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Dossiê: Laicidade, Estado e Religião – Artigo original DOI – 10.5752/P.2175-5841.2010v8n19p9
Licença Creative Commons Attribution-NonCommercial-NoDerivs 3.0 Unported
Horizonte, Belo Horizonte, v. 8, n. 19, p. 9-20, out./dez. 2010 - ISSN: 2175-5841
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El Estado y la Religión en las sociedades industrializadas y de
innovación y cambio The State and Religion in industrialized societies and also of innovation and
change
O Estado e a Religião nas sociedades industrializadas e de inovação e mudança
Marià Corbí ∗
Resumen
En sociedades preindustriales con estado, la religión como sistema de creencias que era simultáneamente sistema de programación colectiva y modo de expresar y vivir la dimensión absoluta de la realidad, el estado necesitaba de la religión y la religión del estado. La industrialización, las sociedades de innovación y cambio, y la subsiguiente democratización, han roto ese pacto y dependencia mutua. En las nuevas sociedades industriales, las religiones no podrán ofrecer sistemas de creencias con la pretensión de que se conviertan en proyecto de vida colectiva, porque, interpretadas desde una epistemología mítica que da por real lo que dicen los mitos, son voluntad divina a la que hay que someterse. Por el contrario, si no se quiere quebrar la tradición, las religiones deberán hacer una oferta de espiritualidad, de calidad humana profunda, a las sociedades globalizadas en continua transformación, cuando más lo necesitan. Las nuevas sociedades no precisan de creencias que fijen, sino de calidad, de espíritu de vida. Las religiones y los estados debieran reconocer esta nueva situación por el bien de los pueblos, de la convivencia entre ellos y por el bien del planeta. Sociedades de una tecnociencia poderosa en continuo crecimiento y sin calidad, pueden ser muy peligrosas. Palabras clave: Mito; creencia; estado; religión; sociedad de conocimiento.
Abstract
In pre-industrial societies with a formal State, in which the religion appeared as a belief system that was both a programming system and a collective way of expressing and living the absolute dimension of reality, the state needed religion and religion needed the state. Industrialization, society in innovation and change, and the subsequent democratization broke this pact and its mutual dependency. In the new industrial societies, religions could not offer those beliefs systems that claim to be converted to a collective life project, interpreted from an mythic epistemology that take as real what the myths say, like a divine will to which we must submit. On the contrary, if you do not want to break with tradition, religions must offer a spirituality of profound human quality to the globalized societies, in continuous transformation, when they need it most. Such new societies do not need to support them, but they do need of a real density of spirit and of spirituality that gives quality to life. Religions and States must recognize this new situation for the good of peoples and the relationship between them and the good of the planet. Societies with a powerful techno science continuously growing and without quality can be very dangerous. Key words: Myth; belief; State; Religion; Knowledge Society.
Resumo
Nas sociedades pré-industriais com um Estado formal, em que a religião aparecia como aquele sistema de crenças que era simultaneamente um sistema de programação coletiva e um modo de expressar e viver a dimensão absoluta da realidade, o Estado necessitava da religião e a religião do Estado. A industrialização, as sociedades de inovação e mudança e a subseqüente democratização romperam esse pacto e dependência mútua. Nas novas sociedades industriais, as religiões não poderão oferecer sistemas de crenças com a pretensão de que se convertam em projeto de vida coletiva, interpretadas a partir de uma epistemologia mítica que dá por real o que dizem os mitos, como vontade divina à qual se deve submeter. Pelo contrário, se não se quer romper com a tradição, as religiões deverão ofertar uma espiritualidade, de qualidade humana profunda às sociedades globalizadas, em contínua transformação, quando mais a necessitam. As novas sociedades não precisam de crenças em que se fixar, mas de densidade de espírito e de espiritualidade que confira qualidade à vida. As religiões e os Estados devem reconhecer esta nova situação pelo bem dos povos, da convivência entre eles e pelo bem do planeta. Sociedades com uma tecnociência poderosa em contínuo crescimento e sem qualidade podem ser muito perigosas. Palavras-chave: Mito; crença; Estado; Religião; Sociedade do Conhecimento.
