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100 Nuestra Historia,1 (2016), ISSN 2529-9808, pp. 100-115 AUTOR INVITADO ¿Comunismo después del fin del comunismo? La política sindical del Partido Comunista de Chile en la postdictadura chilena (1990–2010)* Communism after the end of communism? The trade union policy of the Communist Party of Chile in the Chilean post–dictatorship (1990–2010) José Ignacio Ponce Doctorando en Historia en la Universidad de Santiago de Chile Rolando Álvarez Vallejos Universidad de Santiago de Chile Resumen El siguiente artículo aborda la política sindical del Partido Comunista de Chile. Se pone en cuestión la tesis que sostiene una supuesta incapacidad de esta organización para adaptarse a los cambios ocurridos en la posdictadura chilena. Para ello, se analiza uno de los principales ámbitos de desarrollo de esta organización política y se concluye que los comunistas chilenos, experimentaron una serie de lentas adaptaciones de sus prácticas en el mundo sindical, las cuales intentaban responder a la realidad del Chile neoliberal. Esto derivó en que, en el primer lustro del siglo XXI, elaboraran una política que incluía en su perspectiva de cambio social a los nuevos movimientos sociales, pero sin desplazar de un rol relevante a los trabajadores en un proceso de cambio social. Palabras claves: Comunismo, Chile, posdictadura, Movimiento Sindical. Abstract The following paper deals with the trade union policy of the Communist Party of Chile. It calls into question the thesis that defends a supposed inability of this organization to adapt to the changes taking place in the Chilean post–dictatorship. One of the main areas of development of this party is thus analy- zed and it is concluded that Chilean Communists experienced slow adaptations of their practices in the trade union world as a response to the reality of neoliberal Chile. During the first half of the 21st century this resulted in the devising of a policy which included the new social movements in their perspective of social change, maintaining the relevant role of the workers in the process. Keywords: Chile, communism, post–dictatorship, trade union movement * Este articulo forma parte del proyecto Fondecyt nº 1150583

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autor invitado

¿Comunismo después del fin del comunismo? La política sindical del Partido Comunista de Chile en la postdictadura chilena (1990–2010)*

Communism after the end of communism? The trade union policy of the Communist Party of Chile in the Chilean post–dictatorship (1990–2010)

José Ignacio PonceDoctorando en Historia en la Universidad de Santiago de Chile

Rolando Álvarez VallejosUniversidad de Santiago de Chile

Resumen

El siguiente artículo aborda la política sindical del Partido Comunista de Chile. Se pone en cuestión la tesis que sostiene una supuesta incapacidad de esta organización para adaptarse a los cambios ocurridos en la posdictadura chilena. Para ello, se analiza uno de los principales ámbitos de desarrollo de esta organización política y se concluye que los comunistas chilenos, experimentaron una serie de lentas adaptaciones de sus prácticas en el mundo sindical, las cuales intentaban responder a la realidad del Chile neoliberal. Esto derivó en que, en el primer lustro del siglo XXI, elaboraran una política que incluía en su perspectiva de cambio social a los nuevos movimientos sociales, pero sin desplazar de un rol relevante a los trabajadores en un proceso de cambio social.

Palabras claves: Comunismo, Chile, posdictadura, Movimiento Sindical.

Abstract

The following paper deals with the trade union policy of the Communist Party of Chile. It calls into question the thesis that defends a supposed inability of this organization to adapt to the changes taking place in the Chilean post–dictatorship. One of the main areas of development of this party is thus analy-zed and it is concluded that Chilean Communists experienced slow adaptations of their practices in the trade union world as a response to the reality of neoliberal Chile. During the first half of the 21st century this resulted in the devising of a policy which included the new social movements in their perspective of social change, maintaining the relevant role of the workers in the process.

Keywords: Chile, communism, post–dictatorship, trade union movement

* Este articulo forma parte del proyecto Fondecyt nº 1150583

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principios de 1970. Por último, poseía me-dios de comunicación de masas (escritos y radiales), una editorial y sedes partidarias a lo largo de todo el país. De esta manera, es posible afirmar que los comunistas chi-lenos formaron parte de la historia política, social y cultural de Chile.

Con el inicio de la dictadura encabeza-da por el general Pinochet, el PC enfrentó las políticas de exterminio del régimen. En 1976, dos equipos de dirección del parti-do fueron detenidos y hechos desaparecer por los aparatos represivos de la dictadura. Años más tarde, luego de un análisis críti-co de algunas de sus posiciones durante la Unidad Popular, se produjo un inédito vi-raje de la política del PC. En 1980 los co-munistas anunciaron que validaban «todas las formas de lucha» para terminar con la dictadura, incluyendo formas armadas. De esta manera, el PC rompía con su tradicio-nal gradualismo político, optando por una línea más radical de cara a su tradición po-lítica. Fracasada en 1986 la perspectiva in-surreccional del PC, este quedó al margen del acuerdo de salida pactada de la dictadu-ra entre ésta y la mayoría de la oposición. Opuesto a negociar con el régimen pino-chetista, el costo que pagó el PC por esta posición fue quedar, a partir de 1990, como un actor muy marginal de la política chile-na.

A partir de marzo de 1990, Chile recupe-ró la democracia, pero bajo una administra-ción que le dio continuidad al régimen ju-rídico y económico creado por la dictadura. Aunque los aspectos más brutales de éste régimen desaparecieron, especialmente la represión, el modelo consagró un régimen político que ha sido denominado como «de-mocracia semisoberana», en alusión a sus limitaciones democráticas [1]. Además, des-

1.–Carlos Huneeus, La Democracia Semisoberana. Chile después de Pinochet, Santiago, Taurus, 2015.

El Partido Comunista de Chile tuvo una extensa y significativa presencia políti-co–social a lo largo del siglo XX chileno. Su origen estuvo asociado al desarrollo del movimiento obrero en los centros de ex-plotación minera, lo que le dio una carac-terística impronta obrera. A pesar de verse sometido a persecuciones y extensos pe-ríodos de clandestinidad (alrededor de 30 años fuera de la ley entre 1927 y 1990), se caracterizó por su activa presencia dentro del sistema político chileno. De esta mane-ra, apoyó a gobiernos de centro–izquierda entre fines de los años ’30 y la década si-guiente y luego fue pieza fundamental en la constitución de la Unidad Popular. Como se sabe, esta coalición tuvo éxito al lograr que su abanderado, el dirigente socialista Salvador Allende, alcanzara la presiden-cia de la república el año 1970. El PC fue un ferviente defensor de la denominada «vía chilena al socialismo», que implicaba la construcción de una sociedad alternati-va al capitalismo, desde dentro de la ins-titucionalidad política chilena, respetando la democracia y evitando una guerra civil. Pero la presencia comunista en la sociedad chilena iba mucho más allá de tener un im-portante número de diputados y senadores en el parlamento. Por años, fue la primera fuerza en el movimiento sindical. También tuvo una importante representación en las organizaciones estudiantiles, encabezando en los años de la Unidad Popular algunas de las principales federaciones del país. Asi-mismo, logró penetrar en sectores medios e intelectuales. Destacados integrantes del mundo de la cultura chilena fueron mili-tantes del Partido Comunista, simbolizados en la figura excluyente del poeta y Premio Nobel de Literatura Pablo Neruda. Además, sus militantes encabezaron las moviliza-ciones campesinas por la reforma agraria y una vivienda digna donde vivir, que tu-vieron su auge durante la década de 1960 y

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la dictadura, el comunismo chileno sorteó «el fin del comunismo», atrincherado en el movimiento sindical.

