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    PRESENTA

    CION

    Llegamos a nuestro segundo nmero de la revista Voces con la intencin de volver la vista al centro del debate y de las fundamentaciones. El eje escogido es el de la tica. Varias perspectivas han sido abordadas por nuestros articulistas nacionales e internacionales con la intencin de colocar el referente delante de las realidades para fines de confrontacin del ejercicio del poder en el espacio pblico con su vocacin de moralidad.

    Los amigos del exterior, especialistas en tica, han hecho un aporte significativo al relacionar el tema con la gobernabilidad, tal es el caso del Dr Leonides Santos y Vargas, de Puerto Rico, y del enfoque del paternalismo y la responsabilidad tica del Estado moderno por nuestro apreciado Juan Camilo Salas, de Colombia. Ambos enfocan lo tico desde la perspectiva gubernamental insistiendo en el llamado a la construccin del ethos que le es propio desde la dimensin del servicio, la bsqueda y la garanta del bien comn.

    Un tema relevante y diferente lo establece el sacerdote Dominico Faustino Corchuelo al enfocar el tema de la tica llamada civil para diferenciarla de la moral religiosa, dejando claridad en el llamado a ser morales independientemente de convicciones doctrinarias.

    Cerrando las fronteras internacionales dos eticistas dominicanos, los Dres. Csar Cuello y Miguel Suazo enfocan el tema desde el desarrollo y la tica de la sostenibilidad, el primero, y desde el deslindamiento de la tica y la transparencia, el segundo.

    Este marco conceptual es muy oportuno en momentos de crisis de las sociedades, de sus instituciones y de cuestionamiento a su moralidad. CONARE ha querido servir de escenario al debate y a las propuestas, a la deliberacin y a la argumentacin.

    Finalmente, presentamos una entrevista vinculante como las que nos refiere la trayectoria tica del profesor Juan Bosch, con motivo de su centenario y su legado, as como algunas experiencias que demuestran inters por enrumbar el pas desde la perspectiva legal haca el constructor moral.

    Esperamos estas VOCES cumplan su cometido de aportar en el pensamiento y en la accin de postular por un estado responsable y moral.

    Dr. Marcos VillamnSecretario de EstadoDirector Ejecutivo

    PRESENTACION

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    Eticay Transparencia

    Dr. Miguel Suazo

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    El binomio tica-transparencia es un tema que se ha manejado desde hace largo tiempo. El debate de la transparencia ocurre entre una diversidad de definiciones y conceptualizaciones que la ubican muy cerca de los intereses de quienes la definen.

    Durante algn tiempo y en determinados crculos se ha utilizado como sinnimo de tica. Se establecen escenarios supuestos que igualan los conceptos en unos casos, y en otros los colocan como consecuentes, es decir, si hay transparencia se asume que hay tica y viceversa.

    La tica, por su parte, ha llegado a ser un nombre sin contenido y para muchos un discurso, cuando se le reclama ser una moral vivida, o sea, asumida para un comportamiento correcto

    De estas desviaciones y acomodaciones se arriba a los escndalos sociales. En los cuales, en nombre de una de ellas o de ambas se hacen reclamos que, en muchos casos son reales y en otros corresponden a la confusin. En su nombre se les demanda, pero en ese mismo nombre se ocultan inconductas. En sus nombres se reclama al gobierno, pero los dems sectores no se dan por involucrados. Por este motivo, se quiere iniciar este debate como un aporte a la reflexin que urge hacer en los escenarios en que ambas debutan.

    La ticaLa tica, como tal, es el marco referencial de la bsqueda del bien (agatn) y del ejercicio de las virtudes (aret). El bien fue visto en sus orgenes relacionado a la

    funcin que el ser humano desempeaba en la sociedad y la virtud como sus destrezas para realizarlas, como nos seala Emilio Lled en el libro Historia de la tica. (2006:24).

    stos referentes son valiosos porque proporcionan los antecedentes de dos trminos que habrn de evolucionar a lo largo de la historia, para ir adquiriendo un estatuto ms cercano a la moral de las personas y al ejercicio bueno de stas en la comunidad. Es un paso de avance que no desdice de la primera interpretacin, ya que aquella implicaba responsabilidad y su incumplimiento se entenda como un fracaso ante los dems.

    El bien estaba definido por la eficiencia en el desempeo de lo que a una persona le corresponda hacer y bien que cabe el concepto para confrontarlo a nivel gubernamental con el desempeo de las funciones de los servidores y poder evaluar como bien hecho, tcnica y moralmente al desempeo que satisface las tareas encargadas.

    Queda claro en este pensamiento que estas condiciones no eran innatas sino adquiridas. De ah la importancia que irn adquiriendo la tica y la moral. En este contexto, entendan con bastante claridad que al momento del nacimiento las personas traan una carga que llamaron primera naturaleza y que estaba ligada a sus caracteres fsicos. Pero que las de la segunda naturaleza eran construidas, elaboradas, educadas y, en tanto eran buenas y virtuosas constituiran el ethos o la tica de los individuos.

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    El ethos o la tica se traduce como, hbitos, costumbres, carcter que se va formando a largo plazo en la medida en que esas virtudes se desarrollan. Los actos buenos repetidos conforman los hbitos y stos las costumbres. Es un llamado haca la construccin del bien colectivo.

    Si el pensamiento griego se enfoca en que todas las cosas tienen un telos o finalidad que les es propio y define su sentido, se tendra que ubicar la pregunta sobre cul es el telos del Estado y cul su sentido tico y sin dudas responderamos que es la garanta del bien comn. Por tanto, el bien sigue siendo el referente obligado de la accin tica y la moral la forma prctica en que ste opera tras la consecucin del objetivo sealado.

    La tica reflexiona sobre la forma en que se comportan las personas y las instituciones, o sea su moral, la que a su vez debe estar regida por un marco de normativas buenas, que en el caso del Estado se expresan a travs de sus instituciones. Queda claro que ser a travs de propuestas polticas orientadas por un marco de propuestas y ejecuciones morales que el Estado se posicionar en un referente de tipo tico.

    MacIntyre nos acerca a la realidad de la tica, la poltica, la moral de las instituciones y las personas que dirigen el Estado al hablarnos de los bienes internos. As como los griegos hablaron del telos de las cosas, este plantea que una actividad humana, una actividad social como las que hemos mencionado, cobra todo su sentido al tender a un fin que le es propio; ese fin es lo que l llama el bien interno a esa

    actividad (Cortina. Corrupcin y tica. 1996: 31)

    Los bienes internos como el telos de las cosas, ensearn que la finalidad define el quehacer. As el bien interno de la escuela es educar, de la universidad profesionalizar, el del Estado es servir y garantizar el bien de todos.

    De esta conceptualizacin se desprende lo que el mismo MacIntyre, luego explica, si hay bienes internos, propios de las instituciones y actividades, existen otros que son externos, colaterales, buenos, pero secundarios a los bienes primarios. Los secundarios son honorarios o ganancias, prestigio, poder, reconocimiento, los cuales no son malos en si, por el contrario, en muchos casos corresponden en justicia. Ambos tipos de bienes establecen una relacin armnica donde cada uno juega un papel determinado.

    La profesora Cortina abre una pista de mucho valor en el contexto de este artculo cuando narra que de esa lectura anterior se infiere que, cuando se invierte la relacin entre los bienes, y los externos prevalecen sobre los internos, es decir, se acta o propician acciones, en que los beneficios personales estn desligados, o por encima de los bienes propios de la bsqueda del bien comn, o de la intencin establecida es lo que genera y explica el fenmeno de la corrupcin.

    Ya se traspasa la rbita de la ruptura de la moralidad para exponer su opuesto que es la inmoralidad, por tanto, la perversin de lo bueno es la corrupcin.

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    Se rompe el referente tico de la construccin del bien y se pervierte la moralidad del acto que es la actuacin dolosa. Al respecto Cortina enfatiza: Si atendemos al Diccionario de la Real Academia, el trmino corrupcin se refiere al proceso degenerativo por el que una sustancia empieza a perder la naturaleza que le es propia y a oler mal. En ese sentido, cualquier sustancia tiene una naturaleza propia, que puede eventualmente perder y acabar oliendo mal. (Cortina: 1996: 30)

    Cuando el telos, los bienes internos, se pervierten se est en presencia del mal olor que indica que alguna naturaleza que antes fue buena, que sirvi para cosas buenas, se est empezando a podrir.

    La responsabilidad de la tica y la poltica, de sus concreciones en el Estado debern entonces estar normadas por la definicin de los bienes internos y de los controles para que los mismos se cumplan desde una intencin de construir lo bueno para el colectivo social (moral). Este compromiso tico se expresa en el Estado a travs del ejercicio tcnico y moral de sus instituciones y sus personas.

    La corrupcin genera una dinmica de intereses, pues aqul que logra poseer el control y los bienes externos tendr que extender redes que involucren a terceros, para poder tener el completo dominio de los dems bienes. Generalmente esos terceros provienen de sectores privados, se entrelazan. De inicio, no siempre el bien dominante al que se aspira es el econmico sino el poltico, porque en nuestros contextos

    ste sirve de llave a muchos para llegar al poder absoluto que ya incluye al econmico.

    Aqu cabe el anlisis de las ticas de mximos y mnimos. Las de mximos corresponden a las ofertas de vida buena en el espacio de la vida privada, aqullas a las que legtimamente aspiran los seres humanos en su recorrido por la vida con la intencin de llegar a ser felices. Son personales. Las de mnimo son pblicas, determinadas por la justicia.

    Corresponde a los gobiernos hacer un ejercicio moral del poder para que prevaleciendo la justicia, los ciudadanos logren llegar a construir sus propias felicidades o mximos. Como tarea primordial los gobiernos y los polticos debieran trabajar por imponer los mnimos, pero aspirar con sus intervenciones a que los mximos lleguen a ser mnimos (aunque suene contradictorio), es trabajar porque la posibilidad de ser felices sea un bien de orden pblico al igual que la justicia.

    ste es un razonamiento acadmico, la realidad es que muchos polticos han empezado por corromper el discurso e invierten de manera premeditada la oferta de vida buena como consigna de campaa. En consecuencia, llevan al imaginario popular la propuesta de que con su gobierno cubrirn no slo la justicia sino la felicidad. Es decir, satisfacer aspiraciones privadas desde la esfera de lo pblico. Luego, ya en el funcionariado, otros tantos, ante la imposibilidad de hacer dicha magia, pasan de la perversin del discurso a la corrupcin de la accin. Fenmeno

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    que implica procurarse los mximos para s mismos y sus allegados (nepotismo, por ejemplo) lo cual envuelve la postergacin real de los mnimos de justicia que son la obligacin moral del ejercicio pblico.

