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ALTERIDADES, 2010 20 (39): Págs. 11-28 ¿ Recordando el futuro de la Ciudad de México Testimonios orales de sus arquitectos, 1940-1990* Abstract REMEMBERING THE FUTURE OF MEXICO CITY THROUGH THE ORAL TESTIMONIES OF ITS ARCHITECTS 1940-1990. This work ex- plores the possibilities of oral history to study urban memory. This article is based on interviews with archi- tects about their professional experience in Mexico City over the second half of the 20th Century. In these tes- timonies the interviewees give meaning to their experi- ence and the historian traces their social marks to in- terpret the past. Key words: oral history methodology, interview, mem- ory, communication, experience lived, recollection, nar- rative, life story, meanings, architecture Resumen Este artículo muestra las posibilidades de la metodo- logía de la historia oral para estudiar la memoria ur- bana, y se basa en entrevistas grabadas con arquitec- tos en torno a su práctica profesional en la Ciudad de México durante la segunda mitad del siglo xx. En sus narraciones, los sujetos atribuyen significado a las ex- periencias vividas y el historiador descubre huellas sociales para interpretar el pasado. Palabras clave: metodología de historia oral, entrevis- ta, memoria, comunicación, experiencia vivida, recuerdo, narración, historia de vida, significados, arquitectura ...por momentos la barrera de smog y polvo salitroso de los lagos ya muertos permite ver –al entreabrirse una de las ventanas superiores– las escarpaciones y contrafuertes del Ajusco. Radiante a veces, pocas veces, y por lo general sombrío, tan lúgubre que con sólo mirarlo se explicarían […] el pesimismo de quienes habitan la ciudad… José Emilio Pacheco, Morirás lejos Introducción Cómo se puede hablar de memoria urbana en una megaciudad 1 que por su conglomerada concentración espacial y aparente falta de reglas (véanse Navia y Zimmerman, 2004; Duhau y Giglia, 2008) se antoja incomprensible a propios y extraños? La complejidad socioespacial de la Zona Metropolitana de la Ciudad de * Artículo recibido el 19/10/09 y aceptado el 07/06/10. ** Profesora-investigadora del Instituto de Investigaciones Dr. José Ma. Luis Mora, Plaza Valentín Gómez Farías 12, col. San Juan Mixcoac, 03730 México, D.F. <[email protected]>. 1 De acuerdo con las Naciones Unidas, las megaciudades o metrópolis son aquellas que cuentan con más de ocho millones de habitantes (cf. Lo y Yeung, 1998: 7, cit. en Garza, 2000a: 317). Cabe señalar que el Consejo Nacional de Población, en sus proyecciones de 2007, estimó una población de 8 191 899 habitantes para la Ciudad de México. GRACIELA DE GARAY**

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ALTERIDADES, 201020 (39): Págs. 11-28

¿

Recordando el futuro de la Ciudad de México Testimonios orales de sus arquitectos,

1940-1990*

AbstractRemembeRing the futuRe of mexico city thRough the oRal testimonies of its aRchitects 1940-1990. This work ex-plores the possibilities of oral history to study urban memory. This article is based on interviews with archi-tects about their professional experience in Mexico City over the second half of the 20th Century. In these tes-timonies the interviewees give meaning to their experi-ence and the historian traces their social marks to in-terpret the past. Key words: oral history methodology, interview, mem-ory, communication, experience lived, recollection, nar-rative, life story, meanings, architecture

ResumenEste artículo muestra las posibilidades de la metodo-logía de la historia oral para estudiar la memoria ur-bana, y se basa en entrevistas grabadas con arquitec-tos en torno a su práctica profesional en la Ciudad de México durante la segunda mitad del siglo xx. En sus narraciones, los sujetos atribuyen significado a las ex-periencias vividas y el historiador descubre huellas sociales para interpretar el pasado. Palabras clave: metodología de historia oral, entrevis-ta, memoria, comunicación, experiencia vivida, recuerdo, narración, historia de vida, significados, arquitectura

...por momentos la barrera de smog y polvo salitroso de los lagos ya muertos permite ver

–al entreabrirse una de las ventanas superiores– las escarpaciones y contrafuertes del

Ajusco. Radiante a veces, pocas veces, y por lo general sombrío, tan lúgubre que con sólo

mirarlo se explicarían […] el pesimismo de quienes habitan la ciudad…

José Emilio Pacheco, Morirás lejos

Introducción

Cómo se puede hablar de memoria urbana en una megaciudad1 que por su conglomerada concentración espacial y aparente falta de reglas (véanse Navia y Zimmerman, 2004; Duhau y Giglia, 2008) se antoja

incomprensible a propios y extraños? La complejidad socioespacial de la Zona Metropolitana de la Ciudad de

* Artículo recibido el 19/10/09 y aceptado el 07/06/10.** Profesora-investigadora del Instituto de Investigaciones Dr. José Ma. Luis Mora, Plaza Valentín Gómez Farías 12, col. San

Juan Mixcoac, 03730 México, D.F. <[email protected]>.1 De acuerdo con las Naciones Unidas, las megaciudades o metrópolis son aquellas que cuentan con más de ocho millones

de habitantes (cf. Lo y Yeung, 1998: 7, cit. en Garza, 2000a: 317). Cabe señalar que el Consejo Nacional de Población, en sus proyecciones de 2007, estimó una población de 8 191 899 habitantes para la Ciudad de México.

GraCIEla dE Garay**

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recordando el futuro de la Ciudad de México

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México2 parece reflejar las apocalípticas imágenes que el escritor y poeta José Emilio Pacheco plasmó en Morirás lejos (1967), profética novela que caracteriza al Distrito Federal como una urbe en constante cam-bio, entre otras cosas, por la modernización y el cre-cimiento desmedido, transformaciones que marcan el fatal deterioro y final de su apariencia. La insistencia en la imagen de una ciudad arruinada también sugie-re un sistema social en descomposición.3

Así las cosas ¿qué se puede decir, al principio del segundo milenio, sobre las consecuencias negativas de la globalización4 y de la metropolización que vive la Ciudad de México? ¿Cómo reparar las identidades dañadas de los urbanitas amenazados por el fraccio-namiento desmedido de la capital, producto del des-bordamiento de la mancha urbana que impide el po-sicionamiento espacio-temporal de las experiencias vividas?

El hecho es que las visiones tenebrosas del futuro nunca intimidaron a los arquitectos modernistas y mucho menos a aquellos que aún se preguntan ¿cómo podremos vivir juntos? El arquitecto Mario Pani (1911-1993) murió diciendo que la Ciudad de México sí tenía remedio (de Garay, 2000). Si acaso esto es posible, que la transmisión de las memorias y expectativas de esos urbanistas pioneros sirva entonces a las gene-raciones siguientes para tender puentes entre pasado y futuro y, de este modo, actuar sobre el curso de la historia.

Sobre la mirada y sus sentidos

A finales de la década de los sesenta sobrevino un cuestionamiento metodológico. La desaparición del pa radigma estructuralista, como lo llama François Dosse, y sus interrelaciones con los sucesos de mayo de 1968 propiciaron el reconocimiento de la impor-tancia de la dimensión vivida de la historia. Este cam-bio de perspectiva produjo una revolución en las cien-cias humanas (Dosse, 2007: 234-235).

Hasta entonces, los individuos no pintaban como variable en el discurso científico o erudito. Se pensa-ba que incluir al sujeto dentro de la historia y otor-

garle una posición central en el relato correspondía a la literatura a través del género biográfico. Sobre todo si se considera que los testimonios y las histo-rias de vida son narraciones subjetivas de experiencias vividas.

La identidad de los sujetos tomó así el lugar de las estructuras. La razón del sujeto, antes marginada por su carácter de ideología o falsa conciencia, ahora se hacía visible, dejaba de ser privada para hacerse pú-blica y adquirir derechos. La historia oral, como me-todología cualitativa de investigación histórica intere-sada en la memoria y el tiempo presente, devolvía la confianza a la primera persona que narra su vida (pri-vada, pública, afectiva, política) para conservar el recuerdo o para reparar una identidad lastimada.

El concepto de visión como mirada social planteó, de entrada, un sujeto que ya no era un simple refle-jo de las condiciones necesarias como afirmaban los supuestos objetivistas y los determinismos seudoma-terialistas ni mucho menos un actor silenciado por la sociología positivista encargada de reducirlo a las le-yes de la historia. Se reconoció entonces que el suje-to puede convertirse en actor y, a partir de su mirada, producir acciones que deriven en cambios sociales. La mirada dejó de ser un hecho natural porque, como dice el sociólogo Luis Enrique Alonso (2003: 20), “ve-mos lo que somos, queremos y podemos”. Se mira la sociedad desde la sociedad misma, y esto hace que nuestra percepción sea selectiva y, por ello, creativa (cf. Alonso, 2003: 17-20).

La vuelta del sujeto a la historia permitió a los in-vestigadores afirmar que narración y experiencia se hallaban unidas al cuerpo y a la voz del testigo que había presenciado el pasado. Por tanto, era posible concluir que no hay testimonio sin experiencias, pero tampoco hay experiencias sin narración. El lenguaje liberaba a la experiencia del silencio, la redimía de su inmediatez o de su olvido y la hacía comunicable (co-mún). La narración inscribía la experiencia en la di-mensión del recuerdo que no es la temporalidad de su acontecer irrepetible o amenazado por el paso del tiempo. La narración fundaba otro tipo de temporali-dad, que en cada variante o en cada repetición volvía a actualizarse (Sarlo, 2006: 29).

2 La zmcm, definida por el Instituto Nacional de Estadística y Geografía (inegi) para fines geoestadísticos, está conformada por 16 delegaciones del Distrito Federal y 34 municipios conurbados del Estado de México, ubicándose en el centro sur del Valle de México. El área estudiada abarca una superficie de 4 925 kilómetros cuadrados aproximadamente, de los cuales 1 484 corresponden al Distrito Federal y 3 441 a 34 municipios conurbados del Estado de México (inegi, 1995). Es importante mencionar que los casi 5 000 kilómetros cuadrados representan 0.25 por ciento de la superficie total del país. La zmcm estaba habitada en 2005 por 19 331 365 personas, casi 20 por ciento de la población total del país.