Este artículo pretende intervenir en el debate sobre la supuesta incapacidad del PC chileno para adaptarse a la nueva realidad política del país durante el período postd-ictatorial. Esto lo analizaremos a la luz de la política sindical que desplegó el Partido Comunista durante los 20 años de gobier-nos de la Concertación. En particular, nos centraremos en dos aspectos. Primero, en describir cuales fueron sus principales ejes de acción y, segundo, en los elementos de continuidad y cambio de las tradiciones po-líticas del PC durante el período que com-prende el texto.

La hipótesis que atraviesa a este artícu-lo cuestiona lo que han señalado otras in-vestigaciones respecto a la supuesta inca-pacidad del PC para adecuarse al contexto histórico–social postdictatorial. En efecto,

de el punto de vista económico, mantuvo la orientación económica neoliberal. Ante ese escenario, desde 1991 el PC prefirió man-tenerse al margen de la nueva coalición de gobierno y construir un espacio de oposi-ción de izquierda.

Durante la década de 1990, predominó en Chile la visión que el PC, producto de su opción por la lucha armada contra la dic-tadura y convertirse en opositor a los go-biernos democráticos, habría descapitali-zado de tal forma su acervo histórico, que su destino parecía ser la desaparición como colectividad política (Riquelme, 2009). Ha-bría predominado la ortodoxia, el arcaísmo ideológico y la incapacidad de entender el nuevo escenario político chileno. Sin em-bargo, a pesar de los agoreros, el PC logró recuperar parte de su antiguo poderío, es-pecialmente a través de su presencia en el mundo sindical. Fuera del parlamento por efecto del sistema electoral heredado por

Tradicional mural realizado por la Brigada Ramona Parra, ligado al Partido Comunista de Chile, en solidaridad con los trabajadores del sector minero. Centro Cultural Gabriela Mistral, Santiago.

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doble derrota: por un lado, el derrumbe de los regímenes del socialismo real, que como en el resto del mundo, habían sido el refe-rente político de los comunistas chilenos. Por otro, el inicio de la transición pactada entre la dictadura de Pinochet y la oposi-ción moderada que constituiría la Concer-tación de Partidos por la Democracia. El PC optó por mantenerse fuera de esta salida, situación que lo condenó a convertirse en un actor político marginal desde el punto de vista de la política institucional (el par-lamento). La combinación entre la crisis in-ternacional del socialismo y la posición crí-tica al nuevo gobierno democrático, abrió entre 1989 y 1991 una profunda crisis en el partido chileno, que, para muchos, era se-ñal del fin del comunismo en Chile [2].

Empero, esto no quiso decir que los co-munistas quedaran paralogizados. Al con-trario, el PC intentó capear la tormenta refugiándose en algunas de sus certezas y prácticas históricas. El carácter gradual de la «renovación revolucionaria» que propo-nían apuntaba a no abandonar el horizon-te socialista y tampoco desplazar a la clase obrera de su «rol histórico». Aunque dado el carácter pactado de la salida a la dicta-dura, para los comunistas la democrati-zación del país seguía siendo un desafío a conseguir, de allí que plantearan que «en la lucha por la democracia, la clase obrera debe conquistar la hegemonía, asegurando de este modo la continuidad y profundiza-ción y el paso a la revolución antiimperia-lista y antioligárquica con una perspectiva socialista» [3]. En general, si bien los comu-nistas mantenían una lectura ampliada del actor que podía llevar los cambios sociales en el país, se circunscribía a la óptica histó-

2.— Rolando Álvarez, Gremios empresariales, política y neoliberalismo. Los casos de Chile y Perú (1986–2010), Santiago, Lom, 2015.

3.— Partido Comunista de Chile, XV Congreso del Partido Comunista de Chile, 1989, p. 16.

al analizar la acción comunista en el mun-do sindical, planteamos que esta distó de la supuesta «ortodoxia» en la cual ha sido encasillada la política comunista durante estos años. Consideramos que, en la com-pleja tensión entre continuidad y cambio, el PC intentó desplegar una política que in-tentaba dar cuenta de las transformaciones que operaban en el mundo del trabajo y en la política chilena. Aunque manteniendo un horizonte transformador del orden ca-pitalista, buscó desarrollar su acción entre trabajadores donde antes no había tenido mayor presencia y/o contribuir a la organi-zación de trabajadores en nuevas condicio-nes laborales precarias. Así, el PC se adaptó lentamente a los cambios operados bajo el modelo neoliberal en el mundo laboral y desarrolló una resemantización de algu-nos de sus conceptos claves, entre ellos, el de la «clase trabajadora». Esto último, a su vez, le permitió desplegar nuevas formas de acción en el mundo sindical. Así, apuntó a nuevos actores y nuevas demandas labora-les, en vista a la articulación de un «movi-miento de movimientos» generado desde el mundo sindical. A este último le termi-nó asignando un carácter socio–político, a través del cual se construiría una agenda alternativa al neoliberalismo. Así, duran-te gran parte del período, el PC se despla-zó hacia una perspectiva «movimientista» para construir una alternativa al neolibe-ralismo. Sin embargo, hacia el final de esta fase, esto lo matizó para volver a darle én-fasis a la acción institucional–electoral, en el marco de una ventana de oportunidades políticas para reingresar al sistema del cual era excluido.

Un paso atrás, refugio en las certezas: sobreviviendo en la clase obrera

En el caso de los comunistas chilenos, el inicio de la década de los ´90 combinó una

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veremos, le rindió rápidos frutos al PC y le brindó posibilidades de salir de la situación defensiva en la que se encontraban.

En 1990, en plena crisis interna, el PC llamó a salir de la «discusión ensimisma-da» y desplegar la lucha social. Es así que, en la segunda mitad de ese año, en el XXI Pleno del Comité Central, llamó a «enfren-tar a empresarios y a la derecha en la calle, con movilización y el combate decidido de los trabajadores». También criticó a la diri-gencia demócrata cristiana de la CUT, por su búsqueda de acuerdos con el gobierno «sin la implementación práctica de ningu-na otra acción sindical» [7]. Para el PC, esto ponía en juego la independencia de los tra-bajadores frente al ejecutivo y al empresa-riado. Esto, según los comunistas, se había reflejado en las reformas laborales realiza-das por el gobierno de Patricio Aylwin, que en rigor no hicieron cambios profundos a las relaciones laborales implantadas por la dictadura [8]. De allí que a principios de 1991 declarase fracasada dicha estrategia de la CUT [9]. El problema para los comunistas, tal como señalaba Sergio Aguirre, uno de los vicepresidentes de la entidad, era «si la CUT tiene o no una conducción clasista». Según él, era «evidente que sectores de la derecha, la centroderecha y del propio go-bierno buscan reducir a los trabajadores a un papel de mínima expresión, que no pue-da poner en peligro el modelo económico dictatorial, modelo que hoy es asumido por el actual Gobierno» [10].

