Owen Barfield: Salvar las apariencias

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ATALANTA SALVAR LAS APARIENCIAS OWEN BARFIELD UN ESTUDIO SOBRE IDOLATRÍA

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T.S. Eliot: "Salvar las apariencias" es uno de los pocos libros que me enorgullece haber publicado.

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A T A L A N T A

SALVAR LAS APARIENCIASOWEN BARFIELD

UN ESTUDIO SOBRE IDOLATRÍA

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I MAG INAT IO V ERA

ATALANTA

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Owen Barfield, 1935. Lafayette Ltd.

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ATA L A N TA2015

OWEN BARFIELD

SALVAR LAS APARIENCIAS

PRÓLOGO

SAM BETTS

TRADUCCIÓN

JOAQUÍN CHAMORRO MIELKE

UN ESTUDIO SOBRE IDOLATRÍA

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En cubierta y guardas: Paisaje con arcoíris, Caspar David Friedrich, ca. 1810.

Dirección y diseño: Jacobo Siruela.

Cualquier forma de reproducción, distribución, comunicación pública o

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Todos los derechos reservados.

Título original: Saving the Appearances. A Study in Idolatry© 2011 Owen Barfield Literary Estate

© De la traducción: Joaquín Chamorro Mielke© Del prólogo: Sam Betts

© EDICIONES ATALANTA, S. L.Mas Pou. Vilaür 17483. Girona. EspañaTeléfono: 972 79 58 05 Fax: 972 79 58 34

atalantaweb.com

ISBN: 978-84-943030-6-7Depósito Legal: Gi.-25-2015

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Í N D I C E

Prólogo11

Introducción a la edición de 198835

Introducción a la edición de 195739

I El arcoíris

43

IIRepresentaciones colectivas

48

IIIFiguración y pensamiento

51

IVParticipación

58

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VPrehistoria

67

VILa participación original

72

VIIApariencia e hipótesis

80

VIIITecnología y verdad

88

IXUna evolución de los ídolos

95

XLa evolución de los fenómenos

103

XIEl entorno medieval

110

XIIAlgunos cambios

120

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XIIILa textura del pensamiento medieval

126

XIVAntes y después de la revolución científica

136

XVLa era grecorromana (mente y movimiento)

141

XVIIsrael154

XVIIEl desarrollo del significado

164

XVIIIEl origen del lenguaje

172

XIXSíntomas de iconoclasia

177

XXLa participación final

186

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XXISalvar las apariencias

197

XXIIEspacio, tiempo y sabiduría

204

XXIIIReligión

214

XXIVLa encarnación del Verbo

227

XXVEl misterio del reino

236

Índice onomástico y analítico251

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Prólogo

En 1971 tuve la fortuna de poder participar como es-tudiante en varios seminarios de Owen Barfield y oírlehablar en ellos. Me atraían la claridad de su pensamientoy la perfecta seriedad con que trataba de literatura, filo-sofía y conocimiento. Para él, estas disciplinas radican enel corazón mismo de lo que significa ser humano. Nin-gún profesor de mi universidad lo había igualado en esto,y esto era lo que yo andaba buscando. Unas cuantas pre-guntas bullían en mí. ¿Cuál es la relación real de mi in-quieto yo interior con el mundo exterior? ¿Por qué soyun ser autoconsciente? ¿Cómo hemos llegado los sereshumanos a estar donde ahora estamos? La literatura y lafilosofía deben ocuparse de estas cuestiones, y Barfielddejaba bien claro el porqué.Con el fin de crear un contexto desde el cual explorar

sus ideas, describiré ciertas escenas de la primera parte desu longeva existencia. Owen Barfield nació en el nortede Londres el 9 de noviembre de 1898 y murió en ForestRow, Sussex, en el sureste de Inglaterra, el 14 de diciem-

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bre de 1997, poco más de un mes después de haber cele-brado su noventa y nueve cumpleaños. Era el menor decuatro hermanos, dos chicas y dos chicos. Su padre eraabogado y su madre una excelente pianista y una fervientefeminista. Como otras familias de clase media de la época,su entorno doméstico incluía una niñera, una cocinera yuna doncella. Asistió a la Highgate School, un típico co-legio inglés fundado en 1565, donde el latín y el francéseran obligatorios a partir de los ocho años –Barfield aca-baría especializándose en lenguas clásicas (lengua y lite-ratura latina y griega).En su adolescencia comenzó a sufrir de tartamudez.