    Desde esta perspectiva, la tica pasa a ser relegada a un segundo plano, al olvidarse del telos del Estado, priorizarse los bienes externos sobre los internos y apropiarse de los mximos aplastando los mnimos. Nace lo peor, la perversin de lo bueno, algo empieza a oler mal, hay corrupcin.

    Al priorizar los bienes externos sobre los internos se observa que no slo es la apropiacin o malversacin de fondos en provecho propio sino tambin segn Zarzalejos:

    Los delitos conexos-trfico de influencias, uso de informacin privilegiada, etc. efectuados al amparo de las relaciones de poder; de otro lado, la apropiacin indebida de recursos privados en las sociedades annimas mediante grandes operaciones de ingeniera financiera que aprovechan la insuficiencia de los controles y los vacos jurdicos de una legislacin insuficientemente adaptada a la complejidad de las modernas relaciones econmicas. El fenmeno de la corrupcin conforme al uso dado socialmente al trmino, puede referirse, pues, tanto a la accin pblica como a la actividad privada. (Zarzalejos: 1996:11)

    A la actividad pblica que es la parte visible, la que histricamente no tiene dolientes y la que tiene la experiencia real y la

    sobreaadida por definicin y sospecha de que todo el que va al gobierno va a robar, es ladrn y agotan en el espacio pblico sus penas y las ajenas, obviando en muchos casos la vinculacin existente de casos de corrupcin que son de doble va entre ambos sectores. Los gobiernos y el Estado salen perdiendo en percepcin, porque de antemano ya tienen el juicio y el pre-juicio ganado.

    Un elemento responsable de estas cosmovisiones lo constituye el imperio de las ticas del deber o deontologas que han prevalecido solas, por largo tiempo en el escenario social y han privilegiado y validado modelos individuales de morales pblicas. Nombres, personas, verdaderos paradigmas del buen comportamiento, pero con la vulnerabilidad que tiene el mesianismo y la predestinacin, a su salida de los escenarios no tienen sustitutos. Por eso los pueblos claman por cambios de funcionarios por determinados nombres y determinados nombres se niegan a apegarse a normas y leyes porque sobreentienden que su moralidad no admite ponerse a prueba.

    Era la tica que corresponda al cdigo moral nico. Al enfrentar hoy a las sociedades modernas con cdigos morales mltiples, hay un desfase de carcter moral que corresponde reponer y sobre todo de crear una masa crtica dentro del gobierno y del Estado para hacer una propuesta moral de los nuevos tiempos que sean acompaadas por las ticas del dilogo y las de la responsabilidad.

    A esta pluralidad social le responden distintos modelos ticos, pasando de

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    las visiones dilemticas de la realidad a las problemticas y del decisionismo al deliberacionismo que posibilita a la poblacin y sus instancias de representacin jugar un papel fundamental.

    La transparenciaLa tica vulnerada, en tanto propuesta del bien y la virtud, clama por la implementacin de instrumentos que la reivindiquen en el plano del accionar moral y a veces se llega a caer en la trampa de superponer los trminos de tica y transparencia como sinnimos, sin serlo, ya que la primera propone estilos de vida buena para los muchos, mientras que a la segunda le corresponde intentarlo, pero se mueve en la pendiente resbaladiza que ocasionalmente se inclina hacia la buena vida de los pocos.

    Otro de los enfoques ms socorridos lo conforma el hacer coincidentes la transparencia con la publicidad que deben tener los estamentos del Estado y cuya absolutizacin es tan peligrosa como confundir la tica con la transparencia. A este respecto, afirma Villanueva:

    La transparencia significa as el deber de los mandatarios o gobernantes para realizar como regla general sus actuaciones de manera pblica como un mecanismo de control del poder y legitimidad democrtica de las instituciones pblicas: Transparencia: libros autores e ideas. (Villanueva: 2005: 64).

    Se convierte en un arma de doble filo si slo se instrumentaliza la publicidad como una caja de resonancia de lo que se hace

    y no del porqu se hace. A tal fin asegura Zaldvar: en ese sentido, la rendicin de cuentas tiene dos vertientes, por un lado los ciudadanos pueden pedirles a los funcionarios pblicos que informen sobre sus decisiones o les pueden pedir que expliquen sus decisiones. Pueden preguntar por hechos (la dimensin informativa de la rendicin de cuentas) o por las razones (la dimensin argumentativa) (Zaldivar: 2006: 16).

    Responder por hechos (acceso a la informacin) es parte esencial de la transparencia, dar razones argumentativas de la tica (ticas del dilogo). A la exigencia de nuevas respuestas de transparencia le corresponden nuevas propuestas ticas que desborden el deontologismo duro.

    La publicidad de lo que se hace desde los gobiernos aparece como un claro y necesario referente que sirva de garanta a la probidad de los hechos y a la diafanidad de su exposicin. Es necesaria, pero debe acompaarse de ese aditivo moral. Es la consagracin de una obligacin de gobernar en pblico.

    N. Bobbio (disponible en: http://www.scribd.com/doc/16187199/Bobbio-N-La-democracia-y-el-poder-invisible) al referirse a la democracia tambin hace un posicionamiento del tema de la publicidad como requisito de la transparencia transfirindole un alto rango de importancia, al definir al gobierno del poder pblico en pblico. Es decir, que la publicidad de lo que se hace a nivel de gobierno constituye en s, un ejemplo de lo transparente. Habla de la democracia y no de los gobiernos

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    porque la transparencia es un requisito para todos, los pblicos y los privados, ya que su vulneracin transformada en corrupcin implica a ambos.

    Por todos lados se hace un llamado no nicamente a informar, sino a dejar ver lo que se hace, poder ver de manera clara, sin obstculos cmo actan los Estados. En cada caso se habla de traspasar los muros que encierran la informacin, de dejar transparentar las acciones y de luego publicar dicho ejercicio.

    La importancia de develar el mito de que es lo mismo tica y transparencia implica un compromiso tico con la poltica. Es un reduccionismo ver la transparencia como la capacidad de informar lo que se hace, porque en los casos donde el poder y el dominio de los bienes externos estn concentrados en las mismas manos, la transparencia es un artefacto que soporta el maquillaje, los nmeros exactos, las cuentas claras matemticamente hablando. Pero ello no habla de la planificacin, direccionalidad y ejecucin del gasto ni del grado de correccin moral de los mismos.

    Se puede dar cuentas (rendicin de cuentas) y se puede hacer uso indebido de las mismas. Plantear el uso correcto orientado al bien comn es lo tico, hacerlo de manera correcta es lo moral, luego se rinde cuentas (instrumental) de manera transparente. Este es un requerimiento al Estado, no slo al gobierno.

    La publicidad es un acto importante, pero un acto secundario. El acto primero es de carcter tico, de segunda naturaleza y

    ello implica educar a los funcionarios en los rudimentos de la tica y en la asuncin de los valores que le dan soporte. De ah la importancia de que ms adelante se valoren los instrumentos con qu hacerlo, de lo contrario podra estar enseando a como engaar a la tica y buscarle la vuelta a la moral.

    En algunos pases las leyes de transparencia corresponden de manera precisa a la de libre acceso a la informacin, llegando a hacerlas coincidir. Lo que revela la importancia que representa para la transparencia el tema de la publicidad, pero no lo es todo. En el pas, ya estas premisas plantean serios problemas, pues en nuestra historia reciente de dictaduras y primeros balbuceos de la democracia, el poder ha estado sentado en el trono del silencio. Mientras ms se sabe y menos se dice ms poder se tiene.

    El secretismo ha sido norma de los gobiernos que se han sucedido en esos primeros pasos de la democracia y, de la noche a la maana, por medio del imperio de la ley se obliga a dar informacin de todo lo que se hace, prcticamente sin excepciones. Aqu nace el primer obstculo de la Ley de Acceso a la Informacin, un elemento cultural que por dems no se inventaron los dominicanos y que recuerda el profesor Rodrguez Cepeda (2006: 14-15) al remontarse en la visin platnica de La Repblica, obra en que se considera que la posibilidad de conservar la verdad reside, exclusivamente en la clase gobernante, por lo que no puede abrirse dicho cofre al comn de los mortales.

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    Es el fundamento para la aseveracin de que unos nacieron para mandar y otros para obedecer. Posicin enclaustrada en una visin paternalista donde el que manda sabe lo que el gobernado necesita. Por tanto, no necesita ni informar ni preguntar sino actuar de manera beneficente, con la atenuante de que esos mismos son los que definen el contenido de lo que es lo bueno. El pecado de este modelo es que el concepto de lo bueno lo define el que manda.

    Bobbio volver sobre este esquema sealando a los primeros como los burcratas que entienden que nicamente en manos de ellos est la posibilidad de manejar las informaciones, porque son los expertos en dichos asuntos, lo cual aleja de toda posibilidad a los ciudadanos de participar del derecho a saber. Se establece una salvedad, cuando se sita este elemento como cultural no quiere decirse que es un impasse inocente, en muchos casos lleva la carga de menosprecio del saber popular y lo se experiencia en oficinas de acceso a la informacin, cundo se cuestiona (y hasta la propia ley lo obliga) a saber para qu quiere el ciudadano la informacin que solicita.

    Es la tecnocracia, la burocracia, la que debe manejar estos asuntos de expertos, segn ellos. Implica en el fondo un llamado a dejarse gobernar en confianza, pero a su vez a diferenciar a los que gobiernan que son los que saben y los que administran lo que saben y conocen. Es el arcana imperiio secreto del imperio que luego se traducir en los famosos secretos de estado.

    Este secretismo opaca la transparencia y en las propias leyes de acceso a la informacin, que son unos magnficos instrumentos para ella, empiezan a hacer sombra los espacios dedicados a la clasificacin de la informacin que a decir de unos deben ser analizados de manera precisa, para no convertir las excepciones en reglas y la proteccin de los muchos en la excusa de pocos.

