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ANTOLOGIA DEL TEMPRANO RELATO ANTIOQUEO
Presentacin y Seleccin:
JORGE ALBERTO NARANJO M.
Medelln, 1995
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Aun cuando en Antioquia se escribi mucho desde los tiempos de la Independencia, la literatura de
relato solamente aparece en la segunda mitad del siglo pasado, y una verdadera cultura de la narracin
solo se constata cuando ya concluye, durante el quinquenio de oro de nuestras letras.
La dcada de 1850 a 1859 est dominada por los artculos de costumbres y la personalidad literaria
de Emiro Kastos, aunque se encuentran por la misma poca algunas narraciones muy estimables de otros
autores. De todas formas el acontecimiento literario de esa dcada fue la publicacin, en 1859, de los
Artculos escogidos de Emiro Kastos, y solamente el silencio voluntariamente asumido por ese escritor a
partir de esa poca explica porque fue tan dbil su influjo en la narrativa de las tres dcadas siguientes.
Esto implic a su vez que, en lugar de desarrollarse como una literatura de grandes maestros, nuestra
narrativa pudiera desarrollarse en la forma de una literatura menor, con las ventajas que acarrea para elsurgimiento de una verdadera cultura literaria: proliferacin de autores, obras, estilos, sin la prematura
coercin de unas normas fijadas por un artista mayor o por una obra paradigmtica. Es decir, muchos
grados de libertad creadora para empezar. Dentro de un marco bien definido de costumbres y creencias, y
con una cierta comunidad lingstica y geogrfica de base, las posibilidades de exploracin eran diverssimas,
y la imposicin de canon literario -as fuera admirable- hubiera coartado esas bsquedas.
La dcada 1860-1869, tormentosa de principio a fin, aunque rica en poesa y poetas, muestra un granvaco en narrativa. El silencio de Emiro Kastos, la muerte en la guerra de Eliseo Arbelez, el naufragio de
Arcesio Escobar, el giro de Gutirrez Gonzlez hacia la poesa, tal vez explican en parte ese vaco. Se
observa en cambio, durante esa dcada, mucho trabajo preparatorio de narradores, sobre todo gracias a la
Tertulia Literaria creada en 1865 en el Colegio del Estado. Entre los miembros jvenes de dicha tertulia
se encuentran destacados narradores de las dcadas siguientes. Pero el acontecimiento literario de la
poca fue la publicacin en 1868 de la gran Memoria sobre el cultivo del maz en Antioquia.
En la dcada 1870-1879 arranca en firme el movimiento narrativo. Emergen varios autores
importantes y bastantes obras, algunas de ellas bien logradas. El autor ms constante de la poca parece
haber sido Juan Jos Molina, y una antologa publicada por l mismo, con escritos antioqueos desde la
poca de independentista hasta entonces, intitulada Antioquia Literaria, fue el acontecimiento principal en
las letras de esa dcada. Este libro fue clave, como recapitulacin de logros, como mapa de ausencias, como
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orientador de nuevas bsquedas literarias. Hacia 1880 era libro de texto en diversas instituciones
educativas antioqueas.
En el cuadro N1 se hace una lista, sin duda no exhaustiva, de obras narrativas antioqueas
publicadas antes de 1880. Podran incluirse all bastantes ttulos correspondientes a dramas en verso como
los de Juan Jos Botero; o narraciones en verso como algunas de Federico Velsquez o Pedro A. Isaza y C.
Deben registrarse obras de Uribe Angel que slo se dieron a conocer despus. Y es seguro que ya por
entonces Lucrecio Vlez y Botero Guerra, Lino R. Ospina y Eladio Gnima hacan sus pinitos de cronistas de
costumbres y autores dramticos. La consulta de revistas literarias de la poca podra enriquecer
insospechadamente el cuadro, pero por si slo parece suficiente ya para formarse idea del proceso que se
iba gestando, y que ya en 1880, ha dado unas cuatro de cenas de relatos, algunos muy bellos, muchos
notables, y esto es comn denominador- todos bien escritos.
CUADRO N 1: NARRATIVA ANTIOQUEA ANTERIOR A 1880
OBRA AUTOR PUBLICADO EN
Carta 3 a un amigo en Bogot Emiro Kastos Neogranadino
1852
Una noche en Bogot Emiro Kastos El Pasatiempo1852
Correras por Villeta y Guaduas Emiro Kastos El Tiempo
1855
Pobre y rico Emiro Kastos El Tiempo
1855
Mi Compadre Facundo Emiro Kastos El Tiempo
1855
El Cigarro Emiro Kastos El Tiempo
1855
Un baile en Medelln Emiro Kastos El Pueblo
1855
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CUADRO N 1: NARRATIVA ANTIOQUEA ANTERIOR A 1880
Julia Emiro Kastos El Pueblo
1855
Arturo y sus habladuras Emiro Kastos El Pueblo1856
El primer amor Emiro Kastos El Pueblo
1856
Un paseo a Rionegro Emiro Kastos El Pueblo
1856
Felipe Gregorio Gutirrez G. El Pueblo
1856?
El tigre Emiro Kastos El Tiempo
1857
Carta a 5 a C.A. Echeverri Emiro Kastos El Pueblo
1858
Los Pepitos Emiro Kastos El Tiempo
1858
Vanidad y desengao Emiro Kastos El Tiempo
1858
Una botella de brandy y otra de
ginebra
Emiro Kastos El Tiempo
1858
Un montas Eliseo Arbelez (Ant. Lit.)
1859
Costumbres limeas: la tapada Arcesio Escobar (Ant. Lit.)
1860
Un baile con carrera Ricardo Restrepo (Ant. Lit.)1870
Si yo fuera dictador Ricardo Restrepo (Ant. Lit.)
1871
El gallo Manuel Uribe A. (Ant. Lit.)
1871
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El final de un proceso Juan J. Molina La Sociedad
1872
La Ventanera Alejandro Hoyos (Ant. Lit.)
1873
Pergoleso y Annunziata Juan J. Molina ------
1874?
Los hijos del misterio Mercedes Gmez ------
1874?
El llanto de una madre Camilo Botero G. La Sociedad
1874?
Miss Canda Eduardo Villa (Ant. Lit.)
1876
CUADRO N 1: NARRATIVA ANTIOQUEA ANTERIOR A 1880
Con la Vara que midas Demetrio Viana La Sociedad
1876
Los entreactos de Luca Juan J. Molina (Ant. Lit.)
1878
Templado por el Trisagio Hermenegildo Botero (Ant. Lit.)
1878
Un compadrazgo en la montaa Pedro A. Isaza Ant. Lit
1878
Un ramo de pensamientos Eduardo Villa (Ant. Lit.)
1878
Oyendo llover Juan J. Molina Ensayos de Literatura y de
Moral 1886*
Rafael Juan J. Molina Ensayos de Literatura y deMoral 1886*
Amelia y Laura Juan J. Molina Ensayos de Literatura y de
Moral 1886*
Un tiro de pistola Juan J. Molina Ensayos de Literatura y de
Moral 1886*
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NOTA: El parntesis indica la fuente ms temprana que conocemos en los casos en que ignoramos cul
es la fuente primaria.
*Las obras de Molina parecen escritas antes de 1880, pero su publicacin se retard hasta 1886.
Dueos de su expresividad, cabe clasificarlos, grosso modo, en el gnero costumbrista, de estrategias
descriptivas, de puntos de vista expuestos, obligan a usar esa clasificacin con cautela. Es costumbrista
Emiro Kastos? Depende: don Saturnino Restrepo, hace cien aos casi, juzgaba que, precisamente, el arte
de ese autor consista en haber atravesado la superficie festiva y circunstancial del cuadro de costumbres y
haberle dado una hondura y una dimensin que no son usuales. Y es costumbrista Juan Jos Molina?Segn las obras que conocemos no es seguro, y cuando mucho concederamos que hizo varios cuadros de
costumbres... santafereas. Y nada de costumbrista hallamos en Miss Canda, la novelita de Eduardo Villa
con escenario en Nueva York. En cambio parecen marcadamente costumbristas los relatos de Ricardo
Restrepo y Pedro A. Isaza, los de Uribe Angel y los de Hermenegildo Botero. En rigor prima el
costumbrismo aunque no tan marcado como lo insina el prejuicio o las cartillas de literatura.
La dcada de 1880-1890 vio definirse la vocacin narrativa de muchos nuevos autores, dos de ellosimportantsimos en las siguientes pocas de nuestra literatura. Camilo Botero Guerra, con el seudnimo de
Don Juan del Martillo, comienza a publicar sus Casos y cosas de Medelln, larga serie de relatos de
costumbres, narrados con gracia y un humor jocoso que hicieron las delicias de un amplio grupo de lectores
antioqueos. A Botero Guerra debemos tambin las primeras novelas antioqueas, Abuela y Nieta (1887),
Rosa y Cruz, El Oropel y varias otras anteriores a la famosa Frutos de mi tierra. En la dcada que
consideramos es indudablemente el narrador ms constante y que muestra ms oficio. Pero igualmente en
esos aos se define Lucrecio Vlez por el relato, dejando atrs, como Botero Guerra, un cierto historial
potico, y popularizndose tambin bajo el seudnimo, Gaspar Chaverra. En las dcadas siguientes se
convertira en uno de los primeros narradores antioqueos.
Las tertulias literarias fueron vitales para el desarrollo de nuestras letras. En la dcada 70-80 fueron
notables la de El Liceo Antioqueo, la de las casas de Eduardo Villa y Juan Jos Molina. En la dcada 80-90
la ms importante fue El Casino Literario, al que pertenecieron interesante poetas, ensayistas y narradores.
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El volumen casinista que se public en 1890 present al pblico a Carrasquilla (con Simn el Mago) y tal
vez Francisco de Paula Rendn. Y debemos resaltar igualmente la creacin de la revista La Miscelnea,
hacia 1886-87, en la que tuvo cabida la mejor literatura antioquea de los siguientes veinticinco aos. Otras
revistas de esa poca tenan carcter menos literario que la mencionada, aunque en ellas se publicaron
obras muy importantes del mismo Botero Guerra, de Lino R. Ospina, de Juan Jos Botero y otros. En realidad
en esa dcada se observa un sensible progreso respecto de las previas. Ya hay madurez literaria para
asimilar las lecciones de Emiro Kastos, ahora se constata una incipiente comunidad de narradores. No
obstante es en la dcada siguiente, 1890-1899, cuando puede hablarse a ciencia cierta de la existencia de
una Cultura de la narracin y de un dominio ya colectivo de las formas superiores de relato. En esa poca
da el costumbrismo sus cantos ms hermosos y empieza francamente a declinar como escuela hegemnica.
Nuevas tendencias literarias, nuevas temticas y problemticas humanos entran a la escena narrativa
antioquea.