Artigo recebido em 02 de dezembro de 2010 e aprovado em 17 de janeiro ∗ Director del Centro de Estudio de las Tradiciones de Sabiduría (CETR). Licenciado en teología y doctor en filosofía, ha sido profesor de ESADE, en la Fundación Vidal y Barraquer y en el Instituto de Teología Fundamental de Barcelona. Epistemólogo de las formaciones axiológicas, ha dedicado toda su vida al estudio de las consecuencias ideológicas y religiosas de las transformaciones generadas por las sociedades postindustriales y de innovación. País de origem: Espanha. E-mail [email protected]
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Introducción
En las sociedades agrarias con estado hubo una estrecha relación, durante milenios,
entre el estado y la religión. Se necesitaban uno al otro; ninguno de los dos podía cumplir
su función sin el otro. Se fusionaron o pactaron.
La industrialización -y sobre todo la plena industrialización-, y la aparición de las
sociedades de conocimiento han alterado por completo esta situación.
Por parte de la sociedad se ha tenido que pasar de una cohesión colectiva por
sumisión mental, sensitiva y coerción física, a una cohesión social voluntaria por libre
adhesión a proyectos políticos. Este tránsito impone el paso de un estado autoritario, a
democrático; y de un estado confesional, a laico.
Paralelamente la religión y las iglesias, deberían transitar de una espiritualidad
fundamentada en creencias y sumisiones, a una espiritualidad y proyecto de calidad
humana profunda sin creencias ni sumisiones.
Las religiones y las iglesias no están haciendo ese trabajo. Se está haciendo desde
las bases, desordenada y caóticamente. Vamos a considerar brevemente este problema.
1 Relación de una religión fundamentada en creencias con el poder
Para estudiar adecuadamente la relación de una religión fundamentada en creencias
y el poder, debemos salirnos de las creencias. Para poder analizar la salud de un sistema,
hay que salirse del sistema. Tendremos que partir, en primer lugar, de una antropología no
basada en creencias religiosas (cuerpo/espíritu) ni en creencias laicas (animal/racional) sino
basada en los datos que nos proporciona una antropología que parte de nuestra condición de
animales que hablan.
En nuestra especie la vida inventó (en expresión antropomorfa) un procedimiento
rápido de adaptarse a las modificaciones del medio o producirlas cuando sea preciso.
Las restantes especies animales, para mutar su relación con el medio requieren
emplear millones de años y cambiar de especie. Su relación con la realidad es binaria:
sujeto de necesidades y medio donde satisfacer esas necesidades. Esa relación está
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establecida y fijada genéticamente, con pequeñas posibilidades de aprendizaje en los
animales superiores.
En nuestra especie sólo tenemos determinado genéticamente nuestra fisiología,
nuestra condición sexuada y simbiótica y nuestra competencia lingüística. Con esa dotación
genética no resultamos animales viables más que después de que concretemos todos los
“cómo” de nuestra base genética hablando entre nosotros, con un habla que podríamos
llamar constitucional. Nuestra estructura antropológica es ternaria: sujeto de necesidades,
lengua, y medio donde satisfacer esas necesidades.
Los mitos, símbolos y rituales son los procedimientos con los que los humanos nos
programamos en las sociedades preindustriales durante centenares de miles de años. La
finalidad de esas estructuras no es primariamente religiosa, sino la de completar nuestra
indeterminación genética y hacer de nosotros animales viables en unos determinados
modos de sobrevivencia, siempre preindustriales. Los mitos son narraciones simbólicas que
actúan como sistemas de programación y socialización; son semejantes a software
colectivos con los que se estructura nuestro pensar y sentir, nuestra acción y organización.
Los rituales son el medio con el que se graban en los colectivos y se actualizan
periódicamente esos programas.
Desde esa estructuración mental y sensitiva se vive y se concibe la dimensión
absoluta de la realidad.
Gracias a nuestra estructura lingüística, tenemos un doble acceso a la realidad: un
acceso relativo a nuestras necesidades y un acceso gratuito, absoluto en cuanto no relativo a
nuestras necesidades. Eso doble acceso nos proporciona lo que podríamos llamar una doble
experiencia de la realidad: una experiencia relativa y una experiencia absoluta.
Este doble acceso a la realidad y esta doble experiencia de la realidad es nuestra
cualidad específica y la que nos proporciona la flexibilidad con relación al medio, que es
también nuestra ventaja competitiva con relación a los restantes animales.
Los mitos, símbolos y rituales deben modelar las dos dimensiones de la realidad y lo
hacen con un mismo padrón o paradigma, tomado de la acción principal con la que los
grupos preindustriales sobreviven: cazando, cultivando, pastoreando.
Esas estructuras lingüísticas no tienen la pretensión de describir la realidad, sino
sólo de modelarla de forma que podamos sobrevivir en ella de una determinada manera.
