Grafismos De Waterloo

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Libro de relatos.

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Grafismos de Waterloo

Y otros relatos

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Grafismos de WaterlooY otros relatos

ELBIO APARISI NIELSEN

EDITORIAL DUNKEN

Buenos Aires2009

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Hecho el depósito que prevé la ley 11. 723Impreso en la Argentina© 2009 Elbio Aparisi Nielsene-mail: [email protected] 978-987-02-3646-7

Impreso por Editorial DunkenAyacucho 357 (C1025AAG) - Capital FederalTel/fax: 4954-7700 / 4954-7300E-mail: [email protected]ágina web: www.dunken.com.ar

Aparisi Nielsen, Elbio Grafismos de Waterloo: y otros relatos.

1a ed. - Buenos Aires: Dunken, 2009. 120 p. 23x16 cm.

ISBN 978-987-02-3646-7

1. Narrativa. I. Título CDD 863

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PRÓLOGO

Las primeras palabras de un pequeño mundo interno.Detrás de toda la piel se encuentra el universo sumergido,

las millones de variaciones que realizan nuestros movimientos neuronales. Hay electricidad, siempre la hubo, traslada las ideas, tocando todas las neuronas posibles, fusionando y corrigiendo, creando y recordando.

Detrás de la piel hay anatomía, hay misterios que no hemos conocido aun, hay tanto diseño genético anterior como reseñas de una evolución.

Hoy me he levantado, me he duchado, me he mirado a los ojos en un pequeño espejo manual y me he determinado borrar el anterior prólogo, ese que intentaba explicar todo el libro con pequeñas palabras.

Noviembre de 2007

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A Daniela Buffa, el amor de mi vida.Julia C. Aparisi Nielsen.

A mis padres y hermano, a Teo.Y a los que están sonriendo en el aeropuerto,

Esperándome.

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Kurt, el incompleto

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La portada del libro es algo arriesgada, Kurt piensa que quizá no es lo que realmente quiere, algo en la fotografía no termina de convencerle del todo. Días anteriores el editor le propuso dejar de ser tan inconsistente y relajarse en alguna de las fiestas de la editorial.

Las novelas pueden ponerle de lo más nervioso y las críticas aún más, le cuesta tanto esfuerzo poder encontrarse con sus his-torias que al final el resto no son más que insoportables momen-tos, de los cuales no quiere ser parte. Claramente es un éxito.

(Me encantaría contarles la historia de Kurt y el viaje al interior de Oxford, eso será historia de quienes hablen de lo que a mí me irrita. Soy algo más que un simple escritor de escritores, puedo ser él).

El camino al origen

–¿Quién es el que impide un escabroso final para el persona-je? –le cuestiona un joven periodista de traje.

–La demagogia es unos de los puntos presentes, todos so-mos parte y no hacemos más que mirar a un lado, ¿qué clase de preguntas hacen aquí? –harto de las interrogaciones se levanta golpeando el micrófono y dejando a todos los periodistas con las manos flotando. Más de veinte preguntas restan al menos, Kurt solo quiere irse, ya no soporta la presión injustificada de tener que vender sus libros, nunca pensó en tener que realizar doble esfuerzo, demasiado hace por sí mismo al escribir.

En el bar.

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–¿Qué clase de idiotas contratan en las cadenas de televisión?, odio responder como si supiera, odio explicar, no tengo porque contarles que es lo que siento y pienso a miles de personas fren-te a una mierda de caja, ¡no comprendo cómo pueden depender tanto de esa puta caja!

–Kurt tienes que saber que es tu deber, firmas un contrato contigo mismo, con la firma que vende tus libros, es una estupidez lo que haces, incluso es tan estúpido que vende aun mas, ¿no quieres aparecer y regalar tiempo?, pues deja de hacer el tonto y contesta las preguntas y luego te recluyes donde quieras, me da igual, eres un puto cliente para mi, está claro –dice su editor.

–Vete a la mierda Jordi, paso de ti y de las compañías.–¡No pasas una mierda!, porque eso es lo que sustenta todo

el día de no hacer nada más que escribir.–¿Qué?, piensas que solo vivo para escribir, ¡idiota!, deja ya,

no se para que salgo de mi casa, diles a esos hijos de puta que me hagan los juicios que quieran, no pienso volver a contestar una pregunta más.

Jordi acomoda su corbata, la camarera recoge los platos se-mivacíos, ella lo mira, lo reconoce:

–Si no le importa, ¿por qué escribe tan bien, es tan sensible y cuando habla es tan descortés? –su sonrisa no deja de contener una imagen de ira, pero dentro, mantiene la formalidad.

–¿Qué?, ¡yo alucino!, perdona, ¿cuál es tu nombre? –se impo-ne, endurece su cuello y se enrojece su rostro.

–Mi nombre es Nuria –dice frunciendo la boca.–Mira Nuria tienes cojones, o ¡un coraje enorme!, de hecho, ni

yo hubiera tenido la cara de ser tan impertinente.–Por eso mismo –le interrumpe ella. Él sonríe revoloteando su cabeza hacia abajo y maldiciendo

por dentro. –Vale, lo sabes, eso significa que sabes que es lo que te diré.

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–¡No! –suelta ella. –Que te vayas a la mierda mujer.–Espera, no te levantes y hagas lo de siempre, deja que te

diga algo –dice Nuria levantando la mano libre.–Nada bonita, no tienes idea de lo cansador que es hablar con

personas desconocidas, y dar explicaciones a otra gente que ni veo. ¡Es una locura!, entiende por favor.

–Ya lo sé.–No, no lo sabes, por Dios, sabes servir copas, cafés, eso sí

sabes, ¿no? –algo arrogante deja un silencio de caras coloradas–. Eso, vete, que no tengo ganas de soportar más estupideces, no puedo entender que pretenden de mí, cuántas veces dije que no quiero que me molesten, porque la gente cree que va a encontrar a ese escritor del que se enamoraron, diles Jordi que es ilusión interior. –Jordi lo mira indiferente–. Voy a comer algo, pero aquí no, me voy solo porque estoy algo cansado de ti también, tú y tus manejos. Me odiarás seguramente.

–Tengo mi vida después de aguantarte, tengo más clientes.–Esa hija de puta que copia películas, o el otro inservible

que hace remakes, es que me resulta gracioso como defiendes siempre a los mismos, ten algo de dignidad, busca talento, no esos constantes escritores del dinero, no piensas por momen-tos que hay alguien con talento que pierde sus esperanzas por gente como tus clientes, que simplemente con dinero logran estar en la primera línea. No piensas en esos talentos cortan-do billetes, ¿no?, deberías Jordi, hay generaciones perdidas, pero puedes cambiar eso, con dignidad Jordi, con algo de dignidad.

–Tus prioridades serán muy distintas a las mías, pero tampoco tu ayudas a nadie, eres egoísta, crees que tu vida vale por millo-nes, recuerda quien te ha dado la fama.

–¿Tú?, es lo último que esperaba oír.–Kurt, déjalo, no sirve de nada, cada día es lo mismo.

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–Algún día en tu vejez te preguntaras algunas de las cuestio-nes de las cuales siempre son foco de discusión. Y no olvides nunca que como me vuelvas a levantar la voz te dejo en la puta calle –dice Kurt, hiriendo el orgullo de su editor.

Camino

Suelta el libro, ¡qué mierda de portada!, piensa mientras con-duce por la autovía directo a París. “No volveré a Villeperdue, me agobia ese hijo de puta, no soporto el hedor, es una mierda”, ha-bla consigo, suelta palabras libres mientras mezcla con canciones de la radio. Le duelen los ojos, no duerme mucho, estos últimos días fueron entrevistas, una tras otra. Coge el móvil mientras pul-sa el botón de los altavoces.

–Cariño, estoy de camino, cenamos luego en el “Au Pied de Fouet”, ahora mismo hago la reserva, necesito verte –cuelga, la contestadora del móvil guarda el mensaje, ella termina su turno en unas horas.

La autovía quiebra Villeperdue y sube hacia el norte Parisino, Kurt canta mientras remonta sus manos al aire, está radiante, sabe que hace lo que siente. Una de las curvas que rodea el aero-puerto de Le Boulay lo ubica frente al gigante aeronáutico, llegan y salen aviones de todos los puntos.

Suena el móvil.–¿Si? –no sabe quién, no puede ver de dónde proviene el

número, justo es una curva peligrosa. Pulsa el botón de los alta-voces.

–Cariño, soy yo. –Hola, estoy en camino a París por la A-10, en unas horas

estoy por ahí. Tengo muchas ganas de llegar.–Ya, con lo que has hecho no me cabe ninguna duda. No tie-

nes que irte de las conferencias de esa manera, no vayas si no quieres, así levantas mas polvareda que un infante, ahora todos

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hablan de ti, en los programas de la tarde, repiten una y otra vez los videos de tu conferencia, te transformas Kurt, no puede ser –ella es así, es tan natural por dentro y por fuera, no guarda pala-bras para los errores.

–Es que no aguanto a esos pesados, siempre preguntando estupideces, ya no me quedan ganas de hacer esto.

–Lo que sucede es que “esto” es nuestro sustento, o prefieres comer mierda nuevamente, ya no creo que quieras estar detrás de la línea, bien que te gusta beber sentado sin que nadie te ofusque. Tienes que citar al editor y hablar sobre lo que viene, así orde-nan un poco la agenda. Ahora vienes aquí, te quedas unos días y luego a promocionar, tendrás que sumar programas de tarde y noche, eso me hace mucha gracia e ilusión, mis compañeras del hospital te leen siempre y me tienen harta contigo –sonríe telefó-nicamente.

–Soy así, un amor, bueno haré lo que me pides pero tienes que estar en punto en el Au Pied de Fouet, quiero cenar en paz y fraternidad.

–No puedo cariño, justo hoy no puedo, deberías de avisar con tiempo, hoy tenemos una operación muy importante, un niño alemán necesita nuestra atención, está muy delicado, ha tenido un accidente con sus padres en la A-8 y ellos han muerto en el acto.

–Pobre niño, no me lo creo, que pena, nada cariño, tranquila luego te llamo.

–Deja que te llame yo, termino y hablamos, te quiero con el alma.

–Y yo –concluye Kurt.La carretera vuelve a ser un poco más sinuosa que antes, solo

un poco, pero él no tiene la capacidad de conducir a un mil por cien, es muy volátil. Solo piensa en el rostro de aquel niño que no conoce, lo construye y lo deshace intentando posar su resignación en la tristeza de ese crio, solo y con la muerte a su lado.

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Pasa fugaz la imagen de un infante arrodillado sobre su cama posando su quijada sobre sus manos y el alfeizar de la ventana de su habitación, mirando la calle, la gente y el sol de la tarde. Fue en la casa de sus padres donde compuso su primer libro, solo tenía ocho años. Obviamente con historias recompuestas de películas antes vistas.

La sensación del calor del verano lo redujo a un escaso metro de altura, el arrabal era toda su recreación, sus colegas eran sus adeptos más fieles. Era un barrio del suburbio francés.

Otra curva lo trae al móvil y este a pulsar el botón nuevamente.–¿Qué quieres Jordi? –alcanza ver el nombre y la foto.–¿Qué quiero?, me cago en Dios tío, eres único, seguro estas

en la carretera, no viajas en avión porque eres un cobarde.–¿Yo?, nada de eso idiota, es para relajar mi viaje en coche,

me gusta conducir.–Claro, y a Lisboa has ido en jet, ¿no?, anda no me fastidies,

mira me han llamado por eso te llamo, por mí puedes estar en el Congo Belga o donde quieras, pues no quiero ver tu puta cara de reno sin cuernos. ¿O los tienes?

–Vete a la mierda.–No tienes más palabras, ¿no?, pero se te da bien esto de es-

cribir, yo no entiendo a la gente, como puede leer las chorradas que escribes, eres tan vulgar.

–Sí, lo soy. Soy algo más que eso, soy el que vende los libros, y tú el que gana mucho menos por promocionarlos.

–Deja ya de ser tan pedante, mañana por la noche tienes que cenar con los directivos y no hay un no, está hecha la reserva y como no puedes viajar en avión, estas jodido, no dormirás.

–No quiero.–Querrás, sino tus contratos se harán humo, y eso es perder

mucho dinero que ya has gastado, no lo olvides, conozco todo lo que haces.

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–Me aburres Jordi. Lo hago porque no quiero escuchar a mi mujer volviéndome un crío mal hecho, solo por eso, no quiero problemas. Te llamare mañana por la mañana, me dices donde y cuando.

–Muy bien –cuelga con las palabras en la boca.–Te odio –suelta sus gracias al viento, cierra fuerte la ventanilla

y vuelve a la música.Tiene que llamar a su padre, lo acaba de recordar, decide

frenar y aparcar el coche a un lado de la carretera.–¿Papá? –habla un poco más agudo.–¡Hijo!, llevas tiempo sin llamar, estamos preocupados por ti,

hemos visto con tu madre la conferencia de hoy, no nos gusta la forma en que le hablas a esa gente.

–Pero...–Hijo esa gente hace su trabajo y tú deberías hacer el tuyo,

mucha gente habla de ti, no tienes porqué ser tan descortés.–No conoces a esa “gente”, miran, hablan distinto, me acosan,

hablan de mí sin leer nada de mis obras, no puedo hablarle bien a esa gente.

–¿Te encuentras bien Kurt? –pregunta su madre.–Hola, si mamá estoy bien, solo que algo cansado de la pro-

moción del libro, quédate tranquila que bebo el té que me enviaste por correo urgente.

–Descansa unos días y retoma tus tareas, porque siempre te digo lo mismo, lo que cuesta ahora es mantenerse.

–Ya lo sé, bueno debo continuar que restan algunas horas.–Dile a tu preciosa mujer que nos llame.–Está muy ocupada, hasta yo le veo poco, está ahora mismo

operando a un pobre niño huérfano.–Qué gran labor hace, se merece que le acompañes compor-

tándote como debes, pero no olvides eres nuestro tesoro.

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Kurt cuelga mirando la grava, mira sus pies, sus zapatos tie-nen algunas manchas, eso le inquieta. “Claro que es un titulo de mierda, no hay dudas, tengo que escribir”, piensa mientras sube al coche y da las primeras marchas.

París se presenta ante Kurt como algo triste y sombría, por momentos le deslumbra en bella y por otros en oscura y vacía. Mi-les de turistas deambulan cuasi perdidos, con gorros y mochilas. Kurt adora el Sena al atardecer y los Jardines de Luxemburgo por la mañana, no hay nada que no pueda describir y que el resto del mundo no conozca, es París, la ciudad más visitada del mundo.

Las palabras de su padre se sostienen durante todo el viaje de regreso, su rostro se dibuja, esos gestos de bondad, hasta las posturas que solía poner al hablar de cultura y política. Nunca pudo decirle todo lo que le agradecía haber sido tan comprensivo con él, haberlo dejado experimentar tantas disciplinas sin haber negado ninguna, agradece que el tiempo lo separe de su linaje y no la muerte. Eso se lo debe, a él y a su madre. Imagina, durante muchos silencios cerebrales al escribir, lo grandioso de tener una extensión de sí mismo en la perpetuidad de la evolución, de la cadena única y humana, es un deseo que no completa, por su vocación y obstinación.

Llega a casa, siente estar de nuevo, aunque su casa no es ningún lugar, la identidad de hogar solo la siente en su habitación, en la habitación de las palabras. Solo quiere ducharse, está muy cansado, enciende el televisor y lo primero que suena mientras suelta la camisa en la cama es su voz, se reconoce pero no le gusta, siempre es lo mismo, odia ser Kurt, ese Kurt que todos co-nocen, uno de los tantos que usa en la vida. Es la imagen repetida de la que hablaba en el coche María, solo que no le dijo nada de las opiniones tertulianas y malignas de los panelistas obligados de la noche. Entre canal 6 y el 5, elige el 6, se sienta en el final de su lecho matrimonial y desata sus zapatos negros que nunca deja de usar por cómodos.

Es una mujer entrada en los cincuenta años, sostiene un bolígrafo en la mano izquierda y lo mece con toda su rabia hasta marear al bolígrafo indefenso y a los televidentes.

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–Este holgazán no tiene nada que hacer con sus libros, habla de la vida como si supiese todo, es muy soberbio y tiene una falta de talento enorme, no sé cómo pueden leerlo –la mujer mira a la cámara de frente–. Kurt si estás viendo el programa quiero que sepas que no tienes nada que hacer con tus libros. Eres un impresentable, seguramente te han ayudado tus amigos de dine-ro, porque en verdad no tienen gancho tus libros, los dejo en el prologo.

Es un momento único, esos que no se repiten, Kurt mirando un programa de contenido cero, un hito a la pérdida de tiempo. Kurt se para y busca su espejo de las mañanas, lo coge con su mano derecha, se mira y observa el color de sus ojos, intenta ver si hay algo dentro de sí que sirva, que pueda usar.

–Esta tía se va a enterar –en la parte inferior de la pantalla figuran los teléfonos de producción, no duda un instante, es más fuerte que él, es Kurt el que ve en la televisión, algo enfadado–. Sí, sí pásame al plató en directo, si, no me importa, pásame ya, mierda, ¡pásame!, ¿que no entiendes mi francés?, mira pequeño, pásame con el director... ¡bien!, comprendo, bueno ahora que te he oído puedes pasarme al plató en directo, ya, ¡ya!, vale, no quiero dinero, estoy seguro, bien, espero.

Los bolígrafos danzan por todo el plató, cada panelista habla de la literatura inglesa, de los clásicos, únicamente lo que han leído momentos antes de entrar en la lista, nombres que figuran en el guión del programa.

–Me dice el director... por favor no hablen que no se oye nada... un momento, ¡es el director del programa!, están en vivo. Dice que Kurt está en directo, ha llamado y quiere opinar –la presentadora tiene un rostro entre pánico y “haz lo que te decimos”.

–Estamos en línea con el escritor más polémico del momento, Kurt buenas noches te saluda Nicole...

–Nada, nada, solo llamo porque no soporto la estupidez, ha-blan de mí como si supiese quien soy, solo escribo libros, que

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son historias que se me ocurren sin ninguna razón, es decir, que lo hago porque es mi manera de encontrar una explicación de mí mismo, y lo comparto. Como creo en la democracia y creo en todos los que murieron por la democracia quiero que uno de vosotros expliquéis de que va mi novela. Así justifico mis formas al hablar.

–Mira Kurt, tus obras son incompletas, no cuentas nada, tus finales los apagas tan rápido que es imposible comprender el mensaje –tiene gafas de marco negro simulando ser un falso di-rector de cine.

–Eso es verdad, pero es mi maldita forma de escribir.–Deja ya de hablar que sólo hablas gritando, eso no es ser un

escritor.–Perdona soy un escritor porque tengo los cojones de sen-

tarme y crear un mundo y que lo lean y sientan como yo, eso si me perdonas es ser un escritor -la gente aplaude, apoya a Kurt-. Quiero que dejen de pasar una y otra vez el video, tengo dere-cho de imagen y no he vendido ni permitido que se emita esta conferencia de la mañana. No los soporto, ni aguanto sus opi-niones porque debaten la nada contra la nada, que si operaron a esta o quitaron esto al muerto, son lo último si de peldaños de evolución hablase, el final del análisis.