En esa dcada 1890-99 surgen a la vida literaria Carrasquilla, y Efe Gmez, Samuel Velsquez y
Eduardo Zuleta, Lisandro Restrepo y Eladio Gnima, Jos A. Gaviria y Sebastin Meja, Saturnino Restrepo y
Juan de Dios Vsquez, Antonio J. Montoya y Julio Vives Guerra, Alfonso Castro y Antonio Posada. Los
escritores veteranos Botero G., y Lucrecio Vlez, publican obras en profusin. Las narraciones antioqueas
se cuentan ya por centenares, las novelas por decenas. Se habla de la literatura antioquea como la primera
de la nacin, se alude incluso a una tradicin narrativa antioquea ya por ese entonces. Las tertulias deliteratura y las revistas que surgen en esa poca mantienen vivo el ambiente de estudio y de discusin de
cuestiones literarias. Se levanta el nivel de anlisis literario, se suscitan briosas polmicas sobre arte.
Particularmente en los aos 1895 a 1899 muestran una actividad narrativa asombrosa. Al primer concurso
de novela de costumbre convocado por La Miscelnea en 1897 se presentaron cincuenta y ocho obras,
entre ellas Madre y Ernesto, dos preciosas novelas breves. An as, el acontecimiento de esa dcada
parece que haya sido la publicacin de frutos de mi Tierra, en 1896: fue la prueba indiscutible de la
existencia aqu de material novelable, y el acicate para nuevas creaciones novelescas. Botero Guerra, a
pesar de todo, hacia sus novelas a brochazos, pero lo de don Toms salv airoso ese reproche. De all en
adelante se desencadena un flujo de novelistas y novelas que se prolonga hasta nuestros das. En el cuadro
No. 2 se hace una lista, tampoco exhaustiva, de novelas antioqueas escritas hasta 1910. Una lista de
cuentos escritos en el mismo perodo se llevara varias pginas y esperamos que el lector acepte no incluirla
en este esbozo somero.
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La guerra de los mil das fren un poco el proceso de configuracin de la narrativa paisa: pero no bien
concluy se reinician las publicaciones de revistas y de libros de relatos. El acontecimiento literario de la
dcada 1900-1910 parece que haya sido la publicacin de las dos novelas breves de Rendn Inocencia
(1903) y Sol (1909), por lo que significaron como obras cumbres del gnero costumbristas. Sin embargo
sucedieron tantos eventos de inters en esa dcada que es difcil esperar acuerdo en cul fue el principal: el
surgir de la cuentstica de Alfonso Castro y Efe Gmez; el trabajo abundante de Lucrecio Vlez como cronista,
a todo lo largo de la dcada, para coronar con una gran novela, Rara Avis..., en 1910; las dolorosas
polmicas en torno de Hija Espiritual y de las Homilas; Al parecer un conjunto ya amplio de novelas
extensas; las revistas magnficas de la poca, Lectura y Arte y Alpha sobre todo; la maestra alcanzada ya
por Carrasquilla en el arte de novelar, y antes que nada Entraas de nio; o la migracin de artistas y
escritores que se dio en esa dcada. Fueron todos acontecimientos significativos, y acentuar el de las
novelas de Rendn quiz sea poco justo, pero es objetivamente el que mayor inters y resonancia histricaha tenido.
CUADRO No. 2: NOVELAS ANTIOQUEAS ANTERIORES A 1910
OBRA AUTOR AO
El final de un proceso Juan J. Molina 1872*
Con la vara que midas Demetrio Viana 1872*
Pergoleso y Annunziata Juan J. Molina 1874?
Los hijos del misterio Mercedes Gmez 1874?
Miss Canda Eduardo Villa 1878*
Oyendo llover Juan J. Molina 1880?*
Abuela y Nieta Camilo Botero G. 1887
El Oropel Camilo Botero G. 1893
Rosa y Cruz Camilo Botero G. 1894Una vela a San Miguel Camilo Botero G. 1895*
La Serrana Manuel Uribe A. 1895
Frutos de mi tierra Toms Carrasquilla 1896
Tierra Virgen Eduardo Zuleta 1897
Dimitas Arias Toms Carrasquilla 1897
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Madre Samuel Velsquez 1897*
Ernesto Jos A. Gaviria 1897*
Noche de bodas Sebastin Meja 1897*
Los claveles de Beatriz Paulo E. Gutirrez 1897
Lejos del nido Juan Jos Botero 1897
Al pie del Ruiz Samuel Velsquez 1898
De paso Lisandro Restrepo 1899
Cols Lisandro Restrepo 1899*
San Antoito Toms Carrasquilla 1899*
Luterito Toms Carrasquilla 1899*
La raza Antonio Posada H. 1899?**
El enemigo Saturnino Restrepo 1899?**
El Redentor Francisco de P. Rendn 1899?**
Mi gente Efe Gmez 1899?**
Anima en penas Alfonso Castro 1903*
Salve Regina Toms Carrasquilla 1903*
El Nazareno Francisco Rodrguez M. 1903
Inocencia Francisco de P. Rendn 1904*
Hija Samuel Velsquez 1904
Hija Espiritual Alfonso Castro 1905*
Kundry Gabriel Latorre 1905
Nobleza obliga Jos A. Gaviria 1906*
Entraas de nio Toms Carrasquilla 1906
Baldosas y terrones Jorge de la Cruz 1906*
Sor Anglica Jos Solano Patio 1906*
CUADRO No.2: NOVELAS ANTIOQUEAS ANTERIORES A 1910
OBRA AUTOR AO
Mercedes Marco A. Jaramillo 1907
Lenguas y Corazones Francisco de P. Rendn 1907*
Susana Gabriel Latorre 1908(*)
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Sol Francisco de P. Rendn 1909*
Fragmento de novela H. Jaramillo 1909
Rara Avis Lucrecio Vlez 1910
Los humildes Alfonso Castro 1910
Grandeza Toms Carrasquilla 1910
Momentos de vida Miguel Agudelo 1910
* Novela corta o breve
**Slo se conservan fragmentos publicados
(*)Drama en prosa
En esa misma dcada se acaba la unidad territorial de Antioquia la Grande. Parece un buen punto final
para este esbozo histrico del relato antioqueo ms temprano. El cuadro No. 3 presenta el resumen de lo
expuesto. Es evidente a la luz de estas breves noticias, que exista ya una literatura antioquea y una
tradicin narrativa a la hora que aparecen nuestras figuras mayores. Fue un proceso colectivo de
aprendizaje, y no invento genial de una o dos personalidades insulares. Cuando esto se comprende es mas
claro qu fue lo que en verdad aportaron los grandes novelistas del quinquenio de oro en adelante.
CUADRO No.3
DECADA ACONTECIMIENTO
LITERARIO
AUTOR AO
1850-59 Artculos escogidos Emiro Kastos 1859
1860-69 Memoria sobre el cultivo delMaz
Gregorio Gutirrez Gonzlez 1868
1870-79 Antioquia Literaria Juan J. Molina 1878
1880-89 Casos y cosas de Medelln Camilo Botero G. 1884
1890-99 Frutos de mi tierra Toms Carrasquilla 1896
1900-10 Inocencia y Sol F. de P. Rendn 1903-1909
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2. CRITERIOS DE ESTA ANALOGA
Para realizar esta seleccin de relatos antioqueos tempranos se busc que el conjunto incluyera obras
de todo el perodo reseado en el esbozo histrico y que adems de exhibir calidad literaria pertenecieran a
autores con alguna probada vocacin narrativa. El conjunto se subdividi en cinco grupos con una cierta
unidad, fuera temtica, o de gnero, o de poca. El resultado es una organizacin panormica con cierta
lgica y ms o menos ceida a la cronologa. Un primer bloque se intitula relatos de tiempo glgota por
razones que se harn evidentes al leer los dos trabajos incluidos. Luego vienen tres cuentos de la dcada de
los setentas decimonnicos, agrupados como relatos del tiempo de Berro. A continuacin viene una serie
de cuadros urbanos y domsticos de los tiempos en que la Villa no pasaba de ser una parroquia grande. Y
finalmente hay dos bloques con fuerte unidad temtica, sobre la guerra y sobre la droga finiseculares. Queda
claro que anloga seleccin hubiera podido hacerse con otras temticas (digamos entre cuadros de alcohol,
de la minera, del ferrocarril, de los bailes, etc.), y que esta analoga no tiene ninguna presuncin completa.
As y todo, creemos que se enriquece la bibliografa accesible al publico lector sobre una literatura que, en
cierta manera, nos pertenece a todos y es herencia comn de Antioquia.
Los textos escogidos son difciles de encontrar. No figuran en antologas previas ni en edicionesrecientes. Llegan de la fuente a los lectores, a cien y ms aos de distancia entre el emisor y el receptor, y
sin embargo frescos y elocuentes todava. Se notar la ausencia de los nombres mayores don Toms y
Pacho y Efe. La razn es que sus obras estn, por fortuna, suficientemente divulgadas. A cambio de esa
ausencia esperamos que el conjunto de veintids autores y obras seleccionadas sirvan para hacer patente el
sentido en que la narrativa de Antioquia la Grande merece tratarse como Literatura Menor, una de las ms
ricas en obras y autores dentro de la narrativa hispanoamericana y seguramente la ms vital de las
nacionales en la poca que comentamos.
Hemos actualizado la ortografa de todas las obras seleccionadas. En todo caso hay aqu un problema
de sumo inters para los investigadores: el de la evolucin de la gramtica y la ortografa, en la lengua
escrita paisa en los ltimos 150 aos. La actualizacin borra ese problema en cierto sentido, pero facilita
la lectura para el lector actual.
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3. FUENTE PARA ESTA ANTOLOGA
En el cuadro No. 4 aparecen las obras seleccionadas y el impreso en que se publicaron por primeravez, o en su defecto, la fuente ms temprana que conocemos puesta entre parntesis.
Cuadro No.4 Fuentes de esta antologa
Obra Autor Public Ao
Julia Emiro Kastos El Tiempo 1855
Felipe G. Gutirrez El Pueblo 185...?
Un baile con carrera Ricardo Restrepo (Ant. Lit) 1870
Los entreactos de Luca Juan J. Molina Ant. Lit. 1878
Un ramo de pensamientos Eduardo Villa Ant. Lit. 1878
Furor potico Camilo Botero G. (Brochazos) 1884
Cunto me cost la burra Manuel Uribe A. El Repertorio 1896
La Bodas de mi sobrino Lisandro Restrepo La Miscelnea 1896
Las vacas de la fiesta Lucrecio Vlez La Miscelnea 1896
Fin de siglo Eduardo Zuleta Tierra Virgen 1897
La jeringuilla de Pravaz Antonio J. Montoya El Montas 1897
Noche de bodas Sebastin Meja La Miscelnea 1898
Espantos Eladio Gnima La Miscelnea 1898
La vuelta de Juan Ricardo Olano El Recluta 1901
Un polvo... y nada ms Eusebio Robledo El Recluta 1901
De la guerra Jos Velsquez G. El Recluta 1901
Brujeras Samuel Velsquez Lectura y Arte 1903
Anima en Penas Alfonso Castro Vibraciones 1903
Post. Mortem H. Gaviria I. Lectura y Arte 1905
Baldosas y Terrones Jorge de la Cruz Alpha 1906
La oveja descarriada Saturnino Restrepo Alpha 1906
Nobleza obliga Jos A. Gaviria Alpha 1906
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Jorge A. Naranjo
Medelln, enero 1995
I. RELATOS DE TIEMPO GLGOTA
JULIA
Por: Emiro Kastos
En el ao 1848, a pesar del aislamiento claustral que reina en Medelln, yo tena franca entrada en la
casa de un amigo y relaciones casi fraternales con su hermana Julia. Esta joven reuna al cuerpo elegante y
las facciones caucseas, distintivos de mis paisanas, el desparpajo y donaire de las mujeres de otros pases.
