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    Crisis de las democracias

    y movimientos socialesen Amrica Latina:

    notas para una discusin

    Atilio A. Boron*

    Las democracias latinoamericanas se enfrentan a un

    escenario cada vez ms amenazante. Su enemigo no es

    el que con insistencia sealan desde Washington y repi-

    ten los intelectuales y los medios adscriptos a su predo-minio: el populismo o el socialismo. El enemigo es

    el propio capitalismo, que ha debilitado el impulso

    democrtico tanto en el Norte desarrollado como en la

    periferia tercermundista. Los mercados secuestraron a

    la democracia y, ante la consumacin del despojo, la

    ciudadana se repleg sobre s misma. Su desinters y

    apata son sntomas que denuncian a regmenes demo-

    crticos incapaces de honrar sus promesas y de satisfa-

    cer las esperanzas que los pueblos haban depositado

    en ellos1. Pero esta desilusionada defeccin de la falsa

    polis democrtica, dejando el campo libre para la

    accin de las fuerzas del mercado, no alcanza: la impo-

    sicin del proyecto del capitalismo neoliberal, que

    avanza hacia la mercantilizacin de la totalidad de la

    vida social, de hombres y mujeres tanto como de la

    propia naturaleza, exige tambin criminalizar la pobreza

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    [AO

    VIIN20MAYO-AGOSTO

    2006]

    * P r o f e s o r t i t u l a r d e T e o r a P o l t i c a y S o c i a l ,

    F a c u l t a d d e C i e n c i a s

    S o c i a l e s , U n i v e r s i d a d d e B u e n o s A i r e s .

    S e c r e t a r i o E j e c u t i v o

    d e C L A C S O .

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    y la protesta social, militarizar los conflictos sociales y hacer de la guerra una pesadilla infini-

    ta que se declara en contra de quienes no se plieguen incondicionalmente al diseo impe-

    rial. Estas breves notas intentan esbozar algunos de los problemas derivados de esta grave

    situacin y el papel que los movimientos sociales podran desempear en la refundacin

    de un orden democrtico.

    Capitalismo contra democracia

    Ante el triste espectculo que ofrecen los capitalismos democrticos, y no slo en nues-

    tra regin, no han faltado las voces que se alzaron para sealar, una vez ms, la irresolu-

    ble contradiccin que opone capitalismo y democracia2. El mesurado politlogo britnico

    Colin Crouch es an ms pesimista: su tesis es que la era de la democracia ha conclui-

    do, definitivamente. Debemos, en consecuencia, pensar en sombros capitalismos post-

    democrticos (Crouch, 2004). Otras voces, como las de Boaventura de Sousa Santos,

    Hilary Wainwright, Fernndez Liria y Alegre Zahonero, conscientes de lo anterior, se atre-

    vieron a ms y expusieron la necesidad de fundar un nuevo modelo democrtico

    (Wainwright, 2005). Una de las invitaciones ms persuasivas en esta direccin, dado su

    extenso y profundo desarrollo, se encuentra en la obra de Boaventura de Sousa Santos

    (2002a; 2002b; 2006).

    No podemos en estas breves notas hacer justicia y examinar con el cuidado que se

    merecen estas diversas contribuciones, todas ellas fruto de una minuciosa indagacin en

    torno a distintos modelos de construccin democrtica rutinariamente ignorados o des-preciados por el saber convencional de las ciencias sociales. Quisiramos, sin embargo,

    detenernos en un punto comn a todos los autores citados: la reinvencin de la demo-

    cracia, o la democratizacin de la democracia, como enfticamente se propone en obra

    de Boaventura de Sousa Santos. Esta convocatoria comparte el diagnstico radical sobre

    la frustracin del proyecto democrtico en el capitalismo. En sus propias palabras:

    La tensin entre capitalismo y democracia desapareci, porque la democracia

    empez a ser un rgimen que en vez de producir redistribucin social la destruye

    [] Una democracia sin redistribucin social no tiene ningn problema con el capi-

    talismo; al contrario, es el otro lado del capitalismo, es la forma ms legtima de un

    Estado dbil (Santos, 2006: 75).

    Esta cita plantea de modo convincente la razn fundamental por la cual el capitalismo

    que combati a la democracia desde sus propios orgenes, en el Renacimiento italia-

    no termin por aceptarla. La democracia pag un precio muy elevado por su respetabi-

    lidad: tuvo que abandonar sus banderas igualitarias y liberadoras y transformarse en una

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    DEBATES

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    AMRICA

    LATINA]

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    forma inocua de organizacin del poder poltico que, lejos

    de intentar transformar la distribucin existente del poder

    y la riqueza en funcin de un proyecto emancipatorio, no

    slo la reproduca sino que la fortaleca dotndola de una

    nueva legitimidad. Con toda razn le conviene a esta clase

    de inocuos regmenes el nombre de democracias de

    baja intensidad o, como lo planteramos en un escritoreciente, plutocracias u oligarquas, debido a que son

    gobiernos que pese a surgir del sufragio universal tienen

    como sus principales y casi exclusivos beneficiarios a las

    minoras adineradas (Boron, 2005).