–Kurt nuestro trabajo es hablar de las personas, de aquellas personas que tienen como profesión estar en los medios de co-municación. Y tú estás en uno y tienes que respetar las opiniones ajenas, de hecho la conferencia de la mañana ya estaba firmada y pagada. Respeta a tu público al menos.

–Yo respeto la intimidad de las personas, porque no me impor-ta en lo más mínimo saber de nadie. Sus debates son ciclos, bu-cles de palabras que no llevan a ningún lado. Solo digo que para hablar de mí tienen que leer mis libros, luego hacerme entrevistas que no pienso dar. ¡Intoxican a la gente con esta mierda!

–Qué falta de respeto, Kurt, te crees listo, eres un impresen-table, con el perdón del público, no puedo contenerme –suda de

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los nervios, todo el plató esta revolucionado, el sonido ambiente ha crecido enormemente, el director da un corte a publicidad. Pantalla en negro y anuncios durante minutos.

Mientras.–¡Es un subnormal! Cómo puede hacer lo que hizo, yo no

entiendo, nunca he visto un escritor tener el temperamento que tiene este –quita sus gafas de marco negro simulando ser un falso director de cine y se levanta a por un vaso de agua.

Kurt queda de lo más tranquilo en su cama, extiende sus bra-zos y piernas mirando el techo y suspira expeliendo todo el aire de sus pulmones

–¡Que les den cabrones! –cierra los ojos y lo envuelve una tranquilidad de tarde de verano con ventanas abiertas y brisa en las cortinas blancas. Suena el teléfono fijo, el sonido estridente lo contrae, no quiere contestar, seguro es el director cual sea su nombre.

–¿Sí? –un sí muy ambiguo.–Cariño ya hemos terminado la operación, ha salido todo per-

fecto, el niño está en una habitación fuera de peligro, le espera una larga recuperación. ¿Qué has hecho? –algo trae entre letras.

–Me alegro mucho por ese niño, pensé mucho en él luego de colgar contigo, recordé mi niñez y llamé a mi padre para ver cómo estaba, hablamos un largo rato, estuvo bien.

–Le has mandado mis recuerdos, imagino. –¡Sí!, nunca lo olvido -miente.–Ahora me cuentas qué has hecho. –Nada, acabo de quitarme la camisa y los zapatos –suena el

móvil, salvado por la campana. –Luego te llamo, ¿sí?, te quiero.–Hola. –Hola, mira Kurt, soy el director del programa de hace unos

minutos, queremos que mañana vengas al plató, sólo unas pre-guntas, serán cuatro, sólo queremos la exclusiva contigo.

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–¿Qué? ¿Pretendéis pagarme para que rellene tiempo como los inútiles que tienen sentados frente a la cámara? Perdona, sé que es tu trabajo y comprendo que tienes que alimentar unos hijos, pero no.

Camina por la casa, ya que es amplia recorre cada centímetro buscando un lugar que le conforte para escribir con su portátil, siente algo de inspiración, hay una idea inicial sobre un soldado, lo tiene casi terminado pero no sabe en qué situación enfrentarlo. Darle una guerra del Medioevo sería tan cansador y apocalíptico como dejarlo en un encuentro entre clanes italianos del 40 en pleno New York, quiere darle un toque personal como siempre, un aire de conocimiento, alguien de ojos abiertos, sin perder lo es-pecial del aventurero. Pero no tiene porque difuminar una vida en segundos solo por el hecho de que no es como espera, entonces tiene que dejar fluir sus dedos para que se componga Berg el an-tónimo. Pero ninguna novela se construye con un solo personaje sin que se enfrente a un ser contrario a él. Berg está solo, en una silla contra una pared blanca, muy blanca, siendo en este caso el antónimo del personaje del pozo y el péndulo de Poe.

Kurt solo puede ver a Berg en blanco, contra la pared sin nada más que su espalda. Le pregunta: “¿Quién eres?”, sin estupor, sabiendo que le pregunta a su mente, pero no se condiciona y lo hace decidido. Titila el cursor del editor de Windows esperando respuesta. “Quiero que me quites, no quiero ser tu personaje, no me gusta quién eres hoy, déjame”.

Está claro que algo sucede con Berg, primero tuvo nombre y ahora contesta.

-Cómo puede ser que pueda hablar contigo si eres mi perso-naje, no existe esto.

–Claro que existe, yo soy Berg, hace tiempo que esperaba aquí, antes era algo más oscuro el sitio pero has agregado mi antagonismo universal y ahora solo soy blanco, sin historia, pero me sucede algo extraño, siento estar en el exterior, haber vivido

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algo como tú, pero sin ser tú, exactamente. Cuéntame quién es ella, sólo se su nombre.

–Pues... María es mi mujer, es cirujana en el Hospital de Mes-sine Santé, llevamos quince años de casados, es el amor de mi vida. No hay más –cierra el portátil, Kurt pierde los nervios.

–No tiene diferencias, ninguna diferencia entre él y Kafka, y menos con Artaud. ¿Por qué siempre se me ocurren historias que existen? –se pregunta indignado–. Toda la vida intentando crear la mejor justificación, el minuto exacto de completitud, pero no hay números naturales que dejen lleno el hueco en la teoría, soy el escritor de mi propio final.

Ha llegado al origen.

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Sigue allí, mirándonos, siendo esa energía única, ese cosmos de conocimiento y altruismo.

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ARMÓNICO Y DESALMADO

Dejas de serlo, dejas los cálidos. Tu piel tuvo bondades principales, quizás brillos

anudados. La rosa quemó tu palma y la rehízo nueva, por los

tiempos de novenas, quizás vientos verbales.

Adiós, te diría, te saludaría con algo más que dolor, pero siempre puedo decirte adiós, ¿verdad?

Fuera sabemos que es indistinto, armonioso, universal.

Y de que me sirve saberlo, si miro solo tus ojos cerrar la vida... anúdate en mis parpados, te llevo

lejos, donde los recuerdos te animan, te despiertan...

...nos fuimos lejos y cerca porque quisiste vernos antes, el mismo día de la vida (del cosmos) en que murieron algunos

grandes. Tan mínimo y ensimismado, tu mundo fue mundo hasta el

instante aislado, donde todo fue oscuridad.

Nos sabemos juntos, solo porque así yo lo quisiera.

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¿Y mi hermana?, te va a doler cada día de esos que deseabas.

Siempre allí, pensándote.

No sabemos qué vida tenias, tu universo lo llevas al caos mismo, al equilibrio único.

Tal que... ...nunca podremos dejar de soñarte, de ver la última imagen, tus últimos respiros, tus adioses unidos, tu salud dejándote en la vida, dejándote en tu mente

junto a la muerte.

Es tangible, es tan poco acuosa la muerte, no la toques, no la llames, no recuerdes tus silencios.

Te estamos tomando de la mano derecha, esa que no tuvo

heridas, ni sondas, estamos porque lo deseamos.

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Si todo termina bien significa que he llegado al destino co-rrecto, a la ventana derecha de la esquina de Alameda Urquijo y Díaz de Haro.

Me gustaría contarles que es lo que aconteció esa noche luego de fabricar centenares de copas y elegir la borrachera del día.

Como es habitual al finalizar la noche rescato a algún mal herido y lo dejo frente a su portal, solo que la noche anterior al eclipse hubo algo que me detuvo durante algunos minutos en trance. El portal es el numero 44 de la calle Autonomía, en él, hay numerosos cuadros de algún artista fallecido, deducción lógica por la calidad y estado de las pinturas. El dañado en cuestión no tarda más que un minuto y medio en recomponerse, coger las lla-ves y entrar de lo más apurado al ascensor. Quien sabe la mujer que espera dentro. Mi asombro comienza en este instante.

El portal entre oro y hierro esconde detalles únicos, que datan de mas años que las obras pictóricas de la entrada, eso comen-zó a alimentar mi curiosidad, solo que de una manera más bien romántica, solo por el mero hecho de conocer algo mas en una ciudad aburrida. Pues sí, Bilbao resulta de lo más aburrida en plena noche de invierno.

Sin recabar más imágenes en mi consciente concluyo mar-char a paso lento, mis manos dentro del saco intentan buscar algo de calor, está claro que no hay un alma en la calle, que las luces iluminan a la perfección el orden que impera en la ciudad, solo se oye la pequeña furgoneta robot que limpia las aceras y ordena los cubos de basura. Comienzo a recordar Buenos Aires,

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solo para pasar el rato y consigo limpiar una imagen de la avenida Corrientes, los teatros, la cantidad de organismos vivos que com-parten el orgullo y la desgracia de ser argentinos, pero eso no es lo que realmente recordé, sino la sensación de arte que recorre esa avenida.

El de los ojos separados me retrotrae a una Francia imagina-ria donde escribía pasajes a lo desconocido y es cuando vuelvo a mirar el frente, me detengo ante el rojo del semáforo y miro el paso de cebra impoluto, solo falta brillo, porque olor tiene. Focali-zo en las aristas entre lo blanco y el asfalto y noto la imperfección lógica, veo los puntos que son piedra mezclada y recuerdo la al-tura del obelisco y lo pequeños que somos al pasar junto a él. Me pregunto qué hago tan lejos, luego me respondo lo que siento en el día y me formulo un futuro prometedor, para mis novelas, para mis películas que todavía no están hechas, comprendo que hay momentos para todo.

Hay tantas nubes como puede haber, todas vienen del Can-tábrico, con una brisa acogedora de frio polar, comienza a caer un rocío constante, en Bilbao eso tiene nombre. Sigo quieto y concentrado, mis manos continúan en el saco y el semáforo sigue funcionando. Podría ser un policial negro donde el crimen se ha resuelto de una pista insignificante pero antes con toda la sangre que se pueda derramar, eso no puede faltar. No fumo y ni bebo lo que beben, bueno algo sí.

Alguien viene detrás puedo sentirlo.Choca contra mi espalda, siento romperme en pedazos,

suenan algunos huesos, ese alguien ha puesto un paquete en mi brazo izquierdo, pero mis manos siguen en el saco, como si llevara el periódico matinal un domingo cualquiera.

Pienso primero en correr y preguntar qué sucede, pero me invade una sensación muy dolorosa y prefiero quedarme quieto y con el paquete. Pasan algunos minutos más, todavía compren-do muy poco lo que acaba de suceder. Miro lo que me rodea,

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la boca del metro está muy cerca, no sé si moverme, seguir quieto.

¿Quién cree tener la audacia para hacer lo que hizo este indi-viduo?, o lo que sea. La boca del metro es un sitio justo.

En mis pensamientos comienza una cuenta regresiva, algo me dice que puede ser peligroso, pero que es en realidad, si ni siquiera lo vi, no sé cuánto pesa porque está integrado a mi cuer-po. Debo tocarlo con las manos sentir qué puede ser y ver qué puede decir. Los minutos apremian porque mis pensamientos me contradicen, algunas imágenes del mar intentan relajarme pero no puedo, esto es algo más que una simple caja.

Giro solo mi mirada, dejando los detalles del paso de cebra e inicio el trayecto hacia la boca del metro, hay luz pero no hay gente, tengo que saber que hay dentro.

Leo el letrero de los horarios, resta algún tiempo para las 6 de la mañana, el nombre de la estación está en rojo y blanco como todo en el botxo.

La caja sigue integrada en mi, algo de temor me dice que siga donde esta, otra parte de incertidumbre pide una sentencia, y yo mismo que es un yo fraccionado dice que todavía no intente nada, bastaría para mover la caja de forma abrupta para que suceda algo que no queremos, quiero.

Los horarios siguen ahí, la luz también, y me detengo en un tiempo mental a desempolvar la vida de Buenos Aires, las noti-cias internacionales de tanto en tanto apuntaban a la porción más independentista de España, como toda información de trayecto amplio llegaba deformada a gusto de quien la poseía, nunca com-prendí la real intención. Nunca en esos instantes hubiese pensado llegar a tierras de compromiso y autodeterminación, no me creía capaz de transitar la inseguridad, y como todo fragmento de los recuerdos inconclusos recogí la sensación de paranoia e inse-guridad que tenía en ese entonces. La clave para retrotraer todo es una de las veintena de robos en las que estuve presente, otra la manera en como mira la gente a el resto, donde nadie queda

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exento de ser sospechoso de alguna barbaridad. Poder caminar inalterablemente por la noche es una satisfacción para quienes somos, deambulantes nocturnos, involuntarios.

La maldita lluvia no cesa y me siento algo solo esperando ver que es lo que cargo en mi, creo que la soledad igualmente no es lo que me desespera sino la pérdida de camino y recorrido que pierdo hoy.

Suena mi móvil, hace tiempo que no me llama el móvil, o la gente que está del otro lado, en otro móvil, o con otro móvil en el.

–¿Hola? -mi brazo derecho se moviliza en toda la tarea, el izquierdo igual que antes, esperando instrucciones.

–No intentes nada –es más que un consejo, y su voz me resulta algo familiar pero no en la noche, es una hora en que distingo solo las luces y la oscuridad, tendría más facultades de no ser por las pastillas que me traen en andas sin remedio por la ciudad.

–Pero, ¿qué dices? -contesto despreocupado, algo imperativo.La llamada ha sido finalizada. Han sido cuarenta y cuatro se-

gundos en el aire, no puedo precisar nada, y esto me deja con la intención de saber quien ha dado conmigo. Miro el móvil, ingreso a menú principal y busco el número de origen. Suena el teléfono a un metro de distancia. Miro a un lado asustado, continúa sonando, se despertarán todos si dejo que continúe, me verán aquí en el metro cerrado, bajo la luz, con un paquete, no quiero problemas. Atiendo.

Cojo el teléfono verde de la gran compañía verde y se oye sonido de aire, viento.

–Suelta el móvil ahora mismo –es otra voz y no me es nada familiar.

–No puedo, tengo mis manos ocupadas.–Suelta el móvil cabrón, apáñatelas –creo que habla muy se-

riamente, no quiero disgustos.

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Apoyo el oído derecho en el tubo y continúo oyendo el sonido ambiente, mientras que cojo el móvil, me quedo inmóvil sin saber qué hacer realmente con él, es caro, es muy bonito.

–Suelta el móvil ahora, hijo de puta, ¿qué crees?, comienza a temer, no hay nada que puedas hacer, hazlo ya.

¿Me ve?, veo todas las ventanas y hay unas pocas encendi-das y relampagueantes de esas que tienen la televisión encendida y ellos durmiendo.

–Que lo sueltes ya, ¡coño!–Vale, vale, ya está hecho –mientras digo esto lo piso con

fuerza para que no responda más, veo como queda totalmente destruido. Me apena verlo así.

No hay más nada detrás, quedo nuevamente solo, sin comu-nicación, con preguntas y con mucho miedo. Algo no tan nuevo en mí.

Me estarán jugando una broma de esas jodidas, o algún tipo de programa enfermizo de Holanda o por allí, pienso. En un cuento que creé en mis primeros años de literatura el personaje principal sufrió algunos imprevistos programados para detonar su ira, la resultante de todo, era que al fin confiese el cruel asesinato que había cometido tiempo antes.

No soy eso, mi gato me raya toda la cara y lo dejo para que no pierda su gen felino y salvaje, aunque ya no lo sea. No podría ser yo objeto de alguna imprudencia, ya que soy alguien limpio en culpa.

Las teorías de conspiración pueden ser un tema apasionante, pero igual de paranoico y peligroso que caminar por una favela brasilera. Nada del tamaño de una caja puede hacer daño, o puede hacer mucho daño y no comprendo que contengo aquí. Prefiero no pensar, siempre fui así, dar vueltas a todo, querer comprender lo inexplicable solo para poder así satisfacer la ne-cesidad de saber porque realmente me mantengo vivo.

Pero no quiero morir, no debería morir ahora, tengo mucho miedo a la muerte, siempre que siento en el estomago esa sen-sación de correr mucho, de encogerse, y luego ¿qué?, dejar los

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pensamientos, dejar de ser, apagarse como un ordenador, en este caso orgánico, y dejar de existir, de modificar y comprender.

¿Tendrá algún explosivo? Es Bilbao, vengo de fuera y soy hijo de un español, es otro lugar muy distinto y realmente no sé si las fuerzas vuelven en mi contra, explotar, es solo un instante.

Apoyo la distinción de ser distintos y querer conducir distinto un país dentro de otro. Pero no quiero explotar sin conocer nada de la lucha verdadera de miles que desean ser vascos sin matar, sin dañar la integridad. Pero fuera quieren que esto siga en pie, solo para justificar el robo directo que sufre el País.

Quizá esté equivocado, soy joven y puedo permitirme pensar cualquier cosa, tengo derecho a la revocación de lo que no quiero, puedo elegir dónde y cómo quiero mi vida.

¿Y la caja? Decide por mí.Estoy harto de contener la rabia, no quiero cargar con esto,

tengo que deshacerme de esto cuanto antes, es la única salida que encuentro. No pienso mientras camino hacia la esquina si-guiente, la opuesta al semáforo donde me encontré con toda esta culpa insostenible que me abate. Tengo frio y estoy algo mojado, no quiero tener que dejar mi vida en esto. Igual es una mera co-incidencia del destino, una parte inconsciente del mundo, donde todo sucede, por eso es de noche.

Camino solo, claro está, porque nadie camina a estas horas, y mi teoría del inconsciente mundial se borra, pero la rabia nue-vamente aborda mi ser, ahora estoy aún mas mojado y a escasos metros de la esquina. Alguien chista de lejos, detengo mi andar y siento un leve cosquilleo en la nuca, esos que al apagar la luz en un pasillo nos toca el alma de cerca y corremos a encender otra solo para sentir paz o tranquilidad, que no es lo mismo pero se parecen.

Cual liebre en un monte muy verde me escondo de lo que no conozco, medito un instante si hay algún tipo de centinela incansable, pienso en una película en blanco y negro y me da miedo, odio el terror, pero lo siento, estoy horrorizado con la idea de que alguien vigile mi caja. Me he apropiado de algo que no me

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pertenece, solo la idea, que es la parte inmaterial del asunto, lo inteligible, un formato de algo.

La idea de que la caja fuese algo peligroso me altera pero me da energía para mantener el miedo y la permanencia de mis movimientos involuntarios.

Ya intuyo que todo tiene una mecánica, pero quien creería algo así en medio de la noche con una caja sin contenido real, porque lo que tiene no es más que mis pensamientos en constan-te conflicto, queriendo complicar aun mas mi situación mental, tie-ne que ser algo especial, no tendría sentido alguno su existencia en el caso de estar solo en mi brazo izquierdo por una casualidad estúpida.

Comenzar a andar por la ciudad puede ser una clave para que todo tenga claros en el agua donde ver que es lo que hay detrás de la fachada aparente.

Se puede oír a lo lejos el agua del parque de los patos, ahí todas las tardes dejaba una parte de mi para desinteresarme por el tiempo y las variaciones inexorables en mi vida y la de mis congéneres, es la naturaleza integrada de una forma humana y animal, con cientos de especies vivas en pleno desarrollo y en coexistencia con nuestra especie, la humana, o lo que seamos según otros en un parque. Sigue siendo oscuro recordar solo por sonidos, pero es así, el hedor mismo de las papeleras viaja e inunda la ciudad con un olor tan particular que sería imposible no asociar eso como una característica propia del lugar, es algo así como el río Támesis en Londres o la esfinge de tabique nasal de boxeador o drogadicto, algo más que corroída en alguna parte del Egipto antiguo.

