Campagno-Hacia Un Uso No Evolucionista

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hacia un uso no-evolucionista del concepto de “sociedades de jefatura” Author(s): marcelo campagno Reviewed work(s): Source: Boletín de Antropología Americana, No. 36 (julio 2000), pp. 137-148 Published by: Pan American Institute of Geography and History Stable URL: http://www.jstor.org/stable/40978314 . Accessed: 28/08/2012 16:59 Your use of the JSTOR archive indicates your acceptance of the Terms & Conditions of Use, available at . http://www.jstor.org/page/info/about/policies/terms.jsp . JSTOR is a not-for-profit service that helps scholars, researchers, and students discover, use, and build upon a wide range of content in a trusted digital archive. We use information technology and tools to increase productivity and facilitate new forms of scholarship. For more information about JSTOR, please contact [email protected]. . Pan American Institute of Geography and History is collaborating with JSTOR to digitize, preserve and extend access to Boletín de Antropología Americana. http://www.jstor.org

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hacia un uso no-evolucionista del concepto de “sociedades de jefatura”Author(s): marcelo campagnoReviewed work(s):Source: Boletín de Antropología Americana, No. 36 (julio 2000), pp. 137-148Published by: Pan American Institute of Geography and HistoryStable URL: http://www.jstor.org/stable/40978314 .Accessed: 28/08/2012 16:59

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márcelo campagne)*

hacia un uso no-evolucionista del concepto de "sociedades de jefatura"

i

Las disciplinas sociales - se sabe - constituyen dominios de límites borrosos. Esas áreas fronteri- zas suelen ser el escenario para el encuentro de miradas diversas, y esas miradas pueden tender a complementarse o bien a rechazarse mutuamente. En el medio de una "triple frontera" entre domi- nios ya clásicos - los de la historia, la antropología y la arqueología - , la segunda mitad del siglo xx ha asistido a la elaboración de un concepto teóri- co que ha suscitado sensibles polémicas: se trata del concepto de sociedades de jefatura. En efec- to, formulado inicialmente por K. Oberg en los años de 1950, el concepto fue utilizado con suma frecuencia en los años de 1960 y 1970 - los años de auge - para referir a un tipo de configu- raciones sociales "intermedias", una especie de eslabones evolutivos que permitían comprender el pasaje desde unas sociedades básicamente igua- litarias hacia otras con una fuerte diferenciación social, de tipo estatal. Posteriormente, en los años de 1980 y 1990, arreciaron las críticas. El concep- to fue cuestionado desde muy diversas perspec-

* Doctor en Historia. Universidad de Buenos Aires / Uni- versidad Nacional de La Plata (Argentina).

tivas y de múltiples modos, tanto desde el punto de vista teórico - básicamente, en función del marco evolucionista y tipológico en el que fue acuñado - como metodológico - es decir, en fun- ción de las dificultades surgidas de su aplicación en diversos contextos empíricos.

Ante tales cuestionamientos, las aguas se divi- dieron. Algunos han continuado con el uso del concepto, con diversas variaciones respecto de las definiciones iniciales, aunque sin dar respues- ta abierta al conjunto de las críticas (Earle, 1 987, 1991, 1997; Maisels, 1987, 1990; Gledhill, 1988; Spencer, 1990, 1993, 1997; Rothman, 1994; Hayden, 1995; Arnold, 1996;ClaessenyOosten, 1996; De Marrais«?/ al, 1996; Manzanilla, 1997; Marcus, 1998; Stein, 1998; Alcina, 1999; Godelier, 1999, 2000). Otros han admitido todas o algunas de tales críticas, y han enviado el con- cepto al destierro o, al menos, han acotado drásti- camente su uso (Dunnell, 1980; McGuire, 1983; FeinmanyNeitzel, 1984; Shanks y Tilley, 1987; Bawden, 1989; Nocete, 1989; Yoffee, 1993; Nielsen, 1 995; Blanton et al., 1 996). Ahora bien, ¿se trata de las únicas opciones? El alcance de las críticas, ¿invalida definitivamente el concepto o es posible resituar a éste en otras coordenadas teórico-metodológicas? Como habrá ocasión de

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advertir, aquí se intentará explorar esta segunda posibilidad. Para ello, será necesario reabordar esas críticas, en función de evaluar cuáles aspec- tos del concepto han sido invalidados y cuáles otros, eventualmente, pueden proporcionar aún alguna utilidad analítica.

