FACTORES DE RIESGO Y VULNERABILIDAD EN...

41
FACULTAD DE HUMANIDADES Y CIENCIAS DE LAS EDUCACIÓN UNIVERSIDAD DE JAÉN Facultad de Humanidades y Ciencias de la Educación Trabajo Fin de Grado FACTORES DE RIESGO Y VULNERABILIDAD EN TCA Alumno/a: Irene López Herrera Tutor/a: José Antonio Muela Martínez Dpto: Psicología Junio, 2017

Transcript of FACTORES DE RIESGO Y VULNERABILIDAD EN...

FA

CU

LT

AD

DE

HU

MA

NID

AD

ES

Y C

IEN

CIA

S D

E L

AS

ED

UC

AC

IÓN

UNIVERSIDAD DE JAÉN Facultad de Humanidades y Ciencias de la Educación

Trabajo Fin de Grado

FACTORES DE RIESGO Y VULNERABILIDAD EN

TCA

Alumno/a: Irene López Herrera Tutor/a: José Antonio Muela Martínez Dpto: Psicología

Junio, 2017

1

Para la redacción de este trabajo se han tenido en cuenta las recomendaciones de la

Real Academia de la Lengua Española en su Diccionario Panhispánico de dudas

referidas al uso del genérico para abarcar a ambos géneros gramaticales: “el

masculino gramatical no solo se emplea para referirse a los individuos de sexo

masculino, sino también para designar la clase, esto es, a todos los individuos de la

especie, sin distinción de sexos (…); en la lengua está prevista la posibilidad de

referirse a los colectivos mixtos a través del género gramatical masculino, posibilidad

en la que no debe verse intención discriminatoria alguna, sino la aplicación de la ley

lingüística de la economía expresiva (…). Solo cuando la oposición de sexos es un

factor relevante en el contexto, es necesaria la presencia explícita de ambos géneros”.

Real Academia Española y Asociación de Academias de la Lengua Española (2005)

2

ÍNDICE

Página

Resumen y Abstract

1. Introducción .............................................................................................................. 4

1.1. Epidemiología ....................................................................................................... 4

1.2. Concepto de los TCA y cambios en la clasificación .......................................... 5

1.3. TCA en el DSM-V ................................................................................................ 7

1.4. Ansia o Craving en la aparición de TCA ......................................................... 10

2. Factores de riesgo ................................................................................................... 12

2.1. Factores de tipo biológico .................................................................................. 14

2.1.1. Los genes ...................................................................................................... 14

2.1.2. La etapa de la pubertad .............................................................................. 15

2.1.3. El sorbrepeso y la obesidad ........................................................................ 16

2.2. Factores de tipo sociocultural ........................................................................... 17

2.2.1. La influencia de los medios de comunicación: Internet ........................... 17

2.2.2. La influencia de las relaciones interpersonales ........................................ 18

2.2.3. Aspectos transculturales ............................................................................. 19

2.3. Factores de tipo psicológico .............................................................................. 20

2.3.1. Preocupación por el peso, la internalización de la delgadez ................... 20

2.3.2. Importancia de la insatisfacción con la imagen corporal ........................ 20

2.3.3. Bajar de peso de forma inadecuada: dieta restrictiva ............................. 21

2.3.4. Baja autoestima y afecto negativo ............................................................. 22

3. Técnicas y terapias ................................................................................................. 23

3.1. Terapia Cognitivo Conductual ......................................................................... 24

3.2. Psicoeducación ................................................................................................... 25

3.3. Mindfulness ........................................................................................................ 26

3.4. Psicofármacos ..................................................................................................... 28

4. Conclusiones ............................................................................................................ 28

5. Referencias .............................................................................................................. 30

3

Resumen y palabras clave.

Este trabajo consiste en una revisión teórica acerca de los Trastornos de Conducta

Alimentaria (TCA), en el que se abordarán cuestiones como la introducción de este

concepto y cómo surge, cómo ha evolucionado el término a lo largo de los años, su

clasificación en DSM-IV y DSM-5 así como los distintos tipos de TCA que se conocen

hasta la fecha. Se continuará con una selección de los distintos factores de riesgo o

vulnerabilidad que pueden influir en la aparición de un trastorno de conducta

alimentario, finalizando con las distintas técnicas y terapias que se han aplicado y se

aplican para combatir y mantener un control sobre las conductas y consecuencias que

implican padecer TCA.

Palabras clave: ansiedad, anorexia nerviosa, bulimia nerviosa, factor de riesgo,

trastorno de conducta alimentaria, trastorno por atracón.

Abstract

Risk factors or vulnerability factors in TCA

This document consists in a theoretical review about Eating Disorders (ED), in which it

will tackle issues like the introduction of this concept and how it rises, how the term has

evolved over the years, its classification in DSM-IV and DSM-5 as well as the different

types that are known until nowadays. It will continue with a selection of different risk or

vulnerability factors that may influence in the appearance of an eating disorder, ending

with the different techniques and therapies that have been applied and at the moment are

applied to fight and maintain a control about the behaviors and consequences of

suffering ED.

Key words: anorexia nervosa, anxiety, binge eating disorder, bulimia nervosa, eating

disorder, risk factor.

4

1. Introducción

1.1. Epidemiología

El concepto sobre la imagen corporal ideal se va construyendo por las creencias, valores

y cánones estéticos de belleza que impulsa cada sociedad de manera que los últimos

años del siglo XX y el comienzo del siglo XXI se han caracterizado por un culto total al

cuerpo. Dentro de este marco es donde que se conforman unas de las enfermedades más

catastróficas que afectan tanto a hombres como a mujeres, y estas son los trastornos de

la conducta alimentaria (Esteban, 2004). Transculturalmente los trastornos alimentarios

se consideran ligados a la cultura occidental. Regiones como Norteamérica y Europa

serían un claro ejemplo donde los trastornos alimentarios son un problema de salud

pública, dado que su frecuencia se ha incrementado desde las últimas tres décadas. Un

cálculo aproximado muestra que en España hay más de 500.000 personas que los

padecen, de las cuales el 95% son mujeres. (Castillo, León Espinosa, López, Medina,

Burgos y De Cruz, 2005). Alrededor de un 2% o 3% de la población padece bulimia

nerviosa, siendo menor el porcentaje en el caso de la anorexia nerviosa, que aparece en

un 0,5% a 1% de la población española, y siendo el 90% de las personas que la padecen

mujeres (Quiles y Terol, 2008).

El ideal estético corporal que impera en la actualidad defiende que ser atractivo es igual

a ser delgado, lo que muchas veces es muy difícil o casi imposible de conseguir por

factores biogenéticos, y esto solo facilita la discrepancia entre la dimensión corporal

real y la ideal, generando de este modo la insatisfacción corporal (Raich, 2001). Hacia

los años 50 del siglo pasado, las condiciones socioeconómicas y nutricionales

empezaron a dar un giro drástico en todos los países industrializados. Esto ha tenido

como consecuencia que se produzca un gran incremento en la prevalencia de la

obesidad (Zipfel, Lowe y Herzog, 2000). Simultáneamente, las presiones a nivel social

y cultural para mantener un cuerpo delgado han aumentado de manera muy

significativa. Estas presiones se fundamentan en acciones para controlar la forma del

cuerpo y se ven favorecidas por la amplitud de oferta que hay de productos dietéticos,

gimnasios e incontables métodos para adelgazar. Por tanto, el espacio existente entre

una disposición saludable de “mantener la línea” y un trastorno del hábito alimentario es

muy sutil y difuso (Behar, 1998).

En la última década se han realizado varios estudios epidemiológicos para evaluar la

prevalencia de los TCA. En todos ellos se afirma que los trastornos de la conducta

5

alimentaria son cada vez más frecuentes, especialmente entre la población femenina

adolescente (Rodríguez y Rodríguez-Arias, 2008).

1.2. Concepto de los TCA y cambios en la clasificación

Los Trastornos de la Conducta Alimentaria (TCA) se caracterizan por una serie de

conductas patológicas respecto a la ingesta de alimentos y una obsesión por poder

controlar el peso (Serra, 2015). Dicho de otro modo, las personas que padecen TCA

presentan una serie de patrones disfuncionales en el comportamiento alimentario que

conllevan conductas compensatorias y distorsiones de la imagen corporal (Rosa,

Méndez y Olivares, 2003). Los TCA forman parte del conjunto de enfermedades que se

consideran las llamadas "patologías de fin de siglo" o de la "era del vacío" (Lipovetsky,

1994). Se consideran a los adolescentes el grupo de mayor riesgo de padecer estos

trastornos, ya que la adolescencia es un período de gran vulnerabilidad debido a los

grandes cambios físicos y emocionales que suceden y en el que aún no hay conceptos ni

convicciones claras. Según la propia historia y los datos existentes hasta la actualidad, la

mujer es más susceptible de padecer un TCA, por lo que la mayoría de estos trastornos

se dan en la población femenina. Se cree que es debido en parte a que su

comportamiento psicológico se inclina más hacia lo social que el del hombre. Por otra

parte, la continua exhibición del cuerpo femenino, hace que éste se vea más expuesto

para ser observado y criticado (Bonsignore, 2004).

La Asociación Americana de Psiquiatría (APA) presentó en mayo de 2013 la quinta

edición del Manual Diagnóstico y Estadístico de los Trastornos Mentales (DSM-5)

(American Psychiatric Association, 2013). Ésta versión incluye una amplia revisión,

con sus correspondientes modificaciones, de los Trastornos de la Conducta Alimentaria

(TCA). La cuarta edición revisada DSM-IV (American Psychiatric Association, 2002)

solo incluía tres categorías diagnósticas para los TCA: Anorexia Nerviosa (AN),

Bulimia Nerviosa (BN) y Trastorno de la Conducta Alimentaria No Especificado

(TCANE). Para empezar, en el DSM-5 hay una modificación en el nombre de la sección

de los TCA por “trastornos alimentarios y de la ingestión de alimentos” y ahora en esta

sección se incluyen cuatro categorías diagnósticas nuevas: Trastorno por Atracón (TA),

pica, trastorno de rumiación y trastorno de evitación/restricción de la ingestión de

alimentos. También se realizan cambios en algunos criterios diagnósticos del DSM-IV

para AN, BN y TCANE y se incluyen otros nuevos criterios (American Psychiatric

Association, 2013).

6

Los cambios que se proponen en el DSM-5 para los TCA tienen como objetivo

principal disminuir la prevalencia del TCANE. Los pacientes que no podían ser

diagnosticados de AN o BN por criterios del DSM-IV, normalmente eran

diagnosticados de TCANE (Fisher y cols., 2014).

Se ha observado que a partir de los nuevos criterios diagnósticos del DSM-5 se ha

producido una disminución del 62.3% al 32.6% del TCANE respecto al DSM-IV

(Ornstein y cols., 2013). Del mismo modo, se ha demostrado una reducción del 20% de

los casos de TCANE en adultos y también se puede afirmar que más del 50% de los

adolescentes diagnosticados de TCA mediante el DSM-IV eran clasificados de TCANE,

sin poder serlo de AN o BN según criterios diagnósticos (Nicholls, Chater y Lask, 2000;

Peebles, Hardy, Wilson y Lock, 2010).

Respecto a las nuevas modificaciones para la AN, el criterio de amenorrea o ausencia de

menstruación, ha sido eliminado. Éste desaparece como característica central del

trastorno y pasa a ser una evidencia clínica del estado nutricional, al igual que la

temperatura corporal y la presión arterial entre muchas otras (Attia y Roberto, 2009).

También para la AN se ha añadido el componente conductual para los casos de pre-

adolescencia que no poseen la capacidad de expresar aspectos cognitivos y abstractos

(Ornstein y cols., 2013). En relación al peso, se ha establecido que debe ser

significativamente bajo en relación a la edad, sexo, curso del desarrollo y salud. Se

define como peso significativamente bajo un peso que es inferior al mínimo normal o,

en los niños y adolescentes, inferior al mínimo esperado. Por lo tanto, se elimina el

término “rechazo a mantener el peso corporal igual o por encima del valor mínimo

normal” considerando la edad y la talla y desaparece el ejemplo de pérdida de peso

inferior al 85% (American Psychiatric Association, 2013).

Para la BN, la frecuencia con la que se realizan atracones y conductas compensatorias

inapropiadas se reduce a un promedio de una vez a la semana durante tres meses

(American Psychiatric Association, 2013). En el DSM-IV el criterio era de una media

de dos veces a la semana durante 3 meses (American Psychiatric Association, 2002).