De solo abrir la boca expelo un humo de calor, un vapor que intenta ser nube pero se esfuma en el frio repelente. Instantánea-mente repaso en mi transito neuronal una secuencia de palabras inconexas, pueden ser intenciones básicas de mi cerebro de co-menzar a encontrar lógica matemática, pues todo es algo caótico dentro, se necesita un orden que contemple una teoría. No tengo

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más que sentarme en la acera y coger con mi mano derecha la bendita caja color madera. Miro al cielo solo para pedir una ayuda extra persona, solo por si todo sale de una manera que no está planeada, por mi, claro.

Hay una etiqueta blanca en el centro de la cara frontal, es un paquete pequeño del tamaño de mis dos manos juntas, es un rec-tángulo casi cuadrado y su espesor es la mitad de mi mano más un dedo. Pesa algo más que un kilo y puede contener miles de posibles objetos, ya me resulta algo novedoso la idea de imaginar que es lo que hay viendo la constitución de la caja. Cierro los ojos para imaginar porque realmente me sucede esto y veo en mis visiones un cubo de basura, unas palabras con mi voz dicen que arroje la caja y todo lo que contiene, me pregunto qué hacer, abro los ojos y desisto, hay alguien frente a mí, mirándome fijamente.

–Estoy harto de ti, siempre es lo mismo –me habla directamen-te a los ojos y noto una peculiar coincidencia con la voz anterior en el móvil, pero no lo puedo reconocer, en su rostro no hay luz franca.

–¿De qué hablas?, no sé qué hago con esto y no entiendo por-qué me hacen esto –no deseo hablar con él cómo alguien a quien conozco, pero mi instinto inicial es ser franco y directo, mi rostro entre estupor y lagrimas dice lo que resta de mi interpretación.

–No hay tiempo para explicaciones, los grafismos tienen que estar a primera hora donde siempre. Todo depende de su asisten-cia, podrías enterarte algo mas, pero siempre pasa esto, es válido asombrarse, pero hoy no es un día más, hoy termina el ciclo y deben estar en su sitio a la hora convenida, tu sabes quién debe morir y quien debe contener, se inteligente y todo seguirá siendo una vida normal, seguir mañana dependerá de ti, Solo de ti –impa-sible con la frialdad de un medico en urgencias y la contemplación de un filosofo griego termina y se desplaza en la oscuridad de la calle Rodríguez Arias, en la fuente desaparece y ya no puedo mantenerme sentado, no debo perder tiempo, lo ha dicho, pero no comprendo que es lo que tengo que hacer.

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Uno

Al tiempo lo vemos, lo palpamos con nuestros deseos y lo ha-cemos muy útil para evolucionar, lo contenemos en una fragmen-tada memoria colectiva. El tiempo lo destruye todo, todo, incluso se autodestruye a sí mismo.

Me puedo sentir cazador y cazado, tengo que escapar y mi coche está lejos, no hay autobús ni metro hasta entrada la prime-ra hora del día, no quiero decidir por nadie, la vida es lo más frágil y único que existe.

Recuerdo leer a Cortázar por las tardes, en un invierno de hu-medad y lazos destruidos, para fortalecer eso que había perdido, pero fortalecer lo que no tenia, saber que ya era un hombre solo en una tierra derruida por la ambición.

En unos de los cuentos Julio viajaba sobre una isla en un avión de turbina, observando cómo aquello se convertía en una obra de teatro viva, y podía verse como todo se volvía contra él, el saber la clave lo hizo desaparecer, solo y olvidado en algún rincón de Francia.

La muerte, el dejar la existencia, los pensamientos, la com-plejidad del azar y los rostros de todos quienes quieren mirarme es algo que no podría soportar, obviamente estando vivo. De solo pensar que todo acaba en lo mismo me atormenta. De niño solía dormir llorando por mis padres, mis hermanos, siempre los imagi-naba morir y lloraba por ellos, luego reivindicaba sus existencias en mí y reía en la mañana como un niño, pues lo era.

Buenos Aires y Borges, Borges, los espejos abominables y la calle Maipú, donde pudo escribir algo de lo que luego, fue un punto espacial donde todo lo podía ver y contemplar. Algo me trae sus palabras y puedo sentir la brisa del Rio de la Plata, deambular la reserva ecológica y sentir que esa tierra no es mía.

La terminal tiene que ser el único sitio para escapar de la ciudad, tengo algo de dinero en metálico, solo eso. Quizá en Irún

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pueda estar unos días hasta poder ir a Toulouse donde tengo algo más que mis anhelos, mi primer novela.

Olvidando un poco mi encuentro reciente puedo recordarme a mí mismo que sigo siendo un escritor y que todo puede nutrirme para lograr otra novela. Seguramente tendré algún tiempo para volver a sentar mi cuerpo y hacer algo más bien interesante. Es tan duro ser joven, escribir y describir que nos es solo una mera afición sino un modo de vida, una manera suave de pasar el tiempo siendo algo útil para quienes necesitan esclarecer en la lectura una parte de sí mismos, o nada, pasar los minutos en la creatividad de la mente y los conceptos, ajenos y propios.

Dos

La espera tiene que ser compartida, en la eternidad de la in-condicionalidad física puede resultar incómodo ser algo más que una unión orgánica de átomos.

Bajo el reloj de pared enorme y las paredes rojas y blancas que caracterizan a Bilbao, espero que la salida a Irún sea pronto. Pasaran unos minutos para saber cuánto falta, no puedo decir a qué hora es, ya que el tiempo no es más que pensamientos den-tro mío. Estoy en la terminal de autobuses, junto a la universidad de Ingeniería.

Suena el teléfono verde que esta frente a mí, es algo pequeño cuadrado y apoyado en una mesa alta blanca, donde se puede escribir o mirar los billetes, leer revistas o solo apoyarse para es-perar. Suena y pienso igual que antes, la gente se despertará, ya que aquí muchos errantes sueñan todos los días con vivir dentro y no fuera. Hace frio y un poco de movimiento no me hará daño.

–¿Qué quieren? –ya sé que es para mí, y quienes pueden ser, no hay rodeos.

–No puedes escapar, mira a tu alrededor, todos conocemos quien eres, no puedes disgregarte, tienes que aceptar, la caja tiene que seguir su curso, siempre ha sido así, hoy te ha tocado

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y el cobarde que te ha hecho cargar con todo esto, obviamente está muerto y sin opciones –continúa siendo duro y eso me hace estremecer, por dentro prefiero morir que a seguir con esto, pero algo me mantiene despierto y atento, algo más que las pastillas, no puedo determinarlo.

–Tengo todo lo que quieren, puedo abandonarlo en mi asiento y viajar sin necesidad de que todo pueda peligrar –solo doy un aire de opciones, solo es intentarlo.

–No ha lugar, no cabe en las condiciones que sueltes la caja, eres el cofre, sin el mueres, no puedes soltarlo y cederlo inclu-so a tu lado, esperando. No puedes, porque eres todo eso que contiene –es tan claro, tiene una seguridad en su voz, es como si supiera todo lo que hago en el instante.

–No puede ser, es una mentira, no tiene lógica –desmitifico sus justificaciones.

–Claro que la tiene. ¿Cómo explicas todo?, ¿las sensaciones de conexión?, miras arriba por algo, no son simples apariencias, es una realidad, eres lo que sostienes, quien te ha puesto terrible reto ha muerto de causas naturales, tú has sentido como ha de-jado de existir, aunque no lo has visto siquiera, eso te ha rodeado –es verdad, sentí como sus huesos explotaron en mí, pero solo fue por dentro, nunca pude ver a nadie concretamente, creí ver, pero, pues no lo sé.

–No quiero ser preso, ya me duele ser quien soy, es una carga muy grande. Quieres hacerme responsable de un acto que va contra mis principios, quieres que deje mi moral por mis miedos y convierta así tu causa en algo justo, porque yo soy un jugador casual en tu estrategia, manejas las variables mejor que nadie, tú y los que están contigo –puedo sentir fuerza, es magnífico expresarme-. Has dado en muchos de los puntos, y mi condición existencial se halla en un punto problemático, soy el último respiro para tus logros, tendrás que negociar conmigo.

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–No existe negociar, somos mucho más de lo que piensas, el contenido eres tú mismo, créelo o no, morirás si dejas tu respon-sabilidad de lado –cuelga sin más preámbulos, fue claro, y no sé como continuar, me fio de mi y dejo todo, me fio de él o ellos y pierdo mi libertad por el resto de la noche, sin saber qué es lo que realmente sucederá luego de entregar la caja.

Un vagabundo despierta del letargo, viene directamente a mí, lleva su bolsa marrón oscura en un hombro, tiene mucha barbilla y su cabello es más bien un cabello. Está más abrigado que yo, es-pero sentado nuevamente bajo el cronómetro gigante de pared.

Se paraliza frente a mí, lo miro firmemente, se coloca a unos centímetros de mi talante inconmovible, perdura en su recono-cimiento largo rato, inmóvil con la bolsa marrón en su hombro derecho, ahora mismo lo noto. Estamos detenidos en un tiempo real, dentro nuestro estamos sintiendo mucho miedo y descon-cierto, podría ser él quien me dé la ayuda que necesito y las respuestas que me pide mi consiente. Sigue ahí, derivado de un animal cuadrúpedo al igual que yo, es algo más oscuro en todos los sentidos.

Llueve con más intensidad y el sonido de las gotas se traslada por toda la terminal, los que duermen pueden hacerlo aun mas confortados, esto puede ser un comportamiento ancestral, de haber dormido en las cavernas y sentir el eco de los sonidos del agua en todas sus extensiones. El reloj continúa su recorrido y nosotros el nuestro, inmutados en el aire fresco y la brisa demo-ledora de escasos grados centígrados.

Mi novela tuvo mucha humedad, cuando la termine sufrió muchas lluvias y relámpagos, aun así sobrevivió a todos los pro-nósticos y viajo a la ciudad del sur de una Francia abatida por la guerra y el hambre. Aun tintinean dentro de mí las bombas que imaginé rozar en la casa que habitaban mis personajes tan que-ridos, Santiago, Lupho y Carla.

Cierro los ojos, como si el vagabundo me lo sentenciara, veo mucho fuego y un animal suelto en un bosque en llamas, siento

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querer salvarlo pero me es imposible. Caigo en una fosa natural de agua y tierra y floto sin moverme. Veo un aire gris y algunos rayos golpear fuertemente sobre el resto de mi campo visual, siento olor, no puedo saber qué tipo de olor, son tantos que pa-recen uno.

El primer ojo en abrirse es el derecho, ya no hay nadie más, el teléfono sigue ahí en la mesa alta blanca. La lluvia no cesa y tengo mucho más frio que antes, siento muchas ganas de beber agua y llorar. Respiro por la boca, abro los ojos mucho más que antes y siento como el frio entra en mis retinas, en los parpados puedo contener aun mas helada, hago fuerza hacia adentro con mi nariz, tiro del aire nocturno hacia adentro para que nada salga hacia fuera, en otro momento de mi vida estaría deseando estar en mi sillón, plácido, mirando algún documental en la cadena de los animales.

Ayer, al levantarme tuve una sensación de preocupación, no fue más de lo que puede ser un día normal, pero me resulta alarmante que lo sienta identificado ahora mismo, como si todo esto fuese el ensoñamiento posterior al sueño. Sé que mis últimos meses fueron algo raros, desde que todo sucedió no he vuelto a conocer a nadie más, Iñaki siempre lo decía.

–Tío, tienes que dejar de escribir tanto, vamos a la casa del Bandido a por unas copas, solo para que relajes colega –siempre me pedía lo mismo, incluso en los mensajes en el móvil.

Las letras y la soledad, pueden ser dos títulos de alguna pe-lícula melancólica sobre los albores insufribles de la vida, nacer, reproducirse y morir, algo que no me gusta seguir en orden. Mi apartamento es un lugar simple y acogedor, al entrar hay un gran espejo que da como bienvenida la imagen de quien entra, junto al reflejo un guardarropa y un cuadro pintado por mí, en una adoles-cencia de búsqueda artística. El salón es lo primero que se puede disfrutar, un gran sillón con su gran escaparate electrónico, ese que vemos todos para estar sedados y dejar de lado nuestros pensamientos. La ventana puerta da a un balcón inútil, con una

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vista al gran monte de Artxanda, no tienen porque saber donde resido exactamente. Luego mi habitación, mi estudio, nuestro, mi cocina, mi baño y mi contra balcón que da a la ciudad. No hay ninguna mascota, nadie que me dé algo de amor incondicional, nadie que me haga difícil algo, nadie que escuche mis escritos cotidianos.

Alguien me falta pero no lo recuerdo.Vuelvo a mí, donde me han dejado, quieto y helado. Noto que

ya no hay nadie en la terminal, cierro la boca y utilizo nuevamen-te mi nariz para respirar, aunque me duela un poco y casi no lo aguante respirare así, me hace sentir más hombre y menos idiota. ¡La caja!, lo recuerdo todo extranjeramente, un poco español otro poco argentino. Algo me dice dentro que la caja está contenta, por estar cuidada por mí. Miro mi mano izquierda y sigue ahí su color y tamaño, su etiqueta blanca. Siento tranquilidad, como al ver a un hijo luego de estar perdido en la playa. Suelto una leve sonrisa, mas para mi mismo que para el exterior. Me rio de lo que está escrito, no dependo de ningún escritor para poder conocer lo que me depara, soy mi propio novelista, tengo el poder de co-nocer el futuro sin entender que es lo que sucede exactamente, no pienso quedarme en las dudas laterales de mis pensamientos, solo quiero saber qué es lo que tengo que comprender.

La niebla tapa mis tobillos y continúa ascendiendo rápidamen-te, corro lo más rápido que puedo, el sol tiene todas las intencio-nes de salir nuevamente y abrir muchos ojos. Cien metros, cien más unos metros, las distancias comienzan a acortarse. Ya no me importa si mis palabras, letras tienen sentido, solo sé que quiero correr lo más rápido que pueda a la esquina de Urquijo y Díaz de Haro, algo me espera. Quizás tenga todos mis hijos esperándome en una gran celebración de congratulación o sea una estafa letal para ayudar a unos hijos de puta a realizar una masacre solo por justificar algunos puntos morales de ellos y otros aun más hijos de puta, no es eso, estoy seguro. Me enojo conmigo mismo por creer que todo tiene explicación, me pregunto porque todo esto

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me pasa a mí y no a otro ser inoportuno, sigo corriendo y sudan-do. Miro el cielo y solo veo el color gris pleno, algo me lleva hacia delante, a querer llegar al destino. No puedo comprender que ella lo dejó todo en esa habitación, podría haberla dejado explicarme, pero no pude. Siempre fue más fuerte mi odio, quiero desapare-cer. Quiero correr mucho más rápido, estoy agitado, muy agitado y sigo queriendo ser aire, volar y olvidar todo esto. Me duelen los pies, estoy por cruzar la última esquina y puedo ver como el aire se renueva y el sol sale con tantas ganas solo para iluminarme, pienso. Veo alguien frente a mí, me falta tan poco, esa espalda me dice que la choque y deje de correr insuficiente. Puedo dejar todo aquí mismo. Es un hombre y tiene un tapado negro muy largo, sé que puedo chocarlo, algo me dice que sí, lo elijo. Recuerdo las palabras de quien me hablaba por el tubo verde e intuyo poder evadirlo, esquivar sus ideas y dejar que el resto haga lo suficiente. Puedo vivir o... puedo dejar de... soy dueño de mí, soy mi propio literato, mi ensayista por naturaleza y hago lo que me apetece, nadie podrá decirme que crear.

Estoy tan cerca de su espalda como de la esquina, cierro los ojos, veo todas esas llamas nuevamente, veo esos animales ahora, miles de ellos ardiendo en esa perpetuidad brutal, creo encontrar algo de tranquilidad aquí, siento el aire en mis mejillas y cuello, es algo de frio. Reaparecen Lupho, Santiago y Carla, sus rostros siguen siendo mi invento, sus personalidades incuestiona-bles, mi novela sigue siendo toda una vida, una grilla de historias incontables en un mundo alterno, eso que nunca edité, que na-die pudo leer, pero que disfruté a cada instante mental, en una Francia aniquilada. Esbozo entonces una leve sonrisa, mas para mi mismo que para el exterior, porque el exterior sigue siendo absurdo, como mis acciones, o las últimas. Me río de lo que está escrito, aunque no sea yo mi propio cuentista.

Sigo en velocidad ascendente corriendo cuan pantera negra en caza, y lentamente extiendo mis brazos hacia el sol que me enfrenta, lo más alto posible, mis axilas duelen y se resquebrajan mis huesos de la fuerza, sigo corriendo aun más rápido que antes,

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mis pies se desprenden juntos del suelo, pienso en lo que resta de tiempo y puedo ser muchos más que hoy, puedo vivir más vi-das y elegir este último instante, sé que es lo correcto, tengo esa certeza que tanto imploré...

Suelto la caja con mucha fuerza y creo saber el final de los grafismos de Waterloo.

Han pasado doscientos años.

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La puerta

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“El hombre es nadería conscien-te de sí misma”

JULIUS BAHNSEN

No para de recordar cuanto le cuestan los títulos, es que tiene en su diccionario mental 100 formas de auto negarse a situarlos. No es solo eso, es que sus errores de tiempos verbales son aun más problemáticos, tiene el vicio de corregir mientras escribe, sabe que eso lo detiene a un tiempo menos productivo pero lo hace igual, no corre como los otros, no le interesa vender más, le alcanza para vivir en North Ford. Junto al mar, el mar junto a las rocas y sus baños constantes, es el sonido que le apetece cuando recuerda las vacaciones de niño en Gloucester, muy cerca del sur de su gran anhelada ciudad adoptiva.

No puede consigo y lucha con las correcciones en rojo que le impone una y otra vez el editor de texto, acaba de beber un café colombiano mezclado con otros mas, es el café del País Vasco, el que todos beben porque es el mejor, tiene crema. Harto cual cazador en su espera deja el ordenador encendido con la pan-talla a punto de estallar en rojos malintencionados y se recuesta en la cama de 4 metros cuadrados, cierra los ojos, suspira con la pereza única de querer dormirse. Pasan algunos minutos en imá-genes vagas de algunos tiempos, recorre calles del pasado mira objetos que antes no miraba al caminar, deja que comiencen sus pensamientos, tiene una teoría sobre este estado. Según él, todos nosotros en estos momentos estamos usando parte de nuestros músculos, moviéndolos, incluso un dedo del pie, estamos siendo influidos por el ambiente de ruido y calma, pero influidos al fin,

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y no podemos tener estos pensamientos de los que él si puede gozar en estos momentos, es decir, navegar la mente, y conseguir las respuestas acertadas de sus ideas más grotescas ya que su cuerpo en estos momentos no tiene más que el uso único de su mente, y algunos movimientos, pero pocos, como puede ser el movimiento de sus ojos al imaginar. Sostiene que todos los es-critores tienen que pasar por varias etapas y esta es una, la de encontrar la idea entre las ideas, algo que debe recordar al abrir los ojos, aunque le cueste. Casi todo lo que teoriza se encuentra fuera del terreno de la experiencia y lo hace un inútil de la verdad, porque la verdad se funda desde la realidad y la realidad desde uno, y uno es una nefasta coincidencia entre milagro y maldi-ción.