    Es relevante observar el lado opuesto a lo antes planteado y entender, por un momento, la transparencia como un modelo de respuesta a los requerimientos del Estado por parte de la ciudadana. Si se reduce a sta a los modelos de publicidad, de informacin de oficio en las pginas web y a la rendicin de cuentas exactas, si bien se est haciendo un extraordinario aporte a los gobiernos y a la democracia, tambin se pudiera estar haciendo un flaco servicio a ambos.

    Es una tarea del momento, y con cierto carcter de urgencia, el reivindicar la horizontalidad de la informacin no solamente por el respeto o miedo a las garras de la ley, sino por la consagracin del derecho ciudadano a saber y la obligacin del funcionario de decir y dejar ver.

    La tica y la transparenciaEn la historia de las profesiones, las primeras, las nacidas a la sombra de Grecia, la moral era su sustento, tanto que llegaron a diferenciar profesiones de oficios. Las primeras obligaban a profesar a cumplir en fe de lo que hacan. De ah se habl luego, en referencia a las profesiones de los votos religiosos, del acto de profesar.

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    Las profesiones tenan impunidad jurdica porque tenan fundamento moral, mientras que los oficios se fundamentaban en la ley y su incumplimiento ameritaba pena. Es obvio que sin que se introduzca al estudio cronolgico del tema, la moral se fue diluyendo en la cotidianidad de las profesiones y el nimo de servir se fue extinguiendo. La demanda surge en el firmamento profesional cuando stos engaaron a sus clientes o usuarios y naci y prosper la demanda. En el Estado la cosa no ha sido muy distinta. Ya la moral no sustenta en muchos casos el servicio y el concepto de empleo, empleado, trabajo hablan de manera peyorativa del contenido del ser servidores pblicos.

    Tener que volver sobre el tema de la tica y la Transparencia para definirla, diferenciarla y vincularla habla de un dficit, de una carencia. Reducir la transparencia a dejar ver de manera difana lo que est detrs del cristal, puede ser, a la vez, un arma de doble filo, ya que se mostraran nmeros y cuentas cuadrados con exactitud, se convertiran los dems instrumentos del Estado en vigilantes celosos de dichos cumplimientos. No obstante, no implica adentrarse en la fundamentacin tica de estos quehaceres.

    La transparencia abarca el cmo y la tica el porqu. La tica es el fundamento que explica por qu se acta de esa manera y de no existir el fundamento, se podra caer en el tecnicismo de expresar en nmeros lo que no se puede explicar con palabras y con convicciones. El ethos del Estado, sus bienes internos, sus ticas de mnimos, su nicho de fundamentacin, tiene que

    residir en el servicio a los dems, cimentado en los mnimos de justicia. Se puede ser transparente sin ser tico, sin ser justo, sin dar razones de orden moral que obliguen a actuar de manera coherente.

    La transparencia puede ser usada para opacar a la tica y paradjicamente levantar banderas en su nombre.

    Cuando se ha hecho coincidir tica con transparencia implica decir que todo el que es transparente es tico a la vez y no necesariamente es as. Se puede demostrar que los ingresos y los egresos coinciden con la realidad. Sin embargo, si no se explica el destino y el manejo de los fondos, la intencin de moralidad de las acciones no es moral.

    Cuando se forman las Comisiones de tica Pblica (CEP) desde la Comisin Nacional de tica y Combate a la Corrupcin se tiene en cuenta que ambos componentes estn presentes, pero diferenciados. La razn es clara, es que en nombre de la transparencia y sin una fundamentacin tica, se puede llegar a convertir estas CEP en agentes de espionaje para que las dependencias a las que pertenecen acten con claridad en su dimensin administrativa, por eso analizamos ambas dimensiones en la identidad de los mismos.

    Los resultados pueden ser buenos en trminos de transparencia, en consecuencia, se estara pervirtiendo a la tica, se promovera la diafanidad, pero enseando a no dar razn veraz de lo que se ejecuta.

    La pregunta a que se aproxima es qu se debe hacer y es obvio que en la pluralidad

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    en que se vive y en el individualismo existente los denominadores de cada uno buscar lo suyo se ha sustituido la visin clsica de justicia en el derecho Romano: Justo es dar a cada uno lo suyo. Esta ltima afirmacin implica una expresin de justicia distributiva que invita a actuar en equidad, dando a cada uno segn su necesidad, pero cuando el tema no habla de dar sino de buscar cambian los actores y las acciones y los que estn en capacidad de hacer eso son los que manejan algn nivel de poder y de manipular los bienes externos e internos y convierten los primeros en bienes predominantes.

    El quehacer que se impone, no pasa por la moralizacin de la sociedad con campaas de moralizacin masiva, pues esto, nicamente, crea lazos provisionales que son capaces de quebrarse ante las tentaciones reales a que se enfrenta el ser humano. No debe pasar por el incentivo de creacin de morales individuales o de modelos paradigmticos de moralidad que en este mundo plural son cada vez ms, especies en extincin.

    A tal fin, Reyes Heroles hace una interesante reflexin descartando la idea de proponer modelos morales individuales, si bien el ejemplo es importante, el contexto es determinante.

    La lectura de la moral individual es engaosa. En primer lugar, nos hace creer que es ella la que determina la existencia o no del fenmeno. En segundo lugar, no muestra las consecuencias sociales, esas que nos afectan a todos, del acto de corromper a alguien. (Reyes Heroles: 2006: 8)

    Ni la tica ni la moral son punitivas, por tanto, no se puede apresar ni enjuiciar en su nombre, sino por la falta de cumplimiento de ellas. En consecuencia, le corresponde a la justicia implementar esas tareas. A la tica y la moral le toca proponer el bien hacer y el bien vivir. Su tarea es proponer, porque son propositivas.

    Estando tan claros los espacios de accin de la tica y la Justicia sonar contradictoria la siguiente propuesta.

    La gran contradiccin que se enfrenta y a la que se ha llegado como nica va posible de salida a la crisis moral y a la corrupcin es que en la inmediatez de la cotidianidad se aplique el imperio de la ley, con todo su rigor sancionador para poder garantizar posteriormente el reencuentro de las prximas generaciones con la moral.

    Cuando los principios se vulneran en el Estado es porque el espacio de lo privado convida al pblico o a la inversa a convertir los bienes externos en predominantes. Alguien se estar preguntando en estos momentos: Y quin aplicar esas leyes si todos estamos en el mismo contexto desmoralizado? Aqu entran los instrumentos como propuesta para el autocontrol de todos por todos.

    Comencemos por comprender que la revolucin moral ya no podr sustentarse exclusivamente en las ticas deontolgicas que preconizan el deber, porque sus sustratos sustentantes se han debilitado por el peso de la corrupcin. Este concepto visto desde su origen en latn, corrompere significa alterar o trastocar la fisonoma de algo.

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    Las grandes columnas de la deontologa fundamentaban las religiones y stas se han diversificado en sectas y sectores y han tenido sus grietas. Los escndalos que ocurren en algunos de los estamentos del Estado, expresan lo cambiante del mundo, las ideologas cayeron y se corrompieron muchas en nombre del colectivo, especficamente queda el auxilio de los instrumentos legales con visin de futuro.

    Cules instrumentos?

    1. La ley de acceso a la informacin: Un rgano rector.Uno de los primeros instrumentos a considerar lo constituye la Ley de Acceso a la Informacin Pblica 200-04, promovida como derecho ciudadano y fundamentado desde las prerrogativas que han de ser propias de la ciudadana. No slo hacer publicidad de ella, sino escuela de formacin, porque en su interior implica la rendicin de cuentas, obligacin de transparencia. Empero, sobre todo sancin al incumplimiento del manejo de los bienes internos de las instituciones y sancin a la negativa de dar la informacin veraz y oportuna, como reza dicha ley.

    Su ejercicio y la sancin de la misma a su inobservancia si bien no implica que los funcionarios sean morales, obligan a serlo por consecuencia.

    Para hacer esto hay que fortalecer los instrumentos. Si bien hoy se cuenta con ms de 100 Oficinas de Acceso a la Informacin (Unidad Especializada. CONARE :2009) no existe un cumplimiento estricto de los postulados legales porque se carece de

    un instrumento con garras para sancionar como sera el rgano Rector de la ley. La primera propuesta instrumental incluye la propuesta de su creacin.El imperativo tico del momento es crear este instrumento para darle poder al pueblo al desjudicializar los procesos de demanda por negacin de la informacin. Esto posibilitara a los ciudadanos de a pie ejercer este derecho sin obstculos. Al mismo tiempo, permitira que los funcionarios serios posean un escenario donde confrontar sus cumplimientos y desdecir de las acusaciones que sean falsas, demostrando su probidad. Cabe aclarar que, en este momento, la defensora del pueblo la asume la prensa, los periodistas y, en algunos casos, los intereses que stos representen.Toda ley expresa la conciencia moral de algn momento histrico, sin embargo, posee el poder sancionador. Por eso se habla de contradiccin, porque siendo la moral y la tica propositivas, no punitivas, son las que en momentos de crisis servirn para obligar a ser morales y a sancionar a otros por ser inmorales.

    2. El apego a la ley y a sus sanciones Se podra seguir el curso de cada ley, de cada corrupcin y de cada situacin, no obstante, el modelo vale para todos. No se observarn, nicamente los desfalcos y desvos de fondos. Tambin se corrompe el trnsito cuando el ciudadano usa la contrava para economizar el paso, porque sabe que no pasa nada, que el chance existe, que el amiguismo, la emotividad del perdn a los padres de familia, esto es trastocar la forma de algo y no se refiere slo a soborno y/o extorsin, sino

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    ms bien de compasin mal entendida, de incomprensin del espritu de al ley.

    El trabajo a seguir desarrollando es el de la modernizacin y aplicacin de todas y cada una de las leyes para que el sancionar, destituir, sustituir a los incumplidores se conviertan en norma para quienes se apeguen a ese espritu moral de las leyes. Con sanciones, en el futuro se propiciara un encuentro de los ms jvenes con algo que de manera colectiva no conocen y que se llama moral.

    La salida moral es legal en este justo momento. sta es la salida. Aqullos que teman ser sancionados o removidos actuarn por obligacin de manera correcta (moral) por el temor al peso de la ley, de la ley justa y sus consecuencias personalizadas. Vaya contradiccin, pero no se vislumbra otra va, porque en esta sociedad hasta la transparencia se ha corrompido.

    Mientras tanto, hay que educar a las nuevas generaciones en construccin de valores y en paradigmas de la tica de la responsabilidad con los nuevos instrumentales existentes para ello. Hay una gran responsabilidad de incidir en el sistema educativo, no como hoy se reclama de volver a la moral y cvica sino desde la formacin en valores.