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Este punto es de capital importancia porque modifica radicalmente nuestra concepción
epistemológica de los mitos, símbolos y rituales.
Asentadas estas nociones, ya podemos pasar a considerar la relación entre el estado
y la religión.
Las sociedades preindustriales se dividen en dos grandes bloques muy desiguales en
duración: sociedades sin estado, cohesionadas por lazos parentales y voluntarios, y
sociedades con estado, más amplias y complejas, cohesionadas por subordinación y
coerción. Consideraremos únicamente las sociedades con estado.
En las sociedades con estado los mitos y símbolos son impositivos porque deben
crear y programar para la sumisión. El estado se encargará de que sea así. Las creencias son
la concreción de ese carácter impositivo de las narraciones sagradas de los mitos. Por
consiguiente, la función de las creencias que se derivan de los mitos, no es primariamente
religiosa, sino que es la misma función que la de los mitos: programar uniformemente a los
colectivos y cohesionarlos por la sumisión mental, sensitiva y organizativa. Además tanto
los mitos como las creencias, son también vehículo de expresión y de vida del acceso a la
dimensión absoluta de la realidad. Sin embargo, tanto en una función como en la otra, las
creencias están intrínsecamente relacionadas con la sumisión y la imposición, por
reveladas, de lo contrario no podrían cumplir con su misión. Los mitos y símbolos se
explicitarán como sistemas de creencias, a su paso por la filosofía griega. Así le ocurre al
cristianismo, al islam y al judaísmo.
El estado autoritario de las sociedades agrarias, tiene legitimación propia, por la
función de cohesión y defensa que hace en la sociedad, pero es insuficiente para ejercer el
monopolio del poder y de la coerción.
A la religión, como sistema de creencias impositivas no le basta con la adhesión
voluntaria de los individuos, si quiere extenderse a toda la sociedad y convertirse en
proyecto de vida y programa colectivo; necesita ampliar la posibilidad de coerción para
imponerse.
La religión, como los mitos, símbolos y rituales en los que se expresa, ha tenido una
doble función: ejercer como sistema de socialización y programación colectiva, excluyendo
dudas y alternativas, y ejercer como modo de expresión y de actualización del acceso a la
dimensión absoluta de la realidad. El sistema mítico-simbólico de una colectividad es, a la
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vez, sistema de programación colectiva y sistema de representación y vivencia de lo
absoluto.
El término religión, por consiguiente, abarca las dos dimensiones de esa función,
como una unidad.
Así nos encontramos que la religión requiere la fusión o el pacto con el estado para
poder ejercer e imponer la doble misión que se propone; y luchará de todas las maneras
posibles para que ese pacto se profundice y no se rompa.
El estado, el poder, no puede ser indiferente con respecto a la religión. La religión
controla las mentes, los sentires y comportamientos de sus súbditos. El estado necesita de la
legitimación de la religión frente a los fieles que son también sus súbditos. Por tanto, el
estado hará todo lo posible para pactar con la religión y tenerla satisfecha con concesiones
económicas y de todo tipo, prestándole su poder para que pueda imponer la sumisión a su
sistema de creencias.
Por la lógica de las cosas el estado y la religión deben fusionarse o pactar
irremediablemente. Esta es la situación del estado confesional.
Esta situación dura mientras el estado es autoritario. La democracia necesita minar
esa situación. La democracia no realiza la cohesión social por sumisión, sino por adhesión
voluntaria a un proyecto político. La democracia no debe ser coercitiva más que con
quienes no respetan las leyes.
El estado democrático, de por sí, no necesita de la legitimación de la religión,
porque depende de la voluntad del pueblo; por el contrario, entra en conflicto, con
frecuencia entre la voluntad del pueblo y las pretensiones impositivas de la religión en la
moral, las costumbres y las organizaciones.
La religión, por su parte, mientras se fundamente en sistemas de creencias,
pretenderá continuar ejerciendo el papel de proyecto colectivo, con la ayuda del poder de
coerción del estado. Los estados democráticos se resisten o se niegan a hacer el papel que
les exigen las religiones y las iglesias.
La religión no llega a concebir la espiritualidad, la calidad humana profunda, sin
creencias. La lectura que hace de la Biblia, del Evangelio y de la tradición, se convierte en
sistema de creencias que debe regir, impositivamente, las maneras de pensar, sentir, actuar
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y organizarse de la colectividad, porque se tiene como revelado y querido por Dios y, por
tanto, como obligatorio para todo el mundo.
