entre sus miembros y otras personas interesadas; el cuestionario se reducía a unas cuantas preguntas referentes a las tendencias en teoría y métodos, y reproducimos aquí los resultados; reconocemos, no obstante, que los encuestados no constituyen en m o d o alguno una muestra sistemática y representativa de estudiosos de todo el m u n d o . Estos dos informes impresionistas son, por lo tanto, imperfectos; algo nos consuela, empero, y es observar que los

Harry Makler es profesor asociado de sociología en la Universidad de Toronto, 563 Spanida Ave., Toronto, Canadá M5S 2J7. Ha publicado las obras siguientes: Contemporary Portugal : antecedents to the revolution, en 1979 (en colaboración con Lawrence Graham) y The new international econ­o m y , en 1981 (con Neil Smelser y Alberto Martinelli).

Arnaud Sales es profesor de sociologia en la Universidadde Montreal, Case postale 61128, Montreal P . Q . H3C3J7. Ha publicado la obra La bourgeoisie industrielle au Québec, en 1979, y conduce actualmente una investigación sobre las relaciones entre los sectores público y privado de Quebec. Neil Smelser es profesor de sociología en la Universidad de California, Berkeley, California 94720. Es autor, entre otras obras y artículos, de: Economy and society (con Talcott Parsons) publicada en 1956, Theory of collective behavior (1962), Comparative methods in the social sciences (1976) y The changing academic market (con Robin Content), en 1980. Ha sido director de publicación de la American sociological review y vicepresidente de la American Sociological Association.

Rev. int. de cieñe, soc., vol. XXXIII (1981), n.° 2

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resultados generales de nuestras propias reflexiones y los de la encuesta apuntan por lo regular en la misma dirección.

El área de "economía y sociedad" es una jurisdicción intelectual singular en dos sentidos: primero, es intrínsecamente interdisciplinaria (más que otras áreas de las ciencias sociales); segundo, una de sus vertientes, la economía, ha sido tradicionalmente coto privativo de la que tal vez puede considerarse la m á s avanzada y sofisticada de las ciencias sociales: la economía política. Tenemos además la impresión de que durante muchos años los sociólogos y otros cientí­ficos han tomado la economía c o m o una especie de "variable independiente" de primer orden, jamás examinada, que no había que estudiar o que explicar c o m o tal, sino m á s bien determinar y evaluar sus consecuencias sociales y psicológicas. Esto es verdad, por ejemplo, en cuanto a las preocupaciones a largo plazo de temas tales c o m o los efectos del desarrollo urbano-industrial sobre la comunidad (en las tradiciones de Toennies, Wirth y otros), los efectos del desarrollo urbano-industrial sobre la familia (en la tradición de la escuela de Chicago de las décadas de 1920 y 1930) y otros por el estilo. Sin embargo, en los últimos decenios ese tipo de indagación ha dado paso a un interés por los efectos de las estructuras y procesos no económicos sobre las estructuras y procesos económicos (incluido el desarrollo), por ejemplo: el interés sociológico por el espíritu de empresa y la preocupación por los obstáculos culturales e institucionales qué se oponen al crecimiento. Al m i s m o tiempo, los sociólogos y otros estudiosos han manifestado u n interés cada vez mayor por la aplicación de modelos económicos a materias tan diversas c o m o son el índice de matrimonios, la disuasión de la delincuencia, lá discriminación racial y la interacción social en general. A d e m á s , científicos sociales que no son economistas están observando cada vez con mayor atención los procesos económicos mismos (por ejemplo el proceso laboral, la concen­tración o la internacionalización del capital, o la acción recíproca entre economía y régimen político o cultural). Todos estos cambios han propiciado una mayor inter­penetración entre determinadas disciplinas científicosociales y un cierto desdibu-jamiento de sus respectivos límites.

L a teoría de la modernización

Quizá el punto de partida m á s adecuado para identificar tendencias generales sea la espectacular cristalización del fenómeno reconocido bajo el epígrafe de "moder­nización" en las dos décadas inmediatamente posteriores a la segunda guerra mundial. El principal impulso para el fomento de estas tendencias estaba, según parece, en la conversión de docenas de colonias en naciones independientes y sus manifiestas aspiraciones a incorporarse a las filas de las naciones prósperas y poderosas del m u n d o .

Los teóricos de la modernización recogieron este impulso y lo hicieron

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Economia y sociedad 363

encajar en sus formulaciones teóricas. La teoría se centraba en las "nuevas naciones" o "naciones en desarrollo", principalmente las del tercer m u n d o ; se incluía también el hecho de que estos países aspiraban a desmantelar sus tradi­ciones opresoras (de parentesco, comunidad y religión) y crear instituciones que les aportaran el desarrollo económico y la entrada en el m u n d o moderno. Este proceso se consideró teóricamente c o m o un viaje que las naciones incipientes realizaban para entrar al m u n d o moderno, que tendría notables semejanzas con el que el propio Occidente había ya experimentado. Quizá la formulación m á s conspicua del proceso de modernización se halle en la obra de Daniel Lerner1. El supuesto que informaba esta obra era que había ciertos cambios que caracte­rizaban el paso de la tradición a la modernidad, y que.estos cambios se irían produciendo, con variables grados de regularidad, en las naciones en desarrollo. (Incidentalmente, esta perspectiva se inspira mucho en la tradición sociológica clásica que caracterizaba el cambio moderno en Occidente, c o m o transición de la Gemeinschaft a la Gesellschaft.) Se trataba en suma, de una resurrección y puesta

• a punto de varios modelos teóricos de cambio que habían existido ya antaño en las ciencias sociales y de la aplicación de estos modelos, en forma conveniente­mente modificada, a las naciones en desarrollo de nuestro tiempo. Entre los cambios observados en los amplios procesos de modernización estaban la adop­ción de tecnología científica, la comercialización de la agricultura, la industria­lización de la manufactura, la urbanización de la población, la secularización de la religión, la apertura del sistema de estratificación, el mejoramiento de los sistemas de educación formal, la decadencia de la familia numerosa, el ocaso de las costumbres informales y la mayor elaboración de los sistemas de legis­lación formal, el fomento dé nuevas formas de movilización política (por ejemplo, los partidos políticos) y de sistemas más complejos dé administración pública.

U n a de las características de la teoría de la modernización era que tendía a concentrarse en los elementos sociales, específicos e internos determinantes del cambio económico y social. Estos elementos frecuentemente se relacionaban con la dicotomía entre valores tradicionales y modernos y el proceso psicosocial de su integración llevado a cabo por los individuos c o m o condición y consecuencia del cambio. Se prestaba menos atención a las condiciones históricas, a las fuerzas sociales, a las luchas por el poder y, por supuesto, a la estructura y funcionamiento de la economía internacional. Por lo que a la motivación se refiere, podríamos acaso mencionar la escuela psicológica del espíritu de empresa con las obras, entre otras, de David McClelland2 y Everett E . Hagen3 . Al mismo tiempo, se prestó atención a la cuestión de la disponibilidad de recursos para empresarios y Estados (especialmente el capital), y a la cuestión de las resistencias opuestas a los esfuerzos empresariales sobre todo por parte de las costumbres e instituciones tradicionales. Junto con el estudio de estos obstáculos opuestos al desarrollo, los teóricos de la modernización siguieron atentos principalmente a los determi­nantes sociales internos; destacaban en forma especial los sistemas comunales,

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familiares, religiosos, tribales y de estratificación que conspiraban para socavar los empeños empresariales mismos y para estimular a los trabajadores a no responder a los incentivos salariales o ni siquiera al propio trabajo retribuido.

Aunque desplazada hasta cierto punto por otras formulaciones teóricas —que m á s adelante examinaremos—, la de la modernización se ha mantenido vigente hasta la época contemporánea influyendo numerosas investigaciones empíricas realizadas. La característica más acusada del trabajo basado en la teoría de la modernización ha sido la preocupación por los estudios sobre rela­ciones funcionales a nivel comparativo internacional. Esta preocupación fue parti­cularmente desarrollada por parte de los investigadores de ciencias políticas, pero también por otros. El objetivo de buena parte de esta labor consiste en corre­lacionar diversos tipos de aspectos tecnológicos de la sociedad con cambios acontecidos a nivel de la conducción política, así c o m o con varias otras clases de fenómenos políticos, tal c o m o la violencia, los movimientos sociales y otros por el estilo. Se prosigue asimismo el esfuerzo de establecer conexiones de esta índole entre cambio económico, alfabetización de la población, fomento d e . sistemas de comunicación social, etc. U n o de los aspectos metodológicos de estos estudios a nivel comparativo internacional es la creciente preocupación por encontrar medidas e indicadores apropiados para analizar los fenómenos involucrados (véanse, por ejemplo, las preocupaciones metodológicas expresadas en Why men rebel, de Ted Robert Gurr)4. Se hizo también un esfuerzo por utilizar las más sofisticadas técnicas de asociación y causalidad, entre ellas el uso de series cronológicas. El desarrollo de la teoría de la modernización ha tendido a asumir así una orientación más consciente y deliberadamente positivista.

U n o de los corolarios de la teoría de la modernización fue la noción de que las naciones, a medida que se desarrollan irregularmente y por diferentes caminos, vendrán a parecerse m á s y más unas a otras. A este supuesto se le dio el nombre de "tesis de la convergencia", que adoptó una diversidad de formas y abarcó una variada serie de instituciones. Las obras que se mencionan a conti­nuación son ejemplos de intentos de demostración de los fenómenos de conver­gencia: Industrialism and industrial man de Clark Kerr, y otros5 (sistemas de relaciones industriales), World revolution in family patterns de William J. Goode 6

(familia) y, m á s recientemente, Becoming modern de Alex Inkeles y David Smith7 (psicología social de los trabajadores y otros sectores de la población).

Críticas a la teoría de la modernización y advenimiento de otros esquemas alternativos

U n a de las formas de analizar las formulaciones intelectuales que se produjeron en los últimos años de la década del sesenta y en la del setenta sería ver c ó m o la teoría de la modernización fue progresivamente criticada, desmantelada y

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reformulada; y esto en referencia a cada uno de los varios componentes de dicha teoría. A d e m á s , del mismo m o d o que la formulación de la teoría de la modernización estaba enraizada en el hecho histórico dominante de la revolución anticolonial y de la proliferación de naciones, así también las formulaciones teóricas alternativas que la han desplazado hasta cierto punto tienen sus raíces no sólo en la percepción de las dificultades evidentes de "modernizar" socie­dades llamadas al desarrollo mediante tentativas de desmantelar unas instituciones y erigir otras (como sistemas de educación masiva, un servicio civil merito-crático, etc.), sino también en el análisis de lo que se ha dado en llamar proceso neocolonialista. Este proceso se caracteriza por la internacionalización creciente del capital y la implantación de un nuevo sistema internacional que articula socie­dades hegemónicas y dependientes. E n términos m u y generales, muchos estu­diosos han llegado a la conclusión de que la teoría de la modernización no está bien pertrechada para diagnosticar y explicar estos fenómenos y que deben buscarse otros enfoques. L a fuente principal de estas formulaciones alternativas, además, ha sido la literatura marxista y neomarxista, en particular aquellas facetas de dicha literatura que destacan el carácter internacional del capitalismo. E n el debate ideológico en curso se relega a los teóricos de la modernización a un papel m á s conservador, c o m o si ignoraran o respaldaran cierto m o d o de domi­nación capitalista mundial, mientras que los teóricos "revisionistas" adoptan una actitud política m á s radical.

L a primera andanada de ataques críticos y reformulaciones a la investi­gación relativa a la modernización afectó a la tesis de la convergencia, y provenía de Joseph Gusfield8, Alexander Gerschenkron9 y Reinhard Bendix10. Estos autores aducían que la significación causal de los distintos tipos de motivaciones y de obstáculos es m u y variada y que la supresión de las formas tradicionales no implica necesariamente la adopción simultánea de formas modernas. Estas críticas sostenían que la teoría de la modernización no era adecuada c o m o diagnosis comparativa y c o m o explicación de los procesos de cambio económico y social pasados y presentes. C o n un talante m á s positivo, Bendix y otros (por ejemplo, W . W . Ros-tow)11 argumentaban que la dimensión internacional del liderazgo y de la adhesión es sumamente importante, y que, históricamente, la competencia política entre potencias industriales ya establecidas y las recién llegadas es un factor que no debe desdeñarse al explicar las diferentes historias nacionales del desarrollo económico. Efectivamente, la investigación de algunos especialistas (por ejemplo, Ronald Dore)12 intenta explicar las diferencias internacionales contemporáneas señalando el empleo y la consolidación de formas institucionales diferentes en distintos puntos del desarrollo económico.

Entre los ataques m á s radicales hubo uno de primer orden hecho por las propias regiones subdesarrolladas en forma de una teoría de la dependencia. Es importante recordar que durante las décadas de 1950 y 1960 la teoría de la modernización tuvo a veces profundas influencias sobre el proceso de desarrollo

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en América Latina. Durante el mismo periodo, no obstante, apareció un análisis m á s crítico de este proceso entre los miembros de la Comisión Económica de las Naciones Unidas para América Latina ( C E P A L ) . Se formuló entonces una teoría del desarrollo que tuvo considerable influencia en esa región, especialmente entre los responsables políticos. Las obras de Raúl Prebish", Celso Furtado14, Osvaldo Sunkel y Pedro Paz16 se cuentan entre las m á s conocidas. Encerraban una crítica fundamental de la división internacional del trabajo, señalando la nece­sidad, a su juicio, de reestructurar esta división en una perspectiva más igualitaria. También allanaban el camino al reconocimiento de las diferencias estructurales que existen entre las naciones desarrolladas y las en desarrollo. Estos trabajos, por lo demás, prestaban escasa atención al análisis de los procesos sociales, es decir a las relaciones entre las clases sociales y a las relaciones imperialistas entre las naciones.

Las críticas formuladas respecto a dicho enfoque condujeron a una contra­teoría que integraba con mayor rigor los datos y las pautas históricas, económicas y sociológicas. L a teoría de la dependencia, c o m o se la llamó, hacía hincapié en la naturaleza histórica y estructural de la situación de subdesarrollo e intentaba relacionar la génesis de esta situación, tanto c o m o su reproducción, con la diná­mica del desarrollo del capitalismo a escala mundial. Las obras de Fernando Enrique Cardoso16 y André Gunder Frank17 se cuentan entre las m á s represen­tativas de este enfoque, pero pueden también mencionarse otras muchas, c o m o las de D o s Santos, Quijano y Marini. L o específico de la teoría de la dependencia no era el hincapié que se hacía sobre la "dependencia exterior", sino m á s bien el análisis de las pautas estructurales que, asimétrica y regularmente, conectan las economías centrales y periféricas. Se introdujo así la noción de dominación, pero la dominación no se contemplaba c o m o algo que aconteciera meramente entre las naciones; se intentaba demostrar que esta última presupone la dominación entre las clases. E n tal sentido, las relaciones entre las fuerzas sociales internas y externas constituyen una urdimbre compleja. Estas relaciones no se basan en simples formas externas de explotación y coerción, sino que tienen sus raíces en la convergencia de intereses entre las clases dominantes de un país concreto cual­quiera y las clases dominantes internacionales.

Estimulada en parte por estas obras, en parte por una nueva lectura de los clásicos marxistas, así c o m o por las cuestiones que planteaba la gran expansión de las empresas multinacionales, la noción de internacionalización caracterizó las formulaciones m á s destacadas de los últimos años de la década del sesenta y la década de los setenta. Varios autores, c o m o Samir A m i n " , Christian Palloix18, Immanuel Wallerstein20 y Charles-Albert Michalet21, llevaron el tema de la internacionalización aún m á s lejos, si no a su extremo, al considerar la economía mundial c o m o un sistema único. Estas obras señalaban el rechazo más radical de la gran importancia que los teóricos de la modernización dan a los determinantes internos, los obstáculos y las etapas del desarrollo. Las diferencias nacionales

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se explican en términos del lugar que ocupan esas naciones en las relaciones internacionales entre las economías centrales, semiperiféricas y periféricas.

También dentro de este enfoque .internacionalista, una serie diversa de científicos sociales han centrado su atención en el profundo impacto de las socie­dades y las instituciones financieras multinacionales sobre la economía mundial y las naciones que la integran. L o que caracteriza a las empresas multinacio­nales es la internacionalización de la producción, y no meramente del capital (véase Robert Gilpin22 o Charles-Albert Michalet"). Los estudiosos se han esforzado por localizar un sinfín de ramificaciones de la producción multinacional y de la penetración financiera con relación a las cambiantes pautas hegemónicas de la dominación mundial, a la inestabilidad política internacional, a la determi­nación internacional de los salarios, al control económico local, a las relaciones entre las clases dentro de cada país, etc. Los enfoques teóricos acerca de las instituciones multinacionales son m u y variados —según incidan en una u otra de las líneas de reformulación mencionadas—, pero gran parte del análisis de estos fenómenos ha sido basado en enfoques neomarxistas y otras teorías del conflicto.

Hasta aquí el rastreo de tendencias se ha centrado en los principales procesos macroscópicos de cambio económico y social, y se han destacado varios temas, tales c o m o el creciente relieve adquirido por las teorías neomarxistas y del conflicto y la importancia conferida a la internacionalización. Pero también puede señalarse —a título ilustrativo, por lo m e n o s — que el tipo de cambio intelectual apuntado probablemente es más dominante de lo que se indica y que pueden observarse análogos desplazamientos de énfasis en otras áreas bastante diversas, que veremos a continuación.

E n el análisis de la movilidad dentro del sistema de estratificación, el creciente interés por el estudio de la obtención de estatus (especialmente en Peter Blau y Otis Dudley Duncan 2 4 , Christopher Jencks25 y R a y m o n d Boudon 2 8

marcó un importante y sustancial avance metodológico sobre los estudios tradi­cionales de la movilidad social. Pero el principal foco de atención intelectual de los estudios sobre la obtención de estatus se centra en el individuo, y en el grado en que diversos elementos de sus antecedentes personales (su educación, la educación y ocupación del padre, la raza) pueden explicar las vicisitudes de su carrera. Este tipo de investigación se ha criticado desde un punto de vista neomarxista (por ejemplo, en las obras de Christian Baudelot y Robert Establet2', Samuel Bowles y Herbert Gintis28 o Daniel Bertaux23, haciendo hincapié sobre todo en la importancia de las desigualdades de clase y de la estructura del mercado (la estructura del mercado dual, por ejemplo) para determinar, desde un punto de vista sistémico, las desigualdades en la educación, en las ocupaciones y en los ingresos.

E n sociología industrial, las preocupaciones por la interacción obrera, la restricción de la producción, los sistemas de estatus y la satisfacción del trabajador (alienación) han dado paso en cierta medida a un interés por el proceso laboral,

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tal c o m o se lo caracteriza en la tradición neomarxista, o sea por los temas de la descalificación de la m a n o de obra (desküling), aumento del control mediante la especialización y otros fenómenos asociados con la organización capitalista del trabajo (véase Harry Braverman)30.

E n lo que se refiere a las relaciones entre economía y régimen político se han producido cambios considerables desde fines de los años sesenta hasta nuestros días. Estos cambios han ejercido una fuerte influencia en nuestro campo de estudio, no sólo con respecto al enfoque metodológico general, sino también por lo que atañe al contenido. Fue Nicos Poulantzas31 quien inició el debate analizando la naturaleza del Estado en las formaciones sociales capitalistas. U n o de los méritos de estos trabajos fue el de plantear, antes que nada, la cuestión general de las relaciones entre las esferas económica y política y, m á s especial­mente, la de su autonomía; se allanaba así el camino al estudio de las relaciones entre las clases sociales, el poder político y el ejercicio de ese poder a través del aparato del Estado. Evidentemente, uno de los objetivos básicos de esta corriente teórica es la intervención económica del Estado. Esta intervención se considera u n elemento fundamental en la reproducción social del capital, especialmente en la etapa monopolista, porque está en la esencia o meollo m i s m o de este proceso, mientras que a la vez se extiende a un sinfín de otros campos. Las funciones económicas del Estado se imponen y predominan, cumpliendo al mismo tiempo dos funciones contradictorias: acumulación y legitimación, aun cuando los límites fiscales de la actividad del Estado se hacen de día en día m á s mani­fiestos, según argumenta James O'Connor 3 2 .

El incremento de las funciones económicas del Estado es motivo de pre­ocupación para los teóricos de esta corriente, que ponen de relieve el resultante menoscabo de la democracia. L a intervención del Estado, que ha ido haciéndose cada vez más directa en el proceso de acumulación, se dice, no puede menos que conducir a un aumento del poder burocrático y ejecutivo en detrimento del poder legislativo, y quizás apunta hacia un Estado autoritario.

Desde un punto de vista metodológico, el resurgimiento de una variada serie de teorías del conflicto —especialmente las que hacen hincapié en los conflictos de clases— ha significado también un cambio en la metodología, rele­gando métodos de investigación c o m o la observación de campo y dando prefe­rencia a la diagnosis dialéctica de situaciones históricas y comparativas. Al m i s m o tiempo, muchos estudiosos que adhirieron y utilizaron alguna teoría neomarxista (por ejemplo, Jeffrey Paige33 y Erik Olin Wright34) han desplegado a la vez un gran interés por las cuestiones metodológicas de medición, muestreo, análisis multivariados y otras técnicas asociadas con la tradición de la ciencia social positiva, que algunos estudiosos marxistas han criticado c o m o atavismos de la ciencia social burguesa. Planteos c o m o éstos complican aún m á s el calei­doscopio de estilos intelectuales en el estudio de la economía y de la sociedad, haciendo más difícil la aplicación de distinciones tradicionales entre dichos estilos.

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1 . Economía y sociedad 369

Procede hacer aquí una última salvedad. Aunque nuestras observaciones se han referido a teorías y métodos dominantes, así c o m o a cambios y modifi­caciones de rumbo en unas y otros, conviene prevenir al lector para que justi­precie estos asertos en el contexto de la observación más general que, en cualquier momento de la historia reciente del estudio de la economía y de la sociedad, el argumento principal es siempre la existencia de una continua multiplicidad y una diversidad de enfoques, métodos y estilos, y que los cambios y mudanzas han de contemplarse c o m o algo que ocurre en la superficie de este lecho de diversidad. Todo cambio hacia un enfoque nuevo y temporalmente dominante, además, prepara el camino de sus propias críticas y. del advenimiento de otros nuevos; este proceso enriquece constantemente la diversidad de las tradiciones del pensa­miento teórico y de la investigación empírica en curso.

Encuesta internacional entre especialistas

Durante el otoño de 1979 y principios de la primavera de 1980, el Comité de Investigación sobre Economía y Sociedad organizó y llevó a cabo una pequeña encuesta entre los asistentes a las sesiones del Noveno Congreso Mundial de Sociología (Upsala, Suécia, agosto de 1978) y entre otros estudiosos cuyos nombres se tomaron de prestigiosas revistas especializadas en economía y sociedad durante los últimos cinco años.

Obtuvimos así una lista de trescientos nombres, la mayoría correspondientes a especialistas de los Estados Unidos de América, Canadá, Europa occidental y América Latina. La mayor parte (el setenta por ciento) habían asistido al congreso de Upsala. Aunque no pretendemos que sea una muestra representativa, creemos que nuestro informe dará alguna idea sobre el tipo de investigación que se está llevando a cabo, quién la está realizando (dentro de qué disciplinas y en el marco de qué nacionalidades) y si se trata de un esfuerzo individual o conjunto. También daremos alguna orientación respecto a los enfoques teóricos y metodo­lógicos que se están empleando en el estudio de la economía y de la sociedad, así c o m o aquellos otros que, en opinión de nuestros encuestados, parecen m á s prometedores para estos estudios futuros.

¿Qué investigación se está llevando a cabo?

La respuesta a la primera pregunta reveló la existencia de una variada serie de estudios prometedores que abarca: estudios sobre procesos económicos o sociales (el poder y el Estado, la legitimación de la violencia, etc.), estudios económico-históricos (el fomento de la industria azucarera en Kenia, por ejemplo), estudios sobre las instituciones (empresas de propiedad del Estado, actividad bancaria internacional, etc.), sobre estratificación y clases sociales (propiedad obrera y

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control de la industria) y estudios sobre economías nacionales (por ejemplo, economía política de los países del Caribe).

L a mayor parte de las cien respuestas que recibimos procedían de norte­americanos (cincuenta por ciento), europeos (veinticinco por ciento) y asiáticos (quince por ciento); de latinoamericanos recibimos pocos cuestionarios comple­tados (menos del diez por ciento), pese a que se les enviaron casi tantos c o m o a norteamericanos y europeos. Recibimos respuestas de especialistas residentes en casi todas las naciones europeas, en Israel, Egipto, Turquía, Japón, Sri Lanka y Tailandia. E n cuanto a América Latina, la mayoría de las respuestas procedían de estudiosos brasileños, mientras que en lo tocante a África tuvimos respuestas de residentes en Kenia, Senegal y Sudáfrica.

C o m o era de esperar, la mayoría (ochenta por ciento) de los encuestados eran sociólogos, y la mayor parte norteamericanos. Alrededor del diez por ciento eran especialistas en ciencias políticas, principalmente latinoamericanos. Los restantes eran economistas o ejercían alguna combinación de disciplinas, c o m o economista y sociólogo, economista político, etc. L a mayor parte de los encues­tados, c o m o también era de esperar, pertenecían a universidades, pero, una vez m á s , éstos eran norteamericanos y europeos. Los latinoamericanos y africanos (excepto sudafricanos) teman relación con algún instituto de investigación o al menos mencionaban dichos institutos con prioridad sobre alguna universidad a la que sospechábamos pertenecían. Únicamente un estudioso húngaro no hizo constar afiliación alguna, limitándose a reseñar: "I a m alone" (estoy solo, trabajo por m i cuenta).

L a pertenencia a institutos de investigación tendía a mostrar una correlación positiva con alguna forma de colaboración, y cuando esta colaboración existía tendía a ser interdisciplinaria; por ejemplo, un sociólogo con un economista. Entre los norteamericanos, pese a su afiliación universitaria, aproximadamente un cincuenta por ciento indicaron que estaban colaborando con otros colegas. Pero, al igual que ellos mismos, estos colaboradores tendían a ser sociólogos, dando la impresión de que la sociología norteamericana está m u c h o m á s encerrada en sí misma debido acaso a su mayor énfasis en el profesionalismo. Sin lugar a dudas, esto afecta tanto la elección de la especialización, de la materia de estudio, c o m o la metodología de la investigación. Tras haber completado su cuestionario, uno de nuestros miembros latinoamericanos describía las virtudes de la colaboración con colegas de otra disciplina (en este caso u n economista). Decía: "Evidentemente, un economista destacará variables y áreas de problemas diferentes al abocarse al estudio de la política industrial. D e hecho, en nuestro instituto contamos con buena experiencia a este respecto pues contrastamos las opiniones de algunos economistas con las de nuestro grupo en un círculo que se reúne regularmente para discutir puntos relacionados con la política económica".

Pero nosotros nos preguntamos si la interfecundación puede afectar real­mente la elección de temas de investigación. Sin duda que sin un estudio a

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fondo no se puede saber qué es lo que tiene interés prioritario. Tal vez un examen de los temas sobre los cuales se investiga actualmente nos dé algunas claves.

Temas de investigación presente y futura

U n breve examen de las respuestas indica que la mayor parte de los especialistas en economía y sociedad están estudiando instituciones y procesos en curso dentro de sus propios países, o bien estas mismas materias en su propia pers­pectiva histórica. M u y pocos han acometido el estudio de un tema a escala internacional. C o m p r o b a m o s que los encuestados están llevando a cabo investi­gaciones en cuatro ámbitos principales: a) relación de las clases o grupos sociales con la economía; b) las instituciones, el Estado y la economía; c) el sistema mundial; y d) procesos o indicadores socioeconómicos. Enumeraremos a continuación algunas de estas investigaciones.

Clases sociales. Entre los estudios sobre las clases sociales y la estructura de la economía, hay uno en Canadá sobre las clases y la explotación minera y otro sobre actividad empresarial y subdesarrollo en la región oriental del país. Otro especialista está estudiando la estratificación interna de las clases trabajadoras norteamericanas y francesas, y en la misma línea hay un estudio sobre propiedad obrera y control de la industria en Norteamérica; en este último, uno de los colaboradores informa que su equipo está interesado por "el creciente fenómeno de las cooperativas obreras, los colectivos de trabajadores y las compras por parte de los trabajadores de plantas industriales que de otro m o d o cerrarían [y de qué manera este fenómeno] guarda relación con los cambios sobrevenidos en la estructura de la economía estadounidense". E n Europa occidental se están llevando a cabo investigaciones análogas. E n Portugal, por ejemplo, donde, tras su revolución de 1974 surgieron nuevas formas de propiedad agraria e industrial, un aspirante al doctorado en ciencias políticas basa su tesis en el estudio de las fábricas dirigidas y administradas por los obreros y sus relaciones con el Estado, mientras que en Gran Bretaña un sociólogo industrial está analizando la parti­cipación obrera en la estrategia de las empresas.

La condición económica de determinadas clases en el m u n d o del trabajo interesa actualmente a m á s de un investigador. U n sociólogo norteamericano, con el apoyo del National Institute of Mental Health ( N I M H ) , está estudiando la absorción económica y la integración cultural de los inmigrantes negros y chícanos en los Estados Unidos de América. L a reciente ola de inmigración cubana en los Estados Unidos de América y la violenta reacción de algunas minorías locales atestigua la oportunidad de tales preocupaciones. N o menos oportuno es el estudio sobre el empleo de los negros en la provincia occidental del Cabo (Sudáfrica) que está realizando un sociólogo de ese país.

Según toda evidencia, los estudios sobre asociaciones de clase, grupos de

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intereses, sindicatos, y su relación con la economía y la administración pública son los que m á s polarizan la atención, especialmente entre los científicos sociales europeos o los interesados por Europa. Por ejemplo, un sociólogo de la Repú­blica Federal de Alemania está investigando sobre las cooperativas rurales y los programas económicos en México y en Egipto. U n especialista en ciencias políticas está estudiando el corporativismo y otro estudia el papel cambiante de las aso­ciaciones empresariales en Europa occidental actualmente. U n equipo formado por dos sociólogos está estudiando las coaliciones de clases y la política macroeconó­mica en la Europa de postguerra y un especialista de la República Federal de Alemania dedica su atención a los empleados administrativos ("trabajadores de cuello blanco") y a su sindicato.

L a investigación sobre los industriales y sobre el espíritu de empresa parece haber decaído bastante. El interés se ha desplazado ostensiblemente hacia otras unidades de análisis, c o m o son las grandes sociedades anónimas, las empresas estatales y los grupos e instituciones financieras. D e todos modos , nuestra encuesta reveló la existencia de algunas investigaciones sobre el papel de los hombres de negocios y el espíritu de empresa. Por ejemplo, hay un estudio en equipo sobre pequeños empresarios coreanos en Los Angeles sufragado por la National Science Foundation (NSF) . E n América Latina, un especialista en ciencias políticas brasileño da cuenta de un estudio en equipo a escala nacional sobre los empresarios industriales y la economía, y un sociólogo norteamericano informa sobre el estudio realizado por él en el nordeste del Brasil sobre el papel de la oligarquía económica local en el desarrollo de esa extensa e importante región. E n el hemisferio norte, un sociólogo anglocanadiense está llevando tam­bién a cabo un estudio sobre el subdesarrollo regional y el espíritu de empresa en el Canadá oriental y u n sociólogo francocanadiense da cuenta de haber concluido un estudio sobre la burguesía industrial de Quebec y su diferenciación nacional y étnica.

Se halla en curso un estudio a escala internacional y con perspectiva histórica sobre la proliferación de la gestión empresarial científica en Francia, Alemania e Italia en el periodo de entreguerras. Parece haberse efectuado también algún intento de compendiar muchos de los estudios existentes sobre empresarios e industriales. U n especialista, por ejemplo, nos comunica que está elaborando una "teoría sintética del espíritu de empresa".

E n suma, estimamos que aproximadamente el veinticinco por ciento de nuestros encuestados se ocupan de cuestiones relacionadas con el papel de las clases sociales o de los grupos en la economía y en la sociedad.

Las instituciones, el Estado y la economía. Alrededor de una tercera parte de nuestros encuestados están estudiando las instituciones económicas y dentro de este grupo la mayor parte centran su atención en el tema de las instituciones económicas públicas y privadas.

D a d o el creciente papel que desempeña el Estado en las economías de las

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naciones no comunistas, especialmente en las naciones en desarrollo del tercer m u n d o , algunos científicos sociales han emprendido el estudio de las empresas de propiedad del Estado y las controladas por el mismo. U n economista norteameri­cano informa que está investigando acerca de las empresas de propiedad del Estado y el sistema económico internacional, y un equipo de compatriotas suyos está empeñado en un estudio histórico, a escala internacional, sobre dirección estatal de economías capitalistas en una serie de países de Europa occidental (Francia, República Federal de Alemania, Gran Bretaña, Italia y Suécia). Siguiendo pautas análogas, un sociólogo francocanadiense da cuenta de su estudio sobre las relaciones económicas y políticas entre sectores públicos y privados en la provincia canadiense de Quebec.

Aquí también el centro de la atención de la investigación gira alrededor de las sociedades transnacionales (o multinacionales) y su papel social, económico y político. E n Europa, América Latina y África se halla actualmente en curso una serie de estudios sobre esta materia. Por ejemplo, un sociólogo norteamericano está estudiando los efectos de las empresas transnacionales sobre el empleo en varias naciones subdesarrolladas, y otro está analizando la relación de las grandes sociedades anónimas con las clases sociales en los países capitalistas. U n sociólogo italiano y otro japonés están investigando las implicaciones políticas y sociales de las empresas transnacionales, y un norteamericano está interesado por las impli­caciones del poder de sociedades y empresas para la administración local en algunas ciudades norteamericanas. Este último nos pone en guardia contra aquellos estudios que no especifican las implicaciones económicas de los diversos factores sociales, políticos e institucionales.

También han sido objeto de estudio los bancos y otras instituciones finan­cieras. Aunque durante m u c h o tiempo tales estudios han sido de la incumbencia de economistas e historiadores de la economía, recientemente unos cuantos soció­logos e investigadores de ciencias políticas han reconocido la importancia de estas instituciones c o m o actores sociales y políticos. D o s sociólogos norteameri­canos estudian actualmente los efectos sociales y económicos de la adjudicación de crédito, abordando el tema principalmente desde la perspectiva de una investi­gación monográfica. U n o de ellos se circunscribe a la historia de la adjudicación de crédito en una importante ciudad comercial de Nueva Inglaterra, en tanto que el otro está estudiando la concesión de crédito y el desarrollo industrial en el Brasil. U n estudioso de ciencias políticas da cuenta de una investigación sobre los efectos de los préstamos internacionales sobre las economías y las políticas nacionales de algunas naciones latinoamericanas en desarrollo; un economista francés está colaborando con otros científicos sociales en el estudio de los bancos transnacionales y su reestructuración del orden económico internacional, y un economista político egipcio, informado sin duda del desplazamiento que está operándose en los centros financieros, indica que está estudiando los efectos de las instituciones financieras tercermundistas sobre el desarrollo económico del

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tercer m u n d o . El estudio de la propiedad y del control de la empresa ha continuado también avanzando país por país.

Algunos encuestados están estudiando las crisis recientes. U n o de ellos, por ejemplo, analiza la reestructuración de la industria automovilística norteame­ricana y sus consecuencias sobre el desempleo y la inversión. U n sociólogo inglés está estudiando la política local sobre viviendas, la legislación sobre construcción y la pobreza en el Reino Unido.

Desafortunadamente, m u y pocos especialistas dan cuenta de estudios en curso sobre alimentos o producción agrícola, al menos entre nuestros encues­tados. Esta importante institución y crisis está siendo descuidada entre los sociólogos interesados en la economía y la sociedad. Los pocos estudios de que se nos informa versan sobre las economías de plantación en el tercer m u n d o . Por ejemplo, un especialista en ciencias políticas da cuenta de un estudio sobre la industria azucarera en Kenia; un sociólogo brasileño está escribiendo su tesis doctoral sobre la expansión capitalista en la región brasileña de producción de cacao, y un sociólogo del sureste asiático está investigando los efectos de la economía de plantación sobre.una población local en una región en desarrollo en Sri Lanka. Tan sólo uno de nuestros encuestados, un economista británico, sé refiere a u n estudio sobre desarrollo económico y autosuficiencia alimentaria. E n Quebec, un sociólogo trabaja actualmente sobre las agroindústrias.

M á s raros aún son los estudios sobre otras instituciones sociales en su relación con la economía. Únicamente un sociólogo norteamericano nos informa de un estudio acerca de la familia, describiéndolo c o m o una investigación sobre el cambio socioeconómico en la familia en el curso de su vida en la década de 1930 y.sus efectos tanto a corto c o m o a largo plazo. Aunque los científicos sociales interesados por el tema.de la familia puedan tener vinculación con otras comisiones de la A S I , parece que hay m u y pocos estudios sobre esta institución y; su relación con la economía. /

• Tampoco se nos notifica sobre ningún estudio acerca de la religión y la economía:1 Los estudiosos de la .sociedad latinoamericana están bien al corriente de la importancia de esta institución'y su relación con la política y la economía. E n Brasil,:por ejemplo, país que tiene la población católica más numerosa del m u n d o , : la Iglesia católica está siempre cuestionando las políticas económicas del gobierno.' '•••••

El sistema mundial y las economías, nacionales. Estimulados por la obra de A m i n , Palloix, Wallerstein y Michalet, el.sistema mundial, c o m o se le denomina corrien­temente, constituye el objeto' de investigación de aproximadamente una quinta parte de nuestros encuestados. U n sociólogo suizo y otro norteamericano, por ejemplo, están colaborando èn/un estudio sobre la dependencia internacional y los ciclos y tendencias de la economía'mundial capitalista. U n sociólogo de la República Federal de Alemaniatía cuenta de su estudio acerca de la crisis econó-

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mica y social mundial contemporánea en su perspectiva histórica, y un econo­mista egipcio también indica su investigación sobre la crisis mundial. Wallerstein y sus colaboradores del Fernand Braudel Center, en el estado de Nueva York, continúan desarrollando una teoría del sistema mundial, y actualmente, según el primero nos informa, su "trabajo más relevante versa sobre el 'proyecto de ciclos y tendencias' que va a ser subvencionado por la National Science Foundation".

Media docena de estudiosos están realizando investigaciones sobre las economías nacionales. U n sociólogo turco da cuenta de su estudio sobre el desa­rrollo capitalista y el Estado, y un sociólogo italiano tiene centrada su atención en el Estado benefactor (welfare state). Pero hay estudios sobre economías específicas, c o m o uno de la República Federal de Alemania sobre el cambio estruc­tural en la economía y en la sociedad en ese país, el de un sociólogo norteameri­cano sobre la economía de Grecia, el de un canadiense sobre la economía y la estructura social de Cerdeña, y el de otro canadiense acerca del desarrollo socioeconómico de la sociedad japonesa a partir del 1600.

U n estudioso que califica su trabajo "sin , identificación particular con ninguna disciplina" está estudiando las "dos visiones de lasociedad postindustrial".