También se reconoce a nivel formal el Trastorno por Atracón (TA). Los atracones se

definen de forma muy parecida para el TA y la BN, pero existen diferencias (Marcus y

Kalarchian, 2003). Según los criterios diagnósticos del DSM-5, en el TA esa

sobreingesta de comida no tiene por qué ir seguida de un comportamiento

compensatorio inapropiado, como sí ocurre en la BN (American Psychiatric

7

Association, 2013), y sólo una minoría de pacientes con TA cumpliría criterios

diagnósticos de BN (Marcus y Kalarchian, 2003). Por último, respecto a la introducción

en el DSM-5 del trastorno de evitación/restricción de la ingestión de alimentos, es

importante resaltar que los pacientes de esta clasificación mantienen una ingesta

restrictiva caracterizada por la desnutrición pero no manifiestan otras alteraciones que

estén presentes en la AN o BN, como son la distorsión de la imagen corporal o el temor

al aumento de peso (Ornstein y cols., 2013).

1.3. TCA en el DSM-5

Como se acaba de describir, son varios los cambios que se han producido en la

clasificación de estos trastornos y que se encuentran plasmados en la última versión del

Manual Diagnóstico y Estadístico de los Trastornos Mentales (DSM-5).

Uno de los principales y más conocidos trastornos de conducta alimentaria es la

Anorexia Nerviosa (AN). Respecto a ésta, el DSM-5 plasma que la característica

principal de este trastorno es el rechazo a mantener el peso corporal igual o por encima

del valor mínimo normal de la persona, determinado por el Índice de Masa Corporal

(IMC) según su edad y talla. Este sentimiento de rechazo tiene como consecuencia

conductas inapropiadas como es la de la restricción de la ingesta energética, la cual

conduce a un peso corporal significativamente bajo (criterio A) (American Psychiatric

Association, 2013). La persona presenta pensamientos disfuncionales relacionados con

la comida, el peso y la imagen corporal (Bayón-Pérez y Bonan, 2012). Las personas que

padecen AN no suelen ser conscientes de estar enfermas ni creen estar en riesgo con las

conductas que llevan a cabo y que van asociadas a este trastorno. Normalmente, existe

una asociación entre estas conductas y ciertos rasgos de personalidad, como pueden ser

una tendencia al conformismo, hiperresponsabilidad, continuo perfeccionismo, una

necesidad de aprobación constante o una falta de respuesta a las necesidades internas

(Bayón-Pérez y Bonan, 2012).

Dependiendo del método utilizado para la pérdida de peso, las personas con AN pueden

diferenciarse en dos tipos: restrictivo o con atracones/purgas. En este último tipo, suelen

recurrir a dieta extrema, ayuno o ejercicio físico excesivo. En personas con AN son

característicos los episodios recurrentes de atracones o purgas (vómito provocado o uso

incorrecto de laxantes y/o diuréticos). El inicio de la AN se sitúa en las etapas

intermedias de la adolescencia, con la aparición de las primeras restricciones en la

ingesta, y es un trastorno más frecuente en mujeres (Hoek y Van Hoeken, 2003).

8

Una historia clínica de gran duración, con una pérdida importante de peso, presencia de

atracones y conductas purgativas de vómito, factores de personalidad premórbidos y la

existencia de relaciones interpersonales deterioradas, se asocian con un peor pronóstico

(Fairburn y Harrison, 2003).

Desde la teoría cognitivo conductual para la anorexia nerviosa, se plantea que está

asociada directamente a sentimientos de ineficacia, perfeccionismo y baja autoestima.

Las personas con este trastorno experimentan como éxito el control que realizan sobre

su propio cuerpo, encubriendo así el posible fracaso percibido en otras áreas. Por tanto

el poder controlar su forma física es un medio para mejorar su autoestima ya que

encuentran un camino hacia poder sentirse mejor en el control de su cuerpo (Fairburn,

Shafran y Cooper, 1998). El mantenimiento del problema se produce a partir de tres

mecanismos: la restricción de comida, que mejora su sentimiento de control; la propia

situación de hambre que les anima a seguir restringiendo la ingesta calórica; y las

preocupaciones excesivas sobre la figura y peso, que se encargan de sostener todo este

proceso (Fairburn y cols., 1998).

El otro trastorno alimentario considerado también como más conocido junto a la

anorexia nerviosa es la Bulimia Nerviosa (BN), cuya distinción con respecto a la

primera reside en que los episodios recurrentes de atracón (ingesta de alimentos superior

a la que la mayoría de personas ingerirían en un período de tiempo similar en

circunstancias parecidas, acompañada de una sensación de pérdida de control sobre

dicha ingesta) van seguidos de comportamientos compensatorios inapropiados o purgas,

como puede ser el vómito inducido entre otros, que se realizan con el fin de evitar el

aumento de peso y reducir la ansiedad (American Psychiatric Association, 2014).

Estas conductas compensatorias actúan como reforzadores negativos que mantienen el

problema. Al igual que en los casos de AN, estas personas presentan pensamientos

disfuncionales relacionados con el peso y la silueta corporal en los que basan su

autoevaluación (Martín-Murica, 2003). Además, asociados a la sintomatología bulímica

están reconocidos estados emocionales negativos como ansiedad, depresión e ira

(Bayón-Pérez y Bonan, 2012).

Como tercer criterio diagnóstico de clasificación del DSM-5 más conocido estaría el

Trastorno de la Conducta Alimentaria no especificado (TCANE). En esta categoría se

incluyen todos aquellos casos que aunque a priori pueden parecerse a AN o BN, no

cumplen completamente todos sus criterios. Un ejemplo sería el de pacientes en los que

9

es evidente la restricción calórica pero su peso todavía se encuentra por encima del

umbral clínico, o aquellos con bulimia nerviosa que tienen una historia clínica previa de

anorexia nerviosa (sobre todo casos de AN de tipo purgativo). Es decir, a veces las

características clínicas de AN y BN se encuentran solapadas (Fairburn y Harrison,

2003). Hablaríamos por tanto de cuadros de AN o BN incompletos, ya sea por

encontrarse al inicio del trastorno o en fase de recuperación (Bayón-Pérez y Bonan,

2012). Es por eso que en esta categoría se incluyen a todas aquellas personas que no

cumplen un criterio diagnóstico suficiente como para ser incluidos en las otras dos

categorías principales, pero que realmente representan un caso de trastorno de conducta

alimentaria. (American Psychiatric Association, 2014).

Como ya se ha comentado, con la publicación de la quinta versión del DSM y del nuevo

apartado de “Trastornos Alimentarios y de la ingestión de alimentos”, se reclasificaron

los diversos trastornos relacionados con la conducta alimentaria, englobando este nuevo

apartado a trastornos como la pica, trastorno de rumiación, trastorno de

evitación/restricción de la ingestión de alimentos, etc. e introduciendo así el Trastorno

por Atracón (TA) como entidad propia (American Psychiatric Association, 2014).

El Trastorno por Atracón se define por la aparición de episodios recurrentes de ingesta

compulsiva o atracones que se caracterizan por ingerir una cantidad de comida

objetivamente excesiva y de la cual se reconoce su pérdida de control. Sin embargo,

estos atracones no van seguidos de conductas compensatorias. En el DSM-5, el único

cambio significativo respecto a los criterios diagnósticos del DSM-IV hace referencia a

la frecuencia y temporalidad aceptada para su diagnóstico (Criterio D), pasando de 2

atracones semanales en los últimos 6 meses a una vez a la semana durante los últimos

tres meses (American Psychiatric Association, 2013).

Los pacientes con este tipo de patología relatan que comen muy rápido y bastante

cantidad hasta el punto de sentirse incómodos, incluso comen sin sentir hambre y

experimentan sentimientos de culpa, vergüenza, depresión y rumiación después del

atracón (Bayón-Pérez y Bonan, 2012). Este trastorno suele asociarse a problemas de

sobrepeso y obesidad (Ministerio de Sanidad y Consumo, 2009). Se incluyen en esta

nueva categoría diagnóstica pacientes que anteriormente se incluían dentro de bulimia

nerviosa de tipo no purgativo o aquellos pacientes que pertenecían a la categoría de “no

especificado”. Se espera que con la aparición de este nuevo trastorno haya una mejora,

10

significativa en los problemas de clasificación relacionados con los trastornos

alimentarios (American Psychiatric Association, 2013).

También es importante analizar el mantenimiento de un apartado denominado “Otros

trastornos alimentarios o de la ingestión de alimentos especificados” donde se incluyen

subcategorías caracterizadas por síntomas típicos de un trastorno alimentario que causan

deterioro laboral, social o de otros aspectos del funcionamiento vital y un malestar que

es significativo a nivel clínico, pero que no cumplen en su totalidad con los criterios de

ninguno de los trastornos de la categoría diagnóstica de los trastornos alimentarios y de

la ingestión del alimento (American Psychological Association, 2014). Dentro de esta

categoría residual podemos encontrar el trastorno por purgas, la anorexia nerviosa

atípica, el síndrome de ingestión nocturna de alimentos, el trastorno por atracón de

frecuencia baja o duración limitada y la bulimia nerviosa también de frecuencia baja o

duración limitada. Finalmente se incluye un último apartado de Trastorno alimentario o

de la ingestión de alimentos no especificado para aquellos casos que no se corresponden

con ninguno de los anteriores (Raya, 2016).

1.4. Ansia o Craving en la aparición de TCA

Con la anterior descripción de las principales patologías alimentarias contenidas en la

quinta versión del Manual Diagnóstico y Estadístico de los Trastornos Mentales, cabría

destacar la descripción de un concepto que guarda una estrecha relación con la aparición

y la manutención de los TCA: Ansia o también conocida con el término en inglés

“Craving”.

El ansia o craving se considera como un incontrolable deseo de consumir una sustancia

determinada (Hill y Heaton-Brown, 1994; Tiffany, 1990, 1995). Dentro del ámbito de

la psicología se puede afirmar que ese deseo irrefrenable influye muy

considerablemente en que se mantengan conductas de tipo adictivo (Graña, 1994). En

los diversos estudios e investigaciones que se han hecho acerca de la conducta

alimentaria, y más concretamente de los TCA, el ansia se ha considerado un factor de

gran relevancia. En este marco, se puede definir el término “ansia por la comida” como

un deseo de consumir alimentos de manera compulsiva, por lo que se considera que

guarda una estrecha relación con la falta de motivación y la consecuente finalización

precoz de los tratamientos para la pérdida de peso en personas con obesidad (Guertin,

1999), con los atracones en BN (Van der Ster, Wallin, Norring y Holmgren, 1994), con

11

la depresión y con el incesante aumento del surgimiento de los TCA (Gendall, Joyce,

Sullivan y Bulik, 1998; Gendall, Sullivan, Joyce y Bulik, 1997).

A lo largo de los años se han ido proponiendo varias teorías sobre el origen del craving,

pudiendo considerarlas a día de hoy como complementarias y no excluyentes entre sí.

Así, existe la posibilidad de que el ansia se “dispare” simultáneamente de distintas

formas: por el valor intrínseco que la comida tiene para las personas, por las

atribuciones cognitivas que se hacen acerca de la misma, por la activación de estructuras

corticales, subcorticales y neurales relacionadas con la motivación hacia los alimentos y

por las oscilaciones homeostáticas del organismo (Rodríguez, Cepeda- Benito,

Fernández y Vila, 2005).

Las teorías que se consideran más recientes y que son más conocidas con respecto al

resto, serían las teorías psicobiológicas (Robinson y Berridge, 2003). Según estas

teorías, aquellas sustancias que poseen propiedades adictivas (p.ej. comida, droga, etc.)

tienen el poder de realizar cambios de larga duración en ciertas estructuras del sistema

nervioso como son los sistemas dopaminérgicos, los cuales están implicados en la

motivación del apetito y en el reforzamiento. De esta manera, los factores a nivel

contextual relacionados con la ingestión de la comida se convierten de forma gradual en

estímulos o reforzadores apetitivos. Así, el mantenimiento del ansia por la comida es

producto del alcance de un estado de sensibilización en regiones límbicas y prefrontales

(p.ej. la amígdala, la corteza orbitofrontal, la ínsula, el cingulado anterior, el caudado y

el núcleo accumbens), las cuales están implicadas en aquellos procesos emocionales y

cognitivos que son indispensables para crear la experiencia subjetiva de ansia (Kalivas y

Volkow, 2005).

Como puede apreciarse en la figura 1, otras teorías centradas exclusivamente en los

atracones en BN sugieren que estos atracones pueden considerarse como una

“alimentación emocional”, es decir, que pueden deberse a ciertos afectos, emociones o

estados de ánimo. Desde esta perspectiva, la ingestión excesiva de alimentos o atracón

puede ser empleado por personas con BN como una manera de distraerse o para mitigar

los estados de ánimo negativos (aburrimiento, tristeza, ansiedad, etc.) (Cavallo y Pinto,

2001).

