Depósito Legal: ME2019000066³nicas... · Thahirí Uzcátegui Quintero Ángela Parra Reinaldo...

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    Depósito Legal: ME2019000066ISBN 978-980-18-0815-2

    © Juvenal Álvarez Uzcátegui

    Diseño e ilustración: Juvenal Álvarez UzcáteguiDiagramación: Editorial El Membrillo Dirección Editorial: Juvenal Álvarez UzcáteguiCoordinación Editorial: Roselín Barrios

    Corrección:Nancy Álvarez Perozo

    Primera edición en Venezuela: Noviembre 2019

    Editorial El MembrilloMérida, Venezuela

    [email protected]: +58 424 365 63 37

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    ÍNDICEPrólogo

    Yolanda Moreno

    María Teresa Chacín

    Pedro Durán

    Ruby Romero

    Tania Sarabia

    Carlos Frómeta

    Milagros Socorro

    Adolfo Nittoli

    Hilda Abrahamz

    Claudia Suárez

    Francisco Corso

    Roselin Barrios

    Titina Penzini

    Aquiles Báez

    Annaé Torrealba

    Francisco Dolande

    Mary Martínez de Uzcátegui

    Rummy Olivo

    Rosalba Gudiño

    Juan Carlos Gardié

    Alejandra Monsalve

    Yelitza Avendaño

    Mario Bonucci

    Robert Castellanos

    Thahirí Uzcátegui Quintero

    Ángela Parra

    Reinaldo González

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    Queremos agradecer muy sinceramente a todas estas personas y organizaciones, quienes desde diferentes espacios han hecho posible la realización de este libro.

    Rurik Aguilera AguiarMaribel Rodríguez de DuránDulce María Álvarez UzcáteguiAlejandra AraujoJudith Uzcátegui MontillaGabriela DuránDaniela GrateNancy Álvarez PerozoMaría T. López Chacín Danzas VenezuelaComplementi C.A.Rectorado ULA

    AGRADECIMIENTOS

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    El encuentro

    Rodrigo de Triana, aquel andaluz aventurero que gri-tó “tierra” desde lo alto de la Pinta, como nunca más se ha gritado en alta mar, celebró aquella tarde un festín que nunca antes se había contado: el almiran-te Colón había ofrecido diez mil monedas de las de entonces, y una casaca de seda China, a quien visualizara en primer lugar, rastro de alguna isla durante aquella inacabable travesía. Sin duda alguna iba a ser para el trianero, por haber sido él quien vislumbró aquellos montes. Si fue el primero en ver tierra, fue el último en bajarse de la nave. Toda la noche del doce de octu-bre continuó su gritería desde lo alto de aquel barco, señalando con banderas y cohetes, a las naves hermanas, la salvación de todos por el hallazgo. El poco vino que quedaba en los barriles

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    solo alcanzó para ser repartido en mínimos sorbos a cada uno de los tripulantes. Una placidez enorme en sus bocas sintieron aquellos hombres desvanecidos por el sol y la sal en los casi tres meses de travesía cuando se les permitió aquel trago de dulzor. Para Rodrigo y otros tantos no alcanzó el poco vino que quedaba en los barriles, aunque no le hizo falta para ha-cerse ver con entusiasmo, pues el inmenso hecho de su salva-ción, más el pensar en su nueva fortuna prometida por Colón, lo hacía ver enloquecido, extasiado, mientras corría desde la nave hasta la tierra para caer abatido en la arena de la playa. Un campamento se levantó rápidamente por los que aún con-servaban un poco de cordura. Mientras los más aturdidos por el intenso sol y la falta de agua dulce se veían tendidos en la arena, y otros ya bajo las palmas de las orillas de aquel lugar. Rodrigo despertó de un corto sueño con la noticia de la nega-ción de lo que se le había prometido a quien viera por primera vez algún rastro de tierra: el almirante Colón dijo a todos ha-ber visto antes que nadie, junto a Pedro Gutiérrez, el repostero del Rey, unas luces a lo lejos, la noche del once de octubre, hecho que le quitaba la posibilidad a Rodrigo, el trianero, en cobrar la fortuna prometida. Tal fue su furia por la noticia que quiso perderse solo en la maleza de aquel lugar, mientras maldecía, calumniaba y deshonraba a regañadientes a Colón la travesía y la salvación que acababan de transitar. Dos nativos de aquella isla no tar-daron en procurar su atención. Al comienzo le hacían silbidos, imitando pajarracos y animales, luego comenzaron a lanzarle piedritas y palos, hasta que se le presentaron al frente, espan-tando a Rodrigo por lo raro del plumaje en sus cabezas. Rodri-go dio la vuelta y comenzó a correr de nuevo a su nave, mien-tras los dos nativos lo perseguían para calmarle aquel espanto. Al llegar de nuevo al barco, Rodrigo no consiguió ni siquiera a uno de sus compañeros: todos se habían adentrado en la selva,

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    en la que fue la primera expedición al nuevo mundo. En vez de estos, consiguió su nave con más nativos dentro, revisando los almacenes de comida de aquel barco descubierto. Cuando vieron llegar al trianero, los nativos de aquella isla salieron espantados por la borda de la nave, llevando consigo un mo-tín de castañas asturianas, un barril de aceitunas de Huelva, y un hueso seco de un jamón gallego podrido por la humedad de alta mar durante los meses del navío andando. Rodrigo, el de Triana, en medio de su desvarío, no dudó en recuperar los pocos alimentos que estos se habían llevado, él sabía que cada bocado que las naves traían podían hacer falta para la sobrevi-vencia de cualquier navegante. Cada bocado estaba contado, y así ya hubieran llegado a una isla, aún nadie sabía con certeza la posibilidad de conseguir sustento en esa tierra. Entonces no dudó y se echó al agua también a perseguir a estos hombres semidesnudos, para arrebatarles lo que se habían llevado. Lle-gó a la orilla de la playa y se adentró en la vegetación espesa, guiado por los vaivenes de las hojas que los nativos hacían mover cuando por ahí pasaban con el motín castellano. Sin saberlo llegó a un asentamiento de cinco chozas en donde los indígenas pusieron el motín. Cuando Rodrigo se acercó, una familia de nativos en medio de sonrisas y cuchicheos le ofre-ció una fruta desconocida para él. Rodrigo de Triana, absoluta-mente inmóvil por aquel encuentro, sabía con suspicacia, que debía ser amable y tomar lo que le ofrecían, por aquello de la ley del buen marino. ― ¿Y qué les doy a cambio? ―, pensó. Recordó una cebolla que llevaba en su chaleco de algodón, la llevaba ahí como remedio para el mareo en las alturas de la nave, y así sacó una enorme cebolla que sobrevivía también a aquella travesía de alta mar, dentro de su chaleco sucio y roído por los presagios de la aventura. Cuando Rodrigo entregó a los hombres de la aldea aquella cebolla mal herida, y el chamán entregó su fruta al trianero, que no era menos que un tomate,

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    las ollas y calderos del mundo entero se sacudieron anuncian-do el mayor de los reencuentros desde la destrucción de la to-rre de Babel. El tomate y la cebolla se encontraron, e hicieron el amor en un caldero aquella tarde, para darle a los hombres el origen de la gastronomía moderna. Esta historia especulada, que si bien no sucedió en ese viaje con Rodrigo de Triana, pero que seguramente sí aconte-ció varias veces con muchos navegantes más en cualquier otra expedición al nuevo mundo, no es más que una alegoría a lo que en las cocinas del planeta poco a poco se comenzó a ex-perimentar luego de que aquel tropezón de culturas diera paso no solo al hombre más universal del mundo, sino a la univer-salidad de su lengua, de su trabajo y de su cocina por supuesto. Todos los paladares del mundo poco a poco fueron siendo cau-tivados, desde ese entonces, por sabores jamás antes probados. Imaginemos aquel primer sorbo de vino que probó Atahualpa en el Cusco, de manos de Francisco Pizarro, y que lo hizo sospechar en la divinidad de aquellos hombres medievales, no solamente por su blancura o la barba en sus rostros, sino por aquel jugo divino que llevaban en los barriles de madera. Imaginemos el florecer de las papilas gustativas de los reyes católicos Isabel y Fernando, la mañana en que probaron por vez primera una taza de chocolate llevado desde el México de Moctezuma, y que seguramente hizo a la reina soñar delibera-damente aquella noche con algún navegante aventurero. Es un hecho absolutamente cierto que en cada encuentro de un pue-blo con otro, en aquellas continuas travesías que han acabado en el dominio de una cultura por otra, hecho constante y natu-ral en los hombres, se han mezclado de primero los alimentos que los mismos seres humanos. Antes que algún conquista-dor castellano hiciera el amor con alguna indígena antillana, sus olivas y manzanas se mezclaron en el mismo plato con el casabe y el maíz de las Américas. Antes que Marco Polo en

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    la lejana Mongolia demostrara al rey Kan sus habilidades de conquista y gloria, seguramente le dio un bocado de queso ita-liano que quizás lo mezcló con carne de yak de las alturas del Tíbet, provocando en éste un orgasmo de entusiasmos que dio como resultado el primer italiano gobernador de un imperio en Asia. Este hermoso mestizaje gastronómico que funda y re-funda pueblos y sociedades, desvaneciendo fronteras, bur-lando nuestros idiomas, y que derrumba el mito bíblico de la Torre de Babel, por entendernos sí en los sabores, no es más que el primer indicio de nuestro empeño humano en la mo-dernidad, en el cambio. Esta constante aventura de transfor-mación ha sido la que ha dado origen a la verdadera libertad de los pueblos y a la inclusión eterna de sabores y saberes de culturas dentro de otras. Tener la libertad de enfrentar la trans-formación, el mestizaje, es un hecho de aventura que pocas culturas han logrado aceptar, y que al no hacerlo, ha acabado en los hechos más atroces y sangrientos de nuestra historia como especie en la tierra. Es por esta razón que no es descabe-llado confirmar a las sociedades que han arraigado a su ADN social su transformación constante, su mezcla continua a su estandarte de identidad, como las sociedades más modernas del planeta. Y todo lo mucho o poco que estas sociedades pro-duzcan tendrían entonces ese sello de modernidad, preparado para continuar su transformación y estar abiertas a cambios, sin traumas económicos, raciales o religiosos, y permitiendo la inclusión del todo en sus fronteras cada vez más desvaneci-das. Si es entonces esto cierto ¿sería la hallaca venezolana el plato más moderno del mundo? Nacidas en las cocinas coloniales, en donde esclavas africanas hacían de las sobras de los amos un manjar para el quilombo, las hallacas reciben en su ascendencia la historia

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    entera de la especie humana sobre la faz de la tierra. El hom-bre español del siglo XVI, el colono, proveniente de una pe-nínsula ya mestiza entre caucásicos, nórdicos, moros, judíos, hindúes y gitanos, se mezcló con un hombre indígena de raí-ces asiáticas y quizás propias del territorio americano, para terminar uniéndose al hombre africano borrando para siempre los conceptos y prejuicios raciales en la región por antonoma-sia. De este mismo modo la música, la religión, y por supues-to, la gastronomía, se fusionaron en este territorio, para dar paso a un mestizaje pleno y absoluto de todo lo que somos y hacemos. Pero nada de esto se dio con tanta efervescencia como en el territorio que hoy llamamos Venezuela. Diversas fueron las razones en nuestros quinientos y tantos años de his-toria occidental para que esta mezcla tan audaz se desarrollara en esta parte del Caribe, en esa pequeña Capitanía General que quizá le dio un carácter de desenfado y permitió junto al cálido y fresco clima, ver la vida con sosiego como en ningún otro lugar de la Nueva España. No es simple casualidad que en esta tierra precursora del pensamiento libertador americano, se diera también el plato más incluyente de la historia del hombre y se institucionalizara como el manjar de nuestra identidad. Carne de res o cerdo proveniente de Europa, encerrada como un corazón en un cuerpo de maíz de América, para finalizar con un abrazo de África que lo envuelve todo en una hoja de plátano. No sería entonces descabellado pensar que las halla-cas son el plato más moderno del mundo, ya que encuentran a la humanidad entera en su ADN gastronómico. Me atrevería a afirmar que el aroma que desprenden e hipnotiza al momento de su cocción era el mismo olor que segregaba la cocina de Eva en el jardín del Edén, ese fogón en el que un día todos fuimos uno, y es no más nuestra memoria ancestral biológica la que nos recuerda a la primera madre de todos los hombres del mundo.