    Ahora bien, la superacin de un modelo democrtico tan

    defectuoso plantea desafos prcticos nada sencillos de

    resolver, especialmente si se recuerda que, tal como lo

    planteara ms de una vez Anbal Quijano, la democracia

    en el capitalismo es el pacto por el cual las clases subal-

    ternas renuncian a la revolucin a cambio de negociar las

    condiciones de su propia explotacin.

    Apoyndose en un enorme esfuerzo de investigacin

    comparada sobre el funcionamiento de experiencias con-

    trahegemnicas de gestin democrtica a nivel local y

    regional que abarca desde la India hasta la Repblica deSudfrica, pasando por Colombia, Mozambique, Portugal,

    y Brasil Santos concluye en la necesidad de promover la

    democracia participativa a partir del fortalecimiento de tres

    ejes: a) la demodiversidad, es decir el reconocimiento y

    potenciacin de las mltiples formas que puede histrica-

    mente asumir el ideal democrtico, negado por las

    corrientes delmainstream de las ciencias sociales para las

    cuales el nico modelo vlido es el de la democracia libe-

    ral al estilo norteamericano; b) la articulacin contrahege-

    mnica entre lo local y lo global, indispensable para

    enfrentar los peligros del aislacionismo localista o los ries-

    gos de un internacionalismo abstracto y sin consecuencias

    prcticas; y c) la ampliacin del llamado experimentalis-

    mo democrtico y de la participacin de los ms diversos

    grupos definidos en trminos tnicos, culturales, de gne-

    ro y de cualquier otro tipo (Santos, 2002b: 77-78)3.

    OSAL291

    [AO

    VIIN20MAYO-AGOSTO

    2006]

    Tal como

    lo planteara

    ms de una vez

    Anbal Quijano,

    la democracia

    en el capitalismo

    es el pacto por

    el cual las clases

    subalternas

    renuncian a

    la revolucin

    a cambio de

    negociar

    las condiciones

    de su propia

    explotacin

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    El problema que subsiste a esta sugerente propuesta es que el crucial tema de los lmi-

    tes que el capitalismo impone a cualquier proceso democrtico y no slo a aquel pau-

    tado segn el modelo de la democracia liberal anglosajona queda eclipsado por la con-

    sideracin de un conjunto de experiencias innovadoras y fecundas pero que, aun as, no

    logran trascender las rgidas fronteras que el capitalismo impone a toda forma de sobe-

    rana popular4. En otras palabras, hasta qu punto es realista concebir la existencia y

    postular la necesidad de una democracia de alta intensidad, protagnica o radical-

    mente participativa, sin establecer las condiciones requeridas para su efectiva materiali-zacin en el espacio hasta el da de hoy estratgico e irreemplazable, dado que no exis-

    ten ni un estado mundial ni una ciudadana universal del estado nacional? Porque,

    como lo confirma la experiencia brasilea, la tan celebrada democracia participativa de

    Porto Alegre fue discretamente archivada por uno de sus ms ardientes propagandistas

    del pasado, el Presidente Lula, que no hizo intento alguno de llevarla a la prctica en el

    mbito nacional5. Y eso que, en la experienciagacha, el carcter participativo de esa

    democracia se ejerca exclusivamente en el terreno presupuestario y, adems, en una

    pequea fraccin de este que en ningn caso superaba el 15% del total del presupues-

    OSAL292

    Marcelo Perera

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    to (Wainwright, 2005: 101)6. Lo anterior, conviene aclararlo, no quita que la innovacin

    puesta en marcha en Porto Alegre sea una contribucin importante en la bsqueda de

    una radical democratizacin del estado y la poltica cuya idea, sin embargo, trascenda

    claramente la discusin democrtica de una fraccin minoritaria del presupuesto. Una

    democratizacin radical no puede quedarse en eso sino que debe avanzar, tal como cla-

    ramente lo planteara Gramsci, tras las huellas de Marx, hacia el autogobierno de los pro-

    ductores. No obstante, para la burguesa la aceptacin de un modelo participativo confacultades para disponer democrticamente de una fraccin del presupuesto demostr

    ser apenas tolerable (y eso con grandes resistencias, como lo prueba la experiencia de

    Porto Alegre) en el plano local.

    Quines son los (o las) protagonistas? Los sujetos de la democracia en el

    capitalismo

    La matriz ideolgica de los capitalismos democrticos es el liberalismo, una tradicin

    intelectual cuya preocupacin jams fue la de proponer un orden democrtico sino que

    como lo demostraran sobradamente Macpherson y Therborn, entre otros, hace ya

    varios aos la de resguardar la independencia y autonoma del individuo y, por exten-

    sin, de cualquier actor privado frente al estado, y de mantener a este dentro de los

    lmites del llamado estado mnimo. Fiel a estos supuestos, la asimilacin de la deman-

    da democrtica por el liberalismo dio lugar a un hbrido altamente inestable, la demo-

    cracia liberal, a la vez que consagraba como el sujeto nico del nuevo orden la figura

    imaginaria del ciudadano.

