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REVISTA DE SANTANDER EDICIÓN 6 2011 110 111 historia BERNARDO MAYORGA Los 2500 años de la civilización occidental Preámbulo El mundo es como es, pero podría ser de otra manera. A menos que creamos en el destino, nada más en nuestra vida personal somos conscientes de que ciertas decisiones que tomamos en determinadas circunstan- cias, o de que una determinada coinciden- cia en un momento dado, cambiaron por completo el rumbo de nuestras existencias. Por ejemplo, a alguien lo dejó el transporte de su empresa que lo recoge cada día, por lo que hubo de tomar un autobús de servicio público en el cual se conoció con quien sería su esposa. Por supuesto, es imposible saber qué habría sucedido si ese día no se hubiera estropeado el despertador, pero es absolu- tamente claro que, de no haber sido así, los hijos que tuvo con su esposa, y los nietos, etc., no habrían existido jamás. En cambio, habrían probablemente nacido, de otra espo- sa, otros hijos y otros nietos que nunca tuvie- ron la oportunidad de salir de la nada. Si eso es así en el plano personal, con mayor razón podemos decir que cosas análogas suceden en el curso de la historia humana. Ha habido decisiones y aconteci- mientos que cambian el rumbo de muchas vidas y a veces de pueblos enteros. Pensemos, por ejemplo, en que si Oswald no hubiera sido un excelente tirador y hubiese errado sus disparos, el 22 de noviembre de 1963 solo habría tenido lugar uno más en la lista de atentados presidenciales en los Estados Uni- dos, y una cierta parte de la historia posterior habría sido diferente. Probablemente ni “me- jor” ni “peor”, pero en todo caso diferente. En la historia universal de los últimos milenios han tenido lugar algunos eventos concretos que han marcado definiti- vamente el rumbo futuro de la humanidad. Quizás el primero de ellos haya sido la Ba- talla de Maratón, que tuvo lugar durante la primera de las llamadas Guerras Médicas (entre griegos y persas), el 12 de septiembre del año 490 antes de nuestra era. Aparte del hecho de que la victoria de los griegos ese día implique la existencia de quien ahora esto escribe y de quienes lo leen, lo verdadera- mente importante es que si el resultado de la batalla hubiera sido otro, la vida que ahora vivirían millardos de personas que nunca nacieron sería muy diferente: mejor, peor o algo parecido, pero distinta. En todo caso, es totalmente cierto que quien ahora escribe esto y quienes lo leen no existirían, y en su lugar estaría escribiendo y estarían leyendo gentes que nunca nacieron, en otro idioma que nunca existió, pero no en “español”. Ahora bien: ¿debemos celebrar el que existamos y el que seamos como somos? La respuesta, por supuesto, es muy dudosa. En todo caso, si, en un momento dado, de las varias líneas posibles del desarrollo histórico (IMAGEN TOMADA DE WWW.GOOGLE.COM/IMAGES).

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revista de santanderedic ión 6 2011

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historia

b e r n a r d o mayorga

los 2500 años de la civilización occidental

Preámbulo

El mundo es como es, pero podría ser de otra manera. A menos que creamos en el destino, nada más en nuestra vida personal somos conscientes de que ciertas decisiones que tomamos en determinadas circunstan-cias, o de que una determinada coinciden-cia en un momento dado, cambiaron por completo el rumbo de nuestras existencias. Por ejemplo, a alguien lo dejó el transporte de su empresa que lo recoge cada día, por lo que hubo de tomar un autobús de servicio público en el cual se conoció con quien sería su esposa. Por supuesto, es imposible saber qué habría sucedido si ese día no se hubiera estropeado el despertador, pero es absolu-tamente claro que, de no haber sido así, los hijos que tuvo con su esposa, y los nietos, etc., no habrían existido jamás. En cambio, habrían probablemente nacido, de otra espo-sa, otros hijos y otros nietos que nunca tuvie-ron la oportunidad de salir de la nada.

Si eso es así en el plano personal, con mayor razón podemos decir que cosas análogas suceden en el curso de la historia humana. Ha habido decisiones y aconteci-mientos que cambian el rumbo de muchas vidas y a veces de pueblos enteros. Pensemos, por ejemplo, en que si Oswald no hubiera sido un excelente tirador y hubiese errado sus disparos, el 22 de noviembre de 1963 solo habría tenido lugar uno más en la lista de

atentados presidenciales en los Estados Uni-dos, y una cierta parte de la historia posterior habría sido diferente. Probablemente ni “me-jor” ni “peor”, pero en todo caso diferente.

En la historia universal de los últimos milenios han tenido lugar algunos eventos concretos que han marcado definiti-vamente el rumbo futuro de la humanidad. Quizás el primero de ellos haya sido la Ba-talla de Maratón, que tuvo lugar durante la primera de las llamadas Guerras Médicas (entre griegos y persas), el 12 de septiembre del año 490 antes de nuestra era. Aparte del hecho de que la victoria de los griegos ese día implique la existencia de quien ahora esto escribe y de quienes lo leen, lo verdadera-mente importante es que si el resultado de la batalla hubiera sido otro, la vida que ahora vivirían millardos de personas que nunca nacieron sería muy diferente: mejor, peor o algo parecido, pero distinta. En todo caso, es totalmente cierto que quien ahora escribe esto y quienes lo leen no existirían, y en su lugar estaría escribiendo y estarían leyendo gentes que nunca nacieron, en otro idioma que nunca existió, pero no en “español”.

Ahora bien: ¿debemos celebrar el que existamos y el que seamos como somos? La respuesta, por supuesto, es muy dudosa. En todo caso, si, en un momento dado, de las varias líneas posibles del desarrollo histórico

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fue la “nuestra” la que a la postre triunfó, tal vez estemos tentados de hacerlo. Por lo me-nos mientras esté triunfando. Más adelante nos detendremos más detalladamente en esta tesis, pero mientras tanto sucumbamos a la tentación de responder afirmativamente.

El próximo 12 de septiembre se cumplirán exactamente 2500 años de la Batalla de Maratón1. A dilucidar por qué el resultado de esa batalla condicionó que el mundo actual esté como está y que nosotros seamos como somos, y por qué el triunfo de los persas hubiera implicado un rumbo distinto para la humanidad, se dedican las siguientes páginas.

1 Si la batalla tuvo lugar en el año 490 a. C. y estamos en el año 2011, aparentemente serían 2501 años. Pero téngase en cuenta que entre el año 1 a. C. y el año 1 de nuestra era no transcurren 2 años, sino solo 1, ya que no existe el año 0. En casos similares, pues, hay que restarle siempre 1 a la suma: 490 + 2011 – 1 = 2500. No obstan-te, en muchos lugares del mundo, incluyendo Grecia, hubo el año pasado celebraciones de los “2500 años” –especialmente con las famosas carreras pedestres de 42 kilómetros–, cuando en realidad se cumplían tan solo 2499.

1. El panorama mundial de hace

dos y medio milenios

Al comenzar el siglo V antes de nuestra era estaba en su esplendor el primer gran imperio que vieron los siglos, el Imperio Persa, que se estaba extendiendo paulatina-mente en todas direcciones a partir del terri-torio primigenio de los persas y los medos, que coincide más o menos con el actual Irán. Persas y medos, al igual que griegos, indios y romanos de su época, eran descendientes de los indoeuropeos que parecen haber comen-zado a desplegarse, a partir de la cuenca del Volga medio y en todas direcciones, desde unos tres mil años antes.

En esa época, a mediados del pri-mer milenio antes de nuestra era, ya habían surgido y desaparecido en el Cercano Orien-te, en la cuenca del Mediterráneo y en el valle del Indo, diversas civilizaciones, algunas de las cuales llamamos imperios. Las grandes pirámides egipcias eran ya ruinas saqueadas de más de dos mil años de antigüedad, y en Mesopotamia los sumerios, inventores de la escritura y de la rueda, eran solo un remoto recuerdo. En Creta, de los espléndidos pala-cios de la civilización minoica de hacía diez siglos solo quedaban ruinas devoradas por la maleza.

Más al oriente, hacia quince siglos que los arios habían arribado al valle del Indo y encontrado en plena decadencia esa que fue espléndida civilización, que conoció la escritura y se adelantó dos mil años a los sistemas de canalización romanos. Los arios habrían de imponer su cultura a partir del noroeste en todo el subcontinente, para ins-taurar ese primer periodo indoeuropeo en la historia india, el Periodo Védico, que finaliza hacia el año –500 (i. e., 500 antes de nuestra era). Entre tanto en la China termina el pe-riodo de las Primaveras y Otoños de la di-nastía Zhou, al que sucederá el de los Reinos Combatientes. El resto del mundo, en gene-ral, se encuentra todavía en la prehistoria.

Cuando en Mesopotamia ya el úl-

timo Imperio Asirio estaba en decadencia, el líder babilonio Nabopolasar se rebeló, y alia-do con los medos le puso fin en el año –612, arrasando hasta los cimientos su magnífica capital, Nínive. Así se inició el último Impe-rio Babilónico, que no duraría mucho, pues en el año –538 el persa Ciro II acabó para siempre con él, y de ese modo con la historia de todas las potencias mesopotámicas. Mien-tras tanto, en Grecia, en pleno renacimiento después de la “edad oscura”, ya han apareci-do en Atenas las primeras “ediciones oficia-les” de la Ilíada y la Odisea. Y en la entonces pequeña Roma, con el destierro en –509 del último de sus reyes, Tarquinio, se empieza la instauración de la República Romana, que durará cinco siglos.

Entre otras cosas, Ciro II puso fin al llamado Cautiverio de Babilonia, como se llama a la estadía obligada que la clase rica y gobernante del pueblo judío soportó durante casi sesenta años en el corazón del Imperio, luego de que Nabucodonosor II, impaciente con la rebeldía judía, animada por el inde-pendiente Egipto, tomara Jerusalén en –598 y resolviera arreglar el problema sacando de esa pequeña y díscola provincia a un millar de sus principales dirigentes. No habiendo sido eso suficiente para calmarlos, en –587 decidió actuar más drásticamente: destruyó el sitio más sagrado para los judíos, su tem-plo, y se llevó exiliada la mayor parte de la clase alta judía –miles de terratenientes, sa-cerdotes, administradores–, a quienes instaló con ciertas comodidades en ciudades me-sopotámicas (muchos de ellos establecieron prósperos comercios o fueron funcionarios del gobierno).

Esos judíos sufrirían durante su destierro el fuerte influjo del zoroastrismo, por entonces muy en boga en esas regiones. La religión de Zoroastro (profeta iranio –i. e., indoeuropeo– del siglo –X) cambiaría radicalmente la concepción hebrea original del mundo, concepción que, siglos después, ya reelaborada, heredarían cristianos y mu-sulmanes. Ideas como la lucha entre el bien

y el mal –Dios y Satanás, cada uno al frente de ejércitos de otros seres sobrenaturales (ángeles)–, el libre albedrío, la necesidad de un mesías, la resurrección de los muertos, el juicio final, la vida de ultratumba, cielo e infierno, etc., son propias del zoroastrismo, y están ausentes en el yahvismo primitivo de los campesinos que se habían quedado en Judea. Por lo demás, a su mitología primitiva agregaron los judíos elementos de la mito-logía mesopotámica antigua (creación de la Tierra, diluvio universal, etc.). Esas creencias fueron la base del moderno judaísmo. Una parte de los judíos exiliados regresó a su pa-tria, pero probablemente la mayoría siguió su vida ya organizada en Mesopotamia.

2. El Imperio Persa

Originalmente Persia era una pequeña región al suroeste del actual Irán y sobre la costa del Golfo Pérsico. Allí nació Ciro hacia comienzos del siglo –VI, y una vez que se hizo con el poder, su primera tarea fue someter, más por la diplomacia que por las armas, a sus parientes los medos, que ya dominaban la mayor parte de lo que hoy es Irán, el sur del Mar Caspio y el oriente de Turquía. Una vez consolidado su poder en-tre los suyos, se dirigió al occidente, ocupó Lidia y en –547 ya toda el Asia Menor era suya (para entonces existían ya en las costas occidentales de Anatolia varias importantes y prósperas ciudades griegas –como Mileto, Éfeso y Focea–, que del suave y amigable yugo lidio pasaron al no menos suave y to-lerante yugo persa). Nueve años más tarde, como quedó ya dicho, continuó Ciro su labor con la conquista de Babilonia. Ciro murió en su ley en –530 en el extremo sur de lo que hoy es Kazajstán, cuando ya había llevado sus tropas hasta las orillas del Indo, territorio al que ninguna potencia anterior del Cercano Oriente había llegado jamás. De esas poten-cias solo quedaba independiente una en el occidente, Egipto.

Moneda griega de

2 euros de 2010,

conmemorativa

de los 2500 años

de la Batalla de

Maratón.

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La tarea de someterlo le corres-pondió a su hijo Cambises, quien la completó sin mayor dificultad en –525. Sin embargo, murió unos tres años más tarde, y después de un muy accidentado proceso de sucesión tomó el poder en –521 Darío I (c. –550/–486), ferviente zoroastriano y sin duda el mejor gobernante que tuvo el Imperio en toda su historia.

Con vistas a reforzar el poder en el flanco occidental, en –519 Darío sometió a la próspera isla griega de Samos, a la cual le permitió cierta autonomía. Luego intentó otra expedición en grande, la conquista de Escitia, que ocupaba las llanuras de la actual Ucrania al norte del Mar Negro y estaba habitada por gentes de de origen igualmen-te indoeuropeo (un siglo antes los escitas habían prestado su colaboración a los babi-lonios y a los medos en la destrucción del Imperio Asirio). Así, en –513 y al frente de un enorme ejército (700.000 hombres según Heródoto, dato que puede estar exagerado), en el cual había considerable colaboración griega, cruzó el estrecho del Bósforo sobre un

puente de barcas construido por el ingeniero Mandroklés de Samos. Era la primera vez en la historia que un ejército no europeo ingre-saba en el continente.

Darío se dirigió luego hacia el norte y llegó hasta la desembocadura del Da-nubio, pero las tribus locales no resultaron tan dóciles, de suerte que resolvió dejar ahí los límites occidentales del Imperio y regre-sar, dejando bajo su poder a Tracia (noreste de Grecia, costa suroeste del Mar Negro), mientras la región septentrional de Grecia, Macedonia, llena de admiración y espanto ante el gran emperador, se rendía sin luchar y quedaba en calidad de protectorado persa. También en otros lugares, incluida Atenas, se oyeron voces que proponían hacer lo mismo.

Considerando, pues, que ya no quedaban territorios interesantes por con-quistar, y fuera de algunas campañas para él más bien de rutina (que no consideró necesario comandar personalmente y de las que más adelante nos ocuparemos), decidió consolidar el poder y organizar el gobierno de los espacios que ya tenía. Dividió el Impe-

rio para su mejor administración en 23 sa-trapías, desarrolló las vías de comunicación, creó un eficiente sistema de correos a caballo (el lema –tradicional, mas no oficial– del actual Servicio Postal de los Estados Unidos, está sacado de las elogiosas frases con que Heródoto comenta el trabajo de ese correo), estandarizó los pesos y las medidas, adoptó el invento lidio de la acuñación de moneda, reorganizó las finanzas y el cobro de impues-tos e inició la construcción de la gran capital del Imperio, Persépolis.

Por lo demás, su zoroastrismo no le impidió ser, al igual que Ciro, benévolo y tolerante con sus conquistados, así que per-mitió a los egipcios y babilonios adorar a sus dioses y fue comprensivo con los caprichos de los judíos. Por otra parte, todos los grie-gos, tanto los de las ciudades libres como los de aquellas que quedaron dentro del Imperio, pudieron viajar a sus anchas por el extenso territorio e incluso emplearse en diversos oficios, por ejemplo de mercenarios.

Otro hecho importante relaciona-do con el gran emperador es la llamada Ins-cripción de Behistún, que es para la escritura cuneiforme lo que la Piedra Rosetta fue para los jeroglíficos egipcios. La inscripción la or-denó labrar Darío en lo alto de un acantilado y ocupa, junto con varias figuras, un rectán-gulo de unos 25 metros de ancho por 15 de alto. Contiene un mismo texto en babilonio de la época, en persa antiguo y en elamita, cada uno de ellos en un tipo diferente de es-critura cuneiforme. Solo en 1835 se empezó su desciframiento.

Al morir Darío en –486, dentro de los límites del Imperio se encontraban los siguientes territorios, según su denomina-ción actual y de oeste a este: noreste de Gre-cia, el sur y la costa de Bulgaria sobre el Mar Negro, la costa de Rumania, Turquía y las islas orientales del Mar Egeo, Chipre, Siria, Líbano, Israel, Jordania, Egipto y noreste de Libia, Georgia, Azerbaiyán, Armenia, Iraq, Kuwait, Irán, Turkmenistán, Uzbekistán, Ta-yikistán, sur de Kazajstán, mitad occidental

de Kirguistán, Afganistán y la mayor parte de Pakistán. Los bordes occidental y oriental del Imperio estaban distanciados por más de cuatro mil kilómetros, y dentro de él vivían en relativa paz y prosperidad muchos pueblos que hablaban diferentes idiomas, tenían cul-tos religiosos diferentes y cuya lingua franca era el arameo.

3. La revuelta jónica

Pero quizás nunca ha existido un jerarca que haya podido gobernar con total tranquilidad, y Darío no fue la excepción. Jonia es el nombre con que en la antigüedad se conocía la parte centrooriental del mar Egeo y la centroocidental de la costa de Ana-tolia (costa e islas adyacentes colonizadas por eolios, jonios y dorios desde el siglo –VIII). Las doce principales poleis (ciudades Estado) conformaban la Liga Jónica, y solo en sus inicios pudieron gozar de total independen-cia. Porque en el transcurso de los siglos –VII

El Imperio Persa

Aqueménida en su

máxima extensión,

a principios del

siglo –V. (Mapa

tomado de www.

google.com/

images)

La llamada Inscripción de Behistún, que es para la escritura cuneiforme lo que la Piedra

Rosetta fue para los jeroglíficos egipcios. La inscripción la ordenó labrar Darío en lo alto

de un acantilado y ocupa, junto con varias figuras, un rectángulo de unos 25 metros de

ancho por 15 de alto.

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y –VI debieron soportar el dominio de los lidios y de los persas (los tiranos de las ciu-dades jónicas eran designados por el sátrapa2 de Sardes). Ese dominio, aunque muy suave, como se ha dicho, no era por supuesto de su total agrado, conociendo la total autonomía de las poleis occidentales. Así que de vez en cuando surgían personas con ganas de rebe-larse.

En –502 Naxos, la mayor de las islas Cícladas, en el centro del mar Egeo, estableció la democracia y expulsó a quienes consideraba filopersas. Entonces Aristágo-ras, a la sazón tirano de Mileto, queriendo congraciarse con los persas les propuso la conquista de la isla, pero la expedición ter-minó en total fracaso y él quedó mal parado con sus protectores. Tal vez por temor de ser castigado, e imaginando quizás que podría convertirse en el gobernante de una Jonia autónoma, les propuso a sus conciudadanos la loca idea de rebelarse contra el poder del Imperio. Viajó a Esparta, que le negó su apo-yo, y a Atenas y Eretria, que se lo ofrecieron. Contando por lo menos con el entusiasmo de otras ciudades griegas, y a pesar de la opo-sición sensata de gentes inteligentes como Hecateo, el geógrafo, marchó en –499 con sus tropas y las atenienses al este, tomó la ciudad de Sardes, capital de la satrapía de Lidia, y la incendió. Pero ya al regresar a Jo-nia fueron derrotados por los persas en las cercanías de Éfeso. Después de esta derrota los atenienses se negaron a seguir participan-do en la revuelta y regresaron a su ciudad. Pero ya varias regiones de Jonia y Tracia es-

2 Ni ‘tirano’ ni ‘sátrapa’ tenían en ese tiempo las connota-ciones tan negativas que poseen en nuestros días. Con referencia a los tiempos antiguos sería bueno hablar, en castellano, por ejemplo, de ‘líder’ o ‘dirigente’, en el primer caso, y de ‘gobernador’, en el segundo. Las con-notaciones negativas aparecen probablemente porque quienes escribían la historia estaban por lo general en ‘la oposición’.

taban sublevadas, así que los persas debieron tomar medidas para aplacar la rebelión. Con la ayuda de sus protegidos fenicios, expertos marineros, construyó Darío una flota con la cual volvió a poner orden en el este del Egeo, y cuando Aristágoras vio perdida la causa se embarcó para Tracia, en donde un tiempo después los mismos tracios le dieron muer-te. Mileto fue completamente destruida en –494, y ya nunca recuperaría su grandeza. Un año más tarde todo estaba nuevamente en calma.

