Montero, M. Una Mirada Dentro de La Caja Negra

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UNA MIRADA DENTRO DE LA CAJA NEGRA: LA CONSTRUCCIÓN PSICOLÓGICA

DE LA IDEOLOGÍA

Maritza Montero (Universidad Central de Venezuela)

El estudio de la ideología como fenómeno psicológico, del nivel individual de la ideología, es bastante reciente. Esto no quiere decir que no se hablase de ideología en la psicología. Se la mencionaba, sí, pero como un concepto dado, definido en otros ámbitos de las ciencias sociales y cuyo sentido y acción estaban más allá del campo de discusión e inter~s del psicólo­go. Por tal razón, dos concepciones han privado en el trata­miento psicÓlógico de la ideología. Una, que la trata como sis­tema de ideas, de pensamientos, descendiente directa de la de­finiciÓn que a principios del siglo XIX diera Antaine Destutt de Tracy (1803) al introducir el término, pero que llega a la-psico­logía vía su uso vulgar y corriente. Así, ideología será una ten­dencia política o un conjunto de opiniones, o como la definen algunos autores: un conjunto de creencias, valores, actitudes, es decir, procesos cognoscitivos mediadores entre la realidad percibida y vivida por lo~ sujetos, y sus acciones, cualquiera sea su contenido (Adorno et al., 1950; Eysenck, 1964, 1978; Brown, 1973; Rokeach, 1960; Salazar, 1983; Déconchy, 1986, p.e.). Esta ha sido la tendencia dominante y el uso derivado de ella coloca a la ideología como un conjunto integrador, de ca­rácter general. Dado un cierto número de actitudes o devalo­res, más o menos conexos, el conjunto será una ideología.

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Pero otra concepción se desarrolló en las ciencias socia­les a partir de la obra de Marx y Engels y de acuerdo con ella, ideología es un proceso ocultador, distorsionador de relacio­nes sociales en las cuales los intereses de un grupo se super­ponen o imponen a los de otro. Es decir, que la ideología es el proceso mediante el cual las razones de la asimetría y desi­gualdad son ocultadas, d~ tal manera que la situación resul­tante de ellas es vista como naturaL

Esta definición, proveniente de la filosofía y la sociología, es menos frecuente en la psicología, y al igual que ocurre con la anterior, es también aceptada como un hecho dado, como un fenómeno exclusivamente de carácter macrosocial, parte del contexto en el cual se inserta lo psicológico. Entre una y otra posición se dan matices y a veces se encuentra la acepta­ción de la concepción peyorativa de la ideología, acompaña­da de la definición organizativa usada por la concepción vul­gar o neutra. 1 El problema reside en que aun cuando el término aparece en la psicología hace aproximadamente medio siglo, sólo recientemente los psicólogos se han preocupado por es­tudiar sus efectos y sus formas de" acción en el nivel indivi-

dual e intersubjetiva. En efecto, la ideología no es únicamente un proceso que

se da en el nivel macrosocial, sino como ya lo entreviera Al­thusser (1968), es un fenómeno en el cual los individuos par­ticipan activamente. La idea de la ola ideológica que arrolla al individuo, arrastrándolo, ahogándolo con su empuje, ideo­logizándolo, da paso a una concepción según la cual la co­rriente social justificadora y ocultadora existe, pero su exis­tencia y fuerza residen en el hecho de que los individuos afec­tados por ella son a la vez sujetos pasivos y activos, en el sentido de que sufren la ideología, pero son también produc­tores y reproductores de ella.

La ideología es no sólo un fenómeno social, sino también un proceso de carácter cognoscitivo, una forma de pensa­miento, ciertamente, pero no cualquier forma de pensamien­to, sino uno que oculta, que falsea, o para usar el símil que

l. En el sentido de que no se une a ella una evaluación.

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dieran Marx y Engels en la La ideología alemana, que invierte como en una cámara oscura las relaciones que se dan en la realidad entre los seres humanos. Y es ese proceso mediante el cual lo injusto se vuelve adecuado, lo impuesto es visto como propio y lo negativo como una forma de ser ligada a la vida cotidiana e irremediable, el que puede permitir a los psi­cólogos comprender y explicar la existencia de ciertas actitu­des, ciertos valores, ciertas representaciones, en general, de ciertas formas de aprehender el mundo y de actuar en él.

