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KOBIE (Serie Anejos). Bilbao Bizkaiko Foru Aldundia-Diputación Foral de Bizkaia N.° 8, pp. 243 a 274, año 2004. ISSN 0214-7971 EVOLUCIÓN HISTÓRICA DE LAS SOCIEDADES CANTÁBRICAS DURANTE EL TARDIGLACIAL: EL MAGDALENIENSE INICIAL, INFERIOR Y MEDIO (16.500-13.000 BP) Historical Evolution of Cantabrian societies in the late glacial period: the first, early and middle Magdalenian: 16,500 - 13,000 BP Pilar Utrilla Miranda (*) RESUMEN: Inicialmente se discute, desde una perspectiva historiográfica, la organización del registro arqueológico correspondiente al Magdaleniense Antiguo de la costa cantábrica, con especial atención a la debatida cuestión de las facies del Magdaleniense Arcaico e Inferior. Con posterioridad, se incide en determinados aspectos de aquellas sociedades del Magdaleniense antiguo, como las zonas de hábitat, las estrategias de subsistencia, el adorno y el comportamiento simbólico. Palabras clave: Región Cantábrica, Magdaleniense Antiguo, Facies, Subsistencia, Simbolismo. ABSTRACT: First, the organisation of the archaeological record corresponding to the oldest Magdalenian on the Canta- brian Coast is discussed, with special attention to the controversial topic of the archaic and early Magdalenian facies. Second, certain aspects of the oldest Magdalenian societies are examined, such as areas of habitat, sub- sistence strategies, ornamentation and symbolic behaviour. Key words: Cantabrian Spain, Oldest Magdalenian, Facies, Subsistence, Symbolism. LABURPENA: Hasiera batean Kantauri aldeko kostaldeko Lehen Magdalen aldiari dagokion arkeologiako erregistroaren antolaketaz eztabaidatzen da, historiografiako ikuspegitik eztabaidatu ere, Magdalen aldi arkaiko eta Behekoa- ren fazies kontu eztabaidatuari arreta berezia eskainiz. Gero, Lehen Magdalen aldiko jendarte haien ezaugarri batzuei buruz aritzen da, habitat aldeak, bizirauteko estrategiak, apainketa eta portaera sinbolikoez bestea bes- te. Gako-hitzak: Kantauri aldeko eskualdea, Lehen Magdalen aldia, Fazies, Biziraupena, Sinbolismoa. (*) Universidad de Zaragoza

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KOBIE (Serie Anejos). Bilbao Bizkaiko Foru Aldundia-Diputación Foral de Bizkaia N.° 8, pp. 243 a 274, año 2004. ISSN 0214-7971

EVOLUCIÓN HISTÓRICA DE LAS SOCIEDADES CANTÁBRICAS DURANTE EL TARDIGLACIAL: EL MAGDALENIENSE INICIAL,

INFERIOR Y MEDIO (16.500-13.000 BP)

Historical Evolution of Cantabrian societies in the late glacial period: the first, early and middle Magdalenian: 16,500 - 13,000 BP

Pilar Utrilla Miranda (*)

RESUMEN:

Inicialmente se discute, desde una perspectiva historiográfica, la organización del registro arqueológico correspondiente al Magdaleniense Antiguo de la costa cantábrica, con especial atención a la debatida cuestión de las facies del Magdaleniense Arcaico e Inferior. Con posterioridad, se incide en determinados aspectos de aquellas sociedades del Magdaleniense antiguo, como las zonas de hábitat, las estrategias de subsistencia, el adorno y el comportamiento simbólico.

Palabras clave: Región Cantábrica, Magdaleniense Antiguo, Facies, Subsistencia, Simbolismo.

ABSTRACT:

First, the organisation of the archaeological record corresponding to the oldest Magdalenian on the Canta-brian Coast is discussed, with special attention to the controversial topic of the archaic and early Magdalenian facies. Second, certain aspects of the oldest Magdalenian societies are examined, such as areas of habitat, sub-sistence strategies, ornamentation and symbolic behaviour.

Key words: Cantabrian Spain, Oldest Magdalenian, Facies, Subsistence, Symbolism.

LABURPENA:

Hasiera batean Kantauri aldeko kostaldeko Lehen Magdalen aldiari dagokion arkeologiako erregistroaren antolaketaz eztabaidatzen da, historiografiako ikuspegitik eztabaidatu ere, Magdalen aldi arkaiko eta Behekoa- ren fazies kontu eztabaidatuari arreta berezia eskainiz. Gero, Lehen Magdalen aldiko jendarte haien ezaugarri batzuei buruz aritzen da, habitat aldeak, bizirauteko estrategiak, apainketa eta portaera sinbolikoez bestea bes-te.

Gako-hitzak: Kantauri aldeko eskualdea, Lehen Magdalen aldia, Fazies, Biziraupena, Sinbolismoa.

(*) Universidad de Zaragoza

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1. LA INVESTIGACIÓN SOBRE EL MAGDALENIENSE EN LA ESCUELA FRANCESA: LA ETAPA CLÁSICA DEL AUGE DE LAS PERIODIZACIONES Y LA BÚSQUEDA DE ESTRATIGRAFÍAS VERTICALES

Como es bien sabido, el término Magdaleniense se acuñó en Francia por parte de Lartet y Christy en 1864 a partir del yacimiento epónimo de la Madelei-ne. No fue el primero excavado ni el que poseía la más amplia secuencia estratigráfica. Ese honor le hubiera correspondido a la cueva de Le Placard o a los abrigos de Laugerie, en Les Eyzies, que habían documentado una secuencia completa de las etapas inferiores (Laugerie Haute) y de las correspondientes al Magdaleniense Medio y Superior (Laugerie Bas-se). Sin embargo, el hecho de que fuera un nombre compuesto dificultaba la adopción del término, lo que ocasionó que Solutré y La Madeleine le arrebataran el derecho a dar nombre a una cultura paleolítica.

Si exceptuamos la rebuscada periodización de Piette (1907) para el Pirineo Francés (de mínima repercusión ) será con el Abate Breuil cuando se sien-ten las bases de una secuencia que tan pronto ha sido objeto de fe entre los prehistoriadores, quienes han forzado sus yacimientos para poderlos casar con la secuencia «oficial», como ha sido injustamente denostada por «caduca» y «obsoleta». El pensamien-to de Breuil comenzó a fraguarse en 1905 cuando publicó en el Primer Congreso Prehistórico de Fran-cia su «Essai de stratigraphie des dépots de l'âge du Renne», continuó en 1913 con la publicación en el Congreso de Ginebra de 1912 de su artículo básico «Les subdivisions du Paléolithique Supérieur et leur signification» y culminó con el prólogo a su libro sobre «Les poissons, les batraciens et les reptiles dans l' Art Quaternaire», que publicó en 1927 en colabora-ción con Saint Périer. A lo largo de este tiempo su pensamiento ha ido evolucionando desde una postura poco comprometida en la que se valoraba lo regional y particular de cada yacimiento (Breuil 1913), hacia una generalización rígida y unilineal de la evolución del Magdaleniense con algún reparo (Breuil y Saint-Périer 1927), para acabar convenciéndose a sí mismo «de lo objetivo de su clasificación», más de lo que él esperaba (Breuil 1954).

Así, en 1913 el Abate no pretende dar una siste-matización rígida y generalizada del Magdaleniense pero sí se atreve a reflejar la secuencia estratigráfica de la cueva de Le Placard, en la que tras tres capas «del más viejo magdaleniense», sin prototipos de arpón ni obras de arte, siguen por encima capas con arpones rudimentarios, seguidos después de los de

una y dos hileras de dientes. Sin embargo, el Abate hizo algo de trampa pues, según nos cuenta Cheynier (1967, 231), había clasificado los objetos del Magda-leniense Antiguo de Placard según sus pátinas y la brecha adherente, ya que todos los niveles habían sido mezclados por el excavador del yacimiento. No parece que la cueva del Castillo, que Obermaier aca- baba de excavar entre 1910 y 1911,. influyera ya en la elaboración de esta sistematización, ya que Breuil confiesa «haber asistido durante los momentos de libertad que le dejaban sus otros trabajos» (Breuil y Obermaier 1912b, 9).

Será en 1927 en el prólogo a su libro con Saint Périer cuando ya afirma contundentemente la famosa sistematización en seis etapas. En lo que respecta a la época que nos atañe Breuil escribe lo siguiente: "más abajo viene un conjunto de prototipos de arpón de formas diversas y significación no homogénea, acompañado de figuras recortadas y bajorrelieves ligeros o profundos que Piette encontró en el Pirineo Francés y que Passemard ha observado en su gran excavación de Isturitz. Estas capas diversas las reuni-mos bajo el nombre de Magdaleniense IV. Nuestro Magdaleniense III está caracterizado por el uso de azagayas cónicas de bisel simple en pico de flauta y a menudo largas ranuras no labradas en el interior".

Las capas subyacentes de Placard (superpuestas a su vez a un importante Solutrense Superior) definen las dos etapas inferiores del Magdaleniense: el Mag-daleniense I caracterizado por las azagayas deprimi-das con biseles en lengüeta surcados de trazos, a menudo en espiga y por gruesas azagayas redondas, de base cónica o biselada, jamás con ranuras. Breuil señala además que en Santander (léase en Castillo, cuyos materiales ya está estudiando el Abate en esa fecha) se encontraban estos objetos «hacia la base del Magdaleniense que hemos llamado III pero que ya existía allí fundamentalmente cuando el Magdale-niense I se encontraba en Charente». Remarca, por tanto, que el inicio del Magdaleniense en Santander es contemporáneo del Magdaleniense I de Placard, algo que se puso en duda en los años siguientes, has-ta que la estratigrafía de Rascaño se encargó de des-mentirlo (González Echegaray y Barandiarán 1981).

El segundo nivel de Placard, superpuesto al Mag-daleniense I, (el "Magdaleniense II") no tiene ya aza-gayas deprimidas con base en lengüeta pero conti-núan las gruesas de base cônica y aparecen las prime-ras ranuras, todavía tímidas. Es decir, que tiene las mismas características que el Magdaleniense III que ha citado antes: azagayas cónicas y ranuras, con la diferencia de que en el II son poco desarrolladas y en el III son largas. La indefinición de este Magdale-

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niense II queda bien patente cuando el mismo Breuil anota que «los elementos sensibles del Magdalenien-se II de Placard están más o menos asociados, por lo demás, a otros emparentados en el Magdaleniense III». Es decir, el Magdaleniense II carece de elemen-tos óseos distintivos que lo separen adecuadamente del nivel que se le superpone, lo que lleva a Breuil a decir que "alguna etapa podría no existir". Pide entonces a Cheynier que complete esta discrimina-ción con una clasificación basada en la industria Mi-ca, la cual había de ser publicada en el Boletín del cincuentenario de la Société Préhistorique Francaise que se celebraba en 1954.

Cheynier se tomó tan a pecho su afan «discrimi-nados» que se excedió con él, confundiendo los len-tejones de distintos niveles de ocupación con cambios culturales, lo que le llevó a subdividir el Magdale-niense I en tres subetapas y en dos el Magdaleniense II. Este periodo se separaba bruscamente del anterior por la aparición de hojitas de dorso de supuesta ascendencia mediterránea (Iia), las cuales se conver-tían en hojitas de dorso truncadas oblicuamente en el lib (dando lugar a prototipos de escalenos) y en auténticos triángulos escalenos en el Magdaleniense III, interpretando éstos como dientes que pasarían a formar parte de arpones compuestos, al mismo tiem-po que continúan las hojitas de dorso. De nuevo observarnos una imprecisión en la separación del Magdaleniense II del III. Cheynier se había fijado en yacimientos como Parpalló y Puy de Lacan que entre-gaban un aumento de utillaje microlaminar y trunca-duras oblicuas (prototipos de escalenos) para definir la etapa II y en los verdaderos escalenos para caracte-rizar la etapa III. La reexcavación de Laugerie Haute, ejecutada primero por Peyrony y luego por Bordes, invirtió la posición de los escalenos, los cuales se ads-cribieron al nivel Magdaleniense II, mientras que en el III eran características las hojitas de dorso (Sonne-ville-Bordes 1960, 334).

Sin embargo, a pesar de que la Sra. Bordes no se ha despojado todavía del afán perïodizador de la épo-ca, late en ella una incipiente crítica a la entidad real del Magdaleniense II : «l'allure géner-ale du graphi-que cumulatif du magdalénien II est parallèle à celle des graphiques des Magdaléniens I et III»...»Ers fait, sauf par la présence de cet outillage (lamelar-) le Magdalénien II ne diffère pas fondamentalement du Magd. I et surtout du Magd. III»... »par l'outillage COI MUll qui l'acompagne, le Magdalénien cr trian-gles ne se differericie pas des séries magdaléniennes qui l'encadrent» (1960, 345-347, 418-419). Dado que la tipología no le permitía diferenciar esas etapas ini-ciales acudió a la tecnología, basándose en el estilo de talla y el tipo de soporte. Distinguió así para el Mag-

daleniense Inferior dos facies (atención, no dos eta-pas): la que talla sobre láminas medias o rotas volun-tariamente y la que utiliza robustas láminas enteras o gruesas lascas. Deduce que a nivel del Magdalenien-se II-III existen quizás facies laterales, ligeramente diferentes unas de otras, con evolución quizá parale-la o encabalgándose un poco pero con un aspecto estadísticamente muy homogéneo. Los triángulos parecen encontrarse indiferentemente en unos y otros, sobreviviendo de manera irregular en las series magdalenienses posteriores. Esta supervivencia de los escalenos la confirmará años más tarde en el yaci-miento de Gare de la Couze, Magdaleniense Final, y comprobará que no podía darse el título de fósil director a un tipo que será tan frecuente en otras eta-pas y que nunca, salvo en Laugerie Haute Est, se había encontrado en correcta posición estratigráfica (1960, 389). Da un serio repaso a las series que con-tienen triángulos, las cuales o carecen de secuencia estratigráfica que les proporcione una posición relati-va (Crabillat, la Forge), o no contienen industria ósea que la acompañe (Crabillat, La Forge, Lacan, Jolivet) o están mal excavados (La Souquette), o están insufi-cientemente publicados (la Cavaille, Roc de Saint Cirq). Además, la diferenciación entre el Magdale-niense II y el. III no se produce en la totalidad del espacio excavado en Laugerie Haute, sino en una pequeña parte de la secuencia compacta de este abri-go. Los triángulos escalenos se hallaban concentra-dos en una zona concreta, lo que hacía más factible una interpretación funcional que secuencial (véase la argumentación completa en Utrilla 1996, 225). Con-cluye Sonneville-Bordes que el triángulo es un corn-ponente normal, aunque en proporción muy variable, de los utillajes magdalenienses y que su valor como fósil director es por tanto muy relativo. El certificado de defunción del Magdaleniense II acababa de ser fir-mado y se había comenzado a aplicar la teoría de facies, que tanto éxito estaba teniendo en el Muste-riense de F. Bordes.

