Frost (#1 Saga The Frost Chronicles) - Kate Every Elisson
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Transcript of Frost (#1 Saga The Frost Chronicles) - Kate Every Elisson
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Aviso La traducción de este libro es un proyecto del Foro Purple Rose. No es
ni pretende ser o sustituir al original y no tiene ninguna relación con la
editorial oficial. Ningún colaborador —Traductor, Corrector, Recopilador—
ha recibido retribución material por su trabajo. Ningún miembro de este foro
es remunerado por estas producciones y se prohíbe estrictamente a todo
usuario del foro el uso de dichas producciones con fines lucrativos.
Purple Rose anima a los lectores que quieran disfrutar de esta
traducción a adquirir el libro original y confía, basándose en experiencias
anteriores, en que no se restarán ventas al autor, sino que aumentará el
disfrute de los lectores que hayan comprado el libro.
Purple Rose realiza estas traducciones porque determinados libros no
salen en español y quiere incentivar a los lectores a leer libros que las
editoriales no han publicado. Aun así, impulsa a dichos lectores a adquirir los
libros una vez que las editoriales los han publicado. En ningún momento se
intenta entorpecer el trabajo de la editorial, sino que el trabajo se realiza de
fans a fans, pura y exclusivamente por amor a la lectura.
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Créditos ::Moderadoras de Traducción::
Auroo_J AariS
::Traductores::
K. E. Nightday
Alyshiacheryl
PaulaMayfair
Elizzen
Kensha
Jeyd3
Mafernanda28
Mais020291
Auroo_J
Isane33✰
Fher_n_n
Vafitv
AariS
::Recopiladora::
Xhessii
::Correctoras::
Andreasydney
Cr¡sly
KatieGee
Klarlissa
La BoHeMiK
Nony_mo
Xhessii
::Diseño::
Rockwood
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Contenido Aviso .................................................................................................................................. 2
Créditos ............................................................................................................................ 3
Sinopsis ............................................................................................................................ 6
Capítulo 1 ........................................................................................................................ 8
Capítulo 2 ..................................................................................................................... 15
Capítulo 3 ..................................................................................................................... 37
Capítulo 4 ..................................................................................................................... 48
Capítulo 5 ..................................................................................................................... 60
Capítulo 6 ..................................................................................................................... 76
Capítulo 7 ..................................................................................................................... 93
Capítulo 8 ...................................................................................................................101
Capítulo 9 ...................................................................................................................110
Capítulo 10 .................................................................................................................120
Capítulo 11 ................................................................................................................. 132
Capítulo 12 ................................................................................................................. 153
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Capítulo 13 ................................................................................................................. 162
Capítulo 14 ................................................................................................................. 181
Capítulo 15 ................................................................................................................. 188
Capítulo 16 .................................................................................................................204
Capítulo 17 ................................................................................................................. 222
Capítulo 18 ................................................................................................................. 234
Siguiente Libro ........................................................................................................ 239
Sobre la Autora ..................................................................................................... 241
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Sinopsis Corregido por: Xhessii
n el mundo helado y plagado de monstruos de La
Helada, un mal movimiento y una persona, podría
terminar muerta… y Lia Weaver sabe esto más que
nadie. Después que monstruos asesinan a sus
padres, ella debe mantener la granja de la familia a pesar del frío
helado y la amenaza de los ataques de los monstruos o arriesgará el
perder a sus hermanos ante la reasignación de los Ancianos de la villa.
Con daños en todos lados y a un paso de tomar el camino equivocado,
no puede permitir dejar que sus emociones la lleven por mal camino.
Así que cuando su hermana encuentra a un fugitivo sangrando a
muerte en el bosque (un joven desconocido llamado Gabe) Lia se
sorprende a sí misma y hace lo impensable.
Ella salva su vida.
Dándole amparo al fugitivo podría meterla en problemas. Los
Ancianos siempre han descrito la sociedad avanzada de las personas
más allá de La Helada, los “Lejanos”, como despiadados y crueles. Pero
Lia está sorprendida al descubrir que Gabe es empático e inteligente…
y guapo.
Puede que se esté enamorando de él.
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Pero el tiempo se está acabando. Los monstruos del bosque
circulan la granja en la noche. El líder de la villa está empezando a
hacer preguntas. Los soldados de los Lejanos están buscando a Gabe.
Lia debe localizar una organización secreta llamada La Espina para
ayudar a Gabe escapar a la seguridad, pero cada movimiento que ella
hace la pone en mayor peligro.
¿Vale arriesgarse ante la compasión y el amor?
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Capítulo 1 Traducido por: K.E. Nightday
Corregido por: andreasydney
acía frío, el tipo de frío que hacía sentir tus huesos
frágiles y te daba dolor de manos. Mi aliento
brotaba de mis labios como humo, y mis pies
mojados, hacían sonidos sobre la nieve cuando me
deslizaba por el bosque. Mientras corría, mis pulmones me dolían y mi
saco de hilo golpeaba contra mi espalda. Mi capa se enredaba
alrededor de mis tobillos, pero la liberé de un tirón sin detenerme.
Era el día de cuota en el pueblo, e iba a llegar tarde si no me daba
prisa.
El camino se extendía delante en una estela blanca de nieve
ininterrumpida, y en ambos lados, el hielo cubría las ramas de los
árboles y me encerraba entre muros de color verde helado. Incluso la
luz adquiría una sombría, una calidad casi gris-azulada aquí, y el
mundo era blanco con silencio. Solo podía escuchar el ruido irregular
de mi propia respiración y mis propios pasos. Me sentía como una
intrusa ruidosa, demasiado torpe, demasiado perturbadora.
La Helada siempre era así. Los árboles cubiertos de nieve tenían
un efecto amortiguador. Ellos absorbían todo, las llamadas de los
animales, las voces, incluso los gritos pidiendo ayuda. Algo podría
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venir de atrás sin previo aviso, y no escucharías nada hasta estuviera
justo sobre ti. Hasta que era demasiado tarde.
Una rama se quebró en el bosque a mi izquierda. Me estremecí,
volviendo la cabeza en un intento de localizar la fuente del sonido.
Pero el silencio envolvió al mundo una vez más. Las sombras se
quedaron quietas y grises por sobre la nieve. Vacías.
—Todavía hay luz —susurré en voz alta, tratando de
tranquilizarme. En la luz, estaba a salvo. Incluso el niño más pequeño
lo sabía.
Los monstruos no salían hasta después del anochecer.
Me moví más rápido de todos modos, asustada por ese
chasquido en la rama a pesar de que una penumbra gris azulada
todavía iluminaba el camino. Un escalofrío me recorrió la espina
dorsal. A pesar de nuestros mantras a menudo repetidos acerca de la
seguridad de la luz, nada era seguro en La Helada. Mis padres siempre
habían sido cuidadosos. Siempre habían estado preparados. Y, sin
embargo, hace dos meses salieron a La Helada en la luz del día y nunca
regresaron.
Habían sido encontrados días más tarde, muertos.
Habían sido asesinados por los monstruos que acechaban en lo
más profundo de La Helada, monstruos que casi nadie había visto a
excepción de las pisadas sobre la nieve o el brillo de los ojos rojos en la
oscuridad.
Mi gente los llamaba Observadores.
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El color bailaba en los bordes de mi visión al pasar las flores que
desafiaban a la nieve invernal, sus largos pétalos caídos azul cielo con
hielo mientras colgaban de los arbustos que bordeaban el camino.
Estaban por todas partes por aquí, derramadas a través de la nieve,
trazando una línea demarcada entre el bosque y yo. Cada invierno, la
nieve llegaba y el frío mataba todo, pero estas flores sobrevivían. Las
plantamos en todas partes, en los caminos y en torno a nuestras casas,
porque los Observadores rara vez cruzaban sobre una Flor de Invierno
caída. Por alguna razón, las flores los alejaban.
Usualmente.
Toqué el manojo que colgaba de mi garganta con un dedo. Los
collares de mis padres de Flores del Invierno habían desaparecido de
sus cuerpos cuando fueron encontrados. ¿Los monstruos les
arrancaron las flores antes de darles muerte, o no los habían estado
usando en absoluto?
Otra rama chasqueó detrás de mí, el fuerte crujido sonó como un
grito en el silencio.
Corrí más rápido.
A veces nos encontramos pistas a través de los caminos a pesar
de las flores. A veces nada mantiene a los Observadores fuera.
Mi pie se atascó en una raíz, y tropecé.
Los arbustos crujieron detrás de mí.
El pánico me arañó la garganta. Dejé caer mi saco, hurgando en
mi cinturón por el cuchillo que llevaba, aunque sabía que no serviría
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de nada contra los monstruos porque ningún arma los detenía. Me
volví, dispuesta a defenderme.
Las ramas se separaron, y una figura salió al camino.
Era solo Cole, uno de los chicos del pueblo.
—Cole —le espeté, cubriendo el cuchillo—. ¿Estás tratando de
matarme del susto?
Él me dirigió una sonrisa tímida.
—¿Creías que era un Observador, Lia?
Lancé una mirada al cielo mientras cogía mi mochila y la arrojaba
por encima de mi hombro una vez más. Las nubes estaban avanzando,
bloqueando el sol. La luz a nuestro alrededor se estaba oscureciendo,
llenando el camino con un crepúsculo prematuro. Una tormenta se
avecinaba.
Su sonrisa se desvaneció un poco al ver mi expresión.
—Lo siento —dijo—. Debería haberte llamado para advertirte.
—Se supone que debemos permanecer en los caminos —le gruñí,
sacudiendo la nieve de mi falda. No quería hablar de mi pánico
irracional. Había estado caminando por las sendas a través de La
Helada mi vida entera. No debería estar saltando a cada ruido vago
como una niña de cinco años de edad.
Cole señaló dos pieles de ardilla colgando de su cinturón.
—Cuotas —dijo simplemente, ajustando el arco que colgaba en
su espalda. Él pasó junto a mí y dentro del camino—. Hablando de eso,
vamos a llegar tarde para la cuenta.
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—Eres un escultor —dije, caminando junto a él—. No un cazador.
—Y tú eres una tejedora no una granjera, pero aun así tienes
caballos y pollos —dijo.
Me encogí de hombros, todavía molesta con él por asustarme.
—Mis padres agarraron esa granja porque nadie más la quería.
Está demasiado lejos de la aldea, demasiado aislada. Mantenemos los
animales porque tenemos espacio. Y no los traigo dentro del pueblo en
el día de cuota.
—El Maestro de Cuota da a mi familia un poco más de harina si
le doy un poco de piel —dijo Cole. Bajó la mirada hacia mí, su sonrisa
misteriosa—. Además, el bosque no es peligroso tan cerca de la aldea,
menos a la luz del día.
—La Helada siempre es peligrosa —dije con firmeza.
Cole echó la cabeza hacia un lado y sonrió. Se abstuvo de
discrepar abiertamente por cortesía, supuse. Tener padres muertos
suele evocar ese tipo de respuesta en la gente.
—Puedo cuidar de mí mismo —dijo.
Lo miré de nuevo. Era alto y llevaba el arco como si supiera cómo
usarlo. Podría ser llamado guapo por algunas personas, pero era
demasiado pobre y parecido a un zorro para mi gusto. Tenía una racha
de atrevido como de una milla de ancho, y en sus ojos parecía siempre
guardar algún secreto. Su boca se deslizaba en una sonrisa entre cada
palabra que decía.
Nuestras miradas conectaron por un minuto, y sus ojos se
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estrecharon con decisión repentina. Por alguna razón, su expresión me
desconcertó.
—Lia…
—Vamos a llegar tarde —le dije, esquivándolo, y corriendo hacia
adelante.
Le oía correr para alcanzarme mientras le daba vuelta a la curva.
Aquí el camino se cernía debajo de un par de rocas masivas inclinadas
y junto a una corriente de agua oscura y turbulenta. Pasé alrededor de
la primera roca, pero lo que vi luego en el otro lado del río me congeló.
Figuras sombreadas en uniformes grises se deslizaban entre los
árboles, con los rifles en la mano. Había dos de ellos, con vistas agudas
y de pelo oscuro. Bandoleras brillaban sobre el pecho.
Cole me alcanzó. Levanté una mano para hacerlo callar, y juntos
espiamos.
—Lejanos —susurré.
—¿Qué están haciendo tan cerca de La Helada? —murmuró Cole.
Sacudí mi cabeza, mientras un escalofrío descendía mi columna
vertebral. Lejanos, las personas que vivían más allá de La Helada, rara
vez se aventuraban más allá del lugar donde la nieve y el hielo
comenzaban. Tenían su propio país, un lugar lúgubre y gris llamado
Aeralis, y solo sabíamos rumores sobre ellos, pero esos rumores eran
suficientes para inspirar miedo en todos nosotros. Había estado por los
lejanos caminos que rodeaban su tierra una vez. Había visto los carros
tirados por caballos llenos de prisioneros, y las vallas metálicas afiladas
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que empañaban los campos como puntos de sutura a través de una
mejilla blanca pálida.
Los hombres se arrastraron hasta la orilla y se quedaron mirando
el agua oscura. No nos habían visto. Uno hacía gestos hacia el río, y el
otro apuntaba al cielo y las nubes de tormenta que se acercaban que
eran visibles a través de la separación de los árboles. Parecían estar
discutiendo.
—No van a cruzar el río —le dije, confiada a pesar de mi miedo—
. Nunca lo hacen.
—Tienen miedo de los Observadores —dijo Cole.
Me reí entre dientes ante la ironía de la misma. Los monstruos en
el bosque nos protegían tanto como nos ponían en peligro.
Después de otro momento, los Lejanos se alejaron de la orilla y
desaparecieron entre los árboles. Al igual que había predicho, no
cruzaron el río hacia nuestras tierras. Suspiré.
Cole le escupió al suelo con repugnancia.
—Escoria de Lejanos.
No le respondí. Otra mirada al cielo confirmó que la tormenta se
estaba acercando rápidamente con la noche, y el tiempo se estaba
menguando. Todavía tenía que entregar nuestra cuota.
Me volví hacia el sendero y corrí hacia la aldea.
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Capítulo 2 Traducido por: Alyshia Cheryl
Corregido por: andreasydney
os techos de madera de la aldea se asomaban por
encima de los árboles de hoja perenne, y eso alivió
algo de mi ansiedad.
Ya casi estoy allí.
Luché mientras subía por la colina empinada que conducía a la
entrada del lugar, mis pies deslizándose sobre las rocas cubiertas de
hielo. El saco que llevaba en mi mano chocó contra mi muslo. Cole
estaba justo detrás de mí, haciendo crujir sus botas en la nieve.
Cuando llegué al fondo, las ramas rozaron mi capa y corrí a
través de la puerta de madera con sus grabados descoloridos y el
nombre tallado de la villa: Iceliss. Pero sin embargo, nadie apareció. Se
trata simplemente de nuestro pueblo, la villa. No había nada más aquí
en La Helada que nosotros.
En el interior de la villa propiamente tal, la gente vestida de
colores apagados de un bosque nevado se aglomeraba por todas
partes.
Sus brazos se desbordaban con las mercancías que ellos traían
para satisfacer su cuota, el trabajo semanal de su familia era asignado
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por Los Ancianos del pueblo. Los niños corrían por delante de mí con
haces de leña, las panaderas traían cestas de panes al vapor, y los
pescadores llevaban cuerdas de pescado que habían sacado de debajo
de los lagos helados y arroyos. Dejé atrás a Cole mientras pasaba a
través de la multitud, en dirección al centro de la ciudad, y donde el
amo de las cuotas marcaría mi nombre de la lista y me daría mis
ganados suministros semanales de sal, azúcar y cereales.
Llegué a la fila justo fuera del Salón de la Asamblea y volví a
mirar el cielo. Las nubes seguían acumulándose como lana sucia en el
horizonte. La tormenta se acercaba rápidamente, y llegar a casa podría
ser difícil.
Mi estómago se apretó con preocupación. No debería haber
venido tan tarde. Pero mi hermana no había hecho sus tareas, y había
perdido la noción del tiempo mientras las acababa por ella.
—Lia Weaver —llamó el amo de las cuotas. Miró desde la lista
hacia mi cara.
Di un paso adelante, presentándole mi saco y él sacó el contenido
y echó un vistazo hacia ellos. Mi cara se puso caliente mientras él se
puso a mirar el lío de hilo que ni siquiera había tenido tiempo de rodar
en las bolas ordenadas que normalmente hacía, pero no hizo ningún
comentario. Me entregó el saco de provisiones que me había ganado, y
el alivio se deslizó por mi espalda mientras la acepté.
Me di la vuelta para irme, disfrutando de la sensación pesada de
la bolsa que tenía en mi mano.
—¡Lia!
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Mi amiga Ann Mayor se inclinó sobre la cerca de piedra que
bordeaba el patio de La Asamblea, con el rostro enmarcado por una
capucha de color rojo brillante. Los habitantes del pueblo no siempre
usaban los azules, blancos y marrones apagados del bosque como los
que vagaban por los caminos de La Helada. Los habitantes del pueblo
no tenían que hacerlo, porque se quedaban a salvo detrás de los altos
muros.
—Ann. —Una punzada de algo parecido al miedo me llenó
cuando la vi, porque ella me había estado evitando últimamente y no
sabía por qué. La nieve fangosa que cubría el suelo crujía bajo mis
botas mientras me apresuraba a través del patio a su lado.
—¿Estás bien? —Sus ojos buscaron mi cara—. Luces asustada.
—Vi un par de Lejanos al otro lado del río —dije. No mencioné
mi tonto pánico en los caminos o el susto que me dio Cole, el cual me
hizo retorcerme con incomodidad.
Ella cerró los ojos un instante ante la mención de Lejanos.
—Oh. —Los Lejanos no eran un tema que a las personas le
gustara hablar, pero Ann tenía un terror especial hacia ellos.
—Se fueron —añadí rápidamente—. Siempre lo hacen.
Se inclinó hacia delante y bajó la voz un poco mientras cambiaba
de tema.
—No te vi en La Asamblea la semana pasada.
Me sonrojé. La Asamblea semanal era necesaria para que cada
hogar conociera la cuota y los niveles de suministro, que fluctuaban
según las necesidades del pueblo. Todos éramos engranajes de la
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máquina, haciendo nuestra parte con nuestra producción de cuota
individual para mantener la producción del pueblo en su apogeo. El
orden, la producción, la disciplina, las reglas… sin ellos, nos
moriríamos de hambre en los duros inviernos y veranos sombríos.
Un miembro adulto de cada hogar estaba obligado a asistir cada
semana, y desde que mis padres habían muerto, la responsabilidad
recayó en mí. Pero nuestra granja estaba casi al otro lado de nuestra
pequeña civilización, y el viaje a la ciudad era frío y peligroso. A veces
no iba.
—Lo siento. Mi hermana estaba siendo tan difícil como siempre.
Ella se aleja y se olvida de sus tareas. Apenas hizo la cuota de esta
semana.
Normalmente no tiro a mi tonta hermana a los lobos, aunque mi
retraso era culpa suya, pero Ann era mi amiga. Sabía que Ivy podía ser
difícil. A menudo compartíamos una que otra risa exasperada a
expensas de nuestros hermanos menores.
Pero esta vez, Ann solo frunció el ceño ante mi excusa. Se mordió
el labio y miró por encima del hombro.
—Los Ancianos lo notaron, Lia. Mi padre también se dio cuenta.
Un escalofrío de recelo hacía cosquillas en la parte de atrás de mi
cuello. Como hija de nuestro jefe de la aldea, ella tenía acceso a la
información que yo no tenía, como si los Ancianos realmente pensaban
que yo era capaz de cuidar de mis hermanos ahora que mis padres se
habían ido.
—¿Dijeron algo?
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Un ligero rubor se extendió por sus mejillas.
—No puedo… No debería estar hablando de esto. Solo quería
decirte que te aseguraras de hacer tu parte, eso es todo. La gente
importante está observándote.
Mi estómago se retorció en un nudo. Si los ancianos pensaban
que yo era incapaz de cuidar de mis hermanos, podían separarnos con
seguridad.
—Voy a estar allí esta semana, Ann, te lo prometo. Gracias por
decírmelo.
Ella asintió con la cabeza y los rizos enmarcaron su rostro
delicado.
Miré el cielo de nuevo. Las nubes estaban más cerca, y la luz se
estaba volviendo aún más gris. Era hora de regresar a la granja.
—Debo irme…
—Lia Weaver —interrumpió otra voz fuerte desde el otro lado
del patio, y me volví para ver a Everiss Dyer, una curvilínea morena
con una gran voz heredada por la profesión de su familia,
pavoneándose hacia nosotras. Ella siempre había sido más amiga de
Ann que mía, pero forcé a mis dientes en una sonrisa y asentí con la
cabeza hacia ella.
—Hola, Everiss.
Everiss rozaba con los dedos su capucha morada, que no era tan
fina como el bordado de Ann. Pero era diez veces mejor que mi
harapienta capa de hielo azul con las costuras deshilachadas. Pude
verla mentalmente haciendo la comparación, y bajé la mirada.
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—¿Has oído las noticias? —me preguntó.
Negué con la cabeza.
Ann y Everiss intercambiaron una mirada nostálgica.
—El hijo mayor de la familia Tailor anunció sus intenciones —
dijo Everiss, mojando sus labios con la lengua—. ¿Puedes imaginarlo?
¿Cortejándome? Y un hombre tan mayor...
—No seas tonta —dijo Ann con una sonrisa—. Es menos de un
año más viejo que tú, gansa.
Las dos me miraron esperando mi reacción. Forcé una sonrisa y
asentí con la cabeza, tratando de fingir entusiasmo.
Bien por ella. Ir por un buen partido y formar una familia era una
de las cosas más importantes que cualquier persona podría hacer aquí
en La Helada. Así se aseguraba la supervivencia. Se aseguraba un
lugar en la aldea. Era el sueño de toda chica, supuse.
Era mi temor secreto.
—No te pongas tan celosa —dijo Everiss, sonriendo irónicamente
mientras malinterpretaba mi expresión—. Tu tiempo vendrá.
Ella y Ann cambiaron su mirada hacia algún lugar por encima de
mi hombro.
—Hablando de eso... —dijo Ann, dándome una sonrisa cómplice
Me di la vuelta. Cole Carver se dirigía directamente hacia
nosotras, su saco de provisiones en una mano y su capa ondeando
detrás de él. Aquí en el pueblo, parecía más ridículo que misterioso.
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—Ann… —dije, con un suspiro.
—Le gustas —murmuró—. Él siempre está preguntando por ti.
Cole nos alcanzó y se detuvo, sonriéndome de la misma forma
que lo había hecho en el bosque.
—Hola, chicas. Hola de nuevo, Lia.
—¿De nuevo? —Everiss arqueó las cejas.
—Lia y yo nos encontramos en uno de los caminos llenos de
árboles. Caminamos juntos hasta aquí.
De repente me sentí incómoda con la forma en que Everiss y Ann
estaban sonriéndome. Hice un gesto hacia el cielo.
—Una tormenta se acerca. Realmente debería volver a la granja.
Me aparto, tratando de escapar de sus intentos de depredadoras
casamenteras.
Desde que había quedado huérfana, todos los aldeanos ociosos al
parecer habían decidido que yo estaba en necesidad de un marido.
Estaba harta de eso.
Everiss me cerró el paso.
—Si hubieras estado en la última Asamblea, habrías oído que va
a ver una temporada social1 de invierno el próximo mes.
La mirada de Ann se desvió de mí a Cole.
—¿Crees que asistirás? 1 Temporada social: Se refiere a las temporadas sociales, donde se dan a conocer o
presentan las chicas en edad de casarse para conocer pretendientes como futuros maridos
y viceversa.
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—No lo sé —dije con irritación—. Mi hermano y hermana...
No tenía que terminar la idea. Todo el mundo entendía.
Recientemente huérfana, con un hermano y una irrespetuosa hermana
menor, tenía muchas obligaciones a mi cargo, sin contar las cuotas y el
mantenimiento de la finca. Si alguien tenía un motivo para omitir la
socialización, era yo.
El viento soplaba entre nosotros, y unos pocos copos de nieve me
rozaron la cara.
—Debo volver a la granja —dije de nuevo. Empecé a caminar, y
esta vez, ellos me siguieron en lugar de tratar de detenerme.
Las chicas murmuraban juntos acerca del evento social, mientras
Cole se puso a caminar a mi lado. Las calles del pueblo ya habían
empezado a vaciarse ya que el tiempo hizo que la gente se aguardara
dentro de sus hogares. Sin restricciones, pasamos por las casas de
piedra y madera con sus puertas estrechas y redondeadas y las
ventanas cerradas. Vi a un comerciante del sur en las calles. Baratijas y
artilugios fabricados con ruedas dentadas y engranajes de Aeralis y las
Tierras Oscuras del sur cubrían su pecho y colgaban de su cinturón. Un
escalofrío vino sobre mi piel. Llevar cosas con ese tipo de tecnología en
La Helada era peligroso. ¿No lo sabía?
—Me gustaría que vinieras —insistió Cole. Él estaba siguiendo
mis pasos, y con cada paso una mata de su pelo castaño rebotaba sobre
su frente—. Casi nunca hay algo divertido por aquí. Es bueno para el
cuerpo tener un poco de relajación.
Suspiré. Yo estaba cansada de hacer excusas.
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—La granja absorbe la mayor parte de mi tiempo y energía
ahora.
Cole siguió mis ojos hacia al comerciante, quien ahora se dirigía
hacia las puertas de la aldea. Fruncí el ceño cuando me di cuenta de
que el hombre estaba adentrándose aún más en la noche de La Helada.
—Ciertamente, ¿él sabe que no debe ir por ahí con esas cosas de
los Lejanos atadas a su pecho? —murmuré.
Cole frunció el ceño.
—Tonto. Él va a ser comido por los Observadores, seguramente.
Me estremecí, pensando en mis padres. Cole no era consciente de
la angustia que sus palabras me habían causado al ver el desastre que
se estaba por producir ante nosotros.
Pero antes de que el comerciante pudiera deslizarse fuera de las
puertas, una esbelta y morena figura dio un paso adelante y presionó
una mano contra su pecho, interceptándolo. Mis pulmones se
apretaron con fuerza, porque reconocí a la segunda figura
inmediatamente.
Cole tomo un aliento.
—¿Qué está haciendo esa escoria aquí?
—Él tiene cuota como todo el mundo —dije en voz baja. Vi como
un joven señaló hacia la posada y luego a las cosas de los Lejanos que
el comerciante llevaba. Él hizo el gesto como si fuera a enterrarlos, y
sus labios se movieron mientras explicaba el peligro.
Estaba demasiado lejos para oír, pero yo sabía lo que estaba
diciendo: las criaturas en el bosque se sintieron atraídas por la extraña
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tecnología desde el sur, una de las razones por las que tenían tan poco
de ella.
Seguramente, cualquier persona que las lleva en el bosque por la
noche sería cazada. Él estaba explicando al comerciante lo que
sucedería si dejaba el pueblo ahora, con la oscuridad que se aproxima.
Un suspiro se deslizó por mis labios. ¿Fue esto una especie de
acto que nos hace pensar que a él le importaba lo que le pasaba a la
gente por aquí?
Sabía por experiencia personal que lo opuesto era verdad.
—No puedo creerlo —continuó Cole brutalmente—. Las tumbas
de tus padres apenas están frías y aún camina alrededor como si todos
nos hubiéramos olvidado que parte de su familia causó su muerte.
Ann y Everiss interrumpieron nuestra conversación y se
acercaron más.
—¿Qué pasa? —preguntó Ann, viendo nuestras expresiones.
—Ese idiota de Adam Brewer está aquí —dijo Cole—. Actuando
como si no pasara nada.
Ann evitó mirarme mientras hablaba.
—No sabemos si su familia es responsable de lo que ocurrió con
los padres de Lia. No sabemos lo que pasó ese día.
—Sabemos lo suficiente —interrumpió Cole. Él frunció el ceño.
—Por favor —dije—. Yo realmente no quiero hablar de ello.
—Hola, Lia.
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Alcé la vista rápidamente.
Adam Brewer.
Había dejado al comerciante rumbo a la posada y se acercó a
nosotros en su lugar. ¿Había escuchado lo que habíamos estado
hablando de él? Mi cara enrojeció. Mis amigos estaban congelados y en
silencio. A mi lado, los ojos de Cole se estrecharon, y vi que su
mandíbula se contrajo por el rabillo de mi ojo.
Pero Adam solo estaba mirándome. Enderecé mis hombros. No
me acobardaría ante su mirada, a pesar de que era salvaje y fuerte
como un halcón.
Era delgado, su cabello era oscuro y caía sobre sus ojos, y llevaba
una espesa capa azul igual de irregular que la mía. Los dos vivíamos
en granjas situadas a las afueras de las murallas del pueblo. Como yo,
él conocía los peligros del bosque porque lo vivía de primera mano.
Los ojos de Adam se posaron en los demás y luego de vuelta a
mí.
—¿Espero que últimamente la granja haya estado libre de Los
Observadores?
La palabra se deslizó por el aire, cortante como una cuchilla.
Tomé un aliento. Él estaba esperando a que hablara con él sobre las
feroces criaturas que merodeaban nuestros bosques por la noche con
tanta naturalidad como podríamos hablar del clima.
Yo solo podía decirlo. No, no he visto ningún Observador. Y tampoco
voy a ser tan tonta como para confiar en que ellos me protegerán. Las
palabras quemaba mi lengua, pero no podía decirlas.
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Mis amigos barajan los pies, lo miraban con hostilidad apenas
disimulada. Nada había sido probado, y no había cargos contra la
familia, pero estaba claro lo que todos pensaban. Y ahora estaba aquí,
con esa palabra: Observadores como si nada pasara.
Los Brewers eran parte del pueblo como todos los demás, pero
ellos no eran originarios de La Helada, y su piel bronceada no ayudaba
mucho a que olvidáramos ese hecho. Se mantuvieron a sí mismos y no
se mezclaron mucho con los demás. Aunque a nadie realmente le había
agradado antes esa familia, y después de la muerte de mis padres, eran
vistos con desprecio. Les habían pedido a mis padres ayuda con su
cuota y luego los abandonaron en el bosque cuando Los Observadores
atacaron. Y mis padres no regresaron con vida.
Seguía mirándome como si esperara una respuesta. Dudé, las
palabras se atascaron en mi garganta. Una presión caliente, un
zumbido comenzó en la parte posterior de mi cabeza y se deslizó hacia
delante con la promesa de un dolor de cabeza. No podía hacerlo.
Bajando la cabeza, pasé junto a él sin hablar. Los demás me
siguieron.
Cole le lanzó una mirada por encima del hombro.
—Idiota.
El shock aún reverberaba a través de mi cuerpo luego del
enfrentamiento cercano. Volví la cabeza para ver si el chico Brewer
seguía allí, pero él había desaparecido en el interior del pueblo.
—Fue extraño —dijo Ann, apresurándose para concordar, para
consolarme cuando llegamos a la aldea y el perímetro de muralla que
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la rodeaba—. Mi padre dice que los Brewers son una familia rara.
—Son prácticamente Lejanos —escupió Cole.
Todo el mundo se estremeció, y me acordé de los soldados que
habíamos visto antes. Sabíamos muy poco sobre los acerados ojos y sus
tierras al sur de nosotros, pero lo que sí sabía era suficiente. Las
historias que contaban en nuestro pueblo hablaban acerca de
ciudAdamos arrestados, brutalidad en público, cómo los ricos
atormentaban a los pobres y prisioneros que fueron forzados a trabajar
como esclavos. Era una tierra cruel y fría de la tecnología avanzada y
una regresión moral. Las madres les decían a sus hijos que sean buenos
o los Lejanos los raptarían. Cuando era pequeña, había tenido
pesadillas con ellos.
—Esas son palabras fuertes, Cole Carver —dijo Ann
bruscamente. Ella era leal a mí, pero también era la hija del alcalde, y
diplomática—. Los Brewers son parte de esta ciudad, los miembros de
nuestra comunidad. Ellos merecen ser tratados como tales.
Se cruzó de brazos.
—No son de aquí, al igual que los Lejanos.
—Lejanos —dijo ella—. La gente viciosa y cruel. Comparar a
alguien con ellos es una grave acusación.
—Lo que los Brewers le hicieron a los padres de Lia también fue
grave.
Yo realmente no quería hablar de los Brewers o la muerte de mis
padres, y muchos menos, con Cole.
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—Me tengo que ir —dije, interrumpiéndolos—. La tormenta se
acerca.
Cole apretó los labios y asintió. Creo que por fin podía decir que
él me había ofendido.
—Que tengas un cielo claro mientras regresas a casa —murmuró.
Era nuestra tradición de villa y con moraleja de despedida.
Ann me abrazó y saludé con la mano a Everiss. Juntos volvieron
a sus casas.
Me acerqué a la puerta y levanté el saco al hombro. El viento
barrió a mi alrededor, tirando de la capucha y el pelo debajo. Tomé
aire y empecé a bajar la ruta de nuevo.
El bosque ya había empezado a oscurecer. Las sombras
oscurecían el camino por delante, engañando a los ojos y
transformando a los árboles en formas monstruosas de brazos
esqueléticos que arañaban el cielo. Ráfagas de nieve comenzaban a
desplazarse hacia abajo como plumas.
Había permanecido demasiado tiempo en el pueblo, y ahora
tendría que hacer el viaje a casa en el crepúsculo sombrío.
Reuniendo mi capa y el coraje a mi alrededor, me acerqué a
través de las puertas.
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Si el viaje a la aldea durante el día era malo, el viaje de vuelta casi
de noche era una pesadilla llena de terror. Los árboles parecían una
multitud en medio del camino como espectadores esqueléticos. Las
sombras cubrieron todo en tonos oscuros de gris. El viento rugía a
través de los montones de nieve, soplándola.
Algo surgió en medio de la oscuridad a mi izquierda. Un conejo.
Puse una mano sobre mi corazón que latía con fuerza y seguí adelante,
con una sensación amarga en mi garganta. Mi piel se erizó con cada
paso que daba, porque a cada paso las sombras eran más profundas y
frías. Los copos de nieve comenzaron a caer, siguiendo el patrón
habitual del viento y rozando mis mejillas como plumas mojadas.
La ruta estaba cortada, y yo seguí con determinación. Las farolas
estaban cubiertas de hongos luminosos2, de esos que se encuentran en
las profundidades de La Helada en círculos de luz azul sobre la nieve
por aquí y allá, su luz lucia como estrellas pálidas.
Algún alma útil los había puesto en el camino el día de hoy. Los
hongos ricos en fósforo brillarían por días después de ser recogidos,
pero la nieve que caía hacía difícil verlos.
Sombras se extendían por delante, y la nieve crujía. Hice una
pausa en el camino, la sensación amarga volvió a mi garganta.
¿Observadores?
El sonido decayó. Exhalé con fuerza y seguí adelante. El
incidente con Adam Brewer en el pueblo me puso nerviosa.
Nuestra granja era la última parada en el camino. La nuestra era
la última uña del dedo de la mano de la civilización después de
2 Imagen hongos luminosos.
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nuestro viejo granero y destartalada casa, no había más que rocas
heladas y árboles entre nosotros y Aeralis.
Rocas, árboles, y los Observadores.
No me di cuenta de que había estado conteniendo la respiración
hasta que llegué a la cima de la colina y alcancé a ver la luz amarilla
que entraba por las ventanas de la casa. Aclaré mi mente y suspiré
como si acabara de salir de la superficie de un profundo lago, Un brote
inesperado de emoción apretó mi pecho y picó en las comisuras de mis
ojos. Parpadeé con fuerza contra las lágrimas, comprobé el cielo otra
vez y luego fui al establo a ver a los animales. Rara vez lloraba, porque,
¿de qué servía llorar? Sin embargo, ver a Adam Brewer en el pueblo
había sacado a relucir un torbellino de emociones en mí.
Pero no había tiempo para focalizar mi ansiedad en eso, sin
embargo. Llevé a los caballos a su corral y les di de comer y beber. Fui
a chequear a las gallinas para asegurarme de que estaban en un
ambiente tibio y que se habían establecido en su gallinero en la parte
trasera del granero. Acaricié con mis dedos la nariz y el costado de la
vaca antes de volcar el cubo de nabos secos en su comedero.
Ellos no tienen nombres, ninguno de ellos, porque no veía el
sentido en nombrar a los alimentos. La vaca y los pollos serían
sacrificados para obtener carne cuando fueran demasiado viejos, y los
caballos no eran nuestros. Pertenecían a la aldea, pero se guardaban en
los establos. Eran una buena pareja; pequeña y peluda; y corrían muy
rápido.
Cuando quedé satisfecha al ver que los animales fueron
asentados para pasar la noche, decidí volver al patio. Pequeños
fragmentos de hielo apuñalaron mi piel y picaron contra mis mejillas.
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En el porche, la Guardia de Observadores en la puerta sonó
ruidosamente en dirección al viento, las cintas azules y los símbolos de
madera con Flores del Invierno hicieron un tintineo de música siniestra
por encima de mi cabeza. Abrí la puerta de la casa y el ruido se fue.
La casa estaba muy tibia después de estar afuera con el viento
helado, y el aire olía a leche caliente y a manzanas asadas.
El fuego ardía en la chimenea. Arrojé mi capa a través del gancho
junto a la entrada y puse la bolsa de los suministros en la cocina.
—¿Jonn? ¿Ivy?
Mi hermano Jonn levantó la cabeza del hilo que tenía en su
regazo ante mi entrada. Se parecía a mí: extremidades desgarbadas, un
estrecho rostro pálido, cabello rubio colorín, un barrido obstinado de
pecas en la nariz y en las mejillas, como motas presentes en un huevo
de pájaro. Éramos gemelos, y lo demostrábamos.
—¿Dónde está Ivy? —Escaneé con mí mirada toda la habitación
principal de la casa. La ropa seca cubría los muebles de mi bisabuela, la
lavandería que había supuesto que mi hermana pequeña doblaría y
guardaría antes de que yo llegara a casa. Un brote de ira despertó en la
boca de mi estómago, nosotros apenas cumplíamos con nuestra cuota,
las tormentas de invierno estaban sobre nosotros, y ella ni siquiera se
mantenía al día con las tareas básicas que le di. Tenía casi catorce, la
edad suficiente para hacer su parte del trabajo.
Jonn enarcó las cejas.
—Yo no la he visto en toda la tarde. Pensé que ella estaba
contigo.
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Una parte de mis entrañas se congeló ante sus palabras. Nuestros
ojos se encontraron y sostuvimos la mirada, y nos transmitimos un
millón de cosas sin palabras. Volví a la puerta y la abrí.