En ese sentido, los comunistas tenían claro que un cambio en la conducción y su-peración de la debilidad de la CUT, pasaba por una democratización del movimiento

7.— El Siglo (28/8/1990 y 1/9/1990, pp. 6 y 7).

8.— Antonio Aravena y Daniel Núñez (2011), «Los Gobiernos de la Concertación y el Sindicalismo en Chile», Revista Trabajo, 8 (2011), pp. 113–130.

9.— El Siglo (30/12/1990 y 6/1/1991, p. 26).

10.— El Siglo (28/4/1991 y 4/5/1991, pp. 20 y 21)

rica que había tenido este partido al menos desde la década de los ´60.

De todos modos, hacían un intento por definir a la clase obrera incorporando las transformaciones que el modelo neoliberal había producido en el mundo del trabajo en Chile, reconociendo que «en su interior se han registrado sensibles modificaciones». Así se aludía al nuevo proletariado sub-contratado y temporal, que acentuaba las diferencias de clase y que, dadas sus con-diciones de explotación´, dificultaban su organización. Por ello que era fundamen-tal «desplegar una mayor iniciativa para contribuir a la formación de su conciencia de clase» [4]. Según la lectura comunista, los trabajadores carecían de una concien-cia y una musculatura orgánica como en tiempos pasados, lo que se agudizaba por la persistencia de la legislación laboral de la dictadura y los efectos de la represión en ese período.

Si bien hacia 1989, el llamado del PC era el que tradicionalmente hacía, centra-do en la principal central sindical del país (la Central Unitaria de Trabajadores, CUT) y la minería [5], hubo algunos elementos novedosos. Destacó la apelación a volcar su accionar en lo que denominaban como capas medias, como los profesores. Desde la óptica del PC, aunque la oligarquía y el imperialismo buscaran contraponer a estos sectores con la clase obrera, «el desarrollo del capitalismo lleva(ba) inevitablemente a la gran mayoría de estos sectores hacia la proletarización y en no pocos casos a la pauperización» [6]. Así, se asumía como pre-misa que la constante polarización provo-cada por el capitalismo, obligaría a los sec-tores medios a aliarse con la clase obrera. El volcamiento hacia estos sectores, como

4.— Ibídem, p.49.

5.— Ibídem, p. 51.

6.— Ibídem, p. 54.

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mayoría en las elecciones del directorio, quedando la organización encabezada por el comunista Humberto Cabrera. La FE-NATS impulsó una serie de movilizaciones que fueron in crecendo desde 1991 a 1993. Cabrera, denominado por los periódicos oficialistas como «el duro», logró una casi permanente visibilización a nivel nacional, por la alta capacidad de movilización de su sector, capaz de derribar a varios ministros de salud de las administraciones concerta-cionistas.

Así, un dirigente proveniente del sector servicios, que no era encasillado dentro de la clase obrera tradicional, le daba vigen-cia a su partido como actor político–social. Su acción mostraba el camino para salir de la posición defensiva en la cual se encon-traban los comunistas por entonces. ¿Qué reflexionaría el PC sobre esto durante 1994 en su XVI Congreso, momento en iniciaba el segundo gobierno de la Concertación?

Un paso adelante: agitación social y sindical comunista en los ´90

Las elecciones presidenciales y parla-mentarias de 1993 ratificaron el estanca-miento electoral del PC, que se ubicaba alrededor del 6% del electorado. Además, confirmó la enorme adhesión alcanzada por la Concertación y la Democracia Cris-tiana, que convirtió a Eduardo Frei Ruiz–Tagle como Presidente de Chile hasta el año 2000 [14] . Y aunque en algunas zonas alcanzaron resultados no despreciables, los comunistas siguieron excluidos del sistema político–institucional. A su vez, en el plano sindical, el PC tampoco podía doblegar la dirección de la CUT. Esto se ratificó en el

14.— José Ponce, «Adaptación e inclusión de la Izquierda revolucionaria en las transiciones democráticas de Uruguay, Chile y Argentina. Una mirada desde el desempeño electoral, 1983–2009», En Izquierdas, 18 (2013), pp. 17–36

sindical. Así lo manifestaba Jorge Pavez, por entonces dirigente comunista del pro-fesorado y de la multisindical. Este, ade-más de poner como desafío la recuperación de la autonomía de la CUT, planteaba que «otro desafío es la participación. Un movi-miento que consiga plena participación, la total democratización de sus componentes. Que impulse, asimismo la democratización de toda la sociedad...» [11].

Así, la apuesta de los comunistas en el marco de la posición defensiva que tomaba el movimiento sindical en la discusión de las políticas públicas, apuntaba a un posi-cionamiento más «autónomo» y «clasis-ta» ante el gobierno. Sin embargo, en los congresos de la central realizados los años 1991 y 1993, el PC no pudo revertir su po-sición de minoría al interior de ésta. Por el contrario, se acentuó en la cúpula de la CUT la hegemonía concertacionista y, por ende, su dependencia del gobierno [12]. El PC bus-có fórmulas para romper el predominio de las fuerzas más moderadas en la central. La principal fue intentar agitar las aguas «des-de abajo», a partir de su presencia en algu-nas importantes organizaciones sindicales.

El primer foco de agitación sindical a es-cala nacional impulsado por los comunis-tas, fue a través de la Federación Nacional de Trabajadores de la Salud (FENATS). Esta organización representaba una franja im-portante de los afiliados a la CUT [13] y una articulación nacional en un área que tenía una importante repercusión en todo el país. En 1990, el PC había obtenido la primera

11.— El Siglo (28/4/1991 y 4/5/1991, p. 16)

12.— Sebastián Osorio, Trayectoria y cambios en la política del Movimiento Sindical en Chile, 1990–2010: El caso de la CUT, entre la independencia política y la integración al blo-que Histórico Neoliberal, Tesis para optar al grado de Ma-gister en Historia, Universidad de Santiago de Chile, 2014

13.— Por entonces, sumaba la no despreciable cantidad de 40.000 afiliados, en un marco donde la CUT ostentaba cerca de los 500.000, representando cerca de un 8% de la misma.

