Enid Blyton - Serie Secreto 01 - El Secreto de La Isla

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  • EL SECRETO DE LA ISLA

  • Ttulo original: The Secret Island Traduccin: Antonio de Quadras

    1938, Enid Blyton 1970, de la traduccin espaola: Editorial Juventud, SA. 2007, RBA Coleccionables, S.A., para esta edicin Prez Galds, 36. 08012 Barcelona

    ISBN: 978-84-473-2054-7 Depsito legal: M-I1.401-2007 Impresin y encuademacin: BROSMAC

    Impreso en Espaa - Printed in Spain

  • El comienzo de las aventuras ............................. 9 Un da de emociones .............................................. 16

    La fuga ..................................................................... 23 La primera noche en la isla ................................... 31 Los nios construyen la casa ................................. 37

    Los nios terminan la casa ..................................... 44 La vaca llega a la isla ........................................... 51

    Un da que acaba muy mal .................................... 59 Los excursionistas desembarcan ............................. 66 Noche de tormenta ...................................................... 73

    Nora pasa un mal rato ........................................... 80 Las cuevas de la colina ......................................... 88

    Pasa el verano ........................................................ 95 Jack va de compras ............................................... 102 Jack escapa de milagro .......................................... 110

    Empieza la busca .................................................. 117 Registro en la isla secreta .................................... 125

    Termina la busca ................................................. 132 La vida en las cuevas .............................................. 139 Jack recibe una gran sorpresa ................................ 145

    Fin de la aventura .................................................. 152

  • CAPTULO PRIMERO

    EL COMIENZO DE LAS AVENTURAS

    Mike, Nora y Peggy charlaban sentados en el suelo cubierto de hierba. No eran felices. Nora lloraba, lloraba sin cesar. En esto oyeron un grito:

    -Eeeoooo! -Es Jack -dijo Mike-. Scate las lgrimas, Nora.

    Vers cmo Jack nos anima. Lleg un nio corriendo y se sent al lado del grupo.

    Tena la cara muy morena y los ojos azules, brillantes, traviesos...

    -Hola! -exclam-. Qu te pasa, Nora? Otra vez llorando?

    -S -respondi Nora, secndose las lgrimas-. Ta Josefa me ha pegado porque no le he lavado bien las cortinas.

    Le ense su brazo derecho, lleno de cardenales. -Qu vergenza! -coment Jack. -Si pap y mam estuviesen aqu, nuestros tos no se

    atreveran a tratarnos as -dijo Mike-. Pero no creo que vuelvan nunca.

    -Cunto tiempo hace que se fueron? -pregunt Jack. -Casi dos aos -respondi Mike-. Pap construy

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    un nuevo avin y sali para Australia. Mam se fue con l, porque le gusta volar. Y ya estaban muy cerca de Australia cuando, de pronto, dej de saberse de ellos.

    -Estoy segura de que ta Josefa y to Enrique creen que nunca volvern -dijo Nora, echndose a llorar de nuevo-. Si no lo creyeran, no nos trataran como nos tratan.

    -No llores ms, Nora -le dijo Peggy-. Se te ponen los ojos horribles, rojos como tomates. La prxima vez me encargar yo de la colada.

    Jack rode con su brazo los hombros de Nora. La prefera a todos los dems, y era la ms pequea del grupo, a pesar de ser hermana gemela de Mike. Tena la cara pequea y la cabeza cubierta de negros rizos. Mike tena su misma cara, pero era ms alto. Peggy era rubia y llevaba un ao a los gemelos. Lo que nadie saba era la edad de Jack. Incluso l la ignoraba. Viva en una pequea y vieja granja con su abuelo y trabajaba como un hombre, aunque no era mucho ms fuerte que Mike.

    Se haba hecho amigo de Mike y las nias y a los cuatro les encantaba pasear juntos por el campo. Jack conoca palmo a palmo aquellos parajes y saba cazar conejos con trampa, pescar en el ro y dnde estaban las nueces mejores y las moras de mayor tamao. Todo lo saba: los nombres de los pjaros que cantaban en los rboles, la diferencia entre una vbora y una culebra y otras muchas cosas sobre los animales de la regin.

    Sus ropas eran una coleccin de harapos. Iba descalzo y sus piernas estaban llenas de rasguos. Nunca se quejaba ni lloraba, ni siquiera cuando se haca dao. Todo lo tomaba a broma y era el compaero inseparable de los tres hermanos.

    -Desde que dio por seguro que mam y pap no volveran, ta Josefa se ha portado muy mal con nosotros -dijo Nora.

    -Tan mal como to Enrique -dijo Mike-. No nos

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    deja ir al colegio y me obliga a ayudarle en el trabajo del campo de sol a sol. Eso no me importa; lo que me importa y no quiero es que ta Josefa trate tan mal a las nias. Las obliga a hacer todo el trabajo de la casa y son an muy pequeas para eso.

    -A m me hace lavar toda la ropa de la casa -se quej Nora-. No me importa lavar las cosas pequeas, pero s las grandes, como las sbanas, pues pesan demasiado.

    -Y yo tengo que hacer la comida -dijo Peggy-. Ayer se me quem un pastel, porque el horno estaba demasiado fuerte, y ta Josefa me dej sin comer y sin cenar.

    -Yo entr por la ventana para llevarle un poco de comida -explic Mike-, pero to Enrique me vio y me dio un bofetn tan fuerte que rod por el suelo y no s cmo pude ponerme en pie. Me mandaron a la cama sin cenar y esta maana slo me han dado un trozo de pan como desayuno.

    -Hace meses que no nos compran ropa ni zapatos -dijo Peggy-. Los que llevo, ya casi no tienen suela. No s qu haremos cuando llegue el invierno. La ropa del ao pasado se nos ha quedado tan estrecha que no nos la podemos poner.

    -Estis mucho peor que yo -dijo Jack-. Yo nunca he tenido nada que estuviera bien; por eso no lo echo de menos. En cambio, a vosotros os han dado siempre todo lo que habis querido, y ahora no tenis nada de nada, ni siquiera unos padres que os puedan ayudar.

    -Y t no te acuerdas de tus padres, Jack? -pregunt Mike-. O es que siempre has vivido con tu abuelo?

    -S, siempre. Por eso no me acuerdo de mis padres -respondi Jack-. Ahora dice que se quiere ir a vivir a casa de una ta ma. Si se va, me quedar solo, porque mi ta no me querr en su casa.

    -Oh, Jack! Qu hars si te quedas solo? -pregunt Nora.

    -Estar la mar de bien -dijo Jack-. Lo que importa

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    es saber lo que vais a hacer vosotros. No me gusta veros tristes. Si pudiramos escaparnos todos juntos...

    -En seguida nos encontraran y nos traeran aqu -di- jo Mike, seguro de no equivocarse-. He ledo muchas veces en los peridicos casos de nios y nias que se han escapado de sus casas. La polica los encuentra en seguida y los devuelve a sus casas. Si supiese de algn sitio donde nadie pudiera encontrarnos me ira ahora mismo con mis hermanas. No puedo sufrir que ta Josefa las haga trabajar tanto y sea tan dura con ellas.

    -Escuchadme un momento! -dijo de pronto Jack, con voz tan misteriosa que todos se agruparon en torno de l-. Si os confo un secreto, me prometis no decrselo a nadie?

    -Claro que te lo prometemos! -exclamaron Mike y sus hermanas.

    -Puedes confiar en nosotros, Jack -aadi Mike. -S, ya s que puedo confiar en vosotros -dijo Jack-.

    Bien, escuchadme. Conozco un sitio donde podramos es- condernos con la seguridad de que nadie nos encontrara.

    -Dnde est, Jack; dnde est? -preguntaron los tres hermanos.

    -Esta noche os lo ensear -dijo Jack, levantndo- se-. Esta noche a las ocho, cuando hayis terminado vuestro trabajo, id a la orilla del lago. All nos veremos. Ahora tengo que irme. Si llego tarde, mi abuelo se enfadar conmigo y, a lo mejor, me encierra con llave en mi cuarto.

    -Adis, Jack -dijo Nora, ya mucho ms contenta-. Hasta la noche.

    Jack se alej corriendo y los tres hermanos volvieron lentamente a la granja de su to Enrique. Se haban llevado la merienda al campo y tenan que volver al trabajo. Nora tena mucho que planchar, y Peggy, que fregar la cocina Era una vieja cocina de piedra, y la nia saba muy bien que no podra terminar su trabajo hasta la hora de cenar

    -Yo tengo que limpiar el granero -dijo Mike-. Pero

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    no os preocupis: a la hora de cenar ya estar listo y despus iremos a ver el escondite secreto de Jack.

    Todos empezaron a trabajar, sin que se apartara de su pensamiento lo que tenan que ver aquella noche. Cul sera el secreto de Jack? Dnde estara aquel escondite tan magnfico? Podran huir?

    Tanto pensaban en la aventura de la noche, que estuvie- ron a punto de echarlo todo a perder. Ninguno de ellos hizo bien su trabajo a juicio de to Enrique y de ta Josefa. Nora recibi un bofetn y Peggy tuvo que volver a fregar toda la cocina.

    To Enrique ri a Mike porque haba mezclado un poco de trigo con la paja. El nio no protest, pero pens que huira de aquella casa tan pronto como le fuera posible.

    "Nora y Peggy deberan ir al colegio, llevar vestidos bonitos y poder invitar a sus amigas a merendar -se dijo Mike-. Esta vida no se ha hecho para ellas. Trabajan todo el da y encima gratis, pues ta Josefa no les da ni un cntimo."

    Los nios cenaron slo pan y queso sin decir palabra. Teman que, si hablaban, sus tos les gritasen para hacerles callar. Cuando terminaron, Mike se decidi a hablar.

    -Ta Josefa, te vamos a pedir un favor: nos dejas salir a dar un paseo antes de irnos a la cama?

    -No -dijo ta Josefa con su desagradable voz-. Ma- ana tenemos mucho trabajo, y quiero que os levantis temprano.

    Los nios cambiaron miradas de desaliento. Tenan que hacer lo que sus tos ordenaban. En silencio, subieron a la habitacin en que dorman los tres. Mike tena una cama pequea en un rincn, separada por una cortina de la ca- ma grande que ocupaban las dos nias.

    -Creo que ta Josefa y to Enrique quieren salir esta noche. Por eso nos han obligado a acostarnos tan pronto -dijo Mike-. Si se van, nos escaparemos e iremos a reunirnos con Jack.

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    -No nos quitaremos la ropa -dijo Nora-. Si nos acostamos vestidos, podremos salir ms de prisa.

    Los nios guardaron silencio y aguzaron el odo. Poco despus oyeron que se cerraba la puerta que daba al exte- rior. Mike salt de la cama y se asom a la ventana. Desde all se vea el jardn que se extenda delante de la casa. En seguida vio salir a sus tos.

    Esperaron en silencio. Poco despus bajaron la escalera y salieron al jardn por la puerta trasera. Corriendo como liebres, llegaron al lago, y a l l encontraron a Jack, que los estaba esperando.

    -Hola, Jack! -dijo Mike-. Menos mal que hemos podido venir. Nos han mandado a la cama, pero nos he- mos escapado y aqu nos tienes.

    -Cul es tu secreto, Jack? -pregunt Nora-. Esta- mos impacientes por saberlo.

    -Bien, escuchadme -dijo Jack-. Ya sabis que este lago es muy grande y est lleno de rincones desconocidos. Slo en los dos extremos hay algunas granjas solitarias, pero el resto de sus villas est completamente deshabitado. Pues bien, en el lado sur hay una isla que estoy seguro de que nadie conoce. Me parece que soy el nico que ha estado en ella. Es una isla estupenda y debe de ser el mejor escondite del mundo.

    Los tres nios escuchaban con los ojos muy abiertos. Una isla en el lago! Si pudiesen llegar a ella y estar all, escondidos, los cuatro solos, sin tas que diesen bofetones ni los obligaran a trabajar durante todo el da como si fueran animales!...

