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Deep in Fantasy Burn 1 BURN Julianna Baggott Julianna Baggott es la autora de esta historia. No me pertenece, yo sólo la traduje. Espero que este último libro tanto como yo lo hice-Deep in Fantasy

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BURN

Julianna Baggott

Julianna Baggott es la autora de esta historia. No

me pertenece, yo sólo la traduje. Espero que este

último libro tanto como yo lo hice… -Deep in Fantasy

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PROLOGO

BRADWELL

Él conocía el final. Podía verlo casi tan claro como vio el principio.

-Empieza allí, -Susurró al viento. Sus alas eran gigantescas. Las plumas aleteando; algunas eran arrastradas a sus espaldas. Tiene que tensar sus alas contra el viento mientras camina, atravesando los campos de rastrojos hacia el risco de piedra. Quiere retroceder, hacer un túnel y cavar hacia el niño pequeño que una vez fue. Esto es lo que nunca le había dicho a nadie. Él no estuvo durmiendo durante el asesinato de sus padres; quería creer que lo había hecho. Después de que los hombres entraron a su casa, un altercado lo despertó, su madre gritando, probablemente justo antes de que ella y su padre fuesen disparados. Bradwell había sido advertido sobre gente entrando a la fuerza en su casa. Rápidamente se levantó de la cama y se escondió debajo de ella. Vio un par de botas en el espacio entre la falda de la cama y el suelo. Se apostaron al lado de su litera, y entonces uno de los asesinos –próximamente, su asesino— se arrodilló, levantó la tela, y por un momento, estuvieron cara a cara. Bradwell no se movió, aguantó la respiración. La cara del hombre era larga y angular, con una barbilla levemente torcida. Tenía ojos azules. Finalmente, sin una sola palabra, dejó caer la falda. Le dijo al otro hombre que se encontraba con él: -El chico debe de estar en una pijamada. -¿Revisaste el cuarto? -Revisé la maldita habitación. Los escuchó irse y ni siquiera entonces se levantó. Pretendió dormir, aún bajo la cama. Pretendió soñar. Y luego, abrió los ojos, y esta es la parte que confesó: bajó a la cocina como si fuera una mañana cualquiera; eso podría ser todo lo que su cerebro podía manejar. Como sus padres no estaban haciendo el desayuno, los llamó, y sólo entonces comenzó a entrar en pánico. Finalmente, encontró sus cuerpos aún en la cama.

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Podría haber corrido hacia el grito de su madre, pero en su lugar se escondió. Le contó a Pressia que había estado dormido durante los asesinatos, y había querido creer que eso era verdad. En realidad, ese día fue la primera vez que debería haber muerto, pero, por mucho, no la última. El hecho de estar vivo es accidental. Trepa las rocas y camina al borde del risco. Está oscuro, pero la luna es brillante. Extiende sus alas y se inclina hacia la brisa. Por un momento piensa que el viento cesará y que él caerá hacia delante y volará. Pero sus alas no lo sostendrían. Volar. Ese no es el final. Acaba en polvo y ceniza. Estaba destinado a ser un mártir, junto a sus padres. Él tomó prestado este tiempo con sus hermanos—El Capitan y Helmud. Nunca se supuso que se enamoraría o que alguien lo amaría a él—Pressia. Cuando piensa en ella, es como si patearan su corazón fuera de su pecho. Pudo haber muerto con ella en el suelo congelado de un bosque. Pudo haber muerto unido a sus hermanos, con su sangre entremezclándose. Pero ninguno de esos fue el fin. Aquí, en el risco, ve el final: él yaciendo en el suelo entre el polvo y las cenizas de su tierra natal y su pecho abierto a desgarrones. La verdad se eleva de su cuerpo como un moño largo desplegándose, moteado con su sangre. ¿Cómo pasará? ¿Cuándo? Sólo sabe que no está muy lejos. Con el viento atravesando sus alas, siente como si estuviera corriendo hacia ello— ¿O es el final apurándose para encontrarlo? Esta vez no se ocultará. Esta vez correrá hacia el grito.

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PRESSIA

Llave

La puerta del cuarto de Pressia está trabada. Las guardianas vienen y van

con llaveros, tintineando—¿Cuántas habitaciones hay? ¿Dónde está

Bradwell? ¿Helmud y El Capitan? ¿Dónde están sus cosas—el vial, la

fórmula?

Las guardianas nunca responden a sus preguntas. Le dicen que se mejore. –

No estoy enferma. –Le dicen que descansen. –No puedo dormir. –Sonríen y

asienten y señalan las alarmas en cada una de las paredes de su habitación.

–Aprieta aquí si hay una emergencia. –Las guardianas también llevan

collares con botones de emergencia adheridos. Pero ella no sabe qué tipo de

emergencia esperar. Cuando pregunta, dicen, -Por si acaso…

-¿En caso de qué?

No le dirían.

Cada día es lo mismo.

Demasiados días para contar; pasaron semanas- ¿Casi un mes, ya?

Las guardianas son todas mujeres y doradas, cada una de ellas, casi

brillantes ¿Es la luz de lumbre? Es que tantas están embarazadas— ¿No

brillan las mujeres en cinta? ¿Es algún tipo de radiación interna? La

mayoría tiene panzas que sobresalen de sus caderas. Hinchadas.

Pero no sólo las guardianas son doradas. Los niños en el campo también lo

son. Son enviados afuera a diferentes intervalos de día para jugar. Tienen

palos y bolas y redes en postes enterrados en el frío suelo. Dorados, todos

ellos, como si se hubieran parado sobre algo levemente metálico, y sin

fusiones o cicatrices o marcas. Solamente piel. Las alarmas se bambalean

en la parte frontal de sus abrigos.

Las guardianas le traen a Pressia bandejas con comida: sopa caliente, avena,

vasos grandes de leche fría— leche blanca, blanca, sin una pizca de ceniza

en ella. Los devoradores de ceniza están por todas partes, escabulléndose

entre las cucharas, en los bordes de la bañadera de metal, en los paneles de

las ventanas, dentro y fuera. Con la espalda de un escarabajo y levemente

iridiscente, parecían trabajar día y noche, resistiendo el frío.

Una de las guardianas le dijo que habían sido engendrados para utilizar sus

delicados brazos para palear cenizas dentro de sus pequeñas bocas, para limpiar la loza—así fue como lo dijo.

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Ellos eran la razón de por qué el cielo fuera de la ventana estaba teñido de

azul en lugar de gris.

Ellos eran el por qué las sábanas, fundas de las almohadas, y hasta las

pequeñas plumas de ganso que escapaban de la colcha eran generalmente

blancas. Pressia no recuerda haber visto nunca algo tan prístino.

Todo en su habitación es mantenido limpio. Le cambian las sábanas todos

los días. En el baño adjunto, siempre hay una barra nueva de jabón. Alguien

incluso saca los pequeños mechones enredados de cabello suelto de su

cepillo; cada mañana está limpio.

Pasa sus dedos por la ventana y mira a través de ella. Puede divisar una

antigua torre de piedra, inclinada como si fuera arte del viento, extrañas

bestias de caminar pesado— del tamaño de vacas pero con abrigos espesos,

gomosos y sin pelo, ocasionalmente con colmillos—vagando por la niebla,

cuesta abajo. Más allá de la manada, está la aeronave, atada al suelo por un

montón verde; había sido tragado por las vides.

¿Alguna vez volverían? A casa ¿Siquiera existía? Y ahora, después de todo

lo que pasó, después de todo lo que hizo, ¿Se merece un lugar llamado

hogar? Bradwell, sus alas masivas —ella le hizo eso.

Quiere regresar a como era antes. Pero no hay vuelta atrás.

Para limpiar la loza. ¿Pero qué haces cuando la loza no puede limpiarse?

¿Hay alguien trabajando en la aeronave? ¿Recuperaron Bradwell, El

Capitan, y Helmud las fuerzas suficientes como para viajar? ¿Bradwell la

perdonará alguna vez?

-¡Esto es una pérdida de tiempo! –Había perdido la paciencia un par de

veces y gritado a las guardianas -¡Necesitamos volver a casa! ¡La gente nos

necesita!

Ellas sonríen, asienten, apuntan a las alarmas en las paredes.

Al anochecer, cuando su cuarto se oscurece, la alarma brilla con rojo y

escucha el aullido. Viene con cada atardecer— caninos a la distancia

¿Lobos, zorros, coyotes? ¿Qué perros aulladores viven en esta tierra?

Algunas veces desea que los perros se acerquen, amenacen con devorarla.

Tal vez quiere ser vuelta pedazos, desaparecer.

Y se despierta sintiéndose del mismo modo. Es su culpa a la que quiere

destruir, devorar, hacer desparecer. Bradwell. Piensa en él ahora, con su

habitación llenándose con la luz matutina. Después de inyectarle el suero a

los pájaros en su espalda, después de que esas alas crecieran rápida y

ferozmente mientras sus costillas y hombros también se expandían, él dijo:

-¿Qué me has hecho?

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Ella sabe que lo traicionó. Él no quería ser salvado por los contenidos del

vial— la medicina que puede que algún día lleve a la Purificación de los

sobrevivientes, de todas esas cicatrices y fusiones. Quería morir Puro— por

su propia definición de la palabra.

Pero no podía dejarlo ir.

Sola, aún soñolienta, se recuesta en la cama y recuerda cómo era estar en el

paso subterráneo sobre el duro suelo con Bradwell, sus manos ásperas y

cálidas, rodeando su cara. Era como estar completamente viva por primera

vez en su vida—cada una de las células de su cuerpo despiertas. Y ahora,

algo dentro suyo se siente muerto. Se siente vacante. Bradwell la odia. Se

odia a sí misma. No está segura cuál es peor. Haría cualquier cosa para

ganarse su confianza de vuelta, pero sabe que el daño no puede ser

deshecho.

Entiende por qué odia la idea de ser capaz de revertir sus fusiones, borrar

sus cicatrices, filosóficamente; él no quiere revertir o borrar el pasado, los

pecados de la Cúpula. Pero ella no entiende por qué no hay siquiera una

pequeña parte de él—muy al fondo— que desee estar entero de nuevo.

Toca la cicatriz en el interior de su muñeca— una línea fina y arrugada

donde la piel sintética de la cabeza de muñeca delineaba sus propias

terminaciones nerviosas. A los trece trató de cortar la muñeca. Recuerda la

sensación del cuchillo sobre su piel. Su punta era afilada. Era algo de lo que

ella tenía control— no algo que le pasaba a ella. Le encantaría tener el

control ¿Acaso pensaba que un muñón iba a ser mejor? ¿Pensaba siquiera?

No realmente. Solamente quería ser libre.

Aún quiere eso. El vial y la fórmula la acercaban un paso más a esa

posibilidad, pero Bartrand Kelly confiscó estas cosas— lo que todos habían

arriesgado sus vidas para descubrir. Si conseguía llevar estas cosas devuelta

a la Cúpula donde hay científicos trabajando en laboratorios, no solamente

la ayudaría a ella. No. Habría un futuro donde todos los supervivientes

estaban enteros de nuevo.

Frota sus nudillos ocultos bajo la cabeza de la muñeca y rasca su brazo.

Quiere estar entera. Después de todos estos años, ¿quién no?

Una llave repiquetea en la cerradura. La manija gira. Es una mañana

brillante.

Pressia se sienta en el borde de la cama, esperando.

Fedelma es la única guardiana de la que conoce el nombre. Está a cargo del

resto y recoge su cabello en dos rodetes puntiagudos arriba de su cabeza.

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Ella tiene más poder y quizás sea por esta razón que le es permitido hablar

más. Pressia se alivia al verla.

Fedelma también está embarazada. Su estómago es un tenso tambor que

tiene que soportar, y no es joven.

Su pelo es canoso en las raíces. La piel que rodea sus ojos se arruga un

poco cuando sonríe. Empuja la puerta con una mano y sostiene una bandeja

de estaño en lo alto con la otra. -¿Dormiste? -Pregunta.

-Apenas, -Dice Pressia, y va directo al grano. –Quiero ver a Bartrand Kelly.

–No lo había visto desde el primer día— una mezcla fugaz de sonidos,

espinas, sangre y alas— cuando habían sido cargados dentro del carrito y

llevados dentro. –Tiene cosas que me pertenecen.

-Él es fiel a su palabra, -Dice Fedelma, apoyando la bandeja al lado de la

cama. –Te contará todo cuando sea el momento correcto.

Todo ¿sobre su madre y padre? ¿Sobre su pasado? Bartrand Kelly era uno

de los Siete. Era amigo de sus padres cuando eran jóvenes. Sabe más de

ellos que los que ella nunca podrá. Le parece increíble haber esperado

encontrar a su padre aquí. Lo extraña aunque él sea un extraño para ella.

-¿Y la aeronave? ¿Va a dejarla cubierta de enredaderas allí afuera?

-Las enredaderas funcionan como camuflaje por ahora. Mantendrán la nave

a salvo de predadores y bandas de ladrones. Es por eso que fueron criadas

para ser carnívoras. Protección.

“¿Criadas para ser carnívoras?” Piensa Pressia. En algún lado hay

laboratorios, campos de sembrado…

Fedelma se estira y sujeta gentilmente la muñeca de Pressia— no la de la

pepona, no. A Fedelma le sorprende la muñeca, trastornada por la forma en

la que está fusionada a su puño, aunque trata de pretender que no le afecta.

-¿Qué haces? -Pregunta Pressia.

Fedelma levanta la manga del suéter de Pressia, revelando su brazo. -¿Ves?

Tu piel ha comenzado a volverse dorada, -Dice. –Tu comida está infectada

con un químico que disuaden a las vides— una esencia emanada por tu piel.

Pressia ahora lo ve también. Una leve tonalidad. Empuja la manga hacia

abajo. –A la gente no le gusta ser envenenada. -Dice.

-A la gente no le gusta morir atragantada por enredaderas con espinas. –Es

verdad. Pressia vio cómo las plantas casi matan a Bradwell, El Capitan, y

Helmud. -Come, -Dice Fedelma, empujando la bandeja hacia Pressia.

-¿Por qué nadie me cuenta sobre las alarmas? ¿A qué le temen?

Fedelma frota sus brazos como si tuviera frío.

–No hablamos de ello. –Camina hacia la ventana.

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-Escuché los aullidos.

-Los perros salvajes son nuestros. Nos ayudan a mantenernos a salvo.

-¿Por qué no simplemente me lo cuentas? Dime la verdad.

-Nunca llegaron extraños. No sabemos cómo tratarlos, excepto como a

extranjeros, tal vez una amenaza.

-¿Parezco una amenaza?

Fedelma no contesta. –Uno de ustedes empezó a caminar por las tierras.

Desconozco cómo obtuvo el permiso. Era el que peor se encontraba cuando

llegaron. Tal vez no lo tenga permitido, pero aun así está allí afuera. Hasta

ahora lo vi dos días seguidos.

Pressia se levanta y camina rápidamente hacia la ventana.

-¿Bradwell?

Fedelma asiente. –Aún se encuentra algo inseguro de pie desde…

Las bestias domesticadas habían sido llevadas a alguna otra parte, pero los

chicos se encuentran allí— corriendo con pelotas y palos. Muchos de los

juguetes parecían nuevos, como los sombreros y bufandas. La navidad

acababa de pasar ¿Los consiguieron cómo obsequios? Gritan y silban. Unos

pocos cantan en un pequeño grupo, hacienda gestos al unísono.

Una niña pequeña con un suéter rojo brillante rodea los bordes de los

grupos. Sostiene una muñeca contra el pecho. Pressia se imagina a sí misma

a esa edad con su propia muñeca— la que está fusionada a su puño, para

siempre.

En algún momento fue nueva— sus ojos brillaban y se cerraban al unísono.

Ser nueva. Sentirse nueva. No puede imaginarlo…

Otra niña camina hacia la de la muñeca— su gemela. Ambas se agarran del

brazo de la otra y siguen caminando.

Muchos chicos, pocos adultos. Están repopulando. Deben hacerlo. ¿Dónde

estaba Bradwell? -¿Lo ves? -Pregunta Pressia.

-No, -Dice Fedelma. –Pero está allí afuera, en alguna parte.

-Yo también tengo que salir, -Dice Pressia.

Fedelma sacude la cabeza. –Necesitas comer. Necesitas dormir. Si vas a

fortalecerte necesitas…

-Necesito verlo, con mis propios ojos. -Pressia camina hacia la puerta, que

Fedelma olvidó trabar.

-¡No! -Dice Fedelma. -¡Pressia! ¡Detente!

Pero Pressia ya había atravesado la puerta y empezado a correr por el

vestíbulo. Encuentra una escalera y baja pisando fuertemente los escalones.

Puede escuchar a Fedelma detrás suyo. -¡Pressia! ¡No!

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¿Debería estar corriendo embarazada? ¿Cuántos años tiene, de todas

formas?

Pressia encuentra una pesada puerta hacia el exterior.

El aire es cortante y húmedo. Camina velozmente a través del campo de

niños, todos ellos dorados.

Un grupo juega a formar un círculo impreciso mientras que otros, dentro de

la ronda, giran y giran.

Mira tú reflejo.

Halla tu pareja.

¡Encuéntrate! ¡Encuéntrate!

¡No quedes al final!

Los niños en la ronda gritan la canción, y luego, los chicos mareados

persiguen a los otros, dispersándose por el pasto.

Pero otros, sin jugar, se detienen y miran a Pressia. Y ahora que se

encuentra entre ellos, divisa otro par de gemelos. Ve a un tercero que es

idéntico. Nunca vio trillizos antes. Aunque no quiere mirarlos fijamente; no

le gusta cuando la observan con fijeza.

Un chico de cabello negro azabache dice, -¡Miren! –Y señala al puño de

muñeca. Pressia se niega a ocultarlo.

Fedelma, jadeando detrás de ella, grita, -¡Callado, niño! Sigue con tu juego.

Pressia se dirige a la torre de piedra; necesita una mejor vista. Estos chicos

le recuerdan de cómo podrían ser las cosas en la Cúpula. El aire respirable,

la falta de deformidades, cicatrices y fusiones. Se pregunta dónde su medio

hermano, Perdiz, se encuentra en el momento. Había vuelto a la Cúpula

¿Está buscando gente que lo ayuden a encontrar una forma de tomar el

control del reinado de su padre? ¿Recordará a aquellos que sufren fuera?

¿Hará lo correcto? ¿Está Pressia haciendo lo correcto, prisionera aquí,

perdiendo tiempo preciado? ¿Será Bartrand Kelly fiel a su palabra?

-¡No deberías estar fuera! –Le grita Fedelma. -¡Te encuentras bajo órdenes

estrictas de recuperación! Si Bartrand Kelly se entera sobre esto, no será

bueno ¿Estás escuchando? ¿Lo estás?

Pressia corre el resto del camino hacia la torre, con los pulmones doliéndole

por el frío. Sube la pequeña escalera circular de a dos escalones,

propulsándose con la baranda con su mano buena. Presiona el lado de la

cabeza de muñeca contra su pecho, como si pudiese escuchar su frenético

corazón.

La torre es redonda con techo picudo. Las ventanas estrechas solo son

agujeros— sin vidrio. El viento sopla dentro. La piedra está fría y curtida,

con parches de musgo resbaladizo. Se detiene en uno de los agujeros y mira

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el exterior –Niebla ondulada, otra vista de la aeronave. Las vides crujen y la

aeronave parece balancearse un poco ¿Están las enredaderas apretando

tanto que la nave es sacudida por ellas?

¿Alguna vez saldrán de allí? Sin la aeronave, no es posible.

Se mueve con rapidez a la próxima ventana—unas pocas bestias, del tipo

que no puede nombrar, huelen el pasto cerca de un saliente rocoso.

Escucha las botas de Fedelma en la escalera. Pressia se gira y allí está ella,

respirando pesadamente.

-¿Deberías correr detrás mío en tu condición? -Dice Pressia.

-¿Deberías estar corriendo por ahí en tu condición? -Rebate la mujer.

Ambas dejaron la casa principal sin abrigo. Fedelma se abraza a sí misma,

con los brazos sobre su panza. El viento mueve los finos cabellos que se

habían soltado de los dos rodetes sobre su cabeza.

-¿Por qué piensas que yo estoy enferma? -Pregunta Pressia.

-Bradwell, El Capitan, y Helmud— ellos fueron los que casi mueren. No

yo.

-Ellos enfermaron por las heridas de las espinas, pero tu caso es más serio,

en algunos aspectos. Estás enferma del corazón.

Pressia se sorprende. –No sé de qué estás hablando. –Pero si lo hace. El

dolor se encuentra en su interior, como si una piedra pesada se hubiera

posado en su pecho. Culpa, pérdida, traición. Se mueve hacia la siguiente

ventana y mira a través de ella. Solamente ve cielo y tierra, y árboles en la

distancia. Un devorador de ceniza se arrastra por las rocas acomodadas de

forma ceñida. Le da un empujón con la punta del dedo.

-Tienes que sanar desde dentro, -Dice Fedelma. –Toma tiempo.

Los ojos de Pressia se llenan de lágrimas. El peso es tan abrumador que le

es difícil respirar. Aprieta sus pulmones, y le provoca dolores agudos en el

pecho.

-Kelly quiere verlos hoy. A todos.

-¿Por qué no me dijiste antes?

-No se supone que te debería haber contado. –Suspira. –Te ayudará, pero

querrá algo de vuelta.

-¿Qué?

Fedelma señala una ventana con la cabeza. Hay silencio por un momento,

excepto por los chicos jugando en el campo y viento. –Allí está el que

buscas, -Dice la mujer, y se aleja de la ventana. -Mira.

Pressia se mueve con rapidez.

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Bradwell está caminando cuesta abajo a través del pasto alto. Tres pares de

alas masivas encorvadas en su espalda, coincidiendo con la suela de sus

botas, y las puntas siendo arrastradas por detrás. Él no está acostumbrado al

peso de las alas, y las duras ventiscas lo empujan y vuelven torpe,

desgarbado e inseguro –casi como un potro tratando de acostumbrarse a

nuevas piernas.

Fignan, siempre leal, lo sigue, su pequeño cuerpo de caja negra suspendido

en sus piernas larguiruchas conectadas a las ruedas, las cuales aplastan un

pequeño camino de pasto detrás de él.

Recuerda la jeringa en su mano temblorosa y cómo había inyectado a cada

una de las tres pequeñas aves incrustadas en su espalda. Él quería morir

bajo sus propios términos. Ella le arrebató eso. Aun así, está vivo.

Su corazón golpea contra su pecho. No puede disculparse por salvarlo, no

importa qué. No puede.

Y nunca la perdonará por ello.

Bradwell se detiene, y por un momento, se pregunta si puede sentir sus ojos

en él. Pero el chico no gira en su dirección. Mira al cielo—pájaros viraban

sobre su cabeza. Aún se encuentra pálido por la pérdida de sangre, pero su

mentón es puntiagudo y sus ojos acerosos. Suspira profundamente, lo cual

ensancha su pecho. Mientras observa a las aves planear, una de sus alas se

sacude casi imperceptiblemente.

Gírate. Gírate y mírame, lo urge. Estoy aquí. Pero él se incorpora nuevamente y sigue caminando en el viento.

PERDIZ

LUTO

Trepa por su garganta. Lo maté. A veces incluso abre la boca como si

realmente se lo fuera a decir a alguien. Maté a mi padre. El líder que aman—Willux, su salvador—lo asesiné. Pero entonces su garganta se

cierra.

No le puede decir sobre esto a nadie, por supuesto—excepto a Lyda.

Después de confesarse ante ella, se sintió más aliviado—pero sólo por un

corto tiempo. La ve cada pocos días y pasó Noche Buena con ella, casi un

mes atrás. La mañana de Navidad despertaron e intercambiaron pequeños

regalos en su hermoso departamento, el que había hecho arreglar para ella

en el Nivel 2. Fue lo primero que hizo cuando el poder de su padre le fue

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transferido a él. Sacó a Lyda del centro médico, y ahora ella tenía gente que

se encargara de ella—y del bebé creciendo dentro suyo. Su bebé.

Le sorprende cuánto un secreto puede resonarle en la cabeza. Lo maté. Aunque no es sólo un secreto. Lo sabe. Es asesinato. Es el asesinato de su

padre.

Perdiz está sentado en la antecámara junto al salón principal, donde puede

escuchar a los dolientes empezar a hacer fila. Sofocaban su dolor, pero

pronto lo dejarían de hacer. Se pondría ruidoso y sofocante con todos los

cuerpos entrando, y Perdiz tendrá que aceptar sus condolencias, todo su

retorcido amor por su padre.

No se sorprendió cuando Foresteed entró a la habitación. Él había sido la

cara del líder de la Cúpula por algún tiempo, y atiende a la mayoría de estos

servicios. El padre de Perdiz lo había usado como representante desde el

comienzo de su deterioración, y seguramente Foresteed esperaba ser el

reemplazo de Willux después de su muerte. Naturalmente, Perdiz no le

enorgullece.

Foresteed no está solo. Lo flanquean Purdy y Hoppes, quienes trabajan para

él. Todos saludan y se sientan frente a él y la mesa de caoba. Perdiz lleva

puesto uno de sus trajes fúnebres. Tiene siete de ellos—uno para cada día

de la semana.

-Pensé que podríamos hablar un minuto, -Dice Foresteed.

-Bueno, a mí me gustaría saber cuántos funerales más habrán, -Dice Perdiz.

Es como estar de gira con la urna de su padre—una gira de luto. Lo peor es

sentarse aguantando los elogios. Algunos de los oradores hablaban sobre de

lo que su padre los había salvado a todos—los Miserables, aquellos viles

maldecidos de la humanidad, desalmados, ya inhumanos. Tuvo que

convencerse a sí mismo que podía hacerlos cambiar de parecer—cuando el

momento llegara. Le había dicho a Lyda, -Cuando conozcan a un

Miserable, como Pressia, todo cambiará. –Pero todo el asunto lo pone

enfermo y ansioso.

Foresteed ladea su cabeza y dice, -¿Es demasiado para ti? Quiero decir,

¿luchando con tu luto personal sobre toda esta adoración? ¿Seguro que

puedes manejarlo?

Foresteed es un conversador de muchas capas—Perdiz le concedía eso

¿Está siendo sarcástico acerca del luto personal del chico? ¿Está indicando

que no está lo suficientemente afligido? ¿Sospecha que él mató a su padre?

¿O está llamándolo simplemente débil? –Sólo quiero llegar al trabajo en

mano, -Dice Perdiz, -el trabajo que mi padre quería que hiciera. –Pone su

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mentón sobre su pecho y rasca su frente, escondiendo sus ojos un momento

porque se le habían puesto llorosos. El hecho era que, él mató a su padre, sí,

y no se arrepiente de haberlos hecho, pero también lo extraña. Esta es la

parte enferma. Lo amaba. A un hijo le está permitido querer a su progenitor

no importa qué, ¿o no? Perdiz odia como las emociones le llegan tan

rápido—culpa, miedo a ser expuesto, tristeza.

Purdy revisa una agenda en su portátil.

Para alguien que vive en la Cúpula, Foresteed está muy bronceado. Sus

dientes son tan brillantes que parecen pulidos. Su cabello se encuentra tieso,

como si hubiera sido rociado con espray de pelo. Dice, -La gente aún

necesita del luto en público.

-¿Qué hay sobre algo de luto en privado? -Dice Perdiz. –Culturalmente

hablando, creo que somos bastante buenos embotellando nuestras

emociones.

-Tu padre quería un período de luto en público, -Dice Foresteed. A veces

Perdiz piensa que el hombre puede haber odiado a su padre. Siempre el

segundo en línea, tenía que estar celoso del poder.

-Pero este servicio es diferente, -Dice Purdy.

-¿Cómo?

-Lo mencioné en mi último reporte, -Dice Foresteed. Le da a Perdiz

reportes todo el tiempo—gordas pilas de papeles llenos de actualizaciones

sobre política burocrática escritas en un lenguaje denso y sin sentido

(“Hasta el momento, la caución presumirá de vigor y resistencia ante los

deberes anteriormente tratados…”).

No soporta leerlos.

-Ah, cierto, -Dice Perdiz. –Debí de haberme perdido esa parte ¿Puede

alguien ponerme al día?

Purdy mira a Foresteed. –Todos los dignatarios y miembros de la alta

sociedad vienen esta vez, -Dice este último. –Está cerrado al público. De

todos modos, lo estaremos trasmitiendo. En vivo. Queremos que este se

sienta trascendental. El momento en el que la gente reconozca

verdaderamente a los líderes del mañana, avanzando a esta nueva fase.

Perdiz se apoya en el respaldo y suspira. Reconocerá a estas personas por

sus funciones políticas, fiestas, aquellos que viven en el edificio

departamental donde creció, padres de sus amigos de la academia. Sacude

la cabeza. –No quiero sentarme junto a Iralene esta vez. No me

malinterpreten. Me gusta Iralene. La respeto. Pero tienen que

acostumbrarse a la idea de que no vamos a casarnos. Cada vez que me ven

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con ella, va a ser más difícil de explicar que estoy con Lyda. –En víspera de

Navidad, Perdiz y Lyda se besaron un poco. Él puso su mano en la suave

piel de su estómago, donde el bebé recién empezaba a crecer. –Voy a ser

padre. Lyda y yo vamos a casarnos. Debemos introducir esta idea y

deshacer las mentiras de mi padre.

Hoppes sacude la cabeza y sus gordos cachetes se mueven. Él es el

responsable de manejar la imagen de Perdiz.

-Estamos trabajando en una historia que ponga todo esto en orden.

Tenemos un plan. Pero es demasiado pronto. Mi equipo está trabajando con

diligencia. Créeme.

-¿Qué hay de la verdad? –Perdiz siente un fogonazo de calor correr por él.

La mentira era como operaba su padre. Le contaba a la gente cuentos de

hadas para que pudieran dormir de noche—historias sobre un mundo

dividido entre Puros y Miserables. -¿Qué hay de la maldita verdad por una

vez?

Foresteed pone los puños sobre la mesa y se levanta, inclinándose sobre

Perdiz. –La verdad es que derribaste a alguien y te comprometiste con otra

persona. Tu querida, acomodada en un lindo lugar para mantenerla

callada—de tal palo, tal astilla.

-No soy en nada como mi padre. –Perdiz mira a Foresteed fijamente,

esperando a que recule, pero no lo hace. Le devuelve la mirada como si le

rogara que tomara un trago.

Purdy rompe el silencio. Rascándose la nuca, dice, -Simplemente no

entiendo por qué no estarías interesado en una chica como Iralene. Ella fue

hecha para ti.

-Literalmente, -Dice Perdiz.

-Bueno, es una verdadera conquista, -Dice Purdy. –A veces tienes que

confiar en alguien que te tenga un espejo en alto. ¿Estoy en lo correcto,

amigos?

Hoppes dice, -Sí, por supuesto.

Foresteed asiente.

Perdiz siente una presión en el pecho. –Amo a Lyda. No voy a ser

presionado por ustedes para desenamorarme, ¿bien? ¿Así que por qué no

mantienen sus malditas opiniones para ustedes mismos?

Purdy alza las manos. –Vamos a resolverlo ¡Va a estar todo bien!

Odia esto más que nada—animadas sonrisas defensivas para cubrir las

mentiras. Ya no lo soporta. Siente que su pecho podría explotar. Se inclina

hacia delante. –Sé la verdad. Y voy a liderar con la verdad. Mi padre fue el

mayor asesino en masa de la historia, -Dice Perdiz. Esta era la verdad que

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había escondido por un largo tiempo. Se siente bien decirlo. Se siente

poderoso por una vez. –La gente lo sabe, pero pretende que no. Se les fue

entregada una mentira, y viven de ella. Los debe de estar carcomiendo.

Tienen que estar listos para aceptarlo. Es la única forma de seguir hacia

delante.

-Jesús, -Dice Hoppes. Sacó un pañuelo de su bolsillo y lo presionó contra

su labio superior y su frente.

-¿Para qué fin posible? -Pregunta Foresteed, sus ojos abiertos con sorpresa.

–Quiero decir, ¿Quieres a los Puros y Miserables caminando mano a mano

hacia un mañana maravilloso?

-¿Dolería prepararse para el tiempo cuando dejemos la Cúpula y

empecemos una vida para nosotros mismos allí afuera? Quiero decir, ¿Qué

hay de un poco de compasión por los sobrevivientes? –Perdiz y Lyda

habían estado haciendo planes, cosas simples que pueden empezar a hacer

para mejorar vidas fuera—agua limpia, comida, educación, y medicina. –

Realmente podemos impactar en sus vidas para mejor.

-¿No es noble? -Dice Foresteed.

Perdiz no puede soportar su condescendencia.

Purdy dice, -Vamos a desacelerar por un minuto.

Perdiz está harto de posponer las cosas, evitar el conflicto. Ahora era el

tiempo. Levanta el tono, trata de sonar lo más calmado posible. -Miren,

estuve pensando sobre esto ¿Qué hay de malo con un consejo, conformado

por gente del interior y del exterior? –Él, Lyda, y Pressia podrían estar en

ese consejo—más Bradwell y El Capitan. Podrían progresar de veras.

-Dios. -Foresteed camina hacia la puerta, comprueba que esté cerrada, y se

vuelve a sentar en la mesa.

-¿Qué hay de malo con un consejo? ¿Qué hay de malo con algo de

progreso? -Dice Perdiz. Tiene que haber progreso. Fue por eso que se

entregó a la Cúpula, en primer lugar. Fue por eso que mató a su padre—

para pujar por algo esperanzador.

-No, no, no, -Dice Hoppes en voz baja. –Esta es tu gente, Perdiz, la gente

de la Cúpula. Les gusta la normalidad, la consistencia. No puedes irrumpir

en sus vidas y comenzar a destrozar cosas.

Perdiz quiere voltear la mesa. Cruza los brazos sobre el pecho para tratar de

contener su desbordado corazón -¿Por qué no? Tal vez sea la única forma

de que podamos reconstruir.

Foresteed ríe.

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-¿Qué es tan gracioso? –Perdiz odia a Foresteed de forma repentina. Su cara

se pone roja por el enojo. Hubiera sido mejor si lo hubiera golpeado o al

menos respondido—¿Pero reírse de él?

Hoppes dice, -Como investigador, me gustaría explicarte lo que la

“mentira”, como la llamas…

Purdy lo interrumpe, -Un término con el que estoy profundamente en

desacuerdo.

-Esa “mentira”, -Continúa Hoppes, usando comillas invisibles, -creó el

marco que le permite a la gente aceptarse a sí mismos, les permite mirarse a

los ojos, amar, y seguir adelante. Si te llevas eso, entonces…

-¿Entonces qué? -Dice Perdiz.

Foresteed sonríe. –Si les arrebatas su mentira, se auto-destruirán. Eso es

qué ¿Qué hay de un poco de compasión por la gente dentro de la Cúpula?

¿Eh?

La habitación se silencia. Estos hombres nunca lo verán desde su lado.

Habían otros dentro de la Cúpula que se suponía que estaban del bando de

Perdiz—Cygnus—aquellos que tenían el plan de meterlo en el poder, un

plan que su madre había tratado de poner en acción desde fuera ¿Dónde

demonios estaban ahora? A Perdiz le servirían algunos refuerzos. Ni

siquiera puede saber si Foresteed le está diciendo la verdad ¿Es que la

mentira mantiene a la gente unida o sólo trata de callar a Perdiz? –Quiero

ver a Glassings, -dice.

-¿Glassings? -Pregunta Hoppes.

-Mi viejo profesor de Historia Mundial. -Glassings es uno de los líderes

secretos de las células durmientes, parte de Cygnus, y el que le dio la

píldora para matar a su padre. En algunos aspectos, Glassings lo metió en

esto. Le gustaría que al menos se aparezca de nuevo.

-¿Por qué quieres verlo? -Pregunta Foresteed ¿El nombre de Glassings lo

alarma?

-Tengo algunas preguntas sobre historia mundial, -Miente rápidamente

Perdiz. –Me ayudaría saber cómo lideraron otras personas ¿No te parece?

-Tu padre era un gran líder ¿Qué más podrías pedir? -Dice Purdy, sonriendo

nervioso.

Quiere pedirle a Purdy que arregle una cita con Glassings, pero no le gusta

la mirada sospechosa en los ojos de Foresteed, así que suspira pesadamente

como si estuviera aburrido. -¿Cuántos más de estos servicios? –Pregunta

nuevamente.

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Purdy vuelve a examinar su agenda. Toca las fechas y cuenta en voz alta

hasta siete. –Eso es. Siete funerales más. No está mal.

-Y luego podemos publicar la nueva historia—el rompimiento entre tú e

Iralene y las noticias de tu nuevo amor, Lyda, -Dice Hoppes. –Abarcaremos

la situación del bebé dos meses después.

¿Van a seguir posponiéndolo? –La nueva historia sobre Lyda saldrá pronto,

¿Verdad? ¿Días, no semanas?

-Por supuesto, -Dice Hoppes.

Foresteed dice, -Sólo sal y di tus líneas, Perdiz. Déjalos mostrar su respeto.

-Bien, pero sin Iralene, -Dice Perdiz. –de todos modos, necesita un

descanso. Sólo mándenla a casa, ¿sí? –Le preocupa Iralene. Está bajo un

montón de presión, sintiéndose terriblemente escrudiñada, y sabe que su rol

está por cambiar. Perdiz le aseguró que siempre tendrá un lugar en su

vida—como amiga—y un sitio respetado en la sociedad, pero no sabe cómo

va a verse eso.

-No podemos prometer nada acerca de Iralene, -Dice Hoppes. –Sabes que

hay muchas piezas en juego aquí. –Se refiere a Mimi, viuda de su padre y

madre de Iralene, que puede ser impredecible.

-No podemos ser acorralados por Mimi. –Perdiz se levanta. –Estoy a cargo,

-Dice, aunque se siente nervioso al hacerlo. -Sin Iralene esta vez ¿Sí? No la

quiero sentada a mi lado en una proyección en vivo. -Lyda estará mirando,

¿o no? La imagina como la vio por última vez. Llevaba un largo camisón

blanco de algodón. Estaba cansada—no está durmiendo bien—pero

también inquieta.

-Me siento como un tigre enjaulado, -Le había dicho ella. –No sé cuánto

pueda soportarlo ¿Cuándo vas a volver?

La besó y le dijo, -Tan pronto como pueda. Mi vida no es realmente mía

por ahora, pero lo será dentro de poco. Ya viene. Lo prometo.

-Esta reunión acabó, -Dice Perdiz. Algunas veces, son las pequeñas cosas

las que se sienten tan bien—como anunciar el fin de una junta. No debería

importar, pero le gusta poder flexionar este músculo sin que nadie lo pueda

contradecir.

Foresteed da una zancada hacia la puerta, llega allí primero y la destraba. -

Permíteme, -Dice. Abre la puerta para Perdiz. Allí estaba la línea de

dolientes, vestidos inmaculadamente. Sus cabezas se giran, y miran a

Perdiz. Escucha un par de sollozos sofocados. Lo observan expectantes.

Foresteed le da una palmada a Perdiz en el hombro, con el agarre

demasiado duro. Se le acerca y susurra,

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-Te equivocas, lo sabes. Tu padre no sólo fue el mayor asesino en masa de

la historia. Fue el más exitoso. Hay una diferencia.

Perdiz pone una mano en la puerta, listo para salir del cuarto. –No viviré

sus mentiras por él. No soy su marioneta, y estoy completamente seguro

que tampoco de ustedes.

Foresteed le sonríe. Sus dientes casi brillan por su blancura. –Como si ya no

tuvieras tus propias mentiras, Perdiz. –Dice tan bajo que sólo el chico lo

escucha. –Si vas a confesarte, ¿Por qué no empiezas por ti mismo?

IL CAPITANO

ARMADURA

Il Capitano no tiene un cuchillo. –No necesito uno, -Le explica a Helmud.

–Estamos drogados. -Primero notó el cambio en el color de piel de los

brazos de Helmud—siempre colgando alrededor de su cuello. Al principio

pensó que era ictericia, pero luego, tan pronto como las guardianas le

dijeron que era un químico que repelía a las vides—sus espinas filosas y

caninas—requirió subir su dosis. –Dos corazones aquí, dos pares de

pulmones, dos cerebros—más o menos, -Dijo. –Necesitamos el doble de

medicinas. Mantenlo en mente.

Y ahora su piel se ve como si hubiera estado al sol durante todo el verano.

No roja y ampollada, sino marrón dorado. Casi tenía un brillo metálico.

Recuerda broncearse los brazos, cara y nuca de niño—un bronceado de

granjero, o así era llamado. Pero su color siempre estaba mezclado con

mugre. Él y Helmud eran el tipo de niños que se pasaban mucho tiempo en

bicicletas sucias, trepando árboles, remolcándose en el lodo. Quizás así era

más él que su hermano. De hecho, como niño, Helmud parecía, de alguna

manera, refinado. Il Capitano había sido el bravucón, el bruto—no tenía

opción. Era el hombre de la casa tan joven.

Con sus manos envueltas en toallas robadas de un gabinete, usa las

enredaderas para trepar hacia la escotilla, la cual, como la aeronave había

rodado sobre un costado, está ahora en la parte superior ¿Pero dónde está la

trampilla? No sobresale, que es como la había dejado cuando fue a buscar a

Bradwell. Las vides debían de haberla cerrado cuando hicieron su camino

por los costados de la nave.

Las enredaderas parecían presentir los químicos emanados por la piel suya

y de Helmud. No retroceden pero ciertamente no son agresivas y parece que

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se alejaran. Il Capitano escucha las espinas arañando el exterior de la nave.

Lo mata estarla rayando.

Las vides lo espantaban—no simplemente porque casi lo matan una vez,

sino porque no eran naturales. –Hay algo mal con este lugar, -Le dice a

Helmud. Se refiere a la manada de criaturas pastando en la colina—¿son

jabalíes gigantes? Y los chicos—todos por debajo de la edad de nueve, o así

parece, lo que significa que nacieron después de las Detonaciones. Además,

muchos eran parecidos. Para él no tenía sentido, pero sabe que está

desmadrado. –Definitivamente mal ¿Pero quién soy para hablar, verdad?

-¿Quién soy? -Dice Helmud ¿Está hablando filosóficamente? El Capitan se

alegra de que Helmud se pueda comunicar únicamente repitiendo. Si

verdaderamente pudiera expresarse, Il Capitano teme que su hermano

podría empujarlo a llevar la conversación hasta un nivel más profundo. Il

Capitano no es alguien para filosofar.

Ríe. -¿Quién eres? Mantengamos nuestra mierda junta, Helmud, ¿sí? No

vayamos por el camino profundo. Sabes a qué me refiero.

-Sabes a qué me refiero, -Repite Helmud, y Il Capitano sabe que debe

dejarlo. Helmud está en uno de esos humores en los que quiere reafirmarse

como persona. Sin charlas para él.

Un cuchillo ayudaría, pero no tenía tiempo para ir a buscar uno. Quería

salir. Quería ver su aeronave, y finalmente había reunido las fuerzas

suficientes para deambular. Se había escabullido, ¿Y ahora estaba siendo

vigilado a la distancia? Quizás ¿A quién le importa? Tiene una nave que

poner en orden y, con suerte, de vuelta en el aire. Tiene personas a las que

llevar a casa—Bradwell, Pressia. Piensa en ella y recuerda el beso.

Jesús.

La besó. Cada vez que piensa en ello, su corazón se vuelve una cosa

tortuosa en su pecho, toda tornada y mal—una rareza que latirá por ella por

el resto de su vida. La amará por siempre.

Bradwell pudo haber sido capaz de darle la espalda, pero Il Capitano nunca

podría hacerlo. Tendrá que aguantar el dolor. Tendrá que soportarlo dentro

suyo eternamente. Había sobrevivido hasta ahora con el peso de su propio

hermano. Conocía la carga. Se siente avejentado por ella, y aun así todavía

joven. Era un niño en el momento de las Detonaciones, apenas más grande

que Bradwell, pero se siente de mediana edad—probablemente porque

nunca tuvo una infancia. Sin un padre y con su madre siéndole arrebatada y

muriendo joven, fue apresurado dentro de la adultez siendo un niño

pequeño.

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Sólo espera que Pressia no esté destrozada por siempre por lo que le hizo a

Bradwell—lo salvó, sí, pero también lo mató de cierta forma. Un golpe

mortal. Il Capitano vio su cara cuando se dio cuenta de lo que había hecho,

y sabía a quién realmente amaba. Se había acabado. A la mierda con eso. Il

Capitano tenía que seguir adelante—sin importar que tan enfermo lo hiciera

sentir. Nostalgia—eso lo podía arreglar ¿Asuntos del corazón?

Simplemente tejen una red de cicatrices. Le estaría agradecido, algún día,

por haberlo hecho endurecer su corazón. –Las cicatrices son buenas ¿No es

verdad, Helmud? Es la manera del cuerpo de hacer una armadura.

Helmud se queda callado. Quizás su silencio signifique que no está de

acuerdo.

Il Capitano sigue empujándose con las vides, y después de tantear

ciegamente a su alrededor por algunos minutos, encuentra el contorno de la

trampilla.

Sabe qué esperar—sus raciones podridas, la mancha de su sangre, el caos

del aterrizaje estrellado. La bucky de popa—uno de los tanques que ayudó a

mantenerlos en alto, como un dirigible—se rompió durante el vuelo.

Empezó a dejar entrar aire y es por eso que se estrellaron. Las otras buckies

podrían estar rotas por el impacto. Pero no sabrá estas cosas a menos que la

aeronave esté prendida y los diagnósticos funcionando.

Corre las vides, aflojándolas lo suficiente para abrir la puerta.

Está aquí sólo para verla, para entrar otra vez. No hay otro lugar en la tierra

donde se sintió tan cómodo, tan en control. Mira el interior de la nave. Las

vides sofocan tanto la luz que es sólo un agujero oscuro. No huele a

podrido. Quizás las ratas entraron y comieron sus raciones.

Primero balancea las piernas hacia adentro y le dice a Helmud que se

agarre. Baja con su doble peso, golpea con una bota y la aeronave se eleva

un poco.

Ama su maldita nave. -Bebé, -Dice, -Estoy en casa.

Tiene un aire submarino. Las enredaderas envuelven las ventanas, sin dejar

pasar la luz del sol.

Pasa los asientos, gatea hasta la puerta de la cabina de mando y entra.

Camina hacia la consola, corre sus manos por sobre los botones,

interruptores y pantallas. Están raramente prístinas. De hecho, parecen

recién pulidas. El vidrio fracturado de la ventana había sido cambiado. Lo

toca. No—el vidrio no fue reemplazado. De alguna forma fue arreglado.

Puede sentir las ondas en donde alguna vez estuvo roto, y el está nublado

justo en ese punto ¿Quién había estado aquí abajo? ¿Alguno de los hombres

de Kelly? Si arreglaron el vidrio, ¿Hicieron lo mismo con la bucky de popa?

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Se siente esperanzado ¿Funciona la aeronave? Por supuesto que no puede

hacerla volar. Está sujeta al lugar por vides, con una enorme fuerza

colectiva.

-Deberíamos ser capaces de poner a este bebé devuelta en el aire, -Le dice a

Helmud. -Dios, se sintió bien estar aquí al timón ¿O no?

-¿O no? -Dice Helmud.

-Nunca lo comprenderás—no como yo, -Le dice a su hermano. –No

entiendes, Helmud.

Helmud levanta su peso de la espalda de Il Capitano. –No entiendes

Helmud. -Dice.

Y tiene razón. Il Capitano solía pensar que entendía a su hermano porque

pensaba que era un idiota, una marioneta grotesca que se sentaría en su

espalda, para siempre. Pero durante los últimos meses, Helmud había

cambiado, volviéndose sí mismo, de alguna forma—o quizás Helmud

siempre había sido más complicado de lo que Il Capitano le había dado

crédito. –Me parece justo, -Le dice a su hermano. –Me parece justo.

Mira hacia donde una vez estuvo la bandeja de comida, las manchas secas

de su propia sangre, una errante taza de hojalata. –Podría haber muerto

aquí.

-Podría, -Dice Helmud.

Y entonces Il Capitano recuerda la cara de Pressia, inclinada sobre él—su

hermoso rostro—y la manera que tocó su cabeza y lo miró a los ojos. Ella

tenía miedo de que estuviera muriendo. Quería salvarlo. Él quería que esa

fuera la prueba de que lo amaba. Tal vez por eso la beso y le dijo que la

amaba. Había confundido su amabilidad con amor. Tenía demasiado miedo

de decirle cómo se sentía antes.

Había gastado su tiempo siendo un cobarde mientras Bradwell avanzaba,

ganándosela. Pero en ese momento, se sacudió el miedo y eligió vivir de

verdad.

Se pregunta si se lo debería haber dicho antes. Tal vez esperó demasiado.

Pero entonces Helmud empieza a tararear a sus espaldas—una vieja

canción de amor: Me quedaré justo aquí y esperaré por siempre hasta que me haya vuelto piedra—y sabe que no hubiera importado. De todas

formas, no se iba a enamorar de él. Siente su pecho hincharse de dolor. Se

niega a sentir pena por sí mismo. -¡Cállate, Helmud! -Dice. –¡Nadie quiere

escuchar esa mierda!

-¡Cállate, mierda! -Responde Helmud.

-¿Me estás llamando mierda?

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-¡Nadie!

-Púdrete, Helmud ¿Me escuchas? Si no fuera por ti, Pressia podría caer por

mí ¿No lo sabes? ¿Piensas que alguien va a enamorarse jamás de alguno de

los dos? Estamos enfermos ¿Me entiendes? Somos grotescos. Y siempre lo

seremos.

Helmud empuja su cabeza contra el hombre de El Capitan. - Si no fuera por

ti…

- Si no fuera por mí, tú estarías muerto.

-Tú estarías muerto.

-Lo sé. Lo sé, -Dice. -¿Piensas que no sé que nos necesitamos mutuamente

ahora? Te hubiera matado hace mucho si eso no hubiera significado

matarme a mí mismo.

-¡Matarme a mí mismo! -Dice Helmud, como si estuviera lanzando una

amenaza.

-No hables así. No seas tan dramático. Cállate.

-Cállate. Cállate. Cállate, -Dice Helmud. - Cállate.

Il Capitano se apoya con fuerza contra el metal. Helmud resopla.

-Cállate, -Helmud resuella una vez más.

Il Capitano se desliza hasta sentarse, sintiendo una punzada de culpa por

golpear a su hermano tan fuerte. Odia la culpa. Estas punzadas son

relativamente nuevas. No las tenía antes de conocer a Pressia—o no sabía

qué eran—y desea que desaparezcan.

Mira las ventanas cubiertas de verde ¿Cuál es el punto de ir a casa si no

puede estar con Pressia—no aquí, no nunca? -¿Sabes qué es lo que

realmente lo arruina, Helmud? El amor. El amor es lo que nos arruina. –

Deja que su barbilla caiga sobre su pecho. -¿Qué piensas, Helmud? No me

repitas ¿Qué piensas realmente?

Helmud se queda callado por un momento, hasta que finalmente dice, -

Piensas. Realmente piensas.

Il Capitano cierra los ojos ¿Qué tendría Helmud para decir sobre el amor y

su desperdicio? –No sé lo que dirías, Helmud. –Pero entonces le llega—

como si verdaderamente estuvieran conectados en algún nivel elemental. -

¿Quizás dirías que ya estamos arruinados, así que, qué es un poco más de

ruina?

-¿Qué es un poco más de ruina? -Helmud dice. - Ya estamos arruinados.

Y entonces hay un ruido—vides moviéndose, arañazos de botas sobre sus

cabezas—y voces ¿Otros vinieron para proclamar la aeronave como de

ellos? ¿Siguieron a Il Capitano y Helmud hasta aquí? ¿Están armados?

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No hay a dónde ir. –Estamos atrapados, - Il Capitano le dice a su hermano.

¿Cuántos hay? Dos, tal vez tres… posiblemente más.

-Atrapados, -Helmud susurra.

PERDIZ

EN MEMORIA

En la línea de recepción, el deseo de Perdiz de confesar el asesinato de su

padre empeoró. La pena le llega de a montones. Tiene guardias a ambos

lados; Beckley, en quién llegó a confiar, está a su derecha. Ofreció hacer

circular a la gente, pero Perdiz quiere ser un líder accesible—real, humano.

Y quizás es parte de su castigo. Su propia tristeza se encuentra tan llena de

ira que apenas cuenta como pena, así que debe aceptar la de ellos. Es un

depósito de ella, un almacén.

Perdiz busca en la fila a Arvin Weed. Este funeral está reservado a los

dignatarios, y Weed ciertamente se volvió uno. Eran amigos en la

academia—por completo no cercanos, pero amigos, al fin y al cabo. Arvin

era el cerebro de la clase. De hecho, probó ser más inteligente de lo que

nadie jamás hubiera adivinado. Era el médico personal del padre de Perdiz,

el cual iba a trasplantar su cerebro dentro del cuerpo del hijo—el plan de

inmortalidad de su progenitor, requiriendo la muerte de Perdiz.

Weed se encargó de la autopsia y lo declaró muerto por causas naturales,

pero Perdiz no lo ha visto desde entonces. Se pregunta si conoce la verdad,

si cubrió el asesinato y puede ser confiado. Podría usar un aliado.

También, Weed podía ser el único al cual preguntarle sobre las “pequeñas

reliquias,” de su padre, los cuerpos que suspendió—congelados, pero

todavía vivos—y guardó en el edificio en el que Perdiz vivió antes del

asesinato. Weed podría saber quién está atrapado allí abajo y liberarlos. El

abuelo de Pressia es uno, y Jarv Hollenback, apenas un bebé, otro. El padre

de Perdiz castigó a su hijo por medio del Sr. y Sra. Hollenback—ambos en

la facultad de la academia—en las vacaciones, y Perdiz se había encariñado

con ellos.

El Sr. Hartley, un viejo vecino, es el próximo en la línea. Detrás se

encuentra su esposa y luego el Capitán Westing y los Elmsford—sus hijos

mellizos son de su misma edad; los conocía de la academia, y ahora están

en las Fuerzas Especiales. Tienen los ojos llorosos—¿porque lloran a su

padre o porque Perdiz les recuerda que, de algún modo, perdieron a sus

hijos? No está seguro. Sacuden la mano de Perdiz con las dos de ellos—con

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fuerza. Golpean sus hombros, lo abrazan tan fuerte que puede oler sus

polvos y colonias. Lloran y sacan pañuelos de sus bolsos y bolsillos, y se

soplan la nariz.

Algunos otros traen a sus niños, como si esto fuera lo más cerca que jamás

estarán de su nuevo líder. El heredero. –Sacude su mano, -Le dicen a sus

niños. -Vamos.

-Lo sentimos.

-Es tal la pérdida.

-Lo soportas tan bien. Estaría orgulloso de ti.

Quiere decirles que tienen razón; lo estaría. Cuando un asesino muere a

manos de su propio hijo—a quien siempre consideró débil e inútil—¿no

siente un destello de orgullo, justo antes de morir?

Perdiz todavía lo odia ¿Puedes aborrecer a alguien por obligarte a matarlo?

Forzado. Así es como se sintió. No parecía correcto y aun así es por qué

más odia a su padre justo ahora.

Mira a una madre joven, sosteniendo un bebé, equilibrarse al poner una

mano en el cerco de vidrio que rodea la urna de su padre. Sus costillas se

contraen bajo su vestido negro mientras solloza. Uno de los camarógrafos

en el grupo obtiene un primer plano de su cara marcada de lágrimas y su

niño, quien parece saber que es una ocasión sombría.

Su padre no merece esta efusión.

Lo maté, quiere decir Perdiz. Lo maté, y deberían agradecerme por hacerlo. Entonces, cuando menos se lo espera, allí está Arvin Weed.

Perdiz le agarra la mano y lo atrae para abrazarlo. –Quiero que me hagas un

favor, -Susurra. –Las personas suspendidas en hielo ¿Sabes sobre ellas? –Es

todo lo que puede sacar antes de que se acabe el abrazo.

Weed asiente. -Sí.

Perdiz mira la línea de dolientes, a los guardias—y, no muy lejos, a

Foresteed hablándole a Purdy ¿Cómo puede llegar al punto con tanta gente

a su alrededor? –Extraño la academia, -Dice. -¿Cómo están el Sr. y la Sra.

Hollenback? –El Sr. Hollenback enseñaba ciencias. La Sra. Hollenback,

artes domésticas a las chicas. -¿Y sus hijos?

Weed asiente, como si entendieran que la gente suspendida y los

Hollenback están vinculados. –Bien, creo.

-Ve cómo están por mí. Especialmente el pequeño Jarv. Lo extraño. –

Recuerda encontrar a Jarv en la hilera de camas cerradas con vidrio en

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forma de huevo que mantenían a los niños con los tubos en sus bocas y

hielo cristalizado en su piel.

Weed dice, -Siento tu pérdida. Me imagino que es casi imposible superar

algo como esto. –¿Se refiere a la muerte de su padre o al hecho de que

Perdiz lo mató?

-Es bueno verte, Arvin, -Y luego, como superado por la emoción, lo agarra

y abraza. -Belze, -Susurra. –Es un hombre viejo. Sácalo de suspensión a él

también. –Y entonces lo deja ir.

Weed asiente y empieza a caminar, pero Perdiz dice, -Espera ¿Escuchaste

algo de nuestros viejos profesores de la academia?

-¿Qué?

-Ya sabes, nuestros profesores ¿Te mantienes en contacto con alguno? –

Quiere que saque a relucir a Glassings.

Arvin sacude la cabeza. –Como si tuviera tiempo para eso, -Dice. –Sé que

no los encontrarás aquí.

Tiene razón. Los profesores de la academia no son lo suficientemente

importantes como para este grupo de sólo invitados. Arvin se aleja. Perdiz

desea haber tenido más tiempo, más privacidad.

Un chico de diez años es el próximo en la fila. Lleva puesto un traje azul

marino y una corbata a rayas. No dice una palabra. Simplemente saluda a

Perdiz.

-Tranquilo, -Dice Perdiz. -Descansa. –El chico está congelado de esa forma

¿Dónde están sus padres? –Puedes parar, -Dice Perdiz.

Uno de los camarógrafos presiente el momento y se acerca para obtener un

primer plano del niño.

Ahora Perdiz debe quedarse allí y aceptar el saludo. Pero es claro que el

chico espera una respuesta. No lo hará. No quiere ser visto como un líder

militar. No quiere alinearse con la guerra mundial y la aniquilación. Se

estira y revuelve el pelo del niño. -Ve, -Dice con gentileza. –Es casi hora

del servicio, ¿sí?

El chico levanta la mano y toca el punto donde Perdiz lo tocó, como si

estuviera asombrado por el contacto personal.

El camarógrafo hace zoom en Perdiz. Él mira hacia delante, negándose a

mirar derecho hacia la cámara. La verdad, piensa para sí mismo. Es tiempo de la verdad. Finalmente, la fila mengua, y Perdiz es escoltado hacia la primera fila del

salón. Allí se encuentra Iralene, le sorprende: su postura derecha, su piel

cremosa contrastada contra el negro de su vestido fúnebre (parece tener un

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suministro ilimitado de ellos), y sus rasgos perfectos y cantarines sobre la

suave tristeza de su expresión. Específicamente pidió que no se presentara,

y aun así, allí está. Iralene fue criada para ser la esposa perfecta, una que

hace lo que se le dice. Había sido preparada para su rol tan duramente que

parecía siempre lista, pero esa fachada nublaba sus motivos. Perdiz rara vez

sabe qué quiere en verdad ¿Le pidieron que se fuera y se negó

amablemente? Es absolutamente posible. Iralene puede convencer a la

gente a hacer casi cualquier cosa con tal cautela que se van pensando que

acaban de convencerla a ella, y no al revés.

Su madre se sienta a su izquierda—Mimi parece compuesta a puntadas. Sus

ojos, redondos por el miedo, vuelan por la habitación como si estuviera

perdida. El asiento a la derecha de Iralene está vacío, reservado para Perdiz,

por supuesto.

Se sienta y se inclina hacia ella, susurrando, -Les dije que te dejaran irte a

casa. Estuviste en demasiados de estos. En serio, deberías tomarte un recreo

si quieres.

Ella toca su rodilla. –Ambos me necesitan aquí, -Dice, indicando a Perdiz y

su madre.

-De hecho, estoy bien. –Busca a su alrededor otro asiento, pero todos están

ocupados.

-Tu padre lo hubiera querido de esta forma. –Sonríe tristemente.

Esta es la parte confusa. Iralene sabe que mató a su padre. Ella fue la que le

entregó la píldora venenosa ¿Así que por qué creía que estaría dispuesto a

hacer las cosas del modo en que su padre quería?

-Desearía que Glassings estuviera invitado. -Dice.

Su nombre la sorprende. Susurra, -Escuché que dejó de presentarse a clase.

Su oficina también fue vaciada.

-¿Cómo sabes eso? ¿Quién te lo contó?

-Tengo amigas, Perdiz. Tu padre se aseguró de que hubiera un montón de

chicas de la academia que me conocieran bien ¡Tengo que tener a alguien a

quien pedir ser mi dama de honor!

-¿Dama de honor? Iralene, sabes que…

-No dije que me casaba contigo ¿O no? –toca su cabello para asegurarse de

que esté perfectamente derecho.

Él desabotona el saco de su traje. -Perdón. No quise…

-Glassings vendrá cuando lo necesites. Sin importar hacia dónde haya

corrido.

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-Eso espero, -Dice Perdiz. Pero lo pone nervioso que Glassings se haya ido.

No hay hacia dónde correr dentro de la Cúpula. Ningún lugar en absoluto.

Alguien se estira de la fila trasera y le aprieta el hombro. Se gira y ve a uno

de los arquitectos de la Cúpula y compañero de su padre hace siglos atrás,

Walton Egert.

El papá de Perdiz y los otros arquitectos lo llamaban Gertie. Dice,

-Se fuerte, Perdiz ¿Escuchas? Se fuerte, hijo.

Perdiz mira por sobre su hombro y dice, -Gracias, Gertie. Muchas gracias. –

Nunca se le había permitido llamar a Walton Egert por su sobrenombre si

su padre hubiera estado vivo. Es una demostración de poder—el modo de

Perdiz de decir, Soy tu jefe ahora ¿Así que por qué no retiras tu indulgencia? Gertie lo entiende y dice, -Por supuesto. De nada, -Y se vuelve a sentar con

rigidez, mirando de lado a lado para ver quien más los había escuchado.

Unas pocas personas lo hicieron, y miraron hacia un costado para no

sumarse a su vergüenza. En este momento se le ocurre a Perdiz que va a

tener que hacer ese movimiento mil veces de muchas maneras distintas.

Gente importante camina hacia el podio y habla sobre la dedicación,

inteligencia y visión de su padre, pero, principalmente, sobre cuán

endeudados le están por haberles salvado la vida. Los discursos hechos

durante estos servicios lo hacían sentirse incómodo, y esta noche no es la

excepción.

Uno de los consejeros de su padre se inclina sobre el micrófono, diciendo, -

Willux nos salvó a todos y cada uno de nosotros de la muerte, de la

mutilación. No tenemos que vivir entre esos Miserables: asesinos,

violadores, monstruos, ¡Todos ellos! Fuimos elegidos. Déjenos merecer esa

elección para siempre. –Y luego levanta la mano y señala a Perdiz. –Ahora

tenemos un nuevo líder. El único hijo sobreviviente de Willux. Guíanos, -

Le dice a Perdiz. –Guíanos y protégenos. Estás aquí por nosotros en este

turbulento tiempo de tristeza y pena, durante este tiempo de cambio.

Gracias por levantarte y tomar el lugar de tu padre.

Todos en la habitación se giran para mirar a Perdiz. Los camarógrafos

apuntan las cámaras a su cara. Se siente sonrojado y aun así frío por dentro.

Su cara está congelada. Sus ojos se mueven de una cámara a otra.

Iralene lo codea con gentileza. Asiente y le responde con gestos al hombre

del podio. Las cámaras se giran de nuevo y sólo entonces puede respirar.

Se dice a sí mismo que todo lo que debe hacer es levantarse después de la

charla de Foresteed y decir sus líneas: Estoy aquí para representar a mi

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familia. Mi padre está muerto. Y ahora es un tiempo de sanación. Gracias por venir, y espero que todos podamos ir hacia el futuro con seguridad y esperanza. Eso era lo único en lo que él y Hoppes pudieron

coincidir. Es tan lejos como Perdiz podía llevarlo. Casi acaba, se dice a sí

mismo.

Escucha la voz de Gertie en su cabeza—Se fuerte, hijo—lo que sólo

consigue retorcer su estómago.

Foresteed toma el micrófono. Dice lo de siempre: -Ellery Willux fue el

principal intelectual de esta generación. Un hombre de ciencia, de visión,

de innovación… -Su tono está perfectamente modulado. Sus ojos se

humedecen en el momento adecuado, pero su mandíbula sobresale con

braveza. Su voz suena con la tal emoción que, en algún punto, Perdiz se

pregunta si el hombre realmente amó a su padre. Willux era carismático—

incluso al ser la mente maestra detrás de escena antes de las Detonaciones

¿De qué otra forma pudo haber amasado tanto poder desenfrenado?

Todavía puede escuchar a Foresteed diciendo, -Tu padre no sólo fue el

mayor asesino en masa de la historia. Fue el más exitoso… -¿Es qué

algunas de estas personas son adoradores?

Los ojos de Foresteed vagan por el gentío mientras habla y luego los centra

en Perdiz. –Nunca olvidemos lo que hizo por nosotros, y llevemos su

legado hacia el futuro.

La espalda de Perdiz pica por el sudor. No quiere que eso suceda.

Y ahora es su turno en el micrófono como si él fuera quien llevaría el

legado hacia el futuro, y supuestamente lo es.

Se levanta y camina por la fila de fotografías ampliadas, que empiezan en

los días de su padre como cadete en el Mejor y más Brillante, cuando fundó

los Siete, se enamoró de la madre de Perdiz, y pudo haber empezado a

volverse loco—quizás mostrando los primeros signos de manía, narcisismo,

y tal vez algo de la buena paranoia a la vieja usanza. Siguen con las fotos de

él como ingeniero líder de la Cúpula, parado junto a más de un presidente,

y fotos más recientes de él dentro de la Cúpula, dando discursos, parado

frente a las fuerzas de elite más recientes de las Fuerzas Especiales. Y luego

hay una fotografía de su padre con un brazo rodeando a cada hijo. Perdiz se

ve desgarbado, pequeño para su edad, y lleva la expresión preocupada de

alguien de mediana edad. Sedge, por el otro lado, entró en la pubertad

siendo joven. Es alto y ancho de hombros. Se para derecho y le sonríe a la

cámara. Están frente a un árbol de navidad. Debe de haber sido la primer

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navidad después de las Detonaciones. Tienen un aire de supervivientes.

Habían atravesado algo. Ahora están a salvo.

Perdiz sube al podio armado para la trasmisión. Mira hacia la audiencia

pero apenas puede ver por el brillo de las luces. Localiza a Mimi, quien lo

mira somnolienta. A su lado, Iralene le sonríe con los labios apretados y

asiente para darle valor. Foresteed se encuentra en una pared junto a Purdy

y Hoppes.

Como si ya no tuvieras tus propias mentiras, Perdiz. Si vas a confesarte,

¿Por qué no empiezas por ti mismo?

Tose sobre su puño y abre la boca para decir las líneas que le dieron. Estoy aquí para representar a mi familia. Mi padre está muerto. Y ahora es un tiempo de sanación… Pero cuando empieza a hablar, las palabras allí

son más simples: Maté a mi padre. Entra en pánico ¿Qué le va a decir a estas personas? Las cámaras apuntan

hacia él—es como estar rodeado de ojos extra grandes. Allí afuera, Lyda

podría estar mirando. Todos están mirando. Esta es en realidad la primera

vez que se dirige a toda la gente de la Cúpula.

La primera vez.

La verdad.

No importa lo que quiere Cygnus de él, lo que Glassings espera. De todas

formas, ninguno se puso en contacto desde la muerte de su padre ¿Por qué?

Lo desconoce, pero sí sabe que ahora está a cargo. Él es el líder. Es tiempo

de que lidere.

Piensa en Bradwell viendo estas cintas algún día ¿Y si termina en su baúl

junto a todas las otras cosas viejas que ha guardado? Escucha a Pressia

preguntándose en voz alta si tiene el coraje y a Il Capitano gritándole, -

¡Dilo! ¡Cuéntales! ¿A qué le tienes miedo? Lo peor ya nos pasó a nosotros.

Mierda. Él mismo va a ser padre algún día—pronto. Su propio hijo podría

ver una filmación de este momento en un futuro distante.

Mira al gentío y divisa a Gertie, quién parecía demasiado viejo como para

sentirse tan avergonzado, pero lo está y rápidamente mira sus rodillas.

Perdiz no quiere tener que mandar un mensaje a todos los Gertie en la

Cúpula, uno a uno. No. Mierda. Este es el momento.

Abre la boca de nuevo. Si les arrebatas su mentira, se auto-destruirán. No

puede seguir con la mentira. Él también tiene que ser capaz de mirarse en el

espejo.

-Gracias a todos por venir, -Dice y mira a Hoppes, quien se ve afablemente

sorprendido. Él quería que fuera más conversador, pero el rosto de

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Foresteed se oscurece. Sabe que este apartado del libreto no es bueno. A

estas personas les gusta la consistencia, la normalidad… Toma una

bocanada de aire y se aferra al podio. –Aquí está la honesta verdad sobre mi

padre. Él fue la mente maestra detrás de las Detonaciones. Fue un asesino

de masas. –Puede sentir el aire tensarse, silencioso e inmóvil. –Estuve fuera

de la Cúpula. Conocí a gente que sabe la verdad, incluyendo mi propia

madre. Fui testigo de cómo mi padre la mató junto a mi hermano. –De

pronto, esto se sentía como lo más importante. Atestiguar. Ve un borrón de

su madre y Sedge, la explosión. Mira hacia el podio y levanta la vista hacia

el mar de rostros blancos, mirándolo con los ojos abiertos. Ve a Iralene. Sus

ojos brillan con lágrimas. Sacude la cabeza un poco, urgiéndole que pare,

pero no puede detenerse ahora. –La única razón por la que necesitaban

salvarse era porque él voló en pedazos el mundo como lo conocíamos. Mi

padre los salvó porque quería quemar la tierra entera y empezar de nuevo.

Foresteed había empezado a caminar a empujones por entre Hoppes y

Purdy en el pasillo hacia la parte trasera del salón—quizás buscando a la

persona a cargo de las cámaras.

Perdiz acelera. -¿Por qué empezar de nuevo solos? En adición a tener a la

clase inferior de Miserables rotos y fusionados como sirvientes, ¿por qué no

tener, más o menos, piezas cuidadosamente seleccionada de ganado con

ideas similares para arrear hasta alguna nueva versión del planeta que mi

padre quería dominar, solo? Eran su ganado. -Sacude la cabeza. –No, no era

un pastor. No así. No eran su ganado. Eran su audiencia. Todos somos

cómplices. Dejamos que las Detonaciones sucedan. Debemos ser honestos

¿Cómo podremos avanzar hacia el futuro si no podemos al menos

reconocer la verdad del pasado?

La madre de Iralene, Mimi, está fuera de su asiento, marchando hacia el

pasillo, diciendo, -¡No lo soporto! ¡No lo soporto!

Iralene se lanza tras ella.

Otros también se están parando, tratando de irse, empujando a los otros.

Perdiz había perdido a Foresteed entre las luces de la parte trasera del salón,

pero escucha su voz. -¡Corten el micrófono! ¡Córtenlo!

Muchas voces aumentan el volumen, pero Perdiz sigue. –Se lo debemos a

los supervivientes allí afuera—los que llamamos Miserables—y nos lo

debemos a nosotros mismos. Podemos mejorar. Podemos ir al Nuevo Edén

con todas nuestras fallas. Podemos admitirlos. Y podemos, al fin, sentir la

culpa. Hacerlo es como tal vez—sólo tal vez—seremos perdonados. Quiero

que cada uno sepa— -El micrófono se corta. Los reflectores bajan su

intensidad. Perdiz puede ver más de la audiencia ahora. Aquellos aun en sus

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asientos están petrificados. Sus caras destensas por el shock y sus ojos

abiertos con miedo. El niño que lo saludo se encuentra sentado junto a su

madre, quien le cubre los oídos con las manos. Hay silencio. Los

camarógrafos se alejan de las cámaras, ahora muertas.

Dice Perdiz, -Quiero que cada uno de ustedes sepa que voy a construir un

puente entre Puros y Miserables—desde dentro de la Cúpula hacia fuera.

Voy a hacer lo correcto para que cuando nos mudemos al Nuevo Edén, no

seamos— -Foresteed corre hacia él. Llamaría a los guardias, pero no tiene

control sobre ellos. Sólo responden ante Perdiz. –No seamos tiranos ni

opresores. Debemos decir la verdad para perdonarnos a nosotros mismos y

los unos a los otros y esperar ser perdonados por los que dejamos allí fuera.

Los que dejamos morir.

Foresteed está ahora a su lado, sin aliento por correr detrás de escenas.

Agarra su brazo y lo hace retroceder un poco.

–Está bien, -Dice Perdiz con calma. –Ya acabé.

Baja del escenario, afloja su corbata, y marcha por el pasillo central. Los

guardias trotan para alcanzarlo y escoltarlo por ambos lados. Pasa la

antesala y abre de un empujón las puertas dobles.

Pero no está fuera. Nunca está fuera.

Por un segundo, no sabe a dónde va, pero por supuesto que lo hace. Quiere

saber si Lyda vio la transmisión. Quiere ver a la única persona que lo

entenderá, que sabrá que hizo lo correcto.

Como sea que su futuro se desenvuelva, lo construirá junto a ella. Esa es la

próxima verdad a revelar. Forzará la mano de Hoppes. Una verdad a la

vez… hasta que sólo quede una—que asesinó a su padre. Va a aguantarse

esa.

LYDA

ORIGAMI

El hombre de reparaciones es de extremidades largas, enjuto y alto. Lyda

se lo imagina fuera de la Cúpula—como un cazador, como un carroñero.

De hecho, podría irle bien allí fuera, pero luego recoge el orbe roto—su

regalo de navidad de Perdiz—y nota cuan suaves y pálidas son sus manos.

Sostiene el aparato con tal delicadeza que Lyda sabe que tiene miedo—¿de

ella? Vino tan rápido que su petición debe de haberle llegado por un canal

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especial ¿Sabe él que es la… qué? ¿Amante? ¿Señora? ¿Qué es ella de

Perdiz?

Sabe qué palabras usa la gente para chicas que se embarazaron sin casarse

como ella—arruinadas, deshonrosas, penosas… Estas niñas que

supuestamente se enamoraron, siendo atrapadas. Lyda sólo escuchó

rumores. Ciertas chicas desaparecidas de la academia, que si volvían,

llevaban brillantes pelucas, al ser afeitadas sus cabezas, y se veían pálidas y

asustadas—cómo versiones de muñecas de porcelana encogidas de sí

mismas.

Habían sido encerradas en el centro de rehabilitación. Lyda lo recuerda

bien—su solitaria celda con luz falsa, las filas de píldoras, los especialistas

con anotadores, incluyendo su madre, quien trabajaba allí y apenas podía

mirarla por la vergüenza ¿Qué piensa de ella ahora? No la vino a visitar

aunque de seguro que sabe que Lyda está aquí, en este departamento que

Perdiz le mandó a preparar con su reciente poder.

Y ella también tiene un poder extraño, nota ahora, mirando a las manos

temblorosas del hombre de reparaciones, pero no lo entiende. Quizás a las

chicas arruinadas, como ella, se las conoce por ser salvajes, apartadas de la

sociedad de una manera que no puede ser arreglada, y por esto las reglas ya

no aplican para ellas ¿Hay libertad en su ruina—incluso encerrada fuera del

ojo público? ¿O es simplemente su conexión con Perdiz lo que le da ese

poder? No puede leer la nerviosidad del hombre de reparaciones.

Su cabello está volviendo a crecer. Se pasa un pequeño mechón detrás de

cada oreja. –Gracias por venir tan rápido, -Dice probándolo un poco. -

¿Respondes a todos los llamados con esta rapidez?

-¡Estos orbes son especiales! –Dice él sosteniéndolo en alto. –No recibo

muchas llamadas por ellos. De hecho trabajé en el prototipo. –Su nombre es

Boyd. Está impreso en la tarjeta enganchada a su remera. –Mi primer

trabajo fuera de la academia.

El orbe es un pequeño dispositivo que le permite a Lyda cambiar el

decorado de la habitación—incluso la vista desde las ventanas—para que el

apartamento pueda sentirse repentinamente como si existiera en alguna

versión del Cairo, París, las Islas Canarias, los Alpes suizos u otros

lugares—todo durante el Antes. -¿Sabes cómo funciona realmente esta

cosa? -Pregunta Lyda.

-Sí. Seguro. Las correcciones deberían de ser bastante simples. –Lleva el

orbe a la pequeña mesa de vidrio en el comedor, sacando un pequeño set de

herramientas. -¿Te importa si trabajo aquí?

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-Por mí bien, -Dice. -¿Quieres beber algo?

Boyd la mira con rapidez pero aparta la vista. –No. No, gracias. Lindo de tu

parte ofrecerlo, pero no, gracias. –Se sienta, sonrojándose, e inclina la

cabeza hacia el orbe.

Está tan nervioso que Lyda se pregunta si pensará que coquetea con él,

tratando de seducirlo. Tal vez otros la consideran, no penosa, sino

peligrosa. Lo prefiere de esa forma.

Se sirve un vaso de agua y se sienta frente a él en la mesa. –Dime cómo

funciona.

-Es realmente complicado. Quizás deberías mirar la transmisión del funeral.

Todos lo estábamos haciendo en el trabajo, pero luego recibí esta llamada

urgente, así que…

-¿Urgente? No sé nada sobre eso.

-Es el único motivo por el que me estoy perdiendo la trasmisión, es

mandataria. Está en vivo en cada hogar. Creo que se supone que usted…

-Ya no tengo que hacer lo que se supone que haga. Esa es la ventaja de ser

una marginada social.

Él sacude la cabeza, asintiendo rápidamente. –Aun así, deberíamos tenerla

encendida. Ellos saben, sabes, lo que está prendido y lo que no. Me sentiría

más cómodo si estuviera encendida. Me refiero… ya sabes.

Lyda se levanta y camina hacia la televisión pero no la prende. Sabe qué

verá—a Perdiz mintiendo. Estará con Iralene, tal vez incluso sosteniendo su

mano. En la víspera de navidad, le prometió que acabaría pronto, que

alguien estaba a cargo de manejar esto para que ellos dos pudieran emerger,

juntos. Sólo unos pocos días más, le prometió hace unos días, la última vez

que lo vio—hace una semana como mucho. Con el cuarto puesto en el

Cairo y la vista de pirámides a la luz de la luna desde la ventana, le había

confesado que mató a su padre. No le diría los detalles—sólo que no quería

hacerlo, pero lo hizo. Lo entendía ahora, habiendo vivido con las Madres y

comprendiendo la supervivencia en su nivel más básico. Pero aun así, su

confesión le hacía sentir un quiebre dentro de sí misma. Era lo correcto, sí.

No duda de que Perdiz se sintiera obligado a hacerlo—para sobrevivir o

hacer bien lo malo del pasado o hacer los cambios dentro de la Cúpula

posibles. Pero también estaba mal. Incluso si era noble, no había forma de

escapar de este hecho inmutable. Y cambia a la persona. Perdiz ahora es

diferente. Lo sintió antes de que le hubiera confesado el asesinato, pero tan

pronto como lo hizo, sabía que era la razón del cambio—uno casi

imperceptible. –Y Lyda, -Le dijo, -Algo bueno tiene que salir de todo esto.

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Tiene que. –Sabía que se refería a que quería hacer de este mal la fuente de

algo mejor.

Y sí, todo se le abalanzó encima cuando volvió a la Cúpula—siendo Iralene

parte del paquete. No era su culpa. Lyda le cree pero a veces se pregunta

qué tan duro peleó él por ella. Iralene es innegablemente hermosa de un

modo que ella siempre quiso ser pero nunca consiguió.

-¿Vas a prenderla? -Pregunta Boyd de nuevo. Pero lo ignora.

Se acerca más a la pantalla y ve su propio reflejo. Su cara engordó un poco,

y sus labios están más llenos—como si su cuerpo supiera qué está viniendo.

El sistema de filtrado de aire zumba y aun así en la Cúpula se asfixia—

siente que apenas puede respirar. Y todavía a veces le dan nauseas. Los

estantes se encuentran llenos de libros sobre el embarazo y parto. Ella no es

Lyda. Es la vasija que carga a un Willux.

-Puedo prenderla sin sonido, Boyd ¿Es ese un compromiso con el que

puedas vivir? –Perdiz le contó lo que se le decía a su padre en estos

servicios, y no puede aguantar la efusiva adoración.

-Realmente pienso que deberíamos…

Lo mira. Aún tiene la fiereza que las Madres le enseñaron—algo que

siempre tuvo pero que nunca usó.

-Bueno, -Dice él. -Bien.

Prende el televisor y allí está Perdiz, apretando manos, aceptando

condolencias. Un reportero narra sobre quién se encuentra en la fila, cómo

sirvieron a la Cúpula o su relación con Willux. Aprieta el silencio. -¿Puedes

reprogramar el orbe? –Le pregunta a Boyd.

-¿A qué te refieres? ¿Por qué querrías hacer eso? –Mira a su alrededor, y

ella sabe que busca las cámaras de vigilancia. Perdiz le aseguró que todos

los equipos de grabación estaban prohibidos aquí. Aun así, Lyda—y

seguramente Boyd—tiene sus dudas.

-Quiero que agregues un mundo ¿Puedes?

-Si los algoritmos fueron inventados, sí. Hay un montón de atajos. Fue

hecho para que una persona no experta pueda elegir entre las distintas

opciones con facilidad. Willux los quería hacer baratos y “amigables” para

todos. Todavía son un poco muy caros para entregarlos como dulces, pero

se están acercando ¿Dónde quieres que te lleve?

Se imagina el viento empujando ceniza, las frías sombras que sentía justo al

borde del bosque raquítico, y la nieve. Dios, sí—nieve gris filtrándose del

cielo. –Allí fuera.

Boyd para. Sus manos se congelan. -¿Afuera? –dice con un respingo.

Lyda entrecierra los ojos. -Sí.

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-¿Pero por qué? –Mira hacia el orbe y luego a la televisión como si los

rostros allí pudieran verlo y escuchar la conversación. Lyda también mira.

Un niño pequeño está saludando a Perdiz. Su mano perfecta, su rostro

perfecto—tan limpio y liso, casi parece irreal. –¿Cómo es allí fuera? –

Pregunta Boyd en un susurro.

-Difícil de explicar, -Dice Lyda. –No recordaba realmente el Antes así que

me impresionó el aire, qué tan rápido da vuelta las cosas. El sol real—

cubierto pero maravilloso. Y la luna también—como una lámpara brillante

en el cielo. La gente, las alimañas y los Terrones, las deformidades, lo

grotesco… No te puedes imaginar la belleza en sus vidas. Todo está sucio y

es real. No hay nada falso o estéril. Es… la vida ¿Sabes a qué me refiero?

Boyd había empezado a llorar. Dos lágrimas manchaban sus mejillas. No se

las seca. -Lo recuerdo. Soy un poco más grande que ti así que… sí. Sé de

qué habIas. Solía trepar árboles. Incluso me caí de uno una vez y me quebré

un hueso de la mano. –Cerró su puño. –A veces, cuando me acuesto de

noche, recuerdo cómo era caer en el aire y aterrizar con fuerza sobre el

suelo embarrado. No podía respirar. Todo el aire había salido de mis

pulmones. Pero yo simplemente miré al cielo. Había nubes—nubes

grandes, gordas y blancas que parecían moverse muy rápido por el cielo. –

Sacude la cabeza. –Maldita sea.

Lyda camina hacia la mesa y apoya su mano sobre las de él. –Quiero el

mundo detonado. El verdadero, -Dice. -¿Lo harías por mí? Viento, ceniza,

suciedad, nubes oscuras, todo quemado y chamuscado y roto.

-No lo sé, -Dice, mirando a Foresteed en la pantalla de la TV. Justo terminó

su discurso y se está bajando de la plataforma. –No creo que se suponga

que yo…

-Creo que se supone que hagas lo que yo digo, -Dice Lyda. No está segura

de si funcionará ¿Está este hombre de reparaciones por encima de su estatus

social porque está arruinada, o está por debajo porque el bebé es un Willux?

Las jerarquías de la Cúpula son estrictas, pero este es territorio desconocido

para ella. Aplana su voz, tratando de hacerla sonar más distante, menos

temblorosa. -¿Sabes quién soy? ¿Sabes quién está a cargo?

Perdiz va a hablar ahora. Va a dar sus comentarios, que terminarán de la

manera que siempre lo hacen: espero que todos podamos ir hacia el futuro con seguridad y esperanza. Lyda lo ayudó con esas líneas.

Podría sacarlo a relucir frente a Boyd. Camina hacia la televisión y sube el

volumen.

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Pero Perdiz no está diciendo lo usual. Le cuenta a la gente que su padre era

un asesino de masas; los llama ganado. No—no ganado. Miembros de la

audiencia. Les dice que son cómplices. Quiere que reconozcan la verdad

¿Cómo sino podremos avanzar hacia el futuro?

El corazón de Lyda empieza a martillearle el pecho. Se lo debemos a los

supervivientes allí afuera y nos lo debemos a nosotros mismos. Podemos

mejorar. Aún está hablando—sobre el Nuevo Edén, sobre ser

perdonados… La pantalla se pone en blanco.

Lyda apenas puede respirar. Lo hizo. Dijo la verdad. Se siente excitada y

sorprendida. Es una vindicación. Quiere decirle a las Madres y a todos los

Miserables fuera de la Cúpula. Quiere gritarle a Bradwell, Pressia e Il

Capitano y Helmud, ¡Lo hizo! Pero también está asustada. Esto significa cambio—uno grande y radical.

El futuro. Lleva una mano a su estómago. Había entrado en su segundo mes

de embarazo. Se siente hinchada, la primera pista de que su cuerpo

empezaría a abultarse. El futuro, el mundo donde su niño vivirá—acaba de

tomar una nueva forma.

Camina de vuelta hacia la mesa y mira a Boyd. -¿Acaba de…? –No puede

terminar la oración. Sólo quiere asegurarse de que tiene un testigo. No se ha

vuelto loca.

-Sí.

-Todo va a cambiar, -Le dice, aunque en lo profundo de su estómago, no

está segura de si para mejor o peor. -¿Puedes creerlo?

Boyd se para. Se ve incómodo con su peso y brazos larguiruchos. Se cubre

la boca con las manos y sacude la cabeza.

-¿Qué pasa, Boyd?

Él no se mueve.

-¿Qué pasa? –Es un extraño, pero aun así se acerca agarrando sus muñecas

y apartando las manos de su boca. -Dime.

Él cierra los ojos lentamente y después los abre. –Demasiado pronto, -

Susurra. –No estábamos listos.

-¿Nos?

Busca en su bolsillo con su mano derecha y luego le da un apretón de

manos, como si recién se estuvieran conociendo.

Lyda siente la presión de algo en el centro de su palma. Lo toma,

escondiéndolo en su mano cerrada, y luego se sienta en una de las sillas del

comedor. Se inclina lentamente, y a través del vidrio de la mesa, ve una

pequeña pieza de papel—un cisne de origami.

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Mira a Boyd. Es uno de ellos. Es parte del movimiento revolucionario en el

interior, las células durmientes que fueron alineadas a la madre de Perdiz—

aquellos que querían derribar la Cúpula. Es como si su rezo silencioso fuese

respondido. Se siente conectada a algo más grande que simplemente ella y

Perdiz.

Cierra su mano sobre el pequeño cisne de papel. Piensa, ¿Demasiado pronto? ¿No estábamos listos? ¿Acaba Perdiz de cometer un error

terrible? Se siente alterada.

-Pero es bueno, -Dice. –Va a contarle sobre nosotros también. Esto es lo

que se suponía que hiciera. Tenía que decir la verdad.

Boyd le mira la mano en el bolsillo.

Ahora ella está asustada del cisne. Lo da vuelta en sus manos y ve el borde

de una palabra debajo del ala. Lo desdobla. Y allí hay un mensaje.

Glassings necesita tu ayuda. Sálvalo. ¿No se supone que Glassings ayude a Perdiz? Él había querido contactar

con su maestro. Lo necesitaba, ¿pero ahora debía salvarlo primero? La red

que, sólo momentos antes, parecía que podía ayudarlos se veía ahora frágil.

Lyda dice, -Me prometió que iba a… -Contarles a todos lo de su bebé.

Prometió que estarían juntos—públicamente. Pero sabe que ahora todo ha

cambiado. Dijo la verdad—era demasiado pronto ¿Pero iba alguna vez a

ser el momento adecuado para decir lo que debía decir? Está enojada y

asustada ¿Qué le pasó al futuro?

Boyd no le pide que termine la oración. Sabe que no hay nada que pueda

hacer para ayudar.

Lyda pone el cisne en su bolsillo. Mira a Boyd. –Me encargaré de esto

cuando vea a Perdiz de nuevo, pero debes hacer algo por mí a cambio.

-Por supuesto.

-Programa el orbe de la manera que te lo pedí, -Le dice. -¿Harías eso por

mí?

-Sí, Srta. Mertz, -Dice, -Por supuesto. Haré lo que digas. Ese es mi trabajo.

PERDIZ

CONTAGIO

Perdiz siente el cambio tan pronto como sale a la calle. Todo es diferente.

El aire está cargado, de una forma que nunca lo había sentido antes, del

sonido de voces amortiguadas detrás de las ventanas de los departamentos.

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La mayoría de las ventanas de la Cúpula están selladas—los edificios tienen

la temperatura controlada ¿Para qué abrir una ventana jamás? Francamente,

sólo invita a la gente a saltar, y el número de suicidios ya es lo

suficientemente alto. Aun así, puede oír a la gente gritar—en silencio, sí,

pero en todas partes al mismo tiempo. Y Perdiz sabe porqué. Les arrebató

de su mentira—la que les permitía funcionar en el mundo que los rodea. Si

les arrebatas su mentira, se auto-destruirán, Foresteed le había advertido

¿Era verdad? ¿O están enojados con él? Seguro, las células durmientes,

Cygnus, habrán visto la trasmisión y estarán regocijándose ¿Alguno de

estos sonidos podía ser de alegría, verdad?

Mientras gira en la esquina, Beckley y los otros guardias le siguen el paso,

rodeándolo. -¿A dónde vas? -Pregunta Beckley.

-A lo de Lyda. –Responde Perdiz. –Necesito verla.

-Creo que esa es una mala idea.

Perdiz se saca la corbata del cuello. La hace una bola y se la mete en el

bolsillo de su saco.

-Si quisiera tu opinión te la pediría.

Pasan Smokey’s, el restaurante. Algunas personas se debieron de haber

reunido allí para comer el almuerzo y mirar la trasmisión todos juntos.

Alguien lo localiza por la ventana y grita. -¡Allí está! ¡Justo allí!

A Perdiz no le gusta el tono hostil. Él y los guardias mantienen un paso

rápido, pero la gente sale por las puertas doble de Smokey’s y los siguen.

-¿Por qué vienen a por mí? ¿Qué esperan que pase ahora?

-Tú eres el que los llamó ganado, -Dice Beckley.