4. La venganza de Darío

Sin embargo Darío, ya de más de cincuenta años, y que siguió siendo benévo-lo con quienes antes se habían rebelado, no podía olvidarse de la felonía de Atenas, una insignificante y lejana ciudad que osó desa-fiar su poder. Juró vengarse y ordenó a uno de sus sirvientes que le repitiese cada noche a la hora de la cena la admonición “Señor, acuérdate de Atenas”. Tampoco dejaba de recordársela Hipias, antiguo tirano de Ate-nas que, una vez desterrado (–510), se había exiliado en Persia como consejero de Darío, y esperaba la venganza y una oportunidad para volver al poder. Entre otras cosas, el destierro de Hipias fue uno de los sucesos que con-vergieron para dar inicio a la democracia en Atenas, lo que reforzó su aversión al gobierno de cualquier tirano o a la dominación exter-na, así fuera de Persia o Esparta.

Darío se dispuso, pues, a llevar a cabo su venganza contra Atenas y Eretria, y de paso subyugar a cuantas ciudades griegas pudiera. Para ello, y nuevamente con la cola-boración de los fenicios, comisionó en –492 una expedición a su yerno Mardonio, que partió en la primavera con una flota y ejérci-to de tierra. Mardonio reconquistó Tracia y Macedonia y quiso seguir hacia el sur, pero al bordear la península Calcídica una tormenta averió seriamente su flota, de modo que re-solvió dejar así las cosas por el momento.

Ya desde antes Darío había envia-do heraldos a las ciudades de la Grecia conti-nental pidiéndoles “tierra y agua”, una forma tradicional de exigir sumisión, y así lo habían hecho algunas, sin que hubiera cambios im-portantes (la isla de Egina se rindió antes de que llegaran los emisarios). Las más notables excepciones fueron Atenas y Esparta. En la primera los embajadores fueron llevados a juicio y ejecutados. En cuanto a Esparta, tenía problemas precisamente con la isla de Egina, que podría convertirse en una base naval para los persas (como se sabe, por esos tiempos las ciudades independientes griegas vivían combatiendo unas contra otras); así que en Esparta, envalentonada con recientes éxitos en otras guerras locales, a la exigencia de tierra y agua les respondieron a los emi-sarios “Aquí las tenéis”, y los arrojaron en un pozo.

En el verano de –490 Darío tuvo organizada nuevamente su fuerza expedi-cionaria. No era muy grande comparada con la de su primera incursión en Europa, pero pensó que era suficiente para castigar a las dos ciudades griegas que lo habían ofendido y dejar en claro quién era el amo del Egeo. Por entonces Mardonio no se había recupera-do completamente de lesiones sufridas en su campaña en Tracia, de suerte que Darío en-comendó la misión a su sobrino Artafernes y al almirante Datis. Según cálculos modernos, eran unas 600 naves con más de 25.000 hom-bres y 2.000 caballos. Esta vez se dirigieron directamente de este a oeste por el mar Egeo, sometiendo de paso islas como Naxos.

5. La Batalla de Maratón

Como estratego del ejército ate-niense fue designado Milcíades, quien había sido gobernador del Quersoneso tracio hasta –493, bajo el dominio de Darío –con quien mantuvo excelentes relaciones–, antes de la campaña de Mardonio, y conocía bien las tácticas militares de los persas. Es necesario

decir que Milcíades debió emplear toda su elocuencia para convencer a los atenienses de la necesidad de luchar y de sus posibilidades de victoria, pues muchos eran partidarios de entrar en compromiso con el gran Imperio.

Darío había enviado una expedi-ción exclusivamente naval, pues por una par-te, gracias a la asesoría de los fenicios su flota ya era digna de su Imperio, y por otra los griegos, grandes marinos mercantes, no con-taban con una Armada. Así que sus planes eran los de, una vez hubiesen penetrado en el golfo de Petalión, desembarcar en las costas meridionales de Eubea para sitiar a Eretria e infligirle el castigo debido. A continuación pondrían rumbo hacia el sureste, para des-embarcar cerca de la llanura de Maratón y luego atravesar por tierra la península Ática para llegar a Atenas, en donde esperaban encontrar la ayuda de los muchos quintaco-lumnistas que allí había.

Mientras la flota persa se aproxi-maba, Atenas, concentrada en los preparati-vos para su defensa, ni siquiera pensó en ir en ayuda de Eretria. Pero quisieron recurrir al apoyo de la otra única ciudad que no se ha-bía rendido, Esparta, que era la gran potencia

La expedición de –492 al mando de Mardonio (en verde la ruta terrestre, en azul la maríti-

ma). Luego de reconquistar Tracia y Macedonia quiso seguir hacia el sur, pero al bordear

la península Calcídica una tormenta (X roja) averió seriamente su flota, de modo que

resolvió dejar así las cosas por el momento.

ruta por tierra

ruta por marPrIMErA EXPEDICIóN DE DArIo

M A R E G E O

Esparta

ATENAs

Eretria

Athos

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militar entre los griegos. Así que mientras el ejército ateniense, de unos diez mil hombres, se dirigía hacia el noreste y unos mil solda-dos de Platea –única ciudad que compartiría la gloria con Atenas– se movilizaban hacia el mismo punto desde el oeste, a fin de cerrarles a las tropas persas las dos salidas de la llanu-ra de Maratón hacia el interior, enviaron a un heraldo, de nombre Feidípides, a solicitarle su ayuda a Esparta. Para ello Feidípides debió correr cerca de 200 kilómetros entre las dos ciudades en unos tres días. Pero llegó duran-te la celebración de las festividades religiosas Carneas, periodo obligatorio de paz para los espartanos. Por lo demás, faltaban todavía nueve días para el inicio de la luna llena, y era tradición espartana no emprender ningu-na acción de gran envergadura en tanto eso no sucediera; así que mientras el heraldo re-gresaba ellos se quedaron esperando más de una semana para poder ofrecer su auxilio.

La primera parte de la expedición persa se cumplió según lo planeado, y Eretria fue saqueada e incendiada a mediados de

agosto. En los primeros días de septiembre la flota arribó al golfo de Maratón, y en ella ve-nía Hipias, el desterrado ex tirano de Atenas.

Hay que aclarar que por esos tiem-pos los griegos, fuera de carecer de una flota de guerra, tampoco utilizaban aún caballería. En cambio, eran temibles sus escuadrones de infantería pesada, los famosos hoplitas, muy bien entrenados en las innumerables guerritas en que vivían las ciudades grie-gas. En cuanto a los incidentes mismos de la batalla, las tácticas militares empleadas, etc., es muchísimo lo que desde los tiempos de Heródoto se ha escrito y discutido. En todo caso, más o menos coincidiendo con el desembarco de los persas llegaron por el suroeste a la llanura las tropas atenienses y plateanas. Durante los primeros cinco días parece que estuvieron en mutua observación, separados tan solo por “8 estadios” (kilóme-tro y medio). Inicialmente eso les convenía a los atenienses, pues de todas maneras confia-ban en el arribo en su ayuda de las poderosas falanges espartanas. Teniendo eso mismo en cuenta, es posible que los persas hayan deci-dido dejar en Maratón una parte suficiente de su ejército para enfrentar a los griegos que allí estuvieran, mientras que embarcaban la

caballería con la intención de bordear con la flota la península, y una vez doblado el cabo Sunio, entrar al golfo Sarónico y dirigir desde allí su ataque directo a la ciudad.

De alguna manera los atenienses se enteraron de esos planes y el 12 de sep-tiembre Milcíades dio la orden de atacar. Los persas fueron tomados por sorpresa, y aun-que mucho más numerosos, sin caballería fueron presa fácil de los temibles hoplitas, que según el relato de Heródoto efectuaron una verdadera carnicería entre sus enemigos, que perdieron 6400 hombres. Según ese mis-mo relato, perecieron solo 192 atenienses y 11 plateanos.

(En el transcurso de los siglos posteriores surgió la leyenda de que, sabien-do que en la ciudad la gente esperaba con ansiedad las noticias, los atenienses enviaron al mismo Feidípides antes mencionado para anunciar la victoria, quien corrió con toda su alma los 42 kilómetros que separaban los dos sitios, alcanzó a dar la buena nueva y cayó muerto. La leyenda es bella, pero no hay tes-timonios históricos al respecto).

Mientras los restos de las derro-tadas tropas persas se embarcaban para continuar con el plan original, un grupo de atenienses se quedó asegurando el sitio, y los demás dieron marcha atrás a fin de poder defender la ciudad una vez arribara la flota enemiga. Los espartanos llegaron al campo de batalla a los tres días, solo para constatar admirados la increíble victoria de los atenienses. Los persas hicieron cuentas y consideraron que su maltrecho ejército ya no estaba en condiciones de llevar a buen término sus planes, y en vez de doblar el cabo Sunio pusieron rumbo al este de regreso.

6. Consecuencias

La Batalla de Maratón no significó el triunfo definitivo de los griegos sobre los persas, pues para un colosal imperio como era el de Darío una derrota de esas no era

más que un pequeño contratiempo, como ya lo había tenido dos años antes con el fra-caso de Mardonio. Pero su victoria fue para los mismos griegos –especialmente para los muchos que no habían creído en ella– una tremenda sorpresa: descubrieron exaltados que estaban en condiciones de enfrentar con éxito un enemigo tan poderoso, de suerte que su modo de vida, la democracia que estaban estrenando, en donde ya no había tiranos ni reyes con poder divino, tenía que ser muy superior a las instituciones de los bárbaros.

Ya en el siglo de Pericles, Esquilo consideró que por encima de su gloria como autor de cerca de noventa piezas estaba el hecho de que, hacia sus 35 años, fue uno de los heroicos soldados de Milcíades en la céle-bre batalla (en la que por lo demás pereció su hermano mayor Kynegeiro). Su epitafio reza:

Del ateniense Esquilo, hijo del noble Euforioy de la fértil Gela, yacen aquí los restos.De su valor testigos, el bosque maratonioy medos de melena que agobios padecieron3.

Esa exaltación del ánimo les per-mitió prepararse convenientemente para la siguiente arremetida del Imperio, que enfren-taron con éxito, ya con una excelente marina

3 Traducción del autor del presente artículo.

Desde la llanura de Maratón una parte del ejército marcharía por tierra hacia Atenas,

mientras el resto seguiría hacia el sur, bordearía el cabo Sunio (extremo inferior) y

pondría rumbo hacia el noroeste para entrar a Atenas por lo que posteriormente sería el

puerto del Pireo.

Momento en que las tropas griegas (azul) empiezan a encerrar a

las persas (rojo). Los ovalitos negros indican la posición de las

naves de la flota imperial, en las cuales en ese momento ya se

había embarcado la mayor parte de la caballería.

Hoplita griego y

al fondo soldado

de la caballería

persa.

(Imágenes tomadas

de www.google.com/

images)

ATENAs

Eretria

Maratón

ATENAs

Maratón

Templo de Hércules

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de guerra, diez años después en la batalla na-val de Salamina (luego de la famosa derrota inicial en las Termópilas), en la de la llanura de Platea en –479 y, por los mismos días, en la naval de Micala, cerca de la isla de Samos, batallas que pusieron prácticamente fin a las Guerras Médicas (aunque posteriormente habría otros encuentros de menor importan-cia hasta –449, año en que presuntamente se firma la llamada Paz de Calias). De nuevo los griegos fueron amos del Egeo.

Para el Imperio, como ya dijimos, esas derrotas no eran más que contratiempos en la periferia de su inmenso territorio, y aunque perdió nuevamente su poder sobre las ciudades e islas griegas del Egeo, todavía le quedaba siglo y medio de plena existencia. Para los griegos, en cambio, los aconteci-mientos de ese decenio constituyeron su lan-zamiento a los siglos futuros:

Antes de ese día de septiembre del –490 se habían librado muchas grandes batallas; pero hoy, para nosotros, no es mucha la diferencia si los egipcios derrotaron a los hititas o a la inversa, si los asirios batieron a los babilonios o a la inversa, si los persas triunfaron sobre los lidios o a la inversa. El caso de Maratón es diferente. Si los atenien-ses hubieran sido derrotados en Maratón Atenas habría sido destruida, y en tal caso (piensan muchos) Grecia nunca habría llegado al esplendor de su civilización, esplendor cuyos frutos hemos heredado los modernos. Sin duda, Esparta habría combatido, aunque se hubiese quedado sola, y hasta habría podido conservar su independencia. Pero Esparta no tenía nada que ofrecer al mundo, como no fuera un horrible militarismo. La batalla de Maratón, pues, fue una “batalla decisiva”, y muchos la consideran la primera batalla decisiva de la historia, en lo que concierne al Occidente moderno4.

Ya en el siglo XIX, en pleno esplen-dor del Imperio Británico, el filósofo John

Stuart Mill había expresado su ahora cono-cida opinión de que la batalla de Maratón, incluso como suceso de la historia británica, era más importante que la Batalla de Has-tings (en 1066, cuando Guillermo el Con-quistador terminó con el poder de los sajones en Inglaterra). Y el historiador inglés Edward Shepherd Creasy, contemporáneo de Mill, en su conocido libro sobre “las quince batallas decisivas del mundo” (1851)5, la puso como la primera de ellas. Como dice Tom Holland, “su victoria les infundió a los griegos una fe en su destino que habría de perdurar por tres siglos, durante los cuales nació la cultura occidental”6.

7. Antes de Tales

Pero volvamos al principio: ¿Qué fue lo que se salvó en la Batalla de Maratón? ¿Qué es lo que podemos celebrar nosotros dos mil quinientos años después?

Como ya se dijo, antes del siglo –VI habían florecido y perecido diversas civilizaciones, en varias partes del mundo habían sido inventados sistemas de escritura, e incluso tenía ya varios siglos la escritura alfabética, basada en el alfabeto original fe-nicio (la contribución griega consistió en la invención de las vocales). En ciertas zonas del mundo antiguo existían sistemas conso-lidados de pensamiento. El ya mencionado zoroastrismo, por ejemplo. Y aunque solo por esa época se empezara a poner por escrito el enorme corpus del brahmanismo védico, transmitido hasta entonces oralmente, ya

estaba completo hacía siglos. Los griegos, por su parte, ya habían creado toda su mitología, que se empieza a poner por escrito en obras como la Ilíada y la Odisea de Homero y la Teogonía de Hesíodo. En la China apenas empiezan a aparecer los primeros pensadores ahora famosos, el primero de los cuales es Confucio, contemporáneo de Darío, cuyas preocupaciones eran esencialmente éticas. En la India comienzan a brotar las primeras herejías del brahmanismo, como el jainismo y el budismo.

Pero ya se tratara de reflexión especulativa o de conocimiento práctico, el razonamiento lógico sistematizado como ahora lo conocemos brillaba por su ausencia. El mundo se explicaba mediante la construc-ción de mitos, y al conocimiento práctico se llegaba por la simple observación. En la ya riquísima especulación religioso-filosófica brahmánica al conocimiento firme se llegaba, en últimas, a través de la iluminación.

El pensamiento arcaico interpreta el uni-verso entero empáticamente, en función de las propias experiencias psicológicas huma-nas. Cuanto acontece es el resultado de la acción de voluntades, de fuerzas personales, de personalidades cósmicas, de dioses. Los dioses son las personificaciones de las fuer-zas y aspectos importantes del mundo y de la vida. Son imprevisibles y temperamenta-les, como nosotros, pero mucho más pode-rosas. Los pensadores arcaicos griegos, que básicamente habían sido los poetas Homero y Hesíodo, recogían esta concepción arcaica del mundo y la elaboraban. Se preguntaban por el origen del mundo y de las cosas, y la respuesta (que en Hesíodo alcanza ya una notable sistematicidad) era una historia de uniones, generaciones y conflictos entre personalidades cósmicas, entre dioses7.

Tanto en Mesopotamia como en Egipto poseían ya antes del siglo –VI un buen complejo de conocimientos prácticos relacionados con la geometría, la aritmética

y la astronomía, que habían aplicado ma-gistralmente en agrimensura y en diversas construcciones. En Babilonia tenían tablas de observaciones astronómicas de varios siglos, y la aritmética práctica estaba muy avanzada (hay una tablilla del siglo –XVII, la famosa Yale YBC 7289, con una impresio-nante aproximación de la raíz de 2; en otras tablillas de la misma época se atestigua la utilización del ahora llamado Teorema de Pitágoras8); en Egipto estaba muy adelantada la geometría, y por ensayo y error habían hallado muchas fórmulas útiles. Pero, insisti-mos, ese conocimiento no estaba respaldado por razonamiento sistemático alguno. Para ellos eran hechos observados de la natura-leza, pues habían descubierto, por ejemplo, que cada vez que se presentaba un triángulo rectángulo sucedía lo mismo. A nadie se le ocurrió pensar en si eso era siempre cierto, si no podía ocurrir que alguna vez se presenta-ra un triángulo rectángulo de determinadas dimensiones en que no se cumpliera la regla, y en fin, nadie se preguntaba el porqué de que eso fuera así.

8. El hechizo jónico

A comienzos del siglo –VI, como ya se dijo, el Egeo es un mar griego, y la re-gión más próspera es Jonia, que comprende el extremo centrooccidental de la península de Anatolia (actual Turquía) y las islas ad-yacentes. La ciudad de Mileto surge como la capital natural de toda la región, y es la mayor y más floreciente ciudad de todo el mundo griego. Como resultado del comercio

4 Isaac ASÍMOV. Los griegos. Alianza Editorial, Madrid, 1981.

5 Sir Edward CREASY. The Fifteen Decisive Battles of the World from Marathon to Waterloo. Dover Books on History, Political and Social Science, 2009.

6 Tom HOLLAND. Persian Fire: The First World Empire and the Battle for the West. Abacus, 2006.

7 Jesús MOSTERÍN. La Hélade. Alianza Editorial, Ma-drid, 2006.

8 El hecho de que en todo triángulo rectángulo la suma de las áreas de los cuadrados construidos sobre los catetos es igual al área del cuadrado construido sobre la hipotenusa.

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marítimo el nivel de vida es alto, y ha surgido una clase de hombres ricos, emprendedores y curiosos que en sus viajes por Egipto y Me-sopotamia han tenido la oportunidad de po-nerse en contacto con el considerable acervo de conocimientos prácticos que esas antiguas civilizaciones han acumulado durante mile-nios.

A diferencia de las sociedades dominadas por castas sacerdotales, como la india, o por regímenes burocráticos, como la china, entre los griegos la religión se reduce a la observancia de ciertos ritos, y las leyes por las cuales se rigen son bastante democráticas avant la lettre. En la tradición brahmánica la preocupación esencial es acabar con la cade-na del samsara (el ciclo de las reencarnacio-nes), y a los chinos los obsesiona la necesidad de comportarse correctamente con los seme-jantes y especialmente con los superiores.