12

Figura 1. Relación entre los factores desencadenantes del ansia y el atracón en

bulimia (Mata, Rodríguez y Moreno, 2007).

Las atribuciones cognitivas que realizan las personas sobre aspectos como el peso, la

alimentación o la silueta intentan dar explicación acerca de los motivos que las

conducen a reducir la ingesta de alimentos en un momento concreto o, de forma

opuesta, a comer grandes cantidades de alimentos en otro momento determinado. Las

limitaciones alimentarias tan severas que se autoimponen estas personas sobre cantidad

y comidas consideradas como “prohibidas” (un ejemplo sería el chocolate), les inducen

una serie de sensaciones psicológicas y físicas a nivel de privación, y esto hace más

viable que se lleve a cabo una infracción de las normas. Si además la persona hace una

valoración de la situación y repara en que es posible llevar a cabo conductas

compensatorias de tipo purgativo como provocarse el vómito o la práctica de ejercicio

físico potente a continuación de la ingesta, esto intensificará la probabilidad de que haya

una desinhibición total y por tanto de que haya atracones (Guertin, 1999; Gendall y

Joyce, 2001).

2. Factores de riesgo en TCA

Para comenzar a analizar el ámbito de los factores de riesgo en TCA, es importante

comprender y conocer lo que se consideran algunas de las señales de alerta sobre los

cambios que se producen en una persona con anorexia nerviosa y bulimia nerviosa. Por

un lado, en la AN comienza a ser evidente la pérdida de peso, ya sea esta pérdida de

forma progresiva o brusca, y hay presente una continua y elevada preocupación por

pesarse. Estas personas evitan asistir a eventos sociales que conlleven comer, aunque su

peso sea muy bajo. Suelen reaccionar de forma muy agresiva ante cualquier comentario

que haga la gente sobre su manera de comer, la cual es muy particular. Además, en

13

algunos casos hay un aumento del consumo de tabaco, bebidas light, chicles sin azúcar

y otros productos que ayuden a controlar el hambre, además de un surgimiento en el

interés por los temas de cocina y nutrición (Díaz, 2016).

Por otro lado, las señales de alerta en personas con bulimia nerviosa son varias. Una de

ellas es ir con mucha frecuencia al baño, normalmente después de cada comida.

También aparece una alteración del peso acompañada en muchos casos de fatigas y

mareos, además de un aumento del consumo de agua, laxantes, pastillas adelgazantes,

etc. (González y cols., 1999).

Se puede afirmar por tanto que existe una serie de semejanzas y diferencias con respecto

a las señales de alerta en uno y otro trastorno. En ambas se consideran como señales de

alerta el aislamiento social, conductas autolesivas, depresión y obsesiones. En cuanto a

diferencias en las señales de alerta, encontramos que en la anorexia nerviosa existe una

preocupación por controlar el apetito, mientras que en la bulimia nerviosa existe una

necesidad de ingerir grandes cantidades de comida, seguida de la necesidad de

compensar esa acción (Díaz, 2016).

Siguiendo esta línea, algunos de los reconocidos como factores de riesgo en la anorexia

y bulimia nerviosas serían los factores genéticos, el sexo femenino, la obesidad

(Morandé, 1999) y los trastornos afectivos (Behar, Arriagada y Casanova, 2005).

Otro factor importante propuesto sería la familia. En algunas de ellas ocurre que no se

potencia la individualidad ni existe un aprendizaje sobre los límites que los hijos deben

conocer. También existen familias en las que no se les da una mínima importancia a las

necesidades físicas o emocionales de los hijos. Otras familias, en cambio, son muy

protectoras, lo cual también es perjudicial e influye en que haya conductas desadaptadas

con la comida (González y cols., 1999).

Dentro de la globalidad de los TCA, algunos de los factores de riesgo más importantes y

con mayor correlación con la sintomatología de los trastornos alimentarios son los

mensajes que transmiten los medios de comunicación, que promueven la delgadez como

ideal estético y la cada vez mayor insatisfacción corporal en las personas, lo cual

conlleva que la autoestima sea menor. Esta última se considera “como un factor previo,

predisponente, y como síntoma posterior de este tipo de trastornos”. (Baile y Ruiz,

2009, p.2).

En otras palabras, las personas con baja autoestima tienen mayores probabilidades de

desarrollar algún TCA. De hecho, el que se considera como síntoma más significativo y

14

compartido por todas las personas que padecen TCA es la baja autoestima (Bonsignore,

2004). Si a la baja autoestima se le añaden permanentes exposiciones negativas

familiares y sociales, con seguridad que todo ello acabará desembocando en una

situación de estrés crónico. Esto último puede desencadenar la modificación del

comportamiento en los hábitos alimentarios, produciendo así la aparición de los

distintos cuadros de TCA, mediante la liberación alterada de neurotransmisores (Zieher

y cols., 2003).

A partir de los años 50 y en adelante (Bonsignore, 2004), debido a la gran variedad de

factores propuestos (físicos, psicológicos, biológicos, socio-culturales, etc.) para dar

explicación a la aparición de TCA, se propone que el origen de la manifestación de

estos trastornos es multifactorial, es decir, que hay una interacción entre factores de

distinto tipo que llevan al individuo a realizar conductas inapropiadas relacionadas con

la alimentación, siendo más complicada la comprensión de la etiología de los TCA

(American Psychiatric Association, 2000).

2.1. Factores de tipo biológico

2.1.1. Los genes

Numerosos genes han sido identificados como posibles candidatos para explicar su

influencia en los TCA, en combinación con las variables ambientales (Racine, Burt,

Iacono, McGue y Klump, 2011; Wilksch, 2009) y las variables psicológicas (Spanos,

Klump, Burt, McGue y Iacono, 2010). Se considera de forma aproximada que durante la

adolescencia las variaciones genéticas son responsables del 50% al 85% de los síntomas

de TCA (Culbert, Burt, McGue, Iacono y Klump, 2009; Klump, Burt, McGue y Iacono,

2007; Klump, Suisman, Burt, McGue y Iacono, 2009) y de la preocupación por el peso

y la silueta (Klump y cols., 2010), considerando según esto que los genes tienen una

importancia mucho mayor en la determinación de la aparición de los TCA que los

factores ambientales. Cabe destacar también la estimación que existe sobre la relación

de los TCA con la activación de las hormonas ováricas como la hormona estradiol en el

inicio de la pubertad (Culbert, Burt, McGue, Iacono y Klump, 2009; Klump, Keel, Sisk

y Burt, 2010; Klump, Perkins, Alexandra, McGue y Iacono, 2007).

15

2.1.2. La etapa de la pubertad

La pubertad es una etapa que comienza por la liberación de hormonas, caracterizándose

esta fase del desarrollo corporal por la maduración sexual, la dinámica de aumento de

peso y el desarrollo de la identidad de los adolescentes (Klump, Keel, Sisk y Burt,

2010).

Es importante destacar el papel que juegan las hormonas esteroideas en la psicología de

las conductas alimentarias y en la ansiedad, así como en los posibles cambios que se

puedan sufrir (Zehr, Culbert, Sisk y Klump, (2007), como son los cambios físicos, entre

los que destaca el aumento de la cantidad de grasa corporal en las chicas (Culbert, Burt,

McGue, Iacono y Klump, 2009). Según Bearman y cols. (2006), una constitución

caracterizada por aumento de grasa corporal en las chicas se opone a lo considerado

como ideal de belleza en la actualidad, exponiéndolas así a la presión por ser delgadas

de cara a la sociedad, lo que contribuye a una baja satisfacción con la imagen corporal.

Otro evento importante es la pubertad anticipada o temprana (Rosenfield, Lipton y

Drum, 2006), pues sitúa al individuo en una escenario de riesgo de padecer síntomas de

TCA, ansiedad, (Zehr, Culbert, Sisk y Klump, (2007), actuar de forma impulsiva ante el

sufrimiento y preocupación por controlar o perder peso (Tremblay y Lariviere, 2009).

Todo esto sugiere que los mecanismos físicos y psicosociales se ven afectados por la

madurez sexual anticipada. También la pubertad temprana en chicas se ha relacionado

con la aparición de la obesidad (Must y cols., 2005), a diferencia de en los chicos, donde

el IMC alto está asociado con una madurez tardía (Lee y cols., 2010). En sus estudios,

Rosenfield y cols. (2006) encontraron que las chicas que tienen sobrepeso, en

comparación con aquellas que no, habían experimentado una madurez sexual temprana,

con la aparición de la menstruación a una edad menor. Por tanto, estas chicas están

expuestas a una condición que les exige una madurez de su propia identidad también

temprana, lo que podría desembocar en un conflicto y contribuir a una mayor

insatisfacción con la propia imagen corporal, y como consecuencia desarrollar

comportamientos alimentarios disfuncionales y así aparecer los TCA (Tremblay y

Lariviere, 2009).

16

2.1.3. El sobrepeso y la obesidad

La obesidad es un importante problema de salud que destaca en la infancia y la

adolescencia, especialmente en los países desarrollados (Ogden, Carroll, Curtin, Lamb

Y Flegal, 2010). El mundo en el que vivimos promueve un ambiente que favorece el

desarrollo de la obesidad. Algunos de los muchos factores son el fácil acceso a los

alimentos de bajo coste, altos en calorías, poco saludables y agradables al paladar y la

presión de los medios de comunicación mediante la imposición de una imagen corporal

ideal (Corsica y Hood, 2011).

Mientras que el sobrepeso y la obesidad suelen ser más frecuentes entre los chicos

(Babio, Canals, Pietrobelli, Perez y Arija, 2009; Isomaa, Isomma, Marttunen y Kaltiala-

Heino, 2010), la insatisfacción con la imagen corporal, el comportamiento alimentario

no saludable y los TCA, son más frecuentes entre las chicas (Currin, Schimidt, Treasure

y Jick, 2010; Nicholls y Viner 2009; Peláez-Fernández, Raich y Labrador, 2010).

Además, en comparación con las chicas cuya imagen corporal negativa aumenta con el

incremento del IMC, la preocupación de los chicos parece estar más centrada en el tono

muscular (Jones y Crawford, 2006). La obesidad en la adolescencia es una condición de

alto riesgo de desarrollar TCA, actitudes y comportamientos alimentarios

disfuncionales, pérdida de peso de manera inadecuada, insatisfacción con la imagen

corporal, ser víctima de comentarios dañinos como críticas o burlas por parte de la

familia y/o los compañeros, ansiedad, depresión y, aún más preocupante, de

experimentar al mismo tiempo varios problemas de salud debido a su peso, una

condición que puede perpetuar la alteración (Neumark-Sztainer y cols., 2007).

Los resultados que se obtuvieron en un estudio longitudinal fueron muy significativos,

pues se encontró que un 20% de chicos frente a un 40% de chicas con sobrepeso

realizaban conductas inapropiadas respecto a la alimentación, y que un 4,7% de chicos

frente a un 13,4% de chicas llevaban a cabo diferentes conductas vinculadas a los TCA.

También son destacables otras investigaciones que sugerían que la presión social para

reducir el peso, la comparación del cuerpo y un alto IMC se consideran factores de

riesgo que predicen comportamientos relacionados con la disminución del peso (Muris,

Meesters, Van de y Mayer, 2005). La insatisfacción con el propio cuerpo hace que sea

más probable que se usen tácticas muy extremas para dominar la pérdida de peso o

favorecerla, y esto puede conllevar un riesgo de aumento de peso en los adolescentes,

17

así como un deterioro de su salud (Neumark-Sztainer, Paxton, Hannan, Haines y Story,

2006).

2.2. Factores de tipo sociocultural

2.2.1. La influencia de los medios de comunicación: Internet

Dentro de los factores de riesgo socioculturales más destacados se encuentran los

medios de comunicación, pues estos ejercen una gran influencia sobre los TCA. Los

medios de comunicación son herramientas utilizadas para informar y comunicar

mensajes en versión textual, sonora, visual o audiovisual. Su propósito, aparte de dar

información, es entretener de diferentes formas, y son usados con distintas finalidades.

(Domínguez, 2012). No hay confirmada la existencia de una correlación entre la

exposición del cuerpo y la delgadez en los medios de comunicación y los TCA, pero es

evidente que éstos tienen una gran influencia en la actualidad siendo unos de los

principales vehículos de transmisión de unos ideales de belleza poco realistas y difíciles

de alcanzar (Díaz, 2016).

Los medios de comunicación bombardean a la población con mensajes directos o

indirectos, donde resalta el concepto de un cuerpo delgado para triunfar tanto a nivel

laboral como personal. Éstos han creado y difundido un ideal de belleza muy difícil de

alcanzar, y esto ha traído consigo múltiples consecuencias para la población. Existe un

gran interés económico en mantener este canon de belleza, pues esto supone el aumento

en las ventas de productos de belleza, ropa, alimentos, cirugías estéticas, etc. (Díaz,

2016).