Por un capricho debido a la confusin de nuestras razas, tena negros los cabellos y azules los ojos, en cuya
dulce serenidad se reflejaba la pureza de su alma, como en las aguas de un lago inmvil los rayos de la luna.
Posea los que es preferible a la belleza: gracia y modales de una distincin natural.. En su casa reciba sin
encogimiento; no clavaba los ojos como muchacha regaada cuando le decan alguna galantera sus amigos:
saba que la amabilidad es la ms bella dote de la mujer y jams se le ocurri, como a otras, que fuera
pecado corresponder en la calle con atencin a un hombre que la saludara cortsmente.
Yo me complaca vindola feliz con un traje nuevo, con la esperanza de un paseo, con la expectativa de
un baile. Como apenas tena diez y seis aos, ninguna preocupacin turbaba su bulliciosa alegra. No me
inspiraba amor, pero si la amistad ms sincera, y haca votos al cielo porque la desgracia no viniese a
entristecer a esa criatura tan alegre, a marchitar esa flor tan bella. A veces me daban temores de que esa
nia dulce y delicada cayese en poder de algn beocio sin educacin, que no la comprendiese y estimase.Precisamente el escollo de las mujeres en esa edad en que, sin conocer la vida ni los hombres, las fatiga ya
un deseo vago de amar, es entregar su corazn y su mano al primer zote bien vestido que les habla de
amor. Sucedi en que en esos das se present como pretendiente un joven que acababa de hacer un viaje
a Europa. De su viaje no haba trado observaciones ni ideas, pero si guantes lustrosos y levitas arrugadas.
Con semejantes dotes y, perteneciendo a una familia rica, vino a ser para Julia un candidato irresistible. Los
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parientes, por unanimidad declararon que era excelente partido y que Julia sera muy feliz con l. Me ausent
en aquellos das y supe despus que se haban casado.
Al cabo de cuatro aos regres a esta ciudad, con el placer que se experimenta despus de una larga
ausencia. Nada encontr nuevo: las mujeres como siempre encerradas en sus casas, vegetando sin
sociedad y sin placeres: los hombres reunindose en las mismas partes, conversando las mismas cosas,
aburrindose de la misma manera: los ricos despreciando a los pobres y los pobres hablando mal de los
ricos: los jvenes buscando en los vicios las emociones que les niega la monotona social; y los viejos
corriendo desalados tras las pesetas y economizando como si la vida durara mil aos. Por de contado que
encontr algunos ricos que hacen buen uso de su plata, algunos jvenes que emplean bien su tiempo; pero
stas son excepciones que no alteran la regla. En general, la sociedad se me present con esa fisonoma
desapacible, con esas costumbres informes, heterclitas de los pueblos en transicin, que tienen ya todos losvicios de las sociedades civilizadas, menos sus refinamientos y placeres.
Pero nuestro valle siempre ser la perla de los valles, el encanto del viajero: de lo alto de Santa Elena
se ven nuestras campias tan hermosas, como de la cima nevada de los Alpes las poticas llanuras de Italia..
En todas las pocas del ao las praderas verdes, los naranjos y los jardines cubiertos de flores, el aire tibio y
embalsamado, la naturaleza toda vestida de gala- convidan al hombre a gozar; pero a gozar aprisa eso s,
porque en estos pases clidos de lujosa vegetacin, la juventud es fugitiva, la vida se va con rapidez.
Algn tiempo despus de mi llegada fui a visitar a Julia. A fuer de mi amigo antiguo ella me recibi por
la tarde en una alcoba que le serva de costurero, pieza desmantelada, sin mueble blando, sin un adorno
elegante de ninguna clase, pues nuestro lujo de pura vanidad se queda regularmente en la sala, y en lo
interior, que es donde se pasa la vida, por lo comn no hay otra cosa que asientos ordinarios y duras
tarimas. El confortablees casi desconocido entre nosotros. Viendo a Julia ajada y marchita, parecime que
algn pesar oculto auxiliaba contra ella la accin devoradora del tiempo. Imposible reconocer en aquella
mujer plida de ojos apagados la brillante joven que haba dejado cuatro aos antes arreglando sus galas de
novia. Estaba reclinada en una butaca cerca de su cama, sufriendo una de esas enfermedades de las
mujeres que aun ni la medicina entiende; tan difcil es saber si estn en el alma o en el cuerpo;
enfermedades vagas, misteriosas, apocalpticas, debidas tal vez a los nervios, a pesares ocultos o a tedios
mortales.
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- Cunto me alegro de volver a verlo! Me dijo Julia: U. es ms que mi amigo, casi mi hermano. Su
presencia me trae a la memoria das felices; como lo presente es tan tedioso, no vivo sino de recuerdos.
- Y yo dara la mitad de mi vida futura por borrar los recuerdos de mi vida pasada. Toda reminiscencia
es penosa. Mirando para atrs, ya encontramos los das de la juventud perdidos intilmente, ya desengaos
en amistad, ya sueos de gloria convertidos en realidades miserables, o ilusiones de amor sobre las cuales
ha extendido su manto fro la muerte o el olvido. El recuerdo de cosas felices, como ya pasaron, causa pena,
y el de acontecimientos desgraciados jams proporcionan placer. Nuestro mayor enemigo es la memoria.
Las aguas del Leteo son la ms sabia invencin de los paganos.
- Qu ha visto de particular en sus largas correras? Cunteme
- Todo el mundo es Popayn: por todas partes estn en mayora los desgraciados, abundan los necios
y predominan los malos.
- Ha encontrado en alguna parte hombres que sean constantes en el amor? Eso sera un
descubrimiento importante
- Y por qu no me pregunta que si he conocido mujeres que no sean volubles, olvidadizas, etc.?Semejante hallazgo tambin honrara a un buscador de imposibles.
- Siempre prevenido contra nosotras!
- Nada de eso: lo que acabo de decirle fue en calidad de represalia. Las quejas se dirigen mutuamente
los hombres y las mujeres forman un abultado proceso que nadie puede sentenciar, porque todo el mundo
es a la vez juez y parte. Si yo fuera el arbitro de esa eterna querella sentenciara en favor de las mujeres: la
observacin y el uso del mundo han rectificado mis ideas. He visto que las mujeres redimen algunas faltas
con grandes sufrimientos y virtudes sublimes: que sus acciones, inspiradas por el sentimiento, son ms
desinteresadas y generosas que las de los hombres emanadas de la razn y del clculo. Por todas partes
hay una miseria que socorrer, un dolor que consolar, all se las encuentra: ellas se adhieren a la desgracia,
as como los hombres a la fortuna y a la dicha, y para todo corazn, bien puesto, la causa del dbil es la
buena causa.
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- Pero contrayendo a Ud. la conservacin, aad, espero que ser feliz en su matrimonio.
La llegada de Alfredo, as se llamaba el marido de Julia, interrumpi nuestra pltica. Alfredo no era ya el
joven elegante de otros tiempos. Vesta sin aseo ni cuidado; y el color demasiado rojo de su cara y sus ojos
inquietos revelaban las pasiones de mala ley de un hombre vulgar. Estos hombres, cuando ya pierden el
brillo efmero que dan la primera juventud y los vestidos elegantes, quedan como los libros sin ideas cuando
pierden la pasta: reducidos a nada. Habl conmigo sobre cosas insignificantes, pidi su chocolate porque
era llegada la oracin y se despidi sin dirigir la palabra a Julia.
Confieso que la vista de aquella mujer plida y ajada aunque tan joven, habitando aquel cuarto sin
ningn adorno agradable que manifestase la solicitud cariosa del amor, y de aquel hombre que llegaba a sucasa como a una posada y se diriga a la calle sin dirigir a su mujer enferma una sola palabra de ternura, me
revelaron que el destino de mi pobre amiga no tena nada de envidiable y que el matrimonio, a ella como a
otras muchas, no le haba hecho sino promesas engaosas.
- Lo que veo, la repet, me causa la mayor extraeza. Averiguando por su suerte todo el mundo me ha
dicho que es feliz.
- A la dicha, me respondi, como al cielo, muchos son los llamados y pocos los escogidos. Con tal queuna no se queje, viva en casa propia y tenga con qu hacer mercado todas las semanas, el pblico de por
ac no necesita ms para llamarla dichosa. Nadie se toma el trabajo de averiguar si el amor, la cordialidad y
las consideraciones mutuas entre los esposos habitan en el hogar domstico.
- Pero si el matrimonio es por lo regular una cruz pesada Por qu tanta impaciencia por echrsela a
cuestas?
- Ninguna escarmienta en cabeza ajena. En nuestros sueos de nias figuramos el matrimonio como
un Edn, en que no hay sino flores, sonrisas y amor: as apenas salimos de la infancia nos apresuramos a
dejar la vida libre de solteras, las sanas y puras alegras de que gozamos en nuestra casa, por buscar ese
porvenir tan lleno de vicisitudes y tinieblas. Aqu no tenemos ningn trato con los hombres: los conocemos
en la iglesia o en la calle; luego nos hacen tres o cuatro visitas ceremoniosas, en las cuales es imposible para
una nia cndida, ignorante y descuidada, sin hbito de observacin y uso del mundo, si se la busca por
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inters o por amor, si su pretendiente es hombre de educacin o algn disfrazado de caballero. Luego a los
hombres, hasta los ms palurdos, les gusta aparecer como no son: todos ellos nacen diplomticos, es decir
prfidos.
- Gracias.
- Mejorando lo presente. Nuestros padres, que deban tener el juicio que a nosotros nos falta,
regularmente no se fijan sino en la fortuna de la parte contraria: all donde ven la riqueza determinan que
para nosotros est la dicha.
- Convengo con Ud., en que esos matrimonios prematuros, tan acostumbrados entre nosotros sin que
las mujeres estn moralmente formadas, son sumamente peligrosos. Adems, si las relaciones entre los dossexos fueran ms frecuentes, si los hombres y las mujeres no formaran hasta en los bailes campamentos
separados, despus de estudiarse y conocerse recprocamente, los matrimonios tendran ms condiciones de
dicha: este trato apartara a los jvenes de otras distracciones peligrosas, les dara modales y cortesana;
por consecuencia, las costumbres vendran a ser ms dulces, la sociedad ms animada.