Más tarde pensaría que ésta empeoró con el estallido de laPrimera Guerra Mundial y que tal vez su causa fuera unprofundo miedo inconsciente, pues no era producto deninguna dolencia física. Aunque no afectó negativamentea su trabajo académico, era la prueba de una aflicción so-cial. En torno a los quince años llegó a escribir un poemasobre el sueño en el que mencionaba su deseo de no vol-ver a despertar. Este problema oral lo acompañó toda suvida –sus clases eran magníficas, pero solía valerse de untexto preparado al efecto–, salvo cuando recitaba poesía,cantaba o actuaba. El amor al lenguaje estaba en el cora-zón de toda su obra: su don (y quizá su destino) era la ca-pacidad de remoldear la palabra escrita como un mediopara expresar el redescubrimiento del significado. Finalizósu etapa escolar durante la guerra y en 1917 fue llamado afilas. Compartía con sus padres la desaprobación del pa-trioterismo de la época. Tuvo la suerte de librarse delfrente occidental, donde la expectativa de vida para un sol-dado de infantería era de tan sólo tres semanas. Lo habíandestinado a comunicaciones y asistió a la guerra desde unpuesto seguro.

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De 1919 a 1923 estudió lengua y literatura inglesas enla Universidad de Oxford. En ese período inició una pro-funda y larga amistad con un compañero de estudios, C. S.Lewis, que luego se haría célebre por sus escritos sobreliteratura inglesa y cristianismo, y especialmente por Lascrónicas de Narnia, la primera de las cuales escribió parala hija de Barfield, Lucy. En 1920, siendo todavía estu-diante, Barfield publicó un artículo en The New States-man con el título «Form in Poetry». Recordándolo mástarde, escribió:

Sostenía que la forma en la poesía no reside en el mundoperceptible a través de los sentidos, sino en la consciencia, laconsciencia humana entre el poeta y su lector... [Escribir elartículo] fue de hecho la ocasión para comenzar a contem-plar la consciencia humana como un campo, una categoría,algo que considerar y estudiar aparte.1

Otra de las influencias que recibió en sus días de estu-diante fue su participación en bailes folclóricos. En las va-caciones veraniegas recorría Cornualles (la penínsulasituada al suroeste de Inglaterra, bañada por el Atlántico)con un grupo de músicos y bailarines. Vivía con particu-lar intensidad los bailes folclóricos ingleses: «Tenía unaexperiencia muy intensa de la música, que fluía a travésde mí... Yo permanecía inmóvil, pero la música fluía a tra-vés de mí».2 Fue un miembro activo de la Folk Dance So-ciety, radicada en Oxford. De este período son tambiénsu dolor por un amor no correspondido y una profundainmersión en la lectura y la escritura de poemas; incluso

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1. Simon Blaxland-de Lange, Owen Barfield: Romanticism Comeof Age. A Biography, Temple Lodge, Londres, 2006, pág. 19.

2. Ibid., pág. 22.

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escribió una serie de sonetos que se publicaron en el Lon-don Mercury en 1922. El interés por el baile repercutiódecisivamente en su vida: trabó amistad con la instructorade baile Maud Douie, que en 1923 se convertiría en su es-posa. El matrimonio duró, pese a las dificultades, hasta lamuerte de Maud en 1980. En los años veinte adoptaron ados niños, Alexander y Lucy. A un tercero, Jeffrey, loacogieron durante la Segunda Guerra Mundial.En los años veinte y los primeros treinta prosiguió su

participación activa con Maud en la música, el teatro y losbailes. Entretanto, alimentaba sus intereses literarios. Pu-blicó artículos en diversas revistas, así como dos libros,History in English Words (1926) y Poetic Diction (1928).En aquella época sentía que la música y la danza eranigual de importantes para sus afanes literarios.Los últimos años veinte fueron la época de lo que

llamó su «gran guerra» con C. S. Lewis,3 un combate in-telectual que finalmente selló una duradera amistad y unprofundo respeto mutuo. Los dos compartían el amor yaprecio por la literatura y la poesía, pero mantenían pun-tos de vista muy diferentes sobre la fuente última deambas disciplinas y su accesibilidad real a la imaginaciónhumana. Para Barfield, la imaginación constituía la puertade entrada a un mundo existente, cognoscible y real; lasignificación epistemológica de la imaginación era clavepara entender la fuente de la realidad. Para C. S. Lewis, larealidad del mundo imaginario era todo un misterio; nopodía desprenderse del paradigma materialista, o al menosno pudo hacerlo hasta casi el final de su vida, cuando pa-reció acercarse a la idea de la imaginación como vehículo

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3. Véase Lionel Adey, C. S. Lewis’s «Great War» with Owen Bar-field, ELS Monograph Series, n.º 14, University of Victoria, British Co-lumbia, Canadá, 1978.

