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1 DOMINGO 12 DE JUNIO DE 2011 SIGLO.21 Magacín Magacín Wendy García Ortiz se entrevista con un testigo de los albores del ballet guatemalteco Coreografías, disciplina y pasión Richard Devaux

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Wendy García Ortiz se entrevista con un testigo de los albores del ballet guatemalteco

Coreografías, disciplina y pasión

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El ambiente que por las tardes recibía a Richard

cuando volvía a casa, luego de sus clases, esta-

ba marcado por la música de Tchaikovsky, una

madre bailarina entrenando en esa disciplina a

un grupo de jovencitas y un padre afanado con

el tema del vestuario de una próxima presenta-

ción de danza.

“En mi casa comíamos y dormíamos con la

danza. Poco a poco se me fue impregnando”,

me indica Richard Devaux, en la afueras del

auditorio Juan Bautista Gutiérrez, probable-

mente tan dedicado en la producción de una

danza de su autoría como su padre lo era con

los detalles relacionados a la vestimenta. Por

eso, no fue una sorpresa cuando a los 12 años

de edad hizo oficial su inquietud por ser baila-

rín. Devaux presentó a principio de mes una

de las varias obras que aguardan materializar-

se sobre el escenario: El cisne, el viento y el

amor.

Al revisitar su pasado, el artista relata que sus

padres fueron dos personas trascendentales pa-

ra la historia del ballet en Guatemala: Marcelle

Marie Bonge Bardo y Jean Gabriel Devaux La-

dri, dos profesionales emigrantes de Bélgica

que huyendo de la II Guerra Mundial se esta-

blecieron en el país entre 1944 y 1946. Ella era

una bailarina y él, un escenógrafo que tocaba

piano. Ambos ayudaron a integrar el grupo de

danza con el cual se creó el Ballet Nacional de

Guatemala, en 1947. “Los primeros bailarines

de la compañía me conocían porque yo andaba

jugando de arriba para abajo”, cuenta Richard

entre risas.

Por eso su primera maestra fue su propia ma-

dre, de quien aprendió el método francés. Lue-

go ingresó a la Escuela Nacional de Danza, en

donde se entrenó con el método Cecchetti, de

origen italiano. Las clases duraban cuatro ho-

ras diarias. Y su preparación fue muy parecida

a la de un atleta: los hombres levantaban pesas

y aprendían gimnasia olímpica. “Era un entre-

namiento muy fuerte, además de las clases de

ballet”, explica.

En paralelo, su progenitora daba clases parti-

culares, así que dos años después de haber co-

laborado con la creación del primer ballet gua-

temalteco, decidió abrir su propia academia, la

cual lleva su nombre y aún sigue vigente. Ella

nunca dejó de apoyar el Ballet Nacional. “Desde

su fundación, hasta la fecha, he vivido los altos

y bajos de la compañía. Puedo decir que tengo

una visión clara de lo que ha pasado”, revela Ri-

chard quien cuenta que tuvo la fortuna de dis-

frutar la famosa Época de Oro (1962-1977), de

esta compañía de danza, cuando estuvo dirigi-

da por el bailarín, coreógrafo y maestro Anto-

nio Crespo. En esa época, un sinfín de persona-

jes internacionales y talentosos visitaban Gua-

temala. Fueron años en los que la música que

acompañaba al baile se tocaba en vivo, con más

de 30 músicos en escena. Además, se promovía

el intercambio y profesionalización de bailari-

nes nacionales fuera del país. Así lo describe Li-

zette Mertins en su documento 30 años de his-

toria de la danza teatral: Institucionalización

cultural en Guatemala (1948-1978).