    Es un baile de dos, de sectores, que tienden a culpar a lo pblico a los gobiernos, empero los actores no tienen sectores, hacen alianzas y el reto moderno es responder con hechos de la naturaleza propuesta.

    3. Las Comisiones de tica Pblica (CEP)Las Comisiones de tica Pblica (tica para construir ciudadana: Suazo: 53 y sigs) tienen una vocacin de vigilantes de la moral pblica, no desde la visin de ser denunciantes y perseguidores del delito y de las prcticas de corrupcin, sino en la de ensear el bien hacer en la gestin pblica. Su quehacer debe deslizarse en dos ejes: Uno tico y otro de Transparencia.

    1. tico: Este tiene tres funciones primordiales:

    a. Propositivas, aqullas que desarrollan las funciones de deliberacin ante hechos o acontecimientos que tienen incertidumbre moral y requiere de sugerencias morales.

    b. Educativas hacia el interior de las institu-ciones, tanto de los servidores como de los usuarios, donde se haga conciencia de la relacin de servicio y del papel de servir. No bastan ya los cdigos mal llamados de tica que, en realidad, son una lista propia de la esttica y no de la tica. Esta tarea educativa debe iniciar por las propias CEP con temas de tica y su aplicacin en la administracin pblica.

    c. Consultivas, asumen el rol de consulta por la institucin y sus instancias en casos que ameriten un experticio moral o una audito-ra tica.

    2. TransparenteDesde esta perspectiva se advierte la dimensin de vigilante de la moralidad del accionar de su institucin, entrando en relacin directa con los usuarios para garantizar la calidad del servicio y la

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    probidad del mismo. De ah que en su composicin deban estar representados a) servidores de las reas de compras, b) responsables de acceso a la informacin, administrativos y d) voluntarios interesados en la causa moral.

    Una de las tareas ms relevantes en el mbito de la transparencia es la co- administracin de los Buzones de Transparencia que son instrumentos para las denuncias y quejas de la poblacin sobre sus gobernantes en las personas de los incumbentes y las dependencias oficiales.

    El caso de los buzones de transparencia son un ejemplo claro del llamado al que deben responder estas comisiones, hacindose responsables de recibir y tramitar con

    diafanidad las quejas y denuncias de la poblacin que recibe sus servicios.

    El objetivo de estas CEP tiene que apegarse a estos modelos de tica y moral que se han definido y preservarles de convertirse en grupos de espionaje o castigo, dejando que fluyan sus acciones como lugar de encuentro de la tica y la transparencia

    El punto de encuentro de la tica y la transparencia son las Comisiones de tica Pblica, no obstante, este aspecto hay que pulirlo, hay que trabajarlo para lograr los objetivos propuestos.

    La tarea moral del momento es difcil, porque se trata de gestar un modelo moral para el Estado dominicano.

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    Etica CivilVs Moral Religiosa?

    Faustino Corchuelo A, O.P.

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    De un tiempo para ac, relativamente reciente, se ha venido acuando una nueva expresin tica cvica o civil, aparentemente contrapuesta a moral o tica religiosa. Digamos que la expresin es mas bien nueva, aunque sus intuiciones e intentos de planteamiento sean de vieja data, porque basta con echar una ojeada a diccionarios o tratados de moral o enfoque ticos de hace una veintena o treintena de aos para comprobar que por ese entonces la expresin no circulaba por ninguna parte. Tal vez surgi ante la avalancha y acelerada secularizacin de la mentalidad del hombre contemporneo y la necesidad de buscar otras fundamentaciones, distintas a las enraizadas en las tradiciones religiosas, para incentivar a los hombres a un comportamiento tico.

    Por otra parte, cada vez se tiene una conciencia ms clara que la sociedad actual, o la llamada aldea planetaria, es multicultural y pluralista, en donde conviven personas y grupos de diferentes culturas, ideologas, credos religiosos, y en donde se proponen distintas ticas e ideales morales. En el curso de la historia de la humanidad encontramos distintas morales que han ido configurando el vivir de los hombres. Algunas son de inspiracin religiosa, es decir, apelan a Dios para dar sentido a sus propuestas; otras, por el contrario, no buscan ni hacen ninguna referencia a Dios y, son, por lo tanto, morales seculares. No hay duda de que, durante milenios las religiones han jugado un papel importante en la configuracin de la conciencia moral del ser humano y que, bien o mal, han contribuido mucho al progreso espiritual y moral de los pueblos. Por otra parte, muchas

    de las categoras ticas actuales tienen su origen en alguna inspiracin religiosa o, al menos, son tomadas prestadas del lenguaje religioso.

    Sabemos que las religiones nacieron como recursos de explicacin a los misterios y fenmenos que escapaban a la comprensin de la mente humana, para saciar el anhelo humano de inmortalidad, y responder a ese afn de salvacin o liberacin que asecha a la mente del hombre, encontrando as un sentido a la vida y a la muerte. Las religiones nacieron, entonces, de la experiencia vivida por personas y por pueblos concretos de que Dios es el nico que puede salvar del mal moral o pecado, de la muerte y del absurdo.

    An en pleno siglo XXI, pudiramos decir que la gran mayora de los seis mil millones de seres humanos que habitan el planeta tierra confiesan pertenecer, aunque no sean practicantes y su conducta deje mucho que desear, a una de las grandes religiones histricas, ya se llame cristiana, islmica, budista, hindusta, confucionista, taoista, juda, o la que sea. No obstante, hay que reconocer que, amn de los no practicantes que se encuentran en una u otra tradicin religiosa, existe un ingente nmero de agnsticos, racionalistas y ateos, lo cual pone ms en evidencia que vivimos en una sociedad pluralista y que, por lo mismo, es posible llevar una vida moral recta sin referentes religiosos. Por otra parte, da la impresin que la influencia que tiene la religin hoy en da en la vida de tantas personas es generalmente algo marginal, sobre todo

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    en los pases del mundo desarrollado. Al mismo tiempo se constata que, a medida que declina la influencia de la religin, crece la confusin en torno a cul es el modo ms indicado de comportarse en la vida.

    Hasta hace relativamente poco tiempo, casi todos los enfoques ticos han tenido un carcter marcadamente confesional y religioso. Es lo que algunos llaman sociedades moralmente monistas, como la que se da en los pases islmicos o en los pases mayoritariamente catlicos, que procuraran imponer directrices nicas ante las grandes preguntas no slo sobre el sentido de la vida y del ms all, sino tambin sobre cuestiones muy puntuales de la moral sexual y de la justicia social. Recordemos que, en el caso concreto de Colombia, hasta hace muy poco tiempo (1991) era un Estado prcticamente confesional, con sus obvias repercusiones, no slo polticas y sociales, sino tambin en el modo de comprender la religin y la moral. Esta, por tanto, era asumida por la religin catlica y se fundamentaba en los principios ticos de la misma.

    Hoy, esto es imposible en una sociedad global en donde se constata una sobreoferta de credos religiosos, con la consecuente prdida de unidad en las mismas creencias religiosas. En occidente, sobre todo a partir de la Ilustracin y de la Revolucin francesa, la moral fue independizndose de la religin, basndose en la sola razn. Convencidas de que la razn y el saber cientfico tienen su propia autonoma y de que ste poco a poco ha venido desplazando a la religin, muchas personas piensan que deben buscar otro fundamento, distinto al referente

    religioso, para justificar su comportamiento moral. Adems, reconocen que en las sociedades avanzadas conviven creyentes, agnsticos y ateos de toda ndole, y dentro de cada uno de esos grupos coexisten cdigos morales muy distintos. Esto no quiere decir que no pueda darse un acuerdo moral sobre unos mnimos axiolgicos y normativos aceptables y exigibles a todos, lo cual constituye el ncleo de una tica cvica o secular.

    Como no todos compartimos ni las mismas creencias religiosas, ni la misma cosmovisin, ni las misma concepciones

    En el pasado, la religiny la tica iban de la manoy, prcticamente, sta sefundamentaba o se inspirabaen aquella. Toda religin llevaaparejada una moral, unasorientaciones ticas queforjanuncarcter,unamanerade comportarse de susadeptos, es decir, todo credoreligioso conlleva un credotico. El hecho de aceptarunas verdades de ordenreligioso implica, como unaconsecuencianormal, aceptarunosprincipiosdeordenmoralque guan la conducta de losadherentesadichascreenciasreligiosas.

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    filosficas y cientficas acerca del hombre y de la historia, debemos concluir que vivimos en una sociedad moralmente pluralista. Pluralismo no significa que no haya nada en comn en los ciudadanos, sino precisamente que dicha condicin es posible en una sociedad cuando sus miembros, a pesar de tener ideales morales distintos, tienen tambin en comn unos mnimos morales a los que han ido llegando y aceptando motu proprio y no por imposicin. As, pues, diferentes fundamentaciones religiosas, concepciones filosficas y cientficas acerca del comportamiento humano, pueden conducir a unos mnimos ticos compartidos. La tica civil, surge, por tanto, en sociedades pluralistas en las que se tienen en comn unos valores, aunque sea un mnimo de ellos, y se discrepa con relacin a otros. La tica civil pretende que ella pueda ser asumida por creyentes y no creyentes, siempre y cuando no sean fundamentalistas religiosos o fundamentalistas laicistas.

    Qu es lo que se entiende entonces por tica civil? Con dicha expresin se quiere dar a entender el modo peculiar y especfico de vivir y de formular la moral de una sociedad pluralista y secular, basndose exclusivamente en la racionalidad humana sin necesidad de acudir a referencias religiosas o teolgicas. En cambio, la tica religiosa es aquella que apela a Dios expresamente como un referente indispensable para orientar nuestro quehacer personal o comunitario.

    La tica civil consiste, pues, en aquel conjunto de valores y normas que comparte una sociedad pluralista y que

    permite a los distintos grupos, -cualquiera que sean sus creencias, religiosas, agnsticas o ateas- no slo convivir unos con otros, sino tambin construir juntos la vida, a travs de proyectos compartidos y descubrir respuestas comunes a los desafos a los que se ven abocados. Antes de pertenecer a cualquier credo religioso, se dice, somos ciudadanos del mundo. La tica cvica es la tica de las personas consideradas como ciudadanas. No pretende abarcar la totalidad de la persona ni satisfacer sus anhelos de felicidad. Slo intenta modestamente satisfacer sus aspiraciones en tanto que ciudadanos, en tanto que miembros de una polis, de una civitas, de un grupo social que no est unido por lazos de fe sino por otros vnculos.