3 Para un análisis de la novela véase Jiménez de Báez, Morán y Negrín (1979).4 Sobre las consecuencias económicas negativas de la globalización en cuanto al desempleo y al aumento de desigualdades

del ingreso, cf. Cook y Kirkpatrick (1997: 56), cit. en Garza (2000a: 316).

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Graciela de Garay

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A medida que se revaloraba la subjetividad resca-tada en la entrevista de historia oral era posible hablar de las emociones, los temores y las fantasías que la memoria importaba al relato. Al mismo tiempo, la in-dividualidad de las historias de vida dejaba de ser un obstáculo para la generalización y convertirse en una huella de lo colectivo. De esta manera, se hacía énfa-sis en la variedad de las experiencias de cada grupo social y, a la vez, se mostraba cómo cada individuo se apoyaba en una cultura común. Además se desafiaban dos aspectos centrales: por un lado, la rígida catego-rización de lo público y lo privado y, por otro, la idea de memoria y realidad (Samuel y Thompson, 1993: 2).

Formalizadas las nuevas propuestas teóricas, la historia oral, en cuanto metodología de investigación social de carácter cualitativo, se ocuparía de registrar esos testimonios subjetivos narrados en primera per-sona que se habían ganado el derecho de ser escu-chados y creídos.

Alessandro Portelli distinguiría entonces como diferencia primordial de la historia oral el decir me- nos acerca de los sucesos que sobre sus significados (1988: 37).

En todo caso –señala el experto– el elemento único y de

gran valor que las fuentes orales imponen a los historia-

dores y que ninguna otra fuente posee en igual medida

(a no ser las fuentes literarias) es la subjetividad del ha-

blante […] Ellas nos dicen no sólo lo que la gente hizo, sino

lo que quisieron hacer, lo que creyeron que estaban ha-

ciendo, y lo que ahora piensa que hicieron (Portelli, 1988:

37-38).

El meollo del asunto se ubica en el hecho de tener en cuenta que la entrevista sólo se puede leer de una manera interpretativa.

Como explica Joël Candau, no recordamos por simple repetición, ya que al componer el pasado lo hacemos en función de lo que está en juego en el pre-sente. En efecto, ver el recuerdo del pasado como un desafío lanzado al futuro implica hacer un balance hoy de lo que uno hizo y de lo que podría haber hecho. Para Candau, y desde la perspectiva de una antropo-logía de la memoria, esta idea proyecta un nivel más amplio de la evocación, al presentarla como la volun-tad de un “futuro social”. Este reajuste de la mirada analítica supera, a juicio del autor, la idea reduccio-nista de que la sociedad contemporánea se interesa en la memoria por el simple gusto por el pasado (cf. Candau, 2006: 32).

Con apoyo en estas reflexiones teóricas cabría preguntarse si los arquitectos modernistas constru-yeron la ciudad que imaginaron o contradijeron las intenciones de sus diseños una vez realizadas sus utopías. Habría que recordar el pasado de ese futuro urbano imaginado por los arquitectos para la Ciudad de México. Una vía para responder a esta inquietud se abre al acercarse a las experiencias y expectativas de estos agentes, plasmadas en sus testimonios. De los relatos balance que procuran las narraciones orales se pueden inferir sentidos y significados de la acción humana vitales para comprender el tiempo presente.

Recordando el futuro de la Ciudad de México

Al concluir el periodo armado de la Revolución Mexi-cana, 1910-1917, el nuevo gobierno inició un pro-grama nacionalista de desarrollo económico para reconstruir al país y atender las necesidades de salud, educación y vivienda consignadas en la Carta Mag na de 1917. La obra pública de alto valor simbólico, además de responder a las demandas populares pen-dientes, serviría para promover la modernización de la República y legitimar el poder del Estado posre-volucionario.

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recordando el futuro de la Ciudad de México

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En términos generales, el censo de 1921, elabora-do por el Departamento de Estadística Nacional, decía que el Distrito Federal contaba con una población de 906 063 habitantes. Los datos arrojados por el padrón exhibían una Ciudad de México eminentemente rural pero en proceso de crecimiento por la migración que, desde 1910, se había desplazado del interior del país a la capital, movida por la falta de seguridad en el campo y la pérdida de las haciendas donde la lucha armada había sido más cruenta.

Muchas familias acomodadas salieron a Europa o a Estados Unidos y otras se instalaron en la Ciudad de México. Por efectos de la concentración, los herede-ros de las grandes fortunas latifundistas se convir-tieron en los especuladores urbanos de la capital, al impulsar el desarrollo de fraccionamientos (Eibens-chutz, 1977: 135).

Las clases con mayores recursos decidieron, por razones de higiene, trasladar sus residencias del cen-tro al sur y poniente de la urbe. Los grupos populares no tuvieron más remedio que asentarse en la zona oriente, la más pobre de la capital. Pero los problemas de la ciudad se agudizaron cuando las colonias se de-terioraron y aumentó la concentración de población en la capital. La oferta reducida de viviendas para alquiler, las condiciones siempre precarias de los in-muebles y el costo excesivo de las rentas propiciaron manifestaciones de protesta por parte de los inquilinos, que exigieron instalaciones de servicios de agua, luz y drenaje en las colonias, así como mejoras en sus casas. Como era de esperarse, los nuevos asentamien-tos introdujeron una compleja dinámica urbana que hizo evidente innumerables problemas relacionados con la demanda de servicios, comunicaciones y control administrativo (Jiménez Muñoz, 1993). De las colonias y edificios nuevos, el arquitecto Enrique Yáñez recor-dó que

…Don José Luis Cuevas traza las Lomas de Chapultepec,

una extensión para gente de dinero y sobre todo que

quería vivir a cierta distancia de la ciudad. Después tra-

za el fraccionamiento Hipódromo Condesa, muy bonito,

y luego vinieron otros como Polanco.

La ciudad se extendía hacia nuevos rumbos, hasta

la colonia Del Valle, el Parque de la Lama y además se

empezaban a hacer edificios más modernos. No se hacían

edificios altos porque el terreno no lo permitía, había

quizás uno de ocho pisos por la calle de Atenas que es-

taba todo chueco, pero cuando los ingenieros de mecáni-

ca de suelos estudian más científicamente el subsuelo,

resuelven el problema de la cimentación que requerían

los edificios altos. El primer edificio alto fue el de La Na-

cional del arquitecto Manuel Ortiz Monasterio, inaugu-

rado aproximadamente en 1934, creo de 15 pisos. De ahí

arrancan los edificios altos, pero antes no.5

En ese contexto de cambio, los arquitectos proce-dieron a informarse sobre el movimiento moderno en arquitectura, iniciado en la Europa central en el pe-riodo de entreguerras, hacia 1925. El gremio leyó en revistas y polémicos libros las propuestas del suizo francés Le Corbusier, asumió los principios pedagó-gicos de la Bauhaus (la escuela alemana de diseño) y se mantuvo al tanto de las declaraciones de los Con-gresos Internacionales de Arquitectura Moderna (ciam), foros mundiales de reflexión en torno a la conforma-ción de las nuevas reglas del arte (Fraser, 2000: 9). Además de participar, desde finales del siglo xix, en los Congresos Internacionales de Urbanismo, uno de los cuales, por cierto, tuvo lugar en México en 1938.6

Los arquitectos buscaron un sustento teórico para mejorar las condiciones de la población y lo hallaron en la cátedra de Composición y después de Teoría de la arquitectura de José Villagrán García. El maestro recomendaba en sus cursos realizar “un análisis me-ticuloso de la función para conocer íntimamente las necesidades y llegar así en forma lógica, a una solu-ción arquitectónica adecuada y armoniosa” (del Moral, 1956: 131).

Pero para comprender la importancia y el sentido de esta sugerencia es indispensable advertir que la enseñanza de la arquitectura en México se basaba en el modelo de la Escuela de Bellas Artes de París. El programa proveía a los alumnos de una formación académica y formalista pero no los enseñaba a exa-minar el problema arquitectónico. Incluso, en la déca-da de los cuarenta, cuando Pedro Ramírez Vázquez estudiaba arquitectura, los estudiantes se quejaban de que los maestros, con formación de Bellas Artes, seguían pensando en el “estilo arquitectónico como expresión formal, como estuche, como chasis sin ad-vertir que la forma debía surgir de un análisis del programa arquitectónico de los edificios, derivado del estudio concreto del uso de sus espacios.”7

5 Primera entrevista al arquitecto Enrique Yáñez, realizada por Graciela de Garay en la Ciudad de México, 29 de marzo de 1990, Instituto Mora/Archivo de la Palabra, PHO 11/1(1).

6 Sobre la historia de la planificación y el urbanismo modernos véase Sánchez Ruiz (2002 y 2006). 7 Entrevista de Graciela de Garay al arquitecto Pedro Ramírez Vázquez en la Ciudad de México, 15 de junio de 1994, Insti-

tuto Mora/Archivo de la Palabra, PHO 11/14(4).

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Graciela de Garay

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Como la empobrecida hacienda posrevoluciona ria hacía incosteable las obras de estilo nacionalista, la opción que se adoptó por parecer más económica fue la simplicidad del funcionalismo, rama extrema del racionalismo, que defendía una arquitectura abocada a responder exclusivamente a las exigencias prácticas y constructivas, excluyendo toda búsqueda o interés en la forma, los valores plásticos o la belleza.

Hacia 1925, jóvenes arquitectos como Juan O’Gor-man, Juan Legarreta, Enrique del Moral y Álvaro Aburto se organizaron para introducir el funcionalis-mo en México, bajo la dirección del maestro Villagrán, quien años después negaría cualquier filiación con el funcionalismo radical, pues, para él, una arquitectu-ra integral implicaba la belleza.8

La arquitectura nacional se identificó entonces con un “funcionalismo social” muy diferente al “funciona-lismo formal” europeo. La corriente mexicana apare-ció ligada a los planes nacionales de hospitales, es-cuelas y habitación popular, en consonancia con los movimientos sociales de los que estaba siendo testigo (de Robina, 1963: 153).

