Educacion y Enseñanaza Giner Tomo 12

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  • OBRAS COMPLETAS

    D. FRANCISCO GINER DE LOS ROS

    XII

  • OBRAS COMPLETAS DE DONFRANCISCO GINER DE LOS ROS

    Estas OBRAS COMPLETAS comprenden cuatrosecciones:

    1/ Filosofa, Sociologa y Derecho.2." Educacin y Enseanza.3/ Literatura, Arte y Naturaleza.4.' Epistolario.

    La publicacin se hace por volmenes en 8., deunas 300 pginas. Precio de cada volumen: 5 pese-tas en rstica, 7 pesetas encuadernado en tela.

    VOLMENES PUBLICADOSL

    Principios de Derecho natural.U.La Universidad espaola.\U.Estudios de literatura y arte.IV.Lecciones sumarias de psicologa.V.Estudios juridicos y polticos.VL

    Estudios filosficos y religiosos.VI!.Estudios sobre educacin.VIH Y IX.Lfl persona social. Estudios y frag-

    mentos.X.Pedagoga universitaria.XI.Filosofa y Sociologa: Estudios de exposi-

    cin y de critica.XII.Educacin y enseanza.XIII Y XIV.Resumen de filosofa del Derecho.XV.Estudios sobre artes industriales y Cartas

    literarias.XVI, XVII Y XVIIl.

    Ensayos menores sobre edu-cacin y enseanza.

    XIX.Informes del comisorio de Educacin de losEstados Unidos.

    Administracin:ESPASA-CALPE, S. A. MADRID

  • EDUCACINY ENSEANZA

    POR

    FRANCISCO GINERPROFESOR EN LA UNIVERSIDAD DE MADRID

    Y EN LA INSTITUCIN LIBRE DE ENSEANZA

    SEGUNDA EDICIN

    MADRID1933

  • PiCir

    V. i

    E8 PBOPIEBAD

    JUN14 1966

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    TAJ^tUlB ESPA8A-CALPB, S. A., EfoB Roete, 24.-MAD&ID

  • Este libro no tiene ahora la misma estructura queal publicarlo su autor en 1889 en la "Biblioteca an-daluza" (Ronda, 1889).En el segundo tomo de las Obras completas.

    formado principalmente por el trabajo indito sobre'La Universidad espaola", se crey conveniente,tanto para completar dicho volumen como por agru-par en l, bajo el mismo ttulo, todos los estudiosque Giner escribi sobre el mismo asunto, desglosarde su obra Educacin y enseanza los cuatro ar-tculos siguientes que a la Universidad espaola ha-cen referencia: Sobre el estado de los estudios ju-rdicos en nuestras Universidades; Los deberes delprofesorado: Las vacaciones, y Los inconvenientesde la aglomeracin de alumnos Ai nuestras clasesd Facultad. Los cuatro pasaron a formar parte delmencionado segundo tomo de la serie, y en l pue-den verse. A consecuencia de lo cual ha sido precisn,para completar el presente volumen, agregarle otrostrabajos del maestro sobre problemas anlogos a losaqu tratados. Son stos los tres ltimos que llevanpor ttulo: el 1., Campos escolares, publicado en1884 como folleto de la "Biblioteca pedaggica de laInstitucin Libre de Enseanza"; el 2.", El problemade la educacin nacional y las clases "productoras",trabajo que no lleg a terminarse, y que fu apare-ciendo en varios nmeros del Boletn de la Institu-cin Libre de Enseanza de 1900, y 3.", La enseanzaindividual en la escuela, publicado tambin en n-meros del referido Boletn correspondientes al ao1895.

  • 6 Nota preliminar

    Habla en este libro, como en sus mejores aas, elalma de D. Francisco. Educacin y enseanza selee todava con creciente inters actual, comprobadosen la triste realidad los augurios pesimistas que enesta obra abundan lo mismo que en todas las delmaestro. Adems, se releer seguramente por mu-chos discpulos del autor como un ntimo examen deconciencia. Esto es, al menos, lo que significa param su aparicin ahora.Qu variedad de profundas enseanzas realmente

    encierra la obra entera de D. Francisco; qu finaperfeccin de la Espaa estancada en los sosegadosdas de los ltimos decenios del pasado siglo, y qusorprendente visin del porvenir, esto es, de los con-turbados das presentes!

    Fjese cada cual en lo que de tanto y tanto pro-blema pedaggico consuene mejor con las preocupa-ciones que le dominen: la enseanza en general; laeducacin fsica, la educacin tcnica y la educacinartstica; los juegos de los nios; los exmenes; lascondiciones, vocacin y deberes de maestros y pro-fesores; las cuestiones de la organizacin de la en-seanza; las iniciaciones del filosofar y de la cr-tica; los problemas de la regularidad del trabajo...

    Conoc a D. Francisco en San Victorio, cerca deBetanzos, en el verano de 1893. El pasaba all, en laquietud de la aldea, el asueto de los meses estivalescon la familia que era su propia familia deM. B. Cosso, su mejor y ms personal discpulo. Yo.mozo entonces, que apenas haba empezado a estu-diar Jurisprudencia, caa en aquellas tierras un pocoa la ventura, arrastrado por los avatares de la ca-rrera de mi padre. Pero llegaba de Oviedo, dondecursaba la ma, por gozar ya su Universidad buenafama de liberal y de moderna. Cuntas veces larita el maestro como iniciadora de las corrientes re-dentoras que propagaba en sus predicaciones!En Oviedo habase congregado, en efecto, un n-

  • Nota preliminar 7

    cleo de profesores de talento, bien informados, tra-bajadores y entusiastas, la mayor parte jvenes ydiscpulos personales de D. Francisco. Sentan porl veneracin; inflamados de su ideal, queran en-cenderlo tambin en sus alumnos; verdaderos hom-bres de su tiempo, intentaban organizar todas lasenseanzas al estilo que preponderaba en el mundoculto.

    Aquel ao yo haba intimado con la nueva maneraen la "clase de Clarn", que con ser verdaderamenteapostlica, excelsa y aun santa, es lo que todavamenos se conoce de Leopoldo Alas. All aprenda-mos a trabajar los que, apenas adolescentes, cur-sbamos el primer ao de Derecho, con una eleva-cin metdica y una uncin por la verdad realmenteinefables. Muchas de las "explicaciones" versaronsobre el concepto del Derecho, segn el Resumen desu Filosofa, empezado a publicar en 1886 porFrancisco Giner y su discpulo Alfredo Caldern. Nose me olvidarn jams aquellas lecciones de purofilosofar, en que, partiendo de la conciencia del "yoindefinido", analizbamos la percepcin inmediatade nuestro propio derecho, para examinar en seguidasu idea y las observaciones sociales que nos suminis-traba la experiencia; para estudiar despus sus ele-mentos, esferas, categoras y relaciones. "El Giner"como llambamos los estudiantes a aquel libritopor entregas (1) era una anticipacin luminosa dela ctedra de Madrid, con la que sobamos los en-tusiastas, y que haca revivir cada da en sus jugo-sos comentarios, llenos de profundidad y de eleva-cin, Leopoldo Alas, ante nuestras almas cuasi in-fantiles todava, pero encendidas y vidas.

    (1) El primer tomo, uico publicado, del Resuineiu de JaFilosofa del Derecho apareci completo en 1898, Madrid,V. Surez, y formar los volmenes XIII y XIV de las"Obras completas".

  • 8 Nota preliminar

    Mas en aquellos das, las enseanzas de la Uni-versidad de Oviedo eran an meramente intelectua-listas. No se haban producido las corrientes hacia laeducacin del pueblo con sus cursos de extensinuniversitaria, tan florecientes como fugaces pocosaos despus, ni la iniciacin de sus alumnos, delos de casa y de ios de fuera, en otras actividadesdel espritu, como el arte.

    Tales fueron los problemas y la admiracin queme llevaron, en verdadera peregrinacin, a San Vic-torio. De todos ellos hablamos en aquella memora-ble noche de septiembre alrededor de la mesa en quecenaba el maestro. Ni su gesto entraable, ni elambiente de la estancia, que respiraba pulcritud,juventud y amor, ni "el cielo estrellado sobre nues-tras cabezas", que nos acompa hasta casa, a unamigo y a m, cuando volvimos radiantes al pueblo,espero que desaparezcan nunca de entre mis perdu-rables recuerdos.

    Vine a Madrid el ao desdichado de 1898, que fuel de nuestros desastres coloniales, y comenc a es-tudiar el doctorado, en el cual desempeaba donFrancisco la ctedra de Filosofa del Derecho, Erauna clase voluntaria, en el ms amplio sentido de lapalabra; es decir, no slo porque no era obligatoriasu aprobacin para obtener el grado, sino porquerequera un verdadero esfuerzo de voluntad en suasistencia. Solan matricularse pocos alumnos enella; los ms asiduos oyentes no eran a veces ni es-tudiantes de la Facultad; y si, por casualidad, porrutina o por ignorancia de lo que aqulla era, venandemasiados, el profesor, que tena la conciencia deque su asunto y modo de trabajo no podan intere-sar ms que a muy pocos, vehemente les instabadurante los primeros das de clase para que con-centrasen su actividad en otros estudios y con otroscatedrticos, que l les presentaba como quiz msatractivos o ms tiles en relacin con sus respec-

  • Nota preliminar 9

    tivas vocaciones. Poco a poco iban as quedandolos ntimos en una "clasecita", alrededor de los le-os llameantes de una pequea chimenea que aaquellas horas de la tarde, hasta bien entrado eloscurecer, era como un clido remanso en la corrien-te bullanguera, ensombrecida y zafia de los pasillosinhspites.No hace falta decir lo que este proceder chocaba

    con los hbitos de entonces, Y es que D. Francisco,que posea tan excelsas dotes, tan inmensa bondad,gracia tan fina, tan profunda irona, amaba sus-tantivar con altiva energa su personalidad moralfrente a la ramplonera social y poltica reinante, yno perdonaba a las Universidades sus inveteradasculpas.Para reobrar contra la corriente oratoria retrica,

    superficial y "empaquetada", D. Francisco, que es-criba como los grandes literatos y que hablaba conelocuencia difcil de igualar por el orador ms c-lebre, evitaba cuanto poda desplegar las galas desu sugestivo verbo. Escritos sus artculos, los some-ta intencionadamente a una recia poda, porque, se-gn l, en eso "haba que hacerse sangre". En claseno haca lecciones seguidas, ni explicaba un siste-ma, ni siquiera un asunto monogrfico determinado.Confiaba a los alumnos trabajos especiales. Aqulloslos producan en notas, sobre las que recaa el msminucioso estudio. El profesor suscitaba problemas,aportaba informacin, sugera dudas y reservas,provocaba nuevos estudios y confrontaciones, indi-caba autores y libros y hablaba de su significacinsobre los puntos ms importantes. Uno de los disc-pulos llevaba y lea el "diario de la clase", que ori-ginaba nuevos comentarios. A veces, sin embargo, alcrepsculo de la tarde, en una atmsfera de som-bras, apenas alumbrada por un candelabro solem-ne y la llama despabilada y efmera de algn tiznencendido, D. Francisco se abandonaba a s mismoante los alumnos, embelesados, hacia las cimas de

  • 10 Nota preliminar

    la ms sustanciosa, precisa, difcil y ardorosa elo-cuencia. Pero cuando se daba cuenta se interrumpade sbito y como avergonzado:Ea, seores, se acab; somos meridionales y

    sensibleros, somos incorregibles!Y la ctedra no terminaba en la Universidad, ni

    en la Filosofa, ni menos en el Derecho; conti-nuaba a la salida, en la calle, cuando acompaba-mos al maestro; y segua los domingos en el cam-po, o en la Sierra, o en los pueblos aldeanos, embe-bindonos en la Naturaleza; o en los museos y lasviejas ciudades castizas, reviviendo el Arte y laHistoria, y donde l nos descubra realmente a Es-paa, a la pasada y a la por venir la eterna!