    Para aclarar en qu consiste la diferencia entre tica civil y la tica religiosa, el recurso a la utilizacin de las expresiones tica de mximos y tica de mnimos result el ms adecuado. Theodor W. Adorno haba escrito un opsculo titulado Minima moralia en el que abogaba por un nivel mnimo de moralidad, por debajo del cual lo que reina es la inmoralidad, por ms que lo acepte todo el mundo. La moral civil contendra aquellos mnimos axiolgicos y normativos, al menos de justicia, compartidos entre ciudadanos que tienen distintas concepciones del hombre y distintos ideales de vida humana. Por tanto, las ticas de mnimos se ocupan de aquellos deberes de justicia que son exigibles a cualquier ser racional y que, en definitiva, slo componen unas exigencias mnimas para lograr una convivencia pacfica entre los ciudadanos.

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    En cambio, la tica de mximos, pertenece a las ticas de las tradiciones religiosas que estn orientadas a la bsqueda de la felicidad y del sentido de la vida y, por lo mismo, proponen a sus adherentes ideales de vida que no se pueden imponer a quien no comparte dicho credo religioso. Por ejemplo, en la propuesta tica de Jess, que encontramos sintetizada en el discurso sobre las bienaventuranzas del sermn de la montaa y, sobre todo, en las seis famosas anttesis de habis odo que se dijo, pero yo os digo ( Mt. 5, 21-45), nos damos cuenta que se trata de una tica de mximos, que no se contenta con la simple exigencia del cumplimiento de lo mandado en la ley mosaica, sino de una propuesta que exige a sus seguidores ir mucho ms all de lo que pide la ley.

    A estas propuestas, que no se limitan a un horizonte puramente temporal sino que estn abiertas a la trascendencia y a una perspectiva del ms all y sealan el camino de cmo ser feliz y cul es el sentido que tiene la vida, el sufrimiento y la muerte, se las ha denominado tica de mximos. Ninguna de ellas puede imponer a los dems sus ideales de felicidad, sino, a lo sumo, invitarlos a compartir y asumir esos ideales a travs del dilogo y del testimonio personal. En cambio, el horizonte de comprensin de una tica de mnimos es meramente temporal e histrico y su preocupacin es sobre cuestiones que tienen que ver con la justicia, el respeto y la guarda de los derechos humanos, la calidad de vida y el progreso de los pueblos, exigibles moralmente a todos los ciudadanos.

    En pocas palabras, la tica civil brota, pues, de la conviccin de que todo ser humano es ante todo ciudadano de este mundo y de un grupo humano concreto, se llame ciudad o pas, en donde conviven personas y grupos de todo credo religioso, agnsticos, indiferentes, ateos y que, por lo mismo, debe haber un mnimo de valores y normas que hay que compartir y exigir para poder llevar una vida armnica, de mutuo respeto y colaboracin.

    Conviene recordar, aunque sea someramente, cul ha sido la historia de la tica cvica. Para algunos pensadores, la tica civil nace, aunque no se haya expresado tericamente, en los siglos XVI y XVII, tras las crueles guerras de religin en Europa, a partir de una experiencia muy positiva: la de que es posible la convivencia entre ciudadanos que profesan distintas concepciones religiosas, ateas o agnsticas, filosficas, polticas y culturales, siempre y cuando compartan unos valores y unas normas mnimas. Las guerras de religin haban puesto de manifiesto las nefastas consecuencias que se siguen de la intransigencia y del fanatismo de aquellos que se sienten incapaces de admitir que alguien piense de manera distinta o tenga cosmovisiones diferentes a la propia. Por eso, un factor importante en la gestacin de la tica civil son los tratados sobre la tolerancia que, de forma incipiente fueron apareciendo, y que exigan respeto hacia quien pensara de otra forma, fundamentalmente en materia religiosa.

    Para otros pensadores, hay que buscar los orgenes de la tica civil en la famosa trada de valores proclamados en 1789

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    por la Revolucin francesa de libert, galit et fraternit, de la cual surgira, 159 aos ms tarde, la Declaracin de los derechos del hombre, que constituyen la base de los contenidos de la tica civil. Los mnimos propuestos por la tica civil podran concretarse en el respeto a los derechos que se desprenden de esos tres grandes valores. Si analizamos la Declaracin Universal de los Derechos Humanos (1948), en la que se afirmaba que Todos los hombres nacen libres e iguales en su dignidad y derechos, estn dotados de razn y conciencia y deben comportarse unos con otros con espritu de fraternidad (Art. 1), nos damos cuenta que all subyacen esos tres grandes valores y que el primero de ellos, la libertad, promueve los derechos que se suelen llamar de la primera generacin, que no son privativos de un grupo humano particular, religioso o no, por ms mayoritario que sea, sino que forman parte del haber de toda la humanidad, de cualquier ser humano. Son esos derechos humanos polticos y civiles a los que se les aade la muletilla de libertad de, por ejemplo, de pensamiento, de conciencia, de culto, de opinin y de expresin, de asociacin, de reunin, de eleccin de estado, etc. (Cfr. Artculos 18,19,20). Son los derechos civiles y polticos, que resultan inseparables de la idea de ciudadano.

    De la aspiracin a la igualdad se desprendern los derechos que se llaman de la segunda generacin, es decir, los derechos econmicos, sociales y culturales, tales como el derecho al trabajo, a la educacin, a la asistencia sanitaria, al seguro de empleo y a la jubilacin, a

    llevar un nivel de vida digno y decoroso. Igualdad significa aqu lograr para todos el mismo tratamiento e iguales oportunidades de desarrollo de sus capacidades, sin discriminaciones ni exclusiones en virtud de la raza, religin o condicin social y procurando nivelar al mximo las desigualdades naturales y sociales existentes.

    La tercera generacin de derechos se desprende de ese valor que la Revolucin francesa llam de la fraternidad y, que con el tiempo, la tradicin socialista, entre otras, transmut en solidaridad, un valor que se encarna en los derechos a vivir en una sociedad en paz y a un medio ambiente sano, que aunque no hayan sido expresamente reconocidos en declaraciones internacionales, forman ya parte de la conciencia moral social de los pases.

    Las tradiciones socialistas han alcanzado cotas de cierta igualdad, aunque sea por abajo, pero a costa de la libertad: de la libertad de expresin, de la libertad personal, de la libertad intelectual y de creacin. Para ellos estas libertades son puramente formales mientras no vengan respaldadas por una nivelacin en ciertas seguridades materiales. El modelo liberal del capitalismo ha alcanzado cotas de mayor libertad, pero a costa de la igualdad: de la igualdad de riquezas e ingresos, de la igualdad de oportunidades, ahondando la brecha entre pases ricos y pobres y fomentando desigualdades cada vez ms injustas y chocantes. Ambos sistemas, aunque existan diferencias, se han olvidado de la fraternidad. Primero entre ellos

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    mismos y especialmente entre los pases industrializados y los pases que estn en vas de desarrollo. Ha faltado solidaridad hacia dentro y hacia fuera.

    Las palabras y los conceptos tienen su propia historia. Como creaciones humanas que son, surgen en un momento y contexto concretos y que con el correr del tiempo o bien desaparecen, o bien se van transmutando, enriquecindose con matices diferentes o adquiriendo nuevas denominaciones. Tal es el caso de la tica civil. Hoy en da se habla, menos de tica civil y ms de tica planetaria o proyectos de una tica mundial. Quizs confiando demasiado en las posibilidades de la razn, algunos exponentes de la tica civil, sobre todo de enfoque laicista, que se sita en las antpodas de la tica religiosa, han descartado con demasiada facilidad el peso que puedan tener las tradiciones religiosas que, de hecho, fundamentan los comportamientos morales de una gran porcin, si no es de la gran mayora, de la humanidad.

    No se trata simplemente de construir una tica de mnimos, sino de un consenso mnimo acerca de un ethos mnimo, universalmente vlido. Y las tradiciones religiosas conservan potencialidades insospechadas, no para lograr un consenso total, sino para un consenso bsico con respecto a valores vinculantes, principios irrevocables y actitudes fundamentales que son comunes a todas las religiones, a pesar de sus diferencias dogmticas, y que pueden ser compartidos por todos, creyentes y no creyentes.No es extrao que, en este orden de cosas,

    el Parlamento de las Religiones Mundiales, reunido en Chicago en 1993 decidiera firmar una Declaracin en pro de una Etica Mundial, declaracin semejante a la de los Derechos Humanos de 1948. Slo que ahora no se piensa en trminos de derechos, sino ms bien en los deberes que hay que inculcar en la conciencia de los hombres. Aunque tambin es cierto que ya en el debate sobre los derechos humanos del parlamento de la Revolucin francesa de 1789 se elev esta peticin: cuando se proclama una declaracin de los derechos del hombre, es preciso aadirle una declaracin de los deberes del hombre. Sin embargo, 200 aos largos despus de la Revolucin de 1789 vivimos en una sociedad en la que individuos y grupos reivindican constantemente sus derechos frente a otros, sin darle la misma importancia a los deberes que hay que cumplir.

    Esta declaracin propende poner de manifiesto una conviccin comn, a saber: que todos somos responsables de construir un orden mundial mejor; que es absolutamente necesario comprometerse por los derechos humanos, la libertad, la justicia, la paz y la conservacin de la tierra; que las distintas tradiciones religiosas y culturales no deben ser un obstculo para que todos juntos trabajemos activamente a favor de una mayor humanizacin de la vida y contra todo tipo discriminacin y actividad que deshumanice la vida; que los principios en los que se sustenta la declaracin puedan ser compartidos por todos, y para ello pretende recoger aquellos principios y valores ticos comunes que estn presentes en las grandes tradiciones religiosas.