2. LA INVESTIGACIÓN SOBRE EL MAGDALENIENSE EN LA COSTA CANTÁBRICA EN LAS ETAPAS INICIALES. DE NUEVO EL AFÁN DE LAS PERIODIZACIONES Y LA BÚSQUEDA DE FÔSILES DIRECTORES

Mientras un sacerdote (Breuil) y un médico (Cheynier) se entretenían estableciendo etapas cultu-rales en Francia, por lo general sobre excavaciones de otros personajes, en Asturias un conde (Vega del Sella) ponía orden en los materiales obtenidos de sus propias excavaciones (Cueto de la Mina) o de otros colegas (Hernández Pacheco en La Paloma). La siste-

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matización que realiza en 1917 es la más lúcida y válida de todas las que se han hecho hasta nuestros días, de la cual reproducimos las etapas correspon-dientes a los tres momentos iniciales:

La fase A (documentada en Cueto de la Mina y Paloma y equivalente al. Magdaleniense I de Placard) se caracterizaba por las azagayas grandes y aplana-das, los alisadores y los punzones de grabado profun-do y base biselada (Vega del Sella 1917, 144). Está ya definiendo la fase que hemos denominado "Rascaño 5", caracterizada por las puntas largas y las puntas planas y una buena representación de útiles de traba-jo, entre los que se encuentran los alisadores (Utrilla, 1981 y 1996). La fase B, presente en Cueto de la Mina, ofrecía buriles curvos de dorso rebajado, raspa-dores nucleiformes, punzones con dibujos serpenti-formes y un bisel o dos y agujas. Salvo por la sor-prendente abundancia de las azagayas de doble bisel , de las que hemos computado 21 ejemplares en el nivel D (Utrilla 1981, 102), esta descripción puede corresponder a una industria de tipo Juyo, caracteri-zada por los abundantes raspadores nucleiformes. La fase C presentaba gran abundancia de buriles y «esca-sos punzones con dibujos geométricos, algunos de base ahorquillada». Esta última cita servía para refe-rir la fase al nivel C de Cueto de la Mina, que posee este tipo de azagaya.

En Cantabria fue otro sacerdote, Hugo Obermaier, quien en compañía de Breuil publica en L'Anthropo-logie de 1912 sus primeros trabajos en cuevas tan importantes como Valle, Hornos de la Peña y El Cas-tillo. La estratigrafía de esta última nos entrega de nuevo al magdaleniense cantábrico dividido en tres etapas en sus momentos iniciales, etapas que luego quedarán sistematizadas en la gran obra de síntesis que supone el Hombre Fôsil (Breuil y Obermaier 1912b, 12; Obermaier 1925, 232). Son las siguientes: a)- «el nivel más antiguo está caracterizado por los punzones ligeramente arqueados y aplanados en su último tercio»; b)- «capa con numerosos punzones angulosos, de sección triangular o cuadrangular» y c)- «estrato con abundantes punzones grandes de sec-ción circular». Respecto a las azagayas de la primera etapa, que reproduce en la fig. 103, señala "las mis-mas puntas arqueadas y aplanadas en una gran por-ción central caracterizan al Solutrense". Sin embargo, en la leyenda al pie de la figura matiza que el tipo magdaleniense tiene el bisel desplazado hacia la base mientras que el solutrense mantiene la posición cen-tral.

En los años sesenta la excavación de nuevos yaci-mientos (la Chora, El Otero, El Juyo, La Lloseta) asistió como novedad al concurso de una estadística

elemental, importada del grupo de Burdeos, en el estudio de los materiales, pero no renovó el plantea-miento de los objetivos metodológicos, ya que se seguían buscando estratigrafías verticales. Desde el punto de vista de la periodización se eliminó la pri-mera etapa inicial del Magdaleniense Cantábrico, quedando éste reducido a un sólo momento, el llama-do «Magdaleniense III cantábrico», caracterizado por la azagaya de sección cuadrada, a veces monobisela-da y con grabados longitudinales y horizontales (González Echegaray 1960, 99). El problema residía en que de nuevo una sola excavación, ahora la del Juyo, dominaba en la mente del autor y, en este caso, el Magdaleniense Inferior clásico (III) era el único representado en el yacimiento.

La excavación de la Lloseta , publicada en 1958. por F. Jordá, incidía sobre el mismo tema de que el Magdaleniense se inicia en la Costa Cantábrica en el periodo III, ocupando la perduración del Solutrense Superior el espacio cronológico que en Francia abar-caban los periodos Magdaleniense I y II (Jordá 1958, 83). Sin embargo unas fotografías conservadas en el Museo de Ciencias Naturales de Madrid permitieron identificar la Lloseta con la cueva del Río, excavada por Hernández Pacheco y Wernert en 1915 (Mallo et al. 1980) y en este caso sus materiales óseos presen-tan rasgos corno las decoraciones en espiga de los biseles apuntados de azagayas que evocan con clari-dad la fase arcaica de Rascaño 5.

3. LA GENERALIZACIÓN DE LAS TEORIAS SOBRE FACIES CONTEMPORÁNEAS EN LA FORMACIÓN DEL MAGDALENIENSE. LA CRÍTICA AL SISTEMA BREUIL Y ALGUNOS EXCESOS

A raíz de la polémica que levantaron las teorías funcionales propuestas por los Binford para la inter-pretación de las facies musterienses, en los años setenta se generalizará el intento de buscar este modelo interpretativo para el Paleolítico Superior y por tanto también para el Magdaleniense, llegando a su punto álgido en los años ochenta. Como ejemplos significativos podemos citar para la zona francesa a Sally Binford (1972), Allain (1976), (Allain et al. 1985), Combier y Vuillemey (1976), Kozlowski (1985), Onoratini et al. (1996), Bosselin y Djindjian (1988 y 1999) o Bosselin (2000).

En España, pueden consultarse ensayos de Gonzá- lez Echegaray (1980, 1988,. 1996), Utrilla (1981, 1984-85, 1989, 1990) o Corchón (1984-85, 1994). Las facies determinadas para las primeras etapas del Magdaleniense francés, la mayoría basadas en crite-

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rios tecnológicos y funcionales, se concretaron en niveles con raclettes ("Badegouliense") de supuesta filiación auriñaciense opuesta a la facies de Lascaux, laminar, con hojitas de dorso y triángulos, de filiación perigordiense o a un "salpetriense" con puntas de escotadura de fuerte tradición mediterránea; venían a continuación la facies de navetas y azagayas de sec-ción cuadrada en el Jura, frente a la facies de azaga-yas tipo Lussac (cortas con amplio monobisel y ranu-ra en el fuste) presente en el Pirineo y Aquitania o a la perduración de una facies mediterránea de la que habría surgido tempranamente el Magdaleniense Superior (Allain 1979; Sacchi 1986; Bosselin y Djind-jian 1988; Onoratini et al. 1996).

Un resumen de las teorías sobre las facies magda-lenienses en Francia puede verse en Utrilla, 1996.. Pero es momento de analizar con algún detalle la evo-lución de las teorías de facies en el Magdaleniense Inferior Cantábrico.

3.1. La revitalización del Magdaleniense Arcaico tipo Rascaño 5 y la secuencia en dos fases y cuatro facies (Utrilla 1976a, 1981)

Para la Costa Cantábrica aventuré en mi Tesis Doctoral sobre el Magdaleniense Inferior (Utrilla 1976a, 1981) la existencia de facies contemporáneas dentro de la evolución diacrónica en fases de esta cul-tura. Así, en la etapa inicial (Magdaleniense Arcaico) habrían coexistido dos facies: una, de cuya existencia no tenía la más mínima duda ya que aparecía bien definida y en correcta posición estratigráfica, la deno-miné de Rascaño 5 (la francesa tipo Placard, caracte-rizada por las azagayas de bise! en lengüeta y sección aplanada) y otra, muy problemática por la poco cui-dada excavación del yacimiento, la denominé tipo Castillo B inferior, la cual conservaba las azagayas de monobisel central de herencia solutrense. Curiosa-mente, los cuatro yacimientos que poseían este tipo de azagaya (Castillo, Balmori, Altamira y Pasiega) presentaban en su estratigrafía por debajo niveles solutrenses, lo que sugería quizá una contaminación de los mismos, muy posible en Altamira, lo que en ese caso descartaría la existencia real de esta facies. Como hipótesis de trabajo le atribuí, con todas las reservas, los omoplatos con cabezas de cierva graba-das, precisamente por su posición en Altamira, a caballo entre ambos niveles (Utrilla 1981, 294). Pero poco tiempo iba a poder sostenerse esta facies...

En un momento más avanzado, documentado por la estratigrafía de Rascaño en su nivel 4, aparecía la típica fase del Magdaleniense III (o Inferior) Cantá-brico, caracterizada por las azagayas de sección cua-drada, decoradas en el fuste por incisiones formando

ángulos y por la abundancia de raspadores nucleifor-mes. La denominé facies Juyo para oponerla a lo que llamé "Facies del País Vasco", ya que en esta zona no aparecían las típicas azagayas cuadrangulares que eran sustituidas por otras de sección triangular, deco-radas con rombos con trazo interior, al mismo tiempo que en lo lítico los buriles sobre truncadura domina-ban sobre los raspadores, dentro de una industria de sílex muy laminar, al estilo aquitano. Su posición estratigráfica no resultaba clara por tratarse de exca-vaciones antiguas, a la vez que algunos de sus nive-les (Errnittia, Bolinkoba) parecían estar revueltos. Suponíamos que podría ocupar una franja cronológi-ca más tardía que la facies anterior, quizá ya Magda-leniense Medio, pero la única cueva con excavación reciente de esta facies (Abauntz) acababa de entregar un 15.800 ± 350 BP para una muestra de 500 gr. de huesos (la fecha será descartada años después al obte-ner una fecha AMS mucho más precisa, de 13500 BP que además concordaba con la industria) por lo que propusimos su contemporaneidad con el grupo Juyo y le dimos por tanto categoría de facies.

3.2. El Coloquio de Mainz sobre el Magdaleniense en Europa: desaparecen las facies contemporá-neas y solo quedan fases sucesivas (Cabrera 1984; Utrilla 1989; González Sainz 1989a)

Ocho años después tuvo lugar el Coloquio de Mainz sobre el Magdaleniense en Europa y las facies fueron revisadas a la luz de los nuevos descubri-mientos (Utrilla 1989, 408). La publicación del libro de Cabrera (1984) sobre la cueva del Castillo con los papeles inéditos de la excavación trajo consigo la desaparición de la incierta facies de Castillo Beta inferior ya que conocimos que las azagayas de sec-ción cuadrada ocupaban la base del nivel (Cabrera 1984, 102), por lo que no quedaba espacio para una facies subyacente. Al mismo tiempo los omoplatos se adscribieron a un Magdaleniense Inferior tipo Juyo, por la aparición de nuevos ejemplares en nive-les clásicos del Magdaneniense Inferior, tanto en El Cierro (Gomez Fuentes y Bécares 1979), como en Juyo 4 (Freeman y González Echegaray 1982). Ni siquiera Altamira pudo mantener su vinculación al contacto con el solutrense ya que se dató directamen-te un omoplato en 14.480 BP entregando por tanto una posición incluso tardía dentro del grupo Juyo (Valladas et al. 1992). Quedó por tanto sólo la facies de Rascaño 5 en el Magdaleniense Arcaico (con otros yacimientos asociados como Paloma 9/10, Lumentxa F o Aitzbitarte niv. III), a la que sucedía la facies Juyo, en el Magdaleniense Inferior, que se enriquecía con el aporte de los omoplatos decorados y la aparición de un muy claro yacimiento en el País Vasco, Erralla V, que se unía a Urtiaga F que ya

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poseía muy buenas azagayas cuadrangulares (Altuna et al. 1985).

Por tanto, la "facies del País Vasco" devino un nombre poco adecuado y se optó por eliminar el tér-mino y llamarla "facies de puntas dobles de sección triangular con decoración en rombos", que será muy aséptico pero realmente poco práctico. Erralla nos permitió ver que la facies del País Vasco no era con-secuencia de un determinismo geográfico (condicio-namiento de materias primas disponibles, por ejem-plo) sino que debía responder a otras causas como podían ser una cronología más tardía, una mayor influencia aquitana por su proximidad geográfica o una distinta funcionalidad del yacimiento. Su posible posición en un Magdaleniense Inferior Terminal, tras el clásico Inferior tipo Juyo, llevó a que las facies quedaran únicamente en tres fases sucesivas, lo que permite a González Sainz proponer en el comentario adyacente, con toda la razón, que en ese caso debía eliminarse la palabra "facies" ya que habían dejado de ser contemporáneas.

3.3. El análisis factorial como discriminante de "facies" y/o funciones en el Magdaleniense Infe-rior Cantábrico (Utrilla 1990, 1994)

Quedaba sin resolver cual de las tres causas pro-puestas (cronología tardía, influencia aquitana o dis-tinta funcionalidad) explicaba la diferenciación del Grupo Vasco del resto del Magdaleniense Cantábrico y para aquilatar su entidad acudí en el Homenaje a J.M. de Barandiarán (Utrilla 1990). a la solución de moda en aquella época: una aproximación estadística mediante análisis factorial en la que se combinaban recuentos líticos, óseos e incluso la presencia de fau-na especializada en los yacimientos.

Los resultados fueron sugestivos: los yacimientos de la antigua "facies del País Vasco" se concentraban siempre en un grupo (Bolinkoba, Santimamiñe, Ekain, Abauntz) asociándose a yacimientos tardíos del Magdaleniense medio como Caldas, Loja o Duruthy. En paralelo, la cueva de Erralla se iba siem-pre con la facies Juyo mientras que las cuevas de Ermittia y Aitzbitarte se aproximaban a yacimientos "especiales" como Tito Bustillo, Altamira o Castillo (Utrilla 1990, 49).

Este dato, el que Altamira y Castillo (poseedoras junto a Tito Bustillo de muy buenos santuarios parie-tales) no se alinearan con sus respectivos contempo-ráneos del grupo Juyo (Rascaño, Cierro, Erralla, Paloma 8, Juyo ) nos llevó a tener en cuenta otros parámetros para definir la funcionalidad del yaci-miento, como son su tamaño, su posición central o no

en el territorio, la especialización en la caza o su esta-cionalidad. Nos lanzamos entonces, a modo de ensa-yo, a un estudio del Magdaleniense Cantábrico desde varios puntos de vista simultáneos, ensayando en el Homenaje a González Echegaray (Utrilla 1994), una ordenación del mismo en el que, sin olvidar los datos de cultura material (industria ósea, lítica y fauna), se discutiera la funcionalidad de cada uno de los yaci-mientos, pensando que ésta podría contribuir fuerte-mente a determinar su facies.