II

Ante todo, ¿a qué se llama sociedades de jefatu- ra?1 Si bien las definiciones han variado notable- mente a lo largo de las décadas, es posible indicar aquí los trazos más básicos a partir de los que el concepto puede sostenerse actualmente. En pri- mer lugar, se trata de un tipo de sociedades en las que el parentesco aparece como criterio domi- nante para la articulación social, de modo que las prácticas políticas, económicas o ideológicas se expresan en los términos del "idioma" del paren- tesco. En segundo lugar, se trata de sociedades con cierta diferenciación social, lo que equivale a decir que algún subgrupo parental (por ejemplo, un linaje) constituye la élite de la sociedad, dis- poniendo por ello de una serie de prerrogativas diferenciales respecto de las que están al alcance del resto de la sociedad. Y en tercer lugar, como la palabra jefatura indica, se trata de un tipo de sociedades en las que existe al menos una posi- ción de liderazgo institucionalizado, de manera que la condición de ser jefe permanece con inde- pendencia del individuo que la detente. Esos líde- res se encargan de la conducción de diversas actividades comunales (organización de activida- des económicas, militares, rituales) que, en todo caso, pueden diferir considerablemente entre unas sociedades de jefatura y otras, pero que, en gene- ral, permiten que la posición de tales jefes se halle investida de un gran prestigio social. Si la existencia de un liderazgo institucionalizado cons- tituye un criterio básico para distinguir este tipo de sociedades de las llamadas sociedades "iguali- tarias", la principal característica que distingue

una sociedad de jefatura de una sociedad estatal es el hecho de que, en la primera, el líder no dis- pone del monopolio de los medios de coerción y, por ello, no puede imponer su voluntad de modo arbitrario sino con arreglo a las normas de paren- tesco que organizan la sociedad como un todo. Como señalaba Sahlins, "donde el parentesco es rey, el rey es sólo pariente y algo menos que real" (1978:257).

Por cierto, lo dicho hasta aquí sólo intenta destacar las características genéricas del concep- to de sociedades de jefatura. Es cierto, sin embar- go, que el concepto arrastra otras connotaciones. De hecho, apenas se lo menciona, aflora la matriz evolucionista en la que el concepto fue acuñado. Indudablemente, la idea de las sociedades de jefatu- ra surgió en un momento de auge del pensamien- to evolucionista y su finalidad básica era la de dar cuenta de un estadio evolutivo, una etapa de desa- rrollo que permitía advertir el paso de las socie- dades "simples" a las "complejas" (Service, 1 962, 1984 [1975]; Flannery, 1975 [1972]; Wright, 1977, 1984; Cohen, 1978; Carneiro, 1981). De acuerdo con el clásico planteo de Service, la evo- lución de las civilizaciones reconocía cuatro gran- des pasos: bandas, tribus, jefaturas y Estados. Cada uno de esos pasos constituía un peldaño de una escalera dispuesta en sentido ascendente. En ese marco, las sociedades de jefatura eran consi- deradas, usualmente, como una fase de "transi- ción" hacia el Estado. En efecto, postulado el continuum evolutivo, la sociedad de jefatura apa- recía - a la vez - como "florecimiento" de una etapa anterior y "embrión" de la etapa siguiente. Así, según Johnson y Earle, "'jefatura

' es una abstracción conveniente para una cultura que todavía está evolucionando desde (y contiene ele- mentos de) una colectividad de Big Man o de un grupo local, y que bien puede estar en el camino de volverse un Estado" (1987:3 14).

Ahora bien, en los últimos tiempos, esa con- cepción acerca de un devenir con un sentido pau- tado de antemano y unas etapas estables que toda sociedad debía transitar en un momento u otro de su existencia ha sido blanco de dos diferentes ti- pos de crítica teórica. Una de esas críticas se ha dirigido a cuestionar la existencia de aquel continuum postulado por el evolucionismo, en el cual se ins- cribía a las sociedades de jefatura. La otra ha apun-

1 El vocablo jefatura es comúnmente utilizado en castella- no para referir al inglés chiefdom o chieftaincy (y al fran- cés chefferie). En todo caso, las consideraciones que se expondrán aquí pueden ser extendidas de modo directo a otros términos castellanos con similar referente, tales como el de cacicazgo (Sarmiento, 1993) o el más antiguo de se- ñorío (al respecto, cf. Alcina, 1999:187-192).