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zaciones laborales, una de las más relevan-tes fue la realizada en 1994 por el profeso-rado, que se prolongó durante tres semanas entre los meses de septiembre y octubre. Aunque este gremio era conducido por el demócrata–cristiano Osvaldo Verdugo, du-rante la movilización de 1993 se consolidó el liderazgo del dirigente comunista Jorge Pavez. Por estos años, Pavez se convirtió en la principal expresión de una corriente di-sidente de la conducción de Verdugo en el magisterio, siendo motejado por la prensa de la época como parte de un sector «más radical». Finalmente, en 1995 Pavez alcan-zó la conducción del poderoso Colegio de Profesores, desplazando al oficialismo.

Así, Pavez y Cabrera, dos dirigentes sin-dicales de espacios laborales del área de «servicios» e históricamente vinculados a las «capas medias», se convertían en los principales referentes públicos del PC. Des-de esto sectores, el PC comenzó a recuperar incidencia en la conducción de la CUT. Esto se relacionaba con que, desde el punto de vista electoral, eran sectores estratégicos al interior de la central. Entre ambos tenían cerca de un 35% de sus afiliados [17]. Así co-menzó a cambiar la orientación política de la principal multisindical chilena.

Ante este panorama, es interesante con-trastar los cambios del discurso sobre lo la-boral y sindical de los comunistas entre sus Congresos Nacionales de 1994 y 1998. El XX Congreso [18] se desarrolló a lo largo de 1994 y terminó a comienzos de su segun-do semestre, justo cuando las movilizacio-

17.— Entre ambos sectores sumaban cerca de los 115.00 afiliados (25.000 la FENATS y 90.000 el Colegio de Profesores) de 325.000 que ostentaba la CUT (Osorio, 2014)

18.— El XX Congreso partió siendo el número XVI, pero la resolución de asumir como fecha fundacional 1912 (año en que se funda el Partido Obrero Socialista) y no 1922 (cuando el POS se transforma en Partido Comunista de Chile), suman los cuatro congresos que había realizado el POS.

Congreso Extraordinario de la central, rea-lizado en abril de 1994. En él, los demócra-ta–cristianos impusieran la afiliación de la multisindical a la CIOSL, entidad vinculada a los sindicatos norteamericanos. Aunque los comunistas intentaron resistirse a esta medida, no pudieron impedir la decisión. Con todo, esto generó una de las primeras crisis de la CUT [15].

De todas maneras, si bien el PC no pudo instalar su línea política en la central, a su postura crítica ante el nuevo gobierno se sumaban otros sectores de los dirigentes sindicales, incluyendo a los de militancia concertacionista. Esto se verificó en la pro-moción de nuevas movilizaciones y un paro nacional el 11 de julio de 1994, que convocó entre 15.000 y 25.000 personas en las calles de la capital chilena. Tras ellas, el gobierno tendió puentes de diálogo con la CUT y en-vió un proyecto de reforma laboral, que, al ser criticado por el empresariado, le restó urgencia a su discusión. Esto provocó que la central asumiera una postura más crítica al gobierno, evidenciando un desplazamiento de la posición de los dirigentes sindicales hacia una más cercana a lo que planteaban los comunistas [16].

Pero a contrapelo de la crisis de la CUT y sus limitaciones para imponer sus plantea-mientos en la agenda pública, expresiones sectoriales del movimiento de trabajadores cobraron gran relevancia durante una olea-da de movilizaciones ocurrida entre 1993 y 1997. Si la FENATS había mostrado las po-sibilidades de esta forma de acción durante el último año del gobierno de Aylwin, otros actores del sector público mostraron su fuerza, tal como los trabajadores de la salud municipal y los profesores.

Dentro de una cargada agenda de movili-

15.— Sebastián Osorio, Trayectoria y cambios en la política del Movimiento Sindical en Chile, 1990–2010.

16.— Ibídem.

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gobierno. Esto, se decía, rompía la tradicio-nal independencia de clase del movimiento sindical chileno. En oposición a ello, el PC declaraba que eran «partidarios de un mo-vimiento sindical unitario y diverso, inde-pendiente del gobierno y de los patrones, su pluralismo presupone su autonomía en relación a los partidos políticos, pero no el apoliticismo, que niega y debilita su carác-ter de organización que existe para defen-der los intereses del proletariado moderno. No obstante, los trabajadores siguen cons-tituyendo la fuerza motriz determinante para llevar adelante los cambios de fondo que el país demanda. A ellos, a la elevación de su organización y de su conciencia, de-bemos dedicar los mayores esfuerzos» [21]

De esta manera, los comunistas man-tenían el concepto de proletariado de una manera extensiva, que incluían a los actores «modernos», incluyendo a aquellos del sec-tor servicios, ubicándolos como el «motor» de la «revolución democrática», que plan-teaban como desafío central para el país. Para el PC, «la dimensión clasista de la lucha por el cambio social es indiscutiblemente un componente básico». Sin embargo, esto no negaba que «las transformaciones re-volucionarias… congregará también movi-mientos sociales que se forman para resistir las secuelas de la dominación del capital en otros ámbitos. El capitalismo genera nuevas contradicciones que abren nuevos espacios de alianzas» [22]. De esta forma, aparecía en el lenguaje del PC la categoría de movimiento social, como espacio de construcción con-trahegemónico al neoliberalismo. Con esto, el PC diversificaba el sujeto histórico que haría el cambio social, abarcando otras di-mensiones más allá del mundo del trabajo, pero sin dejar de considerar que éste seguía siendo el actor clave.

21.— Ibídem, p. 12 y 13.

22.— Ibídem, p. 13 y 14

nes de la salud y los profesores estaban en pleno despliegue. Esto explica la optimista mirada de los comunistas sobre el supues-tamente ascendente descontento social contra el gobierno. Según el PC, desde el punto de vista de las condiciones de vida de la población, «la situación comienza a ser crítica…» [19]. Reafirmando su mirada sobre la expansión de la proletarización del país (la cual alcanzaba cerca de un 75%, según sus cálculos), los comunistas buscaban con-trarrestar aquellas miradas que pregonaban la desaparición de la clase obrera, como lo señalaba cierta sociología del trabajo.

De tal manera, se desprendía que, para los comunistas, los movimientos laborales de la salud y los profesores eran parte de los «nuevos proletarios» del área de servicios, los cuales concentraban una alta franja de la población laboral. De esta manera, el PC «encajaba» a estos trabajadores dentro de una categoría tradicional de su discurso, sin desarrollar aún una lectura más compleja sobre el neoliberalismo y los trabajadores.

Con respecto a la crisis del sindicalismo, tema instalado en el debate público en esa época, los comunistas reiteraban que era producto de las repercusiones de la dicta-dura y de su legislación. Responsabilizaba a los gobiernos de la Concertación, que, frente a la debilidad del poder negociador de los trabajadores, «privilegian al empre-sario y consideran al trabajador como un elemento que debe someterse a las leyes de una macroeconomía que sólo beneficia al capitalista. Esto aumenta el descontento del asalariado y lo impulsa a romper la pa-sividad de los últimos años» [20].

Por otro lado, reiteraban su crítica a la dirección de la CUT, por considerar que se subordinaba a las políticas neoliberales del

19.— Partido Comunista de Chile, XX Congreso del Partido Comunista de Chile, 1994, p. 4.