    -Si no estis cansados, podramos ir paseando hasta un sitio desde el cual se ve la isla -dijo Jack-. Yo la descubr por casualidad. El bosque es all tan espeso, que no creo que nadie la haya visto.

    -No estamos cansados, Jack -exclam Nora-. Ll- vanos a ver tu isla secreta. Queremos ir ahora. Estamos deseando ver esa isla.

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    -Pues vamos -dijo Jack, encantado de ver a sus amigos tan contentos-. Seguidme. Hemos de ir de prisa, pues est bastante lejos.

    El nio, descalzo, condujo a los otros tres a un bosque. Se deslizaba entre los rboles como un conejo. Despus de avanzar un buen trecho vieron que se iba aclarando hasta convertirse en un campo. Lo cruzaron y se encontraron de nuevo en el bosque, esta vez tan espeso, que pareca impo- sible atravesarlo.

    Pero Jack sigui adelante. Conoca el camino de memo- ria y condujo a sus tres amigos, sin detenerse, a un lugar donde volvieron a ver el agua. Estaban otra vez a la orilla del lago. Ya era completamente de noche y apenas podan distinguir nada.

    Jack se abri camino entre los rboles que crecan al borde del agua, se detuvo y seal hacia el interior del lago. Los nios se agruparon a su alrededor.

    -Mi isla secreta! -dijo Jack. All estaba la isla. Era pequea y pareca flotar sobre

    las aguas. Haba algunos rboles y en su centro se alzaba una pequea colina. Era una isla solitaria y hermosa. Los nios estuvieron un buen rato contemplndola. Pareca una isla mgica.

    -Bueno -dijo al fin Jack, interrumpiendo el silencio-, qu os parece? Huimos y nos vamos a vivir a esa isla misteriosa?

    -S! -respondieron los tres hermanos a coro.

  • CAPTULO II

    UN DA DE EMOCIONES

    Al da siguiente, los tres nios slo pensaron en la isla secreta de Jack. Podran huir y esconderse en ella? Podran vivir en aquel lugar? Cmo se procuraran el alimento? Qu pasara si empezaban a buscarlos? Los encontraran? No dejaban de pensar en todo esto ni un instante. Qu maravillosa les pareca aquella isla secreta! En ella no habra bofetones ni gritos. Cuando a media maana pudie- ron estar un rato juntos, no hablaron de otra cosa.

    -Mike, tenemos que ir a la isla -dijo Nora. -S, dile a Jack que iremos -suplic Peggy. Mike se rasc la cabeza, preocupado. Tena muchas

    ganas de ir, pero se preguntaba si podran las dos nias soportar una vida tan dura. All no habra camas, y quizs ni comida. Y si Peggy o Nora se ponan enfermas? En fin, podan probarlo. Si las cosas se ponan mal, regresaran y asunto concluido.

    -Bien, iremos -dijo al fin-. Lo planearemos todo con la ayuda de Jack. l sabe de estas cosas ms que nosotros.

    As, pues, cuando se hizo de noche fueron a ver a Jack. Sus ojos brillaban de alegra y emocin. Qu aventura!

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    Una aventura como la de Robinsn Crusoe: solos en una isla secreta...

    -Tenemos que planearlo todo con gran cuidado -dijo Jack-. No debemos dejarnos nada olvidado, porque no podramos volver a recogerlo: nos atraparan en seguida.

    -Y si furamos a la isla para ver cmo es, antes de ir a vivir en ella? -pregunt Nora-. Me gustara verla.

    -Bien -dijo Jack-. Iremos el domingo. -Pero cmo? -pregunt Mike-. Nadando? -No -respondi Jack-. Tengo un bote. Lo abando-

    naron porque era muy viejo, y yo lo he ido reparando poco a poco. Sigue haciendo un poco de agua, pero se puede sacar con una lata.

    Los nios esperaron con impaciencia la llegada del domingo. Siempre los hacan trabajar algo, pero luego les permitan llevarse la comida al campo y hacer excur- siones.

    Corra el mes de junio y los das eran largos y soleados. En la granja abundaban los melocotones, las cerezas y toda clase de fruta. Los tres nios hicieron una buena provisin de ella y arrancaron dos lechugas. Ta Josefa les daba tan poca comida, que siempre tenan que apoderarse de algo sin que los vieran. Mike deca que aquello no era robar, porque si ta Josefa les hubiese dado todo lo que ganaban trabajando, ellos podran comprar el doble de lo que les daban. No hacan ms que tomar lo que haban ganado con su esfuerzo. Tenan un poco de pan y mantequilla y unas cuantas lonjas de jamn. Mike arranc tambin unas zanahorias y dijo que con el jamn estaran estupendas.

    A todo correr, fueron a reunirse con Jack. Este los esperaba a la orilla del lago, con una mochila a la espalda. En ella llevaba su comida. Ense a sus amigos unas cere- zas y un pastel.

    -Me los ha dado la seora Lane por limpiarle el jardn -dijo-. Nos haremos una merienda colosal.

    -Dnde est la barca? -pregunt Nora.

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    -Calma; ya la veris -respondi Jack-. No voy a dejar mis secretos donde la gente los pueda descubrir. Nadie sabe que tengo una barca.

    Jack emprendi la marcha y los tres hermanos lo siguie- ron. Iban por la orilla. Mike y las nias buscaban con la mirada la barca de Jack. Pero no la vieron hasta que l la seal.

    -Veis aquel sauce de all abajo, aquel que tiene unas ramas que llegan al agua? -pregunt-. Pues mi bote est debajo del rbol. Es un buen escondite, verdad?

    Mike tena los ojos brillantes de entusiasmo. Le encan- taba ir en barca, y pens que tal vez Jack le permitiera remar. Los nios empujaron la ligera embarcacin hasta la orilla. Era bastante grande, pero estaba muy vieja y tena mucha agua dentro. La achicaron con botes y Jack coloc los remos en su sitio.

    -Y ahora, al agua -exclam Jack-. Hay que remar un buen rato. Quieres encargarte de un remo, Mike?

    Claro que quera! Los dos nios empezaron a remar con fuerza. El sol les enviaba el calor de sus rayos, y una ligera brisa refrescaba la atmsfera. Pronto divisaron la isla a lo lejos. La reconocieron inmediatamente por su pequea colina.

    Cuando la vieron por primera vez era de noche y les pareci una tierra misteriosa, pero ahora, a la luz del sol, les impresion por su belleza. Cuando estuvieron cerca vieron claramente los rboles que se inclinaban hacia el agua y pronto oyeron el canto de los mirlos entre el ramaje. Los nios se miraban entusiasmados. All slo haba pja- ros y otros seres del mundo animal. Qu isla tan maravi- llosa para vivir y jugar solos los cuatro!

    -All desembarcaremos -dijo Jack. Lentamente, condujo el bote hacia una pequea playa.

    La quilla roz el fondo y la barca se detuvo. Los cuatro nios saltaron a tierra. Era un lugar maravilloso para una excursin, pero ningn excursionista haba pisado aquella

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    isla, jams haban ensuciado su hierba las pieles de pltano y las latas oxidadas.

    -Dejemos las cosas aqu y echemos un vistazo -dijo Mike, ansioso de saber cmo era la isla.

    -De acuerdo -acept Jack, dejando su mochila en el suelo.

    -Vamos -dijo Mike a las nias-. Ahora empieza nuestra gran aventura.

    Dejaron la playa y se internaron en la isla. Haba rboles y matas de todas clases, y zarzas repletas de moras. Los nios se dirigieron a la colina. Era lo bastante alta para que desde ella se viera casi todo el lago.

    -Si venimos a vivir aqu, esta colina ser una estupen- da torre de observacin -dijo Mike-. Desde esta altura se domina todo el lago y podremos ver si se acerca algn enemigo.

    -S -afirm Jack-. Si vigilamos desde aqu, nadie podr sorprendernos.

    -Vengamos a vivir en esta isla! -exclam Nora-. Mira esos conejos, Peggy. Se acercan a nosotros sin temor. Son unos valientes! Por qu no nos tendrn miedo, Mike?

    -Tal vez no hayan visto nunca a una persona -respon- di Mike-. Qu hay al otro lado de la colina, Jack? Vayamos a verlo.

    -Aquella parte est llena de cuevas -respondi Jack-. An no las he explorado, pero estoy seguro de que sern un escondite estupendo para nosotros si alguien vinie- se a la isla en busca nuestra.

    Los cuatro nios fueron a explorar el otro lado de la colina. El terreno estaba cubierto de hierbajos y arbustos silvestres. Jack seal una gran cueva, oscura y profunda al parecer.

    -Ahora no tenemos tiempo de explorarla -dijo Jack-, pero se ve que sera un sitio estupendo para guar- dar nuestras provisiones. Aqu se mantendran frescas y a salvo de la lluvia.

  • 20 ENID BLYTON

    Un poco ms abajo oyeron un agradable murmullo. -Qu ser eso? -pregunt Peggy, detenindose. -Mirad, es un manantial! -exclam Mike-. De aqu

    tomaremos el agua, Jack. Es fresca y transparente como el cristal.

    -Es un agua muy buena -dijo Jack-. La ltima vez que estuve aqu, la prob. Ms abajo, el riachuelo que forma este manantial se junta con otro.

    Al pie de la colina se extenda un espeso bosque que tena algunos claros repletos de zarzales y de grandes arbus- tos. Jack seal uno de ellos.

    -All debe de haber gran cantidad de moras -dijo-. Y ya veris qu nueces tan estupendas dan unos nogales que hay cerca de aqu. Tambin encontraremos fresas silves- tres. Y qu fresas!

    -Oh, vamos a verlas! -dijo Mike. -No, ahora no tenemos tiempo -replic Jack-. La

    isla es demasiado grande para explorarla en una tarde. Ya la habis visto casi toda: la colina, las cuevas, el arroyo, el bosque... Detrs del bosque hay hermosos prados verdes. A continuacin aparecen de nuevo las aguas del lago. Es una isla maravillosa!

    -Oye, Jack, dnde viviremos? -pregunt Peggy, que siempre iba a lo prctico.

    -Nos construiremos una casita de madera -respondi Jack-. Yo s hacerlas. El verano lo pasaremos la mar de bien en nuestra casita y cuando llegue el fro nos instalare- mos en una cueva.

    Los nios cambiaban miradas de alegra. Una casa de madera construida con sus propias manos! Una cueva! Qu emocionante! Y qu suerte tener un amigo como Jack, que era dueo de una barca y haba descubierto una isla secreta!

    Volvieron al lugar donde haban dejado la barca, ham- brientos pero felices. Se sentaron en la playa y se comieron el pan, el jamn, el pastel, las zanahorias y la fruta. Se

  • EL SECRETO DE LA ISLA 21

    acerc un puerco espn, extraado de ver tanta gente en sus dominios, y empez a mordisquear las hojas sobrantes de la lechuga.

    -Si pudiera pasar en esta isla el resto de mi vida, sin crecer ni un centmetro ms, sera la persona ms feliz del mundo -dijo Nora.

    -El resto de tu vida no s -dijo Jack-; pero estare- mos bastante tiempo. Bueno, qu da ser la fuga?

    -Y qu nos traemos? -pregunt Mike. -No necesitaremos demasiadas cosas -respondi

    Jack-. Las camas las podemos hacer con hierbas. Vosotros traed unas mantas, platos, cubiertos y algunos cacharros de cocina. Yo traer un hacha y un cuchillo de caza, para construir la casita. Ah, tambin necesitaremos muchas cajas de cerillas para encender fuego y poder cocinar nues- tra comida! Tampoco debo olvidarme de mi caa de pescar.

    Los nios hablaron y hablaron de sus planes y, al fin, se pusieron de acuerdo sobre las cosas que necesitaban. Las iran escondiendo da tras da en el tronco hueco de un rbol que haba a la orilla del lago y, cuando llegara el momento de huir, las trasladaran a la barca y las llevaran a la isla.

    -Una sartn nos ser muy til -advirti Nora. -Y un par de cacerolas -dijo Peggy-. Cmo nos

    divertiremos! Ya no me importar que me den un bofetn de vez en cuando. Estar pensando todo el da en nuestro magnfico plan.