Lo usual ha sido la de aceptar el término, descontextuali­.zándolo. Esto cuando se lo acepta, pues si bien en la psicolo­gía social ha tenido una modesta repercusión y la psicología política lo ha incorporado definitivamente, para muchos psi­cólogos es parte de una zona nebulosa en la cual no parece prudente internarse. Sin embargo, en la América que va de México a la Argentina, la necesidad de hacer una psicología para la transformación social, para la liberación, ha llevado al surgimiento de una corriente de estudios sobre la ideología como fenómeno psicosocial, desde la perspectiva de su senti­do ocultador, explícitamente aceptado. Y usamos el adverbio explícitamente porque en la literatura psicosocial y política anglosajona más reciente, que también presenta una apertu­ra hacia el estudio del fenómeno, o &1 ~enos el reconoci­miento de su existencia, se encuentran estudios en los cuales se analiza .la histm-ia del concepto (Billig, 1982) o sus efectos en la psicología (Sampson, 1981 ), o se afirma la necesidad de su estudio (Parker, 1989), pero no se asume claramente una posición, de tal manera que al final no se sabe de cuál co­rriente se habla.

En la literatura iberoamericana encontramos que la ideo­logía es estudiada desde tres perspectivas no necesariamente excluyentes:

Como un mecanismo de defensa, desarrollado social­mente, según el cual la ideología sería una forma de racionalización colectiva, que se produce a través de una comunicación perturbada. Aquí encontramos tres influencias teóricas subyacentes: la marxiana, la freudiana y la de la escuela de Frankfurt, especial-

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mente de Habermas. Para esta concepción, la ideolo­gía es una forma de censura, de negación y represión de una realidad cuya existencia debería ser inacepta­ble, pero que responde a los intereses de grupos de po­der dentro de la sociedad contemporánea. Como una forma de perturbación en la comunica­ción, que lleva a la conversión de lo público, y por ende comunicable, en privado, es decir, incomunica­ble, oculto, escamoteando así una parte de la realidad que es apartada del individuo ( cf. Femandez Christ­lieb, 1986; 1987). Esa trasposición se produce como efecto de la sociedad industrial, lo cual transparenta. la influencia habermasiana, nuevamente. Finalmente, como producto de procesos cognosciti­vos que naturalizan, familiarizan lo que es ajeno y ex­traño al individuo y a sus intereses. Como estudio de los mecanismos psicológicos que llevan a racionalizar y a negar, a buscar la coherencia con el ambiente do­minante en el cual impera la desigualdad, sacrifican­do los intereses del propio grupo en función de los in­tereses ajenos.

De hecho, las tres perspectivas se complementan. La ter­cera se dirige a los mecanismos o procesos básicos, la prime­ra y la segunda se refieren al resultado psicológico produci­do, haciendo énfasis la segunda en sus medios de expresión.

l. La construcción psicosocial de la ideología

Uno de los movimientos teóricos de mayor impacto en la psicología ha sido el de las teorías del equilibrio, producidas entre las décadas del cincuenta y el sesenta. Si bien fue Hei­der quien propuso el modelo de base, quizás la teoría más conocida y de mayor influencia ha sido la de Leon Festinger (teoría de la disonancia cognoscitiva). El substratum de este conjunto de modelos supone que la conducta es esencialmen­te racional y busca restablecer el equilibrio, el balance, la consonancia, la congruencia, entre acción y cognición. Por lo

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tanto, cada vez que la perfecta e ideal relación de equilibrio entre una y otra es perturbada o se altera, hay un movimiento psicológico destinado a restablecerla. Se asume entonces un modelo implícito de individuo que no soporta la contradic­ción, que busca continuamente la homeostasis cognoscitiva y cuya vida discurre en una cadena continua de actos explica­dos coherentemente por pensamientos; cuya verbalización no muestra fisuras, y en caso de haberlas, éstas son rápida­mente soldadas por el razonamiento integrador .

Weir (1983) señala que, de acuerdo a la teoría de Heider, todo lo que es contrario a las situaciones de equilibrio, es considerado como una paradoja que niega el principio del balance y la sabiduría del sentido común, por lo cual Heider no se mostró muy entusiasta en relación al tratamiento de ta­les contradicciones, aunque como dice en su obra (1958, p. 181), «si se profundiza, puede hallarse alguna justificación a esta insensatez» (if one goes deeper sorne justification for this nonsense may be found). Como indica Weir (ibíd.), este problema de la contradicción es muy antiguo, y su valor ya fue detecta~o hace siglos, pues sus raíces pueden trazarse hasta Heráclito en su principio de la unidad de los contra­rios. De hecho, desde una perspectiva filosófica, puede estu­diarse como parte del principio de no contradicción.