- El matrimonio, repiti Julia, es nuestro solo porvenir, pero esta institucin, que es para nosotros una
cosa tan seria, suele no ser para los hombres sino un capricho pasajero o una cuestin de economadomstica. Ah est el mal. Para la mujer es juego muy recio: en una sola jugada compromete todo el
porvenir. A ustedes, si el amor los engaa, les quedan mil senderos abiertos en el mundo: pueden aturdirse
con la poltica, distraerse en los negocios, buscar los encantos de la ciencia, pasear su tedio por todo el
universo, vivir con agitacin o morir con gloria. Pero a nosotras, si el matrimonio como tiene de costumbre
nos engaa, no nos queda ms esperanza que el cielo, ni ms refugio que la resignacin, triste virtud
inventada por el cristianismo, para el uso especial de las mujeres. Usted que me dej tan frvola le extraara
hoy encontrarme tan grave: la meditacin es el recurso de los desgraciados: la dicha no reflexiona.
- Yo no extrao. Le respond, que Ud., se haya refugiado en la filosofa: lo que s admiro es que en esta
ciudad todas las mujeres con la vida aislada, vegetativa, sin placeres, que llevan, no se hayan muerto de
esplin. Ya es tiempo que los ricos, a quienes toca tomar la iniciativa, se resuelvan a abrir sus salones a la
buena sociedad. La riqueza obliga: justo sera que de vez en cuando dieran tertulias, bailes, algo que
animara la triste y montona vida de las mujeres.
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- Si ya que no placeres, aadi Julia se nos diera educacin, habra alguna recompensa. La educacin
proporciona a las mujeres recursos contra el tedio, consuelos en la desgracia, gusto por la lectura, amor a
las artes y desarrolla, en ellas la gracia que, como dice un poeta, es el perfume de la belleza. Haba elegido
un colegio de nias bien montado y lo suprimieron: la plata que costaba no les produca inters. Ya se ve:
nuestro destino de amas de laves no requiere mayores estudios: no se necesita mucha gramtica para llevar
el apunte de la ropa, ni mucha geografa para saber donde queda la despensa.
Me desped de Julia y tom el camino de mi casa. Como habr visto el lector, a pesar de la confianza
que ella tena conmigo no quiso levantar completamente el velo que cubra su vida domstica, y envolvi sus
desgracias propias en condiciones generales. Pero yo comprend despus que ella no haba encontrado en
su matrimonio ni los placeres que da la riqueza, por la srdida economa de su esposo, ni la dicha que vienede los afectos, porque l no tena sentimientos, delicadeza, ni corazn. El desencanto y la aridez de su vida
haban arrebatado de su alma la esperanza, y de su cuerpo la juventud y la belleza. Un hombre brusco, sin
educacin y sin maneras, si tiene plata puede ser considerado en la sociedad como excelente ciudadano;
pero la vida que lleve su mujer siempre ser un martirio completo. Los necios no se contentan con ser
simplemente necios: casi siempre aspiran a ser malos. Alfredo, a los dos meses de casado, olvid las
cortesas que haba aprendido en Pars, se envolvi en un saco de pao burdo, descuid relacin con el
jabn y las navajas de afeitar, se entreg al agio con furor y, por va de distraccin, a echarse sendos tragosde aguardiente. La avaricia, que suprime todos los goces, por s sola es bastante contra la dicha de una
esposa; pero la avaricia y el aguardiente juntos son ya demasiado. El que no se detiene en la superficie de
las cosas, vislumbra en Medelln muchas esposas desgraciadas. Por lo regular el hombre aqu se entrega en
cuerpo y alma a alguna pasin enemiga de la dicha domstica: la avaricia, el aguardiente y el juego
encuentran por todas partes adoradores fanticos.
Julia, que haba soado una vida de poesa, de ternura y de amor: que es, como todas las
organizaciones selectas, aficionada a los placeres, a todo lo bello y armonioso, qu podr esperar la infeliz
de un hombre que, a los pocos meses de casado, vendi el piano y las joyas y dinero de su mujer para dar el
dinero a inters? Qu podr esperar de un hombre que se cree dispensado de toda galantera con dar seis
pesos el viernes para el mercado, cuya imaginacin no resuelve clculos de avaricia y cuya fisonoma slo
refleja vicios innobles?
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En cualquier otra sociedad una mujer como Julia, amiga de placeres, sensible, apasionada, mano a
mano con un marido zafio y grosero, sujeta a desgracias sin horizonte y eterno desamor; mujer aburrida y
desesperada buscara distracciones criminales. Estoy seguro que Julia seguir valerosa la senda del deber y
se recostar, joven an, en las losas del sepulcro, envuelta como Cristo en el sudario inmaculado de la virtud.
Estas santas mrtires merecen la admiracin de los hombres y las caricias de los ngeles.
Medelln, agosto 1 de 1855.
FELIPE
Por: Gregorio Gutirrez Gonzlez
Querido amigo: Peol, 13 de diciembre de...
He llegado hoy a este pueblo con direccin a Medelln, a donde marcho a agitar un pleito de familia que
se halla pendiente en el Tribunal, y donde permanecer dos tres meses. Hara traicin a nuestra antigua ybuena amistad de colegio si no diera a tu casa la preferencia para vivir en ella durante el tiempo de mi
permanencia en esa ciudad. Estoy rabiando por hallarme a tu lado, para que charlemos indefinidamente.
Hasta pasado maana que tendr el gusto de abrazarte.
Tu afectsimo, FELIPE.
Felipe! Exclam yo al leer esta carta que me entregaron en la calle, un da despus de su fecha. Felipe
en Antioquia, y de viaje para Medelln! Ninguna sorpresa tan agradable pudiera haberme proporcionado su
buena amistad.
Un da despus de recibida esta carta, Felipe y yo aguardbamos el almuerzo en el alto Santa- Helena,
sentados en el corredor de la casa de la Banas. Yo haba ido hasta all al encuentro de mi amigo.
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Era Felipe en aquel tiempo un joven de 22 a 23 aos, de una gallarda figura, de talento vivo y
despejado, y de una imaginacin ardiente y borrascosa.
La maana era magnfica. El cielo, vestido de riguroso azul, cobijaba con modesta sencillez el valle
encantador de Medelln. La llanura se extenda debajo de nosotros, con su profusa variedad de sombras y
colores, como la paleta de un pintor. Medelln pareca dormir acariciada por la brisa de la maana y el
tranquilo murmullo de su ro. Las pequeas poblaciones de que est sembrado el valle, dejaban ver sus
blancos campanarios, rodeados de sauces y naranjos, semejantes al nido de una trtola medio oculta entre
las verdes enredaderas de un jardn... Y todo este magnfico paisaje estaba rodeado de una atmsfera
luminosa y trmula, que pareca formada por el hervor de infinitas partculas de luz. Era que el valle de
Medelln palpitaba a los besos del sol de diciembre.
Qu bello es este valle! exclam Felipe, cuyo pecho se ensanchaba como para aspirar la atmsfera
perfumada del paisaje que tena a la vista. Mira a Medelln, me deca; parece una joven novia que despojada
de sus principales galas, se reclina en su pecho de esposa, sonriendo de amor y timidez. El ancho valle
sembrado de caaverales y tornasolado con los reflejos dorados de las espigas del maz, parece el vestido
de boda de la esposa; y el ro que la arrulla con su mansa corriente, es el brillante cinturn de plata que yace
a su lado desceido. Y ms lejos...all... al pie de las azules cordilleras, mira las colinas caprichosamentequebradas y cubiertas de grama, semejantes al manto de seda negligentemente arrojado en un rincn de la
cmara nupcial.
Yo contemplaba en silencio a Felipe, lleno de esa satisfaccin que experimenta un casado cuando oye
las alabanzas que le tributan a su mujer, o una madre cuando celebran las gracias de su hijo.
Qu dichosa debe de ser la vida de Medelln! continuo l. Yo haba soado con el Oriente y ahora lo he
alcanzado a ver! Rodeados de esa atmsfera, cobijada por ese cielo, alumbrados por ese sol, los habitantes
de Medelln deben de ser muy dichosos! Embriagados por el perfume de sus flores, aturdidos con el bullicio
de sus fiestas, en medio de tantas bellas, porque las mujeres de Medelln sern divinas, todas con los
cabellos negros y los ojos centelleantes; los medellinenses vern deslizar su vida como un prolongado festn.
El oro de los capitalistas convertido en deleite, se debe derramar por todas partes. Voy a pasar unos das
muy alegres, al lado de un amigo como t, en medio de las bellas, rodeado de bailes, de paseos, de flores,
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de perfumes, de billetes, de lbumes, de amor y de felicidad! Vamos pronto a esa tierra prometida! Y quiso
arrojarse sobre Medelln, como en otro tiempo los soldados de Alejandro sobre la desenvuelta Babilonia.
Pero antes fuenos preciso almorzar, y atravesar enseguida el malsimo camino que separa Medelln de Santa-
Helena.
Un mes haca ya que Felipe se hallaba en Medelln, alojado en la pieza principal de mi habitacin. Su
mesa estaba llena de cubiertas para billetes, papel satinado, tarjetas, cuadernos de msica, lbumes de viaje,
cadenas, leontinas, anillos, mancornas, y todas esas superfluidades que constituyen la mitad del equipaje de
un elegante. Ninguno que viera su habitacin pudiera asegurar que haba venido a seguir un pleito: no se
encontraba en su mesa ni una hoja de papel sellado.
Felipe sala muy poco de la casa; no haba tenido ni el trabajo de corresponder visitas; pues, aexcepcin de tres o cuatro amigos, nadie haba ido a saludarle. Me haba olvidado de decir que Felipe era
glgota.
Una maana llegu a su pieza y le encontr sentado en una poltrona leyendo un billete que tena en la
mano; sorprendise algn tanto a mi vista, y trat de ocultar el papel; pero luego, variando el intento, me
dijo: Daniel, qu diferente es Medelln de lo que yo me la figuraba! qu les ha sucedido a los habitantes de
esta tierra? son siempre as? ni teatros, ni bailes, ni paseos, ni nada que indique que estamos entre gentecivilizada! De ese modo, le contest, tendrs ms libre el animo para consagrarte a tu pleito; esto por lo
menos es una ventaja. Gran ventaja por cierto! Mas lo peor no es eso, sino a fuerza de no tener en que
ocuparme, mira lo que he hecho. Y me alarg un papel que tena en la mano. Has hecho qu? Le dije,
algunos versos? No, hombre, he recibido una carta. Mira voy a decrtelo todo: pienso casarme. Casarte
t! S, seor, casarme, y qu tiene eso de raro? Desde que se pone el pie en territorio antioqueo, siente
uno deseos de ser casado. Yo no puedo explicarme esto; pero parece que a Antioquia la rodea una
atmsfera matrimonial, a cuya influencia nadie puede sustraerse. Es que los cabellos negros y los ojos
centelleantes de las bellas... No, nada de eso, no es Medelln lo que parece desde el alto Santa- Helena, y
sus mujeres, aunque he visto muy pocas, parece que no son como me las haba soado. Es que en esta
tierra hay que casarse para poder conversar con una mujer. Y t, por lo tanto, has resuelto tener con quin
conversar. Sin duda. La que esto me escribe es la nica que he visto en Medelln. Al principio cre
entablar con ella uno de esos amores que tanto entretienen en otras partes; pero qu quieres! lo que al
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principio no era ms que una diversin, se convirti al fin en un afecto serio; lo que empez por seas y
miradas concluy por billetes y promesas; y hoy me tiene comprometido y enamorado como una bestia.
