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Estudios Exégeticos Homiléticos Volume 2015 | Number 171 Article 1 June 2015 Número 171: 2.º Domingo de Pentecostés-5.º Domingo de Pentecostés Follow this and additional works at: hp://digitalcommons.luthersem.edu/eeh Part of the Christianity Commons , and the Practical eology Commons is Article is brought to you for free and open access by Digital Commons @ Luther Seminary. It has been accepted for inclusion in Estudios Exégeticos Homiléticos by an authorized editor of Digital Commons @ Luther Seminary. For more information, please contact [email protected]. Recommended Citation (2015) "Número 171: 2.º Domingo de Pentecostés-5.º Domingo de Pentecostés," Estudios Exégeticos Homiléticos: Vol. 2015 : No. 171 , Article 1. Available at: hp://digitalcommons.luthersem.edu/eeh/vol2015/iss171/1

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Estudios Exégeticos Homiléticos

Volume 2015 | Number 171 Article 1

June 2015

Número 171: 2.º Domingo de Pentecostés-5.ºDomingo de Pentecostés

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ESTUDIO EXEGÉTICO–HOMILÉTICO 171 – Junio 2015

ISEDET

Es un servicio elaborado y distribuido por el Instituto Superior Evangélico de Estudios Teológicos (ISEDET), Buenos Aires, Argentina

Este material puede citarse mencionando su origen

Autor de este EEH: Néstor Míguez (Buenos Aires)

EEH Junio

A los largo del mes de junio el leccionario sigue dos “lectio continua”. En el Evangelio, como a

lo largo del todo año litúrgico (ciclo B), nos propone el Evangelio de Marcos. En la epístola

hace sus lecturas en 2ª Corintios. En algunas variantes del leccionario también hay una

selección de lecturas del Primer Libro de Samuel durante este periodo.

En esta oportunidad hemos de comentar los textos de 2ª Corintios. Los textos del Evangelio

son más conocidos y hay más material homilético sobre ellos. En cambio, si bien hay varios y

buenos comentarios sobre las cartas a los Corintios, especialmente los estudios sobre la

segunda carta se preocupan más por la consideración académica que del uso del texto en la

predicación y la enseñanza1. Por eso me ha parecido bueno (además de que las cartas de

Pablo son parte de mi trabajo más constante) intentar buscar en estos pasajes aquellos

elementos que nos ayuden a construir el mensaje pertinente para nuestras iglesias y nuestro

tiempo.

Introducción general

La llamada “Segunda Carta del Apóstol Pablo a los Corintios” es probablemente un

conglomerado de escritos del apóstol a esa localidad, que fueron juntados y editados como una

sola carta. Es evidente que hay algunas perícopas que no encajan unas con otras, que

muestran diversidad de temas, interrupciones abruptas, diferentes momentos en la vida de

Pablo y de su congregación. No me gusta multiplicar los cortes y fragmentar los textos

innecesariamente, aunque hay quienes ven en esta “epístola” un sinnúmero de cortes y

fragmentos. Prefiero reconocer que hay dificultades en sostener la unidad de la carta, pero no

es necesario aislar cada trozo como algo diferente. Todos, al escribir cartas personales,

hacemos saltos de tema, comentarios marginales, incluimos observaciones, etc. que no

significan que estamos escribiendo otra carta. Podemos suponer que Pablo hace lo mismo,

más aún cuando dependía de secretarios, y quizás pasaba de un día a otro al confeccionar su

misiva. Por eso me limito a aquellos cortes que son evidentes e imprescindibles para ordenar y

darle coherencia al todo, pero no hago de ello un ejercicio de purismo analítico.

Así las cosas, podemos suponer que los textos que hemos de ver este mes se ubican (quizás

con la excepción del último –2 Co 8: 7-15) dentro de un mismo escrito (caps 1-7). Sería una

carta enviada en un momento en que las relaciones tensas con la iglesia en Corinto

encontraron un momento de sosiego, que el Apóstol quiere aprovechar y sostener, sin negar

las dificultades existentes y que perduran en alguna medida. Los Capítulos 8 y 9 representan

un cambio de tema, centrados en la colecta a favor de la comunidad de Jerusalén, y luego del

10 hasta el final muestran otro momento de la vida del apóstol y su relación con los creyentes

1 Una excepción es el buen estudio de Eduardo de La Serna en el Comentario Bíblico

Latinoamericano, Nuevo Testamento (Verbo Divino, 2003) que reúne buena información académica con una hermenéutica pastoral.

