Gauchito Gil, de Sebastian Hacher

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GAUCHITO GIL FOTOGRAFÍAS Y TEXTOS DE SEBASTIÁN HACHER RIVERA libro4 6/5/07 7:34 AM Page 1

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Hace unos años hice este trabajo sobre el Gauchito Gil, un santo pagano del litoral argentino, no reconocido por la iglesia católica pero canonizado por el fervor popular. El trabajo salió publicado en forma de libro con Editorial el Colectivo. El otro día supe que estaba agotado, así que decidí subirlo a a la red. Hoy -después de mucho trabajo y aprendizaje- quizás lo hubiese hecho muy diferente, pero con el mismo cariño que entonces. Desde ese punto de vista espero no haber cambiado.

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GAUCHITO GILFOTOGRAFÍAS Y TEXTOS DE SEBASTIÁN HACHER RIVERA

COOPERAT IVADE FOTOGRAFOS

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Las niñas estancieras

soñaban que tú eras

su paladín

mientras que los patrones

y sus matones, tenían visiones

pensando en ti.

Julián Zini - Gauchito Gil

“¿Qué pintor hará el cuadro del dependiente dormido, que en sueños sonríe porque ha incendiado la ladronera de su amo?”

Roberto Arlt - El juguete rabioso

Retoque digital: Alejandro CalderoneDiseño gráfico: Julia Masvernat

Editorial El colectivowww.editorialelcolectivo.orgeditorialelcolectivo@gmail.com

Distribuye:Distribuidora Culturalwww.distribuidoracultural.orgdistribuidoracultural@gmail.com

Gauchito GilFotografías y textos de Sebastián Hacher Rivera1ra. edición64 p. 23 x 16,7 cm.ISBN: 978-987-23514-2-7

Esta edición se realiza bajo la licencia de uso creativo compartido o Creative Commons.

Está permitida la copia, distribución, exhibición y utilización de la obra bajo las siguientes condiciones:

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No comercial: no se permite la utilización de esta obra con fines comerciales.

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El autor y los colaboradores destinan parte de su trabajo y los potenciales ingresos generados por esta edición alfomento de nuevas publicaciones de la Editorial.

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Por cualquier camino o ruta, al costado o en unacurva, un destello rojo atrae la vista como unimán. Un altarcito improvisado, anónimo, con cin-tas rojas sacudidas por el viento patagónico, casti-gadas por el sol de la Puna o mojado por la lluviapampeana -solitario generalmente- le rinde culto.

El Gauchito Gil es una devoción popular que fuecreciendo silenciosa, de boca en boca y de puebloen pueblo, hecha de promesas para conseguirmodestos milagros: casi derechos, si bien se losmira. Salud, trabajo, bienestar. Una religión de losdesposeídos, de los que tienen poco y quieren tenerlo necesario.

En Mercedes, Corrientes, cada 8 de enero se con-gregan muchos. Camisas que cubren pieles more-nas con tatuajes, humildes ofrendas. Están lasmiradas dolientes de los peregrinos que piden o lasemocionadas de los que llegan a agradecer. Rojo,negro, calor, intensidad.

El mito del Gauchito Gil nació con un insólitoprimer creyente: nada menos que su verdugo. Fueun Cristo criollo.

Había huido de la justicia que pretendía obligarloa derramar sangre de hermanos y buscaba refugioy abrigo en ranchos y fogones donde almas sóloun poco menos desharrapadas que él lo auxiliabansin preguntar. Robaba, pero no guardaba nadapara sí mismo. Su riqueza residía en dar. No leimportaba la legalidad sino lo legítimo. Tomaba delos que tenían para dar a los que recibían todocomo un don del cielo.

Sebastián se adentra en esta devoción como uncreyente más. Para él, el Gauchito no es un fenó-meno antropológico que mira con la lupa delinvestigador porque se emociona con lo que ve yno desmenuza el fenómeno.

No retrata tampoco como un artista: es el vehícu-lo de un sentimiento que desborda e inunda laspáginas. Por eso sus imágenes y sus textos son tanpotentes, tan comprensivos, tan piadosos. Por esosu lente y sus palabras reconocen, transmiten,conmueven…

MIRIAM LEWINBUENOS AIRES, MAYO DE 2007

CRÓNICA DE UNA DEVOCIÓN

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Tenga cuidado. Es muy poderoso. Una mujer le pidióno ver más a su hermana, y al tiempo quedó ciega,atrapada en la gramática de su deseo.

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Antonio Marmerto Gil Nuñez, el Gauchito Gil, cabalgó por estas tierras y tomó nuestro vino. Fue tanhumano como cualquiera de nosotros, pero al morir se volvió santo. No por gracia de alguna iglesia, sinopor obra de sus paisanos, gente sencilla y devota que lo erigió como hacedor de favores. No hay una versióndefinitiva sobre su vida y su muerte: cada creyente construye el Gauchito que necesita. Su historia es laproyección hacia atrás de nuestros propios anhelos.