La idea de la necesidad del predominio del balance sobre la contradicción la desarrolla poco tiempo después de Hei­der, Leon Festinger (1968, p. 1), quien señala que «el indivi­duo. lucha por alcanzar la consistencia dentro de sí mismo. Sus opiniones y actitudes [ ... ] tienden a existir en racimos que son internamente consistentes». Las inconsistencias, agrega este autor, chocan, contrastan y «sólo rara vez, si al­guna, son[ ... ] aceptadas psicológicamente como inconsisten­tes por la persona. Usualmente, se hacen intentos más o me­nos exitosos de racionalizarlas» (ibíd., p. 2). Es bien intere­sante el uso del término racionalizar en tan decidido ada,lid de la armonía racional. ,Desliz, por lo demás, rápidamente controlado, pues en todo el resto de su obra Festinger no vuelve a tocar el punto. En todo caso, de acuerdo con el mo­delo, la contradicción o no es aceptada o debe desaparecer debido a que produce malestar psicológico. Y ésta es la razón

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para buscar la reducción de la disonancia y alcanzar la con­

sonancia. El mismo principio está presente en Osgood y Tannen-

baum (1967), quienes enuncian que los cambios en la evalua­ción de un objeto (actitud) se dan siempre en la dirección del i~cremento de la congruencia coh el marco de referencia existente en la persona. Así, si se siente rechazo hacia un cier­to género de objetos, se los descalificará también, y si se sien­te atracción, se los evaluará positivamente. También McGui­re ( 196 7) es de la misma tendencia. Al respecto enuncia una serie de hipótesis dirigidas entre las creencias, que según este autor se hallan en la base de las actitudes.

Esquema de las teorías del equilibrio

Estímulo ____.. Actitudes ~ Conducta Ambiente + ó- + ó-

E O R

Si en estas teorías encontramos una explicación para los actos psicológicos destinados a evitar el contraste, el choque, un modelo casi contemporáneo a ellas busca explicar el pro­ceso de hacer semejante lo diferente, de hacer conocido lo ex­traño. Es el caso del concepto de representación social.

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covici ( 1961) y luego sus seguidores han propuesto un mode­lo explicativo que estaría modificando el clásico esquema E-0-R, que sirve de base a las teorías del equilibrio. Esa mo­dificación supone la inclusión explícita de lo social, de los Otros con quienes nos relacionamos y que influyen sobre el centro neural del esquema de la consonancia: la O del proce­so cognoscitivo. Así, el esquema se transformaría de la si-

guiente manera:

2. La teoría de Festinger tiene su expresión más acabada en su obra A theory o{ Cognitive Dissonance, publicada en 1957. El modelo de las representaciones socia­les de Moscovici ve la luz en 1961. Ambos autores mantuvieron una buena relación académica.

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Esquema de las representaciones sociales

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Si bien el concepto es definido de manera más dinámica y con mayor reconocimiento del potencial creativo y transfor­mador del sujeto, también en él hallamos la misma tendencia de las teorías antes mencionadas. En efecto, Moscovici mani­fiesta (1981, p. 188), en una frase bastante esclarecedora del rol que cumplen muchas de estas teorías y modelos, que «toda ideología, todo conocimiento acerca del mundo, son formas de solucionar tensiones psíquicas, afectivas, que resultan del fracaso en integrarse a la sociedad». Por lo tanto formamos representaciones sociales porque «ellas constituyen compen­saciones imaginarias cuyo propósitq es restaurar un cierto equilibrio interno» (ídem). Y agrega q~e otra posible hipótesis para la formación de las representaciones sociales, es la bús­queda de control por los grupos, que mediante ellas lograran «filtros pata la información proveniente del ambiente y para moldear la conducta de cada individuo. Es una suerte de ma­nipulación del proceso de pensamiento y de la estructura de realidad» (ídem). Lo cual se hace aún más evidente en el hecho de que una de las funciones de las representaciones sociales es hacer familiar aquello que no lo es para la persona, convir­tiéndolo en algo común y corriente e inmediatamente presen­te (ibíd., p. 190). Esa función naturalizadora, familiarizadora, de las representaciones sociales, que lleva a la construcción de teorías personales y a la vez compartidas por grupos, es esen­cialmente equilibradora, busca igualmente la congruencia, la consonancia, con el fondo cognoscitivo que posee el sujeto. Lo ayuda a liberarse de lo extraño, de lo ajeno, al convertirlo en algo semejante a lo conocido. Tal función puede ser perfec­tamente inocua y es la responsable de muchas denominacio­nes por analogía (las pomme de terre de la lengua francesa, destinadas a denominar las papas; el llamar tulipán o amapola a flores americanas que nada tienen que ver con esas otras),

