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HENRI MITTERAND JEAN FRANCO ERNESTO DE LA PEÑA- JOSÉ DE LA COLINA EMMANUEL CARBALLO DANIELLE COUSSOT LUIS CORTÉS BARGALLÓ JAIR CORTÉS FEDERICO GAMBOA NEDDA G. DE AN HALT ZOLA EMI LE

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HENRI MITTERAND JEAN FRANCO

ERNESTO DE LA PEÑA-JOSÉ DE LA COLINA

EMMANUEL CARBALLO

DANIELLE COUSSOT LUIS CORTÉS BARGALLÓ

JAIR CORTÉS FEDERICO GAMBOA

NEDDA G. DE AN HALT

ZOLA EMI LE

EDUARDO LIZALDE PALABRAS EN LA EXPOSICIÓN DE ZOLA

PHILIPPE FAURE PALABRAS EN LA EXPOSICIÓN DE ZOLA

HENRI MITTERAND UN TRIÁNGULO TRÁGICO EN ALGUNAS NOVELAS DE ZOLA

11 JEAN FRANCO ÉMILE ZOLA: EL AFÁN DE LA VERDAD

ERNESTO DE LA PEÑA ZOLA Y LA QUERELLA DEL NATURALISMO

JOSÉ DE LA COLINA LA SINFONÍA DE LOS QUESOS

4 EMMANUEL CARBALLO ÉMILE ZOLA. UNA VISIÓN PESIMISTA DE LA NATURALEZA HUMANA

6 DANIELLE COUSSOT EL VIOLÍN DE INGRES DE ZOLA: LA FOTOGRAFÍ, TRADUCCIÓN DE JACQUELINE ANDRÉ

Y MARTA GEGÚNDEZ

THEODOR KRAMER A UNA MUCHACHA INGLESA Y LA SIRVIENTA

TRADUCCIÓN DE MARÍA LUISA DOMÍNGUEZ

Y CHRISTINE HÜTTINGER

LUIS CORTÉS BARGALLÓ TRANCE Y ENFRIAMIENTO

DESFILE PARA EL ARMONIO DE JAMES ENSOR

« A C O N A C U L T A NÚMERO SETENTA Y NUEVE

ENERO-FEBRERO DE 2004 · $32.00

PLAZA DE LA CIUDADELA 4. CENTRO HISTÓRICO DE LA CIUDAD DE MÉXICO.

TELÉFONO 57 09 14 78 · 5709 11 01 FAX 57 09 11 73

CORREO ELECTRÓNICO bibmex(Pcorreo.conacutta.gob.mn

CERTIFICADO DE LICITUD DE TITULO NÚM. 6270

CERTIFICADO DE LICITUD DE CONTENIDO NÚM. 4380

CONSEJO NACIONAL PARA LA CULTURA Y LAS ARTES

PRESIDENTA

SARI BERMÚDEZ

REVISTA BIBLIOTECA DE MÉXICO

DIRECTOR FUNDADOR: JAIME GARCÍA TERRÉS t

DIRECTOR: EDUARDO LIZALDE

EDITOR: JOSÉ ANTONIO MONTERO

EDITOR ASOCIADO: MARIO BOJÓRQUEZ

SECRETARIO DE REDACCIÓN: JOSÉ DE LA COLINA

CONSEJO DE REDACCIÓN: JUAN ALMELA, FERNANDO ÁLVAREZ DEL CASTILLO.

MIGUEL CAPISTRAN. ADOLFO ECHEVERRÍA, JAIME MORENO VILLARREAL.

VICTOR TOLEDO. RAFAEL VARGAS

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DISEÑO: PAOLA ÁLVAREZ

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ASISTENCIA EDITORIAL: MARINA GRAF. CECILIA GOROSTIETA

ASISTENCIA DE IMPRESIÓN: ZIAN ESCALONA

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COLOR, PRE-PRENSA Ε IMPRESIÓN: GRÁFICA. CREATIVIDAD Y DISEÑO, S.A. DE C '

PORTADA: ÉMILE ZOLA EN LOS ALREDEDORES DE MÉDAN

2A. FORROS: ZOLA HACIA 1880 JAIR CORTES INTERPRETACIÓN DEL ECLIPSE

NOTA DE LOS EDITORES:

LA EXCELENTE RELACIÓN SOSTENIDA ENTRE LA EMBAJADA DE FRANCIA. LA CASA DE

FRANCIA EN MÉXICO Y LA BIBLIOTECA DE MÉXICO JOSÉ VASCONCELOS HA PROPICIADO

LA INSTALACIÓN DE UNA ESTUPENDA EXPOSICIÓN SOBRE OTRO DE LOS GRANDES

ESCRITORES FRANCESES: EMILE ZOLA (1840-1902) -COMO ANTES OCURRIÓ EN EL CASO

DE VÍCTOR HUGO-, PARA CONMEMORAR EL CENTENARIO DE SU FALLECIMIENTO Y

RECORDAR A UN AUTOR MUY LEÍDO Y MENOS INVESTIGADO EN MÉXICO. CUYA OBRA

NOVELÍSTICA EXPRESA NO SÓLO EL TESTIMONIO DE UNA ÉPOCA EN PÁGINAS DE

EXCEPCIONAL INTENSIDAD Y BELLEZA. SINO TAMBIÉN LAS SOBERBIAS BATALLAS EN

DEFENSA DE LA VERDAD. LA JUSTICIA Y LA LIBERTAD INTELECTUAL. EN TEXTOS DE ENORME

VALÍA ÉTICA Y ESTÉTICA. COMO RESULTADO DEL FECUNDO TRATO DE LAS MENCIONADAS

INSTITUCIONES Y LA BIBLIOTECA. EL PRESENTE NUMERO DE LA REVISTA INCLUYE TEXTOS

Ε IMÁGENES DE LOS LIBROS PRESENTES EN LA EXPOSICIÓN MEXICANA Y EN LA MUESTRA

SOBRE ZOLA. MONTADA EN FRANCIA POR EL CENTENARIO DE SU MUERTE. CUYA

AUTORIZACIÓN SE OBTUVO MERCED A LAS GESTIONES DE NATHALIE LELONG.

RESPONSABLE DE LA MEDIATECA. Y DE JACQUELINE ANDRÉ. BIBLIOTECARIA ADJUNTA.

AMBAS DEPENDENCIAS DE LA CASA DE FRANCIA EN MÉXICO, POR LO CUAL LES

MANIFESTAMOS NUESTRO MÁS EXTENSO RECONOCIMIENTO. NO MENOR QUE EL DEBIDO

A MIGUEL GARCÍA RUIZ. SUBDIRECTOR DE PROMOCIÓN CULTURAL Y COORDINACIÓN

EDITORIAL DE LA BIBLIOTECA, ESPÍRITU DESINTERESADO, ATENTO Y AFÍN EN EL PROPOSITO

DE MEJORAR LA EDICIÓN EN CADA NÚMERO DE BIBLIOTECA DE MÉXICO.

39 42 46 52 58

EMILE ZOLA LA CAÍDA DEL ABATE MOURET

FEDERICO GAMBOA UNA ENTREVISTA CON ÉMILE ZOLA

NEDDA G. DE ANHALT JUSTO SIERRA Y EL CASO DREYFUS

EMILE ZOLA ¡ Y O A C U S O . . . !

TRADUCCIÓN DE NEDDA G. DE ANHALT

ÉMILE ZOLA CARTA A LA JUVENTUD

TRADUCCIÓN DE MARTA DONÍS

CORRESPONDENCIA TRADUCCIÓN DE MARTA DONÍS 63

21 24 26 30 32 37

2 3 4 7 9

1FJEXC0 ISSNO188-476X-NÚMER0 79·$32.00

BLIOTECA

La Biblioteca de México José Vasconcelos se honra en hospedar

la muestra Émile Zola 1840-1902: una expresión del siglo,

con el generoso apoyo de la Embajada de Francia en México y

de la Mediateca de la Casa de Francia.

La vasta obra novelística de Zola alcanzó enorme difusión e

influencia en la literatura de lengua española, y muy particularmente

en México; todos sus libros fueron leídos y traducidos y marcaron

poderosamente el estilo de los narradores y autores nacionales

del final del siglo xix y principios del siglo xx. Gran personalidad

política y literaria, el jefe de la llamada escuela naturalista fue además

una figura moral de relevancia notable, que padeció destierros y

animadversión severa por sostener con firmeza sus convicciones

sociales y librar históricas batallas contra la intolerancia y la injusticia.

La revista Biblioteca de México, en colaboración también

con la Mediateca de la Casa de Francia, dedica el primer número

bimestral del año 2004 a la obra y la vida de este ejemplar

fundador y artista.

E D U A R D O L I Z A L D E Director de la Biblioteca de México José Vasconcelos

Siguiendo los pasos del gran éxito logrado en 2002 por la exposición de Victor Hugo, con la que conmemorábannos el bicentenario de su nacimiento, la Embajada de Francia en México se complace en asociarse nuevamente con la Biblioteca de México José Vasconcelos para celebrar el centenario de la muerte de Émile Zola (1840-1902).

Hombre de las grandes causas de finales del siglo xix, escritor comprometido, autor del gran fresco novelístico Los Rougon-Macquart, al que pertenecen sus mejores obras maestras, y de donde provienen novelas como Germinal, La taberna o La bestia humana, Émile Zola marcó su época mucho más allá de las fronteras del Hexágono. Así lo demuestra el eco que su obra encontró en México.

Al recorrer la exposición de carteles realizada por la Biblioteca Nacional de Francia, dedicada a la vida y obra de Zola, los visitantes de la biblioteca podrán redescubrir los grandes temas y los métodos de trabajo (encuestas y observaciones de los medios que pretendía describir) que, asociados a su inmenso talento de novelista, lo convirtieron en el mayor escritor naturalista del siglo xix. Una selección de libros en francés, provenientes del acervo de la Mediateca Casa de Francia, así como algunos ejemplares de antiguas ediciones en español del Fondo Reservado de la Biblioteca de México José Vasconcelos complementarán el recorrido de ios lectores y les ofrecerán un panorama exhaustivo de la riqueza de la obra del autor del célebre panfleto Yo acuso.

Por tanto, es con gran orgullo que la Embajada de Francia continúa hoy con su política de cooperación a favor de la lectura con las instituciones mexicanas, y en particular con la Biblioteca de México, socio privilegiado de la difusión entre el público mexicano de los más reconocidos autores franceses.

P H I L I P P E F A U R E Embajador de Francia en México

UN TRIÁNGULO TRÁGICO EN ALGUNAS NOVELASp

DE ZOLA

u s a t t a c h a n t e q u e l ' é t u d e d e l a í e n i i i i

a n i t é . »

HENRI MITTERAND Traducción de Jacqueline André

y Marta Gegúndez

Desde La confesión de Claude (publicada

en 1865) hasta Madeleine Férat (1868),

las novelas de juventud de Émile Zola no

han dejado de contar la misma historia

de un trío trágico: una mujer entre dos

hombres. Es añejo como La Princesa de

Cléves, como Fedra, o como todos los

melodramas que hicieron llorar a Margot.

De los dos hombres, uno es el aman­

te, esposo o protector, en cierto modo

legítimo, aunque frágil, sentimental e

inseguro, o incluso inhibido y disminuido:

Claude, quien acogió a Laurence, en La

confesión de Claude; Daniel, quien cuida

de Jeanne, la hija de su benefactora ya

muerta, en Le Vceu d'une morte;1 Ca­

mine, el esposo enfermizo de Teresa, en

Teresa Raquin; Guillaume, el amante y

después el esposo de Madeleine, en

Madeleine Férat. El otro, amigo del pri­

mero, es un hombre de sensualidad con­

quistadora o simple y sencillamente do­

tado de seducción, que toma el lugar de

su amigo en el corazón y en el cuerpo de

la joven mujer; Jacques, un vecino casual,

en La confesión de Claude; Georges, el

erudito, en Le Vceu d'une morte, a quien

Daniel, en su lecho de muerte, dará a su

protegida en matrimonio; Laurent, el

amigo, pintor fracasado pero macho

vigoroso, a quien Camille Raquin lleva a

casa y que se convierte en el amante de

Teresa; finalmente, Jacques, compañero

de estudios de Guillaume, que fue el pri­

mer amante de Madeleine y cuyo regreso

destruye a la pareja. En todos los casos,

esta situación triangular desemboca en

un drama: Laurence vuelve a su miserable

desenfreno; Daniel se exilia y muere para

dejar el campo libre a Georges y a Jeanne;

Laurent y Teresa asesinan a Camille y

acaban en un suicidio común; Madeleine,

ella también, se mata, mientras que

Guillaume se hunde en la locura.

Habiéndose agotado este esquema,

después de 1868 Zola se volverá hacia

una inspiración completamente diferente.

Un ciclo de la Familia sucederá al ciclo

de la Mujer, del que Madeleine Férat es

el último volumen. Por lo demás, el mode­

lo comprendía toda clase de variaciones.

En sus escenarios: La confesión de

Claude sucedía en la colina Sainte-

Geneviéve; Le Vceu d'une morte trans­

portaba al lector a los barrios elegantes;

* Prefacio de Madeleine Férat. Mémoire du Livre, Paris, 1999.

* * Henri Mitterand, profesor emérito en la Universidad París III, profesor en la Columbia University (Nueva York), y presidente de la Sociedad Literaria de los Amigos de Émile Zola.

1 La voluntad de una muerta (N. de la T.)

Teresa Raquin reunía la atmósfera

lúgubre de la calle Guénégaud o de La

Morgue y los paisajes impresionistas de

las riberas del Sena en Saint-Ouen;

impresionistas también los alrededores

de Véteuil y de Mantes, en Madeleine

Férat. En las profesiones de sus perso­

najes: estudiantes en La confesión de

Claude; mercachifles y empleadillos en

Teresa Raquin; preceptor en Le Vceu

d'une morte; médico y rent ista en

Madeleine Férat. Y, sobre todo, en sus

puntos de vista novelescos: los aconte­

cimientos de La confesión de Claude son

revividos por Claude en primera persona;

los de Le Vceu d'une morte, contados en

tercera persona, son esencialmente

percibidos por Daniel; pero, en Teresa

Raquin, todo pasa por la sensibilidad y

por la conciencia de Teresa; y en Made­

leine Férat, el testigo de primer orden es

también Madeleine, confrontada en

alternancia con los dos hombres de su

breve y triste existencia.

Encontramos otra diferencia impor­

tante entre Madeleine Fératy las novelas

anteriores. De las cuatro obras nove­

lescas, es la única que se remonta a una

prehistoria nacida de otro género, el

teatro. Porque Madeleine Férat tiene

como origen y como primera forma un

drama corto en tres actos, intitulado

Madeleine, escrito durante el año de

1865 y propuesto en vano a dos teatros

parisinos en 1866. Madeleine es una

"manceba", que pasa de un estudiante

a otro, como lo era la Laurence de La

confesión de Claude; Francis, un médico

que se casa con ella después de haberla

tenido como amante, se parece a Claude;

y el amante cínico, en estas dos obras, y

después en la novela ulterior, se llama

Jacques. El primer amante de Madeleine,

amigo de la infancia del marido, y a quien

se creía muerto, reaparece de pronto en

la vida de la pareja, destruyendo su

tranquilidad, conquistada a pesar de las

sospechas y de la malevolencia del en­

torno, y conduciendo al suicidio a la joven

mujer, devuelta a los insoportables re­

cuerdos de su decadencia. "Me topé en

el gran camino con mi pasado vicioso,

que me hizo enloquecer, y encuentro aquí

la virtud que me aniquila" (Madeleine, III, 3).

Ante el fracaso de este primer intento

dramático, Zola soñó desde 1867 con

hacer una novela a partir de la obra de

teatro. Pero la redacción de Teresa Ra­

quin hizo que pospusiera la adaptación.

Retoma la idea durante los primeros

meses de 1868. Y es en ese momento

que inventa un dato esencial, que no

aparece en el drama original, el motivo

de la "impregnación": un motivo más

precisamente "fisiológico", y al mismo

tiempo más propicio para hacer entrar en

MENTWEft# GERMÁN MONTALVO,

NUESTRO DISEÑADOR

Desde el primer número de la re­vista Biblioteca de México, que salió de las prensas en enero de 1991, concebida y dirigida por su fundador el poeta Jaime García Terrés, nuestra publicación ha sido diseñada por Germán Montalvo, un maestro de su especialidad a quien debemos el decoro tipográfico y el celebrado perfil plástico que ha sido distintivo de la revista y aspi­ramos a conservar.

Germán Montalvo deja a partir de este número el cargo de diseñador responsable que ha desempeñado durante más de una década, para atender otras obligaciones pro­fesionales, aunque esperamos se­guir contando con su ocasional co­laboración en números especiales.

Germán Montalvo ingresó desde muy joven en la escuela de iniciación artística del Instituto Nacional de Be­llas Artes y poco después, cuando cumplía 20 años de edad (1976) hizo estudios en la Scuola del Libro de la Societá Umanitaria de la ciudad de Milán. Profesionalmente se desarrolló más tarde en los talleres de la Imprenta Madero donde colaboró con Vicente Rojo y Rafael López Castro y donde se imprimió durante varios años la revista Biblioteca de México.

Despedimos por hoy a Germán Montalvo, y le deseamos nuevos logros artísticos en los proyectos y tareas que tiene a la vista.

EMILIO ZOLA. 1840-1902

Con el auxilio invaluable de la in­formación literaria, iconográfica e histórica que para montar la exposición dedicada al gran escritor francés nos brindaron la Embajada francesa y la Mediateca de la Casa de Francia hemos reunido buena parte del material que compone el presente número.

De padre italiano y madre francesa, Emilio Zola obtiene la nacionalidad en Francia a los 21 años de edad, pero prácticamente desde la adolescencia (1854), a los 14 años de edad, redacta ya una primera novela {Un episodio en tiempos de las cruzadas), y a partir de sus veinte o veintiún años de edad, emprende formalmente la aventura literaria que ocupará su vida entera.

Tras una copiosa labor de cuen­tista, de novelista y de crítico que se extiende desde esos años 60 al año 1867 (obras entre las que cuen­tan los volúmenes titulados Les Mys-téres de Marseille y la exitosa Te-

5

Zola niño. Daguerrotipo

juego el resorte de la fatalidad trágica.

Madeleine se limitaba a explotar una

situación: el regreso intempestivo de un

antiguo amante, que devuelve a la joven

mujer a las ignominias de su pasado y

que revela a su marido lo que fue antes

de convertirse en su amante y luego en

su mujer. Madeleine Férat añade a esta

situación una tesis, que es al mismo

tiempo un ingrediente trágico.

Entre el drama y la nove la , Zo la

recordó o releyó El amor y la mujer de

Michelet, que había leído cuando tenía

veinte años. Fue ahí donde encontró la

idea de la "impregnación". Michelet la

debía a su vez al Tratado de la herencia

natural del doc tor P rospe r L u c a s ,

publicado entre 1847 y 1850 y que Zola

había descubierto en 1864, sin echar

mano de ella todavía. Para Lucas y para

Michelet, una mujer pertenece por el

resto de su vida al hombre que la poseyó

por primera vez. Lleva de él, en su cuerpo

y en su alma, una huella indeleble. Queda

"impregnada", a tal punto, que da al hijo

legítimamente concebido con su marido

los rasgos de su primer amante. Lucie,

la hija pequeña de Madele ine y de

Guillaume, se parece a Jacques, el primer

amante. Más perturbador aún: la joven

mujer, alcanzada nuevamente por sus re­

cuerdos, empieza a su vez a parecerse a

Jacques y recobra su antiguo comporta­

miento de concubina... Lanzada hacia su

pasado por una fuerza irreparable, y como

alucinada, volverá a caer en los brazos

de Jacques, a pesar del horror que éste

le inspira ahora. "Venus entera a su presa

atada"... La tesis de una "impregnación"

indeleble y hereditaria de la mujer por

aquel que la hizo mujer es la forma

moderna de las fatalidades antiguas, del

juego cruel de los dioses con la criatura,

la mitología que convenía a una época

en que las reflexiones científicas habían

sustituido a las creencias arcaicas.

Esta teoría es fantasiosa respecto de

la biología actual. Ya era fuertemente

discutida en vida de Lucas, de Michelet y

de Zola, pero poco le importaba a éste

último. Le interesaba como le interesaba

todo el discurso médico de la época y

todo el discurso contemporáneo, empe­

zando por el de Flaubert y el de los Gon-

court, acerca de la seducción y de la

opacidad de lo femenino. Y sumaba su

propia nota a los múltiples llamados de

Zola en favor de una vía "fisiológica" de

la novela, que se atrevería por fin a

asociar en una misma audacia de la

mirada las fatalidades del cuerpo y las

de la sociedad. Mejor aún, ofrecía una

doble ventaja, que Zola, en calidad de

joven observador avisado de las curio­

sidades intelectuales del momento y

conocedor ya entendido de las técnicas

de la ficción, había captado perfecta­

mente: Madeleine Férat, golpeada en su

carne y en su descendencia por una

maldición del Dios de los cristianos, así

como por un capricho de la naturaleza,

se convierte en un "caso perfecto" de

mártir fisiológica y pasional; así pues,

vence en patetismo a sus antecesoras

Emma Bovary, Germinie Lacerteux y

Teresa Raquin.

La fa ta l idad de la impregnac ión

seminal, al llevar su efecto mucho más

allá de la primera relación sexual, funcio­

na según una lógica y una dinámica de

doble d isparador que conduce más

infal iblemente a Madeleine a la de­

sesperación y al suicidio: convierte al hijo

en recuerdo viviente, en espejo, de las

faltas pasadas de la madre, y lanza a ésta

última en la repetición -degradada- de

la falta original. Basta con escuchar, en

la nove la , los ana temas y las ad­

vertencias de Genevieve, la anciana

sirvienta hugonota, especie de Casandra

protestante, y sus últimas palabras ante

el cadáver de Madeleine: "Dios Padre no

perdonó". Si la obra tiene en cierto modo

atisbos de una reminiscencia antigua,

también los tiene de una de las visiones

cristianas del pecado original, la que se

cuestiona sobre la posibilidad de la gracia

y la redención. Por un lado o por otro

traduce un discurso puritano a la vez

temeroso y represivo, que atraviesa todo

el siglo y que se instalará por mucho

tiempo en el corazón de la mayoría de

las novelas del autor de Los Rougon-

Macquart. La mujer es el instinto: "el

fermento, la desnudez, el culo, que lleva

a la descompos ic ión de nuestra so­

ciedad", escribe con crudeza Zola en el

esbozo de Nana. Ese poder fascinante y

maléfico le viene de la naturaleza. Pero

6

tiene que pagar por las ruinas que

provoca.

El olvido, el perdón, la redención, la paz

interior que nacería de una conyugalidad y

de una maternidad fel ices le están

prohibidos a Madeleine. Por el contrario,

todo aquello que reprimió con la esperanza

de cambiar de vida, de cambiar de piel,

regresa simbolizado por el retrato de

Jacques colgado en la habitación conyugal,

y en la reaparición de otra figura especular,

Louise, l lamada Cardeni l lo, antigua

prostituta, compañera de Madeleine,

convertida en mendiga. La dignidad

recobrada de Madeleine será violada dos

veces, y aniquilada: por la irrupción de

Cardenillo y por la de Jacques, que aparece

fantásticamente de ninguna parte para

devolver a Madeleine a su verdadera

historia y a su verdadera naturaleza: la de

una mujer definitivamente manchada y

envilecida. No hay remisión del pecado.

Peor aún: arrancada la máscara ,

Madeleine vuelve por voluntad propia a ser

la de antes, y adopta nuevamente las

formas f ísicas y los modales de la

"manceba" habitada por el deseo de su

primer amante. Justo en el momento en

que su pequeña hija muere, lejos de ella,

corre a la cama de Jacques, en una escena

más alucinante y más terrorífica aún que

la del suicidio final.

Así pues, la intriga de la novela está

injerida entre el sexo, en el primer

capítulo, y la muerte, en el último -que

lleva, casualmente, el número 13, el

número de la mala sue r te - : Eros y

Tánatos. Del deseo a la muerte, o a la

locura. Deseo, delirio. Ante el cuerpo de

Madeleine, fulminada por la convulsión

del envenenamiento, Guillaume se hunde

en la locura. "Dios Padre" no la perdonó,

ni a él tampoco. Culpables ambos. Porque

el hombre no puede conservar su cordura

y sus fuerzas, su humanidad, más que

de dos maneras: permaneciendo casto -

como Faujas en La conquista de Plassans

o Eugenio Rougon en Su excelencia

Eugenio Rougon-, o asociando a la mujer

a una obra común para redimir su

indignidad original; esto sólo se produce

dos veces en Los Rougon-Macquart, con

Octave Mouret y Pascal Rougon, pero se

convertirá en una regla en Las tres

ciudades y en Los cuatro evangelios. En

Madeleine Férat, Guillaume, hijo natural

alejado por su padre, estudiante tardón,

marido incierto y atormentado, no supo

resistir la atracción de Madeleine ni

construir con ella una empresa común.

Él también será castigado -por mediocre.

Ésta es sólo una de las redes fantas­

magóricas de la obra, que atrajo de

inmediato la atención de los críticos, por

la dureza de su tesis o por los aspectos

melodramáticos de sus implicaciones.

Existen otras que la crítica moderna nos

ha enseñado a discernir. Muy curiosos

resultan, por ejemplo, los detalles que

se desprenden de la novela, a veces en

voz de los protagonistas, sobre la infancia

y la adolescencia de Madeleine y de

Guillaume. Se deslizan como la sombra

de Alexandrine Meley, la compañera de

Zo la desde 1865, en espera de

convertirse en su mujer en 1870, otra,

más c lara, del mismo Zo la . Como

Alexandrine, que perdió a su madre a la

edad de nueve años, Madeleine es

huérfana, y fue educada en el internado.

Los recuerdos que evoca Guillaume en

el capítulo IX de la novela son aún más

sorprendentes: visiblemente Zola le

proporcionó ecos de su propia infancia

en las cercanías de la calle Silvacanne,

en Aix, con los bohemios instalados en

los terrenos baldíos, y de sus primeros

años de escuela, con compañeros pa­

tanes que lo maltrataban, sus sueños de

exilio en paisajes imaginarios, y el apoyo

protector de un compañero de elección.

Pero sobre todo no hay que deducir

que la obra tiene como modelo per­

sonajes reales y situaciones vividas, y

debe leerse parcialmente como una

autobiografía disfrazada. Nada, abso­

lutamente nada de lo que conocemos de

la h is tor ia autént ica de Z o l a , de

Alexandrine y de Cézanne, nos autoriza a

identificar a este trío con el trío Guillaume-

Madeleine-Jacques. Estas analogías

resultan de la comodidad de un novelista

que no se preocupa por buscar muy lejos

para dar a su personaje los rasgos de un

intelectual soñador y amoroso.

Aunque no dejan de tener significado,

al menos para el lector interesado en la

génesis íntima de las obras, más allá de

las simples cualidades de intriga, de

composición y de escritura que tuvo el

placer de ir descubriendo. Zola sabe que

no fue el primer hombre en la vida íntima

de Alexandrine. En 1859, a los veinte

años, esta última -como un gran número

de jóvenes parisinas seducidas, y luego

abandonadas- dio a luz a una pequeña,

nacida de padre desconocido. La niña,

entregada a la asistencia pública por su

joven madre desamparada, había muerto

a la edad de tres semanas. . . Nos

abstendremos de insistir en analogías

frágiles. Sugeriremos solamente que la

historia de Madeleine y de Guillaume,

antes de pasar por el molde del melo­

drama o de la novela negra, que acumula

a placer las fatalidades y las desgracias

en contra de la heroína, podría remontarse

a la "rumiadura" subconsciente de una

frustración, si no de una acusación. Falta

saber si, en 1868, Alexandrine ya había

confiado a Zola este episodio cruelmente

doloroso de su pasado: lo ignoramos. Los

Zola nunca concebirán hijos juntos: ¿es

acaso porque temen encontrar en ellos la

imagen del amante de 1858?