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2 de la ciudad de Corinto: esa sea, quizás, la “carta de las lágrimas” a la que hace referencia en

2:3-4 –por lo que sería anterior a la que ahora consideramos. Se ha señalado que también 2Co

6:14-7:1 muestra un salto abrupto y discontinuidad temática, y probablemente pertenezca a

otra carta (7:2 es un continuación lógica de 6:13).

Entonces, para los textos que hemos de comentar este mes, ubicamos la carta como siguiendo

la llamada “carta de las lágrimas”, en un momento de reconciliación. Entre 1 Corintios y este

conjunto de cartas media un tiempo no demasiado extenso (estamos a mediados de los años

50’ del primer siglo). Es evidente que la comunidad de Corinto vive algunos conflictos internos,

que derivan en una situación difícil incluso en la relación con Pablo. Esta situación es ambigua,

por momentos tensa, por momento pareciera reencauzarse, al menos parcialmente. Es

evidente que los problemas siguieron, porque a finales del siglo primero, casi 40 años después,

Clemente de Roma, en su carta a los Corintios sigue manifestando los problemas internos que

aquejan a la iglesia en esa ciudad, y hace referencia a Pablo y su legado en ella.

Frente a esto, Pablo recurre a dos instancias: por un lado, apela al afecto, a su condición de

fundador, a los lazos que los unen como hermanos en la fe. Pero por el otro pone énfasis en

los componentes de esa fe, a lo que podríamos llamar elementos doctrinales (una doctrina muy

en pañales, vinculado a la práctica pastoral más que a un desarrollo dogmático). En los textos

que hemos de estudiar este mes podremos notar como ambos elementos se van

entremezclando; es que para Pablo, el afecto, el amor –no como ideal romántico sino como

modo de relación comprensivo y creativo– no es separable de la fe en Cristo: la doctrina es

engendrada desde el amor, y no viceversa. Esa fue su propia experiencia en el encuentro con

el Mesías: le mostró su gracia, no le enseñó una doctrina. Fue conociendo la enseñanza (ese

es el significado original de la palabra doctrina) a medida en que fue profundizando en el amor

de Dios en Jesús Mesías, y su significación para él y para toda la humanidad.

Vale la pena una vez más recordar que en aquel tiempo solo una muy pequeña parte de la

población sabía leer. En las iglesias se dependía de la lectura en voz alta que hiciera alguien

que podía leerla, de manera que la mayor parte de la congregación fue oyente de la carta. Al

escuchar una carta leída, y dependiendo del énfasis que le quiera dar el lector, el efecto

emotivo no es el mismo que el que tenemos nosotros, que la leemos y estudiamos con

detenimiento, como parte de un “libro sagrado”.

Domingo 7 de junio de 2015, Segundo Domingo de Pentecostés (Verde) Salmo 138; Génesis 3:8-15; 2 Corintios 4:13- 5:1; Marcos 3:20-35

2 Corintios 4:13-5:1

4:13 Pero teniendo el mismo espíritu de fe, conforme a lo que está escrito: Creí, por lo cual

hablé, nosotros también creemos, por lo cual también hablamos, 14 sabiendo que el que

resucitó al Señor Jesús, a nosotros también nos resucitará con Jesús, y nos presentará

juntamente con vosotros. 15 Porque todas estas cosas padecemos por amor a vosotros, para

que abundando la gracia por medio de muchos, la acción de gracias sobreabunde para gloria

de Dios. 16 Por tanto, no desmayamos; antes aunque este nuestro hombre exterior se va

desgastando, el interior no obstante se renueva de día en día. 17 Porque esta leve tribulación

momentánea produce en nosotros un cada vez más excelente y eterno peso de gloria; 18 no

mirando nosotros las cosas que se ven, sino las que no se ven; pues las cosas que se ven son

temporales, pero las que no se ven son eternas.