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pero también puede llevar a naturalizar lo que, de acuerdo a ciertos intereses, va contra los intereses de los propios indivi­duos que efectúan el proceso.

Como vemos, se introducen elementos dinámicos, se en­fatiza la influencia social, a la vez que el carácter productor de conocimiento de los individuos; pero podemos reconocer la impronta heideriana y el esquema E-0-R, subyacentes, si bien los elementos E y O puede decirse que más ampliados, son dotados de movimiento interno y acercados entre sí, en una relación mucho más activa.

Más recientemente, Ajzen y Fishbein (1980), y Ajzen (1985, 1988), llevan la racionalidad de la congruencia un paso más allá, formulando en el primer caso la teoría de la acción razo­nada, y en el segundo, una continuación de ella, la teoría de la conducta planificada. Se trata en ambos casos de modelos ex­plicativos que buscan superar la generalidad de las teorías del balance o del equilibrio, sobre todo en lo relativo a su ca­pacidad de predecir el cambio de actitudes y consiguiente su­puesta repercusión conductual; por lo cual, según los autores (1980, p. 4), la teoría explicaría «_virtualmente cualquier con­ducta humana», a la vez que su .. objetivo último es predecir y comprender esa conducta. La pase reside en la presunción de que «la mayoría de las acciones de relevancia social están bajo el control volitivo» (ibíd., p. 5) y que lo!? -individuos son «bastantes racionales», por lo cual sistemátkamente hacen uso de la información que está a su alcance. Ni el capricho, ni los motivos inconscientes o irresistibles, ni la influencia social con sus contradicciones, ni la insensatez, caben en este mo­delo y por ende, en la conducta humana que pretende expli­car. Se considera, pues, que la gente pesa y analiza las conse­cuencias de sus acciones antes de llevarlas a cabo. De allí el nombre de la teoría.

Pero ahora, no son ya las actitudes, ni el concepto subya­cente a ellas, las creencias, los determinantes inmediatos de la acción. Los evidentes errores de predicción algo han ense­ñado y ahora se plantea una cadena de eventos más comple­ja, en la que se introducen dos nuevos elementos: las inten­ciones y las normas subjetivas. El modelo se expresa median­te el siguiente esquema:

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1 Actitud hacia l ~ la conducta . \

Importancia relativa ..------, de ~as consideraciones __...:r 1 Intención 1-+ 1 Conducta J actitudmales ~ . · · y normativas

evaluación de 1 l 1 otros y motivación -+ Norma 1 a aceptar ese referente

Aquí vemos cómo los conceptos de actitud y de creencia son intluidos de tal manera que forman parte de los determi­nantes de la intención. Así habrá creencias conductuales que conducen a la formación de actitudes hacia conductas, las cuales constituyen el factor personal en el modelo. A su vez, las normas subjetivas, el otro elemento determinante de la acción, también constituido en función de creencias ( nor­mativas en este caso), constituyen el factor social, ya que a través de ellas se transmiten al actuante las presiones socia­les; sólo que siempre subjetivizadas, circunscritas a la indivi­dualidad.

La teoría de la conducta planificada (Ajzen, 1985) repre­senta .un paso adelante respecto de la anterior, P.e la cual es una extensión y con la cual comparte el carácter racional, co­mún a todas las teorías sociocognitivas, si bien como vere­mos, introduce ciertas consideraciones que la hacen menos monolítica. Ajzen señala que puede decirse que la conducta humana se ajusta a planes más o menos bien formulados y está orientada a alcanzar metas. Las acciones para lograrlas están controladas por intenciones, pero no todas ellas son lle­vadas a cabo. La ejecución y el cambio en esas intenciones es lo que este modelo teórico pretende explicar.