Dentro de los principales medios de comunicación se encuentra Internet, una red que

juega un papel crucial en el mantenimiento de los TCA. Esta red utiliza una difusión

masiva, donde un mensaje es enviado al mismo tiempo a diferentes receptores. Se ha

convertido en una herramienta muy importante de la educación, además de tener un

gran papel en el mundo empresarial y publicitario (Domínguez, 2012). Internet permite

acceder a una gran cantidad de información, como puede ser en este caso obtener

información acerca de los TCA. En los años 90 del pasado siglo comenzó a extenderse

desde EE.UU hasta Inglaterra un movimiento llamado pro-anorexia y pro-bulimia. Se

trata de páginas o blogs en los que participan personas que consideran a los trastornos

de la alimentación como un estilo de vida, ofreciendo apoyos y asesoramiento para

adquirir un TCA. Se consideran peligrosas, ya que dificulta el tratamiento de esta

18

enfermedad, influyendo en la aparición, desarrollo y mantenimiento de la misma. Entre

los años 2006 y 2011 hubo un aumento de la creación de estas páginas web en un 47%,

dentro del cual existe un porcentaje muy elevado de usuarios que son menores de edad,

alcanzando la cifra de un 75% (Blanco, Carrera, Bermúdez, y Seijas, 2012).

2.2.2. La influencia de las relaciones interpersonales

Ciertos autores como Mellor y cols. (2008) califican como factor de riesgo más

importante relacionado con la insatisfacción corporal y la bajada de peso en

adolescentes de ambos sexos a la influencia que los padres tienen sobre los hijos. De

esta forma, plantean que el papel que posee la familia entre los adolescentes llega a ser

mucho más significativo que el de los medios de comunicación o lo amigos. De forma

contraria, autores como Shroff y Thompson (2006) consideran de mayor relevancia el

papel que juegan los compañeros tanto en chicos como en chicas, relacionándolo con la

internalización del ideal de delgadez, y la comparación corporal a nivel social que se

presenta mayoritariamente en las chicas. Un estudio realizado en 2011 en el que se hizo

un seguimiento de cuatro años a chicas de 10 a 12 años de edad, mostró unos resultados

muy interesantes: por un lado, en la evaluación realizada por separado a amigos y

padres, se encontró que ambos intervienen de manera significativa para que se produzca

una insatisfacción con la imagen corporal y para que se desarrolle una bulimia nerviosa;

por otro lado, la evaluación realizada de forma conjunta a padres y amigos, demostró

que los amigos tienen un papel de mayor peso que los padres (Blodgett y Gondoli,

2011). De forma paralela, se ha podido observar que el desarrollo por parte de los

adolescentes de una imagen corporal negativa (Agras, Bryson, Hammer y Kraemer,

2007) y de sus subsiguientes conductas de riesgo para la salud (Field y cols., 2008)

pueden deberse a la presión que tanto amigos como padres ejercen sobre ellos para que

estén delgados y al control desmesurado que ejercen los padres sobre la alimentación de

sus hijos (Agras y cols., 2007).

Otra cuestión que se considera importante es la realización por parte de amigos y

familiares de comentarios hirientes sobre el peso, ya que esto influye de manera muy

significativa en que se produzca insatisfacción corporal y en que aparezcan TCA. En

relación a esto, se ha observado que las chicas que han recibido comentarios negativos

sobre su aspecto físico presentan un mayor riesgo de realizar conductas extremas para

perder peso y atracones (Neumark-Sztainer y cols., 2007), y que los chicos que han sido

objeto de burla son más propensos a llevar a cabo una alimentación compulsiva, tener

19

sobrepeso y realizar comportamientos inadecuados para controlar el peso (Haines,

Neumark-Sztainer, Eisenberg y Hannan, 2006). También se sugiere que el

comportamiento de los amigos puede influir en el nivel de satisfacción con la imagen

corporal y en la realización de dietas, ya son posibles aspectos a compartir dentro de la

relación del grupo (Eisenberg y Neumark-Sztainer, 2010; Woelders y cols., 2010).

Algunos estudios muestran un dato importante, y es que la realización de dietas por

parte de compañeros del grupo de referencia es un factor de riesgo relacionado con los

TCA en ambos sexos (Eisenberg y Neumark-Sztainer, 2010; Neumark-Sztainer y cols.,

2007).

2.2.3. Aspectos transculturales

La manifestación de TCA no se da de forma similar en las distintas culturas existentes

(Jackson y Chen, 2007; Nicholls, Lynn y Viner, 2011). A pesar del reducido número de

estudios existentes acerca de la relación entre las conductas alimentarias inapropiadas

(Alves y cols., 2008) y los TCA en otras culturas, se ha podido demostrar que la

aparición de estos trastornos no se localiza solamente en países occidentales, ya que hay

una serie de tasas de TCA en muestras caucásicas semejantes a las registradas en los

países occidentales (Jennings, Forbes, McDermott, Juniper y Hulse, 2005; Mousa, Al-

Domi, Mashal y Jibril, 2010). Debido al habitual proceso de aculturación por parte de

las minorías étnicas y los inmigrantes asentados en los países occidentales, éstos

constituyen un grupo de riesgo para el surgimiento de TCA. Chicas indígenas

americanas e hispano-americanas y chicos indígenas americanos e hispanos tenían tasas

más altas de comportamientos alimentarios inadecuados para perder peso que sus

compañeros no hispanos (Jennings, Forbes, McDermott, Juniper y Hulse, 2005).

Resultó también muy interesante lo que se encontró en un estudio realizado por

Jennings y cols. (2005), en el que se pudo observar que un grupo de chicas asiáticas

puntuaban mucho más alto en síntomas asociados a TCA que el otro grupo que

participaba en el estudio, formado por chicas caucásicas.

20

2.3. Factores de tipo psicológico

2.3.1. Preocupación por el peso, la internalización del ideal de delgadez

Una de las principales formas de identificar si existe una preocupación por el peso es

reconocer si hay un deseo por tener un cuerpo ideal, el cual se considera delgado y

musculado. En 2011 se llevó a cabo un estudio con adolescentes en el que se pudo

observar que un 71% afirmaban tener miedo a engordar, que existía una preocupación

por el peso en un 67% de ellos y que un 51% estaban obsesionados con la forma

(Nicholls, Lynn y Viner, 2011). En relación a esto, se sugiere que aquellos chicos y

chicas que internalizan los ideales de belleza impuestos en la sociedad corren un mayor

riesgo de no estar nunca satisfechos con su cuerpo (Lawler y Nixon, 2011) y de tener

comportamientos que conduzcan a la aparición de TCA cuando no se consigue el peso

anhelado. En un estudio de cinco años de seguimiento a un grupo de chicas en cuyo

inicio tenían 12 años, se obtuvo como resultado que las adolescentes que querían estar

más delgadas eran cuatro veces más propensas a desarrollar actitudes alimentarias

inapropiadas en comparación con sus compañeras que no manifestaban este deseo.

Merece ser destacado el aumento en la discrepancia entre el cuerpo ideal y real que

puede ocurrir en las chicas después de la pubertad, pues es un período de gran

vulnerabilidad en el que el aumento de la generación de grasa las dirige a los ideales de

atractivo impuestos socialmente (Bearman, Presnell, Martínez y Stice, 2006; Culbert,

Burt, McGue, Iacono y Klump, 2009). Sin embargo, los chicos parecen estar más

complacidos con sus cuerpos conforme van madurando sexualmente (Bearman,

Presnell, Martínez y Stice, 2006; Markey, 2010).

2.3.2. Importancia de la insatisfacción con la imagen corporal

El concepto de alteración de la imagen corporal alude a la existencia de un análisis

valorativo sobre el cuerpo que no se corresponde con las características reales. Aunque

siempre existe un pequeño porcentaje de valoración negativa sobre el propio cuerpo, la

existencia de sesgos que se mantienen en personas que padecen TCA conduce a la

generalización del concepto de insatisfacción con la imagen corporal (Sepúlveda,

Botella y León, 2001)

La insatisfacción corporal está considerada como un factor de riesgo muy influyente en

el desarrollo de los TCA (Paniagua y García, 2003). Este factor es visible en un 25% a

un 81% de los adolescentes y en un 16% a un 55% de los niños (Bearman, Presnell,

21

Martínez y Stice, 2006; Lawler y Nixon, 2011; Neumark-Sztainer, Paxton, Hannan,

Haines y Story, 2006) y colabora en que se presenten múltiples requisitos psicológicos y

físicos para que aparezcan TCA (Neumark-Sztainer, Paxton, Hannan, Haines y Story,

2006). Hay una fuerte evidencia de que el rechazo de la forma del cuerpo es un factor de

riesgo, es decir, que este rechazo podría precipitar en ciertos comportamientos y

actitudes alimentarias inadecuadas (Blodgett y Gondoli, 2011; Jackson y Chen, 2011;

Neumark-Sztainer, Paxton, Hannan, Haines y Story, 2006) y éstas a su vez podrían

derivar en problemas de salud como es la obesidad. La insatisfacción corporal también

se encuentra relacionada con tener una baja autoestima y con signos de depresión, así

como con la motivación para hacer dieta y con la realización de conductas no saludables

de control de peso en la población adolescente (Neumark-Sztainer, Paxton, Hannan,

Haines y Story, 2006), que pueden dar lugar a una ingesta compulsiva de alimentos

(American Dietetic Association, 2006; Blodgett y Gondoli, 2011; Neumark-Sztainer,

Paxton, Hannan, Haines y Story, 2006) y a una ganancia de peso, y como consecuencia

los adolescentes sienten que fracasan por no lograr reducir su peso (Markey, 2010;

Neumark-Sztainer y cols., 2007). Hay una gran evidencia de que los adolescentes que

presentan exceso de peso suelen tener más tendencia a manifestar insatisfacción

corporal en comparación con aquellos que tienen un peso saludable (Paxton, Eisenberg

y Neuman-Sztainer, 2006), sugiriendo de esta forma que los adolescentes con sobrepeso

son más propensos a estar insatisfechos con su imagen corporal al distanciarse del ideal

de belleza estándar (Xu, Mellor, Kiehne, Ricciardell, McCabe y Xu, 2010).

2.3.3. Bajar de peso de forma inadecuada: dieta restrictiva

Realizar una dieta restrictiva se ha convertido en tendencia, siendo una de las maniobras

más usadas actualmente para alcanzar el cuerpo ideal de delgadez y considerada como

una parte importante de la cultura. Contrario a esta creencia, los estudios longitudinales

demuestran que la dieta restrictiva en adolescentes sin seguimiento profesional ayuda a

aumentar el riesgo de problemas de salud relacionados con el aspecto físico, como

pueden ser los atracones o el sobrepeso (Neumark-Sztainer y cols., 2007; Neumark-

Sztainer, Wall, Haines, Story y Eisenberg, 2007; Racine, Burt, Iacono, Mcgue y Klump,

2011). En un estudio que realizaron Neumark-Sztainer y cols. (2007) encontraron que el

55,4% y 24,8% de las chicas y chicos respectivamente, informaron hacer dieta,

haciéndose más vulnerables a la adquisición de hábitos alimentarios inadecuados.

22

Una acción que se incluye dentro de la conducta de dieta es la del ayuno, pues en otro

estudio realizado en 2008 se comprobó que estuvo presente en el 23% de los

adolescentes, cuyas puntuaciones en restricción dietética eran bastante elevadas (Stice,

Davis, Miller y Marti, 2008), e incluso en algunos casos el ayuno a largo plazo era más

habitual que el realizar dieta sin seguimiento médico, así como las conductas purgativas.

Otro estudio mostró que en general la dieta restrictiva es frecuente en adolescentes de

ambos sexos, y que particularmente las chicas ingerían menos nutrientes y más

alimentos bajos en calorías, siendo constantes a la hora de realizar conductas

inadecuadas para perder peso en comparación con aquellos compañeros que habían

dejado de llevarlas a cabo o los que directamente no las hacían (Larson, Neumark-

Sztainer y Story, 2009). También es importante que se haya demostrado que el realizar

una dieta restrictiva es un factor de riesgo de disminución de ejercicio físico en los

hombres (Neumark-Sztainer, Wall, Haines, Story y Eisenberg, 2007) y de conductas

extremas para conseguir bajar de peso en mujeres (Neumark-Sztainer y cols., 2007). Por

otro lado, Stice y cols. (2008) indicaron que el ayuno, en comparación con la dieta

restrictiva, está considerado de forma más significativa como factor de riesgo para

pronosticar bulimia. Por último, cabe destacar que el uso de estrategias para compensar

la subida de peso y los atracones, como lo son la dieta restrictiva o las purgas, puede ser

consecuencia directa de una pérdida de control sobre la ingestión de alimentos. Esto

puede generar sentimientos de ineficacia respecto a un cambio de peso, lo que puede

fortalecer el nivel de insatisfacción corporal, las actitudes y conductas alimentarias

inadecuadas, así como la probabilidad de que aparezcan TCA (Bearman, Presnell,

Martinez y Stice, 2006; Espinoza, Penelo y Raich, 2010).