    ,

    despertndonos en la verdadera adoracin haciaella!... Que ya ni por casualidad se rozaba en laconversacin el objeto limitado y concreto de la"clase" difundida, extendida entonces, en la comu-nin apasionada de las almas, a la vida afectiva, ya la moral, y a la personalidad entera.

    Pensando en prologar la nueva edicin de este li-bro, lo he llevado, con otros del maestro, a Ginebra,como compaeros de viaje este verano de 1925. Iba,pricipalmente. a entender en los "Mandatos de laSociedad de las Naciones". Pocos sitios como la vie-ja ciudad de Calvino, tan hermosa y tan potica, parasorprender el hervidero, los conflictos y las pertur-baciones del nmndo moderno y para columbrar uncauce ideal hacia un aquietamiento de las pasiones.La Europa, cuyo valor normativo parece que seeclips en la Historia cuando estallaron las hostili-dades de 1914, quiz se ha guarecido en el Pacto dela Liga, todo l reverente con los principios liberalesy democrticos que nos legaron el Renacimiento, laReforma y la Revolucin francesa. Las nuevas adqui-siciones de la Humanidad en marcha, aquellas porlas que acaso se encendi la contienda, las que im-plican a un tiempo una solidaridad econmica mun-

  • Nota preliminar U

    dial por cima de las fronteras y un ansia de perso-nalidad nacional en los pueblos, tan excitada y pun-tillosa como las que, cuando empezaron a formarselos Estados en el siglo xv, acuci a los individuosrespecto de la inviolabilidad de sus primordialesderechos, no tienen tampoco superior manifestacinque all, donde los pueblos de todos los continentesvan hacindose representar atrados hacia una pazuniversal y angustiados por la urgencia de una so-lucin categrica. En Rusia, las nobles ambicionesde crear de una pieza una Humanidad mejor, rom-pieron, gracias a un sentido de la igualdad comu-nista y a la consiguiente dictadura de su proleta-riado, con el curso estelar de la Historia. La So-ciedad de Naciones, en cambio, como una Interna-cional de Estados, es una nueva Arca de la Alianza,donde el pasado ascensional y progresivo, slo alparecer y transitoriamente pulverizado por la guerra,se reconstruye y vive, y donde sobre su base delibertad se crea un porvenir, cimentado por su con-tinuidad evolutiva, y, por lo tanto, armnico con lasanteriores conquistas del espritu.

    Pocos ambientes, pues, ya que la casualidad me lodeparaba, como aquel en perpetuo bullir de anhelosy de pugnas, por el momento incruentas, al quedaba carcter el anchuroso lago azul y las lejanasnieves perpetuas, inmaculadas, una leccin de sere-nidad imperturbable, para leer y releer libros querememoran tantos y tan hondos afectos de Espaa.Don Francisco muri cuando comenzaba la gue-

    rra. Muri a tiempo? Bien entendido, a tiempo paras, lo que le impidi ver, quiz, su templo en ruinas,que no para los que amramos su gua entre tantosgloriosos escombros, Cmo hubiera respondido sualma exquisita, inquieta y lacerada a la barbariede los bajos fondos que desde lo insondable engen-draron la catstrofe y con ella se desparramaronpor la superficie? Cmo se hubiera entendido conla postguerra? El, tan comprensivo y abierto a todo

  • 12 Nota preliminar

    influjo renovador, cmo hubiera visto el arte nue-vo, la nueva moral, la nueva filosofa, la nueva cien-cia, la nueva poltica? No se fu sin dejarnos magis-tralmente dicho qu gnero de sentimientos, de am-biciones y de poderos, en individuos, clases, pue-blos y Estados, all, en su raz casi vacuos, encien-den despus las guerras, y va a repetirnos ahoralo que hace tantos aos nos advirti de cmo nacenlos despotismos. Pero cmo se hubiera producidol ante el reinado nuevo de la eficacia? Cmo hu-biera buzado su escrutador espritu para buscar sino la lnea del progreso, en la que quiz no crea,el sentido ideal y normativo de la Historia, su filo-sofa, y en l y con l su templo, en vez de destru-do, acaso ms grande, hospitalario y vivificador?Eso pensaba yo en aquel gran Parlamento de las

    Naciones, aorando la cesacin del nuestro, y le-yendo en los intermedios los enjundiosos libros didon Francisco. De entre ellos quisiera terminar des-tacando un estudio y citar algunos de sus pasajes,no slo por ser el que ms remueve mis recuerdosdel maestro y mis relaciones con l, sino, adems,por la consonancia de sus problemas con las pre-ocupaciones que en Ginebra me embargaban y pre-cisamente por tratarse de uno de los artculos (So-bre el es-tado de los estudios jurdicos en nuestrasUniversidades) que, conforme se dijo, habiendo an-tes figurado, no figura ya en este libro. As, lo si-guiente: "Esa mana de la oratoria, en que conrara excepcin tanto los abogados sobresalen, con-vierte al Parlamento, al Tribunal, al aula, de luga-res donde se discute con formalidad sobre asuntospolticos, o judiciales, o de ciencia, o de la educa-cin de la juventud, en vistoso espectculo, en elcual las ms graves y aun terribles cuestiones noson sino temas para discursos vehementes o hbi-les, ingeniosos o violentos, cuyas emociones vanempujando a ms andar, en los mismos que con ellasse divierten, esta oleada de desprecio por la vida

  • Nota preliminar 13

    parlamentaria, que injustamente se confunde conla libertad..." Don Francisco crea, en efecto, dentrode su concepcin organicista, a un tiempo conserva-dora, por histrica, y ultrademocrtica, por lo exten-dido de la forja del derecho desde el fondo de loinconsciente a travs de todo el cuerpo social, quems bien que elegidos, los que legislan son los queeligen a sus electores... En la sala, henchida deemocin, sonaban las voces de Chamberlain, o delvizconde Cecil of Chelwood, en desavenencia con lasde Paul Boncour o De Jouvenel... Antes se retroce-da que se avanzaba... El monstruo superhumano dela guerra, ms irrefrenable que las fuerzas desta-cadas del cosmos, obsesionaba todas las cabezas yoprima todos los corazones...

    Pero aada D. Francisco: "ha de considerarse queel descrdito y ruina del parlamentarismo aterracuando se piensa en la completa falta de medioscon que cuenta nuestro pueblo para substituirlo yaun para intentar su reforma..." En la sala empe-zaban a sonar las corrientes de armona que anun-ciaban el pacto tranquilizador de Locarno. No serasincero en este punto si no confesara que, a mi jui-cio, los discursos tenan all su misin no desprecia-ble don Francisco no neg nunca el valor evoca-dor, efusivo y fecundo de la oracin , y aquelaliento hacia el ideal, que levantaba los espritus yconfunda las almas en una adhesin clida y enuna aspiracin por la paz, era mejor que las en-crucijadas obscuras donde se amontonaban los obs-tculos quebrantadores, a cada instante, de los bue-nos propsitos.No obstante, habr de aadir, abundando en el

    parecer del maestro, que ms valor que el momentodramtico en que la seguridad, el arbitraje y el des-arme aspiraban a ser consagrados universalmenteen el Protocolo, tenanlo all las otras tareas de laSociedad de Naciones, las ms calladas y penetran-tes, las que van a las cosas vivas ms que a los

  • 14 Nota preliminar

    nombres flamgeros, las que renen sin aparato nisolemnidad alrededor de una mesa, de unos mapas,de unas estadsticas o de unos libros, cuando noen los propios lugares de discusin, a los hombrescompetentes de los diferentes pases para una la-bor real, viva y aun heroica del gobierno de laeconoma mundial por los Estados libres y con-certados.Mas, qu graves dificultades, que ya no imposibi-

    lidades seamos por esta vez optimistas en lasandanzas de la Historia hacia el ideal!"La befa de los principios seguir repitindonos

    como una obsesin D. Francisco

    , hija y madre alpar de la ignorancia; el bajo nivel intelectual decasi todos nuestros hombres pblicos; el desenfrenomoral de una gente desalmada que corre tras losgoces ms nfimos y bastos, nicos que comprendey en que cifra su desapoderada ambicin; las dosclases extremas, las "altas" y la plebe (apartandoexcepciones), embrutecidas y enviciadas; las medias,secas, que no s si es peor todava... dan en su com-binacin por resultante la nota comn de nuestracivilizacin y vida pblica: bravo arsenal de quepodemos disponer para la mejora de nuestro rgi-men poltico."Y todava, como coronacin, esta sorprendente

    pgina: "Yo no s qu suerte (qu desgracia, dirms bien) nos est reservada al trmino de estasituacin; sobre que los tiempos no estn para ofi-ciar de profeta, Pero s conviene recordar cmodecadencias de esta clase han solido terminar en laHistoria por grandes despotismos sociales, que,aprovechando esa combinacin del pesimismo y laimpotencia con que pierde todo prestigio moral elrgimen libre del Estado, concentran en sus manosun poder ms violento que fuerte y prometen enfalso una poltica de realidades y de cosas, en vezde aquella de sombras y palabras a que la libertadhaba venido a reducirse. En tales crisis, un hombre

  • Noia preliminar 15

    levantado sobre el servilismo de los ms y la nece-dad con que los menos imaginan curarse con mudarde dolencia, se erige en amo y seor de todo un pue-blo. Puede serlo un soldado, un poltico, un cual-quiera. Los Csares no nacen; los fabrican, paranuestra vergenza, el odio y el desprecio a la vanaretrica y la perversin moral interna, que rompelodos los resortes del Estado..."

    En fin, cierro los libros del maestro, que as nosaleccionan desde hace ms de medio siglo, y medito,lil lector seguramente meditar tambin, a nada quetenga un poco de corazn y de cabeza.Chamartn de la Rosa, noviembre, 1925.

    L. P. M.

  • A LA VENERANDA MEMORIA

    D. FERNANDO DE CASTRO

  • Los artculos que siguen estn tornados del Bo-

    letn de la Institucin Libre de Enseanza y no son,

    en realidad, sino unas cuantas notas entresacadas

    de mis diarios, extracto de las observaciones, tan-

    teos, ensayos, rectificaciones, que mis compaeros

    y yo venimos haciendo trece aos ha en nuestra

    escuela, verdadero laboratorio y primera fuente de

    todas nuestras ideas pedaggicas. Esta preciosa ex-periencia hemos tenido los ms de entre nosotrosocasin de extenderla todava, ora en las Universi-

    dades, ora en los Institutos, ora en las Escuelas

    Normales o en otras consagradas a la educacinsuperior de la mujer, ora en varios rdenes de laenseanza pblica y privada. Y, como resultado del

    mutuo comercio constante de nuestras observacio-nes, impresiones e ideas, son las presentes notas,

    ms bien que fruto de un trabajo individual y resu-men de opiniones personales, expresin, en lo ge-neral de ellas, del espritu comn lentamente for-mado en el seno de la Institucin, y que hace desta un cuerpo vivo, con un alma entregada por en-tero, en la corta medida de sus fuerzas y al par conotros elementos sociales, a estudiar los graves pro-

  • 20 F. Giner de los fios

    blemas que conciernen a la reforma de nuestra edu-cacin nacional.