Ya no es el que era, no puede dejar fluir lo que acontece y escribir, tiene el tiempo detrás, y los profesionales que estudian si sus libros tienen el factor X del éxito. Tiene una técnica interesan-te este en cuestión, lo que hace es leer algunos clásicos (típico), revisar la lista de últimos best sellers (patético) y la de los últimos Nobeles de literatura, medicina y física (imitador). De ello hace un esqueleto de la historia y trabaja los personajes (una foto mental), forma el carácter del principal y de algunos secundarios, toma unas copas en un bar céntrico (se harta de beber copas) y acude a bibliotecas a charlar con lectores asiduos (u oírlos charlar), luego se sienta en un bar de moda con su portátil y cual esponja huma-na escupe letras durante tres meses, como todos. Consecuencia, una novela para la editorial. No le resulta tan fácil, por lo general es así, una teoría estúpida y sin sentido, pero efectiva.

Paralelamente.Camina y deambula la calle, la playa y los bares de borrachos,

solo para escuchar según el orden anterior, el sonido del artificio, el del mar y las voces de quienes todo lo perdieron o están por perder. Normalmente le cuesta mucho mas escribir sobre lo que oye, porque tiene su reloj, su tiempo espiritual o su pensamiento lateral para poder descartarlo de sí y darlo al colectivo lector. Sus

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tiempos muertos son lo que más le agobian, eso y su sensación de pérdida al imaginar, al volverse ansioso.

Hay gente que lo llama todos los días, según suena el teléfono sabe que es para él, porque es el único que existe en esa super-ficie o cueva lineal, antes existían mas.

Suena la puerta, lo despiertan de sus pensamientos únicos que ya no recordará y que tanto ha disfrutado estos minutos. Da pasos insonoros, sigiloso se acerca, tiene saliva acumulada y no quiere tragar. Suavemente se apoya contra la puerta marrón oscura y se mantiene en la postura intentando oír algo. Un jadeo constante le sugiere cansancio.

–¿Si? –no mira nunca por la mirilla de la puerta de madera oscura.

–Hola, me llamo Crystal, he dado con su dirección y quiero hablar con usted, solo unos minutos –su voz es algo temblorosa, denota una edad avanzada.

–Sabe si lee mis libros, ¡los paralelos!, que no hablo con des-conocidos, ni con periodistas a menos que yo me acerque, ¿Por qué se le ocurre que seré distinto con usted? –dice él mordiéndose el labio inferior.

–Porque... –su voz algo mas quebradiza–, porque estoy mu-riéndome, y solo quiero hablar con usted unos minutos, vengo de lejos y no sé si llegaré a volver.

–Cómo puede hablar así, cree que porque diga eso me some-teré a dar mi tiempo a alguien que no conozco, olvídelo, no es la única persona que ha intentado que abra la puerta, la gente ha hecho muchas tonterías. Lo siento.

Gira sobre sí mismo apuntalando su espalda contra la puerta, mira en alto negando con su talento mientras obstruye su boca con la mano derecha. Odia los silencios, le dan vergüenza ajena, y es lo que siente por esta extraña.

–No, no lo siente. No sabe ni siquiera si mi nombre real es Crystal –deshecha de sentimientos.

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–¿No lo es? –pregunta curioso.–Eso no importa –contesta Crystal algo enfadada.–Ni a mí, sólo es curiosidad, una estúpida curiosidad que tuve

siempre. Por eso creo que soy escritor.–Ya me cuenta algo, es increíble –sonríe mientras habla.–No, no lo hago –mira sus manos sudando, inquietas se juntan.–Sí, lo hace –dice desenfadada, algo más tranquila.–¿Cuántos años tienes Crystal? –no tiene porqué pero pregun-

ta algo insustancial, que no le interesa realmente, no sabe en qué terminará.

–Soy joven, pero mi edad se ha deteriorado por mi enferme-dad, tengo el aspecto de una anciana, pero soy fresca y radiante por dentro –habla de memoria, estudiada.

–Qué maneras de hablar tienes, eso es lo de menos, yo por mi aspecto poco hago, y la naturaleza poco hizo, quizás por eso es-cribo también. Son incógnitas que tuve siempre, el porqué comen-cé a escribir. Hace unos minutos en unos de mis pensamientos abstractos pude ver que de todos los escritores que conozco entre clásicos muertos y contemporáneos vivos, ninguno es bien agra-ciado. Me resulta verdadera la cuestión de quienes escriben.

–Eso no es real.–Nunca dije que lo fuera, hablo por mí y lo que veo entre dor-

mido.–Quizás nunca has leído a escritores guapos por envidia, eso

surge siempre, es algo nuestro de todos los días. En algún lado escuche que cuando un escritor envidia a otro y a su obra, signi-fica que va por el camino acertado.

–Pero eso no tiene sentido tampoco ya que autor y obra van por separado, también conozco autores clásicos y contemporá-neos que eran pésimas personas, unos ineptos y fascistas, pero sus obras genialidades únicas que traspasan sus pobres e insig-nificantes existencias.

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53GRAFISMOS DE WATERLOO

–Ese quisieras ser, ¿verdad? –Crystal se sienta algo quejosa, le duele al apoyar sobre el piso duro y frío. Por la rendija de la puerta corre algo de viento.

–¿Qué le duele?–La vida.–Eso es imposible, no puede contestarme así, no tiene porqué.

Amo despertar, aunque por momentos cuando camino y me de-tengo no comprenda exactamente qué significa existir, y mucho menos qué es la realidad. ¡Pero me gusta no comprender, porque existo al hacerlo!

–¡Es fantasía! –exclama ella.–Es mi mente –calla él.–Es fantasía –propone Crystal.–Son mis ideas –concluye el autor.–No lo creo.–¿Ha leído algún libro mío?–No, no me interesan sus libros, he visto una foto en la contra-

portada y sus ojos me inspiraron algo que no puedo explicar.–Es su mente, es fantasía –sonríe.–No, ¡no lo es! –grita Crystal encolerizada.–Entonces, ¡lo mío tampoco!–Bien, muy bien, estamos de acuerdo, pero me deja terminar.

Supe entonces luego de ver sus ojos que tenía que conocerlo antes de que me vaya, no me pregunte el porqué pero estoy aquí, fue algo difícil poder lograr tener su dirección y luego viajar, hasta reunir el dinero fue tarea complicada, es que soy muy pobre.

–Es una historia muy barata, de esas que vienen en las edicio-nes pequeñas de bolsillo o en los supermercados.

–Puede ser, pero es mi historia y no lo pienso de esa manera, lo vivo y ya –dice con suficiencia.

–Bien, muy bien.–Bien –dice terminando el juego.

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El silencio lo absorbe todo y hace que el pequeño sonido de la rendija y el viento sean protagonistas por unos instantes. Crystal se acomoda, su piel la tiene dormida de estar en la misma posi-ción, ahora apoya su mejilla derecha contra la puerta marrón os-cura. Alguien abre otra puerta marrón y echa a andar, se percata de que Crystal existe.

–¿Necesita ayuda? –pregunta algo pasmada la colindante.–No, muchas gracias, estoy descansando, tranquila estoy muy

bien. ¡Y tutéame que no soy tan vieja! –dice mientras acomoda su pelo.

–Bueno, me iré que llevo el tiempo detrás mío, ¡me esperan mis hijos en el colegio!

–Bueno, ¡hasta luego!Él, oye todo desde el otro punto, siente que a ella le duele que

no la tutee y comienza a hacerlo.–Si no te importa, ¿cuántos años tienes?–Cuarenta y tres.–¡No lo aparentas!–¡Ni tú! –echa a reír a carcajadas.–Bueno ahora te ríes de mí sin tapujos.–Claro, tengo mucho frío –frota sus manos.–¡Si quieres que abra la puerta estas muy equivocada!, no le

abro a nadie desconocido –contesta desconfiado.–Pero ya no soy una desconocida.–Lo eras hace un rato, igual pensándolo bien no le abro a na-

die hace años, eso es algo triste, ¿no?–¡Sí!, es tan triste como ser una infortunada mujer enferma.–¡Eso es trágico!–Es que, ¡lo es realmente! Créelo, es muy difícil sostener las

ganas de caminar, de levantarme por las mañanas y creer que hay algo más que esto.

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–No creo que haya nada, pero es bonito pensarlo, lo veo como la literatura, nos enamoramos de las ideas y las hacemos un mun-do. Y un grano no es una playa.

–Es muy real lo que dices –tose fuerte mientras termina.–¿Crystal te encuentras bien?Ella tose todavía más fuerte.–¡Sí! algo mareada, pero bien. Cuéntame algo, así puedo

tranquilizarme, suele pasar durante unos minutos.–Hace unos instantes transitaba mientras pensaba en la cama,

que caminaba por las calles de mi ciudad natal, seguramente no lo sabes pero soy de otro país, vivo hace años aquí pero sigo sien-do de allí, aunque mi descendencia sea directamente celta, igual eso no es importante. Pero en esos momentos mientras caminaba recordaba lo que soñaba cuando era un adolescente soberbio, pensaba en comerme el mundo de un mordisco y ser un Borges mejorado, pensaba que el éxito me daría mucho dinero y que sería feliz. Mis padres al verme tan aficionado a Borges me regalaron la colección completa y la leí casi toda, memorizaba momentos y repensaba lo que planteaba en sus libros, luego escribía copiando el estilo y me encerraba días pensando en el Aleph. Pienso hoy en día que era genial ser ignorante, ser tan puro e inocente. Me gustaba enamorarme de mis ideas.

–Eso es muy profundo, algo profundo, ¿crees haber perdido todo eso?

–Sí, sin dudas perdí el amor a los sueños, a pensar vidas y no vivirlas, simplemente soñarlas. Quería ser escritor y hoy lo soy, pero no como quería y me siento totalmente fracasado. Estoy lejos de todo lo que quise algún día, incluso comencé a escribir libros simples, para que todos me entiendan, para poder ganar dinero, y me va de maravillas porque logro lo que me propongo, pero no me llena para nada. Me llaman todos los días personas que quie-ren hablar conmigo sobre mi obra, sobre mi vida e historia y no puedo con todo eso, no quiero. Pero parece que eso alimenta aun más mi popularidad ya que se imaginan mil personas distintas a

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mí. Hay días que cojo el teléfono, y me quedo mirándolo minutos pensando en hablar, pero no puedo, aquí estoy genial, solo con mis libros y la playa.

–Eso no tiene sentido, yo no leí tus libros, ni pienso hacerlo, pero se como llenas a tus lectores, como les das horas de olvi-do. Hoy no es el día de las confesiones extraordinarias, soy una persona simple que no lee ni tiene nada en la vida, pero puedo decirte que alguien que fue muy importante en mi vida sentía que tú le dabas vida al leerte. Llenas a los demás, pero tú, ¿qué?

–¿Yo? Nada Crystal, creo que ya no quiero hablar de esto.–Eso es muy malo, dime qué piensas.–Nada, déjalo.–Por favor dime.–No te pongas pesada por favor que no quiero hablar. Cuén-

tame que decía esa persona al leer mis libros.–Sonreía, hablábamos por horas de lo que pensaba, siempre

me decía que quería escribir, pero no podía dejar de leer para hacerlo, era un hombre único, con un mundo interior exquisito, de inacabable cultura. ¡Y tú eras su Borges!

–No lo creo, eso es un comentario para llenar el vacío, o para sentir complicidad o amistad y cercanía conmigo.

–Duele lo que dices.–A mi me duele más la mentira. ¿Cómo se llama?–Se llamaba Jon, y se murió soñando ser un mundo en un

papel.–Qué raro, yo soy un mundo de papel dentro, tengo tantas

biblias dentro como Alejandría. Crystal, ¿me perdonas?–Claro, siempre perdono, tienes que reconocer que la insegu-

ridad es una muestra de dolor acorazado, ¿Por qué lo tienes tú?–Porque la vida me los puso y no quiero estar desnudo, así

dentro de estos metros cuadrados puedo contener mi rabia y de-jarla en el papel, para que otros se llenen de mí. Como tú dices.

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–Esto no existe.–Sí existe, Crystal, todo tiene sentido.Ahora tiene una silla con su respaldo contra la puerta, mira el

techo suspirando, ella sigue inmóvil y dolorida, cree sentir algo nue-vo, una sensación que recupera luego de mucho tiempo, sonríe.

–¿Sabes? Creo entenderte, pero no comprendo por qué sigo tirada aquí.

–Porque sabes que no puedes entrar, no lo permitiría.–Estás mal, no ganas nada siendo así, tus historias son mucho

más interesantes, no entiendo como alguien que escribe tan bien pueda ser como tú.

–Suena como si hubieses leído mis libros, ¿acaso esa persona cercana eras tú?

–No, pero sé de lo que hablo.–Es que no entiendes que mi vida dista años luz de mis obras,

no asocio vivir con escribir, es otro mundo al que no puedo sumar a mi realidad, eso es lo que me duele más. Los elogios son una mierda, perdona la expresión pero no son más que palabras y a mí me alimenta sentir el frio del viento junto al mar. La perpetuidad de mis obras y lo que generan no es mi problema, no sé porque hablo contigo si no me entiendes.

–Claro que entiendo lo que dices, estoy muriéndome y la sensación de tiempo es lo que más me tiene ocupada, todo se viste de algo que no es una realidad, se que el tiempo ya no es una variable perdurable, mi tiempo se fracciona a miles de horas, no miles de días, eso da un carácter muy distinto a mi realidad. Yo no sé que es morir, ni quiero pensarlo, pero la sensación de abandonar mis pensamientos, mis recuerdos para que sean lue-go energía dispersa e inútil me hace sentirme nada en mi aquí y ahora. Se me anuda el estomago de pensarlo. Cuando escribes seguro tu tiempo es distinto, ¿verdad?

–Es una apreciación vaga del tiempo, pero es real. ¡Sí! Dejo mi vida en ello y no lo comparo con nada. Bueno, sí, lo podemos

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comparar con una película, pero solo por momentos, cuando rela-to, luego cuando los personajes hablan se convierten en personas vivas que se expresan y es cuando los escucho y me olvido de mis dedos, solo los escucho como hablan. En ese caso seríamos en estos momentos personajes de alguien que nos escucha y no piensa en sus dedos. Me encantaría pensar que todo puede ser así, un hombre de unos treinta años o menos, escribiendo con su portátil en un bar vacio, vestido de negro y escuchando música, bebiendo Coca-Cola, sintiendo que es distinto creando este mun-do, no me lo creo.

–Cree en que me duele mucho el cuerpo.–¿Aún más?–Creo que sí, siento mis huesos, como se rozan y se astillan.–No es posible sentir eso.–Es la sensación. ¿Tienes algún calmante?–Sí, tengo lo que bebo cuando me duelen los oídos, es un lí-

quido fuerte y amargo pero te hará olvidar un poco que tienes un cuerpo además de tu talento.

–Por favor, si quieres no abres la puerta, por debajo pasa per-fecto sin necesidad de abrir.

–Bien, sólo tardaré unos minutos.Pasan los minutos, es decir, pasaron mientras él buscó en su

cajón de medicamentos.–Toma –deja deslizar por debajo de la puerta una pequeña am-

polla de cristal–. Ten cuidado al romper la punta. Mejor, cubre tus dedos con la ropa que tengas, así no te cortas, es lo que menos quiero que pase.

–Tranquilo, no es la primera vez que bebo una de estas.–Bueno, mejor así.Siente cómo quiebra el cristal, suena distinto a un cristal nor-

mal, estos tienen algo que lo hacen menos ruidoso y peligroso, pero igual cortan.

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–¿Y, Crystal?–¡Ya está!, a ver cuándo me hace efecto, igual es curioso, me

siento más animada, siempre que bebo algo me animo al instan-te, como si mi dolor supiese que bebo esto, eso me hace pensar que deposito mi mente en esta receta mágica, yo que sé, lo de siempre, de los cuentos que me leían de niña.

–Siento que ya podemos dejar esto, estoy algo aburrido.–¿Por qué lo dices?, solo me dolía algo y me diste lo que me

quita el pesar.–Es que ya no quiero hablar más, estoy algo aburrido, y no

tiene mucho sentido seguir con esto. No hay escritor detrás de esto, ni nada, somos nosotros dos sintiendo que es especial tener una conversación rara y sin sentido.

–Para mí tiene mucho sentido, fui yo quien le dio el sentido a esto.

–Estás equivocada, hablamos porque yo quise comenzar a hablar y no tiene que ver con que seas Crystal, ni siquiera sé si tu nombre verdadero es Crystal o María; pero eso me da igual, no me aporta nada.

–Eres muy egoísta.–No, es que quieres que abra la puerta y no lo haré, por nada.

No quiero que me veas.–¿Qué traes? Ropa interior de mujer, seguramente.–Soy muy masculino.–Seguramente, te acuestas con todas las mujeres que entran

al piso, significa entonces que con ninguna.–Eso duele.–Es la idea, pero no me mal interpretes, no sé nada de ti, más

que lo poco que escriben en revistas y libros.–Cree lo mínimo, básicamente no hay diferencias entre un

periodista y yo, mienten más que hablan e inventan más que sue-ñan, ven cosas que no existen y las cuentan. Pienso a menudo en

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juzgar ante juez y tribunal a esos malditos, pero paso de todo, no quiero hacer mas mediática mi vida, porque sin aparecer lo soy, imagino que hablando será peor. No hay nada más humano que la curiosidad y el misterio.

–Somos humanos, muy humanos, de hecho me duele el cuer-po, un poco menos que antes. Tienes razón en no querer hablar, yo juzgaría eso, el derecho a la privacidad es único y no se puede corromper.

–¿Por qué mueres?–Eso no importa, puedes saber que envejezco más que tú, por

eso hablaba del tiempo y mi percepción, es que vivo como en las películas prefiero evitarme las partes aburridas.

–Pero hablas conmigo y te das el lujo de derrochar tu tiempo con silencios.

–Es verdad, pero lo vales –caen sus lágrimas de dolor.–No lo creo –cierra sus ojos avergonzado.–Créelo, tienes que valorar algo mas lo que regalas, permítete

regalarte algo nuevo –se limpia mientras.–Han pasado los días de regalos.–Al igual que a mí, pienso que mi último regalo es esto –cruza

los brazos haciendo mucha fuerza.–Eres algo trágica.–No, soy algo realista, se que después comprenderás lo que te

queda y que seré un musa inspiradora para tu nueva creatividad, seguramente viviré en alguna novela que publiques, siendo un personaje viviendo otras cosas.

–¿Serías feliz así? –pregunta sonriendo.–Más que ahora, luchando con querer conocer a un inspira-

dor, a una fe viva. Creo que así transgrediré el tiempo de todos y compartiré un asiento en algún autobús de ida a la universidad o la arena cálida de una playa, siendo esas letras quietas y negras que todos leerán, porque tus libros seguirán siendo obras únicas y tu un ser inseguro, arrogante y vital.

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–No sé que seré –bosteza amargado, como si recordase toda su vida en un Aleph, punto cósmico que adora y le recuerda sus principios, antes de todo el dolor.

El silencio nuevamente acaba con las palabras.Añora la lectura en tren a la universidad, era su metrópolis

la literatura, era aire y olvido. Borges lo elevaba al cosmos sos-teniéndolo con la mano libre de bastones, era su mejor amigo, un padre, un guía único. Se pregunta porque no volvió a leer sus libros, esos que lo hacían creer en un futuro duplicado, junto al mismo por dos.