2.3.4. Baja autoestima y el afecto negativo

El período de la adolescencia abarca una serie de procesos importantes, como son la

formación de la identidad personal y la producción de significativos cambios físicos

(Markey, 2010), y si esos procesos se combinan con el deseo de ser aceptados por parte

de los adolescentes, esto puede dar lugar a una comparación sistemática de su cuerpo

con los del resto de la sociedad (Xu y cols., 2010; Neumark-Sztainer, Paxton, Hannan,

Haines y Stoy, 2006), lo que puede propiciar una baja autoestima. De hecho, la baja

autoestima es un problema muy usual entre los adolescentes, y ésta se encuentra

íntimamente relacionada con tener una imagen negativa del cuerpo (Shroff y Thompson,

2006). Hay diversos estudios en los que se verifica que esa inclinación a comparar el

23

propio cuerpo con otros (Muris, Meesters, Van de y Mayer, 2005) y la insatisfacción

con la imagen corporal se relacionan de forma muy relevante con presentar una baja

autoestima (Paxton, Eisenberg y Neumark-Sztainer, 2006). Por otro lado, el tener una

alta autoestima se establece como un factor protector para las chicas a la hora de

desarrollar problemas de peso (Neumark-Sztainer y cols., 2007) y para ambos sexos a la

hora de desarrollar TCA (Nicholls y Viner, 2009). Sin embargo, el impacto negativo de

las críticas y los comentarios crueles por parte de familiares y amigos sobre el peso y la

continua presión por parte de la sociedad de estar de delgado (Neumark-Sztainer y cols.,

2007; Paxton, Eisenberg y Neuman-Sztainer, 2006) hacen que los adolescentes sean

más vulnerables a un aumento en la baja autoestima, iniciándose así un proceso de

comparación social, actitudes y comportamientos alimentarios inadecuados,

incrementando de esta manera la preocupación por su cuerpo, principalmente en las

chicas, y agravando la insatisfacción con su imagen corporal.

Respecto a ciertos elementos como el afecto negativo o la depresión, cabe destacar que

éstos se consideran componentes nocivos para el peso, ya que incrementan la

posibilidad de que haya preocupaciones sobre la alimentación así como del riesgo de

que se produzca una insatisfacción con el cuerpo. Ambos factores están asociados con

niveles elevados de captación de las influencias socioculturales, potenciando el hecho

de originar más deterioro en la salud de los adolescentes (Paxton, Eisenberg y Neuman-

Sztainer, 2006).

3. Técnicas y terapias

Es cierto que aunque los TCA en los que más se han intervenido y los que son más

conocidos sean la anorexia y bulimia nerviosas, la recopilación que a continuación se

presenta sobre técnicas y terapias de intervención no solo se centra en estos dos

trastornos de conducta alimentaria, pues desde las últimas modificaciones propuestas en

el DSM-5 y los estudios más recientes se están descubriendo nuevas intervenciones que

están resultando eficaces, al igual que sigue existiendo una gran importancia a la hora

de intervenir de forma conjunta por parte de los distintos profesionales con estas

personas.

De hecho, varias investigaciones han demostrado que en general los clínicos

experimentados siguen un abordaje interdisciplinar a la hora de tratar a personas con

TCA ya que esta parece ser la forma más eficaz (Thompson-Brenner y Westen, 2005;

24

Tobin, 2012), es decir, que la intervención en estos casos debe incluir a profesionales

cómo: psicólogos, psiquiatras, médicos, endocrinos o nutricionistas, entre otros.

(Méndez, Vázquez y García, 2008).

Entre lo más aplicado en intervención en TCA estaría la terapia cognitivo-conductual, la

cual tiene como objetivo cambiar las conductas alimentarias inadecuadas y hacer una

reconducción de pensamientos, es decir, tratar de corregir los pensamientos que son

disfuncionales, y los programas psicoeducativos. Éstos tienen una gran importancia, ya

que son cruciales para ayudar en la comprensión del trastorno tanto al paciente como a

sus familiares, y permite así una mayor implicación por parte de ambos a la hora de

actuar en el problema (Méndez, Vázquez y García, 2008).

Respecto a la intervención con fármacos, aunque relevante, no hay una evidencia

científica que apoye la efectividad del tratamiento farmacológico como una estrategia

de primera línea. Esta intervención normalmente se combina con otras terapias (Powers

y Bruty, 2008).

A continuación, se hará un recorrido por algunas de las terapias, técnicas, estrategias o

ejercicios que hasta ahora se conocen y se aplican en la actualidad para intervenir con

pacientes de TCA.

3.1. Terapia Cognitivo-Conductual (TCC)

La terapia cognitivo-conductual (TCC) es la intervención psicoterapéutica de referencia

para los casos de TCA dado que cuenta con mayor evidencia científica (Bayón-Pérez y

Bonan, 2012). La aplicación de la TCC se ha centrado principalmente en casos de BN y

TA (Fonagy, Roth, y Higgitt, 2005). Según la literatura y de acuerdo con los resultados

obtenidos, una intervención basada en la TCC consigue hacer desaparecer los atracones

y las conductas purgativas en al menos un 50% de los participantes diagnosticados de

BN. Además del componente conductual del trastorno, la intervención mediante TCC

permite trabajar y mejorar la distorsión de la imagen corporal (Wilson, 2005).

La intervención con esta terapia se ha extendido a los Trastornos de la Conducta

Alimentaria No Especificados (TCANE), que representan el 50% de los casos (Fairburn

y cols., 2007). Según el planteamiento cognitivo-conductual existe una autoevaluación

disfuncional en los pacientes con TCA (American Psychiatric Association, 2002). Esta

autoevaluación, presente en la AN, la BN y la mayoría de los TCANE, se basa en una

preocupación extrema por la figura, el peso y el control sobre ellos (Cooper y Shafran,

25

2008). Los principales objetivos de la TCC son la reestructuración de pensamientos

irracionales relacionados con la ingesta y la autoimagen, así como la reducción y

eliminación de síntomas como el atracón, la restricción alimentaria o el vómito (De la

Vega y Gómez-Peresmitré, 2012). Otro objetivo fundamental es la intervención en la

sintomatología que suele ir asociada a estos trastornos como son la depresión, ansiedad

y baja autoestima (Bégin, Gagnon-Girouard, Aimé y Ratté, 2013). Es por ello que el

tratamiento nutricional en combinación con la TCC resulta esencial para una

intervención óptima (Scribner y Graves, 2010). Entre sus funciones se encuentran las de

la educación nutricional, que ayuda a modificar actitudes, creencias, mitos y miedos

frente a la comida favoreciendo la adquisición de un patrón alimentario saludable y

normalizado (Loria y cols., 2009). La inclusión de este tipo de intervención dentro del

tratamiento integral que deben recibir estos pacientes está ampliamente recomendada

(Gandarillas, Zorrilla, Sepúlveda y Muñoz, 2003; Loria y cols., 2009).

3.2. Psicoeducación

Es muy importante el papel que desempeñan las familias durante el tratamiento de los

TCA de sus allegados, por lo que es vital apoyar y comprender a las familias para que

participen en el proceso de cambio, además de informarles del acceso a los recursos

comunitarios e institucionales.

Una de las intervenciones más conocidas a nivel grupal es los Grupos de Autoayuda.

Estos grupos están compuestos por personas que poseen unos problemas en común, en

este caso, padecer un TCA. De forma general, en los grupos de autoayuda las personas

comparten experiencias que han vivido y las usan para aprender y poder sobrellevar

mejor sus situaciones, ofreciéndose apoyo mutuo. Estos grupos pueden ser guiados por

profesionales como trabajadores sociales o psicólogos, ofreciendo ayuda, comunicación

y consejos así como actuaciones psicoeducacionales e intervenciones centradas en

disminuir la sintomatología de los TCA y en reforzar a las personas. Entre otras

actuaciones se pueden realizar charlas y actividades de concienciación de los TCA

defendiendo estilos de vida saludable, entrenando las habilidades sociales y trabajando

la autoestima. En estos grupos también se enseñan a familiares de personas con TCA a

identificar los posibles síntomas o factores de dichos trastornos, para que puedan acudir

así a un/a profesional (Arrufat y cols., 2009).

26

3.3. Mindfulness

Una de las estrategias que está en auge desde la década de los 70 del pasado siglo en

TCA es la práctica del mindfulnes (Miró y Simón, 2012). El mindfulnes se define como

una habilidad psicológica constituida por dos componentes principales: la regulación de

la atención para mantenerla centrada en la experiencia inmediata, y la actitud o

búsqueda de curiosidad, apertura mental y aceptación hacia esa experiencia,

independientemente del valor positivo o negativo de ésta (Bishop y cols., 2004; Miró y

Simón, 2012).

Está demostrado que el mindfulnes es una técnica muy eficaz para intervenir en TCA

por una serie de mecanismos a través de los cuales actúa: 1) la regulación atencional; 2)

la regulación emocional; 3) cambios en la perspectiva de uno mismo o reconducción de

pensamientos; y 4) conciencia corporal (Hölzel y cols., 2011), guardando ésta última

una relación bastante estrecha con los TCA (Probst, 1997), pues se refiere a esa

capacidad que tiene el sujeto para percibir sensaciones corporales mínimas (Mehling y

cols., 2009).

En diversos estudios se ha podido comprobar que existe una correlación entre

mindfulness y TCA, pues los sujetos que presentaban un alto dominio en la técnica de

mindfulness eran menos propensos a padecer TCA (Lavander, Jardin, y Anderson,

2009). Gracias a estas evidencias, se ha sugerido que esta técnica puede ser un

componente fundamental para el tratamiento de este tipo de trastornos (Wilson, 2005).

En la actualidad, el mindfulness ha conseguido convertirse en una nueva forma de

tratamiento, ya que ayuda a modificar y reconducir conductas desadaptadas

relacionadas con la comida, y de esta manera ayuda a fomentar una alimentación mucho

más saludable (Christian, Wan, Donatoni y Meier, 2014). Sin duda, entrenarse en

mindfulness puede ser muy beneficioso y de ayuda en el funcionamiento vital, pues es

muy útil a la hora de ingerir porciones de comida de un tamaño adecuado (Godsey,

2013), elegir alimentos más sanos (Brown, Ryan y Creswell, 2007) o reducir el

consumo de alimentos más perjudiciales (Beshara, Hutchinson, y Wilson, 2013).

En este sentido, la práctica de mindfulness resulta efectiva en mejorar las habilidades de

regulación emocional (Hamilton, Kitzman y Guyotte, 2006), pues permite no quedarse

bloqueado en los pensamientos negativos y reconducir la atención hacia objetivos

positivos (Karoly, 1999). A su vez, el poder observar la emoción durante el proceso de

27

meditación mejora el contacto de la persona con sus emociones negativas, aumentando

así la tolerancia hacia ésas sensaciones desagradables, reduciendo su intensidad y su

duración (Thayer, Friedman y Borkovec, 1996). Así, se produce una relación inversa

entre un alto nivel en la capacidad de mindfulness y las cogniciones propias de los TCA

(Masuda y Wendell, 2010).

Por otra parte también permite mejorar la detección de las sensaciones corporales,

aprendiendo a distinguir entre hambre y saciedad, excitación emocional y las propias

señales externas al cuerpo, lo que permite a su vez disminuir los antojos de comida

(Alberts, Mulkens, Smeets y Thewissen, 2010; Alberts, Thewissen, y Raes, 2012), el

número de atracones (Baer y cols., 2005; Courbasson, Nishikawa, y Shapira, 2011;

Kristeller y Hallett, 1999; Leahey, Crowther, y Irwin, 2008; Smith, Shelley, Leahigh, y

Vanleit, 2006; Sojcher, Gould y Perlman, 2012), el IMC en pacientes con sobrepeso

(Tapper y cols., 2009) y aumentar la sensación de autoeficacia (Kristeller y Hallett,

1999; Leahey, Crowther e Irwin, 2008).