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legítimo de conocimiento. Sus intensas, desafiantes con-versaciones acompañaron la composición de Poetic Dic-tion, que Barfield dedicó a su amigo con estas palabras:«La contraposición es verdadera amistad». Pocos añosdespués, C. S. Lewis le devolvió el cumplido; la dedica-toria de su gran estudio de la literatura medieval, The Al-legory of Love, reza: «A Owen Barfield, el mejor y mássabio de mis maestros no oficiales».Barfield recordaba algo que le sucedió antes de co-

menzar una clase de latín cuando contaba once o doceaños y compartía pupitre con su amigo Cecil Harwood.4

Era costumbre ilustrar casos de sintaxis con citas de la li-teratura latina. Ante ellos estaba la sentencia: «Cato, octo -ginta annos natus, excessit e vita». Su amigo la tradujo así:«Catón se marchó de la vida a la edad de ochenta años»,y añadió: «Queda muy bonito». A Barfield el comentariose le quedó grabado y lo recordó durante toda su vida.¿Por qué? A su amigo lo había impresionado la metáforausada: «Cato walked out of life». En inglés moderno ha-bría bastado con decir: «Cato died». Pero la otra frase esmás figurativa, y lo que Barfield advirtió en ella es queuno puede disfrutar de la metáfora por sí misma. Identi-ficó este hecho con el momento en que nació en él un vivointerés por la naturaleza del lenguaje.Barfield caracterizó la época en que se crió como un

tiempo en el que estaba muy extendida la confianza enun progreso ilimitado. Se suponía que la especie humanase hallaba «en ascenso» y que el conocimiento científicoy la tecnología iban a controlar el mundo exterior con unaeficacia cada vez mayor. Pero junto a esta fe en el pro-

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4. Owen Barfield, Owen Barfield and the Origin of Language,Saint George Publications, Spring Valley, Nueva York, 1976, pág. 2.

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greso había un profundo pesimismo. La visión puramentematerialista concebía el universo como algo que inevita-blemente iba a «descomponerse o congelarse en un meroconglomerado de materia inanimada».5 Contra esta visiónpreponderante del mundo, Barfield encontró un elementoesperanzador, positivo, en la poesía; y la metáfora era la«sustancia» y principio del sentido de la poesía. El dis-frute de las metáforas, especialmente en la poesía lírica, seconvirtió para él en un hábito. Podía realmente vivirlas, ysu cualidad lo fascinaba. Sentía que la metáfora da sentidoal mundo porque puede cambiar una consciencia, porquepuede cambiar el modo en que ésta se relaciona con elmundo. Esta profunda y duradera experiencia es la basede su libro Poetic Diction.Será útil examinar aquí más de cerca el carácter de la

metáfora, su modo de fusionar dos niveles de realidad, elmaterial y el inmaterial. Consideremos otra vez la frase:«Catón se marchó de la vida». Literalmente, material-mente, una persona muerta no puede marcharse de nin-gún sitio. Pero la descripción física «marcharse» referidaa la muerte atrae vivamente nuestra atención. Lo materialy lo inmaterial se funden en la metáfora, y de esta cuali-dad se nutre la poesía. Ante el milagro de la metáfora,Barfield vio que la poesía no sólo encierra placer, sinotambién sabiduría. El placer se desvanece después de leero escuchar el poema, pero la sabiduría permanece en no -sotros y provoca un cambio en nuestra consciencia.Un cambio similar en nuestra consciencia es el provo-

cado por otras lenguas más antiguas con un carácter figu-rativo o imaginal más rico que la nuestra actual. Barfield sedio cuenta de que estas lenguas más antiguas expresaban

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5. Ibid., pág. 3.

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una consciencia diferente de la nuestra. Cuanto más atrásnos remontemos, tanto más figurativo se torna el lenguajey, por implicación, tanto más diferente la consciencia quenace de este lenguaje. Sencillamente, no hay razón paraimaginar un momento en que el lenguaje quede vacío decontenido figurativo. El elemento figurativo sólo podíasurgir espontáneamente, a diferencia de la metáfora poé-tica moderna, donde se lo añade deliberadamente.Barfield observó que el lenguaje había de proporcio-

nar la clave para entender nuestra consciencia y nuestropasado. En Poetic Diction examinó la evolución históricadel lenguaje y, en particular, las opiniones dominantesacerca de cómo se ha producido, según las cuales la evo-lución del lenguaje y la de la consciencia humana están in-disolublemente entretejidas. Advirtió que debemos hablarde una «evolución de la consciencia». Sólo entonces po-dremos liberarnos de las restricciones impuestas por elparadigma materialista.Barfield planteó una cuestión epistemológica funda-

mental y vital:

Si el significado figurativo o, digamos, imaginal de lasprimeras palabras era realmente «dado», y no algo añadidoa ellas por un hablante individual (que es lo que ocurrecuando se inventa una metáfora), entonces tuvo que haberexistido no sólo un tipo diferente de pensamiento, sino tam-bién un tipo diferente de percepción. La cualidad gráfica, lossignificados dados debían de estar presentes no sólo en elpercipiente, sino también en lo que éste percibía; debía deestar realmente en el mundo a su alrededor. Debía de existiruna forma de participación entre percipiente y percibido,entre hombre y naturaleza. Esto es algo que ya no experi-mentamos; sólo ocasionalmente tenemos un vislumbre de su