Se funden los pensamientos, se confunden las almas, las dos almas que se sostienen sobre una puerta color marrón oscuro.

Continúa el silencio sepulcral.–¿Crystal? –se extraña, siente que le duele el estómago, siente

nauseas, saliva mucho y caliente–. Voy al baño y vuelvo –vomita sintiendo esa presión horrible en la nuca y el estómago al con-traerse. Lloran sus ojos porque le duele la cabeza y el estómago aún más, arquea con espasmos. Su mano izquierda se apoya sobre el inodoro, tose fuerte vomitando la sopa de verduras, se mancha la mano derecha y llora de dolor.

–¡Ay, Dios! –exclama sobre lo bajo. Termina por expeler unas verduras mas, suelta la cadena, el agua lo acarrea casi todo. Re-coge el resto de restos con un trapo sucio del piso.

Vuelve algo más entero.–¿Crystal? –nadie contesta, mira por la mirilla que nunca mira

y no ve más que la escalera y el ascensor. Sujeta su abdomen, no se ha recuperado tan bien

–Querrás que abra la puerta para verme –lo piensa fríamente, abre lentamente, ya no le importa.

Yace sobre el suelo blanco, inerte, no respira. Sus ojos están abiertos intentando ver. Es mucho más bella de lo que pensaba, le gusta su nariz y su pelo, se arrodilla sosteniendo la palma de su mano en la boca, tapándola entera, sostiene su aliento, acaricia su frente, recuerda el color de sus primaveras sin ella.

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Recuerda su voz y el momento en que vomitaba pensando en Dios por lo bajo, siente vergüenza de si mismo, mira el piso blan-co impoluto, recuerda las palabras de Crystal e instantáneamente resume una vida en un punto de Aleph mental, nunca imaginó ver una mujer tan bella muerta en su puerta.

“El Horizonte se ha tendido como un grito a lo largo de la tarde”NORAH LANGE

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Sonríe, hay más letras

Berg

Der Anco, cura

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BERG

Toma la copa en plena oscuridad, se que Berg aún me mira fijamente, el cuarto está oscuro, sabemos que hay, a nuestra iz-quierda, un mueble del siglo XVII, de Inglaterra con detalles muy finos, dos cajones con algo dentro que nos olvidamos.

Frente a nosotros, el sillón versión italiana de uno inglés del siglo XVIII, junto a él y continuando al frente nuestro un piano vertical, con la tapa abierta y el do central pulsado al igual que el pedal izquierdo tercero.

Nuestro piano es negro del siglo XX, el piso es de madera bri-llante por la cera, la ventana está cerrada pero sabemos que da a San Pedro dentro de la gran plaza central. La estufa de hierro nos mantiene a temperatura, es el único ambiente que nos interesa.

Berg continúa mirando fijo, ahora se levanta, no sabemos qué hacer, él es muy alto y tiene mucha fuerza, lo sabemos porque to-dos los días lo vemos frente al piano pulsando todas esas teclas, 58 de ellas, y nos quedamos en vez de hacer el trabajo admirados por tanto talento. Berg se viene encima nuestro y solo vemos el mueble hermoso con sus dos cajones y de pronto sabemos que contiene, hacemos un paso lateral pro impulso y lo tomamos sin permiso, él solo está por llegar con su rostro desfigurado en odio.

Nosotros solo cerramos el puño, apretamos bien con las dos manos eso y esperamos que llegue.

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DER ANCO, CURA

Avier espera sentando en el banco de madera oscura, sos-tiene sus gafas mirándolas, queriendo descubrir cómo ver las hormigas con el aumento de los cristales.

Aura llega y se sienta junto a él. –¿Qué ha pasado? –agrietando las ultimas vocales. -Lo he dejado tirado en el contenedor, no creo que pueda vivir,

no pude hacer nada, lo he dejado casi sin aliento. -Pero has hecho todo lo posible, ¿verdad? –Avier coloca sus

gafas en sus ojos, donde siempre. -Claro, siempre doy todo lo que puedo de mí, no sé si ha sido

suficiente –Aura parece no interesarse en lo sucedido. -Dame un beso. Hace tiempo que no nos veíamos –él quiere

mirarla de cerca. -No, no quiero, hay muchas personas y tengo mucho calor,

estoy muy cansada como para dar energía, no te enojes pero quiero compartirme conmigo misma.

-Nada, déjalo, no es nada. –¿Cómo va tu libro? –Bien, hoy pude poner algunas trabas, siempre intento derrotar

al principal, pero siempre elude lo que impongo, y se hace más y más largo el libro, como si no quisiese morir, o dejar de tener nuevas experiencias, yo sé que en un momento terminará, muerto o a punto de morir, y el final de la novela será pronto, tengo mucho cariño por él, por eso lo dejo que sueñe con posponer lo inevita-ble, al menos mi personaje es feliz avanzando.

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–Tienes que matarlo, la editorial espera y siempre haces lo mismo, al final se leen menos tus obras, son muy largas.

–Eso me mantiene vivo, queriendo ser un escritor desarrolla-do, longevo –Avier toma su sobretodo y comienza a caminar, ella lo imita. El mar tiene un oleaje dantesco, el cielo se hace gris y más negro que antes, el viento se enfurece. Se detienen justo en medio del camino a la estación de autobús, es un paseo dotado de hermosura–. Están buscándote, sabes que tienes que irte –la sujeta con fuerza del antebrazo izquierdo–. Están detrás de ti y no puedes eludir tu destino, ellos saben quién eres.

–Todo lo hago por mis propios medios, nadie me ayuda y tú y esos maderos insulsos pueden irse a la mierda.

–No sabes lo que haces, has deshecho la vida a tu antojo y no sientes nada más que odio

–Aura, lleva este sobre y viaja lejos donde ni yo pueda verte, no quiero más.

–Tú y tu libro pueden descansar en paz, ya no quiero tus sermones diarios, mi causa tiene un efecto en el tiempo, todo irá comportándose como lo deseo, tengo claro mis principios, ¿y tú?

–Aura, no puedes comportarte así, todos te han dado su vida para que puedas rehacer la causa, pero de una manera más jus-ta, la sangre nos ha enseñado a no cometer más estupideces, y lo primero que haces es matar, dejar morir, como prefieras.

Alguien vigila detrás de la vegetación, tiene el disparo certero, solo espera la señal. Se oye un estruendo presuntuoso, podría ser cualquier cosa. Han dado en su frente y la sangre ha pintado el rostro de Avier, sus gafas miran el suelo, las sostiene como antes comprobando el aumento, ella está muerta y las hormigas hacen su camino al mar.

–¿Te encuentras bien? –el uniformado presiona su brazo com-probando si está en su sitio.

–Muy bien, acabo de comprender la muerte.

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EL

Concurren estos a mí como si nada hubiese pasado,Rompen los vidrios del apartamento, me corren, me atan.Me dejan dormido,No sueño y no me importa mucho abrir los ojos.Alguien cae por el hueco del ascensor, un nene me grita en

el oído.Explota un globo que suelta por temor.La madre me toma de la mano para que reviva,El humo toma toda la habitación,Es un desierto muy duro,Y dormido aún más.Me ahogo porque es normal ahogarse con humo, este tiene

olor a plástico.Toso pero no abro ningún ojo.Llora la madre, el padre aparece heroico,–Tienes que ayudar al hombre mi amor.–No hermosa no puedo tenemos que salvarnos déjalo, ya está

muerto.-¡Sí! estoy muerto váyanse no me molesten más con esto de

salvarme.El nene llora y se aleja el llanto.Escucho entonces una voz femenina que tose.–¿Tú también te haces el muerto?–Sí –respondo.

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–Bueno, un gusto conocerte.–¡El placer fue mío señora!Arde el apartamento, ella arde primero, la escucho morir, una

llama toca mi pelo.Supongo que nadie tendrá ganas de molestarse.

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“JE SUIS ET CERF”

–Tócame la parte donde todo cae, ciervo, mira mis patas como sudan.

Y las hormigas quieren hacer su trabajo, no es más que un dique insostenible de lava.

Cae la estrella cerca.–Toca mi golpe certero a tu amor.–Dije enamora mis dolores, golpéalos más que solo quieren

sobrevivir.El estruendo llega desde lejos, un golpe expansivo, fue algo

fuerte, su rostro acompaña a la sangre que quiere escapar de su envase.

–Ahora que nos dejan solos, por favor solo hazlo ahora.Pican las aves mis órganos, porque podría ser Prometeo y la

caja abierta de...La estrella gira y recorre la tierra, mientras ilumina, solo le

queda eso... ¡Un artista del hambre!–Mátalo entonces maldito, tus patas serán tus raíces, no me

dejas mas opción...Llueven nueve copos de nieve sobre su mano, la deja inerte

sobre un tronco húmedo repleto de hormigas.Toca mis partes ciervo o ¿no piensas morir?

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El último vértice

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INERME

Soy primitivo como el anaquel de la casa en Distrito Federal, o como la madera blanda pero longeva de mi bastón. Pues, tengo aun más ejemplos, como el violín de mi hermana o la viga principal del caserío de Amurrio en el monte que limita con La Rioja alavesa.

Paco estaba muy acertado aquel día en el campo de Benavi-dez, sentenció mi futuro como un brujo alquimista del medioevo. No dudó un instante en decirme que sería un contador de menti-ras agraciado por la vida. Recuerdo enojarme y dejar la comida que nos unía, él era mi tío, uno de los hermanos de mi padre.

–¿Pero no sabes que ser escritor es ser un solitario, uno solo en la vida? –otra sentencia innegable venida de otro familiar, algo incauto.

–Primero tienes que leer, leer a los clásicos, aprender cómo cuentan sus historias, luego vivir mucho, palpar la vida y si eres algo bueno, escribir –un primo vendedor de algo. –¡Ah!, y córtate un brazo, como Cervantes.

–Eres bueno con el dibujo, eres un arquitecto nato, puedes dedicarte como una afición secundaria, piensa que hoy en día no da dinero la literatura, es un mundo muy difícil y hay que luchar mucho –ese era mi padre enamorado de mi posible profesión. Nunca me habría dicho que era pésimo escribiendo, incluso vién-dome chocar con la realidad fuera de mi habitación.

–No tengo ningún problema en firmar mis libros, ni de hablar de mis ideas, prefiero cambiar de charla, porque sería muy profun-do hablar de mí –algo soberbio, con una pisca de hormonas–. Ya leerán lo que hago y podrán criticar, pero es el camino que deseo, y no digo que también quiero ser director de cine, me sacrifican el alma de solo decirlo.

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–No es así, eres joven y sabrás lo que quieres, no hagas una discusión absurda, te queremos y queremos lo mejor para ti, igual-mente tienes razón, míranos, trabajar en la industria textil no es mejor, ni echarte media vida en una empresa, ¿sólo por dinero? Nos vendemos por tiempo, seria genial vendernos al mejor postor en lo que somos útiles.

–Soy parte de otra generación, aunque no me acompañen confío en que la cultura me de vida, al menos –dije.

–Es muy idealista, algo comunista y sabes que tu familia es un pequeño partido político no oficial. Todas las ideas, tienen algo comunista, no se puede evitar.

Era verdad, otra vez, era un crio y podía sentir que mis ideas valían más que el tiempo y las alegorías filosóficas de aquel gran-de vislumbrado. ¿Qué puedo decir?, si mis dedos aquí mismo me duelen por la artrosis avanzada que me aqueja, ¿qué puedo sentir?, si mi alma fue castigada por lo mejor.

–Corre, dame la mano que me caigo, ¡amor esto es único! –es ella, echo de menos su juventud, y la mía, en esos momentos. Estábamos en la montaña en algún lugar remoto de Escocia, el mar inquieto nos unía fríos de cuerpos.

–¿Puede ser algo tan hermoso? –me miraba siempre igual, al borde del estrabismo–. No tengo palabras para ti, siempre me sucede lo mismo –solía ponerme muy nervioso–. Lo escribes luego, quiero más palabras, no me alcanzan –le gustaba mucho sinceramente, y más le gustaba como le escribía, simple, directo, sin los preámbulos verbales de quien quiere ser buen autor.

Ya no escucho Jazz, y al piano lo tengo frente al ventanal del salón, solo y abrigado por la manta que me regalo ella.

La doméstica prepara una buena comida, quizás emulando lo anterior, por mi sugerencia al contratarla, cuando aun podía ver y reflexionar sobre lo que iba a decir, me cuesta la vejez, aun-que en las letras todos somos iguales, seres de mentes, nuevas mentes y mundos que dependen de cuántos libros se abran. No quiero relacionar el futuro con el tiempo que resta, no pretendo escribir tan bien como lo hacía, ni mucho menos ser quien intente

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ser toda mi vida. Leer algunas horas de un desconocido es algo atrevido y peligroso, al menos para mí. Nunca fui capaz de leer una novela porque me la recomendaron, siempre mis libros fueron apareciendo en mis manos, y supe dentro de mí, cual leer y en qué tiempo leerlo. Era oler sus páginas y mirar las hojas, leer el prologo y enamorarme poco a poco del autor, de su vida. Nunca pude conocer esos clásicos interminables, incluso durante con-venciones he pasado muchos momentos eternos de vergüenza porque no conocía un libro popular, nunca fui popular, bueno solo con Borges, sus tigres, espejos y puntos cosmogónicos.

–En el análisis de la batalla de Waterloo... –me hablaban siem-pre de lo mismo, hacían análisis de textos en el aire, como si yo tuviese que recordarlo todo.

Solía beber mas vino de lo normal en mis presentaciones para aliviar la pena de enfrentarme al exámen a cielo abierto que era cada una de las preguntas formuladas por expertos de la materia. Odiaba decir cosas interesantes, tener que satisfacer la necesidad de escuchar con atención cada idiotez que se me ocurría de la nada. Era una novela nueva en cada respuesta, lo sabía, pero luego no lo recordaba. Solía entretenerme con las miradas de las primeras filas, ver que pretendían, a que aspiraban, y sonreír. Bebía mucha agua para atenuar las variaciones que dan el alcohol y los taninos.

–Agradezco el premio a mi novela en principal, sin ella yo no sería nada, y mi existencia se deshacería en este escena-rio. Luego reconocer a quienes me soportan día a día, en esos encuentros con la locura que solo aguanta mi mujer, al abrigar-me mientras escribo en las frías noches de otoño y hacerme caricias cuando dejo todo por estar más en la ficción que en la realidad. Los oyentes casi siempre se reían porque esperaban algo nuevo e impresionante al agradecer, pero siempre me re-ducía a lo mismo, recordar a todos que en mi casa está el rotor principal de mis motores diarios. El que hoy ya no me acompaña y nada suple.

Es triste hablar de uno mismo, reconociendo que pueden ser las últimas páginas de un autor casi extinto. Debo reconocer que

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mis árboles me dan energía cuando se mecen por sí solos que-riéndome animar en esas tardes de infusiones constantes, senta-do frente al ventanal enorme que da a mi campo de flores y pinos. Me recuerda cuando los abuelos de un homónimo abrazaban por última vez sus árboles agradeciéndoles todo lo que le dieron durante sus vidas. Puedo decir que la vida me ha recompensado al darme la naturaleza que me rodea, y puedo rebozar de vida por momentos al sentir que algo existe más allá de mis piernas rotas, por marchitarse mi cuerpo. Quizás hay más que dinero en mi cuenta, hay horas de esperanzas por seguir existiendo.

Una vez leyendo el libro autobiográfico de un americano rico supe que él era un ganador en la vida, porque había logrado fu-sionar la estructura narrativa clásica junto a un halo de misterio único, pero muy diluido. Supe que no tenía que complicar mi exis-tencia intentando decirlo todo de una manera inextricable, sino ser amigo de los lectores y ofrecer el momento de exploración que han perdido, estando tan estables de casa al trabajo y del trabajo casi todos los días a casa. Obviamente tuve que comprender que todo el mundo no escribía, y que merecían leer algo interesante y anecdótico para poder trasladar esos nuevos pensamientos a sus congéneres y así ampliar mi campo de traslación de pensamien-tos, junto con los suyos al transformar mis palabras en su pensar unilateral. Así avanzamos siempre, una idea por arriba de otra nueva idea, perfeccionándonos, es algo extraño poder nacer en la época de la inflexión humana, ya que ver la naturaleza es el pri-vilegio para unos pocos, todo es un simulacro de lo real. Vuelvo a mis ideas iniciales, es hermoso poder acariciar las hojas del árbol que me detiene en el tiempo, siempre que la cocinera me saque a pasear unos minutos esos días que hay sol por unas horas.

Me pregunto qué harás tú en estos momentos, pensándome como un anciano en una silla de ruedas, soñando con el pasado, difuminando ideas del pasado.

Si continuas, significa que eres honesto contigo y conmigo, ya que no me gustaría contar parte de mi alma a cualquier ser. Es cuando me siento nuevamente joven, aunque duelan mis dedos.

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BEATO

Toda biografía errática desmitifica el tiempo real vivido, eso hace imperfecta la imagen anterior de los escritos, para eso tengo mis libros recordándome el segundo plano de las historias.

Su nombre fue, hasta hace unos días Igor Olabeaga, luego de 83 años de existencia ininterrumpida (como casi todos) falleció en su caserío familiar de una afección natural, la vejez. Hemos sido grandes amigos durante más de cuarenta años, una vida para cualquier mortal, para nosotros una eterna discusión moral. Solíamos juntarnos algunos días luego de las extensas jornadas de presentación y venta de libros. Íbamos a menudo a la playa cantábrica, exclusivamente Bermeo. Él era dueño de varias pro-piedades y una estaba vacía solo para nosotros.

–Qué cabrón hijo de puta ese director, no puedo creer cómo nos quitaron tres títulos de la colección, dice que ya no son renta-bles –así hablaba, tan cristalino como el hielo–. Pero escúchame, Simón, no puede ser que hagan esto con tu nombre, o ¿crees que la gente no lee al final los títulos que hay en la colección? –Simón es mi nombre olvidé apuntarlo.

–Tienes razón Igor pero como hacemos que ese gigante no haga lo que quiere, si tiene un respaldo de cientos de escritores rogando ser editados, funciona así, es el sistema que emplea y el mercado que demanda, es igual. No podemos hacer que por unos pocos pierdan otros muchos.

Eran los años setenta recién dejábamos algunos resabios impuros del anterior gobierno, había un boom enorme de nuevos escritores queriendo contar experiencias nuevas, culpar y escupir denuncias a todo ese régimen. El mundo había girado mucho y

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se habían callado muchas voces, era un momento muy particular y debíamos ser cautos, estar en el circuito era algo único y yo quería cuidarlo aunque quitaran mis primeros títulos, esos que apreciaba con el alma, porque tenían el valor de los primeros peldaños. Igor era un ser protestante, odiaba la injusticia y por el termino igualdad generaba un símbolo de lucha constante.

–Mira Simón hoy mismo hablo con el cabrón de Sánchez y que sea lo que tiene que ser, pero si no es esta, será otra edito-rial quien publique en tiempo y forma toda la colección, no hay derecho.