Mientras Felipe hablaba, lea yo la carta que me haba entregado. Era una de esas cartas que todas las
mujeres han escrito por lo menos una vez en su vida, y que todos los hombres han ledo por lo menos
doscientas. En medio de mil tonteras escritas con ortografa chilena y en una letrica angulosa y tartamuda,
haba sinceras protestas de amor. Estaba firmada: ROSA.
Rosa! Exclam yo, la seorita de en frente, la hija de D. Lucas! Rosa, s seor, una muchacha llena de
gracia y de bellezas, mujer encantadora y sencilla! Nada le deca yo sobre matrimonio en el billete que le
escrib, y ella me contesta que conviene en ser mi esposa siempre que obtenga el consentimiento de sus
padres.
Hablando as nos habamos acercado a la ventana. Casi al mismo tiempo, y como si supiera que se
trataba de ella, apareci Rosa en el balcn de en frente; sus mejillas se cubrieron de un encarnado vivsimo
cuando nos vio, y sin dar lugar a que nos saludramos, volvi a entrar precipitadamente; pero no sin dirigir
antes una mirada hacia nuestra ventana, al travs de las vidrieras que cerr tras s. Estaba vestida con una
sencilleza, si no encantadora, por lo menos antioquea: un camisn de zarazamorada, sobre el cual tena
un delantal de zaraza ms morada todava; un paoln de seda con grandes flores alegres y esponjadas,puesto en la espalda, y prendido sobre el pecho, a una altura poco artstica, con un alfiler de cobre: he aqu
todas las galas de la futura de mi amigo.
Pero no, me equivocaba. Todo su adorno consista en sus magnficos cabellos negros, peinados en dos
trenzas, que caan negligentemente sobre su cintura, donde hacan un pequeo descanso, y luego
descendan con morbidez acariciando la falda de su vestido. Consista en la belleza de sus ojos llenos de
miradas prisioneras, que se escapaban temblando cuando llegaban a burlar la vigilancia de sus prpados
severos. Consista en su boca pequea, que slo de tarde en tarde entreabra para dar paso a su voz
dulcsima, quedando largo rato iluminada con una sonrisa que pareca crepsculo de su voz.
No puede menos que dar el parabien a mi amigo por la acertada eleccin que haba hecho, luego que
me convenc de que era seria su resolucin. Hoy mismo, me dijo, voy a escribir a D. Lucas pidiendo la mano
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de su hija. Y despus de haber formado mil castillos en el aire, hablado mucho y pensando poco, nos
separamos, quedando Felipe entregado plenamente a sus proyectos.
Al da siguiente y al tiempo de salir de mi oficina, me entregaron un papel, reglado a manera de factura,
en el cual haba escrito D. Lucas unas pocas lneas, suplicndome que pasara a su almacn, pues tenamos
que tratar sobre un negocio. La ortografa del escrito me hizo recordar la carta de Rosa, y no dud que la
excelente nia habra aprendido a escribir bajo la inmediata direccin de su pap.
Me dirig, pues, al almacn, seguro de que el negocio que D. Lucas me hablara no podra ser otro que
el matrimonio de Felipe.
Dicho almacn consista en una vasta pieza, dividida a lo largo por un mostrador, detrs de la cual sevea a un lado, a manera de armario, una enorme caja de fierro, cuya fisonoma inflexible y estpida daba
cierto aire de salvaje gravedad a cuanto le rodeaba, y esparca por todo el almacn una atmsfera fra y
metlica. En el centro haba un escritorio cuyos estantes estaban repletos de gruesos libros de cuentas; uno
de stos, el ms grande de todos, se hallaba abierto delante de un dependiente, que con una pluma detrs
de la oreja, una regla en la boca y un cigarro en la mano, volva pausadamente sus hojas con una gravedad
enteramente mercantil.
El dependiente (que contara de 14 a 15 aos) volvi hacia m su cabeza, cubierto de un gorro griego,
y sin contestar mi saludo, me pregunt: - Usted nosnecesitaba? No, seor, le dije; slo busco al seor D.
Lucas.- Hoy estamosde correo y tenemos muchos qu hacer.- Es que el mismo seor D. Lucas fue el que
me suplic...- Bien, pues esprelo usted, y volvi a su tarea con una calma envidiable.
Despus de algunos instantes, entr D. Lucas por la puerta que daba a las habitaciones interiores,
acompaado de un sujeto a quien al parecer trataba con mucha deferencia. Era D. Lucas un hombre que se
aproximaba a los 50 aos, alto, seco, y encorvado, de tez amarillenta, y de una fisonoma muy poco ms
despierta que la de su caja de fierro. Llevaba ordinariamente pantalones de hilo color de plomo, chaqueta
blanca y zapatos amarillos.
La persona que le acompaaba era un joven de 25 a 30 aos; de elevada estatura y de hombros
desmesuradamente anchos. El color de su rostro demasiado encendido, tanto a causa de los rayos del sol
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de su pueblo como de su salud de buey, daba a su persona cierto aire arisco y montaraz, y se admiraba uno
de encontrar sobre aquellos hombros tan robustos y debajo de aquella cabeza tan colorada, una casaca en
vez de un bayetn. Estaba vestido a la ltima moda. Sus pantalones y su casaca conservaban intacto el
brillo que haban sacado del taller de Sann. Sin embargo, al menor movimiento que haca, el cuello rebelde
de su camisa se escurra por debajo de su corbata, y su falda, ms rebelde todava, se asomaba por entre el
chaleco y el pantaln, formando un bucle circular alrededor de su cintura. Sus pies, de una dimensin
fabulosa, estaban sometidos a una rigurosa clausura de unas botas de charol, en donde comprimidos
pugnaban por recuperar su antigua independencia. Para concluir el bosquejo de este personaje aadir:
Que era hacendado de un pueblo cercano a Medelln, futuro heredero de una fortuna enorme, diputado a la
Legislatura, pretendiente de Rosa y llamado Braulio.
Don Lucas se despidi de Braulio con una amabilidad y una cortesana de que no haba ejemplo en losanales del almacn: lo cual me indujo a creer que las pretensiones de Braulio podran ser mejor acogidas que
las de Felipe. Esto por parte de D. Lucas, pues por lo que hace a Rosa, bien convencido estaba yo del cario
que a Felipe profesaba y del comprometimiento que mediaba entre los dos. Y adems. No poda suponerse
que Felipe, joven elegante, honrado y de talento, fuera desechado, para aceptar en su lugar a un
pretendiente tan mal redactado como Braulio, cuyo olor a helecho se perciba a dos cuadras de distancia.
Pero quin sabe? Me deca yo: todo puede pasar... las mujeres...!
Don Lucas se me acerc y sin ms rodeos me dijo: Qu tal amigo! Lo necesitaba para consultarle a
usted un negocio.- S, seor, me tiene usted a su disposicin.- Dgame usted. Usted conoce a un joven de
Bogot... Felipe...?- Felipe? S seor, es ntimo amigo mo y vive actualmente en mi casa.- S bien: pero
dgame usted, qu clase de hombre es Felipe? Hay preguntas tan claras que no es fcil comprenderlas, as
es que tartamudeando contest: Pues Felipe es un joven de Bogot... muy amigo mo... y que vive
conmigo...- Muy bien, muy bien; pero dgame usted: qu tal en materia de honradez? qu tal de fortuna?
qu tal esto de manejar intereses...? Y sigui hacindome un largusimo interrogatorio, pero de tal
naturaleza, que a veces se me figuraba que Felipe lo que haba propuesto a D. Lucas era que le fiara alguna
suma o le admitiera como dependiente; pues no trataba de encontrar en mi amigo las cualidades que
pudieran hacerle buen esposo, sino que las que le hicieran a propsito para administrador de bienes. Yo
hube de contestar lo mejor que me fue posible a las multiplicadas preguntas de D. Lucas; pero de mis
respuestas, a pesar de mi buena voluntad, debi deducirse, que si era Felipe excelente para esposo, no lo
era tanto para mayordomo. As fue que con un tono marcado de lstima, sigui el padre de Rosa. Con que
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dice usted que el tal Felipe es un literato... un poeta... que hace versos? No, seor, no hace versos: sabe
hacerlos, lo cual ya ve usted que no es lo mismo. -Con qu es hombre entregado a los libros? S seor, es
un hombre entregado a su profesin de abogado, en la que indudablemente lucir mucho. Mire usted
agreg Don Lucas, bajando un tanto la voz; desengese usted, esos hombres entregados al estudio no
sirven para nada, entiende usted? para nada. Seran incapaces de manejar doscientos pesos, si por
casualidad pudieran ganarlos. Yo le hablo a usted con toda franqueza: su amigo de usted, pretende la mano
de mi hija; pero hoy mismo la ha pedido tambin en matrimonio un joven estimablisimo, el mismo que usted
vio salir de aqu hace poco, es hijo de un amigo mo, y yo atendiendo a sus muchas cualidades y sobre todo a
la inclinacin de Rosa, seguramente no podr rehusar... ya ve usted, un padre...!
Convencido yo de la inutilidad de insistir en un asunto tan delicado, y persuadido de la falsa posicin en
que me hallaba colocado, me apresur a despedirme de D. Lucas.
Nada me dijo Felipe de la contestacin que tuviera su carta, y yo por mi parte me guard bien de
hablarle sobre este negocio; pero pocos das despus, y cuando ya era pblico el matrimonio de Rosa y
Braulio, me anunci que ya terminado su pleito por medio de una transaccin, le era forzoso volver a Bogot.
El da de su marcha resolv acompaar a mi amigo hasta el alto de Santa- Helena. En todo el camino no
nos dirigimos ni una sola palabra. Llegados a la casa de Banas, y mientras preparaban el almuerzo,salimos al corredor que queda al frente del pintoresco valle. La escena que tenamos a la vista era la misma
de otro tiempo, slo los actores haban variado. Felipe sac silenciosamente un lpiz de su cartera y empez
a escribir en la pared.
De una ciudad, el cielo cristalino
Brilla azul como el ala de un querube,
Y de su suelo cual jardn divino
Hasta los cielos el aroma sube;
Sobre este suelo no se ve un espino,
Bajo este cielo no se ve una nube...