El término ”mindful eating” consiste en aplicar la técnica de mindfulness en las distintas

etapas que engloban el proceso ingerir alimentos, como la elección de alimentos de

forma consciente, diferenciar entre hambre física y psicológica, identificar las señales

de saciedad y, en definitiva, comer con atención plena (Grimm y Steinle, 2011). Hasta

ahora se puede encontrar evidencia de que el entrenamiento en minful eating es efectivo

en la disminución de episodios de atracón (Courbasson y cols., 2011; Smith y cols.,

2006), mejorando en regulación emocional y autocontrol con respecto a la comida

(Leahey y cols., 2008), así como también resulta eficaz a la hora de combatir y reducir

los síntomas depresivos (Kristeller y Wolever, 2011), encontrando una relación

estadísticamente significativa con la capacidad de contener el pensamiento en relación

con la comida y con disminuciones estadísticamente significativas en medidas de estrés,

afecto negativo e impulsividad.

28

3.4. Psicofármacos

El uso de psicofármacos, combinado con otras psicoterapias o técnicas de intervención,

se centra principalmente en reducir la ansiedad o aliviar los síntomas del estado del

ánimo asociados a los TCA, pudiendo facilitar la realimentación, aumentar el apetito o

inducir el aumento de peso como efecto secundario. Centrándonos en la AN, el

tratamiento aquí puede complicarse por el hecho de que el fármaco o fármacos pueden

ser efectivos durante una etapa (por ejemplo, en la fase de recuperación del peso)

pudiendo no ser útiles en otra etapa (por ejemplo, en la fase de mantenimiento del peso).

Sin embargo, tanto en AN como en BN, hay fármacos cuyos resultados suelen ser

positivos en ambos trastornos, y son los inhibidores selectivos de las recaptación de

serotonina (ISRS), que tienen efectos antidepresivos, antiobsesivos y ansiolíticos.

Básicamente, estos contribuyen a mejorar el estado de ánimo en personas con trastornos

alimentarios y contribuyen a reducir ciertas conductas como los atracones o vómitos

(Gaete, López y Matamala, 2012).

4. Conclusiones

El tema escogido para este trabajo es bastante amplio y complejo. Los Trastornos de

Conducta Alimentaria es un campo que abarca aún muchas preguntas sin resolver.

Respecto a su reconocimiento como trastorno, aunque difuso, se puede situar a partir de

la segunda mitad del siglo XX, cuando se comienza a imponer a través de sectores muy

influyentes como el de la moda, la estética o el de los medios de comunicación el “ideal

de cuerpo perfecto”. A partir de aquí, comienza una tendencia hacia las conductas

enfermizas para lograr esa imagen impuesta por parte de la sociedad, y aunque afecta

tanto a la población masculina como femenina, los sondeos señalan un mayor

porcentaje de mujeres afectadas, y que la etapa en la que la población es más susceptible

de verse afectada por los trastornos de conducta alimentaria es la adolescencia. Con el

paso de los años, cada vez se hacen más visibles los problemas relacionados con la

malnutrición, la insatisfacción corporal o el rechazo por parte de la sociedad hacia

quienes no cumplen los estereotipos de delgadez cada vez más integrados, sobre todo en

las culturas occidentales, entre otros. Sobre la clasificación de los TCA en la quinta

versión del DSM, aunque se recogen nuevos criterios diagnósticos y esto permite que la

categorización sea más específica, siguen siendo los más destacados en la sociedad la

anorexia nerviosa, la bulimia nerviosa y el trastorno de conducta alimentaria no

especificado.

29

Respecto a la revisión del apartado sobre los factores de riesgo que influyen en la

aparición de estos trastornos, hay un consenso en que se trata de una explicación

multifactorial, es decir, que hay tanto factores biológicos, como psicológicos, como

sociales, como ambientales. Aunque no todos tienen la misma relevancia o la misma

probabilidad dependiendo de la persona, parece que la insatisfacción corporal aparece

como un elemento principal. Se considera en sí un factor de riesgo, y también aparece

como síntoma o característica de un TCA. Aun así, absolutamente cualquier indicio de

que esa persona pueda padecer o esté padeciendo algún desorden alimentario es muy

importante saber identificarlo, y por eso es crucial que haya estudios y siga habiéndolos

sobre lo que puede iniciar alguna conducta inadecuada respecto a la imagen corporal y

dar pie a una obsesión o miedo respecto al propio cuerpo y a la alimentación. También

cabe destacar que la mayoría de la literatura revisada se centra en la anorexia y bulimia,

dejando un poco más aparcado el TA y el TCANE, pero igualmente la mayoría de los

factores expuestos se aplican de forma general para los distintos TCA clasificados.

Por último, sobre la parte de las técnicas y terapias, se puede decir que aún hay que

investigar e indagar mucho más acerca de más formas eficaces para intervenir con estas

personas que padecen algún tipo de TCA. Aunque se ha demostrado que ciertas

psicoterapias, estrategias y tratamientos han dado resultados positivos en personas que

padecen este tipo de trastornos como es la TCC y el mindfulness, la mayoría de estudios

ponen de manifiesto que no hay nada establecido específicamente para poder ponerles

fin. Aquí, también dependiendo del tipo de TCA, por ejemplo si es bulimia o si es

anorexia, hay enfoques terapéuticos que funcionan mejor en un caso que en otro, así

como también hay puntos comunes a tratar en todas estas personas, como es la

motivación. En definitiva, no hay una “fórmula mágica” ni una única forma de abordaje

que por sí sola ponga fin a los distintos trastornos de conducta alimentaria, y parece que

lo más completo y lo que está dando mejores resultados es un abordaje interdisciplinar a

la hora de intervenir en estos trastornos, aunque siempre hay que tener en cuenta que

cada caso es diferente y con unas características muy específicas.

30

5. Referencias

Agras, W. S., Bryson, S., Hammer, L. D. Y Kraemer, H.C. (2007). Childhood risk factors for

thin body preoccupation and social pressure to be thin. Journal of the American

Academy of Child Adolescent Psychiatry, 46(2), 171-178.

Alberts, H., Mulkens, S., Smeets, M. Y Thewissen, R. (2010). Coping with food cravings:

Investigating the potential of mindfulness-based intervention. Appetite, 55, 160-163.

Alberts, H., Thewissen, R Y Raes, L. (2012). Dealing with problematic eating behavior. The

effects of a mindfulness-based intervention on eating behavior, food cravings,

dichotomus thinking and body image concern. Appetite, 58(3), 847-851.

American Dietetic Association. (2006). Position of the American dietetic association: nutrition

intervention in the treatment of anorexia nervosa, bulimia nervosa and other eating

disorders. Journal of the American Dietetic Association, 106(12), 2073-2082.

American Psychiatric Association (2000). Diagnostic and statical manual of mental disorder

(4ª ed.). Washington, DC: American Psychiatric Association.

American Psychiatric Association. (2002). Manual Diagnóstico y Estadístico de los Trastornos

Mentales DSM-IV-TR. Barcelona: Masson.

American Psychiatric Association. (2013). Diagnostic and statiscal manual of mental disorders

(5ª ed.). Washington, DC: Author.

American Psychiatric Association (2014). DSM-5. Manual diagnóstico y estadístico de los

trastornos mentales. México: Editorial Médica Panamericana

Arlington, V. A. (2013). Diagnostic and Statistical Manual of Mental Disorders (5ª

ed.).Washigton, DC: American Psychiatric Association.

Arrufat, F. J., Badia, G., Benítez, D., Cuesta., L., Duño, L., Estrada, M. D., Fernández, F. Y

Franch, J. (2009). Guía de práctica clínica sobre trastornos de la conducta alimentaria.

Barcelona: Agència d’Avaluació de Tecnologia i Recerca Mèdiques de Cataluña.

Attia, E. Y Roberto, C. A. (2009). Should amenorrhea be a diagnostic criterion for anorexia

nervosa? International Journal of Eating Disorders. 42, 581-589.

Babio, N., Canals, J., Pietrobelli, A., Perez, S. Y Arija, V. (2009). A two-phase population

study: relationships between overweight, body composition and risk of eating disorders.

Revista Nutrición Hospitalaria, 24(4), 485-491

Baer, R. A., Fischer, S., Y Huss, D. B. (2005a). Mindfulness-based cognitive therapy applied to

binge eating: A case study. Cognitive and Behavioral Practice, 12(3), 351 358.

http://doi.org/Doi10.1016/S1077-7229(05)80057-4

Baer, R. A., Fischer, S., Y Huss, D. B. (2005b). Mindfulness and acceptance in the treatment of

disordered eating. Journal of Rational - Emotive and Cognitive – Behavior Therapy,

23(4), 281–300. http://doi.org/10.1007/s10942-005-0015-9

31

Baile, J. I., Y Ruiz, Y. (2009). El efecto de los medios de comunicación en la autoestima de

chicas adolescentes, un estudio en el contexto de los trastornos alimentarios. Revista de

Humanidades Cuadernos del Marqués de San Adrián, 1-6. Recuperado el 7 de abril de

2016 de: http://www.unedtudela.es/archivos_publicos/qweb_paginas/239/revista6-

articulo1.pdf

Bayón-Pérez, C. Y Bonan, V. (2012). Trastornos de la conducta alimentaria e intervenciones

psicoterapéuticas que incorporan mindfulnes en Miró Barrachina, M. T., Y Simón

Pérez, V. (eds). Mindfulness en la práctica clínica. Bilbao: Desclée de Brouwer.

Bearman, S., Presnell, K., Martinez, E. Y Stice, E. (2006). The skinny on body dissatisfaction:

A longitudinal study of sdolescent girls and boys. Journal of Youth and Adolescence,

35(2), 217-229.

Bégin, C., Gagnon-Girouard, M. P., Aimé, A. Y Ratté, C. (2013). Trajectories of eating and

clinical symptoms over the course of a day hospital program for eating disorders. Eating

Disorders: The journal of Treatment Y Prevention, 21(3), 249-264.

Behar, R. (1998). Trastornos del hábito de comer en adolescentes: Aspectos clínicos y

epidemiológicos. Revista Médica de Chile, 126, 1085-1092.

Behar, R., Arriagada, M. I. Y Casanova, D. (2005). Eating and affective disorders: A

comparative study. Revista médica de Chile, 133(12), 1407-1414. Recuperado de:

http://www.scielo.cl/scielo.php?script=sci_arttextYpid=S0034-

98872005001200001Ylng=esYtlng=en.10.4067/S0034-98872005001200001

Beshara, M., Hutchinson, A. Y Wilson, C. (2013). Does mindfulness matter? Everyday

mindfulness, mindful eating and self-reported serving size of energy dense foods among

a sample of South Australian adults. Appetite, 67, 25–29.

Bishop, S. R., Lau, M., Shapiro, S., Carlson, L., Anderson, N. D., Carmody, J. Y Velting, D.

(2004). Mindfulness: A proposed operational definition. Clinical Psychology: Science

and Practice, 11(3), 230–241

Blanco, E., Carrera, M., Bermúdez, C., Y Seijas, R. (2012). Influencia de las páginas pro-

anorexia y pro-bulimia en un grupo de pacientes con trastornos de la conducta

alimentaria. Trastornos de la Conducta Alimentaria 16, 1775-1793. Recuperado de:

http://www.tcasevilla.com/archivos/pro_ana_pro_mia.pdf

Blodgett Salafia, E. H. Y Gondoli D. M. (2011). A 4-year longitudinal investigation of the

processes by which parents and peers influence the development of early adolescent

girls’ bulimic symptoms. The Journal of Early Adolescence, 31(3), 390-414.

Bonsignore, A. M. (2004). Bulimia nerviosa y otros trastornos de la conducta alimentaria:

algunas reflexiones. Archivos argentinos de pediatría, 10(6), 419-421.

Brown, K., Ryan, R. Y Creswell, J. (2007). Mindfulness: Theoretical foundations and evidence

for its salutary effects. Psychological Inquiry, 18, 211–237.

Castillo, M. D., León, M. T., López, A., Medina, J. M., Burgos, F. Y De Cruz, A. (2005).

Trastornos de la conducta alimentaria. Medicina General, 0(71), 26-31.

Cavallo, D. A. Y Pinto, A. (2001). Effects of mood induction on eating behavior and cigarette

craving in dietary restrainers. Eating Behaviors, 2, 113-127.

32

Christian, H., Wan, W., Donatoni, L. Y Meier, P. (2014). Mindful eating: Trait and state

mindfulness predict healthier eating behavior. Personality and Individual Differences.

Volume 68, Pages 107–111.

Corsica, J. A. Y Hood, M. M. (2011). Eating disorders in an obesogenic environment. Journal

of the Amercian Dietetic Association, 111(7), 996-1000.

Courbasson, C., Nishikawa, Y. Y Shapira, L. (2011). Mindfulness-action based cognitive

behavioral therapy for concurrent binge eating disorder and substance use disorders.