Para ello comienza por analizar los factores que pueden producir esos cambios y que son de orden interno y externo. Los primeros consisten en diferencias individuales; en infor­mación, destrezas y capacidades; en fuerza de voluntad y en

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emociones y compulsiones, elementos estos fuera del control del individuo. Son factores externos el momento y la oportu­nidad, así como la dependencia de otras personas. El recono­cimiento de la existencia de intervención de estos factores re­presenta un aumento de flexibilidad y complejidad, respecto del modelo precedente, que le sirve de base.

El modelo ahora propuesto introduce una distinción en­tre lo que la persona tiene intenCión de hacer y lo que espera realmente hacer. Es decir, la cadena entre mundo de vida, 3

cognición y acción, que hemos visto hacerse cada vez más compleja, aumenta una vez más el número de sus eslabones al añadir las expectativas conductuales. El esquema del mo­delo es el siguiente:

Esquema de la teoría de la conducta planificada

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Donde: Pe = probabilidad percibida de éxito A = actitud Pr = probabilidad percibida de fracaso e = conducta EC = expectativa conductual Co = control m = motivación 1 = intención Pr = probabilidad percibida ceo= creencia

en referentes de control e, = conducta intentada

3. Por mundo de vida, siguiendo a Schutz, se entiende c<el ámbito de la realidad en el cual el ser humano participa continuamente en formas que son al mismo tiempo inevitables y pautadas ... la región de la realidad en que el hombre puede in­tervenir y que puede modificar mientras opera en ella mediante su organismo ani­mado» (cf. A. Schutz y T. Luckmann 1973, p. 25).

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2. Convergencia e ideología

El racionalismo y voluntarismo de los modelos teóricos antes expuestos muestra, a nuestro parecer, la insistencia que respecto de la conducta convergente y el ajuste entre sta­tu-qua y cognición social, ha dominado en las teorías psico­sociales. La insistencia en la búsqueda y mantenimiento del equilibrio, de la congruencia, de la consistencia, de la natura­lización y de la conducta razonada y planificada, además de reflejar un aspecto real de la conducta, que responde a nece­sidades socialmente establecidas, así como a la necesidad in­dividual de mantener un cierto nivel de identidad y coheren­cia, presenta además una excelente descripción del proceso de ~onstrucción cotidiana de la ideología, en su nivel psicoso­cial. Es decir, nos explica cómo se producen y reproducen los fenómenos ideológicos en las personas.

En efecto, en todos los modelos señalados se reconoce que, como dicen los autores de la teoría de la acción razonada, la mayoría de la conducta humana usualmente tiene un carácter racional, lo cual implícitamente admite la existencia de un cierto número de comportamientos habituales que no respon­de al modelo. Por otra parte, la racionabilidad colocada funda­mento de estos modelos y el equilibrio deseado aparecen como algo natural y obvio, propio de la naturaleza humana, sin nin­guna interrogación acerca de su génesis. Sin embargo, ese ra­zonamiento, como bien lo señalan Ajzen y Fishbein, responde a factores no sólo individuales, sino también sociales. Y es en este punto donde es necesario preguntarse si, en ciertas con­ductas que bien han suscitado la investigación psicosocioló­gica, tales como el autoritarismo, la minusvalía, la autone­gación, la indefensión aprendida, la obediencia acrítica, por ejemplo, esa racionalidad no es impuesta y no está ligada a in­tereses económicos y políticos, cuya defensa de un determi­nado estatus exige esa congruencia. Por otra parte, los auto­res de la teoría de la acción razonada reconocen que además de ser usual, esa conducta es bastante racional. Es decir, que la racionalidad no es perfecta. Y ¿qué ocurre con la conducta que no llena la medida del adverbio bastante (cualquiera que ella sea)? ¿cuál es su frecuencia en la vida cotidiana?

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Tampoco el carácter evaluativo de los fenómenos consi­derados es analizado. Sólo se lo acepta, pero la casualidad de la evaluación positiva o negativa, más allá de la experiencia individual inmediata (y ciertamente no es posible experimen­tar directamente todas aquellas situaciones y objetos con los cuales nos relacionamos), ¡-{o aparece en consideración, con lo cual factores culturales y-sociales de gran peso, así como la propia historia del individuo y de su grupo, son subestima­dos o quedan fuera. Sin embargo, una frase de Ajzen y Fish­bein {1980, p. 6) señala un reconocimiento de esa influencia externa, que no obstante, no va mas allá de eso: «General­mente hablando, los individuos tratarán de realizar una con­ducta cuando la evalúan positivamente y cuando creen que Otros importantes piensan que deberíamos ejecutarla».