Uno de los guardias más jóvenes dice, -Voy a pedir apoyo. –Saca su radio

de doble sentido y da el nombre de un cruce próximo.

-¿Apoyo? Estamos bien. –Dice Perdiz, tratando de reír. –Es sólo gente que

acaba de almorzar.

La pequeña multitud había llamado la atención de otros saliendo de tiendas:

un salón de té, un gimnasio, un banco.

Un cajero detrás de una ventana con barrotes lo mira. La mayoría está en

silencio, como si esperaran otro discurso. Pero unos pocos lo llaman por su

nombre.

-Sigue caminando, -Dice con calma Beckley.

-¿En serio? ¿Sólo ignorarlos? –Dice Perdiz.

-Sí –Dice Beckley con firmeza.

Perdiz para. Piensa en hacer nada, pero no se siente como una opción real.

Se da la vuelta y levanta las manos.

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La multitud también se detiene. Algunos se giran y se van, pero la mayoría

se congela. –No estoy seguro de que quieran, pero di mi discurso. No daré

otro hoy.

Se giran para mirarse mutuamente como esperando a que otro hable

primero. Finalmente, una madre joven cargando un bebé dice. –Perdiz,

¿Qué deberíamos hacer?

-¿Sobre qué? ¿La verdad? –Dice Perdiz. –Pueden tratar de aceptarla.

Un hombre con un traje gris oscuro dice, -¡Di que no es verdad!

-Movámonos, -Dice Beckley en voz baja.

Perdiz mira el hombre del traje gris. –Lo dicho es la verdad. No me voy a

retractar. De hecho, nos voy a guiar hacia el futuro con ella.

-Pero somos Puros. –Dice una mujer más vieja, pegándose un libro de

bolsillo de crochet al pecho. –Esa es la verdad. Somos Puros. Nos

merecemos lo que tenemos.

La mujer del bebé dice, -Dios nos ama. Es por eso que estamos aquí.

-Sí, -Dice Perdiz. –Pero…

Otro hombre se adelanta. Tiene una panza gruesa y carrillos anchos. Lleva

puesto un traje oscuro con un pin con la cara de Willux en él, como si el

padre de Perdiz estuviera en alguna clase de reelección. –Llamaste a tu

padre un asesino, pequeño gamberro. –Escupe a Perdiz, aterrizando una

mancha blanca cerca de los zapatos de este último, y el grupo

repentinamente parece que lo fueran a atacar.

Los guardias se mueven rápidamente. Uno golpea al hombre en el

estómago con la base del rifle y lo hace caer en cuatro patas, jadeando.

-¡Paren! –Dice Perdiz.

-Déjalos hacer su trabajo. -Dice Beckley.

El otro guardia golpea al hombre con la pistola en la espalda. Perdiz nota

que seguramente están codificados para hacerle esto a cualquier agresor.

La mayoría de la gente se gira y aleja con velocidad, devuelta hacia las

tiendas, bajando el callejón. Pero algunos no se mueven.

El hombre en el suelo, ahora sobre su lado, mira a Perdiz, desafiante. Tiene

el labio partido; empieza a toser, manchando el piso con sangre. Uno de los

guardias le pone los brazos en la espalda y se los esposa con ataduras de

plástico muy apretadas. Dos guardias lo levantan. Sus dientes están teñidos

de rojo.

Beckley saca su pistola, con dos manos, firme, y la nivela hacia los que

quedan. –Les estamos pidiendo que se dispersen. Por favor, háganlo ahora.

El resto se larga.

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-Vamos. –Dice Beckley.

Perdiz sacude la cabeza. No puede creer lo que acaba de suceder. –No

quiero que la gente se calle así, -Dice. –Quiero que sean capaz de

expresarse, incluso si no están de acuerdo conmigo.

-No hay mucho que puedas hacer sobre eso. -Dice Beckley.

Una mujer en un mono blanco con un balde camina hacia allí, se arrodilla

y, sin una palabra, frota la sangre del hombre del piso, dejando una mancha

blanca de lavandina. Perdiz piensa en Bradwell. Sus lecciones en Historia

Eclipsada—que tan rápido se limpia la verdad.

Entonces un auto estaciona frente a ellos—no un carrito de golf como usa la

mayoría de la gente, sino un sedán azul marino. Tiene la puerta abierta. Un

nuevo grupo de guardias sale, flanquea a Perdiz y lo guían al auto.

-Llévenme a lo de Lyda. –Dice Perdiz cuando se sienta en el asiento

trasero, acuñado entre dos hombres de hombros anchos.

-¿Piensas que esto es un taxi? -Dice Beckley desde el asiento delantero.

Puertas cerradas. El auto sale disparado hacia adelante, sacudiéndose en

una curva y atravesando el parque público, por sobre el suave césped y

pasando árboles falsos.

-¿A dónde me llevan?

-Estamos bajo el protocolo de clausura. Te vas a la cámara de guerra.

-¿La cámara de guerra?

-Tu padre solía tener una facilidad segura en la Cúpula, -Le explica

Beckley. –Esa es la cámara de guerra.

-¿Realmente piensas que la gente está tan enojada? ¿Piensas que son

peligrosos?

Beckley mantiene los ojos al frente. –Te olvidas que esta es la gente que

abrió su camino hacia la Cúpula a codazos, señor. En lo profundo, nada

dulce sobre ellos.

Uno de los guardias hace un sonido parecido a un suave balar. -Baa, baa,

baa. –Tan bajo que Perdiz ni siquiera está seguro de haberlo escuchado ¿Se

lo imaginó o alguno de ellos se está riendo de su discurso—de cómo los

llamó ganado?

-¿Quién tiene acceso a este cuarto? –Dice Perdiz bruscamente, tratando de

mantener su dignidad.

-Tu padre sostenía reuniones aquí, pero dentro hay una cámara sólo para él.

El lugar más seguro de la Cúpula. Fue rediseñado para que sólo tú puedas

entrar ahora—escáner de retinas, huellas.

-Una cámara de guerra, -Dice Perdiz. –¿Mi viejo tenía un cuarto de guerra

con una habitación sólo para él?

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-Y ahora tú tienes una, -Dice Beckley.

-Una herencia real a la antigua usanza, -Dice Perdiz. Ve la cara de su padre

justo antes de morir, sus ojos abiertos al darse cuenta de que lo estaba

matando. –¿Por qué no escuché sobre esto antes? ¿Un cuarto sólo para él?

Si hubiera habido un ataque, ¿iba a ir por mí o simplemente me dejaría en

la academia?

Beckley no dice nada. O no lo sabe o no quiere decirle la verdad.

Perdiz recuerda sus vacaciones de invierno con los Hollenback. Si los

supervivientes se hubieran alzado y atacado, ¿es con ellos con quienes

hubiera muerto? –Quiero que Lyda Mertz se capaz de entrar también.

Rediséñenla.

-¿Lyda Mertz? ¿Seguro, señor? –Preguntó uno de los guardias.

-Completamente –Es la única persona en la que puede confiar realmente. Si

algo le pasara a él, ella podría todavía entrar. No tundra un cuarto al que

sólo él pueda acceder. No será esa persona. –Hagan que alguien traiga a

Lyda a la cámara. Debo verla.

-Sí, señor. -Dice Beckley.

Salieron por el otro lado del parque. La gente estaba en la calles. Algunos

erraban sin un destino fijo. Otros cargaban contra las multitudes como si

buscando a alguien perdido. Gritaban y lloraban. Una mujer se quedó

inmóvil, lágrimas le rodaban por la cara.

Un par de peleas se habían desencadenado. Una mujer agarra a otra por el

brazo, torciendo su piel desnuda. Dos hombres jóvenes se aporrean en el

suelo.

-Con suerte se cansarán, -Dice Beckley.

Perdiz no está seguro. Habían sostenido un montón de culpa e ira por

mucho tiempo. –¿Qué pasa si es sólo el comienzo? –Algunos guardias

trotan apretados por una calleja en una formación. Más aparecen del otro

lado de la calle. –No quiero que se ponga sangriento, -Dice Perdiz.

-¿Realmente pensaste que podrías hacer lo que hiciste sin derramar sangre?

–Dice Beckley.

-Quiero paz, Beckley. Esa es mi meta. Adentro y afuera.

-Y eso usualmente se paga con sangre, -Dice Beckley.

Perdiz reconoce algunas de las caras aquí y allá—a nadie que pueda

nombrar, pues no hay tantas caras en la Cúpula. Circulan y se vuelven

familiares. Pero tal vez le es difícil ubicarlas porque se ven diferentes—

desesperadas, perdidas, indefensas.

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Unas pocas personas ven el largo auto negro y asumen que hay alguien

importante dentro, así que lo siguen corriendo una o dos cuadras, haciendo

gestos con locura y enojo. Un chico es rápido. Salta sobre el baúl y lo

golpea con el puño. –¡Baja la velocidad! ¡Hay un niño sobre el auto! –Dice

Perdiz.

-¿Quieres que entre? –Pregunta el conductor.

-¡Dije que más lento!

El conductor baja la velocidad pero colea lo suficiente para que el chico

caiga hacia atrás sobre el suelo, sorprendido.

Perdiz mira por la ventana tintada—el niño, sobre su espalda, golpea el

piso, mientras el resto corre y grita y alborota. En medio del caos, hay un

hombre viejo con corbata en el centro la calle. Perdiz lo conoce. Tommy.

Es todo lo que tiene—un primer nombre. Tommy era el barbero de su

padre. Se había vestido para la trasmisión. Tenía su abrigo deportivo

doblado sobre su brazo. Su barbilla contra el pecho, se frota los ojos ¿Está

llorando? Después se tambalea y mira hacia arriba, como queriendo ver el

cielo.

* * *

Rodeado de guardaespaldas, Perdiz es guiado desde el auto hasta el

conjunto de elevadores reservados para la gente de elite de la Cúpula. La

cámara de guerra está enterrada en el mismísimo centro de la Cúpula, en el

nivel subterráneo más bajo.

Las puertas del ascensor se abren y entran a una construcción con un

laberinto de pasillos que hacen un eco muy fuerte con el golpear de los

tacos de sus botas. Uno de los guardias abre la puerta de la cámara de

guerra tipiando una serie códigos en el teclado allí montado. La puerta se

abre, revelando una larga mesa de caoba rodeada de sillas de cuero. Las

paredes están cubiertas con pantallas negras, ahora oscuras y vidriosas, casi

parecen mojadas.

El guardia lo lleva dentro junto a Beckley.

Perdiz camina por la mesa y corre la mano por sobre el respaldo de la silla

en la cabeza. La silla de su padre. El cuerpo de su padre estuvo aquí una

vez. Su mente recuerda su cara una vez más—su piel ulcerosa roja y, en

algunos lugares, ya ennegrecida por la necrosis, y sus manos, curvadas

hacia dentro, sacudiéndose con una parálisis constante. Willux había

abusado por décadas de drogas para mejorar sus habilidades mentales. Le

pasó factura, causando una degeneración rauda en sus Células. Perdiz trata

de recordarse que su padre se lo hizo a sí mismo, pero eso no sofoca la

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culpa. No hay forma de dejarlo ir. -¿Ha estado alguien dentro de la cámara

desde la muerte de mi padre?

-No, señor, -Dice Beckley. –Estábamos bajo órdenes estrictas de solamente

reprogramar los códigos. No se nos dejó entrar—únicamente programarlo

para que tú pudieras.

Perdiz se pregunta si la habitación realmente era para su protección —¿o

era una trampa, una forma de eliminarlo si no hacia lo que la Cúpula quería

que hiciese? ¿Es esto algo que su padre soñó para su sucesor, o había sido

arreglado por Foresteed para tomar el control? Siente el sudor frío en su

espalda, y piensa en su padre, quien había liderado por tanto tiempo ¿Era

este el tipo de duda y sospecha con el que había vivido todo el tiempo? ¿Era

por eso que gobernaba con puño de acero?

Perdiz mira al guardia que abrió la puerta. Nunca había estado

completamente seguro de en quién fiarse. Incluso su confianza en Beckley

había sido difícil de conseguir y algunas veces se sentía inestable. Pero

ahora que había dicho la verdad sobre su padre Perdiz está incluso menos

seguro de quiénes habían sido movidos por las noticias y cómo se

decidirían volverse contra él. Estos son los Puros—no del tipo que se alzan.

Pero aun así debía ser cuidadoso. Mira a Beckley, tratando de estimar una

lectura de él. Perdiz no quiere ir a la cámara sólo para ser aislado y atacado.

Beckley lo mira con calma. -¿Estás bien? -Pregunta.

-Bien. –Dice Perdiz. No tiene otra opción que confiar en quienes lo rodean.

Son todo lo que tiene. –Veámosla.

Beckley asiente al guardia, quien se estira debajo de la mesa, tal vez

presionando un botón escondido allí, y una de las paredes se parte,

revelando un panel, y abre, revelando una puerta.

Del otro lado podían estar los secretos de su padre. Nunca lo había

entendido. Era tan ausente—incluso estando en el mismo cuarto, su mente

trabajaba en otra cosa. Perdiz no recuerda alguna vez sentir que su padre lo

estuviera mirando realmente a él. Era más que distante. Parecía casi vacío.

Pero no siempre había sido así; hubo algo en él—alguna vez—que hizo que

su madre se enamorara de él ¿No había sido divertido en algún momento?

¿Pensativo? ¿Tal vez incluso un poco vulnerable?

También es consiente que del otro lado podrían haber pruebas para

mostrarle a la gente de aquí—evidencia de que su padre era la mente

maestra detrás de todo, que la gente del exterior necesita ayuda.

Camina hacia la puerta. –¡Cómo hacemos esto?

-Miras al rayo de luz del escáner de retinas, -Dice el guardia. –Y presionas

tu mano en este cuadrado para comprobar tus huellas. –El resplandor es

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azul y sale de una lente en la pared. El cuadrado es de vidrio, pero también

tiene un brillo azulado.

Perdiz se inclina sobre la luz. Algo dentro del lente chasquea. Presiona su

mano contra el cuadrado de vidrio, y escucha más chasquidos. Lleva la

mano a la manija, pero la puerta se abre automáticamente. El cuarto está

oscuro.

Beckley se mueve hacia adelante para guiarlo.

-Espérame afuera, -Dice Perdiz. –Afuera del todo. En el corredor.

-Sí, señor. -Dice Beckley y saca al resto de los guardias.

Perdiz entra a la habitación oscura; puede decir que es relativamente chica,

y que se siente abarrotada. Por la tenue luz recibida desde la cámara de

guerra, puede ver que las paredes de la sala están cubiertas en algo que se

agita. Piensa en alas—en las aves en la espalda de Bradwell y cómo,

cuando se alzaban, su camiseta se movía.

¿Está la cámara de su padre llena de alas batiéndose? Quiere cancelar esto,

salir del cuarto, pero no puede. Fue demasiado lejos. Sabrían que tiene

miedo.

No es lógico, pero siente como si entrara a la mente de su padre. Siempre

presintió que tenía secretos infinitos, que parecía tan ausente porque había

una versión de sí mismo que se negaba a compartir. Un lado secreto.

Y Perdiz había descubierto tantos secretos—destrucción, muerte, tantas

capas de mentiras. No quiere conocer ninguna de ellas.

Se estremece y da un paso atravesando el umbral.

Inmediatamente, las lámparas titilan hasta encenderse. La habitación se

llena de luz. La puerta se cierra a su espalda.

Las paredes están cubiertas de hojas de papel—cientas, quizás miles de

ellas. Algunas son lustrosas y gruesas, otras blancas y finas.

Las brillantes son fotografías, y a los papeles los cubre la letra de su padre.

Perdiz camina hacia una pared. Ve la cara de su madre, posada sobre un

bebé envuelto en una manta. Sedge está a su lado, espiando al bebé. Es

Perdiz, recién nacido.

Mira el papel pegado a la pared junto a la foto. Es una carta. Dice,

Para mi Hermosa esposa,

Te recuerdo en este momento ¿Estaba allí? ¿Tengo simplemente el

recuerdo de mirar esta fotografía? Nuestras vidas se dividen así. Aun te

extraño. Siempre lo haré. Eres mía. No lo olvides. Mía.

Ellery

Perdiz avanza a la próxima hoja de papel.

Para mi Hermosa esposa…

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Y la siguiente: Para mi Hermosa esposa…

Y luego encuentra una que comienza,

Querido Sedge,

¿Qué pasó? ¿Por qué me diste la espalda? ¿Por qué…

¿Alguna vez dejó Sedge atrás a su padre?

Perdiz,

Mira que tan joven una vez fuiste. Solías gritar y cantar cuando iba a la

puerta, y ahora creciste. Un chico académico…

El cerebro de su padre estaba afectado por las mejoras. Se deterioraba, y

estaba dispuesto a sacrificar a su hijo para poder seguir viviendo. Perdiz

murmura con los labios secos, -Mi padre estaba loco.

Estira el brazo y agarra la carta. La hace un bollo en la mano ¿Todo este

tiempo su padre les había estado escribiendo cartas? Estaba haciendo un

álbum de fotos al que entrar, una muestra. Y lo había mantenido para sí

mismo todos estos años.

Perdiz saca una fotografía de sí mismo en una bici a los cinco, de Sedge en

su uniforme de hockey sobre hielo, de su madre y padre vestidos para una

ocasión formal.

El amor y odio hacia su padre se revuelve dentro suyo ¿Quién era Ellery

Willux? ¿Los amaba después de todo? ¿Es este lugar una prueba de que no

podía demostrarlo?

Perdiz embiste contra una pared y arranca tantas fotografías y cartas como

puede. Caen al suelo. Corre sus manos por los muros, arrancando un trozo

de tela y luego otro. Su pecho se contrae. Siente su corazón comprimido, y

su respiración superficial. Sostiene el puño contra el pecho. –Demonios, -

Dice.

Y se tambalea hacia la única silla en el lugar, la de detrás del escritorio de

su padre. Se sienta con pesadez y lentamente mira a su alrededor. Esto es

todo lo que siempre quiso de su padre. Alguna muestra de su amor. Algún

gesto de afecto ¿Y siempre había estado construyendo esto?

Escucha un golpeteo en la puerta.

-¡Les dije que esperaran en el pasillo! –Grita y trata de recuperar el aliento

¿Está teniendo un ataque al corazón? Jesús, ¿está su padre tratando de

matarlo con esta mierda?

-Soy yo. Lyda.

Lyda. Se levanta de la silla y se mueve hacia la puerta. Gira la manija y,

como antes, la puerta se abre automáticamente.

Allí está ella. La observa por un momento—su rostro, sus pestañas, sus

labios partidos.

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-Dijiste la verdad, -Dice ella, sorprendida.

Por un segundo no entiende de lo que habla—decir todas esas cosas en el

funeral parece hace tanto tiempo. –Esperaba que estuvieras viendo. –La

acerca hacia él. Huele la esencia a lavanda en su perfume. –Les dije que te

trajeran. Debía verte, -Dice. –Ven conmigo.

-¿Qué es este lugar?

Él pone su mano en la parte baja de su espalda y la guía dentro de la

cámara. Ella mira el suelo lleno de fotos y cartas, y las paredes con cinta. –

Perdiz. –Dice. –¿Era este el cuarto de tu padre?

-Su cámara secreta. –Le alivia tenerla aquí. Es como un antídoto a la

solitaria locura de su padre. Le trae sanidad a la habitación. Puede centrarse

en ella y el resto se nubla.

-¿Por qué te hizo esto?

-¿A mí? -Pregunta Perdiz. -¿A qué te refieres con que a mí?

Lo mira sorprendida. Él puede decir que se está aguantando. No quiere

contarle algo que lo hiera. No es buena ocultándolo.

Y entonces lo golpea, y mira la habitación de nuevo—esta vez viéndolo de

la forma en la que ella lo hace ¿Es todo por el show? Su padre debió de

haber trabajado en esto por años—mucho antes de haber planeado en usar

el cuerpo de Perdiz para seguir adelante ¿Es este cuarto algún tipo de

broma? ¿Son todas estas fotos y cartas estúpidas un intento de oprimir su

corazón? O tal vez estaba originalmente diseñado para jugar con Sedge. Él

era el verdadero heredero ¿Es todo esto falso? ¿Un plan para ganar

simpatía? ¿Un último intento de poder usando el amor?

-¿Piensas que todavía está jugando conmigo?

Ella camina hacia el escritorio de brillante superficie de Willux. Lo circula

y saca la silla.

-No. -Dice Perdiz.

-¿Por qué no?

-No sé. Es sólo que…

-¿Qué?

-Este cuarto. Se siente lleno de contagio ¿No lo sientes aquí? ¿Su

presencia? Es como si no estuviera muerto. No aquí, al menos. Llena la

habitación, el aire. –Perdiz se pregunta si el contagio que siente es su propia

culpa tóxica. Mira las caras de su familia mirándolo acusatorias. Una vez

fue un bebé; ahora es un asesino.

-Esta habitación es tuya ahora. –Dice ella.

-¿Qué pasa si no la quiero?

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Camina hacia Perdiz, se arrodilla y levanta otra foto de él de bebé. En esta

lleva una gorra. Su cara tiene un tono rosa brillante. Y es su padre quien lo

sostiene. –Eras un lindo bebé. –Dice. Se para y se la entrega. Él la mira un

minuto. Y con un anhelo inesperado quiere volver atrás. Quiere ser ese

bebé de nuevo. Quiere hacer todo otra vez.

Pero no le puede permitir a su padre llegar hasta él. Había sido guiado hasta

aquí, y usaría esta habitación para su propio fin. Usaría el secreto de su

padre en su contra, tratando de deshacer lo que su padre había hecho.

Le devuelve la imagen a Lyda, camina hacia el escritorio y dice. -¿Qué más

esconde aquí dentro? –No se sentará en la silla de su padre de nuevo. La

saca del escritorio y presiona sus palmas contra la superficie brillante. De

pronto el escritorio se ilumina. Ante él hay un mapa del mundo, punteado

con luces azules, cada una pulsante excepto una—localizada en el lugar

donde se yergue la Cúpula. Ese brilla.

-¿Qué demonios? –Susurra Perdiz.

Lyda se pone su lado. –Es el mundo y eso es nosotros.

-Sí. –Dice. –Así que la pregunta es, ¿qué representan todas las luces

titilantes?

-¿Qué representan, o a quién? –Dice Lyda en voz baja.

A Perdiz se le pone la piel de gallina. –Podrían ser otros lugares que fueron

prescindidos ¿Podría significar que hay otros sobrevivientes allí afuera?

-Toca una. –Dice ella.

Perdiz piensa en el padre de Pressia, Hideki Imanaka. Era uno de los Siete.

Uno de los tatuajes todavía pulsantes en el pecho de su madre antes de

morir prueba que seguía vivo. Tal vez esta sea una forma de encontrarlo.

Una de las luces parpadeantes está en la isla de Japón. Perdiz estira el brazo

y la toca.

La estática se eleva de parlantes ocultos, y luego una voz. –Perdiz. –Es la

voz de su padre y, por un segundo, piensa que sigue vivo, que el asesinato

no tuvo éxito. Mira la puerta de la cámara, pero está cerrada. Lyda se estira

y le agarra la mano ¿Volvió su padre de la muerte? ¿Es imposible de matar?

–Mi hijo. –Dice su padre.

-No. -Perdiz se siente enfermo. Agarra los bordes del escritorio y se sienta

en la silla de su padre.

La voz sigue: -Tu huella—esa pequeña espiral que estuvo allí desde tu

nacimiento. Encontraste este cuarto, este mapa, mi mundo. Desbloqueaste

mi voz con un simple toque. Y eso significa una cosa: tú estás vivo y yo,

muerto.

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-Lyda. –Susurra Perdiz. –No puedo escuchar esto.

Ella lo agarra del brazo. –Está bien. –Susurra. –Debemos hacerlo.

-Con un toque, un mensaje le fue enviado al resto de que me he ido y de

que estás a cargo ¿Realmente pensaste que me contentaba con controlar una

pequeña Cúpula?

Perdiz quiere presionar sus manos contra las orejas, pero no puede moverse.

Apenas puede respirar. Mató a su padre, pero él sigue allí.

-Abre el primer cajón del escritorio. Allí, encontrarás una lista de mis

enemigos—ahora tuyos. Descubrirás la verdad que le escondía a todos—

incluso a ti. Hallarás la simple y honesta ironía de todo lo que intenté

lograr. Con suerte, entenderás la fragilidad de lo que heredaste. Puede que

me odies. Lo entiendo. Yo también odiaba a mis padres. Es la forma en la

que el mundo funciona. Vi el fin, Perdiz, y te estaba tratando de salvar de

él. Cree lo que quieras, pero es lo que hacen los padres. –Pausa entonces

¿Vio Willux su propio final cerca? ¿Qué final? –Una cosa más. –Dice su

padre ¿Va a firmar diciendo que lo ama? ¿Qué es lo que realmente quiere

Perdiz del hombre muerto?

Su padre baja la voz y continúa. –Una pregunta ¿Hay sangre en la huella?

Hay otro corto arranque de estática y la voz desaparece.

Silencio. Mira el mapa de luces azules. Siente su respiración alta y atascada

en su garganta. Da vuelta las manos y mira sus dedos—las pequeñas

espirales intrincadas que son de él solamente. Su padre sabía que si Perdiz

estaba escuchando la grabación, entonces probablemente lo había matado.

Lyda susurra. –Él sabía que lo harías.

-No. –Dice Perdiz.

-Todavía está en el poder. –La voz de ella es fría, o tal vez esté asustada.

Él alza la cabeza y se gira para mirarla. –No. –Dice Perdiz. –Lo maté.

El rostro de Lyda se ve pálido y rígido. –Aún está… -Levanta las manos a

su garganta, apretando los puños. Él se vuelve a parar y ella retrocede. –Te

cambió, Perdiz. Una parte de tu padre sabía que lo harías, que eras capaz de

matarle, y te cambió muy en lo profundo. –Retrocede contra la pared,

haciendo temblar las fotografías.

-¿Qué otra cosa podía hacer? ¿Dejar que me mate?

-No. –Dice ella, sacudiendo la cabeza enojada. –Tan sólo…

-¿Sólo qué? –Él recuerda el sentimiento que tenía justo después de hacerlo.

Sus manos se habían entumecido. No sentía las piernas. No podía pensar.

En cambio, su corazón latía con fuerza, como si fuera lo único que le

quedaba. Y lo siente ahora porque Lyda nunca había estado tan asustada de

él, y puede leerlo en su cara con claridad. –Lyda. –Susurra.

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-No sé. –Dice ella. –Es otro secreto. Crecimos con todos estos secretos y

mentiras ¿Cómo podremos seguir viviendo así, Perdiz? No sé si pueda… -

Inhala profundamente, rápidamente tocando su estómago. El bebé. El

futuro.

-Sin ti, estaría sólo en esto, -Dice él. –No me des la espalda.

-No lo hago. –Mira a su alrededor como agregando, no tengo dónde ir. Pero luego mete la mano en su bolsillo. –No estamos completamente solos.

-Saca un pedazo arrugado de papel. Él camina hacia ella y Lyda se lo

entrega. –Están aquí—las células durmientes: Cygnus, el cisne.

Es un cisne de origami. –¿Se pusieron en contacto contigo?

-Léelo.

Perdiz desenvuelve el ala y lee Glassings necesita tu ayuda. Sálvalo. -¿Quién te lo dio? -El técnico que vino a arreglar el orbe.

-¿Salvar a Glassings de qué? ¿Dónde diablos está? -Dice.

-Esto es todo lo que tengo. –Ella suspira y se frota los ojos. –¿Vas a abrir el

cajón?

-¿Qué?

-Creo que deberías hacerlo.

-Observé a mi padre toda mi vida, sabes—cómo le miraba y hablaba la

gente. No quise, pero lo incorporé todo, y creo, que en algún nivel, debí de

haber pensado que su vida algún día sería la mía. Quiero decir, era mi

padre. –Para abruptamente. Da un respingo. Le preocupa llorar. –No es sólo

que lo maté, Lyda. No es sólo que soy un asesino. –Frota su pulgar contra

sus otros dedos, pensando en su padre hablando sobre la sangre en ellos. –

Es que tengo miedo volverme él.

-Abre el cajón, -Dice Lyda.

Perdiz no va a discutir con ella—no ahora. Pone un dedo en el cuadrado de

luz azul del primer cajón del escritorio. Se abre deslizándose y revela un

montón de carpetas.

Toma la de arriba y la tira sobre el escritorio. Justo como dijo su padre, en

la etiqueta se lee ENEMIGOS. La abre. Está llena de fotos de gente, cada una

con una página de información—actividad sospechosa, familia, amigos,

afiliados.

Perdiz hojea el montón y Lyda se le acerca para ver las caras. Cuando llega

a Bradwell. Lyda jadea, y sabe que es porque reconoce el fondo también—

el bosque donde su madre y hermano fueron asesinados. La imagen es de

Bradwell gritando, los tendones en su cuello tensos; lo atraparon a mitad de

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la acción y Perdiz se da cuenta de que fue tomada de una trasmisión vía

video de uno de los Soldados de las Fuerzas Especiales que los había

atacado. La imagen fue tomada minutos antes de que su padre matara a

Sedge y su madre.

-Vamos. –Lo apura Lyda. -¿Quién más está allí?

Va a la próxima foto, y es una de Il Capitano y Helmud del mismo lugar, el

mismo día. Cierra la carpeta y la devuelve al cajón. –Estos no son mis

enemigos. –Dice Perdiz. Es un alivio. Su padre estaba equivocado.

Hay otra carpeta. La toma y la saca.

NUEVO EDÉN.

La abre y le echa un vistazo a los planes—escritos a mano con los flojos

garabatos de su padre—para esclavizar a los miserables como una raza sub-

humana para servir a los Puros una vez la tierra sea habitable de nuevo. –

Nuevos esclavos para un Nuevo Edén. –Dice Perdiz con el estómago

retorcido. La cierra.

La próxima carpeta se titula RETORNO. Su padre generalmente opta por

referencias más simbólicas, así que esta palabra práctica lo pone nervioso.

La abre de forma que él y Lyda puedan leer juntos.

Primero hay un reporte oficial de un equipo de científicos y doctores. La

lista de nombres al principio del reporte es larga, pero para él resalta el

nombre de Arvin Weed. Lo apunta. –Mira.

-También lo vi. -Dice Lyda.

“De las muestras recolectadas y su incubación en un entorno simulado,

nuestros especímenes reaccionaron de forma pobre en general. De veinte,

doce murieron los primeros diez días. Cuatro contrajeron tumores

cancerígenos que tomaron raíz casi de inmediato y parecían desarrollarse en

sus problemas de salud. Dos de estos cuatro fueron curados del cáncer pero

murieron por más tumores con los años. A los cuatro sobrevivientes—un

hombre y tres mujeres—les fue mal en general. Dos son estériles. El

hombre contrajo una enfermedad en el ojo, dejándolo ciego. Él y una mujer

tienen asma y los pulmones comprometidos. No esperamos que sean

capaces de volver a unirse a la población general de la Cúpula. El hombre

está en una unidad de cuidados críticos, y la mujer sufre de problemas

mentales y está actualmente en un confinamiento solitario en el centro de

rehabilitación. Las otras dos están siendo estudiadas y evaluadas. Fueron

mandadas de vuelta al público con sus memorias sobre los estudios

borradas.

En conclusión, creemos que aquellos que sobrevivieron en la Cúpula se han

vuelto, por falta de exposición al exterior y a las enfermedades en general,

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vulnerables con el tiempo. Si fuéramos al Nuevo Edén, perderíamos una

gran cantidad de gente el primer año. Aquellos que sobrevivan serían por

mucho sobrepasados en número por los supervivientes fuera de la Cúpula.

Sin embargo, entre más esperemos entrar al Nuevo Edén, más vulnerable

nuestra población será ante los elementos que fueran a matarnos.

Mientras tanto, los sobrevivientes originales de las Detonaciones han sido

erradicados, dejando a aquellos con habilidades extremas para adaptarse y

sobrevivir. Los restantes tienen un sistema inmune superior. La Operación

Purificación de Miserables contiene la más detallada información sobre los

sobrevivientes de cualquiera de nuestros estudios de observación.”

El padre de Perdiz había circulado Miserables y escrito en el margen dos

palabras: Raza Superior. Perdiz levanta la hoja y estudia la letra de su padre. -Sí creó una raza

superior después de todo, sólo que resultó ser la equivocada. –Esa es la

ironía. Su padre lo sabía antes de morir. Dijo que podía ver el fin y de que

trataba de salvarlo de él.

-¿Pensó que tendríamos que vivir aquí por siempre? -Pregunta Lyda. –No

podemos. Los recursos son limitados ¿Iba a dejar que los Puros murieran

fuera?

-No lo sé. –Perdiz va al final del reporte. La última página es sólo un

montón de ecuaciones científicas—nada que pudiera descifrar. -¿Qué

demonios es esto?

Lyda dice con sarcasmo, -Como si la academia considerara que enseñarle

ciencia a la chicas vale la pena. Guárdalo, -Le dice. –Podría ser importante.

–Él lo dobla y lo mete en su bolsillo.

Perdiz hojea un par de otras carpetas y su espalda se pone rígida.

Saca una carpeta. Está etiquetada como PROTOCOLO PARA ANIQUILACIÓN.

-¿Qué significa? -Pregunta Lyda. –Ya aniquiló todo.

-No todo. –Perdiz abre la carpeta.

Allí hay una lista de instrucciones explicando cómo desencadenar un

proceso activado por voz. Un dibujo del cuarto apunta a un pequeño

cuadrado metálico en una de las paredes. Ambos miran hacia arriba, y allí

está, modesto, del tamaño de un enchufe. Con un grupo de comandos, el

metal se retraería, revelando un botón. Si lo presionaba “liberaría un gas

inodoro fuera de la Cúpula.” Un gas “basado en monóxido de carbono,”

pero más potente. “Induciría el sueño” y después comprometería los

pulmones y causaría una muerte en masa silenciosa. El gas mataría a todo

ser vivo a ciento sesenta kilómetros a la redonda. Willux escribió que la

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activación por voz sólo reconocía la suya, pero que luego había sido

tachada y agregado el nombre de Perdiz.

-¿Le enseñó a la computadora a responder a mi voz? ¿A matar a todo ser

vivo a ciento sesenta kilómetros a la redonda?

-Pero son la raza superior, -Dice Lyda. -¿Por qué querría matarlos?

-Tal vez era su plan B. –Perdiz tira la carpeta al cajón y lo cierra con un

golpe.

Lyda se gira y mira las fotografías en el suelo. –Tú y tu padre son personas

diferentes, -Dice. –No eres él. Nunca lo serás.

-Tuve que hacerlo. –Susurra Perdiz. –Tuve que matarlo. –Se inclina hacia

delante, meciéndose un poco. Se frota los ojos.

-Vuelve a casa conmigo, -Dice Lyda. –Tengo una sorpresa para ti. -¿Es esta

su manera de decirle que ya no le tiene miedo, que él no cambió realmente,

que no le dará la espalda? Se gira en su dirección y rodea con sus brazos el

cuello de Perdiz. Se sostienen con fuerza mutuamente, y él quiere congelar

este momento. Justo aquí, ahora.

Una llamada a la puerta los sorprende.

Beckley dice, -Señor, la situación empeoró.

Perdiz no suelta a Lyda. -¿Peor cómo?

-Lo necesitamos, señor.

Perdiz no se siente un líder. Su padre aun manda desde la tumba. –No creo

que haya algo que pueda hacer.

-Hay una cuota de muertes, -Dice Beckley. –Está creciendo.

Perdiz deja ir a Lyda, corre hacia la puerta y la abre. Allí está Beckley

ligeramente sin aliento; sus ojos van de Lyda a Perdiz. -¿Se están matando

entre ellos?

-No, señor.

-¿Entonces cómo?

-No se están matando entre sí. Se están suicidando.

PRESSIA

DEBER

Fedelma conduce a Pressia por un largo corredor con piso de piedra, cada

puerta que pasan tiene una pequeña ventana. Pressia entrevé laboratorios,

gente inclinada sobre delicados trabajos científicos—tubos de pruebas,

maquinaria. -¿Qué hacen? –Pregunta.

Fedelma para y la mira. –Sabes qué están haciendo, Pressia.

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-No. –Dice ella. –No lo hago. –Pero en parte se pregunta si simplemente no

quiere saberlo, si la verdad es demasiado aterradora, y por eso está bloqueando

lo obvio.

-Seguramente puedes imaginarte nuestro gran desafío y cómo podríamos

superarlo. Has visto a los niños. Sabes lo que podemos hacer con meras vides.

Viste a los jabalíes en el campo ¿o no? –Parece repentinamente enojada. –Y

yo. Conoces mi lote.

Pressia mira el estómago de Fedelma y ahora lo entiende: ella no eligió estar

embarazada. Es su deber ¿Cuántos chicos habrá tenido? ¿Por cuánto tiempo

continuará así? –No fui a la escuela. –Le cuenta Pressia. –Todo lo que sé es lo

que mi abuelo me contó. Era un confeccionador de carne, en una funeraria

¿Cómo podría saber lo que sucede en laboratorios?

-Viniste hasta aquí por una fórmula. Tenías uno de los viales más potentes de

biotecnología conocido por el hombre ¿Esperas que crea que no entiendes lo

que hacemos aquí? Esto es un juego de niños comparado a lo que buscas. –

Retoma su marcha por el pasillo.

Pressia se estira y agarra el brazo de Fedelma. –No lo sé. Lo juro.

Los ojos de la mujer revisan la cara de Pressia. Todavía no le cree del todo

pero dice, -Willux salvó a Newgrange, el sitio sagrado. Le dio su palabra a

Kelly de que sería escusado. Sólo treinta de nosotros logramos entrar en la

colina a tiempo.

-Pero está toda esta tierra, estos edificios y laboratorios ¿o no? ¿Qué hay de

todo eso? -Pressia quiere saber qué tan avanzada está esta gente ¿Pueden

reparar una aeronave y hacerla despegar?

-Willux perdonó un radio de cinco kilómetros. Y debes saber cómo

funcionaron las Detonaciones. No puedes hacerte la tonta en ese punto. –Mira

el puño de cabeza de muñeca de Pressia. –Las viviste ¿O no?

-Apenas recuerdo, -Dice Pressia. –Pero regresa a mí de a momentos. Sé que

hubo ciclones masivos de fuego que barrieron todo. Y que la ceniza voló y

hubo una lluvia negra ¿Alguien fuera de Newgrange sobrevivió?

-Otros veinte, sumando cincuenta, pero con enfermedades, menguábamos

nuevamente.

-¿Y qué hizo Kelly entonces?

-Todo lo que pudo.

-Este lugar. –Dice Pressia –No es como el de donde provenimos. Los

devoradores de ceniza, primero que nada. Inventó todo tipo de cosas ¿O no? –

Entre más información pudiera Pressia sacarle a Fedelma, más podría

compartir con Il Capitano y Bradwell. Si quiere que Bradwell la perdone, tal

vez el primer paso sea hacerle ver que es valiosa, que todavía necesitan del

otro para volver.

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-Bien, tenía una base en ingeniería genética de plantas y clonación a nivel

molecular. Creó la agrifactura, que es por qué nuestras plantas funcionan

como un equipo de defensa.

-Clonación. –Sabe a qué se refiere, en términos generales. Réplicas. Copias. -

¿Cómo lo hacen?

-Usamos nuestro ADN para crear clones. –Explica Fedelma. –Pero cada

embrión todavía requiere de un útero en el que desarrollarse. Todas las

mujeres cumplen con su parte. Acarrearé bebés hasta que, eventualmente, ya

no pueda hacerlo; incluso si muero en el proceso, el riesgo lo vale. –Y después

añade a la defensiva. -¡No podemos arriesgarnos a extinguirnos!

Pressia siente un escalofrío subiendo por su columna. Mira tú reflejo. Halla tu

pareja ¡Encuéntrate! ¡Encuéntrate! ¡No quedes al final! Los chicos lo decían

en serio. Halla tu pareja; Encuentra una copia de ti mismo. Pressia había

alentado el paso. Piensa en las caras de los niños—las que eran casi una

imagen en espejo. Finalmente deja de caminar.

Fedelma se gira. -¿Nos estás juzgando? Todos hacemos sacrificios ¡Es la

única forma de valer!

-No los juzgo. Entiendo los sacrificios. –Dice Pressia. Piensa en Bradwell. No

deseaba sacrificarlo, aunque eso era lo que él quería. –Los jabalíes… -Dice,

tratando de encajarlo todo junto.

-Algo de partición genética, sí. Están diseñados para ser domesticados como

ganado pero también feroces. Si es necesario, atacarán en nuestro nombre.

-¿Atacar a quién?

Fedelma se le acerca. A pesar de que no hay nadie cerca, baja la voz. –Debes

ser cuidadosa. Más allá de cinco kilómetros a la redonda, el territorio que

marcamos con las vides, están aquellos que quieren entrar—quienes matarían

por lo que tenemos aquí.

-¿Quiénes son ellos?

-No son diferentes a los que tienes en tu parte del mundo.

Pressia dice, -¿Cómo sabes qué tenemos en nuestra parte del mundo?

Fedelma susurra, -Nos perdonó. Sabe que estamos aquí. Nos vigila y

probablemente a otros.

-¿Quién? ¿Willux?

-Tenemos suerte de siquiera estar vivos.

-¿Willux y Bartrand Kelly siguen en contacto? ¿Siguen siendo… amigos? -

Pressia cierra los ojos con fuerza y sacude la cabeza, -¡Willux sabe que están

aquí! ¡Vivos!

-Shhh, -Dice Fedelma. Toma la mano de Pressia y la posa sobre su estómago.

Pressia siente un golpeteo desde dentro. –Tenemos un futuro que proteger. Lo

entiendes ¿Verdad?

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Pressia saca la mano. -¿Dónde está Bartrand Kelly?

Fedelma suspira. –Quiere que lo esperes. –Continúa por el pasillo.

Pressia la sigue. Giran en una esquina y se detienen frente a la puerta de una

habitación pequeña. Fedelma dice, -Aquí. Esperarán. –Abre la puerta de un

empujón.

El estómago de Pressia se voltea ¿Estará Bradwell aquí? ¿Va a hablarle?

¿Siquiera la mirará? Trata de pensar en algo que decirle pero no puede

imaginarse por dónde empezar. Entra.

El cuarto es pequeño—sólo un placar muy grande realmente. Sin muebles. Il

Capitano está allí, apoyado contra una pared con Helmud descansando la

cabeza en sus hombros. Uno de los párpados de Il Capitano está hinchado y

rojo—las sombras tempranas de un ojo negro. Il Capitano se endereza y dice

hola de manera formal.

Helmud sonríe. –Hola. –Dice.

Había estado tan asustada de ver a Bradwell que se olvidó que todo entre ella

e Il Capitano está torcido. Él le había profesado su amor y la había besado ¿A

dónde iban desde aquí? Se siente rígida y tímida. Il Capitano la mira, pero

aparta la vista con rapidez.

-Hola. –Dice ella. Se siente sonrojada. Lo que había hecho Il Capitano fue tan

dramático, tan lleno de emoción. Fue valiente. Esto es lo que admira de él—y

que es duro y aun así tiene un corazón tierno. Todavía recuerda el beso.

-Kelly vendrá directamente, -Dice Fedelma y Cierra la puerta.

-Bradwell no está aquí. No sé dónde está. –Dice Il Capitano, como si ella sólo

quisiera ver a Bradwell y no a él.

-Me alegra verlos. -Dice Pressia. –No sangran hasta morir. Es una gran

mejora.

-Y somos dorados, -Dice Il Capitano. –Como estatuas móviles.

-Dorados. -Dice Helmud.

-Sí. -Dice Pressia mirándose los brazos.

-Se ve bien en ti, -Dice Il Capitano y mira el suelo.

-Cap, -Dice Pressia, aunque no está segura de cómo continuar—¿Espero que

no se ponga raro entre nosotros dos? Espero que todavía…

Pero entonces la puerta se abre de nuevo. Pressia sabe que es Bradwell antes

de girarse. El profundo crujido de sus alas es ruidoso. Escucha a Fignan

haciendo bip a sus botas.

-Esperaré aquí fuera. –Es su voz.

Se gira y ve sus rápidos ojos oscuros, sus mejillas golpeadas por el viento,

también el matiz dorado en su piel. Las alas son largas y harapientas—pero

también musculares y hermosas.

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-No hay sitio para mí allí dentro. –Le dice a un cuidador a su lado, un joven

nervioso. -¿No lo ves?

-Lo siento, lo siento mucho. –Dice el cuidador. –Esperaré contigo aquí afuera.

Antes de cerrarse las puertas, Bradwell mira a Pressia como si quisiera decir

algo. Ella abre la boca para preguntarle cómo lo lleva. Pero él se gira antes de

tener la oportunidad. La puerta se cierra y él ya no está.

IL CAPITANO

BACTERIA

-¡Jabalíes! -Dice Bartrand Kelly mientras cruza el campo caminando. -

¡Comenzaré con los jabalíes!

Pressia mira a Il Capitano, quien se encoje de hombros.

-¡Jabalíes! -Dice Helmud.

Il Capitano le da un codazo a su hermano sobre su espalda. –Cierra el pico.

–Susurra.

Bradwell camina unos pasos detrás de ellos con Fignan a su lado. Es todo

hombros y pecho—más grande y ancho que cualquiera a quien Il Capitano

jamás vio, aparte de las Fuerzas Especiales. Las aves en su espalda deben

de ser enormes, aunque están escondidas bajo sus espesas y extensas alas,

que son tan grandes que sobresalen por su cuello y tocan el suelo a sus pies,

deshilachadas como dobladillos viejos y usados. De vez en cuando, las alas

de Bradwell se arqueaban, revelando los gruesos huesos angulares y

desmesurados y densas plumas de pájaro. Il Capitano siente lástima por él.

Sabe cómo es acarrear algo en tu espalda por siempre. Aun así, Bradwell

obtuvo lo fácil ¿no? Al menos sus aves no le respondían.

Kelly es el que habla ahora. Había regresado en el tiempo desde los jabalíes

y les da un discurso sobre la Irlanda del Antes—sus monumentos, su tierra

fértil, su rica historia, sus poetas. A Il Capitano no le interesa la visita al

pasado. Quiere saber a dónde los está llevando y el estatus de la aeronave.

Cuando él y Helmud fueron encontrados en la cabina de mando, había

peleado. Resultó ser que los guardias no querían matarlo. Sólo querían que

saliera de allí. Lo golpearon lo suficiente para reprimirlo y lo llevaron de

vuelta a su cuarto. Les había preguntado sobre la aeronave—si la habían

arreglado, si podía volar—pero se negaron a contestarle.

Kelly lleva la delantera caminando con gran energía y propósito, meciendo

un bolso de cuero. Los campos verdes están vacíos. El viento corta por

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entre ellos. Hace que los ojos de Il Capitano se humedezcan—

especialmente el que tiene casi cerrado por la hinchazón.

Il Capitano aprendió a andar en bicicleta en un campo como este. Su madre

le había atado una toalla debajo de los brazos, alrededor de las costillas, y

había corrido a su lado hasta que él hubo alcanzado suficiente impulso—

con el viento en su cabello, rebotando sobre el pasto. Cuando piensa en ello

ahora, se ve a sí mismo liviano—no sólo sin el peso de su hermano sino sin

el de la vida.

Se acercan a un granero distante sobre una colina. Fignan se impulsa por el

pasto caído, con sus luces brillando por el exterior de su caja negra. -Así

que… ¿A dónde nos llevas? –Dice Il Capitano, interrumpiendo a Kelly. -¿A

la aeronave?

Kelly se gira y mira a Il Capitano como si recién lo notara. –Escuché que es

allí donde te encontraron. Tomará un par de días más poder hacerla volar

¿Hiciste un pequeño tour por ella, no?

-No era un tour realmente. Es mi nave. –Aclara Il Capitano.

-Es mi nave. –Dice Helmud, que suena como si contradijera a su hermano.

Il Capitano particularmente odia cuando hace eso en frente de otros.

-¿En serio? -Bartrand Kelly se detiene y piensa sobre esto. –Porque pensé

que habían robado la aeronave.

Se gira y sigue marchando cuesta arriba contra el viento. Il Capitano puede

escuchar las ráfagas contra las alas de Bradwell.

-Era mía para robar. –Dice. –Willux ennegreció la tierra entera. Me debía

una.

-Tenías otras opciones.

-¿Las tenía? Porque me gustaría saber cuáles son exactamente.

-¿Cómo sabes que la robó? –Dice Pressia, pero parece conocer la respuesta.

Il Capitano se siente desorientado. Mira a Bradwell para ver si él parece

saber algo que Il Capitano no, pero la expresión de su amigo es acerosa e

imposible de leer.

Kelly no responde y, momentos después, llegan al granero. Se para frente a

la puerta, levanta un pesado pestillo y la abre. –Sé cosas. Tengo mis

conexiones. –Dice finalmente.

El granero tiene algunas ventanas altas. Retazos de luz se cuelan, llenando

el sucio aire con luz solar. Lo siguen, siendo Fignan el primero. Uno de los

lados tiene estrechas casillas—veinte o más—todas repletas de jabalíes

masivos. Sus costillas son tan anchas como las de las vacas. Sus espaldas,

curvas. Sus espinas, tan grandes como puños, corriendo en una línea

dividida por montones de carne. Tienen pesuñas oscuras y colmillos

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gruesos y amarillentos sobresaliéndoles por los costados de sus largos y

gomosos hocicos.

-¿Conexiones? –Dice Il Capitano. Había solo una persona con la que podía

estar conectada para recibir información sobre la aeronave, ¿correcto? –

Estás en contacto con Willux, ¿o no?

-Bien. –Dice Kelly mientras se sacude las manos y cruza los brazos sobre

su pecho. –Lo estaba, pero ya no.

-¿Por qué? –Pregunta Bradwell. Su voz suena ronca por el desuso.

-Porque está muerto.

-¿Muerto? –Dice Pressia.

El viento se filtra en silencio. Es como si el fantasma de Willux—sólo su

respiración—estuviera allí por un segundo.

La madre de Il Capitano creía en fantasmas. Por el momento, no podía

aceptar que Willux estuviera muerto. Pero entonces, él siempre lo había

considerado como la muerte misma. Las madres llamaban a todos los

hombres Muertos, pero Willux era el duro sedimento para ello. Il Capitano

conocía la verdad. Willux está muerto. Se siente bien—en lo profundo. Se

ha ido.

Hay silencio mientras la noticia se asienta sobre ellos. Sólo se escucha el

sonido del que debe de ser el gruñido de los jabalíes y del leve zumbido de

los engranajes de Fignan. Il Capitano puede sentir a Helmud conteniendo la

respiración. Mira a Pressia y Bradwell, quienes parecen no poder creerlo.

-¿Cómo los sabes? ¿Estás seguro? –Le dice la chica al hombre.

Kelly asiente con énfasis.

-¿Está realmente… muerto? –Dice Bradwell. Su expresión se ve

conflictiva.

-Es lo que dije. –Dice Kelly. -¿Es tan difícil de imaginar?

Bradwell asiente. Su respiración es un poco dura. –Es sólo… no esperé que

se diera tan en silencio. Tan dada por hecho. Esperaba… -Agarra el frente

de su propia camisa. –Quería…

-Sí. –Dice Pressia, como siguiendo con el pensamiento del chico. –Debería

ser más grande. Se debería sentir más como un…

-Alivio. –Dice Bradwell. –O final. –Pero no mira a Pressia. Les da la

espalda a todos ellos. Il Capitano se pregunta si Bradwell está

decepcionado. El hombre quien ordenó el asesinato de sus padres está

muerto, y Bradwell no logró ser parte. No hay justicia en ello.

Y entonces Pressia dice. –Perdiz. -¿Había Perdiz en serio organizado el

golpe maestro? Se cubre la boca. No debería de haber dicho su nombre.

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Kelly la mira con intensidad. –Sí. El hijo más joven de Willux. Está a cargo

ahora.

-¿Perdiz? –Dice Bradwell tosiendo. Se gira para encararlos. -¿Seguro sobre

eso?

Il Capitano también está sorprendido. -¿Cómo pasó? –Recuerda la última

vez que habló con Perdiz. Estaban en un vagón de subte, encerrados bajo

tierra. Il Capitano no pensó que le quedaba mucha vida y confió en Perdiz.

Tuvo que tener fe en él. Aun así, no puede imaginárselo manejando tanto

poder. Il Capitano sabe de primera mano que el poder puede corromper el

alma.

–Lo hizo. –Susurra Pressia, casi para sí misma. –¡Entró! Perdiz cambiará

las cosas.

-O… -Dice Kelly, -Podría resultar ser justo como su padre.

-No. –Dice Pressia. –Odiaba a su padre.

-Sí, pero ¿Qué tan lejos irá? –Pregunta Bradwell con un afilado tono de

enojo en su voz. -¿Qué tan duro pujará por el cambio? ¿Realmente tiene lo

que se necesita? La única forma para llegar a hacer algo es si está dispuesto

a arriesgarlo todo ¿Puede hacerlo?

Il Capitano no conoce la respuesta. Nadie lo hace. Bradwell está

cuestionando la profundidad de la convicción de Perdiz. Perdiz puede no

saberlo él mismo. Il Capitano no está seguro de su propia convicción ¿Fue

un momento de debilidad en el que le dijo a Pressia que la amaba? ¿O era

convicción?

-Algunas vece el hombre hace al poder. –Dice Kelly. –Y otras, el poder

hace al hombre.

Pero entonces Pressia sacude la cabeza y mira a Kelly. -¿Estás en contacto

con la Cúpula? ¿Cómo es eso?

-Sabes que la historia entre Willux y yo remonta tiempo atrás. –Mira a

Pressia. –Conocí a tu madre y padre bien, también. No es un secreto.

-¿Así que estabas en buenos términos con Willux antes de las

Detonaciones? –Dice Bradwell en voz baja, como para disfrazar la rabia

justo debajo de la superficie. -¿es así como sobreviviste aquí afuera?

¿Willux jugando a sus favoritos?

Fignan zumba por la habitación con sus nudosas ruedas, reuniendo

información sobre este nuevo lugar. Se acerca a los corrales con los

jabalíes—pero no demasiado.

-Me dio un aventón—sólo tiempo suficiente para entrar a salvo a

Newgrange. Así que tal vez ayudó el hecho de que hayamos sido viejos

amigos, pero no era sólo amigo de él. -Kelly le dice a Pressia, -Tu madre

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murió recientemente. Su tatuaje dejó de pulsar. Era fuerte y luego se

detuvo. –Suspiró profundamente. –No sé qué pasó.

-Estaba con ella. –El viento azota alrededor de Pressia. Cruza los brazos

para protegerse del húmedo frío. –Willux los mató a ella y a Sedge juntos.

Kelly respira largamente. Sus mejillas están rojas. Parece apenado pero

luego furioso. -¿Cómo la encontró? ¡Pensé que estaba a salvo!

-Nos usó a Perdiz y a mí para encontrarla. Éramos la carnada.

Kelly retrocede un par de pasos, tratando de recomponerse. –Lo siento. –

Murmura, pero no es claro qué siente—el hecho de que Willux usó a su

propio hijo como carnada o la pérdida en sí misma.

-Eras un amigo cercano de mi madre por entonces. –Dice Pressia. Il

Capitano sabe que está escarbando por detalles de la vida de su madre. Era

tan pequeña.

-Todos fuimos cercanos en un momento. –Dice Kelly.

-¿Y qué hay de mi padre? –Pregunta Pressia. -¿Sabes dónde está? Il

Capitano no soporta cuan vulnerable Pressia se ve. Está desesperada por

encontrar a su padre de nuevo. Él es apenas un sueño para ella. Il Capitano

lo entiende. Nunca conoció a su padre. Toda su vida se la pasó bajo la

sombra de un hombre cuyas facciones él no podía descifrar.

Kelly se gira de nuevo. –Sé que hay más de nosotros. Bolsillos como este.

Sobrevivientes. Y creo que Willux estaba en comunicación con muchos. Si

tu padre sobrevivió, fue porque Willux quería que sobreviviera—para

mejor o peor.

-¿A qué te refieres con peor?

-El pulso de tu padre todavía late en mi pecho—es todo lo que sé.

Pressia acuna la cabeza de muñeca contra su pecho, protegiéndola con su

mano buena.

-Willux no sólo le dio protección a la gente. –Dice Bradwell. –Deben de

tener algún valor para él. Estuviste trabajando para él todo este tiempo ¿no?

-Deberías de haber notado que es inteligente quedarse del lado bueno de

Willux. –Dice Kelly enojado y hace un gesto con ambos brazos como para

abarcarlo todo. –Estaba instaurando un número de laboratorios en el Reino

Unido e Irlanda antes de las Ddetonaciones. Una de las facilidades fue

fundada a través de las conexiones con Willux y asentada en el radio de

cinco kilómetros que perdonaría. Me lo dijo, sin términos inciertos, dónde

debía estar para sobrevivir. Lo conocía lo suficiente como para creerle.

Traje únicamente a mi familia inmediata conmigo. Eso es todo lo que me

permitió. –Los jabalíes gruñían y pateaban el suelo. –Me pone enfermo

pensar en ello ahora ¿Podría haber alertado a cualquiera que tuviera el

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poder para cambiar el curso de las cosas? No lo sé. –Se pasa las manos por

el cabello. Il Capitano está seguro de que este es el pensamiento que lo

mantiene despierto por las noches. Conoce los signos de una culpa

infecciona—íntimamente, de dentro hacia fuera.

-Estaba en el medio de un tour—y apure a cuanta gente pude dentro de la

colina. Fuimos salvados, al igual que nuestro entorno, pero muchos

murieron después, por enfermedades, fuego, y, para ser honesto,

desesperación—una de mis dos hijas y mi esposa entre ellos. –Se para bajo

uno de los rayos de sol, pedazos de heno flotan a su alrededor, todos

dorados. –Mis hijas murieron primero. Mi esposa falleció por la

desesperación.

-Conocemos la desesperanza. –Dice Pressia. –Es algo que todos tenemos en

común. –Sus ojos van hacia Bradwell, pero él todavía no la mira. Il

Capitano quiere decirle al chico que al menos la mire; ¿no le puede dar eso?

Lo mata por dentro ver la mirada en los ojos de su amiga. Helmud debe

sentir algún sufrimiento en su hermano porque Il Capitano lo siente alejarse

de Pressia, como tratando de que Il Capitano dejara de enfocarse en ella—

por su propio bien.

-Los jabalíes, -Dice Kelly recordando el tema principal. Fignan se vuelve a

acercar a los animales. Al principio se sorprenden pero después olfatean en

su dirección. –Los jabalíes pueden ser viciosos e impredecibles, pero

cuando se los mezcla genéticamente con vacas, se vuelven más grandes y

dóciles. Y aun así son también tratables. Pueden atacar bajo nuestro

comando.

-¿Una palabra? ¿Un signo? –Pregunta Bradwell.

-Cualquiera. –Dice Kelly.

Il Capitano registra la amenaza. Kelly los llevó allí por una razón ¿Les está

tendiendo una trampa? –Así que haces que simpaticemos contigo por la

muerte de tu esposa e hijas y luego nos informas educadamente que nos

puedes tener ensartados en cualquier momento. –Il Capitano camina hacia

el borde del corral y uno de los jabalíes deja salir un corto y agudo chillido.

–Dime si estoy en lo correcto.

-El término es corneado no ensartado. –Kelly le dice con calma.

Fignan retrocede de los animales hacia las botas de Bradwell.

-Los jabalíes fueron un experimento exitoso. –Sacude la cabeza y mira por

una de las ventanas. –Hay otro que salió terriblemente mal.

¿Peor que jabalíes que atacan bajo comando? ¿Qué hay allí fuera? Nadie

tiene las agallas para preguntar.

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Il Capitano puede ver los tiesos pelos del jabalí, las arrugas ennegrecidas de

su hocico, la curvatura de sus colmillos. Se imagina la punta de uno de ellos

atravesando por entre sus costillas, destrozando su pecho.

Pressia dice, con una nota de sospecha en su voz. –Le podías hacer esto a

un hombre ¿o no? División de genes entre especies ¿Por qué no humanos?

–Mira a Bartrand Kelly con los ojos entrecerrados. -¿Le diste tu

investigación a Willux?

Fuerzas Especiales. Il Capitano se las imagina como las vio por primera

vez, saltando por entre los árboles—algunas tenían la musculatura de un

alce o un venado y otras parecían sostener la corpulencia carnosa de un oso.

Levantaban sus cabezas al viento, con sus fosas nasales tensándose al

alertarse ante distintas esencias. Como animales. Piensa en su amigo

Hastings—¿Es en realidad una alimaña, una creada genéticamente bajo las

órdenes de Willux con la investigación de Kelly?

Kelly dice. –Haces lo que debes hacer.

Las alas de Bradwell se arquean y ensanchan. –Algunas personas hacen lo

correcto.

-Investigación es investigación. Cómo elija Willux usarla es su propio

pecado. No el mío.

Il Capitano reconoce la racionalización. Él mismo la había probado. Pecado

es pecado—individual y colectivo. Su vida está llena de ellos.

Bradwell camina hacia Kelly. –Sabías cómo la usaría.

Kelly alza las manos y chasquea los dedos. Los jabalíes se tensan. Sus

cabezas se giran, con sus pesados colmillos y todo, casi en perfecto

unísono. -¿Qué tal si retrocedes un par de pasos?

Bradwell mira a los jabalíes, sus ojos están todos fijos en la mano de Kelly.

El chico camina hacia la puerta del granero, mirando al cielo.

Il Capitano se pone rígido. -¿Por qué no simplemente nos dices qué

quieres?

-Probablemente quiero lo que ustedes quieran.

-¿Qué es eso?

-Ser dejado en paz.

-Pero Willux te salvó. –Dice Bradwell. –Y estuviste jugando de lo lindo

con él.

-Él está muerto. –Dice Pressia. –Y Perdiz está a cargo ahora. Todo está por

cambiar.

-Tienes más fe en la naturaleza humana que yo. –Dice Kelly.

-Bueno, nosotros no queremos ser dejados en paz. –Dice Bradwell. –

Queremos que salga la verdad. Queremos justicia.

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Pressia sacude la cabeza muy levemente. Por un momento, parece que es

todo en lo que lo va a contradecir pero luego es como si no se pudiera

contenerse. Dice. –No. Queremos el vial que le perteneció a mi madre y la

formula que encontramos. Y queremos llevarlas de vuelta—para salvar

vidas.

Bradwell mira a Pressia. Por un segundo, Il Capitano piensa que va a

romper con toda esa rabia y resentimiento, caminar hacia ella y besarla.

Pero no dice nada. Simplemente quería que la verdad se supiera—

completar con la misión de sus padres. Willux había arreglado la muerte de

los padres de Bradwell antes de las Detonaciones y forzado a Arthur

Walrond a terminar con su propia vida—Walrond, un amigo de la familia

que amaba a Bradwell. Los tres, idos. La madre de Pressia, muerta.

Il Capitano dice. –No me importaría un poco de venganza al viejo estilo.

No creo que esté solo.

Esto atrae la atención de Kelly. –Le di a Willux lo que quería, pero he

estado trabajando en otro agente también, no muy diferente a las vides

espinosas—una bacteria viva, pero casi indetectable que puede comer el

material resistente a la radiación de la Cúpula.

-¿Cómo funciona? –Pregunta Il Capitano.

-Actúa increíblemente rápido. –Mete las manos en los bolsillos.

-¿Estás diciendo que tienes algo para traer abajo la Cúpula? –Dice Il

Capitano. Su corazón empieza a golpear contra su pecho.

-¿Traer abajo la Cúpula? –Repita Helmud para una aclaración.

-Es exactamente lo que estoy diciendo. –Dice Kelly.

-Eso no es lo que queremos en absoluto. –Dice Pressia. –Necesitamos la

Cúpula. Si le devolvemos el vial y la formula a Perdiz, encontrará a la

persona correcta dentro para ayudarnos. Podemos revertir las fusiones—sin

efectos secundarios. Podemos hacer a todos iguales de nuevo.

-Incluyéndote a ti. Finalmente serás capaz de librarte de la cabeza de

muñeca. –Le dice Bradwell a Pressia. –Así puedes ser Pura ¿Qué es más

egoísta? ¿Tu deseo de volverte completa o venganza?

-Eso no es justo. –Dice Pressia. –Quiero que Wilda y los otros niños

sobrevivan. Quiero salvar gente.

-Pero admítelo. –Dice Bradwell. –Te salvarías a ti misma en el proceso.

Il Capitano se agarra la cabeza con las dos manos. Se siente mareado. Dice.

–Podemos traer abajo la Cúpula, Pressia. Eso es por qué sobreviví ¡Es mi

misión! ¡Jesús! De una vez por todas, podemos acabar con esto.

-Eso no es un final ¡Es simplemente más destrucción! –Los ojos de Pressia

se notan enojados y aun así brillan con lágrimas. Ella mira las anchas tablas

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del piso del granero. –Ahora que Perdiz está a cargo podemos hacer una

diferencia. Podemos curar a la gente de sus fusiones. –Se gira hacia Il

Capitano y Helmud. –Pienso que podría llegar el momento en el que ambos

puedan ser ustedes mismos de nuevo. –Il Capitano ni siquiera había

pensado que eso era posible ¿Podían él y Helmud ser vueltos Puros?

¿Podían ser separados y completados? No, piensa. No—no es posible. La

idea lo aterra. Es todo lo que siempre quiso, y aun así se niega a creerlo.

Pressia le dice a Bradwell, -Podrías librarte de esas alas que tanto odias. –

Bradwell abre la boca para responderle, pero ella levanta la mano. –Mira,

no tienes que quererlo para ti mismo. Pero piensa en la gente allí afuera. No

contestes por ellos. Déjalos tener la oportunidad de responder por sí

mismos.

-Pressia. –Susurra Bradwell, pero no dice nada más. Es un suave susurro,

más como si le rogara—¿por qué?

-Ella tiene un punto. –Dice Kelly. –La gente en la Cúpula tienen la culpa

del sobreviviente. Odian a todos los que sobrevivieron fuera porque se

odian a sí mismos. Pero si tienen un nuevo rol y los salvan a todos

paternalmente, bien, serán capaces de redimirse y sentirse héroes.

-Y tal vez los sobreviviente podrían perdonarlos porque los Puros están

haciendo finalmente lo correcto, ¿Ves? –Le dice Pressia a Bradwell. –

Podría funcionar.

-¡Demonios, no! –Dice Bradwell.

-¿Por qué no? Podríamos empezar a reconstruir. –Dice Pressia.

-No voy a dejar que los Puros se salgan con la suya en esto. –Dice

Bradwell con la voz áspera por la ira. –Y estoy seguro como el infierno que

no voy a dejar que salgan como héroes. No después de lo que hicieron.

Nunca.

Il Capitano lo entiende. En el corazón acuerda con Bradwell, pero sabe qué

piensa Pressia: ¿Qué importa quién sale como héroe si hay una oportunidad

de empezar de nuevo? Hay silencio de nuevo. Kelly aguarda a la próxima

pregunta, e Il Capitano sabe cuál tiene que ser. Dice. -¿Qué propones

exactamente?

-Les daré el vial y la formula y los pondré en el aire de nuevo, pero deben

llevarse la bacteria con ustedes. Si eligen no usarla, no hay nada que yo

pueda hacer. –Mira a Pressia por un momento y después de nuevo a Il

Capitano y Bradwell. –Pero si quieren lo que es suyo, tendrán que tomar lo

que es mío.

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En el aire de nuevo. Esto es lo que Il Capitano quiere realmente ahora—

volver al aire.

Pressia se gira hacia Kelly. –Si aceptamos hacer esto, ¿Qué tan pronto nos

puedes hacer volver?

Él pausa, comprendiendo la volatilidad de la conversación, y luego dice. –

Bueno, como Il Capitano vio, la aeronave está casi reparada. Necesitaremos

un par de días más y ustedes necesitan tiempo para planear el viaje de

forma que aterricen de día.

Abre su bolso, mete la mano, y saca una pequeña caja de metal. Hace saltar

un broche diminuto y abre la tapa. La caja está envuelta en terciopelo y

moldeada para proteger una lámina cuadrada—dos piezas de vidrio unidas

por un fino borde de metal soldado. Sostiene el cuadrado a la luz,

iluminando las pequeñas motas rojas. La bacteria.

-Así que ¿Van a llevársela con ustedes a cambio de su vial y la formula y la

aeronave a casa? -Dice Kelly. –Es la oportunidad de sus vidas—Para todos

nosotros.

Il Capitano se inclina hacia adelante antes de incluso notarlo.

-Espera. –Susurra Pressia, pero ya la sostiene en su palma ahuecada.

-La oportunidad de sus vidas. –Le dice Il Capitano a Pressia.

-Para todos nosotros. –dice Helmud.

LYDA

DIESCISIETE

-No llevaremos el auto, -Dice Beckley. –Eso llamaría más la atención de

lo que lo vale. Ya es pasado el toque de queda. Debería de ser más seguro

simplemente caminar hacia allí.

Beckley y otro guardia están a cada lado de Lyda y Perdiz. Caminan por el

corredor hacia los ascensores.

-¿Cuántos perdimos? –Pregunta Lyda.

-Únicamente en la última hora, diecisiete. –Dice Beckley. –La buena

noticia es que otros intentos no fueron exitosos.

-¿Podemos vigilar a la gente? –Pregunta Perdiz.

Entran a un elevador. Las puertas se cierran y en un borrón gris se reflejan

los rostros de Lyda y Perdiz. A ella no le gusta cómo ambos se ven pálidos,

asustados. Más que nada, le sorprende cuan jóvenes se ven. La idea de la

cámara de guerra hizo parecer poderoso a Perdiz; la realidad era algo más

en conjunto. Ahora, se ve flacucho, y ella está tomando su mano—no

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románticamente; está asustada. No le gusta ese sentimiento. No hace

mucho, estaba fuera en lo salvaje, era una cazadora ¿La Cúpula ya la había

hecho más débil y asustadiza? Se suelta de él y cruza los brazos como si

tuviera frío.

-¿Quién vigilaría? –Dice Beckley, claramente frustrado. -¿Quién es estable?

¿Quién no? Es imposible de decir.

Salen del ascensor y pronto están de vuelta en las calles, que están vacías,

exceptuando a los guardias apostados cada cien metros y así.

-Ley marcial. –Dice Beckley. –Por ahora.

-¿Nos llevas a lo de Lyda?

Beckley suspira. –Sólo por esta noche. Luego te llevaremos a otra locación.

Tenemos cosas sobre las que hablar.

-¿Cómo lo están haciendo? -Pregunta Lyda.

-Hay más pistolas allí afuera que antes. -Dice Beckley. –Hay almacenes de

armas en ciertas locaciones de la Cúpula, en caso de un ataque desde el

exterior. Algunos fueron saqueados.

Lyda piensa en Sedge. Así fue como supuestamente se había suicidado—

una herida de bala auto-infringida. Pero, por supuesto sabe que Perdiz debe

de estar pensando en la muerte real de su hermano—su cabeza explotando

al inclinarse su madre para besarlo. Ella no había sido capaz de sacudir la

mancha de la imagen; nunca lo haría. Perdiz le contó en vísperas de

navidad cómo se sintió en ese momento—la explosión de sangre y como

todo se volvió silencioso, incluso el sonido de sus propios gritos. Estaba

furioso y aturdido.

-Otros se cortan las muñecas en baños calientes y se desangran. –Dice

Beckley. –Unos pocos lograron llegar a las azoteas. Algunos pudieron ser

atrapados a tiempo.

-¿Y dónde están ahora—aquellos que fueron atrapados a tiempo? –Pregunta

Lyda, aunque teme saber la respuesta.

-El centro de rehabilitación ya estaba lleno. Pronto va a estar inundado si

esto sigue escalando. –Dice Beckley.

-Ese lugar sólo logra hacerte querer suicidar con más ganas. –Dice Lyda.

Las paredes blancas, el sol falso, los pequeños vasos de agua de cartón y las

píldoras. –Es horrible. Es una forma de castigo.

Toman uno de los elevadores reservados para la elite que se mueve entre

los niveles de la Cúpula.

De nuevo, allí está su reflejo. Una triste pareja. Miran derecho hacia

adelante. Piensa en algunas de las imágenes del Sr. y la Sra. Willux en el

suelo del cuarto de la cámara de guerra—tan frecuentemente vestidos

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regiamente, mirando a la cámara con sonrisas forzadas. Y siente un

estanque de tristeza al pensar en las otras fotos—una madre, sus hijos, una

familia que una vez fue, pero que ya no más. Todos eran tan dolorosamente

hermosos, tan jóvenes—soplando las velas de tortas de cumpleaños,

cabalgando caballos pintados en la calesita, saludando desde puertos con

equipos de pesca. Es una vida que ella, Perdiz y su hijo no tendrán—no

aquí, en la Cúpula, ni afuera.

-Tal vez sólo es la primera reacción. –Dice Perdiz. –Con suerte la gente se

calmará. Quizás necesiten tiempo.

-No sé. No sólo perdimos personas, sus familias y amigos están enojados

por las pérdidas. –Dice Beckley. –Y los suicidios se sumarán a su propia ira

subyacente.

-Pero una rebelión enojada no sería algo malo. –Dice Lyda. –Si realmente

están procesando lo que pasó.

-La gente de la Cúpula no es rebelde por naturaleza. Es como llegaron aquí,

Perdiz. Tú mismo lo dijiste. –Dice Beckley. –Son ganado.

-¿Qué quieren? –Pregunta Perdiz.

-Quieren restaurar el estatus quo.

-Solamente pueden rebelarse contra ellos mismos. –Dice Lyda. –Aquí, el

suicidio solamente es socialmente aceptable de la ira, odio y desesperación.

Beckley le dice a Perdiz. –Debes sofocarlo.

-¿Cómo? –Dice Perdiz. –Dije la verdad. Eso tiene que servir.

-Debes darles un poco. –Dice Beckley.

-No voy a retractarme en lo que dije. –Beckley saca su walkie-talkie y le

pregunta a alguien si los monorrieles fueron despejados. La voz del otro

lado le responde que un par más de trenes tienen que volver a la estación,

pero que están cerca.

-Mantenlos corriendo. –Dice Beckley. –Hasta que de la palabra.

Salen del elevador hacia otra plataforma de monorriel.

Beckley le dice al otro guardia que se aleje, asegurándose de que ningún

pasajero extraviado los haya seguido.

Caminan a través de los túneles con eco en silencio. Adelante, a la

distancia, escuchan el gimoteo de sirenas—una sobreponiéndose a la

siguiente, taladrando el aire nocturno.

PERDIZ

TREN

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Beckley mira la señal digital que comunica qué trenes están llegando a la

plataforma. –Este próximo no es nuestro; es un expreso. Esperaremos al

siguiente.

Perdiz y Lyda siguen a Beckley hasta el final de la plataforma que los

pondría en el primer vagón. Lyda toma la mano de Perdiz. Miran hacia la

boca del túnel. Los ojos de Perdiz buscan por la oscuridad, como si pudiera

encontrar allí alguna respuesta. Los suicidios se sienten irreales. No pueden

estar sucediendo y, aun así, la culpabilidad lo engulle. Es su culpa. A él

tienen que acusar. Aprieta la mano de Lyda y ella le responde el apretón. Al

menos no está solo.

Justo entonces, un hombre con una cazadora negra da un paso hacia las

vías. El blazer está desabrochado, y un chaleco desacomodado se asoma por

debajo.

Beckley da medio giro y les hace señas a Lyda y Perdiz para que se

detengan, ellos lo hacen.

-La estación está cerrada; debes abandonar la plataforma y subir. –Dice

Beckley.

El hombre lo mira sin expresión en el rostro. –No hay lugar al que ir. -Dice.

-¿Qué haces aquí abajo? -Dice Beckley. –Está cerrado señor.

-Saben por qué estoy aquí.

Perdiz suelta la mano de Lyda, se estira y toma el brazo de Beckley ¿Está el

hombre aquí para saltar frente a un tren? Beckley mira a Perdiz como para

preguntarle si quiere manejar esto él mismo. Un líder toma el control de una situación como esta, Piensa Perdiz. Le asiente a Beckley.

El chico da un paso hacia el hombre pero mira hacia tras, a Lyda, antes de

hablar ¿Qué debería decir?

Ella alza una mano, casi como si le estuviera dando una bendición. –Sí, ha

habido problemas, pero va a estar bien. Las cosas se solucionarán. –Dice

Perdiz. –Necesitas darle tiempo.

El hombre registra por primera vez que este es Perdiz Willux. Su cara se

contorsiona, como si estuviera físicamente dolorido. –Tuve mi tiempo. –

Dice el hombre. -¡Tiempo que otros no! –Baja la vista hacia una simple vía.

–Lo supe todo el tiempo. Lo sabía, y no hice nada sobre ello.

-Perdiz. –Susurra Lyda ¿Le está advirtiendo? ¿Está asustada del hombre? Si

se acerca demasiado, ¿querrá tirarlo con él?

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-Tuviste que continuar. Todos lo hicimos. –Dice Perdiz, acercándose al

hombre mientras Beckley y Lyda se quedaban atrás. –Teníamos que

sobrevivir.

-Mi hermana ya se suicidó, -Dice el hombre casi con orgullo. –Se tragó las

píldoras antes de que cualquiera pudiera atraparla.

-Debes ser valiente. –Dice Perdiz, tratando de sonar calmado. –No será

fácil, pero tienes que resistir.

Perdiz oye el correr distante del monorriel a sus espaldas. El hombre

también lo escucha. Levanta la cabeza y mira al túnel y de vuelta a Perdiz. -

No. Valiente es lo que estoy haciendo ahora. Valiente es terminar con la

mentira. –Dice, y una horrible sonrisa se asoma en los bordes de sus labios.

–Fui un cobarde hasta ahora.

-No digas eso. Mira, podemos conseguirte ayuda. –Dice Perdiz, y se alivia

al ver al hombre retroceder un paso, justo cuando el tren acelera en su

camino.

-Seguro, ayuda. –Dice el hombre y entonces, sin otra palabra, salta hacia el

camino del tren con la solapa negra de su cazadora curvándose como papel

quemado.

-¡No! –Grita Perdiz contra el rugido del monorriel y la estática de la

adrenalina en sus oídos y el golpe enfermizo del tren acabando con la vida

de otro hombre.

Y entonces, las brillantes ventanas del tren se deslizan, brillantes y oscuras,

y el tren deja entrar el aire.

Perdiz cae sobre sus rodillas.

Los frenos rechinan, una acción retardada; el tren se detiene abajo en el

túnel.

Lyda corre hasta el lado de Perdiz. –Trataste salvarlo. Realmente lo

intentaste. Hiciste todo lo que podías.

Toma su brazo y le rodea el cuello, abrazándolo.

Beckley grita en su walkie-talkie—saltador de monorriel, presuntamente muerto.

* * *

No es real.

No lo son los gritos que se escuchan adelante mientras corren por las calles.

No el altercado en el callejón.

No el ulular colectivo de las ambulancias.

No el siguiente elevador que toman dentro del edificio departamental de

Lyda.

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No el pasillo con sus alfombras rojas. No la puerta al apartamento de Lyda.

No Beckley o este nuevo guardia que se para junto a la entrada.

No el sillón donde Perdiz se sienta o la mesa de vidrio de donde Lyda

levanta el orbe.

No el orbe en sí mismo.

Dijo la verdad. La gente se está suicidando. No pudo evitar que un hombre

se tirara frente a un tren. Perdiz había visto morir a demasiada gente—su

hermano, su madre. Sus muertes pasan frente a sus ojos—brillando con

sangre. Y la muerte de su padre—su culpa; no fue una muerte. Fue un

asesinato. –Demasiadas. –Dice Perdiz. –Han habido demasiadas.

-Sí, -Dice Lyda. –Demasiadas.

¿Alguna vez verá a Glassings? Perdiz lo necesita, no al revés. Necesita un

plan. Necesita a alguien que le diga qué hacer ¿Es Glassings simplemente

un reemplazo de su propio padre? ¿Es realmente Perdiz solamente un niño

perdido, un huérfano? ¿Dónde está Glassings? Perdiz no puede salvarlo. No

puede salvar a nadie.

Dice, -Necesitan tiempo para procesar lo que dije, ¿verdad?

-Sí. –Dice ella.

-Van a parar de suicidarse. Sólo era unos ciertos pocos que ya estaban

sufriendo…

-No te retractarás en lo que dijiste. Todavía hiciste lo correcto. –Le sonríe,

pero su sonrisa parece frágil, como si ya estuviera tintada con duda. Dice, -

La sorpresa, ¿Recuerdas?

Él apenas lo hace.

Ella sostiene el orbe y juguetea con los controles. Él recuerda la primera

vez que lo vio. Iralene lo sostenía como una manzana—con las palmas

ahuecadas. Quería que Perdiz fuera feliz. Eso es todo.

Y entonces la habitación se oscurece. El aire está nublado. Casi satinado.

Pero luego se da cuenta que no es oscuridad ni nubes ni seda.

Es ceniza.

Las paredes se ennegrecen. El sillón donde está sentado parece

chamuscado. Las ventanas se ven como si hubieran sido golpeadas con

puñetazos—hundidas y astilladas pero no rotas.

Este es el mundo fuera de la Cúpula.

Está Freedle, merodeando por el aire tintado.

Lyda se acurruca en su regazo. Envuelve su cuello con sus brazos y

descansa allí la cabeza. Él la mantiene cerca.

Ella dice, -¿Lo recuerdas?

-¿Cómo hiciste esto? ¿Cómo—?

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-Lo necesitaba de vuelta.

El cuarto se enfría. Es invierno, después de todo. El viento levanta la ceniza

y el polvo, haciéndolos revolotear a su alrededor. Y, finalmente, algo se

siente real.

PRESSIA

DIENTES Y PULSO

Es de noche. Pressia no puede dormir. Los perros salvajes aúllan de forma

tan aguda y desolada que se imagina sus costillas contrayéndose con cada

aullido ¿Los perros se están acercando?

Pasaron dos días desde que hicieron el trato con Kelly. Supuestamente, la

aeronave está lista y parten mañana. Kelly le dio a Il Capitano la bacteria en

una caja de metal cerrada. Él los acompañará hasta la nave, que ya está

llena de provisiones. Como el cable que una vez mantuvo a la nave atada

dentro del Edificio del Capitolio, frágil y en ruinas, uno de los hombres de

Kelly cortará la vid principal y el resto de las plantas se aflojarán.

Pronto volverán a casa.

Pero ¿Cómo es casa ahora? Willux murió y todo es diferente. Perdiz está a

cargo de la Cúpula. Tomó el control ¿Está el chico en posición de ordenar

la muerte de su padre o de dar algún tipo de adelante? ¿O murió Willux

durmiendo—una muerte gentil y que Pressia no puede evitar pensar que no

se merecía?

Si Perdiz está realmente a cargo, ¿Serán los límites entre ambos mundos—

los límites de la Cúpula en sí misma—desmantelados?

Tienen que regresar para salvar a Wilda y los otros niños.

Con suerte, la Cúpula ahora trabajará con ellos. Y Hastings está allí afuera

también, siendo cuidado por los supervivientes que viven en el parque de

diversiones Crazy John-Johns—eso, si sigue con vida. Perdió una pierna y

un montón de sangre en el proceso. Tienen que recogerlo y llevarlo con

ellos.

Desde la reunión con Kelly, la puerta de Pressia ya no estuvo trabada. Tal

vez para establecer una sensación de confianza. Y también, ¿A dónde iría?

¿Saldría a la noche de aullidos? La luz del corredor brilla por la apertura de

la puerta. Las guardianas a veces pasan por allí—la luz se amortigua y

después regresa.

La alarma roja ilumina la pared. La mira como si fuera una estrella distante.

El fuego en la chimenea está apagado. Sólo hay ceniza, un montón de

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escoria, como casa. El cuarto está frío, pero se acurruca en las mantas para

mantenerse caliente.

Bradwell le dijo que era egoísta y, después de todo lo que pasaron, ¿quiere

venganza? Se pregunta cómo cambiar su cuerpo—esa capa masiva de

alas—lo hizo ajeno a sí mismo. Ella lo vio suceder antes. La gente que

acudía a su abuelo para que repare su carne—ya habían sufrido alguna

deformidad, alguna fusión, y se habían adaptado a ella. Pero a veces era

esta segunda herida—una pierna retorcida en los campos de escombro, una

mano mordida por una alimaña, o alguna otra deformidad nueva—se volvía

demasiado grande para soportar. Es como si el alma pudiera desplazar la

imagen del cuerpo sólo una vez, incluso radicalmente, ¿Pero una segunda?

¿Una tercera?

¿Es Bradwell todavía la persona de la que se enamoró? Tal vez quiere creer

que él cambió porque le es más fácil que creer que es el mismo pero que

simplemente no puede perdonarla—o que ya no la quiere. Hay una

diferencia.

Sabe que él nunca iría a través de ningún proceso—especialmente creado

en compañía de la Cúpula—para remover sus alas. Fue una locura siquiera

sacarlo a relucir en el granero, pero lo decía en serio. Él no debería decidir

por los otros supervivientes.

Gira hacia la pared, cierra los ojos y se dice a sí misma que sueñe. Sus

sueños han estado llenos de cenizas flotantes, como si una parte de ella,

muy profunda, extrañara su hogar.

Pero en unos pocos minutos, una alarma distante suena—una sirena en

crescendo. Gira hacia la puerta. Pasos corren por el pasillo.

Otra alarma suena. Ésta más cercana—en el mismo piso.

Los perros ya no aúllan ¿Qué les pasó?

Pressia sale de la cama y se viste con rapidez.

Cuando se está poniendo las botas, Fedelma abre la puerta.

-¡Ahora! –Dice– Hay un ataque ¡Debes irte ahora!

-¿Irme?

-Todo el camino. A la aeronave. –Sostiene una pequeña mochila.

-Pero quizás podamos quedarnos y ayudar. –Pressia corre hacia la puerta.

-Alcanzaron a los niños. Tres están perdidos. No puedes ayudarnos.

Necesitas irte. –Pressia ve un destello a su lado—un cuchillo en su otra

mano. –Tómalo. La vid está marcada, de rojo. La que necesitas cortar.

-¿Cómo la veré?

-Alguien le ha dado a los hermanos una linterna.

-¿Il Capitano y Helmud?

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-Esperan al pie de la escalera.

-¿Y Bradwell?

-Fue sólo. No era sabio, pero no lo detuvimos. Tenemos nuestros propios

problemas.

Fedelma busca en la pequeña mochila una caja de metal como la que tenía

Kelly para contener la bacteria, pero más estrecha y larga. La abre

rápidamente y le muestra a Pressia el vial—la única muestra restante de una

vida de trabajo de la madre de Pressia, el poderoso brebaje que inyectó en

la espalda de Bradwell, el vial que rescató del bunker de su madre. Yace en

una muesca revestida con terciopelo, con una pequeña pieza de papel

doblada a su lado.

-¡El vial y la fórmula! –Dice Pressia.

-Sí. –Dice Fedelma, y cierra la caja con cerrojo.

-No pensaste que nos los quedaríamos, ¿o no?

Fedelma pone la caja en la mochila y se la entrega a Pressia.

Ella se cuelga las correas de los hombros y desliza el cuchillo entre su

cinturón y pantalón.

-Gracias. –Dice Pressia. –Por todo.

-Tengan cuidado allí afuera. No usen su miedo. Eso los atrae.

-¿A quién?

-Tuvimos tantos muertos. Tantos. Y Bartrand Kelly pensó que podría crear

una fuerza para bien, una estirpe que saldría y mataría las violentas

criaturas que venían tras nuestro una y otra vez. Pero los construyó y crió

con un hambre que era demasiado fuerte. Sí, mataban a los otros, pero

ahora, los anteriormente muertos, se volvieron en nuestra contra. Tengan

cuidado. –Fedelma abre los brazos y abraza a Pressia de forma rápida y

ruda y se separa –Especialmente cuídense de la niebla. Algunas veces tiene

pulso.

Pulso. -¿Los antes muertos? Usó a los muertos. Los construyó y crió…

-Nos roban de nuestros jóvenes. Busca dientes en la oscuridad.

-Y la niebla tiene pulso… -Pressia está asustada y confundida.

-No puedo explicarlos mejor. Vamos.

Pressia corre hacia las escaleras y las baja de dos en dos. En el último

rellano encuentra a Il Capitano y Helmud parados junto a la puerta,

esperando, con la linterna en la mano del mayor.

-¿Lista? –Dice Il Capitano.

-¿Escuchaste sobre lo que hay allí afuera?

-Escuché lo suficiente. –Dice él.

-Suficiente. –Dice Helmud.

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-Estoy lista. –Dice Pressia.

-Extraño mis pistolas. –Dice Il Capitano- Espero que las hallan devuelto a

la aeronave.

-Espero que lleguemos a la aeronave. –Pressia dice.

Il Capitano empuja la puerta.

La niebla tiene pulso.

Busca dientes en la oscuridad.

Gente con linternas vagan por el campo, llamando a los niños perdidos. -

¡Carven! ¡Darmott! ¡Saydley!

Algunas de las llamadas salen del bosque. Su propia linterna ilumina el

campo y los matorrales y bosques cercanos.

-Se supone que no debemos demostrar miedo. –Dice Pressia. –Los que se

llevaron a los niños—lo sienten.

-Como perros.

-¿A dónde fueron los perros? –Pregunta Pressia. –Dejaron de aullar.

-No quiero saberlo, ¿Y tú? –Dice Il Capitano.

-No quiero saberlo. –Dice Helmud.

-Bartrand Kelly hizo a estas criaturas. –Dice Pressia. –Las que se llevaron a

los niños.

Il Capitano asiente. –Entonces Kelly se merece lo que obtuvo.

-No necesariamente. –Dice Pressia.

-¿No nos merecemos lo que obtenemos, Helmud? –Dice Il Capitano. -¿No

cosechamos lo que sembramos?

-Cosechamos. –Dice Helmud. –Sembramos. Cosechamos. Sembramos.

Cosechamos…

Il Capitano no le dice a Helmud que se calle. Lo deja seguir y seguir y

seguir, lo que no es del estilo del Cap.

Pero Pressia tampoco le dice que pare. Sembramos. Cosechamos.

Sembramos. Cosechamos. Sembramos. Es un sonsonete hechizado. Quizás

los mantenga a salvo. Al final, le da un ritmo a sus pasos que los mantiene

moviéndose con rapidez.

Entran al bosque donde las vides comienzan a aparecer. Las enredaderas

aún asustan a Pressia. Mantiene su distancia de las áreas donde crecen muy

juntas y enredadas. Las sombras a cada lado del camino son oscuras. Las

voces llamando a Carven y Darmott y Saydley son ahora lejanas ¿Eran

idénticos—los tres? ¿Cómo es estar con imágenes espejadas vivas y

respirando de ti mismo—hasta tu ADN? ¿Siguen vivos?

Pressia también deja los oídos abiertos por los niños, sólo en caso de que

estén allí afuera, simplemente perdidos.

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-¿Escuchaste cómo se ven? –Dice Il Capitano.

-¿Los niños? –Pregunta Pressia.

-¿Los niños? ¿Qué? No. Las creaciones de Kelly. Sus muertos y criados.

-Cosechamos. Sembramos. –Sigue Helmud. -Cosechamos. Sembramos.

-No. –Dice Pressia, apretando las correas de su mochila. –No sé cómo son.

Debería haber preguntado. –Piensa en decirle que la oscuridad tiene dientes

y la niebla pulso, pero le avergüenza saber estas cosas estúpidas sin haber

obtenido una descripción, lo que ahora parece algo muy práctico y obvio de

preguntar.