Los indicadores y los procesos socioeconómicos. Finalmente, hay personas que están analizando los procesos y los indicadores del cambio. socioeconómico. Estos van desde situaciones políticas definidas c o m o el estancamiento, hasta indicadores económicos m u y específicos c o m o la distribución de la renta. A este respecto, un especialista finlandés da cuenta de su estudio sobre la renta nacional de su país en el periodo 1860-1914. U n matemático y sociólogo japonés está estudiando la calidad de la vida y el comportamiento consumista, y un sociólogo italiano se interesa por el pluriempleo.

Algunos especialistas están tratando de elaborar teorías sobre los procesos, c o m o es el caso de un equipo danés interesado en crear un modelo de.estrategias de desarrollo para países en desarrollo o él caso de u n alemán que está estudiando el control público de los procesos económicos y las posibilidades de ampliar la intervención legal, y el de un israelí que se interesa por, la legitimación del desarrollo económico en una serie de países presumiblemente en vías de desarrollo.

E n resumen, diremos que las investigaciones y estudios de nuestros consul­tados son m u y diversos y coloridos. V a n de lo micro a lo macro, su enfoque es a menudo internacional e histórico, y,son multidisciplinarios. L a mitad se efectúan en equipo y colaboración, la mayor parte se llevan a cabo en marcos universi­tarios, y una gran mayoría, dada la índole de nuestro muestreo, corre a cargo de norteamericanos. L o que sobre todo se echa de menos son estudios que se interesen por el desarrollo de la administración pública o al menos que tengan implicaciones en ese sentido; tal vez los estudios que hemos visto concluyan con propuestas de medidas prácticas de administración y de gobierno, pero por el

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material que se nos ha remitido no tenemos ningún indicio de que se haya pensado en ello. También faltan estudios sobre las crisis económicas y sociales de las naciones más importantes del m u n d o ¿ C ó m o explicamos, por ejemplo, la pérdida de hegemonía norteamericana en Europa, América Latina y algunos países del tercer mundo?

Enfoques teóricos y metodológicos empleados en el estudio sobre economía y sociedad

A d e m á s de informarnos sobre los temas de investigación preferidos por los estudiosos interesados en economía y sociedad, deseábamos saber qué enfoques metodológicos y teóricos eran los más empleados, qué enfoques encontraban una aceptación creciente y qué posiciones se revelan más prometedoras para la investigación.

V a m o s a considerar brevemente, en este análisis descriptivo de nuestra pequeña encuesta, lo contestado a las siguientes preguntas: "¿qué posición teórica y qué enfoques metodológicos cree usted que se emplean más frecuente­mente en el estudio de la economía y la sociedad?" y "¿hay metodologías u orientaciones teóricas que hayan adquirido especial importancia o relieve en los últimos veinte años (1960-1980)?"

Prácticamente todos, o el noventa por ciento de nuestros encuestados indican que los enfoques marxistas o neomarxistas son los más frecuentemente empleados en el estudio de la economía y la sociedad. Incluso los economistas "clásicos" que responden a nuestro cuestionario reconocen esta orientación y admiten el relieve cada vez m á s destacado que ella ha ido adquiriendo en los últimos veinte años. Por ejemplo, uno de estos estudiosos, comentando acerca de los dos enfoques más importantes y más frecuentemente utilizados, dice: "El enfoque clásico o de libertad de mercado, acompañado del análisis clásico basado en la economía política, y un enfoque neomarxista que parte del concepto de explo­tación, acompañado por análisis filosóficos e históricos, son los más frecuente­mente utilizados."

H e m o s podido observar que m u y pocos encuestados establecían una diferencia entre teoría y método. Quizá pensaran que el especificar su posición teórica tenía prioridad en un cuestionario que limitaba ex profeso el espacio (a fin de estimular la rápida devolución). O tal vez estimasen que su enfoque meto­dológico podía deducirse de su orientación teórica, o que su metodología variaría con cada investigación particular. Sea ello lo que fuere, vale la pena reseñar aquí las respuestas de los pocos estudiosos que hacen mención expresa de sus métodos. U n sociólogo norteamericano que estudia la sociología de la adjudi­cación de crédito observa que "en cuestión de metodologías, el advenimiento de las técnicas de informática ha hecho francamente posible la 'nueva' ciencia social que [a su vez] ha dado un impulso empírico a la ciencia económica. Caso de

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los experimentos socioeconómicos en gran escala (por ejemplo, el manteni­miento del ingreso), los microestímulos (el modelo tributario del Brookings Institute) y los estudios basados en encuestas de población selectivas y reiteradas (el de Morgan sobre el comportamiento de las familias), que hacen concebir grandes esperanzas."

Otro sociólogo norteamericano que colabora en un estudio sobre inversión extranjera y sociedades transnacionales en América Latina informa que las teorías de modernización, funcionalismo estructural, imperialismo/dependencia y sistemas mundiales son las empleadas con mayor frecuencia, y que los métodos histórico-estructural cuantitativo, correlacionai internacional y el análisis weberiano de tipos ideales son los más comunes. U n sociólogo canadiense que estudia políticas comparadas de seguridad social estima igualmente que las técnicas multivariadas, cuantitativas y los estudios históricos monográficos son los métodos m á s frecuen­temente utilizados.

Los pocos encuentados que contestan a la pregunta sobre los métodos ponen de relieve los enfoques internacionales en el estudio de la economía y la sociedad. Solamente uno o dos estudiosos hacen mención al método de encuestas, sistema que se utilizaba más ampliamente hace una década. Los estudios de casos y la utilización de datos del censo parecen imponerse cada día más . Esto podría explicarse por la creciente disponibilidad y accesibilidad de los materiales de estadísticas oficiales y por los tipos de "macro" problemas que hoy se estudian. La realización de encuestas también se está haciendo cada vez más costosa, y los estudios a nivel comparativo internacional, que implican siempre una serie de países y de colaboradores, cuesta años llevarlos a término.

Estudio sobre economía y sociedad: orientaciones para los años ochenta

E n esta sección final queremos dar sólo un resumen de lo que nuestros encuestados creen que ha sucedido en los veinte últimos años (1960-1980) sobre las orienta­ciones teóricas y cuáles enfoques estiman más prometedores para el estudio de la economía y la sociedad en el mañana.

Si bien nuestros encuestados se muestran bastante concordes en especificar que se han utilizado enfoques marxistas y de funcionalismo estructural, son m u y diversas sus opiniones respecto a qué orientaciones han ganado en importancia. A pesar de esta diversidad, es posible agrupar las respuestas en cuatro categorías.

Marxistas. Teniendo en cuenta que la mayoría de nuestros estudiosos indicaron que los enfoques marxistas habían sido los más frecuentemente utilizados en el estudio de la economía y la sociedad, nada tuvo de sorprendente que una tercera parte de nuestros encuestados, el grupo más numeroso, también creyeran que un enfoque teórico y metodológico marxista ofrecía mejores expectativas que ningún otro para futuros estudios. La mayor parte de ellos no eran "tercermundistas"

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c o m o habríamos podido esperar, sino sociólogos norteamericanos. Los europeos de este grupo se mostraron mucho más cautos. Aunque no es nuestra intención llevar a cabo aquí un análisis "correlacionai", de todos modos vale la pena reseñar que la mayoría de los estudiosos que subscriben el enfoque marxista están actualmente estudiando alguna forma de relación del Estado con la economía, c o m o por ejemplo las empresas de propiedad del Estado y el orden económico internacional.

También observamos que algunos parecen confiar exclusivamente en el enfoque marxista. A este respecto, uno de los consultados señala: "Para mí , el enfoque más adecuado es el histórico, basado en una ontologia y en una episte­mología marxistas. Marcel Mauss, la escuela francesa Annales, las obras de algunos historiadores ingleses como H o b s b a w m , Thompson, Hill, Karl Polanyi y la ontologia de George Lukacs han sido de especial importancia para m í . "

Otro entrevistado expresa: "el marxista, por su riqueza analítica y la posi­bilidad de ofrecer horizontes a la praxis política". O bien un sociólogo danés, que realiza estudios sobre estrategias para el desarrollo, observa que él optó por un enfoque holista y de lucha de clases con énfasis en la praxis y que éste "puede utilizarse c o m o instrumento para transformar la sociedad introduciendo nuevos m o d o s de producción y para aportar a los hombres una mejor calidad de vida". U n sociólogo inglés, interesado por las teorías del capitalismo moderno, aunque sin admitir que éste proporcione instrumentos para transformar la sociedad, estima que el enfoque marxista "especialmente desde Hilferding [es el que ofrece] mejores expectativas para un análisis realista de las tendencias del capitalismo en el último tercio del siglo xx" . Otro inglés habla con parecido talante sobre la utilidad del enfoque marxista cuando dice: "es el único cuerpo unificado de teoría y práctica que inserta economía y sociedad en un m u n d o coherente".

U n economista de un país africano expresa con firme convicción que "las ciencias económicas y políticas convencionales, que son ' m u y malas', son las que con mayor frecuencia se aplican, pero el materialismo histórico aún parece ser el método más eficiente y también el único capaz de integrar todos los aspectos de la vida social (economía, política, etc.)."

Otros optan por un enfoque marxista porque sin duda estiman que depara un marco excelente para estudiar el cambio social y económico y una forma de integrar el sinfín de estudios empíricos llevados a cabo durante los dos o tres últimos decenios. Por ejemplo, un sociólogo norteamericano que estudia la propiedad obrera y el control de la industria hace constar que: "Teóricamente creo que un enfoque marxista ofrece mejores expectativas que ningún otro porque encierra proposiciones causales inequívocas que pueden comprobarse empíri­camente y porque la visión dialéctica concentra la atención sobre las fuentes del cambio en cualquier sistema socioeconómico. También resulta decisivo un análisis de clases para comprender la base social de los que respaldan los cambios o de los que se oponen a ellos [...] Sobre métodos: en esto soy de la opinión

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que la generación de modelos teóricos y de proposiciones a partir de datos (es decir, teoría fundamentada) ofrece las mejores expectativas. La creación de una teoría original y heurística, fundamentada en datos, implica una intensa observación de campo a nivel de la organización, más bien que vastos estudios cuantitativos a nivel comparativo internacional que carecen de la riqueza de datos necesaria para suscitar nuevas percepciones teóricas."

Igualmente, un especialista africano en ciencias políticas ve la necesidad de "dominar los instrumentos de análisis del marxismo y su empleo, no c o m o un dogma, sino c o m o un medio adecuado de análisis para comprender los complejos fenómenos sociales tal c o m o son". "Sin una teoría revolucionaria, no puede haber un cambio revolucionario", añade.

La idea de que sólo el marxismo propone un marco conceptual para comprender economías y sociedades como totalidades es firmemente compartida por este grupo, que también consideran que su popularidad va en aumento. A este respecto, un sociólogo brasileño que estudia la expansión capitalista en la región brasileña de producción de cacao observa que "esta orientación ha crecido más rápidamente que ninguna otra [...] la principal razón, sostendría yo, es que la frenética promoción de formulaciones empiristas en occidente durante las décadas de 1950 y 1960 no han constituido una epistemología alternativa verdadera sino más bien una enorme colección de estudios dispersos que muestran escasa conexión entre sí". U n sociólogo de la República Federal de Alemania que también estudia la propiedad agraria en América Latina cree que las teorías y métodos de las dos décadas últimas "ya hicieron lo posible y lo imposible para responder a tantas preguntas sin respuesta que exigen ahora planteamientos distintos y nuevas perspectivas en lo tocante a la explotación, contradicciones, movimientos políticos, etc.". Según él, el enfoque marxista es mucho m á s eficaz para plantear y responder a interrogantes que el tradicional enfoque de la moder­nización no podía ni plantear ni responder.

Finalmente, en el grupo marxista hay unos cuantos estudiosos que creen que algunas escuelas o ramas del marxismo son las que ofrecen mejores expec­tativas. U n sociólogo norteamericano que estudia el tema del poder y el Estado ve en los conceptos gramscianos de hegemonía y crisis el enfoque más prometedor para la comprensión de las crisis capitalistas. Otro norteamericano estima que Karl Polanyi "nos hace centrar la atención en la totalidad, tanto cronológica c o m o internacionalmente, cual requisito previo para analizar cualquier relación particular entre la economía y la sociedad [...] y fue el precursor decisivo de mucho de lo que se ha escrito sobre la dependencia, sin excluir la evolución más reciente del pensamiento de Wallerstein respecto de los sistemas mundiales". U n sociólogo brasileño cree que la teoría crítica desarrollada por la escuela de Francfort brinda perspectivas óptimas porque "trata de conciliar una herencia marxista con otros enfoques"! D e m o d o análogo, un sociólogo italiano cree que la obra de Jürgen Habermas es óptima para la comprensión de todo lo relacionado con la economía

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y la sociedad, ya que este autor ha planteado los interrogantes de la "reproduc-tibilidad" del sistema global. Y un sociólogo francocanadiense afirma con visión certera que, a diferencia de los anteriores enfoques teóricos y metodológicos, el marxista continuará generando numerosos estudios porque entraña una aptitud inherente para el cambio y el desarrollo. Por lo demás, este estudioso hace también referencia a la firmeza y a la totalidad del enfoque marxista. O en palabras de u n sociólogo latinoamericano: "este enfoque abre posibilidades innovadoras en metodología y en la elaboración de teorías y esquemas explicativos".

Marxistas-weberianos/marxistas-funcionalistas. Algunos de nuestros encuestados estiman que una orientación marxista combinada con un enfoque weberiano ha ganado en importancia durante los últimos veinte años y ofrece grandes posibi­lidades para la investigación en el futuro. A tal respecto, un especialista en ciencias políticas latinoamericano que está investigando sobre procesos comparativos de democratización hace notar m u y convincentemente que ha emergido "una combinación de un cierto neomarxismo sofisticado y un neoweberianismo à la Économie et société con ingredientes de análisis históricos". Y a su entender, "el estudio detallado de las cambiantes estructuras socioeconómicas (y del Estado) a lo largo de una explícita dimension histórica es con m u c h o la mejor manera de examinar y comprender fenómenos que sólo existen c o m o conjuntos de interrelaciones co-constituyentes y desplegadas en el tiempo (no c o m o algo que es primero, digamos, económico y que posteriormente se combina, digamos, con lo social)".

Esta perspectiva es compartida por algunos norteamericanos. U n o de ellos, por ejemplo, que estudia actualmente las industrias controladas por el Estado, estima que el enfoque debería ser "una amalgama de enfoques neomarxistas y neoweberianos que combine una apreciación de las relaciones entre las clases con un reconocimiento de la independencia relativa del Estado y algunas institu­ciones culturales". Otro, que estudia la estratificación racial y étnica, entiende que las mejores expectativas podría ofrecerlas " u n enfoque de análisis de clases modificado por las percepciones de Simmel y Weber y la consideración de filia­ciones de clase múltiples en contraposición a unitarias".

Varios encuestados se atienen a un enfoque marxista-funcionalista para el estudio de la economía y la sociedad; en su mayor parte son sociólogos asiáticos y europeos. U n sociólogo japonés que estudia las actitudes respecto a la plani­ficación dice: "Creo que las tendencias m á s notables han sido las neomarxistas tanto en la elaboración de teorías sobre el sistema mundial c o m o en el análisis de los problemas que aquejan a las sociedades industriales avanzadas." Para él, la orientación m á s prometedora es una amalgama sintética de marxismo y funcio­nalismo. C o n parecido talante, un sociólogo italiano estima que el mejor enfoque sería una combinación de la teoría funcionalista estructural con la teoría marxista para analizar los complejos sistemas sociales contemporáneos. Y un sociólogo

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de la República Federal de Alemania que analiza la economía de su país opta por una mezcla de neomarxismo de la escuela de Francfort y de análisis estructural del cambio social y económico, valiéndose de indicadores sociales y socio-demográficos para suministrar los ineludibles datos empíricos. E n suma, este grupo entiende que un enfoque funcionalista estructural y marxista proporciona los instrumentos hábiles para analizar la dinámica y las fuerzas operantes en el contexto economía-sociedad. N o obstante, u n sociólogo norteamericano que estudia las relaciones de clases y las grandes sociedades anónimas pretende que la teoría de la dependencia, el cuasi-marxismo y la teoría del sistema mundial son todos "de una forma o de otra, variantes del funcionalismo. L a auténtica teoría de las clases sociales sigue siendo extraordinariamente rara en los análisis de la relación entre economía y sociedad en los Estados Unidos de América. Necesitamos un análisis comparativo empíricamente sólido de la relación entre economía y sociedad desde el punto de vista de una teoría de las relaciones polí­ticas y del desarrollo histórico basada en la dinámica de las clases sociales."

Enfoques basados en las teorías del sistema mundial y de la dependencia. Las obras de A m i n , Palloix y Wallerstein sobre el sistema capitalista mundial han estimulado la investigación sobre esta materia, especialmente entre los científicos sociales norteamericanos y europeos. Por ejemplo, un economista/sociólogo de la Repú­blica Federal de Alemania que estudia la crisis económica y social del m u n d o contemporáneo en su perspectiva histórica informa que el análisis de la acumu­lación de capital es u n enfoque óptimo; un economista político norteafricano indica que "vamos hacia un sistema global en el que las contradicciones Norte-Sur son cada día más fundamentales y que sólo pueden entenderse a partir del mate­rialismo histórico aplicado a escala global". U n sociólogo norteamericano sugiere que por medio de análisis longitudinales a niveles múltiples, la perspectiva del sistema mundial podría llegar a ser una teoría sintética.

Media docena de nuestros encuestados, la mayor parte provenientes de países del tercer m u n d o y del Canadá, son "dependentistas". C o m o observa un sociólogo norteamericano, "ésta es la orientación que más rápidamente está imponiéndose". Otros la consideran "tanto una explicación c o m o u n método de análisis" y aún otros la ven como parte integrante de la teoría del sistema mundial. Por ejemplo, un sociólogo norteamericano que realiza estudios sobre la inversión extranjera dice: "Creo que las teorías del sistema mundial y de la dependencia son en alto grado complementarias. Tienen la ventaja de ampliar nuestro campo de investigación desde el Estado nacional, considerado como unidad cuasi-aislada, al Estado nacional en el contexto de [e influido por] el sistema político global."

Dentro de los Estados nacionales y aun de algunas ciudades dentro de las naciones que al inicio de la década de los ochenta se enfrentan con tremendas crisis económicas y políticas, es bastante probable que se produzca u n cambio en el énfasis de la investigación, pasando el acento desde el sistema mundial

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a las naciones capitalistas avanzadas en proceso de debilitamiento. 0 c o m o uno de nuestros encuestados se pregunta: "¿Quién depende ahora de quién?"

Modernización, teoría psicológicosocial y otros enfoques. Se advierten entre nuestros encuestados reminiscencias de los enfoques basados en la modernización y en la teoría psicológicosocial. U n sociólogo norteamericano estima que, en la década de 1980 un importante enfoque será "el análisis de la interacción simbólica con especial referencia al lenguaje, a la ideología y a la percepción [...] que cuenta con una larga historia de investigación en muchos campos, c o m o la biología y la psicología, así c o m o con estudios empíricos sobre 'la mente y el pensamiento' en u n marco comparativo y cultural". Otro encuestado, que realiza estudios sobre "el resentimiento en países con bajo nivel de renta", afirma: "Creo que la incor­poración de la moderna teoría de la personalidad —teoría de la formación de la personalidad— a los modelos sociológicos y especialmente al análisis de sistemas en sociología es indispensable para poder seguir avanzando con la máxima efectividad, ya que sin esto la teoría social contiene un considerable elemento de 'libre albedrío' no analizable." Y en efecto, entre nuestros encuestados figuran algunos norteamericanos que están abocados al análisis de sistemas, modelos económicos de comportamiento individual, modelamiento formal-deductivo, teoría de la opinión pública, teoría de los juegos y análisis inductivo de series cronológicas. U n o de ellos, refiriéndose a un enfoque de sistemas generales, dice: "Este enfoque parece guardar íntima afinidad con otro de modelamiento m á s sistematizado [matemático]; también permite la existencia de complejas redes reguladoras y relaciones no lineales entre variâncias y variables." Y algunos informan que están aplicando la teoría de los sistemas en su investigación de los mercados de doble empleo. A este respecto, un sociólogo italiano que estudia el pluriempleo observa que "la teoría del mercado de doble empleo refuerza nuestra idea sobre las clases sociales [aunque] la teoría de sistemas podría evolu­cionar hasta convertirse en una lógica para la construcción de modelos de las sociedades avanzadas".

Aunque no faltaron otras opiniones respecto de los enfoques que presentan mejores expectativas para el estudio teórico y metodológico de la economía y la sociedad, las cuatro que hemos descrito serán con toda probabilidad las m á s destacadas durante la década venidera.

[Traducido del inglés]

Notas

1 Daniel Lerner, The passing of traditional society, 4 Ted Robert Gurr, Why men rebel, Princeton, Glencoe, Illinois, The Free Press, 1958. Princeton University Press, 1970.

2 David McClelland, The achieving society, Prin- c Clark Kerr, et al., Industrialism and industrial man, ceton, Van Nostrand, 1961. Cambridge, Harvard University Press, 1960.

3 Everett E . Hagen, On the theory of social change, 6 William J. Goode, World revolution in family pat-H o m e w o o d , Illinois, Dorsey Press, 1962. rem*, Nueva York, Free Press of Glencoe, 1963.

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Notas (continuación)

7 Alex Inkeles y David Smith, Becoming modern, Cambridge, Harvard University Press, 1974.

8 Joseph Gusfield, "Tradition and modernity: mis­placed polarities in the study of social change".

9 Alexander Gerschenkron, Economic backwardness in historical perspective, Cambridge, Belknap Press, 1962.

10 Reinhard Bendix, Nation-building and citizenship, Nueva York, Wiley, 1964.

1 1 W . W . Rostow, The economics of ¡he take-off into sustained growth.

12 Ronald Dore, British factory-Japanese factory, Berkeley, University of California Press, 1973.

13 Raúl Prebish, El desarrollo econômico de la America Latina y algunos de sus principales problemas.

1 1 Celso Furtado, Théorie du développement écono­mique, Paris, Presses Universitaires de France, 1970..', •'

16 Osvaldo Sunkel y Pedro Paz, El subdesarrollo latinoamericano y la teoría del desarrollo, México, Siglo X X r Editores, 1977.

16 Fernando Enrique Cardoso yEnzo Faletto.Depe/i-denciay desarrollo en América Latina, México, Siglo X X I Editores, 1969.

17 André Gunder Frank, Capitalism and underdevel­opment in Latin America (edición revisada y ampliada), Nueva York, Monthly Review Press, 1969.

18 Samir A m i n , L'accumulation à l'échelle mondiale, Nueva York, Monthly Review Press, 1974.

19 Christian Palloix, L'économie mondiale capitaliste. Paris, F . Maspero, 1971.

2 0 Immanuel Wallerstein, The modem world system, Nueva York, Academic Press, 1974.

21 Charles-Albert Michalet, Le capitalisme mondial, Paris, Presses Universitaires de France, 1976.

22 Robert Gilpin, U.S. power and the multinational corporation, Nueva York, Basic Books, 1975.

23 Michalet, op. cit. 21 Peter Blau y Otis Dudley Duncan, 77¡e American

occupational structure, Nueva York, Wiley, 1967.

25 Christopher Jencks, Inequality, Nueva York, Basic Books, 1972.

28 R a y m o n d Boudon, Education, opportunity, and social inequality, Nueva York , Wiley, 1974.

27 Christian Baudelot y Robert Establet, L'école capitaliste en France, Paris, F . Maspero, 1971.

28 Samuel Bowles y Herbert Gintis, Schooling in capitalist America, Nueva York , Basic Books, 1976.

28 Daniel Bertaux, Destins personnels et structure de classe, Paris, Presses Universitaires de France, 1977.

30 Harry Braverman, Labor and'monopoly capital: the degradation of work in the twentieth cen­tury, Nueva York, Monthly Review Press, 1974.

3 1 Nicos PcnÚMitzas, Political power and social classes, Londres, Sheed and W a r d , 1973; Classes in contemporary capitalism, Atlantic Highlands, N . J . , Humanities Press, 1976; State, power and socialism, Londres, Verso, 1980.

32 James O 'Connor , The fiscal crisis of the state, Nueva York, St. Martin's Press, 1973.

33 Jeffrey Paige, Agrarian revolution, Nueva York, Free Press, 1975.

34 Erik Olin Wright, Class structure and income inequality, Nueva York, Academic Press, 1979.

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Relaciones raciales y grupos minoritarios: convergencias

John. Rex

U n debate político

Los sociólogos que se ocupan del tema de los grupos minoritarios étnicos y raciales se han visto arrastrados, acaso m á s que otros colegas, a u n debate político a nivel internacional sobre su propia.área de competencia. La discriminación y la opresión racial, la propagación de las ideas racistas y el genocidio han sido todos temas de interés internacional, y se ha solicitado a los sociólogos que definan su c a m p o e indiquen los principales factores causales responsables de estos fenómenos. Así, en una reunión de expertos convocada por la Unesco1

en 1967, se trató el tema de la naturaleza del racismo y de los prejuicios raciales; participaron en ella varios sociólogos, uno de los cuales sería posteriormente nombrado presidente de la comisión de investigación de la Asociación Internacional de Sociología; esa misma comisión de investigación fue ulteriormente requerida para llevar a cabo otros estudios, c o m o por ejemplo el realizado por la Unesco sobre el apartheid y la investigación social en Sudáfrica2. L a labor de la comisión de investigación se ha visto pues dominada por intereses políticos prácticos, y el problema teórico con que se enfrentó fue el de definir su campo de manera que le sea dado contribuir a la comprensión de dichos problemas.

Este interés político práctico ha llevado inevitablemente a desatender algunos temas normalmente considerados parte de la sociología de las relaciones raciales. Por ejemplo, no se ha hecho suficiente hincapié sobre la fenomenología de las asociaciones microsociológicas (es decir, c ó m o funcionan la tipificación y el encasillamiento racial en encuentros esencialmente interpersonales). T a m p o c o ha sido posible examinar los aspectos puramente formales de los procesos inter-grupales, tales c o m o la asimilación, la absorción, la integración, etc., sin referir

John Rex es director de la División de Investigaciónsobre Relaciones Étnicas del British Social Science Research Council en la Aston University de Birmingham, St. Peter's College Road, Saltley, Birmin­gham B8 3TE, Reino Unido. Es coautor de Race community and conflict (con Robert Moore), publicado en 1967, y Colonial immigrants in a British city (con Sally Tomlinson), publicado en 1979. Es autor de Race relations in sociological theory (1970) y de Race, colonialism and the city (1973).

Rev. int. de cienc. soc, vol. XXXIII (1981), n.° 2

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Relaciones raciales y grupos minoritarios 385

estos procesos a sus contextos estructurales históricos, políticos y económicos. El énfasis ha recaído, inevitablemente, en la labor comparativa entre naciones, examinando los sistemas socioeconómicos de unas y otras y el efecto que tienen sobre las principales formas de interacción de los grupos. Dicha labor sitúa además, en un contexto m á s amplio, los detallados estudios empíricos sobre la desegregación que han preocupado a algunos de los más competentes sociólogos norteamericanos a partir del fallo del caso Brown contra la Junta de Educación en 1954.

Antes de 1967, el número de sociólogos que se interesaban por las rela­ciones de los grupos raciales y minoritarios a nivel comparativo internacional era reducido. E n muchos países europeos, por supuesto, las distinciones raciales no se consideraban una base importante de diferenciación social, y las relaciones entre las razas era un tema que apenas sobresalía c o m o materia especial de inves­tigación a nivel nacional, por no hablar del internacional. Pero incluso en los Estados Unidos de América y en el Reino Unido, cuyas políticas y usos prácticos hacían significativa la cuestión de las razas tanto en la metrópoli c o m o en ultramar, los estudios de las relaciones entre las razas tendieron a ser circunscriptos dentro del estudio general de los problemas sociales internos. V a n der Berghe y Schermerhorn3, en los Estados Unidos, y Banton y Mason 4 , en el Reino Unido, se destacaron por haber dirigido su atención precisamente a problemas compa­rativos a nivel internacional. L a obra de estos autores sentó las bases de una sociología sistemática de las relaciones raciales al margen del marxismo; su labor se entretejió con las teorías de la sociedad plural formuladas c o m o una manera de explicar la naturaleza específica de la diferenciación social en algunas sociedades coloniales5.

Para la principal corriente de pensamiento marxista, incluso en Occidente, el interés por los grupos raciales y minoritarios representaba una maniobra para desviar la atención del hecho fundamental de la explotación basada en la clase social. D e todos modos , durante la década de 1960 se produjo u n incremento del interés por los diferentes tipos de relaciones entre clases y modos de producción que se daban en el centro y en la periferia del sistema económico mundial6; mientras, al mismo tiempo, los marxistas se vieron obligados a responder al debate sobre la sociedad plural y a ofrecer sus propias explicaciones en ámbitos tales c o m o el estudio comparativo de los sistemas de plantaciones trabajadas por esclavos7.

V a n der Berghe dice que él toma las razas en el sentido de grupos humanos que se definen, o son definidos por otros, c o m o diferentes de otros grupos en virtud de características físicas innatas e inmutables. "Estas características físicas se consideran a su vez intrínsecamente relacionadas con la aptitud moral e intelectual y otros atributos y facultades no corporales"8. Se insiste aquí en definiciones sociales (y no necesariamente válidas desde un punto de vista cientí­fico) que pretenden hacer referencia a características físicas. Quedan excluidas

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las situaciones en que, aun cuando exista una marcada diferenciación y desi­gualdad entre los grupos, se estime que éstas descansan en características no físicas (o sea históricas y culturales).

V a n der- Berghe reconoce, no obstante, que pueden existir diferencias físicas sin que se tengan éstas por significativas: " A d e m á s de sus diferencias físicas [...] los grupos tienen que ser también culturalmente distintos (al menos cuando se establece el primer contacto entre ellos) y hallarse en una situación de desigualdad institucionalizada para que arraigue la idea de inherentes dife­rencias raciales"9.

Diferencias culturales y desigualdad institucionalizada de este tipo son las que se encuentran en situaciones de conquista militar de un grupo por otro, expansión gradual de las fronteras, migración involuntaria de fuerza de trabajo (por ejemplo, en el tráfico de esclavos) o en el caso de migraciones de refugiados.

Pero V a n der Berghe no utiliza su propia enumeración de las situaciones en que las diferencias raciales pueden llegar a cobrar relieve c o m o base para clasificar las relaciones posibles entre las razas. M á s bien establece una distinción empírica entre las situaciones que él describe c o m o "paternalistas" y las que describe c o m o "competitivas", al mismo tiempo que se deja arrastrar al debate sobre él pluralismo. L a distinción entre situaciones paternalistas y competitivas es amplia y parece coincidir con la'establecida, entre sociedades precapitalistas y capitalistas; sin embargo, se borra la distinción entre aquellas sociedades basadas en plantaciones c o m o reales empresas capitalistas produciendo para el mercado y aquellas otras que tenían un carácter m á s bien señorial o solariego, representá-dolas ambas c o m o paternalistas. Sobre la cuestión del pluralismo, por otra parte, hace una distinción entre pluralismo cultural y pluralismo social; las relaciones entre razas son vistas entonces c o m o un caso particular de pluralismo en el que el pluralismo social que resulta de la duplicación de instituciones es independientemente respaldado por una diferenciación social de base racial, lo cual hace la diferenciación plural m u c h o m á s permanente que en otros casos.

E n resumen, cabe decir que el enfoque de V a n der Berghe es sumamente ecléctico, lleno de intuiciones interesantes pero insuficientemente desarrolladas. A u n q u e parezca increíble, no hace referencia en ningún m o m e n t o a la forma en que la economía, el ' m o d o y relaciones sociales de producción estructuran las relaciones raciales. Otro tanto puede decirse, hasta un cierto punto, de la obra de Richard Schermerhorn, aunque ésta es m u c h o m á s sistemática. .

Schermerhorn, antes que nada, ve en las relaciones étnicas problemas que son generales en el estudio de los sistemas sociales. Estos problemas se refieren a la integración. Y a sea que enfoquemos una sociedad desde el punto de vista de la teoría del consenso o de la teoría del conflicto, la cuestión de c ó m o están integrados los grupos es importante; se estima que una de las principales variables en las relaciones étnicas es el grado de su mayor o menor integración en la sociedad m á s amplia. Las relaciones interétnicas varían en consonancia con el poder

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diferencial que exista entre los grupos, de acuerdo con su semejanza o su dese­mejanza cultural y según el grado de compatibilidad entre las actitudes de dos o m á s grupos respecto al hecho de su propia incorporación (es decir, que u n grupo puede desear ser asimilado mientras que otro puede rechazarlo y oponerse a esos deseos, o bien un grupo puede desear la secesión y el otro obligarle a la integración o la asimilación, etc.). Algunas de las situaciones que resultan de esta trama de posibilidades constituyen la base sobre la que surgen los conflictos interétnicos y algunas veces el racismo.

Schermerhorn, sin embargo, no se limita a ofrecernos esta teoría formal c o m o base de clasificación de las relaciones interétnicas. También indica que existen ciertas secuencias histórico-sociales recurrentes que tienden a producir situaciones intergrupales con estas características. Se trata de la aparición de los parias, la aparición de núcleos aislados indígenas, la anexión, la migración y la colonización. Cuando habla de migración incluye la importación de esclavos extranjeros, los traslados de m a n o de obra forzada dentro de un país, la m a n o de obra contratada, el movimiento de personas desplazadas y la admisión de inmi­grantes voluntarios.

L a clasificación formal presentada en la primera parte de su obra es poste­riormente combinada con las repetidas secuencias históricas para ver si los distintos casos que surgen implican racismo o pluralismo, los cuales se consideran resultados estructurales distintos, aunque no necesariamente excluyentes entre sí. Por último comprueba la mayor o menor probabilidad de darse que estos diferentes resultados tienen dentro de las sociedades nacionales del m u n d o dividido en regiones culturales, en sociedades con economías predominantemente libres o predominantemente planificadas, o en casos históricos concretos.

Sin duda la obra de Schermerhorn es un tour de force clasificatorio, y en su trabajo empírico m á s reciente ha mostrado c ó m o pueden aplicarse sus cate­gorías a un caso particular. Es de esperar que haya sociólogos que vinculen sus respectivas obras con la de Schermerhorn dando contenido empírico a algunos de sus compartimentos teóricos. D e todos modos , debe decirse que hay tantas variables en este sistema que racismo y pluralismo parecen brotar en comparti­mentos extrañamente inconexos, mientras que su aparición recurrente bajo ciertas condiciones históricas, políticas y económicas específicas parece insufi­cientemente explicada. Aquí, c o m o en el caso de V a n der Berghe, estimamos que la base formal de la tipología estaría mejor enfocada si se la combinara con un tratamiento de orientación más o menos marxista que partiese de alguna concepción de los sistemas económicos posibles.

Los principales contribuyentes británicos a este debate sobre el estudio comparado de las relaciones raciales en las décadas de 1950 y 1960 fueron Banton y Mason . Para Banton la raza es uno de los posibles role signs para ordenar las relaciones de un grupo y otro. Estas relaciones pueden asumir en un m o m e n t o determinado una de las siete formas posibless iguientes: contacto periférico,

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contacto institucionalizado, aculturación, dominación, paternalismo, integración y pluralismo. La secuencia en que aparecen estos órdenes recuerda la de V a n der Berghe. La fase inicial de contacto puede conducir al paternalismo o a la domi­nación. E n el caso de la dominación puede virar posteriormente hacia el plura­lismo, mientras que en el caso del paternalismo puede pasar a la integración. Distinto a estos casos es aquél en que no existe ninguna desigualdad inicial de poder entre las dos partes y se produce la aculturación, que puede conducir finalmente a la integración.

La tipología de Banton parece teóricamente débil cuando se la compara con la de Schermerhorn, pero, c o m o la de V a n der Berghe, clasifica algunos casos coloniales c o m o paternalistas, mientras que destaca igualmente la posibilidad de un resultado final pluralista. Lamentablemente, cuando Banton pasa a tratar casos políticos concretos de relaciones raciales parece olvidar esta tipología y adoptar categorías teóricas ad hoc para ajustarse al material específico. E n este aspecto su enfoque tiene mucho en común con el de Phillip Mason , cuyo esquema de pautas de dominación representa una compleja tentativa histórica y empírica de clasificar los tipos de dominación política de unos grupos por otros.

Aunque estas teorías se presentaron c o m o teorías generales para explicar cualquier sociedad, la teoría de la sociedad plural se elaboró específicamente para explicar la sociedad colonial. E n el caso de su fundador, J. S. Furnivall, se desarrolló c o m o un medio de explicar las principales formas estructurales en que las sociedades coloniales tropicales, c o m o Indonesia, diferían de las socie­dades capitalistas europeas. E n el caso de M . G . Smith se concibió como medio de elaborar un marco para el estudio de las sociedades del Caribe, que fuera más idóneo que el que ofrecía la teoría sociológica convencional.

Furnivall aceptó lo que podríamos llamar "punto durkheimiano" sobre las sociedades modernas basadas en el mercado, a saber, que aunque las relaciones clave fueran relaciones individualistas de mercado, de todos modos los mercados mismos existían dentro del marco de una voluntad común o consenso compartido de que, por lo menos, la fuerza y el fraude habían de ser proscriptos. E n el caso indonesio, sin embargo, según este autor, el mercado existía sin ningún consenso de este estilo, y tanto estructural como culturalmente los hombres sólo estaban unidos en grupos fuera del mercado. Por un lado existía un m u n d o en el que la vida era, c o m o habría dicho Hobbes, miserable, sucia, brutal y breve, mientras que por el otro estaba el m u n d o del grupo étnico en el que los hombres vivían sus vidas privadas, no económicas, en armonía y solidaridad. El problema de Furnivall, pues, consistía en ver c ó m o podía imponerse en el mercado una voluntad común que trascendiese las voluntades comunes separadas y distintas tan fuertemente desarrolladas en la vida doméstica y tribal.

M . G . Smith dedicó sus esfuerzos a un tipo diferente de sociedad colonial, basada no tanto en el comercio y en la producción campesina como en la economía de plantación trabajada por esclavos y con m a n o de obra importada y contratada.

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Para él la división cultural entre los grupos era más radical, si cabe, que la pro­puesta por Furnivall. Cada grupo étnico distinto poseía un conjunto casi completo de instituciones culturales propias y sus instituciones económicas peculiares. E n estas circunstancias, Smith no plantea la cuestión de un mercado sin una voluntad común. La única institución que vincula a los miembros de un grupo con los de otro es la institución política y ésta se basa en el dominio de todos los demás grupos por el colonialista dominante o por su sucesor. Si el problema de Furnivall es el de un mercado sin ninguna voluntad política, el de Smith es el de un régimen de gobierno sin consenso normativo.

Estas son pues las teorías que el presente autor encontró en el ámbito sociológico imprecisamente llamado de relaciones raciales cuando participó en la reunión de expertos sobre racismo y prejuicios raciales convocada por la Unesco en 1967. El problema que se presentaba era c ó m o sistematizar tales concepciones, concen­trándose al mismo tiempo en situaciones de verdadero interés político.