La oscuridad estaba cayendo junto con la nieve. No había visto a
mi hermana en el pueblo, y ella no había estado en el granero. Era una
finca pequeña, solo un claro en el bosque redondo, en realidad. No
había ni rastro de ella en el patio. Grité su nombre, pero el viento se
llevó las palabras de mi boca y las arrojó a la basura. La Guardia de
Observadores tintineó por encima de mí, y el sonido era como huesos
temblorosos. Mi corazón latía con fuerza. Mis pulmones estaban
repentinamente vacíos. Di un suspiro tembloroso y luego exhalé
lentamente antes de volverme hacia a mi hermano.
—Voy a salir a buscarla.
Jonn miró hacia el fuego. Sabía que él no discutiría conmigo, él
no era el tipo que alzaría la voz en desacuerdo, y menos conmigo, pero
su rostro se tensó y sus labios se pusieron blancos.
—Los Observadores…
—Es demasiado pronto para que los Observadores salgan —
dije—. Todavía hay luz. Además, nadie ha visto uno en meses.
Esa fue una mentira a medias, ya que sus huellas fueron vistas
casi todas las semanas recorriendo los caminos o paseando por las
orillas de la aldea donde se plantó una frontera de las Flores del
Invierno para mantenerlos fuera. Pero era una verdad a medias,
también. No los había visto recientemente.
Pero, Jonn y yo sabíamos mejor que nadie que no había aún un
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riesgo.
—Me voy —dije.
Él no respondió, pero me di cuenta por su expresión que estaba
furioso al no poder ir. No estaba enojado conmigo. Las cosas
simplemente eran así. No tenía sentido perder el tiempo hablando de
ello, así que lo no hizo.
Me puse mi capa de nuevo y luché poniendo mis botas pesadas
en las raquetas de nieve para caminar sobre la nieve. Abrí la puerta
principal, y lancé una última mirada por encima del hombro a Jonn
antes de meterme de vuelta en la noche invernal.
Había mucho más frío desde que había entrado en el interior de
mi casa, o tal vez era solo el viento robando el calor de mi cuerpo.
Caminé a través de la capa de nieve que lo cubría todo, ahuequé
las manos sobre mi boca para llamarla de nuevo.
—¡Ivy!
La mayor parte del tiempo, el miedo era como una rata en mi
vientre, torturante e insistente problema, en el mismo lugar día tras
día, cada vez que lo permitía. Pero ahora, la rata se había convertido en
un león, y estaba desgarrándome por dentro. Llegué al borde del patio,
donde los árboles formaban una pared de color marrón y verde, y me
detuve. El viento estremeció mi cabello.
—Ivy —grité de nuevo.
Ella siempre estaba vagando por el campo con una mirada
soñadora y una canción en la boca. Ella tenía la cabeza llena de
pensamientos acerca de cosas poco importantes y que nunca haría, y
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ella no tenía una pizca de sentido cuando se trataba de nuestra
supervivencia. Envolví mis brazos alrededor de mi cintura para alejar
el miedo, y aspiré otra bocanada de aire antes de llamarla de nuevo
cuando lo escuché, se perdió en medio del viento. Mi nombre.
—¿Lia...?
Su voz era débil, casi imperceptible, pero mis oídos estaban
afinados por el terror y lo oí. Me lancé hacia delante en el bosque,
levantando nieve.
—¿Ivy?
Ella apareció de entre las sombras de repente. Sus mejillas
estaban rojas por el frío y su largo pelo negro estaba mojado por el
hielo derretido. Tropezó, agarró mis manos. Sus guantes habían
desaparecido
—Date prisa —suspiró ella, tirando de mí—. Rápidamente.
—Ivy Augusta Weaver —susurré, dividida entre el alivio y la
rabia—. Ya casi es de noche. Hay una tormenta. ¿En qué estabas
pensando? ¿Dónde has estado?
—Hay un chico —jadeó, haciendo caso omiso de mi regaño—. En
el bosque.
—¿Qué?
Pero ella ya estaba hundiéndose más profundamente en el
bosque, y no tenía más remedio que seguirla, una nueva preocupación
llenó mi mente y reemplazó el corto alivio que había sentido. ¿Un chico
en el bosque? ¿Quién se había perdido en el bosque en un momento
como este? ¿Uno de los hijos de los agricultores, tal vez?
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Nosotros éramos la última granja en La Helada. No había nada
más allá de nosotros hacia el norte que el Vacío, y hacia el sur solo
existía el mundo de los Lejanos. ¿Es que alguien había ido a la frontera
de eso?
Ivy y yo continuamos nuestro camino hacia el bosque. Nos
metimos entre medio de las ramas y las raíces heladas. Las sombras
eran extensas y pintaron nuestros mantos de un profundo índigo.
Ivy llegó a una roca gigante en la desembocadura de un claro y se
detuvo.
—No —dijo ella, señalando con una mano temblorosa.
Yo solo podía distinguir la forma arrugada. En mi ansiedad, solo
veía detalles aislados. Una camisa delgada y húmeda, un par de
hombros, una cara casi oculta por la nieve. Di un paso hacia adelante,
tratando de ver la cara… y entonces vi los rasgos afilados, el pelo
oscuro, el tono ligeramente bronceado de la piel. Me detuve mientras
mi sangre se enfrió. El tiempo se volvió extenso y tenso, como nadar
bajo el agua. El sonido era apagado.
Mi pecho se sintió apretado.
Tienes que ser fuerte, Lia.
La voz de mi madre sonó en mi cabeza. Me acordé de su rostro
erosionado por el viento, sus manos agrietadas agarrando las mías, sus
ojos serios mientras recorría mi rostro atemorizado. No había temores
aquí en La Helada, donde nos aferramos a la vida entre las montañas
tan desesperadamente como un náufrago se aferra a una piedra.
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—Él no es uno de los nuestros —dije, volviéndome hacia ella con
fiereza repentina—. Ivy...
—Él está herido —dijo.
—¿No lo entiendes?
Ella solo me miró. Di una respiración profunda.
—Ese es un Lejano.
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Capítulo 3 Traducido por: PaulaMayfair
Corregido por: andreasydney
os ojos de Ivy se agrandaron una fracción a mis
duras palabras. El viento soplaba entre nosotras,
rociando hielo contra nuestras caras. Ella parpadeó.
Yo no.
—¿Un.... Un Lejano?
Por supuesto que ella sabía lo que era… cada persona de nuestro
pueblo sabía que los Lejanos eran, incluso aquellos que nunca los
alcanzaron a ver a través del río. Nosotros casi nunca hablábamos de
ellos, pero ellos habitaban las pesadillas de todo el mundo de todos
modos.
Asentí bruscamente.
Ivy luchó por entender lo que estaba insinuando.
—Pero él está herido —consiguió decir, como si esa fuera la única
preocupación—. Y se está oscureciendo.
—Tenemos que protegernos —dije.
Ivy tragó saliva.
L
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La miré furiosa.
—No.
Miró de nuevo a la figura acostada en la nieve. Miré al cielo otra
vez, tratando de calcular cuánto tiempo nos quedaba antes que el sol se
hundiera completamente detrás de los árboles, y ya no estábamos a
salvo de las cosas que merodeaban en la oscuridad. Los Observadores
nunca se movían a través de nuestros jardines o alrededor del
perímetro del pueblo durante las horas de luz solar, pero algunos
habían informado verlos durante el estrecho lapso del crepúsculo que
unía el día y la noche, y se rumoreaba que vagaban libremente en las
profundidades del bosque incluso durante el día.
El viento aullaba entre los árboles y tiraba de mi capa. La nieve
caía hacia un lado.
—Pero él está herido —susurró de nuevo Ivy, irrumpiendo en
mis pensamientos.
Cerré los ojos un momento. Mi hermana era la clase de persona
que traía aves bebé a casa que habían caído de su nido y mapaches con
espinas en sus patas. Pero no podíamos tomar un Lejano y vendarlo
como un perrito perdido.
—Los Ancianos dicen…
—Sé que son peligrosos. Sé lo que dicen Los Ancianos. —La voz
de Ivy era tan frágil como el hielo—. ¿Pero me estás diciendo que lo
vas a dejar aquí a morir? ¿Después de lo que le pasó a Má y Pá?
Mordí mi labio con tanta fuerza que saboreé la sangre. Ivy me
miró con sus grandes ojos marrones y el miedo gruñó en mi estómago.
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¿Qué dirían los aldeanos? Esto es peligroso, mi mente me gritaba. ¡Esto
pondrá en peligro a la familia!
La figura en la nieve se removió.
—Por favor —susurró, su voz era solo un siseo.
Me acerqué a su lado, agachándome para tocar su cara. Sus ojos
se abrieron una grieta, y luego...
Él me miró.
Me sentí vaciada y llenada de nuevo mientras nuestras miradas
colisionaban… la mía y la de este Lejano de más allá del borde de mi
mundo… y luego sus ojos se cerraron mientras se desmayaba de
nuevo, y era liberada del hechizo de ellos. Di un paso atrás
rápidamente, pero el daño ya estaba hecho. Ya había un dolor en mi
pecho por el conocimiento de lo que estábamos a punto de hacer.
—¿Lia? —Mi hermana miró desde la aún forma del Lejano a mi
cara.
—Todo bien —dije, enfadada por mi propia debilidad—. Bien.
Pero tenemos que darnos prisa. Es casi de noche.
Arrastró un rápido y aliviado aliento.
—Ayúdame a llevarlo —dije. Y había un pitido sordo en mi
cabeza que me decía que me había vuelto loca, porque los Lejanos eran
casi tan peligrosos como los Observadores y casi tan peligroso como la
condena de Los Ancianos del pueblo. Pero no podía pararme aquí y
decirle a mi hermana que íbamos a dejar al forastero, este Lejano, en la
nieve para morir de la misma manera que nuestros padres habían
muerto, destruidos por algún Observador y dejados para congelarse.
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Ivy se agachó en la nieve y agarró sus piernas. Yo lo cogí de sus
brazos. Una de sus mangas estaba resbaladiza, y me di cuenta de que
la nieve estaba oscura con sangre, no barro.
—Él está sangrado —susurré, e Ivy solo asintió. Ella ya lo sabía.
Nuestros ojos se encontraron sobre el cuerpo inmóvil, y conté en voz
alta—. Uno, dos, tres.
Lo jalamos pero él era demasiado pesado.
—Abajo, luego —dije, jadeando—. Lo arrastraremos.
La nieve había comenzado a endurecerse y el hielo formaba una
gruesa cáscara sobre las rocas y raíces del suelo del bosque. Lo levanté
por la mitad de modo que sus piernas se estaban arrastrando, luego
deslicé fuera mi capa y la envolví alrededor de su pecho. Empecé a
tirar. Se deslizó a través de la parte superior de la corteza de nieve con
poca resistencia mientras caminábamos trabajosamente a casa.
—Yo no tenía intención de entrar al bosque —comenzó Ivy.
Cogió una esquina de mi capa para ayudarme—. Pero oí gemir, y
estaba preocupada de que alguien estuviera herido…
—No hables —jadeé, mis palabras saliendo concisa debido al
esfuerzo—. No gastes tu aliento. Solo tira.
Sacudió el pelo fuera de sus ojos y no dijo nada más. La cabeza
del Lejano colgaba sobre su hombro mientras lo levantamos sobre una
roca y de vuelta a la nieve. Él gimió una vez pero no se despertó.
Estaba tan frío debajo de mis manos que me sorprendió aún estuviera
vivo. Su cuerpo estaba rígido y duro como un cadáver.
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Juntas luchamos para arrastrarlo a través de la nieve. La
tormenta estaba empeorando, y la luz gris-azul jugaba trucos en mis
ojos. Vi un destello de movimiento en las sombras, el crujido de una
rama de pino. Algo se deslizó a través de los árboles en la distancia,
¿un Observador? Pero cuando volví a mirar, solo había la creciente
oscuridad y la nieve cayendo.
Rompimos a través de los árboles y en el patio. Jadeé en el alivio
al ver la granja, sólida y luz derramándose de las ventanas. Detrás de
ella el bosque se formó una sombría y oscura línea, recordándome que
teníamos que darnos prisa.
—No la casa —dije cuando mi hermana se dirigió hacia ella.
No sería seguro. Me aferré a ese único pensamiento ciegamente,
estúpidamente… como si hubiera algún tipo de seguridad en lo que
estábamos haciendo al cargar a este Lejano.
Ivy no discutió. Juntas, lo tiramos al granero.
El granero era cálido y oscuro y olía a césped después del fuerte
asalto del viento helado. Ivy cerró la puerta mientras me esforzaba por
mover al Lejano a la parte posterior de la habitación, detrás de establos
de caballos donde manteníamos el heno. Tiré mi capa hacia atrás sobre
mis hombros y deslicé ambos brazos debajo de él, medio
transportándolo, medio arrastrándolo. Los caballos nos relincharon
mientras lo metía en medio junto a ellos, todo el camino hasta el último
rincón que daba hacia la parte rugosa de la montaña… el rincón más
alejado de mí y el más alejado del pueblo también. Lo dejé en un nido
de heno y froté mis brazos adoloridos. Como una chica de campo, era
más fuerte que la mayoría de las chicas de mi edad. Pero aun así, no
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era fácil arrastrar ciento cincuenta libras de peso muerto.
La luz que se filtraba era suave y azul, la iluminación tenue de
ese momento antes de que el sol se ocultara por completo y se
levantara la luna. Eso tocaba su cara inconsciente y le hacía parecer
como un ángel caído del cielo.
Me pregunté si la infección lo mataría esta noche o si tomaría
días para sucumbir.
Sus ojos se abrieron de golpe, y me eché hacia atrás. Se volvió, su
mirada buscando en la oscuridad antes de colocarla en mi cara. Los iris
de sus ojos eran de un profundo color gris-azul, como el cielo antes de
una tormenta, y un escalofrío que era solo en parte miedo me recorrió
la columna vertebral ya que los míos.
—¿Dónde estoy? —susurró ásperamente. Su mano salió
disparada y agarró mi muñeca, tirando de mí hacia delante—. ¿Quién
eres tú?
Ivy tocó mi hombro y la mirada del Lejano se desplazó a su cara.
Él frunció el ceño, y sentí su rigidez. Sus dedos se apretaron en mi
muñeca, pero aparté justo cuando se desmayaba de nuevo.
Agarrando a Ivy, la arrastré lejos de él y hacia el patio. El aire frío
me sorprendió en repentina claridad. ¿Qué hemos hecho?
—¿Va a estar bien? —preguntó mi hermana.
—Ve a la casa. Quiero que te mantengas alejada de él. Es
peligroso.
—¿Qué hay de sus heridas? —Mi hermana se retorció libre de
mis manos y volvió a mirar el granero.
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Dudé, sopesando sus palabras.
—Obtén los trapos, entonces —dije, porque ella tenía razón—. Y
trae un poco de leche y una manta, también.
Ella se echó a correr.
Cuando regresó con una colcha, una jarra de leche, y tiras de
vieja ropa rasgada que utilizamos para la limpieza y rellenar grietas,
me agaché al lado de su cuerpo inconsciente y rasgué su camisa abierta
para que yo pudiera llegar a la herida. La tela se rasgó fácilmente. Era
una especie de trapo fino y sedoso, completamente inadecuado para el
clima frío y el terreno forestal. La tiré a un lado y tomé el trapo
húmedo de Ivy.
Estaba oscuro en el establo ahora, la luz de la puerta abierta
apagándose en el crepúsculo azul. Lo limpié lo mejor que pude,
envolviendo su hombro con trapos para vendajes. No tenía medicina
para darle, nada. Ivy se cernía a mi espalda, temblando y
estremeciéndose cada vez que le pasaba algo sangriento.
Cuando terminé, yo metí la paja y la colcha alrededor de él. Por
lo menos él estaría esta noche caliente. Dejé la jarra de leche al lado de
su cabeza.
—Vamos —dije—. Esta casi oscuro, y la tormenta está
empeorando. Tenemos que estar adentro.
Ivy parecía a punto de protestar, pero ella también estaba
asustada. Cerré la puerta del establo, agarré su brazo y la arrastré de
vuelta a la casa antes de que pudiera tratar de argumentar.
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Jonn levantó la vista del hilo mientras entrabamos con la cara
enrojecida y pelo mojado. Absorbió nuestra condición, su expresión
transformándose de alivio a preocupación.
—¿Qué pasó?
Ivy me miró y luego lejos.
—Tenemos un visitante en el granero —dijo.
La cara de mi hermano se arrugó en confusión.
—¿Un visitante? ¿Lia, de qué está hablando?
Lamí mis labios. No estaba segura de cómo decirlo. Bien, podría
ser franca.
—Ivy encontró un Lejano herido en el bosque, e insistió en que lo
trajéramos aquí. Él está en el granero. Se está muriendo, creo.
Jonn estaba en silencio. Un reloj hacía tictac ruidosamente en el
silencio.
—¿Un Lejano? —repitió, finalmente.
—Sí. —¿Qué más se puede decir? Si Los Ancianos se enteraban,
seríamos castigados severamente, tal vez incluso perderíamos la
granja. Era tan simple y tan crudo como eso. Le lancé otra mirada de
furia pura a Ivy, pero ella estaba sacudiendo la nieve fuera de su capa
y no la vio.
—Recoge la ropa —le dije—. La has dejado por toda la casa.
Empezó recogiendo las mantas y camisetas y fui a la cocina y
empecé a pasearme. Había una vieja historia en nuestro pueblo sobre
una chica que encontró una serpiente bebé y la tomó como una
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mascota. Cuando ella cogió la serpiente para abrazarla, la criatura
hundió sus colmillos en su brazo y la mató.
A veces la compasión era un error.
Mordí mi labio mientras la preocupación me atormentaba de
nuevo.
Un trueno rasgó el aire, y aguanieve comenzó a golpear el vidrio
como piedrecillas. Me asomé por la ventana y vi que el mundo se había
convertido en una pared de blanco. La tormenta estaba aquí.
Fui al fuego. Jonn estaba inclinado sobre el hilo en su regazo de
nuevo, sus dedos largos enrollados en un paquete estrecho para el día
de cuota. Ivy se unió a mí, y avivó las llamas altas para ahogar el
sonido de los gritos del viento contra las uniones de la casa.
Envolviendo una colcha alrededor de mi cintura, cogí una maraña de
fibras y me instalé en una silla, mis dedos torciendo el material en
largas hebras de hilo color crema. Mantuve un ojo puesto en la puerta,
porque una parte de mí seguía esperando a Los Ancianos para echar
abajo cada vez apenas una teja crujía arriba.
Esto es un error, mi mente coreaba para mí, y yo estaba totalmente
de acuerdo. Pero por mucho que lo intente, no puedo olvidar la forma
en que me había sentido cuando lo había mirado en el bosque, y él me
había mirado, y había sido como si nunca hubiera visto a otra persona
antes.
Seguramente me estaba volviendo loca por estar pensando en
esas cosas especialmente sobre un Lejano.
Después de lo que se sintieron como horas de tejer, Ivy hizo un
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sonido de sollozos y arrojó su hilo.
—Es demasiado —dijo, sus ojos brillantes—. Estoy exhausta y
fría.
Abrí la boca para reprenderla. Pero Jonn dejó el hilo en su regazo
y sacó su flauta de debajo de su silla. Poniendo en ella sus labios, se
puso a tocar.
Las primeras notas estremecieron el aire. Rompieron el silencio
como gotitas de agua salpicando contra la chimenea.
Los hombros de Ivy cayeron mientras ella sucumbió a la belleza
de la música. Seguí tejiendo, pero mis oídos estaban atentos a las notas.
La melodía se sumergió y bailó, engatusando a relajarnos antes de
estimularnos a sonreír. Mi alma se elevó junto con la canción mientras
ella llegaba a un crescendo.
Esta era la mayor fortaleza de mi hermano. Esta era su verdadera
vocación.
Si solo hubiera un cupo para la belleza, en vez de la función.
La canción decayó y se sumió en silencio, y nos dejó respirando
en la falta de ella. Jonn se limpió los labios, sonrió dulcemente hacia
mí, y comenzó otra.
Él sabía cuánto Ivy lo necesitaba. Lo mucho que yo lo necesitaba.
Su música nos revivió como el agua revivió una planta.
Lentamente, me dejé sentir el dolor que aún latía muy dentro de mí
por la pérdida de nuestros padres. Nuestra madre le había enseñado a
tocar después de su accidente. Ahora era uno de las pocas piezas que
nos quedaban de ella.
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Cuando terminó, todos respiramos. Los párpados de Ivy
comenzaron a cerrarse. Jonn se inclinó hacia atrás y puso el
instrumento lejos, recogiendo su hilo de nuevo.
Sintiendo lástima por mi rudeza anterior hacia mi hermana, le di
una manta y la puse alrededor de su delgado cuerpo. Hizo ruidos
suaves como un gatito, sus ojos se abrieron levemente por un segundo
para mirarme.
—Te quiero —murmuró, y mi corazón se derritió un poco.
Regresé a mi lugar, y Jonn y yo trabajamos silenciosamente en la
noche mientras la tormenta arremetía, y mi hermana pequeña se
quedaba dormida.
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Capítulo 4 Traducido por: Elizzen
Corregido por: Klarlissa
l viento susurraba a través de las rendijas de las
contraventanas y por debajo de la puerta. Jonn
dormía, su cuerpo acurrucado como el de gato y su
cabeza sobre sus brazos cruzados. Ivy también
estaba dormida, su cuerpo apoyado en la silla de Jonn. Me senté frente
a la chimenea, con una manta sobre los hombros y la pistola de mi
padre en mi mano.
Fuera el viento aullaba y gemía. Pero, como siempre, me
encantaba, porque ahogaba los sonidos peores que eso.
Los gritos.
Eran inhumanos, esos sonidos altos y cortantes, como aves de
rapiña. Escalofríos recorrían mi piel mientras escuchaba las llamadas
que hacían eco a través de la noche, una horrible canción sonaba en el
tiempo con la furia del viento, llamándose y respondiéndose entre
ellas. Estos fueron los sonidos que hacían ellos. Los Observadores. Los
gritos eran la prueba de que existieron y no solo en mis pesadillas.
Hice una mueca cuando otro grito rasgó a través de la noche. El
terror me secó la boca y hacía que mis huesos se sintieran suaves. Me
hundí más profundamente en la manta y agarré la pistola con fuerza.
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Era vieja y, por lo que sabía, no funcionaba, nunca vi a mi padre usarla.
Pero sujetarla me hizo sentir más segura, así que la acuné en mi regazo
y conté los segundos.
Los Observadores solo gritaban durante las tormentas. De lo
contrario, eran absolutamente silenciosos a medida que se deslizaban
por el bosque.
Pensé en la escasa fila de flores colgando sobre la puerta y volví a
estremecerme, con un chillido estridente que cortó el silencio antes de
morir como si fuera un animal herido. Todos los pelos de mis brazos se
pusieron de punta. Y cuando la puerta se estremeció como si algo la
estuviera arañando, me puse de pie y levanté la pistola. Jonn se agitó
en su sueño.
Esperé, lista para disparar si algo intentaba entrar. El sudor se
deslizó por mi espalda. El viento gimió de nuevo, sonando como el
Lejano lesionado en el granero. Apreté los dientes y mantuve el arma
apuntando a la puerta, incluso cuando mi brazo comenzó a doler. Me
quedé de pie hasta que la tormenta se calmó en las primeras horas de
la mañana. Cuando por fin me dejé caer al suelo en total agotamiento,
me dormí.
La luz de la mañana me tocó la cara, despertándome.
—¿Lia? —Era la voz de Jonn.
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Me incorporé de un salto, apartando el pelo de mi cara. La
habitación olía a sudor y cenizas. El fuego estaba casi frío y mi nariz
también. Mi mirada se lanzó por la habitación a la chimenea, donde las
cenizas se habían enfriado, a las persianas dejando entrar a raudales la
luz del sol, a la puerta, todavía cerrada.
Me concentré en ese último detalle y me sentí más segura de
saber que estaba realmente viva y entera. Y lo estaba.
—Estamos bien —suspiré en voz alta. Con cada grito que venía
llenando la tormenta, una parte de mí temía que no estuviéramos vivos
por la mañana. Y cada vez, el alivio era dulce.
Los Observadores nos habían dejado ilesos.
Jonn miraba desde su silla mientras me levanté y me estiré. La
diversión tocó su boca, haciéndole parecer diabólico.
—¿Pasaste toda la noche despierta y lista como siempre?
—No. —No mencioné que mientras había dormido, solo había
sido por unas horas. Tampoco mencioné el arma.
Él sonrió con su incredulidad. Era capaz de dormir durante las
tormentas, su fuerte fe en el poder de las flores para mantener alejados
a los Observadores. Yo era la que nunca podía cerrar los ojos por
miedo a que pudiéramos ser comidos mientras dormíamos.
—Dormí Jonn —dije y mi voz era un poco más afilada.
Levantó una ceja, molestándome. Había un poco de humor en la
situación, aunque Jonn habría aprovechado cualquier diversión que
pudiera encontrar.
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Puse los ojos en blanco. No tenía tiempo para discutir con él.
Teníamos una cuota que alimentar. Teníamos lana que hilar y agrupar
en bolas, por no hablar de los animales que teníamos que cuidar y el…
El Lejano. La ansiedad cayó sobre mis hombros como una manta
pesada con los recuerdos de la noche anterior invadiéndome. El Lejano
se encontraba en nuestro granero.
Escaneé la habitación.
—¿Dónde está Ivy?
Jonn miró a la ventana sin hablar y susurré una maldición y cogí
mi capa. Empujando la puerta, corrí por la recién caída nieve hacia el
granero.
Ella ya estaba dentro, su espalda estaba pegada a la puerta y sus
ojos muy abiertos. Fui directamente delante de ella hacia el heno, mi
corazón apretado y la boca de repente seca.
¿Se había muerto durante la noche?
Sus ojos estaban cerrados y su rostro estaba pálido. No estaba
muerto, sin embargo, vi su pecho elevarse y bajar superficialmente bajo
su extraña camisa y abrigo. Algo en mí se relajó con la confirmación de
su supervivencia, como si hubiera estado conteniendo el aliento.
Ivy llegó a mi lado.
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—Él estaba gimiendo —dijo. Con sus palabras, él hizo un sonido
de pura agonía que hizo que mi corazón doliera incluso si era un
peligroso Lejano.
—Probablemente está lleno de infección. —Necesitaba dar un
paso más cerca, para mirarle, pero no estaba segura de si era seguro.
Recordé la noche anterior y su expresión cuando se había despertado
en el granero. No había tenido una mirada agradecida.
—Su herida... —Señaló el lugar donde la sangre había
ennegrecido su camisa rota y el brazo—. ¿No debemos limpiarlo otra
vez?
Apreté los labios. No había manera de que la dejara a menos de
un metro del Lejano, no cuando estaba despierto.
—Tráeme un poco de agua tibia y jabón, y una camisa extra de
Jonn. Y algún del guiso sobrante de la cena de anoche. Es probable que
ahora tenga hambre.
Ella vaciló, con ganas de discutir. El nerviosismo que sentía se
levantó en mí como una ola, y espeté: —Vete.
Ella se fue.
Sin ella, podía examinarle a la luz del día. Ayer por la noche
había sido demasiado oscuro para realmente ver nada. Sus gemidos
eran fuertes ahora, casi como un lamento. Había oído el sonido de mi
abuelo muriéndose, enfermo de estómago hace años y era muy
parecido a éste. Me acerque más, con mi barriga revuelta.
Apenas era visible bajo la paja que lo cubría. Sus párpados se
abrieron cuando me acerqué, y crujió bajo su manta de paja. Le
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enfrente sin sonreír o acojonarme. Quería que él supiera que no le tenía
miedo. O por lo menos, quería que él pensara que no lo tenía.
—Tú —susurró. Su aliento siseó entre sus dientes mientras el
dolor se apoderó de él nuevamente y se estremeció—. Tú eres una de
esas personas, Gente de Nieve, los que viven en La Helada.
Era joven, supuse, probablemente no mucho mayor que yo. Pero
su voz tenía una fuerza que le hacía parecer mayor que eso. Su cabello
era espeso y oscuro, como cualquier Lejano que había visto y su piel
estaba bronceada, más oscura que mi pálida tez de Helada. Tenía un
rostro delgado, fuerte y pestañas tan largas como las de una chica. Se
agitaron cuando me miró de soslayo.
—Sí —dije, porque el termino Gente de la Nieve era lo
suficientemente preciso para describir mi aldea, a pesar de que no era
lo que nos llamábamos nosotros.
Se fijó en mi expresión y entrecerró los ojos.
—¿Qué vas a hacer conmigo? ¿Déjame morir? ¿O dejarme atrás?
—¿Dejarte atrás? —pregunté. ¿Qué estaba balbuceando?
Suspiró y me di cuenta de que se había desmayado otra vez. Su
rostro se puso del color de la grava y el sudor salpicó su frente.
Me acerqué más. Mi piel se estremeció por mi cercanía a él. Había
habido maldad en sus ojos, ¿y si él se adelantaba y me agarraba? ¿Y si
se trataba de hacerme daño? Pero él estaba inconsciente y enfermo, y
cuando mis temores disminuyeron, me sentí más atrevida y me incliné
para estudiar su herida.
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La sangre se había secado, dejando un río pegajoso de color
marrón negruzco por su hombro y brazo. La extraña ropa en su
espalda colgaba en jirones, dejando al descubierto la carne desgarrada
y pedazos de piedra y paja salpicaban la herida. Pude ver por la
gravedad de esta que iba a estar muerto en poco tiempo.
La piel alrededor de su herida estaba hinchada. La investigué
suavemente.
Él se despertó por mi tacto y sus ojos se abrieron de golpe
mientras gritaba. Me tambaleé hacia atrás, sorprendida. Nuestros ojos
se encontraron.
El sudor le corría por la frente y goteaba sobre su nariz. Sus ojos
eran salvajes de dolor y terror.
—Por favor —susurró él y por un momento se veía lastimoso en
lugar de desafiante y peligroso.
No sabía lo que él quería.
Ivy regresó, el cubo de agua jabonosa derramándose un poco
mientras lo dejó en el suelo cerca de mis pies. Me entregó el cuenco de
estofado y una camisa de Jonn. Sus ojos se agrandaron cuando vio que
estaba despierto.
El Lejano la miró con una mezcla de enojo y distanciamiento e
Ivy dio un paso atrás y se retorcía las manos bajo su mirada. Era buena
en el rescate de las cosas y miserable para hacer nada al respecto
después. Ya había pasado la mayor parte de los últimos catorce años
ocupándome de los animales, que ella había salvado, después de su
muerte sin que ella lo supiera. Pero este extraño en nuestro granero no
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era un pájaro con un ala rota. Haría falta más de una pala y un lugar
suave debajo de un arbusto para que este problema desapareciera.
—Come el guiso antes de que te mueras de hambre —dije.
El Lejano lo cogió. Comió rápidamente, con ansias.
—El trapo —ordené a Ivy y lo sumergí en el agua. Subiendo mis
mangas, me agaché a su lado y cogí su hombro en mis manos.
—¿Qué estás haciendo? —rechinó él, en voz baja y dura. Dejó
caer el cuenco vacío y trató de levantarse.
—Quédate quieto —dije—. Solo estoy limpiando la herida.
—¿Por qué?
¿Qué quería decir con el por qué? Apreté el trapo con fuerza
contra su piel y se retorció de dolor.
—Para que no te mueras por la infección —dije y use el tono más
duro que tenía para que no supiera lo aterrorizada que estaba.
Él me miró con recelo, pero él no se movió cuando le quité el
vendaje viejo y apreté el trapo en la herida. Cuanto más siseó de dolor
cuando el agua caliente le tocó la carne, pero él se mantuvo quieto
mientras le lavaba la sangre seca de distancia y lo examiné. La herida
era profunda, pero no vi ninguna infección todavía. Lavé la herida con
cuidado, frotando suavemente en los bordes desgarrados de la carne
con el trapo. Podía sentir sus músculos debajo de mi mano, tensos y
flexibles.
Mientras lavaba la sangre de la herida, vi que su hombro estaba
inflamado también. ¿Otra lesión? Pinché suavemente el área, sintiendo
algo duro y plano allí, como si la punta de una hoja se hubiera roto
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justo por debajo de la superficie de la piel. ¿Qué era eso? Puse mis
dedos alrededor y tiré suavemente, y sus manos se agarraron a la paja
mientras su rostro se contraía de dolor y un gemido escapó de su boca.
—Eso duele —rechinó los dientes apretados, volviendo la cabeza
para mirarme. Sus ojos capturaron los míos y su mirada me asustó. El
miedo en mi vientre era como un pájaro atrapado, agitándose y
palpitando, pero empujé lejos esos sentimientos, porque tenía que ser
fuerte.
—Quédate quieto —repetí por tercera vez. Traté de hablar con
firmeza, pero mi voz tembló—. Algo está enterrado en tu espalda.
—Eso duele…
—¡Quédate quieto! ¿Quieres morir por la infección?
Eso lo calló. Todo su cuerpo temblaba al tocar la carne herida,
pero esta vez sin hacer un ruido o tratar de alejarse. Usé el trapo para
limpiar el lugar. El trapo desalojó un trozo de piel colgando que había
sido arrancado por lo que había causado la herida y reveló algo de la
cosa en su espalda. Lo pellizqué entre mis dedos y tiré de nuevo. El
metal brillaba en contra de mi dedo.
No podía decir lo que era, algún tipo de metal que había sido
enterrado en él. No era una roca ni un guijarro, era demasiado liso.
Fuera lo que fuera, no debería estar allí. Tiré más fuerte, moviendo la
pieza. Estaba resbaladiza por la sangre y cuando mis dedos
encontraron un agarre, tiré.
La cabeza del Lejano se recuperó rápidamente y un grito fue
arrancado de sus labios. Ivy emitió un sonido ahogado y se cubrió los
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ojos. El sudor estalló en mi espalda.
—Solo sácalo —jadeó.
Di un último tirón y lo saqué para fuera, y todo su cuerpo se
puso rígido cuando se desmayó en contra de la paja.
—Oh —dijo Ivy—. Oh.
Me senté atrás con fuerza, mis dedos ensangrentados y mi falda
mojada donde había dejado caer el trapo. Respiraba con dificultad y
mis músculos estaban tensos. Cerré los ojos con mi hermana y ella
debió haber leído el asesinato en mi mirada.
—Voy a buscar más trapos limpios —murmuró, gateando hacia
la puerta.
El granero estaba muy tranquilo ahora. Giré la cosa otra vez en
mis manos. Era pequeña y cuadrada, cubierta en su sangre y grabada
con líneas que podrían haber sido un símbolo o una imagen. No
significaban nada para mí. Limpié la sangre en la paja y guardé el trozo
de metal en el bolsillo antes de terminar de limpiar la herida. Ivy
regresó con más trapos y vendó su hombro con ellos.
—¿Qué hacemos ahora? —susurró.
Me limpié las manos en la falda y saque el reloj de bolsillo de mi
madre, del bolsillo de mi falda.
—Ahora trabajaras con tus manos para conseguir llenar el cupo.
Tengo que ir a la aldea. No puedo perder otra Asamblea.
—Estúpidas Asambleas —murmuró Ivy.
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—Por fin estamos de acuerdo en algo. —Sonriendo con ironía,
reuní los trapos y me levanté—. Mantén un ojo en el granero.
Probablemente no debería decir esto, pero no dejes entrar en el interior
a nadie por ninguna razón. —Me dirigí a la puerta.
—¿Lia? —preguntó, y su voz se enganchó al final de mi nombre.
—¿Sí?
—¿Qué vamos a hacer con él?
La miré, porque no tenía ni la más remota idea. ¿Cómo esperaba
que yo lo supiera?
Sus grandes ojos se llenaron con lágrimas y sentí que me
ablandaba.
—Todo va a estar bien Ivy —dije—.Ya se nos ocurrirá algo.
En el exterior, me apoyé en el granero mientras examinaba los
resultados de la tormenta a la luz del día. Algunos de los postes de la
valla se habían caído o se hundieron más abajo, y una teja suelta
colgaba de la granja como un diente en la cara de un luchador.
Mientras miraba, el viento atacó a los árboles y barrió mi capa con un
gruñido alrededor de mis piernas. Me agaché para recoger el pesado
cubo para que pudiera reorganizarlo y cuando me incliné me quedé
inmóvil por lo que vi.
Una línea de huellas de garras hacía un recorrido a través de la
nieve, pasando el granero y alrededor la casa. Se dirigían hacia el
bosque.
Solo había visto a un Observador una vez en persona, cuando era
una niña. Una mañana estaba saliendo del granero temprano antes del
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amanecer después de ordeñar la vaca, el cubo de leche humeante en
una mano y una linterna brillante en la otra. Tan pronto cuando vi los
rizos de vapor en el helado aire me di cuenta de me que me había
olvidado de la tapa y dejé la linterna en la nieve mientras corría a por
ella, así que tendría la mano libre. Cuando regresé, la puerta chirrió
bajo mi mano, vi algo pasar rozando el círculo de luz, solo un aleteo de
piel y un roce de metal contra metal a medida que se deslizó de nuevo
en la oscuridad en el borde de los árboles. El hielo se dividió a lo largo
del camino, como si alguien lo hubiera cortado con un cuchillo. Casi
pensé que lo había imaginado.
Pero no había duda sobre las pistas, ni entonces ni ahora.
Ivy los vio y se llevó la mano a la boca. No dijo nada.
—Vuelve a casa —dije al final—. Tengo que ir a la ciudad.
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Capítulo 5 Traducido por: kensha
Corregido por: Klarlissa
l cielo estaba barrido, limpio y claro. El aire se
percibía fresco y nuevo. La luz del sol brillaba en la
nieve fresca, haciendo a los árboles y ramas
parecían incrustadas con diamantes. Pero no podía
disfrutar de la belleza. El miedo en mi estómago estaba royendo en mí
como una rata nuevamente. Apuré el camino hacia la aldea. Con todas
las cosas que habían ido mal en el último día: los Lejanos, las huellas
de los Observadores, la tormenta, el contingente de casi perdido, no
podía también llegar tarde a otra Asamblea.
Crucé caminos con Adam Brewer cerca de la villa, y juro que me
miraba como si conociera el secreto que guardaba. Nuestras miradas se
cruzaron brevemente y esta vez ni siquiera simulé saludarlo. Solo
agaché la cabeza y seguí adelante.
Al fin la villa estuvo a la vista. Nuestra villa se acurrucaba contra
el lado de las montañas como un becerro que buscaba protección
contra su madre, aunque me encontré con la idea de buscar consuelo
irónicamente contra las montañas, ya que los riscos pedregosos
siempre habían sido menos indulgentes con nosotros. Pero al menos
aquí, teníamos la esperanza de salvación.
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Cuando me acerqué a las casas de piedra con sus familiares
pendientes, techos cubiertos de musgo y resistentes puertas de madera
pintada de azul y adornadas con Flores del Invierno, mi corazón latía
en mi pecho y mi boca seca crecía. ¿Podía sentir el miedo en mí? ¿Me
mirarían y sabrían lo que había hecho, lo que yo había ocultado en mi
granero?