Leído bajo esta luz en claroscuro,

Madeleine Férat puede aparecer como el

eco de una herida íntima. Con esto se

MENTÜEftt rése Raquin), Zola comienza in­tensamente a trabajar en otros mu­chos ambiciosos proyectos, como los relacionados con Histoire d'une famille, nada menos que el esquema previo a la serie de diez novelas planeadas para conformar su mayúscula colección que se inicia con La fortuna de los Roug Macquart, que se empezó a publicar en Le Siécle por entregas en el año de 1871.

Con esa obra, por mi parte, comencé también en la adolescencia, a cursar las obras de novelistas mayores, favorecido por el gran número de traducciones castellanas de Zola que circularon en México desde su aparición en Francia y durante las primetas cuatro décadas del siglo xx. Pero así proseguí con la serie de esas novelas magistrales editadas en 1873: La conquista de Plassans (en la que un tiránico clérigo se apodera de una casa y una familia, como en la posterior La Regenta de Leopoldo Alas o Stepanchikovo de Dostoievsky), después con la im­ponente La caída del abate Mouret, casi contemporánea de El crimen' padre Amaro de Queiroz. De extensa novela en particular he incluido en páginas interiores alg fragmentos de belleza liter excepcional, en traducciones anó­nimas (o piratas) de libros impresos en México en los primeros años del siglo xx, aunque serían preferibles las versiones de nuestro culto y desaparecido amigo Aurelio Garzón del Camino, que consumó la hazaña de traducir tanto la obra entera Balzac como la de Zola.

Muchas espléndidas colabo­raciones hemos reunido aquí, como puede verse en el índice, de autores extranjeros y mexicanos, pero es interesante subrayar alguna referencia al artículo de nuestro amigo Ernesto de la Peña, que recuerda cómo Gustave Lanson, eminente crítico francés, aunque vela con sospecha las teóricas pretensiones científicas de Zola, decía sin embargo que "sus novelas son pesados y oídos poemas, pero poemas. Las descripciones son intensas, estallan, aplastan y se transforman en visiones alucina-torias..." Eso es lo que importa, el genio poético y literario del novelista, más que sus doctrinas estéticas, que tampoco son del todo despreciables.

Léase el homenaje de la revista al gran autor y disfrútese de esa selección de las numerosas páginas que a la descripción del vastísimo jardín paradisíaco, el Paradou, dedica en la obra nuestro novelista.

7

FranQois, Émilie y Émile Zola. Retrato familiar

corr ige el efecto de la pura y l lana

aplicación narrativa de una arriesgada

tesis tomada de la mitología romántico-

biológica. Pero nos aventuraremos aún

más lejos en compañía del psicoanálisis

freudiano. Según Jean Borie, autor de

Zola et les Mythes,2 las dos formas del

mi to " c o m p l e j o " de Ed ipo - d e s e o

prohibido y sentimiento de culpa- están

presentes en la novela. Guillaume busca

en su esposa Madeleine una tranquilidad

maternal y protectora. Jacques, el antiguo

amante de Madeleine, el mejor amigo de

infancia de Guillaume y su primer pro­

tector -un padre sust i tuto-, ha desa­

parecido; y cuando aquel a quien se creía

muerto reaparece, este regreso no es

sino el del padre excluido, que conforma

entonces un mal tercio entre los dos

esposos y destruye el idilio simbólico

del hijo con la madre. ¿No es acaso, por

poco que sea, la historia fantasmagórica

de Émile Zola, quien a su vez perdió a su

padre, su protector natural, a los siete

años, pero que con ello ganó al mismo

tiempo un téte-á-téte exclusivo con su

madre, comprometida ella misma en

hacer subsistir la obra del desaparecido?

Esta situación pudo haber secretado poco

a poco un sentimiento edípico subcons­

ciente de culpa y de celos mezclados,

cuyo reflejo encontramos en la estructura

de las cuatro novelas mencionadas, de

La confesión de Claude a Madeleine

Férat, que recurren siempre a la rivalidad

de dos hombres por una mujer, y en las

que el segundo vuelve del más allá para

recuperar lo que le pertenece y arruinar

la intimidad anhelada.

2 Zola y los mitos. Le Seuil, 1971.

Sin embargo, los mitos nunca fun­

cionan solos. En este regreso del padre

depredador , be l i coso y v io lador de

mujeres ingenuas, que busca correr al

hijo para exorc izar la predicc ión de

parricidio, veremos también el primer

esbozo de la "bes t ia h u m a n a " , del

monstruo atávico que surge por detrás,

del "mal hereditario" que llevará más

tarde a Étienne, en Germinal, o a Jacques

Lantier, en La bestia humana, a repetir

el crimen primitivo, a matar a su vez,

acoplando en un mismo movimiento la

libido y la muerte. Después de todo, fue

Guillaume quien le abrió a Madeleine el

laboratorio donde estaba la vitrina que

contenía los venenos . Empapó sus

manos en la sangre de Madeleine. Y su

r isa t r a d u c e , ba jo la f o r m a de la

demencia, el placer que le causa su

propia caída en el rencor, la violencia y la

pulsión de asesinato. A su manera, se

saca los ojos, metafóricamente.

Por lo tanto, hay también cierta locura

en la imag inac ión del hombre que

concibió Madeleine Férat. Nada de esto

podía ser captado por sus contem­

po ráneos , que se con ten ta ron con

calif icarlo de complaciente hacia "lo

horrible y la exage rac ión " . Pero los

lectores modernos de esta novela no

podrían most ra rse so rp rend idos , ni

considerarla únicamente como una obra

de juven tud a jena a la insp i rac ión

posterior de Zola. Ni siquiera como una

novela puramente "f isiológica", escrita

por un buen discípulo del doctor Lucas y

de Michelet. De un extremo a otro de su

carrera - y Madeleine Férat es una etapa

notable en el c a m i n o - , en las pro­

fundidades del motivo pasional o social

vienen a instalarse arquetipos y con­

f iguraciones cuyo sentido rebasa por

mucho los conocimientos y los modos de

pensamiento contemporáneos.

[Esto no limita en absoluto la adquisición

progresiva de una maestr ía técnica.

Madeleine Férat no tiene la tensión de

Teresa Raquin, donde el adulterio, el

crimen, el remordimiento, la inhibición y el

suicidio se sucedían en un encadenamiento

de implacable lógica, yendo de peripecia

en peripecia y de suspenso en suspenso,

y sin la intervención de azares externos. Si

Guillaume y Madeleine van de lugar en

lugar, de París a la Noiraude, de la Noiraude

a París y de nuevo a la Noiraude, es por la

necesidad de lances imprevistos, de

regresos al pasado, y también, quizás, por

la publicación en folletín. Pero no por ello

la composición deja de estar hábilmente

dispuesta. La alineación de los trece

capítulos no logra disimular completamente

un dispositivo en tres movimientos. El

primero cubre cinco capítulos, con el uso

clásico del regreso en el segundo capítulo:

después de una juventud d i s ipada ,

Madele ine, esposa de Gui l laume de

Viargue, puede aspirar a la quietud de una

vida de pareja provinciana. Pero la segunda

parte, también repartida en cinco capítulos,

introduce de episodio en episodio el

anuncio de una irremediable desgracia: la

l legada inesperada de Jacques a la

Noiraude, la confesión de Madeleine a Gui­

llaume, el primer exilio de la pareja a la

casita apartada, el descubrimiento de los

rasgos de Jacques en el rostro de Lucie, la

parada fatal en Mantés, en el Hotel du

Grand-Cerf donde Jacques -broma diabóli­

ca del deus ex machina- también hizo

parada, la entrada de la mendiga, el asalto

de los recuerdos, el regreso desesperado

a la Noiraude, donde las tormentas internas

8

COLLEGE D ΑΙΧ. SáMQSSWASS 9 3 8 A T ! 3 ? A S Y I S H

Aceordé a 1'ÉIéTe Χ ^ Λ .

Pour sa place de Premier en A t ¿ ¿ ¿ , ?

L« Principal.

nan sustituido los breves momentos de

felicidad del inicio.

El finale será más rápido: ¡tres capítu­

los, en los que se acumulan los golpes

del destino - la enfermedad, la recaída y

muerte de Lucie, la doble neurosis de

Gui l laume y de Made le ine , ahora

separados-, las locuras, las decisiones

funestas y los signos precursores del

desastre final! La novela se termina en

un infierno de furia y autodestrucción. La

agonía de Madeleine es más breve que

la de Emma Bovary, quien también se

envenena; pero se mata teniendo como

telón de fondo un escenario alucinante,

que proviene más del romanticismo

negro, de la novela gótica o de Las

Diabólicas de Barbey d'Aurevilly, que de

la cotidianidad realista.]

De hecho, la obra está construida sin

gran preocupación por la autenticidad

histórica y social. El tiempo de Los Rou-

gon-Macquart, "historia natural y social

de una famil ia durante el Segundo

Imperio", no ha llegado aún; y el na­

turalismo de Zola sabe tomarse sus liber­

tades. En todo caso es heteróclita, y

mezcla los estereotipos del folletín a la

antigua y las representaciones de lo vivi­

do, así como el drama y lo burlesco -con

apariciones del triángulo amoroso de los

De Rieu- Zola ubicó la acción de varios

capítulos en una región que conoce bien

por haberla frecuentado con regularidad

desde 1866: la ciudad de Mantes y

Vétheuil (sin h en la novela), en la ribera

derecha del Sena, entre Médan y Giverny,

donde su amigo Monet se establecerá

en 1878. Los capítulos IX y X conducen

a los tres personajes principales al Hotel

du Grand-Cerf, que existe entonces efecti­

vamente en Mantes. En la habitación que

ocupa con Guillaume - la habitación 7, de

nuevo un número cabalíst ico, según

algunas numero log ías - , Madeleine

reconoce los grabados que cuentan la

historia de Príamo y Tisbe, que había visto

ya en ese mismo lugar, en compañía de

Jacques. Este motivo no es fortuito: Zola,

en las noches que pasaba con

Alexandrine, durante el verano de 1868,

en el cuarto del herrero de Bennecourt,

su lugar de veraneo cerca de Mantes,

había visto precisamente ahí grabados

sobre Príamo y Tisbe. Del mismo modo,

conservó una imagen exacta de los

miserables cuartos de estudiantes y de

bohemios donde vivió en el Barrio Latino,

unos ocho años antes, y a los que en

una u otra ocas ión llevó a amigas

ocas iona les : la cal le Souf f lo t , por

e jemplo , donde la novela insta la

momentáneamente a Madeleine. Sin

mencionar los bosques de Verriéres -en

el valle de la Biévre-, destino preferido

de sus salidas dominicales, antes y

después de la llegada de Alexandrine a

su v ida. Así pues, las evocaciones

familiares y las apariciones pesadillescas

se avienen, sin temor a la mezcla de

géneros.

Madeleine Férat habr ía podido

permanecer como una recopilación de

"escenas de la vida bohemia", tal y como

el mismo Zola las había vivido durante

algunos meses, como poeta famélico, en

compañía -muy rara vez- de jovencitas

fáciles: a decir verdad, sólo conocemos

a una, muy vagamente, en su biografía,

lo que no significa que no haya tenido

otras. Pero su primera imaginación

novelesca, antes de Los Rougon-Mac-

quart, lo lleva hacia otros rumbos: hacia

personajes malditos, destinos criminales,

vidas fracasadas, situaciones paroxís-

t icas, escenarios catastróficos, con­

ductas de es t rés , de pánico y de

autodestrucción. Son modelos heredados

de su primera formación, que fue ro­

mántica, pero también de su iniciación

positivista, que lo dejó sin ilusiones

respecto de las servidumbres del cuerpo

y el peso de las costumbres. Dotan a la

obra, más allá de sus figuras nacidas de

los tópicos novelescos de la época, de

su violencia y del rigor de su encade­

namiento narrativo.

A esto se suman cualidades más

singulares aún: las que emparentan a un

sinnúmero de páginas de la novela, tanto

en sus interiores como en sus exteriores,

con el trabajo de los pintores de la nueva

escuela, aquellos que Zola conoce bien, y

que unas veces llama los "paisajistas",

otras veces los "actualistas" y otras veces

los "pintores naturalistas", antes de ser

definitivamente llamados los "impresio­

nistas". Tal retrato de Madeleine, en el

momento de la partida de su amante, al

final del capítulo II, evoca a un Degas en

sus inicios. Tal otro se parece a un Renoir.

Tal paisaje, en los alrededores de la

Noiraude, es idéntico a la imagen de un

Daubigny. La noche de la tragedia cae poco

a poco sobre los personajes. Pero durante

algunos momentos, al principio de su

h is tor ia , conoc ieron la luz de la

despreocupación, tal y como los jóvenes

pintores de la generación del autor la

plasmaban en sus lienzos, en las riberas

del Sena. Por esta razón, sería tiempo de

observar que, si bien Madeleine Férat es

una novela dura, si no es que terrorífica,

es también una novela ar t is ta, que

anuncia briosamente la doble pincelada

que caracterizará las obras posteriores.

9

GIL BLAS

GERMINAL EMILE ZOLA

JEAN FRANCO'

EMILE ZOLA: EL AFÁN DE LA VERDAD

Zola en 1872

El 29 de septiembre de 1902 fallecía en París, a la edad

de sesenta y dos años, Émile Zola, en la cumbre de la

gloria y la execración, respetado y vilipendiado, admirado

y odiado. Autor de una obra inmensa, forma parte hoy de

los diez escritores más traducidos en el mundo y ya son

incontables las famosas adaptaciones cinematográficas

de sus obras (La bestia humana, El puchero hierve, Nana,

A la dicha de las damas, Germinal, entre otras) así como

las versiones teatrales más diversas. El conjunto de sus

obras novelescas Los Rougon-Macquart, compuestas entre

1867 y 1893, y que lo han vuelto famoso en el mundo

entero, sólo representa una tercera parte de su producción

total, marcada asimismo por artículos de prensa y de

crítica, un sin fin de apuntes y observaciones tomadas de

la realidad que constituían otros tantos esbozos o

materiales para los textos novelescos. Escritor de múltiples

facetas, nunca desertó de su responsabilidad social como

creador, supeditado a su magisterio moral, vinculando

estrechamente ética y estética.

1] El polemista acalorado En el siglo xix, la novela se consolida verdaderamente como

género en los márgenes del periodismo, estando

íntimamente ligadas ambas actividades (las primeras

novelas de Zola, como las de Maupassant se publicarán

por entregas en diarios). El joven Émile Zola hace sus

primeras armas de crítico de arte y nunca abandonará

esa actividad de observador y comentarista ilustrado.

Pertenece a esa generación de artistas que sabe ver y

sabe fijar en el lienzo o el papel la visión instantánea, en

su misma fugitividad. Amigo de colegio de Cézanne en

Aix-en-Provence, ha estado en la buena escuela de los

pintores: es en el taller de Manet donde hace su

aprendizaje, haciéndose capaz de captar el rasgo

significante: ademán, mirada, pliegue del vestido, actitud

u objeto notable. Sus análisis periodísticos se convertirán

en modelos de sagacidad y profundidad.

' El profesor Jean Franco es agregado de Cooperación Universitaria e Investigación de la Embajada de Francia.

Al mismo tiempo, el periodista ostenta sus convicciones

con una firmeza que corre pareja con una valentía de la cual

proporcionará más de un ejemplo. Así es como va a defender

con virulencia a los impresionistas, blanco de la inquina de

los partidarios del clasicismo quienes rechazan en los

Salones las obras de Manet, Pissarro, Monet o Degas, a

riesgo de producir escándalos y suscitar la provocación, con

objeto de que triunfe la nueva pintura. Turiferario apasionado

de la nueva estética, no duda en contender con los secuaces

del arte oficial, suscitando debates y polémicas encarnizadas:

él exige que la naturaleza aparezca en el arte tal como es,

sin afectaciones ni remilgos. Aunque se alejará después de

los impresionistas, seguirá siendo un adepto de la palabra

verdadera y de la libertad en el arte, más allá de los

dictámenes de los burócratas de la cultura.

Desplegará luego la misma energía para defender su

concepto de la novela, siempre algo provocador,

exacerbando en ocasiones sus posturas. Superando el

realismo (sin embargo traba amistad con Flaubert y

Maupassant) y reuniendo a sus discípulos en su casa

(las famosas "Veladas de Médan"), propugna el

naturalismo con el más extremado vigor abandonándose

con facilidad a la polémica. Sus libros de 1879, La novela

experimental, y 1881, Los novelistas naturalistas,

proclaman las nuevas convicciones: la literatura es

determinada por la ciencia triunfante, por eso ha de

ponerse bajo su égida. Respaldándose en las teorías de

Claude Bernard sobre la medicina experimental, propone

que el creador de ficciones experimente a su vez,

haciendo que se muevan los personajes en una situación

particular para mostrar que la sucesión de los hechos

será así como lo pide el determinismo de los fenómenos

que se estudian. Parafraseando a Claude Bernard, Zola

declara: "Nosotros los novelistas somos los jueces de

instrucción de los hombres y sus pasiones". En los

periódicos sonarán mucho las contiendas entre críticos

en que Zola participará con ardor, aunque se encuentre

un tanto protegido por su nueva celebridad.

Este reconocimiento oficial hará que vengan a buscarlo

los amigos y partidarios del capitán Dreyfus, y Zola,

La taverne du Bagne y la fiesta de Montmartre, por Félix Buhot

obedeciendo a sus convicciones éticas, no se echará atrás.

Publica en el periódico L'Aurore, dirigido por Georges

Clémenceau, su famosa carta abierta al presidente de la

República (13 de enero de 1898) con el título provocador

de "Yo acuso", con objeto de denunciar la razón de estado

y el antisemitismo, coronando de este modo una existencia

por entero dedicada a la defensa de sus ideas contra los

poderes constituidos, políticos, sociales o culturales. Este

valor le merecerá además un año de exilio y odios tenaces.

Su muerte accidental por asfixia, en la noche del 28 al

29 de septiembre de 1902, tal vez se debiera a la maldad:

la hipótesis criminal demuestra, si cabe, hasta qué punto

el caso Dreyfus trastornó a la sociedad francesa y pone

de realce la valentía de Émile Zola en defensa de la verdad.

2] El antropólogo apasionado del siglo xix

Muy pronto, Zola aparece como un hombre de ciencia

extraviado en la literatura. A este respecto, pertenece

verdaderamente a ese sig lo xix fasc inado por la

industrialización naciente y el desarrollo de las ciencias.

Ya se ha notado que Claude Bernard le proporciona un

zócalo experimental que se esmera en adaptar a la

creación literaria. A Hipólito Taine le va a pedir prestadas

dos ideas clave para la arquitectura global de su obra: el

influjo de la herencia y el del medio, que supuestamente

explican los fenómenos sociales. Los personajes de la

saga de Los Rougon-Macquart serán predeterminados

doblemente y las novelas lo ilustrarán. Por lo demás, el

final del siglo se sitúa bajo los auspicios de la teoría de

los tres estados de Auguste Comte: Zola en ocasiones se

inspirará en ella, dejando traslucir su admiración positivista

hacia la era de la técnica y del progreso.

"La literatura tomará cada vez más el aspecto de la

ciencia", decía Flaubert anteriormente, y Zola se inscribirá

en esa línea al sacralizar la observación de los hechos

humanos, los cuales "no son cosas" sino realidades

mudables que deben ser captadas en su fluidez y fijadas

por un procedimiento reflexivo y "cientí f ico". Esta

preocupación por el detalle verdadero, el documento

revelador, va a llevar a Zola a acumular montañas de

apuntes, hechos de observación, croquis, planos,

escorzos, como fase de preparación para la realización

de una novela, al modo de un pintor que realiza bosquejos

o de un director de cine que procede a prefilmaciones.

Zola, etnógrafo contemporáneo, reconoce el terreno,

interroga a banqueros, hace el trayecto París-Mantes en

una locomotora para impregnarse del medio, baja a las

minas de Anzin, recorre los estantes del Bon Marché con

el lápiz en mano, hace un viaje a Beauce para conocer

sus campesinos. Consciente de la importancia del entorno,

parte de lo cotidiano, de la realidad individual cualquiera

que sea, para poner de realce el amor a la tierra, las

pulsiones del cuerpo, el afán del dinero, los mitos,

prohibiciones y tabúes. El reportaje de ese bulímico de la

mirada sobre los Grandes Almacenes ocupa un espacio

cinco veces mayor (publicación en los Cuadernos de

investigación en 1989) que la novela a la cual dará vida:

El paraíso de las damas. Goloso de las cosas vistas u

oídas, acumula los detalles típicos que remiten a las reglas

y apremios del juego social que él escenifica de este modo.

Practica la entrevista avanf la lettre interrogando a

campesinos, mujeres galantes, obreros, empleados,

venteros, pintores, soldados; entra en la intimidad de los

medios, de la Goutte d'Or a la Plaza de Abastos, de la

Bolsa a la Ópera, del Teatro de las Variedades a los barrios

burgueses de Passy, sin ocultar nada de las grandezas y

vilezas. Sus veinte años de observación, servidos por un

buen sentido del análisis y síntesis y un espíritu de sistema

muy desarrollado, harán de él el mejor sociólogo o

antropólogo de la Francia del siglo χιχ o un excelente historiador de las mentalidades avant la lettre. Su tendencia a organizar en grandes series y en ciclos procede de sus convicciones científicas: Los Rougon-Macquart apuntan a ser la historia natural y social de una familia en todos sus componentes y, más allá, el reflejo del Segundo Imperio y de la Tercera República.

3] El novelista de Imaginación desbocada Afortunadamente, este espíritu sistemático de sociólogo o teórico mecanicista cede ante la índole apasionada y

ardiente del creador que muy pronto va a rebasar sus propias teorías para dar rienda suelta a su imaginación.

Hecho el trabajo preparatorio, el espíritu creador cobra sus derechos y aniquila al cientismo que se hace cascara vacía. "Zola -apunta Elie Faure- no tomó el libro más que como medio de acción. Zola no es un literato, Zola no es un artista: como Homero, como Lucrecio, es una fuerza elemental." Hay, en efecto, en Zola una potencia primitiva que estalla en cada página y da al traste con las hermosas teorías científicas. Lo que se pone de relieve son las pasiones locas o salvajes, los dramas humanos, las identidades secretas. Son numerosas las situaciones paroxísticas y revelan un sentido acusado del dramatismo: las novelas de Zola están marcadas por lo trágico y lo patético. Aunque el narrador finge cierta distancia o indiferencia, se sienten sordos estremecimientos que agitan las páginas: estamos muy lejos de la simple relación sociológica y es dable encontrar en Zola un temperamento romántico volcado a la exaltación, ya sea en lo admirable o en lo grotesco. La evocación de la vida en las minas, la caída de Gervaise y Coupeau, los extravíos de Nana que la llevan a la perdición, los crímenes sórdidos en Teresa Raquin y en La bestia humana, las relaciones de fuerza en el mundo industrial y comercial, la animalidad de los campesinos, todo ello es relatado con una fuerza brutal y primitiva que hace todo lo interesante del novelista Zola que escribe dramas líricos al estilo de Balzac.

Es más: paradójicamente, el "fisiologista social" se deja llevar por el entusiasmo y los arrebatos. Mientras las novelas describen sin ninguna complacencia un universo del Segundo Imperio marcado por la dureza de las relaciones sociales -por lo demás, no hay ningún maniqueísmo en Zola quien pinta las infamias y taras de los de abajo tanto como la voracidad de los burgueses o la vileza de los empleados-, se halla al nivel del estilo una celebración del mundo moderno, una fascinación por la máquina y el hada Electricidad que se hacen mágicas. Incluso las realidades sórdidas o monstruosas quedan transfiguradas por un enfoque a menudo lírico: la mina devoradora se hace un monstruo alucinante y grandioso. Germinal, que deja de ser un reportaje objetivo sobre los caseríos de mineros, es arrebatado por el soplo de la epopeya, la masa de mineros es un personaje completo y el espacio de la mina un sistema de valores simbólicos. El procedimiento de la alegoría (la Plaza de Abastos, brontosaurio de hierro, la locomotora como animal mitológico, el Almacén como pulpo, la tierra encarnación de la fatalidad, el alambique grandioso e inquietante) aleja de la actitud científica del inicio y revela los mecanismos secretos de la vida humana transpuestos en el mito o la epopeya. El mundo de la técnica es magnificado y rechazado a la par, en una mezcla de repulsa y fascinación que define la postura de Zola frente a ese mundo que nace en las convulsiones y los dramas pero que muestra la grandeza del espíritu humano. Así pues, la postura científica de Zola es afortunadamente contrarrestada e incluso aniquilada por una imaginación que se nutre de visiones simbólicas y reminiscencias míticas. Los discípulos de Zola que aplicaban los preceptos del maestro no pasaron a la posteridad: sin duda estarían desprovistos del temperamento poético del huésped de Médan.

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Lorsqu'il se lance dans l'écriture d'un román, Zola a déjá derriére luí plusieurs semaines de travail, matérialisées par un dossier plus ou moins gros selon les cas: des cent douze feuillets de La Fortune des Rougon aux milfe deux cent cinquante de La Debacle, en passant par les six cent vingt-huit du Bonheur des dames ou les neuf cent cinquante-trois de Germinal. On y retrouve toujours les mémes elements : une ébauche, des plans, des fiches pour chaqué personnage,

des croquis releves sur les lieux de Taction, et une multitude de notes documentales, notes de lecture, notes d'enquétes, articles de presse, lettres de correspondents donnant des informations precises - tout cela classé et soigneusement conservé dans des chemises, chacune portant un titre générique. Ce dossier préparatoire constitue les fondements et le matériau du román, mais aussi une preuve de la véracité des descriptions de l'écrivain qui entend faire oeuvre de naturaliste.

Zola s'y référera d'ailleurs pour repondré aux critiques qui l'accusent de noircir complaisamment ses tableaux. En 1880, Zola théorise cette maniere de travailler reposant sur des «notes prises longuement», propre aux «grands romanciers contemporains ι et en dicte les regles dans Le Roman experimental, s'appuyant et tirant argument de ΓIntroduction a l'étude de la médecine experiméntale de Claude Bernard. Mais sous l'apparent dogmatisme, I'objectif principal reste

de«fain reels dai lecteuri humaine le théori le román que Mall evocatoi;' minutieu des Roug poemes ι

ERNESTO DE LA PEÑA

A principios del siglo xx Gustave Lanson, el más eminente

crítico e historiador literario de Francia, escribió lo siguiente

respecto a Émile Zola, tras haber descal i f icado

nadamente sus pretensiones científicas: razoi

SU! s novelas son poemas, pesados y rudos poemas, pero

poemas. Las descripciones son intensas, estallan, aplastan

y se transforman en visiones alucinatorias: el ojo del señor

Zola, o su pluma, deforma y agranda todos los objetos. Lo

que nos ofrece es un sueño monstruoso de la vida, no es la

realidad simplemente transcrita. Su desenfrenada fantasía

anima todas las formas inertes...1

Subraya, al mismo tiempo, que el rebelde escritor tiene

suma habilidad para mover y manejar a las masas, no sin

apuntar que su penetración psicológica es deficiente por

lo que se refiere a los individuos. 2 La escuela que

encabezaba Zola se propone nada menos que ser una

forma prácticamente infalible de estudiar al hombre en

sociedad. En vez de un ismo más, pretende hacer de la

novela una disciplina científica que, para constituirse, se

basa en ciertos postulados que no admiten refutación,

aunque sí matices.

Por esta pretensión, controvertible como pocas, la

escuela naturalista nació bajo el signo del repudio y la

animadversión: tan contradictoria y a regañadientes como

el juicio que se ha citado fue la actitud que, en general, se

observó cuando aparecieron las primeras publicaciones

de Zola, el mayor novelista de esta tendencia. El "proceso"

del naturalismo se redobló y cobró mayores fuerzas cuando

las inevitables escisiones y defecciones lo debilitaron. Zola,

por su parte, no se dejó amilanar. El periodista Louis

Ulbach, que se firmaba Ferragus, habla de una literatura

pútrida, que no merece ser considerada artística y acentúa

la simpatía de los naturalistas por el sesgo sórdido de los

seres humanos. Es, afirma Ferragus, una literatura "que

ce brotar pus de la conciencia".3

1 Histoire de la Httérature francaise, Paris, Librairie Hachette et Ge., 1903, pp. 1061 y ss.

2 Tilda a sus personajes de indigence psycho/ogique, ibidem. 5 Citado en la parte documental de la edición de los Rougon-Macquart

establecida por Colette Becker. Émile Zola, Les Rougon-Macquart. Histoire naturelle et soríale d'une famille sous le Second Empire. Paris, 1991, Robert

nt, vol. 1, pp. 1112a 1120.