    -Debemos fijar el da de la fuga -dijo Jack-. Dentro de una semana justa, os parece? El domingo ser el mejor da, porque nadie nos buscar hasta que se haga de noche y vean que no acudimos a cenar.

    -S, el domingo prximo -exclamaron todos-. Qu bien lo vamos a pasar!

    -Ahora hay que volver a casa -dijo Jack, empujando el bote hacia el agua-. Rema t, Mike; yo me encargar de achicar el agua. Subid, muchachas.

  • 22 ENID BLYTON

    Empezaron a cantar a coro una vieja cancin marinera. Mike y sus hermanas se decan entre tanto que era estupen- do tener un capitn como Jack. Pronto surc el bote las aguas del lago, rumbo a la orilla, a sus casas. Qu sucede- ra el domingo siguiente?

  • CAPTULO III

    LA FUGA

    Durante toda la semana, los nios continuaron los preparativos de su proyectada huida. Ta Josefa y to Enri- que no comprendan por qu estaban tan contentos. No les importaban los gritos ni los bofetones. Nora lleg al extre- mo de recibir una bofetada sin llorar. Se senta tan feliz pensando en la isla secreta, que no le era posible derramar ni una sola lgrima.

    Poco a poco fueron llevando sus cosas al rbol de tronco hueco. Mike transport al escondite vasos y platos de plstico, y Nora una vieja sartn que ta Josefa tena arrinconada en la despensa. No se atrevi a llevarse otra mejor. Peggy se apoder de dos cacerolas y las escondi en el tronco vaco, provocando la indignacin de ta Josefa, que arm un gran escndalo cuando las necesit y no las encontr por ninguna parte.

    Jack llev al rbol un bote, un hacha y un enorme cuchillo de monte, adems de algunos tenedores y cuchillos. Los nios no se atrevan a apoderarse de los cubiertos, pues

  • 24 ENID BLYTON

    en la casa haba los justos para ellos y para sus tos. Por eso se pusieron contentsimos al ver que Jack los haba tomado de su casa.

    -Podis traer unas cuantas latas vacas para guardar las provisiones? -pregunt Jack-. Yo me encargar de otras cosas necesarias: sal, azcar, aceite... Mi abuelo me dio el otro da dinero, aunque poco, y comprar lo que pueda.

    -Estoy seguro de que encontrar latas vacas -dijo Mike-. To Enrique tiene varias en el granero. Estn bas- tante sucias, pero ya las lavar. Puedes traer t las cerillas, Jack? Mi ta slo tiene una caja y no podemos quitrsela sin que lo note.

    -Bien. De todos modos, yo tengo una lupa estupenda -dijo Jack, sacndola del bolsillo-. Mirad. Dirijo a ese papel los rayos de sol que pasan por la lupa. Esperad y veris lo que ocurre. Veis? El papel arde: ya tenemos fuego.

    -Oh, estupendo! -exclam Mike-. La usaremos los das de sol, y as ahorraremos cerillas.

    -Yo he trado mi bolsa de labores por si hay que coser algo -dijo Peggy.

    -Y yo unos cuantos clavos y un martillo -dijo Mike-. Los he encontrado en el granero.

    -La cosa no puede ir mejor -dijo Jack, sonriendo-. Lo vamos a pasar la mar de bien!

    -Me gustara que ya fuese domingo! -exclam Nora. -Yo traer mi baraja y mi domin -dijo Peggy-. De

    vez en cuando nos vendr bien una partidita. No os parece que debemos llevarnos algn libro?

    -Buena idea! -aprob Mike-. Nos llevaremos varios libros y algunas revistas. Leyendo se pasan buenos ratos.

    Pronto el tronco hueco estuvo abarrotado de las cosas ms diversas. No pasaba da sin que se escondiera algo en el rbol. Un da era medio saco de patatas, otro una manta vieja, otro unas tablas...

  • EL SECRETO DE LA ISLA 25

    Al fin, lleg el domingo. Los nios se levantaron mucho antes que sus tos, salieron al jardn y llenaron una cesta de melocotones. Luego arrancaron seis lechugas y recogieron guisantes, tomates y un buen montn de zanahorias. Entra- ron en el gallinero y recogieron seis huevos recin puestos.

    Nora entr en la cocina. Qu podra llevarse sin que su la se diese cuenta hasta que ya estuviesen en la isla? Quizs un poco de t? S, esto no lo notara. Tom tam- bin jamn, un paquete de galletas, un cartucho de arroz y magdalenas. Puso todo esto en una cesta y corri a reunirse con Peggy y Mike. Mucho antes de que ta Josefa se levan- tara, ya estaba todo escondido en el rbol.

    A Peggy no le pareca bien apoderarse de cosas que no les pertenecan, pero Mike le dijo que como sus tos ya no tendran que cuidarlos, bien podan llevarse algunas cosas.

    -Adems -aadi-, si nos hubiesen pagado el traba- jo que hemos hecho, tendramos para comprar el doble de lo que nos llevamos.

    Volvieron a la casa para tomar el desayuno. Peggy se encarg de hacerlo para que ta Josefa no advirtiese la desaparicin de su mejor espumadera. Y pidi al cielo que no se le ocurriese a su ta buscar una vela, pues Mike se las haba llevado todas, a la vez que el viejo farol de su to.

    Estaban desayunndose en silencio, cuando apareci ta Josefa.

    -Supongo que habris pensado iros de excursin -di- jo-. Pues no iris! Vosotras, Nora y Peggy, tendris que limpiar el jardn. To Enrique le buscar algn trabajo a Mike. As aprenderis a no comeros los pastelillos de la despensa. He visto que faltan bastantes. No saldris en todo el da de casa.

    A los nios se les cay el alma a los pies. Precisamente aquel da!... No tenan ms remedio que obedecer. Las nias empezaron a hacer la limpieza de la cocina, y no

  • 26 ENID BLYTON

    llevaban mucho tiempo trabajando, cuando Mike se asom a la ventana.

    -Odme! -dijo en voz baja-. En cuanto podis, huid. Esperadme en el lago. No tardar mucho.

    Nora y Peggy se animaron. Huiran! Fregaron un par de cacharros ms y en seguida vieron a ta Josefa pasar y desaparecer escaleras arriba.

    -Habr ido a prepararle a to Enrique el traje de los domingos -susurr Nora-. Vamos! sta es la ocasin! Podemos salir por la puerta trasera.

    Peggy corri hacia la despensa, entr y volvi a salir con un paquete.

    -Nos olvidbamos del jabn -exclam-. Es muy necesario. Menos mal que me he acordado a tiempo.

    Nora mir en todas direcciones, en busca de algo que llevarse. Se apropi de una pastilla de margarina y sali con ella.

    -Nos servir para frer -dijo-. Corre, Peggy! No hay tiempo que perder!

    Corrieron por la parte trasera del jardn. Pronto estuvie- ron en campo abierto, y cinco minutos despus haban llegado al rbol. Jack no estaba an all. Ignoraban lo que tardara en aparecer Mike. No le sera fcil escapar.

    Pero Mike tena un plan. Esper a que su ta descu- briese que las nias haban desaparecido, y se dirigi a la cocina.

    -Qu ocurre, ta? -pregunt, fingindose sorprendi- do de verla tan indignada.

    -Adnde han ido esas mocosas? -vocifer ta Josefa. -Supongo que habrn salido a dar un paseo o algo as

    -contest Mike-. Quieres que vaya a buscarlas? -S, y diles que van a recibir una buena paliza por

    marcharse antes de terminar su trabajo -dijo la enfurecida ta Josefa.

    Mike sali al jardn y dijo a su to que tena que ir a

  • EL SECRETO DE LA ISLA 27

    hacer un recado para ta Josefa. To Enrique le dej salir y pronto estuvo Mike camino del rbol. All se reuni con sus hermanas.

    -Dnde se habr metido Jack? -pregunt Mike, al ver que su amigo no estaba-. Dijo que vendra tan pronto como pudiese.

    -Mirad, ah viene! -exclam Nora. S, all estaba Jack. Se diriga a ellos agitando la mano

    en el aire a modo de saludo. Llevaba un pesado paquete de cosas que haba reunido a ltima hora, entre ellas un impermeable, un rollo de cuerdas, dos libros, peridicos, Estaba contentsimo.

    -Me alegro de que estis ya aqu! -exclam. -S, pero por poco nos tenemos que quedar en casa

    -dijo Nora, y cont a Jack lo que les haba pasado. -Malo! -exclam-. A ver si vuestros tos empiezan

    a buscaros antes de lo que esperbamos. -No lo creo -dijo Mike-. Slo pensarn en darnos

    una buena zurra cuando volvamos. Si supiesen que no volveremos nunca! Seguramente creern que nos hemos ido a comer al campo, como todos los domingos.

    -Bueno, basta ya de hablar -dijo Jack-. Tenemos mucho trabajo. Esta aventura es muy divertida, pero hay que trabajar. Primero saquemos todo lo que hay en el rbol y llevmoslo a la barca. Mike, dales algo a las chicas; t y yo llevaremos las cosas ms pesadas. En dos o tres viajes lo tendremos todo en el bote.

    Rebosantes de alegra, los cuatro pusieron manos a la obra. Haca calor, y al transportar aquella carga sudaban y resoplaban. Pero qu importaba! Al fin iban a trasladarse a su isla secreta.

    El camino hasta la barca era largo y tuvieron que hacer cuatro viajes para transportarlo todo. Pronto no qued nada en el rbol.

    -Menos mal -exclam Mike-. Cada vez que iba hacia el rbol, tema ver salir a nuestros tos de un escondi-

  • 28 ENID BLYTON

    te donde estuvieran esperando la ocasin de atraparnos. -Qu tontera! -dijo Nora-. Ni saben ni volvern a

    saber de nosotros. Poco a poco fueron colocndolo todo en el bote. Afor-

    tunadamente era bastante grande y tena cabida para la abundante carga. Primero haban tenido que achicarlo. En la quilla haba algunas grietas por las que entraba mucha agua, pero si se iba sacando con un bote no haba peligro.

    -Bueno -dijo finalmente Jack, mirando a la orilla para comprobar que no se dejaban nada-. Estamos preparados?

    -S, capitn -contestaron sus tres compaeros-. Adelante!

    Mike y Jack empujaron la barca y empuaron los re- mos. Llevaban tanto peso, que un solo remero no habra sido suficiente.

    Pronto estuvo el bote lejos de la orilla. -Al fin nos vamos -dijo Nora alegremente, pero

    tan emocionada, que estaba a punto de echarse a llorar.

    Nadie dijo nada ms. Mike y Jack remaban vigorosa- mente mientras Peggy achicaba el agua que iba entrando. Al mismo tiempo, la nia se deca que sera maravilloso dormir sobre la hierba y despertarse bajo el azul del cielo, sabiendo que nadie le dira a cada momento "haz esto" y "haz aquello". Qu feliz era!

    Tardaron un buen rato en llegar a la isla. El sol estaba cada vez ms alto y a los pequeos aventureros les moles- taba cada vez ms el calor. Al fin, Nora, emocionada, seal el horizonte.

    -La isla secreta! -exclam-. La isla secreta! Mike y Jack dejaron de remar y la barca se desliz

    suave y silenciosamente, mientras los cuatro contemplaban su isla secreta, aquel trozo de tierra que nadie haba visto ni divisado. Ni siquiera tena nombre. Era simplemente la isla secreta.

  • EL SECRETO DE LA ISLA 29

    Mike y Jack siguieron remando hasta llegar a la peque- a playa que ya conocan y que quedaba casi invisible bajo los rboles. Jack salt a la orilla y tir de la barca hasta vararla en la arena.

    Luego desembarcaron Mike y las nias. -Hemos llegado! Hemos llegado! Hemos llegado!

    -exclam Nora, saltando, loca de alegra-. Hemos con- seguido huir! Ya estamos en nuestra maravillosa isla secreta!

    -Ven aqu, Nora, y haz algo -le dijo Jack-. Tene- mos mucho trabajo y hay que hacerlo antes de que ano- chezca.