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tado al denominado "pensamiento tipològico", esto es, a la matriz conceptual que proponía la existencia de aquellas etapas estables, de aque- llos peldaños, uno de los cuales era el constituido por las sociedades de jefatura.2 Más específica- mente, ¿qué indicaban estos cuestionamientos?

m

Consideremos, en primer lugar, las críticas al continuum evolutivo. Por un lado, se ha cuestio- nado la utilidad de recurrir a metáforas biológicas para dar cuenta del mundo social. En efecto, plan- tear el devenir en términos de desarrollo de aquello que ya existía previamente en forma "embriona- ria" o "germinal" implica reducir lo social a una mera extensión del mundo biológico que, por ende, sería susceptible de ser comprendido a través del mismo universo conceptual (Shanks y Tilley, 1987:151-155; Giddens, 1995 [1984]:256-259). Por otro lado, se ha puesto en evidencia el fuerte etnocentrismo que subyace a las posiciones evolu- cionistas, que han determinado los parámetros evolutivos de tal manera que la sociedad occiden- tal contemporánea aparece siempre como el esta- dio superior del recorrido (Miller y Tilley, 1 984:2; Shanks y Tilley, 1987:155-165; Rowlands, 1989: 29-30, 36; Giddens, 1995 [1984]:260). Pero ade- más se ha destacado que el continuum evolutivo, al suponer que todas las características de la con- figuración social posterior se hallan de modo la- tente en aquella que la precede, tiende a perder de vista la aparición de elementos cualitativamente nuevos, no deducibles del orden previo y de una metáfora de crecimiento. En un marco tal, las carac- terísticas específicas de las sociedades de jefatura (así como las de las demás formas de organiza- ción social) quedan di sueltas en favor de las que

supuestamente confirman la ley general de evo- lución (Paynter, 1989:387; Drennan, 1996:27; Campagno, 1 998: 1 02- 1 05). Por ejemplo, cuando Earle indica que "las dinámicas fundamentales de las jefaturas son esencialmente las mismas que las de los Estados, y que el origen de los Estados debe ser comprendido en el origen y desarrollo de las jefaturas" ( 1 997: 1 4), claramente pierde de vis- ta la especificidad de las jefaturas: el resultado es que los jefes que describe Earle aparecen como unos personajes que permanentemente están de- trás de su beneficio personal, en aras de maximizar su poder a expensas de la sociedad y de transitar el camino que los transforme en reyes. De este mo- do, se considera a los jefes como "reyes embriona- rios", como reyes en menor escala, y se elimina la posibilidad de advertir que esos jefes son posee- dores de prestigio antes que de poder, en conso- nancia con la dominancia global del parentesco a la escala de la sociedad liderada por tales jefes.

Se trata de un tipo de críticas sumamente ra- zonable. Sin embargo, se trata de críticas que tie- nen como objetivo el evolucionismo antes que las sociedades de jefatura. Ciertamente, como veni- mos de ver, tales cuestionamientos pueden in- validar los análisis de las sociedades de jefatura en los que la mirada evolucionista pueda forzar los datos en función de una explicación trans- histórica. También puede quedar en entredicho la ubicación de las sociedades de jefatura en una secuencia histórica predeterminada. Pero un con- cepto genérico de sociedades de jefatura - como el que se enunció anteriormente - podría soste- nerse con independencia de la postulación de le- yes generales de evolución. De lo que se trataría, es de considerar este tipo de sociedades por lo que tienen de específico antes que por las analo- gías relativas que puedan darse con tipos de socie- dades radicalmente diversas y que, por ejemplo, terminan conduciendo a suponer una continui- dad entre jefes y reyes por la mera constatación de que ambas condiciones constituyen posicio- nes de liderazgo social. En este sentido, tal pare- ce que el concepto de sociedades de jefatura podría resistir este primer tipo de embates.