Caminan cuesta arriba. La aeronave no se encuentra lejos. De hecho, Il

Capitano levanta el haz de la linterna hacia los árboles e ilumina el claro

donde él, Helmud y Bradwell casi sangran hasta la muerte en las vides.

-Cosechamos. Sembramos. Cosechamos. Sembramos. –Dice Helmud, ahora

más rápido.

Caminan arduamente por los árboles finales y atraviesan el claro. La niebla

los ha envuelto.

Tiene pulso.

El haz cortante de la linterna golpea el aire neblinoso.

Del otro lado del claro, escuchan un grito ¿Humano? Es difícil de decir

¿Infantil? Carven y Darmott y Saydley—Pressia se imagina encontrándolos

aquí fuera, envueltos de vides.

Il Capitano apaga la luz, y la oscuridad parece correr a envolverlos.

Entonces Pressia siente la mano de Il Capitano en la de ella. Es áspera y

callosa. Él dice:

-Por aquí. –Escucha a Helmud levantándose nervioso en su espalda.

Hay otro grito.

Sus ojos se ajustan lentamente a la luz de luna.

Caminan hacia un grupo de árboles y se detienen. Il Capitano suelta su

mano y ella extraña el sentimiento de su agarre seguro.

-Están aquí. –Dice Il Capitano.

-Sin miedo ¿recuerdas? –Dice Pressia. –Sin miedo.

-Cosechar, sembrar. –Susurra Helmud.

Pressia asiente pero no puede controlar su propio temor. Nadie puede.

-Podemos escurrirnos entre ellos. –Susurra Il Capitano. –La nave está a

quince metros. Podemos hacerlo.

-¿Qué pasa si tienen a los niños?

-Tenemos a más gente que salvar en casa que esos tres chicos.

-¿Pero dónde está Bradwell?

-Con suerte, ya se encuentra allí.

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-¿Qué si no lo hace?

Il Capitano no responde. –Debemos movernos rápido.

-Vamos. –Dice Pressia.

Il Capitano empieza a correr. Pressia empuja un árbol y lo sigue. Es difícil

evitar los árboles con tan poca luz, pero pronto Pressia—sin aliento y

rápido—apenas puede ver el orbe redondeado de la nave, enganchada

fuertemente con vides podridas.

Escucha otro grito y voltea.

Nada más que niebla espesa y árboles.

Entonces una sombra fugaz.

Mira hacia adelante y sigue corriendo, pero tropieza y cae. Atrás suyo ve a

un perro salvaje muerto y mutilado.

Il Capitano susurra su nombre con voz ronca. Ella se tambalea hasta

ponerse de pie. No puede verlo a través de la niebla. En sólo segundos se

volvió tan densa que está rodeada de blanco.

Otro grito agudo y después uno más, como si respondiera.

Empieza a moverse tan rápido como puede—con más dificultad ahora con

tan poca visibilidad. Debe dejar su mano de cabeza de muñeca extendida

para tantear el camino de tronco a tronco.

“Ahora soy la presa” Piensa mientras apoya su palma contra la áspera

corteza. Debe proteger la caja de metal en su mochila. Debe alcanzar la

aeronave.

Escucha un paso a su espalda. Se gira pero no hay nada allí. Mantiene los

ojos bien abiertos, como si esto le fuera a ayudar a ver, pero no lo hace.

Blanco. Todo a su alrededor. Blanco.

Se empuja por entre los árboles, pero entonces algo roza su mochila. Se tira

hacia adelante, lejos de eso. -¡Cap! –Lo llama-¡Cap! –Miedo. Está

mostrando miedo.

Ve el resplandor de la linterna, pero en la densa niebla sólo ilumina la

bruma. -¡Cap! –Tal vez él pueda seguir su voz.

Un brazo—largo y delgado—se estira y la agarra del codo. Ella grita y trata

de liberarse. El brazo está moteado de cicatrices y densos puntos hechos a

las apuradas corren por sus venas. Se suelta pero estaba tan fuertemente

agarrada que el dolor se dispara hacia su hombro. Aun así, logra

mantenerse de pie.

Escucha extraños sonidos guturales—un llamado, una respuesta. Un par

adelante suyo y después detrás.

-¡Cap! –Grita. -¡Aquí!

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La luz sigue brillando más allá. Los gritos hacen eco a su alrededor en todas

direcciones ¿Cuántos hay? ¿Qué les hicieron a los chicos? ¿Dónde está

Bradwell?

Una mano agarra su otro brazo. Esta vez tira su brazo contra ella y

repentinamente distingue una cara—una mandíbula gruesa, mejillas

flacuchas cubiertas de piel quemada. Abre la boca y la piel se le estira—

tensa y brillante y húmeda por el aire mojado. Su boca se cierra. Sus ojos

están ciegos y errantes. La quiere en la niebla porque aquí ella está casi tan

ciega como él.

Se imagina esos dientes escarbando en su carne y músculos. Trata de librar

su brazo pero otros aparecen en la espesa bruma y la sujetan. Sus agarres

son firmes ¿Cuántos? ¿Cinco, seis? No puede decir. La fuerzan contra el

suelo. Se retuerce y patea, pero todavía la sostienen por la espalda. Puede

sentir el borde filoso de la caja de metal sosteniendo el vial y la fórmula.

El suelo está frío y húmedo. Logra gritarle a Il Capitano.

-¡Cap! ¡Cap! –¿Está aquí?

-¡Pressia! –Grita. Se gira en dirección a su voz y ve sólo la linterna cayendo

y rebotando hasta que se apaga.

Susurra su nombre mientras dos caras se le acercan por encima. Hay sangre

ennegrecida en sus pieles, manchas—por las espinas o por los perros

salvajes o… -¿Dónde están los niños? –Dice Pressia.

No parecen entenderle. Uno se estira y le toca la frente. Pasa su fría y

huesuda mano por su cara. Ella se retuerce pero la mano la sigue. Aprieta

los labios y uno asegura su cabeza con un agarre increíblemente fuerte,

presionando uno de los lados de su rostro contra el suelo. Pero las criaturas

tienen una extraña calma en ellos. Se mueven con lentitud. Espera encontrar

su debilidad, o espera una distracción.

Ahora empiezan a tararear—sin tono y sosos. Uno toca su cabello con

suavidad. Esto le da un escalofrío.

Tal vez no quieren matarla.

Tal vez la quieren.

Y ahora empieza a luchar con todo lo que tiene. Tira sus piernas al aire y

golpea a una de las criaturas en el pecho. Rueda lejos de otro. Le clavan las

uñas en el brazo. Su hombro está torcido. Se logra parar. No ser capaz de

ver la hace sentirse mareada, desorientada. Su corazón palpita. La niebla

tiene pulso—es el suyo propio, martilleándole.

Saca el cuchillo y sostiene la hoja frente a ella. La bruma se vuelve más

fina donde hay una brisa y puede verlos—aunque sólo por un instante en un

momento—elevándose a su alrededor, cuatro de ellos. No pueden ver el

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cuchillo, por supuesto, pero parecen reaccionar a su energía. No tienen

forma, con extremidades desparejas y aire estupefacto. Sus cicatrices son

marcas de las Detonaciones, quemaduras y gruesas y fibrosas queloides;

pero también de los puntos. Sabe sobre coser. Su abuelo, el empleado de la

funeraria, el remienda-carne, era conocido por su pulcro trabajo. Estos

puntos eran apurados y desastrosos. Las cicatrices corrían por sus hombros

y por algunos de sus brazos y pechos.

La huelen—captan su miedo, la pequeña espada de su confianza ¿Están

siendo más atraídos?

Los muertos y criados de Kelly—hay un animalismo en ellos ¿Fueron

concebidos para que fueran carnívoros viciosos? ¿Para que su sed de sangre

no pueda saciarse? Están principalmente desnudos exceptuando por una

especie mohosa de abrigos caseros diseñados para mantenerlos calientes.

Puede ver ahora que la mujer se apartó del resto, como atraída por algo a lo

lejos.

Pressia retrocede un par de pasos. El dolor en su hombro se intensifica con

cada pisada. Saben que se está moviendo. Avanzan hacia ella con rapidez y

después se detienen—¿Presienten el cuchillo? ¿Es la niebla—esa humedad

en el aire lo que los conecta a todos, como alguna clase de red?

-¡Cap! ¡Helmud! –Los llama Pressia. -¡Demonios! ¿Dónde están?

Y entonces escucha un débil eco. -¡Demonios! ¿Dónde están?

Helmud—al menos él está vivo, pero su voz suena ahogada ¿Es esto lo que

la criatura femenina olía en el aire? ¿Más presas?

Pressia se abalanza sobre las criaturas gruñendo salvajemente, luego gira y

empieza a correr tan rápido como puede al no ser capaz de ver bien.

Devuelve el cuchillo a su cinturón y mantiene su mano buena delante de

ella. Cada vez que siente un árbol, lo agarra y le da un giro. Puede

escucharlos detrás suyo. Sus jadeos suenan al nivel del suelo ¿Están sobre

cuatro patas?

-¡Helmud! ¡Llámame!

-¡Llámame! ¡Llámame! –Dice Helmud.

Se está acercando. -¡Sigue llamando!

-Llamando –Grita Helmud.

Entonces escucha el gruñido. Saca el cuchillo de nuevo. La niebla se parte

lo suficiente para dejarle ver que una de las criaturas tiene a Il Capitano y

Helmud aferrados contra el suelo. Sus garras contra el cuello del mayor.

Pero la criatura debe de sentir a Pressia—¿La vibración en el espeso aire?

La niebla tiene pulso.

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Esta vez se mueve decisivamente, corriendo hacia la criatura con el

cuchillo. Ésta salta fuera de Il Capitano y Helmud y, sin sus ojos vidriosos,

tiene suficientes sentidos intactos para evadir el ataque. Y entonces, en un

arrebato, la agarra por la muñeca con tanta fuerza que ella suelta el cuchillo.

No tiene nada.

Il Capitano jadea en busca de aire y logra pararse. Helmud también jadea—

aunque quizás es sólo un eco.

Las otras cuatro criaturas fueron atraídas y empiezan a rodearlos.

Il Capitano dice con la voz áspera. –Gracias.

-¿Por qué? –Dice Pressia, agarrándose las costillas con el brazo. –Estamos a

punto de ser comidos.

-Cierto.

-¡Comidos! –Grita Helmud tan fuerte como puede. -¡Comidos!

Las criaturas le gritan de vuelta con ladridos y graznidos. Siguen girando en

círculo, algunos en cuatro patas, otros erguidos. La cortina de bruma

algunas veces se parte, revelando un muslo grueso atravesado de puntos, un

pedazo de moho en una espalda, el brillo de ojos blanquecinos.

Il Capitano dice. –Quiero que sepas algo.

-¿Qué?

-No haría lo que Bradwell hizo. Te habría perdonado en seguida.

Ella lo mira con los ojos muy abiertos, tratando de descifrar su expresión a

través de la niebla.

-Si fueras la persona parada a mi lado. –Continúa. –Me quedaría para

siempre.

Esto es en lo que Pressia quiere creer—el tipo de amor que permanece, no

importa qué. Es una declaración que proviene de la boca equivocada. Como

si Il Capitano supiera lo que ella está pensando, dice:

-No te preocupes. No tienes que sentirte del mismo modo conmigo. Sólo

necesitaba decirlo.

-Lo entiendo, sí. –Dice Pressia. Sí, sí, sí, quiere decir, porque él le hizo

bien. La hizo sentirse un poco perdonada.

-Me alegra la niebla. –Dice. –De esta forma no tendremos que ver al otro

ser asesinado.

-¿Asesinado? –Susurra Helmud.

Las criaturas empiezan a gruñir, de forma baja y profunda. Siente que va a

llorar, no por estar asustada—que sí está—pero porque Il Capitano merece

ser amado de la manera que la ama. Está mal morir sin eso. Es injusto.

Quiere decirle que lo ama ¿Por qué no? Van a morir, pero no puede decirlo

a menos que sea verdad. Realmente verdad.

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-Eres bueno. –Dice en su lugar. –Realmente estás lleno de bondad, Cap.

Helmud también.

-Ah, -Dice. –Lo entiendo. –Su voz se quiebra. Tiene miedo de haberlo

empeorado.

Las criaturas se animan a acercarse más. Se estiran y los arañan. Rasgan los

pantalones de Pressia, su abrigo. Uno corta el cachete de Helmud. Sangre

cae por su cuello. Il Capitano golpea a uno, pero los otros aúllan y muerden

el aire cerca de su rostro.

Cuando se separa un poco la bruma, Pressia tiene suficiente puntería para

golpear a uno con sus botas, pero se levanta de nuevo, inmutado.

Pressia siente un brazo alrededor de su pierna y luego otro, y cae con

fuerza. Il Capitano es derribado a continuación. Luchan y patean y arañan

en respuesta, pero no sirve de mucho. Las caras de las criaturas aparecen y

desaparecen en la niebla—las cicatrices, los dientes, los ojos ciegos.

-¡No quiero morir así! –Grita Pressia, y luego piensa en Bradwell. No

quiere morir sin haber sido perdonada.

-¡No quiero morir! -Grita Helmud.

-¡Pressia! –Grita Il Capitano, tratando de arrastrarse hasta ella. -¡Pressia!

Pero no sirve de nada. Las criaturas fueron criadas para ser fuertes y

despiadadas. Pressia recuerda al perro salvaje mutilado. Así es como se

verá—lo sabe—en cuestión de minutos.

Y entonces escucha la voz de Bradwell. -¡Apártense! ¡Quítenseles de

encima! –Lucha contra una de las criaturas, pero entonces el resto gira la

cabeza hacia el ruido. Empiezan a correr hacia la agitación de moléculas, el

pulso fresco. Ve la fila de luces de Fignan parpadeando en la oscuridad.

-¡Corran! –Grita Bradwell. -¡Lleguen a la nave! ¡Estaré allí!

-¡No lo lograrás! –Dice Pressia.

Il Capitano empieza a correr. -¡Créele! –Grita, corriendo hacia la nave. –

Voy a soltarla para estar listos para despegar ¡Vamos!

-¡No! -Grita Pressia. Su miedo hace que algunas de las criaturas se giren

hacia ella.

Entonces escucha a Bradwell luchar duramente. Sus alas se extienden y

golpean el aire. Fignan suelta una estridente alarma que nunca había

escuchado antes. -¡Ve! –Grita Bradwell. -¡Pressia, ve!

-¡No voy a dejarte!

Sus alas batientes crean una brisa que corta la bruma, formando más

cortinas que se levantan y ascienden.

Puede ver a más de las criaturas y patea a la más cercana, sobre cuatro

patas, en el estómago. Ésta deja salir un quejido pero luego velozmente se

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pone de pie. Las alas de Bradwell siguen empujando la niebla—aleteando,

aleteando.

Y, de pronto, la criatura parece perdida y realmente ciega. Otra estira los

brazos y tantea el aire.

-¡Sigue batiendo las alas! -Grita Pressia sin aliento. –Necesitan la bruma

constante para sentir dónde están y dónde estamos.

Bradwell aletea más fuerte, la niebla alejándose en ráfagas ahora a su

alrededor. Sus alas—ella nunca las había visto totalmente extendidas,

masivas y fuertes. Quiere decirle que es así como se suponía que fuera—tan

mal como fue para ella hacerle esto, tan mal como se siente, él es esta

persona en este momento, y no hay nada más hermoso.

Las criaturas escapan en busca de la bruma que da sentido a su mundo,

retirándose a los árboles.

Bradwell deja de batir sus alas. Se retraen apretadamente en su espalda. Y

entonces es sólo ellos dos, mirándose mutuamente a través de la fina niebla.

LYDA

UN CUENTO DE HADAS

Lyda y Perdiz no han comido ni dormido bien en días—no desde que el

hombre se tiró frente al tren. Los números de suicidio crecen. Perdiz pujó

por la reunión con Foresteed porque quiere información clara, más

estadísticas, un plan para acabar con lo que ahora es, claramente, una

epidemia.

Se encuentran en la oficina de Foresteed, harta de mobiliaria devota al

pasado y a la Cúpula.

-Nunca estuve aquí dentro antes. –Susurra Perdiz. Lyda tampoco lo ha

estado, por supuesto. La asistente de Foresteed les ofreció un asiento donde

esperar, pero no pueden evitar deambular, pensando en todo.

Carteles de reclutamiento para la Ola Roja Honesta están enmarcados en las

paredes—hombres jóvenes con la mandíbula fuertemente apretada hombro

con hombro, con una ciudad en llamas al fondo: UNETE AHORA, ANTES DE QUE

SEA DEMASIADO TARDE… En la mezcla, hay un folleto tríptico enmarcado

celebrando la inauguración del museo de la Ola Roja Honesta. Lyda le da

un vistazo al texto, recordando levemente su propia niñez.

¡Dentro del museo, actores en vivo representan obras ambientadas en los

tiempos problemáticos cuando criminales de ideas peligrosas vagaban por

nuestras calles, cuando el feminismo no alentaba propiamente a la

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feminidad, cuando los medios de comunicación saboteaban al gobierno en

sus verdaderos esfuerzos reformadores, cuando el gobierno no tenía el

poder para proteger por completo buenos y trabajadores ciudadanos, del

daño, y mucho, mucho más!¡Únetenos en el pasto para una reconstrucción

histórica en un entorno completamente envolvente!¡Anima a los soldados

de la Ola Roja Honesta mientras vencen a manifestantes y criminales y

otros elementos malvados! Prepárate para asombrarte por nuestro creciente

Sistema de prisiones, nuestros centros de rehabilitación, nuestros asilos para

los difuntos… ¡Trae a tus estudiantes a esta oportunidad educativa!

¡Familias, pasen tiempo juntas uniéndose sobre el oscuro pasado reciente y

nuestro esperanzador futuro! Compren en nuestra patriótica tienda de

regalos de la Ola Roja Honesta. Chicos menores de 12 entran gratis.

A Lyda le da un escalofrío.

Perdiz se le acerca por detrás. –Fui de niño ¿Y tú?

Ella sacude la cabeza. –Mi padre no me dejaría. Creo que tenía algunas

ideas ocultas propias sobre la Ola Roja Honesta. Puede ser por eso que ya

no está con nosotros.

Lyda se mueve hacia un gabinete de vidrio protegiendo ediciones envueltas

en cuero de: El manual académico para niñas, El manual académico para niños, y El

Nuevo Edén: Prepara Tu Corazón, Mente y Cuerpo—un libro dado a cada dueño

de hogar en la Cúpula. Detalla instrucciones sobre el tiempo de volver a

vivir en el exterior, y también una lista de rasgos de carácter que deberían

ser cultivados y alabados—fidelidad, devoción, pureza de corazón. Lyda

recuerda la copia de su familia, prominentemente exhibida sobre el mantel

para que la pueda ver cualquier invitado.

En otra caja de exposición hay viejos uniformes y recortes de periódicos

sobre los planes de construcción de la Cúpula. Uno incluye una foto del

padre de Perdiz en una ceremonia de apertura.

-Me pregunto si Foresteed alguna vez se casó. –Dice Lyda. -¿Tuvo una

familia? ¿No lograron entrar?

-No sé. –Dice Perdiz. –No lo conocía por aquel entonces.

-Lo extraña. –Dice Lyda. –Los asilos, las batallas, las prisiones. Extraña la

opresión en masa.

-Está enfermo de la cabeza. –Agrega Perdiz.

Lyda camina hacia el escritorio de Foresteed y se inclina sobre él. Hay un

pilón de autorizaciones de padres para codificación—las firmas

garabateadas como si pudieran elegir—y luego ve un archivo con su

nombre en la etiqueta. De pronto, todo se siente más personal, situándola al

límite.

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Alza la carpeta levemente. Es su evaluación psicológica del centro de

rehabilitación.

-¿Qué? –Susurra.

Perdiz está al otro lado de la habitación, concentrado en artículos de diario

sobre su padre. Lyda toma la carpeta con rapidez.

Razón a referirse: se cree que Lyda Mertz sufre de un trauma emocional

debido a un evento en el que participó de un robo y desaparición de un

compañero de clase, Perdiz Willux…

Debajo de FUENTES DE INFORMACIÓN, hay una lista de todos los que

entrevistaron y depusieron—sus maestros, la Srta. Pearl y el Sr. Glassings;

algunas de sus compañeras; su madre; su pediatra. Hay resúmenes de sus

reportes y luego una lista de pruebas psicológicas—todas dispensadas ¿Por

qué? Porque las habría pasado. No estaba loca.

Un equipo que la entrevistó cuando fue traída al centro de rehabilitación

describe a Lyda en su entrevista.

La Srta. Mertz estaba agitada y nerviosa… fácilmente distraída por la

imagen de la ventana y frecuentemente se frotaba las rodillas con las

manos. Estaba consciente de su cabeza rasurada y la mantenía cubierta. No

mantuvo contacto visual consistente… una entrevistada reluctante…

Encontró doloroso hablar de su padre y su muerte. No quería discutir las

dificultades de ser criada por una madre soltera. Habló brevemente sobre su

vida en la academia, diciendo que estaba “bien” y que había estado “feliz,

ya sabes, más o menos”.

Estuvo feliz, más o menos, pero sólo porque no sabía lo que era la felicidad.

No la entendía porque nunca tuvo la libertad de tomar sus propias

decisiones, de elegir una vida.

La libertad y felicidad están entrelazadas—una no puede realmente existir

sin la otra.

Se ve a sí misma en el ojo de su mente—esa niña callada y asustada en el

centro de rehabilitación, avergonzada y humillada. No quiere volver a

sentirse de esa forma de nuevo.

Lyda lee algo del denso lenguaje medico sobre su diagnóstico, no suena

para nada verídico.

Y entonces las conclusiones.

Diagnóstico a corto plazo: Creemos que debido al pensamiento

desilusionado de la Srta. Mertz, desobediencia deliberada, omisión de

reglas y leyes, nuevo historial criminal y profundo nivel de negación, es

una amenaza para sí misma y otros…

Sacude la cabeza. No, no es verdad. Para nada.

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Diagnóstico a largo plazo: Creemos que la Srta. Mertz posiblemente no

sea jamás capaz de una transición devuelta a la sociedad normal. Sus

prospectos de encontrar pareja—a luz de sus deficiencias psicológicas—son

remotas. No creemos que vuelva al nivel de completa participación y

contribución como miembro de la comunidad. Sugeriremos—sujeto a

análisis posterior—que sea considerada inapropiada para compañerismo.

Fuertemente urgimos que no le sea dado el derecho a procrearse, al ver su

debilidad psicológica como una posible raíz con origen genético del lado

paterno.

Determinación Final: institucionalización de por vida.

Lyda baja la carpeta, se aleja del escritorio. Se siente atrapada de nuevo,

como lo hacía en el centro de rehabilitación. Recuerda las sombras de las

aves falsas moviéndose a través del recuadro de luz que se suponía que

recordaba a los pacientes del sol. Quiere llamar a Perdiz, mostrarle la

carpeta, pero no puede. Hay algo de vieja vergüenza dentro suyo.

Profesionales pensaron estas cosas sobre ella—inapropiada para

compañerismo, no le sea dado el derecho a procrearse… Quiere esconder

esto de Perdiz.

¿Por qué anunciar que esta era una determinación, su futuro muerto?

¿Por qué está esto en el escritorio de Foresteed?

Susurra: “La Srta. Mertz posiblemente no sea jamás capaz de una

transición devuelta a la sociedad normal.” Y se pregunta si esta es la cosa

más cierta que jamás haya leído. Ahora que estuvo fuera en lo salvaje,

¿Podría sobrevivir aquí—incluso con Perdiz a su lado?

Camina hacia él ¿Lo necesita aquí dentro de una manera que no lo hizo allí

afuera? Solía no tener miedo, ser audaz y fuerte. Extraña sus lanzas.

Extraña a las Madres y al olor a bosque y a la forma en la que la ceniza gira

en el aire. –Perdiz. –Dice.

Él se gira y la mira, su rostro ansioso y alerta. -¿Qué pasa?

Y entonces se abre la puerta y Foresteed—esbelto y bronceado—da una

zancada dentro del cuarto. -¡Siéntense! Pónganse cómodos.

-No es realmente posible. –Dice Perdiz. –Necesitamos el nuevo conteo de

suicidios ¿Todavía sube?

Foresteed se sienta en su escritorio. Mira la carpeta como si supiera que no

está en el punto exacto donde la dejó. Observa a Lyda.

Ella aparta la vista y toma asiento en una de las sillas de cuero.

-El número sólo empeoró. -Dice Foresteed. –Y estamos sobrecargados en

todas las facilidades, tratando de cuidar a aquellos que lo arruinaron todo. –

Casi ríe.

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-Haré cuanto pueda para ayudar en la situación. –Dice Perdiz. –Excepto,

bueno, ya sabes qué pienso sobre retractarme. No puedo hacerlo.

-Por supuesto que no. -Dice Foresteed. –El daño está hecho, ¿o no?

Perdiz mira sus manos. Ha estado retorciéndose de la culpa. Lyda le trató

de decir que no hay forma de que hubiera podido saber que la gente

empezaría a suicidarse, que no es su culpa. Pero nada ayudó.

Foresteed golpea el escritorio con los nudillos como un martillo. –Creo que

hay cosas que podemos hacer.

Perdiz se sienta e inclina hacia delante. -¿Cuál es el plan?

-Debes ofrecerles alguna parte de la verdad, Perdiz. Tienes que hacerles

sentir que pasará algo de lo que les fue prometido, algo que reconozcan. Y

sería genial si fuera también algo que los distrajera, dales una pequeñez que

celebrar.

Foresteed toma la carpeta con la evaluación psicológica de Lyda, golpeando

el escritorio. –Purdy y Hoppes tienen una muy buena sugerencia, y quieren

que te diga que consideres…

-¿Purdy y Hoppes? Se supone que trabajan en la historia para que Lyda y

yo podamos estar juntos.

-Como puedes imaginarte, todo eso está en espera. -Foresteed mira a Lyda.-

Ahora no es el momento.

Lyda se siente azorada repentinamente. Es la madre soltera de nuevo, una

vergüenza para su familia, su escuela. Se recuerda rápidamente que está

orgullosa de quién es y cuán fuerte se volvió, pero la vergüenza no escucha

lógica ¿De dónde viene? ¿Por qué es tan incontrolable y repentina?

Foresteed parece saber exactamente qué decir para impulsarla. –Está bien. –

Dice Lyda, tratando de sonar segura. –No estamos en ningún apuro. La

mayor prioridad aquí es salvar vidas.

Foresteed apenas le presta atención. –Es serio, Perdiz. Purdy y Hoppes

quieren que te pregunte si estás dispuesto a revertir el curso un poco. Hay

demasiado para ser ganado de un personaje público que está más en línea

con lo que le fue prometido a la gente. Románticamente hablando…

Perdiz parece saber exactamente lo que Foresteed sugiere. –No. –Dice.

-No ¿Qué? –Le pregunta Lyda. Es como si la estuviera excluyendo de la

conversación. –No te ha preguntado nada aun.

-Sé qué preguntará y la respuesta es no.

-Perdiz. –Dice Lyda. –Gente se está suicidando, están muriendo. Chicos

encuentran a sus padres en bañeras llenas de sangre. Si puedes hacer algo

sin retractarte de la verdad, entonces tendrías que hacerlo. Debes hacerlo. –

Toma su mano.

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-Lyda. –Dice Perdiz. -¿No sabes que sugerirá?

-No, no lo hago.

-A la gente les fue contado un cuento de hadas. –Dice Foresteed. –Quieren

un “felices por siempre”. Quieren algo que haga parecer que las cosas

volverán—incluso aunque no lo hagan.

-¿Un cuento de hadas? –Dice Lyda. -¿Un felices por siempre?

-Purdy y Hoppes me dijeron que te preguntara. No fue mi idea. –Dice

Foresteed golpeando los dedos en la carpeta. –Pero no es mala,

considerando que realmente no tenemos otra ¿Por qué no darles una boda?

La que les fue prometida.

Lyda mira a Perdiz. Suelta su mano. Entrelaza sus dedos y los mira. -

Iralene. –Quiere asegurarse de entenderlo.

-Iralene. -Dice Foresteed.

-Una boda. Perdiz e Iralene, -Dice, su voz ahora un susurro. Presiona su

mano contra su frente. Su piel está fría y húmeda.

Foresteed habla rápidamente. –Podemos trasmitir una conferencia de prensa

en una hora. Sentimos que lo distraerá, como poco, y detendrá la explosión

de muertes. Debemos hacer algo. –Y luego aspira profundamente y suspira.

-¿Quieres que tu propio niño nazca en un mundo con tanta inestabilidad,

violencia y muerte?

Lyda odia que Foresteed siquiera hizo mención a su hijo. Se siente

repentinamente protectora. –Esto no es sobre mi niño. –Dice.

-Bien, entonces piensa en los chicos de las otras personas. –Dice Foresteed.

-Los que crecerán sin uno de sus padres—como tú, perdiendo a tu padre tan

joven.

Sabe que Foresteed trata de manipularla, y lo odia por eso, pero extraña a

su padre y quiere que estas muertes innecesarias acaben. Él le sonríe

grotescamente.

-Es sólo un cuento de hadas. –Dice Lyda. –Quieren un cuento de hadas. Un

“felices por siempre” ¿Puede ser un casamiento temporal hasta que las

cosas se estabilicen de nuevo?

-Exactamente. –Dice Foresteed.

¿Entonces por qué siente un pozo tan profundo de tristeza dentro suyo?

-No tenemos que hacerlo. –Le dice Perdiz. –En serio, no tenemos.

-Gente saltó de techos. Hay armas siendo disparadas en habitaciones. –Mira

a Perdiz. No hay nada más. Él aspira pero no dice nada. Se gira hacia

Foresteed. -Hazlo, -Dice. –Diles lo que quieren. Ve si funciona.

Hay un silencio y después Lyda le susurra a Perdiz. –No más sangre en tus

manos. No más.

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PRESSIA

REFLEJO

El aire está estancado y los motores son ruidosos. La aeronave se zarandea

en el viento. El viaje entero toma cincuenta horas. Revisó la caja de metal

algunas veces, tocando el vial y la fórmula—ambos intactos, gracias a dios;

se ha vuelto un hábito nervioso. Ya pasó mucho del tiempo, pero aun así,

las horas que quedan—¿Cuántas, exactamente?—se alargan ante Pressia sin

descanso. En una mano, sólo está la vista por la claraboya del centelleante

mar; en la otra, la nave es peligrosa. Il Capitano es un piloto novato, y

estaba enojado cuando se dio cuenta que regresarían sin sus armas. Se veía

perdido y desesperado. -¿Cómo demonios espera Kelly que lleguemos a

ninguna parte sin pistolas? –Se calmó lo suficiente para despegar, y,

ocasionalmente, suelta boyas de seguimiento reflectoras de láser. El sonido

es ensordecedor mientras son lanzadas de la aeronave, iluminando las

claraboyas y haciendo a la nave en sí misma traquetear. Podían morir aquí

afuera—desplomarse, estrellarse y después hundirse, sin sonido, en el suelo

oceánico. Esto le asusta, pero le ha temido a la muerte por tanto tiempo que

ya no tiene tanto poder sobre ella como una vez lo hizo.

En su lugar, el sofocante sentimiento que tiene en el pecho—implacable y

horrible—es por Bradwell. Él está sentado sólo al otro lado del pasillo, e,

incluso aunque le salvó la vida, no han hablado ¿Cómo se siente estar

atrapada en un espacio pequeño con alguien que la odia? La hace querer ser

más y más pequeña hasta desaparecer.

Espera al momento en el que Bradwell baje la guardia un poco, en el que se

suavice, se abra. Pero incluso mientras duerme, parece enojado. Su

entrecejo se frunce en sueños, tal vez pesadillas. Patea sin descanso. Es

duro para él simplemente sentarse en el asiento. Tieso e incómodo, sus alas

parecen empujar sus hombros hacia adelante, forzándole a encorvarse.

Il Capitano y Helmud están en la cabina de mando con Fignan a su lado. Il

Capitano está cantando canciones viejas—aunque nada de amor. Asume

que está siendo cuidadoso.

Pero no hay tiempo para cuidarse del otro. Deben hablar sobre su próximo

paso.

-¡Bradwell! -Dice Pressia.

No se mueve.

-¡Bradwell!

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De nuevo, nada.

Se desabrocha el cinturón, cruza el pasillo y le sacude el hombro. -

¡Bradwell, despierta!

Se despierta del sueño de la forma en la que lo solía hacer en el cobertizo

mohoso donde se recuperó después de que casi mueren congelados en el

suelo del bosque—sus brazos y piernas se sacuden y jadea en busca de aire.

-¿Qué? ¿Qué pasa?

-Tenemos que hablar.

Mira a su alrededor, con los ojos bien abiertos, y luego a la claraboya—

seguramente sorprendido de encontrarse en una aeronave cruzando el

océano. –No quiero hablar sobre nosotros. –Dice. –No puedo.

-No sobre nosotros. –Dice ella, pero desea que pudieran hablar sobre lo que

significan para el otro ¿Alguna vez lo harán? –Necesitamos un plan.

Tenemos que hablar con Il Capitano y Helmud también.

Él se frota los ojos y asiente. –Tienes razón.

Bradwell sigue a Pressia a la cabina de mando. Il Capitano está cantando, y

Helmud parece estar tarareando una harmonía. Es hermoso. Fignan parece

estar en modo dormido, como si el canto lo hubiera apaciguado. Odia

interrumpir.

La puerta está abierta, pero golpea de todos modos.

Él se detiene a mitad de una nota. –Pensé que estaban dormidos.

-Yo lo estaba. –Dice Bradwell. Con Pressia entran a la cabina. Él apenas

cave en el espacio. Sus costillas, pecho y hombros se ensancharon. Sus alas

son espesas y se arquean a su espalda.

-Debemos pasar a ver a Hastings. -Dice Pressia agarrando la espalda del

asiento de copiloto vacío.

-Tendríamos que aterrizar en Crazy John-Johns y después despegar

nuevamente. –Dice Il Capitano nervioso.

-No podemos dejarlo allí. –Dice Bradwell.

-No estaba diciendo que lo abandonaría. Es sólo un riesgo—eso es todo. Si

nos aterrizamos/estrellamos como lo hicimos la última vez, no tendremos a

nadie que nos ayude. Deberemos volver a casa a pie a través de un territorio

en el que apenas sobrevivimos la primera vez.

-No tenemos opción. –Dice Pressia. –Nos necesita, y podríamos necesitarlo

a él también.

-¿Necesitarlo para qué? –Pregunta Il Capitano.

Pressia suspira. –Voy a entrar a la Cúpula. Tengo que hablar con Perdiz.

Debo llevarle la cura a la gente correcta dentro. –En ningún momento se

suelta la mochila.

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-Asumes que hay gente correcta en el interior. –Dice Bradwell.

-Gente correcta. –Dice Helmud con optimismo.

-No pueden ser todos malos. Y ahora que Perdiz está a cargo, estoy segura

de que…

-Yo no estoy seguro de nada. –Dice Bradwell. -Kelly sabía que Willux

estaba muerto, que Perdiz estaba a cargo, ¿Entonces por qué no ha

escuchado sobre una nueva orden en la Cúpula?

-Tal vez Perdiz no tuvo tiempo. –Dice Pressia enojada. –Tal vez su plan

está en marcha ¡O quizás empezó a hacer verdaderos cambios, pero decirle

a Kelly, a un océano de distancia, no es su mayor prioridad justo ahora! -Se

gira hacia Il Capitano. –Crees en Perdiz ¿No?

-Siempre dudo de la gente. –Dice Il Capitano. –Sobreviví por no creer en

otros humanos.

Pressia lo entiende. Ella es alguien que decepcionó al Cap; no lo ama de la

manera que él a ella.

-¿Cuál es su plan? ¿Derribar la Cúpula y que haya una guerra civil? ¿Más

sangre, más muerte? –Les pregunta Pressia.

-Si quieres ponerte de su lado, adelante. –Le dice Bradwell a Il Capitano. –

Cómo te sientes con respecto a ella ya no es un secreto. Haz lo que quieras.

A Pressia le sorprende que Bradwell haya dicho esto en voz alta. Mira a Il

Capitano. Tiene los cachetes sonrosados. Él tose en su puño y mira fuera

por el parabrisas. Están atravesando un banco de nubes.

-Solamente quieres que prueben que tienes razón después de todos estos

años. –Le dice Pressia a Bradwell. –Tomarás justicia sobre paz, incluso si

eso significa que va a morir gente.

-No estoy tratando de probar que tengo razón. La tengo. Hay una

diferencia. La verdad es importante. –Dice Bradwell. –La historia es

importante.

-Il Capitano hará lo que piense que es correcto—justicia o paz, -Dice

Pressia. –Confío en él para que tome la decisión.

-Paz. -Dice Helmud, dando su voto.

A Pressia le alegra que Helmud esté de su lado. –Bien. –Dice Pressia. –

Gracias.

-¿Cap? -Dice Bradwell.

-No, -Dice Il Capitano. –No voy a elegir entre ustedes. Debemos estar

unidos en esto.

Bradwell mira por el parabrisas, y Pressia sólo puede ver su perfil, las

cicatrices gemelas recorriéndole una mejilla. Él dice. –Mi madre murió

agarrada a la camisa de mi padre. Sus ojos seguían abiertos, mirándolo,

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como si hubiera muerto rogándole que siguiera vivo. Pero murieron Puros,

por dentro. –Se golpea el pecho. –Murieron como eran, luchando por

revelar la verdad. –Se frota los nudillos y dice. -¿Qué soy yo? -Sus alas se

tuercen a su espalda. –Soy un cuento de hadas que los padres les cuentan a

sus niños para asustarlos y que tengan cuidado en la vida. No soy real.

Pressia se lo imagina como un niño pequeño corriendo por la casa y

llamándolos con creciente pánico.

Algunas veces se le olvida el chico que una vez fue—quien fue enviado a

vivir con sus tíos, quien corría por una bandada de pájaros cuando las

Detonaciones ocurrieron, quien encontró su camino de vuelta a la casa de

sus padres, al cofre en el cuarto seguro, quien se las arregló solo por años.

Ella ama a ese niño. Ama el hombre en el que se convirtió—complejo y

terco. -Eres real. Eres la misma persona.

Él sacude la cabeza. -No. Ese Bradwell se ha ido.

-¿Qué significa eso? –Pregunta ella.

-Lo que realmente me mantuvo andando todos estos años son la verdad y

justicia. Podía mirar a la Cúpula, su cruz brillante, en cualquier momento, y

tenía todo lo que necesitaba para sobrevivir. Mataron a mis padres. Se

encerraron en su perfecta pequeña burbuja y destruyeron al mundo. Soy un

Miserable. Eso es lo que me hizo Puro ¿Y ahora? Con esos químicos dentro

de mí ¿Qué es lo que soy?

-Todavía eres tú mismo. –Dice Pressia. Quiere decir más. Quiere decirle

que es real, que lo ama. Pero su espalda está tensa. Sus ojos miran al cielo.

Está distante. Dice. –Tienes toda la razón para odiarme.

-No te odio. Desearía poder hacerlo.

-Miren. –Dice Il Capitano. –Alguien tiene que comprometerse.

La cabina está en silencio.

-Aquí está mi compromiso. –Rompe Bradwell el silencio. –Sólo sobre mi

cadáver saldrán los Puros de esto como héroes. –Mira a cada uno a los ojos

y se va.

Pressia mira el parabrisas que sostenía su reflejo. Ahora es una pantalla

negra temblando con nubes ocasionales. Él había bajado la guardia. Habló

sobre haber encontrado a sus padres muertos. Desea haber dicho algo

diferente, pero ¿qué?

Se gira hacia el reflejo de Il Capitano. Él atrapa su mirada y sonríe

tristemente. -Perdón. –Dice. –Por todo. No debería haberlo empujado al…

-No. –Dice ella. –Está bien.

Helmud se estira, le roza el cabello y aparta la vista tímidamente.

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Ella ve su propio reflejo y piensa en el juego de rimas que los chicos

jugaban en el campo.

Mira tú reflejo. Halla tu pareja. ¡Encuéntrate! ¡Encuéntrate! ¡No quedes al

final!

Alza la cabeza de muñeca ¿Quién sería sin ella? ¿Más ella misma o menos?

No puede imaginarse cómo debe de ser para Bradwell—su cuerpo no es el

suyo propio. Piensa en su propio ADN, las instrucciones sobre cómo

construirla a ella, y solamente a ella. Pelo, piel, sangre.

Y luego recuerda el cepillo en su cuarto, cómo nunca tenía un sólo pelo en

él a la mañana siguiente ¿Tomaron su ADN? ¿Habrán réplicas de ella—allí

afuera—algún día? La idea la aterroriza en formas que no puede entender.

¡Encuéntrate! ¡Encuéntrate! Ella no sabe realmente quién es. Tampoco

Bradwell ¿Alguien lo hace?

Il Capitano dice: -Estamos sobre tierra.

-Tierra, -Dice Helmud, como si le ordenara a su hermano que aterrizara. -

¡Tierra!

Pressia se quita la mochila y se la abraza al pecho. Mira por el parabrisas al

horizonte irregular. Desde aquí, se ve pacífico y en calma. Pero ella sabe

que allí pululan alimañas y Terrones. La tierra en sí misma está viva—

odiosamente viva. Tal vez la venganza es parte de todos ellos.

PERDIZ

QUE SUERTE LA NUESTRA

La voz de su madre. -¡Perdiz! ¡Tu amigo está aquí!

Abre los ojos.

¿La voz de su madre? No—no puede ser. Está muerta. Y aun así, ella solía

llamarlo de esa forma cuando sus amigos se pasaban por su casa. Recuerda

su hogar en la infancia—sus sábanas con pequeños camiones, el reloj en

forma de pelota de Baseball, un set de bloques conectables desparramados

por el suelo.

Y su madre apareciendo en el pasillo—su pelo balanceándose, su sonrisa.

No es la voz de su madre, y tampoco la de Lyda. Este es el cuarto en el

apartamento donde creció dentro de la Cúpula. Duerme en la cama inferior

de la litera. Sedge solía dormir arriba. No le gustaba cuando Perdiz lloraba

de noche. Le diría que se calle. Su madre se había ido, presuntamente

muerto. Debería haberle sido permitido llorar cuando quisiera.

La habitación de su padre está vacía. No entra allí—nunca.

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Perdiz lo mató.

Este pensamiento lo despierta del todo.

La puerta se abre y es Iralene. -Arvin Weed está aquí. –Dice. -¿Debo

hacerles de beber? ¿Refrescos? –Está retorciendo su anillo de compromiso.

-¿Qué hora es? –Se sienta.

-Dormiste, y dormiste, y dormiste. –Dice ella. –¡Ya es mañana!

Después de que regresó a casa e Iralene lo haya abrazado, él le dijo que no

se estaba sintiendo bien y que pensaba que sería bueno hablar con Arvin

Weed, quien es ahora su doctor. En realidad, sólo quería preguntarle sobre

Glassings y la gente que sigue suspendida, y también mostrarle la hoja de

ecuaciones científicas que encontró en la cámara de guerra de su padre.

Después de que Iralene le dijo que arreglaría un encuentro con Weed,

Perdiz caminó hasta su cuarto, se acostó y, después de días sin dormir, cayó

en incansables pesadillas. Solía soñar con encontrar el cuerpo muerto de su

madre en todas partes—debajo de las gradas vacías, en el laboratorio de

ciencias de la academia—pero en este sueño, vivía su día de alguna forma

mundana cuando se encontró con un montón de cuerpos. Uno o dos

retorcidos, sangrando, pero todavía vivos, y se levantaban y corrían hacia

él. Hablaban con la voz del hombre que saltó en frente del tren—Eckinger

Freund, confirmaron las autoridades. Y estas personas moribundas lo

llamaban mentiroso, pero Perdiz no podía decir si lo odiaban por la verdad

que le contó de su padre o por esta nueva mentira—casarse con Iralene.

-¿Vas a venir a hablar con Arvin? –Dice Iralene. -¿Debo charlar con él para

darte algo de tiempo?

Se frota los ojos y se recuesta en la cama con las manos sobre su corazón.

Sigue completamente vestido. Se siente enfermo. –No, está bien. Ya voy. –

Empieza a irse pero él dice. –Espera.

Ella se gira, sonriéndole. –Amo la forma en la que te ves cuando recién te

despiertas.

-Iralene, estamos solos. –Dice. –Prometimos no… -Él le pidió no ser

romántica con él excepto para el espectáculo, en público.

-¿No puede una chica practicar?

Se sienta. -¿Subió el conteo de muertes desde que se transmitió la

conferencia de prensa?

Ella aspira profundamente. El suicidio la asusta. Su rostro se endurece. -

Beckley reportó que no hubo casos durante la noche.

-Bien. –Si va a renunciar a su libertad, y una buena medida de la verdad,

así, mejor que esté salvando vidas. –Dile a Arvin que estaré allí en un

minuto ¿Si?

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-Seguro. –Ella sonríe y cierra la puerta.

Perdiz se cambia la ropa. No debería estar nervioso sobre ver a Arvin. Él

fue en algún momento sólo un nerd académico, un amigo distante que a

veces le dejaba a Perdiz copiarse de sus notas. Pero Arvin no está allí como

un amigo. Arvin ayudó a Perdiz a volver a crecer su meñique, y parecía

estar a cargo del equipo que le borró la memoria, ambas órdenes de su

padre. Y probablemente habría sido el elegido para hacer el trasplante de

cerebro ¿Lo habría hecho? Perdiz nunca lo sabrá. En vez de una operación,

hizo la autopsia de su padre, diciéndole a los líderes que había muerto por

una Degeneración Rauda de Células mientras, públicamente, a la gente le

fue dicho que luchó bravamente contra un desorden genético.

Perdiz mira su meñique y flexiona la mano. El dedo se dobla y extiende en

perfecta sincronía con el resto. Dentro de todo, es un trabajo increíble.

Mientras esté aquí, Arvin querrá probablemente probar las terminaciones

nerviosas y la re-formación de la memoria de Perdiz también.

Perdiz encuentra la hoja de información científica donde la escondió y la

desliza dentro de su bolsillo.

Va al baño, se moja la cara con agua y se seca con una toalla de mano. Se

mira a sí mismo por un momento y no está seguro de quién, exactamente,

se supone que sea. Se siente un fraude. Sabe que tendrá que entregarse a

esta mentira. Lo hará porque Lyda susurró: No más sangre en tus manos.

No más.

Pero él sabe que la sangre simplemente ha empezado.

¿Y Lyda? ¿Y el bebé? ¿Cuánto tiempo tendrán que vivir esta vida oculta?

Después de la reunión en la oficina de Foresteed, pidieron por unos minutos

en el cuarto juntos. Se sostuvieron mutuamente. Ella dijo. –Perdiz, esto es

lo correcto. –Y rápidamente agregó. –Estoy asustada.

Él le dijo que él también estaba asustado. Y ahora extraña el sentimiento de

su cuerpo cálido mientras se abrazaban debajo de su abrigo entre la ceniza

flotante, como nieve negra. Extraña la manera en la que ella lo mira, que

siempre se siente honesta. Ama como Lyda parece ambas, frágil y dura. En

una mano, el delicado trabajo de hacer un ser humano está ocurriendo

dentro suyo. En la otra, se endureció de una forma que no puede explicar.

La verdad sobre su padre. Esta única verdad ¿Cuántas mentiras tendrá que

ofrecer para apaciguar a la Cúpula? ¿Cuántas?

Sale del baño, camina por el corredor y entra a la sala de estar. Arvin está

mirando la carpeta de Iralene de vestidos de novia. –Creo que este es

verdaderamente hermoso. –Dice apuntando a una página abierta. –No que

eso importe.

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-¿Por qué no importaría? –Dice Iralene herida.

-Te verías bien en cualquier cosa. -Dice Arvin. Y aquí está un perfecto

ejemplo de Weed. Puede que haya querido decir que no le importa, pero lo

recubrió con un cumplido ¿O lo dice en serio?

Es verdad que Iralene se vería bien en cualquier cosa. Es perfecta. Es por

eso que está aquí.

Y de pronto lo golpea: lo tienen donde quieren tenerlo. Está actuando la

vida que su padre diseñó para él. Iralene, con su cabello lustroso y sonrisa

brillante, se está preparando para una boda. Perdiz va a caminar hacia al

altar carcomido por la culpa. Trató de liderar y todo se hizo pedazos.

Y entonces su sospechoso comienzo ¿Fue la cantidad de suicidios

realmente tan grave como le dijeron? La multitud enfurecida, el ruido de

sirenas, el hombre que salto frente al tren—todo se sintió real. De hecho, se

sintió espontaneo—la cosa más improvisada que jamás presenció en la

Cúpula. Y aun así, no puede confiar en Foresteed, quién vería la alteración

como una oportunidad de controlarlo con la culpa. Puede ser que Foresteed

no tenga una gran consciencia, pero seguro la ve como una debilidad en los

otros—una para explotar a su beneficio ¿Qué tan real es todo esto? ¿Es una

conspiración para llevar a Perdiz al límite? ¿Participa Weed en ello?

-Perdón por interrumpir. –Dice Perdiz.

Arvin e Iralene levantan la vista. Arvin saca las manos y sacude las de

Perdiz. -¿Cómo te sientes?

-He estado mejor.

Iralene alza sus paquetes de novia y dice. –Los dejaré hablar. –Perdiz se

imagina las sesiones de entrenamiento por las que tuvo que pasar Iralene—

lecciones sobre cuándo ser visible y cuándo desaparecer cortésmente.

-Hablemos por aquí. –Perdiz lleva a Arvin a los sillones. Se sientan uno

frente al otro.

-Así que, el meñique. –Dice Weed. -¿Algún calor, adormecimiento o picor?

-Nop.

Weed se estira a través de la mesa de café entre ellos, toca el dedo de Perdiz

y lo dobla. -¿Sientes todo esto bastante bien?

-Sip. Aunque a veces todavía me imagino que no está. Y después miro

hacia abajo y me sorprendo.

-Gente que pierde una pierna dicen que todavía pueden sentirla; sus

terminaciones nerviosas sigue mandando mensajes al cerebro sobre que

existe. Se llama extremidad fantasma.

-¿Así que estoy sintiendo la extremidad fantasma?

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-Volver a crecer partes del cuerpo es toda ciencia nueva. Quizás esto se

vuelva una observación común.

Perdiz se pregunta si está hablando de Wilda, la niña que fue secuestrada,

llevada a la Cúpula y purificada. Ya no tiene cicatrices o marcas o fusiones

o incluso un obligo, y sólo podía decir lo que estaba programada para

decir—una amenaza del padre de Perdiz. -¿Esperas hacer crecer muchas

extremidades, Dr. Weed?

-Soy uno de los tipos buenos, Perdiz. –Dice Arvin. –Lo sabes. –Sus ojos se

separan de él y mira alrededor del cuarto.

-¿Lo hago? –Dice Perdiz.

Arvin ríe y se reclina contra el sillón.

-¿Qué es tan gracioso?

-Recuerdo que una vez me dijiste que vivía demasiado en mi cabeza.

Dijiste: “No tienes un instinto de barriga, Weed? ¿Has ido alguna vez de

panza?” ¿Recuerdas?

Perdiz no tiene memoria de eso para nada. –Debe ser la pérdida de

memoria. –Dice Perdiz.

-No. –Dice Weed. –No lo recuerdas porque lo dijiste sin siquiera pensarlo.

Me tocaste el estómago con un dedo y todos rieron.

-Perdón, Weed. Estoy seguro de que no quería decir nada con ello.

-Todo lo que decías tenía un significado. Eras el hijo de Willux. Era tu pase

libre para hacer lo que quisieras.

-¿En serio? –Dice Perdiz a la defensiva. –Porque recuerdo gente

ofreciéndose para patearme el trasero, ¿Y tú saltaste a ayudarme? No.

Simplemente mantuviste tu nariz en tus estudios ¿Y sabes qué? Tenía

razón. Vives demasiado dentro de tu cabeza.

-Y tú -Dice Weed, -Deberías tratar de confiar un poco menos en tu

estómago y un poco más en tu cabeza. Si lo hicieras, quizás no estaríamos

en este lío.

Está culpando a Perdiz por los suicidios, y tiene razón. No se puede negar

que fue la chispa. Perdiz alza una mano. Weed fue demasiado lejos. Ya no

puede dejar que la gente le hable de esa forma—ni siquiera un viejo amigo.

Weed tose, se alias la camisa. Hay silencio antes de que vuelva a su rol de

doctor. -¿Qué hay de tu memoria?

-Siguen habiendo parches algunas veces—ya sabes, mi tiempo en el

exterior. –Recuerda la mayoría: Pressia, Bradwell, Il Capitano y Helmud, y

las madres fusionadas a sus niños. Recuerda el thunk de su meñique siendo

seccionado y cómo yacía allí, desconectado. Hay cosas que aún le vuelven

en explosiones de color—mayormente su madre y Sedge muriendo en el

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suelo del bosque. Recuerda haber estado con Lyda en la base de cama de

bronce con dosel, abrazados bajo su abrigo, el calor de sus cuerpos. –Sabes

cómo es. Algunas cosas quieres recordar. –Dice. –Y otras, olvidar.

-Apuesto a que sí. –Dice Arvin con una ligera sonrisa de suficiencia en el

rostro.

¿Sabe Weed que es un asesino? Si es así, Perdiz casi desea que se lo diga

directamente.

-¿Apuestas?

Arvin se inclina hacia delante, con los codos en sus rodillas, y baja la voz. –

Dime por qué estoy realmente aquí.

-Primero que nada, ¿Dónde está Glassings?

-¿Durand Glassings? ¿Nuestro profesor de Historia Mundial? Esto es a

donde querías llegar en el funeral ¿Todavía en ello?

-Sí.

-¿Cómo demonios lo sabría?

-Foresteed me dice lo mismo. Pero alguien lo sabe.

-No yo. –Weed lo mira con el rostro hecho piedra.

-Quiero saber si empezaste exitosamente a sacar a la gente de suspensión. –

Dice Perdiz. –Como te dije.

-Mira, esto no es fácil. Belze es muy viejo. Estaba muy débil cuando fue

puesto en suspensión, postoperación en realidad ¿Y sabías que sólo tiene

una pierna? El muñón termina en una manga de cables. No podemos

simplemente sacarlo de un tirón. Quiero decir, si estás haciendo esto de

alguna forma por el bien de tu hermana, no va a hacer ningún bien si muere

en el proceso.

-¿Cómo sabes que está conectado a Pressia?

-Tengo el mayor nivel de accesibilidad posible. De hecho, algunos estamos

curiosos por lo que realmente pasó en el bunker de tu madre ¿Siquiera te

encontraste con esos viales y, tal vez, otras cosas?

-Pensé que sólo los querrías para mi padre, como último recurso para

curarlo, y como no los obtuvo a tiempo para hacerle algún bien…

-Podría hacer mucho con ellos, créeme. -Arvin se para y se pone a caminar.

-¿En serio? ¿Estás seguro, Weed?

-¡Dios, Perdiz! Tengo todo lo que necesito para purificar a alguien, pero

luego se derrumban.

-He visto tu obra. –Dice Perdiz con un poco de sarcasmo.

-¿Te refieres a los Miserables que trajimos dentro? –Dice Weed caminando

hacia la ventana, mirando la calle. –Eran sólo experimentos.

-No, eran personas.

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Se gira hacia Perdiz rápidamente y dice. –Y sus sacrificios no serán en vano

si tenemos la fórmula y ese último ingrediente. Sería capaz de arreglar a

todos los Miserables sin ninguno de los efectos colaterales que mataron a tu

padre ¿Piensas que los chicos de las Fuerzas Especiales saldrán limpios?

Hay amigos tuyos de la academia allí, Perdiz.

-No sabía que tenías este lado altruista. Quiero decir, Arvin Weed,

humanitario. No tenía idea cuando estabas, ya sabes, supervisando mi

tortura.

-Órdenes son órdenes. Algunos dirán que fui más responsable que el propio

hijo de Willux. Di lo que quieras sobre él; tu padre era un genio. Nunca

empezarás siquiera a imaginarte de lo que era capaz su cerebro. Deberías

mostrar algo de respeto.

-Weed, en tu cabeza y en tu estómago, sabes que mi padre fue un asesino de

masas; tienes que saberlo.

Weed asiente. Levemente se rasca la frente. Dice con voz escalofriante y

calmada. –Puedo hacer que pase algo bueno. Puedo salvar gente. Puedo

hacer el bien donde tu padre falló.

Perdiz sacude la cabeza.

-¿Piensas que, de algún modo, puedes retomar donde mi padre lo dejó? –

Perdiz se levanta, le da la espalda a Weed y cruza los brazos sobre el pecho.

–Sé que fuiste el que desarrolló la píldora. –Dice en voz baja. Es incapaz de

mirar a Weed a los ojos. Con esta oración, reconoció el hecho de que usó la

píldora para matar a su padre, como también la posibilidad real de que

Weed fuera cómplice en el asesinato. Puede ser que los dos no sean tan

diferentes como parecen, unidos como lo están en un momento de la

historia—en un asesinato.

-Sin ti. –Dice. –No podría haberlo hecho. –Se gira y mira a Weed, luego al

suelo.

-Estoy seguro de que no sé de qué estás hablando. –Dice Weed.

Perdiz ya no puede soportar las mentiras y negaciones. Camina hacia Arvin,

lo empuja y le agarra el hombro. -¡Maldita sea! Si admirabas a mi viejo

tanto ¿Por qué lo hiciste?

Weed mira a Perdiz, lleno de odio. Se libera del agarre de Perdiz.

-Dije que no sé de qué hablas.

Y entonces Perdiz sabe la respuesta. Arvin ya la dijo: Puedo salvar gente.

Puedo hacer el bien donde tu padre falló. Weed quería tener el poder.

Arvin camina hacia el sofá y se sienta con pesadez. –No sabes nada, Perdiz.

Es la misma vieja mierda. Sigues paseándote por ahí, siendo el hijo de

Willux, y no hiciste nada de la tarea.

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Perdiz se sienta frente a Weed de nuevo. Presiona sus palmas juntas. –Eso

no es enteramente verdad. He estado en la cámara secreta de mi padre en el

cuarto de guerra. Aprendí un montón allí. De hecho, tu nombre aparecía en

un documento.

-¡Por supuesto que lo hacía! Estoy en el centro, Perdiz, y lo he estado por

un largo tiempo. Incluso cuando estábamos en la academia, ya estaba

metiéndome en los círculos internos.

-Si no sé nada, Weed, ¿Qué tal si me iluminas? Adelante. Explícamelo.

-Bien. –Dice Weed. –Primero, tu hermana y sus amigos robaron una de

nuestras aeronaves. Estaba marcada, por supuesto. Conocemos su ruta.

Sabemos a quién contactaron seguramente—cómo descubrieron donde

encontrar a estos otros sobrevivientes es un misterio—pero resulta que ellos

sí hacen su tarea.

Perdiz ignora la indirecta. -¿De qué diablos estás hablando? ¿Una ruta?

-Atravesando el Océano Atlántico, están en su camino de vuelta.

Perdiz ríe. Es ridículo. -¿El Atlántico? ¿En una aeronave? No es posible.

-La llevaron a Newgrange, una de las locaciones especiales de tu padre. Si

estuviste en su cámara interior, entonces sabes que salvó un par de lugares

sagrados y a la gente lo suficientemente suertuda para estar allí en el

momento correcto.

Newgrange. Perdiz piensa en todas las lecturas de Glassings sobre las

antiguas colinas de entierro y la obsesión de su padre desde la niñez con los

domos. –Pero Pressia, Bradwell, Il Capitano y Helmud—¿Fueron hasta allí

y volvieron?

Arvin asiente.

-¡Foresteed debería haberme dicho todo esto!

-Estoy seguro de que está en sus reportes.

-¡No los leo! -Dice Perdiz más para sí mismo que para Weed.

-Y allí. Probaste mi punto.

-Newgrange, -Dice Perdiz. –En una aeronave. –El mundo parece abrirse.

Pressia, Bradwell, Il Capitano y Helmud—atravesaron un océano. –Dios

mío. –Susurra. -¿Pero aún no volvieron? Suena peligroso.

-Bueno, llegaron hasta allí y ahora están en el aire de nuevo. La pregunta es

por qué ¿Qué pensaron que encontrarían allí? ¿Y tuvieron éxito?

-¿Está Foresteed en esto, rastreando su progreso?

-A Foresteed no le importa mucho tu hermana y sus amigos. Tiene otros

intereses.

-¿Cómo cuál?

Arvin sonríe. –Puedes preguntárselo tú mismo.

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-Arvin, escucha. Creo que podríamos lograr un consejo juntos—gente del

exterior y del interior sentándose a hablar. Podemos ayudar a cada lado a

entenderse mutuamente. Allí es donde mi padre verdaderamente falló. Esta

gente se está suicidando, pero si conocieran a alguien de allí afuera, si

conocieran a Pressia…

Weed lo interrumpe. –Eso es lindo, Perdiz. Pero no funcionará.

-¿Por qué no?

-Mientras los Miserables lleven nuestra historia en común en su piel, no

habrá paz. Culpa, Perdiz. No puedes vivir con toda esa culpa sin querer

culpar a las víctimas y exonerarte a ti mismo. Naturaleza humana.

-Pero…

Weed menea la cabeza, sonriendo. –Este es un ejemplo. Quieres que saque

a esta gente de suspensión ¿Qué diablos vamos a hacer con todas estas

personas? ¿Eh? Algunas están deformadas. Algunas incluso son Miserables

¿Qué vas a hacer? ¿Obtenerles trabajo? ¿Mandarlos al almacén?

-¿Por qué no?

-He pasado los últimos días cosiendo muñecas cortadas, mirando heridas

grandes y abiertas de bala, bombeando estómagos, todo por ti.

-Espera. –Dice Perdiz. Es la segunda vez que Weed lo responsabiliza por

las muertes. No es completamente justo. –Mi padre no debería haberles

forzado mentiras por la garganta.

-Así que, mientras yo estaba limpiando el desastre, ¿tú estabas ocupado

racionalizándolo todo? ¿Es así como pasaste tu tiempo?

-No, te dije que fui a la cámara secreta de mi padre, y sé que él sabía que

había cometido un error. Sabía que el fin estaba llegando.

-Y allí es donde viste mi nombre ¿Eh? –Weed se alisa el pelo, frota su

cabeza. –Sí, recuerdo ese reporte. Bastante aleccionador. Así que, después

de todo, no somos la raza superior. Imagínate cómo se sintió tu padre

cuando se enteró. –Weed ríe, pero ya no tiene esa sonrisa persistente.

-No sé ni siquiera qué lo hizo pensar que éramos superiores en primer

lugar. Nunca lo entenderé.

-¿Es eso lo que quieres de mí? ¿Un psicoanálisis de tu padre?

-No pediría eso de mi peor enemigo. –Dice Perdiz. –Pero sé que si no le

gustaba una verdad, encontraba la manera de cambiarla. –Perdiz saca de su

bolsillo la hoja con información científica que tomó de los archivos. No

quiere mostrársela a Weed, pero, ¿A quién más? –Explícame esto.

Weed agarra la hoja, la mira y se la devuelve. –Es una receta.

-¿Para hacer qué?

-Gente.

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-No lo entiendo ¿Gente?

-¿Por qué lo harías? Estás haciendo una persona al viejo estilo ¿o no?

embarazando a alguien.

-Conoces su nombre. Ella no es simplemente alguien. Sólo explica la

ciencia, ¿Sí?

Weed sonríe, feliz por haber hecho enojar a Perdiz, y se reclina contra el

sillón. –Esta era su receta para hacerlos desde lo básico. Un poco de ADN

de Puros, un poco de la semilla más dura, los Miserables. Un poco de

clonación, algo de crecimiento.

-¿Vos le diste esta receta?

Weed ríe. –Esas cosas son muy avanzadas ¿Quién sabe de dónde la obtuvo?

Pero no de nosotros. No. Es arte elevado.

-Así que iba a empezar a construir su propia súper-raza de cero.

-Él no iba a empezar a hacerlo. Está en progreso. De hecho, estaba contigo

cuando los viste.

-¿Verlos? ¿A quiénes?

-Tal vez es uno de los agujeros que todavía no se aclaró. Además, estabas

un poco sedado. Estábamos llevándote a purificarte.

-¿Quieres decir cuando casi me ahogan?

-Tu padre prefería el término bautismo.

-¿A quién vi? ¿En dónde?

-Los bebés—filas y filas de pequeños bebés.

Y entonces Perdiz lo recuerda, claramente. El banco de ventanas como una

sala de maternidad gigante, pero todos los bebés eran prematuros, chiquitos,

retorciéndose, algunos chillando, algunos plácidos y quietos. Bebés. Él

estaba acostado—no, atado—rodando… siendo llevado en una camilla.

-El Nuevo Edén merecía sus propios Adanes y Evas. –Dice Weed. -

Willux también se dio por vencido con la gente de la Cúpula—somos

débiles y vulnerables con pulmones delicados y corazones irritables.

Empezó a odiarnos cerca del final, Perdiz. Y cuando saliste y sobreviviste,

estaba orgulloso de ti. Ni siquiera tenías ningunas de las cosas de la

codificación de tu hermano. Sólo estabas allí afuera, desentrenado y solo y

sobreviviendo. Deberías haberlo escuchado hablar sobre ti. –Weed parece

enfermo al recordar. Y a Perdiz le cuesta creer. Su padre siempre estuvo

decepcionado de él. Pero entonces piensa en el cuarto de guerra, todas esas

fotos de su niñez, todas las cartas de amor. Quizás su padre ocultaba su

amor y orgullo bien.

Aun así, Perdiz no está seguro sobre qué pensar. Los sentimientos de su

padre hacia él son tan retorcidos y difíciles de determinar. –Nunca me dijo

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que estaba orgulloso de mí. Nunca. –Excepto al final, justo antes de

morir—sabiendo que Perdiz lo había envenenado—le dijo: “Eres mi hijo.

Eres mío”—lo que hizo que se sintiera como su padre, por primera vez, vio

algo que era un reflejo de él mismo. Cuando Perdiz piensa en ello ahora, es

como si Willux le estuviera diciendo que son iguales, tal vez incluso que

está destinado a volverse su padre, lo que sería un gran elogio para este

último. –Sólo se amaba a sí mismo.

-Bueno, los nuevos Adanes y Evas se volvieron su gente, su esperanza.

Eran el futuro. –Weed se levanta. –Deberías cuidarte.

-¿Qué hay del pequeño Jarv Hollenback? ¿Lo sacaste de suspensión? ¿Está

con sus padres?

Weed asiente.

-¿Estaban los Hollenback felices por tenerlo devuelta en casa? –Es una

pregunta estúpida, pero Perdiz quiere algo bueno—algún efecto positivo de

él estando allí, incluso si es pequeño.

-Bueno, la Sra. Hollenback…

-¿Qué?

-Está en el hospital

-¿Trató de…?

-Casi lo logra.

Recuerda la última vez que la vio—en la cocina, sus manos manchadas de

harina, pánico tintaba su voz. Que suerte la nuestra, decía. Que suerte la

nuestra. Y quería desesperadamente decirlo en serio. La Sra. Hollenback,

quién enseñó Historia de la Doméstica como una forma de Arte—la

recuerda cantando sobre un muñeco de nieve ¿Cómo trató de hacerlo? No

quiere imaginarlo. Había recuperado a Jerv ¿Por qué haría esto ahora? ¿A

dónde fue su resistencia, su deseo de vivir? –Quiero ver a la Sra.

Hollenback, antes que nada. –Se frota las manos, pensando en culpa y

sangre. –Y quiero ver la maternidad. No quiero más generalización por

parte de Foresteed, no más data. Quiero ver a la gente.

-¿Estás seguro?

-Sí.

Weed parece apreciar esto. –Está bien.

-¿Crees que la boda ayudará—en nada? Quiero decir, ¿Realmente necesitan

una distracción?

-Les sacaste todo. El casamiento les da algo con lo que orientarse

nuevamente. –Perdiz asiente. Esperaba que Weed le diera una razón para

echarse atrás. –De todas formas, ¿Quién no querría casarse con Iralene?

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Perdiz lo mira. Se siente repentinamente adormecido. –Sabes dónde está mi

corazón.

Weed se rasca la cabeza y se encoje de hombros. –Cada quien a lo suyo.

-Quiero que me lleves a la maternidad, ahora. –Dice Perdiz. –Necesito ver

cosas con mis propios ojos.

Weed inclina la cabeza. –Y yo quiero hablar con tu hermana, Perdiz. Si no

estrellan esa nave, quiero saber lo que sabe.

-¿Piensas que chocarán?

-¿Quién sabe si tienen un piloto real a bordo? Las probabilidades son pocas,

¿O no?

Pero Perdiz no está tan seguro. Inmediatamente piensa en Il Capitano y en

cuánto amaba su auto. Se volvería loco por una aeronave. De ninguna

forma no estaría en los controles ¿Es bueno en ello? Perdiz no lo sabe

realmente, pero siente un arrebato de confianza por Il Capitano solamente

basado en el poder de voluntad de Il Capitano. –No puedo decirte si mi

hermana sabe o no algo.

-Créeme. -Dice Arvin. -¡Lo hace!

IL CAPITANO

CRAZY JOHN-JOHNS

Il Capitano está sentado en el asiento del piloto, reclinado hacia adelante a

causa de Helmud en su espalda. Fignan está en el lugar del copiloto,

proyectando mapas brillantes del territorio que los rodea. Il Capitano

escanea el horizonte en busca del parque de diversiones Crazy John-Johns.

Desea no tener que volver; casi mueren allí.

En su cabeza, todavía puede ver a Helmud por sobre su hombro,

apuñalando cada ojo de Terrón que parpadeaba en la tierra, la gran

corpulencia de los que se empujaban fuera de la suciedad, y la pierna de

Hastings siendo mordida por una trampa de dientes, cómo la desgarró para

librarse—con su pierna a la mitad. Y su auto—amaba ese maldito auto; se

quedó atascado allí fuera también.

¿Hastings? ¿Sobrevivió la cirugía de su pierna? Muchas cosas podrían

haber ido mal—un cirujano torpe cortando accidentalmente una arteria

principal, pérdida de sangre, falta de higiene causando una infección.

¿Qué pasa si está muerto?

Mierda.

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El paisaje sigue sucio y estéril. La última vez aterrizó estrellándose. Le

gustaría hacerlo bien, pero ya está distraído. Piensa sobre lo que le dijo

Pressia—que un día, podría ser posible para él y Helmud separarse el uno

del otro. El vial tiene propiedades de crecimiento celular. Podría ser usado

en Helmud desde donde sus costillas se unen un poco con las de Il Capitano

y donde sus piernas se unen a su hermano. Imagina un procedimiento en el

cual Helmud vuelve a crecer pedazo a pedazo como es, despacio, cirugía

tras cirugía, separado ¿Podría ser posible?

Helmud ha sido parte de Il Capitano por tanto tiempo ¿Cómo se sentiría

volver a estar solo? Se dice a sí mismo que endemoniadamente bien. Quiere

ser ese hombre—su propio hombre. Pero le duele el pecho cada vez que

piensa en ello, como si el corazón de Helmud—que cabalga siempre justo

detrás del suyo—sintiera la traición y aplicara una aguda presión, corazón a

corazón.

Si funcionara, le permitiría a Pressia verlo como una persona real, un

hombre que se mantiene solo—¿Alguien de quién enamorarse?

Ella y Bradwell volvieron a sus asientos. Il Capitano desea poder sentir una

pizca de esperanza de que nunca vuelvan a juntarse. Pero también sabe que

no tiene oportunidad con Pressia—con o sin Bradwell.

Ella obtuvo lo que quería—el vial y la fórmula—e Il Capitano tiene la

bacteria. Antes, en el cuarto, le pidió a una de las guardianas cinta

resistente, y adhirió la caja que sostenía a la bacteria, plana y cuadrada,

detrás de su espalda—justo frente al pecho de Helmud. Dice. –Revísala,

Helmud.

Y puede sentir los dedos de su hermano contra la caja. -¡Revisada! –Dice.

Il Capitano no tiene sus pistolas, pero está más armado de lo que jamás lo

había estado en su vida.

Crazy John-Johns empieza a tomar forma a través de la ceniza. Mientras

deja que los buckies tomen aire, la aeronave baja. Puede ver el cuello

alargado de una de las montañas rusas sobresaliendo por las nubes negras y

la calesita inclinada, pero la ceniza es tan espesa para ver la agrietada

cabeza gigante del mismo Crazy John-Johns—su rostro de payaso con

permanente sonrisa, nariz abultada y cabeza pelada. El polvo en el suelo es

demasiado denso.

-¡Algo anda mal! –Le grita a Pressia y Bradwell.

-Algo. –Susurra Helmud.

Fignan emite una serie de nerviosos pitidos.

-¿Qué pasa? –Le dice Pressia.

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Pasa el parque de diversiones y empieza a darle la vuelta. Una gran cerca

rodea el lugar, pero la tierra a su alrededor se levanta mientras los Terrones

hacen un túnel, saliendo del suelo. Algunos arremeten contra la verja

mientras otros le clavan las garras. -¡Los Terrones se están sublevando!

Los sobrevivientes defienden el parque con beebees y dardos. La debilidad

de los Terrones es en los ojos—el punto donde son más humanos. Al ser

golpeados allí, se tambalean y caen, y los otros Terrones los devoran

rápidamente. –No pueden matarlos lo suficientemente rápido. Hay

demasiados ¡Centenares!

Il Capitano no ve a Hastings. Empieza a sentir un nudo en el estómago.

Pressia lo convenció de que lo necesitan. Es de adentro de la Cúpula—una

de sus propias creaciones, la elite de Fuerzas Especiales. Pero, por

supuesto, fue depurado y, por lo tanto, comprometido, pero podía clamar

que todo eso fue hecho contra su voluntad. Puede volver a la Cúpula como

un mensajero asediado. También es un viejo amigo de Perdiz. Tomará a

Hastings de vuelta ¿o no?

-¡Veo a Fandra! -Grita Pressia.

-¡Y a Hastings! -Responde Bradwell.

Allí están—trepando por los ríeles de la montaña rusa, usándolos como

escalera. Hastings se encuentra encorvado y pálido, pero todavía alto y

musculoso. Lleva puesta alguna clase de prótesis oculta por la pierna del

pantalón, excepto por una cuña de metal—que es ahora su pie. Con armas

incrustadas en sus brazos, se detiene—azotado por el viento, enganchando

su brazo al juego—y dispara a los Terrones. Tiene buena puntería y derriba

a un par. Sus cuerpos giran y caen. Pero hay demasiados.

Fandra trepa detrás de él. Su cabello es tan brillante como una bandera

dorada. Lo tiene recogido, pero pequeños mechones todavía se mecen en su

cara.

-No puedes aterrizar. –Dice Bradwell. –¡No con todos los Terrones, para

que vengan a por nosotros! –Tiene razón. Hastings y Fandra están trepando

hacia ellos.

-¿Quieren sacar a todos por aire? –Grita Il Capitano.

-¡Son demasiados ahora! –Grita Bradwell.

A través de la ceniza y del polvo, Il Capitano ve cuerpos corriendo a toda

velocidad por el parque de diversiones.

Bradwell tiene razón. Hay más sobrevivientes que la última vez que

estuvieron aquí. Fignan había extendido las piernas y trata de juntar

información. Declara una cuenta aproximada—setenta y dos—en un radio

de hombre-a-mujer, de edades parecidas.

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-¡No ahora, Fignan! –Dice Il Capitano.

-¡No ahora! –Grita Helmud.

Significa que más gente arriesgó sus vidas para salir de la ciudad—una

mala señal. Algo pasó allí. ¿Ahora qué? Piensa Il Capitano ¿Ahora qué? Se

siente enfermo, con una torcedura familiar de temor en su pecho.

-¡Necesitamos a Hastings! –Grita Il Capitano.

-¿Por qué atacan? –Dice Pressia. –La música era un freno ¿Dónde está la

música?

-No puedo escucharla por sobre el motor. -Dice Il Capitano. La música

mantenía a los Terrones a raya. Eran sólo las estúpidas notas tintineantes de

los temas de los parques de atracciones. Dinky dinks y diddly dinks… Pero

los sobrevivientes la usaban como barrera, reproduciéndola en viejos

altavoces antes de abrir fuego. Los Terrones habían llegado a temerle.

-No podemos oír la música. –Dice Bradwell. –Estamos encerrados aquí.

Il Capitano toca el botón y el sello de una pequeña ventana lateral se rompe

y el vidrio se baja unos centímetros. Escucha movimiento, probablemente

Pressia y Bradwell corriendo hacia la ventana abierta.

Al principio sólo se oye el viento. Pero después escuchan un grito. Luego

otro. –No hay música. –Dice ella.

-Sin música… -Grita Il Capitano, y después susurra lo que todos saben. –

Morirán.

Sobrevuela Crazy John-Johns, esta vez tan bajo que puede ver las caras

retorcidas y derretidas de los caballos en la calesita. Y ahora puede

distinguir algunos Terrones arremetiendo sus pesados cuerpos contra las

cadenas, golpeando entre el beebee de las pistolas, pequeñas nubes de polvo

esparciéndose de sus pechos y hombros. Una docena se inclinan sobre la

verja, que se dobla bajo su peso.

Y entonces la cerca cede, saltando de sus postes y enrollándose sobre sí

misma. Los Terrones la pasan a gatas hasta dentro del parque.

Los sobrevivientes comienzan a gritar y correr de un lado al otro.

-¡Dios santo! –Dice Il Capitano.

-¡Dios! -Grita Helmud.

Escucha a Pressia gritando. -¿Qué demonios estás haciendo?

Bradwell corre hacia el puente de mando. –Están dentro. –Dice.

-Lo sé. –Dice Il Capitano.

-¡Dios! –Dice Helmud.

-Debemos acercarnos a la montaña rusa. –Dice Bradwell. –Y necesitamos

hacer entrar a Hastings.

-Y a Fandra. –Dice Il Capitano.

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Pressia también camina hacia la cabina de mando. –No vendrá con

nosotros. No dejará al resto. La conozco. Está trepando por un motivo, pero

no para escapar.

Bradwell mira afuera por el parabrisas. –Mejor que se apuren.

-Voy a acercarme tanto como pueda. –Dice Il Capitano.

-Cerca. –Dice Helmud.

Il Capitano deja entrar más aire a las buckies. La aeronave se inclina

momentáneamente hacia un lado—Pressia y Bradwell se tambalean hasta

agarrarse de las paredes. El viento es fuerte, viniendo del oeste. Da un giro

hacia él. –Si bajo las puntas de aterrizaje, puede agarrarse a ellas.

Hastings alcanzó la punta de la montaña rusa; con Fandra detrás. Ambos se

sostienen con fuerza. El viento con ceniza se enrosca a su alrededor.

-En este viento. –Murmura Il Capitano. –Va a ser más difícil hacerlo bien.

-Puedes hacerlo, Cap. –Dice Bradwell.

-La estrellé la última vez ¡La estrellé! -¡Jesús! Chocó. Podrían haber

muerto. Recuerda el suelo acercándose desde debajo. Se había cubierto para

el aterrizaje y las cosas se pusieron negras.

-Bradwell tiene razón. -Dice Pressia. –Puedes hacerlo. Lo sabemos.

-Lo sabemos. –Dice Helmud.

Il Capitano aprieta su agarre en el volante y se inclina hacia delante. Da

otro giro. Los Terrones deambulan por el parque. Un par están encorvados

sobre un cuerpo—¿Un sobreviviente? ¿Otro Terrón? Se están dando un

festín.

Arriba, Hastings y Fandra esperan en la punta de la montaña rusa, con sus

ropas ondeando. Y entonces se tambalean. Se miran mutuamente y luego

hacia abajo.

-¿Qué pasa? –Dice Pressia.

-Los Terrones. –Dice Bradwell.

Il Capitano ve que se han reunido en la base del juego. Lo están golpeando

con los hombros.

-No podemos dejar a Fandra. –Dice Pressia. –No podemos abandonarlos.

-¿Qué otra opción tenemos? –Dice Il Capitano.

-Es demasiado terrible imaginar cómo morirán todos ellos. Demasiado

terrible. –Los ojos de Pressia se humedecen y ella cubre su rostro con una

mano y se mete la cabeza de muñeca debajo de la pera. Il Capitano quiere

consolarla, pero no puede; incluso si pudiera quitar sus manos de los

controles, no la tocaría frente a Bradwell.

Pero justo cuando el horror de todo eso empieza a hacer impacto en Il

Capitano—estos Terrones devorando sobrevivientes en un parque de

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atracciones bombardeado—un par de pequeñas notas llenan el aire. Fignan.

Está reproduciendo una grabación que debe de haber capturado la última

vez que estuvieron aquí.

Todos giran y miran a Fignan, quien detecta la atención repentina y calla.

-¡Fignan! -Grita Pressia. -¡Lo tienes!

Fignan hace parpadear su fila de luces, orgulloso.

-Y puede hacerlo sonar a todo volumen también. –Le dice Il Capitano a

Bradwell. -¿O no?

-A todo volumen. -Dice Helmud.

-Sí. -Dice Bradwell. –Pero…

-Tenemos que entregarlo. –Dice Pressia.

-Espera. –Dice Bradwell. –Tiene que haber otro modo.

-¡Pero Fignan puede salvarlos! –Dice Pressia. -Quién sabe qué le pasó a su

sistema.

-Pero no podemos entregarlo. –Dice Bradwell. –Tiene información

importante. Es único en su especie.

-Debemos hacerlo. Van a morir. Lo necesitan.

Y entonces las luces de Fignan parpadean y, de nuevo, una pequeña tonada

se eleva desde él—ligera y suave y rápida.

-Vallan a la puerta de la cabina. –Dice Il Capitano. –Estén listos para entrar

a Hastings y bajar a Fignan. Encontraré una forma de mantener esta cosa

firme.

-Sigue tocando, Fignan. –Dice Pressia, levantándolo y llevándolo fuera del

cuarto de mando. –Tan alto como puedas.

-Ten cuidado con él. –Dice Bradwell, siguiéndola fuera. Fignan se ha

vuelto su compañero leal, un viejo amigo.

El sonido se vuelve más y más fuerte, hasta que es estridente y penetrante,

incluso sobre el rugido de los motores. Il Capitano suelta las cuatro patas

largas que mantienen firme a la nave en el suelo. Hastings sigue codificado

con fuerza, agilidad, velocidad. Con suerte, es lo suficientemente fuerte—

después de su pérdida de sangre y de una extremidad—para agarrarse. Las

patas de aterrizaje zumban con fuerza y se traban en su lugar.

Il Capitano siente una ráfaga de aire entrando a latigazos por la cabina.

Pressia y Bradwell habían abierto la puerta de la cabina. Il Capitano deja

que los buckies tomen más aire. La aeronave resuena y se balancea y brilla

en dirección a Hastings, que había enganchado las piernas—una real, una

prostética—en el último peldaño de la montaña rusa, ahora meciéndose por

los Terrones frenéticos que la golpean por debajo. Il Capitano no será capaz

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de ver si desciende lo suficiente para que Hastings se agarre. Pasará por un

punto ciego.

En su último vistazo, Fandra está mirando a los Terrones debajo y Hastings

tiene ambos brazos estirados hacia arriba.

PERDIZ

CARBÓN

Arvin Weed lleva a Perdiz y Beckley a través de un ala del centro médico.

Arvin le está explicando que la Sra. Hollenback coparte un cuarto que se

suponía que era simple. –Nada que pudimos hacer en el momento. Por

supuesto, los otros dos pacientes han sido movidos temporalmente—para

darles privacidad. Ha sido una casa de locos. –Le dice Weed. –Llegó un

punto donde teníamos camas alineadas en el corredor.

Esto hace que el pecho de Perdiz se contraiga. Le gustaría que sea su padre

muerto el que siga cargando con la culpa, pero ¿Por cuánto tiempo lo podrá

mantener? Racionalizando—eso es como Weed lo llamó, y tenía razón.

Pasan al lado de sólo un par del personal médico, hablando por sobre una

pila de historiales. Todas las puertas por las que pasan están cerradas. Se

siente culpable de haber pensado que Foresteed exageraba con la epidemia

de suicidios. Tal vez Perdiz sólo quería una razón para no creerlo y aceptar

la culpa.

-¿Sabe la Sra. Hollenback que vengo? –Pregunta Perdiz.

-Pedí tenerla vitalizada para la visita. Le pregunté a muchos de los

empleados si está lista. –Dice Arvin. –Pensaron que, en realidad, le haría

bien. Te amó como a su propio hijo, ya sabes.

Perdiz sabe que lo aceptó en su hogar y fue amable con él, pero siempre se

sintió una carga en algún punto. –Fue buena conmigo. –Dice.

Llegan a la puerta de la Sra. Hollenback. Su nombre está en un marco

adherido a la pared: HOLLENBACK, HELENIA. MUJER. EDAD 35.

¿Sólo treinta y cinco? Siempre había parecido mayor.

Weed se aleja unos metros de la puerta. Es raro para Perdiz qué tan crecido

está Arvin—un doctor, un científico, un genio. Weed lo odia desde hace

rato—eso es lo que Perdiz descubrió de su acalorada conversación. Aun así,

no puede evitar impresionarse; ya parece un adulto y Perdiz siente que él

sólo lo finge.

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-Tus padres deben de estar orgullosos de ti. –Dice Perdiz, tal vez para

entretenerse—le asusta la condición en la que podría encontrar a la Sra.

Hollenback. -¿Cómo están? –Puede no estar seguro de qué lado está Arvin,

pero sus padres estaban, ambos, en la lista de su madre—Cygnus, los tipos

buenos.

-En realidad, se resfriaron.

-¿Resfríos? Nada serio, espero.

-Nada serio. –Dice Arvin y palmea a Perdiz en el hombro. –Buena suerte

allí dentro.

-Haré guardia. –Dice Beckley.

Perdiz asiente, toma un respiro y golpea.

-Tendrás que abrir la puerta. –Dice Weed. –Su voz no es lo suficientemente

fuerte como para decirte que pases. Estaré en la estación de enfermeros.

-Espera. –Dice Perdiz. -¿Me vas a decir cómo trató de hacerlo?

Weed sacude la cabeza. –Ella te lo dirá si quiere hacerlo.

Perdiz pone la mano en la manija, la gira lentamente, y entra al cuarto. Es

blanco y está limpio y brillantemente iluminado. Camina pasando dos

camas vacías. Las de los pacientes mudados para la visita de Perdiz tienen

correas colgando sueltas en sus marcos, lo que le da un escalofrío.

Escucha la voz de la Sra. Hollenback, un susurro ronco. -¿Eres tú?

Camina hacia la cortina que rodea su cama, estira el brazo—y piensa en su

propia madre, la difusa memoria de un cuarto pequeño donde él y Pressia la

encontraron nuevamente, la cápsula cubierta de vidrio, su rostro sereno, sus

ojos abriéndose… corre la cortina y dice. –Sí. Soy yo.

Está delgada y pálida. Tiene los ojos vacíos. Lleva puesto un traje de

hospital demasiado grande para ella y se abre tanto en el cuello que lo

sostiene con una mano, como si rogara lealtad. Pero la parte más

inquietante de su aspecto es su boca. Está ennegrecida—sus labios se ven

cenicientos cuando sonríe, incluso sus dientes son oscuros, como si hubiera

mordido un pedazo de carbón, como si su boca fuera un pozo oscuro.

Ella estira su mano.

Perdiz se le acerca rápidamente y la toma. Se siente fría y huesuda, como la

de un niño en invierno.

Dice, -Oh, Perdiz. –Su voz es áspera.

No está seguro de si lo dijo con ternura o con un toque amonestador. Ha

sido una madre amable con él. En los últimos años, ella fue quien le puso

los regalos de navidad debajo del árbol, quien le dio una cama calentita y lo

alimentó de sus raciones de comida de los domingos. Julby y Jarv lo

trataban como a su hermano mayor. -¿Cómo estás? –Pregunta.

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-Bien. –Dice. –Viva, ¿No es cierto? –Su cara se tensa en una dolorosa

sonrisa.

–Cuando te mejores, tendremos una cena juntos. Tu familia, yo e Iralene. –

Dice queriendo hacer lo que sea para mejorar las cosas. -¡Te debo tantas

cenas!

Ella sacude la cabeza. -Oh, Perdiz.

-Eres como de mi familia. –Dice él.

Ella gira la cabeza hacia la almohada. -¿Qué sabemos sobre familia aquí? –

Susurra.

-Tú me enseñaste sobre familia. –Dice. –Y Jarv está en casa, ¿O no? ¿No

quieres ir a casa con Julby y Jarv?

-Jarv. –Cierra su puño sobre su bata de hospital, torciéndolo con fuerza, y

cierra los ojos. -¿No sabes por qué no está bien? ¿No lo sabes?

-No. –Dice Perdiz suavemente.

-Viene de mí. –Dice ella, abriendo los ojos y volviéndose hacia él. –Estoy

mal por dentro. Enferma. Si me abrieras con un corte, Perdiz, no habría

nada más que putrefacción ¿Entiendes? He estado muriendo desde que

entré a la Cúpula. Pudriéndome desde el interior.

-Eso no es verdad. Eres tan buena madre y maestra. Todo el mundo te ama.

Ella sacude la cabeza. –No me conocen.

-Yo lo hago. –Dice Perdiz. –Te conozco y te amo.

-¿Sabes qué hice para estar en esta cama de hospital?

No está seguro de querer saberlo. –Es personal. No tienes que decírmelo si

no quieres.

-Tomé todas las píldoras. Las de Jarv, las de mi dolor de cabeza, las de la

espalda de Ilvander, incluso las que son para calmar a Julby cuando entra

en uno de sus ataques. Las tomé todas. Quería morir. Necesitaba morir.

Pero no me dejaron. Comprimieron mi estómago y me dieron tablas de

carboncillo y trataron de limpiarme. No hay manera de limpiarme—no

realmente. No, nunca.

-Sra. Hollenback. –Dice Perdiz. –No…

Ella se estira y le agarra la manga. –Dijiste la verdad. –Dice. –Me despertó.

No quiere empezar a llorar, pero puede sentir su pecho comprimiéndose por

la culpa. –No quise decir lo que dije. No de la forma en la que lo

escuchaste. No quería decirlo, Sra. Hollenback. Si hubiera sabido que

alguien hubiera hecho esto, no habría…

-¿Sabes a quién dejé morir allí, afuera de la Cúpula? Mi padre era amigo

con alguien que tenía lugares reservados para él, su esposa y sus dos hijas.

Aunque una de ellas era revolucionaria. Le dijo que se negaba a ir. Escuché

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a mi padre y su padre hablando. Él dijo: ‘Si sale repentinamente mal, nos

llevaremos a una de tus niñas con nosotros. Ella tomará el lugar de la

nuestra. Desearía poder ofrecer más.’ Tenía dos hermanas ¿A cuál elegirían

mis padres? Tenía una ventaja. Era la única que sabía que competíamos. No

quería soltar que lo sabía y, en su lugar, Ilvander, que ya tenía un lugar,

hizo un plan conmigo. Les dije a mis padres que estaba embarazada. Sabía

que esto nunca se expondría como una forma de ser elegida. Había tanta

vergüenza en ello y, aun así, también sabía que mis padres elegirían

mandarme si estaba embarazada, con un niño dentro de mí. Y entonces todo

sucedió más rápido de lo que nadie esperó. Fui traída dentro. Mis hermanas

no. Se quedaron atrás con mis padres y seguramente murieron. Tú lo

dijiste—somos todos cómplices. Yo también soy una asesina, Perdiz, como

tu padre. Los dejé morir. Debería haber perecido con ellos.