Mis amigos estaban en un grupo cerca a la puerta del Salón de
Asambleas. Ann me vio y me saludó con la mano, una sonrisa se
extendía a través de su rostro, y durante medio segundo estuve
tentada a correr directamente hacia ella y decirle todo lo que había
sucedido, el Lejano, la cosa que había sacado de su espalda, mi
hermana estúpida, las huellas de los Observadores en la nieve fresca de
la mañana. Todo ello. Ella era mi mejor amiga. Entendería, ¿verdad?
Pero algo me detuvo, como una mano invisible presionando
sobre mi boca para mantenerme en silencio.
—Has venido —dijo Everiss, asustándome con su repentina
cercanía a mi lado. Parecía como si acabara de venir de la tienda de su
familia. Una mancha de colorante azul manchando su muñeca.
—Dije que iba a hacerlo, ¿no? —Quise ser descarada pero mis
nervios estaban fritos y mi tono salió demasiado agudo. Tensa,
esperando las preguntas. Esperando las acusaciones. Ellos lo sabían…
lo sospechaban…
Pero Everiss solo se rió y enganchó su brazo en el mío, me
arrastró hacia adelante y mi momento de debilidad en decirle a Ann
desapareció. El grupo se aglomeró alrededor mío, y Cole inclinó su
cabeza y sonrió astutamente. Trate de sonreír porque Ann me estaba
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dando su ceño “se sociable”, pero la preocupación hizo sentir mis
labios pesados como plomo. Hice una mueca en su lugar.
Los demás charlaban sobre eventos sociales y compromisos y
contratos. Estaba en silencio, aun inmovilizada por la rata persistente
que roía con preocupación en mi vientre.
La campana sonó, llamándonos. La Gente comenzó a fluir desde
las puertas de las tiendas y casas, barriéndonos con ellos dentro del
santuario. Seguí a Ann, Everiss, y Cole a uno de los bancos duros de
madera y me senté.
Un hombre dio un paso al frente de la habitación, el padre de
Ann. Era alto y delgado, con una cara perpetuamente demacrada y
ojos marrones grandes con espesas cejas. Él y Ann tenían la misma
nariz y boca, pero por lo demás se parecía a su madre. Lo vi sonreír un
poco mientras agitaba las manos para llamar la atención de todos.
Me senté al comenzar las lecturas de las marcas. Las Asambleas
eran largas y aburridas, y pérdida de tiempo, tiempo que podría
utilizar para llenar mi cuota o hacer las tareas necesarias alrededor de
la granja, como cocinar, cuidar de los animales, lavar la ropa y limpiar
la casa.
Mientras que los nombres eran leídos en voz alta, mi mente
volvió a la granja y al Lejano que había escondido en el interior.
Incluso con sus heridas limpias y vendadas, corrían el riesgo de
infección. Mordiendo mi labio, mientras contemplaba lo que haría si el
muriera. O si él vivía.
—Lia —chilló Ann—. ¿Me estás escuchando?
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Suspiré y me senté un poco más erguida. Me encanta Ann, pero
últimamente me estaba enfAdamdo casi tanto como en Alcalde Ivy.
El Alcalde terminó de leer los nombres y se trasladó a la
normativa comunitaria, una tradición semanal que crecía más lánguida
cada vez que la escuchaba. Su voz zumbaba, y mis pensamientos
volvieron al problema que se encontraba actualmente durmiendo en
mi granero. El Lejano. El sudor estalló en mi espalda, y cuando Ann se
inclinó más y me sonrió, no pude devolverle la sonrisa.
Me estaba sintiendo estúpida. No, estaba siendo peor que
estúpida, estaba siendo imprudente. Cuando mis padres murieron, la
responsabilidad por mi seguridad y la de mis hermanos había caído
sobre mis hombros. Aunque era joven, los Ancianos creían que era
capaz de manejar la cuota de mi familia y mis deberes y así me habían
permitido seguir viviendo en la casa de campo en lugar de dividirnos
para ir con otras familias. Casi había enviado a Ivy a vivir con las
Lavadoras, que vivían encima de la casa del Alcalde y pasaban sus días
hasta sus codos en agua hirviendo, llenas de lejía. Un estremecimiento
me recorrió al pensar en mi hermana atrapada en ese lugar. Era la
criatura más desesperante que había conocido, pero no le deseo estar
en ese tormento. Y pasar sus días de sudor y esfuerzo en extenuante
trabajo mientras sus manos se volvían hinchadas y rojas, incapaz de
sentir el sol en la cara mientras trabajaba, ¿o rescatar a sus animales
estúpidos? Sería un castigo especialmente cruel para ella.
Pero ahora, con el rescatado Lejano en el granero… Si pensaban
que yo era incapaz de seguir las reglas y cumplir la cuota familiar, me
reasignarían y se llevarían a Ivy y a Jonn. A pesar de que era un
hombre para nuestros estándares a Jonn apenas se lo trató mejor que
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un niño debido a su mala salud y su pierna marchita.
—Todos los miembros de la comunidad deben cumplir con las
cuotas asignadas todo el tiempo, asistir a las Asambleas semanales…
—El Alcalde todavía estaba leyendo en voz alta las reglas. Tomé una
respiración profunda y solté el aire. No todo estaba perdido. Todavía
tenía tiempo para resolver esto. Pensaría en algo.
A mi lado, Cole estaba inquieto, que me hizo sentir un poco
mejor. Al menos no era la única persona que odiaba las Asambleas.
El Alcalde terminó la lista de las reglas y se trasladó a la lista de
cortejo y matrimonio. Cole se desplazó cuando los nombres fueron
leídos en voz alta. Escabullo una mirada en mí, y fingí no darme
cuenta.
Cuando finalizaron las lecturas, el Alcalde inspeccionó a la
multitud.
—Tenemos un asusto importante que discutir —dijo.
Mi corazón empezó a latir con fuerza, a pesar de que sabía que
era irracional. Acababa de venir de la granja. El granero estaba
tranquilo. Estábamos en el borde de La Helada. Nadie sabía sobre el
Lejano en nuestro establo excepto Jonn, Ivy y yo.
Pero mis palmas estaban sudorosas con temor de todos modos.
—Últimamente, ha aumentado los informes de las huellas de los
Observadores.
La habitación pareció encogerse un poco cuando las palabras
abandonaron sus labios. Todo el mundo se estremeció, murmuró algo.
Me acordé de las huellas alrededor del pario y alrededor de la casa.
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Los Observadores habían estado en nuestro patio, también. Mi
estómago se sentía enfermo y mi corazón empezó a latir más rápido,
como una mano golpeando la pared de mi pecho.
Ann me miró, con la cabeza hacia un lado. Le di una débil
sonrisa, tratando de tragar un poco mi pánico.
—Cualquier miembro de la comunidad que esté fuera temprano
o tarde debe ejercer extrema cautela… llevar Flores del Invierno en
todo momento y asegúrese de colgarlas en sus puertas y ventanas. —
Pausó, su mirada barriendo la sala, y te lo juro se demoró un instante
en mí—. Ha habido algunos informes de avistamientos, incluso. Esta
audacia es preocupante. No sabemos lo que ha causado a los
Observadores ser tan activos, pero sabemos que todo el mundo debe
ser cuidadoso en este momento.
Algunas de las personas a mi alrededor comenzaron a
cuchichear. Vi las miradas preocupas, los ojos abiertos. Los
Agricultores y otras personas que vivían en las afueras de la
comunidad parecían más inestables, porque ellos eran más propensos
a encontrarse con una de las criaturas.
—No se alarmen excesivamente. —El Alcalde continuó,
destellando a la multitud una sonrisa tranquilizadora ahora—.
Simplemente sean precavidos. Sigan las reglas y trabajen duro.
Seguridad, fraternidad, integridad.
Lo repetimos después de él. “Seguridad, Fraternidad, Integridad”.
Es nuestro lema de la villa y el código más alto.
Debido a nuestro alto nivel de organización y nuestro fuerte
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conjunto de reglas, habíamos sobrevivido cuando aquí han fracasado
otras comunidades.
La culpa apuñalando en mi corazón mientras pronunciaba las
palabras, porque no había logrado el primer imperativo, seguridad.
Podía haber fallado en el pasado, también, porque estaba albergando a
un Lejano en mi granero y lo mantenía en secreto. Pero no sabía que
más hacer, había recogido a una serpiente de roca, y tenía miedo de
dejarlo ir para no ser mordidos y morir.
Fuimos despedidos después de repetir el lema. Los aldeanos se
pararon y corrieron a las puertas, susurrando sobre los Observadores o
discutiendo las listas de cortejo. Me senté en mi lugar, sintiéndome
miserable y entumecida.
Ann agarró mi brazo y lo aferró bien, como si estuviera segura
mientras se colgaba sobre mí.
—¿Puedes creer las noticias sobre los Observadores?
—Es aterrador —dije, tratando de mantener mi voz firme. En mi
retina seguía viendo las huellas delante del granero. A veces me sentía
un poco resentida con Ann. Ella vivía en el pueblo y los Observadores
eran solo una historia de miedo aquí. Eran los que vivían en el borde
de los terrenos de la aldea los que tenían que preocuparse realmente.
Personas como yo, personas que ya tenían problemas para cumplir la
cuota y alimentar a sus familias.
—¿Tu familia estará a salvo?
—Estaremos bien —murmuré. Pensé en el Lejano en el granero
de nuevo, y mi estómago apretándose.
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En ese momento, no tenía peores problemas en mi mente.
Aparentemente mi respuesta fue mediocre incapaz de
satisfacerla.
—Lia —dijo, poniendo sus manos sobre sus caderas.
—¿Estás bien? Pareces... distante.
—Solo estoy pensando —contesté, poniéndome pie y dando a mi
falda una sacudida—. Y estoy realmente cansada. La tormenta me
mantuvo despierta anoche.
Ann se mordió su labio, la simpatía estaba parpadeando en sus
ojos.
—Siempre has odiado las tormentas, ¿no es así?
Cole, quien escuchaba tranquilamente desde unos pocos pies de
distancia, dio un paso más y se incluyó en la conversación.
—Se me hace difícil creer que tienes miedo a algo, Lia.
Su sonrisa era amplia y maliciosa, como si me estuviera haciendo
un cumplido, pero solo sentía una intensa irritación.
Que poco me conocía, si pensaba eso. Tenía miedo de todo. Tenía
que ser, si quería que mi familia sobreviviera al invierno siguiente. Y a
veces parecía que era la única persona que se preocupaba de esas
cosas.
En ese momento quería estar sola para que pudiera pensar en
ellos en paz.
Cole vio mi expresión. Su sonrisa se desvaneció. Ann lo vio, y se
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apresuró a rescatar el estado de ánimo. Ella me siguió por el pasillo
hacia la puerta, con Cole a su lado.
—¿Vienes a la fiesta?
Ella no miró a Cole cuando preguntó, y tuve la súbita sospecha
que esta conversación había sido planeada entre ellos.
—No sé —dije, brusco—. No puedo prometer nada.
Yo la quería, por supuesto, pero en ese momento quería
deshacerme de ella para poder volver a casa y asegurarme de que Ivy y
John estaban vivitos y coleando, y que el Lejano no fuese descubierto.
—Vamos. —Ann convenció, sin darse cuenta de mi impaciencia o
tal vez simplemente lo ignoraba—. Habrá dulces, y música, y baile…
más diversión de la que hemos tenido en meses. Seguramente no
quieres perdértelo.
—No tengo nada que ponerme —dije, tanto porque era una
buena excusa y porque era cierto.
Hablar de mi pobreza suele callar a la gente.
Pero Ann no se dejó intimidar en ese momento.
—Tomas prestado algo mío. Somos del mismo tamaño.
—Vamos, Lia —dijo Cole.
—Está bien —dije, solo para que me dejaran sola.
Ann se iluminó. Me abrazó, soltándome abruptamente cuando su
padre la llamó por su nombre.
—Tengo que irme, esos cojines no se harán por sí mismos.
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Cole y yo nos quedamos de pie juntos, mirando su paseo cogida
del brazo de su padre. Un pequeño parpadeo de resentimiento agotado
aumentó en mi pecho, ¿cómo fue que su cuota involucraba punto cruz
sobre cojines decorativos, y la mía involucraba horas de hilado?
Cole arrastró sus pies y jugueteó con sus manos. La sonrisa
maliciosa cruzó su rostro, pero la educó en una expresión seria.
—Lia…
Miré hacia las rutas de acceso a las granjas, la ansiedad royendo
en mi otra vez.
—Acerca de la fiesta —dijo, y luego se detuvo—. Tal vez es
dolorosamente obvio, pero…
Dolor. Eso me recordó.
—Necesito visitar el Mercado —dije.
Hizo una pausa.
—Te voy a acompañar.
Caminamos con rapidez, porque me preocupaba Ivy y Jonn y la
granja, porque él estaba tratando de mantenerme el ritmo. Vi a la
mujer que necesitaba, la anciana Recolectora Tamma, con sus bolsas de
hierbas secas y raíces. Vendía los extras en el mercado después de
hacer su cuota cada semana.
—¿Qué hierbas sugeriría usted par una herida profunda que
podría llegar a infectarse? —le pregunté cuando llegue a la plaza, mi
voz apenas en un susurro. Deseaba que Cole se fuera, pero él se quedó
al alcance del oído. En silencio, que él no escuchara, o no me hiciera
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preguntas.
Tamma frunció los labios.
—La sangre de perdición, para que la herida, y la raíz de la fiebre de
la enfermedad para la infección.
Tomé las hierbas de su mano extendida. Crujieron en mi mano
cuando las metí en el bolsillo. Saqué un pequeño paquete de hilo de mi
otro bolsillo y se lo puse a ella. Mi interior me dolía, eso podría haber
ido a nuestra cuota, pero la medicina la necesitaba más si iba a
sobrevivir una noche más.
—¿Uno de sus caballos está herido? —preguntó, levantando sus
cejas con astucia—. ¿La vaca?
Me sonrojé.
—No. —Me di la vuelta y me fui antes de que pudiera
preguntarme más. Mientras me alejaba, me reprendí por actuar de
manera sospechosa. Debería haber charlado, quizás haber sugerido
algo que le habría dado una impresión diferente.
Cole me alcanzó. Algunos de los otros aldeanos alzaron la vista
hacia nosotros de sus tareas con conocedoras sonrisas y mi rostro se
enrojeció. ¿Era mi cortejo renuente la comidilla de todo el pueblo?
—Tienes tanta prisa.
—Tengo que volver —le dije—. Un montón de lana que hilar.
—Cuota, cuota, cuota —gruñó—. Nunca se habla de otra cosa.
Me mordí la lengua para no responderle.
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—¿Qué más hay? —dije, bruscamente. Entre mi hermano lisiado
y mi hermana cabeza hueca, nunca tuvimos suficientes manos, parecía,
pero no podía decirle a los Ancianos sino nos separarían y tomarían la
granja.
Los ojos de Cole se redujeron.
—Vamos, Lia. Nunca vas a llegar a ninguna parte con esa actitud.
Mire sobre las hierbas que Tamma me había dado, calculando
mentalmente cuanto durarían. ¿Conseguiría donde quiera? Como si
hubiera cualquier futuro para alguien en nuestro pueblo además del
agotador trabajo.
—¿Qué se supone que significa eso?
—Espera y veras —dijo, su voz repentinamente feroz—. Un día
voy a estar en la parte más alta, y te gustaría creer en mí entonces.
Lo miré y la intensidad de su mirada me asustó un poco.
—Cole…
—Perdón —dijo, girando su cabeza para ocultar su mirada un
momento. Cuando miro hacia atrás, su expresión volvió a ser neutral, y
me sonrió y cambio de tema—. Debes venir y verme en la tienda en
algún momento —dijo—. La próxima vez que estés en el pueblo por tu
cuota. —Hizo hincapié en cada palabra con un gesto de sus cejas.
Forcé una sonrisa.
—No quiero interrumpir tu trabajo. —Con un encogimiento de
hombros, me volví a ir.
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—Lia —dijo, agarrando mi muñeca—. Una interrupción tuya no
es ninguna molestia.
Mis ojos se redujeron a su mano, y los mantenía allí,
advirtiéndole silenciosamente. Se sonrojó y me soltó. No estamos
cortejando. No tenía derecho a hacer avances.
—Lo siento… —comenzó a decir, pero lo interrumpí.
—Tengo que irme.
Retrocedió, y podía sentir sus ojos aburridos en mi espalda
cuando tomé el camino hacia las granjas.
Una sombra separó el callejón al lado mío. Adam Brewer. Mi
corazón se apretó en mi garganta y caminé más rápido, pero bloqueó
mi camino.
Nuestras miradas se enredaron. Contuve el aliento y mi
mandíbula tembló.
—Necesito hablar contigo —dijo.
Sin saludos, ninguna charla. Solo eso. No sabía que decir.
Adam esperó. El viento agitó su pelo y su capa. La luz del sol en
la nieve a si alrededor me cegó, haciéndome parpadear y darle la
espalda.
—¿Qué quieres? —apremié. Estaba cansada de tratar con Cole.
Estaba ansiosa por las noticias que había escuchado en la Asamblea.
—Tu familia, ¿están todos bien?
La pregunta picando, viniendo de él. Levanté un hombro en un
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encogimiento de hombros.
—Supongo.
—Su granja está lejos del resto de la villa —dijo. Parecía elegir
cuidadosamente las palabras.
¿Intentaba antagonizarme, o esto era su torpe intento de hacer
amigos?
—¿Ves cosas por ahí?
¿Ver mucho? Dudé, pensando en el Lejano. ¿Sospechaba…?
No. Ninguno de ellos podía saber. Estaba siendo demasiado
nerviosa, demasiado asustadiza.
—No mucho —dije.
Adam miró sobre mi cabeza en el bosque más allá de las paredes
del pueblo.
—El bosque puede ser solitario en las granjas. El nuestro es
bastante remoto también. Nada más que hielo y arboles por todas
partes.
—Sí. —Estuve de acuerdo. ¿Estaba tratando de burlarse de mi
confesión, o establecer solidaridad? Esta conversación se estaba
volviendo una danza mortal.
Adam dudó. Pude ver el peso de las palabras en su mente.
—¿Los Observadores no vienen demasiado cerca?
Un estremecimiento de ira pasó a través de mí, y giré mi cabeza
para que mirar su rostro sin responder.
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Se estremeció al ver mi expresión.
—Sé que ciertas acusaciones se han hecho contra mi familia…
Casi me ahogó.
—¿Acusaciones?
Sus ojos se estrecharon.
—Sí. Acusaciones.
No pude contener las palabras que salieron de mí. Quemaron mi
lengua, calientes con furia.
—Llamarlas acusaciones implica que siente que no son
verdaderas. Mis padres están muertos, Adam. ¡Muertos! Eso no se ha
fabricado. Y estaban ayudando a tu padre cuando sucedió. Los dejó en
el bosque solo con sus barriles, mientras el regreso por más. Él no
reportó su desaparición a los Ancianos. ¿Se puede negar?
El vaciló. ¿Fue culpa lo que le impidió escupir las palabras?
¿Quería pedir disculpas por la muerte de mis padres?
—No puedo.
Mis manos formaron puños. Energía nerviosa bailando por mi
piel, alimentando mis palabras.
—Déjame en paz. No trates de ser mi amigo.
—Tus padres…
—No me hables de mis padres —dije, cerrando mis ojos—. Estoy
harta de esta conversación.
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Girando, me dirigí a la puerta, y hogar.
Él no siguió.
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Capítulo 6
Traducido por: Jeyd3
Corregido por: Klarlissa
i enojo se había asentado en una fría
determinación para cuando llegué a la granja.
Bloqueé a Adam Brewer y su desconcertante
comportamiento de mi mente mientras miraba
la casa desde mi punto panorámico en la cima de la colina. No podía
preocuparme por él justo ahora. Ya tenía más que suficiente en mi
plato proverbial. Tenía que asegurarme que cumpliéramos las cuotas, y
tenía que lidiar con el Lejano en nuestro granero. Bajé al patio, con
dirección a la casa.
Un viento frío soplaba desde las montañas, enfriando mis
mejillas y robándose mi aliento. Inhalé profundamente, mi mano en la
puerta, y luego entré.
Jonn volteó desde su lugar junto al fuego. Ivy estaba sentada a su
lado, sus manos llenas de hilo, y casi me desplomé contra la pared de
alivio porque ella no había huido de nuevo.
—Te tomó mucho tiempo —dijo ella, mirándome.
—Tuve que conseguir hierbas para tu Lejano…
M
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—Él no es mi Lejano —Ivy dijo.
—…Y luego Cole Carver no me dejaba sola.
No mencioné a Adam Brewer.
—¿Cole Carver? —Jonn se veía entretenido.
—Traerlo a casa fue tu idea —le dije a Ivy, dándole a Jonn una
mirada de advertencia.
Imperturbable por mi mirada, él sonrió.
Fui a la cocina y busqué una tetera. Llenándola con agua de la
pompa, pisoteé hacia la chimenea y la colgué sobre el asador para
cocinar.
—¿Qué dijeron en la Asamblea? —Jonn preguntó.
—Lo usual. Reglas, reglas, no rompan las reglas. Ninguna
mención sobre los Lejanos. Pero los Observadores han sido avistados
en grandes cantidades últimamente. —Un escalofrío bajó por mi
espalda con solo decirlo—. Vi algunas de sus huellas esta mañana en el
patio.
Ivy palideció. Jonn se irguió, la manta alrededor de su cintura
deslizándose sobre sus rodillas.
—¿Saben por qué los Observadores están actuando inquietos?
Sacudí la cabeza. Ya tenía el estómago descompuesto con solo
pensar en esas huellas en la nieve.
—Dijeron que no estaban actuando así. Dijeron que siguiéramos
usando las Flores del Invierno y que fuéramos cuidadosos en la
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oscuridad. —Mis ojos se movieron hacia el hilo—. ¿Cómo va la cuota
de hoy?
Él levantó un paquete, perfectamente atado y listo para el costal.
Un poco de la tensión se drenó de mi cuerpo. Era progreso. Al menos
Ivy no se había alejado hoy. Tal vez todo el asunto del Lejano la estaba
asustando y enseñándole a tener un poco de sensatez. Metí la mano en
mi bolsillo, y mis dedos rozaron metal. La cosa de la espalda del
Lejano. La saqué y la sostuve en el aire. La luz del fuego brillaba sobre
la superficie pulida mientras la giraba.
—¿Qué es eso? —Jonn preguntó, inclinándose con interés.
—La saqué de la espalda del Lejano. ¿Crees que sea un tipo de
bala?
—Mmm —él dijo. La puse en sus dedos, y él la giró—. Es una
bala de mala calidad si eso es lo que es. La forma está mal. ¿Y qué son
estos grabados?
La tomé de él y la puse en mi bolsillo. Tal vez le preguntaría al
Lejano.
Cuando el agua en la tetera se calentó, la vertí en un balde y me
dirigí a la puerta con él en una mano y una canasta empacada con
comida para la cena en la otra. Tenía que hacer esto antes del
anochecer. Con suerte, él estaba lo suficientemente bien para comer
algo de pan seco y queso, porque no tenía más.
—¿Debería ir contigo? —Ivy preguntó.
—No, trabaja en el tejido.
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Con las hierbas en mi bolsillo y el balde y la canasta en mis
brazos, me deslicé en el granero y luché para abrir la pesada puerta con
los brazos ocupados. Dejé la barra caer detrás de mí mientras entraba y
me arrastré al nido de heno en la parte trasera.
Él estaba cubierto completamente, tanto que no podía verlo.
Debe de tener frío. Afuera, el viento aullaba como para puntuar mis
pensamientos. Bajé el balde y la comida y di un paso adelante. Él salió
de la nada, golpeándome fuerte en un costado y tirándome al piso.
Rodamos juntos por el suelo y él terminó encima de mí, sus manos a
los lados de mi cabeza, sosteniendo mis muñecas contra las piedras.
Sus ojos encendidos se clavaron en los míos.
No podía recuperar el aliento. El mundo entero se ralentizó y me
di cuenta con perfecta claridad que él podría matarme.
—No grites —él siseó.
Yo sacudí la cabeza.
—¿Qué tan lejos está la aldea? —Él lo susurró, las palabras duras
y ásperas en el aire entre nosotros. Podía ver su mente trabajando
detrás de sus ojos, ¿estaba calculando cuánto le tomaría tratar de
escaparse, cuánto tiempo antes de que encontraran mi cuerpo sin vida?
Yo no soy ni valiente ni estúpida. Le dije lo que quería saber.
—La aldea está a menos de una milla. —Él hizo una mueca, y me
di cuenta que debe de estar volviéndose loco por el dolor. Tal vez si me
movía de repente, podría tirarlo y llegar a la puerta…
Él debió de haber sentido mi plan, porque presionó más fuerte
mis muñecas, manteniéndome inmovilizada.
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—¿Y la puerta?
—¿Cuál puerta? ¿Te refieres a la puerta de la aldea?
Él no se explicó.
—Las montañas, entonces.
—La granja está asentada a su sombra —jadeé yo. Sus manos
estaban cortando mi circulación—. Pero matarme no te ayuda en nada.
Estás demasiado débil para llegar lejos, y los Observadores están por
todo el bosque.
Sus cejas se juntaron bruscamente, y tosió. Se estaba debilitando,
podía verlo.
—¿Matarte?
Su agarre en mis muñecas se aflojó. Vi mi oportunidad, y tomé
ventaja de ella. Golpeé mi codo en su cara. El Lejano gritó, cayendo de
lado como una marioneta con las cuerdas cortadas. Me dirigí a la
puerta y la abrí de un tirón
—Alto…espera…
Giré. Él estaba tirado en el piso, sus extremidades temblando.
Podía ver que ya no tenía fuerza.
—Lo siento si te lastimé —jadeó él —. Solo necesito respuestas.
Permanecí ahí, sin correr pero tampoco relajándome.
—¿Entonces me matarías por información?
Presionó una mano en su costado y resolló una risa
desconcertada.
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—No soy un asesino de chicas de granja. Ni siquiera de aquellas
que planean hacerme daño.
—¿Hacerte daño? —Mis palabras eran agudas—. Estoy
exponiéndome por ti. Pongo a mi familia en peligro por ti. Te estoy
dando refugio y comida, ¿y para qué? Eres tú quien trató de dañarme.
—Solo necesitaba información sobre mi localización —él dijo,
estremeciéndose con mis palabras.
Luchó por ponerse sobre sus rodillas y levantó sus
deslumbrantes ojos azules hacia los míos. Sangre pintaba de rojo sus
labios.
—No trataré nada otra vez, lo prometo, aun y cuando sé que me
quieres muerto.
Era mi turno de reír, casi sin aliento.
—No tiene sentido lo que dices. —Tomé las hierbas de mi bolsillo
y las blandí hacia él—. Vine a traerte estas para tu herida. No voy a
matarte. Solo quiero que te vayas antes de que causes más problemas.
Su expresión cambió completamente, los planos de su cara se
suavizaron en sorpresa, y sus ojos se ensancharon ligeramente. Pero
entonces se entrecerraron, y podía darme cuenta que no me creía.
—Estás mintiendo.
—¿Por qué mentiría? —le contesté—. Si quisiera matarte, ya lo
hubiera hecho. Podría simplemente haberte dejado en la nieve, o
negarme a limpiar tus heridas, o a alimentarte.
Él estaba en silencio, considerando esto. Algo del terror en su
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cara se desvaneció por la lógica de lo que había dicho.
—¿Por qué no lo has hecho? Me refiero a dejarme morir.
No respondí eso, porque no sabía cómo poner mis razones en
palabras. Ni siquiera sabía muy bien cuáles eran las razones.
Pero él estaba esperando una respuesta.
—Una vez, tuvimos un perro —dije lentamente.
El Lejano se lamió el labio inferior donde estaba sangrando por
mi ataque. Él estaba escuchando.
—Era una pequeña cosa lamentable con media cola y ojos negros
como botones. Perseguía a las gallinas y era un fastidio, y una vez se
perdió en el bosque y no pudimos encontrarlo. Eventualmente volvió
arrastrando una pierna. Estaba temblando y enfermo. No tenemos
tiempo de cuidar mascotas enfermas, sabes, pero… mi mamá lo cuidó
y lo trajo de vuelta cuando estaba casi al borde de la muerte. Le
pregunté por qué, y dijo que la vida era valiosa. Dijo que no podíamos
olvidar eso.
—¿Sobrevivió? —preguntó suavemente.
—Ella —murmuré—. Recuerdo que era hembra. Bola de nieve. Y
ella sobrevivió. Murió de vieja el invierno pasado.
Sangre fresca brotaba de su hombro debajo del vendaje. Di un
paso y tomé el balde de nuevo.
—Quítate la camisa.
Él levantó los ojos hacia mí, sorprendido.
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—Te lo acabo de decir… No te dejaré morir. Estás debilitado por
la fiebre, y necesito atender esa herida. Quítate la camisa.
Él la deslizó sobre su cabeza sin decir una palabra, preparándose
en una posición a medio arrodillar mientras yo examinaba su herida.
Se veía mal. La piel estaba hinchada e inflamada, y sangre y pus se
habían filtrado por los vendajes. Pero podía solucionar esto.
Mezclé las hierbas con el agua caliente y luego sumergí los
trapos.
—Esto ayudará —dije, presionándolos contra su espalda un poco
fuerte porque estaba enojada con él por tratar de atacarme. Puse una
mano es su hombro mientras trabajaba, y estaba caliente por la fiebre.
Cuando terminé, sus brazos estaban temblando por el esfuerzo de estar
erguido. Tomé los trapos y aventé la camisa sobre él, y colapsó sobre la
paja.
—Hay comida en el cesto para ti —le dije—. Traeré más en la
mañana. Estofado, si es que tenemos.
Había tomado los trapos sucios y estaba girando para irme
cuando su voz me detuvo.
—Lo siento. Por atacarte así. Pensé que querías lastimarme.
No me volví, pero tampoco me fui. El silencio llenaba el granero.
—¿Cuál es tu nombre? —él preguntó.
Era una pregunta tan tranquila, preguntada con vacilación. Miré
mis zapatos, húmedos por la nieve que había caído de mi abrigo y
empezado a derretirse en la paja.
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—Lia.
—Lia —él dijo, como si estuviera probándolo con su lengua—.
Mi familia me llamaba Gabe.
Yo no quería saber su nombre. No quería ese tipo de información
de contrabando en mi cabeza. Pero ahí estaba y él también.
Me fui, los trapos apretados en mi mano, y cerré la puerta detrás
de mí.
No le dije a Jonn y Ivy sobre el accidente en el granero, o lo que el
Lejano había dicho. Me tiré cerca del fuego y trabajé en la rueca3 con
feroz energía, mis labios presionados firmemente. Mis hermanos
echaron un vistazo a mi expresión y sabiamente se abstuvieron de
hablarme. Y así la tarde pasó a un dorado atardecer, y el atardecer a la
oscuridad, todo en silencio. Trabajamos sin parar en la rueca y
entrelazando, y hasta Ivy estuvo callada.
Mis pensamientos siguieron revolviéndose, girando en torno a la
conversación con Gabe una y otra vez esforzándose para ver cada
rincón y grieta de sus palabras, y sus significados. Continuaba viendo
su rostro cuando había escogido cambiar sus vendajes en lugar de
irme, la sorpresa, luego la blandura. Y la blandura permaneció en mí
también, y no sabía cómo definirla.
3 Rueca: Instrumento para hilar manualmente fibras textiles.
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Pensé en la Asamblea, y lo que habían dicho sobre los
Observadores. Cada vez que pensaba en las huellas en la nieve, mi
garganta se sentía apretada y mis dedos se humedecían. Tal vez
debería ir al pueblo mañana y reportar las huellas de los Observadores.
Podría ser relevante por alguna razón, tal vez había algún patrón en
sus movimientos, una predictibilidad que podría salvar la vida de
alguien. Tal vez alguien no quedaría huérfano como nosotros.
Otra idea se me ocurrió de repente, como una puerta abierta. El
padre de Ann. El Lejano. Si acudiera a él personalmente, decirle lo que
había pasado…
Él entendería, ¿verdad? Los Ancianos son severos y estrictos,
pero Ann era mi mejor amiga, y conocía a su familia desde que era
pequeña. Simplemente iría con él y le explicaría todo. Seguramente él
no podría estar tan enojado con nosotros por tratar de ayudar a alguien
en problemas. Sé que se vería mal, porque Gabe era un Lejano, pero sin
duda él pensaría en algo.
Estaba decidido, entonces. Iría mañana a hablar con el Alcalde.
La esperanza en mi pecho era tentativa, pero estaba ahí, y me
calentaba.
La oscuridad llegó. La nieve caía en un diluvio murmurante
fuera de las persianas. Me envolví en uno de los edredones de estrella
de mi abuela y me acurruqué cerca del fuego, un montón de hilo para
retorcer ordenado en mi regazo. Escuché al mojado silencio de la nieve,
como plumas apilándose sobre plumas, amortiguando todo el sonido,
envolviendo la casa en un callado y temeroso silencio. Mis oídos
estaban esforzándose por escuchar los rasguños de las garras de los
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Observadores en los escalones, o el crujido de la puerta, pero no oí
nada.
Ivy soltó un suspiro desde su lugar, a mi lado.
—Me pican los ojos y ya hemos hecho mucho hilo. ¿Podemos
parar ahora?
—¿Ya acabamos? —le pregunté, sonando exactamente como mi
madre. ¿Pero qué podía hacer? Ella tenía razón todos esos años que
nos presionó para trabajar.
Mi hermana sacó su labio para hacer un puchero.
—No creo que sea justo que tú vayas a la aldea todo el tiempo y
coquetees con Cole mientras yo estoy atrapada aquí trabajando.
Mis manos, estiradas para darle mi hilo terminado a Jonn, se
congelaron en el aire. Giré para mirarla.
—¿Qué dijiste?
Ella apretó los dedos alrededor del hilo en su regazo,
desafiantemente.
—Coquetear. Con Cole.
—Que acusación tan despreciable —dije, sintiendo mis ojos
entrecerrarse—. Detesto a Cole.
—Es tu amigo, ¿verdad?
Era un buen punto. Él era miembro de mi círculo social, aunque
decidí ahí y ahora que la palabra amigo se había vuelto un poco
diluida si pudiera aplicarse sinceramente a nuestra inquieta y
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tensionada relación.
—¡Bueno, detesto la idea de coquetear con él! —le espeté.
Pero Ivy percibió victoria en mi actitud defensiva y siguió
presionando.
—Escuché a la madre de Everiss Dyer diciendo que deberías
casarte con él rápido antes de que descubra el temperamento amargo
que tienes. De lo contrario serás solo una cáscara seca sin un esposo
por el resto de tu…
Hice un ruido como un oso enojado despertado de hibernación y
mofado por niños feos. Aventé a un lado el resto del hilo y tomé a mi
hermana por los hombros, sacudiéndola. El aire en la habitación se
puso caliente, Jonn se veía como si tratara de no reírse, Ivy me enfrentó
como si estuviera condenada a quemarse en la hoguera por algo
extremadamente noble, lo cual hizo su reporte de chismes más
exasperante.
—No tengo un temperamento amargo…
—Suéltame…
—¿No crees que estás probando su punto? —Jonn sugirió.
Las dos nos detuvimos para mirarlo, jadeando.
Y entonces, en la distancia, escuchamos gritos.
Eran débiles al principio, como despertarse de un sueño, pero
mientras dejé caer los brazos de Ivy y fui a la ventana, se hicieron más
fuertes.
Venían del granero.
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No eran los chillidos de un Observador. Los gritos eran más
bajos, guturales. Humanos.
El Lejano.
La pelea estaba olvidada mientras el terror brillaba blanco y
caliente en mis venas. Busqué mi abrigo y la rama de flores secas que
mantenía en el pórtico. Abrí la puerta y salí al frio que robaba mi
aliento.
Ivy me siguió, sollozando.
—¿Qué vas a hacer, Lia?
El corral era una extensión vacía de color blanco. Podía ver el
granero entre la caída de la nieve, no había pisadas, marcas de garras u
otra cosa que condujera a la puerta. Entonces escuché los gritos de
Gabe otra vez, apagados pero todavía distinguibles en el silencio de la
noche.
—Debe de estar delirando por la fiebre.
—¿Fiebre? —Ivy repitió, y me di cuenta que hablé en voz alta.
A ese pensamiento le siguió inmediatamente otra realización,
una peor.
¿Y si los Observadores lo escucharon?
No sabía si las flores y los moños azules los mantendría lejos, no
si quisieran entrar. Ellos se quedaban lejos de la aldea, pero no
podíamos tentarlos, no aquí tan cerca del bosque. Él necesitaba estar
callado durante la noche. Todos lo necesitábamos.
—¿Qué deberíamos hacer? —Mi hermana susurró.
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—Quédate aquí. —Ya iba caminando, antes de que me asustara y
cambiara de parecer.
El granero estaba a unas doce yardas de la casa, pero el viaje
pareció durar una eternidad. Mi respiración era ruidosa y áspera en
mis oídos, el aire estaba frío como la muerte en mis pulmones, y mi
corazón latía contra mi pecho como un puño. Alcancé la puerta y la
abrí deslizándola. Gabe estaba sentado, su cara enrojecida y los ojos
vidriosos. Él jadeó, posando sus ojos sobre mí pero sin verme en
realidad.
—Necesitas estar callado —le siseé, alcanzándolo—. No es
seguro. Los Observadores te oirán.
Él lloriqueó como un niño, delirante. Estaba balbuceando cosas
sin sentido.
—Han venido por mí, Lakin —me dijo, desesperación coloreando
su voz—. Me han llevado, todo ha terminado…
—Shhh. —Puse mis manos frías en su rostro, y él se derritió
contra ellas, sus ojos cerrándose en señal de alivio.
Tomé una rápida y difícil decisión.
—Te llevaré a la casa.
Tan pronto como lo dije supe que tenía que hacerlo. Él no
sobreviviría en el granero, no en este frío glacial mientras tenga fiebre
y esté llorando por sus sueños delirantes en la noche.
—Ellos me matarán —él exclamó—. Lakin, lo siento. Sé que te lo
prometí, pero no lo pude evitar. No pude hacer nada.
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—Shhh —intenté de nuevo.
—No —él insistió—. Estoy tratando de decirte…
—Gabe —dije, pronunciando su nombre firmemente, y él se calló
al sonido de mi voz.
Mientras luchaba para ponerlo de pie, me pregunté quién era
Lakin. ¿Una amiga? ¿Novia? ¿Miembro de su familia?
Su cuerpo se hundió contra mí, su brazo alrededor de mis
hombros y su nariz presionada en mi cabello.
—Lakin —murmuró contra mi cuello, y un escalofrío recorrió mi
espalda.
Novia, entonces. Lo ayudé a ir a la puerta.