    Es por ello que, dentro de los marcos de la tradicin liberal, el papel de los movimientos

    sociales o de cualquier tipo de sujeto colectivo no puede siquiera ser imaginado a la hora

    de reinventar la democracia. Esta no es otra cosa que un contrato firmado por individuos

    iguales y libres o, al menos, como quera Rawls, que si eran desiguales su desigualdad

    permaneciera oculta tras el velo de la ignorancia. En consecuencia, la sola idea de un

    demos participativo, o de mltiples sujetos colectivos reconstruyendo incesantemente el

    orden democrtico, es una pesadilla que las clases dominantes combaten sin ninguna

    clase de concesiones. Por eso les asiste la razn a Fernndez Liria y Alegre Zahonero

    cuando en un ensayo reciente aseguran que para el capitalismo la democracia no ha

    sido, en realidad, ms que la superfluidad y la impotencia de la instancia poltica

    (Fernndez Liria y Alegre Zahonero, 2006: 40).

    Bajo esta perspectiva, la problemtica de los sujetos de la democracia, entendida esta como

    la sola extensin del derecho al sufragio a los pobres pero con las suficientes salvaguardas

    legales e institucionales como para evitar, en palabras de John Stuart Mill, una legislacin

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    clasista que altere el orden social existente se limitaba

    exclusivamente al despliegue de los recaudos suficientes

    para asegurar la participacin (casi siempre manipulada por

    las oligarquas locales) del electorado en los comicios.

    Nada ms lejano, pues, del formidable desafo que ira a

    proponer Marx desde sus escritos juveniles, a saber:cmo constituir un sujeto colectivo capaz de liberar a la

    sociedad de todas sus cadenas, superando la atomizacin

    y fragmentacin propias del individualismo de la sociedad

    burguesa? Planteado en trminos hegelianos, cmo

    hacer que ese vasto conglomerado popular deje de ser

    una clase en s y se convierta en una clase para s? La

    respuesta, que no la puede ofrecer la teora sino la prcti-

    ca emancipatoria de los pueblos, nos remite a algunas

    problemticas clsicas del marxismo: la formacin de la

    conciencia, el problema de la organizacin y las formas de

    lucha de las clases subalternas. Adems, cmo hacer

    para que estas cristalicen una correlacin de fuerzas que

    les permita instaurar una democracia genuina, que nos

    acerque al ideal del autogobierno de los productores?

    En otras palabras: no se puede pensar en otra democra-

    cia sin tambin pensar en otros sujetos, distintos al indi-

    viduo abstracto del liberalismo cuya productividad polticase agot hace rato. Pregunta tanto ms complicada cuan-

    do se recuerda que la centralidad excluyente que Marx le

    haba asignado al proletariado industrial exige, luego de

    siglo y medio de incesantes transformaciones del capita-

    lismo, un radical replanteamiento de la cuestin. Ahora los

    eventuales sepultureros del capitalismo, prosiguiendo

    con una imagen clsica, dispuestos a poner en cuestin

    los fundamentos del viejo rgimen son muchos.

    Parafraseando los versos de Antonio Machado podramos

    concluir diciendo algo as como militantes no hay sujeto,

    se hace el sujeto al andar. Un andar en donde se entre-

    tejen todas las luchas sociales desatadas por las mltiples

    formas de opresin capitalista: explotacin, patriarcado,

    discriminacin, sexismo, racismo y ecocidio, todo lo cual

    provoca el florecimiento de mltiples sujetos dispuestos a

    resistir y vencer. El viejo proletariado industrial ya no

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    Nada ms lejano

    del formidable

    desafo que ira

    a proponer Marx

    desde sus escritos

    juveniles, a saber:

    cmo constituir

    un sujeto colectivo

    capaz de liberar

    a la sociedad

    de todas sus

    cadenas, superando

    la atomizacin

    y fragmentacin

    propias del

    individualismo

    de la sociedad

    burguesa?

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    detenta el papel estelar del pasado. Es cierto, pero ahora no est solo. Ninguno de estos

    sujetos puede reclamar a priori un papel hegemnico o de vanguardia en la imprescin-

    dible gran coalicin contra el capital. Esto se decidir en la coyuntura, en funcin de la

    capacidad efectiva de direccin (organizacin, conciencia, estrategia y tctica) que cada

    quien demuestre en la lucha. Hic Rhodas, hic salta!

    Democracia y revolucin

    Para abreviar: es posible democratizar la democracia dentro del capitalismo? Para ello:

    no ser necesaria una revolucin? O, si se prefiere, para evitar el estremecimiento produ-

    cido por la reaparicin de un trmino fulminado como dmod por el saber convencional,

    no habr llegado la hora de hablar de un cambio sistmico, del imprescindible adveni-

    miento de una sociedad post-capitalista como condicin necesaria para reinventar una

    democracia post-liberal7? Para espritus tal vez demasiado propensos a escandalizarse con

    este argumento conviene recordar que, tal como lo estableciera definitivamente la obra

    de Barrington Moore Jr. hace ya un buen tiempo, ningn capitalismo democrtico fue ins-

    taurado sin que previamente se produjera lo que ese brillante terico denomin una rup-

    tura violenta con el pasado, es decir, una revolucin (Moore, 1966). Esa fue la historia en

    Gran Bretaa, en Francia y en Estados Unidos. Y donde esa ruptura no se produjo, como

    en Alemania o Italia, el resultado fue el fascismo. La ausencia de antagonismos sociales no

    significa que se est marchando por el buen camino, o que estemos en presencia de

    democracias consolidadas. Probablemente signifique exactamente lo contrario. En todo

    caso, y ms all de la lgica aprensin que provoquen esos conflictos, tales turbulenciasno hacen otra cosa que denunciar los dolores del parto de un nuevo rgimen poltico.