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Estudios Exégeticos Homiléticos, Vol. 2015, No. 171 [2015], Art. 1

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3 5:1 Porque sabemos que si nuestra morada terrestre, este tabernáculo, se deshiciere, tenemos

de Dios un edificio, una casa no hecha de manos, eterna, en los cielos. (RVR60)

Los textos resaltados faltan en los originales griegos

Notas exegéticas

Pablo se remite a que todos participan de un mismo “espíritu de fe”. Ese Espíritu es el que in-

spira las Escrituras, y sirve para introducir una cita del Salmo 115:1 según la versión griega de

los LXX (Aleluya, tuve fe y por ello hablé –con otro sentido esto aparece en el salmo 116:10 de

la versión hebrea –RVR60). Al tomar esta expresión y pasarla al plural, Pablo busca incluir a

sus lectores/oyentes en el mismo compromiso, señalar que esa fe y ese Espíritu que nutre las

Escrituras es la misma fe y el mismo Espíritu que los guía y reúne. Pablo y los demás

apóstoles, y también la comunidad creyente, tienen la responsabilidad de difundir la Palabra.

Esa unidad tiene un lazo aún más fuerte, que es la certeza y la esperanza de la resurrección.

Esta idea será desarrollada más tarde por Pablo también en la carta a los Romanos (6:3-14;

también Col 3:1-4). La Resurrección es la obra de Dios en Jesús, que se extiende a todos los

creyentes para reunirnos en su presencia (nos presentará conjuntamente).

La expresión del v. 15 en Reina-Valera no es una buena traducción: el texto no hace mención

al padecimiento del apóstol (eso lo planteará más adelante, v. 17 y en otros pasajes de la

carta). Una traducción casi textual sería (la textualidad estricta es imposible) “Todas las cosas

son por vosotros (ta panta di’umas) para que la gracia abunde por la abundancia de la acción

de gracias (ten eujaristian) que derrama hacia la gloria de Dios”. Como puede verse, es algo

complicado. Es como si Pablo quisiera decir más de lo que puede con palabras: es que la

gracia de Dios es tan infinita que excede todo lenguaje humano, y ese es el límite que

encuentra Pablo. Lo que su certeza le dicta es que todo, todas las cosas que son en Dios son

para la manifestación de su gracia (repetirá esto en Rom 8: 28: “a los que aman a Dios todo

obra hacia el bien”), por lo que nosotros debemos expresar esa acción de la gracia.

A partir del v. 16 señala la proyección de esa fe “por la que hablamos” al tiempo de la plena

redención (escatología). Pero ese tiempo de la plena redención es la que guía nuestra acción

ahora: no es simple espera, sino compromiso activo con esa obra. Solo que ahora, ello produce

un cierto padecimiento: nos desgastamos en ese compromiso (que es mejor que desgastarse

en otras cosas y otros compromisos) porque mientras que nuestras fuerzas se van en ese

compromiso, nuestra participación en la presencia divina crece. No es un intercambio entre hoy

y el futuro, entre esfuerzo y recompensa: es la consecuencia de una coherencia en el obrar.

Por eso no pueden interpretarse esos versículos desde un punto de vista dualista (hombre

exterior vs. hombre interior; padecimiento vs. gloria; visible vs. invisible; temporal vs. eterno).

Más bien es una continuidad que surge de la vida según la promesa: el padecimiento se

transforma en gloria, lo exterior es asumido por lo interior, lo visible nos indica la existencia de

lo invisible, lo temporal es contenido en lo eterno.

El v. de 5:1, que sirve de transición hacia otras consideraciones, justamente mostrará la

promesa y la esperanza: nuestra obra no se sostiene por si misma sino es parte de la obra

eterna de Dios. No es solamente acerca de la resurrección del creyente (aunque sí también lo

es) sino acerca de toda nuestra condición: en lo que sigue Pablo expresará su deseo, casi sus

ansias, de ver esta promesa cumplida; pero sabe que eso no depende de él, sino de la buena

voluntad divina.

Reflexión homilética

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4 Una interpretación homilética puede poner su acento en el compromiso que nos hace

comunidad: proclamar la Palabra. El Espíritu de la fe se muestra en el testimonio, un testimonio

conjunto porque se reúne en torno del Resucitado. Lo que hablamos es lo que vivimos por la fe

en la resurrección. No solo nos reúne como congregación local, sino que es la continuidad a

través del espacio y del tiempo: la proclamación construye la dimensión ecuménica total de la

Iglesia.