Al menos no dejaríamos pisadas sospechosas. La nieve estaba
cayendo tan continuamente que llenaría los agujeros que dejáramos en
cuestión de minutos. Miré a Gabe y parecía lúcido ahora que el aire frío
abanicaba su cara. Él echó un vistazo a la casa y luego a mí.
—¿Lia? —Sonaba confundido, adolorido. Agradecido.
Algo en mi estómago se retorció dolorosamente. Podría ser
lástima por él. Podría ser nerviosismo por los Observadores.
—Te llevo a la casa —dije—. ¿Estás listo? —Mi aliento hizo una
nube en el frío.
Él asintió. La preocupación se reflejaba en su rostro pero luego
desapareció, remplazada por severa determinación.
—Listo.
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Por algunos intensos momentos, fuimos compañeros en lugar de
desconocidos mientras desempeñábamos una extraño tipo de carrera
con tres piernas, tambaleándonos a través del patio. La nieve cepillaba
nuestras caras, como pequeñas mariposas heladas y se asentaba en el
pelo y hombros. Mi espalda hormigueó con terror todo el camino, y
con cada paso esperaba que un Observador apareciera en la oscuridad,
un fantasma en la nieve arremolinada listo para llevarnos y dejar la
nieve salpicada de rojo.
Pero nunca vinieron. Llegamos a la casa, ilesos y sin ser vistos.
Ivy abrió la puerta, su boca con la forma de una O. Jonn dejó caer el
hilo cuando nos vio.
Llegué hasta el fuego antes de que mis brazos cedieran. El Lejano
golpeó el piso con un gruñido y miró hacia arriba. La nieve se derretía
en sus pestañas y el pelo que colgaba sobre sus ojos estaba mojado.
Dos manchas rojas brillaban en sus mejillas.
—Gracias —él sopló, antes de que la fiebre se lo llevara de nuevo.
Ivy tomó algunos edredones para él.
Yo fui a cerrar la puerta.
Afuera, algo se agitaba en la oscuridad, y mi corazón se aceleró
mientras alcanzaba por las Flores del Inviernos. Pero era solo un zorro.
La criatura me vio con indescifrables ojos salvajes, y yo lo miré
también, y luego se deslizó en la noche mientras yo cerraba y atrancaba
la puerta y regresaba hacia el chico moribundo junto al fuego.
La fiebre del Lejano empeoró. Él divagó sobre soldados y celdas
de prisión mientras el sudor empapaba su cabello y sus mejillas se
ponían cada vez más calientes. Él susurró y gritó, murmuró y gimió.
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Ivy se sentó junto a él, y cuando lloró ella se encogió como si él la
estuviera insultando personalmente.
—Por favor —rogó el Lejano, agarrando la mano de Ivy durante
una ronda particularmente brutal de delirios inducidos por la fiebre—.
Por favor no, por favor no.
—¿Qué quieres? —ella preguntó, mordiéndose el labio.
Nos dimos cuenta que hablarle ayudaba.
Él dudó. Sus ojos se abrieron, y se llenaron con lágrimas por el
dolor.
—Por favor no los mates —él murmuró—. Mátame si debes
hacerlo, pero por favor no los lastimes.
Estaba sorprendida por sus palabras, por el dolor en su rostro.
—¡Por favor! —él gritó, y Ivy puso sus manos sobre su boca.
—Gabe —tomé sus dedos en los míos y los apreté fuerte. Estaban
calientes y secos—. Estás a salvo ahora. Duerme.
Sus párpados se cerraron. Él miró nuestras manos, unidas
fuertemente sobre el edredón.
—No me sueltes —él murmuró.
—No lo haré —dije.
Y mientras sostuve su mano, él durmió.
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Capítulo 7 Traducido por: Mafernanda28
Corregido por: Nony_mo
n la mañana, me puse mi mejor vestido (uno largo
de color azul con flores blancas bordadas a través
de la falda y las mangas) y mi cabello trenzado en
la tradicional cuerda gruesa de pelo que llevaba la
mayoría de las mujeres de La Helada. Metí unas Flores del Invierno
secas en la trenza y luego contemplé mi reflejo en el polvoriento espejo
que se encontraba apoyado contra las vigas del techo en el desván de la
granja. Si iba a ver al Alcalde, tenía que lucir excepcionalmente
presentable, entonces él no dudaría de mis capacidades cuando viniera
a proveer a mis hermanos. Sobre todo si yo iba a admitir la ruptura de
una regla importante de la comunidad.
Cuando bajé al destartalado pasillo que pasa por una escalera, vi
al Lejano sentarse junto al fuego, su fiebre se había ido y su cabello
estaba enmarañado. Sus ojos estaban completamente claros por
primera vez, y tenía una expresión desconcertada en su rostro, casi una
sonrisa. Esto ablandó los ángulos agudos de su cara y le hizo parecer
menos amenazador. Y él era guapo, pero en un modo tranquilo, de una
manera inteligente, como si estuviera acostumbrado a trabajar dentro
con viejos archivos y libros en vez de en los campos.
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Inmediatamente me odié por pensar que era guapo, pero mi
cerebro rebelde siguió pensando así de todos modos. Tampoco pude
evitar admirar su brazo ileso, que era visible donde la manta había
desaparecido. Era sorprendentemente musculoso, considerando su
delgada figura.
Sus ojos recorrieron la habitación, como si nunca hubiera visto
nada como esto antes, su mirada fija en cosas ordinarias y feas como la
rueca y la olla sobre el fuego.
—¿Terminaste de comerme con los ojos? —preguntó, sonriendo,
sin volver la cabeza para mirarme.
Quise que me mirara… me preguntaba si él me analizaría de la
misma forma en que había mirado la rueca, una cosa ordinaria que
resultó extraña y maravillosa a sus ojos, y entonces mis mejillas
enrojecieron con la idea. O tal vez solo era porque él me había
agarrado mirándolo en primer lugar. Es difícil estar segura, porque mis
emociones estaban en un enredo últimamente.
Bajé el resto de la escalera con lo que quedaba de mi dignidad,
fingiendo indiferencia.
—No te estaba comiendo con los ojos —le dije. Por el contrario,
no tenía ninguna prueba para ofrecer así que cambié de tema—. ¿Se
acabó la fiebre?
—Supongo que sí, ya que estoy lúcido y me siento mejor. O tal
vez he muerto, y este es el más allá. Aunque tú y tú hermana hacen de
un par de extraños ángeles.
Vi una taza de té usada y un plato con migas en ella junto a su
nido de edredones, y deduje que Ivy debe de haberle dado el
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desayuno. Eso probablemente explica algunos de sus espíritus
sorprendentemente altos. La comida hace a todos un poco más alegres.
Observé el resto de la habitación. Jonn estaba dormido en su silla,
e Ivy estaba ausente como de costumbre. Estábamos funcionalmente
solos, y esto hizo que me inquietara. Pero no porque tuviese miedo de
que él tratara de atacarme: no podía poner mi dedo en el por qué,
exactamente, pero las sensaciones hervían justo bajo de mi piel e hizo
mi estómago rizarse.
—Te ves bien vestida —dijo Gabe, no él Lejano, cuando por fin
me miró—. ¿Vas a alguna parte?
Entrando en la cocina, saqué el pan y corté un pedazo. Lo comí
rápidamente, sin mantequilla o mermelada. No tenía tiempo.
—Tengo que ir al pueblo a hablar con el Alcalde.
El tono de su voz cambió de repente.
—¿Por qué?
Regresé a la habitación principal y me apoyé contra la puerta,
mirándole.
—Porque necesito averiguar qué hacer contigo.
Él parpadeó. No perdí la preocupación que destelló en sus ojos.
—Pero tú hermana dijo…
—¿Qué dijo ella?
Él presionó su boca en una línea plana y se negó a responder.
Fruncí el ceño. No es de extrañar que él hubiera estado tan alegre, si
Ivy ha estado prometiendo todo tipo de cosas imposibles. Yo no podía
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prometer nada, porque no sabía lo que el Alcalde haría, pero sabía que
él no tenía que preocuparse.
—Va a estar bien —dije—. Tendrás que confiar en mí.
¿Por qué las palabras en mi boca sabían cómo a mentiras?
Sus ojos me siguieron a la puerta, donde le di una última mirada
y luego tiré de golpe la puerta cerrándola detrás de mí.
Cuando salí de la casa, Ivy salía del establo. Sus pasos se
desaceleraron mientras me acercaba, y su boca se apretó fruncida
cuando vislumbró mi cara. Le agarré del brazo, y abrió mucho los ojos.
—¿Qué es lo que le has estado diciendo al Lejano? —exigí.
—Él no quiere problemas, Lia. Solo quiere llegar a alguna puerta.
Ella intentó retorcerse lejos, pero no le dejé.
—¿A.... qué?
¿De qué en mil inviernos congelados hablaba ella?
—Una puerta —insistió Ivy.
—¿Al pueblo?
—No. Él me lo contó esta mañana cuando le hice el desayuno.
Tiene problemas con los otros Lejanos y está tratando de ponerse a
salvo, pero tiene que pasar a través de La Helada y ésta puerta
primero. Dijo que lo llevará a un lugar seguro. Él no quiere hacernos
daño, o al pueblo. Solo necesita de nuestra ayuda para llegar allí, y
luego se marchará.
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Dejé caer su brazo porque recordé que él me hizo la misma
pregunta cuando me había clavado en el piso. Pero esto era una
tontería. ¿Una puerta a dónde? ¿La tundra congelada? Había vivido
toda mi vida aquí en las heladas y nunca había oído de tal cosa, y
además, eso no tenía ningún sentido. No había nada encima de
nosotros excepto capas de hielo y Observadores.
—Haz tus tareas, trabaja en la cuota, y no dejes que el Lejano te
llene la cabeza con historias. Y no le prometas nada, Ivy. No quiero que
te metas más en esto de lo que ya estás.
No como yo, pensé.
Caminé hacia el pueblo, levantando la nieve.
La casa del alcalde se encontraba en medio del pueblo. Estaba
coronando la cima de una colina, por lo que era visible sobre todos los
techos de las otras casas. La casa en sí era alta, estrecha y pintada de un
blanco brillante con un poco de gris, las ventanas de preciosos vitrales
y un gran porche con sillas mecedoras acentuaron el aura de riqueza
que irradiaba. No había ninguna otra casa ni la mitad de fina en el
pueblo entero. Incluso los jardines eran opulentos, las obligatorias
Flores del Invierno estaban plantadas en patrones arremolinados por el
jardinero de la familia.
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Estuve de pie en el fondo del camino y alcé la vista, la rata de
ansiedad carcomía mi estómago nuevamente.
¿Qué diría él? ¿Qué le haría al Lejano?
Respiré hondo y lo solté. La ráfaga de aire frío en mis pulmones
era tonificante, enderecé mis hombros y miré arriba los pasos. Podría
hacer esto. Él era el padre de Ann, y me ayudaría.
Mis manos enguantadas hicieron un ruido sordo contra la puerta.
Noté la aldaba de bronce brillante y probé. Me sentí muy mal, estando
de pie en ese enorme porche con mi andrajoso manto azul sobre mi
espalda y flores marchitas en el pelo.
Solo unas pocas personas se movían en las calles. Probablemente
todo el mundo trabajaba en llenar sus cuotas, o bien evitando a los
temido Observadores.
Pasos resonaban en el interior de la casa, y la puerta se abrió de
golpe. Una mujer que llevaba un ajustado delantal blanco me miró con
sospecha en sus llanos ojos grises.
—Si has traído la cuota de pasteles, tendrás que entregarla por la
parte trasera.
¿Cuota de repostería? Nuestra azúcar fue racionada por el
invierno. ¿Por qué conseguiría la familia de alcalde pasteles?
Negué con la cabeza.
—No, estoy aquí para ver al Alcalde.
Ella me miró de soslayo.
—¿Nombre?
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—Lia Weaver.
Con la mención de Weaver, que obviamente me marcó como un
trabajador en lugar de una de las hijas de la familia del Anciano, la
criada comenzó a cerrar la puerta.
—Espera —dije, avanzando y empujando mi pie en la grieta
antes de que ella pudiera cerrarla completamente—. Soy una amiga de
Ann. Ella estará furiosa si oye que me negaron la entrada.
Fue una apuesta, nunca había ido a la casa de Ann antes, invitada
o por alguna otra cosa. Pero la sirvienta podría escuchar.
Ella frunció el ceño y me miró otra vez a través de la grieta.
—Entra —dijo—. Le preguntaré. Pero no prometo nada.
Con un suspiro de alivio, di un paso al interior. La criada cerró la
puerta detrás de mí.
—Espere aquí —me ordenó ella con una aspiración y desapareció
por el pasillo.
Miré a mí alrededor. El suelo de madera bajo mis pies era brillaba
por la cera. Una lámpara de metal reluciente se cernía sobre mi cabeza.
Papel pintado de rosa cubría las paredes, y a través de una puerta
había entrevisto el mobiliario afelpado y una alfombra de piel gruesa.
La ropa de Ann siempre era un poco mejor que la del resto de
nosotros, pero nunca dijo nada de los lujos con los que su familia vivía.
¿Una criada? ¿Cuotas especiales que se entregaban directamente en su
casa? ¿Pisos brillantes y paredes empapeladas?
La criada volvió a aparecer, y aunque su ceño no había sido
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reemplazado por una sonrisa, ya no me miraba como si yo fuera la
suciedad en el suelo.
—Él te vera en su estudio —dijo ella.
Subimos un tramo de escaleras. Todavía me esforzaba por
impedir a mi boca mantenerse abierta como una tonta mientras
observaba las cosas que me rodean, las alfombras en los pisos de
pasillo. Un retrato en la pared de Ann y su familia. Más lámparas, todo
de brillante bronce.
La criada se detuvo delante de una puerta cerrada y llamó
suavemente. Oí la voz baja del Alcalde que murmuraba al otro lado.
Podría distinguir apenas solo las palabras.
—…Eloísa y Aarón… sí, eso podría ser un problema…
¿Eloísa y Aarón? ¿Los nombres de mis padres?
La criada volvió a llamar, y cesó el murmullo.
—Adelante —llamó el Alcalde, en voz más alta, ella abrió y se
apartó de mí.
Con mi corazón martillaba, entré en la habitación.
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Capítulo 8 Traducido por: Mais020291
Corregido por: Nony_Mo
l se sentó en el escritorio, rodeado por paredes de
libros. Una chimenea calentaba la habitación, y a
través de una ventana blanca con helada, vi la reja
hacia la villa, el camino que llevaba hacia mi
granja, llena de gente en ambos lados con árboles, y encima, las
montañas. El Alcalde me sonrió, pero aún estaba escuchando los
nombres de mis padres ser dichos por su voz, y el constante
nerviosismos en mi estómago no se calmó.
—Siéntate, Lia —dijo él.
Estaba sorprendida de que supiera mi nombre, y debe haberse
mostrado en mi rostro, porque dijo: —Conocía a tus padres, querida.
Gente maravillosa. Siento mucho lo que les pasó.
—Gracias —murmuré, hundiéndome en una silla, mirando hacia
abajo mis manos. La frialdad se filtró a través de mis venas, y cada
pedazo de mí quería preguntarle lo que había estado diciendo sobre
ellos justo un momento antes. Pero no pregunté.
—Están desaparecidos —dije en lugar de eso.
—Sí —acordó él—. Ahora, ¿qué puedo hacer por ti?
Normalmente no subvenciono Audiencias con cualquiera que venga a
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visitarme, pero tú eres la amiga de Ann. —Sonrió, y sus dientes eran
tan brillantemente blancos como la parte exterior de la casa.
Lamí mis labios, que se había vuelto completamente secos.
—Hay algo que quería hablar con usted, señor.
Él alzó una ceja.
—¿Sí? Por favor, continúa.
De pronto, vi a Ivy y John en mi mente, y mi nervio falló. ¿Qué
pasaba si decidía que no encajaba para estar a cargo de ellos? ¿Qué
pasaba si nos separaba y se llevaba la granja?
El Alcalde estaba esperando.
—Bueno… yo…
Un poco de sudor se formó en mi labio superior. ¿Qué pasaba si
era un error? Tal vez debería de haber escuchado al Lejano, hablarle
con mayor profundidad. Recordaba la manera en que él había gritado
por piedad en su delirio y sacudí mis manos juntas en mi pierna. Mi
corazón latía fuerte, y las palabras se sentía muy pesadas en mi lengua.
—Lo que quiero decir es…
Lo recordé rogando como si estuviera siendo torturado.
¿Y si le hacían daño?
No, no, no…
—Lo que quiero decir es que vi huellas de un Observador en
nuestro patio, en frente del granero.
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Y luego pude volver a respirar de nuevo. No se lo había dicho.
Me sentí desinflada, y me volví a hundir en la silla, preguntándome si
era una cobarde.
—¿Más huellas? —Suspiró y tomó su lapicero, haciendo una nota
de ello en un mapa estirado por toda la mesa. Me incliné hacia
adelante y lo miré. Estaba nuestra villa, un cuadrado grande en el
centro. Estaban las granjas, dispersas alrededor de la villa como faldas
desplegadas alrededor de la cintura de una chica. Estaban las
montañas de Helada, y un símbolo gracioso en la esquina que se veía
un poco como una flor…
Y ahí, en el borde del mapa, había un garabato manchado. Incliné
mi cabeza para leerlo mejor.
Echo.
Raro. Nunca había escuchado antes sobre ese lugar.
El Alcalde me notó observando y casualmente colocó unos
cuantos de sus papeles sobre el mapa.
—¿Hay algo más que necesites?
—No —dije débilmente, mi cabeza nAdamdo mientras me
debatía para darle sentido a lo que había visto—. Quiero decir, sí. Los
Lejanos… —Coloqué una mano en mi bolsillo, mis dedos tocando el
pedazo de metal que había puesto ahí, y lo rompí.
—¿Los Lejanos? —repitió.
De pronto el aire en la habitación era muy delgado, muy frío.
Luché por respirar.
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El Alcalde dudó.
—Una cosa más, Lia. Eres una buena e inteligente chica y sé que
puedo confiar en ti con esta información.
Mi boca se secó mientras esperaba que continuara.
—Hay un rumor de un Lejano en La Helada. Un criminal.
—¿Un… criminal? —susurré.
Él solo se podía referir a Gabe. Lo supe una vez, y me sentí como
si hubiese sido sumergida bajo agua helada.
—Sí. Él estaba vagando por La Helada en busca de dinero para
robar o niños para secuestrar. Está armado y es peligroso, puede que te
mate a la primera. Si lo ves o escuchas algo, debes asegurarte de
reportármelo enseguida.
Solo asentí. Mi estómago estaba enfermo. Parte de mí estaba
gritando para decirle, y la otra parte estaba gritándome que me
quedara en silencio. Él acaba de decirme que le diga sobre el Lejano, y
aun así… la historia estaba toda mal. Gabe no estaba armado. Él no
estaba actuando como un ladrón. Estaba herido, asustado.
Estaba actuando como un fugitivo.
Algo estaba mal aquí.
—¿Cómo escuchó sobre este criminal? —pregunté.
La mirada del Alcalde se oscureció. No respondió por un largo
momento, y el sudor se rompió a través de mi espalda mientras estaba
ahí sentado y me miraba.
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—¿Cómo está tu familia? —preguntó finalmente, en lugar de
responder mi pregunta—. Tu hermana, tu hermano, ¿tienen buena
salud?
Reconocí la amenaza. No se supone que debía hacer preguntas.
—Todos están bien —dije y agradecidamente, mi voz salió
rápido. Tal vez muy rápido.
Él alzó una ceja.
—Bien.
Me quedé ahí. Él aún estuvo quieto por un largo momento,
sosteniéndome como prisionera con su mirada, y luego me sonrió
ligeramente y cruzó sus manos.
—¿Hay algo más que necesites, Lia?
Sacudí mi cabeza. Mantuve mi boca cerrada porque tenía miedo
lo que diría si la abría.
—Hilda puede verte afuera, entonces. —Hizo sonar una
campana, y luego la criada reapareció.
La seguí hacia la puerta, arrastrando mis pies y mi mente dando
vueltas.
¿Qué acaba de pasar ahí? ¿Él me había amenazado?
—¡Lia!
Me volteé justo a tiempo para ser asaltada por un giro de
abrazos, arcos y faldas. Ann me abrazó estrechamente, susurrando en
mi oído.
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—¿Qué estás haciendo aquí?
—Tenía que hablar con tu padre —dije. Me había olvidado que la
podía ver aquí. Era su casa, después de todo.
—¿Mi padre? ¿Para qué, tonta?
—Nada importante. —Me cubrí, pero ella ya me estaba hablando.
—Bueno, es un tiempo perfecto. Puedes probarte este vestido
para lo social que te prometí que podía prestarte.
—Oh…
Ella agarró mi mano y me jaló por el pasillo hacia su habitación, y
mi boca se abrió por lo que parecía la veinteava vez en el día. Ella tenía
una cama en la que podían dormir cinco personas, plegada de sábanas
y almohadas mullidas. Cortinas de encaje enmarcaban una ventana
gigante de vidrio manchado de amarillo y verde. Un candelabro
brillaba sobre su vestidor, que estaba lleno de cintas y polvos.
—Aquí está —dijo, yendo hacia el armario y sacando un encaje
de confección.
—Yo, uh, oh. —Estaba sin habla. El terror de la entrevista con su
padre se fue por un momento mientras miraba lo que me ofrecía.
El vestido era de un azul suave, el color de las Flores del Invierno
y cielos claros. Perlas de vidrio brillaban como joyas en el cuello y la
cintura. Una faja de raso ancho ceñía la cintura.
—¿Qué piensas? —Ann lo sostuvo en alto hacia ella para
demostrar el largo. Pasó una mano sobre el encaje y luego me sonrió—.
Es precioso, ¿verdad?
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—No puedo creer que no lo vayas a usar —dije. ¿Ella quería
prestarme esta cosa hermosa?
Ann sacudió su cabeza, sus largos rizos cayendo sobre sus
hombros con el agraciado movimiento.
—No, lo usé hace un mes en… —Dudó, mordiéndose el labio.
Miró lejos de mí mientras hablaba—. Lo usé en una fiesta.
Me preguntaba por qué se había detenido al decirme en dónde lo
había usado. ¿Acaso pensaba que mis sentimientos serían heridos
porque yo no había sido invitada? Pero Ann ya estaba volviendo a
hablar.
—No te preocupes por mí. Voy a usar mi nuevo vestido. Va a ir
perfecto con mi nuevas cintas de pelo, mira…
Su vestido era hermoso, por supuesto, aunque prefería el azul.
Me acerqué y dejé que mis dedos se deslicen a través de la tela,
mientras ella hablaba sobre cómo planeaba el estilo de su cabello.
Mis pensamientos regresaron a lo que había escuchado decir a su
padre mientras yo estaba afuera de su oficina. ¿Por qué había estado
hablando de mis padres? ¿A quién le estaba hablando? La habitación
estaba vacía cuando entré.
Ann me estaba mirando con una ceja alzada. Debía de haber
hecho una pregunta.
—Lo siento, Ann. Mi mente estaba vagando. —La culpa se
deslizó a través de mí mientras lo admitía. Era una mala amiga,
sintiéndome sospechosa de su padre, sin escuchar lo que decía. Y ella
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me estaba prestando un vestido, también. El calor flotaba en mis
mejillas.
—Está bien —dijo Ann, sonriéndome con solo las esquinas de su
boca—. Acabo de preguntarte si estabas bien con toda la charla sobre
Los Lejanos. Tu casa está tan lejos del resto de la villa…
Me rendí y finalmente le conté sobre las pistas que había visto. Su
boca se formó en una perfecta O mientras escuchaba, y colocó sus
manos en sus mejillas.
Cuando terminé, ella suspiró.
—Yo hubiese muerto de susto. Lia Weaver, eres la persona más
valiente que conozco.
No realmente valiente, me di cuenta, más desesperada. Verás,
puedes estar bastante asustada cuando no tienes otra alternativa,
porque no hay nada entre tú y lo peor, excepto tu propia terca
tenacidad. Pero yo simplemente me encogí de hombros. Ann era mi
amiga y lo había sido desde nuestros días en la escuela de la villa, pero
había cosas que no nos decíamos a la otra. La diferencia en nuestras
situaciones de vida era una de las ellas.
—Como sea —dijo Ann—. Solo déjame terminar con esto así
puedes llevártelo.
—Gracias, Ann —dije y realmente lo sentía.
Ella me miró, dudando, y tuve la impresión de que quería
decirme algo. El silencio se estrechó mucho entre las dos, volviéndose
incómodo, y ambas buscamos por algo qué decir.
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—Te veré en la Asamblea —dijo Ann finalmente, con una
peculiaridad de sus cejas que claramente decía ven a la Asamblea. Y yo
reí, porque esa era Ann siempre metiéndose en todos y asegurándose
de colocarles los puntos en las “i”, y las rayas en las “t”.
—Estaré ahí —le prometí, diciéndolo en serio.
Ella sonrió, pero la sonrisa no llegó del todo a sus ojos.
Cuando dejé la casa del Alcalde, fui directo al arroyo en el borde
de la villa y arrojé el pedazo de metal dentro de él.
No sabía lo que era, pero tenía un mal presentimiento sobre él y
no quería mantenerlo.
Volteándome, regresé al camino hacia la granja.
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Capítulo 9 Traducido por: PaulaMayfair
Corregido por: La BoHeMiK
¿Dónde has estado? —exigió Ivy tan
pronto entré por la puerta—. Ha pasado
medio día, y hemos estado trabajando sin parar sobre cuotas, mientras
corres alrededor consiguiendo... ¿Qué es eso un vestido?
Estudié la situación rápidamente en la habitación. Ivy se había
levantado de su silla junto al fuego. Gabe se encontraba todavía en su
nido de mantas, su hombro y espalda envuelto en vendas, pero él
estaba sentado y me di cuenta de que tenía un montón de medias
trenzadas de hilo en su regazo. Él no me estaba mirando, pero me di
cuenta por la forma en que había tensado los hombros que él era muy
consciente de que había entrado en la habitación.
—¿Dónde está Jonn? —pregunté. Su silla estaba vacía.
—Él no se está sintiendo bien, así que se fue a acostar —Ivy se
dirigió directamente a mi lado y tiró el vestido de mis brazos. Lo
sostuvo hacia la luz—. ¿De dónde has sacado esto? Es hermoso.
Ella dijo la palabra hermoso como una acusación.
Pasé junto a ella hacia la cocina.
—
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—De Ann.
Ivy pasó sus dedos sobre el encaje, su boca formando palabras
que ella no decía. Era raro que cualquiera de nosotros tocara esas cosas
finas.
Tiré de las ahora marchitas Flores del Invierno de mi cabello y las
dejé caer al suelo antes de levantar la jarra de leche del alféizar de la
ventana donde se mantenía fría. Tomé un largo trago. La leche siempre
me hacía sentir fortificada. Nuestra madre siempre se reía de mi
tendencia a tomar un trago o dos cuando me preparaba para algo
difícil. No era exactamente brandy, pero era lo que hacía.
La aguda mirada de Ivy no perdió mis acciones. Ella me siguió
hasta la cocina.
—Fuiste a ver al Alcalde, ¿no?
Pasé por delante de ella a la sala principal de nuevo,
dirigiéndome directamente a Gabe. Me detuve frente a él y crucé mis
brazos. Las palabras del Alcalde hacían eco a través de mi cabeza.
Peligroso. Criminal.
Ya era hora de que el Lejano y yo tuviéramos una charla.
—Tú me dirás todo. Ahora.
Se tomó su tiempo en responder, como si estuviera tratando
deliberadamente de hacer un punto por hacerme esperar. Di golpecitos
con mi pie. Finalmente levantó la cabeza, y esos ojos azul hielo
enviaron un escalofrío por mi columna vertebral.
—¿Por qué debería decirte algo?
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Sus palabras eran beligerantes, pero él estaba haciendo tiempo,
fingiendo. Sus manos temblaban un poco mientras ajustaba la manta
sobre él mismo.
Me agaché para que estuviéramos cara a cara.
—Porque te arrastré fuera de los bosques infestados de
Observadores, limpié tus heridas, y cuidé tu fiebre. Porque le estoy
mintiendo al Alcalde de nuestro pueblo sobre tu existencia, al menos
por omisión, sin mencionar que al albergarte estoy poniendo a mi
propia familia en peligro. Y porque creo que merezco saber. ¿Debería
seguir adelante?
—¿Le mentiste al Alcalde? —Ivy chilló detrás de mí.
Yo hice un gesto con la mano para que se callara.
Gabe tragó saliva.
—En mi país, la gente podría morir por saber las cosas
equivocadas —susurró.
—Aquí, por no saber es más probable hacer que te maten —
dije—. Así que dime.
Él asintió con la cabeza lentamente.
—Vamos a empezar con lo que dijo el Alcalde —Me senté en la
silla frente a él y crucé mis brazos—. Dijo que eras peligroso. Que eras
un criminal.
Gabe estaba en calma. Su mirada se desplazó desde la mía hasta
la pared por encima de mi cabeza, como si estuviera preparándose a sí
mismo para un tema desagradable.
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—¿Y tú le creíste?
—No lo sé. ¿Eres un criminal?
Su pecho subía y bajaba mientras tomaba un respiro. Contempló
sus dedos, y apretó la mandíbula mientras consideraba sus palabras.
—Estoy seguro de que eso es lo que ellos están llamándome.
—¿Ellos?
—Los soldados que me buscan.
Inhalé. Había visto todas las señales, estaba herido, asustado, me
había acusado de querer entregarlo. Pero aquí estaba esto, desplegado
crudamente para mí.
—Eres un fugitivo, entonces.
—Sí —dijo simplemente.
Esperé a que ofreciera más. Él flexionó sus dedos, para no
reunirse con mis ojos.
—¿Qué sabes acerca de mi país, Aeralis?
—Está al sur de aquí —dije, buscando en mi memoria todos los
detalles que conocía—. Tienen inventos que nosotros no, dirigibles,
lámparas iluminadas por gas, instrumentos con los que se puede
escuchar música sin que nadie los toque.
—¿Qué más? —presionó él—. ¿Qué sabes de nuestra situación
política?
Vacilé. Había escuchado más, pero me sentí incómoda sacando el
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tema de las historias de horror. ¿Cómo le digo que consideramos a su
gente cruel y sádica? Traté de decir las palabras sin inflexión.
—Yo… yo he visto a los soldados pasar en las carreteras
fronterizas con caravanas de prisioneros.
Él bajó la cabeza.
—Estaba en una de esas caravanas. Era un prisionero.
El silencio descendió sobre nosotros como un hechizo. Recordé la
gente que había visto en los caminos que bordeaban La Helada. En mi
mente vi sus caras ojerosas y demacradas. Sus huecas miradas. De
repente yo quería saltar y poner mis dedos sobre las orejas de Ivy para
que no escuchara el sombrío relato. Sabía lo que él estaba a punto de
decirnos. Pero no podía moverme.
—He vivido en nuestra ciudad capital, Astralux. Ha habido
mucha inquietud allí, nuestro nuevo líder, Merris, tomó el poder sin
derramamiento de sangre, pero él se ha estado manteniendo a través
de la violencia y la represión. Mi familia... —vaciló, eligiendo
cuidadosamente sus palabras—. Nosotros no apoyábamos su ascenso
al poder. Sus espías nos observaban, seguían y nos amenazaban.
Entonces una noche me llevaron.
Hizo una pausa, con la mirada perdida como si reviviera la
experiencia en su mente.
—Yo estaba en una fiesta y vinieron. Me rodearon,
arrastrándome hacia fuera. No me permitieron decir adiós. No tuve
juicio. Nada. Fui encarcelado —Hizo una pausa, mirando a Ivy. En voz
baja, dijo: —Ellos cortaron las puntas de los dedos de mi compañero de
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celda. Pensé... también, temía lo que podrían hacerme.
Mi boca se secó mientras recordaba sus alegatos delirantes
cuando había estado enfermo, cómo él había gritado y suplicado a sus
torturadores invisibles no matar a su familia. Los escalofríos se
arrastraron a través de mi piel.
»Yo estaba preparado para decir todo lo que querían saber, pero
no hicieron ninguna pregunta. —Parecía disgustado consigo mismo—.
No quería ser torturado. Era un cobarde.
—No —dije, porque no sabía qué más expresar. ¿Me comportaría
de manera diferente en la misma situación?
Gabe sacudió su cabeza, pero no discutió conmigo. Continuó la
historia.
—Después de días de espera, suplicando, los carceleros llegaron.
Estúpidamente, pensé que me estaban liberando. Pero luego me
pusieron en la parte de atrás de una camioneta con otros… otros
prisioneros… y nos llevaron lejos.
—¿Dónde? —dijo Ivy repentinamente.
Yo quería decirle que se fuera, pero no dije nada. No me atrevía a
interrumpirlo.
—Escuché a uno de los soldados decir que nos llevaban al oeste.
Sus ojos se abrieron.
Al oeste. Los escalofríos ondularon sobre mi piel. Había oído
rumores acerca de los lugares donde los prisioneros estaban tan
delgados como esqueletos y el humo interminable que manchaba el
horizonte. Estaba muy lejos de nuestro pueblo, en el lugar donde la
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nieve comenzaba a derretirse. No había nada más que barro y
enfermedad.
Gabe tomó una respiración profunda.
—Hicimos un campamento a lo largo de la carretera durante la
noche. Nos encadenaron como a perros porque los demás prisioneros
estaban resistiéndose... ellos tenían miedo de ser devorados por los
monstruos del bosque. Todos habíamos oído las historias, aunque los
soldados dijeron que las criaturas no llegarían hasta las carreteras.
Asentí con la cabeza. Los Observadores nunca salían de La
Helada.
Gabe continuó:
»Uno de los soldados se separó del resto y se dirigió a fumar en
el borde del bosque, cerca de donde yo estaba encadenado. Ella fingió
poner sus cigarrillos y luego dibujó esta forma en el suelo. —Agarró un
palo desde el borde de la chimenea y arrastró la punta quemada por
las piedras, una línea larga y luego una corta ramificando de ella, como
una retorcida “Y”—. Susurró que era parte de un grupo llamado La
Espina y que ella iba a ayudarme a escapar.
Se inclinó hacia delante y manchó sus dedos con la marca antes
de arrojar el palo en el fuego.
»Abrió mis cadenas y me dijo que huyera tan pronto como todo
el mundo estuviera distraído. Luego se volvió a los otros y comenzó a
discutir con uno de ellos. Comenzaron una pelea a puñetazos, y me
deslicé en la oscuridad.
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Ivy y yo nos inclinamos hacia adelante, pendiente de cada
palabra.
»Yo estaba supuestamente encontrando mi contacto fuera de su
aldea, en el bosque, pero nunca llegué tan lejos. Los soldados se dieron
cuenta que había escapado y me persiguieron. Me dispararon, pero
empezó a nevar y ellos me perdieron en la tormenta de nieve. Caía la
noche, y tenían miedo de los monstruos, así que ellos retrocedieron.
Les oí decir que sería comido, que no se molestarían en seguirme por el
río. Me las arreglé para arrastrarme hasta donde me encontraste antes
de colapsar.
Me estremecí al recordar lo cerca que había estado de dejarlo allí.
—¿Qué pasa con esta puerta que Ivy dijo que mencionaste? —
pregunté—. ¿Qué es eso?
Su expresión cambió a algo esperanzador.
—¿Has oído hablar de ella?
—No.
»La gente de La Espina dijo que era el único lugar que realmente
voy a estar a salvo de ellos, que era imperativo que yo lo alcanzara.
Dijo que el contacto de La Espina aquí en La Helada me llevaría.
Nunca había oído hablar o alguna mención de esta puerta en mi
vida, pero si se trataba de un lugar en La Espina entonces supuse que
tenía sentido.
—¿Es eso todo lo que sabes?
Su frente se arrugó mientras él pensaba.
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—Solo dijo que era una cosa antigua, que forma parte de una
ruina que se encuentra en las profundidades de La Helada. Lo llamaba
Echo.
Mi mente zumbó. Pensé en el mapa que había visto sobre el
escritorio del alcalde. Del cual, había conseguido solo un vistazo, pero
había sido suficiente. Cada centímetro de mi piel picaba.
Echo.
—¿Qué es? —preguntó Gabe, al ver mi expresión.
Negué con la cabeza. Tenía que descifrar esto en primer lugar.
Tenía que pensar.
¿Podría haber realmente tal cosa, esta puerta, que se encuentra en
ese lugar que había visto inscrito en el mapa? ¿El Alcalde sabía de ella?
¿Significaba eso que él sabía de La Espina?
Gabe suspiró y miró al fuego.
—¿Hay alguien en el pueblo que crees que podría estar
trabajando con La Espina?
—No —dije.
No podía imaginar a ninguno de nuestros vecinos secretamente
pasando a escondidas fugitivos hacia el norte. La gente del pueblo se
preocupaba por su propia seguridad.
Pero estaba empezando a preguntarme si eso era verdad; y más,
si eso debería ser cierto. ¿Cómo íbamos a esconder nuestras cabezas en
la nieve y hacer caso omiso de la injusticia que se estaba sucediendo a
nuestro alrededor?
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Gabe asintió a mis palabras. Él no pudo evitar la decepción de su
rostro.
—Ya veo.
—¿Qué vas a hacer una vez que hayas sanado? —pregunté.
—Tengo que tratar de encontrar esa puerta de la que me habló El
Espino —dijo—. Es mi salida, mi escape. —Él me miró—. ¿Me puedes
ayudar?
Me mordí el labio.
—No lo sé todavía —Era la cosa más honesta que podía decirle—
. Voy a tener que pensar en ello.
Tenía tantas cosas en que pensar. Su historia, si le creía o no, y lo
que iba a hacer al respecto si lo hiciera.
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Capítulo 10 Traducido por: Auroo_J
Corregido por: Xhessii
vy y yo estábamos en la cocina, preparando la cena. Los
detalles sombríos de su historia todavía se aferraban a mi
memoria, a pesar de que hice mi mejor esfuerzo para
pensar en cualquier cosa y todo lo demás.
—¿Por qué está trabajando en la cuota? —le pregunté,
recordando el hilo en su regazo.
—Jonn tuvo que acostarse porque no se sentía bien, y me estaba
quedando atrás —explicó Ivy—. No está demasiado mal, tampoco,
para alguien que nunca ha hecho un poco de trabajo en su vida.
—¿Por qué dices eso? —Fruncí el ceño hacia ella.
Ivy miró por encima del hombro y luego bajó la voz.
—¿Has visto sus manos? Son tan suaves como la mejilla de un
bebé. Nunca ha hecho una segunda mano de obra agrícola antes, yo
apostaría la cuota de una semana en ello.
—Me dijo que vivía en la ciudad capital de Aeralis, Astralux. —
Las palabras se sintieron extrañas en mi lengua. Astralux. Ciudad. Yo
nunca había estado en un lugar así, aunque había oído hablar de las
ciudades en la escuela. Sabía que eran como pueblos, solo que mucho
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más grandes y mucho más concurridas. Incluso había visto fotografías
que pertenecieron a un comerciante del sur, pero que habían sido
oscuras y manchadas.