    Nora corri a ayudar a Jack y a sus hermanos. No fue tarea fcil descargar la barca, y menos bajo aquel sol. Cuando terminaron estaban todos ardiendo y jadeantes.

    -Tengo sed! -exclam Mike. -Peggy, te acuerdas del camino del manantial? -pre-

    gunt Jack-. S? Pues ve a llenar de agua esta cazuela. Primero beberemos y despus comeremos algo.

    Peggy corri hacia el manantial. Llen la cazuela y volvi al lado de los otros tres nios, que la esperaban con los vasos preparados. Mike busc entre las provisiones y pronto estuvieron todos sentados en el suelo, comiendo pan y queso y luego unos pasteles.

    Qu merienda tan magnfica! Y qu modo de gritar, de divertirse! Luego se tendieron al sol con los ojos cerra- dos. Estaban rendidos por el duro trabajo y pronto se quedaron dormidos.

    Jack fue el primero en despertar. -Eh! Arriba todo el mundo! -exclam-. No pode-

    mos perder ms tiempo. An tenemos que buscar un buen sitio para pasar la noche y que preparar las camas. Hay un montn de cosas que hacer. Hala! Al trabajo!

    A nadie le importaba trabajar en un sitio tan maravillo- so. Nora y Peggy fregaron inmediatamente los platos y los pusieron al sol para que se secaran. Los nios fueron

  • 30 ENID BLYTON

    colocndolo todo debajo de un rbol y echaron encima el viejo impermeable por si llova.

    -Y ahora, a buscar un buen sitio para dormir -dijo Jack-. Vamos a pasar nuestra primera noche en la isla secreta. Qu emocionante!

  • CAPTULO IV

    LA PRIMERA NOCHE EN LA ISLA

    -Qu sitio ser el mejor para dormir? -pregunt Peggy, mirando en todas direcciones.

    -A m me parece -respondi Jack- que debemos dormir debajo de algn rbol de copa muy espesa. As, si llueve no nos mojaremos demasiado. De todos modos, no creo que llueva: el cielo est despejado.

    -Hay dos robles enormes exactamente al lado de la cueva que vimos -dijo Mike-. No es mal sitio, verdad?

    -Por m, aceptado -dijo Jack-. Seguramente, all habr tambin algn matorral que nos proteja del viento. Vamos a verlo.

    Se dirigieron a los dos gigantescos robles. Las ramas de algunas partes de sus copas casi llegaban al suelo. A su sombra creca una hierba verde y blanda, tan acogedora como el mejor de los colchones. Un tupido matorral res- guardaba del viento.

    -Es un sitio estupendo para dormir -dijo Jack-. Veis ese pequeo llano cubierto de hierba y rodeado de arbustos? Las nias podran dormir ah, y nosotros al otro lado.

    -Oh, s! Buena idea! -exclam Nora, corriendo has-

  • 32 ENID BLYTON

    ta all y echndose en la hierba-. Qu suelo tan blando! Y qu olor tan delicioso! De dnde viene?

    -Del tomillo -respondi Jack-. Est entre las hier- bas que te rodean. Esta noche lo estars oliendo hasta que te duermas.

    -Pero hay que tener en cuenta -dijo Mike- que la hierba no estar tan blanda cuando llevemos varias horas acostados sobre ella. Debemos ir a buscar musgo. No os parece?

    -Es verdad -aprob Jack-. Por aqu hay mucho. Lo pondremos a secar al sol. Debemos recoger una buena cantidad. Cuanto ms musgo pongamos sobre la hierba, ms cmodos estaremos.

    Los cuatro nios recogieron todo el musgo que encon- traron, lo pusieron a secar al sol y despus lo extendieron en el sitio elegido para dormir. Qu camas tan mullidas! El matorral los protega del viento, y sobre l las ramas de los rboles se mecan suavemente.

    -Los dormitorios ya estn preparados -dijo Jack-. Ahora tenemos que buscar un buen sitio para guardar las provisiones. Tiene que estar cerca del agua, pues as ser fcil fregar los platos despus de las comidas.

    -A propsito: cundo vamos a cenar? -pregunt Mike, que estaba hambriento.

    -Podemos comernos un trozo de mi pastel y unas galletas -dijo Jack-. En esto tenemos que llevar mucho cuidado, pues cuando nos comamos todo lo que hemos trado, slo podremos alimentarnos de lo que encontremos. Maana ir a ver si pesco algo.

    -Empezaremos maana a construir la casa? -pregun- t Mike, que estaba deseando ver cmo se las compona Jack para hacer este trabajo.

    -S -dijo Jack-. Vosotras dos arreglad un poco esto; Mike y yo vamos a buscar un buen sitio para las provisiones.

    Las dos nias fregaron los platos y los chicos se fueron a pasear por las cercanas de la playa en busca del lugar

  • EL SECRETO DE LA ISLA 33

    apropiado para almacenar los vveres. Pronto lo encontra- ron. Estaba a dos pasos de la playa, debajo de unos rbo- les, y consista en una cueva seca y fresca formada por la accin erosiva de las lluvias.

    -Mira! -exclam Jack, entusiasmado-. Eso es lo que necesitamos. Nora, Peggy! Venid a ver esto!

    Las nias llegaron corriendo. -Oh, es estupendo! -exclam Peggy-. Podremos

    usar las races como estantes para las copas y los platos. Es una despensa fantstica!

    -Entonces, nias, traedlo todo aqu -dijo Jack-. Mike y yo iremos a buscar un poco de agua al arroyo, y de paso veremos si hay otro ms cerca. Tener que ir al otro lado de la colina por el agua es muy pesado.

    -Podemos ir con vosotros? -pregunt Peggy. -No; tenis que arreglar esto -respondi Jack-. De-

    bis hacerlo lo ms de prisa posible; pronto habr ms humedad y hay que evitar que se nos echen a perder las provisiones.

    Dejando a Nora y Peggy ocupadas en ordenar los ti- les de cocina y las provisiones, Mike y Jack se dirigieron a la colina. Ya en ella, se separaron para ir en busca, cada uno por un lado, de otro arroyo. Poco despus Mike lo encontraba. Era muy pequeo, naca entre unas rocas y se deslizaba por la falda de la colina, perdindose a trechos entre la hierba.

    -Supongo que desembocar en el lago -dijo Mike-. Lleva muy poca agua, pero bastar para llenar nuestros cacharros. As no tendremos que ir al otro lado de la colina. Y si pasamos el invierno en las cuevas, tendremos al lado el otro riachuelo.

    Llenaron de agua la jarra que llevaban consigo. La tarde era esplndida. Se oa el zumbido de las abejas; las mariposas volaban por todas partes; los pjaros cantaban en las ramas de los rboles.

    -Subamos a la cumbre de la colina. Desde all po-

  • 34 ENID BLYTON

    dremos ver si hay alguien en el lago -propuso Jack. Subieron y no vieron el menor rastro de vida humana.

    Las azules aguas del lago estaban en calma. Ni una barca a la vista. Los dos nios tuvieron la sensacin de estar solos en el mundo.

    Dejaron la colina y se dirigieron al lugar donde estaban Nora y Peggy. stas les mostraron con un gesto de orgullo la improvisada despensa, donde las provisiones y los tiles de cocina estaban perfectamente ordenados.

    -Es un sitio ideal para despensa, por ser tan seco -dijo Peggy-. Jack, dnde construiremos la casa?

    Jack condujo a las nias y a Mike al extremo de la playa, donde haba un grupo de arbustos tan espeso que casi impeda el paso. Pero Jack se abri camino entre ellos y mostr a sus compaeros un pequeo prado rodeado de rboles.

    -Aqu construiremos la casa -dijo-. Quin podr suponer que aqu vive alguien? Los arbustos forman una masa tan espesa, que nadie, aparte nosotros, se atrever a atravesarla.

    Hablaron de la casa hasta que el cansancio los rindi. Entonces volvieron a la playa y Jack dijo que lo mejor sera que comieran un poco de pastel, se bebieran un vaso de limonada y se fuesen a dormir.

    Entre l y Mike encendieron una hoguera. Haba tron- cos secos por todas partes. Era confortador ver danzar las llamas.

    Jack no haba podido utilizar su lupa para encender el fuego, porque el sol estaba ya muy bajo, a punto de ponerse.

    -Me gusta mirar el fuego -dijo Nora-. Pero Jack! Por qu lo apagas?

    -Dentro de un rato empezarn a buscarnos por todas partes -repuso Jack-, y si ven una columna de humo que sale de la isla, en seguida sospecharn que estamos aqu. Hala! Todos a la cama. Maana hay que trabajar de firme.

    Peggy sac las mantas y los cuatro nios se dirigieron

  • EL SECRETO DE LA ISLA 35

    A los dos grandes rboles. Empezaba a caer la noche sobre la isla.

    -Nuestra primera noche en este paraso! -exclam Mike, mirando las tranquilas aguas del lago-. Los cuatro solos! Ningn techo nos protege, pero soy feliz...

    -Y yo! -dijeron Jack y las nias. Las nias se dirigieron a sus lechos de hierba y musgo.

    Se acostaron vestidas. Para dormir al aire libre no hace falta quitarse ropa. Mike les llev una manta.

    --Tomad -les dijo-. Os debis tapar porque, a lo me- jor, sents fro. Es la primera vez que dorms al aire libre. No tendris miedo, verdad?

    -Claro que no! -respondi Peggy-. Vosotros estis muy cerca. Adems, qu hay aqu que pueda asustarnos?

    Se echaron sobre la hierba y se cubrieron con la manta. La hierba era ms blanda que la vieja cama que tenan en casa de sus tos. Peggy y Nora se abrazaron y cerraron los ojos. Muy pronto se quedaron profundamente dormidas.

    Mike y Jack tardaron ms en dormirse. Despus de echarse sobre la hierba, se pusieron a escuchar los sonidos nocturnos. Pronto oyeron el gruido de un puerco espn. Luego observaron el vacilante aleteo de los murcilagos, y, entre tanto, perciban el delicioso olor del tomillo. Un mochuelo cant a lo lejos y pronto le respondi otro.

    -Qu pjaro es se, Jack? -pregunt Mike. -El mochuelo -respondi Jack-. Escucha. Su canto

    es tan bonito como el de los pjaros que trinan y gorjean de da. Debe de estar cazando ratones. Mira las estrellas, Mike.

    -Qu lejos parecen estar! -dijo Mike, mirando el firmamento salpicado de miles de brillantes puntitos blan- cos-. Jack, te has portado muy bien con nosotros, al acompaarnos y permitirnos venir a tu isla secreta.

    -Tena muchas ganas de venir -respondi Jack-. Al fin y al cabo, estoy haciendo una cosa que me gusta mucho. Ojal no nos encuentren y se nos lleven a casa. Ya procura- remos que esto no suceda. Estoy ideando el modo de...

  • 36 ENID BLYTON

    Pero Mike ya no lo oa. Sus ojos se haban cerrado. Ya no vea las estrellas ni oa a los mochuelos: se haba dormi- do. Y so que entre Jack y l construan una casa, una casa maravillosa.

    Tambin Jack se qued muy pronto dormido. Inmedia- tamente, los conejos que habitaban entre los arbustos salie- ron cautelosos de sus madrigueras y miraron con gran curiosidad a los nios. Qu seres eran aqullos?

    Como los nios no se movan, los conejos fueron salien- do de sus escondites y empezaron a jugar como de costum- bre. Uno incluso pas sobre el cuerpo de Mike. Pero ste dorma tan profundamente, que no se dio cuenta.

  • CAPTULO V

    LOS NIOS CONSTRUYEN LA CASA

    Qu felices se sintieron al despertar por primera vez en la isla! Jack fue el primero en abrir los ojos. Un mirlo cantaba en un rbol prximo, y lo haca con tal fuerza, que Jack se levant de un salto. Despus de desperezarse llam a su amigo.

    -Hola, Mike! Arriba! El sol est ya muy alto! Mike se despert. Al principio no record dnde esta-

    ba, pero pronto una sonrisa ilumin su semblante. Ah, s! Estaban en la isla secreta. Qu fantstico!