Asimismo esos autores indican que la gente considera las implicaciones de sus acciones antes de decidir comprometer­se o no con una conducta. Lo que no se considera es cuáles entre esas implicaciones son privilegiadas, o qué hace que al­gunas sean preferidas a otras, aparte de la conveniencia que puedan reportar al individuo en un momento dado; o a sus posibilidades de realizar la conducta en cuestión; o a su rela­ción con la vida cotidiana del sujeto. ¿De dónde viene la im­portancia de esos Otros? ¿Por qué se evalúa positivamente? Esto en algunos casos puede ser obvio y evidente, pero en otros dista mucho de serlo y es allí donde es necesaria la in­dagación acerca del origen de tales razones y de su efecto so­bre la persona y el grupo.

Hay una serie de consideraciones cuyo origen no tiene tal transparencia y que responden a tendencias dominantes en el ambiente, las cuales ajustándose a una racionalidad social­mente establecida, tienen consecuencias a largo, mediano y aun corto plazo, negativas para el individuo y su grupo, para su ambiente social.

Habría entonces que distinguir entre razonamiento me­cánico y razonamiento elaborado. Hay el razonamiento que reproduce las razones socialmente impuestas aun a costa del bienestar del individuo y de la evaluación de sí, de su grupo y de sus condiciones de vida, produciendo una acción coheren­te con intereses externos, pero incoherente, disonante, incon-

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gruente e irracional para con el desarrollo del individuo y de su grupo social. Y hay aquel que busca causas y efectos y pro­duce acciones disonantes respecto de un determinado orde­namiento externo, pero profundamente consonante con el individuo mismo, con su historia y con proyectos sociales al­ternos, acordes a los intereses de su grupo, comunidad, etnia o nación. Bajo tal óptica, la única vía de solución a los con­flictos cognoscitivos es a través del ajuste a lo socialmente es­tablecido y socialmente deseable, posición que ciertamente no favorece al cambio social, ni a las innovaciones y que po­dría llevar a que las posiciones disidentes, tales como las que puede tener una minoría activa, en el proceso de negociación con la mayoría opuesta al cambio, sean naturalizadas, ajus­tadas a lo familiar de tal manera, que su carácter renovador o contradictorio se vea reducido de tal manera que devenga en prácticamente inexistente.

· ·: 3. El rol de la atribución en la ideología

A su vez, las teorías de la atribución aportan modelos que describen, a veces de manera minuciosa, los efectos de este razonamiento ideologizadó. Así, las atribuciones causa­les externas descritas por Rotter ( 1 966), por Cpllins ( 197 4) y por Lefcourt {1981), e investigadas por Dela Coleta {1982) en Brasil; la indefensión o desesperanza aprendida, estudia­da por Seligman (1975) y por Dweck y Diener {1980), en­tre otros autores; las expectativas negativas en cuanto a los resultados de la acción y el consiguiente bloqueo de la au­toeficacia analizadas por Bandura ( 1978, 1986), nos mues­tran cómo es posible, al asumir una cierta congruencia con las condiciones y exigencias de situaciones sobre las cuales no se tiene el control, autodescalificarse y caer en la pasivi­dad, la indiferencia paralizante, la desmotivación y aun la ri­gidez cognitiva rechazante de todo nuevo conocimiento, en lq medida en que supone un esfuerzo en cuyo resultado posi­tivo no se confía.

Estos modelos buscan explicar estados de pasividad, de abulia y aun, en casos más graves, de depresión, centrando la

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problemática exclusivamente en los sujetos y dejando de lado la incongruencia entre condiciones grupales, ambientales, societales y necesidades individuales; obviando el profundo cisma entre las exigencias de adaptación a esas condiciones y factores culturales e históricos.

Los efectos de esa congruencia incongruente se expresan a· través de conductas tales como el fatalismo, largo tiempo responsabilizado, entre otros males, por el retraso, por el subdesarrollo. Los efectos de tales atribuciones sobre la iden­tidad social, sobre los autoestereotipos nacionales y étnicos, han sido abundantemente descritos y analizados en la litera­tura latinoamericana (cf. Salazar, 1983; Montero, 1984, 1987, 1989; Béjar Navarro, 1986; Herencia, 1991) y en otros pueblos del Tercer Mundo (cf. Fanon, 1965; Memmi, 1966; Alatas, 1977; Bulhan, en prensa). Y son esas atribuciones social­mente racionales, en cuanto se ajustan a intereses dominan­tes, pero no razonadas en cuanto a su significado para el desarrollo social e individual, las que figuran en las creen­cias, actitudes y representaciones a que aluden los modelos antes mencionados.