    Digo "reforma" y casi debera ms bien decir"creacin": hasta tal punto nos hallamos distantes

    de haber entrado, en cuanto a la realidad y a lo in-terno, que no en la vana apariencia de leyes y de-cretos estriles, en el movimiento de los puebloscultos: pese al falso patriotismo, ignorante, holga-

    zn y bien avenido con nuestro miserable estado,por falta de amor y devocin al ideal y voluntariaincapacidad de alzar los ojos sobre el prado en quedespunta la hierba. Porque una nacin que, para nohablar sino de los trminos extremos de la serie,mantiene Universidades como las nuestras, desti-nadas por ministerio de la ley y aun por vocacininterior a repetir el catecismo de los malhadadosexmenes; que tiene sus Normales por bajo del ni-vel a que intent elevarlas hace cincuenta aos la

    generosa ilusin de Montesino; escuelas primarias

    a cuyos maestros paga (mejor dira "debe") un sa-lario inferior al del ms harapiento bracero (1), ypor supuesto al que les satisfacen, no ya Portugal

    nuestro hermano, sino los Estados del Danubio, mal

    puede tener otra poltica, ni otra ciencia, ni otra

    (1) Hay 800 maestros que tienen asignado un sueldo queuo excede de 125 pesetas anuales. Entre ellos, los hay quepf'rciben cuando tienen esta suerte 10 cntimos diarios,

    y por ltimo, alfninos carecen de sueldo, y son mantenidos

    por tumo por los vecinos: despus de todo, casi escapanmejor que los otros.

  • Prlogo 21

    magistratura, ni otro clero, ni otra milicia, ni otra

    agricultura, ni otra industria, ni otros alcaldes, ni

    otros ingenieros, ni otro comercio, ni otra hacienda,

    ni otro profesorado, ni otra marina, ni otra polica,

    ni otra administracin, ni otras costumbres, ni otro

    bienestar, ni otra civilizacin, que los que tiene: ygracias. Al residuo de naturaleza humana que pro-videncialmente aun nos queda es al que debemosslo eso poco y malo que tenemos todava.Compramos el derecho de hablar de esta suerte

    a precio de todas nuestras energas, puestas con

    inquebrantable tesn al servicio y amor de la patria,

    por cuyo renacimiento casi nada hacemos; pero este"casi nada" es todo cuanto podemos. En ello nosagotamos sin sacrificio y con honda alegra, predi-cando hasta a los que no quieren ornos, uniendo a

    !a censura el remedio, hasta donde nos es dado co-nocerlo y decirlo; y a la teora, el ejemplo constan-te, aunque lleno de dudas, arrepentimientos y fra-

    casos, por la escasez de nuestras fuerzas de todas

    clases; con que, cayendo y levantando, mostramosal menos voluntad perseverante de comprobar orectificar nuestra idea en la experiencia y a la vista

    de todos. Alejados de la poltica, donde es nuestracreencia que se malgastan grandes esfuerzos para

    resultados mnimos, estamos siempre prontos a dar,sin embargo, un consejo y ayudar a poner mano enlas reformas gubernamentales, apenas por rara ex-

    travagancia de la suerte se juntan all en las altu-ras un relmpago de buen sentido y una disposicin

  • 22 F. Giner de los Ros

    benvola para nuestros ideales; persuadidos, no obs-tante, de que casi todo cuanto en este orden auxi-liemos a levantar est condenado por largo tiempoa ser destruido, no bien el relmpago pasa y la co-rriente de la vulgaridad y de los lugares comunesrecobra, como es ley, su natural y hasta legtimo

    imperio; vindolo derrumbarse con serenidad y sinira, prontos a volver a la brecha, no bien nos la en-

    treabra en sus veleidades la fortuna.

    Todas las campaas de esta clase tienen susobstculos. Sin salir de la propia esfera en que lu-

    chamos, no slo nosotros, sino todos cuantos pug-nan por sacar a la enseanza de su actual desola-

    cin, basta acordarse del benemrito Montesino,con cuya obra fuera inmodestia comparar la de laInstitucin (salvo en la comn tendencia y buendeseo), y a quien ya hoy ponen en teora sobreel candelabro, queriendo darnos con su luz en rostro,

    aquellos mismos que cincuenta aos ha se empea-ban en ponerle el celemn por montera. Las deasque han agotado su virtualidad, los organismos ca-davricos, los intereses seculares y hasta las pre-

    ocupaciones de los antiguos sistemas son otras tan-

    tas fuerzas resistentes cuyo rozamiento disminuye,

    por ministerio de la naturaleza, la velocidad con

    que los ideales devienen. Al servicio de estas fuer-

    zas, por tantos estilos respetables y muchas de lascuales han prestado favor y beneficio (all en susdas) a la cultura patria, se ponen tambin, como

    siempre, las pasiones de todas clases, generosas y

  • Prlogo 23

    abyectas: la noble ilusin de perpetuar el pasado,

    la codicia de acaparar siquiera lo presente; el amor

    a privilegios y formas ya intiles, pero por tanto

    tiempo consubstanciales con nuestra vida; el senti-

    miento de la propia inferioridad y el despecho ante

    el desvo en que nos va dejando a la margen la his-toria; hasta la rebelin del esclavo, que no quiere

    ser libre... todo ello se junta aqu, como en todaspartes, slo que a un nivel algo ms bajo, como loes nuestro estado intelectual y moral. Desdichado

    el que pierda, no ya en responder a la insolencia

    con la insolencia, sino en estriles disputas, el tiem-

    po y las fuerzas de que todos hemos menester para

    nuestra obra; por desgracia, aun as son bien insufi-

    cientes. Las minoras y todos cuantos quisiramos

    remover la educacin nacional somos una minora

    aun, y lo seremos largo tiempo no tienen por ni-

    co deber investigar, censurar, ensayar, propagar; no

    slo han de ser perseverantes, incorruptibles y enr-

    gicas, sino sufridas, mesuradas e indulgentes. De-

    jarse contagiar por la pasin con que se revuelvenlas mayoras decrpitas; perder el respeto a cosas

    y personas, incluso a los hombres malignos o poco

    sinceros, que harta desgracia tienen en su pecado

    y que por obrar as no dejan de ser hombres, ni dellevar el signo de Dios en la cara, sera proceder

    como el nio, que se irrita contra la piedra con que

    tropez; como el maestro que reprende al nio por-

    que se porta como tal; o como el misionero que se

    encoge y lamenta de la rusticidad, pasin y malos

  • 24 F. Giner de los Ros

    tratos de las tribus salvajes, cuya humanizacin ycultura tiene precisamente l por ministerio.La causa de la educacin y la enseanza est

    mal ahora entre nosotros, principalmente, porque elmarasmo del siglo xvji y la revolucin del xix haninterrumpido a porfa y casi por completo la evolu-

    cin natural de sus Institutos; y esta suspensin dedesarrollo ha endurecido y semi-petrificado, cuandono destrozado y triturado, su organismo, privndo-lo de la flexibilidad necesaria para adaptarse gra-

    dualmente a las actuales condiciones. De aqu lairritacin de esos Institutos, excusable en la crisis

    que hoy sufren; no quieren morir, ni trasformarse,ni consentir la condensacin de los nuevos centrosde vida que engendra la necesidad, apenas comen-zada a sentir, y de donde temen con sobrada raznque ha de venirles su mudanza o su muerte; que nos de cierto cul de las dos ms teman. En presenciade esta crisis, hay que proceder a un tiempo contesn y con humanidad; curando la llaga sin con-templaciones, pero con amor y misericordia hacia el

    enfermo, atenuando hasta el ltimo lmite sus dolo-res y soportando sus imprecaciones con indulgen-

    cia infinita.

    Adems, estas resistencias naturales, por impla-cables que sean, tienen sus ventajas. Obligan consu hostilidad y sus entorpecimientos a poner cadavez mayor circunspeccin en lo que pensamos, que-remos, decimos; a examinar con mayor detenimien-to los problemas, a contener nuestra precipitacin,

  • Prlogo 25

    a reconocer nuestros errores, a rectificar nuestras

    soluciones y procedimientos, a tener ms modestiaen cosas tan complicadas y difciles, a comparar lo

    grande del fin con la pequenez y cortedad de nues-

    tros medios, a renunciar a la infalibilidad, a escudri-

    ar en el fondo de nuestra conciencia nuestros m-viles, a ser ms severos con nosotros mismos y mshumanos para con los dems, a elevar cada da msalta la mirada y a hacer ms recta y pura la con-ducta. Cuntos hombres honrados y hasta incorrup-tibles no habran quiz llegado a serlo, de faltarles

    la poderosa ayuda del encarnizado afn de sus ad-versarios para hallar en su vida una mancha! Ben-

    dita mil veces la divina ley que del mal saca el bien

    y lo trae por fuerza a servir y valer para encaminarla Humanidad a su destino!

    Por otra parte, las luchas de hoy da no son ya

    como las que hicieron tan heroica la vida de nues-

    tros mayores. Cada vez la cultura va limando lasgarras a la fiereza humana y dando a las resisten-cias conservadoras, todava en nuestro pas tan des-

    apoderadas, mejor inteligencia de las cosas, mayormodestia, modos ms compatibles con la vida civil.Despus de todo, correr el tiempo, y los ciegosvern, y andarn los tullidos, y la Historia consoli-dar de todas nuestras empresas lo que haya de in-corporarse al fruto de las empresas pasadas, y ba-rrer lo intil; las minoras se harn mayoras; lasfuerzas que hoy pugnan por andar adelante se tor-narn freno y contrapeso para las nuevas energas

  • 26 F. Oiner de los Ros

    que suscita la renovacin perenne de las cosas; ygracias si no se petrifican, como ahora lo estn en-tre nosotros, no por ley invencible, sino por esa pa-

    rlisis morbosa que ha sufrido nuestro desenvolvi-miento nacional.