Su obstinación logró que publiquen todos mis artículos como redactor de un periódico local y unos textos sueltos, había conse-guido ponerme en primeras planas y escaparates. Se lo agradecí hasta hace unos días, junto a su cuerpo, cerré los ojos y dejé mis agradecimientos en el aire. Hizo mucho por mí, el confiaba en lo que hacía, nunca podre terminar de reconocer todo el tiempo que me regaló en vida.

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EL ENTORNO

Cada rayo refleja la luz y la redirecciona a otro sitio, se mue-ven lentamente, me llevan junto a la silla de ruedas y a un cuarto contiguo al mío. No conozco el frio y duermo mientras que...

Suelta su mano enlazándose en las mías, me roza de ma-nera singular, un roce ínfimo, agranda el cuello mientras sacude mi cabeza, la música sube insuficiente, es tan clásica como lo que me coloca. Suelta bostezos adelantados, gruñe por dentro, hace esto todos los venerables días, significa invariablemente, con lo que puede contener la palabra. Ya no sabe si quererme, aborrecerme o simplemente conmoverse, apiadarse de mi corta existencia. Solo sé que no es feliz arropándome todos los días de su subsistencia. Pero gana dinero haciéndolo, eso es cruel, y real.

–Me duele. ¡Entiende que me duele!, ¿puedes hacerlo más suave?, ¡tienes las manos duras como la almendra! –lo mira como quien mira a un perro al ladrar, confundida y atemorizada.

–Señor Simón no lo hago con intención, es que no sé cuando le duele de verdad, nunca dice nada. Perdone no lo haré mas, le preguntaré, ¿vale? –su mano tiembla detrás, es la derecha, la que incordió, cierra los dedos, aprieta fuerte, ella solo quiere que termine el silencio.

–No pasa nada, te diré cuando comienza el dolor, así no grito de una vez. Descuida y deja de temblar que no es bueno, eres sana y yo no, eres joven, quizás envidio tu cuerpo, pero eres mu-jer, así que lo más probable es que envidie tu vida, pero no tus ideas. Puedes irte, el resto lo hago yo mismo, vuelve mañana y hablaremos algo más tranquilos.

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–No quiero irme, debemos ir al baño, tiene el pelo fatal.La silla de ruedas y Simón siguen juntos el camino al baño,

detrás ella los direcciona a su placer, siente algo más de tranqui-lidad, al fin han hablado, como dije antes, odia los silencios.

El espejo tiene la altura de un niño de ocho años, el inodoro acondicionado con la barra de acero plegable, los azulejos azules y blancos se intercalan unos con otros formando una cuadricula singu-lar, son los colores que tiene impregnado en el alma Simón. Ella coge el peine marrón oscuro (el mismo marrón de la puerta de Crystal).

–¡Sabes! –explota desde dentro eufórico, ella casi despega, sus ojos se abren cual miedo explorando el alma.

–Perdón –tira hacia atrás el cabello blanco frontal–. Nada, es que había tanta paz, dígame, ¿qué es lo que recordó?

–Era joven, un poco más que ahora –sonríen juntos juntando el sentimiento de tranquilidad, cómplices también–. Al terminar la prime-ra novela supe que tenía que esperar unos años para editar, porque no estaba preparado para enfrentarme a la responsabilidad de hablar sobre mi obra, ya que no tenía ni la más remota idea de cómo res-ponder, conocía poco mi entorno, el mundo. ¡Igual ahora me parece pequeño!, como la casa donde nos criamos, ¿te parece así?

–Sin dudas, para mí el colegio era un castillo, a los años al enviar a mis niños me reencontré con las aulas, los profesores y note eso, que era distinto. Bueno o como sea, es que no tengo tantas palabras como usted para hablar sobre las cosas. Me en-cantaría poder conocer más palabras, pero ya no tengo edad, y la verdad es que el colegio lo conocí de muy pequeña, hoy mis hijos tendrán la educación completa que no tuve.

–No lo sabía, no tienes que pensar de esa manera, el tiempo es lo más destructivo que nos puede pasar, es una realidad aceptable ya que nos condena, pero no sufras por algo que puedes modificar en un año. El resto de años hasta que mueras serán distintos, con más palabras para charlar, y seguramente con más apertura hacia los demás. Deja esas ideas, te arrepentirás luego en la vejez, míra-me, seré lo que pienses que soy pero no soy una persona arrepen-

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tida. Imagina un preso en su celda, por la noche, lamentando haber dicho y hecho, eso es una condena, a uno mismo, consigo mismo, tú no puedes hacer eso, tu cuerpo comenzara a retenerte y los metros serán carreteras interminables, no hagas eso, es horrible. Los giros de tus recuerdos y conclusiones son inimaginables.

–No lo pensaba así, pero no sé ni cómo empezar –sus labios se encorvan hacia el suelo, mira hacia abajo como si alguien la estu-viese instigando a gritos. Simón le habla mansamente, siente que ha pasado el tiempo y las migrañas mentales son auténticas.

–No te pongas así, te contaré entonces lo que me sucedió después de la novela –asiente con la mirada conciliadora de una niña sin muñeca–. Te dije pues, que no tenía idea de nada sobre qué hacer realmente con la obra que había terminado, sabes, solo soñaba con poder continuar escribiendo, y mis situaciones personales se modificaban aun más, y no para el costado bueno. Las crisis son tan complejas que se ausentan de uno mismo, y el cuerpo y mente sufren lo más parecido a un accidente, chocan, se golpean fuertemente. Todos tendemos a preguntar porque suceden y cuál es la parte que nos toca como responsables –Si-món continúa hablando mirando el reflejo de los dos, juntos en el espejo que los sostiene en la otra realidad, ella no mueve un musculo facial, oye cual oye el grito de espaldas en la oscuridad del llano desierto–. Mi vida tenía que sostenerse por sí sola, y no era más que un joven ingenuo lleno de prejuicios con el mundo y el cosmos. Puedo decirte con todo lo que pueda sentir como verdad verdadera, que, pude ver más allá del tiempo, pude con-vertirme en un halcón gigante, supe entonces que nada tenía que hacer más que realizar mis deseos, esos que tocan día a día dentro del alma –toca su pecho a la velocidad de la brisa, y bosteza mirándola fijamente, esperando una contestación, un matiz o un silencio. Ella solo continúa estupefacta, sin metáforas que pueda agregar. Simón continúa, la tristeza que lo envuelve se disipa–. Cuesta sangre poder escribir, poder abrir la puerta de las palabras, siempre fui obstinado y no ha cambiado en toda la proyección de mi vida.

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–No, no ha cambiado –se permite decir sin tapujos, ella que lo continúa peinando, como a una muñeca.

-Hubo meses, los primeros que mis dedos sangraban, porque los molestaba durante horas escribiendo con la máquina de mi madre, esa que le regalamos en un cumpleaños, no había forma, casi podía lavar mis manos, era un dolor agudo, esos que sientan bien, era un placer un poco morboso pero efectivo. Luego otros meses con la caligrafía de un delineante, echaba días enteros dejando grafito en papel, ya con las yemas cicatrizando. ¿No lo crees? ¿Crees que soy un viejo mentiroso?, pues estás equivoca-da, no miento, menos exagero un momento de mi vida, porque es lo único que me queda aquí –señala con el índice su cabeza.

–No he dicho nada, creo cada palabra de lo que me cuenta y no puedo dejar de escuchar, por favor continúe.

–Luego un viaje comenzó abriendo mis horizontes, y conocí París y sus calles dilatadas, de igual forma sus recodos sombríos, estuve cercado de gente muy influyente, en esas épocas, en el bar solíamos arreglar el mundo, nuestras charlas abarcaban todo lo que podían, éramos jóvenes y todo era un cambio constante. En una revuelta muy importante tuvimos que viajar al sur a un pueblo de frontera, una ciudad a medias vasco francesa; las re-vueltas en ese entonces eran aun más peligrosas que en París, tuvimos que migrar mis tres colegas y yo al centro de España, en Madrid me sentí algo más cómodo. Nuevamente volvimos a nuestras revueltas mentales, había muchísimos bares y un sentido de bienestar social que daba al menos una comodidad algo per-dida. Al cabo de tres años había publicado tres novelas, y las tres habían conseguido hacer muchísimo ruido, eran historias que se metían con el pueblo, pero aun más con el sistema. Encubiertas por asesinatos de guerras pasadas y códigos secretos aun más antiguos, fueron dando pie una a otra a continuar con las edicio-nes, mi nombre tuvo algo más de resonancia y supo encontrarse con otros nombres, ya me entiendes, tuve algunas relaciones con figurillas del tiempo, eso me catapultó. Ya sabes, la mezcla

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perfecta es el coctel de amor con una pizca de misterio. Todo ha resultado de maravillas, tuve esos premios que tanto espere, la compañera ideal a mi lado, sin excusas para nada. Pero, he deja-do de escribir hace más veinte años.

–¿Por qué ha dejado algo tan importante?– se extraña de una manera singular, no conoce nada de lo que hablaba, ni siquiera tiene la certeza de saber que escritor es él, y del que habla–.

-No conoces la historia, no sabes quién soy, ¿verdad? Pues –sonrojada, algo confundida nuevamente– Simón ya lo siento, por favor perdóneme, pero no se dé quién me habla.

–Hablo de mí mismo, significa que no sabes quién soy, ni qué hice de mí, y mucho menos la razón por la cual dejé de escribir.

–No, lo lamento, esto es muy difícil para mí, pero no sé... leer. –Habías dicho –Simón eleva su mano derecha, en una excla-

mación algo violenta. –Mentí, nunca le pude decir a nadie que no leía. –Lo siento mucho, realmente, no tienes porqué amargarte.

Mira, lo que pensaba contarte no tiene sentido, era triste y no nos haría bien a ninguno de los dos. A mí, porque ya soy un anciano que no necesita recordar situaciones tan intensas, y a ti menos porque tienes que comenzar, no terminar, el tiempo no te tiene entre espadas, ¡puedes!

–Ya me gustaría, es que no sé si pueda hacerlo. –Puedes, ¡joder que puedes! Trasmites inquietud, ¡tienes el

espíritu! –¿Sus libros son como usted? –Vaya pregunta me haces, mis libros son mis nietos, han deja-

do de ser mi hijos inexistentes, son mis malcriados, y si es verdad, tienen migajas de mi, de mis capas aparentes, de todos los que soy por dentro. Te contaré entonces mi teoría de los vértices, es una teoría que elaboré a mis veintidós años, trata de un mundo de libros entrelazados, la primer novela que te he hablado, trataba exactamente de eso, de ser un punto por donde comenzaba esa

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revolución. Como al tirar unos palillos chinos vemos que se entre-lazan tocándose en un punto o más, justo en esos puntos mi teoría comienza, todos los capítulos que se cruzan, se cruzan en la nove-la, lo que hace una malla o cuadrícula enorme, de miles o cientos de historias entrelazadas unas con otras, lo que hace navegable en todas las direcciones, todas la historias. Esto mismo fue planteado en la Universidad de Sitges como un internet pero no al nivel de la informática, eran otros tiempos. Pudimos ver que la literatura podía unificarse, globalizarse, como el mundo comenzaba a hacerlo. Fue algo único, porque miles de escritores del mundo se unieron en una cruzada sin precedentes, y fue un éxito editorial. Luego llego inter-net y se convirtió en un sitio único, como una gran historia universal. Nunca pude desligarme de esa última gran obra, pero por eso no dejé de escribir. No me arrepiento de nada, lo dije antes, solo que me gustaría poder escribir una última vez, sentir mis dedos ampliar mi existencia. Pero no lo sé, ya mis tiempos no son los mismos que antes y siento dolores muy fuertes en todo el cuerpo, no sé cuando la muerte vendrá por mí, y tú no sabes escribir para ayudarme.

Le ha dolido el último comentario, solo echa a llorar con la impotencia de una niña sin muñeca. Rápidamente arrepentido Simón dice:

–Perdona, eso no fue cortés, me he enojado conmigo mismo y te he atacado a ti, perdóname, no tienes que llorar así, eres una mujer fuerte, no sé cómo disculparme, lo siento mucho.

–No, no es nada, es que es verdad, no lloro por mí, lloro por usted, por lo que siente y lo triste que está de no poder hacer lo que desea, ¿yo? No escribo desde que he nacido, es como de-cirle ciego al ciego, lo es, punto. No lo lamente –acaricia el pelo de Simón, se arrodilla, se mantiene por detrás, y lo abraza con fuerza, deja caer sobre el hombro derecho su mejilla izquierda y la reposa unos instantes, suspirando, solloza.

-Gracias, eres amable, nadie habla conmigo ya y tú haces algo único, me haces dialogar con mi pasado.

–No lo hago yo, es usted.

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MENOS INERME

Era enorme entrar al bar, saber que estaban aquellos tres in-dividuos, gritando con sus puros y copas agitadas sin descanso.

–¡Hombre Simón! ¿Qué tal estás? –Pilar no podía ocultar la bondad.

–Bien Pilar, por suerte nada es tan malo. ¡Yo qué sé cómo estoy!, eso me pregunto todos los días.

-Eres igual, no cambias. Mira tus colegas tienen alcohol hasta en las lágrimas, mejor siéntate aquí conmigo, que hoy no es un día muy tranquilo, ha habido muchos secuestros y tengo miedo. Quédate aquí Simón, hazme el favor.

–Nada, me quedo, pero que quede claro que esa brigada te-rrorista no me da miedo, me producen asco.

–Habla bajo, ¿quieres?, que hay muchos fisgón, detrás de cada oreja hay un guardia. Hoy me han seguido toda la tarde, en la tienda me han puesto un revólver sobre el mostrador, ha sido horrible, Simón. Me están atormentando, y no sé qué hacer, no sé si respiro o si duermo, esto no puede seguir así, han destrozado el portal de mi casa, y mi cuñado no aparece desde el viaje a Fran-cia. Tenemos miedo, y mis hijas no tienen con quién quedarse, eso es lo único que me importa.

–Nada, tus hijas se vienen a mi casa, es lo único que puedo hacer, pero lo haré con gusto, eres mi amiga, y no puedo dejarte sola.

–Pero, ¿y qué haré yo?, si sólo tengo eso, sin la tienda y mis hijas me muero.

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–No, no te mueres, viajas a Milán unas semanas solo para dejar apaciguar las aguas, yo me encargo de las niñas, mis cria-das pueden con ellas, tranquila son de mi confianza. El parque es gigante y pueden jugar todo el día, para compensar la pérdida de las clases, yo mismo me ocuparé de enseñarles y dejarlas al día, para que no pierdan tiempo.

–Eso es lo de menos.–No, te equivocas, es lo más importante.–Simón no entiendo por qué sucede esto, y porque a mí, no

hemos hecho nada, nuestras ideas no eran políticas, solo quería-mos ayudar a unas personas.

–Hoy en día no hay cuestiones, se equivocan, esos hijos de putas –le dice.

–Lo son, sin dudas –ella dice.Las niñas, Camila y Selene dejaron su niñez en la estadía, que

se extendió a mas de 6 temporadas; mi mujer y yo como pudimos les dimos una educación mientras Pilar luchaba por mantenerse viva. Quizá fue lo más aproximado a tener hijas, pero el sentimien-to atractivo de la idea, me alejó aún más. Ella persistentemente llamaba para saber cómo avanzaban las niñas, fue una madre ejemplar, lo ha sido y seguramente lo es, esté donde esté, no la he vuelto a ver.

Solo recuerdo... –¿Dónde estás? No llamas hace días y las niñas preguntan por ti; Selene es la más consternada, dime.

–Estoy lejos, no puedo decirte dónde. Estaba en Anzio, un pueblo alejado de Italia, ese fue uno de los tantos otros sitios, luego fueron Nantes, Ámsterdam y, no recuerdo más ciudades, eso fue cayendo según se acordaba una tarde dos años después de esta conversación, en mi huerta. Juntos sentados como si la vida hubiese hecho nada de nosotros.

–Pasar hambre fue lo último que me preocupó. Sabes que soy fuerte. ¡Me llamo Pilar!, nací tan fuerte como el roble, mi madre me lo decía en Tailandia. Nunca podré agradecer lo que has he-cho por mí, Simón, no hay gracias que estén a la altura.

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–Lo de siempre, dos besos y un abrazo, fue un placer, supe por un instante algo curioso, sentir de cerca la paternidad, pero no puedo explicarlo, es algo difícil, no lo podre descifrar.

–Tienes que hacerlo, es nuevo, no tiene que ver con la felici-dad, ni con el amor, algo mas une, tampoco podré decirte lo que es y fue. Nunca podré superar el tiempo que perdí fuera, por esos hijos de puta que solo querían el poder de nuestro pueblo, pero ya sabes.

–Te llamas Pilar, pero eres algo más que eso, fue terrible lo que hicieron, terrorismo de estado, no sé que fue peor.

–Estamos jodidos, mas jodidos que antes, y lo estaremos aún mas, mandan las economías, solo eso explica muchos ac-cionares, políticos, sociales. Todo se relaciona, espero el cambio radical que no existe.

–Deja que el mundo muera, mejor deja que continuemos mu-riendo, ya se va haciendo justicia, es una mirada apocalíptica, algo real, pero es lo que sucederá. He pasado horas dialogando sobre la revolución, sobre los pensamientos dogmáticos y con resignación puedo decir que todos las reflexiones se han hecho, ¡y no se han respetado!, hay por lo menos decenas de civilizacio-nes que pudieron dar un ejemplo al mundo, pero solo prosperó el peor, el capitalismo, ¿Cómo podemos comprender que hoy sea un mundo capitalista? Es que no entenderé nunca porque los que derrotaron pudieron montar su espectáculo a su gusto, y con una injusticia desmesurada a los límites propios de este sistema. No podré comprender nunca de que estamos hechos, aunque me diga la ciencia que somos un universo de átomos, o que el universo mismo contenga otros idiotas como nosotros. Ya no es mi preocupación, digamos que eso mismo es lo que sucede, ¿verdad?

–¡Eres un poco extremista Simón!, pero en algo comparto, fuera de comprendernos debemos buscar la paz, quizás con la unión que genera la globalización podamos realmente coexistir en paz, aunque no lo creo posible, somos animales carnívoros,

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nos manejamos en manadas y pensamos por nosotros mismos, y el peor invento ha sido el dinero. La hemos cagado. ¿Tú crees? ¡Eso no lo dudes! Aunque constantemente mires todo tan de fuera, nunca serás más que otro humano surcando la mente, y la percepción de tu realidad.

–¡Eres jodida!, me recuerdas a una mujer con la que existí.–¿Aquella actriz?–La innombrable o imborrable.–¡Es el pasado!, hoy tienes a quien debes.–Espero Pilar que sea hasta el final.–Es bonito lo que dices.–¡Es romántico!

No la he vuelto a ver, hay momentos en que la extraño tanto, y miro detrás de los pinos, ahí donde la huerta dio esa charla. Qui-zás me hizo mejor persona tenerla cerca, quizás nunca lo fui.

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Urbi et orbi

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Esperar nunca ha sido mi estilo, incluso cuando la bala estaba a punto de meterse en mi cuerpo, nunca esperé para nada, ni na-die. Algunos me llaman Iker, otros Eneko, y podría ser hoy mismo Gorka, es igual, todos tienen mi rostro en sus mentes, solo que ya han muerto.