20.— Ibídem, p. 13.

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los yacimientos de la estatal ENACAR [24]. El movimiento que resistió a esta medida, es-tuvo conducido por militantes comunistas, que tenían una histórica influencia en la llamada «zona roja» del carbón. La movili-zación, que tuvo alto impacto mediático y que estremeció el debate nacional, instaló la discusión sobre la muerte de la cultura obrera, la cual se conjugaba con la crisis que vivía la CUT y la baja tasa de afiliación sindical a nivel nacional. Esto lo aprovechó el influyente periódico derechista El Mercu­rio para editorializar sobre el tema. La pre-sidenta del PC, Gladys Marín, respondió de la siguiente manera frente a la supuesta de-función de la cultura obrera en Chile: «No lo creo así, ya que felizmente esos valores

24.— Carlos Sandoval, De Subterra a Subsole: El fin de un ciclo, Santiago, Quimantú, 2011; Cristina Moyano, «El Partido Comunista y las representaciones de la crisis del carbón: La segunda renovación», Tiempo Histórico, 2 (2011), pp. 27–42; José Ponce, Acción sindical durante los gobiernos de la Concertación. Los casos de las movilizaciones de Lota (1994–1997) y de Codelco (2005–2008), Tesis para optar al grado de Magister en Historia, Universidad de Santiago de Chile, 2015

La política sindical del PC obtuvo impor-tantes resultados el año 1996, cuando los comunistas lograron una mayoría relativa en la CUT. Con Pavez a la cabeza del Cole-gio de Profesores y Cabrera en la FENATS, junto con la incidencia en otros sectores la-borales, como el forestal, el cuprífero y la construcción, entre otros, los comunistas alcanzaron un 28% de los votos. Si bien no era la mayoría, le permitió romper la he-gemonía de los demócrata–cristianos, que obtuvieron solo un 25,8% de los votos. En este marco, el PC apoyó al dirigente socia-lista Roberto Alarcón para presidir por dos años la multisindical, desplazando a la can-didata de la Democracia Cristiana [23].

Los años 1996 y 1997 fueron años com-plejos para el movimiento sindical. Un anti-guo y tradicional sector obrero, los trabaja-dores del carbón, sufrieron en esos años una derrota definitiva, que derivó en el cierre de

23.— Sebastián Osorio, Trayectoria y cambios en la política del Movimiento Sindical en Chile, 1990–2010.

Ación reivindicativa de la Confed. de Trabajdores del Cobre (CTC), uno de los sectores laborales más movilizados en Chile desde la década de 2000. Año 2015 (Foto facilitada por los autores).

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yecto político alternativo al «modelo neo-liberal». Retomar la senda de la identidad combativa y autónoma, como hemos visto, se convirtió en uno de los ejes que promo-vieron los comunistas durante la década de 1990. Pero no se hizo como un ejercicio de-liberado de «renovación ideológica» desde un grupo intelectual, sino más bien como una adaptación necesaria producto de la crisis de las expresiones tradicionales de «la clase obrera» y la aparición de nuevos sujetos laborales que encabezaban las lu-chas más directas contra el modelo neoli-beral.

¿Un segundo paso adelante?: el camino hacia un sindicalismo anti–neoliberal del PC (1998–2002)

El año 1998 marcó uno de los momen-tos de mayor avance de la política sindical del PC en esa década. En diciembre, luego de 28 años, un comunista volvía a ganar la presidencia de la CUT, personificado en el entonces desconocido dirigente cuprífero Etiel Moraga. Esto lo lograban al alcanzar una amplia mayoría relativa, que se volvió en absoluta al mantener la alianza con el sector socialista de Roberto Alarcón, justo cuando la incidencia demócrata–cristiana se derrumbaba al interior de la multisin-dical [27]. Sin embargo, la conducción co-munista de la CUT enfrentó una serie de condicionantes. Por un lado, el descenso de la afiliación sindical a un 11,5%; por otro, profundas tensiones políticas internas en la central, dejando a Moraga y al PC como los principales responsables para resol-ver la crisis del sindicalismo en Chile. Este complejo escenario se agudizó con las re-percusiones de la «crisis asiática» del año 1999. Los comunistas enfrentaron la nueva

27.— Sebastián Osorio, Trayectoria y cambios en la política del Movimiento Sindical en Chile, 1990–2010.

se han proyectado y enraizado en corrien-tes políticas, sociales, que se enfrentan al modelo capitalista neoliberal que pretende eliminar toda cultura transformadora. Y la cultura obrera, transformadora, provenien-te del movimiento obrero, se han traspa-sado a otros sectores de la sociedad, como valores humanistas y costumbres de una verdadera civilización» [25].

Con todo, desde nuestro punto de vista, los cambios que vivía el movimiento sindi-cal, obligó a los comunistas a profundizar su reflexión sobre la tradición de lucha de los trabajadores. Así comenzó una transfor-mación conceptual que casi diluyó el tér-mino de «clase obrera», que prácticamente desapareció en el XX Congreso del partido. Se mantenía el concepto de «proletariado», pero se ampliaba hacia sujetos que antes se concebían propios de la clase media, que ahora se les consideraba asalariados. Esto explica que se comenzara a utilizar los tér-minos de clase trabajadora y trabajadores. Además, esta resemantización dejaba de lado el eje analítico en torno al papel en la producción, para enfocarse en una concep-tualización más basada en la tradición de la cultura obrera. Esta, como lo señalaba Gladys Marín, se habría trasladado a otros sectores laborales y sociales que asumían una posición más combativa respecto al neoliberalismo. Entre ellos, se incluirían los profesores, los trabajadores de la salud y los estudiantes, entre otros.

Esta noción cultural del concepto de cla-se permitió abordar a los trabajadores como un actor excluido [26] y permitía conectarlos con otros actores que estaban bajo esa mis-ma condición. Para el PC, la resolución de sus problemas debería ser través de un pro-

25.— El Siglo (26/7/1996, p.3)

26.— Cristina Moyano, «El Partido Comunista y las representaciones de la crisis del carbón», pp. 27–42.

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res, medioambientalistas» [28]. Las movilizaciones de los últimos años,

decía el PC, habían hecho emerger nuevas demandas, dentro de las cuales los comu-nistas destacaban las luchas por la esta-bilidad laboral, la defensa de la salud y la educación pública, de los recursos natura-les y el medio ambiente, el rechazo a las privatizaciones y el reconocimiento de los pueblos originarios. Desde su óptica, «pro-ducto de todas estas luchas, el movimiento social ha ido madurando, obteniendo la iz-quierda y el PC una importante presencia en su conducción, tanto en las federaciones universitarias y de enseñanza media, como en federaciones sindicales y en la CUT. El reciente y contundente éxito en el Colegio de Profesores así lo confirma» [29]. En este sentido, consideramos que los comunistas, si bien reafirmaban varias de sus tesis del XX Congreso, complejizaron su visión de la acción político–social. En efecto, la pers-pectiva que incorporaba a diversos actores como factor de cambio, aproximó al PC a una dimensión «movimientista» de la lucha social.