El primer punto problemático que había que abordar era la relación entre los términos "etnia" y "raza", o, más exactamente, entre situaciones étnicas y raciales. Evidentemente, todos los que habían experimentado la fraudulenta enseñanza científica de los nazis se resistían a emplear el término "raza" c o m o un concepto importante en la explicación de las diferencias políticas entre los hombres. E n consecuencia, era tentador afirmar que había sólo un campo de estudio: el de los grupos étnicos. Esto, no obstante, podía también inducir a error, ya que por grupos étnicos se entendía frecuentemente grupos distinguibles sólo en términos de cultura. A menudo se les consideraba un fenómeno político "benigno". Pero si tal fuera el caso, ¿cómo distinguir ese otro conjunto de situa­ciones de índole más "maligna", en el que los grupos no son meramente distintos sino desiguales en cuanto a poder, o los casos en que un grupo explota u oprime a otro?

Precisamente este aspecto de la cuestión fue el que pareció más importante a la reunión de la Unesco; más incluso que el hecho de si las características por las que los grupos se diferenciaban entre sí son físicas o no. Y o propuse, por lo tanto, que el término "situación de relaciones raciales" se reservase para casos caracterizados por tres elementos: a) competencia exacerbada, explotación u opresión en mayor grado que las que se dan en situaciones de mercado normales; b) existencia de acusadas fronteras entre los grupos, que imposibilitan a los indi­viduos trasladarse fácilmente de un grupo a otro de suerte que la competencia, la explotación o la opresión arriba mencionadas sean de un grupo hacia otro; y c) la aceptación por parte del grupo dominante de un sistema de creencias determinista que sostenga que las características que dividen entre sí a los grupos son más o menos inmutables.

Esta era, sin embargo, una definición aviesa en muchos aspectos. Evitaba limitar el término "situación de relaciones raciales" a aquellas situaciones en que

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las características físicas constituían la base esencial de clasificación, c o m o en la definición que hace V a n der Berghe, y no se circunscribía a aquellas situaciones en que se aplicaban teorías biológicas o genéticas para justificar la desigualdad. L a razón de esto era, sin embargo, que la clase de situaciones que aparecían c o m o señaladamente problemáticas no podían limitarse de tal manera. La mera posesión de características físicas distintas no tiene por qué conducir a la opresión y a la explotación, aun allí donde tales características se reconociesen; por otra parte, precisamente porque organismos c o m o la Unesco han desacreditado la teoría racista de base biológica, las formas teóricas empleadas en la justificación de la desigualdad entre los grupos son m u y a m e n u d o de base no biológica. E n los seis condados de Irlanda del Norte, por ejemplo, la diferencia entre protestantes y católicos no es física, ni la justificación aducida para discriminar a los católicos es de índole biológica, y, sin embargo, estaba claro que esta situación política particular tenía m u c h o en c o m ú n con otras situaciones coloniales en las que una población nativa fuera oprimida por colonizadores de la metrópoli. La definición propuesta arriba intentaba pues unificar situaciones que tuviesen estos elementos esencialmente políticos en c o m ú n . L a exposición de V a n der Berghe sobre los orígenes históricos de los problemas de relaciones entre las razas y las secuencias históricas repetidas de las que habla Schermerhorn parecen claras tentativas de captar la misma realidad empírica e histórica.

E n mis propias formulaciones anteriores sobre este problema también yo enumeraba los tipos de situaciones en que las tres condiciones de mi definición tenían probabilidad de cumplirse. M i enumeración incluía los siguientes casos: 1. Situaciones de conquista; 2. Situaciones de expansión de fronteras; 3. Planta­ciones de esclavos; 4. Otros sistemas en que la fuerza de trabajo no es libre; 5. Situación de trabajadores de colonias emigrados hacia las metrópolis; 6. Situa­ción de refugiados; 7. Situación de determinados grupos parias que al realizar ciertas tareas esenciales pero despreciadas, son por ello vilipendiados.

N o estoy seguro de que hoy continuaría aún defendiendo esta enumeración exactamente así, pero de todos modos m e interesa hacer constar que V a n der Berghe, Shermerhorn y yo m i s m o , pese a nuestras definiciones divergentes, ten­demos a coincidir en nuestra lista de las situaciones empíricas reales que deseamos clasificar conjuntamente.

L a sociedad plural

M u c h o antes de elaborar la definición de las situaciones de relaciones interraciales había yo participado en el debate sobre sociedad plural11. E n aquel m o m e n t o m e pareció que en un debate sociológico dominado por la teoría consensualista funcionalista de Talcott Parsons el gran valor del debate sobre la sociedad plural radicaba en que proponía una sociedad en la que no existe ninguna comunidad

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simple de valores, ninguna voluntad común. Traté de reinterpretar a Furnivall, así c o m o a Malinowski12 y a Myrdal, a fin de poder apelar a su autoridad, no tanto en apoyo de una teoría del pluralismo de implicación política bastante ligera c o m o de una teoría del conflicto. Los elementos plurales de las sociedades que ellos describían los enfocaba yo como si fueran, al m o d o de las clases-para-sí de Marx , sociedades políticas en conflicto recíproco.

Guando M . G . Smith se sumó al debate sobre la sociedad plural, pareció evidente que este autor no tomaba en cuenta dicha dimensión de clases y conflicto en los segmentos sociales que describía. E n consecuencia yo aduje13 que ese debate tenía que ser "marxistizado", es decir que, aun cuando conviniésemos en que la vinculación social de los diversos segmentos étnicos pudiera m u y bien derivar de la cultura y el parentesco, la nueva razón de ser de estos segmentos en la sociedad colonial había que buscarla en la relación de cada grupo étnico con los medios de producción. L a naturaleza de estos segmentos no podía comprenderse, sostenía yo, a menos que se reconociese, que poseían algunos de los atributos de las clases tal y c o m o Marx las concebía.

L a teoría del pluralismo de Smith era mucho menos aplicable aun en aquellas situaciones en que se había impuesto una economía capitalista altamente desa­rrollada. Por eso cuando Leo Kuper14, el colaborador de Smith, y V a n der Berghe15 trataron de aplicarla a Sudáfrica, reaccioné vivamente señalando que los trabajadores africanos en Sudáfrica sólo podían ser entendidos c o m o una comunidad política organizada en torno a la clase de trabajadores inmigrantes y que lo que se daba en Sudáfrica era una lucha de clases".

Sin embargo, al interpretar la posición del pueblo bantú en Sudáfrica c o m o una posición de clase m e hallé en conflicto con los marxistas sudafricanos de la época. El problema estribaba en explicar el papel de la clase trabajadora sudafricana blanca en relación con los trabajadores bantúes. Mientras yo estaba dispuesto a sostener que los trabajadores que inmigraban para trabajar nueve meses al año —sin sus familias, alojándose en campamentos y sin protección de sindicatos—tenían una relación con los medios de producción distinta de la de los trabajadores blancos y por lo tanto constituían una clase diferente, la opinión marxista ortodoxa17 de la época era que las diferencias entre los traba­jadores blancos y negros eran diferencias solamente de estrato18.

U n a nueva aportación de importancia a este debate fue la de Edna Boancich, que había trabajado con V a n der Berghe en la Universidad de Natal19. Sostenía ella la tesis de que la situación sudafricana había, que entenderla c o m o surgida de un mercado de trabajo escindido. Esto supuso un considerable avance sobre la clasificación de la situación sudafricana c o m o "competitiva", hecha por V a n der Berghe, mientras que al mismo tiempo proporcionaba una conceptua­lization no dogmática de m i propia disputa con los marxistas. L o que a mi juicio aceptaba Boancich era que un análisis sociológico no tenía más remedio que basarse en un análisis estructural detallado de los mercados de trabajo, noción

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ésta más analítica que una concepción de clases simplista o que otra de segmentos étnicos plurales.

El concepto de mercado de trabajo escindido también parecía convenir a la situación del mercado de trabajo norteamericano de entreguerras. Allí los inmi­grantes negros venidos al norte se hallaron en competencia con norteamericanos blancos nativos y con europeos inmigrantes; ante la posibilidad de empleo de los negros a tarifas salariales inferiores o en peores condiciones, los blancos nativos y los europeos respondían con una exigencia racista: que los negros fuesen excluidos. Al mismo tiempo Boancich, que se había establecido en los Estados Unidos de América, combinó su análisis de los mercados de trabajo escindidos con otro sobre el papel desempeñado por minorías intermedias c o m o los coreanos, produciendo un análisis flexible y semimarxista de los problemas laborales en los Estados Unidos.

Posteriormente William Wilson introdujo la noción del mercado de trabajo escindido en un contexto histórico más amplio20. E n su opinión, las relaciones raciales norteamericanas habían pasado por tres fases. Primero fue la fase de las plantaciones trabajadas por esclavos, en la que el racismo podía entenderse simplemente c o m o un medio de justificar un sistema de supremacía blanca. E n la segunda fase, cuando trabajadores blancos y negros competían por los mismos puestos de trabajo, se da la situación del mercado de trabajo escindido descrita por Boancich. E n años recientes, sin embargo, se asistió a un doble fenómeno. Por una parte el sector terciario de la economía, cada vez más importante, se vio obligado a admitir trabajadores negros en puestos profesionales y burocráticos, posibilitando así la aparición de una clase media negra. Por la otra, el grueso de la población negra, al haberse visto excluido de los m á s codiciados puestos de trabajo en las fábricas y en la industria, se hallaba desempleado o en ocupaciones ingratas e inestables. E n esta nueva situación había realmente mucho menos racismo que en la década de 1930. Por un lado, la nueva y visible clase media negra aliviaba en parte la situación de cólera de los negros. Por el otro, los blancos se sentían más protegidos porque los negros no competían por los mismos puestos de trabajo en las fábricas, sino que se hallaban confinados en la parte menos deseable de un mercado de trabajo dual21.

Por supuesto, en la década de los setenta la situación política específica de los Estados Unidos había cambiado notablemente respecto a la de la inme­diata postguerra. Los arreglos sociales y políticos semicoloniales del sur, colec­tivamente conocidos c o m o Jim Crow, habían sido eliminados; el fallo del juez Brown contra la Junta de Educación había desencadenado una oleada de deci­siones en pro de la desegregación; se habían producido amotinamientos urbanos en el norte a una escala que posiblemente justificara el empleo del término "revo­lución negra" y la corriente principal de los partidos políticos norteameri­canos parecía inclinada a la desegregación. Gran parte de la sociología norteamericana técnicamente más avanzada se dedicó entonces a cuantificar

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y medir el grado en que se cumplían los objetivos declarados por el gobierno.

Los problemas que se presentaron en los Estados Unidos se reproducían, al menos parcialmente, en los países europeos más prósperos. Todos ellos recurrieron a la m a n o de obra inmigrante en el periodo comprendido entre 1945 y 1970. Fue, en casi todas partes, lo que en el Reino Unido Peach22 llamó " m a n o de obra de substitución"; se planteó inmediatamente el interrogante de,si los inmigrantes constituirían un subproletariado o subclase aparte y relativamente sin derechos23, diferenciado del tronco principal de la fuerza de trabajo organizada y abocado a defender sus propios intereses, no solamente contra el capital sino contra la fuerza de trabajo organizada24. E n mi propia obra yo señalaba que la relativa aceptación de trabajadores inmigrantes, con motivo de una situación de mercado de trabajo segregado y dual en la industria, permitía de todos m o d o s que se desarrollase una lucha de clases en el ámbito de la vivienda25.

La existencia de un problema de fuerza de trabajo inmigrante n o creó necesariamente una situación de relaciones raciales. E n los países europeos continentales, y más especialmente en la República Federal de Alemania, la diferencia esencial se establecía simplemente entre ciudadanos y no ciudadanos, ya que los llamados trabajadores huéspedes se distinguían más que sobradamente por su carencia de derechos civiles y políticos. N o obstante, en el Reino U n i d o , y en cierta medida también en Francia, muchos inmigrantes coloniales tenían derechos de ciudadanía y su exclusión económica y social se justificaba a m e n u d o ideológicamente por motivos de índole racista. Queda por ver si estas diferencias van a continuar. Existe dentro del sistema, desde luego', una cierta tendencia general hacia la incorporación gradual de los trabajadores inmigrantes, c o m o trabajadores, a la clase trabajadora, y, dada la similitud cultural de los europeos meridionales con sus anfitriones, es m u y probable que este proceso se acelere. Podría suceder sin embargo que el capitalismo europeo halle conveniente mantener una clase trabajadora permanentemente dividida y también que la fuerza centrí­fuga que lleva a los trabajadores excoloniales a participar en las luchas de su patria los mantenga separados del proletariado nativo.

L a interpretación marxista

Al aludir a la situación sudafricana y a la de los Estados Unidos de América y Europa no tenemos más remedio que plantear la cuestión de la interrelación entre raza y clase.social, o, más exactamente, entre raza y lucha de clases. Así pues, antes de volver sobre ello, convendría considerar la cuestión de la relación entré las teorías marxistas y el pensamiento de los estudiosos no marxistas, predo­minantemente occidentales, cuya obra venimos examinando.

Sorprendentemente, no parece haber mucho que aprender por el m o m e n t o

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de los colegas de países socialistas, que contribuya a esclarecer el estudio compara­tivo de las relaciones étnicas y raciales. Y ello, no por ninguna insensibilidad particular por parte de los sociólogos socialistas sino porque en la teoría y en considerable medida también en la práctica, los grupos étnicos en los países socialistas no pueden explicarse, al igual que en occidente, c o m o expresiones de clase26. E n vista de que las clases han sido abolidas, la persistencia de las etnias debe tener otra explicación, y los estudiosos soviéticos han propendido a enfocar esta cuestión de una manera que a sus colegas occidentales, y quizá especialmente a sus colegas occidentales marxistas, se les antoja anticuada. Algunos críticos occidentales del m u n d o socialista podrán, sin duda, sostener que las diferencias étnicas persisten porque también persisten las diferencias de clase. Sin embargo, todavía no disponemos de pruebas y testimonios suficientes en cuanto a la desa­parición o a la continuación de la diferenciación étnica en el m u n d o socialista. Sería de especial importancia contar con datos procedentes de C u b a sobre este tema, ya que podrían proporcionar alguna clave en cuanto a los efectos del socialismo sobre una sociedad excolonial y racialmente estratificada.

Hasta época bastante reciente pocos marxistas occidentales habían acertado a enfocar en serio la cuestión de las relaciones entre razas y los conflictos raciales. Oliver Cromwell C o x , marxista negro norteamericano, fue uno de los pocos que así lo hiciera27, pero c o m o su solución consistió simplemente en sostener que la explotación y la opresión de los negros era una opresión de la clase traba­jadora por el capitalismo, fue incapaz de explicar el carácter de la clase trabajadora blanca privilegiada, o la variación de los sistemas laborales del m u n d o capita­lista que emplea trabajadores negros. E n el c a m p o de los estudios comparativos sobre la esclavitud, por otro lado, aunque el principal estudioso se consideraba marxista, llegó a tal punto en su insistencia sobre la diversidad de los tipos de capitalismo y sobre la independencia de la superestructura, que es difícil ver en su trabajo una visión específicamente marxista28.

El principal escándalo que el marxismo occidental tuvo que enfrentar fue, por supuesto, el ocasionado por el comportamiento de la clase trabajadora blanca en Sudáfrica. L a leyenda según la cual en 1922 los trabajadores blancos desplegaron carteleras que decían: "Trabajadores del m u n d o , unios por una Sudáfrica blanca", se empleó c o m o refutación del marxismo y c o m o base para sostener que el racismo no tenía nada que ver con el capitalismo y que era simple­mente endémico de la propia clase trabajadora. Tales argumentaciones sobre el comportamiento de clase se extendieron fácilmente a otras sociedades y toda la cuestión de la explicación de las relaciones entre capitalismo y racismo amenazó con llegar a ser el talón de Aquiles intelectual del marxismo.

Frederick Johnstone29 intentó abordar el problema planteado por el caso sudafricano alegando que la situación de relaciones raciales surgió a partir de un tope salarial impuesto por los empleadores para los trabajadores de color; plan­teaba además que sólo dentro de ese marco los trabajadores quisieron proteger

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sus intereses imponiendo una barrera al empleo de gente de color. Este argumento se aproximaba mucho al de Edna Boancich, salvo que en el caso de Johnstone la implantación del mercado de trabajo escindido se atribuía a los empleadores.

M u c h o más radical fue la revisión de la teoría marxista finalmente propuesta por Harold Wolpe. Este autor había respondido a mi propio argumento de que los trabajadores negros y los blancos se hallaban en diferente posición de clase, planteando que puesto que ambos producían plusvalía y ésta era extraída tanto de unos c o m o de otros, todos debían estar en la misma posición de clase. Poste­riormente, sin embargo, basándose en la teoría sociológica de Poulantzas y Carshedi, puntualizó que aunque los trabajadores blancos eran parte del "colec­tivo de trabajadores", también desempeñaban algunas de las "funciones globales del capitalismo"30. Si tal era el caso, m e pareció que sería posible sostener desde un punto de vista marxista que la posición de los trabajadores negros bajo el capitalismo sudafricano es diferente, como posición de clase, de la de sus compa­ñeros blancos; además, que lejos de ser una desviación, su lucha c o m o nación contra la dominación blanca era el tema central de la lucha de clases.

Este autor elaboró también nuevas teorías sobre la naturaleza del capitalismo c o m o sistema mundial, cuyas implicaciones en la conexión del marxismo con la teoría de las relaciones raciales y la teoría del colonialismo fueron de mayor alcance. Anteriores generaciones de marxistas habían abordado la sociedad colonial simplemente con una teoría unilineal de la evolución social acuñada en Europa, según la cual tales sociedades eran precapitalistas o feudales31. A . G . Frank32

defendió posteriormente la existencia de un solo y único proceso capitalista y afirmó que el desarrollo económico en Europa y en los Estados Unidos, de un lado, y el subdesarrollo del tercer m u n d o del otro, eran dos caras de la misma moneda capitalista. Wallerstein33, sin embargo, se remontó hasta el siglo xvi para argumentar que en aquel entonces el fomento inicial del capitalismo en el centro del m u n d o fue acompañado por un desarrollo de las plantaciones de esclavos en las Américas y de la segunda servidumbre de la gleba en Europa oriental. A m b o s procesos formaban parte del mismo sistema.

N o todos los marxistas estaban dispuestos a aceptar el nuevo revisionismo. Muchos argumentaron especialmente contra Frank31 sosteniendo que no podía definirse el capitalismo en términos de intercambio de mercado y que un análisis marxista exigía que se considerase el m o d o de producción y las relaciones sociales de producción. L o más notable respecto a este debate, sin embargo, es que ambas partes están de acuerdo en que el patrón de relaciones entre empleador y empleado es diferente en la periferia y en las colonias. Que esta diferencia se deba a la política económica del desarrollo capitalista o al hecho accidental de la conquista y dominación política del m u n d o colonial, poco importa. Quizás sea aquí donde estriba la diferencia crucial entre aquellas situaciones que asumen un carácter racial y racista y las que no lo tienen. Tal vez sorprenda que aquéllos que han fomentado la idea de un sistema capitalista mundial no hayan tratado

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de establecer esta distinción y aplicado sus ideas a la explicación de las relaciones raciales. Esto quizás se deba a que, en el caso de Wallerstein al menos, se hace tanto hincapié en un sistema global que toda la dinámica de la lucha de clases se ve c o m o radicada en el centro, sin prestar la necesaria atención a las implicaciones de las diferencias observadas en la periferia que la propia teoría propone y que pueden m u y bien tener implicaciones dinámicas a largo plazo.

Otro aspecto de la teoría de Wallerstein que merece destacarse es la deli­berada poca atención dada al papel del imperio político. Para él la dominación política es un aspecto costoso de la fase temprana de desarrollo del sistema mundial. Opina además que el sistema mundial se desarrolla c o m o tal sin nece­sidad de una permanente coerción política. Esto es discutible. Aunque evidente­mente es cierto que los imperios terminan por desintegrarse y que el colonialismo continúa merced a la explotación ejercida por las sociedades multinacionales, las situaciones efectivas de varios grupos étnicos, segmentos y clases dentro del sistema imperial total sólo son explicables en términos de su sometimiento a un poder que no es el de un simple dominio de mercado. Las sociedades multi­nacionales tienden a ser deliberadamente antirracistas, es cierto. El dinero no entiende de colores. Pero el hecho es que vivimos en un m u n d o marcado por el racismo y los conflictos entre razas y esto es algo que la teoría del sistema mundial debería comprometerse a explicar.

Estratificación grupai y conflicto intergrupal

D e nuestro breve repaso de la teoría comparativa de las relaciones entre las razas se desprende claramente una noción. Si nos fijamos en la teoría no marxista observaremos que, si bien parte de clasificaciones formales y tipologías, tiene a la larga que conceder que los grupos que ella describe tienen algunos rasgos en c o m ú n con las clases sociales y que exigen una explicación, no solamente en términos culturales, sino también en términos de su relación con los medios de producción y el orden político. Por otra parte, si examinamos la teoría marxista, se hace cada vez m á s evidente que el conflicto intergrupal, ya sea que se produzca en las metrópolis o en las colonias y la periferia, no puede explicarse en términos de los simples modelos de conflictos de clase derivados de la experiencia europea del siglo XIX. L o que parece ineludible, por lo tanto, es una descripción de la estratificación social y del conflicto intergrupal generados por la política europea y el imperialismo económico durante los últimos cuatrocientos años. E n la ela­boración de una teoría de esta clase debe pues estribar toda ulterior evolución de la sociología comparativa de las relaciones entre las razas. L o que sigue es un intento de esbozo de las líneas a lo largo de las cuales podría desarrollarse una teoría c o m o la que apuntamos.

El punto de partida hay que buscarlo en algo c o m o la teoría del sistema

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económico mundial de Wallerstein. Esta teoría indica, c o m o ya hemos visto, que, empírica e históricamente ese sistema se particularizó en su comienzo por una distinción entre el nuevo capitalismo del centro, caracterizado, entre otras cosas, por el empleo de m a n o de obra libre, y dos sistemas de producción alternativos en la periferia: la segunda servidumbre de la gleba en Europa oriental, por una parte, y el sistema de plantaciones de esclavos en las Américas, por la otra. N o quiere decirse que estos sean modos de producción distintos que se inter-penetran mutuamente, sino m á s bien que son partes de un solo sistema.

L a razón de que el sistema mundial evolucionara de esta forma no está suficientemente explicada. U n posible argumento sería que se hacía indispensable cierta acumulación o botín inicial a fin de constituir capital para su cita con el trabajo en el centro; esta tesis fue sostenida y bien documentada por Eric Williams, de Trinidad, en su obra Capitalism and slavery™, pero no es una parte esencial de la propia teoría de M a r x . Otro argumento sería que la obtención de determinados productos agrícolas, hortícolas y de minería se prestaba a este tipo de organización del trabajo y que estos productos eran esenciales para el desa­rrollo del capitalismo en dicha etapa.

Algunos conceptos derivados de M a x Weber 3 8 pueden sernos aquí de provecho, por lo menos parcialmente. Según este autor, una producción capi­talista del estilo de la de Europa occidental debe ser entendida c o m o un desarrollo de la noción de empresa capitalista de orden m á s general. T o d o lo que la noción de empresa capitalista implica es que uno o m á s empresarios efectúen un cálculo de recursos y, después de utilizarlos para financiar una empresa concreta, efectúen un nuevo cálculo con miras a una obtención de beneficios. Se ha de establecer, pues, una distinción entre las diversas empresas capitalistas según la clase de actividad emprendida. E n un capitalismo c o m o el que se desarrolló extensamente en el imperio romano y en los aldeanos de otras sociedades, los recursos se inver­tían por lo c o m ú n en actividades relativamente discontinuas, bastante arries­gadas y frecuentemente no pacíficas. E n el tipo de empresa moderna propia del occidente europeo, por otra parte, la actividad era continua y estaba pacífica­mente orientada hacia las oportunidades del mercado.

Merece la pena señalar que, al hacer esta distinción, no prejuzgamos necesariamente que en los contratos del mercado capitalista no pueda subyacer oculto ningún elemento de compulsión. Sin embargo, exista o no tal compulsión, en un sistema empírico así establecido no hay necesidad alguna de apelar a la fuerza o la violencia. T a n cierto es esto con respecto a la adquisición de materias primas y otros productos dentro del sistema capitalista libre, c o m o lo es en relación con la forma.de la fuerza de trabajo. Por lo tanto es posible hablar del sistema capitalista occidental moderno c o m o aquél que, característicamente, emplea m a n o de obra libre, y distinguirlo por este hecho de formas primitivas de capitalismo y del capitalismo que funciona en la periferia del sistema mundial.

Los rasgos característicos del sistema de relaciones capital-trabajo en el

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centro son primero la contratación libre, luego la negociación colectiva y final­mente la lucha de clases. Tales procesos pueden de hecho incluir periodos m u y críticos de represión brutal y no debe descartarse la posibilidad de que a la larga pudiera llegar a. abandonarse la institución misma de la contratación laboral libre. N o obstante, durante largos periodos el orden político de tales sociedades ha sido determinado por la lucha de clases; en los periodos posteriores del sistema se ha conseguido un mínimo de protección de los derechos de los trabajadores bajo la forma de un Estado benefactor {welfare state).

C o m o contraste, indica Weber , el capitalismo aventurero o capitalismo de botín usa la fuerza. Sus empresas características son la financiación de viajes arriesgados y de guerras, el tráfico de esclavos para plantaciones, la minería y el arrendamiento de impuestos. Todas estas cosas llevan aparejado, en un punto u otro de la cadena de transacciones, el uso directo de la fuerza; en torno a tales empresas se formaron y dirigieron los sistemas coloniales del siglo xvi. (En el caso de la segunda servidumbre, por supuesto, no hubo que constituir de nuevo estas instituciones de compulsión, simplemente bastó con aplicar instituciones antiguas adaptándolas a un nuevo uso capitalista.)

E n el nuevo sistema mundial capitalista surgieron entonces dos sistemas distintos de explotación del trabajo. E n el centro se impuso un sistema de contra­tación libre y ello dio origen a una lucha de clases. E n la periferia coexistieron diversas formas de explotación económica m á s o menos coactivas y violentas. Así ocurrió al menos en el periodo en que se constituyeron las colonias. Decir esto, empero, no es decir que aún subsistan sociedades coloniales que respondan a este patrón concreto. Muchas de ellas han experimentado una evolución en consonancia con las necesidades del sistema mundial integral. Otras sociedades se han disociado de ese sistema y se han estancado. Pero m u y raras veces las excolonias se han convertido sin más en sociedades c o m o las metrópolis que les dieron el ser. L o que hemos de hacer al elaborar una tipología de las formas sociales coloniales es dar el peso debido tanto a las estructuras que les sirvieron de substrato al comienzo c o m o a los diversos procesos de cambio que han experimentado.

El modelo propuesto

El interés de la comisión de investigación sobre minorías étnicas y raciales de la Asociación Internacional de Sociología estriba, naturalmente, en la elaboración de patrones de relaciones étnicas y raciales y de la posición de grupos minoritarios. L o que aquí se sugiere es que, si queremos evitar un burdo enfoque culturalista al analizar dichas relaciones, habremos de ser capaces de relacionar la posición de los diversos grupos minoritarios étnicos y raciales con su posición en el sistema de producción y explotación colonial. U n a teoría sistemática de las

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Relaciones raciales y grupos minoritarios 399

; sociedades coloniales depararía la base para llevar a cabo lo antedicho. i E n lo que se refiere a las relaciones raciales y de minorías étnicas en la j propia metrópoli tenemos dos1 problemas. Por una parte están las situaciones '• peculiares del Reino Unido y Francia, donde los inmigrantes son inmigrantes

coloniales (también cabría añadir que en los Estados Unidos existe la emigración negra hacia el norte desde la "colonia interior" del sur) y que han de ser expli­cadas en términos de interacción entre las sociedades coloniales y metropoli­tanas. Por la otra, tenemos el caso de los inmigrantes de corta distancia que vienen desde países vecinos c o m o en muchos puntos del noroeste de Europa. Aquí es preciso desarrollar, c o m o base de análisis de la posición de clase de los inmigrantes, una teoría de las sociedades dependientes equivalente a la que vamos a proponer para las colonias.

E n varios ensayos recientes he sugerido que, aunque todavía no podemos proponernos elaborar una teoría sociológica sistemática de las sociedades colo­niales, sí podemos indicar en qué consisten las principales variables, tanto en la

\ etapa inicial de constitución de los sistemas sociales coloniales c o m o en el periodo subsiguiente de desarrollo. H e propuesto por lo tanto que empecemos por analizar

; c o m o variables constitutivas los tipos de sociedades que fueron sometidas al sistema \ colonial, las empresas que se establecieron en su seno y los sistemas estamentales : que surgieron en torno al sistema económico principal, convirtiéndolo en una

sociedad. Las variables procesales serían, a su vez, las formas de liberalización económica y sus consecuencias, que surgieron de la transición, dentro del sistema mundial, del mercantilismo al laissez faire; la transición a la independencia política bajo distintas clases, estamentos y segmentos; la parcial incorporación de lás excolonias al sistema mundial post-imperial y los tipos de transformación revolucionaria interna experimentados por los sistemas coloniales.

H e m o s intentado compendiar estas variables en el cuadro 1. A u n q u e es imposible examinar aquí todos los problemas indicados en este cuadro, sí merecerá la pena destacar cuáles deberían ser las principales áreas de estudio sociológico, a nuestro entender..

Variables constitutivas

Es erróneo suponer que las sociedades que los colonialistas europeos conquistaron y anexionaron fueron c o m o simple arcilla en sus manos . E n algunos casos, es verdad, las instituciones sociales quedaron casi totalmente destruidas en el tráfago del inicial saqueo colonial, y los individuos fueron por consiguiente pasto propicio para la explotación personal; en otros casos se capturó a individuos y se les desgajó de.su contexto social y cultural para transportarlos c o m o esclavos a

• sociedades enteramente nuevas en vías de constitución. Pero aun en estos casos quedaron algunos residuos de la cultura y la sociedad precoloniales antiguas, que fueron incorporados a una cultura de resistencia. E n otros casos, sin embargo,

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Relaciones raciales y grupos minoritarios 401

las culturas y estructuras sociales encontradas no fueron totalmente maleables para los fines capitalistas y colonialistas, c o m o las pequeñas bandas tribales encontradas por la Compañía de la Bahía de Hudson en Canadá o el poderoso imperio mogol con que las Compañías de las Indias Orientales hubieron de tratar inicialmente.

Para desarrollar una tipología de las formas precoloniales quizá podamos tomar los siguientes puntos de referencia: a) el imperio mogol en la India; b) los imperios de la edad del bronce de América Central; c) los imperios de África occidental cuyas instituciones sociales fueron explotadas c o m o base para el comercio de esclavos; d) las sociedades de esclavos y otros trabajadores trans­portados a sociedades coloniales de reciente constitución; y é) las sociedades de pequeña escala de nómadas que fueron marginados en reservas.

L a comprensión de la estructura y de la dinámica de estas sociedades es importante al menos por tres razones. E n primer lugar, la estructura de la sociedad colonial establecida difiere según el tipo social precolonial existente. E n segundo lugar, la capacidad de los colonizadores para explotar y la de los explotados para resistir depende de los recursos sociales y culturales de que la población afectada dispone. Finalmente, en el periodo postcolonial se estima bastante posible que la clase de forma social precolonial correspondiente afecte la capacidad de la nueva sociedad postcolonial para lograr un desarrollo independiente.

Conviene destacar aquí el hecho de que el pensamiento europeo en relación .con la sociedad colonial ha pasado por dos fases principales. E n la primera, una especie de racismo intelectual condujo a destacar la diferencia entre las socie­dades de los "paganos" y las de sus amos coloniales cristianos. Esta actitud fue criticada desde una posición liberal antirracista que sostenía que todos los hombres son iguales y semejantes. El pensamiento liberal, no obstante, se mostró siempre inclinado a fomentar su forma peculiar de racismo basada en una suerte de subvaloración de todas las culturas distintas a la occidental, única considerada universal. Weber y M a r x compartieron este punto de vista. Para W e b e r sólo el capitalismo racional de occidente parecía camino viable para el desarrollo econó­mico, mientras que según M a r x la ocupación inglesa de la India era la única revolución jamás conocida por Asia.

L a segunda de las variables constitutivas hay que buscarla en la serie de tipos de empresa colonialista sobre la que la economía de la nueva colonia había de basarse. Entre estos tipos se cuentan el simple comercio, el comercio basado en el fraude y en la fuerza, la compra y comercialización de cosechas agrícolas, la explotación en arriendo de grandes latifundios, el empleo de esclavos y de m a n o de obra contratada para plantaciones y minas y el arrendamiento de impuestos. Tales operaciones se llevaron a cabo en los siglos xvi, xvii y nuevamente a finales del xix, no sólo por aventureros coloniales individuales, sino por compañías capitalistas beneficiarias de cartas constitucionales especiales. Esta última fue una modalidad social imperialista característica que había existido ya en el viejo

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402 John Rex

m u n d o , pero que ahora adquiría una importancia básica para la expansión de Europa en ultramar.

Las aventuras coloniales iniciales fueron por supuesto menos metódicas y ordenadas que las posteriores, más sistemáticamente organizadas por las compa­ñías concesionarias. E n el caso de la conquista de los imperios de América Central, la explotación consistía en llevarse el oro c o m o botín; cuando se practicaba algún comercio, el comerciante simplemente aprovechaba de su conocimiento de mercados lejanos para obtener pingües beneficios a costa de cazadores o tram­peros nativos. C o n el tiempo, sin embargo, el negocio de la explotación colonial se fue organizando m á s sistemáticamente.

Para elaborar una tipología de las empresas económicas coloniales podríamos tomar los siguientes tres puntos de referencia: Las actividades de la Compañía de las Indias Orientales en la India en el siglo

x v m , centradas en las operaciones del tipo arrendamiento de impuestos, con las consecuentes oportunidades para el comercio y la explotación de campesinos.

L a explotación de plantaciones con m a n o de obra importada, primero de esclavos, y luego de inmigrantes contratados. También se ha empleado a veces este sistema en relación con la explotación minera.

El establecimiento de colonos que explotan a los ocupantes de tierras sin derechos, a aparceros y a arrendatarios de latifundios.

L a explotación de los campesinos se presupone c o m o un hecho colonial universal. E n realidad el propio término "campesino" implica la idea de un agricultor que no es enteramente libre sino que se halla subordinado a algún sistema más general y amplio37. U n agricultor totalmente independiente dedicado a un laboreo de pura subsistencia estaría por definición fuera del sistema colonial.

D a m o s aquí igualmente por supuesto que aunque estas empresas aparecen clasificadas básicamente c o m o capitalistas, en realidad muestran una tendencia a recaer en formas señoriales cuando no existía una fuerte demanda para su producto en el mercado. Debe reconocerse además que entre las potencias colonizadoras había algunas en que el capitalismo se hallaba menos sólidamente desarrollado que en otras; consecuentemente, las empresas coloniales oscilaban entre el capi­talismo que hemos llamado de presa y una búsqueda de haciendas o señoríos.

U n a sociedad colonial no queda plenamente descrita sólo con referencia a sus empresas económicas primarias. El simple mantenimiento de éstas ya supone que tiene que haber otros grupos que desempeñen funciones necesarias; al mismo tiempo, el desarrollo del sistema produce nuevos grupos de estatus marginal a los que hay que integrar en formas especiales. Entre los nuevos grupos así surgidos están los siguientes: Individuos marginados que han quedado desplazados de posiciones anteriores.

Por ejemplo, en las sociedades basadas en plantaciones, éstos suelen ser esclavos emancipados, mulatos y blancos pobres.

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Relaciones raciales y grupos minoritarios 403

Comerciantes secundarios, generalmente de una etnia diferente a la de los colo­nizadores o a la del principal cuerpo de trabajadores, que aprovechan las oportunidades de ejercer el comercio en sectores insuficientemente rentables o "indignos" para los colonizadores principales.

"Colonos blancos" procedentes de la metrópoli colonizadora que, sin estar encuadrados en las principales instituciones explotadoras, buscan y por lo c o m ú n encuentran oportunidades de actuar c o m o capitalistas indepen­dientes, trabajadores asalariados o agricultores. A u n cuando suele tener intereses internos conflictivos, este grupo tiende a constituirse en sector privilegiado, con intereses comunes que defender.

Empleados de la administración que representan al Estado colonial y cuya relación con los principales colonizadores es tan ambigua c o m o la relación del Estado con el capitalismo metropolitano.

El clero, que tiene una misión moral equivalente a la misión política de los admi­nistradores y que, lo m i s m o que ellos, tiene un papel relativamente indepen­diente que desempeñar.

Grupos c o m o los mencionados se distinguen por sus derechos diferenciales legales y políticos y, m u y apropiadamente, reciben el nombre de estamentos o estados. Su distinción se ve reforzada, no obstante, por diferencias culturales, étnicas y raciales.

Variables procesales

U n a teoría de la sociedad colonial c o m o la esbozada hasta ahora no serviría por sí sola c o m o base para analizar los conflictos intergrupales actuales. Es erróneo imaginar, sin embargo, que estos conflictos pueden ser plenamente comprendidos en términos de conceptos, incluidos los conceptos marxistas derivados de la experiencia europea, c o m o si fuesen simplemente nuevos casos de la sociedad capitalista metropolitana. L o que hemos de hacer, por lo tanto, es construir modelos de estas sociedades que partan de las variables constitutivas pero que reflejen las formas en que las sociedades así constituidas experimentan su cambio y desarrollo.

L a primera de las variables procesales es la de la liberalización económica. Por m u c h o que haya que argumentar sobre las causas que determinaron el pro­ceso, una cosa está clara, y es que a comienzos del siglo xix la teoría y la práctica económica en los países capitalistas metropolitanos pasaron del mercantilismo al laissez faire; en consecuencia, hubo presiones sobre los sistemas sociales colo­niales para que se liberalizasen, sustituyendo las instituciones basadas en la coacción y la fuerza por otras nuevas basadas en la libre competencia, y en la igualdad de oportunidades. Al decir esto, sin embargo, no debemos permitirnos incurrir en idealismo. E n las colonias no se estaba creando ningún m u n d o ideal. Se llevó a cabo la reforma agraria y la emancipación de los esclavos, pero los

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campesinos sin recursos de capital suficientes fueron incapaces de beneficiarse de la libre competencia y se les obligó a una dependencia de nuevo cuño; por otro lado, los esclavos emancipados que emigraban a las ciudades se veían general­mente discriminados en ghettos y excluidos de los nuevos puestos de trabajo en la industria, acaparados por nuevas oleadas de afincados europeos. E n ningún sitio es m á s evidente el carácter de esta transición que en los Estados Unidos de América. El emigrante negro del Jim Crow del sur acaso no encontrara un Jim Crow en Chicago, pero tropezaría con las duras realidades de una búsqueda competitiva de trabajo y vivienda.