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cualidad a través de la imaginación creadora de un pintor oun poeta modernos.6

Éste fue realmente un paso radical, si lo tomamos tanen serio como Barfield. Y continúa:

Si admitimos esto, veremos que el lenguaje tiene su ori-gen en esta participación, y en sus estadios más tempranoshabría que describirlo como la naturaleza hablando a travésdel hombre más que como el hombre hablando acerca de lanaturaleza; y veremos cómo la evolución posterior del len-guaje evidencia la disminución gradual, con el correr deltiempo, de esta participación.7

Otro acontecimiento crucial en su biografía fue el en-cuentro en los años veinte con la antroposofía, desarro-llada por Rudolf Steiner (1861-1925). Este encuentrotambién se produjo en Cornualles, cuando Cecil Har-wood, su viejo amigo del colegio, se unió al grupo un ve-rano para participar en los bailes. Lo hizo acompañadopor Daphne Oliver, una amiga que se dedicaba a la músicay era maestra de profesión, y que acababa de volver de uncongreso sobre educación celebrado en Stuttgart, dondeRudolf Steiner había dado una conferencia. Profunda-mente impresionada por sus ideas, se las explicó a Oweny a Cecil, que se mostraron al principio escépticos. Sin em-bargo, su escepticismo se tornó poco a poco en respeto,junto a un interés más profundo por la filosofía espiritualsteineriana y por su concepto de la vida. Según el pensadoraustríaco, era de vital importancia abarcar la extensión real

18

6. Ibid., pág. 9.7. Ibid.

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de la idea de evolución. Barfield fue reconociendo gra-dualmente en la obra de Steiner una profunda compren-sión de la evolución de la consciencia. Esto constituyópara él una fuente de inspiración y una confirmación desus investigaciones.A pesar de su propósito de escribir, debía encontrar una

forma de ganarse la vida. Hacia 1930 entró en el bufete desu padre como abogado, y éste fue su principal trabajo co-tidiano hasta 1959. El ejercicio de la abogacía lo obligó acompletar su formación jurídica y a sumergirse en otrosproblemas y asuntos prácticos de la gente, así como a com-partir viaje con la multitud de personas que se desplazabana diario por Londres y fuera de Londres. Barfield recuer -da, leyendo el periódico en el tren, lo deprimido que lodejó el «comportamiento vergonzoso» de Hitler y el modoen que la mayoría de las publicaciones trataban de disi-mularlo y apoyaban su política de apaciguamiento. Su ca-rrera jurídica se desarrolló a costa de su vida creadora.Pero, aunque sólo tenía tiempo para escribir ensayos oca-sionales,8 su mente no dejó de permanecer atenta a losacontecimientos del momento y a los problemas en tornoal lenguaje y a la evolución de la consciencia.

Este largo intermedio en la carrera de escritor de Bar-field tocó a su fin en los años cincuenta. Influyó en ello lanueva edición de Poetic Diction en 1952. La reacción con-tra el romanticismo, tan virulenta en los años treinta,había reducido en gran medida la repercusión de la pri-mera edición. Pero una contrarreacción a favor del ro-

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8. Muchos de ellos se publicaron reunidos en Owen Barfield, Ro-manticism Comes of Age, Wesleyan University Press, Middletown,Connecticut, 1966.

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manticismo después de la guerra alteró la opinión generaly, cuando a la nueva edición inglesa siguió otra en EstadosUnidos, el interés por el tema del libro no dejó de crecer.En este contexto se sitúa la publicación en 1957 de Salvarlas apariencias.Una de las cualidades más notables de este libro es la

habilidad para comprimir un rango inmenso de conoci-miento y experiencia en veinticinco concisos capítulos.Barfield empieza guiándonos a través del proceso funda-mental de nuestra percepción del mundo. ¿Cómo perci-bimos, se pregunta, un objeto material, por ejemplo, unárbol? La moderna ciencia física nos dice que la base úl-tima de ese árbol material no es lo que efectivamente per-cibimos. La llamemos como la llamemos (Barfield adoptael término «partículas»), esta base última no percibida essegún la ciencia lo que existe realmente, y no se parece ennada al árbol. Si aceptamos esta concepción, el árbol reales «el producto de las partículas y de mi visión, además demis otras percepciones sensoriales». Este árbol es una re-presentación o una apariencia, esto es, algo que percibi-mos que existe. La firme marca de realidad que otorgamosa las múltiples representaciones o apariencias que nos ro-dean es su carácter colectivo, pues las compartimos connuestros semejantes. Barfield añade que, cuando escribíaesto, los físicos ya no concebían la base última de la ma-teria como una «sustancia», sino como «una base supra-sensible o subsensible desconocida». Pero llamemos comollamemos a esta base no representada, el mundo que noses familiar, cuyas apariencias conocemos, será «un sistemade representaciones colectivas» derivado de la interacciónentre nosotros y los fenómenos que nos rodean.9

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9. Véase cap. I del presente volumen.