Sin embargo, ya decíamos que los traba-jadores seguían estando en el centro de la estrategia del PC. Por tanto, el llamado era doblegar los esfuerzos, pues tal como ha-bían constatado, «a pesar de todas las trabas legales e institucionales del sistema, se han desarrollado importantes movimientos de los trabajadores, y avances en la democra-tización y carácter clasista del movimiento sindical». Pero esto era insuficiente, porque más allá de las dificultades legales y es-tructurales que enfrentaba el movimiento sindical, el gran problema era que éste «no asume el rol transformador que, a través de su acción, le corresponde en la sociedad».

28.— Partido Comunista de Chile, XXI Congreso del Partido Comunista de Chile, 1998, p. 16.

29.— Ibídem, p. 15.

situación política y sindical —en gran par-te— con las reflexiones que realizaron en su XXI Congreso llevado a cabo el año 1998.

El avance en el mundo social y un leve aumento en las elecciones parlamentarias de 1997 (superaron por primera vez el 7%), permitieron ratificar la línea política del PC, basada en la tesis de la «revolución de-mocrática». Asimismo, el contexto latino-americano acicateaba al PC. Primero había sido el movimiento zapatista y luego, el avance del proyecto bolivariano de Hugo Chávez. Por ello, los comunistas comenza-ron a visualizar que el descontento social podía configurar un proyecto alternativo al neoliberalismo. Tal como había ocurrido en otras latitudes, la movilización social podía incubar las proyecciones de una alternativa al «modelo».

En todo caso, la construcción de esta alternativa el PC no significó hacer tabula rasa ante sus tradiciones y lecturas histó-ricas. Por ello que el desafío de la «revolu-ción democrática», debía llevarla adelante un movimiento social amplio y plural, pero que de todas maneras tenía a los trabaja-dores como eje articulador. En su Congreso de 1998 afirmaban que las alternativas a la derecha y a la Concertación, se «expresan en primer lugar en el desarrollo del movi-miento social». En esta perspectiva, soste-nían que «la izquierda y el protagonismo del movimiento social son la base en la que se sustenta la construcción de un movi-miento nacional democrático y rupturista». Para los comunistas, los sectores y fuerzas sociales que constituían el sustento de la «nueva mayoría nacional» eran los trabaja-dores, pero también «los estudiantes, aca-démicos universitarios, profesionales, in-telectuales y trabajadores de la cultura; los medianos, pequeños y microempresarios; los trabajadores independientes; los pe-queños propietarios rurales; los mapuches; los pobladores, dueñas de casa, consumido-

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A fines del siglo XX, los comunistas chilenos intentaban adaptarse a la nueva realidad político–social del país, particu-larmente en el mundo laboral. Al calor del activismo sindical, con triunfos y derrotas, resemantizaron su mirada sobre los traba-jadores e intentaron elaborar una lectura propia sobre los cambios que había provo-cado el neoliberalismo en el país. El nuevo momento político que visualizaban en el Congreso de 1998 y el triunfo en la CUT, los llevó a creer que el contexto era propicio para desbordar la exclusión político–ins-titucional y encabezar una alternativa a la derecha y al oficialismo de centro–izquier-da. Por ello, levantaron la candidatura pre-sidencial de Gladys Marín, su insigne líder. Sin embargo, los exiguos resultados logra-dos por ésta y nuevamente quedar exclui-dos del parlamento [32], provocaron que el PC mantuviera como uno de sus ejes prin-cipales de acción el mundo social y sindical.

En este ámbito, los comunistas enfren-taban una serie de disyuntivas producto del nuevo escenario, particularmente en la CUT. Uno de estos factores fue el cam-bio de gobierno. Si bien en 2000 el repre-sentante de la Concertación Ricardo Lagos triunfó en las elecciones presidenciales, el cambio radicó que el eje de la coalición viró a posiciones supuestamente más a la izquierda. Esto se expresó inicialmente en una mayor voluntad de diálogo para llevar a cabo reformas laborales. Sin embargo, prontamente las ilusiones se acabaron y la administración Lagos se convertiría en la más neoliberal del ciclo de gobiernos de la Concertación. Por otro lado, operaba la cri-sis de la CUT como actor sindical relevante, pues las marchas impulsadas durante este período, demostraron la debilidad de la central. Las críticas se concentraron sobre

32.— Alfredo Riquelme, Rojo atardecer. El comunismo chileno entre dictadura y democracia, Santiago, DIBAM, 2009.

Esto ponía el control de la CUT en el eje de la política del PC.

Por ello, en un contexto donde distintos pequeños grupos políticos se alejaban de la CUT, incluidos dirigentes ex–comunistas, estos ratificaban que debían «jugársela por fortalecer la CUT y hacer de ella la máxima organización de los trabajadores, pero con claro contenido alternativo al modelo neo-liberal y recogiendo la histórica vocación clasista, democrática y unitaria del movi-miento sindical chileno. Los trabajadores quieren ver una actitud de lucha más clara y decidida de parte de la CUT» [30]. El triun-fo que obtuvieron a fines de 1998, a pesar de las limitaciones que lo rodearon, pare-cía confirmar la apuesta política del PC. De manera típicamente optimista, el PC consi-deró que el triunfo en la CUT podría marcar «un nuevo momento político» que si bien podía traer una posible «involución demo-crática», también podría generar «mayores posibilidades para el movimiento popular, lo cual nos exige y nos permite pasar a una etapa superior en el proceso de construc-ción de la alternativa al neoliberalismo, y de una Nueva Mayoría Nacional para una salida democrática» [31] .

A diferencia de lo que ocurría en los pri-meros años de la década de 1990, desde 1999 los comunistas estaban en el centro de la política sindical, conduciendo la CUT y poderosos gremios como el de profesores y la salud. El camino para llegar a este pun-to había dotado de nuevas experiencias y reflexiones a sus militantes, en función de intentar construir una alternativa al mode-lo neoliberal.

La alternativa del PC en el albor del nuevo siglo: el sindicalismo socio–político

30.— Ibídem, pp. 44 y 45.

31.— Ibídem, p. 16.

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«cambios en nuestra elaboración y práctica política, debemos concluir que es indispen-sable un viraje, un desplazamiento de to-dos nuestros esfuerzos hacia la base social, hacia los trabajadores, para construir en todos los sectores movimientos de masas resueltos a intensificar sus luchas por sus derechos y aspiraciones enfrentando de mil formas al sistema. Esto nos demanda ac-tuar hacia afuera, hacia el pueblo, cotidia-na y activamente y no sólo en los períodos electorales, como nos ha ocurrido en gran medida durante estos años» [34].