Para muestra basta un botón. En 1932, siendo director de Obras Públicas el arquitecto Guillermo Zárraga y secretario de Educación Narciso Bassols, se invirtió un millón de pesos en la construcción de es-cuelas primarias en los barrios más pobres, donde ha bitaba la población trabajadora, y en los pueblos cercanos al antiguo núcleo de la Ciudad de México, que nunca habían recibido esta atención. Los pro-yectos, basados en los conceptos aportados por el ar quitecto Juan O’Gorman, permitieron en dos años la edificación de 30 escuelas primarias en la Ciudad de México para 15 000 estudiantes, una escuela pri-maria en Tampico y una escuela vocacional en la Ciudad de México (Rodríguez Prampolini, Sáenz y Fuentes Rojas, 1983: 100). No obstante, la adopción del lenguaje plástico del modernista Le Corbusier contribuyó a que las escuelas de O’Gorman presen-taran, a la larga, diversos problemas técnicos de con-servación y funcionamiento, que después se subsa-naron (Ibarrola, 1963: 186).

En diciembre de 1933, la Sociedad de Arquitectos Mexicanos reunió al gremio para pensar de manera conjunta los nuevos valores y corrientes ideológicas de la arquitectura que, a juicio del promotor del en-cuentro, el arquitecto Alfonso Pallares, habían sido alterados después de la Primera Guerra Mundial (Ríos Garza, Arias Montes y Sánchez Ruiz, 2001).

En ese contexto, recordaba Enrique Yáñez, la So-ciedad de Arquitectos empezó a hacer bulla con que era necesario estudiar el problema de la habitación obrera, y como una iniciativa particular del arquitec-to Carlos Obregón Santacilia se convocó al concurso de la Casa Obrera Mínima, para ver qué proyectaban los arquitectos. En esa competencia ganó el primer lugar Juan Legarreta y el segundo Yáñez. Eso dio origen a que, entre 1933 y 1934, el Departamento del Distrito Federal construyera en la Ciudad de México los primeros conjuntos de vivienda obrera de las colo-nias San Jacinto y Balbuena.9

Pero la Ciudad de México seguía extendiendo sus límites geopolíticos: de acuerdo con el censo de po-blación de 1940, el país sumaba 20 millones de habitantes, el Distrito Federal 1 600 000 y la capital 1 300 000. Sucede que la política agraria del presiden-te Lázaro Cárdenas había dirigido la sobrepobla ción rural a las ciudades y, en particular, a la capital, donde encontraba mejores servicios públicos y opor-tunidades de trabajo, considerando que en el Distrito Federal se concentraba la mayor actividad económica e industrial del país (García Ramos, 1963: 279-280).

En la década de los cuarenta, al estallar la Segun-da Guerra Mundial, México aprovechó la ocasión para promover el despegue económico nacional mediante la industrialización, pero para lograrla era indispen-sable urbanizar al territorio. Los expertos, así como los grupos de decisión, creían que el futuro estaba en las ciudades, donde sería más fácil concentrar a la población y proveerla de modernos servicios públicos como alumbrado, agua potable, drenaje, transporte, educación, salud y vivienda. El proceso de urbaniza-ción en sólo 40 años cambió la proporción entre la población rural y la urbana: 49.3 por ciento corres-pondió a la primera y 50.7 por ciento a la segunda, lo que significa que, para 1960, la mayoría de los mexi-canos ya vivía en ciudades (García Ramos, 1963: 280)

El incremento demográfico se debió, en gran me-dida, a la disminución de la mortalidad infantil y al aumento de la esperanza de vida gracias a los adelan-tos alcanzados en la ciencia médica y a las políticas públicas de salud. El crecimiento de las clases medias y la consolidación de los derechos de los trabajado - res también impulsaron el desarrollo urbano median-te las demandas ciudadanas en materia de seguridad social, educación y vivienda.

En ese marco, los arquitectos tomaron medidas para solucionar de una manera actual las construcciones

8 Entrevista de Graciela de Garay al arquitecto José Villagrán García en la Ciudad de México, 7 de marzo de 1976, cit. en de Garay (1978).

9 Entrevista de Graciela de Garay al arquitecto Enrique Yáñez, realizada en la Ciudad de México, 29 de marzo de 1990, Instituto Mora/Archivo de la Palabra, PHO 11/1(1).

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que exigían las apremiantes necesidades del momen-to. A juicio de Ernesto Gómez Gallardo, egresado de la Escuela de Arquitectura en 1943,

el valor más importante de la arquitectura moderna

mexicana fue su relación con la arquitectura de tipo

social de escuelas, hospitales, habitaciones populares,

edificios públicos […] lograr lo más con lo menos, iden-

tificarnos con nuestra precariedad tanto económica como

industrial. Y creo que eso nos hizo un gran bien.10

Arquitectos y gobierno se dieron entonces a la tarea de resolver el déficit de hospitales y planteles educa-tivos que demandaba la creciente población.

Durante el gobierno del presidente Manuel Ávila Camacho (1940-1946) el doctor Gustavo Baz, secre-tario de Salubridad, convocó a arquitectos y a médicos a trabajar juntos en el diseño de los hospitales que requería la nación. En 1942, el arquitecto José Vi-llagrán García fundó el Seminario de Estudios Hos-pitalarios dependiente de la Secretaría de Asistencia Pública. Los miembros del Seminario coincidieron en que, antes de construir un edificio, primero se anali-zarían las necesidades y luego se procuraría su solu-ción para evitar dispendios. Con objeto de informarse sobre la arquitectura relativa a los nosocomios, los arquitectos viajaron a Estados Unidos e incluso a Brasil, aunque a su regreso concluyeron que de poco servían las propuestas norteamericanas consideran-do las muy particulares necesidades, posibilidades, recursos y geografía del país. Por tanto, lo que más convenía era concebir algo propio.11 Entre los prime-ros hospitales que se construyeron puede citarse el

de Cardiología, así como algunos otros en provincia. Tiempo después se encargó al arquitecto Enrique Yáñez el proyecto total del Centro Médico.

En 1944, Jaime Torres Bodet, secretario de Edu-cación Pública, creó el Comité Administrador del Pro-grama Federal de Construcción de Escuelas (capfce), el cual tenía como tarea estimar las necesidades en el nivel nacional, así como elaborar los programas ar-quitectónicos correspondientes a jardines de niños, primarias y secundarias. El director responsable fue el arquitecto José Luis Cuevas y como vocales se in-tegraron José Villagrán García, Enrique Yáñez y Ma-rio Pani. En el reparto del trabajo que decidieron los miembros de la Comisión Técnica tocó a don José Luis Cuevas estudiar la planeación, dada su formación en urbanismo en Inglaterra, y a Enrique Yáñez le enco-mendaron analizar los programas de las escuelas, sus necesidades, lo que debía tener cada tipo de escuela, el mobiliario, ya fuera jardín de niños, primaria, se-cundaria o normal. En fin, el programa buscaba que todas las escuelas estuvieran debidamente repartidas y que no hubiera zonas pobres o de mediana condición que carecieran de ellas.12 Entre las construcciones realizadas destacan las escuelas Normal y la Superior de Maestros, así como el Conservatorio Nacional de Música. Ramírez Vázquez aportó el aula casa rural, que combinaba elementos prefabricados y artesanales de la región.

No obstante las acciones emprendidas en materia de vivienda de bajo costo, el déficit habitacional era considerable en los años cuarenta. Desde mediados de la década de los veinte el Estado había ofrecido, a través de diferentes instituciones de crédito como la

10 Entrevistas al arquitecto Ernesto Gómez Gallardo llevadas a cabo por Graciela de Garay en la Ciudad de México, 24 de marzo de 1992, Instituto Mora/Archivo de la Palabra, PHO 11/12(1), y 31 de marzo de 1992, Instituto Mora/Archivo de la Palabra, PHO 11/12(2).

11 Entrevistas efectuadas por Graciela de Garay en la Ciudad de México, al arquitecto Enrique Yáñez, 3 de mayo de 1990, Instituto Mora/Archivo de la Palabra, PHO 11/1(5), y al arquitecto Mario Pani, 1º de agosto de 1990, Instituto Mora/Ar-chivo de la Palabra, PHO 11/4(5).

12 Quinta entrevista al arquitecto Enrique Yáñez realizada por Graciela de Garay en la Ciudad de México, 3 de mayo de 1990, Instituto Mora/Archivo de la Palabra, PHO 11/1(5).

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Graciela de Garay

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Dirección de Pensiones Civiles de Retiro (1925) y el Banco Nacional Hipotecario y de Obras Públicas (1933), préstamos baratos para la construcción individual por parte de los beneficiarios. Pero los recursos des-tinados con este propósito siempre fueron escasos y prácticamente inaccesibles para la mayoría de las personas. Por tal motivo, la gente debió conformarse con rentar viviendas unifamiliares, departamentos o cuartos en vecindades, de acuerdo con sus posibilida-des e ingresos.

En efecto, los contenidos didácticos derivados de la Casa Obrera Mínima, en cuanto a su análisis y so-luciones, marcaron un principio importante en ma-teria de vivienda de interés social. Sin embargo, la tendencia a juzgar la demanda habitacional desde el punto de vista económico y cuantitativo, impidió que las lecciones del funcionalismo radical trascendieran como se esperaba. Los expertos procedieron a enfocar el problema de la vivienda en su verdadera escala para resolverlo de una forma rápida y moderna.