Los resultados fueron coherentes en el grupo más claro, el de Juyo, que se identificó como cazaderos estivales, especializados en un animal determinado (ciervo o cabra). Su instrumental estaba dominado por pequeños raspadores nucleiformes en lo lítico y azagayas de sección cuadrada en lo óseo, acompaña-dos de una presencia masiva de fauna de una sola especie, que siempre había sido cazada en la época templada del año (Rascaño 4, Erralla V, Paloma 8, Ekain VII). Se trata de un utillaje poco variado que parece relacionarse entre sí, ya que el análisis traceo-lógico efectuado por Carlos Mazo sobre los raspado-res nucleiformes de Rascaño 4 ha demostrado que sir-vieron realmente corno raspadores y que trabajaron material blando como hueso o cuerno, a modo de aguzadores de azagayas, sin que descartemos otras posibles funciones como el haber sido usados como "chisqueros" para la obtención de fuego (hipótesis de M. Hoyos, com. personal). Pertenecerían a este grupo Rascaño 4, Cierro, Erralla V, Paloma 8, Cueto de la Mina D, Bal.mori y Juyo 4. Ekain, en su nivel VII (cuando en principio todavía no se han realizado sus pinturas) podría también incluirse en este grupo ya que se trata de un lugar evidente de caza especializa-da de cervatillos en la época estival (Utrilla 1994, 102, nota 12). Afinar más, como identificar la abun-dancia de raspadores con caza de ciervo o de buriles con caza de cabra como supuso Straus (1983) no pue-de hoy mantenerse ya que Rascaño 4 y Erralla V poseen abundantes raspadores junto a un dominio absoluto de la cabra. Tampoco puede mantenerse, en nuestra opinión, la equivalencia que propone Cor-chón (1995a, 132; 2004) de identificar los yacimien-tos Juyo como costeros, ya que el más típico de este grupo (Rascaño 4) se encuentra a 30 Km. hacia el interior, en el valle del Miera.

Siguiendo con nuestra estadística, en el segundo factor se agruparían yacimientos caracterizados por una industria lírica diversificada (con buriles y lámi-nas retocadas bien representadas), una industria ósea abundante y también muy variada (azagayas de todas las secciones y tipos) junto a la presencia significati-va de numerosos útiles de trabajo (agujas, cinceles, alisadores, cuñas...) y de «obras de arte» no utilitarias

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EVOLUCIÓN HISTÓRICA DE LAS SOCIEDADES CANTÁBRICAS DURANTE EL TARDIGLACIAL: 249 EL MAGDALENIENSE INICIAL. INFERIOR Y MEDIO (16.500-13.00() BP)

(omóplatos de Altamira y Castillo, arte mueble de Tito Bustillo). La caza era abundante pero no masiva y, a diferencia del grupo anterior, se documentaba a lo largo de todo el año (ciervo en Tito Bustillo, cabra en Ermittia) o en el paso del invierno a la primavera (Aitzbitarte IV, Castillo 8). En este factor se agrupa-rían cuevas de hábitat permanente o invernal, en las que se caza para subsistir pero en las que se docu-mentan además otras actividades más diversificadas, patentes en los útiles de trabajo del hueso y las obras de arte mueble, que necesitan horas de ocio para su realización.

Sin embargo, en este grupo pueden estar incluidos tanto yacimientos que fueron utilizados como hábitat estable, como aquellos que sirvieron de santuarios o lugares de concentración. Sería éste el caso de Alta-mira, Castillo y Tito Bustillo. La estacionalidad anual o invernal no apoya esta segunda opción pero tam-bién sería posible que un grupo habitara la cueva per-manentemente y los demás se unieran a ellos en un momento determinado. El gran tamaño de la cavidad y la posición estratégica sobre su territorio es elemen-to común a varios de estos yacimientos, destacando el dominio del valle que ejercen Castillo, Altamira, Tito Bustillo/Cuevona o Aitzbitarte. En el caso de Ermit-tia la cueva presenta en la actualidad reducidas dimensiones pero fue mucho mayor en el Magdale-niense, ya que ha sido parcialmente destruida por una cantera. Su funcionalidad podría estar vinculada al carácter "ritual" de la vecina cueva de Praile Aitz, tan sorprendente por sus extraños colgantes y poseedora de ortodoxas fechas que la sitúan en el Magdalenien-se Inferior (15.190 ± 150 y 15.460 ± 100 BP) (Peñal-ver y Mújika 2003).

En el tercer factor se alineaban los yacimientos del grupo del País Vasco: caracterizado en lo óseo por las puntas dobles de sección triangular con decora-ción de rombos con trazo interior y en lo lítico por el dominio de los buriles sobre los raspadores, la impor-tancia de los tipos sobre truncadura, los útiles dobles y las láminas retocadas. Poco sabemos en lo referen-te a la cronología de estos yacimientos ya que los materiales proceden de excavaciones antiguas con graves problemas estratigráficos y sin dataciones absolutas válidas (Utrilla I976b). Si datáramos por AMS algunas azagayas significativas de Santimami-ñe, Bolinkoba, Ermittia o Lumentxa podríamos ver el campo cronológico en que se sitúan. No nos sirve el intento de X. Esparza y J. Mújika (1999) de datar la cueva de Ermittia a través de restos de fauna hallados en cuadros y profundidades similares a las piezas de la industria ósea ya que existen probadas razones para pensar que el yacimiento se encuentra francamente revuelto (Barandiarán y Utrilla 1975).

De momento, el nivel e de la cueva navarra de Abauntz (que contiene un fragmento de azagaya decorado con rombos con trazo interior, similares a los de los yacimientos citados) nos ha dado una data-ción directa por AMS de 13.500 ± 160 BP, lo que le aproxima al Magdaleniense Medio ocupando la parte superior del Dryas I. González Sainz (1989b, 418) confirma esta cronología reciente ya que las azagayas del grupo vasco anunciarían las azagayas de sección triangular que durante el. Magdaleniense Medio-Superior Inicial abundan, no sólo en el País Vasco, sino en todo el Cantábrico: Tito Bustillo lc y la/lb; Riera 21/23; Castillo 7; Lumentxa C; Ermittia III-II; y Urtiaga E, reduciéndose su frecuencia en fases más avanzadas del Magdaleniense.

En cambio Corchón (1994,. 93) plantea la posibi- lidad de que la facies del País Vasco no sea ligera-mente posterior a la de Juyo y que ambas respondan a una regionalización de las industrias con un desa-rrollo paralelo a la facies Juyo en el Centro de la Cor-nisa. En cuanto a los casos de Ekain y Erralla, yaci-mientos que también utiliza Corchón en su compara-ción a Caldas, no son típicos del grupo Vasco sino del grupo Juyo, el primero cualitativamente (Utrilla 1994:102, nota 12) y el segundo en todo su conjunto.

En resumen, el concurso del análisis factorial dio peso a dos teorías que habíamos sugerido con anterio-ridad:

1)- que el grupo vasco de azagayas de sección triangular (que habíamos situado en 1989 en una posición terminal respecto al Magdaleniense Inferior clásico) se asimilaba a verdaderos yacimientos del Magdaleniense Medio como Caldas y Duruthy y, por tanto, nada tenía que ver con una cuestión geográfica dada la existencia de niveles con industrias similares en Asturias (Tito Bustillo le; Riera 21/23) o Canta-bria (Castillo 7). Su explicación diferencial sería por tanto cronológica y no funcional.

2)- que las diferencias entre los dos grupos defini-dos por el peso los dos primeros factores pudiera explicarse por una distinta funcionalidad dentro de una misma cronología oponiendo lugares permanen-tes de hábitat o lugares de concentración (en Castillo, Altamira, Aitzbitarte, Caldas o Paloma 6) a cazaderos especializados estacionales en el grupo Juyo (Cueto de la Mina D, Cierro, Balmori, Rascaño 4, Erralla).

Matizando esta teoría, Nathalie Cazals (2000) argumenta que la actividad cinegética está sobreesti-mada y que el funcionamiento de los asentamientos no puede ilustrarse sólo por la simple oposición entre sitios especializados y campamentos base. Totalmen-

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te de acuerdo. Su análisis tecnológico de los yaci-mientos del Magdaleniense Inferior ayudará a discri-minar qué otros parámetros debemos tener en cuenta para establecer la funcionalidad.

Además, es obvio que los asentamientos han podi-do cambiar su función a lo largo del Magdaleniense. Así Rascaño parece un lugar permanente de hábitat en su nivel 5, un cazadero especializado en su fase 4 y un taller de sílex eventual en su nivel 3; Paloma parece cambiar de función en el paso de su nivel 8 (cazadero) al 6 (hábitat estable o santuario de plaque-tas). Ekain dejó de ser un cazadero especializado en la obtención de cervatillos (Magdaleniense Inferior) para convertirse en un lugar permanente de hábitat que diversificaría su economía pasando a cazar tam-bién la cabra en el Magdaleniense Superior, por no hablar de su evidente función de santuario.

3.4. El utillaje microlítico como diferenciador de nuevas facies en el Magdaleniense Inferior (Gon-zález Echegaray 1988, 1996; Corchón 1984-85, 1994)

González Echegaray (1.988, 172), al publicar los materiales de su reexcavación de Altamira, hacía notar la ausencia de hojitas de dorso, dato que ya había quedado de manifiesto en las excavaciones antiguas pero que se había atribuido a deficiencias en el cribado de tierras. Este hecho coincidía además con los escasos porcentajes de hojitas de dorso que entregaba el nivel 8 del Castillo, contrastando con los más abundantes del nivel 6 del mismo yacimiento (Utrilla 1994:109, nota 32). Ello llevaba a González Echegaray a proponer 2 facies: la del Juyo, «propia-mente tal», con abundantes microlitos y la de Altami-ra y Castillo, prácticamente sin ellos. De nuevo estos dos yacimientos se separaban del resto de sus con-temporáneos, aunque en este caso fuera por un deta-lle del instrumental lítico...

Pero además, González Echegaray hacía notar que un mismo yacimiento, en una misma cultura, ha podi-do ser utilizado para actividades diversas y sucesivas y por tanto haber cambiado de "facies" (en realidad cambia de funcionalidad, que quizá no sea totalmen-te lo mismo). Sería el caso de la cueva del Juyo que en sus 500 o 1000 años de magdaleniense inferior ha ido modificando los porcentajes de su utillaje. Así el nivel 8 (y en menor medida el 4) sería el más ortodo-xo dentro del tipo Juyo, ya que presenta el mayor índice de raspador, el más fuerte grupo auriñaciense y la mayor presencia de azagayas de sección cuadrada. Sin embargo los niveles 6 y 7 arrojaban una mayor presencia de útiles microlíticos y una mayor diversi-ficación de los tipos de azagayas, lo cual venía apare-

jado con un notable descenso del número de utensi-lios. Es decir, que los niveles basales (8 y 9) y supe-rior (4) de Juyo se parecen entre sí, mientras que los intermedios (6 y 7) se separan del conjunto. Sospecha así González Echegaray (1996, 281) que «existen verdaderas facies en el magdaleniense cantábrico, sin sentido cronológico absoluto», tal como ocurría en el Musteriense.

Por las mismas fechas en que González Echegaray formula su teoría inicial tuvo lugar la aparición en Caldas de un nivel magdaleniense inferior con un importante utillaje microlítico (48,7%) y con un número significativo de geométricos (8%), la mayo-ría escalenos. Este hecho llevó a Corchôn (1984-85, 1994) a revitalizar la tradicional facies geométrica, la cual presentaba una posición estratigráfica bajo un Magdaleniense Medio, quedando englobada en los niveles XI a XIII datados entre 13.755 y 15.165 BP. Lo comentaremos más adelante con detalle.

3.5. La irrupción del Badeguliense en la Costa Cantábrica (Utrilla 1986, 1996; Bosselin y Djind-jian 1999; Bosselin 2000): se utiliza de nuevo el análisis factorial aplicado al concepto de facies

El tema de la posible existencia de un Badegulien-se en el nivel III de Aitzbitarte IV determinado por la presencia de raclettes (4,56%) y de un tipo de azaga-ya de decoración pseudoexcisa —que aparece en Fran-cia como fósil director del periodo— había sido ya propuesto (Utrilla 1986) a raíz de la publicación de la famosa varilla que pertenecería a un nivel magdale-niense y no solutrense.

Ampliando el tema en 1996, en la sistematización sobre el Magdaleniense Inferior Cantábrico presenta-da en el Homenaje a Hugo Obermaier, proponía la existencia de una facies de raclettes en el Magdale-niense Arcaico contemporánea a la facies de Rascaño 5, yacimiento que solo posee 3 ejemplares (Utrilla 1996, 236). De nuevo el Magdaleniense Arcaico pasaba a presentar dos caras simultáneas pero la pre-sencia de raclettes (y no de azagayas con aplasta-miento central de la antigua facies de Castillo beta de 1981) diferenciaba ahora una de otra.

Era la cueva de las Caldas la que ofrecía el mejor ejemplo de un nivel con abundantes raclettes aunque la responsable de la excavación, S. Corchón, califica-ra el nivel como Solutrense Terminal. Esta autora suele interpretar su yacimiento a partir de la óptica solutrense, al igual que lo hacen otros especialistas en la época, como Straus. Al mismo tiempo, en nuestro caso, pecamos en cambio de hacerlo desde la óptica magdaleniense. La razón para proponer la adscrip-

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ción solutrense fue la existencia de una hoja de laurel en el nivel 4, superpuesto al 5, aunque la descripción de Corchón (1981, 159 -162) definía este último nivel como «carente de útiles solutrenses», con un «reto-que más o menos abrupto, frecuentemente aplicado sobre lasquitas y conformando raclettes (7,56%)». El propio nivel 4 poseía un 10,47% de raclettes. De cualquier modo, no debe descartarse la recogida de la hoja de laurel procedente de niveles inferiores por parte de los magdalenienses, tal como ocurre frecuen-temente en el Magdaleniense inicial de Laugerie Haute donde Sonneville-Bordes documenta la exis-tencia de varias puntas solutrenses.

Recientemente han irrumpido con fuerza en la investigación sobre el Magdaleniense Cantábrico dos estudiosos del "Badegouliense", Bruno Bosselin y François Djindjian, quienes, armados del consabido análisis factorial (que dominan bien como expertos en estadística) proponen para esta zona una existen-cia real del Badeguliense a partir de la reinterpreta-ción de algunas secuencias cantábricas como las de Riera y algunas primeras sugerencias sobre Caldas (Bosselin y Djindjian 1999; Bosselin 2000).