También conviene observar que el proceso de liberalización estuvo lejos de ser universal y completo. Los esclavos no eran sustituidos por m a n o de obra libre sino por inmigrantes forzados bajo contratos especiales y un sistema todavía m á s opresor de contratos a corto plazo pasó a ser, y aún sigue siendo, la forma social básica en la minería y en muchas empresas industriales de Sudáfrica. Por lo tanto, debe quedar bien entendido que el liberalismo del laissez faire tuvo una forma incompleta y abortada en los contextos coloniales.

La segunda variable procesal es la de la independencia política. Los complejos sistemas sociales y políticos coloniales que hemos descrito se indepen­dizan de la metrópoli por una de dos razones. O bien uno de los estamentos se hace suficientemente poderoso en relación con los demás y en relación con el gobierno metropolitano, o bien ese mismo gobierno se encuentra tan debilitado por guerras y crisis económicas que ya no puede seguir ejerciendo su autoridad y busca un sucesor.

E n América del Norte, una alianza entre propietarios de plantaciones y capitalistas colonizadores pudo tomarse el poder en una guerra de independencia, pero en su momento las partes de esa alianza combatieron por el dominio del sistema en una guerra civil. E n América Latina, el movimiento acaudillado por Bolívar llevó al poder a una burguesía criolla o directamente colonizadora en casi toda la América española. E n la antigua Commonwealth británica también asumió el poder una burguesía de colonos, aunque en el caso de Sudáfrica el esta­mento colonizador blanco conservó muchas de las prácticas del anterior periodo capitalista de presa.

E n 1945 sobrevino, empero, una nueva fase, cuando Inglaterra, Holanda, Francia y Portugal se hallaban tan debilitadas que no eran ya capaces de ejercer una dominación colonial. E n las colonias que aún quedaban, sin embargo, no existía ningún estamento con preponderancia clara y manifiesta al cual transmitir el poder, y hubo que ponerlo en manos de la élite europeizada capaz de apelar a las masas y al grupo mayoritario. Esta élite organizó la nueva nación con su propio grupo nacional mediante el instrumento del partido centralizado y m u y frecuentemente impugnó luego los privilegios especiales de las minorías de colonos y colonizadores secundarios sobrevivientes. Pero c o m o estos gobiernos sucesores carecían de medios económicos para gobernar, se vieron generalmente

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Relaciones raciales y grupos minoritarios 405

obligados a entrar en una forma u otra de dependencia neocolonial respecto a las sociedades multinacionales e imperiales.

L a tercera variable que registramos es precisamente este proceso de incorpo­ración al referido sistema neocolonial dirigido por las sociedades multinacionales, supervivencia del viejo imperalismo. Nadie pretendería negar la importancia de este nuevo sistema. Sin duda hay gran verdad en la noción de que los centros de poder no están hoy en los ministerios coloniales de las grandes potencias sino en las salas de juntas, cuyos directores no necesariamente observan una lealtad nacional exclusiva. Pero no es cierto que esta clase dirigente internacional pueda alcanzar sus fines sin la ayuda de los gobiernos, y uno de los fenómenos interesantes que se producen en los países metropolitanos es precisamente la creación de nuevos organismos, c o m o la Comunidad Económica Europea, para llevarlo a cabo. Este gobierno supranacional ejercido por cuenta de una clase capitalista internacional se ve todavía desafiado por gobiernos y capitalismos nacionales.

Pero si la transformación del nacionalismo en un sistema económico mundial supranacional es todavía incompleta en el centro capitalista, tampoco considera a todo el m u n d o neocolonial c o m o bajo sus intereses. D e muchas áreas, lo mejor es simplemente desentenderse y dejar que se estanquen, a menos y hasta el punto en que sus recursos y su fuerza de trabajo puedan resultar rentables. Pero de todos modos existen algunas antiguas formas sociales y económicas precoloniales que sobreviven en razonablemente buen estado al periodo de colonialismo consti­tutivo, caracterizado por el capitalismo de presa; otras todavía están gobernadas por imperialismos nacionales y unas cuantas se hallan sometidas a un nuevo control nacional y hasta socialista. Es quizá de temer que a la larga el poder caiga del lado de las multinacionales, pero por el momento al menos vemos un m u n d o en el que se desarrolla una compleja y multilateral lucha de clases entre grupos y en el que las multinacionales, en el mejor de los casos, tratan de manipular el sistema en provecho propio.

Finalmente, si en efecto prosigue la lucha de clases en la sociedad posco-lonial, se plantea la cuestión de cómo puede teorizarse esa lucha de clases y hasta qué punto nos capacitará dicha teorización para predecir los resultados.

C o n toda evidencia el marxismo, c o m o teoría internacional de la revo­lución, busca la forma de movilizar a los pueblos explotados de las sociedades coloniales y neocoloniales con objeto de derribar el sistema capitalista e introducir un orden socialista internacional. Pero, en relación con este complejo sistema mundial, el marxismo tiene los mismos problemas que las sociedades multinacio­nales. Las clases y estamentos del m u n d o colonial no responden mejor a los dictados de los análisis marxistas que las empresas económicas de las colonias a las necesidades del capitalismo multinacional. N o puede sorprendernos, pues, que sus análisis, especialmente cuando han sido presentados por grupos eurocéntricos c o m o ¡el Partido Comunista Francés, hayan sido controvertidos por intelectuales y líderes c o m o Frantz Fanon.

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406 John Rex

El fanon ismo y doctrinas afines son empero capaces de servir de ideo­logías para diversos grupos. E n principio. Fanon era realmente socialista, e instaba a que, si bien la revolución nacional debía a todo trance sostenerse contra el capitalismo metropolitano, debía también mantenerse en un estado de perma­nencia, de suerte que no fuese liquidada por una burguesía "compradora". Fácil es advertir, sin embargo, c ó m o puede esto servir de ideología a los intereses de una burguesía nacional que busca el poder en esa especie de vacío político a que nos hemos referido en las transiciones a la independencia de estos últimos tiempos.

Inmigrantes coloniales en las metrópolis

El modelo global que estamos proponiendo aquí no es simplemente un modelo o una tipología para sociedades coloniales. Hace referencia a un sistema imperial que englobaba sociedades coloniales y metropolitanas. Cuanto hemos dicho tiene c o m o fin hacer ver que cada colonia de por sí encierra sus propias luchas de clases multilaterales y complejas. Por otro lado está la lucha de clases tal c o m o se entiende en las sociedades metropolitanas, que m u y a menudo conduce a la inte­gración de la clase trabajadora en un sistema u otro de Estado benefactor. El problema que ahora se plantea es el de c ó m o los inmigrantes coloniales, proce­dentes de clases sociales m u y diversas dentro de sus sistemas coloniales imperiales, pueden ser relacionados y relacionarse ellos mismos con la lucha de clases y sistema metropolitanos.

U n a primera posibilidad es que lleguen a constituir un subproletariado o subclase separada del grueso de la clase trabajadora por un mercado de trabajo dividido y por viviendas y escuelas segregadas. Tal proceso no es nunca completo, sin embargo, dándose por lo menos una absorción parcial de minorías coloniales en el núcleo principal de la clase trabajadora. El verdadero problema consiste en que, a fin de asegurar su participación aun en la lucha de la clase trabajadora, tienen que organizarse y combatir por sus propios intereses.

Sería erróneo no obstante suponer que todos los inmigrantes entran en la sociedad metropolitana en una simple posición proletaria. Abundantes pruebas y testimonios indican que casi toda minoría étnica, si está bien organizada, lucha contra la proletarización; hay muchos grupos de inmigrantes indios, por ejemplo, que tanto en su posición de clase en la India c o m o a su llegada a la metrópoli saben hallar oportunidades para sí mismos dentro del sistema económico principal o paralelamente al mismo, librando así a su manera su lucha de clases particular.

Pero aunque la absorción de inmigrantes ha constituido un problema para las economías metropolitanas y sus clases trabajadoras durante un periodo de aproximadamente veinticinco años, la depresión en las economías metropolitanas ha traído aparejado el cese de la inmigración. Al mismo tiempo, sin embargo, al verse las industrias metropolitanas afectadas por la depresión, se abren nuevas

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Relaciones raciales y grupos minoritarios 407

oportunidades para la inversión en los territorios ex coloniales. Si hasta hace poco tiempo el capitalismo reclutaba m a n o de obra colonial porque los trabaja­dores locales metropolitanos se mostraban reacios o no se adecuaban a sus condi­ciones, ahora empieza a mirar a los países de origen de aquellos inmigrantes c o m o posibles campos para la inversión. Mientras qué hasta fecha bastante reciente acudía el trabajo en busca del capital, ahora es el capital el que va en busca del trabajo. Todo forma parte, sin embargo, del mismo proceso en que la clase trabajadora metropolitana se ve obligada a competir, en medio del creciente desempleo, con m a n o de obra barata procedente de las colonias.

Tal vez parezca a algunos lectores que este examen del problema de la creación de una tipología de las estructuras sociales coloniales y relacionadas con el sistema social imperial total se aleja un tanto del estudio del racismo y de las relaciones raciales. Pero si la especificidad de las situaciones de relaciones entre razas se define c o m o yo la he definido, o sea, las complejas relaciones entre explotador y explotado, entre un estamento colonial y otro, y entre colonia y metrópoli, entonces son precisamente los tipos de situación de competencia exacer­bada entre los grupos, de explotación y opresión mayores de lo normal en condi­ciones ordinarias del mercado, los que, c o m o he dicho, llevan a la justificación racista. La parte básica de la sociología de las relaciones raciales tiene que inte­resarse, pues, por la descripción y los análisis de tales situaciones. A d e m á s , y de un m o d o acaso más general, podríamos descubrir, en la diversidad de estas situaciones no sólo las que se dan justamente en llamar situaciones de relaciones • raciales del género más benigno, que M . G . Smith, V a n der Berghe y Scher-merhorn llaman pluralismo.

[Traducido del inglés]

Notas

1 Véase Ashley Montagu, Statement on race, Londres, M . G . Smith y Leo Kuper, Pluralism in Africa, Oxford University Press, 1972. Berkeley, University of California Press, 1969;

2' JohnRex (dit. pub\.), Apartheid and social research, P . V a n der Berghe, op. cit. Paris, Unesco (en prensa). 6 Véase especialmente Robert Brenner, "The origins

3 Pierre V a n der Berghe, Race and racism—A com- of capitalist development—A critique of neo-parative perspective, Nueva York, Wiley, Smithian Marxism", New left review, Lon-1978; Richard Schermerhorn, Comparative dres,n.° 144,1977; Jarius Banarji, " M o d e s of ethnic relations, Chicago, University of production in a materialist conception of Chicago Press, 1964. history", Capital and class, n.° 3, Londres,

1 Michael Banton, Race relations, Nueva York, 1977; H o m z a Alavi, " T h e colonial m o d e Basic Books, 1968; Philip M a s o n , Patterns of production", Socialist register, Londres, of dominance, Oxford University Press, 1970. 1975.

5 Véase especialmente J. S. Furnivall, Netherlands 7 Véase especialmente Eugene Genovese y Laura India—A study of plural economy, Cambridge Foner, Slavery in the new world, Englcwood University Press, 1939; M . G . Smith, 77ie Cliffs, Prentice-Hall, 1969. plural society in the British West Indies, Ber- 8 V a n der Berghe, op. cit. keley, University of California Press, 1965; 9 V a n der Berghe, op. cit.

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Notas (continuación)

10 John Rex , "The problem of race relations in sociological theory", en Sami Zubaida, Race and racialism, Londres, Tavistock, 1970; John Rex , Race relations and sociological theory, Londres, Weindenfeld and Nicholson, 1970; John Rex y S. Tomlinson, Race, colonialism and the city, Londres, Routledge and Kcgan Paul, 1973.

11 John Rex, "The plural society in sociological theory", British Journal of sociology, Londres, 1958.

12 Bronislav Malinowski, The dynamics of culture change, Nueva York, Greenwood, 1961.

13 John Rex, Race relations and sociological theory. 11 Kuper y Smith, op. cit. 15 ¡bid. También Van der Berghe, South Africa: a

study in conflict, D u r h a m , N . Carolina, Wesleyan University Press, 1966.

16 John Rex, "The plural society—The South African case", Race, vol. xir, n.° 4, Londres, 1971. Incluido posteriormente en Race colonialism and the city.

17 Vóase Harold Wolpc, en S. Zubaida, op. cit. 18 Ibid. 19 Edna Boancich, "Capitalism and race relations in

South Africa—A split labour market analy­sis". Ponencia presentada en el congreso de la

- Asociación Internacional de Sociologfa, en Upsala, Suécia, 1966. Véase también " A theory of ethnic antagonism—The split labour market", American sociological review, n.° 37, 1972; y "Advanced¿apitalism and Black/White relations in the United States—A split-labour market interpretation".

20 William Julius Wilson, 77ie declining significance of race, Chicago, University of Chicago Press, 1977.

21 Sobre la teoría del mercado de trabajo dual, véase Doeringer y Piore, Internal labour markets and manpower analysis, Nueva York, Lexing­ton Books, 1971.

22 Ceri Peach, West Indian migration to Britain, Londres, Oxford University Press, 1968.

23 Para un examen de la evolución del concepto de "subclase" (underclass) empleado por primera vez por Myrdal Gunnar en su Challenge to affluence (Londres, Collancz, 1969), véase

John Rex y Sally Tomlinson, Colonial immi­grants in a British city, Londres, Routledge and Kegan Paul, 1979.

Para un resumen del material europeo véase Stephen Castles y Godula Kosack, Immigrant workers and the class structure, Londres, Oxford University Press, 1973.

John Rex y Robert Moore, Race community and conflict, Oxford University Press, 1967; véase también J. Rex y S. Tomlinson, op. cit.

Véase Y u V . Bromley, "Towards a typology of ethnic process", British journal of sociology, vol. 3.

Oliver Cromwell Cox, Caste, class and race, Nueva York, Monthly Review Press, 1970.

Véase especialmente Eugene Genovese, In red and black, Londres, Allan Lane, 1971.

Frederick Johnstone, Class race and gold, Londres, Routledge and Kegan Paul, 1975.

Respecto a la tesis anterior, véase H . Wolpe, en S. Zubaida, op. cit.; en cuanto a la más re­ciente véase Harold Wolpe, "The white working class in South Africa", Economy and society, vol. 5, Londres, 1976.

Véase Maurice D o b b , Studies in the development of capitalism, Londres, 1964; Paul Sweezy, et al., The transition from feudalism to capi­talism, Nueva York, 1959.

Andre Gundar Frank, Capitalism and underdevel­opment in Latin America, Nueva York, Monthly Review Press, 1969.

Immanuel Wallerstein, The modern world sys­tem—Capitalist agriculture and the origins of the world economy, Nueva York, Academic Press, 1974.

Véase Ernesto Laclau, "Feudalism and capitalism in Latin America", New left review, n.° 67, Londres, 1971.

Eric Williams, Capitalism and slavery, Nueva York, Rusell, 1944.

Véase especialmente M a x Weber, General econ­omic history, Londres, Macmillan Collier Books, 1961.

Véase Eric Wolf, Peasants, Englewood Cliffs, Prentice Hall, 1966; también Teodor Shanin, (dir. publ.), Peasant society, Harmondsworth, Penguin, 1972.

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L a nueva sociología urbana

John Walton

El cambio de paradigma

E n el breve lapso de la última década hemos asistido a una revolución en el campo de la sociología urbana. Lo que en los años sesenta y primera parte de los setenta empezó c o m o una reacción crítica a ciertas anomalías obser­vadas en las doctrinas vigentes sobre urbanismo, últimamente ha culminado en un verdadero cambio de paradigma.

El paradigma anterior descansaba sobre una amalgama de ideas resu­midas en términos de organización social (desorganización) y secuencia ecológica: el tema básico de la comunidad gradualmente surgida de los mecanismos del mercado, la diferenciación social y el pluralismo político. E n cuanto a su genea­logía, el paradigma era deudor en gran medida de las teorías europeas de la integración social (por ejemplo, Durkheim y Simmel) y alcanzó su máximo desarrollo en los Estados Unidos de América en la Escuela de Sociología Urbana de Chicago (con Wirth, Park y Burgess). E n el decenio del setenta, este paradigma había llegado a su madurez y agotamiento. E n contraste con los procesos histó­ricos a que respondía, tales como urbanización primaria, inmigración y formación de la comunidad o elaboración de la estructura espacial, el paradigma no estaba pertrechado para enfrentar la nueva crisis urbana.

Sin duda, este cambio de paradigma es gradual en algunas regiones y encuentra resistencia en otras. Pero la metáfora kuhniana es oportuna, según parecen mostrar varios indicadores. Las anomalías, iniciadas a finales de la década de los sesenta, se multiplicaron a medida que la crisis urbana planteaba interrogantes sin aparente respuesta acerca de las crecientes desigualdades raciales y de clases, en vez de integración social; cuestiones de deterioro urbano, en lugar de competencia y secuencia ecológica; de organización de la protesta, en vez de

John Walton es profesor en el Departamento de Sociologia de la Universidad de California, en Davis, California 95616, Estados Unidos de América. Es autor de Elites and economic development (junto con Alejandro Portes), publicado en 1977 y de Labor, class and the international system, aparecido en 1981.

Rev. int. de cieñe, soc., vol. XXXIII (1981), n.° 2

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desorganización anómica; y de política de dominación y acumulación, en lugar de pluralismo. L a crisis del paradigma era lá crisis social, y, característicamente, el nuevo enfoque combinaba la fecundidad con respuestas a las nuevas cuestiones críticas (por concisas que tales respuestas fuesen). El nuevo enfoque ganó rápi­damente adeptos entre los universitarios m á s jóvenes y en las disciplinas afines. U n signo definitivo y elocuente es el hecho de que los libros de texto fundamentales se estén reescribiendo desde el punto de vista del nuevo enfoque.

Por el m o m e n t o parece acertado concluir que la revolución acontecida en la sociología urbana se acerca ya a su culminación, que se ha inaugurado un nuevo periodo de "ciencia normal" (con sus limitaciones inherentes) y que la tarea m á s apremiante consiste en indicar los pasos críticos y progresivos que deben darse de ahora en adelante. E n primer lugar, es preciso caracterizar el nuevo enfoque. C o m o con las etiquetas concretas se corre el riesgo de incurrir en reificación y reacción, prefiero llamar a esto sencillamente nueva sociología urbana y caracte­rizarla en los puntos desarrollados a continuación. A partir de ellos espero dejar bien claro que si bien el enfoque hace hincapié en aspectos estructurales, no lo hace nunca a expensas del proceso; que si pone el acento en la economía, no desatiende la sociedad ni la forma de gobierno; que si hace referencia a M a r x , es en la misma intención de previsión y anticipación del futuro en que Weber lo haría. D e surgir objeciones a esta perspectiva, habrán de girar en t o m o a los puntos analíticos.

L a nueva sociología urbana tiene orígenes diversos en la teoría y en la práctica. C o m o ya he indicado, fue producto, en parte, de la crisis urbana que estalló internacionalmente, desde Watts a París, en las postrimerías de la década de los sesenta. Entre los ingredientes más conocidos de la crisis que desafió la interpretación convencional y exigió una nueva visión se contaba la protesta social, el menoscabo de los recursos y servicios urbanos, la pérdida de puestos de trabajo y de industrias, la asignación de nuevas responsabilidades para administraciones locales debilitadas, bases de población (migratoria, accidental) y mercado de trabajo cambiantes, polarización socioeconómica de la ciudad y sus alrededores (suburbios y nuevas ciudades), esfuerzos oficiales para pacificar o reprimir a los residentes del casco urbano de las poblaciones, y, por último, la aparición de los signos de una crisis fiscal.

L a crisis urbana tuvo la irónica consecuencia de provocar una producción considerable de investigación convencional, útil en cuanto a su aspecto descriptivo, pero inadecuada para explicar la razón de estos acontecimientos. Los estudios realizados sobre los participantes en disturbios callejeros y sus objetivos, por ejemplo, dieron algunos resultados informativos que tendían a refutar las teorías sobre desorganización social y alienación irracional. Las indagaciones en la política local que revelaron el poder de las sociedades privadas y las empresas, así c o m o las coaliciones gubernamentales, implicaban, pero no analizaban, sus vincu­laciones con la estructura de clases y la economía nacional. La investigación que

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La nueva sociología urbana 411

documentaba la segregación ecológica y la fragmentación política no daba la menor explicación de c ó m o habían llegado a producirse tales transformaciones y a qué intereses servían, una vez puesto en claro que la m a n o oculta de la compe­tencia y el equilibrio no podía dar razón de estos cambios generadores de crisis. El enfoque convencional, en un diluvio de eficiencia empírica, arrastró y disolvió sus propios cimientos cuasi-teóricos.

Coincidiendo con esta acumulación de anomalías en torno a la crisis urbana en las sociedades avanzadas, y en particular los Estados Unidos de América, iban madurando otros enfoques del problema del desarrollo urbano. Cabe destacar los rápidos progresos efectuados por la investigación sobre urbanismo dependiente en los países en desarrollo, que, debido en parte a la "ventaja del atraso", no necesitaba partir de los balcanizados conceptos disciplinarios de la sociología urbana, las ciencias económicas y la ciencia política. La urbanización y sus consecuencias podían verse c o m o causa y efecto de la transformación de la sociedad. Otro elemento clave fue el fomento de una asidua investigación empírica en Europa que procedía de una tradición teórica m á s holista. Esta combinación de anomalía, investigación corriente pero teóricamente no interpretada y tradi­ciones holistas emergentes sirvió de base de partida para la nueva sociología urbana.

E n su desarrollo a lo largo de la pasada década, la nueva sociología urbana adopta varias premisas características. Primero, desde un punto de vista teórico e histórico sostiene que el propio urbanismo requiere definición y explicación, en vez de ser algo que se da por descontado o que simplemente se trata c o m o u n fenómeno de agregación. Urbanismo y urbanización deben asumir el estatus de "objetos teóricos" en el sentido de fenómenos que surgen (o no surgen) y adoptan formas diferentes bajo m o d o s diversos de organización socioeconómica y control político (Castells, 1978; Harvey, 1973). Segundo, el nuevo enfoque se interesa por la acción recíproca de las relaciones de producción, el consumo, el cambio y la estructura de poder manifiesta en el Estado. Ninguno de estos elementos puede ser comprendido por separado, o c o m o analíticamente previo, excepto en el sentido de un ejercicio lógico (o sea, ceteris paribus). Tercero, c o m o en el caso del urbanismo en general, los procesos urbanos concretos (por ejemplo, patrones ecológicos, organización de la comunidad, actividades económicas, política de clases y de etnias, administración local) deben ser entendidos en términos de sus bases estructurales o de c ó m o están condicionados por su relación con exigencias económicas, disposiciones políticas y con el medio sociocultural. Cuarto, elenfoque se interesa fundamentalmente por el cambio social y entiende que éste se origina a partir de conflictos (o contradicciones) entre clases y grupos sociales relevantes. Estos conflictos constituyen la base del proceso político que, cada vez m á s , coin­cide con el área de competencia del Estado. Los cambios en la economía no sólo implican una mediación política y social, sino que son social y políticamente generados. Los cambios sociales y políticos no son en ningún sentido indepen­dientes de la economía. Por último, el enfoque está inextricablemente ligado a los

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problemas de interés de la teoría normativa. N o solamente se propone descubrir las implicaciones ideológicas y distributivas de las posiciones alternativas, sino que es críticamente consciente de sus propias premisas y de los. dilemas que éstas plantean.

Si la nueva sociología urbana se ha adjudicado un papel paradigmático m á s o menos consecuente con estas premisas, su labor no ha hecho más que comenzar. E n la presente coyuntura, el reto consiste en avanzar m á s allá de una elegante —y a veces formalista— crítica de la sociología o economía urbanas convencio­nales y demostrar el valor del enfoque en la investigación y en la explicación de las principales transformaciones experimentadas por las ciudades dentro del contexto de la economía política nacional e internacional. Si bien esta tarea es necesariamente histórica, se atribuye particular importancia a una explicación de los trastornos acusados hoy por las ciudades c o m o consecuencia de la crisis económica global y la correspondiente política de austeridad que sucedieran a la crisis urbana de la década de los setenta c o m o problema fundamental del medio urbano. Este problema se experimenta de forma distinta en los diversos marcos urbanos según sea la incidencia de un cúmulo de circunstancias, entre otras, la situación y los recursos de la sociedad nacional dentro del sistema global, la eco­nomía local, la estructura de la población y de las clases sociales, los regímenes políticos específicos en cada caso, etc. Los desafíos que arrostra la nueva investi­gación urbana consisten precisamente en determinar el carácter y la importancia de esta variación local y relacionarla con las tendencias sistémicas más generales. E n una palabra, ésta es la tarea a cumplir y el programa de trabajo para la sociología urbana en la década del ochenta.

Las condiciones históricas que dan origen a la nueva sociología urbana y determinan una parte considerable de su materia de estudio pueden describirse colectivamente, y sin riesgo de hipérbole, en los términos teóricos de la crisis económica. L a palabra "crisis" se emplea aquí en el sentido concreto de un dese­quilibrio periódico en el desarrollo del capitalismo avanzado que obliga a una reorganización o racionalización fundamental de la economía y de la política social. Las crisis se producen a diversos niveles y no anuncian necesariamente el dénouement. Pueden ser parciales, sectoriales, o, c o m o en este caso, globales (Harvey, 1978) y representan intervalos normales, incluso necesarios.

La crisis económica global contemporánea no tiene, por supuesto, prece­dentes históricos. Por su alcance rivaliza con la de 1930, pero su esencia y sus efectos son diferentes. L a crisis que se inició en los países capitalistas avanzados en 1973 es, en el fondo, una crisis de superproducción (Mandel, 1978). Sobre­viene en el ocaso de un periodo de expansión general y bastante sostenida de las economías industriales avanzadas después de la segunda guerra mundial. Dicho periodo contempla la recuperación de Europa occidental y de Japón c o m o poten­cias económicas que llegan incluso a rivalizar con los Estados Unidos de América en el comercio y en la inversión mundial: competidores imperiales y ocasionales

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colaboradores, a través de las multinacionales, en la pugna por los mercados del tercer m u n d o , cada vez m á s reacios ellos mismos a su propia desnacionalización. Esta competición esencial fue la causa del definitivo fracaso del acuerdo de Bretton W o o d s , lo que significó el fin de la convertibilidad del dólar en oro c o m o divisa internacional, la adopción de tipos de cambio flotantes y la imprevisibilidad general del sistema financiero mundial contemporáneo.

E n las sociedades capitalistas avanzadas, particularmente en los Estados Unidos de América, la crisis internacional se refleja en una reducción del comercio mundial (con excepción de las exportaciones agrícolas), en déficits comerciales, descenso de la producción industrial, descenso de los índices de beneficios, aumento de capitales y recursos inactivos, crecimiento del desempleo, y, en general, los rasgos típicos de la recesión profunda. E n los Estados Unidos de América, a la crisis inicial de 1973 siguió una recuperación temporaria c o m o consecuencia del consumo acelerado estimulado por una explosión del crédito al consumidor, del endeudamiento institucional, el endeudamiento público y los gastos con déficit presupuestario, así c o m o de una firme expansión de la oferta m o n e ­taria. Resultado de todo ello fue una enorme aceleración de la deuda pública y privada que alimentó la inflación mientras que sólo conseguía frenar brevemente el estancamiento. Los aumentos en el precio del petróleo contribuyeron sin duda a esta "estanflación", pero su ritmo gradual, las cantidades relativas, la recircu­lación (por ejemplo, las compras de la O P E P ) y los efectos diferenciales en las distintas economías nacionales los descartan c o m o causas fundamentales. El periodo de recuperación fue breve (1975-1977) y para 1979 la recesión había vuelto con redoblada saña.

A comienzos de la década del ochenta los efectos de la crisis global son bien fáciles de apreciar. Los índices de producción industrial continúan descen­diendo en todos los países capitalistas avanzados. El comercio mundial, con el recurso cada vez mayor de muchos países a medidas proteccionistas, no deja de disminuir (Strange, 1979). L a inflación sigue creciendo hasta el punto en que países c o m o los Estados Unidos de América se ven obligados a abandonar las espe­ranzas de recuperación mediante la expansión del crédito o la financiación de la deuda y adoptan en cambio medidas de austeridad para frenar el endeudamiento y equilibrar el presupuesto. El efecto inmediato es el aumento del desempleo, la reducción en los gastos públicos de carácter social y la depresión creciente de sectores industriales clave c o m o la construcción, la siderurgia, la industria auto­motriz, etc. Las políticas oficiales de bienestar social que sellaran el pacto entre capital y trabajo en periodos de expansión se ven progresivamente abolidas, mientras que la fuerza de trabajo que escapa al desempleo se ve castigada con reducciones en el salario real. A medida que la crisis se desarrolla podemos prever también la devaluación del capital fijo (Harvey, 1978) y, en general, un proceso de "recapitalización del capital" (Miller, 1979).

• Partiendo de esta caracterización m u y general de la actual crisis económica,

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y a los efectos que aquí nos interesan, podemos señalar los nexos de la misma con los problemas urbanos y las formas más acuciantes en que la crisis se mani­fiesta a escala local. A este nivel, nos cumple indicar las implicaciones estructu­rales que exigen investigación comparativa concreta y que deparan la base teórica del nuevo programa de estudio.

Para empezar con lo m á s evidente, existe la impresión de que la crisis económica global se identifica con la crisis urbana en cuanto la primera surge y se configura en países industriales avanzados con alto desarrollo urbano. Pro­blemas nacionales c o m o el desempleo y las políticas de austeridad son en amplia medida problemas de ciudades que históricamente han constituido un requisito esencial para el desarrollo capitalista. N o obstante, los efectos urbanos de la crisis son m u c h o más específicos y apremiantes. Los efectos diferenciales del desempleo, por ejemplo, son m á s duramente sufridos por las poblaciones de las urbes centrales entre las que se cuentan proporciones m á s elevadas de recientes inmi­grantes, personas mayores de edad, minorías y clase obrera menos calificada. Las medidas de austeridad que recaen sobre todo en los gastos sociales suelen aplicarse con m á s rigor en el ámbito del consumo social (frente a la inversión social, véase O'Connor , 1973), esto es, sobre proyectos y servicios que benefician a la población trabajadora (o reducen los costos de su reproducción), tales c o m o sanidad, vivienda, transporte y seguridad social. Las industrias privadas más vulnerables e inmediatamente afectadas, especialmente la construcción, son a la vez el área m á s desesperada de las ciudades.

A medida que ahondamos en el análisis de la crisis económica y de sus consecuencias, sus manifestaciones urbanas se nos presentan con mayor relieve y singularidad. La "crisis fiscal urbana" es prototípica. Si tomamos el ejemplo de la ciudad de Nueva York, representativa en cierto m o d o de situaciones comunes a otras ciudades estadounidenses y de todo er m u n d o , los orígenes de las dificultades y males locales hay que buscarlos en trastornos estructurales más generales y amplios, tales c o m o son la superproducción, el ocaso del floreci­miento de posguerra, la competencia en los mercados de exportación, la pérdida de industrias y puestos de trabajo, así c o m o las miopes soluciones financieras basadas en la expansión de la deuda (Edel, 1977). C o n talante m u y parecido, las ciudades centrales propenden casi siempre a la devaluación del capital fijo en viviendas y rentas por alquiler, edificios comerciales y terrenos de propiedad del Estado e inversiones que puedan liquidarse para atender otras obligaciones apre­miantes de la administración pública (véase Harvey, 1978, en cuanto a ejemplos históricos, y Cleveland por lo que atañe a ejemplos contemporáneos). U n a vez adecuadamente devaluados, la nueva compra de estos bienes o sistemas infraes-tructurales es saludada a veces c o m o prueba de un renacimiento urbano (Edel, 1977). L o que no parece tomarse en cuenta en este optimismo es quién ha ganado y quién ha perdido en el proceso. Tanto en el caso de la refinan­ciación de la crisis fiscal urbana c o m o en el de la reinversión en bienes urbanos

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devaluados, los costos han sido gravosamente transferidos a los pensionistas, los contribuyentes, los propietarios de viviendas y los pequeños empresarios y comerciantes.

E n medida bastante considerable, el gran capital no sufre estos gravámenes en virtud de su movilidad y posesión de capital monetario (producto, también, de la sobreacumulación). El capital fijo dèvaluado supone una ventaja tributaria para aquellas estrategias de reinversión que, con ritmo creciente, han llevado capital y puestos de trabajo al extranjero (Walton, 1980) o a regiones m á s tenta­doras del territorio nacional, c o m o el "cinturón del sol" de los Estados Unidos (Perry y Watkins, 1977). Estas "crisis de desviación" (Harvey, 1978) son doble­mente desventajosas para las áreas urbanas más antiguas, pues llevan aparejadas mudanzas tanto geográficas c o m o sectoriales. L a inversión no sólo abandona las viejas ciudades industriales y proletarias, sino que también se desplaza, en el ámbito nacional, hacia la fabricación de nuevos productos en que los antiguos obreros no tendrían ninguna ventaja especial aunque emigrasen con el capital. Sus puestos de trabajo han sido exportados al tercer m u n d o , a los países europeos más pobres (Irlanda, España, Portugal) o a economías de enclave (Taiwan, H o n g K o n g , Singapur).

Por último, conviene observar que allí donde la austeridad y la crisis fiscal motivan reducciones en el gasto público, imparcial y justamente, las cargas son pese a todo desproporcionadamente soportadas por la clase trabajadora urbana. Por ejemplo, aunque las reducciones en el empleo público pueden, en u n m o m e n t o dado, tener lugar en todos los ramos de actividad, la importancia histórica de la expansión del sector público ha supuesto, en medida considerable, la absorción de trabajadores desplazados por el crecimiento industrial con alto coeficiente de capital. Además , las diversas formas de consumo colectivo antes mencionadas sirven no solamente para aumentar la retribución social, sino que consisten en el salario entero para muchos de los estratos menos privilegiados de la fuerza de trabajo urbana (especialmente mujeres y minorías, ya que estos puestos de trabajo han sido los m á s adelantados en cuanto a acción afirmativa).

Tenemos pues ante nosotros un número de problemas relacionados con el curso m á s amplio y general de la historia contemporánea, pero que se presentan a un nivel más manejable y en un marco de interés más inmediato. A partir de estos temas un tanto inconexos y organizados al acaso, el nuevo investigador urbano puede moverse en m u y diversas direcciones. Evidentemente, ninguna inicia­tiva en este sentido debe ser desalentada. Sin embargo, algunos avances recientes en sociología urbana han supuesto pasos importantes en direcciones específicas, guiados al mismo tiempo por intuiciones teóricas características y por las aporta­ciones informativas de tradiciones anteriores en el ámbito de la investigación urbana. E n suma, determinados puntos pueden ser hoy especialmente estratégicos y fructíferos. A continuación paso a relacionar y a comentar críticamente una serie de ellos presentados c o m o un programa de investigación unitario. U n sinfín de

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limitaciones, que oportunamente atribuiré a la falta de espacio, impiden el análisis detallado de estos puntos. Por el m o m e n t o se ofrecen c o m o vehículo para llevar adelante nuestras consideraciones.

U n programa de investigación

La integración de niveles

L a primera cuestión general que surge en este programa de investigación es la de la integración de niveles dentro de los análisis holísticos. E n las críticas de la investigación convencional ha llegado a ser casi perogrullesca la insistencia sobre el reconocimiento de "fuerzas estructurales m á s amplias" que se hallan en las "raíces" de los cambios acontecidos en el ámbito urbano, deplorando el carácter espurio de la investigación que atrapa un aspecto de un fenómeno importante, pero lo interpreta erróneamente buscando un adecuado análisis causal. Pese al carácter casi axiomático de tales críticas, hay una grave escasez de análisis ejemplificativos que liguen los procesos globales con sus efectos urbanos, por vías sistemáticas (en contraposición a contextúales), a través de todos los zigzags socialmente específicos en sus recorridos completos de ida y vuelta, y en lo que estas desviaciones concretas puedan significar para la teoría general. N o deja de ser irónica esta laguna, ya que una parte de la m á s selecta y respetable teoría se consagra precisamente a "los nexos estructurales que necesitamos para comprender el proceso urbano bajo el capitalismo" (Harvey, 1978,114; véase también Lohkine, 1976; y Lamarche, 1976).

Naturalmente, hay algunas excepciones ilustrativas. C o m o ya se ha indicado, donde m á s a fondo se han investigado los efectos definidos y variados del desa­rrollo capitalista en la estructura urbana ha sido en el estudio de la urbanización en el tercer m u n d o (por ejemplo, Castells, 1978; Slater, 1978; Quijano, 1968; Hardoy, 1975; Lübeck y Walton, 1979). Respecto a los países avanzados, no faltan algunos empeños heurísticos entre los que se cuentan los análisis de Edel (1977) sobre la crisis fiscal de Nueva Y o r k en el contexto de la economía global y el estudio de Gordon (1978) sobre diversos periodos en el desarrollo urbano de los Estados Unidos que corresponden a otras tantas etapas en los cambiantes m o d o s de producción y control del trabajo. U n a obra reciente del autor de este artículo, que trata de la internacionalización del capital y las estructuras de clases de los países avanzados, intenta rastrear los efectos de la exportación de capital y puestos de trabajo en las transformaciones urbanas y regionales (Walton, 1980; véase también Cohen, 1977).

U n a excelente y oportuna ilustración de los nexos que existen entre lo global y lo urbano es el análisis de Mingione (1978) sobre "la crisis capitalista, el neodualismo y la marginalización". Mingione concibe la crisis global de los

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países avanzados no en términos de superproducción sino más bien de un decre­cimiento en la tasa de acumulación y un aumento de m a n o de obra excedente. Algunas respuestas a este problema recurrente, aplicadas en otro tiempo con éxito, que consistían en la conquista de nuevos mercados o en la innovación tecnológica son actualmente inviables debido a la sobreexplotación del tercer m u n d o (además de la competencia de los países socialistas) y al estancamiento tecnológico, debido en parte, este último, a la subacumulación. Estas y otras circunstancias se combinan para dictar una "solución interna" por la que el gran número de subempleados y desempleados se convierte en una nueva especie de economía informal dentro de los países avanzados: "una de las opciones para el capitalismo sería extender estos sectores marginales caracterizados por bajos salarios, empleo irregular y super-explotación de la m a n o de obra, desviando algunas de las actividades económicas que anteriormente se desarrollaban en los grandes centros industriales" (1978,215). Las posibles consecuencias de este cambio son luego analizadas y vinculadas con las luchas urbanas y regionales. Aunque el análisis es m u y breve, está lleno de implicaciones fascinantes y planteamientos tentadores, dadas las tremendas consecuencias de la economía informal demostradas en la organización social urbana del tercer m u n d o (Portes, 1980) y la creciente importancia de este fenómeno en los países avanzados.

Pero, a pesar de todo, estos esfuerzos, y algunos otros en la misma línea, son tan solo modestos comienzos dada la significación teórica (por no hablar de la importancia retórica) del problema. Los efectos urbanos de la actual crisis econó­mica se dejan sentir no sólo en la exportación de puestos de trabajo y de capital, en las crisis fiscales y en la economía informal, sino también en los sectores nacionales básicos de producción, en el consumo privado y colectivo y en una serie de medidas estatales destinadas a promover la austeridad. Es m u c h o lo que aún queda por investigar y sistematizar en cuanto a la forma en que se vinculan e interrelacionan estos niveles.