IV

Ahora bien, el segundo tipo de críticas teóricas resulta - respecto del concepto de sociedades de

2 Ciertamente, ha habido otro conjunto de críticas, más "mo- derado", dirigido contra los análisis que planteaban una evolución "unilinear, vale decir, idéntica para todas las sociedades. Como alternativa, se han propuesto modelos "multilineales", que permitían cursos de desarrollo di- versos (Sanders y Webster, 1978:268-283; Maisels, 1987:332-335; Feinman, 1995:263-264). Sin embargo, se trata de un tipo de críticas que no pone en duda el continuum ni la existencia de una escalera evolutiva con peldaños, uno de los cuales - al menos en algunas secuencias - es el que corresponde a las sociedades de jefatura. Por tal razón, no nos detendremos aquí en su consideración.

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jefatura - más radical e incisivo. Se trata del que se dirige contra la posibilidad de utilizar tipologías en el análisis de formas de organización social. Curiosamente, se trata de objeciones sostenidas tanto por una de las escuelas más fervientemente evolucionista (la neo-darwiniana) como por las posiciones más abiertamente anti-evolucionistas (entre ellas, las post-procesuales). En términos generales, lo que unifica tales planteos - muy diversos por lo demás - es el cuestionamiento a la posibilidad de clasificar sociedades en tipos sociales rígidos, tales como el de sociedades de jefatura (Dunnell, 1980:43-47, 1989:38; McGuire, 1983:93-95; Feinman y Neitzel, 1984:40-45; Shanks y Tilley, 1987:147-151; Bawden, 1989: 330; Durham, 1990: 192; Upham, 1990:5; Yoffee, 1993:64; O'Shea y Barker, 1996:13). Estono só- lo supondría un forzamiento teórico reductor sino que, además, implicaría la elaboración de unas ca- tegorías abstractas, idealistas, que tenderían a pri- vilegiar las identidades sobre las diferencias, y que no tendrían - por ello - mayor relevancia analítica. Como indican Shanks y Tilley, "cual- quier instancia empírica de una sociedad real des-

virtúa la eficacia de cualquiera de tales tipologías. Las tipologías sociales no son sólo ficciones teó- ricas sino también ficciones idealistas" ( 1 987: 151).

Ciertamente, como suele suceder con los plan- teos radicales, se trata de argumentos que son tan extremadamente ciertos como extremadamente in- movilizantes. Porque, en efecto, en el límite, lo real es inefable. Cualquier análisis de una determi- nada situación social - proceda de la observación etnográfica o del trabajo arqueológico - implica un forzamiento de lo real, que es sometido a los criterios que el investigador disponga acerca de qué debe ser relevado y cómo debe practicarse el análisis. Pero no hay allí un problema: se trata de las condiciones de trabajo propias de las discipli- nas sociales. Indudablemente, el concepto de so- ciedad de jefatura constituye un tipo ideal. No se halla ni puede pretender hallarse en la realidad. Y, como todo tipo ideal - desde los modos de pro- ducción marxistas hasta los tipos de dominación weberianos - , privilegia algunas características del registro empírico, de manera que, efectivamen- te, hace abstracción de diferencias y destaca identi- dades relativamente estables que se advierten en diversas situaciones históricas para intentar pen- sarlas. Pero los tipos ideales no intentan descri- bir la totalidad de las prácticas que integran las situaciones históricas sino, precisamente, propor- cionar abstracciones ideales en torno de deter- minadas prácticas. En tal sentido, difícilmente las "sociedades reales" puedan desvirtuar esas abs- tracciones porque esas abstracciones no preten- den recorrer exhaustivamente aquellas sociedades.

Por cierto, lo antedicho no significa que no haya infinidad de análisis que tienden a afirmar que las sociedades que evocan son "realmente" sociedades de jefatura, como si el registro docu- mental testimoniara por sí mismo la existencia de tal tipo de sociedades. Pero, en tal caso, nos ha- llamos ante un problema que no surge del concep- to en sí sino del modo en que es empleado. Y eso nos traslada a otro terreno de la discusión.

