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ANGELO SCOLA pTestimonio NO NOS OLVIDEMOS DE DIOS Libertad de credos, de culturas y política

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Diagonal, 662, 08034 Barcelonawww.editorial.planeta.eswww.planetadelibros.com

ANGELO SCOLA

pTestimoniopTestimonio

NO NOS OLVIDEMOS

DE DIOSLibertad de credos, de culturas y política

9 788408 130260

PVP 17,00 € 10041335

Este ensayo nació durante la preparación del discurso que Angelo Scola, arzobispo de Milán y discípulo de San Juan Pablo II y de Benedicto XVI, dirige a la ciudad desde hace años con motivo de la festividad de San Ambrosio.

En él, el cardenal Scola refl exiona sobre una serie de problemas que están a la orden del día y que inciden de forma notable en las religiones y en las visiones culturales —incluso en la agnóstica y la atea— que pueblan las de-mocracias de Occidente. La cuestión religiosa, por ejem-plo, íntimamente ligada a la de la libertad de conciencia, se revela crucial hoy por hoy, no sólo para el desarrollo de las sociedades occidentales, sino también para la evolu-ción pacífi ca de sus relaciones con Asia, África y América Latina.

Este libro, sin duda, supone una valiosísima contribu-ción al debate que atraviesa el catolicismo y es, por lo tan-to, fundamental para comprender el presente y el futuro de la Iglesia católica.

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Angelo Scola, patriarca de Venecia desde 2002 y cardenal de dicha ciudad desde 2003, fue nombrado arzobispo de Milán el 28 de junio de 2011. Entre sus libros anteriores cabe destacar La persona umana. Antropologia teologica, escrito junto a G. Marengo y J. Prades.

Diseño de la cubierta: Departamento de Arte y Diseño,Área Editorial Grupo PlanetaFotografía de la cubierta: © Franco Origlia / Getty Images

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NO NOS OLVIDEMOS

DE DIOSLibertad de credos,

de culturas y política

ANGELO SCOLA

Traducción de Raquel Marqués

Revisión de Gabriel Richi Alberti

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No se permite la reproducción total o parcial de este libro, ni su incorporación a un sistema informático, ni su transmisión en cualquier forma o por cualquier medio, sea éste electrónico, mecánico, por fotocopia, por grabación u otros métodos, sin el permiso previo y por escrito del editor. La infracción de los derechos mencionados puede ser constitutiva de delito contra la propiedad intelectual (Art. 270 y siguientes del Código Penal)

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Título original: Non dimentichiamoci di Dio

© RCS Libri S.p.A., Milán, 2013© de la traducción, Raquel Marqués García, 2014© Editorial Planeta, S. A., 2014 Diagonal, 662-664, 08034 Barcelona (España) www.editorial.planeta.es www.planetadelibros.com

Primera edición: junio de 2014Depósito legal: B. 10.342-2014ISBN 978-84-08-13026-0ISBN 978-88-17-06129-2, Rizzoli, Milán, edición originalComposición: Anglofort, S. A.Impresión y encuadernación: Huertas Industrias Gráficas, S. A.Printed in Spain – Impreso en España

El papel utilizado para la impresión de este libro es cien por cien libre de cloro y está calificado como papel ecológico

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ÍNDICE

Prefacio 9

1uNa OcaSIóN para rEfLExIONar

El proyecto político de restauración imperial 16La persecución de los cristianos 18La derrota de la política

represiva 20El Edicto de Milán 22

El giro de Licinio y Constantino 22El initium libertatis 23La carta de Licinio al gobernador de

Bitinia 24Las novedades del Edicto 29

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2EL LargO y fatIgOSO caMINO DE La LIbErtaD

rELIgIOSa: hItOS hIStórIcOS

De Justiniano a San Agustín 34De la Edad Media a las guerras de religión 39La libertad religiosa «moderna» y la

enseñanza pontificia del siglo xIx 42

3dignitatis humanae

La promulgación de la Dignitatis humanae 49Las novedades de las enseñanzas

conciliares 51Las enseñanzas de Juan Pablo II y de

Benedicto XVI 54

4EL pENSaMIENtO y La práctIca

Algunos hechos preocupantes 59La persecución violenta 60El occidente europeo 61La situación en Estados Unidos 63

Aspectos críticos de la libertad religiosa 65Un nudo complejo de problemas

«clásicos» 65

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Cuestiones nuevas y decisivas 66Religiones y sectas 67Libertad de conversión 68