Tampoco el estado acaba de hacerse una idea de lo que sería una espiritualidad que
no exija sumisión y pida coerción; tampoco es capaz de concebir y apoyar una
espiritualidad sin creencias. Al estado la espiritualidad le suena siempre a religión, y la
religión le suena siempre a imposición. Normalmente apartará de sí y de la colectividad, en
la medida de sus posibilidades, tanto la espiritualidad como la religión.
2 Condiciones para la posibilidad de un estado plenamente laico
Para que sea posible un estado plenamente laico, las religiones han de hacerse
capaces de concebir una espiritualidad sin creencias; una espiritualidad que no pase por la
sumisión sino por la iniciativa y la creatividad. No deben pedirle nada al estado, ninguna
ayuda para someter la mente y el comportamiento de las gentes; ninguna ayuda económica.
Las iglesias no deben buscar ninguna alianza con el poder. Las religiones y las iglesias no
deben tener, sobre todo, ninguna pretensión de ejercer de programa y proyecto colectivo de
sumisión e imposición, como hicieron en el pasado.
En las sociedades plenamente industrializadas, en las que ya se han implantado las
sociedades de conocimiento, que viven y prosperan creando continuamente nuevas ciencias
y nuevas tecnologías, a las tradiciones religiosas no les queda otra posibilidad que esas
renuncias.
Las continuas innovaciones científicas en todos los ámbitos de la vida humana,
cambian continuamente la interpretación de la realidad; crean y van acompañadas de
innovaciones tecnológicas. Las innovaciones en las tecnociencias comportan cambios en
las formas de trabajar y, consiguientemente, en las formas de organizarse y de
cohesionarse, en los valores colectivos y en los fines. En las sociedades de conocimiento,
informatizadas, de innovación continua, todos los parámetros de la vida colectiva cambian
constantemente.
Las sociedades plenamente industrializadas, como una riada, se han llevado la tierra
-los modos de vida preindustriales- donde nacieron y crecieron las religiones y donde
cumplieron su función las creencias.
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Las sociedades de innovación y cambio continuo precisan crear una socialización y
programación colectiva que promueva el cambio, y la disposición al cambio. Por
consiguiente, tienen que excluir todo lo que fije, y nada fija más que las creencias
religiosas, que se tienen como reveladas por Dios, o las creencias laicas, que se tienen como
dictadas por la naturaleza misma de las cosas.
Las nuevas sociedades de innovación y cambio deben excluir, si quieren prosperar,
el tipo de creencias que hemos descrito; no precisan excluir lo que en lenguaje vulgar se
llaman creencias, pero que en realidad no son más que supuestos acríticos.
Las creencias, rigurosamente entendidas, no son compatibles con las sociedades
plenamente industrializadas ni menos con los sectores importantes de sociedades de
innovación y cambio, pero son perfectamente compatibles con las creencias que son sólo
supuestos acríticos. Los supuestos acríticos abundan y, con toda probabilidad, abundarán en
las nuevas sociedades.
La misión de las religiones, de las iglesias, en este tipo de colectivos, ha de ser
únicamente hacer una oferta de espiritualidad, que es una oferta de calidad humana
profunda, desligada de creencias e imposiciones.
Para que las religiones se hagan capaces de hacer este tipo de ofrecimiento tienen
que alejarse de la pretensión de continuar ejerciendo el papel de sistema de creencias que se
presenta como un proyecto y programa colectivo al que se deben someter los hombres y
mujeres de las nuevas sociedades. Esa es una pretensión culturalmente imposible.
Las religiones y las iglesias tienen que llegar a comprender, antes de hacer esa
transformación, que la fe y la creencia no se identifican. La fe es la apertura, la entrega y la
confianza en la dimensión absoluta de la realidad; la creencia es la formulación y expresión
de esa fe desde unos cuadros mitológicos y de creencias propio de un tipo particular de
sociedad preindustrial.
Los místicos de algunas tradiciones religiosas y espirituales de la humanidad, para
distinguir entre la fe y la creencia, usan una imagen: la fe es el vino, la creencia es la copa
que lo contiene. En circunstancias preindustriales vino y copa son inseparables; en
circunstancias ya no preindustriales hay que distinguir con claridad el vino de la copa que
lo contiene.