Esa proclamación pone en evidencia la gracia divina. No es que la gracia aumenta cuando la

iglesia crece, sino que es la gracia de Dios lo que abunda para que podamos ser iglesia. Esa

construcción que viene de Dios requiere, sin embargo, nuestro humano compromiso, ponernos

al servicio de esa palabra que proclamamos. La gracia que recibimos la jugamos como acción

de gracias, que es la acción que opera la gracia en nosotros. No es casualidad que la acción

de gracias (eujaristía) sea la palabra que usamos para el medio de gracia, la Comunión o

Santa Cena.

La dimensión de la esperanza es la fuerza que empuja esa gracia. Sin esperanza, en ese

continuo presente que hoy nos quieren imponer los cultores, solo puede haber padecimiento

sin sentido.La pura búsqueda de placer vacía a la vida de esperanza, y reemplaza la

esperanza por la ansiedad. Pablo nos propone el camino inverso: reemplazar a la ansiedad por

la esperanza, en la certeza de que Dios continúa obrando y que nos ha preparado mejores

caminos.

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Este material puede citarse mencionando su origen

Autor de este EEH: Néstor Míguez (Buenos Aires)

Domingo 14 de junio de 2015, Tercer Domingo de Pentecostés (Verde) Salmo 20; Ezequiel 17:22-24; 2 Corintios 5:6-17 ; Marcos 4:26-34.

2 Corintios 5:6-17

6 Así que vivimos confiados siempre, y sabiendo que entre tanto que estamos en el cuerpo,

estamos ausentes del Señor 7 (porque por fe andamos, no por vista); 8 pero confiamos, y más

quisiéramos estar ausentes del cuerpo, y presentes al Señor. 9 Por tanto procuramos también,

o ausentes o presentes, serle agradables. 10 Porque es necesario que todos nosotros

comparezcamos ante el tribunal de Cristo, para que cada uno reciba según lo que haya hecho

mientras estaba en el cuerpo, sea bueno o sea malo. 11 Conociendo, pues, el temor del Señor,

persuadimos a los hombres; pero a Dios le es manifiesto lo que somos; y espero que también

lo sea a vuestras conciencias. 12 No nos recomendamos, pues, otra vez a vosotros, sino os

damos ocasión de gloriaros por nosotros, para que tengáis con qué responder a los que se

glorían en las apariencias y no en el corazón. 13 Porque si estamos locos, es para Dios; y si

somos cuerdos, es para vosotros. 14 Porque el amor de Cristo nos constriñe, pensando esto:

que si uno murió por todos, luego todos murieron; 15 y por todos murió, para que los que viven,

ya no vivan para sí, sino para aquel que murió y resucitó por ellos. 16 De manera que nosotros

de aquí en adelante a nadie conocemos según la carne; y aun si a Cristo conocimos según la

carne, ya no lo conocemos así. 17 De modo que si alguno está en Cristo, nueva criatura es; las

cosas viejas pasaron; he aquí todas son hechas nuevas. (RVR60)

Notas exegéticas

Los versos 6-9 giran en torno de la tensión presencia/ausencia (literalmente: estar en casa,

estar fuera de casa). Aquí Pablo pone en juego su propia condición frente a la comunidad: en

cuanto al cuerpo, él está ausente de Corinto; en cuanto a su espíritu, está presente (1Co 5:3).

Esa misma metáfora la usará para señalar la relación íntima con el Mesías: está ausente en el

cuerpo (al menos en el cuerpo carnal), pero presente en la vida de la comunidad. Más

adelante, en el v. 16, volverá sobre esta idea: algunos conocieron a Jesús en la carne, pero

ese conocimiento no tiene ningún valor si no lo reconocemos en el Espíritu, si ese

conocimiento no se hace fe en nuestro caminar.

Es esa presencia del Señor en la vida de fe la que da confianza. Es por ello, y no por ser

benevolente (Pablo no lo será en distintos pasajes de la carta) que busca ser aceptable,

agradable. Esto se tiñe de un matiz escatológico: el juicio de Dios. Aquí hay una expresión que

parece desmentir la idea de la salvación por la pura fe (v. 10b); al igual que en Rom 2:5-6, se

señala un juicio por las obras, por lo que cada uno hiciera estando en el cuerpo. Hay que

entender que Pablo nunca renuncia a la idea de que la fe se manifiesta en las obras, que lo

espiritual se manifiesta en la vida en el cuerpo. Lo que Pablo señalará en otros pasajes es que

las obras son insuficientes para salvar, que la simple obediencia a la ley o la pertenencia étnica

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6 al pueblo judío no cumplen con la voluntad divina, por lo que Dios agrega a la justica de la ley y

al juicio de las obras una justicia que es por la gracia. Pablo sabe de la ambigüedad de la vida

humana y de su propia ambigüedad (lo expresará claramente en Rom 7), y que por ello no

puede conformarse por lo que sean sus obras. Pero si insistirá en que más allá de esa

ambigüedad Dios conoce nuestra conducta por lo que hay en el corazón, por la misma fe que

Dios alumbró en nosotros y espera que obremos conforme a ella (v 11).