Eating Disorders, 19, 17–33

Culbert, K. M., Burt, S. A., McGue, M., Iacono, W. G. Y Klump K. L. (2009). Puberty and the

genetic diathesis of disordered eating attitudes and behaviors. Journal of Abnormal

Psychology, 118(4), 788-96.

Culbert, K. M., Racine, S. E. Y Klump, K. L. (2011). The influence of gender and puberty on

the heritability of disordered eating symptoms. Current Topics in Behavioral

Neuroscience, 6, 177-185

Currin, L., Schimidt, U., Treasure, J. Y Jick, H. (2005). Time trends in eating disorder

incidence. British Journal of Psychiatry, 186(2), 132-135.

De la Vega, R. I. Y Gómez-Peresmitré, G. (2012). Intervención cognitivo-conductual en

conductas alimentarias de riesgo. Psicología y Salud, 22(2), 225-234.

Díaz, J. (2016). Estudio sobre influencia de los medios de comunicación en la autopercepción

corporal y en la aparición de los TCA. (Tesis de grado). Universidad de La Laguna,

España.

Domínguez, E. (2012. Medios de comunicación masiva. México: Red Tercer Milenio

Eisenberg, M. E. Y Neumark-Sztainer, D. (2010). Friends’ dieting and disordered eating

behaviors among adolescents five years later: findings from project EAT. Journal of

Adolescent Health, 47(1), 67-73

Espinoza, P., Penelo, E. Y Raich, R. M (2010). Disordered eating behaviors and body image in

a longitudinal pilot study of adolescent girls: what happens 2 years later? Body Image, 7

(1), 70-73.

Esteban, M. (2004). Antropología del cuerpo. Género, itinerarios corporales, identidad y

cambio. Barcelona: Ediciones Bellaterra.

Fairburn, C. G., Shafran, R. Y Cooper, Z. (1998). A cognitive behavioral theory of anorexia

nervosa, 37, 1-13.

Fairburn, C. G., Y Harrison, P. J. (2003). Eating disorders. Lancet, 361(9355), 407–16.

http://doi.org/10.1016/S0140-6736(03)12378-1

Fairburn, C. G., Cooper, Z., Bohn, K., O’Connor, M. E., Doll, H. Y Palmer, R. L. (2007). The

severity and status of eating disorder NOS: implications for DSM-V. Behavior

Research and Therapy, 45(8), 1705–15. http://doi.org/10.1016/j.brat.2007.01.010

33

Fairburn, Christopher G., Cooper, Z., Shafran, R., Wilson, G., Terence, B. Y David, H. (2008).

Clinical handbook of psychological disorders: A step-by-step treatment manual, (4ª ed),

(pp. 578-614). New York, NY, US: Guilford Press, xiv, pp 722.

Field, A. E., Javaras, K. M., Aneja, P., Kitos, N., Camargo, C. A., Jr Taylor, C. B. et al. (2008).

Family, peer and media predictors of becoming eating disordered. Archives of Pediatric

Adolescent Medicine, 162(6), 574-579.

Fisher, M. M., Rosen, D. S., Ornstein, R. M., Mammel, K. A., Katzman, D. K., Rome, E. S. et

al. (2014). Characteristics of avoidant/restrictive food intake disorder in children and

adolescents: a “new disorder” in DSM-V. Journal of Adolescent Health, 55, 49-52.

Fonagy, P., Roth, A., Y Higgitt, A. (2005). Psychodynamic psychotherapies: evidence based

practice and clinical wisdom. Bulletin of the Menninger Clinic, 69(1), 1.

Gaete, P. M., López. C. Y Matamala, M. (2012). Trastornos de la conducta alimentaria en

adolescentes y jóvenes: Parte II. Tratamiento, complicaciones médicas, curso y

pronóstico, y prevención clínica. Revista Médica Clínica Las Condes, 23(5), 579-591.

Gandarillas, A., Zorrilla, B., Sepúlveda, A. R. Y Muñoz, P. (2003). Prevalencia de casos

clínicos de trastornos del comportamiento alimentario en mujeres adolescentes de la

Comunidad de Madrid. Madrid: Instituto de Salud Pública.

Gendall, K. A., Sullivan, P. F., Joyce, P. R. Y Bulik, C.M. (1997). Food cravings in women

with a history of anorexia nervosa. International Journal of Eating Disorders, 22, 403-

409.

Gendall, K. A., Joyce, P. R., Sullivan, P. F. Y Bulik, C. M. (1998). Food cravers:

Characteristics of those who binge. International Journal of Eating Disorders, 23, 353-

360.

Gendall, K. A. Y Joyce, P. R. (2001). Characteristics of food cravers who binge eat. En M.M.

Hetherington (ed.). Food cravings and addiction (pp. 88-101). Surrey, UK: Leatherhead

Publishing.

Godsey, J. (2013). The role of mindfulness based interventions in the treatment of obesity and

eating disorders: an integrative review. Complementary Therapies in Medicine, 21, 430-

439.

González, E., Merino, B., López, C., García, A., Migallón, P. Y Pérez A. M. (1999) Nutrición

saludable y prevención de los trastornos alimentarios. Madrid: Secretaría. General

Técnica. Centro de Publicaciones. Ministerio de Educación y Cultura. Recuperado de:

file:///C:/Users/USUARIO/Downloads/14077_19.pdf

Graña, J. L. (1994). Conductas adictivas: Teorías, evaluación y tratamiento. Madrid: Debate.

Grimm, E. Y Steinle, N. (2011). Genetics of eating behavior: established and emerging

concepts. Nutrition Reviews, 69(1), 52–60.

Guertin, T. L. (1999). Eating behavior of bulimics, self-identified binge eaters and non-eating

disordered individuals: What differentiates these population? Clinical Psychology

Review, 19(1), 1-25.

34

Haines, J., Neumark-Sztainer, D., Eisenberg, M. E. Y Hannan, P. J. (2006). Weight teasing and

disordered eating behaviors in adolescents: longitudinal findings from project EAT

(Eating Among Teens). Pediatrics, 117(2), 209-215

Hamilton, N. A., Kitzman, H. Y Guyotte, S. (2006). Enhancing health and emotion:

Mindfulness as a missing link between cognitive therapy and positive psychology.

Journal of Cognitive Psychotherapy: An International Quarterly, 20(2), 123-134.

Heffner, M., Sperry, J., Eifert, G. H. Y Detweiler, M. (2002). Acceptance and commitment

therapy in the treatment of an adolescent female with anorexia nervosa: A case example.

Cognitive and behavioral practice, 9, 232–236. http://doi.org/10.1016/S1077-

7229(02)80053-0

Hill, A. J. Y Heaton-Brown, L. (1994). The experience of food craving: A prospective

investigation in healthy women. Journal of Psychosomatic Research, 38, 801-814.

Hoek, H. W. Y Van Hoeken, D. (2003). Review of the prevalence and incidence of eating

disorders. International Journal of eating disorders, 34(4), 383-396.

Hölzel, B. K., Lazar, S. W., Gard, T., Schuman-Olivier, Z., Vago, D. R. Y Ott, U. (2011). How

does mindfulness meditation work? Proposing mechanisms of action from a conceptual

and neural perspective. Perspectives on psychological science, 6(6), 537-559

Isomaa, A. L., Isomaa, R., Marttunen, M. Y Kaltiala-Heino, R. (2010). Obesity and eating

disturbances are common in 15-year-old adolescents. A two-step interview study.

Nordic Journal of Psychiatry, 64(2), 123-129

Jackson, T. Y Chen, H. (2007). Identifying the eating disorder symptomatic in China: the role

of sociocultural factors and culturally defined appearance concerns. Journal of

Psychosomatic Research, 62(2), 241-249.

Jackson, T. Y Chen, H. (2010). Risk factors for disordered eating during early and middle

adolescence: prospective evidence from mainland Chinese boys and girls. Journal of

Abnormal Psychology, 120(2), 454-464.

Jennings, P. S., Forbes, D., McDermott, B., Juniper, S. Y Hulse, G. (2005). Acculturation and

eating disorders in Asian and Caucasian Australian adolescent girls. Psychiatry and

Clinical Neuroscience, 59(1), 56-61.

Jones, D. Y Crawford, J. (2006). The peer appearance culture during adolescence: gender and

body mass variations. Jorunal of Youth and Adolescence, 35(2), 243-255.

Kalivas, P. W. Y Volkow, N. D. (2005). The neural basis of addiction: A pathology of

motivation and choice. The American Journal of Psychiatry, 162, 1403-1413.

Karoly, P. (1999). A goal – systems – self - regulatory perspective on personality,

psychopathology, and change. Review of General Psychology, 3, 264-291.

Klump, K. L., Burt, S. A., McGue, M. Y Iacono, W. G. (2007). Changes in genetic and

environmental influences on disordered eating across adolescence: a longitudinal twin

study. Archives of General Psychiatry, 64(12), 1409-1415.

35

Klump, K. L., Perkins, P. S., Alexandra, B. S., McGue, M. Y Iacono WG. (2007) Puberty

moderates genetic influences on disordered eating. Psychological Medicine, 37(5), 627-

634.

Klump, K. L., Suisman, J. L, Burt, S. A, McGue, M. Y Iacono, W. G. (2009) Genetic and

environmental influences on disordered eating: An adoption study. Journal of Abnormal

Psychology, 118(4), 797-805.

Klump, K. L, Burt, S. A, Spanos, A., McGue, M., Iacono, W. G. Y Wade, T. D. (2010). Age

differences in genetic and environmental influences on weight and shape concerns.

International Journal of Eating Disorders, 43(8), 679-88.

Klump, K. L., Keel, P. K., Sisk, C. Y Burt, S. A. (2010). Preliminary evidence that estradiol

moderates genetic influences on disordered eating attitudes and behaviors during

puberty. Psychological Medicine, 40(10), 1745-1753.

Koblenzer, C. (2003). Psychosocial aspects of beauty: How and why to look good. Clinics in

Dermatololgy, 21(6), 473-475.

Kristeller, J. L. Y Hallett, C. B. (1999). An exploratory study of a meditation-based

intervention for binge eating disorder. Journal of Health Psychology, 4(3), 357–363.

http://doi.org/10.1177/135910539900400305

Kristeller, J. L. Y Wolever, R. Q. (2011). Mindfulness-based eating awareness treatment (MB-

EAT): Conceptual basis. Eating Disorders: The Journal of Treatment Ö Prevention, 19,

49-61

Larson, N. I., Neumark-Sztainer, D. Y Story, M. (2009). Weight control behaviors and dietary

intake among adolescents and young adults: longitudinal findings from project EAT.

Journal of the American Dietetic Association, 109(11), 1869-1877.

Lavander, J. M., Jardin, B. F. Y Anderson, D. A. (2009). Bulimic symptoms in under graduate

men and women: Contributions of Mindfulness and thought suppression. Eating

Behaviors, 10, 228–231.

Lawler, M. Y Nixon. E. (2011). Body dissatisfaction among adolescent boys and girls: the

effects of body mass, peer appearance culture and internalization of appearance ideals.

Journal of Youth and Adolescence, 40(1), 59-71.

Leahey, T., Crowther, J. Y Irwin, S. (2008). A cognitive-behavioral mindfulness group therapy

intervention for the treatment of binge eating in bariatric surgery patients. Cognitive and

Behavioral Practice, 15(4), 364–375.

Lee, J. M., Kaciroti, N., Appugliese, D., Corwyn, R. F., Bradley, R. H. Y Lumeng, J. C. (2010).

Body mass index and timing of pubertal initiation in boys. Archives of Pediatrics and

Adolescent Medicine, 164(2), 139-144.

Lipovetsky, G. (1994). La era del vacío. Barcelona: Anagrama.

Loria, C. M., K.G.M.M, A., Eckel, R., Grundy, S., Zimmet, P., Cleeman, J., Donato, A.,

Fruchart, J. C., James, W. Y Smith, S. (2009). Harmonizing the metabolic syndrome.

Joint Scientific Statement, 120, 160-164.

36

Marcus, M. D. Y Kalarchian, M. A. (2003). Binge eating in children and adolescents.

International Journal of Eating Disorders, 34, 47-57.

Markey, C. (2010). Invited commentary: why body image is important to adolescent

development. Journal of Youth and Adolescence, 39(12), 1387-1391.

Martín Murcia, F. M. (2003).Trastornos de la conducta alimentaria en: Cangas, A.J,

Maldonado, L.A. Y López, M. Manual de Psicología Clínica y General (Vol. I),

Granada: Alborán.

Masuda, A., Y Wendell, J. W. (2010). Mindfulness mediates the relation between disordered

eating-related cognitions and psychological distress. Eating Behaviors, 11(4), 293-296.

Mata, J. L., Moreno, S. Y Rodríguez, S. (2007). Psicofisiología del ansia por la comida y la

bulimia nerviosa. Clínica y Salud, 18, 99-118.