    Si no me equivoco al declarar este espritu comoel espritu de la Institucin, mal se puede temerque, por nuestra parte, contribuyamos lo ms mni-mo a traer sobre la patria una situacin semejantea la que la campaa en pro de la reforma pedaggi-ca ofrece en otros pases (en Austria, ms an enFrancia, y acaso todava ms en Blgica), donde seacenta un fenmeno que en otros pueblos no pre-senta al menos por hoy tanta gravedad, a pesar

    de las tentativas de los conservadores holandeses

    y de la inquietud, hoy apaciguada, que promovihar un ao la informacin escolar en Inglaterra,Es notorio que, en toda la edad moderna, singu-

    larmente en los ltimos siglos, la vida social se ha

    venido secularizando en todas partes, en reaccin

    contra el sistema medieval; secularizacin que, si

    en el fondo, a mi entender, representa, como el

    liberalismo contemporneo y como tantas otras cri-sis, un movimiento relativamente necesario y bien-hechor, tomado servilmente a la letra, y no en surepresentacin universal (donde no caben semejan-tes interpretaciones), conduce para muchos al ates-mo, tcito o expreso, en la vida, como al positivis-

    mo dogmtico y a la proscripcin de lo trascenden-tal en la ciencia. Ahora bien: entre varias razo-

  • Prlogo 27

    nes, acaso sta sea la principal de que en ciertos

    pueblos la causa de la educacin y la enseanzatradicionales como de diversos intereses del an-

    tiguo rgimen se haya hecho por unos y por otrossolidaria de la causa de la religin. Los que po-

    dramos llamar partidos religiosos, catlicos o pro-testantes, llevados por la ndole de su significa-

    cin, y a veces por vocacin sincera, a interesarseen los problemas que tocan a la vida superior delespritu, han tomado casi en todas partes sobre sla obra de influir hondamente en la educacin: in-flujo legtimo y aun beneficioso, cuando no lo impu-rifican pasiones e intereses exclusivos. Entre nos-

    otros, esos partidos vienen atravesando profundacrisis, que los divide, no en los matices gradua-les de toda comunin racional de personas, sino enverdaderas facciones que speramente se desgarran,sin que la invocacin de un ideal comn baste si-quiera a moderarlos. Pero, as y todo, constituyen

    un elemento importante, cuya fraccin gubernamen-tal, injerta en el bando conservador, no sin repug-nancia del espritu laico, revolucionario y escpti-

    00 de ste, le ha trado tanta fuerza como contra-

    riedades y disgustos al imponerle algunos, por lo

    menos, de sus compromisos.Claro se vio, por su mal, cuando esta fraccin

    puso mano desde el Poder en la enseanza pblica,

    originando dolorosos conflictos. Verdad es que, en-tonces, lejos de mostrar una preparacin slida para

    abordar los graves y complejos problemas que pre-

  • 28 F. Giner de los Ros

    tenda de plano resolver, cedi al prurito de impro-visacin, tan extendido entre nosotros; y en vez deuna obra nacional, aunque en el sentido de sus prin-cipios y de sus obligaciones, emprendi una atolon-drada e informal desorganizacin de esa ensean-za, donde se mezclaban, entretejan y destejan, conprecipitacin vertiginosa, soluciones de mera ocu-

    rrencia con despojos arrancados, casi literalmente,de legislaciones exticas, sin tomarse el trabajo, noya de adaptarlos a nuestras necesidades, mas de

    disimularlos siquiera. El ms grave ejemplo quedieron muchos de sus hombres fu, sin embargo, elde una falta de sinceridad tan aparente, que con-trista el nimo pensar hasta qu punto se han con-tagiado del vulgar maquiavelismo al uso en nuestrasociedad descreda, la noble inteligencia, ampliacultura y bro de tantos pensadores ilustres: cuan-

    do no deben el prestigio de su causa en el mundosino a su severa censura de la inmoralidad poltica

    reinante y a su proclamacin de un orden tico su-perior en la vida.

    Pero cualquiera que, desde el poder o fuera de

    l, sea en lo porvenir la participacin de esas ten-

    dencias en la obra de la educacin nacional: ora

    pugnen con afn generoso por formar el espritu

    interno de esta educacin, que es hoy hasta dondecabe un mecanismo inerte, como cuerpo sin alma, einspirndose en su ideal y consagrndose a l conamor y devocin austera, colaboren pacficas a la

    redencin intelectual y moral de la patria; ora, por

  • Prlogo 29

    el contrario, se empeen ms y ms en los derrote-ros de la poltica dominante y no teman compartir

    sus vicios, su egosmo, su perfidia, su rencor vene-

    noso, creo poder esperar que la Institucin, respe-

    tando la diversa actitud que los partidos liberales

    adoptasen acaso, por desgracia; dejando a cadacual que all con su conciencia se las haya, y con-

    templando con dolor, mas sin remordimiento, la cruel

    situacin que por culpa de stos y de aqullos ven-

    ga en su da a engendrarse, jams adquirir, comohasta hoy no la ha adquirido, la grave responsa-bilidad de tomar parte en la implacable lucha de

    hil y de exterminio que aflige en tantos pueblos la

    obra sagrada de la educacin nacional: obra que entan gran parte mucho mayor de lo que el espritusectario de los unos y los otros presume est por

    cima de las ms hondas divergencias, y pudiera ydebiera ser labor comn, a que todos los hombresde buena voluntad coadyuvasen con anlogo esp-ritu en fraternal alianza. Regnum divisum desola-bitur. Y ya est el nuestro bastante dividido.

    Septiembre de 1889.

  • COMO EMPEZAMOSA FILOSOFAR

    Al comienzo de la vida, y aun entrados ya enella, a cada nuevo grado y a cada nueva relacinde nuestra cultura, no podemos valemos slo pornosotros mismos. Necesitamos sostenernos para an-dar, y as, cayendo y levantando, llega el da enque poco a poco nos es dado caminar bajo nuestropropio gobierno.

    El pensamiento no es, contra lo que vulgarmen-te se dice, una esfera distinta y aun opuesta a la

    vida, sino parte de sta, cuyo desarrollo sigue exac-

    tamente. Sin duda que su primer excitante, el pri-mer tutor que estimula su atencin, y, por tanto, su

    actividad reflexiva, son las cosas mismas, y antetodo, el mundo exterior que nos rodea; porque parael salvaje, cual para el nio, el mundo interior, conserle tan inmediato, apenas existe como objeto deconocimiento, sino como sujeto que indaga y des-cubre al verdadero objeto, que est fuera. As tanslo ha comenzado el hombre a darse cuenta de esemundo. Pero, al principio, el movimiento es tan te-

  • 32 Educacin y enseanza

    nue, que los anales de la vida del individuo, como

    los de la civilizacin, lo dejan pasar inadvertido; noobstante que la acumulacin de esos esfuerzos per-sonales para ponerse y resolver el problema funda-mental del ser de las cosas que contemplamos es loque hace posible, por la tradicin y por la herencia,

    la formacin gradual de la Filosofa. Sus grmenes,imperceptibles antes, llegan un da, al amparo de la

    escritura y de una vida social hecha estable, a des-

    envolverse en concepciones sistemticas que sea-

    lan el comienzo de su edad histrica.Pero con ser indiscutible esta que se podra

    llamar tutela objetiva del pensamiento, no lo esmenos que, para que el proceso del pensamientofilosfico alcance a constituirse, ya diferenciado, en

    una esfera substantiva de la cultura humana, en

    forma de ciencia, todava se requiere algo ms.

    Todo movimiento del sujeto, por tenue que sea, enbusca de lo que son en s las cosas, aunque apenas

    desflore su superficie, es ya ciertamente un episo-

    dio de la historia de la Filosofa. Pero si esos mo-

    vimientos constantes, inherentes a nuestra natura-

    leza racional, bastan para dar de ella testimonio yconservar su carcter al espritu, no bastan, en me-

    dio de la vida, as perdidos y entrelazados con sta,

    para constituir aquella esfera independiente. Sino

    que el sujeto ha menester recogerse en s mismo,

    tender la vista a la totalidad del horizonte intelec-

    tual y consagrarse a su exploracin laboriosa, con-

  • Cmo empezamos a filosofar 33

    cienzuda y paciente, con las mejores fuerzas de quele sea dado disponer.Ahora, para comenzar esta obra con tales pro-

    porciones y en e! seno de una sociedad adulta, ne-

    cesita el individuo aprovechar los frutos de la acti-

    vidad general en esa esfera, ganando de esta suerteun apoyo, una tutela que lo sostenga y lo prepare a

    la libre direccin de s mismo; tutela que no se haentendido, por lo comn, en esta parte de la educa-cin, de mejor modo que en las restantes de la vidaindividual y social. El dogmatismo, la dominacinsectaria sobre los espritus, el afn de proselitismo

    doctrinal, tantas otras formas de opresin y coac-cin, ms o menos duras, muestran cmo aqu tam-bin esa tutela se corrompe con harta frecuencia, yen vez de disponer gradualmente al hombre para suemancipacin, procura disponerlo para perpetua ser-vidumbre. Mas sta es enfermedad de la protec-cin tutelar; no es la tutela misma, la cual se fundaen el principio universal (ontognico, que pudieradecirse) de que todo ser, la planta como el astro, el

    hombre como el pueblo, la corporacin, la iglesia,nacen siempre bajo el amparo de otro ser adulto, acuyas expensas se forma, y del cual se va diferen-

    ciando y elevando, hasta lograr el grado mximo desu independencia.

    Esta direccin, de que en sus primeros comien-

    zos ha menester el pensamiento filosfico, slo pue-de, sin duda, venir del pensamiento mismo, en el

    proceso de su evolucin anterior y en el resultado

    3

  • 34 Educacin y enseanza

    producido ya en la Historia, porque la contempla-cin de ese proceso y de ese resultado, en sta comoen toda obra, es parte esencial de nuestro apren-dizaje. Los primeros pasos, pues, que en la reflexinfilosfica damos nacen del estmulo que en nosotrosproduce la comunicacin del pensamiento ajeno; tales el sentido de la enseanza y direccin del maes-

    tro en esta esfera, su nica funcin en nuestra edu-cacin filosfica, o sea en nuestros ensayos paraadquirir el poder de formar conceptos libres, tota-les y reflexivos de las cosas, y habituarnos progre-

    sivamente a producirlos.En el comercio con el pensamiento ajeno, todo

    cuanto leemos u omos, si propiamente llegamos a

    orlo o leerlo, y no queda en la mera impresin me-cnica del rgano, despierta al punto en nosotrosun eco, testimonio de nuestra propia actividad. Slo

    que, sucedindose unas a otras rpidamente las sen-saciones, nos falta el tiempo para detener y elabo-

    rar cada uno de estos ecos, a menos de dejar de es-cuchar o leer, y se van apagando en el fondo in-excrutable de la conciencia. Pero interrumpamos laserie y detengmonos a considerar uno cualquierade esos movimientos. Al punto advertimos que la

    reaccin excitada en nosotros consiste en un pro-

    ceso de pensamiento tambin, que va desenvolvin-

    dose gradualmente, por cierto tiempo ms o me-nos largo, segn la intensidad del estmulo, de laatencin, de nuestro carcter mental, situacin, et-

    ctera. Este proceso, ora es de conformidad, cuan-

  • Cmo empezamos a filosofar 35

    do nuestros pensamientos concuerdan con aquellosque nos los sugieren, ora de disconformidad, por el

    contrario. Algunas veces son meramente episdicos,

    y a pesar de darles ocasin el pensamiento ajeno,se desenvuelven en otra direccin particular, dejan-do a un lado toda confrontacin con su excitante.

    Prescindiendo de este ltimo caso, los dos pri-meros sealan el despertamiento del espritu cr-tico.

    Conviene distinguir entre el espritu crtico y elde contradiccin. Aqul, segn se ha visto, no con-siste sino en la disposicin, despertada al contacto

    del pensamiento ajeno, a producir el nuestro en talrelacin ligada con l, que mediante este vnculo loafirme o lo niegue, siendo esta afirmacin o nega-cin su propio contenido. Pero el espritu de con-

    tradiccin es aquel que slo nota lo disconforme,

    nico estmulo que lo pone en actividad; compla-cindose luego en buscar y hallar doquiera el error,el mal, ocasin, en suma, a la censura. Es como el

    falseamiento del espritu crtico: ste es objetivo;aqul, subjetivo, tendiendo a desestimar fcilmentetodo cuanto no es l y a ponerse sobre el eje delmundo. En los tiempos actuales el proceso de eman-cipacin del individuo ha favorecido el crecimien-to de esta verdadera dolencia intelectual, moral yafectiva, al comps con que ha favorecido al vanoafn de originalidad, la soberbia, la negacin, larebelda; enfermedades que son como la sombra queobscurece y perturba aquel bienhechor movimiento.

  • 36 Educacin y enseanza

    Pues es de ley en la historia social, como en la ps-quica, que cada evolucin, como cada carcter, lleveaneja la posibilidad de decaer en aquellas formasde extravo que sus condiciones ms permiten.