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    Editorial El Membrillo ha querido para el 2019 recopi-lar veinticinco crónicas a partir de la hallaca venezolana, de cuarenta venezolanos distintos, con edades, profesiones, as-cendencias, visiones e historias tan diferentes como siempre lo hemos sido, pero unidos por el amor al trabajo y al país con las mayores diversidades del planeta, nuestra maravillosa Ve-nezuela. Queremos que este texto sea un homenaje al trabajo, al rigor y a la fuerza que cada uno de estos hombres y mujeres ponen cada día al levantarse. Agradecemos a cada uno de ellos por la inmensa confianza en habernos abierto sus hogares y en especial sus corazones, contándonos parte de sus historias con un olor inconfundible a nuestra hallaca adorada. Queremos dedicar este libro a todos los venezolanos que en estas navidades no podrán estar con sus familias debido al terrible momento histórico que hoy transita nuestra patria. Esperamos que un aire de buenos olores navideños llegue a sus hogares a través de esta narración, que pretende unirnos en estos tiempos de tan pronunciadas lejanías.

    Juvenal Álvarez Uzcátegui

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    Porque a lo que más le temen las revoluciones es a la tradición.

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    LOS CRONISTAS

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    Un recuerdo

    Las hallacas me llevan a mi mamá, a ella porque se hi-cieron hallacas regularmente en navidad. A veces se podía y a veces no se podía. Yo vengo de una familia muy humilde, muy sencilla y caraqueña. Y no es lo mismo ser uno humilde y sencillo en Caracas que serlo en un pueblito, en Cumaná por ejemplo, porque en Cumaná usted tiene al marido de la vecina que es pescador, y cuando trae para ella, a usted también le da, además usted tiene una mata de plátano atrás, y hay ese compadrazgo, esa comunidad, esa hermandad, ese afecto, eso que éramos los venezolanos y se ha perdido. Mi mamá por ejemplo, aquí en Caracas, hacía una cosa y mandaba a repartir a la vecina para que probara en un platico, y la vecina también cuando hacía cualquier plato man-daba para la casa. Era una cosa de intercambio de alimentos.

    YOLANDAMORENOBailarina del pueblo venezolano

    Conversación con Juvenal Álvarez Uzcátegui

    https://www.instagram.com/danzasvenezuela/https://es.wikipedia.org/wiki/Yolanda_Moreno

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    Caracas en el Corazón

    Toda mi niñez fue en la parroquia San Juan. Mi mamá más que todo hacía bollos, preparaba unas cuatro hallaquitas, porque no había para más, y el resto eran bollos, porque ren-dían para más días. Yo recuerdo perfectamente todo el montaje que mi mamá hacía, porque uno reproduce lo que uno ha visto, a uno le queda mucho de la madre, mucha influencia. No sé si era que mi mamá nos tenía muy juntos, pero nosotros estába-mos enterados de todo. Cada uno tenía un trabajo, mi hermana Patricia, mi hermana Celina y yo teníamos que ayudar a mi mamá en todo, mi hermano Carlucho si no. Entonces mon-taba aquella mesa, ponía todos esos platicos, con un poquito de todo. Ponía las aceitunas, las alcaparritas, y las pasitas, y yo ¡ruácata ! me las robaba, y ella decía: ―No te las comas que no son muchas― porque la idea era que quedara para los bollos. Mi mamá ponía platicos, platicos y más platicos para la cebolla, el pimentón, todo cortadito al estilo caraqueño. Hacía el guiso aparte y luego la masa con onoto y manteca de cochi-no porque era lo que se usaba, y mi mama preparaba aquello como si fuera un rito, era una cosa espectacular. Se montaba y empezaba a las siete de la mañana y terminaba como a la una de la tarde, y había que dejarlo todo limpiecito y recogido en la mesa. Eso mismo lo reproduje yo, con la diferencia que yo llegué a hacer hasta setenta hallacas. Porque a mi casa todo el que iba era: ―Llévate una hallaca―, era una costumbre, eso ya se perdió. Yo en mi casa tengo años que no hago hallacas, porque le digo que eso es muy complicado y yo soy yo solita. Antes no, mis hijos me ayudaban, antes cada uno tenía un tra-bajo, como mi mamá también lo hizo conmigo yo lo hice con mis hijos. Hasta Rodríguez me ayudaba, sentado hablando, con un whiskysito en la mano y siempre al lado mío. Pero ni

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    siquiera a amarrar me ayudaba. Era un bello compartir. Esta-ban los muchachos, mis dos hijos, la muchacha que me ayuda-ba y yo. Aunque yo era la que tendía y terminaba haciéndolo todo. Ellos me ayudaban sobre todo a amasar. Las hallacas de Rodríguez eran especiales porque él no podía comer cochino ni nada, y todo debía ser con poca grasa. Entonces no le podía poner tocino por ejemplo, que tampoco se lo están poniendo ahorita, ¿verdad que eso le da un toque satánico a la hallaca y quedan divinas? Entonces las hallacas de él tenían amarrados tres lacitos para distinguirlas del resto. Las hallacas de él te-nían que ser de pollo o gallina, y no de cochino ni tocino, con la menos grasa posible. Entonces era un rito interesantísimo el de la hallaca. Hoy en días la hallaca es un plato que lamentablemente nos lo están quitando todos los de afuera, diciendo que eso es de ellos, pero la hallaca es sumamente venezolana, es una venezolana total como la arepa. El Tirano Aguirre cuando en-tró y pasó por todos esos pueblos matando gente en busca de El Dorado, en uno de esos encuentros con uno de esos crio-llos bien bravos que habían antes aquí, en Venezuela, le dijo: ―No te preocupes que esos pobres son unos comedores de arepo― no de arepa, porque para nosotros la arepa es nuestro pan, además del cazabe, que es muy indígena, como la arepa y la hallaca, que es un nombre totalmente indígena, y que no-sotros lo hemos mantenido afortunadamente y gracias a Dios. Porque en otras partes como en Colombia te hacen otra cosa e inmediatamente están diciendo que es hallaca, eso podrá ser un tamal, como también lo tienen los mexicanos, o Centro América. Mi mamá no creía en la harina pan, ella decía que eso no tenía el sabor del maíz, ella tenía que sancocharlo, y esa agua del maíz se guardaba para hacer el carato o la chicha, porque mi mamá aprovechaba todo lo del maíz. El maíz había que

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    sancocharlo, luego molerlo y después el amasado. Aunque úl-timamente ella tuvo que usar la harina pan, porque no se con-seguía molino, no se conseguía el maíz blanco para sancochar, se puso todo muy complicado, en cambio la harina pan más fácil que nada, era extraordinaria y maravillosa. El maíz antes había que escogerlo, se limpiaba y se batía para quitarle el pol-vo, los bichitos o lo que fuera. Después lavar el maíz, ponerlo en la olla para que se remoje, y al siguiente día sancocharlo, y al tercer día se muele. A mí me chocaba que me pusieran a moler, yo después monté una danza sobre esto. Y había quie-nes molían en piedra: taqui, taqui, taqui, y otros en pilón, eso sí era trabajosísimo. Pero después mi mamá se acostumbró y vio que había que hacerlo con harina precocida, y entonces así, pues, ya más nunca molí. Eso era una ceremonia hacer la hallaca, todo el día era la hallaca, y los días antes prepararse: que si buscar esto, que si lo otro. La carne había que cortarla, no carne molida, cortarla en pedacitos chiquiticos, y hacer el guiso para que quedara bien, y si se tenía un día antes mejor, luego se le agregaba el vino sagrada familia, que también se perdió, ya eso es un guarapo, ya no es como antes, era un vino sabrosito, rico, le daba un toque satánico a la hallaca.

    La cocina de la niñez

    Yo por ejemplo no podré olvidar jamás los espaguetis de mi mama, que eran tan sencillos que nadie lo puede creer. Mi mamá sancochaba los espaguetis, y preparaba en un sartén manteca y onoto, y le ponía un pedacitico de cebolla, nada más, porque no se podía gastar mucho. ¡El onoto le daba un toque a la pasta! Y eso era una cosa tan divina, eso a mí me encantaba. Y ahora me lo pone alguien y yo podría decirle: ―¿Pero qué es esto?― porque ya uno ha cambiado, hay tantas cosas nuevas, a mí, en ese entonces, lo único que me importa-

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    ba era si le habían puesto más a mi hermana que a mí.

    Un toque internacional

    En Londres yo tengo una nieta, ella vive con su mamá que es chef. Ella ha tenido que adaptar lentamente lo que son los platos venezolanos a las costumbres inglesas. Por ejemplo el asado negro, los plátanos horneados, la arepa, que empe-zaron haciéndolas chiquiticas y eran cosas que ellos no en-tendían. Ella comenzó a hacerlas fritas y servidas con queso. También introdujo los tequeños, el sancocho, y entonces la gente poco a poco después de probar todo esto los sigue pi-diendo. Aunque a veces es difícil, porque en Europa no hay verduras tropicales que se consiguen aquí, como el ñame o el ocumo, quizás el apio y la auyama si las tienen, porque las lle-van de África u otros lugares, pero tienen que buscar siempre el sitio donde las vendan. Y entonces lentamente ha entrado la comida venezolana, aunque no ha llegado a tal nivel como la comida mexicana o la colombiana que está mucho más fuerte, no sé si fue que ellos emigraron mucho antes que nosotros. En Estados Unidos, cuando fui hace poco a dictar un taller, el di-rector de la institución me llevó a un restaurante colombiano, me dijo: ―Vamos a un restaurant colombiano que la comida es divina―, pero me di cuenta que ellos para adaptarse a los Estados Unidos, tienen también platos norteamericanos y así van metiendo sus platos colombianos, y eso también están ha-ciendo los venezolanos pero gourmet, es decir, platos exqui-sitos. Este mismo muchacho que me llevó a Miami, por cierto amigo de mi hijo cuando estaba en Londres, empezó con un restaurant y la gente no iba, no había nada que les hiciera lla-mar la atención, vendía arepas, ensalada de aguacate, que por cierto aguacate como el de nosotros no hay en el mundo, y como las legumbres y las frutas de nosotros tampoco las hay.