    La renuencia a enfrentar el problema, terico y prctico a la vez, de la revolucin nos con-

    duce a un callejn sin salida puesto que se estara suponiendo que las clases dominan-

    tes del capitalismo estaran dispuestas a admitir pacficamente la entronizacin de un

    modelo democrtico post-liberal que promueva la soberana popular, el protagonismo

    de la ciudadana, y la participacin ms que la delegacin/representacin incompatible

    con la preservacin de sus privilegios. Las enseanzas de la historia, en cambio, confir-

    man irrebatiblemente que esto no es as.

    En un texto escrito en medio del optimismo de las interminables transiciones democrti-

    cas (inconclusas a ms de veinte aos de iniciadas!) a mediados de los ochenta, deca-

    mos que en nuestros pases el precio que se paga por la osada de pretender reformar,

    aun mdicamente, la realidad social es el terror preventivo de la reaccin o el terror reac-

    tivo de la contrarrevolucin (Boron, 2003: 202). Esta apreciacin, tachada de pesimista o

    ingenuamente radical por los intelectuales bienpensantes de la poca, fue luego infeliz-

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    mente confirmada por los hechos. El prolijo examen del asunto efectuado por Fernndez

    Liria y Alegre Zahonero demuestra conclusivamente que las tentativas de instaurar una

    democracia que se aproximase a ese ideal costaron un milln de muertos en la Espaa

    republicana y cuarenta aos de dictadura fascista; 200 mil ms en Guatemala y 50 mil

    desaparecidos, segn informa la Comisin de Esclarecimiento Histrico de ese pas; 30

    mil desaparecidos en Argentina; 3.200 desaparecidos en Chile y miles de torturados y exi-

    liados. El listado sera interminable si se le agregan los muertos y desaparecidos durante laGuerra Civil en El Salvador, Nicaragua, Hait y el interminable bao de sangre en Colombia,

    con ms de 20 mil muertos por ao desde mediados de los aos sesenta, cinco mil diri-

    gentes de la legal Unin Patritica asesinados en menos de diez aos y tres millones y

    medio de campesinos desplazados por la guerra. Este lgubre cuadro es lo que muy apro-

    piadamente Santiago Alba Rico denomina pedagoga del voto. Si la democracia significa

    que la sociedad est dispuesta a ensayar lo que en la dcada del sesenta y del setenta se

    denominaba una va no-capitalista, la respuesta disciplinadora es un bao de sangre

    (Fernndez Liria y Alegre Zahonero, 2006: 50-59; Alba Rico, 2006: 13-17). Esta enume-

    racin basta para iluminar los obstculos que se yerguen ante cualquier tentativa de fun-

    dar un rgimen democrtico digno de ese nombre. Reinventar la democracia podr ser

    considerado un proyecto muy razonable, sensato y gradual por las clases subalternas, sus

    intelectuales y sus organizaciones sociales y polticas. Pero para la derecha, sobre todo

    nuestra derecha en Amrica Latina, un proyecto de ese tipo es inequvocamente sub-

    versivo y debe ser segado de raz. Si se tiene en cuenta, adems, la ntima articulacin

    entre ella y las clases dominantes del imperio, con representantes polticos como los hal-

    cones de Washington, es fcil concluir que cualquier iniciativa de profundizacin demo-

    crtica desencadenar un abanico de respuestas represivas de todo tipo8.

    El papel de los movimientos sociales

    Las decepcionantes limitaciones de las democracias latinoamericanas y la crisis que atra-

    viesa a los partidos (y tambin a los sistemas de partidos) explican en buena medida el

    creciente papel desempeado por los movimientos sociales en los procesos democrti-

    cos en la regin. La deslegitimacin de la poltica y los partidos abri un espacio para que

    la calle esa metfora tan amenazante para las democracias liberales adquiera un

    renovado y acrecentado protagonismo en la mayora de los pases. Esta presencia de las

    masas en la calle, que haba sido reconocida por Maquiavelo como una vigorosa mues-

    tra de salud republicana, refleja la incapacidad de los fundamentos legales e instituciona-

    les de las democracias latinoamericanas para resolver las crisis sociopolticas dentro de

    los procedimientos establecidos constitucionalmente. A raz de esto, la realidad de la vida

    poltica se mueve en una ambigua esfera de lo ilegal, mientras que la legalidad estable-

    cida por las instituciones se derrite al calor de la crisis poltica permanente y el protago-

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    nismo de las masas. Revueltas populares derrocaron gobiernos reaccionarios en Ecuador

    en 1997, 2000 y 2005; en Bolivia en 2003 y 2005, abriendo paso a la formidable victo-

    ria electoral de Evo Morales a finales de este ltimo ao; forzaron la salida de AlbertoFujimori en Per en el ao 2000 y de Fernando de la Ra en Argentina al ao siguiente.

    Apenas ayer, los jvenes estudiantes de los liceos chilenos pusieron en jaque al gobier-

    no de la Concertacin exigiendo la derogacin de la reaccionaria legislacin educativa del

    rgimen de Pinochet.