En 1938, durante el XVI Congreso Internacional de Planificación y de la Habitación celebrado en la Ciudad de México, el licenciado Adolfo Zamora, repre-sentante del Banco Nacional Hipotecario Urbano y de Obras Públicas, reconoció que el modelo propuesto de casa unifamiliar económica sólo había beneficiado a los que disponían de un salario, capacidad de cré-dito y margen para la especulación, además de contri-buir al crecimiento horizontal de la urbe. Para cubrir la demanda de vivienda, algunos especialistas, como Mario Pani, recomendaron erigir multifamiliares, ya que los edificios de altura máxima y planta mínima multiplican el cupo de moradores sobre una super-ficie reducida. El crecimiento vertical de la capital permitiría, en su opinión, la concentración tanto de habitantes como de servicios en un espacio perfecta-mente delimitado, para evitar el desarrollo horizontal de la ciudad. Se trataba de reducir al mínimo los costos en cuanto a servicios, vivienda y transporte, que implica la extensión gradual del radio urbano. Otros expertos, encabezados por el arquitecto Carlos Contreras, hablaron de la descentralización y propu-sieron que, en vez de erigir rascacielos y soluciones a la Le Corbusier, se desarrollaran núcleos habitacio-nales de dos y tres pisos con jardines y espacios abier-tos con fáciles accesos al centro (Sánchez Ruiz, 2002: 300-302; y 2006: 87).

En 1949 se inauguró el Multifamiliar Miguel Ale-mán, proyecto y construcción de Mario Pani y Salva-

dor Ortega. Se trata de la primera vivienda colectiva social de gran altura, ubicada en la colonia Del Valle en la Ciudad de México. El conjunto, aún en funciones, está integrado por seis edificios de 13 pisos de altura y seis de tres, en los que 1 050 familias comparten parques, espacios abiertos, áreas deportivas y comer-cios. En una “supermanzana” el arquitecto resolvía las necesidades primarias de los habitantes sin mo-dificar el tejido urbano circundante. Tiempo después se le presentó la oportunidad de renovar el tejido ur-bano de la capital y para allanar el camino proyectó “una ciudad dentro de la ciudad”: el Conjunto Urba-no Nonoalco Tlatelolco (1962-1964), ubicado al norte de la Ciudad de México, que representa el desarrollo habitacional más grande del país y de América Latina, de alturas varias, de entre cuatro y 22 pisos, y pla-neado para alojar 80 000 habitantes. (de Garay, 2000: 71-81).

En cuanto al urbanismo, desde 1850 hasta 1945, México continuó la tradición francesa del barón Haussmann, que consistía en resolver problemas via-les, pavimentación, alineamiento, ampliación de calles centrales, apertura de grandes avenidas y, de acuer-do con la Public Health act de Inglaterra, se procuró la atención a los servicios municipales como abaste-cimiento de agua potable, saneamiento y normas de ventilación de viviendas, para proteger a la población urbana de pestes y enfermedades, dadas las malas condiciones de vida que por el desarrollo industrial padecía la ciudad. A partir de estas normativas euro-peas se urbaniza sin atender a principios orgánicos o de especialización funcional (García Ramos, 1963: 280). Como decía Mario Pani:

Las primeras ideas urbanísticas que hubo en México re-

flejaban un urbanismo muy primitivo. Empezaron por

creer que lo importante era hacer avenidas grandes,

anchas y largas que llevaran al centro de la ciudad. En

el siglo xix se abrió el Paseo de la Reforma y en el xx se

abrieron las avenidas de San Juan de Letrán, ahora lla-

mada lamentablemente Lázaro Cárdenas, y la de 20 de

Noviembre […] Con estas medidas se planteó el viejo

centro como el punto medular de la Ciudad (de Garay,

2000: 63-64).

A mediados de la década de los veinte, la necesidad de modernizar la ciudad impulsó la emisión de leyes y programas que contribuyeran a la reordenación territorial.13

13 En ese periodo se emitieron la Ley Orgánica del Distrito y Territorios Federales del 31 de diciembre de 1928, que entró en vigor en 1929; la Ley sobre Planeación General de la República (12 de julio de 1930) y la propuesta del Plano Regulador de 1933 del arquitecto Carlos Contreras; y el Plan Sexenal (1934-1940) (Sánchez Ruiz, 2002: 412; 2006: 81-82).

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recordando el futuro de la Ciudad de México

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El arquitecto José Luis Cuevas, pionero del urba-nismo en México formado en Estados Unidos, intro-dujo ideas nuevas de zonificación en su Plano Regu-lador de 1933. Pero, de acuerdo con Pedro Ramírez Vázquez, José Luis Cuevas fue el primero en percibir, de una manera global y no casuística o aislada, las necesidades urbanas y arquitectónicas del país. Su visión del proyecto no se limitaría a resolver una es-cuela en un sitio en particular, sino que trataría de investigar cuál era realmente el problema de los edi-ficios escolares en México y de elaborar una visión de conjunto, con todas sus variantes de clima, siste-mas constructivos, materiales de construcción. Por eso, don José Luis Cuevas logró ver la planeación a escala nacional, como también lo hizo José Villagrán García en los hospitales al preguntarse de qué tipo se necesitaban, ya fuera en el trópico, centro o norte de México. Pero corresponde a Carlos Lazo, a mediados de los años cuarenta, iniciar un urbanismo nacional con una extraordinaria perspectiva de conjunto.14

El hecho es que la planificación nacional de los años cincuenta tomó como documento base la Carta de Atenas, que organizaba la estructura urbana a partir de cinco espacios funcionales básicos: habita-ción, trabajo, recreación, circulación y edificios his-tóricos. Pero esta concepción se complementó con el zoning norteamericano y centroeuropeo, que trasla-daba sectores pobres de la ciudad –vivienda obrera y fábricas– a otros lugares de la urbe, para separarlos de las áreas administrativas, de equipamiento y re-sidencial de las clases acomodadas. De ahí que la ac-tividad industrial se ubicara al norte de la capital y para la educación superior se desarrollaran áreas es-pecializadas como Ciudad Politécnica en Zacatenco (1952) y Ciudad Universitaria (1952) (García Ramos, 1963: 280; Gutiérrez Chaparro, 2009).

Con el fin de suprimir todos los obstáculos que impedían el funcionamiento eficiente de las ciudades, la Carta remplazaba la calle por avenidas de alta ve-locidad que permitieran la circulación fluida de trans-portes, mercancías y fuerza de trabajo. Fue así que en México se trazaron avenidas para comunicar las zonas industriales con las grandes redes carreteras del país. Después se construyeron enormes conjuntos indus-triales fuera de la ciudad: en Naucalpan, Estado de México; Ciudad Sahagún en Hidalgo (1952), y Ciudad Pemex en Tabasco (1952).

En 1956, en Naucalpan, la iniciativa privada cons-truyó Ciudad Satélite con el plan maestro del arqui-

tecto Mario Pani, desarrollo residencial para clase media donde por primera vez se emplearon las técni-cas del urbanismo funcionalista más avanzadas para el diseño de fraccionamientos comerciales (de Garay, 2000: 91-96).

La idea del urbanismo modernista era reordenar el territorio mediante la hiperconcentración de las zonas densamente pobladas, con soluciones arquitec-tónicas verticales, para liberar a la ciudad de la anar-quía en el uso del suelo y, a la vez, procurar el desa-rrollo de ciudades satélites en zonas suburbanas que garantizaran un crecimiento ordenado “dentro” y “fue-ra” de la antigua ciudad. Ejemplos de estas experien-cias son los multifamiliares Miguel Alemán y Benito Juárez, el Conjunto Tlatelolco y Ciudad Satélite, res-pectivamente (de Garay, 2000: 109-110).

El desarrollo carretero y ferrocarrilero, impulsado por la industrialización de los años treinta y cuarenta, fomentó el comercio, la demanda de transporte pú-blico y el uso del automóvil privado. La creciente clase proletaria, recién llegada del campo, carente de dine-ro y derecho de propiedad, se apoderó de los terrenos suburbanos, razón por la cual se designó a estos in-vasores con el nombre de “paracaidistas”. Al cabo del tiempo, los “arrimados” obtuvieron de las autoridades municipales el permiso para conformar, desde 1938, las primeras colonias proletarias (García Ramos, 1963: 280). La Ciudad de México había cambiado su fisono­mía y dimensiones densificando su uso del suelo y extendiendo su superficie más allá de sus límites ad-ministrativos.

Después de explorar los imaginarios y las expe-riencias de algunos de los arquitectos modernistas de la Ciudad de México de la segunda mitad del siglo xx, conviene escuchar sus conclusiones y decantar sus utopías, experiencias, decepciones y expectativas, para pensar el presente de la gran capital.

El urbanismo sin poder es hobby

¿Qué pasó con tanta planeación arquitectónica y ur-bana? ¿Dónde quedó la modernidad imaginada para la Ciudad de México y sus habitantes? Suce de que, entre los cuarenta y los sesenta, la estructura que ori ginalmente definía el crecimiento de la ciudad, basada en los ejes aztecas y coloniales, se borró por las calles de los suburbios que se fueron conurbando. La capital se extendió con colonias sin traza definida

14 Entrevista de Graciela de Garay al arquitecto Pedro Ramírez Vázquez en la Ciudad de México, 6 de junio de 1994, Insti-tuto Mora/Archivo de la Palabra, PHO 11/14(3).

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Graciela de Garay

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hasta convertirse en chipotes de una estructura au-sente. La población rural de pobres recursos, atraída por el magnetismo de la metrópoli, se avecindó en áreas inaccesibles de la ciudad, de topografía difícil, lejanas a los servicios y poco atractivas en términos formales, pero convenientes por su bajo costo y faci-lidad de conquista. Mientras tanto, los especuladores ubicaron las tierras más rentables para lucrativos negocios inmobiliarios. Una reforma agraria acelera-da y mal planeada repartió terrenos sin valor agríco-la pero que por su cercanía a la ciudad alcanzaron un valor insospechado. El proceso de expansión urbana convirtió estos cerros en una mercancía que los eji-datarios vendieron al mejor postor y, para la gente que no tenía otro lugar adonde ir, los páramos más marginales de la urbe se volvieron su única alterna-tiva de residencia, porque los especuladores les habían cerrado las puertas del edén. La mancha urbana cre-ció hasta rebasar los límites del Distrito Federal. Se presentó entonces el fenómeno llamado conurbación, que, sin éxito, el gobierno capitalino intentó frenar mediante disposiciones legales y reglamentaciones que lejos de contener la expansión de la ciudad la ex-tendió aún más. Naucalpan y Nezahualcóyotl, en el Estado de México, registraron la explosión demográ-fica que la Ciudad de México no quería recibir. Esta aceleración del proceso coincidió con la falta de ins-trumentos de planeación para reorientar y ordenar el territorio (Eibenschutz, 1977: 137). El proceso desem-bocó en la conformación de una ciudad insusten table, y la idea de cambiar al mundo, defendida por los pro-tagonistas del movimiento moderno, se agotó en el marasmo de un caos urbano.