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    Ese mismo sabor que nosotros tenemos tampoco lo hay, o será que nosotros somos de aquí y nos parece todo tan rico. Un mango que se come aquí no es igual a un mango que se come por allá, al igual que el ají dulce, que se lo llevan al exterior los venezolanos escondidos y han sembrado y a algunos se les da, pero eso no es común, ese toque satánico que da eso ¡Dios mío!, la gente no puede comer sin ají dulce.

    Un guiso fuerte

    Yo no he enfrentado ningún mal guiso, porque yo no como en ninguna parte que no sea en mi casa, evito comer en restaurantes por más elegantes que sean. La hallaca es delica-da, en ella se usan mucho las manos y deben estar limpias, y todo lo que se prepare debe estar muy limpio, por eso debe ser que a mí, una hallaca me duraba dos meses, tres meses, y no en el frízer, en la nevera. Ella amerita mucho cuidado para que el guiso quede bien cocido, todo bien hecho, y con mucho gusto, con bastante gusto, con bastante cebolla, pimentón y ají dulce.

    Volver a cocinar hallacas

    Si yo volviera a hacer hallacas invitaría a Páez a mi mesa navideña, para que probara la hallaca caraqueña y aprendie-ra a comer bien. Aunque creo que Bolívar no comió hallaca, o se la presentaban con otro nombre u otra forma. Es que la hallaca es como nosotros, ella ha tenido la influencia de países que nos han penetrado profundamente. Ya no puedes conse-guir una persona que sea venezolana, venezolana, venezolana, ahora consigues a un venezolano canario, a venezolanos ita-lianos, venezolanos alemanes, y no es que la persona lo sea, es que sus abuelos o tatarabuelos eran extranjeros, así como en oriente los franceses, que habían montones por todos lados. Y

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    por esto es que hay tantas influencias en nosotros, y esto trajo cambios. Y así también lo somos en la cocina.

    Un país hallaquero

    Una cosa es la hallaca andina, la caraqueña o la oriental. Cada lugar tiene su propia forma de hacerlo. Mi papá era ca-rupanero y él murió cuando yo tan solo tenía siete años, todos estábamos muy pequeños, por lo que en mi casa no hubo una influencia de la comida oriental como con la caraqueña, aun-que eso no quiere decir que yo no haya probado la hallaca de oriente. Allá en oriente le ponen papa y huevo, y en los Andes, el guiso es crudo y le ponen garbanzos y tomate, aquí en Ca-racas no le ponen tomate porque dicen que se echan a perder, pero aquí le echamos algo peor, cosa que no entiendo: le po-nemos encurtido bien picadito, y eso es peor que el tomate, es muy ácido. Eso sí, la hallaca andina cuando uno la come allá tiene un toque satánico divino, que no es igual que comerla aquí. Y a la hallaca oriental muchos le ponen pescado, y hasta he visto la hallaca de caraota, que es la que hace mi hermana, porque eso es más de Trujillo y ella las hace así porque su esposo es trujillano, y entonces ya no le dicen hallacas sino carabinas, que son de esas así alargaditas.

    Yo podría hacer una danza a partir de la elaboración de la hallaca, la comenzaría con la recolección de las hojas de los árboles, la limpieza de la hoja, sacar y limpiar el maíz. Yo monté una danza llamada “la danza del pan de maíz” que también la podría aplicar a la hallaca. Esa es una danza más que todo con mimos, yo repito lo que yo hacía en mi niñez en ella. Ya todo el mundo sabe que hay un pedazo de tierra en el continente americano, y que está en toda la puntica, que

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    llaman Venezuela, que antes la conocían por el petróleo, por el oro, y donde muchos pensaban que aquí todo el mundo era rico, eso ya cambió, ya nada es así, ahora es otra cosa: ahora los venezolanos están en todas partes, en los lugares menos sospechados allí está uno de nosotros llevando la bandera alta, pero hay otros que la llevan a media asta, pero la llevan. Siem-pre nos hacemos notar, no solo por como hablamos, sino por la manera como nos vestimos, o de actuar ante la vida, el ve-nezolano actúa completamente distinto a cualquier latinoame-ricano, y lo digo yo, que he viajado por toda América, somos totalmente distintos, somos líderes, nos vamos a la profundi-dad de las culturas, porque como todo país, tenemos nuestros altibajos.

    El cambio de las artes

    Ahorita hay un gran bajón en la pintura venezolana: los pintores no están pintando, porque las galerías no están abier-tas, la mayoría ha quebrado, uno no se puede comprar un cua-dro, la gente no puede comprarse ni una harina que cuesta diez mil bolívares, que son en realidad once millones, y que ya son casi once mil millones. Primero la harina, y después se piensa en el cuadro. En la poesía también hay un bajón, hay muchos muchachos haciendo cosas buenas por ahí, que publican algu-nos libros interesantes, pero no son muchos, lo que sí hay es mucha literatura de cosas políticas. Yo creo que cada artista está trabajando más que nunca. Yo acabo de hacer una tempo-rada sábado y domingo en el Teatro Chacao, dos llenos totales, el espectáculo quedó hermoso, no porque lo haya hecho yo, sino porque realmente quedó precioso, la gente se emocio-nó con una ovación de pie al final, y no con amiguitos, sino pueblo, gente. Ahí es donde se mide, porque ¿cómo hago yo para mantener cuarenta bailarines, músicos, personal? ¿Cómo

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    hago? Yo no puedo pagarles, nosotros lo hacemos porque no podemos dejar morir todo esto. Y así como lo hago yo, tam-bién lo hacen los pintores, también los poetas que no dejan de escribir, escriben y van guardando, a veces van publicando por ahí en las redes, pero ya no como antes en los libros, además son tan caros, son muy caros. Yo estoy segura que los venezo-lanos están escribiendo más que nunca.

    Seguir zapateando

    Yo creo completamente en la hallaca del futuro, eso va con nosotros, eso forma parte de nuestra manera de ser, de nuestra idiosincrasia. En cada región a su manera, pero eso no puede pasar, eso es como las formas que tenemos de hablar: el andino con sus dientes cerrados y su ritmo pausado, el orien-tal con su boca abierta y atolondrados, el llanero con su forma de proyectar la voz en la sabana, y los caraqueños con nuestro song que yo no sé cómo es, pero que la gente de otras partes sí lo distingue. Pasará todo lo que pueda pasar, pero no pode-mos descansar: el arte no puede morir de ninguna forma, en todos sus géneros, incluyendo el culinario que también es un arte. No habrá un grillo en los pies que nos detenga el seguir zapateando, y si nos los ponen, zapatearemos con los grillos puestos: yo los he sentido alguna vez y no me ha importado, he seguido zapateando, he buscado la forma de que con gri-llos pueda bailar, es que tiene que ser así, nosotros tenemos la obligación de que los nuevos venezolanos quieran mucho más a Venezuela, y yo he notado que se puede hacer, las nuevas generaciones aman más a Venezuela, antes uno no se fijaba en eso.

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    El sabor de Venezuela

    A mí Venezuela me sabe a gloria, a perfume, a flores. A mí no me gusta hablar de crisis, ella ya nos tiene rodeados, en-tonces ¿para qué hablar de eso?, hablemos de las cosas bellas y positivas, y yo creo que el venezolano es el ser más positivo que existe, lo estás pisando y ahí te está echando un chiste, de la tragedia siempre sale algo, y no nos van a cambiar, por más que nos amarren la vida, no nos van a cambiar, de la amargura sale un chiste, esa es una característica nuestra, y siempre ten-demos la mano al extraño, aunque no sean así los extraños con nosotros ahora, es así de doloroso, porque nosotros siempre hemos abierto las puertas de nuestro país y el corazón al ex-tranjero. Recordemos los momentos de plena guerra en el año cuarenta y cuatro o cuarenta y cinco, ya terminando la guerra en Europa. De allá salieron dos barcos llenos de judíos y no los quisieron recibir en ninguna parte, ni en Curazao, ni en Trini-dad, ni en Puerto Rico, ni en Panamá, y ni siquiera los dejaban acercarse, venían huyendo porque los iban a matar en cam-pos de concentración, y entonces llegaron a Puerto Cabello, y el señor presidente Eleazar López Contreras, dio la orden y dijo: ―No señor, esa gente hay que recibirla― ¿y que hizo el pueblo? El pueblo salió a recibirlos con velas, con adornos, con café, con las pocas cosas que tenían, y ellos se asustaron pensando que venían en contra de ellos, y vieron ese amor, ese afecto del venezolano que los alojaban en primer lugar en sus casas, en sus ranchos y les dieron comida y lugar para que se bañaran, eso es el venezolano, y después los guaireños hi-cieron igualito con otro barco: salieron todos a recibirlos con amor. Y que no se olviden, que Hitler no era un caramelito, que podía venir en contra de Venezuela con ese poderío que tenían esos alemanes allá, y sin embargo Venezuela afrontó eso, eso es el venezolano, con los brazos abiertos siempre. Aquí cuan-

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    do llegaron los portugueses, allá en mi barrio, en el Guarataro, llegaron junto a los italianos, e hicieron un hotel de inmigran-tes, que era un edificio que adaptaron para una parte de ellos, y otros, en San José del Ávila: allá había un terreno enorme donde construyeron un gran galpón de madera. Allí alojaron otra gran cantidad que llegaron en los primeros aviones carga-dos de italianos, portugueses y españoles, y poco a poco fue-ron empleándolos para allá, para acá ¿Y cómo los recibieron los venezolanos? Venga pa´ca, venga pa´lla, ninguno de ellos se quedó sin trabajo. En mi barrio, yo vivía en una casa de ve-cindad, y en la casa de al lado, llegó una cantidad enorme de extranjeros, porque ahí había unos cuartos vacíos, y el Estado les otorgó vivienda allí. En esas noches, a mí no se me olvi-da, salían y se sentaban en la acera con una sinfonía mientras cantaban, tomando pepsicola, comiendo cambures y pan. Eso fue como el año cincuenta. En El Retablo las Maravillas, casi todos los que trabajaban la parte técnica eran italianos, los que hicieron el arte murano, uno era ingeniero eléctrico, el señor Albino y el otro que era Bruno. Yo tengo una memoria de elefante, aunque ya me va a pegar porque tengo ochenta y dos años, y todavía zapateo, ¡ah pues!

    https://www.youtube.com/watch?v=__r1lV1BeVo

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    MARÍA TERESACHACÍNCantante