    Ms all de la fragilidad del entramado institucional, lo que estas rebeliones populares

    comprueban es que este largo perodo de un cuarto de siglo, o ms, de gobiernos neo-

    liberales con todo su equipaje de tensiones, rupturas, exclusiones y niveles crecientes

    de explotacin y degradacin social cre las condiciones objetivas para la movilizacin

    poltica de grandes sectores de las sociedades latinoamericanas. Cabe preguntarse: son

    las revueltas plebeyas arriba mencionadas meros episodios aislados, gritos de rabia y

    furia popular, o reflejan una dialctica histrica tendencialmente orientada hacia la rein-

    vencin de la democracia? Una mirada sobria a la historia del perodo abierto a comien-

    zos de los aos ochenta revela que no hay nada accidental en la creciente movilizacin

    de las clases populares ni en el final tumultuoso de tantos gobiernos democrticos en la

    regin. Es por eso que por lo menos diecisis presidentes casi todos ellos obedientes

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    Marcelo Perera

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    clientes de Washington tuvieron que apartarse del poder antes de la expiracin de sus

    mandatos legales, depuestos por arrolladoras rebeliones populares. Por otra parte, los

    plebiscitos convocados para legalizar la privatizacin de empresas estatales o servicios

    pblicos invariablemente defraudaron las expectativas neoliberales, como en el caso de

    Uruguay (obras sanitarias y terminales portuarias) y el abastecimiento de agua y electri-

    cidad en Bolivia y Per. Tambin hubo grandes movilizaciones populares en diversos pa-

    ses para oponerse al ALCA o a la firma de TLCs; para pedir la nacionalizacin del petr-leo y el gas en Bolivia; oponerse a polticas de privatizacin del petrleo en Ecuador, la

    compaa telefnica en Costa Rica y los sistemas de salud en varios pases; poner fin al

    saqueo de los bancos, principalmente extranjeros, como en Argentina; y terminar con los

    programas de erradicacin de coca en Bolivia y Per. Puede sonar demasiado hegeliano,

    pero todos estos acontecimientos muestran una inconfundible direccionalidad.

    Organizacin, conciencia, estrategia

    Hay varias lecciones que se pueden desprender de este renovado protagonismo de las

    insurgencias populares en Amrica Latina. En primer lugar, la necesidad que tienen los

    partidos polticos, sobre todo los que pretenden encarnar un proyecto emancipador, de

    concebir e implementar una estrategia que trascienda los estrechos lmites de la mec-

    nica electoral. No se puede pretender transformar radicalmente un orden social estructu-

    ralmente injusto y predatorio con las solas armas disponibles en la escena electoral. La

    burguesa jams obra de modo tan ingenuo y unilateral, y nunca despliega una estrate-

    gia nica y, para colmo, en un solo escenario de lucha. Por el contrario, su presencia enel terreno electoral se combina con otras iniciativas: huelgas de inversiones, fuga de capi-

    tales,lock outs, presiones sobre los dirigentes estatales, articulacin con aliados interna-

    cionales que refuerzan su gravitacin local, control de los medios de comunicacin y,

    ms generalmente, de los aparatos ideolgicos mediante los cuales pueden lanzar

    efectivas campaas de terror para intimidar o atemorizar votantes, alianzas con las fuer-

    zas armadas, cooptacin de dirigentes populares, corrupcin de funcionarios pblicos y

    legisladores, lobbies de diverso tipo, movilizacin de masas, todo lo cual configura una

    estrategia integral de conquista y conservacin del poder que ni remotamente se cir-

    cunscribe, como ocurre con los partidos populares, a la estrategia electoral. Es cierto que

    para desplegar una estrategia tan omnicomprensiva como esta se requiere de cuantio-

    sos y diversificados recursos que ninguna fuerza popular tiene a su disposicin. Pero

    tambin es cierto que si los partidos de izquierda quieren cambiar el mundo, y no slo

    dar testimonio de su injusticia y perversin, tendrn que demostrar que son capaces de

    concebir y aplicar estrategias ms integrales que combinen, junto a la electoral, otras for-

    mas de lucha.

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    Este es precisamente el terreno en el cual los movimientos sociales han demostrado una

    creatividad superior a la de las organizaciones polticas. Los acontecimientos de los lti-

    mos aos en la regin ensean que estos han adquirido una indita capacidad para

    desalojar del poder a gobiernos antipopulares, pasando por encima de los mecanismos

    establecidos constitucionalmente, que no por casualidad se caracterizan por su fuerte

    prejuicio elitista. Para la cultura poltica dominante en las as llamadas democracias lati-

    noamericanas la poltica es un asunto de elites y de instituciones, no de pueblos movili-

    zados, y la ciudadana debe moderar sus ansias de participacin: ir a votar, pero no masi-vamente, y evitar inmiscuirse en las transacciones y componendas realizadas por polti-

    cos y gobernantes.

    De todos modos, hay una segunda leccin que tambin es preciso tener en cuenta y

    que nos ensea que esta activacin saludable de las masas fracas a la hora de construir

    una alternativa poltica que no slo pusiera fin a gobiernos reaccionarios sino que con-

    dujera tambin a la inauguracin de una etapa post-neoliberal. La insurgencia de las cla-

    ses subalternas adoleci de un taln de Aquiles fatal, resultante de la convergencia de

    tres fenmenos fuertemente interrelacionados: a) la fragilidad organizativa; b) la inma-

    durez de la conciencia poltica; y c) el predominio absoluto del espontanesmo como

    modo normal de intervencin poltica.