Lejos de esos desvelos, los jonios del siglo –VI empiezan a experimentar el placer del conocimiento, y de pronto, casi misteriosamente, deciden que la naturaleza y el mundo en general pueden ser realmente conocidos solo mediante el razonamiento. Al respecto dice Schrödinger:

Mantengo que aquellos [los principios de la comprensibilidad de la naturaleza y de la objetivización] son –y por cierto, como herencia de los antiguos griegos– el origen de toda nuestra ciencia y del pensamiento occidental. […] Sobre el [principio de que] “se puede comprender la naturaleza”, quiero decir solo unas palabras: lo más sorpren-dente es que tuviera que ser inventado, que fuera totalmente necesario inventarlo. Pro-viene de la escuela de Mileto, de los phy-siológoi. Desde entonces ha permanecido intacto, aunque quizás no siempre libre de contaminaciones9.

Uno de esos prósperos hombres de negocios jonios curiosos y despreocupados era Tales de Mileto (c. –630/c. –550). Proba-blemente en sus viajes de juventud pudo visi-tar Egipto y Mesopotamia y absorber mucho de los conocimientos prácticos acumulados en los grandes imperios. Interesado en dilu-cidar la esencia del mundo, deja de lado las explicaciones mitológicas y empieza a propo-ner las primeras explicaciones racionales en la historia de nuestra especie. Postula como principio fundamental del mundo el agua, a partir de la cual todo se forma. Propone el primer modelo no mítico del universo, en el cual la Tierra es un disco flotando sobre el agua, que la rodea, bajo la cúpula semiesféri-ca estrellada que la cubre. En la antigüedad

9 Erwin SCHRÖDINGER. Mente y materia. Tusquets, Barcelona, 1985.

le atribuían10 la medición de la altura de las pirámides egipcias y un método para calcu-lar la distancia de una nave desde la costa (utilizando probablemente, en ambos casos, rudimentos de la teoría de proporciones), así como la predicción del eclipse de Sol del 28 de mayo de –585 que tuvo lugar sobre el Asia Menor mientras medos y lidios luchaban en una batalla a orillas del río Halys (si fue así, pudo haber utilizado tablas astronómicas babilonias).

Pero tal vez lo más importante es que a él se le atribuyen por primera vez demostraciones geométricas, aunque no se conserve ninguna de ellas, entre otras cosas porque parece que Tales nunca escribió nada. Tales ocupa además el primer lugar en la antigua lista de “los siete sabios de Grecia”, pero no por lo que hasta aquí hemos dicho, sino por sus sabios consejos políticos (como los de llegar a compromisos racionales con el poder lidio y no intentar rebelarse ante el por entonces en ciernes Imperio Persa).

Ya Aristóteles consideraba que Tales era el primero de sus predecesores, el primero de esos physiológoi que “por primera vez consideraron que los únicos principios de todas las cosas son de especie material”11.

Posible discípulo de Tales fue Anaximandro de Mileto (c. –610/c. –545). Propone como principio de todas las cosas un ente abstracto, el ápeiron (lo infinito, o ilimitado, o indefinido), a partir de lo cual evolucionan todas las cosas, y por primera vez pone al planeta Tierra (que él creía tenía la forma de un cilindro de poca altura, sobre una de cuyas bases planas habitamos noso-tros) suspendido libremente en el centro del

10 Aquí, y para mucho de lo que sigue, puede verse cual-quiera de las ediciones de los fragmentos de los preso-cráticos. En español la única edición crítica completa es la de Gredos: Los filósofos presocráticos, tomos I, II, III, Biblioteca Clásica Gredos, Madrid, 1978-1980.

11 Ibídem, Tomo I, fragmento 18.

el suRgimiento de jonia (siglos –viii/–vi)

Los jonios emigraron de la región de Acaya (óvalo rojo) a la península Ática (círculos concéntricos), y posteriormente a la región marca-

da con el círculo rojo a la derecha, que tomaría el nombre de JONIA.

La región de Jonia en el siglo –VI (oriente del mar Egeo y occiden-

te de la actual Turquía).

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universo. Elabora el primer mapa de que se tenga noticia del mundo para ellos conocido, mapa que años más tarde perfeccionará otro milesio, Hecateo (c. –550/c. –476). Por lo de-más, Anaximandro es el primer pensador de la historia que pone por escrito sus reflexio-nes (aunque por supuesto, no se conserve ningún texto suyo).

Amigo y contertulio de Anaxi-mandro pudo ser Anaxímenes (c. –580/c. –530), quien, considerando que el concepto de ápeiron era demasiado abstracto, propuso como principio de todo el aire, dando expli-caciones lógicas de cómo a partir de él, por compresión y rarefacción, podrían originarse todas las cosas.

Jonio era también Heráclito de Éfeso (c. –535/c. –475), del cual todo bachiller recuerda la afirmación de que “nadie se baña dos veces en el mismo río”. Fue crítico acérri-mo de todos sus colegas anteriores y contem-poráneos. Así mismo era jonio Anaxágoras de Clazómenes (c. –500/–428), el primer pen-sador extranjero que se estableció en Atenas; planteó la existencia del nous (mente) como fuerza ordenadora del cosmos, y consideró el Sol como una bola de fuego (antes de él se pensaba en forma de disco) y la Luna como una roca que reflejaba la luz del Sol. También eran jonios Pitágoras de Samos y Xenófanes de Colofón, de los cuales hablaremos luego.

A esa ebullición intelectual de Mileto y sus alrededores es a la que el físico e historiador Gerald Holton denominó “he-chizo jónico”, expresión que Edward Wilson popularizaría en su libro Consilience: “Signi-fica la creencia en la unidad de las ciencias, una convicción, mucho más profunda que una simple proposición de trabajo, de que el mundo es ordenado y puede ser explicado por un pequeño número de leyes naturales. Sus raíces se remontan a Tales de Mileto, en Jonia, en el siglo VI a. C. Dos siglos más tarde, Aristóteles consideraba al legendario filósofo como el fundador de las ciencias físicas”12.

9. Difusión

También Pitágoras (c. –570/c. –495) pudo haber escuchado a Tales. Como éste, viajó por Egipto y Mesopotamia, y al-gunos pensaban que había llegado hasta la India. Es posible que, al igual que los judíos, haya sido fascinado en Babilonia por las doc-trinas zoroastrianas y su creencia en el alma y su inmortalidad, que combinaba con su adhesión a la religión mistérica del orfismo y su afirmación de la metempsicosis. Lo cierto es que hará de esto su preocupación esencial, aunque, víctima previa del “hechizo jónico”, decidirá que la única forma de alcanzar la “salvación” será mediante el conocimiento puro, al que solo se llega mediante el razona-miento “duro”.

Aficionado por lo demás a la polí-tica, ya maduro y famoso debió abandonar la isla de Samos, probablemente acompañado de varios seguidores, por los problemas que tuvo con el tirano Polícrates. Se dirigieron entonces a la Magna Grecia (sur de Italia), y en Crotona se establecieron como secta (que ahora llamamos “Escuela Pitagórica”). Bien pronto lograron el dominio del gobierno de esa ciudad y de otras vecinas, para gusto de algunos y disgusto de otros.

La Escuela Pitagórica no era una academia científica, sino una secta, como dijimos, con claras reglas para pertenecer a ella. El conocimiento no era un fin en sí, como lo era para los milesios, sino un medio para lograr la salvación. Pero los conoci-mientos tenían que ser demostrados, y esto ya no estaba al alcance de todos. Por eso sur-gió la división dentro de la secta entre ma-temáticos y acusmáticos. Los primeros eran quienes estaban en condiciones de descubrir verdades acerca del mundo y demostrarlas; los segundos, si era que su intelecto no daba

para ello, debían seguir obedientemente lo que los primeros les indicaran, de suerte que de esta forma también pudieran tener acceso a la salvación.

Los pitagóricos pusieron las bases de lo que ahora se llama Teoría de Números. En geometría, entre muchas otras cosas, lo-graron la demostración del famoso teorema que justamente lleva el nombre del fundador de la escuela y que, como ya vimos, era cono-cido en Mesopotamia, como conocimiento práctico fruto de la observación, más de mil años antes. Hay varios testimonios acerca de que tuvieron plena conciencia de su hazaña, pues se habla de los sacrificios de bueyes que llevaron a cabo para celebrar el hecho.

También en la Escuela Pitagórica se descubrieron los números irracionales, al no poder “medir” la diagonal del cuadrado a partir de la longitud del lado. De este ha-llazgo parece haber sido autor Híppasos de Metaponto, quien tal vez no se aguantó las ganas de divulgar su descubrimiento entre la gente común, lo que le valió la expulsión de la secta13.

Descubrieron así mismo los pi-tagóricos las leyes numéricas que rigen los sonidos de la música. La “escala pitagórica”, perfeccionada con los siglos, sigue siendo la base de la música en casi todo el mundo con-temporáneo.

Pitagóricos posteriores (Filolao, siglo –V) establecerían por vez primera la redondez de la Tierra y dudarían ya de que nuestro planeta ocupe el centro del universo.

13 Ese descubrimiento rompía en cierta forma toda la teoría acerca de la armonía numérica del mundo que habían hasta entonces construido los pitagóricos, por lo cual el “delito” de Híppasos era muy grave. El pro-blema de los irracionales constituirá desde entonces un Leitmotiv en la investigación de los fundamentos de las matemáticas, y, Cantor mediante, condujo en nuestros días hasta el célebre Teorema de Incompletez de Gödel (1931), que algunos consideran el mayor logro en la historia de la lógica.

12 Edward WILSON. Consilience: la unidad del cono-cimiento. Galaxia Gutenberg, Barcelona, 1999.

magna gRecia

A finales del siglo –VI y en la primera mitad del siglo –V el pensamiento griego se concen-

tró en la Magna Grecia. La Escuela Pitagórica funcionó en Crotona (Kroton, bota itálica),

Parménides y Zenón trabajaron en Elea (Velia en el mapa), Empédocles en Agrigento

(Akragas, Sicilia). Platón hizo dos viajes a Siracusa, y en el segundo visitó de paso al

pitagórico Arquitas en Tarento (Taras, bota itálica), cuya influencia fue definitiva en la

filosofía del ateniense. Metaponto fue la patria de Híppasos y Siracusa la de Arquímedes.

Otro que debió abandonar Jonia fue Xenófanes de Colofón (c. –570/c. –475), descreído poeta y filósofo que, después de mucho viajar, se estableció en Sicilia. A di-ferencia de sus colegas milesios, a quienes la religión simplemente los tenía sin cuidado, y de los devotos pitagóricos, Xenófanes fue un acerbo crítico de toda clase de creencias religiosas. Se burlaba de su contemporáneo Pitágoras diciendo que el famoso maestro había reconocido en el ladrido de un perro la voz de un amigo muerto.

El ámbito de la filosofía griega se estableció, pues en el sur de Italia y en Sicilia, especialmente a partir de la ya mencionada destrucción de Mileto en –494. Hacia me-diados del siglo –V los ciudadanos de las ciudades de la Magna Grecia se aburrieron de los pitagóricos, y los expulsaron luego de

Panormos

Umbria

Etruria Picenum

Frentani

Latium Apulia

Lucania Calabria

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Campania

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Cerdeña

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Naxosreggio

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Kaulonia

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PoseidoniaHyria

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Cuidades griegas

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historialos 2500 años de la civilización occidental

quemar sus escuelas. Es posible que en esos incendios se hayan perdido textos valiosos, no de Pitágoras (quien al parecer nunca puso por escrito sus pensamientos), sino de sus discípulos, que por otra parte le atribuían al maestro cualquier descubrimiento que hicieran. Desde esos tiempos, el centro de la filosofía griega pasó a ser Atenas, ya en el Siglo de Pericles, adonde acudía desde lejanas ciudades cualquier cerebro que tuviera algo importante que decir.

10. Conclusión

Es imposible decir “qué hubiera pasado si…”, pero tal vez no sea tan difícil pensar en “qué no hubiera ocurrido”. De ha-ber sido derrotados los griegos en Maratón, hubiera sido imposible el Siglo de Pericles, y en consecuencia tal vez nunca se hubiera consolidado el “hechizo jónico”. Los griegos habrían sido dominados, y quizás no hubiera

surgido jamás un macedonio como Filipo II, a quien, siglo y medio después de la Batalla, se le ocurrió la enormidad de conquistar el Imperio. Idea que, como se sabe, no pudo él llevar a cabo, pero que concluyó magistral-mente su hijo Alejandro. Quien difundió por todo lo que antes fuera el gran Imperio Persa la cosmovisión griega, en particular desde Alejandría, que se convertiría durante varios siglos en la capital cultural y científica del mundo y desde cuya Biblioteca –la prime-ra gran universidad del planeta– irradiaría como potente faro hacia todo el mundo “oc-cidental” la sabiduría griega (hasta la caída del Imperio Romano en manos de los cristia-nos: remember Hipatía). Fue en Alejandría, por ejemplo, en donde Euclides sistematizó, en sus famosos Elementos, casi todo el corpus matemático griego existente hasta su tiempo (principios del siglo –III), obra que hasta el siglo XIX constituyó el paradigma de toda construcción axiomática. Y fue en Alejandría en donde por primera vez Eratóstenes (siglo

–III) midió con asombrosa precisión la cir-cunferencia terrestre.

Por otra parte los romanos, orgu-llosos herederos de la cultura griega, podrían no haber surgido nunca como potencia, y tal vez la lucha por el dominio futuro del mundo se hubiera librado entre persas y car-tagineses, de suerte que ahora sabríamos de los griegos y romanos tanto como sabemos acerca de esos fenicios que en su momento dominaron el Mediterráneo occidental, es decir, poquísimo.

Los griegos no explotaron tecnoló-gicamente sus conocimientos, por la sencilla razón de que, siendo una sociedad esclavista, esos pensadores que cambiaron el mundo podían sentarse tranquilamente a reflexionar mientras sus siervos producían para ellos. Pero su legado se salvó (a veces con ayudas inesperadas, como la de los sabios de la ci-vilización islámica de los siglos VIII a XIII, gracias a cuyas traducciones al árabe se con-servaron muchos textos griegos y romanos, mientras Europa se hundía en la oscuridad cristiana). Sin embargo, dos mil años más tarde, aumentada enormemente la población europea, con otro orden social y otras con-diciones económicas, el hechizo jónico co-menzaría a tener su máxima eficacia a partir del siglo XVII, tendría como consecuencia la Revolución Industrial en los dos siguientes y llegaría hasta nuestros días con la revolución tecnológica que nos abruma ya en todo el mundo, tecnología para la cual el razona-miento matemático iniciado por los jonios es una auténtica condición sine qua non.

Pero, repitamos, podría no haber sido así, porque dos mil años después de Tales la China era la vanguardia del mundo, con un buen nivel de vida, unas buenas ins-tituciones políticas y un aceptable desarrollo de baja tecnología, sin que al lejano oriente hubieran llegado todavía los ecos del hechizo jónico. Porque, como dice el sinólogo francés François Jullien,

el impeRio de alejandRo

Desde principios del siglo –III, cuando fue fundada, y durante los siete siglos siguientes, Alejandría (en la desembocadura del Nilo) fue la capital cultural y

científica del mundo. (Mapa tomado de www.google.com/images).

con la guerra del opio [mediados del siglo XIX] [la China] descubre con los invasores una idea que hasta entonces no había cono-cido y que estaba en pleno apogeo en Occi-dente, sin haber sido nunca completamente laicizada: el progreso… Y es que China ha-bía pensado el mundo como una variación continua y no como conducente a la ciudad de dios, al paraíso de los seres humanos…14

Por lo demás, agrega Jullien, en lo que se refiere al Ser, a Dios y a la Libertad, “China ha pasado de largo de estos tres gran-des filosofemas occidentales”15. Sin embargo, en el siglo XXI el coloso asiático estará de nuevo a la vanguardia de la civilización, pero esta vez ya bajo el irresistible embrujo del he-chizo jónico.

En estos lados del mundo somos, pues, para bien o para mal, herederos directos de esos indoeuropeos que en el Egeo y sus al-rededores decidieron que el mundo se puede y se debe conocer mediante la razón, lo que ha llevado a que la vida humana en nuestro planeta sea ahora como es. Celebremos. ❖

Llanura de Maratón

en la actualidad.

14 JULLIEN François. La China da que pensar. Anthro-pos, Barcelona, 2005.

15 Ibídem.

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historia

armando MARTÍNEZ GARNICA

las declaraciones de independencia en venezuela y la nueva granada

L a declaración de independencia absoluta de la confederación de las provincias de Venezuela fue aprobada el 5 de julio de 1811 por el Congreso de sus

diputados reunido en Caracas. Un Manifiesto al Mundo, redactado por José María Ramírez y publicado el 30 de julio siguiente, expuso ante los americanos la decisión de conver-tirse en un nuevo estado soberano e inde-pendiente. Esta precoz y atrevida declaración fue recibida con júbilo y miedo por los abo-gados y eclesiásticos que en el vecino Nuevo Reino de Granada habían erigido juntas de gobierno provisionales, siguiendo el modelo peninsular, y avanzaban con rapidez hacia la constitución de estados provinciales. Las hostilidades de la Junta provincial de Carta-gena de Indias con la vecina gobernación de Santa Marta, la urgencia de los momposinos por poner fin al embargo que esa Junta les había impuesto y la presión de los pardos del arrabal de Getsemaní produjeron el movi-miento popular que el 11 de noviembre de 1811 obligó a adoptar la declaración de inde-pendencia de Cartagena.

Pero los abogados de la ciudad de Santa Fe, que en la madrugada del 21 de julio de 1810 habían organizado de modo tumultuario una Junta titulada Suprema del Nuevo Reino de Granada, continuaron esperando el desenlace de los acontecimien-tos peninsulares, pese a que ya a finales de marzo de 1811 habían constituido el Estado de Cundinamarca. Sólo cuando el avance de las tropas regentistas en las provincias del Sur del Virreinato fue una amenaza real, el presidente Antonio Nariño tuvo que pre-sionar a los diputados del Colegio Revisor de la Constitución de ese Estado para que

aprobaran una declaración de independencia. Finalmente lo logró, después de dos días de intensa deliberación, el 16 de julio de 1813: el Estado de Cundinamarca sería en adelante libre e independiente, separado para siempre tanto de la Corona como de cualquier gobier-no de España.

Menos de un mes después, el presidente del Estado de Antioquia declaró solemnemente que, conforme a la “unánime voluntad de la Representación Nacional”, ese Estado desconocía a Fernando VII como su rey, separándose para siempre de la Co-rona y de los gobiernos de España. El 10 de diciembre de ese mismo año, los electores del Colegio Electoral y Representativo de la República de Tunja firmaron una declaración de desconocimiento de la autoridad de cual-quier gobierno que se estableciera en España “en la sucesión de los siglos”. El 8 de febrero de 1814, el Colegio Revisor de la Constitu-ción de la Provincia Libre de Neiva, de con-formidad con el artículo 1º del título 2º de su primera Constitución (3 de febrero de 1812), confirmó expresamente su declaración de independencia respecto del Gobierno español y de cualquiera otra potencia, por los mismos motivos que ya lo habían declarado las ante-cedentes “provincias ilustradas de la Nueva Granada y Confederación Venezolana”. El 28 de mayo siguiente procedió del mismo modo el Colegio Electoral y Constituyente de la provincia de Popayán, declarando su inde-pendencia respecto de cualquiera autoridad que no emanara de los pueblos legítimamen-te representados, dada su previa adhesión al Gobierno de las Provincias Unidas de la Nueva Granada. Iguales declaraciones de in-dependencia probablemente fueron emitidas este año por los Colegios Electorales de los

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historialas declaraciones de independencia en venezuela y la nueva granada

Estados libres de las provincias de Pamplona, El Socorro y Casanare, si bien la destrucción de sus archivos en los tiempos de la Recon-quista Monárquica (1815 a 1819) no ha per-mitido encontrarlas hasta ahora.