...Y en esta tierra encantadora habita...
La raza infame, de su Dios maldita.
Raza de mercaderes que especula
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Con todo y sobre todo. Raza impa,
Por cuyas venas sin calor circula
La sangre vil de la nacin juda;
Y pesos sobre pesos acumula
El precio del honor, su mercanca,
Y como slo al inters de atiende,
Todo se compra all, todo se vende.
All la esposa esclava del esposo
Ni amor recibe ni placer disfruta,
Y sujeta a su padre codicioso
La hija inocente...
Est servido el almuerzo! Dijo en esto Genveva, interrumpiendo a mi amigo, con gran disgusto mo,
que por encima de su hombro iba leyendo a medida que l escriba, y que deseaba mucho la conclusin de la
octava que dej empezada, para ver si poda descubrir a qu ciudad trataba duramente. No pudiendo
averiguarlo, dije para m: seguramente habla de Bogot.
RELATOS DEL TIEMPO DE BERRIO
UN BAILE CON CARRERA
Por: Ricardo Restrepo
Hace algunos das me encontraba yo, un domingo por la maana, sentado al frente de mi escritorio,
revolviendo intilmente mi memoria para ver si hallaba algo qu contestar a las incesantes preguntas que me
haca un pliego de papel blanco extendido sobre la mesa. Cansado de registrar sin provecho hasta los ms
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recnditos rincones de mi imaginacin, iba ya a archivar el importuno papel cuando observ que la cocinera
de casa se haba parado en la puerta de mi cuarto. En su aire tmido y en la sonrisa de irresolucin que
vagaba por su rostro, conoc que tena algo que decirme, y queriendo evitar sus rodeos, le dije para
animarla:
- Hola a Fulgencia! Usted por aqu? Parece que alguna cosa se le ofrece, y si yo puedo servirle tngala
por conseguida.
- Pues es nio, que yo vengo a pedirle un favor; pero usted tal vez no me lo hace, contesto la cocinera
agachando la cabeza y araando la pared a la cual se haba recostado.
- Y qu favor ser ese? Sepamos a ver, a Fulgencia.
- Pues es que esta noche vamos a hacer una cenita y a bailar un poquito, y nosotros querramos que
usted nos honrara la casita asomndose por all aunque sea un rato.
- Vamos a Fulgencia! Conque lo que usted me pide es que vaya a divertirme esta noche! Pues acepto
con mil amores. Y dnde es el baile?
- All en Guanteros en la casita de nosotras. Todos los convidados son personas muy decentes y no
hay que temer ningn bochinche.
- Est bien, a Fulgencia. Le agradezco la invitacin, y cuente usted conmigo.
Teniendo ya un baile y una cena en perspectiva, tom el pliego de papel y lo guard, esperando que los
acontecimientos de la noche me suministraran algo qu contarle.
Cuando fueron la ocho de la noche me puse a reflexionar sobre lo que deba hacer. Yo no haba estado
nunca en reuniones de esa clase, y por lo mismo tena deseos de asistir a la que ahora se me presentaba,
movido por el aliciente que lo desconocido tiene para todas las imaginaciones.
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Yo no tema que en aquella diversin hubiera peligro alguno, pues si pudiera haberlo la cocinera de
casa no me habra convidado. As, pues no vacil en mi resolucin y comenc a vestirme.
Dudaba yo si deba ir de ruana o de levita; pero temiendo que la primera se considerara como un
desprecio, escog la ltima, la cual acompa de pantaln y chalecos blancos. As ataviado me encamin a
la casa del baile, la cual est situada en una de las calles ms desiertas e ignoradas del barrio Guanteros.
Cuando llegu acababan de bailar una pieza, lo cual se conoca por el movimiento y el ruido de trajes
que se oa en la sala. Empuj la puerta de la calle, y como la casa no tena zagun ni cosa parecida, me
encontr inmediatamente en la sala.
Con el ruido que hice al abrir la puerta todos los ojos se clavaron en m, los unos con sorpresa, losotros con enojo. Salud a las personas que estaban cerca, dndoles las buenas noches; pero la mayor parte
permanecieron en silencio y las dems me contestaron con tono apenas perceptible.
- Malo! dije yo para mis adentros al ver el recibimiento que se me haca.
Pero ya estaba en la sala, no poda salir sin siquiera decir a qu haba ido, y esperando que se
presentaran a Fulgencia o alguna persona conocida, me puse a observar para saber en dnde y conquines me hallaba.
La sala en que nos encontrbamos era una pieza bastante pequea y slo tena dos puertas: la una era
la de la calle, por donde yo haba entrado, y la otra, que estaba al frente, probablemente conduca a la cocina
o a las habitaciones que servan de dormitorio.
El bello sexo estaba representado en el baile por seis u ocho apangas, ostentosamente tratando de
imitar a las modas reinante entre las seoras y, a imitacin tambin de algunas de stas,
superabundantemente untada la cara con una espesa capa de yeso y bolo.
Los personajes pertenecientes al sexo feo eran tres o cuatro artesanos de fisonoma simptica y
pacfica, y uno de aspecto grave y belicoso, que sentado al lado de la apangams hermosa, hablaba con
tono solemne y mesurado y con la suficiencia de un orador cuyas palabras son orculos. Finalmente, como
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el personaje ms conspicuo, como la figura culminante del baile, un cachaco, bien vestido y acicalado,
paseaba su satisfecha persona de un extremo a otro de la sala, acaricindose las patillas y mirndolos a
todos con aire de proteccin.
Cuando el artesano orador y el cachaco conquistador observaron mi presencia, ambos me clavaron los
ojos con una fijeza que me dio en qu pensar. El artesano se volvi luego a sus compaeros y comenz a
hablarles mirndome de reojo: evidentemente se trataba de m. En cuanto al Adonis de las patillas, me mir
un rato, se sonri sardnicamente, y luego me volvi la espalda con el aire ms despreciativo del mundo.
- Bonito estamos! continu yo diciendo para mi coleto. Mucho me divertira yo aqu si me quedara!
Y me dirig a la puerta de la calle; pero en el momento de abrirla, un golpecito que sent en mi hombrome hizo volver la cara y me encontr con la regocijada figura de Gervasio Parra.
- Hola chico! Me grit: cunto celebro verte aqu. Se conoce que t eres hombre de buen gusto cuando
vienes a estas tagarnias. No sabes cuanto vamos a divertirnos!
- Hombre! Pensaba irme porque me parece que mi presencia aqu tiene aqu pocas simpatas; pero ya
que te encuentro, me quedo.
- S, si hombre! Por supuesto!
Antes de pasar adelante es precisos decir cuatro palabras sobre el nuevo actor que se presenta.
Parra pertenece a una honrada familia que, a pesar de su pobreza, ocupa una buena posicin social.
Aprendi en la escuela a leer, escribir y contar inmediatamente, y luego se fue a una oficina pblica en donde
por rigurosa escala ha subido desde aspirante a meritorio hasta oficial de a veinte pesos, de ley por
supuesto, Hombre de buen humor inagotable, es una especie de cosmopolita i anfibio social:
Alternativamente cachaco y artesano, lleva con tanto desembarazo la ruana como al levita, trata a todo el
mundo de igual a igual y tutea a todo aqul a quien habla por segunda vez, si desde la primera no lo ha
hecho. Es, en suma, el hombre ms feliz de esta tierra, y aunque sin intencin ni conocimiento, el ms
perfecto modelo del republicano.
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- Camina pues. Ven yo te hago conocido con toda esta gente, me dijo Parra cogindome de un brazo y
tratando de llevarme a media sala.
- Aguarda hombre! Vamos poco a poco. Como yo nunca he estado en estas reuniones, es preciso que
me orientes un poco y me digas qu clase de gente es sta y como debe uno tratarla.
- Pues bien mira! Todas estas damas son honradas criadas que, sabiendo que esta noche haba baile,
han dejado las casas que servan, con el pretexto que tenan una ta enferma o cualquier otro semejante. Es
muy fcil que alguna de ellas haya estado en tu casa; pero no debes darte por entendido, sino que debes
tratarlas a todas de seoritay de hgame el favor, y es conveniente que le prodigues el mayor nmero de
cortesas que te sea posible. De esta manera te granjears sus simpatas y te convidarn a cuanta funcinpongan. No vayas a creer que aqu se baila guabina o bunde. Nada de eso! Todas estas damas bailan
polka, wals, o strauss, y te aseguro que lo hacen tan bien como cualquier seorita de alto tono.
- Est bien pero pasemos a los hombres. Quin es aquel chaleco que parece tan satisfecho de su
persona y que de cuando en cuando me mira y se sonre atusndose los bigotes?
- Ah, hombre! Ese es un sujeto curioso que conviene tengas presente. Es Quintero, el celebrrimoQuintero. Es un muchacho de una familia pobre y humilde y que sin embargo anda siempre bien vestido y
con algunas monedas en el bolsillo, aunque no se le ve oficio ni beneficio ninguno. Cuando le preguntan de
dnde saca dinero, dice que se ha encontrado una mina, y yo tengo para m que la tal mina, es la explotacin
y desplumamiento de uno que otro barbilampio que se le atraviesa. Quintero no pertenece al gremio de
artesanos, pues aunque en apariencia los acata, interiormente los desprecia y se considera como muy
superior a ellos. Tampoco pertenece a la clase de los cachacos, pues los aborrece de muerte y trata
siempre de buscarles camorra. Su mana constante es decir que esta sociedad trata a sus hijos como feroz
madrastra, que aqu se desconoce el mrito, y que se estima a cada uno por su dinero y no por sus prendas
morales. Yo no s si eso ser cierto; pero si furamos a premiar a cada cual por sus mritos de seguro que
el bueno de Quintero no recogera muchos votos en su favor. Y sin embargo, ah donde ves ese personaje
que parece tan hurao es el sujeto ms manual del mundo. De seguro que l tiene prevencin contra ti, que
pasas por hombre de plata, como l dice: pero si quieres echrtelo al bolsillo, saldalo con amabilidad en
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donde lo encuentres, ofrcele trago en el teatro o acptalo cuando te lo ofrezca, y as puedes contar con l
como tu mejor amigo.
- Te agradezco los consejos y ahora me vas a presentar a l. Pero quin es aquel artesano que est
sentado al lado de aquella apanga bonita, y que desde que estoy aqu no ha cesado de mirarme con malos
ojos?