—¿Tal vez su padre era una especie de Alcalde? —sugirió Ivy.
Me asomé por la esquina con la mirada. Ahora que lo pienso, sí
tenía un porte noble, de esos que todas las familias de los Ancianos
tenían. Ese tipo de dignidad tenía que ser criado en una persona.
—Tal vez —le dije. Pero estaba distraída por la forma en que su
cabello caía sobre sus ojos, y la forma en que la luz del fuego jugaba a
través de la nariz y la boca y hacia sombra sobre ellos.
Gabe percibió que le miraba y levantó la vista. Nuestros ojos se
encontraron. Di media vuelta y regresé a la cocina, donde sacudí los
platos y golpeé las ollas para calmar el salto de mi estómago.
—¿Qué vamos a hacer con él? —preguntó Ivy, todavía
susurrando.
—No lo sé —le dije, molesta. Todo el mundo estaba esperando
que yo tuviera todo resuelto, pero no lo hacía. Llené la olla y la llevé a
la sala principal para ponerla sobre el fuego. Teníamos una estufa, por
supuesto, pero era inconstante y apenas podíamos utilizar la parte
superior para cualquier cosa. La chimenea era mejor. Tenía un asador
de hierro, y suspendía el caldero de la misma. Podía sentir los ojos de
Gabe en mi espalda mientras avivaba las llamas.
—Ibas a decirle a tu Alcalde de mí hoy, ¿no es así? —preguntó.
Me quedé en silencio. Me atizando las brasas con el hierro de
fuego.
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—¿Qué te hizo cambiar de opinión?
Pensé en escuchar los nombres de mis padres, sobre la sensación
arrastrándose entre los omóplatos cuando el alcalde me sonrió, como
Gabe gritó cuando él había estado enfermo. Pensé en cómo el Alcalde
había descrito a Gabe como peligroso a pesar de que había estado débil
e indefenso en el granero, y cómo había sido amable con mi hermana y
cómo él me dio las gracias cuando le salvé la vida. Todas estas cosas
pasaron por mi cabeza en una cascada de imágenes y sentimientos, y
no tenía palabras para describirlos.
—No se sentía correcto —le dije, pero tan pronto como dije las
palabras parecían ridículas. ¿No se sentía correcto? Sin embargo, ¿qué
era lo correcto? Lo correcto era decirle al Alcalde y dejarlo en sus
manos. Correcto era evitar el contacto con los Lejanos.
¿No era así? Sintiéndome inquieta, me levanté y fui a ver a Jonn.
Yacía dormido en la cama que había pertenecido anteriormente a
nuestros padres. Puse una colcha sobre él por lo que debía mantenerse
caliente antes de volver al fuego.
—¿Cómo está tu hermano? —preguntó Gabe. Sus cejas se
juntaron mientras miraba hacia mí.
—Él está bien. —Cogí el hilo que había terminado de torcer y
comencé a rodarlo en una bola, mis dedos trabajando de forma
automática—. Solo está durmiendo.
—Está enfermo, ¿no es así? ¿Qué le ha pasado?
Miré hacia arriba. La expresión de Gabe estaba libre de pena,
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disgusto, o condena, todas las cosas que yo estaba acostumbrado a ver
en los ojos de los aldeanos. Lucía simplemente curioso.
—La granja es peligrosa. El equipo falla, las cosas caen, la gente
comete errores. —Vacilé, escudriñando a través de las palabras en mi
cabeza, eligiendo con cuidado—. Hubo un accidente con un carro
volcado. La pierna de Jonn fue aplastada, junto con parte de su
abdomen y parte de su cráneo. Dicen que es un milagro que sus
intestinos no se rompieran. Tenía cinco años de edad.
Revisé su reacción. Gabe se quedó en silencio, escuchando.
Basándose en una respiración, continué:
»La pierna nunca sanó ni quedó derecha, y su salud nunca se
recuperó. Es propenso a convulsiones, a veces, y no camina sin ayuda.
Ahora él es esencialmente un inválido, que vive aquí conmigo en vez
de comenzar su propia familia con su propia cuota. Está en la edad de
casarse, pero, ¿quién querría casarse con un lisiado?
Había más en la historia, pero no le dije todos los detalles, como
la forma en que mis padres tuvieron que luchar para que el médico
operara a Jonn para salvar su vida. Como tenían que trabajar muy duro
para mantenerse al día con la carga de trabajo ya que él estaba
demasiado débil para ayudar, pero nuestro resultado esperado no
había cambiado. Como a todos recogimos el vacío que Jonn había
dejado.
Gabe miró el fuego un momento sin hablar.
—¿Y no tenían médicos para reparar su pierna, no hay medicina
para curar sus ataques? —preguntó finalmente.
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—Solo el médico de pueblo, y su conocimiento es limitado. No
había nada más que pudiera hacer. Tenemos suerte de que haya
sobrevivido del todo.
Trabajamos en silencio unos momentos mientras Gabe considera
esto. Y fue extraño, pensé, porque se sentía casi bien contar nuestra
triste historia a este extraño muchacho Lejano que nunca la había oído.
Era como si hubiera estado conteniendo el aliento durante años, y
ahora se me permitía finalmente a dejarlo salir.
—En Aeralis, los médicos podrían haberlo arreglado —dijo.
—Lo sé. —Mis manos se desaceleraron, mientras miraba
fijamente—. ¿Pero no sabes que la gente de La Helada no tiene nada
que ver con los Lejanos?
Compartimos una triste sonrisa ante la ironía de mis palabras.
—Sin embargo, no entiendo por qué —dijo después de un
momento más.
—¿Por qué?
—Observadores, tormentas de nieve, la vida dura en la granja...
¿por qué vives aquí en La Helada si la vida es tan peligrosa?
Me eché a reír.
—¿Dónde más se supone que vamos a vivir? Es nuestra casa.
Hemos estado viviendo aquí todo el tiempo que se tiene memoria.
Gabe sacudió la cabeza con terquedad.
—Lo que quiero decir fue, ¿por qué conformarse aquí en primer
lugar?
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Era una buena pregunta, así que lo consideré.
—Hay un ave aquí en La Helada llamado ala-azul. Es un ave
pequeña, lo suficientemente pequeña como para sentarse en la palma
de mi mano. Casi cada halcón y águila se alimenta de ella. Pero este
pájaro hace una cosa graciosa. Hace su casa en un venenoso arbusto
espinoso llamada ortiga, donde un pinchazo de las espinas podría
matarlos.
—¿Matarlo? ¿Entonces por qué...?
—¿Por qué vivir en un lugar que podría acabar con él? —Me
encogí de hombros—. Ninguna de las aves rapaces lo atacan allí,
porque son demasiado grandes serían envenenadas por las ramas con
seguridad, donde el pájaro más pequeño es del tamaño justo para
entrar y salir con seguridad, y ha aprendido los trucos. Es una danza
peligrosa de supervivencia para el ala-azul, volar dentro y fuera de ese
arbusto a diario sin ser picado, pero el pájaro es lo suficientemente
pequeño y apenas lo suficientemente ágil para navegar la mayor parte
del tiempo. Y el arbusto, lo está protegido de su mayor amenaza.
Gabe dudó.
—¿Y de que protege La Helada a tu pueblo? —se preguntó.
Yo no tenía pelos en la legua.
—De los Lejanos.
Él asintió con la cabeza, mirando sus manos.
—Creo que mi pueblo ha sido siempre una amenaza al tuyo, ¿no
es así?
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—Mis padres solían decir que nuestro lugar aquí nos ha
impedido ser absorbidos y esclavizados por su Imperio. Que una vez
valorada la libertad suficiente como para arriesgarlo todo por él, pero
tal vez, si siendo honesta, no conocemos nada más que este lugar
ahora. La vida no es perfecta aquí, Gabe. Es una danza peligrosa todos
los días al igual que con el ala-azul, y a veces me pregunto si vale la
pena. Toda nuestra acción está envuelta en la preservación de nuestra
seguridad. Estamos tan protegidos aquí. ¿Qué clase de vida es esa?
Gabe no dijo nada.
Me reí para mis adentros, y sonaba amarga.
»Escúchame. ¿Qué estoy hablando, vale la pena? ¿Hay alguna
experiencia o poco de la belleza vale la pena el costo de mi vida? Yo no
sé nada, excepto la seguridad y autoconservación a toda costa.
—Y sin embargo —dijo en voz baja—, estás arriesgando todo
para ayudarme.
Asentí con la cabeza, mirando el fuego. El silencio nos envuelve
como un manto, y fue sorprendentemente relajante sentarse sin hablar
en su presencia.
—¿Qué hay de ti? —preguntó después de una larga pausa—.
¿Tienes algún plan para el futuro?
—¿Yo?
—Dijiste antes que tu hermano no podía casarse. ¿Tienes planes
de casarte?
Podía oír a Ivy todavía golpeando ollas en la cocina. Quería
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sacudir su pregunta, pero había hablado tanto ya que las palabras
salieron de mí como el agua, buena idea o no.
—Bueno, lo que se espera de mí. Una familia es la mejor manera
de fortalecer al pueblo y que sea seguro, y ese es nuestro mayor valor.
—¿La fuerza?
—La seguridad —le dije. Y en ese momento me di cuenta de que
siempre había equiparado a los dos en mi cabeza, pero no eran la
misma cosa. A veces las personas eran más fuertes en sus momentos
más vulnerables, en peligro.
Gabe interrumpió mis cavilaciones con otra pregunta.
—¿No te quieres casar?
—No es eso, exactamente. —¿Cómo podría explicarlo?—.
Estamos huérfanos. Mis padres murieron hace unos meses en un
accidente parecido al de Jonn, y ahora soy el jefe de la familia. Si me
caso, voy a esperar para salir y vivir con mi nuevo marido. Ninguno de
los hombres de este pueblo quiere mantener también a mis hermanos.
No sé qué será de ellos. Ivy probablemente será acogida por una
familia más establecida hasta que se cultive, y Jonn…
Yo no sabía qué iba a pasar con mi gemelo. Sus mejores
cualidades, la calma y tranquilidad, sensatez y el sentido del humor a
pesar de todos los obstáculos, no eran altos en la demanda cuando se
trataba de reunir cuotas. No podía caminar o correr, y eso lo hacía
menos de alguna manera a los ojos de los aldeanos.
—Me preocupa —susurré—, que no voy a ser capaz de cuidar de
ellos nunca más.
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Gabe asintió con la cabeza, y el momento era de pronto
demasiado personal, demasiado íntimo. Nuestros ojos se encontraron.
Mi pecho se sentía hueco y lleno al mismo tiempo, y lo reconoció como
lo que era: el deseo. Yo lo encontraba atractivo.
Nerviosa, cogí mi trabajo y fui al telar.
—¿Qué es eso? —preguntó Gabe, mirando al telar.
Afortunadamente, no parecía como si hubiera percibido mi
incomodidad.
—Estás bromeando.
—No lo estoy.
Pasé los dedos por el telar.
—Un telar. Se hace girar la lana en hilo —le dije—. Pero Ivy y yo
somos las únicas que podemos utilizarlo, obviamente, y yo soy mucho
mejor que a Ivy. El hilo se tuerce a mano, y tenemos que ofrecer tanto
para la cuota. —Consideré su pregunta de nuevo—. ¿Realmente
quieres decir que nunca habías visto un telar antes?
Gabe se encogió de hombros.
—Realmente no tenemos.
Encontré esto increíble.
—Entonces, ¿cómo confeccionan los Lejanos la ropa?
Él se echó a reír.
—No tengo la menor idea. Fábricas, supongo.
—¿Fábricas?
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—Ya sabes. Donde se hacen las cosas. Cada persona hace una
pequeña parte, y va mucho más rápido.
Me senté en el hogar.
—¿Y las diferentes familias ejecutan estas cosas, estas fábricas?
Él negó con la cabeza.
—No. La gente de cientos de familias diferentes trabajan allí. Es
un negocio. Se les paga dinero. No hay una cuota familiar, no como
aquí.
Yo sabía qué era el dinero, por supuesto. Los comerciantes que
llegaron a través de la primavera lo llevaban, y los niños les gustaba
encontrar piezas que caían en el camino y jugar con ellos. Incluso había
aprendido de él en la escuela, pero no lo usamos aquí.
—¿No hay cuota? ¿Ni siquiera tu familia?
—Sin duda no en mi familia —dijo Gabe, ruborizándose
ligeramente.
Parpadeé. Incluso la familia del Alcalde tenía que cumplir con la
cuota, por pequeña y frívola que su contribución podría ser.
—Todo el mundo contribuye aquí en nuestro pueblo. ¿Qué
familia trabaja todo el día en una fábrica?
Se aclaró la garganta.
—Ay, ay, mi padre era un hombre rico. Tuvimos siervos, dinero...
La gente de mi familia pasó la mayor parte de su tiempo en fiestas y
bailes. O montando… Teníamos caballos. Tierras.
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Tenían. Me preguntaba cuál era el estado de las cosas de su
familia ahora.
—¿Están a salvo? —le pregunté en voz baja. Yo no sabía cómo
preguntar delicadamente si tenían problemas tanto como él.
—No lo sé. —Podía ver el dolor que brilló en sus ojos—. Nadie
me ha dicho nada acerca de ellos. La última vez que los vi fue la noche
en que fui capturado. —Hizo una pausa, considerando sus palabras—.
Me llevaron por los soldados en el frente de mi hermana. Recuerdo que
cuando me sacaron a rastras. Ella estaba llorando, pero ella no hacía
ningún ruido. Allí estaba ella en su vestido de fiesta. Era su
cumpleaños. Uno de los soldados me golpeó en la cara con la culata de
su rifle… me rompió la nariz y parte de la sangre empapó la tela
cuando ella trató de ayudarme.
Se interrumpió y tragó saliva.
»Todo fue como un sueño. Estaba tan seguro de que iba a
despertar, pero... la vida es una pesadilla ahora.
¿Tomado por los soldados de la fiesta de cumpleaños de su
hermana? ¿Golpeado en la cara? Toqué su brazo suavemente,
deseando solo consolarlo. Volvió la cabeza y me miró a los ojos, y
luego juntos vimos mi mano sobre su brazo. La retiré, avergonzada,
pero él alargó la mano y cogió mis dedos.
—Gracias —dijo—. Por estar conmigo mientras yo estaba
enfermo. No recuerdo mucho de esa noche, pero recuerdo que estabas
ahí. Me trataste con amabilidad.
Yo quería decir que no era nada, pero eso no era verdad y ambos
lo sabíamos. El aire que nos rodeaba se volvió espeso, y el corazón me
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latía con el tipo de dulce dolor que viene con el deseo de algo que no
está seguro de siquiera atreverte a pedir.
En ese momento, no éramos un Lejano y una chica de La Helada.
Solo éramos dos personas, y me sorprendió lo fácil que era olvidar que
había cualquier otra barrera entre nosotros.
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Capítulo 11 Traducido por: Isane33
Corregido por: KatieGee
os días pasaban lentamente. Trabajamos en la cuota
mientras la nieve caía afuera, porque no había nada
más que hacer en los meses de invierno salvo
trabajar en proyectos internos y esperar que los
Observadores se mantuvieran alejados. Continué viendo huellas en
todo el camino hasta el pueblo y en todo el perímetro de nuestro patio,
pero no más marcas de garras violando el intacto campo entero de
blanco entre la casa y el granero, por lo cual estaba agradecida. La
nieve se acumuló en montones, e Ivy y yo nos esforzábamos por
despejar un camino delante de la puerta de la granja y el granero. Los
zapatos para la nieve se hicieron necesarios para caminar por los
campos y alrededor de los bordes de la finca.
Gabe se hizo más fuerte cada día. Pronto su herida comenzó a
sanar en una fea cicatriz rosada, y dejó de gritar en sueños mientras sus
fiebres cesaron por completo.
Otra semana, otra cuota debida, y tomé el saco de hilo y lana a la
ciudad. Evité a Cole porque no sabía cómo disuadir su interés en mí y
yo no tenía la energía para discutir con él sobre eso. Traté de hablar
con Ann, pero cada vez que iba a la ciudad estaba ausente o rodeada
de amigos. No era capaz de alejarla de los otros, pero probablemente
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no importaba de todos modos. Incluso si me las arreglaba para
mantener una conversación privada con ella, no sabía lo que iba a
decirle.
En cada Asamblea asistí, miré fijamente la parte posterior de
cada cabeza delante de mí, tratando de imaginar quién podría estar
trabajando con La Espina. Tal contacto con el exterior, con Los Lejanos,
nada menos, estaba estrictamente prohibido. ¿Quién se habría atrevido
a correr el riesgo, y por qué?
Un día volví a casa para encontrar a Gabe mostrándole a Jonn
cómo caminar con la ayuda de lo que él llamaba dos muletas, las cuales
funcionaron mucho mejor que la lamentable muleta de Jonn que de vez
en cuando solía usar para cojear alrededor. Jonn demostró su nueva
libertad viajando a la cocina y de regreso, y cuando por fin se dejó caer
en su silla junto al fuego todos estallamos en un aplauso entusiasta por
sus esfuerzos.
Gabe me atrapó sonriendo y me dijo que lucía muy bien cuando
sonreía, y eso me hizo renuente a sonreír, y así se lo dije. Me contestó
que yo era una chica difícil de entender, y le dije que tal vez si no fuera
tan bobo no pensaría eso, porque todos los demás en el pueblo
parecían entenderme perfectamente. Ivy irrumpió en nuestra disputa y
dijo que nuestro coqueteo estaba poniendo incómodos a todos los
demás, y eso nos calló a los dos, aunque juro que vi la sonrisa de Gabe
antes que girara su cabeza.
Y a pesar de que estaba enfadada con él en parte, quería sonreír
también.
Era una locura.
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No estaba más cerca de decidir qué hacer con Gabe, tampoco.
—Dejaste de llamarlo Lejano —señaló Ivy en voz alta una tarde.
Sabía que él no podía quedarse aquí en La Helada, aunque
pensarlo me ponía inquieta e infeliz. Dos veces fui de nuevo a la aldea
con la intención de decirle al alcalde, y dos veces más que perdí el
valor. Una vez incluso me encontré con Adam Brewer en las calles, y él
abrió la boca para decirme algo, pero agaché la cabeza y pasé
rápidamente antes de que pudiera hablar.
En la casa, Gabe estaba cada vez más inquieto mientras comenzó
a sanar. No dejaba de hacerme preguntas sobre la misteriosa puerta,
preguntas que no podía responder. Le prohíbo a Ivy preguntarlas en el
pueblo.
Pero mi mente volvió al mapa que había visto en el despacho del
alcalde. Si hubiera tenido un mejor vistazo.
Por la marca de tres semanas, Gabe había mejorado lo suficiente
como para moverse con cautela alrededor de la casa y el jardín.
Tenerlo alrededor había incrementado nuestra cuota, la cual por
suerte nos había proporcionado suministros adicionales con los que
darle de comer. Ahora él estaba ayudando con las labores en el
granero, también. Por supuesto, de ninguna manera estaba
acostumbrándome, o incluso estaba contenta con su presencia. Por
supuesto que no, porque eso significaría que me gustaba.
Pero por alguna razón seguía encontrando excusas para
quedarme en la casa.
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—¿Descubriste algo sobre el contacto de La Espina? —me
preguntó Gabe un día mientras cerraba la puerta detrás de mí.
Acababa de regresar de la Asamblea semanal. Él estaba tendido en su
camastro junto a la chimenea, leyendo un libro que debe haber
pertenecido a mis padres. Nunca había tenido mucho uso para los
libros. Nunca tuve tiempo suficiente.
—No. —Crucé la habitación con un suspiro, mirando a mí
alrededor—. ¿Dónde están mis hermanos?
—Jonn dijo que vería a ver a los caballos esta noche, e Ivy se
perdió. —Puso el libro boca abajo sobre su pecho y cruzó las manos
sobre él—. ¿Has estado preguntando por la ciudad acerca de ellos?
Me acerqué a la ventana y miré hacia fuera. No había visto a
ninguno de ellos, cuando había regresado. La preocupación apretó mi
estómago, pero la alejé. Me preocupaba mucho, y eso nunca ayudaba
en algo. Todavía había luz solar.
—¿Qué se supone que debo hacer? ¿Marchar en la plaza y
preguntar si alguien está trabajando con ellos? Tengo que ser prudente.
Él frunció el ceño.
—Muy pronto estaré curado, y entonces, ¿qué vamos a hacer? No
puedo ocultarme aquí para siempre. No puedes mantenerte
alimentándome para siempre, tampoco.
Me aparté de la ventana, inquieta. La conversación me estaba
poniendo irritable, y no sabía por qué.
—¿Qué estás leyendo?
Bajó la mirada hacia el libro.
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—Lo encontré arriba en el ático. Se llama Las Parábolas del
Invierno. Mayormente son poemas de amor hasta ahora. —Su
expresión se volvió diabólica—. Tal vez podrías leer algunos de Cole
Carver.
Mis mejillas se sonrojaron. ¿Qué mentiras le había dicho Ivy?
—Los poemas son cosas estúpidas y cursis. Ni siquiera sé por
qué mis padres tienen ese libro.
Los ojos de Gabe me siguieron mientras cruzaba la habitación
hacia la cocina. Creo que estaba reprimiendo una sonrisa detrás de esa
sonrisita de suficiencia suya. No quería nada más que borrarla de su
cara.
—¿Por qué estás leyendo poemas de amor, de todos modos?
¿Estás pensando en Lakin?
Tan pronto como había dicho el nombre me arrepentí. Los ojos
Gabe se oscurecieron. Puse una mano sobre mi boca y me apoyé contra
la pared.
—Lo… lo siento…
—¿Dónde oíste ese nombre? —Su tono era tenso, suave.
El corazón me dio un vuelco.
—Lo dijiste en tu delirio. Pensaste que era yo.
—¿Dije algo más?
—En realidad no. —Un horrendo rubor cubrió mis mejillas. ¿Por
qué había sacado ese tema?
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Él esperó.
Cedí.
—Mencionaste algo acerca de una promesa. Dijiste que lo sentías.
Pero no dijiste mucho más que eso. No que yo pudiera entender, de
todos modos.
Gabe frunció el ceño y miró hacia abajo, y me sentí diez veces
una mala persona por sacar el tema. ¿Era esta Lakin alguien que lo
había traicionado?
Después de un momento, levantó la cabeza y vio mi
consternación.
—Oye —dijo en voz baja—, lo siento. No quise hacerte sentir
como si hubieras hecho algo malo.
—¿Quién era ella? —susurré.
—Lakin es… era… mi prometida.
—Oh. Tu prometida.
¿Por qué me siento tan mal del estómago? Y entonces me di
cuenta de que él había dicho “era”. Me sentí aún peor.
—¿Está ella…? Quiero decir, ¿ella ha...?
—No, no —dijo—. Ella está bien. Rompimos el compromiso
meses atrás, aunque seguimos siendo amigos. Su conexión conmigo
cuando fui arrestado era tenue en el mejor de los casos, así que estoy
seguro de que está a salvo de ser asociada con mi nueva condición
penal.
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Sonreímos con torpeza. No era gracioso, pero cuando todo era un
desastre, tenías que encontrar humor en algún lugar. Se hizo el silencio
entre nosotros.
—Así que estabas comprometido —dije en voz alta, probando la
palabra—. Pareces joven para eso.
Realmente no sabía si él era demasiado joven para estar casado o
no, sabía muy poco acerca de las costumbres matrimoniales de su
pueblo, y no sabía su edad exacta tampoco. Prácticamente solo estaba
pescando información, muy descaradamente así.
Se frotó la frente, luciendo avergonzado.
—Fue arreglado cuando éramos apenas mayores que niños,
verás, pero a ninguno de los dos nos importaba el arreglo. Éramos
amigos.
—¿Por qué lo rompieron?
Tan pronto como pregunté, me sentí sin aliento. ¿Estaba siendo
demasiado descarada?
Pasó un dedo hacia arriba y abajo del lomo del libro sobre su
pecho.
—Hubo problemas entre nuestras familias. No tenía nada que
ver con nosotros, realmente, pero no podíamos casarnos después de
todo lo decidido.
—¿Estabas triste? —dije las palabras en voz tan baja que no sabía
si él las había escuchado.
Había oído. Sus ojos buscaron los míos.
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—Sí y no. Me preocupaba por ella, pero no eran miradas
apasionadas y besos robados, ya ves. Creo que cada uno hubiera
querido más de lo que el otro podía dar, al final.
Cuando dijo besos robados, me sentí caliente y fría. Quería
apartar la mirada, pero no pude.
La puerta se abrió de golpe detrás de mí e Ivy se precipitó con los
brazos llenos de frescas Flores del Invierno. Gabe y yo nos separamos.
—Vi que nos estábamos quedando con las secas... —Ella escaneó
nuestros rostros y se interrumpió, sonriendo con picardía—.
¿Interrumpo algo?
—Dame eso —le dije—. ¿Dónde está Jonn?
Ella me dio las Flores del Invierno, sin dejar de sonreír.
—Ya viene.
Evité los ojos de Gabe después de que ella volvió a salir. La
atmósfera se había hecho añicos, dejando a su paso torpeza. Me fui a
poner las flores en el escurridor de la cocina.
—¿Lia? —preguntó Gabe
Me volví.
—Lo que dije sobre Lakin y los besos. No fue… quiero decir que
no soy... —Él se sonrojó de nuevo—. Eso fue muy directo. No estoy
tratando de ser impropio.
—Tengo que hacer la cena —le dije, y me fui a la cocina.
Apoyada en el lavabo, me cubrí los ojos con la mano. ¿Qué estaba
mal conmigo? Me alejé de los avances de Cole, pero cuando Gabe me
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mencionó besos me derretí por dentro. A veces no me entendía en lo
más mínimo.
Estuvimos sorprendidos con calidez fuera de estación durante un
día, y el sol calentó la nieve hasta que se ablandó.
La helada de la noche siguiente volvió la nieve en una cáscara
crujiente que encapsula el paisaje en una elegante costra blanca. El
mundo entero parecía revestido en vidrio.
Fue un día tranquilo en la granja. Ivy estaba visitando a un amigo
en la ciudad, y Jonn tocaba su flauta adentro, el sonido de esta era
como el canto de los pájaros. Gabe se había ofrecido como voluntario
para ayudar con los quehaceres del granero, insistiendo en que había
sanado lo suficiente como para ayudar con el resto de nosotros.
Me detuve junto a la puerta, arrancando un puñado de Flores del
Invierno frescas para mi bolsillo cuando oí un grito.
Gabe.
Me apresuré a través de la nieve, mis zapatos para la nieve
silbando, mientras resbalaban y se deslizaban a través de la corteza de
hielo. Lo vi por el potrero, no había Observadores o aldeanos a la vista.
Mi ritmo cardíaco se ralentizó, y casi me eché a reír por el pánico que
había sentido.
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—¿Gabe?
El viento sopló el pelo de su cara, así que no vi su expresión
consternada hasta que me acerqué.
—¿Qué...? —Miré delante de él y lo vi. La valla, que había estado
en un estado de abandono desde que mi padre murió, había caído. Los
caballos se habían escapado.
Giré en un círculo, con los ojos escaneando el patio. Uno pastaba
en las matas de hierba que sobresalían por encima de la nieve al lado
de la pared del granero.
El otro había desaparecido.
Y sus huellas conducían directamente hacia el bosque.
No perdí tiempo en coger al primer caballo. Su cuerda del plomo
estaba colgando de su ronzal, y me acerqué a su lado y lo enganché.
Me miró con sus grandes ojos marrones y sacudió su melena. Lo
conduje al interior y lo puse en su lugar antes de volver a unirme a
Gabe, que había cojeado hasta a la cerca y se había agachado para
examinarla.
Sabía lo que debía hacer. Caminé a su lado y miré el bosque.
Mis manos se sentían tiesas y hormigueaban mientras miraba las
sombras cambiantes y las ramas de las hojas perenne. No había estado
en el bosque, desde que habíamos encontrado a Gabe. Los recuerdos
de la oscuridad invasora, la resbaladiza franja de sangre en la nieve
pasó por mi mente en estallidos de rayos pequeños. Solo la idea de
regresar hizo que mi estómago se revolviera.
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—¿Qué vas a hacer? —Gabe se levantó y se sacudió la nieve de
las manos. Me miró con un gesto de preocupación. Creo que él ya sabía
mi respuesta, y no parecía contento con ella. Nunca habíamos hablado
mucho de los Observadores, pero él era consciente de su existencia.
—Bueno —le dije, exhalando una nube de aliento—, no puedo
perder el caballo. No nos pertenece. Acabamos de subir aquí durante
el invierno. —Me mordí el labio mientras la realidad de lo que
exactamente iba a hacer hundía sus garras frías en mi pecho—. Voy a
tener que ir tras él.
—Voy contigo —dijo, de inmediato.
—No.
Su boca se convirtió en un ceño.
—No era una petición, Lia.
—No estás completamente curado. Todavía estás débil. Si no
puedes mantener el ritmo, entonces tengo dos problemas por los que
preocuparme.
—Voy a mantener el ritmo —dijo con su mandíbula apretada—.
Estoy mucho más fuerte que antes.
—Esta es una mala idea —le dije. El viento soplaba en mi cara,
adormeciendo mis labios. Crucé los brazos sobre mi pecho y lo miré.
—No voy a dejarte ir allí sola. —La determinación ardía sus ojos,
y me tocó en un nivel profundo, a pesar de mis dudas. Pero al mismo
tiempo, ¿qué si se lesionaba? Todavía estaba débil. No me gustaba—.
Lia, por favor.
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Caía la tarde y el sol ya había comenzado a hundirse detrás de
los árboles. Había poco tiempo para discutir, así que me dirigí hacia la
línea de árboles sin responder.
Oí el crujido de sus pasos mientras seguía detrás de mí, y la ira
hervía en mi pecho por su terquedad.
—Gabe…
—Escucha —dijo—. Si me siento muy cansado, voy a dar la
vuelta y volver. ¿Te parece bien?
No me gustaba, pero no había tiempo para protestar.
—Está bien. —Me detuve justo antes de que el follaje empezara.
Tomando un respiro, me metí la mano en el bolsillo por las cintas
azules que mantenía allí. Saqué una y ate una flor de nieve alrededor
de una rama desnuda que se extendía hacia nosotros como un dedo
huesudo.
—¿Qué es eso? —Gabe miró mis acciones con interés.
—Es lo que se supone que debemos hacer cuando nos
adentramos en el bosque. Nos ayudará si nos perdemos, y con un poco
de suerte que va a formar un muro de seguridad en caso de cualquier
Observador esté vagando cerca.
—¿Qué pasa con los Observadores y las Flores del Invierno?
Terminé de atar la cinta y dejé la flor colgando.
—No lo sé. Pero la visión de ellos hace que los monstruos se
detengan.
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Entramos juntos en el bosque, y a pesar de todas mis protestas
me alegré por la compañía. Los árboles desnudos formaban una línea
de corteza negra contra el blanco de la nieve crujiente. El mundo era
extraño y silencioso salvo por el roce de nuestros zapatos de nieve en
la superficie invernal. Las huellas del caballo formaron una asombrosa
línea donde había abierto paso a través de revuelto a través de los
ventisqueros.
—Estúpido animal —gruñí.
La luz se hizo más azul y más oscura a medida que nos
adentrábamos en el bosque. Seguí atando cintas y flores en los árboles.
Perdí la noción de cuánto tiempo habíamos estado desaparecidos. El
bosque tenía ese efecto, pero yo seguía atando flores en las ramas y me
mantenía en movimiento.
—Estás haciendo un mejor trabajo en mantener el ritmo del que
pensé que harías —le admití a Gabe después de un tiempo.
Rodeamos un grupo de árboles desnudos y entramos en un claro.
Un estanque congelado se extendía como cristal en el medio, reflejando
la luz del sol, y el camino del caballo que conducía directamente hacia
él. El hielo en el centro se había roto, y un camino de agua oscura
conducía directamente hacia el otro lado. Rodeamos los bordes
lentamente.
Su respiración hizo una nube delante de su boca.
—Me estoy curando. —Movió el brazo para demostrarlo,
haciendo una ligera mueca mientras lo hacía.
Me quedé en silencio mientras la comprensión se apoderaba de
mí. Sanar significaba que pronto no habría más razón para que él se
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quedara. Esto debería haberme hecho feliz, porque significaría nuestra
seguridad. Pero no fue así.
Llegamos al final del estanque, donde el caballo había salido del
agua. Las huellas conducían a una colina y fuera de la vista. Me quedé
mirando hacia arriba.
—¿Qué vas a hacer cuando estés lo suficientemente fuerte como
para irte?
Él movió los pies para calentarlos. Su mirada se deslizó lejos de la
mía, hacia las huellas.
—No puedo volver atrás. No puedo quedarme aquí.
Ambos sabíamos la verdad. Gabe fue el que la dijo.
—Tengo que llegar a ese lugar del que me contó el espía de La
Espina.
—Aquí está el problema —le dije, subiendo la roca cubierta de
nieve blanca—. Nunca he oído hablar de él en mi vida. No tengo ni
idea de dónde está, y estos bosques son peligrosos. Podríamos pasar
meses buscándolo y nunca nos acercaríamos a encontrarlo. Y con los
Observadores, no podemos pasar mucho tiempo dando vueltas.
Tendríamos que saber exactamente a dónde ir.
Llegamos a la cima de la colina. Mis ojos recorrieron el claro, y mi
aliento me dejó en un golpe de shock.
Un hombre estaba de espaldas a nosotros.
Solo podía ver su capa gruesa hecha a mano y su cabello oscuro.
Un aldeano. Nuestros pies crujían ruidosamente contra la nieve,
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anunciando nuestra presencia, y dos pensamientos pasaron por mi
mente. Gabe estaba conmigo y este hombre preguntaría quién era él.
La figura comenzó a girarse, y yo sabía que estábamos atrapados
en la nieve blanca con ningún lugar donde escondernos sin ser vistos.
Agarré la camisa de Gabe con ambas manos y tiró de él hacia delante.
Tomé un vistazo de sus ojos muy abiertos antes de que hiciera la única
cosa que podía pensar en hacer, la única cosa que podría explicar quién
era él y por qué estaba conmigo y por qué estábamos a punto de huir al
ser descubiertos.
Lo besé.
Sus labios estaban fríos y ásperos. Se quedó inmóvil por un
instante antes de que ahuecara mi rostro con ambas manos,
devolviéndome el beso. Entonces, como si notara al aldeano, por
primera vez, empujé a Gabe detrás de los arbustos, contra el tronco de
un árbol, y nos separamos.
—Lia —susurró Gabe. Sus ojos estaban oscuros y sorprendidos,
mientras se cruzaban con los míos, y sus dedos agarraban mi hombro,
para impedir que me alejara.
—Había alguien —le respondí, y él se quedó inmóvil mientras
me entendía. Levanté un dedo y me alejé, retrocediendo hacia el claro.
Él todavía estaba allí, y mi corazón se hundió como una piedra
cuando lo reconocí.
Adam Brewer.
El viento jugaba con mi cabello y mis labios escocían donde
habían estado presionados contra los de Gabe. Adam me miraba. Aquí
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estábamos, ambos en el bosque en la luz mortecina de la tarde. Las
sombras alargándose de repente parecían opresivas, y cada árbol
parecía esconder un enemigo. Me estremecí.
—Lia Weaver —dijo en voz baja, saludándome con un brusco
gesto con la cabeza. Su cabello oscuro rozaba sus cejas—. El hilo no
crece en los árboles de este bosque.
¿Qué estaba tratando de darme a entender?
Levanté la barbilla. No pude evitar responderle ahora, sin
importar lo que yo pensaba de él. Había sido acorralada.
—Adam Brewer. No veo que lleves un barril de cerveza. —Las
palabras salieron demasiado arrogantes, demasiado fuertes. Se suponía
que debía ser agradable, así él no haría preguntas, pero no pude
evitarlo.
Sus cejas se unieron cuando frunció el ceño.
—Estoy cortando leña —dijo.
Mi mirada cayó a sus manos vacías. El silencio colgó entre
nosotros, mientras nos evaluábamos el uno al otro, adivinando los
secretos del otro.
—Estoy buscando a mi caballo —dije finalmente—. Él salió
corriendo. ¿Lo has visto?
Adam negó con la cabeza. Sus ojos oscuros se entrecerraron
ligeramente, pero cuando habló, su tono era cortés.
—¿Necesitas ayuda?
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—No, yo... —Mi voz se apagó. Hice un gesto hacia los árboles
detrás de mí.
—Tú y un pretendiente están encargándose de eso —terminó por
mí—. Los vi hace un momento.
No dije nada. Mi corazón latía fuerte en mi pecho. ¿Nos dejaría
en paz? ¿Nos haría preguntas? ¿Le diría a alguien?
Adam inclinó la cabeza hacia un lado.
—No te habría tomado por una persona temeraria, Lia Brewer.
El rubor cubrió mis mejillas y se evaporó por el frío.
—Estoy llena de sorpresas.
—Así es. Tal vez podrían elegir un lugar más seguro para sus
citas románticas. Estos bosques están llenos de Observadores. Tal vez
el granero de tus padres sería mejor, encima del lugar donde las
piedras forman un círculo.
Un escalofrío me estremeció. Las palabras eran extrañas,
entrometidas. No le contesté. Se dio la vuelta para irse, deteniéndose
para estudiar mi rostro una vez más.
¿Por qué sentí como si él pudiera ver directamente mi alma?
Un suspiro se me escapó cuando él desapareció de vista. Detrás
de mí, Gabe salió de los arbustos con un crujido de ramas.
—Estuvo cerca. —Sonaba tan sin aliento como yo me sentía—.
¿Me vio?
—Sí, y sí. Pero no creo que consiguiera un buen vistazo.
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Asumió... cosas de ti, y lo dejó ahí. Él sabía que sería reacia a ceder ante
un entrometido.
No di más detalles adicionales. No estaba hablando del beso.
—Parecía que se conocían. —Observó Gabe.
¿Era esa una nota de celos en su voz?
Pasé los dedos por arriba y abajo del borde de la capa. Incluso
simplemente hablar sobre eso hacía que mi piel picara.
—Sus padres estuvieron con los míos cuando murieron. Le
habían pedido a mi padre hacerles un favor, y algo salió mal.
—¿Mal?
—Observadores —dije en voz baja. La palabra ardía en mi
lengua, y por un momento no había nada más que el sonido del viento.
La nieve comenzó a caer del cielo como plumas, cayendo sobre mis
pestañas y atrapándose en su cabello. No le conté el resto, cómo los
Brewers habían negado hasta el final estar con mis padres, la forma en
que habían afirmado que estábamos inventando mentiras sobre ellos,
cómo juraron que no habían estado en el bosque cuando mis padres
habían sido asesinados, a pesar de que había visto a uno de ellos salir
con mi madre y mi padre… los había visto entrar juntos al bosque con
mis propios ojos por la ventana de mi dormitorio.