Dos decenas de asambleas cons-tituyentes y revisoras se realizaron en Vene-zuela y la Nueva Granada entre 1811 y 1815, una extraordinaria experiencia política que se consolidó en la Convención Constituyen-te de Colombia que, reunida en la Villa del Rosario de Cúcuta, aprobó el 30 de agosto de 1821 la primera Constitución de un nuevo es-tado soberano que reclamó los territorios que habían pertenecido, hasta 1810, al Virreinato de Santa Fe y a la Capitanía General de Vene-zuela. Fue gracias a este hecho político que, el 28 de noviembre siguiente, todas las cor-poraciones de la ciudad de Panamá tomaron la libre decisión de firmar su declaración de independencia respecto del Gobierno español e incorporar el territorio de las provincias del Istmo a la República de Colombia, enviando un diputado a su primera legislatura consti-tucional de 1823.

Este artículo da cuenta de la pre-coz experiencia de declarar formalmente la independencia absoluta, respecto del rey Fernando VII, que acaeció tanto en el Nue-vo Reino de Granada como en Venezuela durante el período comprendido entre 1811 y 1815. La restauración monárquica en la Península y el consiguiente envío de diez mil soldados del Ejército Expedicionario de Tierra Firme a reconquistar los dominios monárquicos en estos dominios suspendió por sólo cuatro años el proceso de la inde-pendencia. Después del triunfo de Boyacá, ocurrido el 7 de agosto de 1819, se inició el proceso de constitución de la República de Colombia con las provincias que se iban li-berando en las antiguas jurisdicciones de las extinguidas reales audiencias de Santa Fe, Caracas y Quito. La guerra libertadora que encabezó el general Simón Bolívar terminó llevando las declaraciones de independencia más al Sur del Continente, en las antiguas

jurisdicciones del Virreinato del Perú y de la Audiencia de Charcas. Incluso contribuyó de alguna manera en el Congreso Anfictiónico de Panamá, junto a los delegados de la Re-pública Mexicana, a aclimatar la idea de una América independiente de cualquier monar-quía. Adicionalmente, se examina un caso de efecto no deseado provocado por una de esas declaraciones de independencia, la aprobada por la Junta de Cartagena, cuyos abusos de poder motivaron un movimiento popular contrarrevolucionario entre los curas, indios y castas de los pueblos de las Sabanas de Tolú y el Sinú.

La declaración de Venezuela

El 2 de marzo de 1811 se instaló en Caracas el Congreso General de las provin-cias de Venezuela. El manifiesto que anunció al público este evento lo presentó como la irrevocable sanción del nuevo destino vene-zolano, ya que se trataría de la apertura de “las primeras Cortes que ha visto la América, más libres, más legítimas y más populares que las que se han fraguado en el otro hemis-ferio para alucinar y seguir encadenando la América1. Estuvo presente un grupo repre-sentativo de los hombres que habían firmado el acta caraqueña del 19 de abril del año an-terior y que había hecho parte de la Junta de gobierno, entre ellos Francisco Javier Ustáriz, Isidoro Antonio López Méndez, Lino de Cle-mente, Juan Germán Roscio, Martín Tovar Ponte, Nicolás de Castro, Gabriel Ponte, Fer-nando Toro y Felipe Fermín Paúl. Siete de los diputados eran miembros de la Iglesia y esta-ban representadas las provincias de Cumaná, Margarita, Barinas y Valencia, así como San Felipe, Barquisimeto, Guanarito, Cura y San Carlos. Por la villa de Ospino llegó Gabriel Pérez Pagola, el único pardo presente en el

1 “Congreso General de Venezuela”, en Gaceta de Caracas, 5 de marzo de 1811.

Congreso. Otros diputados se incorporarían cuando finalizaron los comicios en sus pro-vincias. Con la excepción del único diputado pardo, todos hacían parte de los grupos dis-tinguidos de las sociedades provinciales que habían desempeñado oficios capitulares, que eran propietarios de haciendas u obtenían beneficios de la actividad comercial, que ha-bían estudiado en la Universidad de Caracas y que ocupaban altos rangos en la oficialidad del ejército o eran miembros prominentes del estamento eclesiástico.

La instalación del Congreso y el nombramiento del Poder Ejecutivo signifi-caron la disolución de la Junta Suprema de Caracas, con lo cual pudo este Congreso convertirse en el depositario legítimo de la soberanía en la antigua jurisdicción de la Ca-pitanía General de Venezuela. Al comenzar la primera semana de julio, el diputado de Guanarito, José Luis Cabrera, propuso la mo-ción que abrió el debate sobre el tema de la declaración de independencia. Fue así como en los días 3 y 5 de julio casi todos los dipu-tados presentes expusieron sus argumentos en favor de la independencia respecto de la monarquía: dado que ya se había reasumido la soberanía y que una comisión especial se ocupaba de redactar una constitución “bajo los principios democráticos”, era insosteni-ble el mantenimiento de la fidelidad al rey Fernando VII, en especial porque estaba en ciernes el establecimiento de una república sancionada constitucionalmente.

El día 4 de julio asistieron al Con-greso los miembros de la Sociedad Patriótica y convocaron a los diputados a resolver, de una vez por todas, el asunto de la indepen-dencia absoluta, y algunos de sus voceros más radicales exigieron la declaratoria inme-diata “contra la tiranía y opresión españolas”. El Congreso consultó con el Poder Ejecutivo la compatibilidad de la declaración solicitada con la seguridad pública, y el parecer de este fue leído al comenzar la sesión del día 5 de julio: “…que se resolviese cuanto antes, pues aunque había algunos obstáculos, éstos se

desvanecerían muy tarde y quizá aventura-ríamos para siempre nuestra suerte difirién-dola; que el Ejecutivo la creía necesaria ahora para destruir de una vez la ambigüedad en que vivimos y trastornar los proyectos que asoman de nuestros enemigos”.

Cuando se abrió el debate de nue-vo, todas las intervenciones fueron favorables a la declaración de la independencia. Plenos de confianza, todos los grupos sociales re-presentados estaban dispuestos a asumir la audaz decisión, con la única excepción del diputado de La Grita, el presbítero Manuel Vicente Maya, quien tenía una muy buena razón en contra: ningún diputado tenía ins-trucciones de sus comitentes para tomar esa decisión, puesto que el Congreso había sido convocado como un cuerpo conservador de los derechos de Fernando VII, tal como lo habían jurado al posesionarse. Pero la opinión general estaba por la declaración inmediata, sin que importase tanto la presión ejercida por la Sociedad Patriótica, esca-samente representada en el Congreso. Las promesas de una nueva nación por construir y el ordenamiento republicano que se cal-culaba despertaban el entusiasmo de todos. Fue así como, al terminar la sesión de este día, el presidente del Congreso consideró suficientemente debatido el tema y lo sometió a votación. Con el único voto en contra del diputado Maya, unánimemente los diputados votaron por la declaración inmediata de la Independencia. Pudo así el presidente proce-der a declarar solemnemente la Independen-cia absoluta de Venezuela, “cuyo anuncio fue seguido de vivas y aclamaciones del pueblo, espectador tranquilo y respetuoso de esta augusta y memorable controversia”. Eran las tres de la tarde del 5 de julio de 1811 y antes de ponerse el sol dirigió el Poder Ejecutivo una proclama a los habitantes de Caracas para informar sobre esta gran novedad polí-tica en el continente suramericano.

Ya en la sesión vespertina, el Con-greso comisionó a Juan Germán Roscio y al secretario Francisco Isnardi para que redac-

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taran un manifiesto que explicase al público las causas y los poderosos motivos que ha-bían obligado a dar tan atrevido paso. Des-pués de su consideración por el Congreso, el acta de la sesión del día 5 de julio fue entre-gada al Ejecutivo y el 7 de julio fue aprobada por el Congreso. El día 8 una comisión de su seno, integrada por los diputados Fernando Rodríguez del Toro y Juan Germán Roscio, con el secretario del Congreso, hizo entrega formal al Ejecutivo del documento que los venezolanos consideran el “fundador de la nacionalidad”. Francisco de Miranda, Lino de Clemente y José de Sata y Bussy fueron entonces designados para diseñar la bandera y la escarapela de la nueva nación, y Felipe Fermín Paúl para redactar la fórmula del juramento que debían prestar los ciudadanos al aceptar el nuevo estatuto político de Vene-zuela2.

En síntesis, el acta de la declara-ción de la independencia de las provincias de Venezuela3 fue firmada el 5 de julio de 1811 por los 37 representantes del Congreso de las provincias unidas de Caracas, Cumaná, Bari-nas, Margarita, Barcelona, Mérida y Trujillo, quienes afirmaban integrar una Confedera-ción Americana de Venezuela en el Conti-nente Meridional. Consideraron en ella que estaban en absoluta posesión de sus derechos, recobrados “justa y legítimamente desde el 19 de abril de 1810, en consecuencia de la jornada de Bayona y la ocupación del trono español por la conquista y sucesión de otra nueva dinastía, constituida sin nuestro con-

2 Agradezco a la doctora Inés Quintero Montiel, de la Universidad Central de Venezuela, la información precisa que me facilitó sobre el primer Congreso de las Provincias Unidas de Venezuela.

3 Publicada por José Manuel Restrepo en su Historia de la Revolución de la República de Colombia en la América Meridional, 5 ed. (1ª completa), Medellín, Universidad de Antioquia, 2009, CD de documentos importantes para la Historia de la Revolución de la República de Colombia, no. 15.

sentimiento”. Acordaron, en representación del “virtuoso pueblo de Venezuela”, declarar solemnemente que en adelante esas provin-cias unidas serían, de hecho y de derecho, “Estados libres, soberanos e independientes”. No reconocerían entonces sumisión respecto de la Corona de España, ni de los gobiernos que la representasen, y por lo tanto se darían la forma de gobierno “conforme a la voluntad general de sus pueblos”, y ejecutarían todos los actos propios de “las naciones libres e independientes”, empeñando para ello sus vidas, fortunas y el “honor nacional”.

La razón que escogieron para jus-tificar tal decisión fueron las abdicaciones de los reyes hechas en Bayona que, según la re-tórica del Congreso, había restablecido todos los derechos a los americanos: América había tomado a su cargo “su propia conservación” en la circunstancia en la que un rey “había apreciado más su existencia que la dignidad de la nación que gobernaba”. En efecto, los reyes Borbones habían faltado en Bayona al deber contraído con los españoles de dos mundos, incapacitándose a sí mismos para gobernar “a un pueblo libre, a quien entrega-ron como un rebaño de esclavos”. También los gobiernos “intrusos” que se habían arro-gado la representación nacional se habían aprovechado “pérfidamente” de la buena fe de los americanos, sosteniendo “la ilusión a favor de Fernando” para “encubrir el lazo de una representación amañada, inútil y degra-dante”. Una vez disueltos esos gobiernos, “la ley imperiosa de la necesidad dictó a Vene-zuela el conservarse a sí misma” para conser-var los derechos de su rey y ofrecer asilo a sus hermanos europeos, obteniendo con ello el calificativo de insurrectos y rebeldes.

Después de haber permanecido tres años “en una indecisión y ambigüedad política tan funesta y peligrosa”, la conducta “hostil y desnaturalizada de los gobiernos de España” los había relevado del juramento condicional que habían prestado. Había lle-gado el momento de disolver los lazos que los ligaban al Gobierno de España. Como todos

los pueblos del mundo, estaban “autorizados para no depender de otra autoridad que la nuestra, y tomar entre las potencias de la Tierra el puesto igual que el Ser Supremo y la naturaleza nos asignan, ya que nos llama la sucesión de los acontecimientos humanos y nuestro propio bien y utilidad”.

A diferencia de la conducta segui-da por la Junta Suprema de Santa Fe –capital del vecino Virreinato de su nombre– en enero de 1811, que no quiso ceder al Con-greso General de los diputados de las juntas de gobierno provinciales la soberanía que dijo haber “reasumido”, la Junta Suprema de Caracas cedió al Congreso de las Provin-cias Unidas de Venezuela el poder ejecutivo nacional, con lo cual este pudo formar un triunvirato semanalmente rotatorio integra-do por dos abogados y un coronel de mili-cias, los señores Cristóbal Mendoza, Juan de Escalona y Baltasar Padrón. Se formaron tres Secretarías del Despacho (Estado, Guerra y Marina; Gracia, Justicia y Hacienda; y Rela-ciones Exteriores), apoyadas por una Secre-taría de Decretos. Una Alta Corte de Justicia fue presidida por el doctor Francisco Espejo e integrada por Vicente Tejera, Francisco Be-rrío, Rafael González, Francisco Paúl (fiscal), Miguel Peña (relator) y Casiano Bezares (se-cretario); y un Tribunal de Apelaciones com-pletó el nuevo poder judicial que sustituyó a la real audiencia.

El Manifiesto al Mundo, firmado por Juan Antonio Rodríguez y Francisco Isnardi, publicado el 30 de julio de 1811, ra-tificó las razones aducidas por el Congreso para declarar la independencia. Así fue posi-ble que el 21 de diciembre de ese mismo año pudiera el Congreso General de Venezuela sancionar la primera Constitución republi-cana, en la cual se incorporaron el principio de la igualdad de los ciudadanos, la erección de un gobierno representativo y la división de los poderes públicos.

La noticia del acontecimiento acae-cido en Caracas fue recibida con entusiasmo en el seno de las juntas de gobierno que du-

rante el segundo semestre del año anterior se habían formado en muchas capitales provin-ciales del Nuevo Reino de Granada. El doctor José Gregorio Gutiérrez Moreno le informó a su hermano Agustín, en carta del 28 de agosto de 1811, que el correo de Caracas había llegado a Santa Fe con la noticia de la declaración absoluta de independencia res-pecto de la Metrópoli, y que Joaquín Ricaurte había fijado en una esquina de la Calle Real el Manifiesto al Mundo impreso por orden del Congreso de Venezuela. La reacción social había sido inmediata:

… los Chisperos empezaron a ensalzar hasta las nubes la conducta de Caracas, y a blasfemar de la España, y de Fernando 7º, y la Calle Real se llenó de gente. Por la tarde pidieron licencia para una música, y salieron con ella desde la Plaza, por las calles reales hasta las Nieves, quemando voladores sin término, y gritando “Viva la independencia”. Toda la jarana duró hasta las 6, en que gritaban ya “muera Fernando 7º, por pendejo, y todos los Chapetones”, y se quitaron e hicieron quitar las escarapelas. El suceso fue bastante escandaloso…4

Sin embargo, tanto el presidente del Estado de Cundinamarca, don Antonio Nariño, como los dirigentes de este Estado, preferían aguardar el desarrollo de los acon-tecimientos en la Península y el resultado de los esfuerzos que se hacían por los diputados de las juntas provinciales en orden a la ins-

4 Carta de José Gregorio Gutiérrez Moreno a su herma-no Agustín, expresando sus opiniones sobre la Junta de Cartagena y relatando la reacción causada por la noticia de la declaración de independencia de Caracas. Santa Fe, 28 de agosto de 1811. En el epistolario de José Gregorio Gutiérrez Moreno, Casa Museo del Veinte de Julio, Bogotá, tomo 3223, ff. 113-115, incluida por Isidro Vanegas en Plenitud y disolución del poder monárquico en la Nueva Granada, Bucaramanga, Universidad In-dustrial de Santander, 2010, tomo I, p. 67-73.

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talación definitiva del Congreso General del Nuevo Reino de Granada. Por lo pronto, la presión de los chisperos santafereños y la agi-tación política que creaban entre la anónima multitud forzaron el traslado de los diputa-dos de ese congreso a la ciudad de Ibagué.

La Declaración de

Cartagena de Indias5

A las ocho y media de la mañana

del lunes 11 de noviembre de 1811 comen-zaron las gentes de la ciudad de Cartagena de Indias a correr por las calles y a cerrar las puertas de las casas y de las tiendas. El moti-vo de esta alarma eran los pardos del arrabal de Getsemaní, que después de congregarse en la plazuela de San Francisco entraban por la puerta de la muralla con la intención de presentarse con ánimo turbulento en la plaza del Gobierno. Al rato se oyeron cañonazos en las murallas y se dijo que ya los pardos se habían apoderado de la Artillería, que ha-bían ocupado los principales baluartes, y que unidos a los Batallones de Patriotas Pardos, Milicias Pardas y Artillería, habían dirigido

5 La Declaración de la independencia absoluta de Car-tagena de Indias ha sido publicada muchas veces. Por ejemplo, Manuel Ezequiel Corrales lo publicó en su compilación titulada Documentos para la historia de la provincia de Cartagena de Indias, hoy Estado Soberano de Bolívar en la Unión Colombiana (Bogotá: Imprenta de Medardo Rivas, 1883; p. 351-356), y Germán Ar-ciniegas lo hizo en su compilación titulada Colombia. Itinerario y espíritu de la independencia según los docu-mentos principales de la Revolución (Cali: Norma, 1969, p. 84-89). Roberto Arrázola lo publicó en el primer tomo de sus Documentos para la historia de Cartagena (1810-1812). Cartagena: Concejo municipal, 1963; p. 185-191. También fue publicada por Gabriel Porras Troconis en su Documental concerniente a los antece-dentes de la declaración de la independencia absoluta de la provincia de Cartagena de Indias. Cartagena: Talleres de Artes Gráficas “Mogollón”, 1961, p. 77-83.

los cañones hacia el cuartel del Regimiento Fijo y de los Patriotas Blancos, para impedir que sus efectivos salieran a la calle.

Mientras tanto, la Junta de Go-bierno provincial se reunió en el lugar acos-tumbrado para atender las demandas de los amotinados, que designaron como sus diputados al doctor Ignacio Muñoz, abogado sincelejano casado con una mulata hija del matancero Pedro Romero, y al doctor Nicolás Omaña, cura del Sagrario de la Catedral de Santa Fe, quien se encontraba entonces en la ciudad. Los dos fueron conducidos por entre la multitud por “muchos de los pardos”. Con suma atención, la Junta recibió a los dos di-putados, quienes portaban un pliego con las demandas de los amotinados. El primer artí-culo de ellas “era pedir que se declarase ex-presamente que Cartagena era absolutamente independiente de todo gobierno de España, y de toda nación extranjera6.

Esta demanda fue debatida aca-loradamente, pues el presidente de la Junta, doctor José María García de Toledo, argu-mentó que los doce miembros de ella eran provisionales y no tenían facultad legal algu-na para tomar tan grave decisión. Aconsejó esperar hasta el próximo mes de enero, cuan-do se reuniría el Colegio Constituyente del Estado de Cartagena, el cuerpo que podría legítimamente aprobar esta demanda. Pero la presión de los insultos y de las amenazas que se profirieron sobre él hicieron que la Junta cediera, y fue otorgada. De inmediato fue pu-blicado por un bando, con la escolta de todos los cuerpos militares reunidos, “declarando a la provincia de Cartagena por Estado sobera-no independiente de España”.

Concluida esta ceremonia volvió el tumulto a presentarse ante la Junta para tratar sobre las demás solicitudes del pliego: devolver al Estado de Cundinamarca los fusi-les importados que habían sido retenidos en el puerto, extinguir de inmediato el Tribunal de la Inquisición, desterrando a los dos in-quisidores que allí se encontraban; reservar los empleos del Consulado de Comercio a los americanos, al igual que los del Regimiento Fijo debían darse a los americanos “que se hubiesen distinguido por su patriotismo”. Al-gunas medidas competían a la villa de Mom-pox, invadida desde enero de este año por las tropas que fueron enviadas por la Junta car-tagenera, bajo las órdenes del comisionado Ayos, para destruir la junta de gobierno local que se había erigido para independizarse de su autoridad. El comisionado había sometido a los vecinos a pesquisas, embargos y destie-rros, y había cambiado a todas las personas que desempañaban los empleos del cabildo. Los levantados pidieron entonces el cese de todas esas medidas, permitir a todos los emigrados regresar a sus casas para gozar de todas sus propiedades y honores, y reformar de nuevo el cabildo para que los más idó-neos pudieran ocupar empleos de república, con lo cual podrían olvidarse “eternamente las pasadas desavenencias de Cartagena y

Mompox”. Finalmente fueron pedidas reivin-dicaciones liberales: dividir en el Gobierno de Cartagena “exactamente los tres poderes: Legislativo, Ejecutivo y Judicial”, reunir en el Poder Ejecutivo la Comandancia General de Armas y permitir que en los Cuerpos Milita-res de los Pardos los oficiales fuesen también pardos.