Los vv. 11-13 aluden indirectamente al ministerio de Pablo: no es para propia jactancia, sino

que es la obra que Dios hace en ellos, en su corazón, aquello que pueden mostrar, en lo cual

los creyentes de Corinto pueden ahora gloriarse. En ella y solamente en ella. No hay “éxitos”

de apariencia, no hay cosas que mostrar que puedan redundar como cuestiones de prestigio

(esto en un mundo –como el romano y el nuestro—en donde todo se mide por apariencias y

éxitos). Pablo no presenta cartas de recomendación: su predicación lo es, aunque esa

predicación aparezca como locura (1Co 1:21 “Pues ya que en la sabiduría de Dios, el mundo

no conoció a Dios mediante la sabiduría, agradó a Dios salvar a los creyentes por la locura de

la predicación”); y ellos son, en tanto fieles, la única recomendación posible (hace referencia

aquí lo que ya ha dicho en 3:1-3).

Pero las afirmaciones doctrinales más fuertes, que a la vez son el lazo afectivo más firme, lo

constituye la obra de amor de Dios en Jesús Mesías. Es la muerte y resurrección de Cristo (a la

que ya aludió en el párrafo estudiado la semana pasada) lo que genera la comunidad de la

esperanza. Esa esperanza es esperanza de vida, porque en la muerte y resurrección

encontramos una vida que no es auto-centrada, sino sostenida por el amor de Dios.

La expresión final pone esa esperanza en el presente: quien está en Cristo ya es parte de la

nueva creación (y no criatura, que tiene un dejo individualista). El pecado que nos consume, la

envidia y la vida de apariencias, las confrontaciones por el prestigio y la riqueza, los juicios

entre creyentes, los partidismos que aquejan a la comunidad, a los que alude claramente la

primera carta, son cosas que deben quedar en el pasado. Dios nos ha hecho parte de su nuevo

mundo, de su Reino, y como tal debemos vivir, a pesar de nuestras ambigüedades y

contradicciones.

Reflexión homilética

¿Cuándo estamos y cuándo no estamos presentes en Cristo, con Cristo? No se trata de

descubrir “momentos” más cercanos en nuestra historia personal o comunitaria, aunque ello

sea parte de lo que debemos reflexionar. Se trata de actitudes, de modos de relacionarnos, de

la vida de la fe.

Estar en Cristo es vivir de la esperanza. Estamos ausentes cuando ya no nos interesa la

comunidad con la que compartimos ni los otros que nos rodean, cuando renunciamos a pensar

y actuar afirmados en que somos testigos de “otro mundo posible”, la nueva creación que se

nos propone desde la fe.

Por supuesto esto es una “locura”: pareciera que somos llamados a “predicar en el desierto”;

pero en el desierto predicó Juan el Bautista para ser anunciador del Mesías. En un mundo

hostil predicó Pablo para confrontar al Imperio esclavizador con el mensaje de la libertad

cristiana. Es por esa actitud que mostramos muestra fe y que seremos juzgados como fieles al

que proclamamos como nuestro Dios, como el humilde Señor que conoció cruz y resurrección.

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7 No serán la apariencia de éxito ni la atracción vacía sobre las multitudes, sino la construcción

de comunidades entregadas al amor lo que puede mostrarse para la gloria de nuestro Señor.