    -Nora! Peggy! Es hora de levantarse! -dijo a gran- des voces.

    Las nias se despertaron sobresaltadas. Dnde estaban? Qu significaba aquella cama verde?... Ah, claro! Era el colchn de hierba que se haban hecho en la isla secreta.

    Pronto estuvieron en pie los cuatro nios. Lo primero que hicieron fue tomar un bao en el lago. Fue delicioso, aunque al principio encontraron el agua un poco fra. Una vez secos, los cuatro sintieron un apetito voraz. Mientras los tres hermanos se baaban, Jack haba echado al agua el hilo de su caa de pescar, y los baistas, desde el agua, haban visto cmo se hunda y volva a la superficie el

  • 38 ENID BLYTON

    pequeo corcho flotante. Poco despus, Jack ya tena en su poder cuatro magnficas truchas y todos se dedicaron con afn a hacer una hoguera para freirlas.

    Mike fue a buscar agua para hacer t, mientras Peggy pona al fuego unas patatas. Jack, entre tanto, puso un poco de margarina en la sartn y se dispuso a frer las truchas, despus de limpiarlas, cosa que saba hacer perfectamente.

    -No s qu haramos sin ti! -dijo Mike, que lo observaba-. Menudo almuerzo nos vamos a zampar!

    Todos comieron con excelente apetito. Pero el t no les gust: le faltaba la leche.

    -Y no hay medio de conseguirla -dijo Jack-. Cmo la voy a echar de menos! Ahora vosotras, Peggy y Nora, a fregar los platos. Luego empezaremos a construir la casa.

    En un abrir y cerrar de ojos, las nias fregaron los platos. Luego, Jack condujo al grupo a travs de la maleza hasta un claro del bosque.

    -Bien -dijo una vez estuvieron en el solar de la construccin-. Os voy a explicar cmo vamos a hacer la casa. Veis esos pequeos rboles, uno aqu, dos a la izquierda y otros dos a la derecha? Pues bien, nos subire- mos a esos rboles y haremos que las ramas de arriba se inclinen de modo que se unan en el centro. Entonces la ataremos, y ya estar hecho el tejado. Luego, con mi hacha, talar otros rboles, y con las ramas ms gruesas y los troncos formaremos las paredes. En los huecos pondremos otras ramas ms pequeas y luego taparemos las rendijas con musgo. La casa tendr un techo que desafiar al viento y a la lluvia.

    Sus tres compaeros escuchaban atentamente. Aquello pareca demasiado hermoso para ser verdad. No podan creer que la cosa fuera tan fcil.

    -Jack, de veras crees que podremos hacer todo eso? -pregunt Mike-. Desde luego, tu plan es estupendo. Los rboles estn separados entre s por la distancia justa para

  • EL SECRETO DE LA ISLA 39

    encontrarse en el centro. Podra ser una casa perfecta, eso seguro.

    -Empecemos, empecemos en seguida! -grit la impa- ciente Nora, bailando de alegra.

    -Voy a subir a ese rbol -dijo Jack-. Cuando las ramas se inclinen bajo mi peso, sujetadlas. Yo bajar del rbol, subir a otro y cuando sus ramas se inclinen, las ataris con las del primero. Lo mismo haremos con los dems rboles. Cuando tengamos las ramas de todos bien trabadas y atadas, cortaremos las que sobren y afirmaremos las otras.

    Jack se encaram a uno de los rboles. Era pequeo, pero sus ramas, largas y finas, se doblaban fcilmente. Bajo el peso de Jack, las ramas se inclinaron. Mike y las nias las sujetaron y Jack baj del primer rbol y subi al segun- do, cuyas ramas se juntaron con las que sostenan Mike y las nias.

    -talas, Mike! -grit Jack-. Peggy, ve por la cuer- da que traje!

    Peggy sali corriendo y volvi en seguida con la cuerda. Con ella, Mike at firmemente las ramas de los dos rboles.

    -Esto ya empieza a parecer un techo -exclam Nora, alborozada-. Qu ganas tengo de echarme debajo!

    Y a continuacin hizo lo que deca: se ech sobre la hierba.

    -Levntate, Nora! -le grit Jack-. Tienes que ayu- dar. Sujeta esas ramas. Pronto!

    Nora y Peggy sujetaron las ramas del tercer rbol, que ya tocaban las de los otros dos. Mike las at fuertemente a las que ya estaban atadas.

    Los cuatro nios pasaron la maana entera construyen- do la casa. A la hora de comer, todos los rboles estaban ya doblados y sus ramas atadas. Jack explic a sus amigos cmo deban entrelazar el ramaje para que formara un techo compacto.

    -Veis? Si colocis las ramas as, las hojas seguirn

  • 40 ENID BLYTON

    creciendo y no dejarn pasar ni una gota de agua. La casa no tiene an paredes, pero ya nos servira para resguardar- nos de la lluvia.

    -Por qu no comemos algo? -dijo Nora-. Tengo tanto apetito, que me comera las uas.

    -Bien. Saca cuatro huevos y los haremos con patatas -dijo Jack-. Coceremos los huevos y las patatas y luego lo mezclaremos todo. Trae tambin zanahorias y cerezas.

    -Qu comidas tan raras! -dijo Peggy, mientras iba en busca de la olla-. Sin embargo, me gustan. Ven, Nora. Aydame a pelar las patatas mientras se cuecen los huevos. Mike, haz el favor de ir por agua. No tenemos bastante.

    Pronto arda el fuego alegremente y los huevos se cocan en la olla. Las nias pelaron las patatas, Jack lav las zanahorias y Mike fue por agua, pues todos estaban sedien- tos despus de trabajar tanto.

    -Debes pescar algunas truchas para esta noche -dijo Peggy a Jack-. Hay que alargar nuestras provisiones cuan- to sea posible. Comemos demasiado.

    -Ya he pensado en eso -dijo Jack, mientras miraba cmo hervan las patatas-. Creo que de vez en cuando tendremos que ir a tierra firme en busca de comida. En la granja de mi abuelo hay muchas patatas. Adems podr sacar huevos del gallinero. Algunas gallinas son mas. Y tambin tengo una vaca. Mi abuelo me la regal cuando era muy pequea.

    -Qu bien si tuviramos gallinas y una vaca! -dijo Peggy-. As tendramos leche y huevos para dar y vender.

    -Pero cmo podramos traer una yaca? -pregunt Mike-. Creo que Jack ha tenido una buena idea al decir que debemos ir de vez en cuando a tierra firme. Como conoce bien el camino, podra ir de noche, y cuando se hiciera de da, ya estara de vuelta.

    -Pues yo creo que es peligroso -dijo Peggy-. Pensad que si atraparan a Jack nos quedaramos solos y no podra- mos hacer nada.

  • EL SECRETO DE LA ISLA 41

    Los cuatro comieron con excelente apetito. Nunca les haban parecido tan sabrosos los huevos y las patatas. El sol era esplndido y el tiempo magnfico. Despus de la comida, Nora se ech sobre la hierba y cerr los ojos. La dominaba una pereza irresistible.

    -No creas que te vamos a dejar dormir, Nora -le dijo Jack, dndole un ligero golpe con el pie-. Tenemos que seguir construyendo la casa. Fregad los platos mientras Mike y yo empezamos a levantar las paredes.

    Djame! Tengo mucho sueo -protest Nora, que siempre se haba distinguido por su holgazanera y que pensaba en lo deliciosa que sera una buena siesta mientras los dems trabajaban.

    Pero Jack no poda consentir que nadie permaneciera mano sobre mano y dio a Nora un nuevo puntapi, esta vez un poco ms fuerte.

    -Arriba, perezosa! -dijo-. Soy el capitn y tienes que hacer lo que te mande.

    -No me acordaba de que eres el capitn -se excus Nora.

    -Pues no vuelvas a olvidarlo -dijo Jack-. Vosotros, qu decs?

    -Que eres nuestro capitn -respondieron Mike y Peggy a la vez-. A sus rdenes, capitn!

    Nora y Peggy empezaron inmediatamente a fregar los cacharros. Despus echaron unos troneos en el fuego para que no se apagara. As, como Jack haba dicho, no ten- tran que gastar cerillas para volverlo a encender. Finalmen- te, echaron a correr para ir a reunirse con los chicos, que continuaban ocupados con la cabaa.

    Jack haba trabajado de firme. Con su hacha haba cortado grandes ramas, cuyos troncos empleara para em- pezar a levantar las paredes.

    -Dnde est la vieja pala que trajiste, Mike? -pre- gunt-. Porque la trajiste, verdad?

    -S, aqu est -respondi Mike-. Quieres que

  • 42 ENID BLYTON

    empiece a hacer los hoyos para clavar las estacas? -S -respondi Jack-. Hazlos lo ms profundos que

    puedas. Mike se puso a cavar, y abri una serie de hoyos en los

    que Jack fue colocando las estacas. Cada una con un cuchillo, las dos nias fueron quitando las hojas y las ramitas que quedaban.

    Todos trabajaron con ardor hasta que el sol se puso. La casa no qued terminada, ni mucho menos, pues para ello necesitaran varios das, pero ya tenan un slido techo y parte de una de las paredes. Los nios ya podan ver lo bien que quedara y estaban orgullosos de su obra.

    -Basta por hoy -dijo Jack-. Estamos cansados. Voy a ver si hay algn pez prendido al anzuelo.

    Pero no: aquella noche no comeran pescado. -Queda un poco de pan y un paquete de galletas

    -dijo Peggy-. Y tambin tenemos margarina y lechuga. Qu pasar si nos lo comemos todo?

    -Lo de la comida va a ser un grave problema -dijo Jack, pensativo-. Tenemos agua abundante y pronto ten- dremos una casa, pero si nos falta la comida, nos morire- mos de hambre. Hay que obtenerla. Tendr que cazar algn conejo.

    -No, Jack; eso no! -exclam Nora-. Me encantan esos animalitos.

    -A m tambin, Nora -dijo Jack-. Pero si nadie los cazara, pronto estara toda la tierra cubierta de conejos. Habra millones de millones de ellos. Estoy seguro de que has comido muchas Veces conejo asado, y tambin de que te ha gustado, no?

    -S, es verdad -reconoci Nora-. Bueno, si me ase- guras que los cazars sin hacerles dao, me resignar a comerlos.

    -No te preocupes -dijo Jack-. A m tampoco me gusta hacer sufrir a esos animalitos indefensos. La caza es un trabajo de hombres; por eso lo haremos Mike y yo. T

  • EL SECRETO DE LA ISLA 43

    slo tendrs que cocinarlos... He pensado en lo que dijo Peggy sobre lo estupendo que sera tener aqu varias galli- nas y una vaca. Pues bien; me parece que podr traerlas.

    Mike, Nora y Peggy miraron a Jack, boquiabiertos. Cmo se las arreglara para traer las gallinas y la vaca?

    -Corred a preparar la cena -dijo Jack a las chicas, sonriendo-. Maana hablaremos de esto. Ahora, a cenar. Despus leeremos un poco, y a dormir se ha dicho! Hay que acostarse temprano, pues maana tenemos que seguir construyendo la casa.

    Poco despus ya estaban cenando: pan, margarina y unas hojas de lechuga. Luego se echaron sobre la hierba y estuvieron un rato leyendo libros y revistas. Despus se baaron en el lago y finalmente se dirigieron hacia sus verdes dormitorios.

    -Buenas noches a todos -dijo Mike. Pero nadie le contest: todos estaban ya durmiendo a

    pierna suelta.

  • CAPTULO VI

    LOS NIOS TERMINAN LA CASA

    Al da siguiente, despus de desayunarse con truchas y lechuga, los nios siguieron trabajando en la construccin de su casa. La despensa estaba ya casi vaca. Pero conside- raron como una suerte que Jack pescara unas cuantas truchas. Slo les quedaban patatas. Jack se dijo que no tendra ms remedio que tomar su barca aquella noche e ir a tierra en busca de comida. Ciertamente, la cuestin de la comida iba a ser un grave problema.