Respuestas alternativas

U n segundo punto de este programa de investigación es la amplia cuestión de las respuestas alternativas que se deben dar a las exigencias o crisis de la economía y del orden civil. Evidentemente, la crítica fundamental —y frecuentemente válida— que se hace a la investigación dentro del nuevo paradigma es su propen­sión a la caída en el funcionalismo, la teleología o el determinismo ex post facto; es decir, se "explica" retrospectivamente un hecho concreto c o m o consecuencia necesaria de una particular constelación de fuerzas económicas y políticas. ¿ C ó m o podría ser de otra manera?, algunos autores (Marx, entre ellos) se complacen en decir. E n un momento de candor, M a r x (1857) escribía a Engels acerca de su análisis del m o d o asiático de producción: "Tal vez esté equivocado, pero si así fuera, siempre puedo salir airoso con un poco de dialéctica. Estoy pertrechado

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para demostrar que tengo razón aun en el caso inverso." Aunque el funciona­lismo bruto (en contraposición con las formulaciones estudiadas, al m o d o de Stinchcombe, 1968) es impugnable independientemente de la teoría particular a la que sirve, no es ni m u c h o menos un rasgo endémico del enfoque que estamos considerando, c o m o muchos críticos en exceso de celo han denunciado. Bien por el contrario, los análisis alambicados indican con harta frecuencia las formas alter­nativas en que una crisis dada, o una simple adivinanza, puede ser resuelta a la luz de las estratagemas políticas y económicas disponibles.

Acuden a la mente ilustraciones tomadas de la literatura teórica anterior­mente referida. Por ejemplo, el análisis sistemático que hace O'Connor (1973) de la crisis fiscal del Estado, propone para su resolución a plazo corto-medio: recesión dirigida, controles de precios y salarios y aumento de la productividad en el sector de servicios, es decir el "complejo social-industrial". El estudio de Harvey (1978) sobre la acumulación excesiva y el proceso urbano considera las posibilidades de una acumulación y devaluación renovadas respecto de la pro­ducción y el consumo en los tres "circuitos del capital", así c o m o las luchas que esto puede engendrar.

Los estudios históricos y empíricos han intentado explicar la diversidad de adaptaciones contemporáneas a las exigencias del desarrollo urbano y sus proyec­ciones hacia el futuro. El análisis de Hill (1978) sobre acumulación de capital y urbanización en los Estados Unidos ofrece tres respuestas al colapso fiscal: la ciudad paria, la ciudad socialista y la ciudad capitalista de Estado, con elementos manifiestos de todas ellas, a pesar de la creciente preponderancia de la última. E n análisis paralelos de las condiciones que u n día favorecieron la expansión hacia los suburbios y el cinturón de sol, Markusen (1978) y Perry y Watkins (1977) indican las circunstancias bajo las cuales los centros urbanos m á s antiguos podrían experimentar un renacimiento. L a investigación europea en este ámbito se ha concentrado sobre todo en las circunstancias en que se ha invertido capital en diversas formas de desarrollo urbano, construcción y viviendas (por ejemplo, Ascher y Levy, 1973; Duelos, 1973; Pickvance, 1976; Preteceille, 1973).

N o obstante, estos ejemplos constituyen excepciones a la generalizada prefe­rencia por la explicación inapelable, y aun las excepciones se presentan m u y a m e n u d o rodeadas de vaguedad y cláusulas evasivas. L o que m á s se echa en falta son explicaciones teóricamente informadas que lleguen a enumerar una serie delimitada de alternativas viables, indicando a continuación las condiciones bajo las cuales una u otra resultaría pertinente. Esto no es un llamado al mecanicismo, que es ya en sí una espada de doble filo. Se trata m á s bien de una apelación a que se sustituyan las seguridades presuntuosas y autosatisfechas por hipótesis cohe­rentes y comprobables. A d e m á s , es precisamente en esta sazón que puede invo­carse la tan deplorada (a m e n u d o injustamente) tendencia a las explicaciones "economicistas": sazón en la que las contradicciones económicas más netamente deducibles se localizan en las coordenadas de la posibilidad política.

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La nueva sociología urbana 419

Luchas políticas y movimientos sociales

L o dicho anteriormente nos lleva al tercer punto, o sea el del estado de la investi­gación sobre luchas políticas y movimientos sociales. E n mi opinión hay una cierta proclividad, en este tipo de trabajos, hacia las aserciones polémicas acerca de la lucha de clases. Su carácter y prestigio profético mal examinados se reflejan en el hábito de etiquetar todas las formas de actividad política c o m o conflictos de clases. Siguiendo las orientaciones weberianas, es esencial que sepamos distinguir entre acciones políticas basadas en consideraciones de estatus y de honor social y las basadas en intereses de clase. Los empeños por combinar todo esto en una noción desnaturalizada de clase social producen embrollos analíticos y esquemas complicados e inmanejables (véase Giddens, 1973) que no hacen m á s que apartarse de la precisión y el rigor recomendados por los conceptos mismos. Especialmente necesitamos identificar los resortes de la acción en los movimientos inspirados por consideraciones de clase o de estatus y comprender mejor su interacción: c ó m o se combinan bajo distintas circunstancias o se desarrollan unos a partir de otros en diferentes proporciones y bajo distintas condiciones históricas y políticas (por ejemplo, Bendix, 1974).

Concretamente, en las luchas políticas orientadas hacia la promoción de empleo o servicios para la comunidad, ¿en qué medida es la acción inspirada por desigualdades relacionadas con la producción (el dinero y la retribución social o las condiciones generales de trabajo), por desigualdades de sexo, raza o naciona­lidad, y c ó m o se interrelaciona todo ello? C o n demasiada frecuencia se tiende a eludir esta intrincada cuestión con simples aseveraciones sobre la clase, que en algún punto indeterminado, "sobrepasa" intereses m á s efímeros de estatus y de honor, o bien, a la inversa, que los conflictos de clase aportan una contribución (nunca capaz de explicar nada) a otras acciones, con lo que lo inexplicado se aban­dona a un tratamiento residual.

Al estudiar a fondo alguno de estos problemas concretos, resulta espe­cialmente instructiva la investigación procedente de otras tradiciones. Por ejemplo, la espléndida descripción que hace Kornblum (1974) de la comunidad obrera revela la íntima interacción que existe entre el trabajo industrial y la comunidad étnica en cuanto ambos factores afectan a la política de la clase trabajadora. E n una vena histórica m u y afín, Yancey et al. (1976) describen las condiciones urbanas, industriales y del mercado de trabajo en que "aparece" la etnia c o m o una base de acción. Los ejemplos podrían multiplicarse, pero el quid está en que en esta cuestión tenemos una preciosa oportunidad no sólo de sacar buen partido de investigaciones anteriores sino de progresar teóricamente.

U n problema análogo en el estudio de los movimientos sociales urbanos ha sido la tendencia a suponer teóricamente que sus orígenes se sitúan en ciertas contradicciones particulares. Esta suposición conduce a dos dificultades. La primera está en inferir de la existencia de un movimiento que una contradicción

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dada, descubierta analíticamente, es realmente significativa para ese movimiento y se encuentra entre las causas del mismo. El segundo problema está en inferir de una contradicción analítica la probabilidad de formación de un movimiento c o m o respuesta a ella. Evidentemente ambas cosas constituyen el mismo error o, por lo menos, la misma incapacidad para distinguir independientemente contra­dicciones y movimientos y para investigar empíricamente su interconexión. Efectuar esta distinción nos permitiría descubrir que los movimientos pueden originarse en marcos o situaciones m u y diversos, sin excluir los no comúnmente interpretados c o m o contradictorios; que algunas contradicciones tienen más fuerza que otras, y que, c o m o aprendieron Piven y Cloward (1977, 17), "las exigencias de los disconformes, al menos en los periodos que examinamos, están tan determinadas por sus interacciones con las élites c o m o por los factores estruc­turales (o contradicciones) que produjeron los movimientos". D e un m o d o análogo, podríamos estar m á s atentos a percibir la posibilidad de que la forma en que las contradicciones se resuelven pueda proporcionar la mejor explicación, no del posible derrumbamiento, sino de la estabilidad y flexibilidad mismas del orden social (Dowd, 1978).

E n buena medida esto es c o m o decir que, insólitamente, se ha echado dema­siada responsabilidad sobre los hombros del movimiento social c o m o fuente de cambio. Teóricamente se le ha vinculado a toda especie de contradicciones, y de sus avatares depende la suerte de todo progreso previsible. Evidentemente, bien poco cambio progresista puede esperarse sin movimientos sociales. Pero sus orígenes, vicisitudes y resultados últimos tienen que ser determinados con referencia al marco institucional m á s amplio que cambia, en algunos aspectos, independientemente de los movimientos mismos, a la vez que les brinda las oportunidades de su éxito diferencial. La investigación con mejores probabili­dades de dar cuerpo y vida a estas reflexiones dependerá de métodos comparativos m á s rigurosos y exigentes aplicables a distintos marcos institucionales y tipos de movimientos con perfecto control de los mismos.

U n a vez aclarada la relación entre las diversas bases de la acción política y las consideraciones de clase y de estatus, así c o m o los complejos aspectos de los movimientos sociales, podrá ya proseguirse sin trabas el estudio de la lucha de clases. Es estimulante contemplar el eclipse de las polémicas ateóricas y, por lo tanto irreconciliables, acerca de la naturaleza y distribución del poder político, eclipse que se ha producido por efecto de nuevas formulaciones teóricas que permiten llegar a una solución más o menos definitiva. Modelos claros y cohe­rentes basados en análisis de clases han demostrado su valor explicativo frente a otros basados en el pluralismo o el elitismo. Así ha sucedido en estudios compa­rativos de casos realizados en los Estados Unidos sobre problemas urbanos tales c o m o los transportes (Whitt, 1979), el poder de las sociedades anónimas en las ciudades (Friedland, 1977) y en los Estados (Hicks et al., 1978), así c o m o dentro de una labor imaginativa en que se combinaban análisis de casos y métodos

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comparativos en el estudio de problemas relativos al medio ambiente (Crenson, 1971). Iniciada con menos desventajas e impedimentos, la investigación europea sobre el dominio que las grandes sociedades y empresas ejercen en la política urbana ha producido trabajos interesantes, entre otros la clásica obra de Castells y Godard (1974) sobre Monopolville y el reciente estudio comparativo de Lohkine sobre la política local en Lille y en Marsella. Por m u c h o y m u y seriamente que se dude, la proposición de que en la política urbana predominan los intereses del capital privado se ve hoy respaldada por la mejor investigación empírica.

Aunque éste es un resultado necesario al que se ha llegado con no poco esfuerzo y dificultad, es no obstante una proposición realmente básica. H a allanado el camino para el desarrollo de una labor más beligerante que se concentre en las condiciones y consecuencias políticas de las divisiones y coaliciones.de clases. U n a vía de acceso ha sido la índole de la división interna que se observa en las clases, particularmente por lo que al capital se refiere. Por ejemplo, varios autores (Castells, 1978; Harvey, 1976; Mingione, 1977, entre otros) han analizado el m o d o en que los gastos destinados al consumo colectivo (de lo que es prototípica la vivienda) tienden a dividir al capital: aquéllas fracciones del mismo que dependen del suelo, la construcción o los alquileres propugnan mayores beneficios en las viviendas mientras que el capital industrial se opone a tales presiones de alza sobre los salarios. E n tales circunstancias puede suceder que el capital "en general" (Harvey, 1976) y el Estado se alien con el capital industrial, beneficiando al m i s m o tiempo a los asalariados. El ejemplo, c o m o es obvio, sirve principalmente para indicar el m o d o en que este enfoque deja abierta la posibilidad de efectuar análisis de situaciones más realistas y complejas.

El análisis que hace Mollenkopf (1978) de las diversas coaliciones pro crecimiento que abundaron en las ciudades de los Estados Unidos durante el periodo de postguerra es una ilustración ejemplar de la fecundidad de este enfoque. N o s muestra que mientras las coaliciones referidas abarcaban en su momento muchos elementos (capital de sociedades, funcionarios y promotores locales, profesionales de clase media) a expensas de las clases urbanas más pobres, desposeídas por proyectos de ensanche y suburbanización, terminaron siempre por desintegrarse, deparando así la oportunidad a las clases perjudicadas de unirse en una nueva alianza potencial con funcionarios locales y clases medias urbanas para reinvertir en la ciudad. Los problemas del medio ambiente son espe­cialmente interesantes a este respecto ya que parecen ofrecer oportunidades para la formación de coaliciones entre las clases media y obrera en favor de la reforma ambiental, y entre capital y clase obrera que se oponen a su costo (véase Schnai-berg, 1979, y la obra reciente de Duelos).

Así c o m o las luchas políticas combinan elementos de acción de clase y estatus, típicamente cruzan también las líneas de clases a medida que se intensifican. C o n los progresos efectuados en los análisis de clases es hoy posible ser m á s rigu­rosos respecto a las alianzas basadas en las clases: las condiciones en que aparecen,

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sus configuraciones diversas según las épocas y los problemas, y la suerte que corren. Así pues, es en conexión con estas condiciones de alineamiento inter —e intra— clases, y los movimientos sociales con que se relacionan, donde hay que buscar las verdaderas consecuencias de la acción política. Por fortuna, nos hallamos hoy en un punto en que esta investigación puede proseguirse sobre una firme base teórica y con precedentes empíricos m u y estimables.

El Estado y los servicios públicos

El cuarto ámbito de investigación, dentro del programa que estamos conside­rando, es el referente al Estado y los servicios públicos. El análisis del Estado deriva lógicamente de las consideraciones sobre las clases sociales toda vez que las cuestiones clave acerca del Estado —sus "funciones" según los momentos y los problemas— dependen de que primeramente se establezcan las coordenadas de las clases y de la acción política basada en ellas. Esto es, si el principal foco de atención de las diversas teorías sobre el Estado es la medida en que éste actúa conforme a los intereses de determinadas clases sociales o de una manera relati­vamente autónoma, cualquier evaluación que de ello se haga dependerá de que antes se sepa con claridad c ó m o se configuran las clases y cuáles son sus intereses. L o m i s m o vale decir para los casos en que lo que nos interesa saber son los efectos sobre el estado de movimientos sociales inspirados por conflictos de clase. Estas normas analíticas, sin embargo, no deben oscurecer el hecho de que, además de su parcial determinación por la acción de las clases, el Estado también participa históricamente en la determinación misma de la estructura de ellas. Cuando enfo­camos los problemas m á s inmediatos de las funciones del Estado y los intereses de clases, no debemos perder nunca de vista estas distintas "facetas de la cadena causal".

Durante la última década, la aparición de una nueva sociología urbana ha coincidido con un renovado interés por la teoría del Estado. C o m o no podemos repasar aquí los progresos efectuados en este último campo (que han sido con frecuencia compendiados, por ejemplo por Wolfe, 1974; Girardin, 1974; Bridges, 1974; Gold, et al., 1975), permítaseme simplemente hacer constar que la mayoría de quienes han considerado la cuestión suscriben la idea de que el Estado es algo m á s que el "comité ejecutivo de la burguesía" (nadie parece realmente admitir que es "instrumentalista") y que el Estado posee una "autonomía relativa". Pero el sentido exacto de esta frase es m u y difícil de captar. Pueden imaginarse diversos sentidos de autonomía relativa: c o m o compromiso, neutralización o síntesis superior de los intereses de clases en competición; c o m o un caso de fluida o inci­piente situación de las clases; c o m o el caso de un poder ejecutivo centralizado, según lo describe M a r x (1963,122) en el Dieciocho de Brumário, un Estado "total­mente independiente"; o c o m o alguna combinación de lo anterior en la que exista independientemente una serie peculiar de intereses burocráticos. Cuál de estos

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sentidos pueda ser útil o válido es una cuestión que tiene tanto de empírica c o m o de teórica. Por lo pronto, todo lo que precisamos observar sobre este asunto es que la investigación concreta al nivel urbano puede darnos alguna idea de las diferentes clases de autonomía y de las condiciones bajo las que surgen.

Volviendo a nuestro tema de crisis económica y austeridad urbana, el papel que desempeña el Estado aparece convenientemente ilustrado en tres ámbitos distintos. El primero es la cuestión de la estructura administrativa del Estado, con especial referencia a la política riscal y a la hacienda pública. E n una publi­cación sobre la respuesta del Estado a la crisis riscal en ciudades estadounidenses, Friedland et al. (1977) sostienen que las distintas formas de intervención del Estado (las que benefician al capital y las que proveen servicios sociales, por ejemplo) son diferencialmente vulnerables a las presiones políticas. C o m o el propio Friedland (1978, 573) expone sucintamente en otro lugar, "en los Estados Unidos de América los servicios sociales tienden a ser financiados de forma descentralizada mediante impuestos sobre el patrimonio relacionados con las inversiones y no progresivos, mientras que aquellas intervenciones estatales que son críticas a la producción (contratos de defensa, obras públicas, incentivos fiscales a la inversión de capitales) son financiadas en forma centralizada bajo la forma de impuestos a los réditos, potencialmente m á s progresivos. Primero, esto hace extraordinariamente difícil asociar una política de retribución social con una política de capital social. Segundo, las mejoras en asistencia pública y educación financiadas localmente suelen indisponer a la clase obrera sindicada y propietaria de sus viviendas contra los trabajadores desempleados o con salarios bajos y contra las poblaciones excedentárias. Tercero, los sindicatos se ven inducidos a procurar servicios sanitarios, de guardería, de transporte y otras ventajas mediante negociación colectiva dentro de las empresas. Cuarto, los gastos de retribución social tienden a ser financiados merced a formas m á s visibles de impo­sición tributaria, viéndose por ello m u y politizados, mientras que los gastos en capital social tienden a ser financiados a través de impuestos menos visibles, con lo cual se les despolitiza".

Naturalmente, en condiciones de crisis económica, este sistema implica que las medidas de austeridad necesarias recaerán m á s probablemente sobre los servicios públicos y la retribución social. El punto m á s revelador aquí es, sin embargo, que estas medidas se toman mediante la manipulación aparentemente imparcial del proceso político en virtud de la forma en que está organizado el Estado para servir a "todas" las clases. Se sirven así los intereses de la legitimidad, al m i s m o tiempo que las clases menos favorecidas soportan los costos m á s gravosos de las medidas de austeridad. E n este caso la autonomía del Estado es una ficción constituida principalmente por el aparato que camufla un mecanismo de clase.

E n la actualidad, las oportunidades para realizar investigaciones sobre esta cuestión son, lamentablemente, abundantes, debido a la aparición de medidas encaminadas a la reducción de servicios y al movimiento de repulsa contra los

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impuestos. U n o se pregunta, por ejemplo, ¿en qué medida puede ponerse coto a la campaña contra los impuestos con reducciones ostensibles y consecuentes en los servicios? (Miller, 1979); ¿qué clases y qué posiciones se politizan en torno a estos problemas?; ¿qué servicios son más vulnerables y cuáles lo son menos?; ¿bajo qué circunstancias puede la propia estructura hacerse transparente?

Estas cuestiones nos llevan a un segundo ámbito ilustrador del papel desem­peñado por el Estado, a saber, la dosificación de las medidas políticas de crisis dirigidas a la producción y al consumo. C o m o hemos visto, estas medidas polí­ticas aplicadas en cada esfera tienen importantes y diferenciales consecuencias urbanas. El Estado respondió a la crisis inicial de 1973 intentando fomentar la producción mediante créditos al consumo m u y amplios y generalizados que podrían haber beneficiado a las ciudades de no haber sido por sus efectos infla­cionarios. D e un m o d o análogo, la política estatal favorece, en última instancia, la reinstalación de la producción en ámbitos regionales e internacionales m á s rentables. Si, c o m o algunos sugieren, en la actual crisis económica la super­producción es un problema clave, sería de esperar que la política estatal se centrara cada vez m á s en la esfera del consumo. Por ejemplo, el consumo colectivo puede ofrecer cada vez mejores perspectivas a la acumulación privada, c o m o O'Connor pronostica con la noción del "complejo social-industrial", o, m á s concretamente, c o m o dice Harvey por vía de hipótesis (1978, 129): "La inversión en viviendas para la clase trabajadora o en un servicio sanitario nacional puede así transformarse en un vehículo para la acumulación, a través de la producción de artículos básicos para estos sectores." E n suma, un área de vital importancia para nuevas investigaciones sería el saber en qué medida las actuales circunstancias pueden conducir a políticas estatales que transformen comple­tamente la organización de la provisión de servicios de tal manera que salven al capital.

E n tercer lugar, siempre en referencia al papel desempeñado por el Estado, es necesario destacar que estos cambios hipotéticos y reales que preconizan auste­ridad en los servicios sociales tienen profundas implicaciones para el Estado avocado al bienestar social, o Estado benefactor (welfare state). Al m á s obvio de los niveles indican, desde ya, que el Estado benefactor no vela por elevar el bienestar general de la población sino por mantener una economía viable merced a un pacto unilateral entre el capital y los sectores m á s privilegiados (y mejor organizados) de la fuerza de trabajo. H a y que repetir que en los trabajos de investigación que surgen de la perspectiva que estamos considerando este punto ha sido relacionado un sinfín de veces con los temas de la cooptación, la superexplo-tación, el control social y todas aquellas medidas aparentemente benéficas del Estado que pueden interpretarse c o m o formas sutiles de extracción de mayores beneficios y mayor conformidad (ver Marcuse, 1978). Suponiendo, c o m o sin duda es el caso, que estas críticas liberales y radicales del Estado benefactor entrañen alguna verdad, la pregunta que surge es: ¿adonde irá a parar esta estruc-

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tura de control social con la transformación del Estado benefactor tal c o m o la conocemos? Si el Estado benefactor ha comprado la paz social a expensas del capital y del público en general, o desde un supuesto más extremo, si ha sido un mecanismo de represión, ¿qué va a pasar con la estabilidad que ha erigido una vez que sus servicios hayan de ser directamente comprados? Aunque esta cuestión se formula aquí de un m o d o doblemente hipotético, no carece de precedentes empíricos (por ejemplo en sanidad y educación) y exponerla de esta manera puede contribuir a convertir un debate de fuertes connotaciones ideológicas en un problema de investigación abordable.

Medidas políticas progresistas alternativas

El último punto de este programa de investigación está implícito en todo cuanto se ha dicho hasta ahora y puede resumirse brevemente. D e acuerdo con su postura normativa y su compromiso con la realidad práctica, la nueva sociología urbana está profundamente interesada en la investigación sobre las medidas políticas de la administración pública. Pese a esta orientación en sus investigaciones, se aprecia una notable falta de debate sobre medidas políticas progresistas alter­nativas. Virtualmente toda la investigación sobre las medidas políticas, desde un punto de vista crítico, concluye con condenas generales sobre el carácter regresivo o represivo de los ocasionalmente bienintencionados programas llevados a la práctica, sin excluir aquéllos que las mismas partes interesadas puedan haber acogido al principio con general aquiescencia (por ejemplo, la idea de partici­pación ciudadana). E n la medida en que se ofrecen ideas "constructivas", éstas tienen una marcada propensión a declamar las excelencias del socialismo en abstracto o de reformas adoptadas en China o en Cuba en circunstancias ente­ramente distintas, y a veces de dudoso mérito.

Naturalmente, pueden existir buenas razones para esta persuasión general. Pero si no hay ni una sola medida política concebible que los investigadores puedan apoyar, aparte de la destrucción del sistema capitalista o la promoción de políticas regresivas que acentúan la contradicción c o m o preludio del dénouement, entonces habrá que admitir esto y abandonar la práctica de la investigación sobre política y gobierno (con estatus inherente) por otros empeños más viables. Por el contrario, si hay políticas, o siquiera condiciones previas realistas para concebirlas y aplicarlas, éstas deberán formularse entonces en los términos propios de la investigación en que se basan y que señala sus pautas y sus fines.

Esto equivale simplemente a ratificar la observación de que las críticas a la sociología urbana y al urbanismo convencionales no han conseguido hasta ahora ofrecer una alternativa convincente. C o m o dice Miller (1978, 211) en otros términos: " H o y por hoy, el enfoque que preconiza la recapitalización se ve favo­recido por la ausencia de una estrategia de izquierda a corto plazo que sea polí­ticamente interesante y económicamente atractiva. ¿Puede la izquierda, en las

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nociones capitalistas, proporcionar otra cosa que no sea una crítica de la política del m o m e n t o y ofrecer un programa viable capaz de hacer frente a los problemas económicos planteados al capitalismo a m u y corto plazo, de m o d o que se llegue a condiciones socialistas atractivas?"

Naturalmente, los objetivos de nuestras deliberaciones van más allá de la formulación de unas cuantas ideas asistemáticas sobre medidas políticas de gobierno. Éstas tienden siempre a reflejar el nivel de comprensión sobre el que se sustentan, y ésta es una de las razones por la que muchas de ellas son tan defi­cientes. N o cabe duda, sin embargo, de que una auténtica comprensión de nuestros problemas abre ya vías y orientaciones para su remedio. Idealmente, tales deberían ser los frutos de nuestros esfuerzos..

[Traducido del inglés]

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i &

Bases de datos socioeconómicos:

situaciones y evaluaciones

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Estructuras nacionales de los datos socioeconómicos primarios. IX: Barbados, Jamaica y Trinidad y Tabago*

J. E . Greene y Reive Robb

Introducción

Los Estados nacionales de habla inglesa del Caribe heredaron del Reino Unido, su expotencia colo­nizadora, los sistemas y procedimientos de obten­ción de datos económicos y sociales. Histórica­mente, pues, se ha dado una gran similitud no sólo en las instituciones y en los métodos empleados para registrar los cambios acontecidos en la pobla­ción de los respectivos Estados, sino también en los informes estadísticos que documentan estos cambios. A u n q u e los primeros censos de la región datan de 1844, hay testimonios de que el Minis­terio de Colonias (Colonial Office) del Reino Unido dispuso de información sistematizada sobre población, producción agraria, propiedad del suelo y educación en sus colonias del Caribe a lo largo de varias administraciones. Esto permitió a dicho ministerio controlar los acontecimientos y, por medio de sus representantes oficiales, espe­cialmente el gobernador y el secretario para las colonias, llevar adelante la política británica para los territorios respectivos. E n general, las estadís­ticas oficiales de las Antillas de habla inglesa se limitaron inicialmente al comercio ultramarino y a las estadísticas demográficas.

Durante la época del Gobierno Colonial de la Corona (1865-1938), los datos socioeconó­micos primarios se hallaban altamente centraliza­dos en los despachos del secretario para las colo­nias, que eran los órganos locales del Ministerio de Colonias de Londres. D o s fuentes de informa­ción estadística general correspondiente a este

/ . E. Greene y Reive Robb trabajan en el Instituto de Investigaciones Sociales y Económicas de la Universidad de las Indias Occidentales, en Mona, Kingston, 7 Jamaica.

periodo son los libros azules y los informes ofi­ciales emitidos anualmente por el Ministerio de Colonias con respecto a cada una de las colonias. Los libros azules tuvieron su origen en 1822 cuando el Ministerio de Colonias requirió de los goberna­dores que enviasen a la metrópoli diversos tipos de información estadística1. L a serie, una por cada territorio, se amplió posteriormente para incluir, primero, almanaques coloniales y luego informes anuales "en las que se exponía en términos generales la situación pasada y presente de la colonia y sus expectativas para el futuro, en cada una de las ramas políticas"2. Los libros azules continuaron, en m u c h o s casos, hasta la terminación de la segunda guerra mundial. Es interesante observar que, en 1908 sin ir m á s lejos, los usuarios no podían consultar los archivos del Ministerio de Colonias hasta pasados setenta y cinco años del registro de los datos correspondientes. Esta dispo­sición quedó modificada por la ley de documentos públicos de 1958 que redujo el periodo a cincuenta años, y posteriormente por una enmienda a dicha ley, en 1966, disminuyéndolo a veinticinco años. E n cambio, el acceso a documentos tales c o m o actas y libros azules, que se consideraban publi­caciones, no ha conocido nunca trabas de ningún género.

L a década de 1930 se distinguió, en general, por el aumento de la tensión política en todo el Caribe

* Los otros estudios ya publicados de esta serie versaron sobre Australia (vol. X X I X , n.° 4 , 1977), Túnez (vol. X X X , n.° 1, 1978), Noruega (vol. X X X , n>'-3', 1978), Costa de Marfil (vol. X X X I , n." 1, 1979), Grecia (vol. X X X I I , n.° 2 , 1980), Sri Lanka (vol. X X X I I , n.» 3, 1980), Perú (vol. X X X I I , n.° 4, 1980), y Hungría (vol. XXXIII , n.° 1, 1981).

Rev. int. de cienc. soc, vol. XXXIII (1981), n.» 2

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de habla inglesa. El desempleo y la falta de servi­cios sociales condujeron a un estado de inquietud entre los trabajadores, que culminó en disturbios y amotinamientos. Tras una encuesta sobre las condiciones sociales y económicas de esa época, las leyes de desarrollo y bienestar colonial de 1940 y 1945 asignaron 6,5 millones de libras para llevar a cabo un programa de desarrollo de la región en diez años3. Se produjo un ostensible aumento en el número de departamentos gubernamentales y, posteriormente, también de delagaciones oficiales para administrar los programas de desarrollo; éstos comprendían la colonización agrícola, el crédito a la agricultura, la construcción de vivien­das, el suministro de agua, la construcción de hospitales, etc. L a obtención, en este periodo, del sufragio universal, que introducía por vez primera en la zona la competición entre partidos políticos, planteó a su vez una nueva serie de exigencias a la administración pública local. Todos estos factores incrementaron la necesidad de compilación y orga­nización de datos socioeconómicos, a la vez que exigían una mayor amplitud de los mismos.

L a Federación de las Indias Occidentales, creada en 1958, fue disuelta en 1961, pero en este periodo la Oficina Federal de Estadísticas llevó a cabo el experimento de sintetizar la elaboración de estructuras de datos primarios para la región en su totalidad. N o obstante, el abortado experi­mento federativo no hubiera podido proporcionar una estructura de datos de todo el Caribe de habla inglesa, ya que dos de los territorios m á s extensos, Guyana y Belice, no se unieron a la federación. Los ingleses no facilitaban tampoco la formación de un sistema federal integrado de datos, toda vez que ellos mismos conservaban responsabilididades en relación con importantes aspectos de la plani­ficación del desarrollo económico de los territorios.

C o n la llegada de la independencia (Ja­maica, con Trinidad y Tabago, fue la primera en obtenerla en 1962), las embrionarias estructuras de datos existentes hubieron de ser modificadas para facilitar las estrategias de desarrollo de los nuevos Estados. Las oficinas de estadísticas y los bancos centrales sin excepción se destacaron c o m o las fuentes m á s importantes de información social y económica a nivel nacional. E n el nivel regional, una unión híbrida dirigida por Barbados y conocida con el nombre de "Los ocho pequeños" (Little Eight) fue todo lo que se salvó de entre los restos del experimento federal. Esta asociación, con

Barbados y los siete territorios de las islas de Sota­vento y Barlovento, era esencialmente un bloque comercial informal dentro de la región. E n 1969 fue sustituida por un bloque comercial formal conocido por Asociación de Libre Comercio del Caribe [Caribbean Free Trade Association-CA-R I F T A ] al unirse a "Los ocho pequeños" los terri­torios mayores, Guyana entre ellos. E n 1973 el Mercado C o m ú n del Caribe [Caribbean C o m m o n M a r k e t - C A R I C O M ] sucedió a la C A R I F T A .

Las siguientes instituciones tuvieron gran importancia en el desarrollo de la información estadística de la región: el Banco de Desarrollo del Caribe [ C D B ] , la Autoridad Monetaria del Caribe Oriental [ E C C A ] , el Mercado C o m ú n del Caribe Oriental [ E C C M ] , el Instituto de Investi­gación y Desarrollo Agrícola del Caribe [ C A R D I ] , el Instituto de Alimentación y Nutrición del Caribe [CFNI] y el Instituto de Investigación Industrial del Caribe [CARIRI]. Todas estas enti­dades y organizaciones generan datos primarios a partir de sus propios programas de investigación. También son fuentes importantes de datos secun­darios, por cuanto compilan y publican datos comparados. Por otra parte, la Universidad de las Indias Occidentales, con claustros en Barbados, Jamaica y Trinidad y Tabago, facilita a través de sus investigaciones y publicaciones una serie de compilaciones y análisis que es con mucho la m á s amplia de la región. Pero, si además de las fuentes de información estadísticas nacionales y regionales, tomamos en cuenta el vasto número de organiza­ciones internacionales ( P N U D , Unesco, U N I T A R , O I T , Banco Mundial, F M I , C I D A , etc.) que generan datos sobre el Caribe de habla inglesa, la trama de productores, procesadores y disemina-dores de datos socioeconómicos primarios es impresionante. Sobre todo si consideramos que la región en su totalidad tiene solamente unos cinco millones de habitantes, de los que dos millones corresponden a Jamaica, un millón a Trinidad y Tabago y doscientos cincuenta mil a Barbados.

Este estudio se limita a Barbados, Jamaica y Trinidad y Tabago. Esta reducción del foco de atención se hizo aconsejable desde el momento en que los tres claustros de la Universidad de las Indias Occidentales están ubicados en dichos terri­torios. Además , la pauta de desenvolvimiento de los sistemas de datos primarios parece ser análoga en los demás territorios, dada la historia común de la región y la necesidad de que los sistemas de

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Estructuras nacionales de los datos socioeconómicos primarios,

IX: Barbados, Jamaica y Trinidad y Tabago

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datos nacionales, allí donde existen, se ajusten a las exigencias de los organismos regionales e internacionales. E n particular estos últimos, en su calidad de dispensadores de ayuda, tienden a exigir un extenso acopio de información primaria c o m o requisito previo para la concesión de las diversas formas de ayuda —préstamos y con­cesiones de asistencia técnica— de las que los territorios antillanos dependen individual y colectivamente.

L a evolución de los censos

Fue el interés del gobierno británico y de los plan­tadores antillanos por el crecimiento de la pobla­ción en las plantaciones de azúcar lo que deter­minó la realización de censos en la región del Caribe. Estos censos se ampliaron después para incorporar los criterios sobre empadronamiento m á s universalmente aceptados, tal c o m o se recogen en la ley de empadronamiento de la población de Jamaica en 1943. El primer censo de población del Caribe de habla inglesa se llevó a cabo en el periodo comprendido entre 1841 y 1844. Poste­riormente se llevaron a cabo censos cada diez años, desde 1851 hasta 1921, con las siguientes excepciones: en Jamaica, según toda evidencia, por causa de la epidemia de cólera de 1851, y en Barbados y Jamaica en 1901 con motivo de la depresión en la industria azucarera. E n 1931, debido a la depresión económica y a la inquietud social que reinaba en toda la región, sólo se rea­lizaron censos en Guyana, Belice, Trinidad y Tabago y San Vicente. Todos estos censos se elaboraron simultáneamente, pero dentro del marco de las leyes de cada país. E n este periodo la forma de organizar los censos, según George Cumper , consistía en dejar que el funcionario público encargado de ello en cada territorio, generalmente abrumado de trabajo, desarrollase un método sujeto a orientaciones y consejos generales del Ministerio de Colonias. Las conse­cuencias eran de una doble naturaleza. Primero, el organizador del censo no disponía de tiempo ni de los conocimientos especiales necesarios para dar otra cosa que las tabulaciones más simples. Segundo, no había la menor transmisión de expe­riencia de un censo a otro, ni de un territorio al vecino. Esto se complicaba con los cambios intro­ducidos en las definiciones de un censo al siguiente,

haciendo imposible la comparación de resultados4. El censo de 1943 en Jamaica y el de 1946

en el resto del Caribe señaló el comienzo del periodo moderno en esta región, en cuanto a levantamiento de censos se refiere. Los principales objetivos del censo de 1943 en Jamaica, con la excepción del item b) a continuación, son apli­cables en líneas generales al resto del Caribe de habla inglesa: a) enumeración y descripción de cada hombre, mujer y niño (residencia, edad, educación, religión, empleo, etc.); b) redistri­bución de distritos electorales con miras a la representación popular bajo la nueva constitución promulgada en 1955; c) compilación de estadís­ticas detalladas sobre suelos cultivables, productos agrícolas, número de animales domésticos, pro­ductos ganaderos, etc.; d) consecución de esta­dísticas comprensivas respecto a tipos y condi­ciones de viviendas y é) establecimiento de datos estadísticos básicos con fines administrativos y comparativos6.

U n o de los aspectos importantes del censo de población de 1943 en Jamaica fue el hecho de que se emplearon por primera vez en el Caribe máquinas para compilar datos censuales. El costo del censo fue de 18 000 libras esterlinas.

E n los territorios del Caribe oriental, el censo de las Indias occidentales de 1946, cuyo costo ascendió a 62 097 libras esterlinas, fue finan­ciado por la ley para el desarrollo y bienestar de la Commonwealth , del Reino Unido. E n contraste con otros censos anteriores, se hizo uso en este caso de una planificación centralizada, de padrones uniformes y de tabulación centralizada en Jamaica. L a dirección técnica corrió a cargo de L . G . H o p ­kins y G . W . Roberts, que consiguieron poner en relación los datos correspondientes al Caribe oriental (1946) con los de Jamaica (1943), logrando así por vez primera un alto grado de compati­bilidad. H u b o sin embargo una excepción notable. El censo de Jamaica de 1943 y el de las Indias occidentales de 1946 aplicaron procedimientos distintos para recoger información sobre el empleo. E n conjunto, estas diferencias son todavía mani­fiestas en los censos recientes, y en lo esencial provienen, c o m o veremos, de las distintas defini­ciones que se dan de población activa y desempleo. Además , el censo de Jamaica de 1943 fue m o d e ­lado enteramente según prácticas canadienses, mientras que el del Caribe oriental parece haber sido influido por otros modelos, principalmente

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u los de India, Australia, Inglaterra, Gales y Jamaica6.

Otro hito importante fue la introducción de encuestas por muestreo sobre población, gasto doméstico y agricultura, la primera llevada a cabo en Jamaica en 1953, en sustitución de un censo decenal completo que no pudo levantarse por problemas de costo y personal. Fue dirigida por J. R . G o o d m a n , especialista en estadísticas de las Naciones Unidas asignado al Departamento de Estadísticas por un periodo de dos años. Posterior­mente las encuestas por muestreo se han adoptado en unos cuantos territorios c o m o un medio de estimación de los cambios demográficos a corto plazo y otros cómputos estadísticos afines.