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    Esta declaracin en pro de una tica planetaria propuesta por el Parlamento de las grandes Religiones Histricas del Mundo tuvo tal resonancia que un informe del Inter-Action Council de jefes de Estado y primeros ministros, discutido en Viena del 22-24 de marzo de 1996 y aprobado en Vancouver el 22 de mayo de 1996 en una asamblea general del Inter-Action Council, conclua que, an a pesar de algunos papeles negativos que las religiones han jugado en el curso de la historia de la humanidad y que seguramente seguirn jugando, fomentando odios y enemistades entre los pueblos, instigando y legitimando cierto tipo de violencia en nombre de la misma fe religiosa, o las llamadas guerras de religin, generadoras de discordias entre los pueblos, es ms el papel positivo que han jugado en orden a construir una convivencia armnica y de mutua cooperacin entre los humanos. No habr paz en el mundo sin paz religiosa, es un slogan que se ha puesto ha circular recientemente.

    Por otra parte, la religin constituye, mucho ms de lo que se piensa, una fuerza central, quizs la que ms motiva y moviliza a los seres humanos, algo por lo cual se lucha y se muere. La religin funda el carcter obligatorio de las normas ticas mucho mejor que la razn abstracta o el discurso racional, slo comprensible por algunos sectores privilegiados de formacin filosfica de la sociedad. Las religiones del mundo, adems, contienen una de las mayores fuentes tradicionales de sabidura de la humanidad. Este fondo, antiguo en sus orgenes, se ha hecho necesario hoy ms que nunca y conduce a que se reconozca la primaca de la tica sobre cualquier otra

    dimensin de la vida, como pueden ser la poltica o la economa.

    Esta nueva propuesta de formular una tica planetaria, que incorpore el patrimonio comn de las grandes tradiciones religiosas, en las cuales se pueda encontrar un consenso bsico, hace alusin a standars ticos, es decir, valores, normas y actitudes morales que resultan indispensables para construir ese nuevo ethos bsico universal. Las fuentes de tal nuevo compromiso dice el informe de Inter Action Council- podemos hallarlas en las religiones y tradiciones ticas del mundo. Ellas cuentan con recursos espirituales para ofrecer una orientacin tica a la solucin de nuestras tensiones tnicas, nacionales, sociales, econmicas y religiosas. Las religiones del mundo tienen doctrinas distintas, pero todas ellas defienden una comn tica de reglas fundamentales. Es ms lo que une a las comunidades creyentes del mundo que lo que las separa.

    Vivimos, pues, en una sociedad pluralista, en donde las diferencias nos slo de naciones, culturas y religiones, sino tambin de formas de vida, de concepciones filosficas y cientficas, de sistemas polticos y econmicos, y propuestas ticas, son tan grandes que no cabe pensar en que haya una total coincidencia en cuestiones de actitudes ticas y, por lo mismo, resulta imposible pensar en un consenso tico total, sino que hay que buscar un mnimo consenso tico en torno a asuntos de vital importancia para la sociedad.

    Qu significa un mnimo consenso tico, dentro de una sociedad pluralista, sino

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    la necesaria coincidencia en standars ticos fundamentales que, a pesar de todas las diferencias de orientacin poltica, social y religiosa, puedan servir como indispensable fundamento para la convivencia y para una actuacin humana comn? Por ejemplo: buscar la configuracin de un ethos bsico, de suerte que eche races en la conciencia de los hombres la conviccin de por qu no tienen que engaar, robar, estafar, agredir o hacerle dao al prjimo, an si esto les puede resultar ventajoso o no llegan a ser descubiertos ni castigados; o, por qu tanto

    el empresario como el empleado deben comportarse siempre correctamente, aun cuando nadie controle su conducta; o, por qu en casos de conflictos, que siempre los habr, se deber renunciar al uso de la violencia para solventarlos; o, por qu tanto el poltico como el empleado pblico debern negarse a cualquier propuesta de corrupcin, an a sabiendas de la discrecin de quienes le dan dinero; o, por qu el hombre como individuo, como grupo, nacin o religin- deber comportarse incondicionalmente, es decir, en todos los casos, de forma humanitaria.

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    El ncleo vital de esta propuesta de una tica planetaria o global est cimentado en dos principios fundamentales: 1 Todo ser humano debe ser tratado humanamente, lo cual significa que todo hombre, - sin distincin de sexo, edad, raza, lengua, religin, opinin poltica, procedencia nacional o social - posee una dignidad inalienable e inviolable. En el fondo, no es ms que una nueva versin de aquel viejo principio del derecho romano de la no-malidicencia, es decir, la voluntad firme de no hacerle a nadie dao. La esencia de esta tica universal es la humanitas, es decir, la obligacin de tratar humanamente a todo ser humano, independientemente de su condicin de religin, sexo, raza, clase social. 2 Es el clsico principio de reciprocidad, que reza as: No hagas a los dems lo que no quieras para ti. O formulado positivamente: haz a los dems lo que quieres que te hagan a ti, que ha servido de fundamento a la formulacin de los derechos del hombre y que las religiones histricas consideran como el ncleo esencial y la regla de oro de la moralidad.

    El reconocimiento universal de la dignidad de la persona humana est, pues, en la base, de la propuesta de una tica planetaria. Todo ser humano, en efecto, est dotado de un alma espiritual, de razn, de conciencia, de autonoma y responsabilidad en la construccin de su propio destino. Por eso, algunos derechos del hombre son tan fundamentales que jams pueden ser rechazados o violentados sin que se ponga en peligro esa dignidad inherente a la persona humana. En ella se apoya, por ejemplo, el tan cacareado derecho universal humanitario en los casos de conflicto y de guerra.

    De estos dos principios bsicos se desprenden unos imperativos categricos mnimos, que ataen a cualquier ser humano, creyente religioso o no, y son: una tica del cuidado, una tica de la solidaridad y una tica de la responsabilidad, de suerte que propicien una vida mucho ms humana y asegure para el futuro un desarrollo humano sostenible. El ser humano es fundamentalmente un ser de cuidado ms que un ser de razn o de voluntad. El cuidado es una relacin amorosa para con la realidad cuyo objetivo es garantizar su subsistencia y abrir el espacio necesario para su desarrollo. Los humanos ponen y han de poner cuidado en todo: cuidado por la vida, por el cuerpo, por la naturaleza, por la salud, por la persona amada, por el que sufre y por la casa. El cuidado pertenece a la esencia del ser humano. Es su modo-de-ser concreto en el mundo con los otros, ontolgicamente anterior a la actividad de la razn y de la libertad, como ha mostrado con profundidad Martin Heidegger en su obra El ser y el tiempo. Esta capacidad de prestar atencin, del cuidado solcito del otro, especialmente del desvalido, es una categora que est presente en todos los cdigos morales de las grandes religiones histricas. El cuidado por alguien o por algo causa preocupacin y hace que surja un sentimiento de responsabilidad y se desprenda una tica de la solidaridad.

    Cada vez est ms extendida y viva la percepcin de que existe una interdependencia entre todos los seres, que todos somos seres relacionales, es decir, que todos los seres que conformamos la gran comunidad terrenal y csmica

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    estamos inter-retro-conectados en una red de relaciones ntimas y profundas, de tal modo que pone en evidencia la necesidad de ser recprocamente solidarios. Con el correr del tiempo se ha ido afinando poco a poco la conciencia moral de ser solidarios no slo con quienes compartimos lazos de sangre, credo religioso o ideologa poltica, sino con todo ser humano y, an ms, con la misma naturaleza y con el futuro. Por eso, hoy da se ha llegado a afirmar que la solidaridad debe ser la caracterstica de las generaciones del siglo XXI.

    La solidaridad supone compromisos muy serios, tales como la voluntad firme de promover una cultura de la no-violencia activa, de tratar con respeto y consideracin a todo ser viviente, de defender la igualdad de los derechos inalienables de cualquier persona humana, de promover un orden econmico justo y equitativo que beneficie, sin exclusiones, a todo el mundo, de proteger y restaurar la integridad de los sistemas ecolgicos de la tierra.

    Todas las experiencias histricas de la humanidad demuestran que los cambios no se logran sin que antes se d un cambio de mentalidad en el individuo y en la opinin pblica. De ah la necesidad de inculcar, mantener viva, profundizar y transmitir a las nuevas generaciones una cultura de la responsabilidad y de la mutua cooperacin. La responsabilidad pone de manifiesto el carcter tico de la persona. En primer lugar, la responsabilidad personal, es decir, de construir su propio proyecto de vida, de cultivar el sentido del deber y del trabajo realizado honestamente; en segundo lugar,

    la responsabilidad para con los dems, especialmente para con las grandes mayoras excluidas, humilladas, maltratadas, incluyendo a los seres no humanos; en tercer lugar, la corresponsabilidad o responsabilidad compartida para con las generaciones futuras que tienen derecho a heredar una tierra habitable y un mejor maana; por ltimo, responsabilidad con el medio ambiente, que se traduce en un pacto de cuidado, benevolencia y respeto por la naturaleza. Sentirse responsable es sentirse sujeto de acciones que puedan ir en un sentido que favorezcan el respeto y la veneracin por la vida, la no-agresin a la naturaleza, la promocin de una justicia econmica sostenible y una cultura de la paz duradera, actitud que podramos sintetizar en esa especie de imperativo categrico formulado por Hans Jonas: Obra de tal manera que las consecuencias de tu accin sean compatibles con la permanencia de una vida autnticamente humana.

    En conclusin, podramos decir que ni la tica civil, ni esta propuesta de una tica planetaria entran en colusin con las ticas de corte religioso que, a pesar de las diferencias doctrinales, smbolos, ritos y cdigos morales propuestos, convergen en algunos puntos y principios bsicos, decisivos para configurar ese ethos mundial deseable. Cualquier pensamiento tico actual que quiera ser realista debe contar con el hecho de que las religiones, sobre todo las enraizadas en la historia y de gran implantacin mundial, siguen teniendo un peso muy grande en la configuracin del ethos de una parte muy importante, incluso mayoritaria, de la humanidad.

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    Del paternalismo estatal a la ciudadanaReflexiones sobre la responsabilidad ticadel Estado moderno

    Dr. Juan Camilo Salas Cardona*

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    El estado de la cuestin: entre la modernizacin y el paternalismo

    Ms all de las clsicas definiciones acerca de lo que es la modernizacin del Estado1, tres rasgos fundamentales subyacen a todas ellas, a saber, 1) la necesidad de adecuar el Estado a unas nuevas configuraciones sociales, 2) la disposicin de las instituciones y servicios estatales para responder mejor a las demandas de la comunidad, y 3) un acercamiento entre el Estado y el tejido social.