Frente a este juicio, rotundo y pasional, debe reflexio­

narse: algo que provoca tales desmanes en los demás,

en el hombre del pueblo, para quien escribía Ferragus, ha

de tener un contenido más hondo que el simple prurito de

escandalizar o suscitar rechazo. En efecto, entre los

naturalistas la escritura reclamó los privilegios de un rigor

que podía ocupar el lugar de lo inmutable, si por tal se

consideran los resultados de la ciencia. Nacida en Balzac

y fomentada magistralmente en Flaubert, invadió las letras

la tarea de escribir y describir casos de relaciones humanas

que podrían servir de modelo, no sólo por la eminencia

que les daba el arte, sino por la verdad que les confería la

observación. No será raro, pues, que algunas narraciones

partan de los llamados faits divers, es decir, las notas

periodísticas que se ocupan preferentemente de lo que

ahora llena la nota roja de los diarios.

La literatura se acercó a lo documental en Madame

Bovary, pero reclamó categoría de testimonio en la

descarnada Germinie Lacerteux, de los Goncourt, y en

Thérése Raquin, del propio Zola. El escritor supone, con

bastante ingenuidad, que su tarea ha trascendido los

excesos del romanticismo para entrar triunfalmente en

los terrenos de una ciencia de lo humano, ciencia cuya

confiabilidad se debe, no a la intuición, sino a la obser­

vancia de las leyes que rigen los fenómenos biológicos y,

de allí, las relaciones personales y sociales. Además,

sostiene en sus primeras obras (Thérése Raquin,

Madeleine Férat) la endeble teoría de la "impregnación",

según la cual toda mujer retiene en sí la imagen del primer

hombre con el que tuvo cualquier relación emocional, al

grado de que sus futuros hijos, aunque sean de otro padre,

tendrán parecido con el primer amador.

Hippolyte Taine, oráculo de la escuela, había proclamado

que "el vicio y la virtud son productos como el vitriolo y el

azúcar".4 Zola, su seguidor, deseoso de objetividad cientí­

fica, se apoya casi a ciegas en el Tratado filosófico y fisio­

lógico de la herencia natural, del doctor Prosper Lucas: el

gran edificio de los Rougon-Macquart se asentará sobre

esta obra,5 aunque el manejo que Zola hace de sus ha­

llazgos es, para decir lo menos, sumamente imaginativo y

* Otra tesis de Taine decía: Se puede considerar al hombre como un animal de especie superior, que produce filosofías y poemas aproximadamente como los gusanos de seda hacen sus capullos y las abejas sus colmenas

ZOLA Y LA QUERELLA

DEL NATURALISMO

Zola hacia 1890

Biblioteca de México

libre, pese a su confianza en el acierto general ae las

leyes de transmisión de aptitudes y deficiencias.

Pero para observar mejor el gran arco que traza la escuela

naturalista en las letras francesas es necesario hacer algunas

precisiones: podría decirse que, al revés de lo habitual, la

nueva tendencia tiene un acta de nacimiento, aunque sería

mejor decir que de confirmación: la cena celebrada en el

restaurante Trapp el lunes 16 de abril de 1877, con asistencia

de Joris-Karl Huysmans, Henry Céard, Léon Hennique, Paul

Alexis, Octave Mirbeau, Guy de Maupassant y, como líderes

de partido, Raubert, Edmond de Goncourt y Zola.6

El propósito de este último, enunciado en el subtítulo

de la serie de los Rougon-Macquart, fue reseñar cómo fue

la vida de una familia en tiempos del Segundo Imperio.

Pero hace dos puntualizaciones, cruciales para sus fines.

Se trata de una historia natural y social, esto es, el hombre

contemplado en una perspectiva que une lo íntimo

(concebido como resultado previsible de los factores

hereditarios) y lo plural: es la célula humana (estoy seguro

de que este símil le habría encantado) que, según las

;s que le han sido imbuidas, se desplaza en medio de

ejido social, con la salvedad de que la célula no es

la estructura simple, sino una compleja trama de

pulsiones e impulsos que encontrarán diferentes impe­

dimentos, apoyos y reacciones en el cuerpo social. Con

visión certera se da cuenta de la nueva tendencia de la

sociedad: "Lo característico del movimiento moderno es

el atropello de todas las ambiciones, el advenimiento de

todas las clases. Mi novela habría sido imposible antes

del 89..." Para llevar a cabo su propósito, Zola cuenta

con lo que los Goncourt observaron en el joven recién

llegado a las letras: "una nota de voluntad acre y energía

rabiosa."7

ι formulación de su hipótesis de trabajo es clara, tajante: Laf

Balzac dice que la idea de su Comedia le vino al comparar la

humanidad y la animalidad. [Un tipo único transformado por

los medios]:" así como hay leones, perros, lobos, hay artistas,

administradores, abogados, etc. Pero Balzac observa que

su zoología humana debería ser más complicada, pues tenía

que adoptar una forma triple: los hombres, las mujeres y las

cosas.. . 9 Mi obra será menos social que científica... Su

trasfondo será otra cosa, de ámbito más limitado. No quiero

pintar a la sociedad contemporánea, sino a una sola familia,

donde se muestre el juego de la raza modificada por el medio.

Si acepto un marco histórico es únicamente para contar con

un medio que reaccione: así, pues, el oficio, el lugar de

residencia, son medios. Lo que más me interesa es ser

puramente naturalista, puramente fisiólogo. En lugar de tener

5 El influjo de Lucas no se limita a lo literario: Darwin lo mendona varias veces en su obra The Variation of Animals and Plants under Domestication. A pesar de esto, su nombre ha quedado confinado a un sector de especialistas y, me atrevo a dear, de historiadores del fenómeno de la herencia. Por ende, su importancia mayor estriba en las repercusiones que sus teorfas tuvieron en el gran escritor.

6 Edmond et Jules de Goncourt Journal, II (1866-1886), p. 736. Paris, Robert Laffont 1989.

7 Journal, 14 de diciembre de 1868. 8 Es tesis del gran naturalista Geoffroy Saint-Hilaire. (Naturalista debe

entenderse aquí como estudioso de la naturaleza, no como miembro de la escuela de ese nombre.)

En este caso los puntos suspensivos indican supresiones de texto.

Ρ Λ. tJc* c C

« Λ * * * * *

principios (la realeza, el catolicismo) tendré leyes (la herencia,

lo innato). No quiero, como Balzac, formular una decisión

sobre el porvenir de los hombres, ser político, filósofo,

moralista. Me satisfaré con ser sabio, decir lo que se

encuentra al indagar las razones íntimas. Por lo demás, no

habrá conclusión alguna. Una simple exposición de los hechos

de una familia, que muestre el mecanismo interior que la

hace actuar. Acepto, incluso, la excepción. 1 0

La imbricación histórica y topográfica de la serie de los

Rougon-Macquart tiene ciertas coincidencias que hacen

reflexionar en la justeza de los propósitos de Zola y las

conclusiones que extrajo de ellos: si, en efecto, las cosas,

el medio, han de tener tan grande influencia en los seres

humanos, las ciudades, entes Indefinibles en que nace,

actúa y muere, deben estar en una relación múltiple con

ellos. Así, por ejemplo, el París del barón Haussmann, el

del Segundo Imperio, se ha ido formando poco antes de la

aparición de la primera novela del ciclo (La fortune des

Rougon), que data de 1871, el año en que, desplomado el

ejército de Napoleón ill tras las derrotas de Metz y Sedán,

se yergue, con rostro fratricida y terrible, la Francia de Thiers.

Pero esa ciudad capital ha sido edificada amorosa,

controvertidamente, de 1853 a 1870, es decir, durante los

años de maduración de Zola, que van de los trece a los

treinta. El eco muy claro de estos trabajos urbanos se

escucha en La curée, segundo vitral de esta iglesia laica y

maldiciente, no sin haber recorrido previamente las páginas

de la primera novela, La conquéte de Plassans. Y lo mismo

ocurrirá en el resto de los Rougon-Macquart.

' Differences entre Balzac et moi.

Fotografía del álbum familiar. Zola tomando la siesta en Médan con su perro Pinpln I. el 20 de septiembre de 1895.

La preparación técnica de Zola, antes de llegar a su

monumental creación, es pertinente. Tras un período de

periodismo (cuya finalidad principal, aparte de la carga

política, es la subsistencia), el escritor publica en 1867

su primera obra importante, Thérése Raquin, que se podría

tomar como su carta de presentación en la nueva

concepción de lo literario. Teresa y su amante y su

desesperada y sórdida historia, que culmina en una suerte

de suicidio a cuatro manos, es como un manifiesto de la

sordidez con que los nuevos escritores expondrán las

relaciones humanas, desviadas en este caso por una

pasión erótica que se inició bajo los auspicios del sexo. El

análisis de la degradación que sufre el instinto amoroso

en los dos amantes puede compararse con el progresivo

hundimiento moral de Germinie Lacerteux en la novela

homónima de los Goncourt, jefes de fila del naturalismo

y, en cierta medida, maestros de nuestro autor.

Pero este inmenso ciclo novelístico nace del empeño

fundamental de Zola: estudiar in vitro las leyes de la herencia

que había aprendido de sus lecturas febriles del doctor

Lucas. La familia que da nombre a las novelas está presidida

por una mujer del pueblo, Adelaide Fouque, llamada la tía

Dide, de cuyas inclinaciones y proclividades vendrá al mundo

una estirpe en cuyos miembros el autor irá combinando las

diversas posibilidades que le ofrece la libre mezcla de

posibilidades hereditarias y que le propone una bien nutrida

gama de rasgos de carácter. La madre y fundadora de los

Rougon-Macquart muere loca tras enviudar de Theodore

Rougon (dos hijos) y tener un amante, Macquart, que

también la fecunda. De estas dos uniones descenderán

los héroes de Zola. Muy en consonancia con las teorías

psicológicas a la moda, el novelista ve en esta mujer un

caso extremo de histeria que se manifiesta, entre otros

fenómenos, en una obediencia ciega a las pasiones que I

induce su utérus déchamé.11 En su descendencia s

alinearán genios y dementes al lado de santos y criminales.

El tapiz novelístico no parece detenerse en ningún momento

y Zola sabe entretejer lo con espec ia l habi l idad

Precisamente esta formulación, este esquematismo

fecundo, fueron y siguen siendo objeto de las censuras

más válidas a los personajes que, en algunos casos, se

acercan notablemente a clisés preconcebidos para llenar

huecos en la tabulatura teórica de las novelas y dejan a un

lado sus verdaderos, posibles, rasgos humanos.

Sin embargo, Zola supo sacar el mejor partido posibl

de sus planes de trabajo, pese a que delineó sus ir

tenciones por anticipado con una precisión que se antoj

a veces excesiva, como si el perfil conductual de los seres

humanos obedeciera a esquemas trazados sobre el papel

Este reproche, que le hizo Lanson, parece haber dado en

el blanco. En cambio, la critica de Ferdinand Brunetiére, 1 2

su más acerbo enemigo, que reprobaba que Zola (en

especial, aunque los demás novelistas de esta tendencia

no escaparon a sus pullas) no supiera extraer de la

realidad, punto de partida de toda actividad artística, nada

que revelara una emoción o un grado, aunque fuese

mínimo, de participación emotiva en el destino de sus

personajes, produce la impresión de no haber tenido la

imparcialidad suficiente para penetraren la tesis que anima

1 1 (Útero desencadenado). La histeria estaba entonces a la orden del día

El propio Freud estudió numerosos casos de este padecimiento, iluminado

inicíalmente por las orientaciones de Charcot y más tarde por su propio genio. 1 2 Véase, sobre todo, en Le román naturoliste, el capitulo Les origines du

román naturaliste.

Fotografía del álbum familiar. Zola en Médan

al artículo que Zola publicó en 1880, Le román experi­

mental. Brunetiére ponía de ejemplo, como a regaña­

dientes, las novelas de George Eliot, donde se percibe

con claridad un propósito moral en calculado desacuerdo

con los hábitos del siglo xix. Zola, por su parte, sostiene

el credo de la verdad, aunque ofenda y escandalice. Sin

negar que se apoya en Claude Bernard,1 3 el eximio médico

positivista, afirma que el artista ha de ser, no sólo

observador, sino experimentador que luche por demostrar

el acierto de sus observaciones:

Mostramos la mecánica de lo útil y de lo dañino, apartamos el

determinismo de los fenómenos humanos y sociales para que

un día se puedan dominar y dirigir estos fenómenos. En una

palabra, trabajamos junto con todo el siglo en la magna obra que

es la conquista de la naturaleza, potencia decuplicada del

hombre."

La polémica se acalló, como todo en la vida, después de

que las diversas partes se solazaron atacando a los

contrincantes. Hoy, cuando el mundo vuelve los ojos a otros

horizontes y los linderos de la ciencia alcanzan, cada día

con mayor tino, hasta los resortes genéticos del

comportamiento, la obra de Zola, sobre todo sus postu­

lados, podrían parecer agotados. Nada, sin embargo, puede

objetarse a determinadas novelas magistrales, como

L'assommoir, Nana, Germinal y La béte humaine. Zola vuelca

su atención sobre los desposeídos, pero a diferencia de

Hugo, que entona endechas sobre su suerte, elevándolos

15 Introduction ά Ια médecine experiméntale.

" Le román experimental.

líricamente y dándoles perfiles de dudosa verosimilitud, Zola

penetra en sus más profundas motivaciones, cala en su

lenguaje, suda en sus trabajos y maldice junto con ellos su

ignorancia y sus fracasos. Si en Dickens encontramos, por

otra parte, un patetismo que a veces nos hace sonreír y

poner en entredicho la posibilidad de tantas situaciones

extremas y observamos una especie de código ético dual,

en que los buenos son muy buenos y los malos

impecablemente malos, en Zola vamos a toparnos con

observaciones de primera mano que llegan, en algunas

ocasiones, a lo servil en su empeño de veracidad.

Pese al propósito general, al plan del naturalismo, Zola

desborda las propias fronteras que se ha impuesto. Hay

momentos, numerosos por cierto, en que su prosa queda

sometida por la fantasía, el lirismo y el olvido, aunque sea

transitorio, de los dictados de la realidad. Se eleva entonces

a una exaltación de la pasión más honda del ser humano,

el amor, y sabe dar con las palabras más precisas para

delinear sus contornos, en especial cuando nace y germina

en los jóvenes. No menor emoción lírica puede encontrarse

en algunos momentos en que describe, con rigor, otras

pasiones de signo diverso, negativo. Muchos de sus

reclamos sociales, de su lucha por las reivindicaciones y

por la equidad de los desposeídos, tienen acentos y

elocuencia tan literariamente efectivos que su validez

intrínseca penetra en el coto cerrado de las letras.

Creador de la novela social de garra, muchos de sus

escritos tienen hoy la misma frescura, la misma vigencia

que cuando vieron la luz, hace más de cien años. En

determinados momentos, frecuentes también, ciertos

pasajes de sus novelas hacen digna compañía a su grito

en busca de justicia, el ¡Yo acuso!

JOSÉ DE LA COLINA

La sinfonía de lo&quesos

1] "Mis Rougons y mis Macquarts son apetitos. En El vientre de París, los de la rama de los Macquart son apetito san­guíneo de las bellas legumbres y de los cuartos de carne cruda." Esto anota Zola para emprender un vasto ciclo novelístico sobre las clases sociales de Francia tras el golpe de estado de Luis Napoleón Bonaparte en 1851: Los Rougon-Macquart. El ciclo, subtitulado "Historia natural y social de una familia en el Segundo Imperio", tendrá mil doscientos personajes pululantes en veinte novelas, · la tercera de las cuales, El vientre de París, desplegará el tema de la burguesía francesa expandiéndose, ingiriendo y ru­miando, digiriendo los alimentos terrestres como un colectivo animal autocom-placíente que, al amparo del Imperio, se dedica a redondearse la panza y a protegerse de los gérmenes de rebeldía de las clases por debajo de ella. Es la novela de la guerra de les Gras, los Gordos, contra les Maigres, los Ráeos.

El vientre de París tiene una trama relativamente sencilla: Florent, soñador inofensivo, detenido por error durante los días siguientes al 21 de diciembre de 1851,1 se evade del penal de Cayena y tras haber pasado por duras peripecias llega a París, donde encuentra a su medio hermano Quenu, a quien, tras la muerte de la madre, ha cuidado y dado educación a costa de renunciar a sus propios estudios. Quenu y su esposa, la bella y gorda Lisa Macquart, son ahora dueños de una charcutería enfrente de Les Halles y consiguen para Florent el puesto de inspector de alimentos en un pabellón del mercado. Pero, incómodo entre los montones de alimentos y en el mundo de los Gordos, el Flaco Florent pronto retorna a las quimeras de una sociedad más justa y amorosa que había alzado en sus tiempos de miseria. Cada noche,

'En ios que Luis Napoleón reprimió duramente a veinte mil franceses, de los cuales diez mil fueron deportados a Argelia.

en el café Lebigre, anima una pequeña sociedad secreta (en la que muchos miembros, sin que él lo sepa, son chi­vatos de la policía) para realizar una ingenua insurrección contra el régimen imperial. Denunciado por su misma cuñada, que ve en él una amenaza para la familia, para los Gordos, es nue­vamente detenido y enviado a los calabozos de Cayena, con lo cual el barrio recobrará su tranquilidad autocompla-ciente de gran almacén nutridor de París.

Zola parece haberse interesado, más que en narrar la trama (que es algo simple y lenta), en "pintar" el escenario: el gran mercado alimentario parisino de Les Halles, en el que desarrollará la desigual lucha de los Gordos contra los ñacos. La actualidad reavivaba en Zola la atracción ya desde hacía tiempo existente por el universo a la vez real y fantástico de ese centro nutricio (en sentido estricto) de la ciudad en que los grandes Gordos del Imperio habían aplastado a la Comuna, la rebelión de los Flacos.

2] El aplastamiento de la Comuna por el poder imperial había desatado ríos de sangre y hecho una carnicería en la población trabajadora. Zola, sintiendo que la Historia se había vuelto trágica, agobiante, quería interpretarla desde los puntos de vista social y moral. En El vientre de París, Les Halles, el cerrado paisaje del gran mercado metropolitano con sus elegantes pabellones de hierro y cristal diseñados por Baltard,2 se desplegará en un episodio "gastro­nómico" de la epopeya social en estilo "naturalista": esa guerra de les Gras y les Maigres. El novelista sentía fascinación y a la vez rechazo ante la orgía de la nutrición, ante la obscenidad de los apetitos desmedidos, el libertinaje de la

2 Victor Baltard (1805-1874), arquitecto francés. Fue uno de los primeros en utilizar las estructuras de hierro y cristal, como en Les Halles y en la iglesia Saint-Agustín, de París.

comilona, la exaltación de la naturaleza material espléndida y repugnante y la celebración del rito cotidiano de la preparación e ingestión de alimentos. Todo ello, a la vez que suscitaba la pesquisa "naturalista", tocaba la fibra poética del prosista, que bajo la ambición de la novela documental conservaba el amor a la prosa lírica de los románticos y la lealtad al detalle justo y "artista", aprendido en Madame Bovary y en Un corazón sencillo, de su maestro Flaubert.

La novela asocia el espacio de Les Halles, el "vientre", a un personaje que lo simboliza, un eje en torno al cual giran los otros: la gorda y bella charcutiera Lisa, cuñada de Florent. El soñador rebelde (es decir soñador de la rebeldía y la liberación social), surge desde las primeras pági­nas, y su mera presencia como cuerpo extraño en el orden mercantil y social, representado por la bella y gorda charcu­tiera, es sentida como una amenaza. Apenas detectado, el socialista utópico deberá ser expulsado del "vientre". Y ése es el argumento esencial de la novela.

Así planteado el germen de la intriga, sirve en realidad para cumplir una de las misiones de la novela zoliana: la des­cripción de una gran "tajada de vida". De este modo la ficción y el reportaje se funden, se confunden: la escritura combi­na el argumento casi policiaco y la explo­ración de un lugar, de un medio-ambiente, para que se reflejen mutuamente. En El vientre de París, diría Ortega y Gasset, cada personaje es "él y su circunstancia".

En principio Zola, como"novelista científico", quiere transcribir a la prosa la materialidad de lo real. Bajo la aérea arquitectura de hierro y cristal de los pabellones de Baltard, las vituallas acumuladas integran una enorme masa variada, colorida, densa, tangible, co­mestible, paladeable. Es un mundo pletórico: el de los alimentos terrestres, el de la materia destinada a alimentar y sustentar y reproducir la vida. La acu­mulación de víveres se traducirá en

acumulación metafórica de la prosa

; detallista, metaforizada a su vez. El flaco

• Rorent sentirá náusea ante esa excesiva

profusión, esa inmensa oferta a los ape­

titos, y tal repugnancia contrastará con

la pasión de Zola, que, devora golosa-

I mente tan abigarrada y densa materia y

la convierte en prosa narrativa y sobre

todo descriptiva, la distribuye generosa­

mente en grandes trozos como poemas

en prosa.

¿Poemas? No es justo reducir esta obra

a un documentalismo a ras de las cosas, ni

a una serie de "arias de bravura" destinadas

a ser fragmentos ilustres de prosa francesa

en los manuales de los liceos. Descrito,

"pintado", casi diríamos "retratado" desde

todos los puntos de vista y a través de todos

los sentidos, el mercado de Les Halles,

como "una ciudad tumultuosa tras una

cortina de flotante polvo dorado", ha

fascinado y desatado la vocación lírica de

Zola. El escritor amigo de los pintores, el

defensor de la controvertida escuela

pictórica impresionista, privilegia con su

escritura las anotaciones de luz, de color,

de ambiente, de detalle. No se trata sólo de

mostrar, de "documentar", sino además de

sugerir y sorprender, de maravillar, y en

ocasiones la narración adquiere un aura de

alucinación y el gran mercado se convierte

en un espacio fantástico. Ya desde el

comienzo, cuando los vendedores con sus

carretas desbordantes de mercancía nutricia

dando tumbos por las calles confluyentes

llegan al mercado en el alba inaugural, Zola,

narrador-descriptor, nos envuelve en una

atmósfera de misterio novelesco: "En medio

del gran silencio y en el desierto de la

avenida, las carretas de los hortelanos iban

hacia París, con los traqueteos ritmados de

las ruedas, cuyos ecos golpeaban las

fachadas de las casas dormidas en las dos

orillas tras las líneas confusas de los olmos."

En Les Halles, el inmenso despliegue de la

mercancía en los pabellones produce "la

visión vaga de una costa del mar, con las

aguas muertas y pizarrosas de una

ensenada apenas estremecida por el oleaje

lejano de la muchedumbre". Y en un locus

crucial de la novela, en la tienda de quesos

en que se desarrolla la murmuración de un

trío de pécoras, esos susurros malignos se

mezclan con los diversos olores de los

quesos en una especie de delirio anestésico

y en un controlado delirio de la prosa. Este

contrapunto es parecido a aquel, famoso,

que entreteje la realidad grosera y el

"romance" en Madame Bovary, de Flaubert,

en el capítulo en que en el flirt verbal de

Emma y su mediocre galán provinciano se

entrometen los pregones y regateos de los

comicios agrícolas celebrados en la plaza.

3] A ese capítulo quinto y penúltimo

de El vientre de París se le suele llamar

*la sinfonía de los quesos". En un par de

páginas el catálogo de nombres o marcas

de quesos gira hacia el poema en prosa

en la medida en que la fermentación de

éstos, cada vez más fétida, es como una

triunfal metáfora central que a través de

la venenosa conversación de tres pécoras

expresa la fermentación del odio de la

comunidad Gorda hacia el Flaco:

A l r e d e d o r de e l l as , los q u e s o s

a p e s t a b a n . Al f o n d o , sobre las dos

estanterías de la t ienda, se alineaban

e n o r m e s pe l las de man tequ i l l a ; las

mantequillas de Bretaña, desbordaban de

los cestos; las de Normandía, envueltas en

tela, sugerían esbozados vientres de yeso

que un escultor hubiera cubierto con trapos

mojados; otras pellas, talladas por los largos

cuchillos en acant i lados a pico y res­

quebrajados, eran como desprendidas

cimas doradas por la palidez de una tarde

de otoño. Sobre el mostrador de mármol

rojo veteado de gris, cestos de huevos

ponían una blancura de cal; y en cajas y

sobre lechos de paja, quesos cilindricos

posados en hilera, gournays alineados como

medallas, formaban estratos más sombríos,

manchados de tonos verdes. Pero sobre

todo era en el mostrador donde los quesos

se apilaban. Allí, al lado de los rollos de

mantequilla en hojas de acelga, se alargaba

un cantal gigante, como hendido a hacha­

zos; luego venían un Chester, color de oro,

un gruyere, parecido a una rueda caída de

cualquier carro bárbaro, holandas redondos

como cabezas cortadas, embadurnados de

sangre seca, con esa dureza de cráneo

hueco por la que se les nombra "calaveras".

Un parmesano, en medio de esa pesadez

de pasta cocida, añadía su punta de aroma.

Tres feries, en planchas redondas, tenían

melancolías de lunas apagadas; dos, muy

secos, estaban en su plenitud, y el tercero,

hendido, se vaciaba de una crema blanca,

expandida en charco, que roía las delgadas

planchetas con las cuales, en vano, se había

intentado contenerlo. Port-saluts parecidos

a discos antiguos mostraban en exergo el

nombre impreso de los fabricantes. Un

romatour vestido de papel metálico parecía

una soñada barra de nougat, un queso

azucarado y extraviado entre aquellas

fermentaciones agrias. Los roqueforts,

también ellos bajo campanas de cristal,

tenían mohines principescos, caras

marmóreas y grasas, veteadas de azul y

amarillo, como atacados por una enfer­

medad vergonzosa de gente rica que hubiera

comido demasiadas trufas; mientras, en un

plato al lado, quesos de cabra, gruesos

como un puño de niño, duros y grisáceos,

recordaban los guijarros que los chivos

conductores del tropel hacen rodar en los

codos de ios senderos pedregosos.

Entonces comenzaban los hedores: los

mont-d'or, en amarillo claro, apestando con

un olor dulzón; los íroyes, muy espesos,

marchitos en los bordes, de aderezo muy

fuerte, aportando una fetidez de cava

húmeda; los camembert, de un olor de

vianda ya manida; los neufchátel, los

limbourg, los marolles, los pont-l'évéque,

cuadrados, poniendo cada uno su nota

aguda y particular en esta frase ruda hasta

la náusea; los livarot, teñidos de rojo,

terribles en la garganta como un vapor de

azufre; luego, en fin, por encima de todos

los otros, los Oliver, envueltos en hojas de

nogal, como esas carroñas cubiertas de

ramas por los campesinos y humeantes bajo

el sol a la orilla de un campo. El cálido

atardecer había ablandado los quesos; los

mohos de las cortezas se derretían, se

barnizaban con tonos ricos de cobre rojo y

de verde parduzco, como heridas mal

cicatrizadas; bajo las hojas de roble, un

soplo levantaba la piel de los Oliver, que latía

como un pecho con un aliento lento y grueso

de hombre dormido; una oleada de vida

había agujerado un livarot, engendrando en

esa grieta un pueblo de gusanos. Y tras las

balanzas, en su cajita, un geromé anisado

esparcía tal infección que habían caído

moscas en la cajita y sobre ei mármol rojo

veteado de gris.