E n 1960 y 1970 se levantaron censos d e m o ­gráficos regionales. El de 1960 corrió a cargo de la Oficina de Estadísticas establecida bajo el gobierno federal de las Indias occidentales, que llevó a efecto toda su planificación y ejecución. Se n o m b r ó un director general del censo, y una comisión formada por representantes de los diver­sos territorios aprobó el formulario unificado de la información requerida. A u n q u e se formuló una serie de preguntas comunes y generales, también se tomó providencia para recoger la información adicional requerida por algún territorio parti­cular. Se dividió la región en dos zonas: la oriental que comprendía Trinidad y Tabago, Barbados, Guyana , Granada, San Vicente y Santa Lucía, y la occidental que comprendía Jamaica, las islas Caimán, las islas Turcas y Caicos, Belice, las islas Vírgenes inglesas, Antigua, Montserrat, St. Kitts, Nevis y Anguilla. Los dos centros subregionales establecidos en Jamaica y Trinidad se hicieron responsables de la realización del censo. L a desin­tegración de la federación no afectó seriamente a las operaciones del censo regional, ya que durante todo el ejercicio se mantuvo un alto grado de contacto y colaboración. Pese a los diferentes arreglos administrativos, pudo apreciarse mucha m á s comparabilidad en el censo de 1960 que en los anteriores de 1943 y 1946. A u n q u e el material fue análogo en ambos periodos, en 1960 las defini­ciones y clasificaciones fueron m á s exactas y las tabulaciones m á s extensivas. .

L a Universidad de las Indias Occidentales hizo una contribución importante al fomento de la investigación demográfica al crear el Programa de investigaciones sobre estadística demográfica, en octubre de 1960. Se constituyó una comisión

asesora destinada a proporcionar asistencia técnica al programa, dirigida por George Roberts, a la sazón catedrático titular de demografía. E n un principio, el programa se proponía llevar a cabo una serie de estudios basados en el censo de 1960, pero con los años amplió sus actividades, inclu­yendo estudios sobre fecundidad, migración y familia, entre otros'. Estudios análogos se rea­lizaron posteriormente empleando los resultados del censo de 1970.

El censo de población de 1970 contó con los conocimientos técnicos adquiridos en los cen­sos anteriores, m á s la ventaja adicional que supo­nía la experiencia de George Roberts, presidente de la comisión coordinadora del censo regional (1970), que había participado activamente en la administración de los censos de la región desde 1946. E n el censo de 1970 se introdujeron dos novedades importantes. U n a fue la adopción de un cuestionario individual general, que sustituía al padrón familiar utilizado en censos anteriores. L a segunda fue la introducción en los documentos de marcas sensibles para lectura y proceso por orde­nador. L a redacción y codificación de los cuestio­narios corrió a cargo de las oficinas de estadís­ticas, mientras que el programa de investigaciones de la Universidad de las Indias Occidentales se hizo responsable del procesamiento de los datos y su ulterior impresión. El gobierno de Canadá donó a la universidad un ordenador I B M 360/30, con el equipo correspondiente, para el procesa­miento y tratamiento de los datos del censo.

El censo de 1980 llevado a cabo por la Commonwealth del Caribe se inició en abril, y los recuentos preliminares correspondientes a algunos territorios ya se han hecho públicos. Jamaica ha decidido aplazar su censo hasta 1981, sin duda por causa de sus dificultades económicas, aunque pro­bablemente no podría haberse realizado ningún censo fiable bajo las condiciones de extrema tur­bulencia y violencia social que precedieron a las elecciones generales de 1980.

Población activa

U n o de los aspectos m á s importantes de los censos demográficos ha sido la considerable atención pres­tada a la actividad económica, y sobre todo a la información acerca de la magnitud y la compo­sición de la población activa, o fuerza laboral, de

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Estructuras nacionales de los datos socioeconómicos primarios,

' IX: Barbados, Jamaica y Trinidad y Tobago

los respectivos territorios. Esta información es m u y útil c o m o indicador de la naturaleza y del crecimiento de la economía, c o m o instrumento para la apreciación de los problemas y efectos de los programas de desarrollo y c o m o guía para las medidas públicas sobre empleo y necesidades de formación profesional. Desempleo y subempleo (o desempleo enmascarado) han constituido las preocupaciones dominantes de los gobiernos. Ésta es una de las razones de la continua búsqueda de definiciones m á s satisfactorias de las categorías de población activa adecuadas a la situación del Caribe.

Antes de la era del "censo moderno", los datos sobre población activa eran analizados por varios colaboradores de la revista Social and economic studies, entre quienes se destacó siempre Sir Arthur Lewis8. Las encuestas m á s antiguas sobre población activa fueron las realizadas en 1946 en Jamaica, en 1955 en Trinidad y Tabago y en 1958 en Barbados. A partir de la década de 1960, las encuestas sobre población activa se han consi­derado las m á s importantes de cuantas se llevan a cabo sobre una base regular. Los censos de 1960 y de 1970 retinaron los datos sobre categorías laborales y profesionales y las encuestas regulares de ese período proporcionaron información cada vez m á s detallada reflejando con mayor exactitud los factores locales especiales que afectan a la población activa o fuerza de trabajo. Sin embargo en Jamaica, donde hace estragos el desempleo, se está imponiendo el criterio de que todo examen de este problema debe tomar en cuenta caracterís­ticas m á s cualitativas de la fuerza laboral. U n a encuesta sobre actitudes de los trabajadores9

llevada a cabo en Jamaica (en marzo de 1969) es un ejemplo de investigación en este ámbito, pero en otros países no se han intentado encuestas semejantes por abrigarse la impresión de que resultaría difícil la interpretación de los resulta­dos. E n 1975, no obstante, por encargo del go­bierno jamaicano, se llevó a cabo un estudio sobre las necesidades públicas de asistencia social en Jamaica, estudio dirigido por M . G . Smith con arreglo a las previsiones de la Dirección Nacional de Planificación. Fue una tentativa de medir aspectos específicos de la población activa con objeto de proporcionar m á s información a los planificadores jamaicanos sobre la calidad del desempleo/subempleo y las necesidades de asis­tencia social inherentes a la situación laboral10.

435

Aunque no está claro qué efecto ha tenido real­mente dicho estudio sobre la planificación estatal en general, y sobre la modificación de los pro­gramas de empleo en particular, se generó u n a cantidad apreciable de datos cualitativos sobre necesidades humanas y actitudes de los traba­jadores.

Organización de los servicios estadísticos

E n esta sección se describen el desarrollo y la organización de los sistemas estadísticos naciona­les de Barbados, Jamaica y Trinidad y Tabago. Primeroidentificaremoslos principales productores de datos que actúan en cada uno de esos terri­torios. E n segundo lugar examinaremos c o m p a ­rativamente las conexiones entre los productores de datos, los procesos de diseminación de infor­mación y las lagunas e insuficiencias del sistema. Finalmente pasaremos a descubrir necesidades y prioridades con respecto a los datos, por una parte, y a los procesos de diseminación de información por la otra.

Los centros de estadísticas de los tres gobiernos tienen funciones comunes estipuladas por las respectivas disposiciones legislativas que los crearon (Jamaica en 1945, Trinidad y Tabago en 1952, Barbados en 1956). E n los tres casos estas funciones son las enumeradas en la ley ja­maicana: a) obtención, compilación, análisis y publicación de información estadística; b) cola­boración con otros organismos oficiales y n o oficiales que produzcan informes administrativos de carácter estadístico; c) levantamiento de censos y é) coordinación y control de estadísticas sociales y económicas11.

Los citados departamentos oficiales de estadísticas caen, en los tres casos, bajo la c o m p e ­tencia del Ministerio de Hacienda y Planificación. E n Trinidad y Tabago, no obstante, aunque el director de estadísticas es responsable de la di­rección técnica del departamento, la política y los programas de éste son determinados por la Sección de Planificación y Desarrollo del Ministerio de Hacienda. E n los tres territorios, los centros ofi­ciales de estadísticas, las direcciones centrales de planificación y los bancos centrales son los prin­cipales productores de información estadística de alcance y cobertura nacional. U n a serie de

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Estructuras nacionales de los datos socioeconómicos primarios,

IX: Barbados, Jamaica y Trinidad y Tobago

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departamentos del gobierno y de delegaciones ofi­ciales, como quiera que son responsables de sectores clave de la economía, mantienen una sección de estadísticas de amplio radio llamada a satisfacer sus intereses específicos. E n el caso de Jamaica caen dentro de esta categoría los Ministerios de Agricultura, Explotación Minera y Turismo; en Trinidad y Tabago, el Departamento de Petróleo y Minas, y en Barbados, el Ministerio de Turismo. Entre los productores subsidiarios de datos se cuenta la mayor parte de los demás departa­mentos del gobierno y delegaciones oficiales. También estos reúnen y compilan estadísticas c o m o un subproducto de sus actividades adminis­trativas rutinarias y mantienen secciones de esta­dísticas que por lo general forman parte de sus secciones de planificación.

U n número cada vez mayor de empresas privadas dedicadas a la investigación practican encuestas para sus clientes, entre los cuales se cuentan algunos departamentos del gobierno. Es­tas investigaciones suelen requerirse para la toma de decisiones administrativas y planificación; una vez completado un informe, por lo común pasa a ser de uso reservado y personal de los planifica­dores. Es difícil saber lo que se ha hecho, y los intentos de procurarse dichos informes son por lo general infructuosos.

Entre las empresas privadas que actual­mente se mantienen activas se pueden mencionar: Media Advisory and Research Services Limited [ M A R S ] , en Jamaica, Omnibus Market Insti­tute [ O M N I ] , en Barbados y Media Advisory Service Limited [ M A S ] , en Trinidad y Tabago. E n el caso de M A R S se ofrece una variedad de servicios de asesoramiento en los campos de la comercialización, la publicidad, las relaciones públicas y la investigación social. La publicación MARS explained, descripción de actividades de la compañía, da un selecto catálogo de informes y proyectos realizados en ámbitos tan diversos c o m o el transporte público, la planificación familiar, la banca, el ahorro y la agricultura. Estas encuestas son por lo general esfuerzos aislados, pero contie­nen una piofusión de datos sociales que exceden el ámbito o el radio de acción inmediata del objetivo por el cual fueron encargadas. Media Advisory Service ofrece servicios análogos en Trinidad y Tabago. O M N I , en Barbados, tam­bién ofrece un amplio abanico de servicios que, además de cubrir aspectos c o m o la aceptación del

producto, la incidencia en el mercado y la publi­cidad, incluye asimismo encuestas de opinión pública y encuestas por muestreo ad hoc por cuenta de los Ministerios de Agricultura, C o m e r ­cio y Turismo. O M N I ha ampliado su nómina de personal en jornada completa y ha adquirido su propio ordenador para poder hacer frente al volumen de trabajo, que aumenta a un ritmo creciente.

Existen indicios de que la d e m a n d a de servicios de investigación de mercados va a au­mentar aún en toda la región, lo que sin duda exigirá nuevas empresas que produzcan los datos pertinentes. ¿Qué probabilidades hay de obtener información sobre investigación social a partir de estas fuentes privadas, dada la circunstancia de que los informes y el material accesorio son pro­piedad del cliente y que la cesión de cualquier información indicativa referente a la encuesta quebrantaría los acuerdos de confidencialidad? U n a comprobación efectuada en dos de las orga­nizaciones de Jamaica pusieron de manifiesto que ambas guardaban los cuestionarios respondidos y las notas y apuntes de trabajo durante u n pe­riodo de aproximadamente seis meses, con fines de comprobación y evaluación, después de haberse dado curso a los informes. Una.de ellas tenía una colección de informes completa, con un plan de organización y catalogación iniciales. Estas orga­nizaciones privadas de investigación son una mina de información sobre "contactos" dentro de otras organizaciones compiladoras de datos, encuestas realizadas por organizaciones privadas y públicas e incluso la localización de material (por ejemplo, en qué despacho se guarda, una colección completa de un estudio determinado). E n vista de tal estado de cosas, los ficheros bien organizados de una empresa particular pueden considerarse un último recurso, aun cuando .la información sólo pueda cederse con expreso consentimiento del cliente.

Los sondeos de opinión pública, c o m o las encuestas sobre el mercado, no se han practicado sistemáticamente en el Caribe de habla inglesa hasta hace m u y poco tiempo. Desde finales de la década de 1950, las encuestas adhoc sobre opinión pública se han llevado a cabo en la región c o m o parte de proyectos de investigación patrocinados en su mayoría por el Instituto de Investigaciones Sociales y Económicas de la Universidad de las Indias Occidentales. Varios proyectos han

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utilizado el método de encuesta pormuestreo para obtener información sobre actitudes respecto a varios factores socioeconómicos y políticos. Desde 1975 viene efectuándose una serie de son­deos de opinión pública iniciados por el Daily Gleaner (Jamaica) y dirigidos por Carl Stone. Ellos versan sobre actitudes políticas, problemas contemporáneos y pautas de votación, con mues­tras que oscilan entre los mil y los dos mil consul­tados.

Desarrollo de los servicios de estadística del Estado

Antes de establecerse los servicios de estadística del Estado en los tres territorios, el énfasis sobre la información estadística quedaba limitado al comercio exterior, las estadísticas demográficas y los censos de población. Sin duda no es una coinci­dencia que el establecimiento del Servicio de Esta­dística de Barbados (en 1956), el Departamento de Estadística de Jamaica (en 1945) y la Oficina Central de Estadística de Trinidad y Tabago (en 1951) fuese precedido, en cada caso, por la concesión del sufragio universal para toda la población adulta el año inmediatamente anterior. El nuevo estatus político y las exigencias de datos para los programas de desarrollo y bienestar social propuestos crearon la necesidad de un sistema m á s centralizado y eficaz de acopio de información socioeconómica, control de la misma y ampliación de su ámbito. Durante el periodo que media entre su creación y los primeros años de 1960, los servi­cios de estadística del Estado se aplicaron princi­palmente a coordinar y recibir informes de orga­nismos comprendidos en el sistema oficial de estadística, con objeto de asegurar que el acopio y registro de material se ajustase, con arreglo a lo especificado, a la producción de síntesis estadís­ticas fundamentales y a la ejecución del censo de población de 1960. D e vez en cuando se realizaron encuestas especiales por muestreo. Por ejemplo, en Trinidad y Tabago se hicieron encuestas sobre los establecimientos industriales en 1954 y en 1957. C o n todo, no había ningún tipo de programas regulares para conocer y controlar las condiciones socioeconómicas.

Hacia mediados del decenio de 1960 se hizo cada vez m á s énfasis en la inferencia esta­dística, en contraste con el tipo de estadística

írt básica del periodo anterior. Esto supuso la adop­ción de normas y esquemas de clasificación inter­nacionales, la realización de una investigación estadística m á s rigurosa y una mayor exactitud en la presentación de los resultados. Se manifestó un creciente afán de los gobiernos por mejorar los niveles de vida y se constató la complejidad del sistema económico y del hecho manifiesto dé que los datos estadísticos disponibles no podían pro­curar la información requerida para proyectar y poner en ejecución estrategias de desarrollo.

Era preciso fomentar un sistema m á s eficaz de control e información sobre población y otros datos sociales y demográficos a intervalos m á s frecuentes. L a Oficina Central de Estadística de Trinidad y Tabago fue la primera en introducir, en 1963, una encuesta de población permanente por muestreo. Programas análogos fueron intro­ducidos por la Comisión de Encuesta Sociodemo-gráfica Permanente [CSDS] en Jamaica y un pro­grama de encuesta permanente por muestreo en Barbados. C o m o escribe un autor: "Mientras que en el pasado las encuestas ad hoc contribuían al despilfarro de personal capacitado, estas comi­siones especiales aseguran hoy el acopio de datos actuales y en serie y favorecen la acumulación de experiencia profesional especializada en la- reali­zación de encuestas"12.

U n a de las principales preocupaciones en los tres territorios parece ser la búsqueda de datos estadísticos detallados y relevantes sobre desem­pleo y subempleo. A este respecto, las encuestas sobre población activa constituyeron el aspecto m á s destacado de los programas de encuesta per­manente. Otras áreas de atención preferente fueron la vivienda, la migración interior, especialmente en Jamaica, la fecundidad y los hábitos de la comuni­cación. E n Jamaica se realizó una encuesta en 1975-1976 sobre condiciones sanitarias, nutrición e inmunización infantil y registro demográfico, pero los datos resultantes de esta encuesta han desa­parecido.

E n Jamaica vienen realizándose desde la década de 1950 encuestas directas sobre estable­cimientos productores de bienes industriales im­portantes. Se han recogido datos sobre empleo e ingresos (trimestralmente) y sobre salarios y horas trabajadas (semestralmente) respecto al período comprendido entre 1957 y 1965; lo m i s m o se hizo nuevamente a partir de 1976, todos trimestral­mente. U n a encuesta trimestral sobre producción

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Estructuras nacionales de los datos socioeconómicos primarios,

IX: Barbados, Jamaica y Trinidad y Tabago

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(construcción incluida) ha venido haciéndose sin interrupción desde la década de 1950. El Programa de encuesta permanente sobre establecimientos (correlativo al Programa de encuesta permanente sobre el hogar y la familia) se puso en marcha en 1975.

Hasta mediados de la década de los sesenta en Jamaica, en lo que a contabilidad de la econo­mía nacional se refiere, el Departamento de Esta­dística había venido concentrándose años y años en la renta y en el producto nacionales, con exclu­sión de otros aspectos c o m o son la contabilidad del movimiento de recursos, la de inversión-rendimiento, la del capital nacional y la de la balanza nacional de pagos; ocasionalmente, sin embargo, se había intentado elaborar tablas de relaciones interestructurales. También se apreció la necesidad de mejorar la calidad de los datos sobre la renta y el producto nacionales13. E n 1965, a fin de resolver estos problemas, el gobierno de Jamaica acometió un programa dirigido por D . D . Jain, experto de las Naciones Unidas, para la realización de una encuesta sobre costos, rendi­miento e inversión de los principales sectores de la industria. E n 1967 se llevó a cabo una encuesta sobre saldos activos y pasivos. Estas encuestas y las estructuras de datos existentes proporcionaron una base para la instauración de un sistema de contabilidad financiera conforme a las líneas recomendadas por la Sección de Estadística de las Naciones Unidas14. Por esa época se introdujeron encuestas sobre instituciones financieras (trimes­trales) y sobre inversión (anuales).

E n Trinidad, Kari Levitt y J. Alcantara diseñaron en 1968 un nuevo sistema de contabi­lidad nacional. Éste se inspiraba y basaba en el Sistema de Contabilidad Nacional revisado de las Naciones Unidas, con las modificaciones perti­nentes para satisfacer las necesidades locales. Consecuentemente se adoptaron nuevos conceptos y sistemas de clasificación y se reelaboro la estruc­tura básica de la contabilidad a fin de tomar en consideración la apertura de la economía15. E n 1967 se inició una encuesta permanente de establecimientos con el objeto de obtener datos sobre las operaciones de entidades empresariales y comerciales del país, con particular referencia a sus estructuras de empleo y costos frente a la contabilidad nacional.

Barbados enfocó este problema desde un principio de m o d o diferente c o m o lo hizo Trinidad

y Tabago. E n 1967 intentó levantar un censo económico general del sector industrial, pero el empeño fue abandonado debido a la relativa­mente pobre respuesta obtenida. E n la séptima conferencia de estadísticos de la C o m m o n w e a l t h , el delegado de Barbados explicó que la falta de éxito "se debía en parte a la extensión del cues­tionario empleado y en parte a la falta de relación entre nuestro personal de estadística y los encues-tados"16. Esta tentativa fue sustituida, en 1971, por una encuesta realizada en fases graduales, y en 1979 quedó concluido un censo general y amplio.

Operaciones del procesamiento de datos

E n los tres territorios, el procesamiento de datos de los servicios estadísticos ha ido pasando cada vez más de los procedimientos manuales a los electrónicos. Jamaica ha aparentemente tropezado con más frustraciones en esta conversión que Barbados y Trinidad y Tabago.

El organismo central encargado del pro­cesamiento de datos en Barbados es el Servicio de Estadística, que en fecha reciente (1975) sus­tituyó el viejo sistema I C L con u n ordenador I B M 360/65. El Servicio de Estadística ha intro­ducido un sistema compartido junto con el Banco Central de Barbados y el Ministerio de Hacienda y Comercio.

El sistema de procesamiento de datos en Trinidad y Tabago ha ido haciéndose cada vez m á s elaborado. Esto incluye el acceso a los servi­cios de tratamiento de datos en directo con orde­nador por el C A R D I , instalado en el claustro de la Universidad de las Indias Occidentales en Tri­nidad y Tabago (St. Augustine) y que actúa c o m o una cámara de compensación respecto a la infor­mación especializada requerida por los sectores privado y público de Trinidad y Tabago . A d e m á s , la Oficina Central de Estadística h a adquirido recientemente un ordenador de gran potencia que ha incrementado su aptitud para conectar una serie de registros de contabilidad con sus corres­pondientes ficheros de enumeraciones periódicas, tanto a nivel de empresas comerciales y órganos del gobierno, c o m o de personas y familias. L a información puede ser recuperada y distribuida m u c h o m á s rápidamente en Trinidad y T a b a g o que en Barbados o Jamaica, pero, al igual que en estos dos territorios, todavía no se ha dado ningún

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paso para unir estadísticas dispares a un nivel intermedio de agregación, es decir, el área de la administración local o la parroquia.

E n Jamaica se creó la Dirección central de procesamiento de datos en el Ministerio de H a ­cienda en 1978, lo cual mejoró las instalaciones y servicios de informática disponibles pero inhibió el crecimiento de los centros de datos en el Depar­tamento de Estadísticas, donde Ja falta de c o m u ­nicación, coordinación y personal especializado fueron los principales factores que afectaron adver­samente su trabajo. Cuando, en 1974, la O E A donó al Departamento de Estadística u n ordenador para servicio interior, las posibilidades de tratamiento de datos aumentaron en m á s de un cuatrocientos por ciento, mientras que los costos de explotación aumentaron en un veinticinco por ciento17. Sub­siste, sin embargo, un problema crítico (similar a las experiencias de Barbados y Trinidad y Tabago). El personal profesional y técnico tiende a emigrar o a abandonar sus puestos por otros m á s lucra­tivos en el sector privado. C o m o consecuencia de ello, el Departamento de Estadística depende de u n n ú m e r o cada vez mayor de asesores ajenos a la administración pública para organizar y poner en marchasusistemadetratamiento de la información.

L o s principales especialistas en estadística estimaban que sus datos, así c o m o los recibidos de organismos intermedios y subsidiarios, eran satis­factorios en cuanto a comparabilidad y compati­bilidad. Esto probablemente se debió a lo m u c h o que se insistió sobre la capacitación del personal y sobre el empleo escrupuloso de formularios deta­llados, esquemas de clasificación y pautas unifi­cadas tanto internacionales c o m o locales. Por "locales" entendemos aquí clasificaciones y defi­niciones a efectos nacionales para las que no existen normas internacionales aplicables. Los datos que n o se ajustan a los requisitos del orga­nismo receptor son normalmente sometidos a investigación, y si las cifras no pueden ser acla­radas a convertidas se presentan c o m o estimativas o se desechan.

Distribución y publicación de información

Pese al fomento de la información estadística en la región, se advierte una falta general de guías bien documentadas sobre los sistemas de datos. Ningún

organismo cuenta con un documento o un con­junto de ellos con información sobre la evolución de las definiciones en el curso de los años, ni las razones de las grandes lagunas que aparecen en la serie, o los cambios en las bases y en los sistemas de ponderación utilizados, o sobre cuáles nuevas variables se han añadido y en qué fase o m o m e n t o . Ni siquiera dentro de sistemas altamente descen­tralizados existen guías de introducción a materias especializadas. Cualquier tipo de política que proponga la preparación de guías brilla por su ausencia; en consecuencia, aquellos que desean realizar investigaciones tienen que leer el prólogo, la introducción y los apéndices de todos los in­formes relativos a las materias que les interesan, si quieren obtener la información necesaria sobre metodología, veracidad de los datos, cuestiona­rios, etc. Otras fuentes de información en este aspecto son las secciones preliminares y generales de los censos y series de encuestas. L a Oficina Central de Estadística de Trinidad y Tabago ha editado recientemente manuales de trabajo cir­cunscritos a áreas de interés concreto y publica­ciones especiales dedicadas a metodología e infor­mación accesoria para investigadores. También en Jamaica se han realizado algunos esfuerzos en esta misma dirección. D e esta manera el usuario puede seguir la pista de los datos desde su compi­lación de la fuente primaria hasta la fase de publi­cación.

Mientras que la mayoría de los productores de datos recogen y compilan información para la administración y gobierno dentro de sus organis­m o s respectivos, sólo los principales editan y dis­tribuyen el material. E n Barbados, Trinidad y Tabago y, hasta hace poco tiempo, Jamaica, los departamentos de publicaciones del Estado han sido los principales editores y distribuidores de informes oficiales. N o obstante, cada vez es mayor la tendencia a que los departamentos del gobierno editen y distribuyan (o comercialicen) sus propios informes.

Los sistemas nacionales de datos socio­económicos se componen principalmente de in­formes administrativos, censos y encuestas. L a mayor parte de los datos recogidos, tabulados y analizados aparecen en las publicaciones resu­midas y especializadas de las oficinas centrales de estadística, las publicaciones monetarias y finan­cieras de los bancos centrales y los informes anuales y especializados de otros organismos ofi-

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Estructuras nacionales de los datos socioeconómicos primarios,

IX: Barbados, Jamaica y Trinidad y Tabago

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cíales, empresas públicas y un pequeño número de organizaciones privadas. También pueden ha­llarse datos estadísticos de utilidad en los archivos de los ministerios (documentos oficiales) y en las actas de las cámaras del Parlamento; pero la falta de índices hace difícil encontrar la informa­ción precisa dentro de estos documentos. Los procedimientos de acopio y publicación reflejan por lo común el padrón de administración; por ejemplo, en Barbados y en Trinidad y Tabago los sistemas estadísticos están m á s centralizados que en Jamaica, donde, si bien la mayor parte de las estadísticas recogidas son canalizadas hacia el director de estadística, unos cuantos organismos oficiales llevan a cabo encuestas independientes e inician otras que son luego acabadas por otros organismos, entre ellos el Departamento de Es­tadística.

E n general las publicaciones de extractos y resúmenes contienen tabulaciones con un mínimo de descripción, con la excepción del Yearbook of statistics y la Economie and social survey, de Jamaica. Descubrir qué se publicó anteriormente en una serie determinada, supone una conside­rable labor de indagación y pesquisa y sería de no poco provecho si el prefacio/introducción pusiese al día la historia de la publicación en cuestión y diese referencias acerca de otras publicaciones sobre la misma materia; por ejemplo, el Abstract of building and construction statistics de Jamaica jamás hace mención de su publicación hermana, la Building activity.

C o n excepción de las publicaciones de los bancos centrales y unas pocas organizaciones pri­vadas, el retraso en la aparición constituye un problema perenne. Las publicaciones mensuales salen, por lo c o m ú n , por lo menos seis meses después de la fecha señalada, y las publicaciones anuales, cuya aparición normalmente se espera al año siguiente (a tiempo para la presentación del presupuesto anual, alrededor del mes de abril), generalmente salen a la luz m u y avanzado el año o algunos años después; por ejemplo, la última edición del Annual digest of statistics de Trinidad y Tabago es la correspondiente a los años 1974-1975. E n algunos casos, las publicaciones m á s al día sólo contienen datos provisionales, c o m o el Exter­nal trade, de Jamaica. E n este territorio, 1980 parece ser un año especialmente malo: respecto a ciertas publicaciones, nadie puede asegurar a ciencia cierta si su no aparición se debe a la sus­

pensión de la serie o simplemente a una larga demora. U n número cada vez m a y o r de socie­dades y empresas del sector público, e incluso de departamentos del gobierno, han dejado de editar sus informes anuales (limitándose a exponerlos en el Parlamento), reduciendo así su responsabilidad y privando al público de una fuente de información estadística y de otros tipos sobre sus actividades.

Los principales productores de datos en los tres países disponen de bibliotecas, cuya función esencial es servir a su propio personal y a los investigadores a su servicio. E n estas bibliotecas se conservan extensas colecciones de su propias p u ­blicaciones. Se guardan, además, colecciones en las bibliotecas de la universidad, las principales bibliotecas públicas y en las bibliotecas de los ministerios y dependencias del Estado, así c o m o en la Biblioteca Nacional de Jamaica y en los Archivos de Barbados. El grado de amplitud de estas colecciones varía considerablemente. Algunas incluyen largos períodos de las publicaciones en serie, pero, salvo en los casos de la Oficina Central de Estadística de Trinidad y Tabago y el Banco de Jamaica, suele haber en ellas baches y lagunas importantes; por lo general sólo es posible obtener números corrientes y algunos de n o demasiada antigüedad de los publicados hasta la fecha. Por lo que se refiere a documentos e informes m o n o ­gráficos inéditos, la situación es muchísimo peor porque no existen equipos adecuados para el registro centralizado de investigaciones empren­didas y el ulterior depósito de los informes. L a solución, por supuesto, está en la creación de colecciones de archivo en los organismos produc­tores de datos, pero los apremios económicos que afectan a las administraciones públicas parecen indicar que los recursos disponibles para poner en obra las iniciativas deseables serán tal vez escasos o nulos.

Todos los principales productores de datos poseen extensas listas de direcciones postales (el Banco de Jamaica dispone de seiscientos nombres, por ejemplo) de suscriptores locales y del extran­jero que reciben ejemplares de cortesía o para depósito. N o obstante, son incapaces de diferen­ciar con certeza las organizaciones extranjeras que llevan una colección completa y al día de sus publicaciones con fines de investigación, frente a las que sólo hacen de ellas un empleo administrativo y privado. L a figura 4 ofrece una clara muestra de organizaciones que reciben material de Barbados.

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INTERNACIONAL

O N U Anuarios Boletín de estadísticas (mensual} Varios

F M I Anuario Estadísticas financieras

O I T Anuario Estadísticas laborales Ingresos y gastos familiares

O E A Encuestas

Instituciones Anuarios internacionales Boletines de banca y de Estadísticas préstamo financieras (ejemplo: I A D B , Varios Irving Trust Co.)

N A C I O N A L

Ministerios, delegaciones oficiales y empresas públicas: ingresos y gastos, informes administrativos, ejemplo:

Contabilidad nacional

Recaudador general: estadísticas d9 comercio

Utilidades públicas: datos sobro producción

Sector privado Establecimientos industriales y comerciales Instituciones financieras Otros

V \ ' / / \ \ ^ - — — — " - ^ s . / /

\ \ JS**^ s

\ \ / \ \ ^ / \ ^y \ ^ " ^ - ^ ^ ^ . Servicio da \ ^ : = = = 5 = = ; = = s * , ^

^ " * ~ T Estadísticas _ ^ _ — ^ - - ^ \ de Barbados j

y / ^ ^ ^ " ^ REGIONAL

CARICOM Comercio exterior de países miembros

C E A C Estadísticas financieras de gobiernos participantes

C E P A L Encuesta económica sobre América Latina Estadísticas económicas de los países miembros

Servicio Estadísticas demográficas Regional de Estadísticas sociales Estadísticas Varios

NACIONAL

Ministerios Delegaciones oficíales

Ministros Miembros de la oposición Ex miembros del Parlamento

Cámara de Comercio Instituciones bancarias (Incluido el Banco de Desarrollo de Barbados) Empresas principales Federación patronal Sindicatos Medios da comunicación Archivos Biblioteca pública

I N T E R N A C I O N A L

O N U Contabilidad nacional Estimaciones . Comercio exterior Estadísticas industriales Industriada transformación -

; Industria minera Estadísticas demográficas Estadísticas socio­económicas diversas Datos requeridos por equipos de especialistas

FMI Comercio exterior Producción industrial Turismo

O I T Estadísticas laborales

Ó A A Indices de precios al consumo Estadísticas agrarias

Banco Igual que la O N U Mundial + Turismo

Población activa Datos requeridos por equipos de especialistas

1 ASI Estadísticas socio* económicas diversas

Embajadas (de Barbados)

R E G I O N A L

Banco de Desarrollo de Caribe

Secretaría del C A R I C O M

Autoridad Monetaria del Caribe Oriental

Comisión Económica para América Latina

Instituto de Desarrollo Agrícola del Caribe

instituto de Investigaciones del Caribe

Instituto do Alimentación y Nutrición del Caribe

Oficinas regionales de estadísticas Universidad de las Indias Occidentales Bibliotecas

F I G . 4 . Transmisión de datos socioeconómicos primarios entre el Servicio de Estadística de Barbados y diversos organismos nacionales, regionales e internacionales

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Estructuras nacionales de los datos socioeconómicos primarios,

IX: Barbados, Jamaica y Trinidad y Tabago

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Servicios a ios usuarios

Los principales productores prestan una vasta serie de servicios, que van desde la orientación y referencia sobre fuentes apropiadas hasta la pro­visión de datos a quien los solicita. Sin embargo, m u y poco es lo que se hace aparte de facilitar al investigador cifras escuetas, porque tiempo y recursos n o permiten que un oficial de estadísticas discuta la aplicabilidad de las cifras a las necesi­dades particulares del investigador. Otro servicio que prestan todos los productores importantes de datos es la presentación de tabulaciones especiales para usuarios; este servicio se presta, sin embargo, con un criterio m á s discrecional. Por ejemplo, el Banco Central de Trinidad y Tabago sólo presta este servicio a departamentos oficiales y a orga­nizaciones interestatales, mientras que otras enti­dades son m á s flexibles. E n los casos de investiga­dores auténticos, ajenos a los círculos oficiales, no se cobra por los servicios, excepción hecha del Departamento de Estadística de Jamaica; incluso en este caso, sin embargo, el que se cobre o no se cobre depende de la cantidad de trabajo por hacer.

Los sistemas de estadísticas oficiales dan la máx ima prioridad a la utilización eficaz de las estadísticas por parte de los departamentos del Estado. Esto se consigue mediante el estableci­miento de estrechas relaciones de trabajo entre los expertos en estadísticas y los poderes públicos. Inevitablemente, los usuarios no oficiales quedan relegados a un segundo término, aunque se reco­noce la importancia de servirles. Esta orientación apunta, en primer lugar, a que se haga el mayor uso posible de la extensa serie de estadísticas reu­nidas, creando una base de investigación de mer­cados para los sectores socioeconómicos de las sociedades. E n segundo lugar, una utilización m á s amplia contribuirá a que aumente el aprecio de todos por los servicios de estadísticas, y, con ello, se incremente su colaboración en el suministro de información. Pero aunque esto se comprende m u y bien, es m u y poco o nada lo que se hace por ayudar al usuario no oficial introduciendo mejoras en personal e instalaciones.

Las actitudes hacia los investigadores va­rían desde una leve prevención o cautela hasta una disposición favorable e incluso una asistencia activa y resuelta. Las credenciales de todo aquel que desea consultar material, y especialmente informes inéditos, son importantes sin duda, pero

los bibliotecarios y otros funcionarios públicos parecen bien dispuestos al trato y a la avenencia una vez establecido el primer contacto. E n algunos casos, las restricciones que dificultan el acceso a documentos dimanan m á s bien de problemas tales c o m o el sitio en el que se instalará al investigador, o quién conoce y quien localiza el documento en cuestión, m á s que de la sensibilidad del material propiamente dicho.

Los principales productores de datos, sobre todo, responden a una afluencia relativamente grande de cuestionarios y otras solicitudes de información de, especialmente, organismos inter­nacionales que reciben la m i s m a atención conce­dida a los usuarios oficiales, quedando con ello m á s reducida aún la variedad de servicios ofre­cida a los usuarios no oficiales.

Carácter confidencial y disposiciones legales

El carácter confidencial es otro factor que deter­mina la índole de la información cedida a usuarios no oficiales. Las leyes de estadística vigentes en todos los territorios prevén graves sanciones para todo aquel funcionario que revele información confidencial.

L a ley prohibe la comunicación de datos sueltos en forma tal que haga posible identificar a un encuestado. Esto plantea u n problema espe­cial en las pequeñas sociedades, por ejemplo, cuando una industria consta de u n a sola empresa. E n Barbados, el Banco Central n o publica datos cuando son menos de tres las instituciones finan­cieras privadas que realizan operaciones similares. E n Jamaica, cuando una sola empresa representa toda una industria, el Departamento de Estadís­tica recaba de dicha empresa autorización por escrito para publicar datos sobre la industria, y la empresa puede exigir que determinados datos sean excluidos de la publicación.

N o obstante lo dispuesto por la ley, los círculos empresariales y los investigadores de mercados están siempre interesados en obtener pormenores sueltos y concretos. Estiman que categorías c o m o la de "varios n o especificados" son demadiaso vagas y que podría facilitarse infor­mación m á s significativa sin contravenir la ley de estadística. C . Pine resume el punto de vista del hombre de empresa cuando dice: "Los empresarios

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precisan información m á s específica que la que se les ofrece actualmente [...] Es necesario un desglose mayor de ciertos elementos tarifarios para poder desentreñar el valor total de impor­tación de muchos productos. E n nuestras estadís­ticas de comercio hay demasiados rubros infor­mativos que concluyen diciendo: "other N.E.S."1S. U n a respuesta a esta crítica del Departamento de Estadística (de Jamaica) señalaba que en una cate­goría c o m o la de "varios no especificados" se daba la estadística relativa a dicha categoría, pero n o de una forma que permitiese identificar una marca particular; sin embargo, un número bas­tante importante de las tabulaciones especiales efectuadas para los medios empresariales consistía justamente en el desglose de la información sobre productos.

Algunas de las estadísticas obtenidas admi­nistrativamente tienen una base legal o reguladora, ya que se exige de las organizaciones o personas que presenten declaraciones sobre su estado a determinados organismos públicos, por ejemplo, los bancos comerciales al Banco de Jamaica y los hoteles a la Dirección de Turismo de Jamaica. Por lo demás , la ley de estadística no sólo faculta a los servicios estadísticos para entrar en locales y recintos a fin de recoger información, sino que impone sanciones en casos de rechazo. Raras veces se recurre a la aplicación de la ley por dicho m o ­tivo, ya que se estima que buenas relaciones públi­cas, persuasión moral y garantía del carácter confidencial de la información requerida son m e ­dios m á s aptos para producir los resultados pre­vistos que los de índole coercitiva. Existe la opi­nión, sin embargo, de que las leyes que exigen la prestación de información a los encuestados deben

ser fortalecidas, las sanciones por desacato y quebrantamiento de la ley han de ser m á s severas y las responsabilidades de los organismos públicos en cuanto a suministro de información, clarifi­cadas.

Las conexiones

Las conexiones son de dos clases: funcionales y estructurales. E n las primeras son importantes las técnicas y métodos que emplean clasificaciones internacionales; en las segundas, la colaboración institucional formal y la asistencia técnica en el acopio, análisis y diseminación de datos desem­peñan un papel de primer orden.