    En efecto, la indiferencia suicida frente a los problemas de la organizacin popular, la con-

    ciencia y la estrategia y tctica de lucha plantea numerosos interrogantes. Para los clsicos

    del marxismo especialmente Lenin y Rosa Luxemburg, ms all de sus diferencias la

    cuestin de la organizacin era una cuestin poltica. El primero escribi ms de una vez

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    que la organizacin es la nica arma de que dispone el proletariado. Cabe preguntarse,

    entonces: cules son las formas organizativas que requiere la lucha popular en el contex-

    to del capitalismo contemporneo y en la coyuntura particular de cada uno de nuestros

    pases? Cmo se articulan esas formas entre s, para potenciar la eficacia de los proyectos

    emancipadores? Cul es el papel que les cabe a los partidos, los sindicatos, la gran diver-

    sidad de movimientos sociales, asambleas populares, piquetes, caracoles zapatistas u

    otras formas precolombinas de organizacin como las que an existen en el mundo andi-no? Cmo asegurar que las reivindicaciones canalizadas por estas diversas estructuras

    organizativas se sinteticen en un proyecto global que les otorgue coherencia y eficacia?

    En relacin al tema de la conciencia radical y emancipatoria, por no decir revolucionaria,

    cmo lograr que los movimientos desarrollen ese tipo de conciencia que les permita

    superar los lmites de la inmediatez espontanesta? No est de ms repetir nuevamente

    que en ausencia de una teora emancipatoria (o, si se prefiere, revolucionaria) difcilmen-

    te habr prcticas de masas que sean emancipatorias o revolucionarias. Si, como suele

    decirse, el modelo kautskiano de la conciencia radical introducida desde afuera por inte-

    lectuales revolucionarios ha fracasado, podra afirmarse que la estrategia gramsciana de

    construccin de contrahegemona desde las trincheras mismas de la sociedad civil ha

    triunfado? O tal vez deberamos cifrar nuestras esperanzas en las perspectivas concienti-

    zadoras que abre la pedagoga del oprimido de Paulo Freire? Se trata, como puede verse,

    ms que de certidumbres de preocupaciones abiertas y grandes interrogantes cuyo trata-

    miento es imprescindible a la hora de encarar un proyecto de refundacin democrtica.

    Por ltimo, en relacin a la cuestin de la estrategia y tctica, digamos que pese a lareconfiguracin de los sujetos sociales producto de las transformaciones en las relacio-

    nes capitalistas de produccin que fragmentaron y desorganizaron el campo popular a la

    vez que homogeneizaron y organizaron a las clases dominantes la adopcin de una

    estrategia y una tctica adecuadas sigue siendo un asunto de primordial importancia.

    Esta problemtica, sin embargo, no goza del favor de la poca. Sencillamente no tiene

    lugar en la obra de Hardt y Negri, porque en ella los movimientos sociales son las expre-

    siones infinitas de la multitud y esta, por su carcter descentrado, desterritorializado,

    molecular y nomdico, es radicalmente incompatible con un planteamiento de estrategia

    y tctica, que consideran una forma de actuacin poltica correspondiente a una poca,

    la del imperialismo, segn ellos histricamente superada (Hardt y Negri, 2000).

    Tampoco lo tiene en la obra de John Holloway, que nos invita a dejar de lado toda pre-

    tensin de conquistar el poder, y de lo cual se desprende la superfluidad de cualquier

    discusin sobre estrategia y tctica encaminada a ese fin (Holloway, 2002). Hemos criti-

    cado en otros lugares estas versiones contemporneas del romanticismo poltico que

    desembocan en la impotencia y, a la larga, en la resignacin de modo que no insistire-

    mos en ello aqu. Digamos simplemente que, contrariamente a teorizaciones de moda,

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    el problema de la estrategia y tctica de las clases subalternas est indisolublemente

    unido a las perspectivas de su propia emancipacin. Esta no ocurrir por una casualidad,

    o como una concesin graciosa de las clases dominantes.

    Alternativas?

    No hay alternativas fuera del protagonismo que puedan asumir, bajo ciertas circunstan-

    cias, los sujetos que constituyen el campo popular. Tal como lo recordara recientemente

    Daniel Bensaid, la salida no la puede proporcionar el ejemplo de San Francisco (como

    sugieren Hardt y Negri), o el Grito (como lo plantea Holloway), o el acontecimiento

    incondicionado (Badiou)9. La poltica aborrece de la metafsica: sin la activacin de los

    movimientos, sin su conquista del espacio pblico desde las calles y a pesar de las ins-

    tituciones democrticas! no habr trnsito al post-neoliberalismo. Pero no hay lugar

    para la autocomplacencia. Esto slo no basta: las masas en las calles pudieron derrocar

    gobiernos neoliberales, slo para ser reemplazados por otros muy parecidos. En muchos

    casos la imponente movilizacin popular se esfum en el aire poco despus de consu-

    mado el desalojo del gobierno pero sin haber sido capaz de sintetizar su diversidad en

    un nuevo sujeto poltico imbuido de los atributos necesarios para consolidar la correla-

    cin de fuerzas existente y evitar la recada a situaciones anteriores. El caso ecuatoriano

    es un ejemplo clarsimo de ello, pero est lejos de ser el nico. No obstante, si los movi-

    mientos sociales fracasaron en la construccin de una alternativa, nada distinto ocurri

    con los gobiernos surgidos por la va electoral. Lula en Brasil, Kirchner en Argentina y