    El espritu crtico no es este espritu subjetivo yde muerte, sino impersonal, objetivo, de salud, derenacimiento y de vida. Merced a l, se estimula lareflexin sobre los problemas que ha venido antesproponindose la Filosofa en su historia; y se haceposible resolverlos de mejor manera y hallar otros.Y por un proceso que, desde luego, nos va haciendoindependientes, no slo de los dems, sino de nos-otros mismos, para entregarnos ms y ms a lascosas, llegamos a mirar a stas cara a cara, a in-

    dagarlas directamente con nuestras fuerzas pro-

    pias, preparadas por aquella especie de tutela para

    levantarse sobre esas relaciones y producir la re-

    flexin libre. Cuando sta aparece, ya estamos enel camino de la investigacin racional.

    El comercio, pues, con el pensamiento ajeno anadie har filsofo, porque el filsofo necesita ver

    por s la verdad, y es ley de nuestra naturaleza

    que no podamos encontrarla de balde. Pero a todosnos capacita para esta labor del pensamiento, ha-

    cindonos atender primero a la representacin sub-

    jetiva de las cosas, mas slo para llevarnos luego a

    las cosas mismas. Esta marcha es idntica en la

    esfera de la educacin cientfica y en todas las

    restantes. Por ejemplo, el nio, el hombre de esp-ritu inculto, por familiarizados que estn con la

  • Cmo empezamos a filosofar 37

    vida rural, casi no la observan, ni tienen de ella

    sino un goce muy rudimentario, mientras que lasrepresentaciones de la novela, de la poesa descrip-

    tiva y de la pintura de paisaje, como ya nota Hum-boldt, nos hacen entrar en la Naturaleza, despier-

    tan nuestra atencin y nuestras emociones, abrien-

    do en nuestro espritu el camino para contemplar

    y sentir fenmenos, espectculos, que apenas lle-

    gaban hasta nosotros cuando nadie nos deca:"Mira y goza". De tal modo, que llega un da en

    que, prescindiendo del mrito del artista y aten-

    diendo ahora slo a la funcin de su obra, hallamos

    que la pintura de paisaje (lo mismo que, en otrosentido, los cuadros de la vida social en la novela),

    por fiel y noblemente que interprete la belleza del

    campo, es una simple nota de atencin, un estmu-

    lo para que nos representemos interior y libremen-

    te cien y cien originales, llenos de varonil realidad,

    de encanto y de poesa, en cuya comparacin elcuadro del ms grande artista palidece.

    Pero, sin l, quiz no habramos llegado a verlo que hoy ya vemos. Por amaneradas y falsas quesean esas obras, ellas nos han llevado hacia la rea-

    lidad: Chateaubriand y madame Cottin (y no diga-mos un Walter Scott o un Vctor Hugo) nos hanhecho estudiar y gozar la Edad Media. El arte, ental sentido, es un camino para la Naturaleza. Cuan-do el hombre, preparado por l, llega a sta, ha-llando, como Goethe, que no hay interior de van

  • 38 Educacin y enseanza

    Ostade que valga lo que la tienda del zapatero de

    Dresde, ya est educado para la vida esttica.Pues, no de otra suerte, cuando halla el pensa-

    dor harto ms realidad en el objeto que en las con-cepciones de un Platn o de un Hegel, harto msque ver en la sociedad y el Estado que en los libros

    de Aristteles, Montesquieu o Stuart Mili; en lasmontaas, ms que en los de Lyell; en el microsco-pio, ms que en los de Virchow; en el laborato-rio, ms que en los de Berthelot..., entonces, peroslo entonces, ya est en camino de ciencia.No es ahora difcil entender hasta qu punto se

    halla todava la enseanza en nuestro tiempo lejanade estos principios. "Las obras de la Naturaleza son

    obras de maestro; las obras del hombre son obrasde aprendiz", dice Zachariae. Y, sin embargo, enesas obras de aprendiz es en las que una peda-

    goga funesta se obstina en cerrar nuestra atencin,dejando a un lado la realidad viva y fecunda. Lamanera usual de considerar las doctrinas, sistemas

    y teoras coadyuva poderosamente a esta tendencia.Bajo el presentimiento acertado de que las concep-ciones subjetivas todas, sin excepcin guardansiempre medida con su objeto, sin cuya presenciaseran absolutamente imposibles, se precipita aidentificar ambos trminos, tomando uno por otro, ypensando con aquella ignava ratio, en vano flagela-da por Kant, que, pues las cosas estn ya sabidas

    y explicadas en reflexin, discurso y lengua, no

    hay para qu tomarse el trabajo de mirarlas con

  • Cmo empezamos a filosofar 30

    nuestros propios ojos: pereza servil, que hasta de-coramos con el aparato de modestia. "Porque de-cimos : qu vamos a ver que ya antes no hayanvisto otros ms sabios? Y si acaso ellos erraron,vamos a corregirlos nosotros?"Adems, hay en ese modo de concebir el valor de

    la representacin subjetiva otra inexactitud grave.Con efecto, si en tiempos atrs se tomaba a las

    formas naturales como tipos inmutables, inmviles,casi petrificados, lejos de ver en ellas otras tantasmanifestaciones oscilantes de la fuerza y proceso

    interior con que evoluciona la vida natural, nicacosa que a travs de ellas persiste, as tambin esuso imaginar todava las doctrinas cientficas comouna especie de cristalizaciones, como construcciones

    definitivas, perpetuas e irreformables, en las cua-

    les fuera sacrilegio poner mano. Ms an. La ex-presin de esas doctrinas adquiere la misma dure-za, el mismo carcter rgido, la misma estructurasacramental, hasta el punto de que no slo la con-

    cepcin del derecho, o del pensamiento, o del es-

    pacio, etc., se toma inalterable de Kant o de Krau-

    se, de Spencer o de Tiberghien, de Comte o de

    Wundt, sino hasta las definiciones en que se signi-fican, y que reciben, con el transcurso del tiempo,

    un valor arqueolgico, poco distante del de tal o

    cual frmula social ya sin contenido: del de un r-

    gano atrofiado de la evolucin de la especie.

    La verdad, precisamente, est en lo contraro.

    Las cosas, aunque cognoscibles y pensables, no

  • 40 Educacin y enseanza

    son unas mismas con el pensamiento, como al idea-lista parece. Su concepcin por el sujeto, en formade doctrina y de ciencia, es slo una visin, aun-

    que directa, en parte acaso errnea, y siempre limi-

    tada, de su inagotable realidad, asimismo presentepara otras infinitas perspectivas. Adems, en esasconcepciones hay siempre un fondo, un sentido, un

    espritu, una corriente subterrnea, que da a cadacual de ellas su caracterstica esencial, y una serie

    de formas infinitamente varias, en perenne oscila-cin y deformacin, cuyos trminos se esfuman ydisuelven con ms instabilidad que las nubes deHamlet. En fin, la expresin de esas formas, ltimogrado de limitacin concreta, es por lo mismo do-blemente inestable, y apenas vale ms que comoun smbolo pasajero, o ms bien, un estmulo paradespertar en nosotros el sentido de la idea que sen-

    sibiliza. El proceso de la vida es, en el pensamien-to, fundamentalmente el mismo que en todas par-tes. La riqueza interior de nuestras representaciones,

    que son ya una visin finita del objeto, flucta cons-tantemente, desvaneciendo y deformando sus lmites,para responder de algn modo, a fuerza de substi-tuir unas por otras, a la inabarcable riqueza de la

    realidad. Cada uno de sus momentos constituye unaconcrecin efmera de ese hervor ntimo, concrecin

    que a la par lo traduce y lo niega. Ninguno vale depor s, arrancado y desarticulado de la serie crea-

    dora, que a todos los engendra, los condensa, los

    cuartea y los disuelve. Aislados son, como el mi-

  • Cmo empezamos a filosofar 41

    neral, el hueso o la hoja, una vez descuajados delplaneta, del animal o de la planta: un producto ya

    inorgnico, muerto, intil para el conocimiento yla vida.

    Juzgese ahora del valor de esa pedagoga in-telectual, que quiere educarnos y alimentarnos con

    semejantes detritus.

    1887.

  • LA REGULARIDADEN EL TRABAJO

    El que se pregunte qu debe entenderse por"hombre ocupado" o "que tiene mucho que hacer",es dudoso pueda darse cuenta de ello. Si bien semira, todos los hombres tienen que hacer lo mismo,en cantidad y calidad: vivir, ser activos para llenar

    los fines que esa vida supone, con actividad que en

    cierto modo es doble: a) Aplicada a las necesida-des y deberes generales humanos; b) A los asuntosque llamaramos profesionales, o sea, los que cons-tituyen la funcin social, que corresponde a toda

    persona, salvo a los parsitos pobres o ricos

    :

    industria, poltica, sacerdocio, ciencia, abogaca,

    poesa, comercio, bellas artes, ingeniera, agricul-

    tura... Y como, tanto una como otra clase de asun-tos, son inagotables, todo el mundo tiene por delanteel infinito. O, en otros trminos, cada cual tenemos

    tanto que hacer como los dems; no cabiendo dar

    IK)r terminado un asunto relativamente terminado,

    para los usos comunes de la vida sin que surja en

  • 44 Educacin y enseanza

    en el mismo instante otro; y as, sin fin. Todava sepodra sostener que aun el vago y holgazn msperdido, est siempre ocupado, y tanto como elms honrado y laborioso: dormir, pasear, charlar,contar las vigas del techo, jugar, fumar, emborra-carse, cortejar a las mujeres, es hacer algo; sonotras tantas formas de gastar la actividad, otrastantas ocupciones.

    Hay un sentido, sin embargo, en el cual se puedesostener que existen hombres "ms ocupados" queotros, a saber: en el de que tienen, por una parte,

    mayor heterogeneidad de quehaceres profesionales,

    o sea diversas profesiones a un tiempo (poltica,letras, industrias, verbigracia)

    ;por otra, en el de que

    han de ultimar algunos de esos quehaceres, a lo

    menos, en plazos fijos (un pedimento, una casa, unaleccin de clase). Pero, fuera de esta acepcin, hayque repetirlo: ninguna persona tiene que hacer msque las restantes.

    Los hombres ordenados, por muy "ocupados"que estn y ya se ha explicado el nico sentido

    racional en que esto se puede decir

    , hallan siem-

    pre tiempo para sus varias cosas, repartindolo pro-

    porcionalmente entre ellas, anteponiendo las urgen-

    tes y a plazo fatal, posponiendo las otras, distri-buyendo su atencin segn las exigencias de cadauna. Son hombres de presupuesto, y, sobre todo, decuentas; porque un presupuesto, sea de actividad,

    de tiempo, de dinero, se hace con facilidad; lo dif-

    cil es sujetarse a l. seguirlo. Pero el hombre que

  • La regularidad en el trabajo 45

    guarda medida en el trabajo mantiene siempre fielsu reflexin sobre el plan de sus proyectos, antes

    como despus de realizar cada uno de sus episo-

    dios; hace continuo examen de conciencia y se de-

    termina segn el resultado de este examen, sin va-riar de plan, sino con aquella prudente y mesuradaflexibilidad propia de todo racional lmite, y a la

    cual, si es de cierto peligroso ceder demasiado, no

    hay modo de escapar: porque la variacin nos vieneimpuesta muchas veces de modo insuperable por uncambio anlogo repentino de las circunstancias enque fu concebido nuestro primitivo proyecto.