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En las sociedades preindustriales, que vivían durante miles de años haciendo
fundamentalmente lo mismo, la fe y la creencia se identificaban de modo inseparable. La fe
y la expresión de la fe formaban una unidad indisoluble. Si no hubiera sido así, el poder
sagrado de las religiones para legitimar el estado y para fijar el programa colectivo,
excluyendo toda posibilidad de duda, de cambio o alternativa, se hubiera visto dañado.
En las nuevas sociedades es preciso diferenciar entre la fe y su modo de expresión
preindustrial, de lo contrario perderíamos una cosa y otra.
La nueva epistemología nos dice que los mitos y símbolos no describen la realidad,
ni la de este mundo y ni la del otro, sino que la modelan. La modelación, por consiguiente,
cambiará según el modo de vida preindustrial –la fe cristiana tiene un modo de expresión y
representación diferente de la fe musulmana; la expresión de la fe de los pueblos sin estado
no es la misma que la de los pueblos con estado-.
En sociedades plenamente industrializadas, de innovación y globales, podremos
heredar la fe de nuestros antepasados, si no la identificamos con la manera que tuvieron
ellos de expresarla y vivirla, que era adecuada a sociedades preindustriales, patriarcales,
autoritarias, locales, exclusivistas y excluyentes.
Las organizaciones religiosas y también el estado tienen que llegar a comprender
que para las sociedades de innovación y cambio, sin restos de sociedades preindustriales,
las creencias en las que se presenta la fe son un obstáculo, si se comprenden las creencias
desde una epistemología mítica, que toma por real y descriptivo, aunque sea sólo
analógicamente, lo que dicen las palabras.
La fe, que es la noticia de la dimensión absoluta de la realidad, es fuente de calidad
humana profunda, de estabilidad colectiva e individual, de amor incondicional por todo, de
reconciliación y de paz.
En las sociedades de conocimiento nos tenemos que construir todos nuestros
parámetros de vida, nuestros conocimientos, nuestras tecnologías, nuestros modos de
trabajar y organizarnos, nuestros sistemas de valores, nuestros proyectos y finalidades
individuales y colectivas. Somos los gerentes exclusivos de nuestras vidas y, por la fuerza
de nuestras tecnociencias, somos también los gerentes de la vida en el planeta.
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Por consiguiente, las nuevas sociedades tienen que apartar las creencias tomadas
desde una epistemología mítica, pero precisan más que nunca de la espiritualidad, de la
calidad humana profunda, de la fe en el sentido que hemos precisado.
Las religiones tienen que llegar a comprender, teóricamente y en la práctica, que
quien hable de la dimensión absoluta de la realidad con creencias no podrá ser escuchado ni
tomado en serio en las nuevas sociedades, especialmente por las generaciones más jóvenes.
Y este hecho no tiene que verse como una catástrofe, sino como algo positivo.
Proceder como se ha hecho hasta ahora perjudicaría a las generaciones jóvenes y a
la sociedad, porque bloquearía y estorbaría la flexibilidad y la disposición al cambio que
exigen las sociedades de conocimiento e innovación continua, y con ello perjudicaría al
desarrollo económico y social de las colectividades.
En las sociedades plenamente industrializadas informatizadas, con fuertes sectores
de sociedades de conocimiento innovación y cambio continuo, la identificación de la
espiritualidad y la creencia tienden a relajarse y desaparecer. Las religiones se ven
imposibilitadas para ejercer su papel tradicional de proyecto y programa colectivo
impositivo.
En la misma medida la espiritualidad se desentiende del poder del estado y el estado
democrático pierde interés por la legitimación que procede de la religión y se desentiende
de una religión que ha perdido poder para controlar la mente y el actuar de las gentes.
El estado está profundizando su condición laica, aunque todavía le queda mucho
camino que andar. Los políticos no acaban de hacerse cargo de la nueva situación y de la
pérdida de influjo de las religiones como sistemas de creencias, en las nuevas sociedades.
3 El estado y la religión en los diversos tipos de sociedades mixtas
La humanidad vive en diversos tipos de sociedades mixtas en las que diferentes
sectores sociales viven contemporáneamente en condiciones preindustriales, en sociedades
industrializadas y en sociedades de conocimiento o de innovación y cambio continuo.
En las sociedades desarrolladas (cuando hablamos de desarrollo no nos referimos a
la calidad humana, sino al desarrollo científico, tecnológico, económico y de servicios
sociales), la mayoría de la población vive de una industria que corresponde a la primera
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gran industrialización y sólo una minoría importante vive en sociedades de conocimiento.