E n toda la región del Caribe, los servicios de datos generalmente dicen atenerse a normas internacionales aceptables en lo que se refiere a comparabilidad de sistemas de clasificación esta­dística, definiciones, etc. E n muchos casos, las conexiones dentro de los sistemas de datos se operan fundamentalmente gracias a la cooperación regional e internacional, la asistencia técnica y los programas de capacitación patrocinados y/o sub­vencionados por organizaciones nacionales, regio­nales c internacionales. Los sistemas de datos de los tres territorios objeto de este estudio se basan principalmente, en cuanto a metodología, concep­tos, definiciones y esquemas de clasificación se refiere, en las líneas seguidas por la Comisión de Estadística de las Naciones Unidas y el Instituto Interamericano de Estadística. Por ejemplo, las recomendaciones del Programa Interamericano de Estadísticas Básicas [PIEB] son aplicadas en todo el Caribe en la medida de lo posible. Al mismo tiempo, en algunos casos se dejan parcial-

C U A D R O 1. Programas de capacitación estadística patrocinados por entidades diversas

Asignatura Centro de estudios Entidad patrocinadora

Estadísticas sobre comercio exterior

Programación de ordenadores

Métodos de realización de censos y encuestas

Contabilidad general

Departamento del Censo de los Estados Unidos

Departamento del Censo de los Estados Unidos

Departamento del Censo de los Estados Unidos

Departamento del Censo de los Estados Unidos

Organización de Estados Americanos

Organización de Estados Americanos

Organización de Estados Americanos

Organización de Estados Americanos

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Estructuras nacionales de los datos socioeconómicos primarios,

IX: Barbados, Jamaica y Trinidad y Tobago

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C U A D R O 1. Programa de capacitación estadística patrocinados por entidades diversas {continuación)

Asignatura Centro de estudios Entidad patrocinadora

Programa de muestrco para profesionales de estadísticas extranjeros

Estadísticas económicas y sociales

Técnicas de la estadística

Encuestas económicas

Curso sobre mercados de capital

Planificación económica

Movimientos de recursos (cursillo)

Curso sobre mercados de capital

Estadísticas demográficas

Estadísticas agrarias

Estudios sobre desarrollo

Conferencia sobre población (México D . F . )

Investigaciones sociales para el desarrollo

Programa de técnicas combinadas

Estadísticas económicas (cursillo de 4 meses)

Mantenimiento de rotativas Organización de servicios

estadísticos Demografía

B.Sc . (Estadística)

Universidad de Michigan

C I E N E S

C I E N E S

Escuela de Graduados de la Universidad del Estado de Pensilvânia

Universidad de las Indias Occidentales, Jamaica

C T U , Trinidad

Banco de Jamaica

Kapok Hotel, Trinidad

Centro de Formación Superior Especializada de Munich

Centro de Formación Superior Especializada de Munich

Instituto de Estudios sobre Desarrollo, Universidad de Sussex

Unión Internacional para el Estudio Científico de las Poblaciones

Centro de Estudios sobre Urbanismo, University College de Londres

Programas ISPP de la Universidad George Washington

Programas ISPC

Rotaprint Ltd., Londres Centro de Formación Superior Especializada de Munich

M . S c . L S E . , Universidad de Londres

Universidad del Estado de Pensilvânia

Organización de Estados Americanos

Organización de Estados Americanos

Organización de Estados Americanos

Gobierno de Trinidad y Tabago

Organización de Estados Americanos

Organización de Estados Americanos

Fondo de la Commonwealth para la Cooperación Técnica

Organización de Estados Americanos

Comunidad Económica Europea

Comunidad Económica Europea

Asistencia técnica del Reino Unido

Gobierno de Trinidad y Tabago

Gobierno de Trinidad y Tabago

Organización de Estados Americanos

Organización de Estados Americanos

Gobierno de Trinidad y Tabago Comisión de las

Comunidades Europeas Asistencia técnica del Reino

Unido Organización de los Estados

Americanos

Fuente: Oficina Central de Estadística de Trinidad y Tabago, Statistical activities of the seventies, Port of Spain, C S O , 1977, p. 47-48.

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mente de lado las convenciones internacionales a fin de hacer la información m á s aplicable a las restringidas economías del Caribe de habla inglesa.

Es preciso mencionar algunas conexiones funcionales concretas. Primero, la recomendación de las Naciones Unidas preconizando un sistema de estadísticas sociales y demográficas, por un lado, y los "puntos de interés social" de la O C D E , por otro, dieron las pautas directrices básicas para la preparación de un informe n o periódico titulado Social indicators, publicado inicialmente por la Oficina Central de Estadística deTrinidadyTabago en 1975. Este informe es un compendio de esta­dísticas sociales que contiene una serie de datos porcentuales de fenómenos sociales significativos, ilustraciones gráficas en color y análisis des­criptivos elementales. Segundo, tanto en Bar­bados c o m o en Trinidad y Tabago, se han adop­tado clasificaciones de accidentes industriales y lesiones a partir de las enmiendas de la Organiza­ción Mundial de la Salud (1965), y éstas han constituido la base para las revisiones judiciales de las causas sobre indemnizaciones a los traba­jadores, contribuyendo así a la uniformidad de los procesos jurídicos. Se ha apreciado en todos los territorios un movimiento hacia la coordina­ción de las estadísticas sobre la balanza de pagos con la contabilidad, nacional, y específicamente una coordinación del Manual de la balanza de pagos, del Fondo Monetario Internacional, con el Sistema de Contabilidad Nacional de las Naciones Unidas.

A nivel institucional, las conexiones se caracterizan por la asistencia técnica y las activi­dades de formación profesional. Las Naciones Unidas han contribuido constantemente al desa­rrollo de los sistemas de estadísticas facilitando personal competente allí donde m á s se hacía sentir su necesidad. Kaiman Tekse, con su modelo de migración interior, y D . D . Jain, experto en esta­dísticas industriales, son sólo dos entre otros muchos. Estos expertos no solamente dirigieron estudios, sino que formaron y capacitaron a un cuadro de profesionales locales. Varias organiza­ciones han participado, además, en muchos y m u y diversos programas de formación profesional.

D e fundamental importancia para el esta­blecimiento de conexiones intraregionales han sido la Universidad de las Indias Occidentales y, m á s recientemente, otras entidades c o m o el C A R I -

C O M , el C D B , el C A R D I y el CARIRI . La Uni­versidad de las Indias Occidentales ha generado una gran riqueza de datos a partir de sus progra­mas de investigación, y en algunos casos ha suplido los servicios estadísticos; por ejemplo, el Instituto de Investigaciones Sociales y Económicas de Cave Hill compiló extractos de estadísticas para las islas de Barlovento y Sotavento y Barbados en los decenios de 1950 y 1960.

El cuadro 1 da una idea sobre algunas de las principales áreas, instituciones y entidades patro­cinadoras de actividades de formación profesional. El Reino Unido, Canadá y los Estados Unidos de América han sido las principales fuentes de con­tacto y oportunidades de capacitación profesional para especialistas en estadísticas locales, merced a becas o ayudas parcial o totalmente financiadas por los gobiernos respectivos, el Fondo de la Commonweal th para Asistencia Técnica y Ia O E A .

L a Universidad de las Indias Occidentales

Dentro de la Universidad de las Indias Occiden­tales, con claustros en Barbados, Jamaica y Trinidad y Tabago, hay varios institutos de inves­tigación y facultades que aportan una cantidad m u y aprcciable de datos socioeconómicos prima­rios. La que m á s hace al caso para los fines de este estudio es la Facultad de Ciencias Sociales en general y, m á s particularmente, el Instituto de Investigaciones Sociales y Económicas [ISER]. El I S E R fue fundado en el claustro de Jamaica en 1953 y otras ramas del m i s m o comenzaron a funcionar en Barbados en 1960 y en Trinidad y Tabago en 1968. A través de una serie de proyectos de investigación, este instituto ha puesto en contacto a investigadores académicos y de otras procedencias con ejecutivos y gobernantes, tanto en el sector privado c o m o en el público. Estas conexiones se han mantenido durante periodos de grandes cambios en el énfasis con que se han enfocado la investigación y la obtención de datos. E n los albores de las ciencias sociales (1953-1962), los investigadores de la universidad concentraban principalmente sus esfuerzos en el trabajo teórico, es decir en la investigación pura, en donde la precisión de los datos era relativamente elemental. Por ejemplo, en una encuesta sobre investigaciones realizadas en el sector de la economía, Brown y

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Estructuras nacionales de ¡os datos socioeconómicos primarios,

IX: Barbados, Jamaica y Trinidad y Tobago

449

Brewster demostraron que, en este periodo, el énfasis dominante recaía sobre la contabilidad nacional y los estudios sectoriales19.

C o n la creación de los departamentos docentes de la Facultad de Ciencias Sociales en 1962, el método de estudio se apartó un tanto de sus viejas amarras. El énfasis recayó en la elaboración de modelos, especialmente en el ámbito del desarrollo, lo cual exigia el empleo de una escala m á s amplia de datos. El hecho de que este periodo coincidiera con la primera fase de la independencia constitucional en el Caribe de habla inglesa también obligó a los científicos sociales de la universidad y de otras instituciones nacionales y regionales a abordar los problemas preponderantes de la independencia social, económica y política. D e este m o d o la investigación aplicada constituyó un vínculo c o m ú n entre los investigadores del Caribe que habían emprendido la búsqueda de explicaciones respecto al desarrollo.

E n este periodo los científicos sociales eran incorporados c o m o asesores en los servicios del Estado. El Instituto de Investigaciones Sociales y Económicas funcionaba c o m o un órgano de asis­tencia técnica para Barbados y las islas de Barlo­vento y Sotavento, y el programa de investigación del censo, promovido a nivel regional por la sección de demografía del Departamento de Sociología, fue una de las conexiones vitales en el proceso de obtención y distribución de datos.

U n cambio de énfasis m á s reciente de la Facultad de Ciencias Sociales se ha referido al carácter de sus programas de investigación orien­tados ahora hacia la política administrativa. Proyectos sobre la transferencia de tecnología en el Caribe, las empresas públicas en el Caribe, los efectos de la bauxita sobre las comunicaciones rurales de Jamaica, los estudios monetarios en el Caribe, por citar sólo unos pocos de los estudios patrocinados por el ISER, han reunido a un equipo multidisciplinario de investigadores, entre los que se cuentan ingenieros, biólogos, arquitectos y agrónomos. Este cambio m á s reciente ha supuesto una estrecha colaboración entre científicos sociales y los de otras disciplinas, creando así las común­mente denominadas ciencias del desarrollo, con importantes implicaciones tanto para la amplitud de los datos c o m o para los métodos de tratamiento y análisis de los mismos.

C o m o veremos luego, es aún necesario poner a punto un mecanismo que asegure que los

datos socioeconómicos primarios son almacena­dos, recuperados y distribuidos con eficiencia en el Caribe. El hecho de haber pasado, a principios de la década de 1960, de los medios mecánicos de clasificación y recuento a los ordenadores elec­trónicos no ha mejorado necesariamente las condi­ciones de la investigación de ciencias sociales en los claustros de la universidad. Las dificultades para preparar programas específicamente para usuarios interesados en la ciencia social han pro­ducido grandes atascos de trabajos de análisis, pese a la disponibilidad de SPSS y de ordenadores de gran potencia en el claustro de M o n a y en el Ministerio de Hacienda. Al m i s m o tiempo, la cre­ciente utilización de encuestas por muestreo de opinión pública, realizadas principalmente hasta ahora por científicos sociales de la Universidad, ha sentado sobre bases más firmes las conexiones con otros centros de información estadística del extranjero.

Desde mediados de la década de 1960, la facultad ha fomentado relaciones con otras uni­versidades extranjeras, principalmente para favo­recer la formación de postgrado de sus egresados. Institutos de especial importancia para la forma­ción en metodología, investigación empírica y aplicaciones de la informática han sido el Consor­cio Internacional de Investigaciones de Ciencia Social, de la Universidad de Michigan, el Centro de Estudios Agrarios y Rurales y el Centro de Investigaciones Demográficas, de la Universidad de Chicago, el Centro Roper, de la Universidad de Yale y el Centro de Información Estadística de la Universidad de York, en Canadá.

Estos centros proporcionaron los medios gracias a los cuales graduados y personal han podido perfeccionar las técnicas de análisis de datos, entre otras la utilización sin trabas de ter­minales de ordenador y del m á s moderno material de informática, tanto máquinas y dispositivos c o m o elementos de programación. A u n q u e ha facilitado a los investigadores el accesso a sofis­ticados ficheros centrales, este tipo de contacto tiene sus inconvenientes. A menudo crea frustra­ciones en los beneficiarios locales de dicha capa­citación, especialmente por la falta de medios de informática generalizados que se acusa en la región del Caribe. Por otra parte, obliga al inves­tigador local a desplegar una gran iniciativa en la modificación de técnicas y en la aplicación de la tecnología disponible a las peculiaridades de la

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450

región. Los cursos sobre técnicas y métodos de investigación que ofrece la Facultad de Ciencias Sociales hacen en su mayor parte salvedad de estas limitaciones20. El programa de investigación del Instituto de Investigaciones Sociales y Económicas mantiene desde hace tiempo conexiones y ha fo­mentado nuevos terrenos de colaboración con otras entidades nacionales y regionales. D e los contactos nacionales, los principales han sido los establecidos con las direcciones de planificación nacional, las oficinas de estadísticas, los bancos centrales y los ministerios de agricultura, y en algunos casos también las direcciones de turismo, con las que se producen frecuentes intercambios de personal.

Otras organizaciones regionales

L a entrada en funciones del C A R I C O M en 1973 creó una estructura m á s formal para la integración regional en todo lo referente a tráfico y comercio que su predecesora la C A R I F T A . El C A R I C O M mantiene un nexo vital con las direcciones de pla­nificación, los ministerios de comercio, agricultura y relaciones exteriores de todo el Caribe. Desde el primer m o m e n t o ha constituido una fuente impor­tante de compilaciones de información compara­tiva sobre el comercio regional, la migración, la agricultura, la tecnología y el turismo, así c o m o de análisis y distribución de dicha información. S u biblioteca, instalada en la secretaría del C A R I C O M en Guyana, brinda una rica fuente de información a los investigadores. L a carta consti­tucional del C A R I C O M dispone la celebración de reuniones de los jefes de gobierno de la región. El organismo está dirigido por un cuerpo ejecutivo, el Consejo de Ministros, compuesto por represen­tantes de todos los territorios miembros. D e esta manera se establecen directrices para el tráfico comercial y se acuerdan medidas administrativas para la región en su conjunto.

Mientras que las conexiones facilitadas por el C A R I C O M son esencialmente ligadas a polí­ticas comerciales interiores y exteriores, el Banco de Desarrollo del Caribe [CDB] es una de las principales fuentes de ayuda financiera para las economías nacionales de la región. Compila datos sobre la balanza de pagos, la deuda nacional, las fuentes de ayuda exterior y el desenvolvimiento de diversos sectores de la economía, especialmente

las pequeñas empresas y el sector privado, que son los principales beneficiarios de sus préstamos y otros programas de ayuda técnica. U n o de los proyectos recientes llevados a cabo por el Banco de Desarrollo del Caribe sobre la pequeña explo­tación agropecuaria en los países menos desa­rrollados de la Commonwealth del Caribe ilustra el papel que esta institución desempeña en cuanto a provisión de asistencia técnica en la región referida21. Las conexiones mutuas que existen entre el C A R I C O M , el C D B y la Universidad de las Indias Occidentales, así c o m o las que se m a n ­tienen con organismos nacionales e internacio­nales, continúan desempeñando un importante papel en la promoción de políticas para la región en general.

: E n el contexto regional deben mencionarse también, entre otras organizaciones, las siguientes: CARIRI, C A R D I , E C L A y C D C C . El CARIRI se puso en marcha en 1970 como una entidad promotora de desarrollo industrial en Trinidad y Tabago, pero últimamente se ha ampliado a todo el Caribe de habla inglesa. E n rigor no es una organización regional, ya que el único país del que recibe apoyo financiero es Trinidad y Tabago. N o obstante, es fuente de una gran variedad de nexos funcionales a nivel regional. Por ejemplo, su Servicio de Información Técnica [TIS], con una plantilla de ingenieros y científicos, es un impor­tante consejero del C A R I C O M en lo que atañe a avances tecnológicos internacionales. Es miembro igualmente de la comisión consultiva de la recien­temente constituida Sección de Energía y Tecno­logía del Banco de Desarrollo del Caribe; sumi­nistra ayuda técnica a las islas de Sotavento y Barlovento, y, entre otras cosas, a comienzos de la década de 1970, instaló laboratorios de tecnología alimentaria en Granada, Santa Lucía, San Vicente y Dominica. Además de dirigir la labor de inves­tigación y desarrollo, proporciona servicios cien­tíficos y tecnológicos. L a mayor parte de sus actividades de investigación y de desarrollo se llevan a efecto por cuenta de clientes industriales particulares del Caribe o para el gobierno de Trinidad y Tabago. El Instituto de Investigación y Desarrollo Agrícola del Caribe [ C A R D I ] se fundó en 1974 por iniciativa de los gobiernos regionales como una entidad especializada para la investi­gación y el desarrollo de la agricultura en la región. Actúa en íntima colaboración con el C A R I C O M , el C D B , la Facultad de Agricultura

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Estructuras nacionales de los datos socioeconómicos primarios,

IX: Barbados, Jamaica y Trinidad y Tobago

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de la Universidad de las Indias Occidentales y los departamentos de agricultura de los respectivos ter­ritorios de la región. L a Comisión Económica para Latinoamérica, junto con el Comité de Desarrollo y Cooperación del Caribe [ C D C C ] , ha creado un aparato capaz de aunar a las instituciones estatales de la región, responsable de la planificación y de la habilitación de mecanismos de participación c o m ú n en el acopio y diseminación de información estadística.

Lagunas e insuficiencias

E n los servicios de estadísticas que hoy existen en el Caribe de habla inglesa pueden identificarse varias lagunas e insuficiencias. Algunas son endé­micas a la burocracia oficial adscrita a estos servi­cios. Queremos decir con esto que los trámites y papeleos propios de las burocracias contribuyen considerablemente a las demoras que se producen entre el acopio de información, su tratamiento y la elaboración estadística. M u y a m e n u d o se dan excesivos retrasos en el envío de los informes regu­ladores y voluntarios a los servicios de estadísticas por parte de los organismos remitentes. Estos retrasos se amplían invariablemente en la fase de procesamiento, no sólo por el continuo movi­miento y trasiego de personal capacitado y por la incesante necesidad de formar substitutos para delicados quehaceres estadísticos, sino también por el hecho de que las sanciones administrativas resul­tan demasiado flojas para zanjar estos problemas. Los centros de estadísticas m á s importantes confían en cambio en mecanismos informales y en la buena voluntad, que a lo s u m o producen una afluencia de información errática y poco fiable. Los agobios de las oficinas de estadísticas aumen­tan aún m á s cuando se hace imprescindible que los funcionarios responsables de dichos servicios acudan personalmente a los organismos interme­diarios para obtener y preparar los datos que se han de procesar. Combinadas con estas insuficien­cias internas, los investigadores han identificado unas cuantas más . Las más destacadas son lá necesidad de disponer de datos fiables sobre las relaciones interestructurales (input-output), de es­tadísticas sociales profundizadas y de datos siste­matizados sobre inmigración, así c o m o abocarse a la reorganización de la información sobre agri­cultura y la distribución de la tierra.

Relaciones interestructurales

Y a hemos hecho referencia al alto nivel de depen­dencia de la importación que acusan las economías del Caribe de habla inglesa, tanto en los sectores productivos c o m o en el consumo. Actualmente nos hallamos ante una creciente d e m a n d a de elabo­ración de tablas de relaciones interestructurales (input-output) detalladas y exactas. Mientras que los datos disponibles sobre el producto final (a la salida del sistema) parecen ser adecuados, n o hay datos de ninguna clase sobre el costo de los c o m ­ponentes de dichos productos (a la entrada del sistema). El sistema S 1 T C empleado para impor­taciones, categorías de función económica o uso final —bienes al consumo, materias primas, bienes de capital—, aunque de evidente utilidad, n o pro­porcionan información acerca de c ó m o y en qué proporciones es distribuido en el sector productivo un artículo determinado. Por ejemplo, un dato de interés primordial es la intensidad de la energía gastada en la producción. A este respecto es indispensable poder evaluar el c o n s u m o de energía directo e indirecto por unidad de producción.

Estadísticas sociales

E n casi todo el territorio del Caribe de habla inglesa se ha producido un deterioro de la situa­ción'concerniente a las estadísticas demográficas. Especialmente en Jamaica, el sistema de registro se ha tornado tan ineficiente qué es difícil identi­ficar con certitud las tendencias de fertilidad de los últimos años. L a carencia de series comprehen­sivas de estadísticas demográficas a partir de 1962 impide un análisis autorizado de la situación actual. El registro efectivo de datos demográficos se inició en 1878. Salvo por un corto periodo durante la segunda guerra mundial, se han publicado informes anuales desde aquella fecha hasta 1962; la publicación de este año apareció en 1967 y en adelante sólo se pudo contar con estimaciones globales, sin desgloses. Existen planes para poner en funcionamiento un sistema de procesamiento automatizado que comenzaría con datos de los últimos años. C o m o dice Roberts: " L a práctica actual de determinar el progreso de la plani­ficación familiar exclusivamente sobre la base de la tasa de natalidad es un procedimiento evaluativo insatisfactorio"22.

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îtt Estadísticas de inmigración

Las estadísticas sobre inmigración parecen plan­tear u n problema que afecta al m u n d o entero. E n el Caribe, los principales problemas son los refe­rentes al diseño de las tarjetas de embarque/ desembarque [E/D] y al tratamiento de las mismas por numerosos organismos. L a experiencia de Jamaica es un caso bien ilustrativo. Atendiendo a una recomendación del C A R I C O M , Barbados y Trinidad y Tabago adoptaron en amplia medida la E / D del C A R I C O M . Sin embargo, Jamaica introdujo en 1980 sus propios formularios de E / D a base de papel carbón, obedeciendo a las dispo­siciones legales sobre regulación monetaria (1977) encaminadas a frenar la exportación ilegal de divisas. Los formularios jamaicanos exigen infor­mación adicional sobre transferencias monetarias (antes de 1980 esta información se registraba en u n formulario aparte). D e esta introducción de nuevos formularios se ha derivado mucha confu­sión, porque se emplean junto con las E / D uti­lizadas por la mayoría de las líneas aéreas. A dife­rencia de los sistemas vigentes en los Estados Unidos y Francia, no se hace ningún uso del dupli­cado de E / D c o m o medida de control.

L a distribución de información que recogen las E / D a distintos organismos (Dirección de Turismo, Departamento de Estadística, Departa­mento de Inmigración y Sección de Investigación Criminal del Cuerpo de Policía) crea problemas relativos al movimiento y a la correcta coordina­ción del tratamiento de la tarjeta. Por ahora es todavía difícil juzgar hasta qué punto la informa­ción monetaria incorporada en las tarjetas ha sido útil en la represión de los fraudes monetarios.

Agricultura y distribución de la tierra

Los datos sobre agricultura y distribución de la tierra son generados principalmente por los minis­terios de agricultura. Tanto en Jamaica c o m o en Trinidad y Tabago se practica un muestreo per­manente para evaluar el crecimiento o la mengua en este sector de la economía. Los investigadores han comprobado que existe una inadecuada clasi­ficación de los cultivos por extensión de superficies cultivadas y una falta de información especializada sobre la relación entre la explotación agraria y el empleo/desempleo rural. Por otra parte, la clasi­ficación de la tierra de acuerdo a su tamaño se

hace invariablemente conforme a categorías dema­siado amplias c o m o para que pueda ofrecer corre­laciones exactas con otra información demográ­fica y social importante. D o s series de estudios llevados a cabo por el I S E R recientemente23 han intentado subsanar estas deficiencias, pero por su carácter aislado quizá no sirvan de m u c h o a los planificadores para mantenerse a la altura de los acontecimientos posteriores al periodo en que se realizaron los estudios.

Hasta aquí nos hemos referido a algunas lagunas identificadas por los investigadores en el ámbito de la estadística. Existen otras que atañen a los planificadores y estadísticos oficiales. Entre las más importantes se cuentan la necesidad de infor­mación más detallada sobre deficiencias en la nutrición, especialmente entre la población in­fantil; información al día sobre asistencia sani­taria, por ejemplo, una clara visión de las nece­sidades respecto a instalaciones y servicios de asistencia sanitaria y personal competente con que dotarlos; una evaluación del estado actual de la enseñanza, por ejemplo, información sobre áreas de capacitación especial indispensable para satis­facer necesidades profesionales, e identificación de áreas de especialidad y competencia que m á s perentoriamente se necesitan para el desarrollo de los territorios. A este respecto un proyecto sobre recursos humanos en el Caribe, que actualmente tiene entre manos el I S E R de San Agustín, será sin duda de m u c h o provecho y cubrirá una laguna de importancia vital. D e dicho proyecto han apa­recido ya varias publicaciones m u y útiles que proporcionan material básico esencial para la for­mulación de políticas sobre necesidades y distri­bución de m a n o de obra24.

Conclusiones

Los sistemas de datos primarios continúan proli­ferando en el Caribe. Aunque este estudio se limita a sólo tres territorios, da indicaciones útiles res­pecto a los demás territorios del Caribe de habla inglesa, con la salvedad de que en las zonas menos desarrollados de las islas de Sotavento y Barlo­vento los medios de acopio, procesamiento y distribución de datos, donde existen, son m u c h o m á s rudimentarios que los que hemos venido exponiendo. Esto quiere decir, pues, que los defec­tos de los servicios de información estadística en

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Estructuras nacionales de los datos socioeconómicos primarlos,

IX: Barbados, Jamaica y Trinidad y Tobago

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estas zonas menos desarrolladas son múltiples. E n años recientes se ha hecho especial hincapié en el mejoramiento de los servicios estadísticos en los referidos países, y à tales efectos se estableció en 1973 el Mercado C o m ú n del Caribe Oriental [ E C C M ] c o m o centro subregional de la secretaría del C A R I C O M , llamado a desempeñar vitales funciones administrativas. El E C C M no sólo pro­duce una amplia variedad de estadísticas sociales y económicas básicas, sino que sintetiza y compila las colecciones de datos primarios dispersas de estos países integrándolas en series comparativas. Entre sus publicaciones cabe destacar el Annual trade budget y el Digest of tourism statistics.

U n a de las mayores deficiencias de los sistemas de datos socioeconómicos primarios de la región en su conjunto es la falta de un orga­nismo coordinador, y en particular la ausencia de la infraestructura indispensable para un adecuado tratamiento y distribución de la información. M u y poco es lo que se ha hecho por integrar y racio­nalizar las bases de datos existentes. L a mayoría de las iniciativas que se proponen mejorar los dispo­sitivos para la obtención y diseminación de infor­mación en el Caribe tienden a centrarse en las

Notas

1 D . Murray Young, The Colonial Office in the early nineteenth century, Londres, H M S O , 1961, p. 34-35.

2 R . B . Pugh, The records of the Colonial and Do­minion Offices, Londres, H M S O , 1964, p. 40-41.

3 Report of the West Indian Royal Commission, C m d 6174, Londres, H M S O , 1939. (Esta comisión es corrientemente conocida como Comisión Moyne.)

4 George Cumper, Looking at figures: an introductory survey of statistical sources for West Indian students, Kingston, U W I (mimeografiado), circa 1963, p. 110.

5 Dexter Rose, "History of census-taking in Ja­maica", apéndice I, en Kaiman Tekse, Popu­lation and vital statistics: Jamaica 1832-1964, Kingston, Departamento de Estadística, 1974, p. 292.

6 Oficina Central de Estadística de Jamaica, West Indian census 1946. Part A : general report on the census of population, Kingston, Govern­ment Printer, 1950, p. iii.

exigencias bibliográficas y de documentación en general. Las m á s ambiciosas de tales iniciativas son las propuestas del C D C C ( U N / E C L A ) res­pecto a la coordinación de los servicios de docu­mentación en toda la región, para facilitar los procesos de planificación a nivel nacional25. L o que falta, de todos m o d o s , es una infraestructura que facilite la puesta en marcha de u n sistema de información estadística capaz de almacenar, re­cuperar, distribuir y analizar cualquier tipo de datos socioeconómicos primarios o secundarios.

E n 1977, el Instituto de Investigaciones Sociales y Económicas de la Universidad de las Indias Occidentales inició un debate sobre la orga­nización y el desarrollo de dispositivos y servicios de documentación e información estadística a nivel regional26. D e entonces acá, la necesidad de un sistema de esta clase ha ido haciéndose cada vez m á s evidente, cosa que queda aquí bien ilus­trada por la forma en que los servicios estadísticos se han desarrollado, su organización y conexiones con entidades internacionales y las deficiencias en su estructura y en su funcionamiento.

[Traducido del inglés]

7 Algunos de los estudios a que este programa dio lugar son; Estimates of intercensal population by age, sex and revised vital rates for British Caribbean countries 1946-1960, Port of Spain, Universidad de las Indias Occidentales, 1964 (publicación n.° 8); George Roberts y N . A b -dulah, "Sothe observations on the edu­cational position of the British Caribbean", Social and economic studies, vol. 14, n.° 1, marzo de 1965, p. 144-154; Joy Simpson, A demographic analysis of internal migration in Trinidad and Tabago, Kingston, Univer­sidad de las Indias Occidentales, I S E R , 1973.

8 W . A . Lewis, "Employment policy in an under­developed area", Social and economic studies, vol. 7, n.° 3, septiembre de 1958, p . 42-54; del mismo autor, "Secondary education and economic structure", Social and economic studies, vol. 13, n.° 2, junio de 1964, p . 219-232.

9 George Cumper, "Tradition versus function in the labour force statistics", Tercera conferencia de estadísticos oficiales de la Commonwea l th

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Notas {continuación)

del Caribe, Barbados, 1968, citado en Carmen McFarlane, "Report on new development in household surveys", Fourth conference of Commonwealth Caribbean government statis­ticians, July 16-23, 1969. Contributed papers, p. 98.

10 M . G . Smith, Needs for social assistance: a Ja­maican inventory for 1974, estudio efectuado por encargo de la Dirección Nacional de Planificación de Jamaica, 1975.

11 Laws of Jamaica, capítulo 368, Ley de estadística, sección 3.

12 F . A . Sylvester, "Demographic sample surveys: developing the mechanism—The Jamaican experience", Eighth conference of Common­wealth statisticians, Bridgetown, Nov. 24-Dec. 5, 1975. Contributed Papers, p . 314.

13 Departamento de Estadística de Jamaica, Sources and uses of funds in corporate establishments, . 1962-1966 (Cost output and investment survey programme, vol. 1), Kingston, Departamento de Estadística, 1970, p . i-í¡.

11 Naciones Unidas, A system of national accounts, serie F , n.° 2 , Rev. 3, 1968.

15 Oficina Central de Estadística de Trinidad y Tabago, Statistical activities of the seventies, Port of Spain, C S O , noviembre de 1977, p . 18.

16 Paul G . Lindsay, "Barbados—Industrial, business and agricultural statistics; the establish­ment—Type survey", Eighth conference of Commonwealth statisticians, Bridgetown, Nov. 24-Dec. 5, 1975. Contributed papers, p. 666.

17 I. Bernard, en colaboración con Ernest Moore , "Operation and management of computer services: problems and possible solutions (Jamaica)", Eighth conference of Common­wealth statisticians, p . 74. '

18 C . Pyne, "Trade Statistics—Businessman's ap­proach", Fourth conference of Commonwealth statisticians, Kingston, July 16-23, 1969. Contributed Papers, p . 262.

19 Adlith Brown y Havelock Brewster, " A review of the study of economics in the English speaking Caribbean", Social and economic studies, vol. 23, n.° 1, marzo de 1974, p . 48-68.

2 0 Louis Lindsay, Problems of applied methodological techniques.for social science research in the

Third World (documento de trabajo n.° 16), Kingston, ISER, Universidad de lás índias Occidentales, 1977.

21 Small farming In the less developed countries of the Commonwealth Caribbean, estudio preparado para el Banco de Desarrollo del Caribe por Weir's Agricultural Consulting Services Ltd., Escuela Universitaria de Artes Gráficas, Uni­versidad de las Indias Occidentales, 1980.

22 George Roberts, The population of Jamaica, Mill­wood , Nueva York, Kraus Reprint C o . , 1979, p . xvii de la introducción a la reedición de 1979.

23 O m a r Davies, Yacob Fisseha y Claremont Kirton, Small-scale, non-farm enterprises in Jamaica: initial survey results, I S E R , Universidad de las Indias Occidentales, y Departamento de Eco­nomía Agraria, Universidad del Estado de M i ­chigan, 1979 ( M S U rural development series, documento de trabajo n.° 8). Farm-household credit behavior: a case study of the Jamaican experience. Departamento de Economía Agra­ria y Sociología Rural, Universidad del Estado de Ohio, ISER, Universidad de las Indias Occidentales y Sección de Acopio y Evaluación de Información del Ministerio de Agricultura de Jamaica, 1980 (Informe provi­sional para la Sección de Acopio y Evaluación de Información del Data Bank and Evaluation Unit [ D B E U ] del Ministerio de Agricultura de Jamaica.)

21 Jack Harewood, "Unemployment and related problems in the Commonwealth Caribbean" y "Population projections for Trinidad and Tabago 1970-2000" (Occasional papers series—Human resources, 2) Port of Spain, ISER, Universidad de las Indias Occiden­tales, 1978.

25 Wilma Primus, 77ie Caribbean information system-planning: design, principles, activities and per­spectives, Port of Spain, E C L A / C D C C , 1980 ( C D C C / P O / W P / 8 0 / 1 2 , 21 de m a y o de 1980).

20 J. E . Greene y Carol Collins (dir. publ.), Pro­ceedings of the conference on research and documentation in the development sciences in the English speaking Caribbean, Kingston, ISER, Universidad de las Indias Occidentales, m a y o de 1977.

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DD Servicios profesionales

y documentales

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Calendario de reuniones internacionales1

1981

San Juan de Puerto Rico

21-25 de junio Columbus (Estados Unidos)

21-26 de junio Santo Domingo

(República Dominicana)

22-26 de junio Noordwijkerhoút . (Países Bajos)

25-29 de junio Milán

Asociación Latinoamericana de Sociología: 14." congreso ALAS, Callao 875, 3" piso E, Buenos Aires (Argentina)

Unión Internacional de Autoridades Locales: congreso mundial 1ULA, 45 Wassenaarseweg, La Haya (Países Bajos)

Sociedad Interamericaná de Psicología: 8.° congreso Gerardo Marín, Spanish speaking Mental Health Research Centre, Univ. of California, Los Angeles, Cal. 90024 (Estados Unidos)

Ciencias sociales y medicina: 7 . a conferencia internacional (Tema: Ideología, acción social, etc.) Dr. P. J. M . McEwan, Glengarden,. Balleter, Aberdeenshire ABE 5 U B (Reino Unido)

Familia cristiana; Centro Internacional de Estudios sobre la familia: congreso internacional (Tema: Los medios de comunicación de masas y la familia) CISF, Via Giotto 36, 20145 Milán (Italia)

Julio Downsview International Society for trie Study of Behavioral Development: 6 . a confe-(Canadá) rencia bienal

ISSBD, Dr. H. McGurk, Dept. of Psychology, University of Surrey, Guildford, Surrey (Reino Unido)

7-9 de julio Luxemburgo

20-24 de julio ' Hamburgo

Comisión de las Comunidades. Europeas: simposio (Tema: L a lexico­grafía en la era de la electrónica) Comisión de las Comunidades Europeas, B.P. 1907 Luxemburgo

Federación Internacional de Sociedades de Investigación Operacional: 9.a conferencia" internacional H. Welling, IFORSi c]o DTH, IMSOR, Bygning 349, 2800 Lyngby (Dinamarca)

1. La Revista no cuenta con información complementaria sobre estas reuniones.

Äev. int, de cieñe, soc, vol. XXXIII (1981), n.« 2

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458

27 de julio- Manila Federación Mundial para la Salud Mental: congreso mundial 1.° de agosto Edita F. Martillarlo, Natl. Exec. Dir., Phil. Mental Health Assoc,

18 East Avenue, Quezon City (Filipinas)

Agosto Connecticut

Agosto Viena

9-15 de agosto Lund (Suécia)

16-21 de agosto •San Diego

25-28 de agosto Toronto

26-31 de agosto Banff (Canadá)

26 de agosto- Bucarest 3 de sept.

Asociación Internacional de Ciencias Politicas: mesa redonda sobre la movilidad social y las actitudes políticas Secretariado de la AISP, c¡o University of Ottawa, Ottawa, Ontario KIN 6NS (Canada)

Asociación Internacional de Sociología: congreso internacional sobre el poder de las mujeres Prof. Samir K. Ghosh, Internat. Organizing Committee, 114 SriAurobindo Road, Konnagar, WB 71235, near Calcutta (India)

Asociación Internacional de Linguística Aplicada: 6.° congreso mundial IAAL Congress, Lund University Fack, S-22101 Lund (Suécia)

12.° congreso internacional de nutrición (Tema: La nutrición, base de la salud del hombre y del desarrollo internacional) Steven K. Herlitz, Inc., 850 Third ave. New York, N Y 10022 (Estados Unidos)

Society for the Study of Social Problems: 33.a reunión anual Dr. H . Auerbach, 208 Rockwell Hall, University College at Buffalo, 1300 Elmwood Ave, Buffalo, N.Y. 14222 (Estados Unidos)

Conferencias Pugwash sobre la ciencia y los problemas internacionales: 31.a conferencia Pugwash Conferences on Science and World Affairs, 9 Great Russell Mansions, 60 Great Russell Str., Londres WC IB 3 BE (Reino Unido)

Unión Internacional de Historia y Filosofía de la Ciencia: 6.° congreso internacional de historia de la ciencia Prof. S. Balan, Academia Rumana de Ciencias, Calea Victorei 125, Bucarest I-71102 (Rumania)

Septiembre Amsterdam

1-5 de sep.

21-23 de sept.

Singapur

13-18 de sept. Jerusalén

14-18 de sept. Grenoble

Nueva Delhi

Asociación Europea de Estudios de la Opinión y de Marketing; Asocia­ción Mundial de Estudio de la Opinión Publica: conferencia A M R O P , cio M . Yvan Corbeil, C R O P , Inc.; 1500 Stanley, Suite 520, Montreal, Quebec H3A IR3 (Canadá)

Pacific Science Association: 4." congreso (Tema: Población y urbanismo) PSA Congress Secretariat, Bukit Timah Rd. Singapur 1025 (Singapur)

Congreso internacional sobre la droga y el alcohol Stanley Einstein, Organizing Committee, The International Congress on Drug and Alcohol, PO Box 394, Tel Aviv (Israel)

Asociación Internacional de Servicios Técnicos de Información en Ciencias Sociales; International Federation of Data Organizations for the Social Sciences: conferencia IASSIST-IFDO, Ccrat, B.P. 34, 38401 Salnt-Martln-d'Hères (Francia)

Unión Internacional de Protección de la Infancia: Coloquio de expertos de Asia y del Pacífico responsables de la protección de la infancia y de la familia UIP, 1, rue de Varembé, B.P. 41, Ginebra (Suiza)

Page 223: Sobre el futuro de la sociología; International social science journal ...

Calendario de reuniones internacionales 459

21-25 de sept. Tokio

25-27 de sept. Grenoble

26-30 de sept.

26-30 de sept.