V

En efecto, otra de las críticas que ha merecido el concepto de sociedades de jefatura apunta - antes que al concepto en sí - a un modo habi- tual de empleo: se trata de aquellos análisis cuyo

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objetivo central parece ser meramente taxonómico, es decir, que sólo intentan determinar en qué ti- po estable, en qué peldaño debe ser "colocada" la situación que es objeto de estudio (Yoffee, 1 979: 25;Nielsen, 1995:3 1-34; O'Shea y Barker, 1996: 14). En lo que aquí atañe, se trata del conjunto de estudios que, luego de minuciosas consideracio- nes, llegan a la conclusión de que la sociedad ana- lizada debe ser considerada como una sociedad de jefatura. O bien aquellos otros que, en tren de especificar con mayor grado de detalle, estable- cen que se trata de un subtipo de la misma fami- lia: así, se ha distinguido entre sociedades de jefatura individualizantes u orientadas al grupo (Renfrew, 1974:74); simples o complejas (Earle, 1 99 1 :73-74; Kristiansen, 1 99 1 : 1 6-26); mínimas, típicas o máximas (Carneiro, 1981:47); basadas en el parentesco o con divisiones de clase (Wolf, 1987 [1982]: 126); con medios de pago basados en el control de materias primas o de bienes de prestigio (D'Altroy y Earle, 1985:187-206; Earle, 1997:209-21 0).3

Las objeciones a este tipo de estudios son indudablemente razonables. Si el principal resul- tado de la investigación es el de determinar en qué tipo ideal puede "encajar" mejor la sociedad ana- lizada, si lo que se busca es simplemente un rótu- lo o la clasificación de la sociedad analizada en una grilla predeterminada, la ganancia de tal análi- sis resulta cercana a cero. Un procedimiento ana- lítico alternativo tendería más bien a recurrir al concepto de sociedades de jefatura para orientar- se, a partir de él, en el análisis de algunas prácti- cas de una sociedad determinada. O, dicho de otro modo, si se admite la utilidad del concepto en determinado análisis, el análisis está aún por comenzar. Ciertamente, la "búsqueda" de socie- dades de jefatura como objetivo del análisis es un procedimiento solidario con la concepción teóri- ca evolucionista dado que, desde tal perspectiva,

al identificar la etapa a la que pertenece la socie- dad analizada, se obtiene automáticamente una hipótesis acerca del origen y del destino de tal so- ciedad. Pero, por fuera de las coordenadas del evolucionismo, la objeción se desvanece.

VI

Respecto de las dificultades en el empleo del con- cepto de sociedades de jefatura, un segundo tipo de cuestionamientos ha apuntado a "su incapaci- dad de capturar la importante variabilidad exis- tente en la organización de pueblos no estatales con incipientes manifestaciones de desigualdad y heterogeneidad" (Nielsen, 1995:23; véase tam- bién Feinman y Neitzel, 1984:78; Ferguson, 1991:169-170; O'Shea y Barker, 1996:13-24). Desde este punto de vista, lo que resulta cuestio- nable es la amplitud del concepto, especialmente en referencia a contextos etnográficos. En efecto, bajo el mismo concepto podrían ser reunidas sociedades que agrupan desde unos cientos de in- dividuos hasta decenas de miles, con una gran diver- sidad en relación con los niveles administrativos, los patrones de asentamiento, los criterios para la demarcación de status o las funciones ejercidas por los líderes. En este sentido, un difundido estu- dio comparativo publicado en 1 984 por Feinman y Neitzel acerca de alrededor de un centenar de "sociedades sedentarias pre-estatales" en Amé- rica daba cuenta de esa enorme variabilidad que el concepto de sociedades de jefatura parecía deses- timar. Así, la desconfianza acerca del concepto po- dría sostenerse a partir de la propia práctica que el concepto no lograría tomar en consideración.

De hecho, podría interpretarse la actual pro- liferación de subclasificaciones de sociedades de jefatura a la que recién referíamos como un efecto del malestar generado entre diversos investigado- res ante un concepto que sería demasiado indeter- minado como para dar cuenta de las características de las sociedades de referencia.4 Ahora bien, los 3 Algo similar sucede con la clasificación de las sociedades

llamadas "transigualitarias" que propone Hayden (1995: 3-86), en la que las sociedades de jefatura aparecen como el último eslabón de una cadena de desigualdad creciente en la que se podrían distinguir distintos tipos de liderazgo {despots, reciprocators, entrepreneurs). Y lo mismo po- dría decirse de los tres tipos del Estado temprano (en ges- tación, típico y transicional) propuestos por Claessen y Skalník (1978:22-23), que constituirían los eslabones inmediatamente posteriores a las sociedades de jefatura.