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El título del libro, Salvar las apariencias, ya indica supropósito. Barfield hace notar que el étimo griego de nues-tra palabra fenómeno «no sugiere enteramente “lo que loshombres perciben desde su interior” ni enteramente “loque afecta desde fuera a los sentidos del hombre”, sinoalgo intermedio». Añade que «esto es lo que sugiere la pa-labra “apariencias”».10 Cuando decimos que algo «aparecea nuestra visión», queremos decir que tenemos algo de-lante de nosotros, que algo se nos presenta. Al mismotiempo experimentamos que este modo de aparecer es pe-culiar a nosotros como humanos porque también noso -tros transmitimos algo nuestro a lo que aparece.En esta discusión así planteada, Barfield describe tres

tipos de actividad del pensamiento. La primera es lo quehacemos cuando percibimos y contribuimos con algo denosotros mismos a la representación, que ya no es sensa-ción. Esta actividad convierte lo que sentimos en cosasque nos representamos. A esto lo llama figuración. La se-gunda actividad es lo que hacemos cuando especulamoso investigamos acerca de las relaciones entre las repre-sentaciones, tratándolas como independientes de nosotrosmismos. Barfield llama a esta actividad pensamiento alfa.La tercera actividad es lo que hacemos cuando pensamosen las representaciones como tales y en su relación connuestras mentes. Podemos pensar sobre el percibir ysobre el pensar. A esta actividad la llama pensamientobeta. Tales denominaciones son simplemente términosutilizados para distinguir tres actividades mentales. Es im-portante entenderlas con claridad, pues desempeñan undestacado papel en todo el libro.11

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10. Véase pág. 82.11. Véase cap. III.

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Con este fundamento podemos comprender el sentidode la idea clave de «participación original», que se expan -de y fundamenta a la vista del tipo de consciencia de lastribus indígenas y los pueblos del pasado remoto.12 Bar-field demuestra que lo que vive en nuestra consciencia esrealmente inseparable (aunque no indistinguible) delmundo que nos rodea; participa en él. La participaciónoriginal se refiere a la condición de la consciencia cuandoen el pasado remoto los seres humanos experimentabanel ser o los seres de su entorno natural hablándoles a ellosy a través de ellos. Era una consciencia figurativa y unaconsciencia del significado del entorno, un significadoque, más que salir del ser humano, entra en él. La figura-ción de los pueblos del pasado era, en efecto, esencial-mente diferente de la nuestra: al contrario que nosotros,ellos no podían sentirse separados de sus representacio-nes. Partiendo de este hecho, nos embarcamos en un viajeque comprende la evolución de la humanidad occidentaldesde el pasado hasta el presente con la vista puesta enel futuro. Barfield pone de relieve que la manera en queha cambiado nuestra consciencia de la participación ennuestro entorno tiene consecuencias cruciales tanto parael futuro del mundo natural como para nuestra responsa-bilidad humana.La opinión científica más moderna sostiene que hoy

vemos y entendemos la naturaleza tal como es realmente,y que las diferentes concepciones de la naturaleza queprevalecieron en el pasado de la humanidad no son másque errores, los cuales se debían a los complicados siste-mas de creencias, científicamente erróneos, de nuestrosantepasados. La exposición que hace Barfield de la parti-

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12. Véase cap. IV.

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cipación original deja claro que, cualquiera que fuese laidea que los pueblos del pasado tenían de la naturaleza,no estaba determinada por creencias.13 También demues-tra que lo que nosotros vemos cuando observamos la na-turaleza sí está en gran medida determinado por nuestrascreencias. Y éstas han llegado a ser casi universalmenteparte del modo en que percibimos el mundo, esto es, denuestras representaciones colectivas. Barfield dedica unaparte sustancial del libro a examinar cómo se produjo estecambio radical: cómo la relación entre consciencia hu-mana y fenómenos naturales se desprendió de los últimosvestigios de participación original.Lo esencial de la participación original es que lo que

para nosotros es el mundo exterior no siempre ha sidosimplemente eso. Antes el mundo encerraba una plenitudde sentido similar a la del interior del ser humano. Estabaanimado; tenía un alma, igual que un ser humano. La ca-pacidad para sentirlo así fue decayendo hacia el final de laEdad Media. Con la revolución científica surge una nuevaexperiencia de la naturaleza. Empieza a ser percibidacomo si fuese puramente exterior y material, como si es-tuviese «inanimada» y divorciada del mundo del alma hu-mana. Barfield cita a Herbert Butterfield, historiador de larevolución científica, que la define como una «transiciónintelectual que implica un cambio en el modo de sentirlos hombres la materia».14 Es crucial comprender estatransición tan concreta. Cuando la consciencia humana setransforma, también lo hace la manera en que los sereshumanos se relacionan con la naturaleza. Del proceso departicipación se sigue que la naturaleza misma también

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13. Véase pág. 92.14. Véase pág. 126.