    Yo nací en una calle de Los Rosales que se llama Luisa Cáceres de Arismendi, por eso yo digo que soy margariteña. La palabra hallaca me lleva a mi abuela, ella que era de Trujillo, para mí eran las mejores hallacas del mundo. Yo no digo lo que dice toda la gente, que las mejores hallacas las hacia su mamá, para mí las mejores hallacas las hacía mi abuela. Eran hallacas andinas al contrario de las mías, porque yo aprendí a prepararlas fue con Scannone, y a todo el mundo le encantan. Yo recuerdo que a Aldemaro Romero y a Simón Díaz les encantaban. Son hallacas muy caraqueñas, ustedes sa-ben que Scannone hizo esa colección extraordinaria de libros de cocina, y en el primero, en el rojo, está la receta original de

    Conversación con Juvenal Álvarez Uzcátegui

    https://www.instagram.com/mteresachacin/https://es.wikipedia.org/wiki/Mar%C3%ADa_Teresa_Chac%C3%ADn

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    las hallacas caraqueñas. Yo aprendí con él a cocinar realmente. Él es un tiro al blanco de la cocina venezolana, uno va seguro con él. Aunque su hermano decía que quien sabía cocinar era él, porque Scannone lo que sabía muy bien era dirigir la coci-na, y que él siempre tuvo mucha gente a su cargo. Mis hallacas de niña que recuerdo son las de mi abuela. Ella vivía en San Bernardino y toda la cuadra se iba para su casa porque siempre nos reuníamos ahí todos los fines de semana con mis tíos y mis primos. Yo vengo de una familia de cantantes, allí medio tocábamos y nos acompañábamos, y mi abuela nos preparaba un mondongo. Las hallacas y su preparación era un momento espec-tacular, y para el treinta y uno en casa de mi abuela no podía faltar un pavo que criaba y engordaba no sé cuántos meses an-tes, ella era verdaderamente muy buena en la cocina. Muchos dicen que yo tengo esa sazón de mi abuela. Mi mamá era de Trujillo, pero a los tres meses se vino a Caracas. Quizás por eso los Andes siempre me han atraído, me encantan sus mon-tañas, el clima y su gente. Siempre he tenido un acercamiento con sus universidades, con la UNET, que me encanta, porque es una de la pocas universidades que tiene cátedra de músi-ca; he logrado hasta tener conciertos con los muchachos que se gradúan, y justo allí me dieron el Honoris Causa también, y bueno, mi esposo es López Contreras, nieto del general, y cuando allá supieron quién era él, pues todos fascinados. Mis hijos siempre me piden que les haga hallacas, cuando en di-ciembre voy a visitar a mi hija que está en los Estados Unidos, siempre las preparo junto a ella, que también las hace riquísi-mas.

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    La navidad y sus cantos

    Para mí la navidad es muy importante, no solamente por las hallacas o por las reuniones y parrandas, sino porque desde que me conozco yo canto, y lo comencé a hacer en la iglesia a los siete u ocho años, en un coro por allá donde yo vivía aquí en Caracas, en Los Rosales, en la Iglesia de La Milagrosa. Lle-gó el momento en que les cantaba a las novias el Ave María y al padre le encantaba. Mi papá llegó a creer que hasta me iba a meter a monja porque yo cantaba en la misa de siete de la mañana, nueve de la mañana y a veces hasta en la de las seis de la tarde, es que me encantaba cantar esos cantos en latín con ese ambiente tan solemne de la iglesia que siempre me ha confortado. Eso es algo con lo que he coincidido con varios artistas como Jorge Negrete que también comenzó a cantar en iglesias, y con muchos otros mexicanos. Prácticamente puedo decir que yo comencé a cantar en navidad, nosotros hacíamos todas las actividades junto al padre Maduregui, que después se fue a Barquisimeto. Yo estudié en el Colegio Santa Luisa, que está al frente de los padres de San Vicente de Paul, los Paúles. Nosotras nos poníamos unas faldas súper anchas y nos reman-gábamos los pantalones porque después de misa a las cuatro de la mañana el padre nos llevaba a patinar y nos brindaba las arepitas para el desayuno, era una Caracas maravillosa. Eso yo lo quisiera rescatar para mis hijos y para mis nietos, todo era tan bonito, y además nosotros los venezolanos siempre he-mos sido una gente muy solidaria, amorosa y a donde tú ibas siempre te abrían las puertas. Por ejemplo, cuando cantába-mos y amenizábamos los conciertos y parrandas con el Orfeón Universitario, Vinicio Adames alquilaba un piano y lo metía en un camión y nos metíamos en casas al azar, nos abrían las puertas y cantábamos con ellos. Me acuerdo mucho cuando a Rafael Pizani, el primer rector que tuvo la UCV, le llegábamos

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    a su casa a cantarle aguinaldos y parrandas, y después él se venía empijamado y todo con nosotros. Yo tengo todos esos recuerdos muy en mi corazón y en mi memoria. Y cuando me iba a cantar en diciembre en otros lugares, pues también apro-vechaba y me iba a patinar, así logré patinar en Maracaibo, en los Andes y en otros lugares. Es que yo comencé a cantar a los diecisiete años, en bachillerato ya saliendo de quinto año. ¡Y cómo no iba a patinar, si era apenas una muchacha! Yo hice un disco de aguinaldos con Rodrigo Riera, que luego se convirtió en un icono de la navidad venezolana, es ese que tiene en la portada un nacimiento hermoso que casual-mente era el de mi abuela. Ese disco comenzó por un progra-ma de Venevisión, que grabamos y él me decía ―Dale que yo te sigo―, y así hicimos todas esas canciones, que son una recopilación de Vicente Emilio Sojo, Rafael Isaza, Roberto Carballo, Ricardo Pérez, hicimos todas esas canciones que yo cantaba en el Orfeón y en la iglesia.

    El Canto

    Mi vida como cantante comenzó en el Liceo Aplica-ción, donde yo cantaba en una pequeña coral que nos diri-gía Inocente Carreño, de hecho es él quien me descubre como soprano. Él, a propósito, me hacía solos de soprano con su “mariposa de invierno” y otras cuantas más, y entonces me invitó a cantar en otro coro que él dirigía en el liceo nocturno Juan Vicente González, y ahí conocí a otro grupo de mucha-chos que luego nos reencontramos en el Orfeón Universitario. Cuando yo entré a la Universidad lo primero que hice no fue ir a las clases de psicología, fui directo al ensayo del Orfeón. Esa era una vida completa que hacíamos en la Universidad Central de Venezuela, porque comenzaban las clases a las siete de la mañana, y ya a las once y media nos íbamos a los ensayos que

    https://www.youtube.com/watch?v=tB8U04AreqYhttps://www.youtube.com/watch?v=FY0DlkDw8rk

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    teníamos; después nos íbamos a comer todos juntos, incluyen-do a Antonio Estévez, en el comedor universitario. Ya luego, a las dos en punto, otra vez a clase hasta las seis de la tarde, para ir de nuevo al ensayo del Orfeón, hasta las nueve de la noche. Es que uno vivía ahí metido. Después tercer y cuarto año lo hice en la Universidad Católica Andrés Bello, para estudiar canto en la mañana, pero me sentía como en un colegio. Fue muy linda la experiencia en la UCAB pero la UCV es otra cosa. Y terminé graduándome en la Católica. A mí me encantaba reunirme con mis compañeros de siempre del orfeón, con Raúl Estévez por ejemplo, que era muy amigo mío. Él venía en diciembre para mi casa, venía con Aldemaro. Me encantaría volver a reunirme con toda esa gente con la que tuve la suerte de compartir mi vida, muchos mexicanos, porque nosotros estábamos muy ligados a todos ellos. Yo fui muy amiga de Marco Antonio Solís y de Pedro Vargas. De Pedro recuerdo que cuando terminábamos de can-tar en la madrugada me decía: ―Y ahora María ¿para dónde vamos?―, él decía que tenía ochenta años, pero en realidad tenia ochenta y cinco, tenía una energía espectacular, él decía que el problema no era el alcohol, sino el hielo. Y cómo olvi-dar a Manzanero, él me hizo siete canciones de un disco que hicimos. Yo creo que él es el mejor compositor romántico de Latinoamérica junto con Chelique. Es que yo siempre he esta-do alrededor de gente bella. Yo conocí mucho a Luis Mariano Rivera también, él me hizo “lucerito”, que por cierto no la he grabado, un día de estos lo voy a hacer. Cada vez que iba a su casa nos hacia un cruzao buenísimo.

    En este país

    Yo siempre he estado muy activa en la realidad de mi país, y lo defiendo, porque creo que así debe ser. Cada vez

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    que me piden cantar el Himno Nacional con Juan Guaidó para allá me voy, también les he cantado “en este país”. Yo creo que esos muchachos están trabajando mucho y con el tiempo han conseguido mucha presión entre los diferentes grupos de oposición, y yo no logro entender eso, porque así no podemos. El expresidente de Chile, Ricardo Lagos decía que ellos se habían unido y solo así habían logrado volver a la democracia después de veinte años. Yo siempre trato de decir las cosas que siento, y aportar todo lo que tengo para la libertad, la democra-cia y la meritocracia. Pienso que el que mejor lo sabe hacer, es el que tiene que estar ahí, sin importar las ideas, porque uno tiene que respetar: eso es algo que yo lo tengo desde el Or-feón, uno debe respetar todas las tendencias, ahí uno no habla-ba de política porque si no, no podíamos hacer música, y esas cosas pasan. Yo defiendo lo que creo, y lo digo porque creo en lo que creo, pero los que no creen en lo que yo creo, también los respeto, porque es así como se puede hacer un diálogo.