Sin embargo es esa minoría la que resulta ser el motor del éxito económico colectivo y el
motor de la economía y de la cultura. En esas sociedades no quedan restos significativos de
los modos de vida preindustriales.
En los países emergentes la sociedad es más compleja. Una gran porción de la
sociedad vive en sociedades de estructura preindustrial, un gran sector colectivo vive de la
industria anterior a las sociedades de conocimiento y una minoría vive en las sociedades de
conocimiento. En estos países el motor colectivo suele ser el sector industrial y
postindustrial.
En países subdesarrollados el sector preindustrial es muy grande y el sector
industrial es poco desarrollado. La sociedad de conocimiento es prácticamente inexistente.
La política y el estado de cada uno de estos tipos de sociedades mixtas, suelen estar
de acuerdo con sus diferentes estructuras.
Donde el sector preindustrial es amplio, el estado tiende a ser autoritario y reclama
la legitimación de la religión. La religión todavía tiene fuerza y el estado tiene que hacerle
concesiones y pactar con ella. En ese tipo de estructura mixta de la sociedad resulta difícil
que pueda darse un estado verdaderamente laico.
En las sociedades con sectores importantes de vida industrial, el estado tiende a ser
más democrático, más independiente de la religión y más laico. No podrá ser plenamente
democrático más que liberándose del pacto con la religión, cosa que no es fácil por el gran
peso todavía del sector preindustrial y, por consiguiente, de la religión.
En las sociedades plenamente industrializadas y con fuertes sectores de sociedad de
innovación y cambio, se da una profunda exigencia democrática, por tanto, una cohesión
social voluntaria, por adhesión libre a proyectos políticos que excluyen la imposición y la
coerción. El estado no necesita la legitimación de la religión, la legitimación le viene del
pueblo por vía democrática.
La religión, por su parte, mientras se presenta como sistema de creencias
impositivas, tiene cada vez menos aceptación y menos influencia sobre la mente y el
comportamiento de las gentes. Eso la hace menos interesante para el estado.
El estado tiene el deber de promover el crecimiento de las sociedades de innovación
en ciencias, tecnologías, productos y servicios, porque de ello depende su prosperidad y la
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del país. Por consiguiente debe promover la disposición al cambio en todos los órdenes y,
como consecuencia, el alejamiento de todo lo que fije. Y nada fija más que las creencias
tomadas en sentido estricto, sean religiosas o laicas.
Sin embargo, en los países plenamente industrializados y con fuertes sectores de
sociedades informatizadas de conocimiento, las religiones, aunque ya sin el humus cultural
y social que las vio nacer y desarrollarse, que eran las sociedades preindustriales, continúan
teniendo un cierto peso en la mente y el comportamiento de las gentes, especialmente en el
orden moral. De estas situaciones residuales se aprovechan los partidos de derechas.
En esos países es frecuente que las iglesias todavía reclamen en el orden económico
y todavía pretendan imponer su proyecto de vida y sus creencias, insistiendo especialmente
en algunos ámbitos de la moralidad, como son todo lo referente a la sexualidad y a la
reproducción.
Conclusión
En la medida en que las sociedades se alejan de los modos de vida preindustriales,
se industrializan y entran en las sociedades de conocimiento, innovación y cambio
continuo, se democratizan, se desacralizan y se alejan de las creencias y, como
consecuencia, se alejan de las religiones en la medida en que éstas continúan presentándose
como sistemas de creencias.
En esas situaciones el estado va haciéndose más y más lacio. Esta es una dinámica
que por la lógica y los datos que tenemos, parece necesaria.
Si en este contexto cultural, económico y social las religiones, las iglesias, no atinan
a ofrecer una espiritualidad, una propuesta de calidad humana profunda, libre de creencias,
se condenan a sí mismas a la extinción lenta o se condenan a quedar recluidas en los países
subdesarrollados y en las regiones subdesarrolladas de los países. Y si las cosas no van muy
mal para la humanidad, no harán más marginarse, y perder más y más terreno.
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Referências
CORBÍ, Marià. Religión sin religión. Madrid: PPC, 1996. CORBÍ, Marià. El camino interior, más allá de las formas religiosas. Barcelona: Bronce, 2001. CORBÍ, Marià. Hacia una espiritualidad laica: sin creencias, sin religiones, sin dioses. Barcelona: Herder, 2007. CORBÍ, Marià. Para uma espiritualidade leiga. São Paulo, Paulus, 2010.
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