Todas las medidas pedidas fueron concedidas por la Junta Provincial, excepto la devolución de los 400 fusiles decomisados a la Junta de Santa Fe, con el argumento de que esa misma cantidad de armas había sido dejada en la capital del Virreinato el año an-terior por las Milicias de Cartagena, que allí habían estado por órdenes del virrey Antonio Amar y Borbón, y que fueron apropiadas por la junta que allí se formó el 20 de julio de 1810. Se informó también que “el Pueblo” había clamado por que la Junta cartagenera no sostuviese jamás rivalidad alguna con la Junta de Santa Fe, pues de esta ciudad recibía “Cartagena todo socorro”. En los lugares pú-blicos fue fijada la providencia de la Junta en la que otorgó todas estas peticiones, al igual que la declaración de independencia que fue redactada de inmediato.

Esta declaración, fechada el mismo 11 de noviembre de 1811, afirmó que los re-presentantes del “buen pueblo de la Provincia de Carta gena de Indias” querían exponer ante “los ojos del mundo imparcial el cúmulo de motivos poderosos” que los habían condu-cido a declarar solemnemente su separación, “para siempre”, de la Monarquía española. Apartando “con horror… trescien tos años de vejaciones, de miserias y de sufrimientos de todo género”, identificaron los motivos recientes que, desde la crisis de 1808, los ha-bían llevado a adoptar tan drástica decisión: en primer lugar, la renuncia al trono que habían hecho los reyes Borbones en Bayona, pues con ello se habían roto “los vínculos que unían al Rey con sus pueblos”, de tal suerte que éstos habían quedado “en el pleno goce de su soberanía, y autorizados para darse la forma de gobierno que más les acomo dase”.

6 “Crónica de la revolución del lunes 11 de noviembre de 1811 en Cartagena”, en Gaceta Ministerial de Cun-dinamarca, Bogotá, no. 16 (5 de diciembre de 1811), p. 55-56.

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Entendían que las juntas “populares” de gobierno que se habían erigido en todas las provincias y en muchas ciudades subalternas debían su poder “al verdadero origen de él, que es el Pueblo”.

En su recuerdo, la instalación de la Junta Central en Aranjuez había despertado grandes esperanzas en los americanos, pues “por la primera vez se oyó decir en España” que estos “tenían derechos” y que podían “tener parte en el go bierno de la nación”, y fue así como los cartageneros no quisieron romper inicialmente con la monarquía ni separarse de “la causa de la nación [espa-

ñola]”. El Cabildo coadministró con el go-bernador Francisco de Montes la provincia hasta que pudo, y luego lo destituyó con la aprobación del comisionado que la Regencia había enviado. Pero esta se había portado de manera tiránica, disolviendo las esperan-zas de reconocimiento de las reclamaciones enviadas. Aunque habían organizado una junta de gobierno, se mantuvieron fieles, en su moderación, a los gobiernos peninsulares. Las promesas liberales de las Cortes gene-rales reunidas en Cádiz, en especial la pro-metida soberanía de la nación y la igualdad de derechos entre europeos y americanos, parecieron anunciar “la aurora de una feliz regeneración”. Por ello reconocieron a las Cortes, pero se reser varon la administración interior y el gobierno económico de la pro-vincia. Pero la desigual representación con-cedida a las provincias americanas “dieron el último fallo” a todas las esperanzas de repre-sentación igualitaria, encadenando de nuevo a la España americana.

Agotados entonces “todos los medios de una decorosa conciliación, y no teniendo nada que esperar de la nación espa-ñola”, habían resuelto usar “los derechos im-prescriptibles” re cobrados con las renuncias de Bayona, y “la facultad que tiene todo pue-blo de separarse de un gobierno que lo hace desgraciado”. En consecuencia, declararon solemnemente “a la faz de todo el mundo”, que la Provincia de Cartagena de Indias sería en adelante, “de hecho y por derecho Estado libre, soberano e independiente”. Cualquier vínculo que anteriormente la hubiera ligado con la Corona y los gobiernos de España quedaría disuelto, pues como “Estado libre y absolutamente independiente puede hacer todo lo que hacen y pueden hacer las na-ciones libres e independientes”. Las vidas y haciendas de los veinte firmantes, miembros de la Junta de Gobierno, fueron empeñadas para darle validez a esta declaración, junto con la promesa de “derramar hasta la última gota de nuestra sangre antes que faltar a tan sagrado compromiso”.

La noticia de esta “absoluta inde-pendencia de Cartagena de Indias” fue pu-blicada en el suplemento del periódico Argos Americano correspondiente al lunes 18 de noviembre de 1811, presentada en términos de que a partir del día 11 de ese mes había comenzado “la época de nuestra existencia política como Estado”. Premeditada por la Junta Suprema para la reunión del Colegio Constituyente que se abriría el 8 de enero del año siguiente, la declaración sólo se había anticipado por la presión de los ciudadanos. Como el Gobierno había adquirido así mayor representación y dignidad, en adelante reci-biría el tratamiento de Alteza Serenísima, y el presidente del nuevo Estado el de Excelencia. La extinción del Tribunal de la Inquisición fue la primera solicitud del pueblo que fue atendida por el nuevo Estado.

La Declaración de

Cundinamarca7

Los santafereños celebraron la declaración de independencia de Cartagena porque aseguraba el principal puerto del Nuevo Reino de Granada en el Mar Caribe contra alguna eventual invasión de partida-rios de la Regencia, concentrados en el puerto de Santa Marta y en el Istmo de Panamá, y porque podían entonces dedicar su atención en las operaciones del Sur, donde se desarro-llaba una guerra civil entre el exgobernador de Popayán, don Miguel Tacón, y las ciuda-des unidas del Valle del Cauca. Se rumoraba que el virrey del Perú había ofrecido a Tacón

7 La Declaración de independencia de Cundinamarca se ha publicado muchas veces, entre ellas por Germán Arciniegas en su compilación titulada Colombia. Itinerario y espíritu de la independencia según los docu-mentos principales de la Revolución, Cali, Norma, 1969, p. 90-94. También por Eduardo Ruiz Martínez en Los hombres del 20 de julio, Bogotá, Universidad Central, 1996, p. 472-475.

auxilios militares para reconquistar a Po-payán y a todo el Nuevo Reino de Granada. Pero aunque habían aprobado en marzo de 1811 la primera Constitución, no se atrevie-ron a desconocer la autoridad del rey Fernan-do VII, a quien habían jurado fidelidad el 11 de septiembre de 1808.

El 31 de mayo de 1813 entró al puerto de Riohacha don Francisco de Mon-talvo, capitán general nombrado para el Nue-vo Reino de Granada, y cuatro días después se puso en el puerto de Santa Marta al frente de los piquetes de soldados procedentes del Batallón Fijo de Panamá y del Batallón Albuera, así como de todas las fuerzas re-gentistas, y se dispuso a recuperar el control sobre las plazas de Barranquilla, Sabanilla y Mompox. Esta circunstancia, unida a los reveses militares de los independientes en el Sur, forzó a los santafereños a decidirse por la independencia.

Fue don Antonio Nariño, pre-sidente de Cundinamarca, quien urgió en varios oficios al recién instalado Colegio Revisor de la Constitución de ese Estado, a aprobar el acto de “la independencia de Fernando VII”. Durante las sesiones de los días 15 y 16 de julio de 1813, el propio Nariño ingresó al Colegio Revisor para animar el

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debate interno que llevó finalmente a la deci-sión. Como afortunadamente se conserva el acta de ese debate podemos identificar los ar-gumentos esgrimidos por los dos bandos que se enfrentaron alrededor de esta decisión8.

Nariño comenzó relatando la his-toria de los acontecimientos peninsulares ocurridos entre 1808 y 1813, recordando la posición de los santafereños en este tiempo,

8 Copia de la acta que contiene la discusión que prece-dió en el Serenísimo Colegio Revisor y Electoral a la Declaratoria de la absoluta independencia hecha por este Soberano Cuerpo. Santa Fe, 15 de julio de 1813. Pu-blicada por Isidro Vanegas en Plenitud y disolución del poder monárquico en la Nueva Granada, Bucaramanga, Universidad Industrial de Santander, 2010, tomo II, p. 107-117.

que había sido mantenerse fieles a Fernando VII, pese al dominio militar francés en la Península y al ejercicio práctico del reina-do de José I Bonaparte. Dada la división de los peninsulares en partidos opuestos, y la amenaza que se cernía sobre el Nuevo Reino de Granada proveniente de la provincia de Popayán, donde bajo la sombra de Fernando VII se movían los enemigos “con las armas fratricidas a acometernos”, aconsejó proceder de inmediato a declarar la independencia para poder hacer “una masa de la sociedad, un cuerpo robusto y consistente a los ataques de estos mismos que han reducido a la Espa-ña a la dominación extranjera”. Su argumen-to fue apoyado por el presidente del Colegio, quien confirmó que todas las provincias de la Nueva Granada hacían “una sola masa, una misma Nación”, y por tanto tenían derecho a independizarse. Todas ellas deberían concor-dar en encaminarse hacia “la regeneración política”, partiendo “desde el punto cardinal de la Independencia”. El interés común de todas ellas así lo dictaba, y así lo aconsejaba la “armonía y coherencia que debe existir entre habitantes de un mismo continente”. El nombre de Fernando no había sido más que “un talismán” usado en la Península por to-dos los gobiernos que se habían formado en su reemplazo para mantener “en ilusión a las Américas”. Por ello la prudencia aconsejaba entenderse con todas las provincias neogra-nadinas para que todos soltaran ese talismán y declarasen al unísono “la Independencia absoluta”. Nariño volvió a la carga para rati-ficar que las provincias neogranadinas que ya habían adherido al Acta de Federación (27 de noviembre de 1811) reconocían de hecho la independencia, si bien no la habían pro-clamado explícitamente, “como aspiramos a hacer la nuestra”.

La argumentación contraria corrió a cargo del presbítero José Antonio Torres y Peña, cura doctrinero de los pueblos de Tabio y Nemocón, corregimiento de Zipaquirá. Claramente diferenció este clérigo el desco-nocimiento de la autoridad de la Regencia y

de las Cortes, acordado desde 1810 en este Estado, respecto de la posibilidad de negarle la obediencia y la fidelidad al rey Fernando VII. La diferencia era el juramento de fideli-dad que todos habían prestado en septiembre de 1808, el cual debía ser respetado “porque así lo exige la religión que profesamos”. Entre católicos, un juramento debe ser guardado con cuidado, pues no puede ser “el cebo para engañar los hombres”. Sin prescindir “del honor de la religión” no era posible dejar de guardar “la obediencia a un Soberano inocente”. Este eclesiástico se había distin-guido en la jura de fidelidad a Fernando VII realizada en Santa Fe, el 11 de septiembre de 1808, pues en la misa de acción de gracias ce-lebrada el día siguiente fue quien pronunció la Oración ante todas las autoridades reales y eclesiásticas9.

Nariño contraatacó con el argu-mento de las renuncias hechas por los reyes en Bayona, empleado por los caraqueños en 1811, y preguntó si esas renuncias eran váli-das o no. Si lo fueran, había que recordar que quien reinaba en España era el hermano de Napoleón, y entonces estarían los neograna-dinos obligados a rendir homenaje a José Bo-naparte. Pero si no lo eran, entonces habría que hacerlo a Carlos IV. Y, en ambos casos, Fernando VII no contaba. Pero el cura Torres replicó que no constaba acto de violencia en la renuncia provocada por la revolución

9 José Antonio de Torres y Peña, Expresión de los senti-mientos de la religión y el patriotismo que en la Fiesta de Acción de Gracias por la proclamación que hizo el Cabil-do Justicia y Regimiento de la Muy Noble y Leal Ciudad de Santa Fe, capital del Nuevo Reino de Granada, por nuestro católico monarca el Sr. Fernando Séptimo, Rey de España e Indias, pronunció Don… Cura doctrinero de Nemocón, pueblo de la Real Corona, de la jurisdicción del mismo Cabildo, con las licencias necesarias, reimpreso en la Patriótica, Santa Fe de Bogotá, 1808, Biblioteca Nacional de Colombia, Fondo Quijano 317, pieza 14. También en la BLAA, Raros y manuscritos, Miscelánea 1403/3.

popular de Aranjuez, pues Carlos IV había hecho “una voluntaria renuncia en su hijo”.

Nariño pasó entonces a afirmar con atrevimiento que no creía que la religión obligara a reconocer a “un rey impotente para hacer la felicidad de los Pueblos”, que había “abandonado cobardemente su casa, sin haber hecho esfuerzos para cuidar de ella”. Le contestó el presbítero Torres que el rey Fernando no había dejado la Nación “sino forzado, aunque algunos dijesen lo contrario en el particular”. Vino de nuevo en auxilio de Nariño el presidente del Colegio, argumentando que, dado que existía un pac-to recíproco entre el monarca y la sociedad, cuando aquel no podía cumplirlo ya el jura-mento no obligaba a esta. Como recordó que el Acta de Federación de las provincias neo-granadinas unidas había prescrito en su artí-

Antonio Nariño,

por Ricardo

Acevedo Bernal.

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culo 5º que en adelante sólo se reconocerían como autoridades legítimas las que hubieren sido constituidas por los pueblos, sin que de ello se derivara una ruptura de los vínculos de fraternidad, amistad y comercio con los pueblos de España, Torres pudo replicar que “la prudencia dicta otros medios de concilia-ción, y ordinarios, sin que ocurramos a otros extraordinarios y peligrosos”.

En defensa de “los estímulos de su conciencia”, este cura resultó imposible de reducir a la propuesta de declarar la Indepen-dencia del rey Fernando. Incluso agregó que los pueblos que los habían elegido no les ha-bían dado instrucción alguna para descono-cer al rey, “ni yo la tengo, ni puedo prescindir de hacer una debida protesta de nulidad en la declaratoria de la independencia”. Pero, prescindiendo de este argumento de dere-cho, interrogó a Nariño cuando este anunció la invasión militar que preparaba Sámano: “¿Cuáles son los auxilios que tiene esta pro-vincia para sostener la lucha en que va a empeñarse? ¿Qué potencia le ayuda? ¿Cuáles son los recursos que puedan contribuir a la defensa de su independencia?”

Nariño presentó también el argu-mento de la emancipación necesaria cuando un Pueblo llegaba a su madurez: “Sí: los Pueblos son como los hombres, que nacen y crecen, que numeran períodos en el trans-curso de su vida en que debe gobernarse a sí mismos, con más razón los de América, que jamás serán dichosos sino con su gobier-no interior que repare en sus necesidades”. Después de cinco años de expectativa, había llegado el momento en que la América podía decir a España que había llegado “la época de su emancipación”.

Fray Juan Antonio de Buenaventu-ra, prior del convento dominico de Santa Fe y diputado al Colegio Revisor, insistió en el argumento del abandono de la Nación por el rey Fernando VII “en la crisis más peligrosa”, con lo cual había faltado al pacto con sus va-sallos, convirtiéndose en “reo de las miserias que experimentamos”. Después de su “renun-

cia voluntaria” al trono, no era justo que pre-tendiese “reinar entre nosotros”. Por su parte, el diputado Manuel Bernardo Álvarez, tío de Nariño, sentenció que los granadinos tenían “un derecho indisputable” para independi-zarse de “España, y de todos los Borbones”. Lo que habría que debatir era la conveniencia política de hacerlo en ese momento: “cuando el encadenamiento de sucesos y circunstan-cias nos han producido enemigos internos, debemos reflexionar mucho antes de hacer la declaratoria, no sea que valiéndose del hábito y de la preocupación de las gentes, veamos con sumo dolor encendida otra vez la tea de la guerra civil”. Había entonces que calcular si la publicación de la independencia dismi-nuiría la población y los recursos necesarios para sostener la guerra contra los enemigos. Nariño estuvo de acuerdo con esta postura, y propuso que la discusión debería rodar sobre las ventajas y los inconvenientes que se producirían en la escena política al ser decla-rada la independencia. Opinó que era preciso ilustrar a las gentes, “rasgar las vendas que cubren sus ojos”, apartarlos del hábito, deba-tir continuamente, hasta lograr el consenso sobre “el derecho incontestable que reconoce-mos para ser independientes”.

En la siguiente sesión del 16 de julio, y después de un intenso debate, final-mente llegó el momento de votar la moción de declarar la independencia. Exceptuando al irreducible presbítero Torres y al diputado Fernando Rodríguez, todos los demás apro-baron la declaración de independencia de Cundinamarca, pedida a gritos por los chis-peros y la multitud anónima. Nariño se había empleado a fondo en el Colegio Electoral, pues algunos de sus miembros se resistían a firmar el decreto correspondiente, alegando varias razones y hasta la circunstancia de que aún no habían sido recibidos como diputados en ese cuerpo, dilatando tal diligencia:

Uno de ellos fue el Tío Fernando [Ro-dríguez], que se había ido a Canoas, y le mandaron allá una ordenanza con oficio

en que se le prevenía que viniese a pose-sionarse bajo la multa de 500 pesos. A esta intimación vino, habló con Nariño, y éste creo que le habló recio pues le dijo que no había más que dos caminos, o pasaporte, o recibirse, y eligió esto último. El arcediano [Juan Bautista] Pey, y Don José Torres, cura de Tabio, eran otros de los agachados, pero se les obligó, y se recibieron sin excusa. Concluido esto asistió Nariño a las sesiones del Colegio, que fueron dos sobre la inde-pendencia, en que se apuraron las materias hasta lo último con la mayor dignidad. Solo hubo uno o dos votos de oposición, princi-palmente el clérigo Torres, que conviniendo en los demás principios políticos, y en la nulidad de las Cortes y Regencia, sólo se paraba en el juramento hecho a Fernando 7º. Él solo sustentó el partido en los días de discusión contestando muy bien, pero se le atacaba por todos los demás, de manera que no le quedaba respuesta. Esto sirvió para que muchos quedasen convencidos, y que hecha la moción resultase la pluralidad a favor de la independencia, no habiendo por la negativa otros votos que los del Tío Fer-nando y del clérigo Torres10.

Finalmente, el acta de la declara-ción de independencia fue firmada por 47 diputados del Colegio Revisor que habían de-batido “el importante punto de si era llegado el caso de proclamar solemnemente nuestra absoluta y entera independencia de la Corona y Gobierno de España”, dada la circunstancia de “emancipación en que naturalmente he-mos quedado después de los acontecimientos y disolución de la Península y Gobierno de que dependíamos”. Después de una larga

10 Carta de José Gregorio Gutiérrez a su hermano Agustín relatando la declaratoria de independencia absoluta. Santa Fe, 19 de julio de 1813, en el epistolario de José Gregorio Gutiérrez Moreno, Casa Museo del Veinte de Julio, t. 3223, ff. 204-205., en Isidro Vanegas, obra citada.

discusión de dos días, en la que fueron exa-minadas “las antiguas obligaciones que por solemnes juramentos nos unían a la Madre Patria”, los tres años transcurridos “en un estado de expectación y de neutralidad res-pecto a los sucesos de la España europea”, y la necesidad de tomar partido respecto de “la aproximación de tropas mandadas por el Gobierno de España y a nombre de un Rey que en el dilatado tiempo de cinco años no se sabe haya hecho el menor esfuerzo para sal-var la España de los males que la abruman, y mucho menos para librar la América de correr igual suerte”, terminaron decretan-do solemnemente, “en nombre del Pueblo”, que desde este día Cundinamarca sería un Estado libre e independiente, separado para siempre de la Corona y cualquier gobierno de España. Agregaron que sostendrían esta decisión con sus vidas, bienes y honor, ya que desde entonces toda autoridad tendría que emanar “inmediatamente del Pueblo o de sus representantes”, y como Estado libre e inde-pendiente Cundinamarca podría ejecutar cualquiera de los actos propios de los estados independientes.