    Vzquez en Uruguay muestran claramente la impotencia de las clases subalternas paraimponer una agenda post-neoliberal en gobiernos elegidos por grandes mayoras popu-

    lares y precisamente para ese fin. Si durante las situaciones de turbulencia poltica aque-

    llas derrocaron a gobiernos neoliberales para luego desmovilizarse y replegarse, en los

    casos de recambio constitucional la lgica poltica fue sorprendentemente similar: las

    masas votaron y despus regresaron a sus casas. Pero hay una importante diferencia: la

    gesta de los movimientos dej profundas (si bien dolorosas) enseanzas para las clases

    populares, y les hizo barruntar las potencialidades transformadoras que encierra su pro-

    tagonismo. En las experiencias de recambios electorales, en cambio, les qued tan slo

    el sabor amargo de la impotencia, de un nuevo engao y una nueva frustracin.

    La capacidad sin precedentes de las masas populares para derrocar gobiernos antipopula-

    res las reintrodujo en la escena poltica como un nuevo factor. Antes de su insurgencia, los

    nicos sujetos de las transiciones democrticas eran los partidos. Ya no ms. La impor-

    tancia de su papel ha quedado claramente demostrada en los casos ms interesantes y

    prometedores de la poltica sudamericana: Venezuela y Bolivia. En Venezuela, haciendo

    posible con su fulminante y espontnea movilizacin la derrota del golpe de estado fas-

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    cista y la radicalizacin de la Revolucin Bolivariana. En Bolivia, al demostrar la excepcional

    productividad que pueden tener una pluralidad de sujetos movimientistas cuando, sin

    dejar de serlo, son al mismo tiempo capaces de darse una estrategia poltico-institucional

    que combine creativamente la calle con las urnas. Los tres nicos gobiernos de izquierda

    que hay en Amrica Latina: Cuba, Venezuela y Bolivia (por orden de aparicin) se enfren-

    tan a formidables desafos10. El hostigamiento abierto o encubierto de EE.UU., los intentos

    golpistas, la criminalizacin internacional, el sabotaje econmico, la manipulacin mediti-ca y las campaas del terror se combinan con las condicionalidades de las institucio-

    nes financieras internacionales para ahogar en su cuna cualquier proceso emancipatorio.

    Es preciso no hacerse ninguna ilusin en el sentido de que los beneficiarios internos y

    externos de un statu quo tan injusto como el actual permanecern de brazos cruzados

    ante los vientos de cambio que hoy barren la escena latinoamericana. El avance de un

    genuino proceso de democratizacin, una reinvencin democrtica que reemplace al

    simulacro que prevalece en la regin, es muy posible que desate la ferocidad represiva

    que tan bien conocemos en Latinoamrica. Pero la supervivencia de la Revolucin

    Cubana, la consolidacin de la Revolucin Bolivariana y los nuevos procesos en marcha

    en Bolivia y Ecuador autorizan a pensar que la historia no es un eterno retorno y que hay

    momentos, como el actual, que nos permiten abrigar un cauteloso optimismo.

    Bibliografa

    Alba Rico, Santiago 2006 Prlogo en Fernndez Liria, Carlos y Alegre Zahonero, Luis

    Comprender Venezuela, pensar la democracia. El colapso moral de los intelectuales

    occidentales (Hondarribia: Hiru).

    Avritzer, Leonardo 2002 Modelos de deliberao democratica: uma analise do oramento

    participativo no Brasil en Santos, Boaventura de Sousa (comp.) Democratizar a democracia.

    Os caminhos da democracia participativa (Ro de Janeiro: Civilizao Brasileira).

    Boron, Atilio A. 2000 Tras el bho de Minerva. Mercado contra democracia en el

    capitalismo de fin de siglo (Buenos Aires: Fondo de Cultura Econmica).

    Boron, Atilio A. 2003 Estado, capitalismo y democracia en Amrica Latina [Nueva edicin

    corregida y aumentada] (Buenos Aires: CLACSO).

    Boron, Atilio A. 2005 The Truth about Capitalist Democracy en Panitch, Leo y Leys, Colin(eds.)Socialist Register 2006. Telling the Truth (Londres: The Merlin Press).

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    Latina globalizada (Buenos Aires: Siglo XXI).

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    Fernndez Liria, Carlos y Alegre Zahonero, Luis 2006 Comprender Venezuela, pensar la

    democracia. El colapso moral de los intelectuales occidentales (Hondarribia: Hiru).

    Hardt, Michael y Negri, Antonio 2000 Empire (Cambridge: Harvard University Press).

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    da democracia participativa (Ro de Janeiro: Civilizao Brasileira).

    Santos, Boaventura de Sousa 2006 Renovar la teora crtica y reinventar la emancipacin

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    Cuadernos Polticos (Mxico) N 23, enero-marzo.

    Wainwrigth, Hilary 2005 Cmo ocupar el Estado. Experiencias de democracia

    participativa (Barcelona: Icaria).