Este Badeguliense estaría considerado, no como una presencia más o menos aislada de las misteriosas raclettes, sino como un verdadero horizonte crono-cultural, situado entre el Solutrense reciente y el Magdaleniense inferior tipo Juyo. Es decir, se trataría de una entidad supra-regional y polimórfica que, a partir de un núcleo "auriñacoide", se expandiría des-de el núcleo original francés hacia la Cornisa Cantá-brica, Portugal, Languedoc y Levante español, apro-vechando la benignidad climática de Lascaux.

Este carácter polimórfico del Badeguliense pro-vendría de tres ramas evolutivas establecidas en el interior de la cultura por las que, a una primera etapa común a todas ellas caracterizada por los buriles transversales, muescas y denticulados y raras raclet-tes, sucederían estos tres modelos: 1)- el existente en Abri Fritsch y Badegoule caracterizado por la abun-dancia de raclettes; 2)- el de Laugerie Haute Est caracterizado por raspadores, buriles y raclettes (Magdaleniense Inferior) y 3) el reconocido en Cas-segros o Pégourié caracterizado por la abundancia de raclettes y hojitas de dorso. De ellas, la primera se extinguirá sin dejar rastro, mientras que las dos últi-mas seguirán su propia evolución para conducir a industrias magdalenienses que presentarán equili-brios tipológicos diferentes (Bosselin 2000, 380).

En la Costa Cantábrica el análisis factorial de correspondencias sobre los niveles solutrenses y magdalenienses opone en un primer eje (con un

46,8% de peso) los niveles con numerosas hojitas de dorso a los que poseen útiles "arcaicos" (denticula-dos, muescas, raclettes y piezas esquilladas). En un segundo eje (17,4%) opone los que poseen numero-sos raspadores y/o buriles a los que entregan útiles arcaicos y/o hojas de laurel. El tercero (16,6%) opo-ne los que poseen numerosos útiles solutrenses (hojas de laurel y puntas de muesca) a los que entregan muescas y denticulados.

Una clasificación automática efectuada sobre las tres primeras coordenadas factoriales, pone en evi-dencia, según estos autores, cuatro "facies": 1)- la del Solutrense Reciente caracterizada por el desarrollo de los útiles solutrenses pero con frecuencia media de útiles arcaicos, raspadores/buriles y hojitas de dorso; 2)- la del Badeguliense caracterizada por las muescas y denticulados dominantes y rareza del resto de los útiles; y dos facies del Magdaleniense Inferior Cantá-brico, una con moderada presencia de hojitas de dor-so y abundancia de raspadores y buriles y otra con gran abundancia de hojitas de dorso y débil represen-tación de los tipos restantes.

Esta clasificación, muy trabajada y que lleva implícita mucha carga de "juego estadístico", merece algún comentario, que, en parte ya hemos planteado anteriormente a nuestros propios intentos de análisis factorial con la intención de caracterizar las facies (Utrilla, 1990, 1994 y 1996). Los más significativos serían los siguientes:

1)- Los análisis tipológicos no han sido realizados por una sola persona con un mismo criterio sino que se han utilizado los datos de al menos 5 investigado-res de la Costa Cantábrica que pueden tener ideas diferentes en la clasificación de los tipos primarios, caso de los raspadores nucleiformes o aquillados, por ejemplo.

2)- La abundancia o escasez de hojitas de dorso como elemento discriminante puede tener que ver más con el hecho de haber tamizado o no las tierras (claramente ausente en Castillo y en algunas excava-ciones antiguas) que con su presencia real. En otros casos, las hojitas de dorso aparecen concentradas caprichosamente en un solo lugar. Es el ejemplo de la cueva de Ermittia donde sus hojitas se localizaban en el cuadro 30 a 70 cm. de profundidad. Si ese cuadro hubiera sido dejado sin excavar, como testigo, el cómputo general del utillaje del yacimiento sería muy diferente al actual y quizá hubiera cambiado la «facies».

3)- Las cuatro "facies" referidas no son todas simultáneas sino sucesivas, ocupando unas la fase

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templada de Lascaux y otras la fría del Dryas antiguo. En este caso quizá sería mejor hablar de fases .

4)- En el fondo, se trata sólo de una cuestión de nombres: a lo que unos llaman Badeguliense (Bosse-lin y Djindjian 1999), otros lo llaman "Solutrense desolutreanizado" (Straus, 1975) o "Solutrense en proceso de desolutreanización" (Marco de la Rasilla 1994) y otros aceptan un "Solutrense Terminal" (Cor-chón, 1.994). Todos estos niveles pudieron coexistir en parte con el Magdaleniense Inicial o Arcaico, tipo Rascaño 5 (tipo Placard en la Francia del Abate Breuil) (Utrilla, 1981, 1989. o 1996). y cuya industria ósea (a base de biseles estriados en espiga y en lance-ta y sección oval, y de azagayas pseudoexcisas) caracteriza para Bosselin y Djindjian el Badeguliense francés (más avanzado que el de denticulados). Bien, muchos otros lo llamaron sencillamente Magdale-niense I en Laugerie Haute Est. No hay que hacer una polémica por un simple nombre.

3.6. El olvido de las bases estratigráficas. Se discu-te la existencia real de algunas fases del Magdale-niense Inferior basándose bien en criterios econó-micos, bien en la aceptación de fechas "atípicas" (Clark 1986; Corchón 2005)

En paralelo a la proliferación de las teorías de facies, la crítica a la periodización basada en el siste-ma Breuil fue tan fuerte a partir de los años ochenta que se hizo caso omiso de la base estratigráfica y se aceptaron propuestas de contemporaneidad entre gru-pos humanos del Magdaleniense Inferior y otros dife-rentes, bien del Solutrense Final (que creernos posi-ble) bien del Magdaleniense Medio-Superior.

El problema radica en que esta ruptura de la perio-dización clásica estaba sustentada por fechas de C14 que se solapaban y que, al no haber sido sometidas a un riguroso aparato crítico y estratigráfico, no se con-sideraron incorrectas. En esta línea se sitúan con moderación algunos trabajos de Balbín y Moure (1981) o de Bernaldo de Quirós (1983), pero alcan-zan el momento culminante en trabajos de Clark (1983,1986) que llega a negar la base estratigráfica y por tanto la existencia real del Magdaleniense Infe-rior Cantábrico, el cual quedaría reducido a un mero sistema económico de explotación de la caza. Véase la polémica en Trabajos de Prehistoria (Utrilla 1987; Clark 1986) aunque es una teoría sobre la que no vale la pena insistir ya que parece haber quedado en desu-so (González Sainz 1995, 164).

En concreto para el caso de Urtiaga F (yacimien-to sobre el que se basa la tesis de Clark junto a otras fechas discutibles de Riera) es muy posible que la

muestra, extraída de la base del nivel, esté datando en realidad la superficie del nivel infrayacente (el G, indeterminado) o sea una media de las fechas que corresponderían a ambos niveles al tomar la cantidad de huesos habitual para una fecha de C14 convencio-nal, no AMS (500 g.). Altuna, quien recogió la mues-tra, la reporta sin vacilación en el bloque f + g (1972, 100). En la industria ósea (además del intrusivo arpón de doble hilera de dientes que en absoluto encaja con la fecha propuesta) una ortodoxa azagaya de sección cuadrada y decoración de tectiformes formando ángulos permite clasificar, al menos una parte del nivel F, en un Magdaleniense Inferior clásico de tipo Juyo; pero hay que tener presente que, según cuenta J.M. de Barandiarán en sus publicaciones, dentro del nivel F se computan una capa amarilla, una capa esta-lagmítica y una capa oscura carbonosa, además de brechas de huesos, por lo que habrá que pensar que podrían existir varios momentos culturales en su inte-rior. Si a ello añadimos que comenta además que en la base del nivel F había piezas que recordaban "for-mas solutrenses y aun auriñacienses" no es descabe-llado pensar que la fecha del 17.050 esté datando en realidad un solutrense terminal o un nivel similar al 117 de Mirón que, con una fecha idéntica, veremos más adelante.

En la misma línea de eliminar los momentos ini-ciales del Magdaleniense (aunque en este caso sí cuenta con un adecuado conocimiento de la biblio-grafía sobre Paleolítico Cantábrico) se inserta un reciente y denso artículo de Corchón presentado en el Coloquio de Faro de 2004 donde, además de criticar las clasificaciones "badegulienses" de Bosselin y Djindjian, duda acerca de la existencia real de la eta-pa del Magdaleniense Inicial o Arcaico (tipo Rascaño 5). Esta autora se basa de nuevo en la existencia de fechas, atribuidas a un supuesto Magdaleniense Infe-rior clásico, que envejecerían 500 años la secuencia y, una vez calibradas algo realmente no del todo válido para fechas tan antiguas, se solaparían con las exis-tentes en los niveles del Magdaleniense Inicial o Arcaico.

Las fechas elegidas por Corchón (que descarta con buen criterio Urtiaga F) son Mirón VR1.14: 16.460 ± 50 BP y Riera 19: 1.6.420 ± 430 BP pero estos dos yacimientos, de los que no dudamos de que han sido correctamente excavados, incluyen algo más que un Magdaleniense Inferior clásico, tipo Juyo, al mismo tiempo que presentan anomalías en la posi-ción estratigráfica de las fechaciones. Así, en Mirón, el avance presentado en el mismo Congreso por Straus y González Morales (2005) de los niveles del Magdaleniense Inferior de Mirón, abundan en la exis-tencia real de un Magdaleniense anterior al clásico III

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de la Costa Cantábrica, diferenciado en los niveles VR-117-119 y caracterizado en lo lítico por toscas piezas elaboradas con materias primas locales y que contienen elevados porcentajes de muescas y denticu-lados. Estos datos parecen corresponder al clásico "Magdaleniense O", del tipo definido en Laugerie Haute o, dicho de otro modo, al Badegouliense inicial defendido por Bosselin y Djindjian (1999). para la Costa Cantábrica. El nivel 117 de Mirón fue datado en 17.050 ± 60 BP y el 119 en 16.960 ± 80 BP fechas que concuerdan perfectamente con esta etapa inicial del Magdaleniense.

No olvidemos que el Magdaleniense Arcaico de Rascaño 5 se caracterizaba en lo lítico por la abun-dancia de útiles en cuarcita, entre las que destacaban las piezas con muesca y denticuladas (18%), las rae-deras (7,7%) y las piezas esquilladas (4,8%) (Gonzá-lez Echegaray 1981, 84-86). Por otra parte, la exis-tencia de 5 agujas en el nivel 1. 1.9 de Mirón recuerda la presencia porcentualmente significativa de estas piezas en Rascaño 5. Dado que los tres niveles cita-dos de Mirón no han sido excavados más que en una superficie inferior a un metro cuadrado habrá que esperar al avance de los trabajos. No sería de extrañar que un aumento de la superficie excavada entregara una industria similar a la del nivel III de Llonín, en el que las piezas "macrolíticas" conviven con raclettes, azagayas aplanadas con bisel en lengüeta e incluso azagayas pseudoexcisas que definen la fase arcaica del Magdaleniense (Fortea, corn. personal).

En la misma línea, la secuencia de Riera entrega en los niveles 11 a 14 una tecnología sobre lasca en materias primas locales y unos materiales que no desentonan en un Magdaleniense 0, con un aumento lamelar en los niveles 15 a 17 y con algunos triángu-los en el nivel 18. Solo a partir del nivel 19 existiría ya el Magdaleniense Inferior clásico tipo Juyo.

A ello hay que añadir que se eligen sólo algunas fechas "atípicas" de estos dos yacimientos, sin tener en cuenta otras más "ortodoxas" de los mismos . Así, en Riera 19 hay tres fechas, la "escogida" de 16.240, pero también otras dos de 15.520 y 15.230: ¿por qué elegir la atípica (que posee además una excesiva amplitud en la horquilla ± 430) y no valorar las otras dos que, con una horquilla más ajustada, encajan en la fase cultural, tipo Juyo, del Magdaleniense Infe-rior?. Añádase además que Riera 19 y 20 presentan inversión estratigráfica en sus fechas y niveles. Este hecho se repite también en Mirón, donde algunas fechas de los niveles 110, 11.1 y 114 son mil años más antiguas que otras obtenidas en los niveles subyacen-tes, 115 y 1. 16. En el caso del citado nivel 114 (16.460 ± 50 BP) entrega una inversión de fechas con el nivel

subyacente 116, el cual arroja un 15.200 ± 100 BP (González Morales y Straus 2000, 4). No todo vale.

No es de extrañar esta inversión ya que es habitual la existencia de niveles de arroyada en la transición Solutrense FinaUMagdaleniense Inicial con posible mezcla en algunas zonas de materiales de ambas eta- pas. Manuel Hoyos (1995). cita esta circunstancia en las Caldas (entre los niveles 6 y 7, con erosión parcial de los niveles 7 a 9) en la Viña (entre IV y V) en la Lluera (erosión del nivel VI) y en Cova Rosa, pero se tienen además datos de excavaciones antiguas, como la de Altamira de Alcalde del Río, en la que materia-les del Solutrense Terminal y del Magdaleniense Ini-cial se hallaban mezclados "en íntimo contacto", lo que provocó grandes problemas para conocer la posi-ción estratigráfica de los omoplatos decorados. Otro tanto parece ocurrir en el yacimiento de Aitzbitarte IV entre sus niveles III y IV, precisamente donde apa-reció la famosa varilla pseudoexcisa que considera-mos fósil director del Magdaleniense Inicial (Utrilla 1986, 212- 213). En Antoliñako-koba el informe que en Arkeoikuska 1997 realiza M. Aguirre señala para el nivel Lgc, datado en su parte media en 14.680 ± 100 BP, alguna punta de base cóncava y retoque pla-no en su tramo inferior y un aumento de hojitas de dorso en los tramos medio y superior. La industria ósea del conjunto entrega alguna azagaya de sección cuadrada y una pequeña azagaya "de base monobise-lada de punta espatulada y ranura dorsal". Es decir, coexisten materiales solutrenses y magdalenienses. En Riera, Bosselin y Djindjian (1999) no dudan en calificar como "remaniement" las industrias de los niveles 15 y 16.