Habían atraído a mis padres sus muertes y luego lo negaron
todo. Y después nos habían arrojado a los lobos a mis hermanos y a mí
en el proceso.
—Oh. —Gabe lucía como si quisiera decir algo más, pero en lo
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que a mí respectaba la conversación había terminado. Me fui enojada
tras las huellas del caballo, y él me siguió.
Encontramos al caballo más allá de la arboleda, pastando en una
pequeña parcela de hierba recubierta de hielo. Me puse a su lado y
agarré su soga. El caballo resopló, y fruncí el ceño.
—Has causado un montón de problemas —le espeté—. Vamos,
ahora. —Tiré de la cuerda de plomo, llevando al caballo al tronco de
un árbol caído donde me quité mis zapatos de nieve y los colgué de mi
cuello.
Subiéndome en la ancha espalda del caballo, que estaba mojada
por el goteo de la nieve, agarré su melena y envolví las piernas
alrededor de sus peludos costados.
—Date prisa. Debemos regresar rápido. —La luz ya estaba
empezando a desvanecerse.
Gabe se hizo a un lado del caballo y se quitó los zapatos de nieve
tal como yo había hecho. Dio un paso hacia el tronco del árbol y
examinó el lomo del caballo con una expresión determinada.
Me di cuenta de que su hombro probablemente estaba
molestándolo. Le ofrecí mi mano, y la aceptó. Un estremecimiento
recorrió mi brazo por la forma en que nuestras palmas encajaban entre
sí, pero aparté el pensamiento y tiré de él detrás de mí. Él mantuvo una
distancia prudente entre nosotros. Tenerlo tan cerca ató mi estómago
en nudos. Me aclaré la garganta con nerviosismo.
Colocando la cuerda de plomo contra el cuello del caballo y
apretando las piernas contra sus costados, le insté a avanzar al trote.
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—¿Qué tan bien conoces estos bosques? —preguntó Gabe detrás
de mí. El caballo tropezó mientras descendía la colina, y él me agarró
de los hombros para mantener el equilibrio.
—Solía viajar con mi padre —le dije, sin aliento por el contacto
repentino. Él me soltó un momento después, y me sentí casi
decepcionada al respecto. Seguí hablando, un tanto para distraerme y
otro tanto porque no sabía cómo parar—. Él era un cazador y un
tejedor. Poníamos la carne extra en nuestra olla y negociábamos las
pieles adicionales en el mercado.
Solamente hablar de ello hizo que mi garganta se cerrara un
poco.
»Él conocía estos bosques tan bien como conocía su propio
nombre. También era intrépido cuando se trataba de los Observadores.
Pero entonces…
Realmente no quería terminar ese pensamiento, así que lo dejé
colgando. En mi mente vi a los hombres que habían venido a nuestra
puerta y el intenso vacío que había llenado sus ojos mientras me dieron
la noticia. Vi a Ivy, encorvada y sollozando, el rostro sin expresión de
Jonn. Me acordé de la insensibilidad absoluta que se había apoderado
de mí, y de la apabullante comprensión de que el destino de mi familia
estaba en mis manos ahora.
Vacilante, empecé a contarle a Gabe sobre lo que había tenido
que hacer para mantener a la familia unida. Él escuchó sin decir nada
mientras desahogaba mis miedos, mis preocupaciones. Nunca le había
dicho esto a nadie antes, pero por alguna razón me vi contarle cada
terrorífico secreto. Tal vez era porque él me había acompañado en el
bosque con tan buena voluntad. Tal vez era porque cuando me escuchó
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me sentí escuchada de una forma que nunca había experimentado
antes.
Cuando terminé, sentí como si un gran peso hubiera sido
levantado de mis hombros. Exhalé. Gabe estaba en silencio. Entonces,
su mano tocó mi brazo. Lentamente, deslizó sus brazos alrededor de
mí, hasta que estuvo abrazándome. Me relajé contra él al igual que mi
cuerpo entero estaba suspirando contra él, y el calor se apoderó de mi
piel a pesar de que estaba helada.
—Lia…
Un alarido inhumano rasgó el aire, y todos los pelos de mi brazo
se levantaron. El caballo saltó de lado, sacudiendo la cabeza. Gabe se
sacudió, girando para mirar detrás de nosotros.
—¿Qué fue eso?
La comprensión se deslizó por mi piel como fragmentos de hielo.
Las sombras habían crecido demasiado, la oscuridad estaba demasiado
completa. Era casi de noche, y estábamos todavía en el bosque.
Le susurré las palabras.
—El Observador.
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Capítulo 12 Traducido por: Mafernanda28
Corregido por: Xhessii
iré el caballo en un círculo estrecho. Mi corazón
martilló y mi aliento vino a gritos ahogados y
ásperos cuando traté de pensar. Nos no haría
ningún bien a huir directamente hacia el camino
de la criatura. Había analizado la reunión de las sombras, y luego lo vi,
una ondulación de movimiento contra la oscuridad, un crujido de piel
y plumas y un chirrido que sonaba como metal contra metal.
El caballo huyó y puso sus orejas hacia atrás.
—Sujétate. —Apreté a Gabe, y entonces cavé mis talones en los
lados del caballo.
El caballo salió como un tiro de piedra de un cabestrillo. Los
árboles se apresuraron, ramas golpeando nuestros rostros y
arrastrando en nuestros cuerpos. Esquivé bajo, enterrándome en la
melena del caballo. Gabe se deslizó contra mí con cada sacudida de su
zancada.
—¿Estamos cerca del borde del bosque? —gritó en mi oído.
Podía ver el patio. Impulsé el caballo más rápido, y volamos al
claro en un rocío de nieve. El grito de los Observadores sonó otra vez
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detrás de nosotros, más fuerte y más cerca. El caballo tronó hacia el
granero. Gabe empezó a deslizarse, envolvió ambos brazos alrededor
de mi cintura y colgado a la vida cuando hicimos un giro brusco
alrededor del lado de la casa.
Llegamos a la puerta. Me deslicé lejos y golpeé el suelo girando,
mis dedos desgarradores en la puerta para que se abra. Gabe se aplastó
sobre el dorso del caballo y le dio una patada hacia adelante. Arrojé un
puñado de la flor de nieve en el umbral y luego corrí tras ellos adentro.
Ivy y Jonn retrocedieron cuando cerré de golpe la puerta y lanzé
los cerrojos en su lugar. El Observador aulló fuera, el sonido lejano y
penetrante.
Estábamos a salvo.
El caballo relinchó y sacudió su melena. Gabe se deslizó de su
espalda y me entregó las riendas del caballo. Él respiraba con fuerza.
Nuestras miradas se cruzaron, y rompimos en carcajadas
desesperadas. Era demasiado absurdo, mis hermanos allí de pie con la
boca colgando abierta, el caballo en la sala de estar y el Observador
incapaz de alcanzarnos y poco dispuesto a cruzar las flores. Y ni
siquiera era divertido, pero era reír o llorar. Así que me reí.
Profundamente, risas que parten el vientre que me doblaron. Gabe y
yo nos inclinamos juntos, aullando con la alegría mientras los otros se
sentaron estupefactos. Bien, Jonn se sentó. Ivy saltó sobre nosotros y se
quedó mirando.
—Lia Weaver, que en el mundo...
—Encontré el caballo —interrumpí, todavía riéndome
tontamente—, en el bosque.
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Gabe se apoyó contra la pared y se rió, con los ojos fuertemente
cerrados. Me gustó la forma que miraba cuando era feliz, incluso si esa
felicidad era pura ilusión. Ivy plantó sus manos sobre sus caderas, su
boca colgando abierta cuando ella miró de mí a Gabe y al caballo. Por
lo visto la situación entera (nuestra risa, el caballo, nuestra entrada
salvaje) fue simplemente demasiado extraño para merecer cualquier
clase de comentarios, porque solo actuó como si no teníamos un
animal gigantesco que está de pie en medio de nuestra casa.
Ella se concentró en mí en su lugar.
—¿Desde cuándo te volviste tan jovial? —preguntó, como si era
la pregunta más apremiante, como si había cometido un crimen. El
caballo estampo una pata contra las tablas del suelo y resopló
explosivamente ya que mi sonrisa se debilitó. ¿No se me permite reír?
Mi humor negro se desvaneció, y me enderecé. Tomando las
riendas del pobre caballo, lo llevé al lado de la ventana y le até a uno
de los percheros. Incluso le di una palmadita en el cuello, aunque yo
no fuera particularmente aficionado a este animal, o ningún animal,
me alegré de que él estuviera seguro y no comido por un Observador.
Por el fuego, Gabe comenzó a explicar lo que había pasado
mientras Ivy y Jonn escuchaban atentamente. Me puse rígida cuando él
llegó a la parte sobre Adam Brewer, pero él excluyó el beso y
simplemente describió la escena como si yo le había empujado en los
arbustos y había marchado para enfrentar Adam por mi propia cuenta.
—¿Cómo se atreve Adam Brewer hacer preguntas como esas? —
gruñó Ivy, interrumpiendo la historia—. Él… ellos…
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Por lo visto no había ningunas palabras para describir sus
sentimientos sobre los cerveceros. Estoy plenamente de acuerdo.
—¿Por qué no han sido expulsados de la aldea por su mal
comportamiento?
—No sé —dijo ella.
—Siempre cumplen su cuota —señaló Jonn. Ese era mi hermano,
generoso con todos.
—Él también dijo cosas tan crípticas para mí —dije lentamente,
recordando ese momento en el bosque y la forma en que había sido tan
frío, tan rígido mientras la nieve caía entre nosotros—. Como si
estuviera esperando algo de mí, algo específico, y él estaba
decepcionado cuando no lo entregué.
—Probablemente quería que te enfadaras. Tal vez él esperaba
que tú le acusaras —dijo Ivy.
¿Qué era lo que había dicho al final?
—Yo no te habría vinculado a una persona arriesgada. —Esto
hirvió mi sangre un poco. Era como si él me estaba llamando cobarde.
Y quizás yo habría estado de acuerdo con él hace un mes, pero ahora...
Miré a Ivy, Jonn y a Gabe… quien describía la parte donde
agarramos el caballo, mientras los otros escuchaban con suma atención.
—Algunas cosas valieron la pena tomar un riesgo.
Él había dicho algo más para mí, algo extraño, pero no podía
recordar lo que era.
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Pasamos la noche junto al fuego, envueltos en mantas. El caballo
relinchó y resopló silenciosamente en la esquina, y escuché el sonido
de mi familia durmiendo. Me quedé dormida en medio de la tentativa
de entender lo que había dicho exactamente Adam Brewer para mí
antes de que nos hubiéramos separado, y mientras dormí soñé que
estaba perdida en el bosque de nuevo, solo que esta vez estaba con
Ann.
Encontramos nuestro camino a casa después de horas de
deambular, y ella me abrazó con alivio, pero cuando ella puso sus
brazos alrededor de mí se convirtió en Cole y, a continuación, una
criatura con tanto pelo y plumas, y ojos rojos que brillaron en la
oscuridad. Sabía que era un observador, y cuando traté de correr esto
corrió hacía mí: con sus amplias mandíbulas abiertas.
Desperté abruptamente. Mi piel estaba húmeda con sudor y mi
garganta. Me quedé inmóvil un momento, mientras mis sentidos se
agudizaban. Poco a poco, la sala nadó en foco.
Todos los demás estaban aún dormidos, enredados en las
sábanas y respirando profundamente. Ivy se encontraba frente a la
chimenea, con la cabeza apoyada en las manos. Gabe dormía con la
cabeza en sus brazos y los codos apoyados en las rodillas. Jonn estaba
acurrucado en su silla, la cara que se parecía tanto a la mía suave y
delicado en el sueño.
La culpa me apuñaló mientras pensaba en lo preocupado que mi
hermano debió haber estado cuando no volvimos. Podría haber
ocurrido cualquier cosa, por lo que él sabía, simplemente habíamos ido
al granero.
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Granero. Eso es lo que Adam Brewer me había dicho —es posible
que desee elegir un lugar más seguro para sus citas románticas—,
quizás el granero de sus padres, encima del lugar donde las piedras
forman un círculo.
¿El lugar donde las piedras forman un círculo? Como de una
manera raramente específica. Qué extraño. ¿Qué sabía él del granero
de mis padres, y por qué había hablado y por qué había hablado de él?
Una sospecha se rizó en mis entrañas.
Fui a la ventana y eché hacia atrás las persianas. Era temprano
por la mañana. Un hilo de luz naranja brillaban en el horizonte y ardió
en la a través de la cumbre del bosque. El patio estaba en silencio.
Nada se movilizó contra la línea de árboles.
Los Observadores se habían ido.
Agarrando mi capa, desaté el caballo y le llevé al aire frío. Una
suave luz coloreó todo de gris. Sosteniendo mi aliento, le conduje a
través del patio hasta el establo. Dentro, la oscuridad nos tragó. Puse el
caballo en su puesto y hurgué a lo largo de la pared para una linterna y
las cerillas. La luz llameó; y el caballo relinchó suavemente a su
compañero. Me cortó la respiración.
Allí, en el centro del suelo de piedra, había un patrón.
Un círculo.
Caí de rodillas, pasando mis dedos a través de las piedras,
trazando los bordes de la forma que ellos hicieron. Había vivido mi
vida entera en esta casa y nunca realmente había mirado el suelo.
Siempre estaba cubierto de polvo y paja. Siempre oculto.
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Algo tocó mi brazo.
Giré, jadeando, y era Gabe. Puso una mano sobre mi boca y llevo
un dedo a sus labios. Asentí, mi corazón estaba acelerado. Podría ser
mañana, pero no había ninguna razón para correr riesgos. El sol no
había salido aún.
—Me asustaste —susurré cuando él quitó su mano.
—¿Qué estás haciendo?
Hice un gesto hacia el piso.
—Fue algo que dijo Adam Brewer. ¿Recuerdas? Sobre el círculo
de piedras en el granero. Y aquí está. ¿Cómo sabía?
La frente de Gabe se arrugó. Él se puso en cuclillas junto a las
piedras, mirándolas fijamente.
—¿Qué es?
—No tengo ni idea.
Acerqué la linterna y me arrodillé al lado de él en el piso.
Deslizando mis manos a lo largo del borde, sentí su captura. Oí un
chasquido, y el círculo se movió. Retrocedimos cuando una grieta
oscura apareció en las piedras. Un pedazo del piso se deslizó a un lado,
revelando un agujero oscuro. Un lugar hueco. Escaleras.
—¿Qué...? —Agarré la linterna y miré detenidamente a la
oscuridad. Mi cabeza daba vueltas con preguntas y mi brazo tembló,
haciendo bailar la luz.
¿Qué habían estado escondiendo mis padres aquí?
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La escalera crujió cuando los bajé con Gabe detrás de mí. El
pasillo se curvaba en una habitación llena de tierra y con olor a
mosto4 y podredumbre. Mantuve la linterna alta y miré detenidamente
alrededor.
Estantes repletos de cajas cubrían las paredes. Gabe saco una y
abrió la tapa. Algunos papeles cubiertos de dibujos yacían en el fondo.
Dejando la linterna en el suelo, alcancé y agarré uno con mis yemas del
dedo. Lo levanté a la luz.
—¿Qué son estas cosas?
Dibujos —bocetos de cilindros, cuadrados— como un enorme
mapa de invenciones jamás había soñado posible. Las líneas se
desvanecieron con la edad, el papel manchado con cera y arrugado por
derrames de agua de hace mucho tiempo. Contuve el aliento mientras
trataba de leer las palabras que las acompañan, pero, o la letra era tan
mala que no podía entender, o las palabras eran un lenguaje totalmente
diferente. Gabe dejó la caja en mis manos y cavó en otra. Sacó más
papeles cubiertos en garabatos, mapas y hojas y hojas de notas. Listas
de...
Nombres.
—Éstos son nombres de Aeralian generalmente comunes —dijo,
para colorear su voz de asombro—, ¿qué significa esto?
Encontré algo en el fondo de la caja, y lo sostuve a la luz. Un
broche. Un poco del metal enroscado destelló con frialdad cuando lo
enrosqué en mis dedos.
4 Mosto: Es el zumo de la uva que contiene diversos elementos de la uva como
pueden ser la piel, las semillas, etcétera.
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—Dime otra vez el nombre de ese grupo que te ayudó a escapar,
¿el que dices que tenía un contacto en nuestro pueblo?
Se acercó ara ver lo que sostenía.
—La Espina.
Dejé caer el trozo de metal en la palma de su mano, y sus cejas
levantaron. Era una pequeña rama metal, afilada con espinas.
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Capítulo 13 Traducido por: Fher_n_n
Corregido por: La BoHeMiK
alimos del granero después de que había
comenzado a iluminarse el cielo. El sol jugaba a
través de las desnudas ramas de los árboles e hizo
lazos de oro sobre la nieve. Y el aire tenía un sabor
fresco. Pero era obvia la belleza que los rodeaba. Mi cuerpo estaba frío
y entumecido con la impresión, la mente me zumbaba con preguntas.
¿Mis padres habían sido miembros de un grupo secreto llamado La
Espina? ¿Por qué nunca lo había sabido? Y, ¿qué sabía Adam Brewer
sobre eso?
Llegamos a la casa juntos. Puse una mano en el brazo de Gabe
para detenerlo antes de que entráramos.
―Por favor, no le digas nada todavía a Ivy o Jonn ―dije―.
Necesito pensar sobre esto, acerca de lo que significa y qué le diré a
ellos. Esto es peligroso, ni siquiera sé si quiero involucrarlos. Y
pienso… pienso que necesito hablar con Adam Brewer.
Incluso diciendo su nombre dejaba un sabor amargo en mi boca,
pero sabía que tenía que hacerlo. Él sabía algo, me había avisado de la
habitación debajo de la granja a propósito. Él quería que yo lo
encontrara. La pregunta era por qué.
S
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Gabe asintió. Sus ojos buscaron los mío, y se acercó rozándome el
rostro con los dedos.
―¿Estás totalmente segura? Acabas de descubrir que tus padres
te estaban guardando secretos. Debe haber un motón para procesar.
Cerré los ojos.
―En este momento me estoy preguntando, qué sobre mi realidad
es verdad y qué es una mentira.
Él estaba en silencio, comprendiendo.
―Muchas cosas han cambiado ―le dije―. Mi mundo entero se
acaba de ampliar, tantas cosas que pensé que sabía, y sin embargo, no
las sé.
Eso había pasado mucho últimamente, este mundo
expandiéndose. Primero Gabe, luego el Alcalde, y ahora esto. Me sentí
desconcertada, recién nacida, mareada. Ya no me gustaba el camino
que había tomado. No sabía de qué manera expresar esto, pero Gabe
parecía entender. Se metió las manos en el bolsillo y asintió.
Seguí buscando las palabras adecuadas.
―Es como cuando miro al mundo, todo ha cambiado. Como si
todo se hubiera reorganizado mientras dormía, y recién me doy
cuenta.
―O tal vez es solo que eso ha cambiado ―dijo―. Quizás eres tú
la que ha sido renovada.
Nuestras miradas se encontraron, y me acordé de ayer.
Escapando de los Observadores. Nuestra risa histérica. El beso.
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El calor se deslizó desde la nuca hasta mi cuello. El aire entre
nosotros se volvió espeso, y nos acercamos a centímetros el uno del
otro.
―Lia ―dijo, tomando un profundo respiro y soltando el aire
lentamente―. Yo…
La puerta principal se abrió de golpe, e Ivy salió a toda prisa.
Gabe se separó abruptamente, la decepción destello en sus ojos.
―Oh ―dijo Ivy, al vernos―. Ahí están.
De repente me sentí incómoda y consciente de lo cerca que
habíamos estado. Di un paso hacia atrás, alejándome de Gabe a toda
prisa, cruzando los brazos sobre mi cuerpo.
―Sí. ¿Qué pasa?
―Estaba preocupada ―dijo―. Tienes que dejar de escabullirte.
Sus ojos se estrecharon mirándome, luego a Gabe y después otra
vez hacia mí.
Me sonrojé.
―Puse el caballo en el establo.
El peso de mi descubrimiento sobre nuestros padres me
presionaba como una piedra en mi pecho.
―La cuota se paga hoy ―dijo―. ¿Lo has olvidado?
Se me había olvidado. Eso nunca había ocurrido antes. Por lo
general, tenía mucho cuidado porque el destino de nuestra familia
dependía de eso. Disgustada conmigo misma, mire más allá de ella,
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hacia la casa, sin contestarle. Ella siguió.
―¿Quieres que lo tome esta vez?
―No ―dije, recogiendo la bolsa y suavizando mi cabello con una
mano―. Yo lo llevo. Tengo que ir a la cuidad, de todos modos.
Necesitaba hablar con Adam Brewer y tendría que ser pronto.
Cuando llegué a las afueras de la aldea, me di cuenta que algo
había cambiado, pero me tomó un momento para localizar
exactamente lo que era.
Las calles estaban casi vacías.
Esto era algo inaudito para un día de cuota. Por lo general, la
cuidad se alborotaba de gente yendo y viniendo con sus bolsas y
barriles. Me desplacé lentamente hacia la calle, pasando por las
fachadas de tiendas vacías cuando mis pies crujían sobre la nieve.
¿Dónde estaban todos?
Encontré al señor de la cuota de pie afuera del Salón de la
Asamblea, con el rostro en un ceño fruncido. Me acerqué directamente
hacia él y le di mi bolsa. Me lo arrebató, murmurando, y apenas miró
por los contenidos mientras empujaba la bolsa de suministros asignado
para mí. Lo recibí y se volvió para irse.
―¡Ahí estás!
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Me giré. El señor de la cuota no había hablado. Era otra persona.
Mi corazón de congeló, luego cayó como una piedra.
Un Lejano estaba en la calle, con los hombros hacia atrás y sus
extrañas ropas brillando a la débil luz del sol. Sus ojos negros me
recorrieron detalladamente, luego a mi lamentable bolso y después se
dirigieron hacia mí.
El terror me golpeó como un rayo. No me podía mover.
¿Lejanos? ¿Aquí en el pueblo?
Estaban buscando a Gabe.
No, no, no… no podía ser eso. No podían saberlo. Era por algo
más, tenía que serlo.
―¿Por qué no estás en la reunión? ―demandó.
―¿La… la reunión?
Luché por mantener la calma. ¿Qué pasaba si mi expresión me
delataba? ¿Qué si él suponía que tenía a Gabe en la granja? La
impresión me inmovilizó, de lo contrario podría haber corrido.
El Lejano lució disgustado con mi pregunta.
―A tu pueblo entero se le ordenó reunirse por tu líder ―Señaló a
la puerta de la Sala de Asambleas―. Entra ahora, antes de sufrir las
consecuencias de la desobediencia.
El Lejano tenía un arma en las manos. El señor de la cuota volvió
la cabeza y se comportó como si no hubiera oído nada. ¿Qué otra cosa
podía hacer?
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Crucé el camino hacia la Sala de Asambleas.
La puerta crujió cuando la tiré para abrirla y mis ojos se
ensancharon. Los pobladores llenaban el lugar, amontonándose en las
bancas y recubriendo las paredes. Nunca había visto a tantos aquí al
mismo tiempo. Entré, mirando alrededor por un sitio, y una mujer se
deslizó para darme espacio para sentarme. Agradecida me dejé caer a
su lado. Algunas cabezas se giraron hacia mí, pero la mayoría se
fijaban en la parte delantera del lugar.
Mis nervios cantaron con la tención de la sala, era como si todas
las respiraciones tuvieran lugar, mientras esperábamos por aire.
El Alcalde se puso delante de todos, flanqueado a ambos lados
por Lejanos vestidos con sus extrañas ropas grises y portando
brillantes rifles. Ellos nos miraban con los brazos cruzados, y la
multitud se encogió como ratones bajo sus miradas. Sonaron susurros
por toda la habitación.
―Silencio ―gritó el Alcalde, con su voz tensa y alta debido al
miedo―. No tenemos nada de qué preocuparnos. Estos hombres están
aquí para encontrar a uno de los suyos, que escapó y se dirigió a La
Helada hace varias semanas atrás. ―Levantó la mano, y algo brilló en
la luz―. Esto fue encontrado aquí estaba mañana. Es un dispositivo de
seguimiento. Estaba en el prisionero que ellos están buscando.
El terror se propagó a través de mí como un veneno, paralizando
mis miembros y robando mi aliento.
Era el trozo de metal que había sacado de la espalda de Gabe y
después tirado al río.
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Quería saltar y correr de regreso a la granja de inmediato, pero
por supuesto que no podía hacer nada que llamara la atención sobre
mí. Me concentré en respirar profundamente y mantener mi exterior
neutral cuando el alcalde continuó hablando.
―Si queremos cooperar ―dijo, sonriendo débilmente―,
entonces vamos a encontrarlo y así no tendremos nada que temer.
No lo podía creer. Nunca habíamos tenido ningún trato con los
Lejanos, y ahora, ¿vagaban por nuestra ciudad? ¿Por qué los Ancianos
permiten esto? ¿Por qué no se le niega seguir con esta invasión de
nuestra privacidad o propiedad? Miré a la fila de los hombres del
frente y vi hematomas leves de color púrpura sobre unos pocos rostros.
Tal vez se habían negado.
―Nada ha cambiado. ―Nos aseguró el alcalde―. Todavía deben
sus cuotas como siempre. Y tendremos mañana una agradable noche
social para los jóvenes, que ahora se llevará a cabo en mi casa, debido
al alojamiento de los Lejanos aquí.
Tomé un vistazo de Ann en la parte delantera de la sala. Su
rostro estaba pálido mientras miraba a su padre sin pestañear. Cole se
sentó junto a ella, sus cejas se dibujaban juntas y su espalda estaba tiesa
como un palo. Su boca se apretó en una línea firme.
La puerta de la Sala de Asambleas se abrió de nuevo, y otro
aldeano entró. Adam Brewer. Vi la forma en que sus ojos se estrecharon
al ver a los Lejanos, la manera en que suavizó más su expresión y se
sentó como si no tuviera ninguna preocupación en el mundo. Me di
cuenta de que sus manos, eran puños anudados a su lado.
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Tenía que hablar con él.
―Todo el mundo tiene que estar calmado ―dijo el Alcalde―.
Regresen a sus casas y granjas; dedíquense a sus responsabilidades.
Hasta que todo esto haya terminado, estoy instituyendo una norma
para no viajar. Estén en sus casas a menos que tengan negocios
específicos en el pueblo. La excepción será el evento social. Como dije,
todo está bien, y es lo de siempre. Solo tenemos unos pocos ajustes
temporales, eso es todo.
—¿Cuánto tiempo se quedarán? ―gritó alguien.
Los Lejanos continuaron de pie, inmóviles e inexpresivos como
estatuas. Se veían como depredadores listos para saltar a la más
mínima provocación. Escalofríos descendieron por mi espalda
mientras los miraba.
―Nuestros visitantes podrán buscar en el pueblo y las granjas;
cuando estén convencidos que de su fugitivo no está aquí, se irán
―prometió el Alcalde―. Todo va a estar bien. Estamos cooperando.
No va a haber violencia. No se preocupen.
Sonaba como si se estuviera asegurando a sí mismo todo lo que
nos estaba afirmando. Mi sangre hervía ante la injusticia de todo esto.
¿Cómo se atreven a venir aquí y tratar de intimidarnos?
Un agricultor de la primera fila se levantó de un salto, con el
rostro arrugado de ira.
―Esto es ridículo ―dijo en voz alta, señalando al alcalde con el
dedo―. ¡Cómo se atreve a permitir que estos Lejanos se queden aquí,
en nuestro pueblo! Somos un poblado libre, y ellos son monstruos
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opresivos. No queremos tratos con ellos. Cómo te atreves…
Dio un paso adelante, con las manos formando puños.
Rápidamente, los Lejanos sacaron sus armas. El agricultor se congeló.
―Por favor, solo siéntese ―dijo el Alcalde―. Vamos a resolver
todo esto.
El granjero se escabulló de vuelta a su asiento, pero los Lejanos
no bajaron sus armas.
Nadie se atrevió hacer más preguntas. El ambiente en la sala se
volvió helado, y los murmullos se arremolinaban a mí alrededor como
alientos furtivos del viento. Estaba sola en esta multitud con el terror
rebanándome como lavadora con garras.
¿Qué iba a hacer?
Fuimos despedidos, y la gente comenzó a moverse hacia las
salidas. Adam Brewer desapareció por la puerta antes de que pudiera
ponerme el pie. Salté apresurándome tras él, chocando con varios
aldeanos y retorciéndome alrededor de un grupo de mujeres que
susurraban con los ojos abiertos. Pero cuando llegué a la calle, se había
desvanecido.
Los Lejanos ya estaban rumbo a los caminos, sus pisadas rápidas
y precisas.
Estaban empezando las búsquedas.
No pude tomarme el tiempo para ver a Adam Brewer. Tenía que
volver inmediatamente a la granja. Pero había un toque de queda,
ahora que no debíamos viajar más allá de nuestros hogares. Yo no
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podía estar fuera para hablar con él más tarde, no hasta que los Lejanos
se fueran.
Y no sabía cuánto tiempo iba a ser.
―¡Lia!
Ann se abrió paso entra la multitud para llegar a mí. Me giré
hacia ella, sin saber lo que quería. Después de todo lo que había
pasado, me di cuenta de que apenas la conocía. Apenas conocía a
nadie. Pero para mi sorpresa, ella tiró los brazos hacia mi cuello y
rompió a llorar.
―Ann ―le dije, volviendo la cabeza para buscar Lejanos―. ¿Qué
es eso? ¿Qué está mal?
―Aquí no ―susurró―. Vamos.
Entramos a un callejón lateral, ella se alejó de mí y puso sus
manos sobre su cara.
―Todo va mal ―sollozó―. Los Lejanos… golpearon a los
Ancianos. Amenazaron a mi padre. Están siendo tan crueles.
Intimidando a todos. Estoy muy asustada.
Se me cayó el saco de suministros en la nieve y puse mis brazos
alrededor de ella otra vez, tranquilizándola. Pero en el fondo de mi
mente, estaba calculando cuánto tiempo le tomaría a los Lejanos para
llegar a mi granja. Tenía que volver y advertirle a Gabe. Él podía
esconderse en el lugar debajo del granero si tenía tiempo.
―Yo también tengo miedo ―le dije. Y era verdad. Estaba
aterrorizada. Solo deseaba poder decirle por qué.
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Unas sombras bloquearon la luz al final del callejón. El Alcalde se
quedó mirándonos, flanqueado por Lejanos.
Ann tragó saliva y me miró, desesperada.
―¿Todavía vas a venir mañana por la noche?
―Yo… no lo sé.
¿Cómo demonios iba a ir a un evento social cuando todo esto
estaba pasando? Tenía que preocuparme por Gabe, los secretos de mis
padres y Adam Brewer.
―Ann ―dijo el Alcalde con firmeza.
La expresión de ella se volvió feroz.
―Tienes que venir, Lia Weaver. Prométemelo.
―No puedo prometer nada. ―Di un paso tras, mi mirada rodó
de ella hacia el Alcalde y los Lejanos con él.
Ann me agarró del brazo.
―Es muy importante, Lia. Lo digo en serio.
―Me tengo que ir. ―Me agarró el brazo suavemente con sus
manos, luego tomé mi saco de provisiones y hui por el camino a la
granja.
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Las huellas de los Lejanos demostraron que estaban delante de
mí. Escapé por el camino con el corazón palpitándome, esperando que
no fuera demasiado tarde. ¿Si van directamente a la granja? ¿Podría
detenerse primero en el camino? Mis faldas se agrupaban alrededor de
mis piernas obstaculizándome el paso, agarrándolas las levanté bien
alto para que pudiera correr. El aire frío se precipitó sobre mis
pantorrillas
Era casi un kilómetro a la granja, y corrí todo el camino. Llegué al
patio; rayas de sudor bajaban por mi cuello, espaldas y mis pulmones
estaban ardiendo. Los Lejanos estaban en casa. Ivy estaba en el porche.
Viéndome, pero sus ojos se deslizaron como si no lo hubiera hecho. Los
Lejanos no se giraron.
Me deslicé hasta el establo y entré. ¿Dónde estaba Gabe ahora?
¿Atrapado en la casa? ¿Qué harían ellos cuando lo encontraran? ¿Le
harían daño? Estaba mareada por el terror.
Unas manos se cerraron a mí alrededor, arrastrándome de vuelta.
Sujeté mi boca cerrándola para contener un grito, cuando Gabe me dio
la vuelta para mirarlo de frente. Su rostro estaba estirado y pálido.
―Lejanos ―jadeé―. Han venido desde el pueblo a buscarte…
Agarró mis brazos, silenciándome.
―Los vi. Por suerte, yo estaba aquí buscando los caballos cuando
llegaron. De lo contrario, todos podríamos ser detenidos en estos
momentos.
Nos miramos el uno al otro por un momento.
―¿Qué vas a hacer si te encuentran? ―susurré.
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―Matarme. ―Su garganta salto cuando tragó saliva―. Y quién
sabe lo que sucederá contigo y tus hermanos. Son completamente
despiadados. Tenemos que ocultarnos ahora.
―El cuarto…
Corrí al piso y presioné el botón oculto. La piedra se deslizó hacia
atrás, revelando la escalera de madera. Gabe bajó y miró hacia mí. Una
astilla de luz brillaba a través de las grietas de la pared del granero,
iluminando la mitad de su cara y uno de sus ojos azules brilló.
Miró aterrorizado.
―¿Lia?
―Quédate quieto ―le dije―. Voy a buscarte cuando todo esté
bien de nuevo.
Parecía que quería discutir, pero no había tiempo y los dos lo
sabíamos. Necesitaba estar aquí para manejar las cosas, no importa lo
peligrosos que estos hombres podrían ser.
Pasos golpeaban en el exterior. Oí las órdenes ahogadas y
suplicantes de la voz de Ivy.
El rostro de Gabe se contorsionó, estiró una mano y agarró la
mía, apretándola con fuerza. Comprendiéndolo. Le devolví el apretón,
y me soltó. Presionando el botón de nuevo, la piedra se deslizó hacia
atrás volviendo a su lugar.
Él estaba oculto.
Me enderecé cuando la puerta del granero se abrió y los Lejanos
entraron en el interior, seguidos por una pálida Ivy. Ella casi se
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desplomó cuando me vio.
―Lia ―exclamó, su voz temblorosa―. Aquí estás. Estos
hombres…
―Estarán aquí solo temporalmente ―dije alegremente,
sosteniendo su mirada con la mía.
Al menos que Gabe le haya dicho sobre la habitación (lo cual le
había pedido que no hiciera) pues ella no sabía de su existencia. Eso
era bueno, porque significaba que no podía accidentalmente dar pistas.
―Continúen con sus negocios, señores. No van a encontrar
objeciones de nuestra parte.
Los ojos de Ivy se abrieron en confusión al oír mis palabras, pero
moví mi mano en un brusco gesto de silencio, y apretó su boca,
cerrándola.
Los Lejanos se movieron alrededor de la habitación, pinchando el
heno y observando los cilindros del grano. Uno de ellos se acercó a mí
y me miró como si fuera basura del día de ayer.
―¿Estás a cargo de esta casa?
―Sí ―le dije, cruzando los brazos y alzando mi cabeza para
mirarlo a la cara. Mi cuerpo entero se sentía contraído por el terror,
pero me obligué a sonreír como si todo estuviera bien―. Yo soy. Acabo
de regresar del pueblo.
―Entonces debes saber nuestro propósito aquí. Debes cooperar
plenamente con nosotros.
―Sí ―Estuve de acuerdo―. Y lo haremos. Pido disculpas si mi
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hermana le ha dado algún problema, ella es joven e impulsiva.
Sus ojos fueron a Ivy y luego de vuelta a mí. Él sonrió.
―En nuestra tierra, los subordinados se mantienen bajo control.
No pude ayudarme a mí misma.
―Sí, como claramente lo demuestra su búsqueda de un fugitivo.
Me golpeó duro, y el sonido resonó a través de la habitación.
―No hables de nuevo con tus superiores, granjera ―dijo entre
dientes.
Me levanté lentamente con una mano presionando contra mi
mejilla palpitante. Esta vez, no lo miré a los ojos, pero no porque estaba
sometida. No, yo no quería que él viera la expresión asesina en la mía.
Uno de los soldados atravesó el granero, y sus botas golpearon
contra el círculo. Hizo una pausa, mirando hacia abajo
especulativamente, mi sangre se convirtió en hielo.
No.
Se inclinó hacia abajo, pasando sus dedos por los grabados de
allí. La desesperación inundó mi mente. ¿Cómo nosotros habíamos
pasado toda una vida sin encontrar esa puerta y este hombre
sospechaba después de un minuto?
Ivy gritó, sobresaltándome y llevando la atención del Lejano lejos
del piso. Corrió a través del granero hacia uno de los soldados que
estaba hurgando en el gallinero.
―No ―gritó ella, agarrando su brazo―. Vas a molestarlas, y
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entonces no van a poner.
―Ivy ―dije en voz alta.
Mi corazón latía con fuerza. Mantuve un ojo en el Lejano que
estaba solo a unos metros por encima del escondite de Gabe. Ahora él
se enfocaba en Ivy y en su compañero.
El soldado la sacudió.
―Suéltame, puta.
Agarré mis faldas y corrí hacia adelante.
―No toques a mi hermana.
Levantó una mano para golpearla, tiré de ella a mis brazos y
cerré los ojos. Un sonido de rugido llenó mis oídos. Me preparé.
―Caballeros ―cortó el líder Lejano, y su voz se deslizó por el
aire como un cuchillo―. Basta. Hemos terminado aquí, buscaremos
afuera.
El Lejano le dio a Ivy y a mí una última mirada desafiante antes
de continuar con el resto de los hombres hacia el patio. La puerta del
piso había sido olvidada.
Ivy hizo un sonido de sollozo, aplastándome en un abrazo.
―¿Estás bien?
―Estoy bien… ¿y tú? —Ella tocó la mancha roja de mi cara
donde el líder de los Lejanos me había abofeteado―. Fuiste muy
valiente.
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Exhalé con voz temblorosa. No tenía idea de lo cerca que acababa
de llegar a ser asesinada.
―¿Dónde está Gabe? ―susurró, mirando a su alrededor.
Me entraron ganas de reír. Ella era una heroína y ni siquiera lo
sabía. Pero yo no podía explícaselo todavía.
Tomando su mano, tiré de ella detrás de mí hacia el patio. Los
Lejanos estaban rodeando el borde del bosque, todos excepto el que me
dio una bofetada. Se puso de pie en la entrada de la granja; los ojos
trazando con una línea por alguna pista en la casa. Se dio la vuelta
hacia Ivy y yo.