Por eso, cuando Richard llegó a ocupar el

puesto de primer bailarín, solista y bailarín es-

trella en el Ballet Nacional, fue fácilmente con-

tratado en el Gran Ballet Canadiense, en Que-

bec, gracias a las referencias que de él hiciera

un bailarín extranjero. Durante su estancia en

Norteamérica hizo los contactos necesarios pa-

ra seguir aprendiendo y poder trabajar para una

compañía internacional de Portugal y otra de

Miami. Con ambas hizo giras por Europa, Áfri-

ca y Sudamérica.

Magacín es una publicación de Siglo.21 Texto. Wendy García Ortiz [email protected] Fotos. Eny Roland Hernández [email protected] Asistente de fotografía. Isabel Barrios Diseño. Alexander Mérida Visite s21.com.gt/suplementos/magacin

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Pero las inquietudes por la danza en la familia Devaux no se limitaron a Richard.

Todos los hermanos y hermanas también bailaron en el Ballet Guatemala. “Mi herma-

na mayor, la menor y mis dos hermanos que ya fallecieron”, cuenta. “El hijo de uno de

ellos, también. Y la esposa de uno de mis hermanos. Ya tenemos varias generaciones

en la danza”, dice orgulloso.

En medio de aquella agitación de jóvenes figuras, Richard se enamoró y se casó dos

veces. Es padre de cinco hijos. Su actual esposa, Sonia Juárez, recuerda con mucho

orgullo la Época de Oro, en la que pudo trabajar junto a Richard. De sus matrimonios

(ambos con bailarinas), dos hijas se dedican al ballet: Anoushka (hija de Brenda Aré-Anoushka (hija de Brenda Aré- (hija de Brenda Aré-

valo) y Karen (hija de Sonia Juárez).

Anoushka inició su formación en la academia de su abuela, Marcelle Bonge, pero a

medida que iba creciendo, se pudo integrar al Ballet Guatemala. Sin embargo, el nue-

vo matrimonio de su madre la llevó a vivir en Holanda, de donde regresó a este país

hasta hace tres años. A pesar del tiempo que estuvo fuera, pudo reintegrarse al Ballet

Nacional.

Karen se ha formado en México, Alemania y Argentina. En estos viajes adquirió

el conocimiento de la danza contemporánea, pero su base principal es la clásica.

Está preparada para las dos tendencias, pero no ha podido desarrollarse en Gua-

temala, por la falta de oportunidades. Por ello, en días recientes emigró a México.

“Cada quien individualmente se prepara para la danza, para su arte. Ellas escogie-

ron la danza como forma de vida, como profesión y ellas solas tendrán que ir para

adelante”, indica el padre de las bailarinas.

Para alguien de la trayectoria de Richard queda la opción de dedicarse a crear co-

reografías y esperar a que algún productor quiera invertir en ellas. Así como se exigía

una rigurosa labor en el ballet, en su actual ocupación tiene la misma disciplina e igual

búsqueda de la perfección, investigando exhaustivamente durante el proceso creativo.

“Conoce de la A a la Z todo lo que conlleva una obra”, cuenta Sonia, en una conversa-

ción posterior a la temporada de El cisne, el viento y el amor, en la cual bailó Karen.

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El miércoles 15, a las 10:30 a.m.,

se realizará un conversatorio y

se proyectará, en el Teatro de

Cámara Hugo Carrillo, el docu-

mental que la Procuraduría de

los Derechos Humanos produjo

con ocasión del 60 aniversario

del Ballet Nacional. La entrada

es gratuita, pero hay que pre-

sentar boleto, el cual se puede

solicitar en la Dirección de

Educación de la Procuraduría (12

avenida 12-72 zona 1), en horario

de 8 a.m. a 4 p.m. Más informa-

ción: 2424-1717.

Asimismo, la compañía pre-

sentará la obra Giselle el sábado

18 (7 p.m.) y domingo 19 (5 p.m.)

en la Gran Sala Efraín Recinos

(Platea Q100, Balcón I y II Q50),

boletos a la venta en el Centro

Cultural Miguel Ángel Asturias

en horas hábiles y una hora

antes del evento. Estas activi-

dades son parte del programa

del Festival de Junio. El próximo

mes el Ballet arribará a su 63

aniversario.