    Durante toda la maana los nios trabajaron de firme en la construccin de la casa. Jack sigui cortando grandes ramas para formar las paredes y Mike continu abriendo hoyos para asegurar las estacas. Entre tanto, Peggy y Nora saltaban de alegra al ver lo bonita que iba quedando la casa.

    Entre estaca y estaca quedaba demasiado espacio y Jack ense a las nias el modo de colocar pequeas ramas para tapar las rendijas y formar un conjunto slido. Una vez lo aprendieron les pareci muy fcil, pero poco despus estaban sudorosas y rendidas.

    Mike tuvo que ir al riachuelo a buscar agua ms de diez veces. Todos estaban sedientos, y el agua fresca del manan- tial les pareci una maravilla. El sol era fuerte, pero a la

  • EL SECRETO DE LA ISLA 45

    sombra del flamante techo de la casa se estaba ms que bien. -Ahora ya empieza a parecer una casa -dijo Jack-.

    Ah pondremos la puerta. Ms adelante la haremos con ramas entretejidas y cuatro estacas. La fijaremos a la casa con goznes o algo parecido para que se pueda abrir y cerrar. Pero de momento no la necesitamos.

    Cuando se puso el sol, las paredes estaban ya casi terminadas. Las nias haban hecho un buen trabajo, suje- tando las estacas y tapando los huecos con ramas delgadas. Las paredes aparecan firmes y sin resquicios.

    -En la antigedad se tapaban las rendijas con arci- lla, que con el tiempo se secaba -dijo Jack-. Pero no creo que en esta isla haya arcilla. As que lo haremos con musgo. Creo que tambin as quedarn firmes las paredes. Adems, las estacas que hemos plantado en el suelo se- guirn echando hojas y esto fortalecer ms an los muros.

    -Cmo es posible que las estacas sigan echando ho- jas? -exclam Mike-. Eso significara que seguiran cre- ciendo, y las estacas no crecen.

    -Las de este rbol, s -respondi Jack-. Si cortas una rama de uno de estos rboles, le quitas las hojas y las ramas pequeas, y la plantas en el suelo, aun no teniendo races, crece y se convierte en rbol.

    -Entonces, nuestra casa no cesar de crecer? -excla- m Nora-. Qu divertido!

    -Me encantan las cosas vivas -dijo Peggy-. Ser maravilloso vivir en una casa que crezca alrededor de noso- tros, echando brotes, hojas... Cmo la llamaremos, Jack?

    -La casita vegetal! -dijo Jack-. Es el nombre que mejor le va.

    -S, es un nombre que est bien -dijo Peggy-. A m me gusta. Me gusta todo lo de esta isla! Solos nosotros cuatro en nuestra isla secreta! Es la aventura ms maravi- llosa de mi vida!

    -Si tuviramos ms comida... -se lament Mike, que

  • 46 ENID BLYTON

    estaba hambriento como un lobo-. Es lo nico que no me gusta de esta aventura.

    -S -dijo Jack-. Habr que solucionar este proble- ma de algn modo. Bueno, no os preocupis. Todo se arreglar.

    Cenaron patatas, pues era lo nico que les quedaba, y Jack dijo que tan pronto como oscureciera se ira en su bote para ver si encontraba comida en la granja de su abuelo.

    Poco despus aparecieron las primeras estrellas en el cielo, y Jack se dirigi a su barca, provisto de una vela y de su linterna, que no encendi por temor a que viesen la luz desde tierra firme.

    -Esperadme -dijo a sus amigos-. Mantened encen- dido el fuego, pero procurando que no haga mucho humo, pues podra verse desde la orilla.

    Mike, Peggy y Nora permanecieron despiertos, en espe- ra de que Jack regresara. Pronto les pareci que llevaban siglos esperando. Nora, tras un formidable bostezo, se ech sobre su manta y se qued dormida. Mike y Peggy conti- nuaron despiertos. La isla secreta tena un algo de misterio bajo la oscuridad de la noche. Negras sombras rodeaban los rboles, y el agua, negra como la noche, lama la arena de la playa, slo iluminada por la luz de la luna. Los nios no tenan fro; la noche era calurosa.

    Al cabo de un tiempo que les pareci muy largo, oye- ron, al fin, el chapotear de unos remos. Mike y sus herma- nas corrieron a la playa y all esperaron. Pronto vieron la barca que se acercaba lentamente a la luz de la luna.

    -Hola, Jack! Ests bien? -pregunt Mike. -S! -respondi la voz de Jack-. Y traigo muchas

    noticias! La barca lleg a la orilla y Mike la empuj hasta que

    qued varada en la arena. Jack sali del bote de un salto. -Traigo algo que os gustar -dijo Jack, sonriendo-.

    Mete las manos en la barca, Nora.

  • EL SECRETO DE LA ISLA 47

    Nora lo hizo y lanz un grito. -Es algo blando y caliente! -explic-. Qu es, Jack? -Seis de mis gallinas -respondi el muchacho-. Es-

    taban picoteando por el jardn y me las he trado. Veris cmo pesan. Ahora tendremos huevos en abundancia, pues no se podrn escapar de la isla.

    -Bravo! -exclam Peggy-. Ahora comeremos hue- vos para desayunarnos, almorzar, cenar y merendar!

    -Qu ms has trado? -pregunt Mike. -Maz para las gallinas, semillas de todas clases para

    plantarlas, unas botellas de leche, verduras y pan. -Aqu hay cerezas! -grit Nora, sacando un buen

    puado del fondo de la barca-. Estaban ya recogidas o las has arrancado t, Jack?

    -Las he arrancado yo de un cerezo que hay en el jardn -respondi el chico-. Ahora est lleno de fruto.

    -Has visto a tu abuelo? -pregunt Mike. -S, pero l a m no. Como os dije, ha decidido irse a

    vivir a casa de mi ta. Ha puesto en venta la granja. Contratar a alguien para que vaya a cuidar a los animales hasta que tenga comprador. As que procurar traerme mi vaca. La har venir nadando.

    -No digas tonteras, Jack -dijo Peggy-. Eso es imposible.

    -T qu sabes! -exclam Jack-. Escuchad. He odo una conversacin de mi abuelo con dos amigos suyos. Todo el mundo se pregunta dnde nos habremos metido. Nos han buscado por todas partes, por todos los pueblos y fincas de los alrededores. Incluso por el campo.

    Sus tres amigos, muy asustados, le preguntaron si crea que iran a buscarlos a la isla secreta.

    -Quiz s -respondi Jack-. Nunca se sabe lo que puede ocurrir. Yo siempre he temido que el humo del fuego nos delate. Pero no nos preocupemos por cosas que no sabemos si van a suceder.

    -Nos busca tambin la polica? -pregunt Peggy.

  • 48 ENID BLYTON

    -S -respondi Jack-. He odo decir a mi abuelo que lo han registrado todo en treinta kilmetros a la redon- da. No saben lo cerca que nos tienen.

    -Est muy preocupada ta Josefa? -pregunt Peggy. -Muchsimo -dijo Jack con una sonrisa irnica-.

    No ves que no tiene a nadie que le lave, le friegue y le cocine? Esto es lo nico que la preocupa. Y ahora quiero deciros que me he alegrado mucho al saber que mi abuelo se va a vivir a casa de mi ta. As podr ir a su granja cuantas veces sea necesario, sin que me vea. Ojal hubiera estado Mike conmigo cuando he tenido que atrapar a las gallinas. Huan, volaban y gritaban de tal modo, que he pasado un miedo espantoso. Tema que oyeran el alboroto y me descubriesen.

    -Dnde las encerraremos? -pregunt Mike, mientras ayudaba a Jack a sacarlas de la barca.

    -Yo las encerrara en nuestra casa, aunque slo por esta noche -dijo Jack-. Taparemos el hueco de la puerta de algn modo para evitar que se escapen.

    As lo hicieron: llevaron las gallinas a la casa y taparon con ramas el hueco de la puerta. Las gallinas se apiaron en un rincn muertas de miedo y ni siquiera se atrevieron a cacarear.

    -Estoy muy cansado -dijo Jack-. Nos comeremos unas cuantas cerezas y nos iremos a la cama.

    Una vez hubieron saboreado las cerezas, los cuatro se dirigieron a su verde dormitorio. El musgo que las nias haban puesto a secar el da anterior ya estaba seco y colocado en las camas. Por eso les parecieron deliciosamen- te blandas y cmodas. Estaban rendidos de cansancio. Mi- ke y Jack estuvieron hablando un rato todava, pero Nora y Peggy se durmieron en el acto.

    A la maana siguiente se levantaron tarde. Peggy fue la primera en despertar. Y en seguida se pregunt qu ruido sera aquel tan raro que estaba oyendo.

    "Ah. claro! Ias gallinas", pens.

  • EL SECRETO DE LA ISLA 49

    Se levant, salt sobre los cuerpos de los dos nios, que an estaban durmiendo, y se dirigi a la casita vegetal. Apart las ramas del hueco de la puerta y las gallinas se amontonaron asustadas, dejando a la vista cuatro hermosos huevos. Magnfico! Qu a gusto iban a desayunarse! La nia recogi los huevos, sali y volvi a colocar las ramas a modo de puerta. Cuando los dems se levantaron, frotn- dose los ojos y con cara de sueo, ya tena Peggy encendido el fuego.

    -Venid! -les dijo-. El desayuno estar preparado en seguida! Las gallinas nos han dejado un huevo para cada uno.

    Todos acudieron presurosos. -Luego nos baaremos -dijo Mike-. Tengo un

    hambre!... -Hoy hemos de terminar nuestra casa -dijo Jack-, y

    decidir qu hacemos con las gallinas. No podemos dejarlas sueltas hasta que conozcan este sitio y nos conozcan a nosotros. Tendremos que construirles un cercado. Despus del desayuno, los cuatro colaboraron en la construccin del cercado. Lo hicieron lo bastante alto para que las gallinas no lo pudiesen saltar. Jack les hizo ponede- ros de musgo y ramas, con la esperanza de que pusieran muchos huevos. Luego les dio maiz, mientras Peggy les traa agua.

    -Pronto sabrn que sta es su vivienda y pondrn aqu sus huevos -dijo Jack-. Ahora, a ver si terminamos nuestra casa. Vosotras seguid tapando rendijas. Mike y yo nos dedicaremos a hacer la puerta.

    Todos trabajaron con afn. Para las nias era una diversin rellenar de musgo las rendijas. Tan absortas esta- ban en su trabajo, que no se dieron cuenta de que Mike y Jack haban construido una estupenda puerta hasta que ellos las llamaron para ensersela.

    Estaba ya sujeta con dos cuerdas y se abra y se cerraba sin dificultad. No encajaba bien en el marco, pero nadie se

  • 50 ENID BLYTON

    fij en ello. Lo importante era que podan abrirla y cerrarla tantas veces como fuera necesario. Cuando terminaron de trabajar, todos tenan un apetito atroz.

    -Tengo tanta hambre -exclam Mike-, que me co- mera todo lo que hay en la despensa.

    -S, vamos a comer algo -dijo Jack-. Tenemos pa- tatas y verduras en abundancia y un poco de pan. Podra- mos hacer judas; son de lo mejor que hay. Ve a mirar mi caa de pescar, Mike. A lo mejor hay algn pez en el anzuelo.

    S, haba una hermosa trucha. Mike se la entreg a las nias para que la frieran. Pronto se percibi un delicioso olor a comida, que todos olfatearon con avidez. Trucha, patatas, judas, pan, cerezas para postre y leche. Un verda- dero festn!

    -Traer a Margarita, que as se llama mi vaca, lo antes posible -dijo Jack-. La leche nos hace mucha falta.

    -Oye, Jack, podramos traer parte de las provisiones a la casa -dijo Peggy-. Hoy estaba llena de hormigas la despensa. All se pueden guardar anzuelos, cuchillos y otras cosas, pero la comida estara mejor en la casa. Viviremos en ella, Jack?

    -Vers. Pasaremos la mayor parte del tiempo al aire libre. La casa ser un buen cobijo para dormir las noches en que llueva o haga fro. En cierto modo es nuestro hogar.

    -Un hogar maravilloso! -exclam Nora-. El mejor del mundo! Qu divertido es vivir as!