Una sobrepoblación de 20 millones de habitantes para la Ciudad de México y zonas conurbadas se dice fácil, pero cómo atender las demandas de servicios y habitación de tanta gente. Todo esfuerzo parece inútil.

Mire –decía Enrique Yáñez–, en un país tan inestable y

desorganizado como México, la arquitectura tiene poco

porvenir. Con esta avalancha de gente, con esta explosión

demográfica se destruye todo; todo queda chico, todo se

echa a perder. No hay cosas que se conserven porque

se llenan y se aprietan hasta que explotan.

…Pero ahí está la explosión demográfica y quién la

para; quién hace el esfuerzo extraordinario por detener-

la, quién hace esfuerzos por descentralizar la distribución

de la población para que no se concentre aquí.

…¿Qué pasó con Ciudad Universitaria? Que fue un

caso único en la historia de la arquitectura contempo-

ránea como cosa bien hecha, bien llevada, que se hizo

para 25 mil estudiantes y ahora serán 300 mil no sé

cuántos. […] Y ¿qué ha pasado? Pues que se han reven-

tado todos los edificios. Y de aquella Ciudad Universita-

ria con sus edificios planeados adecuadamente están

todos llenos de parches, de transformaciones, de cambios

de uso, etcétera.

…Hace cuarenta o cincuenta años, las cosas eran

mejores, había un país que sí se iniciaba en la moderni-

dad porque se trataba de hacer buenas escuelas, se tra-

taba de hacer una Ciudad Universitaria que nunca había

existido tan buena, y unos hospitales muy buenos, y

muchas cosas. Eso era extraordinario.15

Ciertamente nadie detiene el crecimiento de la Ciu-dad de México porque aquí se siguen tomando las decisiones políticas más importantes del país. Se con-funde a la capital con la República Mexicana.

Contra la expansión urbana, comentaba el arqui-tecto Abraham Zabludovsky, los arquitectos pueden hacer bien poco:

Nosotros los arquitectos podemos quejarnos a diario por

la inmoderada expansión de la ciudad, pero el problema

en sí rebasa nuestras posibilidades reales de acción,

puesto que es un problema de índole demográfico. A este

respecto, lo primero que habría que hacer es controlar

los índices de crecimiento y, a juzgar por lo que hemos

visto recientemente, yo diría que sus orígenes se gestan

en otros aspectos: en los problemas administrativos y

económicos. Naturalmente, las urbes atraen a grandes

núcleos de población. Las ciudades, como fenómenos de

los últimos siglos –de principios del xix y del siglo xx–,

constituyen enormes concentraciones humanas produc-

to del desarrollo industrial, de la variedad de actividades.

Por supuesto, hay diferencias entre la pobreza rural y la

urbana. En la ciudad, un pobre es “más rico” por el solo

hecho de tener fácil acceso a un cableado eléctrico que

le permite poner un foco.16

Resulta que el acelerado proceso de industrializa-ción, iniciado en la década de los treinta, trajo como consecuencia un incremento demográfico exorbitante. El Estado, preocupado por industrializar a la nación a partir del modelo económico de sustitución de im-portaciones, se dedicó a promover inversiones para

15 Entrevista de Graciela de Garay al arquitecto Enrique Yáñez en la Ciudad de México, 24 de mayo de 1990, Instituto Mora/Archivo de la Palabra, PHO 11/1(7).

16 Entrevista de Graciela de Garay al arquitecto Abraham Zabludovsky en la Ciudad de México, 26 de febrero de 1991, Ins-tituto Mora/Archivo de la Palabra, PHO 11/7(2).

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crear la infraestructura que requerían las fábricas. Esto propició la concentración de gente y recursos en unas cuantas zonas del país. De este modo, se impo-nía “un modelo expansionista de crecimiento urbano registrándose las mayores tasas de crecimiento de la población” (Gutiérrez Chaparro, 2009: 60-61).

Pero, si somos tantos, ¿por qué no se va la gente de esta apocalíptica ciudad? Mario Pani explicaba esta resistencia diciendo que

…aquí tiene una infraestructura muy rica y costosa:

drenajes profundos, metros, avenidas amplísimas mal

utilizadas, que sirven nada más para congestionar el

centro y para que la gente vaya locamente a todas partes.

Lo que debe hacerse es reordenar el espacio para que esa

infraestructura se utilice correctamente (de Garay, 2000:

114).

Además, la situación no puede cambiar de golpe ni por decreto. Congestionamiento urbano y disper-sión rural se gestaron a lo largo de los siglos y, a partir de 1940, éstos se intensificaron con el extraor-dinario desarrollo del país.

En ese sentido, cabe recordar que cuando Ernes - to P. Uruchurtu era regente de la ciudad prohibió la construcción de fraccionamientos dentro del Distrito Federal para detener el crecimiento de la capital. Esta medida, de acuerdo con el arquitecto Pedro Ramírez Vázquez, ocasionó una derrama demográfica que al desbordarse generó dos extremos:

Ciudad Nezahualcóyotl y Ciudad Satélite. ¿Por qué?

Porque había que atender esa demanda, esa necesidad

de vivienda de los dos extremos. Entonces es Uruchurtu

el que genera Nezahualcóyotl y Ciudad Satélite. Muchas

veces se dice: “No, qué visión de los fraccionadores del

área de Ciudad Nezahualcóyotl, qué visión del arquitec-

to Mario Pani con Miguel Alemán de hacer Ciudad Saté-

lite”. No, si eso se los puso Uruchurtu en bandeja de

plata. […] Terreno muy barato por insalubre, falto de co-

municaciones para Nezahualcóyotl y luego Chalco. Y por

el otro extremo Ciudad Satélite, un fraccionamiento de

alto nivel económico, calles muy arboladas, para dormir.17

Sucede que la moderna planeación urbana en Mé-xico, como ya se estableció en el apartado anterior, se basó en modelos extranjeros que combinaban la

zonificación y el funcionalismo para regular el creci-miento espacial, fomentando a la par un fuerte con-traste social. La planeación entendida como una cien-cia dio al Estado no sólo la fuerza suficiente para regular los usos del suelo sino también una continua legitimidad política para imponer por decreto sus po-líticas urbanas (Gutiérrez Chaparro, 2009: 62) que, por cierto, cada vez se apartaban más del bien común para reforzar los privilegios e intereses económicos de unos cuantos.

En fin, la meta era modernizar la Ciudad de México e inscribir al país en el concierto de las naciones. Uru-churtu veía como modelo de modernidad la ciudad de Los Ángeles en Estados Unidos y, por eso, quería para la capital vías rápidas, recorridas por flamantes auto-móviles norteamericanos. Nunca aceptó el metro por-que predominaron los intereses de los dueños de las líneas de camiones urbanos y suburbanos. De nueva cuenta se reafirmaba el centralismo.

Sin embargo, en ese contexto, las propuestas de los especialistas de los Congresos Internacionales de Ar-quitectura Moderna parecieron a élites ilustradas y profesionales del urbanismo la panacea de la ciudad del mañana.

La idea de estos arquitectos –explica el arquitecto Abraham

Zabludovsky– era simplificar, esquematizar los problemas

de la ciudad. Estos supuestos básicos –referidos a la urbe

como recinto donde convive la gente– eran cuatro y se

resumían en otros tantos enunciados; la ciudad es un

lugar de habitar, un lugar de trabajar, un lugar de recreo

y cultura y una red de comunicaciones. Y ya está… una

vez arreglado esto, la felicidad es cosa garantizada. Con

semejantes esquemas y espíritu se hizo Brasilia. […] Y,

al final, todo esto no sirvió para nada, porque la ciudad

es precisamente lo contrario de lo que aquí se buscó: es

mezcla de actividades, de autonomía, de propósitos y de

gente. En los barrios se mezcla el farmacéutico y el me-

cánico del pequeño taller, la industria ligera y la habi-

tación. Las calles no son elementos nocivos, por ellas

circulan igual los automóviles que los neveros; los niños

encuentran el mismo gusto en estar en el jardín de su

casa que en la vía pública. La realidad urbana es mucho

más compleja que cualquier esquema que se le impon ga.

Si no se dan en ellos la vida, el movimiento y las acti-

vidades naturales, los barrios mueren, las ciudades

mueren.18

17 Entrevista de Graciela de Garay al arquitecto Pedro Ramírez Vázquez en la Ciudad de México, 6 de junio de 1994, Insti-tuto Mora/Archivo de la Palabra, PHO 11/14(3).

18 Entrevista de Graciela de Garay al arquitecto Abraham Zabludovsky en la Ciudad de México, 3 de abril de 1991, Institu-to Mora/Archivo de la Palabra, PHO 11/7(3).

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Graciela de Garay

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Como toda propuesta dogmática, las recetas mo-dernistas cayeron en la exageración, y lejos de resolver el problema lo complicaron aún más.

Efectivamente, el funcionalismo de los años cin-cuenta rompió la vida barrial de las ciudades, porque todas las actividades cotidianas de la urbe se hacen y están integradas a la calle. Separar funciones dis-minuye la movilidad de las ciudades, pues éstas ge-neran actividades que dan vida a la ciudad. Las calles son alimentadas por la actividad comercial.

Éste es uno de los problemas que –de acuerdo con Abraham Zabludvosky– hoy aqueja al centro de nues-tra ciudad. Los temblores y las crisis económicas han ocasionado el despoblamiento de la zona. Los espacios que antes se utilizaban para producir riqueza urbana han sido ocupados con otras finalidades, y es muy difícil que vuelvan a ser lo que eran.19

Pero la euforia de la planeación también distrajo a los arquitectos del diseño, su verdadero oficio. Por más que trataron de estudiar las problemáticas loca-les con el apoyo de científicos sociales y supuestos expertos en sociología urbana, los resultados no es-tuvieron a la altura esperada. Comprendieron que la arquitectura por sí sola no podía cambiar al hombre:

No hay ninguna personalidad en los trazos urbanos fi-

nales de esos trabajos. No hay ninguna aportación, diga-

mos, de diseño; mas que aplicaciones de clichés de los

sesenta que se veían en todos lados del mundo –explica

González de León–. Yo lo digo con una limpia autocrítica.