Festival de junio

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testigo de la decadencia

Al observar a Richard en las fotografías de aquella época dorada,

no se puede pasar por alto su energética y firme expresión mien-

tras sostiene alguna postura de una coreografía. Pero tampoco se

puede evitar preguntar si ese pasado, tan esplendoroso y digno,

realmente sucedió en Guatemala o fue sólo un cuento de hadas.

“Los gobiernos fueron perdiendo el interés por apoyar a los bai-

larines”, explica el artista. “Además, se perdió el uso del método

para entrenar nuevas generaciones. Eso hizo que esa época entra-

ra en decadencia”, reconoce con tristeza.

Así, con mucho pesar cuenta que se fue disipando la espirituali-

dad que caracteriza a esta profesión, se hizo más comercial porque

la vida fue encareciéndose y los salarios de los bailarines fueron su-

biendo lentamente, por lo que necesitaron buscar otras fuentes de

ingresos. Todos esos factores los forzaron a disminuir entrega y el

rendimiento.

Richard añora los tiempos en los que la disciplina y la pasión eran

innatos en los balletistas clásicos, quienes invertían 7 horas, sino

es que todo el día, a su entrenamiento. “Si usted abre una academia

y está interesado sólo en lo comercial, puede tener 200 alumnas y

no importarle si todas son constantes o tienen verdadero interés. Y

ahora, como hay tantas tendencias, hasta en los gimnasios se ofre-

ce danza. La han comercializado”, explica nostálgico.

““Uno, como artista, da la vida por su arte... Cuando se es un verda-dero artista, se busca la propia superación. Yo espero ver el día en que el ballet tenga de nuevo aquella importancia”.

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Así fue como a su regreso a Guatemala, no pudo encontrar trabajo en ningún lu-

gar, por lo que se vio obligado a viajar constantemente a Honduras, para dar clases

en una academia privada, al mismo tiempo que se hacía cargo de la que fundó su

mamá, la Academia Marcelle Bonge. “Lo difícil en este país es que la danza no es

una profesión, y una bailarina está obligada a tener otro trabajo para sobrevivir. En

otros países, las compañías pagan lo suficiente para dedicarse al cien por ciento a

su arte. El Gobierno paga muy poco a sus artistas en Guatemala”, afirma.

Por lo menos en ese espacio privado, Richard junto a Sonia, intenta retomar los

métodos serios que él conoció en la preparación de sus alumnas. Recibe a niñas

que muestran interés desde los 8 años y las entrena diariamente para ser profesio-

nales en el campo del ballet clásico, aunque no todas tengan la disciplina ni la vo-

cación por la danza. Hay algunas que poco a poco dejan de llegar a las clases, se-

gún relata. De esa cuenta, únicamente hay una decena de muchachos y muchachas

que actualmente combinan sus estudios con la danza y hacen dos presentaciones

al año. Durante el ensayo de una de ellas, Richard concedió esta entrevista.

Al concluir nuestro encuentro y observarlo subir hacia el segundo nivel del au-

ditorio, donde se ubican los controles de luces y sonido del escenario, es imposi-

ble no asociar su cabellera blanca y ondulada, con aquella negra y abundante de

las fotos que rebotaba sobre las tablas guatemaltecas en los años 60 y que recibía

con una delicada reverencia las ovaciones del público.

“Uno, como artista, da la vida por su arte. No lo ve como un negocio. Cuando se

es un verdadero artista, se busca la propia superación. Yo espero ver el día en que

el ballet tenga de nuevo aquella importancia”, me dijo antes de retirarse. Enton-

ces, es comprensible por qué han sobrevivido él y el resto de descendientes de la

dinastía Devaux–Bonge a los altibajos de la profesión: porque nunca han perdido

la esperanza ni la pasión.

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