―Eres tú, está la chica más joven, y ahí está tu lisiado hermano,
¿no?
Dudé.
―Sí, porque mi padres…
―Entonces, de quién son estas pisadas.
Señaló a las huellas de Gabe en la nieve, eran claramente más
grandes que las de una chica. Gabe había estado usando un par de
zapatos viejos de mi padre, los cuales dejaron sin ningún problema una
impresión en la nieve, en vez del patrón como el de los Lejanos.
Estaba claro que las huellas no eran de él o de sus hombres.
La sangre en mis venas se convirtió en hielo mientras esperaba la
respuesta a mi pregunta. A mi lado Ivy se puso rígida, y juntó las
manos apretándolas. No sabía qué decir, todas la palabras en mí se
congelaron, llenando mi garganta y negándose a salir.
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Un error y podríamos estar muertas.
―¿A quién llamas un lisiado? ―gritó alguien.
Ivy me miró, sorprendida. El Lejano se volvió con una gracia
lánguida y depredadora.
Jonn estaba en la puerta de la casa, entrecerrando los ojos al sol.
Contuve la respiración, la mano de mi hermana de deslizó en la mía y
la apretó fuerte cuando mi hermano miró con valentía al Lejano, con su
barbilla en el aire. Sus muletas no estaban a la vista.
El Lejano encuestó a mi hermano por un instante que pareció una
eternidad antes de escupir en la nieve para mostrar su desprecio a
todos nosotros.
―Ah ―gruñó. Había estado esperando atraparnos; podía verlo
en su contrariado rostro impasible.
No dije nada. Mis labios estaban secos. Y mi boca aún estaba
vacía de palabras.
El Lejano lo fulminó con la mirada, escupió de nuevo, y se alejó
para unirse a los otros soldados. En conjunto, se sumergieron en el
bosque y se habían ido.
El aire parecía llenar el patio de nuevo, como si el bosque mismo
hubiera exhalado de alivio.
Ivy y yo corrimos a casa. Jonn estaba apoyado contra la
barandilla del porche, el sudor rodeaba su frente y el labio superior.
Señaló hacia las muletas que yacían en la puerta, descansando antes de
que él saliera.
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―Solo puedo dar dos pasos por mi cuenta ―espetó, su rostro
estaba contraído por dolor y solo era visible de cerca―. Pero creo que
fue suficiente.
Las lágrimas de deslizaron por mis mejillas.
―Fue suficiente ―le susurré, ayudándolo a volver al interior. Ivy
agarró las muletas, y cerró las puertas detrás de nosotros.
―¿Qué pasa con Gabe? ―dijo Ivy, caminando hacia la
ventana―. ¿Dónde está él?
―Está escondido, y tiene que permanecer así hasta que esos
Lejanos se hayan ido.
Dudé, mirando sus valientes rostros. Ya era hora que lo supieran.
Todas nuestras vidas estaban en juego ahora, así que decírselos hacía
poca diferencia.
―Y hay algo que tengo que decirles, algo de mamá y papá.
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Capítulo 14 Traducido por: Elizzen
Corregido por: KatieGee
uando el sol había comenzado a deslizarse hacia el
horizonte y los Lejanos aún no habían regresado,
me llevé a mis hermanos al granero. Jonn cojeó en
las muletas con nuestro apoyo y Ivy le ayudó.
Ambos dieron un grito ahogado cuando apreté el botón y las piedras
se deslizaron para revelar las escaleras.
—¿Gabe? —llamé suavemente dentro del agujero.
Su rostro apareció en la oscuridad, mirando hacia mí y bajé por la
escalera. Me abrazó con fuerza cuando llegué al fondo y podía sentir
su corazón latiendo contra el mío.
—Te trajimos comida —dije retrocediendo y entregándole la
bolsa.
Detrás de mí, Jonn se había instalado en el peldaño superior. Ivy
los bajó lentamente, sujetando el farol encima de la cabeza y mirando a
su alrededor con asombro.
—Esto es increíble —suspiró ella—. ¿Así que ellos estaban
escondiendo esto de nosotros todo el tiempo?
C
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—Es difícil de creer, lo sé. —Pero cuando dije las palabras
recordé cosas, miradas que habían compartido en la mesa, las
ausencias que no han sido explicadas, conversaciones susurradas y
visitas al granero en las madrugadas mientras que se suponía que
íbamos a estar durmiendo. Mi pecho se apretó, me habría gustado que
nos lo hubieran dicho, aunque entendía por qué no lo habían hecho.
Ahora los echaba de menos tan profundamente. Me hubiera
gustado que estuvieran aquí para decirme lo que debo hacer con los
Lejanos, con Gabe, con esta supuesta puerta.
Gabe desapareció en la oscuridad y regresó con una caja.
—Está bastante oscuro aquí abajo incluso durante el día —dijo—,
pero un poco de luz viene a través de las grietas. Eché un vistazo a
muchos de estos papeles. Mira esto.
Era un libro de mapas. Pasé las paginas lentamente, la mayoría
de ellos eran solo lugares alrededor de La Helada, varias granjas y
valles. Nada especial. Algunas eran completamente ajenas para mí.
—Este es de Aeralis —explicó Gabe, tocando con el dedo, pero la
mayoría eran locales—. Pero mira esto —dijo sosteniendo una hacia la
luz.
El mapa fue hecho de vitela tan fina que parecía de cristal opaco.
Los dibujos fueron garabateados encima de la superficie, pero en una
extraña manera, poco sistemática, faltaban secciones, símbolos
incompletos, palabras a medio terminar. Lo sostuve a la luz
confundida, mi frente arrugada.
—¿No está terminado? —preguntó Ivy, mirando por encima de
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mi hombro.
—Hmm —dije, trazando algunas de las palabras con la punta de
mi dedo—. Creo que este mapa se supone que debe ir sobre otra hoja
de papel. ¿Ves cuan transparente es? —Lo puse encima de uno de los
otros mapas para demostrar—. Encuentra el mapa correcto y todas las
piezas se corresponderán.
—Este es el único mapa de La Helada entera que pude encontrar
—dijo Gabe de la vitela—. No hay otro como este.
Volví a mirar el libro y luego revolví la caja, pero no pude
encontrar nada que coincidiera con el mapa en mi mano.
—Parece como una precaución extra, tal vez —murmuró Ivy en
voz alta. Fue muy avispada, mi hermana.
—¿Crees que es el mapa que nos dirá dónde encontrar ese lugar
que estás buscando por… Echo y la puerta? —Encontré los ojos de
Gabe sobre la cabeza de Ivy.
—Creo que sí. Necesitamos ese mapa, Lia. No voy a encontrar la
puerta sin él.
Encontrarlo significa su seguridad, pero también significaba su
partida. Me dolía el corazón solo de pensarlo, pero no tenía tiempo que
perder en ese tipo de reflexión en este momento. Solo necesitábamos
que Gabe llegara al siguiente paso de su viaje. Era lo que necesitaba y
ahora sabíamos que era lo que mis padres hubieran hecho también.
Examiné el papel de nuevo. En un rincón, alguien había dibujado
apresuradamente una flor. Me parecía familiar, pero no podía recordar
por qué.
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—¿Alguno de los otros mapas tiene esta flor? —pregunté.
Buscamos en la caja, examinando cada uno con cuidado.
Ninguno de ellos lo tenía.
Y entonces me acordé.
—El Alcalde tenía un mapa —dije lentamente—. Lo vi en su
escritorio cuando fui a hablar con él. Tenía esta misma flor, estoy
segura de ello. Recuerdo que pensé que era extraño. En ese momento,
no tenía ni idea de lo que podría ser.
Y había dicho Echo.
—¿Crees que el mapa del Alcalde es la otra mitad? —preguntó
Gabe—. ¿Uno que coincide con éste?
Nuestros ojos se encontraron.
Los dos sabíamos que lo era.
—Tenemos que ver ese mapa.
Ivy se había acercado para mirar el libro y ahora se volvió y me
miró, arrugando la frente.
—¿Cómo diablos vas a echar un vistazo a un mapa que tiene el
alcalde?
Pero sonreí, porque un plan ya se estaba formando en mi cabeza.
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Me paré frente al espejo, mirando mi reflejo y no reconocí a la
chica mirándome de vuelta. Sus ojos eran solemnes, su cara estaba
serena pero blanca por el nerviosismo. Era delgada por la insuficiente
comida y demasiado trabajo duro, pero ella se mantuvo de pie porque
tenía una misión que cumplir. Y yo esperaba que esta chica fuera
alguien que hiciera que sus padres se sientan orgullosos, si pudieran
verla ahora.
El vestido de Ann encajaba perfectamente. La tela caía al suelo en
ondas de encaje, rozando las puntas de mis pies y las delicadas mangas
cubrían mis muñecas y hacían ondas cuando me movía. No tenía
guantes de seda de lujo ni joyas caras para ponerme con el vestido,
pero Ivy me había ayudado a poner mi pelo en una trenza elaborada,
con pequeños rizos que caían alrededor de mi cara. Incluso me había
echado un poco de polvo de arroz sobre mis mejillas para mejorar mi
cutis.
—Estás preciosa —dijo mi hermana con orgullo—. Tan bonita
como la hija del Alcalde.
Me reí de eso, porque Ann era mucho más hermosa que yo, no es
que me importara. La belleza era su propia carga y yo no la quería. Me
alisé la falda con las manos y toqué mis pálidas mejillas.
—Me veo aterrorizada.
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Jonn cojeó a la puerta con sus muletas y me estudió.
—Todo lo que tienes que hacer es hablar con Adam Brewer y
echar un vistazo a ese mapa. Lo harás bien. —Vaciló—. Me gustaría
poder ir en tu lugar.
—Tienes razón —dije rápidamente, con la esperanza de desviar
su culpa antes de que pueda atormentarlo—. Va a salir bien. —Me
deslicé unas pocas Flores del Invierno en las trenzas y di un paso atrás,
estudiando el efecto. Era casi la hora de irse.
Gabe estaba esperando junto al fuego. Se puso de pie cuando
entré en la habitación, su boca abierta.
—Te ves increíble —dijo.
—¿Agradable como para una chica Lejana? —le pregunté,
refugiándome de mi nerviosismo en un coqueteo tímido.
—Mejor —dijo, dando un paso más cerca.
—Deséame suerte —pedí en voz baja.
Se detuvo delante de mí.
—Suerte —dijo, sosteniendo la barbilla con su mano.
El calor se arrastró hasta mi cuello de nuevo y oscureció sus ojos.
Por un momento el resto de la habitación se sentía lejano y éramos solo
él y yo. Pero cada aliento que tomaba era doloroso, porque cada
segundo que pasaba era un segundo menos que tendría con él. Giré mi
cara, mis ojos escociendo y su mano cayó a su lado de nuevo.
El reloj dio la hora, declarando que llegaba tarde. Me alejé de
Gabe y recogí mi capa y guantes.
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—Volveré pronto.
Todos me observaban mientras me iba a la puerta y la abrí. Una
ráfaga de aire frío irrumpió a través de mi piel y abanicó mis mejillas
calientes. Era tarde por la tarde, lo social concluiría antes de la puesta
del sol por completo, para que no fuéramos vulnerables volviendo a
casa. Tomé una respiración profunda, salí al porche y cerré la puerta.
En el porche sola, levanté la barbilla y endurecí los hombros antes de
entrar en el camino hacia la aldea.
Era hacerlo o morir ahora.
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Capítulo 15 Traducción SOS por: AariS
Corregido por: KatieGee
internas coloreadas colgaban en los árboles alrededor
de la casa del Alcalde, y la música se escuchaba
desde las puertas abiertas. Los aldeanos se
arremolinaban en torno al patio vestidos con capas
ribeteadas en piel sobre sus ropas de lujo. La luz del sol resplandecía
sobre la nieve y hacía el día sentirse fresco a pesar de que la nieve aún
cubría la tierra y el frío persistía en el aire. En La Helada, un poco de
nieve nunca detenía ninguna celebración.
Pero a pesar de la música festiva y las decoraciones, las sonrisas
eran ligeras y las risas forzadas. En momentos de descuido, los rostros
se veían demacrados y pálidos, y las manos temblaban mientras
levantaban los vasos a las bocas.
Todo el mundo estaba asustado por los Lejanos.
Subí la larga línea de escalones hasta la casa del Alcalde
lentamente mientras consideraba de nuevo lo que debía hacerse. Tenía
que encontrar a Adam Brewer primero. Tenía que averiguar lo que
sabía.
—¿Lia?
L
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Cerré los ojos y respiré profundamente antes de darme la vuelta
para saludarle.
—Hola, Cole.
Estaba vestido de gala, su pelo peinado hacia atrás y las briznas
de barba que habían estado surgiendo en su barbilla afeitadas
suavemente. Se inclinó sobre mi mano en señal de saludo.
—No puedo creer que hayas venido. Ann estaba segura de que
no lo harías. —Hizo una pausa para mirarme por encima—. Te ves
increíble.
—Gracias. —Tiré de mi mano liberándola y recorrí la multitud
con la mirada—. ¿Ann dijo que yo no vendría?
—Estaba muy angustiada sobre eso —añadió.
Más problemas. Suspiré. Quería asegurarme de que Ann estaba
bien, pero tenía mi misión… necesitaba concentrarme. No tenía mucho
tiempo.
—¿Has visto a Adam Brewer?
Cole me miró boquiabierto.
—¿Adam Brewer?
Simplemente asentí. Tal vez estaba dentro.
La frente de Cole se apretó mientras me estudiaba.
—Has estado actuando extraño últimamente —dijo—. Apenas te
he visto durante las últimas semanas, y cada vez que lo hago tienes
prisa, o estás distraída, o perdida soñando despierta. Es como si de
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repente hubieras encontrado un nuevo propósito.
No tienes ni idea, pensé.
—Asegurarme de que mi familia sobrevive al invierno es
suficiente propósito, creo.
Cole sonrió y sacudió la cabeza.
—No seas tímida. Creo que estás interesada en alguien.
Le eché un vistazo rápido para mostrarle lo tonto que era eso,
pero mis mejillas se ruborizaron, traicionándome a medida que mi
mente volaba a Gabe y un aleteo calentaba mi estómago. Cole notó mi
sonrojo y se abalanzó sobre las pruebas incriminatorias.
—Lo sabía. Tenía razón.
Una sonrisa maliciosa, casi cruel, dividió su cara, pero no me
perdí el sentimiento furioso que destelló en sus ojos.
—¿Es Adam Brewer? —preguntó después de una pausa.
—¿Qué? No. ¿Estás loco?
—¿Por qué estás buscándolo, entonces?
Estaba haciendo demasiadas preguntas. Su obsesión conmigo
estaba yendo de molesta a peligrosa.
—Cole —dije con firmeza—. No estoy interesada en tus avances.
Su boca cayó abierta.
—Yo… yo… —tartamudeó—. Ruego tu perdón, Lia…
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—Deberías. Has estado importunándome durante meses a pesar
de mi obvio desinterés en ti. Hay persistencia esperanzadora, y hay
rudeza deliberada, y creo que has cruzado de una a la otra.
El color inundó su rostro, y su boca se retorció en una mueca. Sus
ojos cociéndose a fuego lento cuando se encontraron con los míos.
Estaba enfadado.
—Me alegro de que lo aclararas, entonces.
—Yo también. —Pero el malestar me hormigueaba. ¿Había sido
demasiado severa?
Vi a Adam Brewer por la puerta.
—Discúlpame —dije, mi tono seco. Recogiendo mis faldas, me
deslicé a través de la multitud hacia la parte delantera de la casa.
Se había ido cuando llegué al porche. Frustrada, me di la vuelta
para barrer el patio con la mirada otra vez. Unos pocos Lejanos iban y
venían por la puerta, sus expresiones duras y frías. Miré fuera y vi a
Ann con un vestido azul transparente con una taza de té en la mano. Se
sacudió contra el platillo cuando la bajó.
—¡Lia!
Traté de sonreír, pero la preocupación estaba royéndome las
entrañas, y mi boca se sentía congelada.
—Hola, Ann.
—Viniste —dijo, obvio alivio en sus ojos.
—No podía soportar no ponerme el vestido —dije, pero la broma
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cayó plana. La preocupación estaba comenzando a filtrarse a través de
mi fachada, y mi sonrisa se desvaneció.
Ann miró alrededor de nosotras a los otros invitados y luego
agarró mi mano.
—Vamos. Necesito hablar contigo.
Me arrastró adentro pasando las mesas llenas de deliciosa
comida y bebida, pero no tenía deseos de coger nada para comer
después. Mi estómago estaba anudado, y no tenía apetito. Pasamos a
los músicos y las parejas girando en la improvisada pista de baile
donde las alfombras habían sido recogidas y los muebles apartados.
Entramos en un pasillo estrecho que parecía la entrada del servicio.
Ann dejó caer mi brazo y cerró la puerta. Cuando se dio la vuelta,
su rostro estaba pálido y sus ojos muy abiertos.
—Tengo que contarte algo.
—¿Qué está pasando, Ann?
Se acercó a mí, lo suficientemente cerca para poder susurrar y
todavía ser oída sobre los acordes de la música al otro lado de la
puerta. Comenzó a hablar, luego se echó a llorar.
—Lo siento —se las arregló para decir, sollozando—. Es solo que
no sé a quién decírselo, pero tengo que decírselo a alguien. No quiero
molestarte con eso. No pretendo involucrarte…
—¿Involucrarme en qué? —El roer de mis entrañas se estaba
convirtiendo en pánico.
—Es mi padre —dijo, secándose los ojos—. Y los Lejanos. Oh,
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Lia. Trabaja para ellos.
—¿Qué?
—Lo averigüé hace solo unos meses. Él hace sus mandatos a
cambio de favores, por productos extra. Incluso ha visitado una de sus
ciudades… yo fui con él. Era el lugar más espantoso en el que he
estado nunca. Altos y oscuros edificios, montones de niebla, soldados
por todas partes.
Recordé cuando me había dado el vestido que llevaba, y cómo se
sacudió la última vez que lo había llevado con una mirada tensa.
—Pero los Lejanos son nuestros enemigos. No tenemos tratos con
ellos.
—Lo sé —susurró—. Esa es la cosa. Es su secreto. Está
pretendiendo simplemente cooperar con ellos con el deseo de paz, pero
ha estado haciendo eso durante años, y ahora está completamente bajo
su pulgar. ¿Por qué crees que les permitió entrar al pueblo y darle
órdenes a todo el mundo alrededor? Y ahora estoy asustada de que
incluso después de que encuentren a ese fugitivo al que están
buscando, no vayan a irse. —Se inclinó más cerca, y su voz cayó a un
susurro casi imperceptible—. ¿Alguna vez has oído hablar de una
organización llamada La Espina?
Escalofríos recorrieron mis brazos. Solo la miré fijamente.
»Se oponen a los Lejanos y a su crueldad, y ayudan a la gente a
escapar de Aeralis. Mi padre dice que algunas de las personas de
nuestra aldea trabajan con ellos, aunque no me va a decir de quién
sospecha. Los Lejanos saben de su existencia, pero no saben quiénes
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son o los matarían a todos. ¡Algunos de los aldeanos, Lia! Estoy
asustada. ¿Qué va a pasarnos?
¿Había sabido el Alcalde de mis padres? De repente era difícil
respirar. Presioné una mano en mi frente.
Ann agarró mi brazo.
—¿Estás bien?
La miré directamente a los ojos.
—¿Puedo confiar en ti?
—Por supuesto —dijo, sus ojos agrandándose.
—Hay cosas que no te he contado —dije—. Cosas que no puedo
contarte… todavía no. pero necesito desesperadamente tu ayuda.
Y entonces le expliqué lo que necesitaba que hiciera.
De vuelta en el piso principal, rodeé a la multitud buscando a
Adam. Era imperativo que lo encontrara. Más Lejanos se paraban junto
a las puertas y ventanas, mirando las festividades casi como si
estuvieran asegurándose de que nada saliera mal. Susurros se elevaron
por encima de la música a mí alrededor, y escuché retazos de
conversaciones. Algunos de los Lejanos no habían regresado de buscar
en las granjas. Estaban agitados, en el borde. Di un paso atrás en las
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sombras, sin desear nada más que esconderme de sus frías miradas.
Pasos. Alguien se detuvo cerca detrás de mí. Los pelos de mi
nuca se erizaron, y me puse rígida, levantando la barbilla y
pretendiendo indiferencia. ¿Un Lejano?
—Escuché que estabas buscándome —susurró una voz.
Adam Brewer. Estuve inmóvil un momento, empapada en alivio,
y luego me di la vuelta para enfrentarlo. En realidad nunca lo había
mirado así de cerca antes. Su pelo oscuro rozaba los bordes de su
camisa con cuello. Barba de tres días sombreaba su barbilla. Debía ser
mayor de lo que creía, tal vez unos años mayor que yo.
—Sí. Tenemos que hablar.
—Estoy escuchando —dijo.
La música estaba alta, lo suficientemente alta que sabía que podía
hablar en voz baja y no ser oída por casualidad. Mis labios apenas se
movieron mientras me dirigía a él.
—Lo que me dijiste en el bosque… ¿cómo lo sabías?
—¿Acerca de tu pretendiente? —Su labio se curvó un poco con
diversión. Estaba haciéndose el tonto.
—Acerca del círculo de piedras.
Su mirada cortó la mía, todo el humor se había ido.
—Aquí no —dije—. ¿Fuera?
Zigzagueamos a través de la multitud. Mi piel hormigueó
cuando pasé bajo la nariz de los Lejanos, pero no me dieron siquiera un
solo vistazo. Adam se quedó en silencio hasta que salimos al porche
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trasero, y luego me enfrentó. Ahora que tenía la seguridad de la
privacidad, continué.
—Lo que dijiste en el bosque acerca del cuento. Eso era alguna
clase de código, ¿no?
No confirmó que mi sospecha era acertada, pero no lo negó
tampoco. Rebusqué en los pliegues de mi vestido y desenganché el
broche de La Espina que había escondido allí antes, disfrazado
perfectamente contra los abalorios de plata del vestido. Estiré los
dedos, revelándoselo contra la pálida piel de mi palma.
Instantáneamente cubrió mi mano con la suya, escondiéndolo.
—¿Qué estás haciendo? ¿Sabes lo que significaría si eres
capturada con eso?
Su reacción fue la confirmación que necesitaba.
—Quiero que me cuentes todo lo que sepas. Todo. Nuestras
vidas pueden depender de ello.
Adam consideró la cuestión.
—¿Cómo puedo estar seguro de que puedo confiar en ti? —
murmuró.
—Estamos escondiendo al Lejano —dije. Era mi última carta, y
mi mayor apuesta.
Parpadeó. Obviamente estaba sorprendido, pero se recuperó
rápidamente y sonrió como si solo estuviéramos teniendo una
conversación agradable sobre el clima de invierno. En voz baja, dijo: —
¿Y qué sabes de mi familia?
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—Trabajaban con mis padres, creo. Y debes conocer bien el
bosque si pasas tiempo allí. Tú y tu familia están con La Espina,
también.
No lo negó.
—¿Y?
—Y vamos a necesitar su ayuda. Necesitamos poner a Gabe a
salvo.
—¿Gabe?
No hablé, pero él lo entendió todo solo por ese simple gesto, por
mi uso del nombre del Lejano. Podía verlo poniendo todas las piezas
juntas en su cabeza, y luego su mandíbula se flexionó mientras
consideraba sus palabras.
—Las emociones complican las cosas, Lia. ¿Estás segura de que
puedes hacer lo que se necesita hacer sin inmutarte?
—Puedo hacer cualquier cosa que me proponga —dije—. ¿Ahora
vas a ayudarme o no?
—¿Qué tenías en mente?
—Necesita llegar a un lugar llamado Echo. ¿Alguna vez has oído
hablar de él?
La expresión de Adam me dijo que, en efecto, había oído hablar
de él. Sus ojos se agrandaron ligeramente y su mandíbula se flexionó.
—No sabemos dónde está —dijo finalmente—. Tus padres tenían
la mayoría de los mapas, y los perdieron esa noche… —se
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interrumpió—. Bueno, es seguro decir que el mapa que necesitamos ha
desaparecido ahora.
La mención a sus muertes envió dolor a través de mi pecho, pero
seguí adelante.
—Lo sé. Pero tengo un plan. Creo que sé dónde encontrarlo.
Ann me encontró por los refrescos. Se puso a mi lado y me apretó
el brazo, la señal acordada.
Había tenido éxito.
El Alcalde estaba dando un discurso, y los asistentes a la fiesta se
habían congregado a su alrededor para escuchar. Juntas, nos
deslizamos lejos del resto y hacia las escaleras. Algunos de los ojos de
los Lejanos nos siguieron, pero parecían aburridos. Nadie más se dio
cuenta.
Una vez que habíamos rodeado la escalera, Ann sacó la llave del
estudio de su padre.
—No puedo creer que esté haciendo esto —susurró, sus ojos
redondos mientras la miraba en su mano.
—Deprisa —dije, tomándola de su mano y levantando mis faldas
para poder subir las escaleras—. Tenemos que hacer esto mientras todo
el mundo está aún distraído.
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La cerradura del estudio del Alcalde giró fácilmente con la llave.
Ann se quedó fuera, su pie golpeando nerviosamente. Cerré la puerta y
miré alrededor.
Era igual que había sido antes. Estanterías, una ventana alta
dejando entrar la pálida luz, el enorme escritorio cubierto de papeles.
Fui al escritorio y empujé las misivas y cartas a un lado, buscando el
mapa. Pero había desaparecido.
Mordiéndome el labio, miré alrededor. ¿Dónde podía haberlo
puesto? ¿En uno de los libros de la estantería? ¿En uno de los cajones
del escritorio? El pánico me apretó. ¿Qué pasaba si no podía
encontrarlo?
Me apoyé contra el escritorio, y mis dedos rozaron un diminuto
botón. Pensando en las piedras en nuestro granero, lo presioné.
La parte superior del escritorio se deslizó hacia atrás, revelando
un espacio hueco relleno de papeles. Rebusqué entre ellos
rápidamente, y mi aliento se atascó en mi pecho cuando vi docenas de
informes de los Lejanos con la firma del alcalde en la parte inferior.
Había estado buscando a La Espina para ellos. Había estado espiando
a su propia gente con la intención de traicionarlos. ¿Qué le había
pasado a mantenerse al margen de los problemas de otras personas? Y
parecía que había sido generosamente compensado a cambio. Algunos
de los papeles detallaban los suministros extras que había recibido en
pago: azúcar, caras telas, muebles y carnes y viajes a Aeralis.
Encontré el mapa en el fondo de la pila. Lo desdoblé y lo extendí
sobre la parte superior del escritorio, mis ojos buscando los garabatos
de la mención a Echo. No me atrevía a intentar cogerlo. Tenía que
copiarlo todo, y rápido. Tirando del papel fino que había traído de la
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manga de mi vestido, lo presioné sobre el mapa. Tracé las ubicaciones
lo más fielmente al original que pude.
—¿Lia? —llamó Ann desde el otro lado de la puerta—. Date
prisa. Creo que oigo a alguien viniendo.
Trabajé más rápido. Cuando terminé, metí el mapa de nuevo en
el compartimento secreto y presioné el botón para cerrarlo. Corrí a la
puerta.
—¿Lo encontraste? —preguntó Ann. Se mordió el labio y miró
por encima de su hombro mientras yo facilitaba que se cerrara la
puerta detrás de mí. Alguien estaba viniendo, podía oír el ruido sordo
de sus pasos.
Asentí.
—Lo encontré. Vámonos.
Nos alisamos las faldas y caminamos lentamente, inclinando
nuestras cabezas hacia abajo como si estuviéramos compartiendo un
secreto.
Un par de Lejanos nos pasaron en el pasillo, hablando en tono
bajo. No nos miraron a la cara, y un murmullo de su conversación llegó
a mis oídos mientras los pasábamos.
—…hacer otro barrido de las granjas mañana… —estaba
diciendo uno—. Hemos recibido un soplo acerca de esa familia, los
Weavers. Vamos a destrozar su propiedad en busca de ese pequeño
bastardo tan pronto como haya luz de nuevo. Díselo a los demás.
La frialdad se deslizó a través de mí mientras Ann jadeaba
suavemente ante la mención de nosotros. Agarré su mano y apreté
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fuerte, recordándole estar en silencio. No sabían quiénes éramos. Me
tomó todo lo que tenía seguir caminando tranquilamente.
Alguien nos había traicionado.
Mi mente fue inmediatamente a Adam Brewer. Pero eso no podía
ser cierto… ¿o sí? Me había dicho dónde encontrar las cosas de La
Espina. Ya nos había ayudado.
Simplemente no sabía qué creer.
Cuando alcanzamos las escaleras, Ann se desplomó contra el riel.
—Lia, tu familia. ¿Crees que fue mi padre quien les dijo…?
—No lo sé. Pero eso no importa ahora mismo. —Me sentí
congelada en calma, pero tal vez era solo shock. Mis manos estaban
pegajosas y temblorosas, pero mi voz era firme—. Sé lo que tengo que
hacer.
De cualquier manera, tenía el mapa. Ahora solo tenía que poner a
Gabe a salvo. No podía dejarle otra vez en la habitación secreta, casi la
habían descubierto la última vez, y sabía con una certeza feroz que
serían incluso más exhaustivos esta vez. No, teníamos que movernos
esta noche.
—Estoy tan asustada —sollozó—. Padre está atrapado como una
rata en una trampa con sus negocios con los Lejanos, y tú… ¿qué
pasará contigo y tu familia?
—No te preocupes por mí —dije. Ya estaba calculando cuánto
tiempo tendríamos, qué tendría que hacerse. Si venían a destrozar
nuestra casa buscando a Gabe, entonces tendríamos que sacarlo esta
noche—. Tengo un plan.
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—Son despiadados, Lia —dijo—. Una vez, cuando estaba en su
ciudad, vi a un grupo de ellos matar a un hombre porque había
escupido en sus zapatos.
Un escalofrío me recorrió la espina dorsal.
—Tendré cuidado. Lo prometo. Nos encargaremos de todo esta
noche.
Agarró mi manga, deteniéndome cuando me di la vuelta.
—¿Qué pasa si te atrapan?
No podía pensar en eso ahora mismo. Si me permitía a mí misma
sentir el miedo que lamía los bordes de mi mente, nunca me movería.
—Tendré cuidado —repetí.
Sus dedos se deslizaron por mi manga a mi mano, y apretó mi
palma en despedida.
—Gracias por ayudarme, Ann —susurré.
Asintió, y su labio tembló.
—Siento no poder hacer más.
Le sonreí. Mi valiente, mejor amiga. A través de las ventanas,
pude ver que el cielo estaba comenzando a volverse dorado-
anaranjado. La noche se estaba aproximando.
—Tengo que irme —dije.
—Ten cuidado.
Su sonrisa se rompió en pedazos mientras apretaba mi mano con
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la suya.
Fui a buscar a Adam. Tenía que decirle que los planes habían
cambiado. Teníamos que llevar a Gabe esta noche.
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Capítulo 16 Traducido por: Vafitv
Corregido por: Cr!sly
aliendo de la fiesta, me dirigí hacia la aldea y al
bosque tan rápido como pude sin llamar la
atención. La nieve empezó a caer, espesa y rápida;
una pared blanca entre el resto del mundo y yo. El
cielo estaba gris pizarra y los árboles solo eran barras negras a mi lado.
Caminé rápido, mi respiración estaba entrecortada por el aire helado
mientras luchaba por seguir. Tenía que darme prisa.
Una sombra iba a la deriva a mi derecha —Adam—, pero no nos
hablamos, no nos reconocimos el uno al otro. Cuando llegamos a la
intersección en el camino, él se detuvo. Sus ojos se encontraron con los
míos por una vez. No dije nada. Él tampoco.
Nos separamos después de un momento y volví la cabeza para
mirar tras él. Caminaba rápido, con la cabeza baja y el viento agitando
su capa alrededor de sus hombros. Tomé otra respiración profunda y
continué sola.
S
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Subí la colina hasta la granja mientras el atardecer resplandecía y
las copas de los árboles se incendiaban. La mayoría no describiría a la
helada como hermosa, pero yo vi su belleza en aquel momento. La
granja se extendía por debajo de mí y me detuve para tomar una larga
mirada a la vida que mis padres habían construido aquí; con el
derrumbe, habían encalado la casa, el granero destartalado, el prado,
el establo y el perímetro de árboles que rodeaba todo como las manos
que se ciernen de un enemigo congelado. Todo parecía tan frágil, como
si hubiera sido construido todo de cáscaras de huevo y sueños encima
del hielo. Y pensé que podría destruirlo todo con lo que estábamos
haciendo, pero sabía con una certeza terrible y feroz de que iba hacerlo
de todos modos y que había algunas cosas que importaban más que la
seguridad. El viento soplaba, acariciando mis mejillas y llevando
consigo el sabor del hielo.
Caminé por la colina. Mis piernas estaban débiles con alivio. Lo
había hecho.
Ivy y John alzaron la vista con inquietud desde el hilo en sus
regazos. Arrojé mi capa deprisa y me dirigí directamente hacia el
fuego a calentarme. No vi a Gabe en ninguna parte.
—¿Dónde está él? —pregunté.
—En el granero, debajo del piso. Pensó que era lo más seguro.
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—¿Tú…? —Ivy tenía miedo de expresar incluso las palabras.
Asentí, severa pero orgullosa.
—Lo conseguí.
Su boca se curvó en la más leve sonrisa y se inclinó sobre su
trabajo de nuevo, pero sus dedos temblaban y sus ojos se cerraron con
alivio. Pensé que ella había crecido mucho en los últimos meses; esto
persistía en mi cabeza y estaba orgullosa de ella.
—¿Qué pasa con Adam Brewer? —preguntó Jonn.
—Hablé con él y le mostré el broche. Él lo reconoció. —Me
incliné para calentar mis manos contra el calor del fuego—. Su familia
conoce estos bosques. Él nos va ayudar.
—¿Pero cómo podemos confiar en ellos? —protestó Ivy—. ¿No
deberíamos esperar hasta que estemos seguros?
Chica inteligente. Me encontré directamente con sus ojos. Se
estaba convirtiendo en una mujer muy fuerte, una joven inteligente.
Pero también sus palabras eran inteligentes, cuidadosas, exactamente
las que yo podría decir…
—Puede que no tengamos otra opción —dijo en voz baja Jonn,
examinando mi rostro—. ¿Tengo razón?
Asentí lentamente.
—Oí por casualidad la conversación de los lejanos. Ellos están
haciendo otro barrido de las granjas. Creen que él está siendo ocultado
por uno de los aldeanos. Sospechan de nosotros, les oí decirlo. —Tomé
una respiración profunda y solté el aire—. No sé quién les dio nuestro
nombre. Tal vez el Alcalde. —Recordé mi visita cuando fui a verlo,
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como me había mirado con tal frialdad. Como lo había oído por
casualidad decir los nombres de mis padres.
¿Qué sabía él de nosotros? ¿Sabía de La Espina, del cuarto secreto
debajo del piso del granero?
No mencioné mis sospechas sobre Adam. Si él era el que nos
había traicionado, entonces todo estaba perdido. Nosotros no
podríamos hacer esto sin él.
Fui a la cocina y cogí la linterna.
—No hay tiempo para hacer planes y esperanzas de cambios de
circunstancias para bien. Tenemos el mapa. Ahora vamos a tener que
movernos esta noche.
Sus ojos me seguían cuando fui a la puerta. Encendí la linterna y
salí al encuentro de la noche. La nieve se arremolinaba alrededor mío,
rozando mis mejillas como polillas gordas y blancas en la oscuridad.
Crucé el patio a la entrada de los bosques y colgué la linterna sobre la
rama más alta del árbol más alto y más desnudo. La flama brillaba
cerca en la oscuridad, a solo un parpadeo tan tenue como una estrella
capturada. A lo lejos, sabía que Adam miraría por el telescopio que me
había descrito, lo vería y sabría que era el momento.
Después de una última mirada a la luz vacilante jugando en la
nieve, entré en el establo y presioné el botón para abrir la habitación
secreta.
Gabe estaba esperando en los escalones, con sus brazos cruzados
y su cabeza apoyada contra la pared. Abrió sus ojos y me vio
descender las escaleras. Había tantas palabras por decir, tantas
preguntas por hacer, pero no dijo ninguna de ellas. Solo me miró y el
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dolor en mi pecho era casi insoportable. Me dejé caer al suelo junto a él
y puse mi cabeza contra la pared al lado de la suya. El aire alrededor
de nosotros era íntimo, caliente y chispas crepitaban entre los lugares
donde nuestros brazos casi se tocaban.
—Todo salió bien —le dije, por fin—. Ann me ayudó a entrar
dentro de la oficina del Alcalde y encontré el mapa. Hablé con Adam
Brewer y ellos estuvieron de acuerdo con ayudarnos. Todo va según lo
planeado.
Volvió su cabeza un poco y entonces me estaba mirando
directamente a los ojos y la mirada en sus ojos me partió por la mitad.
—Entonces, ¿por qué estás tan triste?
La picadura comenzó detrás de mis ojos. Parpadeé,
manteniéndome a la raya.
—¿Alguna vez has sentido que es demasiado peligroso amar a
las personas?
Él estaba tranquilo. Algo brillaba en sus ojos.
»Mis padres y ahora tú. —Me di cuenta demasiado tarde de mi
confesión y lo miré rápidamente. Extendió su mano para tocar mi
mejilla y me precipité—. Sigo perdiendo a las personas. Bueno, a veces
me pregunto si vale la pena. ¿Toda esta lucha para sentir pena? Sigo
sangrando y sangrando, y parece que nunca parará.
—Lía, quizás… —Él comenzó, pero puse mi mano en su boca. Si
hubiera escuchado sus palabras no podría ser capaz de continuar.
—Tienes que irte esta noche —le dije, mi garganta apretada. Y no
quiero, pensé. Pero esas palabras era mejor dejarlas sin decirlas, tal
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vez—. Los Lejanos están viniendo de nuevo a la granja mañana,
después de que el peligro de los observadores haya pasado. Les oí
diciéndolo en la reunión. No tenemos mucho tiempo.
Una lágrima se deslizó por mi rostro y cayó como una gota de
lluvia. Su pulgar rozó el rastro húmedo que dejó atrás y dijo mi
nombre con tanta suavidad que pensé que iba a romperme.
—Tienes razón —dijo—. No es seguro para ti si me quedo y no
hay vida para mí, aquí.
—Lo sé —le dije—. Sé todo eso. Pero saberlo no significa que sea
más fácil.
Me dio un beso al principio como si tuviera miedo que me
rompiera y luego me besó como si fuera la última cosa que alguna vez
haría.