    En relacin con la necesidad de adecuacin del Estado frente a unas nuevas configuraciones sociales, es claro el hecho de que el modelo de Estado, que mayoritariamente tenemos en Amrica Latina, obedeci a circunstancias y modelos sociales que hoy no existen; desde este orden de cosas, el trmino modernizacin, significa pensar el Estado no deductiva sino hermenuticamente, es decir, no partiendo desde grandes modelos o conceptos estatales elaborados con una pretensin de validez universal, sin tener en cuenta las realidades concretas de cada nacin, sino reconociendo que el Estado debe pensarse en funcin de unas caractersticas y de unas necesidades concretas de cada sociedad2. Esta perspectiva reconoce que, si bien es cierto que, legtimamente, se puede hablar de problemas y caractersticas comunes a muchas sociedades, mucho ms viviendo en un mundo globalizado, no es menos cierto que las circunstancias

    *Filsofo,Telogo,Abogado,BioeticistayDoctorenDerecho.SehadesempeadocomoconsultordelaUninEuropeaydelBID,ycomoasesorenelsectorpblicoyprivado.ActualmenteesdocentedelaUsma.

    histricas, tnicas, culturales y polticas de cada contexto, hacen necesaria una reinterpretacin de lo que significa ser Estado para esa sociedad.

    Desde esta lgica, modernizar no significa entrar en un modelo comn ms actual, como pudiese pensarse desde una racionalidad uniformante, sino que es, ante todo, un repensar cmo ser Estado en medio de sociedades complejas y pluralistas como son las nuestras, complejidad y pluralismo que tienen una infinita gama de matices. Esta concepcin de modernizacin implica que los aprendizajes, de otros contextos, y los consensos internacionales para la formulacin de determinadas polticas pblicas, no son otra cosa que herramientas que pueden ayudar a una mejor interpretacin de los problemas locales, y que es tarea inalienable de cada sociedad, repensar qu configuracin debe tener el Estado de acuerdo con los aprendizajes y la idiosincrasia locales. Esta perspectiva capitaliza las funestas experiencias de la importacin o del trasplante acrtico de soluciones que en otros contextos han sido afortunadas, y que en los contextos locales latinoamericanos han resultado fallidas.

    Obviamente, no se trata con esta perspectiva de la modernizacin, de revivir la clsica discusin entre el universalismo y el contextualismo, sino de entender que una opcin por la hermenutica, en uno de sus sentidos ms tpicos en el siglo XX, significa realizar una interpretacin consciente de las precomprensiones contextuales, la cual se nutre de una tradicin para desencadenar acciones responsables con la realidad concreta.

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    En lo relativo a la disposicin de las instituciones y servicios estatales para responder mejor a las demandas de la comunidad, modernizar es bsicamente un proceso de adecuacin creativa, de ruptura de paradigmas, y, sobre todo de pensar al Estado no desde la cabeza de un funcionario especializado en imponerle cargas burocrticas a sus conciudadanos, sino desde las necesidades, demandas y expectativas de los mismos ciudadanos. En este sentido, el gobierno electrnico es un excelente ejemplo que cada da consolida ms sus bondades. Ms all de los aciertos o de las limitaciones que las dos acepciones de modernizacin del Estado pudiesen tener, un eje fundamental de este concepto viene dado por el acercamiento de Estado al tejido social, es decir, por la superacin de los, tradicionalmente, infranqueables lmites que separan al Estado de los ciudadanos. Pero qu significa acercar el Estado a los ciudadanos?, como respuesta a este interrogante existen una amplia gama de estrategias y alternativas, entre las que se destacan la promocin del capital social, la potenciacin de las redes asociativas de ciudadanos en funcin de la solucin de las propias necesidades, el impulso a las organizaciones no gubernamentales, ONG, y la apertura de espacios para que los ciudadanos expresen sus opiniones y aporten su concurso en la gestin de los asuntos pblicos.

    Desde esta perspectiva, modernizar el Estado es generar una conciencia entre los ciudadanos de que la buena marcha de las instituciones pblicas, y el logro de los

    objetivos de las mismas, no es una cuestin slo de los funcionarios concernidos, sino que es un asunto de todos.

    Sin embargo, esta formulacin de modernizacin, que resulta obvia y conveniente sin mayores argumentos, se enfrenta a una caracterstica propia del ser humano, que al ser vivida socialmente se convierte en un serio obstculo para el desarrollo y la calidad de vida, y de la cual, en no pocos casos, la gestin pblica hace una mina de capital electoral, como es la tendencia al menor esfuerzo, a la inercia y a la falta de esfuerzo personal. Dicha tendencia, frecuentemente, se ve matizada por acciones slo inherentes a los intereses personales, fenmeno comnmente denominado individualismo por la tradicin tico poltica.3

    Desde estos supuestos, la modernizacin del Estado encuentra en la pervivencia de costumbres paternalistas y asistencialistas su ms consolidado obstculo, ya que si bien es cierto que la modernizacin tiene significativos aspectos de carcter tecnolgico y otros relativos a la desburocratizacin, no es menos cierto que su ncleo central se encuentra en un cambio de las relaciones entre los ciudadanos y el Estado.

    Con antecedentes en el utilitarismo, a travs de la famosa criterio tico de Francis Hutcheson de la bsqueda del mayor grado de felicidad para el mayor nmero de personas, el Estado de bienestar, que se remonta a Bismarck, y al informe Beveridge, intenta medir la garanta de los Derechos sociales a travs del complicado prisma

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    de la felicidad, entendida no en trminos tico relacionales, tal como lo propone la tradicin eudemonista, sino de satisfaccin de las exigencias y deseos individuales, los cuales, al no ser educados, terminan siendo exagerados, desproporcionados e ilimitados.4

    Como es de dominio comn, el paternalismo bienestarista, sin proponrselo, incentiva la inercia, la pasividad y la irresponsabilidad de los ciudadanos frente a los asuntos pblicos, y, muchas veces, tambin frente a sus asuntos privados, ya que, a juicio de muchos, el Estado, como padre rico que es, tiene la obligacin de satisfacer las demandas sociales e individuales sin ningn tipo de exigencia, miramiento o restriccin. Las consecuencias de esta manera de comprender el Estado son de todos conocidas: burocracia, ineficiencia, ineficacia, aumentos de los impuestos y crisis de la deuda pblica externa, siendo estas realidades las que han animado las propuestas de modernizacin que circulan, pero que, sin embargo, parecen no haber comprendido suficientemente, la necesidad de atacar, en primera instancia, esta manera de comprender la esfera pblica, que se encuentra en la raz de todos los dems males.

    Amrica Latina y el Caribe, a inicios del siglo XX, se encuentran, a travs de los esfuerzos de modernizacin del Estado, tratando de resolver, mayoritariamente sin xito, la tensin entre el bienestarismo paternalista, que pretende que las cosas sigan como vienen, y el neoliberalismo, que abjurando de la responsabilidad del Estado frente a los derechos sociales de los ciudadanos, ha optado por el rgimen de privatizaciones,

    cuyos efectos negativos no es necesario traer de nuevo a colacin, siendo este el panorama en el que encontramos el sinsentido de muchas tendencias actuales en el subcontinente, que insisten en el bienestarismo, entendindolo como una alternativa que les ofrece significativas ganancias electorales.

    Es precisamente esta tendencia contraria a la modernizacin del Estado, la que valida la pregunta por si sigue siendo ticamente defendible, econmicamente viable, y polticamente responsable, continuar con polticas paternalistas y asistencialistas?

    Luces y sombras en la bsqueda de solucionesDos cuestiones resultan fundamentales para avanzar en la reflexin sobre las perspectivas de superacin del paternalismo estatal: en primera instancia, no se est poniendo en entre dicho el compromiso del Estado con la garanta de los derechos sociales, ya que, como afirma Adela Cortina, estos son cuestin de justicia, y, en un segundo momento, es necesario reconocer que el paternalismo ha generado un crculo vicioso que tiene dos ejes, por un lado un Estado que mal - educa a los ciudadanos, y por otro, unos ciudadanos mal educados que presionan al Estado para que los siga abasteciendo y no cambie sus esquemas. Obviamente, la solucin del problema requiere de una intervencin sobre ambos ejes, siendo el segundo de los cuales, el que quisiramos explorar ms profundamente desde una perspectiva tico pedaggica.

    Sin embargo, en relacin con el primer eje, bstenos decir que no es posible la

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    modernizacin del Estado, con miras a una administracin justa, transparente, eficiente y eficaz, sino a travs de polticas pblicas responsables y viables en el mediano y largo plazo. Esta insistencia es necesaria, ya que, por razones electorales, que implican tendencias a eternizarse en el poder, en el subcontinente estamos viendo cmo ciertos Estados optan por un asistencialismo que no es responsable en trminos ticos, porque no forma para la autonoma a las personas, que no es viable en el mediano y largo plazo en trminos econmicos, ya que no hay provisin de fondos que alcance para satisfacer las crecientes demandas de quienes no estn siendo preparados para asumir responsablemente las riendas de sus proyectos de vida, y que no es consciente polticamente, en virtud de que un pueblo al que no se le han desarrollado sus capacidades, es decir aquel que, en vez de ensersele a pescar, se le han dado los peces, es un pueblo que cuando no haya ms peces para drsele va intentar demandarlos y obtenerlos por cualquier medio a su alcance, as sea a travs de la violencia. Llegado este punto, la experiencia ensea que muchos Estados, cuando no tienen los recursos para mantener el asistencialismo, terminan limitando los derechos y las libertades fundamentales con tal de mantener el sistema.

    Ante esta funesta perspectiva, urge la necesidad de una modernizacin que, de parte del Estado, opte con responsabilidad por alternativas ms viables, responsables y sustentables en el mediano y en el largo plazo, las cuales pasan, indefectiblemente, por el segundo eje, como es el de educar, desarrollar y capacitar a los ciudadanos

    para que se comprometan a participar constructiva y positivamente en los asuntos pblicos, y tomen las riendas de su existencia sin exigir al Estado ms all de lo que una justicia social razonable puede demandar.

    Al abordar la perspectiva del eje educativo de la modernizacin, es decir, de aquel que requiere de un cambio de actitud de parte de los ciudadanos, nos encontramos con un panorama que presenta luces y sombras; luces, por cuanto hay a nuestra disposicin un elenco de excelentes propuestas que legitiman y sealan los horizontes para tales procesos, y sombras, ya que dichas propuestas, teniendo la mayora de las cuales gran solidez conceptual, no se vislumbra la manera de traducirlas a acciones cotidianas, a planes y programas administrativos y a proyectos pedaggicos.