3 de septiembre, 1986

El mar está calmo, hace unos instantes que pude sentarme en una roca, tengo las manos manchadas de lodo y algunos restos de sustancia, creo comprender lo que hice, ¿pero qué es com-prender? Ayer fue un día estupendo, mucho calor, mucho verano detrás, es que no quería disfrutar tanto antes de esto, pero la vida es misteriosa, no me arrepiento. Respirar es un poco dificultoso, no se me despega el aroma a quemado, mis manos tienen más restos de sustancias, no las distingo.

–¿Qué ha pasado Iker? –es Nagore desde algún lugar de la costa.

–Que, ¿Qué ha pasado?, ¿eres tonta o qué?, mira Nagore, me da igual lo que hayas hecho y mas lo que digas ahora, pero tienes que comprender que lo hemos hecho mal, algo no salió como es-perábamos, ahora tengo a los guardias detrás y ni siquiera puedo contener mi cuerpo, estoy destrozado, tengo magulladuras por todos lados y no tengo donde ir.

–Es que, hicimos lo que pudimos, solo os digo a ti y a Borja que dejéis la costa, el monte es más seguro, sino os pillaran.

–¡No entiendes!, Borja ha muerto y dos personas más, fue ho-rrible, nos emboscaron y no pudimos hacer nada. Algunos nos mi-

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raron y ya tienen nuestras caras, como puede ser que pase esto, si estaba todo hablado, alguno de nosotros nos ha delatado. ¡Ya mismo dejáis el coche en la boca del metro! Hay que tirar rastros en la otra esquina de la ciudad, tengo poco tiempo.

–Ve donde el doctor Ibarretxe, él sabrá curarte, no hables, conoces el código.

–No lo haré, procuren dejar el coche donde dije.–Agur –adiós, dice Nagore.Creo saber bien que hacer, no me ha mentido, su voz ha so-

nado bien, creíble, pero fiarse de ella puede ser un error. El doctor puede ser algo más peligroso y mis heridas no son tan graves como lo que hemos hecho.

Hay un coche en la acera, mal aparcado y con una cerradura débil, tendrá unos años, es lo único que puede darme camino, es que pensar en estas situaciones siempre ha sido imposible, las últimas imágenes, esas miradas, los colegas, mejor dejar de pensar.

En el cuarto de baño

Mirarme en el espejo, leer esos libros de mi niñez, recordar tirado en la cama, mirando el techo y sus averías. Estoy en la du-cha algo caliente, podría haber comido hace un rato y comenzar la digestión en el agua, o igual bañarme justo después de una buena paja, pensando en mis compañeras. El baño, si miro ahora a la derecha tiene azulejos (¡como todos!), es que contar lo que veo me parece algo inútil, si solo cuento mi historia es mejor, bueno, nada, aquí estoy, buscando un presente, pensando en todo lo que hice, y no me arrepiento.

La gente obviamente camina a sus casas, corren de prisa con el hijo a cuestas y yo miro por la ventana, aburrido, recluido para que pase el tiempo, no tengo teléfono, y mis libros se agotan y no puedo leer mas. Por momentos me olvido de lo que no quiero acordarme, pero tampoco soy feliz, simplemente me olvido y eso

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me genera la adicción de recordar. Me aburro mucho, la verdad es que me aburro demasiado.

Por la noche

Ninguna obra se escribe en una sola fase, todos tenemos fases que nos abruman y comienzan a perturbarnos, eso nos con-vierte es nuestros escritores; pero, no puedo arrepentirme. Han pasado tres meses, y el frío ya se siente en el monte, la gente no anda por ahí, las calles se abarrotan de nieve cuajada y el paso se hace imposible, llegan cartas que no puedo recoger, aunque sea verano, las conservas se mantienen frías, me olvido del tiempo, duermo muchas veces durante el día, cuando puedo, cuando me dejo dormir.

Esperar nunca ha sido mi estilo, pero debo hacerlo.

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El último

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Hay días que no se qué hacer realmente, tengo bloqueos mentales, lo único que se me da bien es comer y mirar el televisor. Sé que no es forma de vivir pero no tengo otra cosa que hacer, lo he intentado todo, desde correr por el circuito de la ciudad durante un año a practicar tiro al blanco en el monte, pero nada de eso me deja tranquilo. Tampoco creo que la solución sea ir una y otra vez al psicólogo, porque siempre me dice lo mismo: –Usted no tiene nada, es un ser sano.

–No es la respuesta que debería escuchar de un profesional, pero es igual siempre, han sido cuatro y he agotado las consultas ya que no hay más que unos pocos aquí. Luego al ambulatorio, de allí al sofá de mi salón porque las respuestas suelen ser simi-lares–. Usted es hipocondríaco –cuando me contestan sobre que es realmente vuelvo al sofá.

Aquí estoy desesperanzado, porque no tengo más que res-pirar, comer cuando mi cuerpo me lo pide, que es siempre, y cagar, mear, bañarme y volver a hacerlo cada vez que mi cuerpo lo pida.

Hay una cadena que me gusta mucho, es de cine, veo todo lo que puedo, por momentos consulto el ordenador y vuelvo al televisor, los libros casi no me gustan, me dejaron de gustar hace tiempo, es más fácil mirar algo en movimiento que tantos trazos inertes. El cine tiene algo que me fascina mucho mas, porque ya no me gusta inventarme imágenes nuevas, porque todo se asocia a lo que me sucedió hace tiempo, prefiero dejar que me entretengan, me distraigan de los pensamientos. Pienso siempre antes de dormir, es un coñazo la verdad pero es real, justo antes de dormirme no puedo oír nada de ruido y ahí es cuando pienso de verdad, me es muy difícil conciliar el sueño de esa manera

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porque mi cerebro se ceba a meditar cada una de las ideas y re-cuerdos, es una conmoción realmente, luego pasa y solo sueño despertarme para poder continuar viendo películas.

Hay días que camino por el parque pero llevo mi música bien fuerte para que me perturbe y me aísle, he sufrido alguna embestida leve de algún coche porque no atiendo a lo que me rodea, eso me trae problemas, me he roto dos veces la muñeca izquierda debido a ese tipo de despistes.

Cualquiera podría pensar que soy un inútil pero no lo soy, eso lo sé muy bien, hago que mi tiempo sea algo mas para mí, lo in-tento pero siempre siento lo mismo, dejar el tiempo atrás, sentirlo en pasado, y nunca puedo recobrar sensaciones pasadas, eso me hace un ser del presente, y es horrible.

He vivido tres décadas solo y una década y media con mis padres, hasta que estos dejaron de vivir conmigo, desde allí es-toy solo en este sitio espacioso. Hubo una época que supe hacer de mi algo mas valioso, eso fue antes de correr por el circuito de la ciudad, fue hace una década y media. Lo mío era conquistar, siempre quise conquistar a una mujer, conquistar no era mi termi-no en ese entonces, era enamorar a una mujer.

Lo recuerdo muy bien.

Central Line, Metro de Londres

Ella tiene un gusto muy particular por la ropa, el gorro negro la emparenta con alguna viuda militar en pleno entierro de lluvia y tiros al aire. Puede ser rubia o castaña pero es difícil comprobar algo así a siete metros de distancia, con el vagón lleno de gente y sin gafas. –Yo le hablo, ahora mismo lo hago –pienso mientras me digo con la otra voz interior que no es posible, que nunca lo voy a hacer. Siempre tengo razón yo mismo, siempre me contes-to la verdad, obviamente me conozco algo más que mi primera voz interior, es la que da respuestas verdaderas conociendo mis limitaciones y no la otra que está llena de ensueños y realidades dudosas.

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Ella no me mira, yo no puedo contener las ganas de contarle que escribo sobre unas moléculas que tienen el poder de ser bacterias vacías, pero no creo hacer posible una conexión de diálogo, no tengo nada que contarle para romper el hielo, porque no sé cómo ser. En estos casos suelo cerrar los ojos, y seguir con la música a todo volúmen, olvidarme del deseo, quebrar la oportunidad y volver al pensamiento cero, donde no hay más que tiempos musicales que puedo desmenuzar como cuando como pescado a la plancha.

Sólo eso.Creo haberla recordado muy bien, es que el tiempo lo hace

más difícil, aunque la información sea fiel, es normal que viva estos recuerdos de una manera distinta una y otra vez, solo por el hecho que este mismo esta albergado en distintas zonas de mi cerebro.

Tengo ideas, solo cuando duermo, eso lo dije antes, pero siempre hay ideas que perduran, sobreviven al sueño y reapa-recen cuando desayuno o cago por la mañana. Hay una muy frecuente, es la de comer papel, últimamente es esa idea de un mundo lleno de papel escrito la que me molesta. Es ser un ser vivo lleno de conocimiento, con tinta por sus venas, con dedos que pintan al pincharlos.

Ideas, solo ideas.Fui guionista, es eso, lo he dejado hace mucho tiempo, y hoy

es una de esas sensaciones que no puedo recobrar. ¿Imaginan lo tedioso que puede ser tener un cerebro lleno de creatividad? Ahora, peor aún, ¿piensan lo jodido que es callar ideas? Caso omiso.

Los días son lluviosos y mí tiempo siguen contando, destru-yéndolo todo, aniquilando mis sensaciones últimas, mis deseos anteriores, mis obsesiones eternas.

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Piano

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–No quiero que llames más, no es una petición es un reclamo, necesito que me ayudes a superarlo, no puedo siquiera mirarme al espejo, por favor, solo pido un tiempo sin tu voz, sin tus recuerdos en mis ojos... No, pero porque te empeñas así, no puedes, y no quiero... Estás muy bien allí, es un sitio bonito, hay árboles y te rodean las aguas del río, es único, todos nosotros quisiéramos estar allí conti-go, mirando tus paisajes... no llames, diles que te prohíban llamar, intenta olvidarnos, va a ser mucho mejor, no queremos más dolor, estamos hartos –colgó el teléfono soltando un grito fino y elástico, la casa hizo un eco o el eco la recorrió sin sombras ni dobles.

–¿Era ella? –preguntó la pequeñísima Loura mientras se acomo-daba el pijama y caminaba descalza junto a los pies de su padre.

–Si amor, es ella, pero quédate tranquila que ya no volverá a llamar, tenemos unas vacaciones preciosas ahora, faltan sólo unos días, así que ahora a dormir y soñar con todo lo bonito que hablamos antes, no olvides cerrar la puerta.

–¿Papá? –Loura giró sonriendo.–Dime, hija.–¿Cuándo volverás a escribir?, hace tiempo que no lo haces,

me gustaban mucho los cuentos que me escribías.–Y a mi preciosa.

Diciembre

Luis San Martín acomodó la copa junto al plato y miró a Mar-cos estudiándolo comparando que había pasado por ese rostro durante los últimos 33 días.

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–¿Te sientes bien?–Es lo de siempre, por fuera mi protocolo inicial es el mismo,

pero por dentro soy una inagotable fuente de llanto, pero no me hagas caso ninguno, estoy muy triste y hablo como si escribiera –contestó Marcos intentando ser algo sincero, solo algo.

–No podemos comer como si todo siguiese igual que siempre, tenemos y debemos cerrar los papeles, necesitas su firma para terminar con todo esto.

–Que firme alguien del bufete y ya está, no se me ocurre volver a verla –tragó como pudo al terminar. Se oyeron algunos sonidos algo extraños y consecuentes unos de otros, callaron y miraron a la vez, había caído un hierro de la obra vecina al restaurante, la gente continuó comiendo, pero Marcos no apartó mirada, la luz del mediodía era muy fuerte y la acera estaba totalmente limpia, el hierro se veía perfectamente y destellaba por su posición en contra del sol.

–¡Marcos!, aquí, mírame, termina, es sólo un hierro, no hay más que millones de átomos unidos, es lo de siempre, Marcos mírame –Luis San Martín sabía el momento mental en el que se encontraba Marcos, pero no podía permitir que se olvide de la vida para representar una y otra vez sus últimos días.

–Perdona Luis –se reincorporó a la mesa, movió el cuchillo mirándolo, mirando el resto de comida, pensó en lo animales que eran, miró al resto de comensales y ratificó lo que pensó, volvió su mirada a Luis que lo observaba con la boca entreabierta y sus manos aferradas al plato.

–¿Sabes? –se pausó Marcos intentando cambiar las palabras que brotaban, pero no pudo evitarlo más. –Hay algo dentro de mí que me odia, que no puede aguantar un día más, no tengo la ilusión y creo que no podré recuperarla, y cada día que lloro por dentro miro a Loura sonriendo, pidiéndome que le escriba sus cuentos, que haga mis cuentos para los adultos, que vuelva a vivir en las letras, pero no puedo soportarme más, siento ser un inútil en la vida real, todo me sobrepasa y colapso siempre, Luis,

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ahora mismo tengo ganas de ser agua, de hacerme árbol, pero no puedo morirme, no puedo permitirme morir. Tengo a Loura, te tengo a ti, y a mis novelas, pero ella lo perturba todo, lo hace desde la lejanía de su estancia, me recuerda todos los minutos en que quiero relajarme, que soy yo el culpable de todo, de que ella este allí, de que Loura pierda a su madre, y que yo pierda mis sueños. Luis necesito viajar un tiempo, pero no me atrevo a dejar a Loura sola.

–No puedes, no cuentes conmigo para algo tan destructivo, te adoro mi amigo, nuestros momentos lúcidos valen por millones pero no puedo seguirte en esta decisión, creo que es un error –Luis San Martín dio un bocado al bistec, miró el color de la carne que iba a degustar, acomodó las patatas que acompañaban al plato, pero decidió no comerlas. Marcos simplemente abrió los ojos para comprobar que Luis no tenía otra respuesta, dio unos tragos cortos a la bebida del menú y soltó su ira.

–No hay derecho a que no me entiendas, no tienes ni tu ni nadie la certeza de que lo que pienso, es un error –Luis se so-bresalto de tal manera que grito instantáneamente, la gente que los rodeaba volvió su mirada deteniendo el ritmo que llevaba el restaurante.

El silencio se apoderó de todo, miraban los curiosos, otros simplemente se quedaron quietos esperando a que se termine el acontecimiento.

Marcos en silencio lo miró a Luis, lo estudio, midió sus ojos contando sus pestañas, pensó en esos días en que navegaban inestables, adolescentes y perdidos en la alta mar. Sonrió por den-tro para que no notase su alegría, Luis anulado por el miedo soltó el tenedor y su cuchillo, continuó mirando fijamente a Marcos.

–Tengo que hacerlo, cuando pueda vuelvo a llamarte, pero hazme caso, no volveré hasta que todo se solucione, Loura está ahora mismo en el colegio, es el colegio de los jesuitas, te pido que le des la leche sin galletas de chocolate, no quiero que coma chocolate, luego las comidas pueden ser a tu gusto, ella come de todo, es un sol mi niña, no le digas nada, ella lo sabe dentro, dile

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que estarás con ella un tiempo, solo eso. No vuelvas a nombrar-me, ni como su padre, prométeme que eso no lo harás porque harías en ella un mal imperdonable, una huella para el resto de sus días.

El sol resplandecía y las gente comía como antes, el sonido de los golpes a los platos eran la señal de que el apetito no podía detenerse. Marcos pensó en dar la vuelta, pero sintió la necesidad de contar sus pestañas otra vez, Luis negaba con su cabeza absorto, sus ojos inmóviles giraban también, la carne medio troceada en su boca permanecía visible, Marcos recordó una nota en una de las novelas, era exactamente la imagen que había representado para sus personajes, odió ha-ber escrito tanto, odió su naturaleza pero comprendió que el azar inexistente era el artífice de aquella réplica literaria. No dudó un instante más y se fue caminando lentamente, sabía que nadie iba a detenerlo, comprendía que su amigo sabría qué hacer con el resto de su vida anterior, Marcos ya no era quien había creído ser, el minuto cero fue al ver el hierro quieto so-bre la acera, brillante, fuerte, aguantando la peor radiación del mediodía, su hierro incluso sabía que el sol pronto sería menos dañino y que luego dejaría que repose en paz. Marcos dejó su último pensamiento en ese hierro de obra. Luis no pudo hacer nada, lo vio marchar mientras su carne destrozada ingresaba a su estomago, pensó que su amigo no podía más consigo mismo, pensó también en Loura y por un momento pero sólo un momento en la carga que suponía ser padre de un instante a otro, pensó que su minuto cero fue ese pensamiento y re-cordó a su novia del instituto, sus ojos, esos ojos que eran la gloria, comió el resto de comida, sonrió mucho y fuerte, no le importó nada, terminó su postre que venía incluido en el menú de aquel restaurante que albergaba algunas otras historias, y pagó como Luis San Martín, miró su tarjeta de crédito donde su nombre relucía en oro falso y apuntó una palabra en su mente. Supo a los dos minutos que su amigo ya no volvería, miró ha-cia el sol de la acera de enfrente intentando encontrar lo que

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Marcos miraba, y solo vio mucha luz, recordó aquél día en que tomaron prestado aquél barco, en su mente surcaron las olas golpeando el borde, llenando de agua la proa, vio a Marcos tranquilizándolo, sintió esa paz que pudo transmitirle en ese instante, incluso olió la mar de cerca, respiró ese aire de miedo y tranquilidad. Miró el suelo, recordó a Loura, el nombre de su colegio, se acercó a un comensal que comía junto a su familia y le preguntó la dirección.

Abril

El piano terminaba de quebrar el sonido de la sala, Marcos redujo los tres últimos acordes a dos compases para terminar, estaba agotado, tenía dormido los dos dedos más pequeños de las manos, la gente aplaudía y él se retiraba todo lo rápido que podía.

Seattle no era una ciudad de escritores, pero era la ciudad esmeralda para sus ciudadanos y eso era un buen comienzo. El lago Unión era el favorito de Marcos, pero no había nada dentro de este que lo alimentase como él quería. Estaba hambriento de letras pero tenía muy pocas guardadas, sentía estar en blanco, y hablaba con los ancianos del parque para ingresar algunos datos.

–Éramos jóvenes y estúpidos, hicimos mucho mal, nos hicie-ron hacer el mal y los odiamos por eso –Peter Cell no era precisa-mente norteamericano pero había combatido por su nueva patria en aquél entonces, a consecuencia de tal aventura le faltaban sus brazos. Contradictoria la realidad lo obligaba a jugar al ajedrez, porque la voz según él no se la quita ni Dios y menos ese presi-dente que reeligieron.

Marcos pensó al mirarle el labio inferior agrietado por el frío en un lago que busca irrigar agua a la tierra, pensó también en las raíces de unos árboles africanos y principitos trepándolos en espacios del universo. Había nubes y viento, poco sol, los ancia-

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nos abrigados solo movían piezas y miraban el tablero monocro-mático, obviamente se le oía a Peter Cell, sus códigos eran sus movimientos, todos hablaban el mismo idioma allí, eran etnias diferentes conviviendo cansadas.

Marcos pensó en su tercera edad, en la última, y no supo en-contrar un sitio en ese parque, se sentó, miró el cielo y el viento le golpeó la cara como educándolo, lo puso en su sitio y pudo leer un texto en el agua, pudo ver las primeras palabras de ese libro inexistente.

–Tengo lo que quiero, transmitir la última idea puede ser inte-resante, pero no quiero recurrir a lo mismo de siempre, hablar de mi vacío emocional, de mi mirada objetiva sin procesamiento. Ne-cesito hablar con alguien –concluyó sin mediar palabras consigo mismo. Colocó los auriculares en sus oídos, aunque poco escu-chaba en el izquierdo, lo hacía para no descompensar la potencia de la música con el medio que le rodeaba, aunque el agua según él, daría un ritmo a su música.