5NuDOS pOr DEShacEr

Libertad religiosa y paz social 71Libertad religiosa y orientaciones de las

instituciones públicas 72La evolución de las sociedades democrático-

liberales 73Del juicio moral sobre las leyes a la libertad

religiosa 74Un presupuesto teórico 75¿Neutralidad? 76La aconfesionalidad del Estado y el

pensamiento renovado de la libertad religiosa 78

Liberty of religion? 79Un gran desafío 81No cabe un retorno al pasado 82

6pOr uN caMINO cOMúN EN La SOcIEDaD pLuraL

Un primer riesgo 84Un segundo riesgo 85

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La verdad nos busca 86Un futuro de paz para las sociedades

plurales 88La bondad de la comunicación y la

aconfesionalidad del Estado 89La sociedad plural actual 89El principio de la comunicación 90Un pensamiento práctico común 92El empeño de la «traducción» 93

7EL cOMprOMISO púbLIcO DE LOS catóLIcOS

El «deber» del testimonio 95Ninguna hegemonía 97El «precio» del testimonio 99

La verdad os hará libres 1011. Cristo siempre se dirige a la libertad del

hombre 1012. El «Edicto» de Milán 1063. A las fuentes de la verdad 1104. Trinidad y vida social 1135. El futuro de Milán 1166. Un camino común 119

Notas 121

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capítuLO 1

UNA OCASIÓN PARA REFLEXIONAR

El XVII centenario del Edicto de Milán vuelve a poner sobre la mesa la cuestión, más actual que nunca, de la libertad religiosa. Para abordarla en los términos del complejo debate contempo-ráneo —por la diversidad que presenta el pro-blema en las democracias en comparación con las dictaduras y en los países más secularizados en comparación con los de mayoría musulma-na— resultará útil comentar, aunque sea de for-ma esquemática, y por tanto incompleta, cier-tos pasajes históricos.

Desde el punto de vista católico es asimis- mo crucial la referencia a las enseñanzas del Concilio Vaticano II, contenidas en la decla- ración Dignitatis humanae (7 de diciembre de 1965).

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El proyecto político de restauración imperial

Para comprender el alcance histórico del Edic-to de Milán es necesario partir brevemente del proceso de transformación que se inició entre los dos últimos decenios del siglo III y los dos primeros del IV, y que constituyó un hito de im-portancia histórica.1

Dos proyectos políticos, uno impulsado por Diocleciano y el otro por Constantino, marcan estos cuarenta años. Ambos comparten varias características: poseen un alcance «universal» (en tanto el «universo» era el Imperio romano); uno es consecuencia del anterior, pero difieren en cuanto a objetivos y resultados; ambos tienen lugar en una coyuntura histórica, social, cultu-ral y religiosa extremadamente variada y com-pleja, en la cual diversas corrientes de pensa-miento y de acción vehiculan visiones del mundo y objetivos a menudo contrapuestos.

Diocleciano emprende la restauración del imperio a partir del 286 mediante un impresio-nante esfuerzo de reorganización administrati-va, política e ideológica que implicaba llevar a cabo una amplia serie de múltiples y variados

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pasos. Junto a Maximiano decide asimismo dar un nuevo empujón a la sacralización de la figu-ra de los soberanos (cuya clementia obtenía el pueblo con la profesión de adoratio), promo-viendo la afirmación de la absoluta singulari-dad de la relación entre ambos soberanos con los dioses guías del imperio, Júpiter y Hércules.2

La ideología imperial reforzaba la exaltación de la figura del soberano con una serie de ele-mentos orientados a favorecer la cohesión so-cial y política; el primero y más importante, la recuperación del mos maiorum como norma moral fundamental para todos los habitantes del imperio, idónea para regular todos los ám-bitos de la vida, desde el culto de los dioses o el matrimonio hasta las relaciones entre los em-peradores.

El proyecto de restauración imperial de Dio-cleciano intentaba imponer en la esfera religio-sa un punto de convergencia obligado que ase-gurara la pax deorum y, por tanto, que salvara al imperio y sus habitantes, en un panorama indiscutiblemente variopinto, donde los cultos tradicionales convivían con rituales de carácter mistérico relacionados con divinidades orienta-les (por ejemplo, el culto de Mitra, muy común en el ámbito militar), con formas de religiosi-dad más intelectuales (como las inspiradas en

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la filosofía neoplatónica) o con novedades de gusto sincrético como el maniqueísmo (su fun-dador, Mani, murió el 277 d.C.), e incluso se veían desplazados por estos.