Los prehistoriadores no solemos valorar suficien-temente el dato de la presencia de niveles de arroyada que explicaría quizá la existencia en niveles del Solu-trense reciente de azagayas propias del Magdalenien-se Arcaico (como las de sección oval con bisel en len-güeta o decoraciones en espiga) en yacimientos solu-trenses como Caldas, Chufin o la Riera (Corchôn 2005), acompañando a las ortodoxas de bisel central, típicas, en principio, del Solutrense, lo que abundaría en esta mezcla sedimentológica de materiales. A la inversa, también se documentan puntas dobles con monobisel central en niveles del Magdaleniense Infe-rior Cantábrico. Es el caso de la cueva de Balmori con un ejemplar; de Altamira, con dos; de Pasiega, con uno; o de Castillo, con siete (Utrilla 1981, lams. 31, 49 y 57 respectivamente). Nada tiene de particular ya que estas azagayas son las únicas referidas entre la indus-tria ósea en el nivel I (supuesto Magdaleniense II) del clásico yacimiento de Laugerie Haute Est, asociadas a útiles de trabajo (alisadores, agujas, punzones, huesos con muescas) y a una industria lítica a base de abun-

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254 PILAR UTRILLA MIRANDA

dantes hojitas de dorso (38%) y triángulos escalenos, aunque ya con solo un 1,46% de raclettes (Sonneville-Bordes 1966, 341, fig. 176, n° 14 y 15).

De cualquier modo hay que estar atentos a la cul-minación de las excavaciones de la interesante cueva del Mirón ya que, en un primer avance presentado al congreso de Faro (2004), Straus y González Morales (2005) señalan que las azagayas de sección cuadrada tipo Juyo aparecen desde los primeros momentos del Magdaleniense Inferior mientras que las de monobi-sel central no aparecen, por el momento, hasta la mitad de la secuencia, a partir del nivel 112, mezcla-das con las de sección cuadrada. Lo que no cabe en el año 2004 es afirmar que estas puntas se han conside-rado "tradicionalmente" como fósil guía del Magda-leniense Inferior Cantábrico en sus fases más anti-guas, citando la facies Castillo Beta de mi primera estructuración de 1981. Hacía más de 20 años, tras la publicación de la secuencia de Castillo por Cabrera en 1984 (en la que, recordemos, los diarios de Ober-maier situaban las azagayas de sección angulosa en la base del nivel) que esta mera sugerencia, declarada muy hipotética desde el principio por desconocer en 1981 su base estratigráfica, había desaparecido (Utri-lla 1989). Las de aplanamiento central sí se han con-siderado "tradicionalmente" como fósil director del Solutrense final, aunque se admitía su perduración en el magdaleniense inferior. Lo que sí he mantenido siempre es la caracterización del Magdaleniense Arcaico, tipo Rascaño 5, por las azagayas de sección aplanada y monobisel en lengüeta decorado con estrías (Utrilla, 1981, 1989 y 1996).

Esta fase existiría con claridad en Castillo, ya que la revisión de los papeles (en francés) del Abate Breuil (quien estudió el material óseo frente a Ober-maier y Wernert que realizaron la excavación y ano-taron sus comentarios en alemán pero que no analiza-ron apenas el material obtenido) permite conjeturar que cuando Obermaier indica que las azagayas de sección cuadrada están en la base del nivel beta toda-vía no había terminado la excavación del nivel, cuya potencia oscilará entre 1,45 y 2 m. En efecto, el Aba-te Breuil cita textualmente 37 azagayas de bisel en lengüeta del tipo Placard, dos de las cuales provenían de la base del nivel (Utrilla, 1996, 220-222).

La raíz del problema está en saber qué grado de variabilidad se necesita para determinar que una serie de diferencias merecen la categoría de "facies" y qué elementos permiten distinguir una facies de otra, por-que aunque hay yacimientos idénticos (Rascaño 4, Cierro, Balmori, Juyo 4 y 8 y Erralla por ejemplo) hay otros como Altamira y Castillo que participan de algunos caracteres comunes con ellos (como la pre-

sencia de azagayas de sección cuadrada con tectifor-mes o los omoplatos con ciervas estriadas) que son además contemporáneos por sus fechas de C14 y su sedimentología pero que tienen algo más, un carácter especial que los separa en el análisis factorial (útiles de trabajo en hueso, variedad de utillaje, obras de arte exentas...) y que nos lleva a pensar que son diferentes en su función aunque pertenecientes a la misma cul-tura. ¿Es ello argumento suficiente para determinar una facies distinta o es una mera variedad funcional?.

De cualquier manera, el tan traído y llevado con-cepto de facies no parece tener el mismo significado para todos los prehistoriadores ya que, de otro modo, no se explican las palabras de Corchón (2005, 21) cuando concluye: "Los resultados de la calibración de las dataciones existentes no certifican la sucesión temporal de las facies, sino su solaparniento y discu-rrir paralelo". Lógico, por eso son facies y no fases.

4. EL MARCO CRONOLÓGICO Y CLIMÁTICO ¿CON QUÉ FASES Y/O FACIES NOS QUEDAMOS?

En primer lugar hay que hacer referencia a la exis-tencia en la Costa Cantábrica de secuencias comple-tas del Magdaleniense, hecho que sólo en muy conta-das ocasiones puede establecerse en la zona clásica francesa (Laugerie Haute y Basse, Duruthy, quizá Placard). En nuestra zona las secuencias estratigráfi-cas más importantes, en las que se suceden todas las grandes etapas del Magdaleniense (con y sin arpo-nes), son La Paloma, Las Caldas, Llonín, La Riera y Cueto de la Mina en Asturias; Castillo, Rascaño (Fig. 1), El Mirón y probablemente La Garma en Cantabria y Santimamiñe, Urtiaga, Ekain, Lumentxa y Antoliña en el País Vasco. Este dato supone un muy alto índi-ce de reocupación de los sitios de habitación en cue-va, quizá debido a la existencia de una alta densidad de población en un espacio reducido (González Sainz y Utrilla 2005). En efecto, el estrecho corredor en el que quedaron atrapados ciervos y humanos quedaba bien delimitado por el mar al Norte y por la fría Cor-dillera Cantábrica al Sur, lo que propició una fuerte concentración de yacimientos de habitación y de san-tuarios parietales. Sólo el País Vasco registra un menor número de sitios, quizá debido a que tenía una mejor comunicación con Aquitania y con la zona del Valle del Ebro. Hacia este lugar se efectuará su expansión natural, ya que hoy se conocen 24 yaci-mientos magdalenienses en esta última zona (Utrilla 2000).

Se ha publicado recientemente un artículo sobre el marco cronológico "La chrorzostratigraphie du Mag-

KOBEE (Serie Anejos n.° 8), año 2004. Las sociedades del Paleolítico en la región cantábrica

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~

Aziliense

litlagdaleniense Final (VI)

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Superior (V)

Magdaleniense

Interior (III)

Magdaleniense Inicial (t)

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EVOLUCIÓN HISTÓRICA DE LAS SOCIEDADES CANTÁBRICAS DURANTE EL TARDIGLACIAL: 255 EL MAGDALENIENSE INICIAL, INFERIOR Y MEDIO (16.500-13.000 BP)

Figura 1. Estratigrafía de la cueva del Rascaño (Cantabria)

dalénien Cantabrique" (Utrilla y González Sainz 2003) que daba el estado de la cuestión del momento en que se presentó (mayo de 1994) al Coloquio Inter-nacional de Ravello sobre "Chronologies géophysi-ques et archéologiques du Paléolitique Supérieur". No es admisible que las actas hayan tardado nueve años en ser editadas para un congreso que pretendía ser una puesta al día y que recogía, en nuestro caso, la secuencia climática propuesta por Hoyos (1995) para el. Tardiglacial en la Cornisa Cantábrica y dentro de la cual se insertaban todos los yacimientos magda-lenienses conocidos en aquel momento que quedaron sistematizados en una tabla cronológica comparativa. Desde entonces el sistema de análisis climático basa-do en los niveles arqueológicos del karst, utilizado por Hoyos y Laville en la Costa Cantábrica, ha teni-do algunos detractores, al igual que el análisis palino-lógico efectuado sobre niveles arqueológicos en cue-vas ha sido puesto en tela de juicio frente a los reali-zados en lagos y turberas (Sánchez Goñi 1993). El sensato artículo que González Sainz publicó en 1994 sobre la Cronoestratigrafía del Magdaleniense Cantá-brico plantea sin acritud la problemática actual.

El avance en el conocimiento de los cambios cli-máticos a partir de análisis en los fondos marinos en el hielo profundo de Groenlandia o de la Antártida ha sido espectacular en los diez últimos años. Al mismo tiempo, la calibración del radiocarbono y la sincroni-zación de curvas de temperatura y depósitos conti-nentales con pólenes y esporas del norte de Europa, exige la reinterpretación de las antiguas secuencias ambientales regionales a la luz de esos cambios de carácter más global, quedando relegadas las basadas

en el análisis de distintos tipos de restos en yacimien-tos antrópicos. A ello responden los trabajos de Jóris y Weniger (2000) y de Jóris y Alvarez (2002) que comentamos con más detalle en nuestra comunica-ción presentada en el Coloquio de Faro (González Sainz y Utrilla 2005).

En síntesis, la comparación entre las alternativas climáticas del GRIP y su cronología precisa y los datos cantábricos, ambos en cronología calibrada, permite un relativo optimismo, ya que se da un grado de correlación razonable en la mayor parte de las eta-pas, en particular en los estadios más recientes del Tardiglaciar en los que el grado de calibración es más preciso. Los problemas son más fuertes en momentos anteriores, correspondientes al inicio y horizontes más antiguos de ese Complejo Interestadial o GI-1. En el norte de Europa (GRIP y secuencias continen-tales de polen) se está fechando ese inicio en unos 12.720 cal BC, en tanto que los datos cantábricos apuntan un importante incremento de la humedad y de las temperaturas desde 14.400 cal BC (inicio de la fase VI de Hoyos). Cabe recordar que otras curvas de temperaturas a partir de columnas de hielos (GISP2, Vostok 1999) marcan un inicio del recalentamiento anterior y más paulatino al de GRIP. Tampoco parece asumible suponer un continuo atemperado durante todo el Complejo Interestadial, ya que se detectan cortas alternativas frías en los hielos de Groenlandia (fases GI-1 d, GI-1c2, GI-1 b).

Para el Magdaleniense Arcaico e Inferior de la Costa Cantábrica se han obtenido 58 fechas proce-dentes de 15 yacimientos: Caldas (XIII a XI), Entre-foces (B), Lloseta (B), Güelga (3C), Riera (19-20), Hornos de la Peña (B), Altamira, Juyo (VI-11 a 4), Castillo (8), Rascaño (5, 4b y 4), Mirón (0V: 17 a 15 y VR: 117 a 114 y 111-110), Praile Aitz, Ekain (VII), Erralla (V) y Antoliña (Lgc medio). De ellas, las secuencias esenciales son, sin lugar a dudas, la de El Rascaño (donde sorprendentemente encajan fechas e industrias) y en menor medida las de Las Caldas, la Riera, Castillo y El. Juyo, a las que se añadirán las de El Mirón, Llonín y La Garma A a medida que los contextos industriales se vayan publicando.

En cuanto al Magdaleniense medio son válidas 26 fechas procedentes de 6 yacimientos cantábricos: Paloma, Caldas (IX a IV/III), la Viña (IV), Tito Bus-tillo (lc), Galería inferior de la Garma (superficie) y Ermittia III, aunque en este caso, más por lo ortodo-xo de su industria, con auténticos fósiles directores, que por su validez estratigráfica. A estos yacimientos podría sumarse la fecha de la navarra cueva de Abauntz (nivel e2) que, aunque geográficamente per-tenece ya al Valle del Ebro, presenta materiales muy

KOBIE (Serie Anejos n.° 8), año 2004. Las sociedades del Paleolítico en la región cantábrica

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MAR CANTABRICO Altamira El Castillo

El Juyo La Garma A Aitzbitarte IV

La Paloma Las Caldas

Entrefoces

Gijon

Coya Rosa 'El Cierro

La Lloseta Cueto de la Mina La Riera

¡Balmori

Llonín ~~-

I Santander

Antoiŕñako Koba lumentxa

Urtiaga

San Sebastian

256

PILAR UTR1LLA MIRANDA

Magdaleniense Arcaico ! Magdaleniense Inferior ! Magdaienieose Arcaico e Inferior

Altitud en metros — ----r. .::

0 400 1000

0 50 100

kilómetros

Figura 2. Localización en la región cantábrica de los yacimientos que incluyen niveles del Magdaleniense Arcaico, del Magdaleniense Inferior, o de ambos períodos.

vinculados con Aquitania y el grupo del Nalón. Para esta etapa la secuencia más completa es, hoy por hoy, la de Las Caldas, y en un futuro inmediato, lo serán las de la Viña y La Garma A. Existen además fechas procedentes de depósitos no suficientemente defini-dos por el momento que encajarían con una cronolo-gía del Magdaleniense medio: son la cueva Oscura de Ania (IIIB), Tito Bustillo (1bc), Cualventi 6, y La Garma A (10 a 5 y nivel D).

De las fechas atribuidas en Mirón al Magdale-niense medio por sus excavadores (Straus et cal. 2002, 1409) más por criterios estratigráficos que industria-les (IC VIII y VR 111 a 108) y dadas las dudas sobre la existencia de ocupaciones en el Magdaleniense medio, se considera más probable (González Sainz y Utrilla 2005) la atribución de las capas más profundas al Magdaleniense inferior (VR 111 y 110) y se dejan para el Magdaleniense medio las de VR 108, de 13660 ± 70 y 14.710 ± 160 BP (fechas demasiado dispares para un mismo nivel). Otros autores (Cor-chón 2005) prefieren llevar todas las fechas al Mag-daleniense Inferior (incluida la de VR 108) lo que le permite mantener la teoría del solapamiento con el comienzo del Magdaleniense Medio.

Desde el punto de vista climático, S. Corchón (1995a) basándose en los materiales asturianos divi-de en dos fases el magdaleniense Medio, diferencia-das por el ámbito frío en que transcurre la primera (final del Dryas I) y el templado de la segunda (Bolling). Pertenecerían, según Corchón (1995a, 137) a la etapa antigua (14.200-13.300 BP) la unidad infe-rior de las Caldas (niveles IX a VI), la parte inferior y media de la Viña IV y Llonín X, mientras que la unidad superior de Caldas (V IV), superior de la Viña IV y, con los problemas anotados, Paloma 6, se ads-

cribirían a la fase posterior (13.300-12.700 BP). Estos yacimientos se englobarían dentro de la fase Cantábrico VI de Hoyos, mientras que la etapa anti-gua del Magdaleniense Medio (con fauna fría repre-sentada) pertenecería a la fase Cantábrico V. Sin embargo, especialistas en Magdaleniense Superior como González Sainz (1989a) incluyen ya en él esta etapa evolucionada del Magdaleniense Medio, por lo que no la trataremos en este capítulo.