Y, cuando alcanza su apoteosis la

murmuración infame de las tres mujeres,

a las cuales les sentimos una calidad

mítica de brujas shakespearianas, Zola

da el acorde final de la symphonie des

fromages:

El sol oblicuo entraba bajo el pabellón, los

quesos apestaban más fuerte. En ese

momento dominaba el marolles: lanzaba

bocanadas poderosas en el espesor de

las pellas de mantequilla. Luego, el viento

pareció cambiar de o r i e n t a c i ó n , y,

bruscamente, hacia las tres mujeres

l legaron ráfagas de limbourg, agrias y

amargas, como sopladas desde gargantas

de agonizantes.3

4] Reportero y a la vez novelista, Zola

se revela como un precursor de la

modernidad literaria (p iénsese, por

ejemplo, en las actuales fórmulas de la

"novela sin ficción"). Con todo ese tramado

de reportaje documental e imaginación

novelesca, con sus inventarios y sus

descripciones, que son verdaderas series

de pinturas impresionistas transcritas a la

escritura y luego "bordadas" sobre el tema

de la confrontación de los infranutridos y

los supranutridos: los Ráeos y los Gordos,

el novelista había logrado una nueva forma

de novela. En las abigarradas páginas de

El vientre de París, los palacetes de la

nutrición, Les Halles, le motivaron una

epopeya sensua l , un delir io de los

alimentos terrestres, una ensoñación de

la materia (en el sentido bachelardiano),

que hoy, muerta la teoría de la "novela

científica", dejan traslucir una briosa vida

poética.

3 La traducción de estos párrafos es mía. (J. de la C.)

EMMANUEL CARBALLO

ÉMI LE ZOLA, UNA VISIÓN PESIMISTA

DE LA NATURALEZA HUMANA

u n m i c r o c o s m e s o c i a L'IMMEUBLE PARISIÉN?

_

tans te projet d 'enquéte, préalable erige avant tes grands travaux Ma¡s le fossé est désormais la demarche romanesque de Zola, haussmann.ens. est lo pendant davantage horizontal que vert ical :

habitat occupe une place privilégiée de ta maison ouvr iére de . if se creuse entre la belle facade sur omme révéíateur des différents l 'Assornmoír. Le romancier revele rue de ta bonne société dont mondes · . Au « log is des pauvres » ce qui se passe derriere « t e s befles les appartements. uni formisés. e L 'Assornmoír répond r ímmeuble portes d'acajou tutsant » , se ressembtent tous et celfe ourgeois de Pot-Boutfte. fhdte l la « pot bouüie » de ta petite de t 'arriére cour , § puits étroit * oú se articutier des r iches spéculateurs bourgeoisie, la cuisine de tous etéversent toutes tes rancceurs de la e la píame Monceau {La Curée) ou fes fours (emblement louche et domestic***. Les c lasses popufaires i maison boorgeoise avec jardín a menteuse sous son apparente ont en effet deserté íes t beaux assy [Uno page d amour), bonhomie · . Zola passe au vitr iol quart iers * de l 'Oueet parisién ι mansarde pour rétudiant les tares et défauts de la petite (Opera , plaine Monceau} pour ésargenté ou I'ouvrier aux abois bourgeo.síe, á travers quelques íes < faubourgs » {la Gout te -d 'Or ) ou Le Ventre de Paris). personnages, archetypes cte leur la bantieue {plaine Saint-Dents), avec laison bourgeoise de quatre étages c lasse. comme t'arcftitecte leurs const ruct ions rnassives et ouvellement bátte sur la rue de Campardon ου le consesJMsf de mauvaise quatité. hotseu!, l'immeubJe de Pot-Bout/ie. Ouveyr ier .

2 4 Biblioteca de México

. Λ1

lM c u i s i n e i U ' l o n s l e s j o u r s t e n i h l e i i i e n l l o t i e h e

•ol-Hoiiillt; IKX2 ;

Émile Zola (1840-1902) es uno de los novelistas más

laboriosos de las letras universales. Cada una de sus obras

se sustenta en la recopilación prolija de documentos

(geográficos, arquitectónicos, h istór icos), datos

proporcionados por autoridades en las materias que tratan

sus historias y observaciones propias acerca de los

personajes en proceso de creación y de los medios físico

y social en que éstos se mueven.

La materia prima de cada una de sus novelas, ordenada

en precisos compartimentos, se distribuía generalmente

en cinco carpetas voluminosas. Ellas son, según cuenta

Alexandre Zévaes, las siguientes: la de esbozos (elección

de un Rougon o un Macquart,

personaje del que se desprende la

anécdota a contar y la idea filosófica

que, por medios experimentales,

trata de exponer), la de personajes

(en la que consigna edad, estado,

antecedentes, costumbres, carácter

y temperamento de sus seres de

papel y se responde, respecto a

ellos, varias preguntas capitales:

¿quiénes son?, ¿de dónde vienen?);

la de notas de ambiente; la de notas

extraídas de obras de consulta o que

le eran comunicadas por amigos

especialistas; y, por último, la que

contenía los sucesivos planes de

trabajo, del inicial al definitivo.

Éste, dueño o gerente de capitales dilatados, ejerce

poderosa hegemonía entre sus competidores de recursos

insuficientes: los empuja no sólo a la quiebra sino también

al decaimiento e, incluso, al suicidio deseado y planeado

con deleite y sapiencia.

Las vidas que comparecen en esta obra son, fatalmente,

víctimas alegres o tristes de las leyes de la herencia, de

su propio temperamento y del medio social y económico a

que pertenecen. La libertad se reduce, para ellos, a elegir

la hora de la comida, de su descanso o de sus sencillos

placeres diarios.

Las novelas de Zola son hoy día más nuevas de lo que

fueron en el pasado inmediato. La

imparcialidad a que éste aspiraba la

confundimos, en ocasiones, con la

objetividad que preconizan los

conductistas. Su concepción de la

novela como generosos actos de

servicio aún no caduca. Los que

practican el arte gratuito temen que

será lastre del tamaño de varios

siglos.

La dicha de las damas, también

traducida como Al placer de las damas, ilustra el método

concienzudo de trabajo del autor de La taberna. En dos

legajos que suman 627 páginas (la edición en lengua

española alcanza apenas las 606), Zola esboza la

arquitectura general de la obra, detalla el desarrollo de

cada uno de los capítulos, estudia a los personajes y

recoge datos de toda índole sobre los planos de

construcción y el funcionamiento de los grandes almacenes

parisienses. (La manera de ser y actuar de los empleados

que en ellos trabajan no escapa a su curiosidad inquisitiva.)

El paso siguiente, de la observación a la experimentación,

permite a Zola dejar atrás el realismo y convertirse en

naturalista.

La dicha de las damas, fechada en 1883, forma parte

de uno de los ciclos de mayor significación en la historia

de la novela, Los Rougon-Macquart, especie de historia

natural y social de una familia durante el Segundo Imperio.

En ella Zola estudia, desde dentro y en forma morosa, la

trasformación que ha sufrido el comercio.

Los verdaderos personajes de esta novela no son seres

sino formas de actividad económica. Al desarrollo de la

industria corresponden, en el comercio, nuevas maneras

de enseñar y vender las mercancías. El comerciante en

pequeño, al igual que el artesano frente a la gran industria,

es desplazado por el comerciante mayorista y acaparador.

* Del libro en preparación Diario público, 1966-1968.

Caricatura de André Gill aparecida en L'Éclipse. 1876

Germinal, uno de los momentos más

significativos de Los Rougon-

Macquart, apareció por vez primera

en folletón de noviembre de 1884 a

febrero de 1885. En la advertencia

preliminar, escrita quizá por el propio

autor, se lee: "Esta vez Zola aborda

directamente la cuestión social, el

problema del capital y el trabajo, que constituye la terrible

amenaza de este fin de siglo." Es esta la primera novela en

que, específicamente, se concede importancia de

protagonistas a los obreros: a los obreros vistos como clase

social. Zola contrapone sus intereses, su modo de vida

miserable a los privilegios de que gozan los dueños de las

minas, y que se acrecientan de generación en generación.

Germinal es, asimismo, la primera obra narrativa que

describe el proceso íntegro de una huelga. La "literatura

populista", la "literatura proletaria" arranca de este libro. A

raíz de su aparición, se propagan dos palabras que pronto

adquirirán belicosidad de consigna: arte social.

Se ha dicho y repetido, de 1885 en adelante, que

Germinal más que una novela es una epopeya. Otros

críticos, más cautos, la califican de novela épica. Unas y

otras opiniones parecen hoy día justas y válidas. En

Germinal se encuentran la "lentitud poderosa", la "larga

línea" de desarrollo, la "serena acumulación de detalles",

la reiteración obsesiva de palabras y frases que construyen

la atmósfera sórdida en que se desarrolla la anécdota y

procuran verosimilitud a los personajes.

En las últimas líneas, Zola tropieza con el título del libro:

"Allá abajo brotaban hombres, hombres que formaban un

ejército negro, vengador, que germinaba lentamente en los

surcos, produciendo frutos para las cosechas del siglo

venidero, y cuya germinación iba muy pronto a hacer estallar

la tierra." Allí también descubre una profecía no desmentida

sino comprobada por la historia.

DANIELLE COUSSOT*

El violin de Ingres DE ZOLA: LA FOTOGRAFÍA

TRADUCCIÓN DE JACQUELINE ANDRÉ Y MARTA GEGÚNDEZ

Zola fotógrafo

"Esta es la hora del día que dedico habi-

tualmente a mi nuevo 'violin de Ingres',

la fotografía... todo hombre debería tener

un 'violin de Ingres' y confieso la extrema

pasión que siento por el mío. En mi opi­

nión no podréis decir que habéis visto

algo a fondo si no le habéis tomado antes

una fotografía que revele un montón de

detalles que, de otro modo, no podrían

siquiera ser discernidos." 1

Esta declaración de Émile Zola sor­

prenderá quizás a un buen número de

lectores para quienes el nombre de Zola

evoca dos realidades distintas: por una

parte una obra literaria considerable, el

autor de Los Rougon-Macquart, entre

otros títulos, y por otra parte una grave

crisis política francesa: el caso Dreyfus:

¡Yo acuso! Sin embargo, existe una

tercera realidad: Zola fotógrafo.

Hubo que esperar la aparición en 1979

del libro de Frangois Émile Zola y Massin,

Zola photographe, para que fueran dados

a conocer a un público más amplio el

interés de Zola por la fotografía y su don

para esta técnica. Y aun cuando desde

hace tiempo los especialistas de Zola

tenían conocimiento de su violin de In­

gres, no dejaron de privilegiar el estudio

del novelista, del hombre de letras, del

periodista. Francia parece haber mostra­

do cierta indiferencia por la fotografía

hasta aproximadamente los años 70. La

gran fotógrafa alemana Giséle Freund

decía entonces que "para los universi­

tarios, la fotografía no existía".

El último cuarto del siglo xx, con una mayor

sensibilidad hacia la imagen y la tecnología,

se interesará en el fotógrafo que fue también

Zola. Sin duda, su producción literaria rebasa

su producción fotográfica, iniciada

tardíamente e interrumpida por su muerte

prematura. Y si una estaba destinada a ser

publicada, la otra parece no habertenido otro

destino que el de la colección particular y la

realización de álbumes familiares, si damos

crédito a las cartas del escritor escritas a

Jeanne Rozerot durante su exilio, en las que

comenta las fotos que ha tomado, y en las

que habla reiteradamente de su proyecto de

realizar un hermoso álbum de fotos:

Acabo de hacer tu parte, una colección

completa. No te la envío porque quiero pe­

garlas yo mismo y obsequiarte el álbum ya

terminado. Por lo demás, sabes que no le

había encargado todo al fotógrafo, me que­

daban todavía siete cajas, siete docenas de

placas impresas que acabo de enviarle al

'Danielle Coussot es ingeniera investigadora del Centro Nacional de Investigación Científica, coordinadora del Centro de Estudios sobre Zola y el Naturalismo del Instituto de Textos y Manus­critos Modernos y responsable del proyecto de la investigación "La iconografía zoliana, un reflejo de su tiempo".

1 Fragmento de una entrevista concedida por Émile Zola a la revista inglesa The King en 1900.

ver tan feliz resultado. Esperaré a tenerlo

todo, para dedicarte el hermoso álbum con

el que sueño. Di a los niños que les regalaré

también algunas pruebas si se portan bien. 2

Las cifras aquí mencionadas revelan

la bulimia de Zola, que quiere fotografiarlo

todo. ¡Habría dejado no menos de 10 mil

placas de las cuales quedan aproxima­

damente 3 mil!

Es en 1888 cuando Zola empieza a

interesarse en la fotografía, con ocasión

de unas vacaciones que pasa en Royan

en compañía de su editor Charpentier, del

grabador Desmoulin y de los Laborde, pri­

mos de su esposa Alexandrine, pero no

será sino hasta 1894, después de haber

terminado el ciclo de Los Rougon-Mac­

quart, que empezará a practicar este

arte. La fotografía se volverá entonces

para él una verdadera pasión.

Con el espíritu metódico, el rigor, la

búsqueda de la perfección y el apa­

sionamiento que lo caracterizan, Zola se con­

vierte en un excelente técnico de la

fotografía. Posee una decena de cámaras,

instala tres laboratorios de impresión y

revelado en sus diversas residencias y

aunque es plausible que haya consultado a

algunos de sus afamados amigos fotógrafos

profesionales como Carjat, Pierre Petit o

incluso Nadar, con quien mantiene una

relación epistolar, no por ello deja de recurrir

al método empírico, testigo de su espíritu

curioso, de su gusto por el descubrimiento,

de su temperamento de investigador. Prueba

de ello son los cuadernos de pequeño

formato en los que anota minuciosamente

los detalles de cada cliché, el tiempo de

exposición, la calidad del papel, de las

placas, la importancia de la luz, las correc­

ciones que debe hacer, y el número de

órdenes que se da a sí mismo a través de

un uso abundante del imperativo:

Papel de gelat ino-bromuro. . . Hay que

detener el revelado en cuanto la figura

empieza a definirse, y terminarlo durante

el enjuague... mientras tanto, permanecer

siempre por debajo del tono (muy claro)

sobre todo para las sanguinas. Cuando

se les revela demasiado, se empastan y

se vuelven pesadas. Dejarlas muy claras

[ . . . ]ubiqué el fondo frente al sarcófago, a

seis o siete metros, y expuse entre 8 y

10 segundos.. . Quizás habría que alejar

un poco más el fondo...

Encontramos aquí el mismo tipo de so­

liloquio en primera persona que el de los

dossiers preparatorios establecidos antes

de cada novela. Y en este sentido el título

que dará al álbum fotográfico realizado en

1897 es muy revelador: Denise y Jacques.

Historia verdadera, por Émile Zola. Junio-

2 cf. Brigitte Émile-Zola, "Las fotografías del exi­lio. Un testimonio.", Cahiers naturalistes, n° 66,1992, p. 232.

septiembre de 1897. No más ficción, la

simple realidad cotidiana captada en

instantánea y plasmada en una foto que

puede contemplarse a placer, como se leen

y releen las páginas de una novela.

No se trata de evaluar en forma

paralela la obra literaria de Zola y su obra

fotográfica, aunque podemos encontrarles

un punto común: el de ser ambas un

testimonio documental de la segunda

mitad del siglo xix. Nos sorprende la

modernidad de la mirada de Zola, trátese

de los retratos, de los paisajes, o incluso

de las instantáneas de las escenas de

calle, ya que probó todos los géneros. En

los retratos, principalmente los de su

familia y los de algunos de sus amigos,

encontramos una preocupación por la

verdad, de verismo incluso, en especial

en los de Jeanne Rozerot, y parece querer

multiplicar estos retratos ciertamente en

un anhelo de perfeccionamiento, pero

también de posesión. Las fotografías

desempeñan un papel de relevo entre los

momentos de presencia, demasiado

efímeros, de los seres que ama y aquellos

en los que está privado de ellos. Cristalizan

la existencia de una verdadera familia,

"historia verdadera" que Zola desea oficia­

lizar de esta manera. A menudo la mirada

del fotógrafo Zola es la de un camarógrafo:

un gran número de fotografías son toma­

das en serie, parecen estar en movimien­

to, los personajes son "sorprendidos" al

momento; así pues, con las de Denise y

Jacques que acuden hacia él riendo, ca­

bello al viento, desafia el gusto de la época

por las poses convencionales y se acerca

al arte cinematográfico (Figura 1); lo mismo

sucede con la célebre fotografía del patio

del Havre en la estación Saint-Lazare: el

hombre que camina mientras lee parece

congelado en su andar durante un

instante, como en una "detención de la

imagen", procedimiento que se logra con

tecnología moderna.

En todas sus fotografías sentimos la

preocupación por atrapar el instante, la

impresión del momento: y muchas de las

fotografías de Zola evocan la pintura

impresionista de la que fue el primer

admirador y defensor, con una sorpren­

dente presciencia de la crítica de arte del

siglo xix. Sabemos cuánto se identificaba

con los pintores impresionistas; amigo de

la infancia de Cézanne, frecuentaba los

talleres de Manet, Monet, Pisarro, Sisleyy

de todo el grupo de la escuela de

Batignolles. Sentimos en sus fotografías

la mirada del pintor impresionista, en

particular en los paisajes, en las escenas

de calle, que recuerdan sobremanera los

cuadros de Pisarro, Monet o Renoir, repre­

sentando los bulevares de París (Figura 2);

fotografías como la de Jeanne Rozerot

vestida toda de blanco, con una sombrilla

en la mano sobre el camino de Verneuil,

no dejan de evocar algunos lienzos de

Figura 1 a la 6 en orden descendente

i¡r, el de las "amapolas" por ejemplo

(Figura 3).

Sin embargo, Zola comprende que

puede trascender el arte pictórico gracias

al formidable medio técnico que le ofrece

la cámara fotográfica. Hace un uso intenso

y audaz del visor panorámico, que le per­

mite dramatizar y optimizar sus tomas.

Sabe colocar maravillosamente su cámara

para obtener el mejor ángulo: aprovecha

las líneas verticales, horizontales y dia­

gonales para crear efectos de profundidad,

de picado y de intensidad. Las fotografías

tomadas desde el segundo piso de la Torre

Eiffel, símbolo de la modernidad en la

Exposición Universal de 1900, son un

ejemplo de su dominio del enfoque. Las

tomas en picado de un pabellón o de una

cervecería de la exposición a través de

las curvas de encaje de la Torre Eiffel son

sobrecogedoras (Figura 4).

Del extenso reportaje que hace de esta

Exposición Universal se desprende una

Impresión de movimiento, de vida; aquí,

como en toda la obra fotográfica y nove­

lesca de Zola predomina la importancia del

hombre, de lo vivido. De su viaje a Italia,

de su exilio en Inglaterra, de sus paseos

por las calles y parques de París, del París

de la Bella Época, de su vida en Médan,

Zola deja un recuerdo fotográfico extrema­

damente vivo: encontramos por doquier el

detalle que da vida y profundidad a la

imagen, como en las dos fotos tomadas

en Londres, cerca de Crystal Palace, en

las que vemos en una a un gendarme

londinense cruzando una calle en pendiente

y en la otra a una mujer precedida por un

perro fox terrier. (Figura 5 y 6).

En cada una de estas fotografías, los

personajes en movimiento dan toda la

profundidad al cliché, a la vez que cierto

guiño irónico; la mirada de Zola firma su

fotografía, no se le escapa nada. "No se

pasma ante el objeto como si estuviera ante

algo opaco, sin significado. Cuestión de

temperamento, pero también cuestión de

época; su mirada da sentido a las cosas

en el momento en que las descubre."3

Al parecer, la mayor cualidad de Zola

como fotógrafo proviene de su proce­

dimiento intuitivo, que da una notable au-

tenticidad a su obra fotográfica, verdaderc

testigo de su tiempo. Estas imágenes, que

datan de un siglo, siguen siendo inte

resantes: nos restituyen un mundo que nos

es familiar, pero que se ha perdido pare

siempre. Actualmente asistimos a um

renovación del interés por las fotografías de

los siglos xix y xx; las múltiples exposiciones

en las que casi siempre figura una fotografí<

de Zola así lo demuestran. Para el centenaric

de su muerte, a lo largo de 2002, s<

sucedieron por todas partes del mundí

coloquios, conferencias, publicaciones ;

proyecciones de películas inspiradas en I;

obra de Zola. Todas estas manifestacione:

casi siempre estuvieron acompañadas di

una exposición de sus fotografías. Se cotizai

muy alto si damos crédito a la última subast

del otoño de 2003, en la que una fotografn

tomada por Zola alcanzó casi los 9 mil euros

No podemos sino aprobar la elección di

la imagen que ilustró el cartel de la expos

ción de fotografías de Zola en el Musec

galería de Serta en 1987. Representaba ¡

Zola sosteniendo su cámara Box, al tiemp

que tomaba una fotografía: Zola reporterc

fotógrafo de su siglo (Figura 7).

3 Henri Mitterand, Le regard et le signe, Paris, PUF, 1987, p.71.

THEODOR KRAMER*

O E Μ A S A UNA MUCHACHA INGLESA

Suave es el tapete, tranquilo soflama el fuego, ya cubre el chai tus pechos; tu brazo, tu cuello, tu cabello, aún me son importantes

inhalas profundamente el humo y tarareas.

Te miro, no me atrevo a preguntarte algo,

roja brilla tu boca y tu ceja delgada;

tu país me pegó en la cara,

pégame en la cara, querida otra vez.

Sólo hace una semana nos encontramos;

pálidas ante la falda brillan tus rodillas;

¿Por qué, querida, te acostaste conmigo...?

¿Es más fácil entregarse a un refugiado?

Hablabas con tanta franqueza, habría que decir mucho,

pero todavía me ofreces una comida ligera;

tu país me pegó en la cara,

pégame en la cara, querida, otra vez.

Dejas que lentamente se abanique el ventilador,

suave cruje el pan tostado, en la olla zumba el té;

¿Tienes listos como tus siete sonrisas

un beso para el placer y otro para el adiós?

¿Es tu tarareo preferido después de las orgías?

La neblina afuera ondea cálida y pálida;

tu país me pegó en la cara,

pégame en la cara, querida, otra vez.

• El 17 de julio de 2003, con el apoyo del CONACULTA, la Embajada de Austria en México y la Editorial Colibrí, en la Biblioteca de México se hizo la presentación de la Antología esencial de Theodor Kramer (Austria, 1897-1958), cuyos poemas se reúnen por primera vez en español en un volumen, traducidos por Marta Luisa Domínguez y Christine Hüttlnger, quien también escribe el prólogo en donde se reseña vida y obra de dicho autor.

Ρ

LA SIRVIENTA

Trabaja sigilosamente en la casa y en el patio.

Tiene alrededor de cuarenta años, las mejillas ásperas,

las manos rojas; así resalta

dentro de su vestido azul de fustán.

Por mucho esfuerzo, el sueldo escaso.

Roja centellea, en la noche, la lamparita en el establo.

La casa paterna está en algún lugar;

también en algún lugar tiene un hijo.

Lo ve cada quince días,

es un aprendiz pelirrubio, duro y tímido.

Regresa a su casa con la bolsa vacía,

sólo el viento amargo acompaña su llanto.

A menudo toca al establo en la noche

un joven, que ahora no tiene novia.

Conoce -él apaga la lamparita-

cuando la penetra, apenas su cara.

Mucho más pesada se levanta,

cuando después cuaja la noche gris y fría.

En la maleta de fierro se pudre un libro;

de tanto tocarla, está la cruz ya gastada.

Peinada. Cuando llegue el momento, amortajada... La granja:

Dos velas permanecen encendidas toda la noche.

Puede que la vaca roja muja,

Puede que el perro marrón ladre.

Justo cuando atrapé mi espacio -como si nada­

se puso a bailar en mi mente

con su cuerpo de agua dulce y neuronales cabellos voluptuosos.

Sus uñas brillaban en la niebla rojiza como las estrellas que se deslizan,

abren, cierran su abanico entre las nubes azules.

Pintaba ya una ráfaga violeta,

la sombra de una axila,

la orilla de unos labios

perdidos de salvaje lejanía. i

ailaba para sí misma con la mirada en las aureolas del sonido.

Y si algo quise decir se fue volando V

como un resbaloso loop entre las aspas del volumen, ^^^^k

sobre el carril de los compases, por la cintura del contratiempo.

Bailaba en mi mente a sus anchas y en su cuerpo también" &aflába.

Y no sabemos qué es el amor, cuáles sus reclamos h

y lo vemos venir a ciegas, vaciándose en cada llama,

en cada luz que enrojece la negrura

como esa cauda de muchachas ebrias y rubias

y bellas socavando todo el fulgor soñado por los huesos. ^

Todo ese fósforo que vuelve loco al amor

y conspira y alumbra su sitio verdadero,

V

Jame» Enaor, La muerte y las máscaras

Luis

Trance

AGALLÓ

NFRIAMIENTO locura preclara que reconoce y busca, palpa cada rasgo, huele, recuerda lo que no sabemos y a qué saben y a qué duelen los cuerpos encendidos. Ese dolor que pone a prueba las pruebas de la existencia de Dios, dolor de ámbar donde te llevo conmigo. Y no es que de pronto me sienta en desgracia porque es cosa de la gracia disolverse y tocar en lo más hondo la huella lacerante y su sentido: la vida es hermosa como llamarada.

Regálame pues otro giro, bai lar ina de cristal ahumado. Brilla entre los cuerpos magníficos y jóvenes,

igue con esa flor de luz creciente que difracta y devora las esquinas, sabemos qué es el amor, cuáles sus reclamos

^ L i d o la música se apaga poco a poco y el silencio ennegrecido nos deja en la salida.

Allí la madrugada está más sola que nuestros nombres y la mente, la mano -perdidas por la falta de modelo-no podrían, no quieren dibujarse nada: unas espaldas sin trazo ni rostro quizá, mientras el hielo exhausto tras la barra se adelgaza en una danza inadvertida, y en secreto prodigiosa.

DESFILE PARÍ dejamt

Qué barullo, qué portazos se traían los vecinos

en su noche de culebras, tiburones y estropajo.

Con música de sabandijas y tandas de badajo

restregaban por la calle tenebrosos cuentos chinos.

Trasvestidos y hojaldrados, nunca reparan en gastos

si se trata de sopear la hilacha y esconder la mano;

y si acaso paran, empachados de comer cristiano,

es que ya se empacan las cervezas y los antipastos.

Escurrían sobre la tiniebla del amanecer

flotando como ropa seca en los ebrios tendederos.

De tiza y brea polvearon las banquetas, los sombreros,

la corona redimida, la candela del placer.

Como aún quedaba cuerda destaparon la botella

para un traje pisoteado que gruñía el esqueleto;

la botonadura de latón y su fulgor inquieto

quisieron salirse por los puntos revivir la huella

trasnochada entre bocazas, antifaces, dentaduras.

Como corcho en la resaca remolina quien se aleja

y en el linde amarillento sorbe de la espuma vieja

los colores fermentados por las notas más oscuras.

James Ensor, La entrada de Cristo en Bruselas (fragmento)

EL ARMONIO Lnsor

De regreso en la corriente sobre el atrio uniformado

se confunden bajo el sol y su andrajosa muchedumbre

yerguen las pancartas mudas en señal de mansedumbre

como pulpos moribundos en las cajas del mercado.

Pero cuidado, porque éstos no se conmueven con nada;

retadores y posesos ponen morado a cualquiera,

luego reculan, fingen demencia, ceguera, sordera

bajo la "exquisita turbulencia" de una mascarada.

Gente de lunes y martes y miércoles de ceniza

revisando los tachones recetados de memoria,

y gente de jueves y viernes y sábado de gloria

rezagada en los mendrugos del desdén y la ojeriza.

Mientras el Redentor en la orilla de la plaza parte

los panes de luz antigua, diminuta, despreciada,

y el óxido feraz de la migaja repinta cada

mueca donde yo también me desfiguro, muy aparte,

con mis puras particiones y mis dos escalofríos.

Queda la fanfarria de la dura luz deshabitada,

su grandeza disonante, la desnuda rebanada

de los gestos incompletos, encalados y vacíos,

a la luz de la pobreza

y al tambor de las espaldas.

Dibujo de José Antonio Montero

JAIR CORTÉS*

I N T E R P R E T A C I Ó N D E L E C L I P S E

La luz demuestra que sí puede ignorarme, sus garras me esquivan, encienden cirios y apagan las tinieblas.