Además, al privilegiar un solo aspecto de la relación de producción y adquisición del conocimiento por el actor, se olvida el valor heurístico del conflicto cognoscitivo, su capa­cidad de generar conocimiento al producir no sólo un movi­miento de restauración del equilibrio, sino también un mo­vimiento de comparación y contraste entre elementos, que llena lagunas, que aumenta el fondo cognoscitivo del indivi­duo, que desecha y complementa. No es que no exista la bús­queda del balance. Ella se da en la realidad, pero no es el úni­co fenómeno y al insistir en su sola presencia, en su carácter absoluto y excluyente, se excluye la dialéctica de la vida coti­diana, también presente en ese sentido común y que es una de las fuentes generadoras de identidad.

4. Psicología e ideología

No se trata entonces de desechar modelos teóricos, que fundamentados en un largo proceso empírico, describen,

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cada vez con mayor precisión, cómo se producen conductas concretas, en las cuales los elementos determinantes no son particularmente complejos. Se trata, por el contrario, de ubi­car tales modelos en un contexto psicosocial más amplio y de estudiar cómo los mecanismos descritos permiten conocer la producción de comportamientos que por su incoherencia con los intereses que podrían beneficiar al individuo, tales como la independencia o la libertad; o a su grupo (solidari­dad, cooperación), señalan el estado de ocultamiento en que una parte de la realidad y de su forma de construcción es mantenida para las personas. El valor que encontramos en estos modelos es justamente el que ellos no reclaman y ni si­quiera vislumbran: el de revelar cómo puede operar psicoló­gicamente la ideología (ver esquema anexo).

'ciertamente, no toda forma de consonancia, de búsque­da de equilibrio o de congruencia, no todo proceso tendente a hacer familiar una situación nueva, es ideológico, pero el proceso cognoscitivo que sirve a la búsqueda de un estado psicológico coherente con el medio ambiente, permite expli­car también cómo puede hacerse natural lo que responde a intereses ajenos y contrarios (y por lo tanto profundamente incongruentes) a los de _individuos y grupos.

El ignorar causas y consecuencias más allá de la inme­diatez de la acción cumplida; el énfasis y aceptación incondi­cional de un solo tipo de acción; _la necesidad de resaltar la búsqueda de la consistencia con marcos de referencia esta­blecidos y de ocultar la incongruencia o la contradicción, configuran una clara definición operativa de la ideología en el nivel psicológico y desde la perspectiva de la dominación.

Por eso con tales modelos sólo se puede predecir conduc­tas de carácter muy específico, ya que o bien se reduce o ig­nora la complejidad del proceso cognoscitivo que se ha que­rido englobar bajo el rubro de valores o de actitudes o de creencias, por ejemplo; o bien se exige conocer una intención conductual respecto de formas de conducta tan particulares, que al conocer ese dato es casi redundante hacer una pre­dicción.

Para mayor consistencia, encontramos que el concepto de ideología ha sido tratado por la psicología social, como ya

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Esquema para una explicación de la construcción psicológica de los procesos ideológicos

Situación social de desigualdad en poder y control entre grupos sociales

.~ Explicación social para esta situación acorde a los intereses

del grupo dominante

Naturalización Familiarización Burocratización Desplazamiento de la

responsabilidad

~ Culpabilización

de la víctima

Procesos psicosociales para su aceptación en el nivel individual:

Socialización-aprendizaje Rutina Influencia social Deformación de la historia Intemalización Identificación con los poderosos Obediencia a la autoridad Identidad negativa

Influencia sobre la percepción .individual y social

~ Atribuciones causales externas y minusvaloran tes

-~-. Necesidad de congruencia, consonancia, balance entre situación ambiental,

pensamiento y acción

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~ Razonamiento congruente, equilibrador (mecánico)

~ Evaluación

t ~ ~ ~ -{. Creencias, actitudes, estereot~os, representaciones, valores

Probabilidad percibida de éxito o fracaso

~ Producción de normas subjetivas a partir de la interacción con otros

y con el ambiente {..