Veamos ahora por separado las dos primeras fases magdalenienses (Magdaleniense Arcaico y Magdale-niense Inferior) (Fig. 2) resumiendo las característi-cas tipológicas que, en fin, definen a cada una de ellas y proponiendo en el interior de las mismas posibles "facies" culturales supuestamente contemporáneas. En una tercera etapa, introducimos el Magdaleniense Medio pero hay que esperar a la publicación en las actas del Congreso de Faro', de la concienzuda sínte-sis que sobre la base de Las Caldas han realizado Corchón y su equipo (Corchón et al. 2005). En todo caso, cuando aparezca la memoria de la excavación de la magnífica cueva de la Viña, dirigida por Fortea, y la no menos importante de la Garma, dirigida por Arias, se completará una buena visión de lo que supu-so esta etapa cultural, la primera auténticamente "magdaleniense", en la Costa Cantábrica.

4.1. El Magdaleniense Cantábrico Arcaico: (16.800-16.000 BP)

Similar por tipología y cronología al tradicional Magdaleniense I de la secuencia francesa de Placard

1 Las actas de dicho congreso se publicaron con posterioridad a la entrega de este texto.

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EVOLUCIÓN HISTÓRICA DE LAS SOCIEDADES CANTÁBRICAS DURANTE EL TARDIGLACIAL: EL MUTAGDALENIENSE INICIAL, INFERIOR Y MEDIO (16»500-13.00() BP)

257

y Laugerie Haute aparece encajado desde el punto de vista sedimentológico en el Cantábrico II de M. Hoyos, caracterizado por un clima fresco y húmedo típico del antiguo interestadio de Lascaux. Corres-pondería a la primera parte del Tardiglaciar (GS-2 de la zonación definida en Groenlandia por GRIP), en concreto de la fase inicial GS-2c.

Para esta etapa se dispone de muy pocas fechas válidas que pertenezcan a niveles intactos con indus-trias características: tan solo nos parecen coherentes (a la espera de conocer la datación de Llonín III), la fecha de Rascaño 5 de 16.433 ± 131 BP, la de Casti-llo 8 inferior de 16.850 ± 220 BP, y acaso, la base del Magdaleniense del Mirón (VR-117: 17.050 ± 140 BP) la cual parece corresponder a un momento ante-rior, el clásico "Magdaleniense 0", del tipo definido en Laugerie Haute. Veamos con qué contamos en esta primera etapa.

4.1.1. La Transición: una fase macrolŕtica de mues-cas y denticulados. ¿Magdaleniense 0, Badegulien-se Arcaico o Solutrense Terminal? (17000-16800 BP).

Está caracterizada por toscas piezas macrolíticas, "musteroides", elaboradas con materias primas loca-les, que contienen elevados porcentajes de muescas y denticulados (Straus y González Morales 2005). Anclada en torno al 17.000 BP, la fecha de Mirón VR-117, nos lleva a pensar si la idéntica existente en Urtiaga F+G no estará datando realmente las indus-trias "poco características" del nivel G, al mismo tiempo que nos pone ante la posible coexistencia con los últimos coletazos del llamado "Solutrense", con rarificación de foliáceos. Las fechas asignadas a este grupo se sitúan en el 16.900 ± 200 BP de Riera-17 (para muchos ya magdaleniense), el 17.420 ± 200 BP de Chufín 1, o, ya más alejado, el 17.580 ± 440 de Amalda IV, ya que las de 16.200 ± 240 y 16.090 ± 240 BP se consideran aberrantes.

Bosselin y Djindjian (1999) identifican una indus-tria similar, que ellos prefieren denominar "badegu-liense", en las capas 8 a 16 de la Riera tradicional-mente clasificadas como Solutrense Terminal por sus excavadores (Straus y Clark 1986). Se caracterizaría por el desarrollo de útiles "arcaicos", esencialmente muescas y denticulados, una extrema rareza de útiles solutrenses y de hojitas de dorso y una relación IG/IB variable. Ai mismo tiempo las estrategias de aprovi-sionamiento serían locales, tanto en la elección de la materia prima del soporte (73% de cuarcitas de la zona) como en los recursos alimentarios (ciervo, cabra y sarrio del biotopo local).

2 Figura 3. Varilla "pseudoexcisa" de Aitzbitarte IV (Guipúzcoa)

En resumen, tras la citada etapa de toscas indus-trias de denticulados (ya se denomine "Magdalenien-se 0" , Badeguliense tipo A o Solutrense desolutrea-nizado ) presente en torno al 17.000 en los referidos niveles de Riera, Caldas o Mirón 117, a partir del 16800 y dentro de la fase templada antiguamente lla-mada de Lascaux, encontramos dos grupos de yaci-mientos:

4.1.2. El caracterizado por la presencia de raclettes

Que podría rastrearse en el nivel III de Aizbitarte IV, en Caldas 5-3 y quizá en Llonín III. Las razones que tuvimos para identificar esta facies en Aitzbitar-te (Utrilla 1986) fueron la existencia de raclettes en un 4,56% y sobre todo la presencia en el nivel mag-daleniense (que no solutrense) de una varilla con los tres trazos curvilíneos de técnica pseudoexcisa (Fig. 3) que aparece siempre en contextos con raclettes "badegulienses" del Magdaleniense I: Laugerie Hau-te Est, Placard, Badegoule y en especial Pegourié, donde Seronie Vivien acaba de localizar nuevos ejemplares.

En cuanto al nivel III de Llonín parece entregar este mismo tipo de decoración pseudoexcisa, conjun-tamente con piezas arcaicas, "raclettes" y azagayas tipo Placard I Rascaño 5 (Fortea, comunicación per-sonal) .

Bosselin y Djindjian (1999, fig. 13) adscriben a un genérico `Badeguliense Cantábrico" los yacimientos de Lloseta 10 (con 2 raclettes, según nuestros cómpu-tos), Cierro 4 (con 4 ejemplares), Cova Rosa 2 + 3 (0), Cueto de la Mina D (0), Castillo (3), Rascaño 5 (3) Riera 8-16 (con algunas raclettes en los niveles 15 y 16 y descenso de muescas y denticulados) y Caldas 4, 5 y 6.

KOBIE (Serie Anejos n.° 8), año 2004. Las sociedades del Paleolítico en la región cantábrica

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Figura 4. Azagayas con monobisel en lengüeta decorado en espiga. 1 y 2: Castillo; 3. La Paloma: 4: Lumentxa y 5: Rascaño

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PILAR UTRILLA MIRANDA

En Caldas 4 y 5 el carácter frío de sus sedimen-tos convierte en problema el incluirlo en la fase templada de Lascaux, la cual se asigna al nivel 3 (XIV de la Sala II) (Hoyos 1995, 31 y 37). La reciente datación de la base del nivel (XIVc) en 17.380 ± 215 BP. conviene en cambio a la oscila-ción de Lascaux. De cualquier modo advierte Cor-chón que los niveles 3 a 6 se hallan muy alterados por procesos postsedimentarios, con un proceso erosivo tras el nivel 3.

4.1.3. El Magdaleniense Arcaico tipo Rascafio 5

Caracterizado en lo lítico por la rareza de raclettes (solo 3 ejemplares) y en la industria ósea por la pre-sencia de azagayas de sección aplanada y monobisel en lengüeta decorada en espiga (Fig. 4), asociados a una industria ósea poco elaborada formada por abun-dantes huesos retocados a modo de cinceles, cuñas y útiles de trabajo. Estaría presente con seguridad en Rascaño 5 y base de Castillo 8 y, con algunas dudas, en Cueto de la Mina D inf. (donde existen además los tradicionales grabados serpentiformes), Río/Lloseta y Lumentxa E/F, con presencia de azagayas tipo Pla-card típicas que permitirían asignar esta facies (Utri-lla 1976b y 1989). Para la determinación de la parte inferior de Castillo 8 la existencia de 37 azagayas de sección aplanada y base en lengüeta procedentes de la base del nivel y reseñadas por Breuil en sus notas a máquina como "Magdaleniense I de Placard" nos parecen un argumento definitivo (Utrilla 1996, 221 y 222). En el caso de Riera 18, dominan las azagayas de sección aplanada, que además aparecen infrapues-tas a las de sección cuadrada del nivel 19. No se posee datación absoluta de este nivel, la cual hubiera ayudado a resolver su posición.

4.2. El Magdaleniense Inferior Cantábrico: 16.000-14.400 BP

En la secuencia climática clásica ocupa-ría a grandes rasgos la primera parte del Dryas Antiguo, caracterizado en gene-ral por el clima frío, quizá con una dis-cutida oscilación más templada (Angles) y englobando aproximada-mente las fases I11, IV y comienzos del V de Hoyos (1995). En la serie GRIP de Jóris y Weninger correspondería básica-mente a la fase fría y seca del 2b y 2a, dentro de la fase GS-2, el antiguo Tardi-glaciar, aunque en este caso los episo-dios templados (Angles y Prebblling) no están documentados con claridad. Desde el punto de vista cronológico esta etapa comenzaría en el 16.000 BP,

cifra marcada por la fecha de Rascaño 4b (15.988 BP) mientras que su discriminación cultural y cronológi-ca respecto al Magdaleniense medio se situaría en torno al 14.400, pudiendo perdurar hasta el 14.000 en algunos niveles tardíos como Joyo 4 (13.920 BP) o La Güelga 3C (14.020 ±130; 14.090 ± 190 y 13.890 ± 130 BP). Para González Sainz el límite más proba-ble (y bastante nítido) para el inicio en la preparación de protoarpones del Magdaleniense Medio quedaría en torno a 14.400-14.200 BP.

Si nos fijamos en las industrias y otros parámetros como la fauna, el arte o la estacionalidad es aquí don-de la teoría de facies, culturales o funcionales, adquiere la mejor representación, distinguiéndose los siguientes grupos:

4.2.1. La facies Juyo

Se aplica a industrias caracterizadas en lo lítico por la presencia masiva del raspador (en particular el raspador nucleiforme, aunque sigue dominando el IG si se elimina el tipo 15 de la estadística) y en lo óseo por la azagaya de sección cuadrada con decoración en «tectiforme formando ángulos». Puede contener omoplatos con grabados de ciervas de trazo estriado corno en Cierro, Mirón y Juyo 4 (Fig. 5).

Se trata del clásico «Magdaleniense III Cantábri-co» que aparece pujante en un poderoso núcleo corn-prendido entre la parte occidental de Asturias (zona de Llanes) hasta la cuenca del Miera. Los yacimien-tos de Balmori, Riera 19-20, Cueto de la Mina D, Cierro III, Lloseta med., Rascaño 4 y Juyo 4 y 8 serían los yacimientos más significativos de esta zona geográfica.

Las cuevas de Mirón, Erralla V y con más dudas Paloma 8, Urtiaga F y Ekain VIb quedarían fuera de este territorio, con lo que la explicación territorial-

KOBIE (Serie Anejos n.° 8j, año 2004. Las sociedades del Paleolítico en la región cantabrica

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EVOLUCIÓN HISTÓRICA DE LAS SOCIEDADES CANTÁBRICAS DURANTE EL TARDIGLACIAL: 259 EL MACDALENIENSE INICIAL. INFERIOR Y MEDIO (16.500-13.000 BP)

Figura 5. Santuarios de ciervas/os de trazo estriado en el Norte de España

cultural que se aplicaría al grupo habría de ser mati-zada quizá por una explicación funcional (cazaderos especializados). Por otra parte yacimientos como Altamira o Castillo (que participan parcialmente de algunos elementos de esta facies) se separarían de ella como consecuencia de una diferente funcionali-dad (hábitat estable o santuario).

4.2.2. Facies microlŕtica con escalenos

La ya comentada aparición en Caldas de un Mag-daleniense Inferior con un importante utillaje micro-lítico que engloba un número significativo de geomé-tricos (8%), la mayoría triángulos escalenos (Cor-chón 1984-85, 1994) presentaba una posición estrati-gráfica bajo un Magdaleniense Medio, y se documen-taba en los niveles XI a XIII datados entre 13.755 y 15.165 BP, con un 14495 ± 140 para el nivel XII intermedio. Las fechas de Caldas, aunque en opinión

de M. Hoyos (1995a, 43) y Corchón (1995, 123, nota 5) pudieran estar algo rejuvenecidas por carbonata-ciones secundarias (ya que no acaban de encajar totalmente con los datos sedimentológicos), coloca-rían esta facies como contemporánea de la de Juyo, siendo Caldas XI coetánea de Juyo 4; Caldas XII de Juyo 7 y Caldas XIII de Rascaño 3.

No serían significativos de este grupo ni los raspa-dores nucleiformes ni las azagayas de sección cuadra-da que determinan la facies contemporánea de tipo Juyo. En su lugar aparecerían, junto a los microlitos citados, un utillaje lítico dominado por los buriles, los raspadores-buriles y las bellas láminas retocadas. Es lo esperado, ya que Caldas no parece ser un cazadero (facies Juyo) sino un lugar permanente de hábitat, privilegiado quizá por la existencia de aguas terma-les, tal como ocurre en Castillo.

Figura 6. Yacimientos del Magdaleniense Inferior y Medio del Cantábrico

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Figura 7. Protoarpones de la cueva de Ermittia (Guipúzcoa) (según Barandiarán)

Este aumento de microlitos aparece también ates-tiguado en los niveles inferiores de la excavación antigua de Juyo (niveles IX a XI de la Trinchera I y VIII de la Trinchera II) (Janssens y González Echega-ray 1958; Utrilla 1976a, 1981) y en los niveles 6 a 7 de la reciente (G. Echegaray 1996). También en la capa 10 de Lloseta (base de la secuencia) se docu-menta un aumento anormal de hojitas de dorso, pose-yendo cuatro de ellas truncadura oblicua (Utrilla 1.976a), ocurriendo algo similar en la base del proble-mático nivel de Urtiaga F (Utrilla 1976b, 1989).

4.3. El Magdaleniense Medio (14400-13300 BP) (Fig. 6)

Supone el gran avance de la investigación en los últimos años ya que se ha pasado de una oscura nebu-losa en la que esta etapa parecía brillar por su ausen-cia (Utrilla 1980, 1981) a ser la protagonista principal de los más recientes descubrimientos. Una sistemati-zación del Magdaleniense Medio ha sido estructura-da principalmente por J. Fortea (Fortea 1989, 1992;

Fortea et (11.1990) y por Corchón (1995a, 1995b; Cor-chón et al. 2005).