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Autor de este EEH: Néstor Míguez (Buenos Aires)

Domingo 21 de junio de 2015, Cuarto Domingo de Pentecostés (Verde) 1 Samuel 17:(1a, 4-11, 19-23), 32-49; Salmo 9:9-20; 2 Corintios 6:1-13; Marcos 4:35-41

2 Corintios 6:1-13

1 Así, pues, nosotros, como colaboradores suyos, os exhortamos también a que no recibáis en

vano la gracia de Dios. 2 Porque dice: En tiempo aceptable te he oído, Y en día de salvación te

he socorrido. He aquí ahora el tiempo aceptable; he aquí ahora el día de salvación. 3 No

damos a nadie ninguna ocasión de tropiezo, para que nuestro ministerio no sea vituperado; 4

antes bien, nos recomendamos en todo como ministros de Dios, en mucha paciencia, en

tribulaciones, en necesidades, en angustias; 5 en azotes, en cárceles, en tumultos, en trabajos,

en desvelos, en ayunos; 6 en pureza, en ciencia, en longanimidad, en bondad, en el Espíritu

Santo, en amor sincero, 7 en palabra de verdad, en poder de Dios, con armas de justicia a

diestra y a siniestra; 8 por honra y por deshonra, por mala fama y por buena fama; como

engañadores, pero veraces; 9 como desconocidos, pero bien conocidos; como moribundos,

mas he aquí vivimos; como castigados, mas no muertos; 10 como entristecidos, mas siempre

gozosos; como pobres, mas enriqueciendo a muchos; como no teniendo nada, mas

poseyéndolo todo. 11 Nuestra boca se ha abierto a vosotros, oh corintios; nuestro corazón se

ha ensanchado. 12 No estáis estrechos en nosotros, pero sí sois estrechos en vuestro propio

corazón. 13 Pues, para corresponder del mismo modo (como a hijos hablo), ensanchaos

también vosotros.

Notas exegéticas

A lo largo de este párrafo Pablo nos confronta con una serie de contraposiciones. La gracia con

el sufrimiento, el futuro con el presente, el prestigio con la deshonra, la estrechez con la

amplitud. Este juego de contradicciones es permanente en las cartas de Pablo, está a la base

de su teología a partir de la experiencia de la cruz: lo que para el mundo es la peor condena,

para Dios es el camino de salvación, lo que el mundo considera escándalo y necedad es

sabiduría y redención divina. Ello lo ha expuesto de entrada ya en el primer capítulo de la

primera carta a los corintios. En este párrafo de la segunda carta encontraremos que vuelve

sobre esta idea, que repite pasajes similares de la primera (cap. 4) y de esta misma carta (2ªCo

4). Además podemos ver una lista de contratiempos también en la llamada “carta de las

lágrimas” (2ªCo 10-13), que, como señalamos en la introducción, probablemente sea

intermedia entre la 1ª y la 2ª.

Así Pablo habla de recibir esta gracia, pero inmediatamente señala que no es, como dice D.

Bonhoeffer, una “gracia barata” (en su libro El precio de la gracia). La gracia divina es una

convicción de justicia que no elimina el sufrimiento, las situaciones difíciles, los riegos de la

vida de fe. La gracia es el modo con que Dios nos mira para no condenarnos (quiero que el

pecador se arrepienta y viva, Eze 18:33), es la forma redentora de la justicia divina (Eze 18:20).

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9 Pablo ve que este mensaje se hace realidad en el Mesías Jesús, y por eso ve que esto que el

profeta anuncia como futuro es una realidad presente (este es el día de la salvación).

Ser ministro de Dios, en este caso, ser su “embajador” no necesariamente trae honores y

honra: por el contrario, Pablo enumera una vez más una lista de padecimientos a los que es

sometido por el cumplimiento de la misión (vv. 4-5). Pero ese sufrimiento abunda en mayores

virtudes (vv. 6-7). Cuidado, no es que las virtudes vengan por el sufrimiento (como predicaba el

estoicismo en ese tiempo) sino que el ejercicio de los dones de la fe, en un mundo

contradictorio, no es garantía de bienestar, sino riesgo. Los versos siguientes indicarán estas

contradicciones a las que son sometidos: honra/deshonra, fama/infamia, falsedad/verdad. Su

ministerio se da en medio de estos juegos de opuestos, que repiten algo de lo que menciona

en 2Co 4:7:11. Se nota la importancia que Pablo pone en esto por la cantidad de veces que

aparece en sus cartas a los corintios. Es que bien sabe que para la cultura helénica, de la cual

provienen los creyentes de esa ciudad, la apariencia, la prosperidad y el prestigio son las

medidas de la humanidad: se es hombre pleno cuando uno es famoso, rico, prestigioso, noble.

Eso marca el lugar en la escala social.