El mundo fuera estaba negro, el cielo estaba nublado pero sin
nieve cuando salimos del granero. La interna brillaba contra la nieve y
se proyectaba alrededor de los árboles en relieve. Vi un destello de
movimiento en el bosque, una ondulación de piel y garras que se
derretían en la oscuridad tan rápido que solo podría habérmelo
imaginado. Una gota fría de anticipación se deslizó por mi espalda y
me hizo temblar.
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Nos deslizamos dentro de la casa. Ivy tenía una bolsa de
alimentos envasados y se los entregó a Gabe sin decir nada. Todo el
mundo de repente no tenía nada que decir. Ivy lo abrazó fuerte y él y
Jonn estrecharon sus manos. Yo rondaba por la puerta, tensa y llena de
emociones turbulentas. Tomando una respiración profunda, fijé mi
broche que le pertenecía a mis padres a mi capa. Si nos atrapaban con
Gabe en el bosque, ellos sabrían quiénes éramos de todos modos.
Llevarlo me hizo sentirme más cerca de mis padres.
Terminamos nuestras despedidas. Ivy estaba llorando
abiertamente ahora, las lágrimas goteaban de su barbilla. El rostro de
Jonn había tomado una cualidad grisácea. Ellos se acurrucaron junto al
fuego, nos miraban deseándonos seguridad en su silencio. Se veían tan
pequeños y encogidos, me di vuelta y me dirigí a la puerta, así no tenía
que ver el terror en sus ojos.
De alguna manera, me alegré de ser quien se iba. Esperar aquí,
con tensión por cada hora y el sonido de unos pasos que vuelven
parecía la más cruel tarea de todas.
Gabe se abrigó él mismo en una de las viejas capas grises de mi
padre, aceptó el saco de comida de Ivy y tomó un puñado de Flores
del Invierno del manojo seco de la chimenea. Me acompañó a la puerta
y, juntos, salimos al patio.
En el árbol, bajo la luz, vi a Adam esperando con uno de sus
hermanos, con los rostros ocultos bajo sus capas. Expiré en un
suspiro. Una parte de mí temía que ellos irían acompañados de
soldados.
Gabe se detuvo.
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—¿Estamos seguros que podemos confiar en ellos?
—Tenemos que hacerlo —le dije suavemente—. Realmente no
tenemos otra opción.
Adam retiró su capucha cuando nos acercamos, su mirada fija
sobre mí y luego en Gabe. Sus ojos se detuvieron en Gabe y levantó
una ceja lentamente, apretando su boca, como si estuviera viendo algo
que lo sorprendió. Miré de uno al otro, pero no podía ver lo que tenía
tan interesado a Adam de repente. Tal vez no me había creído que
Gabe realmente era un lejano.
Finalmente Adam habló.
—Este es mi hermano mayor, Abel. Solo él y yo les
acompañaremos esta noche. Lo mejor es viajar en grupos pequeños en
las profundidades de La Helada, para evitar atraer demasiada atención
de los observadores y cualquier otra persona que pudiera estar
mirando.
Después de un momento, Gabe extendió una mano y Adam lo
miró un momento antes de estrecharlo.
—¿No tienes más tecnología de Lejano sobre ti? —preguntó él.
—¿Qué? —La frente de Gabe se arrugó en confusión.
—Los Observadores se sienten atraídos por ella. Pueden sentirlo
de alguna manera. Si llevas algo, deshazte de ello.
—Yo, yo no… —dijo Gabe—. Quiero decir que no.
Algo sobre Adam lo había puesto nervioso. Le di una mirada
curiosa, pero él no lo reconoció. Su mandíbula se movió un poco.
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Adam se cruzó de brazos y se volvió hacia mí. Miró el broche que
había fijado a mi capa, pero no hizo ningún comentario al respecto.
—¿Tienes el mapa?
Saqué el dibujo improvisado que había hecho y se lo extendí sin
decir palabra, junto con la pieza transparente a juego. Él los puso
juntos, sus ojos se iluminaron y su boca se arqueó en una sonrisa
maliciosa mientras silenciosamente absorbía la información. Ahora la
sección marcada con X tenía ruinas que están al acecho bajo la
superficie lisa del lago.
—Esto es increíble —murmuró—. Hemos estado buscando
durante meses, pero en todos los lugares equivocados… Tus padres
eran los únicos que sabían la ubicación. Ellos eran los que tenían los
mapas, ya ves. —Se pasó una mano sobre la vitela—. Esto es
innovador.
—Es inteligente —le dije—. En lugar de un mapa de Echo, había
que tener las dos partes. El Alcalde no tiene ni idea de dónde está, o
incluso lo qué es, a pesar de que tiene una mitad. Probablemente
piensa que tiene todo esto, también, ya que su versión es opaca.
Adam asintió, todavía estudiando los papeles.
—¿Tomará mucho tiempo llegar allí? —preguntó Gabe.
—No es demasiado lejos —murmuró Adam, alzando los ojos de
los papeles—. Una hora a pie, tal vez menos.
—Tomaremos los caballos —dije.
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Cabalgamos fuera tan pronto como habíamos ensillado a los
caballos. Gabe y yo montamos a caballo juntos en uno y Adam y su
hermano en el otro. Había estado preocupada acerca de cómo Adam y
Abel irían a caballo, ya que la mayoría de aldeanos del pueblo hacían
poca equitación, pero ellos cabalgaban bien. Me acordé que su familia
no era originalmente de La Helada y una parte de mí se preguntaba
cuál era su pasado y por qué él estaba envuelto en todo esto ahora.
Adam parecía tomar nota de la forma que cabalgábamos juntos,
los brazos de Gabe alrededor mío. Tenía la sensación que esos ojos
oscuros vieron y tomaron una nota de todo. Pero no hizo ningún
comentario. Estaba agradecida.
Nos sumergimos en el bosque y las espinas azotaron mis brazos
mientras las ramas se enganchaban en nuestras ropas y raspaban
nuestras caras como manos esqueléticas. Llevaba la linterna y la luz
brillaba sobre el hielo y la nieve; transformó el mundo ante nosotros en
un país de las maravillas de belleza silenciosa. Otra vez fui golpeada
por la majestuosidad de mi casa y con este asombro experimenté un
fuerte deseo de luchar contra la fealdad que había infectado a nuestro
pueblo y el mundo de los lejanos y más allá.
Adam tiró de su caballo de modo que él y Abel cabalgaran en
paralelo a nosotros.
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—Manténgase atentos a los Observadores. —Su voz era baja y
controlada. No oí ningún miedo en él—. Ellos pueden sentir nuestro
calor corporal, pero nos van a dejar en paz si se toman las precauciones
adecuadas.
Mis ojos se posaron en su cinturón, donde un grupo de Flores
del Invierno colgaban. Él tenía otras cosas que colgaban de su hombro
y pecho, paquetes y artilugios que no conocía. Abel parecía el tipo
fuerte y silencioso basado en las pocas palabras que había pronunciado
hasta ahora, llevaba elementos similares.
—¿Cómo es que solo mis padres sabían el camino hacia esta
puerta antes? —pregunté.
Adam tiró de las riendas sobre el cuello de su caballo, igualando
el ritmo de mi montura.
—Es la forma que La Espina opera. Cada persona es una pieza
de una maquina más grande… al igual que aquí en el pueblo. Cada
operario solo conoce lo que debe saber para llevar a cabo su trabajo. Tu
madre mantenía el contacto con La Espina y mis padres interceptaban
a las personas que enviaban a La Helada. Tu padre era el que los
llevaba a la puerta.
Pensar en ellos hizo que mis ojos se llenaran de brumas. Todo
este tiempo habían continuado estas actividades secretas y Jonn, Ivy y
yo nunca lo habíamos sospechado. Me habría gustado que estuvieran
aquí ahora para guiarnos a la puerta misteriosa.
—¿Qué sabes tú de nuestro destino? —pregunté.
Adam consideró sus palabras.
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—La puerta es una magia antigua, bastante poderosa para
transportar a un hombre. ¿Has escuchado las historias de los antiguos
portales de nuestros antepasados?
Asentí.
—Mi abuela me contaba acerca de ellos, cuando era una niña.
Los portales eran míticos, casi cuentos de hadas. Una vez habían
conectado lugares de todo el mundo. La gente había dado un paso por
ellos y había salido en miles de lugares a kilómetros de distancia.
—Solían haber muchos de ellos en este mundo, pero todos se
han ido ahora. Todos, excepto este, es un lugar llamado Echo. Pocos
saben que está aquí. Tiene mucho poder, pero Los Lejanos no lo
pueden tocar porque los Observadores lo defienden —dijo Adam.
—¿Los Observadores lo defienden?
—¿Dónde crees que obtuvieron su nombre?
Nunca lo había pensado demasiado.
—Pensé que ellos cuidaban de La Helada.
—Y lo hacen. Son parte de un tiempo antiguo, el remanente de
una antigua raza —dijo él—. Ellos han estado aquí muchos años,
protegiendo este lugar. Es el por qué nuestro pueblo y los demás en La
Helada han permanecido tan protegidos e indemnes de la construcción
del imperio durante tanto tiempo. —Su mirada se dirigió a Gabe, que
había estado tranquilo—. Los de Aeralis tienen sus propias historias
acerca de los Observadores, al igual que nosotros de aquí del pueblo
tenemos la nuestra. Nadie recuerda nada de sus orígenes. Solo hay
altas especulaciones, cuentos, teorías sin ninguna prueba. Algunos
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dicen que son bestias, algunos dicen que son fantasmas. Pocos los han
visto y aún menos los han visto bien.
—Pero, ¿de dónde vienen ellos? —pregunté—. ¿Cuál era esta
Antigua raza?
Adam levantó una rama y lo sostuvo para que pudiéramos
montar por debajo.
—Hay todo un mundo entero aquí antes que el nuestro y los
Observadores son solo la punta visible de lo que queda.
Solamente pensar en ello me dejó sin aliento. Miré fijamente el
mundo de blanco como la nieve que nos rodeaba, en los pinos
plumosos y hondonadas iluminados por la luna. ¿Qué secretos
olvidados había debajo de este rostro helado?
Los brazos de Gabe se apretaron a mí alrededor.
—En mi país llamamos a la gente de este lugar Los Olvidados. La
mayoría de ellos creen que son un mito. Son de una época de hace
tanto tiempo que nadie tiene constancia de ello.
—¿Y los Observadores son de ese tiempo también? ¿Cómo,
todavía estaban vivos?
—¿Quién dijo que los Observadores estaban vivos? —murmuró
Adam.
Me quedé en silencio, un escalofrío bajaba por mi espina dorsal.
Los caballos se espantaron bruscamente, resoplando, busqué a
tientas las riendas de mi caballo cuando el pánico se extendió sobre mis
hombros. Adam giró su caballo y levantó la linterna, oí a su hermano
murmurar algo y punto. La luz de la linterna brillaba sobre la nieve y
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vi en la oscuridad sangre filtrándose y una mano, los dedos cerrándose
en un puño medio deformado. Un uniforme gris oscuro vistió el brazo.
Otros cuerpos se extendían más allá, con los rostros ocultos en la
nieve.
Adam bajó de un salto y se acercó a los cadáveres, de rodillas
junto a ellos en busca de signos de vida.
—Lejanos.
El mareo se apoderó de mí. Miré a Gabe. Su boca estaba en una
línea apretada a la vista de los cuerpos, pero su rostro no traicionó
ninguna emoción.
—Ellos vinieron a nuestra granja, se fueron al bosque esta tarde
—dije—. Escuché en la reunión que no habían vuelto.
—Llevaban tecnología —dijo Adam, sosteniendo unos pocos
dispositivos con la punta de sus dedos. Sacudiendo las cosas en la
nieve, él montó de nuevo y espoleó a su caballo al galope. Lo seguí,
dejando los cuerpos detrás de nosotros.
Cabalgamos durante lo que pareció una eternidad de
respiraciones sostenidas y miradas ansiosas sobre nuestros hombros.
Rastreé cada sombra, esforzándome por cada movimiento bajo los
árboles que podrían indicar observadores, pero la noche estaba vacía.
Los caballos resoplaron, vapor levantándose de ellos que se marchitaba
a la luz de la linterna.
Bruscamente, el crujido de la nieve dio paso al ruido de los cascos
de los caballos contra la piedra. Me quedé sin aliento cuando pilares de
piedra se elevaron en la oscuridad alrededor de nosotros.
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Sombras repartidas ante la luz de las linternas como fantasmas,
revelando extrañas formas cubiertas de hielo y estructuras. Era una
hermosa ruina cubierta de nieve. Delante, un lago de hielo brilló como
una hoja de cristal.
Echo.
—Allí —dijo Adam, señalando—. ¿Lo ves?
A través de la oscuridad en el borde del lago, vi el brillo tenue de
metal. Cabalgamos hacia adelante y cuando la luz de la linterna tocó
las sombras, mi boca cayó abierta y luché por respirar.
—¿Qué es eso?
—Es uno de sus edificios —dijo Adam.
—¿Los Antiguos?
—Los Olvidados —murmuró Gabe.
Esto se elevaba de la oscuridad, una cosa que brillaba y temblaba
a la luz de nuestra linterna, su superficie era resbaladiza por la nieve y
el hielo. El techo era suave y blanco como un huevo. Un enredo de
árboles caídos y rocas se apoyaban contra uno de los lados y unas
fauces enormes negras formaron una boca en la otra. Desmontamos y
entramos en la oscuridad juntos, dejando a los caballos atados y
rodeados de Flores del Invierno.
Descendimos a pie lo que parecieron horas. Soportes de metal
extraño se levantaban del techo sobre nuestras cabezas y tallados
intrincados cubrían las paredes. La luz de la linterna hizo todo
destellar y brillar.
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—¿Qué tan grande es este lugar? —pregunté, mi voz resonó.
Nadie me contestó, porque nadie lo sabía. Seguimos caminando.
Un espacio tan vasto como una caverna resonó con nuestros
pasos y la linterna lentamente iluminó lo que había a nuestro
alrededor. Parte del techo se había caído, dejando al descubierto las
estrellas del cielo. Vigas enormes de metal se enrollaban como
tentáculos en la nieve que había caído en el interior de la estructura,
enmarcando un círculo que nos enfrentaba como un gran ojo
durmiente. Era una puerta, un portal, y no se parecía a nada que yo
alguna vez hubiera visto antes.
—Rápido —dijo Adam, trepamos a través del hielo liso hacia
aquel lugar. El viento susurraba a través del agujero en el techo de la
estructura, esparciendo fragmentos pequeños de hielo y enfriando mi
cara. A mi lado, Gabe estaba pálido y silencioso. Su mano encontró la
mía y la apretó.
Nos detuvimos ante la puerta.
—¿Qué hacemos ahora? —pregunté.
—Tenemos que encenderlo. —Adam fue pasando sus manos
sobre el metal, volviendo la cabeza hacia atrás y hacia adelante.
—Hay un panel, ayúdame a buscar…
Su hermano se unió a él. No entendía lo que quería decir, pero
Gabe pareció entender, soltó mi mano y se fue corriendo más abajo.
—Aquí —dijo Adam después de un momento, con un tono
agudo por el entusiasmo—. No puedo comprender cómo está todavía,
después de tanto tiempo.
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Gabe corrió a su lado, sus dedos moviéndose sobre la pieza de
metal, entonces el aire zumbaba. La luz rayada sobre el lado de la
puerta y el círculo empezó a brillar con un rojo pálido.
Un escalofrió me recorrió cuando el poder vibraba por el suelo a
mis pies e hizo que los pelos de mis brazos cosquillaran.
—Ya es hora. La energía atraerá a los Observadores, debemos ser
rápidos. —Adam miró a Gabe y luego a mí—. Digan sus despedidas.
Gabe y yo frente a frente. Este era el momento final. Ahora que
estaba aquí, no parecía real. Mi corazón latía con fuerza y me dolían las
manos cuando cogí su cara con ellas. Sus ojos se clavaron en los míos.
—Ven conmigo —dijo, tímido e insistente de repente.
Pensé en Ivy, Jonn, Ann. Todos los que amaba, todos los que yo
tenía que mantener a salvo.
—Sabes que no puedo —le dije suavemente las palabras,
tristemente.
Él asintió. Había sabido que diría eso, podía verlo en sus ojos.
—Gracias —susurró, tocando su frente con la mía—. Por todo lo
que has hecho por mí.
—Estoy tan contenta de no haberte dejado en el bosque —le dije
de nuevo y el resto de las palabras se hincharon en mi garganta,
ahogándome. Las lágrimas nadaban en mis ojos.
Adam tocó mi brazo.
—Es hora de irte.
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—¡Alto!
Todos nos dimos vuelta.
Una oscura figura salió de entre las sombras y un grito se rasgó
de mi garganta cuando reconocí esa cara.
Era Cole.
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Capítulo 17 Traducido por: Mais020291
Corregido por: Cr!sly
ostuvo una pistola en su mano y el cañón negro
brilló como obsidiana a la luz de la linterna. Él
estaba cerca de mí, a solo unos pies de distancia, y
alcancé a ver su expresión salvaje y desesperada,
antes de que diera un paso hacia adelante y tirará de mí hacia él.
Envolviendo un brazo alrededor de mi garganta, presionando la
pistola contra mi cabeza.
—Quédense dónde están, todos ustedes.
El cañón de la pistola presionaba un círculo helado contra mi piel
y jadeé. No podía moverme, no podía pensar. Adam se detuvo al ver la
pistola contra mi cabeza. Sus ojos oscuros llamearon, pero alzó sus
manos. Gabe y Abel hicieron lo mismo. Toda la cara de Gabe estaba
contorsionada con horror.
Cole agitó la pistola hacia ellos antes de regresar a mí.
—Nadie se mueva, o le disparo.
—Cole… —luché por hablar mientras el pánico apretaba mi
garganta—. ¿Qué estás haciendo?
S
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Me encontré con los ojos de Gabe a través del espacio que había
entre nosotros. Todo su cuerpo estaba rígido, sus manos curvadas en
puños mientras luchaba por mantenerse quieto.
—Preciosa Lia Weaver —me dijo Cole, acariciando mi mejilla con
su mano libre—. Me temo que tendrás que sufrir más de mi deliberada
rudeza hasta que obtenga lo que quiero.
—¿Y qué quieres?
Él ignoró mi pregunta.
—Siempre pensé que eras muy sensible para estar atrapada en
medio de todo esto, pero veo que te juzgué mal. Debería haber sabido
que resultarías ser como tus padres.
La mención de ellos desgarró mi corazón. ¿Qué sabía él sobre
ellos y su involucramiento con La Espina?
—¿Mis padres?
—No te hagas la tonta —gruñó, presionando la pistola más fuerte
contra mi cráneo para enfatizar sus palabras—. Sé exactamente quiénes
fueron, traidores de esta aldea, conspiradores con esa banda de
terroristas, La Espina. —Se agachó y corrió su otra mano sobre el
broche prendido en mi capa.
Casi no podía respirar. Obviamente no tenía sentido pretender
ignorancia si él había visto el broche.
—¿Cómo sabías?
Él rió.
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—Tengo mis maneras. La gente casi ni me nota, ya sabes, pero
soy inteligente. Sé cómo observar a las personas, cómo aprender sus
secretos después de meses de observación cuidadosa. Fui el que les
disparó en el bosque después de atraerlos con una nota forzada de los
Brewers —dijo él—. Atraje a los Brewers hacia el bosque, también,
porque ellos hicieron tales chivos expiatorios. Qué irónico que fueran
los que estaba buscando todo este tiempo.
Sus palabras me golpearon como un golpe en el estómago. Él
mató a mis padres. Acababa de admitirlo.
—Pagarás por esto.
—Corrección, yo seré pagado por esto. Y muy generosamente.
Las lágrimas llenaron mis ojos mientras pensaba en mis amados
Pá y Má, yaciendo muertos en la nieve. Sus cuerpos habían sido
destrozados por los Observadores. Nadie podría haber visto las marcas
de las balas después de que los Observadores terminaron cortado sus
cuerpos.
—¿Quién más sabe lo que tú sabes? —demandó Adam—. ¿Quién
sabe lo que has hecho?
—Nadie, aún —dijo Cole—. Le di ese mapa al Intendente, pero
fallé en mi misión… no atrapé a los contactos verdaderos de La Espina.
Tus padres fueron simplemente civiles de corazón blando. No fueron
los que estaba buscando. —Sonrió cruelmente hacia Adam—. Pero
ahora aquí estás, los contactos reales. Y aquí estás tú —me dijo—,
trabajando con La Espina y cometiendo el mismo error que tus padres.
—No estoy trabajando con nadie —solté—. Solo estoy intentando
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ayudar a mi amigo.
—Ah, sí, el fugitivo de los Lejanos. —Inclinó su cabeza hacia un
lado, mirando a Gabe—. Traerlo aquí seguramente enviará una cita
guapa con los superiores. De todos modos, es lo que siempre he
querido. No estar atrapado en este lugar abandonado. Mis padres me
enseñaron mejor que eso. Me enseñaron que podía salir victorioso si
fuera inteligente y prestaba atención. Eso es exactamente lo que he
hecho.
Recordé cómo él me había seguido en el bosque, cómo le había
preguntado a Ann tantas preguntas sobre mí, cómo me había
perseguido.
—Estabas pretendiendo querer noviazgo así podías ver si estaba
en contacto con La Espina —acusé.
—Por supuesto. Pero tú no cooperaste. Me tomó demasiado
descubrir todo. Pero sabía que había algo cuando te vi hablando con
Adam Brewer esta noche —dijo, dándome una horrible sonrisa—. Así
que te seguí a casa. Cuando vi al Lejano, pensé que tal vez los rumores
sobre ese misterioso lugar de La Espina eran ciertos. No te estabas
moviendo rápido, y eras fácil de alcanzar.
Estuvimos en silencio, aturdidos.
Cole continuó.
»Ahora estoy por convertirme en un hombre muy rico. Los
Lejanos han estado haciendo preguntas sobre este lugar por un largo
tiempo.
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—¿Rico? Ni siquiera utilizamos dinero aquí —protesté,
intentando pensar en cualquier cosa que lo disuada.
—¿Piensas que quiero pasar el resto de mis días en esta
congelada tierra desperdiciada? Me voy a Aeralis.
—Los soldados solo te usarán y luego te matarán —dijo Gabe, su
voz baja y urgente—. Eres un tonto si piensas diferente.
—No intentes amenazarme, Lejano —Cole espetó—. Sé
exactamente en lo que me estoy metiendo. He estado planeando esto
por algún tiempo.
Preparó la pistola.
—Cole —susurré—, te conozco desde que somos bebés. Éramos
amigos entonces. ¿Cómo puedes hacer esto?
—Lo siento. —Y realmente sonaba apenado—. Mis ofertas de
cortejo no fueron solo por el bien de mi investigación. Tal vez podemos
llegar a algún tipo de arreglo, tú y yo.
—Me disgustas. —¿Él había asesinado a mis padres y pensaba
que yo consideraría casarme con él?—. Prefiero morir.
—No hagas muchas promesas aún, Lia. Ni siquiera has
escuchado mis términos. Pero primero… —Enderezó su arma,
apuntando la pistola directamente entre los ojos de Adam—. Necesito
hacerme cargo de estos dos, y luego tú y tu precioso Lejano pueden
venir conmigo para tener una charla con los soldados en la aldea.
—No.
Un gruñido hendió en el aire, haciendo eco a través de toda la
habitación y cortándolo. Todos nos congelamos. Todos los pelos de mi
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cuello se levantaron. Vi a Abel y Adam enderezarse ligeramente e
intercambiar miradas.
Los brazos de Cole temblaron contra mí.
—¿Qué fue eso?
—Sabes exactamente qué es —dijo Adam, encontrándose con los
ojos de Cole—. Lo has escuchado antes.
—Observadores —susurré en voz alta.
Al otro lado de la habitación, los ojos de Gabe estaban abiertos
mientras miraban los míos.
—Esto es una clase de truco… —farfulló Cole.
Arriba de nosotros, a través de un hueco en el techo, algo crujió
justo fuera de nuestra vista. Una rama de un árbol tembló. La nieve
cayó hacia abajo en la habitación alrededor de nosotros.
—Ningún truco —dijo Adam—. ¿Quieres morir?
Cole me empujó hacia adelante. Tropecé y Gabe me atrapó en sus
brazos y me acunó contra él. Cole estaba retrocediendo, sacudiendo su
cabeza.
—Todos ustedes quédense dónde están. Solo quiero al Lejano. Si
viene en son de paz, les dejaré la oportunidad de pelear con esta cosa.
Algo susurró contra la nieve, como el sonido de algo pesado
siendo arrastrado. El hielo crujió detrás de él, en la oscuridad de la
habitación. Un gruñido gutural retumbó a través del aire. Y luego, en
la profundidad de las sombras, un brillo rojo parpadeó.
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Cole se quedó sin aliento y volteó, agitando la pistola.
Adam empezó a adelantarse.
—Dánosla y podremos salvarte, Cole.
—Mantente atrás —Cole barrió la pistola hacia todos nosotros,
volteando otro círculo.
Adam se congeló.
Otro gruñido vino de las sombras. Cole tomó un par de pasos
hacia atrás. Una vena en su garganta palpitaba.
Las manos de Gabe encontraron las mías de nuevo. Presioné mis
labios juntos para mantener el silbido de terror. Los dedos de Cole se
perdieron en el gatillo mientras se agachaba por la mochila de Flores
del Invierno en su correa.
Algo barrió fuera de la oscuridad en un movimiento rápido y
borroso. Vi una inflamación de piel, un destello de metal, escuché un
chillido agudo que era casi como el sonido de un cuchillo siendo
dibujado sobre otro cuchillo, y Cole se había ido. Hubo un solo y
mojado crujido y un rocío rojo salpicó el hielo.
La pistola rebotó en la nieve y se quedó ahí.
—MUÉVANSE —nos ordenó Adam.
No había tiempo para siquiera pensar sobre lo que acaba de
suceder con Cole.
—Rápido —dije, sacando cada flor que había cargado y
lanzándolas hacia la nieve—. Hagan un círculo.
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—Aquí. —Adam sacó uno de los artilugios de su correa y lo
empleó con un golpe de su muñeca. Un aro de metal colgando con
Flores del Invierno se expandió a nuestro alrededor. A su lado, Abel
estaba jalando una red similarmente tejida con las flores. Se la colocó
encima de él y sostuvo hacia arriba las esquinas para que nos
uniéramos.
—¡Apúrense!
Trabajamos rápido, poniéndonos de pie juntos en terror mientras
las sombras ondulaban de nuevo.
Una cosa emergió de la oscuridad, y cada cabello de mi cuerpo se
enderezó hacia arriba.
Un Observador.
Las sombras se retorcieron mientras la criatura tomaba forma.
Era casi indescifrable (como una serpiente cruzada con un oso) el
cuello largo y elegante, el cuerpo peludo y cuadrado. Pero no se movía
exactamente como un animal… los movimientos eran a la vez
desiguales y precisos, no naturales. Me quedé sin aliento.
—Mira —murmuró Gabe.
Otra criatura se deslizó de las sombras, esta incluso más larga y
más sinuosa que la anterior. Oscilaba su cabeza de lado a lado como si
husmeaba por nosotros. Su pelaje ondulaba en la luz. Vi un destello de
algo metálico por su espalda, como una fila de cuchillos contra su
espina.
Y luego, de las sombras, un tercero e incluso más largo
Observador, emergió.
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—¿Tres Observadores? —Adam respiró—. ¿Puede ser posible?
¿Algún habitante Helado ha vivido para ver tal cosa?
Nos rodearon, sus ojos rojos brillando y sus cuellos ondulándose
como serpientes. En su despertar dejaron pistas masivas. El suelo se
estremecía mientras se movían. Cada pulgada de mi piel ondulaba en
puro terror mientras ellos se volteaban al unísono para considerarnos.
—No te muevas —Adam apretó las palabras.
El Observador más grande se aceró un paso. Su cabeza masiva
osciló hacia nosotros, y gruñó de nuevo, una extraña y terrible mezcla
de chasquidos y gruñidos que hacía que cada músculo de mi cuerpo se
tense. El brillo rojo emanando de sus ojos nos bañó con una luz
espeluznante, y nos acurrucamos, juntos. No había nada entre nosotros
y la muerte espantosa, excepto el círculo de flores y una red endeble
como la seda.
No podía respirar.
La criatura se detuvo, e hizo un sonido que fue tanto un siseo
como un estruendo. No me podía mover. Incisivos afilados como
cuchillos afilados ante mis ojos mientras la criatura nos examinaba.
Gabe presionó mi mano.
La luz roja jugó sobre las flores, y el Observador siseó de nuevo,
soplando hacia atrás nuestro cabello.
Cerré mis ojos.
Pero luego, con una ráfaga de aire, el Observador retrocedió tan
rápido como había venido. Juntos, se voltearon, gruñeron una vez más
y se desvanecieron.
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El viento susurró a nuestro alrededor. Las sombras estaban
quietas. Estábamos vivos e ilesos.
Caí de rodillas porque mis piernas ya no estaban funcionando, y
Gabe se agazapó a mi lado.
—Nunca había visto tal cosa en mi vida —jadeó—. ¿Viste los
cuellos? ¿Las garras? ¿Qué clase de bestias eran?
—Grandes —dijo Adam.
—No nos hicieron daño… —continuó Gabe, con los ojos
vidriosos. Él me miró—. ¿Estás bien?
—Estoy bien —dije, mi voz temblorosa. Toqué la esquina de la
red antes de que Abel quite la red y la enrolle en un bulto—. ¿Qué son
estos dispositivos que usaron?
—Materiales de La Espina. Como sabrás, ellos no cruzarán las
flores —murmuró Adam mientras dirigimos nuestra atención de
nuevo a él—. La Espina tiene solo pedazos de información sobre ellos,
contrabandeada a través de los años, las criaturas tienen instrucciones
específicas desde hace mucho, aunque no sé qué o por qué. Ese
conocimiento ha sido perdido para nosotros. Solo sabemos que
observan y hacen guardia. Y respetan las Flores del Invierno.
—El Observador que vimos antes no era tan grande como
aquellos —dije, recordando.
Él frunció el ceño.
—Aparentemente, mientras más cerca estás a las ruinas y Echo,
más grandes son los Observadores. Los que vagan cerca de la aldea
son más pequeños, más ágiles, más fáciles de combatir.
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Gabe luchó por ponerse de pie. Él y Adam me ofrecieron una
mano al mismo tiempo y acepté la ayuda de Gabe. Adam se volteó
para mirar a la puerta.
—Apúrense —dijo él—. La puerta está preparada y esos
Observadores regresarán pronto. Es momento.
Nos volteamos. El ojo se había abierto, costuras brillantes de rojo
y naranja nos bañó en una telaraña de luz. El aire palpitaba con una
baja corriente de sonido, como un gran latido de corazón.
Gabe y yo nos miramos uno al otro. Él me miró como si estuviera
hecha de luz insoportable y yo estaba cegándolo.
—Nunca te olvidaré, Lia Weaver —dijo suavemente.
—Y yo no te olvidaré. —Me di cuenta que ni siquiera sabía su
apellido y abrí mi boca para preguntar. Pero él me besó con fuerza
antes de que pueda soltar las palabras. Me las olvidé mientras me
chocaba su frente contra la mía y luego se alejó de mí hacia la puerta,
nuestras manos deslizándose lejos hasta que estábamos tocando solo
aire. Un sollozo se quedó atrapado en mi garganta.
—Que tengan cielos claros en casa —susurré, ahogándome con
mis lágrimas.
Él asintió gravemente.
Adam se colocó a mi lado.
—Será rápido, he escuchado —murmuró—. Prepárate.
—Espera —grité—. Gabe, yo.
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La puerta se abrió de golpe, cubriendo a Gabe como una flor
doblándose hacia sí misma, y un viento se precipitó sobre nosotros.
Él se había ido.
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Capítulo 18 Traducido por: Auroo_J
Corregido por: La BoHeMiK
l resto de las palabras se quedaron en mi lengua,
sin pronunciar.
Abrazándome, cerré mis ojos. El dolor estaba
ya filtrándose en mis venas, pero aún no podía
procesar nada de lo que estaba sintiendo.
—Se vuelve más fácil —dijo Adam. Su voz era
sorprendentemente amable.
Abrí mis ojos y miré hacia él. Estaba a unos cuantos metros, su
mano en el panel que había hecho que la compuerta volviera a la vida;
su cabello volando con el viento. Abel se encontraba detrás de él. Ellos
lucían tan parecidos, y fui golpeada por la nobleza en sus ojos mientras
ellos retrocedían unos pasos, dándome espacio para sentir mi pena.
Después de un momento de inhalar y exhalar, enderezándome
me acerqué a ellos. Podría estar locamente enamorada de un chico,
algo que nunca había previsto que me pasara, pero no me había vuelto
completamente estúpida.
Era peligroso estar aquí.
E
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—Debemos irnos —dije, y él asintió.
Dirigiéndonos de nuevo por los caballos.
Regresamos a la casa. Ivy y John se acercaron, curiosos pero
callados, mientras daba un paso adentro con Adam y Abel.
—Los Lejanos estarán muy enojados cuando no puedan
encontrarlo —me dijo Adam—. Y sospecho que no se marcharan tan
rápido como el Alcalde está prometiendo. Podrías querer mantener un
bajo perfil por un tiempo.
La frialdad se apodero de mí.
—¿Crees que van a tratar de extender su alcance hasta La
Helada?
—No lo sé —dijo—. Hasta ahora, el miedo a los Observadores los
mantenía afuera. Pero se han vuelto más audaces. No sé qué pasará.
Asentí con la cabeza.
—Gracias por tu ayuda.
Busqué el broche que había clavado en mi capa. Tal vez, había
sido absurdo usarlo, pero me había sentido más fuerte, más cerca de
mis padres con eso descansando sobre mi corazón. Se lo ofrecí a él.
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—Aquí. Supongo que esto es tuyo. —Casi dolía renunciar al
broche.
Mi mano temblaba.
Pero Adán no lo tomó.
—No —dijo—. Lo necesitas —Me miró a los ojos directamente—.
Podemos haber salvado una vida esta noche, pero hay muchos más
que necesitaran ayuda en los próximos meses, más ahora que nunca si
los Lejanos están ampliando su alcance.
Abandono la pregunta no formulada.
Vacilé, entonces cerré los dedos de nuevo sobre el broche.
La boca de Adán se curvo ligeramente en una sonrisa.
Después de que salieron a la noche otra vez, abracé a mis
hermanos dándoles las buenas noches y me fui a mi habitación.
Realmente no tenía ganas de hablar. Todas las palabras estaban
atrapadas aún dentro de mi pecho, amenazando con estallar si me lo
permitía.
Mi mente trazó el momento de la desaparición de Gabe, una y
otra vez, y cada vez que volvía a visitar la escena mentalmente, los
escalofríos corrían por mi piel y una sensación de malestar se retorcía
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dentro de mí. ¿Qué había pasado? ¿A dónde se había ido? Ahora
podría estar en cualquier parte.
Podría estar muerto.
No sé si alguna vez volvería a verlo.
Me quedé en la puerta, con mi mejilla contra la fría madera del
marco de la puerta y un millar de fragmentos emocionales
arremolinándose en mí. Me permití sentir amor. Sí, amor. Por otra
persona, de tal forma como una vez me había jurado a mí misma que
nunca haría. Me había vuelto totalmente vulnerable, y ahora había sido
desgarrada por el dolor y catapultada hacia un camino que de otra
manera nunca podría haber tomado. Había arriesgado mi vida por un
forastero. Por un desconocido. Peor aún, tenía la sensación de que iba a
hacerlo de nuevo.
Mis dedos rozaron el broche de La Espina, que se estrechaba
todavía en mi mano derecha.
¿Valía la pena?
Una forma oscura yacía en mi almohada. Un libro. Recogiéndolo,
lo reconocí de una vez como el volumen que Gabe había estado
leyendo, Las Parábolas del Invierno. Abrí la primera página, y un fajo de
papel cayó a la cama.
¿Una carta?
Saqué el papel con dedos temblorosos y lo acerqué a la luz. La
escritura de Gabe, recta y perfecta, garabateada en la página.
“Mi querida Lia”, comenzaba.
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Puse una mano sobre mi boca. Era un inesperado remanente de
él, y era tan precioso para mí.
“No sé a dónde estoy yendo. No sé cómo terminará esta noche. Pero solo quería que
supieras que eres la mujer más fuerte y valiente que he conocido alguna vez, y que nunca
dejaré de pensar en ti donde sea que esté. Me has inspirado a pelear, y seguir peleando”.
Allí estaba su nombre, “Gabe”, garabateado en la parte inferior. Y
debajo de él, estaba una posdata, una cosa final.
“En respuesta a una pregunta que me hiciste no hace mucho tiempo, una pregunta
que no respondí en ese momento… vale la pena. Verás que el amor es un baile muy
peligroso. Y si dejamos de bailar, moriremos. Nunca dejes de bailar”.
Fin
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Siguiente
Libro
Thorns Corregido por: Xhessii
Lia Weaver fue en contra de
todo lo que había conocido cuando
arriesgó su vida para ayudar a un
Lejano fugitivo llamado Gabe a
escapar de los soldados Aeralian, y
su vida cambió para siempre. Y La
Helada cambió también —los
Lejanos se han apoderado de su
aldea, un nuevo grupo de
vigilantes que se hacen llamar
los Capas Negras están haciendo
planes para derrocar a los ocupantes Lejanos, y La Espina están
buscando que ella se les una.
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Lia pretende luchar contra el mal y la injusticia que ha invadido
su hogar, pero el peligro la acecha en cada esquina. Los monstruos que
habitan en las regiones más profundas de La Helada se vuelven más
audaces y peligrosos cada día, un noble Lejano se instala en la aldea
con una misión misteriosa, y Lia descubre que sus padres estaban
albergando aún más secretos.
A medida que el mundo congelado de La Helada se hace cada vez más
peligroso, ¿podrá Lia sobrevivir?
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Sobre la
Autora Kate Avery Ellison
He estado haciendo historias desde
que tengo cinco años de edad, y ahora
estoy loca por hacerlo como un trabajo de
tiempo completo. Tengo una obsesión con
la fantasía oscura, distopias futuras, e
historias de amor del estilo de "Orgullo y
Prejuicio", historias completas con bromas
ingeniosas, y sentimientos que se
transmiten sin hablar. Cuando no estoy
escribiendo, estoy creando arte digital,
leyendo blogs chistosos, o mirando mis
shows favoritos (entre los que están TVD y BSG), jugando videojuegos
y comiendo tartas heladas. Vivo con mi esposo geek y con dos gatos
malos en Atlanta, GA. Actualmente está trabajando en una novela de
zombis. Pero decididamente es del Equipo Unicornio.
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Sus libros escritos hasta ahora:
Once Upon a Beanstalk (29 de Agosto de 2011)
The Curse Girl (26 de Marzo de 2012)
Frost. Volumen 1 (18 de Abril de 2012)
Thorns “The Frost Chronicles” (5 de Septiembre de 2012).