    Por el contrario, el hombre desordenado trabajaa capricho, sin regla ni comps; hace ahora lo quedebera hacer maana; a escape y con vrtigo, lo

    que pide tiempo, lentitud, reposo; antepone o pos-

    pone las cosas, sin ms ley que el humor del mo-mento, o las relega a un futuro indefinido, pensandosiempre en que ha de hacerlas, y nunca en el cmoni el cundo. Y as en l se acumulan al par la aver-sin al trabajo aplazado y el disgusto por el apla-zamiento. Con esta divisin morbosa, e inquietud, yaun verdadera amargura, y remordimiento, e impo-tencia a la vez para vencerse, nadie puede lograr

    las condiciones ms elementales para un trabajofructuoso: la serenidad, la paz interior, el gusto por

    la obra, que cuando hay apremio irresistible acaba-mos quizs por hacer, pero atropelladamente, condudoso xito y sin que logremos el goce noble deella en tal contrariedad de la vida. Recuerda esta

  • 46 Educacin y enseanza

    contrariedad la que Goethe ha sealado como centro

    del carcter de Hamlet, luchando siempre entre suobra y su impotencia para realizarla.

    Si se quisiera resumir esas dos situaciones del

    nimo en una frmula concreta, podra decirse quelo que implica la primera y falta a la segunda esuna sola cosa: el self-government, el dominio denosotros mismos. La prueba es que el hombre des-ordenado cesa de serlo en ciertas cosas, tan luegocomo hay en su vida profesional una regla exteriorque lo obliga a medir su trabajo y su tiempo. Unprofesor honrado, por ejemplo, que deja de sealarda para una conferencia voluntaria en una asocia-

    cin pblica, o tiene abandonada una investigacinque, sin deber alguno externo, ha emprendido en sulaboratorio, o un artculo para una revista cientfica,

    o cualquier otro trabajo, en suma, proyectado yhasta comenzado quiz por pura inclinacin espon-tnea, no dejar, sin embargo, de dar su clase,cuya hora constituye para l un ritmo heteronn-co, que dira Kant: una regla mecnica externa deconducta, que suple la falta de ritmo y direccin in-teriores, orgnicos y libres: no de muy otra suerte,en el fondo, a como la tutela auxilia la deficiencia

    del nio para gobernarse por s exclusivamente.Ahora, si para cada una de las cosas que ese pro-

    fesor tiene que hacer, hubiere quien le llevase el

    comps, como lo hay para empujarlo a ctedra,puede bien decirse que las ms de ellas, casi to-das, se haran. Slo que, entonces, no sera hom-

  • La regularidad en el trabajo 47

    bre ya, sino un mecanismo perfectamente intil paralos propios fines cuyo cumplimiento se procuraba

    asegurar por este modo.El remedio est en saber considerar uno mismo

    sus deberes y negocios todos con tanto rigor como

    si desde lo exterior se los impusieran, o ms bien,con mayor rigor, a la vez que con mayor libertad:

    como quiera que el tiempo, lugar, modo, intensidad

    y dems circunstancias de cada obra elemental enla obra entera de su vida son entonces determina-

    dos, segn las condiciones todas del asunto y suindividualidad en el caso, y no por una regla con-

    vencional, uniforme, fundada a lo sumo en abstrac-

    tos promedios, que, por poder servir para todos, no

    valen en realidad para ninguno, si las cosas se

    toman con sus legtimas exigencias.

    Esto, en la relacin particular que aqu se dis-

    cute, es gobernarse a s propio: cosa ms difcil,en cierta apariencia al menos, que gobernar a los

    dems, porque es mucho ms cmodo imponer aotros slo que esto no es gobernar una conduc-

    ta externa, que luchar con los obstculos, tan di-

    versos, que por todas partes se oponen al libre r-

    gimen de nosotros mismos.Qu problema para la educacin de la voluntad

    este del ritmo en el trabajo!

    1888.

  • LA CRITICA ESPONTANEADE LOS NIOS EN BELLAS ARTES

    (RECUERDOS DE UNA EXCURSIN)

    Sabiendo que, por iniciativa del Sr. Riao (1),haba adquirido el Conservatorio de Artes y Ofi-

    cios dos colecciones de vaciados en yeso de las dos

    famosas tribunas de Lucas de la Robbia y Dona-tello (hoy en el Museo de Florencia), fui a verlasen el invierno de 1882-83, acompaando a unaseccin de alumnos de la Institucin casi toda

    la 5.'Por varias causas, en especial la falta de

    profesorado, la mayora de cuyos individuos tenaentonces (y aun tiene) que atender en la Institu-

    cin a un cmulo de obligaciones bastante mayorque el usual, aquellos alumnos, a pesar de su edad(catorce a diez y seis aos) y de su instruccin en

    (1) Este benemrito profesor de Historia de las BellasArtes en la Escuela de Diplomtica desempeaba entoncesla Direccin general de Instruccin pblica.

    4

  • 50 Educacin y enseanza

    otras materias, y aun en otros varios perodos de

    la Historia de la escultura, desconocan an en ab-soluto hasta los nombres de los escultores mencio-nados. Hoy ya van dominando poco a poco todoeste estudio, merced a las series combinadas deexcursiones que, bajo la direccin del profesor se-or Cosso, tienen lugar con este objeto a los di-versos museos de Madrid, y en particular al de Re-

    producciones Artsticas, confiado al referido seor

    Riao, nore maitre tous en Espaa en este g-nero de conocimientos.

    La benevolencia del Sr. D. Flix Mrquez ( direc-tor a la sazn del Conservatorio de Artes) nos con-sinti permanecer cerca de una hora en la clase

    donde acababan de desembalarse y colocarse losobjetos.Aprovechando la feliz ignorancia de los mucha-

    chos (ojal slo fuera posible disiparla por mediosanlogos!), les hice observar las diferentes piezas,mezcladas y confundidas todava unas con otras,sin prevenir su juicio con la menor indicacin acer-ca de ellas. El primer resultado de esta ojeada, bas-tante rpida, fu distinguir inmediatamente y sinvacilar las obras de los dos escultores con la se-guridad ms espontnea, resistindose tenazmentea toda contradiccin y aun a la ms leve duda.

    Este primer resultado, tratndose de alumnos deregular inteligencia, pero que no tenan antecedentealguno sobre el carcter respectivo de aquellos ar-tistas, probaba un espritu de observacin, que, for-

  • La critica espontnea de los nios 51

    mado en otras cosas, se aplicaba, sin embargo asta; en suma, un grado mayor o menor, pero real

    y efectivo, de educacin artstica. Sin duda, un ar-

    tista, un inteligente, apenas comprender cmo pue-de extraar que a primera vista se distingan dos

    estilos tan completamente diversos (por lo menos,en aquellos ejemplares, pues la Santa Cecilia deDonatello la hemos visto tomar ms de una vez apersonas mayores e instruidas por obra de la Rob-bia). Mas que, prescindiendo de sus conocimientos,prueben a llevar delante de estos vaciados a hom-bres cultos, pero sin costumbre de juzgar en lasartes plsticas, dejndolos abandonados a sus es-pontneas impresiones, y los vern tan perplejos,que les parecer inconcebible; sin considerar que

    tal vez ellos se veran no menos confundidos y apu-

    rados para distinguir, por ejemplo, un gneiss y ungranito, cosa que un gelogo pedante tendr porigualmente increble. Hombre, y granado era yo,en vsperas nada menos que de entrar en la ctedraque tengo confiada en la Universidad, autor de al-

    gunas cosas impresas, pretendiente a filsofo y bas-

    tante familiarizado con algunos libros de esttica

    la de Hegel, entre otras, y, sin embargo, la

    primera vez qu digo la primera vez, muchas!

    que entr en el Museo del Prado me era imposibledistinguir si era mejor el Fauno criforo que laVenus de Piquer, u otras obras anlogas. Para todoello necesit mucho tiempo, maldiciendo la falta decatlogo de aquella dependencia, falta que, por otra

  • 52 Educacin y enseanza

    parte, hace trabajar ms al principiante, sobrequien no puede menos de ejercer cierta presin lanoticia de que tal obra que le pareca intolerable

    es, por ejemplo, de un Miguel ngel, y cul otraque le embelesaba, de un X. Ser por esto por lo

    que ni siquiera se halla traducido el Catlogo quede esta coleccin no muy esplndida, en verdad

    ha publicado ha tiempo en alemn el seor Hiibner,uno de esos tercos extranjeros que se han empe-ado en hacernos nuestra historia?...La verdad es, bromas aparte, que cuesta mucho

    trabajo siempre formar juicios propios en cosas deescultura, y, en general, de arte, y aun de todo. Nonegar que otros habrn necesitado menos tiemfX)que yo para resolverse, pero a m tal me ha acon-tecido, y aun a personas de muchsima mayor ins-truccin y hasta de verdadera superioridad y famaen punto a esttica (terica), he visto titubear an-

    tes de distinguir (como si dijramos) entre un Ve-lzquez y un Orbaneja, o, lo que es peor, decidirsesin titubear por el segundo. Y es que la teora au-xilia fundamentalmente la prctica, la dirige, la fe-cunda, hasta la hace posible, pero no la substituye.

    Volviendo a nuestros muchachos, una vez dife-

    renciado en conjunto el estilo de los dos escultores,vino el segundo momento: el de irse explicando unapor una las notas, cuya unidad sinttica haba nece-sariamente guiado de un modo irreflexivo, pero nomenos firme, sus juicios. As, por ejemplo, la obrade Donatello era acentuada, musculosa, enrgica

  • La critica espontnea de los nios 53

    en la composicin, en la expresin, en las actitudes,

    en el modelado; la de la Robbia, suave, fundida, re-

    posada. Pronto agotaron este anlisis puramente

    descriptivo; no era de esperar otra cosa, dado el

    corto capital intelectual que podan gastar en aque-

    lla operacin, en s inagotable, pero cuyo grado

    para cada individuo se limita en razn del de su

    educacin intelectual.Hasta aqu haban obtenido un resultado, el pri-

    mero e indispensable en todo proceso crtico: la

    definicin de la obra, definicin que comienza por

    la vaga e instintiva percepcin de sus notas, hasta

    que la reflexin va fijndolas una a una y concluyepor resumirlas en una caracterstica sinttica; todo

    ello, alcanzado por la accin espontnea del exa-

    men personal del objeto. El espritu general de ob-servacin, que no consiste en otra cosa, se hallaba,

    pues, desenvuelto en aquellos nios de doce a ca-

    torce aos en un orden superior al que alcanza en

    muchas personas mayores y de mayores medios entales asuntos.

    Pero restaba el segundo momento del problema,a saber: el del juicio respecto al mrito comparati-vo de ambas obras. Y en esta parte, al preguntar-les sus preferencias, obligndolos a darse cuentareflexivamente de los sentimientos que no habrapodido menos de ir poco a poco despertando en suespritu la contemplacin de los vaciados, se verifi-c un fenmeno muy curioso: explosin unnime enfavor de Lucas de la Robbia. Les faltaba tiempo

  • 54 Educacin y enseanza

    para decirme que desde el primer momento les ha-

    ba parecido tan superior, que apenas comprendandudase nadie: aquella dulzura, aquella expresin

    mstica, aquella morbidez, aquella elegancia, aquel

    reposo, cmo pueden compararse con la groserarudeza y las formas duras, impropias, abultadas, de

    unos nios inverosmiles, hasta tocar en la carica-

    tura? "Y Donatello es un escultor de reputa-

    cin!", me decan casi agresivamente. Ya se con-cibe que me guard muy bien de darles la ms leveseal de disentimiento con esta vehemente opinin,

    y ni siquiera les invit a que estudiaran con msdetenimiento ambas obras antes de pronunciarse.Mostrando la ms rigorosa neutralidad y aun indi-ferencia, me puse a mirar distrado, ya unas, ya

    otras piezas. Ellos hicieron otro tanto, y a poco, es-

    pontneamente se produjo cierta atenuacin en lacrudeza del primer juicio. "No; yo no digo que

    esto sea precisamente un mamarracho." "Hay vi-gor; la composicin tiene cierto bro." "Coloca-das estas figuras en su sitio, no resultarn tan bas-tas y abultadas..." Tales eran las frases que comen-zaban a circular entre los Aristarcos. Y, al propiotiempo, otras como: "Despus de bien miradas estascosas de Donatello, que al fin son muy varoniles,parecen las de la Robbia un tanto afeminadas"; "re-cuerdan los versos de Lamartine", etc., etc.En fin, a qu cansar? El movimiento gradual de

    reaccin se acentu en trminos que no falt quiendijera: "Otras obras tendr Lucas de la Robbia por

  • La critica espontnea de los nios 55

    las que merecer mejor su fama". Precisamente elmismo muchacho (cosa natural, y harto ms lamen-table en nuestros hombres hechos y derechos) quehaba puesto en duda la justicia de la "reputacin"de Donatello.