El argumento que justificó esta decisión fue similar al que habían empleado los caraqueños dos años antes: la conside-ración del modo como los reyes Borbones habían desamparado la nación “pasándose a un país extranjero”, abdicando sucesivamen-te la Corona a favor de Napoleón Bonaparte y facilitando la ocupación de la Península por tropas francesas, en donde ya reinaba una persona de esa misma nación. En esas circunstancias, las Américas habían tenido que proveer a su seguridad interior, dándose un gobierno provisional mientras el curso de los sucesos aconsejaba el partido definitivo a tomar. Habiendo transcurrido tres años de espera, en el que los españoles peninsulares habían tratado a los americanos como insur-gentes, la aproximación de tropas enemigas mandadas por españoles obligaban a ejercer el “derecho incontestable e imprescriptible que tienen todos los pueblos de la tierra de

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proveer a su seguridad y de darse la forma de gobierno que crean más conveniente a labrar su felicidad”.

La decisión, esperada por los asistentes, fue recibida con “mucha bulla, cohetes, músicas y repiques de campanas”, así como “con grandes aclamaciones de ale-gría, palmoteos y vivas a la independencia y libertad”11. Por la noche “se reunió una multitud de gente, sacaron en procesión el retrato de la América con faroles, música, y cohetes, y se hizo mucho alboroto. Iban pidiendo luminarias en las casas por donde pasaban, y en la de [Juan] Jurado hubo males de corazón, porque golpearon a la puerta, como lo hacían a las demás”12. Una vez ob-tenido el decreto aprobado y firmado por el Colegio Revisor, con fecha del 16 de julio de 1813, Nariño ordenó a todas las autoridades y ciudadanos obedecerlo y presentarse el día 20 siguiente, tercer aniversario de “nuestra transformación política”, a prestar el jura-mento debido, bajo la pena de que el que se negase a prestarlo quedaría “despojado de los derechos de ciudadano”, y los que desapro-baran abiertamente “esta medida necesaria y saludable” serían desterrados. El Colegio Electoral decretó el recaudo de un empréstito forzoso de 300.000 pesos entre los comer-ciantes, los hacendados y los eclesiásticos,

11 José María Caballero. Libro de varias noticias particu-lares que han sucedido en esta capital de Santa Fe de Bogotá, Provincia de Cundinamarca… Santa Fe, 11 de septiembre de 1813, 5 ed., Bogotá, Incunables, 1986, p. 139.

12 Carta de José Gregorio Gutiérrez a su hermano Agus-tín, en la cual le da detalles de los preparativos de la expedición al Sur y de la celebración de la declaratoria de independencia absoluta. Bogotá, 9 de julio de 1813. Epistolario de José Gregorio Gutiérrez Moreno, CMVJ, tomo 3223, f. 203, en Isidro Vanegas. Dos vidas, una revolución. Epistolario de José Gregorio y Agustín Gu-tiérrez Moreno (1808-1816), Bogotá, Universidad del Rosario, en prensa.

para la financiación de una nueva expedición que marcharía hacia el Sur, bajo las órdenes de los españoles Manuel Cortés Campoma-nes y Ramón de Leiva.

En la tarde del 19 de julio se publi-có en las calles de Santa Fe la declaración de la independencia. Algunos jinetes acompaña-ron al presidente Nariño en su paseo por la Calle Real. Después de la lectura del bando, que se prolongó hasta pasadas las cinco de la tarde, el Colegio Electoral llevó en procesión la imagen de Santa Librada desde el templo de San Juan de Dios hasta la Catedral. El día 20 de julio, aniversario de la formación de la Junta Suprema de Santa Fe, se organizó un Te Deum “con el doble objeto de celebrar la in-dependencia y el aniversario de la libertad”.

La estrecha asociación de la decla-ración de independencia de Cundinamarca con los avances militares de los regentistas puede probarse con las noticias llegadas en el correo del Sur el mismo día en que se pu-blicaba en Santa Fe: el coronel realista Juan Sámano había logrado entrar a Popayán, donde fue recibido “bajo de arcos triunfa-les”; muchas familias regentistas que habían emigrado regresaron, y con el “pretexto de desorden de la tropa han ahorcado a varios que se sospechaban patriotas, y les han roba-do a todo su gusto”13. Aunque Sámano había garantizado las propiedades a los payaneses, lo acompañaban 600 pastusos decididamen-te realistas, 200 limeños fusileros y muchos lanceros.

El doctor José Gregorio Gutiérrez aseguró a su hermano Agustín que la decla-ración de independencia había logrado “revi-vir por momentos el entusiasmo y el calor, al paso que se disminuyen los partidos y se re-únen las voluntades”. En su opinión, ya sólo se hablaba de resistir al coronel Sámano, “y se ven en la Calle Real muy amigos a los que

13 La misma carta de José Gregorio Gutiérrez a su her-mano Agustín, ya citada, del 19 de julio de 1813.

antes eran contrarios por sus opiniones”. Se organizaron bailes, comidas y espectáculos públicos con el propósito de aunar las vo-luntades, “y por todas partes no resuena otra cosa que las voces de unión y fraternidad, a pesar de que nuestros enemigos no dejan de soplar el fuego de la discordia y fomentar chispas para encender de nuevo la hoguera”. Mientras tanto, el Ejército del Norte obte-nía triunfos contra el comandante español Ramón Correa en los valles de Cúcuta, y la llamada Campaña Admirable del coronel Simón Bolívar entraba triunfante a los llanos de Barinas y Guanare, prosiguiendo su mar-cha hacia Caracas.

La declaración de Antioquia14

El 11 de agosto de 1813, don Juan del Corral, dictador del Estado de Antioquia por la “unánime voluntad de la Representa-ción Nacional”, declaró solemnemente que ese Estado desconocía a Fernando VII como su rey, así como a cualquier otra autoridad que no emanara directamente del Pueblo o de sus representantes; “rompiendo ente-ramente la unión política de dependencia con la metrópoli y quedando separado para siempre de la Corona y Gobierno de España. En su opinión, a esa fecha nadie ignoraba los motivos ni los derechos que todas las pro-vincias de la Nueva Granada habían tenido para proclamar su independencia absoluta. Ya eran varios “los pueblos hermanos” que se

14 La solemne declaración de independencia del Estado de Antioquia ha sido publicada varias veces, entre ellas por Germán Arciniegas en Colombia. Itinerario y espíritu de la Independencia, según los documentos principales de la Revolución, Cali, Norma, 1969, p. 96-97; y por El Repertorio Histórico, órgano de la Academia Antioqueña de Historia, Medellín, Nos. 5 a 8 (agosto de 1913), p.384-386, con el programa para la proclamación de la independencia absoluta de la República de Antioquia, p. 386-392.

habían anticipado “a sacudir gloriosamente el yugo de la Monarquía española que hasta allí habían sufrido” y a publicarlo: Venezuela, Cartagena y Cundinamarca. Nada quedaba por añadir a las razones expuestas en esas declaraciones anteriores, ni nada más podría adelantarse para “convencer a los enemigos de la libertad que por malicia o estupidez han cerrado sus ojos y su corazón a la luz y a la justicia”. Dado que el soberano Congreso de las Provincias Unidas de la Nueva Granada no había emitido una declaración de inde-pendencia “por todas las provincias en gene-ral”, era preciso que los Estados de cada una de las provincias lo hicieran “en las críticas circunstancias que han puesto a la República en la necesidad de crearse un libertador a todo trance”.

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En consecuencia de su declara-ción, decretó que en todos los lugares de la República de Antioquia debía practicarse, por todas las autoridades y ciudadanos, el juramento de absoluta independencia el día 24 de agosto, bajo la pena de destierro a los que se negasen, y condenados a muerte los que desaprobándolo transformasen el orden social. Esta declaración se debe a la entereza de don Juan del Corral, quien pretendió con ello “comprometer a los pueblos, a fin de que sacudiendo el temor y respeto servil con que miraban a los reyes… se decidieran a mo-rir combatiendo por la patria o ser libres e independientes”15.

La declaración de Tunja16

El 10 de diciembre de 1813 proce-dieron los 79 electores del Colegio Electoral y Representativo de la Provincia de Tunja a firmar la solemne declaración, ante “la faz del Universo”, de no reconocer ninguna sub-ordinación a la Regencia, ni a las Cortes, ni a cualquier otro gobierno que se estableciera en España “en la sucesión de los siglos”. En adelante sólo obedecerían al gobierno que esta provincia se había dado para su régimen interior y al gobierno general del Congreso de las Provincias Unidas de la Nueva Grana-da, “en lo tocante a los intereses comunes y

15 José Manuel Restrepo, Historia de la Revolución de la República de Colombia…, 2009, obra citada, tomo I, p. 242.

16 La declaración de independencia de la República de Tunja fue publicada por primera vez en el Argos de la Nueva Granada, Tunja, 30 de diciembre de 1813, p. 34-35. Fue publicada también por fray Andrés Mesanza, O.P., en el Boletín de Historia y Antigüedades, Bogotá, vol. 8, no. 95 (abril 1913), p. 706-710, y por Ramón C. Correa en su Historia de Tunja, Tunja, Imprenta Departamental, 1945, Tomo II, p. 161-164.

nacionales, bajo los principios establecidos en el acta de unión acordada en 27 de noviem-bre de 1811 por los representantes de las mis-mas provincias, y ratificada por sus mismos gobiernos o cuerpos representativos”.

Argumentaron que esta decisión era un resultado de la visión ilustrada de todos los horrores cometidos por “la mori-bunda España” en “las colonias” que habían fundado los españoles desde finales del siglo XV en América: por una parte, sólo los pe-ninsulares obtenían aquí “los empleos lucra-tivos, que se dotaban con crecidos sueldos”, empobreciendo a los naturales y enrique-ciendo a los aventureros que venían “a man-tenerse de ajenas producciones”, regresando luego “con los despojos al país de su origen”. En segundo término, esos gobernantes pe-ninsulares habían planeado un embruteci-miento de los americanos al no consentir la propagación de los conocimientos humanos entre ellos: no enseñaban en las escuelas sino “la filosofía de los Árabes, desterrada, hacía más de un siglo, de las naciones cultas”; no permitían el beneficio del hierro, obligando a los americanos a obtenerlo de mano de sus opresores y a precios excesivos, con lo cual se había limitado el cultivo de los campos y el beneficio de las minas. En tercer término, impusieron una protección comercial a su favor, obligando a cambiar “a vil precio los frutos coloniales contra los europeos, que se vendían por tres o cuatro tanto más de lo que hubieran valido en un mercado libre”. Ese sistema de “usura pública y nacional” hacía pasar el numerario de las manos de los mineros a las de los monopolistas, “sin que sirviese a los adelantamientos del país que lo producía”, y esa extracción continua del oro y la plata hacía languidecer el comercio interior del Nuevo Reino, ya castigado por la prohibición de hacerlo con las otras pro-vincias americanas. En cuarto lugar, durante tres siglos no se había fundado ni una escuela pública de primeras letras para la enseñanza de la juventud en la provincia de Tunja, ni

tampoco se había interesado el Gobierno “en dar salida a sus ricas producciones”, redu-ciéndose el mercado al consumo interno de sus habitantes, caracterizados, en su mayoría, por una “miseria espantosa”.

Convencidos de que todos los cuidados de “la Metrópoli” se habían redu-cido a mandar gobernantes peninsulares a recoger impuestos “agobiantes”, que servían para “mantener el lujo de su Nación”, afir-maron que ni siquiera habían ofrecido a los neogranadinos un buen sistema judicial, pues los oidores de la Audiencia “hallaban la impunidad de sus delitos en la distancia y parcialidad de los tribunales europeos, si alguna vez llegaba a ellos la voz de la oprimi-da inocencia”. En fin, concluyeron con la idea de que todo se conjuraba contra “los Pueblos de América”, pues “hasta de la Religión Santa se abusaba para aumentar el peso de nuestras cadenas”. Hasta la primera Constitución de la Nación española destruía radicalmente sus derechos y “los entrega a merced de sus más implacables enemigos”.

La “única tabla” de salvación que los tunjanos creían que les quedaba era la independencia, presentada en ese momen-to como una aspiración expresada desde el momento en que se dieron su Constitución republicana, el 9 de diciembre de 1811, afe-rrada en la circunstancia en la que muchas de las otras provincias de la Nueva Granada estaban declarando sus independencias. Pre-sentada como “la voluntad de los habitantes de la provincia, expresada por el órgano de sus legítimos representantes”, la independen-cia declarada por Tunja fue puesta a circular en todos los pueblos de su provincia para que, “abriéndose registros nominales en cada uno de ellos, se reciba juramento a todos los ciudadanos, bajo del cual se obliguen a sostener su independencia contra cualquier enemigo que la ataque, con sujeción sólo a los ya dichos gobiernos, hasta derramar, si fuere necesario, en su defensa, la última gota de sangre”.

La declaración de Neiva17

El 8 de febrero de 1814, los nueve diputados del Colegio Revisor de la Constitu-ción de la Provincia libre de Neiva examina-ron el artículo 1º del título 2º de su primera Constitución, aprobada el 3 de febrero de 1812. Constataron que en ella se había decla-rado a esa provincia “libre e independiente del Gobierno español y de cualquiera otra dominación”, por los mismos motivos que ya se habían declarado independientes algunas “provincias ilustradas de la Nueva Granada y Confederación Venezolana”. Dijeron que a pesar de ello aún no se había publicado este acto “por sí solo”, como convenía hacerlo para que llegase a noticia de los pueblos de su comprensión, y para satisfacer a todas las provincias que ya habían abrazado la “santa causa de la libertad”. Acordaron entonces que convenía que llegara a noticia todos que esta provincia había sido “una de las prime-ras que declaró su independencia y sacudió de su cerviz el yugo del tirano español que la oprimía”, para lo cual de nuevo repetía y juraba que el Estado de Neiva desconocía por Rey a Fernando VII y a cualquier otro que fuese puesto en el trono de España, así como “a toda autoridad que no emane inmediata-mente del pueblo o sus apoderados o repre-sentantes”. Quedaba así totalmente rota su unión política con la Metrópoli y con “entera separación”, lo cual sería publicado por ban-do solemne en todas las cabezas de partido y municipalidades.

17 La declaración de independencia de la provincia de Neiva fue publicada en el Boletín de Historia y Anti-güedades, Bogotá, vol. 1, Nº 3 (noviembre de 1902), p. 142-143.

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La declaración de Popayán18

El 28 de mayo de 1814, el Serení-simo Colegio Electoral y Constituyente de la provincia de Popayán, presidido por Andrés Ordóñez y Cifuentes, decretó que esa provin-cia se declaraba independiente de cualquier autoridad que no dimanara de los pueblos legítimamente representados, pues había proclamado el sistema general adoptado por las Provincias Unidas de la Nueva Granada “para el goce de sus derechos”. Esos pueblos confederados, “a costa de su sangre y de otros grandes sacrificios”, habían roto ya “las cade-nas insoportables del despotismo con que los tiranos de la España han tratado al hijo de América por más de tres siglos”.

En consecuencia, ordenó plantar el árbol de la libertad “en señal de la posesión de este don precioso e inestimable”, destruir los retratos de los reyes y borrar “todos los signos del despotismo, para no dejar a las generaciones futuras ni aun la triste memoria de unos monumentos tan degradantes”. La cucarda provincial llevaría la palabra “Jesús” y el mote: “En este signo vencerás”. El día 30 de mayo debían concurrir los pueblos a solemnizar esos actos “deseados por los ver-daderos amantes a la patria”.

Efectos no calculados de las

declaraciones de independencia

Don Agustín Gutiérrez More-no confió a su hermano José Gregorio su primera impresión sobre el “mal parto de Cartagena y de su recién nacida independen-cia”. Aunque el Argos Americano ya había

18 “Aurora de Popayán. Declaratoria de Independencia”, en El Mensajero de Cartagena de Indias, nº 21, julio 1 de 1814, publicada por Isidro Vanegas en Plenitud y disolución del poder monárquico en la Nueva Granada, Bucaramanga, Universidad Industrial de Santander, 2010, tomo II, p. 147-148.

anunciado que la Junta de Gobierno había “concebido el proyecto”, seguramente para su realización por el Colegio Electoral y Consti-tuyente que se reuniría en enero de 1812, “el Pueblo le dio un apretón que anticipó el par-to”. Lo que no informa el acta redactada el 11 de noviembre de 1811 fue el modo como fue insultado el presidente José María García de Toledo, y “la conmoción tan general, como horrorosa, y desfigurada en los Argos”. Las peticiones referidas al alivio de la situación de la villa de Mompox, invadida por las tro-pas de Ayos y requisada, señalaban el “influjo de un [Gabriel Gutiérrez de] Piñeres para que aquella villa vuelva a jugar a Provincia”. A ese enfrentamiento de los momposinos con su cabecera gubernativa antigua se unían las disputas internas en Cartagena, con la par-ticipación activa de los pardos del arrabal de Getsemaní, lo cual no prometía buenos au-gurios a la primera independencia declarada en el Nuevo Reino de Granada:

Como la infanta pues, no es de tiempo, puedes considerar el cuidado y trabajo que les costará criarla, y hacerla crecer; mucho más no teniendo la madre gota de leche con qué alimentarla. Yo me temo no se les muera de alferecía, o de debilidad, pues los síntomas indican que puede padecer ambas enfermedades. Pienso también que si a los que incitaron el parto no les parece bastante bonita, ellos mismos la hagan morir, y con ella a su madre, que no está para muchos sustos como el que ha pasado19.

Ya en la propia ciudad de Carta-gena independiente, un mes después de la declaración, pudo don Agustín Gutiérrez precisar a su hermano los efectos de ella.

19 Carta de Agustín Gutiérrez Moreno a su hermano José Gregorio. Soledad, 25 de noviembre de 1811. Incluida por Isidro Vanegas en Dos vidas, una revolución. Epis-tolario de José Gregorio y Agustín Gutiérrez Moreno (1808-1816), obra citada.

Aunque, gracias a la petición del pueblo, se había declarado que se mantendrían buenas relaciones con Cundinamarca, pese a lo cual no se entregaron los fusiles importados para ella por don Pedro Lastra, el movimiento acaecido el 11 de noviembre anunciaba efec-tos políticamente funestos, “y que es muy de temer se repitan con frecuencia, y que la Plebe insolentada ya aprenda demasiado a poner en ejecución estas conmociones (de las que se han visto dos en este año), mucho más en circunstancias de estar el Gobierno cada día más débil, más desacreditado, y con menos recursos para sostenerse”. Anticipaba don Agustín

que con el pretexto de amor a la Patria se tratan de vengar odios, y satisfacer miras ocultas; veo desenrollarse las pasiones, sembrarse la discordia, y observo que todo lo tendrá Cartagena, menos prudencia, energía, dinero, ni alguna de las virtudes cívicas necesarias para elevar a un Pueblo al alto rango de independiente, y conservarse en él20.