Quiere la luz decirme tú no existes. Su velo pasa rápido.

Reconozco en las sombras mi legado, sé de quién soy hijo, lo agradezco, pero en mi pecho una insistencia de agujas me pregunta: ¿Qué hay en los ojos del que odia? ¿Herrumbre? ¿Pureza negra? ¿Por qué la luna se aparta de su vista? ¿Qué hay en los ojos del que odia que todo puede ensuciar con la mirada?

Mis manos inevitables manchan la semilla, áridas todo lo secan.

Es cierto, el náufrago ambiciona el mar entero en sus pulmones. Quiere morir de agua y volver a morir como la ola. Ser de agua y lavar su pena y su pecado.

' Jair Cortés (Calpulalpan, Tlaxcala, 1977) . Autor de los libros A la luz de la sangre. Tormenta! y Contramor. Actualmente becario de la Fundación para las Letras Mexicanas en el género de Poesía.

Ε. ZOLA

La caída Μ alíale Noiirct

T O M O I

C a s a B S d l t o r i n ] J . ^ z - a n o Jesús, 10. BARCIvLON' K~m<ito)

J&K^ Λ.ΚΨ**\*Τ> F i n ? : * * h * Λ

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Biblioteca de México

EMILE ZOLA

La caída del abate Mouret

(FRAGMENTO)

el parterre fue aquello una gran emoción; el viejo jardín

daba escolta. Vasto campo brotando a su albedrío hacía

siglo, era un rincón del paraíso donde el viento sembraba

flores más raras. La dichosa paz del Paradou, durmiendo

el omnipotente sol, impedía la degeneración de las

:ies. Había allí una temperatura igual y una tierra que

planta había largamente abonado para vivir en el

icio de su fuerza.

.a vegetación era enorme, soberbia, poderosamente in¬

i, con florescencias monstruosas, desconocidas de la

la y la podadera de los jardines. Entregada a sí misma,

de crecer sin trabas, en el fondo de aquella soledad,

¡uardada por abrigos naturales, la naturaleza se abando-

más cada primavera, tomaba un vigor formidable, reándose en ofrecer en toda estación ramos extraños

ninguna mano debía coger.

Parecía tener furioso empeño en transformar lo que el

esfuerzo del hombre había creado; se rebelaba, lanzando

a la desbandada flores en medio de las alamedas, ata­

cando los peñascos con la ola desbordante de sus mus­

gos, enroscándose al cuello de los mármoles que abatía

con ayuda de la cuerda flexible de sus plantas trepadoras;

rompiendo las losas de los estanques, de las escaleras,

de las terrazas, hundiendo arbustos en los intersticios;

encaramándose allí donde había la menor partícula de

tierra vegetal, abonándosela a su gusto y plantando en

elia, como bandera de rebelión, alguna simiente recogida

del camino, una sencilla planta de la cual hacía una verdura

gigantesca.

Anteriormente, el parterre, cuidado por un amo que

lía la pasión de las flores, mostraba en macizos bien

lados una maravillosa colección de plantas. Ahora se

intraban las mismas plantas, pero perpetuadas,

invertidas en familias tan innumerables y tan esparcidas

y revueltas por los cuatro ángulos del jardín, que este no

era más que un guirigay, una escuela matorralesca, un

lugar sospechoso donde la naturaleza embriagada tenía

hipos de verbena y clavel.

Albina conducía a Sergio, aun cuando pareciese aban­

donada a él, débil, y sosteniéndose en su hombro.

* Las páginas que siguen son sólo algunas de las muchas que ocupan en La caída del abate Mouret esa asombrosa descripción de Le Paradou (El Paraíso), el jardín extraordinario en que tenían lugar los amores pecaminosos de los personajes de la novela.

E.L.

Émile Zola en 1876

Primeramente le llevó a la gruta, allá en el fondo, entre un grupo de álamos y sauces por entre los que corrían hilillos de agua serpenteando entre las piedras des­prendidas del pilón de una fuentecilla. La gruta casi desaparecía entre el follaje. Hilados de rosas y de escaramujos parecían impedir la entrada, formando una verja de flores rojas, amarillas, blancas, cuyos pendúculos se perdían entre ortigas colosales, de un verde bronce.

Era una exuberancia prodigiosa; jazmines estrellados, con sus suaves flores; glicinios, con hojas de bordados; hiedras tupidas, recortadas como tela barnizada; ligeras madreselvas, acribilladas de sus estambres coralíneos; amorosas clemátides, extendiendo sus brazos, luciendo sus penachos blancos, y otras plantas trepadoras enla­zando a éstas, ligándolas aún más, tejiéndolas en una trama odorífera.

Las capuchinas de carnes verdosas y desnudas, abrían sus bocas de oro rojizo. Las campánulas, mostrando el

En el parterre fue aquello una gran emoción; el viejo jardín

les daba escolta. Vasto campo brotando a su albedrio hacía

un siglo, era un rincón del paraíso donde el viento sembraba

las flores más raras. La dichosa paz del Paradou, durmiendo

bajo el omnipotente sol, impedía la degeneración de las

especies. Había allí una temperatura igual y una tierra que

cada planta había largamente abonado para vivir en el

silencio de su fuerza.

La vegetación era enorme, soberbia, poderosamente in­

culta, con florescencias monstruosas, desconocidas de la

azada y la podadera de los jardines. Entregada a sí misma,

libre de crecer sin trabas, en el fondo de aquella soledad,

resguardada por abrigos naturales, la naturaleza se abando­

naba más cada primavera, tomaba un vigor formidable,

recreándose en ofrecer en toda estación ramos extraños

que ninguna mano debía coger.

Parecía tener furioso empeño en transformar lo que el

esfuerzo del hombre había creado; se rebelaba, lanzando

a la desbandada flores en medio de las alamedas, ata-

giBdi i iesca.

Anteriormente, el parterre, cuidado por un amo que tenía la pasión de las flores, mostraba en macizos bien formados una maravillosa colección de plantas. Ahora se encontraban las mismas plantas, pero perpetuadas, convertidas en familias tan innumerables y tan esparcidas y revueltas por los cuatro ángulos del jardín, que este no era más que un guirigay, una escuela matorralesca, un lugar sospechoso donde la naturaleza embriagada tenía hipos de verbena y clavel.

Albina conducía a Sergio, aun cuando pareciese aban­donada a él, débil, y sosteniéndose en su hombro.

Chevelure immense de ver­dure, piquee d'une pluie de fleurs, dont les meches dé-bordaient de toutes parts, s'échappaient en un écheve-llement fou, faisaient songer á quelque filie géante, pá-mée au loin sur les reins, ren-versant la tete dans un spas-me de passion, dans un ruisse-llement de crins superbes, étalés comme une mare de parfums.

corazón recortado de sus hojas, formaban con sus millares

de campanillas un muestrario de exquisitos colores. Judías

de olor, cuyas florecillas semejaban a posadas mariposas

replegaban sus alas pardas, sus alas rosadas, prontas a

dejarse llevar más lejos, al primer soplo de viento. Una ca­

bellera inmensa de verdura todo lo adornaba de flores, cuyas

trenzas desbordándose por todos lados, se extendían con

expansión loca, haciendo pensar en alguna doncella gigante

dormida lejos de allí, con los cabellos extendidos, formando

con ellos un estanque de perfumes.

-Jamás me he atrevido sola a entrar en esta negrura-

dijo Albina al oído de Sergio.

Éste la animó, conduciéndola por encima de las ortigas,

y como un bloque cerrase la entrada de la gruta por su

parte inferior, sostuvo a la joven unos momentos derecha,

entre sus brazos, para que pudiera encaramarse a la

abertura superior que estaba a algunos pies del suelo.

Albina miró al interior y exclamó:

-Hay una mujer de mármol por tierra dentro del arroyo.

El agua le ha comido la cara.

Entonces, Sergio, quiso mirar también y se elevó a

fuerza de puños. Una bocanada fresca le hirió las mejillas.

En medio de los juncos y las lentejas acuáticas, en el rayo

de sol que se deslizaba por el agujero, la estatua estaba

caída sobre la espalda, desnuda hasta la cintura; un ropaje

le tapaba los muslos. Era aquello la submersion de cien

años, el lento suicidio de un mármol, a quien las penas

debieron dejar caer en aquel charco.

El agua que corría sobre ella, había hecho de su rostro

una piedra lisa, una blancura sin facciones, en tanto que

sus dos pechos, como sacados fuera del agua, por un

esfuerzo de la nuca, permanecían intactos, vivos aún,

ichados por antigua voluptuosidad.

-¡No está muerta!- dijo Sergio descendiendo. -Cual­

quier día vendremos a sacarla de ahí.

Albina, que sentía vagos temores, arrastró lejos de allí a

Sergio. Tornaron al sol, a las plantabandas y los cestones,

caminando a través de un prado de flores, a su fantasía,

sin camino trazado. Sus pies tenían por alfombra,

encantadoras plantas; plantas enanas que antaño

bordeaban las alamedas, y hoy extendíanse en sábanas

sin fin. Por momentos desaparecían sus pies hasta el tobillo,

en la seda mosqueada de las suenas rosadas, en el raso

abigarrado de los claveles pequeños, en el terciopelo azul

de los miosotis cuajados de ojillos melancólicos. Más allá,

atravesaron resedas gigantescos, que les llegaban hasta

las rodillas, como un baño de perfumes. Después cortaron

por un campo de lirios silvestres para llegar a otros de

violetas. Ya en él, cercados por todas partes, no teniendo

más que de aquellas plantas en torno suyo, tuvieron que

retirarse, caminando con precaución sobre aquella frescura

embalsamada, en medio del aliento mismo de la primavera.

Al terminarse el campo de violetas, el color verde de las

lobelias, un poco rudo, se extendía, salpicado de malva

claro; las estrellas matizadas de los soleginoides, las copas

azules de la nemófilas, las cruces amarillas de las

saponarias, las cruces rojas y blancas de las julianas mahón,

dibujaban fragmentos de rica tapicería, por la cual avanzaban

sin fatiga en el gozo de su primer paseo Sergio y Albina. Y

las violetas se sucedían siempre, una mar de violetas

deslizándose por todo, vertiéndoles en los pies preciosos

olores, acompañándoles con el hálito de sus flores ocultas

bajo las hojas.

Émile Zola, La caída del abate Mouret, Casa Editorial Lezcano, Barcelona, y el Libro de Oro, México, s.f.

FEDERICO GAMBOA'

UNA ENTREVISTA CON

EMILE ZOLA Β ™ A C

• f t ty r i iv .TrTM

BRE • M I C H n n i r o r AU BON MARCH! Lundi

GIL BLAS

Λ S

4 de octubre [París] -Realizo uno de los

mayores deseos de mi vida de hombre de

letras: hoy visité a Emilio Zola. Estuve en

su casa -rue de Bruxelles- a las dos de

la tarde, y la conserje me informó de que

el maestro había salido y no regresaría

hasta las seis. Exigióme mi tarjeta, no

obstante haberle asegurado que Zola no

conoce mi nombre, y en mi tarjeta escribí,

que "de paso por París, solicitaba la honra

de que él me recibiera..."

A las seis en punto volví, y un criado, de

gran librea -calzón corto, casaca roja- me

abrió una vidriera de colores, con imágenes

pintadas como las de los templos, que se

halla a la izquierda del portal: ahí principia

la morada del gran novelista.

En esa especie de vestíbulo espero a

que me anuncien; y mientras soy recibido

examino el local y la escalera que comienzo

a subir. Todo es un museo de preciosidades

artísticas, las alfombras, las lámparas, las

colgaduras, las tapicerías... Destácanse

dos o tres monstruos colosales en bronce

chino. En el primer rellano descuellan una

ara de madera tallada y un altorrelieve, de

talla igualmente, que lo menos cuenta

trescientos años...

-Quand Monsieur voudra... -murmura

respetuosamente el lacayo.

Todo emocionado, concluyo de ascender

la escalera sin poder ya determinar sus

detalles, salvo una copia en mármol de la

Venus de Milo, a la izquierda, de más de

mediano porte, que mancha deliciosamente

de blanco y de belleza el severo conjunto.

Tropiezo, arriba, con el mismísimo Zola,

que cruza el corredor, a paso veloz, con

papeles en la mano, vistiendo saco coin

du feu y zapatillas.

-Permítame usted unos instantes y

d ispense lo revuelto de la casa . . .

Introduisez Monsieur au salon...

Una puerta se lo traga, y el criado,

que lleva una lámpara encendida, me

abre el salón, en él me instala y me hace

una reverencia profunda.

El salón, en estos momentos, parece un

bazar, todo se encuentra aglomerado, sin

orden ni concierto. Junto a primorosa silla

de manos Luis xiv, un enorme plumero

recuesta sus plumas en los gobelinos que

tapizan unas poltronas arcaicas... Aquello,

arreglado, ha de ser maravilla de buen gusto;

los elementos sobran. Por ejemplo, el plafón

es otro gobelino, mayúsculo y encuadrado

en peluche, representando asunto

mitológico que no alcanzo a distinguir a mis

anchas... Y en los muros, en los rincones,

en los vanos de puertas y ventanas, por el

piso, encima de los muebles, preciosidades,

siempre preciosidades...

Zola, sin duda, ocúpase en negocios,

pues de la pieza de al lado, desprendiéndose

de un confuso murmullo de voces, viéneme,

íntegra y por ocasiones repetidas, esta frase

sin sentido sonando así, aislada:

* Diario, París, 4 de octubre de 1893.

-Dans dix jours...

De súbito, ábrese una puerta, y el

autor de Les Rougon-Macquart me tiende

su mano:

-Monsieur desire ?...

-Nada más que esto, señor, conocerlo

a usted de cerca y en persona, después

de haberlo seguido mucho tiempo de

lejos, en sus libros...

Inclínase, se sienta, apoya los brazos

cruzados sobre sus rodillas, y, meciéndose

suavemente, sin apartarme la vista, damos

principio a nuestra charla.

Hablóle de sus obras, y por halagado, de

los festejos con que acaban de obsequiarlo

en Londres. Aunque Zola se declara agra­

decido, conózcole que se siente merecedor

y digno de festejos y de elogios. En toda su

conversación, hé/as!, poquísimas ideas,

lugares comunes, respuestas de escaso in­

terés: o sólo revela su genio cuando escribe,

o mi visita, que a mí me significa tanto, a él

maldito lo que le importa...

...que L'ceuvre no es su autobiografía,

aunque para pintar el personaje de Sandoz

se copiara muchas cosas propias; que no

escribe ni escribirá jamás sus memorias,

porque tiene de sobra con el trabajo de sus

novelas; que su propia correspondencia -si

a su muerte fuese impresa- no ofrecería

ningún atractivo...

- L o s novelistas modernos corres­

pondemos con el público por medio de

nuestra obra: ni él puede exigirnos más ni

nosotros debemos dárselo.

Éste es el único pensamiento hablado

que recojo de los labios del maestro.

Díceme, luego, que mañana principiará

Lourdes; que no ha prescindido de sus

prácticas de trabajo: cuatro o cinco horas

consecutivas, antes del almuerzo.

Le pido un autógrafo para mi álbum, y

de bonísimo grado se lleva éste a su

gabinete, volviendo a poco con el volumen

abierto entre sus manos, a fin de que no se

emborrone lo escrito por él, su conocida y

profunda teoría estética:

-Une oeuvre d'art est un coin de la

nature vu á travers un temperament.

Y su firma, ÉMILE ZOLA, con su letra grande

y anticuada, llena de notoriedad ilustre el

armiño de la página y enriquece -¡pero a

qué grado para mí, dada la admiración tan

honda que he nutrido por el novelista

insigne!- mi colección de autógrafos.

Al despedirnos, el maestro hace gala

de una cortesía excesiva, acompáñame

hasta media escalera...

No puedo olvidar lo que me repuso

cuando en el curso de la plática le dije que

no le ofrecía -¡mis libros mis pobres libros!-

porque ya sabía que ignoraba el idioma

español:

-Hace usted bien -repúsome-. Si supiera

cuántos libros me llegan escritos en esa

lengua, que yo ni abro siquiera... Sólo leo

en castellano, y eso con dificultades

granelísimas, los artículos de diario en que

hablan de mí.

Sin salir desilusionado precisamente, sí

salgo con una impresión de desconsuelo.

Nada puedo reprocharle a Zola en su

recibimiento y trato, nada... Pero yo

necesitaba otro Zola muy distinto, el que yo

cariñosamente teníame engendrado en mi

propio cerebro.

8 de octubre -Mejor de la bronquitis

que me encamó desde anteayer, hoy, que

se efectúan en Longchamps las carreras

de caballos con el premio municipal de

cien mil francos, yo me lanzo a Auteuil

otra vez, a ver si encuentro en su casa a

Edmundo de Goncourt.

Lo encontré y me recibió.

Decididamente le he sido simpático a

su cocinera, pues entre sonrisas y palabras

amables precédeme escaleras arriba y

escaleras abajo, en ese vestíbulo

maravilloso que, al igual de la morada toda,

está idéntico a la minuciosa descripción

hecha por el viejo novelista en sus dos

tomos de la Maison d'un artiste.

Junto a su vieja mesa de trabajo -la mesa

de "modelo" en que pintaban él y Julio, en

la que luego escribieron ambos y en la que

ahora sólo el anciano superviviente escríbe­

me aguarda Edmundo de Goncourt. Para

saludarme se descubre y no me tiende la

mano, a la europea; cúbrese de nuevo, man­

da encender la chimenea, aunque el frío no

es cosa mayor, sentémonos y me pregunta

qué busco:

-Hablar con usted, conocerlo, y pedirle

un autógrafo y un retrato con dedicatoria

de su hermano Julio.

- A h -murmura, la cara tristemente

iluminada por mi manera brusca de recor­

darle al muerto. Y volviéndose a la cocinera,

que de rodillas está encendiendo la leña,

agrega:

-Súbame usted un retrato de Monsieur

Jules, de los buenos...

Mientras nos quedamos a solas,

infórmase de si soy novelista, de dónde

pasan las escenas de mis libros, de cuál es

mi edad...

Dígole lo que a Zola, que no le ofrezco

mis libros publicados, porque no entiende

el idioma en que corren escritos.

La familia Zola en Verneuil hacia 1899

- E s c ier to - e x c l a m a - , nosot ros

vivimos encerrados en el francés...

- Y hacen ustedes muy bien: ¿para qué

preocuparse de las otras lenguas, si los que

las hablamos ahorrárnosles esa molestia

preocupándonos con la de ustedes?

-No, no es eso; es que yo creo que a

nosotros los artistas nos dañan los idiomas

extranjeros, que no debemos ni intentar el

aprenderlos... Las palabras del propio

pierden entonces toda su personalidad, sus

secretas armonías, sus ritmos ignorados,

y se trasmutan en equivalencias por lo

general prosaicas, muy prosaicas...

Vuelve la criada con la fotografía de

Julio, y en tanto que De Goncourt escribe

en ella, yo recuerdo lo que Zola me contó

acerca del mismo Goncourt y acerca de

Daudet: que entrambos me recibirían; que

él, Zola, se hallaba en frío con ellos, y ellos,

entre sí, en Intimidad de tío y sobrino; que

ahora comían los tres juntos sólo una vez

al año; que no fuera yo a repetir a nadie

las Informaciones que me suministraba.

¿Se expresará Goncourt de Zola en

parecidos términos?...

Goncourt ha concluido de escribir; con­

templa un instante el rostro de su hermano,

y prorrumpe al alargármelo:

-Helo aquí... No sé qué le dio de rizarse

el cabello aquel día... ¡Era un buen mozo!...

Y arroja la tarjeta con alguna violencia,

cual si quisiera ahuyentar un mundo de

recuerdos tristes. No puedo yo dominar mi

curiosidad, y leo la dedicatoria manuscrita

arriba de donde la tarjeta dice: Maison A.

Braun & Cié.

"A Federico Gamboa.

Edmond de Goncourt".

Continuamos la conversación, hasta

que logro llevarla a Zola:

-Zola -dice Goncourt- es un Ingrato y

un afortunado. Ingrato, porque nos debe a

Daudet y a mí muchas cosas, en cuenta

algunos personajes cuya paternidad

descubriráse el día en que lean seriamente

nuestra obra; y afortunado, porque Daudet

enfermo, yo viejo y achacoso y Maupassant

muerto, nadie hay que le dispute el triunfo,

y él impónese, vence con su libro anual y

reglamentario, se declara jefe del na­

turalismo y se declara Inventor de lo del

documento humano (frase mía exclu­

sivamente). Luego, que para mí hay des­

censo en su labor; el Zola de L'assommoir

no es el Zola del Docteur Pascal, |oh no¡ ni

su sombra... Zola tiene muy pocas ¡deas; si

lo traemos aquí, nos describirá admi­

rablemente las bibliotecas, los cuadros,

hasta el titulo de los libros, pero no podrá

decir nada de nosotros, de usted y de mí...

¡Nunca pudo pintar seres!

. . .A poco, no recuerdo por qué, habla­

mos de condecoraciones; es decir, de la

Legión de Honor. Lo hallo elevadísimo, hallo

el Goncourt soñado, muy diverso del que

acababa de desollar a Zola causándome

malísima impresión:

-Sí -me afirma-, hace mucho tiempo que

tengo la cruz... El Imbécil del Emperador,

que nunca hizo nada completamente bien,

me la concedió a mí solo, me separó de mi

hermano que la deseaba mucho más que

yo... era un muchacho y ambicionábala pour

[se] faire des femmes. Por supuesto que

quien me condecoró fue la princesa Matilde;

está ya fuera de duda, que, si alguien no lo

solicita, no hay gobierno que de motu proprío

condecore a nadie... Detesto las tales

condecoraciones; no reconozco en gobierno

ninguno el insolente derecho de declarar que

yo estoy por encima de usted o por encima

del de más allá, de marcarme como bueno,

como excepcional, cual puede hacerlo con

alguna producción del suelo... Prefiero el

juicio del público, pues no obstante la

tontería que lo distingue, es menos tonto y

menos inmoral que el gobierno más

Inteligente y más honesto de cualquiera

latitud. ¿Quiere usted una prueba?... La

voici: Nunca, jamás impúsose Francia al

mundo con su literatura como en estos

últimos tiempos, del 70 acá; nunca viéronse

ediciones de cientos de miles de ejemplares

distribuidos en el universo entero,

proclamando, por nobilísimo modo, que

Francia piensa, que Francia es grande, que

Francia es poderosamente artista... ¿Y le

parece a usted que a los autores de esas

cosas se les dé la misma condecoración

que a los generales de Sedan, a los maridos

complacientes, y a los ronds-de-cuir de los

ministerios?

- ¿ E s cierto -preguntóle cuando se

calma- que una gran intimidad lo liga a

usted con Daudet?

-¡Es clertísimo! Los adoro a él, a su mujer,

a sus hijos. La última de sus niñas, Edmée,

es ahijada mía -me explica sonriendo con la

sonrisa codiciosamente melancólica de los

viejos que no tienen hijos y se ven obligados

a idolatrar a los hijos de otros.

-En mi vida literaria -prosigue- sólo

dos veces he querido con todo mi co­

razón: cuando muchacho, a Gavarni, y

ahora, de viejo, a Daudet...

Pónese a hacer el panegírico de éste,

y aunque de tiempo en tiempo intercala

inmodestias de a folio, como ya me ha

subyugado, dejólas pasar sin censura

interna, deslumhrado por los tesoros de

talento que aún encierra esta cabeza

inteligente, hermosa y blanca.

-¿Qué escribe usted señor?...

-La Faustin, para el teatro.

- ¿ Y Daudet?...

- E n medio de sus enfermedades,

prepara, a la vez para el teatro que para

el libro, su próxima obra: Le soutien de

famille.

-Por esa enfermedad precisamente,

no me animo a visitarlo...

-Pues mal hecho, porque pierde usted

la oportunidad de conocer a un causeur

extraordinario...

-Sírvame usted de padrino...

-Con todo gusto. Él regresa a Paris dentro

de una semana y yo como en su casa todos

los jueves y domingos... Vaya usted en una

de esas noches, después de comer...

¿Quiere usted que le enseñe la mía?

Nos levantamos y me lleva por todos

lados, hasta el "granero" famoso (dormitorio

antiguo de Julio), donde los domingos por

la tarde reúnense algunos de sus amigos.

Un encanto este "granero" que es salón

ricamente puesto, con cuadros de los

pinceles mejores, acuarelas de Julio,

grabados y litografías, avant la lettre, de

Gavarni; kakemonos curiosos y raros, por­

celanas, tapicerías, divanes, mecedoras...

¡Qué lindas horas han de pasarse ahí. A la

derecha de la entrada, en un "bazar" de cris­

tales, hállanse las obras de los hermanos

Goncourt, empastadas riquísimamente.

Tomo al azar un volumen que llama mi aten­

ción: es la Mannette Salomon, con las pas­

tas de marroquí de Levante, y en cada una

de éstas en un medallón de esmalte

ostentado, pintada en miniatura, a Mannette

de frente y de espalda, en el instante en

que dentro del taller del pintor queda desnu­

da. Aquello está firmado: Claudius Popelín...

Al través de los vidrios de las ventanas,

Goncourt muéstrame, por último, su jardín,

del que vive orgulloso y al que declara

responsable de habitar Auteuil...

Bajamos a su gabinete de trabajo;

consulto mi reloj y resulta que, para mi

han volado dos horas largas...

Pídeme el maestro mi álbum y díceme

con su dulce sonrisa aristocrática:

-Voy a verme en el trance de echarlo a

usted; me ha desatado la lengua y me ha

dejado sin trabajar... ¿Qué quiere que le

escriba?...

Y la idea suya, que servirá de epígrafe

a mi novela próxima, viene a enriquecer,

de su puño y letra, mi album de autógrafos:

Un romancier n'est, au fond, qu'un

historien des gens qui η Ont pas d'histoire. Edmond de Goncourt

Al salir, paréceme que todo ello no ha

sido cierto, y para que la tarde resulte

completa, no regreso a París por el camino

de hierro sino por el ómnibus que llega

hasta la Magdalena y en cuya "imperial"

instalóme modestamente: necesito aca­

bar de saturarme de arte... Voy tan hechi­

zado, que apenas si en la avenida de los

Campos Elíseos se posan mis ojos en el

alud de carruajes con faroles encendidos

que, creeríase, se despeñan del grandioso

Arco de Triunfo para ir a desparramarse

hacia abajo, por la Plaza de la Concordia.

[...]

También Intenta visitar a Alphonse

Daudet. El 13 de diciembre llega a la ciudad

de México, que encuentra "hermosísima,

llena de edificios nuevos. En cambio, en dia­

rios, conversaciones, etcétera, ni un átomo

de arte; como en África, la política impera".

Gracias al ministro de Relaciones Exteriores,

Ignacio Mariscal, tiene oportunidad de

entrevistarse con Porfirio Díaz.