4 Sin embargo, semejante modo de afrontar aquel cuestionamiento difícilmente aplaque el tono de la obje- ción: en efecto, si lo que se cuestiona es el carácter gené- rico de un concepto y su no coincidencia perfecta con una situación analizada (por defecto o por exceso), cualquier tipo de conceptualizaciones correrá la misma suerte. En esta via, sólo una descripción de la sociedad analizada

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datos proporcionados por Feinman y Neitzel bien podrían refutar alguna definición del concepto que afirme que una sociedad de jefatura deba presen- tar un número de habitantes más o menos preciso, o que sólo pueda exhibir una cantidad determina- da de niveles administrativos, o que sus líderes sólo puedan ejercer algunas prácticas específi- cas. Pero, para una definición más genérica, como la proporcionada aquí más arriba, no parece ha- ber obstáculo en la heterogeneidad de los datos que ofrecen aquellos autores. Antes bien, podría decirse que el análisis de Feinman y Neitzel cons- tituye una buena prueba de la operatividad del concepto de sociedades de jefatura, dado que los autores han auscultado el registro etnográfico y etnohistóríco americano tras la búsqueda de so- ciedades no-estatales en las que exista una posi- ción de liderazgo institucionalizado, ¡y las han hallado! De hecho, podría decirse que el nombre genérico que prefieren utilizar los autores en su análisis ("sociedades sedentarias pre-estatales") es teóricamente más inconveniente, pues supone que se trata de sociedades que necesariamente preceden a una formación estatal, lo cual sólo pue- de sostenerse desde una posición abiertamente evolucionista.

Por cierto, podrá argüirse entonces que un con- cepto tan abarcativo puede ser teóricamente co- rrecto pero analíticamente muy poco útil. Pero lo mismo podría decirse, por ejemplo, del concepto de "sociedad estatal": se trata de un concepto su- mamente indeterminado que, sin embargo, puede resultar de utilidad para caracterizar sociedades donde se verifica la existencia del monopolio legí- timo de la coerción en las manos de un reducido grupo de la sociedad. Como indicaba Max Weber a propósito de la sociología y de la elaboración de tipos ideales, "como en toda ciencia generaliza- dora, es condición de la peculiaridad de sus abs- tracciones el que sus conceptos tengan que ser relativamente vacíos frente a la realidad concreta de lo histórico. Lo que puede ofrecer como con- trapartida es la univocidad acrecentada de sus conceptos" ( 1 992 [ 1 922] : 1 6- 1 7).5 En todo caso,

la cuestión de la utilidad de un concepto depende más del problema que se intente analizar que de la cantidad de trazos que lo constituyan. Sobre este punto, volveremos más adelante.

vn

Finalmente, existe otro tipo de críticas a los proce- dimientos analíticos en los que el concepto es usual- mente empleado. Lo que se cuestiona aquí es la posibilidad de utilizar el concepto de sociedades de jefatura en contextos que sólo pueden ser evoca- dos a través de evidencias arqueológicas. En efec- to, aquí no se pone en tela de juicio el concepto. Sin embargo, habida cuenta de que ha sido elabora- do básicamente a partir de observaciones etno- gráficas, se señala que su aplicación en el terreno arqueológico es no sólo muy difícilmente consta- table sino también metodológicamente objetable. Y esto, por dos motivos. Por un lado, porque no resultaría lícito inferir, a partir de la detección arqueológica de algunos atributos "visibles" pero aislados, los restantes atributos que integran la definición teórica de un tipo de sociedad: dicho de otro modo, el principio pars pro toto no po- dría ser invocado. Y por otro lado, porque un modelo básicamente elaborado a partir de análi- sis en contextos etnográficos no podría propor- cionar información sobre contextos prehistóricos en los que posteriormente surgieron Estados, pues, los primeros no dieron lugar a los procesos que se desencadenaron en los segundos (Yoffee, 1979:25, 1993:73; Haas, 1982: 10-13; Feinman y Neitzel, 1984:44, 78; Nocete, 1984:295-301, 1989: 13-28; Crone, 1986:56-59; Gamble, 1986: 27-28; Nielsen, 1995:34-37).