28 de sept.-2 de octubre

Dallas

Lleja

Salónica (Grecia)

Asociación Internacional de Ciencias políticas: mesa redonda sobre las dimensiones políticas del nuevo orden internacional Secretariado de la AISP, c/o University of Ottawa, Ottawa, Ontario KIN 6N5 (Canadá)

Asociación Internacional de Psicología Científica de Lengua Francesa: reunión Prof. Marc Richelle, APSLF, Laboratoire de psychologie expérimentale, 32 blvd. de la Constitution, B-4020 Lleja (Bélgica)

Alcohol and Drug Problems Assoc, of North America: 32. a reunión anual A D P A , A . Hewlett, 1101 Fifteenth Str., N W Suite 204, Washington, D C 20009 (Estados Unidos)

Federación Internacional de la Vivienda, del Urbanismo y de la Planifi­cación Física: congreso internacional . FIHUAT, 43 Wassenaarseweg, La Haya (Países Bajos)

Sociedad Internacional de Defensa Social: 10.° congreso internacional (Tema: La ciudad y la criminalidad) SIDS, c¡o Centro Nazionale di Prevenzione e Dlfesa Sociale, 3 Piazza Castello, 20121 Milán (Italia)

12-14 de octubre Operations Research Society of America; Institute of management Houston Sciences: reunión conjunta anual

(Estados Unidos) J. W. McFarland, School of Business, University of Houston, Houston TX 77004 (Estados Unidos)

9-16 de die. Manila

28-30 de die. Washington, D C

1982

Unión Internacional para el Estudio Científico de la Población: confe­rencia general UIESP, 5, rue Forgeur, 4000 Lleja (Bélgica)

International Relations Research Association: reunión anual IRRA, 7226 Social Science Buildg., University of Wisconsin, Madison, WI 53706 (Estados Unidos) •

5-7 de abril

29 de abril-1.° de m a y o

7-11 de junio

Bélgica

San Diego, California

Oslo

14-18 de junio

20-24 de junio

Jerusalén

Tel Aviv

Fundación Van Clé: Congreso internacional sobre el tiempo libre y la calidad de la vida Fondation Van Cié, Grote Markt 9, B-2000 Amberes (Bélgica)

Population Association of America: reunión PAA, PO Box 14182, Benjamin Franklin Station, Washington, D C 20044 (Estados Unidos)

Federación Internacional de la Vivienda, del Urbanismo y de la Planifi­cación Física: 36.° congreso mundial FIHUAT, 43 Wassenaarseweg, La Haya (Países Bajos)

Asociación de Estadística de Israel: reunión internacional / . Yahav, Dept. of Statistics, Hebrew University, Jerusalén (Israel)

Conferencia internacional sobre el holocausto y el genocidio (Tema: Comprensión, intervención y prevención del genocidio) Secretariat, P . O . Box 16271, Tel Aviv (Israel)

Page 224: Sobre el futuro de la sociología; International social science journal ...

460 m y?

Julio Dublin

Agosto Rio de Janeiro

Agosto Varsóvia

23-28 de agosto Mexico

1983

International Association for Child Psychiatry and Allied Professions: 10." congreso internacional Prof. Colette Chiland, Centre Alfred Binet, 76 avenue Edison, 75013 Paris (Francia)

Asociación Internacional de Ciencias Políticas: 12.° congreso mundial Secretariado de la AISP, c/o University of Ottawa, Ottawa, Ontario KIN 6N5 (Canadá)

Conferencias Pugwash sobre la ciencia y los problemas internacionales: 32. a conferencia Pugwash Conferences on Science and World Affairs, 9 Great Russell Mansions, 60 Great Russell Str., Londres WCIB 3BE (Reino Unido)

Asociación Internacional de Sociología: congreso mundial M . Rafie, AIS Secrétariat, BP 719 'A\ Montreal, P . W . H3C 2V2 (Canadá)

14-16 de abril Pittsburgh Population Association of America: reunion PAA, P.O. Box 14182, Benjamin Franklin Station, Washington, D . C . 20044 (Estados Unidos)

Agosto Europa del Este

Agosto Canadá

Asociación Internacional de Ciencias Económicas: 7 . " congreso mundial (Tema: Cambios estructurales, interdependencia económica y desarrollo del tercer mundo) AISE, 4 rue de Chevreuse, 75006 Paris (Francia) International Union of Anthropological and Ethnological Sciences: 11.° congreso internacional IUAES, Prof. Beishaw, Dept. of Anthropology and Sociology, University of British Columbia, Vancouver (Canadá)

Septiembre Paris Congreso sobre el tratamiento de la información M . Hermien, 6 place de Valois, 75001 (Francia)

Page 225: Sobre el futuro de la sociología; International social science journal ...

Libros recibidos

Generalidades, documentación

A U S T R A L I A N INSTITUTE O F U R B A N STUDIES. Bibli­

ography of urban studies in Australia, vol. 10, 1979. Canberra, Australian Institute of Urban Studies, octubre de 1980. 67 p . (AIUS Publication, 89.)

D O W L I N O , John. War peace film guide (ed. rev.), Chicago, World Without W a r Publications, 1980.188 p . , bibliogr. 5 dólares de los Estados

. • . . Unidos. UNITED STATES. DEPARTMENT OF H E A L T H A N D H U M A N

SERVICES. PUBLIC H E A L T H SERVICE. Coping and adaptation: an annotated bibliography and study guide, compilada por G . V . Coelho y R . I. Irving. Rockville, National Institute of Mental Health, 1981. 480 p . , índice.

Filosofía, psicología, teoría del conocimiento

B R U V N E , Paul de. Modèles de décision : les rationalités de l'action. Louvain-la-Neuve, Centre d'Étu­des Praxéologiques. 1981. 86 p., cuadro.

G R M E K , Mirko Drazen; C O H E N , Robert S.; CIMINO,

Guido (dir. publ.). On scientific discovery: the Eric lectures 1977. Dordrecht/Boston/Lon-dres, D . Reidel Publishing C o m p a n y , 1981. 333 p . , indice. (Boston Studies in the Phil­osophy of Science, 34.)

K E L L M E R P R I N G L E , Mia . Les besoins de l'enfant. Paris, Centre Technique National d'Études et de Recherches sur les Handicapés et les Inadaptations; La Documentation Fran­çaise, 1979. 218 p . , bibliogr., 50 francos franceses.

Lehrer, Keith. Compilado por R a d u J. Bogdan. Dordrecht/Boston/Londres, D . Reidel Pub­lishing C o m p a n y , 1980. 260 p . , bibliogr., indice. (Profiles, 2.)

REVAULT D'ALLONES, M . ; RIBES, F.; BAUDART, A . (y otros). L'Histoire, 2: la question du sens.

París, Collections DIA/Librairie Belin, 1980. 256 p . , índice. (Œuvres et thèmes.)

U R S S . A C A D É M I E D E S S C I E N C E S . L'affrontement des

idées philosophiques dans les sciences de la nature. M o s c ú , Academia de Ciencias, 1980. 199 p . (Problèmes du m o n d e contemporain, 42.)

Sociología

C A V É , Françoise. L'espoir et la consolation : l'Idéo­logie de la famille dans la presse du cœur. Paris, Payot, 1981. 190 p . , bibliogr.

C H R I S T I A N , Harry (dir. publ.). The sociology of journalism and the press. Keele, University of Keele, 1980. 395 p., cuadros. (Sociological Review Monograph, 29.) Encuadernado 14 li­bras esterlinas; rústica 7,90 libras esterlinas.

D A V I S O N , Peter; M E Y E R S O H N , Rolfe; SHILS, Edward

(dir. publ.). Literary taste, culture and mass communication, vol. 13: The cultural debate Part 1. Cambridge, Chadwyck-Healey Ltd., 1978. 250 p . 19 libras esterlinas.

. Literary taste, culture and mass communication, vol. 14: The cultural debate, Part 2. Cambridge, Chadwyck-Healey Ltd., 1980. 272 p . , índice. 20 libras esterlinas.

K E S S E L , Johan van. Danseurs dans le désert : une étude de dynamique sociale. L a Haye/Paris/ Nueva York , M o u t o n Éditeur, 1980. 224 p . , mapas , cuadros. (Religion and Society, 9.) 44 florines.

S A N D L U N D , T o m ; B I Ö R K L U N D , Krister. Bilinguals in

Finland, 1950. A b o , N ä m n d för Samhälls-forskning, 1980. 68 p . , cuadros. (Ethnicity and Mobility, Research Reports, 5.)

Demografía

U R S S . A C A D É M I E D E S SCIENCES. La population du

monde aujourd'hui: processus ethnodémogra-phiques, por S . Brouk. M o s c ú , Academia de

Rev. int. de cienc. soc., vol. XXXIII (1981), n.° 2

Page 226: Sobre el futuro de la sociología; International social science journal ...

462 •

QP Ciencias, 1980. 135 p. , cuadros. (Problèmes domestic market in the third world: transform­an monde contemporain, 47.) ation of the traditional sector — Present and

future. Budapest, Akadémiai Kiado, 1980. 259 p . , cuadros. 16 dólares.

Ciencia politica

CENTRE D'INFORMATION ET DE RECHERCHE POUR L'ENSEIGNEMENT ET L'EMPLOI DES LANGUES. Langues et coopération européenne, Strasbourg, 17-20 avril 1979 : Actes du colloque inter­national. Paris, C Í R E E L , 1980. 340 p. 60 francos franceses.

D E C I M O Q U I N T A C O N F E R E N C I A D E LAS N A C I O N E S U N I ­D A S D E L A P R Ó X I M A D É C A D A . Woodstock, Vermont, 15-20 de junio de 1980. The United Nations and the energy management. Musca­tine, Iowa, The Stanley Foundation, 1980. 51 p . , ilustr.

Une consultation internationale en quête d'alternatives non violentes, Derry, Irlande du Nord, 1977 : textes et rapports. Amberes, Alternatives non violentes ; Réseau de service international pour la paix et la non-violence, 1979. 192 p.

U R S S . A C A D E M I A D E CIENCIAS. Problèmes du dévelop­pement contemporain de l'Afrique. Moscú, 1980. 236 p. (Afrique—Recherches des sa­vants soviétiques, 1.)

Ciencias económicas

B A N Q U E ASIATIQUE D U D É V E L O P P E M E N T . Questions et réponses. Manila, Banco Asiático de Desa­rrollo, 1980. 88 p., organigrama.

C O U R A D E , G . ; B A R B I E R , J. C ; TISSANDIER, J. Com­plexes agro-industriels au Cameroun. Paris, Office de la Recherche Scientifique et Tech­nique Outre-Mer, 1980. 281 p . , mapas, ilustr., figs., cuadros, bibliogr. (Travaux et documents de l ' O R S T O M , 118.)

FUNDAÇÃO CALUSTE GULBENKIAN. INSTITUTO GUL-. BENKIAN DE CLÊNCIA. CENTRO DE ESTUDOS DE

E C O N O M Í A A G R A R I A . Seminario realizado [en Oeiras], el 12-14 die. 1979: A agricultura lati-fundaria na peninsula Ibérica, de Afonso de Barros. Oeiras, Centro de Estudos de Eco­nomia Agraria, 1980. 500 p. , gráficos, cuadros.

S P I T Z , P . ; G A L T U N G , J.; P R E I S W E R K , R . (y otros). Il faut manger pour vivre : controverses sur les besoins fondamentaux et le développement. Paris, Presses Universitaires de France, G e ­nève, Institut universitaire d'études du déve­loppement, 1980. 324 p . , bibliogr. (Cahiers de l'Institut universitaire d'études du déve­loppement.)

T O L N A I , György. The growth of big industry, and

Derecho, criminología

B R A N A - S H U T E , Rosemary; B R A N A - S H U T E , Gary (dir. publ.). Crime and punishment in the Caribbean. Gainesville, Centre for Latin American Studies, University of Florida, 1980. 146 p . , mapas, gráficos, cuadros, índice.

Previsión y acción social

A H M E D , Paul I.; C O E L H O , George V . (dir. publ.). Toward a new definition of health: psychosocial dimensions. Nueva York/Londres, Plenum Press, 1979. 470 p . , figs., cuadros, índice. (Current Topics in Mental Health.) 25 dólares.

A T T I A S - D O N F U T , Claudine; G O G N A L O N S - N I C O L E T , Maryvonne. Après 50 ans—La redistribution des inégalités. Cagnes-sur-Mer, Caisse natio­nale de retraite des ouvriers du bâtiment et des travaux publics, noviembre de 1980. 272 p . , cuadros, gráficos. (Documents d'in­formation et de gestion.) 40 francos franceses.

C A T R I C E - L O R E Y , Antoinette. Dynamique interne de la sécurité sociale : du système de pouvoir à la fonction personnel. Paris, Centre de recherches en sciences sociales du travail, Université "Paris-Sud", 1980. 351 p. , cuadros, bibliogr.

C U Y L E R , A . J. The political economy of social policy. Oxford, Martin Robertson, 1980. 340 p . , figs., cuadros, índice, bibliogr. Encuadernado 18 libras esterlinas; rústica 7,50 libras ester­linas.

Enseñanza

P A R L A T O , Ronald; B U R N S - P A R L A T O , Margaret; C A I N , Bonnie J. Fotonovelas and comic books: the use of popular graphic media in development. Washington, D . C . , Office of Education and H u m a n Resources, Development Support Bureau, Agency for International Develop­ment, 1980. 243 p . , ilustr., cuadros, bibliogr.

U N I C E F . "Education and community self-reliance: innovative formal and non-formal ap­proaches", Assignment children: a journal concerned with children, women and youth development, n.° 51/52. Ginebra, U N I C E F , otoño de 1980. 223 p.

Page 227: Sobre el futuro de la sociología; International social science journal ...

Libros recibidos 463

Gestión

H E L L E R , Frank A . ; W I L P E R T , Bernhard. Competence and power in managerial decision-making: a study of senior levels of organization in eight countries. Chichester/Nueva York/Brisbane/ Toronto, John Wiley & Sons, 1981. 242 p . , figs., cuadros, bibliogr., índice.

T R E P O , Georges. Conditions de travail et expression du personnel. Paris, Dalloz, 1980. 250 p . , ilustr., organigr., cuadros. (Dalloz Gestion: H o m m e s et entreprises.)

Biografía, historia

H I N T E R M E Y E R , Pascal. Politiques de la mort, tirées du concours de l'Institut Germinal au VHI-Vendé-maire an IX. Paris, Payot, 1981. 182 p., cuadros. (Bibliothèque historique.)

R U M A N I A . A C A D E M I A D E STIINTE SOCIALE 51 POLITICE. INSTITUTUL D E ISTORIA 51 A R H E O L O G I E

" A . D . X E N O P O L " . Relafiile politice romãno-polone intre 1699 si 1848, por Veniamin Ciobanu. Bucurest, Editura Academiei R e p u ­blica Socialiste Romania, 1980.238 p . (Biblio­teca Istorica LIU.) 11,50 Iei.

U R S S . A C A D E M I A D E C I E N C I A S . Méthode historique comparative dans les études médiévales en URSS. Moscú, 1980. 204 p . (Problèmes du monde contemporain, 72.)

. . La science historique dans les pays socia­listes. Moscú, 1980. 172 p . (Problèmes du monde contemporain, 71.)

. . La science historique en Union Sovié­tique : nouvelles recherches. Moscú, 1980. 199 p . (Problèmes du monde contempo­rain, 73.)

V E N E Z U E L A . U N I V E R S I D A D C E N T R A L . Garcia-Pelayo,

Manuel: Libro-Homenaje (2 volúmenes), C a ­racas, Universidad Central de Venezuela, Facultad de Ciencias Jurídicas y Políticas, 1980. 915 p . , cuadros, bibliogr.

Page 228: Sobre el futuro de la sociología; International social science journal ...

Publicaciones recientes de la Unesco (incluidas las auspiciadas por la Unesco)*

A la medida: los libros para niños en los países en desarrollo, por A n n e Pellowski. París, Unesco 1980. 145 p . , ilustr. (Libros sobre libros.) 22 francos franceses.

Bibliographie internationale des sciences sociales : science économique/International bibliography of social sciences: economics, vol. 27, 1978. Londres/Nueva Y o r k , Tavistock Publications, 1980. 526 p . 30 libras esterlinas; 260 francos franceses.

Bibliographie internationale des sciences sociales : science politiquei International bibliography of social sciences: political science, vol. 27, 1978. Londres/Chicago, Tavistock Publications/ Beresford B o o k Service, 1980. 405 p . , indice. 28 libras esterlinas; 252 francos franceses.

Bibliographie internationale des sciences sociales : sociologiellnternational bibliography of social sciences: sociologie, vol. 28, 1978. Londres/ Chicago, Tavistock Publications/Beresford Book Service, 1980. 463 p . 30 libras ester­linas; 270 francos franceses.

La educación ambiental: las grandes orientaciones de la Conferencia de Tbilisi. París, Unesco, 1980. 107 p. (La educación en marcha, 3.) 18 francos franceses.

Efectos de la migración rural-urbana sobre la función y la condición de la mujer en América Latina. París, Unesco, 1980. 51 p . , cuadros, bibliogr. (Informes y documentos de ciencias sociales, 41.) 8 francos franceses.

Lo dicho y lo hecho: la juventud frente a un nuevo orden

económico internacional, por B . Brühl D a y . París, Unesco, 1980. 100 p . 20 francos franceses.

El papel de la educación ambiental en América Latina, por Alejandro Teitelbaum. París, Unesco , 1978. 120 p . , bibliogr. 20 francos franceses.

Perspectivas de la juventud en la década de 1980: resumen del informe presentado a la Confe­rencia General de la Unesco en su vigésima primera sesión. París, Unesco, 1980. 48 p .

Statistical Yearbook¡Annuaire statistique/Anuario es­tadístico, 1980. París, Unesco, 1980. 1 280 p . 280 francos franceses.

Study abroad: international scholarships, international course/Études à l'étranger : bourses interna­tionales, cours internationaux!Estudios en el extranjero: becas internacionales, cursos inter­nacionales. París, Unesco, 1980. 1011 p . 40 francos franceses.

Un sólo mundo, voces múltiples: comunicación e infor­mación en nuestro tiempo. París, Unesco / Madrid, Fondo de Cultura E c o n ó m i c a , 1980. 508 p . , figs., cuadros. 60 francos franceses.

World List of social science periodicals, 1980IListe mondiale des périodiques spécialisés dans les sciences sociales/Lista mundial de revistas espe­cializadas en ciencias sociales, 5 . a ed. rev. París, Unesco, 1980. 447 p . (World Social Science Information Services/Services m o n ­diaux d'information en sciences sociales/Ser­vicios mundiales de información sobre ciencias sociales, I.) 72 francos franceses.

* C ó m o obtener estas publicaciones: a) Las publicaciones de la Unesco que llevan precio pueden obtenerse en la Oficina de Prensa de la Unesco, Servicio Comercial ( P U B / C ) , 7, Place de Fontenoy, 75700 París, o en los distribuidores nacionales; 6) las publicaciones de la Unesco que no llevan precio pueden obtenerse gratuitamente en la Unesco, División de Documentos ( C O L / D ) ; c) las co-publicaciones de la Unesco pueden obtenerse en todas aquellas librerías de alguna importancia.

Rev. int. de cieñe, soc, vol. XXXIII (1981), n.° 2

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PUBLICACIONES D E LA UNESCO: AGENTES D E V E N T A

África del Sur

Albania Alemania (Rep. Fed.)

Alto Volta

Antillas francesas

Antillas holandesas

Argelia

Argentina

Australia

Austria Bangladesh

Bélgica

Benin Birmânia

Bolivia

Brasil

Bulgaria Canadá

Colombia

Congo República de Corea

Costa Rica Costa de Marfil

Cuba

Checoslovaquia

Chile

China

Chipre

Dinamarca

República Dominicana

Ecuador

Egipto El Salvador

Van Schaik's Bookstore (Pty.) Ltd., Libri Building, Church Street, P . O . Box 724, P R E T O R I A . N . Sh. Botimcve Nairn Frasheri, T I R A N A . S. Karger G m b H , Karger Buchhandlung, Angerhofstr. 9, Postfach 2 , D-8034 G E R M E R T N O / M U N C H E N . "El Correo" (ediciones alemana, española, francesa e Inglesa) : M . Herbert B a u m , Deutscher Unesco-Kurier Vertrieb, Besaitstrasse 57, 5300 B O N N . Para los mapas científicos solamente: Geo Center, Postfach 800830, 7000 S T U T T G A R T 80. Librairie Attie, B . P . 64, O U A G A D O U G O U . Librairie catholique "Jeu­nesse d'Afrique", O U A G A D O U G O U . Librairie " A u Boul' Mich", 1, rue Perrinon et 66, avenue du Parquet, 97200 F O R T - D E - F R A N C E (Martinica). G . C . T . Van Dorp-Eddine N . V „ P . O . Box 200, W I L L E M S T A D (Curaçao, N . A . ) . Institut pédagogique national, 11, rue Ali-Haddad (ex-rue Zaâtcha), A L G E R . Société nationale d'édition et de diffusion ( S N E D ) , 3 , bou­levard Zirout Youcef, A L G E R . Librería El Correo de la Unesco, E D I L Y R S . R . L . , Tucumán 1685, 1050 B U E N O S A I R E S . Educational Supplies Pty. Ltd., P . O . Box 33,Brookvale 2100, N . S . W . Publicaciones periódicas: Dominie Pty. Ltd., P . O . Box 33, Brook-vale 2100 N . S . W . Subagente: United Nations Association of Australia, Victorian Division, 2nd Floor, Campbell House, 100 Flinders St., M E L ­B O U R N E 3000. Buchhandlung Gerold and C o . , Graben 31, A-1011 W I E N . Bangladesh Books International Ltd., Ittefaq Bujlding, 1 R . K . Mission Road, Hatkhola, D A C C A 3. Jean D e Lannoy, 202, av. du Roi, 1060 B R U X E L L E S . C e p 000-0070823-13. Librairie nationale, B . P . 294, P O R T O N O V O . Trade Corporation no. (9), 550-552 Merchant Street, R A N G O O N . Los Amigos del Libro: casilla postal 4415, L A P A Z ; Avenida de las Heroinas 3712, casilla 450, C O C H A B A M B A . Fundação Getúlio Vargas, Serviço de Publicações, Caixa postal 9.0S2-ZC-02, Praia de Botafogo 188, Rio D E J A N E I R O R J ( G B ) . Carlos Ronden, Livros e Revistas Técnicos Ltda., Avda. Brigadeiro Faria Lima 1709, 6.* andar, caixa postal 5004, SÃO P A U L O . H e m u s , Kantora Literatura, bd. Rousky 6, SOFIIA. Renouf Publishing Company Ltd., 2182 St. Catherine Street West, MONTREAL, Que. H3H 1 M 7 . Cruz del Sur, calle 22, n.* 6-32, B O G O T Á . Instituto Colombiano de Cultura, carrera 3A n.° 18-24, B O G O T A . Librairie populaire, B.P. 577, BRAZZAVILLE. Korean National Commission for Unesco, P . O . Box Central 64, S E O U L . Librería Trejos, S.A., apartado 1313, S A N JOSE. Librairie des Presses de l'Unesco, Commission nationale ivoirienne pour l'Unesco, B.P. 2871, ABIDJAN. Empresa COPREFIL, Dragones n.» 456 e/Lealtad y Campanario, L A H A B A N A 2. SNTL, Spalena 51, P R A H A 1 (exposición permanente). Zahranicni literatura, 11 Soukenicka, P R A H A 1. Para Eslováquia solamente: Alfa Verlag, Publishers, Hurbanovo nam. 6, 89331 BRATISLAVA. Bibliocentro Ltda., Constitución n.« 7, casilla 13731, S A N T I A G O (21). Librería La Biblioteca, Alejandro I 867, casilla 5602, S A N T I A G O 2. China National Publications Import Corporation, West Europe Department, P . O . Box 88, P E K I N G " M A M " , Archbishop Makarios, 3rd Avenue, P . O . Box 1722, N I C O S I A . Munksgaard Export and Subscription Service, 35 Narre Sogade, D K 137OK08ENHAVNK. Librería Blasco, avenida Bolívar n.° 402, esq. Hermanos Deligne, SANTO DOMINGO. Publicaciones periódicas solamente: R A Y D de Publicaciones, Gar­cía 420 y 6 de Diciembre, casilla de correo 3853, Q U I T O . Libros sola­mente: Librería Pomaire, Amazonas 863, Q U I T O . Todas las publicaciones: Casa de la Cultura Ecuatoriana, Núcleo del Guayas, Pedro Moncayo y 9 de Octubre, casilla de correo 3542, GUAYAQUIL. Unesco Publications Centre, 1 Talaat Harb Street, C A I R O . Librería Cultural Salvadoreña, S . A . , calle Delgado n.* 117, apar­tado postal 2296, S A N S A L V A D O R .

Page 230: Sobre el futuro de la sociología; International social science journal ...

España

Estados Unidos de América

Etiopía

Filipinas

Finlandia Francia

Chana

Grecia Guatemala

Guinea Haiti

Honduras H o n g K o n g

Hungria

India

Indonesia

Irán

Iraq Irlanda

Islanda Israel

Italia

Jamahiriya Árabe Libia

Jamaica

Japón Jordania

Kenya Koweit

Lesotho Líbano Liberia

Liechtenstein Luxemburgo Madagascar

Malasia

Mall Malta

Mundi-Prensa Libros S.A., apartado 1223, Castelló 37, M A D R I D 1. Ediciones Liber, apartado 17, Magdalena 8, O N D A R R O A (Vizcaya). D O N A I R E , Ronda de Outeiro 20, apartado de correos 341, L A C O R U Ñ A . Librería AI-Andalus, Roldana 1 y 3, SEVILLA 4. Librería Castells, Ronda Universidad 13, B A R C E L O N A 7. Unipub, 345 Park Avenue South, N E W Y O R K , N . Y . , 10010. Para "El Correo" en español: Santillana Publishing Company Inc., 575 Lexington Avenue, New York, N . Y . 10022. Ethiopian National Agency for Unesco, P . O . Box 2996, ADDIS A B A B A .

The Modern Book Co., 922 Rizal Avenue, P . O . Box 632, M A N I L A 2800. Akateeminen Kirjakauppa, Keskuskatu 1, 00100 HELSINKI 10. Librairie de l'Unesco, 7, place de Fontenoy, 75700 PARIS; C C P Paris 12598-48. Presbyterian Bookshop Depot Ltd., P . O . Box 195, A C C R A . Ghana Book Suppliers Ltd., P . O . Box 7869, A C C R A . The University Book­shop of Ghana, A C C R A . The University Bookshop of Cape Coast. The University Bookshop of Legon, P . O . Box 1, L E G O N . Grandes librairies d'Athènes (Eleftheroudakis, Kauffman, etc.). Comisión Guatemalteca de Cooperación con la Unesco, 3.a ave­nida 13-30, zona 1, apartado postal 244, G U A T E M A L A . Commission nationale guinéenne pour l'Unesco, B.P. 964, C O N A K R Y . Librairie " A la Caravelle", 26, rue Roux, B.P. 111, P O R T - A U -PRINCE.

Librería Navarro, 2.a avenida n.° 201, Comayaguela, TEGUCIGALPA. Federal Publications (HK) Ltd., 5 A Evergreen Industrial Mansion, 12 YIP F A T Street, Wong Chuk Hang Road, A B E R D E E N . Swindon Book Co., 13-15 Lock Road, K O W L O O N . Hong Kong Government Information Services Publications Centre, G P O Building, Connaught Place, H O N G K O N G . Akadémiai Könyvesbolt, Váci u. 22, BUDAPEST V . A . K . V . Kõnyv-tárosok Boltja, Népkõztársaság utja 16, BUDAPEST VI. Orient Longman Ltd.: Kamani Marg, Ballard Estate, B O M B A Y 400038; 17 Chittaranjan Avenue, C A L C U T T A 13; 36 A Anna Salai, Mount Road, M A D R A S 2; B-3/7 Asaf Ali Road, N E W D E L H I 1; 80/1 Mahatma Gandhi Road, BANGALORE-560001; 3-5-820 Hyderguda, H Y D E R A -BAD-500001. Subdepósltos: Oxford Book and Stationery Co. , 17 Park Street, C A L C U T T A 700016, et Scindia House, N E W D E L H I 110001; Pub­lications Section, Ministry of Education and Social Welfare, 511 C-Wing, Shastri Bhavan, N E W D E L H I 110001. Bhratara Publishers and Booksellers, 29 Jl. Oto Iskandardinata III, J A K A R T A . Gramedia Bookshop, Jl. Gadjah Mada 109, J A K A R T A . Indira P.T. , Jl. Dr. Sam Ratulangie 37, JAKARTA P U S A T . Commission nationale iranienne pour l'Unesco, avenue Iranchahr Chomali n» 300, B.P. 1533, T É H É R A N . Kharazmie Publishing and Distribution Co. , 28 Vessal Shirazi Street, Enghélab Avenue, P . O . Box 314/1486, TÉHÉRAN. McKenzie's Bookshop, Al-Rashid Street, B A G H D A D . The Educational Company of Ireland Ltd., Ballymount Road, Walkinstown, D U B L I N 12. Snaebjõrn Jonsson & Co., H . F., Hafnarstraeti 9, REYKJAVIK. A . B . C . Bookstore Ltd., P . O . Box 1283, 71, Allenby Road, Tel Aviv 61000. LICOSA (Librería Commissionaria Sanson! S.p.A.), via Lamarmora 45, casella postale 552, 50121 FIRENZE. Agency for Development of Publication and Distribution, P . O . Box 34-35, TRIPOLI. Sangster's Book Stores Ltd., P . O . Box 366, 101 Water Lane, K I N G S T O N . Eastern Book Service Inc., C . P . O . Box 1728, T O K Y O , 100 91. Jordan Distribution Agency, P .O.B. 375, A M M A N . East African Publishing House, P . O . Box 30571, NAIROBI. The Kuwait Bookshop Co. Ltd., P . O . Box 2942, K U W A I T . Mazenod Book Centre, P . O . M A Z E N O D . Librairies Antoine A . Naufal et frères, B.P. 656, B E Y R O U T H . Cole and Yancy Bookshops Ltd., P . O . Box 286, M O N R O V I A . Eurocan Trust Reg., P . O . Box 5, S C H A A N . Librairie Paul Brück, 22, Grand-Rue, L U X E M B O U R G . Commission nationale de la République démocratique de Madagascar pour l'Unesco, B.P. 331, T A N A N A R I V E . Federal Publications, Sdn. Bhd . , Lot 8238 Jalan 222, Petaling Jaya, S E L A N O O R . University of Malaya Co-operative Bookshop, K U A L A LUMPUR 22-11. Librairie populaire du Mali, B . P , 28, B A M A K O . Sapienzas, 26 Republic Street, V A L L E T T A .

Page 231: Sobre el futuro de la sociología; International social science journal ...

Marruecos

Mauricio Mauritania

México

Mónaco Mozambique

Nicaragua

Niger Nigeria

Noruega

Nueva Zelandia

Países Bajos Paquistán

Panamá

Paraguay

Perú Polonia

Portugal Puerto Rico

Reino Unido

Rep. D e m . Alemana

Rcp. Unida del Camerún

Rhodesia del Sur Rumania

Senegal

Seychelles Sierra Leona

Singapur

República Árabe Siria

Somalia Sri Lanka

Sudán Suécia

Suiza

Rep. Unida de Tanzania Tailandia

Todas las publicaciones: Librairie " A u x belles images", 281, avenue M o h a m m e d - V , R A B A T ( C C P 68-74). "El Correo" solamente (para los docentes): Commission natio­nale marocaine pour l'Unesco, 19, rue Oqba, B.P. 420, A O D A L R A B A T (CCP 324-45). Nalanda Co. Ltd., 30 Bourbon Street, PORT-LOUIS. G R A . LI. C O . M A . , 1, rue du Souk X , Ave. Kennedy, N O U A K C H O T T . SABSA, Insurgentes Sur n.« 1032-401, MÉXICO 12, D . F . Librería "El Correo de la Unesco", Actipán 66, Colonia del Valle, M É X I C O 12, D . F . British Library, 30, boulevard des Moulins, M O N T E - C A R L O . Instituto Nacional do Livro e do Disco (INLD), avenida 24 de Julho 1921, r/c e 1.* andar, M A P U T O . Librería Cultural Nicaragüense, calle 15 de Septiembre y avenida Bolivar, apartado n.» 807, M A N A G U A . Librairie Mauclert, B.P. 868, N I A M E Y . The University Bookshop of lie. The University Bookshop of Ibadan, P . O . Box 286, IBADAN. The University Bookshop of Nsukka. The University Bookshop of Lagos. The Ahmadu Bello University Bookshop of Zaria. Todas las publicaciones: Johan Grundt Tanum, Karl Johans Gate 41/43, O S L O 1. "El Correo" solamente: A /S Narvesens Litteraturtjeneste, Box 6125, O S L O 6. Government Printing Office, Government Bookshops: Rutland Street, P . O . Box 5344, A U C K L A N D ; 130 Oxford Terrace, P . O . Box 1721, CHKISTCHURCH; Alma Street, P . O . Box 857, H A M I L T O N ; Princes Street, P . O . Box 1104, D U N E D I N ; Mulgrave Street, Private Bag, W E L L I N G T O N . Keesing Boeken B . V. , Postbus 1118, 1000 B C A M S T E R D A M . Mirza Book Agency, 65 Shahrah Quaid-e-azam, P . O . Box 729, L A H O R E - 3 . Empresa de Distribuciones Comerciales S.A. (EDICO), apartado postal 4456, P A N A M Á Z O N A 5; Agencia Internacional de Publicaciones S.A., apartado 2052, P A N A M Á 1. Agencia de Diarios y Revistas, Sra. Nelly de García Astillero, Pte. Franco n.« 580, A S U N C I Ó N . Editorial Losada Peruana, Jirón Contumaza 1050, apartado 472, L I M A . Ars-Polona-Ruch, Krakowskie Przedmiescie 7, 00-068 W A R S Z A W A ; ORPAN-Import, Palac Kultury, 00-901 WARSZAWA. Dias & Andrade Ltda., Livraria Portugal, rua do Carmo 70, LISBOA. Librería "Alma Mater" Cabrera 867, Rio PIEDRAS, Puerto Rico 00925. H . M . Stationery Office, P . O . Box 569, L O N D O N , SEI 9 N H ; Government bookshops: London, Belfast, Birmingham, Bristol, Cardiff, Edinburgh, Manchester. Librairies internationales ou Buchhaus Leipzig, Postfach 140, 701 LEIPZIG. Le Secrétaire général de la Commission nationale de la République unie du Cameroun pour l'Unesco, B.P. 1600, Y A O U N D E . Textbook Sales (PVT) Ltd., 67 Union Avenue, SALISBURY. ILEXIM, Romlibri, Str. Biserica Amzei n» 5-7, P . O . Box 134-135, BUCUREJTI. Abonos a las publicaciones periódicas: Rompresfilatelia, calea Victoriei nr. 29, B U C U R E S T I . La Maison du livre, 13, avenue R o u m e , B . P . 20-60, D A K A R . Librairie Clairafrique, B . P . 2005, D A K A R . Librairie "Le Sénégal", B . P . 1594, D A K A R . N e w Service Ltd., Kingstate House, P . O . Box 131, M A H E . Fourah Bay, Njala University and Sierra Leone Diocesan Bookshop, FREETOWN. Federal Publications (S) Pte Ltd., N o . 1 N e w Industrial R o a d , off Upper Paya Lebar Road, S I N G A P O R E 19. Librairie Sayegh, Immeuble Diab, rue du Parlement, B . P . 704, D A M A S . Modern Book Shop and General, P . O . Box 951, M O G A D I S C I O . Lake House Bookshop, Sir Chittampalam Gardner Mawata, P . O . Box 244, C O L O M B O 2. Al Bashir Bookshop, P . O . Box 1118, K H A R T O U M . Todas las publicaciones: A / B C . E . Fritzes Kungl. Hovbokhandel, Fredsgatan 2, Box 16356, S-103 27 S T O C K H O L M 16. "El Correo" solamente: Svenska FN-Förbundet, Skolgränd 2, Box 150 50, S-104 65 S T O C K H O L M . Europa Verlag, Rämistrasse 5, 8024 Z U R I C H . Librairie Payot, 6, rue Grenus, 1211 G E N È V E 11. Dar es Salaam Bookshop, P . O . Box 9030, D A R ES S A L A A M . Nibondh and C o . , Ltd., 40-42 Charoen Krung Road, Siyaeg Phaya Sri, P . O . Box 402, B A N G K O K . Suksapan Panit, Mansion 9, Rajdara-

Page 232: Sobre el futuro de la sociología; International social science journal ...

nern Avenue, B A N G K O K . Suksit Siam Company, 1715 Rama IV Road, B A N G K O K .

Togo Librairie évangélique. B.P. 378, LOMÉ. Librairie du Bon Pasteur, B . P . 1164, L O M É . Librairie moderne, B . P . 777, L O M É .

Trinidad y Tobago National Commission for Unesco, 18 Alexandra Street, St. Clair, T R I N I D A D w . I .

Túnez Société tunisienne de diffusion, S, avenue de Carthage, T U N I S . Turquia Haset Kitapevi A . S., Istiklâl Caddesi n° 469, Posta Kutusu 219,

Beyoglu, I S T A M B U L . Uganda Uganda Bookshop, P . O . Box 145, K A M P A L A .

U R S S Mezhdunarodnaja Kniga, M O S K V A G-200. Uruguay Editorial Losada Uruguaya, S . A . , Maldonado 1092, M O N T E V I D E O .

Venezuela Librería del Este, avenida Francisco de Miranda, 52, Edificio Galipin, apartado 60337, C A R A C A S . La Muralla Distribuciones S . A . , 4 . a avenida de los Palos Grandes, entre 3.a y 4 . a transversal, Quinta, " I R E N A L I S " , C A R A C A S 106.

Yugoslavia Jugoslovenska Knjiga, Trg Republike 5/8, P . O . B . 36, 11-001 Beo-O R A D . Drzavna Zalozba Siovenije, Titova C 25, P . O . B . 50-1, 61-000 L J U B L J A N A .

Zaire La Librairie, Institut national d'études politiques, B . P . 2307, K I N ­S H A S A . Commission nationale zaïroise pour l'Unesco, Commissariat d'État chargé de l'éducation nationale, B . P . 32, K I N S H A S A .

BONOS D E LIBROS D E LA UNESCO

Utilicen ustedes los bonos de libros de Ia Unesco para adquirir obras y periódicos de carácter educativo, científico o cultural. Para toda información complementaria, pueden ustedes dirigirse al Servicio de Bonos de la Unesco, 7, place de Fontenoy, 75700 Paris.

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Los números aparecidos

A partir de 1978 esta Revista se ha publicado regularmente en español. Cada número está consagrado a un tema principal.

Vol. XXX, 1978

N . ° 1 La territorialidad: parámetro político N . ° 2 Percepciones de la interdependencia mundial N . ° 3 Viviendas humanas: de la tradición al modernismo N . ° 4 La violencia

Vol. XXXI, 1979

N . ° 1 La pedagogía de las ciencias sociales: algunas experiencias N . ° 2 Articulaciones entre zonas urbanas y rurales N . ° 3 Modos de socialización del niño N . ° 4 En busca de una organización racional

Vol. XXXII, 1980

N . ° 1 Anatomía del turismo N . ° 2 Dilemas de la comunicación:

¿tecnología contra comunidades? N . ° 3 El trabajo N . ° 4 Acerca del Estado

Vol. XXXIII, 1981

N . ° 1 La información socioeconómica: sistemas, usos y necesidades

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ISSN 0379-0762