La historia sorprende a Perdiz. Sólo es capaz de murmurar. –No digas eso.

El suicidio nunca es la respuesta.

-Esto no fue un suicidio. Fue una muerte en deuda desde hace mucho

tiempo.

Está entrando en pánico ¿Cómo pude corregirlo? –Mi boda es algo que

esperar con ansias. Quiero que estés allí—toda tu familia—en la fila

delantera.

-Dijiste la verdad.

-¿Qué pasa si estaba mintiendo?

-No lo estabas.

-Qué si te dijera… -Y por unos pocos segundos, deja de respirar ¿Puede

decirle la verdad? ¿Puede ahorrarle un poco de culpa? –Que yo también soy

un asesino.

-Eras demasiado joven. No entendías lo que sucedía—no como nosotros.

No.

-No lo entiendes. –Dice. –Lo maté. Soy un asesino.

La Sra. Hollenback busca su rostro. -¿Lo mataste? –Dice, pero él está

seguro de que sabe de qué está hablando.

-Debía detener a mi padre. –Ahora que dijo estas palabras en voz alta,

quiere contarle todo. –No tuve opción. Planeaba…

Con una mano, ella presiona sus dedos contra su boca, y la otra se toca sus

propios labios ennegrecidos. Sus ojos tiemblan con lágrimas. Sacude la

cabeza y deja que su mano caiga sobre la cama. Mira al techo.

-Perdónanos. –Susurra ella. –Perdónanos a todos.

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PRESSIA

HUMO FRESCO

Pressia tiene medio cuerpo fuera de la aeronave. Va a bajarle a Fignan a

Hastings, quien se lo dará a Fandra. Tendrán que arrastrar a Hastings hacia

arriba y dentro de la nave. El viento mete le mete a Pressia el pelo en la

boca y ojos y hace que le golpee las mejillas. Sostiene a Fignan con fuerza

y se inclina aún más hacia Hastings, confiando en el agarre de Bradwell

sobre su cintura, familiar y, aun así, desconocido. Sus alas crujen,

golpeadas por la corriente.

-Está bien. –La reconforta Bradwell. –Te tengo. Lo hago.

Fignan hace sonar la música temática de Crazy John-Johns que ya causó

que un par de Terrones empiecen a retroceder. Pero todavía algunos siguen

golpeando la base de la montaña rusa arruinada. Hastings tiene sus brazos

estirados en lo alto, y Fandra está agachada a su lado, haciendo una mueca

cada vez que los Terrones hacen tambalear el juego.

-¡Más lento! ¡Dile que vaya más lento! –Le grita por sobre el viento Pressia

a Bradwell. Se siente bien gritarle después de la discusión y toda la

distancia entre ellos.

-¡Hace lo que puede! –Le responde Bradwell. Ella conoce su rostro tan

bien—las largas cicatrices en sus cejas, sus pestañas—que puede

imaginarse qué cara está poniendo ahora, su mueca al sostenerla, el ceño

fruncido por el esfuerzo. Está tan cerca que puede ver las arrugas en los

nudillos de Hastings, la fina arena volando por sus cachetes, el brillo de las

armas en sus brazos. Repentinamente, el viento levanta la punta delantera

de la nave. Es como si Hastings estuviera cayendo bajo suyo. Quiere tirarle

a Fignan a Fandra, esperando que lo agarre, pero no puede arriesgarse.

-¡Fallamos! –Grita.

El aumento en el zumbido significa que Il Capitano lo sabe y está subiendo

para girar y volver a intentar.

Estuvieron tan cerca.

Bradwell la empuja dentro de la cabina y se sientan respirando con pesadez.

-Tal vez pueda volver a acercarse de cara al viento. –Dice Bradwell sin

mirarla. –Casi lo tiene.

-Estuvimos realmente cerca. –Dice Pressia. Y mientras se escucha decirle

estas palabras a Bradwell, quiere hacerlo refiriéndose a ellos. Estaban tan

cerca. Estaban enamorados. Ahora esto: el largo silencio, la tensión, la

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decepción. Quiere devuelta ese hormigueo que sentía cuando él se le

acercaba, no el golpe de pavor. Sentada tan cerca de Bradwell debería

hacerla sentir segura de sí misma, feliz, incluso aunque esté por asomarse

desde una aeronave a cientos de metros por encima del suelo.

-Lo lograremos esta vez. –Dice Bradwell.

Pressia asientes. Pero no hay esperanza para ellos dos ¿O no? Mira el

parque de atracciones, la montaña rusa parecida a una rebanada de una

serpiente gigante, el horizonte gris. Este ha sido el hogar de Fandra, y

Pressia la va a ayudar a salvarlo. Extraña su propia casa. Tan sucia y torcida

como es, casi está de vuelta, lo que le provoca un raro bienestar.

La aeronave se acerca a las manos estiradas de Hastings.

Pressia se vuelve hacia la abertura de nuevo y se inclina hacia Hastings con

las fuertes manos de Bradwell en su cadera. La nave se tambalea

brevemente y luego para casi por completo, lo que le permite a Pressia

soltar a Fignan a tan sólo unos centímetros del agarre de Hastings.

-¡Lo tiene! –Grita.

Hastings gira rápidamente hacia Fandra, quien lo mira a través de su

cabello revuelto por el viento, de la arena rasposa y del polvo y la ceniza.

Sonríe. Y Hastings se gira y salta hacia una de las piernas de la aeronave.

Se balancea allí por unos momentos y luego hace contacto visual con

Pressia, preparándose para impulsarse hacia ella.

-Cuando cuente tres. –Dice Bradwell.

Ella asiente.

Él aprieta su agarre -Uno, dos, ¡Tres!

Hastings se suelta de la pierna de la nave y agarra la mano de Pressia. Ella

empuja con todas sus fuerzas; los brazos de Bradwell se flexionan,

empujándola hacia su pecho. El suelo debajo es un borrón. A ella se le

llenan los pulmones con aire y los oídos con los ruidos de la máquina—

abrumadores. Los ojos de Hastings están fijos con una determinación

confiada, y ella siente la profundidad de su propia fuerza mientras, con

Bradwell, lo empujan hacia la seguridad de la aeronave. Pressia es un

conector, salvando a Hastings del cielo y después del suelo. Bradwell los

arrastra hasta que están adentro del todo, cayendo hacia atrás sobre sus

enormes alas, empujando a Pressia con él.

Hastings se tambalea con su prótesis repiqueteando contra el piso.

-¡Vamos, Cap! ¡Lo tenemos! –Grita Bradwell. -¡Vamos!

Hastings se endereza y se mueve velozmente hacia la puerta abierta de la

cabina. Sostiene su mano en alto y luego la deja caer. Se sienta en el suelo

de la nave, recostado contra la pared y apoyando su pierna buena.

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Bradwell cierra la puerta con cerrojo y se sienta al borde de su silla.

Pressia se mueve rápidamente a la ventanilla. Los Terrones están

retrocediendo apresurados, alejámndose de la música de Fignan, empujando

sus pesados cuerpos por sobre la verja rota. Ve a Fandra. Sus miradas se

encuentran. Pressia apoya su palma contra el pequeño vidrio circular.

Fandra asiente y sonríe. Gesticula un: “¡Gracias!” Pressia quiere detener el

tiempo, hacerle una confidencia, contarle todo, pero la nave acelera,

dejándolo todo atrás. Il Capitano grita: -¿Todos bien?

-¿Bien? –Grita Helmud.

-¡Estamos todos bien! –Dice Bradwell aliviado.

-Estoy feliz de que lo lograras. –Dice Pressia girándose hacia Hastings. Ve

algo de su prostético. Ella se especializó en ellos en los cuarteles de la

ORS, y puede decir que las articulaciones no son muy flexibles, pero es un

trabajo manual firme. La pierna baja está hecha de dos piezas de metal

enganchadas. Se imagina que tenían un montón de partes de las que elegir

en un parque de atracciones.

-Lo hice, sí. –Dice Hastings, todavía respirando con fuerza. –Pero no

estamos bien. No todos.

Bradwell se inclina hacia delante. -¿Por qué hay más sobrevivientes en el

parque ahora?

-Tuvieron que dejar la ciudad. –Dice Hastings. –Ya no era segura.

-Nunca lo fue. –Le recuerda Pressia.

-Es peor ahora. Ataques—nuevos.

-¿Qué tipo de ataques? -Pregunta Bradwell.

-De las Fuerzas Especiales, y ni siquiera tropas realmente codificadas. Los

Miserables dicen que la Cúpula está mandando escuadrones de sólo niños

un poco musculosos. Las fusiones de sus armas son tan nuevas que la piel

se les arruga a su alrededor. –Hastings traga con fuerza. –Me preocupa qué

está pasando dentro de la Cúpula.

-¡Pero Perdiz está a cargo ahora! –Dice Pressia. -¡Se supone que las cosas

deberían ser mejor!

-¿Perdiz está a cargo? -Pregunta Hastings. ¿Willux…?

-Murió. -Dice Bradwell. –Esto no me gusta ¿De qué tipo de ataques

estamos hablando?

-Sangrientos. –Dice Hastings. –Los niños soldados matan a aquellos en la

ciudad—un baño de sangre—pero las madres entraron y los están sacando.

Una matanza en ambos lados.

Pressia se siente inocentemente golpeada. Perdiz, piensa, ¿cómo es que esto

está pasando? -¿Qué más? –Pregunta tomando asiento. –Dinoslo todo.

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-Sólo sé lo que les dije. No lo he visto por mí mismo.

No quiere mirar a Bradwell ¿Culpará a Perdiz?

Él dice. –Queremos tirar abajo la Cúpula, Hastings.

Bradwell le explica la bacteria que les dio Bartrand Kelly. –Es nuestra

ahora. –La amenaza cuelga en el aire.

Pressia se sienta y mira el techo curvado. Los motores son ruidosos, y la

nave se tambalea y eleva. Mira nuevamente por la ventana. Están pasando

por el terreno con rapidez—rocas, cascos oxidados de camiones, rastros de

caminos, escombros corroídos. Pronto llegan a Washington DC, y pasan

por la torre caída, por el edificio del Capitolio con su domo derrumbado, y

lo que una vez fue la casa Blanca, reducida a pilones de piedras mohosas—

todo mármol y cal. Y entonces una cebra brinca por entre el pasto alto que

lleva al pantano y al bosque. La aeronave atraviesa una colina.

Su corazón empieza a latir con más rapidez. Respira profundamente. Se

están acercando y ¿qué verá? Una matanza.

Cierra los ojos. Tal vez Hastings está equivocado. Quizá hubo un error en la

comunicación. Ninguna carnicería. Ha habido suficientes pérdidas.

Pero luego escucha decir a Bradwell. -Mira eso

No quiere abrir los ojos, pero lo hace. Y allí está el horizonte—embotellado

con el ascenso de humo fresco. La ciudad está en llamas.

PERDIZ

LLANTO

Sale al pasillo—al brillo de los azulejos, el resplandor de las luces

fluorescentes. Camina con rapidez, pasando a Beckley.

-¿Estás bien? –Le pregunta Beckley cuando lo alcanza.

No se detiene a responder. Perdónanos. Perdónanos a todos.

Weed está allí. Toca el hombro de Beckley y dice. –Dame un minuto con

él. –Weed camina hacia él y dice. -¿Qué pasa?

Perdiz sacude la cabeza y trata de aclararse la mente. –Estoy bien.

-No, no lo estás.

Perdiz camina hacia la pared y estira la mano sobre ella; está fría al tacto. –

Pensé que podría cargárselo al resto al decir la verdad. Pensé que eso me

hacía mejor o exento o algo. –Ve los ojos de su padre agrandándose al darse

cuenta de que lo había envenenado. -Soy uno de nosotros. No. –Dice, y

siente que le falta el aliento. –Soy peor.

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Arvin le agarra el brazo. -¡Calla! –Dice en un susurro ronco.

-Sé ahora lo que soy. –Dice Perdiz. –No procesé las mentiras de mi padre,

en lo que todos éramos cómplices, la culpa.

Arvin se le acerca más y le susurra al oído. -¡Cierra el pico! –Su cara está

rígida de enojo. –¿Dejaste que te afectara? Jesús.

Perdiz se da la vuelta hacia Weed, confundido por su súbita rabia. –Acabo

de darme cuenta de que soy…

-¿Quieres ir a casa? ¿Es esto demasiado para tu delicada constitución?

-Retráctate, Weed. –Pero, en realidad, Weed dio en el blanco. Perdiz no

quiere ver a la próxima generación de su padre: filas de clones. Su

estómago no lo soporta.

-Te llamaré un auto así puedes irte ¿Es eso lo que quieres?

-No.

-Debes querer saber. Sólo puedo llevarte a donde demandes que te lleve. –

Susurra Weed. -¿Sabes lo que digo?

Perdiz no está seguro ¿Está Weed bajo el comando de alguien más—uno

que sólo él puede superar? –Bien. –Dice Perdiz. –Sigamos. Llévame con

los bebés.

Arvin llama a Beckley, y juntos, sin hablar, caminan por el corredor hasta

un ascensor hacia otro piso.

Salen a un pasillo enfilado por guardias—uno cada quince metros. Perdiz

recuerda el olor—dulce, y como de blanqueador. -¿Por qué hay tantos

guardias?

Weed dice. –Este piso está reservado para casos especiales.

-¿Especiales cómo?

-¡Gente que merece una segunda oportunidad! –La voz de Weed suena

forzada ¿Piensa que está siendo grabado? Para entonces y dice. -¿Quieres

volver, Perdiz? Puede ser arreglado.

Perdiz se siente como si estuviera sobre un escenario. Dice lo que Weed le

dijo. –Demando ver los bebés.

Weed asiente sin ninguna pista de emoción.

Caminan por el corredor con ventanas alineadas a un lado. Perdiz se acerca

al vidrio y allí ve las filas de pequeñas incubadoras. Los bebés son tan

chiquitos que cabrían en la palma de un hombre. Algunos duermen; otros

patean. Algunas bocas están abiertas, chillando, pero las ventanas deben de

ser a prueba de sonido porque no escucha nada. Dentro de las incubadoras,

en la parte superior, hay pantallas mostrando rostros humanos. Las caras

miran a los bebés con intensidad. Sonríen y parpadean. Sus bocas también

se mueven—como si estuvieran cantando.

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Una enfermera camina por entre las filas.

Perdiz toca el vidrio y está tibio. -¿Qué les va a pasar?

-Serán criados en un ambiente perfectamente adaptado donde recibirán la

mejor educación, entrenamiento físico y afecto.

-¿Y padres que los amen?

Weed no responde. Mira por sobre su hombro como si alguien más

estuviera con ellos. -¿Estás listo para ser escoltado fuera?

Perdiz piensa en Lyda—su bebé. Siente que se encuentra en una

locomotora alejándose a toda velocidad de ellos—un compromiso, una

boda… ¿Cómo va a bajarse de este tren?

Y entonces, lejos de allí, un grito hace eco por el pasillo.

-¿Qué es eso? –Dice Perdiz.

-¿Qué es qué? –Dice Arvin. –Puedo hacer que alguien te escolte fuera. –

Dice nuevamente.

Perdiz lo ignora y empieza a caminar rápidamente hacia el sonido. Beckley

le sigue el paso. Los guardias se ponen rígidos y se llevan las manos a las

armas, pero sin sacarlas. Mientras Perdiz gira en una esquina, un guardia se

estira y lo agarra del brazo. Algunos otros bloquean el corredor, lado a lado.

-Quítenle las manos de encima. –Le dice Beckley al guardia.

-¿Señor? –Uno de los otros guardias le dice a Weed. -¿Le pasamos la barra?

-Su palabra es superior a la de todos nosotros. –Dice Weed. –Si demanda

seguir adelante, puede hacerlo.

Hay otro grito.

-¡Demonios! –Dice Perdiz. -¡Demando seguir avanzando!

El guardia afloja su agarre. Los otros le dejan paso.

Perdiz se gira hacia Weed. -¿Siguen torturando gente? ¿Es a lo que te

referías con darles una segunda oportunidad?

-Los protocolos de tu padre siguen en su lugar. No podemos detenerlo todo

ahora que estás al mando—¿Parar la Cúpula mientras chilla?

-¡Maldito seas, Weed! No más tortura.

-Los enemigos de tu padre podrían volverse tuyos.

-No me importa. Se acabó. Ciérralo ¿Sabe Foresteed sobre esto?

Weed asiente. –Vigila el día a día hasta que superes tu—hace una pausa,

buscando la palabra adecuada—proceso de luto, sin mencionar la boda

próxima. Estás ocupado.

-No soy un mascarón para ser enviado a casamientos y funerales, Weed.

Estoy a cargo ¿Sí? ¡Estoy a cargo de todo! Dile a Foresteed que quiero otra

reunión.

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Adelante hay más gritos. Perdiz empieza a correr hacia ellos. Pasa por

grandes cuartos vacíos con estantes llenos de Tasers y pequeñas y extrañas

herramientas que no puede reconocer. Algunas de las habitaciones tienen

cámaras; otras están vacías. Varias tienen jeringas alineadas en bandejas

metálicas y esposas en la pared.

-Estás haciendo más cambios. –Dice Weed. -¿No sabes que estas personas

no los soportan?

Perdiz se gira hacia él. -¿Quién eres, Arvin Weed? ¿Quién demonios eres?

¿Quieres que todo esto siga sucediendo? ¿Por qué? ¿Respeto?

Hay un grito gutural de un hombre—no muy lejos. Perdiz corre hacia una

puerta. Está cerrada. –Abre esta puerta. Ahora.

Weed camina hacia un panel en ella. Introduce un código. Cuando la puerta

se abre, grita. -¡Entrando!

Hay tres personas usando un equipo quirúrgico manchado con sangre.

Esposado a la pared hay un hombre. Perdiz puede ver sus brazos

ensangrentados, cubiertos por precisas incisiones. En la mesa frente a él hay

un Taser, una vara de metal e instrumentos quirúrgicos.

-¡Aléjense! –Grita Perdiz.

Todos lo hacen.

Y ahora ve al hombre enteramente; su cuerpo ha sido cortado y cosido. Lo

golpearon tanto que su piel está ennegrecida con moretones. Tiene el rostro

tan hinchado que es casi irreconocible—casi.

El corazón de Perdiz late tan fuerte en sus oídos que lo ensordece. Se acerca

y dice. –Señor….

Los ojos del hombre se abren y sí, es él. Glassings. Su profesor de Historia

Mundial, quien le dio lecturas sobre el bello barbarismo.

-Perdiz. –Dice a través de sus hinchados y partidos labios.

-Profesor. –Dice Perdiz, y luego se gira y dice. –Bájenlo ¡Ahora! Quiero

que lo lleven a mi apartamento. A ningún otro lado. Lo quiero cuidado las

veinticuatro horas ¿Me escuchan? ¡Ahora!

-Es tu enemigo. -Dice Weed.

Perdiz cierra el puño, se vuelve y golpea al otro chico en la mandíbula con

tanta fuerza que Weed se tambalea hasta la pared, de donde se desliza hasta

el suelo. Arvin lo mira, sorprendido. Perdiz también lo está. Se olvida de

que tiene algo de codificación en él—fuerza, velocidad, agilidad. No

mucho—no como las Fuerzas especiales—pero más que Weed, a quién le

realzaron el cerebro, no el cuerpo.

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Perdiz encara al resto. –Consigan un doctor. –Dice. -¡Muévanse! –Camina

de vuelta hacia Glassings. –Vas a estar bien. –Dice, pero el hombre había

perdido la conciencia. Su cara está floja.

Ya no soporta estar en este cuarto. Mira todos los instrumentos, los rostros

blancos de los restantes torturadores. Le dice a Beckley, -Asegúrate de que

lo hagan bien.

Se dirige hacia la puerta, pasando a Weed, quien se frota la mandíbula.

-¿A dónde vas? –Pregunta Beckley.

-Solamente quédate. –Dice Perdiz. –Asegúrate de que lo traten con respeto.

Asegúrate… -Pero ni siquiera puede terminar la oración. Mira a Weed y

está seguro de que éste sonríe. Le gustaría volver a golpearlo.

Pero se gira y sale. Glassings. Lo ama. Cuando estaba seguro de que no le

importaba a su padre, pensó en él como una figura paterna—y no puede

soportar lo que le hicieron.

Escucha la voz de Beckley -¡Ahora, con cuidado! ¡Cuidado!—y luego

empieza a correr por el pasillo. Sus nudillos suenan de dolor, pero se sintió

bien golpear a Weed. No sabe a dónde va, pero sigue corriendo hasta que

vuelve al banco de ventanas.

Descansa los puños y la frente contra el vidrio y mira todos los cuerpos

envueltos, los pequeños capullos de sus rostros. Dice. –Voy a ser padre. –Y

tiene miedo—de lo que la Sra. Hollenback se hizo a sí misma y de lo que le

fue hecho a Glassings y del futuro, pero mayormente, en este momento,

está asustado de la delicada piel de los infantes, sus pequeños dedos, los

ojos que apenas se abren. Separa los puños del vidrio y los pone en sus

bolsillos. Ya no le es permitido estar asustado.

PERDIZ

PERIQUITO

Están en los jardines de la academia, rodeados por falsos setos, falsas

camas de flores, falsos cantos de aves en falsos árboles. Es invierno, pero

mantienen el parque viéndose como en primavera. Perdiz odia la

deshonestidad. Sigue conmovido por lo que vio en el centro médico. El

brillo de este jardín—el de los brotes y cerosas hojas—sólo le recuerda la

fealdad oculta bajo la superficie de las cosas en la Cúpula.

Perdiz y Beckley esperan a Iralene y a los fotógrafos que se supone que los

atraparán en su cita, como si no estuviera planeado. Está inquieto. Ella llega

tarde. De todas formas, no quiere estar aquí.

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-Quiero ver que Glassings sea acomodado de forma correcta. Asegúrate de

que tenga enfermeros viniendo de a turnos y todo lo que necesite ¿Sí?

Beckley asiente.

-Y cuando diga que acabamos aquí, acabamos. –Perdiz se siente culpable.

Incluso aunque Lyda le urgió hacer esta farsa, lo siente como una traición.

Pero no puede largarse ¿Qué si hay otro brote de suicidios? Sólo se tendría

a sí mismo para recriminar. Y no puede aguantar más culpa. Siente como si

su pecho fuera de plomo con todo esto.

Hay silencio, excepto por el canto de los pájaros. Perdiz mira al centro

agujereado de una margarita y se pregunta si puede ser un pequeño

parlante. No confía en nada.

Beckley dice. –No puedo creer cómo te metiste con Arvin Weed. –Sonríe

anchamente.

Perdiz se frota los nudillos. –No pensé en ello. Sólo lo hice. –Mira los

hombros anchos de Beckley. –Tienes algo de codificación en ti ¿o no?

Apuesto a que hay un molde de momia con tu nombre en el centro médico.

-En realidad, sólo me dieron algo leve. Nada lujoso. Sin moldes.

-¿A qué te refieres?

-Bueno, hay una forma de hacer la codificación bien con todas las

protecciones incorporadas para hacerlo lo más seguro y específico posible.

Y luego, por mucho menos dinero, puedes hacerlo rápido. No creo que haya

sido bueno para mi salud general, pero no soy un chico de la academia ¿O

no? Soy prescindible, a la larga.

Perdiz recuerda a Wilda—una nena de sólo nueve años—hecha Pura dentro

de la Cúpula, y cómo empezó a desmoronarse tan rápido porque todo era

tan potente y ella tan joven ¿Qué le pasará a Beckley dentro de diez años?

¿Cinco? Perdiz se para y mira al dormitorio de chicos. –No pienso que eres

prescindible. Para nada. –Mira a Beckley, quien asiente secamente y mira

hacia otro lado.

Y entonces oye la voz de Iralene, aguda, dando algún tipo de instrucciones.

Se vuelve y allí está ella, usando un vestido amarillo canario flotando sobre

sus piernas sedosamente. Es de corte bajo y parece un traje para la tarde.

Perdiz no se vistió elegante. Ella está rodeada por un pequeño grupo de

jóvenes mujeres con sonrisas arregladas. Su madre, Mimi, está con ella, con

apariencia fría y enojada. Media docena de fotógrafos marchan detrás de

ellas con sus cámaras apuntándole a él como si fuesen armas.

-Hey, Iralene. –Dice Perdiz. -¿Lista? –Quiere ponerse en marcha.

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La boca de ella forma una O perfecta de sorpresa. Sonríe y luego,

extrañamente, se quita sus tacos amarillo canario, enganchándoselos en los

dedos, y corre hacia él. Abre los brazos y, si él no lo hace también, va a

atropellarlo. Así que debe abrirlos, y cuando lo hace, ella salta un poco para

que tenga que atraparla y devolverla al suelo.

-¡Estuviste trabajando tan duro que no tuvimos tiempo juntos! ¡Para nada! –

Inclina la cabeza y lo mira.

Las cámaras hacen erupción con clicks y flashes.

-No los mires. –Dice. –No se supone que sepamos que están aquí.

Las amigas de Iralene—aunque no reconoce a ninguna y se pregunta si

fueron asignadas al trabajo—arrullan y dicen aww como si miraran gatitos.

Perdiz lo odia. -¿Tienen que hacer esos sonidos?

-¡Estamos completamente solos ahora! ¡Por fin! Caminemos hacia la

hamaca de madera cerca del enrejado.

-Bueno.

Se toman de las manos y caminan. -¿Cómo estás? ¡Cuéntame todo de lo

que me perdí!

-La Sra. Hollenback trató de suicidarse tomando píldoras. Están estos bebés

prematuros… no puedo hablar sobre ellos. Han estado torturando gente.

Glassings entre ellos. Parecía casi muerto. Golpeé a Arvin Weed.

-¡Para! –Dice repentinamente, roja de enojo. -¡Sólo, detente!

-Tú preguntaste.

Llegaron a la hamaca. Ella se vuelve a poner los tacos, lo que es tan

inexplicable como el por qué se los sacó. Se sienta en el columpio y se

congela, mirándolo y sonriendo amorosamente.

Él no puede devolverle la sonrisa. Se siente enfermo. Mira de nuevo a los

dormitorios. El ala de los novatos está toda iluminada. Aunque los otros

pisos están oscuros y en silencio ¿Fueron los tres años superiores a uno de

esos deprimentes viajes de campo al zoológico? Extraña todo eso de pronto.

Quiere volver a ser un niño. Le gustaría no saber nada ¿Es acaso eso malo?

-¡Empújame! ¡Empújame! -Dice Iralene, sonando más como una pequeña

Julby Hollenback que como ella misma.

Sus amigas gritan. -¡Sí, sí! ¡Empújala!

Mimi los observa con disgusto.

Se siente tan profundamente manipulado que, por un segundo, no puede

moverse. Se niega a hacer lo que le dicen.

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Pero ya está aquí. Firmó. No más sangre en tus manos, escucha susurrar a

Lyda. Se recuerda que no está pasando por este pequeño cuento de hadas

para el séquito de Iralene. Lo hace para salvar vidas.

Se para detrás de Iralene, agarra las cuerdas encima de su cabeza, empuja el

columpio hacia atrás y lo suelta. Un par de empujones más tarde, ella está

realmente planeando, y ahora entiende el vestido. Fue hecho para ondear

perfectamente sobre sus piernas al balancearse en una hamaca de madera.

-¿No estás feliz? –Le pregunta, y por esto probablemente se refiera a: Sonríe ¿sí? ¡Al menos trata de sonreír!

Fuerza una sonrisa. Es doloroso—peor, quizás, porque Beckley está allí.

Las mujeres jóvenes aplauden levemente.

-¡Háblame de algo! –Dice Iralene. –Algo placentero.

Perdiz no puede pensar en nada placentero exceptuando a Lyda. La extraña.

Desea estar aquí con ella. Pero se fuerza a entablar una vaga conversación.

Si dice lo correcto, tal vez termine más rápido. –Me pregunto a dónde

llevaron a los chicos de la academia. Los novatos están aquí, pero eso es

todo.

-Oh, ¿Quién sabe? -Dice Iralene. –¡Estoy segura de que es educacional!

-Cierto. –Dice perdiz, pero mira a Beckley, que está dado vuelta ¿Por qué?-

Beckley, ¿Sabes dónde están los chicos más grandes?

No obtiene una respuesta.

-¡Beckley! ¿Qué pasa?

-¡Un ave! -Grita Iralene entonces ¿Está tratando de distraerlo? -¡Un ave real

y viva! –Apunta a las ramas del árbol.

Perdiz mira hacia arriba. Tiene razón. Es un pájaro real. A veces se escapan

del aviario. Incluso tratan de hacer nidos en los árboles. Pero, sin nada de

comer, mueren rápido.

-¡Es tan hermosa! ¡Atrápala por mí, Perdiz! ¡Atrápala!

-La gente caza mariposas, Iralene. No aves.

-¡Pero tú puedes! ¡Por mí!

-No, de hecho no puedo capturar pájaros. –Se aleja caminando de las

hamacas hasta Beckley. –Dime qué está pasando con los chicos mayores en

la academia.

Beckley no lo mira. –No me es permitido.

-¿Debo hacerlo en forma de orden?

Beckley asiente. –Sip, debes que hacerlo.

-Dime, diablos, es una orden.

-Sólo lo oí por casualidad, no sé si es o no verdad.

-¿Qué?

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-Foresteed está atacando. Se llevó a todos los chico de dieciséis para arriba

y comenzó con una codificación masiva. Algunos ya están fuera, uniéndose

a las Fuerzas Especiales en el exterior. Otros están siendo equipados.

-¿A quién está atacando?

-Miserables.

Perdiz siente que la cabeza podría explotarle. Se presiona el talón de la

mano contra la frente.

-¿Por qué? Por el amor de Dios…

Beckley se encoge de hombros. –Una aeronave fue robada, y tuvo que

neutralizar la situación antes de que una amenaza seria pudiera ser… -La

nave que Pressia, Bradwell e Il Capitano y Helmud robaron ¡Pero aun así el

ataque sigue sin tener sentido! Cruzaron el Atlántico. Weed le dijo que a

Foresteed no le importaban Pressia y la aeronave.

-¡No puede atacar! ¡No tiene la autoridad!

-Dirige la milicia, y dado que has estado angustiado…

-¡No estoy angustiado! Demonios ¿Piensas que quiero estar en funerales y

sesiones de fotos? –Piensa en Pressia, Bradwell e Il Capitano y Helmud. No

pueden volver ante un ataque de la Cúpula. Los necesita—en una pieza,

vivos.

-Llama por radio. Quiero una reunión con Foresteed tan pronto como sea

posible.

-¡Perdiz! –Lo llama Iralene. –Necesito otro empujón. –La hamaca está

quieta. Su vestido, ya sin volar a causa del viento, parece una flor marchita.

-Sacaron suficientes fotos. Tengo que irme, Iralene. Perdón. –Se aleja

rápidamente. Beckley está a su lado.

Iralene lo llama. -¡No, Perdiz! ¡El ave! ¡Ven y atrápalo por mí! ¡Es un

periquito!

¿Fue el perico plantado allí? ¿Alguien realmente espera que lo atrape para

ella y se lo dé como regalo?

-Va a morir aquí afuera. –Dice Perdiz. –Necesita ser llevado devuelta al

aviario.

Iralene grita. -¡Oh, no!

Mira hacia atrás y ve al pájaro volando hacia lo que tendría que ser el cielo.

LYDA

SEGUNDA PIEL

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Lyda arregló el orbe para que el comedor se viera como parte de una casa

de rancho suburbana, antes de las Detonaciones—nunca compartiría su

mundo cenizo con nadie excepto Perdiz. No lo ve desde su reunión con

Foresteed donde le dio permiso para casarse con Iralene—¿o le instó a

hacerlo? Y si ella hubiera dicho no, ¿Le hubiera realmente importado a un

hombre como Foresteed? Mirándolo ahora, piensa que se suponía que

vagaran por el cuarto, y que ella encontrara su evaluación psicológica. En

retrospectiva, era una amenaza silenciosa—institucionalización de por vida.

Ahora está bajo el cuidado de una mujer llamada Chandry, quien está

descargando un lote lleno de ovillos y agujas de tejer. –Así que ¿con qué te

gustaría empezar? ¿Botitas? ¿Un gorro de bebé? ¿Una mantita?

-¿Puedo preguntar quién te envió? -Dice Lyda tratando de sonar dulce.

-¡Oh, es mi deber! Estoy a cargo de prepararte para la llegada de tu pequeño

bulto. –Palmea la rodilla de Lyda. –Además, tejer es relajante ¡Desteje tus

problemas! –Gorjea- Tengo amigos realmente quebrados por los hechos

recientes ¡Pero no yo! ¡No con el tejido de mi parte!

O se refiere al discurso de Perdiz sobre la verdad o a los suicidios o a

ambos. -¿Eventos recientes? –Dice Lyda haciéndose la tonta.

-Ya sabes. –Dice Chandry. –Tú, de todas las personas…

Lyda, de todas las personas. Se pregunta si la culpa de alguna forma.

Chandry empieza a tejer contándole con lujo de detalles su rápido trabajo.

Lyda interrumpe. -¿Qué hay de malo con lo quebrado? A veces es la forma

correcta en la que sentirse.

Esto hace que Chandry se sonroje, pero sigue punteando. No querría

socavar sus propios argumentos sobre el poder relajante del tejido. -¡No yo!

–Dice y sigue contándole a Lyda cómo sostener las agujas. Le da una

pequeña pieza de práctica que Chandry empezó por ella en casa. Parece

ignorar el hecho de que Lyda aprendió cómo tejer en la academia. Todas las

chicas lo hicieron. Pero no se lo dice. Pretende ser una estudiante terrible.

No es que esté en contra de envolver a su bebé en mantas hechas a mano; es

que no quiere ser reconfortada—por nada.

-También te voy a dar el libro Propio del Bebé. Puedes comenzar a escribir

en él para documentar las alegrías del bebé—¡comenzando desde la panza!

-Las alegrías.

-¡Sí! ¡Las alegrías! Historias tiernas. Ya sabes… ¡Tal vez ansías batidos de

frutilla! Podrías escribirlo en el diario ¡Estas son cosas que un día tu niño

querrá saber sobre su experiencia fetal!

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Lyda ansía tener ceniza en su piel. Ansía cazar en el bosque al crepúsculo.

Ansía el desconocido retumbar de un Terrón—la tierra temblando debajo

de tus pies. No dice nada. Si cría a su hijo en la Cúpula, ¿Alguna vez será

capaz de contarle todo esto?

La pantalla de la TV está en blanco. Vio demasiado de las noticias que

están febrilmente lanzando el entusiasmo sobre el compromiso entre Perdiz

e Iralene por los aires, mientras reportan que todo lo demás está bien. No

mencionan las peleas callejeras, los suicidios. En su lugar, hay imágenes

del novio y novia tomándose de las manos y sonriendo.

Chandry le atrapa la mirada en la TV. -Oh, cariño. -Dice. -No quieres ver

qué hay en esa vieja caja parlanchina. Lo sabes. -Y le sonríe con profunda

simpatía molesta.

Lyda quiere darle una cachetada. No quiere su simpatía. Enrolla su pequeña

tira de tejido, toma las agujas y la bola de hilo y se los devuelve a Chandry.

-Ya no quiero hacer esto.

-¿Te sientes enferma? ¿Ansías un batido de frutilla? -Sonríe.

-Me voy a mi cuarto.

-¡Sí! -Dice Chandry. -Debes recostarte un rato.

Lyda agarra el orbe y camina hacia su pieza, cierra la puerta y lo programa

en cenizas. Se acuesta en la cama y mira el techo.

No le podía decir a Perdiz que no fingiera su casamiento. Las estúpidas

sesiones de foto podrían, de hecho, salvar vidas. Pero aun así se siete frágil,

como si estuviera hecha de fino cristal. Podría quebrarse. Recuerda sentirse

de esta forma como estudiante en la academia, pero no fuera de la

Cúpula—no entre las madres, cazando en el bosque ¿Va, toda su dureza, a

erosionarse? ¿Está destinada a ser la persona que solía ser dentro de la

Cúpula? ¿Es que la definió solamente dar un paso dentro?

Cuando escucha a Chandry hablándole al guardia y la puerta del

departamento cerrándose nuevamente, camina en círculos por su habitación

buscando algo ¿Qué? Primero que nada quiere hacer arte—no algo dulce

como una vieja ave de alambre. No. Quiere hacer algo resistente, que dure.

Cuando abre el armario, encuentra perchas de alambre. Las saca y las deja

caer al suelo—que se ve hollinado y manchado.

Recuerda las estúpidas esteras para sentarse que la tuvieron trenzando con

tiras de colores cuando la encerraron en el centro médico, cómo tejía y

destejía la suya en solitario. Se sienta entre las perchas y las estira para que

se suelten las puntas de cada una. Las endereza y empieza a trenzar.

¿Qué está tejiendo? No está segura. Simplemente urde sin cesar hasta que el

metal forma un gran rectángulo. No la tranquiliza, lo que es bueno. La hace

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sentirse vital, en control. Todavía puede ver a Perdiz en la cámara de su

padre, las fotos de su familia perdida desparramadas a su alrededor. Sigue

amándolo—asesino y todo. Pero después de ver su evaluación psicológica,

su deseo por salir aumentó. Quiere estar allí afuera en el mundo—

comoquiera que se viera, sin importar lo salvaje y sin domar. Incluso si

todo se solucionaba e Iralene desaparecía para poder ocupar ella su rol—

Perdiz le prometió—no puede quedarse aquí y ser la esposa feliz, usando

perlas, tejiendo botitas, escribiendo en libros de bebés. Esa noche cuando

ella y Perdiz yacieron juntos bajo su abrigo en el marco de una cama de

bronce en una casa sin techo, con sólo el cielo gris sobre sus cabezas, él

quería que fuera con él. Ella se negó. Aunque esta vez lo convencería a él

de que viniera con ella. Esta vez, se mantendrían juntos. El bebé los

mantendría unidos ¿O no? Eso es lo que los bebés hacen. Unen familias.

Su padre vio el fin ¿Previó cómo, eventualmente, habría tan poco de qué

vivir? La gente se amontonará y hará guardia y después robarán y pelearán

y matarán por lo que queda. Son todos animales. No quiere ser uno

encerrado.

Sigue tirando de los alambres, apretando el tejido hasta que sus dedos están

demasiado rígidos para continuar. Sostiene en alto lo que se ve como un

escudo tejido—hermoso, fuerte, pero también flexible. Se para y camina

hacia el espejo—oscurecido por la imagen de la ceniza. Puede ver su vago

reflejo. Presiona el metal trenzado contra su cuerpo. Su panza va a

hincharse, pero el metal es maleable. Podía ser moldeado alrededor de su

estómago—no importa qué tan grande.

Y entonces sabe qué hizo.

Una armadura.

Una segunda piel de metal.

Es arte, si nadie pregunta. Pero para ella, es también protección y control.

Es quién es ella—no alguien que teje botitas para calmar sus nervios.

Podría sentirse un poco quebrada, pero también es fuerte. No puede

apoyarse sólo en Perdiz. Debe ser capaz de defenderse. Esta es su

protección.

La esconde al fondo del armario, detrás de esponjosos vestidos de

maternidad.

IL CAPITANO

ALETEO

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No es sólo la ciudad. Dando vueltas desde arriba, puede ver que todo ha

sido recientemente incendiado. Las esternías no tenían mucho que quemar,

pero Il Capitano baja la aeronave lo suficiente para ver un par de Terrones

ennegrecidos arqueados, saliendo de la tierra como peces muertos

asomándose en la superficie de un estanque para tomar aire. Los otros

Terrones están en silencio, como si les asustara alzar la cabeza.

Atraviesa los fundizales, que están vacíos. La selva de gimnasios de

plástico ya se había fundido en manchas, pero algunas de las casas que

habían sido parcialmente reconstruidas habían sido destrozadas de nuevo

por los incendios. Los toldos aletean en los fuertes vientos. Los cuarteles de

la ORS y el bosque cercano donde él y Helmud habían cazado por años,

siguen humeando, perdidos en grandes nubes grises e hinchadas.

El puesto fronterizo que fue en algún momento un internado debe ser el

peor—las tiendas de los sobrevivientes están negras y habían colapsado

sobre sí mismas como puños cerrados. La piedra del edificio sigue de pie,

pero el fuego había engullido a la edificación misma. Se acerca lo suficiente

para ver que sigue habiendo gente allí, aturdida y buscando a quienes

perdieron. Solo unos pocos miran hacia arriba al escuchar el zumbido del

motor. Pero no se refugian. Simplemente se detienen y alzan sus rostros

hacia el sonido. La pequeña cabaña donde Pressia ayudó a Bradwell a

recuperar fuerzas sigue allí, pero el techo había cedido y los árboles a su

alrededor que tenían ramas que los sostenían contra el suelo como raíces,

son sólo troncos achicharrados.

Aquí y allá, incluso las más pequeñas estructuras ardieron o siguen

lanzando humo—las casetas de pastores y recolectores, cobertizos, los

techos de madera de altares hechos manualmente, los postes alrededor de

cementerios. Humo sube en ráfagas, temblando, al cielo, arremolinándose

en los terrenos como sábanas masivas.

Poco después de recoger a Hastings, éste caminó hacia la cabina de control

para preparar a Il Capitano para la devastación. Le contó las historias de

aquellos que lograron llegar a Crazy John-Johns. Il Capitano asintió. -Algo

que conozco es la asolación, Hastings. No te preocupes.

-Preocupes. -Había dicho Helmud, y tenía razón. Nada podría haberlo

preparado para esto. Su hogar siempre había estado quemado y lleno de

cenizas, pero luchando para volver. Y ahora es como si toda la vida y

energía y fuerza que costó reconstruir se había esfumado.

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Ve un campo vertiente donde los adoradores de la Cúpula, hace un tiempo,

construyeron una hoguera por su cuenta. Ido. Todo. Allí es donde aterrizará

la aeronave.

Desciende más y más, hasta que finalmente le grita al resto. -¡Sujétense

para el aterrizaje!

-¡Sujétense! ¡Sujétense! –Grita Helmud y se agarra de Il Capitano con tanta

fuerza que el mayor debe tirar los hombres hacia fuera para tener suficiente

movilidad para trabajar los instrumentos.

-¡Afloja, Helmud!

La nave planea y luego se sacude mientras empieza a descender. El suelo

está llegando demasiado rápido.

-¡Afloja! –Grita Helmud. -¡Afloja!

Il Capitano va un poco más lento, pero los motores suenan débiles. No

quiere que el motor se pare. Así que deja a las Buckies tomar más aire—

demasiado. La aeronave cae. Una de las patas de aterrizaje golpea el suelo,

acanalándolo y esparciendo un penacho negro de ceniza. La nave baja su

otra pata y también derrapa. La máquina se inclina hacia delante sobre sus

dos piernas delanteras, vacilando por un momento con la nariz colgando

justo por encima de suelo, antes de sacudirse hacia atrás, sobre sus cuatro

prolongaciones, sólidamente.

Il Capitano suspira silbando. Helmud le hace eco.

Escucha abrirse la puerta de la cabina. Deja a los otros salir de un salto. No

tiene apuro para ver más. Se toma su tiempo apagando los motores. No sabe

cuándo volará de nuevo. Palmea la pared de la cabina de mando.

-La extrañaremos, ¿O no, Helmud?

-Extrañar. –Dice Helmud, como si ya estuviera listo para salir adelante.

Siguen al resto al suelo, que está duro por el frío. No hablan ¿Qué

demonios podría alguno decir? El humo que los rodea es tan espeso y

oscuro como la niebla de Irlanda era blanca. Le arden y lloran los ojos. Se

cubre la boca con la manga.

Pressia da una vuelta, tratando de comprender la destrucción a través de las

bandas de humo. –¿Dónde están Wilda y el resto? ¿Cómo vamos a

encontrarlos siquiera?

Bradwell extiende sus anchas alas y se envuelve con ellas—sólo se ve su

rostro, su barbilla sobresaliendo. Il Capitano siente como si sus piernas

fueran a ceder, y Helmud parece repentinamente tan pesado en su espalda

que descansa sobre una rodilla.

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Hastings tiene una postura firme, balanceando su peso entre su pierna real y

la prótesis. Finalmente dice. –Este verano, compré libros para todo el ciclo

escolar.

Al principio, Il Capitano no sabe por qué diría algo así ahora, pero entonces

Bradwell dice. –Recuerdo dar esas lecciones de Historia Eclipsada. Lo tenía

todo claro. Sabía qué hacía y por qué. –E Il Capitano entiende. Están

preguntándose qué demonios le pasó a todo lo que una vez supieron que era

verdad.

Pressia dice. –Hacía juguetes a cuerda. Algunas veces aleteaban, pero

nunca logré hacerlos volar.

Il Capitano dice. –Yo tenía este diario. Probaría bayas en los reclutas para

ver cuáles eran venenosas. Tenía un sistema. Dibujaba en él. Era bueno en

eso.

-Era bueno. –Dice Helmud, como para resumirlo. Una vez, hace mucho

tiempo, antes de las Detonaciones, todos eran buenos. Il Capitano siente un

ataque de ira más fuerte que cualquiera que haya sentido antes. Golpea el

frío suelo con sus puños. Siente el deseo de venganza pulsando en él.

Bradwell es el primero en decirlo. –Tirémosla abajo.

Il Capitano dice. –La bacteria es un regalo. Nos dieron un regalo. –Puede

sentir el cosquilleo de la gruesa cinta sosteniendo en su lugar a la caja

protegiendo a bacteria.

-Un regalo. –Dice Helmud.

-No. –Dice Pressia. –Debemos hablar con Perdiz. Algo fue mal. No haría

esto. Lo sé.

Esta vez tiene a alguien que la resguarde sin vacilar. –Perdiz nunca dejaría

que esto pase. –Dice Hastings. –Lo conozco. Éramos amigos. Créanme.

-Eran amigos. –Dice Il Capitano. –Conozco el poder por mano propia. Sé

qué puede hacerle a tu cabeza. Sales del otro lado retorcido.

-Retorcido. –Dice Helmud. Sabe de qué habla su hermano. Llevaba en

consecuencia la quemadura.

Pressia dice. –Debemos tratar de entrar. Apeguémonos al plan.

-Ese nunca fue mi plan. –Dice Bradwell.

-Bueno, fue el mío. –Dice la chica.

Bradwell camina hacia ella. -¿Lo hueles en el aire? ¿Sabes de qué es ese

olor?

Mira a Il Capitano y Helmud, después a Hastings. –Humo.

-No.- Dice Bradwell. -¿Qué hay dentro de ese humo?

-No. –Dice Il Capitano

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-Pelo y carne. Eso es lo que arde, Pressia ¿Cuántas veces vas a perdonar?

¿Cuántas veces caerás en la trampa al pensar que podemos razonar con

ellos? Son asesinos. Perdiz está, o demasiado débil para detenerlos, o es

uno de ellos. De cualquier manera…

-También eres el hijo de tu padre, Bradwell. –Le dice Pressia. –Y de tu

madre. Ellos no trataban de matar a Willux. Creían en la verdad ¿Era su

religión, no? Tú lo dijiste. Creían que liberaría a la gente ¿No lo crees?

Bradwell cierra los ojos y deja a sus alas atrapar el viento y abrirse un poco

en su espalda. –No. –Dice. –Ya no sé en qué creo.

Pressia se mete la cabeza de muñeca debajo del mentón y se cubre la boca

con la mano. Dice. –Puedo ir sola.

-Mantengámonos juntos, por ahora. –Dice Il Capitano. –Al menos hasta que

sepamos a qué nos enfrentamos, hasta que nos orientemos.

-A qué nos enfrentamos. -Dice Helmud con miedo.

Pressia no parece convencida.

Il Capitano trata desde otro ángulo. –Hay gente que nos necesita aquí,

Pressia. Quieres ayudarlos ¿Correcto? Quieres encontrar a Wilda y a los

otros niños, ¿No?

Ella mira el rostro de la cabeza de muñeca. La inclina para que cierre los

ojos ¿Tiene miedo de que estén muertos? ¿Tiene miedo de que sea

demasiado tarde para llevar la cura a la Cúpula, encontrar a los niños,

salvarlos?

-No puedo dejarte entrar a la Cúpula. –Dice Bradwell. –No puedo dejarte ir.

Il Capitano mira a Pressia. Puede decir que está sorprendida. Mira a

Bradwell, luego a Il Capitano y Hastings, después aparta rápidamente la

mirada ¿Está Bradwell confesando algo aquí—relacionado con el amor? Il

Capitano se siente enfermo.

-Antes de irnos. –Dice Pressia. –Había viajado la palabra de que el Cap

levantó tiendas médicas en la ciudad. Una vez quemado el puesto

fronterizo, ese sería el lugar más lógico para llevar a los niños.

Las tiendas médicas se han ido. Esa es la verdad pero Il Capitano no lo

dice. Quizás Pressia lo sabe o tal vez vive de la esperanza. –Está bien. –

Dice él. –Empecemos por allí.

Pero sabe que probablemente sólo se compró un poco de tiempo antes de

que ella los deje a todos para seguir su propio camino.

PRESSIA

LLAMANDO, LLAMANDO

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Pressia ya había decidido dejarlos. Cuando fuera el momento correcto, se

escabulliría. Es más fácil de esta forma. Sin discusiones. Sin peleas. Debe

encontrar a Perdiz. Debe conocer la verdad.

Cuando Bradwell le preguntó si sabía qué era el olor en el viento, quiso

darse vuelta y golpearlo. Recuerda el olor a carne y cabello quemado de los

días en los que la ORS estaba en el poder, tan bien como de su niñez

temprana—de las Detonaciones. Había embotellado las memorias por tanto

tiempo, pero ahora recuerda los incendios, peor que estos porque a aquellos

los provocaba la radiación—¿O era que las explosiones hicieron todo

susceptible a volverse yesca? Los ciclones de fuego partieron todo, llevaron

a gente hacia el agua—personas ya medio muertas. Su abuelo la había

sostenido contra su pecho y, en una pierna, se arrastró por los restos. La

ayudó a trepar y atravesar un río taponado de muertos.

Pasaron por el río mientras volaban. En sus bordes había hielo, una orilla

blanca. Pressia recordó cómo fue casi ahogarse en él—la fría oscuridad a su

alrededor, ese sentimiento de ser salvada, alzada por manos que no podía

ver ¿Lo vio Bradwell fuera de su ventana—el lugar donde casi mueren

congelados? ¿Recuerda el sentimiento de sus pieles tocándose? Ella lo

hace. Nunca lo olvidará. El recuerdo hace que su piel se sienta caliente.

¿Y luego Bradwell le dijo que no podía dejarla ir? Sólo se refiere a que no

la dejará irse. Le está diciendo qué puede o no hacer. Él la miró una vez,

después, más tarde, de nuevo. Pero Pressia pretendió no notarlo. Si no

puede perdonarla, debe endurecer su corazón ¿o no? Debe hacerse de acero.

Mientras tanto, hace su plan.

Por supuesto, no puede sacudirse la pregunta que late en su cabeza—

¿Perdiz hizo esto? Le hace eco con cada paso. Tiene que confiar en Perdiz

¿En qué más puede creer? Ve una fila de árboles torcidos y quemados en la

distancia ¿Los vio alguna vez antes? Sabe que sí. Pero ahora han sido

reducidos a rayos carbonizados. Se siente más vieja. Los árboles muertos,

como monumentos a la destrucción, sobresalen para ella individualmente.

Cada uno sufrió por su cuenta. Cada uno ha sido forzado a ser algo que

nunca se supuso que fuera. Cada uno es ahora parte de una pérdida mayor.

Caminan por entre los árboles hacia la ciudad, usando los restos como

refugio. Las plantas parecen cactus. Desnudas. Aisladas. El cieno entra en

los troncos del lado prevaleciente al viento. Los sistemas de raíces de araña

volteados verticalmente agarran lo que atrae el viento—mayormente basura

y podredumbre que vagó por estos páramos buscando descanso, un lugar

donde parar, un final a todo. Mira por entre las ramas bajas, buscando el

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movimiento de cualquier figura o algún borrón de color. -Hastings, -Dice

cada algunos minutos. -¿Algo?

Sus sentidos han sido codificados, pero el humo en el aire limita su visión y

sentido del olfato. -Debemos seguir moviéndonos. –Dice él.

-¿Estamos siendo seguidos? –Pregunta ella.

-Son débiles. –Dice él. –Y no muchos. Sólo tenemos que continuar.

En más de una ocasión, escuchan pasos, un roce ¿Son las Fuerzas

Especiales? ¿Los están rastreando? Si son los soldados, no abren fuego.

Y luego, devuelta en el descubierto, Pressia ve rastros de sangre en el sucio

aire. Es la escena de una batalla—los restos sangrientos de cuerpos siendo

arrastrados—¿Las Madres y sus hijos o las Fuerzas Especiales? Pasan un

montón de escombros atrapados contra una berma. Tal vez allí había un

camino, quizás un estanque para almacenar agua. Pero la berma agarró todo

lo que no la pasó por arriba. Pasan un camión de basura con las luces

delanteras vacías, un carro de supermercado, losas de concreto quebradas,

barras de acero, y suciedad y ceniza y cosas irreconocibles por las

explosiones. Alguien hizo el camión. Alguien lo condujo. Alguien empujó

el carrito y alguien yació el concreto. Y allí, debajo de una mancha de barro

seco, una bola aplastada. Casi puede escuchar al niño pateándola. Esto la

aplasta.

Después de un rato, se encuentran con otro desastre sangriento—esta vez,

los cuerpos de los sobrevivientes que no habían sido sacados. Los muertos

contaminan el suelo, sus extremidades, torcidas, las heridas de bala,

abiertas y oscurecidas por la sangre seca.

Siguen andando.

Una vez en la ciudad, Pressia entrevé la cruz distante en la punta de la

Cúpula. En algún lugar de estos corredores y calles escombras, dejará al

resto detrás. Pero es difícil mantenerse centrada en la Cúpula. Il Capitano

tenía razón; se está desesperando por encontrar a Wilda y los niños. No

puede irse hasta saber que están a salvo. Acercándose al área donde una vez

estuvieron las tiendas médicas, empiezan a llamar a Wilda mientras se

abren paso. La lluvia parece, al principio, un milagro, despejando el humo,

enfriando los restos, mojando todo que siga ardiendo, pero no amaina. Sólo

empeora, cayendo sobre ellos mientras buscan a Wilda y los niños,

llamando y llamando por las calles vacías. Sus ropas y botas están

empapadas. El cabello de Pressia se le pega al rostro. Bradwell la lleva

mejor—sus alas lidian con el agua.

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La pira para disponer de los muertos se apagó, e incluso si parara de llover,

pasaría un largo tiempo antes de que la madera se seque lo suficiente para

volver a encenderla.

Hallan un grupo de sobrevivientes cavando una tumba masiva, hay cuerpos

apilados cerca. Al menos ahora el suelo ya no se encuentra congelado y

cede un poco.

Al adentrarse en la ciudad, empiezan a escuchar gritos de nuevos huérfanos

y padres llamando a sus niños. Las quemaduras recientes y verdugones y

ampollas cubren las viejas cicatrices—una capa de dolor fresco sobre el

viejo. Pressia protege más el contenido de su mochila que nunca. El vial y

la fórmula pueden volver a hacerlos enteros, ¿o no?

-¡Wilda! –Sigue gritando Pressia, su voz uniéndose al coro de voces

llamando a los perdidos. -¡Wilda!

Hastings no se aparta de ellos para que esté claro que no es una amenaza—

quizás, incluso un prisionero. Pressia le pregunta a los sobrevivientes si

vieron a los niños. –Podría haber parecido que temblaban. Podrían haber

estado siendo llevados sobre la espalda de otra gente.

Los sobrevivientes sólo la miran ausentes y se encogen de hombros.

Pero luego Pressia ve a un hombre que reconoce del puesto fronterizo.

Tiene el brazo rociado de metal y un engranaje en la mandíbula.

-Disculpe. –Dice ella.

Él alza la vista.

-Estamos buscando a niños que estaban siendo cuidados en el edificio

principal del puesto fronterizo. Enfermizos. Temblaban y probablemente

habrán estado con enfermeras. Usted estaba allí. Sabes a quiénes me

refiero.

-Idos. –Dice el hombre, el engranaje en su mandíbula hace click.

-¿A qué te refieres con—idos? -Pressia se acerca un paso. -¿Están muertos?

-Siente un incremento de miedo.

-Se llevaron a los niños en sus espaldas y siguieron ¿Quién sabe a dónde?

¿A quién le importa? No había a dónde ir. Estaban en todas partes. Querían

asesinarnos a todos. Golpeé a uno hasta matarlo con una roca. –El hombre

se mira las manos con corteza de metal, sus dedos se curvaron como si

sostuvieran la piedra en ese momento. Sus ojos se abrieron en un instante. –

Y era sólo un niño. Era sólo un niño. Un chico muerto. Un sangriento chico

muerto. –Mira a Pressia. –Como mi propio hijo. Esa era la cosa. Se veía

como mi propio hijo—si hubiera nacido bien y hubiera vivido. ¿Hizo Perdiz esto?

-Lo siento. –Dice Pressia. –Lo siento tanto.

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El hombre la mira con claridad, como si acabara de despertar. –Iban a

llevarlos a la ciudad—esos niños temblorosos en sus espaldas, aquellos

pálidos niños temblorosos. La ciudad. Por ayuda. Pero vi humo saliendo de

allí también, así que ¿quién sabe a dónde fueron? ¿Quién sabe? –Se aleja

arrastrando los pies.

Hastings, con su escucha mejorada, es bueno localizando gente gimiendo

desde los restos de cobertizos derrumbados y buscando a personas

atrapadas dentro. Se detienen y cavan, encontrando cuerpos—algunos

vivos, algunos muertos por inhalación de humo. Il Capitano trabaja con

sobrevivientes atendiendo heridas, entablillando. Mientras cava, sacando

piedras y rocas, Pressia sigue llamando a Wilda. Se vuelve una canción, una

oración. Su voz está áspera y desgastada.

Wilda. Lo grita tantas veces que ya no suena como un nombre—sólo dos

sonidos unidos y resonando una y otra vez.

Siguen andando, pasando a gente que apenas se sostiene. Ve un Amasoide

sentado sobre escombros—tres mujeres que apenas reconoce. Una está tan

gravemente quemada que no lo logrará ¿Qué le pasará a las que están

fusionadas con ella? No sobrevivirán a la muerte. Una sostiene una tela

húmeda sobre los labios de la víctima. La tercera mira hacia otro lado.

Pressia, Bradwell, Il Capitano y Hastings ayudan a llevar a los muertos a la

tumba gigante. Se inclinan contra el viento frío, sudando por el trabajo, con

las manos empezándoles a entumecerse. Ocasionalmente, uno se hace a un

lado para recuperarse. Respiran con pesadez. A veces gritan. Pero después

vuelven. Listos para seguir.

Los adoradores de la Cúpula están quebrados. No es que ya no crean en

ella. Es que la pena los envolvió. Están vacíos.

Un hombre con una pierna mal y el rostro moteado de cobre, les dice que

los muertos incluyen a las Fuerzas Especiales. –Por allí sus cuerpos—les

arrancamos las armas de los ligamentos. Incluso logramos que algunas

funcionaran. Pero mantenemos sus cuerpos cubiertos. No soportamos la

visión.

Hay tres bultos envueltos en una sola sábana oscura, manchados de sangre

seca. Pressia entiende por qué no querrían ver los ojos muertos del enemigo

observándolos.

-Jóvenes los que mandan ahora. –Sigue el hombre diciendo. –Como si se

les hubieran acabado los suficientemente grandes para ser soldados y

mandaran a sus hermanos pequeños.

Pressia se imagina brazos abultados con armas demasiado grandes para que

sus delgadas figuras las sostengan.

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-Con cuidado. –Dice el hombre. –Algunos siguen allí afuera. No muchos,

pero también tienen buenos ojos.

Pressia sigue llamando a Wilda mientras se mueven por las casetas del

Mercado Negro que fueron quemadas a cero, los toldos, carpas y

cobertizos. Todas las mercancías fueron carbonizadas más allá de todo

reconocimiento, apiladas. Sobrevivientes las revuelven.

Pressia escucha un gimoteo. Camina hacia una pila de rocas—lo que solía

ser una casa casera—y comienza a cavar.

-¡Hay alguien vivo aquí! –Grita y los otros se reúnen. No se paran sobre la

pila de escombros—demasiado peso. Pero toman las piedras a medida que

ella las levanta. -¡Escucho una voz! –Dice.

Las caras de Il Capitano y Helmud están manchadas de ceniza. La de

Bradwell, enrojecida por el frío. Hastings no lloró—tal vez esté

programado para no hacerlo—pero su rostro se ve perdido y quebrado.

Ella escarba más cerca del gemido ¿Va a sacar una última piedra y ver a

Wilda? Rodea la roca con las manos, hace palanca hasta que logra sacarla.

Y allí está la cara de una mujer, pálida y de labios azules—jadea y entonces

se le ponen los ojos vidriosos. Está muerta, pero luego hay un sollozo

¿Puede ser que esta mujer sea una de las enfermeras de los niños?

Pressia dice. -¡Wilda! ¡Wilda! –Incluso aunque sabe que no puede ser

Wilda ¿o no?

Il Capitano dice. –Pressia. –Como advertencia. Tal vez sabe que su corazón

está fijo en encontrar a la niña.

Y entonces saca las rocas suficientes para ver un pequeño perro gris—la

mira con los ojos grandes, temblando. La mujer protegió al can apretándolo

con fuerza contra su cuerpo. Pressia se estira y toma al perro por sus

huesudas costillas.

Lo alza, le frota las orejas y, tan pronto como baja de los escombros, el

perro se tuerce en sus brazos y salta al suelo, alejándose corriendo.

Sus brazos están vacíos. Siente como si el corazón fuera a salírsele del

pecho. Se sienta en el piso.

Bradwell camina hacia ella. -¿Estás lista ahora?

-¿Qué?

-¿Has visto suficiente?

Se siente mareada y enferma. –Si entro y encuentro a Perdiz y trato de

averiguar qué está pasando allí adentro, y puedo llegar a los laboratorios y

hacerlos empezar a trabajar en la cura mientras ustedes siguen buscando…

Sólo sigan… buscando… a Wilda y… -Se siente sin aliento, como si su

garganta empezase a contraerse. Se pone una mano en el pecho.

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Bradwell se sostiene la cabeza con ambas manos. –Pressia, después de todo

lo que hemos visto, luego de todos estos cuerpos muertos y destrucción,

¿Quieres entrar y tratar de averiguar qué está pasando? ¡Creo que sabemos

qué está pasando! Perdiz necesita ser detenido. Es peor que su padre—ya

sea si es demasiado débil para evitar que pase esto o él es el que lo ordena.

Ella sacude la cabeza. –Debemos tratar de hablar con él. Debemos tratar de

ayudar a los niños.

-¡Demonios, Pressia! –Dice Bradwell. -¡Wilda y los otros niños están

muertos!

El aire parece dar latigazos a su alrededor. Parpadea y siente un pulso

eléctrico en la cabeza.

Bradwell susurra. –Wilda está muerta.

-No lo sabes. –Dice Pressia, pero su voz es pequeña. Mira a Il Capitano. –

Cap, díselo.

Il Capitano mira el suelo, y ella sabe que él también piensa que están

muertos.

Se para y toma a Il Capitano de las mangas del abrigo. -¿Por cuánto

tiempo… por cuánto tiempo me lo ocultaste? Cap, dime ¿Por cuánto?

-Nunca pensé que había muchas probabilidades. –Dice él. –Pero cuando

sólo había más y más muertos…

-Cállate. –Dice ella en voz baja.

-Pressia. -Dice Il Capitano. –Deberíamos escuchar lo que Bradwell tenga

que decir. Él…

-Cállate. –Le dice Helmud,

Wilda y los niños no pueden estar muertos. Se perdieron—eso es todo.

Pressia comienza a llorar y se aleja de ellos hacia un puesto del mercado

volcado. Wilda es una sobreviviente, como ella. Si está muerta, entonces

alguna parte de Pressia morirá con ella. –No. –Dice girándose hacia el

grupo. –No saben si están muertos. No pueden darse por vencidos en la

gente.

Bradwell sacude la cabeza.

-Tan solo sigamos moviéndonos. –Dice ella.

Y lo hacen, pero pronto sólo hay más muertos que atender.

Bradwell, Il Capitano y Hastings arrastran un Amasoide muerto—dos

hombres anchos—fuera de los restos. Están absortos en el esfuerzo—

incluso Helmud.

Pressia sabe que de la única forma en la que de verdad puede ayudar a su

gente es llevando al vial y a la fórmula dentro de la Cúpula. Da un último

vistazo—Il Capitan con Helmud colgándose a su cuello, el suave brillo de

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las alas de Bradwell y Hastings levantando la mole del peso del

Amasoide—y gira en un corredor y empieza a caminar con rapidez. No

correrá. Es demasiado parecido a escapar. Da la vuelta en otra calle y

después en otra.

Las voces de hombres y mujeres llamando a niños suenan en las calles,

sobreponiéndose. Y chicos también. Niños perdidos. Sus llamados no

encajan. Sus voces sólo parecen aumentar de volumen, más insistentes

¡Wilda, Wilda, Wilda! No puede abrir la boca y llamar su nombre. Se

quebrará. En su lugar, el nombre de la niña resuena en su cabeza.

Ve a un niño de unos doce años. Es difícil decir. Los sobrevivientes son a

menudo engañosos. Él también camina rápido, aunque una de sus piernas

parece fusionada a un tornillo, como si la unión de su rodilla fuera parte

metal y se hubiera oxidado en él, quedando trabada. Un lado de su rostro se

ve frescamente escaldado. No levanta la mirada. Cuando pasa, le dice. –

Perdóname ¿Puedes hacerme un favor?

-El mundo no funciona en base a favores. –Dice él. -¿Qué tienes?

Posee cosas preciosas—el vial, la fórmula—pero no significarían nada para

él. Hurga en su bolsillo. Saca una lata de metal. –Necesito un mensajero.

El niño ojea la lata con hambre. -¿Cuál es el mensaje? ¿Para quién es?

PERDIZ

PÍLDORA

Perdiz camina hecho una tormenta por el corredor de su edificio

departamental, lanzado con adrenalina. Le gustaría golpear a Foresteed

como se metió con Arvin Weed, pero eso no haría mucho bien. Con

Foresteed, debe ser racional—firme, duro, calmo.

¿Y quién demonios es Arvin Weed, de todas maneras? Weed ayudó a hacer

el asesinato posible, ¿Y todavía sigue llevando a cabo los deseos del

hombre muerto? Pero entonces Perdiz piensa en su tiempo en la cámara

secreta de su padre: ¿Él también sólo lleva a cabo los deseos de su padre?

Beckley trota para mantenerle el paso. No hablan. Perdiz le grita al guardia

en su puerta al final del pasillo. -¿Está Foresteed aquí?

-Todavía no. –Dice el guardia mientras le abre la puerta torpemente.

Perdiz y Beckley entran a la sala, donde un doctor le da instrucciones a una

enfermera.

-¿Está Glassings aquí? –Pregunta Perdiz.

-Hola, Perdiz. –Dice el doctor.

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-¿Dónde está? –Dice Perdiz, los pasa volando y camina por el corredor

hacia los cuartos.

Escucha a Beckley ordenándole al doctor que no se mueva.

Perdiz no está seguro de por qué, pero espera que Glassings haya sido

puesto en su cama. Entonces escucha un tosido cansado viniendo de la

habitación de su padre, la que mantuvo cerrada desde que llegó después de

su muerte.

Camina hacia la puerta, apoya la mano en la manija, pero no la gira. Está

congelado allí, preocupándose por un momento de si es su padre el del otro

lado. Parece todavía tan vivo que no le sorprendería encontrarlo sentado en

la cama, con almohadas gordas detrás de su espalda, leyendo reportes.

-Detente. –Dice Perdiz en voz alta. –Está muerto. Ya está muerto.

Gira la manija y abre la puerta. El cuarto está iluminado por una simple

lámpara de mesita de luz. Glassings se estremece como si esperase

extraños, tortura. Perdiz dice. –Soy sólo yo.

El rostro de Glassings está golpeado, sus brazos ennegrecidos por los

moretones. Ambas piernas han sido ahora enyesadas, levantadas sobre

almohadones para mantenerlas elevadas por sobre su corazón. El cuarto

huele a ungüentos y a limpieza con alcohol. Su respiración es superficial y

cortante. Inclina la cabeza para poder ver a través de las hinchadas ranuras

de sus párpados.

Perdiz camina hacia la cama y se sienta en la punta. Es bizarro ver el

cuerpo roto y golpeado de Glassings en la cama de su padre, su cabeza en

sus almohadas. –Te quedarás conmigo hasta que estés completamente

recuperado.

Glassings abre los labios y susurra. –No me voy a recuperar.

-Por supuesto que lo harás. –Pero Glassings no parece sólo derrotado. Se ve

pequeño y enfermo. A Perdiz le preocupa que tenga razón.

-No éramos un secreto. –Dice Glassings. –Siempre supo quiénes éramos.

-¿Mi padre sabía sobre Cygnus? ¿Sobre ustedes?

Glassings sacude la cabeza. Tose nuevamente, doblándose por el dolor en

sus costillas.

-Tómalo con calma. –Dice Perdiz. –Podemos hablar más tarde. Tienes

sentirte mejor.

-No. –Dice Glassings, su cara está afligida por el dolor. –Ahora. Debes

saber esto ahora. –Su voz es áspera, casi ida.

-Está bien. –Dice Perdiz. -¿Quién sabía?

Glassings aspira jadeando. -Foresteed.

-¿Foresteed sabía sobre Cygnus?

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-Nos dejó trabajar. Nos protegió sin que nosotros sepamos.

Perdiz piensa en esa píldora en su bolsillo justo antes de matar a su padre,

recuerda tocándola con la punta de los dedos. –La píldora.

-Pensamos que la robamos.

-Pero fue más fácil de robar de lo que pensaron. –Dice Perdiz. –Porque

Foresteed quería que la robaran, que me la dieran. Quería que matara a mi

padre. –Perdiz se levanta y mira el cuarto de su padre. Se siente sin aliento

y enfermo. –Foresteed quería que matara a mi padre. Lo quería muerto, y lo

hice por él. –Escucha la voz de Beckley en la sala y después también la de

Foresteed. Está aquí por su reunión. Un golpe de calor le quema el pecho. –

Tuvo una oportunidad de quedar al mando. Y entonces, en el último

minuto, mi padre me pasó a mí el poder.

-Quiere sacarte a ti también. -Dice Glassings, estirándose y tomando el

brazo del chico con fuerza por un momento, hasta que su mano cae.

-¿Cómo lo sabes?

-Me lo dijo él mismo. No pensaba que saldría vivo. Cree… -Dice

Glassings, tratando de estabilizar su respiración. –Que serás más fácil de

tirar abajo que tu padre.

Glassings tiene razón. Willux era una central de poder protegido de todas

partes. Perdiz se siente completamente vulnerable. Aprieta los puños y se

frota la frente. Dios ¿Qué demonios va a hacer?

-Te fallé. –Dice Glassings.

-No, no lo hiciste. –Ha sido su figura paterna por un largo tiempo. Lo

recuerda de moño, como chaperón en un baile cuando se encontraron

debajo del escenario en el auditorio de la academia. Nunca tuvo el padre

que quiso. -¿Qué harías si fueras yo? –Dice Perdiz. –Dime.

Glassings sacude la cabeza. –Mis consejos no son buenos.

-Sólo dime algo… lo que sea.

-No le dejes saber que sabes. Derríbalo cuando menos lo espere. Hazte el

tonto.

Perdiz asiente. –Considerando las notas que obtuve en Historia Mundial,

eso no debería ser tan difícil.

Glassings trata de sonreír, pero su rostro está demasiado oprimido por la

hinchazón.

-Descansa un poco. –Perdiz camina hacia la puerta.

-Puedes hacerlo. –Dice Glassings.

Perdiz apoya la frente contra el borde de la puerta abierta, por un segundo,

tratando de calmar sus nervios. Escucha la risa estridente de Foresteed

¿Dijo el doctor algo gracioso? ¿Está Foresteed riéndose de un chiste

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propio? Glassings cree en Perdiz. Debe recordarlo, aferrarse a ello. No tiene

mucho más.

Está a punto de salir, pero primero tiene una pregunta. –La píldora. Estaba

designada para ser liberada por tiempo, siendo el veneno indetectable. –

Dice Perdiz. -¿Alguien la robó por ustedes?

-Sí. –Dice Glassings. –Alguien de nuestro lado.

-¿Quién?

-Arvin Weed.

-No, estás mal.

Glassings cierra los ojos y sacude la cabeza.

¿Estaba Weed ayudando porque realmente está del lado de Cygnus o era el

topo de Foresteed? Después de todo, alguien tuvo que haber estado

alimentándolo con información, y qué conveniente que Weed fue el que

robó la píldora por ellos. En cualquier caso, Perdiz golpeó a Weed en el

rostro. Recuerda su estúpida sonrisa antes de salir hecho una furia ¿Estaba

Arvin llevando a Perdiz hacia Glassings—para salvarlo?—¿Mientras

trataba de dar la impresión de ser leal a Foresteed? -¿Weed? –Dice Perdiz. -

¿Seguro?

-Weed, -Dice Glassings.

PRESSIA

AVES MIGRATORIAS

El humo se hizo más fino, pero el aire es, como siempre, hollinado.

Pressia escucha un zing cortante y un golpecito cerca de sus botas—

¿Fuerzas Especiales? ¿Francotiradores con rifles?

Corre y se agacha detrás de un tanque de aceite.

Un gruñido resuena en un corredor cercano.

Se mueve hacia el otro extremo del tanque, ve una figura cojeando en el

callejón, arrastrando una mano por la pared. Deja salir otro quejido. Ella

presiona la espalda contra el barril de aceite, consciente de que con un

barril de aceite todo empezó. Vio a un extraño siendo atacado por un

Amasoide y los distrajo arrojando su zueco a un barril de aceite. Ese

extraño resultó ser Perdiz, su medio hermano, lo que no era una

coincidencia. Estaban siendo atrapados, guiados hacia el otro, usados. No

puede arrepentirse de ese encuentro—incluso después de todo por lo que

pasaron, incluso después de las pérdidas. Todo se siente inevitable, mirando

hacia atrás.

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A medida que la figura se acerca al final del callejón oscuro, se detiene—

¿asustada de la luz? Se mueve como un Miserable—un paso desigual

causado por llevar algo de peso extraño alojado en el cuerpo, que es, a

veces, otro cuerpo ¿Es un superviviente?

Mira detrás de ella, buscando en los escombros alrededor de un edificio

caído señales de las Fuerzas Especiales que debieron de haberle disparado.

Quizás el tirador escuchó los gemidos y ahora yace a la espera de que el

Amasoide o la alimaña salga.

¿Cuál la atacará—la figura en el callejón o las Fuerzas Especiales,

escondidas en algún lugar allí afuera? ¿Un poco de ambas?

Lo que sea que está en la callejuela, alza la cabeza, como si estuviera

captando su aroma. Se sacude hacia ella y se inclina a la luz. Ella se

esconde de nuevo detrás del barril de aceite, deseando tener su cuchillo.

Entonces escucha un sonido extraño—piares, tristes y hermosos. Mira de

nuevo, con cuidado, y la figura había salido a la luz—por completo. No es

una alimaña o un Armasoide o un sobreviviente, para nada.

Es un soldado, pero no Puro—no. Es pequeño y sí, joven, recordándole a su

conversación con el hombre que dijo que estos soldados eran como los

hermanos pequeños de los que habían venido antes. No es elegante o ágil.

Su musculatura ha sido inflada, pero sus músculos son gigantescos y

duros—casi calcificados—poniéndolo tenso y, la parte más rara, es que el

soldado tiene quemaduras en la cara. Ella recuerda que una vez, no hace

mucho, vio un hombre de nieve en la ciudad—estaba envuelto y cubierto en

los residuos de la calle. Parecía un Miserable. Este es un soldado de las

Fuerzas Especiales, pero también es un Miserable ¿Cómo es posible? Y,

más que nada, ¿Por qué harían un soldado que no fuera Puro? ¿Por qué

hacer un soldado castigado con las deformidades del enemigo?

Hace sonidos suaves, casi dulces. Alza las manos en el aire, y espera ver

sus armas metálicas, las que están fusionadas a sus brazos.

Pero ahora ve que uno es un bulto sangriento. El otro ha sido extirpado, y el

arma ya no está ¿Alguien le arrancó el brazo mientras seguía vivo?

Él le pía. –Ayúdame. Ayúdame.

Se estira, con el brazo casi allí, y se tambalea hacia ella. Agarra su mochila,

cuidándola ante todo.

Pero, justo antes de caer, alguien escondido dispara. Lo golpea de frente en

el pecho y él cae con fuerza al suelo, a centímetros de ella.

Yace allí, con sangre saliendo a borbotones de su cuerpo, mezclándose con

los charcos de la lluvia oscura. Su cuerpo se tuerce dos veces.

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Ella se le acerca siempre en cubierto. Lo mira a los ojos. Quiere darle paz. –

No dolerá por mucho. –Él se estira con un gran último esfuerzo y agarra la

carne en su brazo—pinchando su piel.

Él hace el extraño sonido piando un par de veces más, y después su agarre

se afloja. Su mano cae. Está muerto.

Ella sabe que probablemente los sobrevivientes arrancaron sus armas y que,

de alguna forma, él se libró de ellos y huyó, pero lo cazaron y acaban de

dispararle, posiblemente con su propio rifle. Se acercarían tan pronto como

estén seguros de que está muerto.

Y entonces ella corre hacia el callejón, hacia una dentada pila de ladrillos y

se esconde nuevamente.

Como era seguro, momentos después, sobrevivientes lo registran—se

llevan algunas armas parecidas a cuchillos alojadas en las botas, algo

afilado como una cuchilla en sus hombros. Trabajan rápido y en silencio.

Son expertos en esto ahora.

Se frota la zona irritada donde la pinchó en el brazo, encuentra una pequeña

rajadura en su cazadora y un poco de sangre.

Alza de nuevo la vista. Los sobrevivientes se fueron, dejando atrás el

cuerpo.

Pressia no puede evitar mirar lo que queda. El cuerpo está desplomado de

lado. Puede ver el rostro del chico, marcado con quemaduras, un brazo

levemente peludo, como si fuera parte alimaña, y la joroba en su brazo que

no es para nada una joroba. Era algún tipo de animal que existió debajo de

la piel ¿Por qué debajo de la piel?

Este no es un Puro. Es un Miserable. Pero no como cualquiera que haya

conocido antes. Ha sido mejorado y, aun como si con las mejoras, también

hubiera sido criado para ser un Miserable ¿Por qué haría alguien esto? ¿Por

qué? Pressia recuerda las horribles criaturas en Irlanda—el latido de la

niebla, los dientes desnudos de la noche, la idea de aquella piel cosida, los

errantes ojos ciegos ¿Cuántos como estos ya están muertos? ¿Cuántos

siguen allí afuera?

Se levanta y corre. La lluvia empieza a caer con fuerza. Encorva los

hombros, impulsa sus brazos y piernas y golpea el suelo. La respiración le

quema los pulmones.

Está tratando de encontrar la ruta más corta a la Cúpula. Pronto reconoce

las calles a su alrededor, este aire, este olor.

Estas son las calles que corrió al ser una niña pequeña, y finalmente se

encuentra parada frente a la condenada cascara de lo que una vez fue una

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barbería. Su abuelo le contó sobre las aves migratorias. Conocen su casa.

Siempre vuelven a ella. Aquí está.

En casa.

LYDA

CUARTO DE BEBÉ

No hay muchos usos para los fósforos en la Cúpula. Fuegos, grandes y

pequeños, son mal vistos. Lyda recuerda muchas conversaciones entre su

madre y las amigas de ésta en el tema. Extrañaban tener velas con olor a

calabaza en otoño. -¿Cómo sabremos, sino, que es otoño? –Dijo su madre

una vez. Y los hombres perdieron sus parrillas. Los fuegos artificiales del 4

de julio fueron reemplazados por un espectáculo de luz eléctrica.

Pero Lyda quiere fósforos. Así que le dice a uno de los guardias que quiere

hacer una cena especial para Perdiz –Quiero hacerla con velas y todo ¡Para

que sea romántica! ¿Podrías conseguirme velas y fósforos? Y mantenlo en

secreto. Quiero sorprenderlo.

El guardia se los da, en secreto, en un bulto de papel marrón para envolver.

Le hace un guiño.

No le importan las velas. Esconde los fósforos en un bolsillo y los lleva al

baño. También trae un bol de metal y uno de los libros que Chandry le

trajo, Cómo decorar el cuarto de bebé perfecto. La habitación tiene una cuna

y colchón, una silla mecedora, una mesa para cambiar al bebé y un pequeño

cofre de pañales, pero se supone que ya está eligiendo el tema en color, su

diseño—¿estrellas, elefantes, globos? El libro se supone que ayudaría.

Cierra la puerta.

El hollín aquí en el mundo simulado no es real. No puede sentirlo. Necesita

sentirlo.

Baja la tapa del inodoro, se para sobre ella, desconecta el detector de

humo—sólo un pequeño nudo de cables—y prende el ventilador. Se sienta

en el piso embaldosado, empieza a arrancar las hojas del libro. Saca los

fósforos de su bolsillo y quema las páginas, una detrás de la otra, en el bol.

Las flamas le recuerdan a las Madres. A menudo cocinaban sobre llamas

abiertas. Se reunían alrededor de fogones y hablaban en grupos pequeños,

sus niños fusionados a sus caderas y hombros, con las cabezas

bambaleándose.

¿Su propia madre? Se imagina su cara—terca, cerrada. Su madre la

amaba—está segura de eso. Pero era un amor encerrado, un amor enterrado

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un amor del que estar avergonzada porque… ¿Por qué ese tipo de amor te

hace vulnerable? ¿Te hace débil? ¿Por qué no vino su madre a visitarla?

¿Está demasiado avergonzada ahora de su hija?

Lyda extraña a las Madres y su fiero amor.

Extraña el frío, el viento, el fuego.

Toca algo de la ceniza, la frota hasta que las puntas de sus dedos están

manchadas de negro.

Sabe qué extraña más que nada. Su lanza—su peso en su mano mientras

corría a través del bosque.

Quiere una lanza.

Es imposible ¿Dónde encontraría algo para transformarlo en una lanza? No

aquí. Necesitaría un palo, largo y derecho.

Pero entonces, espera.

Se levanta, sale del baño cerrando la puerta detrás de ella dentro del cuarto

del bebé.

La cuna—con todas sus varillas.

Una fila de lanzas—si pudiera sacarlas y tallarlas con un cuchillo de cocina

¿Cómo liberarlas?

Necesita un martillo.

Entra a la sala, la rodea, ve una lámpara con base de mármol. La levanta y

pesa en su mano—suficientemente pesado.

Esta noche, sacará el libro Propio del Bebé de su mesa de luz, y escribirá en

él: Ansío. Ansío. Ansío.

PERDIZ

UNA BELLEZA

Perdiz corre la mano por la pared del pasillo mientras hace su camino

hacia la sala. Escucha la voz rasposa de Glassings en su cabeza: No le dejes

saber que sabes. Derríbalo cuando menos lo espere. Hazte el tonto. Perdiz nunca fue el inteligente. Sedge ganó todos los premios en la

escuela—ambos, atléticos y académicos. Perdiz era el hermano menor

flacucho con notas promedio. La sección de comentarios de su boletín

estaba lleno de eufemismo por el esfuerzo decepcionante de Perdiz: si se

aplicara un poco más… ¿Cómo le dices a Willux que su hijo es inadecuado?

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Arvin Weed, en la otra mano, era un niño genio ¿Quería al padre de Perdiz

muerto? ¿Está de su lado? No está seguro de poder confiar en él. Ya no está

seguro de en quién puede confiar.

Entra a la sala. Beckley está parado frente a la puerta principal. El doctor se

fue, pero la enfermera está en la mesa del comedor, organizando todos los

papeles médicos de Glassings en una carpeta. Beckley le dice algo y ella

responde. –Iré a revisarlo ahora. –Y desaparece.

Perdiz encuentra a Foresteed sentado en el sillón favorito de Willux—en el

cual a nadie nunca le fue permitido sentarse. Debe de haberlo sacado de la

esquina del cuarto, poniéndolo cerca de la mesa de café.

-Esa era la silla favorita de mi padre. –Dice Perdiz. –Es una belleza ¿o no?

Foresteed empieza a levantarse.

-No, no. –Dice Perdiz. –No te levantes.

Foresteed frota el cuero en los brazos. –Tu padre tenía buen gusto.

Perdiz se sienta en una silla menos regia a unos metros. -¿Cómo están las

cosas? –Pregunta.

-Tú me llamaste a reunión. Asumí que había temas que querías discutir.

-Escuché sobre los ataques a sobrevivientes.

-Teníamos razones para creer que los Miserables debían ser amansados.

-Quiero que pare.

-¿Qué? –Dice Foresteed, como si le fuera difícil escuchar.

-Quiero que el amansamiento llegue a su fin. –Dice Perdiz lentamente.

Foresteed se retuerce en su silla y apoya un talón en su rodilla. –Yo estoy a

cargo de la defensa.

-Y yo estoy a cargo de ti.

-O eso parece. –Sonríe Foresteed.

-¿Qué se supone que eso signifique?

Foresteed saca un pequeño control remoto de su bolsillo. Apunta la pantalla

a Perdiz. La cara de éste está en ella. Es en el centro médico con la Sra.

Hollenback a su lado. Perdiz sabe qué sigue. Foresteed presiona play y

Perdiz ve un rápido clip de su confesión.

-¿Qué si te dijera… -Y hay una pausa, el momento en el que pudo haber

elegido permanecer callado, pero dice –Que yo también soy un asesino.

-Eras demasiado joven. No entendías lo que sucedía—no como nosotros.

No. –Dice la Sra. Hollenback.

-No lo entiendes. –Dice él. –Lo maté. Soy un asesino.

La mujer también está en el cuadro—su rostro demacrado, su boca negra

como el carbón. -¿Lo mataste?

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Y entonces él dice las palabras que lo condenarían. -Debía detener a mi

padre. No tuve opción. Planeaba…

-¡Apágalo! –Dice Perdiz. No quiere escuchar lo que la Sra. Hollenback dice

a continuación, pero Foresteed es demasiado lento. -Perdónanos.

Perdónanos a todos. –La escucha decir.

-Es llamado parricidio. -Dice Foresteed. –Y a la gente no le importa ¿Crees

que la Cúpula quiere ser gobernada por un asesino?

Perdiz se siente enfermo y enojado y avergonzado. –Aunque sabías. Lo

facilitaste todo ¿o no?

-¿Cómo podría haber predicho que en realidad lo harías? Quiero decir,

matar a tu propio padre—eso requiere una profunda corrupción del alma.

No sabía que lo tenías en ti.

-Tal vez me subestimaste.

-No, tú me subestimaste, Perdiz. Si le muestro este video a la gente,

clamarán por tu ejecución.

-¿Es ese tu plan?

Foresteed sacude la cabeza y ríe. –Si hay una cosa que aprendí de trabajar

para tu padre, es las ventajas de ser el titiritero, no la marioneta.

Perdiz se frota los nudillos. Le encantaría golpear a Foresteed, arrancarle el

control remoto de la mano, destruir el clip. Pero sabe que el video existe en

múltiples locaciones. Foresteed no es idiota. Perdiz no tiene ahora poder.

-Así que pretendamos que esta reunión fue bien. –Dice Foresteed. –Dejaré

de amansar a tus Miserables—como si siguiera órdenes—e incluso detendré

el programa de tortura que interrumpiste. Y tú continuarás con la boda. Te

concentrarás en probar pasteles y en inscribirse para batidoras. Espero que

estés entendiendo todo esto, Perdiz. Porque si no haces lo que digo...

Perdiz siente la sangre agolpándose en su rostro. -¿Qué?

-¿Conoces la colección de enemigos de tu padre, todos encerrados en sus

cámaras congeladas? ¿Sus “pequeñas reliquias”?

Perdiz gira la cabeza. No puede mirar al rostro bronceado de Foresteed con

sus dientes relucientes.

-¿Sabes por qué tu padre guardó a sus mayores enemigos vivos?

Perdiz sacude la cabeza. No quiere saberlo.

-Los sacaría de vez en cuanto para torturarlos, por los viejos tiempos. A

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veces, el humor sólo le pegaba. Creo en el castigo de la gente por sus

crímenes. Y si el delito es verdaderamente aborrecedor, pienso que la pena

debería ser dolorosa. –Foresteed se inclina hacia delante. -¿Quién sabe?

Quizás un día tendré una colección propia de “pequeñas reliquias”.

-Suena como algo que ansiar.

Foresteed frota el cuero en los brazos de la silla una vez más y luego se

levanta. –Bueno, esto fue placentero. Hagámoslo de nuevo pronto.

-Sip. –Dice Perdiz. –Muy pronto.

IL CAPITANO

NIÑO

Al principio, Il Capitano piensa que el niño los está siguiendo porque está

perdido y aturdido, y no tiene otro lugar a donde ir. Lo ignora—un cojo con

una pierna dura y el rostro medio quemado. Tal como es ahora, están

buscando huérfanos, aunque sabe que probablemente estén muertos. Aun

así, no necesitan más almas perdidas pendiendo de ellos.

Aunque tampoco tiene el corazón para decirle a un niño que se largue—no

todavía.

Pero entonces Bradwell dice. –¿Dónde está Pressia? No la veo desde hace

rato.

Il Capitano y Helmud ambos miran a su alrededor. La lluvia sigue cayendo

con fuerza, el viento la empuja por las calles. Hastings se congela y olfatea

el aire.

-Hastings. -Dice Bradwell repentinamente nervioso. -¿A dónde fue?

Hastings trepa en uno de los escombros para tener una mejor vista.

-¡Hastings! -Dice Bradwell, impaciente.

Y el chico se acerca. Tira de la manga de Il Capitano.

-Ahora no. –Dice éste.

El chico se acobarda, pero luego dice. –Tengo un mensaje de ella.

-¿De quién? –Dice Bradwell caminando hacia el chico, que está asustado de

su figura imponente y largas alas. Retrocede unos pasos, e Il Capitano tiene

que acercarse, hablando en voz baja y apoyándose en una rodilla.

-Dinos. –Dice.

-Dinos. –Repite Helmud en una suave voz cantarina.

-La que están buscando. Pressia Belze.

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Tiene su nombre completo, lo que significa mucho aquí afuera. Hastings

baja de los restos y todos se juntan un poco más cerca.

-¿Cuál es el mensaje? –Dice Il Capitano.

-Debía irse. Tenía que partir.

-¿A dónde? –Grita Il Capitano.

-¡Sabemos a dónde! –Grita Bradwell.

-¿Dónde? ¿Dónde? –Le dice Helmud al niño, de nuevo en tono cantarín.

-No dijo. Dijo que sabrían.

-Sabemos. –Dice Hastings.

-Dijo que mandaría un mensaje una vez allí. –Dice el niño. –Dijo que

encontrará a su hermano y él la ayudará a mandarlo.

-¿Qué tipo de mensaje?

-Dijo que les diría si derribarla o no. Dijo que ustedes sabrían a qué se

refería y que haría un dibujo en el mensaje.

-¿Un dibujo de qué? –Pregunta Il Capitano.

-No me dijo, pero dijo que sabrían por la imagen que ella lo mandó.