Por tanto, ante un escenario político y sindical complejo, los comunistas tomaron el camino de enfatizar un «viraje», que en realidad era la consolidación de la dimen-sión «movimientista» de su política, que encontró en el XXII Congreso su máxima elaboración. El «viraje» ratificaba la tesis de un nuevo «sujeto histórico», donde los tra-bajadores ocupaban un papel articulador dentro de varios actores, lo cual se basaba en las propias contradicciones generadas por la globalización capitalista neoliberal. Así, desde la óptica del PC, los trabajadores tenían un papel imprescindible, estable-ciendo alianzas con sectores que, por dis-tintas razones, compartían objetivos comu-nes. En ese marco, los trabajadores, por su condición de clase y papel estratégico en el funcionamiento del sistema, serían el nú-cleo que garantizaría el sello transforma-dor del movimiento social.

Bajo este supuesto, la CUT pasaba a ju-gar un papel fundamental en el «viraje» de la política comunista, pues debía ponerse a la cabeza de lo que el PC denominó como un «movimiento de movimientos». Por eso que, a contrapelo de las críticas de los diri-gentes concertacionistas contra la politiza-ción que promovía el PC en el mundo sin-

34.— Partido Comunista de Chile, XXII Congreso del Partido Comunista de Chile, 2002, p. 15.

la incapacidad de la conducción de Moraga para revertir esta situación [33]. Así, de cara a las elecciones internas de la CUT en 2000, los comunistas resultaron derrotados.

El PC obtuvo solo un 24,7%, mientras la lista del ex militante socialista Arturo Martínez obtuvo un 26%. Las dos listas de la Concertación sumaban 47,6%. Ante ello, los comunistas optaron por apoyar a la lista de Martínez. Este había obtenido la prime-ra mayoría individual y se había perfilado con posturas independientes y críticas al gobierno de Ricardo Lagos. Aunque las lis-tas de la Concertación presionaron para revertir esta situación, Martínez asumió la presidencia de la CUT, repartiéndose los principales cargos de la multisindical con los comunistas. De toda forma, a pesar del traspié electoral del PC en la CUT, la colec-tividad lograba consolidar su posición rele-vante en la central. Bloqueó el retorno de la Democracia Cristiana a la presidencia, dejando la conducción en manos de un di-rigente que, al menos en teoría, se posicio-naba en el eje izquierdista de los sectores de gobierno.

Pero el PC también debió enfrentar otros obstáculos, como por ejemplo la salida de un grupo importante de dirigentes comunistas en el Colegio de Profesores, entre ellos Jor-ge Pavez, su principal referente. Con esto, los comunistas perdían momentáneamente la conducción de la principal organización gremial del país. Ante este panorama, el PC debió optar entre una «moderación» como exigían dirigentes sociales y políticos, o la profundización de su línea de confronta-ción al «modelo». En dicho escenario, el PC partió de la premisa que, dentro de la insti-tucionalidad chilena, no era posible la real democratización del país. Por ello, se hacía necesario, decían los comunistas, imponer

33.— Sebastián Osorio, Trayectoria y cambios en la política del Movimiento Sindical en Chile, 1990–2010.

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Pero además de esta perspectiva de ma-yor politización del movimiento sindical, los comunistas reconocían que se volvía apremiante ahondar en el conocimiento de los cambios producidos en el mundo del trabajo, para de esta manera «ser los prime-ros actores en la tarea urgente que es elevar la organización sindical» [38]. Esto explica la importancia que se le asignaba a los tra-bajadores «desregulados» o «eventuales», entre ellos, los subcontratados: «Debemos ocuparnos de la organización del 66% de los trabajadores desregulados, impulsando con más fuerza la organización en aquellos sectores económicos donde predomina este tipo de trabajadores, tales como tempore-ros de la fruta, pesqueros, salmoneros, fo-restales y vitivinícolas». Además, se debía tender a unificar los sindicatos tradicio-nales con los trabajadores desregulados, «para desarrollar un accionar diferente del actual, de confrontación con el modelo, de movilización social y de acción común con otras organizaciones sociales y políticas que están por cambios democráticos…» [39].

Así, el PC otorgó gran importancia a la organización de los trabajadores «desregu-lados» y «temporales», que crecían de ma-nera exponencial bajo el modelo chileno. En sectores estratégicos de la economía del país, como la minería del cobre, superaban el 60%. El PC contaba con presencia entre los sindicatos de los contratistas del cobre desde el tiempo de la dictadura de Pinochet. Estos cobrarían gran relevancia a mediados de la década de 2000.

En el año 2004, la política laboral del PC estuvo marcada por el nuevo acuerdo con Arturo Martínez para que este condujera la CUT. Impulsaron la creación del «Frente contra la exclusión», el cual asumía la ne-cesidad de romper con la ley electoral por

38.— Partido Comunista de Chile, XXII Congreso, p. 40.

39.— Ibídem, p. 33.

dical [35], los comunistas afirmaban que ese era el camino a transitar. La orientación era que sus «dirigentes sindicales asuman un rol mucho más politizador al interior de las organizaciones sindicales. Se plantea la ne-cesidad de impulsar un nuevo sindicalismo, más vinculado con la base, más combativo, rupturista y basado en la movilización.» [36]. Esto fue el núcleo de lo que se denominaría como el sindicalismo socio–político.

La pluralidad del «nuevo sujeto político y social de masas», estaba compuesto por un cuadro de actores que supuestamente se oponían a la globalización capitalista y al neoliberalismo salvaje. Entre ellos, se consideraban a las organizaciones sindica-les, de cesantes, estudiantiles, del mundo juvenil, de mujeres, de los pueblos origina-rios, ecologistas, de derechos humanos, de la diversidad sexual, de profesionales, del arte y la cultura, de la comunidad científica y los ecologistas, de pequeños y medianos empresarios, de sectores de la burguesía nacional. Todos habían sido golpeados por el sistema y cuyas reivindicaciones espe-cíficas comenzaban a converger, según los comunistas, alrededor de la exigencia de una sociedad distinta. El lema «otro mundo es posible» simbolizó el «viraje» comunista. Así, el movimiento sindical se debía con-vertir en el motor para politizar y dotar a los movimientos sociales de una agenda de lucha más frontal contra el neoliberalismo. En ese marco, se comprende la batalla, por ejemplo, que dio el PC para mantener su in-cidencia en la CUT e impulsar a través de ella las movilizaciones por un «Chile Justo y Democrático», que tendrían resonancia en la agenda pública nacional entre el 2003 y 2004 [37].

35.— Sebastián Osorio, Trayectoria y cambios en la política del Movimiento Sindical en Chile, 1990–2010.

36.— Partido Comunista de Chile, XXII Congreso, p. 50.

37.— Sebastián Osorio, Trayectoria y cambios en la política del Movimiento Sindical en Chile, 1990–2010.

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ra bien, esto no significó un cambio en la orientación política de la colectividad, sino más bien un desplazamiento coyuntural, pero que en el Congreso partidario de 2006 adquirió un carácter más formal.