Los impresos que circulaban en esa ciudad eran un muestra “de los ultrajes que mutuamente se hacen los magistrados, y que anuncian continuar de un modo más deni-grativo, y sanguinario”. Ese tono osado de los papeles públicos y de las conversaciones par-ticulares contrastaba con el escaso interés en enfrentar a los regentistas del vecino puerto de Santa Marta, de tal suerte que el presiden-te de la Junta tenía que suplicar, y sufrir “re-pulsas y desazones, para tripular los buques que por fin han salido a ahuyentar a los cor-sarios de Santa Marta”. El interés común de Cartagena no lograba entonces abrirse paso aún entre las “preocupaciones, y régimen

20 Carta reservada de Agustín Gutiérrez Moreno a su hermano José Gregorio. Cartagena, 18 de diciembre de 1811. Incluida por Isidro Vanegas en la misma obra citada.

antiguo, que son las que no dejan hacer cosa de provecho”. Los miramientos individuales, las condescendencias y la escasa ilustración eran las causas de que el Gobierno no desple-gara una vigorosa actividad, perdiendo cada día más el respeto de los ciudadanos. Incluso algunos de los gobernantes ridiculizaban “la Independencia que tuvieron que abortar”, y así podían distinguirse entre los cartageneros cuatro partidos: los amigos de Santa Fe, los enemigos de ella, los “ñopos” (realistas sola-pados) y los “esclavos (realistas contumaces), que entre todos son los más temibles”.

Al identificar la causa inmediata del movimiento independentista del 11 de noviembre, don Agustín señaló que el ver-dadero héroe de esa jornada había sido el Pueblo de Cartagena. Relató que la Junta de Gobierno había encargado al mariscal Anto-nio de Narváez y La Torre, quien había sido elegido en 1809 diputado del Virreinato de Santa Fe ante la Junta Central, la redacción de un oficio, dirigido a los gobernantes re-gentistas de Santa Marta, para proponerles un arreglo de paz. Pero los términos usados en ese oficio fueron tan “indecorosos”, y tan en contra de Santa Fe, que los “buenos pa-triotas” que vieron ese oficio se alarmaron y comenzaron a tomar medidas de seguridad. En su opinión, ese oficio había sido “la causa principal, y originaria, del movimiento del 11, y él será el monumento eterno que since-rando a Cundinamarca, llene de oprobio y

Por otra par te, las “ruidosas desavenencias”

entre el presidente García de toledo y los

hermanos Gutiérrez de Piñeres tuvieron un

efecto imprevisto en las sabanas de tolú y el

sinú, donde se desató en 1812 un movimiento

contrarrevolucionario de grandes proporciones.

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execración a los gobernantes de Cartagena”. Cuando comenzó el movimiento, Narváez estaba enfermo, y al oír el alboroto pregun-tó por su causa. Se le habría dicho que eran corridas de toros, pero ya en la tarde, al notar que duraban mucho tiempo, repitió la pregunta. Al contestársele que el Pueblo alborozado celebraba la noticia de la paz con Santa Marta, supuestamente se habría puesto a saltar y a gritar “mi oficio, mi oficio; por fin produjo su efecto”. Por otra parte, las “ruido-sas desavenencias” entre el presidente García de Toledo y los hermanos Gutiérrez de Pi-ñeres tuvieron un efecto imprevisto en las Sabanas de Tolú y el Sinú, donde se desató en 1812 un movimiento contrarrevolucionario de grandes proporciones.

El motivo inmediato que hizo es-tallar la contrarrevolución de las Sabanas de Tolú contra el Estado de Cartagena fue “el odio cuasi general que todos aquellos pueblos concibieron contra la persona del corregidor Ignacio Muñoz”. ¿Cuál podría ser motivo del odio general contra una persona nombrada por el Gobierno de Cartagena que aún no había llegado a posesionarse de su cargo en las Sabanas? El doctor Ignacio Muñoz Jaraba estaba casado con María Teodora Romero, una de las hijas del líder de los lanceros de Getsemaní, quien fue una de las figuras protagónicas del movimiento del 11 de no-viembre de 1811. Natural de la parroquia de Corozal, era primo de Gabriel Gutiérrez de Piñeres21 y fue uno de los dos diputados que ingresaron a la sala de la Junta, por en medio de los pardos, para exponer las peticiones del pueblo amotinado. ¿Cuál era la relación entre ese doctor Muñoz y las gentes de las Sabanas? Ninguna hasta que fue nombrado su corregi-dor. Pero fray Joaquín Escobar reveló la fuen-te del odio aparentemente gratuito: todos sabían que el doctor Muñoz “había tenido

21 Adolfo Meisel Roca y María Aguilera, Tres siglos de historia demográfica de Cartagena de Indias, Cartagena, Banco de la República, 2009, p. 37.

mucha parte en la revolución del 11 de no-viembre”, cuya principal víctima política ha-bía sido José María García de Toledo, a quien “todos los habitantes de las Sabanas amaban y respetaban”22. En efecto, sabemos que este líder revolucionario tenía relaciones comer-ciales en el río Sinú con Don Agustín García y en las Sabanas y Ayapel con Don José Cle-mente Navarro, cura de la villa de San Benito Abad, y con Francisco Fernández, vecino del pueblo de Caimito23. Así las cosas, cuando el bando de los hermanos Piñeres se hizo con el control de la Junta de Cartagena mediante un acto de violencia, el doctor Muñoz fue percibido como “un enemigo y perseguidor

22 Memorias sobre la revolución de las Sabanas sucedida el año de 1812. Sobre sus causas y sus principales efectos. Escritas por fray Joaquín Escobar que se halló en ella. Cartagena de Indias: en la imprenta del c. Diego Espi-nosa, año de 1813. Incluidas por Armando Martínez y Daniel Gutiérrez en La contrarrevolución de los pueblos de las Sabanas de Tolú y el Sinú (1812). Bucaramanga: Universidad Industrial de Santander, 2010. La madre de José María García de Toledo era doña María Isabel de Madariaga, hija del primer conde de Pestagua, don Andrés de Madariaga y Morales. Esta suerte lo hizo un rico propietario de 53 esclavos y administrador de varias haciendas heredadas: Palenquillo, Guayepo, Barragán, Los Morritos y San Marcos de Zárate en la Provincia de Cartagena; y la de San Antonio Rom-pedero de Pestagua, en la Provincia de Santa Marta. Desde 1809 era asentista de leña de la Real Fábrica de Aguardientes y gran productor de aguardientes. La hacienda de San Marcos de Zárate estaba situada en las Sabanas de Tolú y estaba dedicada a la producción de caña de azúcar, mieles y aguardientes, con lo cual el vecindario de las Sabanas era la clientela política natural de quien fue derribado de la Junta de Cartagena por la facción de los hermanos Gutiérrez de Piñeres.

23 José María García de Toledo, Defensa de mi conducta pública y privada contra las calumnias de los autores de la conmoción del once y doce del presente mes, Carta-gena de Indias, Imprenta del Consulado por D. Diego Espinosa de los Monteros, 1811. BNC, Fondo Pineda, No. 193, p. 21.

de un sujeto en quien habían depositado su amor y su confianza”24. Esta situación em-peoró al saberse que Muñoz asumiría como nuevo corregidor, de tal suerte que llegó a rumorarse que vendría “con la espada en la mano a reformar, a castigar, y que su carácter era inflexible y petulante”. El miedo había comenzado su trabajo entre las gentes de las Sabanas.

Importa recordar que el vecin-dario de las Sabanas de Tolú había seguido a la facción toledista, la cual hasta el 11 de noviembre de 1811 había logrado controlar la Junta provincial de Cartagena, negándose a declararse independiente de la Regencia. Cuando la facción piñerista, aliada de los pardos de Getsemaní, se apoderó de la Junta y produjo la independencia absoluta, provocó la reacción del vecindario de las Sabanas y su giro hacia la plaza de Santa Marta, adon-de se habían congregado los regentistas, los comerciantes españoles y los soldados del Regimiento de Albuera. Los movimientos del comandante José Guerrero en esa dirección fueron conocidos por fray Escobar desde su llegada a Corozal a comienzos de junio de 1812, gracias a José de Flórez, alcalde de dicho sitio. Como se ha expresado ya, este seguía causa contra el comandante de armas del departamento, fundado en los oficios que le había remitido el alcalde de Sincé, llenos

24 Al frente de la Junta de Cartagena, el doctor García de Toledo se opuso el 11 de noviembre de 1811 a la declaración de independencia, argumentando que esa decisión no debería tomarla la Junta, por su defectuosa representación interina de las gentes de toda la provin-cia, sino por el Colegio Electoral y Constituyente que estaba convocado para el 21 de enero siguiente. Esta oposición irritó al tumulto y fue entonces cuando Ga-briel Gutiérrez de Piñeres e Ignacio Muñoz agraviaron a García de Toledo, maltratándolo de palabra y obra. Ver Gabriel Jiménez Molinares: “Dr. José María García de Toledo y Madariaga”. En Linajes cartageneros, Car-tagena, Extensión Cultural, Dirección de Educación Pública de Bolívar, 1958, p. 37.

de noticias sobre los preparativos que aquel hacía para jurar fidelidad al rey Fernando VII con la cooperación de las autoridades de la villa de Tenerife, centro de la conspiración contra la nueva autoridad republicana de Cartagena.

La Junta de Cartagena había orde-nado, desde noviembre de 1811, a todos los pueblos de las Sabanas que jurasen pública-mente la independencia absoluta. Esta orden puso en marcha la resistencia: el presbítero Pedro Martín Vásquez aseguró que la orden había sido cumplida con mucha “repug-nancia” y que “generalmente manifestaron la mayor parte de los pueblos su disgusto”. Relató que cuando el alcalde del pueblo de Sampués, donde era cura, ordenó al alcalde pedáneo indio que juntase a todos los vecinos para proceder a prestar el juramento solem-ne, este, en vez de obedecer, se había ausenta-do del poblado junto con todos aquellos que supieron de la orden, “así los indios como los de las otras castas”. De esta forma, cuando el mencionado alcalde ordinario llegó al pueblo tuvo que enviar comisionados a las labranzas para poder reunir un corto número de veci-nos, a quienes obligó a jurar la independencia absoluta y a prestar subordinación al “detes-table gobierno” de Cartagena, que si ya había sido “odioso en su principio, les fue mucho más repugnante por sus posteriores procedi-

Cuando la facción piñerista, aliada de los

pardos de Getsemaní, se apoderó de la

Junta y produjo la independencia absoluta,

provocó la reacción del vecindario de las

sabanas y su giro hacia la plaza de santa

Mar ta, adonde se habían congregado los

regentistas, los comerciantes españoles y los

soldados del Regimiento de Albuera.

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mientos”. Se refería, por supuesto, a la orden de recibir los pagos de sus aguardientes y mercancías en papel moneda y en chinas de cobre25.

Hay que señalar que la declaración de independencia absoluta en Cartagena provocó de inmediato un movimiento de los comerciantes que consistió en guardar las monedas de oro y plata de cordoncillo, así como las monedas macuquinas que tenían algún peso representativo. La prudencia del comercio hizo desaparecer la moneda cir-culante de buena calidad, quedando en el mercado sólo la moneda macuquina de peso feble. En síntesis, la moneda mala desplazó a la moneda buena de la circulación26. El grave

25 Informe de Pedro Martín Antonio Vásquez, cura de Sampués, sobre la revolución acaecida en las Sabanas de Tolú. Portobelo, febrero 7 de 1813. Archivo José Manuel Restrepo, Fondo I, vol. 14, ff. 34-45. Incluido por Armando Martínez y Daniel Gutiérrez en La con-trarrevolución de los pueblos de las Sabanas de Tolú y el Sinú (1812), Bucaramanga, Universidad Industrial de Santander, 2010.

26 Fernando Barriga del Diestro: Finanzas de nuestra primera independencia, Bogotá, Academia Colombiana de Historia, 1998, p. 60.

problema de la escasez de medios de pago circulantes fue resuelto por el Estado de Car-tagena con la ley del 23 de mayo de 1812 que permitió la emisión de trescientos mil pesos en billetes de papel, los cuales fueron impre-sos en papel común, mal cortado, y firmados en tinta corriente. Como cualquiera podía falsificarlos fueron un total fracaso al poner-los en circulación, pues nadie quería recibir-los. Mejor suerte corrió la moneda emitida en cospeles de cobre agrio, en las que se estam-pó la india del escudo de Cartagena, lo cual las hizo conocidas como “las chinas”.

En septiembre de 1812 se reunie-ron todos los elementos del estallido social: la inminente llegada del corregidor Ignacio Muñoz “con la espada en mano a reformar y castigar”, la negativa del vecindario a acep-tar el papel moneda como medio de pago, la causa seguida al comandante de armas José Guerrero y la noticia de que el alcalde de Co-rozal estaba acompañado por fray Escobar para prenderlo, y finalmente la agitación de los curas en sus vecindarios. El movimiento contrarrevolucionario fue acelerado por un incidente menor: la retención en Sampués de una saca de 200 cerdos gordos que un Simón Abad conducía para el abasto de Cartagena. La piara fue detenida por un sargento volun-tario en unión de una multitud de indios que insistían en que no debía permitirse más el aprovisionamiento de la capital provincial

ni dilatarse la proclamación de fidelidad al rey Fernando VII. De este modo, los líderes locales se vieron en la obligación de poner en marcha el plan contrarrevolucionario que venían preparando.

Durante la noche del 16 de sep-tiembre de 1812, “con universal júbilo de hombres y mujeres, así de indios como de las demás castas”, fue jurada en la parroquia de Sampués, ante su párroco Pedro Martín Vásquez, la fidelidad al rey Fernando VII y la defensa de la religión católica. Fue enar-bolada una bandera con la inscripción “Viva Fernando VII”, redoblaron dos tambores de guerra, repicaron las campanas y se hizo sal-va de dos escopetas, “únicas armas de fuego que existían”. Este párroco fue elegido por su feligresado como primer comandante de mi-licias, secundado por otros dos apellidados Charry y Aguilar, este último descrito como “muy leal y tiene influjo con los indios”27. En la mañana del día siguiente fue jurado el rey en la parroquia de Chinú, tal como había sido convenido, así como en San Andrés.

Cuatro días después se realizó la jura del rey por el vecindario de San José de Corozal, una vez destituido el alcalde Flórez, bajo las órdenes de José Guerrero y Cavero, y del “representante” de ese pueblo, el Dr. Pedro Antonio Gómez. En este sitio actuaron decisivamente a favor de la movilización, bajo el grito de “Viva el rey y muera el Go-bierno de Cartagena”, los ya nombrados y don Vicente Ulloa, don Ángel Pinillos y don Juan Bautista Vergara. Estos confesaron que aquel vecindario, como los de los pueblos de Sincelejo, Sampués, Chinú, San Andrés, Sahagún y todo el partido de Lorica, estaba arrepentido de “haber seguido las máximas

27 Aviso del cura de Sampués, Pedro Martín Antonio Vásquez, al comandante en jefe de la Expedición del Magdalena sobre haberse realizado en esa parroquia la jura de Fernando VII. Sampués, 16 de septiembre de 1812. Archivo Restrepo, Fondo I, vol. 14, f. 146-147.

de la corrompida y detestable doctrina del gobierno de Cartagena”28. Por ello, deter-minaron destituir de sus empleos a ciertas personas sospechosas de “ser jacobinos y desafectos a la sagrada autoridad de nuestro soberano”. El 21 de septiembre entró a Co-rozal una partida de los indios del pueblo de Sampués, capitaneada por el alcalde pedá-neo Felipe Martínez y enviada por el padre Vásquez. Al día siguiente ya estaban en este pueblo más de 500 indios de los pueblos de Sampués y San Andrés, todos a las órdenes de su cura. En Los Corralitos se reunieron con los 200 hombres que había traído Pa-ternina de Sincelejo. Cuando el 28 de sep-tiembre siguiente entró el ejército de Chinú, encabezado por Manuel de Jesús Betín, se pudo ver la magnitud de la rebelión.

El 26 de septiembre se informó que también habían jurado fidelidad al rey los vecindarios de Chimá, Sahagún, Morroa, Sincé, Magangué, Caimito, Jegua, Tacamo-cho, Charco del Monte, Galápago, Tetón y

28 El comandante en jefe del sitio de Corozal, José Guerre-ro y Cavero, y el representante de dicho pueblo, Pedro Antonio Gómez, avisan al comandante de la villa de Tenerife haberse efectuado la jura de Fernando VII. Archivo Restrepo, Fondo I, vol. 14, f. 162-164.

El grave problema de la escasez de medios de

pago circulantes fue resuelto por el Estado de

Car tagena con la ley del 23 de mayo de 1812

que permitió la emisión de trescientos mil pesos

en billetes de papel, los cuales fueron impresos

en papel común, mal cor tado, y f irmados

en tinta corriente. Como cualquiera podía

falsif icarlos fueron un total fracaso al ponerlos

en circulación, pues nadie quería recibir los.

Mejor suerte corrió la moneda emitida en cospeles de cobre agrio,

en las que se estampó la india del escudo de Cartagena, lo cual

las hizo conocidas como “las chinas”.

la predicación a los indios se centró en la

carga del tr ibuto: se les informó que las

Cor tes de Cádiz les había hecho la gracia

de liberarlos para siempre del pago de

esta antigua contribución para el rey, y que

en cambio el Gobierno de Car tagena les

exigía el pago de hasta el medio tributo del

año de 1811.

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el de la villa de San Benito Abad. Un total de 17 vecindarios se habían sumado ya a la revolución. Un informante descubrió con entusiasmo la movilización popular: “Gloria a Dios en las alturas que nos ha unido con tal acierto, contando con 5.000 hombres, y sólo nos detiene el proceder a reconquistar toda la provincia la protección de esa con tropas y jefes disciplinadas, aunque no sean más que 500 o 300 hombres disciplinados, armas, pólvora y demás pertrechos de guerra nece-sarios a nuestros justos intentos, y como tal estamos aguardando con ansias estos soco-rros, que pedimos con oportunidad […] y sin pérdida de tiempo, no sea que nos invadan los jacobinos”29.

Lo cierto es que los curas que agi-taron a los pardos y a los indios predicaron contra los “jacobinos” de Cartagena y con-tra las siniestras intenciones del corregidor Muñoz, diciendo que “iba a castigarlos sin misericordia y a reducir a cenizas sus habita-ciones”. El padre Vásquez dijo estas palabras a los sincelejanos que depusieron al alcalde Díaz, ansiosos por la suerte que correrían a la llegada del corregidor, agregando que no les quedaba más recurso que “implorar el auxi-lio de las armas de Santa Marta, y que él es-taba cierto se les prestaría”. La predicación a los indios se centró en la carga del tributo: se les informó que las Cortes de Cádiz les había hecho la gracia de liberarlos para siempre del pago de esta antigua contribución para el rey, y que en cambio el Gobierno de Cartagena les exigía el pago de hasta el medio tributo del año de 1811. El cura Vásquez les ofreció que al volver a ser gobernados por España al menos no pagarían la deuda del último medio tercio que estaba ordenado pagar, cal-culando que con este alivio los indios abra-zarían con fervor la defensa de “la causa justa que tenemos meditada”. En la ceremonia del

29 Pedro Alcántara Martínez anuncia al comandante de Tenerife haberse jurado Fernando VII en Sincelejo, Archivo Restrepo, Fondo I, vol. 14, f. 165-166.

Te Deum laudamus que el padre Vásquez cantó en la iglesia de Corozal tras su toma, una vez reunidas todas las fuerzas de los pue-blos rebelados, para agradecer a la Divinidad el éxito de su empresa, el sacerdote insistió una vez más en la defensa de la religión con-tra los jacobinos de Cartagena.

Otro Te Deum de acción de gracias fue realizado en la villa de Ayapel el 24 de septiembre, después de la jura de fidelidad al rey por su vecindario. El cura de esta villa aseguró entonces que nunca había jurado la independencia ordenada por Cartagena y que había logrado mantenerse firme en el juramento anteriormente prestado al rey y a las Cortes de Cádiz. Manuel Guillermo Be-nítez, Domingo Reynalt y José María Benítez presidieron allí la jura de fidelidad: se repitió el grito “Villa de Ayapel, partido de Sabanas y de Tolú, por nuestro rey Don Fernando” en cada una de las esquinas del tablado que se instaló, fueron lanzadas monedas al aire y se hicieron bailes y otras demostraciones de alegría30. Allí se organizó de inmediato una compañía fija de la villa de San Jerónimo del Monte y Sabanas de Ayapel al servicio de Fernando VII, titulada “Unión al Soberano”, integrada por 110 soldados de todos los colo-res y puesta bajo la comandancia del español Domingo Reynalt.