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sufre una transformación real: podemos figurarnos quelos seres de la naturaleza abandonan realmente su con-tacto con el ser humano. La naturaleza queda así vaciadade su significado interno. A este momento decisivo en laevolución de la consciencia alude el subtítulo del libro:«Un estudio sobre idolatría». Cualquier fenómeno delque equivocadamente se crea que es «totalmente in depen-diente del hombre» se convierte en un ídolo. Y esto es,escribe Barfield, «lo que, en su mayoría, son hoy nuestrasrepresentaciones colectivas»: objetos exteriores carentesde significado interno.15 El caso es que esta experienciafue ganando terreno, acompañada de la idea de FrancisBacon según la cual la naturaleza existe para ser utilizada.A partir de entonces se ha considerado que el poder sobrela naturaleza es un avance para la humanidad, y la natu-raleza ha sido estudiada con el fin de saber cómo trabajay cómo podemos los seres humanos hacer que trabaje ennuestro «beneficio». Porque la naturaleza es de hechoconcebida como una máquina que trabaja sin participa-ción humana. Que, a pesar de ser tratada como una má-quina, la naturaleza conserve su integridad es una cues -tión que aún no se plantea.Apoyándose en los descubrimientos de la moderna fí-

sica «posmecánica», Barfield demuestra al comienzo desu libro que, aunque se haya hecho habitual, este con-cepto del mundo natural divorciado de la consciencia hu-mana es erróneo. Desde la revolución científica los sereshumanos están atravesando un estadio de la evolución dela consciencia en el que suponen que su consciencia sehalla separada de la naturaleza, cuando lo que sucede esque el proceso real de participación se ha vuelto profun-

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15. Véase pág. 96.

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damente inconsciente. Barfield centra entonces este esta-dio en el hecho de que participamos en la naturaleza;enla medida en que ella se nos «aparece». La clarificación deesta relación participante es, como vimos, el motivo prin-cipal de todo su argumento. Pero Barfield no nos dejaaquí. Si reconocemos nuestro papel protagonista en elacto de ruptura y en sus consecuencias, será responsabi-lidad nuestra propiciar una renovación de la participaciónconsciente. En este respecto, Barfield ve a lo largo delsiglo XX signos de un cambio cada vez más acusado en laconsciencia humana. Pero esta renovación no puede seruna reversión, puesto que es subsecuente al acto de rup-tura. Deberá ser un avance hacia una nueva forma de par-ticipación, que Barfield llama «participación final». En loscapítulos XX y XXI define la gravedad de la tarea queencaramos:

Aunque la velocidad a la que se produce el cambio semantuviese siempre igual, cualquiera que fuese realmentesensible a (por ejemplo) la diferencia entre las representacio-nes colectivas medievales y las nuestras se daría cuenta deque, sin recorrer una distancia mayor que la que hemos re-corrido desde el siglo XIV, podríamos muy bien encaminar-nos hacia un vacío caótico o un mundo inconcebiblementeespantoso. Pero la velocidad de cambio no se ha mantenidosiempre igual. Se ha acelerado y continúa acelerándose.16

Pero también nos dice dónde encontrar el remedio:

[...] si las apariencias son, como he tratado de estable -cer, correlativas a la consciencia humana, y la consciencia

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16. Véase pág. 170.

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humana no permanece inmutable sino que evoluciona,entonces el futuro de las apariencias, es decir, de la natura-leza misma, dependerá de la dirección que tome esta evo -lución.17

Es aquí donde radica nuestra responsabilidad. «Todala unidad y coherencia de la naturaleza depende de la par-ticipación, sea del tipo que sea.»18 Si, habiendo eliminadotoda participación original, los humanos no iniciamos unanueva forma de participación, habremos logrado vaciar elcosmos de todo significado y toda coherencia. La evolu-ción de esta nueva forma de participación –la participa-ción final– está en nuestras manos. Es aquí oportunoreferirse a Rudolf Steiner y al poeta y pensador román-tico inglés Samuel Taylor Coleridge. Ambos influyeronprofundamente en la evolución del pensamiento de Bar-field. Éste, como aquéllos, estaba convencido de que laimaginación es la facultad a la que debemos recurrir paraactivar, desde el interior de la esfera de la consciencia, lafuerza que puede redimir nuestro atormentado mundo.En realidad mantenemos una relación conscientementecreadora con las apariencias, esto es, con el mundo natu-ral. Lo que necesitamos comprender es que la salud, la vi-talidad y el significado interiores del mundo dependen dela cualidad de nuestro engranaje perceptual con él. Laimaginación es la facultad que vigoriza nuestro percibir.En palabras de Coleridge, «la imaginación primaria [...]es el poder viviente y primer agente de toda percepciónhumana».19 Ampliar y hacer conscientemente más pro-funda nuestra percepción mediante la imaginación supone

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17. Véase pág. 199.18. Véase pág. 200.19. S. T. Coleridge, Biographia Literaria, cap. 13.