Pero el evangelio no garantiza estas cosas; por el contrario, quienes lo asumen y predican se

exponen a lo contrario. Insisto, no es que el sufrimiento redime, sino que la coherencia y

perseverancia en la vida del Reino se viven en este mundo como contradicciones con las

formas dominantes. Por eso, el amor que Pablo reclama de su congregación corintia (notemos

la mención directa a sus lectores, v. 11) no es algo que surge naturalmente por encontrarse

con una persona “amable”, en términos de la ideología dominante. Por el contrario, hay que

hacer un esfuerzo por querer lo que en principio se presenta como desechable: hay que abrir el

corazón a lo que el sentido común rechaza: de eso se trata el evangelio que salió de la boca

del apóstol. Hay que abrir lo que está cerrado, hay que ensanchar el corazón estrecho.

Reflexión homilética

La preponderancia de la apariencia por sobre lo verdadero no es una exclusividad del mundo

griego. Hoy la padecemos en igual o mayor medida aún. La realidad se basa en el espectáculo,

todo es un show. El filósofo francés J. Baudrillard habla del simulacro, una realidad que parece

pero que no es, como la característica de nuestro tiempo: la sucesión de simulacros llega a

suplantar a la realidad. Otro estudioso, G. Debord define nuestro tiempo como La sociedad del

espectáculo (título de su libro), siendo su primera afirmación que: “Toda la vida de las

sociedades en las que dominan las condiciones modernas de producción se presenta como

una inmensa acumulación de espectáculos. Todo lo que era vivido directamente se aparta en

una representación”.

Pablo ha dicho que los apóstoles se han transformado en espectáculo para el mundo(1Co 4:9),

pero como un espectáculo de muerte (se refiere, probablemente, al Circo Romano y sus

crueldades públicas). Pero el evangelio no es lo que aparece, lo espectacular, sino el misterio

oculto de la salvación que se revela en la experiencia de la cruz (1Co 2:1-8).

Desgraciadamente algunos cristianos, entre ellos algunos que se denominan a sí mismos

evangelistas, hacen del Evangelio un espectáculo, y por lo tanto lo vacían de su contenido más

profundo, de su realidad transformadora.

Para los filósofos griegos (en la línea de Platón) la apariencia es la sombra de la realidad. Para

Pablo la apariencia es el ocultamiento de la realidad. Por eso ve la realidad en contraposición

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10 con lo aparente, y destaca esas contradicciones. El evangelio se predica, no en búsqueda del

éxito mundano, sino en fidelidad a Dios: la fe como don, como la gracia que recibimos y

aceptamos en este mundo y en este tiempo, debe ensanchar nuestro corazón para amar lo que

se excluye, para reconocer el mensaje evangélico, el poder redentor, no en el éxito o la

prosperidad, sino en el amor a los que parecen no tener nada en este mundo, pero que tienen

el favor y el amor de Dios.

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Estudios Exégeticos Homiléticos, Vol. 2015, No. 171 [2015], Art. 1

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11 ESTUDIO EXEGÉTICO–HOMILÉTICO 171 – Junio 2015

ISEDET

Es un servicio elaborado y distribuido por el Instituto Superior Evangélico de Estudios Teológicos (ISEDET), Buenos Aires, Argentina

Este material puede citarse mencionando su origen

Autor de este EEH: Néstor Míguez (Buenos Aires)

Domingo 28 de junio de 2015, Quinto Domingo de Pentecostés (Verde) Salmo 130; Lamentaciones 3:23-33; 2 Corintios 8:7-15; Marcos 5:21-43

2 Corintios 8:7-15

7 Por tanto, como en todo abundáis, en fe, en palabra, en ciencia, en toda solicitud, y en

vuestro amor para con nosotros, abundad también en esta gracia. 8 No hablo como quien

manda, sino para poner a prueba, por medio de la diligencia de otros, también la sinceridad del

amor vuestro. 9 Porque ya conocéis la gracia de nuestro Señor Jesucristo, que por amor a

vosotros se hizo pobre, siendo rico, para que vosotros con su pobreza fueseis enriquecidos. 10

Y en esto doy mi consejo; porque esto os conviene a vosotros, que comenzasteis antes, no

sólo a hacerlo, sino también a quererlo, desde el año pasado. 11 Ahora, pues, llevad también a

cabo el hacerlo, para que como estuvisteis prontos a querer, así también lo estéis en cumplir

conforme a lo que tengáis. 12 Porque si primero hay la voluntad dispuesta, será acepta según

lo que uno tiene, no según lo que no tiene. 13 Porque no digo esto para que haya para otros

holgura, y para vosotros estrechez, 14 sino para que en este tiempo, con igualdad, la

abundancia vuestra supla la escasez de ellos, para que también la abundancia de ellos supla la

necesidad vuestra, para que haya igualdad, 15 como está escrito: El que recogió mucho, no

tuvo más, y el que poco, no tuvo menos.