En Asturias, los yacimientos de la Viña y Caldas, dirigidos respectivamente por los dos autores citados, han aportado interesantísimos datos en el foco del valle del Nalón, junto a otras excavaciones en Astu-rias Oriental como la cueva de Llonín en el Cares, dirigida por J. Fortea y M. de la Rasilla o las ya clá-sicas de A. Moure en Tito Bustillo (Complejo infe-rior, n.2) en transición al Magdaleniense Superior. Otros lugares asturianos interesantes serían las cue-vas de Sofoxó (con materiales removilizados pertene-cientes a varias fases del Magdaleniense), Coimbre (con una típica varilla de dientes incipientes similar a los prototipos de arpón de Ermittia, Fig. 7) y cueva Oscura de Ania, con materiales procedentes de exca-vaciones antiguas que están siendo reestudiados (Adán et cil. 2002). Paloma 6 entrega problemas en la datación de algunos objetos de su arte mueble (un 14.600 BP para una pieza con grabado escalerifor-me).

En Cantabria los trabajos en curso en la cueva de La Garma (Arias et al. 2005) están arrojando resulta-dos espectaculares, con unos materiales, suelos y estructuras, muy bien conservados y que se relacio-nan estrechamente con los yacimientos del Nalón y por tanto con los modelos pirenaicos. La Garma ha venido a rellenar el enorme vacío que presentaba la Costa Cantábrica durante el Magdaleniense Medio entre el grupo asturiano (Nalón y Cares) y el grupo vasco. En efecto, si buscamos en estratigrafía huellas del Magdaleniense Medio en Cantabria solemos encontrar niveles arcillosos estériles, como en Casti-llo 7 o en Mirón (donde en la parte anterior del yaci-miento se ha documentado una amplia capa de arci-llas por debajo de los niveles del Magdaleniense superior) o se detectan cicatrices de erosión, como en Rascaño (entre 3 y 2). En ocasiones se localizan en las arcillas rojas estériles algunos objetos aislados como la varilla con decoración en espiral que encon-tró Obermaier (1925, 182) en la arcilla parda de Hor-nos de la Peña o la varilla de decoración curvilínea de la cueva de la Pasiega. Quizá en El Pendo (yacimien-to con serios problemas estratigráficos) existirían indicios de Magdaleniense medio, documentados en ciertos motivos artísticos y en las altas dataciones de algunas piezas de su arte mueble.

En el País Vasco no existen estratigrafías datadas válidas. Ya hemos comentado como presentaban niveles no datados (Santimamiñe) o claramente revueltos (Bolinkoba y Ermittia), niveles que se defi-nían en lo óseo por las puntas dobles de sección trian-gular con decoración de rombos con trazo interior y

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EVOLUCIÓN HISTÓRICA DE LAS SOCIEDADES CANTÁBRICAS DURANTE EL TARDIGLACIAL: 261 EL MAGDALENIENSE INICIAL, INFERIOR Y MEDIO (16.500-13.000 BP)

en lo lítico por el dominio de los buriles sobre los ras-padores y la relativa abundancia de los tipos sobre truncadura , los útiles dobles y las láminas retocadas. De ahí el interés que revisten las excavaciones de la cueva de Abauntz en Navarra que han permitido datar este grupo cultural en 13.500 BP, incluyéndolo al fin en la fase del Magdaleniense Medio con materiales similares a Caldas IX-VI y La Viña IV inferior (Utri-lla y Mazo, 1996).

En conjunto, en el Magdaleniense Medio la indus-tria lítica se caracteriza por un IG/IB bastante corn-pensado y un alto índice microlaminar que en la Viña alcanza el 53% para las hojitas de dorso (Fortea 1989, 428), junto al gran tamaño de los soportes y útiles retocados, superior a los del tramo siguiente, con un uso casi exclusivo del sílex en una zona en la que escasea como materia prima (Corchón 1995a, 137). La industria ósea incrementa la muestra de huesos utilizados (compresores, paletas, alisadores...) junto a piezas tan características corno las azagayas de base ahorquillada, los protoarpones o las bramaderas. Pero lo más característico de esta etapa es la eclosión del arte mueble de carácter no funcional, tanto sobre soporte lítico como óseo, siendo el caballo, la cabra y el ciervo los animales más representados. Son comu-nes las asociaciones temáticas binarias de dos sujetos de la misma o diferente especie (Fortea 1989; Fortea et al. 1990; Corchón 1991-1992, 1995).

5. LO QUE DE VERDAD IMPORTA: LA VIDA DEL HOMBRE MAGDALENIENSE A TRAVÉS DE SUS ESTRATEGIAS DE SUPERVIVENCIA Y SU MUNDO ESPIRITUAL

En las líneas anteriores hemos dedicado demasia-do tiempo a establecer las bases de las secuencias estratigráficas o la evolución tipológica y climática, pero es momento ya de dedicarnos a pensar en lo importante, cómo consiguió sobrevivir el hombre del Magdaleniense Inferior o qué mundo espiritual nos ha legado. Para hablar de ello necesitaríamos espacio para un nuevo artículo por lo que sólo comentaremos aquellos yacimientos que aportan algunos datos para intentar algo tan difícil como aprehender la vida del hombre prehistórico.

5.1. ¿Ofrendas rituales?

Existen en el Magdaleniense interesantes ejem-plos de "ofrendas" o "tesoros" que, depositadas a modo de escondrijos, podrían tener un posible carác-ter ritual: nos referimos a la veintena de azagayas, biapuntadas y con surcos, que fueron halladas en una caja formada por tres lajas de piedra en la cueva del.

Castillo (Breuil y Obermaier 1912a, 12; Cabrera 1984, 369); o a la acumulación de astas de reno (Istu-ritz) o ciervo (Erralla) que parecen constituir bien una ofrenda, bien una provisión de materia prima para fabricar los útiles de asta, acompañando varias azaga-yas de sección cuadrada a las cuernas de Erralla. En este yacimiento el primer depósito se hallaba cubier-to además por una serie de losas de caliza, estando dos de ellas hincadas verticalmente. Grandes drusas de calcita se hallaron asociadas a la estructura, al mis-mo tiempo que dos pequeños hogares, producto de fogatas de corta duración, acompañaban a cada uno de los depósitos. No se localizaron en cambio ele-mentos líticos en la zona (Altuna et al. 1985, 187). En Cualventi el famoso bastón perforado reposaba sobre una piedra plana apoyada a su vez sobre otra hincada (García Guinea 1986). En La Garma A una construc-ción semicircular de piedra limita un espacio de 2,5 m. de diámetro que es interpretado como cabaña y en cuyo interior apareció una costilla con grabados (Arias y Ontañón 2004).

Dos plaquetas tardías del Magdaleniense Superior y Final con representaciones de cabras aparecieron rotas, quizá voluntariamente, en las cuevas guipuz-coanas de Urtiaga y Ekain. Para González Sainz podrían formar parte simplemente del enlosado del suelo mientras que para Corchón, en el caso de pla-quetas similares de las Caldas, podría tratarse de una destrucción deliberada en el contexto de determina-dos actos sociales (Corchón 1998).

El caso más espectacular se refiere a los contornos recortados agrupados sobre una repisa localizada en la Galería Larga de Tito Bustillo (Fig. 8, 9). Estaban cubiertos de colorante rojo y frente a una mano en negativo aunque los autores del descubrimiento (Bal-bín et al. 2002, 2003) indican que no se trata necesa-riamente de un depósito ritual sino de una simple evi-dencia de la frecuentación de la cueva. En el caso del "área de estancia" empedrada de la misma cueva se hallaron 83 plaquetas de piedra de las que 25 estaban decoradas, 12 de ellas con motivos animales. Apare-cieron en una zona de 5 m_ en torno a una fosa alar-gada en cuyo extremo, y clavada en el fondo de un hoyo de 1.5 x 15 cm., apareció la curiosa escultura colgante con representación antropomorfa (Moure 1984, 72).

Quienes sí hablan de una función ritual o religio-sa son los autores del hallazgo del "santuario" del nivel 4 de la cueva del Juyo (Freeman y González Echegaray 1982). Según estos investigadores el san-tuario del Magdaleniense inferior se articulaba en tor-no a dos zanjas de forma triangular rellenadas poste-riormente con capas de ofrendas constituidas funda-

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Figura 8. Zona de la cueva de Tito Bustillo (Asturias) donde apare-cieron agrupados los contornos recortados. (Foto R. de Balbín).

Figura 9. Contorno recortado de Tito Bustillo (Foto R. de Balbín).

mentalmente por huesos de ciervo. Capas de ocre y tien-as de colores dispuestas de forma geométrica (formando a modo de flanes) llegaban a constituir sendos túmulos. En los depósitos intencionales se encontraron azagayas, agujas, buriles y una cuerna de ciervo hincada verticalmente. Un bloque calizo a modo de estela se halló en el extremo de la estructu-ra más pequeña. En ella la combinación de grietas naturales y zonas trabajadas constituirían una especie de máscara que representaría una cara medio humana y medio felina. Asociado a este conjunto una cabeza de cierva tallada en una costilla apareció en un hoyo situado bajo la coraza de piedra y arcilla que recubría

uno de los túmulos. Freeman y G. Echegaray (1982, 164) sugieren que podría tratarse de un depósito fun-dacional.

En Las Caldas, nivel IXC, del Magdaleniense Medio, Corchón (1992, 1994) halló un conjunto de materiales seleccionados (hemimandíbulas de caballo y alguna de ciervo, un cuerno de uro, dientes de oso, incisivos de caballo grabados, plaquitas de arenisca también grabadas...) que interpreta corno un contex-to de tipo ritual.

En Entrefoces el depósito "ritual"se articulaba en torno a un canto de cuarcita esculpido en forma de cabeza humana. Estaba colocado verticalmente en un nicho de la pared entre bloques y se asociaba a dos cantos rodados de colores vivos (rojo y amarillo) y a un amontonamiento "anómalo" de núcleos prismáti-cos de laminillas, de excepcional tamaño y calidad (González Morales 1990, 35). En realidad el hallar en un nivel del Magdaleniense Inferior un conjunto de núcleos de laminillas (o quizá raspadores nucleifor-mes) es lo suyo en los niveles de esta época.

También en la Garma, galería Inferior, el equipo de Arias acaba de publicar el hallazgo de una estruc-tura de piedra subcircular que constituiría el basa-mento de una cabaña de pieles o materia vegetal apo-yada en la pared, similar a otras al aire libre halladas en Etiolles. En su entorno se encontró una falange con representación en relieve de un uro, un propulsor esculpido en forma de pata de artiodáctilo y una cos-tilla decorada (Arias y Ontañón 2004, 46).

En la zona III de la misma cueva, bajo una pintu-ra rupestre que representa una cabeza de caballo en negro, se halló un recinto de planta subcircular de 5 m_ definido por grandes bloques de caliza y algunas lajas hincadas verticalmente, estando el suelo interior rebajado. A esta estructura se asociaba una escultura en asta de reno de bulto redondo y con protuberancias situado en posición vertical en el hueco entre dos blo-ques de la estructura.

En conjunto Arias y Ontañón opinan que en la zona IV (donde se observaron hasta cuatro recintos yuxtapuestos delimitados por bloques y lajas hinca-das con una inusual concentración de mandíbulas de caballo y destacados objetos de arte mueble), se desa-rrollaron actividades de tipo ritual ligadas a unos por-centajes de Equus caballus "que no tiene precedentes en el Magdaleniense Cantábrico". El hecho de hallar una calota craneana de este animal a la que se le ha recortado la parte superior de la bóveda (tal vez para extraer el cerebro) incidiría en este carácter ritual que, en el caso del caballo, entroncaría con otros conjun-

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tos del Magdaleniense Medio, corno el citado de Cal-das con hemimandfbulas de caballo seleccionadas u otros pirenaicos en Isturitz, Duruthy o Enlène.

5.2. Colgantes: adornos y calendarios lunares

Es interesante también el hallazgo de collares, como el formado por 1.3 caninos perforados de ciervo hallados en la cueva de la Pasiega (quizá en relación con el maxilar de un varón adulto hallado en el mis-mo nivel); o un centenar de conchas de Littorina obtusata perforadas y tres Turritellas halladas en el nivel F de Urtiaga, la mayoría concentradas en el cua-dro 9F y que se suman a otras 59 Littorinas adscritas al nivel G en el mismo cuadro. A su vez, la Garma Inferior, zona IV, entregó en el segundo recinto numerosos colgantes de conchas (Nassarius reticula-tus y Littorina obtusata) en niveles del Magdalenien-se Medio. En Caldas el nivel VIII, también del Mag-daleniense Medio, ha entregado curiosos colgantes como uno fabricado sobre diente de cachalote que representa por una cara a este animal y a un bisonte en la otra, así como otros colgantes fabricados sobre incisivos de caballo (nivel IXa) o falanges de ciervo (n. VIII) para los que se sugiere una función de silba-tos (Corchón et al. 2005).

Pero es en Praile Aitz (Deba, Guipúzcoa) donde X. Peñalver y J. Mújika han excavado el más sorpren-dente depósito de colgantes estructurados en cinco conjuntos. Se trata de 26 piezas de piedra grabadas con motivos geométricos, algunas imitando la forma de los caninos atrofiados de ciervo, y tres incisivos de cabra con doble perforación bicónica (Peñalver et al. 2006). El hecho de que el yacimiento se halle muy próximo a la cueva de Ermittia y que entregue entre su exiguo material una "azagaya decorada con dos hexágonos alargados (casi rombos) rellenos de trazos oblicuos en su interior" nos lleva a paralelizar ambos yacimientos. Dado que Praile Aitz posee una escasa industria (15 útiles y 20 restos de fabricación y sopor-tes) permite proponer a los autores de la excavación que el grupo humano que habitó en esta cueva sería muy reducido, que la ocupación habría sido tempo-ralmente muy breve y que la casi totalidad del instru-mental se traería ya fabricado.

No creen tampoco que se trate de un taller de col-gantes por no haberse encontrado los utensilios para su manipulación ni tampoco un cazadero ya que "la fauna es escasa y buena parte de ella no parece haber sido aportada por el hombre, sino ser el resultado de su acarreo por animales carnívoros". Sólo en torno al hogar se observan algunos huesos con indicios de haber sido manipulados. Sugieren en fin que el yaci-miento pudo ser "un punto en el que se llevaran a

cabo durante el Magdaleniense Inferior prácticas o rituales de carácter "espiritual" cuya razón y caracte-rísticas se desconocen, y del que quedarían como ves-tigios de dicha actividad y creencias, quizás, la propia cavidad y los mencionados colgantes" (Peñalver y Mujika 2005).