La persecución de los cristianos

El fortísimo carácter teocrático del proyecto de restauración imperial, con su pretensión abso-lutista hacia los habitantes del imperio, no po-día no originar conflictos de carácter religioso.3

Los primeros en experimentar las conse-cuencias fueron los maniqueos. Por culpa de su rechazo a cumplir el servicio militar, el mazazo les llegó en 297 con un edicto que consideraba delito grave sustituir lo que habían dictamina-do los ancestros por una nueva religión, recu- perando el argumento del valor superior de lo antiguo respecto a lo nuevo, ya empleado pro-fusamente en el siglo III (por el filósofo Porfirio, por ejemplo) para devaluar y denigrar la noui-tas cristiana, y bien conocido por los Padres Apologetas.

Sin salir del ámbito militar, el mismo año 297, Diocleciano emitió las primeras medidas que afectaron a los cristianos, no obstante limi-tadas inicialmente solo a quienes rechazaban

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enrolarse, en el ejército. La persecución propia-mente dicha empezó en 303 con el claro objeti-vo de demoler «estructuralmente» la Iglesia: se prohibieron las celebraciones litúrgicas, se des-truyeron los edificios de culto, se requisaron los libros y los objetos sacros y, al mismo tiempo, se privó a los fieles de la facultad de recurrir en los juicios, además de perder una serie de derechos y privilegios personales. Las disposiciones no tardaron en endurecerse: los clérigos fueron en-carcelados y obligados a sacrificar a los dioses; los apóstatas, liberados, y los que resistían, con-denados a la pena capital. Por último, las nor-mas se volvieron más severas y se extendieron a todos los cristianos.4

Estas medidas represivas estuvieron en vigor hasta 311, si bien se aplicaron con distinta dura-ción e intensidad en las diversas partes del im-perio. El número de mártires fue de varios miles, y la persecución, a cargo sobre todo de Galerio y Maximino Daya, fue más encarnizada en orien-te, mientras que en occidente las vejaciones prácticamente cesaron en 305 con la llegada de la segunda tetrarquía y la ascensión al poder de Constantino.5

A juzgar por los hechos, el ambicioso plan de Diocleciano se mostró inadecuado en muchos aspectos: no se consiguió la superación del sis-

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tema dinástico, ni la protección de la economía basada en la moneda de cobre (el denarius), ni sobre todo la deseada cohesión social.6

La derrota de la política represiva

El 30 de abril de 311, Galerio —quien se había distinguido hasta aquel momento por aplicar despiadadamente las normas contra los cristia-nos en las regiones que tenía asignadas (que abarcaban Tracia, en el mar Negro, Grecia y la parte septentrional de Asia Menor)— emitió un edicto en el que concedía a los cristianos «exis-tir de nuevo (ut denuo sint) y reedificar sus luga-res de reunión».7 El emperador, gravemente en-fermo y próximo a morir, reconoció la existencia de los cristianos y la legitimidad de su culto en su último acto de gobierno, pero no dejó de de-fender la justicia de su proceder, orientado a re-conducir a los cristianos hacia el mos maiorum. A su parecer, estos habían abandonado las ins-tituciones de sus padres porque fueron presa de «gran obstinación y locura» hasta el punto de dar-se a sí mismos leyes «a su propio gusto» y de arrastrar a otros a su error; si la clemencia im-perial les permitía practicar el culto cristiano era solo para evitar que muchos habitantes del

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imperio viviesen en un ateísmo de facto, en cuanto que, por una parte, se negaban a ofrecer los sacrificios prescritos por los soberanos y, de otra, se les impedía el ejercicio de su fe.

De esta forma se muestra el conflicto en el que se debatía Galerio, heredero de tres siglos de tensiones entre el poder romano y el cristia-nismo: por un lado, se declara derrotado por los hechos y reconoce la fidelidad de los cristianos a su propia fe, el atractivo que ejercen y el pro-selitismo; por otro, continúa considerando una prerrogativa irrenunciable del poder la «ges-tión» de la relación entre la esfera divina y los súbditos del imperio, gestión que busca la pax deorum, de la que depende la salvación de la res publica. En su edicto establece como única con-dición para el ejercicio del culto cristiano que los fieles no hagan nada contra el orden públi- co y que recen «a su Dios» por la salvación de todos, del imperio y la suya propia (debebunt deum suum orare pro salute nostra, et reipubli-cae, ac sua).

A partir de aquel momento, la persecución cesa en casi todo el imperio.8

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