  • CAPTULO VII

    LA VACA LLEGA A LA ISLA

    Pasaron dos das. Los nios no descansaban un momen- to, pues siempre haba cosas que hacer. La puerta de la casa se desprendi de las bisagras de cuerda y tuvieron que colocarla de nuevo. Una de las gallinas se escap y los cuatro perdieron una maana entera buscndola. Al fin, Jack la encontr debajo de un arbusto, donde haba puesto un huevo.

    Hicieron la cerca un poco ms alta, creyendo que la gallina la haba saltado, pero Mike descubri un boquete en las rsticas paredes del gallinero, comprendieron que por l se haba escapado la fugitiva y tuvieron que taparlo con ramas. Las gallinas cacareaban continuamente. Ya se haban acostumbrado a su gallinero y corran hacia Nora cuando la nia se acercaba para darles la comida.

    Mike se dijo que sera mejor tener dos habitaciones que tener una sola, en el interior de la casa. Delante podra estar la sala, con la despensa en un rincn, y detrs el dormitorio, con el suelo bien cubierto de hierba, paja y musgo para que las camas fueran blandas y cmodas. As, pues, todos empezaron a trabajar para construir la pared de separacin. Dejaron una abertura para pasar, pero no le

  • 52 ENID BLYTON

    pusieron puerta. Era estupendo tener una casa con dos habitaciones!

    Una noche, Jack se present con una manjar exquisito. Mike mir asombrado lo que tena en las manos su amigo.

    -Conejos! -exclam-. Y hasta les has quitado la piel! Estn listos para ponerlos al fuego!

    -Oh, Jack! -exclam Nora-. Por qu has cazado a esos animalitos tan simpticos? Me encanta verlos jugar por las noches alrededor de nosotros.

    -Ya lo s -dijo Jack-. Pero necesitamos comer car- ne de vez en cuando. Tranquilzate, Nora: no han sufrido nada. Adems, estoy seguro de que ms de una vez has comido conejo.

    Los nios cenaron con cierto pesar, aunque no pudie- ron evitar sentirse complacidos ante el cambio de comida. Ya estaban hartos de pescado. Nora afirm que aquella noche no se atrevera a mirar a los pobres conejos.

    -En Australia -dijo Jack, que pareca saberlo todo-, los conejos con una plaga, ms an que aqu las ratas. Si estuvisemos en Australia, nos alegraramos de habernos librado de unos cuantos de estos animales.

    -Pero no estamos en Australia -replic Peggy. Nadie dijo ni una palabra ms: la cena termin en

    silencio. Las nias fregaron los platos como siempre, y Mike y Jack fueron por agua. Luego se baaron todos en el lago.

    -Esta noche ir a la granja para traer mi vaca -dijo Jack.

    -No vayas, Jack -le aconsej Nora-. No podrs traerla.

    -Yo ir contigo, Jack -dijo Mike-. Necesitars ayuda.

    -De acuerdo -acept Jack-. Saldremos al oscurecer. -Oh, Jack! -exclamaron las nias, entusiasmadas, a

    pesar de todo, ante la idea de tener una vaca-. Dnde la meteremos?

  • 54 ENID BLYTON

    -Al otro lado de la isla -respondi Jack-. All hay pasto abundante y estar mejor que aqu.

    -Cmo te las arreglars para traerla? -pregunt Mi- ke-. Ser difcil transportarla en la barca, no crees?

    -Llevar una vaca en un bote? Nunca se me ha ocurri- do esa tontera! -exclam Jack, echndose a rer-. La vaca vendr nadando detrs de nosotros.

    Todos se quedaron mirando a Jack sorprendidos. Lue- go se echaron a rer. Sera divertido ver a la vaca de Jack nadando detrs de la barca rumbo a la isla secreta!

    Cuando oscureci, los dos nios emprendieron la mar- cha. Las nias les dijeron adis desde la playa y volvieron a la casita, pues la noche era un poco ms fra que las anteriores. Ya en la casa, encendieron una vela y se pusie- ron a charlar. Era emocionante estar solas en la isla.

    Los nios remaron a travs del lago hasta llegar al sitio en que Jack dejaba siempre su barca, escondida entre las ramas de los rboles. Luego cruzaron el bosque y llegaron a los campos que rodeaban la granja del abuelo de Jack. No vieron ninguna luz. No haba nadie. El abuelo de Jack se haba marchado, y los caballos y las vacas iban sueltos por el campo.

    -Ves aquel granero, Mike? -pregunt Jack-. Pues dentro hay cuerda. Ve a traerla mientras yo busco a mi vaca. La cuerda est en el rincn que hay al lado de la puerta.

    Mike se dirigi al granero y Jack empez a ir y venir entre las vacas, emitiendo extraos sonidos con la garganta. Una gran vaca de color castao con manchas blancas se separ de las dems y se acerc al nio.

    Jack encendi una cerilla y la mir. S, era Margarita, la vaca que l haba cuidado desde que apenas poda andar, la acarici y grit a Mike:

    -Trae en seguida la cuerda! Ya tengo la vaca! Mike haba encontrado, aunque a ciegas, la larga cuer-

    da y volvi corriendo al lado de su amigo.

  • EL SECRETO DE LA ISLA 55

    Estupendo! -exclam Jack, acariciando al ani- mal-. Antes de irnos me gustara entrar en la casa para ver si encontramos algo que nos pueda ser til.

    -Habr alguna toalla? -pregunt Mike-. No me gusta secarme con sacos viejos.

    -Lo mirar. No s si mi abuelo se habr dejado alguna -respondi Jack.

    Los dos nios se dirigieron en silencio a la casa. La puerta estaba cerrada, pero Jack entr por una ventana. Encendi una cerilla y mir en todas direcciones. La casa slo tena dos piezas: una sala y un dormitorio. Se haban llevado todos los muebles. Jack mir detrs de la puerta de la cocina y all vio, colgada, lo que esperaba ver: una gran toalla. Estaba muy sucia, pero ya la lavaran. Luego se dirigi a la puerta del dormitorio y all encontr otra toalla. Estupendo! A su abuelo no se le haba ocurrido mirar detrs de las puertas antes de marcharse. Por eso estaban las toallas all. Durante unos momentos estuvo mirando la vieja alfombra del dormitorio. No saba si llevrsela o no. Al fin se dijo que la verde hierba de la isla era la mejor alfombra, y despreci aqulla.

    Jack se dirigi despus al granero, que estaba en la parte de atrs, y all hizo un gran descubrimiento. En un viejo arcn estaba toda su ropa. Su abuelo debi de decirse que no vala la pena llevrsela. Aunque muy arrugadas, haba tres camisas, dos chaquetas, un par de zapatos, un abrigo, unos pantalones viejos y una sbana.

    Jack sonri. Se lo llevara todo. Le vendra muy bien cuando empezara a hacer fro. Luego pens que el modo ms cmodo de llevarse aquella ropa a la isla sera ponr- sela sobre la que llevaba puesta, y as lo hizo, aadiendo a su indumentaria las tres camisas, el abrigo, los pantalones y todo lo dems. Con tanta ropa, su aspecto no poda ser ms gracioso.

    Luego sali al jardn y se llen los bolsillos de judas, guisantes y patatas. Al fin, pens que ya era hora de volver

  • 56 ENID BLYTON

    al lado de Mike. Pobre chico! Deba de estar cansado de esperarle, sujetando a la vaca.

    Con las dos toallas y la sbana colgadas del brazo, volvi Jack al sitio donde le esperaba Mike con la vaca.

    -Crea que no pensabas volver -dijo Mike a Jack al verle-. Qu te ha pasado? La vaca se ha cansado ya de estar parada.

    -Es que he encontrado toda mi ropa, dos toallas y una sbana -explic Jack-. En cuanto a la vaca, si est cansada de estar quieta, pronto va a hartarse de hacer ejercicio. Toma las toallas y la sbana; yo llevar a Margarita.

    Se fueron por donde haban venido camino del lugar en que estaba la barca. A Margarita no le hizo ninguna gra- cia internarse en el bosque; no le gustaba ir a oscuras entre aquellos frondosos rboles. Por eso empez a mugir.

    -Silencio, Margarita! -dijo Jack, asustado-. Nos vas a adelantar!

    -Muuuuuu -respondi Margarita, a la vez que se opona con todas sus fuerzas a seguir adelante.

    Jack y Mike tiraban de ella desesperadamente. Les cost Dios y ayuda -dos horas tardaron en conseguirlo- llevarla a la orilla del lago. Margarita mugi unas doce veces y cada vez ms fuerte, por lo que Jack empez a pensar que su idea de llevarla a la isla no era tan buena como le haba parecido al principio. Qu ocurrira si al- guien la oa y se acercaba para ver qu pasaba? Y si cuando estuviera en la isla empezaba a lanzar aquellos tremendos mugidos? Quizs la oyeran desde la orilla del lago, y entonces estaran perdidos sin remedio.

    Al fin llegaron al bote. Jack consigui que la atemori- zada vaca entrase en el agua, aunque el animal profiri un mugido tan ensordecedor que les dio un gran susto. Ya en la barca, y una vez atada la vaca a ella, Jack y Mike empezaron a remar vigorosamente y la pobre Margarita se

  • EL SECRETO DE LA ISLA 57

    vio arrastrada a aguas ms profundas, donde sus patas no alcanzaban el fondo.

    Fue una espantosa aventura para una vaca que no haba salido del prado ms que para ir de vez en cuando al granero, a fin de que la ordeasen. Movi las patas deses- peradamente y empez a nadar de un modo nunca visto, manteniendo la cabeza a la mayor altura posible para no tragar agua y tan asustada que ni siquiera se atreva a mugir.

    Jack encendi el farol y lo at a la proa de la barca. La oscuridad era completa y Jack quera saber por dnde iba. Los nios remaron sin descanso hacia la isla secreta, llevan- do a Margarita detrs, atada con una cuerda.

    -Bueno, me parece que la cosa va bien -dijo Jack al cabo de un rato.

    -S -convino Mike-. Menos mal que llevamos slo una vaca, y no un rebao entero.

    Ya no dijeron palabra hasta llegar a la isla, que apare- ca envuelta en una profunda oscuridad. Las nias haban odo el chapotear de los remos y los esperaban en la playa.

    -Trais la vaca? -preguntaron. -S -grit Jack-. Viene detrs, nadando, aunque la

    verdad es que no le hace ninguna gracia al pobre bicho. Vararon la barca en la arena y luego sacaron del agua

    a la desventurada, empapada y aterrada vaca. Jack le habl con dulzura y el pobre animal se acerc a l, muerta de miedo: era el nico al que conoca y en l buscaba amparo. Jack dijo a Mike que trajese un saco y lo ayudase a secarla.

    -Dnde pasar la noche? -pregunt Mike. -En el gallinero -respondi Jack-. Est acostumbra-

    da a convivir con las gallinas y tambin las gallinas a estar con ella. Pondremos un poco ms de hierba en el suelo para que se eche a gusto. Pronto entrar en calor y le gustar or el cloqueo de las gallinas.

    As que llevaron a Margarita al gallinero, donde se ech sobre la hierba tibia y se sinti confortada por el cacareo, para ella familiar, de las bulliciosas gallinas.

  • 58 ENID BLYTON

    Las nias, entusiasmadas por la llegada de la vaca en su isla, no cesaban de pedir a Jack y a Mike detalles sobre su aventura, y los nios se lo contaron todo tantas veces, que al fin se cansaron de hablar de ello.

    -Oh, Jack! -exclam de pronto Nora, enfocndolo con su linterna-. Cmo has engordado esta noche!

    Peggy y Mike lo miraron sorprendidos. En efecto, haba engordado mucho.

    -Qu te ha pasado? -pregunt Nora, preocupada. -No estoy ms grueso -repuso Jack, echndose a

    rer-. Es que he encontrado en un arcn toda mi ropa y me la he puesto. Por eso parezco un gordinfln.