    Notas

    1 Ver, por ejemplo, los resultados del estudio de Latinobarmetro, ao 2005. Mediciones rea-lizadas en veinte pases latinoamericanos demuestran que entre 1995 y 2005 el apoyo a la

    democracia, concebida como un ideal poltico, descendi del 58 al 53%, siendo Uruguay y

    Venezuela los dos pases en donde este indicador registra los ms elevados guarismos (77 y

    76%, respectivamente). La satisfaccin con los gobiernos democrticos arroj resultados an

    ms ominosos: una baja del 38 al 31% en ese mismo decenio. Una vez ms, Uruguay y

    Venezuela son los pases en donde el porcentaje de satisfechos es ms elevado: 63 y 56%.

    El informe citado menciona que slo un 27% de la muestra se declaraba satisfecho con la

    economa de mercado en 2005, mientras que apenas un 31% se pronunciaba a favor de las

    privatizaciones. Que se sepa, ningn gobierno de la regin ha mostrado el menor inters en

    someter a un referndum popular a la economa de mercado o a las privatizaciones.2 Hemos examinado extensamente este fenmeno en Boron (2000; 2005). Ver asimismo

    Meiksins Wood (1995).

    3 Debe destacarse que, en el caso de Wainwright, aparte del examen de la experiencia de

    Porto Alegre, en su libro se consideran tambin una serie de casos de democracia radical y

    basista que tuvieron lugar en tres ciudades de un pas del capitalismo avanzado:

    Manchester, Luton y Newcastle, en el Reino Unido, con lo cual se complementan muy bien

    los estudios de Boaventura de Sousa Santos, que tuvieron lugar principal, si bien no exclu-

    sivamente, en el Tercer Mundo.

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    4 Es por eso que, tal como lo argumentramos en Boron (2000), lo correcto es hablar de

    capitalismo democrtico en lugar del uso ms extendido que consagra la frmula demo-

    cracia capitalista o burguesa. En la primera formulacin queda claro que lo sustantivo es el

    capitalismo y que la democracia es una consideracin adjetiva que no modifica sino super-

    ficialmente la estructura capitalista subyacente. En la segunda formulacin, que no por

    casualidad es la que goza de mayor predicamento en las ciencias sociales, el mensaje

    implcito es que lo sustantivo es la democracia, siendo el capitalismo apenas una nota acci-

    dental que le otorga una tonalidad distintiva pero nada ms. De ese modo se postula,subliminalmente, que lo que cuenta es la sustancia democrtica del orden social y no su

    fenomenologa capitalista que, por eso mismo, no puede interferir de ninguna manera con

    el funcionamiento de la estructura democrtica de la sociedad. As, el capitalismo se mime-

    tiza con la democracia y quin podra estar en contra de esta! Se produce entonces una

    nada inocente inversin hegeliana, en donde el sujeto (el capitalismo) se convierte en pre-

    dicado (la democracia) y esta en sujeto.

    5 Un minucioso estudio del presupuesto participativo se encuentra en Santos (2002a). Un

    anlisis ms general se encuentra en Avritzer (2002).

    6 Wainwright estima que los mrgenes reales de discusin presupuestaria que quedabanlibrados a manos de los ciudadanos fluctuaban entre el 10 y el 15% del total (Wainwright,

    2005: 91-121).

    7 Ver Macpherson (1973), donde este autor se interroga si la tradicin liberal dispone de una

    teora de la democracia post-liberal, capaz de dar cuenta de las nuevas realidades del capita-

    lismo monopolista. Su respuesta es claramente negativa. Es ms, sugiere que lo que hoy pre-

    tende pasar por una teora post-liberal es una regresin a las teorizaciones ms recesivas del

    liberalismo. Estara ms cerca de la verdad denominar a tal teora liberal pre-democrtica

    (Macpherson, 1973: 179). En realidad, una doctrina post-liberal de la democracia slo puede

    ser la expresin terica que brote de la prctica emancipatoria de las clases subalternas. No se

    trata de ingeniosidad discursiva ni de pergear un elegante juego de lenguaje.

    8 Las tentativas desestabilizadoras en Venezuela, amn del paro patronal, la huelga petro-

    lera, etctera. Lo mismo est ocurriendo hoy da con Evo Morales en Bolivia.

    9 En una conferencia pronunciada en la Secretara Ejecutiva de CLACSO el 12 de abril de 2006.

    10 Se desprende de esta enumeracin que no consideramos como gobiernos de izquier-

    da a los corrientemente as denominados en Amrica Latina, como el de la Concertacin

    en Chile, Lula en Brasil, Vzquez en Uruguay, o Kirchner en Argentina. Gobiernos indiferen-

    tes ante los planteamientos ms elementales de la justicia distributiva, que observan con

    pasividad la destruccin del sistema de salud pblica o la educacin pblica no pueden ser

    considerados de izquierda bajo ningn posible criterio taxonmico. La confusin reinante

    en esta materia queda en evidencia, hasta extremos patticos, en la ms reciente obra de

    Antonio Negri, esta vez en colaboracin con Giuseppe Cocco, en la que luego de asimilar

    en una misma categora de anlisis a Chvez, Lula y Kirchner dicen que: En Brasil, la

    Argentina y Venezuela, un vasto terreno de experimentacin y de innovacin democrtica

    debe profundizarse a partir de las relaciones abiertas y horizontales entre los gobiernos y

    los movimientos (Cocco y Negri, 2006: 28). Experimentacin e innovacin democrtica

    en la Argentina o el Brasil de hoy?

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