Notas exegéticas

El texto que nos toca estudiar ahora probablemente pertenezca a otra carta independiente, que

trata específicamente el tema de la ofrenda para los santos de Jerusalén, o a una nota

adicionada a algunas de las cartas anteriores. Se diferencia de las cartas anteriores porque se

concentra en este solo tema (junto con el cap. 9 de esta misma carta) con poca relación con lo

que trata en el resto de la correspondencia corintia. Sin embargo no hay dudas, por la

expresión, lenguaje y teología, así como por las circunstancias, de que es un claro texto

paulino.

El tema de la ofrenda para Jerusalén aparece en varias cartas de Pablo: las dos de Corintios,

Gálatas y Romanos, aunque es completamente ignorado por el relato del libro de Hechos de

los Apóstoles. Hasta donde podemos conjeturar, la comunidad creyente de Jerusalén había

agotado sus recursos y fue víctima de una hambruna generalizada que sobrevino en territorio

de Judea hacia el año 50. Frente a esta situación Pablo quiere mostrar la solidaridad de las

comunidades gentiles hacia sus hermanos judíos, a pesar de las diferencias teológicas que

existían. Esa solidaridad marcaría un intercambio de dones, donde lo material y lo espiritual se

compensan. El ejemplo es Cristo mismo, quien en todo su poder se humilla para nuestra

salvación.

Pablo considera que esto es “una gracia” (2Co 8:4; en otras ocasiones lo llamará servicio –

diakonía: Rom 15:31, e incluso servicio de liturgia: 2Co 9:12). La ofrenda es una acción de

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12 gracias a Dios, pero esa acción de gracias se expresa en una solidaridad con los que sufren –

en este caso, pobreza y hambre (en Gálatas aparece como “acordarse de los pobres” 2:10).

Pablo les recuerda que hay una iniciativa pendiente, a la que ya aludió en la primera carta

(16:1) que deben completar, para que su palabra y su actitud coincidan. Pero palabra y actitud

deben acompañar también una voluntad positiva; no se trata de hacerlo por obligación: también

forma parte de un querer hacer, de mostrar lo que hay en el corazón.

Pero el fin de esto es “que haya igualdad”. Como en Jerusalén, donde todos ponían sus

propiedades a disposición de los apóstoles, el gesto debe extenderse a la iglesia en todas

partes. Los corintios también deben poner sus dones, materiales y espirituales, a disposición

del conjunto de las comunidades de fe, atendiendo a los que pasan mayor necesidad.

Reflexión homilética

En tiempos donde el éxito económico parece ser la medida de todas las cosas, nuevamente

Pablo propone una visión alternativa: el fin de la acción y de la ofrenda no es el enriquecimiento

del ofrendante mediante la compensación divina, sino mostrar solidaridad y “que haya

igualdad”. Desgraciadamente los que predican la teología “de la prosperidad” parecen olvidar

este texto clave.

Pero frente a los que dicen que lo espiritual y lo económico no tienen relación, también este

texto es un mentís: Pablo señala claramente que una ofrenda, el modo en que administramos y

disponemos de nuestros bienes económicos muestra lo que hay en nuestro corazón: si avaricia

y ambición, o la disposición a expresar nuestra hermandad a través del don.

Frente a la economía de la acumulación desmedida, de la teología de la prosperidad, frente a

la especulación financiera, lo que Pablo indica es el valor de una economía solidaria, donde se

ponen en común los dones del Señor para el bienestar de todos.

La gracia (el regalo de Dios, lo gratuito de la salvación) debe manifestarse en todas nuestras

acciones: no podemos mostrarnos mezquinos con lo que Dios nos ha dado gratuitamente. Aquí

Pablo parece repetir y además argumentar teológicamente el dicho de Jesús “De gracia

recibieron, den también de gracia” (Mat 10:8).

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