Mehling, W. E., Gopisetty, V., Daubenmier, J., Price, C. J., Hecht, F. M. Y Stewart, A. (2009).

Body awareness: construct and self-report measures. PLOS ONE, 4(5), e5614.

Mellor, D., McCabe, M., Ricciardelli, L. Y Merino, M. E. (2008). Body dissatisfaction and

body change behaviors in Chile: The role of sociocultural factors. Body Image, 5(2),

205-215.

Méndez, J., Vázquez, V. Y García, E. (2008). Los trastornos de la conducta alimentaria. Boletín

Médico Hospitalario Infantil de México. 6(65), 579-592.

Ministerio de Sanidad y Consumo. (2009). Guía de práctica clínica sobre trastornos de la

conducta alimentaria.

Miró Barrachina, M. T. Y Simón Pérez, V. (2012). Mindfulness en la práctica clínica. Bilbao:

Desclée de Brouwer.

Morandé, G. (1999) Conductas de riesgo en adolescentes, Trastornos por hacer dietas. Anorexia

y bulimia nerviosa. PSYKHE, 8(2), 31-42. Recuperado de:

http://www.psykhe.cl/index.php/psykhe/article/viewFile/139/137

Mousa, T. Y., Al-Domi, H. A, Mashal, R. H. Y Jibril, M. A. (2010). Eating disturbances

among adolescent schoolgirls in Jordan. Appetite, 54(1), 196-201.

Muris, P., Meesters, C., van de, B. W. Y Mayer, B. (2005). Biological, psychological and

sociocultural correlates of body change strategies and eating problems in adolescent

boys and girls. Eating Behavior, 6(1), 11-22.

Must, A., Naumova, E. N., Phillips, S. M., Blum, M., wson-Hughes, B. Y Rand, W. M. (2005).

Childhood Overweight and Maturational Timing in the Development of Adult

Overweight and Fatness: The Newton Girls Study and Its Follow-up. Pediatrics, 116(3),

620-627.

Neumark-Sztainer, D., Paxton, S. J., Hannan, P. J., Haines, J. Y Story, M. (2006). Does Body

Satisfaction Matter? Five-year longitudinal associations between body satisfaction and

health behaviors in adolescent females and males. Journal of Adolescent Health, 39(2),

244-251.

37

Neumark-Sztainer, D., Wall, M., Haines, J., Story, M. Y Eisenberg, M. E. (2007). Why Does

Dieting Predict Weight Gain in Adolescents? Findings from Project EAT-II: A 5-Year

Longitudinal Study. Journal of the American Dietetic Association, 107(3), 448-455.

Neumark-Sztainer, D. R., Wall, M. M., Haines, J. I, Story, M. T., Sherwood, N. E. Y van den

Berg, P. A. (2007). Shared risk and protective factors for overweight and disordered

eating in adolescents. American Journal of Preventive Medicine, 33(5), 359-369.

Nicholls, D., Chater, R. Y Lask, B. (2000). Children into DSM don’t go: A comparison of

classification systems for eating disorders in childhood and early adolescence.

International Journal of Eating Disorders, 28(3), 317-324.

Nicholls, D. E. Y Viner, R. M. (2009). Childhood risk factors for lifetime anorexia nervosa by

age 30 years in a national birth cohort. Journal of the American Academy of Child and

Adolescent Psychiatry, 48(8), 791-799.

Nicholls, D. E., Lynn, R. Y Viner, R. M. (2011). Childhood eating disorders: British national

surveillance study. British Journal of Psychiatry, 198(4). 295-301.

Ogden, C. L., Carroll, M. D., Curtin, L. R., Lamb, M. M. Y Flegal, K. M. (2010). Prevalence of

high body mass index in US children and adolescents, 2007-2008. JAMA, 303(3), 242-

249.

Ornstein, R. M., Rosen, D. S., Mammel, K. A., Callahan, S. T., Forman, S., Jay, M. S. et al.

(2013). Distribution of eating disorders in children and adolescents using the proposed

DSM 5 criteria for feeding and eating disorders. Journal of Adolescent Health, 53, 303-

305.

Paniagua, H. Y García, S. (2003). Signos de alerta de trastornos alimentarios, de depresión, del

aprendizaje y conductas violentas entre adolescentes de Cantabria. Revista Española

Salud Pública, 77(3), 411-422. Recuperado de:

http://scielo.isciii.es/pdf/resp/v77n3/original8.pdf

Paxton, S. J., Eisenberg, M. E. Y Neumark-Sztainer, D. (2006). Prospective predictors of body

dissatisfaction in adolescent girls and boys: A five-year longitudinal study.

Development Psychology, 42(5), 888-899.

Peebles, R., Hardy, K. K., Wilson, J. L. Y Lock, J. D. (2010). Are diagnostic criteria for eating

disorders markers of medical severity? Pediatrics, 125, 1193-1201.

Peláez-Fernández, M. A, Raich, R. M. Y Labrador, F. G. (2010). Trastornos de la conducta

alimentaria en España: Revisión de estudios epidemiológicos. Revista Mexicana de

Trastornos Alimentarios, 01(01), 62-75.

Powers, P. Y Bruty, H. (2008). Pharmacotherapy for Eating Dirorders and Obesity. Child and

adolescent psychiatric clinics of North America, 18, 175-187.

Probst, M. (1997). Body experience in eating disorder patients. (Tesis doctoral). Universidad

de Lovaina, Bélgica.

Quiles, Y. Y Terol, M. C. (2008). Afrontamiento y trastornos de la conducta alimentaria: un

estudio de revisión. Revista Latinoamericana de Psicología, 40(2), 259-280.

38

Racine, S. E., Burt, S. A., Iacono, W. G., McGue, M. Y Klump, K. L. (2011). Dietary restraint

moderates genetic risk for binge eating. Journal of Abnormal Psychology, 120(1), 119-

28.

Raich, R. M. (2001). Imagen corporal. Conocer y valorar el propio cuerpo. Madrid: Ediciones

Pirámide.

Raya, D. (2016). Intervenciones basadas en mindfulness aplicadas a trastornos de la conducta

alimentaria. (Tesis de máster). Universidad Jaume, España.

Real Academia Española y Asociación de Academias de la Lengua Española. (2005).

Diccionario panhispánico de dudas. Madrid: Santillana.

Robinson, T. E. Y Berridge, K. C. (2003). Addiction. Annual Review of Psychology, 54, 25-53.

Rodríguez, S., Fernández, M. C., Cepeda- Benito, A. Y Vila, J. (2005). Subjective and

physiological reactivity to chocolate images in high and low cravers. Biological

Psychology, 70, 9-18.

Rodríguez, J. E. Y Rodríguez-Arias, J. L. (2008). Abordaje Clínico de los Trastornos de la

Alimentación. Cuadernos de Psiquiatría Comunitaria, 8, 167-183.

Rosa, A. I., Méndez, F. X. Y Olivares, J. (2003). Trastornos alimentarios: anorexia y bulimia.

En J. M. Ortigosa, M. J. Quiles y F. X. Méndez (coords.). Manual de psicología de la

salud con niños, adolescentes y familia. Madrid: Pirámide.

Rosenfield, R. L., Lipton, R. B. Y Drum, M. L. (2009). Thelarche, pubarche and menarche

attainment in children with normal and elevated body mass index. Pediatrics, 123(1),

84-88.

Safer, D. L., Telch, C. F. Y Agras, W. S. (2001). Dialectical behavior therapy adapted for

bulimia: A case report. International Journal of Eating Disorders, 30(1), 101–106.

http://doi.org/10.1002/eat.1059

Safer, D. L., Telch, C. F. Y Agras, W. S. (2001). Dialectical behavior therapy for bulimia

nervosa. American Journal of Psychiatry, 158(4), 632–634.

http://doi.org/10.1176/appi.ajp.158.4.632

Scribner, C. Y Graves, L. (2010). Nutrition therapy for eating disorders. Nutrition therapy for

eating disorders, 25(2).

Sepúlveda, A. R., Botella, J. Y León, J. A. (2001). La alteración de la imagen corporal en los

trastornos de la alimentación: un meta-análisis. Psicothema, 13(1), 7-16.

Serra, M. (2015). Trastornos del comportamiento alimentario: enfoques preventivos.

Barcelona: UOC.

Shroff, H. Y Thompson, J. K. (2006). Peer influences, body-image dissatisfaction, eating

dysfunction and self-esteem in adolescent girls. Journal of Health Psychology, 11(4),

533-551.

Smith, B., Shelley, B., Leahigh, L. Y Vanleit, B. (2006). A preliminary study of the effects of a

modified mindfulness intervention on binge eating. Complementary Health Practice

Review, 11(3), 133– 143.

39

Sojcher, R., Gould, S. Y Perlman, A. (2012). Evidence and potential mechanisms for

mindfulness practices and energy psychology for obesity and binge-eating disorder.

Explore: Journal of Science and Healing, 8, 271–276.

Spanos, A., Klump, K. L, Burt, S. A., McGue, M. Y Iacono, W. G. (2010). A longitudinal

investigation of the relationship between disordered eating attitudes and behaviors and

parent-child conflict: a monozygotic twin differences design. Journal of Abnormal

Psychology, 119(2), 293-299.

Stice, E., Davis, K., Miller. N. P. Y Marti, C. N. (2008). Fasting increases risk for onset of

binge eating and bulimic pathology: A 5-year prospective study. Journal of Abnormal

Psychology, 117(4), 941-946.

Tapper, K., Shaw, C., Ilsley, J., Hill, A., Bond, F. Y Moore, L. (2009). Exploratory randomized

controlled trial of a mindfulness - based weight loss intervention for women. Appetite,

52, 396–404.

Thayer, J., Friedman, B. Y Borkovec, T. D. (1996). Autonomic characteristics of generalized

anxiety disorder and worry. Society of Behavioral Psychiatry, 39, 255-266.

Thompson-Brenner, H. Y Westen, D. (2005). A naturalistic study for bulimia nervosa, Part 1,

Comorbidity and therapeutic outcome. Journal of Nervous and Mental Diseases.

193(9), 573-584.

Tiffany, S. T. (1990). A cognitive model of drug urges and drug use behavior: Role of

automatic and nonautomatic processes. Psychological Review, 97, 147-168.

Tiffany, S. T. (1995). The role of cognitive factors in reactivity to drug use. En D.C.

Drummond, S.T. Tiffany, S. Glauter y B. Remington (eds.), Addictive behavior: Cue

exposure theory and practice (pp. 145-162). New York: John Wiley Y Sons.

Tobin, D. L. (2012). The rationale for psychodynamic psychotherapy of eating disorders: An

empirically constructed approach. In D. Stein Y Y. Latzer (Eds.), Treatment and

recovery of eating disorders (pp. 97-108). New York: Nova Science Publishers.

Tremblay, L. Y Lariviere, M. (2009). The influence of puberty onset, body mass index, and

pressure to be thin on disordered eating behaviors in children and adolescents. Eating

Behavior, 210(2), 75-83.

Van der Ster Wallin, G., Norring, C. Y Holmgren, S. (1994). Binge eating versus nonpurged

eating in bulimics: Is there a carbohydrate craving after all? Acta Psychiatrica

Scandinavica, 89, 376-381.

Vega, N. (2011). A clinical competency project submitted in partial fulfillment of the

requirements. (Tesis Doctoral). Universidad del estado de Illinois, EE.UU.

Wilson, G. T. (2005). Psychological treatment of eating disorders. Annual Review of Clinical

Psychology, 1, 439-465.

Woelders, L. C., Larsen, J. K., Scholte, R. H, Cillessen, A. H. Y Engels, R. C. (2010).

Friendship group influences on body dissatisfaction and dieting among adolescent girls:

a prospective study. Journal of Adolescent Health, 4(5), 456-462.

40

Xu. X., Mellor, D., Kiehne, M., Ricciardelli, LA., McCabe, M. P. Y Xu, Y. (2010). Body

dissatisfaction, engagement in body change behaviors and sociocultural influences on

body image among Chinese adolescents. Body Image, 7(2), 156-164.

Zehr, J. L., Culbert, K. M., Sisk, C. L. Y Klump, K. L. (2007). An association of early puberty

with disordered eating and anxiety in a population of undergraduate women and men.

Hormons and Behavior, 52(4), 427-435.

Zieher, L. Y cols. (2003). Mecanismos hedónicos en la regulación de la alimentación y su

interacción con los reguladores homeostáticos. Psicofarmacología, 99(4), 15-20.

Zipfel, S., Lowe, B. Y Herzog, W. (2000). Eating behavior, eating disorders and obesity.

Therapeutische Umschau Jornal, 57(8), 504-510.