    Venezuela y su música

    Nuestra música venezolana tiene mucho que ver con nuestro paisaje, es un todo que se une. Cuando comencé, había gran receptividad por parte de toda Venezuela. La radio por ejemplo, estaba atenta esperando por lo que iba a componer Chelique, Juan Vicente, Simón Díaz, Hugo Blanco, y tantos otros compositores, para radiarlos, y eso era un gran estímulo, no solo para los cantantes sino también para los composito-res, ellos sentían que iba a llegar a todas partes la inspiración que tenían. Después cambiaron las cosas. Primero cada canal tenía su orquesta, su director, sus músicos, sus artistas, todos estaban contratados para formar un gran conglomerado de ar-tistas, para crear y para hacer una televisión tan rica como lo era en la época de Renny Ottolina. Todo eso fue pasando a un

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    mercado que yo todavía no entiendo. Tampoco entiendo por qué las emisoras, si yo grabara mis canciones, que he seguido cantando y grabando (no sé si la gente sabe cuánto, porque jamás he dejado de grabar) son ellas quienes deciden si po-nerlas o no, y no las llamadas telefónicas de la gente. Una de las satisfacciones que tuve en mi carrera fue en Iberoamérica, porque la gente pedía mis canciones y eso era lo que se radiaba y eso fue mi gran éxito, la respuesta de un pueblo y de gen-te del mundo que pedía mis canciones. Nosotros hemos sido en Venezuela un público receptor que le abre las puertas a lo mejor de lo que viene. Renny, por ejemplo, presentó a todo el mundo, al único que no logró presentar fue a Frank Sina-tra porque a sus representantes les pareció que Radio Caracas quedaba muy lejos del Hotel Tamanaco, y entonces por esa razón él no vino. A Elvis Presley también lo quiso traer, pero tampoco lo logró, porque él no salía de los Estados Unidos. La radio fue fundamental para la difusión y promoción de los músicos y los cantantes, y la televisión de aquel entonces tam-bién. Juan Vicente Torrealba, por ejemplo, tenía un programa llamado “El Caney de Juan Vicente”, y ahí nos presentábamos todos a cantar sus canciones. Y después Aldemaro, un poquito después. Cuando yo comienzo en la televisión, yo aprendí a querer la música venezolana escuchando esas canciones y esas voces: a Juan Vicente, Mario Suárez, Héctor Cabrera, Rafael Montaño, Magdalena Sánchez. Yo considero que por esta mú-sica yo hice mi primer disco de música venezolana, logrando ya luego un gran éxito en los setenta con “La Paraulata”, ese mismo año que estuvo Mayra Martí en aquel festival logrando ganarme, yo quedé en segundo lugar. Y no gané porque en el jurado estaba Aldemaro y la primera canción que canté él dijo que era muy lírica para ese festival, la segunda vez canté “La paraulata”. Yo tenía una peña en Barquisimeto y me dijeron ―Tienes que cantar “la paraulata”―, y Mayra y yo tuvimos la

    https://www.youtube.com/watch?v=aWHiE6ZVtHw

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    misma puntuación, y bueno, el premio se lo dieron a ella que cantó bellísimo; ella era el terror de los festivales, todos se los ganaba. Yo digo que la música venezolana es como una ola, que viene y de repente arrasa con todo, y rompe en la orilla con lo que se encuentra. Porque hay una necesidad interna de la gente de tenerla, porque cuando uno la canta, interpreta los sonidos del país, los sentimientos de la tierra, y nos hacemos más her-manos unos con otros, y se descubre nuestra manera de ser y de sentir, es algo muy profundo. Y entonces en esa “ola” que yo digo, una vez vino montado Juan Vicente con Magdalena y los otros que ya nombraba, después de rota esa “ola”, se formó otra con Chelique y Rosa Virginia, después quizás iba yo en una de ellas para dejarle luego el paso a la “ola” de Serenata Guayanesa con Gualberto.

    Aldemaro

    En una ocasión un banco me dio la oportunidad de gra-bar un disco con quien yo quisiera en el mundo y en donde yo quisiera también, y no dudé en decir que con Aldemaro Romero y con la Sinfónica de Londres. Me complacieron y lo hice. La base rítmica la grabamos en España y luego nos fuimos a Londres a grabar las maderas y los metales. Alde-maro me decía por ejemplo, cuando grabé “Pajarillo”: ―Te voy a demostrar que si la música está bien escrita puede ser interpretada por los mejores músicos del mundo―. Y así fue, una vez la tocó la orquesta para pasar el arreglo y la segunda vez ya quedó grabada. Los ingleses quedaron fascinados con esa música. Es que la música venezolana es un pasaporte al éxito. Claro que los intérpretes venezolanos son muy buenos, pero la música es muy completa, puede estar equiparada con las mejores del mundo. Eso se debe a nuestra diversidad de

    https://www.youtube.com/watch?v=xXuuFbc-CAwhttp://

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    melodías, a nuestra ubicación geográfica, nuestra energía, por nuestra manera de ser y expresarnos.

    Mis querencias

    Mi paisaje es el mar, así como decía Andrés Eloy Blan-co: ―Fue siempre el mar donde mejor te quise, al mar como al amor no hay quien lo alise, ni al mar como al amor quien lo modere― eso soy yo también, el mar. Yo me muero por estar en Margarita. La música que adoro es muchisima, quizás “Over the rainbow”, (Sobre un arcoíris), o “Candilejas ” de Chaplin, porque cuando me hablan de música yo me pierdo, porque es demasiada, yo tengo mucha música en mi cabeza, y me gustan mucho las de todas las épocas. Yo jamás he probado la música como sabor, pero es algo que me transforma, es la que me da energía, alegría, ganas de vivir. Para mí la música, es lo más importante que hay. Venezuela tiene infinitos sabores, Venezuela es román-tica. Nosotros somos personas que no nos amilanamos ante nada, somos perseverantes en las cosas que queremos lograr, somos soñadores, y de ahí no nos saca nadie. Las noticias siempre son terroríficas, de todo lo que nos está pasando, pero yo creo que eso va a terminar, porque no puede ser de otra ma-nera, y los que están mandando no tienen nada que ver con los venezolanos, no se parecen a los venezolanos, para empezar vienen de otras partes y con otras historias, con otras necesida-des, desde Chávez para allá, porque antes éramos demócratas, a pesar de todo tuvimos la oportunidad de hacer lo que quería-mos, de estudiar lo que queríamos, de echar para adelante. Es horrible ver hoy como estamos llenos de corrupción, de cosas terribles. Yo sería capaz de colaborar con un proceso político, yo estando de acuerdo, porque a mí nadie me manda, yo soy

    https://www.youtube.com/watch?v=rectLMhmkz8

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    demasiado libre. Porque la música es democrática, tiene que ver mucho con la libertad y la justicia. Antes los periodistas me preguntaban la razón de yo ser tan contestataria, tan gue-rrillera, yo no creo que lo fuese, solo digo las cosas que siento, nada más.

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    Para mí, decir hallaca es decir mi abuela, a la primera persona que yo cuando niño vi preparando una ha-llaca fue a ella, eso fue por allá en Santa Rita, en el estado Anzoátegui, casi colindando con Monagas, por allá donde hay un río llamado Guanipa. Esa era una hallaca rural, nada que ver con la hallaca urbana que yo conocí mu-cho después. Esa hallaca rural que yo les hablo era hecha con carne salada y con maíz criollo que cada quien cosechaba. La carne la salaban para conservarla, luego la ponían en una troja para que le pegara el humo hasta que quedaba seca. Eso había que hacerlo porque no había nevera ni mucho menos electri-cidad. Y los aliños había que llevarlos desde los pueblos más cercanos, porque por allá no había nada. Eso sí, yo recuerdo que el principal ingrediente que nunca faltaba era el tocino de

    PEDRODURÁNActor

    Conversación con Juvenal Álvarez Uzcátegui

    http://www.venevision.com/estrella/pedro-duran

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    cochino, porque le daba un sabor espléndido a la carne. El ga-nado lo sacrificaban en salidas de agua, más o menos en julio o agosto que todavía había pasto. Salaban la carne, siempre era o pulpa negra o latigazo, que es la punta trasera o el pecho. Lo tasajeaban y lo salaban, y hasta que no estuviera bien seco no la guardaban. Yo si veía que cuando picaban la carne con el agua se ponía de nuevo roja. Esas hallacas que se hacían no duraban nada, no era que se guardaban en una nevera y de ahí se iban sacando, nada de eso, porque antes en los campos había mucha muchachada y toda la comida se terminaba ra-pidito, habían muchas bocas a quien darle. En esa época en el campo la gente compartía, uno llevaba para otras casas y de otras casas mandaban para acá. Para esa época en mi pue-blo había como catorce casas. Mis abuelos vivían de su hato, eran absolutamente campesinos. Eso que dicen ahora que no se consigue qué comer, no existía para ese entonces, en los conucos uno se autoabastecía, siempre había algo que comer. Ya después de mucho tiempo, al llegar yo a Caracas, me con-seguí con un montón de hallacas y maneras de hacerlas, que eso fue para mí algo impresionante. Antes de vivir en Caracas yo viví muchísimo tiempo en Turmero, Estado Aragua, y allí teníamos una vecina que es la señora Carmen Izaguirre: yo de verdad nunca en mi vida comí unas hallacas más sabrosas que esas, entonces se las comprábamos y pasábamos la navidad con esa sabrosura aragüeña, eso era tan sabroso que todos los vecinos le encargábamos. Lo especial de esas hallacas era que la masa era perfecta, ni muy gorda ni muy fina, además uno se la terminaba y en el plato no quedaba nada de grasa. Ya luego, al pasar el tiempo, por la influencia de mi hija Gabriela nos hicimos vegetarianos, y gracias a ella también conseguimos una señora, los primeros años de vegetarianismo que nos las hacía con solo vegetales, y le quedaban muy bien también. Hoy en día tanto mí esposa Maribel, mi hija Gabriela y yo

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    somos vegetarianos. Mi esposa tiene un muy buen libro de comida vegetariana y para la navidad siempre se destaca con un plato de ahí. Gabriela mi hija fue la que nos introdujo al ve-getarianismo. Mi esposa Maribel, que es de Valle de la Pascua, también adoptó esta costumbre aun siendo ella llanera, con todo y eso de esas costumbres que antes se tenía en el llano de comer carne todo el tiempo, también la adoptó muy bien. Ga-brielita, mi hija, cuando vivíamos en Turmero, vio una vez en la zona industrial de Maracay a unas vacas pasar y ella sintió que le hablaban diciendo: ―¿por qué nos matáis?, ¿por qué nos coméis?― Ese diciembre ella no quiso comer hallacas. Ya después de allí comenzamos a buscar otras alternativas para nuestras navidades. Las primeras navidades con mi esposa fueron mara-villosas, en primer lugar porque ambos trabajábamos con el arte, hacíamos cosas muy parecidas, siempre teníamos cosas para conversar sobre mitología, teatro y montones de temas sabrosos. Hablábamos de cultura, porque en mi casa siempre ha habido más libros que ropa, entonces eso nos enamoraba cada vez más. Mi suegra nos mandaba frascos de dulce de lechosa, de leche, de mango, siempre mandaba dulces, y la abuela de mi esposa nos mandaba pan de horno. Yo sí nunca cociné, jamás aprendí a cocinar nada, es que mi esposa cocina muy bien, entonces para qué voy a intentar hacer algo en que ella siempre me ganaría. Una vez en RCTV me invitó Marieta Santana, que siempre estaba inventando, a un programa donde yo tenía que cocinar. Era la época de “Maquiaveo ”, que fue un personaje muy famoso que yo hice, con el que me gané un montón de premios ese año. Entonces mi esposa de una vez me ensayó para yo no pasar pena en el programa. Me dijo bien cómo debía preparar un osobuco a la hierbabuena, y todo salió muy bien.