No me interesan porque veo que no hay nada y que me

consumieron infinitas horas. Ésa es mi tragedia y la

que vivieron las escuelas de arquitectura educando mal

a la gente. Y sí, fue […] como comprobar científicamente,

entre comillas, los postulados del movimiento moderno.

Es decir, si la arquitectura, el diseño urbano, el nuevo ur-

banismo, la nueva arquitectura van a cambiar el orden,

ahí está, y a meterse a fondo en esa tarea, pero realmen-

te fue una ilusión tonta […] Y mucha gente de los sesenta

quedó marcada por eso. Fue comprobar el fracaso de los

postulados del movimiento moderno y eso lo revela des-

pués el nacimiento del posmodernismo ya al final de los

sesenta. Van saliendo cosas como los eructos de esa in-

digestión espantosa que no llevó a nada. Mucha gente no

hizo eso y se dedicó a hacer arquitectura, diseño urbano

como debe ser, nada más tratando de aportar algo con

el diseño del espacio.20

Por desgracia, los proyectos de planeación urbana y reordenamiento territorial, independientemente de sus bases científicas y técnicas, no son suficientes para cambiar las cosas. Existen intereses políticos, económicos y errores de interpretación social y técni-ca que pervierten los proyectos y vuelven casi impo-sible materializar el sueño modernista de hacer una ciudad bella y radiante.

Ahora bien, al margen de las políticas urbanas del Estado, los jóvenes siguieron con furor los postulados arquitectónicos del movimiento moderno.

Los escritos de Le Corbusier inflamaban a los jóvenes y

tenían la capacidad, según González de León, de volver-

los cruzados del nuevo urbanismo y de la nueva arqui-

tectura que querían para México. También los emocio-

naban las ideas de Ludwig Mies van der Rohe, otro

arquitecto que se venía perfilando como líder en los años

cincuenta. Mies representaba el clímax de la primera

etapa del movimiento moderno al tratar de reducir todo

al mínimo, no sólo reduciendo las fachadas a un solo

material, sino que la arquitectura ya no tuviera cuartos.

No sólo reducía la arquitectura a una expresión mínima

plástica, sino también la composición espacial. Los últimos

proyectos de Mies son locales únicos y sus edificios sur-

gen como paralelepípedos puros. Esa reducción llama la

19 Entrevista de Graciela de Garay al arquitecto Abraham Zabludovsky en la Ciudad de México, 13 de febrero de 1991, Ins-tituto Mora/Archivo de la Palabra, PHO 11/7(1).

20 Entrevista de Graciela de Garay al arquitecto Teodoro González de León en la Ciudad de México, 5 de marzo de 1992, Instituto Mora/Archivo de la Palabra, PHO 11/10(5).

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recordando el futuro de la Ciudad de México

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atención en los cincuenta y es lo más internacional, lo más

despegado de un nacionalismo, porque lo mismo lo hacía

en Berlín, en Londres. En esa limpieza estaban metidos

los jóvenes, pero también estaban “embarrados política-

mente”, porque creían en el socialismo.21

No obstante el dogmatismo del catecismo moder-nista, para el arquitecto Vladimir Kaspé, las ideas de Le Corbusier contribuyeron a abrir brecha y a derribar los muros de la tradición. Sin duda, la revolución modernista permitió a las jóvenes generaciones sacu-dirse el polvo de una enseñanza anquilosada que les impedía imaginar el futuro. Pero como dice el propio Kaspé,

…el balance general es que en realidad el funcionalismo

se encuentra ya olvidado. Desgraciadamente, porque

ahora los arquitectos pueden hacer lo que quieran y

parece que tanto el cliente como los usuarios aceptan

cualquier cosa. Por lo tanto, se hacen cosas nada funcio-

nales y a nadie le molesta. La gente obtiene lo que quie-

re porque no sabe lo que quiere o no quiere nada, exage-

rando un poco, claro.22

Esta situación explica la poca calidad de la arqui-tectura. Los clientes quieren hacer negocio y los usua-rios deben conformarse con lo que se les dé. Además, apenas hay espacio para construir una vivienda por-que el terreno es muy caro, sobre todo si se quiere vivir cerca de la Ciudad de México.

El hecho es que, en la década de los cincuenta, la ciudad empieza a deteriorarse. Al poco tiempo, ya no resiste el crecimiento demográfico, y como los servicios no aumentan al mismo ritmo, aparecen zonas margi-nales, el transporte resulta insuficiente y el problema acuciante de la vivienda parece insalvable. La planea-ción queda rezagada frente al centralismo.

Pero la idea de resolver todo con los mínimos, como lo recomendaban los funcionalistas radicales de la década de los treinta, condujo a graves errores. Aque-llo que en su momento derivó en resultados interesan-tes y sirvió de experiencia acumulada para las gran-des especializaciones de arquitectura de escuelas del capfce o de hospitales del Instituto Mexicano del Se-guro Social (imss) y del Instituto de Seguridad y Ser-

vicios Sociales de los Trabajadores del Estado (issste) resultó, al paso del tiempo, incompatible con el creci-miento desmedido de la ciudad, pues se trataba de conjuntos de casas, a veces de dos pisos, que ocupaban mucho espacio, y las acciones habitacionales nunca alcanzaban para cubrir la demanda demográfica. En realidad se requería investigar otras alternativas para hacer vivienda más habitable y digna.23

Sin embargo, en opinión de Pedro Ramírez Vázquez, la tendencia a pensar que la habitación de interés so-cial debe limitarse a ofrecer un espacio mínimo para dar más, le parece un error.

Eso no es dar vivienda. Ésas son soluciones muy inge-

niosas para empacar familias, porque la vivienda no es

solamente refugio para guarecerse. La vivienda es la con-

vivencia familiar […] La vivienda debe tener un número

de satisfactores para una vida normal, porque no por ser

pobre se requieren menos metros cúbicos para respirar

[…] La solución, a mi manera de ver, debe ser un espacio

más amplio y no por ser más amplio va a ser más costo-

so para el Estado, porque hay elementos que pueden no

incluirse de inicio en la vivienda […] No se trata de dar

acabados sino de dar espacios […] con ese criterio de

dejar que la familia pueda aportar sus propios recursos

para mejorar sus viviendas todos viviríamos mejor. Pero

como no son “inaugurables” porque no están “relujaditas”

[…] y posiblemente por el espacio requerido para mil

casas de buenas dimensiones no cabrían en el terreno

dispuesto, entonces en lugar de mil se harían 800, pero

serían 800 viviendas y no mil empaques […] Pero es el

número, la estadística la que deforma muchas cosas.24

Sucede que el tema de vivienda es un asunto de salario. Los que tienen derecho a la vivienda de interés social pertenecen a una clase social privilegiada que cuenta con un empleo y puede acceder a un crédito.

Realmente –explica Abraham Zabludovsky– los que ad-

quieren una casa o departamento del Infonavit constitu-

yen una clase privilegiada de obreros o trabajadores:

tienen un ingreso fijo y un derecho asegurado a la vivien-

da. La autoconstrucción queda para las mayorías, para

la masa, de la que, por cierto, ni siquiera sabemos de qué

o cómo vive. De alguna manera se allegan recursos,

21 Entrevista de Graciela de Garay al arquitecto Teodoro González de León en la Ciudad de México, 10 de octubre de 1991, Instituto Mora/Archivo de la Palabra, PHO 11/10(4).

22 Entrevista de Graciela de Garay al arquitecto Vladimir Kaspé en la Ciudad de México, 21 de marzo de 1995, Instituto Mora/Archivo de la Palabra, PHO 11/16(4).

23 Entrevista de Graciela de Garay al arquitecto Ernesto Gómez Gallardo en la Ciudad de México, 31 de marzo de 1992, Instituto Mora/Archivo de la Palabra, PHO 11/12(2).

24 Entrevista de Graciela de Garay al arquitecto Pedro Ramírez Vázquez en la Ciudad de México, 15 de junio de 1994, Ins-tituto Mora/Archivo de la Palabra, PHO 11/14(4).

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Graciela de Garay

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ingresos que las familias obtienen como pueden de mu-

chos lados y que les permiten realizar una labor de auto-

construcción gradual.25

También Ramírez Vázquez concuerda con que el problema de la vivienda es un problema de ingreso, no uno gubernamental ni de institutos.

Yo hago frecuentemente esta comparación –explica Ra-

mírez Vázquez–. Al menos hasta ahora a nadie se le ha

ocurrido hacer un Instituto Nacional de la Comida para

poder darle a todo el mundo su menú hecho a la medi-

da para que se lo coma. Pero ¿qué es necesario para que

la gente coma a su gusto y dentro de sus necesidades?

Necesita salario, ingredientes suficientes y a su alcan­

ce, utensilios, estufa, olla, lo que sea; pero sólo a través

de un salario adquiere sus ingredientes, sus utensilios y

hace su comida. Lo mismo sería para la vivienda; a través

del salario adquiere sus ingredientes. Bueno ¿cuáles son

los ingredientes? El terreno y los materiales de construc-

ción, que son los utensilios. Entonces la obligación del

Estado y de la sociedad en general es que haya un buen

ingreso y que se produzcan a costos razonables los in-

gredientes y los utensilios y sin arquitecto, simplemente

con salario, con ingreso, pero cuando el ingreso no al-

canza pues ahora dame la casa, y la sociedad se adorna

dándole la casa, mejor que le dé el salario […] El Estado

tiene que vigilar que la tierra tenga su valor real, que no

se especule con el terreno, con los materiales de cons-

trucción […] Los conjuntos de vivienda no los resuelve el

planteamiento del economista ni la solución del arqui-

tecto, es un problema de salario.26

Tal parece que el déficit habitacional implica una solución social de largo alcance. Mientras el terreno siga siendo el ingrediente más caro para hacerse de una casa, pocos tendrán acceso a este bien, que, por cierto, el gobierno posrevolucionario no contempló como una reivindicación social inmediata.