-¡Ves lo que hiciste! –Le grita Il Capitano a Bradwell, quien se pasa una

mano por el cabello mojado y retrocede del niño.

-¿Ves lo que hiciste? –Dice Helmud pasándole la culpa a Il Capitano.

-Escucha a tu hermano por una vez. –Dice Bradwell sacudiendo la lluvia de

sus alas.

-Le dijiste que no podía ir. Actuaste como si te perteneciera. –Grita Il

Capitano en defensa. –¡Se fue de esa manera para no tener que pelearte!

El chico cojea hacia atrás y se encoje detrás de algunas rocas con una

pierna estirada de costado, mirando.

-Tú deseabas dejarla ir. –Dice Bradwell. –La dejarías hacer lo que sea que

quiera porque quieres que se enamore de ti.

-Quieres que se enamore de ti. –Le dice Helmud a Bradwell fríamente.

-¿Qué dijiste, Helmud? –Dice Bradwell.

-Helmud se refiere a que quieres que todavía te ame para poder castigarla

con eso. Al menos yo le dije como me sentía. –Dice Il Capitano. –Si no

hubieras estado tan asustado, tal vez lo habrías hecho.

Bradwell carga contra él, llevando su hombro contra el esternón del otro.

Golpean una pared de ladrillo, embutiendo a Helmud contra ella. Il

Capitano siente las costillas de su hermano contraerse, sin aire.

Hastings se mueve para separarlos, pero Il Capitano rueda alejándose de él,

tomando a Bradwell de la garganta. Éste se suelta y agarra a Il Capitano en

una llave de cabeza. Helmud golpea a Bradwell en la parte trasera de su

cabeza mientras su hermano le clava el codo en el estómago.

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Bradwell afloja el agarre y cae sobre una rodilla.

-¡Nunca empujes a Helmud! –Dice Il Capitano estirándose y soportando la

nuca de su hermano. -¿Me escuchas? Lo protegeré con cada gota de sangre

en mi cuerpo ¿Lo entiendes? –Gira el rostro hacia su hermano. -¿Estás

bien? –Susurra.

La respiración de Helmud es desigual. –Bien. –Murmura.

Bradwell e Il Capitano también están sin aliento.

-¿Alguna vez pensaste sobre la bacteria? –Grita Il Capitano. -¡Idiota! –Y

entonces le grita a Helmud. -¡Revísala!

Siente los ágiles dedos de su hermano tocando su borde. –Revisada. –Dice

Helmud débilmente.

-Perdón. –Dice Bradwell, empujándose la cabeza con ambas manos. –No

estaba pensando.

-Esta desprotegida. –Dice Hastings.

-No lo haría de ninguna otra forma. –Dice Il Capitano.

-Nos dijo que enviaría un mensaje. –Dice Hastings. –Démosle tiempo de

evaluar la situación.

Bradwell mira a Il Capitano cortante.

Il Capitano deja sus ojos vagar por los restos a su alrededor, la pila distante

de cuerpos. –Podría morir antes de siquiera llegar allí.

Bradwell inspira profundamente -¿Por qué no nos dejó al menos escoltarla

dentro?

-Si muere, será bajo sus propios términos. –Dice Il Capitano. -¿Es lo que tú

querías, o no? ¿Morir bajo tus propios términos?

Bradwell se frota los ojos. Quizás está llorando. Il Capitano no puede decir.

El niño dice. –Había algo más.

Il Capitano se había olvidado del chico, que sale de detrás de las rocas. Esta

vez habla tan rápido como puede. –Dijo que no se dieran por vencidos con

los chicos. Wilda y ellos. No se den por vencidos con ellos. Sigan

buscando. –Y antes de tener la oportunidad de preguntarle algo, o

enzarzarse en otra pelea, se gira y sale corriendo.

Todos se quedan callados por un momento.

Y entonces Hastings alza la cabeza en alto. –Puede que se enoje, pero tengo

que al menos tratar de encontrarla y protegerla. Sigo teniendo algo de

codificación de lealtad, y está puesta en ella. Tengo una excusa. –Y eso es

todo. Sacude la cabeza, como si se estuviera sacando el pelo de los ojos, y

se aleja en la lluvia, impulsando su prótesis hacia delante y saltándola

ágilmente.

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-También tengo un lugar donde necesito ir. Un lugar donde puedo pensar

bien. –Dice Bradwell. Mira a Il Capitano, casi rogándole, y después al

suelo. -¿Vendrás conmigo?

-Depende ¿A dónde?

-No dije que es un lugar al que quiero ir. Dije que necesito hacerlo. Sólo di

que sí. Nos mantendremos juntos.

-Juntos. –Dice Helmud.

-Está bien. –Dice Il Capitano. –Nos mantendremos juntos.

PRESSIA

CASA

Pressia cruza lo que una vez fue la entrada, sus botas crujiendo contra el

vidrio roto. El techo ya no está, como fauces abiertas sobre su cabeza. El

piso brilla con oscuros charcos de lluvia. Está la vieja vara, yaciendo de

costado, la fila de espejos condenados, y, metidos contra la pared sólida, la

única silla de barbero restante, el mostrador, los peines en vertical en el

viejo contenedor Barbasol de vidrio. El fuego se hizo camino hasta aquí.

Las paredes están aún más negras, las piezas restantes de espejos

manchadas de negro como si se hubieran cerrado. Pressia se recuerda que

no fue hace mucho que estuvo aquí. Pero eso no ayuda. Todo es diferente.

Podrían haber francotiradores cerca, pero no le importa. Mátenme, piensa.

Wilda y los chicos están muertos. Si hubiera llegado más rápido, si nunca

los hubiera dejado tan desprotegidos… es su culpa.

Ve el panel falso que su abuelo construyó en la pared trasera—su trampilla

de escape—encajada en su lugar. Lleva hacia el cuarto trasero de la

barbería, el hogar de su niñez. Camina hacia el panel, lo desencaja.

Y allí está el gabinete donde una vez durmió. Frota con la mano la madera,

la fina capa de ceniza. Aquí es donde dibujó la sonrisa torcida de la carita

feliz. Le prometió a su abuelo que volvería, y aquí está finalmente. Incluso

aunque él esté muerto, debería cumplir la promesa—para sí misma sino

para nadie.

La puerta del gabinete está levemente entornada y puede ver el viejo cuarto

de almacenamiento—las patas de la mesa, la silla de su abuelo. Gatea para

entrar al gabinete y pone el panel de vuelta en su lugar. Una vez dentro del

pequeño espacio, aprieta la puerta del gabinete desde dentro. Está oscuro y

ella se siente pequeña de nuevo. Se mete la cabeza de muñeca debajo del

mentón. Trata de recordar cómo era estar aquí la primera vez—el espacio

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apretado, las finas motas de polvo y ceniza girando en el aire, y cómo

alguna parte de ella esperaba poder sobrevivir simplemente siendo buena,

silenciosa y pequeña. Recuerda a su abuelo sentado en su sitio usual junto a

la puerta, su muñón atado con las venas de cables, el ladrillo en su falda, el

ventilador en su garganta zumbando hacia un lado y después al otro con

cada uno de sus suspiros desiguales.

Lo extraña. Extraña quién una vez fue ella en este gabinete. Era su nieta. Él

está muerto, y resulta que ni siquiera eran parientes. Sólo era una pequeña

niña perdida rodeada de gente muerta en un aeropuerto. La salvó.

Quiere ser salvada de nuevo.

Piensa en los zapatos que su abuelo le dio para su dieciseisavo

cumpleaños—ese par de zuecos—como si él supiera que ella se iba a ir

pronto y quería que tuviera zapatos fuertes, al menos, para poder sobrevivir

en el mundo ¿Y qué clase de mundo era?

Nada que ella podría haber imaginado.

Tan horrible y sangriento y lleno de sufrimiento y muerte como es, se

enamoró en ese mundo. Amor ¿Quién habría imaginado que podría existir,

después de todo? Pero lo hace.

Toca con el dedo la puerta del gabinete levemente. Se abre con un crujido.

El cuarto está más o menos intacto. La mesa, chamuscada, pero allí. El

viejo camastro de su abuelo se fue en humo. Está pequeño y oscurecido—es

mayormente hollín. Pero el ladrillo sigue allí. Se sienta junto a la puerta

trasera.

Puede decir que alguien más vivió aquí desde que su abuelo fue llevado.

Había un saco colgado de un gancho en la pared. El saco ya casi no está,

pero el asa sigue descansando en la garra. La mesa está cubierta de pedazos

de lo que parece un intento de reconstruir algo electrónico—¿una radio, una

computadora, un simple tostador? Es imposible de decir.

Este ya no es su hogar. Su abuelo ya no está. Es como si nunca hubiera

existido.

Cierra la puerta, vuelve a salir trepando el panel falso hacia la barbería y se

sacude. Perdió tiempo. Se siente culpable por ello, pero después enojada

¿Volvería Bradwell en el tiempo si pudiera a cuando tenía padres para

cuidarlo? ¿No llevaría Il Capitano a Helmud devuelta al lugar en el bosque

donde vivieron con su madre antes de que fuera llevada?

¿Es por eso que quiere llevar el vial y la fórmula a los laboratorios de la

Cúpula? ¿Porque piensa que si suficientes personas pueden volver a como

eran en algún momento, no sólo se sentiría como si hubieran sido curadas,

sino que podrían borrar esta situación horrible y volver a un tiempo en el

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que… qué? ¿Cuándo se sentían a salvo? ¿Alguna vez ella se sintió

realmente segura? Por esto, quizás sólo se refiere a no estar sola en el

mundo.

¿Qué pasa si Bradwell e Il Capitano tienen razón? Tal vez el planeta no

necesita la intervención de la ciencia y medicina. Quizá sólo necesite

nivelar el campo de juego y tirar abajo la Cúpula.

Aunque tiene que ver a Perdiz primero. No puede formar parte de eso sin

saber qué pasó.

Sigue teniendo fe en él. Tiene que. Si la pierde, su fe en todos se irá. Y no

puede permitirse perder más. Es demasiado preciosa.

Camina hacia el agujero de la puerta, devuelta a la calle. De nuevo, corre—

cabeza gacha, sin aliento. Ahora conoce el camino. Sigue hasta poder ver el

área reluciente de la Cúpula que, en la distancia, cruza brillando la seda

negra de las nubes.

IL CAPITANO

SANTA

Bradwell se detiene en la punta de algo de escombro. Alza una pieza de

una reja de hierro fundido. –Por aquí. –Baja primero un pequeño conjunto

de escalones de piedra. Il Capitano conoce esta parte de la ciudad—o pensó

que lo hacía. Solía hacer rondas cuando manejaba el camión, recogiendo

reclutas involuntarios, pero nunca antes vio este agujero.

Le dice a su hermano. -¿A dónde nos lleva?

-¿Nos? –Susurra Helmud como si prefiriera que lo dejen solo atrás.

Il Capitano sigue a Bradwell por las escaleras, devolviendo la reja a su

lugar por encima, cubriéndolos.

El cuarto es pequeño, pero no sólo por ser cavado. No, fue construido para

ser pequeño. -¿Estamos cerca de donde solía estar la vieja iglesia? –Dice Il

Capitano, tratando de orientarse.

-Estamos en ella.

-¿La iglesia?

-Es una cripta.

Bradwell parece demasiado grande para el espacio. Sus alas masivas rozan

las paredes. Se encorva y mantiene la cabeza inclinada—¿Porque es

demasiado alto o por respeto? Camina hacia una pared y se arrodilla.

Pero Bradwell ha juntado sus manos. Susurra dentro de ellas ¿Por qué? Il

Capitano nunca entendió las religiones.

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-No sabía que eras del tipo que va a la iglesia. –Dice Il Capitano más para sí

mismo que para Bradwell. Al principio parece como si el chico le rezara a

una pared de Plexiglas, un poco quebrada, pero de pie. Luego ve que el

Plexiglas cubre un recoveco en el muro y, a través del plástico astillado, ve

una chica. Su rostro está ligeramente alzado; sus manos en su falda. Está

sentada allí, usando un antiguo vestido largo, el pelo peinado lejos de su

cara—un rostro hermoso, simple y aun así profundamente triste. Ella es

paciente. Está esperando a algo o alguien. Quizás a Bradwell. Tal vez a

Dios.

-¿Quién es? –Dice Il Capitano, pero sabe que Bradwell no responderá. Está

rezando. Sus ojos están cerrados, sus manos juntas. Los adoradores de la

Cúpula solían arrodillarse y orar así. Los ha visto enfilados en las esternías

antes, todos apuntando hacia la Cúpula.

-¿Quién? –Dice Helmud. –¿Quién?

Una fila de velas en un estante se derritieron, cubriéndolo en cera.

Ofrendas. Mucha gente ha estado aquí. Il Capitano nota una placa. Se

acerca a ella. La mitad de las palabras ya no están. Está toda machacada.

La estatua es de una santa cuyo nombre empezaba por Wi. Sabe que era la

patrona de algo. Ve la palabra abadesa pero no sabe qué significa. Hay más

sobre niños pequeños y milagros y la palabra tuberculosis, que conoce bien.

Es seguramente como murió la santa. Una afección en los pulmones. Su

madre murió joven de una enfermedad. Era como una santa—para él, al

menos.

Il Capitano se mueve hacia la pared trasera y se sienta, apoyándose en su

hermano. Helmud descansa la cabeza en el hombro de Il Capitano.

Éste se pregunta cuánto tiempo le llevará a Bradwell. Parece adolorido. Sus

susurros—no puede distinguir las palabras—suenan urgentes ¿Le está

rezando a la santa que mantenga a Pressia a salvo? ¿Está rezando por

perdón? Eso es algo que siempre sale con las religiones ¿o no?

Il Capitano apoya los antebrazos en las rodillas y junta las manos. Se sienta

de esa forma por un rato antes de darse cuenta de que sus manos están

unidas casi como las de alguien orando. Cierra los ojos, preguntándose si en

un lugar como este algo vendrá a él.

Susurra. -Santa Wi. –Trata de imaginarse quién era ¿Ayudó niños? ¿Cuáles

fueron sus milagros? Piensa en su rostro. No tiene que mirarla. Su cara está

grabada en su mente—su forma de mirar. Está esperando pacientemente ¿A

Il Capitano? ¿A que diga lo que necesita decir?

Dilo, escucha susurrar la palabra en su cabeza. Dilo.

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Ve el rostro de alguien a quien mató. Y luego otro. Recuerda manejar ese

camión, haciendo rondas, recogiendo niños que sabía que nunca serían

soldados—demasiado enfermos, demasiado débiles, demasiado fusionados

y deformados. Dilo. Ve un hombre retorcido. Una pierna ulcerosa. Ve la

jaula donde mantenía a aquellos que nunca lo lograrían. Recuerda el olor a

muerte que había allí adentro. Dilo. Estuvo la vez que llevó a Pressia, sólo una recluta nueva en aquel entonces,

al bosque a jugar El Juego—cazar reclutas enfermos. Ingership dio la orden

de hacerla jugar, ¿Pero habría sabido si Il Capitano no hubiera cumplido?

No. Podría haberlo fingido. Y entonces el niño, arrastrándose por los

arbustos, quedó atrapado en una de sus trampas. Las púas metálicas se le

hundieron en las costillas, agujereando su pecho. Les suplicó que le

dispararan. Pressia no pudo, pero Il Capitano sí, y lo hizo. Fue fácil.

¿Entonces por qué ve ahora la cara del niño rogando que apriete el gatillo?

¿Por qué el dolor de esto lo sigue persiguiendo como un perro?

Aspira. Se siente enfermo. Dilo. Traga el aire.

Sabe que debería pedir perdón. El pensamiento está allí en su cabeza.

Dilo. Dilo. Abre la boca, pero en lugar de decir Lo siento, dice. –Debemos irnos.

Bradwell alza la cabeza, se gira y lo mira. –Dame un minuto.

-Bueno, pero eso es todo, sólo un minuto. –Il Capitano se pone de pie, pero

su cabeza no se siente bien. Se inclina hacia la estatua de la santa, ahora

mareado. Presiona sus pálidas manos llenas de cicatrices contra el

Plexiglas astillado, y baja la cabeza para que también toque el plástico.

-¿Estás bien? –Pregunta Bradwell.

Il Capitano se endereza, frota su rostro. –Bien. –Dice. –Estamos bien ¿O no

estamos bien, Helmud?

-¿Bien? –Dice Helmud.

E Il Capitano se gira y sube corriendo las escaleras de roca, hace a un lado

la pieza de reja de metal fundido y sale al aire polvoriento. Respira

profundamente. Mira a un lado y otro de la calle. Recuerda correr por estas

calles—en las Muerterías. Se inclina hacia delante y escupe el suelo.

-¿Bien? –Pregunta Helmud de nuevo.

-No bien. –Dice Il Capitano. –Para nada. –Se imagina a Pressia haciéndose

camino hacia la Cúpula. Ella es la que tiene esperanza, la que todavía cree

en Perdiz. Le alegra que sea libre de ellos. –Ella está allí afuera tratando de

hacer algo bien ¿Y tú y yo, Helmud? ¿Qué deberíamos hacer? ¿Cuál es el

punto de ambos en la tierra? Dímelo.

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-Dímelo. –Dice Helmud.

Bradwell trepa los escalones, cubre nuevamente la apertura y dice. –Voy a

ir detrás de ella.

Il Capitano siente un pico de celos. Quiere taclear a Bradwell y golpear su

cabeza con una roca. Así es como hubiera manejado una situación así, antes

de haber conocido a Pressia. –Déjala ir.

-No. Debo encontrarla. No para protegerla. Tengo que decirle algo.

Il Capitano sabe que la ama, que se dio cuenta de que esta podría ser su

última oportunidad para decir la verdad. Traer abajo la Cúpula seguramente

llevara a algo parecido a la guerra. Dios, se sentiría bien moler el rostro de

Bradwell contra el suelo, pero esto está más allá de Il Capitano. Debe

retirarse. No tiene oportunidad en el amor. Dice. –Esta vez irás solo.

-Conozco el final, Cap.

-¿Qué final?

-El mío.

-¿Cómo resulta?

-Podría ser mejor, pero debo cumplirlo.

-Supongo que eso es lo que todos podemos hacer—cumplirlo.

-Cumplirlo. –Dice Helmud.

-¿Nos encontraremos? –Dice Il Capitano.

-Podemos hacerlo en la vieja caja fuerte. Debería ser seguro y estar seco.

-¿El banco?

-Lo que queda de él. -Bradwell está a punto de irse, pero entonces se gira. -

¿Qué te pasó allí adentro?

-¿Allí adentro? –Dice Helmud estirándose y golpeando el pecho de su

hermano.

Il Capitano no sabe, así que no responde. –Prométeme que en verdad se la

dirás. –Le arde el pecho. –Cuéntale toda la verdad. Cualquiera que sea. Se

merece eso.

PERDIZ

PROMESA

Los planes de boda llegan sin cesar. Iralene insiste en que esté

involucrado. –Debes invertir emocionalmente en esto. –Susurra. –O lo

sabrán ¡Lo harán! ¡Podría salirte el tiro por la culata!

Ella sostiene en alto muestras de tela de materiales para vestidos de damas

de honor, manteles, servilletas. Lo hace elegir patrones de cubiertos y

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platos, candeleros y salseras para su registro. Un chef de tortas le trae

muestras de pastel. Un cocinero, opciones de comidas y vino—más

muestras. Prueba y da sorbos y señala. –Ese.

-¿En serio? –Dice Iralene.

-Está bien. Ese.

-¡Quiero que lo ames!

-¿Qué quieres que diga? ¿Cuál es la opción correcta?

A Iralene se le llenan los ojos de lágrimas cada vez que él se frustra. -¡Se

supone que es una ocasión gloriosa!

-No. –Dice él. –La boda es un evento para distraer a la gente y levantar la

moral y detener los suicidios. No es una ocasión gloriosa; no es siquiera un

casamiento. Hay una diferencia.

Ella suspira, como si se diera cuenta de que sacó el arsenal demasiado

pronto, y se inclina hacia él y susurra. –Elige el salmón.

Y él elige el salmón. Una concesión, agrega. –Me gusta mucho la salsa

holandesa. –Mira a Iralene como para decir ¿Ves? Estoy tratando. -Con sólo enfocarte un poco.

No puede enfocarse. Hay una cosa que Foresteed dijo que le pegó—las

pequeñas reliquias de su padre, una colección de sus más grandes

enemigos. Perdiz recuerda la cámara que era diferente al resto—la que

Iralene le mostró una vez mientras caminaban por esos largos pasillos. No

tenía marca y estaba pesadamente asegurada. Perdiz no sabía cómo entrar.

Pero si las pequeñas reliquias de su padre son realmente sus más grandes

enemigos—mantenidos para poder sacarlos y torturarlos cuando está de

humor—entonces ¿Quién está en esa cámara? ¿Podría ser el mayor

enemigo de su padre, el mejor aliado de Perdiz?

Quiere llegar a la cámara de alguna manera y tratar de abrirla. Se sigue

preguntado si es posible que uno de los Siete esté allí. El mayor enemigo de

su padre era uno personal: Hideki Imanaka, el hombre del que la madre de

Perdiz se enamoró y con el que tuvo un desvarío—con el padre de Pressia.

También, el abuelo de Pressia sigue en uno de esos cuartos de suspensión

¿Está Weed de su lado o no? ¿Siquiera está tratando de sacar a Belze de

suspensión? Ahora que lo golpeó, o va a ser más cumplidor o se negará a

ayudar.

¿Cómo va a llegar Perdiz allí abajo? Lo enfrentan inacabables planes de

boda—ser ajustado para un traje y zapatos brillantes, escoger arreglos

florales, hablar sobre sentar a los huéspedes en una jerarquía social muy

estricta que no entiende o le importa.

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Se siente mareado. No ha estado comiendo mucho—no con esta inquietud

eterna en el estómago. Empezó a tomar algunas píldoras para la

indigestión—blancuzcas y amargas—pero no ayudan. Se siente como uno

de los felinos grandes del zoológico—como si las almohadillas de sus pies

estuvieran al rojo vivo de caminar de lado a lado en el duro cemento. Se

siente encerrado.

Y entonces, mientras son sólo ellos dos e Iralene le está preguntando sobre

el corte de un moño para los centros de mesa, ella toma su mano y le da un

apretón. -¿Cuál es tu favorito?

Su mano es fría y le sorprende, y recuerda que Iralene pasó la mayor parte

de su vida en suspensión. Le contó que piensa de esos pasillos de las

cámaras como su hogar de la infancia. Iralene es su especialista en

suspensión. Ella fue la primera en mostrárselos.

Él posa su mano sobre la de ella. Ella levanta la mirada, sorprendida. –

Iralene. –Susurra él. –Quiero que hagas algo por mí.

-¿Qué? –Sus ojos son enormes y brillantes. Le asusta, a veces, qué tan

desesperada está por complacerlo.

-Quiero ir de nuevo a las cámaras.

Ella sacude la cabeza. –Esa parte de mi vida acabó. –Dice con una sonrisa

temblorosa.

-Necesito tu ayuda. No la pediría de otra forma.

-No me hagas volver. –Ella se muerde el labio inferior.

-Necesito una guía. Necesito que me lo expliques todo. Necesito que me

lleves a la cámara de alta seguridad sin marcar. –No puede simplemente

anunciar sus planes. Ya no es su propia persona, ahora que Foresteed ejerce

su poder sobre él. Quiere mantener esta visita en secreto, y no sabe en quién

confiar. Iralene es fidedigna y conoce el edificio.

Ella sacude la cabeza, cierra los ojos.

-Te necesito. Puedo devolverte el favor de alguna forma. Lo prometo.

Ella cruza los brazos en su pecho y lo mira con serenidad. –Sin ninguna

condición. Un favor. En cualquier tiempo del futuro. Me lo deberás.

Está un poco asustado; no está seguro de en qué se metió. –Sí. Quiero decir,

no quiero tener que…

-Sin condiciones.

-Está bien. –Dice. –Bueno ¿Puedes llevarnos allí sin ser detectados?

Ella piensa sobre ello. –Con la ayuda de Beckley, sí.

-También quiero ver si Odwald Belze fue sacado de suspensión.

-Arriba a por aire. –Dice ella. –Así es como lo llamamos.

Arriba a por aire. Perdiz quiere salir a tomar aire.

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Durante todo el rato, extraña a Lyda. Es peor en la noche cuando no hay

tantas horribles distracciones. Foresteed le comunicó que no puede verla

hasta después de la boda, de que el escrutinio muera. Sería demasiado

peligroso que le llegara palabra al público.

Más tarde, Perdiz prepara su cama en el sillón. Ahora que Iralene duerme

en su viejo dormitorio y Glassings en el de su padre, Perdiz empezó a

dormir en la sala. Pero tiene problemas para descansar. Le escribe cartas a

Lyda y se las da a Beckley, como si fuera sólo un escolar pasando notas en

clase. Al principio los mensajes eran cortos—Te amo. Te extraño… No le

dice que está bajo el dedo de Foresteed. Sabe que debería, pero no puede.

Está demasiado avergonzado. Aunque la escritura sí lo ayuda a despejar sus

pensamientos, así que empezó a tratar de tallar algún tipo de futuro. Esta

noche escribe:

No me di por vencido con la idea de un consejo. Pressia debería

liderarlo. Bradwell necesita estar a cargo de escribir la nueva historia,

la verdad, para poder empezar a hacerle llegar esa información a

todos. Y requerimos a alguien como Il Capitano para hacerse cargo de

la milicia. Todavía necesitaremos mantener la paz…

Seré capaz de irme pronto. Lo prometo… Cuando estemos juntos de

nuevo, todo va a estar bien.

Sabe que Lyda está asustada por el futuro. Tiene que estarlo. Todo es tan

desconocido. Se imagina a la gente allí afuera que trató de suicidarse y

atacar a los Miserables y bebés alineados en incubadoras esperando al

Nuevo Edén de su padre, la gente en suspensión y todos esos sobrevivientes

allí afuera—desparramados por el mundo.

Todo pesa sobre él hasta que se siente increíblemente pequeño.

Esta noche, le pasa en secreto la carta más reciente a Beckley, como

siempre, quien hace guardia cerca de la puerta delantera, y le pregunta si

tiene alguna respuesta de ella.

La respuesta no varía nunca.

Beckley sacude la cabeza. –Todavía no. –Se mete la carta en el bolsillo del

pecho.

-¿Y cómo está? –Pregunta Perdiz.

-Se queda en el cuarto del bebé la mayor parte de sus días. Lo está

decorando para sorprenderte. No deja entrar a nadie.

Perdiz se la imagina pintando las paredes, decorando la cuna,

manteniéndose ocupada. Eso parece ser algo bueno, pero la conoce lo

suficientemente bien como para asumir que también se siente enjaulada.

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Otro guardia aparece y Perdiz regresa al sillón. Junta sus manos tan fuerte

que empiezan a temblar. Esto no es lo que quería. Esta no es su vida.

Poder—tiene todo este supuesto poder y aun así se siente impotente.

Recuerda preguntarle una vez a su padre si Dios era real. Le respondió que,

al final, no importaba realmente si lo era o no. –La religión nos mantiene

juntos. La iglesia es importante. Nos da orden y estructura. Es el mejor

lugar para legislar la política—desde lo alto. Le enseña a las masas la

diferencia entre el bien y el mal.

Había tantas reglas—de quién y de quién no te deberías enamorar, cómo y

dónde te deberías casar, qué deberías y que no discutir o cuestionar en casa,

cómo criar a tus niños para que nunca rompan ninguna norma, un libro

entero en cómo ser una buena madre y esposa.

No, piensa Perdiz ahora. Las reglas las hizo el hombre. Dios es importante.

La gente conoce la diferencia entre el bien y el mal en sus corazones—si

buscan en ellos. La religión tuerce el bien y el mal. Sus diferencias son del

tipo que necesitan ser enseñadas porque no son naturales ¿Por qué sino la

gente pensaría que su padre era un hombre bueno y harían luto por su

muerte a menos que alguien les haya forzado su bondad por la garganta? La

religión era una de las herramientas de su padre. La usó bien.

Perdiz susurra. –Dios. –Es todo lo que tiene. Sólo una palabra.

PRESSIA

CRUJIDO

Para el anochecer, logra llegar al bosque que lleva al terreno estéril que

rodea la Cúpula—que fue una vez hogar de pastores y recolectores de

bayas, moras, tubérculos. También había granjeros, pero crecía tan poco—y

nunca de la forma en la que lo esperaban—que era difícil pensar en ellos

como tales. Algunos los llamaban reparadores. Todos fueron desalojados

con el fuego. Pressia siente el tronco de un árbol quemado, su corteza

húmeda pelándose como una capa carbonizada de piel. La fina lluvia

golpea el suelo lleno de cenizas.

Hay silencio aquí afuera ahora, y desea que hubiera luz. Necesita encontrar

un lugar donde dormir antes de encaminarse hacia la Cúpula en la mañana.

Sabe qué tan difícil fue para Perdiz escapar ¿Será tan complicado entrar?

Pretende caminar hacia el puerto de carga en donde escoltaron a Lyda

fuera. Recuerda los mapas que Perdiz y Lyda hicieron. Sabe dónde buscar

las uniones de la Cúpula.

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También se le cruza por la cabeza que no llegará a la puerta para nada. Hay

grandes posibilidades de ser devorada por un Terrón o por una alimaña

esperando una matanza de una presa fresca, o podrían dispararle mientras

se acerca. Es raro cuánto se acostumbró a esta idea.

¿Contestará alguien la puerta? Planea decirles que es la media hermana de

Perdiz, y no tiene idea de cómo reaccionarán a esto. Las cosas pueden ser

volátiles en la Cúpula ahora, como secuela de la muerte de Willux. La gente

podría estar en contra de dejar a Perdiz tomar el control. Deberían estarlo.

Sólo es el hijo de Willux ¿Por qué debería eso concederle automáticamente

la autoridad?

El aire huele a pino quemado, humo y metal. Finalmente llega a un claro en

el bosque que, sorprendentemente, no parece que se haya incendiado. La

mayoría de las ramas están desnudas porque es invierno. Pero mira más de

cerca el árbol cubierto de maleza con sus ramas torcidas y con clavos, y

raíces bulbosas sobresale del suelo como rodillas enterradas. Sus agujas son

pegajosas al tacto. Levanta una hoja del suelo; está sucia con óxido como si

el árbol hubiera sido teñido de hierro. Una nueva especie híbrida

apareciendo ¿Puede ser visto, posiblemente, como algo bueno—una tierra y

sus criaturas tratando de adaptarse?

Se detiene y revisa de nuevo el vial y formula, abriendo su mochila y la

cajita de metal, tocándolos. Están bien, y esto le da un poco de coraje. Le

recuerdan su misión aquí.

Se adentra más en el bosque, esperando encontrar un grupo de arbustos en

los que esconderse, una roca o tronco caído para bloquear el viento.

Pero entonces hay un crujido.

¿Aves o roedores? ¿Un zorro? Recuerda los brazos cosidos de las criaturas

ciegas que Kelly soltó—sus ojos errantes, la forma en la que tocaron su

cabello. Se estremece. No son ellos. Lo sabe, pero no puede sacudir el

sentimiento de cuando la tocaron ¿Qué habrían hecho si no hubiera

escapado?

Se lleva los brazos al pecho y mira la oscuridad, esperando que algo

pequeño e inofensivo se revelara. Por favor, sé un conejo, piensa. Un

conejito. Me vendría muy bien un conejo. La última vez que vio uno fue hace

años, y en lugar de pelaje tenía la piel llena de cicatrices, oscura y arrugada,

sus costillas sobresalían en tiras envueltas. Pero seguía siendo un conejo,

con largas orejas y dientes frontales filosos, y huyó corriendo, asustado de

ella. Huye corriendo, ora con el conejo que probablemente ni siquiera sea un

conejo en absoluto. Por favor huye corriendo.

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El frío cielo nocturno se alza con nubes oscuras, espeso por el humo.

Quiere salir del viento y dormir. Eso es todo. Está cansada—en lo profundo

de sus huesos y articulaciones. Es una fatiga que parece haber chocado con

ella.

Más crujidos. Se agacha. Empieza a notar la adrenalina, pero no es

suficiente. No tiene fuerzas para pelear. No quiere ser comida aquí,

destrozada hasta morir—no ahora. Se saca la mochila y la sostiene contra

su pecho. Mira la cabeza de muñeca, sus ojos vidriosos destellando en la

luz opaca como si le rogara protección. Le falló a Wilda y a los otros—la

cabeza de muñeca parece saber, y es como si hubiera perdido algo de fe en

ella.

Más crujir, pasos. Agarra la cabeza de muñeca y la mochila y se congela.

Y entonces escucha su nombre. La áspera voz de Bradwell. Lo ve, entre dos

finos árboles. Abre las alas, oscurecidas por la lluvia. –Pressia. -Dice.

Ella se levanta lentamente. Vino por ella. Le enoja que no tenga fe

suficiente en ella, pero le alivia verlo. Su corazón se acelera.

-Mírame. –Dice él.

Y ella lo hace: la carne en sus hombros, las largas púas de su clavícula, las

cicatrices gemelas en su mejilla, y sus ojos, sus labios—todos mojados por

la lluvia. Su piel, como la de ella, perdió el brillo dorado de su tiempo en

Irlanda. Pero las alas—eso es lo que quiere que mire. Algunas plumas

brillan. Otras están hechas jirones. Son gruesas y fuertes. Ella dice. -Te veo.

-Entero.

-Te veo entero. –Es como un sueño. La mira como si realmente la viera por

primera vez desde hace mucho tiempo.

-Debía tratar de encontrarte. -¿Cómo la rastreó?

-Tuve que irme. –Dice ella.

-Lo sé, pero no pude decir lo que necesitaba.

-¿Y qué es eso?

Él se pasa las manos por el cabello mojado. –¿Piensas que no me imagino

estando dentro de la Cúpula, en esas aulas académicas, en los salones de

baile contigo? Lo hago. Pero no de la forma que lo haces tú. Te ves a ti

misma encajando.

-No, no lo hago.

-Piensas que es posible. Puedes imaginar cómo sería tener tu mano de

vuelta, no tener cicatrices ¿Yo? No tengo ese tipo de imaginación. Sólo me

veo como soy. Y cada vez que me imagino allí, veo cómo me mirarían.

Estoy enfermo para ellos. Dañado. Soy una perversión del ser humano.

-No eres nada de eso para mí.

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Se frota los nudillos. Ella sabe que esto es difícil para él, humillante. –

Nacimos para morir, Pressia. Somos quienes nadie esperó que

sobrevivieran. Así que mi vida es un error; es sólo algo que me fue dado

por accidente. No es mía. Es prestada. –Se acerca a ella y susurra, -A veces

pienso que volvería atrás si pudiera. Me desangraría a muerte unido a mis

hermanos. Pero entonces sé que volvería todavía más atrás. Si pudiera,

moriría contigo en el suelo congelado del bosque. Estábamos mojados y

fríos y desnudos. Así es como vinimos a este mundo. Podríamos habernos

ido de esa forma juntos. -Él presiona sus frentes juntas. Cierra los ojos. –Sé

por qué hiciste lo que hiciste. Pero ahora tengo esa cosa en mi sangre, y ya

no soy quien soy. No puedes amarme.

-Pero lo hago.

-No.

-Trato de no hacerlo.

Ella se estira por sobre su hombro y deja correr la mano por sobre sus

suaves alas mojadas. Parecen seda. Él toca la quemadura en forma de luna

creciente alrededor de uno de sus ojos y después acuna la cabeza de muñeca

en sus manos.

-No puedo dejarte ir, -Dice.

Ella se inclina hacia él, cerca, la lluvia descansando en sus pestañas. Apoya

una mano en el corazón del chico y lo siente golpear. –Tengo que.

-Lo sé.

-¿Cuánto me darás antes de usar la bacteria?

-No mucho. Cualquier cosa podría pasarte allí dentro. Cap tenía razón sobre

eso también.

-Me llevará al menos un día entrar ¿Así que cuánto me darás?

-No lo sé.

-Si llego con Perdiz puedo mandarte un mensaje.

-¿En tres días?

-Puedo intentarlo. –Quiere besar sus labios mojados. Lo extraña tanto que

le duele el pecho. Dime que me amas, quiere decir. Dime que me amas como

solías hacerlo. Y entonces él se inclina hacia ella y la besa en la boca, con la lluvia aun

cayendo. Cuando se retira, ella no tiene aliento.

-Tres días. –Dice él. -¿Bien?

-Bien. –Dice ella y entonces, incluso aunque tiene las piernas entumecidas,

retrocede un paso.

-Hastings también vino por ti. –Dice. –Me sorprende que ya no te haya

encontrado. Sólo quiere ayudar.

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Ella asiente.

-Pressia, ¿Qué pasa si no nos volvemos a ver? ¿Qué pasa si es la última vez

que nos vemos? –Tiene miedo. Ella no está segura de alguna vez haberlo

visto de esta forma.

-Estaré bien. –Dice.

-Sé que lo estarás. –Dice él. –Es sólo…

-¿Qué?

-En caso de que haya un paraíso…

-No hables así. –Dice Pressia.

-En caso de que haya un paraíso, quiero que estemos juntos allí. Juntos.

Para siempre. –Busca sus ojos. –Nunca vi una boda. –Dice.

¿Le está pidiendo matrimonio? Ella susurra. –Escuché que se hacían en

iglesias o debajo de carpas blancas.

-¿Qué pasa si el bosque es nuestra iglesia?

-Me estás pidiendo matrimonio, ¿Aquí? ¿Ahora?

-Te amé desde el principio—desde la primera vez que te vi ¿Por qué no

casarnos—sí, aquí y ahora? –Alza la mano de ella y la apoya en su corazón.

Después desplaza su propia mano entre el brazo y pecho de ella y la pone

sobre su propio corazón. Se inclina y apoya su mejilla contra la de Pressia.

Dice. -¿Serás mi esposa eternamente? ¿Aquí y ahora y en el más allá?

Ella cierra los ojos. Siente sus brazos entrelazados, sus cachetes

tocándose—ambos mojados por la lluvia y fríos. Asiente. –Lo haré ¿Serás

mi esposo eternamente?

Él dice. –Lo hare. –E inclina la cabeza y besa su cuello, su mandíbula, sus

labios.

-Este no es el fin. –Dice Pressia. –Sólo estamos empezando, Bradwell.

La levanta del suelo y la besa de nuevo—ella siente sus labios, su lengua,

sus dientes.

Y se siente tan viva que apenas puede respirar. Está feliz. Esto es cómo se

siente la alegría—no tiene que ser sobre este momento. La felicidad puede

ser una promesa.

Cuando la vuelve a bajar, se siente pesada.

Él se gira entonces y se encamina de vuelta al bosque; el viento lluvioso

agitando sus alas un poco. Ella va a seguir. Pero ahora sabe qué quiere:

volver a Bradwell, encontrar un comienzo.

Ahora camina rápido, temblando de alivio y alegría, marchando con un

propósito. Tiene que encontrar ese lugar seguro. Camina por un rato, y

entonces un zumbido corta el aire—un burlón zing terminado en un thunk

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justo sobre su cabeza. Mira arriba al árbol a su espalda, y allí alojado en

profundidad en la corteza, hay una cuchilla gruesa, afilada de todos lados.

Hay Madres allí afuera. Por eso probablemente esta parte del bosque no fue

quemada. Ha sido resguardada pesadamente.

Pressia se mantiene agachada pero grita. -¡Soy sólo una niña! ¡Soy amiga

de Lyda! ¡Mi nombre es Pressia y conocí a su Buena Madre! ¡Estoy sola!

¡No hay Muertos conmigo! –Pero no es sólo una niña—es una esposa. No

está sola, aunque parezca así. Tendrá a Bradwell, para siempre.

El bosque está en silencio. Se mueve detrás de un árbol. Otra cuchilla

zumba en el aire, enganchando su saco al árbol detrás. Quiere desgarrar el

abrigo y liberarse y correr, pero no se debe jugar con las Madres. Si las

desafías, pueden contraatacar con brutalidad.

Alza la cabeza de muñeca en el aire. -¿Qué quieren? –Grita al bosque. -¡Me

rindo! ¿Bien? –Espera que Bradwell se haya ido hace rato, que ni siquiera

pueda escuchar el eco de sus voces. –Me rindo. –Y cuando dice de nuevo

esas dos palabras, parecen la cosa más real que dice desde hace tanto

tiempo. Me rindo. Estoy cansada. Llévenme. Finalmente, escucha una voz de mujer, cortante y clara. –Agárrenla. -Dice.

–Es nuestra ahora.

LYDA

CONVIRTIÉNDOSE

Lyda está oculta en su otro mundo. El orbe—puesto en el mundo

exterior—existe en el cuarto del bebé ahora. Es donde mantiene las cenizas

de los libros de bebé quemados y la fila de tiras cilíndricas de la cuna que

afiló en lanzas. La puerta permanece cerrada. Si alguien pregunta dice. -¡Es

una sorpresa! ¡Para Perdiz!

Perdiz ordenó que más guardias vigilen su puerta. Una pequeña armada está

allí ahora. ¿Está asustado de que alguien la ataque? ¿O se está asegurando

de que nunca se vaya?

Trabajó duro en ese cuarto pequeño, y ahora yace en la cama, limpia y

oliendo bien, su cabello húmedo por una ducha de mediodía. Le escribe

otra carta a Perdiz. Ha escrito tantas que perdió la cuenta. Se las da a

Beckley cuando lo ve—cada pocos días hace una ronda—pero él nunca

tiene nada para ella.

-¿Qué dice cuando se las das? –Preguntó.

-Sonríe y se las guarda en el bolsillo—para leer más tarde, supongo.

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-No entiendo por qué no me escribe devuelta.

-Está ocupado. Ya sabes—planes.

Planes de boda. Sí, lo sabe.

Perdiz,

¿Cuándo vas a volver? Me estoy convirtiendo.

¿En qué se está convirtiendo? No lo sabe. Parece más honesto decir sólo

que se está convirtiendo. La transformación es lo que importa, tal vez más

que el resultado.

Piensa en escribirle que está anidando—un término que aprendió en la

academia femenina en una clase de cuidado infantil, una que Chandry usa a

menudo cuando viene para sesiones de tejido. Le gusta la palabra porque

cuando estaba en la academia de chicas, amaba caminar por el aviario,

mirando a las aves fortificar sus nidos. Sus instintos de anidación pueden no

ser lo que Perdiz espera, pero siente como si estuviera construyendo un

lugar para ella y este niño—sólo para ellos. Se siente a salvo en el cuarto

del bebé. Pero yaciendo allí, en su propia habitación, sobre sábanas frescas,

habiendo alisado su cabello peinándolo, es vulnerable.

Algo viene. Las cosas están inestables. No es sólo que Willux murió. Es

como si el aire estuviera agitado, inflamable. Y mientras Perdiz está allí

afuera, ocupado con sus planes de boda, ni siquiera lo nota. Nadie parece

hacerlo. Los guardias se mantienen firmes afuera de su puerta. Chandry

viene y va. A veces, Lyda mira por la ventana y ve a gente en las calles,

rebosantes de paquetes, paseando perros en miniatura, empujando carritos.

Volvió todo casi por completo a la normalidad—como si la verdad nunca

hubiera sido dicha.

A veces, le escribe a Perdiz,

Siento como si el fuego estuviera dentro de mí. No sé en qué me estoy

convirtiendo. Pero creo que es para ayudarme a encontrarme algún futuro

que no puedo imaginar, pero que viene de todas formas.

¿Cuándo te veré de nuevo? ¿Alguna vez?

Te quiere,

Lyda

PRESSIA

MADRES

Las Madres emergen del bosque una a una. Un arbusto se vuelve un

cuerpo. Una mujer salta desde las delgadas ramas de un árbol. Está oscuro,

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y sus cuerpos—vivos con la inquietud de sus hijos—son difíciles de

distinguir. Una de las Madres dice. –Llévenla al campamento. Vigílenla de

cerca. Mandaremos palabra a Nuestra Buena Madre de su presencia. –

Pressia, todavía clavada al árbol por el dardo en su abrigo, no está segura de

qué pensaría su Buena Madre de ser una de las prisioneras.

Dos Madres caminan hasta ella, una en una capa de lana y la otra de pelo

blanco.

Pressia espera que no le confisquen la mochila. Eso es lo más importante.

La de cabello blanco saca la cuchilla del árbol—dejando un corte fresco en

el saco de Pressia—y mete el dardo devuelta en un bolso pequeño atado

sobre su hombro. -Por aquí. –Dice. –Las manos en la cabeza.

Pressia camina entre las dos Madres. Le empiezan a doler los brazos. Puede

ver a sus hijos ahora—uno en el hombro de su madre, otro curvado en el

pecho de la suya.

-Evitaron que esta parte del bosque ardiera. –Susurra Pressia.

Ellas asienten, guiándola a través de un pequeño cobertizo camuflado.

Dentro, Pressia ve aparatos raros—¿catapultas sobre ruedas?—y canastas

de lo que parecen granadas. –Hice algunas de esas de las arañas robóticas

mandadas de la Cúpula.

-Y nosotras continuamos el esfuerzo. –Dice la mujer de cabello blanco. –

Estamos en la primera línea de defensa. Derribamos a las nuevas Fuerzas

Especiales cuando salen y descienden, cuando siguen desorientados. –La

Madre se detiene ante un gran barril lleno de pistolas recién pulidas. –Les

arrancamos las armas, las limpiamos. La pila de stock crece.

Pressia recuerda al niño de las Fuerzas Especiales—no un Puro, un

Miserable. -¿No son algunos jóvenes?

-Mandan a sus niños a morir. Nosotras obedecemos. –La madre de pelo

blanco bizqueó al mirar a Pressia. -¿Por qué estás aquí?

No quiere decirles. Las Madres son erráticas—calmas y después asesinas,

capaces de casi cualquier cosa. –Buscaba a alguien.

-¿A quién? –Dice la Madre del pelo blanco y Pressia se pregunta si la mujer

en la capa de lana siquiera tiene voz ¿Es muda?

-Los chicos que fueron Purificados en la Cúpula, especialmente una niña

llamada Wilda.

La Madre en la capa de lana hace un sonido de cacareo con la lengua, como

si Pressia dijo algo incorrecto y la Madre le estuviera reprimiendo.

-Deja de buscar. Es una pérdida de tiempo. –Dice la madre de pelo blanco.

-¿Porque están muertos o porque están escondido en alguna parte?

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-Algunas preguntas es mejor dejarlas sin respuesta. –Dice la Madre. –

Además, estás mintiendo.

-No lo estoy.

-No estás diciendo toda la verdad, lo que es mentir.

La Madre en la capa de lana cloquea con la lengua de nuevo.

La del pelo blanco se estira y saca una de las pocas hojas de una rama

encima de sus cabezas. Dice. –Esta es una temporada de muerte. No

estamos seguras de si va a haber otra primavera.

-¿A qué te refieres? -Dice Pressia. –La tierra ha durado hasta ahora. Por

supuesto que va a haber otra primavera. –Piensa en Bradwell diciendo, Si

no nos volvemos a ver… -Después de que tomaron a Lyda, decidimos que nunca recularemos.

Algunos dicen que es un deseo mortal. Nosotras no deseamos morir. Ya

estamos muertas.

-¿Tomaron a Lyda? Ella iba a entrar a la Cúpula con Perdiz. No fue

tomada. Fue por su cuenta…

-¡Fue tomada! –Dice la madre de pelo blanco.

-Mmmhmm. –La madre en la capa de lana ronronea desde la parte trasera

de su garganta.

Pressia no está segura de en qué creer. Las Madres a veces se cuentan las

historias que quieren creer. Pressia no puede culparlas. Pero justo ahora,

desearía entender. -¿Qué pasó? Díganme.

La Madre en la capa de lana sacude la cabeza y mira a las otras Madres.

-No puedes ser confiada. –Dice la Madre de pelo blanco.

-Pero necesito saber. Lyda es mi amiga. Es como una hermana para mí

¿Entienden? –Las Madres construyeron sus vidas alrededor de la noción de

hermandad. Intercambian una mirada.

-No. –Dice la Madre de pelo blanco. –No te diremos nada.

Caminan por bosque, adentrándose más y más, hasta que está

completamente oscuro. Llegan a un pequeño campamento de cobertizos.

Las Madres llevan a Pressia a una de las carpas pequeñas.

La madre de cabello blanco dice. –Ya puedes bajar los brazos.

Pressia se los frota, hormigueándole por la falta de sangre. La Madre de la

capa de lana ve la cabeza de muñeca, se estira y la acuna en sus pálidas

manos en carne viva.

La Madre de pelo blanco asiente y dice. -Es como si fuera una de nosotras.

La Madre en la capa de lana ronronea de nuevo.

-¿Una de ustedes? ¿Por qué dicen eso? -Dice Pressia. No es en nada como

ellas. No es una mujer que ha sido desertada, y nunca lo será. Tiene a

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Bradwell—aquí, ahora y en el más allá. Las Madres la asustan. Siempre lo

hicieron. Su fuerza subyacente se dispara con algo vicioso. Es como se

mantuvieron con vida. –Es sólo una muñeca.

-Es parte de ti ¿O no? –Dice la Madre de pelo blanco. –Te define por

completo, y entonces, de nuevo, no te define en absoluto—como la

maternidad. Serás una de nosotras. Es cuestión de tiempo.

Pressia aprieta la cabeza de muñeca contra su pecho, pero no sabe qué

decir. No quiere ser parte de esta tribu de mujeres. Quiere superar esto y

construir una vida con Bradwell. Si no nos volvemos a ver—el simple

pensamiento la asusta.

La madre de pelo blanco dice. -Estaremos haciendo guardia. No intentes

escapar o la próxima vez que disparemos te apuntaremos al corazón.

PERDIZ

FRUTILLA

Sólo un par de días después, Perdiz e Iralene se encuentran en un picnic

rodeados por un enrejado bajo ¿De dónde vino la verja? ¿La instalaron en la

noche? Es el tipo de cerca usada para enrejar los jardines delanteros de la

gente en el Antes en las comunidades con un cercado mayor—rejas entre

rejas. Existen para que la gente sepa que no debe acercarse demasiado. Este

picnic—aunque no fue anunciado—tiene una audiencia creciente.

-Actúa natural. –Dice una de las mujeres del séquito de Iralene mientras

arregla el collar del vestido de la chica.

-¿Actúa natural? –Dice Perdiz. -¿No es eso una contradicción? Estoy

actuando, así que no es natural.

La señora se levanta y se aleja.

Estas mujeres fueron las primeras en juntarse en la reja, pero pronto hay

más de cien personas. -¿Quién sabría que alguien pasaría su tiempo

mirándome comer un sándwich triangular y sorber limonada? –Perdiz sólo

pincha su comida, la revuelve en el plato de papel.

-No a ti. –Lo corrige Iralene. –A nosotros. -Nosotros. –Dice él. –Lo siento. –Piensa en Lyda, ese es el nosotros del que

se supone que sea parte.

-Ahora sé cómo se sienten los peces en el acuario. –Dice Perdiz.

-¡No golpees el cristal! –Dice Iralene.

Él mira el lujoso edificio departamental rodeando el parque. Allí es donde

se quedó cuando recién lo trajeron devuelta a la Cúpula—donde en uno de

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los pisos inferiores hay gente suspendida en el tiempo, cada uno en su

propia cápsula oscura y congelada. –Sabes que no estamos lejos de ellos. -

Dice.

-Lo sé. –Dice ella con tanta rapidez e impasibilidad que no está seguro de si

sabe de qué está hablando en realidad. Alza una frutilla. –Se ve real ¿O no?

-¿No lo es?

-Creo que es comestible.

-Eso es diferente a ser real. –Dice él.

Ella muerde y la multitud—gente que mayormente sobrevive a base de

píldoras soytex y suplementos—parece inclinarse más cerca. Ella sonríe y

dice. -Mmmmm. –Entonces levanta la frutilla y la sostiene frente a los

labios de Perdiz.

-Cómela. –Quiere preguntarle si sigue a bordo como guía por las cápsulas.

Abre la boca. Ella aleja la frutilla y luego, cuando él empieza a protestar,

ella se la mete en la boca para que sus dientes muerdan la fría dulzura. La

multitud murmura, feliz.

-Sabes que si te tocara la nariz justo a ahora, estallarían en awwws. –Dice

ella. –Tenemos un montón de poder.

-Nunca tuve menos poder en mi vida.

Perdiz mira al grupo de gente. Atrapa la mirada de la mujer joven que le

dijo que actúe natural. Ella sacude un dedo a modo de advertencia; no se

supone que debe mirar a la multitud porque los pone incómodos. Y, de

hecho, ellos cambian su postura y apartan la mirada.

Se gira devuelta hacia Iralene.

-Tenemos mucho poder, Perdiz. –Ella le toca la nariz y la multitud dice

awww—tal vez liderado por el séquito, pero la adoración es considerable.

Lo pone nervioso—la inmediatez.

Él se recuesta, como si estuviera en un picnic de verdad, con los brazos

cruzados por sobre su cabeza, mirando el falso cielo—todo con tal de

pretender que el público no está allí, rodeándolos.

Iralene también se recuesta. Descansa la cabeza en su pecho, acariciándole

la pera con la nariz.

-Tus amigas me odian. –Susurra él. -¿No se supone que yo sea el tipo

bueno?

Ella musita. –Piensan que eres consentido, superficial y cruel.

-Wow ¿Yo soy consentido y superficial? Podría decir lo mismo de ellos.

-Piensan que te entregaron todo en bandeja de plata.

-No es la primera vez que escucho esa queja. –Los niños de la academia

siempre pensaron que la tenía mejor que ellos—el hijo de Willux. Weed

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justo lo estaba acusándolo de esto también, en tantas palabras. Y después

escapó de la Cúpula y estuvo fuera, y se vio increíblemente mimado para

Pressia y Bradwell y, bueno, para todos los que conoció.

-Y cruel. –Susurra ella. –No reaccionaste a eso.

-Soy cruel. Tienen razón en eso. –Dice manteniendo la voz baja.

Iralene alza la cabeza y lo mira. –No eres cruel. No te conocen como yo.

-Le estoy fallando a todos los que conozco, todos los que me importan.

-¿Incluso a mí?

-Sí, a ti. Me importas, Iralene. Lo sabes.

-No olvidé mi promesa. –Susurra ella. –El favor por favor.

-¿Tienes un plan? –Ahora sabe por qué ella eligió este lugar. Estaba muy

consciente de qué tan cerca del edificio de las cápsulas está.

-Traje una radio. Tendrás que bailar conmigo para que esto funcione.

-¿Es parte del plan? ¿Tengo que bailar frente a toda esta gente?

Ella asiente. –Tienes que bailar y alzarme y darme vueltas. Beckley va a

ayudar. Y tengo a alguien dentro—un experto—esperando.

Mierda. -¿Bailando? ¿Podemos hacerlo de alguna otra forma?

Ella sacude la cabeza y sonríe. -Nop. Es parte del plan.

Iralene se sienta, mete la mano en la enorme bolsa de lona y saca una radio

pequeña. La multitud murmura entre sí inquieta, como si esto fuera justo lo

que hubieran estado esperando. La chica prende el aparato y juega con el

dial. Una canción suena con claridad. Es como la música tintineante de

ensueño de un viejo parque de diversiones al que fue de niño ¿Cómo se

llamaba? Crazy John-Johns. Recuerda la calesita, la montaña rusa, el dulce

caramelo enrollado al aire en un palo de papel.

Y entonces se escuchan tambores.

Él sabe qué se supone que haga. El baile debe ser su idea. Se levanta y

extiende la mano. Ella la toma y Perdiz tira para ponerla de pie. Se paran

sobre el pasto. Él alza una mano y pone la otra en la parte baja de la espalda

de Iralene. La canción es alegre y triste al mismo tiempo. El cantante quiere

ser más viejo, quiere vivir con su novia, quiere ser capaz de decirle buenas

noches y después dormir con ella. La última vez que Perdiz bailó, fue con

Lyda. Estaban en la cafetería de la academia, transformada para el baile con

calcomanías de estrellas pegadas en el techo. Recuerda la forma en la que

ella olía—a miel—y siente la seda de su vestido y, debajo, sus costillas. Eso

fue cuando se besaron por primera vez.

Pero aquí está Iralene. No sería lindo, no sería lindo, no sería lindo… El

cantante sigue recitando la misma frase. Quiere vivir en el tipo de mundo

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en el que ambos encajen. Este no es, piensa Perdiz con la multitud

oscilando a su alrededor. No lo es para nada. La mano de Iralene encaja perfectamente en la suya. Ella se estira y toca la

parte trasera de su cabello que roza el collar de su camisa. –Álzame y

gírame ahora. Álzame.

Él la levanta mientras el cantante dice que quiere hablar sobre eso, incluso

aunque lo empeore, pero todavía quiere hacerlo. Y mientras gira a Iralene,

Perdiz piensa en Lyda, lo que lo hace peor, pero no puede evitarlo. Siente

ese deseo. Cierra los ojos. Iralene es liviana. Le da más y más vueltas. Mira

su rostro, retroiluminado con la falsa luz solar, y ella sonríe, y aun así, tiene

los ojos llenos de lágrimas. No sería lindo… Ve la canción por un segundo

como ella debe de verla— No sería lindo si todo esto fuera verdad… No sería

lindo si realmente la amara… No sería lindo si pudieran casarse y quedarse

juntos para siempre… ¿Eligió ella la canción? ¿Es esto lo que significa para

ella? El cantante quiere casarse para que los dos puedan ser felices. Perdiz

quiere llorar entonces, girándola y girándola.

La multitud aplaude ahora porque saben que la canción está terminando.

Si las cosas fueran diferentes—si no se hubiera ya enamorado de Lyda, tal

vez él e Iralene podrían estar juntos. Quizás incluso podrían ser felices.

Podría amarla de la manera que ella quiere que lo haga. Incluso desea—por

un momento—que las cosas fuesen de la forma en la que Iralene lo

imagina; sería mucho más simple. Entonces siente culpa por pensarlo. No,

ama a Lyda, y va a ser el padre de su bebé.

El cantante le dice buenas noches, que duerma bien, la llama bebé.

Cuando Perdiz baja a Iralene, la multitud parece seguir girando a su

alrededor, y mientras sigue sosteniéndola por la cintura, ella se lleva una

mano a la frente y dice. -¡Perdiz! Estoy tan… mareada. –Y cuando se le

aflojan las rodillas él la acerca más—tan cerca que ve el batir de los

párpados de la chica.

El gentío lanza un grito ahogado y Beckley está allí enseguida. Le dice a

Perdiz. –Levántala.

El chico la alza hasta su pecho.

-Atrás, gente. -Dice Beckley. –Llevémosla a algún lugar frío. –Le grita a

los otros guardias. –Quédense aquí. Controlen a la gente. La llevamos a

dentro. Asegúrense de que nadie nos siga.

Beckley guía a Perdiz lejos de la multitud, por el pasto en pendiente hacia

el edificio en el que Iralene le prometió meterlo y guiarlo—el lugar que ella

conoce desde siempre y al que nunca quiso volver.

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Sus ojos se abren con un revoloteo. -¿Ves, Perdiz? Le soy fiel a mi palabra.

Y tú también lo serás cuando llegue el momento de devolverme el favor

¿no?

-Por supuesto, Iralene. –Dice él dudando. –Por supuesto.

PERDIZ

RIESGOS

Alguien estuvo aquí antes que ellos. La falsa sala de estar titila sobre las

paredes de cemento. Iralene sostiene la mano de Perdiz con Beckley a su

lado. Esta es la casa que ella conoce. Él puede decir que la asusta ahora.

Perdiz reconoce la felpuda alfombra blanca, el pequeño perro jadeante, los

sillones enormes y sillas y arte moderna colgada de las paredes, y la cocina

reluciente donde la imagen de Mimi una vez hizo muffins, una y otra vez,

diciéndole a Iralene—sentada en el piano al otro lado del cuarto—que

vuelva a empezar la canción.

Pero este bucle no es uno que Perdiz haya visto antes. La imagen de Iralene

entra al cuarto usando una bata y pantuflas, después a la cocina, donde se

sirve un vaso de leche y agarra un plato de galletas.

-Odio este. –Dice la Iralene real, apretando con más fuerza la mano de

Perdiz. –Tu padre se lo hizo a mi madre. Un regalo del día de la madre.

Su madre llega desde la imagen de una puerta que Perdiz no recuerda que

sea real. También lleva una bata, bien cerrada.

Mimi dice. -¿Qué hay de una charla de chicas con tu leche y galletas?

La falsa Iralene dice con alegría. -¡Bueno!

Perdiz sigue caminando. –El corredor está en la esquina ¿no? ¿El que lleva

a las cápsulas?

La mano de Iralene se desliza de la de él. Ella camina hacia su imagen y la

de su madre. –A veces pienso que él en realidad quería que fuéramos

felices. –Dice.

Perdiz mira a Beckley, quien dice. –No tenemos mucho tiempo aquí. Si

tardamos demasiado, la gente pensará que estás de verdad enferma y

entrará en pánico.

Iralene se para dentro de su propia imagen. Conoce su parte y líneas. Alza

la mano en perfecta sincronía con la imagen y se retuerce un mechón de

pelo. Ella y la imagen dicen ambas al unísono. –Hay un chico en la escuela.

Creo que es realmente especial.

-¡Oh, en serio! –Dice Mimi. -¿Y piensa él lo mismo de ti?

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La imagen de Iralene baja la cabeza con timidez. Pero la Iralene real se

estira y toca la cara de su madre. Por supuesto, no está allí. Su mano resbala

en el aire. –Hay unos míos de cuando era incluso más joven. Con mi madre

enseñándome a coser. Leyéndome cuentos en el sillón.

A Perdiz le da un escalofrío la idea de ver su vida en lugar de vivirla. -¿Las

miraba mi padre?

-No podía simplemente meternos y sacarnos de suspensión cada vez que

nos extrañaba. Debía tener estos pequeños momentos nuestros de vez en

cuando. Y mi madre y yo los mirábamos, por supuesto. Eran versiones

fantásticas de nuestras vidas. Nos amábamos allí dentro. Cada vez que nos

traía uno nuevo, lo saborearíamos juntos.

Esto pasaba cuando el padre de Perdiz los ignoraba a él y Sedge, cuando los

mandaba a la academia, cuando, después de que Sedge estuviera

supuestamente muerto, ni siquiera se molestó en dejar que Perdiz volviera a

casa para las vacaciones. Se siente extrañamente celoso, pero también

enfermo. Esta no era manera de amar una familia.

Iralene ríe de la imagen de su madre, que está diciendo que tan maravillosa

es la chica, cómo cualquier chico tendría suerte de ganar su corazón. –Ella

nunca hubiera dicho eso en la vida real. Habría dicho: Debes hacer que se

enamore de ti ¡Debes ser perfecta, Iralene! Si vale la pena, tendrás que

engañarlo para que te quiera. –Se gira hacia Perdiz y Beckley mientras

ambas imágenes siguen conversando. –No soy el tipo de chica de la que un

chico se enamoraría con naturalidad.

Perdiz no está seguro de qué decir. Es encantadora—justo de la forma que

es—pero no puede amarla.

Beckley es el que responde primero. -¿Sabes cuantos hombres te quieren?

Tu imagen ha sido plasmada en cada pantalla.

-Quieren mi aspecto entonces. –Dice ella inexpresivamente.

Perdiz sacude la cabeza. –No, no lo compro. Con verte una vez de verdad—

-¿Y qué? -Dice Iralene con tantas ansias que lo interrumpe.

-Pueden ver a través de tu imagen. –Dice Perdiz. –Quién eres realmente. –

Ella camina hacia él, toma su brazo y lo acerca. Perdiz se siente culpable

cada vez que es amable con ella. Sólo le está dando falsas esperanzas, y

está traicionando a Lyda ¿Pero qué debería hacer? ¿Ser cruel, en su lugar?

-Vamos. –Dice ella. –Por aquí.

Lo guía a él y Beckley por un pasillo. Las puertas a ambos lados están

marcadas con placas—especímenes numerados y nombres. El aire zumba

con electricidad. Iralene se detiene cuando llega a la puerta donde solía

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estar su nombre. El de su madre sigue allí debajo del espacio ahora vacío—MIMI WILLUX.

-¿Sigue viniendo tu madre?

-No puede permitirse envejecer, especialmente ahora que vuelve a ser

soltera. –Dice Iralene como si fuera un hecho. –Pero ha estado fuera para

todos los funerales y nuestra cita. –Apoya la mano en la puerta. –Aunque

yo no volveré. Le hice prometer que podría ser libre ahora. –Ladea la

cabeza. –Bueno, tan libre como pueda.

Siguen por el pasillo.

Este lugar es acechantemente oscuro y frío y lúgubre. Existen cuerpos

detrás de cada puerta zumbando. Cuerpos mantenidos en el tiempo—¿por

cuánto? Demonios. Weed tenía razón. Si puede liberarlos, arriba por aire,

¿Qué va a hacer con todos ellos?

-¡Dr. Peekins! -Llama Iralene por el corredor.

Escuchan el ruido de zapatos. Peekins da vuelta una esquina y se detiene

con las manos en sus anchas caderas.

Es un hombre bajo y con pies de pato de la generación del padre de Perdiz.

–Iralene. -Dice.

-Hola. –Dice ella con calidez.

Los dos se abrazan.

Iralene dice. –El rostro del Dr. Peekins era el primero que veía cada vez que

salía a tomar aire.

-Y a veces también tenía que dormirte, lo que era desagradable cuando eras

pequeña, antes de que entendieras por completo. –Desagradable es el tipo

de eufemismo que la gente de la Cúpula usa ante algo horrible,

inadmisible… Perdiz sólo puede imaginar cómo era anestesiar a Iralene de

niña.

La chica inclina la cabeza y dice. –Me contaste historias para dormir

¿Recuerdas? El bebé en la canasta en el bosque que creció fuerte y

hermoso.

Los ojos de Peekins están húmedos ¿Fue una figura paterna para Iralene? –

Por supuesto que recuerdo. –Entonces Peekins se voltea hacia Perdiz. -¡Y

este debe ser el mismísimo joven! –El hombre mantiene la mano en alto.

Perdiz la sacude. –Nunca tuvimos el placer de conocernos, pero por

supuesto, sé quién eres. –Como buena medida, también sacude la mano de

Beckley, lo que agrada a Perdiz. Mucha gente lo ignora.

-Perdiz necesita tu ayuda. –Le dice Iralene a Peekins.

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Los ojos de Peekins recorren el pasillo de lado a lado. Se acerca un paso,

bajando la voz. Parece saber que ayudar a Perdiz podría ser peligroso ¿Le

contó Foresteed que está a cargo?

-¿Tiene que ver con Weed?

-¿Ha estado aquí? –Pregunta Perdiz.

-Mandó palabra. El bebé Hollenback. –Dice Peekins con suavidad. –Y

ahora Belze.

-Sí. –Dice Perdiz. -Odwald Belze ¿Puedes ayudar?

Peekins se frota la ceja. –No se supone…

-Es importante. –Dice Perdiz.

-Sí, pero hay conflictos, sabes. –Se rasca el mentón. –Cosas más allá de mi

control. Lo que puedo hacer es limitado.

Iralene toca su hombro. –Por favor ¿Puedes intentar?

Su cara se suaviza. –Por aquí. –Siguen a Peekins por un pasillo y después

otro. -Belze es un hombre viejo y un Miserable, y ha sido mantenido sedado

por mucho tiempo. Los congelamientos profundos son mucho más

complejos que los cortos, como Iralene sabrá—parecido a la forma en la

que trabaja la anestesia.

-¿Puedes traerlo con cuidado? –Pregunta Perdiz.

-Siempre tengo cuidado. –Dice Peekins, y se detiene frente a una muerta

marcada como ODWALD BELZE. –Pero hay riesgos.

-¿La otra alternativa es nunca sacarlo al aire—nunca intentarlo siquiera? –

Pregunta Perdiz. -¿Qué diferencia hay entre suspensión permanente y

muerte?

Iralene asiente. –Cada vez que me sedaban me preguntaba si había sido

olvidada.

-Nunca te habría olvidado. –Dice Peekins. –Lo sabes.

El hombre abre la puerta. Iralene y Perdiz lo siguen hacia un cuarto

pequeño. Beckley se queda en el pasillo, haciendo guardia.

Y allí hay una cápsula de dos metros, con el vidrio empañado y gris hielo.

Perdiz siente un escalofrío—desde muy adentro hasta la superficie de su

piel. Peekins limpia el vidrio, revelando el rostro congelado de un hombre

viejo.

Su expresión es tensa y dolorida. Tiene una larga cicatriz rosa oscuro

corriéndole por el cuello, bisecada a un tercio del camino como una cruz. El

abuelo de Pressia.

-¿Dónde está su pierna? –Pregunta Iralene.

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-Vino así. –Dice Peekins. –Es un tipo de fusión en realidad. Algo de las

Detonaciones. Hay un nudo de cables en el muñón. De qué, exactamente

¿quién sabe?

Perdiz recuerda estar con su media hermana cuando murió su madre—la

sangre homicida llenando el aire. Ambos perdieron tanto. Y aun así, aquí

está el hombre que cuidó de ella toda su vida, la única figura paterna que

alguna vez conoció y que piensa que está muerto, y Perdiz puede

devolvérselo. Es el mejor regalo en el que puede pensar. Amor, devuelto. –

Quiero que sea tratado con mucho cuidado. –Dice Perdiz.

-Por supuesto. -Dice Peekins. –Sólo puedo tratar ¡Sin promesas!

-No le digas a Foresteed o Weed o a nadie más en el poder. –Incluso

aunque Glassings respondió por Weed, Perdiz no está seguro. –Te lo estoy

pidiendo directamente ¿Si?

Peekins asiente. –Sí, sí.

-Hay algo más por lo que vino. –Dice Iralene.

-Creo que sé que te trajo. –Dice Peekins

-¿Qué? –Pregunta Perdiz.

-No eres la primera persona en bajar y preguntar por eso. Cualquier cosa

encerrada con tanta seguridad debe de haber sido de increíble valor para tu

padre ¿no? –Así que sabe que Perdiz quiere que se le permita entrar a la

cámara ¿Quién vino antes que él? Probablemente Foresteed. Tal vez Weed

¿Trataron miembros de Cygnus obtener acceso?

-¿Sabes qué hay allí dentro? –Pregunta Perdiz sin rodeos.

-Lo que está en el cuarto no es para ti. –Perdiz no está seguro de qué se

supone que signifique eso ¿Es para su padre? ¿Para alguien más?

-No esperaba encontrar mi herencia, Peekins.

Este comentario sorprende a Peekins. Su cabeza se sacude un poco, y

entonces aparta la mirada.

-¿Sabes qué hay en el cuarto? ¿O debería decir quién?

Peekins no responde.

-Debes decirme.

-No. –Dice Peekins. –No lo hago.

-Estoy a cargo ahora ¿No escuchaste? –Es una mentira, pero Peekins podría

no saber la verdad.

El hombre lo mira y parpadea.

-Dr. Peekins, pensé que sabía cómo seguir órdenes. –Dice Beckley,

parándose en la puerta con una mano en la pistola.

-Estoy siguiendo órdenes.

-¿De quién?

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Mira a Perdiz. –De tu padre.

¿Su padre está vivo? ¿Es esto lo que Peekins está diciendo? -Jesús, Peekins.

–Dice Perdiz tratando de reír. -¡Está muerto!

El doctor no se mueve, no dice nada. Se ve tan congelado como uno de los

cuerpos en suspensión ¿Por qué estaría siguiendo las órdenes de su padre? –

A menos que no esté muerto ¿Es él quien está en la cámara, Peekins? ¿Mi

padre? ¿De alguna manera fue resucitado? –Perdiz apoya el hombro contra

la pared para estabilizarse. -¿Es esa urna supuestamente llena con sus

cenizas y puesta en exhibición en cada endemoniado funeral sólo un

fraude? –Empiezan a pitarle los oídos. Lo maté, se recuerda. Lo maté. Quería

que muera, y lo hizo. Peekins sigue sin contestar. Perdiz quiere golpearlo en la cabeza. Quizás

Weed tenía razón y un pequeño acto de violencia es necesario de vez en

cuando. –Dime la verdad, Peekins—ahora. Dime lo que sabes.

-¿O qué?

Perdiz retrocede. Tortura. –O te haré entrar.

-¿Dónde? -Dice Peekins. –Escuché que pusiste fin a todo eso.

El chico aprieta la mandíbula. Mira a Iralene y Beckley en busca de ayuda

¿Pero qué pueden decir ellos? Peekins está declarando lo obvio. –Llévanos

a la cámara de alta seguridad ¿Puedes manejarlo?

Peekins los guía por los pasillos hacia uno de los finales frente a la gran

puerta de metal. Tiene cerrojo y barras, con un sistema de alarma iluminado

con azul montado en la pared y un teclado a un lado de la puerta.

Perdiz posa la mano en la pantalla azul, esperando que funcione como

alguno de los sistemas de huellas en el cuarto de guerra y antecámara de su

padre, pero como Peekins predijo, nada sucede. Se inclina, buscando un

escáner de retinas, pero nada ilumina sus ojos.

Mira el teclado ¿Es esto lo único que lo separa del cuerpo suspendido de su

propio padre, presuntamente muerto? ¿O de Hideki?

Empieza a escribir todas las palabras clave que asocia con su padre:

Cisne. Sin respuesta.

Cygnus. Sin respuesta.

Fenix, Operación Fenix. Nada.

-Peekins, ¿Estoy cerca? ¿Es así como funciona?

Peekins está callado. Perdiz lo odia por esto. –Mierda. –Murmura. Está tan

frustrado que empieza a errarle a las letras, escribiendo mal—aprieta

BORRAR, BORRAR, BORRAR y empieza de nuevo. Siete, los siete.

Escribe cada uno de los nombres de los Siete—el de su madre, de su padre,

Hideki Imanaka, Bartrand Kelly…

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Entonces a Beckley le llega un mensaje por su auricular. –Los otros

guardias dicen que la multitud está empezando a preocuparse. Quieren

llamar a una ambulancia. Un doctor se identificó a sí mismo y preguntó si

puede ayudar. Debemos irnos.

-Todavía no. –Dice Perdiz.

-¡Tenemos que! –Dice Iralene, tirándolo del brazo, haciendo que se

equivoque de nuevo.

-¡Iralene! ¡Suéltame! –Empieza de nuevo. Edén, Nuevo Edén… Nada

funciona.

Peekins se acerca y susurra. –No se supone que estés aquí en verdad.

Conozco la verdad.

¿Que Foresteed tiene todo el poder real? ¿Que lo está chantajeando? ¿O

está Peekins diciendo que sabe que Perdiz mató a su padre?

-La verdad es que mi padre está muerto. No puedes seguir sus órdenes. –Le

grita Perdiz a Peekins.

-¡Sé que lo está! –Entre más dice que su padre murió, menos real se siente.

Las palabras parecen desprenderse de su significado y son sólo sonidos. –

Sólo tratas de meterte en mi cabeza ¿O no? ¿Para quién trabajas en

realidad? ¿Foresteed? ¿Weed?

Peekins alza el mentón y no dice una palabra.

-Voy a meterme en esta cámara, Peekins. Con o sin tu ayuda. Deberías estar

en el lado correcto cuando el momento llegue.

-Reconozco el lado bueno del malo. -Dice Peekins lentamente. -¿Y tú?

Perdiz se inclina hacia delante y pone la cara a un centímetro de la del

hombre. –No me presiones ¿Me escuchas? No me presiones.

Por primera vez, Peekins se ve un poco asustado. Asiente lentamente ¿Así

se siente un bully? Se pregunta Perdiz. Si es así, se siente bien.

Beckley dice. –Vamos.

-Tenemos que irnos. –Dice Iralene. –Sígueme.

Y empiezan a correr por los pasillos, pasando placa tras placa—tantos

cuerpos, congelados, atrapados, pero con vida.

IL CAPITANO

MEJOR

El atardecer se acerca, ¿Pero cuántos días han pasado? ¿Dónde está

Bradwell? La ciudad rota y humeante ha perdido sus bordes. Las sombras la

llenan como piletas de mareas. Las esternías están silenciosas ¿Fueron

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todos los Terrones quemados vivos? Las calles están casi igual. Il Capitano

pasa una pila de cuerpos cubiertos por una lona, pero puede ver una mano

quemada envuelta, un pie rígido embadurnado con metal.

Bradwell se fue a decirle a Pressia que la ama ¿Ya la encontró? ¿Se

presentará en el punto de reunión? Sabe que ella ama a Bradwell y que

nunca perderá a Il Capitano. –Mejor. –Susurra, y es un viejo pensamiento—

uno sobre el cual se apoyaba cuando mataba Miserables, cuando los usaba

de diana, cuando contaba los cuerpos después de las Muerterías. Mejor

muerto que viviendo esta vida, que es simplemente una muerte prolongada.

Helmud está callado. Debe recordar los humores oscuros de Il Capitano. Se

achica en la espalda de su hermano, no tararea.

Il Capitano se abre camino hacia la vieja cámara del banco. Hay una buena

posibilidad de que ya haya sobrevivientes apretujados allí abajo. Les dirá

que se larguen. Quiere estar solo. Por completo. Nunca lo estará.

Se empuja el cuello de la camisa hacia arriba y camina junto a un muro que

solía ser un edificio. En este momento, Pressia y Bradwell podrían estar

enamorándose de nuevo. Recuerda encontrarlos en el pasaje de roca,

besándose. Y tiene el repentino deseo de embestir a su hermano contra la

pared, de encontrar un palo y golpearlo con él. Todos los viejos hábitos,

comodidades—eso lo atrae: el poder que una vez conoció, el poder que una

vez lo conoció.

Deja de caminar, aprieta los puños, y mira al cielo, el humo atravesándolo

con rapidez.

Golpear a su hermano solía hacerlo sentir más vivo. No sabe cómo o por

qué. Quizás era lo más cercano a golpearse a sí mismo.

-No tenemos nada. –Susurra Il Capitano. –Nada. –Agarra el frente de su

abrigo, lo tuerce y grita. No recuerda la última vez que gritó así.

Helmud se aprieta hecho un nudo en su espalda.

-¡Quítate de arriba mío! –Grita Il Capitano. Golpea con el hombro las

costillas de su hermano, lo toma de los brazos y lo tira hacia delante con

tanta fuerza que cae de rodillas. -¡Quítate de arriba mío! –Grita, clavándole

las uñas a Helmud.

-¡Quítate de arriba mío! -Helmud grita, alejándose tan fuerte como puede,

retorciéndose en el suelo mojado. -¡Quítate de arriba mío! ¡Quítate de

arriba! ¡Mí! ¡Mí! ¡Mí!

-¡No, mío! –Grita Il Capitano. Se estira salvajemente hacia su hermano,

quien se arquea y agita. -¡Mí! –No le importa la bacteria. Nada importa.

Puede sentir la cinta despegándosele de la piel.

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Entonces Helmud golpea a Il Capitano con fuerza en la mandíbula. Éste

último está sorprendido. Se congela en cuatro patas. Helmud ladea el puño

y lo golpea de nuevo. Il Capitano rueda y deja al menor contra el suelo.

Helmud consigue ahorcar el cuello de su hermano y lo sigue golpeando en

la cabeza.

-No tengo nada. -Le grita Il Capitano. -¡No tengo nada! -Helmud sigue

golpeándolo.

Y entonces Il Capitano deja de luchar. Se cubre la cabeza con los brazos, se

hace un bollo y deja que su hermano le pegue. Helmud no tiene aliento. Sus

nudillos son afilados, y sus golpes le llegan con fuerza y rapidez. -No tengo

nada. -Dice Il Capitano una y otra vez.

Y entonces Helmud dice, -¡-Mí! ¡Mí! ¡Mí! –Pero sigue golpeando a su

hermano, sigue dándole puñetazos hasta que se debilita, hasta que

finalmente se rinde y recuesta, sosteniendo los hombros de Il Capitano.

Yacen allí en la suciedad mojada, murmurando—nada y mí y nada—hasta

que Il Capitano no está siquiera seguro de cuál de los dos dice qué. Nada. Mí. Nada.

PERDIZ

SABIENDO

Es su día de boda. Foresteed la lanzó sin decirle a él o Iralene por qué, y

quizás no haya otra razón que su posición de poder. Pero el pensamiento—

día de boda, mi día de boda—lo sigue sacudiendo como un shock eléctrico.

Le golpea ahora que está parado frente a un alto espejo traído sobre ruedas

al apartamento por el sastre que le hizo el traje. Lleva pantalones negros y

medias y se está abotonando la camisa de vestir mientras el hombre,

pequeño y callado, le abre la bolsa colgando de una percha que contiene el

saco del traje, la faja y el moño. Y Perdiz sólo lo mira. Está completamente

mal. Todo fue un error tan terrible—un pequeño paso a la vez. Susurra. -

Una boda. Mi boda.

-¿Señor? –Dice el sastre.

-Nada. –Dice Perdiz.

Ningún modo de llegar a Lyda. Ninguna respuesta a sus cartas. Ninguna

forma de volver a la cámara de alta seguridad. No puede saber si Peekins

sacó a Belze de suspensión o no. No le es posible volver al cuarto de guerra

de su padre sin levantar sospecha, y parte de él desea nunca ver esa

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habitación de nuevo. El solo pensarlo le revuelve el estómago. Esas fotos

del pasado, esas cartas de amor de su desamorado padre. Ningún modo de

descubrir qué sucede en verdad fuera de la Cúpula.

¿Dónde están Pressia, Bradwell, Il Capitano y Helmud? Weed mandó

palabra de que la aeronave aterrizó a salvo, pero más allá de eso, no sabe

nada y no tiene intención de comunicarse.

Y Glassings empeoró. Dijo que no se recuperará, y tal vez no lo haga.

Perdiz se ha estado quedando despierto hasta tarde, sentado en la silla

puesta al lado de su cama. Espera al momento en el que el profesor

despierte y esté lo suficientemente consiente para hablarle, pero eso no

pasó. Y desde su visita a la cámara de alta seguridad, Perdiz estuvo

ocupado escribiendo una lista creciente de posibles contraseñas para

desbloquearla ¿Está loco por poner sus esperanzas en la idea de que uno de

los más grandes enemigos de su padre no esté sólo vivo, sino que sea capaz

de ayudarlo? No está seguro de cuándo o de si conseguirá otro intento para

abrir la cámara. Después de su tiempo en los cuartos de suspensión, la

seguridad aumentó. Foresteed debió de haber escuchado algo. Por ahora,

debe mantener la farsa de que tiene el poder para derribar a Foresteed en

silencio ¿Cómo? No está seguro.

Por ahora, se siente solo, alejado.

Enjaulado.

Cuando el sastre está dando vueltas a su alrededor, Beckley entra. –

Decorándote, veo.

-Estoy bastante seguro de que me estoy casando. –Le responde, medio en

modo de afirmación y medio como pregunta.

-¿Sabe Iralene? –Dice el guardia bromeando. Pero el chiste cae plano.

Después de todo, está casando a la chica incorrecta.

Perdiz se aleja del sastre y le dice a Beckley. -¿Algo? –Sabiendo que

entenderá que pregunta por Lyda. Siempre es lo primero que pregunta.

-No. –Dice el hombre. –Tienes que tener paciencia ¿o no? No puede ser

fácil.

-Ella fue quien lo presionó. –Dice Perdiz en un susurro. No escucha sobre

ella desde hace tanto y no puede evitar pensar que lo está castigando ¿O

está dudando? Entonces lo golpea. -No crees que me convenció de hacer

esto para librarse de mí ¿No? Quiero decir, ¿Incluso inconscientemente? –

Se niega a murmurar frente al sastre, enfermo de todo el secreto.

-No sé cómo funciona mi propio subconsciente. Mucho menos el suyo.

El sastre tose educadamente para llamar la atención de Perdiz. Sostiene el

saco en su percha de madera.

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El chico alza la mano, diciéndole que aguarde.

-¿Así que piensas que es posible? No volvió conmigo a la Cúpula. Quería

que lo hiciera. Le rogué. Pero entonces dijo que se rindió al entrar, así que

pensé… Bueno, pensé que había cambiado de opinión. Pero ahora tal vez lo

volvió a hacer.

-Los dos van a tener un bebé juntos. Ese es un vínculo que dura para

siempre.

-Nos hace padres, Beckley. No significa que estemos enamorados. –Sus

propios padres se desenamoraron. Se imagina que le pasa a la mayoría de

las parejas. Sus padres se quedaron casados incluso aunque su padre sabía

que su esposa se había enamorado de Imanaka y tenido su hija. Perdiz se

acerca al sastre, saca el saco de la percha y se la pone. –El amor no dura.

No es permanente. –Se siente enfermo, tira del saco para hacerlo menos

limitante. –Y ahora es mi endemoniado día de boda.

-Deberías intentar disfrutarlo. –Dice Beckley.

Perdiz mira su reflejo. Es una farsa, un impostor. -¿Cómo se supone que lo

haga? Si Lyda aún me ama, esto dolerá. Si no lo hace, entonces ¿Qué hay

peor que eso?

-¿Lo dices en serio? –Dice Beckley.

El sastre le alza el cuello de la camisa y empieza a atar el moño. Perdiz

asiente. –Por supuesto.

-¿Qué pasa si dejaste que Lyda te convenciera de casarte con Iralene porque

es lo que querías—ya sabes, como dijiste, inconscientemente?

-¡No me hables sobre mi subconsciente! –Perdiz se siente repentinamente

furioso. Ahora que está enjaulado, su rabia se enciende con rapidez.

Beckley se encoje de hombros. –Perdón. No quise tirarte con tu lógica.

Perdiz lo mira un momento. Hay algo en él diferente a otra gente en la

Cúpula. Tiene estos momentos cuando simplemente debe ser honesto—

como si no pudiera evitarlo.

-¿Qué? –Dice el hombre.

El sastre le está asegurando la faja a la cintura.

-Me negué a elegir a un padrino. –Dice Perdiz. De hecho, Purdy y Hoppes

le dieron una carpeta de padrinos adecuados, y él la cerró y les dijo que se

largaran. –Pero tal vez estaba mal.

-No estás pensando…

-A nadie le importa una mierda como a ti, Beckley. Y eso es lo que hacen

los amigos. –Piensa en Hastings cuando eran compañeros de cuarto.

Siempre discutían. Y después estaba Bradwell, que siempre lo ponía en su

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lugar, e Il Capitano, que no era siempre el chico más amable, pero decía lo

que pensaba. -¿Lo harás?

-Creo que se supone que elijas a alguien de tu… bueno, de tu clase social.

-Ahí está el beneficio extra. Eligiéndote enojaré a un par de personas de esa

clase.

-No sé.

-Mira, tienes que pararte a mi lado como mi guardia de todas formas.

Podrías tener algo real que hacer mientras estás allí. Sólo tienes que

pasarme un anillo, creo. Puedes hacerlo ¿O no?

-Creo que también hay un brindis. Tengo que pararme y decir algo.

-Sólo di: ¡A la hermosa pareja! ¡Alcen sus copas! ¡Salud! Eso es todo.

-¿Por qué no alguien más?

-¿Cómo quién? ¿Weed? ¿Piensas que su mandíbula sanó? ¿Es capaz de

volver a masticar comida sólida?

-Creo que esa no sería la mejor opción.

-Eres tú, Beckley. Así que pongámoste un traje ¿Bien? Si alguien pregunta,

puedes decir que sólo sigues órdenes. –Estira la mano y el guardia la

sacude. Cuando suelta, dice. –Esto sigue siendo lo correcto para la gente

¿no? Sólo me gustaría escuchar a alguien diciéndolo.

-Es lo correcto para la gente. –Dice Beckley. –Lo necesitan.

-Lo sé. –Se siente de repente nervioso. Es su boda—vergüenza y todo.

Tiene que hacerlo bien. Su padre no está aquí—lo mató. Lo asesinó. Pero

ahora necesita a alguien que le dé consejo ¿No es eso lo que necesita un

joven en su día de boda? Se calza los zapatos. –Necesito ver a Glassings.

-¡Pero, señor! –El sastre no terminó.

-Suficientemente bien. –Dice Perdiz.

Camina por el corredor y lentamente abre la puerta de Glassings. El cuarto

está bien iluminado. El hombre tiene una almohada apoyada detrás de la

espalda, y como la hinchazón bajó un poco, se ve amarillento y demacrado.

Sabe que posiblemente no despierte, e incluso aunque lo haga, no estará lo

suficientemente lúcido para aconsejarle. Pero aun así, acerca la silla al

costado de la cama y se sienta. –Voy a casarme. –Susurra. -¿Qué piensas de

eso?

Los párpados de Glassings revolotean.

Posa una mano sobre la de su maestro, que está fría y seca. –Dime qué

hacer. –Dice. –Tengo miedo. –Se suponía que Cygnus estaría a su lado.

Glassings se lo prometió. -Cygnus es un montón de cobardes ¿o no?

¿Dónde están ahora? ¿Sentados en sus departamentos viendo las calles? –

Aleja la silla. Se frota el nuevo meñique.

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Glassings comienza a toser, su pecho agitándose, y es como si el dolor de

sus costillas rotas lo despertaran. Sus ojos son sólo rajas acuosas. Perdiz

dice. –Estoy aquí. Estoy justo aquí.

La mirada de Glassings encuentra la del chico. Le asiente, como si quisiera

que se acercara.

Perdiz lo hace. -¿Qué se supone que haga? –Dice.

-La próxima cosa buena. –Susurra Glassings. –Y luego la siguiente. Si cada

uno es un paso bueno, avanzarás.

-Estoy casando a Iralene. Se siente como el paso equivocado. –Está

desesperado. Necesita que Glassings le diga qué hacer. Se siente como si

corriera fuera de control hacia un brisco y este hombre le pudiera decir

cómo apretar el freno.

Glassings mira a Perdiz. Hace silencio por un momento. -¿No la amas?

-Se supone que me case con Lyda.

Glassings estrecha los ojos. –Responde la pregunta.

Tal vez le esté diciendo que debería amar a Iralene ¿Haría eso las cosas

mejor, más seguras, más claras? No estaba seguro de sí mismo ante ese

micrófono diciendo la verdad, y ahora se está ahogando de culpa. Más que

nada, ya no confía en su propio juicio. Quiere decir que no ama a Iralene,

pero piensa en cuando la sostuvo y giró, la falsa luz solar en su cabello. –

No importa a quién ame. Mi vida no me pertenece.

-De nuevo. –Dice Glassings. –No respondiste la pregunta.

-¿Qué pasa si no sé?

-Hay cosas que simplemente debes saber.

PRESSIA

JUNCO HUECO

Antes de siquiera abrir los ojos a la mañana, Pressia piensa en el beso de

Bradwell. Así es como ha sido cada despertar desde la última vez que lo

vio. Recuerda la sensación de sus labios húmedos contra los de ella, su piel,

la dureza de sus músculos contra su pecho cuando la levantó del suelo y la

suavidad de sus alas. Quiere quedarse en ese ensueño, pero escucha un

pequeño tosido y cuando abre los ojos la sorprende el rostro de un niño

mirándola. Agarra la mochila con la que duerme. Está en el palé que las

Madres le ofrecieron sobre el frío piso dentro de una tienda chica. La luz es

difusa. Es temprano en la mañana. Las Madres le dijeron que ayudarían,

pero no habían dicho cómo o cuándo. Una mano frota el pelo del niño.

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Pressia alza la vista y ve a una mujer mirándola. Tiene palabras quemadas

en una mejilla, revertidas, pero todavía legibles: LOS PERROS LADRABAN CON

FUERZA. CASI HABÍA ANOCHECIDO.