    Este hecho obedece, en la lnea hermenutica antes enunciada, a que es tarea de ciudadanos, de docentes y de funcionarios pblicos aclimatar, viabilizar y traducir, o como dijera Habermas urbanizar dichas propuestas para que desarrollen sus potenciales. En esta tarea de aterrizaje, que podramos llamar, de la teora a la praxis, es en donde quisiramos aportar algunas ideas con carcter ms operativo que justificatorio.

    Para hacer justicia a las luces que iluminan este proceso de modernizacin del Estado, bstenos citar las propuestas de tica ciudadana de Adela Cortina5, de Desarrollo de capacidades en los individuos de Amartya Sen6, de Generacin de Capital Social de Pierre Bourdieu7,

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    de Economa tica de Jess Conill8 y de Bernardo Kliksberg9, y de Humanizacin de la globalizacin econmica de Joseph E. Stiglitz10, entre otros, los cuales ofrecen excelentes herramientas para el rediseo del Estado en trminos de polticas pblicas y de educacin ciudadana, sin embargo, a la hora de traducirlas en acciones pedaggicas para la formacin de los ciudadanos, segmento que, como lo afirmamos anteriormente, es de competencia de los mismos ciudadanos, de docentes y de funcionarios, nos encontramos con serias lagunas para lo que pudiramos llamar una pedagoga de la tica ciudadana para la modernizacin del Estado.

    Ideas para el desarrollo de una pedagoga de los valores ciudadanos en pro de la modernizacin del EstadoEn el contexto de la cultura occidental, y sobre todo en la tradicin continental, casi indefectiblemente, cuando queremos hablar de educacin, formacin y/o pedagoga, acudimos al intelectualismo tico, es decir a aquella postura acadmica que asocia conocimientos con acciones, desde el supuesto racionalista socrtico de que nadie hace el mal sino por ignorancia. Esta perspectiva, de la cual no se excluyen, el mbito latinoamericano y del Caribe ni la educacin ciudadana, implica que cada vez que queremos transmitir propuestas, contenidos o valores, apelamos a la clase, al curso, a la conferencia o al texto escrito para que la comprensin cabal desemboque en el buen comportamiento.

    Esta herramienta fundamental, de la cual no queremos ni podemos abjurar, tiene

    sus evidentes fortalezas, pero tambin sus grandes limitaciones, ya que, como lo testimonia un largo trayecto de la psicologa y pedagoga contemporneas, la comprensin cabal no siempre lleva a conductas consecuentes, en virtud de que el aparato decisional humano tiene una multiplicidad de influencias e influjos que hacen que no siempre se acte de acuerdo con aquello que se nos ha indicado como bueno, justo o conveniente.

    Al lado del intelectualismo tico, aparece otra frecuente herramienta utilizada para la educacin moral y para el logro de objetivos conductuales, como es el Normativismo, el cual parte de la conviccin, por cierto muy ligada al intelectualismo, de que el conocimiento de la norma, ms el aadido de la amenaza de la sancin, conducirn a que los individuos se comporten de la forma que se propone.

    El Normativismo, fuertemente impulsado por el iusnaturalismo y por el positivismo jurdico, manifiesta la, poco afortunada, tendencia a creer que a ms normas claras y distintas segn la premisa cartesiana, vamos a obtener una mejor asentimiento de los individuos y un consiguiente mejor comportamiento de parte de los mismos. Esta conviccin, ha conducido, al menos en el contexto latinoamericano y caribeo, a la existencia de gigantescas legislaciones, la mayora de las cuales con grandes contradicciones internas y con muy poca eficacia social.

    Una inadecuada comprensin del principio de la legalidad, interpretado en trminos formales, se expresa en la mxima que

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    reza que aquello que no est prohibido, est permitido, premisa que conduce diariamente a legisladores y responsables institucionales a la promulgacin de normas y ms normas, las cuales poco efecto tienen en la conducta de las personas a la hora de tomar decisiones. Bstenos revisar los cdigos de conducta de los funcionarios pblicos o los cdigos penales cuyos contendidos crecen significativamente ante las faltas de conducta y ante la ocurrencia de nuevas conductas que se juzgan reprochables.

    Igual que como sucede con el intelectualismo tico, del cual no podemos sustraernos, pero que tampoco es suficiente a la hora de propiciar una mejor conducta, al Normativismo no podemos renunciar, pero tampoco podemos sobreestimarlo si queremos incentivar un cambio de actitud entre los ciudadanos.

    En muchas experiencias del contexto regional caribeo y latinoamericano, la promocin de la modernizacin del Estado, en lo que se refiere a la educacin ciudadana para superar la pasividad y las demandas asistencialistas, se viene optando por el intelectualismo y por el Normativismo, alternativas que vienen arrojando ciertos resultados, pero que, en ningn caso, son los deseables.

    Analizando esta situacin, y renunciado de antemano a la bsqueda de soluciones mgicas o cortoplacistas, conviene recordar dos herramientas pedaggico morales que consideramos vlidas en el empeo de fomentar ciudadana para modernizar el Estado, ellas son, por

    una parte, un rescate de la tradicin eudemonista o neo - utilitarista11, que vincula la felicidad con la virtud, y por otra, una relectura de la tica del discurso12, resaltando sus virtualidades para una pedagoga de lo moral.

    En lo que se refiere al rescate de la tradicin eudemonista o neo utilitarista, conviene recordar, as parezca demasiado evidente, que los seres humanos, consciente o inconscientemente, buscamos, a travs de nuestras decisiones, nuestros propios intereses, entendindolos como parte de un proyecto de felicidad. Desde esta lgica, una de las principales fuerzas motivadoras de la accin humana, como est claro desde Aristteles, es la bsqueda de la felicidad, del bienestar, de aquello que creemos que nos conviene a nuestro proyecto de vida. Obviamente, el problema del acierto o del desacierto en esta dinmica moral, est en qu medios y qu actitudes consideramos los ms aptos para lograr dichos fines, siendo esa una problemtica que nos desborda en estas lneas.

    Sin embargo, para nuestro inters, el centro del problema de la formacin en una tica ciudadana para superara el paternalismo estatal y para viabilizar la modernizacin del Estado, desde una perspectiva eudemonista o neo utilitarista, radica en la inconveniente creencia de que la bsqueda de los intereses personales, del bienestar propio y de la felicidad, no tienen nada que ver con el otro. En este punto, las ticas formalistas de corte kantiano, articuladas sobre la nocin de deber, y las ticas que polarizan el bien moral en elementos ajenos al propio individuo, flaco favor le prestan a una

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    pedagoga tico ciudadana.En este punto, el ncleo pedaggico que debe ser desarrollado, se centra en el mostrar las funestas consecuencias y los fracasos sociales de aquellos conglomerados humanos en los cuales cada cual busca su propio bienestar con prescindencia del bienestar del otro, pasando por alto la premisa bsica de la alteridad, en la que aparece con claridad, que mi proyecto de realizacin humana no puede darse sino con y a travs de los dems.

    Sin excepcin, todos los proyectos socio polticos fallidos, no han sabido articular felizmente el desarrollo del individuo con el desarrollo social. En este sentido, una tica ciudadana que evidencie que el bienestar personal implica mi compromiso con el bienestar de los dems, se encuentra en la base de una pedagoga, que se propone como ms eficaz para incentivar el cambio de actitud entre los ciudadanos; sin embargo, separndonos del intelectualismo y del Normativismo, esta toma de conciencia debe ser impulsada, no slo, a travs de discursos, clases, conferencias etc., o slo por medio de normas, sino que debe apelar a la propia experiencia moral de los ciudadanos, siguiendo la premisa de Hume que afirma que las distinciones morales no se derivan de la razn13.

    Formar ciudadanos en esta perspectiva, implica, ente otras alternativas pedaggicas, 1) remitirlos a reflexionar, valorar y extraer aprendizajes de su propia experiencia moral, 2) invitarlos a participar de procesos y proyectos de carcter comunitario, ya que, una pedagoga de

    lo moral, se favorece, con la experiencia gratificante que se deriva de la vivencia de los valores ticos que se han consolidado en el transcurso de la historia, y 3) abrir espacios para extraer aprendizajes morales de las experiencias, logradas o fallidas de los dems, en sus proyectos de realizacin personal y social.

    En lo que respecta a una relectura de la tica del discurso, valorndola en su propuesta pedaggica, y direccionndola hacia una superacin de las demandas paternalistas de los ciudadanos para acceder a un compromiso de los mismos con los asuntos pblicos, podemos rescatar propositivamente las siguientes estrategias. En primera instancia se necesita, como lo afirma Habermas, institucionalizar espacios democrticos para el dilogo; en este sentido, es necesario pasar de un ocasionalismo de los debates y encuentros ciudadanos, a una cultura del dilogo y de la concertacin.

    Sin entrar a profundizar en las conocidas premisas de una tica discursiva, como son la igualacin de los dialogantes, la toma en cuenta de los intereses de todos los afectados, y las pretensiones de validez universal de los argumentos, entre otras, vale la pena resaltar que el dilogo cumple otras valiosas funciones de carcter moral, tales como aclarar las posiciones, delimitar los campos de inters, vincular y legitimar a los dialogantes, reconocer al otro como un interlocutor vlido, y comprometer con los consensos precisados. En este sentido, cada conglomerado humano, llmese familia, institucin, poblado, ciudad o Estado, debe progresar en la apertura permanente

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    de dichos espacios para el dilogo, de los cuales no deben esperar, resultados mgicos de un da para el otro, pero, no cabe duda de que una pedagoga para un cambio de actitud ciudadana, pasa por este mecanismo.

    En un segundo momento, conviene recordar que los individuos a los que se les brinda la oportunidad de presentar sus puntos de vista, se ven obligados a razonar sobre los mismos y a aportar argumentos que los sustenten; dicho proceso, indefectiblemente, genera una dinmica interna de toma de conciencia de la validez

    de las propias posturas, fenmeno que, tarde o temprano, conduce a un cambio de actitud hacia posiciones ms razonables y vlidas.

    En sntesis, la tarea pendiente de concretizar los grandes marcos tericos que viabilizan la modernizacin del Estado, pasa por el esfuerzo pedaggico de traduccin, aterrizaje y concretizacin que debemos emprender todos, so pena de que las grandes luces que se proponen para acondicionar humanamente nuestras sociedades, se queden en meras propu