Justo Sierra γ el caso Dreyfiís

y : —- : —

E R N E S T V A U C H A *

L ' A U R O R E Li t téra i re . Ar t is t ique. Soc ia ls

LETTRE AU PRESIDENT OE LA RÉPUBLIQUE Par É M I L E ZOLA

E R N E S T VAUCHAM I

LETTRE :,;<>. " ' , ^ r ^ ' E Í V ; : ' : " : . ¡ ; ^ Χ Λ ^ ί A M, FÉLIX FAÜRE LETTRE AU PREIDENT DE LA REPUBLIQUE PAR EMILE ZOLA FÉLIX FAÜRE LETTRE AU PREIDENT DE LA REPUBLIQUE PAR EMILE ZOLA FÉLIX FAÜRE LETTRE AU PREIDENT DE LA REPUBLIQUE PAR EMILE ZOLA FÉLIX FAÜRE LETTRE AU PREIDENT DE LA REPUBLIQUE PAR EMILE ZOLA FÉLIX FAÜRE LETTRE AU PREIDENT DE LA REPUBLIQUE PAR EMILE ZOLA FÉLIX FAÜRE LETTRE AU PREIDENT DE LA REPUBLIQUE PAR EMILE ZOLA FÉLIX FAÜRE LETTRE AU PREIDENT DE LA REPUBLIQUE PAR EMILE ZOLA FÉLIX FAÜRE LETTRE AU PREIDENT DE LA REPUBLIQUE PAR EMILE ZOLA FÉLIX FAÜRE LETTRE AU PREIDENT DE LA REPUBLIQUE PAR EMILE ZOLA FÉLIX FAÜRE LETTRE AU PREIDENT DE LA REPUBLIQUE PAR EMILE ZOLA FÉLIX FAÜRE LETTRE AU PREIDENT DE LA REPUBLIQUE PAR EMILE ZOLA FÉLIX FAÜRE LETTRE AU PREIDENT DE LA REPUBLIQUE PAR EMILE ZOLA FÉLIX FAÜRE LETTRE AU PREIDENT DE LA REPUBLIQUE PAR EMILE ZOLA FÉLIX FAÜRE LETTRE AU PREIDENT DE LA REPUBLIQUE PAR EMILE ZOLA FÉLIX FAÜRE LETTRE AU PREIDENT DE LA REPUBLIQUE PAR EMILE ZOLA FÉLIX FAÜRE LETTRE AU PREIDENT DE LA REPUBLIQUE PAR EMILE ZOLA FÉLIX FAÜRE LETTRE AU PREIDENT DE LA REPUBLIQUE PAR EMILE ZOLA FÉLIX FAÜRE LETTRE AU PREIDENT DE LA REPUBLIQUE PAR EMILE ZOLA FÉLIX FAÜRE LETTRE AU PREIDENT DE LA REPUBLIQUE PAR EMILE ZOLA FÉLIX FAÜRE LETTRE AU PREIDENT DE LA REPUBLIQUE PAR EMILE ZOLA FÉLIX FAÜRE LETTRE AU PREIDENT DE LA REPUBLIQUE PAR EMILE ZOLA FÉLIX FAÜRE LETTRE AU PREIDENT DE LA REPUBLIQUE PAR EMILE ZOLA FÉLIX FAÜRE LETTRE AU PREIDENT DE LA REPUBLIQUE PAR EMILE ZOLA FÉLIX FAÜRE LETTRE AU PREIDENT DE LA REPUBLIQUE PAR EMILE ZOLA FÉLIX FAÜRE LETTRE AU PREIDENT DE LA REPUBLIQUE PAR EMILE ZOLA FÉLIX FAÜRE LETTRE AU PREIDENT DE LA REPUBLIQUE PAR EMILE ZOLA FÉLIX FAÜRE LETTRE AU PREIDENT DE LA REPUBLIQUE PAR EMILE ZOLA FÉLIX FAÜRE LETTRE AU PREIDENT DE LA REPUBLIQUE PAR EMILE ZOLA FÉLIX FAÜRE LETTRE AU PREIDENT DE LA REPUBLIQUE PAR EMILE ZOLA FÉLIX FAÜRE LETTRE AU PREIDENT DE LA REPUBLIQUE PAR EMILE ZOLA FÉLIX FAÜRE LETTRE AU PREIDENT DE LA REPUBLIQUE PAR EMILE ZOLA FÉLIX FAÜRE LETTRE AU PREIDENT DE LA REPUBLIQUE PAR EMILE ZOLA FÉLIX FAÜRE LETTRE AU PREIDENT DE LA REPUBLIQUE PAR EMILE ZOLA FÉLIX FAÜRE LETTRE AU PREIDENT DE LA REPUBLIQUE PAR EMILE ZOLA FÉLIX FAÜRE LETTRE AU PREIDENT DE LA REPUBLIQUE PAR EMILE ZOLA FÉLIX FAÜRE LETTRE AU PREIDENT DE LA REPUBLIQUE PAR EMILE ZOLA FÉLIX FAÜRE LETTRE AU PREIDENT DE LA REPUBLIQUE PAR EMILE ZOLA FÉLIX FAÜRE LETTRE AU PREIDENT DE LA REPUBLIQUE PAR EMILE ZOLA FÉLIX FAÜRE LETTRE AU PREIDENT DE LA REPUBLIQUE PAR EMILE ZOLA FÉLIX FAÜRE LETTRE AU PREIDENT DE LA REPUBLIQUE PAR EMILE ZOLA FÉLIX FAÜRE LETTRE AU PREIDENT DE LA REPUBLIQUE PAR EMILE ZOLA FÉLIX FAÜRE LETTRE AU PREIDENT DE LA REPUBLIQUE PAR EMILE ZOLA FÉLIX FAÜRE LETTRE AU PREIDENT DE LA REPUBLIQUE PAR EMILE ZOLA FÉLIX FAÜRE LETTRE AU PREIDENT DE LA REPUBLIQUE PAR EMILE ZOLA FÉLIX FAÜRE LETTRE AU PREIDENT DE LA REPUBLIQUE PAR EMILE ZOLA FÉLIX FAÜRE LETTRE AU PREIDENT DE LA REPUBLIQUE PAR EMILE ZOLA FÉLIX FAÜRE LETTRE AU PREIDENT DE LA REPUBLIQUE PAR EMILE ZOLA FÉLIX FAÜRE LETTRE AU PREIDENT DE LA REPUBLIQUE PAR EMILE ZOLA FÉLIX FAÜRE LETTRE AU PREIDENT DE LA REPUBLIQUE PAR EMILE ZOLA FÉLIX FAÜRE LETTRE AU PREIDENT DE LA REPUBLIQUE PAR EMILE ZOLA FÉLIX FAÜRE LETTRE AU PREIDENT DE LA REPUBLIQUE PAR EMILE ZOLA FÉLIX FAÜRE LETTRE AU PREIDENT DE LA REPUBLIQUE PAR EMILE ZOLA FÉLIX FAÜRE LETTRE AU PREIDENT DE LA REPUBLIQUE PAR EMILE ZOLA FÉLIX FAÜRE LETTRE AU PREIDENT DE LA REPUBLIQUE PAR EMILE ZOLA FÉLIX FAÜRE LETTRE AU PREIDENT DE LA REPUBLIQUE PAR EMILE ZOLA FÉLIX FAÜRE LETTRE AU PREIDENT DE LA REPUBLIQUE PAR EMILE ZOLA

"Divertirse", esa palabra que al decir de Taine en Viaje

por Italia, de 1865, sólo tiene sentido en París, lo tenía

también para el México del siglo xix. Una leyenda dice que

Porfirio Díaz hacía desviar la ruta del ferrocarril para que

pasara a dos metros del "chalet estilo francés" construido

especialmente para su amada Juana Cata. 1 Y en los bailes,

cuando doña Juana "extendía pequeños carnets con los

lápices adjuntos" para que los invitados "pudiesen anotar

de antemano las parejas con las que habrían de bailar", y

en las cenas se servía "vino importado",2¿había dado

comienzo ese indispensable caudillaje de "lo francés" en

México?

José Luis Martínez apunta que el afrancesamiento en

México llegó a ser, según las irónicas observaciones de

Vicente Riva Palacio en Los ceros, \¡n "galicismo demente".

Así que, temporalmente olvidados quedaron zenzontles,

guacamayas y chirimoyas para que en columnas enteras

pulularan:—bouquet en vez de ramillete, timbre por sello,

chic en lugar de gracia, gusto o garbo, y réverie por ensueño

o delirio.3

En este jardín lingüístico deliciosamente artificial, si

revisamos someramente su historia de amor,

comprobaremos que el erotismo del poder, transformado

en el impulso de la subordinación, se puso de manifiesto

cuando en 1838 Francia declaraba la guerra a México. Lo

cual, dicho sea de paso, le dio a Santa Anna la oportunidad

de recuperar su popularidad a cambio de la pérdida de

una pierna, así como también a los generales Mejía y Urrea

entrar en acuerdos con el ministro plenipotenciario francés

Charles Baudin, para que después de la aparición del

cometa Halley, en 1835, la tienda de vinos más popular

de la Ciudad de los Palacios fuera la de Gautier et Reynaud.

Hacia 1856, el peligro de que Estados Unidos se

inmiscuyera en los asuntos de México hizo que Napoleón

III pensara en los Habsburgo, y específicamente en el

archiduque Fernando Maximiliano. En 1861, el conde

Alphonse Dubois de Saligny y el contralmirante Jurien de

la Graviére, estuvieron al mando de la brigada francesa

que desembarcó en México el 8 de enero de 1862. Para

el mes de marzo, la llegada del conde de Lorencez con

refuerzos a Veracruz evidenciaba el interés de Napoleón

III de intervenir en México.

Y a pesar de que las proclamas francesas aseguraban a

los mexicanos que las miras de Francia eran "nobles y

generosas", el conflicto armado entre ambos países cobró

intensidad el 19 de abril de 1862, cuando se dispararon los

primeros tiros. El 5 de mayo, en un histórico combate, el

ejército mexicano venció a las tropas de Napoleón III, y un

Porfirio Díaz, de 31 años, se volvió noticia de primera plana.

Lo cual no evitó que el 10 de abril de 1864, Maximiliano

fuera declarado emperador de México. Las vicisitudes y

tropiezos que después siguieron, con el dramático remate

de las descargas de fusil en el Cerro de las Campanas, en

* Fragmento del capítulo "Dreyfus en México. Adiós París" perteneciente al libro ¿Porqué Dreyfus? El ensayo de un crimen, de Neda G. de Anhalt, publicado por CONACULTA en la colección Sello Bermejo.

1 Enrique Krauze, Porfirio Díaz. Místico de la autoridad. Biografía del Poder, 1.1, FCE, México, 1987, p. 15.

2 Ibid., pp. 69 70. 3 Citado por José Luis Martínez, en La expresión nacional, Oasis, xico, 1984, pp. 57 58.

el destino y la libertad de ambas naciones.

No voy a dedicar demasiado tiempo a este tema, sólo

diré que el afrancesamiento de los mexicanos, como bien lo

explicó Octavio Paz," fue un cosmopolitismo, y Paris era "más

que la capital de una nación, el centro de una estética". En

efecto, recordemos que Justo Sierra publicó en El

Renacimiento un ensayo sobre Lamartine; José María Roa

Barcena y José Rosas Moreno tradujeron a Victor Hugo, Flores

a Musset y Altamirano un artículo de Eugene Cortet. Sin

olvidar que, en 1870, la Sociedad de Librepensadores tuvo

como presidente honorario a Victor Hugo.

Pero en la época en que el affaire Dreyfus dio comienzo y

estuvo en plena efervescencia en un país como Francia, tan

espiritualmente amado por los mexicanos, ¿cómo fue visto

el proceso, por ejemplo, en la Revista Azul?5.

No fue visto. Pero, ¿por qué una revista que se considera

situada a mitad del camino cronológico del modernismo,

y cuyo espacio cultivó una estética literaria o un credo

estético que era el "francesismo", tendría que ocuparse

4 Octavio Paz, Los hijos del limo, Seix Barral, Barcelona, 1974, 130-131.

5 La Revista Azul (18941896) era el suplemento dominical del periódico El Partido Liberal, del cual Manuel Gutiérrez Nájera era el jefe de redacción. En la Revista Azul ocuparon también puestos: Carlos Díaz Dufóo y Luis G. Urbina. Otras revistas de la época fueron: El Mundo Ilustrado (1894-1899), El Fígaro (1896-1897), Revista Moderna (1898-1903), fundada por Bernardo Couto Castillo y continuada por Jesús E. Valenzuela (de 1903 a 1911 se llamó Revista Moderna de México) El Renacimiento (1869; 2a. época, 1894), dirigida por Ignacio Manuel Altamirano.

Justo Sierra

1867, ciertamente marco un capitulo nada amoroso entre

del affaire Dreyfus? Porque, en efecto, se hizo de la vista

gorda. ¿Les faltó imaginación política a sus fundadores?

¿Y por qué exigirle a escritores cuyas vidas transcurrieron

en la ciudad de México -excepto algunas salidas al interior

del país como fue el caso de Manuel Gutiérrez Nájera- el

tener que abordar este asunto? ¿Y por qué no, si durante

el mismo mes de julio de 1894 -apenas días antes de

que irrumpiera el affaire Dreyfus- el Duque Job se aventura

en la información histórica al dedicarle un ensayo al

asesinato de Sadi Carnot,6 y Petit Bleu habló del suicidio

de Toche, "un vaudevilista ingenioso, aplaudido por ese

todo París", 7 o Azul Pálido hizo referencia a la renuncia de

Casimir-Perrier,8 y no perdía ocasión para exaltar el 14 de

julio, no como el día de Francia sino "como el día de todas

las naciones"?

No es fácil contestar a estas preguntas, porque la

revista, como admitieron sus fundadores, carecía de un

programa, y en ella tuvo cabida tanto el azar como la

improvisación. No ha de causar extrañeza que en las

páginas de estos "espíritus franceses deportados a tierra

americana", además de asomarse "el pabellón claro del

cielo veneciano" y "el reluciente azul de los mares

Adriáticos", se divisaran también "por ese balcón abierto"

las ideas de un incipiente antisemitismo.

La Revista Azul, sin lugar a dudas, encauzó el

movimiento intelectual de México. Y para lograrlo fue

menester el ejercicio de la crítica que requiere -según

palabras de Octavio Paz- inteligencia, carácter y rigor moral.

¿Los hubo?

En sus números se recogen, entre o t ras , las

traducciones de los escritos de dos dreyfusistas: Zola y

France, así como también las de Musset, Banville, Bourget,

Taine, E. y J . de Goncourt , Mendés, Dumas hijo,

Maupassant, Hugo, Verlaine y las de los antidreyfusistas:

Daudet, LemaTtre, Dérouléde y Coppée. Este último, Fragois

Coppée, fue un activo colaborador de la revista.

Es de utilidad consignar que entre la copiosa producción

de poemas, artículos, crónicas, ensayos, noticias del

momento, páginas frivolas, se insertaba una sección fija

firmada por Petit Bleu y Azul Pálido, y otra sección eventual,

firmada por Monaguillo. Ambos eran seudónimos de Carlos

Díaz Dufóo, nacido en Veracruz en 1861, pero radicado

en España desde niño. Ya en México, desarrolló una

extensa labor periodística.

Vale la pena detenerse un instante en alguna de sus

colaboraciones en la Revista Azul. Aparte de revivir La

debacle, Roma y Lourdes, de Zola, fue en "De Sobre­

mesa" 9 donde Monaguillo, al presentar un proyecto de

ley de "La gran agrupación de 'Regeneradores de la

Especie Humana', para una nueva repartición de la ri­

queza", pondera al "ilustre Proudhon", y se hace eco de

El Eco francés, al lanzar una clásica diatriba antisemita,

protestando...

6 El Duque Job, "La muerte de Sadi Carnot", Revista Azul, edición facsimilar, Dirección de Literatura, Coordinación de Difusión Cultural, UNAM, México, 1988, t. I, pp. 129-131.

7 Petit Bleu Ibid. p. 276. 8 Azul Pálido. Ibid., p. 196. 9 Monaguillo, en Revista Azul, op. cit., t. V, p. 156. Cursivas del

original.

contra los Hirchs, los Rotschilds (sic) los Ephrusy, los Laffite,

los Vanderbild (sic), los grandes detentores del dinero de los

pobres, los inicuos secuestradores de la riqueza, a quienes

es preciso castigar del horrible delito de haber atesorado

pieza tras pieza algunos miles de millones, al lado de una

población que vive en la más espantosa miseria.

En "Páginas nuevas", 1 0 al difundirse un capítulo de la

novela Juanita la Larga de Juan Valera, recupero un párrafo:

Debemos advertir que estos judíos o herejes, tan elegantes

en el vestir, gastaban ciertas espantosas carátulas, con

enormes narices a veces como berenjenas, amoratadas y

llenas de verrugas, porque los judíos de los tiempos antiguos

eran más feos que los de ahora, si bien entonces tenían la

mar de dinero cuando se vestían con tanto lujo.

Antes de decir que ésas son las palabras o las ideas

de un escritor español y no las de un mexicano, y que una

revista no es responsable de lo que dicen otros, quizá no

sea inútil reparar, páginas más adelante, en la aportación

de Díaz Dufóo; con una falta de rigor critico - y ése fue su

pecado- se deshace en elogios hacia la obra de Valera.

"Nada más garrido, nada más fragante, nada más fresco

que esta deliciosa humorada".11

¿Fue asombroso que Díaz Dufóo no tuviese la

perspicacia de rechazar un antisemitismo tan ramplón?

Como dijo el Duque Job, "al pie de la escalera": "¡Oh.. . no

es perfecta la naturaleza humana!"

Este tema merecería un largo ensayo. Estamos lejos

de suponer que estos capítulos en la Revista Azul

comprendan todas y cada una de las manifestaciones

antisemitas de la época. A medida que se reflexiona sobre

este asunto, se hace evidente un estudio al respecto.

Curiosamente, la Revista Moderna,12 que entre sus

colaboradores franceses contaba con Maurice Barres, 1 3

tendrá en la voz del peruano José Santos Chocano, con

su "Canto a Emilio Zola" , 1 4 una mención acerca de Dreyfus.

Ésta hace surgir a Zola "como un fénix de amor sobre los

odios". A l mismo tiempo que lo compara con Cristo: "No

importa que te insulte la ignorancia/del populacho que a

tus pies vocea:/ tú eres la libre y justiciera Francia, / eres

la Humanidad, eres la Idea! / Los que te deben coronar

de rosas / te coronan de espinas..." Y Chocano finaliza

su canto reconociendo a Zola como "...-Francia hecha

hombre,/ hombre que salvas el honor de Francia/[ ...] Y

ya no sueñes en mayor altura, /porque la única cumbre

eres tú mismo".

Pero, entonces, ¿quién fue el intelectual mexicano que

se ocupó del affaire Dreyfus?

1 0 "Páginas nuevas", un capítulo de Juanita la Larga, "la última novela de D. Juan Valera", en Revista Azul, op. cit, t. IV, pp. 262-264.

1 1 Carlos Díaz Dufóo, "Lecturas", op.clt., t.v. pp. 271-273. Cursivas del original

" Revista Moderna, edición facsimilar, vols. I al VII, Dirección de Literatura, Coordinación de Difusión Cultural, UNAM, México, 1987 (de 1898 a 1903, y de 1903 a 1911 se llamó Revista Moderna de México en su segunda etapa).

1 3 Ibid., vol. VI, pp. 91-93 y 126-129. 14 Ibid., vols. I y II, pp. 135-136.

Creo, con todo, que no es difícil adivinar que sería un

magistrado de la Suprema Corte, el representante de la

Academia Mexicana de Jurisprudencia, y de la Sociedad

Mexicana de Geografía y Estadística, el poeta por cuya

iniciativa se promulgaría la ley que crea la Universidad

Nacional de México, el que fue secretario de Instrucción

Pública y Bellas Artes, así como ministro plenipotenciario

de México en España, Justo Sierra (Campeche 1848-

Madrid 1912); el que fuera el hombre sensible, observador

profundo, quien no sólo siguió paso a paso los pormenores

del affaire y percibió con agudeza muchas de sus facetas,

sino que se convirtió en su gran cronista.

El "científico", con su prosa clara y rápida, vio mejor y

más lejos que algunos modernistas. Sería otro colaborador

de la Revista Azul y de la Revista Moderna, José Juan

Tablada, quien rompería posteriormente con el

modernismo, y que para Octavio Paz es "uno de los padres

de la poesía contemporánea de la lengua española", 1 6

quien celebrará abiertamente la aventura espiritual que

significó la liberación del capitán Dreyfus.

Recordemos que cuando Alfred Dreyfus fue sentenciado,

por traición, a cadena perpetua, Georges Clémenceau se

lamentaba de que un crimen de esa índole no se castigara

con la pena de muerte. En la Cámara de Francia, el

diputado Jean Jaurés sostuvo también la necesidad "de

fusilar al traidor".1 6

Justo Sierra no llegó a tales extremos, aunque al

comienzo sus opiniones no eran esencialmente distintas

de las que se habían oído antes en Francia, pues pensó

que "este enervante asunto Dreyfus, l'affaire, está

condenado a apagarse dentro de poco tiempo". Estuvo

consciente, sí, de que el affaire dejaría "muchos y muy

largos rastros de pasión y odio", porque su pensamiento

político no pudo ignorar ciertas realidades. Pero ni Justo

Sierra ni nadie en aquel momento pudo imaginarse que

de este proceso saldría una revolución nacida del combate

de las ideas; y que antiguas jerarquías de cariño serían

derribadas como fin de una época. Ni Clémenceau ni

Jaurés, como tampoco el propio Sierra o Tablada,

sospecharon que sus voces terminarían por resonar en

defensa de Dreyfus.

El affaire terminó por seducir la sensibilidad de ambos

poetas mexicanos, pero también sus pensamientos. A

Justo Sierra, primero le surgió la duda; después la

desconfianza, y con ella el análisis; y de ese crescendo

de sospechas y recelos que es un diminuendo, se instaló

la-certeza de la inocencia del capitán Dreyfus.

Justo Sierra nos dejó como valiosa herencia una

elocuentísima crónica histórica, social y política acerca

de este affaire. Es una pena no poder reproducir íntegros

los cientos de páginas de su interminable muestrario de

ideas, ya que revelan desconocidos aspectos de su

personalidad. Hay momentos en que las reflexiones lo

enfrentan con el fenómeno del parlamentarismo y la

República; hay otros, en que analiza el porvenir de la

prensa, y deplora la retórica de los intolerantes; todo ello

Manuel Gutiérrez Nájera

lo incita a recorrer caminos que se bifurcan para sostener

un diálogo consigo mismo y con el affaire.

Con el paso del tiempo, a medida que las máscaras

fueron cayendo y quedó desnuda la realidad histórica de

este proceso, Justo Sierra tuvo el valor de rectificar. En

palabras de Octavio Paz, practicó "la moral del honor". Su

acierto mayor fue no olvidar al ser humano concreto -

llámese Zola, Picquart o Lucie Dreyfus- para, en su lugar,

exaltar la ideología política del Estado.

Al consignar todos y cada uno de los detalles del affaire,

el hombre de letras vio con lucidez que aquél era una

cárcel-laboratorio de intrigas e injusticias.

Veamos algunas de estas páginas de Justo Sierra, 1 7

que aparecieron publicadas en la revista mexicana El

Mundo Ilustrado:

A mi modo de ver, equivocado tal vez, pero no puedo tener

otros ojos que los míos, hay en el fondo de esta batalla una

cuest ión re l ig iosa; la hay en el fondo de todas las

conmociones sociales. 1 8

A mi modo de ver, que espero no sea el equivocado, Justo

Sierra apunta aquí una característica del siglo xrx, considerada

la gran época de las teorías raciales pseudocientíAcas. Los

franceses habían popularizado los descubrimientos de los

filólogos alemanes que al investigar los orígenes del lenguaje

distinguieron entre los pueblos arios o indoeuropeos, con sus

raíces en el sánscrito, y los pueblos semitas, con sus raíces en

1 5 Octavio Paz, Las peras del olmo, Biblioteca Breve de Bolsillo, Seix-Barral, Barcelona, 1974, p. 54.

1 6 Esta actitud de Jaurés, como veremos en "Dreyfus en México", se encuentra, precisamente, en el extremo contrario.

1 7 Justo Sierra, El Exterior. Revistas políticas y literarias, UNAM, México, 1948, Obras Completas del Maestro Justo Sierra, t. VII. Todas las citas provienen de este libro.

lalbíd., p. 31.

el grupo hebreo de las lenguas. El problema fue que en el proceso

de estos descubrimientos se confundieron el idioma con la raza.

Sin considerar que el concepto de "raza" no adquirió claridad

antes de las primeras décadas del siglo xx. Es sobre este

trasfondo de confusión y división al que hace referencia Justo

Sierra. La "cuestión religiosa", entonces, se convierte en un

amplio saco que albergaba hebreos, cristianos, filosemitas,

judíos laicos, clero católico, asuncionistas, protestantes,

francmasones, monárquicos, republicanos y anarquistas .

...unos empuñan la bocina épica de un Baudry d'Asson o de un

Drumont cualquiera y exclaman: se nos quiere entregar a los

judíos, se quiere convertir a Francia en un nuevo Cristo y crucificarla

en el Calvario del dinero; estos liberales, estos intelectuales,

que son capaces de discutir sobre la luz increada en los momentos

en que los turcos se apoderan de Constantinopla (palabras del

general Mercier, que ignoraba, sin duda, cómo se había defendido

Constantinopla), quieren disolver el ejército, último santuario del

ideal de honor de nuestros ancestros gloriosos, para ponerlo

todo a los pies de la francmasoneria judía de los alemanes y los

franceses. Vade retro, en nombre de la patria y de Cristo (que,

sin embargo, era judío).19

Sin rechazar la creencia fundamental del cristianismo para

el advenimiento del "Hijo del hombre", esta exegesis

humanitaria de Jesús -no exenta de fina ironía y sentido del

humor-finca la construcción de la sociedad judaica, no tanto

a favor de un neocristianismo, sino a favor de un

humanitarismo laico. En cierto modo, Justo Sierra buscó la

fórmula de una supremacía de lo espiritual y colocó a ésta

por encima de la voluntad humana, para hacer coincidir al

judaismo y al cristianismo en una doctrina explícita de la

libertad. No se trata de que el Nuevo Testamento reemplace

al Antiguo, sino de señalar con la figura de Jesús la magnitud

de la deuda que el cristianismo ha contraído con el judaismo.

Una ocasión, en la Cámara Alta del Reino Unido, Disraeli, que

no era todavía lord Beaconsfield, pero que ya era el leader de

los conservadores ingleses, decía a lord Ellensborough, que

reprochaba a los torys su obediencia a un judío: "que el noble

lord no se alarme por eso: hace dieciocho siglos que la

humanidad cristiana está arrodillada a los pies de un judío".2 0

Con ciertos personajes del Estado Mayor francés y

especialmente con la prensa, Justo Sierra se mostró

implacable. No podía ser de otro modo, porque dicha prensa,

aliada al poder militar y al civil, había falseado la verdad del

pueblo. Así pues, este historiador, convertido en el gran analista

del proceso Dreyfus, se transformó en precursor y en una

profunda conciencia de su época. Un estilo recargado de

adjetivaciones le sirve para atacar a las lacras del periodismo:

Debajo de estos portavoces (sic) de los hierofantes está la chusma

de cierta prensa, la más frenética, la más procaz, la más

desesperadamente despreciable, la más irredimiblemente abyecta

que pueda imaginarse. Esta prensa que se bate sin una sola razón,

sin una sola ¡dea, sin un solo sentimiento nacido una línea más

arriba del bolsillo, por el miserable céntimo que cae de manos del

1 9 I D « . , p. 32. 2 0 ídem.

noble, del burgués, del obrero, del vagabundo, de todos cuantos

forman el populacho moral que hierve en el fondo de nuestra

civilización, ávido de escándalo [...] esta prensa, cuyo más conspicuo

representante es el furibundo demagogo "mistificador" H.

Rochefort, el que llamaba a diario a Jules Ferry, acusado del delito

de crear un imperio colonial a la patria francesa y un porvenir

alfabético a la democracia francesa, ladrón, traidor, asesino,

troppman y otros horrores de este jaez; esta prensa, enfermedad

parasitaria de la literatura, hongo que tiende a producir en el

organismo social la fermentación pútrida, es la que con el nombre

de "cuarto poder" pretende señorearse por el terror de Francia y

del mundo. Y he allí el más grave problema del siglo xx.2 1

Justo Sierra hace a un lado el aspecto jurídico del asunto

para basarse en las declaraciones ante la Corte de

Casación, publicadas por Le Figaro. Su primera conclusión

es que el memorando, pieza aducida legalmente ante e

Consejo de Guerra y convertida en base de la condenación

de Dreyfus, no es "obra del condenado de la Isla del Diablo"

A pesar de que dos peritos afirmen lo contrario y entre

ellos esté el famoso Bertillon, Justo Sierra sabe que e

memorando no pudo ser de la autoría de Dreyfus, y sí de

Walsin-Esterhazy, por las peculiaridades de la letra, por la clase

de papel igual al que en esos mismos días usaba Esterhazy

Entre los peritos favorables a Dreyfus estaban los

directores de L' École de Chartes, que para Justo Sierra

eran de "intachable reputación". En suma, concluye este

jurisconsulto, "el valor probante del memorando es nulo"

Al repasar los orígenes del proceso, Justo Sierra indaga

ensaya y analiza las confesiones del reo después de su

degradación. Asimismo, cuando Dreyfus afirma su inocencia

al capitán Lebrun Renaud, Justo Sierra, que se alimenta de

diferentes discursos, menciona de modo específico la falsa

confesión del guardia judicial. No la toma en cuenta, ya que

está contradicha por cuantos afirman que el capitán Lebrun

Renaud "no habló nada de la tal confesión y aun la desmintió

confidencialmente".