-¿Madre Hestra? –La reconoce de la última vez que vio a Perdiz y Lyda—

en el carro de subte atascado bajo tierra.

Madre Hestra asiente. –Estoy aquí para hacerte entrar.

-¿A dónde? –Por un momento, piensa que va a llevarla a la Cúpula, pero

eso no tiene sentido.

-Con Nuestra Buena Madre. –Dice Madre Hestra. –Ahora. No hay tiempo

que perder.

En unos pocos minutos, Pressia tiene la mochila colgada nuevamente y

sigue a Madre Hestra por el bosque. Ésta cojea, con el peso a un costado de

su niño, pero es extrañamente ágil. Pressia come una tortilla que le

cocinaron sobre una fogata en el campamento. El aire sigue ahumado. La

lluvia se había detenido. Sabe que debe tratar de convencer a Madre Hestra

de dejarla ir ¿Pero cómo? Empieza con el terreno conocido. -¿Se llevaron a

Lyda? Una de las Madres me dijo que la forzaron a entrar a la Cúpula.

-¿No escuchaste de ella? –Dice Madre Hestra.

-¿Cómo podría hacerlo?

-Está del lado de Perdiz. Es tu hermano. Tiene maneras ¿o no?

-Ni siquiera sé si fue sola o a la fuerza. Lo último que escuché es que iba a

entrar con Perdiz. –Cruzan un pequeño arroyo, saltando de roca en roca.

-Tiene su propia vida. Tomó sus propias decisiones. Quería quedarse.

-¿Y se la llevaron? ¿Contra su voluntad?

Madre Hestra se detiene. Quiebra un junco hueco y silba dentro—una nota

baja y triste—y entonces se lo entrega a su hijo, que juguetea con él feliz.

-Fue durante la batalla. Atacamos la Cúpula ¿No escuchaste? –Dice cuando

comienzan a moverse de nuevo por entre los árboles.

¿Es por esto que la Cúpula disparó en respuesta? -¿Está la Cúpula siendo

retribuida entonces? ¿Es de eso que se tratan los incendios y muertes?

Madre Hestra usa los árboles para empujarse y Pressia empieza a hacer lo

mismo, aguantando un ritmo rápido.

-Hubo un periodo de calma, y entonces comenzaron los ataques. Sólo

podemos adivinar.

-Pero Willux murió. Perdiz está a cargo ¿Cómo puede estar esto pasando?

Madre Hestra se detiene y gira. -¿Willux está muerto?

Pressia no debería haber dicho esto. Siente el retorcer enfermo de una daga

en su estómago. Esto es malo. Muy malo. Pero no puede retractarse. El

rostro de la Madre Hestra se congeló un una mirada intensa. Pressia asiente.

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-¿Y Perdiz es quien nos está mandando estos Muertos a matarnos? ¿Perdiz?

-No creo que sea él ¡No puede ser!

-Pero está a cargo. –Dice Madre Hestra. –Lo dijiste.

-No le digas a Nuestra Buena Madre. –Le ruega Pressia.

-¿Cómo podría ocultar esto de ella? ¿Cómo podría escondérselo a mis

hermanas compañeras? Nuestra Buena Madre estará furiosa. Es

impredecible qué puede liberar. Desprecia a todos los Muertos pero parece

que Perdiz le disgusta con una venganza especial.

-Sólo necesito tiempo. Por favor, si…

-¡Silencio! –Madre Hestra se tensa. –Sigue. –Dice retomando el paso.

-Por favor no me lleves a Nuestra Buena Madre. –Dice Pressia. –Por favor.

Es importante, Madre Hestra. De vida o muerte.

La mujer para y se agacha. Le hace señas a la chica para que haga lo

mismo. Pressia se sienta con la espalda contra un árbol. Mira al cielo—

gris, siempre gris, con extremidades oscuras cortándolo como un vidrio

fracturado. Es prisionera. Falló. –Por favor, Madre Hestra. –Dice de nuevo.

La aludida se lleva la mano a la boca y deja salir un extraño sonido de ave

—un cu largo y suave.

Pressia quiere llorar. Piensa en correr, pero sabe que las Madres están bien

entrenadas. No llegaría lejos.

Y entonces hay un cu en respuesta. Se propaga por el bosque.

Pressia agarra el abrigo de Madre Hestra. –Por favor. –Dice otra vez.

-Calla. –Dice a mujer. –Sé por qué estás en estos bosques. No buscas niños

muertos ¿O no? Quieres entrar. A la Cúpula. Voy a llevarte allí.

-Pero Nuestra Buena Madre…

-Voy a desobedecerla. Pagaré el precio. Cuando escuché que estabas aquí,

me presté voluntaria para ser la guardia de prisión que te trajera. Como

hermana de Perdiz, eres la única que puede entrar y esperar cualquier

protección, aunque eso también podría convertirte en un objetivo. Debes ser

tú.

-¿Cómo sabías que quería entrar?

-Lo haces por Lyda. –Dice Madre Hestra. –No puede tener a su bebé dentro

de la Cúpula. No sería seguro. No estaría bien. Ella pertenece aquí.

-¿Su bebé? –Espeta Pressia. Está sorprendida. Debe de haber un error.

-El bebé de Lyda. –Dice Madre Hestra, confundida porque Pressia no sabe.

–Perdiz es el padre.

-¿Qué?

-Está embarazada. En cinta. No desde hace mucho.

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¿Perdiz y Lyda van a tener un bebé? –No ¿sabía. -¿Es Lyda sagrada? ¿Está

sola? Pressia quiere verla y decirle… ¿Qué? ¿Que todo va a estar bien? ¿Lo

estará? No puede mentirle. Las voces por la ciudad, llamando a sus niños

perdidos—Lyda y Perdiz tendrán un niño propio por el que temer, por el

que luchar, al que llamar…

-¿Cómo podrías no saber? –Dice Madre Hestra. -¿No es por eso por lo que

va a entrar—para salvarla?

-Voy a entrar porque tengo lo que se necesita para curarnos. Si puedo

llevarlo a los científicos de la Cúpula, podemos deshacer nuestras fusiones

sin efectos secundarios. Podemos completar a los sobrevivientes de nuevo.

A todos nosotros. –Mira al niño en la pierna de Madre Hestra. Él la

observa, escuchando, asiéndose al junco con lágrimas temblándole en los

ojos.

Las mejillas de Madre Hestra se ruborizan. Aprieta la mandíbula. –No hay

cura para esto ¡Ninguna!

-¡Pero la hay!

-Pensé que estabas en estos bosques para prepararte para salvar a una

hermana, una hermana embarazada ¿Sabes cuánto ha pasado desde que

sostuvimos un bebé de las nuestras? ¿Sabes? ¡Este niño es nuestro nuevo

comienzo!

-Ibas a hacerme entrar. Hazlo. Ahora que lo sé, haré lo mejor que pueda

para sacar a Lyda. Lo prometo.

El cu llega de nuevo—esta vez más cerca. Madre Hestra mira hacia la

dirección por la que vino. –Si Nuestra Buena Madre sabe que Willux

murió, presentirá debilidad. Y si sabe que Perdiz está al mando, querrá

matarlo aún más.

-Y si ataca. –Susurra Pressia. –Sólo causará más muertes, y Lyda está allí

adentro. Si me das tiempo, puedo ir e intentar sacarla antes de que ataquen.

–No se atreve a decirle sobre la bacteria que puede derribar la Cúpula. La

necesita tranquila, enfocada.

Madre Hestra agarra el brazo de Pressia. –Me prometes que la sacarás.

-Prometo tratar.

Madre Hestra se presiona los dedos contra la frente, cierra los ojos. –Doce

Madres murieron en ese puesto donde dormiste—sólo en ese. Siete de ellas

tenían niños—también están muertos. La tumba masiva está llena.

Empezaron otra ¿No nos había brutalizado el padre de Perdiz lo suficiente?

-No sabemos si Perdiz hizo esto. No lo hacemos.

-Mátalo. –Dice Madre Hestra. –Entra y mátalo.

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Pressia sacude la cabeza. –No orquestó este nuevo ataque. No lo haría. Nos

conoce. Se preocupa por nosotros.

-Está a cargo. Esto es lo que pasó. Son hechos.

-Debo tener fe en él.

-Los Muertos sólo derrochan la fe. No merecen nuestra confianza.

El cu llega de nuevo, más fuerte, más urgente.

-No puedo matar a mi hermano. No lo haré. Pero trataré de sacar a Lyda. –

Recuerda la última vez que la vio, cuando estaban en las esternías a punto

de ser ejecutados ¿Es aquí donde pertenece? ¿En lo salvaje? Si quiere salir,

Pressia la ayudará de todas las formas que pueda. –Ten fe en mí.

El hijo de Madre Hestra envuelve sus brazos en la cintura de su madre,

sosteniéndose con fuerza. Ella lo besa en la parte superior de la cabeza. –

Pagaremos. –Dice. –Cuando Nuestra Buena Madre sepa todo, pagaremos.

Pressia siente un pulso de rabia golpear dentro suyo. –Eso no es justo. –

Mira al niño. –No puedo pedirte que hagas esto.

El cu hace eco de nuevo.

-Sobreviviremos. Es como fuimos construidos. –Madre Hestra toma la

mano de Pressia y entrelaza sus dedos. –Cuando veas a Lyda, dile que nos

preocupamos. Era como una de las mías para mí. Mía propia. –Su hijo la

mira y ella lo toma suavemente por la barbilla, como para decir: No te

preocupes. A ti te quiero más.

Y entonces Madre Hestra se lleva la mano a la boca de nuevo y su cu flota

en el aire matutino, rebarbando en el bosque.

LYDA

BRILLO

Lyda está arreglada como si fuera una invitada en la boda. Su vestido es

de tafetán azul, con dobladillo a media espinilla. Lleva tacos que fueron

teñidos para combinar con el vestido y su cartera azul, que sólo tiene una

cosa dentro—Freedle, envuelto con soltura en una toalla de mano. Quería

tener una pieza del mundo exterior con ella. Freedle es confortante. Sabe

que lo necesitará.

Se sienta con rigidez en el sillón, junto a Chandry Culp, la mujer a cargo de

enseñarle a tejer. Ella arregló todo esto y está aquí con su esposo, Axel

Culp, y su hija, Vienna—como si fueran viejos amigos de la familia

reuniéndose para algún anuncio público importante.

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A Vienna no le gusta la salsa. -¡Es demasiado picante! –No le gustan las

zanahorias. -¡La textura no es realista! –No le gusta la forma en la que su

madre la peinó. -¡Está demasiado esponjado!

Lyda quiere encontrar el momento adecuado para clamar que se siente débil

y nauseabunda y retirarse gentilmente a su cuarto. Honestamente, está

cansada. No ha estado durmiendo mucho. Cada vez que cabecea, se

despierta minutos después, jadeando como si no hubiera suficiente oxígeno

en el aire, como si se estuviera sofocando.

¿Por qué creen que quiere ver a Perdiz casándose con Iralene? ¿Es una

prueba? ¿Se supone que demuestre que su relación terminó, que todo será

como ellos esperan? Se siente intimidada por el vestido y la salsa, incluso

por el Sr. Culp que da vueltas diciendo. –Lindo lugar tienes aquí ¿No es

lindo, Chandry?

La televisión muestra a la gente a medida que llegan, parejas con varios

títulos entrando a la iglesia en trajes y vestidos. Hay guardias aquí y allá,

rodeando la iglesia. Pero por otro lado, todo es hermoso—flores adornando

en todas partes, moños, alfombras rojas. Lyda acuna su cartera en su falda,

Freedle asentado dentro.

Se siente enferma. Sí, por supuesto que quiere ser quien se case con Perdiz.

Pero no de esta forma. No con tanta suntuosidad y grandeza, mientras sabe

cómo la gente fuera araña la supervivencia básica. Le revuelve el estómago.

Dice. –Creo que voy a tener que recostarme un rato.

-¿Qué? –Dice Chandry. -No, no ¡Todavía no llegó!

-¿Estamos esperando a alguien más?

Vienna dice. –Se supone que sea una sorpresa. –Rueda los ojos.

Lyda se alarma. -¿A quién esperamos?

-Déjame ver su progreso. -Chandry corre hacia la puerta delantera para

hablarle a los guardias.

El Sr. Culp alza un porta velas vacío. -¡Me gusta! –Dice. -¡Muy bonito!

Lyda camina hacia Vienna. –Dime quién viene.

-No puedo.

-Por favor.

-¿No entiendes cómo funcionan las sorpresas? –Dice Vienna.

-No me gustan las sorpresas.

-¡Está viniendo! –Dice Chandry. -¡Ya!

La puerta está bien abierta, y los guardias están parados a los lados.

Chandry retrocede un paso y abre una mano dramáticamente mientras la

madre de Lyda aparece en el marco.

-¡Sra. Mertz! –Dice Chandry, medio orgullosa, medio aliviada.

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La madre de Lyda se ve pequeña y desorientada. Se para allí y parpadea. Al

principio le echa un vistazo al cuarto en rededor, incapaz de mirar a su hija.

También era así en el centro de rehabilitación. De hecho, ese fue el último

lugar donde la vio. Fue fría con Lyda, ocultándose detrás de su papel oficial

como clínica. Pero ahora no está allí en ese rol. También lleva puesto un

vestido—uno de los que usó para ir a la iglesia por años.

-¿Mamá? –Dice Lyda.

La aludida se acerca. Alza la vista hasta que finalmente se encuentra con

los ojos de su hija, frunciendo los labios y tomando aire como si juntara

fuerzas para algo—¿Qué espera? ¿Qué le dijeron? ¿Sabe que está

embarazada? Lyda no sabe si se supone que debe abrazarla o no. Y su

madre parece igualmente insegura. –Lyda, querida. –Dice suavemente.

Y la chica siente una corriente de amor que parece animarla. La extrañó

más que lo que se dejó admitir. Deja la cartera con cuidado al final de una

mesa, manteniendo a Freedle sano y salvo, y camina hacia su madre con

rapidez, rodeándole el cuello con los brazos. La mujer se tensa pero

después le palmea la espalda. –No pensé que vendrías a verme. Ni siquiera

sabía si sabias que estaba aquí.

-Lo sé todo. –Dice su madre. Pero Lyda no está segura de con qué versión

de todo fue alimentada. Aprieta las manos de su madre. –Vamos a hablar,

sólo las dos. –Dice Lyda y se gira hacia Chandry, el Sr. Culp y Vienna. -

¿Les molesta si tenemos algo de privacidad?

-¡No, no! –Dice la madre de Lyda. -Está bien. No hay necesidad de

interrumpir la reunión. –Camina hacia la televisión. –Va a ser un evento

encantador que compartir. –Mira a su hija. –Y aceptar.

Lyda siente como si la hubieran abofeteado. Le pitan los oídos. El cuarto

del bebé. Quiere ir allí, sentir el peso de una lanza, la ceniza en su piel. Esas

cosas son reales. La retribución de su madre está hecha siempre de aire. Ni

siquiera puede ubicarla. Ni siquiera puede acusarla de algo en concreto.

Pero ahora Lyda sabe por qué está allí: para decirle que su relación con

Perdiz terminó. Esta boda no es falsa. Va a mantenerse. No hay vuelta

atrás—sólo aceptarla. Está aquí para ayudarle a admitir este final.

Lyda desea que esto sea sólo un sueño. Quiere despertar, jadeando por aire.

Pero es real.

No puede hablar. Se estira y toma el respaldo de una silla.

-¿Vas a estar bien? –Dice Vienna. –No te ves bien.

-¡Está empezando! -Grita Chandry y se gira hacia la TV. Saca un pañuelo

del bolso y se lo presiona a la mejilla. -¡Y allí viene ella! ¡O Dios!

-¡No se ve linda! –Dice el Sr. Culp.

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Toda la pequeña familia Culp se acurruca frente a la pantalla brillante, con

la madre de Lyda frente al Sr. Culp. Música orquestal suena con estridencia

en la televisión. Lyda se imagina a Iralene en un largo vestido blanco, la

audiencia levantándose.

Miran todos boquiabiertos la pantalla a excepción de la madre de Lyda, que

mira a su hija ahora, contemplándola. –Ven y mira. –Dice.

Lyda sacude la cabeza.

Su madre dice, sin enojo en la voz—sólo resignación -Lyda, no seas terca.

Esto es lo que debes hacer.

Lyda dice. –No, gracias.

Su madre camina hacia ella. –Lyda. –Dice suavemente. –Va a estar bien.

Tú y el bebé. Todo. Estaré aquí para ti ahora. Este es mi nuevo rol.

-¿Es un concierto pago? ¿Cuánto te ofrecieron? –Dice Lyda cortante.

-¿Qué? Lyda, sabes que quiero estar aquí ¿En qué otro lugar del planeta

desearía estar más que a tu lado? –Busca la mano de su hija, pero ella se

aparta.

-Tengo Madres. –Dice Lyda. –Tengo tantas allí afuera que no te necesito

¿Me escuchas? No te necesito para nada. -Lyda se gira, toma su cartera—

con Freedle a salvo dentro—y camina por el corredor.

-¡Lyda! ¡No lo hagas! –Grita su madre, corriendo tras ella.

Lyda abre la puerta del cuarto del bebé, pero antes de poder cerrarla, su

madre mete su cuerpo en el marco. Ve la cuna quebrada, la pila de lanzas,

la madera afilada, el cuchillo, el montón de libros de bebé rotos, el tazón de

ceniza—todo perdido en los bloques flotantes proyectados por el pequeño

orbe sentado en el centro de la habitación. –Mi Dios. Lyda.

-Vete. Esto es para mí. Para mí sola.

La Sra. Mertz mira a su hija a los ojos. -¿En qué te convertiste? –Su madre

se tambalea hacia atrás, llegando y apoyándose en la pared, respirando con

pesadez.

Lyda cierra la puerta con traba. Se desliza hacia abajo, presiona la espalda

contra la entrada y se sienta en el suelo ¿En qué me convertí? Abre la

cartera y saca el nido envuelto de la toalla de mano donde duerme Freedle.

-Freedle. –Susurra. -¿Cómo nos metimos en esto?

Los ojos de Freedle se abren con un parpadeo. Estira sus frágiles alas.

Quiere escarbar por entre sus vestidos de maternidad y sacar su armadura.

Quiere sentirse recubierta y protegida.

-¿Cómo volvemos a salir? –Dice.

Y entonces de pronto se le llena el pecho de rabia. Encuentra un borde en el

costado de su vestido, lo toma en sus puños y desgarra la pollera hasta la

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altura de la cintura. Toma más fábrica y la rompe más y más hasta que está

hecha jirones.

-Mis Madres. –Susurra. –Extraño a mis Madres.

PRESSIA

PUERTAS

Madre Hestra camina a Pressia hasta el perímetro del bosque. Allí, un par

de Madres trabajan rápido. Habían sacado maquinaria de catapultas y cestas

de granadas de arañas robóticas.

-Te cubrirán. –Dice Madre Hestra. –Es lo mejor que podemos hacer.

-¿Le advertiste? Las Fuerzas Especiales son ahora diferentes allí afuera. –

Le dice una de las Madres a Madre Hestra.

-Lo sé. –Dice Pressia. –Los he visto.

-¿Los que se ven como Terrones? –Pregunta Madre Hestra.

Pressia sacude la cabeza. -¿Qué? ¿Como Terrones? ¿Cómo?

-No hay tiempo para explicar. Ya verás. –Dice una de las Madres, cargando

una catapulta con una granada.

Las otras Madres se mueven a su alrededor. Explican qué va a pasar.

-Atacaremos desde aquí.

-Tú caminarás por el borde del bosque por allí.

-Y nosotras distraeremos.

-Bien. -Dice Pressia

Madre Hestra le entrega un cuchillo. –No creo que vaya a ser de mucho

uso, pero al menos lo tendrás.

Pressia le agradece y lo desliza entre la cintura de su pantalón.

Madre Hestra se aleja de ella, vate la mano, y se gira para irse.

-Espera. –Dice Pressia.

Pero Madre Hestra comienza a correr en el bosque. Y, en un par de veloces

zancadas, ella y su hijo desaparecen entre los árboles y arbustos. Idos.

Pressia quería otro momento—un adiós más. Pero se da cuenta de que nada

hubiera hecho esto más fácil. Le da un vistazo a la Cúpula y empieza a

caminar por el límite del bosque. Sólo tiene que lograr que no le disparen

en el camino, y entonces, con suerte, tendrá una oportunidad de decir quién

es, su conexión con Perdiz y entrar—¿Cómo prisionera?

Su meta es ser llevada viva.

Escucha algo en el bosque—el crujido de hojas ¿La siguen las Madres?

¿No confían en ella? Podrían decidir en cualquier momento retirar la oferta

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y atacarla. Agiliza el paso. Podría ser una Alimaña o Fuerzas Especiales.

Podría ser cualquiera, cualquier cosa. No debería correr, porque tiene que

mantener el ritmo, pero ve algo—una figura trotando entre arbustos

distantes. Empieza a correr, justo dentro de la línea de árboles. No puede

exponerse—no hasta que las Madres hagan el primer tiro.

A través de las ramas que pasa, ve el movimiento de una silueta gris,

después un cuerno retorcido. Finalmente, ve un claro y una oveja, quieta

como una roca, mirándola con ojos hinchados. El animal tiene lana gris y

cuernos largos y doblados que se curvan sobre su cabeza. Perdió a su

rebaño, tal vez sea el último con vida. Le bala con una voz triste y

desesperada como la del chico—el soldado—con el muñón en el brazo en

la ciudad, muerto de un disparo. La oveja patea el suelo mojado como si

estuviera haciendo una demanda. Una de sus pesuñas traseras está nudosa,

casi inútil. Está demacrada, sus costillas resaltando. Muriéndose de hambre.

Camina hacia ella. Sus dientes sobresalen; su mandíbula está torcida. Bala

de nuevo, mostrando una lengua azulada. Ella estira la mano. La oveja se

acerca más para olerla. Pressia le toca el copete bajo la barbilla. –Está bien.

–Susurra. La oveja le acaricia los dedos con el hocico.

Hermosa, sola, hambrienta. No puede ayudarla. Tampoco pudo salvar a

Wilda. No está segura de poder salvarse a sí misma.

Y entonces hay una explosión. El animal levanta la cabeza y huye

corriendo, brincando hacia la profundidad del bosque.

Es hora. Las Madres empezaron su bombardeo. Pressia camina hacia la

tierra estéril y tiene que cruzarla y detenerse detrás de un árbol. Ve el humo

y el polvo y ceniza elevarse de la primera granada. El aire neblinoso le

proveerá cubierta.

Mira la cuesta frente a ella—en la cima, la Cúpula misma.

Y entonces la colina empieza a cambiar. Emergen cuerpos, cubiertos en

tierra y ceniza ¿De dónde vienen? ¿Por cuánto tiempo estuvieron allí? Son

chicos esbeltos, moviéndose atropelladamente hacia la explosión, y

entonces, tan rápido como aparecieron, algunos desaparecen nuevamente,

volviéndose uno con el suelo—completamente camuflados. Las Madres

lanzan otra granada. Golpea el piso mojado y, segundos más tarde, explota.

Los chicos le disparan al bosque, pero ella ni siquiera puede verlos.

Ocasionalmente, la suciedad parece moverse, pero entonces nada.

Debe correr. Las Madres ya gastaron dos granadas. Escanea el suelo y parte

corriendo. Como la oveja, piensa. Como la oveja que perdió al rebaño.

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Las granadas, aunque lejos a su derecha, son ensordecedoras. Sueltan

rachas de humo y ceniza. Una estalla y está segura de que no golpeó nada,

pero entonces explosiona sangre y carne del suelo.

Su abuelo una vez le explicó sobre las minas terrestres, y es como si los

chicos propios fueran ellas—minas terrestres siempre en movimiento.

Sigue corriendo tan rápido como puede, esperando a que si llega a la

Cúpula tenga suficiente aliento en los pulmones para explicar quién es. Soy

la hermana de Perdiz Willux. Díganle que Pressia está aquí. Pero entonces el

piso desaparece debajo de sus pies, y cae en un pozo poco profundo.

La suciedad se abolla y cede y se desmorona a su alrededor mientras trata

pararse.

Un codo.

Un brazo.

Una pistola cargada en el brazo apuntándole.

Un rostro recientemente cosido y cubierto de vidrio—tan nuevo que hay

costras frescas cristalizadas alrededor de cada pieza. Es la cara de un chico.

Tiene una nariz torcida y labios rojo oscuro, y cuando sonríe—¿Por qué

sonríe?—ve la peor parte. Sigue usando frenos—aunque cubiertos de tierra.

Soy la hermana de Perdiz Willux. Díganle que Pressia está aquí. Piensa en

estas palabras, pero se da cuenta que no las está diciendo. El viento es duro.

El aire, espeso. La cara del chico—su sonrisa—aparece entre franjas de

humo.

-Tengo una. Tengo una. –Dice en un susurro bajo. –Tengo una. –Es como si

estuviera tan orgulloso de sí mismo en este momento que quiere disfrutarlo.

Matarla lo acabaría muy rápido. Él mira a su alrededor y dice en voz más

alta. -¡Tengo una! –Busca algún testigo ¿Cuál es el punto de matarla si

nadie lo ve?

Ella tose y finalmente escupe. –Soy la hermana de Perdiz Willux.

Su rostro se contrae. No entiende.

-No me mates. Llévame dentro. Llévame con Perdiz. Soy su Hermana.

Él sacude la cabeza. –Sin hermana. –Dice. –Sin hija.

Y tiene razón, por supuesto. Nadie en la Cúpula sabe que la esposa de

Willux tuvo un bebé fuera extramatrimonial, mucho menos una niña

llamada Pressia.

-Soy su media hermana. –Dice volviéndolo a intentar. –Por favor. Llévame

como prisionera.

-No hay prisioneros. –Dice él. -¡No hay prisioneros! –Le sacude la boca de

la pistola debajo del mentón.

-Este es un error. –Dice Pressia, tragando con fuerza. –No lo hagas.

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Él se suaviza por sólo un minuto, observando su rostro. Pero entonces sus

ojos ven la cabeza de muñeca y sabe que es una Miserable como todo el

resto—¿Y no lo es él también parte? Sonríe de nuevo. Va a disfrutar

matándola. Ella cierra los ojos, esperando el golpe.

Pero entonces el chico ya no está, su cuerpo fue golpeado contra el suelo

por alguien mucho más grande y ancho.

Primero ve la prótesis doblada de metal, y después la cara de Hastings.

¡Vino por ella! No lo quería, pero demonios—le alegra que lo haya hecho.

Él golpea al soldado contra el suelo con su prótesis—esta vez con tanta

fuerza que está segura de que se le va a romper. Pero no lo hace. Él le toma

la mano y dice. –Déjame llevarte adentro.

-Saben que te cambiaste de bando ¿o no? Serás visto como un traidor.

-Te estoy llevando. –Dice él, agarra su brazo y la empuja contra su pecho.

La sostiene con tanta fuerza que ella apenas puede respirar.

Corre cojeando pero rápido. El suelo sigue explotando. El aire está viciado

con tierra y muerte.

Y, finalmente, Pressia ve el blanco de la Cúpula frente a ellos ¿Cómo se

mantiene así con todo este hollín oscuro? Le dice que pare. –Déjame bajar

¡Yo hare el resto del camino!

Hastings no la escucha.

Retuerce la cabeza de muñeca hasta soltarla y golpea tan fuerte como

puede. Él no se inmuta. Intenta un par de veces más. Nada.

Finalmente, encuentra la carne de sus bíceps y después la piel más fina en

su antebrazo y lo muerde tan fuerte como puede. Saborea sangre.

Él se dobla y la suelta.

-Gracias. –Dice ella sin aliento.

Él se frota el bíceps interior. Su mano sale manchada con sangre.

Ella se gira hacia la Cúpula.

-Sigue derecho. –Dice él. –Y te encontrarás con la primera serie de puertas.

Ella asiente y lo mira. –Dile a Il Capitano y Helmud, dile a Bradwell… -Se

atraganta con el nombre del chico.

-¿Qué?

-Diles que llegué hasta aquí. –Se gira y empieza a correr. El suelo sisea por

el viento.

A veces tumultos de tierra se alzan, desparraman y desaparecen. Puede ver

la puerta justo adelante, como Hastings le dijo. Acelera, pero entonces se le

traba el pie en el suelo y cae. Se gira para ver con qué tropezó. Pelo color

mate—una cabeza saliendo del piso. Una mano se estira y le atrapa el

tobillo. Pressia lo golpea con el talón de la bota mientras busca su cuchillo.

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Se estira hacia delante, le clava la hoja en la muñeca. Sus dedos se

flexionan. Empuja la rodilla hacia el pecho. La cabeza se alza y hay un

rostro. Dos ojos brillantes. Una fila de dientes.

Se levanta y corre hacia la puerta mientras el soldado suelta su sangrienta

muñeca. Alza ambos puños y golpea la puerta. Quiere entrar. -¡Ayuda! –

Grita. -¡Ayúdenme! ¡Déjenme entrar! -Le duelen los nudillos pero sigue

golpeando—con fuerza y rapidez.

El soldado está de pie, y se le acerca atropelladamente. Ella está sin aliento.

Trata de aplastarse contra la puerta.

Y entonces escucha un clic—un pop como si se hubiera roto un sello. La

puerta cede. El aire dentro es frío y limpio.

Un uniforme. Un guardia.

Dice por encima del viento. –Soy la media-hermana de Perdiz Willux.

Una voz de hombre dice. –Sabemos quién eres. –Le agarra la muñeca y la

empuja contra la corriente de viento.

Ella ve al soldado una última vez, su mano sangrienta y flácida.

El guardia cierra la puerta. Está armado y tiene una mano en el mango de su

pistola—aun sin sacar, pero preparada.

Está en una cámara, silenciosa y calmada, encerrada entre dos puertas—una

hacia el exterior y una hacia el interior de la Cúpula.

Por primera vez en su vida, Pressia está dentro.

PERDIZ

IMITACIÓN

Perdiz está en uno de los camerinos de lo que llaman la catedral-gym-

torio. Es el lugar de la boda, y momentos después será transformado en un

salón de banquete. Fue usado para cada gran evento de la Cúpula que pueda

recordar—política, religión, entretenimiento. Escuchó los discursos de su

padre aquí—los de Foresteed también. Ha visto el Pesebre ser representado

al igual que animadores vestidos con disfraces raros, sincronizando labios

con canciones pop autorizadas. La multitud gritaba como si fueran reales y

no estuvieran imitando a nadie.

Se recuerda que él se está imitando a sí mismo.

Beckley dice. -¿Estás listo o qué?

Perdiz se observa en el espejo de cuerpo entero—en el que se miró su padre

tantas veces. Piensa en cómo éste antes de morir le agarró la camisa con

una garra de mano y le dijo que era su hijo. Eres mío. El asesinato fue lo

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que los conectó finalmente. Se mira parado allí en su traje, y sabe que es un

asesino a punto de también volverse padre—y ahora esposo.

-¿Está alguien jamás listo para algo como esto? –Le pregunta a su guardia.

-Sí. –Dice Beckley usando un traje propio, su pistola calzada detrás en sus

pantalones. –Creo que es algo a lo que la gente es obligada, en realidad.

-Suenas como alguien que ha estado enamorado. –Perdiz se da cuenta de

que no sabe mucho de nada sobre Beckley.

-Una vez estuve enamorado. –Dice.

-¿De quién?

-En realidad ya no importa. –Dice Beckley. Y Perdiz está seguro de que a

quien amó está muerto.

-¿Qué edad tienes?

-Veintisiete.

Y allí está. Beckley era lo suficientemente grande para enamorarse antes de

las Detonaciones.

-¿Crees que te volverás a enamorar algún día?

Endereza la corbata de Perdiz. –Espero endemoniadamente que no.

Hay un leve golpe en la puerta.

-Es hora. –Dice Beckley. –Esto es.

El guardia abre la puerta que lleva al escenario o altar o plataforma de

trofeos—dependiendo de cómo se vea. Perdiz puede oír todas las voces

hablando a la vez.

Tira de Beckley hacia atrás. –Dime que debería hacerlo.

-No puedo hacer eso.

-¿Pero tú lo harías, Beckley?

-No soy tú.

-Pero si lo fueras…

-Ni siquiera puedo imaginar cómo es ser tú, Perdiz.

El chico se pregunta si lo odia ¿Lo resiente por todo lo que le fue dado o es

algo más? Es el tipo de cosas que Perdiz se volvió bueno captando, pero no

puede leerlo bien. –Aun así, me entiendes a un cierto nivel, Beckley.

-¿Piensas que eso es realmente posible? ¿No conoces ya la compensación?

-¿Qué? ¿Ni siquiera puedo esperar que alguien me entienda—sólo por

quién fue mi padre y por la vida en la que nací? –Piensa en Bradwell e Il

Capitano ¿Eran siquiera amigos? Probablemente no. También lo odiaban en

un cierto punto.

-¿Quieres que la gente te quiera por ser tú mismo? Hubiera supuesto que ya

superaste eso para ahora.

Perdiz se siente inocentemente golpeado. Le gusta Beckley por ser honesto

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—pero eso mismo es una espada de doble filo.

El hombre abre bien la puerta y la mantiene en su sitio.

Perdiz no tiene opción. La atraviesa y el largo pasillo se llena de pedidos de

silencio. Llegan hasta el fondo y de pronto hay silencio. Perdiz se mueve a

su punto en el medio del altar y se gira para enfrentar la audiencia.

Dios mío, piensa. Todos están aquí. Ve unas pocas filas de chicos de la

academia, sus vecinos de Betton West, Purdy y Hoppes con sus familias,

Foresteed, Mimi usando un gran sombrero enjoyado y mirando al altar, e

incluso Arvin Weed, que asiente. Quizás lo perdonó por el golpe.

Perdiz escanea el mar de ojos observándolo. La gente lo está mirando

fijamente, sonriendo, ya presionando pañuelos contra sus cachetes mojados.

Lo aman de nuevo. Mira a Beckley, parado a unos metros, rígido y con la

mandíbula apretada. Quiere que admita que hay algo de esta efusión que no

es sólo sobre quién era su padre. Hay algo personal allí ¿Cómo sino podrías

explicar estas caras, estas lágrimas, este mirar?

Sigue registrando la multitud, dándose cuenta de que busca a Lyda ¿Está

allí afuera, en algún lado? ¿En serio vendría a este evento? Ella lo aprobó.

De hecho, lo empujó a hacerlo ¿Pero siquiera le sería permitido estar aquí?

Si no es así, ¿Está en casa? Las cámaras lo miran a él. Las luces brillantes

le dan calor sobre la cabeza. Mira a una de las cámaras. Quiere decirle algo.

Quiere que sepa que esto no es real. Soy un imitador imitándome a mí mismo,

quiere decir. Pero no puede. Así que guiña el ojo y agita un poco la mano

¿Sabrá que es para ella?

La multitud nota el saludo y suspira colectivamente.

Beckley se estira y lo palmea en la espalda ¿A modo de disculpa o de

consolación? No está seguro.

Y entonces, apenas con aviso, la suave música de fondo, que ni siquiera

notó realmente, baja de volumen y por unos segundos, todo está en silencio.

Entonces la tonada del órgano suena triunfante desde el techo. La audiencia

se para al unísono y se gira.

Al principio Perdiz sólo ve las luces de las cámaras estallando con locura, y

entonces Iralene sale a la vista, emergiendo de todas las luces repentinas y

al final de una larga alfombra blanca que lleva al altar—a él. Su rostro está

perdido detrás de un velo blanco.

Por un minuto, Perdiz piensa que podría ser Lyda debajo del tul. Pero puede

decir por la equilibrada manera en la que camina, la elevación del mentón,

y los pasos medidos, que es Iralene. Este es el momento para el que ella se

ha preparado.

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Y la chica asciende hacia el altar, los invitados perfeccionando su

entrenamiento, Perdiz puede verle el rostro detrás del velo blanco. Es

hermosa. Nunca lo negó, pero hoy se ve mucho más linda, si eso es posible.

El ministro empieza a hablar, y sorprende a Perdiz. Debió de haberse

parado en el escenario cuando Iralene caminaba por el pasillo.

Perdiz sabe que no recordará lo que dice. Las luces le dan repentinamente

demasiado calor. Curva los hombros hacia delante y los rueda hacia atrás,

como si esperara poder estirar la tela de su traje un poco. Su moño y faja

están ambos demasiado apretados ¿Por qué tenía el sastre que asegurar

todo?

Le da un vistazo a Iralene, pero ella está mirando al ministro, un hombre de

mediana edad con un bigote teñido de gris y abundantes dientes.

¿Cómo demonios me metí en esto? Se pregunta. Ahora puede oler todas las

flores. Son abrumadoras. Mira a Beckley ¿No nota él cuánto calor hace?

¿Qué tan fuerte huelen las flores?

El guardia lo mira preocupado. Susurra. –Dobla las rodillas un poco. Te ves

como si fueras a desmayarte.

-Estoy bien. –Susurra Perdiz. Pero sigue el concejo porque, de hecho, se

siente mareado.

Jesús, no te desmayes frente a toda esta gente, se dice. No te desmayes.

Y entonces es momento de intercambiar votos.

Por suerte, el ministro le dice sus líneas, votos tradicionales—los que

probablemente se dijeron sus padres y luego rompieron.

Soy un imitador, se recuerda, me estoy imitando a mí mismo.

-Para tener y atesorar. –Dice repitiendo al ministro, concentrándose en cada

palabra para no equivocarse, y éstas salen a borrones hasta el final. –Hasta

que la muerte nos separe. –La muerte nos separe. La muerte nos separe. Le

hace eco en la cabeza.

Iralene también dice sus votos. Sus labios son rojos, sus dientes perfectos y

blancos. Mira a Perdiz. –En la riqueza y en la pobreza, en la salud y en la

enfermedad… -Y se da cuenta de que es Iralene la que lo trajo aquí. Sin

ella, estaría perdido. Sin ella, su padre lo habría matado. Escucha a Beckley

en su cabeza. ¿Quieres que la gente te quiera por ser tú mismo? Hubiera

supuesto que ya superaste eso para ahora. Lo que Beckley no entiende es que la gente nunca supera querer ser amada

por como realmente es, especialmente cuando crece como una celebridad o

en su borde ensombrecido. Es todo lo que Perdiz siempre quiso. Iralene no

estaría allí si no fuera el hijo de Willux, pero lo ama. No hay nada de lo que

esté más seguro en este momento que de eso. Glassings le preguntó si la

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quería, y no pudo responder. Gente murió por él—inocentes, quienes

pudieron haber ayudado a lograr verdaderos cambios para bien. Idos ¿Qué

pasa si hay amor entre él e Iralene, y el amor puede salvarlos? ¿No es eso lo

que está pasando?

Pero ahora el ministro le dice que puede besar a la novia, y cuando levanta

el velo, su corazón se ensancha al verla claramente—su hermoso rostro y la

forma en la que lo mira en este instante. La música empieza de nuevo, y la

besa y ella le responde. Él toca entonces su mejilla por un momento, y

entonces, raramente, todo parece detenerse—toda la gente, el ruido, las

luces, la música—y dice. –Gracias.

-¿Por qué? –Dice ella.

-Me trajiste aquí. –Dice. -¿En dónde estaría si no fuera por ti? –Es la

verdad. Lyda no quería seguirlo a la Cúpula, pero Iralene ha estado a su

lado a cada paso del camino. Es querible y merece ser amada ¿Es la

próxima cosa buena que hacer, después de todo? ¿Es esto a lo que se refería

Glassings?

Los ojos de Iralene se llenan de lágrimas y toma su mano. -¿Deberíamos

saludar ahora a la gente?

Dice. –Hagámoslo.

Y juntos se giran y saludan. La multitud está de pie, gritando y celebrando

tan fuerte que Perdiz siente la vibración en sus costillas. En este momento,

sabe que ya no es una imitación. Esto es real.

Innegablemente real.

PRESSIA

DÉBIL

-Elegiste un buen momento. –Dice el guardia. –Pero debemos ir rápido.

Una serie de puertas se abrieron en una ráfaga; el guardia lleva a Pressia a

través de cada una, y se cierran a sus espaldas. Ella agarra las correas de su

mochila—el vial, la fórmula—tan cerca ahora. Todo está reluciente y

pulido. El aire huele a químicos raros mezclados con algo acre y dulce.

-¿Cómo sabías que estaba viniendo?

-Te vi en los ojos de un soldado muerto. Te plantó un rastreador. –Ella se

estira y toca el punto donde sintió el extraño pinchazo y notó la rasgadura

¿La estaban rastreando? –Hemos estado mirando tu aproximamiento y

cifrando tus alrededores a medida que eran reportados a Foresteed.

-¿Foresteed?

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-Supervisa las operaciones militares.

-Así que Perdiz no ordenó los ataques ¿Fue Foresteed?

Él asiente.

A Pressia la anega el alivio. Tenía razón. Perdiz nunca habría hecho eso.

-Te necesitamos aquí. –Dice el guardia. –Queremos que hables con Perdiz.

-¿Qué quieren que le diga?

-Que debe hacer esto de la forma difícil.

-¿Hacer qué?

-Empezar de nuevo.

-¿Y lo está haciendo de la forma fácil?

-No hay forma fácil. Será sangriento. Tiene que dejar que sea así.

La lleva a un pequeño cuarto lleno de boquillas, como si fuera a ser rociada

hasta morir.

-Ropa apilada para ti. Cámbiate rápido.

-Espera ¿Quiénes son?

-Somos Cygnus. Podemos llevarte con tu hermano. –Cierra la puerta.

¿Cygnus? ¿Cómo la constelación? El cisne. Todo esto se remonta a su

madre. Siente fuertemente, por sólo un momento, que su madre está con

ella.

Y está dentro. Esto es. La Cúpula. Está sorprendida. Toca el azulejo blanco,

dejando un rastro de ceniza.

Mira a las boquillas, preparándose para el agua—¿o gas venenoso?

Nada viene.

Levanta la ropa de la pila—un traje de guardia, incluyendo una pistolera.

Recuerda la primera vez que usó el uniforme de la ORS, cuánto amó la

pomposidad del saco térmico incluso aunque se odió por ello. Siente la

misma punzada aquí. No debería estar emocionada por estar dentro.

Bradwell estaría furioso. Il Capitano querría reventar la cabeza del

guardia—ayudando o no, el bastardo logró entrar. Fin. Pero tiene

esperanza. La llevarán con su hermano, que es inocente. Quiere ver las

academias femeninas y masculinas con canchas, los edificios

apartamentales con cuartos limpios y literas, los campos y comida y falso

sol y luz, sin frío, sin sufrimiento, sin oscuridad absoluta. Pero ha sido

advertida: será sangriento.

En una esquina hay un pequeño cuenco con una barra de jabón y una toalla.

Quieren que se lave. Es bueno que su piel ya no lleve el brillo dorado. Se

viste con rapidez, nerviosamente sujetándose la pistolera alrededor de la

cintura. No será capaz de llevar la mochila. Resaltaría demasiado. La abre,

mete la mano y saca la caja. Abre el pestillo y revisa que el vial esté intacto,

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la fórmula en su lugar. Cierra la caja, la desliza entre su camisa a medida y

saco apretado, y la posiciona sobre una cadera, la ropa es lo suficientemente

ajustada para mantenerla en su lugar. Se mueve hacia el cuenco, se frota el

rostro, el cuello y después mira la cabeza de muñeca. Por la alegría de estar

dentro de la Cúpula, de haber logrado llegar hasta aquí, olvidó esto—la piel

de la cabeza de muñeca manchada con cenizas, sus labios fruncidos, sus

ojos parpadeantes. Le lava la cara, frota la fila de pestañas plásticas y el

cráneo, donde sus nudillos se fusionan debajo de la superficie. La seca con

toques de la toalla de mano y la cabeza de muñeca se ve fresca y limpia,

con los cachetes rosados ¿Puede ser removida? ¿Puede ser curada aquí?

Sale de la habitación, dejando la mochila vacía detrás.

El guardia le entrega una pistola como la de él. Ella la desliza en la

pistolera y alza la muñeca.

-¿Qué hay sobre esto? –Dice. Pero él ya está preparado. Saca un rollo de

vendajes.

Pressia levanta el brazo, y él enrolla la venda en la cabeza de muñeca,

obviamente le incomoda. Aprieta tanto que, por un segundo, se imagina que

la muñeca no será capaz de respirar. Ridículo, lo sabe. Engancha la venda

en su lugar.

-Si alguien pregunta, diles que estuviste en un accidente.

Ella asiente, pero se siente enferma. No fue un accidente. Esa es la razón

por la que está aquí. Le fue hecho a propósito. Todas esas pérdidas,

asesinatos, muertes adrede. Bradwell diría: Mira qué tan rápido escondieron

la verdad.

El guardia se toca un lado de la cara, el mismo punto donde ella tiene la

quemadura en forma de media luna. –Cúbrete eso. –Dice. –Tira algo de

cabello hacia delante. –Le entrega una gorra. –Y déjate esto puesto.

Es traición. Todo. La enferma.

Él la lleva por un pasillo. Ella escucha un rumor lejano y piensa en los

Terrones rodeando Crazy John-Johns. Siente las mismas vibraciones en las

suelas de sus botas. Está asustada y no tiene idea de qué esperar.

Pero pronto están junto a un túnel y un tren llega. Es elegante, una máquina

hermosa—tan brillante que puede ver su reflejo. Es una guardia ahora.

Las puertas se abren. Entran. El vagón está vacío.

-Todos están frente a sus televisores hoy. –Dice el guardia.

-¿Por qué?

La observa y después aparta la mirada. –Boda. Perdiz va a casar se.

-¿Va a casar se?

-Sip.

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Piensa en Lyda y el bebé ¿Se casan porque es mandatorio en la Cúpula

hacerlo al embarazarse? Preguntaría, pero no está segura de si el embarazo

es de conocimiento popular. Piensa en su boda en el bosque. Real pero no.

Íntima. Un secreto. La única forma que parece poder existir es en su cenizo

y desolado hogar. Pero el amor dentro de la Cúpula debe ser distinto. Aquí,

enamorarte puede ser un evento, una proclamación sin reconocer que a

todos los que amas pueden morir de forma horrible, que amar a alguien es

aceptar la pérdida inminente.

Se siente un poco mareada. Se agarra de la vara brillante del tren, tan limpia

que rechina cuando se le resbalan las manos. Este es el día de boda de mi

hermano, piensa, y a pesar de todo, se siente feliz, quizás incluso

esperanzada.

Pero de todas formas, el vagón le recuerda al que estaba enterrado, en el

que las Madres había hecho un túnel, con su suelo levantado y sus ventanas

golpeadas. Puede oler los persistentes perfumes de los champuses de los

Puros, lociones, fijador de pelo—una dulzura que le recuerda a su niñez en

la barbería con sus pequeñas botellas de tónicos y geles. Mayormente, hay

una ausencia de podredumbre y muerte, humo y carbón. La marea y

también le dan ganas de llorar.

Se endereza y dice. -¿Me llevas a la ceremonia de la boda?

El guardia revisa su reloj. -La recepción. El lugar estará lleno de guardias.

Alta seguridad. Encajarás.

-¿Seguro? –Sostiene en alto su puño vendado.

-Herida ¿Recuerdas? Sólo di eso.

-Accidente. –Dice ella. –Me dijiste que dijera que fue un accidente.

-Misma diferencia.

-Sólo porque ninguna es verdad.

El guardia la mira. -¿Qué?

-No fue un accidente. No estoy sólo lastimada.

-No nos adentremos en eso.

-¿Eso?

-Ya sabes.

Siente el calor de la ira enrollarse en su pecho. –Las Detonaciones nos

deformaron. –Dice. –Mutilaron y fusionaron. Alteraron nuestro nivel más

básico. Incluso los bebés nacidos después de las Detonaciones están

mutados ¿Es eso en lo que no te quieres meter?

-Soy uno de los tipos buenos. –Dice el guardia a la defensiva.

-¿Eso te ayuda a dormir por la noche?

-No duermo de noche. –Él se inclina contra la ventana, su rostro

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reflejándose oscuramente en el vidrio. El tren desacelera. –Aquí es. –La

mira. -¿Lista?

Ella no se puede imaginar en qué está a punto de entrar, mucho menos si

está lista. –No estoy acostumbrada a tener elección.

Las puertas se abren.

-De aquí en adelante, caminamos hombro a hombro ¿Bien?

-Bueno. –Dice ella. -¿Cuál es tu nombre?

-Vendler Prescott. –Le responde. –Mis amigos me llaman Ven.

Éste es quién tiene de su lado. Ven. Hombro a hombro. –Vamos.

Caminan a través de más pasillos esterilizados. Asienten al encontrarse con

un guardia ocasional. Pressia escucha la música distante, voces fuertes.

Llegan a un par de puertas. Ven se detiene, la mira. Pressia asiente.

Él abre las puertas, y allí hay un gran y hermoso cuarto lleno de mesas con

manteles y gente en vestidos y trajes. Meseros revolotean por allí con

pequeñas tortas en platos. Algunas mujeres parecen estar usando pelucas

elaboradas, por la forma en que los rizos están apilados en las puntas de sus

cabezas. Los hombres tienen cabello liso, engominado hacia atrás.

Piel, piel, piel—toda perfecta.

Los chicos se agachan debajo de mesas, levantan los platos de torta

abandonados por la gente. El suelo está cubierto de pétalos aterciopelados.

Nadie se encorva bajo el peso desigual de otra persona. No hay animales, ni

vidrio o metal o plástico incrustado en sus cuerpos. Sin amputaciones, sin

cicatrices profundas y rojizas, sin quemaduras de soga.

Sin la espesa capa de ceniza.

Todo está limpio y reluciente.

Y la música es gloriosa. Nunca escuchó algo como esto—tan grande y

fuerte y hermoso. Mira el alto y espaciado techo. Globos están atrapados en

las bóvedas.

Esto es una boda—no dos personas susurrando en un bosque. No importa

cuánto ella y Bradwell se amen, esto se siente real de una forma en la que

su casamiento nunca lo será.

Ven la toma del brazo, y Pressia recuerda que se supone que encaje, no que

todo la asombre.

Caminan junto a una pared, lejos de las muchedumbres.

En la pista de baile, parejas tomándose de las manos se mecen y giran. Lo

más impresionante es que es mejor de lo que jamás lo imaginó, y pensó que

había esperado demasiado, que nunca sería capaz de cumplir con sus

expectativas.

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Pasan una torta con los pisos sujetos por columnas, como si fuera una

catedral. Arañas—los cristales tintineando sobre sus cabezas. Recuerda el

comedor de la granja y cómo, después del incendio, la lámpara se estrelló

contra la mesa, como una reina caída ¿Dónde está la prueba de que estas

personas fueron gobernadas por alguien tan horrible como Willux? Quiere

que Bradwell vea esto ¡Una boda! ¡Siguen existiendo! Los Puros pueden

creer en un amor tan profundo que lo celebran abiertamente ¿Podrán ella y

Bradwell alguna vez dejar de estar lo suficientemente hastiados para hacer

algo así? Por supuesto, las bodas son probablemente comunes dentro de la

Cúpula, pero para Pressia, se siente como un acto tan desnudo de esperanza.

¿Por qué razón en el mundo quería Lyda quedarse con las Madres? Esto es

el paraíso. Bebe de la música; el aire dulce, limpio; los chicos chillando con

alegría. Bradwell, piensa, ¿Ves? No son todos malos. Hay belleza aquí. Hay

inocencia y gozo. Se siente vindicada.

Y entonces ve a Perdiz. Está siendo felicitado por un grupo de chicos de su

edad. Levantaron sus vasos aflautados—¿Champán?—para hacerle un

brindis. Pressia toma aire, con intención de llamarlo, pero se detiene. Es

una guardia, no una hermana.

Uno de los amigos golpea su vaso vacío con un tenedor. Los otros se le

unen. Ven para y espera. Un coro tintineante se eleva a su alrededor. Perdiz

parece estar buscando a alguien ¿A Lyda? ¿Dónde está?

-¿Qué pasa? –Le pregunta Pressia a Ven.

-Se supone que se besen. Es una tradición.

¿Una tradición con un beso? Pressia piensa en las tradiciones con las que

fue criada. Las Muerterías le vienen a la mente.

De un frenesí de mujeres, emerge un vestido blanco—abombado y de

encaje, sostenido como la catedral de trota.

A Pressia le sorprende que Lyda haya elegido un vestido tan elaborado y

enorme, pero entonces ve la cara de la novia.

No es Lyda.

Es una chica a la que nunca vio antes.

El tintineo se vuelve más y más alto y estridente.

Tiene que haber un error.

Pero entonces Perdiz toma la mano de la mujer, la acerca y la besa. Es

rápido, pero un beso después de todo. La gente deja de golpear los vasos y

estallan repentinamente en hurras. Pressia deja de respirar.

Perdiz y la mujer, esta extraña, saludan y después se susurran mutuamente,

sonriendo.

Pressia agarra el saco de Ven. –¿Qué pasó? ¿Quién es ella?

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-Iralene. –Dice Ven. –Willux la eligió para Perdiz.

-Pero… Lyda… y…

Ven sacude la cabeza, y ella sabe que no es sólo el embarazo secreto, sino

Lyda también.

-Quiero hablarle a Perdiz. Quiero hablarle ahora. –Está furiosa ¿Qué

demonios está él haciendo? ¡Lyda está en cinta! Es su hijo, ¿y sigue

haciendo lo que su padre le dijo?

-Estoy tratando de acercarte; después tal vez ustedes dos puedan encontrar

un lugar tranquilo—

-No me importa encontrar un lugar tranquilo. –Dice Pressia y se dirige a la

multitud. Escucha a Ven diciéndole que espere, pero ella sigue—rodeando

mesas, atravesando la pista de baile y yendo en línea recta hacia Perdiz.

La novia ha sido separada por algunos invitados. Perdiz le está hablando a

un hombre más viejo de rostro delgado y bronceado ¿Cómo te bronceas en

un lugar sin sol? Pressia se detiene frente a ellos.

Le toma unos segundos a Perdiz notarla, pero cuando lo hace, su cara se

ilumina. -¡Pressia! –Dice como si fuera una buena sorpresa.

Y por alguna razón, es su alegría lo que la enoja más que nada. Él le pasa su

trago a un hombre cercano, se inclina hacia delante, con los brazos abiertos,

listo para abrazarla, y antes de siquiera pensarlo, ella levanta la mano para

abofetearlo, pero su muñeca es agarrada.

El hombre de rostro bronceado la ase con firmeza, acercándola.

-¿Quién demonios eres? –Dice Pressia. –Déjame ir.

-Soy Foresteed. Lindo conocerte, Pressia.

-¿Cómo sabes quién soy?

-Es difícil no reconocer a un Miserable tan conocido como tú ¿Crees que

esos vendajes me engañan?

-Afloja, Foresteed. –Dice Perdiz, y el agarre lo hace y la deja ir. -¿Cómo

llegaste? Vamos a algún lugar para hablar.

-No voy a ninguna parte.

Las mejillas de Perdiz se vuelven de un rojo oscuro, como si lo hubiera

golpeado. Se frota las manos. –Necesitamos hablar.

Ella nota que todos sus dedos están allí. Se estira y le toma las dos manos,

preguntándose por un segundo si recordó mal cuál meñique Nuestra Buena

Madre le cortó. Pero ambas manos están intactas. Sus meñiques están

perfectamente formados. –¿Cómo? ¿Por qué? –Apenas puede hablar.

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Él retira sus manos y mira al enorme salón, y ella puede verlo caer en la

cuenta—cómo esto debe de verse para ella. –Puedo explicarlo. –Dice. –

Estoy haciendo lo correcto aquí. Tan sólo… Sólo que no…

-Me enfermas. –Su voz está tan ahogada de rabia que sale como un susurro.

-Debemos encerrarla. –Dice Foresteed. –Por el amor de Cristo, está

contaminada ¿Cómo diablos llegó aquí adentro? –El hombre mira el

poblado salón de banquete.

-Nos siguen matando allí afuera. Y a ti ni siquiera te importa. Mírate. –Dice

Pressia.

La novia, como si presintiera la tensión, se acerca rápidamente. -¿Qué está

pasando?

-Está bien, Iralene. –Dice Perdiz. –Sólo danos un minuto. –se gira de vuelta

hacia Pressia. –Mira, ¡Tenía que casarme con Iralene! ¡No entiendes lo que

está pasando aquí!

Iralene mira a Perdiz, herida por su comentario. Dice. -¡Quiero saber quién

es ella!

-Soy Pressia ¿Dónde está Lyda?

-No pudo venir. -Dice Iralene. -¿Por qué querría hacerlo siquiera?

-¡Púdrete! –Le dice Pressia a la otra chica, cuyo rostro instantáneamente se

tensa. –Y tú también, Perdiz. Eres peor que tu padre ¿Lo sabes? Al menos

él tenía una ambición real.

Foresteed susurra. –Déjame escoltarla afuera.

Un hombre joven de aproximadamente la misma edad que Perdiz se abre

paso a empujones hacia el pequeño grupo. -¿Es ésta Pressia? –Dice.

-Ahora no, Arvin. –Dice Perdiz.

-Quiero hablar contigo. –Le dice Arvin a Pressia. –Puedo ayudar—

Perdiz alza la mano. –Todos, sólo esperen…

-Quiero ver a Lyda. –Dice Pressia. -¿Dónde está?

Perdiz se gira y grita. -¡Beckley! –Un hombre de traje aparece. Es alto y

ancho con pelo rapado. –Lleva a Pressia a lo de Lyda. –La mira. –Confío en

Beckley. Estás en buenas manos.

-¿Buenas manos? ¿Quién diablos eres, Perdiz?

-Sigo siendo la misma perdona. Tenme fe.

Pressia sacude la cabeza.

-Te encontraré en lo de Lyda. Hablaremos entonces. Puedo explicarlo,

Pressia. Puedo.

Iralene envuelve su brazo en el de él. –Beckley debe hacer el brindis. –

Dice.

Beckley alza las cejas.

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-Sólo ve. –Dice Perdiz.

El guardia empieza a escoltar a Pressia fuera, pero Iralene dice. -¡Aguarda!

Se supone que Beckley haga el brindis.

Pressia da un par más de pasos pero se gira. No puede evitarlo. Está furiosa.

–Te defendí. –Dice con la voz temblándole. –Pero tuvieron razón todo el

tiempo. Eres débil.

-No digas eso. –Perdiz corre hacia ella. Dice en voz baja. –Tu abuelo,

Pressia—lo encontré. Voy a traerlo de vuelta.

-¿De qué estás hablando?

La multitud se está acercando. Iralene tiene su brazo. –No hagan una

escena.

-No, no. No querríamos una escena ¿O no? –Dice Pressia.

-Puedo explicarlo. –Dice él, pero ella sabe que no está seguro. De hecho,

tiene los ojos bien abiertos y ella sabe que está aterrado.

IL CAPITANO

NOMBRE

Más allá del centro comercial, Il Capitano ve una fila de columnas caídas,

yaciendo frente a una gran pila de escombros.

Empieza a treparla. Con cada paso, siente los moretones de los golpes de

Helmud. Su hermano le pateó el trasero ¿Y qué? Se merecía los golpes.

Además, se siente bien ser un poco molido—encaja con cómo se siente

dentro: golpeado, cansado, acabado.

-Revísala. –Le dice a Helmud sin mucha convicción.

Helmud pasa las manos sobre la cinta, la caja cuadrada. -¿Revisada? –Dice,

más como pregunta que como respuesta.

Il Capitano sabe que se está soltando—demasiada pelea, demasiado

sudor—pero la bacteria está en su lugar, más o menos. –Suficientemente

bien.

Ve un hoyo en la pila de escombros. Grita. -¡Sal! ¡Sal! ¡Quienquiera seas! –

Desearía tener un rifle para disparar al aire. Le gustaría darle a quién

estuviera allí abajo la impresión de que está a punto de tirar. Sus pistolas

son definitivas, y, para ser honesto, las necesita devuelta. Siente como si

hubiera perdido todo sentido de sí mismo—dirección y propósito. Sólo está

allí—con Helmud.

Su hermano no lo puede dejar solo. Lo odia y necesita y se odia a sí mismo

por necesitarlo.

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Il Capitano llama de nuevo, pero sigue sin respuesta. Retrocede y espera un

poco.

Justo cuando piensa que está vacío, hay ruidos de rasguños. La cabeza de

un hombre aparece en un agujero no muy lejano. -¿Il Capitano? –Dice,

parpadeando ante la pálida luz. Divisa a Helmud sobre el hombro de su

hermano. Deben de parecer bastante golpeados, pero este hombre también

se ve un poco molido—y pálido. Parece asustado de Il Capitano. Su miedo

alimenta a este último, que a veces extraña ser temido.

-¿Quién eres?

-Mi nombre Gorse. –Dice.

-Conozco ese nombre. –Dice Il Capitano. -¿El hermano de Fandra?

El chico duda antes de asentir y mira más allá de Il Capitano y a ambos

lados. Las fusiones de Gorse deben de yacer debajo de su abrigo, que se

abulta en un hombro. Sus manos tienen un brillo como si hubiera metido las

manos en el fuego para sacar algo. –Escuché que estabas en la ciudad—con

Bradwell. –Evidentemente se sentiría un poco más seguro si Bradwell

estuviera aquí.

-Nos vamos a reunir. Él eligió este lugar. Pensó que sería seguro y bueno

para salir del clima ¿Cuántos allí abajo?

Gorse alza las cejas. –Sólo dos de nosotros.

-¿Te importa si esperamos a Bradwell con ustedes?

Gorse no está seguro. Mira hacia abajo y después de vuelta a Il Capitano.

-Tengo buenas noticias para ti, Gorse. –Dice Il Capitano.

-¿Sí? ¿Qué es?

-Fandra.

-¿Qué hay sobre ella? –Lo mira con sospecha.

-Está viva. Sobrevivió allí afuera, apenas, y fue recogida por sobrevivientes

en Crazy John-Johns. Está bien.

-No me mentirías ¿no?

-La vi yo mismo. –Dice Il Capitano. –Largo pelo rubio. Nos salvó el trasero

allí afuera.

-Nos salvó el trasero. –Dice Helmud.

-No tienes que creer nuestra palabra. –Dice Il Capitano. –Bradwell está de

camino, como dije. Se lo puedes preguntar tú mismo.

Gorse mira a Il Capitano y Helmud, y luego, algo detrás suyo le llama la

atención.

-No hay que esperar. –Dice.

Il Capitano se gira. Bradwell está trepando los escombros. Ve a Gorse y

grita. -¡Ey, Gorse! ¿Escuchaste las noticias?

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Il Capitano mira de vuelta a Gorse. -¿Ves? Te dije que lo confirmaría.

Gorse debe querer escucharlo por sí mismo. Se hace el tonto. -¿Noticias?

¿Qué noticias?

-Tu hermana. La vimos fuera por el parque de atracciones. Está bien,

Gorse. Lo logró después de todo.

Gorse se pone rígido. Sus ojos brillan con las lágrimas. Se limpia la

garganta, se excusa y desaparece por el agujero.

-¿Y? –Le dice Il Capitano a Bradwell.

-Encontré a Pressia. Dije lo que debía. La dejé ir.

Il Capitano no está seguro de a qué se refiere ¿Le dijo que la amaba? ¿Qué

le dijo? Decide que no quiere saber ¿Por qué castigarse con los detalles?

-¿Qué demonios les pasó a ustedes dos? Se ven como la mierda. –Dice

Bradwell.

-Caímos.

-¿Por unas escaleras? -Dice Bradwell.

-Sí. –Dice Il Capitano. –Algo como eso.

-Algo. –Dice Helmud. -como eso.

Gorse reaparece, sus ojos delineados con rojo. Ha estado llorando. Se frota

la cara con rudeza. –Fandra ¿Viva? ¿Seguros?

-Seguros. -Dice Bradwell.

Gorse deja salir un sonoro sonido de alegría. –¡Bueno, debemos celebrar

entonces! Tenemos algunas cosas de primera aquí abajo, de antes de que los

bodegones explotaran.

-Sí. –Dice Il Capitano ¿Cuándo fue la última vez que tuvo algo de tomar?

Le encantaría emborracharse. El tipo de embriaguez con la respiración

desgarradora.

-No lo sé. –Dice Bradwell.

-No. –Dice Helmud. No le gusta cuando Il Capitano bebe.

-¿Qué no sabes? –Le dice Il Capitano a Bradwell. –No hay nada que

podamos hacer ahora—no para nosotros, no para Pressia. No podemos

hacer nada hasta que escuchemos de ella. Deberíamos celebrar cualquier

cosa mientras todavía haya algo que celebrar. -Il Capitano se gira hacia

Gorse y dice. -Déjame hacer esto simple: ¡Mierda que sí!

-Mierda. –Dice Helmud con nerviosismo. –Sí.

* * *

-A las Madres. –Grita Il Capitano. -¡Que me asustan como la mierda! –Ya

brindó por los Terrones, las alimañas, los muertos, los vivos, los jabalíes,

las criaturas en la niebla… toma un largo trago. Le quema la garganta, le

calienta el pecho. Él y Helmud están sentados en el suelo de la bóveda del

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banco con Bradwell y Gorse y otro chico que se había desmayado y

acurrucado en una esquina. La puerta circular de un metro de espesor está

permanentemente abierta, contraída por el techo torcido. Los muros de

metal están alineados con pequeños cajones rectangulares—todos los cuales

han sido abiertos y vaciados. La mayoría de los cajones en sí ya no están.

Es acogedor aquí adentro. Se siente seguro, a salvo. Huele a metal. A Il

Capitano le gusta.

Mientras le pasa la botella a Bradwell, Helmud se estira e intenta agarrarla.

–Vas a recibir tu parte. –Dice Il Capitano. –Está en la sangre. –Se ríe con

fuerza. Sabe Helmud no quiere un trago. Quiere llevarse la botella lejos

suyo. No le gusta emborracharse—y seguro que ambos lo están ahora. Il

Capitano se había olvidado de cuánto extrañaba el licor—la forma en la que

suaviza al mundo, enmudece el sonido, emborrona las cosas. El viejo

Ingership le solía dar un trago de vez en cuando. Le alegra que el hombre

haya muerto, pero extraña el licor.

-Tu parte, tu parte, tu parte. –Murmura Helmud, los brazos flácidos y la

cabeza colgándole sobre un hombro. Está retando a su hermano por tomar

demasiado.

-¡Cállate, Helmud! –Dice Il Capitano. –Estamos celebrando aquí ¿Verdad,

Bradwell? Dile ¿Verdad?

-Cierto. -Dice Bradwell pasándole la botella a Gorse.

-¡Cierto! -Grita Gorse, dando un trago. Il Capitano vigila de cerca la bebida,

intentando averiguar si obtendrá el último trago o no.

Desea que Pressia esté aquí, aunque no quiere sacar su nombre a relucir—

no frente a Bradwell. No quiere saber qué pasó entre ellos cuando corrió

detrás suyo en la lluvia. A Il Capitano le gusta pensar en ella ahora—con

esta linda embriaguez. Todo el dolor está despuntado. Puede imaginarse un

futuro con ella—los dos, o incluso tres, contando a Helmud. Y es bueno.

Y entonces, como si hubieran tocado el interruptor, Il Capitano piensa en el

niño muerto atrapado en la trampa ¿Por qué ahora? Se frota la frente. –No.

No. –Murmura, pero hay más rostros de muertos apareciéndole en la mente.

Sus caras son un borrón ¿Qué le pasó en esa cripta? Allí es donde empezó.

¿Por qué se siente tan enfermo sobre ello ahora? Jesús. Casi le reza a Dios o

a esa estatua de la santa en busca de perdón. Si lo hubiera hecho ¿Qué le

habría pasado? Tendría que admitir que estaba mal. No estaba mal. Mira—

¡Está vivo! ¡Helmud está vivo en su espalda!

-¿Por qué te asustan? –Le pregunta Bradwell a Il Capitano.

-¿Dios y esa santa? –Pregunta Il Capitano.

-¿Qué? No. –Dice Bradwell. –Las Madres. Dijiste que te asustan como la

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mierda.

-¿No te aterran? –Responde Il Capitano.

-No dije eso. Sólo me preguntaba por qué les temes.

Il Capitano se inclina hacia el medio del círculo. –Parecen buenas y lindas

y, bueno, son Madres. Solían organizar comidas a la canasta y hablar sobre

cortinas, y ahora te matarían tan pronto como te vean.

-Eres quién para hablar. –Dice Gorse.

-Sí, pero nunca me enorgullecí por educar las mentes jóvenes del mañana al

elegir la mejor escuela privada y conducir hasta ella en la mejor minivan.

-Todos fuimos inocentes hace un tiempo. –Dice Bradwell. –Técnicamente

una vez fuiste un niño, ¿No, Il Capitano? Quiero decir, mierda—tenías un

nombre aparte de ese, ¿O es así en tu libreta de bautismo?

-No lo recuerdo. -Dice Il Capitano. Walden. Walden era su nombre.

-¿No lo recuerdas? -Dice Gorse. -¿Tu propio nombre?

-¡Helmud! -Dice Bradwell. -¿Cuál era el nombre de tu hermano antes de ser

Il Capitano.

-No lo sabe. –Dice Il Capitano. -¡No te rías de él!

Puede sentir la cabeza de su hermano dispararse hacia arriba detrás de él. –

No te rías. –Dice Helmud.

-No me estoy burlando, Helmud. Sólo digo que podrías recordar el nombre

de Il Capitano por su niñez compartida. Quiero decir, está allí, en lo

profundo. Tu madre solía llamarte adentro cuando eras pequeño ¿Cierto?

Te llamaba ‘¡Helmud!’ y después decía otro nombre ¿Cuál era?

Helmud se bambalea otro rato ¿Está recordando? ¿Hay algún pinchazo de

luz iluminando la oscura esquina de su memoria?

-No lo molestes con esta mierda. No lo recuerda y tampoco yo. Mi viejo

nombre está muerto. Soy Il Capitano.

-¿Qué hay de tu apellido? –Pregunta Gorse.

-Croll. -Dice en voz baja. –Mi padre era Sargento Warret B. Croll. Croll.

Bradwell se acerca más a Il Capitano. Se estira y sostiene las mejillas de

Helmud en sus manos.

-Cuando tu madre estaba enojada, tal vez los llamaba a los dos por sus

nombres completos. Las madres hacen eso ¿Cómo lo llamaba cuando

estaba enojada con él?

-¡Déjalo en paz! –Grita Il Capitano, retrocediendo para que el rostro de su

hermano resbale de las manos de Bradwell. Se levanta. Helmud parece

increíblemente pesado en su espalda y lo hace chocar contra una pared con

las cajas vacías del depósito de seguridad. La cabeza de Il Capitano golpea

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contra el metal—un golpe agudo.

Se deja caer al suelo de nuevo. Se toca la cabeza—no hay sangre.

-¡Qué demonios, Cap! -Dice Bradwell. -¡Sólo estamos pasando el rato!

-No deberías haber dejado que Pressia entrara sola. –Grita Il Capitano. –Si

muere, es tu culpa ¡Lo sabes!

Helmud lo impulsa hacia arriba. -¡Tu culpa! –Le grita a su hermano.

-¿Qué? –Grita Bradwell. -¡La dejaste ir tanto como yo!

-Tranquilos, ahora. –Dice Gorse con las manos en el aire.

Il Capitano apenas puede verlos. Son figuras tenues y parpadeantes ante sus

ojos. Mira al chico en la esquina y lo odia—repentinamente y sin ningún

motivo aparente. –No la deberías haber dejado ir en absoluto.

-Cap. –Dice Bradwell. –Sabes que no tenía opción. Sabes que…

Il Capitano cierra los ojos y siente que el piso bajo sus pies gira, suelto. –Si

muere. –Dice volviendo a abrir los ojos, parpadeando. –La sangre está en

tus manos.

-¿Quién demonios te crees que eres? –Grita Bradwell, con sus grandes alas

resplandeciendo en su espalda.

Il Capitano ni siquiera se prepara para un golpe. De hecho, espera que

Bradwell lo ataque. -¡Nos deberíamos desgarrar mutuamente! –Grita. –

Matarnos ¡Superarlo ya!

-¿Seguro sobre eso? –Dice Bradwell.

Pero entonces Il Capitano escucha movimiento y la voz de Gorse. –Déjalo

dormir la mona.

La voz de Bradwell es áspera. –No tengo miedo de que vaya a morir. Es

demasiado dura para eso ¿Sabes en qué no estás pensando todavía, Cap? No

te preocupa que le guste—que elija la Cúpula por sobre alguno de nosotros.

Las palabras de Bradwell penetran lentamente, y se da cuenta de que tiene

razón. Bradwell siempre podía ver todas las posibilidades antes que él ¿Qué

pasa si ama cómo es estar en la Cúpula? ¿Qué pasa si se va… no muerta,

pero se marcha de todas formas? No puede pensar en nada que decir—nada

en absoluto. Siente como si fuera a empezar a llorar. Mierda. Lágrimas se

deslizan por sus ojos.

Entonces siente una mano en su cabeza. Remueve el pelo de su frente

gentilmente, con suavidad. La mano le palmea el cráneo como a un nene

pequeño, sudoroso por jugar en el bosque. Una voz dice. -Waldy. Waldy,

Waldy, Waldy. –Así es como su madre lo llamaba cuando era pequeño.

Waldy. Apodo de Walden. -Waldy, Waldy. -Helmud recuerda. Le palmea

la cabeza de la forma en la que su madre una vez lo hizo hace un tiempo,

cuando eran inocentes, hace un tiempo, cuando Il Capitano era Waldy.

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-No pude salvarla. –Le dice a Helmud. No se refiere sólo a su madre sino

también a Pressia.

Helmud envuelve los brazos alrededor de su hermano, lo sostiene con

fuerza. Il Capitano toma aire y lo suelta. Helmud lo sigue sosteniendo. Se

cubre los ojos con las manos. Está llorando. –Lo siento.

Susurra. –Perdóname. Perdóname. –Lo siente no sólo por la muerte de su

madre, sino por todas.

-Perdóname. –El niño en la trampa, las Muerterías, las jaulas de chicos

fuera en el frío. Mató gente.

Fue causante de muerte y sufrimiento…

Lo siente por todo el dolor. Por todo.

-Perdóname. –Es lo que no pudo decir en la cripta.

Pero aquí, ahora, con Helmud, Il Capitano está pidiendo perdón a la Santa

Wi o Dios o a cualquier fuerza que pueda existir más allá de ellos. –

Perdóname. –Sigue diciendo.

Quiere decir: Llévate esto de mí. Llévatelo.

Y entonces lo siente—algo desgarrando su pecho. Y siendo levantado.

Y ya no está.

PERDIZ

CONFETI

-Baila conmigo. –Grita Iralene por sobre la música. –Vamos.

Perdiz se siente sorprendido. Pressia iba a golpearlo. Sus ojos revolotean

por la multitud, por mesas de banquete, vestidos brillantes, cabello lustroso,

cubiertos relucientes, arcos dorados en el techo ¿Ésta fue la primer mirada

de Pressia a la Cúpula? Y él está en el centro de todo, tomando champán en

un traje hecho a medida, junto a su novia, ¿esposa? –No puedo. –Dice en

voz baja.

Y justo entonces, alguien en alguna parte suelta confeti rosa. Lo vuela una

máquina oculta y revolotea a su alrededor. Le recuerda el principio de

todo—corriendo por el filtro masivo de aire, las aspas gigantes de

ventilador, cortando los filtros rosas, todas las fibras girando a su alrededor.

Le recuerda a la forma en la que la ceniza flota en el aire—allí afuera—y a

Lyda y lo que ella dijo sobre estar encerrado dentro de un globo de nieve.

Iralene le tira del saco. -¡No dejes que Pressia lo arruine! Llegará a

conocerme, y le gustaré. A ti tampoco te guste la primera vez. –Dice.

La chica lo empieza a empujar hacia la pista de baile. Él la detiene y la mira

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a los ojos. Recuerda cómo era la primera vez que la conoció. Estaba rígida

y rara—casi como un extranjero. Y era una extranjera. Había vivido tanto

tiempo suspendida. –Hice un desastre.

Ella envuelve los brazos a su alrededor, lo sostiene con fuerza. –No, no lo

hiciste. Hiciste lo correcto. Te vi hacerlo. Sé que es la verdad. Se lo

explicarás todo. Entenderá.

-No creo que jamás lo entienda.

-Sé qué harás, Sr. Perdiz Willux.

-¿Qué?

-Tienen el mejor regalo del mundo para darle, y una vez lo hagas, te

perdonará todo. -Iralene le sonríe. -¿Verdad?

Perdiz tiene a su abuelo. Vivo. El ventilador asentado en su garganta fue

sacado, y lo enmendaron, suspendieron. Incluso podría tener a su padre,

aunque no puede acceder a esa cámara—no aún al menos.

Por ahora, puede devolverle a su abuelo. Puede intentar. Pero siente como

si se estuviera ahogando. Falló.

Pressia lo sabe. Probablemente no sepa lo peor de eso.

-Al final, mirarás hacia atrás y todo tendrá sentido.

¿Alguna vez tendrá sentido? ¿Alguien alguna vez mirará a esta serie de

eventos y sabrá que trató tan duro de hacer lo correcto—mientras todo se

desmoronaba a su alrededor? -¿Qué más puedo hacer? –Dice.

-Puedes bailar con la Sra. Perdiz Willux.

Aún sorprendido, deja a Iralene llevarlo a la pista de baile, confeti llenando

el aire, ensuciando el suelo como nieve rosa.

PRESSIA

SALTADOR

-Usualmente soy yo el que está vestido de guardia. –Dice Beckley. -¿Te

molesta si me saco la corbata?

-¿Qué me importa? –Dice Pressia. Está furiosa. Tiene la sensación de dos

puños golpeándole el pecho a la vez.

Bradwell tenía razón—sobre los Puros, sobre Perdiz. Le avergüenza

haberse tragado la alegría, el amor, la desnuda esperanza de una boda—

incluso por un segundo. Extraña a Bradwell más que nunca.

Él dice lo que quiere decir—incluso aunque sabe que a ella no le va a

gustar. Es un lío—todos los humanos lo son—pero al menos es real. Il

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Capitano y Helmud también. Se pregunta si siquiera tendría que haber

venido. Pero puede sentir la caja de metal clavándosele en la cadera. Debe

tratar de salvar gente. Tiene que darle una oportunidad—incluso si Perdiz

es una causa perdida.

Están caminando por una calle vacía. Los frentes de las tiendas están

cubiertos con fotos de Perdiz e Iralene en varias poses. Se detiene en una

del chico empujando a su prometida en una hamaca de madera. –Míralo.

Beckley se mete el moño en el bolsillo y para. –Estaba allí. –Dice. –Él no

quería posar para las fotos.

-Tal vez no quería posar para ellas, pero el hecho es que lo hizo. Dejó que

alguien los fotografiara. –Mira el rostro de Beckley. Es más grande que ella

por bastante, se ve algo endurecido.

-¿Cómo es? –Dice ella. –¿Vivir en este lugar?

-¿Qué se yo? Ha pasado tanto tiempo que ya no tengo a nada con qué

compararlo.

-¿No recuerdas el Antes? No te creo.

-Quizás esa es tu primera lección. No deberías creerle a nadie aquí. –Él se

vuelve a poner en movimiento.

Ella camina detrás con rapidez. -¿Es siempre así de horrible y hermoso?

-Generalmente no está tan iluminado, pero sí.

-Perdiz dice que va a traer a mi abuelo de vuelta. Está muerto, Beckley

¿Piensa Perdiz que es Dios?

Fue cruel de parte de él decirlo—prometerle su abuelo. Perdiz sabe qué

significaría para ella tenerlo de nuevo. Fue el único padre real que alguna

vez conoció. No era su abuelo verdadero, pero eso sólo hacía todo lo que

hizo más remarcable. Le salvó la vida.

-Dime ¿De qué lado estás? –Pregunta ella.

-No hay lados.

-¿Y es esa la segunda lección?

-Supongo que puede ser.

-Creo que hay un lado bueno. –Dice Pressia. –Y estás en él o no lo estás.

El guardia mira a la chica y después al aire mustiado. –De todas formas

¿Cómo es allí afuera?

¿Cómo puede describir el mundo fuera de la Cúpula? Es imposible. –No sé.

–Dice Pressia. -Real.

Beckley mira el punto en la estrecha acera, más blanca que el resto.

-¿Qué es eso? –Pregunta Pressia.

Él se detiene, mira al edificio y apunta a una de las ventanas que ha sido

cubierta por plástico grueso. –Saltador.

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-¿Saltador?

Él asiente.

-¿Te refieres a que alguien saltó por esa ventana?

-Sip.

-Y la acera está blanca porque…

-Limpiaron la sangre con blanqueador. –Beckley se mete las manos en los

bolsillos y sigue caminando.

Pressia mira de lado a lado la acera y la calle estrecha. Ve otra mancha de

blanqueador. Después otra. Todas se ven frescas.

-¿Por qué hay saltadores, Beckley? –Pregunta.

-Es tan horrendo como hermoso, ¿O no? Y a veces también es real aquí. –

El guardia camina hasta la puerta principal de un edificio departamental,

aprieta el timbre. La puerta se abre. Entran a la recepción con lujosos

muebles de terciopelo y grandes espejos con marco dorado. Orquídeas

brotan de floreros ornamentados. No pueden ser reales.

Beckley asiente hacia un hombre sentado detrás de un escritorio. Está

mirando una TV en miniatura. Pressia no ve una televisión desde el Antes.

Tiene lluvia pero color—y entonces reconoce el lugar. El hombre está

viendo la recepción de boda de Perdiz e Iralene.

-Es el gran día. –Dice el hombre, frotándose la panza. –Pensé que estabas

allí.

-Otro día, otro dólar. –Dice Beckley.

El hombre mira a Pressia pero no hace preguntas.

Beckley la lleva a un ascensor. La puerta se desliza y abre. A Pressia la

pone nerviosa tener que entrar a la casa, pero se niega a mostrarlo. Se para

detrás de Beckley, quien ilumina un botón circular, y presiona la espalda a

la pared. El elevador se sacude y sube. Se le da vuelta el estómago.

Justo cuando el ascensor se detiene, Beckley se estira y sostiene un botón. –

Lyda no lo está llevando muy bien allí dentro.

Pressia se adelanta. -¿A qué te refieres?

Beckley sacude la cabeza. –Hoy puede no ser fácil, por obvias razones.

El guardia se cubre la boca con el puño y tose. Entonces, con su mano aún

alzada, dice. –Una vez tenga al bebé, la van a volver a meter.

-¿Volver a meter?

El hombre suelta el botón y la puerta se abre. Mira a un lado y al otro del

pasillo. –Perdón. –Dice, sacándole el arma de la pistolera. -Protocolo. –Y

luego murmura, tan suave que ella apenas puede descifrar lo que dice. –

Volverá al centro de rehabilitación. Para gente loca. Nunca saldrá.

-Pero el bebé…

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-El bebé estará bien. –Susurra él. –El bebé es un Willux.

PRESSIA

MADRE E HIJA

El departamento es prístino, espacioso: muebles blancos, cortinas blancas,

muros blancos enmarcados con impresiones de flores en vasos que casi

hacen juego con las flores en los floreros sobre las mesas aquí y allá. Y

sentados en dos sillones hay dos mujeres, un hombre y una chica, todos

perfectamente posicionados alrededor de una televisión brillante,

sintonizada en la recepción, por supuesto. No se le puede escapar.

Lyda no está entre ellos. A Pressia le disgusta la vacía perfección de todo

¿Alguien va a dejar que Lyda vuelva a ser mandada al centro de

rehabilitación después de sacarle su bebé? ¿Sabe la gente el secreto?

Pensó que sabía qué era el infierno. Pensó que lo conocía íntimamente—

una alimaña agarrándola en un campo de escombros, las muerterías de la

ORS, los Terrones alrededor de Crazy John-Johns, las criaturas contenidas

en la niebla en Irlanda, enfermas, los pulmones tapados, una muerte lenta.

Pero no. Este es un infierno que nunca se imaginó—uno educado y vicioso.

-¿Dónde está Lyda? –Les pregunta Pressia.

La miran, cada par de ojos observando su puño de cabeza de muñeca

envuelto. No soporta la forma en la que la miran boquiabierta. Desgarra los

vendajes. Debería haberlo hecho en la recepción—mostrarles la verdad de

quién ella es. Deja caer el vendaje al suelo. Se siente libre de nuevo—como

si la cabeza de muñeca pudiera ahora respirar.

Una de las mujeres toma a la niña y la abraza contra su pecho.

-¿Quién es esta, Beckley? –Pregunta la otra mujer. Se levanta y su vestido

ondea como si estuviera debajo del agua.

Beckley da un paso hacia adelante. –La media-hermana de Perdiz. -Dice.

Pressia se saca el gorro y lo tira en una mesa para que puedan ver las

quemaduras curvadas alrededor de uno de sus ojos. –¿Dónde está Lyda?

El hombre le dice a la mujer apretando a la niña. –¡Llévala a la cocina! ¡Por

el amor de Dios!

-¡No! –La chica dice. -¡Quiero verlo!

Pero la madre dice. -¡Calla, Vienna! ¡Muévete! ¡Ahora!

El hombre agarra el brazo de la chica y la empuja hacia la cocina, la mujer

los sigue de cerca.

La señora del vestido flotante se mantiene firme. Le dice a Beckley,

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ignorando a Pressia. -¡No quiero a mi hija hablando con esta Miserable!

¿Me escuchas? ¡Esta situación ya es lo suficientemente delicada!

-¿Eres la madre de Lyda?

La mujer mira a Pressia. Simplemente asiente cortante. -¡No lo soportaré! –

Le sisea a Beckley. -¡No lo soportaré! ¡Dile que debe irse!

Beckley se encoge de hombros. De hecho, se ve algo divertido por la

situación. –Puedes decírselo tú misma. Soy un guardia, no un mensajero.

-¿Perdona? No puedes usar ese tono conmigo. –Dice la madre de Lyda. –

Espera a que reporte esto ¡Sólo espera!

Beckley sonríe con suficiencia. No le teme a la madre de Lyda. Puede ser

que las mujeres dentro de la Cúpula nunca son tanta amenaza como

escuchó que eran en el Antes, con el peso del feminismo femenino.

La madre de Lyda parece como si fuera a llorar, como si fuera bien

consiente de que no tiene poder real. Dice. –Quiero lo mejor para mi hija.

Mi única hija.

-¿Es eso verdad? –Tal vez tiene poder y Beckley lo está probando, por el

bien de Lyda o el de ella.

La señora se gira; su pollera revolotea a su alrededor. Agarra su bolso y

dice. –¡No puedo trabajar bajo estas condiciones! Soy una profesional.

¿Está aquí trabajando? ¿Es una madre profesional? Pressia no entiende.

La madre de Lyda camina hacia la puerta. –Quiero el cuarto de bebé

desmantelado. Quiero que todo sea tirado y reemplazado. Cada cosa ¿Me

escuchas? –Su voz es fría y distante.

Beckley no responde. Destraba la puerta y la mantiene bien abierta.

Mientras la mujer pasa, mira de vuelta a Pressia. Ahora no parece enojada;

es como si toda esa emoción se hubiera disipado repentinamente y como si

lo que saliese en su lugar fuera miedo.

A Pressia le gusta. Piensa en Il Capitano—miedo es poder. No hay duda de

por qué le gustó todos esos años. Lo hizo sentir protegido y a salvo.

Beckley cierra la puerta detrás de la madre de Lyda y se gira hacia Pressia.

–Sacaré a la familia Culp de aquí. –Dice. –Puedes ir por ese pasillo. Lyda

probablemente esté en el cuarto de bebé. La puerta está en la derecha.

Tendrá traba.

-Gracias, Beckley. –Dice ella.

-¿Por qué? –Dice él.

-Ya sabes. –La respaldó.

El guardia asiente y va hacia la cocina.

Mientras camina por el pasillo, Pressia huele algo familiar—humo.

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LYDA

PRUEBA

No.

Perdiz vendrá por ella. Empezarán una nueva vida. La ama. Recuerda

despertarse con él en el vagón de subterráneo, el sucio viento levantando su

capa. La besó rápidamente, antes de que Madre Hestra pudiera atraparlos.

Luego, yaciendo uno junto al otro en la casa del alcalde, Perdiz fue el que

quiso que vaya con él. La forma en la que la miró, en que la tocó, cómo se

sintió cuando estaban cerca del otro—eso era amor ¿O no? ¿Puede el amor

simplemente desaparecer?

Ella fue quien le dijo a Perdiz que se case con Iralene—para frenar los

suicidios ¿No fue lo correcto que hacer? ¿Fue armado? ¿Quería Perdiz

permiso para traicionarla?

Mira alrededor del cuarto—la cuna desmantelada, el pequeño colchón

inclinado contra una pared junto a una pila de libros de bebé despedazados

y el bol de cenizas donde quemó hoja tras hoja, la pila de lanzas que talló

de los palos, las virutas ensuciando el suelo y las bolsas de hilo y agujas de

tejer que le trajo Chandry.

Mira su vestido rasgado, lo apretado que está alrededor de su cintura, donde

su panza seguirá creciendo… este es el cuarto de un loco, y ella es la loca

dentro ¿Ha estado tan depravada del sueño que no podía verlo claramente

por lo que era?

Levanta los pedazos de su vestido. Lo tirará a la basura, y nadie verá lo que

le hizo. –Puedo cambiarme. –Susurra. –Puedo volver a ser mi vieja yo. –

Alza la bolsa de elementos de tejido. –Puedo hacerlo. –Camina hacia la pila

de libros de bebés destrozados, queriendo esconderlos, pero

accidentalmente patea el bol de cenizas, que se desparraman por el piso. Se

arrodilla y trata de devolver las cenizas al bol, pero mancha el suelo con

hollín ennegrecido. Entre más la frota, más oscura se vuelve la mancha.

Hay un golpe en la puerta.

No, no. -¿Quién es? –Es su madre. Lo sabe. Su madre vuelve para decirle

qué tan avergonzada está, cuan mal está Lyda, qué niña terrible crió. Le

dirá a Perdiz todo sobre el cuarto del bebé.

-Lyda.

No es su madre. Es una voz que reconoce pero que no puede ubicar.

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Se para y en silencio camina hacia la puerta. Toca la madera con la punta

de los dedos, suavemente, como una araña de agua en la superficie de un

estanque. Recuerda verlas de niña—empujando y deslizándose tan ligeras

como el aire. -¿Quién es?

-Soy yo. Es Pressia.

No, no puede ser. Es un truco. Sacude la cabeza. –No te creo.

-Lyda, soy yo. Tenemos que hablar.

¿Cuánto pasó desde que en verdad durmió toda la noche? Quizás su falta de

descanso la volvió paranoica, o tal vez debería estar paranoica. -¡No confío

en ti! –Mira las esquinas superiores del cuarto donde cubrió las cámaras. –

Sólo déjame en paz. Dile a Perdiz… -Pero no puede completar la oración

¿Qué querría que alguien le dijera a Perdiz?

-Puedo probar que soy yo. –La voz dice. –Pregúntame algo que sólo yo

sabría.

Piensa en los tiempos que estuvieron juntas. –La granja. –Dice. –Dime.

-Todos estábamos allí. Illia también. Mató a su marido. -Illia. Lyda la

recuerda en la bañera, sus puños brillantes sacudiéndose en el aire.

-Está muerta. –Dice Lyda. Quizás la gente en la Cúpula ya lo sepa. Necesita

algo más específico. –El tapizado. –Dice Lyda. –Cuéntame sobre el

tapizado en el cuarto de operaciones.