Formación de intenciones conductuales

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~ {Verbalizaciones ideologizadas} Conducta Acciones acordes a los intereses

del grupo dominante

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hemos dicho, en tanto que parte de un sistema cognoscitivo pero privándolo de su significación y alcance. Así, para algu~ nos será un concepto integrador que incorpora desde opi­niones hasta actitudes (Eysenck, 1964 ); o bien señalan cómo impregna el contenido de las representaciones sociales (Doi­se, 1986), o como lo indica Jodelet (1987), éstas son elemen­tos de su contenido; aunque para la gran mayoría de los in­vestigadores anglosajones, la ideología se define como un sis­tema de creencias.

Así vista, la ideología será un concepto más en el círculo de una visión simplificadora de la cognición social. Y como los conceptos que la estarían integrando, su definición, al ser privada de esa significación, deviene tan vaga e imprecisa como la mayoría de ellos, sirviendo al mismo tiempo para el mantenimiento de un status, pues elimina toda forma de contradicción o conflicto con ese establecimiento.

Proponemos entonces que la psicología social, en tanto que psicología política, retome el concepto de ideología como proceso ocultador, distorsionador de una realidad, que per­mite explicar por qué una persona puede no sólo aceptar ex­plicaciones descalificantes para sí como miembro de un gru­po, sino· aun reproducirlas y autoaplicárselas; reproduciendo los mecanismos de opresión o de marginación; o bien acep­tar una norma cuyo contenido exalta la igualdad y permitir a la vez formas de acción social que mantienen la desigualdad, razonando, congruentemente, que esa desigualdad es mere­cida por ciertas categorías de personas que carecen de ciertas cualidades o condiciones, o porque no tienen capacidad o por ser ese el orden natural de las cosas y, por lo tanto, lama­nera justa de vivir.

Esto es lo que el psicoanálisis califica de racionalización y que se define como un mecanismo de defensa del yo, esen­cialmente justificador .. Justifica las incongruencias sin ac­tuar sobre ellas para cambiarlas. Tal mecanismo expresa ~on bastante claridad el proceso de pensamiento que ocurre en la búsqueda de congruencias, cuando se estudia el problema fuera del contexto historicosocial. Festinger parece haber te­nido la intuición de esta relación, como citamos antes (p. 4), pero rápidamente la descartó en pro de la consistencia.

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Son esos intentos los que usa el pensamiento ideologiza­do para expresarse. A través de la afirmación de la consisten­cia acrática se produce un mecanismo que desvía el proceso de conocimiento al rechazar las contradicciones que podrían llevar al cuestionamiento de verdades establecidas y por con­siguiente a la búsqueda de' soluciones o explicaciones alter­nativas. En el campo de las ciencias sociales se suele definir la ideología como una forma de falsa conciencia, lo cual es correcto en la medida en que ella crea la ilusión de la racio­nalidad, basándose en ese raciocinio mecánico, que útil para explicar ciertas relaciones inmediatas, es convertido en ley general del pensamiento y pasa a explicar cualquier conduc­ta. Pero el carácter opacan te u ocultador de la ideología se ex­presa también en la noción de censura, que actúa bloquean­do el paso a la conciencia, a ciertos contenidos, a ciertas for­mas de relación, a lógicas alternativas. Sin embargo, tal bloqueo ni es total, ni omnipotente. De hecho, en la vida coti­diana, en ese mundo de vida en el cual interviene diariamen­te, siguiendo sus pautas y a la vez modificándolas, construye, transforma y destruye formas de conocimiento, llámense creencias, valores, representaciones, imágenes o significa­ciones. ·Por eso las fluctuaciones, por eso las contradiccio­nes i~~vitables, por eso las acciones que necesitan ~er justifi-cadas. · ·

Y por eso la nec~sidad de que la psicología abandone el absolutismo de las explicaciones individualistas y exclu­yentes de la disonancia y emprenda el estudio de las for­mas de adquisición, producción y reproducción del conoci­miento, colocando tal estudio en su perspectiva sociocultu­ral e histórica, e incluyendo la ideología como uno de sus obstáculos, socialmente creado y social e individualmente reproducido. El estudio de la construcción psicosocial de la ideología permite así la perspectiva de la resistencia, la perspectiva de los sujetos víctimas de la dominación opre­siva, la perspectiva de la liberación.

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