Una manera de plantear dudas en el ánimo de sus lectores

es traer a colación las declaraciones del comandante Forzinetti,

primer carcelero de Dreyfus, las cuales considera "impor­

tantísimas".

Consciente de que la legitimidad de sus pronunciamientos

constituye su opinión propia, al mencionar el expediente

secreto del Ministerio de Guerra, nuestro francotirador

imprime civismo a sus conclusiones cuando afirma que las

pruebas han sido sostenidas "con más calor que convicción"

por los señores Cavaignac, Billot, Mercier, Gonse.

El autor de Catecismo de la historia patria desconfía de la

figura emblemática del oficialismo francés y al articular su

discurso recupera una declaración del reconocido

antidreyfusista Cuignet, como testigo clave para demoler al

oficial de Estado Mayor Du Paty de Clam, a quien acusa de

"todas las intrigas, falsificaciones y fraudes que ha habido

en este asunto", para insertar una defensa que transgrede

los bordes mismos de la injusticia:

En suma, las presunciones se contradicen, se neutralizan; no

pueden, por ende, ser tomadas en consideración. Y eso (he aquí

lo terrible) que no se ha oído al sentenciado, que no se han

2 1 /oíd., p. 33.

José Juan Tablada

debatido con él los datos que le son contrarios, que la deliberación

se verificará en ausencia suya, y que si esto, en rigor, no es ilegal

en la substanciación del recurso de revisión, es indebido y cruel. 2 2

Justo Sierra hizo del proceso Dreyfus la metáfora central

de toda una noción de injusticia. Si la mayoría de sus

observaciones son personales, veamos cómo en otras

ocasiones el sujeto es colectivo. Por ejemplo, cuando habla

del prestigio de la justicia francesa empeñado en este asunto

a la vista del mundo civilizado, a pesar de que considera que

el caso es "dificilísimo"; quiere creer que los hombres sensatos

de Francia han protestado inclinarse ante el fallo del tribunal,

"sea cual fuere".

Filósofo del liberalismo y convencido de que el tiempo

obraría a favor de Dreyfus, Justo Sierra legitimaba In­

genuamente su deseo de que la revisión del proceso pasase

a ser una realidad. De tomar tal deseo al pie de la letra, se

tendría que concluir que el tiempo no era necesariamente el

auxiliar de la razón, cuando lo que estaba en juego era un

combate por el poder entre intereses enemigos.

En el fondo, no fue sólo la soberanía de la verdad y la

justicia de lo que se trataba; era la de la victoria del derecho

de la fuerza en el despotismo más absoluto del Estado

Mayor francés.

Esta última frase muestra bien que Justo Sierra está

convencido de que el país heredero de una revolución como

la francesa tenía el verdadero derecho de implantar el imperio

de la ley moral.

Todo parece en Francia encaminarse al resultado que muchos,

yo el último, habíamos anunciado; habrá revisión del proceso

Dreyfus; un tribunal de guerra engañado lo condenó; otro tribunal

de guerra debe absolverlo. Nos atrevemos a decir esto, porque

fuera de Francia, fuera de las preocupaciones y las pasiones de

Francia, la inmensa mayoría de cuantos han estudiado los

elementos principales de este asunto ha llegado a esta conclusión:

Dreyfus no es culpable del delito de alta traición. Y nadie fuera de

Francia ha creído que el honor del ejército francés estuvie

identificado con la no revisión del proceso, nadie.2 3

2 3 Ibid., p. 41.

EMILE ZOLA

¡YO ACUSO...! CARTA DE ÉMILE ZOLA

A FÉLIX FAURE Señor Presidente:

¿Me permite usted, en gratitud por la amable acogida que

un día me brindó, asumir el cuidado de su justa gloria al

decirle que su estrella, tan feliz hasta ahora, está

amenazada por la más vergonzosa y la más imborrable de

las manchas?

Usted ha salido incólume de las más bajas calumnias;

ha conquistado los corazones de la gente. Aparece radiante

en la apoteosis de esta fiesta patriótica que la alianza

rusa ha significado para Francia, y se prepara para presidir

en solemne triunfo nuestra Exposición Universal, que

coronará nuestro gran siglo de trabajo, verdad y libertad.

Mas qué mancha de lodo sobre su nombre -iba a decir

sobre su mandato-con este abominable proceso Dreyfus.

Un consejo de guerra acaba, por orden superior, de

atreverse a sobreseer a un Esterhazy, lo cual es una afrenta

suprema a toda justicia. Y esto ha terminado; Francia

ostenta sobre su mejilla esta mancha, y la historia escribirá

que este crimen social pudo cometerse bajo su

presidencia.

Puesto que ellos se han atrevido, yo me atreveré

también. Diré la verdad, porque he prometido decirla, aun

si la justicia regularmente organizada no la presentaba

plena y total. Mi deber es hablar; no quiero ser cómplice.

Mis noches serían obsedidas por el espectro del inocente

que expía, allá en el destierro, la más humillante de las

torturas: un crimen que no ha cometido.

Y es a usted, señor presidente, a quien le gritaré esta

verdad con toda la fuerza de mi rebeldía de hombre

honesto. Para su honor, estoy convencido de que la

desconoce. ¿Y a quién denunciaría la turba dañina de

verdaderos culpables, si no a usted, el primer magistrado

del país?

Por principio, la verdad sobre el proceso y sobre la

condena de Dreyfus.

Un hombre nefasto lo ha conducido todo, lo ha hecho todo;

es el teniente coronel Du Paty de Clam, entonces simple

comandante. Él es el caso Dreyfus en síntesis; no se le

conocerá sino cuando una investigación leal haya establecido

con claridad sus actos y sus responsabilidades. Aparece como

el espíritu más confuso, el más enredoso, habitado de intrigas

* Traducción de Nedda G. de Anhalt publicada como Apéndice I, en su libro ¿Por qué Dreyfus? El ensayo de un crimen, reproducida con su autorización.

novelescas, que se complace usando los medios de los

folletines por entrega, los papeles robados, las cartas

anónimas, las citas en los lugares desiertos, las mujeres

misteriosas que producen, de noche, pruebas abrumadoras.

Es él quien imagina dictar el memorando a Dreyfus; el que

soñó estudiarlo en una habitación recubierta por entero de

espejos; es él a quien el comandante Forzinetti nos representa

armado de una linterna sorda y pretende hacerse introducir

cerca del acusado dormido para proyectar sobre su rostro un

brusco haz de luz y descubrir así su crimen, en la sorpresa del

despertar. Y no tengo que decirlo todo, que se busque y se

encontrará. Declaro simplemente que el comandante Du Paty

de Clam, encargado de instruir el proceso Dreyfus, como oficial

judicial es, en el orden de las fechas y responsabilidades, el

primer culpable del repulsivo error judicial que se ha cometido.

El memorando se hallaba después de algún tiempo en

poder del coronel Sandherr, director de la Oficina de

Informaciones, quien murió más tarde de parálisis general.

Las "fugas" tuvieron lugar; desaparecían papeles como

desaparecen en el presente, y el autor del memorando

era investigado, y un a priori se perfiló poco a poco, según

el cual, tal autor no podía ser más que un oficial del Estado

Mayor y un oficial de artillería: doble error manifiesto, que

muestra con qué espíritu superficial se había estudiado

ese memorando, pues un examen razonado demuestra

que no podía tratarse sino de un oficial de tropa.

En consecuencia, se buscaba en la casa misma, se

examinaban los escritos; parecía un problema de familia,

es decir, sorprender a un traidor en las oficinas mismas

para expulsarlo. Y sin que se pretenda aquí recrear una

historia conocida en parte, entra en escena el comandante

Du Paty de Clam, desde que una primera sospecha recae

sobre Dreyfus. A partir de ese momento él es quien ha

inventado a Dreyfus; que se ha empeñado en confundir al

traidor, conducirlo a confesiones completas. Hay otros

personajes: el ministro de Guerra, general Mercíer, cuya

inteligencia sufre de mediocridad, el jefe del Estado Mayor,

general De Boisdeffre, que había cedido a su pasión

clerical, el subjefe del Estado Mayor, general Gonse, cuya

conciencia pudo adaptarse a muchas cosas. Pero, en el

fondo no existe en principio más que el comandante Du

Paty de Clam, quien los dirige a todos, los hipnotiza, pues

él también se ocupa de espiritismo, ocultismo y conversa

con los espíritus. Imposible concebir las experiencias a

las que ha sometido al desventurado Dreyfus; las trampas

en las cuales ha querido hacerlo caer, las investigaciones

descabelladas, las imaginaciones monstruosas: toda una

demencia torturante.

¡Ah, ese primer proceso! Es una pesadilla para quien lo

conoce en sus verdaderos detalles. El comandante Du

Paty de Clam arresta a Dreyfus, lo incomunica. Corre a la

casa de la señora Dreyfus, la aterroriza, diciéndole que,

si habla, su marido está perdido. Durante esa época, el

infeliz se destrozaba las carnes, aullando su inocencia. Y

la instrucción se ha hecho como en una crónica del siglo

xv, en medio del misterio, con una complicación de

expedientes bárbaros, todo basado sobre un solo cargo

infantil, ese memorando imbécil, que no era solamente

una traición vulgar, que era también el más impúdico de

los escamoteos, pues los famosos secretos descubiertos

carecían todos de valor. Si insisto es porque el origen

está aquí, de donde va a surgir más tarde el verdadero

crimen, la espantosa denegación de justicia de la que

Francia está enferma. Quisiera señalar cómo el error

judicial ha podido ser posible, cómo ha nacido de las

maquinaciones del comandante Du Paty de Clam, cómo

el general Mercier, los generales De Boisdeffre y Gonse

han podido dejarse sorprender, comprometer poco a poco

su responsabilidad en este error, que han creído deber

imponer, más tarde, como la verdad santa, una verdad

que aún no se discute. Al principio, pues, no hay, de su

parte, más que incuria y torpeza. A lo sumo, consienten

en ceder a las pasiones religiosas del medio y a los

prejuicios del espíritu de cuerpo. Han permitido que se

formara esta infamia.

Pero he aquí a Dreyfus ante el Consejo de Guerra. Se exige

el aislamiento más absoluto. Un traidor habría abierto la

frontera al enemigo para conducir al emperador alemán hasta

Notre-Dame, si no se tomaban las medidas de silencio y de

misterio más estrictas. La nación ha sido conmovida por el

estupor, se murmuran hechos terribles, traiciones monstruosas

que indignan a la Historia, y como es natural, la nación se

inclina. No existe castigo bastante severo; ella aplaudirá la

degradación pública, querrá que el culpable permanezca atado

a su roca de infamia, devorado por los remordimientos. ¿Será

verdad todo lo indecible, lo peligroso, capaz de arrojar a Europa

en llamas que se ha debido enterrar cuidadosamente detrás

de las puertas cerradas del proceso? ¡No! No ha habido allí

más que las imaginaciones novelescas y demenciales del

comandante Du Paty de Clam. Todo ello ha sido hecho sólo

para ocultar el más absurdo de los folletines por entrega. Y

para estar seguro de ello, basta estudiar atentamente el acta

de acusación leída ante el Consejo de Guerra.

¡Ah la nada de esta acta de acusación! Que un hombre

haya podido ser condenado según tal acta es un prodigio

de iniquidad. Desafío a los seres decentes a que la lean

sin que su corazón estalle de indignación y griten su

rebeldía, pensando en la expiación desmesurada, allá, en

la Isla del Diablo.

Dreyfus sabe varios idiomas, crimen; no han encontrado

en él algún documento comprometedor, crimen; es laborioso

y tiene la preocupación de saberlo todo, crimen; visita a veces

su país de origen, crimen; no se preocupa, crimen; se

preocupa, crimen. ¿Y las ingenuidades de redacción, las

aserciones formales en el vacío? Se ha hablado de catorce

jefes acusadores. Hallamos que una sola acusación cuenta,

la del memorando, y sabemos también que los expertos no

Émile Zola en un dibujo aparecido en L'lllustration el 26 de febrero de 1898 durante la audiencia del proceso Zola

estaban de acuerdo, que a uno de ellos, Grobbet, se le recusó

militarmente porque no concluyó en el sentido deseado. Se

habla asimismo de 23 oficiales que vinieron a abrumar a

Dreyfus con sus testimonios. Ignoramos aún sus

interrogatorios; pero es seguro que todos no lo han acusado;

debe observarse, además, que todos ellos pertenecían a

las Oficinas de Guerra. Es un proceso de familia; se está

dentro de un círculo, es necesario no olvidarlo: el Estado

Mayor ha querido el proceso, lo ha juzgado, y acaba de juzgarlo

por segunda vez.

Consecuentemente, no quedaba más que el memorando,

sobre el cual los expertos no estuvieron de acuerdo.

Trascendió en la Cámara del Consejo que los jueces estaban

naturalmente dispuestos a sobreseer. Y, sin embargo, ¡cómo

se comprende la obstinación desesperada con la cual, para

justificar la condena, se afirma hoy la existencia de una pieza

secreta, fulminante, la pieza que no se puede mostrar, la

que legitima todo, ante la cual debemos inclinarnos, como

ante el buen Dios invisible e inefable! ¡Niego esa pieza, la

niego con toda mi fuerza! Una pieza ridicula, sí, quizá en la

que se trata de mujerzuelas, y donde se habla de un tal D...

que se vuelve un tanto exigente: algún marido que sin duda

pretendió que no se le pagó demasiado a su mujer. Una

pieza que interesara a la defensa nacional, pero que no se

podría presentar sin que la guerra se declarase al otro día.

¡No, no! ¡Esto es una mentira! Y ello resulta tanto más odioso

y cínico puesto que mienten con impunidad, sin que se les

pueda convencer. Sublevan a Francia; se ocultan detrás de

su legítima emoción; cierran las bocas, turban los corazones

y pervierten los espíritus. No conozco mayor crimen cívico.

Émile Zola. retrato grabado por Desboutin en 1879

He aquí, señor presidente, los hechos que explican cómo

un error judicial ha podido cometerse; y las pruebas morales,

la situación de fortuna de Dreyfus, la ausencia de motivos,

su reiterado grito de inocencia, acaban por mostrarlo como

una víctima de la extraordinaria imaginación del comandante

Du Paty de Clam, el medio clerical en que se hallaba y la

caza de "sucios judíos" que deshonra nuestra época.

Y llegamos al caso Esterhazy. Han pasado tres años.

Muchas conciencias permanecen perturbadas profundamente,

se inquietan, buscan y terminan por convencerse de la

inocencia de Dreyfus.

No haré el recuento histórico de dudas, después de la

convicción del señor Scheurer-Kestner. Sin embargo, mientras

él hurgaba por su parte, sucedían hechos graves en el Estado

Mayor. El coronel Sandherr había muerto y el teniente coronel

Picquart le sucedió como jefe de la Oficina de Informaciones.

Y con este motivo, en el ejercicio de sus funciones, este último

tuvo un día, en sus manos una carta telegrama dirigida al

comandante Esterhazy, por un agente de una potencia

extranjera. Su deber estricto era iniciar una investigación. La

certeza señala que él no ha actuado nunca fuera de la voluntad

de sus superiores. Sometió pues sus sospechas a sus

superiores jerárquicos, el general Gonse, luego el general De

Boisdeffre, en fin al general Billot, que había sucedido al general

Mercier como ministro de Guerra. El famoso prontuario

Picquart, del que tanto se ha hablado, no ha sido más que el

prontuario Billot; yo entiendo el compendio reunido por un

subordinado para su ministro, el que debe existir todavía en el

Ministerio de Guerra. Las investigaciones duraron de mayo a

septiembre de 1896, y es necesario afirmar en voz alta que el

general Gonse estaba convencido de la culpabilidad de

Esterhazy; el general De Boisdeffre y el general Billot no ponían

en duda que el memorando era de la mano de Esterhazy. La

investigación del teniente coronel Picquart había concluido

con esta evidencia cierta. La conmoción fue enorme, pues la

condena de Esterhazy entrañaba de manera inevitable la

revisión del proceso Dreyfus; y esto no lo deseaba el Estado

Mayor por ninguna causa.

Debió producirse entonces un minuto psicológico pleno de

angustia. Observemos que el general Billot no estaba

comprometido en nada; llegaba fresco y libre; podria decir la

verdad. No se atreve sin duda ante el terror de la opinión

pública, y ciertamente también ante el miedo de exponer al

Estado Mayor, al general De Boisdeffre, al general Gonse, sin

contar a sus subordinados. En suma, no fue más que un minuto

de lucha entre su conciencia y lo que él creía ser el interés

militar. Cuando pasó ese minuto, ya era demasiado tarde. Se

había enredado, se había comprometido. Y desde entonces

su responsabilidad ha aumentado; ha tomado a su cargo el

crimen de los otros; es tan culpable como los otros; es más

culpable que ellos, pues era el encargado de hacer justicia y

no ha hecho nada. ¡Comprende usted! Hace un año que el

general Billot y los generales De Boisdeffre y Gonse saben

que Dreyfus es inocente ¡y han guardado para ellos este terrible

secreto! ¡Y esta gente duerme, y tiene mujeres e hijos a los

que aman!

El teniente coronel Picquart había cumplido su deber de

hombre honesto. Insistía ante sus superiores en nombre de

la justicia. Aun les suplicaba, les expresaba cuan impolíticas

eran sus dilaciones, frente a la tremenda tormenta que se

acumulaba, que debía estallar, cuando la verdad se conociera.

Fue más tarde el mismo lenguaje que Scheurer Kestner repitió

al general Billot, conjurándolo por patriotismo a tomar el caso

en su mano, no dejarlo empeorar hasta el punto de que se

convirtiera en un desastre público. ¡No! El crimen estaba

cometido; el Estado Mayor no podía ya reconocer su falta. Y

al teniente coronel Picquart se le encomendó una misión; se

le aleja más y más, hasta Túnez, donde un día se quiso

Zola leyendo LAurore

honrar su valor encargándole una tarea donde con seguridad

hubiera sido masacrado, en los parajes en donde halló la

muerte el marqués de Mores. No se hallaba en desgracia; el

general Gonse mantenía con él una correspondencia

amistosa. Sólo que el general no desconoce los secretos ni

se muestra sorprendido.

En Paris, la verdad marchaba de manera irresistible, y se

sabe de qué modo estalla la esperada tormenta. El señor

Mathieu Dreyfus denunció al comandante Esterhazy como el

verdadero autor del memorando, en el instante en que el

señor Scheurer Kestner iba a depositar en manos del

funcionario correspondiente una demanda de revisión del

proceso. Y en esta circunstancia aparece el comandante

Esterhazy. Los testimonios lo muestran primero desesperado,

al borde del suicidio o de la fuga. Luego, todo un golpe teatral,

cuya audacia asombra a Paris por la violencia de su actitud.

Le habían llegado apoyos, recibía una carta anónima

advirtiéndole de los pasos de sus enemigos; una "dama

misteriosa" se había arriesgado de noche para remitirle una

pieza robada del Estado Mayor, que debía salvarlo. Yo no

puedo impedir volver a encontrar aquí al teniente coronel Du

Paty de Clam, al reconocer los expedientes de su fértil

imaginación. Su obra, la culpabilidad de Dreyfus, estaba en

peligro, y por supuesto quiso defenderla. La revisión del

proceso era el derrumbe del folletín por entrega tan

extravagante, tan trágico, cuyo desenlace abominable tiene

lugar en la Isla del Diablo.

Es lo que no se podía permitir. Desde ese instante, el

duelo va a tener lugar entre el teniente coronel Picquart y el

teniente coronel Du Paty de Clam, uno a cara descubierta, el

otro enmascarado. Se les encontrará muy pronto a ambos

ante la justicia civil. En el fondo es siempre el Estado Mayor

que se defiende, que no quiere reconocer su delito, cuya

abominación crece de hora en hora.

Se ha preguntado con estupor quiénes eran los protectores

del comandante Esterhazy. Primero, en la sombra, el teniente

coronel Du Paty de Clam, quien lo ha maquinado y conducido

todo. Su presencia se traiciona por los medios ridículos

empleados. Después, el general De Boisdeffre, el general

Gonse, el general Billot, mismos quienes están obligados a

sobreseer al comandante, puesto que no pueden admitir la

inocencia de Dreyfus sin que las dependencias del Ministerio

de Guerra se hundan en el descrédito público. Y el hermoso

resultado de esta situación prodigiosa será que el hombre

honesto, ahí dentro, el teniente coronel Picquart, que sólo

ha cumplido su deber, va a resultar la víctima, a quien se

ultrajará y castigará. ¡Oh justicia, qué amarga desesperanza

aprieta el corazón! Hasta se dice que él, el falsario, ha

fraguado la carta telegrama para perder a Esterhazy. Pero,

¡gran Dios!, ¿para qué? ¿Con qué fin? ¿Cuál es el motivo?

¿Es que él también ha sido pagado por losjudíos? Lo curioso

de la historia es que él era justamente antisemita. ¡Sí!

Asistimos a este espectáculo infame, de hombres hundidos

en deudas y en delitos cuya inocencia se proclama, mientras

se ensucia el honor de los hombres de vida limpia. Cuando

una sociedad se halla en este nivel, cae en la

descomposición.

He aquí pues, señor presidente, el caso Esterhazy: un

culpable a quien se trataba de hacer pasar por inocente.

Después de casi dos meses podemos seguir hora por hora

la gran tarea. Yo abrevio, pues aquí no es más que el resumen

de la historia cuyas páginas ardientes serán un día escritas

en extenso. Y hemos visto ya al general De Pellieux, luego al

comandante Ravary dirigir una investigación acelerada en la

que los delincuentes salen transfigurados y la gente honesta

enlodada. Después, se ha convocado al Consejo de Guerra.

¿Cómo se podría esperar que un Consejo de Guerra

enmendara lo que otro Consejo de Guerra había hecho?

L E P I L O

No hablo por cierto de la elección siempre posible de

jueces. La idea superior de la disciplina, que está en la sangre

de esos soldados, ¿no basta para anular su poder de

equidad? Quien dice disciplina dice obediencia. Cuando el

ministro de Guerra, el gran jefe, ha establecido de manera

pública, ante las aclamaciones de la representación nacional,

la autoridad de la "cosa juzgada", ¿se pretende que un

Consejo lo desmienta formalmente? Jerárquicamente esto

es imposible. El general Billot ha hechizado a los jueces

mediante su declaración, y ellos han decidido cómo deben ir

al fuego, sin razonar. La

opinión preconcebida que

ellos han aportado sobre su

situación es ésta, en efecto:

"Dreyfus ha sido condenado

por crimen de traición ante un

Consejo de Guerra; es

culpable, y nosotros, Consejo

de Guerra, no podemos

declararlo inocente; o bien

sabemos que reconocer la

culpabilidad de Esterhazy

sería proclamar la inocencia

de Dreyfus". Nada podría

liberarlos de este círculo.

Han pronunciado una

sentencia inicua, que pesará

para siempre sobre los

consejos de guerra, que

desde ahora ensombrecerán

de sospecha todas sus

decisiones. El primer Consejo

de Guerra pudo ser torpe; el

segundo es, por fuerza,

criminal. Su excusa, la repito,

es que el jefe supremo había

hablado, declarando la "cosa

juzgada" inatacable, santa y

superior a los hombres, de

modo que los subordinados

no podían decir lo contrario.

Se nos habla del honor del ejército, se pretende que lo

amemos, que lo respetemos. ¡Ah, sí, por cierto, el ejército

que se levantaría a la primera amenaza, que defendería a la

tierra francesa, es todo el pueblo y sólo tenemos por él

veneración y respeto! Mas no se trata de eso; queremos

justamente su dignidad, en nuestro anhelo de justicia. Se

trata del sable, del amo que quizá se nos dará mañana. Y

besarlo devotamente, ¡no por Dios!

Por otra parte, he demostrado: el caso Dreyfus era el

caso de las loas a las oficinas del Ministerio de Guerra. Un

oficial del Estado Mayor denunciado por sus camaradas del

Estado Mayor, condenado por la presión de los jefes del

Estado Mayor. Una vez más, el condenado no puede tornarse

inocente sin que todo el Estado Mayor sea culpable. Así, las

oficinas del Ministerio, por todos los medios imaginables,

mediante campañas de prensa, comunicaciones e

influencias, han protegido a Esterhazy para hundir por

segunda vez a Dreyfus. ¡Qué limpieza debería realizar el

gobierno republicano contra ese jesuitismo, así como lo llama

el mismo general Billot! ¿Dónde está el Ministerio

verdaderamente fuerte y de un patriotismo sabio, que osara

refundirlo y renovarlo todo? ¡Cuánta gente, que yo conozco,

frente a una guerra posible, tiembla de angustia al saber en

qué manos está la defensa nacional! ¡Y en qué nido de bajas

intrigas, de chismes y de despiltarros se ha convertido este

asilo sagrado, en que se decide la suerte de la patria!

¡Espanta la luz terrible que arroja el proceso Dreyfus, ese

sacrificio humano de un desdichado, de un "sucio judío"!

¡Ah, toda la demencia y estulticia, las imaginaciones locas

que se han agitado ahí, las prácticas de baja política, las

costumbres de la inquisición

y de la tiranía, el gusto con

que algunos galardonados

ponen sus botas sobre la

nación, ahogando en las

gargantas su grito de verdad

y de justicia, con el pretexto

mentiroso y sacrilego de la

razón de Estado!

Y es un crimen apoyado

aun por la prensa inmunda,

defendido por toda la canalla

de París, de modo que

tenemos ahí al lumpen que

triunfa insolentemente en la

derrota del derecho y la

simple probidad. Es un crimen

haber acusado de perturbar

a Francia por parte de

aquel los que la quieren

generosa, a la cabeza de las

naciones libres y justas,

cuando se urde el impúdico

complot de imponer el error

frente al mundo entero. Es un

crimen enajenar a la opinión,

utilizarla para una tarea de

muerte, esta opinión a la que

se ha pervert ido hasta

hacerla delirar. Es un crimen

envenenar a los pequeños y

a los humildes, exasperar las pasiones de reacción e

intolerancia, amparándose detrás del odioso antisemitismo,

del cual la gran Francia liberal de los derechos del hombre

morirá, si no se la cura. Es un crimen explotar el patriotismo

para obras de odio, y es un crimen, en fin, hacer del sable el

dios moderno, cuando toda la ciencia humana trabaja para

el futuro de la verdad y la justicia.

Esta verdad, esta justicia, que hemos querido con tanta

pasión, ¡qué angustia verlas así tan despreciadas, como

desconocidas y oscurecidas! Yo no dudo de la conmoción

que debe haber tenido lugar en el alma de Scheurer Kestner,

y creo muy bien que terminará por experimentar un

remordimiento, el de no haber actuado revolucionariamente

el día de la interpelación del Senado, dejando el paquete

para echarlo todo abajo. Ha sido el gran hombre moral, el

hombre de su vida leal, quien creía que la verdad se bastaba

a sí misma, sobre todo cuando ella se le aparecía

deslumbrante como la plena luz. ¿Para qué invertirlo todo si

pronto el sol iba a brillar? Y se ha castigado con tal crueldad

su serena confianza. Lo mismo vale para el teniente coronel

• Caricatura de Fertom del 27 de marzo de 1898

Picquart, quien por un sentimiento de alta dignidad no ha

querido publicar las cartas del general Gonse. Estos

escrúpulos lo honran tanto más puesto que, mientras

permanecía respetuoso de la disciplina, sus superiores lo

cubrían de lodo, instruyendo ellos mismos su proceso de la

manera más imprevista y ultrajante. Hay dos víctimas, dos

valientes, dos corazones simples que han dejado hacer a

Dios, en tanto que el diablo actuaba. Y aun se ha comprobado,

respecto al teniente coronel Picquart, esta actitud innoble:

un tribunal francés, después de haber dejado al informante

acusar a un testigo pública­

mente, declarar todas sus ^^...^ „.,

faltas, decretó la audiencia

secreta, cuando ese testigo

era introducido para expli­

carse y defenderse. Digo que

esto es un crimen más y que

ese crimen sublevará la

conciencia universal. Decidi­

damente, los tribunales

militares poseen una idea

singular de la justicia.