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Nació en 1847 en la provincia de Corrientes, cerca del río Pay Ubre. Lo bautizaron Antonio Mamerto GilNuñez. Estaba destinado a ser peón rural, pero antes de cumplir 20 dejó las faenas del campo para ir a laguerra contra el Paraguay. No tenía otra opción. En su época, las grandes estancias se conseguían confavores políticos, y esas riquezas se pagaban con la vida de gauchos obligados a pelear en nombre de suspatrones. Antonio se convirtió en uno de esos tantos que combatían a caballo, armados con una caña detacuara y un pedazo de hierro atado en la punta. Dicen que era un soldado querido por sus iguales y temidopor sus enemigos.

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Después de la guerra quiso retornar la rutina: ser hijo, campesino y amante. Pero en Corrientes seguían losconflictos internos. Antonio fue vuelto a convocar para combatir al mando de caudillos locales. Otra vez letocaría matar y morir bajo banderas que no eran suyas. Algo lo detuvo. La noche en la que debíapresentarse ante la tropa, soñó que Ñandeyará, el dueño de los hombres, le ordenaba “no derramar sangre desus hermanos”. Al despertar, ni pensó en desobedecer. Había sido un combatiente bravo; ahora sería ungaucho alzado, con un único y nuevo destino: escapar de la ley.

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El tatuaje es una marca: soy el que tiene algo diferente. Huyo de

mi condena –escapo del destino prefabricado– gracias a la

fuerza del símbolo que llevo bajo la piel. El futuro es rojo: brilla

como la voluntad de mis anhelos.

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Antonio huye por los montes. En eso se ha convertido su vida: un constante vagar por ningún lado. Unanoche se asoma a un claro, en la orilla de un rancherío. Un paisano de sueño ligero salta de su catre alescuchar un murmullo. No prende el candil: manotea el facón, se calza las alpargatas y se asoma a lapuerta. Desde las sombras, una voz susurra una contraseña tranquilizadora:

–Soy Antonio, compadre.

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El fugitivo piensa pasar la noche allí, descansar un poco y darle un respiro a su caballo. La gente lo recibebien, como siempre. Le preparan una cama de heno y cuero de oveja para que duerma abrigado. Manosfemeninas le acercan mate caliente. Los niños espían desde la cocina, curiosos por ver a ese hombre del quetanto se habla. Antonio –que es un preso del destierro– recupera por unas horas el calor de la vida familiar.

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Despierta al amanecer y se prepara para seguir viaje. Se despide desde el umbral de la cocina, ensilla sucaballo y se interna en el monte. Hay algo de melancolía en su galope: Antonio sabe que nunca podrá teneruna familia como esa que le dio techo y comida por una noche. Su rutina es no tener nada. Su hogar, esoscaminos que de tan recorridos ya parecen todos iguales.

Vive donde otros transitan, y transita donde los otros viven. El consuelo del nómade –piensa Antonio– es lalibertad de movimiento.

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La fiesta del Gaucho es también una forma de volver al pago, de mantenerse

ligado a la tierra en la que nacimos nosotros o nuestros padres. A veces, se

recuperan lugares que habíamos perdido sin llegar a conocer, sitios que no

sólo son geográficos: son también viejos códigos de amistad y honor.

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Sobre él se dicen ciertas cosas. Que roba y reparte el botín entre los pobres. Que es capaz de curar o paralizarcon la mirada. Algunos recuerdan o inventan sus hazañas como febriles alucinaciones. Se habla de que elpatrón de una estancia tenía a sus empleados a pan y agua. Si alguno se iba del trabajo para cazar en losesteros, lo mandaba a azotar o a detener con la policía. Antonio se enteró de la situación por boca de un peónque se había escapado al monte. Se unió a otros gauchos y cayeron sobre la estancia. A punta de pistola,organizaron un festín: asado y vino tinto para toda la peonada. Antonio se encargó de atar al patrón al aljibe,para azotarlo como él hacía con sus trabajadores.

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No siempre se busca venganza o deseos cumplidos de forma estricta. A veces,

también se le pide serenidad. Porque si bien el Gaucho no es infalible o

todopoderoso, tiene la tranquila sabiduría de quien anduvo largo rato por el mundo.

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–¿Qué es eso de repartir lo que robás, Antonio? ¿Por qué no guardar algo para vos?–Para escapar debo ser liviano. No llevo nada conmigo. Yo me salvo en cada uno de mis paisanos.

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Cuando uno es devoto, el santo ayuda sin necesidad de pedir:

–El comisario inspector dijo que no me llevaba preso porque me parezco al Gauchito Gil.