Los auxilios pedidos a la villa de Tenerife desde el comienzo de la rebelión fueron enviados finalmente por Pedro Do-mínguez. Se trataba de unos 60 soldados armados de fusiles –50 del Regimiento de Albuera y 10 del de Fernando VII– con 10 milicianos de Santa Marta y Panamá, bajo el mando de Antonio Fernández Rebustillo, ayudante mayor del Regimiento de Fijo de Cartagena. El militar, que había migrado anteriormente a Santa Marta, fue recibido en Corozal el 24 de septiembre, con los mayores

30 Papeles relativos a la jura de Fernando VII en la villa de Ayapel, en el Archivo Restrepo, Fondo I, vol. 14, f. 132-137.

júbilos y aclamaciones, por las milicias allí reunidas. El 13 de octubre siguiente fue des-pachado en Santa Marta su nombramiento como juez mayor y jefe militar de todos los pueblos que habían jurado obediencia al rey, así como lugarteniente del coronel José del Castillo Calderón de la Barca, a la sazón go-bernador y comandante general interino de Santa Marta. Fernández Rebustillo fue au-torizado para nombrar y posesionar nuevos jueces en los pueblos que habían declarado su fidelidad al rey, conforme a lo nuevamente establecido por la Constitución de la Nación Española, prefiriendo para ello a los que se hubieran distinguido en las acciones de ad-hesión a su gobierno soberano. Así fue como estableció cajas reales, nombrando como oficiales de ellas a Antonio Caro y a Juan Bautista Gori. Designó a los párrocos como comandantes de sus respectivos curatos y le ofreció a Diego de Castro, comandante del departamento de Lorica, mantenerlo en su empleo y honores si se pasaba al bando del rey, tal como ocurrió. Privó a Vicente Vidal de su cargo de administrador de la renta de aguardientes de Corozal y a Domingo Berrío de contador, reemplazándolos respectiva-mente con Juan Bautista Gori y Juan Bautista Vergara. Este último obligó al vecindario a aportar maíz para fabricar bollos para el mantenimiento de las tropas, algodón para hilar mechas, hierro para fabricar lanzas y machetes, ganados para raciones y dineros. Fray Escobar calculó que con la actividad de estos dos funcionarios pudo reunir Fernán-dez Rebustillo 19.000 pesos, una suma que fue enviada a Santa Marta para su defensa y no invertida en la de las Sabanas, como era de esperarse.

El 26 de septiembre Rebustillo convocó en Corozal una junta de notables para examinar el problema del papel moneda emitido por el Gobierno de Cartagena que estaba en poder de los vecinos de las Sabanas, dado que los menos pudientes exigían su abolición por considerarlo “infame y gravo-so”. Después del debate se acordó decretar la

extinción de este papel moneda, con la expre-sa comisión dada al jefe militar para repre-sentar tanto al virrey Pérez como al gobierno de Santa Marta, para que les fuese reintegra-da de las reales cajas su valor en metálico, en premio a su lealtad31.

Durante diez días recorrió Fernán-dez Rebustillo todos los pueblos rebelados en las Sabanas de Tolú y en el río Sinú, hasta la bahía de Cispatá. En todas partes fue re-cibido con Te Deum, capas de coro y repique de campanas. Regresó por la costa del mar en barco hasta el puerto de Tolú, donde con-certó con el comandante español Silvestre Pinzón la orden de asaltar toda embarcación o propiedad de esa costa perteneciente al ve-cindario de la plaza de Cartagena, y regresó al centro de sus operaciones, la comandancia de Corozal. Allí mando sacar a pregón el remate de la cobranza de las alcabalas y los diezmos.

En la madrugada del 18 de sep-tiembre pudo llegar fray Joaquín de Escobar a la parroquia de El Carmen, logrando huir de los sincelejanos que habían salido a cap-turarlo. Desde ese lugar envió un chasqui al presidente de Cartagena, dándole cuenta de la revolución que se había iniciado ya en las Sabanas. Allí se hizo fuerte con el co-mandante del destacamento y pudo reunir entre su vecindario 120 hombres armados de fusiles, tomando medidas para cerrar los caminos que comunicaban a Cartagena con las Sabanas. Comprometió en su auxilio a los alcaldes de San Jacinto, San Juan, El Guamo, el puerto de Barranca y El Yucal. Mientras tanto, los rebeldes habían entrado en pose-sión de las baterías de Yatí y Sapote, así como de la lancha cañonera no 4 que estaba surta en la Bahía de Cispatá con 40 quintales de

31 Carta de Antonio Fernández Rebustillo al comandante de la Expedición del Magdalena sobre la determinación de abolir el papel moneda en las Sabanas. Corozal, 26 de septiembre de 1812, Archivo Restrepo, Fondo I, vol. 14, f. 166-169.

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pólvora, 20 cañones y un número considera-ble de fusiles. Todo ello sin un solo disparo, pues fueron entregados por sus responsables a petición de Fernández Rebustillo. De este modo, las gentes de la bahía de Cispatá tam-bién juraron obediencia al rey32.

El Gobierno de Cartagena comi-sionó la pacificación de las Sabanas y del río Sinú a dos oficiales que acababan de llegar de Caracas emigrados, en compañía del coronel Simón Bolívar. Se trataba del teniente coro-nel Manuel Cortés Campomanes, español y ferviente republicano33, y del coronel Miguel

32 Informes sobre la jura de Fernando VII en Cispatá, Archivo Restrepo, Fondo I, vol. 14, f. 182-183.

33 Miembro del Real Colegio de Pajes, participó en Madrid en la conspiración de Juan Bautista Picornell que se propuso dar un golpe de estado al rey Carlos IV el 3 de febrero de 1796, para instaurar un régimen republicano como el de Francia. Condenado a muerte, le fue conmutada la pena por el destierro al castillo de La Guaira. Allí se vinculó a la fallida conspiración de Gual y España, y al ser descubierta se escapó a Curaçao. Oficial del ejército y edecán a órdenes de Francisco Mi-randa, fue herido en 1811 en la batalla contra Valencia. Junto con Bolívar fue uno de los jóvenes oficiales que apresaron a Miranda la noche anterior a su fuga hacia Jamaica.

Carabaño, quien se acompañó de su her-mano Fernando. Al primero se le pidió que organizara el asalto por la vía terrestre, en-trando por Mahates, y al segundo por el mar, navegando hacia el puerto de Tolú. El 17 de octubre de 1812 llegó Cortés Campomanes a la parroquia de San Juan con los soldados que hasta entonces había reclutado en dos compañías de línea, y allí se reunió con los dos cañones y la gente que había congregado fray Escobar, quien los esperaba para condu-cirlos hasta El Carmen, cuyo cura Florentino Ferrer había mantenido a su feligresado fiel al gobierno de Cartagena.

Para entonces ya todos los curas párrocos de las Sabanas se habían puesto al frente de sus feligreses, como comandantes de armas, para repeler la invasión de las tropas cartageneras: entre ellos el presbítero Andrés Rus, cura de Colosó; el presbítero José Saturnino Sotomayor, cura de La Con-cepción y capellán del ejército titulado real; el capuchino lego José de Murcia, médico ciru-jano del mismo ejército; y el presbítero Pedro Martín Vásquez, cura de Sampués, titulado “Generalísimo de las Sabanas”. En Corozal se hizo el acuartelamiento y los ejercicios de disciplinamiento de las milicias reunidas por todos los pueblos. Los vecindarios abastecían gratuitamente las raciones de carnes y bollos, y de los estancos se daba un trago diario de aguardiente “por cuenta del rey”. El cura Vásquez daba de su bolsillo tabacos y jabón a sus milicianos. La avanzada fue traslada-da después al pueblo de Oveja, cuyo alcalde Norberto de la Rosa entregó una carta que le había remitido fray Escobar, amenazándolo con destruir sus miserables chozas si no en-tregaba sus hombres a la causa de Cartagena. Este pueblo fue fortalecido bajo la dirección del comandante Pedro Mateo con un terra-plén sobre estacas de maderas y varias bate-rías, y en sus alrededores se clavaron estacas y edificaron casas para albergue de los solda-dos de infantería y de caballería. El número de soldados reunidos en Oveja para la defen-sa fue de 1.200, pero sólo 200 disponían de

fusiles o escopetas. El resto sólo estaba arma-do de lanzas, machetes, hondas y flechas.

El 25 de octubre llegaron a la parroquia de El Carmen todas las fuerzas reunidas por Cortés Campomanes entre Mahates y otros pueblos: dos compañías de infantería de línea, con un total de 220 solda-dos armados de fusiles, a órdenes de los capi-tanes Antepara y Gallardo; una compañía de caballería reunida en San Juan, San Jacinto y El Carmen, que apenas llegaba a 20 jinetes; dos cañones montados y armados, con dos más llevados en hombros. Allí se reunió una tercera compañía de infantería de cuarta, con 130 hombres reclutados en San Juan y San Ja-cinto, y una más con 140 más de hombres de El Carmen. Se aumentó la compañía de ca-ballería con 90 vecinos y se arregló un cañón que estaba allí clavado por quienes lo aban-donaron. Por 15 días fueron disciplinados y adiestrados estos hombres, que disponían de 4 cargas de cajones de cartuchos y algo más de parque.

El 4 de noviembre llegó a Oveja el comandante en jefe de Tenerife, Pedro Domínguez, acompañado del capitán de las tropas del Magdalena, José Pío de Gracia. Después de conferenciar con Fernández Re-bustillo se fueron a Corozal y dejaron a cargo de la avanzada al teniente Pedro Mateos y al padre Vásquez. El 11 de noviembre salieron los cuerpos armados al servicio de Cartagena en busca de las milicias de los pueblos de las Sabanas y de los soldados del Regimiento de Albuera que los esperaban en el pueblo de Oveja. Entre las 4 de la tarde y las 7 de la no-che del día siguiente, pasado el arroyo grande de Mancomojan, se realizó el combate entre los dos ejércitos. Uno de los cañones monta-dos y las descargas de la fusilería de las dos compañías de línea enviadas de Cartagena hicieron la diferencia. Al caer la noche del día 12 de noviembre de 1812 cesaron los disparos y sólo con la luz del día siguiente pudo ver fray Escobar “el grande estrago que nuestras armas habían hecho en los enemigos, a pesar de que las orillas del camino estaban sembra-

das de cadáveres que nos habían ocultado las tinieblas”34.

Las ventajas de esta victoria del gobierno republicano de Cartagena sobre los pueblos regentistas de las Sabanas de Tolú fueron identificadas por fray Escobar: la seguridad de la plaza de Cartagena, de una parte, y de la otra la garantía del abasteci-miento de granos, carnes saladas, cerdos y vacunos provenientes de las dos despensas de las Sabanas y del Sinú. Los vencidos que-maron los ranchos de Oveja en su retirada y abandonaron las piaras de cerdos, que de inmediato fueron sacrificados por los vence-dores para racionar las tropas. Los soldados españoles del Regimiento de Albuera, su co-mandante y los curas caudillos se marcharon de las Sabanas, quemando el pueblo de Zam-brano en su retirada hacia Tenerife. De allí siguieron para Santa Marta. El cura Vásquez terminó embarcándose para Portobelo, don-de redactó el informe sobre lo acontecido que dirigió al comandante general de esa plaza, don José Álvarez, comisionado para el efecto por el virrey Benito Pérez.

Las gentes se dispersaron por los montes o regresaron a sus pueblos. El alcalde de Corozal y dos de los regidores fueron al

34 Fray Joaquín de Escobar, Memorias…, p. 60.

las ventajas de esta victoria del gobierno

republicano de Car tagena sobre los pueblos

regentistas de las sabanas de tolú fueron

identif icadas por fray Escobar : la seguridad de

la plaza de Car tagena, de una par te, y de la

otra la garantía del abastecimiento de granos,

carnes saladas, cerdos y vacunos provenientes

de las dos despensas de las sabanas y del sinú.

sólo los pueblos del sinú se mantuvieron en

rebeldía contra la expedición de Car tagena,

bajo la dirección de Diego de Castro,

por f iando en su resistencia, aún sin el auxilio

de los soldados españoles. Esta tozudez

produjo “el grande estrago que sucedió a la

conquista” de Cispatá y los grandes castigos

aplicados a los vecinos de lorica.

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campamento enemigo a pedir perdón e im-plorar misericordia para sus vecinos. El 15 de noviembre entró la expedición de Cartagena a la plaza de Corozal, a cuya vanguardia iban dos oficiales de caballería extranjeros: el ale-mán José Barón de Schambourg y el capitán norteamericano Moses Smith35. Hasta allí llegaron los alcaldes pedáneos de los pueblos de Sincelejo y Chinú para “pedir perdón e implorar misericordia de su yerro”. Sucesi-vamente fueron viniendo los demás alcaldes pedáneos de los otros pueblos pero ninguno

35 José de Schambourg llegó a Cartagena procedente de las Antillas y alcanzó a la expedición de Cortés Campomanes cuando se aprestaba al combate final. El capitán Moses Smith era en 1806 un joven im-berbe embarcado en el navío Leandro que condujo a Venezuela la expedición de Francisco de Miranda. Schambourg pasó luego a Santa Fe y se enlistó en la Campaña del Sur que condujo Antonio Nariño. En La Plata se emborrachó y amenazó de muerte a Nariño, por lo cual fue expulsado de la expedición. Rodrigo de J. García Estrada, “La participación extranjera en la independencia de la Nueva Granada, 1810-1830”, en Pablo Rodríguez (coord.), Historia que no cesa: la independencia de Colombia, 1780-1830, Bogotá, Universidad del Rosario, 2010, p. 181. Moses Smith, History of Adventures and Sufferings of Moses Smith, during five years of his Life, Brooklin, 1812.

de sus curas, una prueba para fray Escobar de que estos “no aman nuestra causa, y que siempre que puedan emplearán su autoridad y su ascendencia contra ella”. Fue este fraile quien nombró los curas que llegaron para actuar como nuevos pastores de esos feligre-sados. Todos los empleados civiles y militares de las Sabanas y del Sinú fueron suspendidos de sus empleos, pues se tenía la certeza de que “casi todos estaban comprendidos en la rebelión”.

Sólo los pueblos del Sinú se man-tuvieron en rebeldía contra la expedición de Cartagena, bajo la dirección de Diego de Castro, porfiando en su resistencia, aún sin el auxilio de los soldados españoles. Esta to-zudez produjo “el grande estrago que sucedió a la conquista” de Cispatá y los grandes cas-tigos aplicados a los vecinos de Lorica, que fueron vencidos con las armas en la mano por el coronel Arévalo, al frente de 150 solda-dos de infantería y 20 de caballería. Silvestre Pinzón, el comandante español del puerto de Tolú, protegió el embarque y fuga de los soldados de Albuera y de su comandante, así como de los curas comandantes, hasta que fue capturado por la expedición marítima comandada por Miguel Carabaño. Fue este oficial quien el 26 de noviembre atacó el fuer-te de Cispatá por mar y tierra, tomándolo por asalto, después de una obstinada resistencia de los rebeldes.

Los principales líderes de la revolu-ción –Pedro José y Javier Paternina, Manuel de Jesús Betín, el padre Vásquez, Teodoro Vergara– estaban fugitivos “maquinando nuevos alborotos”, pese a las órdenes de cap-tura libradas inútilmente contra ellos. En cambio, fueron fusilados en Sincelejo cuatro de los amotinados por el coronel Arévalo, dos en Corozal por orden de Cortés Campo-manes (uno de ellos era Diego de Castro), 17 en Lorica y otros en Tolú, que fray Escobar se esmeró por dejar en el anonimato: “yo quiero echar un velo sobre estas escenas de sangre y dejar a los pueblos que las mediten en el silencio con las demás consecuencias de su

revolución”. La magnitud de la mortandad que dejó el combate librado el 12 de noviem-bre de 1812 en Mancomojan también lo dejó en las penumbras de esa noche. Los embar-gos de bienes de vecinos comprometidos con la revolución se realizaron en Corozal (Juan Mont, Vicente Pujadas y Juan Bautista Vergara), Chinú y Tolú, afectando a los curas comandantes. El teniente coronel Cortés de Campomanes impuso una conscripción for-zada a los pueblos de las Sabanas, y efectiva-mente sacó cerca de 800 soldados que llevó a la plaza de Cartagena para emplearlos contra Santa Marta. Por su parte, fray Joaquín de Escobar se marchó del sangriento escenario de las Sabanas con rumbo a Cartagena, don-de el 8 de enero de 1813 se abrían las sesiones del Colegio Electoral y Constituyente.

Epílogo:

La declaración de Panamá36

Convocadas por el Cabildo, el 28 de noviembre de 1821 se juntaron todas las corporaciones civiles, militares y eclesiásticas de la ciudad de Panamá, treinta personas en total, y ante “un numeroso pueblo” y des-pués de “las más detenidas discusiones bajo el mayor orden y concordia”, acordaron que de modo espontáneo y “conforme al voto general de los pueblos de su comprensión”, se declaraban libres e independiente del Go-bierno español. Por tal motivo, decidieron que el territorio de las provincias del Istmo pertenecería en adelante al Estado republica-no de Colombia, a cuyo Congreso enviarían su diputado. En consecuencia, los soldados de la tropa que guarnecía esa plaza quedaban en la absoluta libertad de tomar el partido que les conviniese. En el caso que quisieran

36 La declaración de independencia de Panamá fue ori-ginalmente publicada en la Gaceta de Colombia, no. 14 (20 de enero de 1822).

volver a España, se les prestarían los auxilios necesarios para su transporte hasta la isla de Cuba; y a los que quisieran servir bajo el nuevo Gobierno colombiano en los castillos de los puertos de Chagre o Portobelo, se les guardarían los honores de la guerra, siempre y cuando se obligasen, bajo juramento, a no tomar las armas contra los estados indepen-dientes de América.

El nuevo jefe superior del Istmo sería don José de Fábrega, ex coronel de los Ejércitos españoles. Quedarían en el mismo pie en que estaban todas las corporaciones y autoridades así civiles como eclesiásticas. Todas las autoridades debían prestar inme-diatamente el juramento de la independen-cia, que el domingo siguiente sería publicada con la debida solemnidad. Por medio de sus representantes, el Istmo formaría los regla-mentos económicos convenientes para su gobierno interior; y mientras tanto sería go-bernado por las leyes vigentes en todo lo que contradijesen el nuevo estado. Para los gastos indispensables, el jefe político abriría un em-préstito que sería reconocido como parte de la deuda pública.

Esta última declaración de inde-pendencia fue el resultado del hecho político de la constitución de la República de Colom-bia, cuya Ley Fundamental del 12 de julio de 1821 había proclamado que los pueblos de la Nueva Granada y Venezuela se reunirían en un solo cuerpo de nación que sería, “para siempre e irrevocablemente”, libre e indepen-diente de la Monarquía española. Dado que la antigua audiencia de Panamá había sido extinguida en el siglo XVIII y el Istmo puesto bajo la jurisdicción del Virreinato de Santa Fe, los panameños de 1821 sabían que la apli-cación del principio uti possidetis iuris los pondría en el teatro de la guerra libertadora colombiana contra la Monarquía española. Puestos a escoger, optaron por la opción republicana de Colombia, y en ello jugó un decisivo papel el coronel José de Fábrega, tal como Bolívar reconoció siempre. ❖

las declaraciones de independencia en venezuela y la nueva granada