El Informe y las resoluciones del XXII Congreso del PC fueron amplias. En primer lugar, se propuso un nuevo énfasis en la lí-nea política, centrada en «la solución a la contradicción entre neoliberalismo y de-mocracia… [a través de] la conquista de un gobierno democrático, nacional y de justi-cia social, con la unidad y la lucha del pue-blo». De tal manera, se comenzaba a diluir la tesis de la «revolución democrática», pa-sando a verse como central la conquista de un gobierno que debía consagrar principal-mente una nueva Constitución e instalar una Asamblea Constituyente. Sin embargo, también se planteó una «agenda corta» de cinco puntos, en la que se basó el apoyo a Bachelet en la segunda vuelta del año 2006. Cuatro de estos puntos formaban parte del petitorio de la CUT: «la reforma del sistema previsional, la reforma a la educación, la reforma al Código del Trabajo y la reforma del sistema electoral» [41]. En este escenario, el PC enfatizó especialmente la reforma al sistema electoral, por lo que el Congreso mandató a la dirección para negociar este aspecto con el gobierno.

En segundo lugar, el XXII Congreso reinstaló la importancia para el PC de lo-grar una alianza política y social de carác-ter «amplio». Esto los tensionaba con sus aliados del «Juntos Podemos», que critica-ban fuertemente el apoyo comunista a Ba-chelet. El PC respondió que era una alianza táctica y que mantenían considerando que lo más importante era fortalecer la izquier-da. En todo caso, señalaban que «estamos por avanzar con los que quieran avanzar,

41.— Partido Comunista de Chile, XXIII Congreso del Partido Comunista de Chile, 2006, p. 8.

medio de un pacto entre las fuerzas oficia-listas, la izquierda extraparlamentaria y los movimientos sociales. Sin embargo, esto no llegó a buen puerto. En tanto, el año 2005 falleció la presidenta del partido, Gladys Marín, símbolo de la línea confrontacional y de raigambre movimientista del PC. El cambio de conducción traería nuevamente algunos desplazamientos en la acción co-munista.

De la irrupción de los subcontratados al ¿nuevo viraje?

Durante el segundo lustro de 2000, el PC participó de manera protagónica en la activación de las movilizaciones de traba-jadores subcontratados, destacando las de la minera estatal CODELCO, los forestales y los de la salmonicultura.

Hacia el año 2005, los comunistas habían promovido la construcción política llamada «Juntos Podemos». Esta intentaba canalizar electoralmente los distintos movimientos de protestas y hacer converger a las distin-tas fracciones de la izquierda extraparla-mentaria. Si bien su performance electoral del año 2005 había mantenido la tendencia de los años anteriores, los votos «cautivos» del PC lo convirtieron en un actor relevante para definir el triunfo de Michelle Bachelet ante Sebastián Piñera en la segunda vuelta presidencial, realizada en enero de 2006 [40]. Aunque la decisión de respaldar a la candi-data de la Concertación le costó una crisis al interior del «Juntos Podemos», la nue-va dirección partidaria, encabezada por Guillermo Teillier, la estimó necesaria en función de buscar los ansiados cambios de la institucionalidad postdictatorial. Aho-

40.— José Ponce, «Adaptación e inclusión de la Izquierda revolucionaria en las transiciones democráticas de Uruguay, Chile y Argentina. Una mirada desde el desempeño electoral, 1983–2009», En Izquierdas, 18 (2013), pp. 17–36.

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profesores. Este cuadro general generó un año de agitación laboral y de discusión de las relaciones en el trabajo. En el contexto de un régimen que había naturalizado las reglas económicas del neoliberalismo, este debate implicó una inédita reflexión públi-ca sobre la necesidad de regular las normas del libre mercado. Este ciclo de moviliza-ciones sufrió una curva descendente hacia mediados del año 2008 [44].

El 2008, el PC continuó su política de acercamiento a la Concertación. Esto se expresó en la firma de un acuerdo electoral restringido para las elecciones municipales de ese año. Esto le permitió al PC aumentar su número de alcaldes y concejales electos. Este acuerdo, abrió la puerta para un nuevo pacto, ahora en las presidenciales y parla-mentarias de 2009. Gracias a este acuerdo, los comunistas retornaron al parlamento después de 37 años.

De tal manera, gracias a que los comu-nistas se mantuvieron como actores sindi-cales importantes en el país, acumularon un capital político que les permitió negociar reformas al modelo institucional heredado por la dictadura y administrado durante dos décadas por los gobiernos democráticos. La movilización de sectores laborales estraté-gicos, la consolidación de su presencia en la CUT y un caudal de votos significativo, faci-litaron que la Concertación se abriera a ne-gociar con el PC hacia finales del gobierno de Bachelet. Para el PC, esto no era necesa-riamente una ruptura total con su anterior política, sino más bien un desplazamiento hacia un énfasis más institucional. Así, el PC volvía a tener incidencia en los espa-cios políticos en los que históricamente se había desarrollado: en la institucionalidad política y el movimiento social [45].

44.–Ibídem.

45.— Rolando Álvarez, Arriba los pobres del Mundo. Santiago, Lom, 2011.

convencidos que un rico accionar será de-terminante para lograr dicho objetivo» [42]. Así, dejaban entrever la posibilidad de rom-per sus relaciones con quienes mantuvie-ran una postura distinta a su política.

La política sindical del PC durante este periodo alcanzó importantes resultados el 2007, un año antes de las elecciones muni-cipales. Aquel año irrumpieron con fuerza los movimientos de trabajadores subcon-tratados forestales y cupríferos. Todos ellos estuvieron encabezados por dirigentes co-munistas, los cuales alcanzaron gran noto-riedad, especialmente el dirigente del cobre Cristián Cuevas, quien se convirtió en uno de los principales dirigentes públicos del PC. La huelga protagonizada por este sec-tor, marcó un hito en la historia reciente del movimiento sindical chileno, porque por primera vez, el coloso del cobre, la estatal CODELCO, aceptó negociar con los trabaja-dores fuera de las reglas de las leyes labora-les. Estas, creadas en 1979 por la dictadura y no modificadas en democracia, aseguraban el debilitamiento de los sindicatos y permi-tían el reemplazo de trabajadores en huel-ga. Los contratistas del cobre encabezados por Cuevas, lograron revertir estas adversi-dades y poner en el centro del debate la ur-gencia de reformas a las leyes laborales [43].

El remezón político provocado por este ciclo de huelgas, también se dio en el Cole-gio de Profesores, gremio en el que los co-munistas habían desplazado a Jorge Pavez. Con el nuevo presidente de los docentes a la cabeza, el comunista Jaime Gajardo, el magisterio protagonizó los últimos meses del año 2007 una masiva movilización. Esta terminó con importantes logros para los

42.— Ibídem, p. 6.

43.— Rolando Álvarez, «¿Desde fuera o dentro de la institucionalidad? La ‘huelga larga del salmón’ y las nuevas estrategias sindicales en Chile (2006–2008)», en Antonio Aravena y Daniel Núñez (eds.), El renacer de la huelga obrera en Chile, Santiago, ICAL, 2009.