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Un 6 de enero, dicen que de 1871, Sia María fue anfitriona de la fiesta de San Baltazar, el santo moreno.Algunos paisanos donaron vacas y vino tinto. Otros se ofrecieron como mozos y leñadores. Lo importante eraocupar un lugar durante los festejos, una de las formas de cumplir con el santo. El día anterior se carnearonlos animales y se juntó leña. Por la noche, las mujeres pelaron papas y cortaron el queso para el guiso.Empezaron a cocinar antes del amanecer. Al mediodía, los olores del almuerzo se mezclaron con el polvo quelevantaban los bailarines.

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Antonio llegó mientras servían la comida. En un fogón compartió un trago de vino. En otro, se abalanzósobre un costillar recién asado. Más allá, se animó a bailar unos pasos al compás de una guitarra llegadadesde un pueblo lejano. Durante la fiesta la soledad quedaba suspendida: el hombre condenado se podíamezclar entre la multitud, amparado en los tumultos. Pero Antonio sabía que no era conveniente pasar lanoche tan cerca del pueblo. A la caída del sol montó su caballo y anduvo hasta llegar a una pampa cercadel monte. Se durmió bajo las estrellas, abrigado en su poncho.

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Adrián, el del tatuaje gigante, es pintor. Vive entre el norte del país

y el Gran Buenos Aires. Le consagró toda su espalda porque su hija

volvió a caminar. En la fiesta del 8 de enero, él cumple otras

promesas menores: baila chamamé, invita asado a toda una

familia, y no deja que los vasos de cerveza de sus amigos del día

estén vacíos. Uno de ellos, el de gorra verde militar, llegó desde

Concordia, Entre Ríos. Vino a agradecer su libertad. Para viajar

pidió monedas todo el camino.

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Despertó con los gritos, mucho después del amanecer. Los siete policías se abrieron en abanico frente alhombre que dormía. Uno de ellos lanzó una especie de aullido, mezcla de advertencia y miedo. Antonio dioun salto. Se paró y los miró fijo. Tenía la costumbre de dormir con una mano en el cuchillo. En la otra,como si fuese a pelear en una pulpería, se había enrollado el poncho. El tiempo se detuvo. Los ojos negrosde Antonio se abrieron al máximo. Nadie se animaba a mover un músculo. Tenían la sensación de quecualquier movimiento podía provocar que Antonio los matase a todos. ¿Cuánto tiempo estuvieron así? Nadielogró recordarlo después. Sólo se supo que fue el Gauchito el que rompió el hechizo:

–No voy a pelear contra ustedes –dijo antes de entregarse.

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Algunos dicen que es un Cristo argentino. Otros, un simple bandido al que

se aferran los desesperados. Pero el Gauchito Gil es eso y mucho más.

Simboliza la hermandad entre los de abajo. Se hace fuerte en los territorios

de la ambigüedad, allí donde la frontera entre lo legal y lo ilegal, el pecado

y la virtud, es relativa. En los márgenes donde habita el gaucho, lo

importante no es cumplir la ley. Lo central es sobrevivir, y para eso también

hay que ser solidario con los iguales.

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Las autoridades ordenaron el traslado a Goya, para juzgarlo por desertor y matrero. Muchos lo querían vermuerto, y el trayecto era ideal para deshacerse de él. A cuatro leguas de Mercedes, en un cruce de caminos,bajaron del carro y lo ataron al único árbol que daba sombra en la zona. Entre la tropa se hizo un silenciopesado, oscuro. Todos sabían cuál era la orden, pero no se animaban a cumplirla. El capitán se puso furioso:sabía que los policías eran hijos de campesinos, y temía que pudiesen esconder alguna simpatía con la causade Gil. Le preguntó a su tropa, a los gritos, qué carajo esperaban para fusilarlo. Los hombres agacharon lacabeza, hasta que uno se animó a hablar. Dijo que Antonio llevaba bajo la piel, justo en el esternón, unafigura de San La Muerte, y que todos sabían que era imposible dispararle a alguien protegido por ese santito:

–Si lo hacemos –aseguró uno de los policías– nos vamos a morir nosotros.

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El capitán se le acercó y clavó su mirada en el amuleto que llevaba incrustado en el cuerpo. Antonio llegó aentrever que empuñaba el facón que le habían sacado al atraparlo.

–Me estás por matar con mi propio cuchillo –dijo Antonio con una voz que ya era de otro mundo– peroquiero que sepas algo: cuando regreses al pueblo, vas a encontrar que tu hijo está enfermo, y nadie va asaber cómo curarlo. Vos rezá por mí, porque la sangre inocente es buena para hacer milagros.

Esas fueron sus últimas palabras. Lo colgaron de los pies y le cortaron el cuello. Mientras se desangraba, enMercedes firmaban una orden para darle la libertad.