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transformar la actividad de la figuración. Éste es el pro-ceso que abraza la idea de la participación final.

Ser capaz de experimentar las representaciones comoídolos, y además ser capaz de ejecutar conscientemente elacto de figuración y de experimentarlas como participadas:eso es la imaginación.20

El uso sistemático de la imaginación será en el futuro unrequisito no sólo para el incremento del conocimiento, sinotambién para salvar las apariencias del caos y la inanidad.21

De hecho, leer este libro, asimilar las revolucionariasideas de Owen Barfield y continuar avanzando con el ba-gaje de su pensamiento vivo es ya un primer paso por lasenda del uso sistemático de la imaginación.

El contacto de Owen Barfield con sus viejos amigos deOxford, en particular con C. S. Lewis, constituyó para élun importante estímulo mientras trabajaba en Londres.Visitó regularmente a C. S. Lewis y formó parte del grupollamado los Inklings, que incluía al propio C. S. Lewis, aJ. R. R. Tolkien, autor de El señor de los anillos, y al no-velista Charles Williams. Cuando, a mediados de la dé-cada de los cincuenta, C. S. Lewis tomó posesión de unacátedra en Cambridge, lo dispuso todo para que Barfieldle sucediese en Oxford. Pero el plan no se materializó,para gran decepción de Barfield.

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20. Véase pág. 203.21. Véase pág. 202.

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Su decepción encontró un remedio totalmente inespe-rado. Tras dejar su trabajo como abogado, su carrera deescritor se relanzó. En los años sesenta publicó dos libros:Worlds Apart (1963) y Unancestral Voice (1965). WorldsApart, escrito en forma de diálogo socrático, es un pe -netrante examen de las diversas áreas de conocimiento einvestigación que permanecen encerradas en comparti-mentos estancos, cuando lo que necesitamos urgente-mente para aumentar nuestro entendimiento es lograr suinterpenetración. Este tema aparece con frecuencia en laetapa siguiente de la vida de Barfield.En 1964 fue invitado como profesor visitante por la

Drew University de Nueva Jersey, uno de cuyos profeso-res había leído «Poetic Diction and Legal Fiction», uno desus primeros ensayos. Pronto se despertó en Estados Uni-dos un interés creciente por dos de sus libros, Poetic Dic-tion y Salvar las apariencias. Fueron entonces numerosaslas invitaciones recibidas por parte de universidades de Es-tados Unidos y Canadá. La carrera posterior a su retiroduró hasta 1984, cuando contaba casi ochenta y seis años.A lo largo de esta etapa publicó artículos en revistas lite-rarias y filosóficas, muchos de ellos –incluido el arribamencionado, «Poetic Diction and Legal Fiction»– reuni-dos posteriormente en The Rediscovery of Meaning, andOther Essays (1997), así como un libro breve pero intenso,History, Guilt, and Habit (1978), que recogía la esencia detres conferencias que pronunció en Vancouver. Tambiénhizo nuevas y valiosas amistades con colegas de Nortea-mérica. Saul Bellow, Premio Nobel de Literatura en 1976,admiraba su obra y contactó con él; desde entonces ambosmantuvieron una cálida correspondencia. De hecho, don -de Barfield encontró antes a su público no fue en GranBretaña, sino en Norteamérica. Más tarde comentaría:

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«Toda la reputación literaria que obtuve en el extranjerola establecí allí [...]. Norteamérica es, en este sentido, mi ver-dadera patria. No podría haber aceptado la invitación deNorteamérica si hubiera tenido una profesión en Oxford.»A esto añadió: «Mi mayor logro no es haber escrito libros,sino haber sido capaz de congregar a norteamericanos».22

Owen Barfield pasó la última etapa de su vida en la lo-calidad de Forest Row, al sur de Inglaterra, donde viviódesde 1986 hasta su muerte en 1997. Allí recibió a ami-gos, viejos y nuevos, y se carteó con ellos. De este períododata su amistad con Simon Blaxland-de Lange, que lovisitaba a menudo y que con el consentimiento y colabo-ración de Barfield empezó a escribir su biografía. Blax-land-de Lange hace una descripción conmovedora de susúltimos años. Las tendencias negativas que observaba enla vida política, en la economía y en la atención al medioambiente le hacían sufrir. La ausencia general de aquel in-terés que durante toda su vida se había esforzado por des-pertar en otros –el interés por la evolución de nuestraconsciencia y la responsabilidad moral que conlleva– lodejaba en ocasiones abatido.Pero en los años noventa una nueva generación de es-

critores de Gran Bretaña y Estados Unidos, preocupadoscon la cuestión de cómo entender y superar adecuada-mente el impasse de la consciencia científica alienada y suobjetivación de la naturaleza, encontró en Salvar las apa -riencias la clave para un proceder que parecía cobrar todoel sentido. En su monumental obra El mito de la dio sa:evolución de una imagen (1991), Anne Baring y Jules

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22. Simon Blaxland-de Lange, op. cit., pág. 39.