-Botes. –Dice Pressia. –La pared estaba cubierta de pequeños botes porque

no era un cuarto de operaciones. Una vez fue una habitación de bebé.

Lyda mira a su alrededor, su propio cuarto de bebé ¿Es por eso que

preguntó? El tapizado fue prueba de que alguna vez Illia pensó que iba a

tener un bebé y entonces, por algún motivo, no lo tuvo.

Esto es a lo que más le teme ahora. Si Perdiz verdaderamente se casó con

alguien más, ¿Qué pasará con ella y el bebé? Se encuentra repentinamente

exhausta. Se inclina contra el muro, descansando la mejilla contra su

frialdad, aplastando las palmas de sus manos. Mira a la manija ¿Está

Pressia del otro lado? ¿Es una mentira? ¿Puede confiar en algo de lo que

alguien diga dentro de la Cúpula?

Mira la leve huella de ceniza que marcó su mano. Aprieta la traba en la

manija, la gira y abre un poco la puerta.

No puede mirar. Quiere ver tanto el rostro de Pressia que empieza a llorar.

-Lyda.

Levanta la vista.

Pressia ¿Cómo es posible?

Pressia entra en el cuarto del bebé, cierra la puerta con traba de nuevo, y las

dos se abrazan.

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Se sostienen mutuamente con fuerza.

PRESSIA

CYGNUS

Lyda tiembla en lo profundo. Apenas puede estar de pie. Pressia la

sostiene en alto. –Debemos sacarte. Van a llevarte y tomar al bebé una vez

haya nacido.

Lyda asiente ¿Ya sabe que es verdad? Si no, no la sorprende. –Quiero

volver con las Madres. Este lugar—no puede ser salvado.

-Escucha, tenemos la intensión de derribar la Cúpula. –Susurra Pressia.

-¿Realmente van a hacerlo? ¿Pueden?

-Si Perdiz se ha vuelto contra nosotros, tendríamos que. –Dice Pressia. -

Bradwell e Il Capitano están afuera, esperando mi palabra.

-¿Esperando por palabra para tirar abajo la Cúpula? ¿Cómo mandarías el

mensaje?

-No lo sé. Pensé que tendría ayuda una vez estuviera aquí.

-Cygnus. –Dice Lyda en voz baja. –Están aquí. Son los seguidores de tu

madre. Pueden ayudarnos, creo.

-Alguien de Cygnus me encontró cuando recién entré a la Cúpula.

-Podemos tratar de que nos ayuden. Sé que podemos. –Dice Lyda. -¿Qué

dirá el mensaje?

-Bueno, no estoy lista para mandarlo. Tengo la cura conmigo. -Dice

Pressia. –Necesito llevársela a alguien que sepa qué hacer con ella. Todavía

podemos salvar gente—los sobrevivientes. Podemos hacerlos completos.

No podemos derribar la Cúpula hasta que trate de darle esto a alguien en

quien podamos confiar.

-Sí, pero ¿Qué tipo de mensaje enviarías? ¿Qué diría? -Pregunta Lyda.

-Sería algo que sólo puede ser mío. –Mantienen sus voces bajas.

-¿Un mensaje en código?

Pressia asiente. –Le diría a Bradwell que nuestras vidas no son accidentes.

Este es el principio, no un final. Le diría que haga lo que deba hacer. Sabrá

que es de mí y que es tiempo de tirar todo abajo. Tal vez una imagen. –

Piensa en Cygnus, la constelación, los seguidores de su madre—su madre

sigue con ella, de alguna forma. –Quizás un cisne.

-Creo que puedo encontrar a alguien que ayude a enviarla. –Dice Lyda.

-No estoy segura de si alguna vez será lo correcto. Es sólo que Perdiz

parece ido. Tan ido…

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-Está ido. –Dice Lyda. –Lo está.

-Me dijo que tiene a mi abuelo, que lo va a traer de vuelta—de los muertos

¿Es eso posible, Lyda? ¿Lo es? –Pressia tiene miedo de que Lyda le diga

que sí, y también de que le diga que no.

-¿Es por eso que realmente estás esperando a decirles que la derriben? ¿Tu

abuelo? –Lyda aspira desigualmente.

-¿Es posible que siga vivo? Por favor, dime.

-Pueden hacer cosas que parecen buenas, pero son horribles, Pressia ¿Me

entiendes? Horribles. –Empieza a llorar de nuevo, peor esta vez, sus

costillas convulsionan. -¡Manda el mensaje! ¡Mándalo!

Pressia la abraza y la mece gentilmente. –Todavía no. Dame tiempo.

-Entonces hazme un pequeño favor. –Susurra Lyda, su voz temblando.

-¿Qué?

-Dile al guardia que el orbe está roto.

-¿El orbe?

-Los orbes mantienen las imágenes de los cuartos cambiando. No puedo

explicarlo. Sólo prométemelo.

-Lyda, justo ahora tenemos que concentrarnos en—

-¡Sólo díselo! -Grita Lyda.

-Bueno. –Dice Pressia tan gentilmente como puede. –Se lo diré. Está bien.

Va a estar bien.

-Estoy tan cansada. –Susurra Lyda. –No puedo dormir.

-Estoy aquí. –Dice Pressia. –Podrás dormir ahora. Estoy aquí.

PERDIZ

CAMAS DE LATÓN

Perdiz alza a Iralene, la lleva atravesando el umbral dentro de una suite en

el pent-house. Esta es una luna de miel.

No debería estar sorprendido por el lujo de todo, pero lo está. La suite es

exuberante—incluso después de todos los lujos del día. Deja a Iralene sobre

sus tacos y juntos caminan por una sala de estar con muebles de cuero y un

comedor, por un piano de cola mignon y una bañera con patas de garra en

un baño tan grande como un dormitorio.

Perdiz no puede dejar de pensar en Pressia. Desde que la vio, no puede

evitar ver todo doble: desde su perspectiva y desde la de ella—toda la

arrogancia, riqueza gastada y crueldad de tanto lujo cuando ambos saben

qué hay fuera de la Cúpula. Se siente atragantado por la culpa.

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Iralene tomó demasiado champán, y él también—más de lo que debía

porque quería ahogar la culpa. Pero ahora desea no haberlo hecho. Le

gustaría ser capaz de pensar. Debe llegar con Pressia y Lyda lo más pronto

posible ¿Cómo?

Iralene corre adelante suyo y abre la puerta del dormitorio. Lo llama. -

¡Tienes que ver esto! ¡La cama es tan grande como una pileta! –Desaparece

en el cuarto.

Él camina hacia el salón pero no entra a la habitación. Esta no es una luna

de miel real

Iralene saca la cabeza por la puerta del dormitorio y lo mira. -

¡Zambullámonos! –Se saca los zapatos.

-Iralene, -Dice él. –Sabes que es todo falso.

-¿Qué? –Dice ella. –No puedo escucharte.

Él camina hasta la puerta de la pieza y se inclina contra el marco.

Iralene había trepado la cama de dosel, su manta blanca cubierta de pétalos.

Se gira y cae de espaldas, los brazos estirados, los pétalos rebotando a su

alrededor. -¡No te escucho! ¡No te escucho! –Canta.

Perdiz camina hacia la cama y se sostiene a uno de sus postes, como

alguien en un bote tratando de recuperar el equilibrio.

Es, de hecho, una gran cama con dosel—con un brillante marco de latón.

Como la que estaba arruinada en el tercer piso de la casa del alcalde donde

él y Lyda se arroparon y tuvieron sexo—donde él le contó que la amaba.

Una cama de latón.

-No puedo dormir aquí, Iralene.

Ella alza a cabeza. -¿Qué?

-Sabes que no puedo. Sabes por qué.

-Pensé que lo decías en serio. Lo que dijiste hoy. Lo que me prometiste. Lo

sentí.

-Creo que sí lo hacía.

-¿En serio?

-No sé.

-¿Sabes en qué soy buena, Perdiz? ¿Sabes cuál es mi rasgo más

perfeccionado?

Se propulsa sobre sus codos. Se ve hermosa en la cama rodeada de pétalos

de flores. –No tengo idea.

-Paciencia.

Tiene razón. Creció a la espera, suspendida. Se refiere a que va a esperar a

que realmente se enamore de ella—de ella y de nadie más.

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-Voy a ponerme al teléfono y hablar con Weed. –Dice Perdiz. –Quiero que

ayude a Peekins con el abuelo de Pressia. Quiero que trate de ayudarme a

entrar en la cámara bloqueada sin nombre de allí abajo. Tengo que—

-Haz lo que necesites hacer, pero recuerda—todavía me debes.

-Lo sé. –Dice él, pero la voz de Iralene cambió de una forma que lo puso

intranquilo. Se dirige hacia la puerta.

-Perdiz. –Ella susurra.

Él se detiene.

-Puedes no haberlo dicho en serio lo de hoy, pero yo sí. –Dice Iralene. –

Sólo para que sepas. A veces no lo hago. A veces tengo que decir lo que la

gente quiere que diga o lo que necesite para sobrevivir. Aunque hoy lo

decía en serio. Cada palabra.

Perdiz asiente. Cierra la puerta con gentileza y se para allí por un momento

¿Por qué nunca Lyda le respondió las cartas? ¿Cómo se siente sobre él

ahora? ¿Realmente quiere saber la respuesta a esa pregunta?

Camina por el pasillo a la sala de estar de la suite. Se acaba de casar, pero

por algún motivo, se siente increíblemente solitario. Tal vez es porque está

solo. Su madre, su hermano, su padre—todos se han ido.

Justo ahora extraña a Sedge más que nada. Sedge habría sido su padrino.

Quizás incluso lo hubiera podido aconsejar. Perdiz ni siquiera tiene un

recuerdo de su hermano.

Entonces le viene a la memoria la excursión a la que Glassings llevó a su

clase de Historia Mundial—los Archivos de Seres Queridos. Todos los

chicos de la academia caminaron por los pasillos alineados con cajas en

orden alfabético, cada una con un objeto personal de alguien que murió.

Había abierto la caja de su madre, donde encontró algunas pistas

importantes de su existencia—pistas que le habían sido plantadas. Pero

nunca abrió la de su hermano. No había tenido el coraje. Ahora desea haber

visto lo que hay dentro.

Y entonces se da cuenta de que no necesita permiso para ir a los Archivos

de Seres Queridos. Está a cargo.

Quiere ir. Ahora. Extraña a su hermano y quiere ver qué hay en esa caja.

Se da cuenta de que parece loco, tal vez borracho ¿Pero a quién le importa?

Camina hacia la puerta de la suite y la abre. Allí, parado con firmeza, hay

un guardia. No Beckley. Él sigue con Pressia y, probablemente, ahora con

Lyda. Éste es un guardia que no conoce bien para nada—Albertson.

-¿Señor? -Dice Albertson.

-Quiero que me escoltes a un lugar.

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-No puedo simplemente hacer eso, señor. Tendría que obtener permiso.

Tendría que hacer llamadas.

-¿A Foresteed?

Albertson aparta la mirada.

-Es mi día de boda, Albertson. Qué tal si como regalo no haces ninguna

llamada, ¿sí?

-No sé. –Dice Albertson. –Es sólo que no estoy seguro.

-Vamos, Albertson. Sabes que es lo correcto. Sólo un pequeño viaje. Tú y

yo.

-¿Ahora, señor?

-Sí.

-¿A dónde?

-Quiero visitar a mi hermano.

IL CAPITANO

MIERDA QUE SÍ

Il Capitano siente una gran presión en el pecho. Está en el suelo de la

bóveda del banco, las cajas del depósito de seguridad se emborronan en la

pared. Está oscuro, excepto por un par de linternas parpadeantes. El jadeo

de Helmud en su espalda. -¿Qué es esto? –Dice Il Capitano. Le retumba la

cabeza. El aire está lleno con el olor a biodiesel.

Una mano toma una de sus muñecas y después la otra, y al sentir que se las

atan detrás de la espalda, se sacude y retuerce. -¿Qué demonios pasa?

Pero ahora alguien los está aplastando contra el suelo.

Una voz de hombre dice. –Estamos listos para arrastrarlos, Frost.

El hombre a su espalda, Frost, murmura. –Bueno.

¿Dónde está la bacteria? Helmud lo está empujando, y puede sentir los

bordes agudos de la caja. –Revísala. –Le gruñe a su hermano.

Helmud no responde.

-¡Revísala! –Grita Il Capitano de nuevo. -¡Revísala!

Todavía nada. E Il Capitano sabe que ya no está. Es un fracaso. Perdió lo

único que podía derribar a la Cúpula. Se acabó.

-¿Bradwell? -Grita Il Capitano. -¿Estás aquí? –Alza el mentón, raspándose

con el suelo, y gira la cabeza. Dios, no quiere que sepa que ya no está.

Bradwell está sentado en el suelo, ya amordazado, sus brazos detrás de su

espalda. Dos hombres están parados junto a él, uno a cada lado. Bradwell

debe de haber luchado con bastante fuerza. Tiene un corte en la cabeza,

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sangre corriéndole por la sien. Sacude la cabeza y pasa los ojos hacia la

pared de cajas detrás de él. Il Capitano no puede leer el gesto.

Divisa la lata de gasolina cerca de la puerta circular de un metro de espesor

de la bóveda del banco ¿Qué diablos están haciendo con eso aquí abajo? No

puede ser bueno.

El rostro de Gorse repentinamente aparece al apoyarse sobre una rodilla.

Sostiene un rifle viejo de la ORS. –Pensaste que podía perdonar y olvidar

todo el asunto con la ORS ¿eh? ¿Pensaste que todos veríamos alguna nueva

versión brillante al regalar comida y abrigo, y todo el resto desaparecería?

-¿Por qué ataron a Bradwell? Está de su lado.

-¿Lo está? Parece que perdió su camino, aliándose contigo.

Il Capitano mira a Bradwell. Se siente mal por haberlo arrastrado. Bradwell

encoge sus pesadas alas—una especie de perdón. –Pero realmente he

cambiado. –Dice Il Capitano.

-¿Alguna vez pagaste por lo que hiciste? –Dice Gorse. -¿Lo hiciste?

No tiene que pensarlo mucho. La respuesta es no. No pagó en realidad.

Impartió tanta muerte y sigue vivo. -¿Qué van a hacer conmigo?

-¿Conmigo? –Susurra Helmud.

-Será servida justicia. –Dice Gorse, y después mira a Frost, quien tiene a los

hermanos trabados contra el suelo. –Ve y amordázalos a ambos.

-¡Gorse, espera! –Grita Il Capitano. -¡Pensé que éramos amigos!

-Ahora sabes mejor.

-¡Pero encontramos a tu hermana!

Gorse se para y le apunta el rifle a la cabeza. –No vuelvas a hablar de mi

hermana. Quizás esté muerta. Quizás esté viva. Pero el hecho es que pensé

que estaba muerta todos estos años por ti ¿Cuántos dejaste morir en las

muerterías? ¿Cuántos se congelaron en tus jaulas? ¿Cuántos cazaste y

usaste como blanco? ¿Mantuviste la cuenta? ¿Eh?

Il Capitano trata de luchar de nuevo contra las cuerdas. Si no puede librarse

es hombre muerto. Ambos, él y Helmud. Gorse lo patea en las costillas. Se

dobla a la mitad. Jadea en el piso, retorciéndose sobre el dolor, mientras

Frost le envuelve un trapo en la boca, haciéndolo aún más difícil respirar.

Justicia, piensa Il Capitano. Está bien. –Golpéame de nuevo. –Gruñe contra

el trapo. -¡Hazlo! –Es lo que se merece. Pero puede escuchar los gritos de

protesta de su hermano pronto sofocados. Il Capitano no dejará que Helmud

pague. Luchará por él, por sí mismo. Es quién es. Peleará todo el camino.

-¿Le tapamos los ojos? -Pregunta Frost.

-No. -Dice Gorse. –Quiero que vea esto.

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Frost tira de Il Capitano para ponerlo de pie. Los dos hombres, ambos con

rostros retorcidos y metal sobresaliendo de sus brazos, como si hubieran

estado en el mismo lugar durante las Detonaciones y tuvieran suerte de no

estar fusionados juntos, levantan también a Bradwell. Caminan por la

puerta dentada de la bóveda del banco hacia los yacimientos desmoronados

de la recepción y por el agujero en los escombros—no le es tan fácil con las

manos atadas detrás de la espalda, bajo el peso de su hermano.

Sobre el nivel del suelo, el viento es frío y cortante. Bebió demasiado; se

siente enfermo. La cabeza lo está matando, y se siente algo mareado. Está

casi feliz de que Frost tenga un agarre tan fuerte sobre su brazo superior; de

otra forma, podría caer.

Están rodeados por una docena de gente, más o menos, incluyendo un par

de Amasoides aglomerados. Trata de distinguir todos los rostros para ver si

hay algún amigo entre ellos.

Entonces escucha una voz que recuerda bien. -¡Felicidades, Il Capitano! –

Ve a los adoradores de la Cúpula que encontraron a Wilda en un campo

cuando recién fue devuelta de la Cúpula, purificada, como era.

Recuerda las cicatrices bulbosas y trenzadas corriéndole por un lado de la

cara. Margit. Ella lo odia.

Margit se acerca, le encaja los dedos debajo de la mordaza, empujándola

hasta la punta de su mentón. -¿Qué dices?

-Mierda. -Il Capitano dice, sacudiendo la cabeza.

-¿No estás feliz de ver gente de mi calaña?

-La última vez que te vi habías sido golpeada por una araña, atrapada ¿Así

que no explotaste?

-Fui salvada. Por Dios.

-Un regalo de la Cúpula, adivino, ser salvado así.

-Y no están felices con nosotros, Il Capitano. No están felices para nada.

-¡Pero querían a su hijo devuelto y eso pasó! ¿Qué podrían posiblemente

querer ahora?

-Deben de querer otro sacrificio. –Dice ella.

Il Capitano asiente lentamente. –Y adivino que no será un auto-sacrificio.

-¿Yo? No. Quiero estar aquí cuando seamos llamados para unírseles en el

paraíso de la Cúpula. No ser ceniza en el viento.

-Ya veo. –Il Capitano ahora sabe para qué será usado el biodiesel. Arder

hasta morir—no su preferencia para irse. –Pero te pediré una bondad.

-¿Qué cosa?

-Dejen a mi hermano. –Dice Il Capitano. –Es un ángel. Es bueno. Dejen a

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mi pobre hermano. –No puede evitar el hecho de que haya un tono irónico

en su voz.

-Ahora ¿Cómo lo salvaríamos y no a ti, hombre tonto?

-Creo que van a tener que ser suaves conmigo. -Il Capitano alza las cejas. –

No pueden dejar morir otra alma buena ¿O no?

Margit alza su puño apretado y con los nudillos golpea a Il Capitano en la

cabeza. Le recuerda a su abuela que lo golpeaba cuando se le iba debajo de

los pies. –Tal vez esa sea la mejor parte—tú sabiendo que tus pecados

causaron la muerte de tu hermano. -Margit se gira y le dice a Gorse. –

Deberíamos golpearlos bien y sólidamente primero y después prender fuego

al hermano en su espalda para que Il Capitano pueda escuchar sus gritos.

A Gorse le gusta la idea. -¡Mierda que sí! –Dice burlándose de Il Capitano

de la noche anterior. -¡Mierda que sí!

Y antes de que Il Capitano pueda escupir algo más, Margit le vuelve a

meter la mordaza en la boca.

PERDIZ

HERIDA DE BALA

En media hora, Perdiz está junto a Albertson en la entrada de los Archivos

de Seres Queridos. Golpean y esperan. Es media noche ¿Habrá alguien de

turno?

El rostro de una mujer pálida aparece en una pequeña ventana rectangular

junto a la puerta. Le sorprende ver a Perdiz. Él saluda. Ella se congela un

momento y después sostiene en alto un anillo con llaves. Desaparece. Los

cerrojos se abren.

Abre la puerta. -¿Puedo ayudarlos? –Es una mujer pequeña con un corte de

pelo justo por encima de los hombros.

-Esperaba poder tener un par de minutos. Hay alguien a quién quiero

buscar. –Dice Perdiz.

Ella mira a su espalda y después dice. –Es pasada la hora. No tenemos

visitantes usualmente, pero en tu caso. –Dice ella, aturullada. –Entren.

-Gracias.

-Sabes que tu padre aún no tiene una caja.

-No estoy aquí por mi padre.

Albertson dice. –Les daré privacidad. –Mira a la dependiente, quien asiente

velozmente.

Ella traba la puerta. –Tal vez sepas el camino.

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-Lo hago.

-Bueno, entonces. Vendré a controlar en unos minutos.

Al adentrarse por el pasillo, Perdiz siente una extraña sensación de calma.

La última vez que estuvo aquí fue como ladrón. Robó los contenidos de la

caja de su madre. Su padre sabía que lo haría. Había sido embaucado.

Esta vez, es consciente de su padre. De hecho, en este momento, se siente

más cercano a él que en ninguno de los funerales—¿O es que está más

próximo? ¿Acercándose?

Encuentra el pasillo alfabéticamente correcto al final del cuarto y lo sigue.

Sus talones chocan contra el suelo embaldosado—golpes rápidos y

cortantes, como si hubiera alguien en el frío en la puerta principal,

esperando a que lo dejen entrar. Tiene miedo por un segundo de no ser

capaz de abrir la caja de su hermano—justo como la última vez. Pero el

sentimiento es fugaz. Abrirá la caja, pero nunca sabrá si lo que hay dentro

es lo que su hermano realmente dejó atrás o si es algo que su padre plantó

para que lo encontrara. Ese es el pensamiento que enlentece sus pasos. No

quiere tener más que descifrar sobre su padre. Déjame en paz, quiere decirle

al viejo.

Pasa por los nombres sobre el frente de las cajas tan rápido como puede.

Debajo de ellos hay una lista con causas de muerte. Está buscando a

Willux—Sedge Watson Willux. Camina por las V, hasta las W, y entonces

se detiene.

Weed.

Marta Weed. Victoro Weed. Los nombres de los padres de Arvin. Estaban

en la lista de su madre. Perdiz le preguntó a Weed sobre sus padres. Dijo

que estaban bien, que tenían un resfrío, pero que eso era todo ¿Murieron?

La causa de muerte lee, simplemente, CONTAGIO.

Y entonces hay dos otros nombres: Berta Weed, cuya muerte está enlistada

como ATAQUE AL CORAZÓN , y Allesandra Weed, que tiene una sola palabra

escrita debajo de su nombre: INFANTE.

Perdiz recuerda el día de la excursión con la clase de Historia Mundial con

Glassings. Fue Arvin quien preguntó si podían abrir las cajas. Había

encontrado una tía—tal vez Tía Berta. Sus padres no estaban muertos.

¿Había quedado su madre embarazada de nuevo?

Perdiz tiene el extraño deseo de abrir la caja de los padres de Arvin. Nadie

está aquí. Está sólo.

No. Estas cajas son sagradas.

Camina un par de pasos y encuentra SEDGE WATSON WILLUX y junto a él

ARIBELLE CORDING WILLUX. Presiona la punta de los dedos contra el nombre

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de su hermano. Su mente revive el momento de la muerte suya y de su

madre—juntos—el beso, la explosión, la sangre esparciéndose finamente a

su alrededor.

Sacude la cabeza. -No. Viva. Quiero verla viva. –Cierra los ojos y piensa en

ella en la playa, metida hasta los tobillos en la espuma oceánica delineando

la costa. Su cabello vuela al viento. Está mirando al horizonte. Él susurra. –

Mírame. –Y ella gira la cabeza, y puede verle el rostro. Su madre se tira el

pelo hacia atrás y lo mira con amor. Amor real. Le duele la garganta.

Abre los ojos. La causa de muerte de su hermano es la misma que cuando

estuvo aquí la última vez, la mentira que solía creerse: HERIDA DE BALA,

AUTO-INFLINJIDA. Odia a su padre por matar a su hermano—dos veces. Una

vez con una mentira. Otra al tocar un botón.

La última vez que estuvo aquí, no podía soportar ver la vida de su hermano

reducida al contenido de una caja.

Pero ahora, tomará lo que pueda obtener.

Saca la pequeña caja de su ranura, aguanta la respiración, y la abre.

Está vacía.

Mete la mano y la presiona al fondo—como Sedge una vez le enseñó, nadar

hasta el fondo de la parte más profunda de la pileta y aplanar las palmas

contra el piso. Un recuerdo rápido y cortante.

Sedge le enseñó a nadar.

Devuelve la caja a su agujero y después tira rápidamente de la manija de la

de su madre.

Nada, por supuesto. No tiene nada en absoluto ¿Esperaba algo? ¿Sigue

queriendo algo de su madre?

Sí, lo hace. La extraña con un dolor agudo.

-¿No hay mucho que robar esta vez, o no?

Se gira y allí está la dependienta. Ella se aprieta su saco de punto al

alrededor de las costillas y cruza los brazos. Perdiz debe de verse tan

culpable. No sabe qué decir.

-Estaba de turno la última vez que estuviste aquí. De hecho, -Dice ella

inclinándose hacia él con su pelo meciéndose hacia adelante, tocándole las

mejillas. –Era yo quien controlaba las cámaras cuando tomaste las cosas de

tu madre.

-Se lo reportaste a mi padre ¿Supongo?

-Oh, la cadena de mando es larga y complicada. No conocía el motivo de

por qué se suponía que robarías esas cosas. Sólo sabía que era bueno si lo

hacías y que debíamos entonces dejarte ir.

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-Fue un ardid bastante elaborado. –Dice Perdiz. –Le concederé a mi viejo

eso.

La dependienta asiente. –Intentó hacerlo también con Sedge. Un plan muy

similar. Un par de años antes de que aparecieras por aquí.

-¿Qué quieres decir conque lo trató con Sedge?

-Oh, Sedge también fue traído en una excursión—no con ese maestro tuyo.

Era alguien más. Y fue con la caja de tu madre. Y dentro había retazos de

piezas, chucherías, como las que encontraste. Pero no las robó. No pudo.

Miró a su alrededor y estábamos mirándolo por medio de cámaras de

vigilancia—yo y otro dependiente a cargo de reportarlo pero no detenerlo.

No, no. Sabíamos que quería robar sus cosas. Nos aseguramos de que esté

bastante solo. Pero había algo en él que no lo dejaría tomarlas. –La

dependienta sonríe ante la memoria. -¡No es tanto un ladrón como tú!

Así que su padre probó a Sedge ¿Pero su negación contó como aprobar o

fallar?

-Aunque Sedge se tomó mucho tiempo. –Dice la dependienta. –Leyó una

pequeña tarjeta de cumpleaños—esa era para él, por supuesto, con su

nombre en ella. Miró el collar con la borla en él, y algo más.

-¿Una caja de música? –Dice Perdiz.

-Sí. Era una caja de música. Y si me lo preguntas, se dio cuenta de algo al

sostener esos objetos. Lo sintió en lo profundo. Lo que encontró lo

conmovió. Supo algo que no sabía antes.

-Quizás supo que nuestra madre podría no estar muerta, después de todo.

-¿Es eso?

Perdiz asiente.

-Después fue a las Fuerzas Especiales. Escuché que fue el primero en

ofrecerse voluntario para dejar la Cúpula. Quería estar allí afuera. –La

dependienta pasa la mano por un par de asas. Cada una resuena, metal

contra metal. -Tal vez fue a buscarla. No de la forma en la que tú lo hiciste,

pero a su propia manera.

Entregó su cuerpo a las Fuerzas Especiales. Se volvió una máquina de

lucha, casi un animal sin habla. De alguna forma mantuvo una parte de sí

mismo y, al final, nunca se volvió contra su hermano. Luchó por él.

Perdiz se pone una mano sobre los ojos, inclina la cabeza. Empieza a llorar.

Se imagina a Sedge en los momentos después de saber qué había en la caja

de archivos personales de su madre ¿También dejó su padre la pista de que

podría estar viva fuera de la Cúpula? ¿Sintió como si quisiera peinar toda la

tierra por ella, de la forma en la que Perdiz quería? –Lo extraño. –Dice.

-¿Piensas que una persona sólo existe en un cuerpo? No, no. –Dice la

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dependienta. –No mucho más que la vida de una persona puede encajar en

una pequeña caja de metal. Está aquí. –Dice y agita la mano en el aire como

si estuviera repentinamente cargado con electricidad. –Todos. –Dice. -

¡Están todos a nuestro alrededor! ¡En todos lados!

LYDA

RUEDAS

Lyda no tiene mucho tiempo. Pressia, todavía vestida de guardia, está

dormida al otro lado de la cama, pero puede despertar en cualquier

momento.

Abre gentilmente su mesita de luz y saca el libro Propio del Bebé. Ve su

escritura. Ansío. Ansío. Ansío. Las palabras cubren hoja tras hoja. Es todo lo

que ha escrito.

Los márgenes están vacíos. Pone el libro de costado y escribe a lo largo del

borde exterior justo lo que Pressia le dijo que le escribiría a Bradwell—un

mensaje en código: Nuestras vidas no son accidentes. Este es el inicio, no un

final. Haz lo que debas hacer. Y dibuja un rudimentario cisne flotando en

una onda. Podría haber parecido como si hubiera enloquecido la noche

anterior pero estaba pensando con claridad—sobre el próximo paso y cómo

llegar hasta allí. Tenía el corazón altamente destrozado, pero ya no hay

salvajez en él. Ahora siente un dolor implacable. Sabe qué debe pasar.

Pressia puede no estar segura de si es el momento de derribar la Cúpula,

pero Lyda lo está.

Rasga el borde del papel en el que acaba de escribir. Anoche dejó salir a

Freedle y ahora chasquea la lengua suavemente, llamándolo. Escucha el

Tick y después un zumbido de alas, y momentos después, se enciende en su

palma abierta. Lyda susurró. –Hubo una vez en la que la madre de Pressia

te liberó para que buscaras a su hija. Y lo hiciste. Esta vez, con suerte,

Cygnus te sacará de la Cúpula y tendrás que encontrar a Bradwell y darle

este mensaje.

Alza una de las finas alas de Freedle y, a través de su fina cubierta, puede

ver el mecanismo interno. Lyda enrolla el mensaje alargado y pequeño y lo

encaja en el cuerpo de la cigarra, pero deja una pequeña cola—un poco que

sobresalga, algo que alguno de los otros pudiera notar.

La cigarra abre sus finas alas de metal, aletea, se levanta sobre su mano y

revolotea por el cuarto.

Lyda abre la puerta del placar. Hace a un lado los vestidos de maternidad,

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sus perchas resonando en la barra, pero cuando llega al final del closet,

estirándose hacia su armadura casera tejida con perchas, no hay nada. Se

fue.

¿Vinieron anoche y se la llevaron? ¿Supieron todo el tiempo que estaba

aquí? Se siente invadida, traicionada—y arrebatada de la cosa que hizo para

protegerse.

Escucha dos voces en el pasillo hablando rápidamente, con urgencia. Lyda

presiona la oreja a la puerta y reconoce la de Chandry—aguda y chillona—

y el bajo del guardia. Se imagina a Chandry entrando, rebuscando entre su

ropa, y arrancando la armadura. Probablemente ya la tiraron a la basura.

Las voces se detienen. Hay un sonido chirriante, algo repiqueteando por el

suelo de madera—¿algo sobre ruedas? Y entonces hay un golpe en el cuarto

de bebé. Sabe qué está pasando. Lo están tirando todo abajo.

El sonido despierta a Pressia, que se tensa y sienta.

Lyda se presiona los dedos a los labios.

-¿Qué está pasando allí afuera? –Pregunta Pressia.

-Es Chandry Culp. La que me está enseñando a tejer y, bueno, cómo ser una

buena madre. Está derribando el cuarto del bebé. Lo está destruyendo.

-Tu madre le ordenó a Beckley que reemplacen todo allí.

-Mi madre. –Dice Lyda. –Tiene la prueba de que necesitarán llevarme

después de sacarme al bebé. Mi madre reportará que estoy

certificablemente loca. Quizás lo estoy. –Se sienta junto a Pressia en la

cama.

-No. -Dice Pressia. –No digas eso.

-¡Niñas! –Es la voz chillante de Chandry. -¡Niñas, salgan ahora! -¿Va a

hacerla desarmar el cuarto del bebé—como castigo?

Lyda chasquea la lengua en busca de Freedle de nuevo, quien pedalea por

el aire.

-¡Freedle! -Dice Pressia.

-¡Él está bien! –Dice Lyda, y rápidamente lo toma en sus manos y lo guarda

en el bolsillo de su sweater. –Mejor mantenerlo oculto.

Pressia toma la mano de Lyda. -¿Hay alguna forma?

Lyda sabe qué está preguntando ¿Se puede salir de aquí? –Siempre la hay.

Entran al pasillo. La puerta del cuarto del bebé está lo suficientemente

abierta como para ver a Chandry en un traje azul brillante, inclinada sobre

un gran tacho rectangular sobre ruedas. Está levantando un montón de

lanzas afiladas a mano. El orbe ya no está. Chandry también estuvo

trabajando duro. Está levemente sin aliento y sudorosa. Murmura para sí

misma con enojo. -¡Qué lindo desastre que hicimos! ¡Qué lindo desastre! -

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Cuando aparecen en la puerta, alza la mirada. -¡Tú! –Le dice a Pressia. -

¡Empieza a ayudar!

-¿Y yo? –Pregunta Lyda.

-Alguien reportó que un orbe está roto. Un hombre de reparaciones está

aquí. -Lyda mira a Pressia ¡Recordó decirle al guardia! –Quiere saber qué

exactamente está mal con él. –Dice Chandry. -¡Personalmente, no creo que

deberías seguir teniendo acceso a ese orbe! ¿Pero alguien pidió mi opinión?

¡No! ¡No lo hicieron!

-Bueno. –Dice Lyda. –Iré a verlo.

-Y después vuelve justo aquí. Has sido malvada ¿Me entiendes? Malvada

¡Y tiene que parar!

-Lo prometo. –Dice Lyda. -¡Ya no más de eso!

Chandry asiente una última vez y Lyda camina velozmente hacia la sala de

estar. Allí, en la mesa del comedor, está Boyd, usando un mono gris,

trabajando en el orbe. -¡Viniste rápido! –Dice Lyda.

Él se levanta y sonríe. –Siempre a tu servicio.

-¿Lo arreglaste?

-Trabajo en ello. –Dice Boyd. –Es un problema de cableado, creo. –No hay

nada malo con él, en absoluto ¿así que esto significa que sabe que fue

llamado por un motivo completamente diferente?

-Bueno, en verdad necesito tu ayuda. –Dice Lyda.

-Lo estoy suavizando.

-¿Debes llevártelo a la tienda? Pensé que quizás necesitaría ser llevado. –Se

refiere a que espera que las pueda sacar—a Pressia y Lyda juntas ¿Pero

entenderá?

-Veo tu punto. –Dice Boyd. –Sí. Pensé en ello.

-¿Lo hiciste?

-Sí.

Boyd atornilla un panel negro al orbe, lo aprieta. Se lo entrega a Lyda. -

¡Aunque ya está mejor! ¿Ves?

Ella lo admira. -¿No eres un salvador? –Dice Lyda, queriendo decir Sálvanos. -Fue lindo ver a Chandry aquí esta mañana. -Dice Boyd, perezosamente

guardando sus herramientas.

-¿La conoces?

-Somos vecinos, de hecho. El Sr. y la Sra. Culp son grandes personas.

Lyda se alarma ¿Le está tratando de decir algo?

-De la clase de vecinos que ayudan al resto ¿Sabes?

-En serio… -Dice Lyda.

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-En serio. –Dice Boyd. –Siempre puedes confiar en un Culp. -¿Le está

diciendo que confíe en Chandry? Lyda tiene ganas de llorar ¿Es una

broma? ¿Confiar en Culp? ¿Chandry? Si lo hace, y Boyd está equivocado,

terminará en el centro de rehabilitación. Pero si Boyd en verdad es parte de

Cygnus y también los Culp, entonces esta podría ser su única oportunidad.

Boyd se estira y le sacude la mano. Se está yendo. Ella lo abraza y susurra.

–Devuélvelo al exterior. Es un mensajero. Déjalo ir. –Toma a Freedle de su

bolsillo y se lo mete en el del mono gris de Boyd.

Cuando lo suelta, parece confundido, pero debe tener fe en que encontrará a

Freedle y hará como le dijo y en que Freedle tendrá el sentido y la fuerza

suficiente para entregar el mensaje. Lyda le sonríe a Boyd, le palmea el

hombro.

-Ten cuidado con el orbe. –Dice él, pero mira a su panza. Se refiere a Cuida

del bebé ¿Está diciendo que no la volverá a ver—por un largo tiempo?

-Lo haré, Boyd. Gracias. –Dice. –Gracias por todo.

-De nada. Espero que todo funcione. –Él le sonríe—con cuidado pero con

una pizca de esperanza.

Ella sonríe y después camina por el pasillo.

Cuando entra al cuarto del bebé, Pressia no está a la vista. El gran cesto de

plástico sobre ruedas yace en el medio de la habitación. Chandry la mira

inquisitivamente y después a las cámaras montadas en las esquinas altas.

Los trapos tapándolas ya no están, pero una parece haber sido retorcida para

apuntar a una esquina, dejando parte del cuarto fuera de la vista.

-¿Vas a quedarte ahí parada? –Dice Chandry. -¡Deberías haber hecho todo

esto sola! –Su tono sigue siendo duro ¿Está haciendo un show? Alza una

lanza. –Aquí. –Dice asintiendo hacia el tacho.

Lyda toma la lanza y camina hacia el cesto. Mira dentro y allí, entre todo el

desastre de su pieza—los restos de libros y lanzas, pedazos de su vestido, el

estante de un par de libros, incluso el bol de cenizas, ahora dado vuelta y

todo lo que queda de la cuna—está Pressia. Ella alza la vista y asiente.

Confía en Culp. Eso es lo que parece estar diciendo. Lyda deja caer la lanza

al cesto.

Chandry tiene un montón de ellas en una mano. Se acerca a la pared que la

cámara no está filmando. –Acerca ese tacho. –Dice Chandry. -¡Muévete!

Lyda hace caso. Empuja el tacho hacia el punto que le están señalando. Una

vez allí, Chandry asiente. Quiere decir, Ya no estás a la vista. Entra.

El cesto está oscuro y desordenado con los restos de su pieza. Mientras

Lyda entra, Chandry sigue hablando. -¡No sé qué te poseyó para hacer

semejante desastre asqueroso! Un niño es un regalo muy, muy bendito.

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Pronto, Lyda y Pressia están sentadas en el suelo del tacho. Está sucio con

ceniza, como en casa.

Chandry está tirando el último par de lanzas, diciendo. -¿Ibas a traer a este

niño en este horrible lugar? ¿En qué estabas pensando? Tú madre tenía

razón sobre ti.

Eso duele ¿Qué dijo su madre sobre ella?

-¡Necesitas ayuda! ¡Ayuda real y profesional! Probablemente nunca estés

bien de la cabeza ¡Es una condición permanente!

Lyda cierra los ojos. Sabe por qué Chandry dice esto; es una advertencia.

Se refiere a que debe salir ya. Su madre volverá a por ella con un equipo de

profesionales. Será llevada al centro de rehabilitación y nunca se le

permitirá salir. Una condición permanente. Lyda piensa en lo que leyó en

su evaluación psicológica: institucionalización de por vida. Abre los ojos.

Pressia se estira y le toma la mano. Debe de saber que esto es duro para

Lyda. Es como perder una madre, en un sentido. Quizás peor. Un rechazo.

Pressia le da un apretón, y Lyda se lo devuelve.

Chandry Cierra la tapa y el tacho se queda a oscuras.

El cesto empieza a rodar. Lyda puede sentir las ruedas empujando. Escucha

su suave rechinar.

Chandry las llevó fuera del cuarto. Se detiene en el pasillo por un momento

¿Las dejó?

No—está de vuelta, tarareando una pequeña tonada, empujando el tacho de

basura masivo.

Le dice al guardia. –La pobre chica tuvo un shock. No queremos que pierda

el embarazo. Déjenlas a las dos dormir por el resto del día. Ya comieron.

Devoraron. No las molesten ¿Me escuchas?

El guardia debe de asentir porque Chandry empieza a moverse de nuevo,

las ruedas saltando y agitándose bajo ellos. Lyda se apoya en el piso para

estabilizarse y siente el metal tejido estrechamente—su armadura. Está

aquí. Tal vez Chandry supo que esta era la forma para que Lyda la

mantuviera.

IL CAPITANO

ÁNGEL

Los brazos de Il Capitano están atados, dejándolo colgado de un marco de

metal que solía ser un set alto de hamacas detrás de una escuela primaria.

Helmud está tomado de su cuello. Hay una fila de gente esperando su turno

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para golpearlos a ambos con palos. Sólo puede ver a través de la ranura de

uno de sus ojos inflamados; el otro se le cerró por la hinchazón—esto era

de la paliza de antes: un gratis por todo. Los cuerpos de los supervivientes

están doblados y envueltos, pero su ojo lloroso emborrona los detalles de

sus cicatrices y fusiones, lo que es una bondad.

Habían elegido sus propios palos—algunos finos como látigos y otros

pesados como tablas. Un superviviente está armado con lo que parece un

viejo palo de golf, torcido y curvado. Il Capitano y Helmud están cubiertos

en una mezcla de cortes sangrientos, moretones profundos y ampollas. El

cuerpo de Il Capitano arde con un dolor tan agudo que siente la mente

ligera.

Y recuerda ser pequeño—le taparon los ojos, le dieron un palo y le dijeron

que golpeara un burro de colores brillantes colgando de la rama de un árbol.

Era una fiesta de cumpleaños. Llevaba pantalones de pana nuevos que se

agitaban a cada paso. Su madre se quedó todo el rato, lo que era raro, y

sostuvo la mano de Helmud en lugar de dejarlo vagar por ahí.

Il Capitano sabía que la cumpleañera era de una familia rica porque tenían

una pileta—aunque era otoño y estaba tapada.

Ya habían abierto los regalos, y los chicos en la fiesta se rieron del suyo—

una muñeca de plástico. Era un presente barato, y la cumpleañera era

demasiado grande para ella. Y entonces, cuando llegó su turno, golpeó el

burro tan fuerte como pudo. Y cuando le dijeron que su turno había

acabado, siguió golpeándolo. Le pegó una y otra vez hasta que escuchó un

pop y llovieron caramelos, desparramándose por todos lados mientras el

burro se mecía abierto.

Se sacó la tela de los ojos y miró a los niños pelearse. Helmud se libró del

agarre de su madre y se les unió, pero ahora Il Capitano estaba más enojado

aun. Los niños habían sido recompensados por reírse de él. –Ve y sírvete. –

Le dijo el padre de la niña empujándolo por la espalda.

Se negó. No iba a buscar los restos de los chicos ricos. Se quedó allí y

observó. Más tarde robó algunos de los caramelos de Helmud; alguien le

debía algo.

Ahora él es el burro.

Incluso sin otra culpa o pecado, se merece esta golpiza sólo por haber

perdido la bacteria.

Escucha a gente llamándolo—burlándose. Su visión es borrosa a causa del

sudor y sangre. Parpadea por la brillante luz del día. El sol—incluso

nublado como siempre—le causa un dolor abrasante en el cráneo. En su

mayoría ve a adoradores de la Cúpula, pero algunas madres también se

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acercaron. Lo odian completamente. Además, reconoce un par de soldados

de la ORS ¿No hizo cosas buenas por ellos?

Sus rostros demacrados saltan dentro de foco. Sus afiches de reclutamiento

prometían comida sin miedo y que la solidaridad los salvaría. Se fue, y se

marchitaron. Vinieron a presenciar su violenta ejecución porque los

abandonó, porque muchos fallecieron y aquellos que se mantienen con vida

están muriendo de hambre. Sabe cómo es ser abandonado. De niño, miró al

cielo en busca de aeroplanos, deseando una pequeña conexión con su padre,

un piloto que dejó la familia antes de que Il Capitano pudiera reunir

siquiera un par de recuerdos del hombre.

Aun así, los soldados se ven casi felices. Los sobrevivientes aman una

paliza. Hay tanto por lo que pagar. Cuando alguien es elegido para acarrear

algo de culpa, es un alivio. Il Capitano conoce ese sentimiento. Mató

personas y a veces pensó, con bastante simpleza, la gente merece morir. Pero dijo que lo sentía. Y fuese Dios o Santa Wi o alguna fuerza espiritual

que ni siquiera puede comprender, se sintió perdonado ¿Por qué lo dejan

sufrir así? ¿Se merece la golpiza? ¿Dios ya se dio por vencido con él?

Algunos de los que están en la fila son más nervudos y fuertes de lo que

piensa, mientras otros llevan su fuerza en hombros endurecidos y

estómagos musculosos. Il Capitano y Helmud no tienen los ojos tapados, lo

que parece injusto, ya que ninguno simplemente batea el aire. Pero sólo los

dejan golpearlos tres veces cada uno. Si alguien va por un cuarto golpe,

Margit está allí para mantener la fila avanzando. –Guárdalo. –Dice. –Todos

quieren el suyo, así que devuelta a la línea.

Busca a Bradwell. Fue forzado a mirar el gratis por todo, pero no fue

golpeado en el proceso. Los sobrevivientes todavía le tienen una cierta

estima. Se fue.

Algunos de los sobrevivientes dicen un nombre cuando lo golpean—

algunos muertos, algunos que Il Capitano mató o que podría haber salvado

si no hubiera ayudado a montar un régimen tan cruel como la vieja ORS.

Cada nombre le resuena en la cabeza. Al principio se encorvaba y combatía

los golpes, después sólo se preparaba para recibirlos y, ahora, los acepta.

Un hombre bajo, de torso ancho, lo golpea en los muslos con una tabla. -

¡Minnow! –Grita. -Minnow Wells ¡Mi Minnow! –Suena como el apodo de

un niño—de la forma en la que la madre de Il Capitano cambió de una

forma muy profunda quién era al dejar de llamarlo Waldy ¿Minnow era el

hijo o hija de este hombre? ¿Su amor?

Il Capitano recibe los golpes. -Minnow. Minnow Wells. –Susurra.

Sabe que posiblemente haya un golpe final, como el que le dio a la piñata.

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Probablemente morirá por las heridas internas más que por la sangre

manando de él ¿Primero se detendrá su corazón o el de Helmud?

Una vez se imaginó cómo sería decirle a Pressia que Bradwell murió ¿Será

Bradwell el que le diga de su muerte y de la de Helmud? Espera que en ese

momento ella se dé cuenta de que lo ama. Eso es todo lo que él quiere. Se

imagina que llorará y que Bradwell será quien la consuele.

En este escenario, podrían estar sentados dentro de una Cúpula quebrada.

Podrían haber llegado a esa realidad—sin él.

Estuvo cerca.

Alguien lo golpea con tanta fuerza que su cuerpo se arquea y balancea. La

multitud—ahora cientos—celebra. Pero Il Capitano recuerda no tener

peso—arriba, en el cielo, en esa aeronave. Si tiene un alma, y si el alma

deja el cuerpo una vez alguien muere, le gustaría despegar como esa nave.

Me gustaría volar. Es su nueva oración. Me gustaría volar sólo una vez más. Lucha por mantenerse despierto. Siente una sombra de entumecimiento

colocarse sobre sus ojos. Oscuridad. La lucha. Su cuerpo se sacude. Sus

manos son garras azules sobre su cabeza. Trata de mojarse los labios y

saborea sangre. Escucha la voz de su hermano tarareando en su oreja—una

tenue canción, una que Il Capitano no reconoce.

Los golpes pararon. El viento le suena en los oídos. La cosa se calmó y

silenció

Excepto por una voz.

Il Capitano fuerza un ojo para que se abra.

Ve las alas de Bradwell arqueándose sobre sus hombros. El viento sacude

sus plumas. Los sobrevivientes todavía sostienen sus palos y tablas, pero se

callaron.

Bradwell tiene una forma de hablar que hace que la gente lo escuche.

Siempre la tuvo. Historia Eclipsada. Bajo tierra. Tenía seguidores. Dirigía

un movimiento.

¿Convenció Bradwell a Gorse para dejarlo hablar con la gente? ¿Hizo un

caso en nombre de Il Capitano y Helmud? ¿Trata de salvarlos?

Escucha la palabra malvado. Quizás no esté intentando de salvarlos para

nada. Il Capitano sabe cómo se siente la maldad—en la piel es como odio,

pero cuando la encuentras bajando hasta tu estómago, es en verdad temor.

El miedo es de donde viene la maldad. Y el odio siempre le vino fácil a Il

Capitano porque se odiaba a sí mismo—con tal profundidad, tal totalidad,

como si le hubieran disparado con auto desprecio, un spray de perdigones.

Por un vengativo segundo, piensa, Déjalos matarme a golpes. Déjenlos

meterme el odio a palos. Sabe que hacerlo será su castigo. Matar a alguien—

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eso no puede ser lavado. Lo tendrán que llevar consigo—más fácil en

grupo, más sencillo mover el pecado de una persona a otra, pero nunca

indoloro. Llevarán su muerte por siempre.

Y la de Helmud también.

Igualdad—eso es de lo que Bradwell está hablando ahora ¿En este mundo?

Pero sea lo que sea que dice, funciona. Alguien había trepado a la punta de

las viejas hamacas y está serrando la cuerda con un cuchillo. Otros

sobrevivientes envolvieron sus brazos alrededor de las piernas de Il

Capitano para que él y su hermano sean atrapados una vez la soga se

rompa.

Sus vidas han sido salvadas ¿Por Dios? ¿Por la Santa Wi? ¿Por Bradwell?

Y entonces Bradwell está allí. Abraza a Il Capitano y Helmud.

-¿Qué pasó? –Susurra Il Capitano con su labio hinchado y partido.

-Hice un trato con Gorse. Le prometí llevarlo con su Hermana si me daba

un par de minutos para dirigirme a la multitud. Y entonces le dije a la gente

que fui enviado por Dios. Un ángel.

Il Capitano sonríe a pesar de que duele. –Las alas ayudaron.

-Finalmente son buenas para algo. –Dice Bradwell.

-Buenas. –Dice Helmud.

Bradwell llama a algunos de los supervivientes. –Límpienlos. Il Capitano

estaba perdido pero ahora ha sido encontrado.

Los sobrevivientes empiezan a darse órdenes entre sí. Miran a los

hermanos, perplejos pero también un poco sorprendidos. Las miradas ponen

nervioso a Il Capitano. Siempre prefirió el miedo a la admiración, pero tal

vez sea lo mismo. Poder. Por un segundo, se pregunta si Bradwell

realmente los salvó a él y a Helmud porque los ama como hermanos o por

alguna otra razón más compleja. Tal vez sabe que lo necesita para

conseguir lo que quiere ¿Y qué quiere realmente Bradwell? ¿Derribar la

Cúpula o regresar a Pressia antes de que ella decida quedarse allí?

-¿Qué sigue? –Le pregunta Il Capitano a Bradwell, pero el chico no lo

entiende. La voz de Il Capitano está tan cruda que sólo puede susurrar, y

sus labios están tan hinchados que sus palabras salen confusas.

Bradwell se arrodilla y apoya una mano en su pecho. -¿Qué dijiste?

-¿Qué sigue? –Dice Helmud, hablando por su hermano.

Bradwell dice. –Esperamos palabra.

-¿De Pressia? -Pregunta Il Capitano

-Esperamos palabra de lo alto. –Dice Bradwell en voz alta para que todos

puedan escuchar. -¿Quién más? ¿Dónde más?

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El brillo se centra en el rostro de Bradwell. Oscuridad traga los bordes de la

visión de Il Capitano. Parpadea y parpadea e intenta decir algo. Pero

entonces el mundo se vuelve negro.

PERDIZ

SUEÑO

Perdiz despierta; una figura está inclinada sobre él. Se sacude, se sienta. -

¿Qué demonios?

Se encuentra en el sillón de su suite de luna de miel. Las cortinas están

cerradas, excepto por un pequeño centímetro de luz… y allí está Foresteed,

mirándolo. Lleva un uniforme militar—uno viejo de los días de la Ola Roja

Honesta. Tiene enganchada una banda roja alrededor del bíceps, medallas

brillan en su pecho, y una gorra se sienta levemente inclinada en su cabeza.

-¿Qué demonios quieres? –Dice Perdiz.

-Esto es lo que hemos estado esperando, Perdiz. Todos estos años. Es el

momento. –Su voz suena casi nostálgica.

-¿Tiempo para qué, Foresteed?

-Vienen a por nosotros. Tu padre está muerto. Sólo somos nosotros ahora.

Sólo nosotros.

-¿Quiénes vienen? Lo que dices no tiene sentido. Jesús ¿Dónde está

Beckley? ¿Dónde está Iralene?

-Quería que habláramos a solas. –Dice Foresteed, metiendo la mano en el

bolsillo del oscuro saco de su uniforme –Tengo otra pequeña grabación

para ti, Perdiz. –Saca el mando y se lo da. –Presiona Play.

-No quiero escuchar más grabaciones ¿Me entiendes?

Foresteed se desabotona el saco, toma una pistolera alrededor de su pecho

y saca una pequeña pistola—de nuevo, se ve como si fuera del Antes.

Sostiene el arma a su lado, apuntando al suelo. –Presiona Play. –Es la

calma en su voz lo que lo asusta más que nada—indiferente, incruento.

Perdiz traga con sequedad. Toca el botón de play. La pantalla permanece en

negro, pero escucha una voz—levemente amortiguada pero aun así

distintiva.

-Debemos sacarte. –Es la de Pressia, inconfundible. – Van a llevarte y

tomar al bebé una vez haya nacido.

Perdiz mira a Foresteed, pero el hombre le da la espalda. Pressia no le está

hablando a Lyda ¿O no? No tomarán al bebé, Quiere decir. Eso es de locos.

¿De dónde sacó Pressia eso? Se le acelera el pulso.

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–Quiero volver con las Madres. –Dice Lyda. -Este lugar—no puede ser

salvado. –Perdiz casi ríe. Lyda no puede querer volver con las Madres. Está

aquí, a salvo. Pero sabe que no quería venir en primer lugar.

-Escucha, -Dice Pressia. –Tenemos la intensión de derribar la Cúpula.

-¿Lo escuchas? -Murmura Foresteed, girándose devuelta hacia Perdiz. Con

el brazo rígido empieza a golpear la pistola contra su pierna.

-¿Realmente van a hacerlo? –Dice Lyda. -¿Pueden? –Suena esperanzada.

Dios mío ¿Por qué querría derribar la Cúpula? ¿Está celosa de la boda? ¿Le

creyó a Pressia sobre lo del bebé siéndole apartado? ¿Se volvió loca?

-Si Perdiz se ha vuelto contra nosotros, –Dice Pressia. -Tendríamos que.

Eso es. El sonido se desvanece. Perdiz mira a la pantalla negra y brillante. -

¿Vuelto contra ellos? –Dice Perdiz. Se siente completamente traicionado. –

¿Entra, ve una boda y piensa que tiene el control de toda situación? –Está

sorprendido, pero entonces escucha el golpe constante del arma de

Foresteed contra su pierna. El hombre piensa que Pressia va a derribar la

Cúpula. Esto es lo que estuvimos esperando, Perdiz. Todos estos años. Es el

momento. Piensa que los Miserables vienen tras ellos. –Escucha, Foresteed.

No pueden derribar la Cúpula. No hay forma de hacerlo.

-No sabes nada. El viaje a Irlanda la puso en contacto con gente muy

avanzada que podrían vernos como una amenaza.

-No, no. –Perdiz se frota la parte de atrás del cuello. –Algo está mal.

Sacaste esta grabación fuera de contexto.

-Debemos detenerla. –Dice Foresteed. –No se le puede permitir ganar

ningún ímpetu. Tuve que tomar acción.

Perdiz se para. -Foresteed… ¿Qué hiciste?

-Estoy armando nuestra milicia en la Cúpula.

-¿Le estás dando armas a gente que se estuvo suicidando?

-Sólo a nuestra milicia—hombres en buena condición física. Debemos

defender lo que es nuestro. Las tropas de Fuerzas Especiales allí afuera son

ahora patéticas. Fueron apurados—un mal lote. Ya no tenemos a nadie

protegiéndonos. No en realidad. Tuve que abrir los stocks.

-Esto es de locos. Déjame hablar con Pressia y Lyda. Puedo corregirlas. Es

sólo un malentendido.

-No puedes hablar con ellas. –Dice Foresteed.

-¿Por qué no? –Dice Perdiz, sintiéndose amenazado.

-Se fueron.

-¿Qué? ¿Estas bromeando? –Perdiz camina hasta las cortinas y las abre.

Tiene vista a la calle. Ve el montón de gente debajo, corriendo en todas

direcciones. Pánico ¿Llevan armas? Es un desastre. –¿Fueron a dónde?

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-Si supiéramos dónde están. –Dice Foresteed. –Serías capaz de hablarles.

Perdiz se gira hacia Foresteed. -¿Salieron de la Cúpula?

-No tenemos evidencia de que nadie haya escapado. Creemos que están

aquí, en alguna parte.

-¡Es un domo, por el amor de Dios! ¡No puede ser tan difícil encontrarlas!

Foresteed alza la pistola, la frota suavemente. –Sabes qué podría pasar…

Perdiz inspira profundamente. Se imagina a la Cúpula siendo infiltrada por

alimañas, Amasoides, las Madres, la ORS… Ve a los Puros—pálidos y

sorprendidos, completamente desprevenidos, caminando por allí en sus

cardiganes, en sus zapatos de tacón. Serán apaleados hasta morir. La

Cúpula será saqueada. Las Fuerzas Especiales sólo hará la cosa más

sangrienta. La raza inferior—los Puros. Los Miserables traerán

enfermedades con ellos—unas que ellos ya sobrevivieron pero ante las que

los Puros no tendrán inmunidad. Si el sello de la Cúpula es roto, el aire en

sí mismo los asfixiaría. Caos. Baños de sangre. Una lista de muertes

enorme. Y entonces lo golpea. –Su mi hermana dice que tiene la intención,

entonces es verdad.

-Tenemos confirmación de afuera. -Dice Foresteed. –Capturamos al traidor

que los llevó a la aeronave. Obtuvimos información suficiente sobre él para

confirmar que tienen algún tipo de agente—una guerra química de alguna

clase.

-¿Qué traidor?

-Un soldado de las Fuerzas Especiales que se rebeló.

No Hastings. No Silas Hastings. Por favor, no. -¿Quién?

-Alguien a quien una vez conociste bien, resulta. Hastings.

Perdiz aprieta su agarre sobre las cortinas. –No lo torturaste para obtener—

-No. Intentó combatirlo, pero no había mucho que pudiera hacer. Está

programado para rendirse ante nosotros. Codificación de comportamiento.

–Dice Foresteed melancólicamente. –Si sólo tu madre no hubiera

bloqueado la tuya.

Perdiz está agradecido por eso. Sigue pudiendo tomar sus propias

decisiones—para mejor, para peor. -¿Puedo hablarle?

Foresteed camina hacia Perdiz, parándose en el rayo de falsa luz solar

entrando por la ventana.

Foresteed brilla con sudor. Levanta la pistola y la posiciona en el bolsillo

mullido detrás de la mandíbula de Perdiz. Dice. –Vamos a estar listos. Tu

hermana, si es encontrada, será ejecutada. Y tú, Perdiz—mejor haz lo

correcto y ayuda a atraerla. Porque ¿Sabes lo que pasaría en una

revolución? - Foresteed aprieta más la pistola. –Los Miserables te cortarían

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la cabeza primero, pero no si me dan ganas a mí de hacerlo primero ¿Sabes

lo que digo?

Perdiz asiente y, entonces, como un disparo en el estómago, piensa en su

propio bebé ¿Será este niño lo suficientemente fuerte para sobrevivir si la

Cúpula es derribada? Sólo por ser concebido allí afuera no lo hace más duro

o más inmune.

-¿Tienes un plan? –Pregunta Foresteed.

-Necesito conseguirle a su abuelo. Lo necesito. -¿Podía confiar en Arvin

para mandar palabra entre Cygnus? ¿La ayudaron ellos a escapar? ¿O la

están buscando también?

Foresteed bizquea. Sus ojos se aprietan con gotas acuosas. Dice. -¿Puedo

confiar en ti?

-Ya lo dijiste. Mi padre está muerto. Sólo somos nosotros ahora, Foresteed.

Tú y yo.

Foresteed sonríe con un lado de la boca y baja el arma. Sus ojos bizquean

sobre el rostro de Perdiz. –Correcto. Tú y yo. –Se endereza el uniforme de

la Ola Roja Honesta con un par de sacudidas. Es posible que Foresteed

espere con ansias esto, tan nostálgico como es por los viejos días de la Ola

Roja Honesta. Le da a Perdiz un saludo rápido y camina hasta la puerta, con

la pistola aun en una mano. Sin mirar atrás, dice. -Toma al viejo. –Y

después camina por la puerta y el corredor.

Perdiz trata de sacudirse el sentimiento permaneciente de la pistola

presionada bajo su mentón.

Beckley aparece. –El reporte salió. Estado de emergencia. Un mensaje

grabado de Foresteed. Dijo que los Miserables van a alzarse. Dijo que el

momento es ahora ¿Es verdad?

Perdiz le estudia la cara un momento. –Sé lo que piensas de mí.

-¿Lo haces?

-Piensas que estoy demasiado metido. Piensas que no tengo idea de qué

estoy haciendo. Piensas que me voy a ahogar. Nada o húndete, y le estás

apostando al último.

-¿Son esas metáforas? No entiendo las metáforas.

-Afuera con la mierda. Crees que me hundo ¿O no?

-Perdiz, no tenemos tiempo para—

-Ni siquiera puedo decir si me hundo o si el agua es la que sube a mi

alrededor. –Mira la habitación sin ver nada, sintiéndose ciego.

-Perdiz ¿Qué puedo hacer? Dame una orden.

Eso es verdad. Se supone que esté a cargo—incluso si no tiene poder,

Beckley está de su lado ¿O no? –Debes llevarme con Peekins—las cámaras.

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-Deberíamos ir rápido. Se está empezando a poner caótico allí afuera.

-Iralene viene con nosotros. Y nadie puede vernos.

-Encontraré la forma.

-Glassings. Lo necesito a salvo. También debo hablar con él.

Beckley sacude la cabeza y mira por la ventana, como si tratara de discernir

el clima—como si pudiera cambiar. La piel alrededor de sus ojos es

oscura—así que sin dormir.

-Beckley ¿Qué pasa?

-Glassings.

-¿Qué con él?

El guardia lo mira. –Murió en la noche.

-¿A qué te refieres? ¿Estuvo Foresteed involucrado? ¿Lo hizo él?

-Coágulo de sangre. En su corazón. Los hombres de Foresteed entraron

para interrogarlo sobre Lyda y Pressia, pero se había ido.

Perdiz se pregunta si sabía en algún nivel que volvían a por más, si quiso

morir porque no podía aguantar otra ronda. –Debería haber ido a verlo. Fui

a los Archivos de Seres Queridos a ver la caja de mi hermano—estaba

vacía. Podría haber estado allí. Quizás podría haber…

-Se fue, Perdiz. Ahora debes concentrarte en los vivos.

Perdiz siente que no tiene padre—un huérfano que ha quedado huérfano de

nuevo. –Pero necesito verlo. Necesito a Glassings. No puedo hacer esto

solo…

-Debes tener algo de fe en otras personas.

Ve a un hombre corriendo en diagonal por la calle con un rifle agarrado a la

espalda. Milicia.

Perdiz alza la mirada y ve su propio reflejo. No soy mi padre, quiere decirle

a la brumosa imagen de su propio rostro. No soy mi padre. Pero entonces

recuerda nuevamente la mano temblante de la dependienta. Sí, su hermano

está en todas partes. Su madre está en todas partes. Pero su padre también.

Dice. –Soy un hijo de Willux ¿Qué aprendí sobre tener fe en otra gente?

Beckley se acerca y lo agarra por los brazos. –Ve a por Iralene. Debemos

irnos. Ahora.

Perdiz camina con rapidez por el pasillo al cuarto. Se siente robótico. No

puede procesar la muerte de Glassings. Agarra la manija fría. Piensa en la

vida y la muerte—una fina membrana que las separa. Una puerta… a veces

cerrada, a veces abierta.

Iralene duerme pacíficamente, sus suaves rulos cubriendo la almohada de

seda.

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Camina hasta ella, se sienta en la cama y gentilmente le sacude el hombro.

–Iralene. –Susurra. -Iralene, despierta. Iralene.

Ella abre los ojos y se acuesta sobre su espalda. –Estaba teniendo un sueño.

–Dice. –Sigo sin acostumbrarme a qué tan reales son, Perdiz. Era tan real.

-¿Uno bueno esta vez?

Ella asiente.

Él frota los puños—nudillos saltando nudillos. –Estoy asustado, Iralene.

Foresteed le dijo a la gente que se acerca un levantamiento.

Ella se sienta y apoya una mano en su pecho. –Estaremos bien, Perdiz. No

importa qué.

-No, -Dice el chico. –Si vienen por nosotros, gente morirá, Iralene

¿Entiendes lo que digo?

Ella lo envuelve con los brazos. Susurra. –En el sueño, éramos felices.

Teníamos una casa, con cortinas floreadas. Tú la construiste, Perdiz. Estaba

en un campo y el viento soplaba por entre el pasto. Creo que era el futuro.

-No creo que así sea cómo funcionan los sueños, Iralene.

-Era tan real. Mejor que el orbe. Caminábamos de cuarto en cuarto y

espiábamos por las ventanas ¿Qué dirías si hiciera un lugar como ese real?

Le gusta el sonido de la voz de la chica. Cierra los ojos por un momento e

imagina la casa.

-Tulipanes. –Dice ella. –Eso era lo que estaba bordado en las cortinas.

Tulipanes—miles de ellos. Podía tocar la costura con las puntas de mis

dedos y después, cuando miré fuera por otra ventana, había un campo de

tulipanes, bamboleando sus pesadas cabezas en las brisas.

-¿No era sólo un orbe?

-No, era real ¿Crees que no escuché sobre la casa que Lyda te hizo? ¿Ese

mundo oscuro y cenizo del orbe? No es la única que puede hacer un hogar

para ti, Perdiz.

-¿Quién te contó sobre eso?

-Sé cosas—más de las porque me das crédito.

-No lo quería decir de esa forma. Es sólo que… ¿De qué casa estás

hablando sobre hacernos?

-¿Qué pasa si pudieran crear un hogar para nosotros donde todos estemos

juntos? Todos nosotros. Incluso a quienes perdiste, Perdiz.

¿Un mundo con su madre y Sedge? No con su padre—no él, no. -Glassings

murió en la noche. –Sólo puede susurrar las palabras.

-Glassings también podría estar allí. –Dice Iralene, como si no le temiera a

la muerte, y quizás no lo hace.

-Eso es lo que llaman paraíso, Iralene.

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-¿Pero y si pudiera se aquí, en la Cúpula?

-No es posible. Sigues soñando.

-Podríamos ser felices allí. Es el futuro en el que podríamos entrar un día, si

queremos. Recuéstate. –Dice. –Recuéstate conmigo y sueña un poco. –Se

ve somnolienta. Sus ojos son tan claros como el cristal y hermosos.

Él no puede soñar—ni siquiera un poco. Tiene que sacar al abuelo de

Pressia a por aire. Debe encontrarla y a Lyda—ella es con quien se supone

que debe entrar en el futuro. -No. –Ya gastó demasiado tiempo. –No puedes

estar aquí sola. Ya no es seguro. Ven conmigo.

-¿Dónde más quisiera estar?

-Te dejaré prepararte. –Dice.

Ella promete no tardar.

Perdiz camina hacia la puerta, la cierra despacio y trota por el pasillo,

esperando que Beckley haya encontrado una forma de sacarlos sin ser

vistos.

Cuando camina dentro de la sala de estar de la suite, ve una camilla cubierta

con sábanas blancas. No es lógico, pero piensa en Glassings; no puede ser

para él. Está muerto…

La puerta de la suite se abre. Beckley le está hablando a alguien en el

corredor, agradeciéndole a la persona en voz baja. Cierra la puerta,

sosteniendo dos batas de laboratorio en perchas, se gira para mirar a Perdiz,

que dice. -¿Qué pasa? ¿Quién está enfermo?

-No enfermo, -Dice Beckley. –Muerto.

-¿Quién?

-Por ahora, -Responde Beckley, -Tú.

PRESSIA

OTRO CIELO

El aire en el tacho es cerrado y cálido por sus cuerpos. Pressia y Lyda se

habían enderezado para estar sentadas lado a lado. Se sostienen las manos

como hermanas. A Pressia le hubiera gustado haber tenido una hermana.

Recuerda cómo era esconderse en la cabina en la parte trasera de la barbería

quemada, sola.

Mientras Chandry las empuja, Pressia le cuenta a Lyda sobre Irlanda—los

jabalíes; las criaturas ciegas y viciosas en el bosque; la enredadera con

espinas. Le confiesa lo que le hizo a Bradwell, y cuando lo hace, puede ver

sus grandes y negras alas. Dice. –Quiero volver con él. –De hecho, justo

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ahora, atrapada en este tacho, moviéndose hacia alguna locación

desconocida, se iría si pudiera. El vial, la fórmula, salvar vidas… A veces

desearía que alguien más pudiera hacerse cargo en su lugar. Quizás sólo

esté siendo infantil, pero extraña ser protegida, cuidada. Echa de menos a su

abuelo.

No le dice a Lyda que ella y Bradwell están casados. No es algo que

alguien más vaya a entender ¿Puede el bosque ser una iglesia? ¿Son las

promesas susurradas de dos personas suficientes?

Lyda le aprieta la mano en la oscuridad. –Lo entiendo. –Dice. –Justo ahora,

es como si pudiera sentir a mi otro yo aún allí afuera en el bosque—

corriendo entre los árboles. Quiero ser ella otra vez…

-No es lo mismo allí afuera. –Dice Pressia, y le explica los efectos de los

ataques más recientes de la Cúpula—los incendios, la destrucción, las

Fuerzas Especiales más jóvenes y crudas y fáciles de matar. Y los soldados

que son como Terrones. Las muertes en ambos bandos.

-¿Y las Madres? –Susurra Lyda.

-Sobrevivieron mejor que la mayoría. Madre Hestra quería que te dijera que

te extraña, que eres como una hija para ella.

Lyda suspira. –No puedo vivir aquí por el resto de mi vida, Pressia. Debes

entender. Este lugar tiene que ser detenido. Me recuerdas la primer vez que

salí—pálida y débil. Me criaron para ser pálida y débil. –Dice Lyda. –Me

educaron para ser callada y dulce. No sabía de qué era capaz. Tú vas por

allí pensando que no es justo que los Miserables tengan que vivir allí

afuera. Pero yo sé que no es justo que los Puros tengamos que vivir—detrás

de vidrio, correteando en nuestro mundo falso. Si la Cúpula cayera, sería

piadoso—no para los Miserables, sino para los Puros.

-No sé… -Dice Pressia. -¿Estás segura de eso, Lyda? ¿Realmente lo crees?

-Es algo que quizás nunca entiendas. Pero esa es mi verdad. Mía.

-Tengo la cura, Lyda. Tengo lo que necesitan para ayudar sobrevivientes,

para salvarlos. No podemos tratar de…

Lyda le aprieta la mano en la oscuridad de nuevo y le cuenta a Pressia sobre

la cámara interna en el cuarto de guerra.

-Hay un botón. Puede liberar un gas venenoso y matar a los sobrevivientes.

A todos.

-¿Quién tiene acceso a él?

-Sólo Perdiz.

-Nunca lo haría. –Dice Pressia.

-¿Incluso si pensara que es para salvar gente en el proceso? –Dice Lyda. -

¿No crees que será capaz de racionalizarlo?

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Pressia dice. –No sé qué va a pasar, pero le prometí a las Madres que

trataría de sacarte ¿Es eso lo que quieres?

-Más que nada.

El cesto se detiene.

-Hay algo más, Pressia. Perdiz puede comunicarse con otra gente en lugares

distantes. Si tu padre está allí afuera…

Pressia no está completamente sorprendida. El sistema de comunicación es

cómo Bartrand Kelly supo que Willux estaba muerto y que Perdiz estaba al

mando. –Si pudiera hablar con mi padre, me gustaría escuchar su voz. Me

gustaría que sepa que estoy aquí. Pero no puedo pensar en nada de eso

ahora. No puedo.

-Quiero creer en cómo una vez era entre Perdiz y yo—cómo nos

amábamos. Pero tampoco puedo pensar en eso.

Escuchan el chirrido de los goznes de una puerta. Y luego están en

movimiento de nuevo, bajando lo que parece ser una rampa.

El carrito se detiene nuevamente.

Chandry abre la tapa y allí arriba hay estrellas—miles. Milagrosas e

inexplicables luceros como agujeritos brillantes en otros planetas distantes.

Ambas se levantan y Pressia espera una ráfaga de viento.

Pero no, no están afuera. La imagen sobre ellas no es del cielo. Se

encuentran en un teatro con filas curvadas de asientos. El cielo es sólo un

techo—oscuridad moteada por bombillas de luz.

IL CAPITANO

PALABRA DESDE LO ALTO

El arenero donde Il Capitano y Helmud fueron atados a un marco de un

par de hamacas y golpeados, es parte de una escuela primaria, e Il Capitano

yace de lado sobre un catre mohoso y casero en lo que debió una vez haber

sido la biblioteca, ahora sin techo, sólo las vigas y travesaños restantes. Los

rodean estanterías de metal, algunos todavía llenos de pedazos de ceniza y

polvo—¿Qué solían ser libros? Helmud ocupa la mayor parte de la

almohada plana, fría y húmeda—tan nauseabunda que realmente no vale la

pena el leve confort. A veces, un ex-soldado de la ORS entra, le da tragos

de agua y se va con rapidez.

Il Capitano escucha voces, huele el humo de fogatas ¿Cuánta gente hay allí

afuera? Escucha ganado. No—un bebé llorando. Sus ojos están casi

cerrados por la hinchazón.

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¿A dónde fue Pressia? A la Cúpula ¿Dónde está Bradwell? Aquí no

¿Simplemente lo dejó rodeado de estantes de libros muertos? Il Capitano se

cansa de nuevo. Cabecea y sueña.

Recuerda la forma en la que su madre les leía, recuerda las grandes páginas

en los libros. Il Capitano en la cama de arriba, Helmud debajo. Cada uno

envuelto en sábanas blancas. Verano. Un ventilador de pie en la esquina

cortando aire—un zumbido constante. La luna encerrada en la ventana.

Cuando ella enfermó, quería salvarla. Cuando se fue, tomó el mando. Se

sentó en su silla para leerle libros a Helmud. Una sábana vacía arriba.

Cuando su hermano dormía, Il Capitano ponía el rostro frente al revolver

del ventilador, dejándolo tartajear su voz—cantando desde atrás.

Lo están pinchando. Helmud se endereza en el catre detrás suyo.

-Un par de costillas rotas. Mayormente contusiones. Todos los cortes

fueron cosidos. Con suerte dejó de sangrar internamente. –La voz es áspera

y baja. –Quizás un par de fracturas en las piernas. Difícil de decir.

Y entonces está la voz de Bradwell. -¿Cuánto antes de que pueda pararse y

moverse? –Il Capitano apenas puede ver sus rostros a través de las ranuras

de sus ojos.

-Sufrieron deshidratación. Pero están tomando fluidos. Tendrían que estar

de pie pronto—o él tendría, debería decir.

El polvo en el aire—la ceniza de hojas, encuadernados ¿Cuánto tiempo

pasó? No puede decir si fueron horas o días.

Bradwell está a su lado, arrodillado. La otra persona se va. El chico

endereza el saco de Il Capitano.

-¿Cómo estás?

-Bien. –Murmura.

-¿Helmud? ¿Estás bien? –Dice Bradwell

Il Capitano siente el sacudir de la cabeza de Helmud.

-Bien. –Dice Bradwell, y se para y toma asiento en su pequeño baúl.

-¿De dónde vino eso? –Pregunta Il Capitano.

-Tuve que ir y tomarlo de los cuarteles. Sabes cómo soy con él.

-Un día, lo dejarás ir. –Dice Il Capitano. Él ha dejado ir su propio pasado.

Está limpio.

-Un día. –Bradwell frota los nudillos contra la superficie. –En este baúl, mis

padres siguen vivos de alguna forma. Empecé a reescribir su manuscrito.

Tenemos más pruebas. Escribí un montón de cosas, Cap. Necesitaba

hacerlo. Me alegra que estés mejor. - Bradwell se para y se mete las manos

en los bolsillos. –Estaba preocupado.

-Sigues preocupado. –Dice Il Capitano. –Puedo notarlo.

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Bradwell mira el cuarto, cruza los brazos sobre el pecho. –Volví a la

bóveda.

-¿Por qué?

-Escondí la bacteria allí en uno de los agujeros que solía ser una caja del

depósito de seguridad.

Il Capitano siente como si un globo hubiera explotado en su pecho. -

¡Gracias a Dios! –Quiere llorar. –Pensé… -Decide no confesar haberla

perdido ¿Por qué admitir tal absoluta falla? –Eso fue inteligente.

-Te saqué la bacteria cuando estabas borracho. No creí que estuvieras en la

mejor forma para mantenerla a salvo. Y tuve justo tiempo suficiente para

esconderla cuando entraron a las corridas.

-Gracias y, siento eso. –Dice Il Capitano.

-Bueno, sólo hay algo más. –Dice Bradwell.

Il Capitano sabe que no quiere oír esto. -¿Qué?

-No está.

-¿No está? –Dice Helmud

-¿Estás seguro de que revisaste el agujero correcto? –Dice Il Capitano. –La

pared estaba llena de ellos.

-Los revisé todos. -Bradwell se corre las manos por el cabello. –Alguien la

tomó.

-¿Gorse?

-Hablé con todas las personas que estaban en la bóveda. Están de mi lado

ahora. Actúan como si fuera un Dios. No fue ninguno de ellos. Estoy

seguro.

Le encantaría estirarse y ahorcarlo—un viejo instinto. Pero, por supuesto, él

mismo pensó que fue quien la perdió. No puede realmente culpar a

Bradwell, y no tiene la fuerza para asfixiar a nadie ahora de todas formas.

Y entonces se da cuenta de cómo se siente realmente sobre la bacteria.

Quizás la quería desaparecida. –Sería un alivio que ya no esté en nuestras

manos. –Dice. –Excepto que significa que está en las de alguien más.

Bradwell lo mira, confundido. -¿Por qué sería un alivio?

-No podemos tirar abajo la Cúpula.

-¿Qué?

Il Capitano quiere decirle que fue perdonado. Está limpio. –No puedo

volver.

-¿Volver a qué?

-A quién solía ser.

-Debemos hacerlo, Cap.

-¿Por qué?

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-Para que no haya una división ¿No estás cansado de ser nada? ¿De ser algo

dejado para morir?

Il Capitano no puede mirarlo. Ha sido nada por tanto tiempo que no se

puede imaginar otra cosa. –Siempre habrá una división. Siempre seremos

nosotros y ellos. Y si esta separación desaparece, habrá otro nosotros y

ellos.

-Deben enfrentarse a lo que hicieron.

-¿Por qué?

-Todos están esperándome—adoradores de la Cúpula, revolucionarios, la

ORS, incluso algunas de las Madres. La solidaridad nos salvará—tú lo

dijiste. Incluso los adoradores de la Cúpula creen que esta podría ser una

manera de unirse a los Puros, en su propia forma retorcida. Bajaron de los

cuarteles, subieron de la ciudad y salieron del bosque y de los Fundizales.

Quieren que los lidere.

Esto duele. Il Capitano ha estado tratando de amasar un ejército todos estos

años, y viene Bradwell y se lo lleva. Sabe que no es el punto, pero aun. -

¿Cuántos hay?

-Demasiados para contar. Y ahora no tengo nada.

Il Capitano se sienta, apoyando la espalda de su hermano contra la pared.

Helmud dice. –Contar. –Tal vez piense que necesitan saber cuántos hay

exactamente si terminan dirigiéndose hacia algún tipo de batalla.

-Ahora es el momento. –Dice Bradwell. –Necesitamos la bacteria ¿Cómo

sino van los Puros a aprender?

-¿Te refieres a cómo sino tendrás una oportunidad de castigarlos? ¿En serio

estás jugando a ser Dios?

-Willux jugó a ser Dios—no yo. –Clava los talones de sus botas en el sucio

suelo. -¡Pressia está atrapada allí, Cap! ¿Quieres que simplemente la

abandone?

-¿Estás haciendo todo esto para traerla de vuelta? -¿Será Bradwell el héroe

en todo esto? Pressia presionó a Il Capitano para hacer lo correcto ¿No está

haciéndolo por fin? ¿No vale de algo?

-Lo hago porque es la misión. Hasta ahora, era tu misión.

-Dijiste que enseñabas Historia Eclipsada porque debíamos aprender del

pasado para no repetirlo ¿No es este sólo otro apocalipsis, más pequeño—

bajo tus propios términos esta vez?

Bradwell se sienta en el suelo, se apoya la cabeza en las manos. Sus alas

vuelan el polvo a su alrededor. Se frota los ojos ¿Está por llorar?

-¿Qué? –Dice Il Capitano. -¿Qué pasa?

-Perdí la bacteria. Nos emborrachamos, Cap. Nos emborrachamos.

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Despertamos. Nos capturaron. Trate de esconderla. Ya no está. –Mira a Il

Capitano. -¿Qué soy, Cap?

-¿A qué te refieres?

-¿Soy un ser humano? ¿Un animal? ¿Soy siquiera el hijo de mis padres?

¿Qué crees que soy?

-No importa lo que pienso.

-Para mí sí.

-Eres un profeta. Eso es lo que algunos dicen. Un ángel, tal vez, con esas

alas. Crees en la verdad. Esa es la razón de es por qué Pressia te ama.

-¿Cómo podría amarme así?

-Ahora sabes cómo me siento.

-Cómo me siento. –Dice Helmud ¿Está también enamorado de ella?

-Realmente la amas ¿O no?

Il Capitano asiente. Bradwell parece aceptarlo. Por alguna extraña razón,

incluso parece estar feliz de escucharlo. –No mandó palabra todavía ¿No?

Tenemos tiempo. Quizás podamos encontrarla.

-Quizás. -Dice Bradwell.

-Palabra de lo alto. –Dice Il Capitano, recordando cómo lo puso Bradwell. –

Sigue habiendo algo de tiempo.

Helmud dice. –Lo alto. –Il Capitano lo siente arqueando la espalda,

mirando hacia arriba por la biblioteca sin techo, al cielo. -¡Lo alto! –Dice de

nuevo.

-Lo sabemos, Helmud. Lo sabemos. Cállate ¿Sí? –Le dice a su hermano.

-¡Lo alto! –Dice Helmud nuevamente, y entonces agarra el mentón de Il

Capitano y lo empuja hacia arriba.

-¡Fuera! -Dice Il Capitano.

Helmud apunta al cielo.

Il Capitano mira hacia arriba de mala gana. Bradwell también lo hace.

Y allí hay un pequeño punto, tambaleándose en círculos, revoloteando

hacia abajo.

-¿Qué es eso? -Dice Bradwell.

La pequeña cosa chisporrotea y se acerca más haciendo espirales.

Freedle.

Aterriza al pie del catre de Il Capitano, alza las alas. Helmud se estira.

Freedle salta a su mano. Helmud lo alza. E Il Capitano ve un pequeño borde

blanco de un pedazo de papel que fue deslizado dentro de la caja de su

cuerpo.

Un mensaje.

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PERDIZ

EN TODOS LADOS

Perdiz está atado a la camilla y cubierto completamente con una sábana

blanca. Ahora están fuera del hotel. Iralene y Beckley, vestidos con batas

blancas de laboratorio y máscaras de cirugía, lo guían por las calles, las

ruedas repiquetean contra el pavimento. Sólo puede ver la sábana

iluminada, fina y brillante sobre sus ojos. Sabe que hay gente corriendo

cerca. Pasan por un grupo de voces. Se desata una pelea—puede oír a dos

hombres enojados gritando.

Hay un alarido y más chillidos en la distancia—un par de disparos.

Se supone que esté muerto, pero se siente muy vivo—le duele el corazón,

cada latido es como un golpe dentro de su pecho. Glassings murió. Todos

podría hacerlo ¿Puede estar su hermana realmente conspirando para

derribar la Cúpula? ¿Es esta sábana que cubre su rostro—la tela fina y

blanca que le entra a la boca cada vez que respira—una advertencia?

Muerte—¿es ese su futuro cercano?

Escucha a Beckley gritar. -¡Cuidado con el cordón!

La camilla vira, choca contra el concreto.

Se están moviendo tan rápido como pueden. Pasan agujeros, sacudiendo su

cuerpo. No hay auto esperándolos esta vez. Por suerte, están en el mismo

nivel en la Cúpula que el rascacielos con las cámaras de suspensión.

Perdiz no soporta no ser capaz de ver. Pellizca la sábana, la levanta unos

centímetros a un lado y gira la cabeza. Tiene una vista lateral de todo, las

calles llenas de gente. Algunos corren, siguiendo niños, llevando jarras de

agua y cajas de píldoras soytex. Están metidos en tiendas con filas que

serpentean por la cuadra. Algunos están ocupados sellando ventanas con

lonas y cinta adhesiva por miedo a que la Cúpula protectora se rompa.

Gracias a Foresteed, algunos tienen rifles en la espalda.

Aun así, siguen empujando. Como hombre muerto, es ignorado. Los Puros

se han acostumbrado a la muerte. Se están preparando para más. Sus rostros

son una mezcla de miedo, pánico y una extraña resignación—como si

hubiera llegado al fin algo que estuvieron esperando por un largo tiempo.

Pero entonces ve a alguien escribiendo en uno de los posters, Perdiz e

Iralene en una cita—un hombre garabateando en pintura roja oscura sobre

sus caras: LA ESCORIA DEBE MORIR.

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Perdiz se estremece. Esta gente los amaba a él e Iralene. Ellos fueron la

razón por la que se casaron—para mantenerlos felices, darles un motivo

para vivir ¿Y ahora son escoria? ¿Deben morir? Deja caer la sábana ¿Va a

ser asesinado por Puros? ¿Es así como irá?

Una vez dentro del edificio, Iralene y Beckley rápidamente lo desatan.

Todos corren por lo que se está volviendo una serie más familiar de pasajes

y pasillos largos e inquietantes, pasando cuartos apenas iluminados

zumbando con la maquinaria que mantiene a la gente suspendida viva.

-Justo arriba. -Dice Iralene.

Perdiz los sigue a ella y Beckley por una esquina y ve una puerta, la luz sale

de la habitación al pasillo. Iralene y Beckley bajan el ritmo. Perdiz se estira,

pausa y después golpea. Peekins y una enfermera levantan la vista de una

gráfica.

-Ah, es bueno verte, Perdiz. –Dice Peekins. –Me alegra que pudieras llegar

bajo las… circunstancias.

El cuarto es sorprendentemente brillante y cálido. Beckley e Iralene se

quedan cerca de la puerta, manteniendo un ojo en el corredor.

Perdiz camina hasta la cápsula y puede ver la silueta emborronada del

rostro de Odwald Belze—su tieso cabello blanco, sus ojos cerrados, sus

mejillas cetrinas—cristalizado con una fina capa de hielo. La cicatriz en su

cuello es roja, preservada cuando era una herida quirúrgica reciente. Perdiz

recuerda la pequeña caja azul que contenía el ventilador removido de su

garganta, y la cara de Pressia cuando descubrió que significaba que su

abuelo había muerto.

-Las cosas se están desmoronando rápido. –Dice Beckley.

-Debemos movernos rápido. –Dice Iralene.

-¿Cómo se ven las cosas? –Pregunta Perdiz.

-Sólo un poco más y sabremos si habrá daño a largo plazo. –Dice Peekins.

-¿Daño? Pensé que o sobrevivía o no.

-Hay un montón de escenarios en el medio. –Dice Peekins, obviamente

frustrado con él. –Silencio, por favor.

El médico y la enfermera trabajan velozmente. Ponen la cápsula en

posición horizontal. El brillante calor incubado desempaña el vidrio. El

latido en la pantalla cerca de la cápsula se acelera. De hecho, Perdiz se

preocupa porque el corazón esté ahora latiendo demasiado rápido. Los bips

llegan pronto.

Con un zumbido eléctrico, el vidrio se retrae en la cápsula, revelando el

rostro de Belze—rígido y húmedo por los cristales de hielo derretidos.

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-Interesante capacidad pulmonar total. -Dice Peekins, y mete la información

en la computadora, su rostro contraído por la concentración.

La caja torácica de Belze sube y baja temblando y entonces toma aire por la

nariz. Tira la cabeza para atrás, sus mejillas y carrillos se mecen, y luego su

rostro se contrae. Sus ojos se aprietan. Sus pulmones parecen cerrados.

-¡No respira! –Dice Perdiz.

-Aguarda. –Dice Peekins, sus ojos moviéndose por el panel de control. –

Sólo aguarda…

El corazón de Belze empieza a latir con fuerza—el bip es estridente y

continuo—pero yace con rigidez.

-Está funcionando a toda marcha. –Dice la enfermera.

Perdiz grita. -¡Hagan algo! ¡No podemos perderlo!

Y entonces Belze toma otra bocanada de aire, lo que parece imposible.

Ahora está aguantando demasiado aire.

Su rostro se torna de un rojo purpureo profundo.

-Aguanta. –Dice Peekins. –Aguanta, aguanta, aguanta.

Los labios de Belze empiezan a volverse azules.

-Jesús. Está muriendo. –Grita Perdiz. -¡Está muriendo justo aquí ante sus

ojos!

Iralene trata de hacer retroceder a Perdiz de la cápsula. –Perdiz. –Dice

suavemente.

Peekins repentinamente parece ser presa del pánico. -¡No sé qué más hacer!

¡Nunca hice esto con alguien tan viejo!

Y entonces el latido se detiene. El bip se vuelve una sólida línea mortal.

Perdiz se estira y toma los hombros de Belze, que siguen fríos.

-¡Retrocede! –Grita Peekins, pero Perdiz empuja el cuerpo del anciano lo

suficiente para hacerle colgar una rodilla sobre la cápsula, y después se

inclina sobre las costillas de Belze. Aprieta contra su pecho con todas sus

fuerzas.

Nada.

Beckley grita. -¡Perdiz! ¡Déjalo ir!

El chico aprieta de nuevo.

-¡Si vas a hacerlo, hazlo bien! –Grita Peekins y apunta al lugar donde las

costillas de Belze se juntan en el centro del pecho.

Perdiz retrocede y empuja, sus codos trabados. El anciano sigue rígido.

Perdiz cierra los ojos y lo vuelve a hacer una y otra vez. -¡No mueras! –

Grita -¡No mueras! –Puede sentir la fina piel del viejo, los huesos en su

pecho, el ceder de sus ligamentos.

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-Se ha ido. –Dice la enfermera.

-Perdiz. –Dice Peekins. -¡Detente! –Sacude al chico por el hombro. -¡Para!

Perdiz, sin aliento y sudando, sigue.

-Es una causa perdida. –Dice Beckley.

-Para, Perdiz. –Dice Iralene. -¡Por favor!

Y Perdiz se pregunta si tienen razón. Abre los ojos. El rostro del anciano

está tenso. Ya falleció. Perdiz sigue. Quiere llorar, pero entonces la

máquina salta. Hay un latido… y otro. Los ojos del hombre se abren con un

revoloteo y se centran en los de Perdiz.

El pecho de Belze sube y baja con sacudidas. Sus ojos están bien abiertos.