- Ese es un sujeto que debes estudiar, porque es el curioso tipo de una clase que, aunque poco comn
en nuestra sociedad, no deja tener algunos representantes. El maestro Hilario es un sastre que goza de una
merecida reputacin como hombre honrado, y que tiene talento natural, aunque muy mal dirigido
desgraciadamente. Deseando instruirse, ha buscado alimento para su espritu en las novelas socialistas de
Eugenio Sue y compaa, y no pierde ocasin de leer cuanto se pblica con tendencias a rebajar a los ricos, aquienes l llama ladrones, sin excepcin o a adular a la clase obrera. De este modo el maestro Hilario se ha
formado en su cabeza un mundo imaginario para nosotros, aunque real para otras sociedades. Es hombre
que habla muy serio del pauperismo y de proteccin a las industrias nacionales; que reniega contra la tirana
del capital, y no desespera de la emancipacin de los proletarios y del engrandecimiento de la oprimida clase
de artesanos. En una palabra, el Maestro Hilario es un socialista con sus puntas de comunista, como dicen
ustedes los que han estado en el Colegio. Desde ahora te digo que se tratas de ganar sus simpatas pierdes
tu tiempo, pues l aborrece de muerte a los cachacos. Es de aquellos artesanos que, si uno no los saluda,se la juran por orgulloso, y si trata de saludarlos, desvan la cara por el tonto placer de hacerse los
desdeones o despreciativos o de pasar por vctimas. As, pues, si l te habla, lo que seguramente no har,
contntate con contestarle y trata de no enredarte con l.
En cuanto a los dems artesanos que miras aqu, contino Parra despus de una breve pausa, nada
tengo qu decirte. Son el tipo comn de la generalidad de nuestros artesanos, industriosos, atentos,
deseosos de instruirse, y enemigos de toda cuestin poltica y de vanas discusiones, en las que la
experiencia les ha enseado que nada tienen qu ganar y s mucho qu perder.
Orientado ya acerca del modo como deba de conducirme, perd la timidez que me haba hecho
permanecer aislado. Conducido por Parra nada tena que temer, pues l, veterano en asuntos de tagarniasy
conocedor de todos sus misterios, me enseara el arte de ganarme la buena voluntad de aquella comunidad.
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La primera operacin de Parra fue presentarme a Quintero. Este truhn, a quien yo haba encontrado
varias veces en la calle y a quien nunca haba saludado, me recibi con un aire amenazador, como esperando
a ver de qu manera me conduca con l. Yo, que estaba preparado, trat de ser lo ms amable posible y le
dirig algunas palabras halageas. Inmediatamente cambi de tono: puso a mi disposicin su persona y
todas sus habitaciones, y quedamos tan amigos como si nos hubiramos conocido desde la infancia.
Una hora despus estaba yo en el apogeo de la popularidad, merced a la intervencin de Parra y
Quintero. Slo el impenetrable maestro Hilario me haca oposicin y continuaba mirndome con malos ojos.
Sin embargo, conociendo yo cun fcil es en un pas republicano pasar del solio a la barra del
Senado, no me dej cegar por el aura popular. Y cierto que hice bien, pues pronto comenzaron a lloverme
calamidades.
Seran como las doce de la noche cuando a Fulgencia fue a preguntarnos si sera ya hora de cenar.
Oyendo nuestra afirmativa, sali con algunos hombres y luego comenzaron a traer mesas que colocaron en
el centro de la sala. Sobre ellas pusieron algunos dulces, muchas botellas, y una enorme cantidad de platos
y bandejas, que probablemente haban conseguido a ttulo de prstamo en todas las vecindades.
Cuando la mesa estuvo servida, cada danzante se apresur a dar el brazo a una de las damaspresente. Pseme a pensar cul sera la que yo deba elegir; pero cuando termin mis meditaciones ya la
eleccin era intil, pues slo haban quedado sentados los manes de una vieja, que probablemente era
seorita, pues as lo revelaban los muchos remilgos que haca, la escandalosa crinolina en que se haba
metido y la formidable capa de estuco con que haba cubierto su casi calavera. Ya no haba ms remedio!
Acrqueme valerosamente, y con muchas cortesas supliqu a la terrible arpa que se dignara aceptar mi
brazo. Hzolo as la vieja con una majestad digna de mejor causa, y nos acercamos triunfalmente a la
cabecera de la mesa que, como lugar ms prominente, me haba sido designado.
Cuando yo me sentaba o al maestro Hilario que deca a sus vecinos:
- Estos cachacos del diablo se meten siempre donde nadie los llama. Pero llegar el da en que el
pueblo altivo conozca sus derechos, y entonces los ricos ladrones nos pagarn las verdes y las maduras.
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Iba yo a contestarle al maestro que a m me haban convidado, cuando un violento empujn dado a la
puerta nos hizo sobresaltar, y todos volvimos los ojos. Inmediatamente entraron cuatro o cinco hombres,
todos de bayetn y sombrero depedrada, rostros huraos, ojos inyectados de sangre, el pelo cayendo en
mechones desgreados sobre la frente, y llevando en la mano gigantescos garrotes que jactanciosamente
hacan resonar contra las puertas y muebles. El horrible tufo que despedan manifestaba bien que cada uno
de ellos estaba de sustituto de un tonel, y que su legtimo domicilio deba ser el estanco de licores destilados.
La aparicin de aquellas siniestras figuras produjo entre todos el efecto de un rayo. Todos nos
quedamos en silencio y cada cual comenz a lanzar miradas afanosas buscando el lugar donde la fuga
pudiera efectuarse. El que tena una figura ms matrozse acerc a la mesa, mientras los dems se hacan a
las dos nicas puertas de la sala o se colocaban cerca de las pocas velas que la alumbraran. Entonces el
primero, despus de examinar a los concurrentes con una mirada turbia y estpida, dijo con vozaguardientosa:
- Buenas noches, mis caballeros. Yo tambin vengo a divertirme.
- Hola, mi amigo Ponzoa! Exclam entonces alegremente el hasta ah taciturno y majestuoso maestro
Hilario. Cunto me alegro de que un verdadero hijo del pueblo, como t, venga a nuestras diversiones!
Y ponindose en pie fue a dar la mano al satnico Ponzoa.
Mientras ellos cruzaban en voz muy baja algunas palabras, pregunt yo a Parra:
- Quin es esta gente?
- Son los sujetos ms malos de esta tierra, me dijo. El tal Ponzoa es un carnicero que no puede pasar
ocho das sin pelear, y de seguro vienen a ponerlacon nosotros, pues la levita les hace bailar el garrote. El
nico modo de escapar es ver si podemos ganarlos, y como probablemente te considerarn como jefe, es
preciso que trates de ponerlos de tu parte ofrecindoles trago. Ponzoa se llama el maestro Menalco.
Ya para entonces los dos maestros haban acabado de hablar, y Ponzoa, clavndome los ojos de una
manera capaz de hacer dar vahido, me pregunt:
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- Hola! y este cachaco quin es?
- Un servidor de usted, maestro Menalco, que desea que ustedes se divirtieran aqu con nosotros. Y
para festejar nuestro conocimiento espero que usted y sus compaeros nos acompaarn a tomar un trago a
su salud.
- Muchas gracias caballeros, contest Ponzoa acercndoseme. Yo no necesito que ningn pepito
caripelao me d trago. Yo tengo plata, mire ust.
Y metiendo la mano en el bolsillo, arroj sobre la mesa un real y una navaja descomunal.
- Cmo es esto? Salt Quintero que las echaba de jaque. Vienen ustedes aqu a insultarnos?
- Ello no! don... don como se llama, dijo Ponzoa con un tono fingidamente humilde. Yo lo que quiero
es encender este tabaco para irme.
Y sacando un cigarro se acerc a una vela e hizo como si fuera a encenderlo. Inmediatamente se
apagaron las velas, y en medio de la profunda oscuridad se oy el ruido amenazador de los garrotes que selevantaban. Entonces la confusin fue horrible: las mujeres corran desatentadas de un lado para otro
dando medrosos aullidos y pidiendo socorro; los platos volaban a estrellarse contra las paredes, impulsados
por los poderosos garrotes, y en medio del tumulto se oa la voz de Ponzoa que, cual otro Bozzaris,
animaba a los suyos gritndoles:
- Arriba muchachos! Cuiden las puertas para que nadie se escape, y palo con el cachaco.
Parra que probablemente era entendido tambin en achaque de garrotazos, me cogi de un brazo y
me hizo meter debajo de la mesa, sobre la cual llovan tremendos golpes que me buscaban, pues los
invasores haban resuelto que yo fuera la vctima expiatoria. Mientras tanto el maestro Hilario se haba hecho
a una puerta y gritaba entusiasmado:
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- Arriba, pueblo valeroso! Arriba, oprimidos proletarios! Abajo la aristocracia del dinero, y palo con el
cachaco!
Apurada estaba hacindose mi situacin, pues ya los garrotes empezaban a zumbar debajo de la mesa,
cuando Quintero, que se haba armado con un taburete, vio un poco de luz por la puerta que daba al interior,
y, guindose por ella, asest al maestro Hilario tan rudo taburetazo, que lo trajo mal parado o ms bien mal
cado al suelo. Al ver la puerta entreabierta todos los aporreados de adentro trataron de salir, y yo,
deslizndome y ocultndome entre una docena de crinolinas, logr pasar al corredor, sin ms aumento que
de dos chichones en la cabeza y sin ms disminucin que la de mi levita, que dej las faldas como trofeo de
los vencedores. La noche estaba oscura como la boca del lobo, y llova a cntaros. Como yo no conoca la
topografa del lugar, me lanc a la primera direccin que se me present, y resbalndome en el lodo del
patio, ca y me empantan de la cabeza a los pies, dejando el sombrero y un botn en la cada. Logrlevantarme, y para huir de los garrotes que ya me pareca me estaban midiendo las costillas, me entr por la
primera puerta que encontr. Aquella puerta daba a la cocina, en donde algunas mujeres fugitivas se haban
asilado, y tomndome por uno de los atacantes comenzaron a gritar:
- Socorro! Socorro! que nos asesinan!
Ya no era tiempo de andar con cumplimientos, y yo, olvidando las recomendaciones de Parra y eltratamiento de seoritas, les dije:
- Patronas, por todos los diablos, callen la boca que yo tambin ando fugitivo.
- Pero ellas no me atendan y seguan gritando desaforadamente:
- Socorro por Dios! Socorro, que nos asesinan!
Temiendo que aquellos gritos pudieran atraer a mis perseguidores, sal de la cocina, y observando que
haba una tapia medio arruinada, me puse a escalarla valerosamente. Haba yo logrado llegar a la cima
cuando los garroteros me distinguieron por los pantalones blancos en medio de la oscuridad, y se me
vinieron encima gritando:
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- Al cachaco, que se nos va Atajen, atajen!
No teniendo como para bajar con maa, me incorpor para tomar vuelo y saltar en medio de la lluvia de
piedras y palos que me lanzaban, pero mi esfuerzo fue enteramente inoficioso: un garrote, vigorosamente
lanzado, me comunic tal impulso, que sin quererlo di el salto ms estupendo de que tenga noticia. Si lo
hubiera dado voluntariamente y en pleno da, mi reputacin como gimnstico no tendra rival en el mundo.