    Entonces les hice ver cuan natural haba sido su

    primer movimiento en pro de la expresin dulce ysentimental y las formas acabadas, finas y elegan-

    tes; se necesita ms esfuerzo para comprender ysentir a Signorelli o Miguel ngel que a Peruginoo al Beato Anglico; y no digo en nuestra raza des-

    colorida y anmica, muerta de hambre, afeminada

    y romntica. Les dije que en su crtica de Donatello

    haba mucho exacto, como lo hay en las notas deMoratn al Hamlet. Lo cual no quita que Donatellosea Donatello y Shakespeare el primer poeta dra-

    mtico desde el nacimiento de Cristo.En suma, hice mi crtica de su crtica... Pero

    esta parte no importa. Slo he querido llamar laatencin sobre un ejemplo del proceso natural yespontneo en el juicio de obras estticas. Ojalllegue pronto el da en que pueda toda enseanzafundarse sobre bases anlogas y reducirse a des-pertar y guiar (con sumo tacto y respeto)' el juiciopropio de los nios! Slo que esto es imposible mien-tras no se convenza la gente de que vale ms lacualidad que la cantidad en las cosas del saber, gms bien: de qUe nicamente por la calidad el saberes tal saber. Entonces se descargarn los odiososprogramas de los odiosos exmenes, y se exigir

  • 56 Educacin y enseanza

    de toda clase de estudiantes que sean hombres, no

    papagayos; que sepan verdaderamente, no que se

    atormenten y sequen el cerebro para retener un

    cmulo de cosas estampadas, muertas e ininteligi-bles para ellos, y para sus maestros no pocas veces.

    1885.

  • SOBRE LA EDUCACIN ARTS-TICA DE NUESTRO PUEBLO

    Uno de los rasgos ms salientes de la reformaque hoy experimenta la educacin en todas parteses el desarrollo del elemento artstico. Poco a poco,

    en todas las naciones ha ido tomando la enseanzadel dibujo una extensin tal, que ha acabado por in-cluirse, en la mayora de ellas, como rama obliga-toria en la instruccin primaria. Las escuelas de ar-

    tes decorativas y aplicadas a la industria, emulandoel ejemplo de la organizada en Kensington (Lon-dres) por el Departamento de Ciencia y Arte, vancrendose en todas las grandes capitales, sobretodo al lado de los museos, cuyas colecciones influ-yen tanto de esta suerte.

    Pero aun dejando aparte estas aplicaciones paramejorar nuestra industria, hay una esfera ms llanay general: la de la educacin del gusto. No hacemucho que en Mnchester llamaba la atencin unprofesor ilustre sobre el valor que para la cultura

  • 58 Educacin y enseanza

    de la gran masa del pueblo tiene la educacin delsentimiento esttico; y poco antes, entre nosotros, la

    seora doa Concepcin Arenal, en su admirableMemoria sobre el empleo del domingo en las prisio-nes (1), demostraba de una manera concluyente laimportancia moral que este elemento tiene en rela-cin con las diversiones de los hombres. Las aficio-nes, juegos y recreos de stos representan, con efec-to, lo que pudiera llamarse su vida esttica, y de-

    penden por completo del grado de su educacin eneste orden. Ahora bien: cualquiera puede compren-der la diferencia que hay entre un pueblo cuyos go-ces y diversiones son, por ejemplo, los toros, la ta-berna y los juegos de cartas, y otro donde el gustopor las buenas lecturas, las obras de arte, las expe-diciones al campo, los juegos corporales, etc., sehalla difundido hasta entre las ltimas clases, como

    acontece en Francia, y sobre todo en Inglaterra, cu-

    yos museos y cuyos parques apenas pueden ya enciertos das contener las muchedumbres que en ellosbuscan solaz y esparcimiento.

    Es bien sabido que Madrid posee museos del ma-yor inters, que hoy son verdaderos cementerios de

    obras y restos mudos: el Arqueolgico, el de Re-producciones, la Armera Real, la selecta coleccinde la Academia de San Fernando, la de la Histo-

    (1) Presentada al Congreso Penitenciario de Roma do1885 y publicada en los miinoros 178 y 179 del Boletn dela Inutiucin Libre de Enseanza.

  • Sobre la educacin artstica 59

    ra, y sobre todos el gran Museo del Prado, que, no

    obstante los vacos que en la serie de sus escuelas

    ofrece (1), y que no es fcil que se corrijan mien-tras no tenga una organizacin cientfica (en vez

    de la actual, meramente administrativa), es, sin

    duda, uno de los ms importantes de Europa. Perolas ms de estas colecciones, o carecen de papeletascircunstanciadas que den razn de los objetos, o notienen catlogos, o los tienen mal hechos, o los ven-den a precios enteramente inaccesibles para perso-

    nas poco acomodadas. As, muchsimas veces, esintil que los profanos en esta clase de estudios

    busquen en ellos modo de enterarse de lo que re-presentan los objetos expuestos, y aun siquiera delo que son en ciertos casos. De esta suerte, el atrac-tivo de tan tiles tesoros para la mayora de nues-tro pueblo (es decir, para todos cuantos carecen

    de estudios previos especiales) es muy escaso, re-ducindose casi tan slo al estmulo de una curio-sidad superficial, bien pronto satisfecha; y su in-

    flujo sobre la instruccin, gustos, educacin y cul-tura general de esa masa, mucho ms escaso an,desgraciadamente.

    Ahora bien: no podra hacerse algo en el sentidode aprovechar mejor nuestros museos? Sin duda, elmejor medio sera organizar visitas a sus coleccio-

    (1) VMse el artculo del Sr. Cosso, "Algunos vacAg enel Museo del Prado", en el Boletn de la Institucin Librede Enseanza del 30 de junio de 1884.

  • 60 Educacin y enseanza

    nes, dirigidas por personas competentes, que las

    explicasen y llamasen la atencin sobre sus msinteresantes ejemplares: algo anlogo a lo que, parasus alumnos, tiene establecido la Institucin (1).No sera posible extender este sistema a otra clasede personas? El Estado cuenta con algunos profe-sores y empleados inteligentes en los estudios ar-queolgicos, que dispensaran un gran servicio a lacultura nacional si tomasen a su cargo la explica-

    cin de nuestras colecciones, popularizando as losconocimientos artsticos y apresurando el da en queno cause rubor comparar la soledad que, por ejem-plo, reina en nuestro Museo Arqueolgico con lamuchedumbre que circula en los de Cluny o South-Kensington.

    Sin duda, vendr un da en que los directores yfuncionarios facultativos de estos centros tendrnanejas a su cargo, con la clasificacin y cataloga-cin de los objetos, otras funciones encaminadas adarlos a conocer, como la publicacin de estudios,

    las lecciones y conferencias, ya de carcter popular,

    ya dedicadas a un auditorio ms tcnico y reduci-do (2) ; y entonces, la gestin superior de esta clase

    (1) Sabido es el desarrollo que a las excureionee de estay de todas clases ha dado la Institucin Libre de inse-inza.

    (2) Da pena comparar tambin nuestros Museos con elnmero de cursos y conferencias que se explican en el Mu-sen de Kensington, o en el del Louvre, que forma hoy ya nnaved'dadera escuela de arqueologa e historia.

  • Sobre la educacin artstica 61

    de instituciones, por lo comn confiada a grandesilustraciones del arte y la literatura nacionales, lo

    estar a hombres de ciencia. Pero no se podracomenzar ya a intentar algo de esto, aunque sea

    en una esfera muy reducida?

    1887.

  • EL AYUNTAMIENTO DE MADRIDY EL JUEGO DE LOS NIOS

    Ya otras veces se ha llamado la atencin sobre

    la importancia del juego corporal; sobre el cre-ciente influjo del sistema ingls en este punto, adop-

    tado ms y ms cada da por los pueblos, comoAlemania, Suiza y Blgica (1), que menos parecan

    necesitar del ejemplo ajeno para mejorar la orga-nizacin de su enseanza, tan justamente celebradaentre las ms perfectas, y sobre la constante recla-macin de los pedagogos franceses de mejor sen-tido en pro de la introduccin en su pas de este

    potente medio de reanimar la energa viril de alma

    y cuerpo en las nuevas generaciones.

    Por lo mismo que la Institucin ha venido tantarde a la vida, ha podido aprovechar en alguna

    medida los resultados de este movimiento. Desdeel principio, y sobre todo desde la fundacin de

    nuestra escuela primaria, en 1878, nuestros disc-

    pulos, cuyo ejemplo no ha sido intil para otras

    (1) Ha poco, en Francia, y con grande impulso.

  • 64 Educacin y enseanza

    Corporaciones y establecimientos, han salido dia-

    riamente con sus profesores (nada de inspectoresni ayudantes!) entre las clases de la maana y lasde la tarde, no a paseo, sino a jugar en algn sitioabierto, adems de consagrar por entero toda latarde de los mircoles, y con frecuencia las maanasde los domingos, a partidas organizadas de pelota,marro, rounders, liebres, etc. Pues el juego des-organizado inorgnico, que dira un filsofo

    , o

    sea el que se reduce a correr y saltar de aqu para

    all, sin plan alguno, cansa y aburre pronto a los

    nios, cuya actividad se agota al poco tiempo porfalta de un elemento ideal, que incesantemente la

    reanima en los juegos de partido u organizados,juegos esencialmente representativos, formas idealesde una lucha artstica y dramtica.

    Aunque el local que hoy ocupa la Institucin, yque acaba de adquirir, tiene jardn y patio, estoslugares son todava demasiado pequeos para jue-gos de esa especie, sirviendo slo para disponer

    siempre de aire puro con que renovar el de las cla-ses, para el esparcimiento y recreo con que en los

    intervalos de una a otra leccin se desentumecen yfortifican los nios al aire libre, para los trabajosde botnica, jardinera, etc., y aun para dar, a veces,en ellos la clase. Pero as, ahora como antes, care-

    cemos de un sitio para el juego corporal algo librey sostenido, y tenemos que salir con nuestros disc-

    pulos, como antes, para llevarlos a otros ms es-paciosos.