Por lo que toca a las responsabilidades del arqui-tecto con respecto a la vivienda, tal vez su tarea con-sista en imaginar propuestas de reordenamiento te-rritorial para evitar la especulación con el suelo y dejar espacios libres con el fin de que los organismos gubernamentales o la iniciativa privada construyan la habitación demandada. Pero lo más recomendable,

de acuerdo con Mario Pani, sería que el Estado expi-diera una ley que fomentara la oferta de casas para alquilar, porque en México se había pensado equivo-cadamente que la vivienda de interés social sólo la hacía el Estado. “La vivienda la tiene que hacer la ini-ciativa privada como en todas partes del mundo y el gobierno debe dedicarse a crear los elementos donde se puedan hacer esas cosas” (de Garay, 2000: 110).

En consecuencia, el arquitecto debe participar en investigaciones en diseño y tecnología que contribuyan al desarrollo de una vivienda sustentable y sostenible, aunque, como dice el arquitecto Ernesto Gómez Ga-llardo, no hay un interés por financiar estos estudios porque tampoco existe la demanda.

Por desgracia –explica Gómez Gallardo– la industria mexi-

cana nunca ha sido parte de la investigación o la expe-

rimentación. Simplemente toman las cosas ya hechas

del extranjero. Y ahora tenemos justamente el reto con el

Tratado de Libre Comercio, pero si no hay investigación

no hay progreso.27

Tal vez ahora, cuando las inquietudes ambientales se han legitimado con acuerdos internacionales, el tema de la arquitectura sustentable pase de la retórica a la práctica de la agenda política mexicana. Final-mente, algo se debe hacer para resolver el crecimien-to desmedido y desordenado de la Ciudad de México.

Pedro Ramírez Vázquez advierte la necesidad de reordenar el territorio mediante la densificación del uso del suelo, para distribuir y aprovechar mejor el espacio. Al respecto vale la pena citar el comentario del arqui-tecto:

Sí, en una ocasión, yo tuve una expresión muy dura, di-

ciendo: “La Ciudad de México es chata y cacariza”, porque

es chaparra; cacariza porque hay muchísimos predios

baldíos, vacíos que tienen una infraestructura que pasa

por el frente y no se aprovecha. Y, en la medida en que

la ciudad se dispersa, las redes de alimentación son más

caras y más difíciles. Sí, hay que densificar la ciudad

antes de dejarla crecer horizontalmente. Sí, son muchas

las medidas complementarias; no hay una sola que sea

polivalente, se necesita un conjunto de soluciones que

permitan su densificación, que es indispensable, aunque,

claro, también se necesita levantarla en altura.28

25 Entrevista de Graciela de Garay al arquitecto Abraham Zabludovsky en la Ciudad de México, 13 de junio de 1991, Insti-tuto Mora/Archivo de la Palabra, PHO 11/7(6).

26 Entrevista de Graciela de Garay al arquitecto Pedro Ramírez Vázquez en la Ciudad de México, 15 de junio de 1994, Ins-tituto Mora/Archivo de la Palabra, PHO 11/14(4).

27 Entrevista de Graciela de Garay al arquitecto Ernesto Gómez Gallardo en la Ciudad de México, 7 de abril de 1992, Insti-tuto Mora/Archivo de la Palabra, PHO 11/12(3).

28 Entrevista de Graciela de Garay al arquitecto Pedro Ramírez Vázquez en la Ciudad de México, 6 de junio de 1994, Insti-tuto Mora/Archivo de la Palabra, PHO 11/14(3).

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recordando el futuro de la Ciudad de México

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Por eso Mario Pani, después de 50 años de vida profesional, insistía en que la Ciudad de México sí era rescatable, siempre y cuando se ordenara el espacio, llevando a cabo acciones dentro de la ciudad.

Propongo –decía Pani– que se creen barrios […] es lo que

llamo ahora la “ciudad concertada”. Ya se inició un cor-

te de la ciudad misma con los ejes viales: [...] un poco sin

apreciar y sin tomar en cuenta que destruían cosas inte-

resantes, que destruían los barrios existentes, pero han

tenido la ventaja de crear superficies muy bien definidas

y limitadas por esos ejes viales […] Esas superficies son

como islas en donde hay que crear una comunidad.

[…] Entonces eso que queda es lo que yo llamo “cé-

lulas urbanas”, con intensidades altas, jardines, estacio-

namientos y comercios en la periferia, y al centro, con

intensidades bajas, el pueblito con circulaciones peato-

nales, casi sin calles. […] En las intensidades altas que

darían a los ejes viales estarían las oficinas y las viviendas

más caras, y los estacionamientos que se piden para las

oficinas. (de Garay, 2000: 110­111).

Pero ¿cómo lograr esta “ciudad concertada” de Pani? ¿Se cuenta con el poder para instrumentarla? Dicen los especialistas, como Ramírez Vázquez, que se tra-ta de una buena “ingeniería financiera” que requiere cultura y un patrón de vida muy distinto a la genera-lidad. Sin embargo, ya se han hecho algunos ensayos de este tipo en ciertas áreas de la ciudad, donde se cuenta con un avance en el proceder de los propieta-rios.29 ¿Podremos lograr un orden dentro del desorden?

En realidad, la propuesta de Mario Pani constitu-ye una forma de reordenar la ciudad para que pueda seguir creciendo pero de acuerdo con ciertas reglas. Aunque su idea también implica hacer a un lado la zonificación para dejar que los usos del suelo sean totalmente libres. En opinión de Pani el Estado sólo debe supervisar las construcciones de la iniciativa privada para que se haga una ciudad correcta. La idea es establecer normas que ayuden a utilizar bien el terreno para que la ciudad sea un gran negocio inmo-biliario (de Garay, 2000: 115-116).

En fin, para Ramírez Vázquez, el problema de la ciudad nos remite a mantener su crecimiento al “filo de la navaja” y pensar en la descentralización.

Pero ¿qué quiere decir esto de mantener la ciudad al “filo de la navaja”? Para Ramírez Vázquez esta pos-tura representa el mecanismo más inmediato y efec-tivo con el cual desalentar la expansión de la urbe. De acuerdo con él:

Lo que determina el origen de las ciudades son los satis-

factores básicos: el agua, la capacidad del acuífero, eso

es lo que determina el primer asentamiento. Pero como

satisfactor ejemplo. Pero cuando llegamos a las hazañas

técnicas, a la capacidad técnica ¿qué se dice?: “Bueno,

ya no alcanza el agua que hay aquí pero la vamos a traer

de otra parte”. Ahí están los acueductos de los romanos,

los coloniales y los prehispánicos […] Y entonces se trae

el agua pero se está quitando de otro lugar y entonces

a ese lugar ya le estamos quitando la posibilidad de ese

satisfactor. Por eso han venido los problemas, por ejem-

plo, cuando trajimos el agua de Lerma para la Ciudad de

México, pues junto con el agua de Lerma, nos trajimos

a la gente que vivía de esa agua en Lerma. Nada más que

ahora, aquí, hay que darles el agua que era de ellos, pero

también aquí hay que darles empleo, vivienda, escuela,

salud, energía eléctrica, es el agua más cara del mundo;

y la hazaña técnica se puede lograr, se puede dar la vuel-

ta al Papaloapan, pero a qué costo, y entonces la gente

del Papaloapan se tiene que venir acá. Ésa es la comple-

jidad de la planeación urbana.

Por eso yo siempre he pensado que a una capital

como México hay que llevarla al “filo de la navaja”, con

mucho cuidado de resolverle a satisfacción todos sus

problemas, porque entonces crece más. Hay que tenerla

al “filo de la navaja” para evitar el colapso, mantenerla en

el “filo de la navaja” mientras se desarrolla en forma

equilibrada todo el país. Y entonces la redistribución de

29 Ibid.

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Graciela de Garay

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la población puede ir siendo espontánea […] Hay que

quitarle presión al globo, pero quitársela con mucho cui-

dado, para evitar un colapso […] Los problemas de la

Ciudad de México los resuelve el país, la nación en su

conjunto, no hay regente mágico que resuelva por sí mis-

mo, con su magnífico gobierno los problemas de la Ciudad

de México […] Hay que mantener la ciudad al límite

mientras se desarrolla afuera. Por eso hay que desarrollar

las costas, las ciudades medias. Por eso hay que mante-

ner la solución al límite de su satisfacción, pero no im-

pulsar más a la ciudad; todo lo que sea creación de

empleo debe darse fuera, no aquí, pero eso es muy lento,

porque se ha generado en siglos, tiene que revertirse en

muchos años.30

Por eso es urgente modificar la tendencia centra-lizadora e impulsar las acciones descentralizadoras.

Esta gran ciudad –dice Ramírez Vázquez– crece como

crece no por las circunstancias de inclinación personal

de simplemente vámonos a la Ciudad de México […] la

gente se viene buscando las metas de vida que no pueden

tener allá: las metas educativas, las metas de salud, las

metas de empleo, las metas sociales, las metas políticas.

Pero, ¿por qué? Por una organización centralista de

México. La Ciudad de México la ha provocado la nación

por su concentración y esto no ha sido más que una

inercia desde los aztecas, porque el poder público se con-

centra aquí y crea influencia y dinero. Esa influencia, ese

dinero, crean un atractivo y provocan consumo; ese con-

sumo exige producción y entonces ahí viene la bola de

nieve. Por eso los planteamientos contemporáneos son

de organización territorial.