Deja salir un suspiro profundo y repiqueteante.

-Odwald. –Dice Perdiz. Se inclina hacia el anciano. -¡Odwald! ¡Estás aquí!

¡Estás bien!

Perdiz se baja de un salto. Peekins y la enfermera trabajan ahora con

rapidez, estabilizando a Belze. No mucho después, está tranquilo. Su

respiración y latido son estables. Perdiz dice suavemente. –Vamos a

reunirte con Pressia ¿Si? Te extraña. Quiere verte ¿Bien?

-Pressia. –Dice el hombre viejo, sus labios temblando con su nombre.

-Sí. Te extraña.

-Mi esposa.

Perdiz sacude la cabeza. –No, tu nieta.

El anciano parece confundido. -¿Dónde estoy?

-Está bien. –Dice Perdiz. –Está bien.

-¿Dónde está mi esposa? ¿Dónde está Pressia?

-Tu nieta. –Dice Perdiz.

-No tengo una nieta ¿Cómo podríamos si ni siquiera pudimos tener hijos

propios?

Perdiz mira al resto.

-Está desorientado. –Dice Peekins. –Quizás sea temporal.

-Esto ocurre algunas veces. –Dice la enfermera.

Perdiz camina hacia la pared y se apoya en ella, tratando de aclararse la

cabeza.

-¿Dónde estoy? –Dice Belze.

-Estás en un hospital. –Le dice Peekins con calma. –Vas a ponerte bien.

Perdiz dice. –Él no era su abuelo real. La encontró después de las

Detonaciones y la cuidó como si fuera propia. Debe de haberla nombrado

por su esposa. Fue como la hija que nunca tuvo.

Peekins le está explicando cosas al anciano. –Pasaste por una operación, y

estuviste en un tipo de coma, pero vas a estar bien.

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Beckley dice. –Está aquí, pero no lo está.

Perdiz mira el suelo. No acabó aquí. Sale del cuarto y camina por los

pasillos.

Corre aunque se siente mareado. Con una mano en la pared, se apoya en

ella cuando gira.

Iralene y Beckley lo siguen. -¿Qué pasa, Perdiz? –Grita Beckley. -¿A dónde

vas?

-¡Perdiz! –Lo llama Iralene.

Saben a dónde va. Sigue corriendo dentado por los pasillos hasta que llega

a la cámara de alta seguridad—la que está toda sellada y a la espera de que

Perdiz descubra algún código, alguna contraseña.

El chico mira la puerta, sin aliento, mientras Beckley e Iralene lo alcanzan.

-¿Qué tienes allí dentro? ¿Qué me dejaste? –Le está hablando a su padre

directamente. Está en todas partes; dentro suyo.

-Quizás no quieras saber. –Dice Iralene.

-Tal vez no puedas saber. –Dice Beckley.

Perdiz se gira y sacude al guardia. -El abuelo de Pressia no la recuerda. Lo

traje de vuelta—pero una parte sigue muerta ¡Intenta tú darle eso a Pressia

como un regalo! Tú trata.

-Tranquilo. –Dice Beckley, alzando las manos.

-¿Qué pasa si su padre está allí adentro? Hideki Imanaka es la persona que

mi padre más odiaba en el mundo. Mi padre amaba a sus pequeñas

reliquias. Debió de haber mantenido a Imanaka si pudo. Y podía hacer lo

que sea ¿no?

Beckley camina hasta la pesada puerta de metal.

-He hecho todo lo que pude para progresar. Necesito que éste sea el padre

de Pressia. Lo necesito.

-Tratamos un montón de combinaciones, Perdiz. –Dice Beckley. –No

podemos abrirla.

-Vuélala.

-Tu padre se aseguró de que esto no sea sólo sobre un show de fuerza. -

Dice Iralene. –Era sobre un secreto. Algo que tal vez sólo ustedes dos

sepan.

Perdiz se corre las manos por el cabello -¡Mi padre y yo no compartíamos

secretos! No compartíamos nada. –Ni siquiera amor, piensa Perdiz. Su

padre ni siquiera lo amaba. Eso es lo que le dijo antes de matarlo. Nunca

entenderás el amor. ¿Quiere su padre amor?

Perdiz mira a Beckley. Sus manos sostienen la memoria de comprimir las

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costillas de Odwald Belze. Están temblando, como una vez lo hicieron las

de su padre. Es como si el viejo nunca lo fuera a dejar. Es, por un breve

momento, como si su padre se hubiera metido en su camino, como si

hubiera transferido su cerebro al cráneo de Perdiz y está dentro por siempre.

Odia a su padre más que nunca, y sabe ahora qué quiere—qué demanda.

-Debo saber qué hay allí adentro, Beckley. –Toma la manga de la bata de

laboratorio de Beckley. –Debo decirle que lo amo.

-¿Qué?

Perdiz sabe que su padre quiere que salga de su propia boca. –Hay un

parlante. –Susurra de espaldas contra la puerta sellada. –Quiere que lo diga.

-¿Estás seguro de que es eso? -Beckley no suena convencido, pero no

conoce a Willux como Perdiz.

Iralene posa la mano sobre el frío metal de la puerta.

-El cuarto dentro de la cámara de guerra estaba lleno de viejas fotos, cartas

de amor—escritas para cada uno. Todas las cosas que nunca dijo. Porque

nunca las decía, nunca las escuchó de vuelta. Sé qué quiere. -Nunca estuve

más seguro de nada en mi vida. –Perdiz lo sabe porque su padre está dentro

suyo—un hechizo desde el interior. Eso es lo que no le puede decir a

Beckley.

-Dilo. -Susurra Iralene.

Perdiz se gira hacia la puerta. Camina hasta el pequeño parlante. Cierra la

boca y sacude la cabeza. No lo dirá. No puede. Quiere decir: Déjame en paz.

¿Es esto lo que le pasa a todos los asesinos? Su cuerpo es una prisión.

Perdiz golpea los puños contra la pared sobre su cabeza.

Intenta pensar en alguien más. Puede fingirlo. Pero su padre está allí en su

cabeza—sus manos curvadas y ennegrecidas, su respiración silbante. Un

Miserable al final. Y entonces, no está seguro de dónde viene, pero dice. –

Un Miserable como yo. –Hay una canción sobre ser un Miserable, sobre la

gracia de Dios. Quiere decirle a su padre que son todos Miserables. Que

todos necesitamos ser salvados. Pone la boca contra el parlante. –Te quiero.

–Dice. –Eres mi padre. Siempre te quise. No tuve opción más que hacerlo.

En alguna parte dentro de las cerraduras elaboradas de su padre, sus

palabras coinciden con algún criterio ¿Fue sólo su voz? ¿Fue el dolor en

ella lo que activó algo? Nunca lo sabrá.

Empiezan los clics. La puerta finalmente cede. Su sello está roto. Frío se

filtra del cuarto helado.

Niebla roda hacia el pasillo.

Perdiz pone la mano en la puerta y lentamente la empuja para que se abra.

Una luz adelante se enciende con un parpadeo, iluminando cuatro cápsulas

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pequeñas.

Perdiz se acerca y ve infantes en cada una. Yacen de costado. Tienen tubos

en la boca. Sus pieles están todas levemente cristalizadas y tintadas de azul,

igual que Jarv Hollenback cuando lo vio por primera vez aquí abajo. El

cuarto también tiene una mesa en la esquina con una caja de metal sentada

arriba.

-Cuatro pequeños bebés. –Dice Iralene, entrando a la habitación e

inclinándose sobre uno.

-Mi Dios. –Dice Beckley cuando pasa por la puerta. –Mi Dios.

Perdiz no lo entiende. Mira a Beckley, quien empalidece y retrocede.

El guardia se toma del marco de la puerta y mira a Perdiz con los ojos bien

abiertos. –Jesús, Perdiz ¿No lo sabes?

El chico sacude la cabeza y mira a Iralene. Observa el entendimiento

también llegar a su cara.

Mira a las cápsulas de nuevo. Esta vez busca placas con nombres en los

bordes. Encuentra una pequeña etiqueta plateada frente a cada cápsula con

las iniciales: RCW, SWW, ACW, ELW.

rcw—sus iniciales: Ripkard, su nombre real; Crick, su segundo nombre; y

Willux.

sww—las iniciales de su hermano: Sedge Watson Willux.

Se agarra de esta segunda cápsula y se mueve rápidamente hacia la tercera

placa: ACW. Aribelle Cording Willux, su madre.

Dice, -No, no. –Mientras sus ojos se disparan hacia la placa final: ELW. Su

padre. Ellery Lawton Willux.

¿Podría ésta ser su familia—reconstruida?

Piensa en los bebés prematuros detrás del banco de ventanas en el cuarto de

bebé. Clones—hechos de la codificación genética de Puros y Miserables.

¿Está mirando a su madre y padre—como infantes? ¿Está mirándose a sí

mismo y a Sedge? ¿Es esto lo que su padre le dio? Su familia ¿De vuelta?

Una de sus rodillas cede. Se toma del borde de una cápsula y camina hacia

la caja de metal en la única mesa. La mira por un momento. Le corre la

sangre en los oídos. Sus ojos se empañan. Parpadea, y la caja vuelve a estar

en foco.

Tiene que abrir la tapa.

-No. –Dice Iralene. –Déjala.

Pero no puede. Saca la tapa con los pulgares. Resuena contra la mesa.

Dentro, hay instrucciones médicas—un programa para envejecer los

especímenes para que eventualmente tengan la diferencia de edad correcta

para ser una familia de nuevo. ACW y ELW tienen que ser sacados y

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envejecidos por veinticinco años, y entonces SWW puede ser sacado. La

madre y padre de Perdiz tuvieron a Sedge cuando tenían veinticinco años.

RCW puede ser sacado dos años más tarde.

Y entonces… ¿Qué tenía su padre en mente? ¿Serían una familia? ¿Una

familia normal? ¿Reunida y completa?

Tal vez no se arrepentía de haber matado a su madre e hijo mayor porque

seguían vivos.

Perdiz vuelve a las cápsulas—los pequeños infantes ¿Qué hará con ellos?

Ésta es su herencia.

La radio de Beckley lanza un graznido ¿Puso la hermana de Perdiz el plan

en acción? ¿Están los supervivientes invadiendo? ¿Es este el principio de

otra guerra sangrienta? Dice. -Iralene, dime algo en este mundo que

importe. Dime algo sagrado.

-Tú importas. –Susurra ella. Pero esto no es lo que él necesitaba oír.

Beckley vuelve a entrar al cuarto. -Lyda y Pressia han sido encontradas.

-¿Piensas que ha empezado? –Pregunta Perdiz.

-Un grupo se formó no lejos de la Cúpula. –Dice Beckley. –De acuerdo a

los reportes, parece que se mueven.

Iralene y el guardia salen al pasillo y, por un momento, son sólo Perdiz y

los infantes. Su padre también pensó que estaba haciendo lo correcto. Pero

ahora Perdiz sabe que él no es su padre. Su padre siempre le fue un extraño.

Perdiz va a tratar de salvar la Cúpula, no por lo que significa, o por lo que

aspira a ser, sino porque cada persona importa. Puede tratar de salvar vidas.

Iralene trata de nuevo. –El hogar es sagrado, Perdiz.

-Tenemos que traer a Lyda y Pressia al cuarto de guerra. A Odwald Belze

también.

-La familia es sagrada. –Susurra Iralene. –Un hogar lleno con la familia.

Él camina hacia el pasillo. Las luces en la habitación se apagan con un

parpadeo. La puerta se cierra automáticamente. El único ruido es el sonido

de las cerraduras volviendo a su lugar con clics.

IL CAPITANO

ADECUADO

Nuestras vidas no son accidentes. Este es el inicio, no un final. Haz lo que

debas hacer.

Bradwell lo lee una y otra vez, en voz alta, con los dedos pellizcando las

puntas de la pequeña tira de papel.

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Sus manos tiemblan tanto que el cisne dibujado a mano parece sacudirse. –

¿Cómo demonios vamos a derribarla sin bacteria? –Dice.

-Mierda si lo sabré. –Dice Il Capitano.

-¡Mierda! –Dice Helmud enojado.

Afuera, la gente empieza agitarse, a hacer ruido—han habido un par de

gritos y canticos poco claros.

Desde su cama, Il Capitano encuentra una vista de la multitud reuniéndose

a través de las estanterías ennegrecidas y los muros derrumbados.

-¿Qué está pasando allí afuera? -Dice Bradwell.

-Ni idea. –Dice Il Capitano.

Pero entonces, el gentío se parte y Nuestra Buena Madre, flanqueada por

todas partes por Madres, avanza a zancadas hacia los restos de la escuela

primaria. Está envuelta en pieles, excepto por las partes desnudas en su

bíceps, donde la boca del bebé está alojada, e Il Capitano sabe que viene

para encontrarlos a él y Bradwell. Una vez esté en la habitación, será capaz

de ver los pequeños labios fruncidos del bebé.

El niño lo asusta más que nada.

-Está aquí. –Dice Il Capitano.

-¿Quién?

-Nuestra Buena Madre. Siento como si me fuera a meter en líos. –Dice Il

Capitano. –Espero que no esté armada.

-Siempre está armada. –Dice Bradwell

-Siempre. -Dice Helmud.

Il Capitano sube una fina sábana para cubrirse, como si fuera a servir como

alguna clase de protección. –Odio cuando las madres nos dicen Muertos.

-Odio cuando Nuestra Buena Madre nos dice algo en absoluto.

La lona puesta entre dos estanterías es corrida. Nuestra Buena Madre la

atraviesa seguida por tres otras Madres que se detienen junto a la entrada.

-Déjenos solos por un momento. –Ella dice. –Hagan guardia en la puerta. –

Las mujeres miran a Il Capitano y Bradwell, después se van reluctantes.

-No creo que nos hayas visitado antes. –Dice Bradwell. -¿Cuál es la

ocasión?

-No tomes un tonito conmigo, Muerto. Estoy aquí fuera por bondad de mi

corazón. –Mira a Il Capitano, su cara moteada con moretones. –Así que

finalmente obtuvieron su venganza.

-Quizás no toda. –Dice Il Capitano.

-Toda. –Dice Helmud, no estando de acuerdo.

-Bueno, no puedes culparlos. –Dice ella.

Il Capitano no responde. Se culpa a sí mismo, y el sentimiento es nuevo y

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extraño. No le gusta.

-¿Por qué estás aquí? –Dice Bradwell.

-Estoy aquí porque me necesitan. –Dice Nuestra Buena Madre.

-¿En serio? –Dice Bradwell. –Porque siento como si ya tuviéramos un show

bastante de grande aquí. Podríamos estar listos. –Il Capitano sabe que

Bradwell no quiere estar en deuda con Nuestra Buena Madre. Ella tiene una

manera brutal de saldar deudas.

-Por favor—están desorganizados, desarmados, y son débiles. Y creo que

les está faltando algo muy precioso ¿Tengo razón?

Bradwell abre la boca para decir algo, pero Il Capitano lo interrumpe. -

¿Qué es eso? ¿Qué tienes?

-Hemos estado siguiéndolos—sólo vigilando. Y dejaron algo atrás. Saben

qué es. –Dice con evasivas.

-No me estás entendiendo. –Dice Il Capitano. –No estoy convencido de que

tú sepas qué es.

-Sé que es pequeño. Sé que es poderoso. Sé que es esencial para tu plan. Sé

que si uno de ustedes emprende hacia la Cúpula solo, o incluso si van

juntos, los matarán en el proceso ¿Notaron estas nuevas armas brillantes

que ahora están sobre el techo de la Cúpula—¿una guirnalda de

armamento?

-¿Qué? –Dice Bradwell. -¿Armas nuevas?

-Se están preparando para la guerra. –Dice Nuestra Buena Madre. -¿Y

ustedes? -Las alas masivas del chico se despliegan y agitan. -Será una

masacre de todas formas ¿Por qué no los ayudamos a derribar la Cúpula y

hacerlo una lucha justa?

Il Capitano sacude la cabeza. –No puedo entrar en pelea. –Dice. –No lo

haré. Ese ya no es quien soy—nunca más.

-Este no tiene que ser un acto de agresión. –Dice Bradwell. –No tenemos

que estar atacándolos. Estamos asaltando a la Cúpula en sí misma.

Podríamos estar liberándolos.

-Esperas acercarte con tu pequeña entrega especial ¿correcto? –Empieza

Nuestra Buena Madre. -Tenemos que estar preparados para la posibilidad

de que se le haya escapado a Pressia—o que le hayan sacado información

de tu arma a los golpes. Deben de saber una buena parte, de hecho. Si

rodeamos la Cúpula y vamos todos a la vez, no sabrán quién tiene esta

entrega especial. Podría ser cualquiera ¿Dónde empezar a disparar? ¿Cómo

iniciar la masacre? Todos llegamos en un círculo apretado. Vivimos como

una masa; quizás muramos como tal. Pero al menos estamos todos juntos.

Para matar al correcto, tendrán que acabar con todos nosotros.

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-Van a empezar a mermarnos con ametralladoras. -Dice Bradwell. –No les

va a importar a quién disparen.

-Sólo aquellos que quieran hacer el círculo lo harán. –Dice Nuestra Buena

Madre. –Nadie será forzado.

-Si Perdiz está de veras a cargo. –Dice Il Capitano. –No tendrá el estómago

para matarnos a todos.

-¿Y si no está realmente al mando? –Dice Bradwell.

-Lo descubriremos, de una vez y para siempre. –Dice Nuestra Buena

Madre. Mete la mano en sus pieles de animal y saca la caja cuadrada de

metal conteniendo la bacteria. -¿Están dentro?

Bradwell mira a la multitud por el muro derrumbado. –Lo estoy sólo si soy

quien lleve la bacteria a la Cúpula. –Dice.

Nuestra Buena Madre sacude la cabeza. –Te apuntarán primero, Bradwell.

Sospecharán de ti más que nada.

-No tendré que acercarme demasiado. –Camina hacia el estante donde está

sentado Freedle sobre sus pequeñas piernas segmentadas. –Si me disparan,

todavía podemos asegurarnos de que la bacteria lo logre.

-¿Esa pequeña criatura? –Nuestra Buena Madre la mira entornando los ojos.

-Lo recuerdo ahora. Este era un regalo a Pressia de su madre ¿o no? ¿Es

como se aseguraba de que Pressia esté siendo cuidada?

-Correcto. –Dice Bradwell.

Nuestra Buena Madre se inclina más cerca de la delicada cigarra de metal.

–Su madre sigue con nosotros. Esto es lo que las madres hacen. Alertas—

incluso desde la tumba. –Asiente. –Es adecuado. Sí. Lo apruebo. –Con eso,

se mueve hacia la lona, pero antes de irse, se gira y dice. –Tuve un marido

una vez. Deben saberlo. Me dejó antes de que impactaran las Detonaciones.

Está dentro de la Cúpula, mi Muerto lo está ¿Saben que haré una vez la

Cúpula caiga?

-¿Qué? –Pregunta Bradwell.

-Lo cazaré como a un animal y lo mataré a sangre fría—preferiblemente

con mis manos desnudas. -Sonríe. –La Sra. Foresteed va a matar al Sr.

Foresteed. Confieso que algunos aspectos de la guerra pueden ser muy

íntimos.

PRESSIA

CABEZA DE MUÑECA

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Chandry, Lyda y Pressia se paran en el centro del planetario, sobre un

pequeño escenario circular, con el tacho que las llevó allí entre ellas. El

teatro está a oscuras, como si fuera el atardecer. Las estrellas brillan sobre

sus cabezas.

-Todo está cerrado—tiendas, escuelas, restaurantes. –Dice Chandry. –Por

eso pudimos arreglar el encuentro aquí.

-¿Cerrado? –Pregunta Lyda.

-Saben qué tienes. –Le dice Chandry a Pressia. –Conocen tu plan.

-¿De qué estás hablando? –Dice Pressia, negándose a soltar nada. No está

convencida de realmente confiar en Chandry. Se fio lo suficiente para

meterse en el tacho porque era su única salida, pero revelar un secreto es

diferente.

-Tu revolución. Lo saben.

-¿Revolución? -Dice Pressia. Nunca antes lo había pensado como una

revolución, pero por supuesto que Chandry tiene razón. Eso es exactamente

lo que podría ser.

-Nos estamos preparando. –Dice Chandry. –Para lo peor, que podría ser

para mejor, al final.

-¿Preparándose cómo? –Pregunta Lyda.

-Con fuerza militar, por supuesto. Una milicia armada. La Ola Roja

Honesta es necesaria una vez más.

Chandry mira su reloj con nerviosismo. Pressia conoce las historias de la

Ola Roja Honesta tomando el poder antes de las Detonaciones—un reinado

de terror y opresión; quiere saber a quién esperan. -¿Quién viene? –Dice

Pressia.

-Un doctor. -Dice Chandry, y mira la cabeza de muñeca de Pressia, como si

el doctor viniera a curarla.

-¿Arvin Weed? -Pregunta Lyda.

Chandry asiente.

Pressia conoce el nombre. –Se acercó a mí en la recepción de boda. –

Inmediatamente se siente culpable por sacar el casamiento a relucir frente a

Lyda. Puede sentir su enojo. –Quería hablarme.

-Estaba desesperado por llevarte a un lugar seguro para hablar. –Dice

Chandry. –Y aquí estás.

-¿Qué quiere? –Pregunta Pressia, consiente de la caja de metal aún

presionada a salvo contra su piel.

-Piensa que podrías tener algo. Algo… -Chandry busca la palabra correcta.-

Esencial.

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A Pressia le cosquillea el estómago ¿Podría ser esta la persona que ha

esperado conocer? –¿Lo conoces? ¿Es confiable? –Le pregunta a Lyda.

-No sé en quién confiar ¿No es obvio ya? –La chica está mirando las

estrellas falsas.

-¿Es parte de Cygnus? –Le pregunta a Chandry. -¿Cómo tú?

-Conocí a tu madre. –Dice Chandry. –Estábamos en un grupo de juego

juntas—una tapadera para nuestras reuniones.

Cualquier mención de su madre hace a Pressia sentirse físicamente

hambrienta. Trata de no sonar demasiado desesperada. -¿Mi madre? ¿Cómo

era en ese entonces?

-Ella era maravillosa. Una mente aguda y pensativa, un corazón profundo.

Pensé el mundo de ella. –Dice Chandry, mirándose las manos. –Creí que

podía salvarnos. –Mira a Pressia. –Tal vez tú puedas.

Pressia no está segura de qué decir, pero de todas formas no hay tiempo.

Escuchan un clic. La puerta de la salida de emergencia del planetario se

abre. Un borde de luz se desliza dentro del cuarto, y entonces la puerta se

cierra con un sonido metálico.

Es el joven que vio en la recepción de boda—sí, lo reconoce de inmediato.

Él camina hacia el escenario y luego se queda allí parado con extrañeza por

un momento. –He estado tratando bastante duro tener un minuto contigo. –

Dice. –Al final tuve que hacerlo de la forma difícil. –Mira a Chandry. –

Gracias. –Dice. –Lo aprecio mucho.

-Es lo menos que podía hacer. –Dice ella, y Pressia se pregunta si está en

deuda con Weed.

Él mira a Pressia y sonríe. –Ha pasado demasiado tiempo. –Dice.

Ella dice. -¿De qué lado estás. Sólo dime la verdad.

-Estoy de mi propio lado. –Dice él. –Cada uno de nosotros lo está. Si

piensas de otra forma, deliras.

-¿Entonces qué quieres? –Pregunta Pressia.

-Sé qué alcance has estado teniendo. Sé a qué puede que tengas acceso. Sé

que podrías ser más como tu madre de lo que Perdiz alguna vez soñó.

-¿Qué se supone que eso signifique? –Dice Pressia.

-Quieres hacer lo correcto.

-Quiero un montón de cosas. –Dice ella.

Weed se agarra las manos detrás de la espalda. –Dime qué son esas cosas,

Pressia. Quizás podamos hacer un trato.

-No sé si puedo confiar en ti.

-¿Qué quieres? Empieza por allí.

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-Quiero que Lyda sea capaz de salir de aquí. Hice una promesa.

Weed sacude la cabeza. –No lo entiendo ¿Quieres vivir allí afuera, Lyda?

-No me importa si lo entiendes o no.

-¿Es por eso que le diste la espalda a Perdiz? ¿Porque querías dejarlo atrás?

-Nunca le di la espalda.

-Aunque no le respondiste ninguna de sus cartas.

-¿Me mandó cartas? –Pregunta Lyda. -¡Arvin! ¿Me escribió?

-Muchas. -Dice Weed.

Lyda inspira con profundidad. Mantiene el aire en sus pulmones. Sus ojos

corren por el cuarto. –Necesito verlo antes de irme. Ahora. –Dice -

¡Necesito verlo ahora!

-Espera, Lyda. -Pressia se gira hacia Weed. –Sé que Purificaste gente aquí.

Sé que creaste a las Fuerzas Especiales pero que esas mejoras se volvieron

contra la gente. Los niños que Purificaste…

-¿Qué pasa con ellos? –Dice Weed.

-Están muertos. Los mataste. Tienes la habilidad de Purificar, pero ese

proceso…

-Erosiona las funciones más básicas del cuerpo. -Weed sostiene sus manos

abiertas frente a él, con las palmas hacia abajo. Tiemblan, incluso tan

levemente. -Willux me hizo tomar mejorías de cerebro. Quería que usara mi

mente para salvarlo. –Se estira y sostiene la muñeca de Pressia, levantando

su cabeza de muñeca. –Tal vez no sea demasiado tarde para ninguno de los

dos.

A Pressia le falta el aliento. Siente como si su corazón se alzara sin peso en

su pecho. –tengo lo que necesitas—un vial del suero de mi madre y la

fórmula. Puedes Purificar y tengo lo que se necesita para que el proceso no

tenga ningún efecto secundario mortal. Había otra pieza. Para eso está la

formula y—

-Tenemos todo lo que necesitamos, Pressia. –Dice Weed. –Podría empezar

contigo.

Este es el momento que Pressia ha estado esperando. La cabeza de muñeca

puede ser removida. Puede liberarse de ella. Puede volver a ser entera—ella

misma por completo. Y pueden salvar a otros sobrevivientes.

Lyda interrumpe. –No hay tiempo.

-No sabemos cuándo van a atacar—si siquiera tienen el coraje para

intentarlo. –Explica Weed, metiéndose las manos en los bolsillos. –Quizás

tengamos tiempo. Quizás no.

-Todavía no recibieron un mensaje mío. Están esperando. –Dice Pressia.

-No. –Dice Lyda, mirando hacia otro lado. –El mensaje ha sido enviado.

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-Yo no lo mandé. –Dice Pressia a la defensiva ¿Lyda no le cree? -¡No lo

hice!

-Yo fui. –Dice Lyda en voz baja.

-¿Qué les dijiste, Lyda? -Dice Pressia, agarrándola por el codo. -¿Qué

mensaje mandaste?

-Sabes qué les dije. –Dice ella, liberándose del agarre de su amiga. –Les

dije que hagan lo que tengan que hacer. Usé las palabras que me dijiste y

dibujé un cisne—para que Bradwell supiera que es de tu parte.

-Lyda ¿Por qué? ¿Por qué hiciste eso? -Pressia mira el suelo, tratando de

procesarlo todo—los hechos cambiando, las repercusiones fuera de la

Cúpula—y entre todo eso, se siente traicionada. -Me hiciste decirte las

palabras clave ¿Cómo pudiste hacerme eso?

-Lo hice por todos nosotros. –Dice Lyda. Mete la mano en el cesto, saca

dos lanzas y le entrega una a Pressia.

-No voy a llevar una lanza, Lyda ¿Siquiera sabes lo que hiciste?

Lyda mete la mano en el tacho de nuevo y saca una pieza de metal tejida

con perchas. Pone los brazos en las correas que agujereó. Le sienta

cómodamente sobre el pecho y estómago—donde el bebé recién comienza

a tomar forma. Es una armadura tejida a mano. Lyda debió de haberla

hecho—¿Cómo? Pressia no lo sabe, pero le entra perfecto. –Hice lo que

debía hacer. –Dice Lyda.

-Tenemos que llevarlas a ambas a un lugar seguro. –Dice Weed frotándose

la mandíbula, obviamente tratando de armar una estrategia.

-Debo ver a Perdiz. –Dice Lyda de nuevo, con énfasis.

-Ahí es donde las estoy mandando. Pero primero. –Mira a Pressia. –Puedo

proteger los laboratorios de investigación, Pressia. Hay una defensa extra

construida dentro. Si me das lo que tengas, puedo mantenerlo a salvo.

Pressia puede sentir la caja de metal contra sus costillas. -¿Me prometes

hacer lo correcto?

-Lo prometo.

Pressia mira a Lyda. -¿Confías en él?

Lyda dice. –La confianza requiere un acto de fe. Justo ahora ¿Qué más

tienes?

Pressia agarra debajo del saco de su uniforme la caja y la saca. Cuando

entrega el vial y la fórmula dentro, la golpea el miedo. Sus manos tiemblan

como si ella también se estuviera derrumbando.

-Perdiz va a querer que canceles el ataque. Los Puros tienen todo que

perder, así que va a tirarte con todo—todo lo que alguna vez quisiste.

Prepárate para eso.

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¿Cómo podría prepararse para serle dado todo lo que alguna vez quiso? –

Mantén tu promesa, Arvin Weed.

-Sabes, Willux también mató a mis padres. -Dice Weed. –Se supone que

diga que mi hermana pequeña murió de complicaciones durante el

nacimiento. Pero fue un rehén. Mis padres hicieron lo que Willux quería,

pero la mató de todas formas. Y entonces, cuando yo era un poco mayor,

se resfriaron y nunca recuperaron, como si algo tan benigno como un

resfrío los hubiera matado. He seguido con el juego, Pressia. Lo seguí y

seguí y seguí. Y ahora solo quiero salvarlos.

-¿A quiénes?

-Tantos—demasiados para contar… -Weed no puede hablar por un

momento. La tristeza ahoga su voz. Tose y dice. -Willux me hizo crearlos.

Ahora es mi responsabilidad mantenerlos vivos. –Mira a Pressia y Lyda de

pronto, como si hubiera estado tan sumergido en sus pensamientos que se

olvidó de que estaban allí. -Le mandaré palabra a Perdiz que estás yendo. –

Agarra la caja de metal, la alza en su puño. –Gracias. –Dice, y mientras

camina devuelta hacia la puerta, grita por sobre su hombro. –Lleva la lanza,

Pressia. En algún punto, la necesitarás.

IL CAPITANO

CORAZÓN

Se están movilizando—todos: Amasoides, Madres, soldados de la ORS,

adoradores de la Cúpula, incluso un par de niños del sótano y familias que

tuvieron que salir de las ciudades y cuarteles generales y puestos de

avanzada por el humo.

No hay muchas Fuerzas Especiales restantes, pero, de vez en cuando, una

aparece en los bordes, huele el aire, y antes de ser disparado, sale corriendo.

Los sobrevivientes se reúnen en el bosque, a los límites del territorio estéril,

que va cuesta arriba hacia la Cúpula, brillando con blancura, y coronada

con armas negras y brillantes, su cruz atravesando las nubes oscuras.

Il Capitano está apoyado a ambos lados por soldados de la ORS, que están

soportando su peso y el de Helmud combinados. Le duelen los huesos,

especialmente las costillas rotas, y tiene la piel túrgida por los moretones y

profundas hinchazones. Donde las cuerdas se hundieron en sus muñecas,

hay ahora vendajes.

Bradwell le está hablando a un grupo de Madres. Todos se mueven con una

intensidad silenciosa, una electricidad silenciada.

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Il Capitano está aliviado porque su propósito unificador ya no es matarlos a

él y Helmud.

Las Madres han estado organizando la manada. Los sobrevivientes se

despliegan en ambas direcciones para rodear la Cúpula.

Y ya eligieron a los que se quedarán—chicos, quienes los cuidarán y

aquellos que son más una carga que ayuda. Están alzando un par de tiendas

improvisadas para romper con el frío y viento, y allí es donde los dos

soldados de la ORS se detienen.

-Esta servirá. –Murmura uno de ellos.

-No voy a ir a una tienda. –Dice Il Capitano.

-¡No voy a ir! –Dice Helmud.

-Señor, nos dijeron que lo instalemos en una tienda.

-No. Me quedo con Bradwell. Él va. Nosotros vamos.

-Nosotros vamos. –Dice Helmud.

-Pero ni siquiera puede caminar, señor. -Dice el soldado de la ORS.

-¡Bradwell! –Grita Il Capitano, rompiendo el silencio.

Bradwell camina hacia ellos. -¿Qué?

-No nos vamos a sentar en el banquillo en esta endemoniada tienda.

-Cap, no estás en ninguna condición de—

-Vamos contigo. Incluso si tengo que gatear, vamos.

-En serio, ni siquiera puedes—

-No voy por las razones que siempre creí que lo haría. Voy porque no te

dejaré solo. Somos como hermanos.

-Hermanos. –Dice Helmud.

Bradwell mira las puntas de los árboles atrofiados. –Bueno. –Dice. –Si vas

a venir conmigo, quiero que me prometas algo.

-¿Qué? –Dice Il Capitano.

-Si no lo logro. –Dice Bradwell. –Quiero que revises mi corazón.

-¿Tu corazón?

-Sólo asegúrate que ya no esté latiendo. Asegúrate de que ha parado.

-Si mueres ¿quieres que ponga mi oído en tu pecho y me asegure de que tu

corazón ya no late?

-Sí. Y lleva a Gorse con su hermana. Eso es lo que quiero, y no me

preguntes nada más sobre ello.

-Bueno. –Dice Il Capitano. –De todas formas, no vas a morir, Bradwell.

El aludido no responde. En su lugar, dice. –El viento es fuerte hoy ¿o no?

Il Capitano asiente. –Bastante fuerte.

-Con suerte seguirá así. –Dice Bradwell y se aleja.

-¿El viento? -Pregunta Il Capitano. -¿Estamos hablando sobre el viento?

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-El viento. -Dice Helmud.

PERDIZ

ATADOS CON CORDEL

La larga mesa de caoba es en realidad una pantalla. Proyecta un mapa en

vivo—la Cúpula en el centro. Perdiz mira la imagen. Pequeños puntos rojos

han rodeado la Cúpula, y más están de camino—puntos manan del bosque.

-Está producido con una compilación de varias cámaras que registran

movimiento y lo siguen. –Explica Beckley.

-¿Cada punto es un superviviente? –Dice Perdiz. Realmente está pasando.

Se da cuenta ahora de que nunca lo creyó por completo.

-Correcto.

Iralene engancha su brazo con el de Perdiz. Él está tan desconectado que el

tacto lo sorprende. -¡Hay tantos! –Dice ella.

A Perdiz le golpea el corazón en las orejas. Siente un surgimiento de

orgullo. No puede creer que se hayan organizado y juntado así. Se imagina

cómo deben de estar sintiéndose Il Capitano y Bradwell ahora ¿Están a la

cabeza de esto? ¿Ha pasado a su alrededor? Pero al mismo tiempo, el

surgimiento de orgullo cambia rápidamente a miedo. Se están reuniendo

porque esperan entrar. Esta no es una misión de buena fe.

Este es el principio de una revolución.

-Tenemos que comunicarnos con ellos. –Dice Perdiz. –¡Sigue habiendo una

forma de enlentecerlo todo! Tenemos que hacerlo de forma pacífica ¿Hay

noticias de Pressia y Lyda?

-Están de camino. –Dice Beckley.

Pensar en Lyda hace que se le contraiga el pecho ¿Por qué ni siquiera le

respondió las cartas? ¿Se desenamoró de él?

-Puedes convencer a Pressia de hacer una tregua. Sé que puedes. –Dice

Iralene. –Viene de esa gente. Sabrá cómo comunicarse con ellos ¿no? -

Miserables—eso es a lo que Iralene se refiere.

Beckley le está hablando a alguien por su walkie-talkie. -¿Está listo? ¿Aquí

ahora?

-¿Qué pasa? –Pregunta Perdiz.

-Espero que no te importe. –Dice Beckley. –Pero tomé la oportunidad de

tomar a alguien que podría ser de intermediario.

-¿Intermediario?

-Necesitarás a alguien en el campo que te sirva como mediador. Pensé en la

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persona perfecta. Alguien que puede parecer… confiable para ellos. –

Beckley camina hacia la puerta, la abre, y entra un soldado de las Fuerzas

Especiales alto y larguirucho, cojeando sobre una prótesis elegante, la

pierna del soldado termina en el muslo.

El soldado mira a Perdiz, y éste lo conoce.

-Hastings… -Trata de ver a su viejo amigo, torpe y fácil de avergonzar. Lo

extraña.

-Perdiz Willux. –La voz de Hastings es más robótica que nunca, pero sigue

habiendo algo muy profundamente humano dentro suyo, algo que no

pueden borrar.

Iralene le teme a Hastings. Aprieta su agarre en el brazo de Perdiz y se

mueve para estar apenas detrás de él.

-¿Qué pasó? –Perdiz se refiere a la pierna de Hastings. La última vez que lo

vio, le dijo que encontrara a Il Capitano ¿Lo llevó eso a su pérdida? ¿Es

Perdiz el culpable? No le sorprendería.

-Un incidente. -Hastings ha sido cerrado. Sólo puede dar respuestas

cortas—del tipo menos relevante. Se rebeló y lo recodificaron.

-Siento eso. –Dice Perdiz.

Hastings asiente. Siguen siendo viejos amigos. Algo de lealtad permanece.

-Hastings. –Dice Beckley. –Necesitamos que seas nuestros ojos y oídos. –

Está completamente intervenido. –Te prepararemos la comunicación para

que podamos hablar directamente con quien esté al mando allí abajo.

-Il Capitano y Bradwell. –Dice Perdiz.

-Te daremos un portátil que transmitirá nuestras voces desde aquí. –Explica

Beckley.

Hastings inspira profundamente. Sus inmensos hombros se alzan y caen.

-Beckley te trajo porque eres en quien confiarían allí afuera, pero realmente

eres en quien yo confío, Hastings. –Dice Perdiz. –Tenemos un pasado.

-No tienes que jugar con tus viejas ataduras. –Dice Iralene suavemente,

reconociendo algo en Hastings. –Está programado para obedecerte.

-Ella tiene razón. –Dice Beckley. -Foresteed dobló su codificación de

comportamiento. Nunca se rebelará de nuevo.

-¡Quiero que tenga una opción! –Dice Perdiz. -¡Mierda! ¡Quiero que la

gente se decida por sí misma!

Beckley camina hacia Hastings. -¿Puedes decidir por ti mismo, Hastings?

Hastings mira a Perdiz y después a Iralene. Sacude la cabeza. -No, señor.

-Debemos sacarlo rápido. –Dice Beckley. –Si tenemos alguna esperanza de

negociar.

-Bueno, Hastings, vamos, afuera. Encuentra a Bradwell o Il Capitano.

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Pressia llegará pronto. –Dice Perdiz, esperando que sea verdad. –Cuando

los encuentres, estaremos listos para hablar. Todavía podemos voltear esto.

Beckley camina hacia el pasillo y elige a dos guardias para escoltar a

Hastings fuera de la Cúpula.

Antes de irse, Hastings echa un vistazo por sobre su hombro. Mira a

Perdiz—es todo lo que tiene, innegable humanidad en sus ojos. La mirada

es ambas, acusadora y llena de sufrimiento. Filosa y rápida y le manda un

shock a Perdiz. Es como si Hastings conociera el futuro, y es peor de lo que

Perdiz jamás podría imaginar. Pero antes de poder decir algo—¿Y qué

diría?—Hastings sale del cuarto, medio con pesadez, medio rengueando.

Lo recuerda hablándole a una chica en el último baile al que fue, en el que

Perdiz bailó con Lyda ¿Cómo terminaron aquí—cada uno roto de una

nueva forma que nunca hubieran podido predecir?

-Hay algo más. –Le dice Beckley a Perdiz cuando vuelve a entrar al cuarto.

–Cygnus decidió que era mejor si tú y Lyda eran separados. –Mete la mano

en el bolsillo de la campera de su uniforme y saca dos atados—montones de

papeles doblados, cada uno atado con un cordel. -Cartas—tuyas para Lyda

y de ella para ti.

PRESSIA

SAGRADO

Pressia y Lyda están corriendo por las calles de la Cúpula hacia el cuarto

de Guerra. Sus lanzas están en sus cinturones. Pressia tomó una pequeña y

filosa, de sólo 15 centímetros y fácil de esconder. Lyda tiene puesta su

armadura. Todos están tan golpeados por el pánico, tan sorprendidos y

enojados y esperanzados y perdidos, que ni siquiera lo notan. La ventana de

una tienda ha sido quebrada, y hay gente en la calle peleando por linternas y

baterías. Otro grupo bloqueó un camión oficial de la Cúpula y está

saqueando máscaras de gas, mantas, agua embotellada. Pressia recuerda las

historias que su abuelo le contaba sobre qué pasó justo después de las

Detonaciones—peleas en mini-marts y supertiendas tumbadas. Los posters

anunciando el compromiso de Iralene y Perdiz, pegados en las vidrieras,

han sido pintarrajeados, sus caras tachadas, MUERAN, escrito en tinta espesa

sobre sus cabezas, por sus narices y cráneos.

-Es el chivo. –Dice Lyda. -¡Perdiz es el chivo!

-¿A qué te refieres?

-El chivo expiatorio ¡Van a culparlo por todo!

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Pressia está asustada. Esta gente quiere sangre. Conoce esa mirada en sus

ojos. Le recuerda a los sobrevivientes que tomaron las calles durante las

Muerterías. La gente sólo puede sufrir por tanto tiempo antes de que

alguien deba pagar.

Ella y Lyda cruzan la calle para evitar a los Puros, que están alborotando en

sus sobretodos y monos y vagando en sus mocasines de suelas finas,

dirigiéndose a una nube de humo. Éste se alza de una multitud frente a una

iglesia adelante, agitándose y agitándose sin dónde ir.

-Está empezando a oler como en casa. –Dice Lyda. –No sólo a humo pero a

desesperación.

Se cubren las bocas y narices con sus mangas y siguen.

Cuando pasan la iglesia, Pressia ve que el gentío está quemando una

efigie—un traje relleno con un rostro chisporroteante. -¡Per-diz! ¡Per-diz!

¡Per-diz! –Gritan. Pressia apenas puede respirar. Perdió la fe en su hermano

¿Pero quemar una efigie?

Mira a Lyda, que está impactada. Pressia se la lleva lejos de la multitud. –

Simplemente mantén la cabeza gacha. –Dice Pressia. –Sigue caminando.

Lyda se tambalea un poco pero continúan.

Cuando giran en la última esquina, Pressia choca contra un guardia. Él la

agarra por el brazo. -¿A dónde demonios van?

Una mujer está parada cerca. Ve la cabeza de muñeca antes que el guardia y

suelta un alarido.

-¡Ya están aquí! –Grita. -¡Miserable! –La mujer sube más la voz. -

¡Miserable!

El guardia ve la cabeza de muñeca y se cae de espaldas, tanteando

desesperado por el rifle en su espalda. -¡Detente! –Grita a través del humo

cada vez más grueso. -¡Detente ahora!

Pero siguen corriendo tan rápido como pueden. Los Puros a su alrededor

también lo hacen mientras gritan. Hay un disparo ¿Fue del guardia

gritándoles a través del humo? ¿De alguien más?

Lyda empuja a Pressia dentro del edificio, y corren por una recepción ancha

y aireada con paredes espejadas y un hermoso marco dorado. Otro guardia

grita. -¡Por aquí! –Corren hacia un único elevador y entran.

El guardia golpea un botón. –Ha estado esperando.

-¿A cuál de nosotras? –Pregunta Lyda.

El guardia se encoge de hombros como si ni siquiera supiera realmente

quiénes son, y ahora Pressia puede decir que es joven—más que ella. -

¿Piensas que debería quedarme? –Pregunta él en voz baja. –Estoy

preocupado por mis hermanas ¿Debería irme? Se está poniendo feo ¿o no?

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-¿Estás relacionado con las chicas Flynn? -Dice Lyda. -¿Fuiste a la

academia de chicos?

-Aria y Suzette. –Dice él. –Mis padres no están. No lograron superar bien...

–Baja la voz. –El discurso. Lo hicieron de una buena forma—realmente

bien planeado. Sin sangre, y lo arreglaron para que sea la sirvienta la que

los encontrara, no nosotros. Eran buenos padres. –El chico tiembla.

-Por supuesto que eran buenos padres. –Dice Pressia. –Estoy segura de que

te amaban mucho. Estarían orgullosos de ti ahora, pensando en tus

hermanas. –Ella sabe qué es lo que siempre quiso escuchar de su madre y

padre—Te amo. Estoy orgulloso de ti. Se aferra a la idea de ellos cuidándola

por tanto tiempo… no podría imaginarse que se hubieran suicidado.

Lyda se estira y toma la manga del chico. –Deberías ir. Este es el momento

para que la gente hable sobre amor. Podría no quedar mucho tiempo.

Pressia piensa en Bradwell. No puede evitarlo. Amor. Allí está. Siempre lo

amará ¿Tendrán más tiempo juntos?

El ascensor se balancea y para. Pressia nunca se acostumbrará a ellos. La

puerta se abre y las chicas salen.

-¡Por aquí! –Las llama otro guardia por el corredor.

-Siento lo de tus padres. –Dice Pressia girándose hacia el chico en el

elevador.

Se le humedecen los ojos. –Nunca nadie dice algo como eso aquí. Nadie

habla sobre ellos ya. Es como si hubieran desaparecido.

-No se fueron. –Dice Pressia.

El guardia agacha la cabeza y las puertas se cierran con un desliz. Pressia

sabe que probablemente nunca lo verá de nuevo. Así es como todo se siente

ahora—una primera vez y una última, todo al mismo tiempo.

Lyda corre por el pasillo. Pressia la sigue. Cuando pasan una serie de

puertas, Lyda se agacha en un pasillo y presiona la espalda contra la pared.

-¿Qué estás haciendo? –Pregunta Pressia.

Lyda se toma las costillas con un brazo. –Sólo necesito un momento. Sigue.

-¿Segura?

Ella asiente.

Pressia continúa. Una puerta se abre adelante. Perdiz da un paso hacia el

pasillo. Pressia recuerda la primera vez que lo conoció—cómo, con su

bufanda desatada, sabía que era el Puro del que había escuchado, el Puro de

cabello corto y piel perfecta librado de la Cúpula. Él se estira—¿Para

sacudirle la mano? ¿Va a ser formal? –Te salvé la vida antes de siquiera

saber quién eras. –Dice ella. No acepta el apretón.

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Perdiz se mete la mano en los bolsillos. –Es verdad. –Dice. –Unos groupies

estaban a punto de matarme.

-Aunque no lo habrían hecho ¿O no? En ese entonces estábamos siendo

reunidos, y ahora pasa lo mismo. –Dice ella.

-Tal vez es verdad.

-Tengo el presentimiento de que va a ser distinto esta vez.

-Estamos mucho más metidos. –Dice Perdiz. –Tan profundo como es

posible ¿Qué hiciste aquí, Perdiz? ¿En quién te convertiste?

-¿Qué hay de ti? Te volviste sobre mí. Te diste por vencida conmigo.

-No, tú te rendiste con nosotros. –Dice Pressia.

-Debes cancelar el ataque. –Dice Perdiz con frialdad. –Estamos localizando

a Bradwell e Il Capitano y estableciendo comunicación. Dialogaremos—de

verdad—por primera vez en la historia de la Cúpula.

-¿Y en este diálogo tú me dices qué hacer? ¿Es eso un diálogo?

Perdiz mira el pasillo y Pressia sabe por el cambio en su mirada que Lyda

apareció. Y entonces él dice su nombre. -Lyda. Lyda Mertz. –Empieza a

caminar hacia ella, y después a correr. Lyda se queda completamente

quieta. Pressia no sabe si lo aceptará o no ¿Todavía lo ama realmente, o

tiene que saber si él la amó en algún momento—amarla de verdad? En el

último segundo, él desacelera. Ella dice algo que Pressia no puede escuchar

y él le responde. Se estira y le toca la mejilla con la parte trasera de los

dedos. Ella lo abraza entonces, susurrándole algo.

Pressia escucha un ruido detrás de ella y se gira. Hay una mujer. Está

mirando a Perdiz y Lyda, aspira de forma cortada y suspira

temblorosamente.

-Iralene. –Dice Pressia, reconociéndola como la novia en la boda.

Iralene asiente. –Tengo algo que cambiará tu forma de pensar. –Y mira al

pasillo. Pressia sigue su mirada hacia Perdiz, quien ahora sostiene el rostro

de Lyda con ambas manos, hablándole con palabras apuradas. –Era un

regalo de boda.

-Iralene. –Dice Pressia nuevamente. -¿Estás bien?

Iralene agarra el marco de la puerta. –Es el paraíso. –Dice y le sonríe a

Pressia mientras le resbalan lágrimas por los cachetes. –Hice que hicieran el

paraíso. Aquí. Justo aquí. Porque es el lugar más seguro del mundo. Aquí. –

Dice. –Déjame mostrarte el paraíso.

Cuando da un paso hacia el pasillo, su tobillo se tuerce y se tambalea por un

momento sobre sus talones. Susurra en una voz tan baja que Pressia apenas

puede escucharla. –Ven conmigo. Quiero mostrarte por qué deberías

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decirles que se detengan. Esto cambiará todo. Hará que se sienta bien. Ya

verás.

Iralene camina unos metros por el corredor. Perdiz y Lyda notan su

presencia ahora. Levantan la vista, tomándose de las manos, justo cuando

Iralene abre una puerta, y repentinamente, la ilumina una brillante ola de

luz. Es como si el cuarto contuviera al sol en sí mismo. -Pressia, -Dice. –

Eres de la familia. La familia es sagrada ¿Qué es el hogar sin la familia?

IL CAPITANO

OJOS

La multitud está en silencio. Camina callada. Il Capitano ve sus rostros—

el plástico y vidrio relucientes, las quemaduras brillantes, y las ásperas y

nudosas cicatrices. Sus mandíbulas están fijas con nefasta determinación.

Se tambalean y arrastran los pies y cojean. Algunos están fusionados juntos

pero igual dan zancadas. Sin pistolas, sin rifles, sin cuchillos. Adelante

están las Fuerzas Especiales—sus cuerpos se ven sobre trabajados,

demasiado pesados con sus armas y rígidas fusiones. Algunos están

encorvados y sus extremidades parecen desparejas. Se paran a intervalos de

seis metros, anillando el perímetro de la Cúpula. A pesar de verse casi

discapacitados, están preparados para abrir fuego.

Il Capitano no puede mantener el ritmo. Cada paso le manda una serie de

dolores por el cuerpo. Y aun así, siente un raro surgimiento de fuerza. La

Cúpula se hace más y más grande. El viento es frío y cortante. Y, por

alguna razón, es todo hermoso.

Los velos de ceniza alzándose.

El diáfano cielo oscuro.

El sol, una mancha de luz.

Y entonces todos se detienen. Voces empiezan a susurrar y sisear ¿Anda

algo mal? Il Capitano se abre camino a través de la multitud a empujones,

su cuerpo grita de dolor. -¡Bradwell! –Grita. -¡Bradwell! –Llega al frente y

ve a Hastings emerger desde detrás de la fila de Fuerzas Especiales

protegiendo a la Cúpula.

Bradwell da un paso hacia delante para encontrarse con Hastings, quien

corre a zancadas cuesta abajo, con un rengueo apenas notable en su andar.

-Hastings está comprometido. –Dice Bradwell. –Ven lo que ve y escuchan

lo que escucha.

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Pero ahora que Il Capitano ve la cara de Hastings claramente, sabe que hay

algo mal. –Hastings. –Il Capitano dice. -¿Qué te hicieron? –Puede decir

que, a pesar de la profunda emoción en sus ojos, ha pasado por más

codificación. –Te reprogramaron ¿o no?

Hastings asiente.

-¿Peor que antes?

Hastings vuelve a asentir.

-¡Perdiz! –Grita Il Capitano. -¿Qué le hiciste? ¡Dios santo! Es amigo tuyo.

Hastings dice. -Perdiz y Pressia van a hablar pronto. Por favor, espere.

Bradwell mira a Il Capitano. -¿Están listos?

-¿Listos para qué? –Dice Il Capitano.

-Lo que sigue.

-¿Qué sigue? -Pregunta Helmud.

PERDIZ

CUARTOS

Sol. Cortinas calientes. Iluminadas. Es como se sintió cuando vio las

cartas y después a la misma Lyda—como si lo hubieran llenado

repentinamente de luz, como si el sol ardiera en su propio pecho.

No dejó de amarlo. Las cartas eran la prueba, pero ella misma lo dijo.

-Incluso aunque me abandonaste, te seguía amando. Siempre lo haré.

Y ahora aquí está con él, vagando por esta cocina en la casa que Iralene

diseñó, de la que le empezó como si fuera un sueño, pero ya estaba en

construcción—Ahora ¿desde hace cuánto?

Manteca brilla en un plato de cristal. Un tostador reluce en la esquina. Una

mujer está junto al lavado, con su fina espalda, su remera floreada.

Sabe que es una imagen de su madre. Quiere ir y tocarle el hombro. Pero

sabe que no hay ningún hombro. Ninguna mujer. Quiere que se gire y lo

mire. Pero no tiene madre.

Lyda toma un vaso de leche, agua decorada. Su mano la atraviesa en un

desliz.

Iralene entra al cuarto. -¿Te gusta? –Pregunta.

¿Puede él amarlas a ambas? Su amor por Lyda es profundo. Pero ha llegado

a querer a Iralene. Es firme y honesta. Todos se mueven por la cocina

donde su madre—su pálida imagen en el lavado—mete la mano en el agua

espumosa, girando un plato blanco, tarareando para sí misma. Es tan real

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que no soporta mirarla demasiado tiempo. Quiere que ella lo vea allí, que lo

trate como suyo—de vuelta.

¿Pero le gusta? ¿Puede responder a eso? Es un espejismo. No es real ¿No

conoce Iralene la diferencia? No le dice nada de esto. Dice. –Me gusta estar

aquí. –Es una verdad a medias.

¿Por qué hay tanto sol? Mana de las ventanas, llena el cuarto con tanto

brillo que emborrona los detalles. Tal vez los detalles no están terminados.

-¿Cómo lo hiciste todo? –Pregunta Perdiz.

-Purdy y Hoppes tienen acceso a todos esos archivos. Pensaron que te

convencería. Hay más. –Dice ella. –Tanto más.

Lyda no se mueve. Está parada en el rayo de luz que tira la falsa ventana. –

Aves. –Dice. –En el centro de rehabilitación tenían pájaros que volaban por

las ventanas falsas de luz justo así.

-¡No tuvimos mucho tiempo! –Dice Iralene con enojo.

-No me gustaban los pájaros. –Dice Lyda. –Me recordaban que no tenía

donde ir.

Lyda le dijo que Arvin dejó entrever que las cartas no eran pasadas entre

ellos, que pensó que la había abandonado. Perdiz le explicó que no lo

dejaban verla; Foresteed había tomado el control de su vida. Después ella le

confesó que siempre lo había amado, él le dijo que quería estar con ella.

Ella dijo. –Lo entiendo. -¿Pero qué significa eso—lo entiendo? ¿Qué quería

él? ¿Que dijera que había estado equivocada al dejarlo ir la última vez y

que de ahora en adelante, siempre estarían juntos?

-¡Perdiz! –Es Pressia, llamándolo desde el pasillo. Sigue su voz, pasando un

cuarto con camas marineras.

Se detiene, retrocede y mira dentro. Allí, durmiendo en la cama inferior,

está su hermano. Mi Dios, es Sedge—antes de las mejoras y toda la

codificación. No es un soldado de las Fuerzas Especiales. Es sólo un niño—

tal vez de quince o dieciséis. Duerme aunque el sol brille por la ventana.

Perdiz quiere despertarlo. Quiere escuchar la voz de su hermano. Pero sabe

que éste fue un trabajo apurado. Esto es probablemente todo lo que hace su

hermano—duerme, como una vez hizo, un chico en una litera.

Perdiz apoya la cabeza contra el marco de la puerta. Dice. -Sedge, Sedge.

Mi hermano.

Y entonces Pressia lo vuelve a llamar.

Se aleja de la puerta y entra, sin equilibrio, a un dormitorio. Una pollera

rosa con volados, un dosel. Una jirafa de peluche. Un gran espejo con

incrustaciones en la puerta del armario. Pressia se mira a sí misma en él. Se

acomoda el pelo para atrás. La cicatriz en forma de luna creciente alrededor

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de su ojo ya no está en la imagen de su rostro en el espejo.

Y entonces ella se aleja y alza el puño de cabeza de muñeca. Pero en el

reflejo ya no está. Levanta las dos manos y las flexiona—abiertas, cerradas,

abiertas, cerradas.

Mira a Perdiz por el espejo. -¿Por qué alguien haría un lugar como este?

Él no tiene una respuesta.

* * *

Un coro de voces. Pressia las reconoce. Puede decir que Perdiz también lo

hace. Él se paraliza, y ella lo empuja para pasar. Siente como si su corazón

se hubiera hinchado y pudiera explotar. Sigue un pasillo hasta una salita. Y

allí, como si la estuvieran esperando, hay tres hombres. Bradwell, Il

Capitano y Helmud. Tres hombres separados. Hablan, bromean. Helmud se

alisa el pelo y se frota las rodillas. Está nervioso. Il Capitano palmea a

Bradwell en la espalda. Todos ríen.

No puede entender las palabras. Siguen siendo sólo voces—del tipo que se

escuchan al extremo de un largo pasillo por las paredes y puertas. Ellos

tampoco parecen saber que está parada en frente.

-Bradwell. –Dice.

Su rostro está limpio. Sin cicatrices. Sus nudillos no están arañados. Lleva

puesto el saco de un traje—uno hecho a medida.

No hay alas enormes. No hay ningún pájaro en su espalda en absoluto.

-¿Cómo hicieron esto?

Perdiz está ahora junto a ella. Se agacha y mira sus rostros. –Jesús. –Dice. –

Míralos.

Pressia no puede hacerlo. –Están mal. –Le dice a Perdiz. –No son ellos

mismos—no así, no sin algún pasado.

Ella puede ver un pequeño ojo en un objeto redondo, del tamaño de una

manzana, en el suelo. Un orbe, como le contó Lyda. Cada cuarto debe tener

uno, creando cada una de las imágenes. Nada de esto es real.

Sale de la habitación y corre devuelta por el pasillo, pero éste cambió un

poco. Hay una puerta donde antes estaba segura de que no la había. Está

abierta—sólo una raja. Alza la cabeza de muñeca, aliviada de que sigua con

ella, y abre la puerta de un empujón.

Allí está su abuelo, con una pila de almohadas mullidas detrás de su

espalda. Hay un libro de crucigramas sobre su rodilla. Ella puede ver que

sólo tiene una pierna, y una falsa—brillante y rosa—con una media y

zapato negros y pequeños en la esquina. El ventilador que había estado

alojado en su garganta, ya no está. En su lugar, hay una cicatriz dentada en

forma de cruz.

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No es como Bradwell, Il Capitano y Helmud en la salita. Parece saber que

ella está allí. Pero entonces dice. -¿Puedo ayudarte? –Como si fuera una

desconocida.

-Soy yo. –Dice Pressia.

-Hola. –Dice su abuelo, pero su tono es vergonzoso como si nunca antes la

hubiera visto.

-Pressia. –Dice ella. –Soy yo. Pressia.

Él cierra fuertemente los ojos por un segundo, como si el nombre en sí

mismo le causara algún dolor. Cuando los abre, sonríe. –Ese era el nombre

de mi esposa. –Dice finalmente. –Murió algunos años atrás.

Pressia entonces camina hasta su abuelo. Alza la mano, se estira para tocar

la de él pero duda. Quiere sentir la calidez ¿Qué pasa si es sólo un truco—

un truco cruel?

Apoya la mano sobre la de él—y siente la sequedad de su piel, la soltura de

sus nudillos artríticos.

-Eres real. –Dice ella. –Pero no me conoces.

Él le sonríe.

A Pressia le arden los ojos con lágrimas. -¡Perdiz! ¡Lyda! –Grita.

Lyda aparece en la puerta.

-Es real. –Dice Pressia. –Tenemos que sacarlo de aquí. Debe estar con

nosotros.

Lyda está pasmada por ver al viejo.

-¡Perdiz! -Grita Pressia. -¿Dónde estás?

La chica se estira y toca ahora todo—el muro, las fotos, los pomos, un

jarrón.

A veces las cosas son reales, y otras su mano las atraviesa como aire. -

¡Perdiz! –Grita. -¡Perdiz!

No hay respuesta. Corre hacia la cocina, que había pasado de largo la

primera vez.

Una mujer está junto al lavado limpiando los platos y Perdiz está sentado en

la mesa de la cocina.

-Trajiste a mi abuelo de vuelta.

-Excepto su memoria. –Dice él.

-Pero está vivo. –Dice ella. –Hiciste eso. Gracias.

Él mira a la mujer en el fregadero y dice. -¿No sabes quién es ella?

Pressia camina hasta la mesada. Se inclina hacia delante y ve la cara de su

madre, el perfil de su delicada nariz y mentón. Sus ojos son amables. Sus

brazos levemente pecosos están desnudos. Las burbujas de jabón brillan en

la superficie del agua. Entonces ella alza una burbuja en su palma y la sopla

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hasta que se eleva y planea y después explota.

Pressia se estira para tocarla.

-No. –Dice Perdiz. –No la toques.

Iralene entra al cuarto, sonriendo. –Esto vale la pena quedárselo ¿o no? Una

casa llena de familia. Todos los que perdieron, perfeccionados. No puedes

derribar la Cúpula ahora ¡No cuando este lugar existe! Puedes llamarlo tu

hogar, Pressia.

-¿Piensas que voy a querer salvar este lugar? No es real.

-No, no. –Dice Iralene, retorciéndose las manos. –Podemos programarlos

mejor. Podemos hacerlos interactivos. Podrás conversar con ellos

eventualmente. No entiendes.

-Tú no entiendes. No son gente de verdad.

-Por eso no puedes derribar la Cúpula, Pressia. –Interrumpe Perdiz. –Está

llena de gente real. Morirán allí afuera ¿Y sabes a quién matarán primero?

A nosotros. A ti y a mí y a Iralene y a Lyda. A Lyda y a nuestro bebé. Y

más…

-¿Más?

-Bebés. –Dice él. –Pequeños bebés en incubadoras ¿Qué les pasará a ellos?

-¿Bebés en incubadoras? –Ella se imagina a las Madres encontrando filas

de niños en cajas de plástico cálidas.

Madre Hestra y las otras los recogerían llenándose los brazos y

amarrándolos a sus cuerpos—un confort familiar de cercanía—y los

cuidarían. –Si hay bebés que necesitan madres, Perdiz, creo que deberías

saber quiénes los cuidarían.

-¿Confiarías en las Madres? ¿Las que me cortaron el meñique?

-Las cosas deben cambiar. –Dice Pressia. –Lo sé ¡Tienen que!

-Bueno, se pone peor. Hay gente guardada congelada. No te imaginas… -

Perdiz se levanta, tambalea y sale de la casa, volviendo al corredor.

Pressia lo sigue, gritando. –Perdiz ¿Qué estás haciendo? ¡Perdiz!

Él está doblado sobre sí mismo, tratando de recuperar el aliento, pero

cuando ella lo alcanza, se endereza y entra a la sala de conferencias,

deteniéndose junto a una mesa en el centro del cuarto.

Pressia va hacia la mesa. Hay un mapa del área rodeando la Cúpula, pero es

uno en vivo. Marcas negras se mueven cuesta arriba en cada dirección,

acercándose más y más a la Cúpula ¿Es uno de esos puntos Bradwell?

¿Están Il Capitano y Helmud entre ellos? ¿Quién tiene la bacteria?

-Los sobrevivientes se están movilizando. –Dice Perdiz.

-Se acercan. –Dice Beckley.

-Jesús. –Dice Perdiz.

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-¿Es esta…? –Pressia no está segura de cómo terminar la oración ¿Es esta la

revolución? -Es lo que crees que es. –Él pone la mano en una brillante almohadilla

negra junto a la puerta. Ésta se abre.

-La cámara de mi padre. Entra. Tengo algo más para que veas.

Pressia entra en el cuarto oscurecido. Las luces se prenden. El suelo está

cubierto con fotos de Perdiz y su familia—vacaciones, fotos escolares,

feriados—y cartas escritas a mano. Pressia ve una, claramente firmada. –Tu

padre. -¿Es así como Willux eligió decorar su oficina?

Pressia ve una foto de su madre. Se arrodilla rápidamente y la levanta. Está

sentada junto a una chimenea con un recién nacido en sus brazos—¿Perdiz

o su hermano Sedge? Sólo sabe que no es ella de bebé.

Iralene entra y empieza a levantar los papeles y fotografías como si le

avergonzara el desorden. Perdiz camina hasta un gran escritorio en medio

del cuarto.

-Aquí hay un sistema de comunicación. –Dice Perdiz. –Nos conecta con los

otros lugares en el mundo que sobrevivieron. –Toca el escritorio y una

pantalla se prende en su superficie, como la mesa de caoba en la sala de

conferencias, pero éste es un mapa del mundo. –Si la Cúpula cae, también

lo hace tu oportunidad de encontrar a tu padre. –Apunta a Japón. –Su

corazón latía. –Dice Perdiz. –Está vivo en algún lado…

-Weed me dijo que me tirarías con todo para cancelarlo.

-¿Por qué no lo harás?

-¿Por qué piensas que puedo?

-Déjame contarte qué descubrió mi padre. Los Miserables son la raza

superior. Han sido probados y probados por todos los horrores por los que

han pasado y fueron endurecidos ¿Y los Puros? Son débiles—mimados y

protegidos. Ya no tienen realmente sistemas inmunitarios ¿Sabes qué

pasará si ya no existe la Cúpula y los Puros deben vivir allí afuera,

respirando ceniza y luchando Terrones y alimañas y Amasoides?

-Sí. –Dice Pressia. –Sé exactamente qué pasará ¿Lo olvidaste? Esa es mi

niñez.

-¿Y quieres que eso suceda de nuevo?

Pressia sacude la cabeza. –Quería que los Puros ayudaran a los

sobrevivientes. Quería equilibrar el campo de juego con la cura. Quería

borrar todas las cicatrices y fusiones y que todos estén enteros de nuevo.

Pero ya no quiero eso. Bradwell tenía razón. Nunca deberíamos borrar el

pasado, incluso cuando lo llevamos en nuestra piel.

-Sé dónde está el botón, Perdiz. -Iralene señala al pequeño cuadrado de

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metal incrustado a la pared. -Es éste ¿no? Sálvanos, Perdiz.

Hay un golpe en la puerta abierta. Una voz de hombre dice. -Bradwell está

en espera ¿Estamos listos?

-Lo estamos. –Dice Perdiz.

Una pantalla se ilumina en un muro. Y allí está el rostro de Bradwell.

Entrecierra los ojos. El viento golpea su remera, su pelo. Se gira y mira a un

lado—mostrando las cicatrices gemelas corriéndole por un lado de la cara,

sus alas oscuras.

Iralene jadea. No está acostumbrada a la ceniza, cicatrices y fusiones.

Las cámaras alojadas en los ojos de Hastings captan a Il Capitano y

Helmud, que se ven pálidos y débiles. El mayor tiene dos ojos negros y la

mandíbula torcida.

-¿Qué les pasó? –Dice Pressia.

-¿Están esos dos fusionados juntos? -Iralene dice la palabra fusionados como si fuera nueva para ella. Está horrorizada y Pressia recuerda lo que

dijo Bradwell sobre qué suponía que los Puros pensarían de él—ese

disgusto, ese horror.

-Lo explicaré más tarde. –Dice Perdiz.

Pressia se pregunta si habrá un más tarde…

-Dile a Bradwell que lo cancele. –Le dice Perdiz a Pressia ¿Pulsaría el

botón? ¿Mataría a todos los supervivientes de una vez por todas?

Pressia desliza las manos al bolsillo y toma una de las lanzas que Lyda afiló

de los palos de la cuna.

-¡Bradwell! -Dice Pressia. -¿Puedes escucharme?

-¡Sí! –Grita al viento. -¿Estás bien?

-¿Y tú? -Dice.

Él asiente. Mira a Il Capitano y Helmud. –Estamos bien ¡Desearía poder

verte!

-Dile, Pressia. -Dice Perdiz.

-¿Es esa la voz de Perdiz? –Pregunta Bradwell.

-Soy yo. –Dice Perdiz.

-¿Qué tienes que decirme? -Pregunta Bradwell.

Pressia sabe que se supone que le diga que cancele el ataque, pero en su

lugar dice. –Perdiz puede matarlos a todos. Puede presionar un botón

diseñado por su padre y soltar un gas en el viento que los pondrá a dormir

para siempre.

Bradwell inspira profundamente. –Estamos desarmados. –Dice. –Il

Capitano dijo que era la única forma de hacerlo. Sin armas. Todos juntos.

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-Si derriban la Cúpula, Puros morirán. No pueden vivir fuera. La mayoría

no lo logrará. –Duce Perdiz. –Así que parecen bastante armados para mí.

Il Capitano empieza a hablar. Los ojos de Hastings rápidamente lo enfocan

y su cara acapara las pantallas. -¿Elegirías matar supervivientes a salvar

Puros?

-¿No ven la cantidad de muertes en ambos lados? –Pregunta Perdiz.

-¿Las muertes de Miserables cuentan menos? –Dice Bradwell.

-Ninguno lo puede entender. Voy a ser padre. Tengo un bebé de camino—

no saben cómo es preocuparse por criar a un niño allí afuera.

-Perdiz. –Dice Bradwell. –Nosotros fuimos chicos aquí. Sabemos cómo es,

y tú nunca lo harás.

-¡Mi propio hijo! –Dice Perdiz. –Mi propio hijo tiene que ser capaz de

respirar y crecer y desarrollarse. No puede hacer eso allí afuera.

-¿Tu hijo? -Dice Iralene como si recién ahora le llegara cuánto le importa

este niño ¿Piensa que será su madre? ¿O está hablando de Lyda?

Pressia dice. –El bebé no es sólo tuyo. De hecho, justo ahora, no lo es para

nada.

-Me matarán—lo sabes. Seré el primero en morir. Matarán también a

Iralene. Puros y Miserables—no importa quién. Nos asesinarán. Sabes qué

representamos. –Presiona las manos contra la pared. –Están en mí. Dentro

mío. Mi padre. No se encuentra sólo en el aire a nuestro alrededor. Está

dentro de mi cuerpo. Su sangre es la mía.

Pressia mira su mano, la que tiene el meñique de vuelta, la que está

peligrosamente cerca del botón de comando. No puede apurarlo con la

lanza. Ha sido codificado con fuerza y velocidad. La vencería con facilidad.

Pero mira a Iralene. Es una Pura—es la raza más débil; eso es lo que llegó a

creer Willux.

Y entonces Pressia se estira en busca de la pálida muñeca de Iralene. La

toma y gira, doblándole el brazo, apretándoselo entre los omóplatos. Las

cartas y fotos que coleccionó en sus brazos caen de sus brazos al suelo, un

spray de caras, cumpleaños, bicicletas, árboles de navidad y cartas escritas

a mano—hojas y hojas de ellas. Su piel se siente fina y fría. Pressia

presiona el rostro de Iralene contra la pared, sosteniéndole el otro brazo con

la cadera y la lanza contra su garganta.

-Aléjate. –Dice Pressia. –O la mataré.

Perdiz mira a Pressia. Aprieta los puños y se queda completamente inmóvil.

–Hastings. -Dice Perdiz. –Toma a Bradwell.

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La voz de Perdiz es pequeña y fría. Toma a Bradwell. Las palabras hacen

un eco enfermizo en la cabeza de Pressia, un timbre que no se detendrá.

Hastings no tiene opción.

Empuja a Bradwell al suelo, pone su pie bueno sobre su pecho. Las alas de

Bradwell extendidas debajo suyo. Hastings apunta una de las armas

alojadas en sus brazos al corazón del chico.

Hay un rayo rojo de luz.

Bradwell mira a Hastings a los ojos, pero sólo le habla a Pressia. Dice. -Lo

siento.

Pressia no puede respirar. Ella sabe por qué está arrepentido—no por lo que

pasó, no. Dice que lo siente por lo que está por pasar.

-¡No! -Grita, aun sosteniendo firmemente a Iralene. -¡No!

Y luego Bradwell empieza a luchar devuelta. Contraataca. Patea a Hastings

y trata de luchar para levantarse de la suciedad. Sus alas golpean el suelo,

llenando el aire con más polvo y ceniza.

La pantalla se opaca. El rostro de Bradwell se pierde en la nube oscura.

-¡Deja de resistirte! –Ordena Hastings. -¡Para, ahora!

Pressia le grita a Perdiz. -¡Haz algo!

Pero Perdiz no entiende ¿o no? Bradwell está peleando a muerte. Lucha,

sabiendo que va a morir.

La pantalla se pone blanca.

Hastings había cerrado los ojos.

Y entonces hay un tiro.

Sólo uno.

Algunos sobrevivientes gritan.

Y luego silencio.

Y entonces hay un grito—fuerte y largo.

Es seguido por otro grito—justo igual de fuerte y justo igual de largo.

Un eco del primero.

Pressia deja caer la lanza. Afloja su agarre en Iralene, quien permanece

completamente quieta, con su cuerpo apoyado en la pared.

-Está muerto. -Susurra Pressia.

* * *

Hastings está rígido, su pistola posada en la multitud. Es un soldado.

Mantiene su posición.

Il Capitano se arrodilla junto a Bradwell. Le aterroriza toda la sangre, tan

repentina y rápida, esparciéndose por el pecho de Bradwell. Helmud se

sostiene del cuello de su hermano. Agarra su camisa con sus delgados

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puños.

-Bradwell. –Dice Il Capitano sin aliento. Se supone que debe revisarle el

corazón. Pero la sangre ha empapado su remera. No puede quedar mucho

del órgano.

Las manos de Il Capitano tiemblan tanto que apenas puede agarrar la

remera de su amigo. Pero cuando lo hace, la desgarra, abriéndola.

El viento sopla.

Pequeñas hojas sangrientas de papel se alzan.

Il Capitano se sienta mientras el viento recoge los papeles y los manda

volando sobre la suciedad seca.

La bota de Hastings se para sobre uno, sus bordes empapados con rojo.

Il Capitano levanta uno.

Estamos aquí, mis hermanos y hermanas, para acabar con la división, para

ser reconocidos como humanos, para vivir en paz. Cada uno tiene el poder

de ser benevolentes.

No hay una cruz al final del mensaje. Sólo manchas al azar de la sangre del

difunto.

Los sobrevivientes levantan las hojas. Se reúnen alrededor de Bradwell.

Su cuerpo yace en la manta de sus alas con plumas negras. Las sangrientas

hojas blancas siguen revoloteando de su pecho como un moño interminable

empujado por el viento.

Sus brazos están estirados, sus manos abiertas—y de una de ellas, Freedle

aparece. Apenas perdido en las hojas flotando y girando de papel, Freedle

extiende sus alas mecánicas y alza vuelo, dirigiéndose a la Cúpula.

* * *

Pressia no puede respirar. No puede llorar. Bradwell murió. Él sabía que iba

a morir. Si no nos volvemos a ver… Debería haberse quedado con él. No se

debería haber ido. Él sabía, y no le dijo—no la verdad completa. Dijo si…

si, si, si… Pensó que era sólo el comienzo.

Todavía no se olvida del beso ¿lo recordará por siempre? ¿Le quedó

marcado en los labios? Por esto le hizo prometer estar juntos aquí, ahora, y

en el más allá—en caso de que haya un paraíso… en caso de lo que pueda

haber más adelante.

Se lleva el puño al corazón. Ella y Bradwell siguen juntos. No hay mejor

iglesia que el bosque. Al fin y al cabo, una boda es entre dos personas—lo

que prometen en un susurro.

No está segura de por qué, pero ahora siente miedo. Le aprieta el pecho.

Sabe cómo es tener un golpe de pena, cómo es estar de luto. Pero lo que

siente es terror. Se ha ido. Darse cuenta de que el mundo sigue existiendo y

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él no—a esto es lo que más le temía. Y aquí está.

Mira el suelo sucio con las fotografías de la feliz niñez de Perdiz.

El chico camina hacia ella.-Lo maté. –Dice.

-No me toques. No me mires.

Perdiz es un fantasma.

Iralene dice. –No mataste a nadie. No lo hiciste. No lo mataste ¡Fue

Hastings!

-Cállate. –Dice Pressia. -¡Cállate!

Iralene se desliza por la pared hasta sentarse en el suelo. Su mirada es

inexpresiva.

-Pressia. –Dice Perdiz. –Hice lo correcto. Lo juro. No sabía que Hastings

iba a matarlo.

-Hastings estaba programado para matar a cualquiera que se resistiera.

Bradwell lo sabía. Por eso contraatacó.

-Di la orden. -Dice Perdiz, su voz está tan ronca que es apenas audible. –

Podría haber hecho retroceder a Hastings. Podría haber hecho algo.

-Nos trajiste hasta aquí, -Dice Pressia. –Nos trajiste a todos hasta este

momento. Hiciste algo peor que no haber hecho retroceder a Hastings.

-No iba a presionar el botón. -Murmura Perdiz. –No lo habría hecho. No

habría.

-No. -Dice Iralene. –No habrías. Sé que no. –Luego, con esperanza en su

voz, agrega. -Tal vez eso los detuvo. Quizás se den la vuelta ahora.

-Freedle. -Dice Pressia. -¿No lo viste? Él lleva la bacteria. Ya viene.

Trabaja rápido.

Golpean la puerta con estruendo. Escuchan la voz alta y urgente de

Beckley. -¡La gente se está revelando en las calles! ¡Quieren sangre!

-Vienen por nosotros. -Dice Iralene.

-Nos encontrarán aquí. -Dice Perdiz. –Sé que lo harán.

La pantalla aun muestra la escena. Los ojos de Hastings están bien abiertos.

Escanea la multitud. Il Capitano está gritando. -Sigamos. Esto es lo que él

quería. Avancemos ¡Juntos! –Su cara se encuentra manchada con negro por

la ceniza. Se había limpiado las manos sangrientas en la remera.

Y luego Hastings gira. Camina hacia la Cúpula y se para en línea junto a

otros dos soldados.

-La Cúpula va a caer, y cuando lo haga, voy a salir e ir a casa. -Dice

Pressia. Camina hacia la puerta, la abre, y se para en la sala de

conferencias. Beckley se encuentra junto a su abuelo, quien está sentado en

una de las sillas de cuero, con Lyda a su lado.

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-Vienes con nosotros. -Le dice Pressia al anciano. –Te mantendremos a

salvo.

Está asustado pero asiente. Hace mucho, él fue el extraño que la acogió.

Esta vez, ella será la que cuide de él.

* * *

Perdiz mira a Lyda, todavía sorprendido de que esté aquí, tan cerca, y aun

así, tan distante. Las cosas han cambiado entre ellos ¿Cómo fue esto para

ella? Recuerda a Pressia diciéndole a Lyda que iban a llevarse al bebé ¿Le

creyó? ¿Era la verdad? Ya no sabe qué es real. Quizás nunca lo hizo.

Pressia le dirá qué pasó en ese cuarto. Le contará que podría haber salvado

a Bradwell y que falló. Su amigo está muerto. Perdiz dudó ¿Por qué? ¿Por

rabia, rancor, o realmente pensó que estaba haciendo lo correcto, intentando

salvar a su gente? En lo profundo ¿así piensa de los Puros—como su gente?

Podría nunca descubrir su propia verdad. Tal vez así es como empezó su

padre—un acto que nunca pudo retirar y que tuvo que decidir qué tipo de

persona era. Perdiz quiere ser bueno. Siempre lo quiso ¿o no? Justo ahora,

debe decidir cómo todos tratarán de sobrevivir. –Podrías haber corrido.

Probablemente deberías haberlo hecho ¿Por qué te quedaste? –Le pregunta

a Beckley.

-Somos amigos. Los amigos se quedan.

Perdiz no se dio cuenta de que ha estado esperando esto, pero ahora que lo

escucha, se alegra. Toma a Beckley y lo abraza. –Gracias. -Dice.

-Debemos movernos ahora. Si no te vas. –Dice Beckley. –Te encontrarán

aquí. No se pueden encerrar. Simplemente te esperarán afuera si te quedas

en la cámara de tu padre.

Perdiz mira a Pressia. Sabe que no se merece ir con ellos. Sacude la cabeza.

-Nos destruirán allí afuera. –Dice. –De una forma o la otra…

-Tenemos que movernos ahora. –Lo urge Beckley.

-Ven con nosotros. –Dice Pressia. –Podemos encontrar una forma de

sacarte de la Cúpula; entonces te hallaremos un escondite fuera.

Beckley y Lyda ayudan al abuelo de Pressia. Van hacia la puerta. Pressia

los sigue. –Vamos, Perdiz. Trae a Iralene. Salir es su única oportunidad.

Mantengámonos juntos. –Perdiz puede decir que le duele decir esto. Sabe

qué piensa de él. Se odia. Detesta ambas palabras—dentro de la Cúpula y

fuera.

Iralene y Perdiz entran al pasillo, siguiendo a los otros al ascensor, con

Lyda y Beckley ayudando al abuelo cojo de Pressia.

Entonces Iralene se detiene. Mira la puerta a la casa que diseñó. Sigue

abierta—sólo un poco.

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Luz mana de ella.

Agarra el brazo de Perdiz, lo sostiene con fuerza. –Recuerda. -Dice. -Aún

me debes un favor.

-Iralene. –Dice Perdiz con suavidad.

-Me hiciste una promesa. -Dice ella. -¿Te atendrás a ella?

-Por favor… -Dice.

-¿Eres un hombre de palabra? –Dice ella. Él sabe qué desea, y no quiere

que lo diga en voz alta, pero lo hace. –Construí un hogar para nosotros.

Pressia sostiene la puerta del ascensor abierta. -Deprisa. –Los llama,

mientras los otros se giran y miran.

Él sacude la cabeza. –No puedo. -Iralene le suelta el brazo y se dirige hacia

la puerta llena de luz dorada. Agarra las cartas de Lyda.

-No, Perdiz. –Dice Pressia.

Lyda dice. –Allí no hay nada real. Está vacío.

-Puedo sacarlos de aquí. -Dice Beckley rogando. -¡Iralene, dile que venga

con nosotros!

-Un minuto. -Le dice Perdiz a Iralene. Ella asiente. Camina por el pasillo

hacia Lyda. Busca en su bolsillo un manojo de cartas y se las entrega. -

Aquí. Éstas son tuyas.

Lyda toma el pilón y sostiene las cartas contra su pecho. -¿No puedo

quedarme y tú no puedes irte? –Le dice a Perdiz.

-Nunca se sabe qué pasará. Un día…

-Si vienes a buscarme, sabes que estaré allí fuera…

-Ambos. –Dice él. Madre e hijo. –Esta es una nave. Pienso que si se hunde,

debería irme con ella.

Camina de vuelta con Iralene, le toma la mano, saluda una última vez.

Entran al cuarto brillante, a la luz cegadora—y él cierra la puerta detrás de

ellos.

* * *

Un grupo de sobrevivientes hacen guardia sobre el cuerpo de Bradwell

mientras Il Capitano y Helmud lideran a los otros.

El círculo se aprieta más y más hasta que sólo hay nueve metros entre Il

Capitano y los soldados de las Fuerzas Especiales, Hastings entre ellos. Il

Capitano da un grito y los sobrevivientes a su alrededor se detienen.

Su comando viaja por el círculo y pronto, todos los supervivientes están

plantados en su lugar. Hastings mira a Il Capitano ¿Ha perdido contacto con

aquellos dentro? ¿Qué está pasando allí?

Nadie se mueve. Nadie habla. Están parados allí, en el viento, las hojas de

Bradwell aun revoloteando en el aire cenizo.

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Y entonces sucede.

Un chirrido, bajo y profundo, como algo escuchado desde una gran nave.

Hay un pop, y entonces una grieta corre por el costado de la Cúpula, como

una rasgadura en el hielo de un lago congelado. Se dispara por la superficie,

creando fisuras.

Y luego una pieza del domo se levanta, balancea, y luego cae dentro de la

misma Cúpula.

* * *

Nuestra Buena Madre camina cuesta arriba, protegida por todos lados por

Madres. La cruz del marco de la ventana en su pecho mantiene su postura

rígida. Sostiene la cabeza en alto. Cuando ve las grietas correr por la blanca

superficie de la Cúpula, le susurra a la boca de bebé alojada den su brazo. -

¡Vamos a buscar a papi, querido! –Y aprieta su lanza. –Vamos a encontrar a

tu papá.

* * *

Las luces titilan y se atenúan. Arvin espera. Sostiene la respiración, cierra

los ojos—y cuando lo hace, ve las caras de sus padres. Siguió órdenes para

poder mantenerse con vida. Se hizo importante, indispensable. Pero ahora,

finalmente es libre. El generador zumba con vida. Las luces sobre su cabeza

brillan, y escucha el murmullo del laboratorio siendo sellado. No se irá

hasta tener una cura.

* * *

Cuando las luces se apagan, el zumbido de la maquinaria muere dentro de

cada cámara—a un lado y al otro de los pasillos.

Hay un silencio mortal. Peekins ha estado trabajando en esta cámara,

tratando de salvar a una familia—cuatro infantes rígidos, el tinte azul pálido

desvaneciéndose de su piel. Busca en su bolsillo una linterna. La saca y

apunta el brillo hacia los bebés ante él—los Willux. Un par de ojos

tiemblan. Se abren. Es una niña pequeña. La madre de Perdiz. Tal vez sea

la única en sobrevivir.

* * *

Los orbes iluminan cada habitación. Iralene eligió la música—la misma que

bailaron en el picnic, lo que parece hace tanto tiempo. Se filtra por parlantes

escondidos. Se sostienen mutuamente en el salón—es un balanceo más que

un baile. Ahora hay voces en el pasillo, pisadas fuertes.

Perdiz susurra. –La luz solar no entibia. No es real.

-¿Qué es, de todas formas, la realidad? –Dice Iralene.

-Vienen por nosotros.

-Déjalos.

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-Iralene. -Dice. Le toma el rostro en sus manos y le toca la mejilla con los

pulgares.

Hay golpes en la puerta, un cuerpo pesado tirándose contra ella una y otra

vez.

* * *

Para cuando alcanzan la calle, pueden ver el cielo a través del agujero. La

ceniza entra revoloteando.

Pressia dice. -Está pasando.

-Ceniza. -Dice Lyda.

Beckley llevan al frágil abuelo de Pressia en su espalda. –Recordaré cómo

era ¿O no? -Dice.

El anciano alza la mano en el aire y caza pequeños copos de ceniza con su

palma. Mira a Pressia, con una expresión sorprendida en el rostro y dice. -

Mi niña.

Pressia empieza a llorar. –Sí. -Dice. –Estoy aquí. –Su madre está muerta.

Bradwell se ha ido. Y Perdiz eligió su propio fin. Pero obtuvo a una

persona de vuelta.

Hay otros en las calles. Algunos gritan y lloran. Aprietan a sus hijos contra

sus pechos. Algunos sostienen objetos de valor—candeleros dorados, cajas

de mobiliaria, sus pistolas. De hecho, a esta distancia, las están aferrando

con tanta fuerza que parecen fusionados con sus posesiones terrenales.

Algunos empiezan a correr—¿pero hacia dónde? No hay donde ir.

La red eléctrica ha sido comprometida. Las luces parpadean y mueren. El

monorriel para con un chillido. Beckley los lleva hasta el set de escaleras

ocultas entre los ascensores secretos, ahora atascados como todo lo demás.

Llegan a la planta baja de la Cúpula y caminan por las tierras vacías de la

academia, pasan dormitorios, las ventanas oscuras de clases, incluso un

campo de futbol—sus líneas blancas cruzando el césped falso—y la cancha

de básquet detrás de un alambrado. Hubo un tiempo en el que le dijeron que

su padre era base. Su verdadero padre—probablemente nunca escuchará su

voz… está allí afuera.

Finalmente llegan a los campos de soja, verdes y llenos de hojas. Las

hileras se curvan con la forma de la Cúpula. Caminan y caminan. Pressia

puede sentir el viento silbando desde algún lugar oculto a la vista.

Lyda saca su lanza. La ceniza es ahora más espesa, revoloteando por el aire.

Dice. -Está nevando.

Cerca del suelo, un triángulo de la Cúpula ha caído sobre los campos de

soja, sobre las plantas con sus hojas verdes y epispermos amarillas. El

suelo, rociado con esquirlas, cruje bajo sus botas.

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Caminan hacia el mismo hoyo y borde de la Cúpula. Pressia mira hacia

afuera, a ese mundo cenizo, su tierra natal. Caminando arduamente colina

arriba están los sobrevivientes, viniendo a aclamar lo que es suyo. Ella

empieza a correr hacia ellos y busca entre las caras a Bradwell, sabiendo

que no estará entre ellas.

Pero allí están Il Capitano y Helmud—manchados de ceniza y adoloridos.

Cuando Il Capitano ve a Pressia, se detiene y cae sobre una rodilla. Tiene

agarrado un pedazo blanco de papel con el puño. Lo levanta sobre su

cabeza como una bandera blanca.

No hay victoria. Siempre hay pérdida.

Esta es la rendición de él.

Esta es la rendición de ella.

Su corazón dice, Suficiente, suficiente, suficiente. Me rindo. Y espera que su corazón se detenga.

Perdió demasiado.

Y sabe que allí fuera encontrará el cuerpo de Bradwell. Le golpeará una y

otra vez que él está muerto ¿Cuántos impactos puede soportar?

Pero su corazón late en su pecho y no se detiene.

La devuelve a la vida.

Su propio corazón no se rendirá.

Así que este no es el fin.

Es sólo otro comienzo.

Se detiene y mira sobre su hombro hacia atrás. Caminando por la nieve

negra hacia ella, están Beckley, llevando a su abuelo, vivo después de todo,

en la espalda, y Lyda y el bebé dentro de ella, protegido debajo de su

armadura hecha a mano. Se vuelve hacia Il Capitano. Él se tambalea al

ponerse de pie, con Helmud pesado en su espalda, y camina hacia Pressia.

La abraza. Cuando estaban en la niebla rodeados por criaturas y pensaron

que los matarían, Il Capitano dijo, Si fueras la persona a mi lado, me

quedaría por siempre jamás. Esta es la promesa en la que necesita creer. Quédate conmigo. Quédate. Esta es su familia ahora.

Ella e Il Capitano y Helmud se giran y miran a los Puros que se dirigen a

los campos, la soja verde relucen alrededor de sus tobillos. Están pálidos y

tienen los ojos bien abiertos, moviéndose como tímidos fantasmas hacia el

borde roto de su mundo.

En algún lugar, Perdiz e Iralene están sentados en una mesa en una cocina

falsa, llena de la brillante luz del sol artificial— mientras las baterías dentro

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de los orbes se gastan lentamente. Si la gente venía tras ellos, espera que al

menos luchen. Este es el último retazo de esperanza que tiene en él.

Pero ella eligió esta verdad –Grotescamente hermosa y hermosamente

grotesca—este mundo.

-¿Qué haremos ahora? -Susurra Il Capitano.

-¿Qué haremos? -Dice Helmud.

-No más sangre, -Dice Pressia.

Su corazón late y late y late— cada vez, como una detonación en su propio

pecho— y cada momento a partir de aquí, es un mundo nuevo.

El Fin