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    Luchando contra un guiso

    Yo pienso que el mayor guiso con el que he luchado es el que se vive en muchas empresas que contratan actores, donde el actor no es tratado de la mejor manera. A veces se aprovechan de la lealtad del actor, de su fidelidad e ingenui-dad con las empresas. Uno siente en muchas oportunidades que las empresas te usan, te utilizan y luego no dejan orga-nizarte, porque si te tratas de organizar ya te catalogan como revolucionario o gremialista, te satanizan y te sacan, eso fue lo que pasó en los gremios. Aquí nadie pensó que se iba a poner viejo y entonces todos quedamos como estamos, sin nada que nos respalde. Ese guiso fue el que desarticuló a los actores de este país teniendo que irse y que hoy en día no tengamos actores acá. Luego venían empresas mucho más poderosas y grandes y se los llevaban a todos. Hoy en día no tenemos ac-tores acá para hacer ningún proyecto de envergadura. Si se nos ocurriese algo tendríamos que exportar talento extranjero, porque venezolanos con formación de escuela no quedaron. Esta lucha que intenté hacer me trajo muchos roces con la misma gente que yo defendía. Muchos me decían que no me metiera en eso porque nunca iba a lograr nada. Fíjense que es una ironía nacional, que gracias a una extranjera como lo es la señora Pilar Bardem, fue como se rescató los derechos de estos señores que con setenta y seis novelas pudieron cobrar lo que se llama el royalty, que es la cobranza de alguna utili-dad mientras se transmite alguna producción donde se apare-ce. Esto es un problema que tanto el estado como los medios de comunicación son culpables, porque las empresas deben velar por el bienestar de la gente que le ha producido tanto di-nero, y el estado debe revisar y hacer seguimiento de que esto suceda. La fundación AISGE, la cual crea Pilar Bardem, vela por la cancelación a los actores cuando una producción donde

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    trabajan se transmite en Europa, y ahorita se está tratando de implementar en Latinoamérica. Vamos a estar claros: la Casa del Artista jamás se ha ocupado de los problemas reales de los artistas, hay montones de actores que han muerto en la indi-gencia y ellos no hacen nada por eso, para mí esa institución es una mentira. A uno como actor lo invitan a uno que otro homenaje, dan de vez en cuando un premio, pero uno sabe que detrás de eso solo hay una mentira. Y uno ya está realiza-do, ya cumplió un deber profesional, pero detrás de uno hay montones de jóvenes ilusionados, y para ellos es que a mí me gustaría que eso funcionara. Para muestra está el microteatro: uno asiste, pero como actor uno se siente muy mal, porque uno desde que entra se consigue a los actores suplicando porque los vayan a ver, ellos mismos lo conducen a una taquilla y ruegan por la venta de una entrada, eso es denigrante. Lo que está pasando en el teatro venezolano es muy triste y preocu-pante. Para las generaciones anteriores que nos educamos con el teatro clásico es muy complicado entender estos fenómenos exprés que se hacen hoy en día. Yo pienso que necesitamos retomar nuestros clásicos, solo desde allí es posible construir y educar las nuevas generaciones. Así como lo hace España con su Quijote, que lo tienen en escena desde hace un chorre-ro de años, pasando y formando en él a mucha gente valiosa. Fíjense lo que pasó aquí con Doña Barbará, que justo este año cumplió noventa años de haber sido publicada, aquí no se dijo nada de eso, no se celebró ni se pronunció una palabra de este hecho. Cesar Bolívar tenía un proyecto para llevarla al cine de nuevo, y me pidió que yo le interpretara a “El Brujeador”, aquel personaje maléfico que está siempre detrás de la maldad misma, es como una sombra, pero lamentablemente no se dio; el Estado que era el que patrocinaría la cinta no dió el dinero y entonces fue imposible hacerlo. Porque vamos a estar cla-ros: el Estado venezolano, tanto en esta república como en la

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    anterior, siempre ha sido quien ha patrocinado el setenta por ciento de las producciones, la inversión de la empresa privada siempre ha sido muy poca.

    Tan recio y venezolano como mis personajes

    Me parezco y a la vez no, quizás es más un mito que me lo construí sin querer. He interpretado personajes con otros acentos, como el de López de Aguirre, en la obra “el Tirano Aguirre” de Levy Rossell, que requería además de un acento español, el uso del castellano antiguo. Haciendo ese personaje me sentí muy bien y me gustó mucho. Es que yo me formé con las obras clásicas españolas, con Calderón de la Barca, Tirso de Molina, Lope de Vega. Yo aprendí a leerlos a ellos en cuatro o cinco voces: hacía el narrador, el actor, la actriz femenina y otro cualquiera. Los leía para ensayar y practicar mientras buscaba el tono del personaje. Yo en ese entonces estudiaba con Enrique Benshimol, el señor del teatro en Venezuela, y yo le dije que le podía narrar cualquiera de las obras clásicas españolas pero en llanero. El quedó abismado, y cuando me tocó presentar “La vida es sueño” para un casting, y lo hice con tono llanero, lo que hicieron fue regañarme por semejante atrocidad de haber llevado esos clásicos a los acentos criollos. Yo luego traté de excusarme por semejante atrevimiento y ahí fui siguiendo. Yo he logrado en mi haber cuarenta y seis largometra-jes, tres cortometrajes y dos unitarios, y telenovelas ya voy por sesenta y seis, y con teatro sí ya perdí la cuenta.

    Las clases de teatro

    A mí me gusta poner a los muchachos a que imiten a su familia en un primer momento, pero como yo no sé cómo

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    son sus papás, en el caso de que los imiten a ellos puede que me jueguen quiquirigüiqui, pero en lo que consiste es en que busquen esa chispa y comiencen a introducirse en el otro. Una de las técnicas que yo utilizo y recomiendo es la del olor, yo a cada personaje le pongo e imagino un olor específico, de esa manera se consigue imaginar por completo el carácter del personaje. Imaginemos por ejemplo el olor de Simón Bolívar, quizás un olor a caballo y madera. Esa es una técnica muy interesante, que quizás puede estar involucrada hasta en la co-cina. Cuando hice un personaje llamado “Mapanare”, que fue uno de mis trabajos más emblemáticos, aun vivíamos en Tur-mero, y allá hace mucho calor. Yo guardaba en un closet que tenía exclusivo para vestuario un frasco con manteca de raya, porque ése era para mí el olor de ese personaje y la necesitaba para mi inspiración, mi esposa Maribel era una guerra conmi-go, porque cuando le pegaba el sol a esa manteca salía un olor de diablo de aquel escaparate.

    ¿Cuál es el sabor del teatro en Venezuela?

    El sabor del río Orinoco, a todas las aguas de Venezue-la, al mar caribe, a árbol de mango, al araguaney y a la jalea, ese es el teatro venezolano. Y me sabe a eso porque así como la patria misma, ha sido negreado y maltratado por los propios venezolanos.

    ¿Cómo se consigue la esencia del teatro?

    Estudiando, buscando el conocimiento, así como todo en la vida.

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    Si yo escucho la palabra “hallaca” la primera persona que viene a mi mente es mi papá: ése era su plato pre-ferido, la comida por la que deliraba, él podía comerse una hallaca en navidad, en julio, en febrero, en cual-quier época del año. Si le preguntabas que cuál era su plato favorito, no titubeaba en decir que era la hallaca. Él siempre trató de pasar la navidad en Venezuela, para él era muy impor-tante estar en su país, tener a su familia junta, ésa era la gran fiesta para él, ésa era su fecha más importante además de la fiesta del día del padre. Cuando tuvimos que vivir fuera del

    RUBYROMEROHija de Aldemaro RomeroPromotora Cultural

    Conversación con Juvenal Álvarez Uzcátegui

    https://www.instagram.com/rubylaunica/https://es.wikipedia.org/wiki/Aldemaro_Romero

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    país, él siempre se las ingeniaba y teníamos hallacas para di-ciembre, de hecho, creo que yo heredé un poquito eso porque justo estuve este pasado diciembre con mi esposo en Malasia por cuestiones de trabajo y me las ingenié y cené hallacas y pan de jamón para la navidad.

    La cocina de Aldemaro

    Mi papá cocinaba poco, pero sí lo hacía, hay gente que dice que no pero sí lo hacía y muy sabroso, lo que pasa es que no lo hacía muy a menudo, además siempre tenía que tener a alguien que lo ayudara. Mi papá era muy gourmet, le gustaba comer muy bien, después de la música lo más importante para él era comer bien, él decía que era uno de los placeres que el ser humano se merecía, pero eso sí, que todo estuviera bien. Él fue un poco quisquilloso en los restaurantes, detestaba por ejemplo, una mesa para comer que no tuviera mantel, se nega-ba rotundamente a comer en una mesa sin mantelería, porque él sentía que eso le daba un estatus al comensal, y al lugar junto a la calidad de la comida. Él era de los que llamaba a los chefs si la comida era excelente, además de repetitivo si sentía que la comida de un lugar era buena comenzaba a frecuentar-lo. Tenía muchísimos amigos chefs también. No escatimaba, así como en su música tampoco lo hacía, en innovar, en probar sabores distintos. La navidad yo siempre la recuerdo de estar toda la familia junta, en la mesa, con hallacas, el pernil, el pan de jamón y los regalos. Para Aldemaro Romero, mi padre, era muy importante la navidad. Él era muy cariñoso, conmigo era puro amor. Yo creo que es una de las cosas que más extraño de él, sus consentidoras, él era verdaderamente muy tierno, muy afectuoso y muy buen amigo, sabía escuchar a quien se lo pi-diera.

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    La lucha de Aldemaro

    Yo creo que mi papá luchó contra un guiso en Vene-zuela, trabajó muchísimo para que no fuera vilipendiado, por-que él fue un autodidacta, eso se lo reclamaban siempre. Por eso es que él tiene esa canción que se llama “cabaretero” por ejemplo. A él no le aceptaban que fuera un músico popular y académico a la vez, eso siempre fue muy difícil para él, al momento de imponer y mostrar su obra académica sobre todo. Hoy en día, lamentablemente no lo vio, la “Fuga con paja-rillo”, por ejemplo, es la pieza académica venezolana más tocada en el mundo entero. Yo creo que logró su objetivo, se propuso que se le reconociera como compositor académico, aunque también está muy orgulloso de su música popular. Fue una lucha muy difícil, la prensa le acusó de cabaretero cuando creó la filarmónica, le hicieron una campaña muy fuerte con la que tuvo que luchar, y desafortunadamente la perdió, sien-do una de las mejores orquestas de Latinoamérica, y que la tuvo Caracas, y desafortunadamente solo duró cinco años por culpa de una firma. La orquesta se creó bajo la presidencia de Luis Herrera Campins, pero no era una cuestión de gobierno, porque a mi papá todos lo respetaban, cualquier político de cualquier partido, creo que era más una cuestión de un guiso, de esa manía que tenemos los venezolanos en poner límites, solamente por miedo y compromiso, porque claro, al haber dos orquestas automáticamente se harían competencia, y se pondrían al descubierto las virtudes pero también las fallas de ambas. Yo creo que eso fue con lo que él más luchó, aunque al final nada lo limitó para continuar escribiendo su música académica, de hecho hay algunas obras que hoy en día están sin estrenar, pero aquí estamos tratando aún de que su música se escuche cada día más y más. Yo creo que es difícil para mí precisar mi pieza preferida de las composiciones de mi padre,

    https://www.youtube.com/watch?v=wyWgbkxHeKA

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    quizás de las académicas sea la “Suite completa para cuerdas”, que es donde está contenida la “Fuga con pajarillo” y la “Fuga con pájara pinta” que me gusta mucho también. Obviamente la “Suite para cello y piano” me fascina, y de su música po-pular es más difícil aun precisar alguna, porque hay muchas canciones, hasta las que la gente aún no conoce. Aldemaro Ro-mero dejó una huella en los músicos venezolanos muy fuerte, pienso que hoy en día la música venezolana, la que llaman la música urbana, tiene toda la base de la onda nueva. Armóni-camente utilizan las melodías que usaba mi papá y su mismo estilo, y la base rítmica también, y sin darse cuenta los mu-chachos están tocando esa música sin saber en muchos casos que eso es Aldemaro. No creo que haya un músico venezolano joven que no te diga la influencia de Aldemaro Romero en su formación, como un guía, conscientemente o no. Y a pesar de todo, porque en muchos conservatorios estuvo prohibido ha-blar de él en una época, porque se le consideraba como ya dije un “Cabaretero”, porque estaba imponiendo unas armonías y un estilo completamente diferente que le dio mucho miedo a mucha gente y que además no entendían. Al final pues, llamó la atención y logró imponer ese estilo que es hoy en día parte de lo que es la música venezolana.