Hasta cierto punto, se trata de argumentos que - otra vez - resultan sumamente razona- bles. En efecto, los testimonios que confirman la existencia de determinadas características socia- les no necesariamente confirman la existencia de otras características que el modelo teórico pue-

será suficientemente precisa y adecuada. Pero tal cosa no deja espacio para el pensamiento teórico.

5 En algunos análisis (cf. Ferguson, 1 99 1 : 1 69- 1 70), la exis- tencia de tipos ideales "puros" como "jefaturas" o "Es- tados" se asume explícitamente como un obstáculo para

comprender "la gran variación que existe dentro de esas categorías". En efecto, en tal estudio, el autor pretende analizar "la variabilidad dentro y la continuidad a través de las formas políticas". ¿Qué "formas políticas"? Jefatu- ras y Estados, es decir, ¡dos tipos ideales puros! Después de todo, entonces, parece que esos tipos ideales resultan de alguna utilidad para esta clase de análisis.

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de suponer. E, indudablemente, si no se adscribe a un criterio fuertemente evolucionista, una so- ciedad no-estatal relevada etnográficamente no puede describir una sociedad pre-estatal: huelga decirlo, la sociedad hawaiana del siglo xvm no des- cribe, por ejemplo, lo que sucedió en la Antigua Mesopotamia, unos 3,500 años antes de Cristo. Sin embargo, tomando en cuenta la escasez docu- mental con que se enfrenta frecuentemente todo aquel que intenta pensar en las sociedades que preceden a la aparición de los Estados, un concep- to como el de sociedades de jefatura puede ofre- cer alguna utilidad para interpretar esos escasos y opacos testimonios que son obtenidos por la vía arqueológica.

En efecto, no se trata de que el modelo teóri- co acerca de las sociedades de jefatura ocupe in- mediatamente el lugar de la explicación acerca de las principales características de una determina- da sociedad pre-estatal. Antes bien, se trata de que el conocimiento que el investigador disponga acerca de diversos modelos teóricos le permita emprender un rumbo analítico, iluminando de algún modo unos objetos que por sí mismos, huel- ga decirlo, no se pronunciarán acerca de su signi- ficado. Por lo demás, sería sumamente ingenuo suponer que, si se evita el uso de conceptos tales como el de sociedades de jefatura, el camino quedaría despejado para una comprensión más "fiel" del registro arqueológico. Inevitablemente, otras ideas tendrán que acudir para intentar dar sentido a ese registro. En el mejor de los casos, se tratará de otros conceptos, igualmente exteriores a la sociedad analizada. En el peor, en ausencia de aparato conceptual explícito, esas ideas proven- drán del "sentido común" del investigador, el cual puede conducirlo rápidamente a interpretar los objetos del registro en términos etnocéntricos. De allí que la esperanza de una comprensión direc- ta del registro arqueológico sea, necesariamente, una esperanza vana.

vm Así pues, tomadas en conjunto, las objeciones acerca del concepto de sociedades de jefatura no parecen conducir inevitablemente a su defini- tivo abandono. Ciertamente, no se trata de que el concepto - tal como fue definido entre los años

de 1950 y 1970 - pueda salir indemne de tales críticas. Antes bien, los cuestionamientos a la "escalera evolutiva" frecuentemente implícita en las formulaciones corrientes del concepto resul- tan sumamente certeros. Lo mismo sucede con las críticas a los análisis cuyos objetivos son me- ramente los de rotular las sociedades analizadas con el nombre de "jefaturas", de modo general o evocando alguno de los múltiples sub-tipos de la misma familia. O, incluso, con las objeciones a los análisis que, en lugar de reconocer que la inter- pretación de determinados datos en términos de sociedades de jefatura es una operación analíti- ca, suponen que tal tipo de sociedades puede ser "observada" directamente en el registro etnográfico o arqueológico. Ahora bien, todas estas críticas apuntan a algunas características del concepto o a ciertos modos en que el concepto suele ser em- pleado. Si se depura de su sesgo más evolucionista y se considera con independencia de sus usos más objetables, un concepto genérico de socieda- des de jefatura - como el que hemos propuesto al comienzo de estas consideraciones - aún pa- rece detentar cierta utilidad en el análisis de cier- tas formas de sociedades no-estatales.