Tal es entonces la simple

verdad, señor presidente, y

ella es terrible. Quedará como

una mancha para su presi­

dencia. Sé muy bien que no

tiene ningún poder en este

caso, por ser el prisionero de

la Constitución y de su en­

torno. Pero tiene al menos un

deber de hombre, en el que

pensará y que cumplirá. No se

trata, por lo demás, que yo

desespere del triunfo en

modo alguno. Lo repito con la

certeza más vehemente: la

verdad está en marcha y nada

la detendrá. Sólo hoy comien­

za el proceso, puesto que

ahora las posiciones son

claras: Por una parte, los culpables que no quieren que se

haga la luz; por otra, los justicieros que darán su vida para

que ella resplandezca. He dicho también y lo repito aquí:

cuando se oculta la verdad bajo tierra, se condensa y adquiere

una fuerza tal de explosión que el día que estalle hace saltar

todo con ella. Se advierte, si no se prepara una defensa

para más tarde, el más resonante de los desastres.

Pero esta carta es larga, señor presidente, y es tiempo

de concluir.

Yo acuso al teniente coronel Du Paty de Clam de haber

sido el artífice diabólico del error judicial, de manera

inconsciente, quiero creerlo, y de haber defendido después

su obra nefasta, durante tres años, mediante las

maquinaciones más ridiculas y más dolosas.

Yo acuso al general Mercier por haber sido su cómplice,

tal vez por debilidad de espíritu, de una de las iniquidades

más grandes del siglo.

Yo acuso al general Billot de haber tenido en sus manos

las pruebas terminantes de la inocencia de Dreyfus y de

haberlas ocultado, de ser culpable de ese crimen de lesa

L E P ILORI I T «tótem»

LA REVANCHE, p a r CLERAC

humanidad y de lesa justicia, con un fin político para salvar

al Estado Mayor comprometido.

Yo acuso al general De Boisdeffre y al general Gonse

de ser cómplices del mismo crimen, uno, sin duda, por

pasión clerical, el otro, quizá por ese espíritu de solidaridad

que hace de las Oficinas de Guerra el arca santa,

inatacable.

Yo acuso al general De Pellieux y al comandante Ravary

de haber realizado una investigación acelerada; entiendo

por ello una investigación de la más monstruosa parcia­

lidad, de la que tenemos

memoria, y en el informe del

segundo, un monumento

imperecedero de ingenua

audacia.

Yo acuso a los tres ex­

pertos calígrafos, los seño­

res Belhomme, Varinard y

Couard, de haber formulado

informes mentirosos y frau­

dulentos, a menos que un

examen médico los declare

atacados de una enfermedad

de la vista y del juicio.

Yo acuso a las depen­

dencias del Ministerio de

Guerra de haber conducido

en la prensa, sobre todo en

L 'Eclair [El Relámpago] y en

L'Echo [El Eco]de París una

campaña abominable que

pervirtió a la opinión para

encubrir su falta.

Yo acuso, en fin, al primer

Consejo de Guerra de haber

violado el derecho al conde­

nar a un acusado mediante

una prueba que quedó en

secreto, y acuso al segundo

Consejo de Guerra de haber

amparado esta ilegalidad,

cumpliendo órdenes, cometiendo así el crimen de sobreseer

conscientemente a un culpable.

Al formular estas acusaciones no ignoro que estoy

expuesto a los artículos 30 y 31 de la ley de prensa del 29

de julio de 1881, que castiga los delitos de difamación. Y

me arriesgo voluntariamente.

En cuanto a las personas a quienes acuso, no las

conozco, no las he visto nunca, no guardo contra ellas ni

rencor ni odio. Ellos no son para mí más que instrumentos,

espíritus de delincuencia social. El acto que aquí cumplo

es un medio revolucionario para apresurar el estallido de la

verdad y la justicia. Yo tengo una pasión, que se haga la

luz, en nombre de la humanidad que ha sufrido tanto y

tiene derecho a la felicidad. Mi protesta ardiente no es

más que el grito de mi alma. ¡Que se tenga la audacia de

llevarme ante los estrados judiciales y que la investigación

tenga lugar a plena luz!

Yo espero.

Quiera aceptar usted, señor presidente, la seguridad

de mi profundo respeto.

Caricatura de Clérac del 17 de abril de 1898 A

ÉMILE ZOLA

CARTA A LA JUVENTUD

TRADUCCIÓN DE MARTA DONÍS

— ¿ A d o n d e vais, jóvenes, adonde vais, estudiantes, que

corréis en bandadas por las calles, manifestándoos en

nombre de vuestras iras y vuestros entusiasmos, y

sintiendo la necesidad imperiosa de lanzar públicamente

el grito de vuestras conciencias indignadas?

¿Vais a protestar contra cualquier abuso de poder, han

ofendido la necesidad de verdad y de equidad, que abrasa

aún por dentro vuestras almas nuevas, ignorantes de las

componendas políticas y las diarias cobardías de la vida?

¿Vais a enderezar una iniquidad social, depositar la protesta

de vuestra vibrante juventud en la balanza desigual, donde

tan falsamente se pesa el destino de los prósperos y la suerte

de los desheredados de este mundo?

Y, para afirmar la tolerancia, la independencia de la razón

humana, ¿vais a silbar a cualquier sectario de la inteligencia

de juicio estrecho, que habria deseado hacer que vuestros

espíritus liberados volviesen a los viejos errores proclamando

la bancarrota de la ciencia?

¿Vais a gritar, bajo la ventana de cualquier personaje

huidizo e hipócrita, vuestra invencible fe en el porvenir, en

el siglo venidero que lleváis adentro y que debe realizar la

paz del mundo en nombre de la justicia y del amor?

—¡No, no! Vamos a abuchear a un hombre, a un viejo,

que después de una larga vida de trabajo y de lealtad, se

ha imaginado que puede impunemente apoyar una causa

generosa, desear que se haga a la luz y se repare un

error, por el propio honor de la patria francesa.

¡Ah!, cuando yo mismo era joven vi el Barrio Latino

estremecerse todo de nobles pasiones juveniles, de amor a

la libertad y de odio a la fuerza brutal, que aniquila el talento

y comprime el alma. Bajo el Imperio lo he visto hacer su valerosa

obra de oposición, incluso a veces injusta mas siempre

excedido en emancipación humana libre. Silbaba a los autores

agradables a las Tullerias, injuriaba a los profesores cuyas

enseñanzas tenía por turbias, y se alzaba contra todo aquel

que se manifestara por las tinieblas y por la tiranía. En él ardía

el fogón sagrado de la preciosa locura de los veinte años,

cuando todas las esperanzas son realidades y el mañana

aparece como el triunfo seguro de la Nación perfecta.

Y si nos remontásemos más lejos, a la historia de las nobles

pasiones que han sublevado a la juventud de las escuelas,

siempre la veríamos indignada ante la injusticia, estremecerse

y alzarse en favor de los humildes, los abandonados, los

perseguidos, y contra los feroces, contra los poderosos. Se

ha manifestado por Polonia y Grecia, ha defendido a todos los

que sufrían, a los que agonizaban bajo la brutalidad de una

multitud o un déspota. Cuando se decía que el Barrio Latino

se exaltaba, se podía estar seguro de que detrás había una

hoguera de juvenil justicia, despreocupada de los miramientos

y haciendo del entusiasmo una obra del corazón. ¡Y qué

espontaneidad la de entonces, que río desbordado corriendo

por las calles!

Sé bien que hoy el pretexto es, de nuevo, la patria

amenazada, la rendición de Francia al enemigo vencedor

por una gavilla de traidores. Pero, pregunto, ¿dónde se

encontrará la clara intuición de las cosas, la sensación

instintiva de lo verdadero, lo justo, si no es en estas almas

nuevas, en estos jóvenes que nacen a la vida pública, de la

que nada aún debería obscurecer la razón recta y generosa?

Que los políticos, pervertidos por años de intrigas, o los

periodistas, mudables por los compromisos propios del

oficio, puedan aceptar las mentiras más desvergonzadas y

taparse los ojos ante claridades cegadoras, eso se explica,

se comprende. ¡Pero la juventud, la juventud ya está

entonces muy Infectada para que no se reconozca pronto

su pureza, su candor natural, entre errores inaceptables, y

ella no vaya directamente a lo evidente, a la limpidez de la

pulcra luz del pleno día!

La historia no podría ser más simple: Se ha condenado a un

oficial, y nadie piensa sospechar de la buena fe de los jueces.

Ellos han dado su golpe según su conciencia, fundándose en

pruebas que han creído ciertas. Después, un día sucede que

un hombre, que varios hombres tienen dudas y acaban

convenciéndose de que una de las pruebas, la más importante,

la única al menos sobre la que los jueces se han basado

públicamente, ha sido atribuida falsamente al condenado... que

esto proviene, sin lugar a dudas, de la mano de otro. Y lo dicen,

y este otro es denunciado por el hermano del prisionero, cuyo

riguroso deber era hacerlo; y entonces se inicia forzosamente

un nuevo proceso, que llevará a la revisión del primero, para ver

si procede la condena. ¿No es todo ello perfectamente claro,

justo y razonable? ¿Dónde podria haber ahí una maquinación,

un negro complot para salvar a un traidor? En cuanto al traidor,

esto no se niega, tan sólo deseamos que sea un culpable y no

un inocente quien expíe el crimen. Siempre tendréis a un traidor,

y no se trata sino de brindaros uno auténtico.

¿No debería bastar un poco de buen sentido? ¿A qué móvil

obedecerían, pues, los hombres que exigen la revisión del

proceso Dreyfus? Haced a un lado el imbécil antisemitismo,

cuya feroz monomanía ve en este proceso un complot judío,

de acuerdo con el cual el oro judío pugnaría por reemplazar un

judío por un cristiano en la infame cárcel. Eso no se sostiene:

las inverosimilitudes y las imposibilidades se tumban unas a

otras; todo el oro de la tierra no compraría a ciertas conciencias.

Y es muy importante conocer la realidad, esto es, la expansión

natural, lenta e invencible de todo error judicial. La historia lo

demuestra. Un error judicial es una fuerza en marcha: los

hombres de conciencia son cautivados, se obsesionan, se

consagran a la defensa de la justicia cada vez con mayor

obstinación, arriesgan su fortuna y sus vidas hasta que aquélla

se haga. No hay otra explicación posible para lo que ocurre

actualmente, el resto no son sino abominables pasiones

políticas y religiosas, no es sino un torrente desbordado de

calumnias e injurias.

Pero, ¿qué disculpa tendría la juventud, si las ideas de

humanidad y justicia se obscurecieran un instante dentro de

ella? En la sesión del 4 de diciembre se ha cubierto de

vergüenza una de las Cámaras francesas, cuando votó por un

orden del día "que debilite a los cabecillas de la odiosa

campaña que perturba la conciencia pública". Hago hincapié

en esto para el futuro que me leerá, espero; un voto semejante

es indigno de nuestro generoso país, y permanecerá como

una mancha imborrable. "Los cabecillas" son los hombres de

conciencia y valentía que, estando ciertos de un error judicial,

lo han denunciado, para que se hiciera una reparación, con la

convicción patriótica de que una gran nación donde un inocente

agonizara torturado, sería una nación vituperada. "La odiosa

campaña" es el grito de verdad, el grito de justicia que lanzan

estos hombres, la obstinación que dedican en desear que

Francia permanezca, ante los pueblos que la contemplan, como

la Francia humana, la Francia que ha hecho la libertad y que hará la justicia. Y, ya lo veis, la Cámara ha cometido con toda seguridad un crimen, puesto que ¡mirad cómo ha podrido hasta a la juventud de nuestras escuelas y que ésta, engañada, perdida y suelta por nuestras calles, manifestándose, lo que jamás se había visto, contra todo lo más noble, más valeroso y más divino en el alma humana!

Después de la sesión del Senado, el día 7, hablaron del

desplome de Scheurer-Kestner. ¡Sí, qué derrumbe de su corazón,

de su alma! Me imagino su angustia, su tormento, cuando ha

visto hundirse en tomo suyo todo lo que ha amado de nuestra

República, todo lo que contribuyó a conquistar para ella en el

generoso combate de su vida, ante todo la libertad, y luego las

virtudes viriles de la lealtad, la franqueza y el valor cívico.

Es uno de los últimos hombres de su vigorosa generación.

Bajo el Imperio conoció qué era un pueblo sometido a la autoridad

de un único hombre, y vivió devorado por la fiebre y la impaciencia,

la boca brutalmente amordazada por la denegación de justicia.

Ha visto nuestras derrotas, con el corazón sangrante, y ha

conocido sus causas, originadas todas en la ofuscación y la

imbecilidad despóticas. Después, ha sido de quienes han

trabajado con la mayor honestidad y el mayor ardor para levantar

al país de sus escombros, para entregarle su puesto en Europa.

Viene de los tiempos heroicos de nuestra Francia republicana,

y lo imagino creyendo haber realizado una obra bienhechora y

sólida, el despotismo expulsado por siempre y la libertad

conquistada; comprendo sobre todo aquella libertad humana

que permite a cada conciencia afirmar su deber en medio de la

tolerancia de otras opiniones.

Sí, ¿cómo no? Quizá pudo conquistarse todo esto, pero

todo está nuevamente por los suelos. Alrededor suyo, y en él,

no hay más que ruinas. Haber necesitado la verdad de manera

irrefrenable es un crimen; haber anhelado la justicia es un

crimen. El horroroso despotismo ha regresado, la mordaza

más despiadada sella otra vez las bocas. No es la bota de un

César la que humilla la conciencia pública, es toda una Cámara

quien censura a los iluminados por la pasión del justo.

¡Prohibido hablar! Los puños aniquilan los labios de quienes

deben defender la verdad, amotinan a las masas para que

ellas silencien a quienes se apartan. Jamás una opresión tan

monstruosa se había organizado y utilizado contra la libre

discusión. Reina un terror vergonzoso: los más valientes se

vuelven cobardes, nadie se atreve ya a decir lo que piensa, no

sea que lo denuncien como un vendido y como traidor. Los

pocos periódicos que aún son honestos están boca abajo

ante sus lectores, a quienes han terminado por confundir con

historias tontas. Y creo que ningún pueblo ha pasado por un

momento más turbio, más cenagoso y más aflictivo para su

razón y su dignidad.

Así, todo el pasado de lealtad y grandeza debe de haberse

venido abajo en verdad para el señor Scheurer-Kestner. Si

aún cree en la bondad y la equidad humanas, es porque tiene

un sólido optimismo. Desde hace tres semanas, lo han llevado

día tras día al fango, por haber comprometido el honor y el

disfrute de su vejez en el deseo de ser justo. Para el hombre

honesto no existe una angustia mayor que soportar el suplicio

de su honestidad. Se asesina su fe en el mañana, se envenena

su esperanza, y si muere, se dirá: "Ya no hay nada, nada en

absoluto, todo lo bueno que he hecho se va conmigo, la virtud

es tan sólo una palabra, ¡el mundo es negro y vacío!"

Zola a los 22 años

más libre de espíritu, que nos excedas en el amor a la vida

cotidiana y en tu esfuerzo dedicado por completo al trabajo,

fecundidad ésta de los hombres y de la tierra que avivará con

creces por fin la desbordante cosecha de regocijo bajo un sol

deslumbrante. Y te cederemos fraternalmente nuestro lugar,

dichosos de desaparecer y descansar de nuestra cuota de

tarea cumplida, en el indulgente sueño de la muerte, si

sabemos que vas a continuamos y realizarás nuestros sueños.

¡Juventud, juventud! Recuerda los sufrimientos que tus

padres han soportado, las terribles batallas que han debido

vencer para conquistar la libertad de que gozas ahora. Si te

sientes independiente, si puedes ir y venir a voluntad, decir lo

que piensas en la prensa, tener una opinión y expresarla

públicamente, es porque tus padres han ofrendado su

inteligencia y su sangre. No has nacido bajo la tiranía, ignoras

lo que es despertar cada mañana con la bota de un amo

sobre el pecho, no has combatido para escapar del sable

dictatorial o de la pesa equívoca del mal juez. Da las gracias a

tus padres, y no cometas el crimen de aclamar la mentira, de

hacer campaña con la fuerza brutal, la intolerancia de los

fanáticos y la voracidad de los ambiciosos: la dictadura está a

la vuelta de la esquina.

¡Juventud, juventud! Permanece siempre del lado de la

justicia. Si esta idea se obscureciera en ti, te encaminarías

hacia todos los peligros; y no hablo de la justicia de nuestros

códigos, que sólo garantiza los lazos sociales. Debemos

respetarla ciertamente. Pero existe una noción más elevada

de justicia, la cual establece en principio que todo juicio humano

es falible, y admite la posible inocencia de un condenado sin

creer insultar con ello a los jueces. ¿No tienes ahí, por

consiguiente, una aventura que debe encender tu Inflamada

pasión por los derechos? ¿Quién se levantará para exigir que

se haga justicia, si no tú, tú, que no estás en nuestras luchas

personales y de intereses, que aún no tienes obligaciones ni

compromisos en ningún asunto turbio, y puedes hablar en voz

alta, con toda la pureza y toda la buena fe?

¡Juventud, juventud!, sé humana, sé generosa. Si incluso

nosotros nos equivocamos, quédate a nuestro lado cuando

digamos que un inocente padece una pena atroz y que nuestro

corazón indignado se desgarra de angustia por eso. Si por un

solo momento admitieran el posible error ante un castigo tan

desmesurado, el pecho se les oprimiría y lágrimas brotarían

de sus ojos. Desde luego que los cómitres permanecen

insensibles, pero ¡tú, tú, que aún lloras y debes tener compa­

sión de todas las desdichas y ser adepta de toda piedad!

¿Cómo es que no tienes el sueño caballeresco, si en alguna

parte hubiese un mártir sucumbiendo al odio, de defender su

causa y liberarlo? ¿Quién más, si no tú, se embarcará en la

aventura sublime, se arrojará a una causa peligrosa y soberbia,

y se enfrentará a un pueblo en nombre del ideal de la justicia?

¿Y, en fin, no te da vergüenza de que sean los de más edad,

los viejos, quienes se apasionen, quienes hagan hoy día tu

trabajo de la generosa locura?

—¿Adonde vais, muchachos, adonde vais, estudiantes, que agitáis las calles con manifestaciones, echando en medio de nuestras discordias la bravura y la esperanza de vuestros veinte años?

—¡Vamos hacia la humanidad, hacia la verdad, hacia la justicia!

Y, para abofetear el patriotismo, han ido a elegir a este

hombre, que es el último representante de Alsacia y Lorena

en nuestras Asambleas; ¡él, un vendido, un traidor que ha

insultado al ejército, cuando su nombre debería haber bastado

para tranquilizar las inquietudes más suspicaces! No cabe

duda que tuvo la ingenuidad de creer que su calidad de

alsaciano, su renombre de patriota ardiente serían la garantía

misma de su buena fe en su delicado papel de justiciero. Si

se encargaba de este asunto, ¿no equivalía ello a decir que

su pronta conclusión le parecería necesaria para el honor del

ejército, para el honor de la patria? Dejad que tal asunto se

arrastre unas semanas más todavía, intentad sofocar la verdad,

denegad la justicia, ¡y veréis si no os habréis convertido para

entonces en el hazmerreír de toda Europa, si no habréis puesto

a Francia en la última fila de las naciones!

¡No, no!, las estúpidas pasiones políticas y religiosas no

quieren escuchar nada, y la juventud de nuestras escuelas

brinda al mundo el espectáculo de abuchear a Scheurer-

Kestner, el traidor, el vendido, el que insulta al ejército y

compromete a la patria.

Sé muy bien que los jóvenes que se han manifestado no

son toda la juventud, y que un centenar de alborotadores en

la calle hacen más ruido que diez mil trabajadores

circunspectos y embebidos en su causa; pero los cien

alborotadores están de sobra ya, y ¡qué doloroso síntoma

es que un movimiento así, por muy reducido que sea, pueda

ocurrir en este momento en el Barrio Latino!

¿Existen, por consiguiente, jóvenes antisemitas? ¿Hay, por

lo tanto, mentes nuevas, almas nuevas, que este imbécil

veneno ya ha desequilibrado? ¡Qué tristeza, qué zozobra para

el siglo veinte que está por comenzar! ¡Cien años después de

la Declaración de los Derechos Humanos, cien años después

del acta suprema de tolerancia y emancipación, regresamos

a las guerras de religión, al más odioso y al más bobo de los

fanatismos! Y, repito, eso se entiende de hombres que

desempeñan cierto papel, que tienen una actitud que mantener

y una ambición voraz que satisfacer. Pero, ¿de gente joven, de

quienes nacen y pugnan por una expansión de todos los

derechos y todas las libertades, con cuyo resplandor hemos

soñado para el siglo venidero? Son los artífices esperados, y

hete aquí que se declaran antisemitas, es decir que

comenzarán el siglo masacrando a todos los judíos, ¡tan sólo

por ser conciudadanos de otra raza y tener otra ley! ¡Bella

entrada en el goce de la Nación de nuestros sueños, la Nación

de la igualdad y la fraternidad! Si tal fuese de veras el caso de

ía juventud, ¡tendríamos que sollozar, negar toda esperanza y

toda felicidad humana!

Juventud, juventud, te ruego: piensa en la gran tarea que te espera. Eres la obrera futura, echarás los cimientos del siglo que llega y resolverá, tenemos en ello una fe profunda, los problemas de la verdad y la equidad, formulados por el siglo que termina. Nosotros, los viejos, los mayores, te dejamos el formidable cúmulo de nuestras búsquedas, muchas contradicciones y obscuridades quizás, pero de seguro el esfuerzo más vehemente que nunca ningún siglo haya hecho hacia la luz, los documentos más honestos y más sólidos, los cimientos mismos del inmenso edificio de la ciencia, cuya construcción debes continuar por tu honor y para tu felicidad. Y únicamente te pedimos que seas mucho más generosa y

ÉMILE ZOLA

Correspondencia TRADUCCIÓN DE MARTA DONÍS

A PAUL VERLAINE Médan, a 8 de agosto de 1888

Querido companero:1

Estaba resuelto a enviar cincuenta francos para una suscripción en su favor; Pouget me había hablado

de ella, aunque no sé si esté realmente abierta. ¿Me permitiría enviarle directamente esa suma? Es

un simple apretón de manos amistoso de un novelista que gana dinero a un poeta que no lo gana.

Cordialmente,2

1 Esta carta es la única disponible de Zola a Verlaine. Obsérvese, sin embargo, que en junio de 1892 el novelista dedicó al poeta un ejemplar de La Debacle. Este último, por su parte, le agradeció, en agosto de 1894, que Zola apostillara su solicitud de pensión; el 16 de marzo de 1895, le envió los versos siguientes: "Bah, ce n'est ríen, Dieu voit mon zéle / Á souffrir en cet aujourd'hui. / Et ma jambe muée en aile, / Moi mort, m'essorera vers lui" ["iBah!, no es nada, / Dios ve el ardor / Con que padezco este ahora, / Y mi pierna, mudada en ala, / Cuando muerto me elevará hacia él", N.T.j.

2 "Me apresuro a acusar recibo de los 50 francos que usted amablemente me ha hecho llegar-respondió Verlaine el 10 de agosto-. Créame que le estoy muy agradecido y confíe en los mejores sentimientos de su admirador."

A AUGUSTE RODIN Venecia, a 8 de diciembre de 1894

Mi querido Rodin:

En medio de mis continuos traslados por Italia, los periódicos de Francia me llegan con dificultades, y no siempre tengo tiempo de leerlos. Por consiguiente, le hago llegar muy tarde la expresión de mi pesar por la reciente y amarga noticia sobre la estatua de Balzac.1

Usted sabe cuánto lo admiro y cuan feliz me he puesto de que le fuese encomendada a usted, como el gran escultor que es, la glorificación de nuestro novelista más grande, el padre de todos nosotros. Por ello quiero dirigirle un ruego ardiente antes de mi regreso.

En nombre del genio, en nombre de las letras francesas, le suplico que no haga esperar más a Balzac. Es su dios y es también mi dios; consagre a esa obra sus días y, si fuese necesario también sus noches, a fin de que su efigie impere por fin en nuestra inmortal París. Piense en que eso depende de usted, que sólo usted retrasa el vencimiento del plazo. Por supuesto que sus derechos de artista meticuloso son absolutos, nunca lo he apremiado. Pero Balzac aguarda, y no es posible que su gloria sufra mucho tiempo más por la legítima inquietud que usted tiene respecto de la suya.

Acoja mi súplica, es mi corazón quien le habla por su propio honor, pues le tengo tanto afecto

como admiración.2

Con gran afecto,

Zola saludando a Balzac, caricatura de André Gill, 1878

1 En noviembre, Jean Aicard, que estaba dispuesto a conceder a Rodln todo el tiempo que éste deseara para terminar la estatua de Balzac, riñó con la mayor parte del comité de la Société des Gens de lettres. Bajo la instigación de Edmond Tarbe, el comité había encargado a su junta judicial que interviniese ante Rodin para que éste entregara el monumento en el plazo más corto posible y diera cuenta de sus progresos a la reunión prevista para el 26 de noviembre. En esa fecha, Aicard, sin esperar la lectura del informe, dimitió verbalmente y se retiró de la reunión; lo siguieron Gustave Toudouze, Hector Malot, Raoul de Saint-Arroman, Marcel Prévost, Henry de Braisne y Pierre Maél. El 29 de noviembre tuvo lugar una segunda reunión: Aicard, Toudouze, de Braisne y Saint-Arroman mantuvieron su dimisión, y Aurélien Scholl fue elegido presidente del comité (arch. S.G.L.). El 5 de diciembre. Le Fígaro publicó la siguiente nota: "Ha sido suficiente una breve conversación entre el nuevo presidente [...] y el señor Rodln para que los derechos y los intereses de ambas partes queden salvaguardados y las firmas intercambiadas."

El 25 de noviembre, Edmond de Goncourt escribió en su Journal: "Toudouze llega, grave, la frente cargada de nubes, y nos anuncia que va a dimitir del comité de la Gens de lettres, por motivo del conflicto de la Sociéte con Rodin. A lo que parece, hay un intríngulis en este conflicto, y es una hostilidad contra Zola, a quien quizá han encontrado demasiado autoritario y cuya reelección quieren impedir [...]. Y esto es lo que pretextaron sus enemigos: cuando Rodin pidió un segundo anticipo de 5,000 francos a la presentación de [sju segunda maqueta [...], Zola supuestamente se lo concedió sin turnar la solicitud al comité, y no faltan quienes, en la Société, querrían incluso hacer creer que los 5,000 francos quedaron en manos de Zola."

2 No poseemos la respuesta del gran escultor, pero el museo Rodin conserva dos borradores que comienzan de este modo: a) "El elocuente llamamiento que me envía usted me conmueve, pues me demuestra que está absolutamente con nosotros en pro de la gloria de Balzac. Como usted sabe, todos mis esfuerzos se encaminan a ese fin"; b) "La carta que me envía usted me conmueve con su hermosa súplica, y me confirma que está de todo corazón con nosotros".

Cuando el monumento fue expuesto ante el Salon de 1898, la Société des Gens de Lettres rechazó la efigie inesperada hecha por el escultor. Rodin reembolsó el anticipo de los 10,000 francos recibidos y conservó la estatua.

Enrile Zola 1840-1902 una expresión del siglo:: exprimer le siede

Muestra bibliográfica e Iconográfica Inauguración: miércoles 26 de noriembre 19:50 horas Biblioteca de Milico — Sala principal de eiposiclones 26 de mnlembre del 2003 al IS de febrero del 20OI Pisa de la Cindadela 4 Cauro Histórico Mélico. D. F. Metro Baldens

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