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Al regresar a Mercedes, el capitán estaba dispuesto a declarar que Antonio había intentado escapar. Pero otranoticia hizo que el mundo se derrumbe: su hijo estaba en el lecho de muerte. Nadie sabía de qué habíaenfermado. Sólo se curó cuando el asesino del Gauchito rezó por el alma de su víctima. Así comenzó la leyenda.

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Existe una sola regla común a todo creyente: si se le pide, hay que

dar algo a cambio. El agradecimiento se puede expresar con velas,

música, una bandera roja o actos solidarios con quienes los

necesiten. Lo importante es cumplir. Porque si el Gauchito hace su

parte, no hacer la nuestra implica romper un círculo. No se trata

sólo de una cuestión de honor: respetar los códigos comunes con el

santo y con los iguales implica una economía de la supervivencia,

una garantía de que nuestro mundo funcione.

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En el lugar donde está su cuerpo, el verdugo plantó una cruz. Tocarla es entrar en contacto con el centro dela devoción. Allí es donde nació la creencia que luego se multiplicó en altares en cada ruta del país.Sucursales que nunca anularon aquel centro, esa cruz: cada 8 de enero, miles de personas se congregan allípara agradecer o pedirle favores. Alrededor de la improvisada tumba se construyó un altar, y con el tiemposus velorios se convirtieron en grandes kermeses. Hoy, el nombre de Antonio Gil es sinónimo de milagros,pero también de fiesta y de encuentro. Es un culto sin dogma ni rito cerrado. Algunos lo usan como forma dealivianar el sufrimiento y apuntalar la voluntad. Otros, como trampolín hacia la aventura.

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Vivimos en una época en la que los sueños crecen a ras del suelo: están más ligados

a la sobrevida que a la trascendencia. Pero incluso así, con aspiraciones humildes,

necesitamos apoyarnos en el otro para ganar fuerzas. El Gauchito Gil es un reflejo

de eso. Lo ubicamos por sobre nuestras cabezas para que esté al lado nuestro:

–El Gaucho –me explicaron– cumple si lo que pedís es lo que te tiene que pasar.

Yo sólo lo uso para temas de salud, protección, trabajo y cuestiones cotidianas.

–¿Y cuando no concede los pedidos sensatos? –pregunté.

–Entonces yo lo castigo a él: lo reto, lo entierro, lo meo.

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AGRADECIMIENTOS

A Eva y a la gente del Campito Gauchito Gil de laCarolina, a Juan Carlos, a Laura y al Comedor losGauchitos de Florencio Varela. A la familia Acuña deMercedes, Corrientes, por su hospitalidad. A Luis MaríaHer, Nicolás Pousthomis y Gisela Volá, virtualeseditores fotográficos de este trabajo.A Paula Peyseré por la atenta lectura y el ánimo. AMariana Corral por sus miradas. A TKY Produccionespor el aventón del último 8 de enero. A Leo Fernández,Pablo Solana, Miriam Lewin y a todos los queconfiaron en esta apuesta.A Jorge, Mónica, Emilio, Gabriel y Manuel, mi familia.A Vanina Berto por la contención, las lecturas críticasy todo lo demás.A los que creen, a los que luchan.

SOBRE EL AUTOR

Sebastián Hacher Rivera nació en 1976 en Ciudadela,provincia de Buenos Aires. Es fotógrafo y periodista.Forma parte de la cooperativa de Fotógrafos Sub.Alterna su colaboración en medios alternativos con eltrabajo como productor televisivo. Escribe en distintosmedios nacionales e internacionales.

http://sebastian.linefeed.org/[email protected]

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Impreso en La cuadrícula SRLSanta Magdalena 635

Ciudad de Buenos Aires, junio de 2007.

"Creemos en la imperiosa necesidad de

elaborar nuevos textos desde el terreno

popular, tan bastardeado, tan desdeñado,

pero de un modo distinto al habitual:

partiendo de la acción. Esto no significa

reivindicar el empobrecimiento conceptual

o exhibir con jactancia un harapo

intelectual. Todo lo contrario. Ofrecemos

un proyecto franco y abierto desde donde

recuperar las tradiciones emancipatorias,

para rescatar y proporcionarle un nuevo

significado a la palabra y a la historia,

para brindar un espacio donde autores y

autoras, tendencias o corrientes, metan las

patas (o la cabeza). Tendiendo los puentes

imprescindibles que nos lleven a celebrar

la lucha y los sueños de los de abajo."

(de la presentación editorial,www.editorialelcolectivo.org)

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Sobre él se dicen ciertas cosas.Que roba y reparte el botín entre los

pobres. Que es capaz de curar o paralizarcon la mirada. Antonio Mamerto Gil

Nuñez, el Gauchito Gil, fue tan humanocomo cualquiera de nosotros.

Sus paisanos lo erigieron comosanto hacedor de favores.

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