    Tard un buen rato en despojarse de todo lo que lleva- ba encima, operacin que los tres hermanos presenciaron muertos de risa. Peggy vio la gran cantidad de agujeros que tena la ropa de Jack y se alegr de haber trado la bolsa de labores. Ya se encargara ella de zurcirlo y remendarlo todo! La sbana les vendra muy bien cuando las noches fuesen ms fras.

    -Qu ser aquel resplandor que se ve all lejos, en el cielo? -pregunt de pronto Nora, sealando al Este.

    -Qu tonta eres! -exclam Jack-. Es la luz del amanecer. Se est haciendo de da. Hala! Todo el mundo a dormir! Vaya noche que hemos pasado!

    -Muuuuuu -dijo Margarita desde el gallinero. -Tambin quiere dormir Margarita -dijo Peggy entre

    risas.

  • CAPTULO VIII

    UN DA QUE ACABA MUY MAL

    Los cuatro nios estuvieron durmiendo hasta muy tar- de. An no se haba levantado ninguno de ellos, y ya estaba el sol muy alto en el cielo. Y todava habran tardado ms en despertarse si Margarita no hubiera empezado a mugir, por considerar que era ya hora de que la ordeasen.

    Jack se incorpor sobresaltado. Quin haca aquel rui- do ensordecedor? Ah, s: Margarita!. Quera que la or- deasen.

    -Todos arriba! -orden Jack-. Deben de ser casi las nueve! Mirad el sol! Est ya muy alto! Y Margarita quiere que la ordeen!

    Mike gru y abri los ojos. An le duraba el cansan- cio de la agitada noche anterior. Las nias se incorporaron frotndose los ojos perezosamente. Margarita no cesaba de mugir y las gallinas cacareaban, atemorizadas.

    -Nuestros animales reclaman su desayuno -dijo Jack-. Arriba, holgazanes! Me tenis que ayudar! Esta- remos en ayunas hasta que hayamos dado de comer a la vaca y a las gallinas.

    Todos se dirigieron al gallinero. All estaba Margarita,

  • 60 ENID BLYTON

    luciendo su hermoso abrigo de color castao con manchas blancas. Qu ojos tan grandes tena! Y aquella vaca era suya! Qu suerte!

    -Qu vozarrn tiene! -exclam Jack, al or un nuevo mugido de Margarita-. Voy a ordearla.

    -Pero si no tenemos ningn cubo! -dijo Mike. Los nios se miraron desalentados. Era verdad; no

    haban pensado en poner un cubo en el equipaje. -Tendremos que recurrir a los cacharros de cocina

    -dijo Jack-. Hoy nos desayunaremos con un par de vasos de leche cada uno. Primero llenar la olla grande; despus, las cacerolas pequeas y los vasos. Es una pena que anoche no se me ocurriese traer un cubo de la granja. Nos lo tendremos que procurar sea como sea.

    Margarita dio leche ms que suficiente para llenar todos los cacharros que tenan, y cada uno tom tantos vasos como quiso. Era una delicia beber aquella leche cremosa despus de tantos das sin tomar ms bebida que t y agua.

    -Qu lstima! -exclam Nora con la vista en el suelo-. Margarita ha pisado un huevo. Miradlo. Lo ha hecho papilla.

    -No te preocupes -dijo Jack-. Eso no volver a ocurrir, pues tenemos que sacar a Margarita del gallinero y llevarla al otro lado de la isla. All tendr todo el pasto que quiera. Nora, dales la comida a las gallinas. Deben de estar hambrientas, pues no paran de cacarear.

    Nora hizo lo que Jack le deca y luego se sentaron todos a desayunarse con huevos duros y leche. Margarita los miraba. De pronto, emiti un suave mugido. Tambin ella estaba hambrienta.

    Despus del desayuno, Jack y Mike la llevaron al otro lado de la isla. Margarita se puso la mar de contenta al ver aquella hierba tan verde, y empez a pacer sin prdida de tiempo.

    -Como no puede salir de la isla, no hace falta que la encerremos -dijo Jack-. Hay que ordearla dos veces al

  • EL SECRETO DE LA ISLA 61

    da, Mike, as que tendremos que sacar un cubo de donde sea.

    -En el granero de ta Josefa hay uno -dijo Peggy-. Lo he visto muchas veces colgado detrs de la puerta.

    -No estar agujereado? -pregunt Jack-. Si tiene algn agujero no nos servir. La leche ha de estar en l todo el da, y se ira escapando, lo que sera una lstima.

    -No tiene ningn agujero -dijo Peggy-. Lo s por- que una vez lo llen de agua para llevrsela a las gallinas. Lo que ocurre es que est muy viejo y por eso lo tienen arrinconado.

    -Yo ir por l esta noche -anunci Mike. -No, ir yo -dijo Jack-. A ti te podran atrapar. -Y a ti tambin. Lo mejor ser que vayamos los dos. -Podemos acompaaros nosotras? -preguntaron las

    nias. -No, no; de ningn modo -respondi Jack en segui-

    da-. No debemos exponernos todos. -Qu haremos para conservar fra la leche? -pregun-

    t Peggy-. En esta isla hace mucho calor. -Har un hoyo en la orilla del riachuelo, del ancho

    justo para que quepa el cubo -respondi Jack-. Al estar cerca de la corriente de agua, la leche se mantendr fresca todo el da.

    -Qu listo eres, Jack! -exclam Nora. -Bah! -replic Jack-. Eso se le ocurre a cualquiera

    que tenga un poco de sentido comn. -Estoy rendido -dijo Mike tendindose en el suelo-.

    Estar toda la noche tirando de Margarita fue muy duro. -Lo mejor ser que nos tomemos un da de descanso

    -dijo Jack, que tambin estaba fatigado-. Hoy no hare- mos nada: slo estar echados, leer y charlar.

    Los cuatro nios pasaron un da incomparable. Se ba- aron tres veces, pues haca mucho calor, y Nora tuvo tiempo para lavar las toallas, que el fuerte sol sec rpida- mente. Los nios se quedaron con una y las nias con otra.

  • 62 ENID BLYTON

    Qu delicia secarse con una toalla en vez de hacerlo con un saco viejo!

    -Hay pescado para comer anunci Jack, mirando su caa.

    -Y ensaladilla -dijo Nora, que ya la haba preparado. -Tengo ms apetito que si hubiese estado toda la

    maana trabajando en la construccin de la casa -dijo Mike.

    Durante la tarde continu la buena vida. Jack y Mike se echaron a dormir, Nora empez a leer un libro y Peggy sac su bolsa de labores y se dedic a remendar la ropa que Jack se haba trado la noche anterior. Pens que aquellas prendas seran muy tiles a Jack cuando empezara a hacer fro, y lament que ni a ella ni a sus hermanos se les hubiese ocurrido traerse las suyas.

    Las gallinas empezaron a cacarear en el gallinero. Mar- garita mugi un par de veces, pero daba la impresin de estar pasndolo muy bien.

    -Quiera Dios que no repita esos mugidos -dijo Peggy, sin dejar de coser-. Su potente vozarrn nos podra dela- tar. Desde una barca que navegue por el lago se la debe de or perfectamente. Menos mal que todava no le ha dado a nadie por acercarse.

    Todos se sentan rebosantes de energas y optimismo tras la jornada de descanso, y decidieron dar un paseo por la isla. Nora les dio de comer a las gallinas y luego empeza- ron la excursin.

    Era una isla maravillosa. Los rboles crecan por todas partes, llegando hasta la misma orilla, y en la colina, llena de madrigueras de conejos, se disfrutaba de un fresco agra- dable. La hierba estaba salpicada de flores y los pjaros cantaban en el frondoso ramaje. Los nios se asomaron a las cuevas que se abran en la base del cerro, pero no tenan velas y no se atrevan a explorarlas.

    -Os llevar a ese sitio donde hay tantas moras -dijo Jack.

  • EL SECRETO DE LA ISLA 63

    Paseando lentamente llegaron al lado oeste de la isla, donde haba espesos zarzales repletos de moras.

    -Mirad sas! -exclam Nora. Los nios se dirigieron al lugar que Nora sealaba y

    empezaron a arrancar grandes moras. Qu jugosas eran y qu bien saban!

    -Con nata son un postre superior! -exclam Peggy-. Har nata con la leche de Margarita, aadir las moras, y ya tenemos postre para despus de la cena.

    -Ooooh! -exclamaron todos encantados, pero sin dejar de comer moras.

    -Esta isla es un paraso -dijo Peggy, entusiasmada-. Tenemos una bonita casa, gallinas, una vaca, frutas silves- tres, agua fresca...

    -No siempre -dijo Jack-. Ahora que hace buen tiempo se est la mar de bien; pero cuando empiecen a soplar vientos fros, no estaremos tan a gusto. Menos mal que el invierno est muy lejos todava.

    Subieron a la colina por el lado oeste, que era el ms escarpado, llegaron a la gran roca que la coronaba y se sentaron en ella. De tal modo la haba calentado el sol, que casi quemaba. Vieron all abajo el humo que sala de su hoguera.

    -Podramos jugar... -empez a decir Jack. Pero los nios nunca supieron a qu quera jugar Jack,

    pues enmudeci de pronto y se levant con la vista fija en un punto del lago. Sus tres compaeros miraron hacia donde l miraba y recibieron una fuerte impresin.

    -Se acerca una barca! -exclam Jack-. La veis? All!

    -S -afirm Mike-. Ser que nos buscan? -No -repuso Jack-. Oigo msica, y comprenderis

    que si hubieran salido a buscarnos no llevaran un tocadis- cos. Debe de ser gente de alguna aldea del otro extremo del lago, que va de excursin.

    -Crees que vendrn a la isla? -pregunt Peggy.

  • 64 ENID BLYTON

    -Cualquiera sabe! -respondi Jack-. Pero, si vie- nen, slo estarn aqu un rato. Escondamos todas nuestras cosas y no se enterarn de que estamos aqu.

    -Eso es! -exclam Mike, echando a correr colina abajo-. Debemos darnos prisa. No tardarn en llegar.

    Los cuatro corrieron hacia la playa. Jack y Mike apaga- ron el fuego y escondieron en un matorral la lea chamus- cada. Luego removieron la arena para tapar las huellas del fuego y ocultaron todas sus cosas.

    -No creo que descubran nuestra casita -dijo Jack-. La barrera de arbustos es demasiado espesa para que se les ocurra atravesarla.

    -Y qu hacemos con las gallinas? -Las meteremos en un saco y no las sacaremos hasta

    que pase el peligro -dijo Jack-. No hace falta destruir el gallinero: tambin est escondido entre la maleza, y no creo que lo encuentren.

    -Y Margarita? -pregunt Peggy en un tono de preocupacin.

    -Esperemos hasta ver en qu lado de la isla desembar- can -dijo Jack-. Yo creo que el nico sitio en que pueden desembarcar es la pequea playa en que nos baamos. Como Margarita est en la parte opuesta, no la vern, a menos que decidan explorar toda la isla. Confiemos que no lo harn.

    -Y dnde nos esconderemos nosotros? -pregunt Nora.

    -Subiremos a la colina -repuso Jack- y acecharemos agazapados entre las matas. Si vemos que esa gente empie- za a explorar la isla, nos esconderemos lo mejor que poda- mos para que no nos vean. Si son verdaderamente ex- cursionistas, no tienen por qu buscarnos, y ni siquiera se habrn detenido a pensar si hay o no hay gente en la isla.

    -A lo mejor descubren nuestra despensa -dijo Nora, mientras corra detrs de una gallina para atraparla.

  • EL SECRETO DE LA ISLA 65

    -Peggy -le dijo Jack-, recoge toda la hierba que puedas y tapa bien la entrada de la despensa.

    Peggy corri a hacer lo que el capitn le haba ordena- do. -este, entre tanto, meti las gallinas en el saco, una por una, y se dirigi a la colina. Cuando lleg a las cuevas, dijo a Nora, que le iba pisando los talones:

    -T sintate aqu y no dejes salir a las gallinas. Las voy a soltar dentro de esta cueva.

    Las gallinas salieron cacareando y armando una algara- ba considerable. Todas se internaron en la cueva, y Nora se sent junto a la entrada, tan bien escondida detrs de unas hierbas, que nadie poda sospechar que