En el Magdaleniense Medio de Abauntz el nivel e entregó un variado elenco de colgantes, entre ellos un canino de oso de las cavernas recortado en su base, dos caninos de lince perforados, y tres huesos hioides de caballo, también perforados, siendo especialmente interesante el localizado en la campaña de 1993 que presenta 14 "marcas de caza" en cada uno de sus bor-des (Utrilla y Mazo 1996, 252) (Fig. 10). El hecho de que dos cuevas de cronología similar en la asturiana cuenca del Sella posean cuatro ejemplares más (en este caso hioides de ciervo) con marcas en múltiplos de 7 nos lleva a sugerir la existencia de calendarios lunares quizá relacionados con cómputos de fecundi-dad. Nos referimos a la cueva de la Güelga en su nivel 3c, con dos huesos hioides que presentan 21 trazos cada uno y a la cueva de Tito Bustillo que entrega en su nivel lc dos más, uno con 30 trazos (en realidad en dos casos dos marcas muy juntas podrían ser correc-ción de un mismo trazo por lo que quedarían en 28) y el otro con 14 marcas en uno de los bordes y con 28 en el otro. Para Menéndez (que no reseña la curiosi-

Figura 10. Colgantes sobre hueso hioides ¿con marcas lunares? N° 1 : La Güelga (según Menéndez) ; n° 2 : Tito Bustillo (según Moure) ; n° 3: Abauntz (según Utrilla y Mazo).

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dad de que se trata de múltiplos de 7), los cuatro ejemplos del Sella podrían ser indicativos junto a otros signos tectiformes de "emblemas de grupo", como referentes o elementos identificativos, dentro de una territorialidad en la cuenca media del Sella. Los hioides con marcas no serían un tipo de pieza excepcional sino que respondería a un tipo de adorno de diseño bien fijado y repetitivo, con un uso genera-lizado (Menéndez 2003, 197). Por otra parte, no son sólo los hioides los que presentan marcas múltiplo de 7. Cualquier hueso sirve: así en la misma cueva de Abauntz encontramos una costilla con 7 marcas; o en la oscense cueva de Chaves hallamos un fragmento de hueso largo en el que aparecen grabadas dos series de 28 trazos verticales enmarcadas cada una de ellas por dos trazos horizontales (Utrilla y Mazo 1996, 253, fig. 8). Yvette Taborin (2004, 152) recoge a su vez un canino de lobo perforado que presenta 14 incisiones paralelas... (Utrilla y Martínez Bea, en prensa).

5.3. Estructuras y organización del espacio inte-rior

La cueva de Abauntz en la Navarra prepirenaica ha entregado en su nivel del Magdaleniense Medio (13.500 BP) un interesante ejemplo de la estructura-ciôn del espacio habitado (Utrilla et al. 2003). Parti-mos para su análisis de tres premisas importantes que dan validez a los resultados : l a : Las dos salas del yacimiento son contemporáneas, como demuestran los remontajes líticos establecidos por N. Cazals o la pre-sencia en ambas salas de falanges de una misma piel de saiga ; 2a : No ha habido en el Magdaleniense Medio fuerte actividad postdeposicional que haya pro-vocado movimientos importantes de piezas, salvo un canalillo de agua que discurrió en los bordes del asen-tamiento adosado a la pared (informe oral de Hoyos y Laville) y 3a: La cueva se ocupó durante una época muy corta dejando un débil nivel de ocupación en verano y otoño (de Mayo a Noviembre) según informe paleontológico de Altuna (Altuna et al. 2001-2002).

La distribución del espacio interno que reflejó la excavación de la totalidad de la ocupación magdale-niense (en campañas de 1976 a 1979 y de 1988 a 1994). permitió distinguir complejas estructuras: así una plataforma en la banda E (zona del perforado de pieles) que entregó 17 trozos de ocre y 4 placas de piedra con restos de colorante; un suelo pavimentado por piedras que incluía tres hogares (uno en cada sala y un tercero en el corredor intermedio) asociados a su vez a cantos rodados; y una serie de 8 agujeros de poste pareados en la segunda sala. De ellos, los dos iniciales, que se hallaban en el corredor de acceso, eran de mayor tamaño y se encontraban adosados a la

pared y calzados por piedras. La existencia de puntas de cuerna de reno en su entorno nos llevó a sugerir que quizá servirían éstas para clavar en el suelo las pieles de una cortina sujetada por los postes que ais-laría una sala de otra. En cuanto a los agujeros de pos-te menores, tanto pudieron sostener una plataforma de madera que aislara la zona de la humedad del sue-lo, como sujetar los elementos centrales de tiendas en el interior de una cueva con abundantes goteras o, lo más probable dada la distancia entre ellos, tensar pie-les mientras se procedía su tundido.

Las hipôtesis de interpretación funcional se basan además en la asociación de unos útiles con otros en determinadas áreas (isodensidades) y en el análisis de las huellas de uso de los mismos realizado por C. Mazo. Se distinguieron cuatro áreas funcionales en torno al hogar de la primera sala, la de mayor luz natural (Utrilla y Mazo 1992): la)- una zona de raspa-do de pieles, realizado no solo por los consabidos ras-padores sino también con la truncadura de algunos buriles, los cuales presentaban idénticas huellas de raspado y restos de ocre en ambos casos; 2a)- una zona de perforado de pieles, realizada con perforado-res, pero también con buriles diedros que presentaban también las mismas huellas de uso que los perforado-res, según determinación traceológica de C. Mazo; 3a)- un área al fondo y tras el hogar, casi vacía de res-tos líticos, pero que contenía abundantes pólenes y esporas de helechos y juncáceas (Utrilla et al. 1986), para la que sugerimos lechos de reposo, quizá para los bebes cuyas madres raspan y perforan las pieles; y 4a)- un área de talla de sílex que se adelanta hasta la boca de la cueva. Las armas de caza, azagayas y vari-llas, elementos "masculinos", se encontraron en el corredor de acceso a la segunda sala y en ella misma, asociadas a muy escasos restos líticos (láminas sim-ples con micropulidos). (Fig. 11).

Dada la posibilidad antes sugerida de que una cor-tina separara ambas salas caben en principio dos hipôtesis: que la primera sala fuera un área de traba-jo, esencialmente femenino (salvo quizá la talla) y que la segunda fuera un área de reposo con una cier-ta intimidad, permaneciendo las armas de los cazado-res apiladas contra la pared. La segunda hipótesis plantea en cambio que toda la cueva sirviera para una única función: el tratamiento de pieles muy cotizadas, ya que los animales más cazados en el nivel son el sarrio (la gamuza, famosa por lo delicado de su piel) y el zorro. En el caso del sarrio además el 50% de los restos proceden de individuos infantiles (Altuna et al. 2001-2002). De este modo en la primera sala se rea-lizaría el trabajo de raspado y cosido de pieles en la zona iluminada y en la segunda se procedería al ahu-mado y tundido de las mismas, evitando la cortina de

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EVOLUCIÓN HISTÓRICA DE LAS SOCIEDADES CANTÁBRICAS DURANTE EL TARDIGLACIAL: 26.5 EL MAGDALENIENSE INICIAL, INFERIOR Y MEDIO (16.500-13.0(X) BP)

Figura 11. Organización del espacio en la cueva de Abauntz durante el Magdaleniense Medio (1350013P) (según Utrilla y Mazo).

separación que el humo afectara a la primera sala. Una segunda boca de la cueva, hoy cegada por un derrumbe, constituiría la ventilación natural de esta segunda sala.

5.4. Estrategias de supervivencia: animales caza-dos y animales representados

Este dominio del sarrio en Abauntz no es habitual en yacimientos del Magdaleniense Inferior y Medio donde la preferencia por el ciervo en lugares de bos-ques próximos a la costa y de cabra en los roquedos de los valles del interior alcanza porcentajes cercanos al 90%, lo que supone una alta especialización en una especie determinada. Así encontramos yacimientos con masivo dominio de ciervos como Juyo, Ekain, Cueto de la Mina o Balmori y yacimientos montara-ces de cabras como Rascaño, Collubil, Sofoxó, Bolinkoba o Ermittia. Esta selección de especies pue-de llegar a seleccionar también la edad a la que son cazados los individuos, siendo muy representativo el caso del nivel VII del yacimiento de Ekain en el que se han cazado cervatillos recién nacidos o con un

máximo de dos meses de vida (Altuna y Mariezkurre-na 1984, 237) inaugurando el buen gusto de gourmet de la cocina vasca. Es decir, a diferencia del magda-leniense francés que caza renos y saigas durante sus migraciones masivas, en la Costa Cantábrica la sub-sistencia se basa en ungulados no migratorios que viven en pequeñas manadas e incluso que tienen hábitos solitarios.

Pero tanto depredó el hombre del Magdaleniense Inferior sobre el ciervo que en la misma cueva de Ekain, cuando transcurre años después el Magdale-niense Superior, la caza ya se ha diversificado y se asiste a un aumento de restos de cabra, algo habitual en todos los conjuntos del Magdaleniense Superior y final, según estudios de González Sainz (1989a).

Esta especialización en la caza de ciervos duran-te el Magdaleniense Inferior se traduce en la icono-grafía de su arte parietal y mueble donde a partir del Solutrense y durante el Magdaleniense Inferior los santuarios de ciervos, y mejor de ciervas, presiden los paneles centrales de algunos santuarios (Llonín, Pasiega A); se encierran en camarines especiales (Chimeneas, en este caso machos) o en hornacinas (Castillo); ocupan estrechas galerías terminales (cola de caballo de Altamira, corredor de la galería B7 de Pasiega) e incluso se convierten en protagonistas casi absolutos de santuarios monotemáticos (Covala-nas o Arenaza). Las ciervas aparecen representadas bajo muy variadas convenciones estilísticas: graba-das en el Solutrense inferior de la Lluera; pintadas en rojo en el Solutrense avanzado, bien en tinta plana como en Pendo, bien en contorno linear como en Pasiega o en tamponado como en Covalanas y Are-naza; de nuevo reaparecen bajo el estereotipo del grabado de trazo múltiple en cuello y papada carac-terístico del Magdaleniense Inferior en Altamira y Castillo y en muchos otros ejemplos de arte parietal (Llonín, la Garma, Tito Bustillo, Alquerdi, Embosca-dos...) y mueble (Juyo, Cierro), destacando la recientemente descubierta en Mirón que nos permite aquilatar la fecha de 15450 ± 160 BP típica del clá-sico Magdaleniense Inferior (Straus y González Morales 2003a, 2003b).

Sin embargo la fecha más reciente de 14.480 ± 250 BP obtenida para un omóplato de Altamira con cabeza de cierva grabada nos llevó (Utrilla 1994, 106 y 108) a enfrentarnos a la posibilidad de que los gra-bados estriados del gran techo fueran contemporá-neos de los bisontes polícromos (incluso un par de de ellos entregaban fechas algo anteriores) y en tal caso estarían en relación con la Gran Cierva situada a la izquierda del panel, la cual seria la última y brillante representante ritual de su especie. En la misma crono-

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logia incide la datación en 14650 ± 140 BP de un tra-zo negro infrapuesto a una cierva grabada con bandas en estriado de la misma cueva de Altamira (Moure et al. 1996, 305).

Si aceptamos esta contemporaneidad de ambos elementos, el Gran Salón de Altamira representaría el preciso momento en el que el bisonte sustituye a la cierva como animal « sagrado » dominante, a fines del Magdaleniense Inferior y comienzo del Medio, lo que he llamado « la crisis del 14.400 » (Utrilla 1994, 109). La cierva sigue estando presente en el gran panel en su nueva forma polícroma, junto a varios ejemplares grabados de trazo estriado; está incluso magnificada respecto a su tamaño real en relación con el del bisonte, pero ahora aparece en un extremo, no ocupa el panel central y, sobre todo, tiene sus patas trabadas por una cuarentena de claviformes triangulares al parecer arrojados a modo de boome-rang (Utrilla y Martínez Bea 2005/2006). En su entorno se encuentran además tres antropomorfos masculinos que adelantan sus brazos "como orantes que rezaran" (Freeman y González Echegaray 2001, 90). Este dato nos llevaría a sugerir que el culto a la cierva sigue estando vigente en Altamira, aunque éste se encuentra escondido (tramo final de la cola de caballo y de La Hoya), hecho que es interpretado por Freeman y G. Echegaray (2001, 100) como un inten-to de no menospreciar a las ciervas, evitando « insul-tar a una fuente de alimentación tan importante ».

Esta proliferación de bisontes se generaliza en el Magdaleniense Medio y Superior por toda la Costa Cantábrica, siendo los ejemplos pintados de Covacie-lïa y Altamira los más espectaculares y los grabados y/o esculpidos de Coimbre (con una azagaya con pro-tuberancias a modo de prototipo de arpón en su entor-no) y sobre todo Castillo, los mejores exponentes de un culto al bisonte, que en el caso de la cueva cánta-bra permite hablar de un auténtico Sitio de Agrega-ción, ya existente en el Magdaleniense Inferior. Este

quedaría caracterizado por la densidad de los niveles de ocupación, la variedad de su industria ósea, la exis-tencia de un arte mobiliar característico (omoplatos grabados), la posición central en la Costa Cantábrica, una buena visibilidad de su montaña cónica y una escenografía en la sala de la columna del bisonte ver-tical que, por primera vez, podemos aceptar como "chamánica", dado el hallazgo realizado por M. Groe-nen de patas pintadas en negro en la pared que com-pletan la figura del bisonte que se proyecta danzante en la pared. Pero Castillo sólo pudo ser lugar de Agre-gación durante el Magdaleniense Inferior y/o Superior ya que presenta niveles estériles durante el Magdale-niense Medio, algo habitual en Cantabria, a excepción del extraordinario yacimiento de La Garma.

En el Magdaleniense Medio y Superior la fauna cazada ya no coincide con la fauna representada y, si en la etapa inferior teníamos argumentos para inter-pretar el arte parietal cantábrico corno la tradicional "magia de caza", ahora tendremos que buscar expli-caciones de tipo social en que los animales "sagra-dos", quizá representantes de los clanes dominantes, asisten a una sustitución de la cierva por el bisonte y/o caballo (en este caso en Paloma, Tito Bustillo, Caldas, Ekain, Abauntz, Isturitz o Duruthy) en el Magdaleniense Medio-Superior y por el tandem caballo-reno en el Magdaleniense Superior-Final ,(Tito Bustillo, Altxerri, Las Monedas). En algunos lugares cantábricos proliferan en la última época las representaciones de cabras, ya sea en paneles parieta-les pintados (quizá pertenezca a esta época la cueva de El Bosque, en el Cares) o grabados (El Otero) ya sea en ajuares mobiliares en forma de plaquetas o bloques de piedra (Urtiaga, Ekain, Villalba o Abauntz 2r, en estos dos últimos casos acompañadas de caballos). Pero mejor será leer el artículo mono-gráfico de González Sainz sobre el arte rupestre en este mismo libro para conocer con mayor precisión estos temas.

KOBIE (Serie Anejos n.° 8), aiio 2004. Las sociedades del Paleolítico en la región cantábrica

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