Los satisfactores para la vida, la energía, los ener-

géticos, el agua, los alimentos; esos satisfactores los te-

nemos debajo de la cota de quinientos metros, ahí está

el agua, ahí están los energéticos, ahí está la gran pro-

ducción agrícola; pero el poder político se ubica a los 2

240 metros, por eso en una ocasión decía yo. “Vivimos en

el penthouse”, los recursos están en el sótano, y los pisos

intermedios los tenemos vacíos. Por eso nos cuesta tan-

to traer el agua, y ya servida, hay que sacarla, ése es el

absurdo de nuestro centralismo; […] eso se revierte a

partir de una mejor distribución de la actividad econó-

mica, la creación de empleo, si hubiera empleo fuera la

gente no vendría a la ciudad, porque con ese empleo

habría recursos y podrían tener sus satisfactores. Todo

esto es consecuencia de nuestro centralismo.31

De ahí la idea de Pedro Ramírez Vázquez, ex secre-tario de Asentamientos Humanos y Obras Públicas (1976-1982), de reubicar el gasto público para activar las economías locales; elevar los niveles de vida de regiones y ciudades para fomentar el crecimiento urbano regional. Gasto corriente e inversión pública se distribuirían en el país cortando la dependencia del centro. De acuerdo con el arquitecto:

Una mejor distribución de la actividad económica trae una

mejor distribución de los asentamientos humanos. Te-

nemos cientos de miles de poblaciones de menos de dos

mil habitantes a las que no se les pueden dar los servicios

que necesitan para una vida digna y, por otra parte, te-

nemos la gran concentración. Ése es nuestro problema

de asentamientos humanos en México, tenemos los dos

extremos: la dispersión y la concentración, el congestio-

namiento; eso es lo que hay que equilibrar con un desa-

rrollo sano en la vida de la nación, pero ahí sí ya entran

los programas de gobierno.32

El sismo de 1985 hizo evidente la necesidad de descentralizar cuando se confrontaron los problemas derivados del crecimiento anárquico de los intereses económicos en la Ciudad de México. Pero para lograr-lo se requiere la voluntad política para instrumentar las soluciones de otra manera, como decía el maestro José Luis Cuevas a sus alumnos: “el urbanismo sin poder es hobby”.33 En todo caso, como señala Gonzá-lez de León, habría que recuperar la mística social del movimiento moderno para devolver a las ciudades los espacios de representación que tanto necesitan para la convivencia humana.34

Conclusiones

Para el arquitecto español Josep María Montaner, ha-blar de memoria urbana constituye un esfuerzo im-portante y necesario de parte de la sociedad. Su valor reside en recordarnos que las cosas no siempre fue -ron así. De ahí la pertinencia de su comentario cuan-do advierte lo siguiente:

30 Ibid.31 Ibid.32 Ibid.33 Entrevista de Graciela de Garay al arquitecto Pedro Ramírez Vázquez en la Ciudad de México, 13 de mayo de 1994, Ins-

tituto Mora/Archivo de la Palabra, PHO 11/14(1)34 Entrevista de Graciela de Garay al arquitecto Teodoro González de León en la Ciudad de México, 5 de mayo de 1994,

Instituto Mora/Archivo de la Palabra, PHO 11/10(12).

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recordando el futuro de la Ciudad de México

26

Entre los nuevos derechos a reclamar está el derecho a

hacer visible la memoria de los movimientos sociales ur-

banos, algo que puede parecer obvio, pero que es negado

en la medida que la memoria de las reivindicaciones

vecinales va siendo sistemáticamente borrada. De esta

manera, parece que la ciudad, tal como es, es un resul-

tado natural: así ha sido planificada y construida. Se ol-

vida que uno de los motores esenciales de las mejoras

sociales y de una parte importante de los edificios y es-

pacios públicos son los movimientos urbanos, cuya me-

moria el poder tiende a ir lavando y blanqueando, cons-

truyéndose una historia falsa […]

Por lo tanto, detrás de cada parque, de cada equi-

pamiento o de cada conjunto patrimonial que se salva

hay, generalmente, un movimiento vecinal que no se debe

olvidar […]

Y así es como se construye la ciudad, dialécticamen-

te, a partir de los conflictos. Por esto es tan importante

reclamar el derecho a mantener la memoria de estos

movimientos […] Si no, las administraciones y el silencio

de los medios dominantes de información conseguirán

acabar borrando la memoria crítica y haciéndonos creer

que siempre se había proyectado así y que no hubo ni

lucha ni reivindicación alguna (Montaner, 2008).

En realidad, las ciudades y la arquitectura de hoy son producto de diversos factores entre los que se deben considerar los siguientes: las acciones colecti-vas modernizadoras de élites políticas y profesionales ilustradas; innovadoras revoluciones en el gusto; cambios tecnológicos e industriales; y severos movi-mientos sociales de inconformidad contra la desigual-dad que divide a los pueblos (Guillén, 2004). Este inventario multicausal nos conduce a reflexionar de manera permanente sobre los procesos de conforma-ción de la Ciudad de México. ¿Cómo explicar el mo-dernismo sin modernidad de esta urbe latinoameri-cana que vive de manera simultánea y constante el deterioro y la reinvención de sus espacios? (Gutiérrez, 1998). Quizás, como apunta Teodoro González de León, se trate de una sociedad que se resiste al orden y a ser ordenada, y aunque los arquitectos le pongan un gran empeño a sus proyectos de planeación y re-ordenamiento urbano, el saldo final es muy negativo.

¿Qué explicación podemos dar a esto? –se pregunta Gon-

zález de León–. La única explicación que yo encuentro es

que vivimos en una sociedad que se resiste al planea-

miento por muchas razones. Primero porque a la parte

mayoritaria de la ciudad, a la parte pobre, el planeamien-

to le importa un demonio. Ocupa el terreno que puede,

el que está más disponible […] si es una barranca, una

barranca, si es una colina, un lago o un río, lo tapan.

Pero lo mismo hacen los ricos. Los ricos ocupan también

laderas, que sería maravilloso dejar para la ecología.

Tampoco a los ricos les importa ocupar un bosque. Eso

quiere decir que ésta es una sociedad que en su conjun-

to se resiste a planear, al orden urbano. Entonces eso se

expresa en ese desorden y caos que tenemos en nuestra

sociedad. Porque la sociedad es así y la mexicana no es

muy diferente de la norteamericana o de la europea,

aunque para estos dos últimos existan más regulaciones.

Pero también son sociedades que se resisten al planea-

miento […] La forma urbana que produce la sociedad en

que vivimos es desordenada. Entonces todos esos inten-

tos que hizo Pani, que hizo Yáñez, que hicimos muchos,

no sirvieron para nada porque estaban en contra de esa

vocación natural de la ciudad. Es decir, la sociedad a

donde va no quiere planeamiento. No quiere ordenar la

forma de la arquitectura urbana. Ni le importa ni la quie-

re. Por ahí anda la explicación.35

Sea de esto lo que fuere, al observar la confronta-ción cotidiana entre los proyectos modernizadores y los reclamos de justicia social, se hace necesaria la consulta del archivo de la memoria urbana colectiva para interpretar los sentidos de las acciones sociales y actuar en consecuencia.

Abraham Zabludovsky estaba en lo correcto cuan-do decía que una de las lecciones aprendidas de las utopías del movimiento moderno era que la arquitec-tura no podía cambiar a la sociedad.

Las utopías de los años veinte consideraban que, por su

misma naturaleza, la arquitectura podía erradicar las

contradicciones sociales. Los arquitectos de aquel enton-

ces pensaban como los revolucionarios de la época y

suponían que la historia los había elegido para transfor-

mar el mundo. Los arquitectos creían –y yo entre ellos–

que el desempeño de su tarea acarrearía el gran cambio,

la desaparición de las diferencias sociales. Eso no es po-

sible, hoy, transcurridos 70 u 80 años, experimentamos

una especie de vuelta al pasado. Quizás, y si es talento-

so, lo único que el profesional puede hacer con el encar-

go que le dan es manejar el espacio mejor que otros ar-

quitectos que no sean tan brillantes. Esto no significa

que, por esa simple circunstancia, la persona que habite

la construcción se enriquecerá más o será menos pobre;

35 Entrevista de Graciela de Garay al arquitecto Teodoro González de León en la Ciudad de México, 17 de diciembre de 1999, Instituto Mora/Archivo de la Palabra, PHO 22/6(1).

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Graciela de Garay

27

si acaso, vivirá un poco mejor, más cómoda, pero no

modificará su estatus. Los cambios sociales responden

a otras actividades que no tienen relación alguna con la

arquitectura.36

Así pues, la arquitectura no puede cambiar al hom-bre ni a su medio. Por eso, González de León recomen-daba desconfiar de las ciudades hechas por arquitec-tos y dejar esa tarea a la historia. En esa ocasión hablaba de las buenas intenciones de los arquitectos modernistas, pero reconocía los errores que habían cometido al tratar de crear nuevas ciudades con sus “manotas ordenadoras”.37 Un urbanismo desde arriba siempre pierde porque, a juicio del arquitecto, estos proyectos invariablemente necesitan del autoritarismo para poderse hacer a pesar de que existe una sociedad que ya no quiere eso.38

En efecto, José Emilio Pacheco, como muchos ha-bitantes de la Ciudad de México, la ha visto desapa-recer y destruirse: ahora, a sus 70 años, y como tan-tos otros capitalinos, lamenta no poder caminarla (Cid de León, 2009). Urge entonces meditar y responder a los retos urbanos con la esperanza de que los habi-tantes, ahora extraviados en la inmensa confusión de una megaciudad, la reconozcan y, al hacerla suya, la vivan y puedan disfrutar de las alegrías esenciales de la vida, que tanto predicaba el arquitecto Le Corbusier: el sol, el espacio y lo verde.

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36 Entrevista de Graciela de Garay al arquitecto Abraham Zabludovsky en la Ciudad de México, 13 de febrero de 1991, Ins-tituto Mora/Archivo de la Palabra, PHO 11/7(1).

37 Entrevistas al arquitecto Teodoro González de León realizadas por Graciela de Garay en la Ciudad de México, 5 de marzo de 1992, Instituto Mora, PHO 11/10(5) y 19 de marzo de 1992, Instituto Mora/Archivo de la Palabra, PHO 11/10(7).

38 Entrevista de Graciela de Garay al arquitecto Teodoro González de León en la Ciudad de México, 17 de diciembre de 1999, Instituto Mora, PHO 22/6(1).

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