¿En que consiste esa utilidad? Posiblemente, una pregunta tal no pueda ser respondida de mo- do absoluto. En efecto, otras coordenadas teórico- metodológicas pueden implicar no sólo otros conceptos u otros sentidos para los viejos con- ceptos sino también otros procedimientos analíti- cos y otras perspectivas de utilidad. En particular, el problema a analizar puede resultar decisivo a la hora de decidir el empleo de un concepto deter- minado. Sólo por ofrecer una experiencia, pode- mos referirnos mínimamente a un proceso que hemos abordado en otra parte: el del surgimiento del Estado egipcio.6 El análisis partía de la cons- tatación de evidencias arqueológicas e históricas que permitían suponer la formación de una socie- dad estatal en la segunda mitad del iv milenio a.C, lo cual implicaba, a su vez, la existencia - a partir de aquella época - de una élite capaz de acceder al monopolio legítimo de la coerción. El análisis

6 Se trata del objeto de nuestra Tesis doctoral (De los jefes- parientes a los reyes-dioses. Surgimiento y consolida- ción del Estado en el Antiguo Egipto, Universidad de Buenos Aires, 2001). Al respecto, véase Campagne 2001:13-31.

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requería también la consideración de las eviden- cias disponibles acerca de las sociedades asenta- das en el valle del Nilo con anterioridad al advenimiento del Estado. Tal cuestión constituía un problema no menor, dado el carácter disperso y sesgado de aquellas evidencias.

Ciertos indicios, sin embargo, parecían cobrar sentido si se los consideraba a la luz del concepto de sociedades de jefatura: un patrón funerario en el que podía advertirse una clara diferenciación social pero también una organización que remi- tía, de diversos modos, al predominio del paren- tesco como práctica de articulación social; una serie de objetos que podían ser interpretados como insignias de liderazgo; unos testimonios ico- nográficos en los que ciertos personajes - por sus acciones, su tamaño o su indumentaria - se destacaban sobre los demás integrantes de las escenas. Así, el concepto de sociedades de jefatu- ra parecía proporcionar cierta utilidad para pos- tular un orden en lo que sólo constituía un puñado de heterogéneos objetos. Y a partir de allí, el aná- lisis se orientó a pensar cómo unas sociedades del tipo de las sociedades de jefatura pudie- ron devenir estatales en el valle del Nilo. Entiénda- se bien, no se trató de postular un paso evolutivo entre unas sociedades más simples y otras más complejas ni de suponer que era inevitable que las sociedades de jefatura nilóticas, con el tiem- po, tuvieran que devenir estatales. Por el contra- rio, se trató de "construir" unas sociedades de jefatura nilóticas para pensar el problema del sur- gimiento del Estado en Egipto. No se trató de las constricciones impuestas por alguna ley evoluti- va sino de la elección de una herramienta para dar cuenta de un problema histórico específico.

Desde nuestra perspectiva, aquí radica la utili- dad que aún puede tener el concepto. Como he- rramienta para pensar. Como herramienta cuya utilidad no depende tanto del modo en que fue construida ni de los usos para los que originalmen- te fue prescripta, sino de los problemas a los que se enfrente el investigador. En tal sentido, como sucede con toda herramienta, alguna será útil sólo para ciertos problemas; para otros problemas, se necesitará de otras herramientas. Ante una situa- ción histórica específica, cualquier concepto puede resultar analíticamente apropiado o inapropiado. Y si resulta inapropiado, esto puede deberse tan-

to a la incompatibilidad entre el concepto y los testimonios de la situación histórica como a una estrategia analítica desafortunada. Pero ni la in- compatibilidad ni el mal uso pueden ser argumen- tos para cuestionar la existencia de la herramienta. En esta línea, parece que el concepto teórico de sociedades de jefatura aún puede ocupar un lugar en la caja de herramientas de los historiadores, de los antropólogos, de los arqueólogos. En efecto, lejos de la forja evolucionista en la que fue acuña- do, el concepto aún puede ser bueno para pensar.

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