  • El Ayuntamiento de Madrid 65

    Buscarlos, ya es en Madrid empresa. Cuando laInstitucin viva en la calle de Esparteros, bamoscon los muchachos al Campo del Moro; pero nodisponiendo para estas salidas cada da, excepto el

    mircoles, ms que dos horas (de doce a dos), delas cuales se lleva veinte minutos el almuerzo, yteniendo que atravesar calles de mucho trnsito, lamayor parte de este tiempo se consuma en ir y ve-nir, quedando para jugar muy poco. Cierto que losnios ms pequeos, cuyas clases terminan a lasonce, contaban con tres horas; pero, en cambio,

    gastaban media en almorzar, y mucho ms que losmayores en el camino; de suerte que el resultadoera idntico. Adems, la mucha circulacin de aque-llas calles obligaba a llevar a los alumnos casi, casien formacin; sistema absurdo, que suprime todaindividualidad y libertad, y aburre soberanamentea nios y maestros.

    Cuando la Institucin se traslad a la calle delas Infantas, este orden de cosas mejor notable-mente. Porque no slo el Prado, y aun el Retiro, se

    hallaban mucho ms cerca, sino que el camino era,salvo cortsima parte (que, sin embargo, no dejde darnos malos ratos), una va tan ancha como lacalle de Alcal. Hoy, por ltimo, nos hallamos, no

    ya cerca de los paseos y del campo, sino en el

    paseo y el campo mismo; de suerte que hallamos ala mano, como nunca, lugares a propsito para losjuegos de nuestros discpulos. Los grandes solaresque nos rodean permiten cierta expansin; pero sta

    5

  • 66 Educacin y enseanza

    no durar ms de lo que se tarde en edificar enellos, o al menos en desmontarlos y abrir calles. Yahemos tenido que ir retirndonos de unos a otros^

    y no est ciertamente lejano el da en que ser yaimposible hallar cerca esos lugares de esparcimiento.

    Pero cunto peor lo pasarn otros institutos deenseanza, situados en puntos ms cntricos, y,por tanto, ms alejados de dichos lugares? Qupasar, sobre todo, a los nios de las escuelas p-blicas de Madrid, en general tan mal emplazadas?Precisamente, en el interior de la poblacin, tal vez

    no hay un solo sitio donde puedan jugar los nios.La plaza Mayor, las de Oriente, Santo Domingo,Isabel II, el Rey, Progreso, Santa Ana, la Puerta de

    Alcal..., todas, todas han sido poco a poco inuti-lizadas para cualquier juego que no sea una agita-cin desconcertada y estril, a fuerza de irlas po-blando de jardines, aunque sean tan diminutos comolos canastitos de la plaza de la Villa. Parece quenuestros Ayuntamientos, heridos todos de agorafo-bia, sienten verdadero terror al contemplar un espa-cio anchuroso donde los pobres nios puedan moversecon libertad y entregarse a ejercicios varoniles.Hay ms: aun saliendo del centro, apelando a

    los paseos, tan distantes de l en Madrid, es puntomenos que imposible hallar un sitio donde poder ju-gar. No hay que decir que el da en que, a seme-janza, no ya de Inglaterra, sino de Blgica, Italia,Francia, Portugal y otros pueblos, se generalicen

    esos juegos entre hombres hechos, que establezcan

  • El Ayuntamiento de Madrid 67

    sus partidas, sociedades y clubs de que algnpequeo ensayo se ha hecho en Madrid tendrnque ir, como vamos ahora algunos, a El Pardo, o al

    soto del puente de San Fernando, o al menos a la

    Casa de Campo o la Moncloa. Aun en el Retiro, ano ir muy lejos, el ancho paseo que arranca de laPuerta de Alcal, o el de las Estatutas, son, sin

    embargo, demasiado estrechos y pendientes; y all,como doquiera, es difcil dar a los ejercicios cor-porales el desarrollo que piden, sin una continua

    molestia de los transentes, cuyo esparcimiento no

    es lcito perturbar. El Botnico y la Castellana ofre-cen peores sitios, y el Saln del Prado, que es, sinduda, el ms espacioso y el menos concurrido a lashoras mejor adecuadas para el juego, se halla com-pletamente inutilizado por las subdivisiones que en

    l marcan faroles y asientos, y que hacen imposi-

    ble un juego algo enrgico y viril, so pena de ac-cidentes, que no pocas veces hemos experimentadoprofesores y alumnos, a costa propia.

    Si esto ocurre a nuestros discpulos, qu acon-tecer a los pobres nios de las escuelas pblicas,donde no existe, que yo sepa, un solo local media-no para juego, incluso en los Jardines Frebel? Qua los de tantos colegios privados, condenados, pordesgracia, a vivir en el centro, a menos de perder suclientela, y faltos a veces hasta del ms pequeodesahogo, como a nosotros nos aconteca en las ca-lles de Esparteros y las Infantas? Por ltimo, qupasar a las familias imposibilitadas de llevar a sus

  • 68 Educacin y enseanza

    hijos a esos lugares, para algo ms que para pa-searlos, cuando no llevados de la mano, por lo menosengomados y engalanados como seores mayores, opara que den algunas carrerltas de a 20 30 metros?

    En verdad, harto sabe el vecindario de Madridlos circunspectos limites en que suelen encerrar

    nuestros Ayuntamientos la accin tutelar que (enteora) les corresponde acerca de estas cosas. El

    atento examen de su presupuesto; el contraste, por

    ejemplo, entre la modestia con que atienden a lasms rudimentarias necesidades de la higiene y lainoportuna esplendidez que ostentan en sus fiestas

    magnficas da elocuente testimonio de su inters ybuen sentido. Despus de todo, procuran inspirarseen el estado actual de nuestros gustos y costum-

    bres; porque, cuntas son las familias castizas queprefieren gastar en carne y vino, en ropa blanca, en

    libros, en viajes, lo que usualmente gastan, las ms,en alfombras y en mobiliario para el saln "de res-peto"?

    As, no es tiempo todava, no lo ser en aos!,de pedir a nuestros Ayuntamientos lo que sera in-til pretender que considerase hoy necesario la opi-nin; la gente que a duras penas se lava las partes

    ms visibles de su cuerpo, cmo ha de clamar porbaos pblicos? Por esto no hay que pensar enque nadie se cuide de establecer parques con an-

    churosos espacios, donde jueguen grandes y peque-os, como en Londres o en Bruselas; o campos es-peciales de juego para los nios de las escuelas p-

  • El Ayuntamiento de Madrid 69

    blicas, como en Amsterdam y Zurich, o para todos,como en Berln y otras ciudades. Pero, al menos,

    ser tambin demasiado pedir que el Ayuntamientotenga la bondad de dejar jugar a esos nios en algu-na parte, en vez de irlos persiguiendo de paseo en

    paseo, de plaza en plaza, hasta encerrarlos en sus

    casas y escuelas, donde se estn quietos y no mo-lesten al vecindario? Oh bienhechora proteccin denuestros regidores en pro de la salud y educacinde la infancia y de su vigoroso desarrollo de esp-

    ritu y cuerpo!

    O sern estas, por ventura, cosas impropias dela gravedad de sus funciones?No es corta, ciertamente, la que entraa el pro-

    blema.

    1887.

  • LOS PROBLEMASDE LA EDUCACIN FSICA

    I

    Hay que distinguir entre la parte que en la edu-cacin fsica puede tomar la escuela y la que co-rresponde a otros elementos, verbigracia: 1) la fa-

    milia: alimentacin, sueo, trabajo domstico, ves-tido, aseo y dems condiciones de higiene; 2) elMunicipio: paseos, parques y baos pblicos, cam-po de juegos para nios, como los de Londres, Ams-terdam, Berln, etc.; 3) el Estado: con medios an-logos y la inspeccin y promocin de todos, en sulmite.

    La escuela, a veces, se sustituye para muchas deestas cosas a los dems crculos, verbigracia, en loscolegios de internos, en las cantinas escolares de

    Pars, en los penny dinners ingleses, etc.

    Y siempre ejerce grande influjo (si el maestrocumple su misin) en la educacin domstica; por-que el maestro reeduca en parte a los padres por

    medio de los hijos.

  • 72 Educacin y enseanza

    II

    Respecto de la educacin fsica escolar com-prende:

    I. El supuesto primordial para ella: las condi-

    ciones higinicas del local. El emplazamiento, rea,cubicacin, iluminacin, ventilacin, caldeo, forma

    y elementos de construccin de las clases, mobilia-

    rio, material de enseanza, campos escolares, la-vabos, retretes, guardarropas, etc.; todo esto cons-

    tituye importantsimo influjo, en bien o en mal, para

    el desarrollo corporal de los nios. As, la mioparesulta de una iluminacin viciosa y de falta de

    horizonte dilatado; la escoliosis, o curvatura dor-

    sal, de los defectos del mobiliario, etc, etc. Por el

    contrario, muchas condiciones favorables para lasalud proceden de las cualidades beneficiosas de

    aquellos factores.

    II. Rgimen general de la enseanza, que pue-de ser saludable o antihiginico; aqu entran las

    graves cuestiones del exceso y recargo de trabajoescolar {surmAiage y malmarage, en Francia; overpressure, en Inglaterra; Ueberbrdung, en Alema-nia) ; la sedentariedad, la falta de ejercicio muscu-lar, la de variedad en los trabajos de clase, y tan-tas otras. Todo esto, no slo influye en la vida yfunciones mentales del nio, sino en su salud fsi-

    ca, en el estricto sentido, ya porque el estado del

    sistema nervioso obra y trasciende sobre la integri-

  • Los problemas de la educacin fsica 73

    dad del organismo, ya por la accin directa del malrgimen sobre determinados rganos, verbigracia,las congestiones del hgado por exceso de seden-tariedad.

    III. Rgimen especial, encaminado a promovery mejorar el desarrollo fsico de los educandos; aeste orden corresponden principalmente:

    a) Las disposiciones tocantes al aseo personalde stos en algunas escuelas extranjeras (verbi-gracia, de Suiza) se lava a los nios al entrar en laescuela cuando no vienen limpios

    ; los consejos

    sobre su vida corporal toda; las prescripciones adop-tadas en punto a actitudes, funciones corporales,

    inspeccin mdica, cantinas, suplemento de vestidos

    en casos dados, etc.

    b) Los ejercicios particularmente consagrados apromover de un modo directo ese desarrollo, los cua-les no se reducen a ejercicios musculares, compren-diendo:

    1) El desarrollo y fortalecimiento de la actividad

    muscular, de la circulacin de la sangre, de las fun-

    ciones de la piel, del aparato respiratorio, etc.

    2) El del endurecimiento (moral) para evitar,disminuir y soportar la fatiga, las privaciones, el

    dolor corporal, a saber: la educacin del valor, se-renidad, destreza, rapidez, agilidad, atencin, do-

    minio de s mismo, unidad de movimientos de cadaindividuo con la masa y otras cualidades que ni

    siquiera son exclusivamente fsicas, sino psicof-sicas.

  • 74 Educacin y enseanza

    c) La educacin de los sentidos, que no debeconcretarse (contra lo que es todava usual entrenosotros) a las escuelas de prvulos.

    III

    Los ejercicios, no exclusiva, pero s predominan-temente musculares, se distribuyen en los principa-

    les grupos siguientes:

    a) Gimnasia muscular: 1) sin aparatos; 2) conellos.

    b) Ejercicios militares, cuyo elemento sano y ra-cional (marchas, y, en general, movimientos iscro-nos de masas) forma en realidad parte de los an-teriores; pero que, a causa del militarismo alemny francs reinante, constituyen hoy un grupo aparte,con otro sentido, censurable ciertamente, y que tiene

    su expresin capital en los batallones escolares.

    c) Esgrima, carrera, natacin, tiro al blanco,equitacin, velocpedo, remo y vela, etc.

    d) Paseos y excursiones al