No bien haba cado, todo magullado y llenos de contusiones, cuando dos enormes mastines se
abalanzaron sobre m con unos aullidos que claramente revelaban intenciones hostiles. Felizmente la sabia y
previsora Naturaleza ha puesto siempre al lado del mal, y encontrando yo a mano el garrote que me haba
hecho volar, pude libertarme de mis caninos verdugos, ms no sin dejar entre sus dientes algunas tiras de
mis pantalones. En fin, despus de saltar media docena de tapias y de sostener combate con todos losperros del barrio, logr llegar a la calle, en donde di gracias a Dios de haber salido con vida.
Cuando llegu a casa y me contempl detenidamente, no puede menos que rerme de mi estrambtica
figura. El pantaln y el chaleco blancos, que en mala hora se me ocurri ponerme, estaban tan embarrados
que no parecan sino ropa de pen cargador de tierra; el sombrero y un botn haban desaparecido; la levita
se hallaba convertida en chaqueta, por la falta de las faldas, y estaba a punto de dividirse en dos porciones
por un ancho descosido que le llegaba hasta el cuello. Las manos y la cara las tena despedazadas por lasramas y piedras de que haba tenido que prenderme en la subida y bajadas de tapias, y la columna vertebral
me dola como si la tuviera desencajada.
Al otro da supe que del baile haban resultado seis heridos, que mi nombre se daba como el de uno de
los agresores, y que probablemente sera llamado por el juez del crimen a responder por el delito de ataque
a las personas y a las cosas con escalamiento y en cuadrilla de malhechores. Mientras se sigue el juicio, y
para lo futuro, hago juramento solemne de no volver a bailes en que sean necesarios la agilidad en la carrera
y profundos conocimientos en gimnstica.
Medelln, 3 de agosto de 1870.
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LOS ENTREACTOS DE LUCIA
Por: Juan Jos Molina
I
Se representaba por primera vez la Lucia de Lamermoor, en esta ciudad, en la noche del 23 de abril de
1865.
Acabado el primer acto, y descendiendo yo del cielo de la armona, de donde me venan an como un
eco misterioso las dulcsimas cadencias y la suave meloda del regnava nel silencio y los patticos murmurios
de los esponsales de Edgardo y Luca, se me acerc un amigo que me trataba con afable familiaridad y
despus de hablarme con entusiasmo de Assunta, de Enrico (el malogrado Enrico!) y del inmortal Donezetti,
quiso sacarme de mi honda preocupacin desplegando todo el lujo de su inimitable agudeza y de su galano
decir.
Ese amigo a quien llamar Emilio, y que es bien conocido entre nosotros, est dotado de la fabulosa
facultad de vibracin y posee un espritu infatigable, pronto siempre a la rplica respondiendo a cada
incidente de la vida pblica o a cada episodio de la vida literaria con una pgina, una lnea o una palabra;
pero se entiende que es la palabra justa, la lnea picante o la pgina verdadera, siendo su talento ms
seductor cuanto que se anima en movilidad con todos los colores de la fantasa. Decir otro rasgo ms sera
sealarlo con su nombre y apellido.
Emilio, deca, quiso arrancarme del xtasis en que me hallaba y volverme al diapasn normal con
suaves y delicadas transiciones.
Y he usado la palabra xtasis, de significacin elevada, porque expresa perfectamente bien mi
pensamiento.
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Era la primera vez que yo, msico aficionadsimo, vea y oa una pera, esa opera era Luca y se
encarnaba en Assunta Mazetti.
Desenvolver mejor mi pensamiento.
Assunta no sera tal vez una artista consumada, pero a m me pareca que lo era en esa noche de
inefables recuerdos; yo crea al igual que a la Malibran o a la Grisi, que apenas conoca por la fama y que no
me era dado a calificar de una manera conveniente. A Assunta faltara mucho seguramente por lo que hace
al fuego escnico, pero posea una admirable vocalizacin, una voz fresca y argentina que desataba en
cadenciosos trinos con una facilidad indescriptible.
Asista a la representacin de Luca, es decir, de la obra maestra del ms tierno e inspirado de los
maestros italianos, y por ltimo conoca yo lo que era pera, la recopilacin ms hermosa del sentimiento
musical que da vida y movimiento, luz y perfumes, gracia y donosura a las ms bellas creaciones del poeta; la
pera, de la cual no me haba formado antes una idea cabal, porque a esta ciudad, escondida entre abruptas
montaas, no haban llegado otras melodas que las estruendosas de la naturaleza, cuya melopea, como la
del canto gregoriano, se desarrolla en notas prolongadas y sonoras.
Emilio me sacudi el brazo y me dijo:
- Vaya! deje usted de ser artista por un momento, y sea hombre; o ms bien sea artista en otro sentido,
y mire las bellezas que se agrupan en los palcos como constelaciones en el cielo de la belleza ideal.
- Es verdad le contest, se halla aqu lo ms selecto de la sociedad medellinense y el espectculo es
hermoso.
- Ahora continuo Emilio, si usted quiere que yo lo refiera alguna historia palpitante, de esas que yo
invento,es decir, descubro en mi calidad de antiguo cronista de peridico, no tiene ms que escoger, dando
una revista a los palcos que tenemos a nuestro frente.
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Mas por condescendencia que por curiosidad, recorr ligeramente la galera del medio, de un vistazo, y
me detuve en el palco del seor Don N. en donde se hallaba una joven que me era completamente
desconocida.
Era estrella de otro cielo, pero estrella de primera magnitud.
Era de una blancura sorprendente y que resaltaba del fondo oscuro de su traje, como resalta la nieve
de los negros pedruscos del Sorat. Si yo hubiera sido poeta, hubiera comparado esa blancura a la piel de
armio, al plumn del cisne, al mrmol de Paros o al lirio que entre abre su cliz de plata al beso matinal.
- Quin es esa joven, de blancura mate, que conversa actualmente con un anciano, en el palco de Don
N.? pregunt yo.
- All lo aguardaba, me respondi, esa joven esta casada con ese anciano, y es un ave de paso, viene
de Bogot y seguir para Popayn.
Hice un gesto de duda: no me pareca natural que ese anciano, que podra ser su padre, fuese su
esposo.
- Es as como se lo digo, con el temque ella lo ama entraablemente; mire usted esa dulce sonrisa le
dirige en este momento.
Es esa una historia palpitante que tengo indita y cuyo carcter conservaremos por ahora. Pero
sentmonos que el entreacto ser largo y ya volver sobre las tablas la novia escocesa que ha robado su
atencin.
Nos sentamos, y yo procur en vano, rechazar dos o tres motivos de la cavatina del primer acto, que mi
memoria retena aunque con vaga incertidumbre.
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Pues seor (y la historia ir en compendio y sin apellidos, que es como si dijramos el non plus ultrade
la discrecin de un cronista) haba en Bogot, en el puente de Lsmes, una casita de pobre apariencia y de
un interior muy triste en donde residan dos jvenes hurfanas, conocidas generalmente con el nombre de
las dos hermanas. Haban perdido a su madre en la infancia y su padre poco tiempo despus, en una de
esas guerras fratricidas que ya no volvern, Dios mediante. La mayor se llamaba Clara y la otra Elvira, y era
aqulla la que haca las veces de madre y llevaba sobre sus hombros, como el peso de Atlante, la direccin y
el cuidado del hogar.
Las nias se sostenan a merced de una pensin alimenticia que el Gobierno les suministraba, y al
constante trabajo que algunas buenas vecinas les conseguan.
Elvira era de constitucin dbil y enfermiza, por lo cual el rudo trabajo recaa sobre Clara, pero ambasllevaban una vida tranquila y serena hasta donde le permitan sus escasos recursos.
Clara era por ese tiempo una joven como la que tenemos a la vista y al estudio; blanca y pura como la
luz de la reina de la noche; tena largos cabellos rubios como el oro de las espigas, ojos azules tras los
cuales se vea el azul de su alma, mejillas de rosa... y en fin, su espritu se haba pulido con la desgracia,
como el diamante al fuerte roce de su propio polvo.
- Me supongo, le dije sonriendo, que usted no la conocera, y que ese boceto ser de pura fantasa.
- Ese boceto es exacto, me replic, aunque queda plido ante el cuadro original, yo no conoc a Clara,
pero s conozco a su hija, que tenemos a la vista, y la semejanza de las dos ha sido sorprendente; dentro de
poco me apoyar en los hechos.
Contino el relato. Merced de los recursos de que he hablado, Clara y Elvira podan llevar una vida
sencilla, pero sin cuidados, y descansados felices sobre el porvenir, fiadas en la inocencia de su corazn y en
la ignorancia de los peligros de la vida.
En el ao de 1848, cuando Clara cumpla los quince aos, y cuando ya se desarrollo en todo su
esplendor su belleza virginal, caus sta una impresin muy honda en dos jvenes de distinta posicin social
y de encontrados caracteres.
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Se llamaba el uno Ricardo y el otro Alejandro; ste era de la alta aristocracia, de vida relajada y no
buscaba sino el placer consiguindolo con renombrada tenacidad; aqul era un modesto teniente del ejrcito
de lnea que estaba acuartelado en la ciudad, y era al contrario, sencillo, moderado y de sanas costumbres;
sin aficin a la carrera militar, haba entrado de conscripto por la provincia de Tunja y haba adquirido sus
grados a fuerza de sus merecimientos y de una conducta ejemplarsima; sus superiores le tenan un cario
entraable y se haca acreedor a l a despecho de sus gratuitos malquerientes.
Alejandro vio a Clara y se encendi en l una de esas pasiones ardientes que queman un corazn y
tiznan las reputaciones ms inmaculadas; Ricardo la vio con frecuencia y la am en lo ms callado de su alma
y sin esperanza de retorno, conocerla y amarla fue para l lo que un rayo de sol para un paisaje de sol
dormido en las tinieblas, a quin da vida y animacin, luz y colores y despierta los callados ecos de laseternas armonas. Sera en vano pintar las mudas adoraciones y misterios inefables que llenaron su corazn
a las primeras revelaciones del amor, basta decir que amaba por la primera vez y con esa intensidad y
absoluta consagracin de que slo disponen los que no han entregado su juventud a las disipaciones
miserables, escollos demasiados frecuentes en los cuarteles en donde la libertad de las maneras cambia de
nombre y es la fuente de la ms desvergonzada corrupcin. El amaba ardientemente, porque las naturalezas
castas son tambin las naturalezas apasionadas, puesto que la pasin crece cuando se la contiene, y en fin,
porque est en la naturaleza humana que todo corazn se abra al sol de la vida, siquiera sea una sola vez,como toda planta reverdece o florece en el mes encantador consagrado a la Reina de los cielos.
Clara, lo dir una vez, no fue insensible al amor de Ricardo, y en vano luch interiormente con ese
sentimiento que se alzaba en su corazn para rivalizar con el amor a Elvira; en vano se ocultaba aquella alma
a la sombra, como la violeta oculta su corola y derrama su perfume; lleg un da en que ese amor irradi
sobre su semblante y brot de su corazn como se abre la azucena a los rayos del sol de la maana.
Y era imposible que no se amaran, puesto que mil circunstancias sociales los