    Mi padre y yo

    Yo creo que me parezco muchísimo a mi padre, sobre todo en la mañana y sin maquillaje, les echaré un cuento para que me entiendan: Yo vivía en Caracas en Parque Central, cuando era muy hermoso todo ese complejo. Lo cierto es que yo tenía los niños muy pequeños y bajaba a pasearlos por el Parque Los Caobos por las tardes, tenía uno que andaba en co-checito y la otra caminaba. Entonces yo salía de Parque Cen-tral hasta llegar al edificio del antiguo Hilton, cruzaba la calle,

    https://www.youtube.com/watch?v=UhytjPKLhu4

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    pasaba frente al Ateneo de Caracas hasta llegar a la Plaza de los Museos y entraba a los Caobos. Una tarde de ésas yo esta-ba caminando frente a la acera del Hilton y veo que viene cru-zando desde el otro lado de la calle el maestro Felipe Izcaray, a quien yo no conocía, pues yo estaba muy joven. Entonces él viene caminando y se me queda mirando y yo sigo caminando y me hago la loca, pues me dio como pena, y cuando pasa a mi lado él se acerca y me dice: ―Hola―, entonces yo seguí sin decirle nada, me asusté y continué caminando. Luego yo pen-sé: ―Dios mío, mi papá me va a regañar, seguramente yo lo conocí en alguna oportunidad y no me acuerdo―, porque mi papá siempre estaba muy pendiente de que saludáramos a sus amigos y supiéramos quien era la gente. Entonces justo ese fin de semana mi papá tenia concierto con la Orquesta Filarmó-nica de Caracas en el teatro del Colegio María Auxiliadora, y yo voy entrando a un ensayo al teatro, y mi papá está mirando hacia la puerta por donde yo voy a entar, y está justo Felipe Izcaray hablando con él. Cuando yo me acerqué a saludar a mi papá, él dice al maestro Felipe: ―¿será ésa que está ahí?―, justo Felipe Izcaray le estaba contando en ese momento que vio a una muchacha en la calle que segurito tenía que ser hija suya, porque era igualita a él. Ojalá me pareciera a él intelec-tualmente y con su talento, pero es imposible repetir un perso-naje como Aldemaro Romero. Actualmente yo soy una promotora de las artes, como lo fue él, me dedico más a eso, a estar detrás del escenario, adoro lo que hago. Si hay algo que sí sé que heredé de él es la hones-tidad, la seriedad, la puntualidad, quizás no sea muy simpática al primer contacto, porque soy muy exigente y espero mucho de la gente. No soy tampoco tan romántica como mi papá, porque él era un romántico empedernido, que quería cumplir todos sus sueños. Creo que sí tengo ese gran amor al prójimo que también tenía mi papá, me dedico mucho a ayudar a quien

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    me lo pida, y trato de hacerlo de la mejor manera. Ser hija de un gigante como mi padre a veces es fácil, y a veces es muy difícil. Es difícil porque hay gente que espera mucho de ti, espera que tú seas como Aldemaro, y cuando te toca defender lo nuestro en el exterior, lo bueno que tenemos los venezola-nos, más difícil se hace porque te sientes comprometido con un legado artístico que hay que defender y proteger siempre. Es un compendio muy grande de cosas las que heredamos los que nos quedamos con el trabajo de mi padre, del cual muchas veces no tenemos el conocimiento necesario, como lo tenía él para manejarlo. Es fácil, y muy fácil ser su hija cuando cuentas con muchísima gente que te quiere porque tú eres su hija, por-que te respetan y ven en ti una extensión de mi padre y sienten un cariño enorme hacia él. Hay gente que se expresa tan lindo de él, que me abraza , y me glorifica, pero yo sé que no me lo están diciendo a mí, se lo están diciendo es a mi papá. Y yo lo recibo con todo el amor del mundo y espiritualmente trato de pasárselo a él y es súper sabroso poder hacerlo. Cuando yo estaba chiquita resultaba odioso, pero ya de mayor es un pri-vilegio. Mis hijos igual, ellos adoran a su abuelo Aldemaro, él es lo máximo para ellos. Ellos saben lo trascendental que fue para sus vidas y saben que para mí es lo primero, ellos están conscientes que somos lo que somos por Aldemaro, y además, que pertenecemos a una familia de muchos artistas y de mu-cha gente reconocida y que tenemos que continuar con ese legado. Yo siempre les digo que no es solo el hecho de llevar la sangre de mi padre, porque ese legado se lo dejó él a todos los venezolanos y hay que cuidarlo y difundirlo por el mundo entero, por eso es que el compromiso es de venezolanos para venezolanos.

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    Los sabores de Aldemaro

    Si mi papa fuese un sabor dulce fuera un dulce de mem-brillo, y si fuera un sabor salado obviamente sería la hallaca. La hallaca fue tan importante para mi papá que él una vez se enfermó, y lo llevamos de emergencia a la clínica, él aún es-taba muy joven. Entonces lo internaron en San Bernardino y le hacen todos sus exámenes y al final le dicen que todo anda bien pero que se tiene que quedar para tenerlo en observación hasta el otro día. Esa noche llegó la enfermera con una bandeja de comida típicamente de hospital y él al verla dijo: ―¿Eso es lo que yo voy a cenar?, yo lo que quiero es una hallaca―, y hubo que buscarle por toda Caracas una hallaca para com-placerlo, gracias a Dios era como diciembre y no fue tan com-plicado conseguirla, aunque lo que sí costó fue meterla en la habitación, hubo que esconderla para que ni los médicos ni las enfermeras la vieran. Y en la mañana cuando pidió el desayu-no, lo que le llevaron de la clínica fue una avena súper simple, entonces les pidió una arepa, y como no se la quisieron dar se levantó, se vistió y se fue. Porque para él eso era fundamen-tal, su comida venezolana siempre, así como el pabellón, que para él fue también muy importante. Así como era gourmet y le gustaba probar cosas exóticas, también era un amante de la gastronomía criolla todos los días.

    La hallaca del futuro

    Yo aún creo en la hallaca del futuro para Venezuela, creo que van a pasar cosas buenas, que seguramente tendrá que pasar mucho tiempo así como ha pasado, yo tengo toda la fé del mundo en que las cosas van a mejorar y que habrá mejores tiempos para todos. Venezuela cuenta con la familia Romero para las futuras hallacas venezolanas, absolutamente,

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    no es la primera vez que lo digo y a pesar de que estoy muy arraigada en los Estados Unidos, si me tocase ser parte de la reconstrucción del país claro que pueden contar conmigo. De-finitivamente que sí. Mi país es lo primero, ser venezolana para mí es muy importante. Antes de que mi papá falleciese y por cuestiones prácticas había que sacarse la nacionalidad americana, y todo el mundo en mi familia ya la tenía y yo aún no lo había hecho, y mi propio padre me pidió que me sacara mi pasaporte norteamericano porque no se sabía lo que podía pasar con todo este lío en Venezuela, él era muy visionario, ya sospechaba lo que iba a pasar en un futuro. Efectivamente hice mi solicitud y me la aprobaron y me fui el día de la juramenta-ción a recibir mi nacionalidad americana. En ese momento te entregan un papel que tú debes leer ahí en donde hay una frase que dice ―Renuncio a mi nacionalidad original―, eso es par-te del protocolo, la gente ni lo ve, ni lo lee, con tal y tener ese pasaporte. Yo leí esa frase y se me hizo un nudo en la garganta. Yo fui sola a ese sitio porque mi esposo estaba trabajando, y eso es lejísimo de donde yo vivo, unos cuarenta y cinco minu-tos más o menos. Yo agarré mis papeles al finalizar el acto y salí de allí, me monté en el carro y toda esa autopista fue una sola lágrima, fue muy duro para mí haber dicho eso, porque yo soy venezolana por ser hija de Aldemaro Romero, porque nací allí, porque me gusta la hallaca, me gusta la arepa, porque disfruto un joropo, porque me río, por mi sarcasmo, porque me meto con todo el mundo, y porque soy noble, y ¿cómo renun-ciaba yo a todo eso?

    https://www.youtube.com/watch?v=Ii9gQ0WaIko

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    Yo me he dado cuenta que en todas las casas, todos los años, hay frases que siempre se repiten al mo-mento de preparar hallacas, por ejemplo: ―Este año las hojas salieron malísimas, no se coman las aceitunas que están contadas, pilas con las pasas que no van a alcanzar para los bollos― eso es todos los años, y la viejita que es la que dirige la cosa, la matrona pues, la que se sabe la receta y hay que obedecer dice siempre: ―Este año son las úl-timas que hago― y pasan los años y la viejita jamás se muere.

    Gastronomía con ADN

    TANIASARABIAActriz

    Conversación con Juvenal Álvarez Uzcátegui

    https://www.instagram.com/taniasarabia/https://es.wikipedia.org/wiki/Tania_Sarabia

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    Al nombrarme a mí una hallaca de una vez me viene a la mente mi abuela, esa abuela mía que vivió ciento cuatro años. Mi abuela nació en 1901 y murió en el 2005. Ella nació en San Francisco de Yare, de donde son los diablos. Pero a ella no le gustaba eso por allá, y se vino para Caracas con unas hermanas y con su mamá, porque para esa época todo el mundo cogía para Caracas. A ella le gustaba mucho las cosas de la cocina, es más, ella vivió y crió sus hijos por la cocina. Sobrevivió un montón de cosas de la Caracas de antes, a la de Gómez, por ejemplo, gracias a que sabía cocinar. Ella vendía hallacas y comida, y como le llamaban antes “granjería”; todo eso que era dulcitos de coco, de lechosa, bollitos. Los preparaba para fiestas, para bautizos, comuniones, hacía pasapalitos, bolitas de carne y pastelitos. De hecho el primer recuerdo de mi in-fancia, aunque a veces no me creen porque yo tenía como tres o cuatro años, es ayudando a preparar pastelitos a mi abuela. De esos pastelitos que son dos tapitas, de esas que se cortaban con una lata de diablitos. Mi abuela los hacía y los cerraba, yo los sellaba alrededor con un tenedorcito para que no se abrie-ran cuando los freían. Todo esto lo vendían por encargo, hasta mondongo y toda clase de comida se preparaba. Yo recuerdo que hasta una vez hizo un encargo para el Congreso Nacional: era una olla de mondongo que le encargaron. Allá se prepara-ba pavo, pernil de cochino, hasta aquellas famosas calas que eran cuadradas con un espárrago en el medio, que las hacían ver como unas flores; ciruelas pasas enrolladas con tocineta, de todo preparaba mi abuela. Y en diciembre esa casa era de terror, porque mi abuela hacia casi dos mil hallacas, para mon-tones de casas y de personas. Además era una época donde todo el mundo podía comer hallacas. Pero claro, no era ella sola la que cocinaba, allá había ayudantes junto a mis tías, y mi hermana y hasta yo misma metía la mano. Primero era

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    picar el cochino junto a la gallina. El adorno era pavo, luego la aceituna, dos pedacitos de tocino, las almendras y las pasas, era una hallaca sumamente caraqueña, con la mezcla exacta de español, árabe, venezolano e indígena. Claro, y el pimen-tón y la cebolla junto a los encurtidos que no podían faltar, y por supuesto, el maíz que se molía en la misma casa, ahí nos turnábamos media hora cada una moliendo. Y el caldo y el onoto, con el mismo caldo en que se cocinaban las gallinas se amasaba la masa del maíz pelao.