Tuvo que trabajar todo el invierno para juntar dinero, tuvo que dormir muy poco para terminar cada capítulo día tras día, tuvo que dormir en sus días libres y llorar sin saber porqué. No hubo des-canso mental durante sus dos años en Seattle, el primer boceto estaba resuelto, ahora era el momento de encontrar la editorial que haga el resto del trabajo, el tenía las ideas claras, no quería que nadie corrija sus escritos, a no ser que hubiera faltas graves de ortografía, de esas que sabe escribir pero por error tipográfico mal redactada, pero el resto, lo que desconocía de las reglas o lo que pervertía adrede debía continuar sin alteraciones. Sabía que ningún tipo de éxito devendría de un libro simple y sin muchas aspiraciones, sabía que era uno más del montón, pero ésa no era su arma, el pretendía vender su libro, vender sus ideas, su interior, para que todos sus libros semivacíos sean el prólogo del que real-mente debería salir, de esa manera todos sus lectores esperarían leyendo al momento de explotar su genialidad, o la que vendía en sus presentaciones, que obviamente no es lo mismo.

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Diciembre

No recordar el nombre de su padre y que su padre no se lo diga fue algo contradictorio para Loura desde siempre, pero las promesas son hechas para que algunos las respeten y Luis San Martín había decidido no quebrar ese límite por nada que el mun-do pueda darle a cambio.

–Loura tienes que llevar el abrigo, el invierno es muy duro, allí –Luis, su padre, la había apuntado al intercambio con la universi-dad de Washington para hacer su tesis final sobre la evolución. Loura terminaba sus últimos veinticuatro años para convertirlos en veinticinco, ese regalo le pareció un buen momento para iniciar su vida individual.

-Me llamarás todos los días al menos unos minutos, sino es a casa por el cambio de horario me llamas al bufete, le dices a Sil-via que llame así no gastas dinero, ya sabes que la tarjeta no tiene límites, no pases los tuyos gastando lo que nunca has gastado, pero vive bien, porque es crucial para la tesis final, es el puntaje que te dará el honor del título y sus créditos.

–Siempre piensas en lo mismo, no es justo que justifiques tu vida en mí, ya lo hemos hablado, no me hace falta nada más que mis piernas y mis sentidos, es lo que amo de mi cuerpo –Luis la miró e imagino a su padre y éste a su abuelo y así se imaginaron las generaciones anteriores hasta llegar al viejo continente, Luis vio como la genética no tuvo que ver en sus palabras, en sus gestos, Loura hablaba como él (Luis) pero sus labios y sus manos se movían como las de Marcos, sus pensamientos estaban enla-zados, recordó el gesto de Marcos al darle un golpe un día que Luis le critico su decisión de dejar las ciencias por la literatura. Recordó.

–¿Quién mierda te crees puto abogado?, no sabes cómo me siento cada día al levantarme, al comprender que sólo es mante-nernos, entretenernos, desde nuestros inicios racionales al del de hoy no hay nada que haya cambiado, los artificios suplantaron a la naturaleza, pero nuestra naturaleza no ha cambiado nada, pero nada, entiendes, tus palabras no me hacen daño, me enfurece

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que pienses en lo que piensas esos hijos de puta que quieren tomar mis pensamientos para que ganen dinero, la evolución de los mercados económicos no me importan, menos la industria, nada, entiendes, lo único que puedo describir como sapiente es la mente, la razón, los pensamientos, el azar que no existe y las interconexiones universales, pero ser hombre de ciencias no, y es una decisión tomada, sé la ilusión que puede generar en ti, pero en mí es el fracaso, es el tiempo que he perdido en teoremas in-completos, en falsas esperanzas de evolución –lo recordó movien-do sus manos, gesticulando, viendo a Loura entremezclada en el, supo que las decisiones de algunas mentes son imperdonables y egoístas, pero recordó el egoísmo en el mismo al pretender mo-dificar la vida de su amigo. Al fin y al cabo no hubo nadie que se oponga a su decisión, estaban solos en el mundo.

Abril

Cortó la última uña del pie, tenía el dedo gordo del pie derecho un poco hinchado, era la resultante de un arduo trabajo semanal, pero no era lo que le molestaba, ni el dolor al apoyar, menos an-dar tres cuartos de hora para llegar al parque.

Estaba molesto porque había terminado la primera copia de la novela, su gran trabajo, sus últimos dos años en Seattle y no se lo había entregado a nadie para leer y corregir. Estaba moles-to porque no quería que nadie mirase el interior de esas páginas clonadas de su alma, sentía que podrían destrozarle la vida las críticas y prefería tirar todas las copias al río a someterse a tal homicidio o literatisidio, según su diccionario.

No había sol que iluminase el evento, las nubes tapaban a los rascacielos y estos oscurecían mas las calles del centro. Marcos miraba desde el puente como sus cabellos jugaban con el aire y sus ojos, pensó en no hacerlo, imaginó revistas de grandes tiradas con titulares de su entrevista y presentación, meditó so-bre lo que sentía en sus ojos neuronales, pero no podía terminar de creer que esos dos años de esfuerzo sirvieran de algo, no

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tenía el mínimo interés de obtener algún beneficio. Pensó en la historia, sonrió por las situaciones que tuvo que sortear para que sus personajes llegaran donde querían, miró el agua incansable como toda la vida y alzó su mano derecha sosteniendo la copia. El cielo no respondía nada, no hacía ruidos para que desistiera, el cielo, el agua, la tierra y su naturaleza dejarían que haga de sus deseos una sentencia final. El viento sopló aún más fuerte y sus cabellos casi se desprenden, se respondió que la muerte no sería nada frente a eso, e imaginó sus letras desvanecerse en el agua, forzó su boca hacia abajo, hizo fuerza, muchísima fuerza, tres notas seguidas le hicieron eco en su atormentada combinación de pensamientos y compuso una nueva sinfonía.

Los coches hacían el ruido de chasquidos con sus ruedas, ese sonido constante cuando llueve poco, todos iban con sus luces encendidas y Marcos se veía iluminado por momentos por éstas, alguno alcanzó a verlo subido a la estructura, pero nadie quiso llamar a la policía, era algo común, y la gente sabía que con la altura del puente poco podía hacerse, simplemente ahogarse, eso si la corriente le llevaría flotando a un sitio seguro del parque, por lo que nadie haría nada por él.

–No quiero que esas letras naveguen la falsedad de quienes no las entenderían, amo a cada letra y no puedo entregarlas así, tan indignamente por dinero o por el resto –se dijo–. Ya está, he terminado, he descrito todas las formas posibles y no comprendo el puzle, se me hace infinito el puzle del azar. No voy a hacer nada que no quiera, pero no puedo contenerme, el agua es un factor de destrucción bonito, no quiero que mi novela termine en las manos de un joven inconcluso, y mucho menos en las de una señora aburrida comiendo tarta mientras teje, no, tampoco quiero que el insuficiente mental que quiere presumir de lector hable de mis letras, son mías y mis historias y mis encuentros, mis climas, pude crear esos climas para ellos y cualquier lector que no comprenda bien mis letras puede hacer pasar calvarios climatológicos a mis personajes. Tengo que hacerlo por mí, nunca en mi vida hice algo bien, pero tampoco se tanto –se detuvo, miró sus pies frunciendo

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el ceño, ese hierro brillante, esa luz, que hay detrás de esa luz, siempre te veo antes de dormir, pero nunca puedo recordarlo al amanecer, si, si, puedo verte, quien está detrás de la luz, ese hierro, el agua tiene que destruirme a mí, debe matarme, porque es el cambio que tiene que quitarme este daño. Maldito libro, no quiero nada, nadie sabe quién soy, y menos yo, como firmaría en las presentaciones, hablaría como quien, si no hay nadie que pueda decirme un nombre que me guste, no puedo permitirlo.

Soltó el libro al camino del puente, estiro sus manos aletean-do, solo para entrar en calor. Los coches hacían sus sonidos y sus notas hacían una música inferior, por debajo de sus pies, movió sus dedos en un piano único, un piano sin teclas, de tacto natu-ral, movió sus dedos de los pies agitándolos fuertemente hasta perder el equilibrio, giro su cabeza hacia delante y cerró sus ojos más fuerte, tan fuerte que vio todo blanco y recordó el ensayo de Saramago, apretó su mandíbula, soltó el aire, olvidó la copia de-trás suyo, oyó el piano estremecerse en sus yemas de los dedos, creyó separar su alma, y se dejó caer al agua, su caída duró dos segundos, su cabeza se rompió al tocar el agua.

Abril

Las maletas ya no se veían, las tenía debajo de la cama, le provocaba la sensación de volver y prefería tenerlas debajo, por si acaso. Loura llevaba un tiempo prudencial, y unas exigencias que no esperaba, no tenía la tesis compuesta siquiera en sus inicios y poco podía pensar, todavía le duraba el bloqueo, toda esa información de golpe, todos esos paisajes nuevos, las nue-vas costumbres, la comida. Cogió el abrigo, la bufanda gris, la anudó sobre su fino cuello y miró un libro sobre la ceguera de alguien sabio y pensó en llevarlo, pero hacía mucho frío como para leer en un banco, solo quería caminar y dejar los pensa-mientos por suspiros de aire frío. Que estará haciendo Olatz pensó en sus ojos y el Cantábrico, hacía tiempo que estaba sola, no sentía amor real, pero no estaba mal recordar el color de sus

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ojos. Tosió mucho y el viento le obligó a girar a la derecha sobre el río, vio el puente iluminado y rápidamente ubicó su fotografía personal, era perfecto, le gustaba muchísimo el agua, el viento, la furia del mundo, y pensó en palabras sueltas, en un texto completo, y lo recorrió casi con música. Sus zapatos sonaban hueco y se repetían, le daba vergüenza el sonido estridente, por momentos avanzaba y se detenía o intentaba caminar más sua-ve casi rozando el suelo, aprovechando el mejor deslizamiento por la capa de agua que había en el paseo, realmente lo pasaba mal con esos sonidos. Quiso, quién sabe por qué, subir la cues-ta, quizá por mantener la fotografía hasta el final o simplemente para conocer el barrio humeante e iluminado del otro lado del río. Había dado el primer paso dentro del primer tramo de la gran estructura de acero, sus zapatos casi la hicieron retroceder del miedo a ser oída desde los coches, su timidez por momentos era idiota, pero ejercía en ella un efecto instantáneo. Quiso combatir ese deseo irrefrenable de volverse en sus pasos, pero continuó, quería ver las luces del otro lado, era llamativo el paisaje y desde ese lado poco podía ver. Algún coche rojo de los nuevos, derro-chó música al exterior, notas que llegaron suave a sus oídos y rápidamente como de un olor a perfume, tuvo el rostro de una mujer, siempre que un rostro femenino se representaba en sus ideas sólo miraba su sombra, nunca había podido reconocerla, y tampoco era su búsqueda, tuvo dos golpes de luz por los co-ches que volvían o iban, sus resplandores le cegaron, algunos gritos le hirieron los oídos, no había nadie de pie, sólo se oyeron alaridos desde algunos coches, uno de la gran masa de acero móvil se detuvo, sus ruedas chirriaron humeantes como la ciu-dad después del puente, un hombre de contextura fuerte bajó y fuertemente trepó sobre las varillas de acero, subió y bajó dos verjas, se detuvo, respiro muy fuerte, Loura pudo escuchar sus pulmones hincharse, subió por última vez la baranda, la que dividía el puente con el agua, y se arrojó sin vacilación alguna al vacío, Loura soltó un suspiro cortado y con sonido, tapó su boca con su mano izquierda, cerró los sentidos.

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Las sirenas se acercaron rápidamente, la policía, ambulan-cia y bomberos municipales estaban al minuto y medio, Loura no acabó de abrir los ojos, caminó hacia el lugar desde donde ese gran hombre se había lanzado al vacío. Se oyó a una mu-jer desde dentro del coche gritando que su marido había ido a socorrer a alguna persona suicida, maldecía mucho y lloraba arrepintiéndose por su marido. Nadie miró a ese lunático, nadie se detuvo y el tuvo que hacerlo, que idiota, dijo la mujer golpean-do todo el interior del coche. Loura no se detuvo con la mujer, prefirió sin meditarlo ver que sucedía con ese pobre hombre que había dado su vida para salvar a ese otro pobre y desdichado suicida, Loura sacudía su cabello y no creía lo que veía, solo quería escaparse, odiaba que esto le sucediese, pero sólo tuvo que mirar al suelo de acero mojado y brillante, miró porque su zapato rechinó más de la cuenta y tuvo el gesto de queja para quitarse la culpa de tal sonido, quizás maldiciendo un poco a los zapatos. Se oyó, -están muertos, no hay nada que hacer-, era un policía que daba el parte, Loura no quiso comprender esas palabras, solo miró esas hojas húmedas girar por el viento en-rarecido, un rayo hizo eco, alguien gritó al instante, dos policías volvieron a sus trabajos, tenían que reincorporar a todo el trá-fico de coches detenidos que se extendía por las dos ciudades esperando impacientes. Hay que seguir, todo sigue igual, dijo el policía seguro de sí mismo como quien ve una paloma en medio del atardecer, simple y hasta enamorado de su trabajo. Loura rompió a llorar y tomó el libro, no supo bien para quien eran sus lágrimas pero tanto mal había en el aire y tantos nervios desde su llegada hicieron que termine por explotar en dolor. Tardó va-rios minutos en recuperar la tranquilidad, su llanto era interno, no de esos aullidos animales, de su nariz salió mucha mucosa, del frío sintió congeladas sus pestañas y ardor en su piel, siste-máticamente recordó a su padre Luis San Martin, no pudo con-tener una sonrisa. Un enfermero la miró pensativo, quizás por un gesto ancestral de humanidad, eso que no se encuentran en los ojos de quienes deambulan la ciudad día tras día. El libro sintió

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los latidos de aquella pequeña adulta, no le importó hacer más ruidos al andar, respiró profundo y se alejó silbando una canción que oía de pequeña. Hubo dos veces que miró atrás queriendo creer que no había sucedido, se arropó en la sensación de vida que le generó pensar en que al morir no tendría más libros que leer, se aferró a la idea de que leería el ejemplar sea lo que sea, y que no saltearía incluso ninguna palabra, eso que todos hacen, pensó. Se conocía muy bien.

Septiembre

La tesis no tenía consistencia, el tramado se había desvincu-lado de la idea principal, no era más que un teorema estudiado por otros, se dio cuenta que no había nada que hacer, que era simplemente lo contrario a lo que había pensado. Golpeó el espejo varias veces en un intento de cortarse todo el cuerpo, pero no hubo caso, no tenía las fuerzas, se odiaba por no poder llegar a darlo todo por sus estudios, se sintió frustrada por no tener nada claro, se creyó muy vieja, aceleró su vida sin pensar que aun era Loura la pequeña Loura. Se ahogó en sus propias falsedades, no meditó más que en sí misma. Mierda, mierda, quien mierda soy, se dijo mirándose al espejo que resistió a sus golpes pero que no se negó a reflejarla. No entiendo nada, no quiero hacer nada, no tengo fuerzas, Dios, Dios, repitió esa palabra muchas veces hasta no comprender que significaba esa palabra. Que es esto, preguntó mirando sus ojos llenos de lágrimas duplicados en el conjunto de arena incinerada. Juntó los papeles, se arrodilló en la cama, mirando hacía la ventana tiró uno a uno todos los papeles llenos de información de meses completos. No quiero mas esta mierda, repitió también hasta el hartazgo, no quiero nada mas, no puedo seguir así, concluyó mojando con sus ojos sus rodillas y manos.

El libro como todos esperaba en el anaquel, había solo unos pocos, Loura pensó en escuchar música, no es el momento se dijo, y tomó una novela de torres e iglesias, otra de códigos

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secretos, sonrió, códigos, que alguien me dé el mío, es no que me comprendo, se conformó con lo que se dijo y mantuvo esa novela de éxito en su mano derecha. Cogió el bolso que tenía por si acaso la música de siempre y fue hacia la puerta de la habitación, reincorporó sus ojos en el titulo, recordó lo inmedia-to y su estomago se redujo o sintió algo parecido. La mujer de aquél hombre no estaba equivocada, pensó, no tenía nada que hacer por alguien así, quien es tan estúpido como para perder su vida por alguien que ni conoce, y sus hijos, se cuestionó, sus hijos se quedaron solos, su esposa va a odiarlo por dentro, siempre dirá que está orgullosa de su marido, pero por dentro lo odiará hasta el final de sus días. No puede ser tan generoso alguien por nadie, sentenció asegurando que esa era su verdad. El best sellers se soltó de su mano, exclamó por su torpeza y al recogerlo vio en su escritorio el libro de aquella noche, estaba tapada, casi invisible para quien lo ignora, pero supo que era ese el libro, su titulo lo leyó perfectamente. Está bien, no puede aburrirme nada, porque es siempre igual, menos desesperanza mas desesperanza no se cancelan, se dijo acabando con la cavilación. Sintió en su mano calor, nervios, que encontraría en los escritos de un muerto, pero de un muerto suicida y que había presenciado en su acto final. Bueno, no puede ser distinto que leer a Kafka, al final todos los escritores que había leído estaban muertos y no de causas naturales precisamente. Era un plantea-miento infantil como todos, pero era verdadero. Cualquier cosa se puede encontrar en las palabras de quien espera morir por cuenta propia y no del azar.

Seattle amaneció radiante, Loura se sintió de buen humor, no tenía ninguna carga en su cuerpo, se sintió suelta, casi sin gra-vedad, eso le motivó aun más a leer, se sentó en el primer ban-co de la plaza del ayuntamiento, abrió el libro y leyó el prólogo. Sonrió al dar vuelta a la página, pensó en que era una sorpresa hermosa ese prólogo y sintió el agua fría de sus lágrimas, las palabras comenzaron a anidarse en su mente, cobijándose en recuerdos inventados. Loura dejó de sentir su cuerpo, las letras

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le absorbieron completamente, la tarde fue una tarde hermosa y la recordaría como el primer día.

–Nunca se sabe cuando los cambios se cristalizan frente a nuestros ojos –formuló en paralelo.

-Él supo cuándo y cómo –concluyó pensando en el muerto–. Supo soltar su alma y reencontrarse en el agua fría de la noche. A lo largo de la tarde se sumergió en las palabras de aquel gran desconocido que nunca más dejaría de evocar en sus pensa-mientos. Le agradeció por lo bajo al terminar el primer capítulo, suspiró, cantó por lo bajo una canción sin título y conoció el atardecer más sublime de su vida.

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ÍNDICE

Prólogo ...................................................................................7

Kurt, el incompleto ....................................................................11Armónico y Desalmado ........................................................27

Grafismos de Waterloo .............................................................29

La puerta ..................................................................................47

Sonríe, hay más letras ..............................................................63Berg ......................................................................................65Der anco, cura ......................................................................66El .........................................................................................68“Je suis et cerf” .....................................................................70

El ultimo vértice ........................................................................71Inerme ..................................................................................73Beato ....................................................................................77El entorno .............................................................................79Menos Inerme ......................................................................85

Urbi et orbi ................................................................................89

El último ....................................................................................95

Piano ......................................................................................101

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