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Cashford reconocieron cordialmente su deuda con OwenBarfield. La obra más reciente de Anne Baring, The Dreamof the Cosmos (2013), se basa en el triple concepto de par-ticipación de Barfield, en cuyas innovadoras ideas tam-bién se apoyó Jeremy Naydler para escribir El templo delcosmos: la experiencia de lo sagrado en el Egipto antiguo(1996) y, sobre todo, los ensayos reunidos en The Futureof the Ancient World (2009). Barfield recibió con alegría un ejemplar del libro The

Future Does Not Compute: Transcending the Machines inOur Midst (1995), de Stephen Talbott, que «valientementey sin rodeos desestima la pretensión de que la tecnologíade la información basada en computadoras, y en Interneten particular, represente el gran avance en la evoluciónhumana que tantos ansían».23 Talbott describe de formabastante sombría la dirección que están tomando el mun -do reduccionista y la tecnología electrónica, pero ve en laobra de Barfield, especialmente en Salvar las apariencias,la semilla de una auténtica renovación.Sólo puedo añadir que Owen Barfield se habría ale-

grado al saber que su obra fundamental iba a publicarse enespañol y que su concepción verdaderamente revolucio-naria de la evolución de la consciencia iba a encontrartodo un nuevo mundo de lectores. A ellos les deseo que lasuerte y la claridad de pensamiento los acompañe en suviaje al mundo de Barfield. Termino con dos breves citasde sus conferencias en Norteamérica:

La consciencia no es un minúsculo trozo del mundo quesobresale del resto. Es el interior del mundo entero; o, siusamos el término en su sentido estricto –excluyendo la

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23. Ibid., pág. 3.

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mente subconsciente–, es parte del interior del mundo en-tero.24

Estoy seguro de que, si un día llegamos a asumir plena-mente nuestra responsabilidad, no será retocando el exte-rior del mundo, sino sólo cambiándolo, lentamente sinduda, desde el interior.25

Sam Betts

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24. Owen Barfield, History, Guilt, and Habit, Wesleyan Univer-sity Press, Middletown, Connecticut, 1979, pág. 68.

25. Ibid., pág. 92.

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Imaginatio vera

«Estamos bien provistos de escritores interesantes, pero Owen Bar-field no se encuentra en la categoría de lo simplemente interesante.Ambiciona hacernos libres de la prisión que hemos construido para no -sotros mismos con nuestros propios modos de conocimiento, nuestrosfalsos y estrechos hábitos de pensamiento y nuestro “sentido común”.»

Saul Bellow

Miremos un arcoíris, nos dice Barfield. ¿Está realmente ahí? Mientrasdura, diremos que sí. Sabemos que se compone de gotas de lluvia, de luzsolar y de nuestra visión, pero lo único que lo distingue de una alucinaciónes el hecho de que todos lo vemos. Pensemos ahora en un árbol. Pode-mos tocarlo, olerlo, y también sabemos que se compone de moléculas ypartículas subatómicas que constituyen su sustancia real. Pero si el árbolestá compuesto de partículas, éstas son al árbol lo que las gotas de llu-via al arcoíris. Así pues, el mundo que vemos nunca será objetivo: siem-pre dependerá de nuestra propia percepción del mundo fenoménico, quesiempre es correlativa a la evolución de la consciencia humana.

Tomando fuentes tan diversas como la mitología, la historia, la filoso-fía, la literatura, la teología y la ciencia, Owen Barfield nos presenta unapasionante recorrido a través de la evolución de la consciencia, desde elAntiguo Testamento y Grecia hasta la ciencia moderna, para hacernossaber que el mundo que experimentamos cada día es el resultado deldesarrollo de nuestra consciencia participante y de su co-creación simul -tánea. El tiempo acabará convirtiendo este libro en una obra maestra.

El filósofo, poeta y ensayista inglés Owen Barfield nació en Londres en1898. Estudió lengua y literatura inglesas en la Universidad de Oxford.Fue miembro fundador del grupo de los Inklings, formado por J. R. R.Tolkien, Charles Williams y C. S. Lewis, para quien Barfield fue «el mejory más sabio de mis maestros no oficiales». Sus librosdespertaron en Estados Unidos un interés crecienteque no paró de aumentar hasta su muerte en 1997.