    La hallaca de hoy

    Hoy en día me doy cuenta que es muy difícil hacer ha-llacas, no solo por la parte económica, sino porque en los ho-gares no hay quien ayude. Aquí lo que quedan son viejos y perros, se van los hijos, el marido se murió, o se fue con otra, entonces las mujeres quedan solas. Yo tengo un amigo que le habla al perro y le dice: ―Ya te dije que no te orinaras allí, ¿tú no ves que esto es parqué y esto se hincha?, y tus miaos los absorbe la madera―, y yo le digo: ―Ya estás hablando con tu perro―, y me dice gritando: ―Él si entiende, le falta esto para hablar―. Eso es perverso, pensar que un perro te hable, que una flor te hable. A mí me encanta hacer hallacas, este año no las hice, pero siempre trato de hacer aunque sea veinte, con mucha flo-jera, y empujando mucho porque uno empieza a buscar los in-gredientes ahora y no consigue nada y eso es muy frustrante, y es más, si los consigues económicamente no tienes para com-prarlo, para hacerlas como a uno le gusta. Entonces después le sale a uno una hallaca chimba ahí. Eso es como traicionar a mi abuela, a mí misma, a mi tradición. Hasta preparar la ensalada de gallina es hoy en día complicado, que aunque ahora se hace con pollo, yo le sigo dando el mismo nombre, hasta con sus

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    manzanas y todo, agregándoselas al final cuando se vayan a servir para que estén crujientes. Y con la mayonesa hecha por mí por supuesto, con aceite, ajo y un chorrito de limón.

    El guiso del poder

    A mí me parece que el poder siempre ha tenido un guiso implícito, el poder está asociado, por lo menos en este país, desde “aló” hasta “click” a un guiso. Hay familias ricas que si tú las jurungas, verás que alguna vez estuvieron cerca de un guiso, o se han beneficiado de alguno, porque éste es un país con mucha riqueza y el poder ha sido siempre un guiso de gen-te que no tiene ética, no ha habido moral, aunque no se puede meter a todo el mundo en el mismo saco, es la mayoría. Aquí hace falta buenas costumbres, no robar ni agarrarse lo que no es tuyo, y sobre todo, que es muchísimo peor: robar lo que es de todo el mundo. Ése es uno de los problemas más terribles, más patéticos, más horrorosos, porque no le están robando a una persona, le están robando a montones de personas. El gui-so en el país en este momento está podrido, putrefacto, ya uno no sabe quién lo está cocinando, si son los pranes, los narcos, los militares, los políticos, los chinos, los rusos, los guerrille-ros, y aquí puedo seguir nombrando y me faltarán dedos. Al guiso de este país hay que pasarle una aspiradora electrolux, una que los aspire a todos y comenzar una Venezuela nueva, con valores nuevos, los que están en los diez mandamientos, ya con eso es suficiente, los de Moisés: no matarás, no roba-rás, no desearás a la mujer de tu prójimo.

    ¿Un amor cocinando?

    Yo jamás he enamorado con la cocina, aunque mi abuela decía: ―El pez se agarra por la boca―, pero nadie se enamo-

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    ra porque le cocinen bien. Tiene que haber otros ingredientes, atracción, pero creo que es un plus que se puede tener.

    El sabor de la actuación

    La actuación es mi pasión, yo sería muy triste si no fue-ra actriz, fuera horrible. A mí, la actuación me sabe a muchas cosas, vienen a mí, montones de sabores. Si por ejemplo hago a Shakespeare me viene el sabor de lo verde, a menta, a hier-bas, a flores; si hago a Moliere quizás venga a mí, el sabor de los frutos rojos, pero el teatro en general me sabe a madera, a roble, a clavo, son colores y sabores que tienen que ver mucho con la tierra. Ese enfrentamiento en el teatro en el que tú te sientes tan desnudo frente al público, tú expones ahí todas tus emociones, son sabores increíbles los que puede segregar la boca, aunque mi sabor propio yo creo que es el sabor del sol, el del mar, sabores muy de tierra, a sal.

    La nueva hallaca

    Yo me quiero conseguir con una hallaca echa por gente buena, con manos buenas, manos limpias, que no tengan guiso entre las uñas, aunque dependiendo también, porque no pode-mos negar que hay guisos buenísimos, el guiso no es solo un sinónimo de una mala jugada, el guiso también es sinónimo a proyectos que son una maravilla. Recuerdo que cuando José Ignacio Cabrujas se encerraba a escribir, yo le preguntaba a Eva su mujer: ―¿Y aquel que está haciendo?―, y me decía: ―Está guisando―. Yo quise muchísimo a José Ignacio, y él a mí, yo lo sé, y eso que yo fui su alumna. Recuerdo cuando estábamos haciendo “acto cultural”, y estábamos en el mismo sitio don-de fue inspirada la obra, allá en Mérida, en Ejido, porque esa

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    obra José Ignacio se la dedicó a Rafael Briceño, que él era de allá. Entonces fue comiquísimo, porque resulta que el camión donde iba todo el vestuario y la escenografía se perdió, jamás llegó, entonces la gente del pueblo nos prestó la ropa para po-der actuar. El cura nos prestó una sotana para el sacerdote de la obra, a mí, que estaba chamita, una niñita me prestó un tra-je de primera comunión y me pusieron unas alas como de un angelito y, entonces, todo surgió como tan de verdad, todo era tan creíble. Eso es lo más hermoso del venezolano, esa gran solidaridad que tenemos que no se debe perder.

    Mi cena perfecta

    Si yo pudiera volver a invitar a alguien a una cena na-videña, invitaría a mis amigos de siempre, a mis humoristas, invitaría a Laureano, a Claudio y a Emilio. Hubo una navidad en que los invité. Amílcar había venido de Miami y estaba en casa de Emilio, entonces se vinieron con Laureano y Claudio y entonces yo cociné, nos hemos reído, ¡hemos disfrutado tan-to! Y bueno pues ellos tomaron fotos y las publicaron, y no se imaginan la cantidad de gente escribiéndome, reclamándome porque no los había invitado. Yo con ellos la paso tan bien, tú les pones un pedazo de queso con pan y café y de eso hacen una obra. Esa es la cena perfecta para mí, es más, esa es la vida perfecta para mí, la que genera sonrisas.

    https://www.youtube.com/watch?v=kKFsyIWylSI&t=2s

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    El Maestro Billo fue mi abuelo, fue el papá de mi papá

    Con la palabra hallaca la primera persona que viene a mi mente es mi abuela, sin duda ella hacía las me-jores hallacas de toda Venezuela. Al escuchar esa palabra vienen a mi mente todas esas reuniones fa-miliares que se hacían en diciembre allá, en Venezuela. Mu-chas de esas fiestas eran en la casa de mi abuelo Billo, yo aún conservo muchos recuerdos de él. Cuando él murió, yo aún estaba pequeño, pero tuve la oportunidad de compartir con él porque viví en su casa durante varios años. Mi papá trabajaba directamente con él desde los años setenta, siendo el productor ejecutivo de la empresa, el que corría el negocio básicamente.

    CARLOSFRÓMETANieto de Billo FrómetaMúsico

    Conversación con Juvenal Álvarez Uzcátegui

    https://www.instagram.com/frometincosmic/https://es.wikipedia.org/wiki/Billo%27s_Caracas_Boys

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    Mi abuelo se encargaba de la parte musical y mi papá de las finanzas; él siempre se encargó de gestionar las presentaciones en Venezuela y en el exterior, y yo, pues siempre me vinculé a todo esto de alguna manera. Durante todo el mes de diciembre recuerdo que mi familia siempre tuvo muchísimo trabajo, era la época más fuerte del año para nosotros, llegando a tener hasta tres presentaciones por día, unas cincuenta presentacio-nes solo en un mes, quizás, era mucho trabajo, un mes muy intenso. Pero aun con todas las ocupaciones que podía tener mi abuelo, jamás descuidó su casa, su familia y sus nietos. Siempre hubo un lugar para cada uno de nosotros. La música de mi abuelo siempre estuvo muy ligada a la navidad en Venezuela: preparar hallacas, comerlas y feste-jarlas fue y es una excusa para escuchar los discos nuevos o viejos de la Billo´s Caracas Boys. En la casa de mis abuelos, aunque suene risorio, también escuchábamos su música para esas fechas, es que a la orquesta de mi familia siempre senti-mos que le debíamos mucho de lo que éramos, le debíamos nuestra comida, nuestros placeres y toda la educación que po-díamos haber alcanzado. La casa siempre giraba alrededor de esa música, entonces como todos los otros venezolanos, tam-bién escuchábamos y celebrábamos con la música de Billo´s la Navidad. Jamás nos cansamos de la música hecha en casa, ni nos vamos a cansar tampoco. Mi abuelo era realmente un genio, él escribió más de mil canciones, y todas pegaron y fueron bailadas y disfrutadas no solo por venezolanos, sino por el mundo entero. Yo que nací en ese núcleo familiar, y que escucho la Billo´s desde que nací, aún sigo descubriendo música de mi abuelo que no co-nocía. ¡Y eso que a mí me arrullaron desde mi nacimiento con guarachas, pasodobles y boleros de la Billo´s! En mi casa la música se vivía por todas partes, tener un buen equipo de sonido era una premisa que nunca faltó

    https://www.youtube.com/watch?v=CyeYfdz_KUE

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    para nutrirnos a diario con música de buena calidad. Desde cumbias o merengues, hasta rock, jazz o boleros; de todo es-cuchábamos pero siempre a los mejores. Tanto regía la música en mi casa o en la de mi abuelo, que siempre se destinó un lugar dentro de ellas solo para escuchar y disfrutar cualquier melodía que nos provocara, siempre tratando de escuchar y disfrutar, e incluso estudiar aquell